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NOVENA A SAN JUAN APÓSTOL

Algunas indicaciones de cómo rezarla

Esta novena fue pensada en el contexto de la apertura del año Santo Jubilar. Es por
ello que las temáticas de los días están tomados de la bula de convocatoria del papa
Francisco Spes non confundit.
Como Movimiento queremos prepararnos para este año de gracia que nos invita a
vivir la Iglesia. Así, rogando la intercesión de nuestro santo patrono, San Juan Apóstol, y
siguiendo las indicaciones del Papa, entremos como peregrinos de la esperanza, siendo
signos y fortaleza para el mundo.
Este esquema es una propuesta para las diócesis. No pretende ser un esquema rígido.
Por lo que la invitación es a que pueda ser enriquecida con lo propio de cada comunidad
diocesana, con cantos, oraciones, peticiones, etc.
Como se indicó, salvo lo referido a nuestro patrono, las temáticas están tomadas de
la bula. Al ser temas como podrían ser densos de comunicar en un contexto de oración y
transmisión en vivo por las redes, requerirá mucho de la craetividad de los comunicadores,
para que el mensaje central sea transmitido, y a la vez, movidos a vivirla. Por lo que se les
solicita que no sea solo leído. Sino más bien rezado, estudiado, a la manera de como lo
hacemos en las preparaciones de los plomos.
Desde ya nos ponemos a su disposición para cualquier consulta sobre el mismo,
rogando la intercesión de Ntra. Sra. Madre de la divina Gracia y de san Juan Apóstol.
En cadena…

JUNTA DIRECTIVA NACIONAL


AÑO JUBILAR 2025
NOVENA A SAN JUAN APÓSTOL

ESQUEMA PARA TODOS LOS DÍAS


ORACIÓN INICIAL
Glorioso san Juan Apóstol,
a vos acudimos, llenos de confianza en tu intercesión.
Nos sentimos atraídos a vos con una especial devoción,
pues eres nuestro patrono y protector.
Tu caridad, reflejo admirable de la de Dios, te inclina a socorrernos,
a consolar todas nuestras penas y a complacer todo deseo y necesidad,
si ello ha de ser provechoso para nuestra alma.
Mira nuestra necesidad de conocer al Maestro, Nuestro Cristo amigo.
Mira nuestros trabajos y necesidades, nuestras familias y servicios del
movimiento, y alcánzanos la firmeza de la fe, la constancia en caridad, para que sostenidos por la
esperanza, peregrinemos firmes de tu mano y de María, Madre de la Divina Gracia
en este año Jubilar que iniciamos. Amén
REFLEXIÓN del tema de la Bula del Jubileo, según el día correspondiente.
PETICIONES: (pueden modificarse las peticiones)
A cada invocación respondemos: “por San Juan Apóstol, te rogamos Señor¨
- Amigo Jesús, te pedimos que como a Juan, el amor hacia ti nos impulse. R
- que seamos peregrinos de la Esperanza, testigos y anunciadores de la buena noticia. R
- que la alegría de conocer a Cristo Amigo renueve nuestras relaciones con los hermanos. R
- por las intenciones que tengamos en nuestro corazón. R
(Podemos agregar intenciones)
Nos encomendamos a nuestro Dios con las mismas palabras que Jesús nos enseñó:
Padre nuestro.
Ave María.
Gloria.
ORACIÓN CONCLUSIVA:
Ven, Señor Jesús. Ven, Cristo Amigo.
Ven por la Intercesión de san Juan Apóstol.
Acércate a nosotros, que te necesitamos.
Tú eres la luz: despiértanos del sueño de la mediocridad,
despiértanos de la oscuridad de la indiferencia.
Ven, Señor Jesús, haz que nuestros corazones, que ahora están distraídos, estén vigilantes:
haznos sentir el deseo de rezar y la necesidad de amar.
Para que este Jubileo nos fortalezca en la fe,
nos ayude a reconocer a Cristo resucitado en medio de nuestras vidas,
y que por la intercesión de san Juan Apóstol, nos transforme en verdaderos amigos de Jesús,
peregrinos de la esperanza cristiana en medio del mundo. Amén
BENDICIÓN FINAL:
El Señor nos Bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.

