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Tema 3 Procesal

TEMA RESUMIDO DERECHO PROCESAL PENAL

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Lección 3. Las partes acusadoras.

1. Distinción previa: parte procesal civil y parte procesal penal.

El derecho penal ha sido aplicado en el caso concreto de forma muy diferente según las etapas
históricas y políticas, como se ha visto. Ello ha derivado en un modelo de proceso penal, tal y como lo
conocemos en España, con sus individualidades que le hacen diferentes, no sólo respecto al proceso
civil, sino a otras formas de tutela penal en los países vecinos. En esta línea, podemos entender
también la panoplia de posibilidades que nos ofrece el proceso penal español en materia de partes
acusadoras y acusadas y así comprender, por ejemplo, el acierto que supone permitir a cualquier
persona poder litigar por el restablecimiento del orden público, como víctima, perjudicado, acción
popular y como Ministerio.

Público. A tal fin en las siguientes líneas procedemos a exponer sus diferencias como partes, su carácter
contingente o necesario, su naturaleza penal o civil —según el objeto de tutela de que se trate— e,
igualmente, la posible pluralidad de partes dentro de una misma posición activa o pasiva.

Procedemos, pues, a entender y fijar, en primer lugar, quiénes pueden ser las partes acusadoras, con
el fin de lograr ese actus trium personarum en que consiste el proceso, especialmente el penal,
quedando así configurada la base principal del denominado sistema acusatorio. Como elemento
previo, afirmamos que la delimitación de quién puede ser parte acusadora se rige por criterios diversos
a los del proceso civil.

1.– No podemos hacer una asimilación previa en el concepto de parte entre el proceso civil y el proceso
penal. La diversidad de intereses que se protegen en uno y otro proceso hacen imposible dicha
identificación.

Recapitulando, en el proceso civil se tutela el ordenamiento privado y los intereses de esta naturaleza;
así, en virtud de los principios de autonomía de la voluntad y las relaciones derivadas de la propiedad,
parte será aquel sujeto que pretende la tutela jurisdiccional de sus derechos e intereses que afirma
como legítimos y aquella persona o personas frente a la que se solicita la tutela; queda, por tanto, en
manos de ésta la oportunidad de accionar o no la tutela de sus derechos en un proceso civil.
Contrariamente, en el proceso penal se tutelan intereses públicos afectados por el quebrantamiento
de dicho orden social y la naturaleza del ius puniendi del Estado hace difícil que podemos entender
como partes, simplemente, a la persona dañada en sus bienes jurídicos protegidos y a la persona que
ha quebrantado el orden público, dado que la necesidad de reestablecer dicho orden impide dejar solo
en manos de éstas su tutela, sino que la Ley ha creado otras partes de igual importancia en el proceso
penal, tales como el Ministerio Fiscal o el.

Acusador popular. Es decir, ni el ofendido ni el perjudicado por el delito son titulares de un derecho
subjetivo a que el autor del mismo se le imponga una pena. La aplicación del derecho penal ha sido
asumida en exclusiva por el Estado, de modo que los particulares (persona física o jurídica) no tienen
un derecho subjetivo a penar. Sólo tiene derecho a penar el Estado y se trata, antes bien, de una
potestad y deber que debe cumplirse de conformidad con el principio de legalidad y de forma no
discrecional. Por tanto, ese ofendido o perjudicado lo que sí tiene es un derecho subjetivo formal a
accionar la tutela y restablecimiento del orden público quebrantado, para que el Estado inicie una
averiguación del delito y la persecución de su autor y, a continuación, pueda pasar a convertirse en
parte acusadora.

2.– Por esta razón en el proceso penal usamos la acepción de parte formal, en el sentido de que parte
es quien actúa en el proceso penal solicitando al órgano jurisdiccional determinadas actuaciones,
alegando, proponiendo prueba etc., con independencia de su relación jurídica material con el fondo
del proceso. Ello hace que en el proceso penal encontremos como partes acusadoras al acusador
particular, el acusador popular, el Ministerio Fiscal, el acusador privado y el actor civil y, como partes
acusadas, el sujeto o sujetos acusado o acusados y las partes responsables civiles del delito.

3.– Esta diversidad de principios y naturalezas jurídicas en estos objetos de tutela, hace que en la fase
de instrucción y de juicio oral del proceso penal las partes actoras pueden ser diferentes, teniendo en
cuenta que, como veremos a continuación, las posibilidades de acumular o no el proceso civil al penal,
va a dar lugar a legitimaciones muy diversas. En caso de enjuiciamiento conjunto donde la pretensión
civil se acumula a la solicitud de tutela penal, el tribunal del orden penal se pronunciará sobre la
pretensión civil y sobre los hechos delictivos.

