3. Convenio de Vergara

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EL CONVENIO DE VERGARA

1. Identificación: Este texto recoge una serie de artículos del llamado Convenio de
Vergara, que pone fin a la Primera Guerra Carlista. Se trata, pues, de una fuente primaria
y directa de naturaleza jurídica y con un marcado carácter político. Este documento
fue ratificado por el Capitán General Espartero, en nombre de los liberales, y el
Teniente General Rafael Maroto, en nombre de una facción de los carlistas, el 31 de
agosto de 1839 en Vergara (Guipúzcoa), a través del abrazo de los firmantes (“abrazo de
Vergara”). El propósito del documento es, fundamentalmente, dar a conocer al ejército
carlista las ventajas que les supondría el fin de la guerra. Por tanto, se puede decir que su
principal destinatario es el ejército carlista y, en segunda instancia, todo el pueblo. Su
finalidad es, por tanto, pública.
2. Análisis y comentario: El Convenio de Vergara establece las condiciones por las que
una facción del carlismo, los llamados transaccionistas, liderados por Maroto, se rinden
ante el ejército liberal, que representa los intereses de la pequeña Isabel II. El conflicto
refleja la oposición entre dos ideologías diametralmente opuestas: los carlistas
(defensores del absolutismo) y los isabelinos (defensores del liberalismo).
En el primer artículo se recoge la idea principal en torno a la cual gira gran parte de la
problemática del carlismo: la defensa de los fueros vascos y navarros. Los carlistas son
defensores a ultranza de los valores del Antiguo Régimen: absolutismo, catolicismo
y ruralismo. El fuero es una figura jurídica del Antiguo Régimen que se caracterizaba
por conceder a un territorio determinados privilegios: un sistema fiscal propio, una amplia
capacidad de autogobierno, etc.
En este primer artículo, Espartero se compromete a recomendar a las Cortes el
mantenimiento de los fueros vascos y navarros. Se trata de una promesa bastante
ambigua, pues no tiene ninguna legitimación para hacerlo. Es una cuestión que competía
exclusivamente a las Cortes.
En los artículos 2 y 4 se recogen las condiciones de la rendición de los carlistas, que
se caracterizan por su benevolencia: no hay represalias de ningún tipo. En efecto, el
artículo 2º supone la reinserción de los militares carlistas en el ejército isabelino sin
pérdida de empleos, grados o condecoraciones, a cambio de defender la Constitución de
1837 y de reconocer la legitimidad de Isabel II como reina. Y el artículo 4º también recoge
la posibilidad de retirarse para aquellos militares que así lo deseen, sin perjuicio de sus
pagas.
He aquí la otra gran cuestión del carlismo: la legitimidad de la joven Isabel. Los carlistas
no reconocen la validez de la Pragmática Sanción, por lo que consideraban a Carlos
María Isidro, hermano de Fernando VII, como su legítimo heredero. Además, Isabel
representaba al Estado liberal, cuyo espíritu queda refrendado en la Constitución de
1837, que los carlistas deben jurar si quieren continuar con su carrera militar o, al menos,
disfrutar de las pensiones en caso de optar por retirarse.
Estas medidas tan favorables para los carlistas tienen un objetivo muy claro: atraerlos al
bando liberal para afianzar en el trono a Isabel II y asegurar así el triunfo del liberalismo
en España.
3. Contexto histórico: El convenio de Vergara, también conocido como “abrazo de
Vergara”, pone fin a la Primera Guerra Carlista, también llamada Guerra de los Siete
Años, que marca la primera fase de la regencia de Mª Cristina durante la minoría de edad
de su hija Isabel II. El problema se remonta a los últimos años del reinado de Fernando
VII, cuando los sectores más conservadores, defensores a ultranza del Antiguo Régimen,
se agrupan en torno al heredero al trono, que, ante la ausencia de descendencia del
