01 - Entre Mares - Lena Larson

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Copyright 2023

Titulo original: “ENTRE MARES”


Autora: Lena Larson
Diseño de portada y contraportada: Lena Larson
Primera edición: abril 2023
Segunda edición: enero 2024

Obra registrada ante el Registro de la Propiedad


Intelectual de Madrid, con NÚMERO DE ASIENTO REGISTRAL
16 / 2021 / 7457
ISBN: 978–84–09–48767–7

No se permite, la reproducción total o parcial de este


libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su
tratamiento en cualquier forma o por cualquier medio, sea
en electrónico, mecánico, por fotocopia, grabación u otros
métodos, sin el permiso previo o por escrito del autor. La
infracción de los derechos mencionados puede ser
constitutiva de delito contra la propiedad intelectual. (art.
270 y siguientes del Código Penal).
BIOGRAFÍA

Lena Larson, nació en Madrid. Enseguida sus padres se


dieron cuenta del talento innato de su hija para el arte.
Desde muy pequeña dibuja, diseña y pinta cuadros al óleo.
Hizo sus estudios de administración en Madrid. En 2018 el
destino le concede el privilegio de vivir en Pune (India)
durante año y medio donde vive una experiencia cultural
enriquecedora y en 2020 el mismo destino la lleva a
Chicago (EE. UU.). Allí reside durante dos años y donde ha
podido llevar a cabo su sueño de escribir un libro, Entre
Mares (parte 1 y 2). En 2023 consigue publicar su primera
novela Entre Mares parte 1.
En línea con su aptitud por el dibujo, ha publicado dos
libros Libro de moda para colorear e Imaging Make up.

Lena Larson, escritora

lenalarsonautora
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www.lenalarson.com
Dedicado a mi padre que se fue antes de saber sobre mi
proyecto.
Sé que se habría entusiasmado tanto como yo,
y que me habría animado a seguir adelante
como siempre hizo con su ejemplo.
Te quiero, papá.
Espero que disfrutéis de la lectura de mi primera novela,
tanto como yo he disfrutado creándola. Ha sido un largo
camino difícil por el que he transitado, pero por el que, a la
vez, he aprendido tanto y, en definitiva, mirando hacia
atrás, puedo ver que ha merecido la pena.
Espero y deseo que la lectura estimule vuestra imaginación
y os transporte a lugares increíbles, a conectar con los
personajes llegando a sentir sus emociones y sus pasiones
junto a ellos y a desconectar por un momento de la rutina
del día a día, con eso me doy por satisfecha,
porque al final, de eso se trata.

LENA LARSON
ENTRE MARES
PRIMERA PARTE

Lena Larson
ENTRE MARES
Primera parte

La lluvia cae con fuerza contra el cristal y hace un ruido


que me crispa los nervios. No es que no me guste la lluvia,
quiero decir, un día lluvioso en casa, sentada en un sofá
frente a una chimenea encendida con un café calentito, un
libro y una suave mantita es de lo más ideal, vamos, imagen
de anuncio, pero es que lleva lloviendo toda la semana y
tiene pinta de seguir y seguir... y en mi mente no hago otra
cosa que imaginarme la primavera, las plantas brotando, la
brisa suave y templada, los colores que lo inundan todo, la
ropa fresquita y el verano, la playa, la playa, la playa… ¿he
dicho la playa?... ¡Arrrg! Todo parece tan lejos…
La persiana de la ventana de mi habitación está subida a
tope en un intento fallido para que entre algo de claridad,
pero solo penetra una tenue luz adormecida, grisácea,
tristona y mi habitación tiene un ambiente apagado que se
me cuela en el ánimo. Miro a través de los cristales de mi
ventana, una hilera de árboles en la calle agitan de un lado
a otro sus ramas huesudas y desnudas saludándome con
efusión mientras me coloco el abrigo color mostaza. Me he
recogido la melena haciéndome un moño bajo, aunque me
ha salido bastante mal, he de reconocer que no le he
prestado la suficiente atención, debe de ser por el ánimo
que tengo hoy. No tengo ganas de repetirlo, así que así se
queda.
–Espero que escampe un poco –digo en alto en un intento
de ser lo más positiva posible.
Estoy harta de tanta lluvia, viento y niebla... por favor, un
rayito de sol para variar. He de admitir que odio el invierno.
–Al mal tiempo buena cara.
La voz de María me sobresalta, pensaba que nadie me
estaba escuchando. Me acerco hasta el marco de la puerta
de su habitación y la encuentro buscando dentro del
armario separando su ropa percha por percha.
–Creo que me pondré el abrigo negro –dice para sí
misma.
–Espero que no nos estemos equivocando con todo esto.
Mis pensamientos se abren paso mientras atravieso la
habitación y miro por la ventana, no sé por qué, las vistas
desde la habitación de mi hermana son las mismas que
desde la mía. Los árboles me siguen saludando con alegría.
Claramente estoy nerviosa.
–¿A quién no le gustaría, Alba? –contesta rápidamente
con cara de cortocircuito.
–Tienes razón… y ¿sabes?, ojalá pudiera ir yo, así dejaría
esta lluvia. Me iría al fin del mundo si hiciera falta.
Hago una pausa mientras observo cómo María se pone el
abrigo negro.
–La verdad es que ellos se lo merecen.
Lo digo en voz alta, aunque realmente era un
pensamiento para mí misma. ¡A mí me encantaría! Sonrío
imaginándomelo, sí... una playa de arenas blancas y agua
turquesa, tirada en una hamaca con un cóctel en la mano,
durmiendo una siesta a pata suelta con un minibikini que
me queda de escándalo... y ya que estoy, con un morenazo
a mi lado. Pero mi hermana me saca de mis deliciosas
cavilaciones y un chirrido cruza mi cerebro.
–Les va a encantar, de eso no tengo la menor duda...
–Y mientras, nosotras aquí…
Levanto las dos manos hacia la ventana haciendo
hincapié en el mal tiempo. ¡Contrólate, Alba!
–Mira el lado bueno, son unos días, el mal tiempo no va a
durar eternamente y estaremos a nuestro aire.
–Así como lo dices parece que quisieras deshacerte de
ellos.
María me mira con cara de quien acaba de hacer una
broma y ve que sus interlocutores no la han entendido.
–Me refiero a que mires el lado positivo. Es un regalo y
estoy deseando ver sus caras cuando les demos los billetes
de avión y las reservas de hotel.
Sí, sí que lo va a ser. ¡Va a ser apoteósico! Por fin, María
ha terminado de ponerse el abrigo y la bufanda. Respiro
hondo con paciencia infinita.
–Ya llegan Fernando y Sara –digo y dejo de mirar por la
ventana para dirigirme a mi hermana.
–¿Vamos en su coche?
–Sí, en eso quedé ayer con Fer. Yo lo prefiero porque con
este tiempo no me gusta nada conducir.
Pongo los ojos en blanco. ¡Mi hermana y sus manías!
Las dos bajamos las escaleras hasta el recibidor de la
entrada, cogemos los paraguas y al abrir la puerta nos
lanzamos afuera rápidamente con decisión. En ese
momento suena el claxon del coche advirtiendo su
presencia. ¡Arrrg! ¡Ya vamos! Qué poca paciencia. ¡Dios!
–Buenos días, chicos.
Les saludo con un beso en la mejilla a cada uno mientras
me retuerzo entre los asientos traseros haciéndolo con el
mayor estilo posible, claro. El estilo nunca hay que perderlo.
–Eso de buenos días es un decir, ¿verdad?
Uf, parece que Fernando está un poco crispado con el
tema, como yo. Según está hablando saluda a María que
también lo está pasando canutas metiendo su cara entre los
dos asientos delanteros para saludarles con otro beso.
–Hola, Fer. Veo que a ti el tiempo también te está
superando. ¡Esos ánimos, ni que llevara lloviendo siete días
sin parar!
Bromea María.
–Muy graciosa.
Fernando arranca el vehículo y sale marcha atrás para
coger la calle principal en un momento en el que no pasa
ningún coche. Con rapidez acciona el limpiaparabrisas
trasero para poder ver mejor. Puedo ver la concentración en
sus ojos a través del espejo retrovisor.
–Entonces, ¿vamos derechitos a la agencia de viajes que
os dije? –nos pregunta a ambas sin dejar de prestar
atención al tráfico.
–Sí –le contesto rápidamente.
–Confiamos en ti plenamente.
Se lo digo en serio, aunque suene a guasa, mientras me
fijo en las calles mojadas.
–¿Así que es verdad que vais a regalar un viaje a vuestros
padres?
La cara de Sara lo dice todo y no podemos evitar
mirarnos y sonreír al unísono.
–¿Cómo lo hacéis? –pregunta.
–¿Ahorrando? –contesto sin pensar.
–Unas más que otras. –María me mira con los ojos muy
abiertos.
–Normal, tú trabajas –me justifico.
–Era broma. –Sonríe y me mira asumiendo que tengo
razón.
–Me lo ha contado Fer y pensaba que estaba de broma,
como siempre, ya le conocéis, qué os voy a contar –se
explica Sara.
–Es por su veinticinco aniversario de casados. Alba y yo
hemos pensado que sería una buena idea porque se
quedaron sin viaje de Luna de Miel cuando se casaron.
Además, con la oferta que nos ha contado Fer…
Se dirige a Fernando con mirada acusadora.
–Espero que no sea una broma tuya. Sería un dos por
uno, ¿verdad?
Fernando pone los ojos en blanco.
–Descuida. ¡Mujer de poca fe!
Ha detenido el coche en un semáforo girándose hacia
atrás para mirar a María.
–Como os dije… –pone cara de interesante– tengo a una
vieja amiga que trabaja en esto. Se llama Carla, y cuando
me contasteis vuestra idea, fui directo a su casa para que
me pusiera al día por si tenían alguna oferta o algún
descuento.
–Vaya, Fer, qué confianzas, ¡a su casa! ¿Quién es esa tal
Carla?
Me encanta meterme con Fer.
–Es una vecina, tonta. Vive en la puerta de enfrente, ¡en
el mismo rellano! Me es más fácil acercarme un momento
que llamarla o pasarme por la agencia. ¡Dios!
Coge el volante fuertemente con ambas manos.
–Toda mi familia le consulta antes de mirar en otro sitio y
al final sus ofertas son las mejores.
Su cara refleja paciencia mientras cierra las manos en el
volante.
–¡Mujeres!
–Verde –le dice Sara con tono suave.
Fernando se vuelve hacia Sara con el ceño fruncido y
cara de no entender.
–El semáforo, ya está en verde, cariño –le repite
acercando su cara a la de él mientras le sonríe.
En ese momento pita el coche que va detrás de nosotros.
–¡Vale, vale, tranquilidad! –grita mientras mete primera y
comienza a moverse.
–¡Me vais a volver loco! Esto me pasa por meterme en un
coche con tres tías. Sois muy complicadas, siempre
pensando mal y entreteniéndonos a nosotros, los pobres
hombres.
No deja de protestar mientras gira a la derecha tras el
semáforo.
–¡Ay, los hombres! ¡Qué pena me dan, Fernando!
Sé que odia que le llamen así. Por eso lo hago. Y todos
soltamos una carcajada. Todos menos él, claro, que nos mira
con cara de pocos amigos a través del espejo retrovisor.
Conocemos a Fernando desde pequeñas. Éramos vecinos
de la misma calle, pero distinto bloque. En primaria íbamos
juntos al mismo colegio y nos llevábamos muy bien con él, e
incluso jugábamos juntos en el parque. Fernando y yo, por
aquel entonces, éramos inseparables y siempre íbamos
pegados a todos lados, era como una combinación
inseparable, como el jamón de york y el queso, la pasta de
dientes y el cepillo, el kétchup y las patatas fritas o el cine y
las palomitas… así, desde que teníamos cinco años. Hubo
una época cuando teníamos nueve o diez años en que él no
dejaba de repetir que yo era su novia, pero nunca hemos
pasado de ser solo buenos amigos.
Lo peor fue cuando comenzamos secundaria. Nuestra
amistad se enfrió cuando él comenzó a codearse con
amistades poco recomendables. Cambió su forma de vestir,
de expresarse y acabó por perder el contacto con sus
compañeros de siempre y conmigo. A menudo le veíamos
con el grupo de gente al que se había unido bebiendo
cerveza en el parque y fumando marihuana, algo que jamás
entendí y no tuve el suficiente valor de haberme acercado a
él para ayudarle. Es algo de lo que siempre me arrepentiré,
de no haberlo hecho. Cada día de mi vida.
Comenzó a suspender hasta que dejó de asistir a clase.
Cierto es que teníamos amistades comunes que habían
intentado hablar con él, pero no sirvió de nada, no hacía
caso a nadie. Era como si fuera otra persona. Sus padres
estaban desesperados, en ocasiones se pasaban varios días
sin saber nada de su hijo.
Y sucedió lo que tenía que suceder, algo que todos
pensábamos, pero nunca decíamos en voz alta. Después de
perder cerca de tres años en esa inestable existencia, un
suceso cambió su vida y la de todos. Tuvo un accidente de
coche una oscura y lluviosa noche de invierno. Según nos
enteramos posteriormente viajaban cuatro de ellos en un
coche. Venían de una discoteca en las afueras, habían
bebido y tomado pastillas hasta altas horas de la
madrugada y la combinación fue perfecta. El conductor
puesto de éxtasis hasta las cejas se salió de la carretera por
la que circulaba debido a la gran velocidad y al asfalto
mojado. Chocaron con el quitamiedos provocando que el
coche diera tres vueltas de campana. No quiero ni
imaginármelo.
Cuando Fernando despertó no recordaba nada. ¡Gracias a
Dios! Fue mejor así. Ni siquiera sabía dónde estaba, había
pasado dos meses en coma. ¡Dos largos meses de su vida,
dos larguísimos meses de la mía que se me hicieron
interminables! Fue una experiencia muy traumática para
todos, especialmente para sus padres.
Poco a poco le contaron lo que había sucedido, sus tres
amigos habían fallecido y él era el único que había
conseguido sobrevivir, aunque los médicos al principio no
daban nada por su vida. Fueron momentos muy duros,
porque ahora él ya era consciente de lo que había hecho.
Que despertara un día caluroso de primavera fue un
milagro para todos. Recuerdo perfectamente aquel
momento.

–¡Mamá! ¿Puedes coger el teléfono? –grito desde mi


habitación.
El teléfono fijo lleva sonando sin parar un rato. Me quedo
escuchando, pero no oigo movimiento alguno en la planta
de abajo así que decido bajar a cogerlo y nada más llegar a
la cocina veo a mi madre sentada en la mesa con el teléfono
en la oreja. Su cara de sorpresa hace que me quede unos
segundos.
–¿Cuándo ha sido?
¿Habrá pasado algo? Me quedo con la duda.
–Mmmm –dice mientras escucha al otro lado del teléfono.
Doy dos pasos y me siento a su lado.
–¡Es una magnífica noticia!
Bueno, al menos debe haber pasado algo bueno.
–Está bien. Nos vemos, y gracias por llamar.
Cuelga el teléfono y me mira con los ojos como platos.
–¿Qué?
¡Dios!
–Fer se ha despertado… –dice tranquilamente.
–¿Se ha despertado?
Me cuesta procesar la información. Es como si mi cerebro
se hubiera conformado con tenerle en coma. Como si
hubiera enterrado la esperanza de que algo tan maravilloso
pudiera ocurrir de repente.
–¿Ha dicho algo? ¿Se acuerda de algo?
Mi madre niega encogiendo los hombros. Me levanto
como un resorte de la silla hecha un manojo de nervios,
¡Fer! ¡Ha despertado! La adrenalina me estalla en el
cerebro. Cojo a mi madre de la mano y tiro de ella sin parar
de moverme.
–Nos vamos al hospital ahora mismo.

Sus padres habían perdido todas las esperanzas de que


su único hijo saliera del coma. Recuerdo todas y cada una
de las largas visitas que le hice. Le hablaba como si fuera la
última vez que lo habíamos hecho, antes de que comenzara
el instituto y se alejara de mí. Como si nada de aquella
pesadilla hubiera ocurrido. Le contaba lo que me había
pasado durante ese largo paréntesis, de cómo iban mis
estudios, de mis exámenes y de cosas cotidianas graciosas
que me habían pasado, de las cuales me reía yo sola porque
él seguía sumido en su tedioso y largo sueño. Cada día iba
con la esperanza de encontrármelo despierto o de que al
contarle el ultimo chiste que me sabía, la comisura de sus
labios se curvara ligeramente, aunque fuera algo casi
imperceptible. Pero él decidió despertar en mi ausencia y en
ausencia de todos sus familiares.
A partir de ahí todo fue como una larga y tortuosa carrera
hacia la recuperación. El accidente le había provocado una
lesión en la columna que le impedía moverse de cintura
para abajo así que el primer paso consistió en valorar si una
operación pudiera mejorar su estado. Fueron momentos que
recuerdo con muchísima rabia e impotencia, necesitaba que
encontraran una solución pronto. Estaba rabiosa con las
circunstancias, con la injusticia que representaba que
hubiera despertado para pasar el resto de su vida en una
silla de ruedas. Simplemente no lo podía asimilar, había
conseguido lo más difícil, despertar, el destino no podía ser
tan cruel y permitir que despertara para luego dejarlo en
una cama de por vida, hasta que el equipo médico decidió
operarle. Una operación bastante complicada pues no
existían garantías de que pudiera mejorar, incluso corría el
riesgo de empeorar, por la delicada zona de la columna y la
médula, cualquier pequeño fallo podía causarle daños
irreparables, pero él nos dio toda una lección de vida. Tenía
muy claro que no quería vivir en una silla de ruedas, su
valor fue increíble, tenía esperanzas de mejorar y se aferró
a ellas con todas sus fuerzas. Recuerdo lo feliz que estaba
antes de entrar al quirófano, estuvo constantemente
animándonos a todos, ¡fue algo que no olvidaré jamás! Aún,
cuando lo recuerdo, me emociono. Él consiguió darme en
esos días previos más que todo lo que yo he podido darle en
toda mi vida.
Su operación se me hizo interminable. La sala de espera
estaba llena de gente, familiares y antiguos amigos todos
querían estar allí para apoyar a sus padres en aquellos
momentos tan difíciles. Queríamos recuperar al Fernando de
siempre, el que sonreía por todo, el Fernando que ayudaba
sin recibir nada a cambio, el Fernando lleno de sueños…
Creo que ese era el sentimiento común y pasamos todos allí
las ocho horas que duró la intervención, sin movernos, pero
valió la pena, porque no pudo salir mejor. ¡Dios! Fue un
verdadero milagro que aun hoy no me puedo creer. Los
médicos estaban muy esperanzados en que Fernando
pudiera recobrar hasta un setenta u ochenta por ciento la
movilidad de sus piernas a medio plazo. Eso implicaba
caminar con muletas, pero librarse de la silla de ruedas, era
una gran noticia que Fernando se tomó como un insulto.
Para él caminar con muletas no entraba en sus planes.
Simplemente se negó. Estuve un tiempo confusa con su
actitud, incluso enfadada en mi interior. Todos sabíamos que
era un gran avance, un gran cambio, podría hacer una vida
plena, pero él se empeñaba en simplemente ignorarnos.
Ingresó en un hospital especializado en recuperación de
la movilidad en accidentes de tráfico. Allí pasó seis meses
moviéndose con la ayuda de una silla de ruedas y
realizando ejercicios constantes en complicadas máquinas.
Todas sus antiguas amistades y yo, comenzamos a
visitarle para darle ánimos. Recuerdo que estaba deseando
que llegara la tarde para verlo y que me contara sus
pequeños progresos. Estaba empeñado en luchar por el cien
por cien de su recuperación y decidí apoyarle sin pensar en
nada más.
Precisamente allí conoció a Sara. Era la rehabilitadora
personal de Fernando. Además de una gran profesional,
sabía cómo tratar emocional y físicamente estos duros
casos.
Año tras año pasan por sus manos distintas situaciones,
distintas historias, muchas personas que no siempre
consiguen sus objetivos, pero no todo es negativo, sé que
también obtiene grandes satisfacciones cuando sus
pacientes van logrando pequeños retos y eso es lo que
mueve su vida, es su ilusión para continuar trabajando en
una única dirección, sabe que puede ayudar y lo hace muy
bien. Solo hacía falta verla trabajar con sus pacientes para
darse cuenta de que su profesión es su vida y su verdadera
vocación.
Y como no podía ser de otra forma, en poco tiempo
ambos comenzaron a sentir admiración el uno por el otro. Y
no me extraña, solo con verlos juntos se notaba la atracción
mutua que sentían. A Sara le sorprendió las ganas de
superación de Fernando que era como un terremoto pese a
su silla de ruedas y su empeño día a día en conseguir
pequeños avances. Ella nunca había conocido a un paciente
tan perseverante como él y con tantas ganas de levantarse
y caminar.
A Fernando le pareció increíble la paciencia y ternura con
que Sara realizaba su trabajo y en poco tiempo se
enamoraron. Fernando quería volver a ser el de antes y
comenzar de nuevo. Cuántas veces le escuché decir,
mientras no dejaba de mirar a Sara: “Si Dios no quiso que
muriera aquel día es porque guardaba algo especial para
mí”.
Yo no me extrañé cuando salió del hospital caminando
completamente recuperado, al cien por cien, sin muletas,
sabía que lo conseguiría pese a las palabras de los médicos
y no solo contento con eso comenzó a estudiar de nuevo,
parecía como si necesitara recuperar el tiempo perdido y
consiguió empezar la carrera de periodismo de la cual
actualmente solo le quedan tres asignaturas para terminarla
y en un tiempo récord. ¡Es una máquina! Su carácter
cambió, de lo cual me alegro cada día, ahora no hay nada
que se proponga que no logre conseguir por muy difícil que
sea. Siempre bromea y está de buen humor, algo
envidiable, para él cada día que pasa es un regalo. Incluso
consigue contagiarnos a todos con su optimismo. Es un
ejemplo a seguir. ¡Ya me gustaría a mí ser así!

Un brusco giro me saca de mis recuerdos. Entramos en


una calle y en el primer hueco libre Fernando aparca el
coche en batería con un solo movimiento. ¿Cómo lo hará?
–¡Finito! Ya hemos llegado. ¡Vamos, ya estáis tardando,
todo el mundo fuera! –dice mientras apaga el contacto del
coche y agita las manos hacia las ventanillas imitando a las
azafatas de avión.
¡Qué prisas le han entrado de repente! Todos salimos del
automóvil abriendo rápidamente los paraguas y nuestro
pequeño grupo se incorpora a la corriente de gente que
circula por la acera, mezclando los colores de nuestros
paraguas con el resto, en una fiesta de tonalidades en
medio de un día gris. Giramos en varias calles y cruzamos
en un semáforo bajo las indicaciones de Fernando. Al fin nos
paramos frente al escaparate de una agencia de viajes
repleto de pósteres de exóticos lugares. Me quedo un tanto
inquieta, es un local pequeño, a mí me habría pasado
desapercibido totalmente.
–Es aquí. ¿Entramos? –dice mientras abre la puerta y
cede el paso a las damas.
Rápidamente una chica con el uniforme de la agencia nos
echa el ojo y se levanta para saludarnos. Es bajita y de cara
agradable. Lleva el pelo muy corto, moreno y con un
flequillo deshilachado en mitad de la frente que le da un
aire muy moderno y juvenil, aunque diría que tiene unos
cuarenta años.
–¡Buenos días, Fernando! –dice mientras se dirige a él y le
da dos besos. Seguidamente hace lo mismo con Sara.
–¿Qué tal estáis? –les pregunta.
–Bien. Mira estas son Alba y María, las amigas de las que
te hablé.
Sin más dilación la saludamos, demasiado efusivas como
si la conociéramos de toda la vida porque evidentemente
queremos esos descuentos.
–Nos ha hablado Fernando de una oferta que tenéis en
viajes y estamos muy interesadas.
¡Así me gusta María, al grano!
–Algo me ha contado Fernando, pero por favor sentaros y
os lo explico detalladamente.
Nos señala varias sillas y todos nos acomodamos como
podemos alrededor de su pequeña mesa de trabajo.
–Bien, ¿a qué lugar concreto tenéis pensado? –pregunta
Carla dirigiéndose a María que es la primera que ha hablado
con ella.
–Bueno, la verdad es que no habíamos pensado un lugar
concreto. Lo que sí tenemos claro es que debe ser un lugar
seguro, donde no haya ningún peligro para los turistas y
que te puedas mover sin tener la sensación de que te va a
pasar algo malo, ya me entiendes.
María habla mientras me mira como buscando mi
aprobación y contando con los dedos las tres premisas. Yo
asiento repetidamente con la cabeza sin parar.
–Y que se hable español –apuntillo.
María añade un cuarto dedo a su mano.
–Y también, que sea muy bonito, un lugar paradisíaco de
interminables playas de arena blanca y aguas cristalinas
que no puedan olvidar jamás. Como las de ese póster que
tienes ahí.
Termina la frase señalando una impresionante foto de una
playa virgen con el agua azul turquesa. Todos nos giramos
hacia donde señala.
Carla sonríe asintiendo.
–¿Y qué sitio es, si se puede saber? Lo digo porque es
impresionante y a lo mejor con un poco de suerte si Fer se
decide a casarse conmigo...
Sara le mira con cara de angelito.
–Bueno, bueno, todo se verá.
La cara de Fernando toma un tono carmesí. ¡Vaya… pero
si Fernando se sonroja!
–Esas son las islas Seychelles y se encuentran en el
océano Índico. Es un lugar espectacular, pero os
recomendaría el Caribe, no tiene nada que envidiarle –
contesta Carla.
–¿Os interesaría un pack con todo incluido? –nos pregunta
mientras comienza a teclear rápidamente en su ordenador.
–¿A qué te refieres con todo incluido? Verás, es que se
trata de un regalo que queremos hacer a nuestros padres y
no nos podemos permitir gastar mucho, mi hermana ni
siquiera trabaja y yo soy mileurista, ya sabes, cuestión de
economía.
María le habla como si estuvieran las dos solas y le
estuviera contando un secreto.
–La cuestión, Carla, es que están interesadas en el pack
dos por uno que me comentaste –ataja Fernando.
–Por eso lo pregunto, Fer. Mirad, el paquete dos por uno
tiene que ser un todo incluido. Significa que está incluido el
avión, las tasas, el hotel, los traslados y todo lo que
consuman en el hotel –explica Carla, muy profesional, todo
hay que decirlo, mientras despliega un catálogo y nos va
señalando con el bolígrafo los distintos servicios que ofrece
el pack.
–Sí, eso nos gusta… si no es muy caro... ya sabes.
María le habla de nuevo en plan confidencial. ¡Muy bien,
María!
–Sí, en cierto modo. En la mayoría de los hoteles existe
un bufé que está abierto todo el día donde se puede comer
de todo principalmente comida internacional. Aparte, suelen
tener varios restaurantes especializados en distintas
gastronomías, italianos, japoneses, mexicanos, expertos en
carnes, etc., a los que se puede ir previa reserva de mesa.
También está incluido el uso de todas las instalaciones de
los hoteles como gimnasio, sauna, jacuzzi, pistas de tenis...
discoteca... El uso de catamaranes y tablas de surf también
suelen estar al servicio de los clientes. Se dan clases de
aeróbic, merengue, bachata... ¿qué más?
Mientras hace memoria Carla se da golpecitos con el
bolígrafo en el labio.
–¡Ah! También suelen tener club de buceo, aunque las
inmersiones tienes que pagarlas aparte, al igual que si te
apuntas a las excursiones que organizan los hoteles.
Espera para que le hagamos las correspondientes
preguntas. Yo más bien tengo que asimilar todo lo que ha
dicho. Porque me ha sonado a gloria bendita.
–Todo eso me gusta –le indico por fin para que siga
explicando.
–¿En qué zona del Caribe tienes esa oferta? –pregunta
María.
–Bueno, teniendo en cuenta que debe ser un lugar seguro
de habla hispana y con playas de aguas turquesa os
recomiendo Santo Domingo. El clima es ideal, es verano
todo el año, aunque hay una época de lluvias de mayo a
septiembre.
–¡Lluvia no, por favor! –la interrumpo bruscamente sin
darme cuenta. ¿Tanto me ha afectado? ¡Arrrg!
–No te preocupes, cuando digo lluvias, no es igual que
aquí.
Pone cara mohína mientras mira por el gran ventanal que
está detrás de nosotros.
–Ten en cuenta que es un clima tropical, allí suele llover
mucho en poco tiempo. Te amanece un día de sol y playa y
cuando comienza a atardecer empieza a llover y como
mucho se tira una hora, después vuelve a salir el sol, lo que
a veces se agradece, aunque no suele refrescar mucho. Aun
así, no es el caso, estamos en febrero. Después, de agosto a
noviembre es la época de huracanes, pero tampoco es el
caso. A mi juicio la mejor época para viajar a Santo Domingo
es ahora, en febrero, porque son los carnavales, se pueden
ver las ballenas jorobadas ya que es su período de
reproducción, las temperaturas son suaves entre veinte y
treinta grados y no hay peligro de huracanes como os he
dicho.
¡Dios mío, todo lo que dice me suena a coro celestial!
–Me parece perfecto –ratifico mirando a mi hermana.
¿Qué más se puede pedir?
–A mí también –me contesta haciendo una mueca de
satisfacción.
–¿Y a quién no? –se une Fernando.
–Bien, parece ser que estáis todos de acuerdo.
La cara de Carla muestra su desahogo mientras sonríe y
busca los hoteles disponibles y los mapas.
–En mi opinión, la mejor zona para elegir hotel es el
sureste, la zona de La Romana, Bayahibe y Dominicus, sus
playas están en el mar Caribe –dice señalando el mapa con
el bolígrafo.
–¿Por qué? Aquí en el mapa hay muchos más hoteles, en
el norte y el este de la isla –pregunta Sara.
–Sí, es la zona de Punta Cana, Bávaro y Macao, que
seguramente os suenan mucho. Es una zona muy
explotada, los hoteles son más antiguos, es donde comenzó
el turismo de la isla y están dispuestos uno tras otro cada
uno con su trocito de playa. Para mi gusto hay demasiada
concentración, además el agua que baña las playas es la del
océano Atlántico. Sin embargo, La Romana es la zona vip, el
turismo de alto nivel de la isla, allí se pueden ver grandes
mansiones de famosos como la de Julio Iglesias y las de sus
hijos, la de Óscar de la Renta o la de los Clinton.
–¿De veras?
María está asombrada.
–¿Te imaginas conocer a Enrique Iglesias en persona?
–¡Tres, dos, uno, despierta! –grita Fernando mientras le da
una palmada en la frente a María con aire serio.
–¿Estás tonto o qué te pasa? Me has hecho daño.
Se queja mientras se frota la frente con la palma de la
mano.
–Es que te estabas perdiendo y tenía que traerte de
nuevo.
Fernando no puede aguantar la risa y acaba
contagiándonos a todos.
–Bien, bromas aparte, ¿por qué hay más hoteles y resorts
en el noroeste, ¿es que es una zona más turística? –
pregunto extrañada.
–Sinceramente, en cuestión de hacer turismo, da igual
donde te hospedes, ya que en toda la isla hay cosas que
ver. Os resumo, en el nordeste está la península de Samaná,
es una bahía donde se practican deportes de vela. En esa
zona hay muchas playas prácticamente desiertas ideales
para descansar, después hacia el norte cerca de Puerto
Plata hay hasta 125 kilómetros de playas con resorts,
imagínate, eso sí, tienen aguas muy tranquilas con
exuberante vegetación y palmeras. En el sudoeste existe
una zona de piscinas naturales que se llama Playa Paraíso,
el nombre lo dice todo. Al este y sureste, Isla Catalina que
es una pequeña isla deshabitada, pero muy importante para
los buceadores ya que hay una barrera coralina que la
circunda. También Isla Saona, esta sí está habitada, en ella
hay un pequeño pueblo de pescadores y tiene unas playas
increíbles, se suelen hacer excursiones para pasar el día y
se organizan barbacoas e inmersiones. También hay varios
ríos importantes que se pueden remontar en lancha como el
río Chavón. En ellos se puede practicar rafting porque
cuentan con grandes saltos de agua hasta de 40 metros de
altura. Además, hay varios Parques Nacionales con cuevas,
lagos, como el lago Enriquillo en el sur, es un lago
hipersalino en el que flotas sí o sí. Igualmente, parques
acuáticos donde puedes nadar con los delfines... es que se
pueden hacer tantas cosas, la oferta es enorme. Si quisieras
verlo todo necesitarías más que unas vacaciones. Me podría
tirar toda la mañana explicándolo y eso que no os he
hablado de la capital Santo Domingo. Es imprescindible
visitar la Ciudad Colonial declarada Patrimonio de la
Humanidad por la UNESCO. ¿Sabéis que fue la primera
ciudad europea en América? Conserva más de trescientos
monumentos de la época. Hay una amplia oferta en
gastronomía, tenéis bares, restaurantes, discotecas,
casinos, teatros, cines, campos de golf, qué sé yo, de todo.
¡Vaya! Todos la escuchamos muy pendientes con ganas
de saber más.
–Chiquilla, ¿cómo sabes tanto?
Fernando la mira impresionado.
–Bueno, es mi trabajo. Además, he estado tres veces allí,
es lo que tiene el trabajar para una agencia de viajes. Aquel
lugar te hipnotiza, muchos turistas que han visitado la isla
no han vuelto de sus vacaciones y se han quedado a vivir
allí enamorados del lugar, de hecho, algunos de los hoteles
pertenecen a turistas de fuera.
Carla se levanta de su asiento y mira en una estantería
llena de catálogos.
–Mirad, aquí podéis ver todas las rutas interesantes del
país.
María le tiende la mano para cogerlo y comienza a
ojearlo.
–No se hable más. Elijamos un hotel.
Lo siento, estoy impaciente.

Cuando salimos de la agencia, nuestras caras expresan lo


orgullosas que nos sentimos de nosotras mismas. Bueno, ya
está hecho. No hay vuelta a atrás.
Llevamos las reservas, los billetes de avión, un montón
de folletos y nuestras cuentas corrientes vacías, ¡qué se le
va a hacer! Todo sea por una buena causa. Esta es la mayor
sorpresa que jamás podríamos haber imaginado para
nuestros padres. La verdad es que a mí al principio me
había parecido una idea descabellada cuando me lo propuso
María. En ese momento pensé que se había vuelto loca,
aunque realmente creo que ya lo está, pero después de
meditarlo, me di cuenta de lo que significaría para mis
padres y que el esfuerzo valdría la pena.
No me importa cuánto tiempo tardaré en volver a dejar
mi cuenta en un estado decente, ni si tendré que salir
menos o abstenerme de comprar algún trapito. Lo
importante es que nuestros padres por fin tendrán su Luna
de Miel y una gran parte de culpa la tiene mi hermana
María. Instintivamente, me paro en seco y la abrazo sin
más. Así, para que la pille de sopetón.

La habitación está a oscuras y en silencio. La puerta


cerrada, me gusta dormir sin que se filtre ni un solo rayo de
luz. Fuera no se oye nada, ningún ruido matinal como suele
ser la costumbre, en ese momento el despertador suena
intermitentemente perturbando la armonía de mi
dormitorio.
Rápidamente alargo el brazo y toco la tecla que apaga el
estridente ruido. Recordatorio: comprarme un despertador
más dulce, que te despierte con una cancioncilla, no sé,
algo más relajante. Me da la sensación de que no los
venden porque si fueran tan dulces no se levantaría nadie.
Son las siete y diez de la mañana. Llevo un largo rato
despierta dando vueltas en la cama pensando en el regalo
que hemos contratado para mis padres. Estoy deseosa de
dárselos, quiero ver su reacción, ¡hoy va a ser un gran día!
Me incorporo en la cama bostezando, siento sueño,
apenas he podido pegar ojo en toda la noche. Enciendo con
movimientos lentos la lámpara de la mesilla y arrastrando
los pies como un mendigo me dirijo al baño. Cuando toco el
interruptor de la luz tengo que cerrar los ojos por el
contraste lumínico, ¡Dios, duele! Poco a poco los abro frente
al espejo y me quedo muda con la imagen que me
devuelve. ¡Puag! ¡Qué pintas!
Recuento de daños: grandes ojeras se expanden debajo
de mis ojos, pelos locos incontrolables de dar vueltas en la
almohada y legañas gigantes. Bueno, creo que todo tiene
arreglo. Solo un kilo de antiojeras, secador y un buen lavado
de cara. Abro el grifo del agua caliente de la ducha y
comienzo a quitarme la ropa. En un momento estoy dentro
bajo el agua mientras me enjabono de arriba abajo. Esto es
mejor no pensárselo mucho. Termino la ducha con un chorro
de agua fría, lo que acaba por desperezarme del todo.
¡Dicen que es muy bueno para la circulación y yo me lo creo
a pies juntillas! Me coloco dos toallas, una en la cabeza para
el pelo mojado, y otra alrededor del cuerpo. Con la piel de
gallina por el cambio de temperatura entro en la habitación
para vestirme. Necesito ver si ha cambiado algo el tiempo,
así que me dirijo hacia la ventana y subo la persiana.
Apenas entra luz, ojeo a través del cristal y en efecto puedo
comprobar que no llueve, el cielo se ve despejado con los
primeros resplandores del amanecer, aunque la calle aún
tiene las farolas encendidas, los árboles no me saludan.
¡Bien! Un cambio por fin.
Me dirijo al armario que se encuentra en la misma pared
que la puerta de entrada y lo abro de par en par.
Hoy tengo un gran desafío, suspiro, una entrevista de
trabajo y quiero dar una buena impresión. No tengo ni idea
de qué ponerme. Después de pensarlo un rato me decido
por un jersey fino y ceñido de rayas negras y blancas
horizontales con cuello alto y lo completo con un traje
pantalón negro que me queda como un guante. Lo saco
todo del armario despojándolo de la percha y lo pongo
encima de la cama extendiéndolo para ver el efecto. En ese
momento escucho el grifo de la ducha de mi hermana, ¡ya
se ha levantado, qué perezosa! Instintivamente miro el reloj
de la mesilla, tendrá que darse prisa. Vuelvo a echarle un
vistazo al conjunto y me decido de inmediato, será perfecto,
un clásico que nunca falla, quizá demasiado serio, pero eso
es lo que quiero transmitir.
Me dirijo a la cómoda y del primer cajón donde guardo
diversas cosas, no soy muy ordenada, la verdad, cinturones,
pañuelos y una gran caja con colgantes, pulseras,
pendientes, todo revuelto, consigo sacar un largo colgante
con forma de búho, me suele dar suerte. Del segundo cajón
selecciono la ropa interior. Me quito rápidamente las toallas
y las doblo cuidadosamente en el colgador del baño, me
visto sin perder un segundo, salgo al pasillo y me deslizo en
la habitación contigua, la de María y con cuidado cierro la
puerta tras de mí.
La habitación de María es de estilo moderno. Todo el
mobiliario es blanco con tiradores de aluminio. La cama está
situada en la pared de la derecha, una mesa de estudio
junto a la ventana donde María tiene su ordenador portátil,
su equipo de impresión, una fotografía de grupo de la
familia y una alta lámpara ajustable en altura también
metálica con foco direccional que la utiliza tanto para
iluminar el escritorio como para leer en la cama. La silla del
escritorio es también de acero y de aspecto ligero. En la
pared de enfrente de la cama se sitúa la puerta que
comunica con el baño. En medio del espacio que queda libre
en el suelo y frente a los pies de la cama, hay una gran
alfombra cuadrada de un blanco inmaculado de pelo largo y
suave, es como un peluche grande tirado en el suelo y nos
encanta sentarnos en ella, es una costumbre que no hemos
perdido con el paso de los años.
Sonrío entre dientes al recordar cómo mi madre alucina
cuando nos ve así en el suelo. No entiende cómo podemos
estar cómodas en esa postura sobre esos cojines en lugar
de las sillas como las personas normales. Pero, nos gusta, lo
hacemos desde pequeñas.
Junto a la puerta del baño una cómoda con cinco cajones
y una televisión plana colgada en la pared como un cuadro.
Está encendida, aunque con un volumen muy bajo, me
quedo mirando brevemente las noticias de la mañana
esperando un rato a que María salga del baño, como no
sale, es muy pesada cuando se ducha, no tiene fin, me
acerco al quicio de la puerta y decido llamar antes de
entrar.
–María, soy yo. ¿Puedo pasar?
Espero pacientemente. Al escuchar una respuesta
afirmativa, giro el picaporte y empujando la puerta entro a
toda prisa para que no se vaya el calor.
María lleva ya el albornoz granate alrededor del cuerpo y
se dispone a enchufar el secador para alisarse el pelo. Se ha
dado prisa, sabe perfectamente lo que pienso de sus
eternas duchas.
–Buenos días, Alba. ¿Hoy has madrugado? –me pregunta
antes de que le eche la bronca mientras conecta el secador
al enchufe.
–Sí, hoy tengo la entrevista de trabajo. ¿Estoy bien así?
María me mira de arriba abajo a través del espejo y
después de formarse una idea del conjunto me responde
afirmativamente.
–¿Para qué es el trabajo? Aún no me has contado nada.
–Es un poco largo, aunque no creo que me cojan.
–Eso nunca se sabe. A lo mejor tú eres el perfil que
buscan.
–Ya, eso espero yo también, pero no he venido para
hablar de la entrevista, lo que necesitaba saber es cuándo
vamos a darles el regalo a papá y a mamá. ¿Has pensado
en algo? ¿Tienes algún plan? ¿Alguna idea loca en tu
cabeza?
María me mira intentado darme una respuesta rápida.
–Si quieres ahora en el desayuno o por la tarde, cuando
prefieras.
–Bueno… en el desayuno puede ser todo un poco
apresurado porque todos tenemos prisa, mejor por la tarde,
aunque no sé si voy a poder aguantarme hasta entonces.
–¿Hoy tienes clase de conducir?
Por mucho que se lo repita nunca se acuerda. Ella se pasa
un peine por su larga melena con la intención de
desenredarlo mientras espera mi respuesta.
–Sí, de cinco a seis –le contesto de forma automática.
¡Qué suplicio! No soporto las clases prácticas. La verdad
es que estoy un poco estancada con esto y ya me empiezo
a inquietar.
–Bien, a las seis y media estaré en casa, si quieres
espérame y lo preparamos todo. ¿Sabes si ellos tienen algo
que hacer esta tarde?
–Pues no, pero podemos preguntarles disimuladamente
en el desayuno, y cuando digo disimuladamente quiero
decir discretamente y todos los sinónimos que se te
ocurran, sin levantar sospechas.
Me doy media vuelta.
–Nos vemos abajo.
Me dirijo a mi habitación, hago rápidamente la cama, me
maquillo poniéndome mucho antiojeras hasta que quedo
contenta con el resultado. Después termino de vestirme con
unos zapatos de tacón alto de color nude. Cojo un gran
bolso a juego y la chaqueta y me tiro escaleras abajo en
dirección a la cocina.
Tiempo récord.
Mis padres ya están levantados y sentados a la mesa.
–¡Buenos días a todos! –digo saludándolos con efusión–.
Mmmm, huele a tostadas –añado mientras se me hace la
boca agua.
En medio de la mesa un plato contiene varias rebanadas
de pan recién tostado.
–¿Puedo coger dos? –pregunto.
Mi padre viste traje de chaqueta oscuro con camisa
blanca y corbata roja con finas rayas transversales blancas,
es su corbata favorita, se la pone cuando juega su equipo
de fútbol, el Atlético de Madrid. Me fijo en mi madre, aún
lleva pijama y zapatillas de casa.
–Claro que sí, hija.
Me las sirve en un plato.
–¿Hoy juega el Atleti? –le pregunto mientras coloco dos
tostadas en mi plato.
–Contra el Barcelona a las ocho y media.
–Podríamos verlo juntos…
–Eso está hecho, hija.
Nos mira a mi madre y a mí durante unos segundos,
calibrando el ambiente.
–Parece que hoy te has levantado muy contenta, ¿no?
Mi padre tiene una tostada a medio morder en una mano
y una taza de café humeante en la otra, encarna el perfecto
anuncio de desayunos de la tele.
–¿No tenías hoy una entrevista de trabajo?
–Sí.
Me unto mantequilla y mermelada en las tostadas.
–¿Por qué lo preguntas?
Espero que esto no sea un interrogatorio de tercer nivel.
–Si quieres te puedo acercar. Hoy tengo que hacer una
visita antes de ir a la oficina.
Deja el café después de pegarle un sorbo y quemarse los
labios.
–¡Dios, qué caliente, todas las mañanas igual!
Mira a mi madre con recelo, la cual ignora su comentario.
–Estupendo, así no tendré que coger ese terrible autobús
que siempre se retrasa.
Río mientras veo a mi padre abanicarse la boca con el
periódico doblado de la mañana, y a mi madre con cara de
pocos amigos.
–¿Para qué es la entrevista?
Mi madre se sienta a la mesa ignorando por completo los
aspavientos de mi padre.
–Es para encargada de una cadena de tiendas de calzado
muy conocida.
Antes de que me interrumpan, que me van a interrumpir,
claro, continúo:
–Ya sé que no tiene nada que ver con mis estudios, pero
sería algo provisional, para poder ir cogiendo experiencia.
Por la expresión de mi madre sé que no le ha gustado el
puesto de trabajo.
–Creo que no deberías perder el tiempo en trabajos que
no están relacionados con tus estudios, eso no tiene nada
que ver con tu carrera, deberías enfocarlo hacia tu
profesión, hacia el turismo. Ya sabes que estamos para
ayudarte y aquí no te va a faltar de nada, así que no hay
prisa hasta que encuentres algo más adecuado.
En efecto, la postura de mi madre queda clara y cristalina
tal y como esperaba.
–Ana, no le viene nada mal que empiece a hacer
entrevistas y pase por varios exámenes de selección, así va
cogiendo experiencia y cogiendo el pulso al mundo laboral,
se puede ir enterando de lo que piden las empresas, de las
preguntas que hacen, los requisitos e incluso puede ir
haciendo cursos que complementen esas carencias. Y a
propósito de cursos…
Mi padre intenta cambiar de conversación, lo veo en sus
ojos. ¡Gracias, papá!
–… ¿Cuándo vas a terminar de sacarte el carné de
conducir, Alba? Parece que se te resiste un poquito.
Me mira a través de sus gafas de leer. ¡Alerta! Vamos de
mal a peor. Tema tabú.
–Bueno, creo que va para largo, porque, aunque el
examen teórico me haya parecido fácil, la práctica me está
resultando un poco complicada. Es que la gente va como
loca y me pongo muy nerviosa pensando que me van a dar
o que no me debo mover mucho por si no me ven y chocan
conmigo. ¡Es desesperante!
Mi padre pone esa típica expresión de los padres de
infinita paciencia antes de contestarme.
–Tu problema es que no eres consciente de que tú y el
coche ocupáis un lugar y que los demás respetarán tus
movimientos siempre y cuando lo indiques antes
correctamente. Hasta que no tomes conciencia de esa idea
y vayas con miedo no te soltarás y no te sentirás en tu
lugar. Es igual que cuando vas en el metro o estás en un
concierto rodeada de personas, tú tienes tu espacio vital,
pues lo mismo pasa con el coche. Tienes que ser más
decidida porque si te sientes insegura al volante, los demás
conductores lo notan, yo lo noto cuando conduzco y es
entonces cuando te adelantan, o se te cruzan intentando
esquivarte lo antes posible porque no se fían de que realices
un movimiento inesperado o brusco.
Mi padre se explica mientras mi madre y yo le miramos
muy atentas.
–Creo que sé lo que me quieres decir. Intentaré ponerlo
en práctica hoy mismo. Aunque es inevitable, llevo el cartel
de la autoescuela en el techo del coche.
Estoy exultante, aunque el tema de conversación no me
agrada mucho y mis padres lo notan. Uno y otro me miran
sonriendo sin comprender a qué se debe el cambio.
En ese instante, María hace acto de presencia.
–¿Qué es este alboroto que oigo desde mi habitación?
Mi madre se levanta para servirle el café y las tostadas.
–Los sabios consejos de tu padre, eso es lo que oías –
contesta mi padre.
–Ya veo, bueno, ahora que estáis todos aquí, me gustaría
saber si esta tarde estaréis todos en casa a eso de las siete.
María salta su mirada de uno a otro esperando respuesta.
A todos nos ha cogido por sorpresa, incluso a mí, que no
esperaba aquella reacción tan directa, no sé, un poco de
conversación inicial, buenos días, cómo estáis hoy, pásame
la mermelada... algo para disimular. ¡No me lo puedo creer!
–Yo estaré a eso de las seis y cuarto –contesto mirándola
con cara de pocos amigos.
–¿Y vosotros?
–Sí, yo llegaré en torno a las siete. Hoy juega el Atleti –
contesta mi padre sorbiendo un poco de su café. Por lo visto
ya no quema.
–Bueno, yo creo que a esa hora ya estaré en casa. ¿Por
qué lo preguntas, María? ¿Ocurre algo?
Mi madre comienza a inquietarse, no puede evitarlo, la
preocupación le viene de fábrica a las madres.
–No, tranquilos, no pasa nada malo, solo quiero deciros
algo.
María ha comenzado a untarse las tostadas con aire
tranquilo, como si no pasara nada. Bien, María, por fin un
poco de disimulo.
–¿Y no lo puedes decir ahora? Estamos todos.
Mi madre intuye que algo no está claro, lo noto en sus
gestos.
–No, porque no lo sabré hasta después.
Pega un mordisco a su tostada y a continuación bebe de
su taza.
¡Bien, María, vas bien! ¡Resiste el interrogatorio!
–En ese caso...
Mi padre se levanta de la mesa dejando la servilleta que
tenía en la mano.
–… esperaremos hasta la tarde.
Yo hago lo mismo y me levanto tras apurar mi café. Le
doy un beso a mi madre en la frente para que no se levante.
–Nos vemos luego, ¿vale?
–Está bien, ¡ah, y suerte con la entrevista!
¡Bueno! Parece que ha cambiado de opinión, al fin y al
cabo, no será el único trabajo que tendré a lo largo de mi
vida. ¡Qué digo, si ni siquiera me han cogido! ¡Pies en la
tierra!
Salimos hacia el hall donde de un armario sacamos los
abrigos. Mi madre sigue a mi padre para despedirse y
aprovecho para hablar con María que sigue tan campante
mordiendo su tostada.
–Muy buena la táctica. Ha sido genial, de un discreto...
ahora tendrás a mamá preocupada todo el día.
Es que no salgo de mi asombro.
–¿Y qué quieres que haga? Teníamos que saberlo.
Mi padre me llama desde la puerta de casa y salgo tras él
justo a tiempo para coger el abrigo que mi madre me
tiende.
–¡Tened cuidado! –grita desde el porche delantero.
Veo que cruza sus brazos sobre el pecho al notar el frío
de la mañana e inmediatamente se mete en casa, el día
está despejado, pero las temperaturas aún son bajas.
Desde la ventana de la cocina puedo verla asomada
mirando cómo ambos nos metemos en el coche y salimos
marcha atrás hasta desaparecer por la calle. Es una
costumbre que desde que tengo uso de razón mi madre
siempre hace, nos despide a todos cada mañana y no deja
de mirar por la ventana hasta que desaparecemos de su
vista, es como que no se queda tranquila hasta que nos ve
enfilar la calle abajo.