2. Clasificación

La posición que ocupan las partes en el proceso puede ser activa o pasiva, según sea parte acusadora
o acusada, respectivamente. El hecho de interponer pretensión civil dentro del proceso penal, no
cambia su denominación, dado que el objeto penal predomina y de ahí que sigamos hablando de parte
acusadora y acusada. De hecho, solo utilizaremos una nomenclatura diferente cuando la parte accione
exclusivamente una pretensión civil y no se constituya como parte penal, pasando a denominarse,
como se verá, «actor civil». Siendo esto así, serán partes «acusadoras» en el proceso penal el acusador
particular, el acusador popular, el.

Ministerio Fiscal, el acusador privado.

Frente a este lado activo, encontramos como parte acusada, a la persona contra quien se dirige el
proceso, que recibe diferentes denominaciones tales —según el momento procesal en el que se
encuentre— como investigado, procesado, encausado, acusado o condenado y, por lo que a la
responsabilidad civil derivada del delito se refiere, puede tenerla el acusado (art. 116 CP) o una tercera
persona.

En función de la naturaleza contingente (no necesaria) u obligatoria (necesaria), la intervención de las


partes es muy diferente. Qué duda cabe que sin lado pasivo o acusado no puede haber proceso. El lado
activo es muy diferente.

1. Encontramos que en los delitos públicos (perseguibles de oficio) el Ministerio.


Fiscal es parte necesaria, mientras que la víctima y el perjudicado o la acción popular, según
se verá, son contingentes o no necesarias en su presencia como parte para poder actuar el
derecho en el caso concreto.
2. En aquellos delitos perseguibles solo a instancia de parte (delitos privados) es parte necesaria
la presencia del acusador privado.
3. Una tercera categoría de delitos son los semiprivados o semipúblicos, en los que es
imprescindible la denuncia de la víctima, pero acto seguido puede ejercitar la acción el
Ministerio Fiscal, como si de un delito público a partir de ese momento se tratara.
4. Por lo que se refiere a la acusación penal, ésta es siempre un elemento necesario del proceso
penal; contrariamente, la pretensión civil, puede ser contingente o no necesaria, es decir,
puede acumularse al proceso penal, pero también puede renunciarse o reservarse la acción
para un momento posterior, una vez obtenida la sentencia. Por esta razón, los sujetos que
intervienen como partes penales y civiles no tienen por qué coincidir. Si el acusador decide,
por tanto, acumular la pretensión civil al proceso penal, entran en juego en dicho proceso los
denominados responsables civiles, que se verán en el tema 4.
Por último, cabe recordar que también el proceso penal puede tener pluralidad de partes, es decir,
que en él encontremos que intervienen diferentes sujetos en cada posición procesal, activa o
acusadora y pasiva o acusada. A este respecto cabe señalar:

a) En el lado activo, encontramos la posibilidad de que cualquier persona, ofendida o no por el


delito pueda ser parte acusadora, junto al Ministerio.
Fiscal que no ostenta, por tanto, el monopolio en la acción; solo se exceptúa de esta regla los
casos relativos a delitos privados, sólo perseguibles a instancia de parte ofendida. Se trataría
de un fenómeno de pluralidad de partes que constituye un litisconsorcio cuasinecesario,
porque si bien su presencia en el proceso no es obligatoria, los efectos que generen una
eventual sentencia, producen la eficacia de cosa juzgada extensible a todos los sujetos
litisconsortes, participaran o no en el proceso.
b) Por otro lado, según se verá en la lección siguiente, la parte pasiva constituida por uno o varios
acusados, en cualquier nivel de participación en el crimen, formarán parte de una única
posición procesal —la acusada—, aunque pueden responder de diferente forma según sea su
grado de participación o hechos conexos cometidos y enjuiciados en este proceso.
c) Finalmente, señalar que también la acción civil y la responsabilidad de esta naturaleza,
admiten pluralidad de partes.

3. El MF

El Ministerio Fiscal es personal colaborador de la Justicia, según afirmábamos en el Tomo I (Parte


General) de esta trilogía y lo definíamos como aquel que coopera con la Administración de Justicia,
pero no se encuentra subordinado a los tribunales; carece, por tanto, de potestad jurisdiccional y no
depende ni funcional ni orgánicamente de los órganos jurisdiccionales.

1) Introducción

Sus orígenes se remontan al siglo XIX, durante la Monarquía absoluta, creado para defender el Fisco y
fiscalizar a los jueces. Llegada la Revolución francesa no eliminó esta figura, pero sí la recondujo en
otros términos, especialmente, otorgándole la función de acusar, y pasando entonces a encomendar
la labor de defender al fisco al Cuerpo de Abogados del Estado (RD 16 de marzo de 1886). Es este
momento histórico cuando se rompe el modelo inquisitivo del Antiguo Régimen, donde el juez
concentraba en sus manos la labor de acusar y juzgar, pasando a ser una figura determinante del
proceso penal el Ministerio Fiscal como parte acusadora.