monarca, es el infante Carlos María Isidro, el hermano del rey.
Pero el embarazo de la reina precipita los acontecimientos. El rey promulga la Pragmática
Sanción (1830), que abolía la Ley Sálica que impedía reinar a las mujeres, para
asegurarle el trono a su descendencia, independientemente de su sexo. Así, tras su
nacimiento, Isabel es reconocida como heredera al trono, lo que no es aceptado por el
hasta entonces heredero y sus partidarios. Así, a la muerte del rey, en 1833, se enfrentan
por el trono Carlos María Isidro, que defiende su legitimidad como rey de España
(Manifiesto de Abrantes) y fue proclamado rey por sus seguidores (Carlos V) e Isabel.
La reina Mª Cristina, que ejerce el poder como Regente (Reina Gobernadora) hasta que
Isabel alcance la mayoría de edad, necesita el apoyo de los liberales para afianzar a su
hija en el trono. Estalló así una guerra civil entre los partidarios de uno y otra: carlistas
contra isabelinos o cristinos.
Pero este conflicto no es una cuestión meramente dinástica, sino también ideológica
y de clase. El carlismo se oponía al liberalismo y a todo lo que este implicaba: libertad
política, económica y social, uniformidad territorial y laicismo. Bajo la divisa “Dios, Patria
y Rey”, defendía la monarquía absoluta de origen divino, la religión católica como religión
del Estado, la defensa de los intereses de la Iglesia (mantenimiento del diezmo, oposición
a las desamortizaciones y a la libertad religiosa) y del foralismo, es decir, la conservación
de los fueros vascos y navarros, que pretendía conservar las instituciones de gobierno
autónomas, sus sistemas judiciales, de exención fiscal…
Los carlistas contaban con el apoyo de los sectores sociales más reaccionarios: nobles
rurales, parte del bajo clero, parte del ejército, los artesanos pobres y los campesinos. En
cambio, apenas tenían aceptación en las ciudades.
Utilizando la táctica de guerrilla, controlaron el País Vasco, Navarra, algunas zonas de
Cataluña, y zonas aisladas de Valencia y Aragón (el Maestrazgo). Pero pese a las
victorias iniciales de los carlistas, que contaban con estrategas de la talla de
Zumalacárregui, el conflicto se va decantando hacia los isabelinos, liderados por el
general Espartero, tras la muerte del primero en el asedio de Bilbao (1835). Ante las
sucesivas victorias liberales, los carlistas se dividieron en dos facciones: los
transaccionistas, más moderados, y los más reaccionarios. Los transaccionistas son
conscientes de la necesidad de alcanzar la paz. Su líder más destacado, Rafael Maroto,
suscribe este convenio. Tras su victoria, Espartero recibió el título de Duque de la
Victoria y ganó un gran prestigio, que le abriría las puertas de la regencia en 1840, tras la
renuncia de Mª Cristina.
Pero el fin de la guerra no supuso el fin de las hostilidades. El general Cabrera, líder del
sector más conservador y apoyado por el propio don Carlos, que se oponía a la firma de la
paz, siguió luchando en la zona del Maestrazgo, hasta la caída de Morella, el último
bastión carlista, en 1840, y la huida del pretendiente Carlos V a Francia.
4. Conclusión: La Primera Guerra Carlista aceleró de forma irreversible el proceso de
revolución liberal en España. Entre 1833 y 1843 se llevó a cabo el desmantelamiento
jurídico del Antiguo Régimen con la transformación de la antigua monarquía absoluta en
una monarquía constitucional y parlamentaria. El triunfo de los liberales tras este conflicto
supuso la implantación definitiva del liberalismo en España, representado en la
persona de la reina, Isabel II. Pero esta victoria no va a suponer el fin del carlismo. A lo
largo del siglo XIX se producirían otras dos insurrecciones carlistas, aunque nunca
tendrían posibilidades de triunfar en un país en el que, pese a la constante inestabilidad
política, ya se había afianzado el liberalismo.

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