–Tengo que irme.


María ha terminado su desayuno.
–Todas las mañanas lo mismo, siempre os vais corriendo
y me dejáis sola.
–Ya me gustaría a mí quedarme contigo. Anda, no te
quejes.
–¿Dónde vas hoy a trabajar? –le pregunta Ana–. Hoy
llevas un uniforme distinto.
–Sí, hoy estamos en el Palacio de Congresos y
Exposiciones. En una feria de joyas muy importante a nivel
mundial. Voy a tener que darlo todo, vienen personalidades
europeas, de Asia y América. Esperemos que no sea un
caos, van a asistir más de doscientas personas, imagínate
controlarlas a todas. Mi jefe se vuelve loco para que cuadren
los rigurosos horarios, las recepciones, debe tener en
cuenta el lugar de cada personalidad...
–Parece complicado, pero de lo que estoy segura es que
no te aburres. Ojalá tu hermana consiguiera un puesto como
el tuyo. En cuanto sepas si necesitan personal nuevo, ya
sabes.
–Descuida, mamá, el encargado de personal ya tiene su
currículum. Por ahora está todo cubierto.
María mira la hora.
–¡Dios mío! Es tardísimo.
Mientras recoge su chaqueta y su bolsa donde lleva la
ropa para cambiarse al término de su jornada, se despide de
Ana. Baja al garaje y tras dejar sus cosas en el maletero
sale rápidamente, mientras su madre, como de costumbre,
la despide desde la ventana.

Paramos en doble fila en una frecuentada calle del centro


de la ciudad. Hemos perdido cerca de media hora en el
atasco y llego tarde. Me despido rápidamente ya que está
entorpeciendo el tráfico, me desea suerte y sale pitando.
¡Bien! Subo corriendo lo que los tacones me permiten la
calle hasta dar con el número 245 ¡Arrrg! Estoy sin aliento.
Entro en el portal como una exhalación y un conserje
uniformado sin preámbulos y de mala gana me pregunta a
dónde me dirijo.
–Voy a una entrevista en la empresa “Diro Desing”.
–Duodécima planta a la derecha –contesta el portero
como un auténtico autómata. ¿Qué tendrá esta profesión
que todos los porteros se vuelven robots?
–Gracias. ¿El ascensor?
Me armo de paciencia para no gritarle.
–Girando a la derecha –vuelve a contestar el autómata.
El ascensor huele a tabaco y el trayecto se me hace
eterno, por fin se detiene en la duodécima planta y salgo
del ascensor tomando una bocanada de aire. No me había
dado cuenta de que he aguantado la respiración todo el
trayecto. Busco la puerta que se sitúa a la izquierda del
rellano. En la pared, junto a la entrada, una placa dorada
grabada con el logotipo de la empresa y el nombre me
indica que no me he equivocado de piso. ¡Bien!, pulso el
timbre a la vez que me quito el abrigo y me estiro la
chaqueta. Al cabo de unos segundos que se me hacen
interminables la puerta se abre.
–Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle?
Una chica alta, con el pelo rubio y ondulado a base de
plancha de pelo y aspecto muy cuidado me interroga desde
la puerta.
–Hola, buenos días. Tengo una entrevista aquí a las nueve
menos cuarto.
Mi voz delata mi nerviosismo y la alta mujer lo nota.
¡Vaya!, intentaré controlar mi tono.
–Bien, pasa y acompáñame –contesta mientras abre de
par en par la puerta para que pase.
Tras cerrar la puerta, ambas nos dirigimos hacia un gran
mostrador con un sonoro ruido de nuestros respectivos
tacones. Allí, consulta a otra chica que está detrás sentada.
Mientras intercambia con ella unas cuantas frases, noto mi
nerviosismo, tanto, que no atino a escuchar lo que dicen, e
intento distraerme fijándome en la estancia que me rodea.
Todo parece ser bastante nuevo seguramente llevan allí
poco tiempo o habrán hecho alguna reforma recientemente,
pienso. Justo enfrente de recepción, varios sofás claros de
piel con mesas bajas indican que es la sala de espera, tiene
mucha luz ya que goza de unas grandes cristaleras que van
del suelo al techo ocupando toda la pared.
–¿Cuál es tu nombre?
La mujer alta me saca de mis observaciones.
–Alba Galán –contesto rápidamente.
–Sí, aquí está en el listado –contesta la chica de recepción
señalando dentro de una larga lista de nombres.
–Son la nueve y diez.
La mujer alta mira un redondo reloj negro que cuelga de
la pared.
–Lo siento, he cogido atasco, ya sé que suena a la excusa
de siempre, pero es lo que me ha pasado.
Joder, no consigo controlar el tono. Parece que he
empezado muy mal. La mujer alta que ahora me parece un
poco bruja, me mira de arriba abajo estudiándome
rápidamente.
–Ya, pero todas las candidatas ya han pasado hace
veinticinco minutos porque se trataba de una entrevista
colectiva para poder realizar una primera selección,
después, las que sean seleccionadas pasarán a realizar una
entrevista personal...
Deja la frase en el aire. Y el mundo se detiene en mi
mente…
–Hacemos una cosa, espera aquí tranquilamente y
enseguida te aviso.
–Gracias –digo un tanto aliviada.
Cuando el fuerte repiqueteo de sus tacones se pierde por
un pasillo, cruzo la gran sala de espera y me dirijo hacia el
gran ventanal. Miro hacia abajo y siento un poco de vértigo,
la gran pared de cristal da la impresión de no ser una
barrera física, es como si incluso pudiera caer al vacío. Doy
un pequeño paso hacia atrás donde logro sentirme más
segura y continúo observando las ilimitadas vistas que me
proporciona esta posición privilegiada. Desde aquí puedo
ver gran parte del casco antiguo de la ciudad de Madrid, sus
callejuelas serpenteantes, la gran variedad de tejados con
sus tejas de diversos colores de las casas más bajas, la
multitud de carteles y letreros aquí y allá anunciando
lugares, cafeterías, tiendas, oficinas. El afán de las personas
que van y vienen, y la agobiada circulación de coches en
ambas direcciones interrumpiendo su avance ante los
semáforos en rojo, que permiten que grupos de personas
amontonadas a ambos lados de la calle, puedan seguir su
camino cruzándose en mitad del paso de peatones. Dentro
del caos reina un orden preestablecido. Esta ciudad que me
ha visto nacer, me encanta, sus gentes procedentes de
todos los lugares, que se mezclan día a día en sus calles,
cines, teatros, bares... creando un mundo ecléctico y
tolerante. Sus monumentos que recuerdan tiempos de
grandeza y de declive, sus jardines y parques y su bullicioso
latir tanto en horas diurnas como nocturnas. Es una ciudad
que no duerme. Hace ya cinco años que nos trasladamos a
vivir al extrarradio de esta gran urbe y añoro esta agitación,
aunque reconozco que vivir fuera también tiene sus cosas
buenas. Quizá esta añoranza sea lo que me ha animado a
sacarme el carné de conducir, para poder escaparme
cuando necesite acción.
Pronto comienzo a sentirme cansada de estar quieta aquí
de pie y decido sentarme. Esta acción me pone muy
nerviosa porque comienzo a pensar en la entrevista que me
espera, si es que me dejan pasar, claro, pero rápidamente
mis dudas se disipan. La mujer alta aparece por el mismo
pasillo por el que se había ido y con voz fuerte y clara me
indica que me acerque. Bueno, ha llegado el momento,
¡ánimo, Alba! Me levanto rápidamente y me dirijo hacia ella.
–Mira, el Sr. Martínez, el encargado de la selección –
aclara–, no quiere que se interrumpa la sesión que ya ha
comenzado. Por lo que no puedes pasar.
–Lo entiendo y lo siento.
Comienzo a colocarme el abrigo para marcharme.
–Muy rápido tiras tú la toalla.
Mi cara es un poema. ¿Qué quiere decir?
–Perdona, pero no entiendo. ¿No dices que no puedo
pasar?
–Efectivamente, pero no me has dejado terminar. El Sr.
Martínez quiere verte cuando termine. Quedan
aproximadamente entre cinco y diez minutos. Mientras, me
ha pedido que te haga un resumen de lo que está
explicando dentro.
La mujer me coge del brazo, aunque haga este gesto
amable, a mí no me la da, no me encaja. Me dirige al mismo
tiempo que habla hacia la recepción.
–Esther, por favor.
La chica de recepción levanta la cabeza hacia su
interlocutora.
–Dame uno de los test de la entrevista de hoy y un
bolígrafo.
Se nota que le gusta mandar. La chica se lo tiende al
momento sin perder un instante.
–Toma, rellena tus datos y contesta a las preguntas que
vienen en el test, mientras, te informaré un poquito.
Juntas nos dirigimos hacia la sala de espera y nos
sentamos en un sofá. Sin perder tiempo me pongo a
rellenarlo. No me puedo creer que esto esté pasando, estoy
un poco confundida.
–¿Y cómo es que quiere verme, si he llegado tarde? La
puntualidad es importante en estos casos.
No me puedo creer que haya dicho eso por la boca. Me
quedo seca mirándola.
–Sí, el Sr. Martínez tiene una peculiar forma de hacer las
entrevistas.
Está dejando muy claro que no está de acuerdo con la
peculiar teoría del Sr. Martínez.
–Piensa que si una persona vale de verdad para el puesto
ya tendrá tiempo de demostrar que es puntual.
La mujer alta me sonríe mecánicamente y yo hago lo
propio, aunque dudo que sepa hacer sonrisas mecánicas.
Bueno, quizá el jefe no esté tan mal. Aunque a la bruja no le
guste.
–Mi nombre es Marta Salas –dice mientras me tiende la
mano.
Yo la estrecho con fuerza y le sonrío, aunque parezca un
poco disgustada, espero de corazón que no sea conmigo.
–Encantada, Marta.
Mi voz suena sincera.
–Veamos. Como muy bien sabes, en el puesto de
encargada es necesario dominar el inglés y se valorará muy
especialmente una tercera lengua, ya que uno de los
cometidos que tendrá que desarrollar una encargada es el
contacto con proveedores para la coordinación y la correcta
recepción de los pedidos. Estos pueden llegar de varios
lugares del mundo, aunque no creo que haya muchos
problemas ya que existen personas en la empresa que se
dedican a estos menesteres, pero siempre es bueno.
Además, nuestros clientes son también extranjeros que
vienen a España de vacaciones y realizan sus compras, pero
el principal cometido es la coordinación de la tienda, desde
el control de personal, horarios, turnos, contratos, nóminas,
pedidos, escaparates, limpieza y orden, almacén, control del
stock, normas de venta y cursos del personal a tu cargo,
incidencias con clientes. Todo lo necesario para que la
tienda funcione y además funcione bien.
Marta me mira mientras yo escribo a la vez que intento
enterarme de todo lo que me está diciendo. No sé cómo ha
podido decir toda esa parrafada a toda velocidad y sin coger
ni una sola vez aire. Creo que lo está haciendo aposta.
Concéntrate, Alba.
–¿Lo has entendido más o menos? –me pregunta sin
esperar respuesta. ¿Lo de más o menos va con segundas?
¡Arrrg!
–Se trata en definitiva de saber coordinar adecuadamente
todas las fichas para que el puzle encaje y dé beneficios.
Ambas nos miramos.
Sí, eso, beneficios, pienso. Marta tiene la expresión de
aquellas personas que se sienten orgullosas de su trabajo,
mientras que yo la miro con aire de interrogación.
–Entiendo –consigo decir.
–Bien, ¿has terminado el test? Es importante, ya que el
trabajo requiere mucha psicología.
¡Ya me lo podías haber dicho antes, bruja!
–Claro, aquí lo tienes.
Se lo tiendo dubitativa después de dejar mi firma
plasmada al final de las hojas. Si llego a saber eso, lo
hubiera hecho con más cuidado. En fin, lo hecho, hecho
está.
En ese instante un murmullo de gente precede al grupo
de chicas que desde un pasillo se dirige hacia la entrada.
–Bien, parece que la reunión ha terminado. Espera aquí.
Marta se levanta y se hace cargo del grupo
conduciéndolo hacia la puerta de salida y dando las últimas
indicaciones. Inmediatamente después se dirige hacia un
pasillo interior.
Me quedo pensando que aquellas chicas son mis rivales,
pero por mucho que lo intento no logro verlas así. Tan solo
veo un grupo de posibles amistades. Pero pronto, el ruido de
tacones me advierte de la presencia de doña Bruja y el Sr.
Martínez que hace que me levante del sofá.
–Esta es Alba Galán –dice Marta dirigiéndose al Sr.
Martínez.
–Encantado de conocerte, soy Jorge Martínez.
Me tiende la mano a la vez que me mira directamente a
los ojos como si buscara dentro de ellos.
Es un hombre alto, moreno, con algunas canas a la altura
de las sienes, ojos marrones y aspecto serio. Su estilo es
muy elegante, viste traje azul marino con camisa blanca y
corbata rosa. Lleva gemelos y zapatos impecablemente
limpios de color negro, vamos, yo diría que son nuevos y en
su mano izquierda luce un lujoso reloj de marca.
Rápidamente le echo unos cuarenta y cinco años.
–Encantada, siento el retraso.
Estrecho mi mano contra la suya, intento que no sea un
apretón flojo que denote debilidad, pero tampoco fuerte que
duela. A pesar de su aspecto serio su mano parece cálida y
suave.
Rápidamente Marta corta el saludo. ¿Pero qué le pasa a
esta tía?
–Alba ya ha rellenado el test y le he explicado la dinámica
del puesto.
Mientras habla le tiende los folios correspondientes. Jorge
comienza a leerlo rápidamente echando un vistazo a las
respuestas del test.
–Bien, y... ¿te sientes capacitada y con fuerzas para
desarrollar este trabajo?
Jorge me mira a los ojos intentando leer dentro de mi
mente. Es una mirada tan penetrante que incluso me
produce daño y tengo que parpadear varias veces antes de
pensar una respuesta.
–Para serle sincera, Sr. Martínez, nunca he desarrollado
un trabajo similar, aunque cuando leí su anuncio de oferta
de empleo no lo dudé un momento. Me gusta ponerme a
prueba, crearme nuevas metas e ir consiguiéndolas poco a
poco con empeño y trabajo y ahora sé, después de hablar
con Marta que me ha explicado en qué consiste el puesto,
que es perfecto para mí.
¡Madre mía! No estoy segura de todas las cosas que
acabo de decir, pero el énfasis y el tono con que lo digo
sorprenden a mi interlocutor.
–Vaya, interesante exposición.
Jorge no deja de mirarme.
–Marta, tenemos el currículum de esta señorita, porque
es señorita, ¿no?
–Sí –contesto un poco avergonzada.
¿Qué pretende? Marta se dirige corriendo a recepción y
en un instante le acerca los dos folios que componen mi
currículum. Él comienza a leerlo, esta vez atentamente. Me
parece que el tiempo se vuelve a detener.
–Mmm... –musita mientras lee–. Eres licenciada en
Turismo y hablas inglés y francés, ¿en qué nivel?
–Inglés correctamente hablado y escrito y francés nivel
medio.
–You didn´t give me any photo.
¿Me está intentando pillar por sorpresa?
–I didn´t know that I had to take one –contesto al vuelo
sin vacilar a la vez que sonrío.
Él me devuelve la sonrisa y dándose media vuelta se
dirige a recepción, mientras me contesta:
–No te preocupes. Esther, por favor, acércame la cámara
Polaroid.
Una vez la tiene en su poder, me dice que me coloque
enfocando el objetivo hacia mí. Al instante un trozo de papel
en blanco sale de la cámara. ¡Dios, qué rápido! No me ha
dado tiempo a nada, seguro que he salido con la boca
abierta. Jorge la coge y comienza a agitarla arriba y abajo
para que termine de revelarse. ¡Por favor, que salga bien!
–Solucionado. Si has pasado esta selección, tendrá
noticias nuestras. Muchas gracias, señorita Galán.
Jorge me tiende la mano al llegar a la puerta de salida.
–Ha sido muy interesante conocerla.
Este gesto acompañado de una leve sonrisa me indica
que tengo posibilidades. Es una corazonada.
–Igualmente, Sr. Martínez.
Estrecho su mano, esta vez con más fuerza y decisión.
–¡Hasta pronto! –exclamo y salgo en dirección al ascensor
mientras puedo escuchar tras de mí el sonido de la puerta
al cerrarse.
Jorge, al otro lado, se queda mirando la fotografía de Alba
que ya va tomado color y refleja una cara con una media
sonrisa. Se fija en su anguloso rostro y en los ojos azules
que le han estado mirando momentos antes, y le parece
una chica bella e inteligente.
–¡Marta!
–¿Sí?
La voz de Marta suena extremadamente cerca.
–¡Ah! Estás aquí. Prepara la ficha de esta chica para la
siguiente entrevista dentro de quince días, coordina mi
agenda.
Jorge le tiende todos los papeles y se aleja por el pasillo
en dirección a su despacho todavía con la foto de Alba en la
mano mientras Marta recoge la documentación.
–No me lo puedo creer –dice dirigiéndose a Esther con
tono de enfado.
–Le ha entrado por los ojos, ¡como todas!
Y con aire de desprecio se pierde por el pasillo contrario
en dirección a su oficina haciendo que sus tacones
repiqueteen aún con más fuerza.

Me dirijo a la boca de metro más cercana. Tras realizar


varios trasbordos para cambiar de línea, que se me hacen
interminables, ¡odio el metro!, consigo enlazar con el tren
que me deja en el pueblo más cercano a casa. Este viajecito
me ha llevado casi hora y media. ¡Por fin piso de nuevo la
calle! Un sol radiante me recibe. Parece que las lluvias se
han retirado definitivamente por ahora del cielo madrileño.
Mi teléfono móvil suena dentro del bolso y comienzo a
rebuscar dentro entre todas las cosas revueltas.
–¿Dígame? –consigo decir a tiempo antes de que se
cuelgue.
–¿Alba?
Una voz masculina y lejana me llama a través de las
ondas.
–Sí, ¿quién es? Te oigo muy mal.
–Soy Fer, ¿dónde andas? Llevo llamándote toda la
mañana.
Al fin la comunicación se establece favorablemente y
puedo escuchar con claridad.
–¡Hola, Fer! Me acabas de coger saliendo del tren, por eso
no me localizabas, no tenía cobertura –contesto algo
confundida.
–¿Te apetece que comamos juntos y me cuentas tu
entrevista?
Miro el reloj, es casi la una y cuarto.
–Bueno. Llamaré a mi madre para decirle que no me
espere.
–Perfecto. ¿Estás en la estación?
–Sí.
–Pues en diez minutos te recojo. ¡Ciao, bambina!
–Aquí estaré, Fer.
En el tiempo establecido Fernando me recoge y nos
dirigimos hacia un restaurante chino donde solemos ir a
comer de vez en cuando. Un chino bajito y delgado nos
conduce a través del salón decorado con los típicos dibujos
chinos que recrean idílicos jardines orientales con
maravillosos pájaros de colores en sus paredes y sus faroles
rojos rematados con flecos colgados del techo. Nos dirige
hacia una mesa pequeña junto a la ventana y nos tiende la
carta con los menús dejando una bandejita con dos
pequeñas toallas blancas calientes y perfumadas que
ambos utilizamos para lavarnos las manos. Una vez toman
nota de nuestra comida comenzamos a charlar
distendidamente.
–¿Qué tal Sara? –le pregunto directamente.
–Muy bien, bueno, mejor dicho, muy atareada.
Últimamente tienen overbooking en el hospital y está
haciendo horas extras, ya sabes cómo es ella. Se involucra
mucho con su trabajo. A veces llega a las dos o a las tres de
la mañana y al día siguiente a las ocho está allí otra vez, por
no hablar cuando le toca guardia. Creo que le saldría mejor
quedarse allí a dormir, por lo menos, no perdería tiempo en
ir y volver. Además, no me gusta que se vuelva sola,
entonces ya sabes a quién le toca estar esperando en el
coche hasta que sale. Porque esa es otra, te dice que la
recojas a las doce de la noche y luego sale a la una y media
o cuando termina.
–Haces muy bien, Fer, acompañándola a casa. Nunca se
sabe lo que puede pasar a esas horas. Una chica sola, en la
madrugada, parece la combinación perfecta para que pase
algo –repongo.
–¿Me crees tan loco como para dejarla volverse sola?
Últimamente su padre y yo nos estamos turnando, cuando
yo no puedo ir, va él. Le digo que no salga tan tarde, y
¿sabes lo que me contesta? –me pregunta de manera
retórica mientras el camarero bajito nos sirve agua en las
copas–. Me dice que a qué hora me creo que se iba cuando
estaba yo allí.
–La verdad es que siempre que íbamos a verte, ella
estaba contigo. No se apartaba de tu lado –le digo
sonriéndole con picardía.
–Soy un pesado. Lo sé. Creo que algún día se va a cansar
de mí y de mis historias.
Fernando baja su vista hacia el plato que acabo de llenar
con arroz tres delicias.
–¿Estás loco? No sé si es que no lo ves o qué, pero ella te
quiere. Se le nota muchísimo o si no, mira ayer en la
agencia, insinuó que quería casarse contigo. Vamos, que
está esperando a que le pongas un anillo en el dedo.
–En eso tienes razón. Y algún día no muy lejano, le daré
la sorpresa. Va a ser la petición de mano más original que
jamás se haya visto.
Sus ojos se iluminan y me entusiasmo solo de verle tan
feliz.
–Pero antes, debo encontrar trabajo. Me siento fatal, ella
trabajando tantas horas, con decirte que casi duplica su
nómina solo con las horas extras, y yo estudiando sin
aportar nada a nuestra relación.
–Vaya, parece que te he cogido con el día flojo.
He terminado mi primer plato y me sirvo un poco de pollo
al limón. Cuando termino, le paso a Fernando la bandeja
para que se sirva la cantidad que quiera.
–Mira, Fer, te has sacado la carrera casi en tres años
cuando muchos emplean en el mejor de los casos los cinco
años completos. Solo te quedan tres asignaturas y por lo
que me cuentas, este año terminas. Cuando tengas la
licenciatura te será más fácil encontrar trabajo de
periodista.
Hago una pausa para masticar y tragar. Mmmm, esto
está buenísimo.
–Eres un luchador, has salido de donde nadie pensaba
que saldrías y has conseguido un montón de cosas buenas.
No te puedes machacar así. No seas injusto contigo mismo.
En muy poco tiempo todo va a cambiar, ya verás.
Fernando, que me escucha mientras se mete pequeños
bocados en la boca, parece que se va recomponiendo poco
a poco, y es que yo siempre consigo convencerlo.
–Tienes razón, ya sabes que para mí el tiempo es oro. A
principios de verano me pondré a buscar trabajo de lo que
más me gusta en el mundo: el periodismo. Pero es como si
desde que tuve el accidente, deseara recuperar el tiempo
perdido y que las cosas surjan rápido en mi vida, el mundo
va lento, Alba, muy lento para mí. Pero bueno, dejemos eso,
porque tengo una buena noticia. ¿Sabes que nos vamos a
meter en la compra de un piso?
Los ojos de Fernando expresan alegría de repente.
–¿De veras?
No podía haber escuchado una noticia mejor.
–¿Cómo no has empezado contándome este notición, Fer?
¿Pero ya habéis mirado? No me has dicho nada...
Dejo los cubiertos en el plato y le miro entusiasmada,
creo que es un importante paso para los dos.
–Ya hemos dado la señal, Alba. Eres la primera persona a
quien se lo cuento, mis padres no lo saben aún.
Fernando está emocionado con mi reacción.
–No me lo puedo creer, ahora entiendo por qué estás tan
preocupado.
De un salto me pongo de pie y dejo mi servilleta en la
mesa para acercarme a él. Esto se merece un abrazo como
poco.
–¡Enhorabuena, propietario!
Con un fuerte abrazo y un beso en la mejilla, le expreso
mi cariño y alegría. Fernando me responde de igual manera.
–Me alegro por ti y por Sara. La llamaré luego para darle
mi más sincera enhorabuena.
Tras el abrazo ambos volvemos a ocupar nuestros
asientos.
–¿Y dónde os lo habéis comprado?
–En la zona nueva del norte de Madrid, cerca del hospital,
a cinco minutos andando. Se trata de un ático. ¡Un ático,
Alba! ¿Te lo puedes creer?
Se le nota ilusionado y me alegro muchísimo.
–Tiene unas vistas espectaculares, espera a verlo y una
terraza de unos sesenta metros cuadrados donde vamos a
hacer unas fiestas espectaculares. El piso no es muy
grande, tiene dos habitaciones un cuarto de baño y un aseo,
una cocina pequeñita y un salón comedor espacioso, ¡con
chimenea! Es que no me lo creo.
¡Dios mío! Parece que le han dado cuerda.
–¿En serio? Impresionante. Estoy deseando verlo. ¿Es de
nueva construcción o de segunda mano? –pregunto.
–Es de segunda mano, así que yo creo que para dentro de
un mes o dos, podremos hacer una fiesta de inauguración.
Estáis invitadas. Por ahora no tenemos nada, ni un mísero
tenedor.
Mira el tenedor que tiene en la mano con deseo.
–Quizá este me pueda servir...
Me mira con cara de ladrón ansioso.
–Es que no tenemos nada.
Y se echa a reír.
–Estás loco, os tengo que hacer un regalo.
–No seas tonta. Ahora no tienes dinero. Te pasa como a
mí, hasta que no te pongas a trabajar, a dos velas, por lo
menos tu hermana puede recuperarse rápido en cuanto
cobre el próximo mes. ¡A propósito! Hemos quedado para
hablar de tu entrevista y al final te he agobiado primero con
mis historias.
Fernando me coge una mano por encima de la mesa.
–¿Es tuyo o no es tuyo el puesto?
No deja de mirarme a los ojos. Cualquier desconocido que
nos viera pensaría que somos una pareja feliz, lo que me
trae a la memoria el día que Fernando se me declaró y tuve
que rechazarlo. Fue muy duro, durísimo para mí hacerlo y sé
que para él fue aún peor asumirlo. Sé en mi interior que eso
causó que se separara del grupo y se fuera con esas malas
compañías. Intento olvidarme de aquello que me costó
tanto comprender y es que estaba convencida de que su
accidente fue por mi culpa.
–Pues... en un principio creí que todo estaba perdido
porque llegué bastante tarde, pero luego... creo que tengo
posibilidades.
–¿Llegaste tarde y aun así tienes esperanzas? Qué
positiva eres, me estás tomando el pelo –dice Fernando
entornando los ojos.
–Verás, la entrevista colectiva ya había comenzado y el
señor que hacía la selección quiso verme al final cuando
todas las demás ya se habían ido.
Hago una pausa para coger aire que Fernando aprovecha
para hacerme una indicación.
–Eso dice bastante en tu favor.
–Eso pienso yo. Intentó pillarme con el inglés, pero le
contesté sin problemas. Así que quedó claro mi dominio de
la lengua.
–Sí, hija, la lengua la dominas perfectamente –bromea
Fernando.
–Muy gracioso. El caso es que es un señor bastante bien
parecido, elegante y serio –continúo–. Nada más verlo,
pensé, tiene pinta de duro, tendré que apuntarme a alguna
aplicación de búsqueda de empleo nada más salir para
mirar nuevas ofertas. Sin embargo, logré metérmelo en el
bolsillo. O por lo menos eso creo.
–¿Y cómo se hace eso?
Fernando continúa tomándoselo a broma. Le miro
poniendo los ojos en blanco.
–¡Qué tío! ¿Es que no se puede hablar contigo en serio?
Este hombre me va a matar...
–No te fíes demasiado, esos tipos hacen cientos de
entrevistas cada semana, seguro que era una táctica y has
caído como una tonta. Él ya sabe de qué vas.
–Hijo, así como lo dices parece como si hubiera hecho
algo malo. Yo creo que si valgo me cogerán y si no, pues no
me cogerán. Así de simple.
Fernando se lo está pasando en grande metiéndose
conmigo, me conoce como si fuera su hermana y sabe mis
puntos débiles. Antes de contestar llamo al camarero para
que nos traiga la cuenta.
–Tranquila. Seguro que logras ese trabajo. Yo te cogería.
Esta vez sé que habla en serio mientras saca su cartera
del bolsillo trasero de su pantalón vaquero. En ese momento
el camarero deja la cuenta sobre la mesa y la cazo al vuelo.
–No creerás que vas a invitarme –le digo muy seria.
–Soy todo un caballero.
–Ni hablar. Necesitas ahorrar.
–Tú también, ¿recuerdas?
Fernando me roza la mejilla en un gesto cariñoso.
–En ese caso pagaremos a medias como buenos amigos
pobres que somos.
Sonrío al lograr salirme con la mía mientras saco de mi
bolso el monedero.
Después de dejar saldada nuestra deuda con el
restaurante, salimos y nos dirigimos hacia el coche que está
aparcado a pocos metros. Fernando se ofrece a dejarme en
mi casa, invitación a la que no me opongo y agradezco
siendo una dependiente total. Una vez llega a la calle donde
vivo, gira en el cuarto chalé a la derecha e introduce el
coche en la rampa de entrada al garaje.
–Señorita, ya hemos llegado. Son treinta euros con veinte
céntimos.
Bromea. Le sonrío, siempre hace la misma broma.
–Tranquilo, hoy tengo clase de conducir y espero que
pronto me saque el carné, entonces dejarás de tener
complejo de taxista –le explico.
–Eso espero.
Fernando se inclina hacia mí y rozando su mejilla con la
mía me da un suave beso a modo de despedida.
–Esta tarde le damos el regalo a mis padres. Mañana te
contaré.
–Sí, mañana me contarás.
Él sonríe para sus adentros.
–Te agradezco mucho lo que nos has ayudado para
conseguirlo.
–No me ha costado nada. No seas tonta, si no, ¿para qué
están los amigos?
–Bien.
Abro la puerta del coche, bajo y me quedo esperando a
que Fernando realice la maniobra de marcha atrás y antes
de que avance hacia la calle, le despido con la mano.
Rebusco de nuevo en mi bolso, buscando las llaves de casa,
me exaspera, más que un bolso parece una cueva, y cuando
mi desesperación roza ya mi límite máximo, consigo
encontrarlas. ¡Por fin! Estaba a punto de tirarlo todo al
suelo. ¡Arrrg! Tras dos giros de la llave dentro de la
cerradura la puerta se abre.
–¡Hola, soy Alba! Ya he llegado.
Nadie me contesta. Me dirijo hacia la cocina y en la
nevera veo una nota sujeta a la puerta mediante un imán
con forma de margarita amarilla. “Como no venías a comer,
y no quería comer sola, he quedado con Ángela. Volveré a
tiempo para la noticia de María. Besos, mamá”. Tras leer la
nota, subo las escaleras con aire cansino.
La primera puerta corresponde a mi habitación, la
siguiente a la derecha a la de María y, por último, formando
un ángulo de noventa grados, se encuentra la puerta que da
paso a la habitación de mis padres, la más espaciosa de
todas.
Las puertas están cerradas. Abro la primera puerta y
entro en mi dormitorio. Está perfectamente arreglado.
¡Pobre madre mía, es una santa!
La distribución de los muebles es idéntica a la de María.
Junto a la puerta de entrada a la derecha dispongo de un
armario empotrado, los muebles son blancos de líneas
rectas con tiradores de metal alargado. Al fondo, la cama.
La mesilla es bastante compacta por su forma rectangular.
Encima tengo el despertador y una lámpara de lectura. A los
pies de la cama, un banco de madera clara me sirve como
descalzadora, en el lado opuesto de la mesilla y debajo de
la ventana un escritorio con patas de metal y sobre de
cristal. La silla es de plástico bastante moderna y giratoria.
En la mesa hay una taza serigrafiada con mi inicial, llena de
lápices y bolígrafos y varias cajas de diversos tamaños de
cartón. Allí también tengo mi ordenador portátil que
siempre dejo cerrado como si fuera un libro. En un estante
dos ositos de peluche están cosidos por la mano, uno de
ellos lleva una falda de vuelo y el otro una corbata hecha
con la misma tela en fondo azul y lunares blancos. Es un
regalo con el que Fer me obsequió por mi catorce
cumpleaños y al cual tengo mucho cariño. Junto a la
televisión, una pequeña colección de libros enmarcados por
dos grandes velas cuadradas permite que no se caigan.
Lo primero que hago es dejar el bolso, el abrigo y las
llaves a un lado de la cama, a continuación, me siento en el
banco y me quito los zapatos torturadores. Del armario saco
unas zapatillas de andar por casa. Sin una intención definida
me echo en la cama, miro la hora en el despertador, aún me
queda hora y media para la clase de conducir y tras repasar
los acontecimientos del día un sueño me inunda dejándome
noqueada.

Varios ruidos procedentes de la primera planta me sacan


de golpe de mi tranquila siesta. Poco a poco tomo
conciencia de donde estoy mientras abro los ojos. En ese
momento la puerta de mi cuarto se abre de par en par. Es
mi madre.
–¡Ah! Estas aquí, Alba. No sabía si habías llegado. ¿Te he
despertado?
Mi madre se acerca a la cama y se sienta a un lado.
–Parece que sí –musito mientras me quito una legaña de
los ojos.
–¿No vas a dar hoy clase de conducir? Son las cinco
menos cinco –me pregunta con aire extrañado mientras sus
dedos me quitan un mechón de la cara.
–¿Menos cinco dices?
De un brinco salto de la cama esquivando a mi madre.
–¡No me da tiempo!
¡Dios! Rápidamente abro el armario y me quito lo que
llevo puesto enfundándome ágilmente en un vaquero de
color negro ajustado con rotos y me pongo un jersey de lana
ancho en color beige. De reojo veo cómo mi madre mira la
ropa tirada por el suelo con resignación. ¡Lo siento, mami!
Finalmente agarro mi cazadora de cuero negra.
–Lo recogeré cuando vuelva, prometido.
Me inclino para darle un beso y veo su expresión
extremadamente alegre lo cual me extraña. Hace un
momento estaba como resignada por tener que recoger mi
desastre.
–¿Vas a conducir con las zapatillas de andar por casa? –
me pregunta sonriendo aún más.
–¡Dios! Menos mal que me lo has dicho. Me hubiera ido
sin darme cuenta.
En un instante me calzo mis deportivas blancas y tras
coger las llaves de casa y el móvil, me despido por fin de mi
madre y salgo como alma perseguida por el diablo corriendo
en dirección a la autoescuela.