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AÑO JUBILAR 2025
NOVENA A SAN JUAN APÓSTOL

Miércoles 18 de diciembre
PRIMER DÍA: DIÓCESIS DE JUJUY

«LA ESPERANZA NO DEFRAUDA» (Rm 5, 5).


«Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor
Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos
afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. [...] Y la
esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,1-2.5).
Bajo el signo de la esperanza el apóstol Pablo infundía aliento a la comunidad cristiana de Roma.
La esperanza también constituye el mensaje central del próximo Jubileo, que según una antigua
tradición el Papa convoca cada veinticinco años. Que pueda ser para todos un momento de encuentro
vivo y personal con el Señor Jesús, «puerta» de salvación (cf. Jn 10,7.9); con Él, a quien la Iglesia
tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como «nuestra esperanza» (1 Tm 1,1).
Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del
bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace
surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de
la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con
escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos,
ocasión de reavivar la esperanza.
Mientras nos acercamos al Jubileo, volvamos a la Sagrada Escritura y sintamos dirigidas a nosotros
estas palabras:
«Nosotros, los que acudimos a él, nos sentimos poderosamente estimulados a
aferramos a la esperanza que se nos ofrece. Esta esperanza que nosotros tenemos es como
un ancla del alma, sólida y firme, que penetra más allá del velo, allí mismo donde Jesús
entró por nosotros, como precursor» (Hb 6,18-20).
Es una invitación fuerte a no perder nunca la esperanza que nos ha sido dada, a abrazarla
encontrando refugio en Dios.
La imagen del ancla es sugestiva para comprender la estabilidad y la seguridad que poseemos si nos
encomendamos al Señor Jesús, aun en medio de las aguas agitadas de la vida. Las tempestades nunca
podrán prevalecer, porque estamos anclados en la esperanza de la gracia, que nos hace capaces de vivir
en Cristo superando el pecado, el miedo y la muerte. Esta esperanza, mucho más grande que las
satisfacciones de cada día y que las mejoras de las condiciones de vida, nos transporta más allá de las
pruebas y nos exhorta a caminar sin perder de vista la grandeza de la meta a la que hemos sido
llamados, el cielo.

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AÑO JUBILAR 2025
NOVENA A SAN JUAN APÓSTOL

Jueves 19 de diciembre
SEGUNDO DÍA: DIÓCESIS DE LA SANTÍSIMA CONCEPCIÓN

SAN JUAN, MODELO DE PEREGRINO DE LA ESPERANZA


La vida cristiana es un camino, que también necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer
la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor
Jesús. No es casual que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento
jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida en medio de las
dificultades cotidianas.
De esto san Juan Apóstol es nuestro modelo y guía. De todos los discípulos, Juan es el único que
permaneció al pie de la Cruz junto a Jesús, firme en la Esperanza. Era el momento de la prueba, el
momento al que se refería Jesús cuando les dice a sus apóstoles que oraran para que no cayeran en la
tentación.
En la persona de Juan se cumple aquello que dice el apóstol en cuanto que el Amor echa afuera el
temor. El gran amor por su Maestro, Amigo y Redentor lo lleva a enfrentar con esperanza y vencer
ese miedo que hubiera paralizado a cualquiera. Este mensaje también es para cada uno de nosotros que
debemos enfrentarnos constantemente con nuestros miedos, luchas y desafíos. Y la respuesta no es
otra: el Amor disipa las tinieblas de nuestros miedos y pánicos, pues el amor se sostiene de la fe y la
esperanza. Vivamos así nuestra vida, elijamos como forma de Vida el amor y veremos sanar heridas y
veremos cómo esos miedos se alejan y veremos también que serena se hace nuestro tránsito en la tierra
a pesar de nuestras cruces. Es así que Juan, el discípulo amado, el discípulo peregrino de la esperanza
fue el único que pudo vencer el miedo; sobre todo ese miedo natural y lógico de poner en riesgo la
propia vida.
El Apóstol Juan, aprendió de la fortaleza de la esperanza, acompañando a su Cristo amigo, pues lo
vio padecer, lo escucho exclamar sus últimas palabras de amor y dolor infinito. Y estuvo presente
cuando fue bajado de la cruz y entregado a su Madre, y con amor de Madre lo llora con lágrimas
amorosas.
Como testigo de privilegiado dolor, mucho tiene Juan para enseñarnos a nosotros, miembros de la
Iglesia, mucho para darnos a nosotros, sus amigos circulistas que lo invocamos constantemente. Su
juventud no fue impedimento para que Dios le permitiera ser testigo de tanto dolor, al contrario Dios
quiso un joven santo allí, esperando contra toda esperanza.

