02 - Entre Mares - Lena Larson
02 - Entre Mares - Lena Larson
02 - Entre Mares - Lena Larson
Lena Larson, nació en Madrid. Enseguida sus padres se dieron cuenta del talento
innato de su hija para el arte. Desde muy pequeña dibuja, diseña y pinta
cuadros al óleo. Hizo sus estudios de administración en Madrid. En 2018 el
destino le concede el privilegio de vivir en Pune (India) durante año y medio
donde vive una experiencia cultural enriquecedora y en 2020 el mismo destino
la lleva a Chicago (EE. UU.). Allí reside durante dos años y donde ha podido
llevar a cabo su sueño de escribir un libro, Entre Mares (parte 1 y 2). En 2023
consigue publicar su primera novela Entre Mares parte 1 cosechando unas
críticas inmejorables. En 2024 publica la continuación de su primera novela
“Entre Mares segunda parte”
En línea con su aptitud por el dibujo, ha publicado dos libros Libro de moda
para colorear e Imaging Make up.
Lena Larson
lenalarsonautora
lenalarson2
lenalarsonautora
www.lenalarson.com
Dedicado a todas y cada una de las personas que
creyeron en mí, en mi trabajo y esfuerzo,
que me abrieron la puerta con mi primera novela
dándole una oportunidad, incluso sin apenas conocerme.
Lena Larson
ENTRE MARES
SEGUNDA PARTE
Lena Larson
ENTRE MARES
Segunda parte
Al momento me contesta.
¡Alba! Qué alegría saber de ti. Estoy en una nube. Oscar y yo nos
hemos ido a vivir juntos, bueno, más bien él se ha venido a mi piso
y todo gracias a ti. 20: 45
¡Me alegro tanto, Sandra! Estaba segura que iría bien. Estáis hechos
el uno para el otro. Voy a hablar con Mauro. Tiene que empezar de
cero y Elena es su gran oportunidad, es un cielo de chica. Sobre
Jesús, prefiero no decir nada. Me duele todavía. Me duele mucho,
aunque intente ignorarlo, le tengo dentro muy dentro aún. Déjale, es
cuestión de tiempo. 20: 48
–¡Esther!
Al escuchar mi voz, se sobresalta.
–¡Alba! ¿Qué tal vas?
Ignoro su pregunta y me acerco al mostrador para hablar
con ella en un susurro.
–Mañana va a ser un gran día.
Sus ojos se abren como platos y su cara me dice que no
entiende nada.
–Todo está preparado.
Esther hace ademán de hablar, pero la corto en seco.
–Me voy ya a casa. He dejado puesto el anzuelo.
Esther me sonríe ahora entusiasmada.
–He hablado con Carlos del departamento de compras
justo delante de su despacho y le he dicho que ya tenía
reservados tanto el hotel como los vuelos.
–¿Crees que picará?
–He dejado la clave metida para que cuando abra el
ordenador, el programa se dispare y grabe su careto.
Esther suelta una carcajada mientras aplaude y me uno a
ella.
–Mañana llego la primera, no me lo pierdo –susurra
entusiasmada. Avanzo hacia la puerta y nos despedimos
hasta el gran día.
Cuando salgo a la calle estoy pletórica, llena de energía.
De camino hasta el metro saco mi móvil y marco el número
de Fer.
–¡Qué pasaaa! Cuánto tiempo. Desde que trabajas ya no
quieres nada con los pobres estudiantes.
La voz de Fer me llega como un soplo de aire fresco.
–Quizás eso cambie pronto.
–Eso espero... tengo una hipoteca que pagar...
La familiar risa de Fer me hace sentir aún más radiante y
me río junto a él.
–Oye, quería decirte que cuentes conmigo este sábado
para la inauguración. No me la perdería por nada del
mundo.
–No esperaba menos. Tengo ganas de verte y que me
cuentes cómo va tu vida, porque según tengo entendido
hay mucho que no sé.
Me paro junto a la boca de metro sonriendo.
–Estás muy enterado.
–Sí, pero no por ti.
Su voz suena algo tristona.
–Quiero que me lo cuentes tú.
Me quedo un momento pensativa.
–Sabes que no iré sola...
–Lo sé. Y… todos estamos muy intrigados con tu nueva
conquista.
Sonrío.
–Tengo que dejarte, voy a entrar en el metro.
–Está bien. No lo olvides, a las nueve.
–Allí estaremos.
–Cuídate, sabes que te quiero.
–Lo sé, y yo a ti.
Cuelgo el teléfono emocionada y bajo las escaleras hacia
las puertas de entrada al metro como si fuera Campanilla
entrando en el Mundo de Nunca Jamás.
Apenas he pegado ojo. Me he pasado la noche dando
vueltas y vueltas esperando que se hiciera de día hasta que
ya no he podido más y me he levantado antes de que
sonara el despertador. Estoy deseando llegar a la oficina.
Miro a Jorge, dormido a un ladito de la gran cama. Lo he
tenido arrinconado toda la noche con mi inquietud y sonrío
para mis adentros. Entro en la ducha y mientras me despejo
bajo la lluvia caliente no dejo de pensar si habré conseguido
mi objetivo. Quizás se haya dado cuenta de la cámara y
haya abortado su maléfico plan. Podría ser. Retiro de mi
mente este pensamiento mientras acciono el moderno
botón cromado de apagado de la ducha. Prefiero creer que
una mujer como ella, no habría dejado pasar esta
oportunidad.
Tengo que estar radiante, así que me dirijo al vestidor
donde ayer hice hueco para poner mis cosas. Me decanto
por un vestido negro ajustado de manga larga y cuello alto
con el que se marcan todas las curvas de mi cuerpo y me
encanta, zapatos de aguja negros de charol y para darle un
aire sofisticado me coloco un collar de cadenas doradas de
distinta longitud, que combina a la perfección con un abrigo
largo de color camel. ¡Sí, perfecta! Me maquillo y recojo mi
pelo en una alta coleta de caballo.
Para cuando Jorge aparece por la puerta de la cocina, ya
lo tengo todo listo.
–Vaya, Alba, has madrugado mucho.
Su vista recorre el mostrador de la cocina. He preparado
el desayuno a conciencia. Tortitas con chocolate, zumo de
naranja natural y café. Se acerca a mí por la espalda y deja
un sabroso beso en mi cuello.
–¿Pasa algo hoy? –me susurra al oído.
Me quedo quieta como una estatua de hielo. ¡Dios, lo
sabe! No, no Alba, ¿cómo va a saberlo?
–¿Por qué lo dices? –me atrevo a preguntarle.
–Estás radiante. Me encanta cuando te pones esta coleta.
No lo sabe.... me giro para besarle.
–No debería dejarte salir así. Tu cuello, me vuelve loco.
–Es bueno saberlo –le digo entre beso y beso y noto cómo
mi pelo se suelta cayendo por mi espalda.
–¡¿Qué haces?!
No me lo puedo creer. ¡De qué va!
–Prefiero que te lo tapes en la oficina.
Y sin darle más importancia se sienta delante de su
tortita bañada en chocolate.
–¿Chocolate? –pregunta contrariado.
Cuento hasta diez. Recojo la goma de pelo que ha dejado
sobre la mesa y me la coloco en la muñeca. Esto no va a
quedar así. Tomo aire y me calmo sentándome junto a él en
la barra.
–¿No te gusta el chocolate? –pregunto camuflando el tono
de mi voz.
–No es muy bueno para los que hacemos deporte.
–Piensa que es afrodisíaco. El chocolate aumenta el
deseo y sinceramente, los que hacéis deporte os podéis
permitir tomarlo una vez al menos.
Me mira pensativo y una sonrisa pícara se dibuja en su
cara recién afeitada.
–¡Qué pasa!
Sigue con su sonrisa y empiezo a crisparme.
–¿De qué te ríes? –digo nerviosa.
–No me estoy riendo, Alba, solo sonrío.
¡Arrrg! Corta un trozo de tortita lleno de chocolate y se lo
come saboreándolo placenteramente.
–Creo.... ¡Mmm! Esto está muy rico.
–¿Qué crees?
Se me está agotando la paciencia. Me sonríe de nuevo.
–Creo que hoy quieres guerra en la oficina.
Me quedo pálida de inmediato. Tiene razón, quiero
guerra, pero no estoy pensando en la que él cree. Hoy es el
gran día en que el culo de Marta saldrá por la puerta del
edificio de Diro Design para no volver jamás.
Por fin estoy frente a mi ordenador. Estoy tan nerviosa
que me tiemblan hasta las pestañas. Le doy al botón de
encendido y la pantalla de inicio aparece ante mis ojos
como siempre. Marta aún no ha llegado y Jorge no se
encuentra en su despacho, es el momento idóneo para
verificarlo. Entro en la carpeta de herramientas y pincho el
icono del programa trampa.
Suena mi teléfono. ¡Por Dios! Qué susto. ¿Cómo se puede
ser tan inoportuno? Descuelgo.
–Alba.
Es la voz fría de mi jefe.
–Dime, Jorge.
¡Por favor, que sea rápido!
–En cuanto puedas, pásate por la sala de reuniones.
–Está bien.
Cuelgo de inmediato y nada más hacerlo me arrepiento.
Espero que no me lo tenga en cuenta. Me concentro en el
programa que acaba de abrirse y localizo un único archivo
llamado “play1”. Con el dedo temblando muevo el ratón
hasta que la flecha se posa sobre el archivo, hago doble clic
y una ventana de tamaño mediano se abre en la esquina
superior derecha a la vez que el resto de la pantalla cambia.
Durante unos segundos interminables ambas pantallas son
de color negro. ¡Por Dios! El programa ha grabado a alguien
entrando en mi ordenador eso es seguro, de lo contrario, no
se habría creado el archivo “play1”, hasta que en la pantalla
superior aparece… ¡¡la cara de Marta!! No me lo puedo
creer... ¡ha picado! El resto de la pantalla presenta la
pantalla de Internet donde hice la reserva. ¡Sííííí! ¡Lo ha
hecho! ¡Gracias, Marta! Me echo hacia atrás en mi silla
meciéndome, sonriendo de oreja a oreja con el corazón en
un puño y saboreando mi victoria. ¡Por fin podré
deshacerme de esa arpía! Me inclino de nuevo sobre la
pantalla para cerciorarme. El puntero viaja por los recuadros
anulando mi reserva y haciendo una nueva con unos
horarios nuevos que nos harían llegar tarde a la reunión,
pero al momento lo cancela. ¿Por qué? No puede ser...
vuelve a reservar los billetes de avión anteriores. No puedo
creer lo que veo. La pantalla se cierra y puedo ver el rostro
de Marta sonriente que desaparece.