Tras correr por las calles durante cinco minutos sin parar,
con los pulmones a punto de reventar, consigo llegar a la
autoescuela. Al doblar la esquina de una calle puedo divisar
al fondo el coche serigrafiado con el logotipo de la
autoescuela y a su profesor Emilio apoyado en el capó
esperándome con los brazos cruzados. Parece que hoy es mi
día de las impuntualidades ¡Ups! Con paso rápido, recorro el
tramo que me separa de mi profesor. Antes de llegar a su
altura, Emilio me hace una seña indicando mi tardanza
tocándose el reloj de pulsera con el dedo índice. Me revienta
que encima me lo restrieguen, si ya sé que llego tarde, ¡no
hace falta que te recrees!
–Perdona, Emilio, por favor, no era mi intención...
No me queda otra que excusarme, ya que decir que llego
tarde porque estaba durmiendo la siesta es un poco tentar a
la suerte. ¡Mejor no comentar!
–Hoy he tenido un día un poco difícil –añado.
–Seguramente ha sido así, porque eres una persona muy
puntual. Que yo recuerde nunca has llegado tarde a mis
clases.
Emilio reflexiona mientras me da las llaves del coche y
rodea el capó para sentarse en el asiento del copiloto. Abro
la puerta del conductor y me siento al volante. Enseguida
puedo percibir el olor a limón del ambientador que lo inunda
todo. Seguidamente, comienzo a ajustarme el asiento
acercándome hacia el salpicadero hasta que encuentro la
posición adecuada para alcanzar cómodamente los pedales
con los pies. Posteriormente ajusto el respaldo. Una vez
compruebo la distancia al volante y sintiéndome a gusto
con la nueva posición, coloco los espejos retrovisores, tanto
los exteriores como el interior.
–Bien, ya sabes que no podemos recuperar el tiempo de
retraso porque tengo otros alumnos que tienen clase
después de ti, así que no perdamos más tiempo y
comencemos –dice mientras se ajusta el cinturón de
seguridad de su asiento.
–De acuerdo –le digo y me ajusto también el cinturón de
seguridad y a continuación giro la llave. El automóvil
comienza a rugir e inmediatamente después tras dar un
tirón seco se cala. ¡Dios, qué irritante!
–Alba, siempre se te olvida comprobar si hay alguna
marcha metida.
Emilio me mira acostumbrado a estos fallos.
–Quita primera y vuelve a empezar.
¡Error de principiante! Bien, tranquilidad. ¡Joder, parece
que lo ha hecho aposta dejando la maldita marcha puesta!
Pongo la palanca de cambios en punto muerto y en un
segundo intento todo va como la seda.
–Bien, Alba, recorremos la calle y giramos a la derecha.
¡Allá vamos! Sigo las indicaciones de Emilio y poco a poco
empiezo a relajarme. Recuerdo las recomendaciones de mi
padre e inmediatamente las pongo en práctica.
–La rotonda a la izquierda, Alba –indica Emilio.
¡Vamos con decisión!, me digo a mí misma. Pongo el
intermitente y con la suficiente antelación me coloco en el
carril izquierdo para realizar mejor la maniobra indicada; al
llegar a la rotonda cedo el paso a un coche e
inmediatamente entro, giro y tras poner el intermitente a la
derecha, salgo de la rotonda. Sigo toda la calle y me
detengo ante un semáforo en rojo. Parece que da resultado,
me siento más libre, más suelta. ¿Cómo explicarlo? Esta
decisión nueva hace que los demás coches me respeten tal
y como me ha asegurado mi padre.
–Muy bien, Alba, ahora cuando el semáforo se ponga en
verde giramos a la derecha y entramos en la plaza. Vamos a
comprobar si sigues aparcando tan bien como la semana
pasada.
Hago lo que me indica Emilio.
–En cuanto veas un hueco para aparcar en línea haces la
maniobra –me indica concentrado.
Dejo pasar un hueco que es demasiado pequeño a mi
juicio, lo cual es bastante subjetivo, ya que necesito mucho
más espacio para aparcar que las personas normales…
hasta que doy con uno apropiado en el margen derecho de
la calle. Repaso mentalmente los pasos que debo realizar y
comienzo por indicar la maniobra con el intermitente
derecho. Me ajusto a la hilera de coches parando justo
delante del hueco. Coloco la marcha atrás y mirando por los
espejos compruebo que no viene nadie. Inicio la maniobra
girando el volante, intentando hacerlo lo mejor posible, una
vez tengo medio coche metido en el hueco comienzo a girar
el volante en dirección contraria para que quede alineado y
como por arte de magia y con una sola operación el coche
queda perfectamente aparcado.
–Ya está, Emilio –digo toda orgullosa. ¡Uf! Aparcar mola,
se me da bien.
–Demasiado bien.
Parece que Emilio me ha leído el pensamiento.
–Espero que no haya sido suerte –me dice receloso.
¡Ja! Suerte, dice.
–Si quieres repetimos.
Estoy encantada y deseosa de demostrar mi nuevo
aplomo al volante.
–Cuando quieras.
Emilio nota mi alegría.
–Salimos, dando la vuelta a la plaza y aparcamos de
nuevo en el primer hueco libre. ¿Vale?
Emilio acompaña su frase con movimientos de manos.
–Bien, oído cocina –le respondo con gesto afirmativo y
con la misma facilidad con la que aparqué, salgo del hueco.
Emilio me mira incrédulo.
Justo a la salida de la plaza encuentro mi segunda
oportunidad. Realizo de nuevo la maniobra de aproximación
y con la marcha atrás comienzo a meter el automóvil, al ser
el hueco más pequeño que el anterior tengo que rectificar la
trayectoria metiendo la primera marcha y posteriormente
de nuevo marcha atrás. Con estos movimientos consigo que
el coche quede correctamente aparcado. ¡Qué! ¿Cómo te
has quedado, profe?
–No puede ser, me la han cambiado.
Emilio, incrédulo, me mira sin pestañear.
–Si continúas en esta línea, creo que con una semana
más de clases, estarás lista para examinarte.
¡Una semana más…!
–Preferiría examinarme cuanto antes –objeto impaciente,
estas clases prácticas se me están haciendo interminables
por no hablar del coste.
–Bueno... creo que todavía tienes un punto débil, las
incorporaciones. Deberíamos dar alguna clase por carretera
para corregirlo. Además, todas las clases que realicemos por
ciudad siempre te van a venir bien ya que el noventa por
ciento de los exámenes tienen recorridos por ciudad, es
donde se cometen más errores.
Emilio intenta aconsejarme…
–Aunque la última palabra la tienes tú.
Me quedo un momento reflexionando sobre lo que acabo
de escuchar mientras Emilio espera a que tome una
decisión.
–Teniendo en cuenta lo que me acabas de decir, daré
mañana jueves una clase por ciudad y el viernes otra por
carretera para examinarme el martes.
Noto su desaprobación y lo refleja en su rostro.
–Emilio, yo entiendo que la autoescuela es un negocio
como todo y está para ganar dinero, es lógico, pero creo
que estoy preparada y alargarlo solo puede perjudicarme. Si
suspendo, daré de nuevo clases y enseguida volveré a
examinarme.
–Yo aún te veo un poco verde, aunque reconozco que hoy
has dado un giro de ciento ochenta grados para mejor, pero
no debes confiarte, llevo muchos años en esto y he visto de
todo.
–Me lo imagino, pero debes admitir que aprobar el
examen es cuestión de suerte, puedes ir suficientemente
preparado y suspender.
Intento quitarle hierro al asunto, pero sé que si dejo pasar
tiempo podría perder seguridad y no estoy dispuesta.
–Está bien, tú sabrás lo que haces.
Parece que no va a seguir forzando la situación.
–Salimos y volvemos a la autoescuela, solo quedan cinco
minutos de tu clase.
Tardamos diez minutos en llegar a la autoescuela donde
el siguiente alumno está ya esperando en la puerta. Paro el
coche y quito el contacto.
–Por favor, Emilio, que no se te olvide apuntarme para el
examen del próximo martes –le recuerdo al bajarme.
–Descuida, me lo he apuntado en la libreta.
El chico que está esperando se acerca y le cedo las
llaves.
–Suerte –le digo con una media sonrisa.
–Gracias, falta me hace –me responde y sin más se mete
en el coche.
Inmediatamente después de salir el coche de la
autoescuela con su nuevo conductor, me dirijo a las oficinas
donde se dan las clases teóricas, no quiero que Emilio me
vea entrar. Me acerco al tablón de anuncios y compruebo
que el viernes hay una convocatoria y la siguiente es
efectivamente el martes. Sin pensarlo dos veces, me acerco
al mostrador y le indico a la encargada mi intención de
presentarme el próximo martes para que prepare la solicitud
y la documentación necesaria, ya que no me fío ni un pelo
de mi profesor de autoescuela. Fer ya me advirtió, cuando él
se apuntó a la autoescuela no pensaba dar ni una sola clase
práctica, ya que en sus años “malos” había conducido todo
tipo de coches sin carné. Aun así, Emilio le convenció para
dar cinco clases tras las cuales quiso presentarse y
casualmente a Emilio se le olvidó apuntarle y tuvo que
esperar quince días a que saliera una nueva convocatoria
por lo que dio dos clases más para no enfriarse. Así que voy
a seguir su recomendación y me voy a ocupar yo misma de
hacer el papeleo y dejarlo todo clarito.
Mientras vuelvo caminando hacia casa pienso en la mala
suerte que tuve cuando me apunté a la autoescuela. Yo
esperaba que de los tres profesores que dan clases
prácticas me tocara el mismo profesor de mi hermana que,
aunque es un señor mayor muy meticuloso y serio, respeta
las decisiones de sus alumnos. Además, tiene fama por el
alto porcentaje de alumnos suyos que aprueban a la
primera, pero tuvo que tocarme Emilio, ¡cómo no! Un chico
joven muy simpático y agradable, sí, pero muy astuto. Sin
darme cuenta me encuentro en la puerta de casa, miro el
reloj, son las seis y media. Cojo las llaves del bolsillo de mi
cazadora y en el momento justo de introducir la llave en la
cerradura, el claxon de un coche llama mi atención. Es
María, acaba de llegar y espera a que la puerta automática
del garaje accionada mediante un mando a distancia
termine de abrirse. Espero impaciente a que aparque dentro
para entrar juntas en casa.
–¿Qué tal, Alba? ¿Acabas de llegar de la clase de
conducir? –me pregunta rápidamente.
–Sí. El próximo martes me examino –confirmo.
–¿De veras? Enhorabuena, espero que tengas mucha
suerte. Me alegro de que por fin te hayas decidido. Ya verás
cómo no es tan difícil.
Mientras la escucho logro abrir la puerta de entrada y
ambas pasamos al interior. María se quita el abrigo que
guarda en el armario de la entrada y yo espero mi turno
para hacer lo mismo con la cazadora.
–Estoy aquí, hijas.
La voz de mi madre procede del salón. Ambas nos
dirigimos hacia allí.
La estancia es espaciosa, cuenta con unos cuarenta
metros cuadrados y está separada del recibidor por una
amplia puerta corredera de madera blanca que al abrirse
queda oculta dentro del tabique. El salón está dividido en
varias zonas, a la izquierda hay habilitado una amplia zona
de lectura cuyos límites están marcados por una gran
librería en forma de “L” pintada en el mismo color crema que
la pared. Allí pueden encontrarse cerca de doscientos libros
de diferentes clases, todos ellos perfectamente ordenados y
clasificados gracias a la gran afición que mi madre tiene a la
lectura. Cada sección de la librería se puede iluminar
independientemente ya que cuenta con un foco en la parte
alta. Junto a la librería, dos cómodos sofás individuales de
color gris invitan a la lectura. Entre ellos dos, una lámpara
arco metálica moderna ilumina perfectamente el rincón de
lectura. A su lado, una mesa con una silla que sirve de
escritorio. Enfrente se ubica la gran mesa de comedor en
madera y cristal custodiada por seis sillas. Una vitrina que
sirve para guardar la vajilla, completa el conjunto. En la
pared de enfrente se ubica la moderna chimenea con una
televisión plana enorme encima a modo de cuadro y delante
dos sofás grandes y enfrentados con una mesa de forja y
madera en medio de gran tamaño. Los sofás están
tapizados en color gris, los cojines, en tonos arena y
mostaza, con diferentes texturas, crean una atmósfera
serena. Es un gran rincón pensado para la relajación y
favorecer la conversación.
–Hola, mamá.
Mi madre está sentada en el escritorio abriendo la
correspondencia con un abrecartas de plata que le regalé
las navidades pasadas.
–No recibimos más que correo basura, facturas, cartas del
banco y poco más. Qué triste, ¿verdad? Con eso de Internet
y las redes sociales, el correo tradicional se está perdiendo.
Mi madre tiene las gafas de ver de vista cansada caladas
en mitad de la nariz y nos mira por encima de ellas.
–¿Qué tal el día?
–Bueno… –contesta María primero, mientras se acerca y
le da un beso en la mejilla para después desplomarse en
uno de los sofás–. Estoy reventada. Ha sido un día muy
intenso, pero me ha gustado.
–No te quejes, mañana tienes todo el día para descansar.
Es lo bueno de tu trabajo –le digo a María sentándome en el
sofá frente a ella.
–¿Y tú clase, Alba?
Mi madre ha terminado con la correspondencia y se
sienta junto a mí.
–El martes me examino –digo orgullosa.
–¡Genial, Alba! Por fin.
Hace una pausa reflexionando.
–¿Estás segura? No te precipites, ya sabes que si
necesitas más cla…
–Tranquila, mamá, los consejos de papá han sido como
mano de santo, vamos, un antes y un después –la
interrumpo, no quiero que empiece otra vez con lo mismo
porque cuando coge carrerilla… no para.
–Bueno, si crees que estás preparada, adelante. Y… ¿a
qué hora te examinas el martes?
–Pues creo… que por la mañana a las diez. ¿Por qué lo
preguntas? –digo extrañada.
–No, por nada, hija, cosas mías –sentencia.
–Bueno, solo queda papá para que María nos dé esa
noticia tan esperada.
Mi madre intenta cambiar de conversación y no sé por
qué, pero mi instinto me dice que algo pasa, no sabría decir
qué. Mi madre no hace preguntas sin una intención
concreta. Miro a mi hermana, pero parece no darse cuenta
de nada. Está tan pancha en el sofá. En ese momento llegan
ruidos del recibidor y mi padre entra en el salón.
–Buenas, familia.
Deja el abrigo con cuidado en uno de los sillones del
rincón de lectura, el maletín junto a él en el suelo y
comienza a deshacerse el nudo de la corbata.
–Ven, siéntate con nosotras –digo entusiasmada y le cedo
mi asiento para sentarme junto a mi hermana y así dejarles
juntos en el otro sofá. No quiero perderme ni un solo detalle
de sus caras.
Mi padre obediente se sienta junto a mi madre y la besa
en la mejilla para saludarla. Mi madre le devuelve el saludo
y le sonríe satisfecha.
–Lo cierto es que la noticia no es solo de María –comienzo
a decirles, madre mía, estoy como un flan… –, sino de las
dos.
–Sí. Sabemos que el próximo día catorce de febrero es
vuestro veinticinco aniversario de casados, y no podíamos
dejar pasar esa fecha tan importante por alto.
–Así que decidimos daros una sorpresa.
–Sí. Pero debía ser una gran sorpresa, no cualquier
cosilla. Así que nos pusimos manos a la obra a pensar –
continúo.
Puedo ver cómo las caras de mis padres se empiezan a
animar.
–Fue bastante difícil. Porque se nos ocurrieron diversas
cosas que no valían.
Miro a mi hermana para que continúe ella. Sé que ella me
está siguiendo el rollo.
–Como una planta nueva para mamá y un kit manos
libres para papá…
Espera el tiempo suficiente para ver que no dejan de
sonreír.
–Y María dio con la solución –digo rápidamente.
–Desde lo más profundo de mi corazón, muchas gracias,
María, por esa idea tan, tan buena.
Me pongo la mano derecha en el corazón mientras digo
estas palabras para dar más énfasis a mis sentimientos.
María me besa devolviéndome el sincero agradecimiento.
–Lo cierto es que nunca os habéis ido de Luna de Miel,
por lo que pensé “nunca es tarde”. Es algo que está ahí
pendiente y eso había que solucionarlo de inmediato –
continúa María–. Así que di con la solución, qué mejor que
un viaje de Luna de Miel.
–¿Y qué mejor lugar que el Caribe donde se van todas las
parejas de recién casados? –apostillo mientras María mete
la mano debajo del cojín del sofá donde está sentada.
–¡Así que aquí están vuestros billetes!
María se los tiende a sus padres para que los cojan.
Ambos siguen sonriendo, pero ninguno hace ademán de
moverse. María sigue con el brazo extendido y busca mi
mirada con extrañeza. ¡Qué situación! ¡Qué les pasaaa!
Para romper este insólito momento sigo hablando en tono
distendido y alegre.
–Salís el próximo martes a las diez de la noche, así que
tenéis el fin de semana para preparar vuestros equipajes y
por espacio de once días disfrutareis del mejor clima, las
mejores playas y la mejor comida en un hotel de ensueño,
el San Mauro, con un todo incluido.
Nada más concluir, mi padre se pone en pie y con aire
serio rodea la mesa esquivando los billetes de avión.
Nuestros ojos se abren como platos. ¡No doy crédito! ¿Qué
le pasa? ¡Cómo es posible!
–¿Y en qué os basáis para creer que vuestra madre y yo
necesitamos un viaje de Luna de Miel?
Mientras habla camina rodeando el sofá donde estaba
sentado.
–No nos hizo falta en su día y no nos hace falta ahora –
sentencia apoyándose en el respaldo y mirándonos con ojos
fríos.
Nuestras caras deben ser un poema, nos miramos sin
poder articular palabra. ¡No entiendo nada! Mi madre ha
cambiado su semblante acompasándose a las palabras de
su marido.
–¿Qué queréis decir…? –logra articular María mientras
suelta los billetes en la mesa presa de su impotencia.
–Quiero decir...
Mi padre se ha incorporado metiéndose las manos en los
bolsillos del pantalón y con aire de quien controla la
situación va dando lentos pasos hacia su maletín.
–Que entendemos vuestras buenas intenciones, por
supuesto…
Hace una pausa mientras se agacha y abre su maletín.
–Pero no podemos aceptarlo ya que no queremos ni
necesitamos un viaje de recién casados, simplemente
porque no lo somos, llevamos casados veinticinco años.
María no puede creer lo que está escuchando y yo
menos, lo veo en su cara, su postura con la espalda tirante,
pero la actitud de nuestra madre secundando las palabras
de nuestro padre, no deja lugar a dudas, aunque aún no ha
dicho nada de nada, está claro que está de su parte. Me
empiezo a sentir un tanto contrariada por este rechazo tan
directo. Es tan extraño…
–Pero es un regalo… –comienza indignada mi hermana,
aunque no termina la frase ya que mi padre con un gesto de
la mano derecha la hace callar.
–Quiero que todos os tranquilicéis un momento y esto no
derive en una situación extraña.
Mi madre se levanta de su asiento y dirigiéndose hacia mi
padre intenta apaciguar los ánimos. Puede adivinarse
nuestra tremenda desilusión.
–Lo que queremos deciros, hijas...
Mi padre se inclina y rebusca en su maletín.
–Es que el único viaje que podemos hacer vuestra madre
y yo no es un viaje de Luna de Miel, porque nos casamos
hace muchos años y ahora somos padres… sino un viaje en
familia.
Junto a sus últimas palabras mi padre saca del maletín
dos billetes de avión y los agita en el aire.
–¡Dos billetes de avión! Destino: el Caribe. Salida: ¡El
próximo martes a las diez de la noche!
Suelta mi padre como si fuera un presentador de un
concurso y estuviera anunciando el premio al ganador.
–Estancia: once días.Titulares: Alba y María.
Nuestras bocas no dan más de sí al igual que nuestros
ojos. Me quedo perpleja. ¡No me lo puedo creer! Sin
pensarlo dos veces saltamos del sofá y nos abrazamos a
nuestros padres formando una piña de besos, abrazos y
gritos desenfrenados.
–¡Basta! ¡Basta!... tranquilas.
Mi padre intenta zafarse de tanta opresión que no le deja
respirar y es que en este momento me siento la persona
más afortunada del mundo por tener unos padres como
ellos y tengo que abrazarlos y apretarlos como si fueran mis
peluches preferidos.
Nuestra reacción es de completo caos, gritamos a la vez
haciendo continuas preguntas atropellándonos la una a la
otra, mientras que mi madre continúa riendo con el
pequeño engaño. Finalmente, el orden comienza a
imponerse y ella nos invita a todos a sentarnos
tranquilamente en los sofás. La primera en hablar soy yo.
–¿Cómo habéis podido hacernos pasar este mal rato? He
pasado una angustia terrible.
–No. ¿Cómo sabíais que os íbamos a regalar un viaje?
Mi hermana también está ansiosa por saber.
–Realmente, debéis dar las gracias a vuestro amigo
Fernando. Fue él, al que se le ocurrió la sorpresa rebote, ya
sabéis cómo es, vino y nos contó lo que queríais hacer y
claro, su plan era tan tentador, además, le agradecemos
que nos lo contara, ha sido una gran idea.
Mi madre que había estado callada no para de hablar
entusiasmada.
¡Dios mío! ¡Fer! Cuando le vea le voy a... yo qué sé, si he
comido con él hoy. ¡Qué tío! Qué temple, no se le ha
escapado nada, solo me ha preguntado discretamente y
seguro que estaba muriéndose por saberlo todo. Cuando le
pille, no se libra de un beso en los morros.
–¡Fernando!
Mi hermana abre los ojos como platos.
–Tenía que ser él, no podría ser otro.
Reímos. De repente caigo.
–¡Por eso me has preguntado lo del examen de conducir!
–Qué pasa, ¿te examinas? ¿Es que nadie me cuenta las
cosas?
Mi padre se queja continuamente de que es el último que
siempre se entera de las cosas que pasan en la familia y no
sale de su asombro.
–Ah, ya sé, mi consejo. ¿A que sí?
Está mirándome con sorpresa emocionada.
–Lo has puesto en práctica, ¿cuándo te examinas? ¿Estás
segura? ¿Y el viaje?
–Para, para –le digo–. Vamos por partes. He puesto en
práctica tu consejo y me ha ido fenomenal. Tanto, que me
he apuntado al examen el martes que viene. Pero lo tendré
que retrasar... –digo pensativa.
–De eso nada.
Mi hermana me mira cuadrando sus ideas.
–El martes te examinas a las diez, hasta las siete u ocho
no tenemos que estar en el aeropuerto para facturar. ¡Da
tiempo de sobra!
–Sí, pero voy a estar muy nerviosa.
–Dejamos la maleta hecha la tarde anterior y así no
tienes que preocuparte de nada. Yo te ayudo, es como si
fuera un día normal. Alba, no hagas una montaña de un
grano de arena.
Sé que tiene razón, puedo hacerlo.
–Entonces solo quedas tú, María.
Mi padre la mira con ilusión.
–Yo, sí, yo.
Espera un momento pensando.
–Creo que puedo arreglarlo con el encargado de personal.
El viernes hablo con él, pero no creo que haya problemas,
me debe cuatro días.
Es todo tan precipitado que no me creo que vayamos a
irnos todos, a la playita… mmmm… quizás se cumplan
todos mis deseos… esto va tomando forma. ¡Caribe, allá
voy!

Me estoy mordiendo las uñas. ¡Arrrg! Yo nunca me


muerdo las uñas, pero es que no puedo más. Tengo que
calmarme. Vamos en el coche de la autoescuela y mi
compañero se está examinando, por lo que lleva de
examen, creo que ha aprobado seguro, yo no he visto que
haya cometido ningún error. Voy en la parte de atrás,
sentada detrás de él. A mi lado está el examinador con cara
de pocos amigos. ¿Por qué todos los examinadores de
autoescuela tienen cara de pocos amigos? ¿Acaso es un
requisito para el trabajo? Ni siquiera le miro. Bueno, calma,
calma. Me pongo a pensar en otra cosa. Ayer mi hermana
me ayudó con la maleta, la verdad es que no me llevo
mucho. Seguro que allí estamos todo el día en pelotas
(quiero decir en bikini) Creo que no se me ha olvidado meter
nada, ¡Dios, en menos de seis horas estaré en un avión
rumbo al Caribe!
–¡¡Alba!!
¡Qué susto! El coche está parado y tanto Emilio como el
examinador me miran desconcertados. Mal empiezo, pienso.
–Cuando quiera, señorita.
La voz del examinador suena un poco... cómo diría yo,
¿metálica chirriante?
En ese momento mi compañero abre la puerta del coche
y salgo fuera.
–Suerte –me dice.
Asiento con la cabeza. Estoy como un flan en una
montaña rusa.

Llevo cinco minutos esperando a Fernando en la esquina


de la autoescuela. Miro al final de la calle, se acerca un
coche gris oscuro. ¡Es él! Pego un pequeño saltito de
entusiasmo. Frena en seco a mi altura y baja la ventanilla un
tercio.
–¿Qué tal? –dice serio.
Intento abrir la puerta, pero está cerrada con seguro.
–¿No me vas a dejar entrar?
Debe ser una broma de las suyas. ¡Arrrg!
–No, lo primero es lo primero, ¡desembucha! –dice sin
mover un solo músculo.
–¡Déjame entrar!
Acciono el tirador de la puerta otra vez por si se abre. No
se abre.
–No.
¡Esto es ridículo!
–Está bien –digo decidida.
Me apoyo en la puerta y meto la cabeza por el mini hueco
de la ventanilla con el riesgo de quedarme atrancada por
completo y para dar la sensación de estar dentro del coche.
–¡He aprobado! –grito con todas mis fuerzas.
Él se pone a gritar también, agarra mi cara y me planta
un beso en la boca.
–¡Muemmmammme!
Me suelta.
–¿Qué haces? –le grito de nuevo.
–Estoy devolviéndote la misma que me hiciste tú a mí el
otro día.
El sonido del pestillo me indica que Fer ha desbloqueado
el seguro y el cristal de la ventanilla se baja
automáticamente. Abro la puerta con la cara roja de ira y
me siento en el asiento del copiloto.
–Te estás pasando, Fer...
Le aviso levantando una ceja.
–¿Me estás intentando intimidar?
Le veo muy contento y con cara de cachondeo.
–Pues no lo vas a conseguir. ¿Quieres decirme que tú
puedes besarme en la boca cuando tú quieras y yo sin
embargo no puedo hacerlo? El otro día me dejaste de piedra
cuando me besaste, sin previo aviso, me quedé... que no
era yo, quiero decir, sí era yo, pero hace ocho años.
Ha dejado su expresión de alegría y me empiezo a
sentirme mal por dentro.
–Vamos, Fer, tenía una excusa, quería agradecerte de
corazón lo que hiciste para que al final todo saliera bien con
el viaje. Eso no te da pie a que nos besemos a partir de
ahora –razono, cómo son los hombres, ¡Dios! Les das la
mano y se toman el brazo.
–Sí, eso lo entiendo, pero todos mis sueños de entonces y
mis sentimientos hacia ti de hace ocho años salieron de
repente de donde estaban enterrados. Tú mejor que nadie
sabes lo que siento por ti. Eres mi debilidad, siempre serás
mi debilidad –corrige–. No debiste hacerlo, Alba.
Esto se está poniendo mal... muy mal, mi cara muda del
rojo-ira al blanco-blanco, no me llega la sangre a la cabeza.
–Te estas poniendo blanca. ¿Estás bien? –me pregunta
con cara de preocupación.
Dios… ¿Qué he hecho?
–¡Madre mía, Alba!
Y se parte de risa. Me quedo atónita…
–Cada vez es más fácil gastarte una broma.
Suelta una carcajada tan profunda que hace incluso que
se le eche el cuerpo hacia atrás en el respaldo. La ira vuelve
a mi cara, y empiezo a darle tortazos por donde pillo con
todas mis fuerzas…
–¡Basta, basta, Alba! –dice mientras intenta protegerse de
la lluvia de manotazos.
–Jajaja, al final nos vamos a hacer daño –grita.
Consigo parar no sé cómo.
–Ahora, en serio. ¡Felicidades!
Ríe de nuevo.
–Sí, en serio –le digo algo confusa por lo que acaba de
pasar–. Fer, lo que me has dicho, ¿no será verdad?
Estoy realmente preocupada, creía que lo había superado
totalmente.
–En serio, Fer, por una vez, ¡contéstame! –le insisto con el
semblante muy serio.
–Vamos, Alba.
Fernando ha recuperado la compostura.
–Hasta hace poco así era, pero desde que conozco a mi
novia, realmente no pienso en ti de esa manera, ya sabes.
–¡Joder, Fer! ¿Seguro? Estoy pasando un mal rato
increíble.
–Seguro, Alba, pero no tientes a la suerte, donde hubo
llamas siempre quedarán cenizas.
Me desconcierta, ya no sé si lo dice de broma o en serio.
–Bueno, a partir de ahora, ni besos, ni manitas, ni nada
de nada, ¿queda claro? –resuelvo rápidamente, pero nada
más decirlo me abraza.
–¡Abrazos tampoco, Fer! –le grito.
¡Dios, no puedo con él!
–Ah, bueno, de los abrazos no has dicho nada.
Este chico no tiene remedio, al final le dejo por imposible.
Arranca y enfilamos hacia casa.
Ding, dong, ding. “Los pasajeros del vuelo IB4365 destino
República Dominica, pueden embarcar por la puerta C6”.
¡Dios! Este asiento me está matando, voy a estirar las
piernas un poco por el pasillo. Mi hermana duerme
plácidamente en el asiento de al lado de la ventanilla.
¡Mírala! Qué suerte tiene, se le va a hacer cortísimo el viaje
de ocho horas. ¿Para qué se habrá pedido ventanilla tan
insistentemente, si luego se duerme como un tronco? Y yo
aquí estoy. Miro el reloj, las tres y cuarto hora española.
Bueno, ya solo quedan cinco horas aproximadamente. El
chico que viaja a mi derecha también parece que duerme,
es que me da un poco de corte mirarlo, tiene la mantita
sobre los hombros y los ojos cerrados. Voy a intentar salir
sin molestar. Me levanto apoyándome en el asiento
delantero, lo que provoca que mi madre, que va sentada
ahí, mire en mi dirección.
–Lo siento –susurro moviendo la mano para que siga con
lo suyo.
Está leyendo una de las múltiples revistas que hemos
comprado en el aeropuerto.
–¿Dónde vas? –pregunta en alto.
–A correr una maratón –le digo en broma–. ¿Tú qué crees?
No me voy a ir del avión.
Doy un paso por el pequeño hueco que queda entre las
rodillas del chico y su asiento delantero. Voy bien, otro
pasito más. Ahora debo tener mi culo justo en su punto de
mira, espero que siga con los ojos cerrados. Un último paso
y estaré en el pasillo. ¡Oh! He pisado algo, miro hacia atrás,
el chico me mira con cara de pocos amigos.
–Lo siento, no pretendía...
Me quedo con la frase a medias y salgo al pasillo
rápidamente.
–Ya me imagino –suelta con pocas ganas.
Miro a ambos lados del pasillo, ignorándole, el lado más
largo está a la derecha, me encamino hacia allí. La mayoría
de la gente está durmiendo o al menos intentándolo. Me
duelen las rodillas un montón, así que sigo caminando hasta
casi el final. Aquí hay unas puertas que conducen al baño,
acciono la puerta y entro. Es muy pequeño, tanto, que no
puedo ni moverme, pulso el botón y un chorrito de agua
sale por el minigrifo. Me agacho para lavarme la cara y
quedo sentada en el váter. Bueno… si eso, ya de paso hago
pis. Cuando he conseguido subirme los pantalones y
ponerme decente sin darme con el codo en la pared, salgo.
Fuera hay dos mujeres esperando para entrar, ¡Dios! ¿Tanto
he tardado? Sonrío ampliamente a modo de disculpa, pero
no me la devuelven. ¡Qué gente! ¡A ver cuánto tardan ellas
teniendo en cuenta que por lo menos visten una talla 48!
Arrrg. Llego de nuevo hasta mi asiento y me encuentro a mi
hermana sentada en mi sitio, hablando con “Don intento
dormir, pero me pisan un pie abro los ojos y veo un culo”.
–Sííí, ¿no me digas?
Acaba de decir mi hermana.
–Seguid, seguid, ya me siento yo en la ventanilla –digo
pasando por delante de ellos.
–No, perdona Alba, si quieres te cedo el sitio –replica.
¿Pero qué está diciendo? ¡Ni de coña!
–¿La conoces? –dice contrariado “Don intento dormir,
pero me pisan un pie abro los ojos y veo un culo”.
–Sí, es mi hermana –dice María orgullosa.
–¡Pues no os parecéis en nada!
Ahora me cae peor, “Don intento dormir, pero me pisan
un pie abro los ojos y veo un culo”, así que voy a añadir a su
nombre “y me comporto como un gilipollas”.
–Alba, este es Juan –dice María haciendo las
presentaciones.
¡¡Juan!! ¡Qué nombre más corto!
–Hola –digo secamente mientras cojo una revista.
Si piensa que le voy a dar dos besos va listo.
Ha pasado una hora y María no ha dejado de hablar con
¡¡Juan!! Me gustaba más el nombre que le había puesto yo,
Juan es muy aburrido. A ver, han hablado del tiempo que
hace en el Caribe, de lo que viene a hacer Juan a Santo
Domingo, de las playas, de cuánto nos vamos a quedar
nosotros, de lo largo que es el viaje... aquí creo que me he
quedado un poco traspuesta, ¡menos mal!
Me despierto sobresaltada, hay turbulencias. No están ni
María, ni Juan, ¡qué bien! Me inclino hacia adelante y le
hablo al hueco que hay entre el asiento de delante y el
contiguo.
–¿Estáis despiertos? –pregunto bajito.
–Sí, Alba –contesta la voz de mi padre–. Ya solo quedan
tres horas, mamá está dormida. ¿Estás bien? –me pregunta.
–Sí, perfectamente. Me he quedado dormida y una
turbulencia me ha despertado –le digo al hueco.
–Sí, hemos pasado una zona de cambios de temperatura
según ha dicho el piloto. Intenta dormirte de nuevo.
Le hago caso como buena hija que soy y cierro los ojos
otra vez.
La voz de María me despierta.
–Alba, incorpórate, nos traen comida.
Me desperezo un poco. ¡Oh! Me duele el brazo derecho, lo
tengo dormido. Un incómodo hormigueo me recorre desde
la mano al hombro.
Mi hermana baja la bandeja de su asiento y hace lo
mismo con la mía. ¡Vaya, ha vuelto Juan! Está a su lado
comentándole qué sé yo a la azafata. Devoro todo lo que
me han puesto en la bandejita, que no es mucho, por cierto.
Veamos, un sándwich vegetal sin apenas vegetal, partido en
diagonal, una botella de agua, siete gajos de mandarina que
apenas tienen zumo, debe ser por la presión y un café en
una diminuta taza cuya leche saco de un dedal. Lo más rico,
el agua estaba muy fresquita. Decido volverme a dormir, así
se me está haciendo muy corto.
“Señores y señoras, estamos entrando en el espacio
aéreo del aeropuerto internacional Punta Cana en Santo
Domingo, en breve tomaremos tierra, por lo que ruego
abrochen sus cinturones en el momento que así lo indique la
señal luminosa. El tiempo en la isla es soleado y despejado,
temperatura 25º centígrados, humedad relativa del aire
78 %, son las diez y veinte minutos de la mañana, hora
local. Nuestra aerolínea espera que hayan tenido un vuelo
agradable y les desea una feliz estancia. Muchas gracias”.
Por fin, ¡hemos llegado! Es extraño volver a estar de
nuevo en las once de la mañana. ¡Va a ser un día muy largo!
Miro por la ventanilla y veo una gran extensión de tierra
verde exuberante, a lo lejos el mar con manchas de
distintos tonos de azul, que van desde el azul fuerte hasta el
azul turquesa, en algunas zonas el agua es tan clara que
parece transparente. Suena un corto timbre, la luz de
abrocharse los cinturones se ha encendido.
–¡Allá vamos!
Oigo la voz de mi padre entusiasmado.
–Abrocharos los cinturones –nos ordena.
Cojo los extremos y los uno hasta oír el “clic” que indica
que las piezas metálicas han encajado perfectamente. Aquí
y allá se oyen multitud de “clics”. Mi hermana me mira y me
coge la mano. No le gustan mucho los aterrizajes ni los
despegues, así que la aprieto con fuerza.
–Enseguida estaremos en tierra –la tranquilizo.
Ella asiente con la cabeza y mira hacia el techo. El avión
comienza su descenso y noto un pequeño vuelco en el
estómago, mi hermana me aprieta la mano.
–Tranquila –le susurro mirándola, tiene los ojos cerrados.
Lanzo mi vista por la ventanilla, ahora puedo distinguir
las copas de los árboles muy juntas, no se puede ver ni un
trozo de tierra, aquí y allá comienzan a aparecer algunos
pequeños tejados. Sigue el descenso, ya puedo ver la pista
de aterrizaje. Los motores empiezan a rugir fuertemente,
notamos un brusco golpe seco, el tren de aterrizaje ha
tocado suelo y rodamos rápidamente por la pista. Vamos
perdiendo velocidad hasta que finalmente giramos para
pararnos a un lado de la pista junto a varias puertas.
–¡Por fin!
María suelta el aire por la boca.
–¡Sanos y salvos! –le digo.
–Sí, ya hemos llegado. –Respira aliviada.
Juan nos mira a las dos con aire de superioridad. El
aeropuerto es pequeño para ser internacional, los tejados
que lo cubren lo componen grandes formas cónicas de paja.
¡Impresionante! La señal luminosa se apaga y comienzan de
nuevo los “clics” a sonar.
–Bien.
Mi padre es el primero en salir de su asiento.
–Toma, Alba.
Me tiende mi bolsa de mano, reparte un par de bultos
más a mi madre y a María y se coloca su mochila al hombro.
–Vamos, Ana.
Mi madre se agarra a su mano y sale al pasillo central.
DÍA 1