Cuando el Estado prohibió la autotutela o la venganza privada del ciudadano dañado en sus derechos,
pasó a asumir el monopolio en la jurisdicción penal y en la regulación de lo que constituye o no delito
y quebrantamiento del orden social como para merecer un reproche. Por esta razón, y como se ha
dicho antes, el derecho penal solo puede actuarse a través del proceso y por los jueces competentes,
pero para que éstos puedan ejercitar la función jurisdiccional necesitan que se promueva su actividad
a través de la acción. En este marco conceptual se entiende el sentido y definición de las partes
acusadoras. Recordemos que nuestro proceso penal se basa en un sistema acusatorio formal o sistema
mixto, donde el Juez no tiene la posibilidad de acusar, sino solo de averiguar los hechos y juzgarlos (y
por órganos diferentes). A tal fin se crea la figura del Ministerio Fiscal tal y como la conocemos en
nuestro proceso.

El MF hoy es un órgano del Estado, cuya principal función es promover la acción de la justicia en
defensa de la legalidad, de los derechos de la ciudadanía y del interés público tutelado por la Ley (art.
124 CE). Es un órgano de naturaleza administrativa, al servicio de la política criminal fijada por el
Gobierno de la Nación. A tal fin vamos a encontrarlo como parte en los procesos penales y civiles no
dispositivos.

Una de sus principales misiones es la de garantizar el principio acusatorio, es decir, asegurando la


existencia de una parte acusadora, que pida la apertura del juicio oral y, por tanto, contribuyendo a la
imparcialidad del juzgador.

Recordemos que no se puede abrir la fase de enjuiciamiento o un juicio oral sin la petición de una parte
y ésta no siempre está garantizada en su personación en los procesos, pues —por raro que parezca—
la víctima puede no querer accionar y está en su derecho. La función del Ministerio público o Fiscal es
clara, por tanto, porque sin proceso (y no puede haberlo sin petición de parte) no hay imposición de
pena (art. 25 CE). En conclusión, el principio de necesidad exige que el inicio del proceso penal no sea
algo discrecional de una víctima u ofendido, sino que la parte pública tiene atribuida por ley la
competencia para poner en marcha la actividad jurisdiccional y que sea el principio de legalidad quien
determine si debe iniciarse o no el proceso penal.

Si se observa bien, existe una cierta incoherencia entre esa función acusadora y la de defender los
derechos de los ciudadanos en juicio exigida al MF, especialmente, por lo que se refiere a la parte
acusada y su derecho fundamental a la presunción de inocencia. Pero precisamente aquí radica el valor
de esta figura, debiendo imparcialmente también velar por evitar un proceso indebido y que se abra
un juicio oral contra una persona inocente, por la razón de que no existe pruebas suficientes para
justificar una acusación. Qué duda cabe, que en estos casos debe archivarse la causa y este sujeto
investigado sigue siendo inocente y ya no sufrirá «pena de banquillo», incompatible con nuestra
Constitución.

2) La posición y naturaleza del MF

Tanto en el art. 124 CE, los artículos citados de la LOPJ, como el EOMF se delimita la institución del
Ministerio Fiscal, sus funciones y principios de actuación.

La CE establece su regulación en el Título rubricado «Del Poder Judicial» y el art.

2 del EOMF establece que está integrado en el Poder Judicial con «autonomía funcional». Pero
realmente esto no es así, su autonomía no sólo es funcional, sino también orgánica. Como decíamos,
su posición en el proceso no es jurisdiccional, dado que se trata de un órgano que se ubica en el poder
ejecutivo y depende de él, que actúa en el ámbito de la Administración de Justicia representando los
intereses públicos del Estado en el proceso penal. Insistimos en que no tiene, por tanto, potestad
jurisdiccional. Por esta razón, debe quedar claro que el Ministerio público no sólo acusa, sino también
defiende al inocente y vela por el cumplimiento de las garantías del proceso, garantizando que se
cumpla la Ley, se respeten los derechos fundamentales y la independencia judicial.

En este sentido el Fiscal General del Estado, que es el superior jerárquico de todos los fiscales en
España, es nombrado a propuesta del Gobierno por el Rey.

En España, hoy por hoy, no reside la instrucción en manos del Ministerio Fiscal, como sí ocurre en la
mayoría de países de nuestro entorno.

Respecto a los principios que informan su actuación, como se vio en la lecc. 9ª del tomo I, el MF actúa
bajo el principio de unidad de actuación y dependencia jerárquica, así como los principios de legalidad
y de imparcialidad. Ello supone que el MF es único para todo el Estado español (art. 22.1 EOMF); que
el Fiscal.
General del Estado es el jefe superior de todo el Ministerio Fiscal, impartiendo órdenes para toda la
Fiscalía; conforme al principio de legalidad, el MF debe actuar siempre que la Ley así lo determine, sin
que haya margen a la discrecionalidad y, por último, aunque sea jerárquicamente dependiente, debe
actuar con imparcialidad objetiva respecto a los intereses públicos que debe defender e imparcialidad
subjetiva en el caso concreto. En caso de no compartir una orden o circular puede ponerlo de
manifiesto ante el Fiscal Jefe superior jerárquico, pudiendo este último trasladar el caso a otro Fiscal
de esa Fiscalía.