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AÑO JUBILAR 2025
NOVENA A SAN JUAN APÓSTOL

Viernes 20 de diciembre
TERCER DÍA: ARQUIDIÓCESIS DE SANTIAGO DEL ESTERO

LA FE, LA ESPERANZA Y LA CARIDAD


La esperanza, junto con la fe y la caridad, forman el tríptico de las "virtudes teologales", que
expresan la esencia de la vida cristiana (cf. 1 Co 13,13; 1 Ts 1,3). En su dinamismo inseparable, la
esperanza es la que, por así decirlo, señala la orientación, indica la dirección y la finalidad de la
existencia cristiana. Por eso el apóstol Pablo nos invita a "alegrarnos en la esperanza, a ser pacientes
en la tribulación y perseverantes en la oración" (cf. Rm 12,12).
Sí, necesitamos que "sobreabunde la esperanza" (cf. Rm 15,13) para testimoniar de manera creíble
y atrayente la fe y el amor que llevamos en el corazón; para que la fe sea gozosa y la caridad entusiasta;
para que cada uno sea capaz de dar aunque sea una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna,
una escucha sincera, un servicio gratuito, sabiendo que, en el Espíritu de Jesús, esto puede convertirse
en una semilla fecunda de esperanza para quien lo recibe. Pero, ¿cuál es el fundamento de nuestra
espera? Para comprenderlo es bueno que nos detengamos en las razones de nuestra esperanza (cf. 1 P
3,15).
La esperanza efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús
traspasado en la cruz:
«Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo,
mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida» (Rm 5,10).
Y su vida se manifiesta en nuestra vida de fe, que empieza con el Bautismo; se desarrolla en la
docilidad a la gracia de Dios y, por tanto, está animada por la esperanza, que se renueva siempre y se
hace inquebrantable por la acción del Espíritu Santo.
En efecto, el Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en
los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga,
para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque
está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino:
« ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las
angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? [...] Pero en
todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la
certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo
futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá
separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» ( Rm
8,35.37-39).
He aquí porqué esta esperanza no cede ante las dificultades: porque se fundamenta en la fe y se
nutre de la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida. San Agustín escribe
al respecto: «Nadie, en efecto, vive en cualquier género de vida sin estas tres disposiciones del alma:
las de creer, esperar, amar».

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AÑO JUBILAR 2025
NOVENA A SAN JUAN APÓSTOL

Sábado 21 de diciembre
CUARTO DÍA: ARQUIDIÓCESIS DE SAN JUAN

LA PACIENCIA

la vida está hecha de alegrías y dolores, y el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades
y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento. Con todo, San Pablo escribe:
«Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la
tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la
esperanza» (Rm 5,3-4).
Para el Apóstol, la tribulación y el sufrimiento son las condiciones propias de los que anuncian el
Evangelio en contextos de incomprensión y de persecución (cf. 2 Co 6,3-10). Pero en tales situaciones,
en medio de la oscuridad se percibe una luz; se descubre cómo lo que sostiene la evangelización es la
fuerza que brota de la cruz y de la resurrección de Cristo. Y eso lleva a desarrollar una virtud
estrechamente relacionada con la esperanza: la paciencia.
Estamos acostumbrados a quererlo todo y de inmediato, en un mundo donde la prisa se ha
convertido en una constante. Ya no se tiene tiempo para encontrarse, y a menudo incluso en las familias
se vuelve difícil reunirse y conversar con tranquilidad. La paciencia ha sido relegada por la prisa,
ocasionando un daño grave a las personas. De hecho, ocupan su lugar la intolerancia, el nerviosismo
y a veces la violencia gratuita, que provocan insatisfacción y cerrazón.
Asimismo, en la era del internet, donde el espacio y el tiempo son suplantados por el "aquí y ahora",
la paciencia resulta extraña. Si aún fuésemos capaces de contemplar la creación con asombro,
comprenderíamos cuán esencial es la paciencia. Aguardar el alternarse de las estaciones con sus frutos;
observar la vida de los animales y los ciclos de su desarrollo; tener los ojos sencillos de san Francisco
que, en su Cántico de las criaturas, escrito hace 800 años, veía la creación como una gran familia y
llamaba al sol "hermano" y a la luna "hermana".
Redescubrir la paciencia hace mucho bien a uno mismo y a los demás. San Pablo recurre
frecuentemente a la paciencia para subrayar la importancia de la perseverancia y de la confianza en
aquello que Dios nos ha prometido, pero sobre todo testimonia que Dios es paciente con nosotros,
porque es «el Dios de la constancia y del consuelo» (Rm 15,5).
La paciencia, que también es fruto del Espíritu Santo, mantiene viva la esperanza y la consolida
como virtud y estilo de vida. Por lo tanto, aprendamos a pedir con frecuencia la gracia de la paciencia,
que es hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene.

