01 - Entre Mares - Lena Larson
01 - Entre Mares - Lena Larson
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Dedicado a mi padre que se fue antes de saber sobre mi
proyecto.
Sé que se habría entusiasmado tanto como yo,
y que me habría animado a seguir adelante
como siempre hizo con su ejemplo.
Te quiero, papá.
Espero que disfrutéis de la lectura de mi primera novela,
tanto como yo he disfrutado creándola. Ha sido un largo
camino difícil por el que he transitado, pero por el que, a la
vez, he aprendido tanto y, en definitiva, mirando hacia
atrás, puedo ver que ha merecido la pena.
Espero y deseo que la lectura estimule vuestra imaginación
y os transporte a lugares increíbles, a conectar con los
personajes llegando a sentir sus emociones y sus pasiones
junto a ellos y a desconectar por un momento de la rutina
del día a día, con eso me doy por satisfecha,
porque al final, de eso se trata.
LENA LARSON
ENTRE MARES
PRIMERA PARTE
Lena Larson
ENTRE MARES
Primera parte
Tras correr por las calles durante cinco minutos sin parar,
con los pulmones a punto de reventar, consigo llegar a la
autoescuela. Al doblar la esquina de una calle puedo divisar
al fondo el coche serigrafiado con el logotipo de la
autoescuela y a su profesor Emilio apoyado en el capó
esperándome con los brazos cruzados. Parece que hoy es mi
día de las impuntualidades ¡Ups! Con paso rápido, recorro el
tramo que me separa de mi profesor. Antes de llegar a su
altura, Emilio me hace una seña indicando mi tardanza
tocándose el reloj de pulsera con el dedo índice. Me revienta
que encima me lo restrieguen, si ya sé que llego tarde, ¡no
hace falta que te recrees!
–Perdona, Emilio, por favor, no era mi intención...
No me queda otra que excusarme, ya que decir que llego
tarde porque estaba durmiendo la siesta es un poco tentar a
la suerte. ¡Mejor no comentar!
–Hoy he tenido un día un poco difícil –añado.
–Seguramente ha sido así, porque eres una persona muy
puntual. Que yo recuerde nunca has llegado tarde a mis
clases.
Emilio reflexiona mientras me da las llaves del coche y
rodea el capó para sentarse en el asiento del copiloto. Abro
la puerta del conductor y me siento al volante. Enseguida
puedo percibir el olor a limón del ambientador que lo inunda
todo. Seguidamente, comienzo a ajustarme el asiento
acercándome hacia el salpicadero hasta que encuentro la
posición adecuada para alcanzar cómodamente los pedales
con los pies. Posteriormente ajusto el respaldo. Una vez
compruebo la distancia al volante y sintiéndome a gusto
con la nueva posición, coloco los espejos retrovisores, tanto
los exteriores como el interior.
–Bien, ya sabes que no podemos recuperar el tiempo de
retraso porque tengo otros alumnos que tienen clase
después de ti, así que no perdamos más tiempo y
comencemos –dice mientras se ajusta el cinturón de
seguridad de su asiento.
–De acuerdo –le digo y me ajusto también el cinturón de
seguridad y a continuación giro la llave. El automóvil
comienza a rugir e inmediatamente después tras dar un
tirón seco se cala. ¡Dios, qué irritante!
–Alba, siempre se te olvida comprobar si hay alguna
marcha metida.
Emilio me mira acostumbrado a estos fallos.
–Quita primera y vuelve a empezar.
¡Error de principiante! Bien, tranquilidad. ¡Joder, parece
que lo ha hecho aposta dejando la maldita marcha puesta!
Pongo la palanca de cambios en punto muerto y en un
segundo intento todo va como la seda.
–Bien, Alba, recorremos la calle y giramos a la derecha.
¡Allá vamos! Sigo las indicaciones de Emilio y poco a poco
empiezo a relajarme. Recuerdo las recomendaciones de mi
padre e inmediatamente las pongo en práctica.
–La rotonda a la izquierda, Alba –indica Emilio.
¡Vamos con decisión!, me digo a mí misma. Pongo el
intermitente y con la suficiente antelación me coloco en el
carril izquierdo para realizar mejor la maniobra indicada; al
llegar a la rotonda cedo el paso a un coche e
inmediatamente entro, giro y tras poner el intermitente a la
derecha, salgo de la rotonda. Sigo toda la calle y me
detengo ante un semáforo en rojo. Parece que da resultado,
me siento más libre, más suelta. ¿Cómo explicarlo? Esta
decisión nueva hace que los demás coches me respeten tal
y como me ha asegurado mi padre.
–Muy bien, Alba, ahora cuando el semáforo se ponga en
verde giramos a la derecha y entramos en la plaza. Vamos a
comprobar si sigues aparcando tan bien como la semana
pasada.
Hago lo que me indica Emilio.
–En cuanto veas un hueco para aparcar en línea haces la
maniobra –me indica concentrado.
Dejo pasar un hueco que es demasiado pequeño a mi
juicio, lo cual es bastante subjetivo, ya que necesito mucho
más espacio para aparcar que las personas normales…
hasta que doy con uno apropiado en el margen derecho de
la calle. Repaso mentalmente los pasos que debo realizar y
comienzo por indicar la maniobra con el intermitente
derecho. Me ajusto a la hilera de coches parando justo
delante del hueco. Coloco la marcha atrás y mirando por los
espejos compruebo que no viene nadie. Inicio la maniobra
girando el volante, intentando hacerlo lo mejor posible, una
vez tengo medio coche metido en el hueco comienzo a girar
el volante en dirección contraria para que quede alineado y
como por arte de magia y con una sola operación el coche
queda perfectamente aparcado.
–Ya está, Emilio –digo toda orgullosa. ¡Uf! Aparcar mola,
se me da bien.
–Demasiado bien.
Parece que Emilio me ha leído el pensamiento.
–Espero que no haya sido suerte –me dice receloso.
¡Ja! Suerte, dice.
–Si quieres repetimos.
Estoy encantada y deseosa de demostrar mi nuevo
aplomo al volante.
–Cuando quieras.
Emilio nota mi alegría.
–Salimos, dando la vuelta a la plaza y aparcamos de
nuevo en el primer hueco libre. ¿Vale?
Emilio acompaña su frase con movimientos de manos.
–Bien, oído cocina –le respondo con gesto afirmativo y
con la misma facilidad con la que aparqué, salgo del hueco.
Emilio me mira incrédulo.
Justo a la salida de la plaza encuentro mi segunda
oportunidad. Realizo de nuevo la maniobra de aproximación
y con la marcha atrás comienzo a meter el automóvil, al ser
el hueco más pequeño que el anterior tengo que rectificar la
trayectoria metiendo la primera marcha y posteriormente
de nuevo marcha atrás. Con estos movimientos consigo que
el coche quede correctamente aparcado. ¡Qué! ¿Cómo te
has quedado, profe?
–No puede ser, me la han cambiado.
Emilio, incrédulo, me mira sin pestañear.
–Si continúas en esta línea, creo que con una semana
más de clases, estarás lista para examinarte.
¡Una semana más…!
–Preferiría examinarme cuanto antes –objeto impaciente,
estas clases prácticas se me están haciendo interminables
por no hablar del coste.
–Bueno... creo que todavía tienes un punto débil, las
incorporaciones. Deberíamos dar alguna clase por carretera
para corregirlo. Además, todas las clases que realicemos por
ciudad siempre te van a venir bien ya que el noventa por
ciento de los exámenes tienen recorridos por ciudad, es
donde se cometen más errores.
Emilio intenta aconsejarme…
–Aunque la última palabra la tienes tú.
Me quedo un momento reflexionando sobre lo que acabo
de escuchar mientras Emilio espera a que tome una
decisión.
–Teniendo en cuenta lo que me acabas de decir, daré
mañana jueves una clase por ciudad y el viernes otra por
carretera para examinarme el martes.
Noto su desaprobación y lo refleja en su rostro.
–Emilio, yo entiendo que la autoescuela es un negocio
como todo y está para ganar dinero, es lógico, pero creo
que estoy preparada y alargarlo solo puede perjudicarme. Si
suspendo, daré de nuevo clases y enseguida volveré a
examinarme.
–Yo aún te veo un poco verde, aunque reconozco que hoy
has dado un giro de ciento ochenta grados para mejor, pero
no debes confiarte, llevo muchos años en esto y he visto de
todo.
–Me lo imagino, pero debes admitir que aprobar el
examen es cuestión de suerte, puedes ir suficientemente
preparado y suspender.
Intento quitarle hierro al asunto, pero sé que si dejo pasar
tiempo podría perder seguridad y no estoy dispuesta.
–Está bien, tú sabrás lo que haces.
Parece que no va a seguir forzando la situación.
–Salimos y volvemos a la autoescuela, solo quedan cinco
minutos de tu clase.
Tardamos diez minutos en llegar a la autoescuela donde
el siguiente alumno está ya esperando en la puerta. Paro el
coche y quito el contacto.
–Por favor, Emilio, que no se te olvide apuntarme para el
examen del próximo martes –le recuerdo al bajarme.
–Descuida, me lo he apuntado en la libreta.
El chico que está esperando se acerca y le cedo las
llaves.
–Suerte –le digo con una media sonrisa.
–Gracias, falta me hace –me responde y sin más se mete
en el coche.