3) Su papel en la fase de instrucción

El papel del Ministerio Fiscal en esta fase es de garante de los derechos de las partes y debe de proteger
el principio de legalidad.

a) En este sentido, le corresponde ejercitar la acción penal (art. 105 LECRIM y arts. 3.4 y 5 EOMF),
fruto del principio de oficialidad, con la excepción de los delitos perseguidos a instancia de
parte (delitos privados), que requieren querella del ofendido (actor privado) o en los casos de
los delitos semipúblicos (también denominados semiprivados), que exigen denuncia del
ofendido, dejando a partir de ese momento la puerta abierta a que el MF presente querella de
oficio. Esta denuncia se presenta, por tanto, como un requisito de procedibilidad.
b) Igualmente, corresponde al MF el ejercicio de la acción civil derivada del delito, salvo en caso
de que la parte ofendida se la reserve para hacerlo en un futuro proceso civil o renuncie a ella,
a tenor del art. 108 LECRIM.
c) En tercer lugar, sobre su papel en la instrucción, la ley le encomienda la «inspección» de dicha
fase (arts. 306.II y 319 LECRIM), que realmente no es tal porque no existe un criterio de
subordinación, sino que se reduce al hecho de que el MF debe constituirse como parte y poder
alegar, solicitar actos de investigación, con el privilegio de ser una parte «especial» a la que el
Juez de instrucción debe de darle conocimiento de la existencia de la incoación de la
instrucción, porque tiene acceso a los autos procesales y a la fase de investigación y, por tanto,
juega con ventaja respecto a cualquier otra parte del proceso (art. 308).
d) También podemos afirmar que el MF realiza una función preinstructora, dado que a tenor del
artículo 773 LECRIM, puede realizar las averiguaciones necesarias para la constatación de la
existencia de un delito, debiendo cesar en dicha función tan pronto tenga la certeza de la
existencia del mismo o conozca de la asunción de la causa por parte de un juez instructor.
e) Realmente estamos ante la figura de un garante del futuro juicio oral, de que todo lo que
ocurra en la fase instructora asegure que ningún inocente se vaya a sentar en el banquillo y
que todas las investigaciones realizadas y las fuentes de prueba aportadas al proceso sean
lícitas y suficientes como para abrir el juicio oral. Es un defensor de la legalidad, que impulsa
el procedimiento (art. 105 LECRIM).

4) Su papel en el juicio oral

Es en esta fase donde fiscalía adopta su más notable relevancia. El principio acusatorio adopta su
plenitud, precisamente, al manifestar el Ministerio Fiscal si existen pruebas de cargo o descargo, para
abrir el juicio oral o, por el contrario, se debe de archivar la causa (arts. 3.4 y 6 EOMF).

Podemos afirmar que en el acceso a la información que consta en los autos procesales, hay cierto
desequilibrio entre las partes, tanto en lo referido a las fuentes de prueba como a la averiguación del
estado de la tramitación del proceso durante la fase de instrucción; ello a priori podría perjudicar al
acusado, por eso el principio de presunción de inocencia toma todo su esplendor en este momento,
como situación protegida constitucionalmente para contrarrestar, precisamente, la desigualdad del
acusado en esta situación de investigación, frente al órgano jurisdiccional y el Ministerio Fiscal. Es más,
este principio exige que tan pronto fiscalía tenga dudas razonables sobre la consistencia de las pruebas
que pretenden alzar dicha presunción, debe actuar también en descargo del investigado o procesado,
pidiendo el archivo de la causa. Por tanto, debe de actuar con objetividad, como acusador, pero
también como defensor, según los deberes constitucionalmente establecidos.

Para acabar y con el fin de entender que el Ministerio Fiscal es una parte especial, debemos traer
brevemente a colación que en el art. 282 de la LECRIM se establece que corresponde a la policía judicial
la investigación del delito y, por tanto, al aseguramiento de las fuentes de prueba que sirvan a la
misma. Es decir, la policía judicial debe «auxiliar» a los jueces y fiscales en dicha averiguación de los
hechos acaecidos, aunque podemos afirmar sin reparos que, en la práctica, la ejecutan ellos, pero
siempre bajo la supervisión judicial o fiscal, según el momento procesal en el que se encuentre dicha
investigación. Esto puede crear cierta confusión que debiera ser salvada legalmente, porque la policía
judicial depende jerárquicamente del Ministerio del Interior (o de las Comunidades Autónomas o
Locales) y, por tanto, del Poder Ejecutivo. La realidad es que la policía judicial es un elemento clave en
la investigación del crimen, junto a sus funciones de protección y defensa de la ciudadanía, cumpliendo
también funciones específicas a través de Unidades especiales, denominadas, Brigadas, como UDEF
(delitos económicos, fiscales, blanqueo, corrupción política), UDYCO (crimen organizado y tráfico de
droga), UCIC (Unidad de inteligencia criminal), UIT (Unidad de investigación tecnológica), entre otras.
Ello nos debe hacer pensar la delicada situación de los derechos de una persona en una investigación,
que pueden ser abordados por un juez, fiscal o policía judicial.