Casi todo el mundo está allí ya preparado para


desembarcar. Las azafatas accionan el mecanismo de la
puerta de salida y esta se abre con un chasquido hermético.
Acoplan las escalerillas y las primeras personas comienzan
a bajar. Encabeza la comitiva por el largo pasillo, Juan,
María, yo, mi padre y mi madre. Al llegar al hueco de la
puerta, la tripulación al completo nos despide y nada más
cruzarla un soplo de aire caliente y húmedo nos abofetea la
cara. ¡Uffff! ¡Qué calor pegajoso! Es sofocante. Seguimos a
mi padre que ha tomado la delantera, yo acelero y me uno a
él ya que María sigue charlando con Juan, espero que se
esté despidiendo de él para siempre jamás. Nunca
entenderé por qué entabla conversación con alguien que
sabe de antemano que no va a volver a ver en su vida. Las
puertas se abren automáticamente y cruzamos, hay un
fotógrafo que va haciendo fotos a todos los turistas que nos
hemos bajado del avión.
–¡Vaya, ya nos están sacando dinero y acabamos de
poner el pie en tierra!
Sermonea mi padre. Nos ponemos los cuatro, pongo mi
mejor sonrisa y el flash nos ciega momentáneamente. Un
ayudante del fotógrafo nos comenta que cuando las fotos
estén, las colocan en un panel expositor y si nos gusta como
hemos quedado, con el ticket que nos da podremos
recogerlas previo pago, claro.
Por megafonía nos indican dónde recoger las maletas y
hacia allí nos dirigimos. Llegamos enseguida, y esperamos
pacientemente a que salgan por la cinta transportadora. Lo
de pacientemente es un decir porque estamos todos un
poco nerviosos y alterados.
–¡Miguel! ¡Por allí salen! –grita mi madre como si hubiera
visto un fantasma.
–Ya, Ana, espera a que lleguen.
En estos momentos es cuando me alegro de haber traído
solo una maleta mediana, no como mi hermana que se ha
traído una más grande y casi no puede con ella.
–Bien, misión cumplida. Siguiente punto. Ahora cuando
salgamos fijaros bien, tenemos que localizar a alguien que
lleve un cartel con el nombre del hotel... —ojea sus papeles
— “San Mauro”. Ellos nos trasladarán.
No hace falta ni que nos fijemos, en cuanto salimos por
otras puertas correderas, tras pasar el control de pasaporte,
nos encontramos con un chico de raza negra con un
cartelón en la mano y una sonrisa radiante. Está
acompañado de un chico más y dos mujeres que llevan
colgados un montón de collares trenzados con flores de
colores.
Mi padre le da nuestras tarjetas a uno de ellos. Una vez
que comprueba que estamos en su lista le indica a su
compañero que recoja las maletas y se las lleve.
Las mujeres sonrientes nos cuelgan un collar a cada uno
del cuello, son preciosos. Les damos las gracias encantadas
y esperamos a que llegue el resto de viajeros que se
hospedan como nosotros en el Hotel San Mauro.
Una vez en el autobús vamos pegando botes
constantemente porque aquí las carreteras son
increíblemente malas y eso que se supone que vamos por
una de las vías principales de la isla. Estoy asfixiada, ha sido
un choque tremendo de temperatura y mi cuerpo aún no ha
podido aclimatarse. Tengo una sed imparable. Nos ha dicho
el chico del hotel que todavía nos queda una hora de
camino y se me ha caído el alma a los pies literalmente.
La carretera nos conduce hasta un pueblo llamado
Higüey. Todo es alucinante, tan diferente. Se ve que la gente
vive sin grandes, qué digo, ni pequeños lujos, pero se les ve
felices y contentos con lo que tienen. La calle principal está
bordeada por pequeñas edificaciones de uno o dos pisos a
lo sumo. En sus aceras, multitud de tenderetes como si se
tratara de un mercadillo exhiben sus mercancías. El trasiego
de personas, animales y cosas es caótico al igual que el
tráfico. Las motocicletas superan con creces a los coches y
me quedo de piedra cuando una de ellas nos adelanta con
cinco miembros encima de lo que parece ser una familia al
completo. ¿Cómo caben todos ahí? No puede ser... Todo es
muy alegre y colorido y pese al caos reinante conseguimos
avanzar.
–Mirad.
Mi madre tiene los ojos muy abiertos y el dedo en
dirección a su ventanilla.
–¡Un puesto de carne!
Todos miramos por la ventanilla. En efecto, un tenderete
de madera pintado de color morado exhibe trozos de carne
y filetes tendidos en una cuerda como si fuera ropa. ¿Serán
así las carnicerías aquí?
–¡Es increíble! Con el calor que hace estarán todos
estropeados.
Mi madre no sale de su asombro.
–Aquí la gente está inmunizada. Además, la carne no se
pudre, se va secando.
Mi padre intenta quitarle importancia al asunto, pero lo
cierto es que las distintas costumbres chocan.
Mi hermana saca su móvil y le hace un par de fotos. Al
llegar al final de la avenida, se abre ante nuestra vista un
edifico que nada tiene que ver con lo que hemos visto hasta
ahora. Es de piedra y lo que más llama la atención es su
majestuosidad, su amplitud y perfecta simetría y un gran
arco ovalado muy puntiagudo que se eleva hacia el cielo.
Aquí todos hacemos fotos con nuestros móviles.
–Este monumento que podemos ver enfrente es la
Basílica Catedral de Nuestra Señora de la Altagracia.
El conductor del autobús lo explica en alto ante las
preguntas de las personas que se sientan en los primeros
asientos junto a él.
–Comúnmente llamada Basílica de Higüey. Se comenzó a
construir en 1954, por orden del primer obispo de Higüey,
monseñor Juan Félix Pepén. Tardaron diecisiete años en
construirla y se hizo para reemplazar un antiguo santuario
donde se apareció la Altagracia. Fue bendecida por el papa
Juan Pablo II en 1992. Tiene un campanario con cuarenta y
cinco campanas realizadas en bronce y la puerta principal
está hecha también en bronce con un baño de oro de
veinticuatro quilates.
El conductor se lo debe saber de memoria de tantas
veces que lo ha debido repetir, pero se agradece la
información.
–¡Vaya! Es muy bonita.
Parece que esto le ha gustado más a mi madre y vuelve a
enfocarla con su móvil.
Giramos a la izquierda y cogemos la autopista del este
que une Higüey con la Romana. No es una autopista al uso
como las que conocemos aquí, pero mucho mejor que la
que acabamos de dejar. Todo es muy exuberante, la
vegetación, las personas, su forma de vestir, todo está
pintado con colores alegres, la luz, hasta el azul del cielo
parece distinto y es que en conjunto todo se mezcla
proporcionando la exaltación del espíritu.
Al cabo de treinta minutos, dejamos la autopista y
tomamos una estrecha carretera que parece de una sola
dirección, ya que no veo marcas en el suelo. En los
márgenes, la vegetación es tan densa que parece que
quisiera tragarse la carretera y el parabrisas del autobús
golpea a cada paso grandes hojas. De repente mi hermana
pega un grito y todo el mundo nos giramos a mirarla, tiene
la mano en la boca y señala al frente con el dedo índice.
Una furgoneta avanza hacia nosotros con las luces puestas
y dándonos las largas.
–¡Dios mío, vamos a chocar! –dice mirando a mis padres,
los cuales se han quedado sin habla al igual que el resto de
los ocupantes del autobús. Todos menos el conductor que
va tan tranquilo. Él también le da las largas y se hecha
hacia la derecha, la furgoneta hace lo mismo.
–Nos vamos a dar...
Mi padre se agarra fuerte al reposabrazos de su asiento y
se pone tenso.
–¿La carretera es de doble dirección? –pregunto nerviosa,
pero nadie me contesta.
Sin ni siquiera aminorar la velocidad pasamos tan juntos
que casi nos rozamos. Los dos vehículos se pitan a modo de
saludo y todos nos quedamos como si estuviéramos en una
película. No me lo puedo creer... nos hemos quitado el polvo
el uno al otro. Miro al conductor y veo que lleva una sonrisa
de medio lado, a él esto le debe hacer mucha gracia... ja, ja,
ja. Esta tortura dura cerca de veinte minutos durante los
cuales temo por mi vida en cuatro ocasiones más.
Por fin giramos a la izquierda de nuevo y cogemos una
carretera igual de estrecha, pero con los márgenes
despejados lo que da la impresión de ser más amplia.
Rodamos unos pocos metros y allí está. El Hotel San Mauro.
¡Por fin! Ahora puedo decir que esto ha sido una auténtica
aventura, aunque me aburra como un oso el resto de las
vacaciones.
Vamos bajando lentamente, tenemos aspecto de
cansados y es que llevamos más de diez horas viajando.
Esperamos pacientemente a que nos devuelvan nuestro
equipaje y entramos en el Gran Hotel San Mauro, no sin
antes fijarme en su espléndida entrada formada por tres
grandes arcos, el del medio más grande y coronados por
grandes faroles que cuelgan desde el punto más alto. Hay
un precioso jardín delante con flores de todos los colores y
grandes maceteros azul cobalto con palmeras de tamaño
medio, sopla una brisa suave con olor a salitre, mmmm…
me encanta ese olor, huele a vacaciones. Una vez en el
interior la vista es impresionante, ¡esto parece un palacio! El
suelo de mármol de distintos colores formando complejos
dibujos geométricos brilla tanto que me hace cerrar los ojos.
Lo primero que se puede apreciar es un velero casi a
tamaño real, con el casco azul marino y grandes velas
atadas a un mástil que llega casi al techo. A un lado, un
gran espacio con un largo mostrador; es la recepción, toda
en madera de nogal, le da un aspecto de auténtico lujo. En
el techo justo delante cuelga una gran lámpara de araña
con multitud de cristales de Swarovski los cuales
transforman la luz del sol en infinidad de pequeños destellos
de todos los colores que van a parar a los altos techos.
Me quedo parada admirando tanta belleza, pero me
quedo corta cuando una voz masculina suave y amable a la
vez, me saca de mis ensoñaciones y es que cuando mis ojos
se posan en el dueño de dicha voz, todo lo demás se queda
corto a su lado, empequeñece.
–¿Me permite, por favor?
Pestañeo varias veces para aclarar mi visión, pero esta no
cambia, lo que veo es la realidad tal cual sin trampa ni
cartón.
Ante mí, un chico de unos veintisiete años con camisa
blanca de lino abotonada hasta arriba, cuello mao y
pantalones azul marino me mira sonriéndome mientras se
agacha para tomar el asa de mi maleta. Es el hombre más
guapo que he visto en mi vida, estoy sin habla, no atino a
pronunciar palabra. ¡Por Dios, que alguien me pellizque!
–Claro –consigo decir a duras penas.
¿Cómo un ser tan espectacular puede estar trabajando de
botones? No doy crédito. Suelto el asa y él la agarra con
decisión. Me sonríe y empiezo a notar mis mejillas ardiendo
y sé que mi cara debe tener el aspecto de una muñeca
pepona. ¡Lo que me faltaba!
Miro a mi madre, que no me mira a mí... ¡le está mirando
a él con la boca entreabierta!, y es que no la puedo culpar,
es algo que no se puede evitar.
–Los acompaño a recepción –me dice a la vez que
comienza a andar.
Yo le sigo como un autómata babeando, ¡que limpien
rápidamente el charco de babas que voy dejando o alguien
podría tener un accidente y dejarse los piños en el suelo! Le
seguiría hasta el fin del mundo si me lo pidiera. Lo que me
permite fijarme en él con todo descaro sin ser vista. Es alto,
su complexión es simplemente perfecta. Todo es
proporcionado, sus hombros, la anchura de su espalda, la
longitud de sus brazos, el culito que le hacen los pantalones
y sus piernas. ¡Dios mío! Han pasado, ¿cuánto?, ¿tres
segundos en llegar a recepción? Y me he fijado hasta en su
pulcra manicura.
Deja la maleta pegada al mostrador y se posiciona al otro
lado detrás de un ordenador de pantalla plana.
–¿La reserva, por favor?
Y vuelve a sonreír...
¡Ufff! Creo que me voy a pasar todas las vacaciones
buscando a este Adonis por el hotel en vez de disfrutar de
las playas paradisíacas.
Mi padre rebusca en su cartera de mano y le da cuatro
folios doblados.
–Bien, Sr. y Sra. Galán...
Ojea rápidamente los datos.
–Sus tarjetas ID, por favor.
Mi padre le tiende los pasaportes. Y él procede a
introducir los datos en el ordenador. Mis ojos no pueden
apartar la vista de él. Tiene la piel bronceada, pero no en
exceso. El pelo es castaño oscuro y lo lleva corto, aunque el
flequillo un poco más largo. Sus ojos son verdes, un verde
increíble enmarcados por unas perfectas cejas anchas muy
masculinas y negras pestañas que le confieren una mirada
impactante, su nariz tiene el tamaño y la forma ideal y su
boca, ¡Dios, su boca! Me faltan las palabras, tiene una
sonrisa de anuncio con dientes blancos y alineados,
enmarcados por unos labios que quitan el hipo, carnosos a
la vez que masculinos. Su cara es perfecta con una
mandíbula recta, la lleva perfectamente afeitada.
Debe ser modelo en su tiempo libre. Pienso.
–Bien, habitación 625.
Le tiende a mi padre un llavero grande de metacrilato con
el número grabado en dorado y los pasaportes. A
continuación, les pide sus muñecas y mediante lo que
parece una grapadora, que no lo es, les coloca una pulsera
a cada uno de color azulón.
–Son sus pulseras de todo incluido –aclara.
–Y las señoritas...
Me mira y me derrito. Con lo a gustito que estaba yo
comiéndome con la mirada este pedazo de bombón.
–Sus tarjetas ID, por favor.
Rebusco nerviosa en mi bolsa y saco la cartera. Cuando
intento abrirla se me escurre y se cae al suelo. ¡Trágame,
tierra! Me agacho corriendo, lo rescato y cuando me
incorporo todos me miran muy quietos como diciendo “ya
está aquí la patosa de la familia” ¡Sí, qué pasa! En fin, qué
le voy a hacer, se lo doy, no sin antes darme cuenta de lo
que me tiembla la mano.
–Aquí tienes.
Mi hermana le tiende el suyo tan tranquila, no le tiembla
ni una pestaña.
–Gracias.
Él la sonríe, pero rápidamente teclea de nuevo en su
ordenador.
–María y Alba Galán –dice bajito como para sus adentros.
¡Qué bien suena mi nombre en sus labios!
–Habitación 613.
Levanta su mirada hacia mí y me tiende el gran llavero.
Al cogerlo sus dedos rozan los míos. Recordaré esa
sensación toda mi vida. Un extraño cosquilleo, una
sensación rara, pero a la vez única que jamás antes había
sentido y que me gustaría volver a sentir eternamente me
traspasa. Es increíble lo que se puede llegar a sentir en
unas pocas décimas de segundos, en una pequeña fracción
de piel.
A continuación, le pide la mano a mi hermana y le coloca
la pulsera. Ahora me toca a mí... me mira esperando con la
grapadora en la mano y yo le tiendo la mano, él la coge con
delicadeza como si fuera de cristal y siento otra vez esa
sensación tan increíble. Con diestros movimientos me
coloca la pulsera y me suelta la mano acariciándola
discretamente.
Me quedo de piedra, ¿es verdad lo que he sentido? ¿Lo ha
hecho aposta? Me ha acariciado intencionadamente, estoy
segura. ¿O ha sido una sensación mía? Estoy muy confusa.
–Por favor, Pablo.
Se dirige a un hombre que se encuentra detrás de
nosotros y del cual no me había percatado de su presencia.
–Acompaña a estos clientes al edificio 6. Que tengan una
agradable y feliz estancia en el Hotel San Mauro.
Hace una pequeña inclinación con la cabeza a modo de
asentimiento.
–Gracias, has sido muy amable... –contesta mi madre
exageradamente simpática–. ¿Tu nombre? Por favor –
continúa.
–Mauro –responde con la mayor naturalidad del mundo.
¡Gracias, gracias…! ¡Gracias, mamá, por hacer esa
pregunta! Se llama Mauro, como el hotel.
–Te llamas igual que el hotel.
Está asombrada. Yo también, parece que me ha leído el
pensamiento.
–Sí señora, aquí es un nombre muy común.
Pues tú no eres nada común. Sonrío tontamente. Mi
madre le sonríe también, hasta diría que está coqueteando
un poco.
–¿Me acompañan, por favor? –nos pregunta Pablo.
No sé cómo ha cogido todas las maletas, y así cargado
nos indica el camino. Nos adentramos por un camino
empedrado en un jardín ideal, con un gran estanque. Aquí y
allá hay coquetos rincones con mesitas y sillas, o pérgolas
vestidas de buganvillas con tumbonas que invitan al
descanso. Todo tiene un gusto exquisito.
Pablo va a buen paso y tras pasar por varias edificaciones
entramos en una con un seis enorme de metal plateado.
Tras pasar el arco de entrada, nos encontramos con un gran
patio abierto. En él un jardín tropical con palmeras y una
fuente con varios surtidores por los que salta el agua que
sirve de hilo musical. Alrededor del patio un pórtico da
acceso a las habitaciones. La edificación tiene tres plantas.
Nuestra habitación se encuentra en la planta baja y la de
mis padres en la primera planta.
–Bueno acomodaros en vuestra habitación y en un rato
nos vemos aquí.
Mis padres y el botones se encaminan hacia arriba. Yo
meto la llave en la cerradura y abro la puerta.
–¡Madre mía, qué bonita!
María recorre la habitación tocándolo todo. No lo puede
evitar, es cotilla, cotilla. Toca las puertas del armario de la
entrada abriéndolas, entra en el baño, abre y cierra los
grifos, la mampara del baño, la tapa del váter, sale, al pasar
por la cama hace que sus dedos toquen el edredón
rozándolo, se mira en el gran espejo, se acerca al ventanal y
descorre las cortinas, abre la puerta corredera...
–¡Esto es genial! Me encanta.
–Sí, no está nada mal...
Mis ojos recorren la habitación, es espaciosa en tonos
claros azules y blancos, inspira calma y serenidad. Está
provista de dos camas de gran tamaño y una zona con una
mesita y dos sillones. También un escritorio sobre el cual
hay una gran cesta llena de frutas y flores y dos mini
botellas de ron. En la terraza dos tumbonas y una zona
medio oculta para colgar bañadores y toallas. Me dirijo al
baño, ¡sí que es impresionante! Consta de una zona con dos
lavabos y un gran espejo, todo en mármol color crema. A un
lado una amplia ducha y una bañera de hidromasaje, aquí
las paredes están revestidas con mármol blanco con una
línea de teselas en tonos beige y dorado. Al otro lado, tras
un muro separador, el váter y el bidé también con la misma
decoración en las paredes. Todas las toallas son marrón
chocolate. Me parece un lujo increíble. Salgo y mi hermana
ya está deshaciendo la maleta.
–Me cojo el lado izquierdo del armario, ¿no te importa?
–No. Me parece bien, para mí el lado derecho...
Me quedo pensativa mirando cómo se mueve de la
maleta al armario y del armario a la maleta.
–Estoy realmente alucinada –le digo.
–Sí, ¿verdad? Todo esto es increíble, estoy deseando ir a
ver las piscinas y la playa.
Ni siquiera me mira cuando habla.
–¡María!
Alzo la voz para que me atienda.
–¿Qué?
Ha dado resultado, se ha parado en seco, está medio
agachada sobre la maleta y tiene una camiseta doblada en
la mano derecha. Me mira muy atenta.
–Lo que no me puedo creer es que no te hayas fijado en
el chico que nos ha atendido en recepción, no has hecho ni
un solo comentario...
–¡Vamos, Alba! –recobra la compostura–. Con dos mujeres
babeando ya era suficiente, ¿no crees? Ya habéis hecho el
ridículo para todas las vacaciones. Además, es un chulo
creído.
–¿En qué te basas para decir eso? No le conoces.
Noto que su actitud me altera.
–Solo hay que verle un segundo. Es guapo, no lo voy a
negar, pero él lo sabe. Sabe el efecto babeante que causa
en las mujeres. Sabe que las puede tener a sus pies cuando
quiera. Para gente como él, es muy fácil tenerlo todo. ¿Te
doy un consejo? ¡Olvídate de él ahora mismo!
Lo dice porque me quiere y lo sé, pero no creo que
pueda.
–Sí, es guapísimo, en eso te doy la razón, pero es que el
corazón me ha dado un vuelco al verlo.
María se para y se sienta a mi lado en la cama.
–Por favor, Alba. Hazme caso, solo te traerá problemas.
La miro a los ojos como si no la hubiera escuchado.
–¿No te parece un poco raro que un hombre como él
trabaje aquí?
Mi mirada es interrogante.
–No me estás haciendo ni puñetero caso... sí, me parece
raro por eso y porque es un tío inalcanzable, ¡olvídate de él!
Aquí vamos a conocer a muchas más personas, de eso me
encargo yo, no te preocupes.
Hace una pausa y se pone más seria aún.
–Mira, esto son unas vacaciones. Vamos a disfrutar,
¿vale?
–Sí, vamos a disfrutar, voy a seguir tu consejo al dedillo y
voy a conocer a ese chico... Mauro, aunque sea lo único que
haga estas vacaciones.
–¡Ay, Dios! A veces eres imposible.
Se levanta y sigue colocando ropa.
–Luego no me digas que no te avisé. No te va a aportar
nada bueno. Hazme caso.
–No me voy a casar con él, María. No quiero dejar pasar
esta oportunidad de conocer a alguien así.
–Tú vales mucho más que ese tío.
Me apunta con el dedo acusador.
–Tenlo en cuenta. ¡No lo olvides!
–Tú eres la loca de la familia, no yo. Tendré mucho
cuidado –le contesto medio en broma–. Parece mentira que
me estés diciendo tú eso, ¡esas frases son mías!
–Admito que soy la loca de la familia y por eso puedo
hablarte desde la experiencia que me aporta la locura. Y
esto es eso, una locura.
–María, no te puedo prometer nada.
Y es que mi corazón está ya latiendo por ese hombre
increíble. Quizá María tenga razón y sea inalcanzable, pero
por intentarlo no se pierde nada.
Termino de colocar mi escaso vestuario en el trozo de
armario que mi hermana me ha dejado y nos ponemos más
cómodas, bikini, sandalias y vestidito playero.
Al momento escuchamos unos suaves toques en la
puerta.
–Ya abro yo, María.
Me acerco a la puerta, deben ser mis padres, pero cuál es
mi sorpresa... un chico debidamente uniformado con una
bandeja plateada me mira sorprendido, tan sorprendido
como yo. Nos quedamos un momento parados, mirándonos
el uno al otro, que yo sepa no hemos pedido nada...
–Bienvenidas al Hotel San Mauro.
Él ha recobrado la compostura y consigue soltar su frase,
pero yo sigo sin entender nada.
–Esto es un pequeño aperitivo de bienvenida, señorita,
cortesía del Hotel San Mauro.
–¡Oh! Vaya, no me lo esperaba, gracias.
Tiendo ambas manos para coger la bandeja, ya que es
bastante grande.
–Si me permite, pesa un poco.
Me hago a un lado y el chico entra en la habitación, solo
espero que María no esté por ahí medio desnuda. Deja la
bandeja en la mesa del escritorio y acto seguido se despide
amablemente, no sin antes desearnos una feliz estancia.
Esto sí que es lujo, debo agradecérselo a Fernando. Me
acerco a curiosear un poco, hay sándwiches, tortitas
saldadas rellenas, una bolsa de patatas, aceitunas y varias
botellitas de refrescos. Y la verdad es que me ha entrado un
hambre solo de verlo...
–¡Ya salgo! Esperadme, ya voy.
María sale corriendo del baño.
–¿Por qué has pedido eso?
Tiene los brazos en jarra y ceño fruncido.
–Es cortesía del hotel. ¿Te apetece? Yo tengo un hambre
terrible.
Es normal con la escasa comida del avión. Las dos nos
sentamos y empezamos a picotear. Estos sándwiches están
de muerte. ¡Qué buenos! En poco más de cinco minutos
hemos acabado con casi todo.
–Bueno –digo satisfecha–. Imagino que papá y mamá
estarán haciendo exactamente lo mismo que nosotras.
¿Damos una vuelta?
Mi hermana me mira sonriente.
–Creí que no lo ibas a decir nunca.
Se levanta y yo la sigo. Salimos al patio interior, la verdad
es que esto debe ser el paraíso en la tierra. Un perfume a
flores lo invade y el sonido del agua en la fuente lo
complementa. Respiro hondo y cierro los ojos para que mis
sentidos se emborrachen. ¡Mmmm! Es una delicia.
–Esto va a ser increíble...
Mi hermana me mira entusiasmada. Escuchamos pasos
que vienen del tiro de escalera y finalmente las voces de
mis padres.
–Ah, estáis aquí.
Ambos se han equipado para la playa.
–Creo que todos hemos pensado lo mismo. ¿Qué os
parece si nos acercamos a la playa? –pregunta mi madre
con un brillo especial en los ojos.
–No veo otra mejor opción.
Un hormigueo me recorre el cuerpo y es que me encanta
el agua.
–Pues no perdamos más el tiempo –dice mi padre
mientras coge de la mano a mi madre con una sonrisa
completa en la cara.
Según avanzamos todo nos llama la atención, los
espléndidos jardines adornados con palmeras, grandes
maceteros repletos de flores y el lago artificial que recorre
el centro convirtiéndose en un río. A pocos metros encima
del agua nos llama la atención una gran plataforma en
madera blanca con tejado azul; es un mirador al cual se
puede acceder por ambos lados del río a través de unas
pasarelas. Nos dirigimos hacia allí. Junto a las escaleras hay
un cartel que indica tanto en español como en inglés, que
los martes y jueves hay orquesta en directo a partir de las
diez de la noche.
–Esto promete...
Mi madre le da un pellizco a mi padre en el culo, el cual
pega un respingo.
–Vamos, vamos, subid, que os hago una foto.
Nos ponemos las tres, mi madre en el centro con nuestra
mejor sonrisa, aunque a mí me sale sola. Estoy repleta de
alegría y se me nota.
Continuamos y ante nuestros ojos aparece una gran
piscina, si es que se le puede llamar así, yo diría más bien
que son cuatro o cinco piscinas juntas, su contorno es
ondulado y en un lado el fondo sube suavemente hasta el
nivel del suelo lo que le da un aspecto de playa artificial sin
olas. En medio de la piscina hay varias islas repletas de
vegetación exuberante, también un gran jacuzzi a pleno
rendimiento, pero lo que llama mi atención es que hay una
barra de bar dentro de la piscina con taburetes sumergidos.
Varias parejas están sentadas con el agua hasta la cintura
bebiendo tranquilamente. ¡Me encanta!
–Chicas, antes de la playa me voy a pedir algo allí.
Mi padre señala la barra dentro del agua.
–¡Vamos, Ana!
La coge del brazo y tira de ella hacia la playita artificial.
–Un momento...
Pero no le da tiempo más que a tirar su bolsa de playa al
suelo y su pamela. Entre risas entran en el agua, parecen
unos adolescentes, se les ve contentos y ese era el fin de
este viaje. Me alegro mucho por ellos porque se lo merecen.
Recojo la bolsa y la pamela y las pongo en las hamacas que
están justo a nuestro lado.
–¿Te apuntas? Yo también tengo sed.
Dejamos nuestras bolsas, nos descalzamos y nos
quitamos los vestidos zambulléndonos rápidamente en la
piscina. Está fresquita y cubre poco, por los hombros, así
que me acerco lentamente hasta la barra donde mis padres
están sorbiendo de sus pajitas.
–¿Qué estáis tomando? Parece que está bueno.
–Una piña colada, está riquísima. –Sorbe de su pajita–.
Pediros una, hijas.
Mi hermana se encarga de pedirlas y en menos que canta
un gallo me estoy bebiendo una piña colada muy fría dentro
del agua. No puede ser mejor... cuando nos las terminamos
pedimos otra y nos salimos fuera. Ahora sí estamos
preparados para ir a la playa. Estamos frescos e hidratados.
Y de tal guisa nos encaminamos hacia la arena que es tan
blanca que casi parece nieve. Avanzamos hasta una gran
sombrilla de paja que da cobijo a cuatro hamacas. Las vistas
no pueden ser más increíbles. Ante mí se asoma el mar
Caribe con sus aguas turquesas, mi vista sigue el horizonte
hacia la izquierda hasta topar con un alto faro rayado en
azul y blanco, veo que tiene una barra, es otro bar,
¡perfecto! En dirección contraria un embarcadero de
tablones de madera se adentra en el mar azul y un poco
más a la izquierda una edificación de una sola planta en un
blanco inmaculado que hace que cierre los ojos, con un gran
ventanal abierto y varios carteles colgados. Un letrero en
madera indica que es el club de buceo. No se puede pedir
más. Dejo caer mi bolsa de playa, me quito las sandalias,
respiro hondo y sin esperar, con grandes zancadas me dirijo
a la orilla. No puedo esperar más. Es como un imán que me
atrae. Entro en el agua, doy grandes zancadas hasta que no
puedo seguir y con un elegante salto me meto dentro de
cabeza. El silencio marino me rodea como una manta,
avanzo buceando a fuertes brazadas y la vista me deja
impresionada. El agua es transparente como un cristal, los
rayos de sol lo atraviesan alumbrando el fondo lleno de
bancos de peces de colores que se mezclan entre sí, ¡aquí
mismo en torno a mí! Giro en redondo y los peces huyen en
grupo. Me quedaría aquí eternamente, pero la falta de aire
me hace salir a la superficie. María se acerca nadando
mientras que mis padres están más cerca de la orilla.
–Está buenísima, es increíble lo que tiene el fondo –me
dice alucinada.
–Sí, ¿nadamos un poco?
–Por supuesto...

Llevo un rato tomando el sol y siento la piel caliente.


Debería irme a la sombra o pareceré un cangrejo y no
quiero parecer un cangrejo esta noche, así que me armo de
fuerzas desperezándome para mover mi hamaca hacia la
sombra que proyecta una palmera cercana. ¡Dios, qué dura
la vida del playista! ¡Qué paz! ¡Qué calma! ¡Qué gozada! Sí,
aquí estoy mejor. Mi hermana sigue al sol, ella puede, nunca
se quema y mis padres se han retirado a sus aposentos.
Saco el reloj de pulsera y me lo coloco en la muñeca, son las
dos de la tarde.
–Podíamos ir a tomar algo. ¿Te apetece, María?
Parece dormida, pero enseguida me contesta.
–Por lo menos beber algo, tengo sed y hambre.
Creo que como siga a este ritmo voy a volver con exceso
de equipaje. Una vez de acuerdo cogemos nuestras cosas y
nos dirigimos al restaurante bufé.

Por fin el jaleo en la recepción se ha calmado un poco


después de la llegada de los últimos clientes. Mauro se
encuentra ordenando los datos del check in.
–Hola, Mauro, ya termino mi jornada por hoy, ¿quieres
que haga algo más?
Mauro levanta los ojos de su pantalla de ordenador un
segundo para luego volver a posarlos de nuevo.
–Hola, Juanjo, ¿ya son las dos?
Mira su gran reloj de pulsera a la vez que termina de
teclear en su moderno ordenador.
–¿Llevaste las bandejas como te pedí?
Sus ojos siguen mirando la pantalla.
–Sí, habitaciones 613 y 625.
–Bien, perfecto, pues entonces hasta mañana. Descansa,
¿vale?
Mauro habla en serio y todos lo saben. El trabajo es su
vida.
–Lo haré. Descuida. Hasta mañana.
Juanjo se despide y se aleja por la gran sala de recepción
a buen paso.
Mauro se queda mirándole pensativo hasta que
desaparece de su vista. Empieza el juego. Esto se pone
interesante, piensa mientras decide ir a tomar algo, ya es
hora.
Cruza rápidamente el hall de recepción y se encamina
hacia el restaurante de bufé libre que se encuentra a
cincuenta metros. Entra saludando a todos los camareros y
a la vez va supervisando las mesas, deformación
profesional, para finalmente sentarse en una mesa retirada.
Al momento se acerca un camarero.
–¡Buenos días, Mauro!
El camarero lleva una bandeja en su mano derecha llena
de vasos y platos, a la altura del hombro, debe pesar
demasiado, pero la sensación es de lo contrario, ya que la
maneja con total soltura y armonía. Mauro le mira admirado.
–Bueno, ya deberíamos decir buenas tardes... ¿Cómo va
todo?
El camarero le sonríe abiertamente demostrando la
confianza que existe entre ambos.
–Todo bien. –Sonríe de nuevo–. ¿Te pongo lo de siempre,
agua mineral muy fría?
Sin esperar respuesta con la mano libre coge una botella
de una nevera expositora que se encuentra junto a la pared.
–Enseguida te traigo el vaso con hielo.
–Me conoces mejor que yo mismo.
Mauro sonríe satisfecho al camarero. Le conoce desde
pequeño y pese a su edad, unos cincuenta años, es el mejor
camarero que ha visto nunca. El camarero se aleja con paso
elegante por las puertas abatibles que conducen a la cocina,
para volver rápidamente con un vaso de tubo lleno de hielo.
–¿Te traigo algo de comer?
–No, tranquilo, ahora voy yo, no te preocupes.
El camarero hace un ademán de asentimiento y se
marcha a atender otras mesas. Mauro saca su móvil del
bolsillo del pantalón y comienza a ojearlo, tiene un mensaje
pendiente, justo lo que esperaba y su boca dibuja una
sonrisa de oreja a oreja.
–¿De qué te ríes, chaval?
Fede está junto a él y le da una colleja.
–¿Qué te hace tanta gracia? ¿Eh?
Se sienta a la mesa frente a él. Mauro le mira juguetón.
–¿Recuerdas a la sueca con la que estuve ayer hablando
en la playa?
–¿La rubia alta que llevaba un bikini blanco?
Los ojos de Fede se empiezan a abrir poco a poco. Su voz
es un susurro.
–Sí. La misma. Se llama Ingrid. Ayer le di mi número y me
ha enviado un mensaje. Dice que estará a las siete en su
habitación.
–No me lo puedo creer...
–Créetelo.
Le muestra la pantalla del móvil con el mensaje.
–Me debes... ¿Cuánto era la apuesta?
No cabe en sí de gozo.
–Veinte dólares, si la memoria no me falla.
Fede lee el mensaje rápidamente antes de que lo quite de
sus narices.
–No puede ser, tío.
Se frota la cara con ambas manos intentando aclarar sus
pensamientos.
–Está muy buena... no sé por qué pierdo el tiempo
contigo. No pienso apostar más, me estás arruinando.
–Vamos, tú también me sacas pasta. ¿O es que no te
acuerdas de la alemana del mes pasado?
–¡Ya sabes cuánto me gustan las rubias, tío! Son mi
debilidad. Yo soy negro y me gustan las blancas, muy
blancas, a ser posible, rubias.
Ambos ríen a carcajadas.
–Lo sé, lo sé.
Mauro ha dejado de mirarle y tiene la vista fija en algún
lugar detrás de Fede, lo que hace que este se gire
inmediatamente. Lo único que le llama la atención son dos
chicas solas que acaban de entrar al gran salón y están
tomando asiento cinco mesas más allá. Una es morena con
unos impresionantes ojos verdes y la otra es castaña con
reflejos rubios en las puntas y ojos azules. Ambas charlan
distendidamente y fijan sus miradas aquí y allá fijándose en
la decoración del restaurante. La chica morena le mira y
rápidamente se gira hacia Mauro.
–¿Un nuevo objetivo? Eres insaciable.
Mauro sigue mirando a las chicas como retándolas, no se
amilana fácilmente, confía plenamente en su más que
sobrado físico.

Me doy cuenta de que María no me está haciendo ni caso,


está mirando algo que llama su atención. ¡Dios! ¡Sí! ¡Él!
Está en el restaurante. Las manos me comienzan a temblar
y la cara me empieza a arder y es que me está mirando
fijamente.
–Alba, ni se te ocurra ponerte así.
–Así, ¿cómo? –le pregunto mientras miro el mantel blanco
de la mesa.
–¡Así como estás ahora! Haz como si no estuviera. ¿Me
oyes?
No, no la oigo, un pitido en mis oídos me lo impide,
necesito tranquilizarme, respiro hondo, una vez, dos veces,
tres...
–Bien, Alba, ahora nos vamos a levantar y vamos a coger
nuestro almuerzo como si no pasara nada, ¿de acuerdo? Tú
solo haz lo mismo que yo.
María se levanta despacio observándome. Sí, me voy a
levantar y voy a concentrarme. ¡Puedo hacerlo! No pasa
nada, ¡solo es un tío bueno que me mira! ¡Dios mío, el tío
más bueno del mundo! Me levanto igual de despacio que mi
hermana, esto debe de quedar bastante poco natural,
parece que vamos a cámara lenta, me giro y sigo a mi
hermana que va un paso por delante. ¡No le mires! Pienso.
¡Ni se te ocurra! Le miro a los ojos... ¡Arrrg! ¡Me está
mirando fijamente! Su mirada me atraviesa y el corazón
comienza a latirme con fuerza. ¡Qué bueno está!
Caminamos hacia la gran barra donde están expuestos los
alimentos por grupos y cogemos una bandeja. Lo que
menos me apetece ahora mismo es comer. No podría probar
ni un bocado sabiendo que él está tan cerca, se me ha
hecho un nudo en el estómago.
–Alba... mírame a mí.
Le miro a él.
–¡A mí! –dice un poco más alto.
La miro.
–Bien. Hazme caso, por favor.
Se serena y empuja su bandeja por la barra.
–¿Una ensalada?
Comienza a preguntarme como si no pasara nada.
–Claro, una ensalada estaría bien.
Creo que le intereso, aunque sea un poquito. Me mira,
eso quiere decir algo, ¿no? Me mira a mí, no a otra persona,
ni siquiera mira a María. Siempre he pensado que ella es
mucho más guapa y atractiva que yo. Pero no, me mira a
mí. Le he pillado dos veces y si vuelvo a mirarle...
–¡Alba! ¿Quieres agua?
Está enfadada, lo veo en su cara.
–Sí, por supuesto.
Pone una botella en mi bandeja y se dirige a la gran mesa
central donde se encuentran los postres.

–Espérame aquí, voy a comer...


Mauro se levanta sin apartar la vista de Alba.
–Eso no te lo crees ni tú.
–Entretenme a la morena un momento.
Y le guiña un ojo.
–Eso está hecho, brother.
Fede se encamina hacia la mesa central y Mauro con
paso lento avanza hacia la chica de impresionantes ojos
azules, de camino coge una bandeja y la arrastra hasta
chocar con la de ella.

¡Oh! Casi se me cae la botella de agua, a no ser porque


una amable mano la ha cogido en el aire.
–Gracias –digo sin pensar mientras levanto la vista hasta
el rostro de aquella amable mano.
¡Nooo! ¡Es él! ¡Qué cerca está! Noto cómo mi cuerpo se
empieza a transformar en mantequilla.
–No, perdona, ha sido culpa mía.
Hace una pausa, me está mirando a la cara, noto cómo
sus pupilas hacen pequeños movimientos.
–¿Disfrutando de la buena comida?
Vuelve a hacer una pausa. Está esperando a que le
conteste algo, claro.
–Sí, por supuesto.
Miro a mi alrededor, ¿dónde está María?
–Parece todo tan rico que no sabes qué coger...
¡Está hablando con el chico negro que acompañaba a
Mauro! Y se la ve tan tranquila y simpática, ¿no se da
cuenta que estoy en un apuro?
–Bueno, el primer día, la gente se suele atracar a todo,
luego se van acostumbrando poco a poco y son más
racionales escogiendo.
Je, le sonrío porque no se me ocurre nada que decir, así
tan cerca es mucho más guapo, gana en las distancias
cortas, cómo no.
–Veo que has elegido ensalada, creo que yo también
cogeré una.
Y sin vacilar coge un plato repleto y lo coloca con sumo
cuidado en su bandeja.
–De segundo, ¿qué tomamos? –dice de una manera
encantadora como si fuese lo más normal del mundo–. Hay
que alimentarse bien, ¿pescado o carne? –continúa.
Le miro como hipnotizada, mi cerebro no puede procesar
tanta información a la vez, su pelo, los movimientos de sus
labios al hablar, su olor a fresco y limpio, sus ojos
cristalinos, la posición de su cuerpo, los centímetros que nos
separan, lo fácil que sería besarnos en este preciso
momento, cómo me abrazaría a él para notar su cuerpo
junto al mío... Sería un beso de película.
–Beso –respondo.
–¿Beso?
Me mira divertido levantando una ceja. ¡Trágame tierra!
¿Qué he dichooo?
–Bueno…
Prosigue, está aguantando la risa.
–A veces se utiliza la frase “comer a besos”.
–¡Quería decir carne! –grito rápidamente.
¡Madre mía! No estoy preparada para esto.
–Buena elección, sígueme.
Coge su bandeja y la mía.
–¿Algún tipo de carne en especial?
Las piernas de mantequilla no me están ayudando mucho
y doy varios pasos vacilantes, menos mal que ha cogido mi
bandeja, si no ahora estaría desparramada por el suelo en
un charco aceitoso, con sujetarme a mí misma ya tengo
suficiente. Me fijo en sus brazos, parecen fuertes y suaves
ya que solo tiene un ligero bello rubio que lo cubre. ¿Qué
me ha preguntado? ¡Madre mía! Su voz es como un eco
lejano, solo escuchar mi nombre en sus labios me saca de
mi mundo.
–Alba.
Me está mirando con una mirada de... cómo expresarlo,
como la mirada que ponen los modelos.
–Ese es tu nombre, ¿no?
–Sí, claro, Alba. Me llamo Alba.
–Un nombre muy bonito, te pega.
Sigue con esa mirada...
–Un nombre bonito para una mujer bonita.
Tengo la garganta seca, trago saliva, pero no consigo que
pase por la tráquea lo que me provoca una tos machacona.
Deja rápidamente las bandejas en la primera mesa que ve y
me da unos golpecitos en la espalda.
–¿Mejor?
Está tan cerca que creo que me va a besar de un
momento a otro.
–Sí, creo que sí.
Me toco la garganta con la mano y carraspeo un poco.
–Bien, me alegro.
Pone una mano en mi hombro sobre el tirante de mi
vestido y noto cómo se me pone la carne de gallina.
–Permíteme que te recomiende el solomillo de ternera.
Nos estamos acercando a la zona de plancha.
–Álex, dos solomillos por favor.
El cocinero asiente y coloca dos trozos de carne en la
plancha provocando un chisporroteo y vapores, justo lo que
me está pasando a mí.
–¿Al punto? –me pregunta solícito.
–Sí, por favor.
Yo ya estoy “a punto” pienso sonrojándome. En un
momento tengo mi plato en la bandeja y me acompaña
hasta la mesa donde ya está sentada María esperándome.
Conozco esa cara y no le gusta nada lo que está viendo.
Mauro deja la bandeja en la mesa colocándola de tal
manera que quede paralela al borde.
–Señorita, por favor.
Sujeta la silla para que me siente. Al hacerlo me arrima lo
justo.
–Que tengáis un feliz almuerzo.
Se dirige a las dos.
–Nos vemos, Alba.
Se dirige esta vez a mí. Y se aleja hacia su mesa.
–No me gusta un pelo, va de educado, pero a mí ese rollo
no me impresiona.
¿Por qué está tan negativa? El chico no ha hecho nada
malo.
–Pues a mí sí que me impresiona.
Se lo estoy diciendo muy seriamente.
–¿Sabes? Yo no tengo todos los días a dos o tres chicos
revoloteando a mi alrededor.
No pienso dejar pasar esta oportunidad de hacerle
entender lo importante que es para mí.
–Mira quién fue a hablar. Has tenido, y yo diría tienes a
Fer loquito por tus huesos desde que tengo uso de razón. En
el instituto había unos cinco chicos que habrían hecho
cualquier cosa con tal de pasar un rato a tu lado. Y en la
universidad... saliste con tres chicos porque no quisiste salir
con más.
–A Fer ya no le intereso y casi mejor así.
Por mi mente pasan los últimos dos besos que nos dimos
en Madrid, ahora parece tan lejano.
–Y esos chicos no cuentan. No eran mi tipo.
María pone los ojos en blanco.
–¡Por favor, Alba! Eran monísimos.
–Ni por asomo se acercan ni siquiera a Mauro.
Me inclino sobre el plato para acercarme más a ella.
–Esto es importante para mí, entiendo que de ser algo,
será solo una aventura, lo tengo muy claro, no me pienso
enamorar y me volveré a Madrid con una bonita experiencia
vivida, con un sueño cumplido. De verdad, créeme, no
dejaré que me nuble la vista. Sé lo que hay y sé lo que
puede haber, nada más.
María lleva un rato sin pestañear. Deja los cubiertos a los
lados de su plato y toma mis manos.
–Está bien, Alba, si sabes lo que haces, si controlas la
situación, adelante.
Su mirada refleja preocupación.
–Aquí me tienes para ayudarte. Pero, por favor, esto solo
puede ser una aventura, nada más. Tenlo siempre presente.
Él no es para ti, mejor dicho, tú no eres para él.
Entiendo su preocupación, pero quizás esté exagerando.
–Gracias por entenderlo.
Me suelta las manos y seguimos comiendo.

–Bueno, don Juan, ¿cómo ha ido?


Fede está impaciente por escuchar la historia completa.
–María, me ha dicho que son hermanas.
–Vaya, veo que tú también has intimado un poco.
Fede se ríe.
–La chica es guapa, lo reconozco, pero no es mi tipo,
demasiado morena. Su hermana es más mi tipo.
–¡Eh!, para el carro, a Alba ni mirarla.
Ambos se sonríen. Se conocen demasiado.
–¿Entonces?
Mauro pincha un trozo de lechuga y se lo mete en la
boca, mastica rápidamente y traga.
–Está en el bote.
Sonríe fijándose en ella.
–Pan comido. ¿Hace otra apuesta? Doble o nada.
–Ni hablar, no pienso perder cuarenta dólares.
Fede se levanta negando con la cabeza.
–Bueno, te dejo. Tengo que ducharme y cambiarme. Me
toca colocar y limpiar las hamacas de la piscina.
Se limpia la boca con la servilleta y la deja sobre la mesa.
–Hasta las ocho no tienes que empezar... ¿qué vas a
hacer mientras?
–Ya te lo he dicho... ducharme.
–Ya me imagino yo. No sé por qué, pero creo que no te
vas a duchar solo.
Fede da un paso y se vuelve de nuevo guiñándole un ojo
para luego seguir su camino. Mauro ve cómo su amigo pasa
aposta al lado de la mesa de Alba y María para decirles unas
palabras antes de desaparecer por la puerta principal del
restaurante. Al momento, ellas también se levantan y salen
en dirección a la playa. Mauro sonríe para sus adentros.