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AÑO JUBILAR 2025
NOVENA A SAN JUAN APÓSTOL

Domingo 22 de diciembre
QUINTO DÍA: DIÓCESIS DE FORMOSA

RECONCILIACIÓN, INDULGENCIA Y PERDÓN


El sacramento de la Penitencia nos asegura que Dios quita nuestros pecados. Resuenan con su carga
de consuelo las palabras del Salmo:
«Él perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona
de amor y de ternura. [...] El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran
misericordia; [...] no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas.
Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que lo temen; cuanto dista
el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados» (Sal 103,3-4.8.10-12).
La Reconciliación sacramental no es sólo una hermosa oportunidad espiritual, sino que representa
un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe de cada uno. En ella permitimos que
Señor destruya nuestros pecados, que sane nuestros corazones, que nos levante y nos abrace, que nos
muestre su rostro tierno y compasivo. No hay mejor manera de conocer a Dios que dejándonos
reconciliar con Él (cf. 2 Co 5,20), experimentando su perdón. Por eso, no renunciemos a la Confesión,
sino redescubramos la belleza del sacramento de la sanación y la alegría, la belleza del perdón de los
pecados.
Sin embargo, como sabemos por experiencia personal, el pecado "deja huella", lleva consigo unas
consecuencias; no sólo exteriores, en cuanto consecuencias del mal cometido, sino también interiores,
en cuanto «todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario
purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio» (Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 1472). Por lo tanto, en nuestra humanidad débil y atraída por el mal,
permanecen los "efectos residuales del pecado". Estos son removidos por la indulgencia, siempre por
la gracia de Cristo, el cual, como escribió san Pablo VI, es «nuestra "indulgencia"».
La indulgencia permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios. No sin razón en la
antigüedad el término "misericordia" era intercambiable con el de "indulgencia", precisamente porque
pretende expresar la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites.
Esa experiencia colmada de perdón no puede sino abrir el corazón y la mente a perdonar. Perdonar
no cambia el pasado, no puede modificar lo que ya sucedió; y, sin embargo, el perdón puede permitir
que cambie el futuro y se viva de una manera diferente, sin rencor, sin ira ni venganza. El futuro
iluminado por el perdón hace posible que el pasado se lea con otros ojos, más serenos, aunque estén
aún surcados por las lágrimas.

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AÑO JUBILAR 2025
NOVENA A SAN JUAN APÓSTOL

