02 - Entre Mares - Lena Larson

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Copyright 2024

Titulo original: “ENTRE MARES segunda parte”


Autora: Lena Larson
Diseño de portada y contraportada: Lena Larson
Primera edición: mayo 2024

Obra registrada ante el Registro de la Propiedad Intelectual de Madrid, con


NÚMERO DE ASIENTO REGISTRAL 16 / 2021 / 7457
ISBN:

No se permite, la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación


a un sistema informático, ni su tratamiento en cualquier forma o por cualquier
medio, sea en electrónico, mecánico, por fotocopia, grabación u otros métodos,
sin el permiso previo o por escrito del autor. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.
(art. 270 y siguientes del Código Penal).
BIOGRAFÍA

Lena Larson, nació en Madrid. Enseguida sus padres se dieron cuenta del talento
innato de su hija para el arte. Desde muy pequeña dibuja, diseña y pinta
cuadros al óleo. Hizo sus estudios de administración en Madrid. En 2018 el
destino le concede el privilegio de vivir en Pune (India) durante año y medio
donde vive una experiencia cultural enriquecedora y en 2020 el mismo destino
la lleva a Chicago (EE. UU.). Allí reside durante dos años y donde ha podido
llevar a cabo su sueño de escribir un libro, Entre Mares (parte 1 y 2). En 2023
consigue publicar su primera novela Entre Mares parte 1 cosechando unas
críticas inmejorables. En 2024 publica la continuación de su primera novela
“Entre Mares segunda parte”
En línea con su aptitud por el dibujo, ha publicado dos libros Libro de moda
para colorear e Imaging Make up.

Lena Larson

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www.lenalarson.com
Dedicado a todas y cada una de las personas que
creyeron en mí, en mi trabajo y esfuerzo,
que me abrieron la puerta con mi primera novela
dándole una oportunidad, incluso sin apenas conocerme.

A todos mis lectores que se engancharon


a la narrativa de “Entre Mares” sumergiéndose en un
mundo de emociones, dejándose llevar y atrapar por
sus páginas, que descubrieron que su lectura fue un
auténtico placer y así me lo hicieron saber.

Vuestras palabras de aliento, vuestras críticas constructivas


y vuestras emociones compartidas han sido
toda una inspiración en mi viaje como escritora.
Habéis conseguido inspirarme en nuevos horizontes, nuevos
caminos que explorar e imaginar, nuevas historias que
contar…

Cada uno de vosotros ha hecho posible


que esta aventura tan loca sea inolvidable.
Gracias por acompañarme en este viaje a través
de “Entre Mares”.
Que nuestra aventura literaria continúe.

Lena Larson
ENTRE MARES
SEGUNDA PARTE

Lena Larson
ENTRE MARES
Segunda parte

¡No me lo puedo creer! ¡Otro viaje así no! ¡Arrrg! ¿Por


quééé? Junto a nuestros dos asientos está sentado como por
arte de magia “Don intento dormir, pero me pisan un pie
abro los ojos y veo un culo”. Pongo cara mohína.
–¡¡Juan!!
Mi hermana corre hasta alcanzar los asientos.
–Vaya, ¡qué casualidad!
Juan se levanta y le da dos besos a mi hermana.
–Hola –digo a secas sin acercarme mucho, paso de besos.
Juan se vuelve a sentar y María se sienta a su lado,
dejándome el asiento de la ventanilla.
–Bueno... ¡qué suerte! El viaje se me va a hacer muy
corto. ¡Tenemos que contarnos tanto!
Odio a mi hermana cuando se pone en plan
comunicativa.
–Siento interrumpir, pero como veo que tenéis tanto de
qué hablar, ¿podríais cederme el asiento del pasillo?
–¡Claro que sí, Alba! ¿Verdad, Juan?
Mi hermana se levanta mientras habla pasando al asiento
de la ventanilla mientras Juan la sigue mirándome con cara
de pocos amigos y colocándose en el asiento de en medio.
¡Perfecto! Bueno, hubiera preferido que mi hermana
estuviera en el medio, pero no se puede pedir todo.
Durante el despegue, María, que ha tomado muchas
confianzas con Juan, se agarra a su brazo y este la mira
encantado y con la conversación y la mantita me quedo
dormidita.

Un ruido como de risa me despierta y nada más abrir los


ojos, ahí está, el culo envuelto en un vaquero de Juan. Su
rostro está girado mirándome con cara como de no saber
qué decir.
–Tranquilo, sé lo que se siente –le digo medio dormida y
cierro los ojos, la verdad es que tiene un buen culito. Abro
un poquito los ojos y veo cómo Juan se apresura a salir al
pasillo, cierro rápidamente los ojos. Una mano se posa en
mi hombro.
–Lo siento.
Abro los ojos.
–No te preocupes.
Me vuelvo a dormir.

No sé cómo se las ha arreglado Juan, pero cuando vuelvo


a despertar está ya sentado en su sitio y dormido al igual
que María. Mi madre pasa por el pasillo y se para junto a mí.
–Estás despierta.
–Sí. ¿Cuánto queda?
Mira su reloj.
–Unas tres horas. Vienen las azafatas con comida.
Mi madre se sienta en su asiento y me desperezo. Miro a
Juan. Debe tener un sueño muy profundo y tranquilo porque
respira muy lentamente. Se le ha caído la manta al suelo. La
recojo y se la coloco a la altura de los hombros tapándolo. Ni
se mueve. Espero que se le hayan bajado un poco los
humos.
Cuando terminamos nuestro escueto almuerzo durante el
cual no he pronunciado ni una sola palabra y mis
acompañantes de vuelo no han parado de darle a la lengua,
me doy un paseo por el avión y mis pensamientos se van
volando hasta la isla de Santo Domingo, recordando todos
los momentos vividos ya pasados y se me encoge el
corazón al pensar en lo que me espera a partir de ahora, sin
trabajo y sola. Comienzo a sentir vértigo y decido volver a la
seguridad de mi asiento.
Al pisar la pista de aterrizaje un escalofrío me recorre el
cuerpo y me voy arrastrando hasta el pequeño autocar que
nos llevará a las instalaciones del aeropuerto. Una vez allí y
tras pasar los controles, nos ubicamos junto a la cinta
transportadora para recoger las maletas. Ahora mis padres
y María charlan con Juan como si fuera de la familia.
–¡Ya salen!
Cojo la mía cuando llega a mi altura y por fin Juan se
despide de nosotros no sin antes intercambiar teléfonos con
mi hermana. ¡Dios, qué aburrimiento!

La cama de mi habitación se me antoja desconocida. Me


ha llamado Fer, en unos diez minutos se presentará en casa.
A pesar de decirle que estaba cansada, vendrá. No tengo
ganas de verlo. Necesito estar sola. Rumiar mi pasado y
planear mi futuro. Ni siquiera he subido la maleta, estoy
muy apática. Me quedo mirando el techo, no sé cuánto
tiempo hasta que oigo voces que vienen del piso de abajo.
Siguen un largo rato, de vez en cuando alguna risa y
después silencio. ¿Se habrá ido? Unos pasos que suben la
escalera, bastantes ruidosos, me indican que no. ¡Grrr! Un
toque en la puerta, sé que es él. Tiene una manera única de
llamar.
–Te dije que no vinieras.
La puerta se abre y allí está, con una interminable
sonrisa en la cara, lleva mi maleta y un sobre en la mano.
–Piensas que es fácil librarse de mí... ¿no? Pues no.
Acto seguido cierra la puerta y se tira en plancha
literalmente sobre mí.
–¡¡¡Ferrr!!! Casi no puedo respirar.
–Sonríe, ¡vamos!
Cojo el poco aire que me deja el peso de su cuerpo.
–No me hace ninguna gracia.
–Pues pasemos al plan B.
Una lluvia de cosquillas cae sobre mis costados y no
puedo dejar de reír, me falta el aire, pero las pocas fuerzas
que tengo las gasto en tirar a Fer de la cama.
–¡Guau! ¡Qué fuerza!
–¿Te has hecho daño?
¡Ay, pobre, ha sonado a hueso duro!
Fer se lleva ambas manos a la cabeza. ¡Dios, se ha dado
en la cabeza! Me coloco junto a él en la alfombra y
comienzo a acariciarle el pelo.
–Lo siento.
Sin decir palabra, Fer levanta su mano derecha. En ella
está el sobre que he visto al entrar un poco arrugado. Lo
cojo. El membrete es de Diro Design. Lo abro con manos
temblorosas y comienzo a leer para mí. Fer me mira serio,
esperando pacientemente.
–¿Buenas noticias?
Le miro atónita.
–¡Me han cogido para el puesto! Tengo que presentarme
el lunes, a las ocho de la mañana.
–Buenas noticias. Estoy libre el lunes, te llevo.
Me dejo caer en la alfombra, la cabeza me da vueltas.
¿No querías planear tu futuro? Me digo, pues aquí lo tienes.
Fernando se recuesta junto a mí apoyado en su codo
izquierdo.
–Es tu oportunidad de empezar de cero y olvidar.
Por lo visto mi familia se ha encargado de ponerle al día
de todo. No han perdido el tiempo.
–Tienes razón, pero todo va tan deprisa que me da miedo
caerme.
–No seas tonta. Ponte tus mejores galas y la mejor de tus
sonrisas. Esto solo acaba de empezar.
A las ocho menos cinco, Fernando que no ha parado de
hablar en todo el trayecto, para junto al edificio de Diro
Design.
–Vamos, nena, a por todas –me dice con una mirada llena
de emoción.
Le miro alucinada y con los ojos a punto de llorar, me ha
llamado nena... como lo hacía Jesús.
–Vamos... ¡Alba! Mírate, estás impresionante, eres una
mujer única. Puedes con esto y mucho más. Créeme, sé de
lo que hablo.
Parpadeo y varias lágrimas caen rodando. Sé a lo que se
refiere. Él tuvo que renunciar a mí y pese a eso, ha estado
siempre a mi lado, ayudándome sin rencores, viéndome
cada día y sabiendo que jamás me tendría. Me acerco y
beso su mejilla. Él cierra los ojos.
–¿Estoy bien?
Bajo el parasol del parabrisas y retoco mi maquillaje en el
diminuto espejo.
–Estás tan guapa como siempre.
Le sonrío antes de bajarme del coche.
–Te espero aquí en... pongamos veinte minutos.
–Perfecto, y gracias, Fer.
Me giro y oigo cómo el coche arranca tras de mí.

La cara de Marta Salas lo dice todo. Por alguna razón que


desconozco me odia a muerte. Me mira de arriba abajo con
desprecio y empiezo a pensar que la ropa que llevo no es la
adecuada. Me he puesto una chaqueta negra entallada, una
blusa rosa palo holgada con escote en uve, unos pantalones
negros con caída y unos zapatos de salón de charol negros
altísimos. El pelo me lo he recogido en una coleta de caballo
alta. La verdad es que con el bronceado que he cogido me
queda perfecto.
–Acompáñame.
¡Vaya! Ni siquiera buenos días, qué maleducada. La sigo
a través del pasillo que se abre a varios despachos
totalmente acristalados. En el último de la izquierda está el
señor Martínez hablando por teléfono. Marta abre la puerta
de cristal y paso. Jorge me indica con la mano que me
siente y sin hacer ruido me deslizo en la silla de cuero color
crema que hay frente a su mesa de cristal. Marta cierra la
puerta y puedo ver cómo pasa por delante de tres
despachos hasta el último en el cual entra y se sienta a
trabajar. ¡Aquí hay poca intimidad! Desde aquí el señor
Martínez puede ver qué hacen todos los demás y viceversa,
claro.
–Sí, Roberto... el lunes lo vemos. Hasta el lunes.
Jorge cuelga y me mira expectante. Puedo percibir cómo
recorre mi cuello hasta llegar a la coleta. No me quita ojo.
Me quedo mirándolo y el silencio me hace sentir incómoda,
¿por qué no habla?
–Buenos días –digo.
–Buenos días, Alba.
Parece que se va a tomar su tiempo y noto cómo me voy
poniendo nerviosa por momentos.
–Bien... –dice por fin ojeando unos papeles sobre su mesa
–. Te he hecho venir, porque creo que tienes muchas
aptitudes.
–Gracias.
–Pero, no para el puesto de encargada –sentencia y me
mira como el primer día, intentando leer mi mente.
–No entiendo.
Se recuesta sobre el respaldo de su lujosa silla de cuero.
–Creo que encajarías mejor aquí.
No tengo ni idea de lo que se propone y cruzo las
piernas, incómoda, esperando que continúe con lo que
parece un juego para él.
–Hay un puesto vacante de secretaria de dirección.
Se inclina y apoya los codos en la mesa.
–Suena bien.
Intento ser cauta.
–Se trata de llevar la agenda y todo lo referente al
gerente administrativo dándole apoyo en todo lo que
necesite. Contrato indefinido. La jornada sería partida, de
nueve a dos y de cuatro a siete, aunque si quedan cosas
pendientes deben quedarse terminadas. Tendrías derecho a
una plaza de aparcamiento en el edificio, apoyo de los
demás departamentos y excepcionalmente viajarías
acompañando al gerente si así fuera necesario en sus
diversas reuniones. El sueldo bruto sería de 3000 euros al
mes, catorce pagas, dietas en los viajes y cheques comida.
Me quedo alucinada, el resumen ha sido claro y preciso,
ni una palabra de más ni una palabra de menos, pero
intento que mi cara no exprese emoción alguna. Cuando
termina su retahíla, hace una pausa.
–¿Alguna duda?
–¿Quién es el gerente administrativo?
Jorge se recuesta en su asiento giratorio y se mece antes
de contestar.
–Yo.
Respiro hondo, esto sí que no me lo esperaba. No sé, me
hace dudar.
–¿Te parece bien?
Trago saliva.
–Claro.
Se levanta de su silla y rodea la mesa.
–Entonces, empezamos mañana –sentencia con voz
clara.
–¿Mañana?
Esto va demasiado rápido para mí.
–¿Tienes algo más importante que hacer? –me dice muy
serio y con los brazos cruzados sobre el pecho.
–No, claro.
–Bien, te espero aquí a la misma hora de hoy para firmar
el contrato.
Pulsa una tecla de su teléfono de mesa.
–Marta, ten preparado para mañana a primera hora el
contrato de la señorita Galán.
No puedo evitar mirar a través de los cristales y ver la
cara de odio de Marta, que no se corta un pelo y empiezo a
pensar que los 3000 euros pueden quedarse cortos si tengo
que soportarla. Ya tengo bastante con lo mío. Me levanto y
voy hacia la puerta seguida del señor Martínez.
–Hasta mañana.
–Sí. Aquí estaré.

–Me parece un poco raro. ¿No creéis?


Mi madre va y viene por la cocina terminando de
preparar la cena, parece que este va a ser el tema estrella
de conversación de la noche de hoy. ¡Arrrg!
–No empieces con tus historias, es una buena
oportunidad.
Mi padre ya ha empezado a picar de la ensalada que hay
en el centro de la mesa.
–No pasa nada por probar, mamá –digo mientras me
levanto para terminar de poner la mesa.
–¡Exacto! Además, le dará experiencia en un terreno que
desconoce y le abrirá nuevas puertas.
Mi padre sigue comiendo mientras habla.
–Sí... pero, no sé. Mi instinto me dice que ese tal Martínez
quiere algo más. Y si no, tiempo al tiempo.
Se gira para mirarnos con su mirada de madre en
posesión de la absoluta verdad.
–¿Quieres dejar de comer y esperar a que nos sentemos
todos?
Mi padre traga todo lo que tenía en la boca y la mira con
expresión de niño bueno. Le sonrío mientras termino de
colocar las servilletas y me siento a la vez que María baja
para cenar con nosotros.
–¿De qué habláis? –pregunta.
–Del nuevo trabajo de Alba.
–Sí, me lo ha comentado por teléfono.
Coge la ensaladera y se sirve.
–Creo que es un poco extraño, ya se lo he dicho.
¿Ensalada? –nos pregunta con aire desenvuelto.
–Sí, gracias. Eso mismo me parece a mí.
Mi madre coge la ensaladera y se sirve.
–No seáis paranoicas. ¿Me pasas la ensalada, cariño?
Mi padre espera pacientemente a que mi madre se sirva.
–No somos paranoicas –se defiende mi hermana.
La ensaladera pasa de las manos de mi madre a las de
mi padre.
–Es una oportunidad. Si no le gusta o está mal, siempre
se puede ir. Toma, Alba.
Cojo la ensaladera y me sirvo en el plato con un poco de
mala leche. ¿Qué les pasa? Es solo un trabajo.
–Sinceramente, Alba, si tú vas a hacer una entrevista
para un determinado puesto, lo último es que te ofrezcan
otro mucho mejor a no ser que haya gato encerrado.
Gracias, hermanita, por colaborar en la tranquilidad de
esta familia con tus comentarios.
–Ese hombre...
Mi madre se queda pensativa.
–El Sr. Martínez –puntualiza María.
–Sí, como se llame, creo que le has gustado por algo, y
por eso te ha ofrecido que seas su secretaria.
Esto está pasando de castaño oscuro. Se acabó.
–¿No crees que nuestra hija vale para ese puesto?
Mi padre ha levantado la voz y eso no es común en esta
casa.
–Pues claro que sí, para ese puesto y cualquier otro.
–Pues yo estoy de acuerdo con mamá...
Ya no puedo más. Esto hay que cortarlo de raíz. Lo siento,
pero… ¡allá voy!
–¡Parad ya!
Repaso con la mirada alucinada la cara de los tres.
–Eso ya no es discutible, porque ya he aceptado el
trabajo. Así que, si no os importa, ¿podríamos hablar de otra
cosa?
–Hija, solo intentamos ayudarte.
–Da igual. Se me ha quitado el apetito.
Me levanto de la mesa y salgo por la puerta rumbo a mi
habitación.
–Por qué no estarás calladita...
Escucho a lo lejos la voz de mi padre. En el fondo sé que
tienen razón. A mí también me pareció raro, pero ¿qué
puedo hacer? ¿Rechazar el trabajo y quedarme todo el día
en casa pensando en Jesús? ¿Pasarme las horas llorando y
compadeciéndome a mí misma esperando que algún día me
llame? No pienso hacer eso. Necesito actividad. Necesito
tener la mente ocupada, aunque sea en el señor Martínez o
en la maldita Marta Salas.

Mi primer día de trabajo no estuvo del todo mal. La


verdad es que se me pasó volando, primero la firma del
contrato, conocer las instalaciones, los compañeros, mi
despacho justo al lado del de Jorge, que así es como me ha
dicho que le llame a partir de ahora y el cual se ha portado
muy bien conmigo, ha sido amable, simpático y la verdad
no parece el lobo que me pareció el primer día. Es un
hombre muy elegante que sabe perfectamente lo que
quiere y eso me gusta, puedo aprender mucho de él. Los
compañeros también muy majos. La chica de recepción me
cae fenomenal y creo que es recíproco. También hay gente
del departamento de compras muy interesante. En general
muy buen ambiente a excepción, claro, de Marta Salas. Por
lo que veo, va a ser mi piedra en el zapato. He tenido un
primer contacto con los archivos de mi ordenador, los
correos electrónicos, la agenda, los diferentes contactos que
tratan con Jorge... etc.
A la hora de la comida Jorge ha acaparado todo mi
tiempo explicándome un asunto que tiene que resolver y
que requiere mi intervención. Por lo visto van a llegar la
semana que viene dos representantes de una marca inglesa
de ropa y tengo que hacer toda la logística. Buscar hotel,
reservar restaurantes, que una persona los recoja en el
aeropuerto, planning de reuniones... etc. Así que mi trabajo
en la empresa Diro Design despega.

En casa parece que los ánimos están más calmados


después de mi primera semana en Diro Design. Estoy
bastante ocupada y los días se me pasan volando, ¡gracias
a Dios! Lo peor son las tardes y las noches. No paro de mirar
el móvil y ver que Jesús sigue en silencio. Miro las fotos, me
pongo el vídeo de nuestra aventura con los delfines y me
hincho a llorar un rato hasta que me quedo dormida.

–¡Alba! ¿Puedes venir a mi despacho?


La voz de Jorge a través del interfono me asalta y pego
un brinco. Estaba completamente concentrada en el informe
que me acaba de pedir Jorge, pero por lo visto, tiene más
cosas para mí. ¡Arrrg! Entro en su luminoso despacho y
cierro la puerta tras de mí.
–Siéntate, por favor.
Noto un tono ligeramente tirante. ¿Qué pasará? Me
siento con un ligero martilleo en la cabeza que hace que
esté completamente alerta.
–¿Querías algo?
–Sí.
Cruza los brazos sobre su corbata azul marina de seda,
mala señal.
–Esta mañana me ha llamado el director de City Shoes.
–Sí, llegaba a Madrid a las once.
Miro mi reloj de pulsera. ¡Mierda, es la una menos cinco!
–La reunión era a las doce y media. –Noto cómo su
mirada me traspasa.
–Lo sé. ¿Ha pasado algo con el vuelo? –pregunto sin
entender nada.
Descruza los brazos.
–No. El vuelo ha llegado bien.
Me empiezo a poner roja, puedo notar perfectamente el
calor en mis mejillas.
–El problema es que nadie ha ido a recogerlo como
quedamos con él. Después de esperar un largo rato, me ha
llamado a mi teléfono personal y se ha tenido que coger un
taxi.
–No puede ser... ayer mismo hablé con Santi, le di todas
las indicaciones, número de vuelo, hora de llegada... todo.
–Acabo de hablar con Santi. Me ha dicho que así fue, pero
que luego le enviaste un correo electrónico anulándolo todo.
Mi cerebro vuela y mi mirada atraviesa las cristaleras
hasta Marta, la cual me mira con una sonrisa completa.
¡Será cabrona! Ha sido ella. ¿Pero cómo habrá abierto mi
ordenador? No tengo ni idea, pero sé que lo ha hecho. Yo no
he enviado ese correo.
–Alba, no sé por qué lo anulaste, pero debes saber que
nuestra empresa no trata así a nuestros proveedores. La
relación con los proveedores son la clave de esta empresa,
casi o más importantes que los clientes, sin ellos, no habría
clientes. ¿Entiendes?
Su tono es duro, sin levantar la voz, serio y contenido.
–Lo siento. No volverá a ocurrir.
No me queda otra que disculparme. Sé que acusar a
Marta sin pruebas va a ser inútil. Así que no desperdicio
fuerzas en acusaciones perdidas.
–Eso espero. He apostado fuerte por ti. No me falles.
Me levanto antes de que Jorge dé por terminada la
conversación, tengo que salir ya de este despacho.
–Tranquilo, no volverá a ocurrir.
Me doy la vuelta y salgo pasando por delante del
despacho de Marta. Está hablando por teléfono y se ríe a
carcajadas mientras me mira de reojo. ¡No tengo palabras!
Me voy derechita al departamento informático que está dos
plantas por debajo de la nuestra. Es una sala amplia diáfana
sin despachos, con varios centros de mesas donde los
informáticos trabajan plácidamente sin los agobios de estar
junto al gerente. Busco con la mirada a José. No está en su
mesa. Camino saludando a los presentes, al final, junto a las
fotocopiadoras, le localizo y me dirijo a grandes zancadas
de taconazo hasta él.
–José.
–¡Alba! Me has asustado.
–Te necesito –digo en voz alta.
–¡Vaya! Voy a ser la envidia del departamento.
Es un hombre bajito de unos treinta años, con el pelo
rubio que siempre lleva alborotado y con gafas modernas.
Siempre viste un poco desaliñado, pero es una de las
personas más eficaces que he conocido en esta empresa.
–No estoy para bromas.
Le cojo del brazo y le llevo hacia la máquina de café que
ahora está sola.
–¿Te pasa algo?
–Por supuesto que me pasa.
Intento moderar el tono, no quiero que nadie se entere
de esto. Me mira asombrado.
–Dime qué es, ¿algo relacionado con la informática?
¡Dios, qué cruz! Respiro hondo antes de preguntarle.
–¿Puede alguien entrar en un ordenador sin conocer la
clave de acceso?
–¿Han entrado en tu ordenador?
–¡Sssss! –le chisto inmediatamente –. Por favor. Esto es
totalmente confidencial.
Veo cómo parpadea varias veces seguidas tras los
cristales de sus gafas fashion.
–En teoría, no. Solamente cuatro personas de mi
departamento tienen las claves de todos los ordenadores y
una de esas personas soy yo.
–Ja, ja, ja, qué chistoso eres, José...
Disimulo mientras pasa por nuestro lado una mujer que
no conozco. José sonríe siguiéndome el rollo.
–¿Qué es lo que ha pasado? –me pregunta nervioso una
vez que nos quedamos solos.
–Alguien me ha hecho una zancadilla en toda regla. Entró
en mi ordenador y envió un correo en mi nombre cambiando
una orden mía. Y te puedes imaginar quién se ha llevado la
bronca.
–¿Ha sido Marta?
Alucino.
–¡Yo no he dicho eso!
–No hace falta.
¡Arrrg! ¡Por qué soy tan previsible! A veces me gustaría
ser un poco misteriosa, ¡pues nada!
–Eso ahora da igual.
–No te creas. Ten cuidado, es una arpía.
Se pone la mano en la boca como si estuviera pensando
algo.
–… ¿No te habrás dejado algún día el ordenador
encendido?
–No –contesto sistemáticamente, sé a dónde quiere
llegar, pero yo no he cometido un error tan evidente.
–Quizás haya podido ver tu contraseña cuando abres el
ordenador, ya sabes, las paredes son de cristal.
–José, hay dos despachos de separación entre nosotras.
¿Me está tomando el pelo?
–Creo que tienes alguien en tu departamento que se lleva
muy bien con Marta.
Se quita las gafas de cuajo y me mira con ojos
penetrantes.
–Eso es imposible. Aquí todos la odian.
–¡Abre los ojos! Quiero que cambies mi contraseña.
–Está bien. En cuanto tenga la nueva te lo haré saber.
Giro sobre mis tacones y salgo a toda prisa. Cuando llego
a mi planta me paro en recepción.
–¡Esther!
Esther levanta la mirada de su pantalla de ordenador y se
quita la diadema micrófono que lleva para hablar por
teléfono.
–¿Comemos hoy? Tengo que contarte algo.
–¡Claro!
La dejo con cara de interrogación y salgo pitando, pero al
llegar al pasillo controlo el paso y camino elegantemente,
paso por delante del despacho de Marta sin mirarla. Me fijo
que el despacho de Jorge está vacío. Debe de haber llegado
ya el director de City Shoes. Cojo el auricular del teléfono y
marco la extensión de Santi.
–¡Santi! Hola, soy Alba, ¿qué tal?... no, solo quería que a
partir de ahora cuando te envíe un correo me llames y lo
confirmes conmigo personalmente. No, tranquilo... todo está
bien, es solo para evitar malentendidos. Bien, gracias.
Cuelgo. Por aquí cubierta. Decido enviar un correo con las
personas de los departamentos que más trabajo
indicándoles lo mismo que acabo de comunicar a Santi.
Ahora mucho mejor. Si piensa que voy a quedarme de
brazos cruzados va lista la muy arpía.
A la hora de la comida salgo disparada de mi despacho.
Jorge no me ha dado mucho la lata, cuando está con
proveedores es como si no existiera y he podido terminar el
informe que necesita para la reunión de esta tarde.
Esther me está esperando en la puerta.
–¿Nos vamos? –le pregunto mientras me dirijo hacia ella.
–Ya estás tardando –me contesta sonriente.
En un santiamén nos sentamos en la mesa que nos indica
el camarero del restaurante de enfrente de nuestro edificio.
Es un restaurante familiar, no muy grande y cuyo menú es
de los mejores de la zona.
–Vamos a ver, ¿qué es eso tan importante que tenías que
contarme?
Esther me mira por encima de la carta de comidas con
mirada impaciente. Tiene unos ojos de esos que no sabes
de qué color son, si son verdes o marrones o grises...
–Esto no quiero que lo sepa nadie, por favor. Confío en ti.
–De acuerdo. Una cosa entre tú y yo –aclara sin
pestañear.
–Eso es.
Miro la carta y enseguida me decido por lo que comer
hoy.
–Y... –me dice expectante.
–Se trata de Marta.
–Puf, malo, malo.
El camarero se acerca para tomarnos nota.
–Tomaré de primero revuelto de setas –le digo.
–Y yo –apunta Esther.
–De segundo tomaré... –dudo un momento– la merluza
con guarnición.
–Yo también.
La miro sonriendo. Cuando el camarero se va, arranco de
nuevo.
–Ayer envié un correo electrónico a Santi para que
recogiera al director de City Shoes. ¡Y no ha ido! Me ha
caído mi primera bronca. Imagínate, el director esperando
solo en el aeropuerto, la reunión retrasada...
–¿Y por qué no ha ido? ¿Qué tiene que ver Marta en eso?
Me callo porque veo llegar al camarero con los primeros
platos. Aquí viene a comer habitualmente gente de la
oficina y hasta los camareros son potenciales difusores de
noticias, ya que se llevan muy bien con los trabajadores de
Diro Design.
–Santi dice que después le envié un correo electrónico
cancelándolo todo.
–¡Marta! –dice asustada pero bajito.
–Sí. No ha dejado de mirarme sonriendo toda la mañana.
–El caso es que hoy estaba de buen humor –dice
haciendo memoria y atando hilos.
–¡Ah, ja! ¡Ahí lo tienes! Está disfrutando como una mona
con esto.
Terminamos el primer plato y el camarero nos sirve la
merluza.
–¡Qué buena pinta!
–Está buenísima –confirma Esther con un bocado en la
boca.
–Tengo que demostrar que ha sido ella.
–Eso es muy difícil. No eres la primera que despiden por
su culpa.
–¿Qué?
Dejo el tenedor en la mesa. No me lo puedo creer.
–¿Y todo el mundo lo sabe y no se hace nada?
–Marta tuvo un lío con Jorge.
–¡Quéé!
Estoy alucinando en colores.
–Hace año y medio, aproximadamente. Ella sigue
enamorada de él. Y cualquier mujer que se interpone en su
camino de reconquista de Jorge, cae.
–Pero yo no he hecho nada de nada con él.
Esther niega con la cabeza.
–Eso da igual. Jorge se dedica a contratar a chicas
guapas. Él pasa de ella.
–No me lo puedo creer.
–¡Mírate! Eres una mujer muy atractiva.
–Creo que soy algo más que una cara bonita.
La rabia me corre por las venas. Lo puedo notar.
–Perdona, no quería ofenderte. Era para que entiendas
las circunstancias, el porqué de todo esto.
–Tranquila. Lo entiendo.
–Aunque seas una gran profesional, Marta se encargará
de que parezcas una absoluta y ridícula incompetente.
Me quedo mirándola con cara de pocos amigos.
–Eso está aún por ver.
Noto que se me está hinchando la vena de la frente.
–Lo único que puedo decirte, es que ella nunca pierde. He
visto pasar a muchas, Alba. Si necesitas mi ayuda, ya sabes.
Aquí estoy.
Sus palabras me llegan al alma.
–Gracias, eres una gran compañera y amiga.
Un bip suena en mi teléfono. Lo tengo encima de la
mesa, así que me disculpo y lo ojeo mientras el camarero
toma nota de los postres. ¡Es un mensaje de Elena!

Hola guapa. ¿Cómo estás? Espero que bien. Me gustaría hablar


contigo. Tengo un montón de cosas que contarte. Mi vida ha dado un
giro en estos diez últimos días. Ya estoy trabajando con Mauro en el
proyecto del colegio. ¡Estoy entusiasmada! Y todo gracias a ti. Paso
tanto tiempo en el hotel que al final Mauro me cedió una habitación.
Ahora le veo todos los días. Es como un sueño, aunque él me ve solo
como una trabajadora más. Por favor, llámame cuando puedas y
hablamos. 15:10

¡Parece que esto marcha! Por fin una buena noticia.


Decido contestarle.

Hola, Elena me alegro un montón por ti. Ahora me pillas Un poco


mal, pero te llamaré en cuanto pueda. Besos. 15:11

Miro el plato del postre que el camarero ha dejado


enfrente de mí.
–¿Tarta de chocolate?
Debo controlar los dulces.
–El chocolate es genial para reponerse de los malos
momentos –argumenta Esther con una pícara mirada que
me hace reír y eso me gusta, demasiado llanto
últimamente.
Me siento como un globo cuando se desinfla. Creo que el
chocolate me está haciendo efecto rebote. La reunión de la
tarde ya ha empezado y no tengo ganas de nada. Marta ha
salido a tomarse un café, así que puedo relajarme un poco.
Necesito noticias de Santo Domingo, por lo que decido
llamar a Elena nada más llegue a casa. Mi mente comienza
a divagar, las imágenes de Jesús, la primera vez que entró
en mi habitación del hotel, allí tirado en la cama con la línea
de vello de su ombligo, lo que me produce una doble
reacción, un cosquilleo en el bajo vientre y que varias
lágrimas caigan sobre mi informe. Rechazo rápidamente
esas imágenes e intento limpiarme las lágrimas sin
estropear mi maquillaje, si viene Marta y me ve así, sabrá
que tengo un punto débil y eso no me lo puedo permitir. El
pitido del interfono me asusta de nuevo. ¡Dios! Nunca me
acostumbraré a él. Hora de acercar el informe a la reunión.
Bien, me voy corriendo al baño con el informe en la mano,
peino un poco la melena suelta, estiro mi falda de tubo
negra, compruebo que no tenga ningún botón
desabrochado de la camisa de vestir de tela vaquera, ¡están
abrochados todos de arriba abajo! ¡Perfecto!, porque me
queda estrecha y por último coloco bien la gruesa cadena
de plata que llevo por encima del cuello de la camisa.
¡Genial! Ni siquiera se nota que haya llorado. Cuando llego a
la sala de reuniones, toco la puerta y entro.
–¡Ah! Por fin, Alba.
Jorge se levanta y se dirige hacia mí. En la sala hay una
mesa grande ovalada de reuniones y a un lado una pantalla
enorme de televisión. Cinco hombres trajeados nos miran
atentos. ¡Madre mía, qué corte! Bueno, entrego el informe y
me piro.
–El informe.
Extiendo mi brazo hacia él con la carpeta en la mano,
pero no hace ademán de cogerlo.
–¡Ah, perfecto!
Se dirige a la silla que preside la mesa de reuniones.
–Cuando quieras, por favor, Alba, estamos deseando
escuchar tu presentación.
¡No puede estar hablando en serio! Esto no entraba en
los planes. ¿De qué va? ¿Pretende ponerme a prueba? ¡Será
cabrón! ¡Dios, qué hago! Los miro a todos hasta que me
quedo con la cara de Jorge. Sí, está disfrutando con esto,
puedo verlo en sus ojos. Esto no me lo vuelve a hacer como
me llamo Alba.
Doy varios pasos hasta posicionarme delante de todos
junto a la mesa de reuniones, despliego la carpeta sobre la
mesa y ojeo la primera hoja. Me sé el informe de memoria,
¡no será tan difícil! Carraspeo. ¡Vamos, Alba, que se note
que te lo has currado! ¡Dios!
–Buenas tardes, soy Alba Galán y les voy a presentar el
informe de evaluación de la marca City Shoes.
Todos me devuelven el saludo y se quedan expectantes.
–Desde que Diro Design comienza a vender la marca en
sus lujosas tiendas en 2016, los zapatos han tenido una
buena acogida por nuestros clientes durante estos seis
años. Las distintas colecciones se han vendido de manera
óptima. En su primer año y teniendo en cuenta que eran
desconocidos en el mercado español se vendió el 84 % de la
mercancía en temporada y el resto en rebajas. A partir del
año 2017 las ventas tienen un aumento significativo
llegando a venderse el 100 % del género tanto en las
colecciones de otoño-invierno como en primavera-verano.
Durante los años 2018 y 2019 y pese al repunte de la crisis
económica que atraviesa España, las colecciones se
vendieron en un 90 % en temporada y el resto, el 10 %
durante la campaña de rebajas.
Hago una pausa y los hombres me miran y a la vez
anotan los datos en sus tablets. La cara de Jorge es seria.
¡No sé si le está gustando! ¿Lo estaré haciendo bien? Ni
siquiera ha leído el informe. No hemos tenido tiempo de
repasarlo juntos.
–Sin embargo, hay que reseñar que durante el año 2020
comienza a percibirse un cambio de tónica debido a la
pandemia. Las ventas descienden para este año
quedándose en un 35 % en temporada y un 18 % en
rebajas. Y esta tendencia continúa durante el 2021
vendiéndose el 32 % en temporada y el 22 % en rebajas
quedando un stock del 56 % en almacenes.
–Bien, Alba.
Jorge me mira directamente a los ojos mientras me
habla, sigue serio.
–Eso en cuanto a ventas.
–Exacto –digo profesional.
–También nos interesa saber la evolución de la marca en
cuanto a calidad, diseño, materiales... etc.
–¡Claro!
¡Arrrg! Menos mal que el informe está correcto. Paso la
página y continúo.
–En cuanto a los materiales, son excelentes, pieles de
alta calidad y tintes inmejorables. Gran elasticidad y dureza
media que proporcionan que los zapatos y botas sean de
una comodidad alta. Esta calidad se ha mantenido en el
tiempo. En cuanto a los diseños, se trabajan dos líneas
claras. Una innovadora con la última tendencia y otra más
conservadora y elegante. Con ambas se llega a abarcar a un
gran público. Mujeres urbanitas entre veintidós y cuarenta
años, víctimas de las últimas tendencias y mujeres entre
cuarenta y cincuenta años que aprecian el diseño
imperecedero y la elegancia, ante todo.
–En este punto y tal y como hablamos por teléfono me
gustaría hacer hincapié en la necesidad de abarcar otro tipo
de calzado. Otra línea que City Shoes no nos proporciona y
es la del calzado cómodo y de sport.
Jorge se dirige a sus interlocutores.
–En estos momentos, se está estudiando esa posibilidad,
aunque no puedo confirmarte nada aún –contesta el hombre
mayor y calvo con marcado acento inglés, que queda a mi
derecha.
–Sin embargo, como te avanzamos en nuestra reunión
anterior, la marca ha lanzado y está ya preparada para la
campaña de primavera-verano, una nueva colección de
bolsos.
Habla el hombre que se encuentra junto a Jorge. Es un
hombre joven, elegantemente vestido y repeinado. Su
acento no es tan marcado.
–¡Vaya! Eso sí que es una sorpresa. Os habéis adelantado
una temporada, se supone que la lanzabais para otoño-
invierno del 2023.
Jorge está encantado.
–Hemos mejorado la producción y aunque se ha hecho
contrarreloj, lo hemos conseguido. Incluso te hemos traído
un catálogo. Eres el primero que lo tiene.
El hombre elegante saca un catálogo de su maletín y se
lo tiende a Jorge.
–Disculpad, siento interrumpir...
Jorge me mira atónito y creo que los demás también, solo
que no me atrevo a mirarlos.
–La exposición del informe ya ha terminado, así que si no
necesitan nada más... –digo y hago ademán de recoger el
informe y salir pitando.
–Alba, por favor.
Jorge se levanta y acerca una silla a la suya.
–Una opinión femenina no me vendría mal.
Está haciendo teatro, no le hace falta una opinión
femenina, ¡sabe de sobra que se va a llevar en el 2023,
2024 y me atrevería a decir incluso en el 2050!, además
dispone de un batallón en el departamento de compras que
le asesoran de estas cosas. Me quedo parada, debe de ser
ya mi hora de salida, miro a Jorge que agarra la silla por el
respaldo esperando a que me siente en ella.
–¡Claro, cómo no!
Jorge sonríe al momento y me siento en la silla mientras
él me la arrima educadamente. Estas son las horas extras
que me esperan... Jorge se sienta a mi lado y despliega el
catálogo poniéndolo de tal manera que ambos podemos
verlo por lo que inclina su hombro hacia el mío.
–Al igual que los zapatos, llevamos dos líneas, la urbana y
rompedora y la elegante. Estos bolsos, por supuesto, se
podrán combinar perfectamente con la colección primavera-
verano.
Los ojeo, ¡son preciosos! ¡Dios, me encantan todos!
–Alba.
Jorge me mira esperando mi opinión. ¿Debo ser sincera o
hacerme un poco la dura? No tengo ni idea de cómo va
esto. De todas formas, decido ser sincera.
–Son impresionantes. El diseño, la línea depurada y
elegante y los colores, ¡me encantan!
El hombre elegante me sonríe de oreja a oreja satisfecho.
–Este año, el bolso por excelencia son las carteras de
mano. Triunfan los estampados en los bolsos combinados
con lisos flúor y apliques dorados en las esquinas y asas de
cadena. Por supuesto la línea elegante recoge esta
tendencia, pero en forma de bolsos maxi y el eterno bolso
bowling y como novedad en cuanto a forma, el bolso
“doctor”.
–Me encanta el bolso “doctor” –digo alucinada.
La verdad es que los bolsos y los zapatos son mi
debilidad.
–Sí, es una novedad interesante –reseña Jorge.
–Bueno –dice cerrando el catálogo rápidamente–.
Estudiaremos con el departamento de compras todas estas
novedades y os podremos comunicar algo para finales de la
semana que viene.
–A principios de la semana que viene recibiréis como
cada temporada el catálogo en pdf primavera-verano tanto
de zapatos como de bolsos.
–Perfecto.
Todos se ponen en pie incluida yo y vamos hacia la
puerta. La abro y dejo que todos salgan, al pasar el hombre
elegante me guiña un ojo, ¡vaya! Cuando llega Jorge me
cede el paso y salgo delante de él. Los acompañamos hasta
la puerta y puedo percatarme que ya no hay nadie en la
oficina, tampoco está Esther, ni la arpía de Marta y me doy
cuenta de que ha tenido mucho tiempo para poder entrar
en mi despacho y hacer lo que le diera la gana sin que
nadie la viera. Tengo que mirar antes de irme. Finalmente
nos despedimos de todos con un apretón de manos y Jorge
confirma que nuestro chófer los recogerá mañana a las
nueve de la mañana para acercarles al aeropuerto, lo que
me dice que debo enviarle un correo a Santi sin perder ni un
minuto. Nada más salir todos, salgo pitando hacia mi
despacho. Me siento en mi mesa y comienzo a escribir el
correo para Santi indicándole todos los datos. Al final le
escribo que mañana a primera hora confirme este correo
conmigo personalmente. Miro el reloj, son las ocho y cuarto.
¡Qué tarde!
–¡Has estado increíble!
Jorge está en el umbral de la puerta de mi despacho.
–No sabía si lo estaba haciendo bien.
Jorge pasa y se sienta frente a mi mesa.
–¿Que no lo sabías? Estás de broma.
Le sonrío nerviosamente, bueno, pues si él lo dice, él es
el jefe.
–Sabía que podía apostar por ti desde el primer momento
en que te vi.
Miro mi reloj de pulsera disimuladamente, ¡espero que
termine ya! A ver... me encanta lo que me está diciendo, es
halagador, y parece que no se acuerda ya para nada de mi
“error” anterior, pero es muy tarde y ahora tengo que coger
el metro y un autobús hasta casa. ¡Tardaré una hora y
media!
–¡Oh! Perdona, es tarde. No me había dado cuenta.
¿Quieres que te acerque a casa? Me he fijado que no ocupas
la plaza de aparcamiento que te asigné.
–¡Bueno...!
¡Mierda! Se ha dado cuenta.
–Es que no tengo coche aún.
–¿Vienes todos los días en transporte público?
–Pues, sí, qué remedio.
–Bueno, no puedo dejar que te vayas a estas horas sola.
–Te lo agradezco, pero no hace falta.
¡Qué mentirosa soy! ¡Estoy deseando que me lleve!
–Vamos, Alba. ¿Dónde vives?
–Un poco en las afueras.
–¿Donde? –me dice pacientemente.
–En Villanueva de la Cañada.
–¿En Villanueva de la Cañada?
–Sí.
¡Madre mía, ya no me lleva! Eso me pasa por hacerme la
dura.
–Eso está muy lejos de aquí, no puedes irte sola. Ahora
con más razón.
¡Puf! Menos mal.
–Gracias.
Jorge tiene un Lamborghini Urus, en color negro, último
modelo con todos los extras. Tengo que reconocer que me
encanta. Salimos del parking y comienza a callejear por
Madrid.
–Bueno, yo tengo un poco de hambre, ¿picamos algo?
–No, de verdad, gracias.
No, si ahora me tendré que ir con él a cenar.
–Tienes que cenar de todas formas, ¿no?
Le miro, pero él observa el tráfico como si no pasara
nada.
–Sí, tengo que cenar. Saltarte una comida engorda.
¿Por qué estoy siendo simpática con él? ¡Qué haces,
Alba! ¡Es tu jefe, no tu amigo! Jorge suelta una carcajada.
–Conozco un sitio muy cerca, buen servicio y rápido.
Sonrío como una boba.

Nos sentamos en una mesa pequeña redonda, todas son


así. Es como un restaurante tipo parisino. Es elegante, pero
sin llegar a ser de etiqueta. Dejo que Jorge pida, él sabe
mejor que yo lo que está bueno aquí. El camarero toma nota
de un par de tostas de jamón con tomate, una ensalada con
queso y un par de cervezas, según lo va diciendo me mira
interrogante y le digo que sí a todo.
–En fin, dime, tienes carné, así que lo más normal sería
comprarte un coche si vives tan lejos.
–La verdad es que no me entusiasma mucho meterme en
un atasco todas las mañanas.
Jorge se afloja el nudo de la corbata y se suelta el primer
botón del cuello de la camisa mientras el camarero nos deja
las cervezas y la comida en la pequeña mesa.
–La verdad es que es una idea poco seductora. Creo que
la solución estaría en alquilarte un piso cerca de la oficina.
Si te decides tengo contactos en una inmobiliaria. Te
encontrarían lo mejor, al menor precio.
La verdad es que no había contemplado esa posibilidad,
y la idea me gusta. Así no tendría que escuchar a mis
padres todas las noches y ganaría un poco de intimidad
para mí. ¡Ser independiente! Sí, me gusta la idea, quizás lo
haga.
Jorge levanta su cerveza y le pega un sorbo.
–Lo tendré en cuenta si decido algo. Gracias.
–¿Vives sola en la Cañada?
¡Vaya, qué directo!
–¿Te refieres a si tengo novio?
–O un marido.
Me doy cuenta de que Jorge no se anda con tonterías.
–Pues, ni lo uno ni lo otro.
Cojo la tosta para acortar la cena y comienzo a comer
como si no hubiera comido en todo el día. Jorge coge la suya
y comienza a comer, pero mucho más despacio. La verdad
es que está buena, me gusta.
–Eso es porque tú quieres.
Sonrío con la boca llena. Ya empezamos...
–Entonces vives sola.
Me habla resolutivo, como cuando estamos en la oficina.
–¡Oh, no! Vivo con mis padres y mi hermana mayor.
Termino de devorar la tostada y comienzo con la
ensalada. Si me la como rápido nos iremos antes.
–Sí, con tanta gente debe ser difícil vivir con un novio.
Los dos nos reímos, yo más bien por acompañar. Y es
entonces cuando decido llevar yo el peso de la
conversación. Hay una regla de oro, si no quieres contar
nada, ni que te pregunten, ¡haz tú las preguntas!
–¿Y tú vives con alguien?
¡No, Alba! Joder, va a pensar que estás interesada en él.
Jorge sonríe antes de apurar su cerveza. ¿Lo ves? ¡Arrrg!
–Sí. Vivo solo. Tengo un piso en la Castellana. No es muy
grande, dos habitaciones, un baño, salón comedor y una
cocina, pero a mí me sobra.
Levanta la mano y pide dos cervezas más.
–¡Vaya, qué suerte!
–Yo no lo llamaría suerte. Lo llamaría esfuerzo.
–Claro. Por supuesto.
Pincho ensalada para disimular. De repente me suena el
móvil. Lo saco no sin antes revolver mi bolso-cueva de
arriba abajo y cuando parece que ya van a colgar consigo
descolgar. Es mi madre. ¡Dios, qué corte! Tendría que
haberla avisado.
–Discúlpame un momento.
Decido levantarme y alejarme un poco para hablar.
Cuando vuelvo, Jorge ha pedido un pincho de tortilla.
–Como veo que tienes hambre me he tomado la libertad
de pedir algo más.
Sonrío, ¡joder, no tengo hambre, quiero irme ya! ¡Y deja
de sonreír, que se va a hacer ilusiones!
Después de tres cervezas decido no tomar ni una más,
tengo un ligero mareíllo. Mañana no va a ver quién me
levante. Pero por fin Jorge paga la cena, hago ademán de
pagar yo, pero no me deja. Cuando llegamos al coche le
pregunto cómo se echa el respaldo para atrás, no puedo ir
tan recta. Jorge se inclina sobre mí, su rostro casi roza el
mío mientras acciona el botón que hace que caiga unos
centímetros hacia atrás y cierro los ojos, entonces noto sus
labios sobre los míos, solo los junta a los míos y espera,
entonces abro los ojos, no estoy asustada, realmente era
algo que sabía que podía pasar, pero no tan pronto y un mar
de lágrimas caen por mi rostro en silencio.
–Lo siento. ¿Estás bien?
No es hombre de mostrar sentimientos y su cara ni se
altera.
–Lo siento, no quería...
Me da una vergüenza horrible llorar delante de mi jefe,
busco un clínex en mi bolso-cueva y antes de encontrarlo, él
me tiende uno. Sin más palabras arranca y salimos
disparados. Me paso todo el camino llorando sin parar, es mi
hora de llorar todas las noches. Jorge es el primer hombre
que me ha besado desde la vuelta de Santo Domingo y creo
que no estoy preparada. Aún no.
–Vamos, hemos llegado.
Jorge sale del coche y me abre la puerta, sigo llorando y
creo que va a ser difícil parar. Entramos en un lujoso portal
y subimos en un ascensor. Es entonces cuando me doy
cuenta de que no estoy en mi casa.
–¿A dónde vamos? –le digo entre sollozos. Total, ya he
perdido la poca credibilidad que tenía.
–Vamos a mi casa.
No sé por qué, pero ni le replico. Lo cierto es que no me
apetece llegar a casa llorando.
Jorge abre la puerta y entro en el recibidor. Todo es
elegante y práctico a la vez. Hay dos puertas, una conduce
a una pequeña cocina y la otra a un gran salón comedor.
Ambas estancias se abren formando una sola. Del salón se
pasa directamente a los dormitorios que comparten el
mismo baño. Toda la casa tiene la misma paleta de colores,
muebles modernos blancos combinados con tonos tostados,
marrones, y toques negros. Es moderno pero acogedor a la
vez. Nos sentamos en el gran sofá chaiselong de color
tostado. Delante, una gran televisión plana y detrás una
estantería blanca de pared a pared en cuadrícula llena de
libros.
Me mira fijamente y espera a que me calme lo cual
consigo relativamente pronto.
–¿Estás mejor?
–Sí. Ya me he vaciado, ya puedo seguir.
Sonrío.
–No podía llevarte así a casa, lo entiendes, ¿no?
–Sí, te lo agradezco, de verdad.
Se levanta y se dirige a la cocina para traerme un vaso
de agua. Lo cojo y me bebo la mitad de su contenido. Se
sienta a mi lado de nuevo.
–¿El beso tiene algo que ver con tu llanto?
–Sí y no. Realmente es una tontería.
–Si te has puesto así, no debe ser una tontería. Es sí o no.
–Entonces, sí.
Jorge se pasa las manos por las sienes plateadas.
–Si no quieres contármelo, no tienes que hacerlo.
–No importa, tuve una relación que se acabó hace muy
poco. Él no quiso...
–Seguir. Lo dejó él.
¿Por qué le estoy contando todo esto a mi jefe? ¿A un
desconocido? No sé apenas nada de su vida personal.
–Sí.
–¿Soy el primer hombre que te besa desde entonces?
Afirmo con la cabeza.
–¿Esa relación está acabada?
–Totalmente.
–Bueno, Alba, voy a ser sincero contigo. Desde el primer
momento en que te vi, me impactaste. Me gustas. Eres el
estilo de mujer que busco ahora mismo. Inteligente,
simpática, emocional, sexy y guapa.
Espera un momento para ver mi reacción, pero no sé qué
decir, ni qué hacer. Estoy totalmente bloqueada.
–Me gustaría que fueras sincera conmigo.
Echa su cuerpo hacia mí apoyando los codos en las
rodillas y entrelazando las manos.
–Me has pillado fuera de juego. He notado algo estos
días, las mujeres tenemos un sexto sentido para esas cosas,
pero no imaginé que iba a ser tan rápido.
–No me gusta perder el tiempo. ¿Te asusta salir con un
hombre mayor que tú? ¿Cuántos años tienes, Alba?
–Veinticuatro.
–Tengo veintiún años más que tú. Tengo cuarenta y cinco
años.
–La edad no me importa. Eres un hombre atractivo e
interesante...
–Entonces puedes hacer dos cosas, o nos vamos y te
llevo a casa o te quedas. Intento ser sincero contigo. Si te
quedas, puedes dormir en la habitación de al lado.
Hace una pausa estudiando mi rostro y esperando mi
reacción.
–Quiero decir que no es una maniobra para acostarme
contigo.
Aún no sé por qué extraña razón, pero en una milésima
de segundo decido quedarme. Hay algo que me dice que
necesito dar un paso adelante y dejar de mirar atrás. ¿Y por
qué no empezar hoy, aquí y ahora? Realmente pienso que
Jorge es un hombre interesante, quizás su madurez me
venga bien. No siento una atracción, aunque reconozco que
es atractivo y elegante, pero creo que ahora mismo ningún
hombre me gustaría, ningún hombre me atraería. Quizás
llegue con el tiempo. Ojalá él sepa curar mis heridas. Miro
en mi bolso y cojo el móvil. Me levanto sin decirle nada y
busco intimidad en el recibidor.
–¿Mamá?... Sí, soy Alba. No, no. Estoy bien, es solo para
que no estés preocupada, hoy no voy a dormir en casa. Sí,
mañana te cuento. No, en casa de un amigo. No, no es Fer,
tengo más amigos. Mañana te llamo. Un beso.
Cuelgo y camino hasta el sofá, Jorge me mira tranquilo,
se ha recostado en el respaldo.
–Me gusta tu casa –le digo para relajar el ambiente.
Jorge se levanta, se quita la chaqueta tirándola en el sofá
y avanza hasta mí.
–Bienvenida.
Y me planta un beso en los labios.
–Ven, siéntate. Te prepararé un baño caliente.
Me siento mientras desaparece por la puerta y al
momento escucho cómo se abre un grifo y comienza a caer
agua, imagino que este beso lo hace oficial. ¡Estoy saliendo
con mi jefe! Espero y deseo que todo vaya sobre ruedas.
En un instante estoy en el baño y consigo relajarme,
dejándome llevar por el calor que recibe mi cuerpo,
soltando cada músculo, cada fibra de mi cuerpo y mi
respiración se ralentiza poco a poco. Al cabo de un rato y
cuando creo que debe de ser ya tarde, salgo del baño. Me
ha dejado la parte de arriba de un pijama tipo camisero de
tela de cuadros azules. Me lo pongo con la ropa interior y
veo mi reflejo en el gran espejo. Me tapa bastante, ¡bien!
Me lavo la cara y me cojo el pelo en un moño informal.
Cuando salgo, Jorge está en el salón con la tele encendida a
la vez que lee un libro.
–Ven, siéntate.
Me ordena.
–Estás muy guapa. Te queda bien mi pijama.
Él lleva puesta sola la parte de abajo del mismo pijama y
he de admitir que me sorprende mucho su físico, lejos de
parecerse al de mi padre, Jorge es un hombre que debe
cuidarse y muy mucho. Tiene un torso torneado, no tiene
tripa, ni tripita, ni nada de eso, no es que tenga
abdominales marcadas, pero casi. También tiene algo de
pelo en el pecho. Me siento a su lado algo incómoda, no
estoy acostumbrada a estar en esta situación con Jorge, aun
así, intento actuar con normalidad.
–¿Qué estás leyendo?
Él le da la vuelta al libro para que aparezca ante mí la
portada.
–Es un libro de autoayuda.
Leo el título: Cómo entablar relaciones en el mundo
empresarial.
–Parece interesante.
–La verdad es que sí. Lo es. Si te interesa te lo paso
cuando termine. Puedes echar un vistazo.
Señala la estantería que está detrás de nosotros.
–Tengo muchos libros. Me gusta leer.
–Sí, eso se nota. ¿Los has leído todos?
–¡Claro! No son libros decorativos.
Deja escapar una atractiva sonrisa.
–Quizás te coja alguno –digo mientras miro asombrada la
gran librería.
–Todos tuyos. Eso sí, con devolución.
Esta vez soy yo la que sonrío.
–Debe de ser tarde.
Mira su reloj según habla.
–Sí. A la cama, mañana hay que madrugar.
Nos levantamos y me acompaña hasta el dormitorio.
–Tienes una lamparita por si quieres leer antes de dormir,
también hay una tele y si tienes frío, en el armario hay otro
edredón, aunque creo que tendrás calor.
–Gracias.
–No me tienes que dar las gracias. Que descanses.
Se acerca a mí y me rodea en un abrazo cálido. Apoyo mi
cara en su pecho. Huele muy bien pese a que todavía no se
ha duchado y me besa la frente.
–Hasta mañana.
Me suelta en un susurro.
–Hasta mañana –le digo.
Jorge sale entornando la puerta y dejándome sola en el
dormitorio. Al momento escucho el sonido del agua correr,
así que me meto rápidamente en la cama y me siento rara,
es una sensación que no me deja dormir. Me revuelvo
girándome una y otra vez. Es todo tan distinto... Al rato el
grifo se cierra y a partir de ahí empiezo a escuchar en el
silencio. Hay ruidos de esta casa que no me son familiares y
no me dejan conciliar el sueño. Pasa el tiempo y miro el
reloj. Es la una y diez. ¡Madre mía, ya debería estar grogui!
Y claro, eso hace que me ponga nerviosa porque me queda
poco tiempo y no voy a descansar lo suficiente. Me siento
en la cama y decido ir al dormitorio de Jorge. Necesito estar
con alguien. Me levanto y sin hacer ruido salgo al salón.
Todo está oscuro, aunque una pequeña luz entra por la
persiana, giro a mi derecha y empujo la puerta del otro
dormitorio. Me quedo en el umbral escuchando porque está
totalmente a oscuras, pero no oigo nada. Doy varios pasos y
toco el principio de la cama. Agarro el edredón y con
muchísimo cuidado me meto dentro, me tapo y unas manos
me atraen y me abrazan y por primera vez en mucho
tiempo me siento bien, me siento protegida y mimada y me
doy cuenta de lo difícil que es vivir sin ese calorcito.
Le agarro la cara y noto cómo el apurado de la mañana
ya ha desaparecido. Acerco mi rostro al suyo y le beso, esta
vez mi beso es eso, un beso en toda regla. Junto mis labios
a los suyos y mi lengua conecta al instante con la suya. Él
me acaricia con suavidad la boca, y a la vez con ganas. Nos
entrelazamos lenguas y piernas y he de admitir que está
muy bien. Al momento, me abraza con más fuerza
acariciándome la espalda y siento un cosquilleo que creía
olvidado. Me hace girar en la cama y se coloca encima de
mí.
–Si empiezo no creo que pueda parar, ¿estás segura?
–Asumo todas las consecuencias, que por otra parte
espero que sean buenas.
Escucho la risa tranquila de Jorge. Está tan oscuro que no
nos vemos.
–Hasta ahora no he tenido quejas.
Ahora es mi risa la que corta el aire de la habitación y
siento cómo la boca húmeda de Jorge deja varios besos en
mi cuello, detrás de la oreja, en el hombro, mientras sus
manos desabrochan hábilmente los botones de mi pijama y
según avanza su entrepierna se hace más presente entre
mis muslos, así que separo las piernas para acogerle mejor
y cuando nuestros sexos entran en contacto a través de su
pijama y mi ropa interior, deja escapar un suspiro
placentero. Cuando termina se sienta sobre mí y enciende la
luz de la mesilla.
–Eres preciosa, tal y como te imaginaba.
No me esperaba esto y me siento rara, muy rara. Verlo
en esta situación con el torso desnudo sobre mí, me
impacta y no sé si podré hacerlo así. Es como si viniera a mi
mente todo lo sucedido de repente, la amargura de
sentirme rechazada y sola.
–¿Podrías apagar la luz, por favor?
Jorge la apaga al instante.
–¿Eres tímida?
–No, no es eso. Solo necesito tiempo.
–Tenemos todo el tiempo del mundo. Si quieres lo
dejamos. Lo de antes era broma, podemos parar cuando
quieras.
Le atraigo conmigo y le abrazo sintiendo piel con piel,
siento el calor de su cuerpo y sus manos me abrazan
acariciando mi espalda.
–No quiero que pares. Quiero que me hagas el amor.
Jorge no me responde, se toma su tiempo acariciándome
la espalda, la cintura, los hombros y comienza a besarme
dulcemente los labios. Son besos tan flojos que apenas me
roza los labios y hace que reaccione inmediatamente
queriendo más. Aprieto mi boca contra la suya, pero al
momento se aleja rozándome lentamente la piel del cuello
con sus labios. Deja su mano en mi pecho y lo acaricia con
ganas masajeando el pezón, lo que me provoca un profundo
cosquilleo que me atraviesa la espina dorsal para llegar,
transformado en deseo, a mi sexo. Parece que supiera todas
mis reacciones, porque al momento comienza a mover su
cadera presionando su miembro contra mi sexo. Mi
respiración se acelera, pero Jorge se encarga de seguir su
ritmo. Como por arte de magia se quita los pantalones, no
lleva nada debajo. Su mano delinea la curva de mi cintura
hasta el elástico de mi tanga. Introduce la mano y comienza
a bajarlo diestramente.
–Date la vuelta –me susurra al oído.
Hago lo que me pide y me pongo de espaldas a él.
Espero, oigo algún ruido. Imagino que se está poniendo el
preservativo y al momento me sorprende, algo húmedo y
cálido pasa por mi nuca, bajando por mi espalda hasta el
principio de mis nalgas, es su lengua. Me abre las piernas y
se coloca entre ellas en posición para penetrarme, pero
antes su mano busca hueco entre la cama y mi cuerpo
hasta mi clítoris y empieza a acariciarlo mientras besa mi
espalda y comienzo a notar cómo mi excitación crece y
quiero que me penetre ¡ya! ¡Lo necesito! Y parece que me
ha leído la mente porque la punta de su pene comienza a
abrirse paso entre mis pliegues, despacio, sin prisa, hasta
colmarme por completo. Lo acojo con gusto soltando un
largo y excitante suspiro, lo noto dentro de mí, cómo coge
ritmo llenándome plenamente a la vez que se sincroniza a la
perfección con los movimientos de sus dedos sobre mi
clítoris y el comienzo de un orgasmo me tensa las ingles.
Jorge respira profundo con cada embestida una y otra vez.
Su ritmo avanza al igual que el mío y los dos nos unimos en
un jadeo común hasta que le imprime un empuje mayor,
más rápido y comienza a besarme la boca como si
necesitara mi sabor y este ritmo sigue y sigue y me parece
que no fuera a acabar nunca, ¡es increíble! Sigo su ritmo y
cuando creo que el orgasmo va a volcarse sobre mi ser, es
como si mi cuerpo se apagara, se desconectara y se
volatiliza y la imagen de Jesús sonriente recorre mi mente
como si se estuviera burlando de mí.
Jorge me embiste con fuerza una, dos, tres veces y entre
una y otra escucho mi nombre.
–¡Alba! Alba, Alba...
Mi respiración se va apagando junto con la suya y siento
un vacío enorme, es como si no me dejara avanzar, su
recuerdo es tan real que no puedo sentir placer. ¡Dios, voy a
volverme loca!
Nos quedamos un rato unidos, con el peso de su cuerpo
sobre el mío. Desde luego este hombre sabe lo que a una
mujer le gusta. Y consigo disfrutar de este momento en el
que mi cuerpo se relaja unido aún al suyo.

Me despierto sobresaltada, de repente. No veo nada.


Noto el peso de un brazo sobre mi pecho y consigo
recordar... me quedé dormida con Jorge aún dentro de mi
cuerpo. Consigo recuperar un ritmo de respiración pausado
y me acurruco junto al cuerpo de Jorge que al notar mis
movimientos se cierra sobre mí, abrazándome. Jesús vuelve
a mi mente, recuerdo el día que me hizo el amor en el baño
de mujeres de la discoteca. Puedo recordar uno a uno cada
movimiento, sus ansiosos besos, su forma de tocarse, la
pasión en sus ojos, el sabor de su lengua, la fuerza de sus
brazos sujetándome contra la pared. Mi respiración se
acelera, noto su penetración a la vez que me besa para que
no haga ruido y empiezo a sentir el principio de un orgasmo.
Las imágenes se suceden en mi mente, noto sus caderas
contra mi cuerpo empujándome contra la pared, una y otra
vez su miembro me penetra llenándome de un placer
infinito y como por arte de magia mi vagina se contrae una
y otra vez en una sucesión de espasmos deliciosos...

Oigo un despertador entre espesas nieblas.


Oigo agua.
Oigo una voz masculina lejana.
–Alba. Alba.
Me giro intentando saber dónde estoy, pero hasta que no
abro los ojos y veo el rostro de Jorge soy incapaz de
situarme. Se acerca y me besa con cariño en los labios.
–Tienes que levantarte, perezosa.
–¿Qué hora es?
–Las ocho y media.
–¡Dios, Jorge! ¿Por qué no me has despertado antes?
Me siento de golpe en la cama tapando mi desnudez con
la sábana.
–Tranquila.
Me mira sonriente. Se le ve feliz.
–Quiero que te vayas de compras. Tienes que comprarte
algo de ropa para ir a trabajar. No puedes ir con la misma
ropa de ayer.
–Llegaré tarde.
Le miro incrédula.
–Te doy una hora. Las tiendas abren a las diez. Si llegas
más tarde de las once, llegarás tarde. Recuérdalo.
Acentúa serio.
–Está bien.
–Enfrente.
Señala la ventana con la mano.
–Justo al otro lado de la calle hay un gran centro
comercial.
–¡Perfecto! Seguro que encuentro algo.
–Te he dejado dinero en la mesa del salón.
–¡Oh, no hace falta!
–Con lo que te he dejado tendría que quedarte de sobra
para coger un taxi. Ni se te ocurra coger el metro.
Con el dedo índice me toca el hombro y la cara seria que
pone me hace reír.
–Creo que a partir de ahora me voy a reír cada vez que
me eches la bronca. Creo que no voy a ser capaz de
mantener la compostura en el trabajo.
–El que no va a poder mantener la compostura en el
trabajo voy a ser yo.
Sonríe abiertamente. Ya se ha vestido con un traje azul
marino impecable, camisa de color blanco, la cual parece
nueva y corbata roja. Los zapatos negros relucientes
parecen nuevos también. En realidad, todo lo que lleva
parece nuevo. Paso mi mano por su cara acariciándola, la
tiene muy apurada y suave. Jorge la aparta y me besa la
palma.
–Nos vemos a las once en la oficina.

Corro como una loca por la tienda, las dependientas me


miran atónitas.
–Esto.... ¡No! Esto... ¡Tampoco! ¡Arrrg! No encuentro
nada.
Me he retrasado mucho desayunando en casa de Jorge
pese a que el café ya estaba hecho, pero como no sabía
dónde estaban las cosas he ido un poco lenta. Son las diez y
veinte y aún no me he comprado nada. Al final voy cogiendo
cosas sin ton ni son y me voy corriendo a los probadores.
Me pruebo una falda lápiz de color blanca por encima de la
rodilla, una blusa color nude con cuello pico muy ceñida y
mangas anchas. Me queda todo muy bien. Me suena el
móvil, ¡Arrrg! ¡Ahora no, por Dios! Rebusco en el bolso-
cueva y lo encuentro justo después de sacar todo lo que
llevo dentro. Es Santi para confirmar mi correo de ayer.
Aclaramos los detalles y consigo salir sana y salva del
probador. Compro medias de color carne y stilettos de tacón
muy alto de color nude en charol. Le digo a la chica que me
lo llevo puesto, pago y vuelvo al probador a vestirme.
Cuando salgo de la tienda son las once menos cuarto, así
que casi me mato por parar un taxi que consigue que llegue
puntual al trabajo. Me he gastado exactamente 180 euros.
–¡Buenos días, Esther!
Paso corriendo por su mostrador. Me sonríe y al momento
se pone seria.
–¡Llegas tarde! ¡Marta ha estado despotricando sobre ti
con Jorge!
–¡Gracias por la información! Luego hablamos.
Entro en el despacho de Jorge el cual no me ha quitado
ojo desde que he entrado por el pasillo. Por supuesto Marta
tampoco, pero me he limitado a caminar como una modelo.
Ni la he mirado, ¿para qué?
–No tengo palabras.
Jorge se levanta, rodea la mesa y avanza hacia mí. Pero
ni me toca, está más bien serio. Me quedo un poco parada.
No sé exactamente qué es lo que he hecho ahora.
–¿Te pasa algo?
Me siento en la silla sin que me invite. Él se queda
sentado en el borde de la mesa junto a mí. Sé que me mira
con deseo, sí, su mirada es ahora más clara que antes de
acostarnos juntos. Creo que voy cogiéndole el punto.
–Por ahora, lo nuestro debería quedar entre nosotros.
Reflexiono un momento antes de contestar. Y sopeso
unos segundos lo que voy a decir a continuación. Así que le
echo un órdago.
–¿Le tienes miedo a Marta?
Lo suelto de sopetón y noto su creciente enfado, no se
esperaba algo así.
–No le tengo miedo a nadie en esta oficina –me dice con
voz calmada, aunque bulle por dentro, puedo notarlo.
–No pienso esconder nuestra relación. Tampoco voy a
airear a los cuatro vientos todo lo que hagamos, ni me voy a
comportar como una quinceañera besándote en la oficina,
soy lo bastante profesional como para eso, así que creo que
el problema lo tienes tú.
Nuestros ojos se miran midiéndonos el uno al otro.
–Escoge. O una relación normal sin clandestinidad o
nada.
¡Dios, qué farol me acabo de echar! Existe una tercera
opción, o te vas a la calle y te quedas sin trabajo, ¡por lista!
Los dedos de Jorge tamborilean en la mesa. ¡Se lo está
pensando!
–Está bien.
Se levanta y se sienta en su mesa, como si nada.
–¿Eso es un sí?
Jorge comienza a ojear sus papeles y sin ni siquiera
mirarme me contesta.
–Sí. Es un sí. Por favor, necesito que realices las
siguientes llamadas.
Me tiende una lista.
–Quiero que conciertes citas con los delegados para la
semana que viene. Ajusta mi agenda si es preciso.
Jorge sigue sin mirarme.
–Jorge.
Logro captar su atención y me mira serio. Yo diría que
incluso un poco irritado.
–Dímelo… a… la… cara.
Separo mucho las palabras mirándole sonriente. Él pasa
de la irritación a la sonrisa.
–Si me lo pides así...
Se inclina, agarra mi cara atrayéndome hacia él y me
besa tiernamente. Es un beso corto, pero me ha sentado
como si me fumara cinco porros seguidos.
–Señor gerente administrativo, creo que por hoy es
suficiente.
Me levanto mientras no me quita ojo sonriendo, le veo
más ligero, como si se hubiera quitado un peso enorme de
encima y me voy a mi despacho.
El día ha pasado volando. Me he sentido como un pez en
una pecera, entre dos aguas. Por un lado, las miradas
furtivas de deseo de Jorge y por el otro las miradas de rabia
y asco de Marta. He intentado que lo último no me afectara,
pero ¡sí, me afecta! ¡Dios, no la aguanto!
En el almuerzo he puesto al día a Esther, la cual no se lo
creía, claro. Le he pedido un poco de discreción a lo que me
ha contestado que mañana lo sabrá todo el mundo y no por
ella, claro.
Por la tarde todo ha estado tranquilo hasta que he
recibido un mensaje de móvil de ¡Mauro!
Hola Alba, ¿cómo estás? Te echo mucho de menos. Aquí mi
proyecto está muy avanzado y la verdad es que no tengo tiempo
de nada. Elena está siendo todo un apoyo. Me está ayudando
mucho. Te recuerdo que tenemos una cita en una boda. Te echo
mucho de menos, los días son largos sin ti. 4:25

Miro a un lado y a otro. Todo tranquilo, parece que


trabajan ensimismados. Lo leo de nuevo entusiasmada y en
ese instante me doy cuenta de que no llamé a Elena.
Decido contestarle al momento.

¡Hola, Mauro! Me alegro de que te vaya tan bien tu proyecto. Yo


he comenzado a trabajar en una empresa. Está relacionada con
la moda. Espero que estés cumpliendo tu promesa y conozcas
gente. ¿Qué tal con Elena? Es un diamante en bruto. 14:26

Le doy a enviar. Cojo mi móvil, lo meto en el bolso y


llamo a Jorge por la línea interna.
–Sí –me responde mirándome a través del cristal. Le miro
y aprieto la tecla.
–Voy a bajar un momento. ¿Necesitas algo?
Me mira un poco confuso.
–No, gracias. Pero no tardes.
–Cinco minutos. Es solo una llamada y coger un poco de
aire.
Jorge afirma con la cabeza y salgo por la puerta. Noto
cómo la mirada de Marta me penetra el cerebro, pero lo
ignoro. Esther está hablando con gente en recepción así que
no la interrumpo. Una vez en la calle corro por la acera
hasta el primer banco. Entro y saco dinero del cajero. Vuelvo
de nuevo al portal y saco mi móvil. Miro el reloj y calculo la
hora mentalmente, allí son ahora las 9:38.
–¿Sí?
Después de cuatro tonos, una voz femenina me
responde.
–Elena, soy Alba.
–¡Alba! Por fin, esperaba tu llamada. ¿Cómo estás?
–No tengo mucho tiempo, estoy en el trabajo.
–¡Vale, vale! Estoy muy contenta, ya trabajo en el hotel y
he dejado mi anterior trabajo en la escuela. El proyecto es
una pasada. En breve empezarán las obras del edificio –
habla como si le hubieran dado cuerda.
–Me alegro un montón, de verdad. ¿Y qué tal con Mauro?
Necesito información de primera mano.
–Bueno, trabajamos juntos codo con codo. Ya tengo una
habitación en el hotel, como algunos de los trabajadores.
–Sí, pero lo de intimar... ¿qué tal?
Voy al grano, necesito saber si Mauro está cumpliendo su
promesa.
–Bueno, eso todavía... pasamos mucho tiempo juntos, y
nos reímos mucho. Nos lo pasamos bien, muy bien, y cada
vez estoy más colada por él.
–Vale. Vas bien. Deberías dar un paso adelante. ¿Por qué
no le invitas al cine, a salir a navegar, a tomar algo fuera del
hotel, ya sabes, los dos solos? Algo que no sea trabajo.
Se hace el silencio al otro lado.
–¿Tú crees?
–¡Claro! Pero nada de hablar de trabajo.
–¿Estás segura?
Noto la duda en el timbre de voz de Elena.
–Cuanto antes lo hagas mejor y, por favor, arréglate y
saca tus encantos a pasear. No digo que te tires en sus
brazos, sino que vea lo que vales. Te tengo que dejar. Tenme
informada, por favor.
–Vale, te haré caso. Ya te contaré.
–Besos.
Cuelgo el móvil y al girarme me pego un susto enorme,
Jorge está detrás de mí.
–¡Me has asustado!
–¿Eres asesora matrimonial en tu tiempo libre?
Jorge me rodea con sus brazos y me besa.
–No, es una amiga. Solo le doy algún consejillo. A
propósito…
Saco el dinero que me ha prestado esta mañana.
–Aquí tienes.
Él cierra mi mano sobre los billetes.
–Guardártelo, es un regalo.
Me mira de arriba abajo.
–Muy bien invertido, por cierto.
–No hace falta, de verdad.
–Quiero que te vengas a vivir conmigo, Alba.
¡Madre mía! Este hombre no pierde el tiempo. Le miro
incrédula. La verdad es que me vendría bien el cambio. La
idea me gusta y me crea cierta ilusión.
–Te acerco a casa. Esta tarde puedes hacer las maletas.
Mañana te recojo a las ocho de la mañana, quiero que por la
tarde conciertes una cena con tus padres. Quisiera
conocerlos.
Esto ya me gusta menos.
–No pongas esa cara. Lo hago porque me pongo en su
lugar. No quiero que piensen que te estoy raptando. Ya
sabes, los padres se preocupan.
–No creo que eso sea necesario por ahora.
–Piénsalo. Por mí no hay ningún problema. Quizás cuando
hables con ellos esta tarde lo veas de otra manera. Solo
quiero decirte que estoy a tu disposición. Cuando tú lo
decidas, ¿vale?
–Está bien.
–¿Volvemos?
Cuando entramos al ascensor, me besa de nuevo. Esta
vez con más pasión.
–Llevo todo el día pensando en besarte.
Sonrío entre dientes.
–¿Y por qué no lo haces?
–Dame tiempo. Esto es nuevo para mí. Aunque no lo
creas siempre he separado la vida laboral de la personal.
–Eso ya es historia.
Respondo a su beso, pero antes de que se abran las
puertas, Jorge me suelta, se separa y se coloca la corbata.
Miro al techo y sé que va a ser un poco más difícil de lo que
pensaba.
Cruzamos el recibidor y entramos en el pasillo, miro a
Marta, pero hace que me ignora, sé de sobra que me vigila
todo el día. Cada uno entramos en nuestros despachos y en
ese momento Marta sale del suyo y se dirige al de Jorge
como una bala. Entra y cierra la puerta. No puedo escuchar
lo que dicen, pero por las caras, no pinta bien. Jorge está
tranquilo escuchando a Marta que hace algún que otro
aspaviento. Sigue callado mirándola sin inmutarse.
Finalmente le da a un botón y los estores automáticos que
rodean los cubos de cristal se bajan aislando a la vista
completamente el despacho. Eso solo puede significar una
cosa: ¡tormenta! Antes de que se cierren Jorge me mira y yo
le miro con una medio sonrisa, pero su rostro sigue
impasible. Quizás era por esto por lo que no quería que
nadie lo supiera en el trabajo. En fin, me da lo mismo, ya es
hora de que se quite ese peso de encima que es Marta.
Tiene que dejar zanjado lo que aún colea entre ellos. Abro el
ordenador, pero antes de enfrascarme en un documento
recibo un mensaje de Mauro.
No tiene nada de diamante en bruto. La realidad es que es un
diamante muy pulido. Es una auténtica joya. Tiene unas ideas
espectaculares y es muy trabajadora, no me deja ni a sol ni a
sombra. A veces la tengo que regañar para que se vaya a
descansar. (Lo cierto es que soy yo el que está muerto) pero
ella sigue y sigue. Creo que formamos un buen equipo. Muchas
gracias por traerla aquella tarde. 15:42

Mmmmm esto es un buen comienzo.

Pero dejemos de hablar de Elena, ¿trabajas en una empresa de


moda? Qué interesante, la verdad que con tu estilazo no podría
ser de otro modo. Te echo de menos y no puedo esperar a
verte. 15:43

¡Ja! Lo sabía. Esto va viento en popa. Solo queda un


pequeño empujón. Me recuesto en la silla, en cuanto salgan
juntos sin la presión del trabajo, será pan comido. Casi
puedo imaginármelo. Contesto a Mauro:
Tienes razón. Es una joya. Cuídala. No creo que haya otra
igual. Concéntrate en el trabajo y cumple tu promesa. Nos
vemos en poco tiempo. Besos. Alba. 15:45

Al rato Marta sale del despacho. Sé que hace como si no


pasara nada, pero tiene la cara encendida. Se mete en su
despacho y acciona los estores automáticos encerrándose
en su cubo de cristal. ¡Mejor! Así no tengo que verle el
careto. Me paso el resto de la tarde concertando citas para
Jorge y organizando la agenda y no me doy cuenta de la
hora. Los nudillos de Jorge en mi puerta me sacan de mi
mundo mientras entorna la puerta antes de preguntarme.
–¿Nos vamos?
–¡Claro! Déjame un momento cerrar el ordenador.
Cuando salimos me fijo que el despacho de Marta sigue
cerrado por las cortinas, así que no sé si se ha ido ya.
Bajamos al garaje y una vez en el coche decido preguntarle.
–Imagino que quieres saber qué pasa con Marta.
Jorge se me adelanta.
–Sería todo un detalle si me lo cuentas.
¡Por Dios, parezco una auténtica cotilla! Pero todo detalle
puede ayudarme. Necesito saberlo.
–Hace un año aproximadamente estuvimos saliendo, pero
no funcionó.
Jorge no quita la vista de la carretera, lleva las dos manos
en el volante agarrándolo con suavidad. Me quedo
mirándolo. ¿Eso es todo lo que va a decirme? Eso ya lo
sabía.
–Ya, y...
Él aparta la vista un momento para mirarme inquieto.
–¿Qué quieres saber?
–Algo más, quién dejó a quién, detalles, no sé, el por qué.
Eso que me has contado ya lo sabía.
Se mueve inquieto en su asiento y cuando parece que va
a decir algo, enciende la radio. Una melodía nos envuelve.
–No quieres contármelo –sentencio dando por terminada
la conversación.
–No, no estoy acostumbrado a contar mis cosas a nadie.
La dejé yo.
–¿Qué te hizo dar ese paso? ¿Qué pasó? ¿Dejó de
gustarte?
–Para de hacer preguntas o no podré contestarte.
–Perdona.
Jorge se toma su tiempo antes de contestar y cuando
paramos frente a un semáforo en rojo, al fin lo hace.
–Ella no quería hacer lo que yo le pedía.
Alucino, lo primero que se me viene a la mente es que
ella no quería hacer ciertas cosas en la cama.
–¿Se puede saber a qué te refieres?
Arranca con el semáforo en verde y entramos en la calle
de la casa de mis padres parando justo delante de la puerta
de entrada.
–Soy un poco... a ver, no quiero asustarte. Me gusta que
las cosas se hagan a mi manera, pero parecía que ella esto
no lo entendía.
¡Puf! Sí que me asusta...
–Soy un poco maniático, llevo mucho tiempo viviendo
solo, eso es todo. Ella es muy cabezota, creo que ya te has
dado cuenta. Yo soy tranquilo, ella es nerviosa. Sin
embargo, ahora está loca por volver conmigo, lleva todo
este año intentándolo pese a que la rechazo una y otra vez.
Pienso que segundas partes nunca son buenas. Si no
congeniamos en su momento, no lo haremos hoy, ni
mañana. No me gusta repetir, prefiero pasar página. La vida
está llena de aventuras como para repetir la misma.
Bueno, en cierto modo tiene razón. No te puedes
estancar.
–Marta debería darse cuenta de esto y avanzar hacia
adelante. Pero parece que no está por la labor.
–¿Por qué la mantienes en el puesto?
–Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Ya te dije
que intento no mezclar la vida profesional con la privada.
–Pero de esta manera lo haces constantemente. Eso es
algo prácticamente imposible si trabajáis juntos.
–Es una buena trabajadora. Eso es lo que importa.
Bueno, me tranquiliza saber que por lo menos cuando lo
nuestro se acabe no perderé mi puesto de trabajo.
–No estés tan seguro –le respondo–. No es oro todo lo que
reluce.
Nos quedamos los dos mirándonos sin decir nada,
calibrando mi última frase.
–Creo que te gusta que te siga.
Por la cara que ha puesto, pienso que no está
acostumbrado a que nadie le lleve la contraria ni que le
digan las cosas claras.
–Es posible.
¡Increíble! Se inclina hacia mí, me besa suavemente
saboreándome y me gusta, no sé por qué, pero me gusta
cómo besa, su mano se posa en mi pierna y puedo sentir su
calor. La acaricia suavemente, sin prisa. Tiene unas manos
bonitas, parecen muy jóvenes, siempre arregladas con las
uñas impecables. Eso también me gusta.
–Te voy a echar de menos esta noche.
Me habla mientras me besa, es como si no pudiera
separarse. Le beso con pasión mientras mis manos
acarician sus sienes plateadas.
–Yo también.
–Mañana te recojo a las ocho. Desayunamos juntos.
–Estaré lista.
Me bajo del coche.
–¿A dónde vas ahora? –digo sujetando la puerta sin
cerrarla para obligarle a contestar.
Durante un momento su mirada refleja contrariedad.
–Voy al gimnasio.
–¡Oh! Claro. Un cuerpo así no se hace solo.
Jorge sonríe.
–La naturaleza también jugó su papel, no creas.
¡Vaya! ¡Baja Modesto, que sube Jorge!
Cierro la puerta y tras decirme adiós con un gesto de su
mano sale disparado. No hay nadie en casa, lo cual me
parece un poco extraño. Mejor, así tendré tiempo. En mi
habitación, busco la maleta más grande que tengo en el
armario y comienzo a doblar ropa dentro hasta que unos
ruidos en el piso de abajo hacen que baje.
–¡Hola, Alba!
Rebeca me saluda con un efusivo abrazo. Rebeca es la
compañera de trabajo de mi hermana. Son como uña y
carne. Desde que trabajan juntas se han vuelto
inseparables. La verdad es que Rebeca es muy salada. Está
un poco loca como mi hermana, así que hacen buena
pareja.
–Hola. ¿Cómo tú por aquí?
Miro a mi hermana extrañada.
–Hemos venido juntas, se va a quedar a dormir porque
mañana tenemos congreso muy pronto.
Rebeca deja su pequeña maleta de mano en el suelo y
las tres entramos en la cocina.
–Bueno, perfecto, puedes dormir en mi habitación.
Mi hermana deja de husmear en el frigorífico.
–¿Hoy tampoco duermes aquí?
–¡Ahhh! ¿Con quién dormiste anoche, pillina?
Rebeca se sienta en una silla junto a la mesa y hace
ademán para que me una a ella. En fin, cuanto antes lo
suelte mejor. Me acomodo en la silla y mi hermana nos sirve
un refresco.
–Bueno, ayer... me quedé en casa de Jorge.
–¿Quién es Jorge? –pregunta intrigada Rebeca.
–¡Dios, Alba! ¡Es tu jefe!
Mi hermana suelta un cuenco de aceitunas en la mesa y
otro de patatas fritas de bolsa.
–¿Tu jeeefe?
Rebeca abre los ojos como platos.
–Pero llevas muy poco tiempo en esa empresa, ¿no? –
pregunta Rebeca mientras María se sienta junto a mí.
–Anoche iba a acercarme a casa, pero todo salió al revés.
Me puse sentimental y no pude evitar llorar, entonces me
acercó a su casa y me dijo que podía quedarme si quería.
–¿Por qué lloraste?
Veo la cara de preocupación en el rostro de mi hermana.
Suspiro.
–Él me besó en el coche. Era la primera vez que me
besaban después de...
–De lo de Santo Domingo.
Rebeca se mete una aceituna en la boca sin dejar de
mirarme. Veo que está muy bien informada.
–Sí, y no sé, exploté. No porque no me gustara el beso,
fue como si tuviera que soltar todo lo que tenía dentro.
–Oye, ¿y cómo es tu jefe?
–Perdónala, es muy cotilla.
Mi hermana sonríe a Rebeca que la mira con cara de no
entenderla.
–Bueno, es un hombre alto, elegante, educado. Muy
inteligente.
Espero que con esto les baste y les sobre, no quiero dar
detalles.
–Ya, pero... físicamente, ¿está bueno?
La segunda aceituna cae en la boca de Rebeca. ¡Arrrg!
Pues sí que es cotilla la chica.
–Es un hombre hecho y derecho.
Esta vez soy yo la que coge una aceituna intentando
disimular mi nerviosismo.
–¿A qué te refieres?
Cambio de estrategia, mejor será que lo suelte y así me
dejen en paz de una vez. Total, se van a enterar de todos
modos…
–Tiene cuarenta y cinco años.
El efecto es el que esperaba, las dos me miran sin
articular palabras, ¡qué estará pasando por sus cabezas! No
lo quiero ni pensar.
–Alba, te dobla la edad.
Por fin mi hermana reacciona.
–¡Podría ser tu padre! ¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte!
La verdad es que Rebeca no me está ayudando nada con
sus comentarios.... cojo una patata como si nada, para
quitarle hierro al asunto.
–No lo entendéis, necesito alguien que me dé estabilidad
y seguridad después de lo que he vivido.
–¡Debe estar como un queso! ¡Madre mía, debe de estar
buenísimo!
–¡Rebeca!
Mi hermana levanta la voz alucinada.
–No, en serio.
La amiga de María me mira como si fuera a descubrir
vida extraterrestre.
–¿A que tengo razón? ¿A que es un bombón?
–Es... –¿qué digo? –… muy atractivo.
Sé perfectamente lo que piensan, sus caras lo dicen todo.
–No sé, Alba. Te conozco y no veo pasión, no te veo como
en otras ocasiones...
–Nunca más me vas a ver como con Jesús. Eso solamente
sucede una vez en la vida.
Mi tono cambia, ¿por qué estoy enfadada?
–Me voy a vivir con él.
–¿Qué?
–Me ha pedido que vivamos juntos y creo que es lo que
necesito ahora mismo. Tengo que alejarme de todo. Mirar
por mí misma.
–Hace muy poco que le conoces, Alba. Deberías pensarlo
mejor.
María me habla calmada, pero sé que bulle por dentro, se
la nota, no puede ocultarlo.
–Sé que es precipitado, pero cuando me lo dijo vi el cielo
abierto, fue como cuando te falta el aire y abres una
ventana al mar.
Bebo un largo trago de mi refresco, necesito mojar mi
garganta y explicarme lo más claramente posible.
–Es el único hombre que se ha preocupado por mí y
necesito sentirme protegida, necesito dar un paso hacia
delante si quiero superar esto.
–Entiendo perfectamente lo que quieres decir, a mí una
vez un chico me...
–Sí…
Mi hermana interrumpe a Rebeca que se queda
mirándola estupefacta.
–Pero eso no significa que te vayas con la primera
oportunidad que se te presenta. Se puede empezar de otra
manera. Se puede dar muchos pasos adelante en distintas
direcciones. No tienes por qué liarte con un tío. Puedes
hacer amigos nuevos. Si lo que quieres es alejarte de todo,
independízate, alquílate un piso, pero sinceramente creo
que cometes un error. No olvides que es tu jefe.
Me entra una gran desesperación, si mi hermana se lo
toma así, ¿cómo se lo tomaran mis padres? Me pongo en
pie.
–Entonces será mi propio error. Todos cometemos errores,
forma parte del juego de la vida.
Salgo de la cocina y subo las escaleras dispuesta a
terminar con la maleta. Abro los cajones y empiezo a meter
toda la ropa sin ton ni son. La puerta se abre y las dos
entran en mi habitación.
–Está bien. No quiero que te vayas enfadada.
Mi hermana me mira con un atisbo de comprensión en
sus ojos.
–No estoy enfadada. –Me siento en la cama–. ¿Es tan
difícil de entender?
–Un poco.
Las dos se sientan junto a mí, una a cada lado.
–Pero intentaremos entenderlo. Prométeme que me lo
presentarás lo antes posible.
–Y a mí, por favor.
Rebeca está entusiasmada y da tres palmaditas.
–Si quieres, podrías llevarlo a la fiesta de inauguración
del ático de Fer. Así lo conoceríamos todos.
–No me ha dicho nada –digo extrañada.
–Me acaba de llamar. Es el próximo sábado.
La idea me asusta un poco, pero creo que sería bueno
para todos. Si María le conoce, mis padres estarán más
tranquilos.
–Me parece bien, vayamos todos a esa fiesta.
–¡Bien! No me lo pierdo.
Rebeca me abraza y mi hermana hace lo mismo
estrujándome en un abrazo que me levanta el ánimo de
inmediato y ambas me ayudan a terminar de hacer mi
maletón.

Son las ocho y media, la cafetería en la que estamos es


puro lujo. Los asientos son sofás “chester” en forma de “u”
alrededor de cada mesa. Están tapizados en cuero en
colores chillones, el nuestro es de color mostaza y me
encanta. Una camarera deja en la mesa dos tostadas con
jamón y tomate, dos zumos de naranja recién exprimidos y
dos cafés con leche humeantes. ¡Mmm! ¡Qué bueno
desayunar fuera de casa! El olor a tostadas me chifla. Jorge
remueve con la cuchara pensativo su taza de café.
–¿Qué tal se lo han tomado tus padres?
Coge la taza y muy despacio se la lleva a los labios. Hoy
se ha superado, está muy elegante y atractivo a su lado
parezco su criada.
–Mis padres quieren lo mejor para mí, y entendieron que
ahora esto es lo que necesito.
La verdad es que se lo tomaron muy bien. Personalmente
creo que María tuvo algo que ver. Estoy segura de que habló
con ellos antes de que llegaran a casa.
–Sé que no les hace mucha gracia, pero me animaron a
dar el paso.
Jorge deja su taza en el platillo y se recuesta en el
respaldo del asiento pensativo.
–Este sábado un amigo de toda la vida hace una fiesta en
su casa nueva. Se acaba de mudar con su novia.
–¿Me estás pidiendo que vayamos?
¿Qué pasa? ¿No quiere ir? Reflexiono un momento.
–Es una buena oportunidad para conocer a todos mis
amigos. También estará mi hermana, pero si no quieres
venir...
Jorge se inclina de nuevo apoyándose sobre la mesa.
–¿Es importante para ti, verdad?
–¡Claro!
Acorta el espacio que nos separa deslizándose por el
sillón hasta ponerse junto a mí.
–Entonces tendré que ir, ¿no crees?
Tras la frase coge mi barbilla con su mano y besa mis
labios despacito y tiernamente. Me suelta lo justo para
mirarnos muy cerca.
–No te gusta la idea –le digo.
Jorge finalmente me suelta.
–No es eso. Tranquila, iré encantado a conocer a tus
amigos. Aunque no te prometo nada.
–Hagamos un trato. Organiza una cena con tus amigos
cuando quieras y así estaremos empate. Nos ayudará a ir
conociéndonos poco a poco.
–Todo a su tiempo.
Coge la tostada y la corta con el cuchillo y el tenedor
para llevarse un trozo triangular a la boca.
–Y dime, ese amigo tuyo de toda la vida, ¿cómo se llama?
–Fernando.
–¿Y de qué le conoces?
Mastica despacio con los labios cerrados mientras espera
mi respuesta.
–Íbamos juntos al colegio.
–Mmm, y… ¿a qué se dedica?
–Bueno, él está terminando la carrera de periodismo. Le
quedan tres asignaturas.
–¿Mal estudiante?
–¡No!
–¿No ibais juntos al colegio?
–Sí, pero él tuvo un accidente de coche. Estuvo a punto
de morir.
Los ojos de Jorge se detienen en los míos y le miro
estupefacta.
–Lo siento. ¿Estás bien?
Deja de comer y me agarra por la cintura.
–Va a terminar la carrera en tres años.
Me doy cuenta que no me gusta nada que hablen mal de
Fer. ¡Lo ha pasado tan mal!
–Lo siento. Tiene mucho mérito. Me gustaría conocerlo.
Ahora no sé por dónde va.
–¿Lo dices en serio? Hace un momento te parecía la
manera más aburrida de perder la noche del sábado.
–Todo lo que digo, lo digo en serio –sentencia. Su voz
suena como la de mi jefe. Lejana y distante.
–Vamos a editar una pequeña revista gratuita con tirada
mensual que se podrá adquirir en nuestras tiendas y cuyo
contenido serán la moda, tendencias y nuevas colecciones.
¡Dios! ¡Quiere conocerlo! ¡Quizás le dé trabajo! Eso sería
tan bueno para él...
–Sé que acabas de decir que todo lo que dices lo dices en
serio, pero...
No sé si atreverme a decir esto.
–¿Lo dices en serio?
Su cara se vuelve más seria aún si cabe.
–¿Me tomas el pelo, Alba? Lo digo muy en serio.
–¿Le harías una entrevista para algún puesto en ese
departamento?
Jorge se toca los gemelos de su camisa estirando los
puños.
–Estamos a punto de lanzar una oferta de trabajo con
diez puestos nuevos relacionados con la revista. Y sí, si él
quiere, le haría una entrevista.
–¡Ah!
Salto como una gacela sobre él, le cojo la cara, le beso, le
muerdo la oreja y me da igual que estemos en el
restaurante más lujoso del mundo. ¡Estoy feliz! Jorge ríe
como un niño. Los dos hemos caído de espaldas en el
asiento “chester”.
–¡Para, Alba!
No paro de besarle, los ojos, la nariz, el cuello.
–¡Gracias!
–Estás loca.
Me besa apasionadamente los labios mientras su mano
se desliza sobre mi blusa buscando mis pechos. Y por
primera vez en mucho tiempo, me siento feliz y sé que he
tomado la decisión correcta. Cuando nos incorporamos,
Jorge vuelve a su estado serio y elegante. Se pasa las
manos por el cabello peinándolo, se coloca la corbata gris y
vuelve a tocarse los gemelos, mientras mira a todos los
lados algo nervioso. Y me entra la risa, no una risa
cualquiera, sino una fuerte carcajada. Él me mira como si
estuviera loca.
–¡Alba, para!
Me coge la cara e intenta que pare. Pero cuanto más le
miro más risa me da.
–Lo siento.
Intento recomponerme, ahora sí que nos miran todos,
incluidos los camareros.
–Tienes la cara llena de mis besos, de carmín.
Tal cual lo digo le hago una foto con el móvil.
–¡Dios, Alba!
Parece furioso.
–Estás muy guapo.
Sigo riendo, me da igual si está enfadado, esto es de lo
más gracioso que me ha pasado últimamente y no pienso
dejarlo pasar.
Jorge saca su cartera nervioso, deja un billete de
cincuenta euros en la mesa y coge mi mano para llevarme
como una bala fuera de la cafetería y no para hasta que
llegamos al coche. Cuando entramos, saco un clínex de mi
bolso y empiezo a limpiarle con cuidado como si le estuviera
limpiando una herida. Él se deja hacer y su mirada me
atraviesa el cerebro. No sé si está enfadado y está
controlando su enfado o simplemente se ha puesto su
careta de hombre impasible.
–Hemos hecho el ridículo.
–Deberías vivir más la vida y dejar de pensar en el qué
dirán. Quizás yo no sea la persona más indicada para
decirlo, pero conocí una persona que pensaba así y su
libertad, sus ganas de vivir, su rebeldía ante la vida, me
abrieron los ojos. Quería ser como él. Me hizo cambiar todos
mis valores, todo lo que siempre he hecho, al igual que lo
haces tú, es así porque es lo que está establecido, pero
¿quién dice que eso es lo correcto? ¿Por qué no podemos
reírnos a carcajadas en un restaurante elegante? ¿Por qué
tengo que aguantarme la risa? ¿Por qué saltarse estos
momentos tan mágicos? Estos pequeños momentos son la
felicidad misma de la vida y no pienso ignorarlos, Jorge.
¿Realmente piensas que he hecho el ridículo al besarte y
reír en público?
Jorge arranca el coche.
–No estoy acostumbrado –dice contrariado.
–¿A reír en público o a que te besen?
Le suelto la frase mirando el salpicadero y noto cómo sus
pupilas se me clavan en la cara.
–Cada cosa tiene su lugar.
–No, cada cosa tiene su momento y no se puede cambiar.
¡Dios! ¿Por qué no lo dejo ya? ¡Qué más da! Se queda
callado hasta que llegamos al parking del trabajo y cuando
voy a salir agarra mi mano.
–He de admitir que después del desconcierto inicial, me
ha gustado.
Mi cara sonríe de oreja a oreja. ¡He ganado!
–He de admitir que a mí también me costó cambiar al
principio. Me he pasado media vida pensando en el qué
dirán o qué pensarán y me he perdido muchas cosas, no
voy a seguir así.
–Dame tiempo.
–De eso tengo mucho.

Me he dado cuenta de que Jorge es más inteligente de lo


que creía. Es una persona que sabe escuchar las críticas,
pero no para enfadarse, sino que lo madura, lo estudia y
luego toma una decisión. Me gusta. ¡Ojalá todos fuéramos
así! Yo la primera, porque me cuesta mucho cambiar, soy
muy cabezota.
La mañana ha pasado volando. Jorge me ha involucrado
en el proyecto de la revista y tengo un montón de trabajo
sobre mi mesa, así que no he tenido tiempo de fijarme en
Marta. Más bien en nadie. Ni siquiera he salido a comer, por
eso me suenan las tripas. Miro mi reloj, son las cuatro y
media de la tarde y decido bajar a comprarme algo. Encargo
un sándwich mixto en el bar más cercano y subo corriendo
por las escaleras para mover un poco las piernas. Cuando
llego al rellano, la puerta del ascensor se abre y aparece
José el informático.
–¡Alba! Perfecto, tengo que hablar contigo.
–Hola, José. Me has asustado.
–Lo siento.
José se sube las gafas ajustándoselas a la cara con el
dedo índice.
–Quería hablar contigo.
–Bien. Adelante.
–Creo que sé quién puede haber dado la clave a Marta,
pero es solo una suposición. Aún tengo que investigar un
poco más.
–Está bien. ¿Y mi nueva contraseña?
–He pensado hacer otra cosa.
Mira hacia los lados comprobando que no haya nadie en
el tiro de escaleras. No tengo ni idea de por dónde va, pero
creo que me va a gustar.
–Vamos a dejar tu contraseña como está. No la vamos a
cambiar, es más, vas a provocar de nuevo a Marta para que
vuelva a entrar en tu ordenador.
–¿Estás loco? ¿Quieres que me caiga otra bronca?
–Bueno, creo que ya no sería una bronca tan grande...
¿no?
Me mira con cara de pícaro. ¡Dios mío! Ya lo sabe toda la
oficina, Esther tenía razón.
–Déjate de cotilleos y ve al grano.
La cara de José se recompone pasando a un rostro lleno
de intriga. ¡Este ve muchas películas de misterio!
–Hay que instalarte un programa. Realmente es una
webcam la diferencia es que graba cuando metes la clave.
Lo que grabe se queda guardado en un archivo en el propio
ordenador. ¡Ojo! No solo se quedará grabada la cara de
Marta frente a tu pantalla, sino también lo que esté
haciendo en ella.
–¡Dios, eres un genio!
–Solo hay un pequeñito problema.
–¿Cuál?
Lo miro extrañada, es un plan perfecto. Tendré por fin la
prueba que necesito.
–Para instalarlo hay que solicitarlo antes por escrito a
Jorge.
–¡Olvídalo! –contesto de inmediato–. ¡Ponlo!
–No puedo, Alba.
–Asumo todas las consecuencias. Diré que lo puse yo, ¡lo
que sea! Pero pon esa maldita cámara, por favor.
–Entonces, hazlo tú. Te dejo el material y cómo instalarlo,
es muy fácil. Solamente tienes que meter los drivers del
programa y conectar la cámara.
Me quedo atónita, no piensa arriesgar nada por librarse
de Marta. En fin, me da igual. Lo haré yo.
–Está bien. Déjamelo esta tarde en mi armario. Ya me las
apañaré para instalarlo yo solita en mi mundo de cristal
transparente sin levantar sospechas.
Pongo los ojos en blanco dando un toque melodramático
a mis palabras.
–¿Tú ves muchos dramas, no?
¡Alucino! José desaparece tras la puerta de entrada y me
deja así, alucinando sola.
Atravieso recepción no sin antes saludar a Esther y me
enfrasco en mi cubo acristalado mientras mastico mi
sándwich. A las siete en punto noto movimiento a mi
izquierda. Miro de reojo, Marta se va. Tiene puesto el abrigo
sobre los hombros y charla con una chica en el pasillo.
Parece que sonríe más de lo normal. Malo, malo. ¡Esta solo
sonríe para hacer alguna faena! Mira una milésima de
segundo hacia mi despacho y después avanza por el pasillo
muy estirada hasta el despacho de Jorge. Entra y le saluda
efusivamente con una sonrisa increíble. Se toca el pelo y le
hace ojitos. ¡Está coqueteando con él! Lo hace aposta, me
quiere provocar, pero no lo va a conseguir. Sé de sobra que
Jorge la ignora. ¿O no? Los dos ríen y parecen distendidos.
Creo que es una nueva estrategia suya. Al rato, Marta se
levanta y sale airosa con una sonrisa en la cara. Esta vez la
miro hasta que desaparece por el pasillo.
–¿Estás lista?
La voz de Jorge me sobresalta.
–Tengo que quedarme un rato aún. No hace falta que te
quedes, puedo ir luego hasta tu casa. No te preocupes.
–Puedo esperarte.
–No, de verdad, así no tendré que subir mis maletas.
Le sonrío alegre.
–Está bien. Aprovecharé para ir al gimnasio. Te espero en
casa a las ocho. No más tarde, Alba.
Me quedo con la sonrisa congelada y él desaparece de mi
vista. ¿Esto es una orden? No sé por qué, pero parece mi
padre. ¡Arrrg! Espero que solo haya sido algo puntual. A los
pocos minutos un chico del departamento de informática
me deja dos cajas en mi mesa y me pongo como una loca a
leer las instrucciones para dejar instalada la cámara.
¡Prepárate, Marta, vas a morder el polvo!

A las ocho y cuarto llego a casa de Jorge después de


coger el metro, menos mal que solo son tres estaciones. La
cámara ha quedado colocada. Espero que nadie pregunte
por ella. Jorge no ha llegado aún y me extraña, tanto
insistir... No tengo llaves, así que bajo hasta la calle y entro
en una cafetería que hay junto al portal. Me pido una
cerveza y me la traen con un pinchito de tortilla de patatas.
Abro mi móvil y decido enviarle un mensaje a Sandra.
Hola, Sandra. ¿Cómo te va? Espero que lo tuyo con Oscar vaya
viento en popa. Cuéntame, por favor, estoy ansiosa de saber algo.
Yo he comenzado a trabajar en una empresa y estoy bien. Un
beso muy fuerte. 20: 45

Al momento me contesta.
¡Alba! Qué alegría saber de ti. Estoy en una nube. Oscar y yo nos
hemos ido a vivir juntos, bueno, más bien él se ha venido a mi piso
y todo gracias a ti. 20: 45

He intentado hablar con Jesús, pero sigue muy callado y raro.


Apenas sale, solo para ir al trabajo. No sé qué hacer. Lo he
intentado todo. Es como si se metiera en su propia concha y no
quisiera saber nada del exterior. Lo siento. 20: 45

Me alegro por tu nuevo trabajo. Aquí hemos empezado


las obras del nuevo edificio del Club de Buceo. ¡Es una
pasada! He visto los planos y va a ser genial. La semana
que viene empiezan las obras del nuevo colegio. ¡A Mauro
se le ha ido la pinza! 20: 46

A propósito, últimamente veo muy juntos a Elena y Mauro.


Están todo el día pegados y se ve que hay química entre
ellos. La verdad es que ella me recuerda mucho a ti, pero
noto que Mauro marca un poco las distancias, pero se ve de
lejos cómo saltan las chispas entre ellos. 20: 48

Madre mía, me alegro por ella... y buenas noticias, a


Mauro le falta un empujón y creo que se lo voy a dar ¡Ya! No
tengo tiempo de pensar en Jesús. Realmente no puedo
hacerlo porque volvería atrás y no puedo permitírmelo. ¿Por
qué está así? Me sacudo la sensación que me invade y
comienzo a escribir mientras mastico un pedazo de tortilla.

¡Me alegro tanto, Sandra! Estaba segura que iría bien. Estáis hechos
el uno para el otro. Voy a hablar con Mauro. Tiene que empezar de
cero y Elena es su gran oportunidad, es un cielo de chica. Sobre
Jesús, prefiero no decir nada. Me duele todavía. Me duele mucho,
aunque intente ignorarlo, le tengo dentro muy dentro aún. Déjale, es
cuestión de tiempo. 20: 48

Alba, espero que no estés todavía en la


oficina... O casi sería preferible a que estés
por ahí a estas horas. 20: 50

¡Por Dios, qué susto! No me esperaba un mensaje de


Jorge.
Le noto un poquito posesivo. Decido contestarle.

Técnicamente debería estar en casa ya, de hecho,


he llegado a las ocho y cuarto, pero no había nadie
y como no tengo llaves... he pensado cenar algo en
el bar de abajo. ¿Dónde estabas tú? 20: 51

Si quiere control... lo va a tener. Me arrepiento al


momento de haberlo enviado, pagarle con la misma
moneda no arregla las cosas. Espero. Y espero. Debe de
estar pensando la respuesta.

Lo siento. Me he retrasado. No he ido al gimnasio. He Estado


tomando algo con Marta. Sube, estoy en casa. 20: 58

¿Quééé? ¡Será cabrona! Por eso se reía tanto. Y tú, Jorge,


espero que tengas una buena excusa para justificar esto.
Me dejo mi cena a medias, pago y subo en el ascensor
hasta el octavo piso. Cuando Jorge me abre la puerta está
descalzo, con los pantalones de pinzas del traje y
empezando a desabrocharse la camisa. Parece que va a
ducharse. En el recibidor están mis tres maletones.
–Pasa.
Me cede el paso y entro sin saludarle. Me quedo junto a
las maletas y Jorge camina hasta el baño mientras se quita
la camisa y la deja sobre la cama. Le sigo muy de cerca.
–Quiere tu puesto.
Está de espaldas a mí. Se quita los pantalones y los
calzoncillos y entra en la ducha acristalada. No salgo de mi
asombro. Esto empieza a ponerme muy pero que muy
cabreada y cuando estoy muy pero que muy cabreada no
respondo. Jorge se gira antes de abrir la ducha.
–Pasa y relájate.
Sin esperar respuesta abre el grifo. El cuerpo me arde y
comienzo a quitarme el jersey que queda tirado en el suelo.
Lanzo los altos tacones con todas mis fuerzas contra los
azulejos, desabrocho la falda, y literalmente me arranco las
medias. Jorge me mira sonriente bajo el agua y eso me pone
más cabreada aún. Me desabrocho el sujetador y lo lanzo
hacia atrás. No sé dónde ha caído ni me importa en estos
momentos. Me bajo el tanga y me deshago de él de la
misma manera. Esta vez la expresión de Jorge es
completamente diferente. Sí, sus ojos rebosan deseo, su
boca se entreabre y ni pestañea. Solo se mueve cuando me
acerco para abrir la puerta de cristal. Paso dentro de la
ducha llena de vapor. Jorge se coloca detrás de mí y
comienza a masajearme los hombros mientras la lluvia de
agua cae sobre mi rostro y poco a poco voy sintiendo su
efecto. La rabia y el enfado se transforman suavemente en
sosiego mientras él acaricia mi espalda destensándola. Es
algo mágico. Se gira y comienza a besarme la frente, los
ojos y los labios. Sus besos despiertan mi libido y acaricio el
pelo de su pecho, sabe besar de una manera que no había
sentido, diferente. No son besos pasionales, sexuales, son
algo más, cómo decirlo… son besos con experiencia.
Comienza a bajar besándome el ombligo hasta que queda
arrodillado junto a mí. Besa mi pubis y entonces caigo
arrodillada junto a él. Está preparado para mí. Muy
preparado y yo lo estoy para él. Alza la mano hasta la
hornacina de azulejos que hay en la pared y coge un
preservativo. Lo muerde y lo abre, pero se lo quito de las
manos, quiero hacerlo yo. Lo coloco sobre la punta de su
pene erecto con cuidado, sé que me está mirando deseoso
y mis manos comienzan a temblar, pero lo agarro y
comienzo a deslizarlo poco a poco hasta la base y entonces
le miro, tiene la boca entreabierta y la cabeza ligeramente
hacia atrás. Me coge por la cintura para colocarme sobre su
pene mientras besa mis pezones suavemente. Noto la punta
en mis labios mayores haciéndome cosquillas
acariciándome y creo que voy a explotar, tengo las ingles
tensas y el sexo me arde, estoy más que preparada, es
increíble, ¡si apenas me ha tocado! El agua corre por
nuestros cuerpos y no puedo aguantarlo más, relajo mis
caderas y su miembro me penetra entrando en mi interior,
abriéndome por dentro poco a poco. Siento cómo su calor
me inunda.
–¡Oh, Dios, Alba! Me vuelves loco. No voy a aguantar
mucho.
–Yo tampoco...
Mi voz suena como un suspiro y comienzo a moverme
rítmicamente, arriba y abajo, Jorge suelta un gemido y me
uno a él, estoy a punto de explotar, toda mi mente, mi
cuerpo me empuja hacia un grandioso orgasmo y el ritmo se
acelera al igual que nuestros gemidos que se unen en un
solo cántico. Cuanto más escucho su voz más me excito y
noto cómo mis muslos tiemblan, mi espalda se estira y mis
muslos se tensan y cuando creo que una oleada de
espasmos me va a envolver, todo desaparece.
–¡Nooo!
Grito como una loca e intento forzar mis movimientos de
cadera sobre Jorge. ¡No me puede pasar otra vez! Mi mente
viaja hacia el día en que Jesús y yo hicimos el amor en la
piscina, sus labios carnosos aparecen ante mí, cojo el pelo
de Jorge agarrándolo y cierro los ojos, la imagen de Jesús
también mojado es clara en mi mente y todas las
sensaciones vuelven a mi cuerpo como por arte de magia,
mi vagina se contrae una y otra vez en una explosión de
impulsos rítmicos ¡es un orgasmo increíble! Me contraigo sin
cesar a la vez que Jorge explota con un largo gemido.
Cuando todo acaba, dejo mi cuerpo relajado sobre él que
me recoge abrazándome y así nos quedamos bajo el agua
caliente un largo rato hasta que Jorge me levanta en brazos
y me lleva hasta la cama donde nos tapamos y nos
quedamos dormidos entrelazados.
El desayuno está preparado cuando entro en la cocina.
Jorge se ha tomado muchas molestias. ¡Me encanta!
Tostadas, café y zumo de arándanos. ¡Rico, rico! Me siento
entusiasmada en la barra, espero que esto siempre sea así.
Jorge deja de leer las noticias en su móvil y lo deja sobre la
mesa junto a su mano derecha.
–Nunca me había pasado algo así –dice serio.
No tengo ni idea a qué se refiere. Unto mi tostada
esperando a que se explique mejor.
–No suelo correrme tan deprisa.
La tostada se me atraganta.
–¿Por qué dices eso, Jorge?
–Siempre me tomo mi tiempo, ya sabes. Anoche fui
demasiado deprisa, tendría que haberte dedicado más
tiempo, pero no sé qué es lo que me haces. Te puedo
asegurar que no soy así.
–Estuvo fenomenal, Jorge. No nos hizo falta más tiempo.
Ni a ti, ni a mí, eso es lo que importa.
Sé que no me ha hecho ni caso.
–No lo entiendes...
Deja la frase en el aire y le miro como si fuera tonta.
–¡Claro que lo entiendo! El famoso ego masculino.
Coge la taza con asombrosa tranquilidad y sé que se está
conteniendo. Cómo no. Está sopesando sus próximas
palabras. Bebe parte de su café y deja la taza sonriente.
¡Vaya, le he hecho gracia!
–No se trata de eso, Alba. Son maneras de hacer las
cosas. Y la de anoche no es la mía. Solo quiero que lo
entiendas.
Dejo mi taburete y me acerco a él abrazándolo.
–Y yo solo quiero que entiendas que anoche no
necesitaba más preámbulos, al igual que tú, es así de
simple.
Jorge me besa juntando sus labios a los míos y
arruinando mi pintalabios. Cuando termina cojo una
servilleta y le limpio.
–Te queda bien el rojo.
–Mejor quítamelo, cielo –dice entre risas.
Vuelvo a mi cómodo taburete y Jorge ojea de nuevo las
noticias en su móvil de última generación, perece que lo
único que le preocupaba esta mañana era su ego, pues a mí
me preocupan otras cosas... carraspeo antes de hablar.
–Entonces, ¿eso es lo que quería?
Levanta la vista un segundo para contestarme.
–Te refieres a Marta.
–¿A quién si no? Quería estar a solas contigo para pedirte
mi puesto.
–Eso parece.
Esta vez continúa con la lectura sin inmutarse.
–¡Es increíble! No me lo puedo creer. ¿De qué va?
–Si vas a hacer un numerito puedes ahorrártelo.
No doy crédito. ¿Me está pidiendo que me calle? Pues
esto no va a quedar así. No, Jorge, tú no conoces a Alba.
–¿Te parece normal que te pida mi puesto?
Jorge toca la pantalla de su móvil.
–A mí sí. No sabes la de trabajadores de Diro Design que
vienen a pedirme cosas todos los días.
–Sí, claro. Te podrán pedir vacaciones, un ascenso, ¡pero
no el puesto concreto de otra persona!
Me doy cuenta que según avanza mi frase subo el tono
de mi voz, tanto que Jorge deja de leer y me mira como me
miraba mi padre justo antes de echarme una bronca.
–No tienes ni idea de las rencillas, envidias y aspiraciones
que hay en una empresa. No tienes ni idea… –repite –… de
las cosas que hace la gente por subir y progresar en la
escala laboral. No tienes ni idea… –vuelve a repetir–… de la
gente que he visto pisotear, chantajear, extorsionar,
mentir... la gente cambia, se convierten en personas sin
escrúpulos, ponen la zancadilla a todo lo que se interpone
en sus aspiraciones. Es una auténtica jungla y si no quiero
que me atrape, tengo que hablar y escuchar a todos ellos,
me guste o no. Tengo que saber de qué pie cojean todos y
cada uno de ellos para poder mantener la armonía y no solo
que cada pieza encaje en su lugar, sino que además estén
contentos de haber encajado ahí.
Me quedo estupefacta. Sí, sé que hay gente que le da
todo igual, sin escrúpulos que solo piensan en sí mismos.
–Tú lo sabes igual que yo. Marta no quiere mi puesto.
Marta te quiere a ti.
Jorge suspira mientras se levanta y ajusta su corbata.
–Sabe que eso no es posible.
–Me quiere fuera de Diro Design y va a hacer todo lo
posible por echarme.
–Eso solo lo decido yo.
Atraviesa la puerta saliendo al vestíbulo.
–¿Estás lista? Nos vamos.
Me paso todo el camino hasta la oficina dándole vueltas
al asunto y llego a una única conclusión. O ella o yo.
Nada más llegar, Jorge me convoca a una reunión con sus
asesores de compras y Marta, por lo visto están pensando
en incluir un proveedor nuevo. Se barajan distintas
posibilidades. Una empresa americana totalmente
desconocida en Europa la cual quiere abrirse camino
empezando en España, otra empresa china, que se
descartará por no tener los suficientes niveles de calidad en
cuanto a materiales, fabricación y diseño y una última y
pequeña empresa londinense que a juzgar por sus diseños
son rompedores, frescos y elegantes.
–Se trata de una empresa cuyo nombre es el de su
diseñadora y creadora, Tara Moore, de unos diez
trabajadores. Ella diseña, compra materiales y el resto del
personal los fabrica a mano.
Tres folios con fotos impresas de sus diseños corren por la
mesa. Cuando llegan a mis manos, solo puedo pensar en
una cosa, ¡Quiero! ¡Esos! ¡Zapatos!
–Es una gran oportunidad. Tiene talento.
–Y mucho a su favor, son hechos a mano. Sus diseños
pueden convertirse en la joya de nuestras tiendas.
–Aún es desconocida. Tara acaba de terminar la carrera
de diseño. Solamente tiene veintiséis años y ya ha ganado
varios premios en su país. Y lo mejor, aún no la ha fichado
nadie.
Las frases se superponen unas a otras.
–Y tiene algo muy atractivo en sus diseños que la
caracteriza. Todos sus zapatos tienen las suelas de color
azul. Sigue la estela de Christian Louboutin.
–¿Qué opinas, Alba?
Todas las voces se cortan de golpe y las miradas de
incredulidad se centran en mi persona. Puedo notar cómo el
ambiente se caldea y no solo por los ojos de rabia de Marta,
sino por el estado general. Dejo de mirar las fotos y solo me
atrevo a mirar a Jorge. ¿Por qué me hace esto? ¿Quiere
ponerme a todo el mundo en mi contra? De verdad, con
Marta ya tengo suficiente. Su cara es seria y puedo ver que
espera una respuesta sincera.
–De las tres opciones me decantaría por Tara Moore.
–No se hable más. Carlos, envía a Alba todos los datos
que tengas de Tara Moore, datos económicos, datos
empresariales... etc.
Su dedo señala al tal Carlos que toma nota con
desagrado de todo lo que le dice Jorge.
–Alba.
El dedo me señala a mí.
–Quiero una primera reunión a principios de la semana
que viene con Tara. Prepáralo todo, te vienes conmigo.
Señores, gracias por su tiempo.
Se levanta y desaparece por la puerta de la sala de
reuniones rumbo a su despacho.
¡Ay, Dios! Ahora sí, ahora me pitarán los oídos tres
semanas. Me levanto y recojo mis cosas con visible
nerviosismo, los demás hacen lo mismo y puedo escuchar
algunos comentarios por lo bajo. “No sé para qué nos reúne
si solo cuenta una opinión”. “Creo que deberíamos ir alguno
de nosotros a esa reunión con Tara”. La cabeza me empieza
a dar vueltas y salgo lo más rápido que me permiten mis
tacones de la sala, pero al pasar por delante de Marta su
sonrisa burlona me exaspera tanto que me paro en seco. Me
giro sobre mis tacones y como un impulso incontrolable me
dirijo a todo el equipo.
–Perdonad, quisiera que me escucharais antes de salir.
Las caras son de aburrimiento.
–Creo que tenéis razón. Es imprescindible que parte del
equipo vayáis a esa entrevista y sinceramente no tengo ni
idea de lo que pinto yo allí.
El silencio es absoluto, pero creo que he conseguido
llamar su atención y parte de ellos me miran ya con otra
cara.
–Voy a comunicárselo.
Hago una pausa para pasar mi mirada por todos y cada
uno de ellos, incluida Marta.
–Gracias por vuestra atención.
Ahora sí. Ahora abandono la sala esperando ser lo
suficientemente persuasiva para convencer a Jorge. Mis
pasos me llevan hasta su despacho y puedo sentir el aliento
de Marta en el cogote. Sí, se está riendo de nuevo, pero
quien ríe la última, ríe mejor. Mis nudillos tocan en la puerta
acristalada y paso sin esperar respuesta alguna. Cierro tras
de mí y acciono el control remoto para cerrar los estores.
Jorge me deja hacer. Cuando termino me siento en una de
las sillas de cuero y me quedo mirándolo. Pasan unos
segundos interminables.
–¿Querías algo, Alba?
Su voz suena tranquila.
–No voy a hablar de lo que ha ocurrido en esa sala. Eso,
lo dejaré para otro momento.
–Únicamente quiero que te involucres.
No le hago caso y continúo.
–No podemos ir los dos solos a esa reunión. Tienes un
gran equipo que se dedica a eso precisamente.
–No vamos a ir solos, Alba, Carlos y Marta se vienen con
nosotros.
Se queda callado esperando mi reacción con cara de
querer saber mi opinión lo antes posible, pero no tengo
palabras. Me quedo con la boca abierta mientras por mi
cerebro pasan multitud de frases encolerizadas llenas de
palabras malsonantes.
–Si lo que pretendes es decirme que no quieres venir, lo
siento. Te necesito allí.
Por fin mi lengua y mis labios me hacen caso y puedo
comunicarme de nuevo.
–¿Por qué me haces esto?
–No te estoy haciendo nada, Alba. Eres la secretaria de
dirección y necesito que me ayudes en esta reunión. Nada
más.
En eso tiene razón, pero sabe perfectamente a qué me
refiero.
–Eres lo suficientemente profesional como para hacer
este viaje, prepararlo todo, estar en esa reunión conmigo y
que Marta no te influya ni un ápice.
Continúa serio como nunca le he visto antes mientras su
dedo índice toca la mesa una y otra vez haciendo hincapié
en sus palabras. ¿Por qué me pone entre la espada y la
pared?
–Sé que puedes hacerlo y lo vas a hacer genial, Alba, no
tengo la menor duda.
Su última frase suena en un tono conciliador.
–Está bien... si eso es lo que quieres...
Me levanto y dejo el despacho de Jorge lo más rápido que
puedo. No quiero seguir con esta conversación, tendré que
hacerme a la idea. Me dirijo a grandes zancadas hasta el
aseo de señoras y allí me quedo mirándome al espejo con
las manos apoyadas en la encimera de mármol. Tengo que
preparar la trampa hoy mismo. Debo dejar el anzuelo y esta
oportunidad es la mejor. Haré las reservas del hotel y del
avión y me cercioraré de que Marta se entere.
La puerta se abre y Jorge entra cerrando tras de sí. Me
quedo mirándole sin entender, no es propio de él. Se me
acerca hasta juntar su cuerpo al mío tanto que percibo su
crecida excitación. Me acurruca en sus brazos y su cara roza
la mía.
–Es lo mejor –me susurra al oído–. Toda va a ir bien, lo sé.
Eres mi mejor baza en esa reunión.
Sus manos recorren mi espalda acariciándome mientras
su cadera se pega a la mía apretando su sexo contra mi
entrepierna.
–Te deseo.
Sus labios dejan pequeños besos en mi cuello y mi
reacción es inmediata. Yo también le deseo. Avanzamos
juntos entrelazados mientras nuestras bocas se juntan
hasta encontrar una puerta, Jorge la abre y la cierra con una
sola mano accionando el cerrojo. ¡Esto va a ser más fácil de
lo que pensaba! Esta vez estoy preparada para el orgasmo,
no se me va a escapar. Solo tengo que recrear una situación
parecida... una situación que ahora se me antoja de lo más
increíble que me ha pasado. Mi mente viaja hasta los
lavabos de la discoteca de Santo Domingo y la cara de Jesús
aparece ante mí con sus penetrantes ojos verdes llenos de
lujuria y pasión y noto cómo me humedezco. Jorge se sienta
sobre el retrete mientras se desabrocha el cinturón y la
bragueta liberando todo su deseo erecto. Llevo una falda de
vuelo así que me quito el tanga sin problema mientras Jorge
rompe la bolsita del preservativo sin quitarme ojo y se lo
coloca con tanta celeridad que me asombra. Me acerco a él.
–Me temo que esto también va a ser rápido.
–Más nos vale o empezarán a sospechar.
Le hago sonreír y su cara adquiere un tinte pícaro que me
provoca una reacción inmediata de calor y me recorre la
espina dorsal. Abro mis piernas y dejo las suyas entre las
mías acariciándole el pelo. Jorge me mira un instante antes
de subir mi falda y pasar su cabeza por debajo. Cierro los
ojos instintivamente y veo a Jesús ante mí con los
pantalones bajados pasando su mano por su paquete. ¡Dios,
voy a volverme loca! Jorge pasa la lengua por mi clítoris a la
vez que introduce sus dedos en mi vagina. ¡Madre mía! ¡Es
como si los tuviera a los dos a la vez! Jesús libera su
miembro... no puedo más... agarro la cabeza de Jorge
sacándole de su escondite y de un solo movimiento me
siento sobre su pene. Me deja hacer mientras su cabeza cae
hacia atrás con la boca entreabierta. Cierro de nuevo los
ojos, ahí está Jesús, me ha penetrado contra la pared
cogiéndome a pulso. Comienzo a moverme. Mi cadera
responde con movimientos rápidos y escucho los gemidos
de Jorge... o son los de Jesús. Automáticamente le pongo la
mano en la boca, lo que hace que abra los ojos un instante
para luego volverlos a cerrar. Jesús me embiste una y otra
vez sin descanso y yo imprimo los mismos movimientos a
mi cadera y ahí está, puedo sentirlo desde el interior de mis
entrañas un cosquilleo arrollador, intenso, casi me quema
por dentro. Las ingles se me tensan junto con la espalda y
por fin estalla en una lluvia de placer incontrolable seguida
de varias contracciones de mi vagina y esta vez soy yo la
que suelto un gemido mientras Jesús me tapa la boca.
Cuando abro los ojos Jorge me está mirando exhausto. Le
beso suavemente los labios, pero apenas reacciona.
–Eres una diosa...