Hemos pasado parte de la tarde en la playa, disfrutando


del mar, de la lectura y de mis propias cavilaciones que no
son pocas, pero se han empezado a formar grandes nubes
negras que avanzan rápidamente desde el horizonte
ayudadas por una insistente brisa.
–Nos vamos a preparar para la cena.
Mi madre está recogiendo sus bártulos.
–Se ha nublado y parece que va a llover.
–Sí, Ana, mejor nos vamos duchando para cenar antes y
acostarnos pronto hoy. Estoy matao.
Mi padre termina la frase con un bostezo que acaba por
contagiarme.
–Sí, yo también me voy, aquí ya no hay sol y estoy
cansada, me voy a dar un baño relajante en el jacuzzi.
Todos han recogido menos yo y me miran esperándome.
–Voy a quedarme un poco más, iros adelantando,
enseguida os cojo. Quiero terminar este capítulo.
–Bien, no tardes, va a llover.
Papá me da un beso en la cabeza antes de irse.
Sigo con la lectura, pero al momento un goterón moja la
página que estoy leyendo, lo seco y sigo sin hacerle caso,
solo me queda un párrafo, pero esta vez caen dos gotas
más, empiezo a notar más gotas por el cuerpo y cómo un
fuerte viento me pone la piel de gallina, miro a mi
alrededor, la playa está vacía y a lo lejos veo gente
corriendo, buscando refugio. Me levanto como un resorte y
empiezo a recoger mis cosas a toda velocidad, para
entonces, las gotas se han convertido en lluvia. ¡Madre mía,
estas gotas son enormes! El libro que he dejado en la
hamaca sale volando, ¡no me lo puedo creer! Al momento,
una figura pasa a mi lado como una exhalación, es un chico,
coge el libro que sigue dando vueltas por la arena y vuelve
sobre sus pasos corriendo como una flecha. ¡Es él! Otra
vez... ¡Vaya! Llega hasta mi lado, coge mi bolsa y mi mano,
y salimos disparados. Hacemos una primera parada bajo
una palmera. Para entonces la lluvia cae con furia, estoy
empapada al igual que él. La camisa blanca mojada se le
pega al cuerpo transparentándose... tiene un torso perfecto
musculado, pero no en exceso, brazos torneados y
abdominales marcadas, el sueño de cualquier mujer.
–¿Preparada?
Me mira fijamente, varias gotas resbalan por su perfecto
rostro. Depende para qué, nene...
–A la de tres vamos hasta la caseta de madera.
No me deja contestarle y comienza a contar.
–Un, dos, ¡tres!
¡Madre mía, sale pitando! Esto va en serio. Me cuesta
seguirlo, pero su mano me agarra fuertemente y con
diligencia consigue que lleguemos sanos y salvos hasta la
caseta. Entramos de golpe y cierra la puerta. Es muy
pequeña, más o menos del tamaño de un kiosco, de hecho,
tiene un gran ventanal abierto que Mauro cierra
rápidamente poniendo los cerrojos, nos quedamos a oscuras
un momento, ¡madre mía! Acciona un interruptor y tres
halógenos se encienden iluminando la pequeña estancia.
Junto a la barra ahora cerrada hay un par de taburetes.
–Siéntate, estás empapada.
Escojo el que está más cerca de mí. La pared opuesta
está cubierta completamente por una estantería en
cuadrícula donde se apilan pulcramente dobladas montones
de toallas a rayas blancas y azules para la playa, coge una y
me la tiende.
–Gracias –le digo absorta.
Coge una segunda toalla y la deja sobre el mostrador.
–¿Te gusta la lluvia?
Comienza a desabrocharse la camisa botón a botón sin
dejar de mirarme y las toallas, la estantería, los halógenos y
la caseta entera comienzan a dar vueltas. ¡Parad, por favor!
Consigo que todo se quede en su lugar una vez me
concentro en secarme el cuerpo poniéndome la toalla
alrededor. No me salen las palabras, él se ha quitado
completamente la camisa y está desnudo frente a mí de
cintura para arriba. Coge la toalla y lejos de secarse se me
acerca y comienza a secarme el pelo frotándolo con ambas
manos. ¡Esto es muy excitante! Tengo su cuerpo junto a mi
cara. Cierro los ojos y me dejo llevar por la sensación,
inspiro profundo y su olor a limpio junto a tierra mojada se
mezclan en mi nariz entrando dentro de mis pulmones y
abriéndose camino hasta mi corazón. Retira la toalla para
secarse la cara y el pelo sin quitarme los ojos de encima. Me
siento cohibida bajo esa mirada tan exótica. Se le ha
quedado el pelo revuelto y está guapísimo.
–Aquí cae mucha agua de golpe y muy rápido. Tenlo en
cuenta la próxima vez. No subestimes la fuerza de la
naturaleza. ¿Tienes frío?
Me parece que esto va a ser un monólogo porque no
puedo ni moverme. Se sienta a mi lado y me aparta un
mechón de la cara.
–¿Vas a hablar o te vas a quedar callada hasta que
termine la lluvia?
–Perdona... es que... todo esto me ha pillado por sorpresa.
No esperaba que me cayera una tromba de agua aquí en el
Caribe el primer día.
–Sí, menudo recibimiento, ¿no? Aquí es muy común. Pero
no te preocupes, escampará rápido y volverá a lucir el sol
como si nada.
Mira su reloj de pulsera.
–En menos de media hora podrás estar de nuevo en la
playa.
Mientras habla comienza a secarse el cuerpo y eso me
pone muy nerviosa. Comienzo a tamborilear
insistentemente con mis dedos en la tapa del taburete
donde estoy sentada y es que necesito hacer algo para
disimular mi estado. Él sigue secándose y una sonrisa se
dibuja en su rostro como si se hubiera acordado del mejor
chiste de su vida.
–¿Sabes?...
Espera mirándome sonriente.
–Eres muy divertida. Estás nerviosa, ¿verdad?
¡Dios, lo ha notado!
–Se me nota mucho, lo sé, pero no lo puedo evitar. Y mi
nerviosismo te hace gracia, claro.
–Mucho. Estás muy graciosa cuando te pones nerviosa.
Empiezas a hacer... cosas raras y tus pómulos se sonrojan.
–Me alegra mucho que te haga reír.
Mi tono es bastante sarcástico. Lo último que esperaba
era que le hiciera gracia. Esperaba que le pareciera más
bien… sexy, aunque debo tener una pinta... de antisexy
total.
–No te lo tomes a mal.
Me coge la mano y todo vuelve a darme vueltas. Es
increíble el poder de seducción de este hombre y lo peor es
que él lo sabe y lo domina a la perfección.
–Estás muy guapa cuando te sonrojas.
Me acaricia el dorso de la mano con el pulgar como si lo
hubiera hecho toda la vida.
–Mira, lo has vuelto a hacer.
Y sonríe con esa espectacular sonrisa suya que me deja
sin aliento.
Sí, no hace falta que me lo diga, tengo la cara ardiendo.
Me suelto de su mano para poner ambas manos sobre mis
mejillas, así quizás consiga apagarlas, pero al momento me
las retira poniendo las suyas. Las tiene un poco frías y eso
me vendrá bien, poco a poco acerca su rostro al mío y me
besa en la boca. Mi cuerpo reacciona estremeciéndose ante
un estímulo tan inesperado y placentero con un cosquilleo
en el estómago. Es un beso fresco, con sabor a experiencia
lleno de sensualidad, suave como la brisa y a la vez cargado
de pasión incontrolable. Vivo cada segundo muy despacio a
cámara lenta saboreándolo para poder recordar todos y
cada uno de los detalles que me rodean, todos y cada uno
de los estímulos y emociones que me inundan, para poder
evocarlo de nuevo, cuando yo quiera y donde quiera,
porque no sé si volverá a pasar. No sé, quizás sea esto lo
único que me lleve de este hombre a casa. Mi cerebro está
borracho de dopamina y hace que sienta una alegría
inmensa y un bienestar incomparable. Aunque este beso
fuera lo único que recibiera, me marcharía completamente
satisfecha y feliz. Intento estar a su altura y le respondo
besándole como en una película. Nuestros labios se rozan y
aprietan y finalmente inunda mi boca con su lengua
acariciándome tiernamente. ¡Guau, nadie me ha besado así!
El corazón me da un vuelco. Solo nos tocamos con los labios
y la lengua y todas las sensaciones viajan a través de ellos
de un cuerpo al otro como si estuviéramos conectados y
fuéramos uno solo.
Pero lo bueno dura poco, menos de lo que me hubiera
gustado y el mejor y más maravilloso beso que me han
dado en mi vida se acaba. Todas las cosas que nos rodean
vuelven a colocarse en su sitio y dejan de dar vueltas.
Mauro se vuelve a reclinar en su taburete. No puedo dejar
de mirarle los labios y pensar que esa boca, que esos labios
perfectos, hace un segundo estaban pegados a los míos.
–Estás muy callada.
–Más bien, pensativa.
–¿Piensas en lo que acaba de pasar?
Mauro dobla la toalla antes de tirarla a un gran cesto que
se encuentra en una esquina.
–Más o menos. En parte –le contesto, aunque mi
intención no es contárselo, claro.
–Espero que sea un pensamiento positivo.
–Siempre positiva, ese es mi lema –respondo sin
creérmelo ni yo misma.
Él ha empezado a ponerse la camisa. Tiene los botones
aún sin abrochar y me escucha con atención, vaya, parece
que esto se acaba.
–Bien, entonces...
Se acerca, me separa las piernas y se coloca entre ellas.
–Podemos repetir...
¡Bien, no se acaba! ¡Yujuuuu!
Sus manos se posan en mi cintura desnuda y suben hacia
arriba, lo que me produce cosquillas, pero logro
controlarme. Al llegar al contorno de mi pecho saltan hasta
los hombros, comienza a besarme el cuello y el bello de la
nuca se me pone de punta y consigo reunir el coraje
suficiente para poner mis manos en su espalda. Tiene la piel
aún húmeda y suave, la recorro con la yema de los dedos
sintiendo cada poro y memorizando cada centímetro, es
increíble. ¡Por favor, que no pare! Sube hasta mi oreja y
puedo escuchar su respiración pausada. A continuación, su
boca se posa en mi mejilla y traza un camino de pequeños
besos hasta mis labios. Su cara es muy suave, va
perfectamente afeitado. Ahora sus manos han pasado a mis
muslos y los acaricia al unísono. ¡Dios! Es tan mágico, todo
es como a cámara lenta, ni en mis mejores fantasías
hubiera imaginado algo así. Necesito más aire, así que mi
respiración se hace más profunda. También la de él ha
cambiado, su ritmo se está acelerando, comienza a juntar
su cuerpo al mío y puedo notar su creciente deseo en mi
entrepierna… ¡Guau! Y de repente en algún lugar de mi
bolsa, mi móvil comienza a sonar insistentemente. ¡No me
lo puedo creer, qué inoportuno! En décimas de segundos,
qué digo, milésimas, decido hacer que no lo oigo, pero
Mauro se separa lo justo para tener una visión completa de
mi cara.
–Será mejor que contestes.
–Sí, claro –respondo con desgana.
Solo pueden ser tres personas. ¡Arrrg!
Mauro se echa a un lado sonriendo, se lo pasa muy bien
conmigo por lo que veo. Mi mal humor crece cuando cojo el
móvil y veo que la llamada es de mi hermana.
–Sí, dime.
Intento disimular mi enfado contestando en un tono
amable cuando lo que me hubiera gustado decir es... una
ordinariez.
–No, estoy bien. Sí, estoy a cubierto. En cuanto despeje
voy. ¡Ah!, ¿que ya no llueve?
Mauro suelta el principio de una sonora carcajada, pero
logra reprimirla a tiempo.
–Sí, ahora voy.
Cuelgo sin despedirme.
–Perdona… –dice aún aguantando la risa.
–Perdonado, es que no puedo reprimir ser tan graciosa.
Me levanto y cojo mi bolsa.
–Tengo que irme.
–Bien, lo entiendo.
Se abrocha la camisa y antes de abrir la puerta me besa
de nuevo, es un beso casto en la mejilla. ¿Esto es una
despedida? ¿No hay una segunda parte?
Mauro abre la puerta y me cede el paso, salgo y fuera
todo está como si no hubiera pasado nada. El sol brilla y
casi no hay restos de charcos ni humedad en el suelo.
–Te acompaño.
Es una afirmación, no una pregunta. Noto cómo su
actitud es ahora más profesional.
–¿De dónde eres?
La pregunta me pilla por sorpresa.
–Soy española. Vivo en Madrid. ¿Tú eres de aquí?
–Sí, soy dominicano.
No puedo menos que reírme y él me mira extrañado.
–¿Pasa algo?
–No, nada.
Se le nota contrariado.
–Es solo que no tienes aspecto de dominicano, para nada.
–Mis padres no son de aquí. Se conocieron en Mallorca y
cuando vinieron aquí de Luna de Miel, se quedaron y
después nací yo, así que soy dominicano de nacimiento,
aunque tengo doble nacionalidad.
Mmmm, qué interesante.
–Y ¿de dónde son tus padres? –le pregunto al momento
deseosa de saber más de este espécimen tan sorprendente
y en peligro de extinción.
–Mi padre es español, asturiano.
–Vaya, ¡quién lo diría! ¿Y tu madre?
Hace una pausa, parece que no quisiera hablar del tema.
He metido la pata... pero finalmente comienza a hablar.
–No me gusta mucho hablar de esto. Lo siento, es algo
muy personal.
Zanja el asunto de golpe por lo que no me da opción a
otra cosa y me quedo callada abochornada sin saber qué
decir. Al cabo de un momento llegamos al edificio 6 y nos
paramos delante.
–Tengo la nacionalidad dominicana e italiana.
Parece que lo ha pensado y ha decidido soltarlo de
sopetón.
–¡Vaya! ¿Y no tienes la española?
–Mis padres quisieron que tuviera doble nacionalidad
desde que nací e hicieron los trámites, como estaban
establecidos aquí, pensaron que era la mejor opción. No las
elegí yo.
–Sí, pero no las has cambiado –le sugiero.
–¿Para qué? Mi vida está aquí. Este es mi mundo y es
donde quiero estar.
Su respuesta es franca, tanto que me duele porque me
recuerda las palabras de mi hermana. Y es que tiene razón,
pertenecemos a mundos distintos, cada uno tiene su vida a
miles de kilómetros.
–Bueno, hemos llegado.
Con esto se termina mi intento por saber más de él. Me
sonríe mirándome a los ojos. La sensación es como si
quisiera fotografiar mentalmente mi cara, es una mirada
muy provocadora cargada de deseo y es que a él lo de hoy
le ha debido saber a poco como a mí.
–Nos vemos pronto. Trabajo aquí.
–Sí, nos veremos por aquí.
Y sin que me deje añadir algo más se aleja con paso
rápido.
Entro como un huracán en la habitación.
–¡Alba! Por fin. ¿Dónde estabas? Me tenías preocupada.
Me tiro en la cama rebotando y la miro fijamente.
–¡Estaba con él! Me ha empezado a caer el diluvio
universal y ha venido a ayudarme para que no me mojara.
Abro mucho los ojos.
–Y nos hemos refugiado en la caseta de la piscina. Los
dos solos... encerrados.
María está atónita.
–¡No me digas más! Lo siento, os he interrumpido...
Se levanta y se sienta a mi lado.
–¿Ha pasado algo?
–Pues estaba a punto de pasar, porque sí, nos has
interrumpido, pero me ha dado el mejor momento de mi
vida.
María escruta mi cara, la veo a la defensiva todavía.
–Alba, ¿te das cuenta de que lo has conocido hoy?
–Sí, me doy perfecta cuenta, pero es algo difícil de
explicar. Es algo que tengo que vivir. Sé perfectamente lo
que piensas, pero no podría ignorar mis deseos, ni hacer
oídos sordos a mi mente, porque ambos, cabeza y corazón,
están unidos en esto.
Me levanto, tengo que ducharme y vestirme aún.
–Eso es todavía peor de lo que pensaba –dice
lamentándose. No es lo que me has dicho esta mañana,
Alba, ¿te das cuenta?
Está muy quieta siguiendo mis movimientos por la
habitación.
–Esta mañana no me había besado.
Cojo la ropa que me voy a poner y me meto en el baño
sin darle oportunidad a contestarme. Abro el grifo de la
ducha y me voy quitando el bañador que aún está húmedo
de la lluvia. Entro rápido para que el agua caliente temple
mi ánimo alterado. Todo ha cambiado tanto en tan poco
tiempo que siento vértigo. Sé que lo que estoy haciendo va
en contra de todo lo que he defendido, pero no puedo
evitarlo si por estar con él me tengo que tirar por un
precipicio lo haré sin pensarlo un segundo. Esto es lo que
siempre he criticado y ahora yo lo estoy haciendo. Dejo que
el agua me caiga por la cara largo rato hasta que decido
enjabonarme.

Mauro mira su reloj de pulsera, son las siete y cuarto.


Llega tarde. Se dirige sin pensarlo dos veces hacia el edificio
dos, entra en el patio interior, coge las escaleras que se
encuentran a su derecha y sube los escalones de dos en
dos. Antes de entrar en el largo pasillo saca su móvil para
comprobar el número de habitación. 230. Atraviesa el
pasillo y se para delante de la puerta con el número 230 en
letras doradas. Se coloca el cuello de la camisa y llama
suavemente con los nudillos. La puerta se abre y una rubia
tan alta como él aparece en el quicio de la puerta.
–Llegas tarde –le dice con marcado acento extranjero.
–Lo bueno se hace esperar.
La rodea con sus brazos y la levanta en brazos para
llevarla hasta la cama a la vez que con el talón cierra la
puerta de golpe.
María se ha abstenido de seguir la conversación que he
dejado a medias. Está muy callada y camina a mi lado por
los jardines del hotel, lo que me pone de muy mal humor.
No sé por qué no lo entiende. No me gusta su mutismo,
necesito su compañía, necesito su aprobación. Siempre
hemos estado juntas, es mi mejor amiga y este silencio me
está matando. Hemos quedado con mis padres en el
restaurante “Steak House”. Se encuentra justo enfrente del
mirador que hay sobre el lago. La orquesta está afinando
sus instrumentos y haciendo pruebas de sonido. Localizo a
mis padres sentados en una mesa próxima a la zona de
baile.
–Estáis aquí, por fin.
Mi padre está hambriento, lo puedo ver en su cara.
–Os hemos estado esperando para pedir.
–Bueno, pues pidamos, no perdamos más el tiempo –digo
intentando no parecer enfadada y es que ellos no tienen la
culpa.
Un camarero nos toma nota y al poco tiempo comienzan
a servir los platos. La orquesta ya ha empezado a tocar las
primeras notas de una melodía para bailar en pareja.
–Mmm, qué bueno está esto.
A mi padre le encanta todo.
–Miguel, no comas mucho, que por lo menos tienes que
bailar conmigo una canción.
Mi padre pone los ojos en blanco, pero no dice nada y
sigue con su deleite, la comida.
La velada continúa y charlamos tranquilamente. Puedo
ver que mis padres están disfrutando y eso me calma. Poco
a poco voy olvidando mi mal humor y me voy contagiando
del buen ambiente.
–Miguel, ha llegado el momento, ¿estás preparado?
La cara de mi madre es un poema. Y es que se la ve tan
graciosa, lo está deseando tanto que consigue que mi padre
la saque a bailar. Le coge de la mano y la lleva hasta la pista
como un príncipe llevaría a su princesa en una noche de
gala. Me quedo mirándolos embobada y es que no lo hacen
nada mal.
–Alba, quiero que sepas que estás cometiendo un error.
Me sorprende de inmediato su voz.
–Soy tu hermana y me veo obligada a decírtelo, aunque
no te guste escucharlo. No sé por qué, pero ese tío esconde
algo. No quiero que sufras por él, no quiero que te hagan
daño. Solo quiero que nos lo pasemos bien en estas
vacaciones tan especiales.
Su cara está tensa.
–Quiero que sepas que estoy a tu lado, siempre, aquí
junto a ti para lo que necesites y me gustaría enormemente
que tomaras en consideración mi argumento. Que no te
precipites y que me escuches.
Termina esperando mi reacción y es que ha debido estar
esperando la ocasión adecuada para poder decirme todo
esto de corrido. Inspiro profundo, ¿cómo puedo hacérselo
entender? Rebusco en mi mente las palabras adecuadas y
con suma paciencia comienzo a hablar.
–Entiendo tu posición como hermana, entiendo que me
adviertas de cualquier peligro, yo también lo haría, sé que
te preocupas y quieres lo mejor para mí, pero...
Hago una pausa y miro a mis padres bailar.
–Tienes que entender que es mi vida, quizá necesite
cometer errores para darme cuenta de lo que me estás
diciendo. Cada uno de nosotros debe vivir de acuerdo con
sus sentimientos y aprender de sus experiencias tanto
positivas como negativas. No quiero que pienses que no te
hago caso, por favor, María, sé que si me enamoro de ese
chico lo voy a pasar mal porque, aunque fuera
correspondida, vivimos en mundos diferentes y si, por el
contrario, él solo me tomara como una aventura, pues lo
pasaría igualmente mal o quizá sería peor lo primero porque
el amor en la distancia se convertiría en una tortura mayor
que el volver con el corazón roto.
Sé que ha hecho un esfuerzo para no interrumpirme y
dejar explicarme. Pero ahora está callada mirándome
penetrantemente con esos ojos verdes que tanto conozco.
–No digas que no te avisé. Creo que deberías pensarlo
mejor. Hay una tercera opción y es olvidarte de él. Conocer
a otros hombres. Uno que esté a tu altura.
–No te parece que este lo sea, ¿verdad?
Me está costando un horror que mi tono sea tranquilo,
pero no es el mejor momento para alzar la voz.
–Pues no, Alba, no, no lo está de verdad. Tú estás muy
por encima.
La orquesta termina la canción y mis padres vuelven a la
mesa.
–Alba, ¿me concedes el siguiente baile?
Mi padre hace una reverencia y ante tal despliegue de
medios no puedo negarme. Miro a mi hermana antes de
irme como diciéndole que esta conversación aún no ha
terminado. Entramos en la pista y mi padre me hace dar
una vuelta de trescientos sesenta grados. Madre mía, qué
animado está.

María y su madre charlan tranquilamente en la mesa


mirando los pasos de baile de Miguel y Alba. De repente
María se fija en algo familiar al otro lado del estanque. Es
Mauro que va andando bajo el pórtico iluminado
tenuemente, está con una rubia más alta que él debido a
que lleva unos tacones de infarto. Ambos hablan y se ríen
distendidamente. María los ve pasar a lo lejos y le da la
impresión de que esa chica es algo más que una mera
cliente del hotel, de repente en un lugar más apartado se
paran, María guiña los ojos para agudizar su visión y sí,
parece que sus caras se juntan un momento y luego ella se
aleja y él vuelve sobre sus pasos. Juraría que se han besado.
–María, no me haces caso.
Ana mira hacia donde María tiene puesta la vista, pero no
logra entender qué llama su atención.
–¿Qué estás mirando?
–Nada, nada, me había parecido ver algo raro enfrente.
Su madre se queda pensativa.

Se acaba la canción y volvemos a la mesa.


–Ya estamos aquí. Estoy molido. Alba, tienes cuerda para
rato.
–Si queréis nos retiramos ya a descansar –dice María.
–¿No quieres bailar? –le pregunta mi padre.
María niega con la cabeza sonriendo.
–¡Gracias a Dios! Porque no puedo más. De verdad, que
en la próxima ocasión bailaré contigo. Te debo un baile, hija.
–No te preocupes, ya me encargaré yo que no te escapes.
Todos reímos y empezamos a andar hacia nuestras
habitaciones, en el patio interior del edificio 6 nos
despedimos de nuestros padres sin antes prometer no
madrugar mañana.
–Tengo que contarte algo.
Nada más entrar en la habitación mi hermana me acosa
rápidamente.
–Mientras bailabais papá y tú, he visto pasar a Mauro con
una mujer rubia muy alta.
–María, sería una clienta del hotel.
Me meto en el baño y cojo un algodón. Ella me sigue.
–¿No te parece un poco raro a estas horas?
Le echo desmaquillante al algodón y comienzo a
pasármelo por los ojos.
–No, no me parece raro.
Ahora comienzo con la frente.
–Y si te digo que se han besado, ¿te parecería raro?
Dejo de desmaquillarme y miro su cara en el espejo.
–¿Estás segura?
Me he quedado helada. Eso sí que sería un golpe bajo.
Tendría que dar la razón a mi hermana.
–No, al cien por cien.
¡Dios! Menos mal. No es del todo seguro...
–¿Qué quieres decir con no al cien por cien?
Quizá haya una pequeña esperanza.
–Estaban enfrente, al otro lado del lago en la penumbra.
He visto cómo sus cabezas se juntaban.
Ella empieza a desmaquillarse también en su lado del
lavabo.
–Puede haber sido un beso en la mejilla, ¿no?
Razono, porque mi mente no acepta lo que acabo de oír.
María hace memoria.
–Podría ser... no lo puedo afirmar. Solo sé lo que te he
contado.
–Entonces, no podemos afirmar que se hayan besado en
la boca y por lo tanto no podemos decir que sea una novia,
o algo así, ¿verdad?
–¿Y si te digo que ella era una de esas tías que al pasar
por una calle todos los hombres que se cruzaran con ella se
darían la vuelta, incluso los de la acera opuesta?
Paro de nuevo, se ha propuesto amargarme el día, el
mejor día de mi vida. ¡Doy gracias a Dios por no haberlo
visto yo! Si es así como dice me habría hundido en la
miseria. Pero prefiero ser positiva.
–María, cuando tengas algo al cien por cien, dímelo, si no,
abstente, por favor. Veo que no has entendido nada de lo
que te he dicho en la cena.
Creo que he sido un poco cruel con ella, su cara me mira
con tristeza, pero asiente con la cabeza y sigue
desmaquillándose sin prestarme atención. Está enfadada, lo
sé.
Consigo meterme en la cama con una sensación amarga
en la boca. No me siento bien. Esta tarde lo veía todo de
color de rosa y ahora, ahora es de color amargo como el
sabor de mi boca. Doy multitud de vueltas en la cama antes
de poder conciliar el sueño.
DÍA 2

El sol entra por la ventana a raudales. Ayer se nos olvidó


correr las cortinas. ¡Dios!, me da en la cara. Me siento en la
cama y miro la hora en mi reloj de pulsera que está en la
mesilla, son las siete menos cuarto de la mañana. ¡Pero si
parece las once de la mañana! Me levanto y voy al baño,
me lavo la cara. El agua fresca me acaba por despertar. Me
miro en el espejo y hoy me veo bien, muy bien. Tengo ganas
de vivir y disfrutar. Oigo ruidos y veo a mi hermana entrar
por la puerta, tiene unos pelos increíblemente enmarañados
y no puedo hacer otra cosa que reírme, ella me mira entre
alucinada y adormilada, no entiende nada, hasta que se
mira en el espejo, entonces empieza a reír conmigo.
–¡Puaf! ¡Qué pelos!...
Se los intento bajar a su posición normal y vuelven a
quedarse igual, lo que nos provoca una ola de carcajadas.
Cuando recobramos el aliento, abrazo a mi hermana.
–María, siento mucho lo de ayer... quiero que sepas que
voy a escucharte, voy a continuar viendo a Mauro, pero
también voy a escucharte y a considerar todo lo que me
tengas que decir. Por favor, olvida lo que te dije ayer.
Se lo digo de corazón.
–Me voy a tirar a la piscina, pero con salvavidas.
Ella me aprieta mientras le hablo al oído y cuando
termino me suelta.
–Gracias, Alba, sé que ayer no estabas hablando con el
corazón. Soy tu hermana, y me alegro de que hayas tomado
esa decisión, yo por mi parte he estado pensando en tu
situación y entiendo que quieras estar con él. Y quiero que
sepas que te ayudaré en todo lo que necesites, pero que no
voy a dejar de decirte todo aquello que no te guste
escuchar.
–Me parece bien, me parece muy bien, de hecho, me has
hecho la mujer más feliz de toda la isla.
Ya sabía yo que hoy era un buen día.
Nos preparamos para otro día de playa y relax. Me pongo
un bikini rojo tipo bandó en la parte superior y a rayas
blancas y rojas en su parte inferior. Lo combino con un
pantalón corto de algodón azul marino y una camiseta de
tirantes anchos de color blanco. Una vez preparadas nos
dirigimos a desayunar. Tengo un hambre terrible. En el gran
restaurante autoservicio lleno mi bandeja con unas tostadas
de tomate y aceite, un cuenco de cereales, café con leche y
un yogur natural.
Nos sentamos y lo devoramos en cuestión de minutos y
es que el buen humor siempre me abre el apetito. Tengo
ganas de encontrarme de nuevo con Mauro. Empiezo a
mirar disimuladamente por las mesas del comedor, quizá
haya venido a desayunar. Pero no, no lo veo. Así que cuando
terminamos decidimos esperar a mis padres en la piscina.
Me tumbo en una hamaca a la sombra junto a mi hermana.
El sol está ya en todo lo alto y debe ser poco más de las
nueve de la mañana. María envía un mensaje a mis padres
al móvil diciéndoles dónde nos encontramos, y eso me
recuerda que aún no he hablado con Fernando. Saco el
móvil de mi bolsa de playa y le envío un mensaje.

Hola Fer, estamos en el paraíso. Quería darte las gracias


de nuevo por hacerlo posible. Muchas gracias de
corazón de parte de los cuatro. Besos. Hablamos. 8:57

Guardo el móvil y me levanto.


–Me voy al agua, ¿vienes?
Me quito la camiseta y los pantalones al momento.
–Sí, enseguida voy.
Parece que está muy ocupada con el móvil, así que me
dirijo a la piscina, meto un pie en el agua para comprobar la
temperatura... mmm, está buena, y me lanzo de cabeza.
Doy unas cuantas brazadas y choco con algo. Es un chico
alto y guapo, me quedo sorprendida.
–Perdona, lo siento. –Sonríe.
Bonita sonrisa, pienso.
–No te he visto, ¿estás bien? ¿Te he hecho daño?
–No pasa nada.
Le sonrío de manera forzada y sigo nadando hasta la
barra del bar. ¡Qué corte! Hay un taburete vacío. Me siento
de manera que puedo ver al chico que acaba de chocar
conmigo y a mi hermana hablando con él. ¡Cómo no! Yo no
he sabido qué decir y ella lleva ya cinco minutos charlando.
Me siento un poco tonta aquí esperando. Y el tiempo se me
hace eterno, barajo la posibilidad de acercarme, pero lo
descarto, quedaría muy mal. Me giro de nuevo en el
taburete y le pido al amable camarero una piña colada. Y
así, bebiendo de mi pajita me tiro un buen rato.
–¿Has visto, Alba?
La voz de mi hermana me sorprende a mis espaldas
gratamente, ¡por fin!
–El chico con quien te has chocado es encantador.
¿Quieres que te lo presente?
La miro con ojos de besugo.
–No, gracias, ya me he chocado con él y ha sido un poco
embarazoso.
–Mira.
Se sienta en el taburete que se ha quedado vacío junto a
mí.
–Se llama Rubén, le he dicho que tú eras mi hermana y
me ha dicho encarecidamente que te pida disculpas. ¡Es un
encanto!
–Sí, es muy mono, pero...
No me deja terminar la frase.
–He quedado esta tarde con él en la playa.
–¡Dios, lo que tengo que aguantar!
Miro hacia el cielo con gran teatralidad.
–Mira, vienen papá y mamá.
Mis padres se acercan rodeando el borde sinuoso de la
piscina hasta llegar a la barra de bar.
–Hola, chicas, venimos para deciros que hemos cogido un
masaje tu padre y yo.
–¿Un masaje? Qué buena idea.
Me encantan los masajes.
–¿Dónde los dan? –pregunto.
–Hay una zona en la playa habilitada. Una pérgola con
tejado de paja y dos mullidas camillas, para poder ver el
mar y escuchar las olas mientras te dan el masaje.
–Suena de maravilla... yo también quiero uno.
No me lo pienso perder.
–Pues vamos hacia allí ahora mismo –dice mi padre con
apremio.
–Vente y reserva hora.
La idea me parece genial, así que los cuatro nos vamos
hacia la playa, el calor empieza a apretar y se nota. María
decide irse directamente a tomar el sol a la playa y quedo
con ella una vez reserve mi masaje.
Según nos acercamos puedo comprobar que es un lugar
muy tranquilo, donde apenas hay hamacas, se trata de una
gran pérgola de madera rodeada de palmeras, en cuyos
cuatro postes, unas finísimas cortinas blancas se mueven al
son de la brisa. En medio, dos camillas blancas de aspecto
muy cómodo invitan a acomodarse en ellas. Al fondo, un
mueble auxiliar contiene toallas todas de color blancas y
distintos frascos con cremas y esencias. También descubro
un rincón con una bandeja redonda con patas que contiene
varias velas de distintos tamaños y grosores.
Dos mujeres descalzas con vestidos en un blanco
impoluto de escote palabra de honor y el cabello recogido
en un moño alto adornado con flores igualmente blancas, se
afanan en masajear las espaldas de dos mujeres, las cuales
se dirían están en trance, no me extraña.
Nos quedamos junto a la sombra esperando. A los pocos
minutos el masaje termina y nos acercamos para hablar con
las masajistas.
–Tenemos hora para un masaje en pareja.
Mi madre se dirige a una de las mujeres la cual
comprueba en su tablet y asiente una vez hechas las
comprobaciones.
–Mi hija quisiera coger un masaje. ¿Sería posible?
La misma mujer observa de nuevo su agenda de citas en
la tablet.
–Podría ser a continuación de ustedes. A las...
Mira su reloj de pulsera.
–… ¿Doce?
–¡Perfecto! No tengo nada mejor que hacer.
La mujer sonríe ante mi entusiasmo y apunta mis datos.
–Enseguida os veo –les digo a mis padres, los cuales ya
están echados boca abajo en sus camillas con cara relajada.