Inmediatamente después de salir el coche de la
autoescuela con su nuevo conductor, me dirijo a las oficinas
donde se dan las clases teóricas, no quiero que Emilio me
vea entrar. Me acerco al tablón de anuncios y compruebo
que el viernes hay una convocatoria y la siguiente es
efectivamente el martes. Sin pensarlo dos veces, me acerco
al mostrador y le indico a la encargada mi intención de
presentarme el próximo martes para que prepare la solicitud
y la documentación necesaria, ya que no me fío ni un pelo
de mi profesor de autoescuela. Fer ya me advirtió, cuando él
se apuntó a la autoescuela no pensaba dar ni una sola clase
práctica, ya que en sus años “malos” había conducido todo
tipo de coches sin carné. Aun así, Emilio le convenció para
dar cinco clases tras las cuales quiso presentarse y
casualmente a Emilio se le olvidó apuntarle y tuvo que
esperar quince días a que saliera una nueva convocatoria
por lo que dio dos clases más para no enfriarse. Así que voy
a seguir su recomendación y me voy a ocupar yo misma de
hacer el papeleo y dejarlo todo clarito.
Mientras vuelvo caminando hacia casa pienso en la mala
suerte que tuve cuando me apunté a la autoescuela. Yo
esperaba que de los tres profesores que dan clases
prácticas me tocara el mismo profesor de mi hermana que,
aunque es un señor mayor muy meticuloso y serio, respeta
las decisiones de sus alumnos. Además, tiene fama por el
alto porcentaje de alumnos suyos que aprueban a la
primera, pero tuvo que tocarme Emilio, ¡cómo no! Un chico
joven muy simpático y agradable, sí, pero muy astuto. Sin
darme cuenta me encuentro en la puerta de casa, miro el
reloj, son las seis y media. Cojo las llaves del bolsillo de mi
cazadora y en el momento justo de introducir la llave en la
cerradura, el claxon de un coche llama mi atención. Es
María, acaba de llegar y espera a que la puerta automática
del garaje accionada mediante un mando a distancia
termine de abrirse. Espero impaciente a que aparque dentro
para entrar juntas en casa.
–¿Qué tal, Alba? ¿Acabas de llegar de la clase de
conducir? –me pregunta rápidamente.
–Sí. El próximo martes me examino –confirmo.
–¿De veras? Enhorabuena, espero que tengas mucha
suerte. Me alegro de que por fin te hayas decidido. Ya verás
cómo no es tan difícil.
Mientras la escucho logro abrir la puerta de entrada y
ambas pasamos al interior. María se quita el abrigo que
guarda en el armario de la entrada y yo espero mi turno
para hacer lo mismo con la cazadora.
–Estoy aquí, hijas.
La voz de mi madre procede del salón. Ambas nos
dirigimos hacia allí.
La estancia es espaciosa, cuenta con unos cuarenta
metros cuadrados y está separada del recibidor por una
amplia puerta corredera de madera blanca que al abrirse
queda oculta dentro del tabique. El salón está dividido en
varias zonas, a la izquierda hay habilitado una amplia zona
de lectura cuyos límites están marcados por una gran
librería en forma de “L” pintada en el mismo color crema que
la pared. Allí pueden encontrarse cerca de doscientos libros
de diferentes clases, todos ellos perfectamente ordenados y
clasificados gracias a la gran afición que mi madre tiene a la
lectura. Cada sección de la librería se puede iluminar
independientemente ya que cuenta con un foco en la parte
alta. Junto a la librería, dos cómodos sofás individuales de
color gris invitan a la lectura. Entre ellos dos, una lámpara
arco metálica moderna ilumina perfectamente el rincón de
lectura. A su lado, una mesa con una silla que sirve de
escritorio. Enfrente se ubica la gran mesa de comedor en
madera y cristal custodiada por seis sillas. Una vitrina que
sirve para guardar la vajilla, completa el conjunto. En la
pared de enfrente se ubica la moderna chimenea con una
televisión plana enorme encima a modo de cuadro y delante
dos sofás grandes y enfrentados con una mesa de forja y
madera en medio de gran tamaño. Los sofás están
tapizados en color gris, los cojines, en tonos arena y
mostaza, con diferentes texturas, crean una atmósfera
serena. Es un gran rincón pensado para la relajación y
favorecer la conversación.
–Hola, mamá.
Mi madre está sentada en el escritorio abriendo la
correspondencia con un abrecartas de plata que le regalé
las navidades pasadas.
–No recibimos más que correo basura, facturas, cartas del
banco y poco más. Qué triste, ¿verdad? Con eso de Internet
y las redes sociales, el correo tradicional se está perdiendo.
Mi madre tiene las gafas de ver de vista cansada caladas
en mitad de la nariz y nos mira por encima de ellas.
–¿Qué tal el día?
–Bueno… –contesta María primero, mientras se acerca y
le da un beso en la mejilla para después desplomarse en
uno de los sofás–. Estoy reventada. Ha sido un día muy
intenso, pero me ha gustado.
–No te quejes, mañana tienes todo el día para descansar.
Es lo bueno de tu trabajo –le digo a María sentándome en el
sofá frente a ella.
–¿Y tú clase, Alba?
Mi madre ha terminado con la correspondencia y se
sienta junto a mí.
–El martes me examino –digo orgullosa.
–¡Genial, Alba! Por fin.
Hace una pausa reflexionando.
–¿Estás segura? No te precipites, ya sabes que si
necesitas más cla…
–Tranquila, mamá, los consejos de papá han sido como
mano de santo, vamos, un antes y un después –la
interrumpo, no quiero que empiece otra vez con lo mismo
porque cuando coge carrerilla… no para.
–Bueno, si crees que estás preparada, adelante. Y… ¿a
qué hora te examinas el martes?
–Pues creo… que por la mañana a las diez. ¿Por qué lo
preguntas? –digo extrañada.
–No, por nada, hija, cosas mías –sentencia.
–Bueno, solo queda papá para que María nos dé esa
noticia tan esperada.
Mi madre intenta cambiar de conversación y no sé por
qué, pero mi instinto me dice que algo pasa, no sabría decir
qué. Mi madre no hace preguntas sin una intención
concreta. Miro a mi hermana, pero parece no darse cuenta
de nada. Está tan pancha en el sofá. En ese momento llegan
ruidos del recibidor y mi padre entra en el salón.
–Buenas, familia.
Deja el abrigo con cuidado en uno de los sillones del
rincón de lectura, el maletín junto a él en el suelo y
comienza a deshacerse el nudo de la corbata.
–Ven, siéntate con nosotras –digo entusiasmada y le cedo
mi asiento para sentarme junto a mi hermana y así dejarles
juntos en el otro sofá. No quiero perderme ni un solo detalle
de sus caras.
Mi padre obediente se sienta junto a mi madre y la besa
en la mejilla para saludarla. Mi madre le devuelve el saludo
y le sonríe satisfecha.
–Lo cierto es que la noticia no es solo de María –comienzo
a decirles, madre mía, estoy como un flan… –, sino de las
dos.
–Sí. Sabemos que el próximo día catorce de febrero es
vuestro veinticinco aniversario de casados, y no podíamos
dejar pasar esa fecha tan importante por alto.
–Así que decidimos daros una sorpresa.
–Sí. Pero debía ser una gran sorpresa, no cualquier
cosilla. Así que nos pusimos manos a la obra a pensar –
continúo.
Puedo ver cómo las caras de mis padres se empiezan a
animar.
–Fue bastante difícil. Porque se nos ocurrieron diversas
cosas que no valían.
Miro a mi hermana para que continúe ella. Sé que ella me
está siguiendo el rollo.
–Como una planta nueva para mamá y un kit manos
libres para papá…
Espera el tiempo suficiente para ver que no dejan de
sonreír.
–Y María dio con la solución –digo rápidamente.
–Desde lo más profundo de mi corazón, muchas gracias,
María, por esa idea tan, tan buena.
Me pongo la mano derecha en el corazón mientras digo
estas palabras para dar más énfasis a mis sentimientos.
María me besa devolviéndome el sincero agradecimiento.
–Lo cierto es que nunca os habéis ido de Luna de Miel,
por lo que pensé “nunca es tarde”. Es algo que está ahí
pendiente y eso había que solucionarlo de inmediato –
continúa María–. Así que di con la solución, qué mejor que
un viaje de Luna de Miel.
–¿Y qué mejor lugar que el Caribe donde se van todas las
parejas de recién casados? –apostillo mientras María mete
la mano debajo del cojín del sofá donde está sentada.
–¡Así que aquí están vuestros billetes!
María se los tiende a sus padres para que los cojan.
Ambos siguen sonriendo, pero ninguno hace ademán de
moverse. María sigue con el brazo extendido y busca mi
mirada con extrañeza. ¡Qué situación! ¡Qué les pasaaa!
Para romper este insólito momento sigo hablando en tono
distendido y alegre.
–Salís el próximo martes a las diez de la noche, así que
tenéis el fin de semana para preparar vuestros equipajes y
por espacio de once días disfrutareis del mejor clima, las
mejores playas y la mejor comida en un hotel de ensueño,
el San Mauro, con un todo incluido.
Nada más concluir, mi padre se pone en pie y con aire
serio rodea la mesa esquivando los billetes de avión.
Nuestros ojos se abren como platos. ¡No doy crédito! ¿Qué
le pasa? ¡Cómo es posible!
–¿Y en qué os basáis para creer que vuestra madre y yo
necesitamos un viaje de Luna de Miel?
Mientras habla camina rodeando el sofá donde estaba
sentado.
–No nos hizo falta en su día y no nos hace falta ahora –
sentencia apoyándose en el respaldo y mirándonos con ojos
fríos.
Nuestras caras deben ser un poema, nos miramos sin
poder articular palabra. ¡No entiendo nada! Mi madre ha
cambiado su semblante acompasándose a las palabras de
su marido.
–¿Qué queréis decir…? –logra articular María mientras
suelta los billetes en la mesa presa de su impotencia.
–Quiero decir...
Mi padre se ha incorporado metiéndose las manos en los
bolsillos del pantalón y con aire de quien controla la
situación va dando lentos pasos hacia su maletín.