Un último aspecto muy relevante a tener en cuanta en torno a la función del.

MF, es entender que en el ejercicio de la acción penal éste queda sujeto al principio de legalidad, sin
que pueda atender a criterios de oportunidad en su actuación, de modo que desde que tiene
conocimiento de un hecho delictivo perseguible de oficio, debe de actuar acusando al margen de
cualquier otro tipo de consideración política o circunstancias del investigado (art. 105 LECRIM). Sin
embargo, si acudimos al proceso penal de menores encontramos un proceso con connotaciones
diferentes para el Ministerio Fiscal, donde puede decidir el archivo de la causa, la conciliación del
menor agresor con la víctima o la falta de interés público en la persecución de los hechos delictivos.
Todo ello por la especial naturaleza del sujeto activo del delito, a saber, un menor de edad, y el interés
del Estado en su protección (arts. 16, 18, 19 LO 5/2000 de Menores). Se introduce con ello, criterios
de oportunidad en su actuación.

Por esta razón, debemos de entender que cuando la ley abre la puerta al principio de oportunidad, lo
que hace el fiscal es aplicar la estricta legalidad. Mediante este principio de oportunidad se reconoce
al titular de la acción penal (Ministerio Público) la facultad de disponer, bajo determinadas
circunstancias, de su ejercicio con independencia de que se haya acreditado la existencia de un hecho
punible cometido por un autor determinado. Recordemos que, hoy por hoy, el MF sigue siendo parte
del Poder Ejecutivo, con lo que ello supone a efectos de reconocerle la facultad de no accionar
atendiendo a criterios de oportunidad; ello si no está regulado debe de entenderse como una
restricción al campo de actuación de la potestad jurisdiccional, de la que es titular el Poder Judicial. En
la actualidad, según se verá, la oportunidad se aplica en los denominados delitos bagatela y no para el
resto de delitos del Código Penal, donde rige el principio de legalidad.

Por todas estas razones, Fiscalía no puede entenderse simplemente como una parte más del proceso,
sino que es una parte muy especial por las potestades que tiene constitucional y legalmente
encomendadas.

5) Capacidad y legitimación del MF


Sobre la capacidad y legitimación del MF en el proceso penal, carece de sentido su planteamiento
porque por el principio de unidad y dependencia del poder ejecutivo, le habilitan para el ejercicio de
sus funciones (arts. 124 CE, 1, 3.4 y 5 EOMF, 105 LECRIM), donde es la ley quien le legitima para actuar
en juicio, no en defensa de los derechos o intereses de la parte, sino a través de la atribución legal de
legitimación extraordinaria para la defensa de los intereses de la sociedad en un proceso penal.

La víctima, persona física o jurídica, es quien sufre directamente los daños y perjuicios ocasionados por
la comisión del delito y que se constituye como parte activa en el proceso penal, solicitando el castigo
del responsable. Por su lado, es parte perjudicada quien sufre daños indirectos (valga como ejemplo,
en caso de un homicidio, claramente la parte perjudicada es la familia o herederos del fallecido).

En ambos casos nos encontramos ante la denominada «acusación particular».

A tenor del art. 110 LECRIM, su fundamento está basado en el propio derecho a la tutela judicial
efectiva de los derechos e intereses legítimos ex art. 24.1 CE.

Siendo esto así como decimos, y no olvidando que la parte en el proceso penal es parte formal con un
simple derecho a accionar el restablecimiento del orden público, podemos afirmar que la acusación
particular actúa por derecho (procesal) propio (legitimación ordinaria) y puede mantener su acción
incluso ante el abandono de la acción por parte de fiscalía. Y obsérvese que no solo es una facultad
para denunciar el crimen, sino para posicionarse como parte en el proceso a los efectos de ejercer la
acción y su derecho a la tutela judicial efectiva. Dado que el principio acusatorio exige que una parte
al menos pida la apertura del juicio oral para poder pasar a él, configurar el objeto de proceso y la
futura correlación en la sentencia, la acusación particular tiene este poder de pleno derecho, siempre
en el marco del principio de legalidad.

Este derecho a ser parte lo tienen tanto las personas físicas como jurídicas, españolas o extranjeras,
mayores o menores de edad, tengan o no residencia legal tal y como establece la Ley 4/2015, de 27 de
abril del Estatuto de la Víctima del Delito (vid. lecc. 5ª).