No hago más que mirar el reloj y es que la hora se me


está haciendo muy larga. Abro mi libro por la página
señalada y empiezo a leer.
–Buenos días, ¿disfrutando de la playa?
Miro hacia arriba y veo al chico de la piscina de esta
mañana. Mi hermana se levanta como un resorte y le mira
sonriente.
Aquí pasa algo... Creo que a mi hermana este chico le
gusta, sí creo que le gusta un poco... o quizá mucho.
–Hola, Rubén. Por favor, siéntate con nosotras.
–No puedo, gracias, solo os he visto y he venido a
saludaros, me están esperando, pero gracias.
–Ah, bueno...
Mi hermana parece un poco decepcionada.
–Mira, esta es Alba, mi hermana.
Se agacha para plantarme dos besos en la mejilla.
–Encantado, esta mañana no hemos comenzado con
buen pie. Siento mucho si te he hecho daño, Alba. No te
había visto.
–No, perdóname tú a mí, no ha sido mi intención.
Por el rabillo del ojo observo a mi hermana, está
mirándolo embelesada.
–La verdad es que voy a coger un catamarán para dar
una vuelta si... queréis, podéis venir.
María me mira entusiasmada esperando que no lo
estropee, pero me veo obligada a hacerlo.
–No puedo, tengo un masaje dentro de cinco minutos...
pero ve tú, María.
Rubén la mira esperando. La veo un poco indecisa.
–Tengo para una hora. Una hora relajante, vete, no te
preocupes, nos vemos aquí después.
–¿Estás segura? –dice titubeante.
–Por supuesto, no me perdería ese masaje por nada del
mundo.
–Bueno, pues, ¿nos vamos?
Rubén espera pacientemente.
–Vale, dejo aquí mis cosas. Nos vemos, Alba.
Y sale disparada entusiasmada junto a Rubén. La verdad
es que hacen buena pareja. Los dos guapos a rabiar. ¡Ojalá
se gusten! Sería genial si María encontrase aquí el amor,
tendría que retractarse de alguna de sus palabras, pero
rencores aparte, me encantaría. Se lo merece.
Me levanto y por el camino me cruzo con mis padres que
deciden ir a tomar algo al bar de la piscina ya que están
como nuevos, lo que hace que me muera de ganas de
recibir mi masaje.
Cuando llego, las mujeres me están esperando. Las dos
camillas están libres así que elijo una al azar y me tumbo
según me indica una de ellas despojándome de la parte de
arriba de mi bikini. Cierro los ojos y me dejo llevar. Noto
cómo me unta un aceite en la espalda que huele fenomenal,
como a azahar. ¡Mmmm! Qué gustirrinín... sus manos
empiezan a hacer fuerza sobre la espalda masajeando tanto
con los dedos como con las palmas. Parece mentira que una
mujer tan delicada como parece, tenga tanta fuerza. Y es
que sabe cómo darlos. Escucho las ramas de las palmeras
mecerse y el ronroneo de las olas. Estoy tan a gustito...
siento que otra persona se tumba en la camilla de al lado y
cómo la otra mujer se mueve alrededor para hacer su
trabajo. Debe de haber otro cliente. El tiempo pasa muy
rápido y consigo relajarme completamente.
Estoy medio dormida y noto cómo la mujer realiza unos
movimientos suaves, como cosquillas sobre mi espalda para
luego ponerme una sábana por encima para taparme.
–Puedes quedarte un rato relajada, tranquila, yo te aviso.
–Gracias –digo sin inmutarme. Eso es precisamente lo que
necesito ahora mismo.
El lugar se queda totalmente en silencio, la otra mujer ha
terminado también su masaje. Cuando buscas la palabra
tranquilidad en el diccionario lo que aparece debe ser esto.
–¿Estás despierta?
Una voz ronroneante masculina me saca de cuajo de mi
idílica tranquilidad. Giro mi cara y me quedo sin habla. En la
otra camilla echado como yo boca abajo y con el torso
desnudo está Mauro. Me mira interesado a la vez que
divertido. Sí, se lo pasa muy bien conmigo...
–¿Qué haces aquí?
–Lo mismo que tú –dice con la cara apoyada en la camilla.
No puedo incorporarme delante de él ya que no tengo la
parte de arriba del bañador. ¡Qué situación! Comienzo a
ponerme roja.
–¿Sonrojándote otra vez?
Ríe suavemente.
Se incorpora en la camilla y puedo comprobar la fuerza
de los músculos de sus brazos. Me mira de la cabeza a los
pies de una manera muy descarada. Y me pongo nerviosa,
¡no sé cómo salir de esta! ¿Me quedo así echada?
–Veo que no solo eres guapa. Tienes un cuerpo increíble.
¡Dios, trágame tierra! ¡Tú sí que tienes un cuerpazo,
chato!
Se baja de la camilla y se acerca a mí que no he movido
ni un solo músculo de mi posición inicial, ni pienso hacerlo,
claro. Lo siento, pero, aunque parezca una tonta es superior
a mí. Aparta la sábana de mi espalda y me la acaricia con la
yema de sus dedos haciéndome cosquillas.
–Eres muy suave.
Automáticamente se me cierran los ojos dejándome
llevar, es muy placentero. Siento un beso en la nuca y a
punto estoy de soltar un gemido.
–Siéntate.
No es una petición, es más bien una orden, lo que me
deja descolocada. ¿Qué hago? ¡Alba! Me digo a modo de
regaño, no es momento de ser recatada y tímida, has
apostado por este hombre, así que debes poner toda la
carne en el asador. ¡Arriba!
Con la ayuda de mis brazos apoyados en la camilla
levanto mi espalda y con un giro quedo sentada frente a él.
Tengo los ojos cerrados, no soy capaz de abrirlos y ver su
expresión, estoy muy muy nerviosa. Sé que está mirando mi
desnudez y no tengo el valor de abrir los ojos y encontrarme
con los suyos.
Se acerca, sé que está a escasos centímetros de mí, pero
no me ha tocado, el tiempo se detiene.
–Eres preciosa –me susurra con una voz ronca.
Me coge la barbilla girando mi cara hacia arriba lo que
me hace abrir los ojos. Me está mirando con ojos ardientes.
Tiene las facciones tensas como si estuviera luchando
internamente por algo. Se agacha lo suficiente para besar
mis labios sellándolos con un beso pasional que lanza mi
corazón a galope. Su lengua busca en mi boca cada rincón y
su sabor me inunda, ese sabor único, más rico que cualquier
manjar. Le saboreo todo lo que puedo, quiero bebérmelo y
es solo para mí.
Sin darme cuenta y a mi pesar igual que vino su beso se
va. Separa su cara y coge la sábana de la camilla para
pasármela por los hombros.
–Tápate –dice mirando hacia otro lado–. O voy a volverme
loco y hacerte de todo aquí mismo. Date prisa o no
respondo.
Mientras se pone su polo blanco, yo me quedo confusa.
¿Entonces para qué empieza? ¿Después del bochorno que
he pasado? Mi rostro debe ser un libro abierto porque
enseguida puntualiza:
–Estoy rodeado de compañeros por todos lados. Este es
mi lugar de trabajo.
Entonces una idea se abre paso por mi mente encendida.
Me pongo de pie y la sábana cae sobre la camilla. ¡Se va a
enterar! Haciendo caso omiso de mi timidez, doy dos pasos
y me coloco a su lado mirando hacia el océano. Solo llevo la
parte de abajo del bikini.
–Me ha sentado genial el masaje.
Pongo los brazos estirados hacia arriba e inspiro tomando
aire. ¡Tómate esa! Sus increíbles ojos me miran los pechos
casi saliéndose de las órbitas. ¡Bien, a ver qué haces ahora!
Escucho un suspiro que sale de sus labios y de un solo
movimiento me abraza fuertemente entre sus brazos
aplastándome contra su pecho. Me besa los ojos y la boca
con ardiente pasión y sus manos me agarran el trasero
apretándome contra él. ¡Sííí! Me encanta, ¡Dios! Qué beso,
qué abrazo, qué pasión, qué bulto entre las piernas...
–¡Perdón!
Una suave voz de mujer hace que nos separemos como
dos imanes del lado del mismo polo. ¡Qué vergüenza!
¡Trágame, tierra!
–No, no pasa nada –contesta Mauro visiblemente
nervioso.
Si yo estoy cortada, Mauro no es menos.
–Tengo otro masaje en cinco minutos.
La mujer se da la vuelta y se va. Mauro comienza a andar
de un lado para otro, pasándose las manos por el pelo.
–Lo siento, me has avisado… –digo muy cortada.
–No te preocupes.
Está contrariado, incluso enfadado. ¡Puf! Y ahora, ¿qué?
–Vale, me tengo que ir. Nos vemos.
Sus ojos se posan de nuevo en mi desnudez y puedo ver
cómo su mirada cambia del enfado al deseo durante unos
segundos.
–Nos vemos, Alba.
–Espero que no tengas ningún problema.
Musito abochornada.
–No, no te preocupes, no pasa nada está todo controlado.
Estaré por aquí.
Y sale disparado en dirección al hotel. Yo me pongo
corriendo mi bikini y espero a que la mujer vuelva, tengo
que pagar el masaje, ¡qué corte! Según lo estoy pensando,
aparece.
–El masaje ha sido genial, gracias –digo como si no
hubiese pasado nada. Ella me escucha con una sonrisa en la
cara.
–Gracias a ti.
–Oh, por favor, dime cuánto es.
Rebusco en mi bolsa.
–Mauro lo ha dejado ya pagado.
Y sonríe ampliamente otra vez. ¡Madre mía! En mi vida he
pasado tanta vergüenza. Me pongo como un tomate
maduro. ¿Por qué me pasarán a mí estas cosas? Bueno, un
poquito de culpa tengo.
–Bien, pues, hasta la próxima.
La mujer sigue sonriendo y afirma con la cabeza. Me doy
la vuelta y comienzo a andar a paso ligero hacia la zona de
hamacas donde están las cosas de María.
Nada más llegar me meto en el agua y nado un rato. Así
consigo quitarme los calores del cuerpo y de la cara.
Cuando me canso, salgo a tostarme al sol.
–Te vas a quemar.
Intento girarme, aunque sé perfectamente quién es. ¡Es
él otra vez! Parece que quisiera pillarme siempre
desprevenida. Y la verdad es que lo consigue.
–No te muevas –me ordena.
¡Otra orden! Con destreza me desabrocha la parte de
arriba del bikini y a continuación noto algo fresquito en la
espalda. Me está echando crema. Agarra una hamaca y la
acerca a la mía, se sienta y con la mano derecha comienza
a extendérmela por los hombros y la espalda. Empiezo a
sentirme una mujer objeto.
–¿Ese es el libro que rescaté ayer?
Miro el libro que ahora ha quedado tirado en la arena. Me
cuesta concentrarme con su mano puesta justo donde la
espalda comienza a dejar de ser espalda.
–Sí, el mismo.
–Dime, ¿te gusta leer?
–Sí, me encanta leer. ¿A ti no?
Intento relajarme, pero no puedo. Ahora coge más crema
y empieza con las piernas. Primero los talones.
–Sí, me gustaba... pero ahora no tengo tanto tiempo
como quisiera.
–Bueno, tendrás vacaciones y tiempo libre.
–¿Tú crees que, trabajando aquí, me queda tiempo libre?
–Pues sí, deberías tener algo de tiempo libre. En algún
momento tendrás que irte a casa a descansar.
Su mano empieza a subir hasta los gemelos.
–Tengo una habitación aquí. Vivo aquí. ¿Te gusta mi casa?
No lo entiendo. ¿Vive en el hotel? Ahora comienza a
utilizar las dos manos una para cada pierna. Coge de nuevo
crema y comienza a extenderla por el reverso de mis
muslos con movimientos circulares. Noto cómo la sangre se
me va toda a la cabeza y parece que me va a estallar.
–¿Por qué vives en el hotel?
–Algunos trabajadores tenemos el privilegio de vivir en el
hotel. El primer edificio junto a recepción son las
habitaciones de todos los que vivimos aquí.
–Entonces debe ser muy difícil discernir el tiempo de
trabajo del tiempo libre.
–Realmente no hay diferencia. Pero hablemos de ti.
¿Por qué? Mi vida es muy aburrida...
–Tienes una piel muy suave...
Según lo está diciendo comienza a extender la crema en
la cara interna del muslo con movimientos ascendentes.
¡Madre mía! Esto es un poco, embarazoso. Espero que no se
les haya ocurrido a mis padres venir a la playa. Eso sería ya
el colmo de la vergüenza del día de hoy.
–...Y, además –continúa con la tortura– … tienes unas
piernas increíbles.
Sigue con sus movimientos ascendiendo lentamente, ¿a
dónde quiere llegar? Esta tortura me está matando. Como
siga así voy a perder el conocimiento. Llega justo antes de
la goma del bañador. ¡Aaah! Ahora la que no respondo soy
yo.
Me abrocha de nuevo la parte de arriba del bañador.
–Date la vuelta.
Otra orden.
Le hago caso y me giro tumbándome boca arriba. Ahora
puedo fijarme en él. Se ha cambiado de ropa, lleva un
bañador tipo bermuda a medio muslo de color rojo. Una
camisa blanca de manga larga desabrochada, unas
alpargatas de esparto blancas y unas gafas de sol en la
cabeza. Me quedo sin aliento, es como si el modelo de la
revista de turno se hubiera sentado a mi lado.
–¿Te han echado del trabajo?
Mauro suelta una carcajada.
–No, este es uno de esos ratos de tiempo libre.
–Vaya y… ¿Se puede saber hasta cuándo dura este rato?
Quiero saber de cuánto tiempo dispongo para estar con
este hombre.
–Realmente ni yo lo sé. Quizá cinco minutos, quizá toda la
tarde. Lo malo es que no depende de mí, sino de las
circunstancias. Si me necesitan me tendré que ir.
Coge más crema y empieza con los hombros de nuevo.
–¿Y tú trabajas?
–Aún no, hice una entrevista antes de llegar aquí, pero
aún no me han contestado.
Ahora les toca el turno a los brazos. Mmm, qué delicia, se
puede decir que hoy he tenido dos masajes.
–Y...
Está concentrado en cada centímetro de mi piel.
–¿Cuáles son tus estudios?
–Soy licenciada en turismo. He terminado la carrera este
año.
Ahora coge el bote de crema y lo pone muy alto sobre mi
cintura.
–¿No te atreverás?
–Sí me atreveré.
Me dice muy seguro.
–Yo que tú me estaría muy quieta.
Automáticamente intento levantarme, pero me sujeta por
el hombro.
–¡No te muevas!
¡Otra orden! Y antes de que pueda reaccionar, varias
gotas de crema caen sobre mi ombligo dando justo en la
diana.
–Así me gusta.
Y su boca dibuja una sonrisa de lado a lado. Resignada
me relajo y espero a que me extienda la crema por la
cintura.
–¿Por qué me has pagado el masaje?
–Tómatelo como una invitación del hotel.
Me da un cachete en el muslo.
–¡Ya estás! Así ya no te quemarás.
Me quedo atónita.
–Ya, pero no me lo ha pagado el hotel, si no tú.
Sin inmutarse ni un segundo, se pone las gafas de sol y
se tumba a mi lado.
–¿Me has oído?
Me incorporo y la boca se me seca de golpe, en esa
posición echado boca arriba en la hamaca, la camisa se le
ha abierto dejando ver su modelado pecho sin un solo pelo
y sus marcadas abdominales... ¡No te distraigas, Alba!
–Quiero pagarlo –consigo decir a duras penas.
Él gira su bello rostro hacia mí. Imagino que debe
mirarme, pero no lo sé con las gafas de sol puestas. Su labio
se curva por un lado y acaba sonriendo ampliamente
dejando a la luz sus blancos y perfectos dientes. ¡Ufff! Solo
tengo una palabra. ¡Irresistible!
–Ven.
¡Otra orden!
Tira de mi mano de tal manera que caigo sobre él.
–Siéntate a caballo sobre mí.
No sé por qué le hago caso, no me puedo negar. Me gusta
demasiado.
–Te gusta mandar y que todo el mundo te obedezca,
¿verdad?
–Yo solo pido, el resto lo hacen los demás. Yo te he pedido
que te sentaras encima de mí y tú te has sentado, ¿no?
Nadie te ha obligado.
Tiene razón. ¿Y ahora qué digo? Debe estar muy
acostumbrado a que las mujeres se derritan por sus huesos
y ahora soy yo la que se derrite aquí encima de él. Y no
puedo negarme a lo que me pide.
Me coge las dos manos con las suyas y entrelaza sus
dedos con los míos. Las separa lentamente lo que hace que
mi cuerpo se acerque al suyo sin remedio. Ahora su cara y
la mía casi se tocan y puedo notar perfectamente que algo
me aprieta ahí mismo en el centro de mi placer. ¡Mmmm!
Esto se pone interesante...
–Bésame, Alba.
¡Dios! Otra orden y lo malo es que lo estoy deseando.
Acerco mis labios a los suyos, no hace falta hacer mucho
esfuerzo, estamos muy cerca y al contacto me pongo como
una moto. Le beso utilizando el mejor de mis besos, lento,
pero con premura. Mi lengua busca la suya, pero él ni se
mueve. ¿Qué hace? Así no me facilita las cosas, no mueve
los labios y es como si no me devolviera el beso. Me separo
y me incorporo un poco extrañada. Él vuelve a sonreír con
esa sonrisa tan mágica.
–¿Qué te hace tanta risa?
Con las gafas de sol no puedo leer sus intenciones. Me
suelto de sus manos y le pongo las gafas sobre la cabeza.
Así está mejor, puedo ver sus penetrantes ojos verdes y leer
en ellos.
–Tú. Tú, siempre tú. Me haces reír.
–Me alegro, de veras.
Estoy un poco irritada.
–No te enfades, quería ver tu reacción, quería saber cómo
besas.
Y suelta una risa espontánea y sincera.
–Y... ¿qué tal lo hago?
Sé que la respuesta a esta pregunta me puede hacer
enfadar, pero me arriesgo.
–Del uno al diez… –dice pensativo.
–Vale del uno al diez. Dime.
–Yo te pondría... un seis.
No lo puede decir en serio. ¡Pero si le he dado mi mejor
beso! El que reservo para las ocasiones especiales.
Especiales como esta, por supuesto.
–¿Cómo? Pues hasta hoy no he tenido ninguna queja –
protesto.
–Un seis es aprobado, es una buena nota. Yo no me he
quejado –responde serio.
Creo que me está tomando el pelo, así que me levanto,
muy a mi pesar, de su regazo y me pongo de pie.
–Voy a bañarme. ¿Te vienes?
Automáticamente se levanta y se desprende de la camisa
y de sus alpargatas. Busca en sus bolsillos y saca todo lo
que lleva tirándolo en la hamaca, el móvil, un llavero repleto
de llaves, un boli con el logotipo del hotel y un paquete de
galletitas saladas dentro de su envoltorio sin abrir.
¡Madre mía y me quejo yo de mi bolso–cueva!
–Todo tuyo. Estoy listo.
–Bien, me alegro. Entonces si estás listo podríamos echar
una carrera nadando. Desde aquí corriendo hasta el agua,
nadamos hasta la boya amarilla la rodeamos y volvemos de
nuevo.
Hago una raya en la arena con el pie.
–El primero que llegue gana.
Le miro imitando su sonrisa de antes. ¡Se va a enterar! Él
me devuelve la sonrisa y sin pestañear acepta.
–Prepárate para morder el polvo, Alba, y lo digo en los
dos sentidos.
A la vez, acerca su cara a la mía mirándome con ojos
ardientes.
¿Qué ha querido decir? ¡Por favor, que alguien me lo
explique! Si es lo que creo, que espero que sí, qué tengo
que hacer… ¿Ganar o perder? ¡Dios! Me da lo mismo, le voy
a ganar sea como sea.
Ambos nos colocamos detrás de la raya y nos ponemos
en posición de arranque.
–Preparado...
Él me mira muy atento con un pie más adelantado que el
otro.
–Listo... ¡Ya!
No he terminado la frase y salgo corriendo como una
loca, pero claro, Mauro es más alto que yo y sus zancadas
más largas, así que nada más entrar en el agua me lleva un
paso de ventaja, pero este es mi medio, ¡señorito! Me lanzo
al agua y en unas cuantas brazadas me coloco a su altura.
¡Vaya, parece que nada bien! Debería haberlo previsto.
¡Claro, Alba, ha nacido en una isla! ¡Arrrg!
Me esfuerzo al máximo y consigo sacarle una cabeza al
llegar a la boya. Ahora todo es recto. ¡Vamos, Alba, tú
puedes! Me animo mentalmente yo sola. Durante el
trayecto de vuelta sigo con mi pequeña ventaja, pero una
vez con los pies en la tierra la cosa cambia. Mauro pega un
par de largas zancadas y me alcanza. A dos metros de la
meta improvisada se lanza en plancha y gana, claro, no sin
antes tirarme a mí también en su arrebato.
Los dos caemos en la arena uno encima del otro. Estoy
exhausta y encima he perdido.
–He ganado, Alba. Creo que me debes algo...
Estamos tirados y él me abraza lleno de arena.
–¡No, Mauro! Por favor, la arena no, lo odio –le grito sin
éxito.
–Hemos apostado que morderías el polvo y lo vas a
morder, Alba. ¡Prepárate!
Con un movimiento empezamos a rodar por la arena
rebozándonos como una croqueta. Lo único que puedo
hacer es cerrar los ojos y rezar para que termine pronto.
Pero no termina. ¡No puedo más! ¡Estoy llena de arena
hasta las cejas!
–¡Para, por favor! –grito desesperada.
¡Error! Se me han metido unos granitos de arena en la
boca. Pero he conseguido que paremos. Nada más parar
intento escupir para sacarlos fuera.
–Alba, ¿… me estás escupiendo?
Mauro me mira incrédulo, muy serio. Sí, debo de haberle
escupido porque su cara y la mía están a un palmo. ¡Madre
mía, vaya día llevo! Todo lo que hago me sale mal.
–Lo siento, es que...
No me da tiempo a terminar la frase. Mauro me besa de
nuevo, quién me lo iba a decir, en muy poco tiempo ya me
ha besado tres veces. ¡Guaaau! Besa tan bien... He de
admitir que yo beso bien, mejor que bien, que es la nota
que me ha puesto él, muy bien, diría yo, pero él me supera
con creces. Me dejo llevar y disfruto del apasionado beso
que dura varios minutos. Mmmm... Qué rico. Cuando se
separa me mira orgulloso.
–¿Del uno al diez? –le pregunto seria. Estoy deseando
devolvérsela.
–Adelante, di.
Me apremia tranquilo.
–Yo diría... un seis.
–¿Un seis?
–Sí, un seis no está mal es más que aprobado.
Tiene los ojos medio guiñados como haciéndome saber
que me he pasado.
–Te has pasado.
¡Lo sabía! Levanta las cejas a modo de aviso. Oh, oh, algo
va a pasar, lo presiento.
–Pero no me importa, porque aún me queda por cobrar la
segunda parte de la apuesta.
¡Sí! Era como yo pensaba, ha utilizado la palabra polvo
con doble sentido. Si llego a saber que tenía que perder,
para ganar, no me habría esforzado tanto.
–No sé a qué te refieres...
Me hago la tonta. Se me da muy bien.
Él se ríe a carcajada limpia y damos otra vuelta en la
arena.
–¡Ya lo sabrás! Vamos, ¡al agua de nuevo!
Me suelta y al ponerme de pie, Mauro empieza a reírse de
nuevo mirándome. Sí, ya sé, se está riendo de mí, de mi
aspecto, pero todo es culpa suya. Tengo el pelo lleno de
arena, el cuerpo, el bikini, dentro del bikini, lo que es
bastante incómodo y lo odio. Pero todo cambia cuando le
miro a él. Porque si yo estoy rebozada, él no es menos, tiene
arena hasta en el carné de identidad.
Comienzo a reírme junto a él, hasta que me doy cuenta
de que él ya no se ríe, ha parado, me estoy riendo yo sola y
me mira con esa cara de tío bueno que quiere juerga
contigo. Y sé que algo va a pasar.
Se acerca serio con paso rápido y me coge en brazos.
–¿No te he dicho que al agua?
Me lleva hasta la orilla, se mete en el agua y me tira con
todas sus fuerzas lo más lejos posible. Cojo aire, me
sumerjo en el mar y nado hacia la superficie. Cuando salgo,
Mauro está andando hacia la orilla moviendo la cabeza de
un lado a otro para sacudirse el agua.
Cuando llego a la hamaca, él está sentado mirando su
móvil.
–¿Te tienes que ir? –le pregunto desganada.
–Parece que no. Milagrosamente no me ha llamado nadie
aún.
Me acerco a mi bolsa y saco un peine. Decidida voy hacia
Mauro, me coloco delante de él y comienzo a peinarle. Él
me mira indeciso, pero no se mueve. No me quita los ojos
de encima. Me encanta tocar su pelo y colocarlo a mi
antojo. Le hago la raya a un lado y le paso el peine
repeinándolo como a un niño bueno. Intento no reírme,
porque me está mirando muy serio. Finalmente meto mis
dedos en su flequillo y lo alboroto un poco. ¡Así está mejor!
Cuando termino me siento a su lado y comienzo a peinarme,
tarea algo difícil con la sal y la arena. Al momento, él coge
la bolsita de galletas y la abre.
–¿Quieres una?
Me ofrece.
–Sí, claro.
Y pongo la mano para cogerla. Pero no me la da. La coge
y la acerca a mi boca.
–Abre.
¡Esto es increíble, no hace más que mandar!
–Come.
–¿No me la vas a dar? –le pregunto pacientemente
poniendo de nuevo la mano.
Me niega con la cabeza. ¡En fin! Abro un poco la boca.
–¡Más!
¿Qué quiere? ¿Que le enseñe hasta la muela del juicio? La
abro un poco más y él deposita suavemente la galleta sobre
mi labio inferior y la lengua. ¡Vaya! Cómo esta tontería
puede parecer algo tan sensual. Un escalofrío me recorre el
cuerpo. No deja de mirar cómo mis labios se mueven al
masticar, está embelesado.
–¿Otra? –me pregunta con aire pícaro.
–Por supuesto, tengo mucha hambre.
Esta vez coge otra galleta y la muerde con sus jugosos
labios dejando media galleta fuera. ¡Vaya, quiere jugar!
Me acerco y muerdo mi mitad, él se aprieta pegando sus
labios a los míos, fuerza a que abra la boca con su lengua y
acaricia mi trozo de galleta varias veces, le dejo hacer, esto
es increíble, mi mente da vueltas como la galleta y siento
un placer enorme. Finalmente remata el beso y se separa
para, a continuación, masticar su trozo de galleta.
Yo me quedo absorta y despacio reacciono masticando
lentamente. ¡Mmmm! Es la galleta más rica que me he
comido en mi vida, me da pena hasta tragármela. Mauro me
mira sonriendo de puro placer y es que mi cara debe ser un
libro abierto. ¡Qué vergüenza!
Una música hace que Mauro coja su móvil.
–Tengo que irme –dice sin mirarme y tecleando en su
pantalla.
Se levanta, se seca con mi toalla, coge sus cosas las pone
en sus bolsillos y se acerca a mí, que me he quedado muda.
Me ha sabido a poco. Coloca un beso en mi pelo con
cuidado.
–Nos vemos, Alba.
–Claro, trabajas y vives aquí –digo resignada.
Mauro se pone la camisa sin abrochársela, se coloca sus
gafas de sol, se calza y se marcha caminando lentamente
por la arena.
Me siento rara, vacía. ¡Lo he pasado tan bien! Me quedo
mirando a Mauro cómo se aleja mientras me seco con la
toalla, ¡mmm! Huele a él, al pasar junto a un par de chicas
que toman el sol tumbadas en las hamacas de la playa,
Mauro se acerca a ellas, se pone entre ambas hamacas y se
sienta empujando las piernas de una delgada rubia, la chica
ríe tontamente o por lo menos es lo que me a mí me parece.
¡No me lo puedo creer! Tiro la toalla en la hamaca, el
corazón me da un vuelco y salta desbocado. ¿Qué está
haciendo? ¿Ese es su trabajo?... Sigo mirando absorta, oigo
cómo se ríen los tres, incluso Mauro a mandíbula batiente
echando la cabeza hacia atrás. Siguen hablando y la chica
rubia se incorpora y le pasa un brazo por encima del
hombro. ¿No se da cuenta que estoy aquí? Ahora ella se
aprieta junto a él y la segunda chica les hace una foto con el
móvil, ella dice algo y vuelven a posar. Esta vez ella le besa
en la mejilla. Y así se quedan lo que me parece una
eternidad hasta que la otra chica hace una segunda foto.
Cuando se sueltan, Mauro le devuelve el beso en la mejilla y
al hacerlo la coge por esa delgada cintura y así se queda sin
quitar la mano. ¡Y esta es la prisa que tenía! Me estoy
poniendo roja de ira. Mi corazón me dice basta, que me
vaya, pero mi mente me dice que me quede. Finalmente,
Mauro se levanta y la rubia le coge la mano tirando de él
para que se quede. Él les sonríe a ambas. ¡Dios! No puedo
más. Estoy como enfadada conmigo misma. Al final Mauro
les da dos besos a cada una y se marcha.
No sé si lo ha hecho aposta. Quizá esto es lo que hay,
debería ir acostumbrándome. No, no creo que pueda
quedarme ajena a todo esto como si nada.
Me tumbo intentando calmarme, han pasado tantas cosas
esta mañana. Cojo mi libro e intento leer, pero la imagen de
la rubia besándole vuelve a mí una y otra vez. Dirijo mi vista
hacia ellas, ahí están tan tranquilas charlando y riéndose.
Respiro hondo y finalmente decido irme a la habitación a
descansar. Envío un mensaje a mi hermana diciéndole
dónde estoy.

Mauro se dirige a recepción, sabe que allí está Maite.


Cuando llega, la encuentra terminando de meter unos datos
en el ordenador.
–Hola, Maite.
–Buenas tardes, Mauro. ¿Estabas descansando?
–Sí, he hecho un pequeño paréntesis. Tú ya terminas
aquí, ¿verdad?
–Sí. He terminado. Son las dos en punto.
–Vale. Me has llamado, ¿no? ¿Necesitas algo?, ¿qué es lo
que pasa?
Maite le mira con paciencia.
–Solo quería que comiéramos juntos.
Mauro no da crédito a lo que está escuchando. Y pone los
brazos en jarra.
–¿Te das cuenta de que estaba descansando? Que
necesitaba un tiempo para mí. Que siempre estoy aquí a
disposición de todos…
–Si no fuera importante no te llamaría.
Mauro conoce a Maite y sabe que de no ser así no le
habría interrumpido.
–Está bien. ¿Comemos aquí?
–Preferiría comer en otro sitio. Vámonos fuera de aquí. A
algún lado que no sea el hotel. Te pasas la vida aquí dentro.
–De acuerdo, vamos a la Romana.

Maite y Mauro están sentados a la mesa en la terraza de


un restaurante bajo una sombrilla. Desde allí pueden ver la
desembocadura del río Chavón. La brisa es suave y se
agradece.
–Bueno, ya nos hemos tomado el primer plato y aún no
me has dicho nada.
Maite deja de masticar por un momento, pero continúa
tranquilamente.
–Sé que lo que te voy a decir no te va a gustar.
Mauro deja los cubiertos y cierra los ojos para, a
continuación, abrirlos de par en par.
–¡No me lo digas! Es por la cantinela de siempre.
Mauro empuja su silla hacia atrás dejando un pequeño
hueco entre él y la mesa. Se reclina hacia atrás en el
respaldo de la silla cruzando los brazos sobre su pecho y
coge aire llenando sus pulmones. Maite le mira sin hacer ni
un solo movimiento.
–No te vas a cansar nunca, ¿eh?
Su tono es sosegado pero contenido.
–No, Mauro, no me voy a cansar nunca y ¿sabes por qué?
Porque tengo razón y tú en el fondo sabes que es así.
Mauro calla pacientemente.
–Hoy he tenido que escuchar de una camarera lo que
estabas haciendo en la zona de los masajes.
–No lo entiendes, Maite.
–Lo entiendo perfectamente, y lo he consentido en cierta
manera, por lo que yo también tengo cierta culpa. Pero esto
no puede seguir así.
–No ha pasado nada en la playa.
–Si estar abrazado besando a una clienta del hotel, medio
desnuda, delante de todo el mundo, de clientes y
compañeros, es que no ha pasado nada, estás muy
equivocado.
Maite no quiere enfadarse, sabe que lo mejor es tratar el
tema de una manera tranquila y conciliadora, pero la
actitud de Mauro lo dice todo.
–¿No vas a comer más?
Maite señala el filete a medio empezar de Mauro.
–He perdido el apetito.
–Tú más que nadie debes dar ejemplo, Mauro. Lo que te
pasó no puede ser ya una excusa. Sé que lo pasaste
francamente mal y que eso no debería ocurrirle a ningún
niño de nueve años y sé que aún lo pasas muy mal. Tienes
que entender que no puedes ir por el hotel en actitud
indecorosa con las clientas. Antes al menos eras más
discreto.
–Vivo por y para el hotel, sabes que es mi vida, que le
dedico largas jornadas, lo que haga falta, me desvivo, que
siempre estoy ahí para lo que sea. Necesito divertirme un
poco de vez en cuando.
Maite necesita que Mauro cambie, que mire hacia el
futuro y que avance.
–Mauro, cuando con dieciséis, diecisiete años empezaste
a tontear con las hijas de algunos clientes todos pensamos
que era algo normal por la edad, la adolescencia. En ese
momento pensé que después de todo lo que habías sufrido,
te merecías recibir un poco de amor para variar y así te lo
hice saber.
La voz de Maite es tranquila y conciliadora. Mauro la
escucha recordando la conversación que tuvo con ella por
aquellos años.
–Pero en poco tiempo todo cambió. Pegaste un estirón y
el chiquillo que conocí con ojos tristes y miedoso se
convirtió en un hombre, un hombre guapo que las mujeres
miraban atónitas. Querías más, las chicas de tu edad
dejaron de interesarte para pasar a prestarle atención a sus
madres. Y lo entiendo, no todo fue culpa tuya. Sé que
muchas te llegaron a acosar, intentaban cruzarse contigo,
hacerse las encontradizas y qué sé yo cuantas cosas más.
Cambiaste en poco tiempo, te convertiste en un hombre
deseado, y a la vez te volcaste en el trabajo llegando a ser
el mejor. Te convertiste en un hombre seguro y consciente
de tu poder. Y sabes, porque he hablado contigo de esto en
muchas ocasiones que no estoy de acuerdo con lo que
haces. No creo que acostarte una o dos veces con mujeres
casadas que luego no vuelves a ver sea lo mejor para ti.
–No todas son casadas –alega en su defensa–. Además,
son libres de decidir, yo no las obligo a nada, ¿qué hay de
malo en eso?
–Ahora quizá no lo veas, pero te juegas más de lo que
crees. Y es tu forma de actuar de los últimos meses lo que
me hace prevenirte como siempre he hecho.
–¿Y qué es lo que ha cambiado?
–Últimamente, no eres tan discreto. Te dejas ver
demasiado tonteando con distintas mujeres delante del
personal, y el colmo ha sido hoy, porque has ido más allá,
eso no son tonteos, Mauro. Si quieres que el personal te
respete te lo tienes que ganar día a día como has hecho
hasta ahora. El día que comenzaste a trabajar en el hotel en
serio a los dieciocho años, lo primero que dejaste muy claro
era que no querías tener ningún privilegio y que querías
empezar de cero como todos los demás, trabajando codo
con codo. Querías aprender todos los oficios del Hotel San
Mauro. Has sido camarero, cocinero, entrenador,
recepcionista, incluso has limpiado las habitaciones y eso
me llenó de orgullo porque no solo lo dijiste, sino que lo
hiciste desde el primer día hasta hoy.
Maite se levanta y arrima su silla pegándola a la de él y
coge su mano entre la suyas.
–Por eso has conseguido el respeto y la admiración de
todos, además de tener un gran corazón. Los empleados
saben que te preocupas por cada uno de ellos y que
siempre estás allí para tenderles una mano. Has conseguido
sacar adelante el hotel tú solo. No pierdas eso, Mauro, no
pierdas todo el trabajo que has hecho aquí.
Mauro la escucha mientras mira su mano entre las de
aquella mujer y sabe que en el fondo tiene razón. Le ha
costado muchos años de esfuerzos llegar hasta aquí. Sabe
que esta gran mujer que ahora coge su mano acariciándola,
siempre ha estado a su lado sin condiciones, apoyándole,
animándole en los malos momentos sin pedir nada a
cambio. Dando la cara por él. Sabe que él es como un hijo
para ella y que daría su vida por él sin dudarlo un momento.
Y sabe que ella es para él como lo más parecido a la madre
que no pudo disfrutar.
–Creo que deberías pasar página y dejar esta existencia
sin sentido que no te beneficia, Mauro. Creo que deberías
enamorarte de una vez. Quítate ese escudo que llevas
puesto y deja de controlar tu corazón. Estar enamorado es
lo mejor que te puede pasar en la vida, Mauro. No te
niegues a amar y ser amado. No te prives del mayor
sentimiento de un ser humano.
La mente de Maite debe estar a millas de allí evocando
tiempos mejores. Mira hacia los remolinos que forma el río a
su encuentro con el mar y de sus ojos se escapa una
lágrima. Mauro rápidamente la envuelve en sus brazos
acunándola y poniendo su mano en el rostro de aquella
espectacular mujer recoge con su pulgar la furtiva lágrima.
Maite no permite que caiga ni una sola lágrima más de sus
ojos y le mira sonriendo.
–Debes dar un paso hacia adelante, Mauro.

Me aburro en la habitación. Me aburro mucho. He


conseguido calmarme un poco, así que me encuentro con el
ánimo un palmo por encima del suelo. Miro el móvil. Son las
cuatro de la tarde. Mi hermana me ha enviado un mensaje
para comer con mis padres, pero no tenía ganas así que me
esperaban después en la piscina.
No me puedo quitar de la cabeza lo que ha pasado esta
mañana con Mauro. Creo que voy a darme una vuelta por el
hotel. Sí, quiero propiciar un casual encuentro con él. Tengo
necesidad de estar a su lado y cada minuto que paso en
esta isla sin estar a su lado es tiempo perdido.
Pero antes, voy a ponerme guapa. Me ducho rápidamente
y me lavo el pelo con mimo. Me lo seco boca abajo con el
secador lo que le da un bonito volumen ondulado. Hidrato
mi piel con crema con olor a azahar y para finalizar me doy
unos toques de polvos de sol en la cara, un poco de brillo
translúcido en los labios y mucha máscara de pestañas de
color negro para que la mirada sea más profunda y
contraste con mis ojos.
Lo de la ropa, me lleva más tiempo, porque no sé qué
ponerme. Miro en mi armario y no encuentro nada acorde,
así que abro el armario de mi hermana y voy separando
percha a percha. Me decanto por un vestido de color blanco
ceñido sin mangas y escote en uve. Me lo pongo
rápidamente, estoy un poco nerviosa. Me miro en el espejo
y no me encuentro muy a gusto con él una vez puesto y es
que el escote es demasiado, enseña mucho, se me ve el
canalillo y encima me queda como una segunda piel, me
marca todo, todo. Rebusco en mi armario, seguro que
encuentro algo. Decido ponerme una camisa vaquera de
manga larga y la anudo a mi cintura remangando las
mangas. ¡Perfecto! Disimula un poco. En los pies, me coloco
unas sandalias blancas de finas tiras que se anudan en los
tobillos.
Bueno, ahora el espejo me dice que sí. Que estoy
perfecta. Cojo mi bolso de esparto y las gafas de sol.
Miro el reloj mientras me dirijo a recepción, tengo una
corazonada. ¡Dios, las cinco y cuarto!
–Hola, buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarla?
Una mujer morena de unos cincuenta años me saluda.
Lleva el uniforme, pero no lo parece. Es la típica mujer que
destila elegancia por los poros.
–Buenas tardes.
Me quedo callada y le sonrío. ¿Cómo se lo pregunto?
–¿Sí?
Me sonríe más ampliamente. Leo la placa que hay en su
solapa. Maite.
–Buenas tardes, Maite.
Así parece que tuviéramos más confianza.
–Estoy buscando a una persona. Una persona que trabaja
en el hotel.
La cara de Maite muda de la sonrisa a la seriedad.
–Si me puede facilitar el nombre de esa persona le
ayudaré con mucho gusto.
La noto un poco reticente y no sé por qué, quizás no
faciliten ese tipo de información.
–Sí, claro, se llama Mauro, pero no sé el apellido.
–Bien, espere un momento, por favor, voy a ver si puedo
hacer algo.
La mujer se retira y me siento un poco tonta y nerviosa
allí sola esperando.

Maite entra en las oficinas. Mauro está sentado en su


mesa concentrado en el ordenador con cifras, lleva ya más
de dos horas en la misma posición, sentado sin parar desde
que han llegado de comer juntos.
Al acercarse, Mauro levanta la vista hacia Maite.
–Dime.
Y continúa con su trabajo.
–Mauro, una chica pregunta por ti en recepción.
Automáticamente Mauro deja de hacer lo que estaba
haciendo y mira a Maite a los ojos. Está desconcertado, y no
sabe qué espera ella que haga después de la conversación
que han tenido en la comida, pero ella sabe guardarse sus
emociones y lo mira esperando.
–¿Sabes cómo se llama?
No tiene ni idea de quién puede ser.
–Me da igual cómo se llame, Mauro.
Maite está enfadada y conteniéndose. Tiene los brazos
cruzados sobre el pecho. Quiere que Mauro cambie, pero
parece que no lo va a conseguir tan fácilmente.
–Es una chica joven, castaña, con ojos azules.
Mauro se levanta como un resorte y se acerca a la puerta
que ha quedado entornada. Echa un vistazo y no se lo
puede creer. Es Alba. Comienza a dar pasos de un lado a
otro sin sentido, pensando.
–Maite, no es lo que parece.
–¿Y qué es lo que parece, Mauro?
La paciencia de Maite es inagotable.
–Verás, esta chica, no sé, es diferente.
La cara de Maite cambia radicalmente de paciente a
impaciente. Mauro está nervioso. No lo puede creer. Quizá
sus palabras han sido escuchadas. Su espontaneidad y
nerviosismo le recuerda cuando Mauro era pequeño. Sí, está
como un niño con zapatos nuevos.
–¿Y en qué es diferente?
–No lo sé exactamente, me atrae su sinceridad, no tiene
dobleces, es espontánea y muy guapa. Cuando estoy con
ella me siento libre. Con ella me contengo, aún no me he
acostado con ella y eso es muy raro en mí. No digo que no
lo desee, pero quiero que sea diferente.
–¡No me lo puedo creer, Mauro! ¿Por qué no me lo has
dicho?
–Si te soy sincero, ni siquiera había pensado en ello hasta
ahora mismo.
–Vamos, vete y cámbiate. No debes hacer esperar a una
dama.
Maite le empuja para que salga por la puerta de atrás de
las oficinas que conecta con el edificio de residentes.
–Maite...
Mauro la mira impresionado.
–Aún no he terminado con los datos de...
–¡Que te vayas! Quiero verte aquí dentro de cinco
minutos cambiado y aseado. ¡Ya!
Mauro la mira alucinado, nunca la había visto así de
mandona.
–¡Está bien! Ya me voy.