–Que entendemos vuestras buenas intenciones, por
supuesto…
Hace una pausa mientras se agacha y abre su maletín.
–Pero no podemos aceptarlo ya que no queremos ni
necesitamos un viaje de recién casados, simplemente
porque no lo somos, llevamos casados veinticinco años.
María no puede creer lo que está escuchando y yo
menos, lo veo en su cara, su postura con la espalda tirante,
pero la actitud de nuestra madre secundando las palabras
de nuestro padre, no deja lugar a dudas, aunque aún no ha
dicho nada de nada, está claro que está de su parte. Me
empiezo a sentir un tanto contrariada por este rechazo tan
directo. Es tan extraño…
–Pero es un regalo… –comienza indignada mi hermana,
aunque no termina la frase ya que mi padre con un gesto de
la mano derecha la hace callar.
–Quiero que todos os tranquilicéis un momento y esto no
derive en una situación extraña.
Mi madre se levanta de su asiento y dirigiéndose hacia mi
padre intenta apaciguar los ánimos. Puede adivinarse
nuestra tremenda desilusión.
–Lo que queremos deciros, hijas...
Mi padre se inclina y rebusca en su maletín.
–Es que el único viaje que podemos hacer vuestra madre
y yo no es un viaje de Luna de Miel, porque nos casamos
hace muchos años y ahora somos padres… sino un viaje en
familia.
Junto a sus últimas palabras mi padre saca del maletín
dos billetes de avión y los agita en el aire.
–¡Dos billetes de avión! Destino: el Caribe. Salida: ¡El
próximo martes a las diez de la noche!
Suelta mi padre como si fuera un presentador de un
concurso y estuviera anunciando el premio al ganador.
–Estancia: once días.Titulares: Alba y María.
Nuestras bocas no dan más de sí al igual que nuestros
ojos. Me quedo perpleja. ¡No me lo puedo creer! Sin
pensarlo dos veces saltamos del sofá y nos abrazamos a
nuestros padres formando una piña de besos, abrazos y
gritos desenfrenados.
–¡Basta! ¡Basta!... tranquilas.
Mi padre intenta zafarse de tanta opresión que no le deja
respirar y es que en este momento me siento la persona
más afortunada del mundo por tener unos padres como
ellos y tengo que abrazarlos y apretarlos como si fueran mis
peluches preferidos.
Nuestra reacción es de completo caos, gritamos a la vez
haciendo continuas preguntas atropellándonos la una a la
otra, mientras que mi madre continúa riendo con el
pequeño engaño. Finalmente, el orden comienza a
imponerse y ella nos invita a todos a sentarnos
tranquilamente en los sofás. La primera en hablar soy yo.
–¿Cómo habéis podido hacernos pasar este mal rato? He
pasado una angustia terrible.
–No. ¿Cómo sabíais que os íbamos a regalar un viaje?
Mi hermana también está ansiosa por saber.
–Realmente, debéis dar las gracias a vuestro amigo
Fernando. Fue él, al que se le ocurrió la sorpresa rebote, ya
sabéis cómo es, vino y nos contó lo que queríais hacer y
claro, su plan era tan tentador, además, le agradecemos
que nos lo contara, ha sido una gran idea.
Mi madre que había estado callada no para de hablar
entusiasmada.
¡Dios mío! ¡Fer! Cuando le vea le voy a... yo qué sé, si he
comido con él hoy. ¡Qué tío! Qué temple, no se le ha
escapado nada, solo me ha preguntado discretamente y
seguro que estaba muriéndose por saberlo todo. Cuando le
pille, no se libra de un beso en los morros.
–¡Fernando!
Mi hermana abre los ojos como platos.
–Tenía que ser él, no podría ser otro.
Reímos. De repente caigo.
–¡Por eso me has preguntado lo del examen de conducir!
–Qué pasa, ¿te examinas? ¿Es que nadie me cuenta las
cosas?
Mi padre se queja continuamente de que es el último que
siempre se entera de las cosas que pasan en la familia y no
sale de su asombro.
–Ah, ya sé, mi consejo. ¿A que sí?
Está mirándome con sorpresa emocionada.
–Lo has puesto en práctica, ¿cuándo te examinas? ¿Estás
segura? ¿Y el viaje?
–Para, para –le digo–. Vamos por partes. He puesto en
práctica tu consejo y me ha ido fenomenal. Tanto, que me
he apuntado al examen el martes que viene. Pero lo tendré
que retrasar... –digo pensativa.
–De eso nada.
Mi hermana me mira cuadrando sus ideas.
–El martes te examinas a las diez, hasta las siete u ocho
no tenemos que estar en el aeropuerto para facturar. ¡Da
tiempo de sobra!
–Sí, pero voy a estar muy nerviosa.
–Dejamos la maleta hecha la tarde anterior y así no
tienes que preocuparte de nada. Yo te ayudo, es como si
fuera un día normal. Alba, no hagas una montaña de un
grano de arena.
Sé que tiene razón, puedo hacerlo.
–Entonces solo quedas tú, María.
Mi padre la mira con ilusión.
–Yo, sí, yo.
Espera un momento pensando.
–Creo que puedo arreglarlo con el encargado de personal.
El viernes hablo con él, pero no creo que haya problemas,
me debe cuatro días.
Es todo tan precipitado que no me creo que vayamos a
irnos todos, a la playita… mmmm… quizás se cumplan
todos mis deseos… esto va tomando forma. ¡Caribe, allá
voy!
–Alba,
Oigo mi nombre, es una voz lejana.
–Son las dos de la mañana. Te has quedado dormida.
¡Dios! ¡Es Jesús! Abro los ojos, aún seguimos en la misma
posición. Debe estar entumecido, sin embargo, ni se ha
quejado.
–Lo siento...
Intento erguirme y levantarme.
–Espera un momento, con cuidado.
Tira de mí suavemente y siento un gran vacío cuando con
un estudiado movimiento de cadera sale de dentro de mí.
–¿Llevo mucho tiempo dormida?
Mientras hablo voy buscando mi ropa.
–No, poco más de media hora.
Ha cogido el preservativo y lo anuda dejándolo en uno de
los vasos vacíos.
–¿Cuánto es un poco más?
Estoy preocupada, esto no me suele pasar.
–Cuarenta y cinco minutos –dice parándose en seco y
poniendo cara de dolor.
Abro mucho los ojos... ¡Cuarenta y cinco minutos! Pobre
hombre. No lo puedo creer.
–Lo siento... lo… lo siento mucho.
Tartamudeo, me siento muy tonta.
–Tranquila, es broma.
Se acerca y mete los dedos entre mi pelo peinándolo.
–Lo necesitabas, estabas tan relajada... tu cara estaba
tan tranquila, se te veía tan bien.
–¿Has estado mirándome mientras dormía?
Eso no me gusta nada. ¡Qué vergüenza! Espero no haber
hecho nada raro, solo dormir y callar como en el cuento de
la ratita presumida.
–¿Y qué quieres que hiciera?
Encoge los hombros.
–No me podía mover...
–Sí, perdona, es solo que esto es una situación muy rara.
Termino de vestirme y espero a que él haga lo mismo.
–Si lo que te preocupa es que hayas roncado o hablado
en sueños, tranquila, no lo has hecho.
Recoge las copas y con el pie derecho echa arena en la
hoguera apagándola. Me coge por la cintura y rehacemos el
camino de vuelta hacia el hotel. De camino en una papelera
tira las copas.
–¿Estás mejor?
–Sí, de verdad, estoy... bien. Mucho mejor.
Noto que me aprieta la cintura acercándome a él.
–Me alegro, de veras.
Sonríe mientras mira hacia el frente como recordando
algo, creo que está rememorando nuestro, como decirlo,
¿encuentro? Lo que me recuerda algo...
–No sonrías tanto.
Hemos llegado al edificio 6.
–¿Por qué no puedo sonreír?
Nos hemos parado delante de la puerta de mi habitación,
me ha girado y nos encontramos juntos pegados uno frente
al otro mirándonos a los ojos y por supuesto su frase va
acompañada de una enorme sonrisa de oreja a oreja.
–Dijiste que no ibas a acostarte conmigo y no has
cumplido tu palabra. ¡El método te ha fallado!
Comienzo a reírme, pero me dura poco.
–No, señorita, dije que no me iba a acostar contigo en tu
habitación en ese preciso momento, no dije que lo haría
más tarde en la playa, el método nunca falla.
–¿Me estás queriendo decir que has conseguido
exactamente lo que querías en el momento que querías y
todo gracias a tu método?
–Evidentemente no, es broma. El método falla, por
supuesto, no es infalible. He hecho lo que tú...
Y toca mi hombro con su dedo índice levantando una
ceja.
–... y solo tú, has querido que yo hiciera. Jamás...
Su rostro se ha vuelto serio, nunca lo había visto así
antes.
–Jamás, haría algo que tú no quisieras, Alba.
Sus ojos verdes se han oscurecido y me miran inquietos.
–Tú has conseguido lo que querías cuando has querido,
no yo, y he de decir que me ha encantado. Si esto es un
fallo del método, ojalá siempre falle.
Ahora su mirada es más transparente, parece que esta
explicación fuera importante para él, para que quedara
claro entre nosotros.
–Es verdad que yo te he pedido que siguiéramos cuando
tú has intentado consolarme, no, consolar no es
exactamente la palabra.
–Realmente voy detrás de ti, aunque no lo parezca,
intento darte lo que necesitas en cada momento.
Me interrumpe y me quedo pensando lo que acaba de
decir.
–Necesitaba que siguieras y no pararas ahí. Pero la
situación, la creciente excitación, eso, lo has creado tú con
tu método.