–¡Esther!
Al escuchar mi voz, se sobresalta.
–¡Alba! ¿Qué tal vas?
Ignoro su pregunta y me acerco al mostrador para hablar
con ella en un susurro.
–Mañana va a ser un gran día.
Sus ojos se abren como platos y su cara me dice que no
entiende nada.
–Todo está preparado.
Esther hace ademán de hablar, pero la corto en seco.
–Me voy ya a casa. He dejado puesto el anzuelo.
Esther me sonríe ahora entusiasmada.
–He hablado con Carlos del departamento de compras
justo delante de su despacho y le he dicho que ya tenía
reservados tanto el hotel como los vuelos.
–¿Crees que picará?
–He dejado la clave metida para que cuando abra el
ordenador, el programa se dispare y grabe su careto.
Esther suelta una carcajada mientras aplaude y me uno a
ella.
–Mañana llego la primera, no me lo pierdo –susurra
entusiasmada. Avanzo hacia la puerta y nos despedimos
hasta el gran día.
Cuando salgo a la calle estoy pletórica, llena de energía.
De camino hasta el metro saco mi móvil y marco el número
de Fer.
–¡Qué pasaaa! Cuánto tiempo. Desde que trabajas ya no
quieres nada con los pobres estudiantes.
La voz de Fer me llega como un soplo de aire fresco.
–Quizás eso cambie pronto.
–Eso espero... tengo una hipoteca que pagar...
La familiar risa de Fer me hace sentir aún más radiante y
me río junto a él.
–Oye, quería decirte que cuentes conmigo este sábado
para la inauguración. No me la perdería por nada del
mundo.
–No esperaba menos. Tengo ganas de verte y que me
cuentes cómo va tu vida, porque según tengo entendido
hay mucho que no sé.
Me paro junto a la boca de metro sonriendo.
–Estás muy enterado.
–Sí, pero no por ti.
Su voz suena algo tristona.
–Quiero que me lo cuentes tú.
Me quedo un momento pensativa.
–Sabes que no iré sola...
–Lo sé. Y… todos estamos muy intrigados con tu nueva
conquista.
Sonrío.
–Tengo que dejarte, voy a entrar en el metro.
–Está bien. No lo olvides, a las nueve.
–Allí estaremos.
–Cuídate, sabes que te quiero.
–Lo sé, y yo a ti.
Cuelgo el teléfono emocionada y bajo las escaleras hacia
las puertas de entrada al metro como si fuera Campanilla
entrando en el Mundo de Nunca Jamás.
Apenas he pegado ojo. Me he pasado la noche dando
vueltas y vueltas esperando que se hiciera de día hasta que
ya no he podido más y me he levantado antes de que
sonara el despertador. Estoy deseando llegar a la oficina.
Miro a Jorge, dormido a un ladito de la gran cama. Lo he
tenido arrinconado toda la noche con mi inquietud y sonrío
para mis adentros. Entro en la ducha y mientras me despejo
bajo la lluvia caliente no dejo de pensar si habré conseguido
mi objetivo. Quizás se haya dado cuenta de la cámara y
haya abortado su maléfico plan. Podría ser. Retiro de mi
mente este pensamiento mientras acciono el moderno
botón cromado de apagado de la ducha. Prefiero creer que
una mujer como ella, no habría dejado pasar esta
oportunidad.
Tengo que estar radiante, así que me dirijo al vestidor
donde ayer hice hueco para poner mis cosas. Me decanto
por un vestido negro ajustado de manga larga y cuello alto
con el que se marcan todas las curvas de mi cuerpo y me
encanta, zapatos de aguja negros de charol y para darle un
aire sofisticado me coloco un collar de cadenas doradas de
distinta longitud, que combina a la perfección con un abrigo
largo de color camel. ¡Sí, perfecta! Me maquillo y recojo mi
pelo en una alta coleta de caballo.
Para cuando Jorge aparece por la puerta de la cocina, ya
lo tengo todo listo.
–Vaya, Alba, has madrugado mucho.
Su vista recorre el mostrador de la cocina. He preparado
el desayuno a conciencia. Tortitas con chocolate, zumo de
naranja natural y café. Se acerca a mí por la espalda y deja
un sabroso beso en mi cuello.
–¿Pasa algo hoy? –me susurra al oído.
Me quedo quieta como una estatua de hielo. ¡Dios, lo
sabe! No, no Alba, ¿cómo va a saberlo?
–¿Por qué lo dices? –me atrevo a preguntarle.
–Estás radiante. Me encanta cuando te pones esta coleta.
No lo sabe.... me giro para besarle.
–No debería dejarte salir así. Tu cuello, me vuelve loco.
–Es bueno saberlo –le digo entre beso y beso y noto cómo
mi pelo se suelta cayendo por mi espalda.
–¡¿Qué haces?!
No me lo puedo creer. ¡De qué va!
–Prefiero que te lo tapes en la oficina.
Y sin darle más importancia se sienta delante de su
tortita bañada en chocolate.
–¿Chocolate? –pregunta contrariado.
Cuento hasta diez. Recojo la goma de pelo que ha dejado
sobre la mesa y me la coloco en la muñeca. Esto no va a
quedar así. Tomo aire y me calmo sentándome junto a él en
la barra.
–¿No te gusta el chocolate? –pregunto camuflando el tono
de mi voz.
–No es muy bueno para los que hacemos deporte.
–Piensa que es afrodisíaco. El chocolate aumenta el
deseo y sinceramente, los que hacéis deporte os podéis
permitir tomarlo una vez al menos.
Me mira pensativo y una sonrisa pícara se dibuja en su
cara recién afeitada.
–¡Qué pasa!
Sigue con su sonrisa y empiezo a crisparme.
–¿De qué te ríes? –digo nerviosa.
–No me estoy riendo, Alba, solo sonrío.
¡Arrrg! Corta un trozo de tortita lleno de chocolate y se lo
come saboreándolo placenteramente.
–Creo.... ¡Mmm! Esto está muy rico.
–¿Qué crees?
Se me está agotando la paciencia. Me sonríe de nuevo.
–Creo que hoy quieres guerra en la oficina.
Me quedo pálida de inmediato. Tiene razón, quiero
guerra, pero no estoy pensando en la que él cree. Hoy es el
gran día en que el culo de Marta saldrá por la puerta del
edificio de Diro Design para no volver jamás.
Por fin estoy frente a mi ordenador. Estoy tan nerviosa
que me tiemblan hasta las pestañas. Le doy al botón de
encendido y la pantalla de inicio aparece ante mis ojos
como siempre. Marta aún no ha llegado y Jorge no se
encuentra en su despacho, es el momento idóneo para
verificarlo. Entro en la carpeta de herramientas y pincho el
icono del programa trampa.
Suena mi teléfono. ¡Por Dios! Qué susto. ¿Cómo se puede
ser tan inoportuno? Descuelgo.
–Alba.
Es la voz fría de mi jefe.
–Dime, Jorge.
¡Por favor, que sea rápido!
–En cuanto puedas, pásate por la sala de reuniones.
–Está bien.
Cuelgo de inmediato y nada más hacerlo me arrepiento.
Espero que no me lo tenga en cuenta. Me concentro en el
programa que acaba de abrirse y localizo un único archivo
llamado “play1”. Con el dedo temblando muevo el ratón
hasta que la flecha se posa sobre el archivo, hago doble clic
y una ventana de tamaño mediano se abre en la esquina
superior derecha a la vez que el resto de la pantalla cambia.
Durante unos segundos interminables ambas pantallas son
de color negro. ¡Por Dios! El programa ha grabado a alguien
entrando en mi ordenador eso es seguro, de lo contrario, no
se habría creado el archivo “play1”, hasta que en la pantalla
superior aparece… ¡¡la cara de Marta!! No me lo puedo
creer... ¡ha picado! El resto de la pantalla presenta la
pantalla de Internet donde hice la reserva. ¡Sííííí! ¡Lo ha
hecho! ¡Gracias, Marta! Me echo hacia atrás en mi silla
meciéndome, sonriendo de oreja a oreja con el corazón en
un puño y saboreando mi victoria. ¡Por fin podré
deshacerme de esa arpía! Me inclino de nuevo sobre la
pantalla para cerciorarme. El puntero viaja por los recuadros
anulando mi reserva y haciendo una nueva con unos
horarios nuevos que nos harían llegar tarde a la reunión,
pero al momento lo cancela. ¿Por qué? No puede ser...
vuelve a reservar los billetes de avión anteriores. No puedo
creer lo que veo. La pantalla se cierra y puedo ver el rostro
de Marta sonriente que desaparece.
Me levanto de mi silla. Doy cuatro pasos. ¿Para qué lo
habrá anulado y luego lo habrá vuelto a reservar? No puede
ser. Algo se me escapa. ¡Piensa, Alba! Vuelvo a visualizar la
cara de Marta sonriendo. Algo ha hecho. ¿Pero qué? Apoyo
mis manos sobre la mesa y poco a poco mi mente se aclara.
¡Claro! Sería demasiado evidente. Cuando yo imprimiera los
billetes correría el riesgo de que me diera cuenta y
solventara el incidente sin más. Por eso lo ha descartado,
sin embargo, la anulación del hotel... nadie se daría cuenta
hasta que llegáramos.
Me siento de nuevo. Descuelgo y marco la extensión de
la sala de reuniones.
–Sí. Alba.
–Quería saber, Jorge, si tengo que llevar algo, no sé, ¿se
trata de una reunión?
–No. Solo quería verte a solas.
Me quedo algo extrañada pero no le doy más vueltas. Es
mi momento.
–Está bien. Enseguida voy.
Cuelgo. Abro el cajón de mi mesa, lo revuelvo todo en
busca de un pendrive. ¡Por fin! Lo meto en el puerto de mi
ordenador y hago una copia del archivo “play1”. Salgo
disparada hacia el baño en el momento justo en que Marta
hace su aparición estelar en su despacho. La ignoro. Abro la
puerta del aseo como un rayo. Agacho mi cabeza hacia
abajo y peino mi melena con los dedos, haciéndome una
coleta alta. Cuando la tengo bien sujeta con la goma,
levanto la cabeza y me miro al espejo.
–¡Perfecta!
Ahora sí, salgo tranquila con paso firme hacia la sala de
reuniones. Una vez junto a la puerta respiro hondo y la
empujo sin llamar. Jorge levanta su vista al momento hacia
mí y puedo ver cómo sus pupilas encendidas recorren la
curva de mi cuello, pero su cara ni se inmuta. Me siento
frente a él. Tiene su portátil abierto sobre la mesa y nos
miramos por encima de la pantalla. Coloca tranquilamente
un codo sobre la mesa y su dedo índice toca sus labios.
–Creía haberte dicho que no te peinaras así en la oficina.
Su voz es firme y clara. Empiezo a pensar que me he
pasado un poco. Pero qué digo, ¡me pongo una coleta si me
da la gana!
–Tengo que hablar contigo.
Mi mano se posa en mi cuello y me lo acaricio
suavemente aposta como si me picara. Su reacción no se
deja esperar. Sí, sé que le estoy provocando. Respira fuerte
echando el aire por la nariz, como un toro a punto de
embestir.
–Sé breve.
Saco el pendrive e inclinándome lo introduzco en el
puerto de su portátil. Jorge acciona la línea de teléfono. No
sé a quién llama.
–Esther, estoy en la sala de reuniones, no me pases
llamadas de nadie. No quiero que me interrumpan. Gracias.
Suelta el botón y dirige su mirada hacia la pantalla de su
ordenador.
–Abre el archivo –digo secamente y dejo que sus ojos se
posen en la pantalla durante cinco minutos que dura la
reproducción completa. Cuando termina se queda
mirándome y noto que sus ojos me queman en la cara.
–¿Quién te ha dado permiso para instalar este programa?
No le hago ni caso.
–Tienes que echarla –digo secamente.
–¿Te lo han proporcionado los informáticos?
–¡Eso da igual!
Noto cómo mi tono ha subido mientras que él continúa
sin alzar la voz.
–No la voy a echar, Alba.
Esto no es lo que esperaba oír...
–¡Qué más pruebas necesitas! ¡Ha boicoteado mi trabajo
para que parezca una idiota delante de todos!
¡Dios, no me lo puedo creer… estoy gritándole al jefe!
Jorge se pone en pie controlándose.
–Sé perfectamente lo que pretende, no soy idiota.
Esta vez sus palabras surgen con fuerza.
–¡Estas no son las formas!
Me levanto irritada para ponerme a su altura.
–Qué más dan las formas. Es un motivo más que
suficiente para ponerla de patitas en la calle.
¿Por qué no quiere entenderlo? Rodea la mesa con la ira
en su rostro hasta ponerse a mi lado.
–Soy el jefe y digo que no la voy a echar.
Me agarra la coleta lo suficientemente fuerte para sujetar
mi cabeza y que no pueda moverme. Me besa
apasionadamente mientras su otra mano agarra mi cintura
apretándome contra su cuerpo. Me dejo besar, pero mis
labios ni se mueven. Cuando se da cuenta de mi poca
pasión, me suelta y vuelve a sentarse como si nada.
–¿Eso es todo? –le pregunto ofendida.
–Sí, nada más.
Jorge contesta frío sin ni siquiera mirarme. Justo antes de
salir por la puerta oigo su voz golpeándome la espalda.
–La coleta, Alba.
La sangre me hierve y pego un portazo tras de mí. Si
piensa que me voy a quitar la coleta va dado. Es más, a
partir de ahora va a ser mi seña de identidad. ¡Sí! No me la
voy a quitar hasta que me apoden “La coletas” ¡Arrrg!
Me he pasado el día encerrada en mi cubo de cristal. Ni
siquiera he salido a comer con Esther y la verdad es que lo
siento por ella porque tiene el alma en un puño con este
asunto. Jorge se ha reunido con todo el equipo de compras y
Marta, a mí me ha excluido. Me da igual. Cuando ha salido a
comer y ha pasado frente a mi despacho se ha quedado
mirando mi coleta. No le he hecho ni caso. Estoy tan
indignada... pero a eso de las seis, recibo una llamada en el
móvil. Ni siquiera miro quién es, tan solo descuelgo sin
ganas.
–¿Sí?
–¿Alba?
Descruzo las piernas de golpe y me apoyo sobre la mesa.
–¡Mauro!
El corazón me da un vuelco. Escuchar su voz hace que
me ponga a temblar como una hoja y parte de mis
sentimientos y deseos hacia él afloran de golpe y me hacen
sentir extraña ya que mi cabeza dice lo contrario. Es una
sensación fuerte que me incomoda.
–Sí, soy yo. ¿Cómo estás?
Intento tranquilizarme, aunque mi corazón ha echado a
trotar sin control.
–Bien, bien. ¡Qué sorpresa! –digo entrecortadamente.
–¿Te pillo en mal momento?
¡Dios, su voz! Es como si hiciera eco en mi corazón.
–Bueno, estoy en el trabajo, pero no hay problema.
–Bien.
Se calla y puedo percibir su nerviosismo.
–Quiero... hablar contigo.
–Te escucho –digo inquieta y me levanto
automáticamente para salir por la puerta y llegar al hall de
entrada.
–¿Ha pasado algo?
Logro decir al fin.
–No. Bueno, sí.
Me acerco cautelosamente al gran ventanal al que me
asomé la primera vez que pisé Diro Design y mi mirada se
pierde entre los tejados.
–Tengo que ser sincero contigo.
¡Dios, el corazón me va a mil por hora! ¿Qué pasa?
–Seguí tu consejo, ¿sabes? Y me he dado cuenta de que
estoy... no sé cómo decírtelo, esto es muy difícil para mí.
Quiero que sepas que me siento a gusto junto a una
persona.
Se hace un silencio incómodo y sé quién es esa persona,
pero lejos de alegrarme me encojo sobre mí misma
sintiendo algo extraño, siento miedo. ¡Miedo de perderlo!
Doy varios pasos hacia atrás buscando el sofá de piel para
caer sobre él. Mi plan ha salido tal y como esperaba, pero
no me siento ganadora, es como si me estuvieran quitando
algo muy importante en mi vida.
–… Es algo extraño, contarte esto es muy difícil, pero
creo que tenías razón.
Siento que voy a llorar, pero me reprimo de tal manera
que acabo sin aliento.
–No dices nada... ¿estás ahí, Alba?
Abro la boca con ganas de gritar.
–Eso es genial, Mauro.
La frase me sale apagada, plana, sin fuerza en lugar del
grito. Mauro duda al otro lado del teléfono.
–No es que sienta por ella lo mismo que siento hacia ti,
pero hay algo, aún no sé qué es y quería que lo supieras.
–Me alegro por ti –miento–. ¿Es Elena, verdad?
–Sí.
–Te dije que era un diamante en bruto, ¿recuerdas?
–Alba.
–¿Sí?
–Solo quería ser sincero contigo. Eres muy importante
para mí.
–Lo entiendo.
Una lágrima resbala por mi mejilla anunciando que no
será la única.
–Necesito saber… cómo están tus sentimientos ahora
mismo. Necesito saber si aún piensas en mí, si me echas de
menos, porque yo te echo de menos cada día.
No quiero hacerle daño ni crearle falsas esperanzas, así
que resuelvo contestarle con una pregunta.
–¿Me prometes una cosa?
El silencio se cuela entre nosotros creando una pausa.
–Lo que quieras, Alba.
–Sigue avanzando, no pares por mí. Te mereces lo mejor.
Eres un hombre increíble.
Vuelve el silencio y sé que está digiriendo el sentido de
mis palabras.
–Y tú una mujer increíble.
Una risa apagada sale de mis labios. Soy incapaz de
contarle que yo estoy saliendo con otro hombre y me siento
la mujer más ruin del planeta. No le llego ni a la suela de los
zapatos.
–Promételo, Mauro.
–Lo prometo.
Sé que lo hará porque es un hombre de palabra y me lo
ha demostrado.
–Disfruta, ¿vale? Te lo mereces.
–Lo intentaré. Te volveré a llamar.
–Aquí estaré para lo que necesites.
–Un beso, Alba.
–Otro para ti.
La llamada se cuelga y sigo escuchando unos segundos
más un tono intermitente. Necesito salir. Recojo mi bolso y
salgo sin decir nada a nadie. Comienzo a andar sin un
destino, pensando tan solo en lo vacía que me siento. Es
como si todas las emociones que viví en Santo Domingo ya
no existieran. Los dos hombres que pelearon por mí ya
están fuera de mi vida y me estremezco. Solo son
recuerdos. ¿Cómo he podido ser tan idiota? ¿Cómo he
podido perderlos a los dos? Los pasos de cebra se suceden,
una calle, otra… Camino cada vez más rápido, hasta que el
sonido de mi móvil me hace parar. El gran día se ha
convertido en un día horrible.
–¿Alba?
La voz autoritaria de Jorge hace que un escalofrío me
recorra el cuerpo.
–Por fin contestas al móvil. ¿Dónde estás? Te he llamado
veinte veces.
Miro a mi alrededor nerviosa intentando localizar la placa
con el nombre de la calle, pero no veo ninguna.
–No sé dónde estoy –contesto atónita.
–¿Cómo? ¿Sabes la hora que es? –No espera mi
respuesta–. Son las nueve y media.
Vaya... llevo caminando tres horas sin parar.
–Me tienes muy preocupado, ¿estás bien?
–Creo que sí.
–¡Dios, Alba! Dime dónde estas, voy a recogerte.
–No hace falta, cogeré un taxi.
–¿Estás segura?
–No te preocupes, Jorge, es lo mejor. Enseguida estoy en
casa.
Media hora más tarde Jorge me abre la puerta y me
abraza despacito sin apretarme mientras oigo cómo la
puerta se cierra tras de mí.
–¿Estás bien?
Me suelta para agarrarme por los hombros.
–Sí. Necesitaba salir, eso es todo.
Me zafo de sus manos y él me deja ir. No tengo ganas de
darle explicaciones, así que me dirijo directamente al
dormitorio y me escondo en el vestidor. Comienzo a
desabrocharme el vestido, pero mi escondite dura poco.
–Siento lo que ha pasado hoy.
Jorge se coloca a mi lado desabrochándose la camisa. Me
descalzo, me duelen mucho los pies, andar tres horas con
tacones no es lo más indicado.
–Tienes que entenderlo, Alba.
Me quito el vestido y lo dejo caer hasta el suelo. Le miro
sin expresión alguna. Tiene el torso desnudo, aún sigue con
los pantalones de pinzas del traje y los lujosos zapatos de
vestir. Tiene las manos en los bolsillos y me mira con ojos
desesperados como si no supiera qué hacer.
–No lo entiendo. No te entiendo –corrijo.
Jorge se pasa una mano por las sienes plateadas y
avanza hacia mí. Agarra mi cintura y me estrecha
abrazándome piel con piel.
–No dejaré que te haga daño, pero ella se tiene que
quedar.
Me besa el cuello haciéndome cosquillas y su respiración
se dispara al momento.
–Esta mañana te he llamado porque quería estar a solas
contigo en la sala de reuniones. Tenerte solo para mí y
besarte. Quería que fuera un momento especial...
Jorge me susurra al oído.
–Siento haberlo estropeado –digo sin emoción alguna.
–No podías saberlo.
Me besa la cara, la mejilla suavemente.
–Ven. Te compensaré.
Me agarra de la mano y tira de mí. Me quedo quieta. Aún
estoy enfadada con él. Tira un poco más y esta vez avanzo
junto a él hacia la cama.
–Túmbate boca abajo.
–No estoy de humor, Jorge.
Me siento en el borde de la cama.
–Lo sé. Hazme caso.
Me giro y subo hasta la almohada apoyándome en los
codos mientras miro cómo Jorge se sienta en la
descalzadora y comienza a desabrocharse los zapatos. Dejo
mi cabeza reposar en la almohada y Jorge me dedica una
bonita sonrisa. Cuando se descalza, se sube sobre mí a
horcajadas. Se inclina, se quita el reloj y lo deja en la
mesilla. Abre el cajón y saca un frasco de aceite esencial.
¡Va a darme un masaje! ¡Dios, justo lo que necesito!
Escucho cómo se frota las manos con él.
–Quiero que te relajes, que te relajes de verdad.
Cierro los ojos y al momento noto sus manos cálidas
sobre mi espalda. Huele muy bien. Me desabrocha el
sujetador y masajea mi espalda con destreza. ¡Dios, qué
gusto!
–No sabía que fueras fisioterapeuta...
–No lo soy.
–No mientas, tú has dado algún curso.
–Es la experiencia.
–¿Lo dices por la edad?
–En parte sí, me ha dado tiempo a estar con muchas
mujeres.
¡Dios, hombres! Poco a poco me voy relajando y todo se
vuelve oscuro.

–¡Buenos días, dormilona!


Me vuelvo perezosamente en la cama hacia la voz que
me habla y la claridad hace que cierre los ojos de golpe.
–Déjame un poco más...
–¡Un poco más! Son las once y media de la mañana.
–Hoy es sábado –digo tapándome con la sábana hasta la
cabeza.
–Te he traído una sorpresa. ¡Levanta!
Una almohada golpea mi cabeza. Me destapo al instante
y veo a Jorge de rodillas sobre la cama vestido con unos
calzoncillos bóxer de rayas, camiseta blanca y los brazos en
alto agarrando una almohada. Al verme tira la almohada a
un lado y se inclina para besarme.
–Buenos días, princesa.
–Buenos días...
Le devuelvo el beso. Está muy solícito y eso solo tiene
una explicación. Sabe que no tiene razón. Sabe que ha
hecho mal. Me siento apoyándome en el mullido cabecero
color crema. Jorge se levanta, me guiña un ojo y sale de la
habitación para volver al momento con una bandeja repleta
de cosas. La coloca en mis piernas.
–Espero que tengas hambre.
–Dormir siempre da hambre.
Jorge echa una carcajada. La bandeja trae un café con
leche humeante, un bol con rodajas de plátano, kiwi y fresas
y un plato con ocho churros.
–Vaya... ya has pisado la calle.
–No, servicio a domicilio.
–Lo de los churros... ¿es una venganza por el chocolate
de ayer?
–¿Cómo te has dado cuenta?
Me guiña un ojo juguetón.
–Pues, me lo voy a comer todo.
¿Qué se ha creído? Tonterías a mí. Cojo el tenedor y
comienzo con la fruta.
–Mmm, está fresquita.
Le acerco un trozo de fresa a la boca y lo come con
gusto.
–¿Qué te apetece hacer hoy?
La pregunta me pilla por sorpresa. Encojo los hombros.
–Esta noche es la fiesta de mi amigo Fernando.
–Lo sé, pero aún quedan unas cuantas horas.
Termino la fruta y tomo un sorbo de café. No quema
mucho, así que, le pego otro sorbo.
–Podríamos hacer el vago el resto del día.
Me mira como si le hubiera contado un chiste.
–Había pensado que podríamos salir de cañas con unos
amigos míos.
Ahora soy yo la que le mira como si me hubiera contado
un chiste muy bueno.
–Creo que no es buena idea. Sé que te propuse conocer a
tus amigos, pero hoy no es buen día.
–Entonces... creo que deberíamos hacer el vago.
¡Bien, he ganado!
–Pues empieza. Ven, metete en la cama conmigo.

A las nueve en punto presiono el botón del telefonillo del


portal de la casa de Fernando y Sara. El ático está en el
sexto piso. Me ha dado tiempo de sobra para arreglarme.
Hemos comido una pizza en la cama y luego hemos visto
una película, aderezada con palomitas por descontado. ¡Ay,
un día perfecto! Jorge ha estado muy solícito todo el tiempo,
es como si fuera otro hombre. Es más, creo que es otro
hombre. En casa es mi novio, y en la oficina es mi jefe. ¡No
hay duda!
La puerta se abre sin preguntar y Jorge la empuja. Pulsa
el botón del ascensor y esperamos a que llegue.
–Estás muy guapa.
Su piropo me coge por sorpresa, la verdad es que estoy
un poco nerviosa por la situación en sí. No sé si va a salir
bien, si Jorge se va a sentir a gusto con gente más joven
que él, ni si mis amigos estarán relajados con alguien más
mayor a su lado. ¡En fin, en breve lo sabré!
–Gracias.
–Te quedan muy bien los vaqueros.
La verdad es que opino lo mismo, cuando me los probé
en la tienda supe que tenía que comprarme dos en distintos
colores. Son negros, estrechos en la cintura y la cadera, y
un poco más anchos en las piernas, los he combinado con
una blusa blanca, botines negros con taconazo y cazadora
motera de cuero.
–A ti también te quedan muy bien los vaqueros, nunca te
había visto con unos.
Ahora que me fijo, vamos vestidos casi iguales, no sé si
lo habrá hecho aposta. Lleva vaqueros negros, camisa
blanca y americana negra de pana con zapatos negros.
–No solo tengo trajes.
Le sonrío. El ascenso hasta la sexta planta se me hace
largo, pero por fin salimos del ascensor y tras tocar el
timbre y escuchar la música chill out que nos llega desde
dentro, la puerta se abre. ¡Es Fernando! Se lanza sobre mi
cuerpo envolviendo como un koala abraza el tronco de un
árbol.
–¡Alba!
Parece que hiciera una eternidad que no nos vemos y es
que han pasado tantas cosas... le devuelvo el abrazo con
cariño olvidándome de todo lo que me rodea hasta que
escuchamos la voz femenina de Sara.
–Hola, soy Sara, la novia de Fernando.
–Encantado, mi nombre es Jorge.
Fernando y yo nos separamos justo a tiempo para ver
cómo ambos se besan en la cara y por mi mente pasa
fugazmente la idea de que Jorge no ha mencionado su
parentesco con respecto a mi persona, cosa que sí que ha
hecho Sara. No se ha presentado como el novio de Alba.
–¡Perdonad!... no os he presentado. Fernando, este es mi
novio Jorge.
Enseño los dientes con una sonrisa espectacular y sé que
le ha llegado la indirecta. Ambos hombres se estrechan las
manos midiéndose con la mirada.
–Pasad, por favor.
Fernando nos cede el paso y aprovecho para saludar a
Sara.
–¡Estás muy guapa!
–¡Quién fue a hablar! –me contesta–. A propósito, un
hombre muy interesante –me suelta en un susurro.
Nada más entrar, la estancia se abre a un gran salón
comedor. ¡Es enorme! Tiene una decoración exquisita. Es
amplio, luminoso, con colores suaves y moderno. Respira
tranquilidad y me sorprende gratamente.
–¡Qué bonito!
–¿Te gusta?
–No, no me gusta... ¡me encanta! ¿Lo has decorado tú?
Ella me mira sonriente. Se la ve feliz.
–Ha sido Fer, ¡yo no tengo tiempo! Es un encanto,
¿verdad?
Me coge del brazo encantada.
–Sí, sí que lo es...
Estoy alucinada, no sabía que a Fernando le
entusiasmara la decoración. Vuelvo a mirar la sala y me
parece increíble que todo esto lo haya creado él solo. Le
miro cómo charla con Jorge distendidamente y cómo se
dirigen hacia la terraza.
–Ven, te enseño la casa, a los hombres les interesa muy
poco estas cosas.
A un lateral tras la mesa de comedor de suave madera y
sillas de metacrilato transparente y acero, lo que parece
una pared, no lo es. Sara descorre el muro y aparece una
coqueta cocina. Los muebles son del mismo tono que la
mesa de madera y tiene todo lo que puedes necesitar en
una cocina, en un espacio mínimo.
–¡Es increíble! Me encanta.
–Y por esta otra puerta...
Al abrirse la puerta veo una estancia pequeñita donde
cabe lo justo. Un sofá de dos plazas y una mesa de
ordenador de cristal.
–Un pequeño despacho y a la vez el cuarto de invitados.
–Me alegra oír eso –le digo sonriente.
–Bueno, tú ahora estás viviendo con Jorge, ¿no?
–Sí...
–Nos lo ha contado tu hermana en cuanto ha llegado.
–¡Ah! ¿Ya está aquí? –digo perpleja. Pensaba que éramos
los primeros.
–Sois los últimos. Están todos en la terraza.
Me quedo callada mirándola.
–¿Estás bien?
–Sí, sí... es solo que... todo esto. Han pasado tantas cosas
en tan poco tiempo...
–Sí, son buenas, ¡qué más da!
Hace una pausa en la que no deja de mirarme y me
agarra ambas manos.
–Parece un hombre interesante y además es muy
atractivo.
Me relajo y consigo centrarme en la conversación.
–Lo es –digo a secas.
–Puedo entender perfectamente que te hayas fijado en
él. Tiene carisma, tiene estilo. No dejes que las habladurías
sobre la edad lo estropeen, Alba. A primera vista hacéis muy
buena pareja.
–Gracias. Te agradezco tu sinceridad.
–Ven.
Salimos de la estancia y cruzamos el salón. Justo en la
pared junto a los sofás hay una escalera de caracol. Pone un
pie en el primer escalón y se para.
–Esa otra puerta es un aseo.
–Bien.
Subimos, yo más despacio que ella por los altos tacones.
–De todas formas, cuando le oiga hablar y ver cómo se
desenvuelve te volveré a dar mi opinión.
Llegamos al piso de arriba.
–Y este es nuestro nido de amor.
Es un dormitorio igual de exquisito que el resto de la
casa. Muy moderno y con las piezas justas. Relajante.
–Realmente no es una habitación más. Si te das cuenta
se ha construido aprovechando los altos techos.
Cruzamos la estancia y nos acercamos hacia el otro lado
y efectivamente, es como una terraza que da al salón.
Desde aquí se puede ver toda la casa.
–¡Vaya, qué bonita sorpresa! Me encanta.
–Gracias. Han sido unas semanas de mucho ajetreo, pero
me lo he pasado en grande viendo cómo Fer avanzaba con
el proyecto. Ha disfrutado como un niño.
–Me lo creo. Ha sufrido tanto que todo lo que hace se lo
toma con la ilusión de un niño cuando hace algo por primera
vez.
–Exacto. Y todavía te queda lo mejor.
–¿Hay más?
–Aquí arriba tenemos un baño, pero por lo que nos
enamoramos de esta casa es por la terraza.
Bajamos la escalera y atravesamos la gran puerta
corredera.
–Impresionante –logro decir.
La terraza debe tener unos noventa metros cuadrados.
Está equipada con una mesa grande de teca, una barbacoa
moderna, una zona de césped artificial con tumbonas y
grandes cojines para sentarse e incluso un jacuzzi. Allí están
todos. Un grupo de unas diez personas que desconozco y
charlan todos entre ellos, deben ser compañeros de Sara. Mi
hermana, su amiga del trabajo, Rebeca, que está hablando
animadamente con Jorge y Rubén.
–¡Dios, Rubén! Perdona, Sara.
–No te preocupes, luego te presento a las demás
personas.
Salgo disparada hacia Rubén y todos mis recuerdos
vuelven a mí de golpe.
–Rubén.
Me agarro a su cuerpo como a un salvavidas.
–¡Alba!
Rubén me acoge entre sus brazos.
–A mí no me saludas igual.
Giro hacia mi hermana y la beso en la cara.
–No te pongas celosa. No tenía ni idea que estabas en
Madrid.
Rubén me sonríe contento.
–Acabo de aterrizar y tu hermana ya me ha traído de
fiesta.
–Te lo voy a robar un momento.
Mi hermana hace un gesto mohíno.
–Un minuto. Hace mucho que no lo veo.
–Está bien.
Le cojo del brazo y cruzamos hacia el salón para
sentarnos en un sofá.
–Estás estupenda.
–Gracias. ¿No debería estarlo?
–Bueno, sí, claro.
Duda.
–Dime por qué lo dices, por favor.
Tengo el corazón en la boca, casi lo puedo masticar.
Rubén juega con su vaso pasándoselo de una mano a la otra
mano.
–Jesús está muy cambiado desde que te fuiste. No sé qué
le pasa. Hablé con él al poco tiempo y no me contó apenas
nada. No sale, no bebe. Solo va a trabajar. Ha perdido toda
su chispa.
Me quedo atónita.
–Y pensabas que yo debería estar igual.
–No lo sé, la verdad. No sé qué pensar.
–Fue Jesús el que me rechazó, Rubén. Lo he pasado fatal,
pero debo pasar página.
Rubén chasquea la lengua.
–Únicamente me llama de vez en cuando para
preguntarme por una cosa.
El corazón se me para, puedo notarlo. Espero a escuchar
el siguiente latido, pero no llega.
–Me pregunta por Mauro.
–¿Mauro?
Alargo la pregunta extrañada.
–Sí. ¿Quiere saber cómo está? ¿Qué hace? Esas cosas.
–Sí, pero ¿para qué?
Todo esto es muy raro. No logro entenderlo.
–No lo sé. Es extraño. Ya lleva un tiempo que no me
llama. No sé nada de él. Ni siquiera su hermana sabe
decirme algo al respecto. Ella ahora está más centrada en
su relación con Oscar y apenas lo ve.
–Sí, me alegro mucho por ella –digo pensativa.
–¿Jorge es tu novio?
–Es mi jefe y mi novio. Ya ves.
–¿Llevas mucho con él?
–No. Apenas un mes.
–¿Y?
–Dímelo tú.
Rubén me mira extrañado. No sabe qué responder a eso,
pero lo hace.
–Creo que no es tu hombre. Entiéndeme, parece un buen
tío, pero no es para ti. Perdona si he sido muy sincero.
–No, no pasa nada.
Deja el vaso sobre la mesa.
–¿Sabes algo de Mauro?
Está midiendo sus palabras, sé que no quiere hacerme
daño.
–Sí. Hablamos de vez en cuando y nos escribimos
mensajes.
–Ya.
Sigue con su cautela.
–Creo que está haciendo caso a mis consejos.
Jorge entra en el salón.
–Alba, ¿quieres que te traiga algo de beber?
Puedo notar cómo mide su territorio. Sí, Jorge está
tomando el pulso a todo ser viviente como buen jefe que es,
necesita saber de qué pie cojea cada uno.
–Sí, por favor. Un Martini con naranja.
Asiente, nos mira a ambos y sale sin mencionar palabra.
–Será mejor que salgamos.
Se levanta y me da la mano para que yo haga lo mismo,
este hombre no cambiará nunca, siempre tan educado.
Cuando entramos en la terraza, Jorge está hablando con un
chico que no conozco mientras prepara mi copa. Me dirijo al
grupo formado por Fernando, María y Rebeca, más que nada
porque todos miran hacia mí.
–¿Ocurre algo? –pregunto intrigada.
La primera en hablar es Rebeca.
–Vaya, qué calladito te lo tenías, menudo hombre te has
echado, Alba, ¡está jamón!
–¡Rebeca! No empieces o la próxima vez no te traigo.
Mi hermana la recrimina mientras le da un golpecito en el
hombro.
–Y además debe estar forrado –prosigue Rebeca
ignorando a mi hermana.
–¿Por qué lo dices? –digo extrañada.
–¿No os habéis fijado en el reloj? –dice acercando su cara
a nosotros para crear interés.
–¡Cómo no te vas a fijar! –contesta Fer.
Lo miro sorprendida. Estoy alucinando con ellos.
–Lleva un cronógrafo IWC, debe rondar sin ninguna duda
los tres mil quinientos euros –apuntilla Rebeca.
–¿Pero desde cuándo sabes tú tanto de relojes? –le
pregunta sorprendida María.
–Se conoce muy bien a un hombre por el tipo de reloj que
lleva. No me digas que no te habías dado cuenta, Alba.
–Pues la verdad, me he fijado que tiene relojes muy
bonitos y elegantes, pero nunca he reparado en la marca y
mucho menos en cuánto podrían costar. Yo no entiendo de
relojes.
–¿Tiene varios? –dice Rebeca alucinada abriendo los ojos.
–¡Dios, qué calor me está entrando!
–Me he fijado mucho en los zapatos. Son mi debilidad. Y
sé que son buenos. La mayoría son de la marca Louis
Vuitton, los distingo por el cuadradito metálico que llevan en
la suela lateral –digo sin darle importancia.
No sabía que Rebeca estuviera tan enterada sobre
marcas de lujo, pero por lo visto, hay cosas que se me
escapan.
–Sí, hoy lleva unos zapatos de sport en ante negros con
suela blanca que son una pasada. Deben costar unos
quinientos euros.
–Dios, Rebeca, ¿eres una experta en lujo o qué?
Mi hermana flipa con ella.
–Estoy en edad casadera y todos estos detalles cuentan...
así que hay que estar al loro.
–Lo tuyo no tiene arreglo –sentencia mi hermana.
–¡A propósito! –Recuerdo–. Te va a ofrecer que hagas una
entrevista.
–¿A mí? ¿No trabajáis en moda? –dice extrañado Fer.
–Sí, claro.
–¿Y qué pinto yo? Soy periodista, Alba, ¿recuerdas?
–Déjame terminar. Diro Design va a lanzar una revista
gratuita que se podrá adquirir en nuestras exclusivas
tiendas con tendencias de moda.
–¡Ah! Vaya, suena interesante, aunque no sé mucho de
moda.
–Pues claro que sabes, eso se aprende en un momento –
le animo.
–Sería una gran oportunidad para empezar, Fer... –
interviene mi hermana.
Sus ojos se iluminan según su cerebro capta la
oportunidad que se le presenta.
–¿Y seguro que te ha dicho que me hará una entrevista?
Fernando sigue atónito.
–En cuanto le hablé de ti, me comentó el nuevo proyecto.
Necesitan diez personas en distintos puestos para crear la
revista.
Hago una pausa mirándolo con ojos incrédulos.
–Fer, ¿de verdad dudas?
Mi hermana se acerca a él y lo mira alucinada.
–Es una oportunidad que no puedes dejar pasar –le digo
seria.
–Si te cogen y quieres estar al día, aquí tienes a Rebeca –
argumenta mi hermana mientras señala a Rebeca.
–Gracias, te llamaré seguro.
Todos se callan cuando Jorge se acerca con mi copa.
–Gracias –le digo sonriendo.
La cojo y tomo un sorbo. Está muy rica. Por fin el
incómodo silencio se rompe gracias a Sara que trae una
bandeja llena de canapés. Todos cogemos uno y ella se aleja
hacia otro grupo de gente. Me como el mío de un golpe.
–Disculpadme un momento.
Mi hermana se aleja saliendo de la terraza y me hace una
mueca antes de salir para que la siga.
–Enseguida vengo, Jorge. Voy al baño.
Salgo disparada tras ella.
–¡Qué pasa! –le digo nada más ponerme a su altura.
–Alba... tengo que hablar contigo.
Nos dirigimos las dos al baño y cierra la puerta con
cerrojo.
–No va a entrar nadie –le digo poniendo los ojos en
blanco.
–Quiero que sepas que no me gusta nada ese tío que te
has echado encima.
–Otra vez no, María.
¡Dios mío! ¿Qué le pasa?
–Lo de la edad ya no digo nada. ¡Es él! No lo veo claro.
–María empiezo a pensar que nunca te van a gustar mis
novios. ¡Todos tienen algo malo!
Mi hermana se baja las bragas y se sienta en el váter.
–No grites, por favor.
Dos golpes secos suenan en la puerta. Las dos nos
miramos con ojos saltones.
–¡Ocupado! –gritamos al unísono.
Una voz seca llega del otro lado de la puerta.
–Soy Rebeca, por favor, abrid.
¡Grrr! Abro el cerrojo y entra a trompicones cerrando tras
de sí. Es un aseo pequeño, así que estamos un poco
apretadas.
–¡Por Dios, Rebeca! No cabemos.
–Lo siento, pero he visto la ocasión de dejar a Fer y a
Jorge juntos, para que hablen de la entrevista de trabajo, así
que me he ido. Si estoy allí no podrán hablar conmigo
delante.
–¡Ahhh! Tienes razón –le digo–. Muy bien hecho, espero
que Jorge aproveche la oportunidad.
–¡No puedo ni limpiarme con tanto agobio! –grita mi
hermana–. ¿Os podríais echar un poco hacia la pared?
Rebeca y yo lanzamos una carcajada al aire.
–Menos risas.
Mi hermana se levanta aplastándonos a las dos contra la
pared y se viste.
–Mi turno.
Y sin darme cuenta Rebeca está sentada en el váter.
–¡Dios, qué meonas! –digo fingiendo estar mosqueada.
–Bueno, como iba diciendo…
María se atusa el pelo frente al espejo con aire
despreocupado.
–No se trata de chafarte todas tus relaciones.
Su mirada busca la mía en el espejo.
–Es como un sexto sentido. Lo noto, ese tío no es trigo
limpio.
–Pues a mí me parece un buen partido, Alba.
–¿Te quieres callar, Rebeca?
–Estoy dando mi opinión.
Rebeca se levanta del váter y volvemos a estar
aplastadas.
–Por favor, Rebeca, vuélvete a sentar o moriremos aquí
mismo por aplastamiento de tórax.
Rebeca le hace caso al instante y se sienta de nuevo
sobre la tapa del váter y un mensaje llega a mi móvil.
Instintivamente lo abro mientras sigo hablando.
–Aún llevamos poco tiempo. En cuanto le conozcas un
poco mejor, cambiarás de opinión, de verdad.
–¿Qué tal os va en la cama?
–¿Para qué lo quieres saber, María?
–Alba, todo el mundo sabe que el pulso de una relación
se mide directamente con la satisfacción obtenida en el
coito. Es más, con el número de orgasmos y su intensidad.
–Gracias, Rebeca, por tu ilustración.
María me mira esperando una respuesta.
–Pues...
¡Dios, qué les digo! ¡Que cuando me acuesto con Jorge
tengo que pensar en Jesús para tener un orgasmo!
–¡Pues qué! –replica mi hermana.
–¡Ufff, Alba! No me digas que no folla bien, no tiene pinta.
–Rebeca, ¿te puedes estar callada, por favor?
Madre mía esto se está poniendo muy embarazoso. Hago
como si no las hubiera escuchado y leo rápidamente el
mensaje.

Hola. 22: 45

–¡Dios!
Las dos me miran intrigadas.
–¿Qué pasa?
El corazón se me desboca de golpe y siento que me va a
dar un infarto. El pecho me oprime y no puedo respirar.
–¿Qué pasa, Alba?
–Me ha…
No puedo hablar, tengo la boca seca.
–¿Te ha qué? ¡Por Dios!
–Necesito aire –logro decir.
–Estás blanca, Alba.
Mi hermana abre la puerta y salgo como una sardina de
una lata tomando aire sin parar.
–¿Estás bien?
Rebeca y mi hermana me acompañan hasta el sofá con la
intriga en el cuerpo.
–Siéntate y no respires tan deprisa o vas a hiperventilar.
–Me ha escrito.
Noto cómo una lágrima cae por mi mejilla.
–¿Quién? –pregunta Rebeca asustada sin entender nada.
María me quita el móvil y mira la pantalla.
–¿Es de Jesús?
Asiento con la cabeza y el corazón a punto de salir
saltando por la boca.
–¿Quieres contestarle?
–No –contesto de inmediato–. No –repito y le quito el
móvil a mi hermana.
–Deberías decirle algo. No sé, aunque solo sea por
educación –dice Rebeca mirándome alucinada para luego
mirar a mi hermana buscando apoyo.
–No, Rebeca. ¿Para qué?
Nada más soltar la frase, sé que voy a empezar a llorar y
no quiero. Mi hermana me agarra la mano en un intento
desesperado por calmarme.
–Si no quieres no lo hagas. No pasa nada.
–Quiero irme. No creo que pueda aguantar más sin
echarme a llorar.
Veo cómo cruzan miradas.
–Está bien. Hablaré con Jorge. Le diré que estás
indispuesta.
Mi hermana se levanta.
–¡No, espera!
Le agarro el brazo para detenerla a tiempo. Mi móvil
suena de nuevo. Miro el nuevo mensaje.

Hola, sirena. 22:47

–Solo necesito un poco de tiempo a solas y estaré bien.


–¿Estás segura?
Me levanto, cojo mi copa y subo por las escaleras de
caracol. Desde arriba veo cómo las dos me miran perplejas.
–Entretened a Jorge, por favor. Enseguida bajo.
Entro en el dormitorio y me siento en una esquinita de la
cama. No quiero deshacerla, está todo tan arreglado e
inmaculado. Abro el móvil de nuevo. ¿Por qué? ¿Por qué
tienes que entrar de nuevo en mi vida?
Me duele, me duele mucho. Noto cómo las lágrimas
resbalan por mi cara sin control y me dejo llevar. Necesito
sacarlo fuera. No voy a contestar, no pienso dejarle entrar
de nuevo en mi vida para estropearlo todo. Pensaba que lo
tenía todo más controlado y un par de palabras suyas ha
hecho que mi mundo se tambaleara, pero no, no puedo caer
de nuevo. Tengo que ser fuerte. Pongo la copa en mis labios
y me la bebo de golpe. Vuelvo a leer los mensajes, ¡son tan
cortos! Miro el reloj del móvil, son las once menos cinco
minutos, han pasado ocho minutos, está esperando a que le
conteste algo, pero... despliego el teclado en la pantalla del
teléfono. Escribo la palabra hola y al momento lo borro y
suelto el móvil como si quemara sobre la cama, lo más
apartado posible de mí.
No debo contestarle, me levanto y doy varios pasos de
un lado a otro de la estancia, no sé qué hacer... ¡Dios! Me
vuelvo a sentar junto al teléfono y lo cojo. Abro la galería de
fotos y busco las de Jesús. Cuando las encuentro, tengo que
ponerme una mano en la boca para aguantar el llanto. Son
las fotos posando en bañador que le hice en mi habitación
del hotel. ¡Está tan guapo! Sus claros ojos verdes me miran
sonrientes y tengo que cerrar la imagen. Me paso las manos
convulsivamente por la cara, ¡no más lágrimas! Entro en el
baño y retoco mi maquillaje. Estoy en una fiesta, una fiesta
de Fernando y Sara, no puedo hacerles esto.
Cuando entro en la terraza, Jorge y Rebeca están
hablando juntos encantados sentados en una hamaca. Me
voy hacia una mesa pequeña que hace las veces de
camarera. Allí está Fernando.
–Hola –digo disimulando que estoy la mar de bien.
–¡Hola, Alba! ¿Qué te sirvo?
–Un Martini con naranja.
–Marchando...
Fer coge rápidamente dos vasos y coloca tres hielos
dentro.
–Yo voy a tomarme uno contigo.
Me mira sonriente.
–Toma.
Cojo la copa sin dejar de mirarlo. Él levanta su copa junto
a mí.
–Por mi amor platónico, por tu apoyo en los peores
momentos, por dejar que siga compartiendo mi vida
contigo, por mi gran amiga.
–Gracias a ti.
Levanto mi copa y hago un esfuerzo desmesurado por no
llorar, las chocamos y Fer me mira encantado cómo bebo un
sorbo de mi copa para entonces beber él de la suya.
–Tu novio-jefe me hace una entrevista el próximo
miércoles.
Mi cara no puede expresar la alegría que me inunda. Me
siento como en un torbellino de sentimientos. Es como una
montaña rusa.
–¡Fer! ¡Eso es genial!
Fernando me abraza y empieza a pegar saltos conmigo.
Al momento mi hermana se acerca.
–¡A que es genial!
Nos separamos y brindamos los tres lo que aprovecho
para pegar un largo trago a mi copa.
–Estoy atacado. Espero no defraudar a nadie.
–No seas tonto, no tienes nada que perder.
Mi hermana le anima y le besa en la cara.
–¿Estás mejor?
Mi hermana se dirige a mí y puedo ver cierta
preocupación en su rostro, aunque intente ocultarlo.
–¿Estabas mal?
Fernando me coge por la cintura apretándome a su
cuerpo.
–Una tontería. Ya estoy bien.
–¡Fer! –Sara llega como una exhalación–. Ven un
momento, por favor.
Le coge del brazo y se lo lleva.
–¡Alba!
Mi hermana se pone en pose confidencia. Malo, malo.
Tomo otro largo trago.
–¿Has visto? –Dirige su mirada hacia Jorge y Rebeca.
–Sí, están hablando.
–¡Ja! Hablando dice. Reconozco que Rebeca no ayuda
mucho, porque le ha echado el ojo desde que entró por la
puerta, pero sé que ella no le ha buscado en toda la tarde,
es más, me consta que le ha rehuido todo el tiempo.
–Sí. Me he dado cuenta.
Odio darle la razón, y más en esto. Su mirada me está
diciendo, lo ves, ya te lo decía yo.
–Entiendo tu postura y que por eso ahora solo veas cosas
negativas.
Me preparo yo sola otro Martini.
–Pero lo único que está haciendo es intentar no
desentonar en una fiesta con gente que no conoce de nada
y que además son de otra generación. ¡Ponte en su lugar!
–Pues no ha tenido ningún problema en contactar
contigo, que podrías ser su hija.
Dejo lentamente de beber y bajo mi copa hasta que
nuestros ojos se cruzan.
–Lo siento, perdóname. No quería decir eso.
Por su tono y expresión sé que se ha arrepentido de
verdad.
–No quiero que te hagan daño.
–No pasa nada.
–No tendría que haber invitado a Rebeca.
Tomo otro trago y noto cómo el alcohol empieza a hacer
sus efectos. Una carcajada masculina de Jorge seguida de
otra femenina de Rebeca hace que las dos miremos en
dirección de las hamacas.
–Ven, vamos a comer algo.
Nos acercamos a la mesa que está llena de bandejas de
sándwiches, canapés, mini pizzas y alguna ración de queso
y jamón.
–Tiene muy buena pinta el jamón. Coge un poco, Alba.
Tomo un trozo de jamón y otro de queso, aunque no
tengo ni pizca de hambre. Más bien tengo el estómago
cerrado con un nudo. ¡Madre mía, la que me espera! Pero
como aparecido por arte de magia, como si hubiera leído mi
pensamiento, Rubén aparece en mi rescate y se lleva a mi
hermana a enseñarle no sé qué del jacuzzi, no sin antes
pedirme permiso educadamente, a lo cual no me opongo en
absoluto.
¡Al fin sola con mi copa! La miro con ganas de bebérmela
de un trago, pero Jorge se desliza a mi lado sentándose
junto a mí.
–¿Todo bien? –le pregunto.
–Bueno... he de reconocer que no está mal. Pensaba que
iba a ser peor. ¿Qué tal lo estoy haciendo?
–Demasiado bien.
Me mira extrañado.
–¿Estás siendo sarcástica?
Suspiro echando el aire por la nariz, estoy descolocada
desde que he recibido el mensaje de Jesús. De repente,
suena de nuevo un mensaje. Tengo el móvil agarrado en mi
mano y puedo notar cómo vibra y hace que la piel de gallina
aflore en todo mi cuerpo. ¡Otro mensaje de él! Desbloqueo
la pantalla y sí, allí aparece.

Necesito hablar contigo, nena. 23:29

Intento tragar la poca saliva que tengo en la boca, pero


no puedo, tomo mi copa y descargo un largo trago en mi
garganta, ahora todo pasa hacia el estómago y puedo notar
el ardor.
–¿Me permites este baile?
Levanto la vista de la pantalla del móvil y la cara
sonriente de Fernando aparece ante mis ojos. Pestañeo
porque empiezo a verlo borroso, pero de un impulso cojo su
mano y me levanto dejándome llevar. Me agarro a su cuello
como a un bote salvavidas y él rodea mi cintura. Ahora
puedo escuchar la música, es una balada.
–Sabes que no me puedes engañar, Alba. Nos conocemos
desde hace demasiado tiempo.
Apoyo mi barbilla en su hombro.
–Estoy un poco mareada, eso es todo.
–Si no me lo cuentas, entonces sí que vas a estropear mi
fiesta.
Giramos lentamente, apenas nos movemos. Soy incapaz
de mirar a algo que no sea el suelo, pero sé que hay más
gente bailando agarrados.
–Es mi vida, es como si remara contracorriente.
–A veces parece eso, créeme, sé bastante de remar en
contra, pero lo importante es que hagas lo que más deseas.
Fernando me habla susurrándome al oído y consigue que
poco a poco me sosiegue.
–Remo hacia lo que creo que quiero, pero la corriente es
tan fuerte que quizás lo esté haciendo todo mal.
–Eso nunca lo sabrás. Nunca sabremos, si hubiéramos
hecho esto o lo otro hubiera sido mejor, porque no
disponemos de esa posibilidad. Solo tenemos una
oportunidad de éxito y hay que ir a por ella.
En mi pequeña visión del suelo distingo cómo los zapatos
de Jorge pasan junto a nosotros. Está bailando con alguien,
giran y aparecen los stiletos beige de Sara.
–Sin embargo, tú te rendiste en tu sueño de
conquistarme.
Fernando besa mi cuello, con un beso de amigo sin
intención.
–Eso no es verdad. Lo intenté. Lo intenté con todas mis
fuerzas, fui a por ello con todo mi corazón, pero no pudo ser.
No lo dejé de lado, olvidado, pensando que quizás estuviese
equivocado.
Hace una pausa.
–Una de las razones que me empujaron a sobrevivir tras
el accidente y seguir luchando, era el volver a verte.
Esperaba cada día tu visita y tengo que agradecértelo en el
alma. Sin ti no lo hubiera hecho. Me hubiera dejado morir
lentamente. No podemos estar juntos como pareja, pero eso
no cambia nada. Eres mi amiga.
Retiro mi cabeza para poder mirarlo a los ojos. Está feliz,
le conozco. Pletórico, diría mejor.
–Nunca me habías contado eso...
–Te lo estoy contando ahora.
–Me hace muy feliz haber podido contribuir en tu
recuperación y lo volvería a hacer.
–Lo sé. Así que, si lo que quieres es a Jorge, lucha por él
hasta que ya no encuentres una razón para hacerlo. Yo
puedo darte mi opinión, tu hermana la suya, tus amigas,
pero nadie lo sabe mejor que tú.
–El problema es que cuando creo que sé lo que quiero,
ocurre algo que me dice que me estoy equivocando.
–¿Realmente lo sientes así?
–Jesús me ha escrito. Quiere hablar conmigo. Solo eso me
ha hecho estar insegura.
Fernando me lleva al ritmo lento de la música.
–¿Y crees que hablando con él todo puede cambiar?
Suspiro.
–Fue él el que no quiso seguir con la relación y cuando he
conseguido encauzar mi vida junto a Jorge aparece de
nuevo y no sé con qué intención.
–Quizás no hayas rehecho tu vida con la persona
adecuada. Quizás te hayas escudado en Jorge para salir de
la situación en la que estabas.
–¿Eso es lo que crees?
Me paro y decido sentarme junto al jacuzzi seguida muy
de cerca de Fernando.
–Si estuvieras enamorada de Jorge, un mensaje de Jesús
no tambalearía tu vida. Piénsalo. Aún no has encontrado al
hombre que te haga olvidar a Jesús.
Lo miro atónita. ¿Cómo puede conocerme tan bien? Creo
que tiene toda la razón, aunque no he querido verlo, ni
quiero verlo.
–Me ha hecho mucho daño. No quiero que entre en mi
vida otra vez.
–Bien. ¡Perfecto! Entonces no le contestes y sigue con tu
vida. No le des más vueltas. No te pongas triste ni estés
apagada. ¡Esa no eres tú! Mira hacia adelante.
Las manos me tiemblan y me las agarro para que no se
note.
–Tienes más opciones de las que crees. No todo es blanco
o negro, Alba. Me da la sensación de que es así como lo
estás viendo ahora, como si solamente pudieses elegir entre
Jorge o Jesús.
–Creo que tienes toda la razón, pero para mí es difícil
verlo.
Intento imaginarme las cosas desde fuera, como si yo no
fuera yo, sino una amiga, pero no lo consigo. Se me hace un
mundo.
–Lo único que tengo claro es que no voy a dejarle entrar
de nuevo en mi vida.
–¿Ni siquiera como amigo?
Fer busca mi mirada levantando las cejas.
–¿Para qué?... creo que no lo soportaría.
–Bien, pues empieza por ahí y no pares.
Me señala con el dedo.
–Continúa y todo irá sobre ruedas poco a poco. Mira hacia
adelante.
–¿Bailamos?
Los dos miramos hacia arriba de donde procede la voz
masculina. Lo primero que veo es la palma de una mano
extendida, y después me fijo en el rostro de Jorge.
–Claro –digo a la vez que poso mi mano sobre la suya y
me pongo en pie.
–Gracias por la charla, Fer.
–Aquí me tienes.
De inmediato Jorge me arropa abrazándome como si
fuera una posesión y consigue envolverme con su cuerpo.
–¿Todo bien?
–Todo perfecto.
Me besa en la boca tiernamente tomándose su tiempo y
consigue que me relaje y deje de pensar tanto, que yo creo
que la cabeza me va a explotar como siga así. Me dejo
llevar por su vaivén como un saco de patatas.
–Lo estás haciendo genial –le digo cuando sus labios se
separan dos milímetros de los míos.
–Casi todo lo hago genial, ¿aún no te has dado cuenta?
Vuelve a besarme y me deja sin réplica. Pero un beso no
dura eternamente.
–De lo que sí me he dado cuenta es que la modestia no
es tu fuerte.
Una carcajada socarrona inunda mis oídos.
–Solo espero estar a la altura cuando estemos con tus
amigos.
–Lo harás genial, estoy seguro.
Continuamos bailando en silencio mientras Jorge acaricia
mi pelo liso que cae por mi espalda.
–En cuanto volvamos de Londres, voy a contratar a
Fernando, pero por favor, no se lo digas.
De inmediato me separo de él agarrándole por las
muñecas. Mi cara debe ser un poema porque no sé si voy a
poder callarme semejante noticia. Jorge me mira sonriente
como si le acabaran de contar el mejor chiste de su vida.
–Es en serio, ¿verdad?
Antes de contestar vuelve a agarrarme fuerte pegándose
a mi cuerpo.
–¿Te hace feliz? –me susurra al oído.
–La mujer más feliz del mundo –también le susurro,
aunque me gustaría gritarlo en medio de la terraza.
–No es porque sea amigo tuyo. Lo siento.
Mi ceño se frunce.
–Creo que es el hombre indicado para el puesto de
director de la revista.
–Ahhh...
Ahogo mi principio de grito.
–Tiene ganas de comerse el mundo, no tiene miedo a
equivocarse y está deseando demostrarlo y eso me gusta.
–Sí, Fer es así. No le gusta perder el tiempo, siempre dice
que ha perdido demasiado.
–Cuando volvamos de Londres te encargarás de
comunicárselo.
¡Madre mía! No voy a poder irme así, sin decir nada.
–Dime –continúa–. Tú y él tuvisteis algo en el pasado,
¿verdad?
La música se detiene y Fer corre hacia su teléfono móvil
que está conectado a un altavoz de diseño ultramoderno,
momento que aprovecho para deslizarme hasta la mesa de
bebidas para prepararme algo.
–Yo te lo sirvo.
Jorge me quita la botella y comienza a mezclar bebidas
en dos vasos de tubo.
–No me has contestado.
–Siempre ha estado revoloteando a mi alrededor, desde
que éramos dos niños, pero nunca lo he visto como un
amante.
–¿Nunca, nunca?
Me tiende la copa después de mezclarla con una
cucharilla de mango largo. Cojo la copa.
–Nunca, nunca. Lo que no quita para que haya una gran
complicidad entre nosotros. ¡Son tantos años! Es como si
fuera un hermano.
Paso mi mano por la manga de mi camisa, ya ha
anochecido y tengo algo de frío. Jorge se quita su chaqueta
y la posa sobre mis hombros.
–Estás helada. ¿Quieres que vayamos dentro?
Le pego un largo trago a mi copa.
–Prefiero que nos vayamos a casa.
Cuando nos despedimos y conseguimos llegar a la
puerta, Rubén me abraza.
–Te dejo un sobre en el bolsillo de tu cazadora. Me lo dio
Mauro para ti –me susurra al oído y me quedo descolocada,
sin palabras. ¿Por qué no me lo ha dicho antes?
Cuando por fin llego a casa, me escondo en el vestidor
mientras Jorge se ducha. ¡Dios, qué será! Vengo con el
corazón en un puño. Saco el sobre del bolsillo de mi
cazadora de cuero negra. Está cerrado. Lo abro con
cuidado... ¡Es un billete de avión para Santo Domingo!
Cómo he podido olvidarlo. En un trocito de papel descubro
la letra de Mauro. Una sola frase escrita con bolígrafo verde:

“Tenemos una boda.”

Un taxi me lleva raudo en dirección a la terminal 1 del


aeropuerto. ¡Llego tarde!, son las cinco y cuarto de la
mañana y hace frío. El domingo me quedé en casa de mis
padres, los echaba de menos y necesitaba pasar tiempo con
ellos y la verdad es que me ha venido muy bien. Me he
sentido como cuando era pequeña. No han parado de
hacerme mimos y tener atenciones conmigo. Ha sido como
un paréntesis en todo este remolino de sentimientos. Un
bálsamo. Así que me he venido sola al aeropuerto
directamente. Creo que el taxi me va a salir por un riñón,
pero bueno, no quería molestar a nadie y menos a estas
horas. El taxi aparca y echamos cuentas por lo que le doy
mi riñón al taxista. ¡Noventa euros nada menos! ¡Puf! Por lo
menos me ayuda a coger la maleta del maletero. La verdad
es que pesa un montón, anoche me volví loca haciéndola,
todo me parecía poco, por si hace frío, por si hace calor,
cosa improbable, por si salimos de noche, por si vamos a
cenar, para la reunión... ¡Arrrg! Creo que no voy a necesitar
ni la mitad de las cosas.
Arrastro la maleta hasta que consigo facturarla en tiempo
récord. Salgo corriendo por el ancho pasillo interminable con
el bolso-cueva saltando en mi hombro. ¡Dios! Cuanto más
quiero correr peor... el bolso-cueva se me escurre del
hombro y tengo que parar para recolocarlo todo. Al fin llego
al control y a un lado localizo a Jorge charlando con Marta y
Carlos.
–Siento el retraso.
Todos me miran al momento con cara de alivio. Todos
menos Marta que me mira sonriente. Está deseando que
meta la pata. ¡Pues no va a ser así, rata!
–Bien, pasemos el control. Tenemos treinta minutos.
Nada más hablar, Jorge se coloca a mi lado en la fila
mientras comenzamos a dejar nuestras pertenencias en la
cinta.
–Llegas media hora tarde –me dice secamente mientras
se quita el cinturón de piel negro y lo deposita en la bandeja
junto con el móvil y el ordenador.
¡Ya está aquí, el Jorge-jefe! No es por nada, pero le estoy
cogiendo manía.
–Lo siento. He venido en taxi...
–¿Y qué?
Dejo mi móvil, el ordenador y el reloj en la bandeja y le
miro con cara de pocos amigos.
–La casa de mis padres está en la otra punta de Madrid.
Él deja con cuidado su reloj de marca en la bandeja y una
esclava de plata con correa de cuero trenzada grabada con
la palabra escrita en inglés “possible”.
–Te dije que te quedaras. No era el mejor momento con
un viaje por delante.
Estoy empezando a ponerme de los nervios. Si está
enfadado, lo siento, pero no pienso permitir que lo pague
conmigo. Aún tengo una sorpresa en la manga.
–Voy a casa de mis padres cuando creo conveniente.
Así, muy bien, Alba, contundente y educada. Los ojos de
Jorge me atraviesan la cara, el cerebro y la nuca y sin decir
nada se dirige hacia el arco de seguridad. Marta y Carlos ya
han pasado y se encuentran recogiendo sus pertenencias.
Espero a que Jorge atraviese el arco. Lo hace sin problemas
y comienza a recoger su preciado reloj y su pulsera. Respiro
hondo y avanzo una vez que el agente de seguridad me lo
indica, pero cómo no, el arco pita nada más dar el primer
paso. Pongo cara de póker, ¡hoy no va a ser un buen día!
–¿Ha dejado todos los objetos metálicos?
La voz ronca del agente de seguridad que está justo
frente a mí, hace que pegue un respingo. Es un hombre
joven, aunque su voz sea tan varonil. Es alto y yo diría que
debajo de ese uniforme hay un puñado de músculos. Su
cara es muy masculina, con mandíbulas cuadradas, mirada
dura y no sé por qué, pero me llama la atención de
inmediato. Noto cómo mi nerviosismo crece más de lo que
estaba.
–Creo que sí -balbuceo como una adolescente.
Él esboza una pequeña sonrisa y yo se la devuelvo hasta
que veo la cara de Jorge tres pasos por detrás del agente.
¡Dios, qué careto! Sé que está aguantándose, embutido en
su papel de jefe.
–Lleva unos pendientes.
Vuelve a sonreírme y me estremezco.
–¡Ah, sí, es verdad! A lo mejor es eso –digo riéndome a la
vez que me los quito.
El agente de seguridad me toca el brazo y la carne se me
pone de gallina y lo peor es que no sé por qué.
–Vuelva a pasar, por favor.
Otra sonrisa. Esta vez más amplia. Doy la vuelta por
fuera y me dispongo a cruzar el arco. Esta vez no suena y
respiro aliviada.
–Póngase aquí y separe un poco las piernas.
El agente me señala una raya amarilla pintada en el
suelo, ¡Dios, qué querrá ahora! Me coloco tal y como me ha
dicho no sin antes echar una mirada furtiva a Jorge que
tiene el ceño fruncido. El agente me pasa una barra negra
con unas pequeñas luces a unos quince centímetros por el
pecho, las piernas, la espalda, el culo. No suena nada. ¿Eso
es bueno, no? A continuación, comienza a cachearme. Llevo
un ajustado vestido verde hasta la rodilla de manga larga y
cuello caja, es tan ajustado que es imposible esconder nada
dentro. Pasa sus fuertes manos por mis hombros y brazos
mientras me sonríe. Y no sé por qué yo le devuelvo la
sonrisa. A continuación, la cintura, me la rodea como si
fuera un jarrón y cuando sus manos pasan por mis caderas,
Jorge da un paso adelante, pero se contiene.
–Todo correcto.
Tiene una bonita sonrisa que ahora se me antoja
juguetona lo que me confirma que este último paso era
innecesario.
–¿Puedo coger mis cosas ya?
–Claro, adelante, y a la vuelta no olvide los pendientes.
Esta vez soy yo la que sonrío asegurándome que estoy
de espaldas a Jorge y no lo podrá ver.
–Claro...
Puedo ver su expresión deseosa antes de volverme y
recoger mis cosas. ¡Ufff, qué subidón!
–¿De qué va ese? –Jorge me susurra para disimular
delante de Marta y Carlos... ¡Ufff, qué bajón!
Conseguimos subir al avión con cinco minutos de retraso
y no sé cómo se las apaña la rata de Marta para sentarse
junto a Jorge, el cual me mira como excusándose, pero sé
que en el fondo no le importa un pimiento. Es más, yo creo
que se lo ha pedido. ¡Grrr! ¡Pero quien ríe la última ríe
mejor! Me acomodo junto a Carlos que me cede la
ventanilla amablemente.
–Bueno, Londres, allá vamos.
–Te noto muy eufórico.
–Me encantan estos nuevos retos.
Carlos se abrocha su cinturón al escuchar y ver la señal
que lo indica. Hago lo mismo.
–Se nota.
–Esto es lo que más me gusta. El resto del proceso,
derechos de imagen, puesta en marcha, pedidos y toda esa
mierda, no tiene secretos para mí. Es pura rutina.
Me fijo por primera vez en Carlos, es el típico hombre que
consigue ir descuidado, aunque lleve el traje más caro del
universo y corbata.
–Ya, pero lo que se empieza hay que terminarlo.
Me mira de reojo con la ceja levantada.
–Claro. Qué remedio. Pero conseguir ese jodido contrato
es psicología pura.
–Está claro que disfrutas con ello.
–Es como un orgasmo cojonudo y lo vamos a conseguir,
no lo dudes.
No puedo reprimir la risa. En las reuniones parece tan
serio y educado. Menudo contraste.
–No sabía que fueras tan mal hablado.
Gira su cabeza hacia mí para mirarme con una media
sonrisa.
–Solo cuando el momento lo requiere.
Estamos en pista y el avión comienza a coger velocidad.
Los motores hacen un ruido cada vez más ensordecedor y
por fin nos elevamos diagonalmente hacia el cielo. Miro por
la ventanilla cómo todo se hace cada vez más pequeño para
después atormentarme con la visión de Jorge y Marta
charlando al oído y espero que el viaje se me haga lo más
corto posible. Carlos saca su tablet y yo me acomodo lo que
el asiento me deja para dormir un poco. El día acaba de
empezar y ya estoy agotada.

Una mano me sacude el hombro. Es Carlos.


–El desayuno. ¿Qué quieres tomar?
Estoy medio escurrida en el asiento, si no fuera por el
cinturón creo que ahora estaría acurrucada en el suelo. Me
incorporo y las risas cómplices de Jorge y Marta llegan a mis
oídos.
–¡Alba! –me grita Carlos.
La azafata espera pacientemente.
–Pues… café con leche y... ¿qué vas a tomar tú?
–Café, zumo de naranja, pulga de jamón serrano y
croissant. ¿Qué? No me mires así, invita la empresa.
–Ponme lo mismo, por favor.
La educada azafata deja mi bandeja sobre la mesita de
mi asiento y comienzo a devorarlo, no me había dado
cuenta del hambre que tenía.
–Tienes buen saque.
Carlos mira mi bandeja vacía. Él aún no ha terminado.
–Quién lo diría con lo palo que estás.
–¿Algún problema?
–Ninguno. Quería ser elegante.
Elegante dice… mastica un trozo de tostada y vuelve a
hablar con la boca medio llena.
–Realmente quería decir que tienes un cuerpo cojonudo.
De infarto de miocardio.
–¡Ah!, ¿sí? ¿Eso piensas?
–Lo siento. ¿Te ha molestado también? Hay pensamientos
que no debería decir en alto –dice como hablando consigo
mismo.
–Me temo que eso en ti va a ser difícil.
Lejos de ofenderse Carlos suelta una carcajada.
–¿Me permites?, tengo que ir al baño.
Carlos pone cara de niño pequeño ofendido.
–¿Puedes esperar a que termine, por favor?
Resoplo sin miramientos.
–Gracias –responde.
Así que espero pacientemente a que termine. No sé si lo
hace aposta o yo lo veo a cámara lenta. La azafata recoge
nuestras bandejas.
–¿Puedo ya?
–Por favor, señorita...
Carlos se levanta y me cede el paso ayudándome a salir.
–Si necesitas algo, ya sabes dónde estoy.
–Muchas gracias...
¡Dios, por fin! Recorro el pasillo hasta el final y entro en
el pequeño habitáculo del baño donde apenas cabe una
persona. El avión pega unas cuantas sacudidas y me apoyo
en la pared, la verdad es que aquí sería muy difícil caerse al
suelo porque casi no hay suelo, me caería en todo caso en
una pared. Me bajo el minitanga que me he puesto hoy para
que no se me marque con este vestido tan ajustado y me
siento en lo que parece un retrete. Al momento oigo un
toque en la puerta.
–¡Está ocupado!
¡Grrr! La gente es que no mira el pivote rojo del cerrojo.
¡Rojo, ocupado! ¡Verde, libre!
–Alba, soy Jorge, ábreme rápido.
¡Madre mía! ¿No tiene otro momento para venir a hablar
conmigo?
–Un momento.
Vuelve a llamar. ¡¿Es que no me ha oído?! Termino y abro
el cerrojo, la puerta se abre rápidamente y en un segundo
se cierra de nuevo con el pestillo echado.
–Por Dios, Jorge, aquí no cabemos los dos.
–¿Estás bien?
Le miro alucinada.
–Estoy todo lo bien que se puede estar después de verte
tan feliz junto a Marta.
–No he podido evitarlo. Además, así es mejor. Así la gente
de la oficina no sospechará.
–Eso no es lo que hablamos en la oficina.
–Lo sé y lo siento. Dame tiempo para acostumbrarme.
Jorge me rodea con sus brazos y comienza a besarme el
cuello.
–Te he echado mucho de menos...
Intento deshacerme de su abrazo, pero con tan poco sitio
es imposible.
–Déjame salir, Jorge.
No me hace caso y comienza a bajarme la cremallera que
el vestido tiene en la espalda.
–Vamos, Alba... ¿Alguna vez lo has hecho en un avión?
–Los aviones no me traen buenos recuerdos.
Aparto su cara de mi hombro descubierto a la vez que
sujeto su mano que camina por mi mulso hacia la
entrepierna.
–Quiero salir.
Me mira despechado, pero accede sin decir nada. Debe
ser la primera vez que le dicen que no. Sube de nuevo mi
cremallera y abre la puerta. Logro salir, pero él se queda
dentro cerrando la puerta tras de mí.
¡Qué le pasa! A veces no entiendo a los hombres. Camino
por el pasillo con cara de mala leche hasta mi asiento.
–¡Oh! Ya estás aquí.
–Qué pasa, ¿no me esperabas?
Carlos encoge los hombros.
–¿A dónde coño irías si no?
Pongo los ojos en blanco y en ese momento pasa por
nuestro lado Jorge.
–Carlos, prepara el informe con los datos actualizados,
nada más bajar vamos al hotel, dejamos las maletas y
cogemos un taxi. ¿Tenéis la dirección de la reunión?
Los dos hombres posan sus pupilas en mí. Me parece
increíble que esté tan normal después de lo que ha pasado
en el baño.
–Por supuesto, claro que la tengo. Nos vamos a reunir en
un restaurante.
Jorge frunce el ceño.
–¿Por qué? Creía que nos reuniríamos en su lugar de
trabajo.
–Lo siento, ella misma insistió.
Jorge mira hacia su asiento dos filas más adelante
contrariado.
–Está bien.
Y sin dar más órdenes se aleja por el pasillo. Respiro
hondo y la voz de una azafata nos informa que vamos a
aterrizar y que debemos abrocharnos los cinturones. Carlos
se aproxima todo lo que puede a mí para hacerme una
pregunta-confidencia.
–¿Cómo es salir con un tipo como Jorge?
Me quedo atónita y me entran ganas de decirle cuatro
cosas, pero me contengo.
–¿Qué Jorge? ¿Jorge jefe o Jorge novio?
Él me sonríe como si le hubiera contado el mejor chiste
del mundo.
–Interesante respuesta –dice al fin cuando deja de reírme.
El avión comienza a descender y noto la presión sobre mi
cabeza. El nivel de ruido de los motores hace que no
podamos seguir hablando y lo agradezco. Cuando el avión
toma tierra nos apresuramos a salir lo antes posible. Vamos
literalmente volando por los pasillos del aeropuerto de
Luton.
–Tenemos que ir a la zona del aparcamiento –grito para
que me oigan, porque claro, voy la última.
–¿Para qué? –me pregunta Jorge.
–He alquilado un coche con conductor. Estamos a 51
kilómetros del centro de Londres.
Jorge mira su reloj.
–¿A qué hora has quedado?
–Llegaremos de sobra, no te preocupes. Primero tenemos
que coger una lanzadera hasta el aparcamiento.
Esta vez me mira con cara de pocos amigos. ¡Dios,
espero que no suframos ningún retraso! ¡Qué estrés!
Tendría que haberle echado el polvo en el avión para que
estuviera más relajado. ¡Arrrg!
La lanzadera nos deja justo enfrente de las oficinas del
coche que he alquilado. Todos se quedan fuera mientras yo
me peleo con los de la agencia. ¡Por fin, nos dan el coche
que había reservado! Un Mercedes familiar con conductor.
Tiene dos filas de asientos de pasajeros y Jorge me invita a
sentarme con él. ¡Vaya, qué detalle! Pero la euforia dura
poco, se pone a repasar sus notas y apenas hablamos.
Tardamos hora y cuarto en llegar a The Soho Hotel. He
reservado cuatro habitaciones dobles. Dos de ellas están en
el sexto piso y las otras dos en el décimo. Cada pareja de
habitaciones, se comunican entre sí.
La fachada es impresionante, toda de cristal, una
gigantesca bandera británica azotada por el viento sobre la
entrada principal nos da la bienvenida. Los cuatro nos
quedamos mirándola al bajar del coche. Es un hotel de cinco
estrellas y no sé por qué, pero creo que me he pasado tres
pueblos reservando aquí. Una ligera lluvia comienza a caer
y nos apresuramos a entrar dentro. En recepción, un gran
gato de porcelana negro del tamaño de una persona me
deja impresionada. Me dirijo a la señorita que se encuentra
tras el mostrador y tras hablarle en un perfecto inglés,
recibo las cuatro tarjetas que abren las habitaciones.
–Habitación 650 y 651 en el sexto piso.
Les doy las tarjetas a Carlos y a Marta.
–Y habitación 1010 y 1011 en el décimo piso.
Le doy una tarjeta a Jorge.
–¿No están en el mismo piso? –me pregunta Jorge.
–Lo siento –miento–. No había.
Solo el instante de ver la cara de Marta merece la pena.
De un momento a otro comenzará a echar fuego por la
boca. ¡Me encanta! ¡Me he dado cuenta de que me gusta la
venganza!
–Pero...
Marta abre la bocaza.
–Jorge, tenemos que preparar juntos la oferta que le
haremos a Tara. Creo que sería mejor intercambiar las
habitaciones, dado que no se han podido coger juntas.
¡Pero qué inventa esta perra! No me puedo creer que la
oferta no esté ya más que preparada. No te vas a salir con
la tuya porque Jorge quedará contigo en alguna sala de
reunión del hotel.
Jorge duda un momento. Se lo piensa y finalmente habla.
–Alba, cámbiale la tarjeta.
–Claro. Cómo no.
Con una sonrisa se la cedo y ella con otra sonrisa aún
mayor me da la suya.
–Bien, nos vemos aquí en diez minutos. Alba, ¿estamos
cerca de ese restaurante?
Le miro como si no pasara nada.
–El restaurante está en el barrio de Clerkenwell, a pocas
manzanas de aquí.
–Bien, en ese caso pide un taxi.
Marta y él se dan la vuelta y se dirigen hacia el ascensor
charlando tranquilamente.
–Te espero para subir.
–¡No hace falta! –le contesto a Carlos con voz de bruja sin
mirarle y él desaparece al instante sin decir nada.
Le pido a la recepcionista un taxi para dentro de diez
minutos y subo arrastrando mi maleta hasta la sexta planta.
Abro la puerta de mi habitación y me quedo de piedra. Es
una habitación enorme, tiene dos camas de matrimonio
unidas, la pared del fondo es toda de cristal. Delante de la
cama hay un salón con un sofá de dos plazas y otros dos
sofás de una plaza rodeando una mesa exquisita de cristal y
metal. En la pared una televisión plana de no sé, ¿ochenta
pulgadas?
La decoración es sublime, en tonos suaves. En la pared
que da al baño un gran escritorio con todo lo necesario.
Entro en el baño y lo que veo me deja helada. Hay una
bañera de porcelana con patas doradas en medio de la
estancia, a un lado dos lavabos sobre una encimera de
mármol negra y al otro, dos puertas acristaladas, una da a
un inodoro y la otra a una ducha con chorros a presión.
Cuando consigo reponerme me imagino la cara que habrá
puesto Jorge y a continuación la cara que habrá puesto
Marta. Se lo estará pasando pipa pensando en la bronca que
me va a caer... pero lo peor es imaginármelos juntos en la
misma habitación. ¡Dios! ¿Por qué todo me sale mal? Me
dejo caer de cara en la mullida cama y así me quedo un rato
hasta que oigo a alguien llamar. Abro la puerta como si
pesara mil kilos.
–Hola, una habitación cojonuda. Gracias, Alba. Me has
impresionado.
–De nada, Carlos.
Vuelvo a la cama y me dejo caer de la misma manera.
–Intuyo que estás un poco jodida.
Intuye bien. Carlos se sienta a mi lado.
–Oye, si quieres después de la reunión podemos charlar
un rato. Si te apetece claro, pero ahora deberíamos bajar
cagando leches.
Me incorporo sin ganas.
–Tienes razón, no le hagamos esperar –digo arrastrando
las palabras.
Pero sí, cuando bajamos al hall, no solo los dos están
esperando, sino también el taxi. Marta se monta delante
con el conductor y yo acabo atrapada detrás entre Jorge y
Carlos.
–To Italian Sublime Restaurant in Clerkenwell distric,
please –le digo al taxista que arranca de inmediato y se
incorpora a la colapsada vía en medio de la lluvia.
–¿Un restaurante italiano? –me pregunta Jorge.
–Sí. La propia Tara es la que sugirió el sitio.
Miro mi reloj, son casi las doce. He quedado con ella a las
doce y media, creo que llegaremos bien, incluso antes.
El taxi aparca en doble fila justo delante de la pequeña
fachada del restaurante. La verdad es que no parece gran
cosa. Todos bajan y yo me quedo pagando al conductor.
La lluvia nos da un respiro ya que solo chispea muy
débilmente. Entramos por la puerta principal y un gran local
con sabor italiano se abre a nuestra vista. Son mesas muy
íntimas con manteles de cuadros y jarrones de porcelana
con flores frescas. Le explico al camarero que hemos
quedado para una reunión a las doce y media, si tiene
alguna mesa reservada y para mi asombro me contesta que
le siga y que Tara Moore está a punto de llegar. El salón está
a medio aforo y vamos sorteando mesas hasta llegar a una
esquina cuya mesa da a una gran cristalera con vistas a la
calle y a un pequeño jardín delantero. La mesa es para seis
comensales. Nos acomodamos, y esta vez Jorge hace todo
lo imposible para sentarse a mi lado y por un momento me
siento protagonista. Nos pedimos unas bebidas y el
camarero muy deferente las trae acompañadas de un pan
italiano con aceitunas y especias que me sabe a gloria.
Carlos ha sacado su tablet y repasa con Jorge sus
apuntes, hago que escucho atentamente, pero realmente
estoy en mi mundo, aún no sé exactamente qué pinto yo
aquí en este viaje y en esta reunión.
–¿Cuánto nos va a costar este hotel, Alba?
La pregunta me pilla totalmente fuera de juego, pero sé
que Marta no empieza una conversación conmigo solo por
pasar el rato. Jorge y Carlos dejan de hablar entre ellos y
nos miran expectantes.
–Parece un pelín caro, para un viaje relámpago como
este.
Dudo un momento. Tiene toda la razón. ¡Dios, a ver cómo
salgo de esta!
–Bueno... yo...
–Se lo indiqué yo mismo, Marta.
¡Guauuu! ¡Jorge ha salido en mi defensa! Y nada más que
contra Marta. Me derrito mirándolo, con ese porte que tiene
impasible, directo y serio, y me entran ganas de tirar
fuertemente de su corbata hacia mí y besarle con pasión
aquí mismo delante de la rata de Marta y de Carlos. Pero
Marta no se amedrenta.
–Mi trabajo en contabilidad es mirar los gastos con lupa.
–¡Pues a mí me ha encantado!
Sé que Carlos intenta quitarle hierro al asunto y en el
fondo se lo agradezco.
–¿Habéis visto la tele? Yo hoy no pienso dormir –
sentencia con una medio sonrisa en su cara.
–El hotel está muy bien, Alba. Recuerda cogerlo la
próxima vez que vengamos a Londres. Me ha gustado.
Además, está cerca de todo y lo más importante, del taller
de Tara.
Asiento sonriente y con esto y con la cara de sepia que
se le ha quedado a Marta, la conversación maldita queda
zanjada. ¡Ay! No hay nada mejor en el mundo que el jefe se
ponga de tu lado... Lo siento, Marta, otra vez será.
Al cabo de unos veinte minutos y con un retraso total de
media hora se presenta la tan esperada Tara Moore
acompañada de otra mujer.
–Good morning.
Nos ponemos en pie al escuchar a Tara. Su apariencia me
sorprende. Es una mujer de aspecto muy delicado, no es
muy alta, de cuerpo delgado, su tez es muy blanca, aunque
va algo maquillada pero muy sutilmente. Su pelo es rubio y
lacio, ojos azules y labios carnosos. Lleva un grueso jersey
de lana en color azul pastel y unas mallas negras con botas
altas y planas de color tostado. Parece una adolescente. La
mujer que la acompaña es algo mayor que ella, debe rondar
los treinta años. Es morena con el pelo corto, delgada y con
aire de superioridad.
Ella saluda uno a uno mientras hago las presentaciones
estrechando su mano.
–¿Y tú cómo te llamas?
Se dirige a mí en un español con acento muy marcado.
–Soy Alba Galán. Secretaria de dirección.
En lugar de estrechar mi mano, da un paso hacia mi
persona, me mira sonriente y me da dos besos en la cara.
¡Dios, qué vergüenza! Todos se me quedan mirando y el
ambiente se tensa de manera manifiesta.
–Encantada, Alba. ¿Nos sentamos?
Tomamos asiento. Jorge me mira sorprendido, sé que está
pensando su lado del cerebro que rige su papel como jefe.
La expresión de Carlos también es de sorpresa, pero
rápidamente pasa a la acción preparando su documentación
y Marta me mira con odio. Ni siquiera es capaz de esconder
sus más primitivos sentimientos en una reunión tan
importante como esta. La mujer que la acompaña toma la
palabra.
–Mi nombre es Kim y soy asesora personal de Tara.
Hace una pausa mirándonos a todos a modo de saludo
general.
Enseguida, Jorge expone el interés de la firma Diro
Design en las creaciones de Tara. Cede la palabra a Marta
que hace una disertación para presentar la empresa,
mientras habla de cifras, promociones... me voy
desconectando sin remedio, es que no la soporto. Su voz me
adormece...
–¿Tú qué piensas de mis creaciones?
Jorge me pisa discretamente por debajo de la mesa. Lo
miro sorprendida.
–Tara pregunta tu opinión sobre sus creaciones.
Noto cómo la sangre se me sube a la cara. La miro y pido
a Dios inspiración divina y que las palabras me salgan sin
tropiezos.
–Creo sinceramente que tienes un don para expresar en
tus zapatos lo que la mujer anhela. Creo que eres capaz de
hacer realidad los deseos de muchas mujeres. Tus diseños
son frescos, innovadores y únicos. Da igual si firmas o no
con nosotros, vas a triunfar y solamente tú debes saber
cómo lo quieres hacer.
La mirada de Tara no deja lugar a dudas. Mis palabras le
han gustado. Las comisuras de sus labios se curvan un poco
hacia arriba.
En ese momento Carlos expone con un perfecto español
sin rastro de palabrotas, el tipo de mujer que acude a
nuestras tiendas, mujeres de alto poder adquisitivo que
tienen muy claro lo que quieren. Expone el tipo de producto
que ofrecemos y el funcionamiento de nuestras exclusivas
tiendas. Al final, entrega un dosier a cada una de las
mujeres. ¡Carlos es un fenómeno, no parece el mismo!
¿Cómo lo hará? A veces me encantaría soltar un taco bien
soltado, pero creo que para eso tendré que practicar,
aunque no lo descarto.
–Bien. Creo que me ha quedado todo muy claro. Me
gustaría pensarlo tranquilamente. ¿De cuánto tiempo
dispongo?
Jorge hace una mueca como de no saber.
–Nos gustaría incluirte en nuestra colección de
primavera-verano –digo tirándome a la piscina como si yo
supiera ese dato y con una resolución que ni yo misma sé
que tengo. ¡Dios, qué he hecho! Ahora todos me miran
sorprendidos, hasta la propia Tara.
–Tus diseños serían presentados por todo lo alto.
Jorge me saca del apuro sin pestañear.
–Bien, en ese caso tengo poco tiempo intuyo, pero antes
debemos comer.
Hace un gesto y el camarero se acerca a nuestra mesa
para tomar nota, pero Tara ni se preocupa en preguntarnos.
Pide por todos. Entrantes y vino. Un rosado español.
Durante la comida hablamos de todo menos de negocios. La
conversación se centra en las diferencias entre los ingleses
y los españoles y la verdad es que consigo disfrutar por
primera vez en este día negro. Cuando terminamos Jorge
pide la cuenta y me encargo de pagar con la tarjeta de la
empresa.
–Me gustaría invitarles a ver mi taller. Está en esta misma
calle, muy cerca.
A Jorge se le ilumina la cara. La verdad es que el
ofrecimiento presagia buenas noticias.
–Por supuesto. Estaremos encantados de ir.
Me mira de reojo y puedo ver su entusiasmo. Recorremos
en pocos minutos dos manzanas y entramos en un edificio
gris de unas cinco plantas. El taller se encuentra en la
última y cuando entramos, lo primero que llama mi atención
es el fuerte olor a colas y pegamentos. La verdad es que
todo es bastante tosco. Me esperaba algo más sofisticado.
El espacio es muy grande, la estancia se divide en dos
grandes salas. En una se lleva a cabo la inspiración, la
creación de los diseños. Hay dos grandes mesas inclinadas
de arquitecto junto a los inmensos ventanales y en el medio
otra enorme mesa con muestras de cuero, tintes, tacones...
detrás una gran estantería con cajas y archivos. Enfrente,
un gran panel con dibujos, recortes, fotos pinchadas con
chinchetas de colores y junto a esa pared un largo banco
corrido con muestras de zapatos. Hay muchos, calculo unos
cincuenta, todos diferentes y a cuál más original.
–Aquí es donde se crea la magia.
Tara se mueve por la estancia tocando las cosas que hay
en la mesa.
–Aquí los deseos se convierten en realidad.
Me mira sonriente haciendo referencia a mi frase. La
verdad es que me cae bien, así que le devuelvo la sonrisa.
–¿Estos son tus próximos diseños?
Jorge está junto a una de las mesas de arquitecto pegada
a la ventana. Por la cara que pone sé que lo que está viendo
le gusta.
Tara se acerca y asiente.
–Aún no estoy del todo segura. Tengo que seguir creando.
–A mí me parecen estupendos.
Marta los mira entusiasmada.
–No son suficiente. Tiene que convencerme a mí misma,
pero es cuestión de tiempo y trabajo.
No sé por qué, pero me ha parecido escuchar en la voz
de Tara un cierto tono de reproche y automáticamente me
cae mucho mejor. A continuación, nos muestra la otra
habitación donde sus creaciones toman forma y se
convierten en realidad. Allí trabajan cinco personas. Dos
hombres y tres mujeres. Todos ellos muy jóvenes, calculo
que no tengan más de veinticinco años. Todos ellos nos
saludan y continúan con su trabajo. Hay varios yunques
donde se dan forma y pegan los zapatos. También hay dos
máquinas para rematar cosiendo los gruesos cueros. Todo el
proceso se hace a mano. Las estanterías están llenas de
botes, herramientas, pieles, adornos y los materiales
propios para poder realizar su trabajo.
–Si nuestras negociaciones llegan a buen puerto tendrás
que ampliar el taller y contratar a más gente, Tara.
Jorge suelta su frase mirando a su alrededor y tomando
nota mentalmente de todo.
–Aquí solo se hacen los prototipos. –Kim contesta como
enfadada por el comentario de Jorge.
–Bien, en ese caso una cosa menos que hacer. Bueno,
tenemos que irnos.
Jorge se acerca a Tara.
–Muchas gracias por tu tiempo. Mañana te enviaremos
una propuesta con los términos que estamos dispuestos a
ofrecerte y un modelo de contrato, así que esperamos una
respuesta lo antes posible.
Gira la cabeza lo suficiente para mirarme tres segundos y
dedicarme una frase para mí solita.
–Alba, llama a un taxi, por favor.
–Sí, claro. Tara, Kim. Ha sido un placer.
Me despido y bajo las escaleras como un torbellino. Estoy
harta de ser la sirvienta de todos. Llego a la calle y veo que
un taxi se acerca a lo lejos en dirección contraria. Cruzo la
calle jugándome la vida y moviendo los brazos para no
perderlo. Casi me mato con los tacones, pero consigo no
caerme y mantener la compostura. ¡Dios! El taxi para justo
a mi lado y le indico que espere un momento. A los cinco
minutos de bajada de bandera, llegan los tres mosqueteros.
Jorge y Marta con cara seria y Carlos, cómo diría yo, su
expresión es como si le acabaran de contar un chiste. Viene
con una sonrisa de oreja a oreja. Esta vez me monto delante
y ellos tres detrás. Le indico la calle del hotel al taxista y el
silencio nos devora a todos hasta que Marta toma la
palabra.
–No lo entiendo.
Está enfadada. ¡Menos mal que no he sido yo la
causante!
–¡Da igual!
La voz de Jorge suena ronca. Me giro hacia atrás para
mirarlos a los tres. No entiendo nada. Carlos se tapa la boca
con la mano disimuladamente y mira por la ventanilla. Sé
que se está aguantando la risa.
–¿Por qué querrá ver a Alba? –pregunta Marta indignada.
–¿Quééé? –digo automáticamente.
–Tienes que cenar mañana con ella, Alba.
Jorge no está bromeando, lo sé, le conozco lo suficiente
para saber que su “yo jefe” habla muy pero que muy en
serio.
–No voy a cenar con Tara.
Ahora soy yo la que habla muy en serio. Los ojos de Jorge
se estrechan dejando una fina línea delgada a sus pupilas.
–Le llevarás el contrato y las condiciones.
–¿Por qué yo? ¿Por qué no va Carlos o Marta?
Marta asiente satisfecha, por una vez estamos de
acuerdo.
–Irás tú.
Jorge da por concluida la conversación y se pone a
teclear en su móvil con dedos inquietos.
–Dame una razón convincente.
Me importa un bledo que haya gente delante. Esto no va
a quedar así.
–Parece que le has gustado, Alba.
Miro a Carlos atónita. Me quedo sin palabras para
responder.
–Ahora lo hablamos, Alba.
Jorge corta la conversación de inmediato. El coche se ha
parado en doble fila y la voz del taxista me saca de mi
mutismo.
–Twenty five pounds, please.
Todos bajan del taxi mientras yo saco dinero efectivo del
bolso y saldo la cuenta. Subimos todos callados en el
ascensor y al llegar a la sexta planta me dispongo a salir
con Carlos, pero la mano de Jorge en mi hombro me retiene
dentro.
–Sube, tengo que hablar contigo.
Carlos se despide de nosotros y los tres ascendemos
hasta la décima planta.
–Marta, nos vemos a las ocho.
Ella asiente seria y entra en su habitación. Jorge abre su
puerta y me invita a pasar. Su habitación es muy parecida a
la mía, solo cambia la decoración y los colores. Me siento en
el sofá esperando mi destino.
–¿Quieres una copa?
Jorge se acerca al minibar y se sirve hielo en un vaso bajo
con unas pinzas metálicas.
–No, gracias.
Coge una botellita de whisky del minibar y la vacía por
completo. Cuando termina, se afloja el nudo de la corbata y
se quita la chaqueta tirándola sobre la cama.
–Tienes que ir a esa cena.
–¿Para eso he venido? ¿Para engatusar a Tara?
–Las cenas, las comidas, las copas con los clientes a
veces son parte del trabajo. Las relaciones son importantes,
forman parte del juego.
Se pasea por la habitación con la copa en la mano y la
otra en el bolsillo de sus impecables pantalones de pinzas
hasta que decide sentarse a mi lado.
–Irás a esa cena y traerás ese contrato firmado.
–¿Cómo estás tan seguro?
Menea su copa haciendo que los hielos choquen entre sí
y suenen.
–Ella quiere negociar contigo. Ha visto algo en ti. Quizás
lo mismo que vi yo la primera vez que te vi. Sé que lo harás
genial. No tengo ninguna duda.
Me encojo en el gran sofá inmaculado.
–Está bien, iré –digo resolutiva.
Me doy cuenta de que lo estoy deseando. Quiero cerrar
ese contrato y quiero hacerlo yo sola. Quiero demostrarme a
mí misma que soy capaz de hacerlo y a los demás, para que
dejen de mirarme como el juguete del jefe. Jorge deja su
copa sobre el grueso cristal de la mesa y saca su cartera del
bolsillo trasero del pantalón.
–No sé exactamente qué te has traído en ese maletón,
pero… –me alarga quinientas libras. –Vete de compras.
Cómprate algo para esa cena. Confío en tu buen gusto.
Cojo el dinero. No pienso decirle que no. Como él dice,
esto es parte del trabajo.
–Imagino que no puedes acompañarme.
Me levanto y me dirijo hacia la puerta con Jorge
siguiéndome los talones.
–Sabes que tengo trabajo.
–Sí, claro –digo sarcástica–. Con Marta.
–Hay que revisar las condiciones.
Abro la puerta y Jorge la cierra de golpe dejando su mano
apoyada.
–Quédate un rato. Es pronto.
Estoy de espaldas a él y comienza a besarme el cuello
con besos tiernos y suaves y sé que, si sigue así, mi férrea
decisión de marcharme se caerá como una montaña de
naipes. Posa sus manos cálidas en mi cintura.
–Estás espectacular con este vestido.
Sus manos acarician mi vientre y sigue sellando besos
detrás de mi oreja.
–Casi me vuelvo loco con ese poli del control del
aeropuerto.
Noto cómo deja caer su cuerpo sobre el mío. El corazón
me empieza a ir más rápido, aunque no quiero...
–No me extraña que le hayas gustado a Tara...
Sus manos suben mi vestido hacia arriba dejándolo
arrugado en mi cintura.
–Eres una diosa.
Noto cómo se desabrocha el cinturón de su pantalón y
me abraza con fuerza apretando su miembro erecto contra
mis nalgas.
–Es mejor que me vaya...
Logro decir sin apenas voz y jadeando como una perra.
Los movimientos de cadera de Jorge hacen que
definitivamente pierda el control. Sus manos tocan mis
pechos por encima del vestido y sé que ya no voy a poder
parar. Me gira y quedo atrapada entre la puerta y su cuerpo.
Sus ojos brillan de pasión y busca mi boca. Nuestros labios
se juntan y al cerrar los ojos, la cara de Jesús aparece ante
mí. Su pelo rebelde, su tez morena y sus espectaculares
ojos verdes enmarcados por esas cejas fuertes y morenas,
su nariz masculina y sus labios, ¡Dios, sus labios! Le veo tan
claro como si estuviera aquí mismo, conmigo. Comienzo a
besar a Jorge con pasión.
–¡Hazme el amor! –le grito.
No sé cómo he llegado, pero caigo sobre la cama. Y me
quedo mirando cómo Jorge se quita los zapatos, los
calcetines, los pantalones, los calzoncillos... se queda solo
con la camisa azul desabrochada. Está a punto de estallar,
abro mis piernas clavando los tacones en las sábanas y la
furia se desata en él. Avanza como una locomotora hacia mí
con la respiración entrecortada y me arrebata el tanga con
dos movimientos alzando mis caderas y tirando de mi ropa
interior hasta que sale por mis zapatos. Sin esperar un
segundo se inclina y me penetra. Cierro los ojos y siento el
calor de su miembro en mi interior abriéndome y un placer
enorme me recorre las ingles.
–¿Qué me haces, Alba? –susurra mientras me embiste
lentamente.
–Me vuelves loco...
Apoyo mis tacones en el borde de la cama y sigo su ritmo
con mis caderas alzándome hacia él una y otra vez.
–Espera...
Se aparta abandonando mi interior.
–No creo que dure mucho más.
Agarra sus pantalones y coge un preservativo. Raudo
como a nadie más he visto en mi vida, se lo coloca y vuelve
a mí. Esta vez se toma su tiempo y me penetra lento,
despacio... una vez, dos, un cosquilleo dentro de mi vagina
se hace cada vez más evidente. Le agarro el pelo y busco
sus labios mientras el ritmo aumenta con cada embestida y
sé lo que tengo que hacer. Mi orgasmo está a punto. Cierro
los ojos y me recreo de nuevo en Jesús, su cuerpo desnudo
haciéndome el amor desata mi pasión, veo cómo su espalda
se curva una y otra vez impulsando sus caderas hacia mí en
un arco perfecto y mis caderas calcan el movimiento
acelerando el ritmo. No puedo más, un calor enorme me
atraviesa por dentro y las ingles comienzan a arderme,
Jorge jadea con cada envite y finalmente todo el placer se
concentra en mi vagina y hace que estalle en una oleada de
contracciones. Mi cabeza se inclina hacia atrás estirándome
como un arco con la boca abierta y gritando de placer.
–¡Ahhh!
Mis caderas y mis muslos se tensan con fuerza mientras
Jorge sigue empujando unas cuantas veces más, hasta que
se deja caer sobre mi cuerpo exhausto. Y no puedo evitar
pensar en Jesús de nuevo. ¿Dónde estarás? ¿Qué estarás
haciendo ahora? Y una lágrima furtiva resbala por mi
mejilla.
Al cabo de un rato, Jorge rueda hacia un lado y consigo
respirar con normalidad. Mira su reloj y a continuación coge
mi cara y me besa.
–Dúchate conmigo.
Niego con la cabeza.
–Si entramos juntos en esa bañera... no saldré a tiempo
de esta habitación.
Jorge se levanta perezosamente.
–Te echaré de menos. –Me guiña un ojo–. Mañana por la
mañana te veo para ultimar los detalles. Tenemos reunión,
recuerda.
Y desaparece tras la puerta. Me quedo sola escuchando
el agua de la ducha y me siento vacía y abandonada. Me
incorporo buscando mi tanga por la habitación. Lo localizo
sobre uno de los sillones y me lo pongo. Coloco de nuevo mi
vestido y salgo a grandes zancadas hacia el ascensor.
Me pego una ducha rápida, me visto con unos vaqueros,
una camiseta blanca con mensaje, una chaqueta negra y
unas deportivas blancas. Cojo mi bolso-cueva y me doy
cuenta de que aún tengo el móvil apagado desde esta
mañana en el avión. Lo enciendo. Una lluvia de mensajes se
descarga al instante.
Un mensaje de mis padres. Les contesto que he llegado
bien.
Un mensaje de mi hermana. Le contesto que todo bien.
Un mensaje de Fer, quiere saber cómo estoy. Le contesto
que bien y que estoy de viaje de negocios en Londres.
Y... ¡un mensaje de voz de Jesús! ¡De voz! Me empieza a
temblar todo el cuerpo. ¡Dios mío, escuchar su voz de
nuevo! Mi dedo tiembla sobre el icono con forma de
triángulo. ¿Qué querrá? No, no lo abras Alba. Es mejor así. Si
lo escuchas estarás perdida... pero no puedo resistirme y la
yema de mi dedo índice toca la pantalla.
“Por favor, Alba, necesito hablar contigo”.
Agarro el borde de la cama y me siento para no caerme
al suelo. Las lágrimas comienzan a resbalar por mi cara sin
control. Ahora no... No puedo dejar que me pase esto. ¡Al
carajo! Cierro el móvil y lo meto en el bolso. Me miro en el
espejo y salgo como una flecha hasta la puerta de al lado.
Suspiro y llamo rápidamente con los nudillos apretados. Al
momento, Carlos aparece ante mis ojos.
–Hola, Alba –dice aturdido.
–¿Te vienes conmigo de compras?
Carlos duda un momento, mira hacia la enorme televisión
que tiene encendida y después posa su mirada de nuevo en
mí. Sin mediar palabra, dirige el mando que tiene en su
mano derecha hacia la tele y la apaga. Coge su chaqueta y
salimos del hotel hacia la parada de autobús más próxima.
–¿No cogemos un taxi? –le digo extrañada.
–Así no se conoce la ciudad... ¡Corre!
Me coge de la mano y tira de mí. Subimos de milagro al
rojo autobús y nos instalamos en el piso superior.
–Imagino que quieres ir a Oxford Street –dice
alegremente.
–Es como la Gran Vía de Madrid, ¿no?
–¡Exacto! ¿Qué quieres comprar?
Miro por la ventanilla.
–Ropa para la cena con Tara.
–Ja, ja, ja, joder, al final has claudicado.
Cojo una bocanada de aire y cruzo mis piernas.
–¡Qué remedio...!
–¡Joder, Alba, es una oportunidad! Ojalá Tara se hubiera
fijado en mi puta cara. Ahora estaría comprándome un traje.
Sonrío para mis adentros al pensar cómo le quedan los
trajes. Es un auténtico desastre.
–… Pero a Tara se le caen las bragas con las mujeres.
No puedo procesar rápido lo que me acaba de decir.
–¿Estás seguro? ¿Cómo lo sabes?
–Hago mis deberes. Tara es bisexual.
Hace una pausa para mirar por la ventana del autobús.
–Me cago en la puta, ¡si se ha pasado la comida
comiéndote con los ojos!
–¡Estás exagerando!
–Joder. ¿No te has dado cuenta? ¡Vamos, Alba...!
Carlos se parte de risa. ¿Qué gracioso, no?
–No tiene gracia.
–Sí, sí que la tiene...
–No estoy acostumbrada a que me miren las tías.
–Y lo más cojonudo ha sido la cara de Marta... ja, ja, ja,
¡era como una jodida vieja estreñida! Ja, ja, ja.
Acabo riendo con él. Tiene una risa muy bonita de esas
que se contagian y no puedes resistirte y la verdad,
imaginarme la cara de Marta estreñida es de lo más
gracioso.
–Sí, estaba muy enfadada en el coche.
Los dos nos carcajeamos de nuevo.
–¡Hostias, Alba, esta es nuestra parada! ¡Joder, vamos!
Conseguimos bajar a tiempo pegando un salto casi en
marcha. La calle Oxford está llena de gente y comenzamos
a avanzar con torpeza esquivando personas. Carlos toma mi
mano para que no me quede atrás y conseguimos avanzar
más rápido.
–¡Carlos, para! Aquí, quiero entrar en esa tienda.
Carlos consigue que salgamos de la riada de gente.
–Madre mía, menos mal que me has acompañado, si no,
creo que habría seguido por la calle hasta el final.
–Ya he estado en Londres, cuando estudiaba. Un verano
para mejorar mi acento. Un verano de puta madre, por
cierto.
Caminamos por la tienda mientras voy cogiendo prendas.
–Vaya, un chico viajero. Me voy a probar esto.
Llevo el brazo a rebosar de ropa.
–Trae, te ayudo.
Lo coge todo y entramos en los probadores. Carlos se
queda en el pasillo y me va pasando la ropa una a una.
Cuando estoy lista abro la cortina.
–Muy serio.
Con el segundo.
–Este no me gusta...
Pufff esto va a ser largo, pero la verdad es que a mí
tampoco me convencen.
Con el tercero la cosa cambia.
–¡La madre que me parió! ¡Guauuu! ¡Sí!
Coge mi mano y hace que gire sobre mis talones.
–¡Este sí, joder!
Llevo una falda negra de cuero plisada con una camisa
blanca, muy elegante impecable que me queda como un
guante y unos stilettos con mucha punta y tacón de aguja
plateados.
Los ojos de Carlos me recorren de arriba abajo muy
abiertos.
–¡Tara se va a caer de culo!
–Por favor, deja de decir eso... si voy cohibida, no voy a
conseguir ese maldito contrato.
–Me gustan los zapatos, son la pieza clave. Elegantes y a
la vez modernos. Todo un clásico llevado al siglo XXI.
–Entonces, aprobado.
Cuando queremos salir son las siete pasadas, un poco
tarde para las costumbres inglesas. Así que cogemos el
autobús de vuelta al hotel.
–Si quieres, podemos cenar juntos.
El ascensor comienza a subir hasta la planta sexta. Me
quedo un poco cortada, pero en fin, no tengo nada mejor
que hacer.
–¡Claro! Te debo un favor, ¿no? Has sido un gran
compañero de compras.
–¡De puta madre!, tengo que coger mi tablet y llevársela
a Jorge. La necesitan, tengo todos los datos.
Lo miro sin saber qué contestar mientras nos paramos
frente a su puerta.
–No tardo nada.
Mientras la coge aprovecho para dejar mis compras en
mi habitación. Al momento sale con su tablet en la mano y
subimos a la décima planta.
–Espera –le digo nerviosa y me aparto a unos cuantos
pasos del marco de la puerta de la habitación de Jorge
pegándome a la pared.
–No quiero que me vea.
Carlos asiente con la cabeza, se coloca la americana sin
éxito y toca con los nudillos. A los pocos segundos la puerta
se abre y me pego a la pared más si cabe como si fuera una
babosa subiendo por una tapia en una tarde de verano.
Contengo la respiración y mis sentidos se agudizan.
–Hola, Carlos.
Oigo la voz de Jorge y cómo Carlos se siente contrariado
por algo que no sé qué es y comienzo a ponerme nerviosa.
¿Qué paaasa?
–Hola, Jorge…
Habla al fin.
–Te traigo mi tablet. Hay un archivo que se llama Moore.
Ahí tenéis todos los datos.
–¿Tienes alguna contraseña de arranque?
–No, la he quitado para que podáis abrirlo sin problemas.
Los dos se callan un momento, es como si se estuviesen
mirando. ¿Qué pasa?
–Bueno, pues me voy. Si tenéis alguna duda llamadme al
móvil. Voy a salir a tomar algo.
–Está bien. Gracias, Carlos.
La puerta se cierra y Carlos se queda clavado mirando la
puerta cerrada delante de él. Le hago una seña para que se
acerque y caminamos por el pasillo hasta el ascensor.
–¿Qué te pasa? ¿Por qué estás así?
–¡Oh! Nada, Alba.
Nos metemos en el ascensor.
–¡Dímelo ahora mismo! –le acorralo–. Necesito saberlo.
Carlos intenta quitarle importancia.
–Olvídalo, Alba, joder. Son solo cosas mías. ¿Dónde
quieres cenar?
Le pego un manotazo al botón de parada y al instante el
ascensor se para con un brusco tirón.
–¿Qué coño haces?
Carlos me mira con una extraña mueca en su cara.
–¿Estaba con Marta?
Él suspira mirando al techo del ascensor.
–Joder, Alba. No lo sé, de verdad.
Toco el botón número 6 y al momento las puertas se
abren. Cojo mi tarjeta y abro la puerta de mi habitación.
–¿No nos íbamos a cenar? –dice entrando en la habitación
con los brazos abiertos de par en par.
–No hasta que me cuentes lo que has visto.
–¿Para qué? Alba, es mi puto jefe, ¡joder! Yo no me meto
en la puta vida de mi jefe.
Le cojo y le obligo a sentarse en el sofá a mi lado.
–Olvídate de eso. Los dos sabemos que Marta está en la
habitación de Jorge. Sabemos que se han reunido allí, así
que dime ahora mismo qué es lo que has visto.
Carlos pone las manos sobre sus rodillas y levanta las
cejas.
–Adelante.
Le animo.
–Me cago en...
–Bien –me pongo de pie–. En ese caso iré a verlo yo
misma.
Carlos se levanta al momento y me agarra el brazo para
hacerme caer de nuevo en el sofá. ¡Ha caído en la trampa!
Era un farol.
–No está pasando nada, Alba, todo depende de cómo lo
mires.
–Suéltalo, por favor.
Se gira hacia a mí para mirarme directamente. Tiene
unos ojos marrones muy expresivos, parpadea un par de
veces antes de hablar.
–Jorge me ha abierto la puerta sin camisa, y me ha
extrañado.
–Y...
–No sé.
–¿La has visto? –digo con voz temblorosa.
Si él estaba aún solo, no tiene mayor importancia su
torso desnudo, pero si estaba ella allí dentro, todo cambia.
–No la he visto. Solo me ha parecido escuchar una
pequeña tos dentro. Pero no estoy seguro.
–Por eso os habéis quedado callados...
Todo encaja.
–No hagas puñeteras conjeturas, Alba. Yo no he visto una
puta mierda fuera de lo normal.
–Pero sí has oído.
–No estoy seguro, joder.
–¡Dios!
Sé que voy a empezar a desvariar de un momento a otro.
–Tranquila, Alba. Te prepararé algo de beber.
Carlos corre al mueble bar y prepara dos whiskies con
hielo en un santiamén. Me pasa uno y me lo bebo de golpe.
Error. Noto cómo me quema toda la tráquea y cómo se
asienta en mi estómago.
–Arrrg. ¡Otro!
Carlos duda, pero ante mi grito me prepara otro
rápidamente. Esta vez me lo tomo en dos tragos.
–Otro.
–¿Estás segura?
–Por favor.
Esta vez Carlos prepara dos, ya que él también ha
apurado su primer whisky. Me levanto medio mareada y me
siento en la cama.
–No me lo puedo creer...
Carlos se levanta al momento, se quita la americana y se
sienta a mi lado.
–Alba, solo le he visto a él. A lo mejor se estaba vistiendo
para ir a la reunión. Nada más. Todo lo demás es
imaginación.
–¿Qué pasa, no conoces a Marta?
Una lágrima comienza a resbalar por mi cara y después
otra más y otra.
–Eh, Alba.
Carlos me abraza con cuidado. Me obliga a girar la cara
para mirarle.
–Por muy zorra que sea Marta, para que eso pase, es
cosa de dos.
Me echo a llorar sin control.
–Ellos eran pareja antes.
–Alba. Me cago en la puta, no pienses en eso, joder. No es
bueno. Piensa que no va a pasar nada. Joder, nada.
Me mira con las cejas hacia arriba y con su cara más
convincente. Conozco esa cara, la pone en las reuniones. Mi
cuerpo se inclina hacia él y le beso. ¡Estoy rabiosa! Hace
ademán de hacerme la cobra, pero agarro su cara con
ambas manos y le beso con más fuerza obligándole a
quedarse junto a mí. Poco a poco se relaja y comienza a
devolverme el beso. ¡Eso es, Carlos, besarme por lo que
más quieras!
Nos tumbamos hacia atrás en la cama. Carlos me besa la
cara entusiasmado y yo comienzo a desabrocharle la
camisa. Él me ayuda con los botones. Estoy fuera de mí.
Tengo rabia a raudales y necesito sacarlo todo fuera. De
repente, Carlos para.
–Espera, creo que esto no es lo correcto. Es un puto error.
Le empujo para que caiga boca arriba y me planto
delante de él. Se incorpora apoyándose en sus codos. Por su
expresión tengo toda su atención. Cojo mi camiseta y la
subo hacia arriba poco a poco con la mirada lasciva puesta
en Carlos. Cuando la saco por mi cabeza la tiro. Paso mis
manos por mi cintura acariciándome hasta llegar al botón
de mi pantalón, lo suelto y bajo la cremallera despacio, muy
despacio. Carlos está como hipnotizado, lo bajo hasta los
tobillos y salgo de él.
–Alba, creo que esto es un puto error, joder, no
deberíamos...
Salto como una gacela sobre él sin hacerle ni caso.
–Tu entrepierna no dice lo mismo...
Comienzo a besarle el pecho y bajo hasta el ombligo, la
respiración de Carlos comienza a agitarse. Estoy
descontrolada, mi cabeza solamente piensa en vengarme.
Desabrocho su pantalón y bajo la cremallera. Acaricio sus
abultados calzoncillos y Carlos se deja caer de espaldas con
las manos en la cabeza y cerrando los ojos. ¡Ya es mío! Meto
mi mano por debajo de sus calzoncillos y acaricio su pene
con decisión. ¡Qué bien dotado, quién lo diría! Saco su pene
fuera de los calzoncillos y cuando voy a bajar mi cabeza
Carlos pega un salto, me tira en la cama y me abraza con
manos y piernas dejándome inmovilizada.
–No, Alba. ¡Para!
Le miro, está sudando, pero su cara es seria y una oleada
de sentimientos acuden a mi cerebro provocándome un
llanto incontrolado. ¿Qué estoy haciendo?
–Bien... suelta toda esa mierda.
Sigo llorando primero con rabia y poco a poco el llanto se
vuelve más ligero.
–Muy bien, Alba, así... tranquila...
Y comienza a acunarme despacio entre su cuerpo
caliente.
Me despierto de golpe. La luz entra a raudales por los
ventanales y al momento la cabeza me da vueltas y toda la
noche de ayer vuelve a mí y me siento tan idiota... ¡Dios,
Carlos!
–¡Soy gilipollas! –me grito a mí misma.
¡Bien, mi primera palabrota en voz alta! Muevo mi
cabeza negando, cómo he podido...
Me siento en la cama. Carlos debió irse a su habitación
cuando me quedé dormida. Desde luego es todo un
caballero. Le debo una disculpa. Me levanto despacio y la
cabeza me duele. Me coloco la camiseta y me acerco a la
puerta que comunica ambas habitaciones. Acciono el pomo
y ante mi sorpresa la puerta cede. Abro despacio, Carlos se
está anudando los cordones de los zapatos. Ya está vestido
y gira la cabeza al escuchar la puerta.
–¡Ya te has despertado!
–¿Puedo pasar?
Se incorpora asintiendo con la cabeza y se agacha de
nuevo para atarse el otro zapato. Me acerco hasta él y me
quedo de pie.
–Lo siento. He sido una estúpida. Siento mucho haberte
hecho pasar por ese mal momento.
Se levanta sonriendo.
–¡Joder, Alba! Te puedo asegurar que no fue un puto
momento para nada.
–Lo digo en serio, Carlos. Lo siento mucho.
–Olvídalo, Alba.
–También quiero darte las gracias por... pararme.
Me echa el flequillo hacia atrás.
–Te puedo asegurar que hice un esfuerzo de puta madre,
descomunal, gigantesco, de dimensiones estratosféricas y
que me hubiera encantado terminar en esa puta cama
contigo, pero no era lo adecuado. Te movía la rabia.
Me ruborizo porque tiene razón. Me habría arrepentido el
resto de mi vida.
–Gracias –repito de nuevo.
Él me da un beso en la mejilla.
–Debo de ser el único gilipollas que te ha rechazado,
pero…
Levanta el dedo índice en alto señalándome.
–Si algún día crees que debemos terminar lo empezado
ya sabes dónde me tienes. ¡Sería la hostia!
Su risa me contagia y le pego con el puño en el brazo.
–Chica fuerte, tenemos una reunión con el jefe en veinte
putos minutos.
Antes de que termine la frase ya estoy en mi habitación
de camino al baño.