Me levanto de mi silla. Doy cuatro pasos. ¿Para qué lo
habrá anulado y luego lo habrá vuelto a reservar? No puede
ser. Algo se me escapa. ¡Piensa, Alba! Vuelvo a visualizar la
cara de Marta sonriendo. Algo ha hecho. ¿Pero qué? Apoyo
mis manos sobre la mesa y poco a poco mi mente se aclara.
¡Claro! Sería demasiado evidente. Cuando yo imprimiera los
billetes correría el riesgo de que me diera cuenta y
solventara el incidente sin más. Por eso lo ha descartado,
sin embargo, la anulación del hotel... nadie se daría cuenta
hasta que llegáramos.
Me siento de nuevo. Descuelgo y marco la extensión de
la sala de reuniones.
–Sí. Alba.
–Quería saber, Jorge, si tengo que llevar algo, no sé, ¿se
trata de una reunión?
–No. Solo quería verte a solas.
Me quedo algo extrañada pero no le doy más vueltas. Es
mi momento.
–Está bien. Enseguida voy.
Cuelgo. Abro el cajón de mi mesa, lo revuelvo todo en
busca de un pendrive. ¡Por fin! Lo meto en el puerto de mi
ordenador y hago una copia del archivo “play1”. Salgo
disparada hacia el baño en el momento justo en que Marta
hace su aparición estelar en su despacho. La ignoro. Abro la
puerta del aseo como un rayo. Agacho mi cabeza hacia
abajo y peino mi melena con los dedos, haciéndome una
coleta alta. Cuando la tengo bien sujeta con la goma,
levanto la cabeza y me miro al espejo.
–¡Perfecta!
Ahora sí, salgo tranquila con paso firme hacia la sala de
reuniones. Una vez junto a la puerta respiro hondo y la
empujo sin llamar. Jorge levanta su vista al momento hacia
mí y puedo ver cómo sus pupilas encendidas recorren la
curva de mi cuello, pero su cara ni se inmuta. Me siento
frente a él. Tiene su portátil abierto sobre la mesa y nos
miramos por encima de la pantalla. Coloca tranquilamente
un codo sobre la mesa y su dedo índice toca sus labios.
–Creía haberte dicho que no te peinaras así en la oficina.
Su voz es firme y clara. Empiezo a pensar que me he
pasado un poco. Pero qué digo, ¡me pongo una coleta si me
da la gana!
–Tengo que hablar contigo.
Mi mano se posa en mi cuello y me lo acaricio
suavemente aposta como si me picara. Su reacción no se
deja esperar. Sí, sé que le estoy provocando. Respira fuerte
echando el aire por la nariz, como un toro a punto de
embestir.
–Sé breve.
Saco el pendrive e inclinándome lo introduzco en el
puerto de su portátil. Jorge acciona la línea de teléfono. No
sé a quién llama.
–Esther, estoy en la sala de reuniones, no me pases
llamadas de nadie. No quiero que me interrumpan. Gracias.
Suelta el botón y dirige su mirada hacia la pantalla de su
ordenador.
–Abre el archivo –digo secamente y dejo que sus ojos se
posen en la pantalla durante cinco minutos que dura la
reproducción completa. Cuando termina se queda
mirándome y noto que sus ojos me queman en la cara.
–¿Quién te ha dado permiso para instalar este programa?
No le hago ni caso.
–Tienes que echarla –digo secamente.
–¿Te lo han proporcionado los informáticos?
–¡Eso da igual!
Noto cómo mi tono ha subido mientras que él continúa
sin alzar la voz.
–No la voy a echar, Alba.
Esto no es lo que esperaba oír...
–¡Qué más pruebas necesitas! ¡Ha boicoteado mi trabajo
para que parezca una idiota delante de todos!
¡Dios, no me lo puedo creer… estoy gritándole al jefe!
Jorge se pone en pie controlándose.
–Sé perfectamente lo que pretende, no soy idiota.
Esta vez sus palabras surgen con fuerza.
–¡Estas no son las formas!
Me levanto irritada para ponerme a su altura.
–Qué más dan las formas. Es un motivo más que
suficiente para ponerla de patitas en la calle.
¿Por qué no quiere entenderlo? Rodea la mesa con la ira
en su rostro hasta ponerse a mi lado.
–Soy el jefe y digo que no la voy a echar.
Me agarra la coleta lo suficientemente fuerte para sujetar
mi cabeza y que no pueda moverme. Me besa
apasionadamente mientras su otra mano agarra mi cintura
apretándome contra su cuerpo. Me dejo besar, pero mis
labios ni se mueven. Cuando se da cuenta de mi poca
pasión, me suelta y vuelve a sentarse como si nada.
–¿Eso es todo? –le pregunto ofendida.
–Sí, nada más.
Jorge contesta frío sin ni siquiera mirarme. Justo antes de
salir por la puerta oigo su voz golpeándome la espalda.
–La coleta, Alba.
La sangre me hierve y pego un portazo tras de mí. Si
piensa que me voy a quitar la coleta va dado. Es más, a
partir de ahora va a ser mi seña de identidad. ¡Sí! No me la
voy a quitar hasta que me apoden “La coletas” ¡Arrrg!
Me he pasado el día encerrada en mi cubo de cristal. Ni
siquiera he salido a comer con Esther y la verdad es que lo
siento por ella porque tiene el alma en un puño con este
asunto. Jorge se ha reunido con todo el equipo de compras y
Marta, a mí me ha excluido. Me da igual. Cuando ha salido a
comer y ha pasado frente a mi despacho se ha quedado
mirando mi coleta. No le he hecho ni caso. Estoy tan
indignada... pero a eso de las seis, recibo una llamada en el
móvil. Ni siquiera miro quién es, tan solo descuelgo sin
ganas.
–¿Sí?
–¿Alba?
Descruzo las piernas de golpe y me apoyo sobre la mesa.
–¡Mauro!
El corazón me da un vuelco. Escuchar su voz hace que
me ponga a temblar como una hoja y parte de mis
sentimientos y deseos hacia él afloran de golpe y me hacen
sentir extraña ya que mi cabeza dice lo contrario. Es una
sensación fuerte que me incomoda.
–Sí, soy yo. ¿Cómo estás?
Intento tranquilizarme, aunque mi corazón ha echado a
trotar sin control.
–Bien, bien. ¡Qué sorpresa! –digo entrecortadamente.
–¿Te pillo en mal momento?
¡Dios, su voz! Es como si hiciera eco en mi corazón.
–Bueno, estoy en el trabajo, pero no hay problema.
–Bien.
Se calla y puedo percibir su nerviosismo.
–Quiero... hablar contigo.
–Te escucho –digo inquieta y me levanto
automáticamente para salir por la puerta y llegar al hall de
entrada.
–¿Ha pasado algo?
Logro decir al fin.
–No. Bueno, sí.
Me acerco cautelosamente al gran ventanal al que me
asomé la primera vez que pisé Diro Design y mi mirada se
pierde entre los tejados.
–Tengo que ser sincero contigo.
¡Dios, el corazón me va a mil por hora! ¿Qué pasa?
–Seguí tu consejo, ¿sabes? Y me he dado cuenta de que
estoy... no sé cómo decírtelo, esto es muy difícil para mí.
Quiero que sepas que me siento a gusto junto a una
persona.
Se hace un silencio incómodo y sé quién es esa persona,
pero lejos de alegrarme me encojo sobre mí misma
sintiendo algo extraño, siento miedo. ¡Miedo de perderlo!
Doy varios pasos hacia atrás buscando el sofá de piel para
caer sobre él. Mi plan ha salido tal y como esperaba, pero
no me siento ganadora, es como si me estuvieran quitando
algo muy importante en mi vida.
–… Es algo extraño, contarte esto es muy difícil, pero
creo que tenías razón.
Siento que voy a llorar, pero me reprimo de tal manera
que acabo sin aliento.
–No dices nada... ¿estás ahí, Alba?
Abro la boca con ganas de gritar.
–Eso es genial, Mauro.
La frase me sale apagada, plana, sin fuerza en lugar del
grito. Mauro duda al otro lado del teléfono.
–No es que sienta por ella lo mismo que siento hacia ti,
pero hay algo, aún no sé qué es y quería que lo supieras.
–Me alegro por ti –miento–. ¿Es Elena, verdad?
–Sí.
–Te dije que era un diamante en bruto, ¿recuerdas?
–Alba.
–¿Sí?
–Solo quería ser sincero contigo. Eres muy importante
para mí.
–Lo entiendo.
Una lágrima resbala por mi mejilla anunciando que no
será la única.
–Necesito saber… cómo están tus sentimientos ahora
mismo. Necesito saber si aún piensas en mí, si me echas de
menos, porque yo te echo de menos cada día.
No quiero hacerle daño ni crearle falsas esperanzas, así
que resuelvo contestarle con una pregunta.
–¿Me prometes una cosa?
El silencio se cuela entre nosotros creando una pausa.
–Lo que quieras, Alba.
–Sigue avanzando, no pares por mí. Te mereces lo mejor.
Eres un hombre increíble.
Vuelve el silencio y sé que está digiriendo el sentido de
mis palabras.
–Y tú una mujer increíble.
Una risa apagada sale de mis labios. Soy incapaz de
contarle que yo estoy saliendo con otro hombre y me siento
la mujer más ruin del planeta. No le llego ni a la suela de los
zapatos.
–Promételo, Mauro.
–Lo prometo.
Sé que lo hará porque es un hombre de palabra y me lo
ha demostrado.
–Disfruta, ¿vale? Te lo mereces.
–Lo intentaré. Te volveré a llamar.
–Aquí estaré para lo que necesites.
–Un beso, Alba.
–Otro para ti.
La llamada se cuelga y sigo escuchando unos segundos
más un tono intermitente. Necesito salir. Recojo mi bolso y
salgo sin decir nada a nadie. Comienzo a andar sin un
destino, pensando tan solo en lo vacía que me siento. Es
como si todas las emociones que viví en Santo Domingo ya
no existieran. Los dos hombres que pelearon por mí ya
están fuera de mi vida y me estremezco. Solo son
recuerdos. ¿Cómo he podido ser tan idiota? ¿Cómo he
podido perderlos a los dos? Los pasos de cebra se suceden,
una calle, otra… Camino cada vez más rápido, hasta que el
sonido de mi móvil me hace parar. El gran día se ha
convertido en un día horrible.
–¿Alba?
La voz autoritaria de Jorge hace que un escalofrío me
recorra el cuerpo.
–Por fin contestas al móvil. ¿Dónde estás? Te he llamado
veinte veces.