–El método no está reñido con lo que yo quiero. Te dije
que cuando quiero algo voy a por ello. Directo. No doy
rodeos. Pero si al salir del agua te hubieras quedado
dormida abrazada a mí y no hubiera pasado nada, el
método no habría fallado ni yo pensaría que estoy
perdiendo el tiempo, para nada, Alba. Estaría encantado
igualmente.
–Sí, cómo no.
Ahora lo veo claro.
–Cuando afirmaste que no te ibas a acostar conmigo en
mi habitación en ese momento, siempre vas a tener razón,
el método nunca fallará, porque siempre habrá un después
en otro lugar.
–Solo fallaría si nunca jamás nos acostáramos juntos.
Parece a gusto con su teoría.
–Eso de tener siempre la razón, ¿te gusta, no?
–Me gusta que las cosas salgan como tienen que salir.
Eso es todo.
Me mira atravesándome con esos verdes ojos rasgados
tan bonitos y no me puedo resistir. Me pongo de puntillas y
acerco mi cara a la suya, él hace el resto y me besa
despacio como si en sus labios se concentrara todo su
sentido del tacto. Toca mis labios con los suyos con deseo y
la sensación es deliciosa.
–Mañana te veo –dice rotundo, no admite un no.
Su mano me acaricia la nuca provocando un intenso
cosquilleo mientras que con la otra rodea mi cintura.
–Sí, tenemos una inmersión pendiente –le recuerdo.
–Aquí estaré sin falta.
Se separa un poco y coge mis manos, haciendo que las
balancee como cuando estábamos en la playa.
–Estate preparada, voy a ir a por ti como un tiburón.
Su risa sana y espontánea me contagia de nuevo y río
con él.
–Ándate con ojo, a lo mejor la ballena se come al tiburón.
–No eres una ballena... ja, ja, ja... ¿Es así como te ves?
Está claramente sorprendido con una expresión extraña
en la cara.
–Bueno...
¡Dios! Estoy poniéndome colorada otra vez.
–A veces, la verdad.
–Pues no lo eres. Yo te veo más bien como una sirena.
Una sirena con largas piernas.
Su vista recorre mis extremidades inferiores.
–Muy largas...
Está ensimismado y yo colorada.
–Bueno –consigo decir–. Cambiando de tema, ¿tienes
casa aquí?
–Sí, claro. Tengo alquilado un piso en Santo Domingo.
–¿Con tu hermana?
–No. Me gusta estar solo. Tener sensación de libertad. Ella
tiene otro en el mismo edificio. Estamos juntos, pero no
revueltos. Ya sabes.
–Y… ¿Cómo vas a ir hasta Santo Domingo a las... –cojo su
muñeca y miro la hora en su reloj– casi… las tres de la
madrugada?
–¿No me crees capacitado para llegar a mi casa sano y
salvo?
–Mucho más que capacitado, no me malinterpretes, es
solo que...
Le miro a los ojos poniéndole cara de niña buena.
–No me voy a quedar en tu cama a dormir hoy –me suelta
muy serio.
No me lo puedo creer, ya estamos otra vez. Este chico es
incansable.
–Eso quiere decir que sí te quedarás a dormir conmigo en
otra ocasión y en otro lugar...
Ya lo voy cogiendo.
–¡Exacto! Chica lista.
Y me guiña un ojo.
–Bien, esperaré ese día.
Sonrío como una boba.
–Yo también. Créeme, cuando llegue será mucho mejor
que el aquí y el ahora.
Desprende tanta seguridad que me abruma, ya me
gustaría a mí estar tan segura como él.
–Entonces, promete.
Empiezo a buscar en los bolsillos de mi falda y saco la
llave para abrir la puerta de mi suite. Él me las quita y abre
la puerta por mí como un caballero.
–¿Me darías tu número de teléfono?
Saca del bolsillo trasero de su pantalón vaquero su
smartphone dándolo por hecho y me mira esperando.
–Claro, ¿por qué no?
Intercambiamos los números.
–Ha sido un momento único –dice mientras me besa en la
frente–. Buenas noches, sirena. Hasta mañana.
Y me sujeta la puerta hasta que paso.
–Hasta mañana, nos vemos.
Entro en la habitación y antes de cerrar dejo una pequeña
abertura para ver cómo se aleja caminito arriba entre las
pequeñas luces que lo alumbran. Un pequeño bip hace que
dé un respingo. Cierro la puerta, es mi móvil, lo desbloqueo
y veo que tengo un mensaje.
–Hola, hija...
Mi madre está junto a mi cama. Debe de ser de noche
porque la única luz que hay encendida es la de la mesilla.
–¡Mamá! ¿Qué haces aquí? ¿Qué hora es?
–Hija, menudo susto me he llevado.
Al momento los recuerdos llegan a mi mente. ¡Puf! Odio
ser el centro de atención, pero lo he conseguido con creces.
–¿Cómo te encuentras?
Mi madre habla bajito y es que María está durmiendo
plácidamente en su cama. Me incorporo apoyándome en los
codos.
–Mucho mejor. De verdad. Siento haberte asustado.
–No seas tonta.
Ella se inclina para abrazarme.
–Lo importante es que no ha sido nada.
–¿Qué hora es?
–Son las...
Se acerca el reloj de pulsera para ver mejor debido a la
poca luz.
–Las tres y cuarto. Llevas siete horas dormida.
–Madre mía... pues no tengo nada de sueño.
–Pues vas a tener que dormir un poco más para estar
bien del todo mañana y poder atender a todos tus
admiradores... que no son pocos.
La mirada pícara de mi madre me da miedo. Mucho
miedo...
–Han venido a verte tres chicos.
–¿Qué?
Mi madre me chista para que baje la voz.
–Uno es el chico de recepción, el que se llama como el
hotel.
¿Mauro ha estado aquí preguntando por mí? No me lo
puedo creer.
–He hablado con él y parece un chico muy entregado y
educado.
Mi cara cambia completamente.
–¿Has hablado con él?
–Sí. Y también con un tal Jesús. Me ha dicho tu hermana
que es piloto.
Recordatorio, matar a mi hermana cuando se despierte, a
saber cuántas cosas más le ha contado.
–Parece un buen chico, muy maduro.
–¿Y cómo sabes que tus conclusiones son reales?
–Bueno... realmente no son conclusiones, más bien son
impresiones. Evidentemente tendría que conocerlos mejor.
También Alejandro.
Creo que voy a volver a desmayarme como siga
escuchando a mi madre. ¿También Alejandro?
–Es muy simpático, eso se ve a la primera, pero tiene
algo que no sé… tendría que conocerle algo más… parece
muy tímido.
–Tranquila, es solo un amigo muy simpático –recalco.
–Parece que has hecho muchos amigos en poco tiempo y
yo que pensaba que te estabas aburriendo... pero ahora
tienes que descansar. Ya hablaremos de ellos cuando estés
mejor. Me voy, tu padre está solo en la habitación.
Se levanta para irse, pero se detiene.
–Aunque debe estar dormido como un cesto. Así son los
hombres, hija. Que descanses y hasta mañana.
–Hasta mañana, mamá.
Ella me da un beso en la frente y sale de la habitación. En
cuanto la puerta está cerrada me levanto de la cama y voy
al baño, no tengo nada de sueño. Me lavo la cara y el espejo
me devuelve mi rostro mojado y despejado. Me seco y salgo
del baño. Cojo mi móvil y haciendo el mínimo ruido posible
salgo a la terraza. Lo desbloqueo y tengo un mensaje. ¡Es
de Fer!
Espero.
¿Qué haces que no estas descansando? Estoy en el
hotel así que puedo acercarme y darte dos sonoros
azotes en el culo. 3:30
–Estamos en ello.
–¡Hola, mamá!
Mi madre está sentada en un cómodo sofá bajo una
pérgola.
–¡Alba! Hola, hija.
Mauro y yo nos acercamos mientras mi madre se levanta
para darme un beso.
–Buenas noches, Ana.
Mauro la saluda tranquilamente. Está como pez en el
agua, mientras que yo estoy totalmente desconcertada y
nerviosa. ¡Qué mala suerte!
–Buenas noches, Mauro...
Mi madre le sonríe de oreja a oreja. Inmediatamente
interrumpo este momento.
–Mamá, ¿dónde está papá?
–¡Aquí mismo!
Mi padre me agarra por la cintura desde atrás
pegándome un susto increíble.
–Nunca he visto un hombre que tarde más en arreglarse
que una mujer.
Mauro la acompaña sonriendo con ella.
–Mauro, este es mi marido, Miguel.
Mi padre lo estudia con recelo. ¡Oh, no! Conozco esa
mirada... pero Mauro le extiende la mano y mi padre
finalmente se la estrecha.
–Encantado. Ya nos hemos visto antes –apunta Mauro
resuelto.
–… Y Mauro, ¿a dónde ibas con mi hija?
–¡¡Papá!! –protesto a la vez que mi madre intercede.
–Nosotros vamos a cenar. ¿Por qué no nos acompañáis?
El corazón me late a mil por hora y daría cualquier cosa
porque esta situación terminara de una vez. ¡Mamá, estás
loca! ¿Cómo se le ocurre insinuar algo así sabiendo cómo es
papá? ¡Arrrg!
–Seguro que Mauro tiene que trabajar, ¿por qué trabajas
aquí, no?
Muy bien, papá, así me gusta. Ahora Mauro dirá que sí y
nos iremos.
–Sí. Efectivamente trabajo aquí. Pero estoy disfrutando de
unos días de vacaciones.
–¡Perfecto! No se hable más.
Mi madre se cuelga del brazo de Mauro y se echan a
andar. No lo entiendo, con todo lo que tengo encima, ahora
tengo que lidiar con mis padres.
