Hora Santa 6
Hora Santa 6
Hora Santa 6
De nuevo, Jesús resucitado, sales esta tarde a nuestro encuentro, como el alimento que
necesitamos para continuar en el camino. Agradecemos tu fidelidad de amigo y tu presencia cons-
tante, y nos disponemos para compartir este momento contigo, pues una vez más, nos esperas
atento para escucharnos y platicar con nosotros.
En medio de nuestras inquietudes y miedos, que ya conoces muy bien, te encontramos hoy
en la custodia, pequeño en tu grandeza, y nos preguntamos: “Maestro, ¿cuándo llegaste?” (Jn 6,
25). ¿Cuándo llegaste a nuestras vidas para transformarlas? ¿En qué momento entraste a nuestros
hogares? ¿Desde cuándo estás aquí, acompañándonos en este aislamiento? ¿Será que siempre has
estado, pero no nos dábamos cuenta?
Nos invitas a buscarte, “no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la
Vida Eterna” (Jn 6, 27), y nos enseñas que, para recibirlo, debemos creer en ti, a quien el Padre
envió (cf. Jn 6, 29). A veces, estamos hambrientos y cansados de tanto andar, pero confiamos en ti
y en tu voluntad; por eso, queremos ponernos en tus manos, para que nos alimentes de ti, el verda-
dero Pan de Vida.
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2. Jesús, nuestro alimento.
El Papa Francisco nos dice: “Buscar al Señor, guardar su Palabra, tratar de responderle con
la propia vida y crecer en las virtudes hace fuertes los corazones de los jóvenes; para eso, hay que
mantener la conexión con Jesús, estar en línea con Él, ya que no crecerás en la felicidad y en la
santidad sólo con tus fuerzas y tu mente” (Exhortación Apostólica Christus Vivit, n. 158).
Como un viajero requiere agua y comida para seguir avanzando, nosotros necesitamos
alimentarnos de ti, Cristo Vivo, para perseverar en la construcción de tu Reino; en medio de esta
contingencia, recurrimos a ti para disfrutar de tu compañía y de tu paz, pues sabemos que estás
aquí presente y eres el Pan que “desciende del cielo y da Vida al mundo” (Jn 6, 33).
“Jesús, Buen Pastor, Pan verdadero, ten piedad de nosotros, apaciéntanos y cuídanos;
permítenos contemplar los bienes eternos en la tierra de los vivientes. Tú, que lo sabes y lo puedes
todo, y nos alimentas en este mundo, conviértenos en tus comensales del cielo, en tus coherederos
y amigos, junto con todos los santos” (Santo Tomás de Aquino, Lauda Sion, secuencia para la Misa
de Corpus Christi).
3. El Pan de Vida.
Desde la custodia, Señor, nos confrontas con el misterio de tu Resurrección: pareces sólo
pan, pero eres Dios; no emites ningún sonido, pero nos llamas; te muestras quieto, pero estás vivo.
Eres el Pan de Vida, porque moriste, resucitaste y nos llamas desde el cielo a compartir contigo la
alegría de la vida eterna.
“El que nos llena con su gracia, el que nos libera, el que nos transforma, el que nos sana y
nos consuela es alguien que vive. Es Cristo resucitado, lleno de vitalidad sobrenatural, vestido de
infinita luz” (Francisco, Exhortación Apostólica Postsinodal Christus Vivit, n. 124).
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Como nos invita el Papa: “Contempla a Jesús feliz, desbordante de gozo. Alégrate con tu
amigo, que triunfó. Mataron al santo, al justo, al inocente, pero Él venció. El mal no tiene la última
palabra. En tu vida, el mal tampoco tendrá la última palabra, porque tu amigo que te ama quiere
triunfar en ti. Tu salvador vive” (ídem, n. 126).
Conversa libremente con Jesús Eucaristía, el Pan de Vida; cuéntale lo que desees como a un
amigo, o simplemente contémplalo un momento.
Hoy, Maestro, el mundo necesita escucharte y conocerte, como aquella multitud que te
siguió a la orilla del mar de Galilea (cf. Jn 6, 1-2), cuando multiplicaste los panes y los peces. Nos
has llamado para servir y acercar a más personas hacia Ti, pero a veces nos parecemos a Felipe,
quien dijo que “doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de
pan” (Jn 6, 7): sentimos que los problemas son mayores que cualquier solución.
Por eso, te pedimos que nos guíes para que, igual que Andrés, nos movilicemos para respon-
der siempre a las dificultades en nuestro entorno (cf. Jn 6, 8), o como el joven que ofreció sus cinco
panes de cebada y dos pescados, sepamos entregarte todo lo que somos y tenemos, aunque parez-
ca poco o insuficiente (cf. Jn 6, 9), confiando en que Tú lo bendecirás y multiplicarás para el bien de
nuestro prójimo.
Queremos ser mejores seguidores tuyos y servidores de los demás, para que más gente
pueda atestiguar tus signos y reconocerte como el alimento que necesita.
¿Cómo actúas ante las necesidades de los demás o las dificultades del entorno?
¿Qué puedes entregarle a Jesús para bien de tu prójimo?
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5. El don de la fe.
Señor, te agradecemos por el don de la fe, que nos permite confesar que hoy estás presente
en la Eucaristía, y te pedimos que lo aumentes en cada uno de nosotros, confiando en que no sólo
eres “aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con
quien nos unimos para poder creer” (Francisco, Carta Encíclica Lumen Fidei, n. 18).
Es por esta virtud, también, que podemos entregarle a Dios nuestras vidas, talentos y capa-
cidades, así como nuestras debilidades, inseguridades y dudas, con la certeza de que todo en sus
manos fructifica, siguiendo el ejemplo de María, “la jovencita con los ojos iluminados por el Espíritu
Santo, que contemplaba la vida con fe” (Francisco, Exhortación Apostólica Postsinodal Christus Vivit,
n. 46).
Por último, antes de concluir con nuestra Hora Santa, como sede de la Pastoral de Adoles-
centes y Juvenil, pidamos la intercesión de María, Madre del Pan de Vida, de nuestra fe y de
nuestra Iglesia:
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Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.
Que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es
el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor”
Bendición y Reserva.
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Referencias Bibliográficas
FRANCISCO, Exhortación Apostólica Postsinodal Christus Vivit, Ciudad del Vaticano, 2019.
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Lauda Sion, secuencia para la Misa de Corpus Christi
FRANCISCO, Carta Encíclica Lumen Fidei, Roma, 29 de Junio de 2013.