Miro a mi alrededor nerviosa intentando localizar la placa
con el nombre de la calle, pero no veo ninguna.
–No sé dónde estoy –contesto atónita.
–¿Cómo? ¿Sabes la hora que es? –No espera mi
respuesta–. Son las nueve y media.
Vaya... llevo caminando tres horas sin parar.
–Me tienes muy preocupado, ¿estás bien?
–Creo que sí.
–¡Dios, Alba! Dime dónde estas, voy a recogerte.
–No hace falta, cogeré un taxi.
–¿Estás segura?
–No te preocupes, Jorge, es lo mejor. Enseguida estoy en
casa.
Media hora más tarde Jorge me abre la puerta y me
abraza despacito sin apretarme mientras oigo cómo la
puerta se cierra tras de mí.
–¿Estás bien?
Me suelta para agarrarme por los hombros.
–Sí. Necesitaba salir, eso es todo.
Me zafo de sus manos y él me deja ir. No tengo ganas de
darle explicaciones, así que me dirijo directamente al
dormitorio y me escondo en el vestidor. Comienzo a
desabrocharme el vestido, pero mi escondite dura poco.
–Siento lo que ha pasado hoy.
Jorge se coloca a mi lado desabrochándose la camisa. Me
descalzo, me duelen mucho los pies, andar tres horas con
tacones no es lo más indicado.
–Tienes que entenderlo, Alba.
Me quito el vestido y lo dejo caer hasta el suelo. Le miro
sin expresión alguna. Tiene el torso desnudo, aún sigue con
los pantalones de pinzas del traje y los lujosos zapatos de
vestir. Tiene las manos en los bolsillos y me mira con ojos
desesperados como si no supiera qué hacer.
–No lo entiendo. No te entiendo –corrijo.
Jorge se pasa una mano por las sienes plateadas y
avanza hacia mí. Agarra mi cintura y me estrecha
abrazándome piel con piel.
–No dejaré que te haga daño, pero ella se tiene que
quedar.
Me besa el cuello haciéndome cosquillas y su respiración
se dispara al momento.
–Esta mañana te he llamado porque quería estar a solas
contigo en la sala de reuniones. Tenerte solo para mí y
besarte. Quería que fuera un momento especial...
Jorge me susurra al oído.
–Siento haberlo estropeado –digo sin emoción alguna.
–No podías saberlo.
Me besa la cara, la mejilla suavemente.
–Ven. Te compensaré.
Me agarra de la mano y tira de mí. Me quedo quieta. Aún
estoy enfadada con él. Tira un poco más y esta vez avanzo
junto a él hacia la cama.
–Túmbate boca abajo.
–No estoy de humor, Jorge.
Me siento en el borde de la cama.
–Lo sé. Hazme caso.
Me giro y subo hasta la almohada apoyándome en los
codos mientras miro cómo Jorge se sienta en la
descalzadora y comienza a desabrocharse los zapatos. Dejo
mi cabeza reposar en la almohada y Jorge me dedica una
bonita sonrisa. Cuando se descalza, se sube sobre mí a
horcajadas. Se inclina, se quita el reloj y lo deja en la
mesilla. Abre el cajón y saca un frasco de aceite esencial.
¡Va a darme un masaje! ¡Dios, justo lo que necesito!
Escucho cómo se frota las manos con él.
–Quiero que te relajes, que te relajes de verdad.
Cierro los ojos y al momento noto sus manos cálidas
sobre mi espalda. Huele muy bien. Me desabrocha el
sujetador y masajea mi espalda con destreza. ¡Dios, qué
gusto!
–No sabía que fueras fisioterapeuta...
–No lo soy.
–No mientas, tú has dado algún curso.
–Es la experiencia.
–¿Lo dices por la edad?
–En parte sí, me ha dado tiempo a estar con muchas
mujeres.
¡Dios, hombres! Poco a poco me voy relajando y todo se
vuelve oscuro.
Hola. 22: 45
–¡Dios!
Las dos me miran intrigadas.
–¿Qué pasa?
El corazón se me desboca de golpe y siento que me va a
dar un infarto. El pecho me oprime y no puedo respirar.
–¿Qué pasa, Alba?
–Me ha…
No puedo hablar, tengo la boca seca.
–¿Te ha qué? ¡Por Dios!
–Necesito aire –logro decir.
–Estás blanca, Alba.
Mi hermana abre la puerta y salgo como una sardina de
una lata tomando aire sin parar.
–¿Estás bien?
Rebeca y mi hermana me acompañan hasta el sofá con la
intriga en el cuerpo.
–Siéntate y no respires tan deprisa o vas a hiperventilar.
–Me ha escrito.
Noto cómo una lágrima cae por mi mejilla.
–¿Quién? –pregunta Rebeca asustada sin entender nada.
María me quita el móvil y mira la pantalla.
–¿Es de Jesús?
Asiento con la cabeza y el corazón a punto de salir
saltando por la boca.
–¿Quieres contestarle?
–No –contesto de inmediato–. No –repito y le quito el
móvil a mi hermana.
–Deberías decirle algo. No sé, aunque solo sea por
educación –dice Rebeca mirándome alucinada para luego
mirar a mi hermana buscando apoyo.
–No, Rebeca. ¿Para qué?
Nada más soltar la frase, sé que voy a empezar a llorar y
no quiero. Mi hermana me agarra la mano en un intento
desesperado por calmarme.
–Si no quieres no lo hagas. No pasa nada.
–Quiero irme. No creo que pueda aguantar más sin
echarme a llorar.
Veo cómo cruzan miradas.
–Está bien. Hablaré con Jorge. Le diré que estás
indispuesta.
Mi hermana se levanta.
–¡No, espera!
Le agarro el brazo para detenerla a tiempo. Mi móvil
suena de nuevo. Miro el nuevo mensaje.
Buen comienzo.
El tercer mensaje de Jorge... Ay, pobre, no le he
escrito aún. Instintivamente miro el reloj, no sé qué hora
será en España.
No te has acordado ni siquiera de enviarme un mensaje.
Solo quiero saber qué tal has llegado. 8:10
Al momento me contesta.
Contesto rápidamente.
Hola Stefan aún no he comenzado a trabajar, pero creo que estoy
preparada para hacerlo mañana. Estoy bien. Stefan, aún no me he
incorporado, pero Que lo paséis genial y cuídate ese catarro. 22:09
Al momento me contesta.
¿Pero todo está bien? ¿No ha pasado nada nuevo? 22: 09
Al ratito me contesta.
Solo quiero que tú me eches de menos. Perdóname, Alba,
no voy a parar de pedírtelo hasta que me perdones 9:36
***
Entrantes
Terrina de queso de cabra con aceite de miel
Carpaccio de gamba roja sobre tartar de tomate
Mermelada de naranja con jamón de pato
Tataki de atún rojo marinado
Langostinos con rebozado de coco
***
Primer Plato
Tomatito de mata relleno de calamar y verduritas de la
tierra
Sorbete de Pomelo Rosa
***
Segundo Plato
Lingote de lubina asada con salteado
de marisco en jugo de cítricos y azafrán
***
Postre
Tarta de peras con helado de caramelo
***
Esto promete, la verdad es que no he comido nada en el
cóctel, solo he bebido y hoy no debo perder el control ni
mucho menos, aunque este vino no me lo va a poner fácil.
Jorge me sirve una terrina de queso de cabra, no se lo he
pedido, pero da igual, me lo va a poner sí o sí, mientras
habla con todos dicharachero y es que el vino comienza a
contentar a la gente. Intento mirar a mi alrededor por si veo
de nuevo al misterioso hombre, aunque si se supone que es
un compañero de Börg, un periodista, es muy improbable
que esté en la cena. Me como la terrina de queso de cabra
con aceite de miel. Está muy rica y al momento aparecen un
par de langostinos rebozados en coco.
Jorge pone su mano en mi muslo por debajo de la mesa.
–¿Qué te pasa? Estás distraída –me dice en un susurro.
–Lo siento, solo estoy un poco cansada.
–Necesito que estés al cien por cien en esto.
Su rostro está contraído en una ligera mueca. No
entiendo por qué se pone así. ¡Qué más da si hablo o estoy
un poco más callada! Estoy aquí con él. Realmente este no
es mi mundo.
–Discúlpame un momento, debo ir al baño.
No dice nada, pero noto cómo su enfado crece por
momentos. Se levanta y muy educadamente retira mi silla
para que pueda levantarme.
–Gracias –le digo algo seca.
Él besa mi mejilla sin prisa aparentando como si no
pasara nada, y me incomoda. Me incomoda mucho que lo
haga aquí delante de todos. ¡Dios, qué me pasa! Esto es lo
que me he cansado de decirle desde que lo conozco, que no
escondiera lo nuestro y ahora que lo he conseguido... no me
siento bien. No lo entiendo. No me entiendo, deben de ser
los nervios.
–Si me disculpáis un momento –digo a mis tertulianos y
compañeros de mesa.
Todos dejan de hablar para mirarme.
–No tardes.
La voz autoritaria de Jorge hace que salga disparada
agarrando la larga falda de mi vestido con ambas manos
para poder caminar más deprisa. Es como si necesitara salir
corriendo, pero no porque necesite ir al baño, mis pies me
llevan hacia la gran puerta de salida y bajo rápidamente la
escalinata, aun a riesgo de caerme como una croqueta.
Repaso el salón y por fin descubro a Stefan y Börg
charlando con más personas. Me acerco despacio
estudiando a sus acompañantes, pero ninguno de ellos es...
Jesús, ni siquiera se le parecen en nada.
–Perdón.
La conversación se para con mi interrupción.
–¿Podríamos hablar un momento, Börg?
–¡Alba! Deberías estar en la cena.
–Será solo un segundo –insisto.
Börg cruza una mirada con Stefan.
–Disculpadme, enseguida vuelvo.
Me coge del brazo y nos separamos unos cinco pasos del
grupo.
–Tú dirás.
–Es que no puedo quitarme de la cabeza a la persona con
la que hablabas en la escalera.
–¿Te ha gustado, eh?
Sonrío entre dientes.
–Es algo más importante que eso, Börg.
Él me mira con ojos tiernos y con esa media sonrisa tan
bonita que forman sus labios.
–Reconoce que aún sientes algo por Jesús. No lo puedes
evitar, se te nota y mucho, Alba.
–Lo que sienta es algo del pasado, es algo que tuvo su
momento.
–Si quieres, te lo puedo presentar.
Su tajante afirmación me deja de piedra. ¿Así de fácil?
–Por favor. Necesito conocerlo.
–Pues no se hable más. Le buscaré y en cuanto haya un
momento adecuado te lo presento.