Lunes 23 de diciembre
SEXTO DÍA: DIÓCESIS DE CATAMARCA

OBRAS DE MISERICORDIA… OBRAS DE ESPERANZA


Haciendo eco a la palabra antigua de los profetas, el Jubileo nos recuerda que los bienes de la tierra
no están destinados a unos pocos privilegiados, sino a todos. Es necesario que cuantos poseen riquezas
sean generosos, reconociendo el rostro de los hermanos que pasan necesidad.
En el Año jubilar estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y
hermanas que viven en condiciones de penuria.
 Imploro esperanza para los millares de pobres, que carecen con frecuencia de lo necesario
para vivir. Frente a la sucesión de oleadas de pobreza siempre nuevas, existe el riesgo de
acostumbrarse y resignarse. Pero no podemos apartar la mirada de situaciones tan
dramáticas, que hoy se constatan en todas partes. Encontramos cada día personas pobres o
empobrecidas que a veces pueden ser nuestros vecinos. Sufren la exclusión y la indiferencia
de muchos. No lo olvidemos: los pobres, casi siempre, son víctimas, no culpables.
 Pienso en los presos que, privados de la libertad, experimentan cada día —además de
la dureza de la reclusión— el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en bastantes
casos, la falta de respeto. Para ofrecer a los presos un signo concreto de cercanía, deseo abrir
yo mismo una Puerta Santa en una cárcel, a fin de que sea para ellos un símbolo que invita
a mirar al futuro con esperanza y con un renovado compromiso de vida.
 Que se ofrezcan signos de esperanza a los enfermos que están en sus casas o en los
hospitales. Que sus sufrimientos puedan ser aliviados con la cercanía de las personas que
los visitan y el afecto que reciben. Que no falte una atención inclusiva hacia cuantos
hallándose en condiciones de vida particularmente difíciles experimentan la propia
debilidad, especialmente a los afectados por patologías o discapacidades que limitan
notablemente la autonomía personal. Cuidar de ellos es un himno a la dignidad humana, un
canto de esperanza que requiere acciones concertadas por toda la sociedad.
 No pueden faltar signos de esperanza hacia los migrantes, que abandonan su tierra en
busca de una vida mejor para ellos y sus familias. Que sus esperanzas no se vean frustradas
por prejuicios y cerrazones; que la acogida, que abre los brazos a cada uno en razón de su
dignidad, vaya acompañada por la responsabilidad, para que a nadie se le niegue el derecho
a construir un futuro mejor. Que resuene en nuestros corazones la Palabra del Señor que, en
la parábola del juicio final, dijo: «estaba de paso, y me alojaron», porque «cada vez que lo
hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,35.40).

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Martes 24 de diciembre
SÉPTIMO DÍA: DIÓCESIS DE SAN FRANCISCO

LOS JÓVENES Y ANCIANOS, SIGNOS DE ESPERANZA


Además de alcanzar la esperanza que nos da la gracia de Dios, también estamos llamados a
redescubrirla en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece.
Como afirma el Concilio Vaticano II, «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos
de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación,
pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida
presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas»1.
Por ello, es necesario poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la
tentación de considernos superados por el mal y la violencia. En este sentido, los signos de los tiempos,
que contienen el anhelo del corazón humano, necesitado de la presencia salvífica de Dios, requieren
ser transformados en signos de esperanza.
También necesitan signos de esperanza aquellos que en sí mismos la representan: los jóvenes. Ellos,
lamentablemente, con frecuencia ven que sus sueños se derrumban. No podemos decepcionarlos; en
su entusiasmo se fundamenta el porvenir. Es hermoso verlos liberar energías, por ejemplo cuando se
entregan con tesón y se comprometen voluntariamente en las situaciones de catástrofe o de
inestabilidad social.
Sin embargo, resulta triste ver jóvenes sin esperanza. Por otra parte, cuando el futuro se vuelve
incierto e impermeable a los sueños; cuando los estudios no ofrecen oportunidades y la falta de trabajo
o de una ocupación suficientemente estable amenazan con destruir los deseos, entonces es inevitable
que el presente se viva en la melancolía y el aburrimiento. La ilusión de las drogas, el riesgo de caer
en la delincuencia y la búsqueda de lo efímero crean en ellos, más que en otros, confusión y oscurecen
la belleza y el sentido de la vida, abatiéndolos en abismos oscuros e induciéndolos a cometer gestos
autodestructivos. Por eso, que el Jubileo sea en la Iglesia una ocasión para estimularlos. Ocupémonos
con ardor renovado de los jóvenes, los estudiantes, los novios, las nuevas generaciones. ¡Que haya
cercanía a los jóvenes, que son la alegría y la esperanza de la Iglesia y del mundo!
Signos de esperanza merecen los ancianos, que a menudo experimentan soledad y sentimientos de
abandono. Valorar el tesoro que son, sus experiencias de vida, la sabiduría que tienen y el aporte que
son capaces de ofrecer, es un compromiso para la comunidad cristiana y para la sociedad civil,
llamadas a trabajar juntas por la alianza entre las generaciones. Dirijo un recuerdo particular a los
abuelos y a las abuelas, que representan la transmisión de la fe y la sabiduría de la vida a las
generaciones más jóvenes. Que sean sostenidos por la gratitud de los hijos y el amor de los nietos, que
encuentran en ellos arraigo, comprensión y aliento.