A) Requisitos subjetivos

Los requisitos de capacidad para ser parte, de capacidad procesal y legitimación para víctima y
perjudicado son idénticos a los establecidos en el proceso civil:

a) Las personas físicas podrán accionar cuando se encuentren en pleno ejercicio de sus derechos
civiles y se acudirá al fenómeno de representación procesal cuando no estén en disposición de
tener este pleno ejercicio (art.102.1 LECRIM).
b) Lo mismo ocurre con las personas jurídicas, su capacidad requiere de este fenómeno jurídico
procesal de representación, es decir, cada una de las personas que integran esta entidad
jurídica podrían accionar individualmente como parte de un proceso penal, pero nos
encontraríamos ante un proceso colectivo, por acumulación de acciones, más ineficiente, por
eso la Ley legitima a la persona jurídica como tal para accionar en el proceso en representación
de todos sus integrantes dañados.
c) Para la determinación de la legitimación, la LECRIM alude al ofendido por el delito y el
perjudicado como titulares del bien jurídico protegido dañado o puesto en peligro objeto de
regulación de la norma penal. Por tanto, las personas físicas y jurídicas pueden ser titulares de
derechos e intereses y podrán ser ofendidos (víctimas directas) o también pueden ser
simplemente perjudicados (víctimas indirectas), porque han sufrido únicamente las
consecuencias dañosas de un hecho delictivo, aunque nos sean titulares del bien. En ambos
casos, se actúa legitimación ordinaria.
d) Especial mención requiere la capacidad y legitimación de las asociaciones de víctimas de un
determinado delito, personas unidas sobre la base fáctica y jurídica de haber sido dañadas en
sus bienes, derechos o intereses. Se trata de un fenómeno de representación procesal y
legitimación ordinaria de estas personas jurídicas.
e) También las Administraciones públicas y el Estado pueden ser acusadores particulares, desde
el momento que tienen titularidad de bienes susceptibles de ser dañados. En este sentido el
Estado actuará a través del Ministerio Fiscal defendiendo los intereses públicos del Estado,
pero nada obsta a que también actúe como acusador particular con legitimación ordinaria con
base en la titularidad de sus derechos e intereses dañados.
f) En último lugar, las uniones sin personalidad, sociedades irregulares, patrimonios autónomos,
en cuanto también pueden ser ofendidos por un delito, podrán constituirse en acusadores
particulares, de conformidad con las normas sobre su capacidad de la LEC y por legitimación
ordinaria.

B) Requisitos de actividad

La persona ofendida por un delito puede ser parte a través de dos vías. La primera es presentando
directamente una querella (art. 270.1 LECRIM); la segunda, es personándose en la causa ya iniciada y
mostrándose parte, a partir del denominado «ofrecimiento de acciones» (art. 109 LECRIM) y siempre
antes del trámite de calificación de la causa (para el proceso ordinario véase arts. 642, 643 y 649
LECRIM y para el abreviado arts. 782.2.a) y 783.2 LECRIM). Es la propia LECRIM quien ha incorporado
el deber de la policía de informar al ofendido en la fase de denuncia de los hechos delictivos sobre los
derechos que tiene derecho a ser parte en el proceso, dado que la simple denuncia no te convierte en
parte procesal. Así el 771 LECRIM dispone que debe ser informado:

a) Sobre su derecho a ser parte en la causa sin necesidad de presentar una querella a través del
«ofrecimiento de acciones» (art. 108 LECRIM).
b) A nombrar un abogado de confianza o del turno de oficio
c) A tomar conocimiento de lo actuado hasta entonces en la causa, a partir de su personación
como parte

Esta misma información volverá a dársela el Letrado de la Administración de Justicia en la primera


comparecencia judicial como ofendido o perjudicado.

2) El ejercicio de la acción por la acusación particular

En España tenemos una figura única, un indubitado derecho constitucionalmente otorgado a la


ciudadanía, inexistente en ningún otro ordenamiento, como es la denominada acusación popular (art.
125 CE). Nos encontramos ante un sujeto, persona física o jurídica, que sin ser víctima ni perjudicado,
puede accionar el proceso penal, con ciertas limitaciones y especificidades, si la comparamos con la
parte que puede actuar por legitimación ordinaria (víctima o perjudicado), o por legitimación
extraordinaria como es la intervención del Ministerio fiscal.

La justificación de esta figura es la cotitularidad en el orden público que tenemos toda la ciudadanía,
una defensa de los intereses sociales, no determinada por un poder público sino por la sociedad; ello
tiene todo el sentido cuando se observe que el Ministerio Fiscal se desvía de alguna forma de la defensa
de los intereses generales reales de la sociedad. Pensemos en procesos donde no hay víctima o,
habiéndola, ésta no quiere ejercer su acción; la no persecución del delito por fiscalía supondría el
archivo de la causa, de ahí que tenga mucho sentido esta figura a la que nos referimos.
La figura se remonta a la Constitución de las Cortes de Cádiz en 1812, pero no se reguló de forma
permanente en nuestro proceso hasta 1882 en la Ley de Enjuiciamiento Criminal.