–¡Alba! Hace quince minutos que te has ido. ¿Ocurre
algo?
Jorge aparece ante mí como un huracán. Un huracán
controlado por la situación y las formas.
–No. No ocurre nada. He salido un momento a tomar el
aire y Börg ha venido a preguntarme si estaba bien.
Miento como una bellaca. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
Jorge busca la verdad en los ojos de Börg que lo mira
como si nada.
–Solo estaba un poco mareada, ya se encuentra mejor.
Jorge me mira preocupado.
–¿Estás bien?
–Sí, estoy mejor. Está siendo un día muy intenso, eso es
todo. Volvamos a la cena.
Sonrío para calmarlo.
–Está bien.
Besa mi frente y coge mi brazo.
–Gracias, Börg.
–De nada, Jorge.
–No esperes un momento adecuado, cualquier momento
es bueno –le digo a Börg antes de girar colgada del brazo de
Jorge.
Volvemos a subir la escalinata. Jorge sube los escalones
despacio.
–¿Dando un consejo a Börg?
–Sí, está preocupado por un tema de trabajo, nada grave.
Miento de nuevo. Me estoy convirtiendo en una
mentirosa compulsiva, va a ser verdad eso que dicen que
una mentira tapa otra mentira.
Jorge asiente y sé perfectamente que no me cree, lo
sabemos los dos, pero no insiste.
–Has comido muy poco, así que ahora te comerás todo lo
que te ponga en el plato. No quiero que te desmayes o te
sientas mal.
–He comido todo lo que me has puesto en el plato –digo
contrariada.
–Te has perdido el primer plato, así que ahora no quiero
excusas.
Entramos en el salón y Jorge repite la acción de
arrimarme la silla. Están servidos ya los segundos platos. La
lubina tiene un aspecto increíble.
–Come.
Es una orden en toda regla, aunque me la haya susurrado
al oído.
–Tiene un aspecto increíble –digo en alto.
–Está riquísima, se deshace en la boca –apunta Paola
mientras corta un trocito diminuto y se lo lleva a boca.
Sonrío al momento y como un poco. Sí, está deliciosa.
Miro a Tara que juguetea con sus cubiertos, pero no come
nada, como siempre.
La velada continúa y hago lo posible por intervenir en las
conversaciones que surgen. La verdad es que estoy un poco
más centrada sabiendo que voy a conocer al misterioso
periodista, pero sigo como una olla a presión por dentro,
llena de nervios a punto de explotar.
Con el postre consigo ver comer a Tara por primera vez
en toda la noche y es que no es para menos, la tarta de
peras con helado de caramelo me ha sorprendido
gratamente. Soy más de chocolate y esta tarta no lleva ni
gota, pero está muy muy muy rica.
–Esa es mi chica.
Jorge me sonríe satisfecho, no he dejado ni rastro de la
tarta en el plato.
Una mujer sube al escenario y delante de un estrado con
micrófono anuncia que el grupo Diro Design ha organizado
una subasta benéfica gracias a las donaciones de objetos
personales de varios famosos que hoy nos acompañan. Los
beneficios serán donados a la organización Médicos sin
Fronteras. Nos anima a todos a participar, pero antes dará
comienzo el baile a cargo de la orquesta Blue Sky. Un sonoro
aplauso inunda el gran salón que acaba en cuanto la
orquesta comienza su primer tema, una canción de Joe
Cocker y Jennyfer Warnes Up where we belong más
conocida por todos como la canción de la mítica película
Oficial y caballero. ¡Dios, un escalofrío recorre mi cuerpo!
–¿Bailamos?
La cara de Jorge aparece ante mí. Por detrás de su rostro
veo cómo las parejas de la mesa se levantan para bailar,
incluso Tara se ha levantado del brazo de Paco. Tengo la
cabeza en otro sitio y aunque la canción me encanta le
pongo cara de no querer.
–¿Qué te pasa? Estás ausente.
Jorge coge mi mano.
–No es nada. Estoy cansada, eso es todo.
Un camarero se acerca para tomarnos nota.
–¿Café?, ¿alguna copa?
–La señorita tomará un café con leche, yo un Bailey con
mucho hielo, por favor.
Estoy harta de que Jorge decida por mí.
–Para mí otro Bailey, pero con poco hielo.
Sonrío al camarero que nos mira un poco incómodo.
–Es mejor que no bebas nada, el café te despertará y
podrás aguantar mejor toda la noche.
El camarero nos mira indeciso. No sabe a quién hacer
caso.
–Eso es todo, gracias.
Despide por fin al camarero que sale volando por si acaso
añado algo.
–No eres mi dueño, Jorge.
No me deja continuar. Coge mi mano en un rápido
impulso y me obliga a saltar dentro de la pista. Me agarra
fuertemente a su cuerpo poniendo un brazo en la cintura y
cogiendo mi mano con su mano libre. Deja su cara reposar
junto a la mía y quedo atrapada siguiendo sus pasos
mientras la canción avanza.
–Eres mía, Alba. Estoy mejorando, no es fácil para mí.
Me habla susurrantemente al oído mientras me aprieta a
su cuerpo.
–Pero el esfuerzo merece la pena. He dejado que todo el
mundo sepa que estamos juntos. He descubierto que me
gusta besarte y tenerte delante de todos, que todos sepan
que eres mía y solo mía. ¿Entiendes?
–Aún no...
–Sssschh.
Jorge me chista para que me calle.
–No lo digas, por favor, no estropees el momento.
Seguimos bailando lentamente hasta que la canción
acaba y hago amago de separarme, pero Jorge no me
suelta, sigue encaramado a mí hasta que comienza la
siguiente canción y comenzamos a bailar de nuevo.
–Te necesito a mi lado.
Deja un cosquilleante beso en mi cuello y consigue que
me relaje un poco. Es cierto que ha avanzado mucho, quizás
en algunos aspectos demasiado, pero nada que no se pueda
regular y aclarar.
–Eres mi cielo, mi vida.
Separa su cara de mi rostro para mirarme. Tiene una
mirada suplicante, anhelante y no puedo resistirme a
besarle. Pongo mis labios junto a los suyos suavemente y
Jorge los acoge con dulzura. Me besa despacio mientras
seguimos bailando agarrados, su lengua juega con la mía y
por unos minutos me dejo llevar y consigo pensar solo en
Jorge y en mí. Cuando el tema termina, Jorge se ha
transformado, está pletórico y lleno de energía y acaba
contagiándome, le sonrío y él me devuelve una sonrisa
completa.
–Esta es mi chica.
Parece que se está convirtiendo en su frase favorita.
Decidimos volver a la mesa, pero antes, un grupo de
periodistas nos para, vienen acompañados de Tara, había
olvidado que los periodistas tenían acceso al salón después
de la cena.
–Buenas noches, Sr. Martínez, nos gustaría hacerle una
foto junto a Tara.
Uno de los fotógrafos se dirige a Jorge educadamente.
–Por supuesto.
Alarga el brazo para acoger a Tara que se acerca
sonriente y se coloca a la izquierda de Jorge. Yo me separo
un poco para salir del encuadre. Los flashes no se dejan
esperar y todos los fotógrafos disparan sus cámaras sin
descanso mientras ambos posan sonrientes.
–Gracias –agradece el fotógrafo que ha pedido la foto.
–Un momento, ¿podría hacer una foto a la pareja solos?
El corazón se me arruga en un instante. ¡Es su voz! Miro
nerviosa siguiendo esa voz tan peculiar, no puede ser
verdad. Un fotógrafo se ha quedado mientras los demás han
desaparecido. Tiene una gran cámara en la cara en posición
de disparar. Espera delante de nosotros.
–Una sola –ordena Jorge posando de nuevo y Tara se aleja
para dejarnos solos.
Jorge me atrae hacia sí como un imán cogiéndome por la
cintura. Intento sonreír, pero no puedo. Me fijo en sus
manos que sostienen la cámara con maestría, puede ser...
Son unas manos cuidadas de uñas cuadradas limpias y
limadas. Tarda unos segundos que se me hacen eternos. Es
él, ¿el compañero de Börg? ¿Puede ser que se parezca a
Jesús, incluso su voz? Aún no he podido verle la cara. Me
estoy volviendo loca. Por fin se dispara el flash y cuando
consigo que la luz cegadora dé paso a una visión normal,
todo se ralentiza. Se vuelve espeso y lento, muy lento. Ante
mí, la cámara del fotógrafo baja lentamente y por fin deja
su rostro a la vista. Noto cómo las piernas me flojean. El
corazón que estaba todavía arrugado se expande y un
borbotón de sangre lo inunda y me hace coger aire llenando
mis pulmones... ¡Es él...! Los ojos se me humedecen. ¡Es él!
Mi intuición no me ha engañado. ¿Qué hace aquí? ¿Cómo es
posible que esté en Mónaco? ¡Dios mío, tengo que
calmarme o me dará un ataque al corazón!
Jesús medio sonríe y me mira insaciable anotando cada
una de mis reacciones.
–El Sr. Martínez... ¿Jorge? –dice al fin alargando su mano.
Esa mano tan cuidada, esa mano que desgarra tan
armoniosamente las cuerdas de su guitarra, esa mano que
ha rozado mi piel tantas veces... Jorge tarda unos segundos
en estrechársela y puedo notar su desagrado. No le gusta
que los desconocidos le tuteen. Observo sin pestañear
ambas manos juntas y esa imagen me impacta de
inmediato. ¡Los dos juntos delante de mis propios ojos! No
sé si mis piernas van a poder aguantar mucho tiempo más
de pie.
–Soy Jesús Baeza, de Europa Press.
Las manos se sueltan.
–Baeza... un pueblo de Jaén –apunta serio Jorge.
–Junto a Linares –Jesús responde rápidamente.
Jorge le mira con esa mirada penetrante, midiéndose con
él y Jesús aguanta la mirada, saliendo airoso. Los dos son
aproximadamente de la misma altura y eso hace que
puedan mirarse de igual a igual.
–… Y la señorita...
Jesús se suelta de la mirada de Jorge para posar sus
verdes ojos en los míos y me siento como la primera vez
que lo vi.
–Es la Srta. Galán. Secretaria de Dirección, coordinadora
de administración y mi pareja.
Jorge repite mis puestos en Diro Design incluido el de
pareja como hizo con Paco, pero Jesús no varía ni un ápice
su rostro. Está tan guapo como siempre. Lleva un traje azul
marino, camisa blanca y pajarita azul con pequeños topos
negros. Está increíblemente guapo, su bronceado realza sus
profundos ojos verdes y su barba de tres días enmarca su
mandíbula. Jamás le había visto tan elegante, sí lo he visto
muy sexy en bañador, con ropa cómoda e incluso con mono
de cuero, pero así, a la manera de Jorge nunca y me quedo
embobada.