He llegado diez minutos tarde, pero Jorge no me ha dicho


ni “mu”. Me he tirado toda la reunión intentando cazar
algún detalle, una mirada furtiva, una sonrisa cómplice,
dobles palabras entre Jorge y Marta, pero nada de nada.
Ella, seca como un palo, y él, muy en su papel de jefe. Me
ha explicado una y otra vez las condiciones, lo que tengo
que hacer y lo que tengo que decir, si Tara dice tal o cual
cosa...
–¿Lo entiendes?
–Perfectamente –le contesto sin apenas levantar la vista
de mi ordenador.
–Bien, pues nada más. Creo que hoy deberíamos tener el
día libre y que cada uno se dedique a hacer lo que crea más
conveniente y nosotros tres –señala a todos menos a mí–,
podemos quedar para cenar y hacer algo, no sé, ir al cine o
al teatro.
–Me parece bien.
Carlos cierra su tablet y se dispone a salir de la sala que
he reservado en el hotel para la reunión.
–¿Comemos juntos, Alba?
Pego un respingo para ponerme de pie y lo miro con los
ojos como platos. ¿Qué pretende?
–Conozco un sitio buenísimo. Cada mesa tiene su propio
cocinero con una pequeña cocina y te prepara delante de ti
lo que pidas.
Carlos está entusiasmado con su explicación.
–Me encantaría.
Salgo de la sala charlando alegremente y ni siquiera nos
despedimos de ellos. Yo particularmente ni los miro. Sé que
Jorge querría haber comido conmigo para darme la lata con
la cena de Tara y atar cabos. Caminamos por la acera y
cuando estamos a trescientos metros del hotel le
interrumpo.
–¿Es un farol, no?
–No. Conozco ese restaurante y... un poco de celos nunca
viene mal.
Me guiña el ojo y se lleva los dedos a los labios para
pegar un silbido que casi me deja sorda. Un taxi para junto
a nosotros y desaparecemos en la vorágine londinense.

A las cinco y media en punto entro en mi habitación. El


restaurante ha sido todo un acierto. Me lo he pasado muy
bien con Carlos, le encuentro más relajado y distendido,
parece que nuestra pequeña intimidad nos ha unido. Me he
reído un montón con él. Es bastante gracioso, no sabía que
tenía esa vena humorística tan marcada y la comida ha
estado genial. Ver cómo cocinan tu plato delante de ti me
ha encantado, pero ahora dispongo de cuarenta escasos
minutos para arreglarme y asistir a la gran cena.
Extiendo la ropa en la cama y saco los zapatos nuevos de
la caja. ¡Bien! Voy a estar de muerte. He decidido tomarme
un baño en esta impresionante bañera así que abro los
grifos y le pongo esencias y sales al agua. Al salir oigo dos
toques en la puerta. ¡No tengo mucho tiempo! Abro la
puerta y ante mi vista aparece Jorge. Lleva una cazadora de
cuero muy elegante con unos vaqueros negros y una
camiseta lisa de color blanco. Me quedo en el quicio de la
puerta.
–¿Puedo pasar?
¿Por qué? No tengo tiempo. Me giro lo justo para dejarle
pasar y como veo que va para largo cierro la puerta.
–¿Te vas a poner esto?
–Sí.
Hace un gesto de aprobación.
–Bonitos zapatos.
–Gracias, pero la verdad es que voy un poco justa de
tiempo.
Se acerca a mí y me abraza por la cintura. Aún estoy
enfadada por lo de anoche, pero me falta tiempo y no
quiero ir a esa cena tan importante con la cabeza puesta en
Marta y Jorge.
–Solo quería decirte que sé que lo vas a hacer genial.
Eres mi mejor baza. Necesitamos ese contrato, Alba.
Su cuerpo se adapta al mío y siento ganas de gritarle
dónde estuvo anoche, qué hizo con la zorra de Marta, si le
gusta cómo esa serpiente se mueve en la cama... pero me
reprimo.
–Haré lo que pueda –digo secamente.
Se queda contrariado.
–Ayer tenías más entusiasmo por conseguirlo.
Me acaricia el pelo mirándome tiernamente.
–Tú lo has dicho. Tenía.
Me deshago de su abrazo y me voy hacia el baño.
Comienzo a desnudarme rápidamente. Cuando Jorge entra,
yo ya me he zambullido en la bañera.
–¿Y qué ha pasado para que pierdas las ganas?
Sus ojos recorren la bañera llena de espuma. No le
respondo. Él da dos pasos y se sienta en el borde.
–Estás celosa.
Su frase suena a media voz.
–A veces parece que lo haces aposta. Sentarte junto a
ella en el avión, cambiar las habitaciones, la reunión... y
dime –estallo–. ¿Qué tal la reunión en tu habitación?
Ya no puedo parar. He explotado para bien o para mal.
–¿Estuvo a la altura?
Me mira tranquilamente sin inmutarse. Como siempre
hace sopesando sus palabras.
–Sabes que ha sido una reunión de trabajo, por favor, no
veas lo que no hay. Marta es historia. Ya no hay nada entre
nosotros por mucho que ella quiera. No debes dejarte
influenciar por lo que ella quiere hacerte ver.
Mete la mano en la espuma y acaricia mi rodilla.
–¿Qué tal con Carlos?
Lo miro alucinada.
–¡Oh, no! No tires la piedra sobre mi tejado.
Se levanta al momento.
–Solo he preguntado. Eres mi novia.
–Bien. ¿Quieres saber?
Levanto una ceja y le contesto sin dejarle preguntar.
–Carlos me ha sorprendido. He descubierto una gran
persona en él. Tiene principios, sentido del humor y es muy
trabajador, tiene conversación, sabe un poco de todo y
tiene gustos parecidos a los míos.
–No quiero que volváis a salir juntos –dice tajante.
Y antes de que pueda responderle sale del baño y de la
habitación. ¡Vaya! Parece que Carlos tenía razón, unos
pocos celos siempre vienen bien.
Cuanto termino de vestirme y pasar por chapa y pintura,
me lanzo a la habitación de Carlos. Está tumbado en el gran
sofá blanco con una copa en la mano. Al verme se pone de
pie.
–¡La hostia puta! ¡Estás riquísima! ¿En qué coño estaría
yo pensando anoche?
No puedo reprimir una risa. Me acerco y doy una vuelta
completa.
–Mi taxi está abajo esperando.
Me abraza.
–Te va a ir de puta madre, joder. Si necesitas cualquier
mierda de información adicional llámame o envíame un
mensaje. Estaré pendiente, pero creo que no vais a hablar
de negocios. ¡Mmm! Qué bien hueles... joder.
Me habla muy rápido, sus frases traspasan mi cerebro a
toda velocidad y consigue contagiarme su energía.
–Tienes razón, no vamos a hablar de negocios. Estoy de
acuerdo contigo. Gracias.
–¿Por qué?
–Tus celos han surtido efecto.
–Bueno... espero que para bien.
–No estoy muy segura, es pronto para afirmar algo así.
Está en plena ebullición, así que ten cuidado con él en la
cena.
–No voy a cenar con ellos.
–¡Van solos! –suelto desesperada.
–No sé si irán juntos.
–¡Tienes que ir, Carlos!
Abre los ojos y hace una mueca con la boca.
–¿Cómo de cabreado dices que está? –me pregunta
concentrado.
–Me ha prohibido salir contigo.
–¡La hostia puta! –Carlos se pone las manos en la frente–.
Me cago en todo lo que se menea. ¡Joder, Alba! Olvídalo –
dice tajante.
–Jorge es perro ladrador, luego se le pasa enseguida.
Me mira con los ojos muy abiertos.
–Olvídalo. No voy a cambiar de opinión.
Me quedo pensativa.
–¡Entonces ven a la cena de Tara!
–¿Estás majara?
Sé que le encantaría venir, haría lo que fuera.
–Si voy a esa cena Jorge me corta las pelotas, una por ir a
una cena de negocios a la que no me ha mandado ir y la
otra por salir contigo.
A la vez que habla mueve el dedo de la mano derecha
negando mientras con la mano izquierda se protege sus
partes.
–A menos que yo le diga que tú cerraste el trato.
Su cuerpo, su cara, se paran al momento y sé que está
sopesando la posibilidad de ir.
–Joder, Alba, sabes que me encantaría, pero sería un
gilipollas si fuera. Además, Tara solo quiere cenar contigo, ni
conmigo, ni con Marta, ni con Jorge. ¡No quiere cenar con
Jorge!¡El puto amo!
Según habla comienza a hacer aspavientos con los
brazos.
–A la mierda, no puedo. ¡Debes ir tú sola, joder!
–Entonces, por favor, sal con ellos, ve a la cena y mañana
cuéntame tu opinión sobre ellos. Tu impresión. Es
importante para mí.
Pongo cara de buena con los ojos vidriosos, esa expresión
me suele dar buen resultado.
–¡Está bien! Pero solo a cenar. Si dicen de ir a algún otro
puto lado, lo siento.
Doy un salto y me subo a su cuerpo. Casi le hago caer al
sofá, pero consigue mantener el equilibrio.
–¡Gracias! Te debo una.
–¡Ya lo creo, joder, me debes dos!
Suelto una carcajada. Tiene toda la razón. Le doy un beso
en la mejilla y me bajo para salir por la puerta.
–En cuanto termine vengo a verte –le digo.
–Quiero ser el primer puñetero ser de este mundo en
saber que ese maldito contrato es nuestro.
Abro la puerta y salgo.
–Hasta luego, Carlos.
–¡Suerte, bombón!
A las siete en punto me bajo del taxi que me ha llevado
raudo y veloz por las atestadas calles del centro de Londres
hasta el barrio de Chealsy. Al bajar me quedo un poco
contrariada. Estoy ante la entrada de un lujoso hotel. Le
comento el error al taxista, pero me indica de mala gana
que el restaurante está en la última planta del hotel y nada
más terminar la frase sale disparado. Me giro y miro hacia
arriba. Es un edificio muy alto. Me encojo de hombros y
entro en el hall. Busco los ascensores y pulso el botón de la
última planta. Cuando las puertas se abren mi boca lo hace
al mismo tiempo. Estoy en una sala enorme de forma oval
llena de lujosas mesas, vestidas exquisitamente con velas y
flores frescas. La luz es tenue e intimista. Todas las paredes
son de cristal y ofrecen unas impresionantes vistas del
atardecer en Londres. Una música suave llega a mis oídos.
Todo es muy chic. En una de esas mesas una mujer se
incorpora y me saluda haciendo un gesto con la mano. Es
Tara. Me acerco con paso firme.
–Buenas noches, Alba.
Tara se acerca a mí y me da dos besos. Su aspecto es
totalmente distinto al de ayer. Es… cómo lo diría… más
sofisticado. Ya no parece tan joven ni tan delicada. Lleva
unos bonitos y ajustados pantalones negros de cuero con
una blusa de cuello barco de raso en color rosa empolvado
que le deja un hombro al descubierto y puede verse su
marcada clavícula. Le queda genial. Su maquillaje es
también más sofisticado. Los ojos en un gris ahumado y los
labios solo con un ligero brillo para no recargar. Sus zapatos,
no hay duda de que son suyos, los reconocería entre mil.
Son unas delicadas sandalias doradas de tacón vertiginoso
con multitud de tiras que se cruzan y en cuyo entramado se
posan delicadas alas de mariposa. Son preciosos.
–Unas vistas increíbles.
Ambas nos sentamos sonrientes.
–Este lugar es uno de mis preferidos aquí en Londres. Me
encanta ver todas esas luces que se van encendiendo a
medida que el crepúsculo avanza.
–Sí, parece de cuento.
–Para mí es inspirador.
Hace una pausa para mirarme sonriente. Se la ve feliz.
–Más de una colección ha salido de estas vistas.
–No hay duda, creo que es un lugar perfecto. Idílico.
Coloco la servilleta sobre mi regazo y ella hace lo mismo
sin dejar de mirarme.
–Estás muy elegante. Me encantan tus zapatos.
¡Menos mal! Primera prueba superada. ¡Bien por ti, Alba!
–¡Muchas gracias! Sinceramente estaba un poco nerviosa
con el modelo que he elegido, imagino que lo primero que
haces es fijarte en el calzado.
–Por supuesto. No puedo evitarlo, deformación
profesional.
Hace una pausa mientras el camarero nos sirve vino
blanco en las lujosas copas de cristal talladas que brillan
con reflejos de arcoíris bajo la luz de las velas. Cuando el
camarero desaparece continúa hablando.
–Sabía que no me ibas a defraudar. Estás muy guapa.
Las primeras campanas de alarma suenan en mi cabeza.
Me revuelvo un poco incómoda en mi silla y no sé qué decir.
Solo me sale una risa corta y nerviosa. Ella levanta la copa
para hacer un brindis y terminar con el silencio que se ha
creado.
–Por las mujeres como tú, guapas y elegantes.
¡Madre mía! Si tuviera a Carlos o a Jorge o incluso a Fer
sentados frente a mí, esta conversación me encajaría a la
perfección, pero así... ¡pues no, la verdad! Choco mi copa
contra la suya, pero el sonido que me llega es de unas
campanas a modo de segunda advertencia.
–Me he tomado la libertad de pedir por las dos.
–Te gusta tenerlo todo controlado.
En ese momento el camarero nos trae una diminuta
ensalada de pimientos en un plato enorme y Tara espera a
que nos quedemos solas de nuevo para contestarme.
–Si no fuera así, ¿crees que estaría donde estoy ahora?
¡Dios, otra controladora como Jorge!
–Bueno... –dudo–. Hay que tener las cosas muy claras
para poder hacer lo que tú estás haciendo.
–¿Y qué crees que estoy haciendo? –dice divertida
mientras picotea su ensalada.
–Creo que estás creando un imperio.
Suelta una larga carcajada.
–Me gustas. Me gustas mucho.
Me señala con el tenedor y casi me atraganto con un
trozo de gamba. Tercer retoque de campanas.
–Cuando tenía cinco años diseñé mis primeros zapatos en
una hoja del cuaderno donde mi madre apuntaba todas sus
recetas.
Sonrío imaginándome la escena.
–Mi madre me regañó por dibujar en su cuaderno. Es
más, arrancó el papel y lo arrugó tirándolo a la basura.
–¡Vaya! –digo intrigada.
–Nunca tenía tiempo para mí. No le echo la culpa, la
pobre tenía dos trabajos para poder sacarnos a mí y a mi
hermano adelante. Mi padre la dejó tirada cuando nació mi
hermano, pero con aquel gesto, supe que nada ni nadie me
quitarían mi sueño.
–Es una pena que lo aprendieras de esa manera.
Ya me he terminado la miniensalada mientras que Tara
sigue dándole vueltas con el tenedor.
–Para mí no es un recuerdo triste. Más bien es como una
revelación. Desde entonces he sabido hacia dónde tengo
que avanzar.
Aprovecho el momento.
–Bueno, entonces sabrás muy bien si unir tus sueños a
los nuestros.
Vuelve a reírse a carcajadas.
–Eso aún depende de esta noche. Mañana lo tendré muy
claro.
Cuartas campanillas sonando en mi cabeza. ¡Dios, Alba!
¿Cuándo va a parar? Intento serenarme y llevar la
conversación al terreno que me importa, el de los negocios.
–Creo que es la mejor oportunidad porque con nosotros
no solamente entrarás en el mercado español, sino también
en el italiano y el francés. Diro Design tiene tiendas en
Madrid, Barcelona, Milán, Roma y París.
–Lo sé, pero hablemos de otras cosas... ¿vives en Madrid?
Quintas campanillas de alarma. ¡Ufff! Me empieza a
sudar la frente.
–Bueno... –dudo, pero contesto–. Sí.
El camarero retira los platos y nos trae el segundo. Un
medallón de solomillo con guarnición de verduras.
–Y... ¿qué tal es vivir con tu jefe?
El trozo de carne trinchado en mi tenedor se queda a un
centímetro de mi boca medio abierta. ¡¿Cómo lo sabe?! No
puede ser, serán conjeturas suyas. No creo que contarle
esta clase de intimidades sea bueno para nuestra
negociación.
–Creo que ese tipo de información no viene al caso.
Tara coge mi mano y pego un respingo.
–Vamos, Alba, si no quieres no me lo digas. Lo siento si te
he incomodado. Hay detalles que me gustaría saber antes
de entrar en una compañía.
Cuando deja de hablar suelta mi mano y me siento un
poco tonta, rara... no sé, es una situación tan distinta a
todas las que he vivido. No sé cómo reaccionar.
–Aun así, creo que se debe separar lo personal de los
negocios.
Ella sonríe maliciosa.
–Entonces, ¿por qué sales con él?
–Yo no he dicho que salga con él.
¡Dios! La frase me ha salido como un chorro de agua fría
por la boca, pero tiene toda la razón. Es más, pienso
totalmente lo contrario. El camarero se acerca cauteloso
para servirnos el vino tinto.
–Y... Marta, cómo decirlo, ¿te incomoda?
Esta vez ni me mira, se dedica a cortar un trozo de su
filete.
–Por favor, Tara, me gustaría que nos centráramos en los
negocios.
–Podría hacer que desapareciera. Si ella se fuera de Diro
Design, yo podría firmar ese contrato.
La cabeza me da vueltas. ¿Cómo es posible que sepa
todo eso? La miro atónita.
–No pongas esa cara, Alba. Es bastante evidente. En los
quince primeros minutos de conversación de nuestra
reunión de ayer, supe que rol llevaba cada uno de vosotros.
Soy bastante buena en descifrar esas cosas.
–Si es así, parece que se te da igual de bien que diseñar.
Mi voz suena irónica.
–Olvídalo.
Bebe un sorbo de su copa llena.
–Solo quería ayudar. A los cinco segundos de conocer a
Marta ya me caía mal.
Me revuelvo incómoda en la silla.
–En cambio, tú...
Sextas campanas.
–Tú eres distinta. Me inspiras confianza, eres perfecta y
eso es bueno para nuestros negocios, ¿no?
–Visto así, imagino que sí.
Cuando el camarero retira nuestros platos yo me he
comido mi medallón y la mitad de la guarnición, mientas
Tara solo se ha comido unas zanahorias baby y dos trozos
de su solomillo. Ahora entiendo por qué está tan flaca.
–¿Cuántos años crees que tengo?
No recuerdo los datos que se dieron en la reunión, sé que
dijeron su edad, así que la miro intentado adivinar la edad
en su rostro, pero no consigo ver nada en él.
–¿Veintitrés?
–Tengo veintiséis. Tú debes tener...
Guiña un poco los ojos pensativa.
–Dos menos.
–Se te da bien.
Sonrío para mis adentros.
–Por mi trabajo me fijo mucho en las personas. La
psicología forma parte de mi trabajo. Tengo que saber qué
quieren, qué añoran y qué desean las mujeres para
podérselo dar.
–Claro. Tiene sentido.
El camarero se acerca y retira el pan que no hemos ni
tocado. Tara le pide los postres tan bajito, que no llego a
escuchar lo que ha pedido.
–Jorge es un hombre muy atractivo y elegante.
Tara cambia de tema.
–Tiene carácter. Si diseñara zapatos para hombre me
inspiraría en él.
–¿Por qué no has cenado con él hoy? Sería lo lógico.
–Tú me gustas más.
El camarero deposita suavemente un plato delante de mí.
Contiene una especie de tortita enrollada con chocolate
caliente por encima y las séptimas campanillas acompañan
el movimiento del camarero depositando un postre idéntico
para Tara.
–Tara, yo... es decir...
¡Arrrg! A ver cómo lo digo ¡Dios!
–A mí...
–Eres heterosexual. Lo sé.
Hace una pausa para comerse un gran trozo de tortita y
pone cara de gozo. No sé qué decir, esto me sobrepasa, me
está sudando ya hasta el canalillo del mal trago que estoy
pasando.
–Creía que esta cena era meramente una cena de
negocios.
Intento ser diplomática, pero Tara ni me escucha.
–Si tú no hubieras venido a esta cena, ahora estaría
cenando con Jorge y te aseguro que estaría haciendo
exactamente lo mismo que estoy haciendo contigo.
Me mira con sus penetrantes ojos azul hielo. Está
jugando conmigo y a mí este juego no me gusta nada.
–Soy de las personas que aman la belleza, de otra
manera no podría diseñar. ¿Por qué tengo que renunciar a
ella? Si la belleza tiene forma de mujer o de hombre no
puedo ignorarla.
A pesar de hablar mucho ha conseguido comerse todo el
postre.
–Eso está muy bien, Tara, nadie te está juzgando, de
hecho, tu bisexualidad no es relevante en esta negociación.
–¡Oh, vamos, Alba!
Tara se levanta de la mesa y llama al camarero.
–Nos vamos, por favor, cárguelo a la habitación.
¡Dios! Tiene una habitación en el hotel... ya no recuerdo
cuántas veces han tocado las campanillas, pero esta vez no
dejan de sonar. Se agarra de mi brazo y me lleva hasta el
interior del ascensor. Las puertas se cierran y quedo
atrapada entre la pared del fondo y la figura de Tara.
Acaricia mi cara, noto cómo sus dedos me hacen cosquillas
y me quedo helada, sin mover ni un músculo. ¡Esto va en
serio! Mi cabeza da vueltas, ¡Dios! El maldito contrato está
en juego. Se acerca a mí sonriendo. Somos de la misma
estatura y se queda mirándome a los ojos. Sabe el poder
que tiene ahora mismo en sus manos y lo saborea.
–Tara, yo...
En ese momento junta sus labios a los míos y
automáticamente cierro los ojos. Es un beso tierno, sin
pretensiones, sé que me está tomando un pulso. Separa un
momento su cara de la mía y la miro sin hacer ni una mueca
para volverme a besar, esta vez con pasión, sus labios se
aprietan a los míos y nuestros carmines se funden en un
solo color. Noto su cuerpo pegado al mío y sus manos
nerviosas buscan mis pechos por encima de la blusa. Estoy
aterrada, no puedo ni moverme hasta que su lengua
penetra en mi boca acariciando la mía. Sabe bien, pero sé
que esto no puede seguir adelante. Intento zafarme y
consigo desprender mi boca de la suya.
–¡Para, por favor!
–No sabes si te gustará… Aún tengo mucho que
enseñarte.
Sus manos han encontrado un hueco en mi blusa y
aprisionan mis pechos acariciándolos sin cesar. Vuelve a
besarme, pero esta vez encuentro fuerzas para zafarme del
todo de su abrazo.
–¡He dicho que no!
La frase sale como un grito por mi boca a la vez que las
puertas del ascensor se abren y salgo a grandes zancadas
sin mirar atrás.
–¡El contrato está en juego, Alba!
Oigo el grito de Tara sacudiéndome la espalda, pero salgo
lo más rápido que puedo hacia el hueco de las escaleras.
Estoy en el quinto piso. Bajo como una exhalación medio
tropezándome con los altos tacones a la vez que me limpio
la boca con la mano de una manera histérica. ¿Qué se ha
creído? ¡Cree que puede manipular a todo el mundo!
–¡No estoy en venta, Tara!
Exploto y lanzo un grito. Cuando llego a la planta baja
cruzo el hall corriendo y al salir a la calle una bocanada de
aire frío penetra en mis pulmones.
–¡Aaah!
Respiro a trompicones. Veo un taxi libre en dirección
contraria, cruzo la calle corriendo y un coche me pita. ¡Dios,
casi me atropella! Levanto el brazo y consigo pararlo.
¡Madre mía, lo he estropeado! El contrato... Tara no lo
firmará. ¿Por qué me tienen que pasar a mí estas cosas? ¿Es
que llevo un cartel en la frente que dice hazme daño que
me lo merezco? Estoy muy nerviosa y no dejo de moverme
en el asiento del taxi. Los ojos del conductor me miran de
reojo de vez en cuando por el espejo retrovisor, pero lo
ignoro, ¡bastante tengo ya! Voy a quedar como una
incompetente, pero no me importa. No pienso pasar por
eso. Tengo dignidad.
Al bajar del taxi decido no contarle lo sucedido a Jorge.
No sé por qué extraña razón, pero lo veo claro.
En lugar de meterme en mi habitación toco en la puerta
de Carlos. Miro el reloj. Son casi las doce. Quizás esté
dormido. No abre. Oigo la televisión encendida, se habrá
quedado dormido viéndola. Cojo mi móvil y le llamo. Lo
siento, Carlos, pero necesito hablar con alguien. Al tercer
tono me descuelga.
–¡Soy Alba, estoy en tu puerta!
No le dejo ni contestar.
–Dame un minuto, me estoy dando un baño.
Cuelgo y espero nerviosa. Al minuto y medio se abre la
puerta. Carlos aparece desnudo salvo por una toalla que
lleva enrollada en la cintura. Tiene el pelo mojado y el
cuerpo lleno de gotas que ruedan hacia el suelo.
–Dime esas palabras que estoy deseando oír.
Pero al percatarse de mi cara, tira de mí para que entre y
cierra la puerta.
–¿Qué cojones ha pasado?
Niego con la cabeza desesperada.
–Necesito una copa.
Diligentemente Carlos me prepara ginebra con limón.
Cojo la copa y me la bebo de golpe dejando los hielos solos
en el vaso. Lo dejo en la mesa y me tiro en el cómodo sofá
impoluto. Lentamente Carlos se acerca a mí y se sienta a mi
lado.
–Alba...
–Lo he estropeado todo, Carlos...
–Tranquila, cuéntame lo que ha pasado.
–¡No va a firmar ese dichoso contrato! –le digo mientras
pongo mi mano en la frente, ¡todavía me suda!
–No jodas –dice alucinado–. Su puta madre. A ver, vamos
por partes.
Me coge la mano y tira de mí hasta conseguir que quede
sentada junto a él.
–¿Ha pasado algo en la cena?
Asiento con la cabeza...
–Ha estado toda la cena insinuándose. He intentado no
alterarme y encauzar la conversación hacia la firma del
contrato, pero no me ha dejado. Lo ha llevado al plano
personal. No sé cómo sabe que tengo una relación con Jorge
y que la piedra en mi zapato es Marta.
Echo una carcajada.
–¡Qué ironía! ¡Una piedra en el zapato!
Carlos me mira sin pestañear.
–¡Joder, Alba!
–Resulta que ella había cogido una habitación en el hotel.
–¿Qué hotel?
Pongo los ojos en blanco.
–El restaurante en el que me ha citado está en la última
planta de un hotel y cuando hemos bajado en el ascensor se
me ha tirado a la yugular.
–¿Qué?
–¡Me ha besado!
La cara de Carlos es un poema, está como en standby.
–¡Me ha sobado y me ha metido la lengua hasta la
garganta! –le grito para que reaccione.
–¡La madre que me parió! Y ¿qué has hecho?
–¿Tú qué crees?
–Joder, Alba, salir corriendo, si hubiera sido yo...
–Si hubieras sido tú, ahora estarías en su cama. No le
hace ascos a nada.
–Gracias, eh....
La cara de Carlos es un poema.
–Me refiero a que es bisexual.
Me tapo la cara con las manos y Carlos me obliga a
quitarlas.
–Cuando me he bajado del ascensor me ha gritado que el
contrato está en juego.
–¡Qué cabrona! Hay que decírselo a Jorge, debemos
reunirnos para hablar de esto.
La sola imagen de los cuatro reunidos hablando de este
asunto me pone como una moto.
–¡Ni se te ocurra! –le grito histérica entre sollozos–. Jorge
no debe enterarse jamás de esto. ¡Prométemelo!
Carlos duda un momento, creo que no entiende a dónde
quiero llegar.
–¿Qué le vas a decir?
–Le diré que en la cena fue todo bien. Eso es todo, y que
tenemos que esperar su decisión. Nada más.
–Está bien. Lo entiendo, si eso es lo que quieres, de mi
puñetera boca no saldrá ni una puta palabra.
Me rodea con sus brazos y consigo calmarme poco a
poco.

Me despierto de golpe, he tenido un mal sueño. Me siento


en la cama y bostezo para, a continuación, hundirme en la
mayor miseria al recordar la noche con Tara. Salgo de la
cama y me dirijo al baño, cuando paso por delante de los
sofás pego un respingo, Carlos está durmiendo en uno de
ellos. Miro a mi alrededor, aún estoy en su habitación. Pobre
Carlos, ha debido dormir en el sofá toda la noche. Le miro
fijándome en su cara, parece tranquilo, su respiración es
pausada. Tiene la boca semiabierta y la verdad es que es el
tipo de persona que se va haciendo un hueco poco a poco
como por arte de magia junto a ti, con su naturalidad, sin
dobleces, sin complicaciones y cuando te quieres dar cuenta
se ha instalado para siempre en tu vida. Un sonido vibrante
me saca de mis cavilaciones. Miro en la mesa de cristal. Mi
móvil. Lo cojo y lo desbloqueo. Tengo dos mensajes. El
primero es de Jorge.

Ya que no has tenido tiempo de informarme a solas sobre


tu cena con Tara, espero que puedas contárnoslo a todos.
Reunión en media hora. 8:10

¡Oh, oh! Está enfadado lo sé. Le contesto.

8:11 Allí estaré.


Abro el siguiente mensaje sin prestarle atención.

Si no me contestas voy a tener que coger un avión y


me voy a plantar en tu casa. Por favor... 5:50

El corazón se me sube a la garganta y trago para bajarlo


a su sitio sin conseguirlo. ¿Cómo puede ser...? Noto que las
fuerzas me abandonan y las manos me tiemblan. Tengo que
contestarle algo o es muy capaz de presentarse sin avisar.
Oh, ya lo creo. Jesús es capaz de eso y mucho más, pero si
le contesto sé que no va a ser un solo mensaje. Sé que
habrá más... y eso es lo que no quiero. No quiero que entre
en mi vida de nuevo… ¿Estás segura, Alba? ¿Tanto te gusta
tu vida ahora? ¿Realmente no te gustaría que entrara de
nuevo en tu desastrosa vida? No sé qué hacer, como
siempre. ¡No! No quiero volver a sufrir de nuevo. Respondo
a su mensaje.
Estoy a punto de entrar a una reunión. Entre nosotros no hay
nada más que hablar. Me lo dejaste muy claro.
Espero que te vaya bien. 8:13

Lo envío rápidamente y aún con manos temblorosas me


acerco a Carlos. Acaricio su hombro hasta que abre los ojos.
–¡Guau, Alba! Estaba soñando contigo.
–Espero que ese sueño no sea de dos rombos.
Se despereza sentándose en el sofá y estirando la
espalda. Aún lleva puesta la toalla. Este chico es un
desastre.
–Pues hay parte para todos los públicos y parte que no.
Le tiro un cojín a la cara, pero reacciona a tiempo y lo
para en el aire.
–Buenos reflejos, te harán falta en la reunión.
–¿Qué reunión?
–En media hora.
Mientras lo digo paso a mi habitación por la puerta
contigua y la cierro.

En diez minutos, Carlos está tocando a mi puerta.


–¡Pasa, está abierta!
Al momento la puerta se abre y entra Carlos como Pedro
por su casa. La verdad es que tenemos ya mucha confianza
el uno con el otro y me sorprendo de lo rápido que ha
pasado. Lleva un traje gris un poco arrugado. Una camisa
azul clarita y una corbata de rayas azul marinas y blancas.
El conjunto en sí, no está mal, los colores pegan, pero sigue
siendo un desastre. No sé cómo lo hace, pero consigue que
el conjunto falle. Me quedo mirándolo.
–¿Qué pasa? –me pregunta abriendo los brazos.
Le sonrío y me acerco. Le ajusto el nudo de la corbata. Le
coloco bien las hombreras de la chaqueta del traje. Remeto
bien la camisa por los pantalones.
–Con cuidadito, no dañes la Joya de la Corona.
Suspiro mirándole a los ojos.
–Recuérdame que cuando estemos en Madrid vayamos
juntos de compras.
–Te ha gustado ir de compras conmigo, ehhh. Casi te
tengo en el bote, aunque tú aún no lo sabes.
Me río a carcajadas porque es exactamente lo que he
pensado de él esta mañana...
–¿Sigues pensando en no contárselo?
–No he cambiado de opinión.
Le miro seria mientras cierro mi maleta y salimos por la
puerta. Caminamos juntos por el pasillo enmoquetado hasta
el ascensor.
–Aún no me has contado tu noche.
–Sí, cierto...
Carlos se rasca una ceja despreocupadamente. Las
puertas del ascensor se abren y entramos.
–Salimos a cenar a un pub típico londinense. Les llevé yo,
por supuesto, y cenamos de puta madre.
–Al grano, por favor. ¿Notaste algo?
–Bueno, al principio no, pero según iban corriendo las
cervezas empezaron a tontear.
–¿Tontear?
–A ver... joder, no exactamente. Era como ver a dos
personas que se conocen de hace un huevo de tiempo y
saben perfectamente de qué pie cojea cada una.
–Ya y eso, ¿qué significa?
–Pues eso, joder.
No puedo con él. Sé que no me lo está contando todo.
–Por favor... suéltalo.
–Pues no sé qué más cojones decirte, risitas y esas
gilipolleces...
–Risitas –digo muy seria.
El ascensor se para y salimos. Pero le paro para mirarle a
los ojos.
–¿Debo preocuparme de algo?
–Creo que no... Pero joder, Alba, me da mucho cague
cuando te pones así.
–Bien.
Seguimos caminando hacia la sala de reuniones.
–Aunque yo no me dormiría en los laureles.
Cojo el picaporte y me paro en seco, pero un bip vuelve a
sonar en mi móvil. ¡Es Jesús! Seguro. Me muero por ver qué
me ha escrito.
–¿Quieres contestar antes?
Carlos espera pacientemente.
–No. Nada que no pueda esperar.
Giro el picaporte y entramos. Aún no han llegado. En el
centro de la mesa de reuniones hay un suculento desayuno
preparado, croissants, tostadas, embutidos y algo de fruta.
A un lado, una mesa pequeña con una cafetera de cápsulas
y todo lo necesario para prepararse café y zumo.
–De puta madre, tomemos café, nos vendrá bien.
Carlos deja su tablet en la mesa y se acerca a la cafetera.
–¿Te preparo uno?
–Sí, por favor.
Me siento en la mesa y dejo mi tablet, mi agenda y mi
bolso-cueva. Cojo el móvil y miro los mensajes de nuevo. Sé
que es de Jesús, no se va a dar por vencido, eso seguro,
como él bien dice cuando quiere algo va a por ello.

No era mi intención molestarte. ¿Podría llamarte? Dime a


qué hora te vendría bien. 8:32

Pongo el teléfono en la mesa. Carlos deja una taza de


café con leche humeante frente a mí. ¡Mmm! Huele
fenomenal. Se sienta y coge un par de croissants. No deja
de mirarme mientas lo mastica.
–No te preocupes, tienes mi apoyo en esta reunión. Todo
va a salir de puta madre.
Está sentado frente a mí y alargo mi mano para coger la
suya.
–Gracias, te lo agradezco de verdad, esto es un poco
embarazoso para mí.
Él asiente y en ese instante la puerta se abre. Al unísono
nos soltamos las manos e intuitivamente las metemos
debajo de la mesa. Jorge y Marta se quedan en el quicio de
la puerta uno junto al otro mirándonos extrañados. ¡Dios, lo
han visto! Lo que me faltaba para alegrar a Jorge. Marta no
me quita ojo y tiene una mirada entre incredulidad y alegría.
–Buenos días –dice Carlos como si no pasara nada, que
realmente es lo que ha pasado. ¡Nada!
Marta entra apresurada y se sienta a mi lado.
–Buenos días –suelta Jorge de mala gana y cierra la puerta
lentamente. Se acerca a la mesa y se sienta igual de
sigiloso y tomándose su tiempo sin dejar de perforarme la
cara con la mirada.
–Bien… –continúa sin apartar la vista de mí–. Estamos
aquí reunidos para que nuestra colega Alba nos informe
sobre su reunión…
Reunión dice, me parto yo de risa.
–… con la diseñadora Tara Moore.
Se calla y la intensidad de su mirada me produce dolor,
así que resuelvo mirar a Carlos. Él me hace un pequeño
gesto levantando las cejas para que hable, es muy sutil ya
que tiene a Marta también enfrente suyo.
–Por supuesto.
Recojo todo el valor que me queda para mirar a Jorge. Su
expresión es dura, está muy pero que muy enfadado. Lo
presiento.
–Durante la cena resolví algunas dudas sin importancia
que tenía Tara y…
–¿Qué dudas?
–¿Qué?
Marta se gira con aire de persona que está por encima
del bien y del mal, bueno más bien diría que está sumergida
en el mal perpetuamente. ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué
quería saber si me acuesto con Jorge? Quizás debería
decirte que a Tara le caes muy mal y no te quiere en la
empresa. ¡Ganas me entran!
–Bueno, dudas sobre todo de logística, nada raro. Le
expuse las ventajas de unirse a nosotros por nuestros
puntos de venta estratégicos en Madrid, Barcelona, Milán,
Roma y París.
–Bien.
Jorge no se ha relajado ni un poco. Jamás le había visto
así.
–También le comenté que nuestra empresa está en
continua expansión.
¡Ya no sé qué más contarle!
–Y tratamos el tema de nuestro próximo proyecto, el
lanzamiento de nuestra próxima revista mensual.
–¿Nadie le ha contado a Tara aún nuestro proyecto sobre
la revista? –puntualiza Jorge cada vez más cabreado.
–En el dosier se menciona los nuevos proyectos como la
apertura de las nuevas tiendas en Londres y Mónaco para el
mes que viene y la creación de la revista. Todo son puntos a
nuestro favor para que la balanza se incline a nuestro lado.
Gracias, Carlos, eres un cielo... te debo ya no sé cuántas.
–Sí, parece que Tara ha hecho los deberes.
Río para quitar hierro al asunto, pero ninguno lo hace,
solo Carlos esboza una sonrisa.
–Continúa, Alba.
La voz áspera de Jorge me asusta.
–Bueno, creo que despejé todas sus dudas haciendo
hincapié en nuestros puntos fuertes, pero no firmó el
contrato, dijo que aún tenía que sopesarlo.
Miento como una bellaca.
–Pues debes haberlo hecho muy bien... porque hace diez
minutos me ha llamado para decirme que firmará el
contrato con una condición.
–¡Enhorabuena, Alba!
Carlos me aplaude lleno de alegría y yo los miro a los
dos, a Marta no porque la ignoro, llena de incredulidad. ¡No
me lo puedo creer! ¡Tara va a firmar el contrato! ¿Por qué
está entonces así Jorge? Debería estar dando palmas con las
orejas. ¡Para qué tanto interrogatorio! ¡Arrrg! A veces me
exaspera.
–Mis felicitaciones, Alba.
Jorge sigue en su papel de jefe y me tiende la mano, la
agarro y me la aprieta ligeramente fuerte.
–Y gracias a todo el equipo por colaborar y poner cada
uno de vosotros vuestro grano de arena.
Jorge nos mira a todos, uno a uno sin un atisbo de
emoción en su cara.
–¿Y cuál es esa condición, Jorge?
Es la primera vez que miro a Marta desde que entró por
la puerta, la veo hundida. No se esperaba mi éxito. Yo creo
que contaba con un rotundo fracaso, pero no, esta vez he
ganado. ¡Lo he conseguido! No sé ni cómo, pero ¡he
ganado! ¡Yuppiii!
Todos nos quedamos callados. Marta tiene los ojos muy
abiertos y espera paciente la respuesta de Jorge. A mi
mente llegan las palabras de Tara:

“Podría hacer que desapareciera. Si ella se fuera de Diro


Design, yo podría firmar ese contrato”.

¡Lo ha hecho! Los ojos se me abren solos como platos.


No, no creo. No se habrá atrevido, ¿por qué lo haría? ¡No
accedí a entrar en su juego! Ni siquiera sé por qué ha
decidido firmar el contrato, pensaba que todo estaba
perdido.
–Por ahora no puedo desvelar esa petición... Tengo que
estudiarla.
El corazón me da un vuelco, Carlos está perplejo y Jorge
un tanto apagado. Miro a Marta que se levanta de su
asiento.
–Si me disculpáis.
–Sí, por supuesto, Marta.
Jorge asiente con un ligero suspiro.
–¿No nos puedes decir algún detalle sobre esa petición?
Es decir, ¿podemos hacer algo al respecto?
Carlos le mira con aire profesional.
–Por ahora no os puedo decir nada, cuando lo tenga
resuelto lo sabréis.
–¿Pero es viable? ¿Ese contrato es nuestro?
Jorge le mira como si las palabras de Carlos le
molestaran, pero la verdad es que yo también quiero
saberlo. Tengo las mismas dudas que él.
–Os lo diré cuando todo esté listo.
Jorge se levanta de la silla dando a entender que la
reunión ha concluido.
–¿Cuándo tenemos el regreso? –pregunta.
–El avión sale a las cinco y media. Deberíamos estar en el
aeropuerto en torno a las cuatro. El coche que nos lleva al
aeropuerto nos recogerá a las tres en punto en recepción.
–Bien, os veo a las tres. Puntualidad, por favor.
Jorge sale por la puerta y Carlos se lanza a felicitarme
abrazándome.
–¡Para! –le digo divertida.
–¡Eres cojonuda! Gracias por ese contrato.
–Por favor, aparta, ¡antes nos han pillado con las manos
agarradas! Esto ya sería el colmo.
–¡Que les den por el culo!
Carlos empieza a bailar y a darme vueltas sin parar.
–Tengo que hablar con Jorge. Carlos, para.
–¡Claro!
Me suelta y recoge sus cosas.
–Tenías razón. No hubiera servido de nada contarlo.
–Aunque no se fuera a firmar ese contrato creo que ha
sido la decisión correcta –puntualizo.

Llamo a la puerta de Jorge. Estoy preparada para lo que


sea. Al momento Jorge la abre y me deja pasar sin decir
nada. Entro y me coloco junto al gran ventanal. Miro hacia
fuera, el día es gris y desapacible, una fina lluvia cae sobre
Londres confiriendo a la ciudad un aire mortecino y mojado.
–Cuando quieras –le digo sin volverme.
–Te dije que no volvieras a salir con él.
–No he vuelto a salir con Carlos –digo con voz tenue.
–¿Y dónde estabas ayer a las dos de la mañana?
Suspiro... y ahora qué digo.
–Estaba con Carlos.
–Ven, siéntate.
Cuando me giro, Jorge está sentado en el cómodo sofá
con un vaso de agua en la mano. Me acerco sin ganas. Le
pega un sorbo a su vaso de agua y lo deposita en la
moderna mesita de acero y cristal para, a continuación,
tomarse su tiempo recostándose en los mullidos cojines
buscando una posición cómoda. Se coloca con las piernas
cruzadas y ambos brazos extendidos sobre el respaldo.
–¿En su habitación?
Me siento cohibida, como si fuera un interrogatorio del
FBI.
–Sí. Cuando llegué de la cena con Tara pasé a verlo.
Jorge se retuerce en el sofá.
–¿Por qué?
Su voz parece tranquila, pero sé de sobra que bulle por
dentro.
–Solo quería comentar con él ciertos datos que había
tratado con Tara. No sabía si eran correctos y había metido
la pata.
Él se pasa una mano por la sien plateada.
–¿No habría bastado con una llamada?
–Es posible, estaba nerviosa por el contrato. Fue un poco
estresante.
–¿Y dónde estabas a las cinco de la mañana?
¡Tierra trágame! Como se coge antes a un mentiroso que
a un cojo decido no mentir.
–En su habitación.
Jorge pone su mano sobre las cejas.
–No pasó nada, Jorge.
Se levanta y me da la espalda.
–Estuvimos hablando sobre el contrato, cambiando
impresiones, eso es todo.
Al instante de escucharme, se gira, pone los brazos en
jarra sobre el caro cinturón de piel apartando la americana.
–¿Te he pedido detalles, Alba?
Su tono ha subido un par de puntos. Me quedo sin
palabras. Mejor me callo. Da dos largos pasos y me empuja
en el sofá tirándose encima de mí. Comienza a besarme sin
control, desesperado.
–¡Eres mía! ¡Solo mía!
Su cuerpo me atrapa, casi no puedo respirar, Jorge es un
hombre alto y fuerte. Sus manos buscan mi falda subiéndola
hacia arriba con movimientos bruscos y no para hasta que
me arranca la ropa interior. Puedo notar cómo los elásticos
se estiran hasta hacerme daño antes de romperse.
Me besa, me chupa, me toca y la imagen de la noche
anterior con Tara vuelve a mí claramente e intento
desterrarla. Jorge está como loco, no puedo seguirle, quiero
desabrocharle la camisa, pero es inútil, no para de moverse
sobre mi cuerpo y entonces sin ningún preámbulo siento
cómo me penetra con todas sus fuerzas. Ni siquiera me he
dado cuenta si se ha puesto un preservativo. Arremete
contra mí como un tren de alta velocidad una y otra vez.
Sus gemidos inundan la habitación con sus embistes. No
siento placer. Más bien siento dolor. Intento concentrar mi
mente en Jesús, pero no logro verlo. Es como si no existiera,
en su lugar aparece la cara de Tara y eso empeora las cosas
y no consigo concentrar mi placer. Solo me queda seguirlo y
que acabe lo antes posible. Cuando su respiración se
acelera hago un esfuerzo y acompaso el movimiento de mis
caderas alzándolas hacia las suyas y por primera vez en mi
vida finjo un orgasmo, jadeo cada vez más deprisa y más
alto y con tres envites logro que se corra dentro de mí con
un escandaloso gemido ronco que consigue apagar mi falso
grito y me hace sentir un alivio enorme. Jorge se desploma
sobre mi cuerpo y casi no puedo ni respirar, vuelve su rostro
hacia el mío y besa mi acalorada mejilla con sumo cuidado
mientras ahueca su cuerpo y su flácido pene abandona mi
irritada vagina.
–No lo vuelvas a hacer, Alba.
Me susurra al oído. Se pone en pie, se quita el
preservativo anudándolo y tirándolo a la papelera y por
último se limpia con una servilleta, cierra su bragueta,
ajusta el cinturón de cuero y aprieta el nudo de la corbata.
–Nos vamos.

Los motores del avión rugen desesperados por la fuerza


extra que deben hacer para despegar. Este es el peor
momento para María. El despegue. Sonrío para mis adentros
de solo pensar la cara tensa que se le pone.
–¿Quieres tomar algo?
Jorge levanta las cejas a modo de interrogación. Cuando
se ha subido al avión rumbo a Madrid no ha dudado ni un
segundo en sentarse a mi lado.
–Un café con leche, por favor.
Jorge pide solícito dos cafés con leche a la azafata que lo
prepara con premura entre turbulencia y turbulencia. Miro
de reojo a Carlos y Marta que van juntos dos asientos por
detrás en la fila contraria. Carlos le debe estar contando una
batallita aburridísima salpicada de tacos, pero Marta ni le
mira, se dedica a ojear una revista pasando las hojas como
un autómata y de vez en cuando levanta la vista hacia su
ventanilla para perderse en el infinito. Carlos se percata de
mi pequeña intrusión y me guiña un ojo sonriente. ¡Dios,
espero que no lo vea Jorge!
–Aquí tienes.
Baja mi bandeja y coloca con cuidado un pequeño café y
la cucharilla de palo de plástico con su envoltorio.
–Gracias.
Jorge me mira con ojos relajados y risueños.
–¿Estás más contento ahora? –le pregunto removiendo mi
café.
Respira hondo y suelta el aire.
–Eso intento.
Y me da un discreto beso en la mejilla. ¡Eso es algo
inusual en él!
–¡Vaya regalo! –le digo encantada.
–¿Te ha gustado? –dice sonriente.
No tiene nada que ver con el Jorge jefe. Ahora parece un
leoncito de peluche suave, de ojos grandes y risueños con
ganas de jugar y al que no pararías de abrazar y besar.
–¡Repítelo! –le suelto desafiante.
Al instante y sin pensárselo dos veces recibo un beso en
los labios, pero antes de que se vaya, le agarro con mis
manos la nuca y sujeto su cara mientras le beso abriendo
mi boca y recorriendo todos sus rincones con mi lengua. Él
no hace ademán de escapar y me regodeo entrelazando
nuestras lenguas.
–Si sigues así vamos a acabar en ese pequeño baño que
te gusta tan poco y esta vez no te vas a escapar.
Separo un milímetro mi cara y le miro a los ojos. Él roza
su nariz con la mía y finalmente le dejo escapar.
–Estás consiguiendo lo que ninguna mujer ha conseguido
antes.
Apuro mi café y echo una carcajada.
–No solo acabarás abrazándome en público, cariño,
también he conseguido ese contrato para ti.
Ahora es él el que me sonríe de oreja a oreja satisfecho.
–Sabía que lo conseguirías, por eso estás aquí. Ninguno
de nosotros lo habríamos logrado.
Junto mi hombro al suyo arrimándome a su cuerpo.
–Quiere a Marta fuera –le digo en plan confidencia
arriesgándolo todo a una sola carta. Levanta una ceja antes
de hablar.
–¿Te lo dijo ella en la cena? –pregunta extrañado.
¡Sííí! ¡Gracias, Tara! No me lo puedo creer...
–Lo dejó muy claro.
Le noto algo nervioso. No era mi intención.
–Perdona, no quería estropear este momento.
–No, tranquila –reflexiona un momento–. Voy a mandar a
Marta a Oporto.
¡Pooor fiiin! ¡Gracias, Dios mío! Y ¡bye, bye, Marta! No me
lo puedo creer. Marta fuera de nuestras vidas. Ya no tendré
que verla cada mañana, ni durante ocho horas al día. Ya no
tendré que pensar si salen a cenar juntos, si hablan en el
despacho a solas. No tendré que sufrir sus desprecios ni sus
miradas rabiosas, ni sus sonrisas irónicas. ¡Hasta nunca,
zorra asquerosa!
–¿Qué hay en Oporto?
–Tara me dejó muy claro que debía estar fuera de Diro
Design. En Oporto tenemos una filial Diro Sport. Fabricamos
varias líneas de calzado deportivo.
¿Por qué no tenía ni idea de esto?
–No sabía que había una filial.
–Es un holding empresarial. Diro Design es la principal y
más importante. En Portugal está Diro Sport, la componen
dos empresas: Diro play, que llevan calzado deportivo, y
Diro Sport Wear de ropa deportiva. Luego en Marruecos Diro
Made lleva una línea de calzado más asequible. Trabajan
sobre todo calzado de calle y desenfadado para un público
más teenager.
–Vaya –me quedo alucinada...–. Y Marta, ¿dónde pasará?
Jorge se encoge de hombros.
–Hay un puesto vacante en Diro Sport Wear, espero que
eso le valga a Tara.
A mí me vale... agarro su brazo y me acomodo en su
hombro, ha sido un día agotador, más bien un viaje
agotador y necesito pegar una cabezadita.

Miércoles en la oficina. Ayer volvimos de Londres y estoy


como si hubiera venido a nado desde allí. He quedado a las
nueve con Fer en la oficina. ¡Tengo que contratarlo! ¡Ay!
Estoy deseando ver su cara, es lo único que me ha animado
a levantarme cuando ha sonado el despertador. Suena la
línea interior del teléfono, descuelgo a la vez que miro el
reloj, son las nueve menos veinticinco.
–¿Sí?
–Alba, una llamada para ti.
Es Esther, desde recepción.
–¿Quién es? Tengo reunión en veinte minutos.
–Es Tara Moore.
Me quedo helada.
–Querrá hablar con Jorge...
–No. Ha dicho claramente Alba Galán con acento inglés,
pero no hay duda.
Me entra un escalofrío que me recorre la columna
vertebral y hace que me ponga tiesa.
–Está bien, pásamela –atino a decir.
¿Qué querrá ahora? Por Dios, no puedo más. Escucho la
tecla que hace que la conexión sea correcta.
–Good morning, Tara –digo con aire jovial como si no
hubiera pasado nada entre nosotras.
–Buenos días, Alba.
Se hace el silencio.
–¿Qué tal por Londres?
–Bien. Quería hablar contigo. Voy a ser franca. Tú me
gustas mucho, pero respeto la decisión que tomaste. Eres
una mujer que no se vende por nada y eso me gustó. Me
gustó tanto que decidí firmar ese contrato en cuanto te
perdí de vista. Tienes principios, eso es lo que busco en las
personas con las que trabajo. Quiero que aceptes mis
disculpas.
¡Alucino en colores! Tara disculpándose...
–La verdad es que pensé que lo había estropeado todo,
pero voy a ser igual de franca contigo, aunque hubiera sido
el hombre más guapo del mundo no me habría acostado
con él por un contrato. Sí podría hacerlo en otras
circunstancias, donde no hubiera nada en juego.
–Bueno, ahora que el contrato va a firmarse, quizás tenga
posibilidades...
¡Quééé!
–¡Es broma! Espero no haber estropeado una nueva
amistad.
¡Ahhh! Menos mal...
–No, por supuesto, Tara. Aquí estaré para lo que
necesites.
–Gracias por ser tan comprensiva.
–Ahora entiendo por qué incluiste tu condición para
firmar el contrato. No sabía exactamente por qué lo habías
hecho después de darte plantón.
–Quería ayudar a una amiga.
Respiro aliviada.
–Gracias, Tara.
–¿Y crees que Jorge ha tomado una decisión ya al
respecto?
–Sí. No se va tan lejos como a mí me gustaría, pero sale
de Diro Design.
Escucho el silencio por unos segundos.
–Bien, entonces esperaré a que Jorge me llame para
darme buenas noticias.
–Perfecto. Espero que trabajemos juntas pronto.
–Yo también.
Tara da por finalizada la conversación y cuelga.
Creo que hoy va a ser uno de los mejores días de mi vida.
Al cuarto de hora, me llegan dos correos de Jorge, uno
con copia al equipo de recursos humanos y al equipo de
asesores en el que se encuentra Carlos y Marta. ¡Jajajajaja!
Esto me huele a despedida... no es propio de mí, pero ¡me
alegro tanto! La reunión es en cinco minutos, así que llamo
a Esther y le pido que, si llega Fer, por favor le haga esperar
y que avise para que me traigan el contrato y las copias del
nuevo director de la revista.
En el segundo correo Jorge me explica las condiciones
para la contratación de Fernando. Va con copia al
departamento de recursos humanos. Mis ojos se agrandan.
¡Vaya, no está nada mal!
Cuando llego a la sala de reuniones, está todo el mundo
sentado y a la espera, incluso Jorge.
–Lo siento –digo al entrar.
–Cierra la puerta.
Jorge está serio de nuevo en el papel de su vida, el de
jefe. Me siento sin hacer ruido en la primera silla que veo
vacía.
–Os he reunido para anunciaros los cambios previstos por
la empresa próximamente. El primero es ese que todos
estáis esperando.
Hace una pausa para hacer un repaso general de
nuestras caras.
–Tara Moore ha firmado el contrato con Diro Design.
Todos comienzan a aplaudir y a lanzar frases de euforia.
Jorge espera a que todo el jaleo se acabe para continuar.
–Quiero dar mis felicitaciones al equipo de asesores por
buscar lo mejor para esta empresa y encontrarlo.
Vuelven a aplaudir.
–A los colaboradores que lucharon en Londres con gran
entusiasmo y profesionalidad, Carlos y Marta.
Vuelven los aplausos. ¡Madre mía, va a hacer una
mención aparte para mí solita!
–Y en especial a Alba, que con su diplomacia y buen
trabajo consiguió literalmente ese contrato cuando parecía
que podía escaparse.
¡Toma ya! Todos me aplauden. Todos menos Marta y la
cara comienza a arderme. Nunca me acostumbraré a ser el
centro de atención.
–Bien, el segundo cambio concierne a la nueva revista
que comenzará su andadura el mes que viene. Hoy se
firmarán los contratos de los nuevos fichajes para que este
proyecto que lleva tanto tiempo ultimándose se haga
realidad.
Vuelven a aplaudir entusiasmados.
–El tercer cambio es anunciaros la apertura de las nuevas
tiendas de Mónaco y Londres el mes que viene,
concretamente...
Jorge ojea su móvil.
–El día 4 de abril Mónaco y el 20, Londres. Se realizará
una fiesta de apertura y unos pocos tendréis mucho trabajo.
Los que vendréis recibiréis todos los datos, invitaciones,
billetes de avión, hotel, horarios etcétera a finales de la
semana que viene. Alba, luego concretamos este punto,
quiero que te coordines con el departamento de recursos
humanos.
Ahora todos se miran entre sí entusiasmados como si no
se lo creyeran. Suelen ser fiestas de inauguración por todo
lo alto. Se invita a la jet set más famosa de los alrededores y
por supuesto la prensa se hace eco de este acontecimiento.
–Y en cuarto lugar...
Esperamos todos mientras Jorge ojea sus notas. ¡Vamos,
Jorge! Sabes perfectamente lo que vas a decir, no hace falta
que lo mires, ¡Marta se pira!
–Vuestra compañera Marta Salas…
¡Sííí! ¡Ay, qué gusto, me siento en una nube esponjosa y
suave...!
–… Ha sido recomendada para el puesto de directora de
recursos humanos de Diro Sport Wear. Enhorabuena, Marta.
Los dos se miran desafiantes. ¡Dios, Jorge no le había
dicho nada antes! Pero Jorge no se amilana. Le sostiene la
mirada sin pestañear.
–Luego ultimamos tu marcha a Oporto para la semana
que viene.
Todos comienzan a darle la enhorabuena. Jorge la ha
ascendido en la escala laboral. Eso no me lo esperaba.
Imagino que su sueldo también habrá crecido en
recompensa. Por lo visto a Jorge le gusta guardarse
sorpresitas de vez en cuando.
–Bien, eso es todo, gracias por escucharme
pacientemente.
Todos se levantan y comienzan a dispersarse
comentando las nuevas novedades. Cuando Jorge pasa
junto a Marta le indica que pase por su despacho, pero ella
le mira desafiante. Intento salir lo antes posible de la sala y
pasar desapercibida, pero varios compañeros me felicitan
por el contrato de Tara. Consigo llegar a la puerta del aseo y
entro rápidamente. ¡Dios, tengo que asimilar todo esto! Me
miro en el espejo, tengo cara de cansancio. De repente la
puerta se abre lentamente. ¡Es Marta! Al pasar cierra con
cerrojo. ¡Qué hace! ¡Está loca! El corazón me late como una
bolsa de palomitas en el microondas, sin control.
–¡Eres una zorra!
Escupe el insulto con todas sus fuerzas.
–¿Te crees que te vas a salir con la tuya?
Su cara se contrae en una mueca arrugando la nariz
mientras avanza lentamente hacia mí. Cuando está a un
palmo de mi cara con un dedo amenazante a un centímetro
de mi ojo derecho, continúa escupiendo su discurso.
–¡Esto no ha terminado aquí!
Me quedo sin respiración. Sigue avanzando como un
tractor empujándome con su cuerpo hasta la pared.
–¿Me oyes?
Hace una pausa para mirarme con los ojos desorbitados.
–Volveré. Volveré para ver cómo sufres.
Se separa lentamente. Recompone su falda, se gira y
camina hasta la puerta con sus ruidosos tacones de aguja.
Abre el cerrojo y se gira un momento.
–No lo olvides. No… me… olvides.
Espacia las palabras de la última frase y sale dejándome
en un estado de ansiedad terrible. Me falta el aire. Intento
controlarme. Abro el grifo y bebo agua a borbotones. Poco a
poco consigo sosegarme. ¡De qué va! ¡Quién se ha creído
que es para amenazarme así! ¡Yo no he hecho nada! Intento
olvidar esta desagradable conversación, bueno, más bien
monólogo y salgo en dirección a recepción. Tengo cosas
más importantes que hacer que dejarme intimidar por una
loca. Al salir al pasillo paso junto al despacho de Jorge. Está
hablando con Marta. El ambiente parece tenso, como todo
lo que tiene que ver con esta bruja de mujer.
–¡Esther!
Esther se vuelve al escuchar mi voz. Miro el reloj de la
pared son casi las diez. ¡Madre mía!
–¡Me acabo de enterar! ¡Marta se va! Es la comidilla de
todo el edificio hoy. Creo que todo el mundo lo celebra.
–Sí, una muy buena noticia, ¿ha llegado Fernando Ruiz?
–Sí, está allí esperándote.
Esther señala con la cabeza hacia los sofás de la sala de
espera. ¡Dios mío! Con los nervios ni lo he visto.
–¿Has avisado para que me traigan el contrato?
–Lo tienes en la mesa de tu despacho.
–Gracias, guapa.
Esther me sonríe y continúa atendiendo llamadas.
–Fer... disculpa la espera.
Fernando se pone de pie como un muelle al escuchar mi
voz detrás de él.
–¡Alba!
Me mira de arriba abajo.
–¡Guau! Eres una ejecutiva de alto nivel.
–No me hagas reír.
–Gracias por pasar a verme, estoy hecho un flan.
Sonrío y me quedo mirándolo.
–¿Qué pasa?
Se mira el traje gris oscuro. Está impecable.
–Ven conmigo, por favor.
Camina a mi lado por el largo pasillo mientras recorremos
los distintos cubos de cristal.
–Qué edificio más chulo.
Sonrío de nuevo, bueno, la verdad es que no he dejado
de hacerlo. Jamás había visto a Fer tan nervioso, ni siquiera
antes de su grave operación. Abro la puerta de cristal de mi
despacho y dejo que pase.
–Siéntate, por favor.
Dejo que tome asiento tranquilamente, rodeo la mesa y
me siento enfrente de él.
–¡Toma! ¿Este es tu despacho? Te lo tenías muy callado...
Me gusta. Tiene clase.
Fer revisa la estancia.
–Moderno y con personalidad a la vez.
–Bueno dejemos tu vena interiorista. Yo te voy a hacer la
entrevista, así que prepárate.
Abro la carpeta roja que tengo encima de mi mesa y
repaso las notas iniciales.
–Bla, bla, bla... bla, bla, bla –digo seria.
–Para, para.
Alarga su mano hasta posarla sobre los papeles que
tengo delante.
–Estás interesado, ¿no? Pues firma aquí. He leído el
contrato y las condiciones son muy buenas te lo aseguro.
Señalo con el boli. Me mira atónito como si no creyese lo
que le estoy contando.
–Está bien, te cuento los detalles. Se requiere para el
puesto: Posibilidad de viajar, inglés perfectamente hablado
y escrito, compromiso con la empresa, grandes dotes de
responsabilidad e ingenio, saber coordinar y llevar personal
a tu cargo... etcétera. Ofrecemos: Jornada de ocho horas de
lunes a viernes, treinta días de vacaciones al año más cinco
días de asuntos propios, dietas, plaza de aparcamiento en el
parking del edificio y salario...
Intento crear un poquito de tensión. Ni se inmuta, me
conoce demasiado...
–Dos mil ochocientos euros netos el primer año, tres mil
quinientos el segundo y si llegas al tercer año, lo que
significa que has conseguido sacar la revista y consolidarla,
cuatro mil doscientos euros netos al mes.
–¿Y a partir del cuarto?
Lo miro alucinada. Está tranquilo, todo ese nerviosismo
inicial se ha evaporado. Cada vez me sorprende más.
–Bueno… –Me encojo de hombros–. Lo que aquí se estila
es pasar una entrevista personal con Jorge cada año donde
se revisa el trabajo realizado, se valora el esfuerzo, el
aporte de ideas nuevas, ya sabes, esas cosas y Jorge con
todo esto aplica el tanto por ciento de subida en tu sueldo
para el año siguiente. Eso únicamente lo hace con los altos
cargos, como el tuyo. A los curritos, generalmente se les
sube el IPC.
–Dame ese contrato.
Lo agarro un momento entre mis manos.
–Jorge espera que comiences una revista de la nada.
Su cara expresa inquietud, pero sus palabras cuentan lo
contrario.
–Puedo hacerlo.
Le sonrío a medias.
–Estoy deseando empezar, Alba. Me da igual la letra
pequeña de ese contrato. Esto es un reto más para mí.
¿Crees que no podré con él?
–No me cabe duda de que sí, de peores has salido.
Le paso el contrato y Fer lo atrapa a la vez que coge un
bolígrafo de un bote que tengo en mi mesa. Lo firma
prácticamente sin mirar el papel, me mira a mí, feliz.
–Aquí lo tienes.
Me lo tiende orgulloso. Lo cojo sonriente y lo guardo en la
carpeta roja.
–Ya eres parte de Diro Design.
Nos levantamos de los asientos y Fernando se acerca
para estrujarme entre su cuerpo.
–Gracias, Alba, no sabes lo importante que es esto para
mí. Me has quitado un gran peso de encima. No te voy a
defraudar.
–Eso espero.
La voz de Jorge a nuestra espalda hace que el tierno
abrazo y nuestro especial momento se diluya rápidamente.
–Bienvenido a Diro Design.
Ambos hombres se estrechan las manos sonrientes.
–Tengo unas ganas enormes de empezar.
–Pues tendrás que esperar a mañana.
–Si no queda más remedio.
Jorge hace un gesto con la cara corroborando sus
palabras.
–Vamos, te enseñaré las oficinas de la revista antes de
que te vayas. Están en la última planta.
–En el ático. Los áticos me dan suerte.
Los dos hombres salen de mi despacho charlando sobre
el gran día de mañana, pero antes de desaparecer de mi
vista, Fer se da cuenta que no se ha despedido de mí, se
gira y me guiña un ojo de una manera imperceptible. Porque
lo conozco, que si no, el gesto me habría pasado
inadvertido.

He comido con Esther y nos hemos puesto al día de todos


los temas de la oficina. Sobre todo del tema “Marta y cierra
al salir”. Me he reído mucho con ella y me ha sentado como
un bálsamo. He vuelto a la oficina relajada y con ganas de
tratar un pequeño tema con Jorge.
Alargo el cuello según voy entrando por el pasillo. Marta
no está en su despacho, los otros despachos también están
vacíos, menos el de Jorge. Está muy concentrado leyendo
algo que hay sobre su mesa. Tiene la pantalla del ordenador
encendida y dos tablets también, ni que tuviera tres pares
de ojos...
Llamo cautelosamente a su puerta de cristal, alza la vista
y me hace una seña con los dedos de la mano derecha para
que entre. Cuando lo hago sigue leyendo silenciosamente
sin prestarme atención. Me siento sobre la mesa en la
esquina más cercana a él.
–¿Qué haces, Alba?
Me mira contrariado. Sé que está nervioso.
–Últimamente estás muy tenso.
Me levanto y giro alrededor de su silla hasta situarme a
su espalda. No lleva puesta la chaqueta, así que aprovecho
para hacerle un masaje sobre los hombros. Por un momento
noto cómo se relaja, pero al momento la tensión vuelve a
sus músculos y su cuello se tensa.
–Tengo trabajo, Alba.
No le hago caso y continúo, pero me coge por las
muñecas parando mis movimientos.
–No es el lugar, ni el momento.
Está serio y comienzo a dudar si continuar la
conversación o salir corriendo. Decido continuar, lo que
tengo que pedirle no puede esperar. Vuelvo a sentarme
frente a él.
–Se te ve tenso, solo quería ayudar.
Vuelve a mirarme cansado.
–Esta noche en casa me vendría bien ese masaje.
Le sonrío y consigo arrancarle una especie de mueca
sonriente.
–Cuenta con ello.
Se recuesta contra el respaldo y cruza las piernas. ¡Bien,
por fin he conseguido que centre toda su atención en mi
persona!
–¿Algo más?
Me empiezo a encoger en mi silla y siento que todo a mi
alrededor se hace cada vez más grande y es que este
hombre consigue intimidarme. Carraspeo antes de empezar.
–Verás, necesito adelantar unos días de vacaciones.
No mueve ni un músculo, sopesa la situación. Ya me voy
acostumbrando a sus reacciones.
–¿Cuántos?
–Con cinco valdrá.
–¿Para qué?
–Es la boda de unos amigos.
–¿Qué amigos?
–No los conoces. Viven en Santo Domingo.
Sigue quieto como el retrato de un cuadro del siglo XVIII,
pero sé que se muere por saber más y no se va a quedar
con la duda, claro...
–Un poco lejos, ¿no?
–Los conocí este verano y me invitaron antes de saber
que iba a trabajar aquí y quisiera poder asistir.
–¿Cuándo sería esa boda?
–Este fin de semana.
La conversación ha sido muy rápida, pregunta-respuesta
y por fin decide moverse. Se inclina sobre la mesa y apoya
los codos.
–No podré acompañarte.
¡Eso es un sííí! Yupiiii.
–¿De viernes a martes? –me pregunta resolutivo como
todo lo que respecta a su papel de jefazo.
–Perfecto –le contesto satisfecha.
Mi vuelo es el viernes a las ocho de la mañana.
–Sabía que me ibas a decir que no podrías venir.
–De hecho, tú tampoco deberías ir, pero cógete esos tres
días... te lo has ganado por el contrato de Tara. Y, por favor,
deja vacaciones para el verano.
–Gracias.
Estoy pletórica. La verdad es que al principio no me hacía
ninguna ilusión ir, pero ahora... quiero ver a Mauro y a todos
los amigos que hice allí. A todos menos a uno, claro. Quiero
ver los avances en el hotel y sobre todo desconectar de esta
última semana. Me levanto, me acerco a Jorge, le agarro la
barbilla y me inclino para besar sus labios suavemente. Él
recibe mi beso con ternura, pero no hace ademán de seguir.
Me separo y su cara me devuelve una sonrisa completa.
–Bueno, tengo trabajo.
Según hablo, camino hacia la puerta.
–Espero que dejes todo cerrado mañana jueves. Me
quedo sin secretaria.
Echo una carcajada y cierro la puerta tras de mí. La
verdad es que estará sin mí y sin Marta. La idea me gusta,
quizás así me eche de menos.

A las siete y media he quedado con mi hermana en el


centro comercial de la Castellana aprovechando que Jorge
se ha ido al gimnasio. Llevo un rato esperando delante de
las puertas correderas automáticas. Miro el reloj de mi
muñeca, las ocho menos veinte. Suspiro y sigo mi peculiar
ida y venida, cuando hago el camino tres veces miro el reloj
del móvil. Las siete y cuarenta y tres. ¡Pufff! Tengo tantas
ganas de contarle que voy a la boda.
–¡Eh! ¿Qué pasa? ¿Te aburres?
Giro sobre mis tacones.
–¡Carlos!
Le miro de arriba abajo.
–¡Joder! Parece que hubieras visto un puñetero fantasma.
Se acerca y nos damos dos besos, ya ves, como si no nos
viéramos todos los días en el trabajo.
–Es que no te esperaba.
–Ni yo a ti, no te jode.
Me sonríe divertido.
–¿Estás esperando a alguien?
Parpadeo varias veces para reaccionar.
–Sí. Estoy esperando a mi hermana.
–Hostias... qué interesante.
Me coge del brazo y me obliga a caminar junto a él.
–O sea, que tienes una hermana.
–Sí –digo con cara de alucinada. ¿A qué viene esto?
–Y esa hermana tuya, ¿está igual de buenorra que tú?
Echo una carcajada y le sigo el juego.
–Yo diría más bien que es la guapa de la familia.
No lo digo por seguirle la gracia, lo pienso de verdad. Se
para en seco y me coge por los hombros con semblante
enfadado.
–Joder, ya te vale. Tienes unos cojones así de grandes.
¿Por qué no me los has contado? Tienes una Diosa del
Olimpo por hermana y no dices ni una puta mierda, ¡coño!
–Nunca me lo has preguntado, Carlos.
–Está bien, de puta madre, esta es tu oportunidad de
arreglarlo todo.
–De eso nada, Carlos, he quedado para hablar con ella de
un asunto importante.
–Cojonudo, me la presentas y luego me voy.
Miro hacia el altísimo techo acristalado por el que se
cuela el ocaso.
–Tiene novio –digo pacientemente.
–Me la suda el pollo, no soy celoso.
Abro los ojos de par en par.
–Por favor, Carlos, podrías ser un poco más sutil... no sé,
como cuando hablas cuando está tu jefe delante.
–Imposible, eso solo lo hago cuando está él. Y me cuesta
un huevo hacerlo, por eso cuando ya no está, es como una
explosión de frases y palabras malsonantes... lo siento, soy
así, es lo que hay, es la puta verdad.
De repente me suena el móvil. Asustada lo cojo y casi
consigo que se me caiga al suelo.
–Sí... sí, estoy en...
Con la conversación hemos echado a andar.
–¿Qué?... Vale, luego hablamos.
–¿Es la diosa?
Cuelgo el móvil y lo meto en el bolso.
–Lo siento, pero no va a venir.
–Joder... –dice contrariado.
Pues va a ser verdad que se ha hecho ilusiones.
–Bueno, no pasa nada. –Me sonríe.
–¿Tienes algo que hacer la próxima hora? –le pregunto,
ya que estamos los dos solos…
–Sí. Tomarme una caña contigo –contesta eufórico y yo
sonrío mientras me cuelgo de su brazo.
–Creo que a partir de ahora todos vamos a estar de puta
madre sin esa bruja disfrazada de diosa.
Me carcajeo sin parar, la verdad es que cada vez Carlos
se va soltando más y más y creo que es uno de esos
hombres con los que te puedes reír hasta tener agujetas.
Nos hemos sentado en una terracita del centro comercial.
–La verdad es que sí.
Hago una pausa para beber de mi jarra de cerveza.
–¿Realmente te parece guapa?
Mi curiosidad no tiene límites. Me mira serio como si no
supiera cómo decirme lo que viene a continuación.
–A ver, está como un queso y digo esto mirando solo el
envoltorio.
Me vuelve a hacer reír.
–Ahora, luego es como cuando abres una caja de regalo
con un papel ideal lo rompes y te encuentras dentro un
puñetero regalo que no te mola nada. ¡Vamos, una puta
mierda!
Se carcajea él solo de su propia gracia.
–Sí, sé de qué me hablas, pero creo que Marta es peor
que eso. No solo es...
Carlos me corta en seco poniéndome una mano sobre mi
brazo como haciendo ademán de pararme.
–Una mierda envuelta en papel de aluminio.
Lo miro atónita, parece que me acaba de leer el
pensamiento, pero claro no iba a ser yo la que lo dijera en
alto.
–Sí, exacto. Es algo más. Es desde que abre la boca…
Todo, sus movimientos, sus pensamientos, sus palabras, sus
actos... todo produce rechazo.
–Vive por y para el mal... ¡Joder! Se me está poniendo
dura.
Lo empujo contra el respaldo a la vez que me muero de
risa.
–Tú no eres así.
–No sabes cómo puedo llegar a ser –dice antes de apurar
su cerveza.
–Sí que lo sé.
La melodía de mi teléfono me sobresalta.
–Tu hermana la diosa, que sí que viene –salta Carlos
entusiasmado. Miro la llamada entrante y el corazón me da
un vuelco, es Jesús. ¡Me está llamando! ¡Dios! Como no le
contesté... me ha llamado. Suelto el teléfono sobre la mesa
como si tuviera la lepra.
–¿Pasa algo? –pregunta Carlos extrañado frunciendo el
ceño.
–No... Es solo que no quiero cogerlo ahora.
La voz me sale temblorosa. Carlos pasa la vista de mis
ojos al teléfono y vuelta a mis ojos. El móvil sigue sonando,
parece que no va a parar nunca. ¡Por Dios, Jesús, cuelga!
–Joder, no es por meterme donde no me llaman, pero a lo
mejor es algo urgente, ¿no crees?
–No, no, tranquilo. No es nada urgente.
Y sigue la cancioncita... ¿qué hora será en República
Dominicana? Miro el reloj, son las nueve menos diez, hago
el cálculo mentalmente... son las tres menos diez de la
tarde. Nos quedamos callados hasta que la música calla por
fin. Carlos espera unos minutos para volver a hablar.
–Si quieres contarme algo soy cojonudo escuchando.
Acerca su silla a la mía y se inclina dispuesto a escuchar.
–Es complicado, Carlos.
–Lo complicado se me da de puta madre. Me gusta.
¡Cuenta! ¡Cuenta!
Le sonrío nerviosa. Como no comienzo, empieza él.
–No es por tocar los huevos un poco, pero veo tu relación
con Jorge un tanto jodida. No me interpretes mal. Le falta
chispa. Vamos, es una mierda hablando en plata.
–¿Eso piensas?
–Bueno, por un lado, es normal, porque solo tengo el
punto de vista laboral y claro, no estáis en vuestra salsa,
pero noto que vives en un puto agujero negro.
Esto me interesa.
–¿Un agujero negro?
–No, un puto agujero negro. Quiero decir, vives estresada
por la cabrona de Marta, pero algo me dice que, aunque
desaparezca, tu relación con el jefe no va a mejorar una
mierda.
¿Esta es la imagen que damos desde fuera?
–¿Crees que estamos abocados al fracaso? –digo sin ni
siquiera pensarlo.
–¡Exacto! Esta relación lejos de avanzar te va a joder. Te
va a joder mucho.
Juego con una gota de cerveza que ha quedado sobre la
mesa.
–Voy a ser sincera contigo. Esto no se lo he dicho a nadie,
es más, ni siquiera yo misma lo he sabido, no lo he tenido
claro hasta ahora mismo, hasta que has hecho tu
comentario.
Carlos me escucha intrigado.
–Mi relación con Jorge no es exactamente como me la
imaginaba al principio, pero tengo que hacer que funcione
como sea. Además, ha habido varios impedimentos en el
camino, pero creo que a partir de ahora todo va a cambiar.
Tiene que cambiar.
Carlos me mira a los ojos sin pestañear.
–Todo eso está de puta madre, pero lo importante es lo
que sientes tú hacia el puñetero amo del mundo.
Me muevo incómoda en la silla, sé lo que me va a
preguntar a continuación y no sé qué voy a contestarle.
–¿Tú le quieres?
Cojo mi cerveza y bebo para hacer un poco de tiempo y
pensar una respuesta. Una respuesta real.
–Creo que aún es pronto para hablar de amor.
–¿Qué? Joder, Alba.
Carlos sonríe de medio lado mientas mira el borde de su
cerveza antes de pegarle un trago al último culín que le
queda.
–A veces hace falta tiempo –replico intentando
explicarme.
–Eso es una gilipollez.
Esta conversación comienza a agobiarme un poco.
–Jorge me gusta, me gusta mucho.
–¿Y él te quiere a ti?
Sigue con su interrogatorio sin escucharme.
–No lo sé...
–¿No te lo ha dicho? No ha tenido los cojones de decírtelo
ni una sola puta vez en... ¿Cuánto tiempo lleváis juntos?
Me echo hacia atrás apoyándome en el respaldo de mi
silla con los brazos cruzados sobre mi pecho y la mirada
perdida a lo lejos.
–Perdona. ¡Eh! –Se acerca a mí–. Lo siento.
–No todas las relaciones llevan el mismo ritmo. Yo quiero
apostar por Jorge, por nosotros y creo que, a nuestro ritmo,
todo irá sobre ruedas.
El tono de mi voz es apagado y hace que mis palabras no
suenen sinceras, pero lo son. Lo deseo con todas mis
fuerzas.
–Soy un capullo, no me hagas ni caso, Alba.
Vuelvo a apoyarme en la mesa y le cojo la mano.
–No, no lo eres. Tus palabras me han servido de mucho
de verdad, estaba un poco perdida, pero ahora creo que,
gracias a ti, sé hacia dónde tirar.
Espero un momento sosteniendo su mirada.
–Vamos, tengo que comprar un vestido para una boda y
varios regalos.
–Cojonudo.
Carlos se pone en pie mientras deja dinero para pagar la
cuenta sobre la mesa.
Cuando vuelvo a casa, me siento pletórica, llena de
energía positiva y es que voy a echar toda la carne en el
asador con esta relación. Meto la llave en la cerradura y
entro en el piso de Jorge. Aún no ha llegado del gimnasio,
así que apuro la media hora que me queda para que se
persone y preparo una cena especial, ensalada, jamón
serrano, queso, tabla de patés y salmón con aguacate. Lo
coloco todo en la mesa del salón con varias velas y voy
como una gacela trotando a cambiarme de ropa. Desde el
vestidor escucho las llaves de Jorge girando en la cerradura.
¡Ya está aquí! Salgo trotando de nuevo y llego justo a
tiempo de que la puerta se abra. Lleva una sudadera con la
capucha puesta en gris y raya verde flúor en los laterales de
las mangas, unos pantalones de algodón blancos a la rodilla
y unas deportivas grises y verdes flúor a juego con su
sudadera. Le miro de arriba abajo ya que se ha quedado
inmóvil con las llaves en la mano derecha y su mano
izquierda sujetando a la espalda una gran bolsa negra.
–Hola –le digo sonriente.
–¿Me he perdido algo? –me contesta levantando una ceja.
Le dejo paso.
–He preparado una cena informal.
Entra hasta el salón y deja la bolsa en el suelo mientras
admira los platos preparados.
–¿Qué celebramos? –dice extrañado.
La verdad es que no esperaba una reacción tan apagada.
Me acerco y le abrazo.
–Estoy sudando.
Hace ademán de apartarme, pero me ciño a su cuerpo.
–No me importa. Hueles a hombre.
Jorge suelta una carcajada relajante.
–Menos mal, me parece bien oler a hombre y no a otra
cosa.
–¿Tienes hambre?
–Un montón de hambre, pero déjame darme una ducha.
Le quito la capucha de la cabeza, está muy atractivo así.
–Luego.
Le arrastro literalmente hasta el sofá y me siento a su
lado.
–Me he tomado la libertad de coger esta botella de vino
espumoso.
Se lo tiendo para que lo abra.
–Me parece una idea excelente.
La coge y con ayuda de un abrebotellas saca el corcho de
la boquilla sirviendo ambas copas.
–¡Por nosotros! –digo entusiasmada.
Jorge me sonríe y choca la copa con la mía, bebe un
sorbito sin perderme de vista.
–Estás muy contenta.
–Lo estoy.
Comenzamos a picar de los platos. Le preparo un poco de
paté en un crostini y se lo tiendo.
–No me has contado tu conversación con Marta.
–Ha sido corta.
–¿Y cómo se lo ha tomado?
–No muy bien.
Vaya, parece que no va a contarme mucho más.
–¿Cuándo se va?
–El lunes o el martes tiene que hacer un primer viaje para
ultimar algunos detalles, alquilar un piso, hacer papeleos y
conocer a la gente con la que va a trabajar.
–Bien, entonces… ¿Está contenta? ¿No te ha montado un
numerito?
Jorge se inclina hacia mí hasta que caigo de espaldas en
el sofá.
–¿Podemos dejar de hablar de Marta, por favor?
Me besa mientras deja caer su cuerpo sobre el mío.
Por supuesto, Marta es historia y me dejo llevar por sus
caricias.
–¿Te quieres estar quieta?
No me he dado cuenta, pero estoy moviendo el pie sin
parar.
–Lo siento.
Mi hermana me mira con cara rara.
–Yo soy la que tiene que estar nerviosa, no tú. Es a mí a
la que le da miedo volar, no a ti.
Miro la pantalla que tengo delante con los próximos
vuelos mientras mi pie vuelve a subir y bajar golpeando con
el talón el suelo.
–Aún queda media hora.
Resoplo desesperada. ¿Por qué el tiempo pasa tan
despacio?
–Lo sé, lo sé. Estoy deseando coger ese avión.
Mi hermana posa su mano sobre mi rodilla para detener
el convulsivo movimiento.
–Sinceramente, pensaba que no ibas a venir. De verdad.
–Ni siquiera yo lo sabía, pero tengo ganas de verlos a
todos. Los echo de menos...
–¿También a Jesús?
–¡María!
–Casi no me cuentas nada... desde que te has ido de casa
apenas sé nada de ti.
Suspiro. Tiene toda la razón.
–A él espero no verlo, de verdad.
–¿Segura? ¿Y si va a la boda?
–No está invitado.
–Quiero decir... si tienes algún plan por si te lo encuentras
por ahí.
Miro de nuevo el panel donde aparecen todos los vuelos
internacionales y me levanto.
–No creo, me llamó hace un par de días por teléfono y no
lo cogí. No ha vuelto a dar señales de vida, así que intuyo
que por fin se habrá dado cuenta que no quiero saber nada
de él.
Echo a andar y mi hermana me alcanza al momento.
–¡No me habías dicho nada de esa llamada! ¿Por qué no
la cogiste?
Camino cada vez más rápido.
–¿Para qué? No tengo nada que decirle.
–Está bien. Lo respeto, pero deberías tener un plan por si
te encuentras con él.
–Es difícil si no salgo del hotel.
–¡Excelente plan!
Nos ponemos a la cola delante del mostrador de la
puerta número 7 de nuestro vuelo.
–¿Sabes? Yo lo habría cogido. Rubén dice que está muy
raro y hace mucho tiempo que no sabe casi nada de él. ¿Y si
necesita tu ayuda?
El corazón me da un vuelco. ¡Dios! Me ha escrito mil
veces para hablar conmigo, incluso me ha llamado... ¿Y si
María tiene razón? Espero que no... No soportaría que le
pasara algo malo por mi culpa.
Por mi mente pasa la idea de llamarlo yo antes de subir a
ese avión, pero la desecho al momento. Jesús es así, cuando
quiere algo no para, y ante mis palabras me doy cuenta de
que le voy a ver seguro en Santo Domingo. No va a parar
hasta que hable conmigo, ¿y qué mejor oportunidad que
esta?
El vuelo se me está haciendo interminable. Ya me he
levantado tres veces a dar una vuelta por el pasillo, me he
tomado una tila, una manzanilla, hemos comido, he dormido
dos siestas... he ido al baño siete veces y todavía quedan
casi tres horas... ¡Arrrg! Mi hermana está dormida, a su lado
viaja una mujer mayor que está leyendo una revista y me
pongo a pensar si realmente sé cómo voy a reaccionar si
tengo la mala suerte de verlo.

Cuando el avión toca tierra, el corazón me empieza a latir


fuertemente tanto que lo oigo por encima del ruido del tren
de aterrizaje y es que no lo puedo evitar, estoy de nuevo
aquí y no puedo creérmelo... Nada más bajar cojo la mano
de mi hermana para tirar de ella. Hay que pasar el control
de pasaportes y recoger las maletas lo antes posible. Rubén
ha quedado en recogernos en el aeropuerto ya que él llegó
hace dos días. Enciendo mi teléfono.
–María, enciende tu móvil y llama a Rubén –le ordeno.
–Ya voy...
La pobre me sigue al trote con el móvil en la mano
intentando llamar. Me paro junto a la cinta mecánica por
donde comienzan a llegar las primeras maletas. ¡Allí están!
Qué bien, han salido de las primeras. Agarro la de María
antes de que llegue a mi altura pisando a un señor que me
mira con cara disgustada, vamos, de dolor. Me disculpo y
agarro también la mía. Así cargada con ambas maletas le
indico a María que me siga.
–¡Está en la puerta Norte!
Escucho a mi hermana que está dos pasos por detrás de
mí. Miro los carteles del techo y giro a la derecha en
dirección a la puerta Norte. Después de andar con la lengua
fuera unos doscientos metros consigo que las puertas
automáticas de la puerta Norte se abran y salimos. Cuando
mi vista se ajusta a la claridad, me quedo sin aliento y pego
un grito enorme.
–¡Dios mío!
Suelto las maletas y salgo corriendo hacia lo que tengo
delante. Rubén y Mauro. Mauro y Rubén, los dos apoyados
en un coche cuatro por cuatro que no reconozco. En mi
carrera hacia Mauro me da más que tiempo de sobra de
fijarme en él. Sigue igual de espectacular, con su tez
morena, su flequillo es un poco más largo y con algún reflejo
más claro. Lo lleva hacia arriba con raya al lado. Viste una
camisa blanca hawaiana con palmeras que le queda
impecable, bermudas verdes y zapatillas de esparto
blancas, ¡zapatillas de esparto! Casi lo había olvidado, su
calzado fetiche. ¡Está impresionante! Cuando llego a su
altura me subo a su cuerpo como si trepara por un árbol y él
consigue cogerme al vuelo. Los dos reímos al unísono
mientras giramos en círculo.
–¡Mauro!
Mauro no deja de reír y besarme la cara a la vez. ¡Dios
mío! ¡Y pensar que dejé a este pedazo de hombre por el
amor no correspondido de Jesús!
–No me lo puedo creer... ¡Has venido! –dice entre
carcajada y carcajada.
–Por supuesto.
Me deja en el suelo atrapada en su abrazo. Y no quiero
que este instante acabe.
–Estás guapísima como siempre.
Agarro su cara para verlo, no es un sueño.
–¡Eres tú!
Mauro vuelve a reír y me fijo en sus labios, su boca
carnosa sonriente y sus dientes perfectos. ¿Cómo he podido
perderme algo así? ¡Soy una gilipollas! Le quito las gafas de
sol y me derrito ante sus ojos que me miran llenos de
alegría.
–Sí, soy yo.
Su voz aún me estremece.
–Hola, eeeh.
Nos giramos hacia Rubén que tiene a María entre sus
brazos. Ambos nos miran raros, como si no dieran crédito a
lo que están viendo.
–¡Rubén!
Me suelto del abrazo de Mauro y ya le echo de menos,
para abrazar a Rubén y darle un beso, momento que María
aprovecha para saludar a Mauro.
–¿Qué tal el vuelo?
–Largo, muy largo –le respondo volviendo a Mauro, el cual
me coge la mano y la estrecha entre la suya.
–Lo importante es que ya habéis llegado.
Mauro besa mi mano y siento una felicidad enorme.
–¿Eso de allí son vuestras maletas?
¡Dios, se me habían olvidado! Miro hacia la puerta, están
allí tiradas en el suelo como abandonadas, la gente las
esquiva para salir.
–Sí, son esas –respondo medio roja.
Rubén y Mauro se acercan a recogerlas para colocarlas
en el maletero momento que María aprovecha para tocarme
las narices.
–¿Qué haces, Alba? Mauro está saliendo con otra.
–Por favor, déjame disfrutar un poco.
–Estás actuando como si fuera tu novio, Alba, hasta
Rubén se ha dado cuenta. Compórtate.
Se tiene que callar porque los dos llegan a nuestra altura.
–¿La roja es tuya?
Le sonrío afirmativamente.
–Te has traído poco, no pesa nada.
–Lo justo.
Mauro me devuelve una sonrisa pícara. A continuación,
Mauro y yo nos montamos en la parte trasera del coche y
Rubén arranca el coche para salir velozmente hacia la
carretera principal. Me agarro a la cintura de Mauro y él
pasa su brazo por mis hombros y me doy cuenta de lo
contenta que estoy. De vez en cuando Rubén posa su
mirada en el espejo retrovisor para mirarnos, pero me da
igual.
–¿Qué tal por aquí? –le pregunta María a Mauro.
–Muy bien. De verdad. Estoy muy agobiado con el trabajo
y no paro un segundo, la remodelación del club de buceo, la
creación del colegio y los preparativos de la boda... ha sido
una locura, pero estoy encantado.
–Estoy impaciente por verlo –le digo a Mauro que me
estrecha un poco más.
Atravesamos la ciudad de Higüey y puedo darme cuenta
de que todo sigue igual, la gente, sus costumbres, las
tiendas a pie de calle, la aglomeración, los colores, los
olores, la brisa, el calor y la felicidad que se respira en el
aire, es como si no me hubiera marchado.
–Elena está deseando verte.
–Y yo a ella, parece que ha pasado mucho tiempo y en
realidad no ha sido tanto... tengo ganas de verlos a todos.
Mauro suelta una carcajada que me sabe a gloria y me
trae recuerdos ya casi olvidados que ahora afloran como por
arte de magia rememorando felices momentos pasados.
–La verdad es que os hemos echado de menos.
Mi hermana se vuelve para hablar con nosotros.
–Parece que Oscar y Sandra van a darnos mucha guerra.
–¿Y eso por qué? –pregunto extrañada.
–¡Dios, no me lo recuerdes! Tener dos empleados
enamorados es lo peor que me ha pasado...
Mauro se pone la mano en la frente.
–Están todo el día, cómo deciros, disimulando, claro,
están en el trabajo, que si miraditas, sonrisitas...
Los tres nos reímos al unísono.
El trayecto en coche se me hace cortísimo. Rubén nos
deja en el parking y Mauro coge las dos maletas. Respiro
hondo... la majestuosa entrada al Hotel San Mauro sigue
imponiéndome, sus columnas, sus macetones de flores
multicolores, el ruido del agua en sus minimalistas fuentes.
Me detengo junto al banco de piedra en el que Mauro y yo
nos despedimos y un escalofrío recorre mi piel. Los
sentimientos de aquel momento me atrapan de nuevo. La
voz de Mauro me rescata de esos pensamientos. Habla con
una mujer en recepción mientras un botones se lleva
nuestras maletas. Aquí mismo lo vi por primera vez.
–Toma.
Mauro me tiende la llave de la habitación.
–¿Te importa si me quedo en la habitación de Rubén?
–¡Claro que no, María!
Ay, pobre, sé que si le dijera que no quiero estar sola, se
quedaría conmigo sin pensarlo ni un segundo y dejaría a
Rubén, pero prefiero estar sola.
–¡Vamos a acomodarnos! Enseguida volvemos.
Mi hermana coge a Rubén de la mano y sale disparada.
–¡Nos vemos en un rato en el faro! –grita Rubén
alejándose.
Mauro y yo nos quedamos callados. No sé qué decir, es
como si me diera mucha vergüenza estar los dos solos.
–¿Quieres ir a la habitación a deshacer la maleta?
–La verdad es que no tengo mucho que sacar.
Él sonríe a la vez que inclina su cabeza.
–Bien. Me gustaría hablar contigo, antes de nada.
–Cuando quieras.
Sé lo que me va a decir y ahora que lo tengo tan cerca,
no sé si quiero escucharlo.
Echa a andar por uno de los múltiples caminitos y le sigo
a su lado. Todo está igual de bonito y cuidado. Sus pasos me
llevan hasta la puerta de una habitación. La 111. Es el
primer edificio junto al mar. Le miro interrogante.
–Es la habitación del hotel con las mejores vistas al mar –
dice apoyando el hombro en el marco de la puerta.
–No hacía falta. Muchas gracias.
Introduzco la llave y abro. Básicamente es una habitación
parecida a la anterior en la que estuve, quizás más grande.
Cambian los tonos de las paredes, las telas y la cama que es
de matrimonio enorme en lugar de dos camas. Tiene
también un porche que da directamente al jardín que linda
con la arena de la playa, pero además tiene una sorpresa.
Un jacuzzi en el mismo porche. ¡Me encanta! El baño de la
habitación es espectacular y todo para mí solita.
–No necesito tanto. De verdad.
–No seas tonta, eres mi invitada. Ven.
Le sigo hacia la terraza. En la mesa de teca hay una
bandeja con frutas cortadas, flores, vasos y una botella de
agua. Me siento junto a él mientras sirve agua para los dos.
–Quiero que sepas una cosa.
Hago ademán de hablar, pero me calla a la vez que coge
mis manos entre las suyas. Están calientes.
–Soy el hombre más feliz del mundo y todo gracias a ti.
Me mira a los ojos llenos de ilusión.
–Se me hace difícil decirte esto.
Hace una pausa y suelta mi mano el tiempo suficiente
para beber de su vaso.
–Ha sido muy duro no tenerte, pero tus palabras me han
consolado y han conseguido que me levantara cada mañana
para vivir otro día más sin ti...
Aprieto sus manos.
–… conseguía levantarme para afrontarlo sin ganas...
pero poco a poco, comencé los proyectos que había que
empezar, el colegio y el club de buceo y me sumergí en el
trabajo. El trabajo duro ha sido mi mejor aliado. Trabajar de
sol a sol, dieciocho horas al día, ha sido mi refugio.
–Eres un hombre muy trabajador. Eso lo has sido y lo
serás siempre.
Me sonríe a medias.
–Y seguí tu consejo. No encerrarme al mundo. Conocer
gente. Vivir y no atormentarme con el pasado. No ha sido de
un día para otro. Ha sido un largo camino, pero ahora puedo
decir alto y claro que estoy enamorado. Es raro…
Sonríe, esta vez abiertamente con esa sonrisa de modelo.
–… decirle esto a la mujer que me hizo creer en el amor.
–Estoy feliz por ti, Mauro.
El corazón me ha dado un pinchazo, pero sé que es lo
mejor.
–Te lo mereces –añado.
Le abrazo y él me recoge arropándome con su cálido
cuerpo mientras me mece. Es como si mi tabla de
salvamento aquí en la isla se comenzara a tambalear, pero
es precisamente lo que quería, aunque visto ahora me
siento algo contrariada.
–Y creo que sé quién es la afortunada.
Deshace el abrazo para mirarme con sus penetrantes
ojos verdes.
–Lo tenías todo planeado, ¿verdad?
–Elena es perfecta para ti. Cuando la conocí en el
carnaval sentí como si fuera una vieja amiga mía. Era como
si la conociera de antes y lleváramos muchos años sin
vernos. No sé, fue una experiencia muy agradable y salió
solo. Ella me habló de ti y se me ocurrió, sin más. ¡Hasta
nos parecemos físicamente! No podía salir mal.
–Eres increíble. La trajiste a mi lado el mismo día que te
fuiste, claro que en esos momentos solo tenía ojos para ti,
pero dejaste tu semilla ahí plantada.
Me mira pensativo.
–Mejor dicho, dejaste más de una semilla plantada. Tardé
un tiempo en darme cuenta, pero cuando me enteré de que
Oscar y Susana eran pareja después de tanto tiempo y me
contaron quién había sido la artífice, lo vi claro. Vi que
habías dejado a Elena en el lugar correcto en el momento
preciso.
–Solo les hacía falta un empujoncito y yo se lo di, nada
más y no me tienes que dar las gracias, imagino que Elena
ha puesto más que un granito de arena. Imagino que se lo
habrá currado contigo.
Mauro se reclina hacia atrás en el respaldo de su silla
encantado.
–Sí. No sé cómo me ha podido aguantar. Se lo he puesto
muy difícil, pero mira, al final.
Poco a poco me voy relajando con la conversación, la voz
de Mauro me es tan familiar que se me hace increíble haber
podido estar todo este tiempo sin escucharla. Sus risas, sus
giros al hablar, su peculiar acento...
–Y dime, ¿cómo te ha ido a ti? Estoy deseando
escucharte.
Me encojo en mi asiento.
–Bueno... estoy trabajando en una empresa de calzado.
Calzado de lujo. Soy la secretaria del gerente.
Mauro apoya el codo en la mesa y se sujeta la barbilla
con la mano achinando los ojos.
–¿Los gerentes tienen secretarias?
Los dos nos contagiamos la carcajada.
–Aún estás a tiempo de contratar una.
–La que quiero ya me dijo que no en una ocasión.
Me quedo callada por un instante.
–Sabes que la situación no era la más idónea, pero no
descarto tu propuesta si me quedo en el paro.
–Esta es tu casa. Lo sabes.
Se pone serio y a mí me hace gracia.
–Lo sé.
–Y ¿cómo es eso de ser la secretaria de un gerente?
Reflexiono un momento, la verdad es que nunca me lo he
planteado.
–Un poco estresante, pero apasionante a la vez. Estoy
aprendiendo mucho, es una gran oportunidad.
–Estoy seguro de que lo haces genial.
Me mira con sus ojos verdes totalmente convencido de
sus palabras.
–Ojalá todo el mundo pensara como tú.
Empezando por mí misma, pienso.
–¿Y tu corazón?
Ahora Mauro apoya ambos codos en la mesa y se inclina
para tenerme más cerca. Noto cómo concentra todo su ser
en mi persona. Me quedo mirándole sin contestar.
–¿Has hablado con Jesús durante este tiempo?
–Él ha intentado ponerse en contacto conmigo, pero me
quedó muy claro que ya no quería saber nada de mí.
Mauro me mira extrañado.
–Pero ¿sabes para qué quería hablar contigo? Quizás te
echara de menos, no sé.
–Estoy saliendo con alguien en España y no era el mejor
momento para que Jesús, fuera cual fuera su motivo,
entrara de nuevo en mi vida.
Mauro se queda callado, quieto.
–No he sido tan valiente como tú –agrego.
Sigue callado, pensando y atando cabos.
–Lo siento, tendría que habértelo dicho, pero no he
podido...
Finalmente reacciona.
–Me hubiera gustado saberlo, pero no pasa nada, de
verdad. Lo importante es que seas feliz.
Me sale una mueca rara en lugar de una sonrisa.
–¿Ocurre algo?
Mauro pone cara de alguien que intuye algo y no sabe
qué es.
–¿Por qué?
Empiezo a ponerme un poquito nerviosa. Estamos
entrando en terreno pantanoso.
–No sé... ¿quién es el afortunado?
–Es mi jefe.
Mauro abre mucho los ojos.
–¿El gerente?
–Sí.
Sonrío nerviosa.
–¿Y dónde está?
Aparte de nerviosa, ahora el corazón me golpea sin
piedad.
–No ha podido venir. Mucho trabajo, casi no puedo venir
ni yo...
Mauro sigue extrañado, mis palabras no consiguen
calmarlo.
–Vaya, me hubiera gustado conocer al afortunado y no
solo como pareja tuya, sino también de gerente a gerente
para cambiar impresiones, ya sabes.
–¡Estoy segura de que a él también le habría gustado! –le
digo entusiasmada para quitarle hierro al asunto.
–Bien y ese gerente tiene nombre, ¿no?
–Pues... claro.
¿Por qué querrá saber tantos detalles? ¿Qué más da
cómo se llama?
–Jorge.
–Jorge –repite–. ¿Y os va bien?
–Sí. Eso parece...
Mauro cruza los brazos sobre su pecho recostándose en
el respaldo de su silla. Malo, malo.
–No sé, Alba, pero pienso que todo esto no va contigo. Sé
que vas a pensar que me estoy metiendo donde no me
llaman... pero creo que, no sé, creo que no eres feliz.
–Claro que sí.
–Estás algo cambiada. No eres tú. Entiéndeme, estás...
triste.
–Estoy algo cansada del vuelo, eso es todo.
Me meto la mano en el bolsillo del pantalón y saco el
colgante que pertenecía a su madre y que me regaló
cuando nos despedimos y de esta manera consigo cambiar
de conversación.
–Creo que esto debería volver de donde nunca debió
salir.
Mauro mira muy pensativo cómo el colgante se balancea,
mientras lo sostengo en el aire.
–Deberías tenerlo tú. Es algo demasiado valioso –
concluyo.
Lo coge con cuidado y queda depositado en la palma de
su mano.
–Es el único recuerdo material que tengo de ella.
–Me siento muy orgullosa de haber recibido ese regalo,
pero no me pertenece.
Ni siquiera he sido capaz de ponérmelo en Madrid por
miedo a perderlo.
–Lo he guardado todo este tiempo con la esperanza de
devolvértelo en cuanto pudriera.
–Tienes toda la razón.
Mauro cierra su mano envolviéndolo por completo.
–Lo he echado de menos, ¿sabes?
Su mirada se pierde en la playa.
–He echado de menos tocarlo y acariciarlo como he
hecho miles de veces. Es como un bálsamo para mí. Me
relaja tanto tocarlo… es como si pudiera tocarla a ella.
–Es ella. Debes tenerlo tú.
Me mira con ojos penetrantes y un escalofrío me recorre
el cuerpo.
–No me arrepiento de habértelo regalado. Lo hice
conociendo todo su alcance. Quería y quiero que lo tengas
tú.
–No puedo aceptarlo, Mauro. Es el legado de tu madre. Te
pertenece a ti y a nadie más.
Antes de que pueda añadir algo más, me pongo en pie.
Estoy deseando pisar la playa.
–¿Por qué no damos una vuelta y me enseñas tus
proyectos?
Mauro se levanta y por fin consigo volver a ver su
sonrisa. Sé que la muerte de una madre no se llega a
superar jamás y ese colgante es la unión de un hijo y una
madre. Ella se lo dio antes de partir y con él debe estar. Yo
no soy quién para romper esa unión.

En el faro me espera la primera sorpresa del día. Fede y


Estefanía charlan animadamente junto a Rubén y María.
–¡Dios mío, Alba, has venido!
Fede sale a mi encuentro y me pega un abrazo asfixiante.
–No podía fallaros –consigo decir a media voz con los
pulmones a medio gas.
–Suéltala. Se está poniendo roja.
La rotunda voz de Mauro hace que Fede me suelte. La
verdad es que me ha sorprendido su acogedora bienvenida.
–¡Dios mío, Estefanía!
Me acerco a ella y la abrazo suavemente ya que está más
redondita.
–Ya se te nota un poquito la barriga.
–Sí, ¿verdad? Es increíble.
Mi hermana toca la tripilla con cuidado.
–Gracias por venir, dama de honor.
Su cara no expresa lo que me acaba de decir.
–¿Qué pasa, Estefanía?
No sé cómo reaccionar y mi hermana interviene en el
momento justo.
–Estefanía piensa que el vestido le va a quedar horrible
con esa tripilla.
–Vamos, Estefanía. Esa tripa es lo mejor del mundo. Es lo
mejor de tu relación con Fede. Es el fruto de vuestro amor y
debes estar orgullosa, aún más el día de tu boda. Vas a
estar guapísima.
–¿Tú crees?
–Por supuesto. Yo lejos de intentar ocultarla, le enseñaría
todo lo posible.
–¿En serio?
–Por supuesto.
Estefanía se queda pensativa. Fede la rodea por los
hombros.
–Vas a ser la novia más bonita de toda la isla.
Mauro me pasa una piña colada y brindamos por los
novios. Esto solo acaba de comenzar y ya estoy histérica.
¡Mañana es el gran día!
El grupo de seis personas caminamos por la playa con
nuestras piñas coladas en la mano rumbo al nuevo club de
buceo charlando alegremente.
–¿Y en qué lugar exacto del hotel va a ser la ceremonia?
–pregunto llena de intriga.
–Bueno, justo al otro lado de la playa.
Mauro señala con el brazo el lado opuesto a nuestra
dirección.
–Tengo prohibida la entrada a toda persona ajena a su
instalación así que olvidaros de ir a cotillear.
–Ni siquiera nos ha dejado acercarnos a nosotros los
novios –dice Fede bromeando.
¡Imagínate!
–Sí, es un poco frustrante no saber cómo va a ser todo.
Estefanía mira a Fede a los ojos con mirada tierna
mientras habla. Van de la mano y derrochan amor por todos
los poros de su cuerpo. ¡Dios, qué envidia!
–Lo siento, os entiendo. –Mauro se excusa sinceramente.
–No te preocupes, confiamos ciegamente en ti, Mauro.
Somos amigos de toda la vida y sé que no me fallarás en
esto, como no lo has hecho nunca.
Fede le agarra el hombro con la mano en señal de
amistad y Mauro le devuelve el gesto con una sonrisa
espectacular.
–Es el tercer proyecto. Voy a montar una carpa en la
playa permanente con todo lo necesario para celebrar
bodas en el Hotel San Mauro. Todo a lo grande. Quiero que
sea espectacular y vosotros vais a ser los primeros en
estrenarla.
–¡Dios, Mauro, eso es increíble!
Mi hermana se adelanta para hablar con él, la veo muy
interesada.
–Una idea genial.
¡Dios mío! Mauro se ha vuelto loco, pero la verdad es que
me encanta, ¿quién no querría casarse en un entorno como
este? Va a ser un éxito seguro.
–He contratado a los dos mejores decoradores nupciales
y a una empresa de organización de bodas para que nos
asesoren sobre protocolo, preparativos, consejos... etc.,
incluso he abierto una tienda de trajes de novias, novios,
invitados, madrinas etc. Todo lo necesario no solo vestuario,
joyas, zapatos, ramos de flores, detalles, invitaciones,
complementos... ¡qué sé yo!, ya he perdido la cuenta y
ofrecemos un nuevo servicio de peluquería y maquillaje en
la misma habitación.
Estoy con la boca abierta... no se ha olvidado de nada, es
como un cuento de hadas.
–No te tienes que preocupar por nada.
–Yo me quiero casar aquí...
¡Lo sabía! Mi hermana aprieta fuertemente la mano de
Rubén y este la coge en brazos en un giro rápido.
–Tomo nota...
Y se besan. ¡Dios, cuánto amor! Ya me está empezando a
tocar la moral.
Cuando llegamos a la altura del antiguo club de buceo,
me percato que ya no queda nada. ¡Nada! En su lugar se
levanta un edificio más moderno, grande y práctico, aún sin
terminar. Me resulta raro no encontrarme con la acogedora
casita, el banco de madera central, las estanterías con los
equipos...
–¡Tachan!
–¡Está casi terminado!
Rubén se acerca y los seis formamos un semicírculo junto
a la nueva construcción. Varios obreros entran y salen del
nuevo emplazamiento atareados con el interior. Me
recuerda a un chalé moderno minimalista de una sola
planta, como el anterior, pero más espacioso. Está ubicado
sobre una gran plataforma de madera de dos escalones de
altura que lo aísla de la blanca arena de la playa. Tiene un
bonito porche delantero con unos bancos blancos de
madera y mesitas a juego. Aún no están colocadas, solo
apiladas a un lado y protegidas con plásticos.
–Solo faltan detalles del interior. Ahora todo el material
va dentro en una sala equipada con los armarios necesarios.
Material todo nuevo por supuesto, trajes, escafandras,
aletas, botellas. Hay vestuarios y una zona común grande
donde dar clases teóricas con una gran pantalla para ver
vídeos. Última tecnología. También una recepción nueva y
moderna con ordenadores y un pequeño pero lujoso bar.
¡Ah!, y una sala de descanso para los trabajadores del club.
–¡Genial!
Rubén está encantado.
–Y ¿cuándo inauguras?
–El domingo, después de la boda. Estáis invitados, por
supuesto.
–Qué bien se lo van a montar Oscar, Sandra y Alejandro.
–Sí. Espero que trabajen lo más a gusto posible, eso se
traduce en clientes satisfechos.
–Eso es cierto.
Mauro sabe perfectamente cómo funciona este negocio,
se le nota.
–Habrá nuevas incorporaciones, tendrán nuevos
compañeros. Una recepcionista-secretaria, dos personas
que se encargarán del bar en dos turnos y un nuevo fichaje,
Siro, un chico muy majo, porque incorporamos clases de
surf, kitesurf y la estrella, el flyboard, el deporte acuático de
moda.
–El domingo te cojo una clase seguro.
Rubén está encantado.
–¿Te atreves?
Mauro le reta con la mirada.
–¿Estás de broma?
–Pues claro que no.
–Rubén, ya sabes lo que le gustan las apuestas a Mauro.
No apuestes con él, yo casi me arruino.
Fede no quiere saber nada de la apuesta.
–¿Te rajas, Fede?
Mauro le reta también a él.
–Lo probaré a la vuelta de la luna de miel.
–Eso está hecho, hermano.
Mauro choca su mano con la de Fede.
–Bueno, el que más tiempo dure sin caerse al agua gana.
Rubén sin pensarlo dos veces estrecha la mano que le
tiende Mauro.
–El que pierda tendrá que comerse una de esas
hamburguesas picantes con chili que venden en el puerto
de Bayahibe –le dice mientras sus manos siguen unidas.
–Me parece bien.
–No me lo pierdo.
Mi hermana aplaude entusiasmada.
–Gracias, amor.
Rubén le besa la frente.
–¡Lo digo porque va a ganar Mauro!
Suelta una carcajada maliciosa y Rubén la agarra fuerte
inmovilizándola.
–¡Traidora!
Todos reímos.
–¿Y dónde están Oscar, Sandra y Alejandro? ¿Les has
dado vacaciones?
Mauro se gira para mirarme.
–Sí. Mañana se les acaba. He quedado aquí con ellos.
Mauro dirige su mirada por detrás de mí.
–De hecho, vienen por ahí –señala.
Me giro y puedo distinguir a lo lejos cuatro figuras que
avanzan hacia nosotros. Una extremadamente alta ¡Álex!
Dos figuras que caminan abrazadas por las cintura, Oscar y
Sandra y una cuarta que no sé quién es. Debe ser el nuevo
fichaje. ¿Cómo ha dicho que se llamaba? ¡Arrrg! ¡Qué mala
soy para los nombres! Cuando quedan escasos metros,
Sandra se deshace del abrazo de Oscar y sale corriendo a
mi encuentro.
–¡Alba!
La abrazo con ganas.
–Te sienta bien el amor –le digo al oído.
Nos separamos y nos miramos como si lleváramos años
sin vernos. Ha cogido unos kilitos que le sientan de
maravilla, acentúan sus curvas y le dan un aire más sexy si
cabe. Lleva su preciosa negra melena rizada suelta y me
recuerda tanto al pelo de Jesús que se me hace un nudo en
la garganta. Soy consciente de lo cerca que estamos el uno
del otro. Quizás a unos pocos kilómetros...
–Estás estupenda.
Me coge del brazo y hace ademán de alejarme del grupo,
pero Alejandro se lo impide.
–Para un momento.
Su voz profunda hace que se me ponga la piel de gallina.
–Ven aquí.
Doy un paso y lo abrazo como si lo hiciera a un gran oso
de peluche y vuelvo a sentir esa protección que siempre he
sentido entre sus brazos.
–¡Te has cortado el pelo! –le digo alucinada.
–Un poco las puntas –dice riéndose.
–¿Las puntas?
Su pelo liso y moreno que le llegaba por debajo del
hombro ha desaparecido, luce un corte de chico al uso. Solo
se ha dejado el flequillo largo que le cae sobre la ceja
derecha.
–Eso le dije a la peluquera y mira lo que me hizo.
–Estás...
Me alejo para verlo en conjunto.
–Déjalo, no hace falta que me hagas cumplidos.
–Ni quiero hacerlo. Estás diferente. Se me hace raro. El
primer día que te vi, se me antojó que eras como un indio
que se había escapado de una película de vaqueros. Tu pelo,
tu altura, tu porte, tu vozarrón, imponía.
–Lo estás arreglando...
–¡Déjame terminar! Ahora eres como más europeo, no sé
cómo decirlo. ¡Me gusta!
Alejandro me guiña un ojo.
–¡Chica mala! Bueno, simplemente lo hice porque es más
práctico. Aquí tengo el pelo mojado casi todo el día y era un
engorro cepillarlo y secarlo.
–Estás muy guapo, de verdad.
–¡Va! Él perdido fuerza como Sansón. –Oscar hace la
broma muy serio, como son los alemanes, y consigue
arrancarnos más sonrisas de esta manera–. No puede con
botellas, muy flojo.
Oscar me guiña un ojo y lo saludo con dos besos.
–Tú, sin embargo, sigues igual, Oscar.
–Ah... tú darte cuenta que yo sigo igual de fuerte.
Oscar saluda a mi hermana y a Rubén. Y todos vuelven a
reír.
–No hay duda –sentencio.
–Y este es Siro, nuestro nuevo fichaje. Es uno de los
mejores surfistas que conozco.
Mauro le señala con la mano extendida.
–No le hagáis caso.
Su acento argentino me llama rápidamente la atención.
–Estas son María y Alba. Son hermanas y Rubén, amigo y
novio de María, así que olvídate de tirarle los tejos.
Siro, un nombre poco común como para olvidarlo.
Primero besa a mi hermana, después estrecha la mano de
Rubén y finalmente me besa a mí. Es un tío con un cuerpo
espectacular, el que tendría cualquiera que se ha pasado la
mayor parte de su vida dentro del agua. Lleva la cabeza
totalmente rapada. Viste camiseta ajustada y bañador tipo
bermuda. Como no puede ser de otro modo su piel tiene un
tono precioso, color canela como sus ojos. Tiene pequeñas
arrugas alrededor de los ojos y automáticamente calculo
mentalmente su edad, unos treinta y ocho años.
–Encantado.
–Igualmente –le digo educada, porque yo soy muy
educada.
–Bueno, hechas las presentaciones os enseñaré los
avances en el colegio. Seguidme.
Encuentro a Mauro totalmente sumido en sus proyectos.
Muy centrado y con los pies en el suelo. Es como si hubiera
madurado más aún si cabe de lo que la vida le hizo madurar
a la fuerza. Es un nuevo Mauro más interesante que el que
dejé hace ya dos meses.
Nuestro pequeño grupo avanza siguiendo a Mauro por los
serpenteantes caminos, todos van hablando sin parar, todos
menos yo hasta que Alejandro se coloca junto a mí.
–Te veo más delgada que cuando te fuiste y eso ya son
palabras mayores.
Le miro como si no le entendiera.
–Bueno, cuando me fui me llevé algo más que una
maleta. Me llevé tres kilos de más. Imagino que los habré
perdido en estos meses.
–Y dime, ¿has ensayado tu tiro?
–¿El lanzamiento de piedra en el agua?
Alejandro asiente con una amplia sonrisa.
–Bueno, no he tenido mucho tiempo, el nuevo trabajo no
me deja apenas tiempo libre.
–Me alegro de que encontraras algo que te guste.
–Gracias, es muy absorbente, pero me gusta.
–Entonces tenemos que aprovechar y practicar.
–Eso está hecho, además tenemos que volver a nuestra
mesa del chiringuito de la playa.
Él me sonríe.
–Cuenta conmigo.
Seguimos caminando uno junto al otro.
–¿Y ya has encontrado a la mujer de tu vida?
Le miro nada más terminar la frase para ver su primera
reacción, pero sigue mirando hacia el suelo con las manos
en los bolsillos.
–No. Creo que me he vuelto muy exigente.
–Vaya, entonces sí que hay chicas interesadas... ¿no?
Eres tú el que se resiste.
Álex echa una carcajada.
–Debe ser algo así.
–Es imposible que no se fijen en ti.
El grupo se para y nuestra conversación termina. No me
he fijado exactamente en el camino que hemos seguido,
pero ante mí se levanta un edificio de planta alargada de
dos alturas. Es muy moderno.
–Este es el Colegio San Mauro.
–¡Es increíble!
Mi hermana está entusiasmada. ¿Quién lo diría? Siempre
ha estado en contra de Mauro y mírala ahora...
–¡Vaya, Mauro! Esto tiene muy buena pinta –le digo y es
verdad.
–Las obras están casi acabadas, pero aún queda mucho
trabajo. En un mes tengo previsto comenzar ya con las
aulas de infantil, el resto tendrá que esperar al próximo año
académico.
–¿Podemos verlo?
–¡Claro que sí, María! Aunque solo podremos ver, como
os he dicho, la guardería. Venid por aquí.
Rodeamos el edificio y adyacente a este se puede ver
claramente el espacio dedicado a la guardería. Un gran
cubo de dos plantas cuya fachada está pintada en
rectángulos de colores muy vivos y delante, un gran jardín
con metros y metros de césped y palmeras que aportan
sombra. A un lado, vallado, una de las huertas más bonitas
que he visto nunca. Todo ordenado y muy limpio, parece
casi un jardín. Reconozco lechugas, tomates, zanahorias,
cebollas, melones, sandías, los árboles frutales están en
hilera al fondo, papayas, aguacates, lima... y por supuesto
no podía faltar la caña de azúcar, ocupa un área más
grande junto a los frutales. Aquí todo crece muy rápido. Al
otro lado una zona de columpios y una pista cubierta.
–Madre mía lo que había aquí escondido.
Alucino con mi hermana... quién la ha visto y quién la ve.
–En la fachada norte del edificio está proyectado también
una piscina olímpica para las clases de natación, pistas de
pádel y tenis.
–Has pensado en todo.
Mauro me mira sin pestañear.
–He puesto todo mi empeño en este proyecto, no quería
que se quedara pequeño en unos años. Quiero que se
imparta una enseñanza de calidad y para eso hay que tener
buenas instalaciones y recursos.
–Me encanta la idea de la huerta.
Mi hermana interviene y me deja sin poder contestarle.
–Por supuesto, la idea la aportó Elena y me pareció
estupenda. Así los alumnos pueden aprender a cultivar y
cuidar las plantas y los frutales y una vez que se puedan
recolectar, llevárselos a casa y, por supuesto, comérselos.
–Genial. Aprenderán el valor de las cosas.
–Exacto. Cuando algo te cuesta lo valoras más.
Mauro hace una pausa sin dejar de mirarme y consigue
intimidarme porque creo que sé por dónde va.
–Bueno, pues pasemos dentro.
Procuro colarme junto a Mauro.
–¿Y dónde está Elena?
Mauro mira de un lado a otro como buscándola.
–Pues… debería estar por aquí.
Nada más entrar me quedo boquiabierta. Un gran
espacio multifuncional se abre ante mis ojos. El gran muro
lateral es todo de cristal y da directamente a un porche
exterior, por lo que la estancia tiene una luz increíble. Todo
es de colores vivos y llamativos. A un lado una gran mesa
alargada de color amarillo chillón en forma de “C” y
pequeñas sillitas blancas para unos quince alumnos. En las
paredes, estanterías llenas de juguetes. Junto a la mesa,
una piscina enorme de bolas de colores con tobogán
incluido. Delante de la cristalera hay una zona con sacos
colgantes para sentarse y mecerse, y grandes cojines de
colores en el suelo. Cruzamos la estancia y entramos en
otra habitación, es muy relajante, todo en tonos azules y
blanco, diez cunitas pegadas a la pared, cinco a un lado y
otras cinco al otro dejan un amplio pasillo central.
–Me encanta –digo casi para mí misma, pero Mauro se
gira para mirarme.
–Junto a esta habitación hay otras dos, una es el comedor
y la otra los baños.
–Creo que los hijos de tus empleados no van a ser los
únicos que vengan a este colegio.
Mauro me sonríe. Le veo orgulloso del trabajo realizado y
se le nota.
–Eso sería increíble.
Mi hermana se acerca a nosotros de la mano de Rubén.
–Con todo esto vas a tener muchas empleadas
embarazadas.
–Ya he sopesado esa posibilidad, Rubén...
Los dos sonríen.
–… pero he llegado a la conclusión de que para eso es
este proyecto.
–Claro. Es una gran idea que va a funcionar.
–Ojalá esta iniciativa sea copiada en otros hoteles y
empresas. La mayoría de los colegios de la isla imparten
una educación insuficiente y los buenos colegios son
carísimos.
–Es verdad. Buen trabajo, amigo.
Rubén le da dos palmadas en la espalda y ambos
hombres se alejan charlando juntos. Mi hermana y yo
salimos al exterior siguiendo los pasos de los demás.
–Estoy muy sorprendida, Alba. Tengo que admitir que
Mauro ha cambiado mucho desde que volvimos a Madrid.
No sé qué le ha pasado, pero es otra persona.
–Siempre ha sido el mismo, María, no te equivoques.
Nada más decir la frase me arrepiento. Los ojos de María
expresan confusión.
–Solo que no te molestaste en conocerlo, te quedaste
únicamente en la fachada.
–No, Alba, no estoy equivocada. Si Mauro era así antes,
no lo mostraba. Solo se dedicaba a follarse a medio hotel.
Mis ojos se agrandan y mis pupilas hacen exactamente lo
contrario. Su comentario me hace daño incluso a sabiendas
que tiene razón. Sin contestarle, me doy media vuelta y
salgo a grandes zancadas sin esperarla. ¿Por qué ha tenido
que ser tan cruel? ¿Qué es lo que me molesta, si tiene
razón? Mi cerebro busca rápidamente una respuesta. ¡Sí!,
me ha molestado mucho que lo dijera en alto, en medio de
todo el esfuerzo que ha hecho Mauro, en medio de sus
ilusiones, podría habérselo ahorrado. Mi vista se fija en el
grupo de personas que tengo delante, hemos llegado de
nuevo a la playa y en el grupo puedo distinguir la figura de
Mauro. Me paro en seco y la respiración se me corta al
instante. Mauro abraza un cuerpo de mujer con cariño, los
dos ríen hasta que él planta un beso cálido, suave, pero a la
vez apasionado en la cara de esa figura femenina. ¡Dios, ha
dado resultado! Sabía que Elena era la mujer adecuada para
Mauro.
–¿Estás bien?
Un acento argentino me saca de mis pensamientos. Me
giro y veo a Siro junto a mí. Me quedo muda, me ha pillado
por sorpresa.
–Sí...
Vuelvo a dirigir mi vista hacia ellos, se les ve bien juntos,
felices, sus caras, sus gestos, él la acaricia la mano
mientras la sujeta, transmiten ese amor nuevo, fresco, que
comienza, esas mariposas en la tripa... y me pregunto si eso
es lo que yo sentí con Jorge. La verdad es que no encuentro
mucha similitud, lo que me hace sentirme incómoda. Es
como si sintiera celos por no haber vivido un nuevo amor
con brillo en los ojos. ¡Jorge es tan diferente!
Al momento Elena se percata de mi presencia y sale a mi
encuentro.
–¡Alba! Por fin estás aquí.
Camino hacia ella y nos fundimos en un abrazo.
–Elena, estás magnífica.
Me acurruca entre sus brazos con cariño.
–¡Qué bien que has venido! ¡Estoy tan contenta!
La separo y la agarro por los brazos para mirarla.
–Tenemos mucho de qué hablar.
–Mucho –repite abriendo mucho los ojos.
–Hola, Siro –dice mirándole con una sonrisa en la cara.
Casi se me había olvidado la presencia de Siro.
–¿Qué tal, Elena?
Siro nos coge del brazo a las dos una a cada lado y nos
unimos al grupo. Mi hermana está ya entre ellos junto a
Rubén. Sin poderlo remediar cruzamos una mirada rápida
entre nosotras.
–Bien. Tenemos que seguir trabajando un poco, así que
espero que sigáis disfrutando del hotel.
Todos se despiden, Elena y yo quedamos en llamarnos
para poder hablar a solas cuando tenga un rato. Cuando se
aleja, mi hermana se acerca a mí.
–No entiendo por qué te has puesto así. Solo estaba
elogiando el gran cambio que he visto en él.
Pasa de largo y me quedo sola en la playa. Sopla una
brisa suave y el pelo se me alborota tapándome la vista del
mar. Me siento en la hamaca más cercana y me recojo el
pelo en una coleta alta con una goma que llevo en la
muñeca. La coleta que vuelve loco a Jorge.
–¡Jorge! No lo he llamado.
Abro mi móvil y una lluvia de mensajes se descargan al
instante. El primero que abro, el de mis padres. Les contesto
contándoles que estamos bien, el segundo el largo mensaje
de Fer.