1
Const. past. Gaudium et spei, n. 4.
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Miércoles 25 de diciembre
OCTAVO DÍA: DIÓCESIS DE SAN RAFAEL

LA FELICIDAD Y LA VIDA ETERNA


«Creo en la vida eterna»: así lo profesa nuestra fe y la esperanza cristiana encuentra en estas palabras
una base fundamental. La esperanza, en efecto, «es la virtud teologal por la que aspiramos [...] a la
vida eterna como felicidad nuestra» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1817).
Nosotros en virtud de la esperanza en la que hemos sido salvados, mirando al tiempo que pasa,
tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia
un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria. Vivamos
por tanto en la espera de su venida y en la esperanza de vivir para siempre en Él. Es con este espíritu
que hacemos nuestra la ardiente invocación de los primeros cristianos, con la que termina la Sagrada
Escritura: « ¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22,20).
Jesús muerto y resucitado es el centro de nuestra fe. Por nosotros atravesó el drama de la muerte.
El amor del Padre lo resucitó con la fuerza del Espíritu, haciendo de su humanidad la primicia de la
eternidad para nuestra salvación. La esperanza cristiana consiste precisamente en esto: ante la muerte,
donde parece que todo acaba, se recibe la certeza de que, gracias a Cristo, a su gracia, que nos ha sido
comunicada en el Bautismo, «la vida no termina, sino que se transforma» para siempre (Misal Romano,
Prefacio de difuntos I). En el Bautismo, en efecto, sepultados con Cristo, recibimos en Él resucitado
el don de una vida nueva, que derriba el muro de la muerte, haciendo de ella un pasaje hacia la
eternidad.
¿Qué será de nosotros, entonces, después de la muerte? Más allá de este umbral está la vida eterna
con Jesús, que consiste en la plena comunión con Dios, en la contemplación y participación de su amor
infinito. Lo que ahora vivimos en la esperanza, después lo veremos en la realidad. San Agustín escribía
al respecto: «Cuando me haya unido a Ti con todo mi ser, nada será para mí dolor ni pena. Será
verdadera vida mi vida, llena de Ti»2. ¿Qué caracteriza, por tanto, esta comunión plena? El ser felices.
La felicidad es la vocación del ser humano, una meta que atañe a todos.
Pero, ¿qué es la felicidad? ¿Qué felicidad esperamos y deseamos? No se trata de una alegría
pasajera, de una satisfacción efímera que, una vez alcanzada, sigue pidiendo siempre más, en una
espiral de avidez donde el espíritu humano nunca está satisfecho, sino que más bien siempre está más
vacío.
Necesitamos una felicidad que se realice definitivamente en aquello que nos plenifica, es decir, en
el amor, para poder exclamar, ya desde ahora: Soy amado, luego existo; y existiré por siempre en el
Amor que no defrauda y del que nada ni nadie podrá separarme jamás (cf. Rm 8,38-39).