A) Requisitos objetivos

De esta forma, la CE atribuye el ejercicio de la acción penal a cualquier ciudadano español, no al


extranjero, no directamente ofendido o perjudicado por el delito, que cumpla los requisitos marcados
por la Ley (arts. 125 CE, 101 y 270 LECRIM y 19.1 LOPJ). Este «ciudadano español» (o comunitario)
puede ser persona física o jurídica. De hecho, lo común es que éstas últimas sean las que litigan como
acusación popular, asociaciones sin ánimo de lucro, en cuyos estatutos se fija esta finalidad u objeto
de litigación para la defensa de unos concretos intereses (STC 241/92, de 21 de diciembre, entre otras;
arts. 109 bis. 3 LECRIM y 22 CE). Es difícil que un particular tenga el interés suficiente y capacidad
económica para litigar por restablecer el orden público en un proceso en el que no se han dañado sus
propios intereses, por esta razón si se hiciera una interpretación restrictiva del derecho de asociación
(22 CE) en relación al derecho a ejercitar la acción popular (art. 125 CE), la relevancia práctica de esta
parte tan especial, sería inexistente.

Se trata, pues, de un supuesto de legitimación extraordinaria, donde es la Ley quien habilita a cualquier
tercero interesado para que ejercite una acción propia, se persone como parte actora, dirija el proceso
penal y ejerza el ius accusandi. De esta forma, no tienen legitimación a tenor de los arts. 102 y 103 de
la LECRIM:

a) al que no goce de plenitud de derechos civiles, con arreglo a la legislación civil. Obsérvese que
el menor de edad o la persona con capacidad limitada siempre podrá acudir a juicio a través
de su representante legal y por legitimación ordinaria, lo que le hace incompatible con esta
legitimación extraordinaria;
b) al que hubiere sido condenado dos veces por sentencia firme como autor del delito de
denuncia o querella calumniosa;
c) a los Jueces y Magistrados. Sin embargo, estas personas podrán ejercitar acción penal ante
delitos cometidos contra personas o bienes de su cónyuge, ascendientes, descendientes,
hermanos consanguíneos o uterinos o afines. En los supuestos citados en las letras a y b podrán
ejercitar, además, la acción penal por delitos cometidos contra las personas que tienen bajo
su guarda legal. Por último, obsérvese, que nada se dice del Ministerio Fiscal, lo que sí le
habilita para ejercitar este tipo de acciones, sin representar entonces los intereses públicos del
Estado;
d) los cónyuges entre sí, salvo por los delitos cometidos contra los hijos;
e) los ascendientes, descendientes y hermanos consanguíneos o uterinos o afines entre sí.

B) Requisitos objetivos

La acción popular encuentra aquí algunas limitaciones. En primer lugar, para la personación en un
proceso como acción popular debe de tratarse de un delito público, es decir, queda fuera de su ámbito
el delito privado o semiprivado; en el primer tipo, por la razón de que solo se puede ser parte el sujeto
ofendido, en el segundo caso, porque la iniciación del proceso depende de la voluntad del ofendido y
solo luego podrá ser parte el MF.

Junto a esta restricción, otro matiz o límite viene impuesto por el hecho de que no puede ejercitar la
acción civil derivada del delito ni instar a la condena en costas, por la razón de que actúa por
legitimación extraordinaria y porque ese resarcimiento económico se encuentra fuera de su interés en
litigar por el bien común de la sociedad y de la justicia. Además, debe de recordarse que queda fuera
de su ámbito de aplicación el proceso penal de menores o el ámbito jurisdiccional militar.
C) Requisitos de actividad

Para ejercitar acción popular es imprescindible la interposición de una querella por dicha parte (arts.
270 y 761 LECRIM), acompañada de la oportuna postulación mediante abogado y procurador y del
depósito de la fianza exigida por el órgano jurisdiccional (en previsión de posibles perjuicios por
accionar por daños que no son propios, evitando así riesgos de litigación abusiva).
Jurisprudencialmente se ha desarrollado un criterio de actuación importante, destinado a excepcionar
la necesidad de la presentación de querella, cuando se va a mantener una posición idéntica a la de las
partes ya personadas en el proceso; de otro modo, no hace falta la presentación de la misma, aunque
sí el ofrecimiento de fianza suficiente al órgano jurisdiccional, cantidad que debe de ser adecuada al
patrimonio del querellante [STC 326/1994 (Tol 82730)].

La admisión de la querella le convierte al acusador popular en parte a todos los efectos como si fuera
un acusador particular. Es verdad que ha habido una jurisprudencia del Tribunal Supremo bastante
confusa sobre la cuestión relativa a si esta parte tan especial puede o no sostener la acción de perseguir
el crimen y la apertura del juicio oral, cuando fiscalía decide no solicitar la incoación del proceso penal
y acusar (STS 8/2010 de 20 de enero RJ2010/1268). Solo echando un vistazo a los casos mediáticos que
han sugerido estas dudas, se observa que se trata de intereses políticos en la mayoría de casos, donde
normalmente la entidad o asociación que se persona como acción popular posee un sesgo ideológico
contrario al del gobierno (que actúa los intereses generales a través del ministerio fiscal). A pesar de
esta gruesa línea jurisprudencial del Tribunal Supremo en contra de permitir a la parte acusadora
popular actuar, pese a que el representante público (MF) solicite el archivo de la causa, en nuestra
opinión, debe reivindicarse poder mantener su carácter autónomo en el ejercicio de la acción, siempre
que en la propia querella se acredite que no existe interés particular y espurio en la litigación, sino que
se defienden los intereses generales en favor de la justicia y la sociedad (art. 109 bis 3 LECRIM).