–Un placer.
Inclina su cara hacia la mía y nos besamos a ambos lados
de la cara. No puedo ni reaccionar, ni siquiera soy capaz de
devolverle el saludo, estoy a punto de caerme.
La música vuelve a sonar, no me había dado cuenta de
que había parado. La orquesta toca una interpretación
fabulosa de la canción Thinking out loud de Ed Sheeran.
Jesús dirige su mirada hacia la orquesta.
–Bonita canción, ¿si me permite?
Miro rápidamente a Jorge.
–Debemos volver a la mesa –objeta Jorge en tono
drástico.
¡Esto no le gusta nada! Lo veo.
–Una canción dura tres minutos –Jesús suelta la frase
mirándome a mí. No espera la réplica de Jorge. Me coge de
la mano y me lleva de nuevo a la pista. Por fin me agarra
por la cintura justo cuando creo que voy a caerme, para
bailar juntos.
–Tienes las manos frías –me dice al oído.
–¿¿Qué haces aquí?? –logro decir mientras Jesús hace que
giremos.
–He venido a por ti.
Volvemos a girar y logro ver a Jorge mientras habla con
Mía sin quitarnos ojo.
–¡Estás loco!
–Eres muy rebelde, nena, ¿lo sabías? Sí, lo sabes –se
contesta él solo.
Un escalofrío me recorre el cuerpo y es que solo él me
llama así.
–¿Cómo has sabido dónde estaba?
Estoy atónita. Las preguntas se me suceden una tras otra
a la velocidad del rayo en mi consciencia.
–Tienes buenos amigos.
Volvemos a girar y Jorge y Mía ya no están. Jesús limita
un poco menos el espacio que queda entre nuestros
cuerpos pasando su mano por mi espalda y no puedo evitar
que mi cuerpo reaccione. Es inevitable, la electricidad
vuelve y comienzo a necesitar el aire.
–No me voy a ir sin ti. He cruzado medio mundo para
traerte conmigo. Esta vez no te vas a escapar.
Acerca sus labios a mi oreja mientras su voz susurrante
me llena por dentro.
–¡Estoy trabajando!
Por el rabillo del ojo veo pasar a Jorge bailando agarrado
a Mía. Su mirada heladora se cruza con la mía y me deja
paralizada.
–Te necesito... me he dado cuenta de que no puedo vivir
sin ti.
Jesús roza sus labios en mi cuello y sé que si esto
continúa, Jorge y yo vamos a tener más que palabras. Le
separo, y noto por su cara que está totalmente decidido y
que no habla en broma.
–Por favor, este no es el mejor momento.
Me deshago de su abrazo e intento alejarme, pero él
agarra mi brazo para detenerme.
–¿Algún problema, señor Baeza?
La voz de Jorge aparece tras de mí. Le suplico a Jesús con
la mirada para que esto no vaya a más, tiene todas las de
perder, esto es un evento de Diro Design y no quiero que le
hagan ningún daño.
–Gracias, si no me hubiera agarrado estaría en el suelo –
suelto lo primero que me viene a la cabeza intentando ser lo
más convincente posible. Otra mentira.
Puedo notar la tensión que nos rodea, aunque por la
cantidad de ojos que pueden mirarnos, es una tensión
controlada.
–Una dama requiere que un hombre esté siempre cerca
porque nunca debe caer al suelo.
Sus palabras son como una bomba atómica que cae en
mitad de la pista. ¡Dios mío, por favor!
–Muchas gracias, pero para eso ya estoy yo –contesta
Jorge con una tranquilidad pasmosa.
Jorge se gira y juntos nos alejamos de la pista. Sé de
sobra que no va a estropear esta noche tan importante con
una pelea verbal, pero sí puede hacerlo conmigo cuando
estemos a solas.
–¿Qué es lo que ha pasado en la pista?
Su tranquilidad empieza a desmoronarse.
–¿Le conoces, no? –continúa serio.
No quiero comenzar una discusión, así que le contesto lo
más calmada que puedo.
–Sí, nos conocemos de hace un tiempo.
Se gira hasta que su cara ocupa toda mi visión.
–No vuelvas a hablar con él. Te lo prohíbo. ¿Entiendes?
Miro hacia un lado y él coge mi cara con la mano para
que no aparte la vista.
–¿Lo has entendido? –me dice clavándome las pupilas y
levantando las cejas.
–Tranquilo, no pensaba hacerlo.
Suelta mi cara y me besa con un beso corto, como si
sellara nuestra conversación con un trato. No, Alba, más
bien te está recordando que eres suya.
–No sé qué ha pasado con él, ni me importa. Lo que sí sé,
es que está fuera de nuestras vidas.
Sé que está nervioso y se ha sentido agredido por la
situación, y aunque no me gusta que me hable así, lo
entiendo y agradezco que esto termine aquí y ahora, en una
conversación corta.
–Te pediré otro café, este se te ha quedado frío.
Jorge me deja sentada en la mesa redonda que ahora
permanece vacía. Todos están o bailando o charlando en
grupos o atendiendo a los fotógrafos, parece que nadie se
ha percatado de nuestro pequeño altercado. La orquesta
sigue sonando y todo fluye armoniosamente. ¿Quién ha
podido llamar a Jesús para que viniera a Mónaco?
–Eres como un diamante solo en el fondo del río
esperando a que alguien lo encuentre.
–¡Fer!
Palmeo la silla que hay junto a mí para que se siente un
momento conmigo.
–¿Cansada? –me pregunta mientras se sienta.
–Más bien algo nerviosa. ¿Has hablado tú con Jesús? –le
pregunto de sopetón.
No puedo esperar, tengo que saber quién ha sido.
Necesito ir al grano, Jorge volverá en cualquier momento.
Fer me mira extrañado.
–Pues si no recuerdo mal no tengo el placer de conocer a
Jesús, el hombre que un día robó tu corazón.
Respiro profundamente. Él no me mentiría en algo así.
–Está aquí, en la fiesta. Acabo de hablar con él.
No consigo calmarme, noto cómo las manos me sudan y
todo mi cuerpo tiembla como si estuviera desnuda en el
Polo Norte.
Fernando abre mucho los ojos.
–¿Estás segura?
–Por favor, Fernando, esto es importante. Alguien tuvo
que decírselo.
–¿Y para qué ha venido desde tan lejos?
Cojo la copa de Jorge y le pego un trago.
–Quiere que vuelva con él. ¿Te imaginas? ¿Cómo puede
pensar que esto era un buen plan? Si no has sido tú, sé
quién ha podido ser.
Fernando se queda callado pensativo, creo que intenta
recomponer el puzle. Acaricia mi brazo y noto su contacto
como si me tocaran con una brasa.
–¡Estás helada!
–Aquí tienes.
Jorge deja un café humeante servido en una delicada
taza de porcelana con el filo dorado. Me lanzo a ella, tengo
que entrar en calor y le pego un sorbo que me quema los
labios, la lengua, la tráquea y hasta noto cómo se deposita
el líquido caliente en mi estómago.
–¿Cómo va todo, Fernando? –pregunta aprovechando que
lo tiene delante.
–Bueno... Creo que va a ser un primer número muy difícil
de superar.
–Para eso te contraté.
Jorge le sonríe mientras toma su copa para beber.
–Espero no defraudar...
Se queda pensativo un momento.
–Ahora mismo tenemos material para tres revistas y aún
queda mucha noche.
–En el reportaje no puede faltar la subasta benéfica. Es
importante que la gente sepa que somos una cadena de
tiendas solidaria. Me ha gustado... creo que seguiremos
trabajando en ese sentido.
–Eso está muy bien, no solo por la imagen, es maravilloso
saber que hay grandes empresas que piensan en los más
pobres.
–Creo que crearé un departamento para que lleve todo
esto. ¿Qué te parece, Alba?
Aunque no he dejado de pensar en lo que me acaba de
suceder, el café me ha despejado y ha conseguido templar
mi cuerpo.
–Estará bien siempre que el objetivo principal sea
colaborar con los más desprotegidos y no la imagen que se
pueda dar, eso debería ser secundario. La gente no es
tonta.
Jorge sopesa mis palabras sin pestañear.
–Tienes razón. Iremos por esa línea.
–Te veo mejor.
Fer cambia el tema de la conversación.
–Sí, estoy mejor... el café caliente ha conseguido
templarme.
Los miro a los dos.
–Gracias.
Por detrás de ellos me fijo en Mía que se acerca hacia
nuestra mesa.
–Disculpadme. Buenas noches, Alba, estás muy guapa.
–Gracias –digo secamente.
Y esta, ¿qué quiere ahora?
–¡Mía! ¿Ocurre algo?
Jorge reacciona rápidamente y se queda mirándola desde
su silla, sin levantarse.
–Hay un par de cosas que tengo que comentarte sobre la
subasta benéfica.
Jorge separa las manos poniendo las palmas hacia arriba
para invitarla a hablar.
–Preferiría que lo vieras en persona.
Jorge nos mira a las dos.
–¿Algún contratiempo? –pregunto un poco irritada, pero
no me contestan. Creo que debería saberlo.
–De acuerdo.
Jorge se levanta rápidamente.
–¿Estás bien? –me pregunta.
–… Sí –no lo entiendo–… ¿Puedo ayudar?
–Será solo un momento.
Me sonríe y cede el paso a Mía entre las mesas para
seguirla muy de cerca.
–Oye...
Noto cómo Fernando me mira, sé lo que está pensando.
–… tengo que... irme, debo supervisar lo que están
haciendo Luis y Miguel... pero si quieres me quedo. Soy todo
oídos.
Me coge las manos.
–No te preocupes, estoy bien, además tengo cosas que
hacer yo también.
Pongo la mejor de mis sonrisas para tranquilizar a Fer.
¿Por qué soy yo siempre la pobrecita que necesita ayuda?
¡Arrrg! Ya estoy hartándome un poco de todo esto.
–¡Está bien! Si necesitas algo ya sabes dónde
encontrarme.
Se levanta para irse, pero vuelve a sentarse unos
segundos.
–Sigue a tu corazón, Alba, no caigas en estereotipos del
qué dirán, o no puedo hacer algo así... ya me entiendes. La
vida es demasiado corta como para pensar en los demás.
Miro a la mesa, sé lo que me intenta decir.
–En este momento tienes que ser egoísta –añade.