–Dime, Alba, ¿cómo lo has conocido?
Mi padre me enrosca alrededor de su brazo y caminamos
juntos. ¡Creo que un interrogatorio ahora sería lo último!
–No empecemos... ¿Cambiaría eso las cosas?
–Solo quería saber un poco de ti. Has estado los últimos
días como desaparecida. Por lo menos a tu hermana la
vemos de vez en cuando.
Apoyo mi cabeza en su hombro. ¡Dios! Tiene toda la
razón del mundo, solo me he limitado a enviarles mensajes.
Un profundo suspiro me sale de la garganta.
–Es un buen amigo.
Me resigno y cedo dándole un poquito de información.
–¿Solamente amigos?
Levanta las cejas y se para un momento.
–Nunca se sabe... ¡Quizás llegue a casarme con él!
Solo por ver la cara de mi padre, la broma vale la pena y
me carcajeo de tal modo que mi madre y Mauro se dan la
vuelta intrigados.
–¡Es solo una broma!
Pero la cara seria de mi padre me hace reír de nuevo. ¡Me
encanta pincharle! Mi madre y Mauro eligen una mesa un
poco apartada del bullicio en el restaurante de carne del
hotel y nos sentamos cómodamente. Enseguida los
camareros se arremolinan a nuestro alrededor tomando
nota de nuestros platos, llenando nuestras copas,
encendiendo las velas de la mesa... y traen los primeros
platos, todo con excesiva celeridad y amabilidad y no es
para menos, Mauro es su jefe. ¡Jejeje!
–¡Vaya, hoy el servicio está muy pendiente de todo!
Mi padre mira a mi madre afirmando con la cabeza y algo
extrañado.
–Sí, muy amables... –Río entre dientes.
–No digo que normalmente no lo sean, ¡por Dios! Es un
hotel que destaca precisamente en eso, en el trato con sus
clientes. ¡Es excelente!
Mi madre hace una pausa para beber de su copa.
–De hecho, Mauro, muchas gracias por las gestiones que
hiciste para que pudiéramos ir a la excursión.
–¡Mmm!
Mauro termina de masticar.
–¿Qué tal? ¿Les gustó?
No tenía ni idea de este asunto...
–¿Qué gestiones?
Sé que mi voz ha sonado algo impertinente, pero me
quiero enterar.
–El día de nuestro aniversario queríamos hacer una
excursión.
–Lo sé, mamá, fuisteis a Isla Catalina.
La apremio para que no se enrolle como las persianas.
–Exacto. El caso es que estaba completo y Mauro tuvo la
amabilidad de incluirnos.
Mauro me mira tranquilamente, pero excesivamente
tranquilo, con una media sonrisa. Da la sensación de que
todo esto le hace mucha gracia.
–Había dos plazas sin confirmar y…
Mis padres no saben con quién están hablando, pero yo
sí.
–Espero que no te haya supuesto un problema en tu
trabajo –digo sarcástica a tope.
Mis padres se quedan atónitos mirándolo, pero Mauro
únicamente me mira a mí con la misma sonrisa de antes en
los labios y se me hielan hasta las pestañas. ¡Creo que no le
ha sentado bien! Disimulo cogiendo otro bocado de mi
plato.
–Ningún problema.
–¡Oh! Bien. ¡Genial!
Sigo comiendo. Mastico, mastico, mastico.
–Me alegro, Mauro, no nos gustaría que por nuestra culpa
te hubieran llamado la atención. ¿Verdad, Miguel?
–Por supuesto que no y exactamente, ¿cuál es tu puesto
aquí en el hotel?
Mi padre deja los cubiertos sobre el plato y se inclina
hacia Mauro que está sentado justo enfrente de él. Solo en
ese momento noto a Mauro algo inquieto ya que se retuerce
en el asiento antes de contestar.
–Ahora mismo sirvo de apoyo en varios departamentos.
Principalmente recepción.
–Sí... recuerdo que nos atendiste el día que llegamos.
Muy bien, por cierto.
Mi madre toca la mano de Mauro a modo de
agradecimiento.
–Es mi trabajo.
Levanta la mano y un camarero se apresura rápidamente
hasta nuestra mesa.
–Por favor, Luis, añade a los segundos la ensalada de
pollo y piña para el centro y un plato de verduras crudas
con salsa green y salsa de yogur.
–Por supuesto, enseguida.
Por la manera en que mi padre se ha quedado mirando
cómo el camarero ha salido volando, yo diría que está un
poco… mosqueado.
–Debe ser muy interesante vivir aquí. Me refiero a un
lugar tan impresionante como este.
Vaya, parece que mi madre tiene ganas de hablar.
–Sí. La verdad es que no sé exactamente cómo es vivir en
otro lado.
–¿Eres dominicano?
Esto a mi padre ya le huele muy a chamusquina.
–Sí.
–Pero tus padres deben de ser de fuera, ¿no?
–Mi padre es español y mi madre italiana.
Va a ser verdad que no se lo cuenta a cualquiera. ¡Está
superando el tercer grado sin soltar prenda!
Dos camareras traen la ensalada y las verduras retirando
los primeros platos. Una rubia y mona le sonríe divertida a
Mauro y este le devuelve una mirada heladora. Noto la
inseguridad de ella y hasta yo siento frío en la nuca.
–¡Ah! Tienes raíces españolas.
Mi padre pincha de la ensalada.
–¡Por Dios, Miguel! No seas maleducado. Yo te sirvo.
Mi madre coge su plato y le sirve una ración. Me troncho
con ellos y noto que Mauro también se divierte.
–Perdón. No es para tanto, Ana.
Coge el plato que le tiende mi madre.
–¿Y cómo llegaron a estas tierras?
¡Touché, Mauro! A ver ahora qué dices. Lo miro
expectante.
–Es una larga y aburrida historia. El caso es que nací aquí,
aquí me crie y aquí sigo. Y la verdad, no tengo muchas
ganas de irme a otro lado. Me encanta mi trabajo. Me
encanta esta isla, sus gentes, sus costumbres, su vida
tranquila.
Ha conseguido salir de la encerrona, y bastante bien, por
cierto, pero lo que se ha quedado en mi cerebro como un
eco son sus palabras. ¿No piensa dejar esta isla nunca? Sé
que tiene fobia a volar después del accidente de su madre,
pero esto es algo más. Esto es claramente una intención.
Una afirmación rotunda.
–Te puedo asegurar que, si yo viviera aquí, no se me
habría perdido nada en otro lugar.
Mi madre le da la razón. Creo que lleva dándosela toda la
noche.
Los segundos platos no tardan en llegar. Mi padre
comienza a hablar sobre el clima, sobre otros países que ha
visitado, sobre Madrid, una ciudad cosmopolita que nunca
duerme, sobre la inseguridad de otras ciudades y yo me voy
desconectando poco a poco de la conversación. ¿Realmente
podría funcionar? ¡Mírale! Aquí está, encantado, como si
nada, charlando alegremente y la verdad es que tiene a mis
padres en el bolsillo. De mi madre era de esperar, se la
metió en el bolsillo en el momento que pisamos el hotel,
pero de mi padre... eso ya me resulta un tanto raro. Mi
padre es muy receloso. ¡Lo es incluso hoy en día con Fer!
¡Con Fer! ¡Dios mío! Amigo de toda la vida, lo conoce desde
que era un niño. Sin embargo, cada minuto que pasa lo veo
más relajado, es como si se hubiera olvidado de que este
chico es un claro pretendiente de su hija. ¡Quizá tenga
fiebre! No sé, no sé... la verdad es que Mauro lo sabe hacer
y no me refiero a hacer el amor, que eso sé que sabe de
sobra y tiene larga experiencia, sino a camelarse a las
personas, quizás lo haya aprendido después de tanto
tiempo trabajando cara al público.
–Hija, ¿que si quieres algo de postre?
–No, gracias. Estoy llena.
–¿Por qué no nos tomamos una copita en el Lobby Bar?
Mi padre no tiene fin...
De camino, las parejas se han cambiado. Ahora Mauro
charla animadamente con mi padre y yo acompaño a mi
madre.
–Parece un buen chico. Ya te lo dije.
–Sí, lo recuerdo.
Le sonrío abiertamente y tomo su mano entre las mías.
–¿Estás bien? –me pregunta extrañada.
–Perfectamente. La verdad es que tenía algo de miedo,
pero al final habéis sabido comportaros.
Mi madre suelta una carcajada y me encanta hacerla reír.
–Ni que mordiéramos.
–Lo digo por papá, ya sabes lo receloso que es.
–Por ese motivo es mejor que los conozca. Cuanto antes
mejor, porque si no, el recelo crece en su interior y a la
larga es peor.
–Gracias, mamá.
–¿Por qué?
–Por pensar tanto en nosotras. Por anticiparte a nuestras
necesidades.
–¡Ya te tocará! Y lo harás de manera espontánea. Sin
darte cuenta.
–No creo que todas las madres sean iguales.
Cuando pasamos cerca del edificio 6 me paro.
–Si no os importa, yo me quedo aquí. Me gustaría
ducharme y cambiarme. No tardo nada. Enseguida me
reúno con vosotros.
–No te preocupes, tranquila. Te esperamos en el bar.
Mauro me guiña un ojo y continúa caminando con mis
padres, uno a cada lado. ¡Vaya! Pensaba que me iba a mirar
con cara de pocos amigos por tener que cargar solo con mis
padres, pero veo que no tiene ningún problema. Así que me
voy hacia mi habitación. Me desnudo, me ducho
tranquilamente, me peino, me maquillo discretamente, me
pongo un vestido suelto de tirantes negro y lo ciño a mi
cintura con un cinturón estrecho de color dorado. Sandalias
de tacón alto negras y un toque de perfume. ¡Dios, ha
pasado una hora y cuarto! ¿Cómo he podido tardar tanto?