2
Confesiones X, 28.
9
AÑO JUBILAR 2025
NOVENA A SAN JUAN APÓSTOL

Jueves 26 de diciembre
NOVENO DÍA: DIÓCESIS DE LA RIOJA

MARÍA, MADRE DE LA ESPERANZA


La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto. En ella vemos que la esperanza
no es un frívolo optimismo, sino un don de gracia en el realismo de la vida. Como toda madre, cada
vez que María miraba a su Hijo pensaba en el futuro, y ciertamente en su corazón permanecían
grabadas esas palabras que Simeón le había dirigido en el templo:
«Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de
contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón». (Lc 2,34-35).
Por eso, al pie de la cruz, mientras veía a Jesús inocente sufrir y morir, aun atravesada por un dolor
desgarrador, repetía su "sí", sin perder la esperanza y la confianza en el Señor. De ese modo ella
cooperaba por nosotros en el cumplimiento de lo que había dicho su Hijo, anunciando que «debía sufrir
mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado
a muerte y resucitar después de tres días» (Mc 8,31), y en el tormento de ese dolor ofrecido por amor
se convertía en nuestra Madre, Madre de la esperanza. No es casual que la piedad popular siga
invocando a la Santísima Virgen como Stella maris, un título expresivo de la esperanza cierta de que,
en los borrascosos acontecimientos de la vida, la Madre de Dios viene en nuestro auxilio, nos sostiene
y nos invita a confiar y a seguir esperando.
A este respecto, me es grato recordar que el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad
de México se está preparando para celebrar, en el 2031, los 500 años de la primera aparición de la
Virgen. Por medio de Juan Diego, la Madre de Dios hacía llegar un revolucionario mensaje de
esperanza que aún hoy repite a todos los peregrinos y a los fieles: « ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy
tu madre?»3. Un mensaje similar se graba en los corazones en tantos santuarios marianos esparcidos
por el mundo, metas de numerosos peregrinos, que confían a la Madre de Dios sus preocupaciones,
sus dolores y sus esperanzas. Confío en que todos, especialmente los que sufren y están atribulados,
puedan experimentar la cercanía de la más afectuosa de las madres que nunca abandona a sus hijos;
ella que para el santo Pueblo de Dios es «signo de esperanza cierta y de consuelo»4.
San Juan es el discípulo Joven que nos representó a todos cuando Jesús nos deja María como nuestra
Madre. En Juan Jesús nos vio a cada uno de nosotros presente allí en el calvario.
Fue el discípulo que le lleva hasta Jesús a su Madre cuando más la necesitaba. Debemos pensar que
también hoy nos acerca como Iglesia, como movimiento, a María. Seguramente en un momento de
nuestra historia en que estamos necesitando de la presencia de nuestra Madre. Y no podía ser de otra
manera, como uno de nuestros santos protectores y al cual le debemos una gran de devoción nos acerca
aún más la Virgen. María, Madre de Esperanza, no puede estar ausente en nuestras vidas, en nuestras
cruces, en nuestro movimiento.

3
Nican Mopohua, n. 119.
4
Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 68.
10
AÑO JUBILAR 2025
NOVENA A SAN JUAN APÓSTOL

Jueves 27 de diciembre
FIESTA LITÚRGICA DE SAN JUAN APÓSTOL: MENSAJERO DE LA ESPERANZA
Juan es definido en su Evangelio como el discípulo a quien Jesús amaba (cf. Jn 13,23). Gracias a
los signos especiales de predilección que Jesús le manifestó en momentos muy significativos de su
vida, Juan fue estrechamente ligado a la Historia de la salvación.
El primer signo que le demostró el grande afecto de Jesús consistió en que fue llamado a ser su
discípulo junto con Andrés, el hermano de Pedro, por medio de Juan el Bautista que bautizaba en el
río Jordán y de quien ya eran discípulos. En efecto, cuando Jesús pasaba, el Bautista se lo presentó
como "el Cordero de Dios" y de inmediato lo siguieron. Juan se quedó tan impresionado por su
encuentro personal con Jesús que nunca olvidó que fue hacia las cuatro de la tarde que Jesús los invitó
a seguirlo (cf. Jn 1,35-41).
La segunda señal de predilección fue el haber sido un testigo directo de algunos hechos de la vida
de Jesús, que luego él reelaboró en el cuarto evangelio, en un modo teológico muy distinto a los
evangelios sinópticos (cf. Jn 21, 24 ).
Y el tercer momento en el cual Jesús mismo le hizo sentir su amistad y su hermandad tan particular
fue cuando Jesús, a punto de entregar su espíritu (cf. Jn 19,30), lo quiso asociar de un modo
privilegiado al misterio de la Encarnación, confiándolo expresamente a su madre: "aquí tienes a tu
hijo"; y encargándole expresamente a su madre: "aquí tienes a tu madre". (cf. Jn 19,26-27).
Algunos datos históricos sobre la vida de Juan
Las fuentes de las que se han extraído los datos de la vida de Juan como apóstol, como evangelista
y como "hijo adoptivo" de María, no siempre coinciden. Algunas fuentes son más convergentes y otras
son más dudosas o apócrifas. De los evangelios sabemos que junto con su hermano Santiago -que
también será un apóstol- los dos eran pescadores originarios de Galilea, de una zona del lago
Tiberíades, y que juntos fueron apodados "los hijos del trueno" (cf. Mc 3,17). Su padre era Zebedeo y
su madre Salomé.
A Juan lo encontramos en el círculo estrecho de los apóstoles que acompañaron a Jesús cuando
realizó algunas de las "señales" más importantes (cf. Jn 2,11) de su progresiva revelación como un tipo
de Mesías muy distinto del que el pueblo de Israel se esperaba (Lc 9,54-55). En efecto, cuando Jesús
resucitó a la hija de Jairo (cf. Lc 8,51), cuando se transfiguró en el Monte Tabor (cf. Lc 9,28 ), y
durante la agonía en Getsemaní (cf. Mc 14,33), Jesús trataba de hacerles entender que debían
transformar su mentalidad ligada a la esperanza en un Mesías violento, semejante a Elías pues, en
cambio, él era el Hijo amado del Padre (cf. Lc 9,35), él era el Mesías venido del cielo para comunicar
la vida divina en abundancia (cf. Jn 10,10), y que también iba a sufrir el rechazo y las injusticias de
parte de los jefes religiosos de su pueblo (cf. Mt 16,21).
En el evangelio de Juan, Jesús aparece como el Maestro que también intenta, inutilmente, hacer
comprender a los judios la lógica paradójica del Reino de Dios (cf. Jn 8, 13-59). Los discípulos, por
su parte, son invitados a nacer de nuevo (cf. Jn 3,1-21) para adorar al Padre en Espíritu y en Verdad
(cf. Jn 4,23-24); Jesús ora por ellos para que permanezcan unidos por el Amor divino (cf. Jn 17,21) y
para que sean alimentados por el Pan de la Vida (cf. Jn 6, 35).