Me he sentado en un cómodo sofá junto a recepción


después de que la elegante mujer me dijera que le habían
localizado y que estaría allí en cinco minutos. Por mi mente
pasan todos y cada uno de los momentos que he vivido
junto a él. Todos han sido muy especiales y los rememoro
constantemente para no olvidar ni el más mínimo detalle,
porque sé muy dentro de mi corazón que esta historia es
una historia acabada. Está condenada al fracaso, pero he
tomado la determinación de vivirla mientras pueda y no
mirar hacia atrás.
–Me han dicho que una chica muy fea preguntaba por mí
en recepción. Como no veo a ninguna más, debes ser tú.
Mauro está impresionante. Lleva puesto un polo verde
como el color de sus ojos combinado con unas bermudas de
corte vaquero de color beige y zapatillas blancas de tenis.
Me mira mordiendo la patilla de sus gafas de aviador.
–Sí, la misma –le sigo la broma.
–Y ¿bien?
Sus verdes ojos me fulminan, me da la sensación de que
echan chispas.
–Solo quería hablar contigo.
Me pongo de pie ya que él no se ha sentado y me siento
en clara desventaja.
–Pues tendrás que venir conmigo si quieres, porque me
voy ya.
Me quedo atónita, no me esperaba esto. ¿Quiere que nos
vayamos juntos por ahí? Tengo que aprovechar el tiempo.
Cojo mi bolso que estaba olvidado en el sofá.
–Cuando quieras.
Él también me mira impresionado, me tiende la mano y
yo se la doy sin pensármelo. Y así unidos salimos fuera del
hotel, lo que me parece increíble. Es como si hubiera estado
metida en una caja de cristal y tomo aire llenando mis
pulmones y mis esperanzas.
Damos la vuelta por detrás del hotel hacia un parking.
Caminamos a través de los coches y se para delante de un
enorme quad de color rojo. Me mira con ojos ardientes
repasando mi vestido de arriba abajo.
–Vas a tener que subir.
No sé por qué, pero me da la risa y no puedo parar,
después de hora y media decidiendo qué ponerme, resulta
que me he puesto lo menos adecuado. Pero claro, con
Mauro todo es así, imprevisible, y la carcajada se me corta
de repente cuando se acerca y me coge en brazos
dejándome apoyada en un pequeño escalón del quad.
–¿Qué pretendes que haga?
Sin contestarme, me pone las manos a la altura de los
muslos y tira hacia arriba subiéndome el vestido hasta justo
mis ingles. Noto cómo respira más fuerte de lo normal.
–Ahora tienes que pasar una de esas piernas tan feas por
encima del asiento y sentarte.
Me ordena como si no supiera lo que tengo que hacer.
Paso la pierna y sé que si me siento se me va a ver hasta la
nuez.
–Vale, ya voy.
Mauro sube apoyándose en el pequeño escalón y se
sienta.
–Vamos, siéntate.
Me siento despacio intentando en vano no enseñar nada.
Mauro echa sus brazos hacia atrás y pone sus manos en mi
trasero empujándome hacia él hasta quedar pegados.
¡Madre mía! Me siento como una muñeca en sus manos.
–Así está mejor.
Arranca el quad sin esfuerzo y siento cómo el motor
vibra. Hace un poco de ruido. En un momento estamos
moviéndonos por el parking y un cosquilleo me inunda.
Nada más salir a la carretera, Mauro acelera a fondo y con
el impulso casi me caigo hacia atrás, así que me agarro
como una loca a su cintura y puedo notar sus músculos
tensos. ¡Mmmm! ¡Me encanta! Y por encima del ruido
escucho la clara risa de Mauro… ¡Si se lo pasa muy bien
conmigo!
Vamos por una carretera estrecha esquivando otros
coches y furgonetas hasta que llegamos a lo que parece un
pueblo, lo atravesamos en cuestión de poco tiempo para
llegar a una playa con un pequeño puerto que solo consta
de dos pantalanes, entramos en uno de ellos y nos paramos
casi al final.
Mauro apaga el motor y se baja rápidamente, sin esperar
un momento, me ayuda a bajar y lo agradezco, la verdad.
Se dirige a un dominicano que está subido a una barca de
pescadores afanado en desenredar unas redes.
–Hola, Mauro, ¿cómo tú por aquí?
–¡Qué pasa, amigo!
Ambos se funden en un abrazo con palmada en la
espalda incluida.
–Vengo a alquilarte la lancha.
El dominicano se ríe suavemente y sus blancos dientes
sobre su negra piel me parecen perlas.
–¡Está ahí enfrente! Toma las llaves.
Mauro coge las llaves al vuelo y le guiña un ojo.
–Te la devolveré sana y salva.
–Eso espero, más te vale o te perseguiré por toda la isla
hasta dar con tus huesos.
–No te preocupes, luego echamos cuentas.
Nos acercamos a una lancha a motor. Es muy modesta,
de madera pintada en blanco y azul. En el casco pone su
nombre “Princess”. Y me encanta. Mauro salta ágilmente
dentro y me tiende la mano para ayudarme. Yo, claro, subo
torpemente, pero qué le voy a hacer, soy así.
–Agárrate fuerte y no te sueltes.
–¿A dónde vamos?
–Daremos una vuelta.
Tiene la cara distinta, emana jovialidad y alegría y me
acaba contagiando. Se sienta junto al motor y tira de la
cuerda para arrancar a la primera.
–¿Preparada, Alba?
Me agarro al banco en el que estoy sentada y asiento con
la cabeza. Me alegro tanto de haber propiciado el encuentro
que no quepo en mí de gozo. Estoy radiante y no puedo
dejar de sonreír y fijarme en Mauro que maneja
diestramente la lancha sacándonos del embarcadero hacia
mar adentro. ¡Es tan guapo! Su mirada va de aquí para allá
calculando la ruta. De vez en cuando posa sus ojos en mí y
sonríe. Debe de ser porque yo sonrío todo el rato. La brisa
empieza a ser más fuerte y me enmaraña el pelo y a duras
penas puedo controlarlo, así que decido dejarlo volar al
viento, libre. Al coger velocidad, la lancha empieza a
cabecear subiendo y bajando, saltando las pequeñas olas, lo
que me provoca un cosquilleo en el estómago y que el agua
me salpique refrescándome y me siento tan bien. Giramos y
ahora vamos paralelos a la costa. El pueblecito que
acabamos de dejar se ve pequeñito y seguimos alejándonos
irremediablemente. ¡Puf! ¡Mauro, llévame donde quieras!
Al cabo de lo que me parece una eternidad, giramos de
nuevo hacia la costa y puedo comprobar que nos dirigimos
hacia la desembocadura de un río. Una vez entramos, Mauro
reduce la velocidad y me hace señas para que me acerque
a él.
Con mucho cuidado, pues no me gusta tentar a la suerte,
que me conozco, me acerco hasta donde se encuentra él
junto al motor. Me hace un pequeño hueco en su asiento y
dudo un momento si mi culo cabrá en semejante espacio.
Me siento y como no quepo, le empujo con la cadera hasta
que quedo encajada. Él me mira con sonrisa pícara, pero no
dice nada. Pasa su mano libre por mis hombros
abrazándome y la felicidad me llena, me siento plena con
este hombre en nuestro pequeño universo. Los dos solos.
El río tiene altos acantilados a los lados con una gran
frondosidad. Los árboles crecen incluso inclinados sobre el
borde y da la sensación de que fueran a suicidarse de un
momento a otro tirándose al río. Hay algunas casas o más
bien mansiones que se asoman presuntuosas, de ellas salen
vertiginosas escalinatas que bajan hasta pequeñas
plataformas en la orilla, donde se amarran grandes barcos.
Remontando el curso del río el paisaje va cambiando y los
acantilados son menos abruptos. Nos detenemos en una de
esas plataformas con un sombrajo a modo de tejado. Me fijo
según nos acercamos que debajo hay una mesa y dos
personas detrás. Una de ellas al vernos se adelanta y coge
la soga que Mauro le tiende atándola al muelle.
–Quédate aquí, espero que tengas hambre –me dice
antes de saltar a la plataforma.
Le miro cómo habla con los dos hombres, una vez
terminan veo que se ponen manos a la obra, encienden una
pequeña plancha que tienen instalada en la mesa y de una
nevera de camping llena de hielo sacan gambones y los
ponen a tostar en la parrilla. Mauro vuelve a mi lado.
–¿Te gustan las gambas?
–Sí, mucho. La verdad es que tengo un hambre tremenda,
aún no he comido.
–No me lo puedo creer, ¡Alba! Son las siete menos cuarto
de la tarde, ¿y aún no has probado bocado?
Me mira con los ojos muy abiertos y subiendo esas cejas
que me vuelven loca. Con esa expresión puedo ver
claramente el color increíble de sus ojos. Son verdes y con
el color de su polo resaltan mucho más creando una
combinación perfecta.
–Pues la verdad es que no he tenido hambre hasta ahora.
–¡Daniel! Pon el doble y, por favor, peladas, tenemos una
emergencia.
Mauro se dirige a uno de los hombres que le responde
con la mano y el pulgar hacia arriba.
–No lo vuelvas a hacer. Hay que comer.
–Yo como, de eso no te preocupes.
–En mi trabajo veo muchas chicas delgadas que apenas
prueban bocado, y tú estás muy delgada.
–Hago mucho ejercicio.
Vemos cómo los dos hombres se afanan en su tarea y son
buenos, mientras uno se ocupa de la parrilla, el otro va
pelando diestramente las gambas y las coloca en dos
cucuruchos de cartón.
–Tienen muy buena pinta.
Me llega un olorcillo a barbacoa y la boca se me hace
agua.
–Son las mejores, ya verás.
–¡Aquí tienes, Mauro!
La voz de uno de los dueños del embarcadero nos
interrumpe, gracias a Dios, estoy muerta de hambre. Le
tiende dos cucuruchos llenos de gambones hasta arriba y
dos latas de cerveza, Mauro los toma dejando las cervezas
en el asiento de la barca. De su bolsillo saca un puñado de
monedas, las medio cuenta y se las da todas.
–Tomaros una cerveza a mi salud, ¡hasta luego, Pablo!
Saluda con la mano al hombre que está sentado
plácidamente junto a la mesa.
–Hasta luego, Daniel.
Y le estrecha la mano. Me acerco y me siento junto a las
cervezas, Mauro me tiende los cucuruchos para arrancar la
lancha y seguir río arriba.
La detiene en un recodo que hace el río, donde los
árboles inclinados nos cobijan a la sombra. Parece un
excelente lugar. Viene a mi lado y le tiendo el cucurucho.
–Perdona, no te he preguntado si te gustaba la cerveza.
–Me gusta. No es mi bebida favorita, pero me gusta.
Me abre la lata y me la pasa, a continuación, abre la
suya.
–Mmm. Está muy fresquita, pruébala.
Este hombre solo sabe mandar y me encanta. Le pego
varios tragos seguidos. Sí, está muy fresquita. Cuando
termino de beber su mirada está diciendo, me has mentido,
te encanta la cerveza.
–Estás muy guapo cuando me miras así.
No puedo reprimirme, tiene una mirada tan especial.
–Aquí en Santo Domingo guapo significa enfadado.
Se come un puñado de gambas y se queda mirándome
otra vez de esa manera tan cautivadora.
–Entonces, ¿cómo se dice si alguien es guapo?
–Eres muy linda –me suelta de sopetón y me deja sin
aliento.
¿Lo habrá dicho refiriéndose a mi persona?
Sonrío antes de contestarle.
–Entonces, ¿tendría que decirte estás muy lindo cuando
me miras así?
–Eso es.
Se le ve encantado con la conversación. Me tomo unas
cuantas gambas pensando en ello.
–Creo que no lo vas a escuchar nunca de mis labios. ¡Esto
está realmente bueno! De veras –reflexiono un momento
mientras mastico–. Y estoy gratamente sorprendida con la
excursión.
Mauro sonríe de lado.
–Sí, yo vengo mucho, es un lugar que me encanta.
–¿Cómo se llama este río?
–Es el río Chavón y las casas que has visto arriba en los
acantilados pertenecen a la urbanización Casa de Campo.
Es una urbanización de lujo. Tiene un puerto privado y
campo de golf.
Ya me he terminado todo mi cucurucho y todavía tengo
algo de hambre, miro discretamente el suyo, él aún coge
gambas.
–Me parece increíble, debe de ser alucinante.
Los ojos se me van a su cucurucho.
–¿Quieres más?
Levanta las cejas y empiezo a notar calor en las mejillas,
¡oh, no! Me acerca el cucurucho. ¿Me lo va a dar así sin
nada a cambio? ¡Qué raro! Cojo un par de gambas y me las
meto en la boca.
–¿Me das una?
¡Lo sabía! Todavía no he empezado a masticar. Estoy
petrificada, no puedo moverme, así que él acorta distancias
y acerca su boca medio abierta sin dejar de mirarme a los
ojos. Junta sus labios a los míos y ese pequeño roce lo
siento como un acto reflejo en mis partes íntimas y noto
cómo voy humedeciéndome con el beso. Su lengua busca
una gamba y le ayudo para pasarla a la suya, solo en ese
momento retira sus labios. Su cara es de auténtico deleite y
la mastica con ansia.
–Mucho… más… rica.
Separa las palabras de la frase para darle más énfasis. A
continuación, bebe de su cerveza. Y sonrío como una boba.
¡Me encanta este hombre!
–Bien, una vez tenemos el estómago lleno, continuamos
con la excursión. Agárrate de nuevo.
Arranca el motor y salimos de nuestro recodo de paz para
seguir remontando el río y me da un poco de pena, en ese
lugar tan apartado Mauro era solo mío. Toda su atención se
centraba en mí, pero qué le vamos a hacer...
Al poco, el río se bifurca y tomamos el curso del río que
queda a la derecha. Y enseguida me percato de lo increíble
y único que es esta parte. Es mágico. El afluente es mucho
más estrecho y multitud de sauces llorones crecen en sus
márgenes dejando caer las hileras de sus ramas llenas de
hojas sobre el agua. Es como una cortina vegetal. Todo es
muy frondoso, casi no se ve por dónde vamos. Mientras nos
adentramos, Mauro reduce la velocidad y las ramas de los
sauces llorones me rozan obligándome a ir apartándolas con
las manos y de repente el serpenteante riachuelo se abre a
un lago en el cual un impresionante salto vierte sus aguas
en cascada. ¡Es increíble! Es como un cuento de hadas. Deja
la barca anclada en una pequeña zona de arena y bajamos
a tierra. No hay nadie. Es un sitio muy especial, alrededor
de la cascada todo es densa vegetación con distintos tonos
de verde, es como un spa natural a nuestra entera
disposición.
–¿Te gusta?
–Me encanta. No tengo palabras, ¿cómo puede existir
algo así? Es muy bonito. ¡A esto sí que le diría qué lindo!
Repaso con la vista todo lo que me rodea y no puedo
dejar de pensar que no quiero que el tiempo pase. Quiero
quedarme aquí junto a él y convertirnos en Tarzán y Jane.
Cuando me fijo en Mauro está sin polo y bajándose los
pantalones. ¡Madre mía! ¡Dios mío! Está en slip delante de
mí. La boca se me abre y no puedo cerrarla y la mirada se
me va a su paquete. ¡Por favor, Alba, mira otra cosa! Pero
en cuanto lo hago mis ojos vuelven como un resorte otra
vez al mismo punto. Y es que está muy bien dotado, cómo
no, un hombre así solo se ve en la tele y, sin embargo,
ahora estoy aquí con él, los dos solos. Sabe que le estoy
mirando, se para y se queda quieto, tranquilamente para
que pueda deleitarme. ¡Dios, qué vergüenza!
–Lo has vuelto a hacer... –me dice con una sonrisa de
medio lado que le da un aire juguetón.
–¿El qué?
¡Dios! ¿Se refiere a mirarle el paquete? ¡Trágame, tierra!
–Estás colorada y eso me gusta, me gusta mucho...
Mauro se acerca a mí, me abraza suavemente y me besa
con pasión, deleitándose con cada movimiento de su
lengua. Yo le sigo y siento que es el mejor beso de mi vida.
Que nada ni nadie podrá superar este momento y lo disfruto
a tope agarrándome a él, tocando la piel de su espalda,
respirando el aroma que emana empapándome con los
cinco sentidos.
Cuando nuestras bocas se separan, él mete las manos en
mi pelo desde la sien retirándolo hacia atrás, dejando mi
cara al descubierto. Con sumo cuidado besa mis ojos, mi
nariz y mi boca de nuevo. Son besos suaves y ricos que me
provocan calambres en la entrepierna.
–Eres increíble –me dice al oído y esa frase me suena a
música.
Yo le gusto, y no sé por qué, ni me importa.
–¿Nos bañamos?
Ante mi duda, Mauro me mira suplicante.
–El agua está muy buena, ni fría ni caliente.
Como mujer precavida que soy, me he traído un bikini en
el bolso, pero no pienso cambiarme delante de él.
–Piénsatelo, mientras voy a subir a la cascada.
–¿Te vas a tirar? –le grito ya que ha salido corriendo hacia
un caminito serpenteante.
–¡No te muevas!
Oigo su voz a lo lejos.
¡Dios mío! ¡Está como una cabra loca! No se irá a tirar de
verdad. Corriendo rebusco en mi bolso y saco un bikini
azulón, me quito la camisa y el vestido tan rápido que lo tiro
todo al suelo, la ropa interior la dejo en el bolso y el bikini
queda colocado en cuestión de segundos. Me quedo parada
esperando, agudizo el oído, solo escucho el canto de pájaros
y el sonido del agua al precipitarse en el lago. Mi vista
recorre el lado derecho de la cascada esperando ver
aparecer a Mauro en cualquier momento, pero no veo nada.
El corazón comienza a latirme fuertemente en el pecho.
¿Dónde estás, Mauro? No me lo puedo creer, estar con este
hombre es como una montaña rusa. Meto los pies en el
agua y al momento aparece la figura de Mauro. Está muy
alto, subido a una roca junto a la cascada. No esperaba que
fuera a subir tan alto. Los latidos de mi corazón me taladran
la garganta y las sienes.
–¡Por favor, Mauro, no saltes! –le grito a pleno pulmón.
Doy varios pasos titubeantes para adentrarme en el lago
y veo cómo Mauro pone los brazos unidos hacia arriba
estirándolos, tiene los pies juntos. ¡Va a saltar! Me saluda,
estoy con la boca abierta, no, por favor, no saltes, digo en
voz baja y con un salto hacia adelante Mauro se deja caer.
¡¡Aaaaaaah, no!! Me da el tiempo justo de ver cómo el
cuerpo de Mauro se estira y tensa para entrar en el lago
como un clavo.
Sin pensarlo dos veces me tiro al agua nadando como
una posesa hacia el círculo de burbujas que ha dejado al
caer en el agua. No veo nada. El corazón se me va a salir
por la boca. Me falta el aire.
–¡Mauro! –grito desesperada.
Pasan cinco, diez segundos eternos. Me sumerjo bajo el
agua y no logro verlo. Doy vueltas nadando sobre mi eje
intentando ver algo en el fondo. Solo consigo ver formas de
rocas recubiertas de musgo, todo tiene distintas tonalidades
verdes. Veinte segundos...
–¡Mauro! –grito de nuevo a pleno pulmón.
Esta vez miro hacia la orilla por si ha ido nadando hasta
allí. No hay nadie. Cuarenta segundos... estoy a punto de
gritar sin descontrol cuando unas manos me abrazan la
cintura por detrás.
–¡Mauro! ¿Por qué has tardado tanto?
Él aprieta su cuerpo contra mi espalda abrazándome y
me besa el cuello con pasión. Mi cuerpo se relaja de golpe
pasando de la máxima tensión al desahogo y las lágrimas
corren por mi cara sin control y empiezo a temblar.
–¿Estás bien?
Mauro me gira para mirarme a la cara. Menos mal que el
agua disimula mis lágrimas.
–Estás temblando, vamos a la orilla.
Cuando llegamos a la orilla nos tumbamos en una gran
roca plana donde pega el sol de última hora de la tarde. La
gran piedra está caliente y junto con el sol que baña mi
cuerpo, me voy templando y al cabo de unos minutos logro
calmarme.
–Lo siento mucho, pensé que te había pasado algo –le
digo por fin.
Mauro se gira y me coge una mano entrelazando sus
dedos con los míos.
–No lo dirás en serio. Llevo tirándome de esa roca desde
que tenía diez años.
–Sí, lo digo muy en serio.
Estoy un poco enfadada. Mauro se levanta tirando de mí
ya que no ha soltado mi mano.
–¡Vamos!
–¿A dónde?
No doy crédito. ¿Qué le pasa?
–Arriba.
Mauro tira de mí agarrándome fuertemente la mano.
Subimos a grandes zancadas descalzos y me voy pinchando
con las piedrecitas del camino.
–Ni lo sueñes, Mauro, no me voy a tirar.
–Sí te vas a tirar.
–No.
–Sí.
¡Dios mío! Este hombre es inconvencible. En unos
segundos llegamos a la roca desde donde se ha tirado
antes. Nos paramos en el borde y miro hacia abajo. No
parece tan alto como desde abajo en el lago, aun así, no
quiero tirarme.
–Vamos, nos tiraremos juntos.
Me abraza fuerte y puedo sentir cada músculo, cada
pedazo de su piel junto a la mía y así, de repente, cambio
de opinión y quiero tirarme junto a él al vacío.
–Está bien. Cuando quieras, estoy preparada.
Mauro me mira con los ojos brillantes llenos de alegría, sé
que le he impresionado y me planta un jugoso beso en la
boca.
–Siempre me sorprendes.
Hace una pausa y comienza a explicarme el salto.
–Deja los brazos pegados al cuerpo. Las piernas juntas.
Una vez entremos en el agua nada hacia arriba. Yo tiraré de
ti. No te preocupes. No hagas ningún movimiento raro
mientras estás en el aire.
Está abrazándome por detrás y me habla junto a mi oreja
bajito con tono tranquilo. Su voz resuena en mi cabeza
como música celestial.
–¿A la de tres? –me pregunta.
Afirmo concentrada en lo que voy a hacer a continuación.
–Una, dos y... ¡tres!
Me empuja al vacío y noto cómo tensa sus músculos a mi
alrededor abrazándome con fuerza. Yo también me tenso y
justo antes del impacto con el agua cojo aire. Se hace el
silencio total y nos sumergimos rápidamente hacia el fondo,
al momento noto cómo Mauro me agarra del brazo y tira
hacia arriba de mí. Comienzo a dar brazadas y en un
momento estamos en la superficie. Ha sido increíble, me ha
encantado y pienso repetir. Ha sido como volar junto a
Mauro.
–¿Estás sonriendo?
Mi boca se estira de oreja a oreja, sí, estoy sonriendo.
–Quiero otra.
–Madre mía, qué peligro tienes, Alba.
Mauro suelta esa risa sincera y espontánea que me
encanta. Me hace una seña para que salgamos del agua y
nado junto a él.
–Deberíamos irnos, está atardeciendo.
–Prométeme que volveremos a tirarnos.
Ríe, pero al ver que le hablo en serio para de golpe.
–Te lo prometo, volveremos a saltar juntos.
Después se dirige a la barca y levantando una tapa de un
arcón saca una toalla.
–Las damas primero.
Me seco al momento y le devuelvo la toalla. La coge y la
estira con los brazos en alto.
–Puedes cambiarte, no miraré, Alba.
No espero ni un segundo, no vaya a ser que se le cansen
los brazos, aunque lo dudo. Saco la ropa interior de mi bolso
y desato la parte de arriba del bikini, me coloco el sujetador.
–¿Ya?
–¡No! –digo rápidamente.
Oigo cómo se ríe. Qué bien se lo pasa... continúo con la
parte de abajo y aquí sí que soy rápida, tardo cero coma, ya
solo queda el vestido.
–Tienes unos pies muy delicados.
Vaya, está mirando hacia el suelo, lo justo que le deja ver
la toalla. Me calzo y anudo las sandalias.
–Tu turno.
Cojo la toalla y la coloco tal cual la tenía él antes. Miro
hacia abajo y sus pies y parte de sus pantorrillas asoman
por la parte de debajo de la toalla. Veo cómo sus
calzoncillos caen hasta sus pies y cómo sale de ellos. Dios
mío, está desnudo detrás de esta toalla, aquí mismo junto a
mí. Trago saliva y me contengo para no tirar la toalla y
lanzarme sobre él. Comienzo a respirar con dificultad.
–¿Te pasa algo?
Mauro ahueca el borde superior de la toalla con una
mano y se asoma con semblante divertido.
–Si te pesa la toalla puedes bajarla no tengo ningún
inconveniente.
¡Arrrg! ¿Qué hago? ¿Por qué me pone en estos aprietos?
Como no hago ningún movimiento se agacha, recoge su
ropa interior y se gira para ir hacia la barca tranquilamente
y coger su bermuda. Poco a poco voy dejando caer la toalla
y lo que descubro casi hace que me desmaye. Mauro está
de espaldas completamente desnudo, tiene un torso que
me recuerda las estatuas romanas. Su espalda de una
anchura perfecta se curva allí donde comienza su culo. Es el
tobogán perfecto por el que gustaría deslizar mi lengua
hasta ese culito redondo y único que da paso a unas piernas
largas y proporcionadas. Mauro mete las piernas por los
pantalones sin ropa interior y se abrocha, guarda en un
bolsillo sus calzoncillos como quien guarda un papel. ¡Guau!
Espero soñar con esta imagen durante toda la vida. Se me
cae la toalla al suelo, no tengo fuerzas para seguir
sujetándola. Él se calza las zapatillas blancas de tenis y se
acerca a mi lado para recoger la toalla, me da la mano y me
acompaña a la barca ayudándome a subir y todo esto lo
hace con una sonrisa perpetua en su cara, sabe que estoy
impactada, sabe muy bien cómo conseguirlo y no duda en
hacerlo. Es un conquistador nato al que no puedo resistirme
y… ¿Quién podría? ¡Dios, dame fuerzas!
Me deja sentada en el banco central de la barca y él se
acopla junto al motor. Tiene el torso moreno y desnudo y
mientras arranca el motor tirando de la cuerda, veo cómo
los músculos del brazo y de sus abdominales se marcan y
tensan debido al esfuerzo y me entran unas ganas de
mordérselos, pero me contengo y me agarro tan fuerte a la
barca que me hago daño en las uñas.
Recorremos de nuevo el afluente de camino al río y una
vez allí, Mauro saca al motor un fuerte rugido para coger
más velocidad. Al pasar junto a la plataforma donde hemos
comprado la comida, saluda y los hombres le devuelven el
saludo. ¡Todo parece tan fácil aquí! La vida discurre sin
imprevistos, tranquila.
Llegamos al mar y cada vez vamos más rápido. Ya puedo
ver el pueblo desde el que hemos salido. En un momento
entramos en el pequeño puerto y la barca queda amarrada
gracias a la destreza de Mauro. Con su ayuda consigo saltar
a tierra sin tropiezos.
Mientras él charla con el hombre que nos ha alquilado la
barca yo envío un mensaje a mi hermana diciéndole que
estoy con Mauro y que vamos a cenar juntos, o eso espero.
Al momento mi hermana me responde que tenga cuidado y
que no vuelva tarde.
Mauro vuelve a la barca y coge su polo, mete ambos
brazos por las mangas para luego pasar la cabeza y en un
solo movimiento queda colocado en su sitio.
–Nos vamos, Alba.
¿Me tendrá preparada alguna otra sorpresa?
Nos dirigimos hacia el quad y esta vez yo sola me subo el
vestido y me siento esperándole. Ahora es Mauro el que
intenta no mirar donde no debe y para evitarlo se sube
rápidamente al quad. Me encanta verlo así, nervioso.
Rápidamente, arranca la moto de cuatro ruedas y pega un
acelerón, lo que provoca que me agarre fuertemente a él.
¡Si lo que quiere es que lo agarre solo tiene que decirlo!
Salimos del pueblo de Bayahibe y cogemos una carretera
principal. Según pone en algún cartel que me da tiempo a
leer, nos dirigimos hacia la ciudad de La Romana, vamos
rodeando la gran urbanización Casa de Campo y pasamos
junto al aeropuerto Internacional La Romana.
Cuando entramos al pueblo me quedo boquiabierta, es
enorme, está ya el sol muy bajo y las calles se ven llenas de
vida. Lo que más me sorprende es la maraña de cables que
van de poste en poste cruzando las calles de lado a lado
constantemente. Los comercios comienzan a encender sus
luces y aquí y allá se escucha música dominicana y ritmo
salsero. Giramos en varias calles y ya estoy completamente
desorientada. Entramos en una avenida un poco más ancha
y en un hueco aparca. Baja y rápidamente me ayuda. Me
pongo el vestido en su lugar y decido no ponerme la camisa
que guardo en el bolso.
Mauro me coge la mano y hace que gire en redondo
dando una vuelta completa.
–Me gusta este vestido.
No puedo más que sonreír.
–Prométeme que volverás a ponértelo para mí.
Y me guiña un ojo.
–Lo haré.
Ojalá, eso significa que habrá más citas.
Cruzamos la calle de la mano y entramos en un modesto
local con pinturas abstractas en la fachada de colores
fuertes. Dentro hay mucha gente, pero no es agobiante,
está oscuro y solo algunas luces del techo de colores dejan
vislumbrar el ambiente. Llegamos a la barra y Mauro habla
al oído al camarero.
–Te he pedido un “mama juana”.
–¿Y qué lleva eso?
–Te va a gustar.
Hablamos al oído un poco alto para podernos escuchar ya
que la música está muy alta. Al rato, el camarero trae dos
copas de cóctel llenas de un líquido color ámbar. Cogemos
las copas.
–Por el paraíso.
Brinda Mauro.
–Por los saltos en cascadas.
Propongo. Pero antes de chocar las copas, Mauro hace
ademán de un tercer brindis.
–Por el vestido blanco.
Ahora nuestras copas chocan y tomo un sorbo del licor.
¡Mmm! Tiene un sabor dulzón muy rico, aunque puedo notar
debajo de esa dulzura la mezcla de alcohol.
–Es un licor macerado con raíces, corteza de árbol,
marisco, vino tinto, ron y miel –me aclara Mauro.
Bueno, parece un poco fuerte así dicho. Deberé tener
cuidado de no beber mucho porque está muy bueno y
dulcecito.
–Querías hablarme de algo, ¿verdad?
Ya casi ni me acordaba, la verdad es que lo he pasado tan
bien esta tarde que no quiero estropearlo con mi charla,
pero es una ocasión única de expresarme.
–Sí, quería comentarte algo para mí importante.
–Entonces, mejor será que salgamos, aquí hay mucho
ruido.
Me vuelve a coger de la mano y le sigo sorteando gente
hasta una puerta trasera de color verde. La atravesamos y
salimos sorprendentemente a una gran terraza iluminada
con lucecitas que ya están encendidas con mesas y
sombrillas de paja. Hay algunas ocupadas y Mauro se dirige
a la más alejada. La música aquí es más suave. Se sienta
junto a mí.
–Bien, pues tú dirás.
Estoy más nerviosa de lo que pensaba y no sé cómo
empezar a hablar. Mauro está inclinado con los codos sobre
la mesa y las manos dándole vueltas a su copa.
–Verás, es sobre lo que ha pasado esta mañana.
Me mira serio y deja de mover la copa.
–Cuando te has ido de la playa, te has ido porque tenías
prisa, sin embargo, te has parado un rato con unas chicas
que tomaban el sol y creo que has estado coqueteando con
ellas.
Ya lo he soltado, por fin. Mauro se queda callado un rato
pensando, creo que está intentando contestarme de la
manera mejor posible, pero su cara me dice que está
enfadado, o más bien, incómodo.
–Mira, Alba, trabajo en un gran hotel y me relaciono con
un montón de gente de muchos países. Tengo muchas
amistades que he ido haciendo a lo largo de los años. Gente
que no solo viene una vez, sino que repite. Soy un excelente
relaciones públicas y voy a seguir haciendo mi trabajo lo
mejor que sé.
–No sé si soy la persona más indicada para decirte esto,
pero cuando te he visto me he sentido... no sé cómo decirlo
para que no se malinterprete, me he sentido defraudada.
Los ojos de Mauro se abren discretamente ante esa
palabra y me gustaría desaparecer en este mismo instante.
–No sé por qué diablos te has sentido así. Estoy
trabajando, Alba. Reconozco que la mayoría de esas
amistades son mujeres y te voy a ser franco, sé que soy un
hombre que llama la atención y no lo digo para pavonearme
ni mucho menos, pero eso ayuda y mucho en el mundo
hotelero, la imagen lo es todo, la de las personas y la del
hotel.
Mientras habla no me mira, mira a su copa.
–Solo te pido que no te dejes llevar por eso, Alba.
Ahora sí me mira y sus ojos me dicen que en parte lo dice
con el corazón, pero hay algo que no me encaja, aunque no
me importa, o eso creo.
–Olvídalo, solo quiero pasármelo bien. Ha sido una
sensación. Una muy mala sensación.
Tomo mi copa y bebo para tragarme las ganas de decir lo
que realmente siento. Mauro bebe también y me coge la
mano.
–¿Bailamos?
Me bebo el poco licor que me queda y voy tras él como
siempre. Entramos en el local y empieza a mover las
caderas junto a mí, muy cerca, demasiado cerca, tanto que
noto su miembro en mi pubis. Me agarra por las nalgas y me
presiona junto a él. ¡Dios, qué callado se lo tenía! Baila muy
bien, muy sensual. Sus manos suben por mi espalda hasta
el cuello y me besa sin dejar de moverse junto a mí.
Empiezo a tener mucho calor y es que el local está lleno de
gente, todos bailando a nuestro alrededor. Me suelta de
repente cogiendo mi mano y me hace girar. ¡Madre mía!
Qué mareo. Está desatado. Intento seguir su ritmo
moviéndome sensualmente y sus ojos se clavan en mis
caderas y puedo ver que el deseo se apodera de él.
En ese momento un chico mulato me coge por la cintura
y entrelaza sus piernas con las mías. ¡No! Mauro de un solo
movimiento consigue separarme de él, la música está muy
alta y solo puedo ver que Mauro le señala con el dedo a
modo de advertencia a lo que el otro chico levanta las dos
manos con las palmas abiertas disculpándose. En un
suspiro, Mauro me coge por la cintura y me lleva hacia un
rincón. Allí me aprisiona apretándome junto a él contra la
pared más fuerte que antes. Me tiene aprisionada y
empieza a besarme fuertemente. Me hace daño, pero no
puedo decir nada. Sus manos se posan en mis pechos y los
atrapa. Noto cómo el corazón me va a mil por hora
descontrolado y no puedo hacer nada por calmarlo. Su
cadera me empuja y su erección se clava fuertemente en mi
piel. Sus besos no me dejan coger aire. Es todo muy confuso
y ardiente a la vez. Empiezo a sudar, tengo tanto calor que
la entrepierna me arde. Me besa el cuello, la garganta y la
cara ávidamente. Coge mis piernas y las sube de tal modo
que las entrelazo alrededor de sus caderas. Sus manos
buscan mis muslos, suben por ellos y las mete por debajo
de mi vestido hasta agarrar mis nalgas apretándolas contra
él. ¡Madre mía! Todo mi deseo se concentra en mi sexo y
acaba recorriéndome el cuerpo entero haciendo que jadee
sin contención. Mauro comienza a moverse y me excita de
tal manera que pierdo el control sin poder remediarlo y ni
siquiera soy consciente de las personas que tenemos
alrededor. Su miembro me aprieta el clítoris con
movimientos continuos. Mis manos buscan su piel y la
encuentran debajo de su polo, recorro su pecho con las
palmas abiertas y me recreo en sus increíbles abdominales,
pero antes de darme cuenta, Mauro se separa y me deja en
el suelo despacio. Tiene la cara desencajada y los ojos
tristes o tal vez me lo parece en aquel espacio oscuro lleno
de gente. Coloca el vestido con sumo cuidado en su sitio y
apoyando una mano en la pared como si necesitara
agarrarse a algo, se acerca a mi oído.
–Lo siento.
Susurra solo estas dos palabras y pese al alto volumen de
la música no me cuesta nada escucharlas. Esas dos
palabras que me cruzan la mente como un eco.
–Será mejor que nos vayamos.
Volvemos a sortear a la gente y salimos a la calle
caminando rápidamente hasta el quad. Me ayuda a subir sin
cruzar ni una sola palabra. Arranca y realizamos el camino
de vuelta hasta el Hotel San Mauro. Todo está oscuro y
aunque no entiendo nada, me agarro a él como si fuera una
tabla en medio del océano. No entiendo qué ha podido
pasarle.
Dejamos el quad aparcado y me acompaña hasta mi
habitación. El silencio se cuela entre nosotros
separándonos. Saco el móvil y veo la hora. Son las doce y
media de la noche.
–Siento mucho lo que ha pasado, Alba, no era mi
intención ser tan maleducado.
¿Por qué se disculpa? ¿Por qué se echa atrás? ¡Maldita
sea! ¿No se da cuenta que yo lo deseo tanto como él? Me
quedo callada esperando, pero no dice nada más. Cuando
hago ademán de darme la vuelta para irme me sujeta y me
da un casto beso en la frente.
–Hasta mañana –me despide.
–Sí, hasta mañana –le respondo secamente e introduzco
la llave en la puerta dejándole afuera, solo.
Nada más entrar tiro el bolso al suelo y pego un grito de
rabia. Estoy muy cabreada. Pero mucho, mucho. Me dejo
caer en la cama e intento dejar mi mente en blanco. ¿Te
pasa algo conmigo, Mauro?

Mauro sale del edificio 6 a grandes zancadas, está


confuso, no quiere que Alba sea otra más. Debe moderar
sus impulsos, pero es algo que nunca ha tenido que hacer.
Algo que se le antoja difícil de controlar. Está cabreado
consigo mismo, no sabe para dónde ir. Se para en una
pérgola y se sienta en un sofá de enea con almohadones
blancos. Se pasa las manos por el pelo y coge aire. Necesita
sosegarse y pensar.

No hago otra cosa que girar en la cama. Estoy incómoda


y decido dar una vuelta para calmarme. Salgo a los jardines,
miro las estrellas y me siento en una hamaca. Me fijo en una
mujer mulata alta, con un vestido de gasa de color coral
corto y altos tacones que pasa por mi lado, no sé por qué,
pero sigo mirándola cómo se aleja, es una belleza exótica,
pienso. A cincuenta metros se para delante de una figura
masculina que está sentada en un sofá, ella le tiende la
mano y la figura se levanta. ¡Es Mauro! Ella le besa en la
boca y él se deja. Me levanto y voy hacia ellos, pero los dos
se alejan juntos de la mano. ¿A dónde van? Noto que no
estoy nerviosa y sé por qué, sé que esto es lo que hay. Me
pongo detrás de un macetón y puedo ver cómo los dos se
meten en las instalaciones de los jacuzzis interiores. Sigo
caminando hacia la puerta por la que han desaparecido y
desde el cristal puedo ver cómo entran en los baños y
cierran la puerta.
No hace falta que entre, o sí. No debería hacerme más
daño, pero empujo el picaporte de la puerta, entro sin hacer
ruido y con paso firme voy acercándome, pero me quedo
parada de golpe al escuchar el jadeo de la mujer que
empieza suave y va subiendo. No me puedo ni mover, estoy
petrificada como una estatua, al jadeo se le une la
respiración profunda de Mauro y después de lo que me
parece una eternidad ambos estallan en un grito al unísono
largo y desgarrador.
Doy la vuelta y salgo corriendo, dando un portazo y sin
mirar atrás, corro con toda la rapidez que me permiten mis
piernas y llego sin aliento hasta mi habitación. En mi mente
se agolpan multitud de preguntas todas deseosas de salir.
La primera y la que más me duele, ¿por qué ella sí y yo no?
¿Ese es su trabajo? ¿Es una atracción más del hotel? ¿Cómo
puede vivir así? ¿Cómo puede ser tan insensible? ¿Le gusta?
¡Sí, le gusta! Si no, no lo repetiría. A mi mente vuelven las
palabras de María cuando le vio con una rubia. ¡Tenía razón!
No lo había visto mal. Llevo aquí tres días y con cuántas
mujeres le he visto ya, la rubia alta, apuesto que las dos
chicas de la playa, sí, las dos, ¿por qué iba a descartar a
una? y la mulata... suman cuatro y luego yo. ¿Qué somos
para él? No significamos nada, solo un número en una lista.
¿Tiene una lista de sus amistades como él las llama? Es un
hombre muy guapo, puede hacerlo, pero ¿dónde queda la
dignidad?
No sé por qué, pero en cierto modo me siento liberada,
ahora sé que lo que era una sospecha es una realidad y sé a
lo que me atengo. Lo sé desde el principio, aunque no he
querido verlo. Esto se ha acabado, yo sí tengo dignidad,
pero antes me va a escuchar. Va a escucharme, aunque sea
lo último que haga en esta isla porque él, de una extraña
manera y en contra de todos mis valores, me importa.

Mauro no sabe qué hacer. Necesita hablar con Maite.


Necesita consejo de cómo tratar esta nueva situación con
Alba. Es algo que nunca ha hecho. Nunca se ha preocupado
por los sentimientos de ninguna mujer al igual que ellas
tampoco se han preocupado de los suyos. Es un juego, un
simple intercambio. Recuerda el momento junto a Alba en el
local y cómo ha reaccionado al ver que otro hombre tocaba
a Alba en la pista de baile, el arrebato que ha inundado su
cuerpo y su mente y cómo automáticamente su deseo hacia
ella ha explotado y se excita solo con pensarlo. El sonido de
unos tacones le sacan de sus pensamientos, está hecho
polvo.
–Buenas noches, Mauro.
Mauro alza la vista y una preciosa mulata le mira con ojos
de deseo. Su voz es aterciopelada con marcado acento
francés. Sí, la recuerda perfectamente.
Ella le tiende la mano y Mauro se levanta.
–Buenas noches, Brigitte.
Ella se acerca a él sonriente y le besa los labios. Mauro la
recibe con los ojos cerrados y la cara de Alba aparece en su
memoria. Juntos se dirigen hacia el edificio de los jacuzzis.
Ella va riéndose y hablando con él, pero Mauro no le presta
atención. Entran en un baño y cierra la puerta. El espacio es
muy pequeño y la gira apoyándola junto a la puerta, ella
empieza a besarle, pero él se retira, se inclina y mete sus
manos bajo su falda atrapando la goma del tanga y tirando
hacia abajo con brusquedad. Está medio poseído y solo
puede pensar en ella, en Alba. Coge a la mujer de la misma
manera que ha cogido a Alba en el local, ella enrosca sus
piernas alrededor de él. Rápidamente se desabrocha la
bragueta liberando su creciente erección y del bolsillo
trasero de su bermuda saca un preservativo. Se lo coloca
con precisión, no puede esperar más y de un movimiento la
penetra. La embiste con todas sus fuerzas, una y otra vez,
la mujer gime cada vez más alto. Mauro tiene los ojos
cerrados y en su mente trata de imaginar la cara de Alba,
pero se desvanece cada vez que lo intenta. La frustración le
revuelve, no puede más y se deja ir liberando toda su furia
contenida junto a su peculiar pareja. Brigitte grita jadeando
con fuerza y Mauro exhala un gruñido contenido. Entonces
escuchan un portazo. Mauro se suelta con rabia, retira las
piernas de ella, sale de su interior y abre la puerta de par en
par. No ve a nadie. Se quita el preservativo y lo anuda
guardándoselo en el bolsillo, se abrocha el pantalón y sale
corriendo fuera. Tiene una intuición. Solo puede haber sido
ella, gira a toda velocidad hacia el edificio 6 y percibe a lo
lejos cómo la puerta de la habitación número 613 se cierra
de golpe.

Mi hermana sale del baño con el cepillo de dientes en la


mano a toda velocidad al escuchar el ruido de la puerta al
cerrarse con fuerza.
–Alba, ¿qué pasa? ¿Por qué cierras así? Ni que te
persiguiera el mismísimo demonio.
Mi hermana habla con la boca llena de espuma de la
pasta de dientes.
–Pues casi.
Entro al baño seguida de mi hermana y espero a que se
enjuague la boca.
–¿Sabes? Tenías razón.
–Que tenía razón, ¿en qué?
María saca un cepillo y comienza a cepillarse la larga
melena negra no sin dejar de mirarme el rostro.
–Mauro estaba con esa mujer rubia.
Los ojos de mi hermana se abren de par en par.
–Lo sabía, mis ojos no me habían engañado...
–Pero eso no es lo peor. Lo peor es que le he visto con
más mujeres...
La voz se me quiebra y no quiero, ¡joder! María suelta el
cepillo y me abraza con ternura.
–Tranquila –me susurra.
Intento recomponerme. No quiero llorar, no por algo que
he decidido en contra de todo.
–He pasado casi todo el día con él. Sobre todo, la tarde y
ha sido maravilloso.
Mi hermana me mira con cara interrogante, no entiende
nada.
–Hemos remontado el río Chavón, hemos comido en una
barca gambas a la parrilla, estaban deliciosas y no te lo vas
a creer… me he tirado desde una cascada a un lago.
–¡Alba! Estás irreconocible.
–Me he tirado con Mauro abrazándome, si no, no creo que
lo hubiera podido hacer y me ha encantado. Hemos estado
en un local en La Romana y he probado un “mama juana”.
¡Tienes que probarlo! Está riquísimo. Nos hemos besado
apasionadamente y cuando todo parecía que nos llevaba
hacia algo más íntimo...
–¡Dios mío, ha sido un día redondo!
–Sí, pero él se ha retirado a tiempo y no sé por qué lo ha
hecho. Me ha traído hasta el hotel sin hablar en todo el
trayecto y se ha despedido de mí, así, sin más. Y ahora
viene lo peor... he salido porque no podía estar quieta en la
habitación y he podido ver cómo él se iba con una mujer.
–¿Una mujer? ¿Era rubia?
María ha empezado a llenar el jacuzzi y me peina el pelo.
–No, era una belleza exótica –digo recordando
exactamente lo que pensé nada más verla–. Una mulata
impresionante. Les he seguido y se han metido en los baños
del edificio de los jacuzzis. Y los he escuchado...
–¿Por qué has hecho eso, Alba?
María me ha hecho una coleta alta y me mira sin
entenderme, con el ceño fruncido.
–No lo sé, quizás necesitaba constatarlo por mí misma.
¿Por qué se acuesta con todas? ¿Por qué lo evita conmigo?
–Entra en el baño y relájate. Eso nunca se sabe, Alba. Los
hombres son un dilema. Quizá te vea distinta.
Me desnudo y entro en el jacuzzi, esto me va a sentar
muy bien, lo necesitaba.
–¿En qué sentido?
No la sigo.
–Me refiero que quizá te vea distinta a las demás. Las
otras son todas iguales, por eso, las trata igual. Quizás tú
seas para él diferente y no quiera tratarte así.
–O quizás no quiera nada conmigo.
–Quizás tenga miedo a cambiar. A salir de su mundo y tú
significas eso, significas el riesgo.
María me mira con sinceridad en sus ojos.
–¿Por qué ahora estás a favor de esta relación?
Ella pone cara pensativa y se sienta en el borde de la
bañera. Aprieta sin prisa el botón del jacuzzi y las burbujas
empiezan a acariciar mi cuerpo.
–No estoy a favor ni en contra. Lo único que quiero es que
no te hagan daño, por eso me opuse en un primer
momento. Pero también quiero que seas feliz y ahora según
han avanzado los acontecimientos, creo en lo que te he
dicho. Creo que Mauro, al contrario que tú, tiene miedo de
enamorarse de ti. Tiene miedo a arriesgar.
Noto cómo las burbujas van poco a poco relajando mis
músculos.
–Necesitáis hablar. Creo que deberías decirle lo que
esperas de él. Que no haya malos entendidos entre
vosotros. Que no esperas una relación larga, solo pasarlo
bien juntos el tiempo que estéis aquí y luego ya se verá.
–Sí, solo quiero vivirlo. Que dure o no, no solamente
depende de mí.
Mi hermana se levanta, sonríe y sale del baño dejándome
a remojo en el jacuzzi con mis pensamientos.

Mauro no se molesta en volver a recoger a Brigitte y


desesperado se encamina hacia su habitación. ¿Por qué lo
ha hecho? Necesitaba tenerla en sus brazos, quería hacerle
el amor lentamente, para variar. Poder saborear su placer y
llevarla al quinto cielo. Pero es como si chocara con un
muro. Choca con su vida. La única que conoce, la que ha
sido tan divertida hasta que apareció ella. ¿Y ahora qué?
Todo esto es nuevo para él. Han pasado tantas cosas en tan
poco tiempo. ¿Cómo una mujer podía haber puesto todo su
mundo patas arriba? Lo que no había conseguido nadie, lo
lograba ella que vivía a miles de kilómetros en un solo día.
DÍA 3