Hola, Alba. ¿Qué tal el viaje? Espero que hayáis


llegado bien tú y la loca de tu hermana. 19:33

Hoy es el primer día de trabajo y estoy eufórico.


Jorge y yo hemos comenzado a hacer las
entrevistas para completar el equipo y la verdad
estoy deseando empezar. Contéstame pronto,
que te conozco. 19:34

P.D.: Tu jefe es un tío con las ideas muy claras.


Me gusta. 19:35
Una amplia sonrisa se dibuja en mi rostro y decido
contestarle al instante o si no, no sé si tendré otra
oportunidad.
Hemos llegado perfectamente sanas y salvas.
Sabes de sobra que te contesto lo antes que
puedo. 19:36

Bien. Pienso un poco antes de escribir mi mensaje,


estoy tan contenta por él.
Me alegro mucho que estés tan entusiasmado con el trabajo.
Por favor, infórmame de todo lo que pase en la oficina. Antes
de lo que piensas estaré allí para darte el coñazo todos los días,
mañana y tarde. No sabes lo que has hecho aceptando este
trabajo. Jajaja. 19:38

19:39 P.D.: Ten cuidado con tu jefe.

Buen comienzo.
El tercer mensaje de Jorge... Ay, pobre, no le he
escrito aún. Instintivamente miro el reloj, no sé qué hora
será en España.
No te has acordado ni siquiera de enviarme un mensaje.
Solo quiero saber qué tal has llegado. 8:10

¡Dios, qué romántico! Aun así, me siento fatal. La verdad


es que no me he acordado de nadie. Soy un desastre.

Hola, Jorge, acabo de encender el móvil. Hemos llegado bien.


Ya estamos alojadas en el hotel. Estoy un poco cansada por
el cambio horario Y tú, ¿qué tal por la oficina? 19:40

Al momento me contesta, parece como si hubiera estado


pendiente del móvil.
¡Por fin! Me alegro de que estés bien. Estaba preocupado. Hoy ha
sido un día largo en la oficina. Yo también estoy un poco cansado,
no quería acostarme sin saber nada de ti. Bueno, disfruta de la boda
y te veo el martes. No olvides decirme el vuelo y la hora a la que
llegas y te recojo en el aeropuerto. 19:42

Esta vez calculo mentalmente la hora en España. ¡Las


dos menos veinte de la madrugada! Ay, pobre, aún está
despierto...
Es tardísimo, acuéstate y descansa. No hace falta que
me recojas en el aeropuerto, puedo coger un taxi. 19:42

Insisto. Iré a recogerte, sea cual sea la hora. 19:43

¡Madre mía! Es un cielo...

Está bien, te lo enviaré. Descansa, amor. 19:43

No lo olvides. Te echo de menos. 19:43

Ningún mensaje más y la verdad es que me extraña. No


sé por qué pensaba que Jesús me iba a bombardear con
mensajes para verme. Él debe saber de sobra que estoy
aquí. De repente el corazón me da un vuelco. ¿Estará
invitado a la boda? No, no creo, Jesús tiene amigos en
común con los novios, pero no se conocen directamente.
¿Qué estás haciendo ahora, Jesús? Quizás estés mirando el
móvil como yo, esperando una señal o quizás estés volando
lejos de aquí a miles de kilómetros. Este último pensamiento
me hace sentirme insegura. ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué
pienso en él? ¿Qué más da? ¡Soy una auténtica gilipollas!
Estoy a punto de levantarme y marcharme cuando una
mano se posa en mi hombro.
–Perdona, no quería molestarte.
Otra vez el acento argentino.
–Ya me iba, hasta mañana no tengo que trabajar.
Le miro interrogante.
–No me molestas...
–Elena y Mauro me han encargado que te dijera que esta
noche hay una cena informal a modo de despedida de
solteros.
–¡Oh! Vaya, claro.
–Es a las ocho, aquí en la playa, frente al club de buceo.
–Gracias. Aquí estaré.
–Bien.
Me sonríe y hace ademán de irse.
–¿Te veré esta noche?
¡Madre mía, Alba! ¿Por qué le has preguntado eso?
¡Parece que estás interesada en él!
–No tengo el privilegio... acabo de empezar aquí. Apenas
los conozco.
–Claro...
Está delante de mí, de pie. Yo estoy sentada y me siento
incómoda, así que me levanto.
–Me encanta tu acento. Supongo que te lo dirán
constantemente.
–En Argentina no...
Ambos reímos.
–Sí, claro, en Argentina pasas totalmente desapercibido.
Se hace una pausa silenciosa hasta que Siro vuelve a
hablar.
–Bueno, te veo el domingo con el flyboard.
Pongo cara de póker mientras intento inventarme una
excusa creíble.
–Creo que lo harás genial. Tienes aptitudes y no me
equivoco nunca.
Siro habla sonriéndome a la vez.
–Gracias.
¡Qué excusa tan guay, Alba, me encanta!
–Perfecto, nos vemos el domingo. Tengo que irme, me
espera la familia.
–Claro.
Me da la mano a modo de despedida y sale a grandes
zancadas hacia la orilla de la playa. Le sigo con la mirada
hasta que se acerca a un niño de unos tres años que va
corriendo hacia él. En mi cara se dibuja una sonrisa al
instante. Lo coge en brazos como si no pesara y lo gira en el
aire. El niño ríe sin parar. Después de tres vueltas lo deja en
el suelo para besar en la boca a una mujer morena de largo
pelo negro. Me quedo embelesada con la imagen y pienso si
algún día yo podré formar una familia así. Y con esta idea
me dirijo a mi habitación para ducharme y prepararme para
la cena de despedida de Fede y Estefanía.

Llevo un largo rato quieta bajo la ducha de agua caliente.


Es como una terapia, los músculos se relajan al contacto del
agua y estoy tan a gustito, que no tengo ganas de
moverme. Llevo un rato largo mirando hacia arriba, dejando
que una lluvia de gotas golpeen mi cara y sé que tengo que
salir de la ducha ya, o se me hará tarde. Unos golpes en la
puerta son mi señal para salir de una vez por todas, pero es
que se está tan bien... vuelven a sonar, esta vez más
insistentemente. Cierro el grifo con desgana y agarro la
toalla para ponerla alrededor de mi cuerpo desnudo y
mojado. Antes de llegar a la puerta vuelven los toques.
–¿Sí? –digo acercándome lo más posible.
–Soy yo, Alba, ¿puedo hablar contigo?
Espero que venga a disculparse... Abro la puerta y lo
primero que veo junto a mi cara es una flor de color naranja
con grandes pétalos moteados.
–¿No la habrás arrancado del jardín, María?
–¿Puedo pasar?
La flor se aparta y aparece ante mí la cara de mi
hermana suplicante.
–¡Claro!
Me da la flor y a continuación un abrazo.
–Juegas con ventaja, sabes que no puedo estar enfadada
contigo.
Pasamos y cierro la puerta para apoyarme en ella. Espero
una disculpa.
–Quiero que sepas que mi intención no era menospreciar
el trabajo de Mauro. ¡Todo lo contrario!
Frunzo el ceño. Eso no me vale.
–Siento no haber visto en Mauro lo que tú sí fuiste capaz
de ver, pero créeme, en ese momento era muy difícil
apreciarlo.
No le hago pasarlo mal más tiempo y le sonrío.
–Está bien. No me gusta que hablen mal de Mauro... es
un gran hombre, solo que había una faceta suya, la única
que tú veías, que no dejaba ver el resto.
–Pero tienes que admitir que era lo único que dejaba ver.
–Solamente al principio.
María se sienta en la cama pensativa.
–Crees que si yo hubiera visto todo lo que Mauro tenía
dentro antes... tú...
Me siento a su lado.
–No, María. Me costó darme cuenta, pero me enamoré de
Jesús.
–¡Dios! Qué peso de encima me he quitado. No soportaría
pensar que lo pasaste tan mal por hacerme caso estando
equivocada.
–Hiciste lo que tenías que hacer. No le des más vueltas.
Sabes lo cabezota que soy, si me hubiera enamorado de
Mauro, nada ni nadie me habría parado.
–Ya... lo sé.
Le cojo una mano y automáticamente ella me mira.
–Aún no te has preparado –le digo extrañada.
María echa todo el aire que tiene en los pulmones por la
nariz.
–No podía. He empezado a dar vueltas por la habitación
mientras Rubén se afeitaba hablando sola en alto, hasta que
ha venido y me ha echado a patadas diciéndome que no
volviera hasta que lo solucionara contigo.
Me da la risa, me imagino a Rubén con la cara llena de
espuma blanca de afeitar y mirando a María histérica.
–Ya puedes agarrarle bien, porque no vas a encontrar a
otro que te aguante como él.
–Muy graciosa... ¡Oye! ¿Qué te has traído para la
despedida?
Encojo los hombros.
–¿Un bañador valdrá?
–¿Qué dices? ¿Estás loca? Hay que ir arreglada, pero a la
vez adecuada para estar en la playa.
–Me he traído muy poca cosa. No sabía que habría una
despedida de solteros.
–Se me está ocurriendo una idea.
Mi hermana se levanta como un resorte y tira de mi
mano.
–Vamos a la tienda de vestidos de novia, seguro que
encontramos algo adecuado.
Y sin dejarme contestar abre la puerta sin soltarme.
–¿Te importa si me pongo algo?
Ella mira mi toalla y me suelta la mano con una
carcajada.
–Te espero.

¡Dios mío! La tienda es espectacular. Me imaginaba una


tienda al uso, normal, pero no, Mauro lo tenía que hacer a lo
grande. Esto es inmenso. ¡El paraíso de las novias! Mi
hermana da varias palmadas al aire y sale disparada hacia
la única sección de vestidos que no son blancos. La sigo
fijándome en cada detalle. Grandes lámparas de cristal
cuelgan de los altos techos. Hay tres dependientas, dos de
ellas están atendiendo a una novia que se está probando un
vestido precioso. Las tres mujeres que han venido a
acompañarla están sentadas en un largo sofá chéster en
color crema frente a una plataforma redonda. Me quedo
observándolas. La novia camina con una sonrisa enorme en
su cara. Creo que el vestido que lleva le debe encantar. La
conversación se para y las tres mujeres plantan sus miradas
en ella que, con sumo cuidado, sube a la plataforma para
mirarse en el gran espejo.
–¡Dios mío! ¡Este sí!
Comienza a gritar de alegría, pero sus acompañantes no
están tan contentas.
–A mí no me gusta.
–Estás un poco rara.
–Creo que no es tu estilo.
¡Pero qué dicen! Está preciosa. La cara de la novia es un
poema. Lleva un vestido blanco inmaculado en raso, con los
hombros al aire y pedrería que comienza en la cintura y va
girando hacia abajo en espiral por la falda evasé. No puedo
evitarlo y antes de que hablen las dependientas me acerco
a ella y comienzo a girar en torno a la plataforma sin
quitarle ojo a su vestido. Sé que todas me miran y no sé por
qué estoy haciendo esto, pero ya no puedo pararlo. Tengo
que acabarlo como sea.
–Me encanta este vestido porque es simple. Es tan simple
que hace que sea muy…
Hago hincapié en la palabra.
–… muy elegante. Resalta tus hombros, alarga tu figura
por el talle, ajustando, pero sin llegar a insinuar nada y
tiene ese aire grandioso en la falda con la pedrería justa. Es
como un traje de noche, pero en blanco. ¡Es perfecto para
ti! No lo dudes. El color resalta tu tono de piel y al ser tan
simple admite accesorios, pendientes de pedrería, o un
collar...
La chica y las tres mujeres junto con las dos
dependientas y mi hermana me miran sin pestañear. No sé
si he metido la pata. ¡No sé! Últimamente tengo muchos
impulsos...
–¿Podrían traer un collar...?
Una de las mujeres habla al fin.
–Por supuesto.
Y una de las dependientas sale rauda y no tarda, gracias
a Dios, ni tres segundos. Trae en sus manos un estuche
grande abierto con un collar precioso. Es tipo gargantilla y
lleva cristales de Swarovski. La segunda dependienta lo
coge con cuidado y se lo coloca. Cuando se mira al espejo
otra de las mujeres pega un pequeño grito ahogado.
–¡Estás increíble! –dice en un hilo de voz.
–Madre mía... te queda fenomenal... no tengo palabras –
dice la tercera. Y es verdad, no me he equivocado, el
conjunto gana un montón. La novia me mira con lágrimas
en los ojos, baja de la tarima y me abraza. Sé que es un
momento tan emocionante... y la abrazo con ganas.
–Gracias.
–Me ha salido solo... no me des las gracias.
Ella se da la vuelta y corre a abrazarse con las tres
mujeres que comienzan a hablar sin parar, así que con la
sensación de hacer las cosas bien, agarro a mi hermana y
nos colamos junto a los vestidos de colores.
–Qué pasa, ¿ahora eres estilista?
–No lo descarto. Me ha gustado la experiencia.
Comenzamos a mirar vestidos sin parar de hablar, que si
este no, es muy soso, que si este es demasiado, mira este
qué tal... hasta que veo “el vestido” estas cosas son así.
Cuando ves el adecuado lo sabes. Es un vestido con
vertiginoso escote en pico sin mangas, ceñido en la parte de
arriba y falda vaporosa por encima de la rodilla. Es de color
crudo y lo que le hace tan especial es un ancho fajín
drapeado en tela dorada que ajusta la cintura.
–Ese modelo queda muy bien, pero no es para recatadas.
Escucho la voz de la dependienta a mi espalda.
–Sí, es justo lo que necesito.
Son las ocho en punto. Estoy lista y este vestido me hace
sentirme poderosa. No he podido ponerme sujetador ya que
el escote me llega hasta justo el ombligo. Debo tener
cuidado ya que un pequeño despiste... y de glamurosa
puedo pasar a putón verbenero. Bueno, ya me lo dijo la
dependienta, este vestido es para arriesgadas como yo. Me
he peinado con coleta alta y llevo unas sandalias de tiras
doradas a juego con el fajín como no podía ser de otro
modo.
Salgo de la habitación y cierro la puerta tras de mí.
–¡Alba!
Me giro de inmediato.
–Justo iba a buscarte...
Viene con la lengua fuera.
–¡Elena! ¿Has venido corriendo con esos tacones? ¡Estás
impresionante!
–Quería que habláramos ahora por que no sé si tendré
otra oportunidad y tenía tantas ganas. Estaba deseando que
habláramos a solas.
–¡Claro! Yo también tenía ganas de verte y que me
contaras de primera mano todo con pelos y señales.
Se cuelga de mi brazo y caminamos juntas rumbo a la
playa.
–¿Sabes? Tenías razón, Alba.
Sonrío para mis adentros.
–Al principio cuando empezamos con el proyecto,
pasábamos mucho tiempo juntos, había que planificar
tantas cosas... el tiempo se me pasaba volando y casi no
podía pensar en nada más. Estábamos sumergidos en el
trabajo y aunque yo notaba que había química...
–Por eso aposté por ti –la interrumpo–. Por eso y porque
eres muy parecida a mí –prosigo–. ¿Pero seguiste mi
consejo?
–Por supuesto. Cada día me daba cuenta de la gran
persona que es Mauro, de todo lo que había cambiado. Toda
su fama era historia. No me lo podía creer.
Mientras me habla asiento con la cabeza.
–Se desvive por la gente que hay a su alrededor, todo le
interesa, todo le importa. Pregunta a sus trabajadores por
todo lo que les pasa y si puede ayudar, lo hace. La verdad
es que ha conseguido que toda la gente que trabaja en el
hotel seamos una gran familia y eso es muy difícil. En todo
este tiempo no he podido ver ni una sola mirada hacia
alguna clienta o compañera, ni un solo desliz, ni que se
haya escabullido... nada. Solo trabajo y trabajo. Por eso
incluso llegué a desanimarme, es como si no le interesaran
las mujeres, ese tipo de hombre que vive por y para el
trabajo.
–Bueno, alguna miradita cruzaría contigo, ¿no?
La miro extrañada, Mauro es un hombre, no un santo.
Ella se para en seco.
–Bueno, sí y no. Cómo explicarlo, de repente un día me
sonreía sin venir a cuento, comíamos juntos, me
acompañaba hasta la habitación... pero no pasaba de ahí.
Era como el típico compañero inseparable que sabes que
nunca va a dejar de ser eso, tu mejor amigo en el trabajo.
Al momento Carlos se viene a mi mente y me doy cuenta
de que no sé nada de él desde que salí de Madrid.
Recordatorio: llamarle o escribirle.
–Sí, creo que puedo saber cómo te sentías.
Me mira extrañada.
–Me tienes que contar ese capítulo...
–Lo haré, pero en otro momento. Continúa, por favor.
Reanudamos la marcha y con ella la conversación.
–Seguí tu consejo y un día le invité a dar una vuelta por
Santo Domingo. Fue un día muy estresante, hubo varios
problemas con el aparejador y los albañiles y aceptó
encantado. Me sorprendió lo fácil que fue. Así que cogimos
su quad y pasamos la tarde paseando por el malecón. Le
invité a un helado y nos lo tomamos subidos en un muro
junto a la playa y por una tontería surgió.
Llegamos a la arena y ahora soy yo la que me paro en
seco.
–¿Qué clase de tontería...?
Elena duda. Me mira nerviosa.
–No sé si debería contarte tantos detalles...
–¿Por qué lo dices?
–Por tus sentimientos hacia Mauro.
Me siento en un pequeño poyete con una mueca de
incredulidad en la cara mientras me desabrocho las
sandalias. Elena hace lo mismo con sus zapatos de tacón.
–¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Elegí a Jesús. No
hay nada más. Me enamoré locamente de Jesús contra todo
pronóstico. Al principio Mauro era algo increíble,
inalcanzable y cuando se fijó en mí, cuando me hizo caso...
fue como estar en una nube. ¡Oh, Dios! El tío bueno
macizorro, el hombre más impresionante que jamás he visto
en mi vida y jamás veré otro igual, se fijaba en mí, ¡en mí!
El cuerpo me temblaba a su lado, el corazón me iba a cien
por hora, era una oleada de sentimientos que me invadían y
no me dejaban respirar, pero, aun así, Jesús, no me
preguntes cómo, consiguió superar todo eso, consiguió que
temblara en sus brazos, que el corazón me fuera a mil
cuando me cantaba una canción con la guitarra, que me
quedara sin aire cuando me miraba... consiguió que mi
mundo diera un giro de ciento ochenta grados. Consiguió lo
imposible.
Elena acerca su mano a mi cara y me aparta una lágrima.
Ni siquiera me he dado cuenta. ¿Cómo es posible que esté
llorando?
–Perdona, no quería hacerte pasar un mal rato.
Sus ojos me miran grandes y compasivos.
–Aún sientes algo por él.
Me quedo muda. No sé qué decir. Todo esto me ha pillado
por sorpresa, me sobrepasa. Cierro los ojos.
–¿Cuál fue esa tontería?
–Bueno... se me quedó un poco de helado en la comisura
de la boca y él me besó para quitármelo.
Hace una pausa con una media sonrisa al recordar el
momento.
–Una tontería.
Sonrío. Muy típico de Mauro. No sé por qué le gusta
comer de otras bocas. Bueno, sí lo sé.
–Estuve hablando con Jesús.
El giro en la conversación hace que me ponga tensa.
–Tenía que hacer algo por ti y por él. No podía quedarme
de brazos cruzados y menos después de lo que tú has
hecho por mí y por Mauro. Pensé que después del tiempo
que pasamos juntos quizás se desahogara conmigo y me
contara lo que realmente le pasaba.
Con cada palabra empiezo a temblar. Como no digo nada,
Elena continúa.
–Fui directa a su casa sin avisar porque sabía que si le
llamaba no quedaría conmigo. Cuando llamé a su puerta
tuve que convencerlo para que me abriera, pero al final
accedió.
Aunque hace una pausa no quiero interrumpirla. Quiero
que acabe cuanto antes. Sé que sus intenciones son buenas
y mi mente se niega a escuchar sus palabras, aunque mi
corazón ya ha salido trotando desbocado. Intento controlarlo
tirando de las riendas sin éxito.
–Me dejó hablar sin interrumpirme ni una sola vez. Le
eché en cara su comportamiento. Le acusé de no luchar por
lo que quería. Le dije que ese no era él y que a mí no me
engañaba. Le dije que ambos sabíamos de sobra que él
estaba enamorado de ti y cuando eché por la boca todo lo
que pensaba y ya no me quedaban argumentos, se quedó
mirándome sin decir una palabra... se levantó, abrió la
puerta y esperó a que saliera para cerrarla de nuevo y
dejarme sola en el rellano sin decir nada. ¡Nada! Me sentí
fatal.
No puedo articular palabra... tengo un nudo en el
estómago.
–No sé por qué está bloqueado, pero no creo que me
equivoque mucho si digo que está enamorado de ti. Pondría
la mano en el fuego. Cierto es que no está actuando como
es él, está muy raro, irreconocible. Antes de salir por la
puerta le dije que venías a la boda.
Dejo escapar un suspiro al aire.
–Creo que, si tiene algo que decirte, este es el momento.
Es más, creo que aún tenéis mucho de qué hablar. Tenéis
una conversación pendiente.
Me pongo de pie.
–Agradezco mucho tus esfuerzos, pero con ser rechazada
una vez tengo suficiente. No hay nada que hacer. No hay
nada que decir.
Elena hace ademán de contestarme, pero la paro
rápidamente.
–Ahora estoy bien, Elena, tengo un trabajo nuevo, una
vida muy diferente en Madrid. Creo que ninguna
conversación pendiente puede hacer cambiar nada, pero te
lo agradezco de verdad.
Su mirada felina me traspasa.
–A mí no me engañas, eres más parecida a mí de lo que
crees, aunque evidentemente esto es cosa de dos.
No la culpo, ella no sabe toda la realidad. No tiene ni idea
de la existencia de Jorge y me siento mal por no habérselo
contado, he tenido la oportunidad, pero no lo he hecho. ¿Por
qué?
–Gracias, Elena, aunque no lo creas, la suerte ya está
echada.
Miro hacia la playa, ya hay un nutrido grupo reunido junto
al club de buceo.
–Vamos, ya llegamos tarde.
Las dos nos acercamos, están prácticamente todos,
incluso gente nueva que no conozco. El evento se desarrolla
sobre una gran plataforma de madera donde se encuentra
la barbacoa con tres cocineros. Cada uno se dedica a hacer
un tipo de alimento, uno hace verduras, otro carne, y otro
marisco y pescado. A un lado una barra con otro camarero
para las bebidas, las frutas y los postres. La tarima se ha
decorado con grandes velas, macetas de flores, guirnaldas y
farolillos redondos colgantes. Junto a la plataforma, varias
hileras de camas balinesas con sus velos al viento. Aquí y
allá más velas sobre la arena, otra plataforma con un grupo
de música en directo y, por último, en una tercera
plataforma, altas mesas con luz interior en sus peanas y
taburetes para sentarse. Me encanta, todo está increíble. En
cuanto nos calzamos de nuevo, Estefanía coge mi mano y
me lleva de grupo en grupo presentándome a gente que no
conozco. A todos les cuenta que voy a ser mañana su dama
de honor y a la quinta persona que me presenta ya soy
incapaz de recordar todos los nombres... ¡Dios, soy un
desastre! Por fin la gira de presentaciones termina y puedo
acercarme a pedir algo de comer. Me apetece mucho un
poco de verduras. El cocinero no hace más que hacer
brochetas y las va dejando en bandejas. Me acerco y cojo
una. Lleva calabacín, tomate, pimiento, cebollitas,
zanahoria... ¡Mmm! Está riquísima. Doy varios pasos por la
plataforma mientras me concentro en comerme la brocheta
sin mancharme.
–¡Dios mío, Alba!
Levanto la vista y allí está mi indio, mi chorro de voz.
–Ya sé, Álex, que no debo estar muy glamurosa
devorando esta brocheta como una posesa, pero está
riquísima, no me había dado cuenta del hambre que tenía.
Alejandro se acerca sin quitarme ojo, agarra mi brocheta
la deja en una mesita sobre una servilleta de papel y hace
que gire cogiendo mi mano en alto, postura que no sé si me
conviene por aquello del escote. Doy una vuelta completa.
–Ahora si estás glamurosa. Ese vestido que llevas debió
hacerse pensando en tu cuerpo.
Automáticamente mi botón del rubor es presionado y
hace que me ponga roja como un tomate. Nunca me
acostumbraré a estas cosas.
–Gracias por el piropo.
–Sabes de sobra que es verdad. ¿No bebes nada?
–Aún no me ha dado tiempo.
Nos acercamos y dejo que me pida lo que quiera.
–Aquí tienes.
Cojo la copa, es una bebida transparente con mucho
hielo y varias uvas en el fondo. Está decorada con una flor
naranja. Estoy un poco intrigada, ¿qué será? Nos acercamos
a una mesa alta. Consigo subirme al alto taburete sin que se
ahueque mi vestido y pase a ser un putón. En fin, parece
que ya lo voy dominando. ¡Qué bien! Le pego un sorbito.
Está buenísimo.
–¿Qué es?
–Ginebra con tónica.
–¿Ginebra?
–No cualquier ginebra –apunta entusiasmado–. “Nordés”.
Asiento saboreándolo.
–¿Y las uvas?
–Es el postre.
Alejandro tamborilea nervioso en la mesa. A
continuación, le pega un sorbo a su ginebra y vuelve a
hacer música con sus dedos sobre la mesa.
–A ti te pasa algo...
Le encuentro como nervioso. Jamás he visto a Alejandro
así. Siempre ha sido un remanso de paz donde he podido
sumergirme y serenarme.
–No te lo ha dicho nadie, ¿no?
Madre mía... no, por favor, no quiero imaginarme lo que
me va a decir, pero no me da tiempo a contestarle. Una risa
provocativa por encima de la música hace que me gire.
–Por favor, no quiero que te afecte. Recuerda, mañana
hay una boda y cualquier cosa la estropearía.
Me retuerzo inquieta en mi taburete.
–No te preocupes.
Susana se acerca a nuestra mesa contoneando las
caderas. Lleva un vestido ceñido dorado y escote en uve. Se
abraza a su hermano.
–Hola, Alba.
No espera a que le conteste, de hecho, pienso que me ha
saludado porque no le quedaba otra.
–Alejandro, estás aquí muy aburrido, anda ven, te voy a
presentar a unas amigas impresionantes.
Le coge del brazo y tira de él. Alejandro se resiste un
momento.
–¿Estarás bien?
–¡Vamos!
La bruja tira de él.
Asiento con una sonrisa fingida. Él se suelta de su
hermana, coge su copa y se acerca a mí para darme un
beso en la mejilla.
–Lo siento. Enseguida vuelvo.
–Corre, no se conocen chicas impresionantes todos los
días –le susurro antes de que se gire y salga caminando
detrás de su hermana.
No la soporto... ¿por qué tiene que fastidiarlo todo? ¿Y si
aún tiene algo con Jesús y han venido juntos? Empiezo a
mirar nerviosa repasando todos los grupos de personas.
Identifico a mi hermana hablando en grupo con Rubén,
Sandra, Oscar y tres personas más que no conozco.
Identifico a Susana, imposible no fijarse en ella con un
nutrido grupo de mujeres y Alejandro, en otro grupo los
novios, Fer y Estefanía y más grupos junto a las barbacoas.
Ninguno es Jesús. El corazón se me desboca de nuevo, giro
la cabeza de un lado a otro buscando impaciente, a lo lejos
junto a una cama balinesa descubro a Elena y Mauro
hablando solos. Repaso de nuevo todos los grupos nerviosa,
después, al grupo que está tocando en directo, nada y, por
último, la línea de la playa. La recorro de cabo a rabo hasta
donde me da la vista. Nada. Entonces es cuando empiezo a
respirar tranquila de nuevo y consigo relajarme. No le han
invitado. Han invitado a Susana por ser la hermana de Álex
imagino porque ella no conoce a los novios. Ya más
tranquila decido hacer unas cuantas fotografías con mi
móvil. Me acerco a la barbacoa y tiro mi foto. Otra a los
farolillos que cuelgan, otra general. Me hago un selfi con la
playa detrás... y cuando me quedo satisfecha con el
reportaje me siento en una cama balinesa y decido escribir
a Carlos.
Hola, Carlos. Ya estoy inmersa en la fiesta de
despedida de solteros. 20:33

A continuación, le envío la foto panorámica.

Como ves, este es el panorama general.


¡No está mal! 20:34

Al momento me contesta.

¡Qué cabrona eres! Encima me lo restriegas. 20:34

No puedo evitar echar una carcajada. Y le envío la foto de


la barbacoa.
¡Lo estoy pasando putas aquí en Madrid! Y tú allí
poniéndote hasta el culo de comida. 20:35

Sigo con una amplia sonrisa en la cara y sin contestarle


nada le envío mi selfi con el mar Caribe al fondo.
¿Quieres parar ya, cabrona? Tengo los putos dientes levantando
la tarima del suelo. Quién pudiera deslizarse por ese puto escote
de infarto. ¡La hostia puta, Alba! Te has superado… 20:35

Ja, ja, ja.

¡Esa boca, Carlos! Se nota que no está Jorge cerca. 20:36

Estoy reunido con él y los nuevos chicos de la revista.


Tengo las putas tripas haciendo eco, joder. Teníamos
que haber terminado hace media hora. 20:37

Instintivamente me quito las sandalias, me levanto


mientras leo el mensaje y echo a andar hacia la orilla.

¿Qué tal con Fernando? 20:38

Parece un tío legal. A mi entender tiene que ponerse las pilas


para hacerse el puto amo de la revista, porque si no, le van a
caer unas cuantas hostias. Ya sabes, hacerse respetar. Que
pegue un puñetazo a la mesa y todo el mundo salga cagando
leches. Está verde. 20:40

Reflexiono. Tiene razón. Fer no tiene experiencia en


ningún trabajo y mucho menos en la jungla de Diro Design.
Tomo la orilla de la derecha y sigo caminando. Al momento
me llega otro mensaje de Carlos.

Le voy a enseñar unas cuantas palabritas de las mías.


Bueno, te dejo, parece que esto termina. Me piro a comer.
Me voy a poner hasta la polla de paella. 20:41

Pongo los ojos en blanco. ¡Dios! Como coja a Fernando


este me lo tuerce.

Cuidado con las almejas, no te atragantes. 20:41

Hoy es viernes, Alba, es día de atracón de almejas.


Esta noche he quedado con las chicas de recursos
humanos. Desde que cerramos el contrato de Tara
me miran con las piernas abiertas de par en par. 20:42

Vuelvo a sonreír esta vez con carcajada incluida. ¡Dios


mío! No puedo con él.

Me reitero, no te atragantes. Un beso. 20:43

Algún día tu cuerpazo caerá sobre el mío sin


condiciones y follaremos hasta decir basta.
Ja, ja, ja, ja. ¡Pásatelo bien, fea! Besos. 20:43

¡Está como una chota! Pero me encanta, me lo paso


genial con él. Es único e irrepetible. Tengo mucha suerte de
tenerlo a mi lado.
Cierro el móvil y lo guardo en mi minibolso. Miro hacia el
frente para proseguir mi camino y poco a poco me voy
alejando sin darme cuenta y decido caminar un poco más
antes de volver, me queda tiempo de luz aún, el sol no ha
llegado a la línea recta del mar, pero algo llama mi atención.
A lo lejos, junto a las casetas de colores donde los aldeanos
venden sus pinturas naif, puedo distinguir un caballo con su
jinete. Sí, un caballo blanco. ¡Es precioso! Alguien ha tenido
la buena idea de pasear junto al mar a caballo. Viene al
trote hundiendo los cascos en las olas que llegan a la orilla,
salpicando gotas sin parar. ¡Oh, me encantaría poder hacer
lo mismo! Es como... de cuento. ¡No, es de película! Sí, es
como la imagen del final feliz de una película. Continúo mi
caminar fijándome en el recorrido del precioso caballo y
cuando jinete y montura están a unos cien metros puedo
distinguir que se trata de un hombre. Un hombre moreno
vestido con una camisa blanca con las mangas subidas
hasta el codo, pantalones vaqueros azules desgastados y
los pies descalzos. Sigo caminando con la vista baja
observando mis pies mojados por las olas, imaginándome
subida a ese caballo y trotando junto al mar... ¡Me
encantaría! Cuando alzo la vista de nuevo mi caminar se
vuelve dudoso hasta que me paro. ¡Dios mío es él! Noto
cómo el cuerpo comienza a temblarme tanto que las piernas
están a punto de doblarse y dejarme anclada de rodillas en
el agua. La boca se me seca y no sé qué hacer. Por un
momento se me pasa por la cabeza dar la vuelta y salir
corriendo, pero sé de antemano que mis piernas no se
moverán, están paralizadas y él me alcanzaría enseguida.
Así que, poniéndome una mano en el pecho, decido seguir
caminando hasta su encuentro, pero como esperaba, mis
piernas apenas se mueven. Veo cómo espolea su caballo y
en apenas unos segundos lo tengo junto a mí. Estoy tan
sorprendida que me quedo mirándolo sin decir nada.
–¿Damos un paseo?
Jesús me extiende su mano.
¡Dios mío! ¡Madre mía! Sigue tan guapo como siempre...
o quizás más. ¡¡Me muero de ganas por subir a ese caballo!!
–Creo que, que debería... –tartamudeo.
Jesús coloca ambas manos en su silla de montar para
deslizarse hacia atrás y hacer un hueco. A continuación, se
agacha sobre su montura con la mano extendida.
–Vamos, te ayudo.
Por mi mente pasa de todo, un coro de angelitos
celestiales tocando la trompeta y el laúd, y cantando con
sus voces angelicales me indican que no suba. ¿Para qué?
No tengo nada que hablar con él, pero también oigo la voz
de un pequeño y rojo demonio que me indica que suba y
que disfrute del paseo. ¿Qué tiene de malo? Lentamente,
indecisa, agarro su mano y en cuanto la toco... siento esa
electricidad de nuevo que creía olvidada y que me recorre el
cuerpo entero, mientras él quita su pie descalzo del estribo.
–Pon aquí el pie. Y no te muevas, yo tiraré de ti hacia
arriba.
¡Dios, sigue tan mandón como siempre! Lo hago medio
temblando y cuando lo consigo noto cómo Jesús me eleva
hacia arriba tirando de mi mano. Paso mi pierna libre por
encima de la silla y como por arte de magia quedo sentada
delante de él.
–Muy bien... –me susurra al oído y no puedo evitar llenar
mis pulmones cogiendo aire de golpe. Estoy como un flan.
Al momento se inclina dejando caer su pecho en mi
espalda y pasa ambos brazos hacia adelante para poder
agarrar las riendas. Siento su calor al instante y creo que se
me ha olvidado respirar, así que comienzo a tomar aire sin
control, ¡Dios, Alba, contrólate! Tienes que tranquilizarte y
dominar la situación. Jesús espolea el caballo suavemente y
este comienza su andadura junto al mar. ¡Esto es mucho
mejor de lo que había imaginado! ¡Es un paseo a caballo por
la playa junto a Jesús! Avanzamos callados unos metros y
noto cómo su aroma, su único e inimitable olor a limpio, a
jabón, a recién duchado me inunda y cierro los ojos
respirando profundo para no perderme ni una sola nota de
esta deliciosa sinfonía de olores, es increíble, nadie huele
igual que él. ¡Es su olor! Ese olor que me nublaron los
sentidos desde el primer día que le conocí.
–Debes relajarte, acompañar el movimiento del caballo.
–Estoy bien, gracias.
–No, Alba...
¡Guau! Escuchar mi nombre en sus labios hace que me
estremezca y noto cómo se me pone la piel de gallina sin
poder remediarlo.
–Si sigues así acabarás con dolor de cuello.
Intento hacerle caso, la verdad es que voy tiesa como un
palo.
–Mucho mejor... –me susurra–. Ahora coge las riendas.
Sus manos tocan de nuevo las mías y me pasa las
correas. Las agarro con fuerza, madre mía nunca he
conducido un caballo. ¿Se dice así? No tengo ni idea. ¡Arrrg!
Al soltar las correas sus manos pasan a mi cintura y creo
que así no podré nunca relajarme, realmente estoy a la
defensiva. Al momento soy consciente de que estamos
llegando a la fiesta de despedida. ¡Debo bajarme de este
caballo! ¡No pueden verme montando a caballo con Jesús
como si tal cosa! ¡Ay, madre, ahora qué hago!
Jesús tira de las riendas y el caballo se detiene al
momento. Desde aquí puedo ver la fiesta, sus farolillos
encendidos y escuchar la música en directo.
–¿Prefieres caminar?
Me sigue leyendo el pensamiento... Asiento con la cabeza
incapaz de articular palabra. Él desciende del caballo
primero y con un solo movimiento cae sobre la fina arena.
–Te toca.
Alza ambos brazos hacia mí y dejo que me atrape por la
cintura.
–Apóyate en el estribo y pasa la otra pierna por encima
del caballo.
Hago lo que me dice sin pensarlo dos veces y él hace el
resto depositándome suavemente en la arena. Nos
quedamos mirándonos, no sé si esto es una despedida o
qué...
–Te acompaño.
Coge las riendas del caballo y este comienza a seguirnos
mientras avanzamos hacia la fiesta. El corazón se me
acelera por momentos. Los primeros que nos ven son Mauro
y Elena.
–¡Alba!
Elena nos mira como si no se creyera lo que está viendo.
–Hola –dice Jesús–. No quiero interrumpir nada, solo
quería saludar a Alba y a María.
–¡Claro! No interrumpes nada, sé bienvenido.
Mauro y Jesús estrechan sus manos para saludarse y a
continuación besa a Elena. Casi no puedo creer lo que veo.
–Gracias.
–Hace mucho que no te veía, Jesús.
Le indica Elena.
–He estado ocupado.
–Bonito caballo.
Mauro se acerca y le acaricia el lomo.
–¿Es tuyo?
–No. La verdad es que me apetecía pasear y lo he
alquilado.
–Bueno, quédate y disfruta de la fiesta.
Mauro le invita con una sonrisa en los labios.
–Muchas gracias por la invitación, pero solo me quedaré
el tiempo necesario para saludar.
–Como prefieras.
–Dejaré el caballo en esas palmeras para no molestar.
–Perfecto. No hay problema.
Vuelven a estrecharse las manos y nos alejamos hacia las
palmeras.
–Marengo, pórtate bien.
Jesús acaricia el hocico del caballo que se queda quieto
como escuchándolo.
–¡Marengo es un color! Un gris oscuro.
No lo entiendo porque el caballo es blanco, muy blanco.
Me mira mientras lo ata al tronco de la palmera más
cercana.
–Marengo era el nombre de uno de los caballos de
Napoleón Bonaparte. Era de raza árabe y fue traído desde
Egipto expresamente para el general.
–Interesante.
¿Cómo sabrá todo eso? El caballo no es suyo.
–Vamos.
Lo dejamos atrás y caminamos hacia el grupo de Rubén.
Él y María están charlando con un puñado de personas
desconocidas para mí, cómo no, haciendo amistades
nuevas. No lo puede evitar. Suspiro mientras nos
acercamos, pero una voz chirriante nos detiene en seco.
–¡Jesús! Has venido...
Detrás de nosotros aparece la serpenteante figura de
Susana con su estrecho vestido dorado. Jesús la mira sin
contestar, pero ella no se corta un pelo y lo abraza y besa
muy cerca de la comisura de la boca aposta para que yo lo
vea, y sí, sí, consigue enfadarme. No, enfadarme no es la
palabra adecuada, consigue ponerme a cien, pero intento
que no se me note. Dirijo mi mirada hacia Jesús, su reacción
es algo que no me quiero perder.
–¡Vaya! ¿Ese caballo es tuyo? Tenemos que dar una
vuelta juntos, lo pasaremos muy bien... te lo aseguro.
Su voz ronronea alrededor de Jesús mientras sus manos
acarician su cara. Él ni se inmuta, permanece quieto como
aguantando el chaparrón.
–La última vez lo pasamos bien…
Ella ciñe su curvilíneo cuerpo al de Jesús insinuantemente
y acerca sus labios a los suyos. ¡Dios, no la soporto!
–¡Déjame!
Su reacción rotunda me asusta, me pilla por sorpresa al
igual que a ella, que se retira lentamente antes de poder
besarle.
–No sé por qué te empeñas con esta zorra asquerosa, si
luego siempre vuelves a mí.
Camina alejándose y contoneándose mientras se aparta
de nosotros. Al escuchar sus palabras, Jesús salta hacia ella
lleno de ira y tengo el tiempo justo de agarrarlo y retenerle.
–¡Déjalo!
Su respiración se hace evidente y veo su cara agarrotada
con los labios apretados intentando sosegarse.
–¡Vámonos, salgamos de aquí!
Le cojo del brazo y me cuesta tirar de él y aunque
consigo que avance hacia Marengo, su mirada sigue puesta
en Susana. Es como si no pudiera dejar de mirarla. Como si
anotara mentalmente todo lo que ha pasado para no
olvidarlo y tenerlo presente algún día. Es una mirada de
odio. Desato el caballo lo más rápido que puedo y tiro de las
riendas en dirección a la orilla.
–Lo siento –dice cabizbajo y algo más calmado.
–Tú no tienes la culpa. Olvídalo, Jesús. Ya no puede
hacerme daño.
Miento. Me mira pensativo y contrariado.
–Es lo único que ha hecho.
–No hablemos de ella. No merece la pena.
–Está bien. ¿Nos sentamos allí?
Señala la última cama balinesa de la playa del Hotel San
Mauro. Está muy retirada junto a unas palmeras.
–Claro.
Amarramos a Marengo y Jesús se sienta en la cama. Me
quedo mirándolo, parece mentira que esté aquí y ahora con
él, los dos solos. No alargo más el momento para que no se
haga incómodo y me siento junto a él. Ahora el sol
comienza a bañarse en el horizonte marino.
–No me cansaré nunca de ver estos atardeceres.
–¿En Madrid no hay atardeceres bonitos? –pregunta.
–Sí, por supuesto. Uno de los que más me gusta es el
atardecer desde el Templo de Debod.
–A mí me gusta el atardecer desde el Mulhacén con toda
la sierra nevada a tus pies.
Hace una pausa para rescatar sus recuerdos.
–¿Sabes? A veces echo de menos el frío. Ponerte jerséis
gordos, abrigos... no sé, sentir las manos frías y el aliento
helado al hablar.
–Acabo de venir de todo eso y te puedo asegurar que un
par de días así y echarías de menos esto.
–Te recuerdo que soy sevillano y la nieve es como una
pasión. No estamos acostumbrados.
Se tumba en la cama apoyando su cabeza en su brazo
izquierdo.
–Ven aquí.
¡Dios! La línea de bello... está ahí. ¡Sigue ahí! Sale de su
ombligo y se pierde en la cintura de sus pantalones. Madre
mía, cómo me pone... ¡No! No voy a echarme junto a él. No
puedo tentar a la suerte de esta manera, ya es demasiado
estar aquí los dos solos hablando.
–No muerdo –dice sonriendo.
–No es eso.
Me muevo incómoda.
–Te vas a perder el atardecer.
–Desde aquí también lo puedo ver.
–Por favor... –insiste.
Tiene razón. Me echaré junto a él salvando las distancias
y ya está, no pasará nada. Lo mantendré a raya. Me inclino
y me tumbo junto a él dejando espacio entre los dos. Nos
quedamos un rato observando cómo el astro rey muere
ahogado una vez más y el cielo se torna anaranjado, violeta
y azul.
–¿Te he dicho lo mucho que me gusta ese vestido?
¿Qué pretende? El vestido es la bomba, ya lo sé.
–Ese escote es impresionante, Alba, me he perdido el
atardecer mirándolo.
¡Dios, el escote! Lo había olvidado. Me tapo con las
manos rápidamente intentando cerrar el escote lo máximo
posible con la escasa tela. Seguro que me ha visto hasta el
carné de identidad. Me siento tonta, he caído en su trampa,
¡claro, él siempre va por delante!
–No era esa mi intención... no he visto nada, te lo
aseguro.
Su voz suena algo nerviosa y se gira recostándose de
lado hacia mí.
–Perdona si te ha incomodado mi comentario.
–No pasa nada.
Le quito importancia, pero por si acaso dejo los brazos
cruzados sobre el pecho. Me quedo mirando el cielo
estrellado que ha aparecido tras el ocaso.
–¿Tienes frío? Pareces helada.
Sin esperar una respuesta se quita la camisa.
–No hace falta, Jesús.
¡Dios mío, cómo está! No creo que pueda reprimirme...
de hecho pensaba que todo esto lo tenía ya superado, ¡más
que superado! Pero tenerlo aquí mismo... es otra cosa, no
nos separan miles de kilómetros sino unos escasos veinte
centímetros. ¡La cabeza me da vueltas!
Con sumo cuidado me ayuda a ponérmela.
–Ven.
Me agarra acercándome a su cuerpo desnudo y me
arropa entre sus brazos y sin darme cuenta me acurruco
agradecida apoyando mi cabeza en su pecho.
–Ha sido muy difícil localizarte.
No le veo la cara, solo le escucho entre los latidos de su
corazón.
–Puedo entender que estuvieras enfadada conmigo por
cómo ocurrió todo, pero tenía que hacerlo.
Me separo un poco para mirarle a los ojos. Esos ojos que
tantas veces he mirado embelesada, de un verde increíble
en los cuales me sumerjo intentando descubrir qué es lo
que tiene que decirme. Me sostiene la mirada, como solo él
sabe hacerlo, con sinceridad, pero a la vez con cierta
dureza.
–No me enfadé... fue muy duro –aclaro.
–Necesito explicarte...
Me corta la frase en seco. Toma aire y me acaricia la cara
sin dejar de mirarme.
–Ganaste la apuesta, Alba. Ganaste con creces, estoy
enamorado de ti. Estos meses han sido una auténtica
tortura, casi me vuelvo loco.
Noto cómo su cuerpo empieza a temblar.
–Te quiero a mi lado.
Su voz es prácticamente un susurro, pero estamos tan
cerca el uno del otro que las palabras retumban con fuerza
en mi cerebro. ¿Qué dice? ¡¡No puede ser!!
–Tú me dijiste... me dijiste que había perdido... te pedí
que... que fueras sincero y me dijiste que no, que no
estabas enamorado de mí.
Mi cerebro no piensa con claridad, es una sensación
extraña como cuando te dan una mala noticia y no
reaccionas.
–Lo siento... lo siento tanto. Me equivoqué. Tenía que
haberlo arriesgado todo, pero necesitaba estar seguro. Eres
tan... importante para mí que no quería equivocarme.
Jesús comienza a entrecortar sus frases. No quiero
interrumpirle pese a que sus palabras me hacen daño y me
encantaría gritarle, pero prefiero que eche todo lo que tiene
dentro durante tanto tiempo.
–Estabas enamorada de Mauro... y ahí aparecí yo. Llegué
tarde. Tu vida, tu mente, giraba en torno a él. Mi intención
primera fue sincera, ayudarte a recuperar la alegría y poco
a poco todo se complicó. Surgió la apuesta y mi sed de ti
aumentó. No podía soportar que te fueras con él. Cada
minuto, cada segundo, cada momento que no estábamos
juntos, los pasabas con él. No podía esperar ni un segundo
para volverte a ver y olvidar que venías de estar en sus
brazos y quizás en su cama y... moría por dentro. No podía
soportarlo y aunque el tiempo se agotaba, necesitaba estar
seguro. Necesitaba saber que no le elegías a él, no porque
me lo dijeras, sino verlo con mis propios ojos. Y nada,
créeme, nada me dolió más que negar mis sentimientos
hacia ti. Era la única manera de saber si le echarías de
menos, si volverías a buscarlo, o si por el contrario
realmente me habías elegido a mí. Cuando me enteré de la
relación entre Mauro y Elena, no podía creérmelo, Alba. Fue
como si despertara de un mal sueño. Mi cuerpo y mi mente
solo pensaban en localizarte.
Se queda callado esperando mi reacción y no le
defraudo. Necesito soltar lo que llevo dentro.
–Te lo dije, Jesús, ¡¿qué más necesitabas?! Te dije que
estaba enamorada de ti.
Sin poderlo evitar mis lágrimas comienzan a resbalar por
mi cara. Me deshago de su abrazo y quedo sentada en el
borde de la cama balinesa. ¡Dios! ¡No puedo creerlo! ¡Es
increíble!
–¡Alba!
Jesús se lanza de rodillas junto a la cama. Se coloca entre
mis piernas y coge mi cara con ambas manos.
–Esta vez no, Alba, esta vez no voy a permitir que vuelva
a pasar.
Comienza a besarme la cara con dulzura, con un cariño
extremo, despacio, midiendo cada beso.
–Te quiero. Te quiero, Alba.
Lo repite una y otra vez entre beso y beso. Me dejo llevar
sin saber qué hacer. Sus palabras son como un bálsamo en
mi mente y en mi corazón. Sus besos despiertan todos mis
sentidos, es como si hubiera estado dormida, no, es como si
hubiera estado muerta. Muerta y enterrada en vida y ahora
me doy cuenta. ¡Me quiere! Sus labios se paran junto a los
míos, esperan unos segundos impacientes mientras que
respira entrecortado y finalmente los posa besándome. Los
une como si fueran uno solo, despacio, sintiendo cada
milímetro de su suave piel junto a la mía y lo recibo con
ganas. Me vuelvo loca por volver a sentirle y abro mi boca
buscándolo, le anhelo con tal intensidad que me sorprende
a mí misma. Mis manos buscan su espalda y solo el
contacto con su piel, hace que vuelva la electricidad, que
me estalle el deseo y la libido al momento. Mi cuerpo es
como una fiesta de vuelta a la vida, un cóctel de reacciones
que se suceden unas a otras, reacciona a él y solo a él, es
como si no hubiera otro en el mundo que pudiera hacerme
sentir así.
En cuanto le toco, él me abraza desesperado.
–No te dejaré escapar, esta vez no, Alba.
Me besa sin control mientras habla y nuestras
respiraciones se hacen cada vez más rápidas. Estoy a punto
de perder el control y no puedo. ¡No puedo! Mi cerebro y mi
sentido común se impone a los sentimientos de mi corazón.
–¡NO! –grito.
Le empujo bruscamente y cae sobre la arena.
–No puedo.
Las lágrimas vuelven a aflorar en mis ojos.
–No puedo –repito.
Me levanto decidida a escapar, pero el rostro de Jesús
atenaza todo mi cuerpo. No tiene absolutamente ninguna
expresión. Es como un muñeco de cera, hueco, parece sin
vida. Solo aprecio una pequeña muestra de lo contrario, una
hilera de lágrimas que se acumula en sus párpados
inferiores confiriéndole un tambaleante brillo a sus ojos. Y
se me antoja pensar que el verde mar de sus ojos acabará
derramándose por su rostro. No lo resisto más y salgo
corriendo. En mi loca carrera evito pasar por la fiesta y tomo
el primer caminito que me encuentro tras recorrer toda la
arena y no paro hasta que entro en mi habitación y cierro la
puerta tras de mí.
El teléfono suena insistentemente en medio de una clase
de natación. Nado en mi calle a braza y cada vez que saco
la cabeza del agua para coger aire y colocar los brazos oigo
ese odioso timbre. ¿Cómo puede sonar un teléfono en
medio de una piscina? Abro los ojos y me doy cuenta de que
estaba soñando. Alargo el brazo y descuelgo.
–¡Por fin, Alba!, ¿qué pasa, te has dormido? Te estás
perdiendo la clase de flyboard.
Me rasco los ojos con la mano libre. ¡Dios mío, la cabeza
me da vueltas!
–¿Qué hora es?
Mi hermana me contesta al instante.
–La una.
–Arrrg.
Estoy en el hotel... mi mente acaba ordenándose a
trompicones.
–¿No era el domingo?
–Sí, pero aquí tienen muchas ganas por ganar la apuesta
y lo han adelantado. ¡No te lo puedes perder!
Me dejo caer sobre la almohada.
–¿Alba, estás bien? Ayer te fuiste muy pronto de la fiesta.
No estoy preparada para un interrogatorio en primer
grado de mi hermana, la cabeza me va a estallar.
–Sí, es solo que estaba cansada y me dolía la cabeza. De
hecho, aún me duele.
–¡Vaya! ¿Has traído algo para tomarte?
–Descuida, me tomo algo y voy enseguida.
Cuelgo sin darle oportunidad a mi hermana de continuar
la conversación y me levanto lentamente para que el dolor
no se agudice. Entro en el baño y me siento junto al jacuzzi,
abro los grifos y espero a que se llene. Creo que un buen
baño tranquilo me vendría de perlas. Me dirijo a la mesilla
mientras escucho el agua correr y cojo mi móvil. ¡Dios mío,
tengo ocho mensajes! Y cinco llamadas perdidas. ¡No
escuché ninguna!

¡Alba, por favor, coge el teléfono! 22:40

Tenemos que hablar.22:50

Esto no puede quedar así. 22:51


Necesito que me cuentes, ¿¿por qué?? 22:55
Sé que he sido un gilipollas, pero,
por favor, dime algo... 23:07

Coge el teléfono... por favor... 23:16


Lo siento... lo siento mucho. 23:22
Te pido perdón. Daría lo que fuera por hablar
contigo cinco minutos... mi sirena... 23:38

Las cinco llamadas son de él. Aún llevo su camisa puesta,


me la quito y la huelo. Huele tan bien, huele a él, a jabón
limpio. Me desnudo del todo y me sumerjo en el baño. ¿Por
qué hiciste algo así, Jesús? No lo entiendo. Es... algo que...
no puedo comprender. Me enseñaste tu filosofía de la vida,
me repetiste hasta la saciedad que cuando quieres algo vas
a por ello. ¿Por qué si estabas tan enamorado no fuiste a
por mí? Escogiste el peor camino. ¡No lo entiendo! ¡Joder,
Jesús! Todo podría haber sido tan distinto. Lo pasé tan mal...
me rechazaste con todas las letras. ¿Qué pretendes ahora?
Reflexiono sin parar sobre este sinsentido y finalmente
decido que debemos hablar. Todo esto me sobrepasa, debo
hablar con él, necesita una explicación. Cojo el móvil y
respondo a sus mensajes.

Te espero a las dos en recepción. 11:50

En media hora estoy en la playa admirando la pericia de


Rubén mientras se coloca todos los artefactos que lleva el
flyboard.
–¡Alba! Por fin. Llegas justo a tiempo.
María está junto a una mesa vestida completamente y
preparada con una hamburguesa que tiene muy buena
pinta.
–¿La hamburguesa picante?
Me coloco junto a ella.
–¡Sí! Mauro acaba de hacer la prueba. Ha durado
cuarenta y dos segundos... No creo que Rubén lo supere.
–Bueno, los dos son grandes deportistas.
Hago una pausa y mi atención se centra en mi hermana
que no le quita ojo a Rubén.
–He quedado con Jesús para hablar.
–¿Quééé?
Mis palabras logran atraer toda la atención de mi
hermana por unos segundos.
–Anoche me lo encontré por la playa.
–¡Alba!
–¡Vamos, Rubén! –grito para distraer a mi hermana y que
no comience una discusión conmigo.
Surte efecto porque deja de mirarme con su cara de
preocupación.
–¡Rubén, tú puedes! –grita para animarle.
Rubén le contesta con un pulgar hacia arriba.
–Ayer me confesó que está enamorado de mí.
Me sorprende a mí misma mi propia tranquilidad al decir
la frase. Esta bomba hace que la cara de preocupación de
María vuelva.
–Esto es... ¡Lo sabía! ¡Alba, te lo dije!
–Ya sube. Te lo vas a perder.
María vuelve su atención hacia Rubén y se acerca a Siro.
Rubén comienza a accionar las dos palancas que lleva en
cada mano y comienza su ascenso, lento pero seguro. Sube
hacia arriba en línea recta con los pies metidos en unas
botas fijadas a una plataforma, de ella sale un gran tubo
flexible que está unido a una moto acuática que es la que
alimenta y propulsa el flyboard.
–¿Cuánto lleva? –le pregunta nerviosa.
–Quince segundos –contesta Siro con paciencia.
La cara de Rubén es de auténtico gozo, se le ve que
disfruta con el momento, pero poco a poco va perdiendo el
equilibrio y su cabeza y cuerpo comienzan a inclinarse hacia
adelante para, al final, caer casi de cabeza al agua.
–¡Cuarenta segundos! –grita Siro entusiasmado.
–Ay, pobre...
Me sale del alma.
–¡He ganado!
Una carcajada inmensa me llega desde atrás. Es Mauro
con los brazos en alto, sale corriendo hacia mí y me abraza
alzándome por los aires.
–¡He ganado por dos segundos!
Me sujeto a su escultural cuerpo recordando viejos
tiempos y riéndome a carcajadas con él. Finalmente me deja
en la arena y me mira orgulloso. ¡Me encanta que seamos
tan buenos amigos!
–Enhorabuena –le felicito con los ojos brillantes de
emoción.
–Odio esas hamburguesas picantes, lo malo es que a
Rubén tampoco le emocionan.
–Pues tiene muy buena pinta así a primera vista.
Me agarra las manos.
–¿Hablaste con Jesús ayer?
No quiero hablar mucho de este tema porque es algo que
no puedo controlar, así que me limito a hacer una mueca
con la cara.
–Lo entiendo. Si quieres consejo o simplemente hablar,
aquí estoy.
–Aún nos quedan cosas pendientes.
–Si quieres mi opinión, creo que se merece saber la
verdad.
Asiento con la cabeza.
–Lo sé.
–Mauro, una apuesta es una apuesta.
Rubén, María, Oscar y Siro se acercan a nosotros.
–Estoy deseando ver esa cara arrugada mientras
muerdes esa hamburguesa.
Todos salen juntos hablando entre risas hacia la mesa
menos mi hermana.
–¿Qué vas a hacer? –dice preocupada.
–Aún no sabe que estoy saliendo con alguien.
María frunce el ceño como si no entendiera la situación.
–Para mí está más que claro, no sé qué más tienes que
hablar con él. Con quien deberías hablar es con Jorge.
Me quedo atónita con sus palabras.
–¿Me estás diciendo que me olvide de mi relación? ¿Que
pase de Jorge?
–Exacto.
–¡No puedo hacer eso, María! Jesús tuvo su oportunidad y
me descartó. Me hizo mucho daño, tú lo sabes. Yo quiero a
Jorge.
María cruza los brazos sobre el pecho a modo defensivo
nada más escuchar mi última afirmación.
–¿Seguro?
Frunce el ceño y sale disparada hacia el grupo que se
arremolina en torno a la mesa. Me quedo un momento
mirándolos, todos sonrientes y felices. Ojeo el reloj del
móvil. Son las dos menos cinco, debo irme. Ni rastro de
Jesús, ningún mensaje, ninguna llamada... espero que
venga... Sí, vendrá.
Llego a recepción y repaso el gran salón con la mirada. Ni
rastro, así que decido salir y allí subido a su moto embutido
en un mono negro de cuero con aplicaciones plateadas y un
casco a juego, está él, o eso creo porque no veo ni un
centímetro de su piel. Parece una foto de competición. Me
acerco despacio.
–Sube –me ordena tajante sin mover ni un músculo.
Dudo un momento, no quiero alejarme del hotel, esta
tarde es la boda y tengo poco tiempo.
–¡Sube! –repite un poco más apremiante.
Subo fácilmente, no he olvidado cómo hacerlo. Me apoyo
en la palanca, paso mi pierna por encima del asiento y
quedo en posición. Nada más hacerlo quedo encajada
detrás del cuerpo de Jesús. Es una sensación única que me
gustaría repetir a menudo, pero sé que no será posible.
Jesús me pasa un casco idéntico al suyo, espera a que me lo
coloque y en cuanto estoy preparada, hace rugir la moto
dos veces hasta que me agarro a su cintura, nada más
hacerlo acelera y salimos disparados. La inercia hace que
me agarre con fuerza a su cuerpo para no salir volando. La
sensación es increíble, de absoluta libertad, no me bajaría
de esta moto por nada del mundo, puedo sentir su poder a
través de Jesús y de su forma de conducir. Respiro hondo
mientras todo pasa a mi alrededor a gran velocidad y me
siento poderosa. Dejamos la carretera para entrar en la
autopista y la velocidad aumenta, pero no tengo miedo,
agarro con más fuerza el torso de Jesús y mis piernas se
cierran en torno a sus caderas, es como si tuviera la
necesidad de protegerle arropándole con mi cuerpo y un
cosquilleo recorre mi espina dorsal de cabo a rabo. Ahora,
subida en la moto con el viento golpeándonos y sintiendo su
cuerpo pegado al mío, me da igual donde me lleve... y sé
muy dentro de mí, aunque lo quiera negar, que aún siento
algo por este increíble hombre.
En un tiempo récord entramos en el garaje de su casa,
aparcamos en la plaza y nos bajamos de la moto. Jesús se
quita el casco por fin y se alborota el pelo con sus manos.
Cuando entramos en el ascensor, ni siquiera me mira. No
dice nada, se queda apoyado en la pared del ascensor con
la mirada fija en la puerta de salida, como si fuéramos dos
desconocidos en un ascensor. Cuando se abre, sale
disparado sin esperarme hasta la puerta de su apartamento.
Busca las llaves en el bolsillo del pecho de su mono y abre
la puerta, esta vez sí me cede el paso. Entro y solo ver su
casa me hace estremecer y aguanto las ganas de llorar con
todas mis fuerzas. Todo sigue igual, tal y como lo recordaba,
es una sensación rara de impotencia, me había imaginado
tantas veces este salón pensando qué estaría haciendo...
–Ponte cómoda, por favor.
La mesa está puesta para dos.
–No puedo quedarme mucho, esta tarde es la boda.
–Lo sé.
Agarra la cremallera de su mono y la baja despacio,
desde el pecho hasta las ingles. Me siento lentamente en la
silla más cercana a mí sin poder apartar la vista de sus
manos. A continuación, saca los brazos de las mangas y por
último las piernas. Lleva sus vaqueros azules desgastados,
esos que le quedan tan bien porque ya tienen su forma.
También lleva una camiseta blanca que se quita tirando de
la parte de atrás y la mete en la lavadora directamente.
Abre el horno y el olor lo inunda todo. ¡Dios! ¿Por qué me
haces esto, Jesús? ¡Un hombre en vaqueros es lo más sexy
del mundo!
–Te he cocinado una pizza.
La cara se me ilumina, huele tan bien... y no puedo
reprimir un aplauso.
–Tengo mucha hambre.
Jesús la deposita en la mesa y se sienta. Cojo el cortador
de pizza, no puedo esperar.
–Ten cuidado, quema.
–¿Por eso corrías tanto? ¿Para que no se te quemara?
–No, corría tanto para no perder ni un segundo a tu lado.
Sonrío y cojo una porción y se la acerco, él la toma y la
deposita en mi plato.
–Las damas primero.
Sonrío de nuevo. Siempre tan educado... tomo otra
porción y repito el gesto. Esta vez provoca que nuestras
manos se rocen y me estremezco al instante. Me llevo mi
porción a la boca y él hace lo mismo sin quitarme ojo. Su
mirada me traspasa. ¡Madre mía! Esos ojos me vuelven
loca. Muerdo y él imita mi gesto.
–¡Mmm! Está deliciosa. Tal y como la recordaba.
Cuando doy mi veredicto sobre la pizza, él comienza a
masticar.
–Tienes que enseñarme... quiero saber hacer estas pizzas
tan ricas.
–Tengo toda la vida para enseñarte... si quieres –agrega.
Tomo aire, no sé cómo ni cuándo, pero tiene que saber
que estoy con otro hombre y solo de pensarlo me
estremezco, porque no sé cómo va a reaccionar. No tengo ni
idea de cómo decírselo.
–¿Cerveza? –me pregunta solícito.
–¡Por favor!
Extiendo mi vaso hacia él y me lo llena dejando una fina
línea de espuma en el borde.
–Por nosotros –dice levantando su vaso de cerveza.
Dejo el vaso en la mesa como si me pesara, me pesa
tanto que no puedo ni levantarlo. Jesús se levanta
bruscamente de la silla, toma mi mano y me conduce
directamente hacia su terraza. Es una reacción muy rápida.
Me sienta en una hamaca y se sienta junto a mí en el suelo.
–Alba...
Sus ojos me miran cautelosos, aún tiene mi mano entre
las suyas y la acaricia sin cesar.
–He sido un estúpido, aún no sé cómo he podido actuar
así. Tenía miedo de perderte como me ocurrió con Silvia...
desde aquello me he cerrado en banda al amor. Me prometí
a mí mismo que nada ni nadie volverían a hacerme daño,
me prometí no volver a enamorarme, ni siquiera Elena lo
consiguió y acabó alejándose de mí. He hecho muchas
gilipolleces, pero esta es la mayor de todas... te dejé
escapar cuando tendría que haberte agarrado fuerte. ¡Lo
siento! Necesitaba estar seguro cuando ya no hacía falta...
Sus palabras se paran de golpe. Tengo el corazón en un
puño, me parece increíble lo que me está contando, pero
ahora lo entiendo todo, tiene sentido y encaja con él. Encaja
con todo lo que sé de él, con su forma de ser, de pensar...
con su método. Tomo aire para evitar caer en el abismo.
–Necesito saber si aún sientes algo por mí.
Su mirada es dura. Es como si se hubiera preparado
concienzudamente para este momento. Vuelvo a tomar aire,
no sé cómo decir esto...
–Hay alguien esperándome en España...
Sus ojos se agrandan, no se espera mis palabras y puedo
ver cómo su ira interior florece hacia afuera.
–Qué...
Apenas le oigo y me extraña mucho su reacción. No sé
qué hacer... ¡Dios!
–Me despreciaste de tal manera que para mí fue... muy
duro. ¡Estaba locamente enamorada de ti! Me fui sin nada,
derrotada...
Las lágrimas comienzan a aflorar por mis ojos y
lentamente empiezan a correr por mi rostro como un baile
descompasado.
–Me rompiste el corazón, Jesús...
–¿Quién es él?
¡No me está escuchando!
–Eso da igual...
Se levanta como un resorte y corre hasta la barandilla, el
corazón me salta a la garganta de golpe. Se agarra con
fuerza al cristal y puedo ver cómo se le tensan los músculos
de la espalda. Está completamente en tensión y ahogo un
grito.
–¡¡¡NOOO!!! –grita con todas sus fuerzas escupiendo la
palabra como si vomitara desde la terraza–. ¿Por qué, Alba?
Se vuelve, tiene la cara roja, los ojos apretados y el ceño
fruncido.
–¿Por qué no cogiste mis llamadas? ¡Dios! He sido un
gilipollas... esto era justo lo que no quería... no tenía que
haber pasado...
Poco a poco se deja caer hasta quedar en cuclillas con la
espalda apoyada en el cristal de la barandilla.
Estoy llorando a mares y no puedo más.
–Lo siento mucho, Jesús –digo entre sollozos–. Ojalá no
hubiera pasado nada de esto.
Me levanto y salgo de la terraza, cojo mi bolso y agarro el
pomo de la puerta de salida para irme, pero antes hecho
una mirada hacia atrás. Sigue en la misma postura con la
cabeza escondida entre los brazos. Sé que está llorando en
silencio, su cuerpo se agita en pequeñas convulsiones y sin
pensarlo dos veces, abro la puerta y salgo corriendo, tengo
tantas ganas de huir que no soy capaz de esperar el
ascensor, bajo corriendo escaleras abajo tan deprisa que me
caigo en dos ocasiones y cuando por fin salgo a la calle
estoy mareada. Un taxi pasa junto a mí y logro pararlo.
Durante el largo camino no cruzo ni una sola palabra con el
conductor que me mira de vez en cuando de reojo por el
espejo retrovisor. Me paso el camino entero llorando sin
consuelo soltando todo lo que tenía dentro. ¿Cómo hemos
podido llegar a esta situación? Tenía que decirle la verdad.
Su declaración de amor lo cambia todo en mi vida, en mi
ser, en el fondo de mi mente... pero no puedo hacer nada...
¡O sí! Quizás tendría que haber seguido el consejo de María
y dejarme llevar, volver a sus brazos, a su mundo... habría
sido tan fácil... pero lo cierto es que no puedo ignorar la vida
que tanto esfuerzo me ha costado crear en Madrid. Salir del
pozo en el que estaba... Jorge no se merece algo así. Ahora
que sabe la verdad ya no hay marcha atrás, Jesús jamás me
aceptaría, pasaría lo mismo que con Mauro, no estaría
seguro de mi amor por él. Todo está ya dicho. Ahora solo
puedo avanzar hacia adelante. Pero un dolor en el pecho no
me deja respirar. Verlo así... ha sido demasiado. El taxi para
en una calle muy concurrida.
–Hemos llegado.
Me limpio las lágrimas de la cara.
–Por favor, espéreme aquí.
Me bajo del taxi y entro en el local de enfrente, una
agencia de viajes, dispuesta a cambiar mi billete de avión
cueste lo que cueste, no puedo estar aquí en esta isla ni un
minuto más.
En tres cuartos de hora estoy en el hotel, tengo un billete
para Madrid que sale a las siete de la tarde. Me ducho, me
pongo el vestido de madrina y hago lo que puedo con el
maquillaje. Me dispongo a hacer la maleta a toda prisa, pero
encuentro la camisa de Jesús, con sumo cuidado la doblo y
la guardo dentro de una bolsa de plástico colocándola de tal
forma en la maleta para que no se arrugue. Quiero que
conserve ese olor. En poco tiempo consigo llegar corriendo a
la playa con los zapatos en la mano. Me calzo antes de subir
a la plataforma. Tengo el corazón a tope y no puedo ni
pensar.
–¡Alba, por fin!
Sandra comienza a hablarme, pero ni la oigo. Me dejo
llevar de su brazo por el pasillo central hasta el altar.
–Tienes que ponerte en el lado izquierdo, aquí. Estás muy
guapa.
Me da un bonito ramo de rosas blancas, me sonríe y se
aleja para sentarse en primera fila junto a Oscar. Miro al
párroco que me saluda con la cabeza, después intento
localizar a mi hermana entre el público. Está en la segunda
fila junto a Rubén y Alejandro. Me saluda con la mano e
intento esbozar una sonrisa, aunque me sale una mueca
rara. Tengo que concentrarme, pero la imagen de Jesús
desolado vuelve una y otra vez a mi mente. Me concentro
en el altar, es precioso, dos columnas blancas adornadas
con hiedra y pequeñas flores del mismo color, de telón de
fondo el mar infinito en sus tonalidades más azules. No
puede ser más bonito. De repente me doy cuenta que, junto
a la otra columna, Fede me mira sin quitarme ojo. Está
serio, pero se le ve feliz. Me acerco indecisa hacia él.
–Estás guapísimo, Fede...
Lleva una camisa blanca con cuello mao, un chaleco en
gris claro a juego con unos pantalones de vestir. Como único
adorno un collar de pequeñas florecillas en tonos rosa
pastel.
Me da dos besos.
–Estoy muy nervioso... y feliz a la vez. Gracias por venir.
–Es un placer.
Me coloco de nuevo en mi sitio tal y como me ha indicado
Sandra, en ese momento soy consciente de la música de
fondo. La orquesta de la noche anterior toca a un lado de la
plataforma una pieza clásica. Las sillas están todas vestidas
con gasas en rosa palo del mismo color que la moqueta del
pasillo central. Entre los invitados distingo a Elena, pero no
está con Mauro, sino con Maite. ¡Maite! Las primeras notas
musicales de la marcha nupcial me sacan de mis
cavilaciones y al principio del pasillo aparecen Estefanía
colgada del brazo de Mauro. ¡Dios, están guapísimos!
Estefanía lleva un vestido palabra de honor con cintura alta
y falda de gasa hasta el suelo. Lleva el pelo ondulado sobre
los hombros. Una trenza fina le recorre la frente, nace del
lado izquierdo y va hasta el derecho a modo de diadema
donde desaparece en un pequeño centro con las mismas
flores del collar de su futuro marido. Está impresionante, ni
siquiera he reparado en su tripita. Mauro va vestido igual
que el novio, pero sin chaleco. Siempre le ha quedado
genial las camisas cuello mao y el blanco resalta su
bronceado. Los dos caminan por la alfombra rebosantes de
alegría, es un momento único, lo que hace fijarme en Fede,
tiene la mirada puesta en Estefanía y sus ojos derrochan
amor, se le han humedecido al verla. Cuando llega a
nuestra altura, Estefanía me da dos besos y le paso el ramo.
–Eres una novia preciosa –le digo.
Ella me sonríe, no puede casi ni hablar de la emoción,
después besa en la mejilla a su futuro marido entusiasmada
y se coloca junto a él. Mauro espera paciente y cuando
están colocados me besa a modo de saludo y se coloca
junto al novio. Comienza la ceremonia y la imagen de Jesús
vuelve a mi mente. No puedo dejar de pensar en él. Sé
perfectamente el dolor que siente, yo lo he sentido antes,
de hecho, aún me duele, pero las cosas no son iguales, todo
ha cambiado... ¡Dios! ¿Por qué?
–¿… quieres a esta mujer, Estefanía, como tu legítima
esposa en lo bueno y en lo malo por todos los días de tu
vida?
–Sí, la quiero.
Ambos se miran entusiasmados con las manos
entrelazadas.
–Estefanía, ¿quieres a este hombre, Federico, como tu
legítimo esposo en lo bueno y en lo malo por todos los días
de tu vida?
–Sí... le quiero.
La voz de Estefanía se quiebra, pero consigue terminar la
frase.
¿Por qué el destino ha tenido que ser tan cruel? ¿Por qué
hiciste esa gilipollez, Jesús? Comienzo a notar mis lágrimas
correr por la cara. Siento tanta rabia...
Mauro saca una cajita con los anillos y se los pasa a los
novios, después me mira sonriente. Debe pensar que lloro
de la emoción del momento.
–Estefanía, con este anillo... yo te desposo.
La voz alta y clara de Fede resuena en mis oídos mientras
introduce el anillo en el dedo anular de Estefanía. Una vez
concluido, Estefanía hace lo propio.
–Federico, con este anillo yo te desposo.
Esta vez su voz es más clara y templada, pero yo cada
vez lloro más porque la rabia crece en mi interior. El anillo
queda colocado en el dedo de Fede a la primera.
–Yo os declaro, marido y mujer. Puedes besar a la novia.
Fede la coge por la cintura y se besan apasionadamente
mientras todos aplauden y gritan, ¡vivan los novios! Mauro
se acerca a mi lado y me abraza feliz.
–Deja un poco para el baile...
Me quito las lágrimas de la cara rápidamente. ¡Tienes
que controlarte, Alba! ¡Esto es una boda, no un funeral!
–Lo siento... soy de lágrima fácil.
Una lluvia de pétalos de rosas nos rodea y la multitud se
acerca para felicitar a los recién casados entre aplausos.
Me fijo en Maite, me gustaría hablar con ella, se ha
quedado de pie rezagada esperando a que el barullo se
calme. Me dirijo hacia ella y nada más verme me sonríe.
–¡Maite!
Ella abre los brazos y me tiro en su regazo como si me
fuera en ello la vida.
–¡Alba! Qué ganas de verte.
Me acuna entre sus brazos como haría una madre.
–Yo también... Estás muy guapa siempre tan elegante,
pareces una modelo.
–Una modelo dice...
Y suelta una carcajada.
–Necesito hablar contigo... ¿Tienes un momento?
–Por supuesto, yo también quería hablar contigo. ¿Me
esperas un segundo?
–Claro.
Maite se acerca a los novios y los besa a ambos. Espero
pacientemente mientras charlan un momento hasta que por
fin vuelve a mi lado.
–Bueno, ahora empieza el cóctel. Vamos, busquemos un
sitio apartado y tranquilo.
Caminamos juntas adentrándonos en los jardines del
hotel. Junto al lago artificial se ha habilitado una zona de
carpas preciosa, ya hay algunos invitados. Maite repasa el
espacio y se decide por un sofá blanco de jardín con mesita
algo retirado. Nos sentamos juntas y un camarero nos trae
una bandeja llena de bebidas. Escojo una piña colada igual
que Maite.
–Tengo que darte las gracias por lo que hiciste antes de
irte. Sé que hablamos y dejaste sembrada una semillita,
pero tuve mis dudas de que pudiera llegar a buen puerto
porque las veces que había tenido una conversación con
Mauro sobre ti, era como ver a un nuevo Mauro, su cara, sus
palabras, su actitud, se ponía nervioso... era otro hombre,
un hombre nuevo lleno de esperanza, lleno de amor y saber
que tú le ibas a rechazar... pensé que la historia se repetiría,
como cuando perdió a su madre, pero no ocurrió. –Sonríe
pensativa–. Poco a poco, despacito, Elena comenzó a crecer
a su lado con fuerza. Ha sido casi un milagro Alba, un
milagro gracias a ti.
–Me alegro muchísimo... no sabes cuánto. Por Mauro y
por Elena. Es mi mejor amiga aquí a este lado del océano.
Supe que era perfecta para Mauro porque se parece mucho
a mí, mi forma de ser... y cuando me enteré de sus
sentimientos hacia él, no lo dudé. Hacen buena pareja.
–Es verdad, pero creo que este no era el tema que
querías hablar conmigo.
–Bueno... no era el tema más apremiante.
Se inclina y toma mi mano.
–Dime, te escucho.
Carraspeo y bebo de mi copa antes de empezar a
expresar mis sentimientos.
–Realmente la situación con Mauro, no fue fácil para mí.
Cuando le conocí me quedé eclipsada por su físico, su
manera de dominarlo todo, su seguridad, era como
inalcanzable. Todas las mujeres se giraban al pasar delante
de él, todas querían hablar con él, pero él se fijaba en mí.
Era demasiado. ¡Cómo no caer rendida a sus pies!
Maite afirma continuamente con la cabeza según me
escucha.
–Lo he visto muchas veces, más de las que me hubiera
gustado.
–No ha debido ser fácil.
–No, pero continúa, por favor.
–Un día vi con mis propios ojos todo lo que has estado
viendo tú durante años. Lo vi con otra mujer aquí en el
hotel.
Maite suspira y baja la vista negando con la cabeza.
–Entonces me di cuenta de que realmente era una más...
–Hago una pausa y continúo–. Me dolió mucho porque a ojos
de mi hermana siempre lo defendí y no quise ver lo que ella
sí veía. Entonces, en medio de esa tristeza conocí a otro
hombre. Él se empeñó en devolverme la alegría y que mi
viaje no fuera un auténtico fracaso. A la vez, Mauro se
disculpó conmigo y me convenció de que aquello no
volvería a pasar. Y sin darme cuenta se convirtió en un
triángulo amoroso. Mauro cambió totalmente y Jesús se fue
creando un rincón en mi corazón. Creé una situación
explosiva, a punto de estallar en cualquier momento y
llegué a estar hecha un lío. Hasta el punto de que un día
ellos llegaron a decirse más que palabras...
Maite me escucha con ganas de intervenir, pero es una
gran mujer y sabe esperar el momento adecuado.
–Pero la vida es caprichosa, y Jesús inexplicablemente fue
ganando terreno. Fueron momentos duros de indecisión
total, de no saber qué hacer, ni para dónde tirar. La
situación no podía durar más, se me acababan las
vacaciones y elegí a Jesús.
Vuelvo a beber de mi copa, tengo la boca seca.
–Pero Jesús no tenía los mismos sentimientos hacia mí.
Me rechazó sin más. Estaba destrozada. Hablé con Mauro
para explicarle que me iba sola y fue uno de los peores
momentos de mi vida. Fue devastador verlo así.
Solo de recordarlo se me hace un nudo en la garganta.
Maite me aprieta la mano y cojo fuerzas para seguir.
–Me marché a Madrid sola. Lo pasé muy mal... no lo
habría conseguido sin un trabajo nuevo y entonces conocí a
mi jefe. Él y yo ahora estamos juntos.
–¿Y por qué no has conseguido ser feliz, Alba?
Me sorprende la intuición de esta mujer.
–Jesús intentó contactar conmigo, pero siempre lo
rechacé. Ayer hablamos y dijo estar enamorado de mí. Él no
sabía nada de mi nueva relación, pensaba que estaba sola.
–Necesitaba confirmar que tus sentimientos hacia Mauro
eran nulos. Por eso ha esperado hasta que Mauro ha
rehecho su vida.
Mis ojos se agrandan al mirarla, me habla tranquila y
segura de lo que dice. ¿Cómo ha podido verlo tan
fácilmente? ¡Yo he sido incapaz! Me mira profundamente a
los ojos.
–Nunca le has olvidado –sentencia–. Si ha podido con
Mauro, ese chico no será fácil de olvidar.
Sonríe tiernamente.
–Me ha costado mucho levantarme del suelo y seguir
adelante. Jorge lo ha sido todo para mí en este tiempo tan
difícil y ahora...
–Alba, si realmente me estás planteando y te estás
planteando esta situación es porque realmente dudas,
tienes tus dudas. No le has olvidado y ahora quizás pienses
que es demasiado tarde, pero te digo algo que nunca debes
olvidar, jamás es demasiado tarde para ser feliz, jamás es
demasiado tarde para el amor. Te voy a contar algo
personal. En mi adolescencia me enamoré locamente de un
chico y él se enamoró locamente de mí. Era el amor de mi
vida, sin duda, pero para mis padres no era la persona
adecuada e hicieron lo posible para que nuestro amor no
prosperara, así que decidimos vernos a escondidas.
Estuvimos así varios años. En una recepción mis padres me
presentaron al que para ellos debía ser mi novio y futuro
marido. Era un chico guapo, me caía bien... pero mi corazón
estaba con Enrique. Comencé a salir con él por mis padres y
nos hicimos novios; al año, mis padres decidieron que
teníamos que casarnos.
No puedo creerme lo que me está contando.
–Enrique fue mi amante durante diez largos años. Con
treinta y cinco años murió en un accidente de coche. Quise
morirme hasta tal punto que mi marido se enteró de todo y
me dejó. Me quedé sumida en una depresión infinita, sola,
mis únicos pensamientos eran que no le pude dar todo lo
que se merecía, solo pequeños pedazos de mi vida, que
tuvo que aguantar que cada día yo me fuera a otra casa a
acostarme con otro, pero su amor no desfalleció, me quiso
más cada día. Asumió su destino. Tendría que haber
plantado cara a mis padres en su momento, tendría que
haber mirado por mí. Quizás ahora hubiera podido
quedarme con un poquito de él, un hijo, que nunca tuve. La
vida me lo arrebató antes de poder darme cuenta de todo
esto.
A las dos los ojos se nos llenan de lágrimas. Aprieto sus
manos consolándola.
–No tenía ni idea, Maite, es una historia tan triste...
–No dejes pasar al amor de tu vida por complacer a otros.
El corazón me da un vuelco.
–Creo que Jesús no quiere saber nada de mí. Cuando le
he contado que estaba saliendo con otra persona no se lo
podía creer. Me voy. Me vuelvo a Madrid. He cambiado el
vuelo.
–Habla una vez más con él antes de irte.
–No servirá de nada.
–Dime quién es... yo hablaré con él.
–De verdad, gracias...
Su cara refleja disgusto.
–Despídeme de todos o perderé mi avión.
–Piénsalo, por favor, no cometas un error que te
acompañe toda la vida.
Me pongo de pie aún con sus manos entre las mías y le
sonrío para tranquilizarla. Sé que lo dice porque me aprecia.
No creo que haya sido fácil contarme algo tan personal y
devastador.
–Gracias por todo, eres una gran amiga en los buenos y
en los malos momentos.
Ella se levanta y nos besamos para despedirnos.
–Buen viaje, Alba.
–Hablaremos...
Salgo esquivando grupos de invitados buscando a mi
hermana.
–¡María!
–Alba... te estaba buscando.
–Regreso a Madrid.
–¿Qué?
Mi hermana no sale de su asombro.
–Alba, hija, eres una caja de sorpresas. ¿Qué tal con
Jesús?
Su ceño se frunce esperando mi respuesta.
–Mal. Le conté lo mío con Jorge y puedes imaginarte el
resto. No puedo más. Necesito irme.
–Está bien. ¿A qué hora sale tu avión? Podrías haber
esperado a mañana, son muchas horas de vuelo sola en
esta situación, Alba. ¿Tienes un taxi?
Alejandro que está junto a nosotras en otro grupo de
gente, se acerca a nosotras.
–Yo te llevo –dice sin más.
A continuación, se acercan Rubén, Sandra, Oscar, Mauro
y Elena. Les cuento mi intención de marcharme y logro
despedirme de todos ellos prometiendo a Mauro que volveré
en verano y creo que no podré escaparme porque me
enviará un billete de avión. Elena me aprieta tanto al
abrazarme que me hace daño y a ella también le prometo
que volveré. Sandra y Oscar, con los que apenas he tenido
tiempo de hablar, me regañan y me hacen reír, es un gusto
verlos juntos. Alejandro me coge la mano y tira de mí.
–Vamos, o llegaremos tarde.
Recojo mi maleta en la habitación y me monto por
segunda vez en el jeep de Alejandro.
–¿Todavía tienes este cacharro?
–Tendrás que morder el polvo, lo siento, princesita...
Alejandro siempre consigue sacarme una sonrisa.
–Bueno, me consuela que tú tampoco te librarás.
–Yo ya estoy acostumbrado.
Antes de terminar la frase arranca el cacharro infernal.
Durante el camino hablamos poco, ya que el jeep es
descapotable y el ruido nos hace gritar si queremos hablar,
así que, no podemos mantener una conversación fluida,
pero una vez en el aeropuerto cuando facturo mi pequeña
maleta, Alejandro no pierde ni un momento.
–Vas a ser la pasajera más glamurosa del avión.
Dios, ni siquiera me he cambiado. Llevo puesto un
vestido en rosa palo palabra de honor con una sobretela que
forma un único tirante en encaje. La falda es de vuelo en
gasa. Todo aderezado con unos tacones de infarto.
–Podrías habérmelo dicho antes de facturar.
–¿Por qué? Estás ideal.
–Dios... soy un caos total.
–Un caos muy divertido. Vamos, creo que hay una tienda
en el aeropuerto.
Nos acercamos al duty free y nos paramos en una tienda
donde venden souvenirs, camisetas, llaveros, tazas,
figuritas varias, postales, collares de flores… Todo muy
típico. Entramos y me dirijo directamente hacia las
camisetas.
–Dios, con esto me voy a morir de frío al llegar a Madrid.
–¿En serio? ¿Cuántos grados puede hacer?
–No lo sé. Como mucho, cinco.
–Siempre será mejor que ese vestido con un solo tirante.
Escudriño las perchas y me fijo en una camiseta blanca
con un dibujo muy chulo de una piña colada. La cojo y me
voy hacia otra sección donde hay camisas de manga larga.
Cojo una de camuflaje en tonos verdes y marrones. A
continuación, unos pantalones vaqueros muy desgastados.
Esto estará bien. Voy al mostrador y pago con mi tarjeta de
crédito.
–¡Dios, ciento veinte dólares!
Alejandro me mira con cara de póquer.
–Eso o nada.
Recojo el recibo y me acompaña a un baño público, para
cambiarme, ya que la tienda no tiene probadores. Espero
que por lo menos lo que he comparado a precio de oro me
quede bien. ¡Arrrg!
A los diez minutos salgo satisfecha. Alejandro me mira
alucinado.
–¿Cómo lo haces?
La camiseta me queda perfecta y los pantalones me
ajustan bien.
–Lo único que desentona son los zapatos.
Llevo unos zapatos de salón de punta en color nude.
–Bueno, vas muy cool. Vamos, aún quedan unos treinta
minutos para embarcar. Te invito a algo.
–Ya me has traído y me has ayudado a solucionar el
problema de la ropa. Vete, te estás perdiendo una boda.
–No digas tonterías... parece que no te hayas dado
cuenta. En esta isla estamos siempre de fiesta... tranquila,
la boda sin exagerar mucho durará hasta mañana por la
tarde.
No quiero insistirle más, así que me rindo y acabamos
sentados uno frente al otro en una mesita redonda junto a
un par de refrescos.
–Gracias por acompañarme.
–Me encantaría acompañarte hasta Madrid, de buena
gana me sacaba un billete ahora mismo.
Álex escudriña su vaso de tubo y me preocupo por el
tono de su voz.
–¿Y eso? A ti te pasa algo.
–Necesito un cambio, eso es todo, pero no hablemos de
mí.
–Sí hablamos de ti. –Lo miro con picardía–. ¡Vente!
Él me mira como si escuchara la tontería más grande del
mundo.
–Vente a Madrid –insisto.
–No puedo... justo mañana se abre el nuevo club de
buceo, no puedo hacerle esto a Mauro. Las vacaciones
tienen que esperar, es más, acabo de tener vacaciones por
las obras del club.
Sé que tiene razón, pero habría sido una locura divertida.
–Me habrías alegrado bastante, pero no se puede tener
todo.
–¿Por qué estas escapando? –me pregunta serio.
–Jesús hizo lo posible por encontrarse conmigo ayer en la
playa...
–Y lo consiguió. Os vi. ¿Lograste averiguar qué le pasa?
–Bueno... sí.
Álex se recuesta en su silla esperando que continúe.
–Por lo visto está enamorado de mí, por eso actuó como
lo hizo.
–No lo entiendo.
Ahora se apoya en la mesa acercándose más a mi cara.
–Me dijo que no estaba enamorado de mí porque
necesitaba estar seguro de mis sentimientos hacia Mauro.
–Me choca mucho, conozco a Jesús desde hace tiempo y
nunca ha actuado de este modo. No puedo entenderlo. –
Alejandro entrelaza sus manos–. No soy quién para juzgar a
nadie. Imagino que Jesús hizo lo que pensó que era mejor
en ese momento.
–¿Lo mejor es decir que no quieres a alguien cuando
estás realmente enamorado de esa persona?
–Todos nos equivocamos, Alba.
–Yo creo que estamos hablando de amor, ¿no?
–Sí, por supuesto, estamos hablando de amor.
–Pues en el amor hay que ser sincero.
Levanta las cejas y hace ademán de hablar, pero se
queda pensativo.
–Creo que... A veces ser sincero no sirve de nada en el
amor –me suelta resolutivo.
¡Alucino!
–Increíble –le digo indignada.
–A veces tiene su sentido y puede admitirse. Piénsalo,
Alba.
No sé cómo...
–Explícate. –Necesito entender su postura.
–Las cosas no son blancas o negras, Alba, hay un mundo
entre el blanco y el negro que mucha gente considera.
–No me convence. Para que un amor prospere y crezca
hay que ser sincero.
–Si yo te digo que estoy enamorado de ti desde la
primera vez que te vi, ¿crees que ese amor prosperaría y
crecería solo por haber sido sincero contigo?
–Es solo un ejemplo, ¿verdad?... para que lo entienda...
–¡Da igual, Alba!
No sé qué pensar, bueno sí, sé que Álex siente algo por
mí, pero todo eso ya quedó hablado... ¡Ojalá me hubiera
enamorado de él! Todo habría sido más fácil. Es un gran
hombre y sé que si así hubiera sido, me habría hecho la
mujer más feliz del mundo, sin trampa ni cartón con la
verdad por delante, sin dobleces, sin excusas, ni miedo al
amor, ni al desamor… Pero no ha sido así, quizás si Jesús no
existiera o no lo hubiera conocido…
–¿Lo ves...?
Tamborilea con los dedos sobre la mesa mientras no me
quita ojo orgulloso de haber rebatido mis palabras.
–Admito que a veces es posible... no lo sé... me has
dejado hecha un lío.
–El amor es complicado, aunque a veces pueda parecer
sencillo, ¿no? Dos personas se gustan, se quieren y ya está,
pero hay muchos factores que a veces hacen que su
simplicidad se vuelva complejo.
–Significas mucho para mí, aunque no lo creas.
Estoy siendo lo más sincera que puedo. Álex es un pilar
en mi vida.
–Está más que hablado, Alba.
Asiento, lo sé, ya hemos hablado de esto en varias
ocasiones... pero me siento mal. Me sienta mal su
resignación... ¡Pero que quiero! Todo esto me está
trastornando.
Alejandro ojea su reloj de pulsera.
–Ya es tu hora, te acompaño.
Caminamos hasta el control de policía en silencio hasta
que nos ponemos en la fila.
–No te pido que me llames ni nada de eso... solo hazme
saber que has llegado bien, ¿vale?
Le agarro las manos y me estiro para besarle,
evidentemente no llego es muy alto, parezco un llavero a su
lado y me hace sufrir unos segundos.
–¿Quieres bajar?
Mi paciencia acaba agotándose.
–Me encantan esos morritos tuyos...
Y suelta una carcajada a la vez que se inclina hasta mi
cara. Le beso la mejilla libre que no queda cubierta por su
flequillo.
–Se me hace raro no poderte colocar el pelo.
Se carcajea de nuevo junto a mi oído con ese vozarrón
suyo y casi me deja sorda.
–Nos vemos pronto –le digo.
–Buen viaje.
Llega mi turno y entro por los torniquetes y enseño mi
billete, cuando la azafata da el visto bueno me dirijo hacia el
control de policía no sin antes dedicarle una sonrisa a Álex
que me responde con la mano en la oreja para indicarme
que no me olvide de llamarlo. Le respondo con el pulgar
hacia arriba y sigo mi camino hacia la cinta transportadora
donde dejo mi bolso.
Las turbulencias hacen que me despierte de golpe.
¡Arrrg! Estaba soñando con Jorge. ¡Increíble! Miro el reloj,
son las diez y cuarto de la noche hora de Santo Domingo,
han pasado ya cuatro horas de las ocho que dura el vuelo.
No está mal, he dormido prácticamente dos horas y media
seguidas. La verdad es que mis compañeros de asiento han
estado muy callados. Son dos chicos de mediana edad, les
echo unos cuarenta años aproximadamente. Uno es
claramente natural de Santo Domingo. Tiene la piel morena
y el pelo rizado y negro y su acompañante es claramente
caucásico, pelo castaño, ojos y piel claros, aunque se le ve
muy bronceado.
–¿Un mal sueño? –me pregunta el hombre de piel
morena.
Me desperezo sin ganas, ¿por qué tiene que hablarme?
–Pues... no sé exactamente...
Miro hacia la ventanilla indicando que doy por concluida
la conversación, pero el hombre me agarra el brazo como si
me fuera a contar una confidencia lo que hace que le mire
de golpe con cara de perro.
–A Börg le pasa.
–¿Qué? ¿Quién? –pregunto indecisa.
El hombre de piel morena señala al otro hombre que está
dormido.
–Se llama Börg, con diéresis en la o. Es sueco.
Miro al tal Börg y luego al hombre que me habla y no
entiendo nada.
–Perdona, me llamo Stefan.
Siento cierto recelo. ¿Por qué me habla? No tengo ganas
de hablar con nadie y menos con un desconocido.
–Has hablado en sueños. Börg lo hace cada noche.
Mi cara debe ser un poema...
–Estamos casados.
¿Y a mí qué me importa? Me fijo más a fondo en su físico.
Tiene una cara agradable y parece más joven que Börg. Sus
ojos son grandes de color verde oscuro y su pelo me
recuerda al pelo del chico del acuario de los delfines, ¿cómo
se llamaba...? No me acuerdo. ¡Arrrg! Su pelo es negro, muy
negro y rizado, aunque su forma es como la de un pelocho,
no lo lleva tan largo. De complexión delgada y fibroso, se
parece a un actor que salía en una serie donde se
investigaban crímenes CSI las Vegas. ¡Sí! ¡Gary Dourdan! Va
vestido bastante bien, lleva cazadora de cuero negra,
camisa blanca, un gran pañuelo al cuello en cuadros
escoceses en tonos beige, azules y rojos y pantalones
vaqueros negros.
–¿He hablado en sueños? –pregunto indecisa ya que no
quiero iniciar una conversación.
–Sí.
–Y... ¿he hablado muy alto?
Stefan sonríe de lado.
–No mucho.
¿No mucho? ¿Y eso qué significa? Carraspeo nerviosa.
–Espero no haber contado ninguna intimidad.
–Nooo, tranquila.
Vuelve a darme unas palmadas en el brazo que está
apoyado en el reposabrazos que nos separa.
–Solo discutías.
No recuerdo mi sueño...
–¿Discutía? –digo incrédula.
–Con Jorge.
Me retuerzo en el asiento incómoda, esto de llamar la
atención y hablar con extraños de mis cosas no es lo mío. Si
estuviera aquí mi hermana sabría qué hacer.
–Le decías que se quitara de en medio.
–¿De en medio? ¿De dónde?
Arruga los hombros.
–No lo sé, esperaba que me lo pudieras decir tú.
–Lo siento, no lo recuerdo.
–Tranquila, a veces peco de cotilla.
Le sonrío algo más calmada.
–Voy a intentar dormir algo más. Por favor, si vuelvo a
decir algo en alto, ¿me despertarás?
–Si me dices tu nombre lo podré hacer.
¡Dios, qué vergüenza!
–Disculpa... Soy Alba, ¡qué maleducada!
–Alba...
Stefan entorna los ojos.
–¡Un nombre precioso! Tranquila, Alba, te despertaré.
Duerme.
–Gracias.
Me acurruco de nuevo y cierro los ojos.

Llevo dos horas seguidas hablando con Stefan y Börg,


desde que me ha despertado para comer. La verdad es que
son encantadores.
–No te lo vas a creer, Alba, pero conocí a Börg en un
avión.
Casi me atraganto bebiendo agua de la botella.
–Stefan, creo que a ti no se te resiste nadie.
Y por fin suelto mi carcajada a gusto.
–En eso tienes toda la razón, Alba. Yo viajaba a República
Dominicana de vacaciones con unos amigos, éramos cuatro
y claro, tres se sentaron juntos y yo junto a ellos, al otro
lado del pasillo. Te puedes imaginar quién me tocó al lado,
¿no? Y ahora llevamos doce años casados.
Börg es alto, con buena complexión física, su pelo es
rubio oscuro, ojos azules, el típico escandinavo. Es un tipo
guapete y bien parecido. También va muy bien vestido.
Lleva un jersey de punto fino en crudo con una cazadora de
cuero negra al igual que Stefan, pantalones vaqueros azules
y unas deportivas blancas.
–Así que no te extrañe… –me indica Börg– que Stefan
pase a ser tu mejor amigo de aquí en adelante para el resto
de tu vida.
–Me recuerdas a alguien...
–¡Ah!, ¿sí? Espero que a alguien interesante.
–Muy interesante, mi hermana.
–Si es la mitad que tú, ya merece la pena conocerla.
Vuelvo a sonreír, es increíble cómo hemos congeniado.
–Yo soy dominicano y Börg es sueco, somos totalmente
opuestos, pero no opuestos diferentes, sino opuestos
convergentes, para poder complementarnos. Así es como
conseguimos funcionar bien juntos. Yo hablo mucho y a Börg
le gusta escuchar. Yo soy muy lanzado y Börg es la calma y
la voz de la conciencia. Yo soy de sangre caliente y él de
sangre fría. Y así con todo.
Börg no protesta, solo sonríe.
–Y… ¿A qué os dedicáis?
Por supuesto el que contesta es Stefan.
–Börg es fotógrafo profesional.
–Y Stefan se dedica a la vida contemplativa.
Por fin mete baza Börg. Arrugo la nariz.
–No trabajo, me dejo llevar.
Los dos carcajean a la vez.
–Stefan tiene la suerte de tener la vida resuelta... ya
sabes.
–Mi padre era estadounidense, trabajó en bolsa y mi
madre era una conocida modelo dominicana. Hacían una
pareja increíble, algún día te enseñaré fotos de ellos.
¡Madre mía! Ya somos amigos del alma...
–El caso es que eran personas con la cabeza muy bien
amueblada. Ganaban bastante dinero en sus respectivos
trabajos y supieron administrar muy bien sus ingresos,
tanto, que puedo vivir sin trabajar. No una vida de lujo...
pero no necesito demasiadas cosas. ¿Sabes? Realmente no
se necesita tanto para vivir feliz.
–Es verdad...
–Tengo a Börg y puedo viajar, que es mi mayor pasión, le
acompaño en todos sus trabajos. ¿Qué más puedo pedir?
Sonrío satisfecha porque sé que tiene toda la razón.
–Cuando hablas de tus padres, lo haces en pasado.
–Sí, fallecieron hace ya tiempo.
–Lo siento.
–No te preocupes, es ley de vida.
Intento cambiar de tema.
–Debe ser alucinante tu trabajo, Börg.
–Lo es. Hago todo tipo de reportajes, animales, lugares,
política... cubro todo tipo de noticias. Ahora estamos de
vacaciones. Hemos ido a visitar a la familia de Stefan y
regresamos a casa en Estocolmo.
Miro a Stefan, está sonriente.
–Y tú una persona tropical, ¿cómo llevas eso del frío?
–¡Me encanta! –contesta rápidamente como si supiera de
antemano cuál iba a ser mi pregunta.
–Tienes que ver cuando caen los primeros copos en
Estocolmo, todo el mundo deprimido porque llega el
invierno y él pegando botes de alegría.
–Para mí es peor las pocas horas de luz en invierno. La
luz es vital, soy como una planta, me das agua, me pones al
sol y soy feliz.
Esta vez reímos todos.
–Sí, eso debe de ser muy complicado. He oído que
solamente hay cuatro horas de luz en invierno, de ahí el mal
de Estocolmo, ¿no?
–Exacto –contesta Börg.
–Hay un índice de suicidio más alto de lo normal y lo
achacan a eso precisamente, pero yo creo que es cuestión
de acostumbrarse.
–De todas formas, pasamos poco tiempo en casa.
Siempre estamos de aquí para allá.
Stefan mete baza cada vez que puede, ya me estoy
dando cuenta que no puede dejar de hablar. Pero tras la
última frase se queda callado mirándome y tanto silencio
me deja atónita.
–Y tú, ¿trabajas? Cuéntanos un poquito de ti.
Sin darme cuenta, como si estuviera hablando con mi
mejor amiga, me pongo a contarles mi historia. Me noto
suelta, con ganas de hablar. Comienzo contando dónde
trabajo, a lo que Stefan se vuelve loco, porque claro, le
encanta la moda y para explicar mi viaje a Santo Domingo,
les cuento mi historia desde el verano hasta hoy. Bastante
resumida, pero no olvido lo esencial. Cuando termino, los
dos me observan boquiabiertos sin pestañear. Me han
dejado contar la historia de golpe sin interrupciones, cosa
muy rara. El primero en hablar esta vez es Börg.
–Es una situación difícil.
–Para nada –arranca Stefan–. Alba, estoy seguro que en
cuanto veas a Jorge, después de tener tan reciente tu
conversación con Jesús, vas a saber al instante lo que tienes
que hacer. Estoy seguro. –Me guiña un ojo–. Tú aún no lo
sabes, pero tu inconsciente sí que lo sabe –sentencia.
–No te entiendo.
–Lo has dicho en sueños... ¡Que se quitara de en medio!
No me puedo creer cómo hila Stefan, a su antojo, claro.
–A lo mejor estaba soñando que veía la tele y se ponía en
medio y eso no tiene nada de malo...
Stefan vuelve a reír a carcajadas, me estoy dando cuenta
que es un hombre que lleva la sonrisa por bandera y eso me
gusta, sobre todo en estos momentos.
–Con este no te aburres... –le indico a Börg.
–Ni un segundo, Alba, ni un segundo.
La señal de abrocharse los cinturones se enciende y la
voz de la azafata indicándonos que estamos próximos al
aeropuerto de Madrid hace que esta conversación termine.
–¡Dios mío! Se me ha pasado volando.
–Nunca mejor dicho, cariño.
Me apunta Stefan abrochando su cinturón.
“Son las siete y cuarto de la mañana en Madrid. Tiempo
despejado y siete grados centígrados de temperatura”.
El avión comienza el descenso y noto cómo la boca de mi
estómago se encoge con cada descenso. A los pocos
minutos estamos tocando tierra con el tren de aterrizaje
rodando a toda pastilla por la pista del aeropuerto. Un
sonido ensordecedor indica que el avión pierde velocidad
hasta que acabamos rodando lentamente en busca de
nuestro lugar de atraque. Cuando nos paramos junto a una
hilera de aviones, el pasaje al completo aplaude
entusiasmado.
“El piloto, el comandante y la tripulación les desea que el
vuelo haya sido de su agrado”.
Mientras nos levantamos y colocamos para salir
ordenadamente por el pasillo, me surge una pregunta.
–¿Hacéis escala en Madrid?
–No exactamente. La verdad es que en nuestros viajes
siempre acabamos haciendo escala en Madrid, nos gustó
tanto, que se nos ocurrió la buena idea de comprarnos un
cuchitril aquí. Es un pequeño apartamento de cuarenta y
cinco metros cuadrados, pero muy bien aprovechado.
La fila comienza a andar y salimos del avión
despidiéndonos de las azafatas por el finguer hasta el
aeropuerto. Después de pasar el control de pasaporte,
recorremos los pasillos en busca de la cinta transportadora
para recoger nuestras maletas.
–¿Tú dónde vives en Madrid? –me pregunta Stefan
mientras las primeras maletas asoman a lo lejos.
–Ahora mismo en casa de Jorge. En la Castellana.
–Vaya con Jorge... –apunta Stefan.
–Nosotros vivimos cerca, Stefan, si quieres podemos
coger el mismo taxi.
Börg alcanza una maleta que tiene la pinta de ser muy
pesada.
–Sería una idea genial –apunto.
Cuando recojo mi maleta ambos hombres no dan crédito
de lo pequeña y lo poco que pesa, pero tras el susto inicial y
después de reírnos un rato sobre el tema, salimos y
cogemos un taxi entre los tres. Hace un frío tremendo.
–Estás tiritando, Alba...
Börg se quita su cazadora de cuero y me la pasa.
–No, por favor, tú también pasarás frío.
–Por favor, estás hablando con un sueco. Esto para mí no
es frío.
Me pongo su cazadora y tomamos rumbo por las calles
de Madrid hasta el número de la Castellana que le he
indicado al conductor. Cuando el coche se para, Börg
escribe algo en un papel.
–Toma, esta es nuestra dirección. Vivimos en la calle
Triana, metro Pío XII, muy cerca de aquí. Y...
Börg habla mientras escribe rápidamente.
–Estos son nuestros números de teléfono.
La calle Triana... no podría ser otra. ¡¡¡Dios, todo me tiene
que recordar a Jesús!!! Tomo el papel.
–Estaremos tres días en Madrid, llámanos, por favor, y
nos vemos.
–Sí, por favor, no puedo irme sin saber qué ha pasado
entre tú, Jorge y Jesús –dice entusiasmado Stefan. ¡Madre
mía, he creado un monstruo!
–Lo haré encantada.
Le sonrío y cojo el trozo del papel. Rompo un cacho y
escribo mi número.
–Tomad, estaremos en contacto.
Saco mi monedero para pagar, pero no me dejan, aunque
insisto varias veces, así que me bajo del coche y mientras el
taxista saca del maletero mi maleta, me asomo a la
ventanilla cuando Stefan me habla.
–No lo olvides... hoy saldrás de tu dilema, en cuanto lo
veas, lo sabrás.
–No estaría yo tan segura. ¡Oh! Börg, casi me llevo tu
cazadora.
La desabrocho para quitármela.
–Quédatela, así tendrás que llamarnos para devolverla.
–Su maleta.
El taxista me acerca el mango de mi maleta y lo tomo
rápidamente mientras me acoplo de nuevo la cazadora.
–Gracias.
Me despido de los dos y me quedo mirando cómo el taxi
arranca y ambos me saludan con la mano sonrientes. Es
increíble. Dos amigos más. Giro sobre mis talones y entro en
la cafetería de al lado. Pido churros como para un
regimiento. Son las nueve menos cuarto de la mañana. Hoy
es domingo y Jorge debe estar dormido.
Pulso el botón del ascensor y sonrío para mis adentros.
Voy a darle una sorpresa enorme. Desayuno en la cama.
Estoy deseando verlo... necesito que alguien me arrope en
sus brazos y me mime, este viaje ha sido muy estresante
para mí. En apenas treinta y seis horas he atravesado el
océano Atlántico dos veces. Necesito escuchar la voz de
Jorge, del Jorge novio que tanto me gusta. ¡Mmnn!, pienso
pasarme todo el día en la cama junto a él. El ascensor se
para y salgo al rellano. Busco las llaves en mi bolso-cueva
con el típico cabreo que siempre me acompaña cuando
realizo esta acción y por fin las encuentro. Giro la llave
despacito en la cerradura, no quiero despertarlo. Entro y
dejo la maleta en el recibidor. ¡Hogar, dulce hogar! Lo
primero, bajarme de estos altísimos tacones que me están
matando, así haré menos ruido. Entro en la cocina, cojo una
bandeja y preparo con cuidado los churros y dos cafés. ¡Casi
lo olvido! Envío un mensaje a Alejandro.

Misión cumplida, he llegado sana y salva. Por favor, díselo a mi


hermana. Espero que estés disfrutando a tope de la boda.
Un besazo, Álex. 8:54

No tengo ningún mensaje de Jesús y eso me inquieta. No


quiero hacerle daño... dejo el móvil con la convicción de
escribirle más tarde. Cojo la bandeja y camino de puntillas
con sumo cuidado de no hacer nada de ruido. Entro en el
salón y me quedo delante de la puerta del dormitorio, está
medio entornada. La abro del todo empujando con la
bandeja y mi corazón se para al instante. Lo que veo me
deja sin aliento, sin latidos. Mi vida se detiene y todo es
como si surgiera a cámara lenta. En la cama, Jorge desnudo
de rodillas, embiste una y otra vez a una mujer
completamente desnuda que está a cuatro patas. Él la
agarra por las caderas e inclina su cabeza hacia atrás con
los ojos cerrados. Ella tiene la melena larga y rubia sobre la
cara y sus grandes pechos se balancean hacia adelante y
hacia atrás acompañando la inercia de cada embestida.
Jadean y la piel de ambos brilla sudorosa. Puedo escuchar el
sonido sordo de sus cuerpos al chocar por encima de sus
jadeos. El aire está tan cargado que, al inspirar, una arcada
me sube hasta la garganta y a duras penas logro
controlarla. Noto cómo mis brazos pierden fuerza y la
bandeja resbala a cámara lenta de mis dedos creando un
estrepitoso ruido al chocar con el suelo. El fuerte golpe hace
que la cámara lenta termine y todo vuelve a su velocidad
normal. Me fijo en Jorge que, asustado, gira su mirada hacia
mí, a la vez, la mujer rubia levanta la cabeza apartando su
melena... ¡¡¡Es Marta!!! Ella abre ligeramente los ojos en un
primer momento de susto, pero enseguida cambia y una
amplia sonrisa se dibuja en su asquerosa cara. Jorge se
queda paralizado mientras que ella aún aprieta sus caderas
hacia él un par de veces más con esa sonrisa de muñeca
diabólica. ¡No lo puedo creer! Marta ha conseguido
vengarse de mí, tal y como me dijo en los baños del trabajo.
¿Cómo he podido ser tan tonta? Soy una tonta ingenua.
¡Qué ilusa! Temblando, doy media vuelta y me dejo caer sin
fuerzas en el sofá del salón.
–¡Alba!
Jorge reacciona y salta de la cama detrás de mí
esquivando los trozos de cristal y la bandeja. Me duele
tanto... toda mi lucha para que esto saliera bien, para que
funcionara… mi primer pensamiento es hacia Jesús. ¿Por
qué estamos los dos sufriendo? ¿Por qué estamos sufriendo
por estar separados? No puedo dejar de temblar y aunque
tengo el alma rota soy incapaz de echar una lágrima... ¡Yo,
la llorona universal! Jorge llega desnudo y se sienta junto a
mí, nervioso, me coge las manos.
–¿Por qué has llegado antes? ¿Ha pasado algo?
Me deshago enseguida de sus manos sudorosas que a
saber dónde han estado antes. No me molesto en
contestarle, no mientras esa zorra esté bajo el mismo techo
que yo. Solo me limito a mirarle a los ojos con la mayor
frialdad de la que soy capaz. Intensamente, sin pestañear.
Jorge lo entiende al segundo. Sí, es un hombre listo,
demasiado listo.
–¡Marta, vete! ¡Sal de aquí! –grita a pleno pulmón–. Por
favor, háblame. Lo siento –dice dirigiéndose a mí de nuevo.
Si quiere que le hable, le voy a hablar... Sí, pero todo a su
debido tiempo. Dirijo mi vista hacia su pene y su cuerpo
sudado.
–No hay nada más patético que un hombre desnudo
pidiendo perdón. ¡Tápate!
Jorge coge lo primero que ve, un cojín y se lo coloca en la
entrepierna. En ese momento sale Marta ya vestida y con
una pequeña bolsa de mano. Sale triunfante, es como si yo
le hubiera puesto en bandeja toda su venganza y me siento
idiota.
–Te llamaré.
Con estas únicas dos palabras se dirige a Jorge que al
escucharla baja la vista hacia el suelo. Cuando escucho la
puerta cerrarse comienzo mi discurso, porque va a escuchar
todo lo que tengo que decirle.
–He confiado en ti con los ojos cerrados. He creído tus
palabras cuando me decías que Marta ya era historia. Te he
defendido ante todas las personas que me quieren y que me
han avisado. ¡¿Para qué?! ¡Te la has estado follando todo
este tiempo...! Es increíble…
–Alba, por favor...
–¡Cállate! Estoy hablando yo. Te la follaste en Londres
delante de mis narices. Esto ha debido ser muy fácil para ti,
soy tan inocente que no sé ni cómo se te ha puesto dura.
Eres un cabrón con mayúsculas, un hijo de puta incapaz de
madurar. ¡Sí!, eres un capullo de mierda inmaduro que no
sabe lo que es ser un hombre. Te la das de madurito con
pasta, posición, ¡eres un mierda, un arrastrado! Me das
pena.
Jorge me mira impasible escuchando el chorro de insultos
y eso que me estoy conteniendo. Me deja desahogarme y se
queda callado aguantando el chaparrón.
–¡Olvídate de mí! Olvida que hemos estado juntos, olvida
que he vivido contigo. ¡Para mí no existes!
Me levanto y voy directa al dormitorio. Abro las ventanas
de par en par pese al frío que hace en Madrid y entro en el
vestidor para hacer mis maletas.
–No me he acostado con ella en Londres, ni en ningún
otro momento hasta hoy.
Está de pie junto a mí sujetando con una mano el cojín a
la altura de sus caderas.
–No volverá a pasar... te lo prometo, Alba.
–¡Oh! Claro que no volverá a pasar porque ya no estamos
juntos. A mí no me volverá a pasar, esto te lo aseguro. A ti
lo dudo. ¡Creía que estaba consiguiendo cambiarte...! ¡Dios,
qué ilusa!
No dejo de meter ropa en una maleta y cuando la lleno,
comienzo con otra. Estoy deseando salir de esta mentira.
–Alba, por favor.
Me agarra el brazo y solo notar su piel en contacto con la
mía hace que se me revuelva el estómago. Esas manos que
a saber qué han tocado de Marta, y una arcada enorme
hace que vomite sobre sus trajes de lujo. ¡Dios, qué bien me
he quedado! Él mira atónito la escena, pero no dice nada.
No dice nada porque sabe que tengo razón. Me limpio la
boca con la manga de su traje favorito. Cierro las maletas y
las llevo hasta la entrada. Mientras, le da tiempo a ponerse
un calzoncillo y seguirme hasta la puerta.
–No te vayas.
Agarra mis brazos intentando pararme.
–¡Suéltame o te vomito en la cara!
Me suelta sin rechistar al momento.
–Mañana hablamos en la oficina cuando todo esté más
calmado.
–Sí. Mañana nos vemos en la oficina, pero solo,
escúchame bien, solo, hablaremos de temas de trabajo. ¿Me
has entendido?
Jorge no me responde, se limita a mirarme con cara de
pena. ¡Arrrg! Necesito aire fresco, necesito gritar.
–Esto se puede arreglar. Somos adultos. Alba, yo te
necesito.
–Las personas mentirosas como tú nunca cambian. Solo
mejoran su estrategia –sentencio–. Mejor me voy porque se
me está revolviendo el estómago de nuevo. Que disfrutes
del desayuno.
Agarro la puerta y salgo a duras penas con las tres
maletas. No hace ademán de ayudarme, no le habría
dejado, pero ni tan siquiera tiene la dignidad de intentarlo.
Cuando las puertas del ascensor se abren, meto las maletas
y antes de entrar suelto mi última frase:
–Acabarás solo, pero antes sufrirás al lado de esa puta
zorra. No sé cómo he podido luchar por alguien como tú,
pero te puedo asegurar que a partir de ahora seré la mujer
más feliz del mundo.
Salto dentro del ascensor y aprieto varias veces seguidas
el botón de la planta baja. Las puertas se cierran por fin y
en ese momento mi cuerpo se derrite, me quedo sin fuerzas
y las piernas me tiemblan. Cuando el ascensor se para salgo
tropezándome y el conserje asustado se acerca a mí.
–¿Está bien? Déjeme que la ayude.
Coge mis maletas y las acerca a la puerta de salida.
–¿Tiene coche?
Le sigo agarrándome a las paredes. Niego con la cabeza
cuando escucho su pregunta y es que todo me da vueltas.
–¿Quiere un taxi?
Afirmo incapaz de pronunciar palabra alguna. El hombre
sale rápidamente a la calle y al momento regresa a por las
maletas.
–Ya está aquí.
Me ayuda a entrar al taxi y, a continuación, coloca las
maletas con el taxista.
–Si necesita algo más...
Niego con la cabeza.
–Gracias –logro decir en un hilo de voz.
Me mira inquieto, pero finalmente se retira hasta la
puerta del portal. El taxista se acomoda de nuevo tras el
volante esperando que le diga la dirección, pero no sé a
dónde ir y el miedo me atenaza.
–¿Dónde la llevo? –dice al fin mirando por el espejo
retrovisor.
–Calle Triana... –digo instintivamente, es lo primero que
me ha venido a la cabeza.
El taxista arranca y nos incorporamos a la cascada de
coches que bajan por la Castellana y las imágenes de ellos
dos juntos, desnudos, sudorosos, vuelven a mi mente para
atormentarme y ahora acurrucada en el asiento trasero de
un taxi con un desconocido rompo a llorar en silencio.
Exploto por dentro y todo el coraje que he tenido hace un
momento da paso al desplome físico y psíquico.
–Estamos en la calle Triana, ¿a qué altura paro?
La voz me sobresalta, rebusco en el bolsillo de mi
cazadora y encuentro el papel.
–Número 25.
Tomo nota del número de móvil apuntado en el papel y lo
marco. Espero dos, tres tonos...
–Sí...
Una voz dormilona y apagada me contesta.
–¿Stefan? –pregunto inquieta.
–Alba... ¿Eres tú?
–Estoy en vuestro portal... ¿Puedo subir a veros?
–¡Pues claro!
–Gracias.
Cuelgo a la vez que el taxi se detiene junto al portal
indicado. Pago la carrera y bajo para ayudar con las
maletas. Espero a que el taxi se marche y entonces toco el
botón del telefonillo. Automáticamente se acciona el
mecanismo que hace que la puerta se abra. Consigo reunir
fuerzas para sujetar la puerta a la vez que meto las tres
maletas. Tengo el ascensor delante. Es un portal muy
pequeño. Me quedo mirando la puerta del ascensor y estoy
tan hundida que soy incapaz de darle al botón y se me
saltan las lágrimas de nuevo, pero el ascensor baja en mi
ayuda y las puertas se abren; dentro, Stefan con una
camiseta de pico blanca y unos pantalones de tela de
cuadros se lanza a mi encuentro nada más verme.
–¿Qué ha pasado?
Me rodea abrazándome y en ese momento me dejo llevar
del todo y lloro con rabia desesperada.
–Chisss, tranquila, tranquila. Ya está.
Stefan mete las maletas y subimos hasta el cuarto piso.
–Ya estás con nosotros.
No sé cómo llego hasta el sofá de su salón.
–Alba... desahógate, te prepararé una tila.
Entre una cortina de lágrimas veo a Börg alejándose
hasta la barra de la cocina.
–Estás tiritando.
Stefan me acerca una manta de cuadros y me la echa por
los hombros.
–Así, tienes que entrar en calor.
Börg me acerca una taza humeante y la agarro con
fuerza, ni siquiera siento lo caliente que está.
Cada uno se sienta a un lado de mí y como si nos
conociéramos de toda la vida me acogen con cariño. Todo el
cariño que esperaba de Jorge y que no he recibido. No
tienen prisa por preguntarme y dejan que me sosiegue poco
a poco.
–Bebe un poco, te sentará bien.
Börg hace ademán con las manos para que beba.
–¿Estabais dormidos? –logro preguntar entre sollozo y
sollozo.
–No... dormidos no. Descansando del viaje. Con el cambio
horario no tienes sueño cuando debes tenerlo, ya sabes –
contesta Börg.
–Lo siento.
–No seas tonta. Nos encanta verte de nuevo.
Stefan me acaricia la espalda mientras me habla.
–¿Estás mejor?
–Un poco mejor...
Recuerdo algo y lo miro impresionada.
–¿Qué pasa? –dice extrañado.
–Tenías razón.
–¿Yo?
–En cuanto lo he visto, he sabido lo que tenía que hacer.
Tal y como me dijiste.
–Bueno... Stefan siempre debe tener la razón.
Börg se levanta y toma otras dos tazas, una para cada
uno.
–Sí, lo admito. Soy así. Cuando Börg y yo discutimos
siempre debo tener la razón y él siempre deja que me crea
que la tengo, aunque no sea así con tal de no discutir.
–No me gusta discutir, ya lo sabes...
–Esta vez sí tenías razón. Cuando he entrado en el
apartamento me he encontrado a Jorge con la zorra de
Marta en la cama.
Börg abre los ojos incrédulo.
–Pero...
–¡Sí! follando como perros.
Lo suelto con rabia.
–Vaya sorpresa. Les has pillado in fraganti. ¿Y quién es
esa zorra?
Me pregunta Stefan
–¡La conoces! –exclama Börg.
–Sí, la conozco, es una antigua novia de él y
excompañera de trabajo que aún no ha conseguido olvidarle
y me ha hecho la vida imposible en la oficina hasta que
Jorge la trasladó de puesto a Portugal.
–La trasladó para ganar puntos contigo, pero no la
trasladó de su vida, ¿no es así? –puntualiza Börg.
Asiento y una nueva oleada de lágrimas amenaza con
salir.
–Le he dejado. Pero va a ser duro verle día a día en la
oficina, es mi jefe.
–Puede ser muy estresante. Es más, si él quiere puede
hacerte la vida imposible.
Stefan le mira con mala cara a Börg por su comentario.
–Tiene que estar preparada para lo peor y saber cómo va
a reaccionar con las distintas situaciones. Solo así podrá
lidiar con la situación.
–Ahora tiene que descansar. Has hecho lo correcto, te has
quitado a un desgraciado de encima, ese es el mensaje
positivo con el que te tienes que quedar –me aconseja
Stefan.
–¡Quédate! Puedes dormir en la cama de invitados. Sé
que no es una habitación en sí, pero es lo que tenemos.
El salón tiene el techo tan alto que a un lado unas
escaleras de caracol conducen a un altillo, es como un
mirador.
–Muchas gracias, os lo agradezco de verdad.
–Va, no seas tonta. Ahora descansa. Hablaremos luego.
Börg apura su taza y Stefan sale de la habitación para
volver rápidamente con dos mullidas toallas con dibujos
geométricos en tonos azul y blanco, una de baño y otra de
tocador.
–Toma, date un baño si quieres. Esa es la puerta, dentro
encontrarás todo lo que necesites... sales de baño, gel,
champú, secador... si no encuentras algo, dímelo.
–Vamos a dejarte un poquito de intimidad. Estamos en el
dormitorio.
–Me siento mal... es como si os estuviera arrinconando en
vuestra propia casa.
Los dos me miran sonriendo.
–Nuestra habitación tiene de todo –me indica Stefan.
–Además, no necesitamos tanto –aclara Börg.
–Bueno, te dejamos.
Ambos se levantan y entran en su habitación, primero
Börg seguido de Stefan, que se vuelve para hablarme antes
de cerrar la puerta.
–Cuando quieras, hablamos.
Me guiña un ojo y cierra la puerta. Me quedo sola en el
espacioso salón. Tiene tres puertas, la de entrada que da a
un pequeño pasillo donde están las otras dos. Una es la del
baño y la otra el dormitorio. El corto pasillo se abre al salón.
Tiene los elementos justos. Todos prácticos. Un par de sofás
de dos plazas con una mesa y delante una práctica y
pequeña cocina con barra de desayunos. En la otra pared la
televisión colgada y la escalera de peldaños que sube al
altillo. Y eso es todo. Es pequeño pero acogedor, con
paredes blancas y el resto colores suaves, hace que se cree
un ambiente de serenidad difícil de conseguir en lugares tan
reducidos y no sé por qué, pero me siento como en casa...
Miro por el gran ventanal que está detrás del sofá y que es
la única fuente de luz en el salón. Da a una calle no muy
transitada. No consigo distinguir si es la calle Triana. Me
quedo un rato mirando a los transeúntes, ensimismada
hasta que me doy cuenta y decido darme un baño. Cojo mi
pijama de la maleta que he llevado a República Dominica,
una muda, las toallas y mi taza con la tila aún humeante.
Entro en el baño y me enamora al momento. Es muy íntimo
y bonito, limpio y ordenado. Es simple, hay una bañera
adosada a la pared, a la izquierda dos lavabos con un bonito
mueble blanco, a la derecha una ducha y un inodoro
separados por una mampara de cristal. Cierro la puerta y
abro el grifo colocando el tapón. No lo abro muy fuerte para
no hacer ruido. Cuando está a la mitad de agua, me
desnudo y entro colocando la taza a mi lado. Intento
relajarme y bebo un sorbo de tila, pero las imágenes de
Jorge golpeando su cadera contra el culo de Marta me
atormentan una y otra vez. Intento no pensar en ello y lo
único que mi cerebro me muestra es a Jesús en su terraza
de cuclillas con la espalda pegada a la barandilla de cristal y
la cabeza entre sus manos y cómo esa imagen se hace más
pequeña, me alejo de él cada vez más y en ese punto no
puedo evitar llorar y llorar hasta que no me queda nada
dentro.