Se levanta y se va, dejándome con el come-come en la
mente. Debo buscar a Stefan y Börg. Ellos tienen todas las
respuestas. Así que me levanto y voy derechita a la barra
del bar donde un amable camarero pelirrojo me atiende sin
dilación.
–Su Martini, señorita.
El pelirrojo deja a mi alcance una copa y le sonrío antes
de beber de ella. Me giro y mi espalda queda apoyada en la
barra, tengo que localizarlos. El salón parece más saturado
que durante la cena, es normal, la gente se levanta y
además los fotógrafos han invadido el espacio. Bebo otro
trago mientras escudriño cada una de las mesas y grupos
de personas. Mi mente los busca, pero acabo buscándole a
él. ¡Dios, concéntrate Alba! Suspiro, me doy por vencida, no
logro concentrarme, así que decido darme un paseo por el
salón para buscarlos con detenimiento. Rodeo un par de
mesas donde no están, paso junto a un grupo de mujeres
que charlan animadamente y ríen sin pudor, aquí tampoco.
Mis pasos me llevan hacia la pista de baile y me coloco a un
lado junto a unas puertas batientes. ¡Madre mía! Me parece
increíble que haya estado bailando aquí mismo delante de
Jorge con Jesús. Recuerdo su mano cogiendo la mía, el roce
de sus labios en mi oreja, su mano en mi espalda, la
electricidad... No puedo... seguir así. Tomo otro sorbo y me
acerco a una mesa junto a la puerta para dejar mi copa y en
un movimiento rápido algo me atrapa hacia las puertas
batientes arrastrándome hacia el interior.
–Tengo dos billetes de avión.
Las puertas giratorias dan paso a la gran cocina del hotel.
La mayoría de los pinches se afanan en limpiar y recoger y
hay bastante ruido de cacerolas, platos, copas... por lo que
ni siquiera han reparado en nuestra incursión. Jesús me
tiene atrapada. Estoy contra la pared y sus manos se
apoyan a ambos lados de mi cara en el tabique.
–No lo entiendes, Jesús –digo con voz temblorosa.
–Tienes razón, no entiendo cómo puedes estar con un
hombre como Jorge.
–Por favor, no sigas por ahí.
–Sé lo que te hizo, Alba. Es un cabrón que no sabe lo que
tiene. Me han bastado dos minutos para darme cuenta.
Sus verdes ojos se han vuelto heladores.
–Por favor, no hables así de él.
Jesús gira su cabeza a un lado mirando la lejanía, sé que
intenta morderse la lengua. Sus verdes ojos hielo vuelven a
los míos.
–¿Es por el trabajo? ¿Por qué es? ¿Por qué aguantas a un
tío que no te respeta? Dímelo, porque no lo entiendo.
Frunce las cejas y las deja así esperando una respuesta.
–No tengo por qué darte explicaciones.
Se ha pasado con el comentario.
–¡Por favor! –Una voz se dirige a nosotros. –No pueden
estar aquí.
Un camarero que ha cruzado las puertas batientes nos
mira atónito.
–Señorita, ¿está bien?
Jesús cambia de postura y se encara al camarero.
–¿Qué ha querido decir? ¡eh!
Da un paso y se acerca peligrosamente al camarero.
–Estoy perfectamente, gracias. –Le sonrío–. Disculpe la
intromisión, ya nos íbamos.
Esta vez soy yo la que agarro a Jesús del brazo y tiro de
él. Me cuesta porque se queda mirando al camarero hasta
que desaparecemos por las puertas. Entramos en la fiesta y
el único lugar seguro que se me ocurre son los baños, así
que me cuelo por el pasillo de mármol hasta la puerta de
mujeres, la entorno un poco, pero hay gente dentro. Jesús
tira de mí.
–Vamos a tu habitación –me dice enfadado.
–No es mi habitación.
–¿Duermes con él?
Su voz se quiebra débilmente y prefiero no contestarle,
solo nuestros ojos hablan. De un manotazo abre la puerta
de caballeros, no parece que haya nadie. Es un baño
enorme, todo de mármol beige con grandes espejos,
puertas de madera negra con tiradores dorados e incluso
una zona con varios silloncitos. Jesús inspecciona todas las
puertas y cuando comprueba que están vacíos se acerca a
mí.
–No te hagas esto, Alba, tú vales mil veces más que él.
–Solo intento seguir con mi vida, como lo haga, no es
asunto tuyo.
¿Por qué le hablo así?
–Sí es asunto mío –dice muy serio dando un paso para
acercarse a mí. Coge mis manos y las observa un
momento.
–Todo esto es por mi culpa.
–Tú no eres responsable.
Él no tiene la culpa de que Jorge sea un puñetero infiel.
La culpa es solo mía por seguir al lado de alguien que no me
respeta, pero aún creo en él, creo en su palabra y creo que
ha comenzado a cambiar, pero ¿cómo se lo explico a Jesús?
No quiero hacerle daño.
–Me lo merezco... me merezco esto y mucho más. Fui un
gilipollas al rechazarte, no tuve el valor de enfrentarme a
mis sentimientos. Me pudo el miedo al fracaso.
Jesús acaricia uno de mis mechones entre sus dedos y
me quedo sin palabras, sin argumentos. Coge mi cara y me
mira a los ojos y siento un cosquilleo enorme en el ombligo,
parece que va a decirme algo, pero no lo hace. Su cara se
acerca lentamente a la mía, muy despacio sin apartar la
vista hasta que la suave piel de sus labios se juntan
ligeramente a los míos sin apenas tocarlos, es como un
cosquilleo.
–No te voy a dejar.
Cuando habla nuestros labios se tocan dulcemente y la
electricidad pasa a mis labios estremeciéndome.
–No voy a cometer el mismo error...
Mueve la cabeza negando y sus labios acarician los míos
rozándose y creo que estoy a punto de besarle
desesperadamente. ¡Oh, sí, claro! Él es el maestro de la
seducción.
–Yo no...
Comienzo a decir en un esfuerzo supremo, pero Jesús
apaga mi frase juntando su boca a la mía a la vez que
inspira con fuerza y esa inspiración hace que mi cuerpo
reaccione, aunque mi cerebro no para de decirme “NO”. El
corazón me golpea las costillas con fuerza como si fueran
los barrotes de una cárcel. Mi respiración se acelera y noto
cómo mi cuerpo se prepara para él, es una acción-reacción
incontrolable. Mi cuerpo le quiere, aunque mi mente se
niega una y otra vez, mi cerebro no es capaz de controlar
todas las reacciones en cadena que se suceden.
–Alba...
Su voz susurrante hace que me inunde un fuerte
cosquilleo en la pelvis. Sus manos acarician mi espalda con
curiosidad como si quisieran recordar cada centímetro de mi
piel y poco a poco me lleva hacia el interior de un aseo. Con
la pierna, sin dejar de besarme con pasión, cierra la puerta y
es como si hubiera tenido un déjà vu. Su cuerpo se ciñe al
mío y quedo atrapada entre la puerta y él.
–¡Oh, Dios! –dice mientras coge aire.
Sus manos toman mis pechos y los acaricia con pasión
por encima del vestido a la vez que su cadera me empuja y
su miembro erecto y duro se ajusta entre mis ingles. Sus
labios besan mi cuello y comienzan a bajar por mi hombro
mientras su mano derecha pasa por la abertura de mi
vestido. Estoy más que lista, estoy muy húmeda y la cabeza
me da vueltas, le necesito, estoy más que preparada para él
y solo para él y el contacto de su mano en mi muslo, hace
que mis piernas se separen automáticamente para recibirlo.
¡No puedo controlarlas!
–Te quiero –musita con la respiración entrecortada.
No es la primera vez que le oigo decir algo así y me
siento llena, me siento en las nubes, algo que Jorge aún no
me ha dicho. Mis caderas se adelantan anhelantes y mi
respiración se acompasa con la suya. Me besa y apenas
cogemos aire, es como si no pudiéramos parar, pero Jesús
se detiene para aflojar su pajarita. Puedo ver sus ojos llenos
de pasión por unos instantes y es entonces cuando veo
claramente que no puedo hacer esto. No puedo. He tomado
un camino, un camino que me ha costado mucho dolor,
mucho llanto, un camino por el que he apostado y una vez
decidido, tengo que luchar por él.
Jesús se queda quieto con la mano aún en el nudo de la
pajarita medio desecho, ha leído mis pensamientos como
siempre lo ha hecho, he sido siempre como un libro abierto
para él.
–No, Alba...
Todavía estoy aprisionada contra la pared.
–No vuelvas.
–Tengo que hacerlo.
La voz me tiembla.
–Vente conmigo. Sé que te hice mucho daño y que en ese
momento solo pensé en mis sentimientos y fue el peor error
de mi vida.
Escuchamos una puerta, ha debido de entrar alguien.
–No puedo irme así, sin más, tengo mi vida aquí –susurro.
–¿Al señor Martínez?
Él no susurra tanto como yo y pongo mi mano sobre sus
labios, pero aparta la cara de inmediato en un acto de
rebeldía.
–Sé perfectamente cómo se siente uno cuando tu pareja
te es infiel.
Hace una pausa para abrocharse el último botón de la
camisa.
–Sé perfectamente de qué va el señor Martínez. No me
ha hecho falta ni un segundo más de nuestra escueta
conversación. Es un hijo de puta que no sabe tener la
bragueta cerrada.
Escupe la frase con rabia contenida y me quedo helada.
Jamás le he oído hablar así. Jamás le he oído pronunciar ni
una sola palabrota.
–No quiero hablar de esto y menos contigo.
Jesús deja de colocarse la pajarita.
–Muy bien.
–Muy bien, ¿qué?
Escuchamos cómo alguien tira de la cadena y se abre
una puerta. A continuación, el ruido del agua al abrirse un
grifo. Jesús escucha atento y no me contesta hasta que se
oyen unos pasos que se alejan.
–Tú no lo sabes...
Me mira con intensidad increíble y mucho más calmado.
–Pero te vas a venir conmigo hoy.
Lo dudo mucho, pero su resolución me hace dudar.
¿Cómo puede estar tan seguro? Yo no hago más que dudar
de todo y él, sin embargo, tiene una seguridad arrolladora.
Lo miro interrogante.
–¿Cómo estás tan seguro, Jesús? No puedes decidir mi
futuro.
–No lo voy a decidir yo, sino tú. Ahora que he podido
conocer a Jorge, lo sé. El señor Martínez me lo ha puesto
muy fácil, Alba.
Abro la puerta y salgo fuera, esto es demasiado. Me dirijo
directamente hacia los silloncitos y me siento. ¿Por qué todo
el mundo se empeña en que lo mío con Jorge no prospere?
Me siento mal, muy mal, todo esto es...