Abro el bolso y meto un bikini y salgo disparada hacia el
Lobby Bar.
El ambiente está muy bien, hay bastante gente y todos
los sofás están ocupados. Me dirijo hacia los tres que están
charlando alegremente. ¡Alucino! Ni siquiera yo he hablado
tanto con él.
Mauro se levanta para cogerme la mano y llevarme hasta
mi asiento.
–Estás muy guapa.
Con este gesto, tanto mi padre como mi madre nos miran
sonrientes. ¡Sonrientes! ¡Es como si hubieran dado el visto
bueno! De mi madre lo esperaba, pero de mi padre... Me
siento incómoda y decido terminar con esto.
–Tenemos que irnos.
Toco el reloj de mi muñeca. Mauro me mira extrañado,
pero al instante cambia de expresión.
–Sí, es verdad. No me había dado cuenta.
–¿Os tenéis que marchar?
Mi padre nos mira apenado. ¡Increíble! No doy crédito.
¡Uff!
–Sí.
Mauro se levanta y mis padres hacen lo mismo.
–Ha sido un placer cenar con vosotros.
Les da la mano.
–Por favor, Mauro, dos besos.
Mauro se despide besando a mi madre sonriente.
–Nos vemos mañana.
Les doy un beso.
–Tened cuidado –apunta mi padre mientras nos alejamos
hacia recepción.
Caminamos callados. No sé qué decir. Mauro lleva las
manos metidas en los bolsillos de su bañador y su mirada se
pierde en las baldosas del suelo.
–Lo siento. Ha debido de ser un rollo enorme.
Levanta la vista hacia mi rostro y sonríe tiernamente.
–Para nada. Tienes unos padres encantadores.
–Un poco pesados.
–Deberías estar orgullosa de ellos y de poder tenerlos
junto a ti.
Me doy cuenta de lo que Mauro debe echar de menos a
sus padres y me siento un poco contrariada porque tiene
toda la razón. Nuestros pasos nos han dirigido hacia su
habitación. Estoy nerviosa y me restriego las manos sin
parar.
–Tienes razón, pero a veces no es el mejor momento.
–No sabes cuántos momentos te quedan junto a ellos.
Se me hace un nudo en la garganta y no consigo tragar.
Mauro se acerca y me abarca con sus brazos. Yo también lo
rodeo y coloco mi mejilla en su pecho. Escucho el latido de
su corazón. Suena fuerte y con un ritmo sereno. Mauro
apoya su cabeza en la mía y su voz me llega a través de su
pecho algo metálica.
–Hay un cine cerca de aquí. Me ducho en un momento.
Entramos y Mauro pone el cartel de no molestar
colgándolo en el pomo de la puerta.
–Ponte cómoda. Si quieres puedes salir fuera.
Mauro se saca el polo por la cabeza y se queda
mirándome. Me pongo colorada porque yo también lo estoy
mirando fijamente. Y es que la vista se me va. No lo puedo
evitar, está tan bueno.
–Me… me… me voy mejor fuera.
¡Qué me pasa, acabo de tartamudear! Me dirijo al gran
ventanal e intento abrirlo, pero no puedo.
–Tranquila.
Mauro aparta mi mano del tirador y de un movimiento
abre la hoja de cristal. Consigo salir rápidamente y ante mi
reacción Mauro se aleja hacia el baño. Me tumbo en una de
las tumbonas del jardín, se está muy bien aquí. Es un lugar
francamente precioso. Está muy cuidado. Me doy cuenta
que en el muro del fondo hay una puerta. Oigo cómo se
abre el grifo de la ducha, así que me levanto para husmear
un poco. Me acerco y después de intentarlo en varias
ocasiones me doy cuenta de que está cerrada. Qué fastidio.
De repente un timbre suena muy cerca de mí y pego tal
respingo que se me escapa un gritito ahogado. El sonido del
agua cesa y al momento sale Mauro por la cristalera con
una toalla liada a la cintura. ¡Dios! Respiro hondo.
–Está cerrada.
Se acerca con un manojo de llaves y escoge una para
meterla en la cerradura.
–¿Quién es? –dice antes de abrir.
–Soy yo, hermano.
Mauro me mira alegremente.
–Es Fede.
La puerta da directamente a la playa, al abrirse aparece
el camarero mulato de sonrisa fácil y en ese momento
comprendo que la última vez que lo vi fue el día que conocí
a Jesús, nos hizo salir de la playa y no sé por qué, pero creo
que tiene algo que ver con Mauro. No viene solo. Viene
acompañado de una chica rubia menudita de cara angelical
y muy tímida por lo que veo.
Ambos se saludan con un abrazo rápido.
–Hola, Fede, pasad.
–¿Interrumpimos algo?
–No, para nada. Pasad. Ella es Alba, la recuerdas,
¿verdad?
Pillo el gesto que Mauro le hace a Fede subiendo las
cejas.
–Encantada –digo y me da dos besos rápidos.
–Tengo que hablar contigo, hermano.
Fede está nervioso y la mujer que está a su lado, no sé, la
noto muy cohibida.
–¿No nos vas a presentar?
Fede hace acopio de paciencia y nos presenta.
–Ella es Estefanía. Es venezolana y ellos son Alba y
Mauro.
Me da dos tímidos besos y cuando le toca a Mauro se
pone roja como una bombilla. Pongo los ojos en blanco, no
sé si podría acostumbrarme a esto, pero inmediatamente se
coloca de nuevo junto a Fede. Mauro se gira y le seguimos
hasta la mesa donde tomamos asiento.
–¿De qué querías hablarme?
Fede lo mira con ojos como platos.
–Hermano, a solas. Lo siento, es algo confidencial, no
tengo nada en contra tuya, Alba.
Me quedo parada, todo esto es muy raro.
–Perdónanos, Alba. ¿Vamos dentro?
Mauro se levanta y me mira con asombro.
–Sí, claro, cómo no, adelante –les contesto.
Los dos hombres entran dentro y allí me quedo yo con
Estefanía, que aún no ha dicho nada. Nuestras miradas se
cruzan y sonreímos como tontas.
–Bueno, Estefanía, ¿estás de vacaciones en Santo
Domingo?
Joder, no sé qué decir. Ella sonríe nerviosamente.
–No. Vivo aquí.
Su voz es acorde con su pequeñez. Desde la habitación
me llega la voz de Mauro, creo escuchar que dice “tranquilo,
hablaré con ella”. Las dos nos miramos, ella también lo ha
oído. ¿Con quién tendrá que hablar? ¿Con Estefanía? ¿Con
otra mujer? ¡Dios, no puedo esperar a saberlo! Si es que me
lo cuenta, claro.
Después de lo que me parece una eternidad ambos salen.
–Estefanía, ¿puedes hablar con Mauro un momento?
¡Ah! Tiene que hablar con ella, pero ¿por qué? Estefanía
se levanta tímidamente y Mauro la agarra por el hombro ya
que a su lado parece una niña. La intriga me corroe. Veo
cómo ella se sienta al borde de la cama de Mauro y él se
coloca frente a ella en cuclillas. Esto no me hace gracia. Me
están entrando unas ganas locas de irme. Fede se sienta
enfrente de mí. Sigue nervioso.
–¿Qué es lo que pasa?
Fede deja de tamborilear con los dedos en la mesa y
parece un poco contrariado como si no esperara que le
fuera a preguntar. Es un hombre alto y con buena
complexión física. Su cara en conjunto es armoniosa, reúne
rasgos típicos de raza blanca como la nariz recta y fina y de
raza negra como los labios carnosos. Su piel es morena y
brillante, da la sensación de ser muy suave. Apenas tiene
pelos.
–Ya sé que casi no nos conocemos...
Comienzo con tono tranquilo.
–Solo espero que se solucione lo antes posible. –Me corta
rápidamente.
–Si pudiera ayudar en algo...
Los ojos de Fede se iluminan por un momento, es como si
se le hubiera ocurrido algo. Pero al momento lo desecha.
–Es posible, pero por ahora...
Mauro sale, frotándose el flequillo con la mano y soplando
por la boca.
–¿Por qué no me lo has contado antes? –suspira–. Lo
siento, ahora está bloqueada. Está llorando.
–¿Puedo entrar a hablar con ella?
Los dos me miran alucinados. La verdad es que no sé por
qué lo he dicho, pero no puedo soportar que una mujer
llore. Necesito ayudar como sea, aunque solo sea secándole
los mocos.
–¿Se lo has contado?
Mauro le pregunta a Fede.
–No, aún no.
–Bueno, quizás sea mejor así. Pasa, Alba.
Fede me mira asustado, no lo tiene del todo claro. En fin,
me levanto, cojo aire, me estiro el vestido y entro en la
habitación. Ella tiene los codos apoyados en las rodillas y se
tapa la cara con las manos. Me siento a su lado y la abrazo.
¡Parece tan frágil! Al momento me abraza con fuerza y el
llanto se hace más fuerte.
–Tranquila, llora todo lo que quieras. Me quedaré aquí
todo el tiempo que haga falta. Desahógate.
El llanto disminuye al cabo de unos minutos, le acaricio la
espalda y le beso la frente. Parece que ya va pasando.
–Él no quiere… –dice entre sollozos.
–¿Fede?
Ella levanta su rostro hacia mí. Tiene todo el rímel corrido
y automáticamente saco un clínex de mi bolso y comienzo a
limpiarle la cara.
–Estoy embarazada.
¡Notición!
–¿Fede es el padre?
–Sí.
–¿Él no quiere hacerse cargo del niño? –le pregunto con
cautela.