Oigo ruidos ahogados como de cristal al tocar otra


superficie.
Abro los ojos y me quedo aturdida, el techo está muy
bajo. Parpadeo y entonces comprendo el porqué. Estoy en el
altillo. Me giro y puedo ver a Stefan preparando algo en la
minicocina. Está muy concentrado en hacer el menor ruido
posible. Ya está vestido y arreglado y decido bajar a
ayudarle. Me agarro a las escaleras con todas mis fuerzas
para no caerme y consigo llegar al suelo sin sobresaltos.
–Espero no haberte despertado.
–Tranquilo...
Stefan se acerca y coge mi cara.
–Oh... una mala noche. ¿Por qué no me llamaste? Tienes
los ojos hechos un asco.
Me deshago de él girando la cabeza.
–No te preocupes, eso es mucho mejor que quedárselo
dentro. Deberías llamar a Jesús.
Lo miro al instante con ojos muy abiertos. ¿Cómo se le
ocurre algo así?
–No me encuentro bien –digo rotunda.
–Dime su número. Lo llamaré yo.
Él está muy calmado, sé que es muy capaz de hacerlo
pese al poco tiempo que le conozco y sé que lo dice en
serio, muy en serio. Solo atino a negar con la cabeza. Stefan
suspira y vuelve con su tarea.
–Han llamado a Börg del trabajo para un nuevo reportaje.
Un poco aburrido... En Bruselas, ya sabes, fotos de políticos,
eurodiputados y todo eso. Serán unos cinco días, una
semana máximo. Queremos que te quedes aquí todo el
tiempo que quieras.
Deja tres tazas de café recién hecho en la barra
acompañados de cereales y zumo de naranja.
–No hace falta...
No sé por qué, quizás porque han sido mi apoyo, un
apoyo importante en estos momentos tan duros, pero
comienzo a llorar de nuevo.
–¡Vamos!
Stefan me abraza.
–Puedes quedarte todo lo que necesites, de verdad.
Abre mi mano y deposita un llavero con tres llaves en él.
–Llave del portal, casa y entrada al garaje. ¿Tienes carné
de conducir?
Asiento con la cabeza entre sollozos. Me sonríe.
–Bien.
Coloca un segundo llavero en mi mano.
–Puedes usar mi coche. Tiene el depósito lleno.
Tras decir la frase cierra mi mano dejando los llaveros
dentro.
–Plaza número 33.
Cojo fuerzas para hablar.
–No sé cómo voy a devolveros este favor. Estaré en
deuda con vosotros de por vida.
–Eso es una tontería –dice divertido–. Solo una cosa,
déjalo con el depósito lleno de nuevo.
–No creo que me atreva a cogerlo...
–¿Por qué?
–Acabo de sacarme el carné. No he conducido nada.
Me agarra por los hombros y me zarandea suavemente.
–Alba... despierta de una vez. Tienes que enfrentarte al
mundo y vivir, no puedes encerrarte y pensar que las cosas
se arreglarán solas. Tienes que tomar decisiones y asumir
los riesgos. Así es la vida, cuando lo hagas te darás cuenta
de que estás viva. De que estás viviendo, viviendo cada uno
de los segundos que pasan sin perderte nada. Lo bueno y lo
malo.
Me coge de nuevo la cara para que lo mire y me seca las
lágrimas con los pulgares.
–Lo bueno te sabrá rico, te parecerá poco y desearás vivir
más momentos ricos, pero no puedes esperar a que
aparezcan así por arte de magia. Tienes que perseguir esos
momentos, buscarlos, propiciarlos...
Parpadeo para verle mejor porque siguen saliendo
lágrimas de mis ojos.
–Lo malo…
Hace una pausa y sonríe de lado.
–… debes vivirlo también y aprender. Lo malo te hará
fuerte, ahora lo estás haciendo. Eres más fuerte que ayer,
pero no cometas el error de regodearte en los momentos
amargos, solo debes pasar por encima, como de puntillas, el
tiempo suficiente para renacer con fuerza. Por favor, Alba,
ya es suficiente.
–No soy fuerte, Stefan.
–Claro que sí.
La puerta se abre y aparece Börg con dos maletas
pequeñas.
–¿Os vais ya?
Mis ojos se agrandan por momentos. Los dos asienten al
unísono.
–Hoy es lunes, descansa y coge fuerzas.
Me habla Börg.
–Quiero que mañana te levantes y vayas a trabajar como
una mujer nueva. ¿Me has oído, Alba?
Su tono es casi de reproche y me siento como cuando mi
padre me regañaba de pequeña. No le contesto porque no
estoy segura de poder hacerlo, de enfrentarme a Jorge tan
pronto.
–Puedes hacerlo... eres más fuerte de lo que crees...
Me agarro a Börg a la vez que a Stefan y los tres nos
quedamos juntos un rato hasta que consigo sosegarme lo
suficiente para poder desayunar con ellos y despedirlos sin
llorar de nuevo.

El móvil lleva sonando varios tonos. Al final lo descuelgo


para que, por fin, deje de sonar.
–¡Hola, Alba!
La voz jubilosa de mi hermana me atraviesa los oídos.
–¿Puedes hablar o estás trabajando?
–Sé breve –digo secamente.
–Acabo de llegar. Quiero que nos veamos, estoy un poco
preocupada por ti. No tuvimos tiempo de hablar... te fuiste
tan rápido.
Suspiro sin ganas. Creo que no voy a poder escaparme
de una sesión mortífera con mi hermana.
–Voy a buscarte al trabajo, podemos cenar juntas y así
hablar tranquilamente. ¿A qué hora sales?
–Verás... hoy no he ido a trabajar.
–¿Por qué? ¿Estás bien?
–No. No estoy bien, María.
Intento ser sincera con ella, ya que no va a dejarme en
paz hasta que no sepa toda la verdad.
–Pero... ¿Qué pasa? Cuéntamelo, Alba. ¡Por favor, estoy
poniéndome de los nervios!
Hago una pausa midiendo mis palabras.
–Cuando volví por sorpresa de Santo Domingo, pillé a
Jorge con una exnovia suya en la cama –lo digo con total
normalidad como si le contara que me he ido de compras y
me he comprado una falda de cuero. Pero María no
reacciona.
–¿Dónde estás? –dice rotunda.
–En casa de unos amigos.
–Dame la dirección, luego me lo explicas todo.

María ha tardado exactamente cuarenta minutos en


llegar.
–Bien –dice sentándose a mi lado y con fingida calma. –
¿De quién es esta casita tan mona?
La miro con pocas ganas de explicarme, pero lo hago
vagamente.
–De Stefan y Börg.
–De Stefan y Börg. Mmm –repite–. ¿Y se puede saber
quiénes son Stefan y Börg?
El tono calmado empieza a ser algo irritante.
–Son dos personas que conocí en el avión de regreso a
Madrid.
–¿Y te vienes a vivir con dos hombres a su casa sin
apenas conocerlos? ¡Alba, en qué estabas pensando! ¡Te
has vuelto loca! Tienes que irte de aquí.
–No me voy a mover de aquí, María.
Su cara de incredulidad casi consigue hacerme sonreír,
pero estoy tan hundida que pasa fugazmente como un rayo
en medio de una tormenta.
–No pongas esa cara... Stefan y Börg son buenos chicos,
puedes estar tranquila.
–¿Cómo estás tan segura? ¡Podrían violarte, maltratarte...
robarte! ¡Solo los conoces de unas horas!
–¿Y tú eres la que me recrimina que soy poco sociable?
¿Tú que te haces íntima de todos tus compañeros de asiento
de los aviones? ¿O ya has olvidado a “Don intento dormir,
pero me pisan un pie abro los ojos y veo un culo”? –la
recrimino y sé por su reacción que la he dejado sin
argumentos.
–¿Quién es ese?
–¡Déjalo! Es una larga historia.
María hace una pausa para aclarar sus ideas.
–Lo digo porque me preocupas y te quiero –dice al fin,
con voz como de alguien que sabe tiene todas las de perder.
–Lo sé, María.
Me inclino y la abrazo con ganas, necesito su calor y ella
me arropa con fuerza.
–Stefan y Börg son pareja, están casados. Cuando
descubrí a Jorge con Marta solo pude recurrir a ellos. Tú
estabas a miles de kilómetros. Ellos me acogieron, me
dejaron dormir en su casa... Se han ido de viaje por trabajo
y me han dejado quedarme, incluso coger su coche.
–Está bien.
Hace una pausa para respirar hondo y seguir hablando.
–¡Dios! Ya sé que no es el mejor momento, pero te lo dije.
Jorge no es el hombre adecuado. Cuando tú vas, él ya ha
vuelto tres veces... además, ahora le tendrás en el trabajo a
todas horas. ¿Te das cuenta?
Se para en seco.
–¡Dios! ¡Lo siento mucho, Alba! Debes de estar
destrozada.
María me abraza con más fuerza y las lágrimas afloran de
nuevo.
–Tranquila...
Me mece en su regazo y así nos quedamos un largo rato
hasta que logro sosegarme, entonces me suelta y me
prepara un vaso de leche con galletas. Cuando lo tiene todo
preparado continúa la conversación.
–¿Te das cuenta, Alba?
La miro sin saber por dónde va.
–Ahora no hay ningún impedimento para que puedas
comenzar de cero con Jesús.
Niego con la cabeza.
–¿Por qué? –dice impotente.
–Tenías que haberlo visto... cuando le dije que estaba con
otra persona...
Las lágrimas afloran de nuevo.
–Tranquila... hablaremos de esto más adelante, ahora,
come algo, pero piénsalo, él te quiere, lo sé. Y tú aún
sientes algo por él.

Antes de la hora de comer, María tiene que irse a


trabajar.
–¿Estarás bien, Alba?
–Sí, claro.
Intento tranquilizarla sin éxito alguno. Su cara es de
completa preocupación.
–Descansa y mañana lo verás de otro modo. Quiero que
vayas a trabajar y estés lo más tranquila posible.
Concéntrate en tu trabajo, eso te ayudará.
Asiento con la cabeza y ella me da un beso de despedida.
–Llámame en cualquier momento. No lo dudes.
–Lo haré.
–No les diré a papá y a mamá nada. Será mejor que
hables tú con ellos.
–Te lo agradezco.
Me sonríe con una sonrisa de esas de preocupación y tras
abrazarme con ganas, desaparece tras la puerta del
ascensor.
Llevo dos días encerrada en casa de Stefan y Börg. No
tengo ganas de ver a nadie, ni de hablar con nadie, aunque
he tenido que contestar a las insistentes llamadas de mi
hermana y de mis padres. Me han llamado de la oficina,
pero no he contestado, incluso ayer recibí un mensaje de
Jorge, quería verme y que habláramos lo antes posible.
Como siempre, dando órdenes. Suena el timbre y me
sobresalto inquieta. Es la primera vez que lo oigo en tres
días. Me acerco lentamente tras cuatro timbrazos al
telefonillo que cuelga junto a la puerta principal.
–¿Quién? –digo insegura.
–Alba.
Es una voz masculina y el corazón se lanza al trote.
–¡Alba! ¡Abre!
No digo nada, me quedo esperando nerviosa.
–Abre, por favor, soy Fer.
¡Dios, Fer! Seguro que mi hermana le ha dado la
dirección. Miro mi reloj de muñeca, ¡tendría que estar
trabajando! Son las once y media de la mañana. Abro
rápidamente y me preparo para lo peor. No se hace esperar
y el timbre de la puerta suena al momento. Trago con
dificultad y abro la puerta.
–¡Dios, Alba! Estás...
Deja la frase sin acabar y pasa dentro hasta el salón.
–¿Qué crees que estás haciendo?
–¿Nada? –digo sarcástica.
No tengo ganas de discutir ni de intercambiar ideas.
–Tienes que volver.
Se mueve nervioso por el salón, subiendo la persiana y
abriendo la ventana.
–Debes ducharte, vestirte y venir conmigo.
–¿Y qué es lo que tiene tanta urgencia?
–Tu trabajo. Llevas tres faltas injustificadas. Jorge está
siendo muy benévolo contigo, te lo puedo asegurar.
–En teoría son dos, el martes era mi último día de
vacaciones y no voy a ir a ninguna parte. ¡A la mierda el
trabajo!
Fer se deja caer en el sofá suspirando en alto.
–No puedes actuar así.
–No tienes ni idea. ¡No sabes nada!
Mi voz surge fuerte y me sorprende a mí misma. ¡Dios,
casi estoy gritando a Fer! Él me mira extrañado y se levanta
cerrando su abrigo negro con una calma contenida.
–Te puedo asegurar que sea lo que sea, no puede ser
más malo que lo que me pasó a mí.
Su mirada me asusta, es dura y fría.
–Quiero verte en una hora en la oficina. Tengo más
trabajo del que puedo abarcar y esta visita solo me
retrasará aún más, pero eres mi amiga. Tú me ayudaste y
ahora yo hago lo mismo contigo.
Su discurso es frío y calculador, nunca le había visto así.
–No me hagas sacarte de los pelos, Alba.
Da dos pasos, me esquiva y se dirige a la puerta de
salida sin tan siquiera mirarme.
–Cuando salgamos de trabajar soy todo tuyo. Hablaremos
todo lo que haga falta.
Cierra la puerta y el silencio se apodera de mí.
Lentamente cojo la manta y me acurruco en el sofá.

El timbre del telefonillo vuelve a sobresaltarme. Es ya de


noche. Vuelve a sonar insistentemente. Tengo el cuerpo
entumecido. Me levanto a duras penas, creo que he estado
en la misma posición todo el día. El reloj de la cocina me
indica que son las siete y media de la tarde.
–¿Sí?
–Soy Carlos.
¡Dios! ¿Es que van a venir todos a verme?
–¡Joder, Alba! ¡Abre la puta puerta, coño!
Pulso el botón y me quedo junto a la puerta esperando a
que suene el timbre. Oigo los pasos de alguien que sube por
las escaleras y el timbre vuelve a sobresaltarme. Abro
lentamente y Carlos entra como un huracán en pleno
desarrollo.
–¡La madre que te parió, Alba! ¡Tienes la ventana abierta,
joder!
La cierra con cuidado y se acerca a mí, pero se para en
seco justo delante.
–Pareces una jodida náufraga.
Por fin me abraza.
–¿Qué cojones te pasa?
–¿Te manda Fernando?
–He conseguido convencerlo para que no viniera y me
dejara a mí. Me ha costado un huevo. Me debes una. Ven,
siéntate.
Me muevo lentamente y hago lo que me dice.
–Joder, no sé cómo he podido idolatrarte tanto... No estás
tan buena como parece...
Me mira con cara extraña y yo hago lo mismo con él.
–¡Mírate, joder! Estás con un cagarro de pijama que huele
a choto y tienes los putos pelos como escarpias. ¿Has
metido los dedos en el enchufe? ¿Es eso lo que te ha
pasado?
–No estoy para bromas.
–Cojonudo. ¿Has comido algo?
Niego con la cabeza. Hace dos días que no hay nada en
el frigorífico. Chasquea la lengua desaprobándolo. Saca su
móvil y marca un número.
–Sí... Tengo una puta urgencia, quiero una pizza de
jamón... cebolla, pimiento verde, calabacín y extra de
queso...
Me mira esperando mi aprobación, pero no me interesa.
–Ehhh... sí, calle Triana, 25 tercero A. ¡Y rápido, joder, es
una urgencia! ¿Vale?
Cuelga y me mira. Me he vuelto a acurrucar en el sofá.
Pega un bote y se acerca a mí abrazándome.
–Joder, Alba...
He accedido a comer una porción de pizza mientras le he
contado a trompicones entre sollozos mi gran historia. La
historia por la que me encuentro en el estado en el que
estoy. Ya me lo advirtió él, ¿cómo me dijo? Que estaba en un
agujero... eso es, que estaba en un puto agujero negro con
Jorge y que nuestra relación estaba abocada al fracaso. Le
miro, me ha escuchado pacientemente mientras se ha
comido más de tres cuartos de pizza y cuando termino mi
exposición se queda un rato callado hasta que decide
hablar.
–¡Me cago en la puta! –suelta indignado.
¡Por fin alguien que me entiende!
–¿Estás loca, Alba? Tienes que darle donde más le joda,
en los cojones. Si te quedas aquí revolcándote en tu mierda
de mundo solo le haces más fuerte, joder. ¿Entiendes?
Vuelve a colocarse junto a mí abrazándome.
–Tienes que volverte una puta de acero, una jodida tía
cojonuda que le dé en los putos huevos. ¡Vamos!
Se levanta y tira de mi brazo.
–Déjalo, Carlos.
–¡Joder, arriba!
Tira más fuerte y consigue levantarme, aprovecha la
inercia y me empuja hasta el baño dejándome sentada en la
tapa del váter.
–¡Un cagadero precioso! –dice encantado mientras abre
el grifo del baño.
–Hueles a choto.
Le echa sales de baño sin miramientos.
–Vamos, ¡ropa fuera!
Me quedo quieta, no pienso bañarme.
–¿Te desnudas sola o lo hago yo?
–No voy a bañarme.
–Sí lo vas a hacer. Vas a meter tu lindo culo en esta
jodida bañera.
Niego de nuevo y en una milésima de segundo lo tengo
encima quitándome la parte de arriba del pijama a toda
velocidad y cuando quiero reaccionar estoy desnuda
totalmente y Carlos me empuja hasta la bañera.
–Retiro lo de antes, estás más buena que un puto huevo
Kinder, joder…
Mira sus abultados pantalones.
–Se me ha puesto dura... lo siento, te dejo... vuelvo en
diez minutos.
Sonrojado sale cerrando la puerta no sin antes tropezarse
y cuando me quedo sola descubro que estoy sonriendo.

No pongo a Carlos otra vez en apuros y me baño


rápidamente. El calor y las sales de baño hacen que mi
cuerpo despierte poco a poco. Me seco y enrollo una toalla
alrededor de mi cuerpo colocándola por debajo de mis
axilas. Peino mi pelo hacia atrás desenredándolo y salgo al
salón. Está caminando de un lado a otro de la sala, se ha
quitado la corbata y se ha remangado las mangas de la
camisa.
–¡Guau! Gracias, Alba, si hubiera tenido que entrar en
ese puto cuarto de nuevo, no habría respondido.
Sonrío levemente. ¡Está tan gracioso!
–¿Eso es una puñetera sonrisa?
Me señala con el brazo extendido y el dedo índice
acusándome y hace que mi leve sonrisa se convierta en una
sonrisa completa.
–La hostia… ¡Joder, estás sonriendo!...
Me acerco y lo abrazo.
–Gracias, me encuentro mejor.
–Lo sé, soy cojonudamente perfecto.
Esta vez me río y Carlos me acompaña con una
carcajada.
–Esta es mi chica.
–Debería hablar con Fer... esta mañana no hemos
empezado con buen pie.
Carlos levanta una ceja.
–Sí, deberías hacerlo, estaba muy preocupado. Lo cierto
es que el pobre no tiene ni un puñetero respiro.
–Si me disculpas...
Carlos hace una mueca de asentimiento y se sienta en el
sofá a esperarme. Cojo el móvil de camino al dormitorio de
Stefan y Börg y cierro la puerta tras de mí. Necesito
intimidad para hablar con él. Me siento en la cama y marco
su número. Al tercer tono me contesta Fer.
–Sí.
Me da la sensación de que no ha mirado ni la llamada.
–Fer. Soy Alba.
–¡Alba! Un momento.
Oigo cómo habla con otra persona.
–¿Estás con Carlos?
–Sí. Quería disculparme por cómo te he tratado esta
mañana. Lo siento mucho.
–Olvídalo, Alba. Espero no haber sido muy duro contigo.
Vuelvo a oír voces de fondo.
–Te estoy interrumpiendo...
–Últimamente estoy bastante ocupado. El arranque de la
revista se está complicando un poco.
–¿Aún estás en la oficina?
Mientras hablo miro instintivamente la hora. Son las
nueve.
–Sí, ya me voy.
–Deberías.
Se hace una pausa.
–Mañana te veré en la oficina –añado.
–Será un placer tenerte de vuelta, Alba.
Me imagino su cara con una sonrisa de satisfacción.
–Hasta mañana.
–Te quiero, Fer.
Oigo el silencio.
–Y yo a ti, Alba, lo sabes.
–Lo sé.
Cuelgo antes de que me responda y me quedo un rato
sentada sin hacer nada, con la mente en blanco hasta que
unos nudillos tocan en la puerta y se abre.
–Estoy pensando en quedarme a dormir. ¡Lo sé! Se te
caen las bragas solo de pensarlo, y me da por culo decirte
que no... Así que está bien, me quedo. Podemos compartir
la cama de matrimonio, pero ojo, hay reglas. Nada de
meterme mano, ni un puto roce con el dedo gordo, ni de la
mano, ni del pie. Nada de hacer la cuchara. Tengo la polla
muy sensible y por supuesto nada de dormir en pelotas que
te conozco, en cuanto me despisto, te quitas la puta ropa y
ya van dos veces. Lo entiendo, soy el puto amo, no te
puedes resistir.
Carlos es alucinante. Es imposible aburrirse con él.
–Tengo que decir en mi defensa que esta vez has sido tú
quien me ha desnudado.
–Por favor... ha sido la hostia, un acto de valor, ¡heroico!
En cambio, en Londres... Eso fue un acto de autocontrol
increíble, me hiciste un puto estriptis del copón.
Lo miro con los ojos abiertos en plan guasa. ¡Es
sorprendente, pero he de admitir que tiene razón!
–Joder, Alba, y no contenta con eso, me sobaste el sable.
Joder, aún no sé cómo pude irme a mi puñetera habitación.
¿Sabes?, es muy jodido andar con tres piernas y los huevos
encogidos. Todavía mojo las sábanas cuando sueño con ese
desnudo tuyo de puta madre.
–Está bien, para. Acepto encantada las reglas, pero no
hace falta, hay otra cama en el altillo del salón.
Carlos pone cara de pena y se deshincha como un globo.
–Y una mierda. Dormiremos juntos. ¡Sabes que lo hago
por ti!
Sonrío alucinada.
–No se hable más, joder. Es lo mejor. Me voy a duchar,
puedes ponerte cómoda y acostarte.
Me mira, estoy solo con la toalla.
–Un poco menos cómoda, joder.
En cuanto sale me dejo caer pesadamente en la cama,
como si fuera un saco lleno de piedras. ¿Estoy realmente
preparada para afrontar un día entero en la oficina? ¿Para
ver a Jorge de nuevo? Creo que no. Oigo el agua correr y me
parece escuchar a Carlos cantar. Está como una cabra, pero
me encanta. Ha conseguido hacerme salir de mi entorno
autodestructivo y aunque me siento débil emocionalmente
sé que todos tienen razón. Tengo que afrontarlo como sea.
No estoy sola allí, tengo a Fer, a Esther y le tengo a él, a
Carlos. Trago saliva. Es mejor no pensarlo o echaré un paso
atrás. Me levanto y alcanzo mi maleta en el salón. Rebusco
dentro, solo tengo un camisón corto con encajes de color
verde esmeralda. Espero que no se lo tome como una
insinuación, no puedo ponerme el pijama que huele a choto,
según él. Me lo coloco y salto corriendo a la cama para
taparme con las sábanas. ¡Mmm! Huelen a limpio. Estos
chicos son un primor, han cambiado las sábanas. ¡Dios,
Stefan y Börg! Llevo cuatro días sin saber nada de ellos.
Vuelvo a saltar de la cama, busco mi móvil por el salón, no
está. Vuelvo al dormitorio y lo encuentro en la mesilla.
¡Arrrg! Tengo dos mensajes de Stefan de dos días distintos.
Alba, estamos en Bruselas y aunque Börg trabaja, yo no paro de
ir de un lado para otro, pese a un catarro enorme que me he
cogido. Espero que estés bien. 17:45

Alba, espero que estés trabajando y sin problemas. Ayer no


me contestaste y estoy un poco preocupado. 22: 28

Contesto rápidamente.
Hola Stefan aún no he comenzado a trabajar, pero creo que estoy
preparada para hacerlo mañana. Estoy bien. Stefan, aún no me he
incorporado, pero Que lo paséis genial y cuídate ese catarro. 22:09

Al momento me contesta.
¿Pero todo está bien? ¿No ha pasado nada nuevo? 22: 09

Arrugo la nariz. ¿Por qué me pregunta algo así?

Tranquilo, Stefan, no he incendiado tu casa, ni he tenido un


accidente con el coche, ni siquiera lo he cogido. Todo está
perfectamente. 22:10

Me quedo esperando una contestación.


No lo decía por eso, tonta. Lo decía por tus temas
amorosos. 22:11

¡Ah! Dios, qué tonta soy.

22:11 Eso sigue igual...

Tranquila “eso” está a punto de cambiar. 22:11

¿Qué querrá decir? ¿Lo dice por mañana cuando vaya a


la oficina? Me dispongo a contestarle.
–Bueno, me voy al altillo. Descansa, mañana va a ser un
día importante.
Carlos asoma la cabeza por la puerta con el pelo mojado.
–¿Qué dices?
–Estoy cansado y tú debes coger fuerzas.
–Anda, ven.
Abro el edredón y palmeo el colchón.
–Tengo la puñetera regla –me dice poniendo cara de dolor
y tocándose el bajo vientre.
Dejo escapar una carcajada.
–No pienso tocarte y menos si estás así –añado
siguiéndole la broma.
Carlos pasa y se sienta junto a mí sin intención de
quedarse. Me mira expectante y sé que en poco tiempo se
ha convertido en uno de mis mejores amigos.
–Gracias. Has sido mi tabla de salvación.
–Va, no seas tonta.
–¡Lo digo en serio! Si no hubieras venido hoy, aún
seguiría sentada en ese sofá.
Carlos no deja de mirarme con expresión de satisfacción.
–Soy tu puto héroe, ¿eh?
Y me pega con el puño cerrado en el brazo. Aguanto el
dolor.
–No te vengas arriba.
Tiro del edredón y nos tapo a los dos.
–Me quedo, pero una última puta regla sagrada.
Está más serio que en una reunión con Jorge. No tengo ni
idea de por dónde va a salir ahora, así que asiento
rápidamente.
–Nada de pedos.
–¡Serás... guarro! Una dama como yo no hace esas cosas.
–¡Oh, claro que sí! Haces eso y mucho más...
Se destapa para salir de la cama.
–¡Vale! No hay problema, nada de pedos, ni eructos, ni
nada de esas cosas.
Automáticamente vuelve a meterse en la cama. Apago la
lamparita y una semioscuridad nos inunda.
–Joder, Alba, estás cojonudamente sexy con ese
picardías.
Apenas lo veo, solo distingo su silueta recortada en la
claridad de la pared.
–No es un picardías.
–¿Te lo has puesto por mí?
–¡No es un picardías! –grito.
–Vale, vale, tranquila. ¿Entonces qué coño es?
–Un camisón... –digo a punto de perder la paciencia.
–Un camisón supersexy. Te queda de puta madre.
–¡Duérmete!
–En serio no respondo, joder. Si mañana te despiertas y
no estoy en la cama es porque se me ha puesta dura y he
tenido que salir por patas.
–Si aplicas las reglas no habrá problema.

El despertador me sobresalta y del salto que pego casi


me caigo de la cama. ¡Dios! Tengo que ir a trabajar. Me
siento sin fuerzas pese a haber dormido ocho horas
seguidas. Miro a mi izquierda, pero Carlos no está en la
cama y sonrío ampliamente recordando su comentario. Tras
asearme en el baño y hacerme una coleta alta, porque sé
perfectamente que eso a Jorge le molesta mucho, entro en
el salón. Efectivamente, Carlos está dormido, pero en el
sofá, hecho un cuatro. Cojo mi maleta y saco un pantalón de
vestir negros de cuero, unos zapatos de tacón rojos y un
suéter fino de color rojo y cuello alto. Vuelvo al dormitorio
sin despertarlo y me visto. Comienzo por maquillarme y
cuando el espejo me devuelve a una mujer poderosa, doy
por terminada la sesión de maquillaje. Ha pasado media
hora, así que me acerco a Carlos esta vez con la intención
clara de despertarlo.
–Buenos días, dormilón.
Le toco el brazo.
–Mmm.
–Arriba.
Me vuelvo hacia la cocina y enciendo la cafetera para
preparar café. El ruido hace que Carlos se desperece poco a
poco.
–¿No has conseguido quedarte en la cama, eh?
–Imposible... –dice con voz mañanera.
–Te debe doler todo. ¿Por qué no te has subido al altillo?
Coloco las tazas, las servilletas, la leche y las galletas.
–¿No te he dicho lo jodido que es andar con tres piernas?
¡Imagínate subir puñeteras escaleras de caracol!
Pongo los ojos en blanco.
–¿Qué coño es esto?
Carlos mira lo que he preparado para desayunar.
–El desayuno.
Resopla y se marcha hacia el baño mientras se va
estirando por el camino.

Carlos apaga el motor del coche en la plaza número 25


del garaje del edificio de Diro Design, pone el freno de mano
y me mira de arriba abajo.
–Me encantan esos zapatos rojos a juego con tus labios.
Sonrío. Estoy muy nerviosa, tengo el corazón en la
garganta.
–¡Qué coño, solo te falta la fusta! ¡Ufff! Qué calor me está
entrando.
–Voy a intentar no enfrentarme a él.
–¡Ni de coña, Alba! Quiero que te pasees delante de él,
que frotes tus pechos en su cristalera y que le hagas un
twerking cuando se te caiga el jodido bolígrafo al suelo.
–Empiezo a pensar que necesitas ayuda, Carlos...
–Son los calores... ahora en serio, recuerda, soy tu puto
héroe. Llámame si tienes un bajón o cualquier mierda, en
cualquier momento. Do you understand me? Haz tu trabajo,
que es a lo que has venido. No le rehúyas, simplemente
hazle ver lo que se ha perdido. Estoy seguro de que antes
de que termine el día estará de rodillas lamiendo esos putos
zapatos rojos de diablesa.
–Eres único.
–Lo sé.
–Intentaré hacerlo lo mejor posible y no llevarme por los
sentimientos.
–Joder, Alba, quiero escuchar esos tacones cada vez que
andes por la oficina, que pueda decirles a todos, ¡callaos,
ahí va Alba! ¡Con dos cojones!
Subimos juntos en el ascensor y lo escucho alucinada,
pero la verdad es que me está animando mucho. Yo me bajo
antes que él, así que cuando salgo, Carlos aún tiene una
última frase preparada.
–Recuerda, eres una puta tía calculadora, fría como el
hielo. ¡Que se joda!
Asiento sin saber exactamente cómo voy a reaccionar y
me pierdo tras la puerta de entrada a recepción. Nada más
entrar un escalofrío me recorre el cuerpo y me abrazo a
Esther.
–¿Qué tal las vacaciones?
–Bueno, ha habido de todo un poco. Dejémoslo en
intensas. ¿Qué tal por aquí?
–¡Genial! No sabes cómo se nota la ausencia de Marta.
El estómago se me cierra produciéndome un dolor agudo,
para mí no ha habido “ausencia de Marta”.
–Eso está bien.
Controlo mi voz para no alterarme y dominar la situación.
Miro mi reloj de pulsera.
–Luego te veo.
Ella me guiña un ojo y salgo con decisión caminando
hacia el pasillo que conduce a los despachos acristalados.
Noto cómo poco a poco voy poniéndome cada vez más
nerviosa y la sangre me fluye con rapidez hacia el corazón.
Cuando doblo la esquina lo primero que veo es a Jorge en la
puerta de su despacho hablando con dos hombres. El sonido
de mis tacones hace que los tres se giren en mi dirección y
en ese momento me habría gustado que me tragara la
tierra, pero recuerdo las palabras de Carlos y me las repito a
mí misma en mi mente. “Soy una puta tía fría como el
hielo”. Camino con decisión marcando con fuerza mis
tacones, inclinando mis caderas y haciendo que mi coleta
baile de un lado a otro con cada paso. ¡Jódete, Jorge!
Cuando llego a la altura de mi despacho me paro para abrir
la puerta de cristal, pero antes mi cabeza gira hacia la
izquierda en dirección a los tres hombres haciendo que mi
coleta se balancee y quede sobre mi hombro derecho.
–Buenos días –suelto como si nada.
Son unas décimas de segundo antes de entrar a mi
despacho, pero es el tiempo suficiente para ver cómo los
dos hombres desconocidos pasan del babeo puro y duro a
responderme al unísono con otro “buenos días”
acompañados de unas sonrisas de oreja a oreja mientras
que Jorge dirige sus ojos a mi coleta sin pestañear, pero por
educación me saluda.
–Buenos días, Alba.
Abro la puerta y entro cerrando tras de mí. Me acomodo
en mi escritorio intentado sosegarme con este primer
contacto, creo superado con creces. Los tres hombres
siguen hablando, aunque uno de ellos me mira de vez en
cuando furtivamente. Enciendo mi ordenador portátil y
comienzo con los correos. Tengo unos cuantos, así que
cuanto antes empiece mejor. No he terminado de abrir el
primer correo, cuando Jorge irrumpe en mi despacho
cerrando la puerta.
–Por fin has decidido pasarte por la oficina.
No me atrevo ni a mirarlo, creo que no estoy preparada
para una conversación con él cara a cara. Aún no.
–Tengo trabajo –digo secamente. Pero ni corto ni
perezoso se sienta en la silla justo enfrente de mí, cruza las
piernas y se acomoda tranquilamente. ¡Pufff! Esto va para
largo...
–Bienvenida, me alegro de que hayas vuelto.
–Gracias.
Sigo con la cara en la pantalla sin mirarlo, hago que leo
porque realmente no me puedo concentrar en la lectura.
Él se inclina hacia adelante.
–Alba.
Su tono autoritario hace que no pueda seguir
escondiéndome tras la pantalla.
–Dime.
Mis ojos le observan por encima del ordenador. Jorge
cierra el portátil bajando la tapa y despejando la barrera
física que hay entre nosotros.
–Tenemos que hablar.
–¿Es algo de trabajo?
–Sabes perfectamente que no.
–Entonces, no tenemos nada de qué hablar –digo lo más
fría que puedo.
Él suspira, pero no se da por vencido.
–¿Comemos juntos?
–He quedado para comer.
–Hablamos a la salida del trabajo.
Me quedo mirándolo impasible.
–No.
Vuelve a respirar hondo, afloja un poco el nudo de su
corbata azul de seda y se pone en pie. ¡Por fin! ¡Creo que
hacer de tía fría no es lo mío!
–Solo te pido que me escuches un momento, eso es todo.
Abro mi portátil y continúo con mis correos. ¡Por Dios,
que se vaya ya! Al momento, Jorge sale de mi urna para
meterse en la suya.

El día se me pasa volando, ni siquiera he salido a comer,


tengo tanto trabajo retrasado que no me ha dado tiempo,
por suerte, Jorge ha estado muy liado yendo de un
departamento a otro con reuniones a las que agradezco no
me haya invitado. Tan solo he hablado por teléfono con
Carlos apenas dos minutos. Me ha llamado él para saber
cómo estaba y si necesitaba un rescate “exprés”. Miro el
reloj del portátil. ¡Dios, son las ocho y cuarto! A mi
alrededor ya no hay nadie en los despachos, así que decido
recoger y marcharme. La recepción está vacía, tampoco hay
nadie, en ese momento suena mi móvil.
–¿Sí?
–Alba, soy Fer. Quería que supieras que me alegro mucho
de que hayas tomado la decisión de volver al trabajo, la
verdad, me siento incluso aliviado.
–Tenías razón, pero estaba bloqueada.
–No he podido pasar a verte. Tengo un lío increíble.
–No te preocupes. Ha sido un día muy ajetreado también
para mí, tenía mucho atrasado.
–Mañana prometo bajar a verte.
–Tranquilo. No te sientas obligado, de verdad.
Me paseo mientras hablo por recepción de un lado para
otro hasta que llega el guardia de seguridad y me indica
que debo salir. Va a cerrar.
–Lo siento, tengo que dejarte, Fer, el guardia de
seguridad me echa ya.
–¿Aún estás ahí? ¡Dios, te dije que volvieras a trabajar,
pero no tanto!
Salgo riéndome hasta el tramo de escaleras y comienzo a
bajar.
–Seguro que tú acabas de salir.
–Esta vez no. Estoy ya en casa. Hoy es el cumpleaños de
mi madre y nos ha invitado a cenar.
–¡Oh! Dale un beso enorme de mi parte, por favor.
–Lo haré, descuida.
–Nos vemos mañana y disfruta.
–Hasta mañana.
Cuelgo justo cuando llego al portal, me despido del
conserje y salgo a la calle, pero para mi sorpresa Jorge está
justo enfrente apoyado en una farola.
–Creía que no ibas a bajar nunca –dice con una media
sonrisa. Comienzo a andar hacia la boca de metro
ignorándolo, pero se coloca a mi lado caminando a mi ritmo.
–¿Dónde vas? Te llevo. Es tarde.
–No hace falta.
–Insisto.
Me coge del brazo y me obliga a girar hacia el portal.
Volvemos a entrar, volvemos a saludar al conserje que nos
mira con cara de no entender nada y bajamos hasta el
garaje. Me abre la puerta de su coche y espera a que entre.
No sé por qué, pero decido escuchar lo que me tenga que
decir, creo que es la única manera de que me deje en paz.
Cuando entra me quedo mirándolo, esperando impaciente.
–¿Dónde te llevo? –dice mientras me abrocha el cinturón
de seguridad.
–Dime lo que me tengas que decir ahora.
–Aquí no, Alba. Dime dónde te acerco o te llevo a mi
casa.
¡No, por Dios, a su casa no!
–Calle Triana, 25.
Jorge pone el GPS y salimos a toda velocidad. Durante el
trayecto apenas hablamos, es un recorrido corto y en
apenas diez minutos estamos frente a la puerta del
apartamento de Stefan y Börg. Abro con cuidado y
pasamos. Jorge lo explora rápidamente con la mirada, la
verdad es que hay poco que ver.
–Está un poco desordenado, pero no sabía que ibas a
venir.
Me pongo a doblar la manta que ha dejado Carlos en el
sofá y a recoger el desayuno.
–¿Lo has alquilado?
–No. Me lo han prestado.
Me mira intrigado.
–¿Quién?
–No es asunto tuyo.
–Sí es asunto mío.
Me paro en seco antes de dejar los vasos del desayuno
en el fregadero.
–Te recuerdo que no estamos saliendo. Nuestra relación
ahora es estrictamente laboral.
Se acerca a mí, me quita los vasos y los deja en el
fregadero.
–Todo lo que respecte a ti, es asunto mío, Alba.
Me giro esquivándolo.
–¿Tomamos algo? –me dice mientras se quita la corbata.
–Por favor, ¿qué querías hablar conmigo?
Me siento nerviosa en el sofá y me doy cuenta de que ha
sido un error traerlo aquí. Ignora mi pregunta y se pone a
buscar unos vasos en los armarios altos de la cocina.
Enseguida los encuentra y a continuación descubre una
botella de ginebra de la marca Citadelle Reserve. Levanta
las cejas asombrado y prepara dos vasos con hielo. De la
nevera rescata una tónica y la reparte entre los dos vasos.
Cuando lo tiene preparado, se sienta a mi lado tendiéndome
uno de los gin-tonic. Lo agarro sin ganas y lo dejo en la
mesa. Jorge, sin embargo, toma un sorbo.
–Muy buena. El dueño o dueña de este apartamento tiene
buen gusto.
–Por favor... Jorge, al grano, mañana tengo que madrugar.
Jorge se toma su tiempo antes de continuar y bebe otro
trago. Luego lo deja sobre la mesa y se me acerca
peligrosamente en el sofá.
–Lo primero... –carraspea–. Quiero pedirte perdón.
Me mira esperando una reacción por mi parte que no
llega.
–Lo siento. He sido un idiota, sé que lo he estropeado
todo.
–Te quedas corto, Jorge.
–… Perdóname, Alba. Me he dado cuenta de lo que
realmente quiero y deseo que volvamos a estar juntos.
–Eso no va a pasar, porque yo también me he dado
cuenta de lo que quiero, y no deseo volver contigo.
–Alba, sé que te he hecho daño, pero no volverá a pasar.
–Me has hecho mucho más que daño, Jorge. Consentiste
en dejar que Marta me hiciera la vida imposible en la
oficina, que me humillara delante de todos, la defendiste.
–Lo siento, lo siento.
–No había otra mujer en el mundo. ¡Tenía que ser Marta!
El odio, la ira hacen que me desate y comienzo a gritar.
Esta vez le pego un trago a mi copa.
–Tienes toda la razón, he actuado sin pensar que te
estaba perjudicando, déjame que te demuestre que lo
puedo hacer mejor. Mucho mejor.
Muevo la cabeza negativamente y le pego otro sorbo a
mi copa.
–Tu tiempo se acabó... –digo pensativa con la mirada
perdida en los hielos de mi gin-tonic.
–Alba, ¡mírame!
Jorge coge mi cara.
–He cometido un error, lo reconozco y te pido perdón. Te
pido una segunda oportunidad.
Sus ojos expresan desesperación y me quedo aturdida.
–No te arrepentirás, Alba, te lo prometo... Marta es
historia, esta vez para siempre.
Acerca su cara a la mía y posa sus labios con cuidado
sobre los míos. Estoy petrificada y no me muevo. Su beso es
corto, como si tuviera miedo al rechazo. Se queda a unos
pocos centímetros de mi cara.
–Vas a ser mi princesa, pídeme lo que quieras...
–Quiero que te vayas...

A través del ruido del secador me parece escuchar un


timbre. Lo apago y me quedo quieta como una estatua con
el secador en alto, como si fuera una pistola apuntándome
la sien. Escucho unos segundos hasta que vuelve a sonar.
Es el timbre de la puerta. Miro el reloj, son las ocho y cuarto.
¿Quién puede ser a estas horas de la mañana? En la puerta
de entrada me inclino para mirar por la mirilla. Es un
hombre con esmoquin.
–¿Quién es? –digo con el cuerpo literalmente pegado a la
puerta como una babosa.
–AquaFlor. Flores a domicilio.
Me separo de golpe dando tres pasos hacia atrás como si
me apartara de una bomba a punto de explotar.
–¿Alba Galán?
Escucho la voz del hombre tras la puerta. ¿Quién me
envía flores? El corazón se me anima de inmediato y abro la
puerta. Es un chico vestido de esmoquin con un enorme
ramo de rosas rojas, casi ni lo veo.
–¿Alba Galán?
–Sí, soy yo.
Asiento con una sonrisa.
–Firme aquí, por favor.
Le echo un garabato rápido.
–Que las disfrute.
Me pasa el ramo con cuidado y no lo suelta hasta que lo
tengo bien agarrado.
–Gracias –le digo al ramo porque al chico ya no lo veo y
entro entusiasmada cerrando con el pie la puerta. Lo coloco
en una jarra grande para que no se caiga. ¡Dios, es enorme!
Dos docenas de rosas rojas, veinticuatro rosas preciosas.
¡Nunca nadie antes me había regalado flores! Me quedo
mirando la tarjeta blanca que asoma entre las hojas verdes
y pienso de quién me gustaría que fueran... pero sé que son
de Jorge. Ayer se fue sin rechistar de casa pese a haberlo
rechazado, pero lo hizo dignamente acatando mi castigo sin
más.
Abro el sobre y saco la tarjeta.

Sé que puedo hacerlo mejor, mucho mejor.


Déjame demostrártelo.
Jorge

Juego con la tarjeta entre mis manos mientras huelo una


de las rosas. ¡Mmm! Huelen tan bien... Si piensa que con
esto va a estar todo arreglado lo lleva claro, pero me
encantan.
Desayuno brevemente y tras apretarme la coleta de
caballo y mirarme en el espejo, cojo las llaves del coche de
Stefan. Hoy voy a ir a trabajar en coche. Estoy muy
nerviosa, pero creo que es dar un pasito más... Tengo que
ser capaz de seguir con mi vida y para algo me saqué el
carné de conducir... ¡Para conducir! Tras bajar en el
ascensor hasta el garaje como un flan, me dirijo a la plaza
33 y no me puedo creer lo que veo, de hecho, doy varias
vueltas por si me he confundido de plaza. Es un coche que
no conozco, no me suena. Me encanta, pequeño, práctico y
moderno. La marca es “Opel”. Miro la matrícula, por las
letras debe de ser nuevo, muy nuevo. Lo rodeo y en la parte
trasera puedo leer el modelo: “Adam”. Es de color naranja
metalizado con el techo negro. ¡Perfecto! Tras colocarme en
el asiento del conductor y repasar todos los pasos antes de
arrancar, como colocar el asiento, espejos, cinturón...
respiro hondo y me digo a mí misma que voy a llegar a la
oficina sana y salva y con esta premisa en mente arranco
llena de euforia dirigiéndome a la rampa de salida y
enseguida me doy cuenta de que conducir con estos
tacones no ha sido la mejor idea. Le doy al mando y la
gruesa puerta de hierro se desliza quedando totalmente
abierta. Bueno, ¡allá voy! Meto primera y el coche sube la
rampa sin problemas. ¡Yupiii! Primera prueba superada,
ahora solo queda el recorrido y eso no me parece tan difícil,
está bastante cerca de la oficina. En apenas diez minutos
estoy aparcando el coche en mi plaza asignada de Diro
Design. ¡Madre mía! Por fin la estreno.
–Adam, tú y yo vamos a ser grandes amigos –le digo al
coche antes de salir.
Miro el reloj, ¡llego tarde! Cuando entro en recepción,
encuentro a Esther sentada en su puesto de trabajo.
–Buenos días –le digo, pero antes de contestarme me
observa como si hubiera visto algo muy gracioso lo que
hace que me mire a mí misma, quizás lleve una mancha en
la ropa. Repaso mi vestido ajustado, es negro y está
impecable, a lo mejor algo arrugado, claro, lleva en la
maleta una semana... ¡Arrrg!
–Buuennííísssiiimmmooosss días –dice al fin.
Me acerco al mostrador con una medio sonrisa en la cara,
más mosqueada que un toro en Las Ventas. Aquí pasa algo.
–¿Qué pasa?
–Bueno... no sé, te noto diferente –dice rotunda.
–¿A mí?
–Yes. A ti.
–Pues soy la misma de siempre.
–Yo no estoy tan segura. Ayer estabas bastante lejos de lo
que eres hoy. Ayer te noté algo tristona, que puede ser por
la vuelta al trabajo después de unas vacaciones, pero al
verte hoy... Creo que ayer te pasaba algo y, sin embargo,
hoy estás radiante. Es más, creo que según avance el día
esto va a ir en aumento.
–No estés tan segura...
Ella me sonríe sin parar.
–Ya lo veremos.
Me encojo de hombros.
–Espero que tu día también vaya a mejor, luego nos
vemos –le digo.
–¡Hasta luego!
Me despide jovial.
Echo a andar por el pasillo pensando en lo que me ha
dicho, quizás tenga razón. Ayer a esta hora estaba hecha un
manojo de nervios y apenas hablé con ella después de mi
parón vacacional. Giro en el pasillo y tengo que pararme en
seco, me quedo totalmente paralizada con lo que veo... ¡No
me lo puedo creer! ¡Dios mío, Jorge! Me llevo la mano a la
boca. Miro a un lado y a otro, todos mis compañeros han
dejado lo que estaban haciendo para ver mi reacción. Toda
mi urna de cristal, todo mi despacho, ¡¡está lleno de ramos
de rosas rojas!! Apenas se ve la mesa y el suelo. ¡Debe
haber cientos de rosas! Camino los cinco pasos que me
quedan hasta la puerta y con mano temblorosa la abro. Un
profundo olor a rosas me invade. Mis compañeros empiezan
a aplaudir y silbar y me pongo tan roja que me acabo
camuflando con las flores. Un par de secretarias con las que
he hablado alguna vez junto a la fotocopiadora vienen a mi
encuentro.
–¡Enhorabuena, Alba! –dice una de ellas.
–No nos queremos entrometer, pero tienes una tarjeta en
el ramo del centro de tu mesa –dice la otra.
–Esta mañana ha sido alucinante cuando han llegado.
Cinco chicos las han traído, ¡no paraban de pasar ramos de
rosas rojas!
–¡Qué bien huelen!
–Si quieres te ayudamos a colocarlas para que puedas
trabajar.
Estoy aturdida, no paran de hablarme las dos a la vez.
–Perdonad… me gustaría leer la nota a solas.
Ambas se miran calladas.
–Por supuesto, no te preocupes, vamos, Sara.
–Sí, claro Alba. Luego venimos.
Las dos mujeres salen cuchicheando y sonriendo a la vez.
Me dejo caer en la silla y miro a través de los ramos el
despacho de Jorge. Está vacío. Ni rastro de él. Cojo la nota y
la saco lentamente del sobre. La inconfundible letra
elegante e inclinada de Jorge aparece delante de mis ojos.

Lo voy a hacer mucho mejor y no voy a dejar


de intentarlo hasta que volvamos juntos.
Te necesito a mi lado.
Jorge

Vuelvo a dejar la tarjeta en su sobre y descuelgo el


teléfono.
–¿Esther?
–Ha mejorado, ¿no?
Escucho la carcajada de Esther en estéreo, por el
teléfono y por el pasillo.
–¿Son de Jorge?
–Sí. Son de él. Dime, ¿hoy no va a estar en la oficina?
–Tú eres su secretaria y su novia.
Afirma incrédula.
–Lo sé, lo sé.
–Ha venido esta mañana muy temprano y ha estado aquí
hasta que han llegado las rosas. Luego se ha marchado y
me ha dicho que no volvería hasta la tarde. ¿Habéis
discutido?
–Es algo más largo de contar. Si puedo hablamos luego.
–Como quieras. Espero que todo esté ya arreglado.
–Pues no. Lo siento, prefiero contártelo en persona.
–Está bien, hablamos.
–Hasta luego.
Cuelgo el teléfono y entonces se me ocurre una idea. Le
hago una seña a Sara que no me quita ojo y rápidamente la
tengo a ella y a Patricia en mi despacho.
–Me gustaría entregar un ramo a cada una de las mujeres
que trabaja aquí en el edificio de Diro Design.
Las dos me miran como asustadas.
–Pero...
Sara deja la frase en el aire.
–¿Cuántas son aproximadamente? –la corto.
–¿Estás segura? –me pregunta Patricia.
–Por supuesto –digo tajante.
–Pues seremos unas... –Sara se queda pensativa
haciendo cuentas.
–Departamento contable hay dos, informática, dos, en
compras hay cinco, Esther en recepción... en ventas hay
nueve...
–Hay un total de seis secretarias contándonos a nosotras
dos –añade Patricia–. Eso hace veinticinco. Contigo
veintiséis.
–¡Ah! Y las nuevas del departamento de la revista.
–Es verdad.
Patricia echa cuentas.
–Si no me equivoco, son cuatro.
–Falta el departamento de recursos humanos.
Sara comienza a contar en alto.
–En recursos humanos seis.
–¿Alguna más? –digo pensativa.
–Las cuatro del departamento de control de calidad –
añade Sara.
–Eso hace un total de cuarenta.
–¿Y el departamento de limpieza? –pregunto.
–¡Sí claro! Otras tres.
–Un total de cuarenta y tres –digo pensativa mientras
cuento mentalmente los ramos. ¡Tengo cuarenta y cinco
ramos! ¡Jorge se ha vuelto loco! Cuarenta y cinco ramos con
doce rosas cada ramo hace un total de... ¡¡¡quinientas
cuarenta rosas!!! A una media aproximada de cuarenta y
cinco euros por cada ramo de doce rosas, son... cuarenta y
cinco ramos por cuarenta y cinco euros... la cabeza me da
vueltas, dos mil veinticinco euros...
–Bien, llevaros todos menos tres ramos y repartir uno a
cada una de las mujeres que hemos contabilizado sin
contarme a mí, claro.
–¿Estás segura?
Vuelve a preguntar incrédula Patricia.
–Por supuesto.
Las dos mujeres comienzan su tarea encantadas con el
encargo cogiendo un par de ramos cada una. Una vez me
quedo sola, cojo el móvil y escribo un mensaje a Jorge.

9:25 Todas te echamos de menos.

Al ratito me contesta.
Solo quiero que tú me eches de menos. Perdóname, Alba,
no voy a parar de pedírtelo hasta que me perdones 9:36

Dejo el móvil y comienzo a trabajar con ganas hasta que,


hacia la una, Carlos irrumpe en mi despacho.
–¿Qué coño haces, Alba? Tienes a toda la puta oficina,
desde el conserje hasta el último mono gilipollas cotilleando
de ti y del puto amo del Universo.
Según habla se acomoda en la silla.
–Es su manera de pedirme perdón. Esta mañana me ha
enviado un ramo a casa de Stefan y Börg. ¡Y cuando llego
aquí me encuentro esto! Se ha gastado más de dos mil
euros en pedirme perdón. ¡Está como una cabra!
–Sí, es un puto cabrón con pasta.
Sonríe para sus adentros.
–¡Pero...!
Levanta un dedo en vertical.
–Tu contraataque ha estado de puta madre. ¡Ha sido la
hostia, Alba! ¡Esta es mi chica! Hoy seguro que alguna cae
en mis brazos. Están todas con las bragas flojas con este
rollo de las rosas.
No hago ni caso a sus comentarios.
–Estoy desbordada... nadie, jamás, había actuado así
conmigo.
–¡Eeeh! ¡Para! Yo he hecho muchas más cosas que ese
mierda de tío. No puede comprarte con dinero. ¡Porque eso
es lo que está haciendo, joder! ¡No lo olvides, Alba!
–No sé. Quizás se merezca una segunda oportunidad.
–No me jodas. Un cabrón infiel lo es para siempre.
–Tienes razón, pero se le ve tan arrepentido.
–Te dije que iba a lamer tus tacones como un puto perro
faldero.
Coge un lápiz de mi escritorio y comienza a dar pequeños
golpes en la mesa creando una melodía.
–Puedes hacer lo que quieras, Alba, pero te aconsejo que
dejes un tiempo antes de decidir. No te precipites.
Me lo dice sin una sola palabrota y eso en él es que está
hablando en serio.
–No me hagas caso. No sé ni lo que digo.
Deja el lápiz en el bote junto a otros y se levanta.
–Me piro, hay un par de pibas de recursos humanos que
están deseando probarme.
Me guiña un ojo y sale.
–Seguro que te catan.
Escucho su risa mientras se aleja. Me levanto y doy un
par de vueltas por mi despacho hasta que decido coger el
teléfono y llamar a Fer para que comamos juntos.

–Sé que hemos estado un poco distantes últimamente.


Sonrío sarcástica.
–Justo ahora que estamos más juntos que nunca,
trabajamos en el mismo edificio, por eso quería hablar
contigo tranquilamente.
Fernando me mira mientras corta un trozo de su filete.
–Tienes toda la razón y que tenga tanto trabajo no es
excusa para no vernos. Perdóname.
–¡No seas tonto! Comprendo perfectamente que estés
absorbido completamente, hay mucho en juego.
Fer mastica rápidamente antes de contestar.
–Da igual eso, Alba. Eres mi mejor amiga y sé que lo has
pasado mal. Carlos me contó por encima lo que pasó
cuando volvió de verte. También María me llamó para
ponerme al día y, sin embargo, no he tenido tiempo ni para
llamarte.
–Entonces estás al tanto de todo.
–Sí.
Come un poco de pan y mientras mastica su mente viaja
a otro lugar.
–¿Recuerdas nuestra conversación el día de la fiesta en
mi ático mientras bailábamos?
Asiento curiosa.
–En aquel momento mi impresión fue que te escudabas
en Jorge para no sufrir.
–Lo recuerdo perfectamente.
–... Y ahora el príncipe ha salido rana.
Dejo los cubiertos en la mesa.
–¡Alba! Creo que deberías darle una oportunidad a Jesús
ahora que no tienes nada que perder.
–Jorge está muy arrepentido.
Ahora es Fer quien suelta los cubiertos a medio terminar
su filete.
–Sí, sí, sí, Alba, toda la oficina habla ahora de eso. Jorge
me cae bien. Como jefe es increíble, sabe sacar lo mejor de
cada trabajador, es serio, inteligente y sabe lo que hace.
–¿Pero?
El camarero se acerca.
–¿Han terminado?
Los dos asentimos y el camarero nos deja la carta de
postres tras retirar los platos a medias.
–El problema es que lo bueno de Jorge como jefe es lo
malo de Jorge en la vida personal. Es muy inteligente y sabe
lo que hace.
Me quedo de piedra escuchándolo. Sé que Fer es
totalmente sincero conmigo y sus palabras me hacen
reflexionar.
–Estoy harta de que todo me salga mal.
–No te está saliendo mal... yo creo que te está saliendo
de lujo. Verás, cuando tu destino está ahí y lo esquivas una
y otra vez, el destino te busca y no va a parar hasta que lo
sigas.
Cuando termina la frase chasquea la lengua y me guiña
el ojo y no puedo más que sonreírle, quizá tenga razón.
–No te rías, hazme caso, ya lo verás. El tiempo me dará la
razón.
Ojeo la carta de postres. No me apetece nada.
–Bueno, cuéntame cómo es ser jefe de departamento.
Quiero dejar de darle vueltas al mismo asunto así que
cambio de conversación.
–No te lo vas a creer –me dice Fer mirándome por encima
de la carta de postres.
–¡Qué! –digo nerviosa.
–Todos me hacen la pelota, ¡es guay!
Nos reímos al unísono y esto era precisamente lo que
necesitaba, reírme.
–No, en serio, entre Jorge y yo hemos formado un equipo
estupendo. Me alegro de que estuviera conmigo en las
entrevistas, tiene muy buen ojo con la gente.
–Sí, la verdad es que sí. Nos contrató a los dos.
–¡Ah! Se me olvidaba. Un fotógrafo, un redactor y yo,
iremos a la inauguración de la tienda en Mónaco,
incluiremos un reportaje en el número uno de la revista, me
lo ha confirmado Jorge esta mañana. Me dijo que te lo
comentara para que hicieras las reservas. Te envío esta
tarde los datos personales con los DNI escaneados de todos
para que puedas hacerlo.
–¡Dios, Mónaco! –grito con la mano en la frente como si
tuviera fiebre. Me quedo petrificada–. ¡Lo había olvidado por
completo!
–Es el martes que viene, Alba –dice Fer con voz metálica.
–Lo sé. Lo sé.
–¿No has reservado nada?
–Sí, claro. Lo dejé todo cerrado antes de irme a Santo
Domingo, es solo que pensaba que quedaba más tiempo, la
semana que viene es... muy precipitado.
Reservé una única habitación para Jorge y para mí, pero
ahora no tiene sentido. ¡Tengo que cambiarlo cuanto antes!
–Un viajecito juntos a Mónaco. Nos lo pasaremos bien.
Levanto la mano cuando el camarero me mira.
–¡La cuenta, por favor!
–¿No tomamos postre?
Miro la cara desilusionada de Fer.
–Tengo prisa. Envíame la información nada más te sientes
en tu mesa.
Ordeno con cara seria.
Son las cuatro menos cuarto. Abro el ordenador y entro
en mi correo. Tengo un correo de Jorge donde me explica
que una delegación de Francia se adelantará para tratar los
últimos detalles con el hotel como la recepción, el photocall,
el protocolo, el menú de la cena y la fiesta posterior. El
contacto de la delegación es una tal Mía. Jorge me envía su
correo electrónico. Muy bien. También Fer me ha enviado
todos los datos. Así que me lleva tres cuartos de hora
conseguir incluirlos a los tres en el mismo vuelo. El
principado de Mónaco no tiene aeropuerto así que volamos
al aeropuerto de Niza. Desde allí hay dos maneras de llegar
a Mónaco, en helicóptero o por carretera en coches
alquilados. Mi sentido común me ha llevado a elegir lo
segundo para desplazarnos hasta el hotel. Esto ya va a salir
un poco caro, pero es lo que hay. A continuación, llamo al
hotel. He reservado en el Hotel de París Monte Carlo. Es un
hotel renovado, cada habitación doble ha costado entre 480
y 550 euros, pero es que en Mónaco todo es caro. Lo he
elegido por su situación junto al Gran Casino y pegado a la
Avenida Princesse Alice, donde se sitúa la nueva tienda. Es
la milla de oro de Mónaco, todas las mejores y más lujosas
tiendas se encuentran cerca, Channel, Gucci, Prada,
Hermés... no tengo ni idea de lo que le ha costado a Diro
Design abrir esta tienda, pero ha apostado fuerte. Cuando
descuelgan gestiono las nuevas habitaciones.
–Buenos días, soy Alba Galán, llamo de la empresa Diro
Design. Tenemos tres habitaciones dobles superior
reservadas para los días, 3, 4 y 5 de mayo y quería hacer
dos nuevas reservas, en las mismas condiciones.
Una voz masculina me contesta:
–Buenos días, señorita Galán, encantado de volver a
hablar con usted. Un momento, por favor, voy a consultar su
reserva.
Al momento vuelvo a escuchar la voz masculina.
–Correcto. Tiene tres habitaciones dobles superior
reservadas. ¿Reservamos dos habitaciones más?
–Sí, por favor.
–Ya lo tenemos. En total cinco habitaciones dobles
superior, entrada el 3 de mayo y salida el 5 de mayo.
–Gracias. Ahora quisiera hacer un cambio, una de esas
habitaciones dobles, cambiarlas por dos individuales.
–Lo siento, no es posible. Todo está ya reservado.
–Bueno, ¿y reservar otra habitación doble superior?
–¿Una más?
–Sí, por favor.
Escucho cómo teclea en un ordenador rápidamente.
–Lo siento, no queda nada. Eran las dos últimas. Estamos
al cien por cien de ocupación para esas fechas.
¡Dios!
–Está bien, muchas gracias. No pasa nada. Nos vemos el
3 de mayo.
–De nada, señorita Galán. Espero haberle servido de
ayuda y buen viaje.
Cuelgo el teléfono sopesando la situación. ¿Qué hago? No
me queda otra que dormir con él. Escribo un correo a Mía
con todos los datos y me paso el resto de la tarde
imprimiendo todos los billetes de avión, el mapa de
situación de la nueva tienda y el Hotel de París Monte Carlo
e incluyo un pequeño resumen con los horarios, el protocolo
de vestimenta al que por supuesto hay que acudir de gala
absoluta, la cena, los desplazamientos, horario de salida del
hotel, hora del vuelo de regreso a Madrid y una lista con la
documentación que no deben olvidar.
Lo voy metiendo en sobres individuales con los nombres
de cada uno y cuando lo tengo todo, llamo a Patricia para
que me eche una mano repartiéndolo, coge las cartas y al
salir se topa con Jorge. Le sonríe tímidamente y sale
corriendo.
–Buenas tardes –dice con tono cansado.
–Hola –digo con voz plana y continúo con mis tareas.
Jorge mira los tres ramos que hay en la mesa. Se acerca
y huele una de las rosas.
–Me han dado las gracias en siete ocasiones por las
flores. Me encanta tener al sector femenino contento en la
oficina, pero esas rosas eran solo para ti.
Se deja caer en la silla.
–Espero que te hayan gustado –añade.
–Eran demasiadas. No podía trabajar.
–Eso es un sí.
Sonríe de lado y por fin me decido a mirarle.
–Tengo un problema.
Me mira expectante.
–No he podido cambiar la suite que reservé antes de irme
a Santo Domingo en Mónaco.
Responde rápido.
–Si no quieres dormir conmigo, no te preocupes, no hay
problema. Dormiré en el sofá.
Me quedo más tranquila, aunque aún no estoy segura,
eso implica no compartir cama, pero sí habitación y baño.
–Entiéndelo, la situación ahora es diferente.
–Alba…
Se apoya en la mesa con ambos codos.
–Voy a hacer todo lo que sea para que vuelvas conmigo.
Pídeme lo que quieras. Lo haré.
¡Dios mío, Carlos tiene razón! Está comiendo en mi mano
y siento cierto sentimiento de ternura hacia él.
–Se te ve cansado.
–Lo estoy. He tenido un día muy intenso. Me he reunido
con mi jefe y el jefe de mi jefe para ultimar los detalles de la
apertura de la tienda de Mónaco y estoy agotado.
–Menos mal que es viernes –le digo con un tono más
conciliador.
–Y no tenerte conmigo, es una situación que me agota
mentalmente.
Se levanta con ánimo de irse.
–Por favor, habla con Carlos, Tara también asistirá a la
inauguración y estará presente con un anticipo de su
colección. Va a ser la clave del éxito de esta apertura.
Coordínate con él para que a Tara no le falte de nada. ¡Ah!
Espero que hayas reservado los helicópteros para
desplazarnos hasta el hotel.
¡Pufff!
–Lo cambiaré.
–No escatimes en gastos, por favor. Esto es muy
importante. Toda la prensa estará allí y las altas esferas de
Diro Design también.
Abre la puerta y me mira de nuevo.
–¿Te acerco a casa?
–He venido en coche, gracias –digo mientras me apunto
en mi libreta las peticiones de Jorge. Sus ojos se guiñan un
poco.
–¿Tú con coche?
–Sí –digo tranquilamente mientras apago mi ordenador.
–Te acompaño al garaje –le digo.
Jorge levanta las cejas y me sujeta la puerta de cristal
para que pase. ¡Así me gusta, Alba! Tú le acompañas a él,
no él a ti. ¡Jajajajajaja!
Cogemos el ascensor y nos quedamos callados hasta que
Jorge rompe el silencio justo cuando llegamos al garaje.
–¿Qué vas a hacer este fin de semana?
–No lo sé. Quizás ver a mis padres, tengo alguna
conversación pendiente con ellos.
–¿Podríamos vernos el sábado por la tarde?
–Lo siento, no puedo.
Caminamos por el garaje, mi coche está a dos plazas del
suyo.
–¿Y el domingo?
Insiste.
–No puedo, tengo cosas que hacer.
–Por favor, piénsalo, aunque sea para tomar un café.
–No te puedo asegurar nada, Jorge. Lo siento.
Me paro delante del coche de Stefan.
–¿Es tu coche?
–Sí. Pequeño y manejable. Justo lo que necesito.
Se acerca a mi lado para verlo mejor.
–Te pega uno más grande.
–No lo creo –respondo tajante.
Me coge por el brazo y me acerca a él. Me resisto, pero lo
hace con decisión y acabamos juntos con el cuerpo pegado
uno a otro. Le sostengo la mirada. Me toca la coleta
pasando sus dedos entre mi pelo hasta las puntas, después
sus yemas rozan mi cuello y su cara se acerca lentamente a
mi rostro, hasta que nuestros labios están a punto de
rozarse.
–Ni lo intentes –le digo lo más seria que puedo.
Al momento sus brazos aflojan mi cuerpo y corro a
meterme en el coche. Él se queda parado mirando cómo
arranco y salgo del garaje.

Me he preparado el desayuno, escueto porque cada vez


queda menos leche y galletas, pero suficiente y me he
puesto unas mallas, una camiseta de tirantes, un corta
vientos, mis zapatillas de correr y una coleta alta. ¡Necesito
adrenalina! He llamado a mis padres y he quedado con mi
madre para hacer footing ya que mi padre se ha ido con
unos amigos de caza. El trayecto hasta casa de mis padres
ha sido largo, me he perdido en dos ocasiones, pero al final
lo he conseguido. Solo he llegado veinte minutos tarde.
¡Arrrg! Qué desastre y eso que iba con el navegador, pero lo
bueno es que no he tenido ningún percance. Cuando aparco
el coche en la entrada del chalé de mis padres, mi madre ya
está en la puerta esperándome mientras hace
calentamientos.
–¿Te has comprado un coche, hija?
Me bajo y lo cierro sonriéndole.
–Es de unos amigos.
Me acerco y la abrazo como hace tiempo que no abrazo a
nadie y ella responde apretujándome un largo rato.
–Bueno... ¿Y se han atrevido a dejártelo?
Sonrío con ganas y la cojo del brazo para comenzar a
caminar por la calle.
–Parece que sí. No lo hago tan mal.
–Me alegro de verte, te veo mejor de lo que esperaba, ya
sabes, solo hace falta acorralar un poco a María para que te
lo cuente todo.
–¿Crees que las personas se merecen una segunda
oportunidad? –le pregunto a bocajarro ya que se sabe la
historia desde el principio con pelos y señales. María es así,
o lo cuenta con todo detalle o no lo cuenta. La verdad es
que me alegro de no tener que repetirlo y volverlo a vivir.
–Todos nos equivocamos a veces. Si los padres no
perdonáramos a nuestros hijos una y otra vez dándoles una
segunda oportunidad se acabarían las familias, pero en el
amor... la cosa se complica.
Comenzamos a andar más rápido.
–¿Perdonarías una infidelidad, mamá?
–Los hombres, lejos de pensar que son todos iguales,
como muchas mujeres argumentan, no lo son. Es como
decir que todas las mujeres somos iguales, por lo tanto, la
infidelidad es diferente en cada hombre, en cada situación,
en cada momento, y en cada pareja.
Hace una pausa para tomar aire, vamos bastante
deprisa, aunque aún no vamos corriendo.
–Si preguntas si yo perdonaría a tu padre, te digo que sí,
pero mi situación no es la tuya y tu padre no es Jorge.
–¿Si papá te fuera infiel le perdonarías? –digo incrédula.
–Claro que sí. Llevamos muchos años juntos.
–Y si fuera con tu amiga Charo, la vecina, tu amiga de
toda la vida, ¿le perdonarías igualmente?
–Conozco a tu padre y no es de esos.
Comenzamos un trote suave cuando llegamos al parque.
–¿Cómo estás tan segura?
De repente se para y me mira a los ojos.
–Porque ya lo he perdonado una vez.
Me quedo de piedra, ¡no puede ser!
–¿Quééé? ¡Papa con otra! ¿Cuándo?
Echa a correr de nuevo y la alcanzo al momento.
–Fue hace unos diez años. Tu hermana y tú estabais en
plena adolescencia y no os enterasteis de nada.
–¿Con quién? –digo aturdida intentando recordar aquel
tiempo.
–Fue con una amiga de una compañera del trabajo. Una
perfecta desconocida, por eso sé que él nunca me
engañaría con alguien conocido.
El trabajo, la oficina, el mayor puterío conocido.
–¡Pero sois la pareja perfecta! Siempre os he tomado
como referente, mamá.
–Somos la pareja perfecta porque le perdoné. Si no, ya no
seríamos la pareja perfecta.
No lo puedo creer. ¡Papá con otra! El estómago se me
revuelve y tengo que parar. Me siento en el respaldo de un
banco de madera.
–¿Por qué no nos contaste nada?
–¿De qué hubiera servido? Le hubierais cogido odio,
rencor, ¿para qué? Hice lo que has hecho tú ahora, hablé
con tu abuela.
–¿Ella te aconsejó que le perdonaras?
–Nooo, ya sabes cómo era tu abuela.
Mi madre sonríe contenta al recordarla.
–Me dijo que le dejara de inmediato y os cogiera a ti y a
tu hermana y me fuera a vivir con ella.
–Sí, la abuela y su temperamento, era un huracán.
Sonrío, la quería tanto...
–Hiciste lo contrario –reflexiono.
–Sí.
–¿Cómo te enteraste?
–Me lo contó él arrepentido, por lo visto no podía dormir
de los remordimientos.
–¿Entonces fue algo esporádico?
Dios, esta historia me está volviendo loca.
Mi madre se levanta dispuesta a seguir con la carrera y
me levanto para comenzar con un trote suave.
–Se vieron durante unos meses, pero tu padre acabó
dejándola por los remordimientos y decidió contármelo,
aunque ya estaba todo terminado. Eso le honra, pudo
haberlo dejado pasar, pero prefirió ir con la verdad por
delante y asumir las consecuencias y creo que eso fue
precisamente lo que le salvó.
Es una historia completamente distinta a la mía. Jorge se
arrepiente y lo ha dejado todo porque le pillé, si no, aún
estaría con esa zorra asquerosa.
–¿Y no te han entrado ganas de devolvérsela alguna vez?
–Ocasiones he tenido, no creas.
–¡Mamá!
La recrimino alucinada.
–Tu madre aún está de buen ver, ¿qué te crees? –me
suelta toda indignada–. ¿Pero de qué hubiera servido?
–Quizás para saber lo que es... no sé. Pagarle con la
misma moneda.
Ya hemos dado una vuelta completa al parque y
comenzamos la segunda.
–No me hubiera sentido mejor. No siento que tenga que
vengarme de él. Por eso te digo, cada persona es un mundo,
cada situación es distinta.
–¿Crees que te ha sido infiel de nuevo durante todo este
tiempo?
–No.
–¿Cómo estás tan segura?
–No creo que le quedaran ganas.
Estamos un rato calladas donde únicamente escuchamos
nuestras pisadas acompañadas de la respiración.
–No ha dejado de pedirme perdón. Ha llenado mi
despacho con más de quinientas rosas rojas, eso son más
de dos mil euros en flores. Dice que no va a parar hasta que
le perdone y vuelva con él.
–Eso está muy bien, un truco espectacular, pero ¿te ha
dicho que te quiere?
Es la segunda persona que me lo pregunta y es la
segunda vez que tengo que contestar lo mismo.
–No.
Terminamos la segunda vuelta y comenzamos el regreso
a casa caminando.
–Eso dice mucho de vuestra situación, pero eres tú la que
debe decidir.
Sé que el hecho de que no haya pronunciado nunca esas
palabras no indica que no lo sienta. Yo tampoco se lo he
dicho a él, quizás aún sea pronto.
Cuando llegamos a casa entro con ella. Tiene la mesa
preparada para dos.
–Contabas con que me quedaría a comer.
–Por supuesto, esta conversación iba a dar para rato. Te
he preparado canelones, sé lo mucho que te gustan.
–¡Me encantan!
La abrazo.
–Si quieres puedes ducharte mientras termino de
prepararlo todo.
–Eres un solete, mami.
Salgo disparada escaleras arriba con mi mochila, entro
en mi habitación y me entran unas ganas locas de llorar,
parece que hace un siglo que me fui de casa. Reviso mi
armario, mi escritorio y me siento en mi cama. Todo está
igual. ¿Por qué es todo tan complicado? Cojo los ositos que
me regaló Fer y una sonrisa se me dibuja en el rostro. Él
tiene razón, no es tan difícil ni tan malo como lo que él tuvo
que pasar y afrontar y estoy convencida de que es un
superviviente, yo en su lugar no estaría ahora en este
mundo. Me ducho rápidamente y bajo renovada a la cocina.
–Estás guapísima con el pelo ondulado.
–Gracias, mamá. Huele fenomenal. Tengo un hambre
enorme.
Sirve los platos y comenzamos a comer.
–¿Por qué no le das una oportunidad a Jesús?
–¿Eso también te lo ha contado María?
–Por supuesto, una madre tiene que saberlo todo de sus
hijos.
Cojo un gran trozo de canelón y lo mastico con
delicadeza saboreándolo. Está delicioso, pero ¡quema!
–Le tuve que decir la verdad y se quedó hundido. No he
sabido nada de él desde entonces y ya hace una semana.
Eso no es bueno, ¿no?
–¿Por qué no le escribes? Para saber cómo está. Sería lo
lógico.
Sé que tiene razón. Pero no sé si debo hacerlo.
–No estoy segura, mamá. La verdad, no estoy segura de
nada.
–Sé que vas a hacer cualquier cosa menos lo que yo te
aconseje, como yo hice con el consejo de tu abuela, pero
creo que ese chico vale la pena y ahora, cuéntame cosas de
tu hermana, ¿cómo le va con Rubén?
Comienza el interrogatorio y es mi momento de
vengarme de María, aunque todo lo que le tengo que contar
es bueno.

Me paso todo el camino de vuelta a casa pensando en lo


que me ha contado mi madre y me parece increíble que mi
padre haya podido hacerle algo así a mi madre. Cuando
llego a casa me dejo caer en el sofá. Miro el móvil. ¿Debería
escribirle un mensaje a Jesús? Al momento comienza a
sonar mi móvil y el corazón me da un vuelco. ¡Es Stefan!
–¡Hola, Stefan! ¿Dónde andáis? –digo emocionada.
–¡Vaya! ¿Es Alba o el espíritu de la felicidad te ha
invadido?
–No seas tonto, es solo que intento salir a flote.
–Eso está bien. Te llamaba para saber cómo estabas y
darte un notición.
–¿Qué noticia?
–Primero, ¿cómo vas con tu ruptura?
–No te lo vas a creer, pero Jorge está comiendo de mi
mano. Hoy me ha llenado la oficina de rosas. Cientos de
ellas, ha sido una pasada. Está todo el rato disculpándose.
–¡Dios mío! Se habrá gastado una fortuna.
–Una pasada.
–… Y ¿has pensado en hablar con Jesús?
Suena el timbre de la puerta. ¿Quién será? No espero a
nadie.
–Un momento, Stefan, han llamado a la puerta, no me
cuelgues.
Miro por la mirilla, una mujer con un paquete. No tengo ni
idea de quién es.
–¿Quién? –pregunto en alto.
–Una entrega. ¿Señorita Galán? –pregunta. Antes de
contestar, hablo con Stefan.
–Me traen un paquete. Seguro que es de Jorge –digo
entusiasmada. Abro la puerta, la mujer me tiende la gran
caja y le firmo la nota de entrega. Me despido y cierro la
puerta temblando por los nervios.
–¡Ábrela, Alba! –oigo a Stefan a lo lejos porque he dejado
el móvil en la mesa con el altavoz puesto.
–Voy. Hay una nota.
La saco y la leo en alto para que Stefan me escuche.
–Para que deslumbres al mundo como hiciste conmigo.
Jorge.
Los nervios no me dejan casi abrir la caja.
–¿Por Dios, Alba, qué es?
Creo que Stefan está tan nervioso como yo.
Retiro el papel de regalo rompiéndolo y me llevo una
mano a la boca dejando escapar un grito.
–¿Qué pasaaa?
–Es una caja de Elie Saab –digo apenas sin aliento.
La abro y ante mí aparece el vestido más impresionante
que he visto en mi vida. Es de color rojo-coral, la parte de
arriba es ceñida con mangas y cuello redondo cubierto de
miles de cristales bordados. Es un vestido largo hasta el
suelo, la parte de abajo es en tafetán de seda natural. Esta
tiene una gran abertura en el lado izquierdo por donde las
sedas de la parte superior y los cristales se dejan caer en
forma de cascada.
–¡Dios, Stefan! Es un vestido de alta costura. Es precioso,
no tengo palabras, es una auténtica joya.
Lo extiendo con cuidado en el sofá, cojo el móvil, le hago
una foto y se la mando rápidamente. ¡Está loco! Al
momento escucho el bip de entrega.
–Bonito y caro, dependiendo de qué temporada sea no
creo que baje de los cinco mil euros, de ahí para arriba.
–¡Es increíble!
–Alba.
Stefan cambia su tono.
–No puedes quedártelo.
–Tengo la inauguración de una tienda de la firma el
martes en Mónaco, me lo ha comprado para que lo lleve ese
día. Es muy importante, se darán cita famosos, empresarios,
las altas esferas de la empresa, toda la prensa... ¡Es la cuna
del glamour!
–Esa era mi sorpresa, Börg va a cubrir el evento para
Europa Press.
Pego un grito.
–¿Vais a ir a Mónaco?
–Sí, no nos da tiempo a pasar por Madrid así que nos
veremos allí.
–¡Dios, es increíble!
–Por favor, Alba, no aceptes el regalo. Vete y cómprate
algo.
–Jamás podría comprarme algo tan caro, Stefan.
–Tú estarás maravillosa con cualquier vestido, hazme
caso. Si lo aceptas, estás aceptando en cierta medida volver
y él lo sabe. Te ha puesto el caramelo en la boca. Una cosa
son las rosas y otra muy distinto esto.
Tiene toda la razón y me desinflo como un globo. Jamás
estaré dentro de ese vestido.
–Está bien. Lo devolveré –digo con voz apagada.
–Buena chica. Eso no significa que en un futuro no
puedas volver con él, si así lo decides, pero sabrás que lo
haces porque te lo dicta el corazón y recuerda, para ser feliz
no te hacen falta ni flores, ni vestidos de alta costura, ni
dinero. Para ser feliz hace falta muy poco.
–Lo sé.
El silencio se apodera de nuestra conversación por unos
instantes.
–¿Por qué no llamas a Jesús? Deberías hablar con él.
–No es el mejor momento, de verdad, Stefan. No puedo
llamarlo ahora.
Escucho cómo suspira al otro lado del teléfono.
–Está bien, no te precipites, nos vemos en Mónaco.
–Sí, nos vemos allí. Un beso enorme.

Stefan cuelga el móvil y se queda mirándolo pensativo.


–¿Todo bien, Stefan? –le pregunta Börg preocupado
mientras pide un par de cafés en la barra.
–Voy a tener que hacer una llamada –le responde
negando con la cabeza.
Börg acerca un café a Stefan y agarra la taza del suyo
con ambas manos para calentarlas.
–Sé lo que vas a hacer y no sé si es buena idea.
Stefan toma un sorbo de su café humeante.
–Es la mejor idea que he tenido nunca, después de
decidir que tú eras el hombre de mi vida –le responde
sonriente.
Börg le sonríe a su vez.
–Si me sonríes es que tengo tu bendición, para algo cogí
el número, por si pasaba esto.
Abre la agenda de su móvil y repasa alfabéticamente la
lista de contactos hasta que se para en la jota. Toca en el
contacto y el número se marca automáticamente. Börg no le
quita ojo y espera impaciente.
–Hola, ¿Jesús?
Pausa.
–Soy Stefan No nos conocemos personalmente, pero
quería hablar contigo sobre una amiga común, sobre Alba.

Cuelgo el móvil, miro el vestido y decido probármelo con


mucho cuidado. Tiene toda la espalda abierta, lo que le
confiere un aire sexy además de elegante. Es una auténtica
joya. Me miro en el espejo y me encanta, podría vivir el
resto de mi vida en este vestido sin quitármelo. Me queda
como un guante, es ligero, se ciñe a mi figura y sienta
divinamente, pero me lo quito con sumo cuidado y cuando
voy a dejarlo en la caja me doy cuenta de que hay otra nota
dentro. La leo en voz alta, aunque sé que nadie me escucha.
«Espero que lo aceptes, por favor. Jorge».
Automáticamente, lo coloco tal y como venía en la caja y
la cierro. Escribo un mensaje.

19:01 Espero que tengas el recibo para devolverlo.

Nada más enviarlo comienza a sonar el móvil. Es él.


Descuelgo.
–No digas nada, solo escúchame.
Me quedo callada y entonces él prosigue:
–No quiero que pienses que, si aceptas el vestido, me
estás aceptando a mí de nuevo en tu vida, porque entiendo
perfectamente la diferencia y espero que tú también lo
comprendas. Tenemos un gran reto el martes en Mónaco.
Nada puede fallar, todo debe ser perfecto. Mónaco es puro
lujo y nuestra apertura debe estar a la altura. Si no quieres
hacerlo por mí, hazlo como parte del trabajo.
–¿Puedo hablar?
–Por supuesto.
–No puedo aceptar algo así, es demasiado caro y aunque
lo quieras camuflar, Jorge, no hay por dónde cogerlo. Es un
regalo demasiado caro.
–Para mí no lo es, puedo permitírmelo y es lo que quiero,
quiero vértelo puesto, quiero que lo disfrutes en Mónaco.
Me está costando mucho interiormente rechazarlo, ¡es
tan bonito! Pero insisto.
–El lunes lo llevaré a la oficina.
–No lo hagas, Alba, ya es tuyo.
–El lunes hablamos.
–¿Por qué no quedamos ahora? ¿Puedes?
Una idea pasa fugazmente por mi mente.
–Mañana a las once, en el centro comercial de la
Castellana.
–Allí estaré.

He pasado por una tienda en una calle junto a la


Castellana. Es una tienda pequeñita, pero tienen ropa
increíble. He visto un vestido precioso, es asimétrico, un
hombro tiene manga larga y el otro, es escote de medio
corazón con el hombro y el brazo al aire. La tela está
plagada de cristales y le confiere un aire metálico con brillos
en cada movimiento. Tiene cuerpo sirena, se ciñe a mi
cintura y caderas y a partir de ahí va tomando algo de
vuelo, no mucho, pero lo suficiente para crear un
movimiento elegante a cada paso. Al igual que el vestido de
Elie Saab, tiene una raja en el lado derecho de la falda. Me
queda muy bien, me gusta mucho, sé que no es un Elie
Saab de alta costura, pero lo parece. Me ha costado
quinientos cincuenta euros y eso es bastante para mi tímido
bolsillo. Salgo con las dos grandes bolsas, una con el vestido
de Jorge, y otra con mi propia elección. Según me acerco a
la entrada principal del gran centro comercial, veo a Jorge
de lejos. Lleva unos pantalones vaqueros, zapatos marrones
de ante, camisa blanca y americana marrón. Mira de un lado
a otro y cuando me distingue sale a mi encuentro.
–Buenos días –le digo mientras le doy un beso en la
mejilla.
–Estás tan guapa como siempre.
Antes de nada, le entrego la gran bolsa.
–¿Para esto querías que nos viéramos?
Agarra la bolsa y caminamos hacia el interior del centro
comercial.
–Entre otras cosas.
–Quédatelo, por favor, es un regalo, aunque no te lo
pongas el martes.
–¿Y cuándo me lo pondría?
–Si estuvieras conmigo tendrías muchas ocasiones de
ponértelo.
Le sonrío inquieta.
–¿Te apetece que tomemos un café? –le pregunto.
–Claro.
Nos acomodamos en una mesa y después de que Jorge
traiga los cafés a la mesa desde la barra, me decido a ser
franca con él.
–Espero que lo entiendas.
–Está bien, no te voy a insistir más. ¿Ya sabes lo que te
vas a poner?
–Sí. Está en mi bolsa. No es un vestido de alta costura,
pero lo parece. No te voy a defraudar ni a ti ni a la empresa,
tranquilo.
Pone cara de no gustarle mi comentario, pero se abstiene
de decir nada.
–Quiero pedirte algo.
Mi tono es serio porque lo que voy a decir es importante
para mí.
–Lo que quieras, lo haré –me responde sin rechistar.
–No quiero que Marta vaya a la inauguración. Sé que van
a venir desde Portugal algunos invitados de la empresa.
–No vendrá, ya me he encargado de eso.
¿Cómo es posible? ¿Tiene contacto con ella?
–Hablé con mi homólogo en Diro Sport y quedó claro
quién venía y quién no.
Carraspeo nerviosa.
–¿Y estaba previsto que viniera?
–Por lo visto sí, pero ya no va a venir. Te lo aseguro. No fui
yo quién decidió que viniera.
Respiro algo más tranquila. ¡Dios, menos mal! Parece que
Jorge ya ha cogido la indirecta. ¡Marta fuera!
–Si hay un camino... es ese, Jorge. El amor se demuestra
haciendo cosas por y para la otra persona.
–Voy a hacer algo más por ti. No es por lo que ha pasado
entre nosotros, lo tenía decidido hace tiempo y ayer en mi
reunión me llegó la confirmación. He decido ascenderte en
la empresa. Además de secretaria de dirección quiero que
seas coordinadora de administración.
Me quedo con la boca abierta, no literalmente, pero sí en
mi mente.
–Lo haré público el lunes. Pienso que se puede sacar
mucho de ti en ese puesto –añade tranquilamente, así como
si nada.
–¿Quieres que haga algo más por ti?
–Creo que por ahora ya es más que suficiente. Gracias.
No sé qué decir... esto me está empezando a sobrepasar.
Me tomo el café en tres sorbos.
–Tengo que irme.
–Está bien.
Jorge se levanta y paga los cafés. ¡Dios mío, qué
servicial! Jamás le había visto así.
–Gracias por darme este rato y por brindarme la
oportunidad de hacerte feliz.
Jorge coge solícito mi gran bolsa para que yo no cargue
con todo.
–De nada.
Cojo mi bolsa al llegar a la calle y me despido con un
casto beso en la mejilla.
–Hasta mañana.
–¡Ah! No te compres zapatos para la inauguración.
–¿No querrás que vaya descalza?
Sonríe entre dientes.
–No, claro que no. ¿De qué color es ese vestido que te
has comprado?
–Plateado.
Levanta las cejas en señal de aprobación.
–Plateado –repite–. Bien. Llevarás unos zapatos de Tara.
Le diré que envíe a la habitación del hotel varios pares que
vayan con tu vestido para que elijas.
Asiento con la cabeza.
–Hasta mañana.
Se acerca a mí y se despide con un beso en la frente.

Por la tarde he realizado una llamada a Carlos para


repasar todo lo referente a Tara Moore, su vuelo y el de su
séquito nada más y nada menos que siete personas. El
desplazamiento en helicóptero, el alquiler de una limusina
para ella y su séquito... el lugar que ocupará en la mesa
durante la cena... cantidad de detalles indispensables para
que todo salga a la perfección. Cuando lo ultimamos todo, le
cuento los últimos acontecimientos con Jorge y es que
Carlos se ha convertido en mi confidente, así sin darme
cuenta.
–¡Qué hijo de puta! Pisa fuerte. Un vestido que fácil
puede costar la friolera de más de cinco mil euros... ¡qué
coño!, creo que me quedo corto. Pero has estado de puta
madre, Alba, se lo has metido por el culo, los cinco mil
euros, uno a uno, como si fuera una hucha.
–Carlos, por favor...
Dios, cada vez se va soltando más con el vocabulario.
–¡Esa boca!
–¿Qué le pasa a mi boca? ¿Te gustan mis labios, eh?
Normal.
Me echo a reír.
–Ayer fueron catados por Carla de administración.
¡Mmmm!
–¿Ha caído en tus redes?
–Enterita. Pero no te preocupes, yo y la Joya de la Corona
ya estamos libres para cuando quieras.
–Es bueno saberlo, Carlos.
–Oye, lo de coordinadora, te lo mereces, eres una gran
compañera, muy trabajadora y todo eso.
Ni una palabrota, está hablando en serio.
–Gracias.
–Quiero decir que pienso que Jorge no lo ha hecho por
reconquistarte. Creo que es porque verdaderamente te lo
mereces, ¿vale? Jorge no juega con esas putas cosas, te lo
aseguro.
–La verdad es que todo está ocurriendo tan rápido que no
sabía qué pensar.
–Bueno, espero que no seas muy cabrona con Carla,
¿sabes?, es una chica muy sensible.
–¡Serás...!

El lunes en la oficina la historia se repite, pero en vez de


rosas rojas mi despacho tiene una preciosa orquídea con
flores en tonos rosas. Es muy bonita. He de admitir que
tiene muy buen gusto, no solo con las flores, con todo en
realidad. El día pasa volando porque hay mucho que
preparar y coordinar cara a la inauguración y toda la oficina
corre frenética ultimando cosas, es un bullir constante. Mía
ha contestado a mi correo anterior agradeciéndome la
información, así que le envío otro correo con todos los
nuevos datos que Carlos y yo ultimamos sobre el viaje de
Tara.
A la tarde, de repente empiezo a recibir emails
felicitándome por mi ascenso. Jorge lo debe haber
anunciado por correo electrónico en vez de hacer una
reunión, casi lo prefiero. Voy respondiéndolos uno a uno
hasta que mi línea de teléfono suena. Descuelgo.
–Hola, Alba. Soy Jorge, solo quería recomendarte…
¡Ummm! Una recomendación no una orden… eso está
muy bien, Jorge.
–… que convoques al departamento de administración a
una reunión después de la inauguración para tratar con
ellos temas relacionados con el departamento.
–Sí, ya lo había pensado, gracias.
–Mañana te recojo a las siete en tu casa para ir al
aeropuerto.
–No hace falta, puedo ir sola –replico.
–No seas tonta, no vas a ir en transporte público, ni en
coche, te llevo. Esto es trabajo, no es personal.
Jorge cuelga el teléfono y me mira por la cristalera con
cara de “no hay más que hablar”.
Vaya... parece que vuelve el Jorge jefe puro y duro.
Cuando salgo de la oficina me paso el resto de la tarde
con los guantes, la fregona, la bayeta y todos los
detergentes que encuentro. He puesto una lavadora, he
tendido la ropa, he cambiado las sábanas, he limpiado el
baño y la cocina, he pasado el polvo, la aspiradora y he
fregado el suelo y aunque parecía mucho he terminado
relativamente pronto y me doy cuenta de la gran ventaja de
tener un piso pequeño. Creo que estoy preparada para
alquilar un estudio. Tanta actividad me ha dado hambre, así
que he decidido acercarme a la gasolinera a comprar algo
de picar y llenar el depósito del coche. Una vez en casa
hablo con mi madre para despedirme hasta la vuelta del
viaje a Mónaco mientras me atiborro a nachos con verduras,
queso y pollo.

Apenas he dormido, me he levantado varias veces a


beber agua y claro, al tiempo a hacer pis, ¡vaya nochecita!
Pero le he sacado partido, me he levantado antes de que
sonara el despertador y me ha dado tiempo a preparar todo
tranquilamente. Me siento a esperar en el sofá y recibo un
mensaje de Carlos que me hace reír a solas.

Ni se te ocurra sentarte con otro. 6:56

Cuando suena el timbre del telefonillo llevo diez minutos


sentada esperando. Bajo despacio ya que he cogido una
maleta grande, no llevo mucho porque realmente volvemos
pasado mañana, pero era imprescindible por el vestido para
que no se arrugue ni estropee.
–Buenos días.
Jorge sonríe fresco como una lechuga. Ha aparcado en
doble fila. Coge mi maleta y la mete en el maletero junto a
la suya que también es bastante grande, entramos y nos
abrochamos el cinturón al unísono.
–¿Cómo lo haces?
–¿El qué?
Me mira un segundo antes de incorporarse a la
circulación.
–Estar tan fresco, parece que hubieras dormido diez
horas.
–Hago ejercicio. Realmente he dormido seis horas. Me he
levantado a las cinco para salir a correr.
–Tomaré nota.
¿Qué dices, Alba? ¡No me lo creo ni yo!
–Quiero que estés lo más cómoda posible en este viaje.
Miro por la ventanilla, Madrid aún se despereza y apenas
hay tráfico ni gente por las calles.
–Eso depende de ti en gran parte.
Me mira de reojo un segundo sin dejar de prestar
atención al tráfico.
–Por favor, si necesitas algo, sea lo que sea, dímelo. Si
estás incómoda por algo, si te molesta algo o alguien,
házmelo saber.
–Espero no tener que hacerlo.
El silencio se apodera de nosotros hasta que aparcamos
el coche en el parking del aeropuerto, hemos quedado para
pasar todos juntos el control, somos un nutrido grupo,
Carlos y Liliana del departamento de compras, José, un
chico joven de marketing, Agustín, un hombre mayor de
recursos humanos, y de la revista Fer y dos chicos más, Luis
el fotógrafo y Miguel redactor, los cuales no conozco
personalmente ya que son recientes fichajes de la compañía
y, por último, Jorge y yo. Total, nueve. Repaso con todos
ellos la
documentación y gracias a Dios no se le ha olvidado nada a
nadie. Nos colocamos en una fila, primero Jorge, después
Carlos y yo, detrás de mí el resto. Vamos cogiendo las
bandejas y observo cómo Jorge deja su Rolex con cuidado,
una pulsera que siempre lleva, el cinturón, las llaves, el
móvil y el ordenador, todo colocado. La bandeja de Carlos
es un completo desastre, lo va tirando todo, unas cosas
encima de otras mientras charla con Jorge que parece estar
concentrado en lo suyo. Por mi parte, me quito la pulsera,
los anillos, el reloj, los pendientes, el móvil y deposito el
ordenador con cuidado y el bolso. Cuando he terminado,
Jorge y Carlos ya han pasado el arco de seguridad sin
problemas y recogen sus cosas sin parar de charlar, así que
¡allá voy!
Con decisión cruzo el arco y cómo no, ¡pita! Pongo los
ojos en blanco suspirando y una voz familiar, ronca y varonil
me habla.
–Parece que no tomó nota la última vez.
Es el policía que me cacheó en mi viaje a Londres. Sonrío
abiertamente mientras me acerco a él.
–Me quité los pendientes.
Me mira serio, aunque sus ojos me sonríen claramente.
–Quítese los zapatos y el abrigo –ordena sin miramientos.
¡Uf, qué calores!
Hago lo que me ordena y vuelvo a pasar por el arco que
vuelve a pitar. ¡Bien! ¡Cacheo, cacheo, cacheo! Hoy llevo
una camisa blanca ceñida, y una falda de cuero negra.
–Cálcese y póngase aquí en la línea.
Me calzo mis altos stiletos y con muchas ganas de
colaborar y sin esconderme de nada ni de nadie. Soy una
mujer libre que puede hacer lo que me dé la gana, si quiero
tontear con el poli lo hago y punto. Cuando estoy colocada,
se acerca con la barra negra y la pasa primero por detrás y
después por delante de mi cuerpo mientras sonríe
disimuladamente. La barra no se enciende así que procede
al cacheo. ¡Bien!
–Levante los brazos, por favor.
Me sonríe de refilón, juguetón.
Lo hago y se acerca a mí para pasar sus manos por los
brazos y las axilas. A continuación, atrapa mi cintura y
cachea suavemente mis caderas.
–¿Te diviertes, eh? –le digo en un susurro imperceptible.
Él continúa con la exploración agachándose y tocándome
las piernas por encima de la falda y empiezo a pensar que
no me ha escuchado hasta que vuelve a ponerse en pie y en
un hilo de voz me responde muy serio:
–Mucho.
Hace una pausa sin dejar de mirarme.
–Está bien, puede recoger sus cosas.
Esta vez habla en alto.
–Gracias.
Le sonrío y recojo todas mis pertenencias, entonces me
doy cuenta de las reacciones de mis chicos. Jorge me mira
con cara de pocos amigos y Carlos con una sonrisa de oreja
a oreja, pero me da lo mismo, paso de todo. ¡Estoy harta de
tanto control!
–Vaya, siempre suena el arco aquí en el aeropuerto de
Madrid, debe de estar estropeado –digo disimulando.
Jorge me fulmina con la mirada, pero no dice nada y en
un silencio incómodo esperamos a que todos los miembros
de la expedición vayan pasando. Me fijo en el momento en
que cruza el arco Liliana, pita y mi policía la hace pasar de
nuevo sin los zapatos como a mí. Liliana se los quita y al
atravesar el arco vuelve a pitar así que la coloca en la raya
y le pasa la barra, la cual no pita y cuando creo que va a
cachearla no lo hace, simplemente le indica que puede
recoger sus cosas. Liliana es una chica a mi entender mona.
¡Dios, qué corte!
–¡Qué coño! No todos somos iguales.
Se cachondea Carlos en mi oído. Cuando todos estamos
listos, caminamos hacia la puerta de embarque y Jorge se
coloca a mi lado cogiéndome del brazo.
–No me lo vas a poner fácil, ¿verdad?
–No he sido yo la que lo ha estropeado todo, Jorge. Si
esto te duele, imagínate lo que sería si me vieras follando a
cuatro patas con ese poli.
Me suelto de su brazo y espero a Liliana para comentarle
la primera chorrada que se me ocurre. ¡Dios, a veces me
saca de quicio!
Al cabo de quince minutos subimos al avión y Jorge nos
ordena en los asientos. ¡Increíble! Según él, para ir
ultimando detalles durante el vuelo, así que les pone
deberes a todos ellos y por supuesto a mí me toca junto a
él. Tras el despegue y después de un rato largo sin cruzar
palabra, se decide a hablarme.
–Siento mucho mi reacción de antes, no me había pasado
nunca.
Sigo mirando por la ovalada ventanilla.
–Estoy intentando que esto funcione –añade al no recibir
respuesta por mi parte, pero lo consigue, su frase hace que
reaccione al instante.
–Eso es lo único que he hecho yo desde el principio.
Jorge se pasa la mano por la frente claramente
preocupado.
–Déjame demostrártelo, dame una oportunidad y no te
arrepentirás.
–Tendrás que hacerlo mucho mejor de como lo estás
haciendo, Jorge.
Posa su mano sobre la mía con suavidad y la acaricia con
ternura.
–Ayúdame, nunca he estado en una situación así.
Su preocupación se palpa en el gesto de su cara.
–¡Claro! –me pongo sarcástica–. Siempre has tenido a
todas las féminas comiendo de tu mano. ¿Nunca te han
pillado, verdad? Por eso no sabes cómo reaccionar, esto se
ha acabado antes de lo que planeaste.
–No soy tan frío y calculador como crees.
Sé que miente, Jorge lo tiene todo atado y muy bien
atado, pero yo me he desatado y ahora no puede controlar
la situación y eso le vuelve loco.
–Tendrás que cambiar mucho para que las cosas cambien
entre tú y yo.
Lejos de amilanarse, Jorge me agarra con más fuerza la
mano y se la lleva a la boca para besarme el dorso.
–Ya me has cambiado, Alba, y puedo seguir haciéndolo
hasta que me digas basta.
Sus ojos brillan más de lo normal. ¿Se está emocionando?
Vaya, el hombre de hierro se derrite a veces...
–Te esperaré –añade.
Dejo de mirarlo y vuelvo mi vista hacia la ventanilla.
–Es una cuestión de confianza –respondo mientras suelto
mi mano y cierro los ojos para dormirme.

Un beso en la mejilla hace que mis ojos se abran. La cara


de Jorge aparece ante mí.
–Estás muy guapa cuando duermes, pero hemos llegado.
Hago intención de levantarme, pero él retiene mi barbilla
entre sus dedos.
–Necesito que estés a mi lado en este proyecto, por favor.
Sé que se refiere a la inauguración, hay demasiado en
juego y soy consciente. Los altos cargos tienen los ojos
puestos en Jorge, en el trabajo, el empeño y el esfuerzo que
hemos puesto en esto todo el equipo y sé que es
imprescindible que lo apoye. Y lo haré.
–Por supuesto, cuenta conmigo, son cosas distintas.
Él me sonríe tímidamente e indeciso, pero finalmente se
relaja.
–Gracias.
Se levanta y a continuación me tiende la mano para
ayudarme a salir del asiento como un perfecto caballero.
Nada más recoger nuestras maletas, el equipo enviado
días antes desde Francia nos recibe. Jorge nos presenta a
Mía, mi contacto durante estos últimos días de organización
y coordinación, y tras las presentaciones nos acompaña
hasta los helicópteros que nos llevarán desde el aeropuerto
de Niza hasta Mónaco.
–Hay tres helicópteros esperando para llevarlos a
Mónaco. Son 22 km y se tarda aproximadamente 6 minutos.
Cuando aterricen, tres taxis los llevarán directamente al
hotel.
Mía habla con Jorge con marcado acento francés
mientras llegamos al helipuerto. Es una mujer muy
elegante. Es tan alta como Jorge, morena, con el pelo lacio y
largo, ojos miel y labios carnosos. Luce traje de chaqueta
negro con camisa de encaje en blanco y zapatos negros de
tacón alto y punta. Transmite eficacia, sofisticación,
seriedad, resolución y no se me escapa cómo Jorge la mira.
Es algo imperceptible. Sus ojos se agrandan cuando ella le
habla, sé que este tipo de mujer le atraen y mucho. ¿Qué
pretende? Su actitud me desconcierta y me siento
incómoda. Nos subimos en el primer helicóptero Jorge, Fer y
yo. Cuando estamos seguros con los cinturones y los cascos
puestos, el piloto comienza el ascenso y las vistas se
amplían ante mi ventanilla a la vez que el estómago me
cosquillea con emoción. Cogemos algo de altitud y llegamos
a ver un campo amplio verde con varias agrupaciones de
árboles, mientras Fer comienza a hablar con Jorge y los
escucho por los cascos. Creo que Fer ha aprovechado para
poder hablar con Jorge durante el trayecto. Son temas de la
revista, así que me abstraigo en mis propios pensamientos y
me pierdo en el verdor del paisaje que da paso al azul
intenso del mar y antes de que me dé cuenta ya estamos de
nuevo en tierra.
Tras callejear por Mónaco, nuestro taxi entra en la plaza
del casino. Lo distingo enseguida por el jardín delantero con
el famoso espejo cóncavo que hay delante del edificio. El
Hotel de París Monte Carlo está justo al lado en la misma
plaza. Desde que he montado en el helicóptero no dejo de
impresionarme una y otra vez con todo lo que veo. Es como
un pequeño oasis de lujo y elegancia. Es como un sueño
hecho realidad, las calles resplandecen, jardines con flores,
palmeras y fuentes, edificios majestuosos, coches de lujo
por todas partes, restaurantes, tiendas de infarto… ¡Todo!,
hasta los bancos de las plazas, las farolas, respiran
elegancia y lujo y el hotel, por supuesto, cómo no iba a ser
menos, transmite esa elegancia acorde con la ciudad. Nada
más bajar del taxi me quito las gafas de sol para fijarme en
su fachada. Es como una enorme tarta en tonos rosas palo y
blanco. Abundan los ornamentos florales, hojas curvadas,
guirnaldas, pero capta toda mi atención las cuatro figuras
de mujeres desnudas como saliendo de la piedra de la
fachada entre flores hasta que Carlos me habla.
–Estilo Belle Epoque. Construido en 1864, tiene las
mayores bodegas privadas del mundo excavadas a mano
bajo tierra, imagínate los caldos que debe albergar.
Le miro atónita colocándome de nuevo mis gafas de sol
mientras tres botones recogen las maletas de los taxis.
–No me lo digas, has hecho los deberes.
Sonrío.
–Siempre los hago.
Carlos es un desastre vistiendo, hablando... pero su
trabajo lo hace a la perfección, de eso no hay duda.
–El hotel siembra sus propias verduras en sus jardines.
–¿De verdad? Eso debe de ser un punto positivo
culinariamente hablando, pero le quita un poco de glamour
a los jardines.
–Ya lo verás, por algo tiene uno de los mejores
restaurantes del mundo, Le Louis XV, galardonado con tres
estrellas Michelin nada menos.
–La verdad es que si soñara con una ciudad perfecta
llena de glamour y lujo sería exactamente así.
Nos adentramos en el hotel mientras charlamos
atravesando una puerta giratoria y al momento nos
quedamos los dos callados admirando lo que tenemos ante
nuestros ojos. Una estatua ecuestre nos recibe en el gran
hall con sus techos altísimos iluminados a través de una
gran cristalera redonda en el techo, de la cual, cuelga una
impresionante lámpara de cristal, y debajo de ella, una
mesa de madera reluciente también redonda con un jarrón
tamaño XL lleno de flores recién cortadas. Enseguida me doy
cuenta de que las flores naturales son la tónica en todo el
hotel creando una atmósfera agradable llena de colores y
olores.
–Muy bonito, así como yo –dice Carlos.
–Exactamente igual que tú.
Intento decírselo seria, pero acabo riéndome.
–¡Alba!
Una voz tras de mí me corta el buen rollo al momento.
–¿Sí?
Jorge me mira con cara de pocos amigos. Y ahora qué
pasa, ¿no puedo reírme un poco?
–Las habitaciones.
Pone su mirada en recepción.
–Sí claro, ya voy.
Los dejo a los dos hablando y rápidamente consigo las
llaves de las habitaciones que reparto al momento.
–Tenéis que indicar cuál es vuestro equipaje y el número
de habitación que os he dado para que lo puedan subir –les
digo a todo el equipo que se ha arremolinado en torno a mí
para recibir sus llaves de habitación.
A Liliana la he puesto en una habitación sola por ser la
única mujer, a Carlos y Fer los he emparejado, así si tengo
que hablar con ellos solo tendré que hacer un viaje, José de
marketing y Agustín de recursos humanos juntos, Luis el
fotógrafo y Miguel el redactor y, por último, Jorge y yo.
Todas las habitaciones están en la tercera planta.
–Según el planning tenéis el resto del día libre.
Todos me sonríen sin excepción.
–No hagáis ninguna locura, mañana es el gran día y hay
que madrugar y prepararlo todo, nada puede salir mal. Os
aviso, quiero el mejor resultado.
La voz de Jorge hace que todos miren en su dirección y
todos sin excepción mudan su rostro y pasan de la seriedad
a la incertidumbre.
–Nos vemos mañana. Reunión a las ocho de la mañana
en la cafetería del hotel –concluye Jorge.
Nada más terminar la frase, todos se dispersan
rápidamente menos yo.
–Quiero que controles la llegada de Tara. Yo me encargo
de los peces gordos. ¿A qué hora llegan?
Abro mi tablet y busco los datos.
–Llegarán esta tarde. Pierre y su mujer Dominique llegan
desde París a las cinco de la tarde; desde Roma, Bruno y
Paola a las cinco y cuarto, y desde Portugal, el gerente Joao
y su mujer Martina, junto con dos miembros de su
delegación, llegan a las seis.
–Está bien, tengo que coordinarme con Mía, siento no
poder pasar la tarde contigo. En cuanto termine te llamo y
nos vemos.
No puedo creerme lo que me está diciendo.
–Prefiero ir contigo.
Niega automáticamente con la cabeza.
–Dijiste que me necesitabas a tu lado en todo esto –
protesto.
–Y así es. Descansa, te necesito mañana al cien por cien.
Gira sobre sus talones y sale por la puerta giratoria
mientras habla por el móvil. Solo llego a escuchar cómo
pronuncia la palabra “Mía”. Muy bien, no pasa nada. Saco
mi móvil y marco el número de Stefan, sé que ya están en
Montecarlo y estoy deseando verlos. Tara no llegará hasta la
una y media de la tarde, así que aún tengo tiempo.

He quedado en la terraza de una cafetería de lujo por lo


que veo, junto al puerto. Me he pedido una limonada y bebo
de mi pajita mientras escudriño la gente que va y viene.
Casi todo son parejas. Ellos de piel tostada por el sol,
vestidos con camisas sin una arruga y pantalones claros.
Ellas, todas monísimas, conjuntadas hasta límites
insospechados y con bolsas de las tiendas más caras en las
manos.
–¿Una chica tan bonita y sola?
Pego un respingo y me giro, a mi espalda encuentro a
Stefan y Börg, ambos sonrientes.
–¡Chicos!
Me lanzo a ellos en un abrazo colectivo.
–¡Cuánto tiempo!
–¡Estás guapísima! –me susurra Börg en el oído.
–Gracias. Sentaos, por favor.
–Así me gusta. Una chica fuerte y decidida.
Stefan me mira de arriba abajo.
–Pareces una auténtica profesional.
–Parad o me pondré roja como un tomate.
El camarero se acerca y toma nota de las bebidas.
–¿Cómo ha ido todo por Madrid? –me pregunta Börg.
–Bien. Estoy un poco atacada con la inauguración.
–No te preocupes, seguro que todo sale bien.
Stefan me mira sin dejar de sonreír mientras el camarero
deja sus copas con cuidado en la mesa.
–... ¿Y tu relación con Jorge? –pregunta al fin. Sabía que
esa sonrisa tenía trampa.
–Bueno... Jorge está intentando que volvamos.
–¿Te refieres a que está haciendo todo lo posible y lo
imposible para volver contigo? –me pregunta incrédulo
Börg.
–Pero Alba sabe perfectamente lo que tiene que hacer –le
replica Stefan.
–Bueno, quizás Alba se lo esté pensando, no lo sabemos.
–¿Cómo se lo va a pensar? No hay nada que pensar.
–Stefan...
Börg lo mira con cara de paciencia.
–Chicos, no tenéis que discutir por eso –digo
interrumpiendo su conversación.
–Alba, no conozco a Jorge, pero por lo que nos has
contado... creo que deberías alejarte de él en el plano
sentimental y si puedes, también en el profesional.
Miro hacia mi vaso y cojo la pajita con los dedos.
–Ya lo he pensado. Todo depende de cómo se comporte
en este viaje. Si todo va bien y veo un cambio en él, quizás
le dé una oportunidad.
–¿Qué?
Stefan me mira atónito. Hace una pausa pensativo.
–Está bien. Estoy seguro de que esa circunstancia no se
va a dar.
–Por favor, Alba, mañana en la recepción, ¿podrías
presentárnoslo?
Sé que lo hacen todo por ayudarme.
–Por supuesto. No hay problema –digo decidida y los dos
se relajan al instante.
–¡Por fin te he encontrado! ¡Joder, Alba, me he pasado
toda la puñetera mañana detrás de tu flamante culo!
Stefan y Börg giran sus cabezas en la dirección de la voz.
Carlos, con los brazos en jarra, me mira con cara de pocos
amigos.
–¡Carlos!
¡Dios, qué oportuno!
–Necesito un puto refresco, estoy sudando como un pollo
asado, joder. Me he recorrido todo Mónaco como un cabrón.
Carlos arrima una silla y se sienta junto a mí. Börg aparta
sus gafas de sol lo justo para poder mirar a Carlos y Stefan
entreabre la boca en una mueca entre incredulidad y
sorpresa, pero claramente encantado con la situación.
–Perdonad –les digo–. Este es Carlos, un compañero de
trabajo.
–Joder, no os había visto.
Carlos les tiende la mano.
–Asesor de Diro Design. ¿Son amigos tuyos? –me
pregunta tras estrechar sus manos.
–Sí, son Stefan –le señalo–. Y Börg, ¿recuerdas? Te hablé
de ellos, son los dueños del piso en Madrid.
–¡Aaaah! ¡Joder! Un pisito de puta madre.
–Gracias.
Reacciona primero Stefan.
–Encantados de conocerte, Carlos.
Apunta Börg siempre tan diplomático.
–Börg es fotógrafo y le han contratado para cubrir
nuestra inauguración, ¿qué casualidad, verdad? –digo tras
las presentaciones.
–¡No jodas, vayaaa qué interesante!
Carlos se recuesta del lado de Börg.
–¿Y para qué agencia trabajas?
–Reuters, Associated Press y Europa Press,
principalmente.
Börg le contesta notablemente interesado por el nuevo
personaje.
–Europa y América.
Carlos se hace el interesante y es que sé perfectamente
que puede hacerlo muy bien.
–Bueno, ya sabes cómo va esto, aunque soy bastante
selectivo con los trabajos que cojo, muchas veces me
declino por pequeñas propuestas de agencias
independientes.
–Joder, eso debe de ser flipante.
Börg sonríe complacido, pero el que contesta es Stefan.
–Es exactamente como lo estás pensando, Carlos.
–Como unas vacaciones de puta madre.
Se le queda una expresión ensoñadora en la cara.
–Bueno, Stefan, a veces las noticias no son tan
agradables como la de mañana. No todo lo que fotografío es
divertido.
–Es verdad –corrobora Stefan.
–Al principio de conocer a Börg estaba especializado en
conflictos de guerra y en catástrofes, casi no podía
acompañarlo en sus viajes. Cuando volvía y veía su
material... te das cuenta de lo duro que puede llegar a ser.
Todavía recuerdo el reportaje del tsunami de Indonesia en el
2004.
–¿Estuviste allí? –pregunto incrédula.
–Llegué veintiséis horas después de la gran ola, lo que
supuso un reto tal y como estaban las comunicaciones.
Después de aquello no he vuelto a coger trabajos de ese
tipo. Ahora escojo con más cuidado, me estoy haciendo
mayor para afrontar tantas emociones fuertes.
–¡La hostia! Siempre he querido ser periodista de acción
o corresponsal de guerra o alguna mierda de esas.
–Pero ¿qué me dices Carlos? No tenía ni idea.
Estoy alucinada con Carlos, no llego a creérmelo del todo.
–Para ser corresponsal de guerra o para contar un
conflicto bélico con imágenes tienes que estar en medio de
todo, delante del fuego cruzado y que lo único que tú
puedas disparar sea una cámara es una sensación que solo
se puede saber estando en esa misma situación. Tienes que
cubrirte las espaldas constantemente mientras te mueves
por un país que no es el tuyo, e incluso, que a veces ni
siquiera compartes ninguna de las dos posiciones.
Encontrarte cara a cara con la barbarie, el horror, la
injusticia y la muerte. Todo eso es muy duro y debes tener la
sangre muy fría para inmortalizarlo y que no te tiemble el
pulso para que la cámara esté quieta y no arruine la foto.
Tienes que separar tus propias emociones y sentimientos de
impotencia y convertirte en un auténtico vegetal, o más
bien en un objeto sin vida, sin sentimientos, así es como
logré hacerlo yo y, aun así, no me libré de sufrir episodios
de miedo absoluto, ansiedad, insomnio... no es posible
resistir mucho tiempo.
¡Dios mío, Börg!
–Ha debido ser muy duro.
No puedo ni imaginármelo.
–Por supuesto, pero de eso hace ya un tiempo.
–Estoy impresionado, tío. Me tienes que contar más
cosas... bueno, si tú quieres, a lo mejor es jodido volver a
recordar toda esa mierda.
–Está más que superado. Cuando quieras.
Carlos sonríe emocionado.
–Sería cojonudo ver parte de tu trabajo.
–Por supuesto, cuenta con ello.
–Bueno, Carlos, entonces si tú trabajas en Diro Design,
conocerás muy bien a Jorge.
Stefan cambia radicalmente de tema. Muy agudo.
–Jorge, alias el puto amo.
Puntualiza Carlos con el dedo en alto. Se rasca la ceja y
continúa:
–A ver... Jorge es un tío que parece que ha nacido para
ser jefe y como jefe lo hace de puta madre, de verdad, lo
admiro, pero… como persona deja mucho que desear.
Termina la frase y me mira con cara de satisfacción.
¡Grrr! Parece que todos se van aliando en las sombras
cerrando filas en mi contra.
–Estoy deseando conocerlo –apunta Stefan.
–De lo que está claro, Alba, es que Jorge no es el típico
hombre al que se le puede ordenar qué hacer con su vida y
si te ha sido infiel una vez lo volverá a hacer, no tengas
dudas.
Stefan y Börg asienten con sus cabezas mientras Carlos
habla, y aunque sé que lo que me está diciendo es posible,
creo que las personas son capaces de cambiar sobre todo si
se lo proponen y quieren. Todo el mundo merece una
segunda oportunidad.
Los tres se me quedan mirando, a la espera de mi
reacción.
–No quiero adelantar acontecimientos. Solo sé que si uno
quiere puede cambiar y si soy testigo de ese cambio, le
daré una oportunidad.
–¡No me jodas, Alba! Jorge está acostumbrado a
conseguir lo que se propone, pero te aseguro que no va en
esa dirección que tú crees, sino más bien en la dirección
contraria. Es un conquistador nato, algo así como yo.
Sonríe.
–Y si se le antoja follarse a una tía, tú no vas a ser un
impedimento para él ni mucho menos, lo va a hacer sin
pestañear –sentencia.
–Ya he conseguido que cambie en muchos aspectos.
–No te equivoques, Alba. Tú no le has cambiado, joder, si
Jorge ha cambiado es porque le interesa, pero no es un
cambio real. Es una puta estrategia.
Carlos termina la frase apuntando con su dedo índice
sobre la mesa.