3) El ejercicio de la acción por el acusador privado

En nuestro Código penal hay un único delito privado perseguible sólo a instancia de la víctima
perjudicada, como es la calumnia e injuria contra particulares ex art. 215 CP. En estos casos queda
vetada la intervención del MF y se exige la querella del ofendido, así como el mantenimiento de la
acción por éste durante todo el proceso (art. 278 LECRIM) y, en caso de haber sido vertidas en juicio,
además se añade la exigencia de la autorización del Juez, a modo de requisito de «procedibilidad» para
actuar procesalmente (art. 279 LECRIM).

Al ser un delito privado la autonomía de la voluntad rige como si estuviéramos en al ámbito privado y
del derecho civil, de modo que puede darse una conciliación entre las partes (278 y 804 LECRIM) o,
incluso, renunciar a la acción (art. 106, 107 y 112 LECRIM) o puede que tenga virtualidad el perdón del
ofendido (arts. 130.4 y 215 CP), salvo para los casos en los que en el proceso hubiere menores o
incapaces, pues en estos supuestos hará falta la aprobación judicial de dicho perdón para que pueda
llegar a tener virtualidad.

En conclusión, las normas civiles sobre capacidad y legitimación le son de aplicación, de modo que solo
tiene legitimación para ejercitar la acción penal el ofendido por la calumnia e injuria, y si no estuviera
en pleno ejercicio de sus derechos civiles debería actuar en su nombre quien supla su incapacidad (art.
215.1 CP).

5. El ejercicio de la acción civil

De todo ilícito penal se deriva una responsabilidad civil (art. 100 LECRIM).
La pretensión civil derivada de un hecho delictivo (de restitución, reparación o indemnización de los
perjuicios materiales y morales, art. 110 CP) la dirige la parte actora o demandante en el mismo
proceso penal (acumulación de procesos) o en un proceso civil posterior.

A la interposición de esta pretensión civil derivada del hecho punible, tienen derecho tanto la parte
víctima directa del delito, como la parte perjudicada indirectamente por haber sido menoscabada en
su patrimonio por la acción delictiva; pero en sentido estricto la LECRIM desarrolla una configuración
del «actor civil» con una peculiaridad clara, como es, el hecho de que denomina como tal a aquel que
no ha sido parte (civil) —persona física o jurídica— en el proceso penal (arts. 320, 651 y 735 de la
LECRIM).

En resumen, pueden ejercitar acción civil:

a) Mediante la presentación de una querella por parte del ofendido o perjudicado (acusador
particular) en la que ejercita acción civil acumulada a la penal. En el caso del acusador privado
exclusivamente podrá ejercitar acción civil en la querella.
b) Mediante el ofrecimiento de acciones por el LAJ (art. 108 y 109 LECRIM) la víctima y/o el
perjudicado —es decir el acusador particular— pueden decidir renunciar o reservar la acción
civil para un futuro proceso civil a ejercitar una vez obtenida la sentencia penal en cuestión
(art. 112.1 LECRIM), dado que estamos en el ámbito del derecho patrimonial y privado, siendo
necesario que la renuncia de este derecho se haga en su caso de una manera clara y
terminante (art. 110 LECRIM).
c) En tercer lugar, puede que el acusador particular no ejercite la acción penal y solo desee
ejercitar la civil a posteriori, en este caso, se le denomina actor civil. No es lo común, pero
legalmente es posible.
d) Por su lado, el Ministerio Fiscal tiene el deber de ejercitar conjuntamente la acción penal y civil
ex art. 108 y 773 LECRIM, «pero si el ofendido renunciare expresamente su derecho de
restitución, reparación o indemnización, el Ministerio Fiscal se limitará a pedir el castigo de los
culpables». El MF actúa, entonces, no como representante de los intereses de las partes
actoras titulares de este derecho a la restitución, reparación o indemnización, sino por
legitimación extraordinaria fijada por ley.

De esta forma, el actor civil deberá cumplir los requisitos de capacidad y legitimación propios del
proceso civil, requiriendo postulación propia del proceso penal en el que se encuentre, pudiendo
personarse en cualquier momento hasta el trámite de calificación o formulación del escrito de
acusación, sin que se retrotraigan las actuaciones (art. 110). Hasta entonces, una vez personado, puede
en fase de instrucción solicitar a las acciones que convengan en la investigación para esclarecer sus
pretendidos derechos reparatorios (art. 320 y 589 y ss LECRIM).

Igualmente le corresponde presentar su escrito de calificación a los únicos efectos civiles (art. 650.II y
651.II LECRIM), practicando la calificación definitiva tras la prueba en este mismo sentido (arts. 732 y
735 LECRIM).

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