–¿Por qué me haces esto?
Ya no puedo más y mi pregunta viene acompañada por
varias lágrimas que recorren mi rostro. Jesús se queda
paralizado, con la cara desencajada.
–No quiero que llores.
Se inclina delante de mí para poder verme la cara.
–Llevo una semana soñando con este momento y te
puedo asegurar que era muy distinto.
Levanto la vista para verlo y él limpia mis lágrimas
pasando los pulgares por mis mejillas.
–Esto está a punto de acabar, tienes que confiar más en
ti.
Hace una pausa, coge mis manos con cariño entre las
suyas y percibo que le tiemblan.
–El vuelo sale a la una de la madrugada.
Mientras me habla me deja un billete de avión en las
manos.
–Estaré esperándote en el aeropuerto.
Traga saliva.
–Si decides..., si decidieras no venir…
Vuelve a parar para tragar de nuevo.
–… no volveré... a molestarte, no...
Niega con la cabeza.
–Te dejaré en paz, de verdad. Será como si no hubiese
existido y me tragaré todos mis sentimientos como hiciste
tú.
Sus ojos se humedecen y me siento pequeña, muy
pequeña a su lado.
–Te quiero, Alba.
Su frase acaricia mi cerebro dulcemente. Besa mis manos
y siento cómo una lágrima humedece mi piel antes de que
las suelte y salga a toda prisa del baño. Mi cabeza bulle de
imágenes que creía olvidadas con Jesús, pero que están tan
presentes como el primer día. Sé que no lo he olvidado. Sé
que ha sido el hombre más importante en mi vida hasta
ahora, la persona que me ha sacado de mi triste existencia
para darme toda una paleta de colores nuevos. Que me ha
dedicado su paciencia y ha soportado que estuviera con
otro, pese a sus sentimientos para que yo misma aclarara
los míos. Reconozco su esfuerzo, su tesón, su paciencia, su
ternura pese a todo y su amor... y ahora para él se repite la
historia, pero es tarde... ¡Es tarde! Guardo el billete de avión
arrugándolo en mi bolso bombonera. Me levanto de
sopetón, agarro el pomo de la puerta y estirando la espalda
salgo como si no hubiera pasado nada. Camino por el pasillo
y me cruzo con Martina.
–¿Alba? ¿Estás bien?
No he mirado si mi maquillaje sigue intacto, espero que
sí.
–Sí, perfectamente. –Sonrío–. ¿Has visto a Jorge?
Una pregunta a tiempo siempre distrae.
–No, la última vez que lo vi estaba con Mía y de eso hace
ya por lo menos media hora.
Sonrío otra vez.
–Sí, había algo que solucionar sobre la subasta benéfica.
Bueno, voy a ver si lo encuentro.
–Está bien.
Ella se queda mirando cómo me alejo extrañada, pero
ahora no puedo preocuparme por eso. Me mezclo con la
gente hasta que un brazo me para.
–¡Alba! Llevo buscándote media noche.
–¡Börg! Por fin.
–Ven.
Börg me saca del salón rápidamente hasta una gran
terraza que no sabía que existía mientras localiza a Stefan
por el móvil.
–Stefan, necesito ayuda.
Mientras, nos sentamos en una apartada mesa de
mimbre.
–¿Ha pasado algo?
Stefan no se hace esperar y aparece antes de que pueda
contestar. Se sienta junto a mí dejándome en el medio de
los dos.
–¿Tienes un pañuelo?
Börg busca en su americana y saca un paquete de clínex
que tiende a Stefan.
–Mírame.
Le hago caso y con su clínex me limpia por debajo del
párpado inferior.
–¿Has hablado con Jesús?
¡Por fin! Por fin se deciden a hablar claro.
–Sí –digo secamente.
–¿Y cómo ha ido todo?
Stefan se afana en limpiar mi cara mientras habla
conmigo muy tranquilo.
–Creo que mal.
Stefan suspira y me deja por el momento.
–Teníamos que intentarlo, Alba. ¿Lo entiendes?
Asiento en silencio.
–Mira, cogí el número de Jesús antes de marcharnos. Fue
algo sin pensar y cuando hablé contigo y me contaste lo de
las flores y el vestido de Elie Saab supe que tenía que hacer
algo. Así que nada más colgarte llamé a Jesús.
Hace una pausa para mirar a Stefan que le hace una
mueca animándole para que siga.
–¿Sabes? Ahora que conozco a los dos, puedo decir
muchas cosas en defensa de Jorge, y puedo entender qué
es lo que has visto en él, pero carece de algo muy
importante. Algo que sí he visto en Jesús, humildad.
–Yo he conocido a Jesús esta misma tarde –Stefan
interviene de improviso –… y tiene muchísimas cosas a su
favor.
Se acerca a mí.
–En mi opinión si los pones en una balanza... Jesús es tu
hombre.
–Te quiere, Alba, basta con hablar con él cinco minutos
sobre ti para darse cuenta. Jorge te quiere... como un trofeo.
¿No te das cuenta?
–Pero solo tú puedes darte cuenta.
Se suceden uno detrás del otro para hablar.
–Es solo nuestra opinión.
–Pensamos que tenías una conversación pendiente con él
–termina Stefan.
Me quedo callada mirando hacia el frente. Sabía que
habían sido ellos. Sé que lo hacen con la mejor intención.
–Ha sido una conversación muy intensa –contesto a la
primera pregunta de Stefan. –Para mí ha sido como
resucitar todos los sentimientos que tenía enterrados. Los
buenos y los malos...
–Ahí lo tienes, Alba, aún conservas muy buenos
momentos a su lado.
–Ahora, Stefan, tendré que empezar desde cero y volver
a pasar de nuevo el dolor que pasé hace unos meses para
enterrarlo todo otra vez.
–No era esa mi intención.
El ambiente se enrarece y siento que no estoy siendo
justa con ellos. Me siento tan mal. Este iba a ser un día
inolvidable lleno de experiencias nuevas y se ha convertido
en una auténtica pesadilla.
–Mira, creo que esto ha sido positivo. Necesitabas hablar
con él, aclarar ciertos temas que se habían quedado sin
resolver. Necesitabas escucharlo.
Este tema me está empezando a sobrepasar. Stefan me
mira algo inquieto.
–Jesús vino lleno de esperanza, sabemos que iba a apostar
fuerte... que venía a por todas.
Afirmo con la cabeza mientras en mi cara se crea una
sonrisa sarcástica.
–Me ha asegurado que me iré con él esta misma noche.
Sonrío de nuevo ante la loca, pero divertida idea que se
me pasa por la cabeza.
–Tengo hasta las doce de la noche, como Cenicienta.
Stefan y Börg se miran alucinando mientras levantan las
cejas.
–Cada vez me cae mejor –suelta Börg.
–Desde ahora mismo tiene mi admiración absoluta.
Stefan echa una carcajada que hace que Börg se una a
él.
–Sí, es muy divertido, chicos –agrego.
Estos dos son increíbles.
–Lo siento, Alba, pero tienes que reconocer que Jesús los
tiene bien puestos.
Börg sigue sonriendo mientras habla y es que he de
reconocer que sí, que los tiene muy bien puestos. ¡Ay, Dios!
Alba, céntrate.
–¿Y suele conseguir lo que se propone?
¡Dios! Stefan ha dado en el clavo. Jesús es muy, pero que
muy persuasivo y si algo se le mete en la cabeza... si quiere
algo va a por ello como una bala, ¿de qué me extraño
entonces? Hacer este viaje para él es pura lógica, mientras
que, para mí, hubiera sido una auténtica locura.
–Wow, how much pretty people together!
La peculiar voz de Tara hace que todos nos giremos hacia
ella, y ahí está, sonriente y espectacular con su vestido y
sus finas y bonitas piernas. Börg se levanta
automáticamente para saludarla.
–Tara Moore, la nueva promesa del universo del zapato.
Soy Börg Larsson, periodista.
Se levanta y coge la mano de Tara a la que se la ve
encantada para dejar un ligero beso en su dorso.
–Muchas gracias...
Tara enfatiza su acento inglés.
–¿Todo bien, Tara? ¿Necesitas algo? –le pregunto algo
nerviosa.
Ella me mira al instante como si hubiera interrumpido un
momento único. ¡Que sí! Que quizás sea único para ella,
una no se presenta a la prensa exponiendo su colección
todos los días.... lo sé, pero ahora mismo no estoy para
tonterías.
–Tenemos que hablar, querida –me suelta y al momento
continúa. –¿Y tú eras? –pregunta al marido de Börg.
Me quedo contrariada hasta que recuerdo lo que me ha
insistido hoy con que tenía un regalo para mí.
–Soy Stefan, marido de Börg.
Stefan se levanta y estrecha su mano, y yo hago lo
propio levantándome junto a él.
–Sois una pareja exquisita, me encantaría quedarme a
charlar con vosotros, pero he venido a por Alba.
–Por supuesto, Tara, podemos continuar hablando más
tarde.
Los dos me miran y acaban desapareciendo por las largas
cortinas de los ventanales de la terraza que se ondulan con
la brisa de la noche. En cuanto nos quedamos solas, Tara
me lleva hasta la barandilla de forja y llama a un camarero
que se encuentra recogiendo una mesa a unos diez pasos
de nosotras.
–Por favor, ¿podría traernos dos Bloody Mary de fresa?
El camarero asiente al instante y se marcha una vez que
termina de llevarse todas las copas de la mesa en una
bandeja plateada. ¿Por qué todo el mundo tiene que elegir
por mí? Ya me estoy hartando de esto.
–Te noto algo rara. ¿Ha pasado algo? –me pregunta
mientras achina sus ojos.
–No –respondo escueta.
No pienso contarle a Tara mis problemas sentimentales.
Vale que ella quiera ser buena amiga mía, pero aún no
tengo la suficiente confianza. Pese a mi seca respuesta ella
continúa hablando para intentar suavizar sus palabras.
–Quiero que sepas que estoy contigo para lo que
necesites. Has sido un gran apoyo para mí, aunque tú no lo
creas. Estas últimas semanas han sido una auténtica locura
y desde que te vi en el restaurante italiano en Londres, sé
que estamos conectadas, no sé cómo llamarlo...
–¿Feeling?
Tara agranda los ojos satisfecha.
–Tú lo has dicho, feeling. Eres de esas personas que
cuando las acabas de ver parece que las conoces de toda la
vida y apenas has intercambiado cuatro palabras.
Sonrío recordando cómo me saludó a mí en especial y la
cara que puso Marta, Carlos y Jorge. En ese momento quise
que la tierra me tragara, pero ahora sé que Tara lo hizo
aposta.