–Yo quiero abortar.
Me quedo helada, parada, quieta, muerta... ¿Cómo?
–Él no quiere que aborte. Quiere que formemos una
familia juntos.
–Pero, Estefanía...
¡Por Dios, parece el mundo al revés!
–Tú no lo conoces. Tiene fama de mujeriego. ¿Cómo voy a
formar una familia con él si ni siquiera sé si me será fiel?
¡¡Dios mío!! Es como si una mano invisible me hubiera
golpeado la cabeza y de repente lo viera todo claro, tan
claro como la mujer que tengo delante. Mauro y Fede son
iguales. Estoy un poco aturdida.
–Pero, él te gusta, le quieres, ¿no?
–Demasiado.
–Entonces tu único miedo es que él en el futuro pueda
volver a vivir como hasta ahora. Es decir, que vuelva a las
andadas.
Ella asiente con la cabeza. Le doy otro clínex para que
pueda sonarse la nariz.
–Lo mejor es no continuar con el embarazo y ver si nos va
bien juntos, porque si no es así, entonces tendremos un
problema.
–¿Y no piensas que si abortas y seguís juntos, en el futuro
te puedas arrepentir de haber abortado? ¿No crees que sea
una razón más que de peso para que él piense en formar
una familia contigo, porque te quiere y quiere el fruto de
vuestro amor? ¿No es suficiente motivo para que lo
intentes? ¿Cuál es el problema? Os queréis, por lo que me
dices estáis enamorados.
Ella me mira sin pestañear.
–Llevas una vida dentro de ti. Y eso es lo más maravilloso
del mundo.
Sus ojos empiezan a llenarse otra vez de lágrimas, ¡Ay,
Alba, por ahí no! Reflexiono y tomo otro camino enfocándolo
desde otra perspectiva.
–Nadie te puede asegurar que una pareja no rompa en el
futuro, no solo por ese motivo, sino por mil motivos más
diferentes. Entonces, según eso, nunca llegarás a formar
una familia por miedo a que se rompa. Si no lo intentas,
¿qué sentido tiene? Seguramente él también tenga miedo,
es una experiencia nueva, se enfrenta a lo desconocido,
pero los dos juntos podéis superar todo lo que se ponga por
delante.
Hago una pausa para tragar saliva.
–Te voy a ser sincera. No he hablado con Fede de esto.
Realmente no lo conozco. Solamente he hablado con él en
dos ocasiones. A ti acabo de conocerte, pero dime, ¿cómo
ha reaccionado él con la noticia?
–Pues... mejor que yo. Al principio se quedó muy callado,
pero luego empezó a hacer planes de futuro. Habló de
alquilar una casita e irnos a vivir juntos.
De repente mi concepto sobre Fede comienza a cambiar.
–Espérame aquí un momento.
Salgo de la habitación como un tornado.
–¡¡Cómo puedo saber que lo que dices es sincero!! –le
grito sin piedad.
Mi dedo le señala acusándole a escasos centímetros de
su nariz. La cara me arde. Mauro me mira como si no me
conociera y no me conoce cuando estoy alterada. Pero la
cara de Fede no se altera. Él me contesta sin vacilar, seguro
de sus sentimientos.
–Porque la quiero. No quiero nada más que estar con ella.
No tengo nada en la vida y ahora lo voy a tener todo. La voy
a tener a ella, voy a ser padre, voy a tener una familia. Es
como un sueño hecho realidad.
Los ojos de Fede dejan de mirarme para mirar detrás de
mí y sé que mi plan ha salido a la perfección. Estefanía
entra en el jardín y como si solo estuvieran ellos dos solos,
se tira en los brazos de Fede abrazándose y besándose
apasionadamente.
Mauro me está mirando alucinado. Se levanta y me lleva
hacia adentro.
–Dejémosles un poco de intimidad.
Al entrar cierra la cristalera tras de sí.
–¿Cómo lo has conseguido?
Me siento en la cama justo en el mismo sitio en que
Estefanía estaba sentada antes.
–Los dos se quieren.
Mauro rodea la cama y se coloca frente al armario. Lo
abre de par en par, se quita la toalla y se queda como Dios
lo trajo al mundo. Tiene un culito… Empiezo a inclinar la
cabeza hacia la derecha para tener una mejor perspectiva.
–Sí, pero no los conoces.
Abre un cajón y saca un slip negro. Se da la vuelta y la
boca se me abre sin darme cuenta.
–El siguiente paso es poner un barreño para que no me
manches las sábanas.
De un brinco coloco la cabeza y la boca en su sitio y
como si no le hubiera escuchado continúo:
–Ella solo necesitaba escucharlo.
–¿Le has preguntado aposta? ¿Cómo sabías lo que te iba
a contestar?
–No lo sabía, intuición femenina.
–Ha sido increíble cómo has entrado en el jardín
acusándole con el dedo. Si llego a saberlo lo grabo con el
móvil.
Se coloca una camisa blanca de manga larga. Me levanto
y le ayudo a abrocharse los botones y la camisa se le ajusta
al cuerpo de manera impecable.
–Gracias.
–Eres muy lento con los botones.
Le sonrío.
–No, gracias por ayudar a Fede.
Me quedo pensativa. ¡Ojalá alguien me ayudara a mí con
mis propios problemas! Con los demás lo tengo claro, pero
cuando se trata de mí... no sé nunca qué camino tomar. Me
acerco al armario, separo las perchas y selecciono unos
pantalones chinos de color azul marino.
–Estos.
Sonríe de medio lado y se los coloca. Me acerco de nuevo
y le quito las manos de la bragueta. Le subo lentamente la
cremallera y luego le abrocho el botón. Mauro me mira sin
pestañear con la respiración parada y no toma aire hasta
que termino, dejándome hacer.
–Esta ha sido una maniobra muy pero que muy peligrosa,
Alba.
–Es la segunda maniobra peligrosa de la noche.
–Quizás haya alguna maniobra peligrosa más, no hay dos
sin tres, ya sabes.
Pasa ambas manos por los tirantes de mi vestido.
–No estés tan seguro.
Me giro.
–¿Dónde tienes los zapatos? ¿Es este armario?
Señalo una cómoda situada frente a la cama. Mauro
afirma divertido. Lo abro. Para mi sorpresa están todos
colocados. Lo que más abunda, las zapatillas de esparto.
Tiene unos seis pares de distintos colores. Un par de
deportivas, las botas de militar del otro día. Unos zapatos de
vestir negros impecables, un par de zapatos de uniforme y
unos mocasines grises y otros beige.
–Se acabaron las zapatillas de esparto, nene.
Le tiendo unas tenis de color blanco que parecen nuevas.
Mauro se acerca y las coge.
–¿Qué tienen de malo las zapatillas de esparto? Son
cómodas, transpiran perfectamente y combinan con todo.
–Nada de malo. Todo ventajas, pero existen más tipos de
zapatos, al igual que existen más tipos de situaciones,
porque… ¿No harás running con las zapatillas de esparto,
verdad?
–Entendido, ya me las he puesto. ¿Contenta?
–Mucho.
La puerta de cristal se abre de golpe y un torbellino entra
por ella.
–¡¡¡Tenemos fecha de bodaaa!!!
Fede salta de alegría y coge a Estefanía en brazos
girando sobre él. Los dos ríen ilusionados y no puedo más
que alegrarme.
–¡¡Eso es fantástico, hermano!!
Mauro se une a ellos abrazándolos y girando.
–¡Enhorabuena! –grito para hacerme oír. Los giros cesan.
–El 25 de marzo.
–Solo queda un mes.
Mauro está alucinado.
–Os casareis aquí en el hotel –dice rotundo haciendo
planes.
–Gracias, hermano.
Los dos se dan un abrazo interminable. Estefanía se me
acerca y me abraza también.
–Gracias, Alba. Si no te hubiera conocido hoy habría
cometido el mayor error de mi vida. Quiero pedirte algo.
Me separo lo suficiente y ambas nos mirarnos a la cara.
–Quiero que seas mi dama de honor.
Mauro y Fede han dejado de pegar saltos y me miran
esperando mi respuesta. ¡Dios! ¿Cómo voy a ser su dama
de honor? Me voy de aquí en unos pocos días. Mauro se
acerca y me abraza.
–¡Claro que quiere!
Todos sonríen contentos menos yo, que estoy
estupefacta.
–Vamos a celebrarlo.
Fede coge de la mano a Estefanía y salen por la puerta al
jardín como si fuera en ello su vida. Mauro me coge por la
cintura y seguimos los pasos de la pareja, los cuales han
desaparecido por la puerta del fondo del muro.
–¿Por qué lo has hecho?
–¿No tendrás que hacer algo importante el 25 de marzo?
Al llegar a la arena me descalzo y Mauro coge solícito mis
zapatos agarrándolos con una mano por los tacones.
–No puedo comprometerme a eso. Estaré a miles de
kilómetros de aquí.
–Puedes hacer dos cosas, quedarte aquí un mes más. Te
doy alojamiento y trabajo, tengo un hotel. O venir de nuevo.
Yo pago el vuelo.
No puedo creerme lo que me está diciendo. ¿Me está
proponiendo que me quede a vivir con él?
–Esto es muy confuso para mí.
–Que yo sepa, no tienes trabajo aún en Madrid, quiero
decir que tiempo tienes.
–¡Estás loco! Mi vida está en Madrid, mi familia, mis
amigos. ¡Todo! ¿Cómo voy a quedarme aquí un mes entero?
Antes de llegar al faro donde Fede y Estefanía están
pidiendo bebidas, se para en seco y me agarra por los
hombros.
–Todo eso son excusas.
Su mirada es fría y seria.