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AÑO JUBILAR 2025
NOVENA A SAN JUAN APÓSTOL

Juan, testigo de Jesús crucificado y resucitado


Durante la Última Cena, Juan se había recostado sobre el pecho de Jesús y le había preguntado:
Señor, ¿quién es el que te va a entregar? (cf. Jn 21,20). Juan fue el único de los apóstoles que acompañó
a Jesús al pie de la Cruz con María (cf. Jn 19, 26-27). Juan fue el primero que creyó en el anuncio de
la resurrección de Jesús hecho por María Magdalena (cf. Mt 28,8): corrió de prisa a la tumba vacía y
dejó entrar primero a Pedro para respetar su precedencia (cf. Jn 20,1-8).
La tradición añade que algunos años después se trasladó con María a Éfeso, desde donde evangelizó
el Asia Menor. También parece que sufrió la persecución de Domiciano y que fue desterrado a la isla
de Patmos. Finalmente, gracias al advenimiento de Nerva como emperador, (96-98) volverá a Éfeso
para terminar allí sus días como ultracentenario, hacia el año 104.
La identidad de María y la relación filial de Juan hacia ella
El Evangelio de Juan también nos presenta en dos episodios muy emblemáticos la identidad de
María y la especial relación de Juan como su "hijo adoptivo": en las bodas de Caná y en el Calvario.
En la narración de la señal del agua transformada en el Vino nuevo durante las bodas de Caná, se nos
muestra a María como la potente intercesora que anticipa la hora de la revelación de Jesús a su Pueblo
(cf. Jn 2,1-12). En el Calvario, en el momento de la glorificación de Cristo, María es presentada como
la Mujer que es transformada en la Nueva Eva o Madre de los discípulos de su Hijo (cf. Jn 19,25-27).
Si se considera la estrecha relación filial de Juan con María, no es difícil imaginar que la revelación
de la figura del Mesías en el evangelio de Juan se haya nutrido también del directo testimonio de María,
pues ella mejor que nadie, en sus últimos años de soledad, recogió en su corazón y en sus recuerdos
las "señales", los "signos" y las palabras de vida de Jesús. Es pensable pues que las experiencias únicas
que ella conservaba en su memoria, las haya compartido luego a los discípulos de Jesús, y en particular
a Juan. Por ello, se puede considerar que también María misma fue acogiendo e interpretando
progresivamente en la fe, la revelación de que el Hijo de sus entrañas era a la vez el eterno Hijo del
Padre, (cf. Jn 10,30), el único Pan de la vida (cf. Jn 6,34), la Luz del mundo (cf. Jn 8,12), la Puerta (cf.
Jn 10,7), el Buen pastor (cf. Jn 10,11), la Resurrección y la vida (cf. Jn 11,24), la Vid verdadera (cf.
Jn 15,1) y el Camino la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6).

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