Estoy en la puerta de llegada del vuelo de Tara. Carlos ha


insistido en acompañarme, pero no le he dejado y es que
tengo que admitir que sus palabras me han herido. Cuando
alguien a quien aprecias te dice todo lo que no quieres oír,
aunque en el fondo de tu corazón sepas que puede tener
razón, te duele. Me he dado cuenta de golpe que Carlos no
es persona de fingir ni de guardarse nada dentro. Lo que te
tenga que decir, te lo dice y ahora le aprecio aún más por
ello, pero necesitaba estar sola y rumiar en mi mente la
parte que me toca. No dejo de dar vueltas de un lado a otro
pensando y mirando mi reloj. Son las dos menos cuarto, el
vuelo viene con retraso. Escucho la canción de llamada de
mi móvil y me paro en seco para descolgarlo.
–¿Qué tal, Alba? ¿Cómo vas?
Es Jorge.
–Bien. El vuelo de Tara llega con retraso, así que estoy
esperando su llegada de un momento a otro.
–Está bien.
Escucho por unos segundos el silencio.
–Me gustaría comer contigo. ¿Has quedado con alguien?
¡Vaya! Acaba de estar con Mía y, sin embargo, prefiere
comer conmigo. La verdad es que no he quedado en firme
con nadie.
–No –contesto secamente.
–¿Nos vemos en la habitación a eso de las dos y media?
Pienso que es una buena oportunidad para que empiece
a demostrarme con hechos lo que me ha dicho con
palabras.
–Está bien. Allí estaré.
Me giro y las puertas automáticas se abren para dejar
pasar a Tara y a su séquito con un montón de maletas.
–Tengo que dejarte, acaba de llegar.
Cuelgo el teléfono sin darle oportunidad a despedirse y
me acerco a su encuentro.
–¡Alba! ¡Qué alegría verte!
Tara me abre los brazos y me acoge estrechándome
contra su cuerpecillo.
–Sigues igual de guapa que la última vez que te vi.
Me suelta con su acento inglés.
–Gracias. Tú también estás tan estupenda como siempre.
¡Has traído mucho equipaje!
Me giro para contar las maletas, doce en total y veo a su
mano derecha, a Kim.
–¡Bienvenida, Kim! No te había visto, disculpa.
Kim estrecha su mano libre con la mía ya que tira de dos
maletas con la otra, pero ni me habla, ni me sonríe. ¡Dios,
qué hueso!
–¿Qué tal el viaje?
Intento concentrarme en la figura de Tara y olvidarme de
la siesa de Kim.
–Aburrido –contesta rápidamente y se agarra a mi brazo.
–En ese caso espero que Mónaco no lo sea tanto.
–Mónaco nunca es aburrido, te lo puedo asegurar.
Caminamos del brazo seguidas de cuatro personas y Kim.
–Debemos coger un helicóptero, es un vuelo corto.
Cuando aterricemos, tomaremos un taxi hasta el hotel. En el
Hotel París nos alojamos toda la plataforma de Diro Design –
aclaro.
Ella abre los ojos encantada y subimos al helicóptero
mientras que su séquito coloca las maletas con ayuda de los
operarios. Una vez en el aire Tara se decide a hablarme de
nuevo.
–Hoy comemos juntas. Me tienes que poner al día de
todo.
Soy incapaz de negarme, Jorge lo entenderá
perfectamente.
–Cuenta con ello.
El ruido del helicóptero nos impide seguir hablando
durante los seis minutos de vuelo y ambas decidimos
disfrutar del paisaje, yo por tercera vez, lo cual me encanta.
Sé que para Tara son importantes los detalles, así que
cuando llegamos al hotel la dejo en su habitación para que
pueda organizar sus cosas y corro rauda y veloz hacia la
mía. Cuando entro, escucho la ducha. Lanzo los zapatos de
tacón por los aires y me dejo caer en la gran cama con los
brazos en cruz. Cierro los ojos, hoy está siendo un día muy
largo y agotador. Unos labios húmedos se posan en mi
frente, abro los ojos al instante y veo la cara de Jorge del
revés.
–¿Estás bien?
–Un poco cansada.
Besa suavemente la punta de mi nariz al mismo tiempo
que unos toques suenan en la puerta.
–Perfecto, comemos en la habitación.
Se levanta y se dirige hacia la puerta. Lleva puesto solo
una toalla alrededor de la cintura y puedo ver su torso
desnudo lleno de gotitas de agua. Abre la puerta y deja
pasar al camarero que empuja una mesa plateada con
ruedas. Coloca todo en la mesa redonda de la habitación
con gran celeridad y elegancia y tras una propina, sale por
la puerta cerrándola tras de sí. Me siento en la cama y me
quedo mirando cómo Jorge se alborota el pelo mojado.
–Dame unos minutos para vestirme.
–Lo siento.
Jorge me mira extrañado.
–No podemos comer juntos. Tara quiere que coma con
ella. No he podido negarme.
Se acerca lentamente hasta quedar justo delante de mí,
coge mi cara haciendo que le mire a los ojos.
–Queremos acapararte todos.
Expiro con fuerza sacando el aire de mis pulmones.
–No pasa nada. Comeré solo y descansaré hasta la hora
de ir al aeropuerto.
–Cuando termine con Tara puedo acercarme.
Hace una mueca negativa.
–Tara no te va a dejar tan fácilmente y será mejor que
descanses si estás tan agotada. Mañana tiene que salir todo
perfecto.
Se sienta a mi lado y me abraza suavemente sin
apretarme.
–Quiero que seas la mujer que brille por encima de todas.
Quiero que deslumbres a todos y que todas las miradas se
posen en ti sin poder remediarlo. Quiero que seas la envidia
personificada.
–Eso va a ser muy difícil. Soy una mujer normal.
–Ya lo eres, Alba.
Sin darme tiempo a reaccionar me besa
apasionadamente y siento cómo el corazón se me acelera.
Es como si le hubiera echado de menos. Recibo su beso y
nuestras lenguas se entrelazan acariciándonos
mutuamente, pero me separo de su abrazo.
–Tengo que irme.
–Cena con Tara –sugiere susurrándome, mientras sigue
besándome la cara con ternura–. Invéntate una excusa,
Alba.
Sus manos me acarician los brazos y noto cómo mis
fuerzas decaen, me dejo llevar por el momento, aunque mi
cabeza me dice lo contrario, que salga corriendo de allí. Me
besa el cuello haciéndome cosquillas.
–Tienes un cuello muy sexy.
Y con cada beso consigue que me tumbe hacia atrás en
la cama, pero me levanto enseguida.
–Es pronto. Aún no –le digo seria y decidida.
Me arreglo la camisa arrugada, busco mis stilettos de
tacón alto y salgo por la puerta.
–Nos vemos luego.
Me despido y vuelvo a la carga corriendo con la cabeza
dándome vueltas. Mi conciencia me dice que he hecho bien,
pero me doy cuenta de que mi fuerza de voluntad flaquea
cada vez más.

Tara me espera en recepción y sin más dilación nos


dirigimos a un restaurante donde tiene hecha una reserva.
Se trata de un restaurante muy intimista en lo alto de un
acantilado. La mesa reservada está en la terraza y nos
sentamos, no sin antes admirar las vistas del mar y este
momento me transporta al día que Mauro me sorprendió
con una cena en un restaurante que cerró para nosotros
solos y en cuya terraza cenamos con vistas al mar mientras
atardecía. Daría lo que fuera para volver a ese momento, a
ese lugar. Creo que haría las cosas de otra manera,
sabiendo lo que sé, lo cambiaría todo.
–Te gustan las alturas.
No es una pregunta, es una afirmación. Tara me mira
encantada.
–Mejor estar en lo alto que no en el suelo, ¿no crees?
Le sonrío ante su peculiar visión de las cosas. El
camarero se acerca y ella pide por las dos. Empiezo a
pensar que es una manía de Tara, pero la dejo hacer.
–Dime cómo está el asunto de Marta.
Tengo ante mí una ensalada marinera. Tiene además de
los ingredientes normales, gambas, calamares, atún y
mejillones.
–Bueno, le han asignado un jugoso puesto en otra
delegación de la empresa. Está en Oporto en Diro Sport
Wear, llevan ropa deportiva.
Tara se queda callada mirándome como si no se creyera
mis palabras.
–Y...
–¿Y qué?
Coge su tenedor y revuelve la ensalada sin coger ni un
solo trocito mientras que yo ya me he comido la mitad.
–Oporto no es lo suficientemente lejos, ¿verdad?
Me he dado cuenta de que a Tara no se le puede mentir.
–Parece que no –le respondo sin dar rodeos.
El camarero retira mi plato y el suyo, aunque ni lo ha
probado y nos trae una hamburguesa con verduritas
salteadas.
–Es carne de kobe –puntualiza, coge los cubiertos y hace
ademán de empezar a cortarla, pero se para–. Espero que
hayas aprendido de tu mala experiencia. Jorge es hombre
de muchas mujeres.
–Creo que es él el que ha aprendido de esta mala
experiencia y este viaje es su oportunidad para demostrarlo.
Esta vez Tara corta un trozo rápidamente y se lo mete en
la boca cerrando los ojos mientras lo saborea. ¡Dios, qué
rara es comiendo esta mujer! Cuando se lo traga, continúa
hablando:
–Delicioso, pruébalo.
Corto un trozo y me lo llevo a la boca.
–Exquisito, se deshace en la boca.
–Voy a hacerte el mejor regalo que podría hacerte una
amiga. Espero que lo sepas apreciar.
–Te lo agradezco, pero no hace falta que me regales
nada.
Ella me mira satisfecha pese a haber rechazado su buena
intención y continúa cortando otro trocito de kobe.

A las seis de la tarde termino la comida con Tara y me


dirijo a toda velocidad al hotel. Tengo la intención de hacer
una visita a Fer y Carlos, así que voy derechita a su
habitación, pero antes de llegar, me topo con ellos por el
pasillo. Los dos van con el albornoz del hotel puesto.
–¡Eh, Alba! Vamos a la piscina cubierta. ¿Te apuntas? –me
pregunta Fer mientras Carlos me rodea cortándome el paso.
–Es una oportunidad cojonuda, dos hombres para ti
solita.
Carlos siempre con su buen humor.
–Sí, muy tentador... pero solo quería saber cómo
estabais.
–Pues ya lo ves, de puta madre –me responde Fer.
–¡Así se habla, tío, con dos cojones! –le felicita Carlos
dándole dos palmaditas en el hombro.
–¡Pero...! ¡Dios, qué he hecho! No os tendría que haber
puesto juntos. Carlos, por favor, te prohíbo que me
perviertas a Fer.
–Eh, para. Que yo no pervierto a nadie. Bueno, a alguna
que se deja, sí.
Fernando le ríe la gracia y lo miro con cara de pocos
amigos.
–¡Vamos, Alba, que ya somos todos mayorcitos! –me dice
Fer.
–Ni que hubiera descubierto ahora las palabrotas, joder.
Los dos se tronchan.
–Ya sé que no, pero tú no eres así.
–¿Así cómo? –pregunta Carlos ofendido y frunciendo el
ceño.
¡Grrr! ¡Hombres!
–No te ofendas, Carlos, tú eres como eres y ya está, lo
cual me parece genial y lo sabes, pero Fer no es como tú.
Los dos me miran con sonrisas de oreja a oreja, creo que
me están tomando el pelo.
–¡Iros a la porra! –grito y salgo corriendo de su lado.
–¡¡Se dice mierda!! –grita Carlos.
–¡Te estaremos esperando! –grita también Fer.
Cuando llego a la habitación está desierta y me siento en el
sofá. ¡Dios, parece que este día nunca va a terminar! En mi
mesilla descubro una nota de Jorge.

A las seis y media te he cogido hora en el spa.


Primero un masaje sueco de sesenta minutos y limpieza
de cara con un tratamiento que dura aproximadamente
hora y media. Así que estarás dos horas y media.
Espero que salgas como nueva y lo disfrutes.
Te lo mereces. Un beso. Jorge

Dejo la nota en la mesilla, este hombre... ¿No se cansará


nunca? Miro el reloj, las seis y cuarto. ¡Dios, tengo un cuarto
de hora para entrar en cabina! Salgo disparada por la
habitación hacia el baño, pero me tropiezo y caigo al suelo.
¡Joder, qué daño! Me enfado conmigo misma y por fin
consigo coger el albornoz, las zapatillas y salir por la puerta
ilesa.
La zona de aguas, relax, gimnasio y spa del hotel es una
auténtica pasada. Paso corriendo por delante de la piscina
cubierta de forma ovalada. No es una cubierta cualquiera,
¡no!, los techos son altísimos y toda una pared es de cristal
dejando pasar los rayos de sol, tiene un aire futurista. Puedo
distinguir claramente de reojo el cuerpo de Carlos bajo un
chorro de agua y a Fer en la zona de burbujas y pienso que
eso me apetece mucho más que el plan proporcionado por
Jorge.
Dejo atrás la piscina y continúo según las indicaciones de
los carteles por un pasillo que desemboca en una sala
espaciosa con un gran mostrador.
–Bonjour –me saluda una mujer morena con un tenso
moño y vestida de blanco impecable.
–Bonjour –saludo con mi marcado acento.
La mujer me sonríe.
–Buenas tardes –me repite en español con acento
francés–. ¿En qué puedo ayudarla?
Le devuelvo la sonrisa aliviada.
–Tengo cita a las seis y media.
–¿Su nombre, por favor?
–Alba Galán.
–Mademoiselle Galán -repite mientras teclea en el
ordenador. Sus cejas se arquean.
–Tiene varios tratamientos...
–Sí, un masaje corporal y uno facial, creo –digo con tono
atontado.
–… Y depilación piernas, axilas, línea bikini y labio
superior... aaah y cejas.
¡No puede ser! ¡Qué pretende dejarme, imberbe!
–Debe de haber un error.
Solo de pensar en tanto sufrimiento, la piel se me pone
de gallina.
–No hay error mademoiselle Galán. Además, tratamiento
completo manos y pies.
Mis ojos se agrandan por completo.
–Podemos acortar tiempos. Haremos Tratamiento “Caviar
firming cara y cuerpo” a la vez... y después depilación y
tratamiento “Belleza de manos completo” y “Belleza pies”.
¿He escuchado caviar? Esto empieza a gustarme. ¡Dios,
en mi vida me he visto en otra! ¡Genial!
–Me parece bien. Perfecto.
La mujer me sonríe ampliamente.
–Espere un momento, por favor.
Se levanta y se pierde por un pasillo lateral, momento
que aprovecho para coger la carta de tratamientos. Repaso
la lista rápidamente.

–Tratamiento facial Caviar Firming: 90 min. 230,00 €


–Tratamiento corporal Caviar Firming: 90 min. 205,00 €
–Depilación: axilas: 15,20 €
Línea bikini: 15,20 €
Labio superior: 15,20 €
Cejas: 30,30 €
–Tratamiento “Belleza de manos”: 75,70 €
–Tratamiento “Belleza de pies”: 75,75 €

¡Dios mío esto es una locura! ¡Jorge, estás loco! Saco mi


móvil y tecleo los precios rápidamente en la calculadora:
¡662,35 euros! Se va a gastar 662,35 euros en unos
tratamientos para mí.
–Por aquí, mademoiselle Galán.
La mujer me saca de mis cavilaciones y consigo seguirla
por el pasillo. Nos paramos ante una puerta, la abre y
entramos.
–Ellas son sus esteticistas, se llaman Sophie y Juliette.
Las dos me sonríen muy amablemente.
–Que disfrute de sus tratamientos. Nos vemos cuando
termine.
La mujer sale cerrando la puerta con cuidado.
Es una sala amplia con una camilla en el medio. Tiene
una gran cristalera desde donde puedo ver el mar. ¡Es
fantástico! No podría ser mejor.
–Por favor, quítese el albornoz y póngase esto.
Me tiende un escaso tanga de papel dentro de una
bolsita sellada. Creo que es Juliette. Cuando lo cojo las dos
salen de la cabina, pero antes de cerrar, Sophie me advierte
que cuando esté lista me sitúe boca arriba en la camilla.
Dicho y hecho, en cuanto estoy lista las dos mujeres entran
y atenúan la luz y es cuando me doy cuenta de que una
ligera melodía relajante surca mis oídos.
–Comenzaremos con la depilación y terminaremos con el
tratamiento de caviar para que la piel se relaje y tenga un
aspecto increíble. Por último, los tratamientos de manos y
pies.
–Me parece una genial idea.
Y dicho y hecho. Juliette se encarga de la cara y las axilas
y Sophie con la línea del bikini y las medias piernas. La
verdad es que lo hacen genial, apenas he sentido dolor.
–Comenzamos con el tratamiento de caviar.
Ahora cambian de posición y Juliette se encarga del
cuerpo y Sophie de la cara. Estoy boca arriba y comienzo a
notar las sabias manos de ambas mujeres sobre mi cuerpo y
rostro. Un aroma a flores me invade de inmediato, es muy
relajante.
–¿Cuáles son las cualidades de este tratamiento? –
pregunto con los ojos cerrados.
Una de ellas me contesta, no logro identificar cuál de las
dos, porque estoy con los ojos cerrados.
–Es un tratamiento de lujo a base de extractos de caviar
y proteínas marinas. Con esto conseguimos una
reafirmación inmediata de la piel mejorando el tono y la
textura. La piel se transforma y brilla intensamente. Ya
verás cómo vas a notar los resultados. Es impresionante.
Con lo que me acaba de decir me relajo aún más y casi
estoy a punto de perder el conocimiento por completo. Es
tan relajante, es una sensación que no quisiera que
terminara nunca... pero termina. ¡Arrrg!
Cuando acaban, me dejan un momento para que vuelva
a colocarme el albornoz. Me miro en un espejo y toco mi
piel, es como tocar un melocotón, suave... huelo tan bien...
una vez en el mostrador la primera mujer vuelve para saber
cómo ha ido todo.
–Mademoiselle Galán, ¿qué tal ha ido el tratamiento? ¿Ha
sido todo de su agrado?
–Demasiado bien, se me ha pasado volando. Me hubiera
gustado que no terminara nunca.
Las dos sonreímos complacidas.
–Es uno de los mejores tratamientos que realizamos, la
gente queda encantada.
–No me extraña... Sophie y Juliette son increíbles.
–Por eso trabajan con nosotros. Solo los mejores
profesionales.
–Se nota.
Hago una pausa.
–Es una pena que tenga que ducharme ahora y...
–Mademoiselle Galán, no se preocupe, puede ducharse
sin problema, los beneficios de este tratamiento dura un
tiempo. Mañana tendrá la piel igual que hoy.
–Bien. Mañana tengo que estar perfecta.
–Lo estará.
–Muchas gracias.
Voy a darme la vuelta para irme, pero su voz hace que
me pare en seco.
–Mañana a las cuatro en punto subirán a su habitación
para la sesión de maquillaje y peluquería.
Intento no parecer asombrada, aunque creo que no lo
consigo por lo que sus ojos vuelven a comprobar sobre la
pantalla lo que acaba de decir.
–Monseiour Martínez lo ha reservado todo esta mañana.
–Claro, perfecto.
¡Madre mía! ¡Gracias, Jorge, eres mi ídolo! Se ha tomado
muy en serio eso de que debo brillar en la inauguración. Me
siento muy bien con el cuerpo renovado. Mis manos y pies
están suaves, con las uñas pintadas en rojo por no hablar de
mis piernas, ingles y axilas. Ni un solo pelo. ¡Me gusta! El
masaje ha sido una bendición, ha conseguido quitarme las
contracturas de la espalda y toda la tensión que llevaba
acumulada. Así que siento que voy flotando como
Campanilla y mis alas me llevan de nuevo a la piscina
cubierta. Echo un vistazo y consigo localizar a Carlos,
¡dentro del agua! Deben ser cerca de las diez... ¡Dios mío,
estará arrugadillo! Pero enseguida me doy cuenta de por
qué lleva tanto tiempo a remojo. Carlos está hablando
desde el agua con la encargada de la piscina del hotel que
está en cuclillas justo donde el sistema de rebose hace que
el agua se detenga. Me acerco cautelosa, no sé si es buena
idea interrumpir y a medio camino estoy a punto de darme
la vuelta, pero Carlos grita mi nombre.
–¡Eh, Alba! ¿De dónde vienes?
–Hola.
La mujer, más bien chica, debe de ser más o menos de
nuestra edad, me saluda con un dulce hola con marcado
acento francés que la confiere una gran sensualidad
mientras se incorpora. Miro a Carlos, me sonríe de oreja a
oreja. Está encantado de que una chica tan dulce le haga
caso.
–Vengo de darme un masaje y de ponerme a punto para
mañana.
–¿A punto? –pregunta sin entender arrugando el
entrecejo.
–Cosas de chicas, ya sabes.
La chica sonríe al escucharme.
–¿Todo ha sido de su agrado, mademoiselle...?
Deja el hueco de mi nombre en el aire.
–Alba. Mi nombre es Alba.
–Mi nombre es Béatrice.
Expone su mano y la estrecho rápidamente.
–Encantada, Béatrice.
–Alba es una compañera de trabajo y Béatrice es la
encargada de piscina –aclara Carlos–. Me ha estado dando
consejos sobre cómo colocarse bajo los chorros, por lo visto
no lo estaba haciendo bien.
Carlos no deja de sorprenderme cuando habla sin
pronunciar ni un solo taco. Le noto un poco nervioso... Esta
chica le debe gustar y mucho. La verdad es que es un
encanto de niña. La típica extranjera de piel clara, ojos
grandes azules y cabello rubio. Tiene un rostro muy dulce
como su voz, casi aniñado.
–Una mala posición puede hacer lesión.
Al escucharla de nuevo me doy cuenta de que tiene un
nivel medio de español.
–Bueno, solamente quería preguntarte por Fer.
–Disculpad, yo debo marcharme –dice Béatrice.
–¡Alba! Está en la habitación –dice Carlos raudo
señalándome con el dedo–. ¡Béatrice! ¿Puedo invitarte a
cenar hoy?
La chica me mira incómoda y luego revisa con la mirada
a su alrededor. Sonríe nerviosa y contesta en un hilo de voz.
–A las once en Le Place du Champanin. En la Eglise Saint
Nicolás.
–Perfecto, allí estaré.
Béatrice se aleja sin despedirse.
–¡Toma, toma, toma! ¡Esta noche mojo!
–Siento ser la voz de tu conciencia, pero me da la
sensación de que al personal del hotel no les dejan quedar,
ni intimar con clientes.
–¡Joder, qué bueno estoy! ¿No?
¡Dios, qué poca sensibilidad!
–Carlos, se arriesga a perder su puesto de trabajo si sale
contigo. ¡Estoy segura!
–Voy a tener que poner el listón más alto, soy el puto
amo.
–Deberías anular la cita –digo seria con un tono
monótono.
–¿Tú la has visto? ¡Es una puta diosa! ¡Joder, es la tía más
buena que he visto!... después de ti, claro –añade serio.
Me quedo mirándolo sin expresión alguna, a veces no
entiendo a los hombres.
–Joder, Alba... ¡No va a perder nada por cenar con un
turista, coño!
Mientras me habla sale de la piscina y se coloca el
albornoz y las chanclas.
–Olvídalo. Es mayorcita, sabrá lo que hace.
Carlos sonríe ampliamente satisfecho.
–¡Esta es mi chica! –dice entusiasmado mientras me
estrecha los hombros con su brazo.
–¿Qué tal con Tara?
Caminamos hacia el hall en busca de los ascensores.
–¡Bien! He comido con ella.
–Vaya...
Entramos en el ascensor y pulso la tecla número tres.
–Bueno... la he encontrado un poco rara.
Carlos encoge los hombros.
–En su línea, ¿no? Es más rara que un perro verde, joder.
–No es eso...
Las puertas se abren y salimos para pararnos en la
primera puerta, la habitación de Carlos y Fer.
–Aparte de su rareza la he notado algo más...
–Estará meándose en las bragas, es normal. Mañana se
presenta en sociedad, es su puto estreno como diseñadora.
Lo que dice Carlos parece lógico.
–Estaba misteriosa. ¡Sí, esa es la palabra!
Carlos abre la puerta y entro con él.
–¡Alba! ¿Cenas con nosotros?
Fer se incorpora del sofá y apaga la televisión. Ya está
arreglado.
–Vaya, te has puesto muy guapo...
Le sonrío porque noto cómo sus mejillas se sonrojan un
poco.
–Acorde con los lugareños –se justifica–.
– “Allá donde fueras, haz lo que vieras” –Carlos suelta su
frase mientras trastea en su maleta. –Ese lema me lo
enseñó mi madre con tan solo cinco años y tiene toda la
razón. Si lo llevas a rajatabla puedes viajar por todo el puto
mundo sin cagarla.
Fer sonríe satisfecho. Parece que estos dos se llevan
mejor de lo que me esperaba.
–Aunque a veces es jodido, no creáis, porque hay cada
puta costumbre por ahí que alucinas.
Sonrío imaginándome alguna que otra.
–¿Qué? ¿Te animas? –me insiste Fer.
–Pues no lo sé. Había quedado con Jorge para comer y no
he podido por Tara y quizás pueda hacerlo ahora en la cena.
–¡Que le den por culo!
Noto cómo a Carlos le sale la frase del alma.
–Si puedo os llamo –digo rotunda.
Carlos resopla de camino a la ducha y me deja a solas
con Fernando.
–Admítelo, tiene razón.
Cojo aire llenando mis pulmones hasta que ya no queda
ni un solo alveolo sin hincharse.
–Suéltalo –me ordena y lo exhalo de inmediato.
–Si Jesús no es tu hombre... Jorge lo es menos.
Le miro a los ojos harta de escuchar la misma cantinela
todo el tiempo.
–No quiero que te hagan daño, Alba. Sé cauta, tómate tu
tiempo, no hay prisa.
Me acerco a él y le cojo ambas manos apretándolas y al
momento pega un pequeño tirón que hace que caiga entre
sus brazos. Disfruto un rato de su abrazo antes de hablar.
–Lo haré, pero es algo que tengo que descubrir por mí
misma. A lo mejor todos ya lo habéis visto, pero yo aún no.
–Recuerda... el amor es ciego, así que fíate más de lo que
vemos que de lo que tú ves.
Me separo decidida a marcharme.
–Lo sé, pero tengo que verlo con mis propios ojos, si no
siempre dudaré. ¿Lo entiendes, verdad?
–No quiero verte sufrir. Lo que he visto estas semanas
atrás no me ha gustado nada y el causante de tanto
sufrimiento es Jorge. No tengo nada más que ver. ¿Y tú?
–Tengo que comprobar si es hombre de palabra.
Fer ríe de lado transmitiéndome su malestar.
–Hagas lo que hagas, aquí estaré.
–Lo sé y eso me da confianza, gracias.
El ruido de la ducha continúa.
–No sé si vas a conocer a Carlos cuando salga, pero ya
venía hecho una pasa...
Intento poner un poco de humor para rebajar la tensión
del momento.
–Anda vete, y si te arrepientes, llámame al móvil.
Le doy un beso en la mejilla a modo de despedida y salgo
rauda de la habitación.

Es bastante tarde y mañana me espera una jornada muy


larga y excitante así que me doy una ducha rápida. Jorge
aún no ha llegado y entiendo que quizás esté cenando con
los gerentes de Portugal, Francia e Italia. Me visto con una
camiseta larga que uso para dormir a modo de camisón y
salgo dispuesta a enviar un mensaje a Jorge para que aclare
la situación, pero me llevo una sorpresa...
Jorge está sentado a la mesa preparada con una cena
para dos, velas, flores... y música suave, no falta de nada.
Cuando nota mi presencia deja de leer lo que parece un
informe, lo suelta tirándolo en el sofá más cercano y me
sonríe. ¿Cómo lo ha hecho, no lo he oído?
–Estás muy guapa.
¡Dios! Se ha vestido con traje oscuro, camisa blanca con
gemelos dorados y corbata lila. Está impecable como
siempre.
–Me cambio en un momento...
Jorge se levanta de inmediato y coge mi mano.
–De eso nada, así estás perfecta.
Me deja sentada en la silla frente a él y me penetra con
su mirada.
–Estoy descalza y tengo el pelo mojado... –insisto.
Él niega con la cabeza.
–Espero que tengas mucha hambre, yo apenas he comido
hoy, ha sido un día frenético.
Se queda esperando a que yo coja los cubiertos y cuando
los cojo, él me imita. Es comida japonesa y comenzamos a
comer mientras comentamos la jornada. La suya parece
haber sido un tanto aburrida, así como lo narra. De aquí
para allá ultimándolo todo, hablando con unos, con otros,
dando órdenes... Su tono es monótono hasta que se
interesa por mi día.
–¿Qué tal el spa?
–No tenías que haberte molestado.
–¿No ha estado bien?
–No, no es eso, ha sido increíble. Gracias.
Jorge dibuja una sonrisa de satisfacción en su cara.
Hemos terminado los postres y descorcha una botella de
champán rosa que tiene la impresión de ser muy cara.
–Ven, acércate.
Se levanta y le sigo hasta el mullido sofá. Mira su copa de
cristal tallado y se fija en las líneas de burbujas que la
surcan.
–Mañana va a ser un gran día y tú vas a ser la mujer a la
que todos mirarán.
Levanta su copa.
–Por la mujer más maravillosa que he conocido.
Debo admitir que me halaga. Choco suavemente mi copa
con la suya y bebemos sin dejar de mirarnos.
–Todo esto está muy bien, Jorge, y cualquier mujer caería
en tus brazos, pero yo no soy cualquiera. Lo tienes que
hacer mejor. No con cosas materiales, ya me entiendes, eso
se te da muy bien, sino haciendo cosas por mí. Eso aún no
lo he visto.
Jorge carraspea.
–Lo verás. No tengas duda.
–¿Sabes? –digo pensativa–. Creo que has tenido varias
oportunidades de hacerlo hoy y no las has aprovechado.
Podrías haber sumado muchos puntos, en cambio, me has
llenado de atenciones con terceros, ni siquiera has sido tú
directamente.
Jorge se acerca peligrosamente a mí.
–Estoy aprendiendo... Antes de venir hablamos de este
tema. Dime si ha habido algo que no te haya gustado.
Sus dedos tocan mi pierna despacio haciéndome
cosquillas.
–Verás... te has pasado el día esquivándome.
Me siento tonta diciendo esto, es como si estuviera
regañando a mi jefe.
–Sé cómo ha sido tu día, acabas de contármelo, pero
precisamente por eso, no hemos trabajado juntos. Ni
siquiera nos hemos coordinado en la distancia.
–No solo ha sido frenético, también ha sido muy
estresante. Si esa es la sensación que has tenido, lo siento,
pero realmente has hecho lo que debías hacer. Me has
ayudado mucho con Tara. Tú la conoces mejor, habéis
conectado. Creo que no habría aceptado que fuera otra
persona a recogerla. Te lo aseguro.
Ahora acaricia mi pierna con la palma de su mano.
–Mañana quiero que asistas conmigo a la comida con los
peces gordos de Diro Design.
–¿Pero...?
No lo entiendo. Yo no encajo en esa comida.
–Quiero que asistas como mi acompañante.
No sé qué decir... No creo que esté cómoda como
acompañante de Jorge porque realmente no somos pareja,
pero sé que es una gran oportunidad laboralmente
hablando.
–Estás tardando mucho en reaccionar –dice nervioso.
–Bueno... es...
Sigo sin saber qué decir. Pero no tengo otra alternativa.
–¡Fenomenal! Espero estar a la altura.
–No lo dudes.
Jorge acerca su cara a la mía y sus labios se juntan a los
míos.
–Vales mucho más que cualquiera de ellos, no lo olvides.
Me habla a la vez que besa mis labios una y otra vez con
pequeños besos tanteando el terreno.
–Si eso te ayuda, iré encantada.
Su cara avanza junto a la mía haciéndome caer de
espaldas en el sofá y su cuerpo se acopla encima del mío
despacio, hasta que quedo atrapada bajo su peso.
–Te echo de menos... Alba.
Pasa su dedo índice siguiendo la línea de mis labios.
–Eres lo mejor que me ha pasado.
Esta vez soy yo la que le besa. Es un beso fugaz y me ha
sorprendido incluso a mí misma. Ha sido una reacción de mi
cuerpo sin permiso de mi mente lo que provoca que Jorge
comience a besarme con más pasión. Es como si le hubiese
dado luz verde y noto cómo su miembro crece apretándose
suavemente contra mis ingles.
–Me vuelves loco. No he dejado de pensar en ti.
Noto cómo mi mente se va relajando con sus caricias y
mi cuerpo reacciona al suyo. Casi no puedo pensar con
claridad y sé, en algún rincón de mi cerebro en el que aún
no ha llegado la adrenalina que inunda el resto de mi ser,
que aún es pronto para acostarme de nuevo con él, pero sus
sabias manos saben dónde y cómo tocar y la temperatura
sube en la habitación. Jorge se deshace de la americana y la
corbata en cuestión de segundos y le ayudo a
desabrocharse la camisa. Todo comienza a ir deprisa. Su
respiración y la mía se acompasan. Sus manos acarician mis
pechos por debajo de la camiseta hasta que consigue
quitármela a la vez que abro su bragueta e intento sin éxito
bajarle los pantalones, pero en un abrir y cerrar de ojos,
desaparecen y enrosco mis piernas alrededor de su cintura
para sentir su sexo junto al mío. Entonces, Jorge separa sus
caderas lo suficiente para que su mano derecha pase entre
ambos apartando mi ropa interior para acariciar mi sexo.
Sus diestros dedos hacen que se dispare mi libido y
consigue que quiera más y más, así que no espero, no me
hace falta y le bajo los calzoncillos hasta las rodillas como
puedo. Él ya tiene un preservativo en la mano y comienza a
colocárselo con soltura mientras me deshago de mi ropa
interior con rapidez. En cuanto lo tiene colocado, apoya
ambas manos a cada lado de mi cabeza y noto cómo poco a
poco comienza a penetrarme. Se estira echando la cabeza
hacia atrás.
–¡Dios, Alba!
Tengo un orgasmo creciendo en mi entrepierna y alzo las
caderas sinuosamente hacia él acogiéndole dentro de mi
cuerpo.
–Ni se te ocurra volver a hacer eso, ni te muevas. No sé
qué me haces, pero no puedo más.
–Lo siento... –digo dulcemente y arremeto con ganas de
nuevo alzando mis caderas y percibo una penetración más
profunda... ¡Sí, esto marcha...! Él gime en alto y me embiste
una y otra y otra vez, cada vez más rápido. Le sigo sin
problemas. Nuestros cuerpos se juntan con fuerza y se
separan lo justo para volver de nuevo. Me empiezo a tensar,
los músculos de mis muslos y mis ingles se contraen
haciendo que Jorge explote dentro de mí y un par de
segundos después soy yo la que se encoge en pequeñas
convulsiones. ¡No me lo puedo creer! ¡He llegado al
orgasmo sin tener que pensar en Jesús! No ha sido un
orgasmo para tirar cohetes, pero ha llegado sin ayuda y eso
es una buena señal. Creo que esta relación empieza a
despegar.
Nos acostamos en la cama y me acurruco entre su
cuerpo.
–Follar contigo, Alba, es como entrar en el cielo.
La respiración se me corta. ¿He oído follar? Me separo de
inmediato. Él vuelve a traerme rodeándome con sus brazos.
–Suéltalo. No quiero que estés enfadada.
–Da igual.
–Lo siento, no quería ofenderte.
–Duérmete.
Escucho cómo suspira y al momento se queda dormido.

Me despierto, todo está oscuro y ruedo un poco en la


cama para mirar el reloj de pulsera que he dejado en la
mesilla. Son las dos y media de la madrugada. Extiendo el
brazo. Estoy sola en la cama, ¿dónde estará Jorge? Enciendo
la lamparita, nada. Me levanto medio dormida y entro en el
baño, tampoco está aquí. Vuelvo al dormitorio y me fijo que
su móvil ha desaparecido, así que decido llamarlo. Un tono y
en la habitación no suena nada, así que sé que ha salido
fuera, pero… ¿Dónde? ¿Para qué? Dos tonos, tres... nada...
cuatro, cinco cuando casi voy a colgar oigo su voz.
–Alba... ¿Te has despertado?
–¿Dónde estás? –digo ignorando su pregunta.
¡Evidentemente me he despertado, si no, no estaría
hablando contigo! ¡Arrrg!
–No puedo dormir, así que he bajado al bar del hotel.
Levanto las cejas.
–¿Te estás tomando una copa o qué? –digo sarcástica.
–No quería despertarte. Subo enseguida.
No sé por qué, pero esto me huele mal. A los quince
minutos la puerta se abre y Jorge se tira junto a mí en la
cama.
–Hola... pequeña.
–A veces no te entiendo.
Estamos a oscuras con la luz apagada.
–Ven, acércate.
Se abraza a mí y pone su cabeza en mi pecho.
–Estoy nervioso, eso es todo.
–Espero que te hayas tomado una tila, pero claro, eres un
hombre y lo más probable es que... No tengo ni idea de lo
que habrás tomado, Jorge.
Escucho el silencio.
–¿Jorge?
Una respiración ligeramente más profunda me indica que
se ha quedado dormido... ¡El que estaba nervioso y tenía
insomnio! Me quedo un rato largo desvelada pensando en
mi nueva situación hasta que por fin el sueño se apodera de
mí. ¡Gracias a Dios!

La reunión con todo el equipo ha sido agotadora. Jorge,


como siempre, está como una lechuga mientras que yo
estoy como si me hubieran dado una paliza. Se ha unido a
la reunión el grupo de apoyo francés así que también está
Mía y no puedo evitar fijarme en ella y en sus reacciones
cuando habla Jorge y no sé por qué será, sexto sentido o
intuición femenina, pero aquí pasa algo. No entiendo por
qué lo pienso, la verdad es que ambos están serios. Jorge la
mira lo mismo que mira al resto, ni rastro de miradas
furtivas, ni sonrisas escondidas ni nada de eso. Creo que me
estoy volviendo paranoica y no me gusta. No me gusta
nada. ¿Significa que no confío en él? No me gustaría nada
pasarme el día con la mosca detrás de la oreja. Creo que
sería demasiado para mi persona, sería una relación muy
destructiva. Debería relajarme. Lo único bueno ha sido el
desayuno con multitud de croissants. No sé por qué, pero
aquí en este entorno me saben a gloria. Jorge ha dado
trabajo a todos menos a mí y me estoy empezando a
cabrear.
–Chicos, en marcha, y a por todas. Nada puede salir mal.
¿De acuerdo?
El ambiente es distendido, todos están entusiasmados y
motivados porque esta noche es la gran gala y me parece
mentira que ya esté aquí. Poco a poco todos van
abandonando la sala que la cafetería del hotel nos ha
preparado para la reunión hasta que nos quedamos solos.
–¿Y qué se supone que debo hacer yo?
–Solo descansar y prepararte para estar perfecta esta
noche.
–¡Oh, claro! Para ser la mujer florero del señor Martínez.
Mi voz suena con tintes irónicos. Jorge se acerca a mí
para abrazarme.
–No seas tonta, ya has hecho suficiente, pero no olvides
que hoy comemos juntos con los peces gordos y me
gustaría que hicieras algo más.
Lo miro sin ninguna ilusión. Esto no me está haciendo
ninguna gracia.
–Dime –digo pacientemente.
–¿Te has traído el bañador?

Jorge tiene una sorpresa para mí y no he conseguido


sacarle nada mientras hemos ido a cambiarnos a la
habitación. Damos un paseo hasta el Puerto de Hércules y
entramos en el primer pantalán. Por lo que veo va a ser un
paseo en barca o algo así. Jorge se para delante de un
precioso yate blanco y negro. Puedo leer en el casco de
popa la palabra “Doux”. ¡No me lo puedo creer! Se gira y
me tiende la mano. La agarro enseguida y atravieso la
pequeña pasarela metálica hasta posarme en la popa del
yate. Jorge me sigue.
–¿Contenta?
–Vas mejorando –digo sin poder evitar sonreír. Él se
acerca y me abraza.
–Siento que solo pueda ser un rato.
–Lo importante es la calidad de ese rato y espero que sea
bueno.
–Lo intentaré.
Me coge de la mano y subimos por unas escaleras
laterales angostas hacia la zona de recreo. Hay un enorme
sofá en forma de “C” tapizado en blanco con una mesa de
madera tan brillante que me veo reflejada en ella. Enfrente,
en el lateral izquierdo, el panel de mandos para navegar y
delante en la proa, la zona de playa para tomar el sol.
–Ponte cómoda.
Dejo mi bolsa en el sofá y me siento junto a ella. Jorge se
mueve de aquí allá, suelta el amarre y se coloca detrás del
panel de control. Acciona la llave de contacto y un ligero
ronroneo nos rodea.
–Daremos un paseo por la costa azul.
–Suena muy bien.
Esto me gusta. Jorge agarra una palanca y con suavidad
la inclina hacia adelante y como por arte de magia el yate
comienza a moverse. Me levanto para ponerme a su lado.
–¿Conduces barcos?
–Desde hace mucho tiempo. También esquío, hago
submarinismo, surf, paracaidismo, parapente, alpinismo...
ahora estoy a punto de empezar a hacer un curso de vuelo
sin motor.
¡Dios, no sabía nada de eso! Me doy cuenta que
realmente apenas le conozco. Solo he visto una pequeña
parte de su vida.
–Vaya... Te gusta el deporte extremo.
Viramos a babor y salimos del puerto.
–Agárrate, voy a coger velocidad.
Me agarro a él, a su cintura y vamos cogiendo velocidad
paulatinamente hasta que el yate comienza a saltar las olas.
¡Guau! Tiene mucha potencia. Veo que nos dirigimos hacia
un gran islote rocoso y cuando lo alcanzamos reduce la
velocidad y se coloca tras él.
–Aquí tendremos algo de intimidad.
Apaga el motor y tira el ancla. Todo con una celeridad
que me sorprende muy gratamente. Coge un par de
colchonetas blancas con almohada incluida y las coloca en
la proa. Después me ayuda a subir tendiéndome la mano y
mientras me quito el vestido blanco de tirantes tipo ibicenco
que me he puesto sobre el bikini, veo cómo Jorge prepara
un par de mojitos. Abre un cajón superior que no parece un
cajón sino parte del casco y saca vasos, hielo, ron, lima y
hierbabuena. Realiza la mezcla y se tumba a mi lado para
entregarme un vaso. Me quedo mirándolo con mucha
intriga. Esto no sé si es bueno o malo.
–¿Sorprendida?
–He de reconocer que sí. Demasiado.
Él se acerca para darme un beso corto en los labios y
después saborea su mojito con ganas.
–Parece como si me estuvieras pidiendo perdón por algo.
Lo suelto en voz alta cuando realmente quería hablarlo
conmigo misma. ¿Estoy tonta o qué? ¡Céntrate, Alba!
Jorge fija sus ojos en mí por unos segundos hasta que se
decide a hablar.
–¿Podrías dejar de medirlo todo? Disfrútalo, Alba, solo
quiero que esto funcione. Ayer mencionaste que te había
llenado de atención con terceros y aquí estoy.
Su tono de voz tiene tintes tristes y me sonrojo al
momento. Quizás tenga razón, me estoy comportando como
una maníaca depresiva compulsiva. Bebo de mi mojito para
disimular mi crispación.
–Está muy bueno.
Me he quedado bloqueada y no sé qué decir, así que
intento cambiar de tema.
–Así me gusta, nena.
Su última palabra rebota en mi cerebro como una bala
haciéndome daño.
–Por favor, no vuelvas a llamarme así –digo seria.
Él, ni corto ni perezoso, suelta una carcajada que me
devuelve el eco que forman las rocas y el acantilado como
si se estuvieran mofando de mí por partida doble.
–Si eso es lo que quieres... por mí no hay problema. Solo
quería ser cariñoso.
Vuelve a beber de su mojito.
¡Alba, por favor! Deja de ser tan quisquillosa... Una
vocecita me habla desde un lado de mi cerebro, debe de ser
mi lado realista.
–Vamos, ven.
Me acerca a él entre sus brazos y nos quedamos un rato
meciéndonos al son del mar. Escucho su corazón, sus latidos
son fuertes y tranquilos. La brisa suave mueve mi pelo y él
lo sujeta acariciándolo y consigo relajarme poco a poco
mientras el sol templa nuestros cuerpos.
–¿Que significa “Deux”? –le pregunto en un susurro.
Escucho su respuesta a través de su pecho y su voz
suena metálica.
–Significa “Dulce”, como tú. Por eso lo elegí.
–Gracias... –digo encantada.
Se gira de un solo movimiento y se coloca sobre mi
cuerpo oprimiéndome con su peso.
–¿Qué me estás haciendo, Alba?
Me coge la cara con ambas manos y nuestras miradas se
encuentran.
–Me vuelves loco.
Sus labios se juntan a los míos buscando con su lengua el
interior de mi boca. Apenas puedo mover el cuerpo, ni la
cabeza, así que respondo a su beso entrelazando mi lengua
a la suya. Sus besos están cargados de experiencia y mi
cuerpo reacciona de inmediato. Mis manos acarician su
espalda desnuda hasta el principio del bañador, introduzco
mis uñas por el elástico hasta que ambas palmas de mis
manos abarcan su culo redondito. Lo aprieto con ganas e
inmediatamente su entrepierna comienza a crecer entre mis
ingles, así que abro mis piernas y las entrelazo a su
alrededor a la vez que vuelvo a apretarle haciendo que su
abultado pene suba y baje frotando mis partes íntimas.
Jorge suelta un largo ronroneo mientras introduce una mano
por mi espalda y desabrocha la parte de arriba de mi bikini.
Lo suelta y lo tira a un lado. ¡Solo espero que no haya caído
al agua! Alza su cuerpo con la ayuda de sus brazos lo
suficiente para besar mis pezones y un intenso hormigueo
me recorre la espalda haciendo que me arquee.
–¡Dios!
Escucho cómo Jorge respira entrecortado. Se levanta y se
quita su bañador quedándose desnudo. Abro los ojos y veo
su silueta recortada por el sol. Tiene un cuerpo bonito
conseguido a golpe de gimnasio. Con ambas manos se
coloca un preservativo bajándolo rápidamente desde la
punta de su pene hasta la base. Vuelve a caer de rodillas y
hábilmente me quita la parte de abajo del bikini. Sus ojos
me miran de arriba abajo deleitándose.
–¡Eres una diosa!
Y con su mano en mi cintura intenta que me gire y me
ponga a cuatro patas, pero la imagen de Marta y él en esa
posición viene a mi mente como un fogonazo y me resisto
de inmediato.
–No...
–¿Por qué? –pregunta incrédulo y contrariado.
Mi mirada lo dice todo y en unas décimas de segundo su
expresión cambia como si lo hubiera entendido. Se agacha y
me susurra al oído.
–Hazlo por mí, cielo.
Mientras me habla, noto cómo comienza a hacer círculos
con sus dedos sobre mi clítoris y me estremezco de placer.
Besa mi cuello y aunque no quiero hacerlo en esa postura
acabo girándome y colocándome de rodillas de espaldas a
él con las piernas separadas y expuesta. Noto cómo el sol
calienta mis partes y espero.
–Podría correrme así solo con mirarte.
Introduce un dedo en mis pliegues mientras mordisquea
mis nalgas y estoy dispuesta para recibirlo. Él lo sabe y se
deja de preliminares. Saca su dedo y agarrando mis caderas
con ambas manos se ajusta a mi culo introduciendo
lentamente su potente erección a través de mis labios en mi
interior. Mi espalda se arquea en una curva hacia abajo
mientras le recibo y mi cabeza se echa hacia atrás.
–Aaah –gimo con ganas.
Su ritmo se acelera al escucharme y sé que va a correrse,
así que empujo mis caderas hacia él con la respiración
entrecortada. Mis muslos se tensan y mi orgasmo comienza
a fraguarse, pero antes, él agarra mi pelo y tira hacia él
echando mi cabeza hacia atrás y entonces llega al orgasmo
gritando mi nombre.
–¡Alba!
Sigue penetrándome y mi vagina se contrae una y otra
vez convulsionándome mientras que poco a poco afloja la
fuerza sobre mi pelo y sus embestidas cesan y deja que su
cuerpo me atrape de nuevo posando su cara sobre mi
mejilla.
–Has estado increíble, cielo.
Me quedo quieta mientras él sale de mi interior y rueda a
un lado.
–¿Mejor que Marta? –digo apenas sin aliento.
Jorge se quita el preservativo pacientemente y lo anuda
dejándolo a un lado. Me mira antes de contestarme.
–¿Podrías dejarlo, por favor?
–Responde... si no… ¿Por qué me has insistido?
Siento cómo la furia crece en mi interior y no sé por qué.
Para mí también ha estado bien. He conseguido mi segundo
orgasmo sin pensar en Jesús.
Sigue mirándome con paciencia, mordiéndose la lengua.
–Ella no está conmigo y tú sí. ¿Eso responde a tu
pregunta?
Su respuesta me parece bastante ambigua, pero no
espera mi reacción, da dos pasos hacia el borde del yate y
se tira al agua de cabeza.
Me quedo tendida un rato al sol mientras oigo cómo Jorge
nada rumiando su respuesta y llego a la conclusión de que,
o cambio mi actitud, o esto no va a salir bien. Él lo está
intentando y yo no le estoy ayudando nada. Me levanto y
me zambullo de cabeza en el mar.
–¡Ah! ¡Está fría! –grito nada más salir a flote.
Jorge nada rápidamente hacia mí y me agarra la cintura
con sus brazos.
–Estás muy guapa, toda mojada.
–¿Es un juego de palabras?
Él ríe a carcajadas.
–Esta es mi chica.

Me duele la espalda de estar tan estirada en la silla. La


mesa del restaurante The Grill del hotel está más que
concurrida. Están todos los gerentes de Francia, Italia,
Portugal y España de Diro Design juntos. Jorge dirige las
cuatro filiales, por lo que tiene total potestad sobre ellas. Me
fijo en Pierre y su esposa Dominique. Pierre es el típico
cincuentón que se ha cuidado toda la vida. Es alto y
delgado. Aún conserva pelo, lo que le hace parecer más
joven. Es rubio y lo lleva corto y engominado con la raya a
un lado. Su mujer Dominique también es alta y delgada casi
tan alta como él, apenas le saca dos dedos. Es morena con
el pelo liso. Lleva un corte a lo garçon con el flequillo largo
sobre la ceja izquierda. Me ha parecido una mujer algo
seria, pero educada y correcta. Joao y Martina de Portugal,
están todo el rato sonriendo y charlando amigablemente.
He de admitir que me han caído muy bien pese a que sé
que Joao tuvo la brillante idea de traer a Marta a Mónaco.
Ambos son morenos de pelo y piel. Son más jóvenes que los
franceses, deben andar cerca de los cuarenta. Ella no es
guapa, pero tiene algo especial que la hace diferente a las
demás. Quizás sean sus ojos verdes y sus cejas gruesas y
arqueadas. Cuando me mira un escalofrío me recorre el
cuerpo y es que su mirada me recuerda a Jesús. He
congeniado de inmediato con ella, creo que me siento
protectora, no sé, solo pensar que Marta trabaja con Joao,
no puede traer nada bueno a este matrimonio. Me fijo en él
mientras todos hablan en grupos. Es moreno con el pelo
enmarañado. Sus ojos también son oscuros al igual que su
piel, me recuerda al típico surfista cuarentón que se las
sabe todas. No es especialmente guapo, pero tampoco es
feo y eso no me gusta. Estoy segura que Marta estará
intentando poner sus garras en él, si es que ya no lo ha
hecho. Bebo de mi copa de vino algo nerviosa por el giro de
mis pensamientos. Y, por último, Bruno y Paola, los
italianos. Ambos también deben andar entre los cuarenta y
los cuarenta y cinco años. Él es un auténtico conquistador
nato. Repara en todo lo que le rodea, no solo mujeres,
ambiente, situación, objetos... ¡qué sé yo!, todo. Podría
haber sido un excelente investigador privado. No se le
escapa nada. Sabe manejar las situaciones a su antojo y por
ese carisma, es por lo que debe haber conseguido llegar tan
lejos en Diro Design. Es muy elegante, casi podría decir que
rivaliza con Jorge, sonríe constantemente dejando ver su
blanca dentadura. Es moreno con el pelo rizado, ojos azules
y piel tostada. Es muy atractivo y lo sabe. Su mujer, lejos de
ser fea, que no lo es para nada, es la típica operada de
todo, pero operada en plan bien. Me parece guapísima,
morenaza, pelo negro largo y brillante, caderas estrechas,
muslos y culo prieto, grandes pechos... ojos marrones y
labios carnosos... pero todo lo que tiene de guapa lo tiene
de siesa. Apenas sonríe y está todo el rato pendiente de lo
que dice y hace su marido y me doy cuenta de que no
quiero convertirme en una “Paola” junto a Jorge. Vuelvo a
beber de mi copa para refrescar mis pensamientos. Estamos
sentados en una mesa redonda de tal manera que siempre
haya una mujer y un hombre, así que a un lado tengo a
Jorge y al otro a Bruno. Presto un poco de atención a las
conversaciones. Jorge tiene a su lado a Martina y a
continuación Joao con quien habla sobre las cifras de
Portugal.
–Este año esperamos aumentar un 2 % las ventas pese a
la crisis de los últimos años.
–Vosotros siempre os escudáis en la crisis, Joao –dice
Jorge muy sonriente–. Eso ya no cuela. En serio, el mercado
comienza a moverse y tenemos que aprovechar la inercia.
–De eso no hay duda –responde Joao con otra sonrisa –. A
propósito, ¿dónde tenías escondida a Marta?
Mi corazón se acelera y mis oídos se agudizan a la vez.
¿Por qué me sigue allá donde voy? Noto cómo Martina se
tensa y deja los cubiertos sobre la mesa. Creo que esto se
pone tenso. Jorge los mira a los dos sopesando su
respuesta, cómo no, y mientras corta un trozo de su
solomillo responde:
–Es una excelente profesional –dice rotundo.
–Estoy de acuerdo y precisamente por eso, ¿por qué la
enviaste a Portugal?
–Pensé que os vendría bien, controla como nadie, ha
estado en varios departamentos y todos los ha defendido
muy bien.
–Eso se nota.
Identifico un átomo de malicia en su sonrisa.
–Y si es tan buena, ¿por qué no se ha quedado en
Madrid?
La voz aguda de Martina me entristece y mis ligeras
sospechas se confirman de inmediato. Marta es un cáncer,
todo lo que toca lo destroza.
–Los excelentes trabajadores van donde hacen más falta,
Martina.
Jorge le responde sin pestañear y la rabia me invade, me
sale por los poros y no lo puedo evitar. Le arreo una patada
con la punta de mi stiletto por debajo de la mesa, pero Jorge
ni se inmuta, como buen profesional que es, aunque tiene
que haberle dolido y mucho, lo he hecho con todas mis
fuerzas. Me dedica una mirada heladora y sigue comiendo.
–Yo trabajé con ella, Martina.
Es la primera vez que hablo en la comida. He estado
callada escuchando todo el rato, así que todas las
conversaciones se paran y me prestan toda la atención. ¡Ay,
Dios! Incluido Jorge, que sigue con su mirada heladora.
–Y puedo asegurarte que hacía más mal que bien.
Madre mía, no me puedo creer que esté diciendo esto
después de haberle dado una patada a Jorge...
–Jorge ha sido muy condescendiente dándole una
segunda oportunidad. Yo la hubiera puesto de patitas en la
calle.
Todos se quedan callados mirándome. Martina con
expresión de admiración eterna y Jorge con su mirada
iceberg. El silencio se alarga hasta que Joao toma la palabra
al fin.
–Bueno, debe haberse tomado muy en serio su segunda
oportunidad, en Portugal lo está dando todo.
Lo dice con segundas y puedo notar cómo la mirada
heladora de Jorge se combina con una inapreciable mueca
en la comisura de sus labios. ¡Sí, está sonriéndole con
complicidad a Joao! Puedo notarlo, le conozco. ¡Será...!
–Si es tan eficaz, en Italia hay una vacante.
Bruno intenta romper el hielo que se ha creado, pero su
mujer le pega un golpe en la mano con cara de pocos
amigos.
–Era una broma, mujer –se excusa, pero sé que a Bruno
no se le ha escapado nada.
–Disculpadme –dejo la servilleta y me levanto para ir al
baño.
No aguanto tanta gilipollez entre hombres que se creen
los amos del universo. Cuando entro en el lujoso baño de
mujeres, me apoyo con ambas manos en la encimera de
mármol travertino para mirarme al espejo. El ruido de unos
rápidos pasos que dejan unos zapatos de tacón hacen que
mire hacia la puerta, esta se abre dejando paso a la figura
de Martina. Se acerca rápidamente a mí.
–¿Te encuentras bien? –me pregunta inquieta.
–Sí, estoy bien –le digo para tranquilizarla.
Me giro y la cojo por los hombros.
–Ten mucho cuidado con Marta. Es una depredadora nata.
Todo lo que quiere lo consigue sea como sea.
–Esperaba escuchar otras palabras.
Me abraza y aunque su reacción me pilla por sorpresa la
abrazo como si fuera mi hermana. Lo necesito.
–Has sido muy valiente diciendo la verdad en medio de
toda la cúpula de Diro Design, yo no sé si habría sido capaz.
Me río entrecortadamente.
–No me va a salir gratis.
–Lo siento.
–Tú no tienes la culpa. La tienen ellos.
Mi mano señala la puerta en dirección al comedor.
–Hace una semana fui al despacho de mi marido. Ella
estaba allí con él a solas. No estaban haciendo nada malo,
no es eso. Fue su forma de moverse, de hablar con él, la
complicidad que noté entre ellos... No sabía exactamente
qué era, lo único que sabía es que estaba pasando algo.
Joao lo ha negado todo acusándome de paranoica.
Suspiro.
–Solo puedo decirte que tengas cuidado con ella.
Hago ademán de marcharme, pero ella me frena.
–No puedes dejarme así.
Me da pena que otra mujer tenga que sufrir las
consecuencias de una hija de puta.
–A mi entender ya ha pasado, Martina.
Su cara muda a la palidez más absoluta.
–Lo siento. Siento ser tan sincera, pero yo lo he sufrido
antes que tú y sé cómo se mueve esa arpía.
Ella se queda muda asimilando mis palabras.
–Espero que seas lo más discreta posible con lo que te
acabo de contar.
–Por supuesto, Alba. Eso no tienes ni que decirlo.
Al fin reacciona. Saco mi móvil.
–Toma mi número de teléfono por si necesitas algo. Aquí
estaré, no dudes en llamarme, de verdad.
Ella saca su móvil y graba mi número en su agenda a la
vez que yo grabo el suyo.
–Tenemos que volver o se extrañarán.
–Esto no va a quedarse así, no sabe Marta con quién ha
dado. Si tú conseguiste que saliera de España, en Portugal
le queda un telediario. Conmigo ha dado en hueso.
Sale por la puerta del aseo delante de mí con aires
renovados. Es como si fuera otra Martina, más fuerte y
decidida y muy segura de sí misma, me parece increíble
cómo hay gente que se crece con la adversidad, le acabo de
decir que a mi entender su marido tiene un lío con la arpía y
mírala, ya quisiera yo ser así.
La comida transcurre sin más contratiempos, menos mal,
y a las tres y cuatro de la tarde subimos Jorge y yo a la
habitación. Me extraña que no haya dicho ni una sola
palabra en el ascensor y eso no es bueno. Así que cuando
entramos y cierra la puerta tras de mí, me preparo para lo
peor, pero Jorge se toma su tiempo. Va hacia el mueble bar
y se prepara una copa tranquilamente mientras se deshace
el nudo de la corbata y la tira en la cama. Se sienta en el
sofá y menea su copa entre las manos. Me giro y me pongo
frente a él preparada para todo.
–¿No vas a decir nada?
–No es el mejor momento, pero entiendo que eres
consciente de tu grave error.
Cuando termina la frase levanta su mirada hasta
encontrarse con la mía. La resisto como puedo.
–Tenía que decir la verdad.
–Esa no es la verdad, esa es tu verdad.
Me empiezo a crispar.
–Marta no es una profesional como tú sueltas siempre
que tienes ocasión.
–¡Déjalo, Alba, de verdad!
Toma un largo trago de su copa.
–Se dedicó como tú bien sabes a boicotear mi trabajo y
eso que yo sepa no es trabajar bien.
–No conoces toda la trayectoria profesional de Marta,
solo conoces una muy pequeña parte.
–¡Y gracias a Dios! Por favor, no me puedo ni imaginar el
infierno que sería eso.
–Aun así, estaba fuera de lugar en una comida como
esta. A nadie le importa.
Pongo los brazos en jarra para enfatizar mi enfado.
–Yo creo que a Martina sí que le importaba.
Jorge suspira reteniendo toda su ira. Sí, sé que está
enfadado, pero no va a entrar en una discusión justo unas
horas antes del gran evento de Diro Design.
–Y a mí –añado.
–Ya hablaremos de esto más adelante.
–¡Claro! Tenemos una inauguración.
Comienzo a pasearme delante de él de un lado para otro
aún con los brazos en jarra.
–Por esto es por lo que no se puede juntar el trabajo con
lo personal.
Su voz suena alta y clara.
¡Dios! ¿Por qué no quiere ver la realidad? No le interesa,
claro. Me dirijo hacia el mueble bar y comienzo a
prepararme una copa, cojo la botella de whisky.
Inmediatamente se levanta y se acerca a mí quitándome la
botella.
–¿Qué haces?
–Ponerme una copa como tú.
Suavemente deja la botella en su sitio.
–Si piensas que no se debe unir lo personal con lo laboral,
lo nuestro no tiene sentido –le digo con ojos heladores.
–No digas eso.
Coge mis manos y las deposita en su nuca haciendo que
nuestros cuerpos se unan.
–Olvídate de Marta como yo lo he hecho, está a cientos
de kilómetros de aquí.
Junta su frente a la mía y me mira con deseo.
–Es muy difícil si cada vez que sale a la palestra la
defiendes de esa manera.
–No voy a poder olvidar a alguien, si me la estás
recordando cada dos por tres –protesta.
Ahora soy yo la que suspira, en eso tiene toda la razón.
Recordatorio: no volver a mencionar a la arpía nunca más.
No debo dejar que su fétida estela nos invada. Me inclino y
le beso suavemente.
–Las empresas son como junglas, a veces tienes que
hacer de tripas corazón. Es un gran juego de apariencias y
estrategias.
Otra vez tiene razón...
–No todo lo que ves en las reuniones es real. Es mucho
más complicado de lo que parece.
Hace una pausa.
–Lo importante es que está fuera de nuestras vidas.
Me quedo abrazada a él un ratito sintiendo su calor
mientras él me besa el pelo hasta que unos nudillos llaman
a la puerta.
–Empieza el espectáculo.
Y su rostro se ilumina al instante mientras se apresura a
abrir la puerta. Dos mujeres vestidas con el impecable
uniforme del centro de estética del hotel, entran con
sonrisas en la cara. Al instante recuerdo a una de ellas del
día anterior. Es... cómo se llamaba... ¡Ah, sí! Sophie. Ella
lleva un gran maletín negro con refuerzos metálicos en las
esquinas, la otra mujer lleva varias toallas enrolladas y otro
maletín parecido al de Sophie.
–Buenas tardes –saluda amablemente Jorge.
–Buenas tardes, ¿Alba Galán? –pregunta la mujer que no
conozco mientras Sophie me sonríe.
–Toda vuestra –dice señalándome Jorge.
Las saludo a ambas.
–Bueno... Subiré en un rato. Voy a dar una vuelta para
que podáis trabajar tranquilas.
Jorge se acerca y me da un beso en los labios.
–Estará impecable, señor.
–De eso no hay duda.
Me guiña un ojo y se dirige a la puerta de la habitación.
–¡Quédate, Jorge! –suelto medio gritando. Él se vuelve
sorprendido. –¿Por qué no te quedas? –insisto.
Se para mirándome con el pomo en la mano.
–Creo que es mejor que me vaya. Será toda una sorpresa
cuando vuelva.
Abre la puerta y sale cerrando tras de sí sin esperar una
respuesta. No sé por qué, pero no me gusta. Le noto
evasivo. Hay algo que se me escapa, no sé qué es y eso me
pone nerviosa.
–Creo que debería ducharme primero –digo señalando
con mi pulgar la puerta del baño.
–Por supuesto –me dice Sophie con acento francés.
–Serán solo cinco minutos.
Añado un poco avergonzada por no estar preparada.
–No se preocupe, mademoiselle, mientras, colocaremos
el material necesario.
La mujer mayor me sonríe dándome permiso y no
desperdicio ni un segundo para entrar en la ducha. Me lavo
el pelo y me enjabono en tiempo récord. La verdad es que
soy bastante buena en esto de las duchas rápidas y para
cuando salgo aún están atareadas. Han colocado una
camilla junto al escritorio y sobre este, han desplegado las
dos maletas. Una contiene productos que no sé para qué
sirven, reconozco entre todo un secador, peines y cepillos
de distinto grosor y la otra contiene todo un arsenal de
maquillaje.
–Túmbese en la camilla, por favor, con la cabeza aquí.
Toca el final de la camilla con su mano. Llevo puesta una
toalla enrollada en el cuerpo y hago lo que me dicen y la
mujer mayor se sienta en una silla junto a mi cabeza y
comienza a desenredarme el cabello.
–Voy a ponerle un tratamiento en el cabello para darle
luminosidad. Le creará unos reflejos muy bonitos. Después
aplicaré un tratamiento antiencrespamiento con efecto
sellador de puntas.
–Gracias –digo indecisa.
–Mademoiselle Galán.
Me habla Sophie.
–Voy a hacerle un tratamiento en el cuerpo exfoliante y
después aplicaré una crema reparadora que dejará su piel
suave e hidratada.
La miro sorprendida.
–Monsieur Martínez ha dejado todo muy bien
especificado. Incluido el peinado y el maquillaje que
debemos realizar.
–Sí, parece que monsieur Martínez sabe muy bien lo que
quiere y lo que espera –digo con cierto resquemor.
Ambas mujeres son bastante eficaces, pero aun así, llevo
hora y media y todavía estamos con el maquillaje. Me ha
cortado las puntas, espero que no sea mucho, me gusta mi
pelo largo y ondulado. No he podido mirarme a ningún
espejo, así que no sé cuál es el resultado. Sophie se ha ido
nada más terminar con el tratamiento corporal, por lo visto
hay una gran demanda hoy con el evento. Me ha aplicado
una crema granulada con movimientos circulares por todo el
cuerpo, después la ha retirado y ha aplicado un aceite con
paños calientes y para terminar una crema en formato gel
que huele a gloria. Tengo la piel como la de un recién
nacido, suave, tersa y brillante. ¡Hasta tengo un ligero
bronceado que no sé ni de dónde ha salido! Estoy
encantada con el resultado. Lo del peinado y el maquillaje
me intriga un poco. Unos toques en la puerta me sacan de
mis cavilaciones. La mujer abre apresurada y reconozco a
uno de los ayudantes de Tara. Es un chico joven, pelirrojo,
plagado de pecas que recuerdo del aeropuerto con dos
cajas de zapatos y una tercera más pequeña en las manos.
–De parte de Tara –dice con marcado acento inglés.
–Sí, claro.
¡Son los zapatos!
–Déjalos sobre la cama, por favor.
El chico pelirrojo obedece al instante.
–Tara envía dos pares. Uno cerrado y otro tipo sandalia. Y
un clunch a juego.
¡Podré elegir! ¡Qué guay! Todo un detalle por su parte.
–Tara es un amor. Dale las gracias, por favor.
El chico sonríe asintiendo y se despide al salir.
–Bueno, casi hemos terminado.
–¡Por fin, estoy deseando verme!
Da unos últimos toques a mis pómulos y me mira
satisfecha.
–¡Parfait! –dice orgullosa y deja que me levante.
Voy corriendo hacia el gran espejo del baño.
Me ha realizado un peinado efecto mojado todo peinado
hacia atrás, en los laterales mi pelo baja disciplinado por
detrás de las orejas. ¡Jamás me hubiera imaginado que
Jorge eligiera un peinado así! Pensé que elegiría un moño
bajo, algún tipo de recogido, pero he de admitir que este me
encanta. El maquillaje es increíble... ¡Dios! ¿Realmente soy
yo? Me ha realizado un ahumado en los ojos en tonos
negros y marrones haciendo que el azul de mis ojos
destaque increíblemente. ¡Dios mío! Tengo unos ojos
rasgados increíbles. Mi cara está perfecta, ni una sola peca,
ni una sola arruga, es como si hubiera hecho magia. Ha
creado luces sobre los pómulos, centro de la frente, arco de
cupido y barbilla, mientras que ha oscurecido las sienes, los
pómulos y el mentón. Todo ello muy difuminado. Los labios,
rojos. No parezco yo, parezco una modelo recién sacada de
un reportaje de una revista. Me vuelvo encantada hacia la
mujer que espera impaciente mi reacción.
–Muchas gracias, eres una auténtica profesional. No
podría estar mejor.
–Merci –responde encantada–. Ha sido fácil. Tiene una
bonita cara. Recojo enseguida.
–Sí, claro. Lo que necesites.
Suena un mensaje en mi móvil. Me acerco a la mesilla y
lo cojo mientras veo cómo la mujer recoge la maleta que
traía. Tengo dos mensajes de mi hermana.
¿Qué tal Alba, cómo vas? 16:06
Estoy con Rebeca y Sara en casa. He hecho una pequeña
reunión aprovechando que papá y mamá han quedado con
unos amigos. 16:22

Rebeca no me deja en paz ni un momento. Dice que por favor nos


envíes fotos de todo y sobre todo de TODOS, ya sabes, los tíos, los
famosos, no para, me tiene loca. ¡Ah!,y a mí envíame alguna tuya,
seguro que estás guapísima como siempre. 16:22

Leerlo me hace reír y la contesto al instante después de


despedir a la maquilladora del hotel que sale por la puerta
sonriendo con todos sus bártulos.

¡Hola a todos! Aún me estoy preparando. No creo que pueda


hacer ni una sola foto, pero le preguntaré a Börg si puede
enviaros alguna de su reportaje. Esto es increíble. En cuanto
esté lista, te envío una foto mía. Besos. 18:46

Entra otro mensaje. Es de un número desconocido. Lo


abro.

Aunque esté lejos, sigo en su cabeza, en sus pensamientos más


íntimos. Eso no lo podrás evitar jamás. 18:47

Me llevo la mano instintivamente a la boca para ahogar


un grito de rabia. ¿Por qué Marta tiene que estar presente
en todos mis mejores momentos? ¡Esto no va a acabar
nunca! Tiro el móvil a la cama con rabia. Mi vista se pasea
nerviosa por la habitación hasta que reparan en las cajas
que ha traído el chico de Tara. Necesito olvidarme de esto
último y disfrutar a tope. Hoy es un día de esos en tu vida
tan importante y emocionante que sabes a ciencia cierta
que no se repetirán y debo vivirlo con los cinco sentidos.
Sacudo mi mente y me acerco con paso seguro a las cajas
que han quedado encima de la cama. Cojo las dos cajas
más grandes que deben ser los zapatos. Abro una y unas
sandalias ideales de las cuales me enamoro al instante
aparecen ante mí. ¡Ha sido un flechazo instantáneo! La
punta es abierta con dos tiras que suben sinuosamente
desde los lados hacia el empeine, y vuelven hacia el tobillo.
Tienen un tacón vertiginoso y son ideales. ¡¡Pero son
doradas!! Nerviosa abro la otra caja. Son unos zapatos de
punta abiertos a los lados. Son ideales también, pero ¡¡son
dorados!! Tiene que haber una equivocación. Tara ha debido
entender mal. ¡Dorados por plateados! Abro la caja
pequeña. Es un clunch rígido bombonera con forma de
corazón. Es simple y elegante, pero también es dorado... me
siento en la cama. Estoy bloqueada, tengo que llamar a
Tara, mi vestido es plateado, no puedo ir...
–¡Dorada y plateada! –grito en alto con voz burlona, pero
vuelven a sonar unos toques en la puerta. ¿Y ahora qué? Me
levanto despacio y abro la puerta sin ganas. El botones del
hotel me mira de arriba abajo, estoy maquillada, peinada
como una modelo, pero con una toalla en el cuerpo. Imagino
que no se esperaba encontrarse con algo así.
–Mademoiselle Galán –dice algo confuso.
–La misma –contesto forzando mis labios en ángulo, ¿qué
más puede pasar?
–Traigo un paquete para usted.
Me fijo y lleva una enorme funda para guardar trajes, de
color crema, con los ribetes en cuero marrón, posada con
delicadeza en ambos brazos.
–Debe haber algún error.
–Me temo que no. Monsieur Martínez acaba de ordenar
que lo subiéramos. ¿Dónde se lo dejo? –termina la pregunta
y me sonríe expectante.
Reacciono despacio y es que espero por su bien que no
sea lo que creo que es.
–Sobre la cama, por favor.
Él lo deja con mucho cuidado y se despide con una
sonrisa. Estoy muy nerviosa. Miro el reloj, son casi las siete.
Me acerco hasta el borde de la cama. No habrá tenido el
valor de traer el maravilloso vestido de Elie Saab, quizás ha
comprado otro más normal, así como más asequible. ¡No lo
creo! No es propio de Jorge y menos para este evento. Cojo
aire y tiro de la cremallera y ante mí aparece el
impresionante vestido de color coral. Las manos me
tiemblan. ¡Es tan bonito! Lo acaricio suavemente... Quedaría
ideal con las sandalias doradas. La puerta se abre y aparece
Jorge que se queda parado en el umbral sujetando el pomo
de la puerta mientras no me quita ojo esperando una
reacción mía.
–Lo tenías todo calculado –le digo con voz áspera. Y antes
de que pueda abrir la boca continúo.
–Le dijiste a Tara el color del vestido antes de salir de
Madrid.
Niego con la cabeza. Jorge se precipita hasta llegar a mi
lado.
–Por favor, Alba, es muy importante para mí.
Sus ojos suplican desesperados.
–Por favor –repite.
Me levanto, no puedo seguir mirando cómo me suplica o
acabaré cediendo.
–Has elegido mis tratamientos, mi maquillaje y mi
peinado. Has elegido el vestido... ¿También has elegido los
zapatos o has dejado a Tara que eligiera libremente?
Por la expresión de su cara sé la respuesta.
–¡Es increíble! –grito histérica.
–Vamos, Alba, no es para tanto, ¡estarás magnífica! Solo
una mujer como tú podría llevar ese vestido, esos zapatos y,
por supuesto, esto.
Alarga una caja mediana de terciopelo rojo con unas
iniciales doradas en la tapa. Me quedo atónita con la boca
semiabierta. Se acerca más a mí y me agarra por la cintura
con la mano libre.
–Ábrelo, es para ti.
Lo cojo con manos temblorosas y él me besa el pelo con
cuidado de no estropear el trabajo de la peluquera.
Estoy muy confusa, todo esto me sobrepasa. Jamás me
había pasado nada igual. Me mira tranquilo mientras
acaricia mi espalda. Necesito sentarme y me dejo caer en la
cama, Jorge se sienta a mi lado y con cuidado abro la tapa.
Son unos pendientes en forma de hoja con una delicada
filigrana de oro y pequeños rubíes, aguamarinas y
turmalinas talladas. No tengo palabras...
–Me los pondré solo hoy –consigo decir indecisa.
–Son tuyos. Son un regalo. Quiero que te los quedes.
Mi cabeza niega y él me quita la caja de las manos. Saca
los pendientes y me los pone con cuidado de no hacerme
daño. Cuando termina me levanta de la cama agarrándome
ambas manos y tira de la toalla, esta se abre y Jorge hace
que caiga al suelo. Sus pupilas se agrandan, da un paso
hacia atrás para admirarme mejor.
–¡Dios, Alba! Me pones a cien.
Llevo un sujetador negro de encaje sin tirantes y escote
corazón y un culote a juego. Me quedo mirando cómo saca
el maravilloso vestido de la funda, lo acerca con cuidado,
baja la cremallera y se inclina abriéndolo a mis pies.
–Entra dentro –me ordena.
Doy un paso e introduzco mis pies en el hueco que ha
dejado. Levanta lentamente la penda hasta el pecho, me
rodea y sube la cremallera sin problemas mientras noto
cómo el vestido se me ajusta al cuerpo como un guante. A
continuación, saca de la caja las sandalias doradas y se
coloca de rodillas delante de mí. Es como la escena del
príncipe azul y la Cenicienta. El príncipe con una rodilla
hincada en el suelo y un zapato en la mano agarra mi talón
derecho y besa mis uñas rojas y mis dedos. Al sentir su
respiración tan cerca, siento cosquillas y no puedo evitar
reír entre dientes. Él levanta la vista al escucharme y me
sonríe de oreja a oreja.
–¿Te gusta?
–Sí –afirmo algo más calmada.
Jorge se concentra y coloca la sandalia en mi pie
ajustándola sin problemas.
–Ahora el otro.
Repite los movimientos con el pie izquierdo y esta vez me
hace más cosquillas aposta, en un efecto reflejo retiro el pie
y suelto una carcajada.
–Ven aquí... no te escapes, Cenicienta.
Coge mi pie por el tobillo y esta vez se asegura que no
pueda escapar. Coloca la sandalia y lo deposita con cuidado
en el suelo y así sin darme cuenta me ha vestido con su
vestido, sus sandalias y sus joyas.
–¡Guau! –dice mientras saca el móvil y me hace una foto
–eres preciosa, Alba. ¡Ven, mírate en el espejo!
Tira de mi mano y me lleva hasta un gran espejo que hay
en la pared colocándose detrás de mí.
–¡Mírate! Brillas.
Agarra mi cintura con sus brazos y besa mi hombro.
–Vas a deslumbrar. Serás la envidia de todas y yo la
envidia de todos.
Veo su sonrisa en el espejo. Está pletórico. Se ha salido
con la suya. Observo mi reflejo y veo sofisticación,
elegancia, glamour y belleza. Me siento bella y poderosa.
Siento que puedo comerme el mundo.
–¿Puedes enviarme la foto que me has hecho?
–¡Claro!
Manipula su móvil unos segundos y vuelve a agarrarme
besándome el cuello.
–Hueles de maravilla... Si no fuera porque tenemos una
recepción en cuarenta minutos te follaría aquí mismo en el
suelo.
Su comentario me resulta un tanto soez. Jamás le he oído
ni una sola palabrota y eso me inquieta.
–Por eso y porque estropearía tu maquillaje –añade –voy
a ducharme. Estaré listo en cinco minutos.
Me encojo de hombros.
–Claro, los hombres solo necesitáis cinco minutos y estáis
listos para un gran evento. –Suspiro. –Estaré aquí mismo.
Señalo el sofá.
–No tardo.
Y desaparece tras la puerta del baño.
Me siento con muchísimo cuidado de no arrugar el
vestido y busco la foto que me ha enviado Jorge. La
aumento para verme mejor. Tiene razón, estoy fantástica,
jamás he estado así, ni siquiera parezco yo. Con manos
temblorosas envío la foto a mi hermana mientras escucho el
agua de la ducha correr.

¡Dios mío, Alba! Estás increíble. Nos has dejado pasmados.


¿De dónde has sacado ese vestido? Qué callado te lo tenías.
Espero que me lo dejes algún día. 18:47

A continuación, me envía una foto de las tres con la boca


abierta y los ojos como platos y no puedo evitar sonreír.
¡Dios, cuánto las echo de menos, me encantaría que
estuvieran aquí! Les contesto con un escueto: “Os tengo
que dejar. Besos”. La puerta se abre y aparece Jorge vestido
de etiqueta. Lleva un esmoquin negro, con pajarita a juego,
camisa blanca con botones negros y gemelos dorados,
remata el conjunto unos zapatos clásicos negros preciosos.
Me levanto con cuidado y me acerco a él. El esmoquin le
queda como un guante, es como si se lo hubieran hecho a
medida.
–Estás muy elegante –digo con cierta admiración.
No conozco a ningún hombre tan elegante como Jorge. Se
ha puesto gomina en el pelo y lo lleva peinado con raya a
un lado. Me gusta cómo le queda. Paso mi mano por su
cara, está muy suave y huele fenomenal.
–Hacemos buena pareja –dice mientras tira de los puños
de la camisa para que asome por la manga de la chaqueta
lo justo. Levanta su móvil a la vez que me coge por la
cintura.
–Sonríe, vamos a hacer historia.
Escucho el clic de la cámara de su móvil mientras
juntamos nuestros rostros.
–Perfecto.
Caminamos juntos hasta la puerta de la habitación.
–Comienza el espectáculo.
Abre la puerta y me cede el paso. De inmediato me doy
cuenta que el pasillo es un hervidero. Nos cruzamos con
personal del hotel que corre de aquí para allá. A lo lejos,
frente al ascensor, reconozco a los directores de Francia,
Portugal e Italia con sus respectivas mujeres. ¡Madre mía!
Parece un desfile de moda, pero he de admitir que la que se
lleva el premio es Paola, la italiana. La mujer italiana y su
elegancia innata. Lleva un vestido de tul en color nude. El
cuerpo es ceñido con manga larga y lleva unas
incrustaciones florales en pedrería que lo cubren hasta la
cintura y caen en forma de cascada por la parte de abajo y
las mangas. La falda tiene mucho volumen, pero lo que
llama la atención poderosamente y me deja impactada es el
escote. En forma de uve se abre paso justo hasta quedar
por encima del ombligo. Es muy provocativo ya que enseña
la mitad de cada pecho, pero no queda indecoroso ni vulgar,
al contrario, es muy sofisticado e hipnótico, enseguida me
doy cuenta que todo el mundo dirige su vista hacia esa
parte desnuda de su anatomía, incluido Jorge. Complementa
su look con un generoso moño bajo y unos pendientes
largos que le llegan casi al hombro de brillantes. Está
impresionante y caigo en la cuenta de que he hecho bien en
dejarme aconsejar por Jorge. Yo sola no habría podido estar
a la altura. Jamás pensé que esto fuera a ser tan glamuroso,
es como el estreno de una película en Hollywood. Antes de
llegar junto a ellos Jorge me recuerda que primero iremos
hacia el photocall.
–Buenas tardes, ¿preparados para la acción? –pregunta
Jorge en tono afable.
Los hombres vestidos de esmoquin le sonríen y las
mujeres nos comparamos mentalmente. Es algo innato, no
lo podemos evitar.
–Bonito vestido.
Martina se acerca a mí con una sonrisa afable en la boca.
Ella lleva un vestido rojo en corte sirena y escote palabra de
honor, aunque el vestido no es muy llamativo le queda muy
bien, marca sus bonitas curvas, pero lo que realmente llama
poderosamente la atención es el collar gargantilla que lleva.
Es espectacular. No sé si serán diamantes o qué otra piedra
preciosa, ¡pero no tengo palabras! Multitud de piedras
engarzadas caen hacia el escote en forma de uve. Un collar
así requería un vestido discreto y ella lo sabe.
–Gracias.
De repente me noto nerviosa.
–Tu gargantilla es espectacular.
Ella sonríe orgullosa, sabe que lleva una joya que llama la
atención de inmediato.
–Es un regalo de Bruno, me quedé muerta cuando lo vi.
Dominique se acerca a nosotras mientras llega el
ascensor para escuchar nuestra conversación. Lleva un
vestido muy elegante en chiffon de color azulón con mucha
caída. El escote es asimétrico, con un hombro y brazo al
descubierto y el otro tapado con manga murciélago. La
cintura queda marcada con un sinfín de pedrería. Dominique
ha optado por las joyas pequeñas. Lleva unos pequeños
brillantes de pendientes y una sortija a juego.
–Nos espera una noche increíble.
Las dos la miramos nerviosas, tiene razón, es todo tan
irreal. Aprieto fuerte mi bolso bombonera hasta que me doy
cuenta de que lo voy a romper.
–Señoras, el ascensor espera.
La voz de Pierre nos sorprende y los cuatro hombres nos
ceden el paso. En el garaje no hay solo una limusina, sino
un batallón. Hay un grupo de hombres uniformados
hablando entre ellos. Cuando nos ven, uno de los chóferes
se acerca, nos saluda y nos acompaña hasta la tercera
limusina que esta aparcada. Entramos de uno en uno, las
mujeres más lentamente para acomodar los vestidos y
cuando comenzamos nuestro corto viaje, Jorge nos indica
que daremos la vuelta y cogeremos turno en la fila de
limusinas para dejarnos en la entrada del hotel. Allí
caminaremos por la alfombra roja hasta el photocall que se
encuentra en la recepción. Todos asentimos y hablamos a la
vez contando nuestras impresiones, y busco la mano de
Jorge para agarrársela con fuerza. Él me mira y me devuelve
el apretón sonriendo. Creo que es el único que no está
nervioso, está más bien como pez en el agua.
–Lo harás genial, tranquila.
Acerca nuestras manos enlazadas a sus labios y besa la
mía. Suena su teléfono y escucho expectante.
–Dime, Mía.
¡Otra vez Mía! ¿Qué pasará ahora?
–Mmm, mmm.
Jorge murmura asintiendo.
–¿A qué hora será?
Escucha con el ceño fruncido.
–¿Por qué no me han informado antes?
Parece que no le gusta lo que está escuchando.
–Mía, eso son excusas, tendría que estar previsto. No me
gustan los cambios de última hora.
Vuelve a escuchar, imagino que Mía está haciendo lo
posible para defender su posición. Me pareció una mujer
muy competente.
–Quiero que nos reunamos inmediatamente después del
photocall para que me expliques los cambios.
Jorge frunce el ceño y eso no tiene buena pinta.
–Me da igual, Mía, esto es más importante. Espérame en
el photocall.
Jorge cuelga de inmediato sin esperar la respuesta de Mía
y me da un poco de pena de ella. Creo que Jorge ha estado
poco acertado con sus palabras.
–¿Qué ocurre? –le pregunto justo en el momento en que
la limusina se para detrás de una hilera de coches de lujo.
–Ha habido un cambio de última hora. Por lo visto se va a
realizar una subasta en nombre de Diro Design con el fin de
recaudar fondos para no sé qué fundación. No tengo los
datos.
–¡Pero eso es magnífico! Es una buenísima idea,
imagínate la buena publicidad para Diro Design.
Avanzamos dos puestos en la carrera hacia la alfombra
roja.
–No me gustan los cambios de última hora, Alba. Todo
tiene que salir perfecto y aunque tienes razón, que es una
buena publicidad para la marca, este no es el momento.
Me quedo pálida, aunque me habla en un tono bajo para
no llamar la atención de nuestros compañeros de limusina,
no entiendo su postura tan radical e intransigente.
–Aun así, creo que has estado poco acertado con tu tono
y no has sido educado.
Me mira con una media sonrisa, como mofándose de mis
palabras.
–Vamos, Alba, ¿me vas a sermonear sobre cómo he de
tratar a mis empleados?
¡Dios, el Jorge jefe me saca de quicio!
–Ante todo son personas –suelto con rabia.
Me mira atónito, pero dura poco porque la puerta de la
limusina se abre. Estamos en la entrada al hotel. Hay
muchísima gente arremolinada en torno a una valla que
rodea un pasillo central con una larga y roja alfombra.
Salimos por parejas, primero lo hacen Pierre y Dominique,
les siguen Bruno y Paola, después Joao y Martina y por
último nosotros. Primero sale Jorge para luego darme la
mano y ayudarme a salir. En cuanto pongo un pie en el
suelo lo primero que me asalta es el ruido. Escucho voces
de aquí y allá, silbidos y gritos y lo segundo son los flashes.
Luces de todos los lados me deslumbran, donde dirijo la
mirada saltan flashes de los móviles de las personas que se
agolpan gritando y el corazón se me pone a mil por hora.
Necesito unos segundos para asimilar tantas imágenes y
tanto ruido. Veo cómo Jorge habla con un hombre trajeado
con pinganillo en el oído e identificación colgada del cuello.
Es un organizador, aún tengo su mano cogida fuertemente.
Delante de nosotros las tres parejas caminan saludando a la
muchedumbre y sonriendo.
–Vamos, princesa.
La voz de Jorge en mi oído me sobresalta pese al ruido
reinante y consigo caminar a su lado, aunque las piernas me
tiemblan. No sé por qué, pero me siento pequeñita. Jamás
pensé ni por un momento que llegaría a vivir algo así, puede
que fantaseara con la idea de cómo me sentiría en el lugar
de actrices, famosos y cantantes caminando por una
alfombra con el mundo a tus pies y puedo asegurar que
nada más lejos del sentimiento que me asalta ahora mismo.
El pasillo se me hace interminable. Solo veo caras y luces,
pero por fin alcanzamos la puerta del hotel que está abierta
de par en par. Otro organizador nos hace parar un momento
antes de pasar a la zona preparada para el photocall.
–Relájate y disfruta.
–Eso intento –digo con miedo en la mirada.
Jorge se acerca a mi cuello y besa mi oreja.
–Estás preciosa. Eres la mujer más bonita de este evento.
Suspiro intentando coger más aire.
–Solo tienes que sonreír. Yo estaré a tu lado.
–Perdonen.
Un chico joven vestido con traje azul marino nos
interrumpe. Lleva una tablet entre las manos y una
acreditación anclada en el bolsillo superior de la camisa que
reza press.
–Soy Manuel Castro, trabajo para la revista Moda y Estilo
en España y para la agencia de comunicación Nota Bene,
especializada en moda.
–La conozco –dice Jorge rápidamente.
–Necesitaría sus nombres, profesiones o cargos
relevantes...
Jorge le interrumpe al momento.
–Jorge Martínez y Alba Galán.
Se abre la chaqueta de su esmoquin y saca dos tarjetas,
una mía y otra de él. Manuel las recoge leyéndolas. ¡Madre
mía, qué preparado está! Tengo la sospecha de que no es la
primera vez que Jorge asiste a un evento de estas
características.
–Perfecto. ¿Podría hacerles una foto?
–Aquí no –responde rotundo Jorge–. Si quieres en el
photocall o luego en el cóctel.
–De acuerdo.
Su expresión es de contrariedad.
–¿Podría saber...?
–El vestido de la señorita es un Ellie Saab, colección
primavera-verano 2020 y zapatos de la nueva diseñadora
Tara Moore que ha fichado la marca Diro Design y cuya
colección se presenta hoy en la nueva inauguración de la
tienda de Montecarlo. Puedes ver su trabajo en la
exposición que se ha preparado en el cóctel que habrá a
continuación y al que estáis invitados la prensa, además de
joyas Bvlgari. Yo llevo un esmoquin Yves Saint Laurent y
zapatos de la línea Elegance de Diro Design.
Cuando termina se queda mirándolo mientras Manuel
anota todos los datos en su tablet.
–Muchas gracias, señor Martínez, estaré encantado de ir
al cóctel.
¿Los pendientes que me ha regalado son Bvlgari? Debe
estar de broma. Menos mal que le he dicho que no los
aceptaba. No puedo aceptarlos. ¡Eso está claro, muy claro!
¡Claro como el agua limpia y cristalina! En cuanto acabe la
noche se los devolveré.
–¿Tú no eres nuevo en esto, verdad?
Reconozco que estoy intrigada. Jorge me guiña un ojo y
me sonríe dejando que la duda revolotee en mi mente. Al
momento se nos acerca otro organizador y nos da paso al
photocall. Solo me da tiempo a ver cómo Joao y Martina
salen del gran panel de marcas de lujo que hace de fondo
en las fotos y los flashes se paran justo el tiempo que
tardamos Jorge y yo en entrar y colocarnos frente a la nube
de periodistas. Jorge se abrocha la chaqueta del esmoquin y
me coge por la cintura. Yo me coloco un poco de perfil con
el brazo libre apoyado en la cintura y la pierna derecha
asomando por la abertura de la imponente falda de mi
vestido, dejando a la vista los zapatos de Tara. Los flashes
no se hacen esperar y descargan sobre nosotros como una
tormenta de verano. Intento localizar a Börg, pero no veo,
deslumbrada por los fogonazos. Noto cómo Jorge aprieta mi
cintura y se lo agradezco porque estoy como un flan.
–Aquí, por favor.
Nos gritan de un lado, los dos miramos en esa dirección,
pero enseguida nos reclaman del lado opuesto. En un
momento de idas y venidas nuestras miradas coinciden y
sin esperármelo, Jorge me besa en los labios con un beso
suave y corto. Estoy atónita, todo esto es demasiado...
¡Jorge acaba de decirle al mundo que estamos juntos! Sin
tapujos, sin miedo al qué dirán, acaba de mezclar el amor
con el trabajo.
–¿Estás mejor? –me pregunta sonriente y cómplice a la
vez.
Los flashes no paran.
–Mucho mejor.
–Pues vámonos ya.
Esta vez me coge de la mano y dejamos atrás la nube de
periodistas que se disponen a disparar sus cámaras con los
siguientes invitados. Caminamos sorteando gente hasta que
aparece ante nosotros la figura de Mía con cuatro personas
más, todos ellos hombres.
–Buenas noches.
Mía se da la vuelta para saludar a Jorge y hace las
presentaciones del resto del grupo. Mía lleva un vestido
amarillo dorado de cuerpo ajustado cuyos tirantes
convergen en un solo hombro creando una abertura en
medio de su pecho, tiene dos aberturas más una diagonal
bajo el pecho hacia la cintura y otra debajo de la cintura en
la cadera. Lleva el pelo peinado con ondas y maquillaje en
tonos grises. Como única pieza de joyería lleva unos
brazaletes en ambas muñecas de cristales. Está muy guapa,
he de reconocerlo.
–Necesito que me hagas una gestión –me dice Jorge
acercándose a mi oído–. Localiza a Tara. No sé por qué, pero
me da que va a llegar tarde. Intenta que esté en el photocall
en quince minutos como mucho.
Mira su reloj.
–El cóctel empieza en media hora.
–Está bien, no te preocupes.
Me excuso del grupo y me alejo hacia un lugar menos
concurrido. Cojo mi móvil de la bombonera y marco el
teléfono de Tara. Suenan varios tonos hasta que se cuelga.
Insisto de nuevo, parece que Jorge va a tener razón.
Recuerdo que a nuestra primera reunión en Londres llegó
media hora tarde. Al quinto tono contestan.
–Tara Moore.
La voz no es la de Tara Moore, debe ser uno de sus
esbirros.
–Hola, soy Alba Galán de Diro Design, ¿podría hablar con
Tara? Es importante.
–Estamos muy ocupados, Alba.
–Perdón, ¿con quién hablo?
–Soy Kim.
Kim, la mujer peleada con el mundo, dura como el acero,
de rostro impasible...
–Hola, Kim, por favor, pásamela.
–Te he dicho que no se puede poner.
No me gusta nada su tono, incluso su marcado acento
inglés me resulta insoportable.
–Pues tendré que subir a la habitación yo misma.
Imito su voz. El silencio se cuela entre nosotras hasta que
Kim reacciona por fin.
–Hang on. One second –dice secamente.
¡Dios, qué mujer! ¿Qué mosca le ha picado para ser así
de antipática?
Oigo ruido y voces, debe de haber jaleo en la suite de
Tara.
–Dime, Alba.
–¡Tara, por fin! ¿Cómo vas?
–Bien... aún tengo para una media hora.
Resoplo, esto va a ser difícil.
–Tara, necesito que estés en el photocall en diez minutos.
Miento para que se dé más prisa. Tara suelta una gran
carcajada.
–No puedo, aún estoy con el maquillaje y no me he
vestido.
–Por favor, Tara, te doy diez minutos o subiré yo misma a
por ti.
–¿De veras? –Vuelve a reír. –Eso me gustaría mucho.
¡Dios! Lo que menos necesito ahora es a Tara tirándome
los tejos.
–Por favor, Tara. Jorge está muy nervioso, quiere que todo
salga bien.
–Jorge, Jorge... qué hombre tan peculiar.
Me quito el teléfono del oído para mirar la pantalla...
¿Qué le pasa?
–Recuerda que tenemos que hablar, tengo que darte tu
regalo.
–¿Hablar de qué? –le suelto desesperada –por favor, Tara,
no estoy para bromas.
–Ni yo tampoco.
–Te necesito aquí en diez minutos.
Ordeno.
–Tranquila, estaré.
Y me cuelga sin más.
¡Arrrg! Intento buscar entre la gente el grupo de Jorge y
Mía, pero ya no están. Así que decido acercarme al
photocall.
–¡Carlos, Fer!
Vaya, qué bien que los encuentro.
–Estamos aquí observando a los famosos –suelta Fer.
–¿Qué coño dices? Se nos está poniendo el sable duro
con tanta tía buena. Eso es lo que hacemos.
Miro al cielo desesperada.
–¡Mira, tío!
Carlos le da un codazo a Fer.
–Esa rubia está como un queso. Un queso gruyere lleno
de agujeros. ¡Dios!
–¡¡Carlos!! –le grito.
–Lo siento, ¿lo he dicho en alto? –alega sorprendido.
–Ha sido un comentario muy soez, tío –. Le recrimina Fer
y me mira abriendo los ojos y levantando las cejas.
–¿Pero qué idiotas somos?
Carlos se gira extrañado.
–¡Alba estás... pareces una modelo!
En ese momento Carlos se fija en mí y es que ninguno de
los dos se ha girado para mirarme ensimismados con el
espectáculo.
–¡Coño, Alba! ¿Eres tú?
Carlos hace un círculo completo a mi alrededor.
–¡Guau! Ahora sí que me duele la entrepierna.
Fer me abraza y me da un beso.
–Gracias, chicos.
–¡Eh! Suéltala, que tú la has tenido desde que eras
pequeño, joder.
Carlos empuja a Fer de broma que se hace a un lado
sonriendo y me coge por la cintura.
–Que alguien me deje una cámara de fotos para llevarme
un recuerdo de semejante monumento.
Fer, partiéndose de risa, se acerca a nosotros y hace un
selfi.
–Déjate de gilipolleces, haz una foto como es debido,
coño.
Fer se aleja y prepara su móvil mientras Carlos me rodea
por la cintura y me atrae hacia él.
–Vamos, Alba, pon un poquito de tu parte, joder.
Sonrío y me dejo achuchar por él.
–Perfecto, chicos.
Fer vuelve a nuestro lado.
–Tengo que reunirme con mi equipo. Ya sabéis, tengo que
controlarles para que no se nos escape nada. Os dejo.
–Envíame esas fotos –dice Carlos con tono apremiante.
–Tranquilo, ahora mismo.
–Nos vemos en el cóctel, ¿verdad? –pregunto nerviosa.
–Por supuesto, aunque estaré trabajando.
Me besa la mejilla y se aleja con prisa.
–¿Qué hora es? –pregunto a Carlos. Me estoy poniendo
nerviosa por momentos.
–Mmm... –Mira su reloj de pulsera. –Las nueve menos
cinco.
–¡Dios, Tara!
–Llega tarde.
Carlos sonríe y hace que me fije en él. Qué desastre,
aunque lleva un esmoquin, da la sensación de ir disfrazado
de alguien que quiere ir de esmoquin. Le coloco la pajarita
negra de topos blancos dejándola recta. Cojo el puño de la
camisa blanca y tiro de ella haciendo que asome por la
manga de la chaqueta. Repito el gesto con la otra manga.
Le meto la camisa por dentro de los pantalones.
–Estás deseando follarme, se te nota. No haces más que
intentar meterme mano, joder. Pues, ¿sabes lo que te digo?
Que te pongas a la cola.
–Descuida, cogeré número.
Termino la frase y subo sus pantalones todo lo que puedo
hacia arriba.
–¡Ah! Joder, Alba. Cuidadito con la Joya de la Corona.
Ahora soy yo la que me río entre dientes mientras
abrocho el primer botón de la chaqueta.
–¡Dios, lo había olvidado! ¿Qué tal con Beatrice?
Carlos sonríe de medio lado.
–¿De verdad quieres saberlo? –pregunta con tono
divertido.
–No te hagas de rogar.
–No quiso ni cenar, Alba. Dimos un paseo y mientras
charlábamos me trajo derechito hasta su casa. Y la tía se
hace la tonta como si hubiéramos llegado por casualidad. A
mí, ¡al puto lobo feroz!
Suelta una carcajada y continúa:
–Total, que subo y se me tira encima en el sofá y joder,
me pongo como una moto. Se quita el vestido y no lleva
nada debajo. ¡Estaba en pelotas! Y qué pelotas, Alba...
–¡Para, para para! –grito antes de que pueda seguir–. No
hacía falta ser tan explícito –replico.
–Vale... nos acostamos, nos quedamos dormidos y a las
cinco me vine sin despertarla. Fin. ¿Te mola más así? –dice
como si le hubiera fastidiado toda la historia.
Ignoro su pregunta, aunque lo prefiero.
–¿Y no has hablado con ella hoy?
–¿Y para qué coño tendría que hablar con ella?
Me mira extrañado.
–No sé, para ver cómo está, para decirle que lo pasaste
genial, para despedirte hasta la próxima... lo normal.
–Joder, Alba, eso ya lo hablamos, sabíamos a lo que
íbamos, no he engañado a nadie.
Me quedo parada, contrariada. ¡Dios, estoy a años luz de
este tipo de relaciones fugaces!
–Lo entiendo, perdona, pensé que quizás querías tener
una amistad con ella. No sé, te gustó tanto cuando os vi
ayer en la piscina que di por hecho que tendrías al menos
una amistad, aunque fuera en la distancia.
Carlos resopla mientras se pasa la mano por la frente.
–Tiene novio.
¡No me lo puedo creer! ¡Vaya con la mosquita muerta!
–Esto es un puñetero aquí te pillo aquí te mato, joder. Me
lo dejó muy clarito en nuestro paseo.
Le noto contrariado.
–Lo siento.
–No jodas, Alba, fue el mejor polvo de mi puta vida.
Sigo colocándole el traje y estiro la chaqueta mientras
habla.
–¿Entonces estuvo bien? –digo sonriendo para quitarle
hierro al asunto.
–De puta madre. ¿Quién quiere una puñetera relación a
mil kilómetros de distancia?
–Tienes razón.
Doy un paso hacia atrás y admiro el resultado.
–Impecable.
–Gracias.
Le doy un beso en la cara, pero un revuelo hace que
ambos miremos hacia el photocall.
–¡Me cago en la puta! ¿Esa es la modelo Natasha Blanc?
–Si no es ella, es su doble.
Carlos se pasa la mano por el flequillo.
–Madre mía, esto se está poniendo interesante. La noche
promete.
Los flashes no paran, la nube de periodistas se agolpa
más que nunca y por un momento consigo ver las cabezas
de Stefan y Börg y me parece que Stefan se gira para hablar
con otro hombre moreno. ¡Dios, Stefan y su soltura para
hacer amistades! Todos están de espaldas a mí y bastante
lejos. Dirijo mi vista a Natasha y cuando vuelvo a la posición
que ocupaban mis amigos periodistas ya no logro
encontrarlos.
–Me ha parecido ver a Stefan y Börg.
–Joder, yo solo tengo ojos para Natasha… Mi Natasha.
Pongo los ojos en blanco. ¡Dios, Carlos es increíble! No sé
cómo he podido vivir tanto tiempo sin alguien como él a mi
lado.
Cuando Natasha abandona la lluvia de flashes, una
increíble y radiante Tara hace acto de presencia y es como
si la gente se volviera loca.
–¡Dios mío, está increíble!
–¡La madre que la parió!
–¡Ha conseguido eclipsar totalmente a todo el mundo!
Y no es para menos. Lleva un maravilloso vestido de
manga larga en encaje blanco salpicado de pequeñas flores
en distintos tonos de rosa que se acumulan en la cintura y
el principio de la falda. La falda es armada, lo que le
confiere vuelo y de largo asimétrico. Por delante es tan
corta que deja ver sus largas y delgadas piernas para
después ir creciendo en los lados hasta llegar al suelo por
detrás. Lleva unos stiletos altísimos forrados en tela de un
color rosa palo y cuyos altos tacones están adornados con
pedrería. Forman un delicado dibujo de hojas y flores que
suben por el tacón hasta el talón y acaban enlazándose en
el tobillo.
–¡El vestido es perfecto para enseñar los zapatos!
–Es perfecto para enseñar esas patas que tiene. ¿Crees
que tendría posibilidades?
Le miro atónita.
–Bueno, es bisexual.
Me mira como si le hubiera contestado que tiene muchas
posibilidades, que si lo intenta seguro que Tara cae rendida
a sus pies.
–¡Dios, ojalá pudiera ser bisexual! Gozaría el doble del
sexo. ¡Sería la hostia puta! ¿Te imaginas?
–Lo siento, pero no puedo, ni quiero imaginármelo. Estoy
bien como estoy. Es más, ya tengo suficiente con lo que
tengo. Vamos, Tara ya termina.
Nos acercamos juntos hacia la salida del photocall y nos
colocamos junto a un organizador que tiende la mano a Tara
para ayudarla a salir sin problemas, pero aparece Kim como
por arte de magia. Es como una aparición y la coge del
brazo poniendo cara de pocos amigos.
–¡Alba, estás aquí!
Tara se suelta de Kim para acercarse y darme un par de
besos apretados en las mejillas.
–Estás maravillosa, no has podido escoger mejor el
vestido.
–¿A que sí?
–Sin palabras –dice Carlos tendiéndole la mano para
saludarla.
Tara se la estrecha encantada y le dedica una sonrisa.
–Va a dar comienzo el cóctel. Es tu momento, Tara. Es en
la sala que hay a la derecha del hall principal. Ya sabes que
hay una exposición de tu nueva colección.
Comenzamos a caminar los cuatro escuchando a Carlos
en dirección al hall que está lleno de corrillos de personas
que charlan distendidamente.
–Tienes que aprovechar para darte a conocer. Es tu
momento. Habla con los medios, fotografíate con todos,
cuantos más, mejor. No escatimes en sonrisas. En resumen,
sé tú misma.
Carlos vuelve a hablar como un perfecto caballero y Tara
se inclina hacia él para escucharle mejor, mientras camina
colgada de su brazo. La verdad, la veo como ensimismada
con las palabras de Carlos.
–Lo intentaré –dice justo antes de entrar por la doble
puerta del gran salón que ya está lleno de gente.
–Piensa que es una gran oportunidad. Que, aunque ahora
te des a conocer a través de Diro Design, todo esto es
realmente publicidad para ti. Solo para tu trabajo.
Tara pestañea nerviosa varias veces sin quitar la vista de
Carlos y por primera vez noto un ligero rubor en el rostro de
Carlos, pero dura poco porque Tara dirige su atención hacia
mí.
–No te pierdas, quiero hablar contigo. No lo olvides.
Asiento con la cabeza.
–Vamos, entra ahí de una vez y deslúmbrales.
La frase de Carlos hace que Tara tome aire, veo como
pone recta la espalda y con paso firme junto a Kim entra por
fin en la estancia sin ningún retraso ni contratiempo. Los
flashes comienzan a saltar de aquí y allá, y varias personas
se arremolinan a su alrededor como moscas.
–Misión cumplida –concluye Carlos orgulloso.
–Casi logras hacerme llorar con tu discurso.
–Muy graciosa, pero la tengo en el bote.
–He de admitir que algo he notado.
Le guiño un ojo y Carlos se carcajea con todas sus ganas.
–¡Qué coño! Soy irresistible, reconócelo.
–Aún es pronto para eso, anda, vamos, Don Juan, demos
un paseo.
Caminamos entre grupos de gente elegantemente
vestidos, charlando alegremente con copas de cava en las
manos. Los camareros no paran de ir de grupo en grupo
ofreciendo canapés en sus bandejas de plata y de repente
nos cruzamos con Luis, el fotógrafo de la revista.
–¡Luis!
Carlos lo llama a la vez que le coge del brazo para
pararle.
Luis es un chico amable, he hablado más bien poco con
él, pero lo suficiente para saber que es muy educado y
sencillo. Lleva una cámara en la mano y otra más colgada.
Es joven, no tendrá más de veintitrés años, pero, según Fer,
su trabajo es impecable.
–¿Dónde vas tan rápido?
–Buenas noches, Alba, estás muy elegante.
Carlos sonríe para sus adentros.
–Buenas noches, Luis, y gracias por el cumplido.
–Estoy buscando a Fernando y Miguel.
–Pues... a Fernando hace un rato que no lo veo.
Carlos estira el cuello para recorrer la sala con la mirada.
–Pero imagino que no andarán muy lejos de Tara –
sentencia.
–Sí, eso mismo he pensado yo. Esto es de locos.
–Aún queda mucha noche, tómatelo con calma –añado.
Luis asiente algo nervioso.
–Lo intentaré, pero es difícil. Es el primer número de la
revista y encima coincide con este evento, así que las
expectativas son muy altas.
–¡Lo harás de puta madre, tío!
Luis lo mira extrañado, debe ser que aún no ha hablado
con Carlos fuera del ambiente laboral.
–¿Te importa, Alba, si te hago una foto?
Dudo un momento, no quisiera salir en la revista.
–¿No iras a sacarme en la revista, verdad?
–Llevas unos zapatos de Tara y las fotos que salgan en el
reportaje no las decido yo, la última palabra la tiene
Fernando.
Suspiro.
–Por eso mismo te lo decía, pero está bien. ¿Cómo me
coloco?
Luis echa un vistazo alrededor nuestro y se decide al
momento.
–Ponte aquí.
Me señala un pedestal con un gran jarrón de flores
naturales que cae en cascada. ¡Es precioso!
–Apoya el codo en el pedestal.
Me va colocando según habla.
–… y sujétate la cara con la mano, así en la barbilla.
¡Perfecto! Ahora coloca un pie adelantado para que
sobresalga el zapato del vestido.
Hago lo que me dice. Él recorre todos los elementos con
ojos de fotógrafo y por su expresión algo no le cuadra.
–Hay que estirar la falda del vestido hacia atrás.
Enseguida Carlos, solícito, corre hacia mí y cogiendo el
bajo del vestido lo estira hacia atrás abriéndolo y dejando
reposar la tela en el suelo. Al momento me doy cuenta de
que mi pierna ha quedado completamente al descubierto.
–Genial. Quiero que estés seria. No sonrías y mírame
desafiante.
¡Madre mía! No sé si voy a ser capaz. Imagino al
momento mi última discusión con Jorge y el gesto sale solo.
Luis estudia los distintos ángulos, finalmente se inclina un
poco y coloca su cámara delante de su rostro. Salta el flash
en tres ocasiones.
–Muy bien, una más.
¿Pero qué dice? Una razón más para que Fer me ponga
en el reportaje. ¡Arrrg!
–Siéntate aquí.
Luis señala una silla de estilo inglés tapizada en rayas de
color pastel. Miro a Carlos y al momento me sonríe y alarga
el brazo como un torero para cederme el paso.
–Mademoiselle –dice sin dejar de reírse.
Me acerco a la elegante silla y me siento estirando el
vestido.
–Bien, quiero que lo abras por la abertura.
Lo hago colocando la tela del vestido a ambos lados de
mis piernas.
–Así no.
Se acerca a mí y agarrando la tela la levanta y la alborota
creando una nube a mi alrededor. Dios, se me ven las
piernas desde las ingles hasta el tobillo.
–Ahora, cruza las piernas e inclínalas hacia un lado.
Lo hago al momento. Miro a Carlos nerviosa, pero él no
quita ojo a mis muslos. ¡Está como bizco!
–Muy bien.
Se coloca de cuclillas frente a mí y vuelve a colocar su
cámara frente a su cara.
–Quiero que pongas cara como si estuvieras pletórica
gritando de alegría, ¿entiendes?
No veo su cara, me habla a través del objetivo.
–Lo intentaré –digo sin convicción.
–Cuando quieras, estoy preparado.
Me da mucha vergüenza esta clase de cosas, pero quiero
ayudar a Luis en su primer reportaje en Diro Design, así que
echo toda la carne en el asador y hago lo que me dice y sin
pasar ni una décima de segundo, el flash se dispara otras
tres veces.
–Serías una buena modelo –dice levantándose.
–Soy demasiado vergonzosa.
Me levanto y me uno a ellos.
–Bueno, me voy, muchas gracias por las fotos.
–De nada –le digo–. Si necesitas algo ya sabes dónde
llamar.
Asiente con la cabeza y le perdemos al momento entre la
multitud.
–Joder, Alba, cómo me has puesto, coño. Cuando has
cruzado las piernas… ha sido la hostia puta, como en la
película Instinto básico.
Carlos se muerde el labio inferior con la mirada ida.
–Creo que no tienes solución, Carlos.
Carlos mira el reloj.
–¡Joder! Tengo que dejarte, he quedado con Liliana en el
hall de entrada para hacer mi parte del trabajo.
–¡Claro! Tú a lo tuyo.
–¿Estarás bien?
–Perfectamente, debería buscar a Jorge.
–OK. Nos vemos luego.
Me da un ligero beso y se marcha. Le sigo con la mirada
hasta que desaparece tras una de las grandes puertas que
conectan con el hall. Bueno... miro a mi alrededor, diviso a
Tara junto a una vitrina, está encantadora sonriendo y
posando. No para de reír y saludar a todo el mundo. Creo
que lo está haciendo de maravilla. Me paseo entre la gente
hasta que me topo con una vitrina expositora con cinco
pares de zapatos de la nueva colección de Tara. Son muy
originales. Si tuviera que elegir uno, no sabría con cuál
quedarme, así que me detengo junto al cristal y sin darme
cuenta escucho las conversaciones a mi alrededor. Todos
hablan del talento de Tara, de la buena calidad del calzado y
lo originales que son. ¡Hemos dado en el clavo! Se van a
vender como churros y no es para menos. Sé que Tara
volará pronto sola sin necesidad de Diro Design y una
sensación de vacío atraviesa mi cerebro. Es como el hijo que
abandona el nido y a mi mente llega la imagen de mi
madre, la cara que se le quedó cuando le dije que me iba a
vivir con Jorge, esa cara no la olvidaré jamás.
–¡Alba! Por fin te encuentro.
–¡Stefan!
Me coge de la mano.
–No me lo puedo creer, este no es tu vestido. Ha logrado
convencerte.
Le doy un beso en la mejilla. Sí, me ha convencido, qué le
voy a hacer.
–No pude negarme, Stefan, y no me arrepiento, con mi
vestido no habría estado a la altura. No pensaba que esto
tuviera tanto nivel.
Stefan suspira negando con la cabeza.
–Estás divina. He de admitirlo.
Me deshincho como un globo. Es como si Stefan me
hubiera hecho un examen y hubiera aprobado.
–Se lo devolveré todo. No me quedaré con nada.
–¿Todo? ¿Te ha regalado algo más?
¡Dios, qué metepatas soy! Es que tengo una bocaza que
no me cabe en la cara... qué le voy a hacer, no sé mentir.
–Los pendientes.
Stefan se acerca escudriñando mis orejas.
–No sé por qué, pero no deben de ser baratos.
Niego con la cabeza. ¿Por qué me hace sentir tan
culpable?
–Son Bvlgari.
Observo cómo sus pupilas se empequeñecen y me da la
sensación de que está enfadado. No exactamente, la
palabra adecuada sería crispado. Cruza los brazos delante
de su pecho y me dispongo a escuchar su retórica.
–Te quedan muy bien, aunque tú vales más que todos
esos regalos.
–Préstamos –puntualizo.
Esboza una pequeña sonrisa y me quedo muy
sorprendida con su reacción.
–Pensé que ibas a echarme la bronca.
–No hace falta, creo que sabes perfectamente dónde está
el límite entre el amor y venderse, por eso confío
plenamente en que lo devolverás todo.
–No lo dudes.
Necesito cambiar de conversación.
–A propósito, ¿dónde has dejado a Börg?
–¡Börg! Mmm. Déjame ver.
Recorre de un lado a otro el gran salón.
–Allí al fondo, en la escalera.
En el fondo del salón hay una espléndida escalera curva
con balaustrada y escalinata de mármol blanco que
permanece cerrada por una catenaria dorada con ancho
cordón burdeos y sí, allí está Börg hablando animadamente
con otro hombre moreno con el flequillo revoltoso. No le veo
la cara, está de lado. Ambos llevan trajes oscuros con
camisa blanca y pajarita. Miro a Stefan un segundo.
–Estáis muy elegantes.
Stefan lleva un traje impecable. Camisa blanca y pajarita
de color vino. Hoy tiene el pelo muy revuelto, como muy
esponjoso y me hace sonreír.
–Gracias.
Está extrañamente feliz y contento y no sé por qué. Aquí
pasa algo. Vuelvo a mirar a Börg y su acompañante hace un
gesto que me hiela la sangre. Mientras habla, pasa la mano
derecha por su flequillo para colocarlo. El corazón se me
desata al momento. ¡No puede ser! Agarro la mano de
Stefan y la aprieto con fuerza.
–¿Con quién está hablando Börg? –pregunto sin apenas
respirar.
–Pues... no sé, será algún compañero de profesión. Voy a
llamarlo para que venga. ¿Podrías soltarme la mano?
Le suelto de inmediato y me doy cuenta de lo fuerte que
le estaba apretando ya que le dejo marcado el anillo en el
reverso de su mano, pero no se ha quejado. Saca su móvil y
se lo lleva a la oreja derecha.
–¿Börg?
Según habla me fijo en Börg a lo lejos, tiene el móvil
junto a su cabeza y habla mientras mira a su acompañante
que lo observa sin moverse.
–Ven para acá, tienes que ver a Alba. No te lo puedes
perder... sí, estamos junto a la vitrina del fondo, justo
enfrente de las escaleras.
Börg pasea su mirada hasta que nos localiza. Stefan
guarda su móvil.
–Ya viene.
Sigue sonriendo como si nada mientras guarda su móvil
en el bolsillo interior del esmoquin.
–¿Estás bien? Te veo un poco pálida.
No le hago caso y veo cómo Börg baja la escalinata
sorteando gente hasta que toca el suelo y lo pierdo. De su
acompañante ni rastro.
–No sé, es una tontería, pero... verás, te vas a reír... La
persona con la que hablaba Börg... me ha parecido, no sé,
me ha recordado mucho a Jesús, pero claro, no puede ser. Él
está a miles de kilómetros de aquí.
Stefan sonríe de oreja a oreja, no ha dejado de hacerlo
desde que le ha visto.
–¿No será que le echas de menos?
No me da tiempo a responderle.
–¡Alba, estás increíble!
Börg se acerca y me besa con cuidado.
–¿Qué tal estás?
–Pues... un poco...
La verdad es que me siento contrariada y ridícula.
–¿Con quién hablabas? –pregunto deseosa de saber algo
más.
Börg me mira extrañado.
–Alba cree haber visto a Jesús hablando contigo –aclara
Stefan.
–¿Tu Jesús? –pregunta incrédulo.
–En la escalera –digo nerviosa.
Stefan comienza a decir algo, pero no lo escucho porque
la voz de Jorge acaba eclipsándolo.
–¡Alba! Por fin te encuentro.
Los tres nos fijamos en la elegante figura de Jorge que
como siempre se mide mentalmente con los dos hombres.
Siempre lo hace, es como una muestra de poder.
–Jorge, estos son Stefan y Börg.
Sigo con el corazón trotando como si hubiera hecho un
sprint.
–Son los dueños del piso en el que he estado estos días
atrás en Madrid.
Jorge asiente mientras pasa su mirada de mi cara hacia
los dos hombres.
–Soy Jorge, gerente de Diro Design y novio de Alba.
Jorge estrecha sus manos extrañado.
–Encantado.
Stefan toma las riendas de la conversación.
–Ha sido una casualidad enorme, Börg es fotógrafo y le
enviaron a cubrir la inauguración de vuestra lujosa tienda,
aquí en Mónaco.
Jorge fija sus curiosos ojos en el rubio sueco.
–Muy interesante, ¿para qué revista trabajas? –le
pregunta con tono afable mientras me coge por la cintura y
me acerca a él en un gesto cariñoso que no se le escapa a
Stefan.
–Reuters, Associated Press, y Europa Press –contesta
Stefan rápidamente.
–Stefan, puedo contestar yo solo, gracias. Soy freelance.
–Si te puedes permitir elegir los trabajos, debes de ser
muy bueno.
Börg se sonroja ligeramente.
–Lo es –continúa Stefan sin hacer caso a Börg–. Ha
trabajado en los cinco continentes. Ha cubierto guerras y
desastres de la naturaleza, investiduras, caídas de
regímenes...
–¿Y por qué cubrir esta noticia? Parece una minucia con
lo que has hecho hasta ahora.
–Me hago mayor y ya no estoy como para atravesar
calles llenas de francotiradores o correr detrás de un grupo
de soldados. Ya no estoy en forma.
–Está muy en forma, doy fe –bromea Stefan.
Los cuatro reímos.
–Bueno, si algún día Stefan nos asegura que has dejado
de estar en forma, estaría encantado de hacerte una oferta
en Diro Design.
–Muy tentador, gracias. Lo tendré muy presente.
–Bien. ¿Y qué os está pareciendo la fiesta?
Stefan no puede resistirse a meter baza y responde en
nombre de los dos.
–Del más alto nivel. Hay actores, actrices, modelos, gente
relevante de la sociedad monegasca, grandes empresarios e
incluso políticos.
–Sí, la delegación francesa ha hecho muy bien su trabajo.
–¿Os puedo hacer una foto? –pregunta Börg con la
cámara en mano. Hago un mohín inquieta y Jorge lo capta
con su mente veloz, entrenada a base de muchos años en
un puesto de responsabilidad.
–Es nuestro trabajo hoy, Alba.
Asiento, sé que tiene razón y me coloco junto a él. Börg,
sonriente, se coloca enfrente nuestro y tira la foto. Solo
hace una.
–Bueno, y ahora si no os importa voy a robaros a Alba
durante un rato porque tenemos que continuar con la cena
de gala.
–Por supuesto, cómo no, un placer haberle conocido.
Stefan y Börg estrechan de nuevo la mano de Jorge.
–El placer ha sido mío. El cóctel sigue aquí para la prensa.
Después se pueden incorporar al banquete para la subasta
benéfica y posterior baile.
–Allí estaremos –confirma Stefan.
Me despido con un hasta luego y una nerviosa sonrisa en
mi cara. Camino de la mano junto a Jorge callada. Solo
puedo pensar en lo que acabo de vivir. Subimos por la
escalinata cuya catenaria ha desaparecido y entramos en
otro gran salón. Está decorado con el exquisito gusto que
reina en todo el hotel. Mesas redondas con delicada
mantelería beige, cubertería de plata, centros con flores
frescas y candelabros de cristales con velas que dotan al
ambiente de un suave romanticismo. La mayoría de las
mesas ya están ocupadas, así que caminamos hacia la
nuestra sorteando grupos de gente, Jorge saluda
amablemente a diestro y siniestro según avanzamos. ¡No sé
cómo puede conocer a tanta gente! Nuestra mesa está
ubicada en segunda fila delante de un escenario donde una
pequeña orquesta ameniza la velada con suaves melodías
de fondo, puedo reconocer a los comensales que ya están
sentados, los gerentes de Portugal, Francia e Italia con sus
respectivas mujeres, y Tara sentada junto a un hombre que
no identifico.
–Buenas noches, damas y caballeros. -Jorge saluda
amablemente mientras aparta mi silla, entro en el hueco
mientras que él, con diligencia, acomoda la silla hasta que
quedo a la distancia perfecta de la mesa. Sonrío con pocas
ganas mientras coloco con discreción la servilleta sobre mis
muslos.
–Buenas noches, Jorge.
Pierre bebe un sorbito de su copa de vino, que por lo que
me contó Carlos debe de ser muy bueno. Lo saborea un
momento para luego tragarlo rápidamente.
–Parece que todo está saliendo a pedir de boca.
Jorge carraspea mientras se sienta a mi lado.
–Un gran trabajo, Pierre, la verdad es que no se puede
pedir más –le contesta.
Nada más sentarnos un camarero llena nuestras copas.
–Hagamos un brindis.
Jorge levanta su copa y todos nos apresuramos a hacer lo
propio.
–Por la nueva relación entre la brillante diseñadora Tara
More y el imparable holding Diro Design.
Antes de que bebamos, Tara toma la palabra.
–Por el imparable éxito que comienza hoy.
Jorge levanta levemente las cejas, se ha percatado
perfectamente del correctivo que ha aplicado Tara a su
brindis, pero, aun así, ni se inmuta y junta su copa con las
demás. Bebo un sorbito. Está delicioso, tiene un sabor
afrutado que hace que quieras más y no puedo evitar beber
un trago.
–Es una gran colección, Tara.
Habla el hombre desconocido que se sienta junto a ella.
–La verdad es que me ha sorprendido tanto talento en
una diseñadora tan joven y con tan poca trayectoria. Tienes
un gran futuro por delante. Enhorabuena, de verdad, y por
supuesto mi más sincero agradecimiento a Diro Design y a
todas las personas que lo han hecho posible, por buscar el
talento y darle una oportunidad.
–Bueno, ambas partes salen ganando, ¿no?
Bruno sonríe al desconocido buscando su aprobación.
–Por supuesto, ambas partes han de salir beneficiadas,
¿verdad, Alba?
Escucho mi nombre y me pongo recta como un palo. Miro
a un lado y a otro, no sé exactamente quién me ha
nombrado, tengo la cabeza en otra parte.
–Tara está intentando hablar contigo.
Jorge me mira sin entender mi actitud. Dirijo mi mirada
hacia ella, justo enfrente de mí esperando a que me formule
de nuevo la pregunta y me siento muy tonta. Tengo que
estar más atenta, es mi trabajo, no puedo distraerme por
una tontería.
–Alba, hermoso nombre para una mujer hermosa, a la
cual no tengo el gusto de conocer.
El hombre desconocido interviene de repente. Tiene una
mirada penetrante, llena de curiosidad.
–¡Oh! Discúlpame, Paco.
Jorge se dispone a hacer las presentaciones.
–Ella es Alba Galán, secretaria de dirección, coordinadora
de administración y mi pareja.
Lo último se me antoja como un puesto de trabajo más.
¡Arrrg! Mientras Jorge habla, Paco se levanta y viene hacia a
mí. Es un hombre de unos sesenta y tantos años. Tiene todo
el pelo blanco, delgado y de estatura media. Va
impecablemente vestido como todos hoy, pero creo que no
es solamente por hoy, me da la sensación de que Paco lleva
la elegancia por bandera.
–Él es Paco de la Vega, director de la revista Mode digital
España y todo un gurú de la moda.
Me levanto de mi silla para recibir a Paco. Él se acerca a
mí, coge mi mano y la besa rozando levemente mi piel con
sus finos labios. Me quedo sin palabras. Es todo un caballero
a la antigua usanza.
–Encantado de conocerla.
–Igualmente, pero no hacía falta...
Paco me sonríe encantado.
–Es un placer –insiste con una ligera inclinación de
cabeza.
–Paco es todo un caballero –apunta Tara, sin perder un
segundo en analizar mi reacción.
–De los que quedan pocos –contesta Paco mientras
vuelve a su asiento.
–Debe ser un trabajo apasionante –digo intenandoo crear
un tema de conversación. Todos giran su mirada hacia Paco
que ya está en su asiento.
–Ni te lo imaginas, es la mejor decisión que tomé cuando
tan solo tenía quince años. Dedicarme a la moda.
Todos ríen con la respuesta de Paco, incluida yo que le
miro asombrada pero Jorge cambia de conversación y sé
que lo hace porque está incómodo.
–Entonces tu opinión con la nueva colección de Tara es
muy positiva.
–Es de lo mejor que he visto en los últimos años.
Paco lo mira con la copa en la mano.
–Creo que Tara dará mucho que hablar y nos deleitará en
el futuro gratamente con sus frescos diseños. De eso no hay
duda.
–Bien, eso es un buen comienzo.
Jorge destila aprobación y entusiasmo por todos los poros
de su piel.
Los camareros traen los primeros platos. Son unos
entrantes para el centro de la mesa, miro disimuladamente
la tarjeta que tengo delante de las copas con el menú:

***
Entrantes
Terrina de queso de cabra con aceite de miel
Carpaccio de gamba roja sobre tartar de tomate
Mermelada de naranja con jamón de pato
Tataki de atún rojo marinado
Langostinos con rebozado de coco
***
Primer Plato
Tomatito de mata relleno de calamar y verduritas de la
tierra
Sorbete de Pomelo Rosa
***
Segundo Plato
Lingote de lubina asada con salteado
de marisco en jugo de cítricos y azafrán
***
Postre
Tarta de peras con helado de caramelo
***
Esto promete, la verdad es que no he comido nada en el
cóctel, solo he bebido y hoy no debo perder el control ni
mucho menos, aunque este vino no me lo va a poner fácil.
Jorge me sirve una terrina de queso de cabra, no se lo he
pedido, pero da igual, me lo va a poner sí o sí, mientras
habla con todos dicharachero y es que el vino comienza a
contentar a la gente. Intento mirar a mi alrededor por si veo
de nuevo al misterioso hombre, aunque si se supone que es
un compañero de Börg, un periodista, es muy improbable
que esté en la cena. Me como la terrina de queso de cabra
con aceite de miel. Está muy rica y al momento aparecen un
par de langostinos rebozados en coco.
Jorge pone su mano en mi muslo por debajo de la mesa.
–¿Qué te pasa? Estás distraída –me dice en un susurro.
–Lo siento, solo estoy un poco cansada.
–Necesito que estés al cien por cien en esto.
Su rostro está contraído en una ligera mueca. No
entiendo por qué se pone así. ¡Qué más da si hablo o estoy
un poco más callada! Estoy aquí con él. Realmente este no
es mi mundo.
–Discúlpame un momento, debo ir al baño.
No dice nada, pero noto cómo su enfado crece por
momentos. Se levanta y muy educadamente retira mi silla
para que pueda levantarme.
–Gracias –le digo algo seca.
Él besa mi mejilla sin prisa aparentando como si no
pasara nada, y me incomoda. Me incomoda mucho que lo
haga aquí delante de todos. ¡Dios, qué me pasa! Esto es lo
que me he cansado de decirle desde que lo conozco, que no
escondiera lo nuestro y ahora que lo he conseguido... no me
siento bien. No lo entiendo. No me entiendo, deben de ser
los nervios.
–Si me disculpáis un momento –digo a mis tertulianos y
compañeros de mesa.
Todos dejan de hablar para mirarme.
–No tardes.
La voz autoritaria de Jorge hace que salga disparada
agarrando la larga falda de mi vestido con ambas manos
para poder caminar más deprisa. Es como si necesitara salir
corriendo, pero no porque necesite ir al baño, mis pies me
llevan hacia la gran puerta de salida y bajo rápidamente la
escalinata, aun a riesgo de caerme como una croqueta.
Repaso el salón y por fin descubro a Stefan y Börg
charlando con más personas. Me acerco despacio
estudiando a sus acompañantes, pero ninguno de ellos es...
Jesús, ni siquiera se le parecen en nada.
–Perdón.
La conversación se para con mi interrupción.
–¿Podríamos hablar un momento, Börg?
–¡Alba! Deberías estar en la cena.
–Será solo un segundo –insisto.
Börg cruza una mirada con Stefan.
–Disculpadme, enseguida vuelvo.
Me coge del brazo y nos separamos unos cinco pasos del
grupo.
–Tú dirás.
–Es que no puedo quitarme de la cabeza a la persona con
la que hablabas en la escalera.
–¿Te ha gustado, eh?
Sonrío entre dientes.
–Es algo más importante que eso, Börg.
Él me mira con ojos tiernos y con esa media sonrisa tan
bonita que forman sus labios.
–Reconoce que aún sientes algo por Jesús. No lo puedes
evitar, se te nota y mucho, Alba.
–Lo que sienta es algo del pasado, es algo que tuvo su
momento.
–Si quieres, te lo puedo presentar.
Su tajante afirmación me deja de piedra. ¿Así de fácil?
–Por favor. Necesito conocerlo.
–Pues no se hable más. Le buscaré y en cuanto haya un
momento adecuado te lo presento.
–¡Alba! Hace quince minutos que te has ido. ¿Ocurre
algo?
Jorge aparece ante mí como un huracán. Un huracán
controlado por la situación y las formas.
–No. No ocurre nada. He salido un momento a tomar el
aire y Börg ha venido a preguntarme si estaba bien.
Miento como una bellaca. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
Jorge busca la verdad en los ojos de Börg que lo mira
como si nada.
–Solo estaba un poco mareada, ya se encuentra mejor.
Jorge me mira preocupado.
–¿Estás bien?
–Sí, estoy mejor. Está siendo un día muy intenso, eso es
todo. Volvamos a la cena.
Sonrío para calmarlo.
–Está bien.
Besa mi frente y coge mi brazo.
–Gracias, Börg.
–De nada, Jorge.
–No esperes un momento adecuado, cualquier momento
es bueno –le digo a Börg antes de girar colgada del brazo de
Jorge.
Volvemos a subir la escalinata. Jorge sube los escalones
despacio.
–¿Dando un consejo a Börg?
–Sí, está preocupado por un tema de trabajo, nada grave.
Miento de nuevo. Me estoy convirtiendo en una
mentirosa compulsiva, va a ser verdad eso que dicen que
una mentira tapa otra mentira.
Jorge asiente y sé perfectamente que no me cree, lo
sabemos los dos, pero no insiste.
–Has comido muy poco, así que ahora te comerás todo lo
que te ponga en el plato. No quiero que te desmayes o te
sientas mal.
–He comido todo lo que me has puesto en el plato –digo
contrariada.
–Te has perdido el primer plato, así que ahora no quiero
excusas.
Entramos en el salón y Jorge repite la acción de
arrimarme la silla. Están servidos ya los segundos platos. La
lubina tiene un aspecto increíble.
–Come.
Es una orden en toda regla, aunque me la haya susurrado
al oído.
–Tiene un aspecto increíble –digo en alto.
–Está riquísima, se deshace en la boca –apunta Paola
mientras corta un trocito diminuto y se lo lleva a boca.
Sonrío al momento y como un poco. Sí, está deliciosa.
Miro a Tara que juguetea con sus cubiertos, pero no come
nada, como siempre.
La velada continúa y hago lo posible por intervenir en las
conversaciones que surgen. La verdad es que estoy un poco
más centrada sabiendo que voy a conocer al misterioso
periodista, pero sigo como una olla a presión por dentro,
llena de nervios a punto de explotar.
Con el postre consigo ver comer a Tara por primera vez
en toda la noche y es que no es para menos, la tarta de
peras con helado de caramelo me ha sorprendido
gratamente. Soy más de chocolate y esta tarta no lleva ni
gota, pero está muy muy muy rica.
–Esa es mi chica.
Jorge me sonríe satisfecho, no he dejado ni rastro de la
tarta en el plato.
Una mujer sube al escenario y delante de un estrado con
micrófono anuncia que el grupo Diro Design ha organizado
una subasta benéfica gracias a las donaciones de objetos
personales de varios famosos que hoy nos acompañan. Los
beneficios serán donados a la organización Médicos sin
Fronteras. Nos anima a todos a participar, pero antes dará
comienzo el baile a cargo de la orquesta Blue Sky. Un sonoro
aplauso inunda el gran salón que acaba en cuanto la
orquesta comienza su primer tema, una canción de Joe
Cocker y Jennyfer Warnes Up where we belong más
conocida por todos como la canción de la mítica película
Oficial y caballero. ¡Dios, un escalofrío recorre mi cuerpo!
–¿Bailamos?
La cara de Jorge aparece ante mí. Por detrás de su rostro
veo cómo las parejas de la mesa se levantan para bailar,
incluso Tara se ha levantado del brazo de Paco. Tengo la
cabeza en otro sitio y aunque la canción me encanta le
pongo cara de no querer.
–¿Qué te pasa? Estás ausente.
Jorge coge mi mano.
–No es nada. Estoy cansada, eso es todo.
Un camarero se acerca para tomarnos nota.
–¿Café?, ¿alguna copa?
–La señorita tomará un café con leche, yo un Bailey con
mucho hielo, por favor.
Estoy harta de que Jorge decida por mí.
–Para mí otro Bailey, pero con poco hielo.
Sonrío al camarero que nos mira un poco incómodo.
–Es mejor que no bebas nada, el café te despertará y
podrás aguantar mejor toda la noche.
El camarero nos mira indeciso. No sabe a quién hacer
caso.
–Eso es todo, gracias.
Despide por fin al camarero que sale volando por si acaso
añado algo.
–No eres mi dueño, Jorge.
No me deja continuar. Coge mi mano en un rápido
impulso y me obliga a saltar dentro de la pista. Me agarra
fuertemente a su cuerpo poniendo un brazo en la cintura y
cogiendo mi mano con su mano libre. Deja su cara reposar
junto a la mía y quedo atrapada siguiendo sus pasos
mientras la canción avanza.
–Eres mía, Alba. Estoy mejorando, no es fácil para mí.
Me habla susurrantemente al oído mientras me aprieta a
su cuerpo.
–Pero el esfuerzo merece la pena. He dejado que todo el
mundo sepa que estamos juntos. He descubierto que me
gusta besarte y tenerte delante de todos, que todos sepan
que eres mía y solo mía. ¿Entiendes?
–Aún no...
–Sssschh.
Jorge me chista para que me calle.
–No lo digas, por favor, no estropees el momento.
Seguimos bailando lentamente hasta que la canción
acaba y hago amago de separarme, pero Jorge no me
suelta, sigue encaramado a mí hasta que comienza la
siguiente canción y comenzamos a bailar de nuevo.
–Te necesito a mi lado.
Deja un cosquilleante beso en mi cuello y consigue que
me relaje un poco. Es cierto que ha avanzado mucho, quizás
en algunos aspectos demasiado, pero nada que no se pueda
regular y aclarar.
–Eres mi cielo, mi vida.
Separa su cara de mi rostro para mirarme. Tiene una
mirada suplicante, anhelante y no puedo resistirme a
besarle. Pongo mis labios junto a los suyos suavemente y
Jorge los acoge con dulzura. Me besa despacio mientras
seguimos bailando agarrados, su lengua juega con la mía y
por unos minutos me dejo llevar y consigo pensar solo en
Jorge y en mí. Cuando el tema termina, Jorge se ha
transformado, está pletórico y lleno de energía y acaba
contagiándome, le sonrío y él me devuelve una sonrisa
completa.
–Esta es mi chica.
Parece que se está convirtiendo en su frase favorita.
Decidimos volver a la mesa, pero antes, un grupo de
periodistas nos para, vienen acompañados de Tara, había
olvidado que los periodistas tenían acceso al salón después
de la cena.
–Buenas noches, Sr. Martínez, nos gustaría hacerle una
foto junto a Tara.
Uno de los fotógrafos se dirige a Jorge educadamente.
–Por supuesto.
Alarga el brazo para acoger a Tara que se acerca
sonriente y se coloca a la izquierda de Jorge. Yo me separo
un poco para salir del encuadre. Los flashes no se dejan
esperar y todos los fotógrafos disparan sus cámaras sin
descanso mientras ambos posan sonrientes.
–Gracias –agradece el fotógrafo que ha pedido la foto.
–Un momento, ¿podría hacer una foto a la pareja solos?
El corazón se me arruga en un instante. ¡Es su voz! Miro
nerviosa siguiendo esa voz tan peculiar, no puede ser
verdad. Un fotógrafo se ha quedado mientras los demás han
desaparecido. Tiene una gran cámara en la cara en posición
de disparar. Espera delante de nosotros.
–Una sola –ordena Jorge posando de nuevo y Tara se aleja
para dejarnos solos.
Jorge me atrae hacia sí como un imán cogiéndome por la
cintura. Intento sonreír, pero no puedo. Me fijo en sus
manos que sostienen la cámara con maestría, puede ser...
Son unas manos cuidadas de uñas cuadradas limpias y
limadas. Tarda unos segundos que se me hacen eternos. Es
él, ¿el compañero de Börg? ¿Puede ser que se parezca a
Jesús, incluso su voz? Aún no he podido verle la cara. Me
estoy volviendo loca. Por fin se dispara el flash y cuando
consigo que la luz cegadora dé paso a una visión normal,
todo se ralentiza. Se vuelve espeso y lento, muy lento. Ante
mí, la cámara del fotógrafo baja lentamente y por fin deja
su rostro a la vista. Noto cómo las piernas me flojean. El
corazón que estaba todavía arrugado se expande y un
borbotón de sangre lo inunda y me hace coger aire llenando
mis pulmones... ¡Es él...! Los ojos se me humedecen. ¡Es él!
Mi intuición no me ha engañado. ¿Qué hace aquí? ¿Cómo es
posible que esté en Mónaco? ¡Dios mío, tengo que
calmarme o me dará un ataque al corazón!
Jesús medio sonríe y me mira insaciable anotando cada
una de mis reacciones.
–El Sr. Martínez... ¿Jorge? –dice al fin alargando su mano.
Esa mano tan cuidada, esa mano que desgarra tan
armoniosamente las cuerdas de su guitarra, esa mano que
ha rozado mi piel tantas veces... Jorge tarda unos segundos
en estrechársela y puedo notar su desagrado. No le gusta
que los desconocidos le tuteen. Observo sin pestañear
ambas manos juntas y esa imagen me impacta de
inmediato. ¡Los dos juntos delante de mis propios ojos! No
sé si mis piernas van a poder aguantar mucho tiempo más
de pie.
–Soy Jesús Baeza, de Europa Press.
Las manos se sueltan.
–Baeza... un pueblo de Jaén –apunta serio Jorge.
–Junto a Linares –Jesús responde rápidamente.
Jorge le mira con esa mirada penetrante, midiéndose con
él y Jesús aguanta la mirada, saliendo airoso. Los dos son
aproximadamente de la misma altura y eso hace que
puedan mirarse de igual a igual.
–… Y la señorita...
Jesús se suelta de la mirada de Jorge para posar sus
verdes ojos en los míos y me siento como la primera vez
que lo vi.
–Es la Srta. Galán. Secretaria de Dirección, coordinadora
de administración y mi pareja.
Jorge repite mis puestos en Diro Design incluido el de
pareja como hizo con Paco, pero Jesús no varía ni un ápice
su rostro. Está tan guapo como siempre. Lleva un traje azul
marino, camisa blanca y pajarita azul con pequeños topos
negros. Está increíblemente guapo, su bronceado realza sus
profundos ojos verdes y su barba de tres días enmarca su
mandíbula. Jamás le había visto tan elegante, sí lo he visto
muy sexy en bañador, con ropa cómoda e incluso con mono
de cuero, pero así, a la manera de Jorge nunca y me quedo
embobada.
–Un placer.
Inclina su cara hacia la mía y nos besamos a ambos lados
de la cara. No puedo ni reaccionar, ni siquiera soy capaz de
devolverle el saludo, estoy a punto de caerme.
La música vuelve a sonar, no me había dado cuenta de
que había parado. La orquesta toca una interpretación
fabulosa de la canción Thinking out loud de Ed Sheeran.
Jesús dirige su mirada hacia la orquesta.
–Bonita canción, ¿si me permite?
Miro rápidamente a Jorge.
–Debemos volver a la mesa –objeta Jorge en tono
drástico.
¡Esto no le gusta nada! Lo veo.
–Una canción dura tres minutos –Jesús suelta la frase
mirándome a mí. No espera la réplica de Jorge. Me coge de
la mano y me lleva de nuevo a la pista. Por fin me agarra
por la cintura justo cuando creo que voy a caerme, para
bailar juntos.
–Tienes las manos frías –me dice al oído.
–¿¿Qué haces aquí?? –logro decir mientras Jesús hace que
giremos.
–He venido a por ti.
Volvemos a girar y logro ver a Jorge mientras habla con
Mía sin quitarnos ojo.
–¡Estás loco!
–Eres muy rebelde, nena, ¿lo sabías? Sí, lo sabes –se
contesta él solo.
Un escalofrío me recorre el cuerpo y es que solo él me
llama así.
–¿Cómo has sabido dónde estaba?
Estoy atónita. Las preguntas se me suceden una tras otra
a la velocidad del rayo en mi consciencia.
–Tienes buenos amigos.
Volvemos a girar y Jorge y Mía ya no están. Jesús limita
un poco menos el espacio que queda entre nuestros
cuerpos pasando su mano por mi espalda y no puedo evitar
que mi cuerpo reaccione. Es inevitable, la electricidad
vuelve y comienzo a necesitar el aire.
–No me voy a ir sin ti. He cruzado medio mundo para
traerte conmigo. Esta vez no te vas a escapar.
Acerca sus labios a mi oreja mientras su voz susurrante
me llena por dentro.
–¡Estoy trabajando!
Por el rabillo del ojo veo pasar a Jorge bailando agarrado
a Mía. Su mirada heladora se cruza con la mía y me deja
paralizada.
–Te necesito... me he dado cuenta de que no puedo vivir
sin ti.
Jesús roza sus labios en mi cuello y sé que si esto
continúa, Jorge y yo vamos a tener más que palabras. Le
separo, y noto por su cara que está totalmente decidido y
que no habla en broma.
–Por favor, este no es el mejor momento.
Me deshago de su abrazo e intento alejarme, pero él
agarra mi brazo para detenerme.
–¿Algún problema, señor Baeza?
La voz de Jorge aparece tras de mí. Le suplico a Jesús con
la mirada para que esto no vaya a más, tiene todas las de
perder, esto es un evento de Diro Design y no quiero que le
hagan ningún daño.
–Gracias, si no me hubiera agarrado estaría en el suelo –
suelto lo primero que me viene a la cabeza intentando ser lo
más convincente posible. Otra mentira.
Puedo notar la tensión que nos rodea, aunque por la
cantidad de ojos que pueden mirarnos, es una tensión
controlada.
–Una dama requiere que un hombre esté siempre cerca
porque nunca debe caer al suelo.
Sus palabras son como una bomba atómica que cae en
mitad de la pista. ¡Dios mío, por favor!
–Muchas gracias, pero para eso ya estoy yo –contesta
Jorge con una tranquilidad pasmosa.
Jorge se gira y juntos nos alejamos de la pista. Sé de
sobra que no va a estropear esta noche tan importante con
una pelea verbal, pero sí puede hacerlo conmigo cuando
estemos a solas.
–¿Qué es lo que ha pasado en la pista?
Su tranquilidad empieza a desmoronarse.
–¿Le conoces, no? –continúa serio.
No quiero comenzar una discusión, así que le contesto lo
más calmada que puedo.
–Sí, nos conocemos de hace un tiempo.
Se gira hasta que su cara ocupa toda mi visión.
–No vuelvas a hablar con él. Te lo prohíbo. ¿Entiendes?
Miro hacia un lado y él coge mi cara con la mano para
que no aparte la vista.
–¿Lo has entendido? –me dice clavándome las pupilas y
levantando las cejas.
–Tranquilo, no pensaba hacerlo.
Suelta mi cara y me besa con un beso corto, como si
sellara nuestra conversación con un trato. No, Alba, más
bien te está recordando que eres suya.
–No sé qué ha pasado con él, ni me importa. Lo que sí sé,
es que está fuera de nuestras vidas.
Sé que está nervioso y se ha sentido agredido por la
situación, y aunque no me gusta que me hable así, lo
entiendo y agradezco que esto termine aquí y ahora, en una
conversación corta.
–Te pediré otro café, este se te ha quedado frío.
Jorge me deja sentada en la mesa redonda que ahora
permanece vacía. Todos están o bailando o charlando en
grupos o atendiendo a los fotógrafos, parece que nadie se
ha percatado de nuestro pequeño altercado. La orquesta
sigue sonando y todo fluye armoniosamente. ¿Quién ha
podido llamar a Jesús para que viniera a Mónaco?
–Eres como un diamante solo en el fondo del río
esperando a que alguien lo encuentre.
–¡Fer!
Palmeo la silla que hay junto a mí para que se siente un
momento conmigo.
–¿Cansada? –me pregunta mientras se sienta.
–Más bien algo nerviosa. ¿Has hablado tú con Jesús? –le
pregunto de sopetón.
No puedo esperar, tengo que saber quién ha sido.
Necesito ir al grano, Jorge volverá en cualquier momento.
Fer me mira extrañado.
–Pues si no recuerdo mal no tengo el placer de conocer a
Jesús, el hombre que un día robó tu corazón.
Respiro profundamente. Él no me mentiría en algo así.
–Está aquí, en la fiesta. Acabo de hablar con él.
No consigo calmarme, noto cómo las manos me sudan y
todo mi cuerpo tiembla como si estuviera desnuda en el
Polo Norte.
Fernando abre mucho los ojos.
–¿Estás segura?
–Por favor, Fernando, esto es importante. Alguien tuvo
que decírselo.
–¿Y para qué ha venido desde tan lejos?
Cojo la copa de Jorge y le pego un trago.
–Quiere que vuelva con él. ¿Te imaginas? ¿Cómo puede
pensar que esto era un buen plan? Si no has sido tú, sé
quién ha podido ser.
Fernando se queda callado pensativo, creo que intenta
recomponer el puzle. Acaricia mi brazo y noto su contacto
como si me tocaran con una brasa.
–¡Estás helada!
–Aquí tienes.
Jorge deja un café humeante servido en una delicada
taza de porcelana con el filo dorado. Me lanzo a ella, tengo
que entrar en calor y le pego un sorbo que me quema los
labios, la lengua, la tráquea y hasta noto cómo se deposita
el líquido caliente en mi estómago.
–¿Cómo va todo, Fernando? –pregunta aprovechando que
lo tiene delante.
–Bueno... Creo que va a ser un primer número muy difícil
de superar.
–Para eso te contraté.
Jorge le sonríe mientras toma su copa para beber.
–Espero no defraudar...
Se queda pensativo un momento.
–Ahora mismo tenemos material para tres revistas y aún
queda mucha noche.
–En el reportaje no puede faltar la subasta benéfica. Es
importante que la gente sepa que somos una cadena de
tiendas solidaria. Me ha gustado... creo que seguiremos
trabajando en ese sentido.
–Eso está muy bien, no solo por la imagen, es maravilloso
saber que hay grandes empresas que piensan en los más
pobres.
–Creo que crearé un departamento para que lleve todo
esto. ¿Qué te parece, Alba?
Aunque no he dejado de pensar en lo que me acaba de
suceder, el café me ha despejado y ha conseguido templar
mi cuerpo.
–Estará bien siempre que el objetivo principal sea
colaborar con los más desprotegidos y no la imagen que se
pueda dar, eso debería ser secundario. La gente no es
tonta.
Jorge sopesa mis palabras sin pestañear.
–Tienes razón. Iremos por esa línea.
–Te veo mejor.
Fer cambia el tema de la conversación.
–Sí, estoy mejor... el café caliente ha conseguido
templarme.
Los miro a los dos.
–Gracias.
Por detrás de ellos me fijo en Mía que se acerca hacia
nuestra mesa.
–Disculpadme. Buenas noches, Alba, estás muy guapa.
–Gracias –digo secamente.
Y esta, ¿qué quiere ahora?
–¡Mía! ¿Ocurre algo?
Jorge reacciona rápidamente y se queda mirándola desde
su silla, sin levantarse.
–Hay un par de cosas que tengo que comentarte sobre la
subasta benéfica.
Jorge separa las manos poniendo las palmas hacia arriba
para invitarla a hablar.
–Preferiría que lo vieras en persona.
Jorge nos mira a las dos.
–¿Algún contratiempo? –pregunto un poco irritada, pero
no me contestan. Creo que debería saberlo.
–De acuerdo.
Jorge se levanta rápidamente.
–¿Estás bien? –me pregunta.
–… Sí –no lo entiendo–… ¿Puedo ayudar?
–Será solo un momento.
Me sonríe y cede el paso a Mía entre las mesas para
seguirla muy de cerca.
–Oye...
Noto cómo Fernando me mira, sé lo que está pensando.
–… tengo que... irme, debo supervisar lo que están
haciendo Luis y Miguel... pero si quieres me quedo. Soy todo
oídos.
Me coge las manos.
–No te preocupes, estoy bien, además tengo cosas que
hacer yo también.
Pongo la mejor de mis sonrisas para tranquilizar a Fer.
¿Por qué soy yo siempre la pobrecita que necesita ayuda?
¡Arrrg! Ya estoy hartándome un poco de todo esto.
–¡Está bien! Si necesitas algo ya sabes dónde
encontrarme.
Se levanta para irse, pero vuelve a sentarse unos
segundos.
–Sigue a tu corazón, Alba, no caigas en estereotipos del
qué dirán, o no puedo hacer algo así... ya me entiendes. La
vida es demasiado corta como para pensar en los demás.
Miro a la mesa, sé lo que me intenta decir.
–En este momento tienes que ser egoísta –añade.
Se levanta y se va, dejándome con el come-come en la
mente. Debo buscar a Stefan y Börg. Ellos tienen todas las
respuestas. Así que me levanto y voy derechita a la barra
del bar donde un amable camarero pelirrojo me atiende sin
dilación.
–Su Martini, señorita.
El pelirrojo deja a mi alcance una copa y le sonrío antes
de beber de ella. Me giro y mi espalda queda apoyada en la
barra, tengo que localizarlos. El salón parece más saturado
que durante la cena, es normal, la gente se levanta y
además los fotógrafos han invadido el espacio. Bebo otro
trago mientras escudriño cada una de las mesas y grupos
de personas. Mi mente los busca, pero acabo buscándole a
él. ¡Dios, concéntrate Alba! Suspiro, me doy por vencida, no
logro concentrarme, así que decido darme un paseo por el
salón para buscarlos con detenimiento. Rodeo un par de
mesas donde no están, paso junto a un grupo de mujeres
que charlan animadamente y ríen sin pudor, aquí tampoco.
Mis pasos me llevan hacia la pista de baile y me coloco a un
lado junto a unas puertas batientes. ¡Madre mía! Me parece
increíble que haya estado bailando aquí mismo delante de
Jorge con Jesús. Recuerdo su mano cogiendo la mía, el roce
de sus labios en mi oreja, su mano en mi espalda, la
electricidad... No puedo... seguir así. Tomo otro sorbo y me
acerco a una mesa junto a la puerta para dejar mi copa y en
un movimiento rápido algo me atrapa hacia las puertas
batientes arrastrándome hacia el interior.
–Tengo dos billetes de avión.
Las puertas giratorias dan paso a la gran cocina del hotel.
La mayoría de los pinches se afanan en limpiar y recoger y
hay bastante ruido de cacerolas, platos, copas... por lo que
ni siquiera han reparado en nuestra incursión. Jesús me
tiene atrapada. Estoy contra la pared y sus manos se
apoyan a ambos lados de mi cara en el tabique.
–No lo entiendes, Jesús –digo con voz temblorosa.
–Tienes razón, no entiendo cómo puedes estar con un
hombre como Jorge.
–Por favor, no sigas por ahí.
–Sé lo que te hizo, Alba. Es un cabrón que no sabe lo que
tiene. Me han bastado dos minutos para darme cuenta.
Sus verdes ojos se han vuelto heladores.
–Por favor, no hables así de él.
Jesús gira su cabeza a un lado mirando la lejanía, sé que
intenta morderse la lengua. Sus verdes ojos hielo vuelven a
los míos.
–¿Es por el trabajo? ¿Por qué es? ¿Por qué aguantas a un
tío que no te respeta? Dímelo, porque no lo entiendo.
Frunce las cejas y las deja así esperando una respuesta.
–No tengo por qué darte explicaciones.
Se ha pasado con el comentario.
–¡Por favor! –Una voz se dirige a nosotros. –No pueden
estar aquí.
Un camarero que ha cruzado las puertas batientes nos
mira atónito.
–Señorita, ¿está bien?
Jesús cambia de postura y se encara al camarero.
–¿Qué ha querido decir? ¡eh!
Da un paso y se acerca peligrosamente al camarero.
–Estoy perfectamente, gracias. –Le sonrío–. Disculpe la
intromisión, ya nos íbamos.
Esta vez soy yo la que agarro a Jesús del brazo y tiro de
él. Me cuesta porque se queda mirando al camarero hasta
que desaparecemos por las puertas. Entramos en la fiesta y
el único lugar seguro que se me ocurre son los baños, así
que me cuelo por el pasillo de mármol hasta la puerta de
mujeres, la entorno un poco, pero hay gente dentro. Jesús
tira de mí.
–Vamos a tu habitación –me dice enfadado.
–No es mi habitación.
–¿Duermes con él?
Su voz se quiebra débilmente y prefiero no contestarle,
solo nuestros ojos hablan. De un manotazo abre la puerta
de caballeros, no parece que haya nadie. Es un baño
enorme, todo de mármol beige con grandes espejos,
puertas de madera negra con tiradores dorados e incluso
una zona con varios silloncitos. Jesús inspecciona todas las
puertas y cuando comprueba que están vacíos se acerca a
mí.
–No te hagas esto, Alba, tú vales mil veces más que él.
–Solo intento seguir con mi vida, como lo haga, no es
asunto tuyo.
¿Por qué le hablo así?
–Sí es asunto mío –dice muy serio dando un paso para
acercarse a mí. Coge mis manos y las observa un
momento.
–Todo esto es por mi culpa.
–Tú no eres responsable.
Él no tiene la culpa de que Jorge sea un puñetero infiel.
La culpa es solo mía por seguir al lado de alguien que no me
respeta, pero aún creo en él, creo en su palabra y creo que
ha comenzado a cambiar, pero ¿cómo se lo explico a Jesús?
No quiero hacerle daño.
–Me lo merezco... me merezco esto y mucho más. Fui un
gilipollas al rechazarte, no tuve el valor de enfrentarme a
mis sentimientos. Me pudo el miedo al fracaso.
Jesús acaricia uno de mis mechones entre sus dedos y
me quedo sin palabras, sin argumentos. Coge mi cara y me
mira a los ojos y siento un cosquilleo enorme en el ombligo,
parece que va a decirme algo, pero no lo hace. Su cara se
acerca lentamente a la mía, muy despacio sin apartar la
vista hasta que la suave piel de sus labios se juntan
ligeramente a los míos sin apenas tocarlos, es como un
cosquilleo.
–No te voy a dejar.
Cuando habla nuestros labios se tocan dulcemente y la
electricidad pasa a mis labios estremeciéndome.
–No voy a cometer el mismo error...
Mueve la cabeza negando y sus labios acarician los míos
rozándose y creo que estoy a punto de besarle
desesperadamente. ¡Oh, sí, claro! Él es el maestro de la
seducción.
–Yo no...
Comienzo a decir en un esfuerzo supremo, pero Jesús
apaga mi frase juntando su boca a la mía a la vez que
inspira con fuerza y esa inspiración hace que mi cuerpo
reaccione, aunque mi cerebro no para de decirme “NO”. El
corazón me golpea las costillas con fuerza como si fueran
los barrotes de una cárcel. Mi respiración se acelera y noto
cómo mi cuerpo se prepara para él, es una acción-reacción
incontrolable. Mi cuerpo le quiere, aunque mi mente se
niega una y otra vez, mi cerebro no es capaz de controlar
todas las reacciones en cadena que se suceden.
–Alba...
Su voz susurrante hace que me inunde un fuerte
cosquilleo en la pelvis. Sus manos acarician mi espalda con
curiosidad como si quisieran recordar cada centímetro de mi
piel y poco a poco me lleva hacia el interior de un aseo. Con
la pierna, sin dejar de besarme con pasión, cierra la puerta y
es como si hubiera tenido un déjà vu. Su cuerpo se ciñe al
mío y quedo atrapada entre la puerta y él.
–¡Oh, Dios! –dice mientras coge aire.
Sus manos toman mis pechos y los acaricia con pasión
por encima del vestido a la vez que su cadera me empuja y
su miembro erecto y duro se ajusta entre mis ingles. Sus
labios besan mi cuello y comienzan a bajar por mi hombro
mientras su mano derecha pasa por la abertura de mi
vestido. Estoy más que lista, estoy muy húmeda y la cabeza
me da vueltas, le necesito, estoy más que preparada para él
y solo para él y el contacto de su mano en mi muslo, hace
que mis piernas se separen automáticamente para recibirlo.
¡No puedo controlarlas!
–Te quiero –musita con la respiración entrecortada.
No es la primera vez que le oigo decir algo así y me
siento llena, me siento en las nubes, algo que Jorge aún no
me ha dicho. Mis caderas se adelantan anhelantes y mi
respiración se acompasa con la suya. Me besa y apenas
cogemos aire, es como si no pudiéramos parar, pero Jesús
se detiene para aflojar su pajarita. Puedo ver sus ojos llenos
de pasión por unos instantes y es entonces cuando veo
claramente que no puedo hacer esto. No puedo. He tomado
un camino, un camino que me ha costado mucho dolor,
mucho llanto, un camino por el que he apostado y una vez
decidido, tengo que luchar por él.
Jesús se queda quieto con la mano aún en el nudo de la
pajarita medio desecho, ha leído mis pensamientos como
siempre lo ha hecho, he sido siempre como un libro abierto
para él.
–No, Alba...
Todavía estoy aprisionada contra la pared.
–No vuelvas.
–Tengo que hacerlo.
La voz me tiembla.
–Vente conmigo. Sé que te hice mucho daño y que en ese
momento solo pensé en mis sentimientos y fue el peor error
de mi vida.
Escuchamos una puerta, ha debido de entrar alguien.
–No puedo irme así, sin más, tengo mi vida aquí –susurro.
–¿Al señor Martínez?
Él no susurra tanto como yo y pongo mi mano sobre sus
labios, pero aparta la cara de inmediato en un acto de
rebeldía.
–Sé perfectamente cómo se siente uno cuando tu pareja
te es infiel.
Hace una pausa para abrocharse el último botón de la
camisa.
–Sé perfectamente de qué va el señor Martínez. No me
ha hecho falta ni un segundo más de nuestra escueta
conversación. Es un hijo de puta que no sabe tener la
bragueta cerrada.
Escupe la frase con rabia contenida y me quedo helada.
Jamás le he oído hablar así. Jamás le he oído pronunciar ni
una sola palabrota.
–No quiero hablar de esto y menos contigo.
Jesús deja de colocarse la pajarita.
–Muy bien.
–Muy bien, ¿qué?
Escuchamos cómo alguien tira de la cadena y se abre
una puerta. A continuación, el ruido del agua al abrirse un
grifo. Jesús escucha atento y no me contesta hasta que se
oyen unos pasos que se alejan.
–Tú no lo sabes...
Me mira con intensidad increíble y mucho más calmado.
–Pero te vas a venir conmigo hoy.
Lo dudo mucho, pero su resolución me hace dudar.
¿Cómo puede estar tan seguro? Yo no hago más que dudar
de todo y él, sin embargo, tiene una seguridad arrolladora.
Lo miro interrogante.
–¿Cómo estás tan seguro, Jesús? No puedes decidir mi
futuro.
–No lo voy a decidir yo, sino tú. Ahora que he podido
conocer a Jorge, lo sé. El señor Martínez me lo ha puesto
muy fácil, Alba.
Abro la puerta y salgo fuera, esto es demasiado. Me dirijo
directamente hacia los silloncitos y me siento. ¿Por qué todo
el mundo se empeña en que lo mío con Jorge no prospere?
Me siento mal, muy mal, todo esto es...
–¿Por qué me haces esto?
Ya no puedo más y mi pregunta viene acompañada por
varias lágrimas que recorren mi rostro. Jesús se queda
paralizado, con la cara desencajada.
–No quiero que llores.
Se inclina delante de mí para poder verme la cara.
–Llevo una semana soñando con este momento y te
puedo asegurar que era muy distinto.
Levanto la vista para verlo y él limpia mis lágrimas
pasando los pulgares por mis mejillas.
–Esto está a punto de acabar, tienes que confiar más en
ti.
Hace una pausa, coge mis manos con cariño entre las
suyas y percibo que le tiemblan.
–El vuelo sale a la una de la madrugada.
Mientras me habla me deja un billete de avión en las
manos.
–Estaré esperándote en el aeropuerto.
Traga saliva.
–Si decides..., si decidieras no venir…
Vuelve a parar para tragar de nuevo.
–… no volveré... a molestarte, no...
Niega con la cabeza.
–Te dejaré en paz, de verdad. Será como si no hubiese
existido y me tragaré todos mis sentimientos como hiciste
tú.
Sus ojos se humedecen y me siento pequeña, muy
pequeña a su lado.
–Te quiero, Alba.
Su frase acaricia mi cerebro dulcemente. Besa mis manos
y siento cómo una lágrima humedece mi piel antes de que
las suelte y salga a toda prisa del baño. Mi cabeza bulle de
imágenes que creía olvidadas con Jesús, pero que están tan
presentes como el primer día. Sé que no lo he olvidado. Sé
que ha sido el hombre más importante en mi vida hasta
ahora, la persona que me ha sacado de mi triste existencia
para darme toda una paleta de colores nuevos. Que me ha
dedicado su paciencia y ha soportado que estuviera con
otro, pese a sus sentimientos para que yo misma aclarara
los míos. Reconozco su esfuerzo, su tesón, su paciencia, su
ternura pese a todo y su amor... y ahora para él se repite la
historia, pero es tarde... ¡Es tarde! Guardo el billete de avión
arrugándolo en mi bolso bombonera. Me levanto de
sopetón, agarro el pomo de la puerta y estirando la espalda
salgo como si no hubiera pasado nada. Camino por el pasillo
y me cruzo con Martina.
–¿Alba? ¿Estás bien?
No he mirado si mi maquillaje sigue intacto, espero que
sí.
–Sí, perfectamente. –Sonrío–. ¿Has visto a Jorge?
Una pregunta a tiempo siempre distrae.
–No, la última vez que lo vi estaba con Mía y de eso hace
ya por lo menos media hora.
Sonrío otra vez.
–Sí, había algo que solucionar sobre la subasta benéfica.
Bueno, voy a ver si lo encuentro.
–Está bien.
Ella se queda mirando cómo me alejo extrañada, pero
ahora no puedo preocuparme por eso. Me mezclo con la
gente hasta que un brazo me para.
–¡Alba! Llevo buscándote media noche.
–¡Börg! Por fin.
–Ven.
Börg me saca del salón rápidamente hasta una gran
terraza que no sabía que existía mientras localiza a Stefan
por el móvil.
–Stefan, necesito ayuda.
Mientras, nos sentamos en una apartada mesa de
mimbre.
–¿Ha pasado algo?
Stefan no se hace esperar y aparece antes de que pueda
contestar. Se sienta junto a mí dejándome en el medio de
los dos.
–¿Tienes un pañuelo?
Börg busca en su americana y saca un paquete de clínex
que tiende a Stefan.
–Mírame.
Le hago caso y con su clínex me limpia por debajo del
párpado inferior.
–¿Has hablado con Jesús?
¡Por fin! Por fin se deciden a hablar claro.
–Sí –digo secamente.
–¿Y cómo ha ido todo?
Stefan se afana en limpiar mi cara mientras habla
conmigo muy tranquilo.
–Creo que mal.
Stefan suspira y me deja por el momento.
–Teníamos que intentarlo, Alba. ¿Lo entiendes?
Asiento en silencio.
–Mira, cogí el número de Jesús antes de marcharnos. Fue
algo sin pensar y cuando hablé contigo y me contaste lo de
las flores y el vestido de Elie Saab supe que tenía que hacer
algo. Así que nada más colgarte llamé a Jesús.
Hace una pausa para mirar a Stefan que le hace una
mueca animándole para que siga.
–¿Sabes? Ahora que conozco a los dos, puedo decir
muchas cosas en defensa de Jorge, y puedo entender qué
es lo que has visto en él, pero carece de algo muy
importante. Algo que sí he visto en Jesús, humildad.
–Yo he conocido a Jesús esta misma tarde –Stefan
interviene de improviso –… y tiene muchísimas cosas a su
favor.
Se acerca a mí.
–En mi opinión si los pones en una balanza... Jesús es tu
hombre.
–Te quiere, Alba, basta con hablar con él cinco minutos
sobre ti para darse cuenta. Jorge te quiere... como un trofeo.
¿No te das cuenta?
–Pero solo tú puedes darte cuenta.
Se suceden uno detrás del otro para hablar.
–Es solo nuestra opinión.
–Pensamos que tenías una conversación pendiente con él
–termina Stefan.
Me quedo callada mirando hacia el frente. Sabía que
habían sido ellos. Sé que lo hacen con la mejor intención.
–Ha sido una conversación muy intensa –contesto a la
primera pregunta de Stefan. –Para mí ha sido como
resucitar todos los sentimientos que tenía enterrados. Los
buenos y los malos...
–Ahí lo tienes, Alba, aún conservas muy buenos
momentos a su lado.
–Ahora, Stefan, tendré que empezar desde cero y volver
a pasar de nuevo el dolor que pasé hace unos meses para
enterrarlo todo otra vez.
–No era esa mi intención.
El ambiente se enrarece y siento que no estoy siendo
justa con ellos. Me siento tan mal. Este iba a ser un día
inolvidable lleno de experiencias nuevas y se ha convertido
en una auténtica pesadilla.
–Mira, creo que esto ha sido positivo. Necesitabas hablar
con él, aclarar ciertos temas que se habían quedado sin
resolver. Necesitabas escucharlo.
Este tema me está empezando a sobrepasar. Stefan me
mira algo inquieto.
–Jesús vino lleno de esperanza, sabemos que iba a apostar
fuerte... que venía a por todas.
Afirmo con la cabeza mientras en mi cara se crea una
sonrisa sarcástica.
–Me ha asegurado que me iré con él esta misma noche.
Sonrío de nuevo ante la loca, pero divertida idea que se
me pasa por la cabeza.
–Tengo hasta las doce de la noche, como Cenicienta.
Stefan y Börg se miran alucinando mientras levantan las
cejas.
–Cada vez me cae mejor –suelta Börg.
–Desde ahora mismo tiene mi admiración absoluta.
Stefan echa una carcajada que hace que Börg se una a
él.
–Sí, es muy divertido, chicos –agrego.
Estos dos son increíbles.
–Lo siento, Alba, pero tienes que reconocer que Jesús los
tiene bien puestos.
Börg sigue sonriendo mientras habla y es que he de
reconocer que sí, que los tiene muy bien puestos. ¡Ay, Dios!
Alba, céntrate.
–¿Y suele conseguir lo que se propone?
¡Dios! Stefan ha dado en el clavo. Jesús es muy, pero que
muy persuasivo y si algo se le mete en la cabeza... si quiere
algo va a por ello como una bala, ¿de qué me extraño
entonces? Hacer este viaje para él es pura lógica, mientras
que, para mí, hubiera sido una auténtica locura.
–Wow, how much pretty people together!
La peculiar voz de Tara hace que todos nos giremos hacia
ella, y ahí está, sonriente y espectacular con su vestido y
sus finas y bonitas piernas. Börg se levanta
automáticamente para saludarla.
–Tara Moore, la nueva promesa del universo del zapato.
Soy Börg Larsson, periodista.
Se levanta y coge la mano de Tara a la que se la ve
encantada para dejar un ligero beso en su dorso.
–Muchas gracias...
Tara enfatiza su acento inglés.
–¿Todo bien, Tara? ¿Necesitas algo? –le pregunto algo
nerviosa.
Ella me mira al instante como si hubiera interrumpido un
momento único. ¡Que sí! Que quizás sea único para ella,
una no se presenta a la prensa exponiendo su colección
todos los días.... lo sé, pero ahora mismo no estoy para
tonterías.
–Tenemos que hablar, querida –me suelta y al momento
continúa. –¿Y tú eras? –pregunta al marido de Börg.
Me quedo contrariada hasta que recuerdo lo que me ha
insistido hoy con que tenía un regalo para mí.
–Soy Stefan, marido de Börg.
Stefan se levanta y estrecha su mano, y yo hago lo
propio levantándome junto a él.
–Sois una pareja exquisita, me encantaría quedarme a
charlar con vosotros, pero he venido a por Alba.
–Por supuesto, Tara, podemos continuar hablando más
tarde.
Los dos me miran y acaban desapareciendo por las largas
cortinas de los ventanales de la terraza que se ondulan con
la brisa de la noche. En cuanto nos quedamos solas, Tara
me lleva hasta la barandilla de forja y llama a un camarero
que se encuentra recogiendo una mesa a unos diez pasos
de nosotras.
–Por favor, ¿podría traernos dos Bloody Mary de fresa?
El camarero asiente al instante y se marcha una vez que
termina de llevarse todas las copas de la mesa en una
bandeja plateada. ¿Por qué todo el mundo tiene que elegir
por mí? Ya me estoy hartando de esto.
–Te noto algo rara. ¿Ha pasado algo? –me pregunta
mientras achina sus ojos.
–No –respondo escueta.
No pienso contarle a Tara mis problemas sentimentales.
Vale que ella quiera ser buena amiga mía, pero aún no
tengo la suficiente confianza. Pese a mi seca respuesta ella
continúa hablando para intentar suavizar sus palabras.
–Quiero que sepas que estoy contigo para lo que
necesites. Has sido un gran apoyo para mí, aunque tú no lo
creas. Estas últimas semanas han sido una auténtica locura
y desde que te vi en el restaurante italiano en Londres, sé
que estamos conectadas, no sé cómo llamarlo...
–¿Feeling?
Tara agranda los ojos satisfecha.
–Tú lo has dicho, feeling. Eres de esas personas que
cuando las acabas de ver parece que las conoces de toda la
vida y apenas has intercambiado cuatro palabras.
Sonrío recordando cómo me saludó a mí en especial y la
cara que puso Marta, Carlos y Jorge. En ese momento quise
que la tierra me tragara, pero ahora sé que Tara lo hizo
aposta.
–Sabes que tengo un regalo para ti. Al principio te
parecerá extraño, pero sé que sabrás apreciarlo más
adelante. Es el mejor regalo que te han hecho hasta ahora y
no porque sea yo la portadora, es porque va a cambiar tu
vida.
¡Dios mío! Tara debe de estar borracha o algo así, pero
me fijo en ella y no veo atisbo de embriaguez alguna, es
más, está más fresca que una lechuga, exactamente igual
que cuando apareció en el photocall.
–No te entiendo sinceramente, Tara, agradezco tu detalle,
pero no hace falta que me hagas ningún regalo, de verdad.
–Pero debo hacerlo, no tengo otra alternativa.
Aparece el camarero que reparte con cuidado los dos
Bloody Mary y cada una cogemos una copa. Tara la observa
con devoción antes de beber. Posa sus labios en el filo e
inclina la copa lo suficiente para mojarse los labios.
–Mmm... Excelente. Pruébalo.
La verdad es que tengo la garganta seca y antes de
pegarle un largo sorbo, su aroma llega a mi nariz cuando
poso la copa en mis labios. Huele muy bien, principalmente
a fresa. He de admitir que jamás he probado un Bloody
Mary. ¡Mmm! Está muy rico. Tomo otro sorbo.
–Veo que te gusta...
Tara me sonríe encantada.
–Nunca había probado uno y está francamente bueno.
Miro la hora disimuladamente. Las once y cuarto, está a
punto de comenzar la subasta y debo volver al salón y
buscar a Jorge.
–Se está haciendo un poco tarde... Tara.
Ella bebe mientras observa las maravillosas vistas desde
la terraza.
–No hay prisa... concéntrate en este increíble momento y
disfrútalo, Alba.
Bebe de nuevo y hace ademán para que yo también lo
haga. Así que la imito y bebo dejando pasar el riquísimo
cóctel por mi garganta mientras me fijo en los edificios
cercanos al hotel con sus impecables ventanas, en cuyos
vierteaguas, las macetas exhiben orgullosas sus flores de
colores. Observo los tejados de diferentes alturas de los
edificios más bajos y las calles serpenteantes ya iluminadas
por las farolas... y a lo lejos, el mar que ha cambiado sus
increíbles tonos azules turquesa a un azul marino y se funde
con el cielo salpicado de estrellas. La brisa con olor a mar
acaricia mi cara y respiro hondo, es como un bálsamo que
va calmándome poco a poco. Bebo otro poquito, podría
bebérmelo ahora mismo de un solo trago de lo bueno que
está, pero me resisto.
–Muy bien... mucho mejor, ¿verdad?
–Sí. Bastante mejor. ¿Qué lleva esto? –pregunto mirando
la copa medio llena.
–Fresas, zumo de tomate, zumo de limón, vodka, un
poquito de tabasco... y no sé qué más.
Termina la frase con una carcajada.
–Me lo apunto.
–¡Hagamos un brindis!
Su positividad me arrasa y levanto mi copa esperando
escuchar su voz.
–Por las amigas que se ayudan en los buenos y en los
malos momentos.
Asiento encantada y bebemos a la vez.
–Verás, Alba.
Hace una pausa y sé que por fin va a ir al grano.
–Ayer cuando llegué a Mónaco, no me hizo falta mucho
tiempo para darme cuenta de algunas cosillas que estaban
sucediendo en torno a ti, y decidí investigar un poco.
Frunzo el ceño. ¿De qué me está hablando? Ahora mismo
creo que se le acaba de ir la cabeza.
–¿Te suena de algo el nombre “Doux”? –dice mientras
deja la copa en una mesa cercana.
Automáticamente todas las células de mi ser saltan en
estado de alerta. ¿Cómo sabe eso? No lo sabe nadie... No
entiendo nada.
–Continúa –digo temblorosa.
Ella coge mi copa y la deja junto a la suya para después
coger mis manos entre las suyas.
–Ayer cuando bajé del avión, una idea me rondaba la
cabeza. Tengo un sexto sentido con las personas, ¿sabes?
La verdad es que en eso tiene razón...
–No suelo equivocarme y le dije a Henry que...
–Espera un momento… ¿Quién es Henry? –la interrumpo.
Me estoy perdiendo nada más empezar.
–¡Oh! Henry trabaja para mí... es como mi voz de la
conciencia, la persona que guía mis pasos y me controla
para que no me suba a las nubes.
Se queda callada mirando mi cara de interrogación.
–Es mi hermano –prosigue.
Recuerdo alguna conversación sobre ella y su hermano
cuando eran pequeños. Me extraña porque siempre he
pensado que Kim era la persona que la guiaba y aconsejaba
en este mundo de la moda, pero parece que Kim no es tan
importante como parecía.
–Henry es mi hermano mayor. Solo confío en él.
Prosigue rápidamente antes de que pueda hacerla alguna
pregunta más sobre Henry.
–El caso es que le pedí que siguiera los pasos de Jorge,
en parte para saber cómo se estaba desarrollando y
preparando la inauguración y en parte por saber más de la
persona con la que voy a tener que trabajar y negociar.
Siento el calor de sus manos que atrapan las mías. Es
una mujer lista a la que le gusta tenerlo todo atado y muy
bien atado. Quisiera hacer muchas preguntas, pero prefiero
esperar y que me cuente todo de una vez.
–Nada más llegar a la habitación y antes de irme a comer
contigo, Henry se fue tras la pista de Jorge. Por lo visto
comió con una organizadora francesa, una tal Mía. Una
mujer muy atractiva, he tenido el gusto de conocerla.
–Mía y él se encargaron ayer de la recepción de los
gerentes de Roma, Italia y Francia –digo.
–Y tú te encargaste de mí.
Sonríe con la mirada perdida.
–Continúa, por favor.
Cada vez estoy más nerviosa, y es que en mi cabeza
empiezo a hacer cábalas sin parar y me empiezo a temer lo
peor.
–Quiero que te lo tomes con calma.
–Eso va a ser difícil, me estoy empezando a preocupar,
Tara.
Ella suspira y toma aire pensando en sus próximas
palabras.
–No fueron a ningún aeropuerto. No recogieron a nadie.
Las tres delegaciones llegaron solas al hotel.
Mis peores miedos comienzan a tomar forma en mi
cerebro y los ojos se me humedecen, pero intento mantener
la compostura. Ella acaricia más suavemente mis manos.
–Jorge alquiló un yate llamado “Doux”.
–Dulce –digo medio hipnotizada.
Ella asiente y comprendo la magnitud de sus palabras. El
muy hijo de puta se fue de paseo con Mía en el yate un día
antes de hacerlo conmigo.
–Sí, para él debió de ser muy dulce.
Su tono ha cambiado, es algo más áspero.
–Se fueron con el yate hacia un acantilado apartado...
–Se la folló. ¡Dilo! –digo indignada.
Mis ojos empiezan a acumular lágrimas.
–Lo siento. Mi intención no es hacerte pasar un mal rato.
–¿Sabes que al día siguiente hizo lo mismo conmigo?
¿Sabes que lo camufló estupendamente? Como si lo hubiera
hecho todo por mí, por pasar un rato juntos dentro de todo
este estrés.
Empiezo a notar que voy a estallar de un momento a
otro. Toda mi rabia empieza a aflorar a través de mi
garganta e intento apaciguar toda la ira conteniéndola en
mi pecho.
–Hay más.
Se queda quieta esperando, no sabe si contármelo o
callarse. Mis ojos se agrandan incrédulos... ¿Se habrá
atrevido?
–Esa misma noche, Jorge se cuela en la habitación de
Mía.
Mis ojos se agrandan. Esa misma noche preparó una cena
especial en la habitación, todo era perfecto, tan perfecto
que acabé acostándome con él, pensando que todo iba a
cambiar... ¡Pero no pudo el muy rastrero tener la polla
quieta ni un puñado de horas! ¡No estaba tomando algo en
el bar del hotel! ¡No estaba nervioso ni podía dormir por la
inauguración! No podía dormir pensando en Mía. Estaba
follándosela en su habitación…
–Por eso el cabrón se quedó dormido nada más llegar a la
habitación... Sí, debería estar agotado –digo sarcástica.
–Lo siento mucho.
Tara suelta mis manos para abrazarme abiertamente sin
reparos.
–¿Algo más, Tara? Por favor, no te dejes nada en el
tintero, necesito saberlo.
Ella me suelta de mala gana.
–Hoy cuando te has estado arreglando en la habitación,
él ha tenido un... cómo llamarlo, encuentro con una chica,
personal del hotel.
Esto es demasiado... no puedo creérmelo. Miro sus ojos y
sé que no me está mintiendo. Ella no gana nada con esto.
Tengo un nudo en la garganta y no puedo tragar ni una gota
de saliva.
–Hace un momento Henry me ha contado su último
escarceo.
–¿Más?
¡¿Cuánto ha pasado?! ¿Dos días? ¿Cuántos polvos ha
echado? ¿Con cuántas mujeres? Y pensar que Marta era la
peor de mis pesadillas. ¡Oh, Marta, me harías un favor si te
lo llevas lejos, muy lejos! Para ti el trofeo completo. ¡Dios,
tengo tantas ganas de gritar hasta quedarme sin voz!
–Ha vuelto a estar con Mía. Esta vez en un almacén del
hotel.
–Sí, claro, tenían que ver un pequeño imprevisto sobre la
subasta.
–Toma aire, estás a punto de explotar, Alba.
Tomo aire a la vez que saco mi móvil de mi bombonera y
rápidamente escribo un mensaje dirigido a Marta mientras
Tara me observa en silencio.
Sin duda, hoy es tu día de suerte. Lo has conseguido,
me retiro. Todo tuyo. Jorge y yo no tenemos futuro juntos.
Que lo disfrutes, Marta. Besos, Alba. 23:52

–Muchísimas gracias, Tara. Gracias por tu sexto sentido y


por tu intuición. Sin ti estaría ahora mismo cometiendo el
mayor error de mi vida.
Apenas quedan una hora y diez minutos para que Jesús
se vaya. Mis ojos ya no pueden contener las lágrimas y una
resbala rápidamente por mi mejilla.
–Dale las gracias también a tu hermano, por favor. –
Comienzo a llorar.
–No, Alba. Este es mi regalo. Ahora eres más fuerte que
él. ¡Ahora eres libre!
Tiene toda la razón. Me trago mis lágrimas y levanto mi
copa. Tara levanta la suya sonriendo.
–Por las mujeres que se ayudan.
Ella repite mi frase encantada.
–Por las mujeres que se ayudan.
Nuestras copas chocan despacio y le pego el trago más
largo que he pegado en mi vida a una copa y el alcohol me
abrasa la garganta y el estómago.
–Estoy en deuda contigo, Tara.
–We are friends.
–Si no te importa, tengo algo que hacer...
Me levanto decidida y Tara no tarda en reaccionar y
seguirme hasta el salón donde la subasta ha dado
comienzo. Todo el mundo está allí y la sala está a rebosar,
los comensales en sus mesas y el resto, la prensa, al fondo
y en huecos estratégicos para tomar las mejores fotos. La
gente está entregada con la subasta y el ambiente es
distendido, aquí y allá se levantan de vez en cuando los
pequeños letreros blancos cada uno con un número negro.
Avanzo con paso firme entre las mesas, y mi mirada se
cruza con la de Fer. Le guiño un ojo y él me responde con el
mismo gesto encantado de ver que estoy mejor, porque sí,
estoy mucho mejor. Hacía tiempo que no me encontraba tan
bien, es como si una gran losa de cemento se hubiera caído
de mis hombros haciéndome más ligera y con esa losa, he
dejado de estar ciega. Ahora sí sé lo que debo hacer. Sé qué
camino tomar y no voy a dudar ni un solo segundo. Está
claro. Claro y cristalino. Según me acerco al escenario
localizo a Jorge, está en el lado derecho junto a Mía y no
para de sonreír y aplaudir mientras escucha a una mujer de
unos sesenta años, la maestra de ceremonias, cómo
ameniza la subasta animando a la gente a pujar por un
bolso Chanel expuesto en una mesa y custodiado por un
chico joven con esmoquin. Justo cuando inicio mi ascenso
hacia el escenario la puja por el bolso Chanel queda cerrada
en una no menospreciable cifra de siete mil doscientos
euros.
–Enhorabuena a la querida señora con el número 18 por
participar y a nuestra encantadora invitada la modelo con
más proyección del momento, Annushka Kovaleva, por la
donación de este maravilloso y mítico bolso Chanel 2.55.
Mis altísimos zapatos de tacón de la nueva colección de
Tara Moore, pisan el suelo del escenario y me dirijo con paso
firme y decisión hacia Jorge y Mía, que en cuanto se
percatan de mi presencia me miran sin entender. Según me
acerco me saco los pendientes Bvlgari de los agujeros de
mis orejas sin dejar de mirarlo. Noto cómo su mirada
heladora me atraviesa en forma de mil aguijones que hace
que se me ponga la piel de gallina. Me dice en silencio que
me pare. Me ordena que no siga y no hace falta que diga ni
una sola palabra, sé que está muy, pero que muy cabreado
y no es para menos... Pero eso ya no me importa. No, Jorge,
ya no me importas tú.
–Toma.
Cojo su mano y los dejo en ella.
–Se los puedes regalar a alguna de tus zorras.
Me giro rápidamente antes de que pueda detenerme y
dando varios pasos de modelo, me acerco a la mujer que
sigue con la ceremonia de la subasta y que aún no ha
reparado en mis movimientos.
–Y ahora... –comienza a decir hasta que le arranco el
micrófono de un plumazo.
–Y ahora... –continúo hecha un manojo de nervios cuando
sé que soy el foco de atención de todos los presentes a esta
inauguración.
–Este maravilloso vestido que tengo el honor de llevar
puesto hoy en esta magnífica gala. Se trata de un Ellie
Saab, colección primavera-verano 2020. El cuerpo es de
gasa transparente cubierto de miles de cristales bordados a
mano. La falda es de tafetán de seda natural, es una
auténtica delicia llevarlo, os lo puedo asegurar.
La gente comienza a reír y eso me da más fuerzas para
continuar mientras me acerco al chico que expone los
objetos donados para la subasta.
–Acércame el expositor de vestidos –le digo al oído.
Se queda parado como si no supiera qué hacer y dirige
una mirada a la maestra de ceremonias que le apremia para
que me haga caso. Creo que no sabe bien de qué va la cosa,
pero no puede hacer nada ya para pararme. No me atrevo a
mirar a Jorge, aún no, necesito estar más segura y aún
tiemblo como una hoja. Dirijo mi mirada por la sala. Solo
espero que Jesús no se haya ido y esté aquí mirándome.
Trago saliva y continúo:
–No podemos olvidar agradecer primero a la marca Diro
Design y a su gerente Jorge Martínez, que ha hecho posible
la donación de este vestido joya para colaborar con esta
magnífica iniciativa que sin duda continuará en el futuro. Un
fuerte aplauso, por favor.
Mientras la gente aplaude encantada consigo tener la
fuerza necesaria para mirarlo. No me quita ojo mientras con
una sonrisa forzada agradece los aplausos recibidos. Puedo
notar la fuerza de su cuello tan tenso, que aprieta el cuello
de su camisa. Mía también le mira aplaudiéndole nerviosa y
se inclina hacia su oreja izquierda para decirle algo al oído.
Jorge niega al momento con decisión. ¡Dios, gracias!
Imagino que Mía le ha preguntado si quería que el personal
de seguridad interviniera para acabar con mi particular
locura, pero ya es tarde. Jorge no ha hecho otra cosa que
exhibirme como su trofeo personal ante todo el mundo, todo
el mundo sabe quién soy, Alba Galán, secretaria de
dirección, coordinadora de administración y su pareja. No
puede permitir que salga gritando entre dos gorilas de
seguridad, eso sería demasiado para él con su intachable
reputación y para Diro Design, por supuesto. Intento
moderar mi respiración que se acelera por momentos y sin
darme cuenta me encuentro mirando a Carlos entre la gente
que me asiente con la cabeza dándome fuerzas. Me dice
que sí, que siga desde la lejanía.
El chico trae rodando el expositor de vestidos y lo deja
junto a mí. Es como un pequeño burro de tubos dorados con
una sola percha de madera de cedro grabada con las
iniciales del Hotel París Monte Carlo “HPMC”.
–Bien, queridos invitados, creo que este vestido no puede
comenzar la puja en menos de cuatro mil euros.
La gente aplaude encantada y no sé si me he quedado
corta. El primer letrero con número no se hace esperar.
–Muchas gracias... cuatro mil euros... esto acaba de
empezar. ¿Quién ofrece cuatro mil quinientos euros?
En el otro lado de la sala un hombre levanta su letrero.
–Gracias, caballero. Vamos a darle un poco de emoción.
¿Algún alma que quiera colaborar y además llevarse este
magnífico vestido por cinco mil euros?
La primera mujer levanta de nuevo su cartel.
–¡Cinco mil quinientos! –grita con el cartel en alto el
caballero.
La gente aplaude entusiasmada.
–¿Vaya? Espero que sea para regalarlo a alguna mujer
porque a usted, caballero, no le quedaría muy bien.
La gente vuelve a reír y surgen los aplausos espontáneos.
Aprovecho para moverme por el escenario con garbo para
presumir de vestido.
–¡Vamos! El vestido lo vale. ¿Quién se atreve con seis
mil?
Un tercer hombre entra en la puja.
–¡Guau! Pensaba que esta subasta iba a ser enteramente
de mujeres, pero veo que los hombres también tienen buen
gusto.
La gente vuelve a reír y a aplaudir. Echo un ligero vistazo
a Jorge, sigue tenso con los brazos cruzados sobre el pecho.
La mujer vuelve a levantar su letrero.
–¿Eso son seis mil quinientos?
La mujer asiente sonriente.
–¿Siete mil? –pregunto esperando que la puja no se pare
aquí.
El primer hombre levanta su cartel, me fijo en él, su
número es el 69.
–Muy bien, número 69, esto se pone interesante.
Pero antes de terminar la frase el segundo caballero
levanta su letrero. Su número es el 108.
–¡Muy bien, 108! Si no me equivoco eso suman ya, ¡siete
mil quinientos euros!
Todos aplauden al señor del cartel 108 y él se levanta y
saluda en una reverencia.
–¿Señora? –me dirijo a la mujer–. ¿Ocho mil?
La mujer niega con un ataque de risa.
–¿No? –pregunto sin esperar respuesta–. No pasa nada,
un aplauso para la señora, ha sido muy valiente.
La gente aplaude y algunos incluso silban. Mi vista se
cruza con los ojos de Tara que está disfrutando de lo lindo
con mi espectáculo. Le sonrío y ella levanta su pulgar hacia
arriba.
–Esto nos deja una emocionante situación. ¡Dos hombres
luchando por un vestido!
Los aplausos y los vítores vuelven.
–¿Quién ofrece ocho mil quinientos?
Me responde el número 108.
–¿Nueve mil euros?
Sé que debería aflojar el ritmo de subida, pero tengo un
as bajo la manga. Ambos dudan. Me acerco al chico del
esmoquin.
–Bájame la cremallera, por favor –le digo alejando el
micrófono y dándole la espalda–. Quizás esto anime a los
indecisos –digo sugerentemente.
El número 69 levanta el letrero y un segundo después lo
hace el número 108 mientras suelta en voz alta la cifra de
nueve mil doscientos. Sonrío entre dientes. ¡Esto marcha!
Me giro y muevo insinuante la espalda.
–¡Nueve mil trescientos!
Escucho entre aplausos y me fijo en la sonrisa del chico
del esmoquin que parece que le hace mucha gracia el giro
que han tomado los acontecimientos. Saco un brazo y
sujeto el vestido bajo mi axila para que no se caiga.
–¡Nueve mil cuatrocientos!
Vuelvo a hacer el mismo movimiento con el otro brazo.
–¡Nueve mil quinientos!
No sé cuál de los dos ha sido, he perdido la cuenta. Me
vuelvo a girar. Es el hombre del letrero 69.
–¡Adjudicado! Al señor con el número 69.
Un golpe con el mazo zanja de golpe la subasta de mi
vestido. La voz de Jorge resuena en mis oídos. Está ahí
detrás del atril con el mazo aún apretado entre los dedos y
sin apartar la vista heladora de mí, pero no sabe que esto
aún no ha acabado, piensa que puede salvar la situación,
pero yo ya no puedo parar, tengo que terminar lo que he
empezado. Miro a mi público encantado, aplauden y
vitorean al señor del cartel número 69 que se ha puesto de
pie para recibir su ovación.
–¡Enhorabuena! Creo que el número 69 le ha traído
suerte, señor –digo con el micrófono en la mano.
La gente ríe encantada con mi broma. Separo mis brazos
y el vestido cae hasta el suelo. Salgo fuera de él
quedándome en ropa interior y taconazo. ¡Dios, no puedo
creer lo que estoy haciendo! Lo recojo con cuidado y se lo
entrego al chico del esmoquin que tiene los ojos fuera de las
órbitas para que lo cuelgue. Los flashes se disparan sin
control.
–Lo prometido es deuda, caballero, ahora el vestido es
suyo. Gracias por colaborar con Diro Design y Médicos sin
fronteras.
Sé que tengo apenas unos segundos para que Jorge se
me tire al cuello, así que con paso de modelo me dirijo a la
escalera por la que he subido y antes de pisar el último
escalón algo cubre mis hombros tapando mi desnudez antes
de que una lluvia de fotógrafos nos rodee. Es Fer, mi Fer ha
colocado la chaqueta de su esmoquin sobre mi cuerpo.
Siempre mirando por mí y acompañado por Carlos que con
sumo esfuerzo nos abre paso hacia la salida del salón.
–¿Estás bien, Alba?
Fer no hace más que preguntarme una y otra vez lo
mismo, pero no logro articular palabra, es como si estuviera
en shock. ¡No tengo ni idea de cómo he podido hacerlo!
–¡Por favor, paso! ¡El espectáculo ya ha terminado!
¡Gracias!
Carlos se abre paso a codazos.
–¡¡Dejen paso!! –grita con voz ronca y como en un sueño
logro ver la puerta giratoria de entrada al hotel como
rodeada por una neblina. Carlos me ayuda a meter los
brazos por las mangas y me abrocha la chaqueta.
–Gracias –digo en un susurro.
–Tú también me colocas constantemente la chaqueta.
Sonríe de medio lado.
–¿Quieres que te acompañemos a la habitación?
Fer me agarra los brazos a la vez que me pregunta con
tono preocupante.
–¿Qué hora es?
¡Necesito saber la hora ya!
–Deberías subir y calmarte un poco –continúa Fer.
–¡La hora, por favor! –grito sabiendo que ellos no tienen
la culpa.
–Las doce y veinte –contesta Carlos.
¡Dios, lo he perdido! Se ha ido.
–Necesito un taxi.
–¿Para qué? –pregunta Fer con cara de pocos amigos.
Me giro hacia la puerta con intención de atravesarla. No
puedo perder ni un segundo más o se irá sin mí para no
volver.
–¡Jesús se ha ido! Tengo que llegar a tiempo.
–Joder, Alba ¿Quién coño es Jesús? –pregunta Carlos, para
un segundo después contestarse él solo–. ¿Tu Jesús?
Carlos mueve el dedo índice señalándome.
–Ha venido para convencerla de que se fueran juntos –
aclara Fer rápidamente el asunto en cuestión.
–¿A qué puñetera hora era su vuelo? –me pregunta
nervioso sin dejar de mirar el reloj.
–¡A la una! –grito por los nervios a flor de piel.
Nada más decirlo, Fer sale disparado para buscar un taxi.
–No deberías irte en pelotas. Vamos, yo encantado de
verte así, pero joder, imagino que hay mucho puto
degenerado por ahí. Además, está lo de la maleta.
–No quiero nada, Carlos. Nada que me recuerde esto.
Carlos hace una pausa asintiendo.
–Has estado de puta madre en el escenario. No lo olvides.
–¿Nos dejas un momento, Carlos?
Los dos nos giramos con la boca abierta hacia Jorge.
–Estaré fuera con Fer.
Señala la puerta giratoria y haciendo un ademán con la
cara a Jorge empuja la puerta giratoria para desaparecer
ante mis ojos.
–Estarás contenta.
Saco todo lo que llevo dentro desde tanto tiempo para
que me dé las suficientes fuerzas de tener esta
conversación final.
–Mucho, he sacado un buen precio por ese vestido y me
he deshecho de ti. Dos pájaros de un tiro.
–No sabes lo que acabas de hacer, Alba.
Sé que se está conteniendo, su tono de voz, sus gestos…
Aquí hay demasiados ojos, pero la vena de su cuello le
delata.
–Joderte. Eso es lo que he hecho.
Me coge del brazo con seguridad.
–Tú no puedes joderme, Alba -me habla a media voz. –
Subamos a la habitación, no puedes estar aquí así.
Retiro mi brazo con un gesto rápido que me provoca
cierto dolor ya que él intenta mantenerme atrapada.
–No voy a ir contigo a ninguna parte.
Sé que intento mantener la calma, pero solo pensar en
Jesús cogiendo ese avión, me enferma por dentro. Ya no
puedo perder ni un segundo más con este capullo.
Jorge se acerca a mi cara despacio y sus labios rozan mi
oreja.
–Eres mía.
Sus palabras me taladran el cerebro y no puedo más.
–Ni en un millón de años conseguirías que fuera tuya, ni
aunque me mantuvieras atada, secuestrada o encarcelada
sería tuya, porque ni el corazón ni la mente se pueden atar,
secuestrar o encarcelar. Mi amor, mis recuerdos, mis
anhelos siempre estarían con él. Tú no tienes ni idea de lo
que es eso, no tienes ni idea de lo que es amar, solo sabes
poseer.
Mientras escupo mi discurso, hay personas que nos
rodean para poder salir del hotel por las puertas giratorias y
noto cómo Jorge se incomoda por segundos. El hombre
impasible. Pero ya que estoy perdiendo unos segundos
maravillosos, me va a escuchar. Va a escuchar todo lo que
tengo que decir de su triste existencia.
–Me das pena. Me da pena que no llegues jamás a saber
ni en lo más remoto lo que es amar a alguien. Eres un
perdedor. ¿Te crees mejor por conducir un buen coche, tener
un buen piso, un puesto importante o por follarte a todas las
putas que te encuentras?
–No montes un numerito, Alba.
Mis pupilas se convierten en alfileres. Sí, te voy a dar
donde más te duele, cabrón.
–¡Oh, perdona! No vayan a enterarse que el gerente de
Diro Design se folla a la mitad de su plantilla. Porque sí,
Jorge, a mí jamás me has hecho el amor. A mí me has
follado, mis orgasmos contigo han sido pensando en él.
He elevado mi tono de voz y consigo sacarle de quicio.
–¡Te he follado porque para mí eres igual que las demás!
¡Por fin! Por fin el verdadero Jorge se muestra ante mis
ojos con sus garras y sus dientes afilados. Comienzo a
reírme despacito como si me hubieran contado un chiste
que según lo asimilas te va haciendo cada vez más gracia y
acabo riéndome a carcajadas. Ya no puede hacerme daño, lo
noto, sus palabras me resbalan y ese pensamiento me
inunda de alegría.
–Te enviaré la carta de despido a casa de tus amiguitos.
Los ojos le van a estallar de un momento a otro, pero le
sonrío en silencio. Puede hacer lo que quiera, me da igual.
¡Genial! Solo quiero alejarme lo más posible de este
depredador, no podría seguir trabajando a su lado después
de esto.
–¡Que disfrutes de tu gala!
Giro sobre mis tacones y con fuerza empujo la puerta
giratoria en un último esfuerzo por dejar todo este mundo
atrás. Por dejar la mentira en la que he vivido y por
olvidarme lo antes posible de él y de Marta y de Mía y de
tantas otras que ni conozco.
Un taxi con la puerta trasera abierta y cuatro de mis
mejores amigos me esperan al final de la escalinata.
–Toma, hemos podido recuperar tu bolso. Lo he
comprobado y dentro llevas toda tu documentación y estos
son mis vaqueros más ajustados. Te quedarán grandes
seguro y esta es mi camiseta preferida, la uso para dormir...
así que hoy me taparé con el cuerpo de Börg.
Stefan me da las dos prendas cuidadosamente dobladas
y las tomo acariciando sus manos.
–¡Gracias!
Estoy a punto de llorar.
–¡Vamos, Alba!
Fer me abraza con todas sus fuerzas y me quedo sin
respiración lo que impide que pueda seguir con mi llanto. Le
doy un beso enorme con tantas ganas que mis ojos vuelven
a inundarse de lágrimas.
–Ha sido una gran suerte tenerte aquí hoy, Fer.
–Para eso están los amigos. Yo no he hecho nada, lo has
hecho tú sola y estoy muy orgulloso de ti, pero debes irte o
perderás ese avión.
–Es muy difícil que te dé tiempo, Alba. Son las doce y
media.
Börg mira su reloj de pulsera con el entrecejo fruncido.
–Puedo llamarle y pedirle que te espere en el aeropuerto.
Alega Stefan.
–No, soy yo la que tiene que hablar con él. Si hace falta
cogeré el siguiente vuelo.
Quiero ser yo quien le explique que en ningún momento
he dejado de pensar en él, aunque lo he intentado enterrar
con todas mis fuerzas y no lo he conseguido nunca del todo.
Me he negado continuamente a mí misma mis verdaderos
sentimientos haciéndome creer que conseguiría rehacer mi
vida y olvidarlo. Quiero decirle que he sido una estúpida
empeñándome en ir en dirección contraria negando una y
otra vez todo lo que sentía dentro de mí. Quiero decirle yo
misma que mi sitio está junto a él.
El corazón me trota nervioso ante la tarea que se me
avecina y entiendo perfectamente cómo se ha sentido él
esta misma noche. Ha debido ser muy duro para él, todo
este tiempo a miles de kilómetros. Ahora puedo entender
que, al ver un pequeño resquicio, una oportunidad, la haya
aprovechado atravesando medio mundo para jugárselo todo
a una misma carta. Ha sido muy valiente, esta vez sí. Ha
conseguido compensar con creces su cobardía, su error del
verano. A veces tenemos que errar para darnos cuenta de lo
que perdemos. El ser humano es así y eso me ha pasado a
mí. He caído en su mismo error.
–Te acompaño.
Carlos me abre la puerta y entra tras de mí. Da la
dirección al taxista y le explica que si llegamos al
aeropuerto en treinta minutos le dará cincuenta euros de
propina. Así que el taxista emprende la marcha sin perder ni
un minuto. Si pudiéramos coger el helicóptero sería más
rápido, pero... ¡merece la pena!
–L´héliport s'il vous plaît –digo con voz alta y clara.
–D'accorde –responde sin pestañear el taxista.
Carlos abre los ojos para mirarme alucinado.
–¿Vas a ir en helicóptero, Alba? Joder, sabes de sobra que
el vuelo hasta el aeropuerto cuesta un cojón. Y son quince
putos minutos.
–Por eso, merece la pena.
Le miro profundamente con la alegría saliéndome por
cada uno de los poros de mi cuerpo. Él, en el fondo me
entiende, sabe que tengo que intentarlo.
–A tomar por culo, anda vístete –dice a regañadientes.
Me pongo como puedo los pantalones de Stefan que
efectivamente me quedan un poco grandes, pero no se me
caen y me quito la chaqueta quedándome solo con el
sujetador de encaje para poderme poner la camiseta.
–¡Menos miraditas y más carretera, hostia!
El taxista escurre sus ojos fuera del espejo retrovisor con
nerviosismo.
–No pasa nada, Carlos. Además, no te entiende.
–Sí pasa y sí que me entiende, mira el capullo qué rápido
ha mirado para otro lado, ¡joder!
–Désolé, nous sommes nerveux
–¿Qué coño le has dicho?
–Que lo siento y que estamos nerviosos. ¡Déjalo, por
favor!
Carlos resopla negando con la cabeza, pero hemos
conseguido llegar en apenas cinco minutos. Mientras pago
al taxista, Carlos sale disparado para comprar mi billete.
Estoy tan nerviosa que las manos me tiemblan mientras
rebusco en mi bombonera para sacar el dinero exacto. ¡Dios
mío! Tengo que llegar a tiempo... En cuanto salgo, tengo a
Carlos corriendo hacia mí.
–Aquí está, toma.
Carlos me tiende mi billete para el helicóptero.
–Dime cuánto ha sido.
–Sígueme, es ese de ahí. Va a salir ya.
–Tengo que darte el dinero, Carlos –le grito.
Sale corriendo por la pista tirando de mí hacia el
helicóptero que está esperándome.
–¿Cuánto es?
Me paro en seco antes de subir.
–Me cago en todo lo que se menea, si no subes ya,
perderás ese puto avión, Alba, joder.
Me quedo parada.
–Me ha costado un cojón, así que ahora la Joya de la
Corona está incompleta y cuando llegues a la puta Punta
Cana esa, ya estás llamándome para darte mi número de
cuenta.
Se queda quieto con la esperanza de haberme
convencido y la verdad es que sí. No tengo efectivo, pero
quería que me dijera exactamente lo que se había gastado
porque le conozco y no quiero que esto caiga en el olvido,
ya ha hecho bastante por mí.
–Gracias, lo haré. Aunque espero llegar a tiempo.
–Eso espero, de esta gorda no te libras.
Se me acerca y me abraza con ganas.
–Ten cuidado.
–Lo tendré.
Me besa la mejilla y subo lo más rápido que puedo al
helicóptero que espera lo justo a que esté atada al asiento
para emprender el vuelo. Carlos da unos pasos hacia atrás
mientras las corrientes de aire provocadas por las aspas del
helicóptero le despeinan y remueven su chaqueta del
esmoquin. Sonrío para mis adentros, lo que le faltaba,
seguro que se queda así, despeinado y con la chaqueta
arrugada lo que quede de la gala, si es que queda algo.
Agito mi mano por la ventanilla y él me devuelve el gesto
poniendo su mano en los labios para separarla hacia
adelante en dirección a mí. Le lanzo otro beso y él hace
como que lo coge. Se lo lleva al pecho y se desmaya
literalmente tirándose en el mullido césped que rodea el
círculo de cemento. ¡Qué ganso es! Y así se queda mientras
su figura cada vez se hace más y más pequeña según
cogemos altura y en cuanto giramos, mis pensamientos
vuelan tan rápido como mis ganas de verlo. A él. A Jesús.
Retuerzo mis manos una dentro de la otra con los nervios a
flor de piel. ¡Estoy tan nerviosa! No tengo ni idea de lo que
voy a decirle... Me fijo en los campos verdes ahora de un
tono muy oscuro y en la sinuosa carretera que discurre bajo
mis pies iluminada únicamente por los faros de los coches
que la transitan. No puedo imaginar cómo va a reaccionar.
Quizás me arrope en sus brazos o quizás ya no haya nada
que hacer. Las dudas negativas me atacan y siento un vacío
enorme. Si me rechaza... ya no hay nada más que hacer,
esto estará acabado para siempre. Una búsqueda
infructuosa por ambas partes. ¡Qué ironía! Quizás él haya
sentido este mismo vacío mientras su avión cruzaba el
océano Atlántico, con el mismo miedo al rechazo. Puedo
imaginarle como si le estuviera viendo en una película y
comprendo sus temores, sus miedos e incertidumbre
durante horas, porque ahora son los míos. Pero no puedo
dejarlo así, tengo que intentarlo, tengo que luchar por lo
que quiero, ¡podría ser una de sus frases! Me revuelvo
incómoda en el asiento y miro el reloj de pulsera. ¡La una
menos veinte! ¡Dios, no permitas que se vaya sin mí! Quizás
él esté haciendo el mismo gesto, mirando la hora a punto de
subir a su avión pensando que todo está acabado... Los ojos
se me humedecen, sé el dolor que le estoy causando. Soy
consciente y el corazón se me encoge de tal manera que
me deja de latir por unos largos instantes hasta que una
exhalación para coger aire hace que palpite de nuevo. Me
siento tan mísera, tan mal, que me acurruco junto a la
pared curva del helicóptero y cierro los ojos hasta que toma
tierra.
En cuanto el motor deja de sonar, es como si volviera a la
vida. Tiro los cascos que me han dado para amortiguar el
ruido del motor y dando un largo paso hasta la puerta de
salida me cuelo delante de los seis pasajeros que han hecho
el trayecto conmigo. Una señora me mira con mala cara,
pero no tengo tiempo de enfrascarme en una discusión
tonta. Así que en cuanto el auxiliar de tierra abre la puerta
salto como una gacela esquivándole y echo a correr todo lo
que mis piernas y los tacones de Tara me permiten. Se
deben pensar que he robado un banco, pero esa es la
menor de mis preocupaciones ahora mismo, necesito
encontrar la entrada. Mientras salto de aquí allá, mis ojos
localizan una de las entradas y la traspaso esquivando
personas, maletas y bultos sin parar. Corro todo lo que
puedo hasta que llego a un gran pasillo lleno de
mostradores. ¡No, aquí no! Vuelvo sobre mis pasos y al
fondo localizo unos grandes monitores con los vuelos.
¡Dios! Repaso todas las salidas... No veo nada, estoy tan
nerviosa que no la localizo. ¡Vamos, Alba! Me calmo un
momento cierro los ojos y cuando los abro vuelvo a enfocar
leyendo más despacio.
–Londres, París, Lisboa, Roma, Berlín, Ámsterdam,
Madrid.
Repito en voz baja. ¡Dios, dónde está! Miro el monitor
contiguo. ¡Vuelos transatlánticos! En la tercera línea
aparece... ¡¡Punta Cana!! ¡Por fin! Puerta 11 embarque
01:00h Compañía KLM ¡Ya está en el avión! ¿Dios, por
dónde voy? Tengo que subir a ese avión, lo tengo que
intentar. Corro sin parar leyendo los carteles y medio
atropellando a los transeúntes.
–I´m sorry, lo siento, Pardon, Je suis désolé.
Voy gritando a los atropellados sin pararme. Solo lo hago
cuando llego a la fila de mostradores de KLM. Hay solo un
puñado de personas esperando y me acerco cautelosa a la
primera de la fila. Es una mujer mayor de pelo blanco.
–Excuse me, Do you speak english?
Ella me sonríe medio asombrada.
–Yes, I do.
Ahora su mirada es de intriga y tengo toda su atención.
–Do you mind if I ask the stewardess a question, please?
It´s very important.
Ella me escudriña con sus ojos curiosos surcados de
arrugas y me contesta rotunda sonriendo.
–Go ahead!
Le pego un abrazo echa un manojo de nervios y ella se
queda expectante.
–It´ll be just a minute.
Corro hacia el mostrador y casi me subo encima.
–Buenos días, necesito saber si aún puedo coger el vuelo
que sale ahora mismo hacia Republica Dominicana.
La mujer me mira sin pestañear y algo contrariada. Dejo
mi billete arrugado delante de su cara. Lo coge y mira un
momento la pantalla de su ordenador.
–Lo siento, el pasaje ya ha entrado.
No la escucho.
–No tengo que facturar nada, solo llevo este bolso de
mano.
Ella me mira asustada.
–Lo siento.
–Por favor, tengo que coger ese avión, es muy
importante.
Sin darme cuenta he subido de tono mi voz y casi la
grito. Ella no sale de su asombro.
–Va a despegar en cualquier momento.
Levanta el brazo para que el siguiente de la fila se
acerque.
Le agarro el brazo nerviosa.
–Hay una persona en ese avión y tengo que decirle algo
muy importante.
–Envíele un watsapp.
–¡No lo entiendes! –grito desesperada.
Su cara es un poema. Tiene los ojos muy abiertos y me
observa como si fuera una loca.
–Su padre acaba de fallecer... No puede coger este avión.
No puedo decírselo con un mensaje o una llamada.
Miento como una desesperada con todo el arsenal a la
vez, ojos llorosos, mirada de pena, voz temblorosa...
Puedo ver un atisbo de duda en su mirada.
–Por favor...–insisto.
–Tiene que entenderlo va a salir a pista en cualquier
momento.
La alterada azafata me mira desesperada intentando que
entre en razón. Un auxiliar se acerca a nosotras al escuchar
el jaleo que he montado.
–Lo siento, pero debe abandonar el mostrador hay gente
esperando.
Me habla amablemente, pero con seguridad. Escudriño a
mi alrededor, la gente me mira con cara de disgusto. No
puedo creerme que haya fracasado... Estoy desolada, me
doy cuenta de que mis lágrimas no dejan de resbalar por
mis mejillas en silencio.
–Vamos, la acompaño.
El auxiliar me agarra del brazo con suavidad y le sigo
como una zombi. No soy capaz de procesar que Jesús salga
de mi vida para siempre ahora que había conseguido
aclararme. He sido una estúpida, una enorme estúpida... No,
me quedo corta, he sido una gilipollas con mayúsculas
¡GILIPOLLAS! Que no he sabido reconocer al hombre
adecuado, que solo he mirado por mí misma y por cómo me
sentía sin pensar que otras personas podían sentirse igual o
peor. No he sido capaz de ver lo que los demás me han
dicho por activa y por pasiva. La gente que me quiere, todos
han coincidido en lo mismo... ¡¡Todo el mundo, Alba!! Me
han dicho lo mismo, que le diera una oportunidad a Jesús,
pero no, ¡yo no! Yo me he aferrado a lo imposible. Me lo
merezco... Me merezco este desprecio y mucho más... He
tenido suficientes oportunidades... de sobra, diría yo.
Mis pensamientos me llevan en una espiral descendente
y oscura, pero es que me siento así... derrotada, sin
esperanza de nada...
Llegamos a una fila de asientos lejos de los mostradores.
El auxiliar, con una paciencia infinita, se para unos
segundos a observarme.
–¿Está bien? –me pregunta.
–No –respondo en un hilo de voz.
–Lo siento. Siento no haber podido ayudarla.
Niego con la cabeza.
–Ha sido culpa mía, lo siento.
–Puede coger el siguiente vuelo si es tan importante.
Arruga la boca en un gesto de impotencia y se va
dejándome sola. Muy sola.
¿Qué hago ahora? No puedo pensar con claridad. Estoy
embotada. Se va... ¡Se va...!
¿Podría coger el siguiente vuelo a Punta Cana? La idea
ronronea mi mente y hace que me mueva lentamente, que
mis pies comiencen a caminar y aunque me pesan como si
estuvieran dentro de un bloque de cemento hago un
esfuerzo sobrehumano, pero cuando llego al último asiento
de la hilera de asientos me dejo caer en uno de ellos y
comienzo a llorar sin consuelo. Las lágrimas brotan sin
control empañando mi vista. Estoy bloqueada. Me agacho y
meto la cabeza entre mis brazos haciéndome una bola. Las
sienes me palpitan y la cabeza me va a estallar de dolor
mientras sollozo a media voz, no lo puedo soportar, duele...
duele mucho más que antes, más que la primera vez que
me rechazó, más que aquella tarde donde le confesé que
había ganado la apuesta y que estaba enamorada de él. La
expresión de su cara de aquel momento aparece en mi
mente y me derrumbo aún más y comienzo a mecerme de
adelante hacia atrás con la cabeza hundida bajo mis manos
y la frente apoyada en mis rodillas...
–Sorry, you can´t be here.
Abro los ojos lentamente y noto como están
semipegados. Saco mi cabeza de entre mis manos y al
momento noto el dolor de cuello y la palpitación en las
sienes. Me quedo sentada mirando a la mujer de la limpieza
que espera con paciencia agarrada a un carro lleno de
productos, bayetas y escobas.
Al principio no sé dónde estoy, pero poco a poco recuerdo
lo que acaba de pasar.
–Are you okay? –dice extrañada.
Asiento con la cabeza y me pega un pinchazo en las
sienes que hace que arrugue la cara.
–Toilets, please?
Ella señala con el brazo extendido a mi derecha.
–If you go straight you will find it.
–Thank you.
Me levanto con torpeza y camino con esfuerzo hasta los
baños. Allí me lavo la cara para despejarme y consigo que
mis ojos parezcan un mapache con un enorme cerco negro.
Suspiro delante del espejo mirándome el careto. El
maravilloso maquillaje se ha convertido en un chiste de mal
gusto.
–¿Qué más puede salir mal? -Me pregunto a mí misma
ante mi imagen reflejada.
Cojo papel y me restriego los ojos. Puedo intentarlo... Una
pequeña lucecita se enciende dentro de mi corazón. Puedo
coger otro vuelo. Serán unas pocas horas de diferencia.
Sopeso los pros y los contras lentamente.
–¿Cómo sabes que cuando llegues todo será ideal? –
pregunta mi “yo” del espejo–. Acabas de hacer el mejor
numerito de tu vida en el mostrador de facturación, Alba –
prosigue con una mueca burlona en la cara.
–Te equivocas... mi mejor actuación la ejecuté hace una
hora en el escenario del Hotel de Montecarlo –recalco y noto
cómo mi interior se revuelve inquieto.
La cara del espejo me mira satisfecha como si recordada
ese momento.
–Colosal –me dice al fin
–… Y tal magnífica actuación no ha sido en balde –la
recuerdo.
La imagen de Alba en el espejo se queda pensativa.
–¡Tengo que hacerlo! No puedo quedarme de brazos
cruzados llorando otra vez.
Mi reflejo asiente sonriente dándome su aprobación y
salgo del baño corriendo hacia los mostradores.

El primer vuelo hacia Santo Domingo sale ocho horas


después del vuelo de Jesús, así que he estado
deambulando, comiéndome la cabeza todo ese tiempo. He
conseguido que algo me entrara en el estómago y aunque
he tenido llamadas de mi hermana y de Carlos no las he
contestado. A las tres horas de soportarlas me he armado
de paciencia y les he escrito un mensaje a cada uno
tranquilizándolos, diciéndoles parte de la verdad, que perdí
el avión y estaba esperando el siguiente vuelo. Carlos me
contestó tal y como me esperaba. La delegación española
de Diro Design salía al día siguiente pronto, a las nueve de
la mañana. Quería que nos viéramos para saber cómo
estaba, gracias a Dios mi vuelo sale una hora antes. No
tengo ganas de ver a nadie. Esto se me está haciendo muy
largo... Cuando consiga llegar llevaré dieciocho horas
intentando avanzar hasta él. No tengo ni idea de qué haré
en cuanto pise suelo dominicano, mejor improvisar, nunca lo
he hecho... Siempre he organizado todo antes y la verdad
tampoco me ha ido tan bien, así que mi plan, es ningún plan
por ahora.

Nada más subir al avión pido una manta a la primera


azafata que pasa a mi lado y me hago un ovillo y me
desconecto de todo lo que me rodea. Estoy exhausta y el
sueño se apiada de mí.

Me revuelvo incómoda en el asiento del avión. Intento


descansar algo más, pero estoy tan nerviosa que no puedo
dormir. Me acomodo de un lado y al momento del otro
lado... y consigo casi sin darme cuenta que un sueño
profundo me atrape de nuevo.

Me despierto de un salto, contrariada, no sé dónde estoy


hasta que pasan unos segundos.
–Tranquila, ya quedan solo tres horas y media de vuelo.
Una vocecilla amable habla junto a mí. Es mi compañera
de asiento, una mujer mayor con todo el pelo blanco, ojos
dulces de color caramelo surcados de arrugas, sonrisa
plácida y dientes blancos a juego con su cabellera que
contrasta con su tez morena. Parpadeo varias veces ante su
imagen.
–No has sido una buena compañía, la verdad... –sonríe.
–Lo siento –digo contrariada.
Nunca me acostumbraré a hablar con desconocidos.
–Deberías estar muy cansada. Has dormido cinco horas
seguidas.
Respondo con un sí de cabeza a la vez que me recuesto
en el asiento para buscar una posición más cómoda. Como
no digo nada, continúa:
–¿Un viaje precipitado?
¡Dios! ¿Llevo escrito en la cara la historia de mi vida?
Sonrío para ser amable con esta anciana a modo de
escueta respuesta.
–Discúlpame, no me he presentado, me llamo Antonia
Santos de la Cruz.
En cuanto lo dice suelta una risa suave.
–Sí, mis apellidos son bonitos, ¿verdad?
Sus ancianos ojos me miran complacientes, parece que
disfruta con la conversación si es que se le puede llamar así.
–Nací en Santo Domingo hace más de setenta y ocho
años, por aquellos tiempos allí no había nada. El turismo
casi ni existía y pocos eran los que visitaban nuestras
playas vírgenes. Hasta los años cuarenta no comenzó a
edificarse el primer hotel de lujo, ¡imagínate! Existía la vida
en el campo, los cultivos de caña de azúcar y poco más,
pero el destino es caprichoso, niña, te lo cambia todo
cuando menos te lo esperas.
Su historia me engancha de inmediato. Su voz de
ancianita buena y dulce, sus ojos miel que miran con
curiosidad el mundo... tiene algo que me atrae como un
imán y comienzo a sentir cariño desde el primer momento
por ella.
–Tienes razón.
Sonrío entre dientes.
–Claro que la tengo, mi niña.
Vuelvo a sonreír, esta vez abiertamente mientras
escondo un mechón de pelo tras mi oreja.
–Me llamo Alba Galán y soy de Madrid.
Automáticamente ella me planta un beso en la mejilla
agarrándome suavemente por los brazos.
–Eres una jovencita adorable, un poco perdida... Me
recuerdas a mí cuando tenía tu edad... unos veinte.
–Bueno, alguno más.
Antonia hace una pausa como para recordar algo.
–Anoche hiciste una actuación divina en la subasta.
Mis ojos se agrandan y buscan los suyos
automáticamente llenos de preguntas.
–¿Estuviste en la fiesta de inauguración de Diro Design?
–¡Claro! Siempre me invitan a ese tipo de eventos. ¡Debo
quedar bien en las fotos!
Echa una carcajada de abuelita y mis ojos la examinan
con detenimiento.
Lleva una camisa blanca de cuello mao con delicados
bordados en las mangas, un cinturón fino dorado de cuya
hebilla cuelga una delicada cadenita y una falda de raso con
mucho vuelo por debajo de las rodillas con estampado de
hojas de palmeras verdes. En los pies, unas sandalias
doradas que parecen ser muy caras con un pequeño tacón
fino. No lleva joyas, tan solo un reloj con casi tantos años
como ella. Debe ser alguien importante...
–Esa cara y esos zapatos me dieron la pista cuando te
sentaste junto a mí. Estabas tan cansada que ni te diste
cuenta, te hiciste un ovillo y te dormiste en un par de
segundos... Me he pasado todo el vuelo queriendo hablar
contigo.
–Sí... Tara Moore.
–Ayer me hice con dos modelos suyos... Esa jovencita
tiene un futuro brillante.... ¡Olivia...!
Antonia se dirige a la mujer que se sienta justo delante
de ella.
–Pídeme una botella de agua, por favor. ¿Quieres tomar
algo, Alba?
–Un poco de agua está bien –digo alucinando.
–Que sean dos, por favor.
Veo cómo una mano se levanta hasta apretar el botón de
llamada del techo y una luz queda encendida
intermitentemente.
–Es mi asistente, ya estoy un poco mayor para viajar
sola. ¡Dios mío, con todo lo que he viajado por el mundo!
¡Jamás podría haberlo imaginado de niña!
–¿Has disfrutado de la vida?
–Mucho, siempre he hecho lo que no debía hacer.
Suelto una carcajada…Eso me suena...
–Pero dime... ¿Cómo se te ocurrió quedarte en paños
menores en una gala como esa? Porque eso no estaba en el
guion, de eso estoy segura.
–Es una larga historia.
Asiente complacida. Se acomoda mejor en su asiento y
se atusa la falda preparada para escuchar mi larga historia.
Así que busco las palabras adecuadas para resumirlo lo más
posible.
–El gerente de Diro Design y yo teníamos una relación. Yo
soy su secretaria personal. Bueno, era.
Me pongo algo nerviosa ante lo que implica no tener
trabajo de nuevo.
–Después de tu estriptis te despidió –hace una pausa. –
No lo debería haber hecho, tu actuación le va a reportar
muchas ventas, te lo aseguro. La gente no hacía más que
hablar de ti. Hoy saldrás en todas las portadas de Mónaco y
junto a tu foto el nombre de Diro Design, eso es publicidad a
lo grande y gratuita. Les has lanzado a la fama
mundialmente.
Mis ojos se agrandan, no puedo creerme lo que ha dicho.
–¡Yo no quiero salir en ninguna portada! Y menos así.
–Eso ya es inevitable, querida. ¡Ojalá lo hubiera hecho
yo!
Vuelve a reír con su risa de ancianita.
–Pero no te preocupes, igual que viene se va. En dos días
hablarán de otra cosa.
Creo que lo dice para quitarle hierro al asunto y solo me
queda suspirar ante algo que sé de antemano que no puedo
controlar. Como casi todo en mi vida, qué ironía.
–¿Alguna infidelidad?
Ahora soy yo la que se ríe.
–Los hombres con poder son muy caprichosos. Nunca
tienen suficiente, siempre quieren más –añade.
La azafata aparece con una bandeja y deja dos botellas y
dos vasos en nuestras mesitas.
–Gracias.
Antonia sonríe y nos miramos desbordantes de ganas de
seguir con nuestra conversación mientras que Olivia paga
las consumiciones a la azafata.
–Mis padres tenían una pequeña casita adosada en una
callecita de Higüey, era diminuta. Allí vivíamos doce
personas, ¡jajajaja! Sí, tengo nueve hermanos. Éramos seis
niñas y tres niños.
–¿Erais?
–Sí. Ya solo quedamos cinco. Yo soy la penúltima.
–Lo siento.
–Así es la vida.
Ella da unas pequeñas palmaditas sobre mis manos
entrelazadas.
–Mi padre trabajaba en un taller de coches. El único que
había en Higüey y en muchos kilómetros a la redonda.
Siempre estaba en el taller. Regresaba bien entrada la
noche cuando mi madre ya nos tenía a todos durmiendo.
Jamás la escuché quejarse, ¿sabes? Ella trabajaba durante
la recogida de la caña de azúcar y mis hermanas mayores
aprendieron rápido el arte de ser madres con sus hermanos
pequeños. Así era la vida, no se cuestionaba, era lo que
había que hacer, pero a mí aquello no me llenaba a pesar
de que mi familia era una piña y mis padres se querían a
rabiar. ¡Dios! Aún recuerdo cómo se besaban y se miraban.
¡Se comían con los ojos!
Su mirada se pierde entre la hilera de asientos
delanteros.
–Tenía dieciséis años cuando se inauguró el primer hotel
de lujo en Punta Cana. Quería trabajar allí como fuera,
quería conocer de primera mano cómo era disfrutar de la
vida, de la buena vida, del lujo. Conocer gente nueva que
me hablaran de lugares lejanos, de otras costumbres.
Necesitaba como el respirar, saciar mis ansias de aprender,
de imaginarme una vida mejor y trabajando allí podía
conseguirlo al menos de momento. ¡Imagínate cuando les
conté a mis padres mis intenciones!
La comisura de sus labios se levanta.
–Fue una conversación muy corta. Pero eso no hizo más
que acrecentar mis ilusiones. Tan solo mi hermano Ricardo
había conseguido salir de la isla y trabajar en Florida para
una empresa pionera que hacía cruceros por el mar Caribe.
Pasaba largas temporadas fuera y luego volvía por unos
pocos días para volverse a ir. Era mi ídolo, quería ser como
él.
Echo agua en su vaso y ella bebe tranquilamente por lo
que aprovecho para beber yo también.
–En cuanto pude convencí a un buen amigo mío del
colegio que tenía una pequeña moto para que me llevara.
¡Imagínate! La distancia entre Higüey y el Hotel Jaragua era
de unos 45 kilómetros. Tardamos casi dos horas en llegar,
pero lo conseguí. Dejé mi escaso currículo y a la semana me
llamaron para empezar a trabajar así que, pedí dinero
prestado a unas amigas durante un mes para poder coger el
autobús, dinero que devolví con mi primer sueldo, claro.
¡Era todo tan emocionante!
–¿Conseguiste trabajar un mes entero sin que tus padres
se dieran cuenta?
–Nooo, mis padres se enteraron a los pocos días.
Ambas nos miramos sonrientes.
–Los padres se enteran de todo, ¿verdad? -le digo
mientras recuerdo la de veces que mi madre y mi padre me
han descubierto una y otra vez.
–Por aquel entonces, Higüey era un pequeño pueblo. Todo
el mundo se conocía, si no me vieron mis padres fue algún
vecino, había ojos en todas partes.
Me inclino hacia ella llena de curiosidad.
–¿Y cómo conseguiste seguir trabajando el mes entero?
Ella cierra los ojos unos segundos y al abrirlos de nuevo
fija sus pupilas en mi persona.
–Sé que es lo que tenía que hacer, pero no me
enorgullezco de ello. Les di un ultimátum a mis padres, si no
me dejaban trabajar en el hotel me iría de casa.
Hace una pausa.
–Ahora que sé lo que significa ser madre, puedo
imaginarme el dolor que pude causar a mis padres con
aquella decisión que para mí era tan importante.
Abro los párpados imaginándome esa conversación, pero
me abstengo de decir nada, solo quiero seguir escuchando
la historia, su historia.
–Mi padre puso el grito en el cielo y zanjó la conversación
con un “si te vas, no vuelvas”. Él estaba seguro de que no
iba a ser capaz de hacerlo, pero no sabía hasta dónde
estaba dispuesta a llegar. Mi vida no era aquella. Mi vida
estaba más lejos de aquella isla que me ahogaba. En cuanto
tuve un día libre me ocupé de buscar una habitación en una
pequeña cabaña donde viví con más compañeros del hotel.
A la mayoría les resultaba imposible ir y venir todos los días.
Su cara se dulcifica al instante.
–Recuerdo el día que salí de mi casa con la intención de
no volver. Justo antes de salir por la puerta mi madre cogió
mi brazo parándome en seco. Me cogió de la mano y salió
fuera conmigo cerrando la puerta con cuidado para no
despertar a nadie. Puso un sobre doblado, sucio y muy
usado entre mis manos. “Es todo lo que he podido ahorrar”
me dijo, “de tu padre no te preocupes, yo hablaré con él. No
se lo tengas en cuenta, él solo quiere lo mejor para ti”.
Jamás olvidaré su dulce mirada y supe que todo iba a ir
bien.
Antonia posa su huesuda pero cuidada mano en mi
muslo.
–No hay mal que cien años dure, y poco a poco las aguas
volvieron a su cauce, y pude volver a Higüey para visitar a
mis padres y hermanos tal y como hacía mi hermano
Ricardo.
–Lo conseguiste.
–Era la mujer más feliz del mundo. ¡Al fin libre! Estuve
trabajando y aprendiendo como una esponja en el hotel.
Cinco maravillosos años, los cuales se me hicieron
cortísimos, pero a la vez fueron abonando mis sueños de
salir de Santo Domingo.
–Y por lo que veo, lo conseguiste.
–Me enamoré perdidamente de un cliente. Más bien, el
hijo de un cliente.
¡Dios mío! Comienzo a sentirme identificada y cambio de
posición en el asiento.
–Representaba todo lo que yo anhelaba. Era guapo,
educado, tenía gran conversación, era encantador y me
abrió los ojos a un mundo que solo podía imaginar viendo a
los clientes del hotel. Me di cuenta de que siempre buscaba
entablar conversación conmigo, sabía tres idiomas, entre
ellos, el castellano. Si me encontraba trabajando en el bar
de la piscina, él hacia lo imposible porque yo le atendiera. Si
estaba en recepción se acercaba a preguntar cualquier
tontería… y sin darme cuenta comenzamos una amistad
que duró más allá de sus vacaciones. Él pertenecía a una
acaudalada familia francesa y el último día antes de
marcharse, me regaló un beso.
Vuelve a cerrar los ojos recordando y su expresión es de
puro deleite y no puedo más que sonreír.
–Un beso envenenado de amor. Estuvimos todo un año
escribiéndonos. Anhelaba sus cartas y en cuanto las recibía,
las devorada leyéndolas una y otra vez, oliendo el papel y
memorizando sus frases.
–Tuvo que ser muy especial y muy duro a la vez.
Ella afirma con la cabeza y se toma su tiempo para
proseguir.
–Eran cartas largas de cuatro o cinco folios. En ellas me
hablaba de todo lo que hacía, de sus amigos, de fiestas, de
sus exámenes en la Universidad… de París. Era como estar
allí en cierto modo y sí, fue un año duro, un año soñado
hasta que llegó la carta en la que me decía que vendría a
verme, había terminado la carrera de arquitectura.
–¿Y lo hizo?
–Por supuesto. En cuanto vi la reserva una semana antes
no pude dormir pensando en volver a verlo.
–¡Es tan emocionante!
Ella sonríe abiertamente dejando ver una dentadura
perfecta.
–Vino con un par de amigos de la universidad también
licenciados y fue una semana loca, en la que me entregué a
él en cuerpo y alma.
–¿Os…?
–Si mis padres lo hubieran sabido…
Las dos reímos con complicidad.
–Él fue mi primer hombre y lo recuerdo con amor. Mi
cuerpo se abrió a un mundo de deseo y de placer.
–Estabas muy enamorada.
–Mucho, era todo lo que había soñado.
Antonia se para y se queda mirando su vaso de agua
como si estuviera pensando en algo. Me da que está
pensando en ese momento tan íntimo y único en la vida en
el que pierdes la virginidad. Casi no me atrevo a
interrumpirla.
–¿Y qué pasó?
Acabo insistiéndole para que siga con su increíble historia
y ella sale de sus pensamientos con una sonrisa radiante.
–El último día me lo dijo.
La conversación se detiene unos segundos donde nos
miramos y ambas sabemos perfectamente cómo continúa la
historia.
–Quería que me volviera a París con él.
–¡Oh!
–Quería que lo dejara todo. ¡Ya ves! Allí no tenía nada que
retuviera mis ganas de volar, ni siquiera el trabajo en el
hotel. Así que ni me lo pensé.
–Toda una aventura, Antonia.
–Una aventura que no me podía perder.
–¿Ni siquiera te frenó tu familia?
–No se enteraron hasta que pude llamarles dos días
después desde París. André, que así se llamaba, lo tenía
todo planeado, había tenido todo un año para idear una vida
juntos en París.
–¿Y cómo se lo tomaron tus padres?
–Me apoyaron, pero sé que lo pasaron mal.
Estoy alucinada con esta historia y no puedo creer que
algo que comienza con tantos inconvenientes y dificultades
pueda truncarse como me ha pasado a mí.
–Pero no todo fue como lo planeó.
Mis ojos se abren alucinados. ¿Es posible que en este
punto de la historia comenzara a truncarse todo?
–André pensó que le sería fácil encontrar trabajo con los
contactos de su padre. Cuando lo tuviera, alquilaríamos un
pisito en el centro de París, mientras, viviríamos con sus
padres… El problema es que ellos no sabían nada de sus
planes y cuando llegamos a su lujosa casa en una
urbanización de las afueras de París y me los presentó…
ellos no se lo tomaron muy bien.
Tengo sed, pero no quiero perder ni un segundo en beber
agua. No puedo apartar la vista de Antonia.
–¡Imagínate, su hijo se va de vacaciones para celebrar su
licenciatura y vuelve con una mulata inculta del brazo!
Pusieron el grito en el cielo, pero él no cedió ni un ápice. Fue
una situación muy embarazosa para mí. No me lo había
imaginado así, por aquella época era muy inocente, todo
era nuevo para mí.
–¿Y qué hicisteis?
–Nos fuimos de casa de sus padres. ¿Qué íbamos a
hacer? Estuvimos viviendo en una habitación alquilada
durante quince días hasta que su padre llamó a nuestra
puerta con un trabajo en un estudio de arquitectura bajo el
brazo y un piso alquilado cerca del estudio. André aceptó y
poco a poco logré hacerme con mis suegros. La relación
avanzó mucho cuando encontré un trabajo como profesora
de español. Los días en la capital del amor se pasaban
rapidísimo, estábamos como en una luna de miel
permanente. André era muy bueno en su trabajo y pronto
comenzó a ascender hasta que un día le ofrecieron un
puesto para trabajar con un reputado arquitecto en un
proyecto interesante que André no pudo rechazar y fue en
ese momento, cuando me di cuenta de que necesitaba
estudiar. Así que como el trabajo de André le ocupaba
mucho tiempo, yo lo empleé en estudiar.
–¡Vaya! Eso fue una gran idea.
–Sí que lo fue y aproveché el tiempo. En cuatro años
tenía mi título de la Universidad de la Sorbonne, ni siquiera
el idioma fue un obstáculo. Tenía tantas ganas de aprender
que no sé ni cómo pude hacerlo.
–¿En qué carrera te licenciaste?
–Diseño de interiores. Es un mundo apasionante, querida,
siempre me llamó la atención cómo los colores, los objetos y
las texturas pueden cambiar radicalmente una estancia.
Imagínate, la casa de mis padres era totalmente lo opuesto
al diseño, pero siempre admiré el ambiente de paz, relax y
lujo que emanan los hoteles de Santo Domingo.
–Suena divertido y apasionante.
–Mucho. Lo primero que hice fue darme a conocer y París
es una ciudad increíble para trabajar en diseño. Comencé
creándome un pequeño despacho en casa y en medio año
ya pude alquilar un local en una de las arterias más
importantes de París. Mi pequeña empresa marchaba, me
ocupaba mucho tiempo y esfuerzo y… me quedé
embarazada. No era el mejor momento, pero para mí la
familia es lo más importante en la vida. André se
entusiasmó mucho y su familia que por aquel entonces ya
me había ganado su respeto, organizó la boda, y ¿sabes? ¡Ni
siquiera André me había pedido que me casara con él! Fue
algo muy raro y tan rápido… Las cosas sucedieron una tras
otra sin control por nuestra parte. Mi suegra solo quería que
descansara, pero eso era imposible. Mi empresa necesitaba
mi presencia, yo ya tenía a cinco personas contratadas
trabajando conmigo y en menos de tres meses tuve un
anillo de casada en el dedo anular. Fue todo tan rápido que
ni siquiera mi familia pudo estar en la ceremonia. Todos
eran familiares y conocidos de André. La única familia que
yo aporté fueron mis cinco empleados.
–Te sentiste sola, ¿verdad?
–Mucho. Fui una novia que lloró a escondidas en su
propia boda. Sentía que mi vida volvía a estar controlada
por otras personas. Sentía que aquello era lo que siempre
había soñado, pero no como la había soñado. ¿Me
entiendes?
Asiento.
–Lo hubieras hecho de otra manera.
–Exacto.
–Y André, ¿estaba de acuerdo con todo aquello?
Antonia sabe perfectamente qué contestar, pero se toma
su tiempo.
–André estaba encantado con su recién adquirida vida. Le
encantaba su trabajo que le permitía viajar y conocer
mundo y a la vuelta tener a su mujer ideal, enamorada
hasta las trancas de él esperándole con los brazos abiertos.
–Y tener un hijo, ¿estaba en sus planes, en esa vida
idónea?
Ella asiente con la cabeza como si yo huera dado en el
clavo.
–Aquello no era un obstáculo para él. Lo supe cuando
nació Arianne.
–¿Tuviste una niña? –digo alucinada.
–Una niña preciosa, de tez blanca y ojos azules como
André y de pelo negro y rizado como el mío.
Antonia bebe agua.
–En los primeros meses de vida de Arianne, me di cuenta
de que nuestra hija era como un objeto más en su vida. Él
era como el tío que viene a visitarte y juega cinco minutos
con el bebé de la casa. No se comportaba como un padre.
Jamás le dio un biberón, jamás se levantó por la noche
cuando lloraba, nunca se preocupó si estaba enferma. Solo
trabajaba, viajaba y volvía a casa para hacerme el amor,
jugar un rato con la niña y volver a trabajar.
Aquí empieza lo malo y un escalofrío me inunda el
cuerpo.
–Yo me encargaba de todo, la casa, la niña y mi empresa.
Acababa agotada.
–¿Tus suegros no te ayudaban?
–Ellos hacían la visita de turno para ver a la niña, yo pasé
a un segundo plano, la malcriaban cuando estaban con ella
y no me sentí apoyada por ellos. Mi suegra me reprochaba
que trabajara tanto, incluso insinuó que cerrara la empresa
y me dedicara a mi hija. ¡Como si no lo estuviera haciendo!
Yo no tenía a mis padres cerca para poder tirar de ellos y al
cabo de nueve meses me fue imposible compatibilizar mi
trabajo que iba viento en popa y cada vez tenía más
proyectos, con mi faceta de madre. Tuve que cerrar la
empresa gracias al poco apoyo de mi familia política, por no
decir nada.
–¡Dios, Antonia!
–Sí.
Me da unas palmaditas suaves en la rodilla.
–Todos mis sueños, todo mi esfuerzo estaban puestos en
esa empresa.
Me quedo sin palabras. Debió sentirse muy sola, muy
poco apoyada, su familia a miles de kilómetros, sin poder
contar con su marido.
–A André, ¿le pareció bien que cerraras la empresa?
–Sí. Por aquel entonces, André estaba totalmente
centrado en su carrera profesional y vio con buenos ojos
que yo me quedara en casa cuidando de Arianne.
–¿Quería una mujer florero?
–Ahora pienso que la quería desde el primer momento. Yo
me lo tomé como una pausa, una pausa en mi trabajo para
poder disfrutar del crecimiento de mi hija. Y la verdad no me
arrepiento. Sé que la empresa me llevó mucho esfuerzo y
dedicación, pero no perderme los primeros pasos de mi hija,
su primera palabra fue “mamá” como no podía ser de otro
modo. Su primer día de cole, sus dibujos, sus lágrimas, sus
enfados, nuestros besos, sus abrazos, sus “te quiero,
mamá”, jugar con ella… Recuerdo la primera vez que la
llevé al cine y su cara de asombro, su primera vez en el zoo.
Si hubiera seguido trabajando. ¡me lo habría perdido todo,
Alba! Y eso no tiene precio.
Vuelve a palmearme la rodilla.
–Si alguna vez tienes hijos, no renuncies a ellos por nada
del mundo. No hay nada más gratificante que poder dedicar
tu tiempo a un niño que estuvo en tu vientre.
Intento imaginarme con un bebé en mis brazos, pero no
lo consigo. Imagino que aún no ha llegado mi momento. Sé
que alguna vez seré madre. Sé que quiero serlo, pero mi
vida ahora mismo es un volcán que me acaba de expulsar
con toda su furia y estoy en la cuerda floja cayendo y
cayendo y solo Jesús puede parar mi golpe contra el suelo.
–Contra todo pronóstico en cuanto dejé mi empresa, mis
suegros comenzaron a aparecer por casa, casi tenía que
echarlos.
–No me lo puedo creer –digo alucinada.
Ella sonríe recordándolo.
–En su momento lo pasé muy mal, hasta que lo solté todo
y tuvimos una acalorada discusión. A partir de ese momento
la relación se hizo tensa y encima descubrí que André me
era infiel con su secretaria.
¡Dios! No me esperaba algo así. Él fue a buscarla al otro
lado del mundo, luchó por su amor en contra de su familia…
¿Cómo es posible?
–Debió de ser un infierno.
–Fue peor. No tenía a nadie y me aferré a mi hija. Si no la
hubiera tenido no sé qué habría pasado.
Nos miramos a los ojos y puedo notar cierto brillo en los
suyos.
–André me pidió perdón por activa y por pasiva. Me dijo
que no volvería a pasar, que yo era el amor de su vida… y
no sé cuántas cosas más.
–Y le perdonaste –digo afirmando.
–Sí. Le creí. Estuvo semanas llenándome de atenciones.
Ni siquiera se fue de viaje y despidió a la secretaria.
No sé por qué esto me suena…
–En cuanto las aguas volvieron a su cauce, él volvió a
viajar y todo volvió a ser como antes y cuando digo todo,
digo todo.
La miro extrañada.
–Sí, Alba, a los tres meses me enteré de que tenía una
amiguita en Italia y otra le esperaba en Barcelona.
Mis ojos se agrandan y ella sonríe ante mi sorpresa.
–Los hombres con poder nunca tienen suficiente. Siempre
quieren más. Así es como lo aprendí.
Miro mis zapatos y toda la noche anterior se me viene
encima y estoy a punto de explotar de nuevo, pero unos
flacos brazos me acogen con calidez mientras una lágrima
me hace cosquillas en la mejilla.
–Fuiste mi heroína en ese escenario. Ojalá yo hubiera
podido vengarme como tú lo has hecho. Le has dado donde
más le duele, en su poder. Yo, sin embargo, me fui con mi
hija sin hacer ruido. Firmé todo lo que él y sus padres me
pusieron por delante. Habría firmado cualquier cosa con tal
de salir de allí y al poco tiempo con tan solo veintitrés años
y una hija de dos ya era una mujer divorciada, pero con
toda una vida por delante.
Levanto la mirada y nuestro abrazo se deshace.
–Te equivocas, Antonia, tú sí que fuiste fuerte, yo solo he
sido una loca que ha hecho lo primero que se le ha pasado
por la cabeza.
Ella parpadea despacio como asintiendo mientras arquea
las comisuras de su boca.
–Ya está hecho, mi niña. Ahora tienes un peso menos en
tu espalda para volar.
La miro con admiración y es que esta pequeña y frágil
mujer tiene toda la sabiduría que una vida libre puede
darte. Creo que ha llegado el momento de sincerarme como
ella lo ha hecho conmigo. Apenas la conozco de un par de
horas, pero ella ha vivido como a mí me gustaría hacerlo,
con su coraje, con ilusión, ímpetu y ganas de comerse el
mundo.
–Aún debo hacer otra locura.
Antonia me mira con ojos nuevos, deseosa de saber
más…
–Este verano vine por primera vez a Santo Domingo y
quedé prendada aparte de la belleza de la isla de un
hombre.
–Debe de ser un hombre muy especial.
–Lo es. Pero cuando yo le conocí no sabía nada de cómo
era su vida. Él es el dueño del hotel en el que me alojé. Al
principio no lo sabía, yo creía que era un trabajador más. Es
demasiado guapo. Es de esos hombres que te cortan la
respiración, tan educado, rebosa elegancia y saber estar… y
se fijó en mí. Un hombre así, me hablaba, me buscaba.
Estaba en una nube no podía creérmelo, pero mi hermana
me advirtió, no se fiaba de él y tenía razón.
Ella sonríe asintiendo.
–Es un hombre poderoso –sentencia–. Y si es tan guapo
como dices… lo tendrá todo a sus pies.
Sonrío también.
–No sé cómo no pude verlo, hasta que no lo tuve delante
de mis narices… estuve ciega. Mauro se acostaba con todas
las mujeres que se le antojaba.
Antonia me interrumpe.
–Espera. ¿Has dicho Mauro? ¿Del Hotel San Mauro?
–Sí –dudo.
Quizás acabe de meter la pata. La carcajada de Antonia
me deja perpleja. ¡No me estoy enterando de nada, de
nada! ¿Qué pasa?
–Estoy trabajando con Mauro en sus nuevos proyectos del
hotel.
Abro los ojos unos segundos hasta que reacciono y puedo
retomar la conversación. Antonia y Mauro se conocen.
¡Claro, ella es decoradora!
–Este viaje es para ver cómo va todo y continuar
avanzando. Me quedaré un par de meses hasta que todo
esté terminado.
–¡Dios! ¡Qué casualidad!
–Sí. Es verdad.
Ella se queda pensativa hasta que sus pensamientos se
hacen realidad.
–¡Tienes razón, Mauro está para mojar pan!
No puedo contener una carcajada y es que esa frase
dicha por una dulce y elegante ancianita es todo un poema.
–Sé que Mauro tuvo una época mala. No me estás
contando nada nuevo, pero ahora él está muy centrado y no
encaja con mi definición de hombre poderoso. Le conozco
desde que sus padres se lanzaron de lleno en el mundo
hotelero. Me contrataron para diseñar la decoración del San
Mauro y siempre tuve una relación excelente con ellos.
–Este Mauro no es el mismo que yo conocí, aunque
siempre supe que era un gran hombre, bueno y trabajador y
no me he equivocado, pero cuando le vi… con aquella
mujer… ¡follando!
Me quedo atónita por haber soltado una palabra tan soez
delante de una ancianita encantadora e intento tragar saliva
sin saber qué decir.
–Tranquila, no hay que tener miedo a las palabras… ese
no es mi estilo. Las cosas hay que llamarlas por su nombre.
Me deshincho soltando aire, qué momento más
embarazoso, ¡por Dios!
–Se había acostado conmigo una noche antes, no he
podido evitarlo, lo siento.
Niega con la cabeza y continúo:
–Lo pasé fatal, y en ese momento apareció él…
Veo la cara de Jesús ante mí y no salgo de mis
pensamientos hasta que escucho la dulce voz de Antonia.
–Esto se pone interesante.
Carraspeo. No sé cómo continuar, esta va a ser la parte
más difícil. La más dolorosa de recordar.
–Jesús es un chico muy guapo también, es… muy
atractivo. Es como un imán. Me aseguró que mis vacaciones
iban a ser inolvidables y que conseguiría quitarme la pena
que no me dejaba disfrutar. Al principio él no sabía de qué
se trataba.
–Estás muy enamorada, lo puedo ver claramente. Lo que
aún no entiendo es dónde encaja el Sr. Martínez.
Suspiro porque yo tampoco sé cómo he podido creer que
él encajaba en mi vida.
–Mauro me pidió perdón y cambió como de la noche a la
mañana. Entonces no sé cómo comencé a pasar tiempo con
uno y con otro y creé un pique entre ellos. Mauro me atraía,
no podía resistirme y Jesús se fue colando poco a poco en
mi corazón.
–Los triángulos amorosos nunca son buenos, siempre hay
alguien que sufre.
Antonia bebe de su vaso mientras espera a que continúe.
–Demasiado sufrimiento, diría yo. Esto se me fue de las
manos.
Niego con la cabeza y pego un trago a mi vaso de agua.
–Un día, Jesús y yo tuvimos una conversación
interesante. Le dije que no se enamorara de mí y él me dijo
que no se iba a enamorar, que podía controlar sus
sentimientos y al final hicimos una apuesta. Antes de que
mis vacaciones terminaran, él estaría enamorado de mí.
Hago una pausa. Una pausa necesaria para poder
continuar. Intento ordenar mis ideas a la vez que encuentro
las palabras adecuadas para poder explicarme lo mejor
posible.
–Mi último día en la isla, fue el peor de todos. Jesús me
reconoció que no estaba enamorado de mí, que no me
quería.
Como si supiera de antemano que iba a necesitar su
mano, Antonia me la tiende solícita y puedo acariciarla
entre las mías tiernamente.
–Estaba convencida de que me quería -niego con la
cabeza insistentemente –su forma de actuar de los últimos
días, sus palabras, sus gestos. Pasamos unos momentos
increíbles…
Antonia palmea nuestras manos unidas con su mano
libre.
–Creo que Jesús tenía miedo.
¿Cómo lo puede ver tan claro? Ni siquiera le he contado
detalles importantes.
–Tengo ya muchos años, querida –me contesta leyendo
mis pensamientos –estaba enamoradísimo de ti, pero tenía
miedo de que no tuvieras tus sentimientos claros. Mauro es
mucho Mauro y prefirió poner no solo tierra de por medio,
sino también tiempo.
La miro atónita.
–Ojalá te hubiera tenido allí, Antonia, para que me
hubieras abierto los ojos. Debo estar ciega completamente.
Ella sonríe satisfecha. Lo digo de corazón.
–Aunque hubiera estado allí contigo, no me habrías
escuchado.
Tiene razón. La gente que realmente me quiere me lo dijo
por activa y por pasiva y aun así… tuve que cometer mis
propios errores para poder verlo.
–Es lo que tiene el amor… Que no atiende a razones. El
amor es ciego, querida –sentencia.
–Aun así, no entendí cómo Jesús pudo ser tan cobarde.
–No lo fue, mi niña. Fue muy valiente, hacer lo que él
hizo, aun sabiendo que podría perderte… Lo arriesgó todo.
Sigo alucinando. Esta mujer es como una enciclopedia del
amor.
–No lo he entendido hasta ahora, Antonia.
–Nunca es tarde.
–He tenido que volver a caer para darme cuenta.
Ella me mira extrañada por primera vez.
–Me volví a Madrid dispuesta a rehacer mi vida y me
empeñé tanto en ello, que no supe ver más allá. Y aquí
entra en juego el Sr. Martínez.
–¡Oh, Mr. Power!
Nos reímos las dos a la vez. Me gusta el apodo que le ha
puesto a Jorge.
–Has elegido al peor espécimen para darte cuenta.
Suelta mi mano y bebe agua tranquilamente sin prisas.
–Y aunque debe haber sido muy doloroso… Creo que te
ha hecho el mejor favor de tu vida. Has conseguido abrir los
ojos y esos ojos abiertos te durarán toda la vida, te lo
aseguro.
Tiene toda la razón. A veces tenemos que pasarlo
realmente mal para aprender, pero lo que aprendes se
queda grabado a fuego y en mi caso estoy dispuesta a no
dejar escapar ni el más mínimo resquicio de esperanza.
–¿Vuelves a recuperar el amor?
Su pregunta me sorprende y es que Antonia no deja de
hacerlo. Asiento con la cabeza.
–No puedo dejar escaparlo. Esta vez no.
Mi vista se hunde en el suelo del avión, algo
avergonzada. Sé que he cometido muchos errores y sé que
esta puede ser mi última oportunidad. Tengo que ser
valiente como lo ha sido él.
–Jesús estuvo en la fiesta de anoche.
–¡Vaya! –suelta sorprendida con una gran sonrisa en la
cara –ese hombre merece la pena, niña. Vino a buscarte
cuando estuvo seguro.
Me mira con brillo en sus ojos llenos de sabiduría.
–No me lo esperaba, Antonia, fue una sorpresa en un
momento muy poco apropiado.
–Yo creo que vino en el momento exacto. Si no hubiera
sido así no te habrías dado cuenta de lo que estabas
perdiendo.
Suspiro porque me doy cuenta de todo lo que he hecho
mal. Me lo merezco. Me merezco quedarme sola por toda la
eternidad. Cojo fuerzas para continuar la conversación.
–Lo volví a rechazar.
Esta vez no lo aguanto y las lágrimas resbalan por mi
cara en silencio. Ni siquiera me sale un llanto. Son lágrimas
sordas, pero lejos de encontrar de nuevo consuelo por parte
de Antonia, ella me mira sin inmutarse.
–Cruzó medio mundo para no irse con las manos vacías,
Alba.
El silencio se cuela por primera vez entre nosotras
después de casi tres horas de charla continua.
No sé qué decirle. Sé que tiene razón. Nadie cruza el
océano para nada. Jesús estaba muy seguro de lo que hacía.
–Él se fue pensando que yo le había rechazado. Fue justo
antes de…
–De tu actuación.
Antonia termina mi frase seria.
–Estás en el buen camino, mi niña.
–¿Y si es demasiado tarde? ¿Y si me rechaza? Me lo
merecería. Me merecería todo lo malo que me ha pasado
con creces.
–¡Basta! No digas estupideces.
Su cara se ha puesto seria y su mirada me taladra el
rostro.
–Lo único que tienes que hacer es algo espectacular.
–¿Espectacular?
El letrero de abrocharse los cinturones se enciende y la
azafata nos anuncia que vamos a aterrizar.
–No me refiero al sentido literal de la palabra, sino a algo
que le sorprenda. Aunque creo que solo con verte aquí ya
será suficiente.
Me agarro al reposabrazos mientras el avión toma tierra y
no lo suelto hasta que está parado del todo. El bullicio de
pasajeros levantándose de sus asientos hace que me ponga
muy nerviosa. Mi momento se acerca por fin. No quiero ni
pensar cómo habrán sido sus ocho horas de avión,
pensando que no volvería a verme, pensando en cómo
hacer para olvidarse de todo. Sus sentimientos… Me duele
solo de pensar que le he podido hacer daño. Soy una idiota,
una idiota ciega y si me rechaza me lo tendría merecido.
Sobradamente merecido…
Mi genial acompañante no se ha movido ni un ápice. Deja
que el avión casi se vacíe antes de levantarse de su asiento.
Olivia ya está cogiendo los bolsos de mano.
–¿Quieres que te acerque a algún sitio?
El agradecimiento que siento es infinito y asiento
sintiendo un gran alivio.