–Para ellos es muy importante. Es lo más importante
ahora en sus vidas. Todo lo demás sobra. Te doy todas las
posibilidades. Te puedes quedar, no me deberás nada, me
puedes pagar con tu trabajo, tendrás una habitación para ti
sola, o si lo prefieres, vete, pero vuelve para la boda. Yo te
pago el vuelo, más no puedo hacer. ¡Tú decides!
Y sin esperar una respuesta me suelta y corre a saludar a
su camarero del faro. ¡Todo ha pasado tan deprisa! No me lo
puedo creer, un mes aquí en el Caribe... tentador... ¡no, no,
no! No puedo quedarme, tengo una entrevista pendiente. ¿Y
si me llaman? Perdería esa oportunidad. Tengo que volver.
Quizá lo mejor sería ir y volver de nuevo. ¡No! Lo mejor es
declinar la invitación, tampoco los conozco tanto como para
ser su dama de honor. ¡Arrrg! ¿Dónde está la persona que
me aconseja ahora?
–¡Vamos, Alba, un brindis!
Estefanía, entusiasmada, se acerca con dos copas de
champán en las manos y me tiende una.
Todos me miran con un destello de ilusión y alegría en la
mirada, así que me acerco y levanto mi copa y Mauro
comienza a hablar:
–¡¡Por el verdadero amor!!, porque cuando aparece tu
vida cambia para siempre. Por el deseo y la esperanza, por
la alegría de encontrarlo, por el empeño y la ilusión de
conservarlo, cuidarlo y mimarlo, porque el amor acerca
continentes. ¡¡Por los novios!!
Todos nos hemos quedado callados escuchando el brindis
de Mauro y aunque lo ha hecho por la nueva pareja, iba
claramente dirigido a mí. ¡Esta noche está siendo
demasiado intensa, soy incapaz de asumir tantos
sentimientos! Mauro está echando toda la carne en el
asador, sabe que el tiempo es oro y eso es precisamente lo
que le falta, tiempo. Levantamos nuestras copas y el cristal
choca en el centro que hemos formado las dos parejas. Le
miro por encima de mi copa mientras bebo el champán,
pero él está ensimismado con Fede y Estefanía, es como si
no se atreviera a mirarme.
–Demos una vuelta por la playa.
Fede coge la botella de champán y todos nos
encaminamos hacia el mar donde las olas rompen
silenciosas en la arena.
–He de decir que estoy encantado con esto, Fede. Me
alegro un montón por ti. No solo porque va a cambiar tu
triste vida de hombre que va y viene sin un objetivo
concreto, sino porque vas a ser padre y eso es lo más
increíble del mundo.
–La verdad es que la conversación que tuvimos el otro
día… El cambio que estabas experimentando me dejó
preocupado, no me lo podía creer sin más. Pero me dio qué
pensar y hermano, ese día no pude dormir, estuve toda la
noche pensando en mi propia vida y me di cuenta que
tenías razón.
Hace una pausa y busca mis ojos.
–Alba, no te puedes imaginar, ni por lo más remoto lo que
le has hecho a este hombre.
–¡Vamos, Fede, me vas a poner colorado!
Mauro protesta y me coge de la mano. Los tres ríen y
acabamos sentándonos junto a un par de palmeras muy
cerca del agua. Fede rellena las copas, menos la de
Estefanía.
–Quiero daros ya mi regalo de boda. No es solo un regalo
de boda, es un regalo a un hermano y a su futura mujer y a
mi futuro sobrino.
Todos estamos expectantes y miramos a Mauro sin perder
detalle.
–Quiero regalaros el piso de La Romana.
–¿Estás loco? ¡Ni hablar!
Fede se levanta como un resorte.
–Vamos, Fede, es mi regalo. Quiero que sea vuestro.
Mauro también se levanta para tranquilizarlo.
–No puedo aceptarlo.
–¿Vas a rechazarlo?
–Ese piso lo compraron tus padres con mucho esfuerzo,
Mauro.
–Ese piso está vacío.
–Debes conservarlo por tu padre.
–¿Para qué? Mi padre si alguna vez regresa, que no lo
creo, tiene dónde quedarse. ¿No crees? Mi padre estará
encantado, de hecho, tomadlo como un regalo de ambos.
Quiero que esto funcione, eres mi hermano.
¡Madre mía! Tengo el corazón en un puño, ¿este es el
Mauro que conocí, el que se tiró a una mulata en un baño
delante de mis narices? No entiendo nada, pero a la vez me
siento emocionada, esto me sobrepasa.
Mauro le tiende la mano y finalmente Fede la estrecha
con fuerza abrazándolo a la vez.
–¡Gracias, brother!
La voz de Fede suena quebrada y se me forma un nudo
en la garganta. Ambos acaban de nuevo en la arena.
–Quiero darte las gracias, Mauro. Así todo parece mucho
más fácil. Gracias, Alba, ahora veo que estaba equivocada y
gracias, Fede, ahora creo en ti, creo en nosotros.
Fede se inclina y le da un bonito beso en los labios a su
prometida. Me quedo ensimismada mirándolos, hasta que
noto la suave mano de Mauro que acaricia la mía.
–Vamos.
Nos levantamos y dejamos a la pareja sumida en abrazos
y besos. Miro el reloj, son las tres y media de la mañana.
¡Madre mía, el tiempo pasa volando! Llegamos a la zona de
las camas balinesas y nos tumbamos juntos. Mauro pasa su
brazo por mis hombros y me acoge en su pecho.
–Eres muy generoso.
–Yo diría más bien que no soy egoísta. Tenía que hacerlo,
no hay otra posibilidad, no somos hermanos de sangre, pero
es como si así lo fuera, él siempre ha estado ahí. Quiero que
sea feliz y que funcione y aquí estaré para ocuparme de que
así sea. Es la única familia que tengo aquí.
–De todos modos, no todos los hermanos se regalan
pisos.
–Ya te lo dije, Alba, son únicamente cosas materiales. Lo
importante son las personas. Lo importante es que funcione.
Ese piso está vacío, qué mejor uso que llenarlo de vida.
Mi mano se mete entre dos botones de su camisa y
acaricio su pecho suave.
–No me gusta el dinero. Si te soy sincero no sé ni cuánto
tengo en el banco. Solamente sé que me levanto cada día
para disfrutar de mi trabajo, de las personas que trabajan
junto a mí. Solo quiero tener lo justo y necesario para vivir y
aquí en el hotel tengo todo eso con creces.
–También, las mujeres...
Mauro se incorpora y saco mi mano de su camisa. Me
mira como intentando encontrar las palabras adecuadas
antes de contestar.
–No sé qué tengo que hacer para convencerte de que eso
es pasado.
–Entiéndeme, hace unos pocos días te conocí de una
manera y ahora abogas por algo radicalmente distinto. No
eres el mismo, pero no sé si tu voluntad irá más allá del hoy
y del ahora.
Se vuelve a echar en los almohadones de la cama con los
brazos hacia arriba y las manos en la nuca.
–Creo en el destino y tú eres mi destino. Tú eres la mujer
que estaba buscando, aunque no lo supiera. Y estoy
convencido que he tenido que pasar por toda esta forma de
vida para encontrarte y darme cuenta.
¡Madre mía! Es increíble que esto me esté pasando a mí.
Me reclino de nuevo sobre su pecho y le desabrocho dos
botones de la camisa y acerco mi cara a la suya, tiene los
ojos cerrados y mis labios se juntan a los suyos, él recibe mi
beso y responde dulcemente. Mi mano vuelve a tocar los
músculos de su pecho y el pulso se me acelera, Mauro no ha
cambiado su postura ni un milímetro lo cual me extraña, así
que mi cuerpo se desliza sobre el suyo y puedo notar que se
alegra de verme, pero Mauro separa sus manos y con cariño
me devuelve a mi sitio. ¿Qué pasa?
–Esta noche no.
¿¿Cómo??
–¿Qué quieres decir?
Los nervios me están atacando.
–No voy a convencerte así. No voy a hacer el amor
contigo, aunque me muera de ganas.
Mi cerebro le da la razón. Es un chico listo. Quiere
hacerse valer, que me dé cuenta de lo que me pierdo y
sonrío por dentro. Creo que podré aguantarlo y sin
protestar, me acurruco a su lado.
–¿Tienes frío?
Vuelve a hablarme calmadamente.
–Un poco –susurro.
Se levanta y al momento trae una gran toalla. Nos
acomodamos de nuevo muy juntos, abrazados y puedo
disfrutar de su cuerpo pegado al mío. Me siento tan bien
que no tardo en quedarme dormida.
DÍA 9
A toda mi familia.
A mi madre, María Jesús, José Luis, Lucía, Claudia, por
ayudarme y apoyarme siempre con las redes sociales
incluso en tiempos difíciles.
A Marivi, Francisco y Mari Mar, por confiar en mi proyecto
desde el primer día.
Gracias.
A David por crearme la página web y por ayudarme
en todo este proceso con tus mejores consejos. A Mario, por
tener tan buen ojo y aconsejarme sobre temas tan
importantes como la portada, los colores, el tipo de letra…
etc.
¡Gracias!
A mis primas y primos. Beatriz, Cristina, Elena. Paula,
gracias por darme tus mejores consejos y compartir tu
conocimiento sobre redes sociales conmigo. A Maribel,
Sonia, José Miguel por entusiasmaros tanto como yo.
A María Jesús por apoyarme incondicionalmente desde el
primer momento hace ya varios años y por ponerme en
contacto con Manuel que contestó todas mis dudas sobre el
mundo editorial. A Beatriz y Begoña.
A Pilar, Carlos y Javier.
A Silene, Olga, Silvia, a mi tía Natividad por no dudar ni un
segundo
en ayudarme a difundir mi libro.
Gracias.
LENA LARSON