–Sabes que tengo un regalo para ti. Al principio te
parecerá extraño, pero sé que sabrás apreciarlo más
adelante. Es el mejor regalo que te han hecho hasta ahora y
no porque sea yo la portadora, es porque va a cambiar tu
vida.
¡Dios mío! Tara debe de estar borracha o algo así, pero
me fijo en ella y no veo atisbo de embriaguez alguna, es
más, está más fresca que una lechuga, exactamente igual
que cuando apareció en el photocall.
–No te entiendo sinceramente, Tara, agradezco tu detalle,
pero no hace falta que me hagas ningún regalo, de verdad.
–Pero debo hacerlo, no tengo otra alternativa.
Aparece el camarero que reparte con cuidado los dos
Bloody Mary y cada una cogemos una copa. Tara la observa
con devoción antes de beber. Posa sus labios en el filo e
inclina la copa lo suficiente para mojarse los labios.
–Mmm... Excelente. Pruébalo.
La verdad es que tengo la garganta seca y antes de
pegarle un largo sorbo, su aroma llega a mi nariz cuando
poso la copa en mis labios. Huele muy bien, principalmente
a fresa. He de admitir que jamás he probado un Bloody
Mary. ¡Mmm! Está muy rico. Tomo otro sorbo.
–Veo que te gusta...
Tara me sonríe encantada.
–Nunca había probado uno y está francamente bueno.
Miro la hora disimuladamente. Las once y cuarto, está a
punto de comenzar la subasta y debo volver al salón y
buscar a Jorge.
–Se está haciendo un poco tarde... Tara.
Ella bebe mientras observa las maravillosas vistas desde
la terraza.
–No hay prisa... concéntrate en este increíble momento y
disfrútalo, Alba.
Bebe de nuevo y hace ademán para que yo también lo
haga. Así que la imito y bebo dejando pasar el riquísimo
cóctel por mi garganta mientras me fijo en los edificios
cercanos al hotel con sus impecables ventanas, en cuyos
vierteaguas, las macetas exhiben orgullosas sus flores de
colores. Observo los tejados de diferentes alturas de los
edificios más bajos y las calles serpenteantes ya iluminadas
por las farolas... y a lo lejos, el mar que ha cambiado sus
increíbles tonos azules turquesa a un azul marino y se funde
con el cielo salpicado de estrellas. La brisa con olor a mar
acaricia mi cara y respiro hondo, es como un bálsamo que
va calmándome poco a poco. Bebo otro poquito, podría
bebérmelo ahora mismo de un solo trago de lo bueno que
está, pero me resisto.
–Muy bien... mucho mejor, ¿verdad?
–Sí. Bastante mejor. ¿Qué lleva esto? –pregunto mirando
la copa medio llena.
–Fresas, zumo de tomate, zumo de limón, vodka, un
poquito de tabasco... y no sé qué más.
Termina la frase con una carcajada.
–Me lo apunto.
–¡Hagamos un brindis!
Su positividad me arrasa y levanto mi copa esperando
escuchar su voz.
–Por las amigas que se ayudan en los buenos y en los
malos momentos.
Asiento encantada y bebemos a la vez.
–Verás, Alba.
Hace una pausa y sé que por fin va a ir al grano.
–Ayer cuando llegué a Mónaco, no me hizo falta mucho
tiempo para darme cuenta de algunas cosillas que estaban
sucediendo en torno a ti, y decidí investigar un poco.
Frunzo el ceño. ¿De qué me está hablando? Ahora mismo
creo que se le acaba de ir la cabeza.
–¿Te suena de algo el nombre “Doux”? –dice mientras
deja la copa en una mesa cercana.
Automáticamente todas las células de mi ser saltan en
estado de alerta. ¿Cómo sabe eso? No lo sabe nadie... No
entiendo nada.
–Continúa –digo temblorosa.
Ella coge mi copa y la deja junto a la suya para después
coger mis manos entre las suyas.
–Ayer cuando bajé del avión, una idea me rondaba la
cabeza. Tengo un sexto sentido con las personas, ¿sabes?
La verdad es que en eso tiene razón...
–No suelo equivocarme y le dije a Henry que...
–Espera un momento… ¿Quién es Henry? –la interrumpo.
Me estoy perdiendo nada más empezar.
–¡Oh! Henry trabaja para mí... es como mi voz de la
conciencia, la persona que guía mis pasos y me controla
para que no me suba a las nubes.
Se queda callada mirando mi cara de interrogación.
–Es mi hermano –prosigue.
Recuerdo alguna conversación sobre ella y su hermano
cuando eran pequeños. Me extraña porque siempre he
pensado que Kim era la persona que la guiaba y aconsejaba
en este mundo de la moda, pero parece que Kim no es tan
importante como parecía.
–Henry es mi hermano mayor. Solo confío en él.
Prosigue rápidamente antes de que pueda hacerla alguna
pregunta más sobre Henry.
–El caso es que le pedí que siguiera los pasos de Jorge,
en parte para saber cómo se estaba desarrollando y
preparando la inauguración y en parte por saber más de la
persona con la que voy a tener que trabajar y negociar.
Siento el calor de sus manos que atrapan las mías. Es
una mujer lista a la que le gusta tenerlo todo atado y muy
bien atado. Quisiera hacer muchas preguntas, pero prefiero
esperar y que me cuente todo de una vez.
–Nada más llegar a la habitación y antes de irme a comer
contigo, Henry se fue tras la pista de Jorge. Por lo visto
comió con una organizadora francesa, una tal Mía. Una
mujer muy atractiva, he tenido el gusto de conocerla.
–Mía y él se encargaron ayer de la recepción de los
gerentes de Roma, Italia y Francia –digo.
–Y tú te encargaste de mí.
Sonríe con la mirada perdida.
–Continúa, por favor.
Cada vez estoy más nerviosa, y es que en mi cabeza
empiezo a hacer cábalas sin parar y me empiezo a temer lo
peor.
–Quiero que te lo tomes con calma.
–Eso va a ser difícil, me estoy empezando a preocupar,
Tara.
Ella suspira y toma aire pensando en sus próximas
palabras.
–No fueron a ningún aeropuerto. No recogieron a nadie.
Las tres delegaciones llegaron solas al hotel.
Mis peores miedos comienzan a tomar forma en mi
cerebro y los ojos se me humedecen, pero intento mantener
la compostura. Ella acaricia más suavemente mis manos.
–Jorge alquiló un yate llamado “Doux”.
–Dulce –digo medio hipnotizada.
Ella asiente y comprendo la magnitud de sus palabras. El
muy hijo de puta se fue de paseo con Mía en el yate un día
antes de hacerlo conmigo.
–Sí, para él debió de ser muy dulce.
Su tono ha cambiado, es algo más áspero.
–Se fueron con el yate hacia un acantilado apartado...
–Se la folló. ¡Dilo! –digo indignada.
Mis ojos empiezan a acumular lágrimas.
–Lo siento. Mi intención no es hacerte pasar un mal rato.
–¿Sabes que al día siguiente hizo lo mismo conmigo?
¿Sabes que lo camufló estupendamente? Como si lo hubiera
hecho todo por mí, por pasar un rato juntos dentro de todo
este estrés.
Empiezo a notar que voy a estallar de un momento a
otro. Toda mi rabia empieza a aflorar a través de mi
garganta e intento apaciguar toda la ira conteniéndola en
mi pecho.
–Hay más.
Se queda quieta esperando, no sabe si contármelo o
callarse. Mis ojos se agrandan incrédulos... ¿Se habrá
atrevido?
–Esa misma noche, Jorge se cuela en la habitación de
Mía.
Mis ojos se agrandan. Esa misma noche preparó una cena
especial en la habitación, todo era perfecto, tan perfecto
que acabé acostándome con él, pensando que todo iba a
cambiar... ¡Pero no pudo el muy rastrero tener la polla
quieta ni un puñado de horas! ¡No estaba tomando algo en
el bar del hotel! ¡No estaba nervioso ni podía dormir por la
inauguración! No podía dormir pensando en Mía. Estaba
follándosela en su habitación…
–Por eso el cabrón se quedó dormido nada más llegar a la
habitación... Sí, debería estar agotado –digo sarcástica.
–Lo siento mucho.
Tara suelta mis manos para abrazarme abiertamente sin
reparos.
–¿Algo más, Tara? Por favor, no te dejes nada en el
tintero, necesito saberlo.
Ella me suelta de mala gana.
–Hoy cuando te has estado arreglando en la habitación,
él ha tenido un... cómo llamarlo, encuentro con una chica,
personal del hotel.
Esto es demasiado... no puedo creérmelo. Miro sus ojos y
sé que no me está mintiendo. Ella no gana nada con esto.
Tengo un nudo en la garganta y no puedo tragar ni una gota
de saliva.
–Hace un momento Henry me ha contado su último
escarceo.
–¿Más?
¡¿Cuánto ha pasado?! ¿Dos días? ¿Cuántos polvos ha
echado? ¿Con cuántas mujeres? Y pensar que Marta era la
peor de mis pesadillas. ¡Oh, Marta, me harías un favor si te
lo llevas lejos, muy lejos! Para ti el trofeo completo. ¡Dios,
tengo tantas ganas de gritar hasta quedarme sin voz!
–Ha vuelto a estar con Mía. Esta vez en un almacén del
hotel.
–Sí, claro, tenían que ver un pequeño imprevisto sobre la
subasta.
–Toma aire, estás a punto de explotar, Alba.
Tomo aire a la vez que saco mi móvil de mi bombonera y
rápidamente escribo un mensaje dirigido a Marta mientras
Tara me observa en silencio.
Sin duda, hoy es tu día de suerte. Lo has conseguido,
me retiro. Todo tuyo. Jorge y yo no tenemos futuro juntos.
Que lo disfrutes, Marta. Besos, Alba. 23:52
Don´t said no, no, no, no. No digas que no, no, no,
no.
Just say yeah, yeah, yeah, yeah, Solo di sí, sí, sí, sí,
and we´ll go, go, go, go e iremos, iremos, iremos,
if you are ready, si estás lista,
like I´m ready, como yo estoy listo,
cause it´s a beautiful nigth porque es una noche
hermosa
We´re looking for something estamos buscando algo
tonto dump to do. Hey, baby, que hacer. Eh,
cariño,
I think I wanna marry you. creo que quiero casarme
contigo.
Is it look in your eyes? ¿Es la mirada en tus ojos?
Or is it this dancing juice? ¿O acaso es como bailas?
Who cares baby? ¿A quién le importa cariño?
I think I wanna marry you Creo que quiero casarme
contigo
FIN