Santo Domingo es espectacular. Nunca dejarán de


sorprenderme sus cálidas gentes, felices al son de la
música, sus brillantes colores que lo inundan todo, su
hermosa y abundante vegetación, el color azul turquesa de
sus cálidas aguas, la gama de colores de sus corales, los
verdes de todas las tonalidades. Es una fuente infinita de
alegría, de sentirte en las vacaciones eternas, de necesitar
respirar hondo su brisa y siento cómo todo lo que aparece
ante mis ojos me calma el alma.
Decido escribir a Sandra mientras viajo junto a Antonia y
Olivia en su coche. Necesito saber dónde está Jesús.
Hola, Sandra… imagino que a estas alturas ya estarás al tanto
de lo ocurrido en Mónaco. Necesito que me digas dónde está
Jesús, quisiera llamarlo y no quiero ser inoportuna. ¿Sabes dónde
está y si puedo hacerlo ahora? 18.27

Sandra no tarda en contestarme.

¡Hola, Alba! Qué alivio saber de ti. No sé los detalles de lo que


sucedió en Mónaco. Solo sé que Jesús llegó y se acostó durante
ocho horas. Cuando se ha levantado me ha escrito para decirme
que se iba a surfear al Malecón. No ha respondido a ninguna de
mis preguntas, sigue evasivo y la verdad, tengo miedo de que
continúe como antes de irse. El no es así. 18.28

Me siento mal. Sé que Sandra está sufriendo con esta


situación y espero y deseo que esto cambie, para eso he
venido. No me voy a rendir. No tengo nada más que perder.
Siento mucho todo esto. Espero poder ayudar
hablando con él. Gracias. 18:29

Sé que dejarla así sin decir nada no es muy alentador por


mi parte, pero no puedo decirle que estoy aquí en Santo
Domingo. Así que hago de tripas corazón y me concentro en
mis próximos pasos.
–Necesito que me dejes en el Malecón.
Antonia mira por el espejo retrovisor a Olivia que está
sentada al volante esperando órdenes.
–Rumbo al Malecón, por favor, Olivia, dejaremos a Alba
allí.
Después me mira sonriente y su mano me da unas
palmaditas en la pierna.
–Creo que ya tienes un plan.
La miro nerviosa y es que no sé realmente cómo voy a
poder deshacer todo el daño que he podido causar. No sé
cómo he podido estar tan ciega.
–Sé dónde está, pero no tengo ni idea de lo que voy a
hacer. Creo que voy a improvisar.
Ella reflexiona un momento.
–Creo que lo vas a hacer muy bien. En la subasta
improvisaste y te salió todo bordado.
Sus palabras hacen que confíe más en mí. Lo tengo que
intentar con todas mis fuerzas. Agarro su cálida mano y así
en un suspiro llegamos hasta la playa. Entramos en la calle
donde vive Jesús y el corazón se me desboca sin permiso.
Miro por la ventanilla el azul turquesa del mar con los
reflejos de los rayos del sol que simulan lentejuelas que
destellan de manera intermitente aquí y allá, la brisa que
mece las verdes hojas de las palmeras, el cielo de un azul
intenso sin una sola nube, y no puedo dejar de pensar que
Jesús está allí, a escasos metros de mí en esta playa
maravillosa.
–Gracias por todo.
Antonia me mira sonriente mostrando las arrugas de
felicidad en su rostro. No me ha soltado la mano y siento
una felicidad enorme de haberla encontrado en este
momento de mi vida.
–Olivia, por favor, acércame una tarjeta de visita.
Olivia rebusca en su bolso y saca una tarjeta que me
entrega con una mueca de satisfacción. La leo y la guardo
en mi bolsillo trasero del pantalón. Antonia también le pide
que tome nota de mi número de teléfono, así que se lo dicto
mientras ella lo apunta en su smartphone.
–Todo va a ir sobre ruedas… Por todo lo que me has
contado, pienso que estáis hechos el uno para el otro y te lo
dice una entendida en la materia.
Agradezco de corazón sus ánimos y creo que puede tener
razón, que todo esto puede terminar bien. He llegado hasta
aquí, no puedo rendirme. He venido sin nada, sin trabajo,
sin maleta, sin dinero, sin certezas, pero con toda mi
esperanza. Los ojos se me humedecen.
–Debo estar hecha un asco –logro decir en un hilo de voz.
–Bueno, creo que podemos hacer algo al respecto.
Esta vez es ella la que busca dentro de su elegante bolso
con resolución. Saca una bolsita de toallitas
desmaquillantes.
–Estas toallitas son increíbles, toda mujer debería llevar
unas en el bolso. Obran milagros.
Me las tiende junto con un pequeño espejo dorado. Lo
abro y me miro. Estoy horrible, Dios mío, ¿cómo voy a
presentarme ante Jesús con esta cara de zombi viviente?
Tengo los ojos con restos del increíble maquillaje que me
hicieron en Mónaco, ojeras y un aspecto, cómo lo diría…
raro. Mi maravilloso peinado efecto mojado, ha dejado de
serlo. En su lugar parece que acabo de levantarme tras una
noche interminable de juerga y desenfreno, nada más lejos,
claro. Saco una toallita que huele a gloria y la paso por mis
ojos con esmero y bueno, parece que la cosa no va nada
mal. Los restos de maquillaje de mis ojos han desaparecido
y lo que pensaba que eran unas ojeras son solo restos
grisáceos de rímel. Cuando creo que he quedado bastante
presentable, Antonia vuelve a sorprenderme.
–Tienes juventud, y eso es la mayor belleza que la
naturaleza nos puede dar.
Con su dedo pulgar e índice coge mi barbilla y me
inspecciona la cara con detenimiento mientras me habla.
–No obstante, un poco de ayudita siempre viene bien.
Saca de su bolso un labial y una máscara de pestañas.
–Unos pequeños toques en las pestañas y un poco de
brillo en los labios y estarás prefecta.
Sin perder tiempo levanto el espejo y me maquillo las
pestañas ligeramente. Abro el labial, que realmente es una
barra hidratante de labios y me lo paso por los labios
suavemente.
Antonia sopesa el resultado y con sus delicadas manos
me alborota el pelo colocándolo a su antojo hasta que
queda satisfecha.
–Eres muy bonita, Alba. Tienes unos ojos del mismo color
que el mar caribeño. Te lo habrán dicho muchas veces.
Me sonrojo al instante. No creo que sea para tanto.
–Cualquier hombre se moriría por besar esos labios tan
carnosos y sensuales que tienes.
Como siga así mis mejillas van a explotar. ¡Arrrg! Nunca
me acostumbraré a los cumplidos.
–Y tienes un gran corazón. Eso es lo primero que se ve en
tu cara.
Le sonrío.
–Eres muy amable. Soy una perfecta desconocida para ti
y, sin embargo, aquí estás animándome y apoyándome
incondicionalmente.
–Mi niña, cuando tienes mi edad no puedes esperar a
consolidar las cosas, ya no tienes tanto tiempo como antes.
–Te entiendo, y que conste que no me estoy quejando, al
revés, te lo agradezco.
–Bueno. ¡A por todas!
Le doy un beso en la mejilla y siento que por un lado no
quiero que este momento se acabe y enfrentarme a la difícil
tarea que se me avecina y es posible que lo esté alargando
sin darme cuenta.
–Sin arriesgar, no hay premio.
Parece que me ha leído el pensamiento. Tomo aire y abro
la puerta del coche. Cuando estoy fuera antes de cerrarlo,
me inclino hacia dentro.
–Gracias de nuevo, Antonia, y gracias también a ti, Olivia.
Ambas asienten encantadas.
–Quiero ser la primera en saber que sois de nuevo pareja.
–Serás la primera, Antonia, no lo dudes.
Antonia acerca su mano a la mía y deposita dos billetes
de 50 dólares.
–No puedes andar por Santo Domingo sin dinero.
La miro atónita.
–No lo puedo aceptar…
–Claro que puedes.
Y esta es la única vez que escucho su voz en un tono más
autoritario.

Me quedo esperando a que el coche gire en la calle y


desaparezca de mi vista, y solo entonces decido dirigir mis
pasos hacia la arena. No tengo ni idea de por dónde
empezar. Primero tengo que encontrarlo y no sé cómo voy a
hacerlo. Localizarlo en una playa tan grande puede no ser
tarea fácil. Decido que sería buena idea caminar junto a la
orilla para poder divisar los grupos de surfistas. Así que me
apoyo en una farola y me quito los maravillosos zapatos de
Tara Moore. Son realmente increíbles. No me han hecho ni
una sola rozadura. Recuerdo nuestra conversación en la
terraza del hotel y sonrío para mis adentros. Sin ella, aún
viviría en una mentira continua. Aún estaría ciega a todo y a
todos. ¿Quién lo iba a decir? Tara, esa extraña extravagante,
ha sido mi salvación. Lo cierto es que tengo muchísima
suerte, en poco tiempo he conocido a gente increíble que
me han dado tanto… solo unos pocos se han dedicado a
hacerme daño. Marta, Jorge… sacudo mis pensamientos y
comienzo a andar enérgicamente por la arena, no pienso
perder ni un solo segundo en pensar en ellos. No merece la
pena. Ya no forman parte de mi vida. ¡Gracias a Dios!
El sonido de voces de un grupo de personas me saca de
mis pensamientos. Me paro cautelosa. Es un grupo de
chicos y chicas que están sentados juntos bajo la sombra de
un grupo de palmeras. Conversan animadamente rodeados
de algunas tablas de surf. Me paro e intento disimular
mirando mi teléfono móvil. Con el rabillo del ojo puedo
observar a cada uno de ellos. Hay dos chicas sentadas
juntas, ambas morenas que hablan animadamente. Deben
ser el centro de atención porque todos los demás las miran
e interactúan con ellas. Una tiene el pelo rizado y largo y la
otra lo tiene liso, abundante y muy largo. Pongo toda mi
atención en ella, es la típica chica que podría hacer un
anuncio de champús. Tiene un pelo precioso. Ambas se ríen
a carcajadas. La chica del pelo rizado lleva un bikini amarillo
chillón y la chica anuncio lleva un top negro de manga corta
de neopreno y la parte de abajo de un bikini negro también.
Hay unos cuatro chicos… todos cortados por el mismo
patrón, pelo desenfadado, cuerpos bronceados cincelados
en el gimnasio y bañadores surferos. Todos deben tener más
o menos mi edad. Deben rondar entre los veintitrés y
veintiséis años. Ninguno es Jesús. Decido seguir mi camino
y percibo cierto nerviosismo en mi pecho. Podría
encontrarme con él en cualquier momento. Paso junto a
ellos y puedo escuchar sus conversaciones y sus risas
mientras beben de unas latas de cerveza. La chica de pelo
rizado y uno de los chicos que está junto a ella me miran
durante unos segundos cuando paso cerca. Les sonrío con
una mueca corta de mi boca y decido acercarme a la orilla a
otear el mar. Cuando mis pies tocan el cálido mar Caribe
consigo calmarme un poco. Es una delicia estar aquí de
nuevo y poder disfrutar de esta isla. El sol está empezando
a ponerse y necesito poner una mano delante de mis ojos
para poder ver más allá, dentro del agua. Hay dos grupos
distintos de gente haciendo surf. Están mucho más adentro,
lejos de los bañistas, aunque cuando surge la oportunidad
de coger alguna ola decente, acaban en la orilla. A esta
distancia se me hace imposible diferenciar nada y menos
con el sol de cara. Sigo caminando hasta que tengo que
parar de golpe. Un chico con una tabla de surf se desliza
rápidamente junto a mí y casi me arrolla, pasa gritando y
riéndose a la vez por la adrenalina. Cuando su tabla se
encalla en la arena la agarra con fuerza bajo su brazo
izquierdo y comienza a caminar hacia mí con una sonrisa
perfecta en su cara.
–Disculpa, no quería asustarte. ¿Te he mojado?
–Oh, no me has mojado, tranquilo.
El chico me mira abriendo los ojos.
–¡Estás empapada!
Echo mi vista hacia abajo y mis pantalones, bueno, mejor
dicho, los pantalones de Stefan están completamente
salpicados de agua.
–No pasa nada, enseguida se secarán.
–No eres de por aquí, ¿verdad?
Me quedo un poco contrariada con su pregunta. Es un
chico de cara amable, mulato con largos rizos ensortijados
que le caen goteando agua por la frente.
–Acabo de llegar.
Me quedo un momento con una idea en la cabeza.
–Estoy buscando a alguien, me han dicho que estaba
aquí haciendo surf.
–¿Cómo se llama? Quizás le conozca –dice divertido.
–Se llama Jesús. Jesús Baeza.
Él levanta las cejas pensativo.
–Lo siento…
–No pasa nada, tenía que intentarlo.
Me desinflo, aunque yo misma sabía que había pocas
posibilidades.
–Bueno, espero que lo encuentres.
Y antes de terminar la frase sale corriendo por la orilla.
–¡Y perdona de nuevo por mojarte! –grita según avanza.
Sigo caminando durante quince minutos más, fijándome
en cada persona que se cruza conmigo, en los grupos de
personas que aún se bañan cerca de la orilla, en las
personas que pasean, en los que están tomando el sol… en
las parejas acarameladas… nada. Ni rastro. Decido volver
sobre mis pasos, tiene que estar aquí, en algún lado.
Desecho la idea de volver a preguntar a Sandra, no tendría
sentido, debo seguir buscando. Como último paso podría
presentarme en su casa. Al cabo de un rato, vuelvo al punto
de partida. El grupo de surferos aún continúa en el mismo
sitio, aunque ha crecido en número. Me fijo despacio desde
una distancia prudencial. Ahora son seis chicos y las
mismas dos chicas de antes. La chica anuncio, ha cambiado
de sitio, ahora está en medio de los chicos y justo enfrente
de su amiga. Siguen riendo. Entonces ella y el chico a su
derecha se levantan y parece que se despiden de los demás
y es entonces cuando me doy cuenta, ¡¡es Jesús!! Me fijo en
él, en sus movimientos, sus gestos, mientras que la
respiración se me entrecorta y noto que me falta el aire y
empiezo a respirar con fuerza. ¡Para, Alba, estás
hiperventilando! Se mueve lentamente para recoger su
tabla de surf. Lleva una camiseta de neopreno negra ligera
de manga larga que se ajusta perfectamente a su cuerpo y
un bañador a medio muslo de rayas grises y blancas
horizontales. La chica le sigue entusiasmada muy de cerca,
le agarra el brazo y le sonríe constantemente moviendo su
cabeza de manera exagerada para que su pelazo, flote en
graciosos movimientos. Él habla un momento con ella, se
pasa la mano por el flequillo despeinado y, a continuación,
se acerca a otra tabla de surf más pequeña y la coge. Es la
tabla de ella.
El corazón me late descarriado. ¿Qué esperabas, Alba?
¿Que estuviera llorando en su piso junto a una caja de clínex
mirando el móvil cada dos por tres por si recibe algún
mensaje tuyo? ¿Que siguiera en esa vida agonizante para
siempre? ¿Esperas que suspire por ti eternamente? Ya te lo
dijo claro, si lo rechazabas… no volvería a molestarte. Lo sé,
quizás esperaba que no hubiera vuelto tan fácilmente a la
rutina y a la vida. A relacionarse con otras mujeres. ¡Dios
mío, debo mantener la calma! Debe ser solo una amiga.
Mis pies se mueven para seguirlos en la distancia. Van
juntos uno al lado del otro. La chica anuncio no deja de
hablar y reír, está pletórica. ¡Sí! Se le nota que está
encantada de estar a solas con Jesús. ¿Y tú, Jesús? ¿Estás
encantado de estar a solas con la chica anuncio? No puedo
verle la cara. ¡Arrrg! Cruzan la calle después de mirar a
ambos lados y cerciorarse de que no viene ningún coche. Y
puedo ver perfectamente cómo ella le agarra el brazo
cuando cruza. ¡Y ahora, es cuando Jesús le da la tabla de
surf a su dueña y ella se va en dirección contraria! Pero no.
Ambos se quedan un momento hablando justo delante del
portal de Jesús. No puedo creer lo que ven mis ojos… Se
están despidiendo, tranquila, Alba… Realmente no sé qué
hacer, estoy paralizada. Decido cruzar la calle y plantarme
delante de él, para eso he venido aquí, ¿no? ¡Pues adelante,
Alba! Y en cuanto hago el movimiento para salir de la arena
y pisar la acera, veo cómo ambos se meten en el portal. La
respiración se me corta y tengo que sentarme en el muro
que separa la arena de la calle. Intento controlarme y no
dejarme llevar. Sé que no es bueno sacar conclusiones
precipitadas. ¿Haría Jesús algo así? ¿Invitaría a su casa a
una chica anuncio doce horas después de decirme que me
quiere? Las palabras, chica anuncio me queman en la
frente. ¡No vayas por ese camino destructivo, Alba! Me miro
las manos con los zapatos de Tara y el móvil agarrándolos
fuertemente. Tengo un nudo en el estómago que me
provoca un dolor agudo, y decido acercarme al primer
chiringuito que veo. Pido una bolsa de patatas fritas y un
refresco, lo pago con el dinero que me ha dado Antonia y
me siento en una de las mesas en la arena. Abro la bolsa y
comienzo a comer compulsivamente, no me había dado
cuenta del hambre que tenía hasta ahora. Llevo una
eternidad sin probar bocado. ¿Qué hago?... Estoy hecha un
flan. Debería subir y llamar a su puerta. Bebo directamente
de la botella de cristal del refresco, aunque el camarero ha
dejado un vaso lleno de hielo en la mesa. Sé que tengo
miedo de encontrarme con una situación que ya he vivido y
no podría aguantarlo de nuevo, no con Jesús. Sé que esa
posibilidad está ahí. Miro el reloj, han pasado ya quince
minutos. Eso realmente no sería nada espectacular como
Antonia me dijo que hiciera. Mi esperanza de improvisar se
desmorona ante mis ojos, debería haber pensado en un plan
A, un plan B, un plan C… Decido esperar, sé que no
aguantaría verlo en la cama con otra. No podría soportarlo,
así de sencillo. Cuando acabo toda la bolsa de patatas y mi
refresco, miro el reloj, treinta minutos. No puedo quedarme
aquí parada así que decido caminar por el paseo. Camino
por delante de la fachada principal del edificio donde vive
Jesús y puedo ver las tres hileras ascendentes de las
terrazas acristaladas de los apartamentos. Si la memoria no
me falla, la terraza del apartamento de Jesús sería la del
medio. Cuento los pisos hasta el número diecisiete. Todo
parece normal, no hay nadie en la terraza y este hallazgo no
sé si me tranquiliza o me inquieta. Si no están en la terraza,
el apartamento de Jesús tampoco tiene muchos más sitios,
el salón-comedor, o el dormitorio-baño. ¡Dios, eso es un
50 % de posibilidades de que se encuentren en el
dormitorio! ¡Arrrg! No aguanto más.
Cojo aire, necesito pensar con claridad y comienzo a
caminar de nuevo. El alboroto de un grupo de niños de unos
siete u ocho años que caminan hacia mí, hace que una
fugaz idea se cruce por mi cabeza como un rayo. Puedo
intentarlo, no tengo nada que perder.
–Hola, chicos –les digo cuando llegan a mi altura.
Ellos se paran extrañados. Son cinco.
–¿A alguno de vosotros le gustaría ganarse unos dólares?
Al momento el más bajito de los cinco levanta la mano
saltando hacia mí y adelantándose a todos sus amigos.
Buen chico, pienso. Ser el más menudo te ha hecho
espabilar rápido, ¿eh? Justo lo que necesito. Rebusco en los
bolsillos delanteros de mi pantalón vaquero. Tengo
exactamente 88 dólares. Cojo un billete de veinte y lo agito
en el aire.
–Ven, sígueme.
Regreso al chiringuito donde he comido mis patatas y mi
refresco. No solo me sigue el niño bajito, sus cuatro amigos
no se han separado ni un ápice de nosotros. Sonrío para mis
adentros. Le pido al camarero cinco bolsas de patatas más y
otros cinco refrescos. Pago y lo reparto entre los cinco niños
que no esperan ni una milésima de segundo en abrirlas y
empezar a comer, no antes de darme las gracias.
–¿Podría dejarme una hoja de papel y un bolígrafo, por
favor?
–Tendrás que usar una servilleta –dice el camarero
mientras con una sonrisa coge un bolígrafo que tiene sujeto
en su oreja derecha y me lo tiende.
–Gracias.
Lo cojo y localizo un servilletero. Saco una servilleta.
–¿Cómo te llamas? –le digo al niño espabilado.
–Félix –dice resuelto sin dejar de masticar patatas fritas
en su boca.
Enseguida se me dibuja una sonrisa de oreja a oreja en
mi cara. Tiene una carita redondita con unos grandes ojos
oscuros almendrados salpicados de largas pestañas negras
como el azabache. Su pelo es moreno y aunque lo lleva muy
corto puede adivinarse que tiene un bonito pelo ensortijado.
Cuando sonríe, dos hoyuelos se forman a los lados de su
boca.
–Félix… –le digo mientras cojo el bolígrafo y comienzo a
escribir en la servilleta–. Necesito que vayas a ese edificio.
La segunda torre de las cinco empezando por la derecha.
Félix mira en la dirección donde apunta mi bolígrafo y
asiente. Los cuatro amigos nos rodean al momento
escuchando nuestra conversación.
–Tienes que subir al piso diecisiete, puerta siete.
–Diecisiete, siete –apunta el niño que está justo a mi
derecha mientras le pega un sorbo a su botella de refresco.
Félix le mira con cara desafiante.
–Te acompañamos –dice otro de los niños.
Noto cierta tensión entre ellos. Mi intención no era
precisamente que se enfadasen.
–Bueno, Félix… –digo sonriente–. Hacer este recado
acompañado de tus mejores amigos es mucho mejor que
hacerlo solo, ¿no crees?
Félix lo sopesa un rato y asiente al fin contento.
–Bien –prosigo–. Debes llamar a la puerta y entregar esta
nota.
Félix mira cómo la doblo todo lo que puedo hasta que
acaba reduciéndose a un cuadrado pequeño.
–No a cualquier persona, solo a un chico que se llama
Jesús.
Cojo sus manos pringosas de patatas, se las limpio con
otra servilleta y le entrego la nota cerrando su mano.
–Solo a Jesús –le digo subiendo las cejas–. A nadie más.
¿De acuerdo?
Lo miro fijamente a los ojos.
–Segunda torre por la derecha, piso diecisiete, puerta
siete, Jesús.
–Muy bien, buen chico.
–¿Y si no hay ningún Jesús? –me pregunta otro de los
niños.
–Bueno, en ese caso debéis volver aquí con la nota y
decirme que no la habéis podido entregar. Pero estoy segura
de que Jesús sí va a estar.
Cojo el billete de 20 dólares y se lo meto en el bolsillo
delantero de su bermuda y me acerco a su oreja para
susurrarle:
–Yo creo que deberías invitar a tus amigos con este
dinero.
Al momento me mira perplejo, pero no me rechista. Miro
el reloj, ya ha pasado una hora completa desde que han
subido los dos juntos. Si yo no puedo subir… Félix lo hará
por mí.

Los niños corren en grupo para cruzar la calle hasta el


otro lado. Continúan un trecho hasta pasar por delante de la
segunda torre del Malecón.
–Es aquí –dice uno de ellos a Félix y parándose en seco.
Félix lo mira con cara de pocos amigos.
–Ya lo sabía.
Empuja la puerta y entran al gran hall.
–Por aquí –grita y sale corriendo hacia los ascensores.
Cuando las puertas se abren, el grupo entero entra en el
ascensor.
–¿Crees que encontraremos a ese tal Jesús?
–Pues claro que sí.
Todos se quedan mirando la pantalla que indica los
números de piso que pasan según el ascensor sube.
–¿Leemos la nota?
Félix los mira con cara de pocos amigos y aprieta más la
mano sobre la servilleta arrugándola.
–¿Crees que será una carta de amor?
Todos se destornillan de la risa, incluido Félix.
–Me da igual, solo sé que he ganado veinte dólares.
Las puertas del ascensor se abren de par en par al llegar
al piso diecisiete. El grupo se adentra por el pasillo hasta
quedarse parado delante de la puerta número siete.
–Es aquí –dice uno de los niños.
Los cinco se arremolinan frente a la puerta blanca con
una placa dorada con el número siete colgada encima del
timbre. Félix se estira la camiseta y toca el timbre con
decisión.
Al cabo de unos segundos la puerta se abre y una
impresionante chica anuncio aparece ante sus ojos. Todos
se quedan sin palabras mirándola de arriba abajo con las
bocas medio abiertas, pueden ver cómo su pelo se mueve a
cámara lenta, su delgado cuerpo en bikini, su sensual cara…
–¿Está Jesús? –consigue decir Félix después de unos
segundos sin reaccionar.
–Sí, Jesús, queremos hablar con Jesús –dice uno de sus
amigos con tono exigente.
La chica anuncio los mira sonriente pese a no entender
nada.
–¿Y quiénes sois vosotros? –pregunta con curiosidad.
–Tenemos una nota para él.
–Ssssshhhh.
Félix regaña a su amigo de inmediato.
–¿Una nota? ¿De quién? –dice extrañada.
–De una chica.
–¡¿Te quieres callar?!
Félix lo mira realmente enfadado.
–Podéis dármela a mí, yo se la daré.
Ella alarga su delgado brazo con la mano extendida.
–Lo siento, pero no –dice con decisión Félix.
La chica anuncio lo mira irritada y a punto está de cerrar
la puerta, pero una voz masculina les llega desde dentro.
–¿Quién es?
La chica anuncio se limita a mirarlos incrédula sin saber
qué contestar hasta que aparece un chico alto junto a ella
en el marco de la puerta.
–¿Eres Jesús? –dice tímidamente Félix.
Jesús lo mira extrañado…
–Sí y… ¿Tú quién eres? –dice con cara sonriente.
Ambos se miran con la misma expresión de curiosidad en
sus caras.
–Soy Félix –le contesta resuelto y contento de haber
encontrado al misterioso Jesús.
–Creo que nos están tomando el pelo, Jesús, son solo
unos niñatos.
La chica anuncio hace ademán de cerrar la puerta
mientras Jesús la mira extrañado.
–¡No! –grita Félix con los ojos muy abiertos y apoyando la
mano en la puerta para que no se cierre–. Tengo una nota
para ti.
Extiende su mano abriéndola. Jesús mira lo que le parece
ser una servilleta arrugada y duda un momento.
–Me la ha dado una chica en la calle para ti.
Jesús suelta una carcajada.
–Me tomas el pelo.
–Cógela.
Jesús coge el gurruño y comienza a abrirlo como puede
para no romperlo.
–¿Y dónde está esa chica?
Los cinco chicos comienzan a reírse y salen corriendo
dejándoles con la palabra en la boca.
–Te lo dije, es una broma –sentencia la chica anuncio
cerrando la puerta.
Jesús se queda junto a la puerta abriendo la servilleta.
Hay algo escrito con bolígrafo azul. Frunce el ceño y se
acerca a la isla de la cocina y extiende lo mejor que puede
la servilleta de papel.
–Vamos, Jesús. ¿Por qué no vienes aquí junto a mí?
La chica anuncio posa su delgada mano sobre el sofá
chaiselong. Jesús ni le contesta, está tan intrigado con la
nota que ni siquiera la oye.

Alguien me enseñó a fuego que si quieres algo debes ir


a por ello con decisión. Alguien me enseñó una vez que
no hay que rendirse…

–No puede ser… –musita a media voz.


Parpadea varias veces indeciso y sale corriendo a la
terraza sin perder un segundo.
–¿Dónde vas?
La chica anuncio lo mira extrañada. Jesús se acerca
rápidamente a la barandilla de cristal. Recorre el Malecón de
arriba abajo posando sus ojos en los transeúntes uno a uno.
No consigue distinguir bien. Sale de la terraza y entra en el
salón como un huracán.
–Lo siento, me tengo que ir –le dice a la chica anuncio
que le mira expectante y con cierto grado de incredulidad.
Jesús coge la tabla de surf de la chica anuncio y abre la
puerta invitándola a salir impaciente.
–¿A dónde vamos?
–Lo siento, me ha surgido algo importante. No puedo
explicártelo ahora.
La chica anuncio está de pie con los brazos cruzados
sobre el pecho claramente enfadada.

No puedo parar de andar de un lado para otro mirando el


reloj. Han pasado cerca de diez minutos… ¡Dios mío! ¿Qué
habrá pasado? Quizás estén en su cama y hayan decidido
no levantarse a abrir. Quizás la chica anuncio se haya hecho
con la nota quedándosela. Quizás los niños me han tomado
el pelo y se han ido sin hacer el recado. Quizás Jesús ha
leído la nota y no le ha dado importancia…. Noto cómo mis
ojos se humedecen… Quizás sea tarde…muy tarde…
Un movimiento hace que gire mi vista hacia el portal de
Jesús. Los cinco niños salen corriendo jugando y riéndose
unos con otros. Sin pensarlo dos veces salgo corriendo hacia
ellos, pero el grupo de niños desaparecen en la primera
bocacalle.
–¡Félix! ¡Félix!
Ninguno se da la vuelta para contestarme.
¡Dios, y ahora qué! Aclaro mis pensamientos, sin duda
han entregado la nota, si no, habrían venido hasta mí como
les dije. Me quedo mirando el portal en la distancia. Las
puertas están cerradas y no se aprecia ningún movimiento.
Tiene que bajar… ¡Jesús, por favor, aparece! Empiezo a
pensar que esa idea improvisada no era una buena idea y
es entonces cuando la puerta de cristal del portal se abre. El
corazón se me para, y allí está Jesús mirando hacia ambos
lados de la calle. La chica anuncio aparece tras él
contrariada. Son unas milésimas de segundo, pero soy
capaz de fijarme en un sinfín de detalles. Ella sigue con la
misma ropa, su camiseta de neopreno y su bikini, pero Jesús
se ha cambiado de ropa. Lleva unos vaqueros negros,
zapatillas deportivas negras con la suela blanca, una
camiseta blanca y encima una camisa de manga larga con
print verde camuflaje, y eso solo puede significar una cosa…
Se ha duchado. Se ha duchado mientras una mujer estaba
en su piso… Las imágenes de mi primera visita a su casa se
agolpan en mi mente sucediéndose a cámara rápida… Han
pasado una hora juntos, una hora en la que él se ha
duchado… ¿Se habrán acostado juntos? Noto cómo el
corazón late de nuevo lento sin prisa como si le costara
trabajo… y en ese momento nuestras miradas se
encuentran. Jesús se queda un momento parado mirándome
fijamente sin reaccionar, dudando. Tomo aire, no sé cuánto
tiempo llevo reteniendo la respiración. ¡Este es tu momento,
Alba!… Aquí se decide todo.
Jesús tira la tabla de surf sin miramientos. Simplemente
la deja caer de cualquier modo y cae al suelo haciendo un
ruido sordo. Sin apartar la vista de mi persona y tras un
segundo que se me hace eterno emprende un sprint.
Aunque corre hacia mí a toda velocidad con toda la potencia
de sus piernas, yo lo veo a cámara lenta como cuando en
una carrera de atletismo te ponen las imágenes repetidas
de la llegada a meta y mi cuerpo reacciona y echa a andar
hacia él. Justo antes de llegar hasta mí, se para en seco a
dos pasos y me recreo en su cara, sus fuertes cejas que
enmarcan sus verdes ojos resaltados por una hilera de
negras pestañas… El perfecto ángulo de su mandíbula y sus
labios carnosos… Su barba de tres días y su piel canela.
Está tan guapo como siempre.
–¡¿Alba?!
Frunce el entrecejo mientras su pecho sube y baja
acompasando su entrecortada respiración. Su reacción me
pilla por sorpresa…
–Llegué justo al aeropuerto cuando ibas a despegar y
tuve que esperar al siguiente vuelo.
Me quedo esperando su reacción una eternidad. Mueve la
cabeza de izquierda a derecha, negando.
–¡¿Estás aquí?!
Sonrío nerviosa…
Me mira de arriba abajo con una mirada de incredulidad y
por fin acorta la distancia que nos separa y despacio abre
sus brazos alrededor mío y me abraza lentamente con
cautela, juntando su cuerpo al mío, acogiéndome en su
pecho y siento su calor. Puedo sentir claramente su corazón
latiendo fuertemente, alocado. Miro por detrás del hombro
de Jesús y no veo ni rastro de la chica anuncio ni de su tabla
de surf.
–¿Acabas de aterrizar? –dice al fin sin separarse de mí.
–Llevo dos horas buscándote por la playa.
Nos separamos lo suficiente para tener contacto visual.
–¿Tu equipaje?
Sus preguntas me extrañan, ni siquiera me ha besado…
–He venido con lo puesto…
Sus verdes ojos se abren discretamente intentando
comprender y me hundo en su inmenso color.
–No necesito nada más. Solo te necesito a ti –añado.
Y como un acto de acción-reacción, sus labios buscan los
míos con desesperación. Me besa con fuerza. Me agarra la
cabeza por la nuca para juntarme más a él. Me aprieta con
firmeza y puedo escuchar su respiración profunda, casi
desgarradora. Respira con energía, rápidamente. Su boca se
abre y su lengua me colma. Es un beso lleno de angustia, de
añoranza, de deseo… y una lágrima recorre mi mejilla en
una carrera desenfrenada en busca del abismo. Solo el pito
insistente de un coche nos devuelve a la realidad. Estamos
en medio de la calle, obstaculizando el paso. Jesús tira de
mí hasta el otro lado de la acera y un coche amarillo chillón
cruza ante nosotros mientras sus ocupantes nos silban.
–Debes estar agotada.

No me puedo creer que esté aquí de nuevo. Cuando Jesús


abre la puerta de su apartamento comienzo a inspeccionarlo
en busca de alguna señal que me indique si en la hora que
ha estado con la chica anuncio a solas ha podido pasar algo.
Pero todo lo que me alcanza la vista está normal. Me
detengo en la servilleta arrugada sobre la isla de la cocina.
–Cuando he leído esa nota, ha sido algo tan repentino y
extraño…
La voz de Jesús me saca de mis pensamientos.
–¿Quieres tomar algo? ¿Tienes hambre?
Lo noto algo nervioso, está dando vueltas por la cocina
abriendo los armarios y la nevera.
–Solo agua. Por favor.
Coge solícito una botella de agua, la abre y me la tiende.
–¿Quieres un vaso?
Niego con la cabeza.
–Ven, siéntate.
Esto me está resultando muy extraño… No esperaba algo
así. No esperaba que fuera todo tan frío… En mi mente toda
esta pesadilla acababa como en un cuento de hadas, con el
príncipe besando a la princesa viviendo felices y comiendo
perdices, pero esto es la realidad.
Jesús se coloca de rodillas apoyándose sobre sus talones
entre mis piernas. Se pasa la mano por el flequillo y me
mira a los ojos muy serio.
–Quiero que escuches lo que tengo que decirte con
mucha atención, Alba.
El corazón me trota de nuevo. Estoy tan nerviosa que
tengo que dejar la botella en la mesa antes de que se me
caiga entre mis manos.
–No quiero que me interrumpas, hasta que termine, ¿de
acuerdo?
Creo que no soy capaz de articular palabra. Ya me
imagino cogiendo un avión de vuelta a Madrid… Asiento con
la cabeza temerosa.
–Ganaste la apuesta, Alba.
Hace una pausa para mirar mi reacción.
–La ganaste desde el primer momento en que te vi en la
playa caminando junto a tu hermana. No sé qué me pasó,
me embrujaste…
Vuelve a colocarse el flequillo con la mano y luego coge
mis manos. Las tiene frías.
–Sabes que tuve una mala experiencia. Y esa experiencia
marcó mi vida. Marcó mi forma de relacionarme con las
mujeres. Me prometí no volver a pasar por algo así, aunque
eso implicara no volverme a enamorar. Y lo conseguí
durante muchos años, pero apareciste tú. No tuviste ni que
abrir la boca. Antes de que dijeras hola al grupo… yo…
Aprieta los labios nervioso.
–Recuerdo la impaciencia que sentí. No podía esperar ni
un segundo para hablar contigo, para saber tu nombre, pero
Rubén no nos presentaba y hablaba y te presentaba a
otros…
No deja de mirarme con el ceño fruncido.
–Yo ya no podía dejar de mirarte. Eres un imán para mí,
Alba. Jamás me había pasado algo así. Cuando tocaste la
guitarra en mi regazo… Cuando toqué tus manos… Fue tan
especial… pero te echaste a llorar y me sentí perdido, y
supe que algo estaba mal. No sabía qué era. Me sentí tan
frustrado. Acababa de conocer a la mujer más maravillosa
del mundo y, sin embargo, estaba llorando junto a mí.
Noto que sus ojos brillan.
–Y mi alma… No sé cómo explicarlo. Necesité curarte,
sanarte, eras tan frágil… y te besé. Nuestro primer beso.
Sonríe de medio lado.
–No sabes la de veces que he recreado en mi mente ese
primer beso, Alba. Fue como ningún otro antes, y en cuanto
lo hice, supe que no iba a poder parar… Necesitaba otro y
otro, tenía hambre de ti.
Baja la vista para mirar nuestras manos entrelazadas y
se toma su tiempo ordenando sus recuerdos.
–Aquella noche cuando nos bañamos en el mar, me di
cuenta de que eras como una niña perdida, frágil y que
tenía que hacer todo lo que estuviera en mi mano para
hacerte feliz. Hacer el amor contigo aquella noche en la
playa es lo mejor que me ha pasado en la vida. Recuerdo
que no sé ni cómo llegué a mi casa, estuve a punto de
darme la vuelta en varias ocasiones. No pegué ojo… estaba
deseando volver a verte. De aquel insomnio surgió la idea
de darte un paseo en avión. De sorprenderte. Me encantó tu
reacción… y supe que había acertado y cada segundo de mi
existencia quise emplearlo en ti y solo en ti… pero tenía
tanto miedo a la vez. Me hicieron tanto daño, Alba…No
podía permitirme el lujo de dejarme llevar, aunque ya era
tarde… El día de la inmersión, la realidad me golpeó de
lleno… y esa realidad tenía nombre… Mauro. Cuando
llegamos a la recepción del hotel pude ver cómo saltaban
chispas cuando os mirabais, tu cara sonrojándote… tus
manos temblando ante su presencia.
Recuerdo perfectamente cómo mi cuerpo reaccionaba
directamente a Mauro, sin poder hacer nada, era una
sensación incontrolable… y me avergüenza que Jesús
pudiera darse cuenta tan fácilmente.
–Sentí algo que no había sentido en quince años… algo
que odio sentir… sentí celos.
Hace una pausa para tragar.
–Cuando te dije que sabía cuál era tu pena, cuando te
pregunté si estabas enamorada de Mauro y me lo negaste,
supe que no era así. Rubén me lo confirmó, me dijo que
Mauro estaba interesado en ti.
Sé que le está costando explicarlo… No debe ser fácil
para él recordarlo y paso mi mano por su cara acariciándola.
Respira profundo cerrando los ojos mientras recibe mi
caricia.
–Cuando te desmayaste en el club de buceo, temblé
como una hoja.
Noto cómo las manos le tiemblan al recordarlo.
–Vi cómo Mauro tomó la iniciativa, resolutivo. Vi cómo
sufría como yo cada segundo que estuviste inconsciente…
Vi que sus sentimientos hacia ti eran fuertes… Me quedé
tan impactado con lo que pasó aquella tarde que no pude
regresar a mi casa. No quería dejarte, necesitaba estar
cerca de ti. Necesitaba tenerte.
Recuerdo lo feliz que me hizo aquella noche… Me sentí
libre gracias a él.
–Y lo tuve tan claro, Alba… –dice negando con la cabeza–.
No quería que vinieras a mí con dudas hacia Mauro. No
quería que fueras mía si sentías algo por él. Eso no me
habría dejado avanzar. Estaba dispuesto a arriesgarme,
prefería perderte a tenerte a medias enamorada de otro.
Empiezo a darme cuenta de la magnitud de todo lo que
Jesús ha hecho por mí… Ha debido ser un esfuerzo inmenso
y me siento cada vez más pequeña…
–Cuando hicimos aquella apuesta sabía que la tenía
perdida de antemano, pero debía seguir para que tú
pudieras aclarar tus sentimientos.
No tenía ni idea de que Jesús aquel día en que apostamos
ya estaba enamorado de mí y el corazón se me encoge.
–Al día siguiente cuando Mauro apareció en la playa
volviste a ponerte colorada. Ver tu nerviosismo solo con su
presencia hizo que un pinchazo de envidia invadiera mi
cerebro, pero no podía permitir dejarme llevar por los
sentimientos. Tenía que conseguir que te vieras con él… Era
la única manera de que supieras si estabas enamorada de
Mauro, aunque para mí fuera un verdadero infierno cada
segundo que pasabas con él.
Me inclino sobre él y acerco su cabeza rodeándole con
mis brazos. Al segundo se aleja lo suficiente para seguir
hablando y veo cómo una lágrima rueda por su cara.
–Aquello era revivir mis peores tiempos, pero era
necesario, era la única manera, por eso te mentí aquella
tarde, te dije que no sentía amor hacia ti, aunque lo
estuviera sintiendo por cada poro de mi piel. Esa fue la
única razón, Alba. Te tiré en sus brazos, pese a que me dolía
por dentro.
Otra lágrima furtiva cae rodando… y me estremezco.
–Cuando la oportunidad se puso delante de mis ojos te lo
hice ver y te dejé en el hotel sabiendo que esa noche y
parte del día siguiente lo pasarías con él. Fue la peor noche
de mi vida. Recuerdo que tuve que hacer varios vuelos…
Haití-Jamaica-Cuba-Sto. Domingo. Esas 24 horas trabajando
me volvieron loco. No podía concentrarme, solo veía a
Mauro besándote como en un bucle. Sabía que él no iba a
desaprovechar la ocasión y que exprimiría cada segundo
junto a ti. Estaba deseando llegar… pero no contestaste mis
mensajes. Me hundí literalmente, Alba.
Hace una pausa para mirarme con sus profundos ojos y
puedo sentir exactamente lo que él sintió aquella noche y
me hundo con él.
–Estaba furioso conmigo mismo y aquella noche me
emborraché y no sé ni cómo acabé en la cama de Susana.
No quiero excusarme, lo que hice no estuvo bien… y me
arrepentí al momento. Fueron unos escasos diez minutos.
En cuanto terminamos me fui.
Recuerdo perfectamente cómo me sentí al saberlo.
–En el desfile, todo se desató dentro de mí, que saliera de
tus labios que te habías acostado con Mauro era mucho
peor que imaginarlo. Por eso hice lo que hice, por eso
estuve a punto de pelearme con Mauro, por eso te sometí y
no estoy orgulloso de ello. No me gustó, Alba, me odio por
aquello.
No sé por qué dice eso. No entiendo cómo lo ve así.
–No me sometiste, Jesús…
No puedo evitar intervenir. Automáticamente él pone su
dedo índice sobre mis labios para que no siga. Y continúa:
–El último día antes de irte cuando me dijiste que estabas
enamorada de mí, simplemente sabía que no era así.
Veinticuatro horas antes te habías acostado con Mauro.
Sabía que él no te iba a dejar marchar tan fácilmente. Tuve
que mentirte de nuevo y fue lo más difícil que he hecho
hasta ahora porque sabía que lo tuyo con él no había
acabado. Así que tomé la decisión de retirarme y dejarle
paso. Decirte que no sentía nada hacia ti aquel último día
sabiendo que te perdería para siempre, fue como morir en
vida. Fue muy doloroso negar mis sentimientos, hacerte
daño intencionadamente y tragármelo porque estaba
seguro de que te estabas equivocando, que realmente
estabas enamorada de Mauro y no de mí. Salir de aquella
habitación dejándote sumergida en rabia y llanto... Ahora sé
que fue un error, no Alba, fue el peor error de mi vida.
Algunas lágrimas han seguido corriendo por su cara
lentamente.
–Me sumí en una existencia sin sentido. Lo único que me
importaba era saber si estabas en contacto con él y cuando
me enteré de que Mauro salía con otra mujer… El alma se
me encogió, Alba, no me lo podía creer, había sido un idiota
al no escucharte. Tú habías sido sincera conmigo y me sentí
tan mísero… Necesitaba hablar contigo como fuera. Lo
intenté por todos los medios, necesitaba explicártelo,
decirte que había sido un gilipollas, que me equivoqué, que
debería haber confiado más en ti y en el amor.
Lo ha dicho todo de seguido, sin parar. Sus ojos verdes se
han rodeado de venitas rojas por la impotencia y la rabia.
Nunca antes le había visto así de desolado.
–Solo contestaste a uno de mis mensajes para decirme
que todo había terminado. Aquel día lloré como un niño.
Como hace quince años cuando ella me dejó.
Lo abrazo con fuerza. Quiero que esto termine cuanto
antes, que esta pesadilla acabe de una vez. Saber lo mal
que lo ha pasado me encoge el corazón.
–Al poco me enteré que ibas a venir a Santo Domingo.
Esa era mi oportunidad. Mi única oportunidad de
recuperarte y ser sincero de una vez. Te lo intenté explicar
en la fiesta de despedida en la playa, intenté ser lo más
sincero posible contigo como no lo había sido antes y
entonces…
Su voz se quiebra.
–No hace falta que sigas, Jesús –le digo en un hilo de voz.
Él me mira con los ojos abiertos y con determinación.
–Tengo que hacerlo.
Hace una pausa para tomar fuerzas y continúa:
–… Entonces… llegó la peor noticia que podía esperar, ni
siquiera podía imaginarlo. Estabas con otro. No podía más…
me lo merecía…
En este punto soy yo la que no puedo más y una lágrima
se me escapa. Ahora sé que le he hecho más daño del que
podía imaginar.
–A partir de ahí se acabó todo para mí. Me lo merecía. Me
dediqué a sobrevivir como pude sin ti. A hacerme a la idea y
fue peor aún que los meses anteriores. Mi vida ya no tenía
sentido. Me levantaba, trabajaba, comía y dormía. Un día
tras otro. No quería saber nada… solo quería que pasara el
tiempo, que pasara rápido… hasta que recibí la llamada de
un tal Stefan.
Ha hablado sin mirarme a la cara hasta este momento y
acaricia mi pelo.
–¡Dios, Alba! No podía creerme lo que me estaba
contando… Lo que ese tío te estaba haciendo y me hirvió la
sangre de pura impotencia. Entonces lo vi claro, claro y
cristalino, vi un rayo de esperanza. Sabía que tenía que
intentarlo costara lo que costase y no me lo pensé dos
veces, reservé el vuelo esa misma tarde. Era lo único que
tenía y no lo iba a dejar escapar. El destino me daba una
tercera oportunidad, esta vez no.
Respira hondo recordando aquellos momentos.
–Me imaginé mil veces lo que iba a decirte, me imaginé
mil veces cómo sería verte de nuevo. El vuelo se me hizo
interminable y cuando te vi allí en aquella fiesta… ¡Estabas
tan bonita, Alba! Solo tenía ojos para ti. Me pasé toda la
recepción buscándote entre la gente y cuando por fin pude
entrar en el salón de la cena de gala y te vi bailando con él,
besándote… lejos de hundirme, aquello me dio aún más
impulso, más fuerza, porque sabía que estaba haciendo lo
correcto. Tenía que sacarte de allí como fuera y los escasos
minutos previos a poder hablar contigo fueron
interminables. Solo cuando por fin bailamos juntos, me sentí
lleno, me sentí tranquilo y feliz. Hacía muchísimo tiempo
que no me sentía así.
Sonríe con una sonrisa que se me antoja dudosa porque
otra lágrima rueda por su mejilla hasta el suelo.
–Y pese a todo, me volviste a rechazar.
Sus ojos me miran inquietos buscando mi reacción, pero
no me atrevo a hablar.
–Te esperé en el aeropuerto. Me volví con las manos
vacías haciéndome a la idea de que te había perdido
durante las ocho horas de vuelo.
Pone una mano en su frente como si estuviera
comprobando si tiene fiebre.
–Por favor, Alba, dime que has venido…
Vuelve a parar para coger aire. Está tan nervioso… y sé
que este es mi turno. No puedo dejarle que siga con esta
tortura.
–He venido por ti. He venido para quedarme contigo.
Al momento salta hacia mí tirándose encima.
–¡Dios mío, Alba!
Me besa la cara, los labios, los ojos con desesperación.
Me agarra y me levanta del sofá sin dejar de besarme con
pasión. Según andamos por el salón me va arrancando la
ropa, tira de la chaqueta. Yo le quito la camisa, los zapatos
salen volando…
–Te quiero, te quiero, te quiero…
Me dice entre beso y beso.
–¡Te quiero, Alba! –grita fuerte.
Dejamos un camino de ropa tirada por el suelo. Solo nos
queda la ropa interior y cuando llegamos a la cama nos
caemos juntos entrelazados. Está encima de mí y lo miro
con pasión. No puedo creérmelo, ¡soy tan feliz! No esa
felicidad que había llegado a confundir con lo que estaba
viviendo en los últimos meses. Aquello no era felicidad,
ahora me doy cuenta, aquello era un chiste.
–Te quiero –le digo susurrando y noto cómo sus ojos se
abren unos segundos y sus pupilas se dilatan al momento.
Ahueca mi espalda y me desabrocha el sujetador y
apoyando sus manos a ambos lados de mi cabeza, mira mi
desnudez. Le sonrío pletórica y él me devuelve la sonrisa.
–¿Me quieres, Alba?
–Te quiero, Jesús.
El flequillo desordenado se le ha venido hacia adelante
con la gravedad.
–¿Y Jorge?
Entiendo que aún tiene que atar todos los cabos y una
punzada de miedo me recorre el cuerpo. ¿Estará seguro de
mi amor por él?
–Tenías razón, todos tenían razón, todos los que me
queréis me lo avisasteis por activa y por pasiva… el señor
Martínez es historia.
Jesús me mira sin pestañear. Creo que no lo he
convencido…
–En Madrid ya no tengo nada. Me ha despedido, no tengo
trabajo y ¿sabes lo mejor?, me da igual, no me importa. Me
he venido con lo puesto con la intención de ser tuya, de
quedarme, de quererte hasta que no tenga ni un aliento de
vida. Ahora sé perfectamente lo que quiero y me ha costado
mucho aprenderlo y darme cuenta.
Jesús besa mi frente tan despacio que puedo notar el
calor de su suave piel.
–Siento mucho todo el daño que te he hecho, Jesús, no lo
he sabido hasta que te he escuchado contándome tu lado
de la historia.
Hago una pausa y trago saliva, agarro su cara y mis ojos
buscan contacto con los suyos.
–Perdóname…
–Sssshhh.
Pone su dedo índice sobre mis labios y frunce el ceño
contrariado.
–Los dos hemos cometido errores, Alba, el primero yo. Si
yo no hubiera estado tan ciego, tú no habrías vivido ese
infierno. Tú no te habrías visto obligada a olvidarme. Lo has
hecho lo mejor que has podido. Si alguien tiene que pedir
perdón, soy solo yo.
Su cuerpo rueda hacia mi costado derecho, aunque se ha
hecho de noche puedo verlo claramente, puedo ver el
sufrimiento acumulado.
–Perdóname, Alba.
Niego con la cabeza.
–Te agradezco que hayas sido tú. Fiel a ti mismo y a tus
principios. Solo saber el infierno por el que has pasado, me
come por dentro.
–Me lo tengo merecido, lo viviría mil veces más si fuera
necesario.
Ahora soy yo la que toma la iniciativa y me coloco a
horcajadas sobre sus caderas.
–Y dime, ¿significa algo para ti la chica anuncio?
Jesús me mira estupefacto.
–¿Qué? ¡¿Chica anuncio?!
Mueve su cabeza negando. ¡Dios! ¿He dicho chica
anuncio en alto?
–Me refiero a la chica que ha subido contigo a casa. La
chica de la tabla.
–¡Alba! –dice Jesús en medio de un ataque de risa–. La
única chica anuncio que hay aquí eres tú. ¡Créeme!
Con un giro acabo de nuevo de espaldas con Jesús
encima de mí entre mis piernas. Puedo notar que está muy
contento de verme. Sus ojos destellan de deseo. Me apoyo
en ambos codos para verlo mejor.
–Es amiga de mi hermana, la conozco de hace mucho, es
como una hermana pequeña para mí. Ha subido a ver a mi
hermana, pero no estaba en casa, así que la estaba
esperando en la mía.
Me siento como una tonta…
–¿Podemos dejar de hablar de terceros?
Asiento, no tengo derecho a cuestionarlo.
–Bien…
Pone esa mirada que me derrite.
–Porque vas a saber lo que es bueno, nena.
Comienza a besarme la garganta con pasión. La hilera de
besos pasa entre mis pechos y sigue bajando. Llega a mi
ombligo y lo chupa, pero no se detiene, baja hasta el
principio de mi cullotte y desde esa posición me dirige una
mirada lasciva, y sé que estoy preparada para él. Mete los
dedos de ambas manos para coger la cinturilla y lo desliza
por mis piernas sacándolo por los pies.
–Prepárate, nena…
Abre mis piernas y acomoda su cara entre mis muslos.
Noto su respiración en mis partes. Está tan cerca… y sin
avisar me besa, besa el centro de mi placer con sus
carnosos labios y su lengua busca mi clítoris y dejo escapar
un largo suspiro. Lo miro entre mis muslos y le agarro el
pelo con ambas manos, estoy temblando de placer, no
tengo fuerzas y la cabeza se me cae hacia atrás.
–¡Para! –le ordeno.
Él para al instante y sabe que no aguantaré mucho más.
Se deshace de sus calzoncillos blancos y su espléndida
erección se dibuja entre las luces que entran por la terraza.
No sé cómo ha llegado un condón a sus manos. Se coloca el
envoltorio plateado entre los dientes y lo desgarra con
rapidez. ¡Dios, cómo me pone! De pie, frente a mí, se lo
coloca sin dejar de mirarme con avaricia. Puedo distinguir la
fina línea de vello que sale de su ombligo y que me vuelve
loca y un escalofrío me recorre la espalda, ¿estaré soñando?
No, Alba, esto es muy real. En cuanto está preparado se
inclina sobre mi cuerpo desnudo.
–¡He soñado tantas veces con volver a tenerte, Alba!
Su miembro busca mis pliegues y empieza a
penetrarme…
–Ahhh, Jesús…
Él imprime ritmo dentro de mí colmándome con cada
embestida. Comienza a gemir y siento cómo un orgasmo se
va fraguando dentro de mi ser. Estoy llegando al séptimo
cielo, donde solo él sabe llevarme. Jesús curva su espalda
en un bonito y excitante movimiento ondulante con cada
sacudida. Siento cómo la espalda se me tensa sin remedio.
Jesús me besa los labios entre gemido y gemido, con cada
impulso, y puedo ver los músculos de sus brazos tensos a
cada lado de mi cuerpo. El ritmo se precipita al igual que
nuestras respiraciones y con una última embestida se estira
como un sable juntando fuertemente sus caderas a las mías
y echando la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados
fuertemente y la vena de su cuello hinchada, y en ese
momento exploto con uno de los mejores orgasmos que he
tenido en mi vida… Mi vagina se contrae una y otra vez
llenando mi cuerpo de una sensación de infinito placer,
abrasándome por dentro.
–Te quiero, Jesús… –Logro decir antes de abandonarme
exhausta.
–Te amo, Alba.

Estoy revisando el cuadrante en la recepción del Hotel


San Mauro. Hoy tengo una excursión con un nutrido grupo
de clientes del hotel a la ciudad de Santo Domingo. Me
encanta mi trabajo.
–¡Buenos días! Y… ¿esa sonrisa, Alba?
Dejo de mirar la pantalla del ordenador, sé quién es
antes de mirar.
–Buenos días, Mauro.
Mauro me mira con una sonrisa de oreja a oreja.
–Desde hace dos meses tienes una sonrisa perpetua en
la cara –dice alucinado.
Sonrío más si cabe.
–No es para menos. Me has dado la oportunidad de
trabajar en lo que he estudiado. Turismo. No puedo dejar de
agradecértelo.
Mauro lleva un polo igual que el mío de color azul marino
con el escudo en blanco del hotel a un lado en el pecho,
gorra del mismo color, bermudas blancas y cómo no, sus
inseparables alpargatas de esparto de color blanco.
–La verdad es que estás haciendo un gran trabajo, me
consta.
–¿Se han chivado mis compañeros?
–Tengo espías en todos los lados.
Sonríe abiertamente satisfecho.
–La verdad es que la idea de que fueras mi secretaria,
me seducía mucho más…
Suelto una carcajada sin poder remediarlo.
–Sabes de sobra que eso no era lo mío, Mauro.
–Lo sé, solo bromeaba. Me encanta verte feliz.
–¿Quién está feliz?
Maite hace acto de presencia con su elegancia innata.
Nos sonríe a ambos mientras coloca unos papeles en uno de
los cajones del mostrador de madera pulida. Mauro le hace
un gesto señalándome con la cabeza.
–Es como campanilla en el país de Nunca Jamás –dice
sonriendo Maite.
Los tres nos reímos y es que es verdad, gracias a Mauro
me encuentro como pez en el agua. En cuanto supo que
estaba allí para quedarme, no dudó en ofrecerme trabajo.
Solo tengo cuatro excursiones a mi cargo a la semana, el
resto del tiempo, lo paso apoyando a Sandra en la guardería
y es que he descubierto que los niños son mi segunda
pasión, detrás de Jesús, claro. ¡Son tan ricos! Con sus
caritas redonditas… sus ojos siempre asombrándose de
todo lo que les rodea y sus ganas de experimentar y
aprender cosas nuevas, que no puedo evitar pasar tiempo
con ellos.
–Tengo una reunión con el arquitecto y los diseñadores a
las diez –dice Mauro dirigiéndose a Maite.
–No hay problema, aquí todo está controlado.
Lo miro con curiosidad.
–¿Hoy viene Antonia?
Mauro observa la agenda en su teléfono móvil.
–Mmm, déjame ver. Sí, como con ella. Me tiene que
presentar el book definitivo para el colegio, los vestuarios, y
la zona de jardines.
–Tengo que verla. Avísame cuando termine vuestra
reunión.
Mauro me mira extrañado.
–¿La conoces?
–Sí.
–A… ¿Antonia Santos de la Cruz?
–La misma.
Me mira asombrado.
–Es una larga historia, algún día te la contaré.
Levanta una ceja asintiendo.
–¿Hoy trabaja Jesús?
–Sí. Vuelo corto.
–Genial. Podemos preparar algo esta noche con los chicos
en la playa. Tipo barbacoa.
–Claro. Cuenta con nosotros.
Me despido de ellos encantada de comenzar un día
nuevo en este paraíso terrenal.
EPÍLOGO

Levanto mi copa. Hoy celebramos dos años desde mi


alocado viaje a Punta Cana detrás del amor de mi vida. La
verdad es que se me ha hecho tan corto, aunque han
pasado infinidad de cosas.
–Gracias a todos por acompañarnos esta noche.
Me pongo de pie y miro a todos los comensales reunidos
en la gran mesa de madera con bancos corridos y me siento
orgullosa. No falta nadie. Todas las personas que me
importan en esta vida, están sentadas junto a mí.
–Es para mí muy importante, de veras.
Miro a Jesús que ha cogido mi mano libre. Oigo vítores y
risas. Repaso cada cara, Mauro y Elena están sentados los
primeros junto a Jesús y me parece increíble, aun hoy,
después de dos años, que Mauro y él se lleven tan bien.
Elena y Mauro se han consolidado como pareja y se llevan a
la perfección. Es como si estuvieran hechos el uno para el
otro. Elena ha encontrado su hueco en la vida de Mauro y
han encajado como dos piezas de puzle tanto en la vida
personal como en la profesional, son un tándem único que
pocas veces se encuentra. Ahora ella es mi mejor amiga,
después de estos años no nos hace falta ni hablar para
saber lo que la otra está pensando y es curioso porque esta
situación nos ha creado más de una ocasión un tanto
divertida.
A su lado están mi hermana y Rubén. ¿Qué puedo decir
de la pareja perfecta? Ellos no encajan a la perfección como
Mauro y Elena, ellos se complementan a la perfección.
Donde uno tiene carencia al otro le sobra, cuando uno cae,
el otro lo levanta, cuando uno se siente desolado, el otro le
da coraje y valor. Creo sinceramente que seguirán unidos
hasta el fin de sus días y eso me encanta como hermana.
María dejó su trabajo en Madrid y junto a Rubén decidieron
venirse a vivir a Punta Cana. Yo creo que les dio algo de
envidia sana o simplemente se cansaron de estar cruzando
los mares constantemente. Lo que les ha permitido dar el
salto es la finca que los padres de Rubén tienen aquí. Rubén
decidió remodelarla y replantar con otras frutas tropicales
ampliando el negocio, aún están en ello y parece que no les
va nada mal. Rubén ha conseguido una red de contactos
internacionales donde vender sus frutas tropicales y se
encarga de coordinar a los trabajadores en el campo. Mi
hermana se encarga del departamento administrativo y del
trato con los clientes, ventas internacionales y todo lo que
implica aduanas, permisos, contenedores… Han creado una
empresa de la nada. Tal cual me lo cuenta, me parece una
ingente cantidad de trabajo, pero se les ve felices, luchando
por lo que quieren.
Junto a María se sienta, mi indio, Alejandro. Ahora que
somos compañeros de trabajo casi lo veo menos que
cuando estuve aquí de vacaciones, aunque también tiene
que ver el hecho de que haya encontrado a una mujer que
sabe apreciar sus cualidades que no son pocas. ¡Y menuda
mujer! Es un bellezón tailandés. Es una chica que trabaja en
el hotel, masajista del spa. Se llama Lawan que en tailandés
significa “Bella” y no es para menos. Ella es tan dulce…
Tiene esa belleza asiática con las facciones perfectamente
simétricas, ojos grandes almendrados y profundos, nariz
pequeñita y labios curvilíneos y carnosos. Su aspecto es
sensual y a la vez aniñado, lo que la confiere una belleza
única. Su piel es ideal, de un tono bronceado y su cuerpo es
menudito y delgado sin dejar de ser curvilíneo. Y puedo
asegurar que Álex ha puesto el listón muy muy alto con ella.
A primera vista juntos, podría decirse que desentonan, él
tan alto, ella tan menudita… ella le llega a la axila,
¡imagínate! Pero tras lo que se puede ver a primera vista
creo que hacen una pareja maravillosa y única. Aún puedo
recordar cuando me la presentó. Álex me miraba sonriente
sin perderse la reacción de mi cara porque evidentemente
aluciné, claro. Como no podía ser de otro modo. Debía ser
un poema.
–Sí, sí, sí Alba –me dijo sin dejar de sonreír y asentir
exageradamente con la cabeza. –Además de todo eso que
estás pensando ahora mismo, hace unos masajes con los
pies que alucinas.
Sigo con mi repaso y a continuación me paro en el
matrimonio formado por Fede y Estefanía que no dejan de
hacer carantoñas a su preciosa niña Luna, de dos años.
Luna está sentada en el regazo de Fede y es un calco a él. A
excepción del color de su pelo. La niña es un bombón de
piel mulata, ojos grandes y despiertos, y de pelo muy rizado
como su padre, pero es rubia como su madre y es un
contraste ¡tan bonito…! Ahora los veo muy implicados en la
educación de Luna, lo sé, porque la tenemos en la guardería
y es una niña encantadora que no deja de preguntar y
preguntar con su lengua de trapo. Es como si quisiera
saberlo todo del mundo con tan solo dos añitos, y pensar
que Estefanía no quería tenerla… Ahora me alegro tanto de
haber estado en el sitio adecuado en el momento adecuado
para poder convencerla…
Sandra y Oscar, ¡jajajajaja! ¡Qué decir de ellos!, después
de dos años siguen como el primer día. Están tan
enamorados el uno del otro, que no doy crédito cómo
pudieron tardar tanto en salir juntos. Están en una luna de
miel perpetua. Ahora entiendo cuando Mauro se quejaba de
tener que soportar sus miraditas, encuentros en el trabajo…
solo de acordarme de la cara que puso se me forma una
sonrisa en mi boca. Oscar pudo hacer aquel maravilloso
viaje con Sandra a Sevilla el año pasado a la Feria de Abril y
volvió tan encantado que no habla de otra cosa. Yo creo
que, si no fuera por el trabajo, ya estarían viviendo en
Sevilla.
Junto a Sandra y Oscar, otra pareja, Siro y su mujer Lara,
ya forman parte de la familia. Siro ha conseguido incorporar
más opciones en cuanto a clases acuáticas a cuál más
sugerentes y ha sido todo un éxito. Su mujer Lara es
encantadora. Tiene una tienda en Santo Domingo de
artesanía y es que no puede ser de otro modo, lleva el arte
en las venas. Es la típica persona que todo lo que hace con
las manos lo convierte en arte. Que se encuentra una piedra
y una hoja seca en el suelo, no pasa nada, Lara lo convierte
en un objeto de decoración ideal. Así, sin pestañear. Este
año he decidido tomar unas clases con ella para aprender a
lacar muebles y no veo el momento de empezar.
La siguiente pareja son mis salvadores: Stefan y Börg.
Están en Santo Domingo de vacaciones. Stefan ha venido a
ver a su familia y la verdad es que últimamente pasan cada
vez más tiempo en la isla, cosa que me encanta. Han
encajado de maravilla con nuestro nutrido grupo,
especialmente con Jesús al que adoran, de hecho, creo que
le quieren más a él que a mí.
Junto a ellos, Antonia, que se ha aficionado a nuestras
reuniones como una jovencita más y es que tiene un
espíritu vivo que nos contagia a todo el grupo y siempre que
para en Santo Domingo nos invita a su casa a todos
celebrando grandes barbacoas o sofisticadas fiestas, el
motivo es lo de menos. Tiene una enorme casa con terreno
en La Romana y la verdad que es un gusto enorme
compartir nuestro tiempo con ella. Siempre tiene un millón
de anécdotas que contarnos, siempre nuevas y parece que
nunca vayamos a acabar de conocerla del todo.
Evidentemente se lleva a las mil maravillas con Stefan, ni
que decir tiene, Stefan siente una devoción innata hacia ella
y ella le adora. También ha creado un estrecho lazo con
Maite que se sienta a su lado. Son nuestras solteras de oro
del grupo. Maite ha sido mi gran apoyo en el terreno laboral,
en mis primeros pasitos dentro del Hotel San Mauro, pero
también en el terreno personal ha sido como una segunda
madre. He aprendido muchísimo de ella y nos hemos vuelto
grandes cómplices.
A la izquierda de Maite, mi madre y mi padre. A los
cuales adoro y adoraré toda mi vida. Cuando María salió de
casa para venirse a vivir a Santo Domingo, no tardaron ni
dos meses en replantearse su vida. Mi padre tanteó la
manera de prejubilarse, vendieron la casa y el coche y se
trasladaron aquí. Llevan medio año instalados en Bayahibe.
Compraron una casita de cuento de color azul y ventanas
blancas junto a la playa con un pequeño jardín y se dedican
a vivir la vida. A disfrutar de los pequeños placeres. Mi
padre se ha aficionado a pescar ya que aquí no puede
practicar su afición, la caza, y mi madre sigue saliendo a
correr por las mañanas, a veces la acompaño, a hacernos
deliciosos postres y a leer sentada en el porche con el mar
de fondo. Ella también ha congeniado a la perfección con
Maite y muchas tardes cuando Maite libra, salen juntas de
compras y realmente los veo hasta más jóvenes, sin rastro
de preocupaciones… aunque ahora que lo pienso, mi madre
no deja de darme la tabarra a mí y a mi hermana con
aquello de que no la va a dar tiempo a ser ¡¿abuela?!
Y terminando la vuelta completa a la mesa, Fer y Sara. Se
casaron el año pasado aquí en el Hotel San Mauro, después
de un viaje que hicieron unas vacaciones para venir a verme
se quedaron prendados. Fernando le pidió matrimonio aquí
con anillo y todo. Cuando Sara me lo contó casi me muero
de la felicidad. Fernando le pidió que se casara con él a la
luz de la luna con la rodilla hincada en la arena de la playa,
cual príncipe de cuento. No sabía que Fernando tenía una
vena tan romántica. La verdad es que Fernando y ella
dejaron todo reservado para su gran día antes de irse a
Madrid. Y así fue. Elena y yo nos ocupamos personalmente
de todos los detalles de su boda, y he de ser sincera,
prepararlo todo con tanto amor y esmero para ellos, me
hizo sentir algo muy especial. Fue todo un honor. Fue un día
inolvidable, bueno, realmente fueron tres días inolvidables
de celebración continua. Y creo que no tardarán en tener
algún pequeñajo pronto correteando por la casa.
Laboralmente Fernando consiguió posicionarse bien en
Diro Design desde aquel primer número de la revista que se
editó, del cual me envió una copia y claro, sale una foto
mía. La verdad es que salgo increíble, no parezco yo, es la
que me hicieron sentada con la falda de mi vestido abierta y
las piernas cruzadas. Puedo recordar perfectamente cuando
Jesús la vio. Al principio se quedó unos segundos mirándola
sin pestañear.
–Ya te dije, Alba, que la única mujer anuncio en mi vida
eres tú. ¡Dios, qué rica estás! Y pensar que eres solo mía –
me soltó mientras se mordía el labio inferior.
Al año de estar en Diro Design, a Fernando le ofrecieron
trabajo en un periódico digital y no se lo pensó dos veces.
Sé que no se sentía cómodo en el mundo de la moda.
Junto a Fernando está sentada Arianne, la hija de
Antonia. Arianne fue todo un descubrimiento. Conocerla ha
sido un regalo más. Es guapísima, aunque tenga cincuenta
años, su tez blanca con esos ojos azules y su pelo negro
como el azabache y superrizado es toda una sensación ¡Me
encanta! La conocí al poco de quedarme en Santo Domingo.
Es un sol de mujer, muy protectora con su madre. Ella
nunca se casó y viaja mucho ya que lleva ya algunos años
llevando las riendas de la empresa de diseño y decoración
de su madre. Es un ejemplo de mujer, la típica mujer de
negocios decidida y llena de ideas asombrosas, sin miedo al
fracaso. De ella he aprendido muchas cosas.
Junto a Arianne, como no podía ser menos, Carlos, que
sigue como siempre… Creo que ha aumentado el número de
palabrotas en su diccionario porque ya las suelta incluso en
otros idiomas. Desde que ha llegado no ha hecho otra cosa
que tomar el sol, bañarse en el mar, comer, dormir e ir de
fiesta y contarme sus andanzas que he de admitir son muy
graciosas. Durante estos dos años, me ha tenido al tanto de
los líos de la oficina, aunque realmente solo me interesan en
la medida que le pueda afectar a él o a Esther, mi chica de
recepción, mi amiga y cómplice en Diro Design. En cuanto
Jorge volvió a España firmó mi carta de despido y en menos
de tres días tenía otra secretaria monísima trabajando para
él. Según Carlos, y cito palabras textuales, abro comillas,
“para mojar el sable una y otra vez” cierro comillas. En fin,
en un mes eran novios y residentes en el piso de la
Castellana.
–¿Te puedes creer que aún están juntos? -Me confirmó
Carlos cuando llegó hace una semana –. Es que ni un jodido
desliz del puto amo del universo, Alba. Aunque no me
extraña… Paula es… ¡Fuck! Pues eso, si él es el puto amo
del universo, ella es la puta diosa del universo. Y la verdad,
joder, sin ti y tus movidas con el Sr. Martínez la oficina es un
coñazo.
–¿No lo dirás en serio? –le digo extrañada.
Me mira negando y con la comisura de los labios hacia
abajo.
–No, Alba, no eres tan jodidamente importante, pero
quedaba de puta madre decirlo.
Nos reímos encantados de volver a vernos y es que
echaba de menos estas charlas llenas de palabrotas.
–Creo que aquel desnudo tuyo de la hostia en
Montecarlo, ¡Dios, todavía mojo las sábanas recordándolo! Y
tus últimas frases en las puertas giratorias antes de coger el
taxi, le debieron quemar no solo el jodido cerebro, sino la
polla entera de por vida.
–No creo… solo ha mejorado su estrategia. Y ha
aprendido mucho de lo que le pasó conmigo. Hazme caso.
Jorge, otra cosa no, pero listo es un rato.
–Hasta que saca la polla a pasear, Alba.
Y finalmente a mi derecha y terminando el círculo de esta
mesa, Tara, Tara Moore. Mi heroína. Estoy encantada porque
ha podido hacer un hueco en su apretada agenda. En estos
dos años no ha parado de cosechar premios dentro de la
industria de la moda y su fama ya se cataloga como
internacional.
–Estoy deseando terminar mi contrato con Diro Design.
La miro pensativa.
–Creo recordar que firmaste por tres años prorrogables si
ambas partes estaban de acuerdo.
Me mira sonriente con un Martini en la mano.
–El caso es que yo ya no estoy de acuerdo. En unos
meses seré libre.
Tara ya no trabaja en aquel estudio que vimos en
Londres. Tiene varias fábricas propias en Reino Unido y
aunque ha recibido en el último año suculentas ofertas de
otras empresas quiere formar su propia firma independiente
y abrir sus propias tiendas en todo el mundo. Aunque aún le
queda un largo camino no tengo ni la más mínima duda de
que lo conseguirá. Es solo cuestión de tiempo.
–Me alegro por ti.
Ella hace una pausa para llevarse a la boca la aceituna
de su Martini.
–Vamos, no he cruzado medio mundo para hablar de
negocios.
Levanto las cejas, no me voy a poder escapar.
–Te veo muy bien, amiga.
–Lo estoy, de verdad.
–Déjame decirte que ahora que conozco a Jesús no me
extraña que hicieras lo que hiciste. Es un hombre… muy
guapo.
Me río con ella. Sé que lo dice en plan inocente, pero con
Tara nunca se sabe.
–¿Y tú? –le pregunto para cambiar de tema–. Te he visto
paseando con Carlos.
Ella mira al cielo sonriente.
–Carlos, Carlos…
Baja la mirada de las nubes y nos miramos sonriéndonos
mutuamente.
–Sí, Carlos, Carlos –digo pletórica y deseando que me
cuente algo más.
–¿Sabes que me encanta como habla?
Su acento inglés se intensifica.
–Bueno… he de admitir que es muy divertido. Pero poco
polite.
Tara se acerca a mi oreja derecha con cara cómplice.
–Debe ser la bomba hacer el amor con él mientras te dice
todas esas palabrotas…

En cuanto empecé a trabajar en el Hotel San Mauro las


distancias desde el apartamento de Jesús hasta el trabajo se
convirtieron en un problema.
–Me encantaría poder conducir una moto.
Jesús está recogiendo los platos de la comida y me los va
pasando a través de la isla de la cocina para meterlos en el
lavavajillas, pero nada más escucharme se para en seco y
me mira guiñando un poco sus verdes ojos.
–Pues hazlo.
–Así, sin más.
Él deja los últimos cubiertos sobre la isla.
–Bueno, eso te haría feliz, ¿no?
Sonrío ante la perspectiva de dominar una moto entre
mis piernas, de sentir la velocidad, la potencia y la libertad
que te dan estas máquinas.
–Pensé que te ibas a oponer.
–¿Por qué?
Cojo los cubiertos y los coloco en su lugar dentro del
lavavajillas.
–Bueno, imagino que has sopesado antes todos los pros y
los contras, ya sabes cómo son aquí las carreteras.
Continúa hablando y me doy cuenta de que acabo de
caer en su trampa. Cómo no, él siempre va por delante. En
vez de decirme que no le parecía bien a la primera, lo hace
de esta manera para que yo misma me dé cuenta de que
me estoy equivocando.
Lo miro con cara de buena. Él rodea la isla y se acerca
para abrazarme.
–Tengo una idea mejor.
Me besa la mejilla con ganas.
–¿Qué te parece si nos mudamos?
¿Pero qué dice?
–Me encanta vivir aquí, Jesús, lo sabes.
Entonces me besa en la comisura del labio y siento esa
electricidad que no me ha abandonado desde que lo conocí.
–Podríamos comprar una casa en Bayahibe cerca de tus
padres, así tendrías el trabajo a tiro de piedra y a tus padres
al lado. Bayahibe está cerca también del aeropuerto,
aunque a mí me dan igual las distancias, sabes que yo no
vuelo todos los días.
Comienzo a flaquear en mi idea, pero sería tan
emocionante, aunque he de admitir que tiene razón.
–Aquí está tu hermana, toda la vida de la isla, los
restaurantes, las tiendas… Aquí hay de todo.
Insisto un poquito más a ver qué pasa.
–Podrías convalidar el carné igualmente, pero ya no
cogerías la moto todos los días, sino por puro placer.
¡Piénsalo! Tiendas o restaurantes hay en todos los lados.
Deja un cálido beso en mis labios… y la verdad es que la
idea me gusta, me gusta tanto que le devuelvo el beso,
pero esta vez, un beso de verdad, como Dios manda.
En dos meses encontramos una casa única junto a un
acantilado al final de la playa de Bayahibe y a diez minutos
andando de la casa de mis padres. Es una casa individual de
líneas modernas, aunque tiene ya cinco años, pero me
encanta. Es de una sola planta, con un gran salón
polivalente con cocina integrada, comedor y una zona como
despacho. Aparte, dos habitaciones con dos baños y cuarto
de lavandería-trastero. Un gran ventanal en el salón da paso
a un porche con vistas al acantilado y al mar y con el
suficiente terreno para construir una piscina, lo cual tendrá
que esperar, pero la idea me encanta. Llevamos cuatro
meses viviendo aquí, y la verdad, he de reconocer que Jesús
tenía razón. Ahora tengo más tiempo. Me encanta ver a mis
padres y que ellos puedan venir a casa, aunque lo que más
me gusta es coger la moto de Jesús y perdernos por la isla
en busca de lugares nuevos y descubrir rincones para
nosotros solos.
En cuanto Stefan se enteró de que nos mudábamos y el
apartamento de Jesús se quedaba disponible, lo alquiló sin
tan siquiera consultar a Börg. Así que Börg se vio obligado a
cambiar su residencia aquí en la isla, aunque a estas alturas
sé que Börg deja que Stefan haga y deshaga a su antojo y
creo que es una buena estrategia por su parte, porque
Stefan no haría nada que no fuera para mejorar la vida de
Börg y él lo sabe. Me encanta verlos en el apartamento; es,
sin duda, la mejor idea que ha tenido Stefan. Ellos son muy
cosmopolitas y modernos y el apartamento reúne todas
esas cualidades y cuando vamos a ver a Sandra matamos
dos pájaros de un tiro y podemos pasar a verlos a ellos
también.
En cuanto a Susana… hace mucho tiempo que no la veo.
Sé por Jesús que alguna vez que han coincidido en algún
lugar, le echa la caña a ver si pica y la verdad es que no me
importa. No le tengo ningún miedo. Ahora estoy mucho más
segura de mí misma que hace dos años y sé que no tiene
nada que hacer. Al menos con Jesús.

–Bueno, como sabéis, hoy es un día importante para


Jesús y para mí. Estamos encantados de poder teneros a
todos aquí reunidos en nuestra casa.
Hago una pausa algo nerviosa para mirar a Jesús, y es
que lo veo tan tranquilo… Me mira profundamente y me
estremezco. Me acaricia la mano y vuelvo a mi discurso más
tranquila.
–Nunca se me ha dado muy bien esto de los discursos en
público.
–Bueno, los discursos en público, no… pero otras cosas
en público… sí.
Todos se ríen. Sé a lo que se refiere Carlos, y es que mi
hazaña en la subasta de Montecarlo es conocida de sobra
por todos y me ha otorgado fama de por vida. Solo puedo
sonreír.
–Bueno… a cada persona se le dan mejor unas cosas que
otras.
Bromeo.
–Lo que quería transmitiros es que todas las personas
que habéis influido en mi vida de una u otra manera, ahora
ya formáis parte de esta como amigos de los cuales no
puedo prescindir. Ni quiero. A todos y cada uno de vosotros
que estáis aquí sentados junto a mí, quería daros las gracias
de antemano.
Todos ríen entre aplausos y algún que otro silbido.
–Mauro –digo y él me mira al momento con curiosidad–.
Gracias por tu paciencia conmigo, gracias por seguir tu
instinto, gracias por tu bondad y tesón. Y gracias por
hacerme caso.
Todos aplauden y Mauro les devuelve una sonrisa de
anuncio.
–Elena.
Mi público ya puede presentir que voy a nombrarles uno
a uno así que Elena me mira y asiente con la cabeza.
–Gracias por ser como eres, así de simple. Por acogerme
en los duros momentos y darme buenos consejos y, por
supuesto, darme tu amistad incondicional.
Todos aplauden y ella se levanta para darme un abrazo.
La aprieto todo lo que puedo mientras respiro hondo para
no derramar ni una sola lagrimita.
–Rubén.
Él me hace una reverencia al escuchar su nombre.
–Gracias por ser todo un caballero, es algo que siempre
admiraré de ti. Eres el mejor amigo que cualquiera podría
tener, pero sobre todo, gracias por aguantar a mi hermana.
Todos ríen a carcajadas, incluidos mis padres.
–Te has pasado, hermana, recuerda que soy la mayor –
protesta con la cara un poco roja, situación que Rubén
aprovecha para besarla y los silbidos no se hacen esperar.
Cuando todo se tranquiliza, continúo:
–Bueno, María…
La miro con cara de pocos amigos.
–Qué puedo decir de ti…
Todos vuelven a reír.
–Pues qué vas a decir… que no puedes vivir sin mí.
Se levanta y viene a mi encuentro para abrazarme.
–… Ni yo sin ti –me dice al oído y me cuesta horrores no
llorar.
–Te quiero, fea.
Ella se gira sin dejar de abrazarme.
–Yo también quiero darte las gracias, Alba, porque gracias
a ti conocí al hombre de mi vida.
Oigo exclamaciones aquí y allá… ¡Oooh!
–Esa no me la sé, me la tenéis que contar.
Mi madre nos mira encantada. Mi hermana la mira
asintiendo.
–Y también, gracias a ti, estamos toda la familia viviendo
en el paraíso. Eso hay que admitirlo, es mérito tuyo.
Me besa la mejilla para luego sentarse de nuevo junto a
Rubén.
–Gracias –le digo y prosigo–. Para mí es un sueño hecho
realidad. Es un plus añadido, pero el mérito es vuestro de
haberlo hecho realidad.
Junto a María está Álex que ya me mira con una sonrisa
en la cara. Alejandro se ha dejado de nuevo su pelo crecer y
aunque aún no tiene la melena larga que tenía cuando lo
conocí, su pelo azabache y liso ya le llega casi al hombro.
–Piénsate mucho lo que vas a decir, Alba…
Su profunda voz hace que todos se callen al momento
para escucharlo. Sonrío haciendo como que me lo estoy
pensando…
–Tengo muy claro lo que has hecho por mí, Álex.
Él deja de sonreír y se queda expectante al igual que los
demás.
–Gracias por escuchar a una llorona profesional y por
hacerme reír en los malos momentos. Siempre has estado a
mi lado cuando lo he necesitado y eso es de agradecer.
–El gusto es mío.
Me guiña un ojo satisfecho.
–¡Ah! Y gracias por enseñarme a tirar piedras al mar y
que reboten.
Todos ríen y comentan.
–Lawan.
La belleza asiática me mira con sus profundos ojos.
–Gracias ante todo por hacer feliz a mi indio.
Mi público aplaude entusiasmado.
–Eso ha sido muy fácil, Alba.
Lawan me contesta con su marcado acento sin apenas
mover un músculo de la cara. Ahora sé por qué no tiene ni
una sola arruga.
–Bueno, no te creas… había puesto el listón muy muy
alto, te lo aseguro… De verdad, gracias por transmitirme
tanta paz.
–¡Me toca! –dice entusiasmado Fede y todos aplauden
vitoreándole.
–Eres increíble, Fede. Gracias por ser único. Me has
dejado sin aliento al ver cómo te desvives por tu familia.
Siempre estás contento, con ganas de bailar, de reír, de
compartir… para ti es como si todos los días fueran
domingo. Gracias por enseñármelo.
–¡Es que todos los días hay que vivirlos como si fueran
domingo! ¿Quién quiere vivir un lunes?
Silbidos aquí y allá entre los aplausos.
–¡Eres el mejor, Fede!
–¡Tú sí que vales!...
Fede se levanta y hace una reverencia y ademán de
querer hablar.
–Gracias a todos vosotros por hacerme sentir como uno
más de esta familia. Además, siempre te estaré agradecido,
Alba, por lo que hiciste por mí y por Estefanía.
Me voy hacia ellos y los abrazo a ambos y mientras
vuelvo a mi sitio continúo:
–Estefanía, eres como una hermana para mí. Y vuestra
preciosa niña es como mi sobrina. Gracias por compartir tu
felicidad con nosotros.
Ella coge a su niña en brazos y cogiendo la manita de su
hija Luna, saludan encantadas.
–Fue un honor para mí que aceptaras ser mi madrina de
boda. Desde ese momento estamos unidas. Ahora sé el
esfuerzo que supuso para ti venir a mi boda y sabes que
siempre te lo agradeceré.
En dos años hemos podido hablar sobre todo lo que
sucedió, sobre mi turbulenta relación con Jorge y mi
negación a mis sentimientos hacia Jesús.
–Volvería a hacerlo. Y parte de culpa de que yo estuviera
aquí en vuestra boda, fue de Mauro. Gracias, Mauro.
Ahora los aplausos son para Mauro, que se tapa la cara
con las manos simulando vergüenza.
–Sandra. ¡Mi Sandra!
–Antes de que sigas, creo que soy yo la que tiene que
darte las gracias a ti.
Hago amago de tomar la palabra, pero ella me hace
callar poniéndose el dedo índice perpendicular en sus
labios. ¡Y lo hago!, cualquiera le lleva la contraria a una
andaluza de pura cepa.
–Gracias por empujar…
Cuando dice la palabra empujar, mira con recelo a Oscar.
–Sí, empujar, porque necesitaste un empujón, Oscar,
para darte cuenta.
Todos se ríen incluido Oscar que no sabe dónde meterse.
–Tú muy mujer para mí. Yo tener miedo a rechazo –logra
decir entre más silbidos, risas y aplausos. Ella le abraza y le
da un beso en la boca.
–Os quiero agradecer a los dos por ser mis amigos. Es lo
mínimo que podía hacer por vosotros –logro decir cuando
los ánimos se calman–. Sois más que amigos y lo sabéis.
Aplausos.
–Siro y Lara.
Los dos me miran con una sonrisa de oreja a oreja.
–Sois un ejemplo a seguir como pareja, como amigos y
como seres humanos. Gracias por mostrarme el camino.
Esta vez todos aplauden al unísono asintiendo y es que
ambos son iguales. Son educados, amables, siempre están
ahí para ayudarte sin condiciones y me encanta tenerlos en
mi vida.
–Stefan…
–Dime…
Risas.
–Börg…
–Alba…
Todos vuelven a reír. Y es que esta ronda de
agradecimientos está siendo igual de emotiva que divertida.
–Como sabéis conocí a Stefan y Börg en un avión. Yo
siempre he sido reacia a entablar amistad con los
acompañantes de asiento. Siempre lo he visto como una
pérdida de tiempo porque a esas personas no las vas a
volver a ver en tu vida, pero con Stefan es imposible.
Todos ríen y él pasa sus dedos por la frente.
–Yo es que me aburro en los aviones. Tengo que hacer
algo.
Las risas continúan.
–Stefan, todos los amigos que tenemos lo has hecho tú
en nuestros viajes.
Börg le pasa el brazo por los hombros mientras le habla y
los demás aplauden.
–Os tengo que agradecer tantas cosas… Gracias por ver
que estaba en un error con respecto a los desconocidos que
se sientan junto a nosotros en un avión. Y gracias por
robarme el número de teléfono de Jesús de mi móvil y
llamarlo sin mi permiso. Creo que mucha culpa de que Jesús
y yo estemos aquí ahora juntos es gracias a vosotros.
–Sabes lo cabezota que es Stefan –dice Börg.
–Pues gracias por ser tan cabezota, Stefan, y gracias a ti,
Börg, por dejarle ser cabezota. Gracias por apoyarme casi
sin conocerme, dejándome vuestra casa y vuestro coche sin
concesiones, es algo digno de admirar que no todo el
mundo haría.
–Eso son cosas materiales, Alba.
Asiento y les lanzo un beso con un gesto de la mano.
Ahora le toca a Antonia. Nuestra chica de oro.
–Gracias, gracias, gracias –le digo dirigiéndome
directamente a ella.
La miro unos segundos antes de continuar.
–Bueno, este es el mejor ejemplo de que hablo con mis
compañeros de asiento de avión. Miro a Stefan y todos ríen.
–Gracias, Antonia, por escucharme y darme el último
empujón, para que tuviera el coraje suficiente para
enfrentarme a mis temores. Eres un ejemplo de positividad
y de ganas de vivir que nos llenas a todos de energía en
cuanto te vemos.
–¡Eres la mejor, Antonia!
Todos aplauden y ella cierra los ojos con una sonrisa en la
boca, es como si asimilara todo el amor que le profesamos
incondicionalmente.
–Es un honor para mí, de corazón, que me hayáis acogido
con tanto amor.
Me acerco a ella y la abrazo. Todos estallan en aplausos.
Ella es tan frágil y a la vez tan fuerte que no deja de
sorprenderme. Aprovecho y me quedo junto a Maite.
–Maite, sabes de sobra la admiración que siento hacia ti.
Gracias por ser tan comprensiva conmigo pese a saber que
mi actitud podría herir a Mauro. Gracias por confiar en mí y
por apoyarme incondicionalmente siempre. Gracias por
educar y cuidar de Mauro. Eres única.
Miro a Mauro.
–Tienes mucha suerte de tenerla cerca en tu vida.
Ahora es Mauro el que se levanta y la abraza con amor
infinito. Cuando se separan puedo ver los verdes ojos de
Mauro brillantes y me encanta verlo tan emocionado.
–Sé que te lo he hecho pasar francamente mal.
Ella le mira con devoción mientras habla.
–Y la verdad es que ahora puedo ver el gran esfuerzo que
has hecho. Si soy quien soy es gracias a ti. Sabes de sobra
que eres mi madre aquí en la tierra, porque tengo la suerte
de tener dos madres, una aquí… -Mauro coge su mano y la
acaricia –. Y otra en el cielo.
Maite está tan emocionada que no articula palabra. Ella
le vuelve a abrazar como a un hijo y se quedan así mientras
todos nos quedamos mirando emocionados hasta que Jesús
empieza a aplaudir despacio y nos contagia. Tengo un nudo
en la garganta, pero debo seguir con mi vuelta y no sé si
voy a poder controlarme…
–¡Papis!
Mi padre abraza a mi madre rodeándola con los brazos
para atraerla junto a su cuerpo.
–Sabéis que os quiero… estoy tan contenta de teneros
tan cerca… es increíble. Sois los mejores padres que podría
tener y aunque a veces no he seguido vuestros consejos
siempre estáis ahí para ayudarme cuando me equivoco.
Gracias.
Tengo que parar porque si sigo voy a llorar y no quiero.
Los abrazo con ganas.
–Eres nuestra hija y como padres hacemos todo lo que
podemos, no tienes que darnos las gracias. -Mi padre me
habla al oído y me siento tan agradecida…
Recibimos otro sonoro aplauso y vuelvo a mi lugar en la
mesa muy emocionada y agitando las manos delante de mi
cara para no llorar.
–Pufff.
–Ánimo, Alba, lo estás haciendo muy bien.
Es Elena la que me anima.
–Bueno, ya queda menos…
Tomo aire mientras se ríen y le tensión emocional decae.
–Fer…
Él me sonríe dándome ánimo.
–Sabes de sobra que eres parte de mi vida, lo mal que lo
pasé con tu accidente, pero tengo que agradecerte la
lección de vida que nos diste a todos y que aún nos das.
Gracias por ser como eres, por hacer que me enfoque en lo
importante. Gracias por tus consejos, siempre acertados,
por tu tesón, por escuchar mis quejas, por tu paciencia.
Espero no haberte hartado mucho durante estos últimos
años.
–Te voy a dar otro consejo, Alba.
Fernando me deja de piedra.
–No pienses que me puedo llegar a cansar, eso nunca,
cree más en ti. Hay que ser valiente.
–¡Gracias!
No me sorprenden sus palabras, no son la primera vez
que me lo dice y sé que tiene razón. Pero de decirlo a
hacerlo hay mucho recorrido. Él sí que es valiente. Cada día
más.
–... Y a ti, Sara, gracias por hacerle feliz. Gracias por
demostrarme que con coraje y esfuerzo se puede…
–Para serte sincera yo no he hecho nada… solo adoro mi
trabajo y conseguir que personas como Fernando salgan del
hospital andando es como un chute que me anima a seguir.
–¿Y te parece poco? Cada día lo das todo y te admiro.
Muchas veces pienso en ti, me digo, mira Sara, si ella
puede, yo también…
–Un aplauso para Sara que tiene un trabajo que requiere
mucha dedicación y entrega absoluta. Te lo mereces.
Es la primera vez que Jesús habla desde que he
empezado con mi particular ronda de agradecimientos.
Todos aplauden orgullosos de tener como amiga a una
persona como Sara. Y es que es verdad, ojalá hubiera más
gente como ella en el mundo.
–Arianna…
Ella me mira atentamente y no puede esperar a que le
dedique mi gratitud.
–Antes de que digas nada, creo que es justo darte a ti las
gracias y creo que hablo en nombre de todos. Eres mucho
mejor de lo que te crees, Alba, siempre estás ahí cuando
hace falta y has hecho todo lo que está en tu mano cuando
has visto que hemos necesitado algo, incluso sin pedírtelo.
Eso es un valor que pocas veces veo y, sobre todo, gracias
por estar tan pendiente de mi madre.
Me acerco a ella y la abrazo.
–Eso me sale solo, tu madre es encantadora.
Regreso a mi lugar en la mesa y me toco los mofletes,
me arden.
–Bueno, Carlos…
Lo voy a sorprender.
–¡Eres un capullo de puta madre! ¡Eres la hostia, joder!
Gracias por ser tan cojonudo y por hacerme reír hasta
caerme de culo incluso en los más jodidos momentos.
Los silbidos no se hacen esperar. Todos hablan a la vez y
me aplauden.
–¡Pero Alba!
–¿De dónde has sacado ese lenguaje?
–¡Olééé!
Hasta Jesús se levanta y pone su mano en mi boca para
que pare mientras se destornilla de risa. Logro zafarme.
–Eres el puto amo de la amistad.
La expresión de Carlos es alucinante, tiene su mano
tapando su boca, las cejas levantadas y juntas y los ojos
vidriosos, creo que va a llorar.
–¡Dios, Alba! ¡Qué puta mierda es esa! En tu boca suena
como el culo.
Se levanta y viene junto a mí y nos abrazamos.
–¡No vuelvas a hacerlo, joder!
–Creo que el único aquí que puede decir palabrotas sin
despeinarse y sonar bien es Carlos –suelta Álex con su
vozarrón y al momento todos aplauden y silban
vitoreándolo.
–¡Carlos! ¡Carlos! ¡Carlos!
–Bueno… -logra decir cuando todo se calma –. He de
decir en mi defensa que soy licenciado en marketing, hablo
tres idiomas y tengo un máster en dirección de marketing y
gestión comercial.
Los aplausos vuelven y nos abrazamos de nuevo.
–Gracias por intentarlo, Alba –me dice al oído–. Significa
más de lo que crees.
Sé que Carlos es todo un caballero y que es mucho más
inteligente de lo que se deja ver, y sé que su manera de
hablar llena de tacos es una coraza que se ha creado para
ser más duro y más divertido y la verdad es que le va de
maravilla con la estrategia. Nos ha conquistado a todos
porque en el fondo sabemos que no hay maldad en sus
palabras y que es un osito de peluche deseoso de que le
abracen. Se separa de mí para volver a su asiento.
–Gracias, Carlos, por ser como eres… gracias a ti he
tenido el coraje para afrontar ciertas situaciones en el
mundo laboral, y la verdad es que no han sido pocas…
–Siempre seré tu puto héroe, lo sé, Alba -me sonríe
satisfecho.
–Por favor, no cambies nunca. Eres auténtico y genuino.
Aplaudo y todos se unen a mi ovación.
–Bueno, y junto a mí, a mi derecha, tengo el honor de
tener como amiga a la próxima gran diseñadora de zapatos
del siglo XXI.
Vuelven las ovaciones y ella se siente como pez en el
agua. Les sonríe a todos con su elegancia innata.
–Gracias, muchas gracias por aquel gran regalo que me
hiciste, creo que jamás podré igualarlo. Gracias por ser tan
intuitiva, perseverante y cotilla.
Todos ríen y Carlos aprovecha para darle un beso en la
mejilla que ella agradece dejándose hacer. No sé por qué,
pero creo que aquí hay tomate. Recordatorio: hacerle el
tercer grado en un interrogatorio a puerta cerrada a Carlos.
–Gracias a ti, por ayudarme y ponerme ante mis ojos la
realidad en la que vivía y que no era capaz de ver. Sin ti,
todo habría sido muy diferente.
La tengo a mi lado, así que me siento y ella me abraza
con ganas… me rodea con sus delgados brazos y me estruja
con su delgado cuerpecito. Y por una vez me gusta, no me
siento intimidada, sino agradecida.
–Tenía que hacerlo –dice al fin–. Me intrigaste desde el
primer día que te conocí. Tienes algo que me atrajo en un
segundo y una cosa me llevó a otra. Cuando mi hermano
me lo confirmó sabía que estaba en lo cierto y que no te
merecías lo que te estaba pasando. Así que fue fácil, tú
también has hecho mucho por mí, Alba. Estamos en paz,
créeme. Es un honor para mí estar hoy aquí con todos
vosotros.
El aplauso es generalizado y esta vez soy yo la que la
besa en la mejilla. Me pongo de un brinco en pie de nuevo
con mi copa en la mano.
–Me ha costado mucho organizar esta cena. Llevo
semanas contactando con vosotros para poder hacer
realidad uno de mis sueños. Reuniros y poder agradeceros
todo lo que habéis hecho por mí. Así que antes de nada
quería hacer un brindis.
Todos buscan sus copas y se ponen de pie expectantes.
–Por la amistad, la auténtica, la que cuando llega se
queda para siempre. ¡Por todos vosotros!
Chocamos nuestras copas unos con otros encantados.
¡Mmm! Qué rico el champán.
–Bueno, Alba.
Jesús se ha quedado de pie junto a mí cuando todos se
sientan. Me quedo estupefacta, ¿va a darme las gracias a
mí?
–Sé todo lo que te ha costado preparar esta cena… lo he
vivido en primera fila.
Mira a los demás con cara de dolor.
–¡Anda, no te quejes! –le dice Stefan.
Él sonríe cómplice.
–Por eso ahora te toca disfrutar a ti.
Levanta el brazo y comienza a sonar una canción a todo
trapo. Me quedo de piedra ¿De dónde ha salido? Es la
canción Merry you de Bruno Mars. En ese momento, Álex le
tira un micrófono a Jesús que no sé de dónde lo ha sacado y
este lo coge al vuelo. Todo está pasando demasiado deprisa.
El corazón me va a mil por hora… ¡Dios mío!, ¡¿qué hacen?!
Se han vuelto locos… Estefanía ha dejado a Luna en el
regazo de Antonia mientras todos, Mauro, Elena, Rubén, mi
hermana, Álex, Lawan, Sandra, Oscar, Siro, Lara, Stefan,
Börg, Maite, mis padres, Fer, Sara, Carlos, Tara, Arianna y
Estefanía, que se ha unido a Fede, han ocupado cada uno
un lugar detrás de la mesa en el jardín. Todos comienzan a
bailar al unísono, siguiendo los mismos pasos con una
coordinación pasmosa. Jesús está en primera fila en medio
de ellos siguiendo la coreografía hasta que comienza a
cantar. ¡Dios mío, están haciendo un Flash Mod!

It´s a beautiful night Es una noche hermosa


re looking for something estamos buscando algo
b to do, eh, baby, tonto que hacer. eh,
cariño,
nk I wanna marry you creo que quiero casarme contigo

Jesús coge el micrófono entre sus dos manos y no deja de


mirarme a los ojos, y ¡Dios mío!, lo hace genial. Podría ser
cantante si quisiera. Un escalofrío me recorre la columna
vertebral.

Is it look in your eyes? ¿Es la mirada en tus ojos?


Or is it this dancing juice? ¿O acaso es como bailas?
Who cares baby? ¿A quién le importa,
cariño?
ink I wanna marry you Creo que quiero casarme
contigo
No salgo de mi asombro, me fijo por unos momentos en
mis padres que bailan como adolescentes sin perder el
paso. ¿Cómo lo habrán hecho? Mauro y Elena bailan
increíblemente. ¡Vaya! Qué callado se lo tenían. Deben de
haber estado ensayando una eternidad sin que me diera
cuenta. Es como un videoclip. Miro a Antonia buscando una
explicación a esta increíble actuación y solo recibo una
sonrisa mientras juega con las manitas de Luna al son de la
música. La niña ríe encantada. Y comienza el estribillo.
¡Dios, me encanta!

Don´t said no, no, no, no. No digas que no, no, no,
no.
Just say yeah, yeah, yeah, yeah, Solo di sí, sí, sí, sí,
and we´ll go, go, go, go e iremos, iremos, iremos,
if you are ready, si estás lista,
like I´m ready, como yo estoy listo,
cause it´s a beautiful nigth porque es una noche
hermosa
We´re looking for something estamos buscando algo
tonto dump to do. Hey, baby, que hacer. Eh,
cariño,
I think I wanna marry you. creo que quiero casarme
contigo.
Is it look in your eyes? ¿Es la mirada en tus ojos?
Or is it this dancing juice? ¿O acaso es como bailas?
Who cares baby? ¿A quién le importa cariño?
I think I wanna marry you Creo que quiero casarme
contigo

¡Dios!, no puedo quedarme quieta, los pies se me van por


debajo la mesa.

I´ll go get a ring conseguiré un anillo


let the choir bells sing like ooh dejaré que el coro de
campanas
suene como ooh.
So, what´s you wanna do? Entonces, ¿qué quieres
hacer?
Let´s just run, girl Solo corramos, nena

Jesús se acerca a mí y toma mi mano. Levanta las cejas y


me devora con la mirada guiñándome un ojo. Estoy tan
alucinada que me quedo boquiabierta embobada mirándolo.
Este hombre nunca dejará de sorprenderme. Con un
movimiento tira de mi cuerpo y salgo a la improvisada pista
de baile. Todos nos rodean y empiezan a bailar dejándonos
en el círculo interior. Jesús me coge por la cintura mientras
canta y es como si solo estuviéramos él y yo.

Is it look in your eyes? ¿Es la mirada en tus ojos?


Or is it this dancing juice? ¿O acaso es como bailas?
Who cares baby? ¿A quién le importa cariño?
ink I wanna marry you. Creo que quiero casarme contigo.
Just say I dooooo… Solo di, sí acepto…

Acerca su cara a la mía con los labios formando una “u” y


los roza levemente… Me derrito con su verde mirada que no
deja de traspasarme.

Tell me rigth now baby. Dímelo ahora mismo, nena.


me right now baby, baby Dímelo ahora mismo, nena, nena.
It´s a beautiful night, Es una noche hermosa,
we´re looking for something estamos buscando algo
tonto dumd. Hey, baby, que
hacer. Eh, cariño,
ink I wanna marry you creo que quiero casarme contigo

Me coge del brazo y hace que gire trescientos sesenta


grados hasta que quedo atrapada entre sus brazos.
Is it look in your eyes? ¿Es la mirada en tus ojos?

Me mira intensamente y no puedo más que pensar que


estos dos años han sido los mejores de mi vida junto a él.
Ha hecho que cada día sea como si fuera el último. Que me
sienta viva cada segundo, que deseara verlo cada minuto
que no pasábamos juntos, que cada latido de mi corazón
sea por y para él. Que lo único que desee es estar junto a él,
porque él y solamente él, mueve mi mundo. Porque él y
solamente él, sabe perfectamente lo que necesito, lo que
añoro, lo que deseo. Porque él y solamente él, me traspasa
la piel, me lleva al séptimo cielo. Mi cuerpo reacciona a sus
verdes ojos, a su piel canela, a su risa incontrolada, a sus
tiernos labios, a sus dedos cuando me toca, a sus lágrimas,
a sus palabras de aliento…

Or is it this dancing juice? ¿O acaso es como bailas?


Who cares baby? ¿A quién le importa cariño?
ink I wanna marry you” Creo que quiero casarme contigo

Con el último estribillo Jesús me ha cogido por la cintura


y agarrándome me ha inclinado hacia atrás y me ha besado
con absoluta devoción. Solo siento sus labios y su lengua
buscándome, saboreándome. Su amor me traspasa la piel y
puedo sentir que está temblando como una hoja en medio
de una lluvia de aplausos. ¡Guau! Ha sido increíble. Poco a
poco recuperamos la verticalidad todavía con los labios
sellados el uno junto al otro y abro los ojos y allí están, sus
verdes ojos enmarcados en negras pestañas, me miran
inquietos y serios y no sé qué es exactamente lo que
provoca que me mire así. Me siento un poco contrariada
después de lo que acaba de ocurrir.
Al fin, se separa de mi cuerpo un poco y cogiéndome las
manos mientras todos nos miran, Jesús hinca su rodilla
izquierda en el césped. ¡Dios mío, qué hace! Besa mis
manos y a continuación se pasa la mano por el flequillo.
Puedo ver cómo su pecho sube y baja rápidamente por el
esfuerzo de cantar y bailar. ¡Está tan nervioso! Tiene las
manos muy frías. Me estoy poniendo tan nerviosa como él y
por un momento miro a mi alrededor buscando una
explicación. Todos nos miran expectantes conteniendo la
respiración, pese al esfuerzo y un silencio absoluto lo inunda
todo. El corazón me va a mil por hora, lo noto latiendo en mi
garganta como si llamara para poder escapar y salir de mi
cuerpo.
En ese momento Jesús pone su mano derecha con la
palma hacia arriba y Carlos da un paso hacia él y le deja un
pequeño estuche de terciopelo de color rojo.
Automáticamente me tapo la boca con la mano. No puede
ser… no se atreverá…
Él la abre inmediatamente, es el anillo más bonito que he
visto en mi vida. Es simplemente bello. Es un anillo en oro
blanco con un único diamante engarzado en el centro. Es
tan simple como elegante y sé perfectamente que lo ha
elegido él solo. Noto un nudo en la garganta y cómo los ojos
se me humedecen.
–Sé que nuestra historia no empezó de la mejor manera
posible. Sé que no he sido el hombre que esperabas que
fuera aquel verano…
La voz se le quiebra por un momento… está tan
nervioso… muevo mi cara de izquierda a derecha negando
aún con la mano tapando mi boca.
–Y he aprendido que el amor no se puede controlar, ni
fingir, ni esconder gracias a ti. Siempre encontrará una
manera de salir.
Hace una pausa y veo cómo intenta tragar. Parpadea un
par de veces antes de continuar.
–Me has enseñado tanto, Alba…
Mira un momento mi mano entre la suya para volver a
poner rápidamente la mirada en mis ojos.
–Me cambiaste, Alba, desde el primer día que te conocí.
Cambiaste mi alma, mi mundo se puso patas arriba, mi
cuerpo y mi mente. Te deseé desde el primer segundo y
cada día te deseo más y más. Tiemblo cuando me das un
abrazo inesperado, cuando me miras con tus preciosos ojos
azules, cuando tu piel roza la mía o cuando me colocas el
flequillo indomable. Me llenas de felicidad el alma cuando
sonríes, cuando me coges la mano dando un paseo, cuando
me hablas al oído... cuando cantas en la ducha pensando
que no te escucho, o cuando bailas descalza por la casa. Me
vuelves loco cuando te sonrojas, cuando tus labios rozan los
míos o cuando te muerdes el labio, nerviosa. Me estremezco
cuando tus pestañas rozan mi mejilla o cuando tu pelo
acaricia mi espalda… es como una electricidad que me
traspasa… me llenas de ternura cuando te levantas
despeinada por las mañanas, cuando te tomas el café a
sorbitos durante horas, cuando lloras viendo una película y
disimulas para que no te vea…
Habla muy despacio.
–Eres lo único que me importa en esta vida… vivo y
respiro por y para ti. No puedo imaginar mi vida sin ti, te
amo demasiado, Alba.
El silencio a nuestro alrededor es tan grande que por
unos instantes me olvido de que estamos rodeados de
gente.
–Solo espero haberte hecho ver en estos dos años que sí
soy el hombre que merece tu amor.
Coge el anillo con las manos temblorosas sacándolo de
su caja.
–Alba… ¿Quieres casarte conmigo? ¿Quieres ser mi mujer
por el resto de mi vida?
Tengo un nudo en la garganta y no puedo articular
palabra y unas lágrimas comienzan a resbalar por ambas
mejillas, sé que no voy a poder controlarlas, es imposible.
Detrás de ellas llegan muchas más… y sé de sobra que mi
llanto es ya imparable. Jesús se ha quedado mirándome
impasible con el anillo en la mano de rodillas delante de mí.
No escucho ni una sola respiración y es como si el mundo se
hubiera detenido, solo se escucha mi sollozo apagado por
mi mano que aún tapa mi boca. Entre lágrimas, veo a Jesús
borroso, sus ojos comienzan a verse aguados y vidriosos, no
se mueve ni un milímetro, ni siquiera respira… y finalmente
una lágrima resbala por su cara. Puedo ver cómo cae y se
pierde entre la hierba, parpadea y otra lágrima se escapa de
sus ojos… intento calmarme… pero no puedo, retiro mi
mano de la boca, cojo la cara de Jesús con las dos manos y
con un esfuerzo enorme consigo que mi voz salga por mi
garganta:
–No puedo…
Me quedo sin aire y Jesús frunce sus cejas dudoso e
intento aclarar mi voz.
–No puedo creer todo lo que has hecho por mí, eres el
único hombre con el que me podría casar, solo quiero pasar
el resto de mi vida junto a ti. Sí. ¡Sí, quiero!
Al momento con manos temblorosas, Jesús toma mi
mano colocando el anillo en mi dedo anular y de un salto se
pone de pie. Me agarra ciñendo su cuerpo al mío y nuestras
caras quedan a un centímetro. Todos han estallado en una
alegría común gritando de emoción y aplaudiendo, y una
lluvia de pétalos y confeti cae sobre nuestras cabezas. La
cara de Jesús lo dice todo, ha pasado del desasosiego y la
expectación, a la felicidad extrema, sus ojos brillan como
nunca y su sonrisa resplandece, aunque aún se le escapa
alguna lágrima furtiva.
–¡Dios, Alba! Por un momento creía que me estabas
rechazando…
Junto mis labios a los suyos suavemente y él hace que
gire volando entre sus brazos.
–Eres el hombre de mi vida… he llorado por las cosas tan
bonitas que me has dicho. Ha sido tan emocionante
escucharte… Jamás olvidaré este día. Te quiero, Jesús.
En ese momento todos nos rodean deseándonos lo
mejor, nos arrollan, nos besan y sé, sin lugar a duda, en lo
más profundo de mi ser, que acabo de vivir el preciso
momento que resume exactamente el significado de la
palabra AMOR.

FIN

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