El reloj suena rotundo y hace que Mauro se despierte de


golpe. Aturdido le pega un manotazo y el despertador cae al
suelo parando su sonido. No ha pegado ojo en toda la noche
pensando en Alba. Se sienta en la cama y bosteza
tocándose el cuello con ambas manos y estirando la
espalda. Se levanta y se dirige al baño. Abre la ducha y
quitándose los calzoncillos, única prenda con la que
duerme, se sumerge bajo la templada lluvia que sale de la
ducha. Se enjabona rápidamente, hoy necesita aclarar las
cosas en su cabeza pese a haberlo intentado toda la noche.
Está deseando ver a Alba. No sabe ni siquiera cómo va a
hacerlo, ni qué va a decirle. ¿Cómo va a poder mirarla a la
cara? Realmente no tiene que darle explicaciones sobre su
vida, no tiene ninguna relación que le comprometa con ella
y no ha engañado a nadie, simplemente desea estar a su
lado. La tarde anterior lo habían pasado tan bien juntos...
A los cinco minutos sale de la ducha secándose con una
toalla que anuda en su cintura, se mira al espejo y se pasa
los dedos por el pelo. Lo primero, ver el cuadrante de
actividades, nunca había estado tanto tiempo sin trabajar, y
lo segundo, buscar a Alba y hablar con ella. No va a ser algo
fácil de llevar a cabo. Enchufa la maquinilla de afeitar y
comienza a pasársela por la cara una y otra vez repasando.
No termina hasta que queda completamente rasurado. Se
pasa la mano por el rostro y nota su suavidad, ahora sí. Se
dirige a la mesilla y marca el número de recepción en su
móvil.
–Carlos al habla.
–Buenos días, Carlos, soy Mauro. ¿Me haces un favor?
Su mente rápidamente localiza el rostro de la voz que
suena al otro lado. Tiene una memoria que muchos
envidiarían, se sabe el nombre de todos los que trabajan
junto a él en el hotel.
–Buenos días, Mauro. Sí, dime.
–Necesito que vayas al cuadrante y me digas
exactamente qué me toca a primera hora.
Hace una pausa esperando escuchar a Carlos que se ha
quedado callado.
–¿Carlos?
–Sí, sí, estoy aquí, enseguida voy.
Se oye un pequeño ruido y unos pasos que se alejan. En
ese momento llaman a su puerta. Mauro se levanta y la
abre sin preguntar con el teléfono en la oreja. Es la señora
de la limpieza que se queda boquiabierta cuando sus ojos se
posan en Mauro, ya que no esperaba ser premiada aquella
mañana de trabajo con Mauro en toalla recién salido de la
ducha.
–No ponía nada en la puerta –se excusa nerviosa–. Mejor
vengo en otro momento… –dice lentamente mientras agarra
el carrito de la limpieza para irse.
–No, por favor...
Mauro hace memoria.
–Rosa, pasa, por favor.
La mujer entra vacilando.
–Sí, dime, Carlos.
–Te toca de nueve a doce en el Faro.
–¿El Faro? –repite Mauro–. Está bien, gracias.
Mauro se vuelve y mira a la mujer que le mira a su vez
parada.
–¡Vamos, Rosa! Empieza... tú a lo tuyo, como si
estuvieras sola, enseguida me visto y te dejo de molestar.
Rosa reacciona, lo primero que hace es recoger el
despertador que ha quedado olvidado en el suelo y
comienza a hurgar en su carro. Es una mujer de unos
cincuenta y cinco años, bajita y delgada, de ojos mimosos.
–Está bien, ¿por dónde prefiere que empiece? ¿Ha
terminado en el baño?
–El baño está bien, por favor, Rosa, no me llames de
usted, me hace parecer mayor.
–Lo siento, es la costumbre...
Rosa coge el carrito y se mete en el baño. Está un poco
acalorada y de vez en cuando mira de reojo por la puerta.
Ve cómo Mauro abre de par en par el armario y coge un polo
blanco con el anagrama del hotel y raya azul marina en los
hombros, lo deja en la cama y a continuación saca de la
percha unas bermudas azules a juego. Se quita la toalla y la
deja tirada en la cama, Rosa se queda sin aliento y el
dosificador del jabón que tiene en sus manos se desliza
cayendo al suelo rompiéndose en mil pedazos y haciendo
un ruido sordo que sobresalta a ambos. Mauro mira hacia el
baño y ve a Rosa agachada de espaldas a la puerta.
–Lo siento, traeré uno nuevo.
Su voz tiembla nerviosa. Mauro ríe para sus adentros.
–No te preocupes, Rosa –dice con voz tranquila.
Abre un cajón y saca ropa interior limpia, se sienta en la
cama y se la pone. Se acerca al marco de la puerta del baño
y Rosa levanta su vista hacia él. Está blanca como la cal y
sus manos recogen rápidamente el destrozo.
–No te preocupes, de veras.
Mauro se agacha y recoge el último trozo de cristal y lo
coloca con cuidado en la bolsa junto a los otros trozos.
–No pasa nada.
Los ojos de Rosa repasan sus pectorales para enseguida
bajar de nuevo al suelo. Mauro le acaricia la espalda para
tranquilizarla y sale del baño para continuar vistiéndose.
–Solo son cosas, nada más, olvídalo.
–Sí, pero son sus cosas, así que en cuanto termine le
traeré uno.
Rosa se levanta y vuelve a mirar a Mauro, ya está
vestido. El físico de Mauro siempre la intimida y aunque
podría ser su hijo no puede dejar de mirarle.
–Ha sido un accidente, no te preocupes, por favor.
Mauro se acerca y la mira a los ojos.
–No se te ocurra comprar uno, ¿vale? Ahora me tengo
que ir. Que tengas un buen día. ¡Ah! Y recuerda, háblame de
tú.
–Que tú también tengas un buen día.
Rosa reitera el tú de la frase y se queda mirando
ensimismada cómo Mauro sale de la habitación y antes de
cerrar la puerta le guiña un ojo.
Mauro se dirige hacia la playa con paso firme. Está
nervioso y eso es una novedad. Los nervios le hacen sentir
vivo y con ganas de enfrentarse a todo. En el Faro solo hay
un compañero que se encuentra colocando las hamacas de
la playa. Mauro le saluda a lo lejos y se coloca detrás de la
barra. Sobre un colgador ve una gorra azul marina del hotel
y se la coloca en la cabeza, le vendrá bien. Enciende la
máquina de zumos y coloca varias naranjas hasta que no
caben más. Acciona el botón y estas van cayendo una a una
exprimiéndose, para salir en forma de zumo hasta un vaso.
Se lo bebe de golpe y, a continuación, coge un plátano de
una gran cesta y comienza a pelarlo mientras mira hacia el
horizonte. El mar está completamente en calma y de un
color verde turquesa como si reluciera, ese mar que ha visto
toda su vida y le ha acompañado en los malos y en los
buenos momentos lo lleva dentro en su corazón como una
pieza más de su ser. Que esté en calma se le antoja un buen
presagio. Le pega un mordisco al plátano y mientras
mastica comienza a ver cómo los primeros bañistas, los más
madrugadores van llegando a la playa.
Una pareja le llama la atención. Se cala la gorra de
manera que la visera le proporciona más sombra a sus
claros ojos y agudiza la vista. Se dirigen hacia un par de
hamacas a lo lejos y se tumban cómodamente en ellas. Sí,
son los padres de Alba. Deja de comer el plátano. Eso le da
unas cuantas pistas sobre el paradero de Alba, ya que ella
no ha venido a la playa, puede estar aún dormida,
desayunando o en la piscina. Mira la hora en su reloj, son las
nueve y media de la mañana. Quizá todavía no se haya
levantado. Continúa mordisqueando el plátano y prepara las
copas en la barra apilándolas todas juntas para que sean
más fáciles de coger. A continuación, rellena los
expendedores de servilletas y de pajitas.
Cuando termina se pone a cortar fruta, primero una piña
que hace trocitos, después varias manzanas, dos o tres
melocotones y un par de kiwis. Lo va colocando todo en
distintos boles dentro de la nevera con puerta de cristal
para tenerlo a mano y servirlos con los zumos y bebidas.
Aún siente algo de hambre. Mira de nuevo el reloj, las
diez y cinco. Coge otro plátano y lo pela para darle un gran
bocado. Está muy bueno, piensa. Cuando va a tragarse el
primer trozo dirige su mirada hacia las hamacas que ocupan
los padres de Alba. Su padre está leyendo un libro y su
madre se está poniendo crema. De repente, ve a Alba y a su
hermana acercarse hasta ellos. El plátano se le queda
atragantado, no puede tragarlo y comienza a toser
descontroladamente. Por fin consigue que pase. Está muy
nervioso, deja el plátano y es que se le ha quitado el
hambre de repente y se fija en ella. Lleva una coleta alta
que deja su bonito rostro al descubierto, su pelo cae
suavemente ondulado hasta uno de sus hombros. Lleva un
vestido de playa en color blanco de tirantes finos con algo
de vuelo en la falda, es muy corto y puede ver sus largas
piernas delgadas y torneadas. En una muñeca lleva unas
pulseras doradas. Está guapísima. Su piel ha cogido un tono
dorado que la favorece y su pelo se ha vuelto más claro en
las puntas. Intercambian unas palabras con sus padres y las
dos al final se van de la playa. Mauro puede ver que se
dirigen hacia la piscina. Esta es su gran oportunidad. El
corazón le empieza a trotar y la sangre le corre con rapidez
por las venas. No sabe qué va a decirle cuando la vea, pero
no va a perder la oportunidad de hablar con ella. Recorre la
playa en busca de su compañero y lo localiza dirigiéndose
hacia el Faro.
–Hola, Michael, ¿cómo vas, amigo?
Michael es un gran chico, muy joven, tiene apenas
diecinueve años, a Mauro le cae muy bien desde que
empezó a trabajar en el hotel hace apenas tres meses, le
recuerda a sí mismo cuando tenía su edad. Es un chico
trabajador que aprende deprisa.
–Muy bien.
Michael sonríe de oreja a oreja.
–Y tú, ¿cómo es que has parado por aquí?
Apoya los brazos en el mostrador esperando una
respuesta de Mauro.
–Ya ves, hoy he tenido suerte, estar en el Faro siempre es
más relajante que otros lugares del hotel.
Michael se quita la gorra y pasa su mano por la frente.
–Sí, es cierto, aunque hoy va a apretar el calor.
–Sí, siempre pasa cuando el mar está calmado, no corre
la brisa y se nota.
Mauro prepara un zumo de naranja y se lo da a Michael.
–¡Gracias! Lo necesitaba de verdad.
Coge el vaso y bebe su contenido lentamente.
–Nunca me cansaré de esto.
Mauro ríe ruidosamente y Michael se une a él.
–Oye, ¿estás lo suficientemente preparado para quedarte
un rato solo aquí en el Faro?
–¿Bromeas?
Michael pone los brazos en jarra y frunce el ceño.
–Esto es mi vida. Aquí me encuentro como pez en el
agua, el Faro no tiene ningún secreto para mí.
Mientras habla sortea a Mauro y se cuela detrás de la
barra. Mauro le mira alucinado, esas frases las dijo él
también en algún momento de su vida...
–No lo dudo.
Está realmente orgulloso de este chaval.
–Bien, en ese caso volveré lo antes posible. Aun así,
tienes mi número de móvil apuntado en la libreta de
teléfonos. No dudes en llamarme. Antes de que cuelgues
estaré aquí.
–No te preocupes... ya estás tardando en irte.
Y le guiña un ojo. Mauro sonríe y se da la vuelta para
marcharse. Es increíble lo que se parecen, cada día se
sorprende más.
Cruza rápidamente el trecho de arena que le separa
hasta llegar a la zona ajardinada. Justo en el lado más
alejado de la piscina donde está el jacuzzi localiza a María,
la hermana de Alba, dentro rodeada de burbujas, pero Alba
no está con ella. Mientras camina rodeando la piscina
recorre las hamacas una a una y el borde de la piscina para
localizarla. No la ve. Decide ir hacia el lado contrario, apura
el paso y siente crecer su nerviosismo, rodea el bar y allí a
treinta metros en una zona más apartada la ve. Se le ocurre
una idea y se para en seco, da media vuelta y se dirige al
bar.
–Ángel, buenos días, ¿me sirves un bol de fruta cortada,
por favor?
Ángel, que no se había percatado de su presencia, pega
un respingo.
–¡Eh, Mauro! Ayer ganaron los Tigres del Licey el partido.
Mientras habla le prepara el bol con toda clase de fruta
cortada.
–No me lo creo, ¿hemos perdido? ¡Han perdido Los Toros
del Este!... ¿Cuándo es el partido de vuelta?
Nunca le ha entusiasmado ver los partidos de béisbol,
pero le gusta seguir los resultados.
–Dentro de tres semanas. Toma, aquí tienes.
Le tiende el bol con dos tenedores de plástico. Mauro lo
coge con una mano y toma un servilletero.
–Bien, en ese partido vamos a arrasar, ya lo verás.
–Sí, eso espero, o lo tendremos difícil.
–Pan comido –sentencia–. Nos vemos, y gracias por la
fruta.
–De nada... que lo disfrutes.
Mauro sale disparado hacia la hamaca de Alba y en
apenas cuatro segundos está a su lado.
–¿Se puede?
Una tímida voz me asusta. Miro y me quedo sorprendida,
mejor dicho, sorprendidísima, Mauro está delante de mí con
cara de niño bueno. Lleva un gran bol de fruta en la mano y
un servilletero en la otra con dos tenedores.
Automáticamente lo que me sale es ayudarle con el bol y
dejarlo en la mesita auxiliar que hay entre ambas hamacas.
Él deposita el servilletero en la mesa y su espectacular
cuerpo en la hamaca junto a mí. ¡Dios! No esperaba esta
conversación tan pronto, pero a juzgar por la fruta viene en
son de paz. Me quedo mirándole sin pestañear para forzarle
a que empiece él la conversación, no en vano, ha sido él el
que ha venido a mí.
–Hola... –dice cauteloso intentando tantearme.
–Hola –le respondo secamente.
¡Oh! Está tan guapo con esa gorra que me tiraría a sus
brazos ahora mismo, pero las imágenes de la noche anterior
vienen a mi mente para torturarme una y otra vez. Para
recordarme que este hombre, no es mi hombre.
–¿Quieres comer un poco de fruta?
Coge un tenedor y me lo planta delante. Mmmm, qué
manos tan bonitas, tiene unas uñas cuadradas
perfectamente cortadas y limpias sin cutícula ni padrastros,
¡impecables!
Cojo tímidamente el tenedor procurando no rozarle con el
gesto, ya que cualquier contacto piel con piel me
desarmaría en este momento y en cualquier momento,
¡claro!
Mauro hace un pequeño gesto con su cara como si se
hubiera dado cuenta y me mira penetrantemente lo que me
hace estremecerme, parece como si supiera lo que pienso,
pero disimula y coge el otro tenedor.
–Imagino que no has desayunado.
–Aún no –admito cogiendo un trozo de piña.
Mauro también coge piña y se queda quieto callado
mientras mastica.
–¿No me vas a decir nada?
Al fin habla.
–Me gustaría decirte muchas cosas...
Cojo un trozo de mango mientras Mauro deja el tenedor
para cruzar los brazos sobre el pecho. Malo, malo. Está a la
defensiva, lenguaje no verbal.
–Pues empieza, estoy aquí preparado.
–Sé lo que haces.
Me hago la interesante y antes de continuar tomo otro
pedazo de plátano.
–Sé de qué vas.
–Ah, ¿sí? No te entiendo, ¿y qué hago?
¡Uf! ¿Cómo se lo digo?...
–Anoche te vi.
Mauro respira hondo conteniéndose, me mira fijamente a
los ojos y eso me intimida y mucho.
–Y...
Consigue decirme después de una pausa que se me
antoja interminable. Se me ha quitado el hambre de golpe
así que dejo el tenedor y cojo una servilleta para limpiarme
los labios.
–Y… ¿Qué? –digo algo nerviosa.
–Yo también te vi. ¿Y?
Madre mía, ¿está intentando eludir lo que los dos
sabemos de sobra? ¿O es que quiere escucharlo de mis
labios? ¡Pues lo va a escuchar!
–Te vi con esa mujer... mulata, muy guapa, por cierto.
Por un momento Mauro deja de mirarme y mira hacia el
suelo para después volver a buscar mis ojos sosteniéndome
la mirada desafiante.
–Sé lo que hiciste con ella. Sé lo que haces con ellas –
puntualizo.
–Alba, lo que yo haga en mi vida se queda ahí.
–¿Qué me quieres decir? ¿Que no tengo derecho a decirte
lo que pienso porque no formo parte de TU vida?
¡Uff! Me estoy calentado y cuando me caliento sé que no
hay quien me pare...–. ¿Quieres batir un récord o qué? –
prosigo como un tren de mercancías a todo trapo.
–No digas eso, porque no se trata de eso.
Mauro está muy serio, su tono ha cambiado de
conciliador a defensivo. Esto no me gusta.
–Entonces, qué, ¿tienes una lista numerada en una
libreta?
Alba para, me digo a mí misma. No sigas por ahí…
–Simplemente hago lo que me apetece y no tengo por
qué justificarme ante ti.
Paso por alto este último comentario.
–¿Por qué número vas?
Mauro mueve la cabeza de un lado a otro, negando
sistemáticamente.
–No sigas por ahí. No he venido a hablar de eso contigo.
Se quita la gorra y se pasa la mano por el flequillo.
–Solo quiero ser sincera contigo, Mauro.
Me incorporo y me siento en la hamaca justo enfrente de
él.
–No deberías gastar tu vida así. ¿Crees que significas algo
para ellas? ¿Realmente crees que las conquistas? Para ellas
también eres un entretenimiento. Un pasatiempo de verano.
No puedo dejar de hablar. Mis pensamientos fluyen con
rapidez convirtiéndose en palabras.
–Cuando vuelvan a sus vidas ni se acordarán de ti. Para
ellas también eres un número. Ahora eres joven y te tomas
la vida como un juego, pero algún día no te harán caso, ni te
mirarán. ¿Qué harás entonces, servir las mesas? ¿Un
camarero viejo con artritis? ¿Eso quieres para ti?
–No pretendo dejar huella en ellas ni que me recuerden ni
mucho menos. No puedo decirte qué seré en el futuro,
quizás tengas razón y acabe siendo un viejo con artritis
sirviendo mesas, un viejo con artritis que ha disfrutado de la
vida, pero lo que sí que sé, es que nadie va a decirme cómo
tengo que llevar mi vida. Intento que sea lo más divertida
posible. No pienso en el mañana, pienso en el aquí y el
ahora. En divertirme.
La rabia me inunda. No me puedo creer lo que estoy
escuchando, la sangre me quema en las venas.
–¿Sabes lo que te digo? ¡Jamás me vas a tener en tu lista!
No soy un entretenimiento, no soy un número.
He subido la voz guiándome por mis sentimientos y
varias personas que toman tranquilamente el sol en la
piscina nos miran de reojo sorprendidas intentando localizar
qué es lo que perturba su tranquilidad.
Antes de contestar, Mauro hace una pausa y me mira a
los ojos sosteniendo la mirada como suele hacer siempre. El
color de sus ojos me parece más oscuro.
–No entiendes nada –dice sin tapujos y a media voz–.
¿Qué quieres de mí, Alba? Deberías dejarte llevar por las
aventuras que te brinda la vida. Si eres así ahora, ¿qué
harás cuando seas vieja? ¿Hundirte en un sofá y ver la tele,
mascullando y protestando por todo? No entra en mis
planes casarme y tener hijos, soy joven igual que tú. Solo
quiero conocerte.
–Solo quiero que lo pienses –añado secamente.
Me levanto de la mesa.
–Discúlpame y gracias por el desayuno.
Cojo mis cosas y me alejo a toda prisa dejándole con la
palabra en la boca.
Mientras me dirijo a grandes zancadas hacia el patio de
entrada del edificio 6 me pregunto una y otra vez por qué
tuve que fijarme en él y maldigo el momento en que llegué
a esta isla y a este hotel.

A las dos de la tarde en punto unos nudillos tocan a mi


puerta. Me levanto de un salto y pegando mi cuerpo y la
oreja a la puerta escucho.
–Servicio de habitaciones.
No he pedido nada, pero me imagino quién lo ha hecho
por mí. Abro la puerta de par en par. Es un camarero del
catering, me suena su cara. Trae una bandeja con una
ensalada y una dorada a la espalda con guarnición de
patatas, cebolla y zanahorias baby, fruta y varias bolsitas de
infusiones con una jarra que contiene agua caliente a juzgar
por el vapor que sale por la boquilla.
–Le traigo la comida.
Me quedo mirándole seria y el chico se pone incómodo.
–No he pedido nada.
–La bandeja trae una tarjeta.
Le dejo pasar y lo deja todo sobre la mesa del escritorio.
–Que aproveche y buenas tardes.
–Gracias.
El camarero sale por la puerta a toda velocidad
cerrándola tras de sí. Cojo la bandeja y salgo a la terraza. La
dejo en la mesa y me siento. Veo el sobre que está apoyado
en la taza para el té. Es un sobre pequeño del tamaño de
una tarjeta de visita. Lo cojo y lo acaricio con los dedos. Sé
que es suyo. Primero el masaje, la excursión de ayer, la
bandeja de fruta de esta mañana y ahora esto. Finalmente
lo abro y extraigo una tarjeta blanca de visita con el
anagrama del Hotel San Mauro. En el centro, en letras
doradas puedo leer su nombre completo:

Mauro Moreno Iacobone


Director General

¡Dios mío! ¡Director General! ¡Director General! No puede


ser... ¡Es el director del hotel! No, no puede ser. Trabaja
codo con codo como todos los demás, en un montón de
puestos diferentes de sol a sol. Debe de ser una broma
suya. Pero él dijo que vivía en el hotel. No, un director
general no se comportaría como lo hace él. Pero todas estas
atenciones... incluso la bandeja de bienvenida sea cosa
suya, o quizás no sea una broma. Sí, es una broma. ¡Dios,
no sé qué pensar! Le doy la vuelta a la tarjeta y escrito a
mano en tinta verde, una frase:

“La realidad no es lo que uno ve,


sino lo que uno cree”

Muy buena la frase “touché”. Me quedo pensativa,


¿realmente estoy viendo lo que quiero, no la realidad? Cojo
el tenedor y empiezo a pinchar la ensalada. Quizás me esté
diciendo que solo veo la superficie y no el interior, pero, aun
así, la superficie no tiene excusa. Me como rápidamente la
ensalada y comienzo con el pescado. Está buenísimo. Buena
elección. Estoy hecha un lío. ¿De verdad quiero cambiarlo?
¿Para qué? Él es como es. Quizás todo esto de las mujeres lo
haga como un escudo donde ocultarse. Intento ponerme en
su lugar y si yo tuviera a mi alcance a cualquier hombre,
que me siguieran, me agasajaran constantemente, me
adularan... ¿Acabaría haciendo lo que él? Quizá no llegara a
tanto, pero quizá si tuviera relaciones efímeras y cortas sin
sustancia, sin amor... esto me da que pensar. Quizás no
llegaría a lo que él porque no lo he enfocado bien, ¿y si yo
fuera un hombre y tuviera a mi alcance a cualquier mujer?
Visto así la cosa cambia. Entonces sí que podría llegar a
acercarme a lo que él hace, incluso comprenderlo. Lo que
tengo que conseguir es romper esa barrera para que vea las
cosas de otro modo. Pongo una bolsita de té verde en la
jarra y la tapo. A lo mejor lo que quiere es que le saque
fuera de ese cascarón donde se oculta, estoy segura que ahí
dentro hay un ser increíble. Miro la tarjeta de nuevo y me
fijo en su letra. Es una letra inclinada y elegante. Me gusta,
como todo de él. Me llama poderosamente la atención que
haya utilizado un bolígrafo de tinta verde. No es muy
común. ¿Lo habrá hecho aposta o habrá sido una
casualidad? Bajo su nombre en la esquina inferior derecha
aparecen una serie de números, uno de ellos es un móvil.
¿Será el suyo? Cojo la tarjeta y la guardo entre las páginas
del libro que me estoy leyendo.

El sol se oculta detrás de las montañas. He pasado el


resto de la tarde leyendo y no me he dado cuenta de lo
rápido que ha pasado el tiempo hasta que se me ha hecho
difícil continuar con la lectura. Por lo menos, he conseguido
desterrar de mis pensamientos la conversación con Mauro,
y ahora vuelve a mi mente una y otra vez. ¿Por qué?
Me incorporo de un salto cuando alguien toca a la puerta
de mi habitación.
–Soy María.
Escucho tras la puerta. La abro y mi hermana mayor
entra en bikini con la toalla en el hombro.
–Te he estado buscando, ¿dónde has estado toda la
tarde? Rubén y yo hemos dado una vuelta en bicicleta hasta
el pueblo y nos habría gustado que hubieses venido con
nosotros. Te habría encantado, hemos ido hasta el puerto.
Rubén dice que si vamos otro día por la mañana temprano
podremos comprar en la lonja las mejores gambas y
mariscos de la isla para hacer después una excursión o un
pícnic. ¿Te apuntarías? Me ha contado que hay un río cerca,
podría ser divertido, ¿no?
María me mira desconcertada, y es que no le estoy
haciendo ni caso.
–¡Alba!
El chillido me hace saltar en la cama y mirarla con los
ojos muy abiertos.
–Perdona, pero estoy un poco atontada, no logro
concentrarme, ¿qué me decías?
Me vuelvo a echar en la cama bajo el ventilador, aún
hace calor y la noche no va a ser menos.
–¿Es por Mauro? Pero ¿qué te pasa con él? Te he visto
hablando con él en la piscina, pero no he querido acercarme
e interrumpir.
Mira la bandeja que he metido dentro con los restos de
mi comida.
–¿Te han traído la comida a la habitación?
–Ha sido Mauro. Me la ha enviado él.
–Vaya, qué detalle, entonces la conversación ha ido bien.
–Al revés, ha ido mal, por eso me ha enviado esto.
Cojo mi libro y saco la tarjeta poniéndosela delante de los
ojos. Dejo que lea la frase.
–¿Qué opinas?
María la relee y se sienta en su cama.
–Creo que intenta quitarle importancia a su afición por las
mujeres. ¡Ya sabes es un hombre! Para ellos estas cosas no
tienen la importancia que le damos nosotras las mujeres.
¡Tú verás! No quiero ser pesada, pero quizás deberías
ampliar horizontes, mirar otras posibilidades...
Sí, pero no quiero otra posibilidad, le quiero a él. Es tan
atractivo, alto, de piel morena bronceada por el sol. No
dejan de impresionarme sus ojos rasgados verdes como el
mar caribeño y su sonrisa. Cuando ríe a carcajadas el
tiempo se detiene y todo mi ser gira en torno a él. Pero eso
no puedo decírselo a ella. Le doy la vuelta a la tarjeta y se la
vuelvo a poner otra vez delante de los ojos.
–¿Es el director general del hoteeel?
María está alucinada.
–No sé si creerlo, no se comporta como tal, el hotel se
llama como él.
–Y si es así, ¿por qué lo tenía tan callado? ¿Por qué te lo
hace saber ahora? ¿Piensa que así te tendrá comiendo de su
mano? ¿De verdad merece tanto la pena, Alba? El esfuerzo
que estás haciendo, es demasiado. No quiero decir esto,
pero te lo dije, te lo dije desde el principio. No te lo tomes
tan a pecho, dijiste que Mauro solo iba a ser una aventura.
¡Vamos, Alba! Hemos venido a divertirnos, ¿quién sabe
cuándo volveremos a ver esta isla paradisíaca? ¿Por qué no
lo olvidas? No intentes cambiar a alguien que no vas a
volver a ver.
Dirige sus pasos hacia mí y se sienta a mi lado en la
cama.
–De qué serviría.
Me agarra por los hombros en un gesto cariñoso y besa
mi mejilla.
–Para ti es fácil, siempre que vamos a un sitio nuevo tú
haces amigos con facilidad, eres el centro de atención,
divertida, siempre tienes conversación animada y a la gente
le caes bien, en cambio, yo soy distinta. Esta es mi
oportunidad, pero no sé qué hacer con ella.
–Está bien, sigue tu instinto, a mí nunca me ha fallado.
Le sonrío y acabo abrazándola porque sé el esfuerzo que
está haciendo por comprenderme con esto.
–Bueno, parece que te lo has pasado muy bien con
Rubén...
Necesito cambiar de conversación y hablar de otra cosa.
Mi media sonrisa denota curiosidad
–Es un chico estupendo –le digo sinceramente.
María se contagia de mi sonrisa y se echa a mi lado en la
cama.
–Efectivamente, ¡creo que podría llegar a ser el padre de
mis hijos!
Su sonora carcajada resuena en la habitación y yo me
uno a ella tirándole un cojín en la cara.
–¡Estás loca! Pero me gustas.
A las diez tenemos que estar en recepción, mis padres
nos esperan para la cena. Esta noche es especial, la cena de
gala que el hotel organiza cada semana en el comedor
principal. Se trata de una especie de ritual que el hotel
sigue como costumbre, en la cual es imprescindible ir de
etiqueta.
–¿Estás lista, Alba? Faltan cinco minutos, llevas un rato
largo en el baño.
Su voz suena impaciente, lo noto. ¡Dios! Cuando me vea
se va a poner hecha una furia. Nada más terminar la frase
se abre la puerta y María me mira con ojos inquisitivos. Yo
estoy aún con una toalla envuelta en el cuerpo y otra
enrollada en la cabeza.
–No puede ser –dice mientras deja caer el bolso de mano
al suelo como si ya no la quedaran fuerzas.
–¿Por qué? ¿Por qué? ¡Vístete ahora mismo! –ordena.
–Es que no quiero ir.
Pongo cara mohína, este truco funciona muy bien a
veces.
–¡Sí quieres ir! ¡Porque yo te lo ordeno! Mira, en la cena
va a haber un montón de gente y lo vamos a pasar en
grande, de eso me encargo yo, es una muy buena
oportunidad para que conozcas gente nueva.
Su tono es apremiante.
–De eso estoy segura. Pero no quiero encontrarme con
Mauro.
Sigo con la misma táctica en la cara. Parece no dar
resultado y es que mi hermana puede ser muy pero que
muy persuasiva.
–Y cuál es tu plan, ¿quedarte encerrada en la habitación
todas las vacaciones? Trabaja aquí, en el hotel, va a ser muy
difícil que no te lo cruces tarde o temprano, ¿no crees?
Cuanto antes te vea antes te quitarás esa idea de la cabeza.
Con mi hermana en plan sermón no tengo escapatoria. Y
es que tiene razón, no puedo estar en la habitación o
escondiéndome todas las vacaciones. Saco fuerzas, no sé
de dónde.
–Tienes razón, como siempre –digo resignada y
dejándome llevar hacia mi destino fatal–. Ayúdame a
vestirme, tendré que llevar el pelo mojado. ¡No me da
tiempo! ¿Qué me pongo?
De repente tengo una prisa increíble. Mi hermana tiene
razón, debo seguir con mis vacaciones. Corro de un lado al
otro de la habitación, parece como si me hubiesen dado
cuerda. Cada vez estoy más nerviosa. María abre el armario
de par en par y busca entre los vestidos que me he traído
para la ocasión.
–Creo que tienes poco donde elegir, pero con esto estarás
perfecta –dice después de rebuscar en su parte del armario.
¡Menos mal!

Mis padres nos miran con nerviosismo, aunque a mi


madre le cambia la cara cuando nos ve aparecer en el
amplio salón que precede a la recepción del hotel. María
lleva el pelo moreno recogido en una coleta alta. Se ha
puesto un pantalón blanco con unas negras sandalias de
charol con un tacón de vértigo y el top ancho de lentejuelas
a rayas blancas y negras que le regalé en Navidades. Yo he
seguido el consejo de mi hermana y llevo un vestido azul
marino. Va anudado sobre el hombro izquierdo dejando el
derecho al descubierto, es holgado hasta medio muslo. Se
me ve demasiada pierna. Lo he combinado con las altas
sandalias doradas de pulsera. El pelo castaño, con reflejos
dorados por el sol lo llevo hacia atrás, suelto y mojado.
–Estáis guapísimas. Alba, ¿no te ha dado tiempo a secarte
el pelo? Has estado en la habitación toda la tarde.
¡Es que no se cansa nunca! Siempre ejerciendo de madre
coraje. ¡Arrrg!
–Basta de charlas. ¡Vamos!
Mi padre corta la conversación de golpe, sigue con la
misma expresión de cansancio e impaciencia, y nos empuja
con paciencia para que entremos ya. Todo el mundo está
sentado en sus mesas, la orquesta toca una melodía suave
y los camareros se disponen a servir los vinos.
En la entrada nos espera un camarero que amablemente
nos dirige hacia la única mesa que permanece vacía. No
logro controlarme y se me suben los colores a la cara,
comienzo a sentir calor, no me gusta ser el centro de
atención, aunque muchas veces no lo puedo evitar. Siempre
que entro en algún sitio, la gente se vuelve para mirarme, lo
que me incomoda hasta el punto de intentar pasar
constantemente desapercibida.
El salón es bastante espacioso. Se compone de una
veintena de mesas todas ellas redondas vestidas con
mantelería blanca a juego con el revestimiento de las sillas.
Cada mesa tiene una lamparita con pantalla que ofrece una
iluminación tenue y crea un ambiente agradable en toda la
sala y un precioso centro de flores naturales típicas de la
isla, como la rosa de Bayahibe de pétalos pequeños de color
rosa intenso en el interior y pálido en las puntas, la flor de
agua y las azucenas, que el encargado de jardinería del
hotel se ocupaba de recoger cada día. En la pared del fondo
y sobre un alto, se encuentra la orquesta. Cada uno de sus
componentes lleva el mismo traje oscuro de etiqueta con
pajarita. A su derecha, el gran bufé en una mesa alargada
donde tres cocineros se afanan en servir los platos que van
cocinando y que posteriormente los camareros van
sirviendo. Esto parece una gran boda. Desde la mesa se
puede ver la variedad de postres que están servidos en un
extremo, tartas de varios sabores, nata con fresas,
chocolate y trufa, de manzana y otra que no logro
identificar, y bonitas cestas de frutas tropicales adornadas
con flores y hojas de palmera. En el centro hay una gran
plancha coronada por una impresionante campana cobriza
que se traga los vapores que produce la carne al ser
sometida a las altas temperaturas. El olor es delicioso.
Comienzo por mirar de reojo las mesas, la gente luce sus
mejores galas. También ojeo a los camareros recorriendo la
sala en busca de Mauro, pero no lo veo.
–Tengo un hambre que me comería todo lo que hay en la
mesa.
A mi padre le ha cambiado la expresión, ya está en su
salsa.
–Eres un exagerado Miguel, siempre comes con los ojos.
Le regaña mi madre.
–Sí, cariño, pero esta vez lo digo de verdad, después de la
paliza a andar por la playa de esta tarde creo que no
volveré a acompañarte.
–¿Habéis llegado hasta las casetas de colores? –pregunta
María muy interesada–. Me han dicho que en ellas venden
cosas, cuadros, collares, figuras talladas a mano por los
indígenas de la isla, vamos, como un rastrillo para turistas.
¿Cómo se enterará de todas esas cosas? Mi hermana es
un enigma.
–¿Aún lo preguntas? ¿Crees que tu madre se lo iba a
perder? –contesta mi padre con cara de cansancio–. Y lo
peor no ha sido la ida, sino la vuelta.
–¿Por qué? ¿Habéis comprado cosas? –pregunto
interesándome por la conversación.
–Sí, he comprado un par de cuadros y un regalo para
vosotras que luego os daré –dice mi mami preciosa…
–Genial, y te lo querías perder.
María me habla en voz baja.
Un camarero de raza negra y de aspecto atlético,
interrumpe la conversación y sirve vino a los comensales.
Posteriormente trae el primer plato que consiste en una
bandeja rebosante de marisco.
–Cómo me voy a poner.
Mi padre ya ha cogido una langosta por una de sus patas
y se la pone en el plato dispuesto a comérsela con cascarón
y todo.
–Dios mío, siempre pensando en comer.
La cara de mi madre se parece a los cuadros antiguos de
santos, con los ojos medio en blanco mirando al cielo.
–Al menos podrías utilizar los cubiertos y no parecer un
prehistórico.
Me arriesgo y cojo un centollo utilizando el cuchillo y el
tenedor y lo deposito en mi plato con sumo cuidado antes
de que se me caiga. La verdad es que no tengo ni idea de
cómo se come esto, nunca me ha hecho mucha gracia el
marisco. Miro a mi hermana, pero se está comiendo un
langostino, ¡vaya!, tenía que haber elegido uno, es mucho
más fácil de comer y sé pelarlo incluso con cuchillo y
tenedor. Miro a mi madre, pero también ella ha cogido una
langosta como mi padre, así que sin más dilación y como
quien se enfrenta a lo inevitable hinco el cuchillo y el
tenedor a la vez por un lateral del centollo. Con el impulso
consigo que resbale en el plato y de un salto cae en la falda
de mi vestido, con un gritito me lo quito de encima como
cuando espantas a un bicho, pero lo que consigo es que
vaya a parar al suelo.
No sé dónde meterme, la cara vuelve a arderme, ¡espero
que nadie se haya dado cuenta! Pero cuando alzo la vista,
allí, apoyado en el marco de la puerta de una de las
entradas al salón y con las manos en los bolsillos de su traje
está Mauro, que me mira fijamente con una sonrisa de oreja
a oreja y meneando la cabeza de un lado a otro. Siento que
la cara me va a explotar, mis padres y mi hermana también
me miran. ¡Dios! ¿Cuánto tiempo lleva allí observándome?
¿Es que no hay otro momento que cuando acabo de meter
la pata? Estoy petrificada, no sé si recoger el centollo del
suelo o dejarlo allí de por vida como si nada, como si no
existiera. Me decanto por lo segundo.
–Hija, ¿te has manchado el vestido?
Mientras habla, mi madre se ha agachado para recoger el
centollo. ¡Nooo! ¿Por qué? ¡Déjalo ahí!
–¡Oh, vaya! Parece que tendrás que dejar el vestido en
agua si quieres que desaparezca el lamparón.
No le hago ni caso, miro alrededor, pero la gente no se ha
percatado del suceso, siguen afanados en sus
conversaciones. Solo Mauro está allí en el momento
adecuado para recordarme que él sí se ha dado cuenta.
¡Arrrg! Está guapísimo. Me mira fijamente y su expresión es
de diversión total. Se lo sigue pasando muy bien conmigo,
pese a todo.
–Déjalo, mamá, ya no tiene remedio.
Pero nada, ella dale que dale se empeña en frotar la falda
con la servilleta mojada en agua. No puede ser más
vergonzoso.
–Lo pondré en agua esta noche –digo armada de
paciencia . Además, si sigues así, en vez de una manchita
voy a acabar con el mapamundi en el vestido.
–Hija, tu madre solo quiere ayudarte –repone mi padre
con la boca llena–. Tranquila, si quieres luego te acompaño a
cambiarte.
Hincándome el codo, mi hermana mira hacia la puerta
donde ha aparecido Mauro.
–Ya, ya… ¡Vale! Creo que tomaré un langostino.
Cuando reúno el coraje necesario para levantar la vista
del plato, Mauro ha desaparecido. ¡Menos mal! Qué mal
rato, bueno, por lo menos parecía que no estaba tan
enfadado, tiene que haber sido muy divertido para él verme
así.
Después de la carne comienzan a servir los postres, la
orquesta toca algo más animado, un ritmo salsero que
acaba animando a todo el mundo. Varias parejas salen a la
pista a bailar.
–¿Quieres bailar, Ana?
Mi padre se ha levantado de la mesa y le ofrece el brazo
a mi madre. Esta vez se ha anticipado a sus deseos.
–No me lo puedo creer, estás irreconocible. Vamos a
tener que hacer más viajes... –dice mi madre sonriéndonos.
Ambos se alejan hacia la pista, parecen relajados y
contentos. Me fijo que desde la otra punta del salón se
acerca un chico con aire decidido. Es moreno con el pelo un
poco largo y descuidado. Viste una camisa blanca con el
cuello desabrochado, que deja ver su piel morena,
pantalones azules marinos y zapatos de vestir. Es Rubén.
–¿Quiere bailar la chica más atractiva del salón? –dice
dirigiéndose a María y cogiéndole la mano–. Mejorando lo
presente –agrega cortésmente dirigiéndose hacia mí.
Este chico es muy educado, pienso y le sonrío encantada.
Mi hermana le mira con cara de atontada y sin contestar, se
levanta y se van juntos. Rubén baila muy bien salsa, se
mueve acorde con la música dejándose llevar, parece que
lleve haciéndolo toda la vida. Mi hermana a su lado parece
una principiante, aunque por lo menos consigue seguirlo.
Al rato de estar sola sentada en la mesa aburrida, decido
dar un paseo por los jardines para refrescarme. Logro llamar
la atención de mi hermana y mediante señas, meneo la
mano arriba y abajo cerca de mi cara resoplando, consigo
indicarle que quiero tomar el aire. El ambiente dentro del
salón está un poco cargado.
Me dirijo hacia la salida y de allí a la recepción. Fuera se
extiende un gran jardín con pequeños caminos. A la entrada
una gran fuente iluminada con surtidores que giran y
cambian el caudal del agua hacen que dé la impresión de
que el agua baila al son de la música. El cielo se ve plagado
de estrellas. Relucen más fuerte que todas las que he visto
en mi vida. Sin embargo, no logro ver la Luna. En el fondo
soy una sentimental. Bueno y no tan en el fondo. Me da la
impresión de que el cielo está más bajo y de poder tocar las
estrellas con la mano. Cojo uno de los caminitos
empedrados, sé que me llevará junto al río artificial hasta el
estanque. Está salpicado aquí y allá con farolillos bajos que
serpentean y sirven de guía.
El estanque se encuentra callado y tranquilo, nada
parecido al alboroto que presenta durante el día, lleno de
patos, flamencos y cisnes revoloteando en su pequeño
ecosistema. Los flamencos duermen de pie sobre una sola
pata con la cabeza y el cuello debajo de un ala, una posición
un tanto rara, aunque a ellos parece encantarles. Se juntan
en la parte baja del estanque donde apenas cubre dando la
impresión de ser mesitas pequeñas para tomar el té, sonrío
para mis adentros.
Rodeo el estanque que da paso a unas terrazas con vistas
a las piscinas que por la noche están iluminadas dándole un
aspecto de color azul fluorescente en medio de la oscuridad.
Hay dispuestos varios grupos de sillones y butacas de
mimbre que invitan a sentarse bajo una pérgola. Las
mesitas auxiliares tienen velas de diversos tamaños
encendidas. El aire trae olor a mar, inspiro fuerte y decido
sentarme un rato, es justo lo que necesito, esto es
realmente el paraíso, pienso. Llegan a mis oídos la
conversación a lo lejos de una pareja que camina hacia las
habitaciones que se distribuyen alrededor de las tres
piscinas del hotel. Cierro los ojos y me dejo llevar por los
sonidos. Las notas de la música se mezclan con las olas del
mar a lo lejos. Pero no es lo único que oigo. Consigo
detectar el sonido de unos pasos que se acercan.
–He aquí la prueba de lo aburrida que eres.
Una voz sensual y masculina a la vez, llega hasta mis
oídos.
–¿No deberías estar bailando?
La voz suena extremadamente cerca. Abro los ojos y de
pie delante de mí, está Mauro, con las manos en los
bolsillos, lo que parece ser una costumbre para él. Lleva un
traje de chaqueta en azul marino. Se ha deshecho el nudo
de la corbata y le cuelga suelta del cuello. Me fijo en él, no
puedo evitarlo. El ángulo de su cara es perfecto, sus ojos
verdes se distinguen a pesar de la tenue luz de las velas.
Sus cejas anchas y bien delineadas le dan un aire muy
masculino. Su nariz es recta y sus labios perfilados y
gruesos parecen decir, ¡bésame! ¡Dios, no puedo dejar de
fijarme en él, es el hombre perfecto! Qué guapo está así a la
luz de las velas.
–Es que nadie quiere bailar conmigo –digo intentando dar
pena para suavizar la conversación que se avecina.
–Lógico, una chica tan... divertida dando sermones aquí y
allá, como si lo supiera todo y su punto de vista fuera el
único válido.
Mientras habla se sienta a mi lado en el confortable sofá
cruzando las piernas y extendiendo ambos brazos a lo largo
del respaldo lo que hace que uno pase por detrás de mi
cuello.
–Si vas a echarme una charla, te la puedes ahorrar –
contesto rápidamente, sintiéndome un tanto incómoda.
Es un seductor nato. Lo sé. He visto demasiadas veces su
actuación por desgracia. Con tan poca distancia entre
nosotros tengo que estar atenta, mmmm, huele muy bien.
–No eres la más indicada, ¿no crees? Si no recuerdo mal,
la de las charlas eres tú.
–¡Vaya! No tengo ganas de hablar.
¡Bien, Alba! ¡Escapa! Este es el momento. Me levanto del
sofá. No puedo seguir ni un momento junto a él sin
arrojarme en sus brazos y besarle con desesperación y la
conversación no va precisamente por ahí.
Me dirijo hacia el camino principal que baja a las piscinas.
–¿Huyendo de nuevo? No pienses que me vas a dejar otra
vez con la palabra en la boca como esta tarde.
Se ha incorporado y me sigue a mi mismo paso.
–No estoy huyendo, como tú dices, es solo que no quiero
empeorar las cosas.
¡Dios, ojalá lo dejara pasar! Pero creo que no es esa su
intención.
En lugar de girar a la derecha y entrar al patio interior
donde se encuentra mi habitación sigo ilógicamente
caminando hasta la playa, la verdad es que no quiero dejar
de estar junto a él. Al llegar a la arena, me descalzo y
comienzo a andar hacia la orilla.
–¿Qué pasa, no te vas a dormir, doña charla aburrida?
Corre detrás de mí hasta alcanzarme.
–¿Sabes lo que pienso?
Me agarra fuerte del brazo haciéndome girar para que le
mire a los ojos. ¡Madre, qué ojos! Mi expresión es
interrogante estoy deseando saberlo.
–Creo que tienes miedo de enamorarte de un hombre
como yo.
Y antes de terminar la frase me besa fuertemente en la
boca sin soltarme. Casi no puedo respirar. Cuando termina
me tiene fuertemente sujeta rodeándome con ambos
brazos. Sus ojos me atraviesan y puedo percibir claramente
su rabia y deseo al mismo tiempo y el estómago me da un
vuelco. No sé si quiero irme o quedarme, el corazón me late
rápidamente golpeando fuerte en mi pecho como nunca lo
ha hecho antes. Mi mente me dice que debo irme, pero el
resto de mi cuerpo no se mueve, sigue ahí, pegado a él.
Puedo notar cada músculo de su pecho, de su abdomen y su
creciente erección junto a mi vientre. Y el calor me invade.
Parece que el tiempo se detiene hasta que se separa y
me empuja en la arena, haciéndome caer de espaldas. No
entiendo nada, desde el suelo Mauro me parece un gigante.
Está de pie, sin dejar de mirarme, como ido. Deja que su
chaqueta se deslice hasta caer en la arena, después se
desabrocha la camisa tirándola junto con la corbata y
dejándome una vista incomparable. Estoy hipnotizada por lo
que tengo delante, así que en una milésima de segundo
decido dejarme llevar por el corazón, aunque más tarde me
pese. Aquel torso de músculos marcados se echa encima de
mí y comienza a besarme rápidamente como si le fuera en
ello su vida. Su boca carnosa busca la mía y puedo notar su
desesperación por poseerla. Tiene sed de mí, no lo puedo
creer…
Mauro ha imaginado ese momento desde que la vio por
primera vez, una y otra vez, su cuerpo delgado y curvilíneo,
su sonrisa bella, su pelo largo y castaño. Está realmente
hermosa con este vestido. Su mente no deja de imaginarla
mientras la besa con los ojos cerrados y sus manos
temblorosas recorren las líneas de su cuerpo. No puede
esperar más y desesperado sin dejar de besarla se
desabrocha el cinturón y la bragueta del pantalón. Se hace
hueco entre sus piernas mientras que busca debajo de su
vestido la ropa interior. Cuando la localiza tira de ella
rompiéndola y, sin más preámbulo, sin pensarlo dos veces,
la penetra una y otra vez sin parar. Su mente no responde,
solo quiere seguir. Ella lanza un grito estirando su espalda
hacia él agarrándose a los músculos de su espalda con sus
uñas y no deja de moverse a su ritmo. Con un gemido ronco
todo termina rápidamente. Están jadeando uno encima del
otro tirados en la arena.
Puede sentir su cuerpo bajo el suyo, casi no puede
respirar. Pesadamente Mauro se incorpora, ya no tiene la
mirada de antes, sino más bien una mirada perdida. Ella
está ahí tirada observándole, callada. Tiene el vestido
arrugado y lleno de arena, el pelo alborotado y un pecho
sobresale por el lado donde la prenda carece de tirante.
Esto es demasiado. ¿Qué ha hecho? ¡Estropearlo todo! Esto
era precisamente lo que no quería hacer con ella. Quería
que fuera especial. Ella era la única mujer que de verdad
había pensado en él y no en ella misma como las demás y,
sin embargo, la ha tratado como a todas. Siente la
necesidad de salir de allí... no puede seguir mirándola. Se le
revuelve el estómago y siente ganas de vomitar. Recoge su
ropa y sin mediar palabra se da la vuelta y sale corriendo
por la arena en dirección a la oscuridad.

¡No me lo puedo creer! Esto no es precisamente lo que


esperaba y me siento extraña, vacía y sola. Mi cabeza
rememora una y otra vez lo sucedido y una lágrima sin
permiso, empieza a resbalar por la mejilla. ¡¿Qué es lo que
ha pasado?! Corriendo con rabia, la destierro de mi cara.
¿Por qué se ha ido así? ¿Por qué me ha dejado tan vacía?
¿Es así como se comporta con todas? Me acabo de convertir
en lo que menos quería. ¡En un número! Tenía la necesidad
de que fuera mío, aunque hubiera sido un momento, pero
así no es como lo había imaginado realmente.

Finalmente consigo levantarme y colocarme el vestido,


me sacudo la arena e intento en vano peinarme. Busco mis
sandalias que han caído a un lado olvidadas y mi ropa
interior rota y pesadamente me dirijo hacia el interior el
hotel. Procuro que nadie advierta mi presencia mientras voy
hacia mi habitación y allí sobre la cama lloro amargamente.
¿Esto es lo que quería? Pues ya lo tengo. ¡Toma, Alba! ¡Todo
para ti! Es lo que llevo buscando desde que llegué aquí. Sin
embargo, ahora no me parece tan especial y juro para mí
misma que no volverá a pasarme algo así hasta que me
quedo dormida.

Mauro sigue corriendo playa arriba hasta que se le corta


la respiración. Se para en seco. El aire le falta y se agacha
apoyando las manos en las rodillas intentando respirar a
grandes bocanadas. No puede creer lo que acaba de hacer,
pero tampoco ha podido evitarlo. Él siempre controla la
situación, consigue seducir a las mujeres haciendo crecer el
deseo y cayendo en sus brazos, a veces no le hace falta ni
eso. Ninguna mujer le ha supuesto nunca un problema…
hasta ahora. No ha podido controlarse ante ella. En aquel
momento la necesitaba. Quería poseerla a cualquier precio,
pero se ha equivocado.
Aquella mirada, aquella expresión de su cara cuando se
ha levantado se lo ha dicho todo. Siente incluso vergüenza
de sí mismo. Ha cometido un gran error e intentará
subsanarlo en la medida de lo posible. Recapacita y se da
cuenta del alcance de la situación. Se siente responsable.
Nunca volverá a cometer un error así. Ella había intentado
separarse de él, pero lo impidió abrazándola con más
fuerza, incluso la ha sometido empujándola al suelo. No
puede seguir recordándolo, siente dolor en el pecho. ¿Por
qué lo ha hecho? Se repite constantemente. Poco a poco
comienza a caminar hacia el hotel. Se coloca la camisa y la
chaqueta y haciendo de tripas corazón, cambia su expresión
y se incorpora al bullicio de la cocina del primer restaurante
que encuentra en su camino. Queda mucho trabajo que
hacer, como siempre en este hotel que nunca descansa y su
jornada aún no ha terminado.
DÍA 4

Un rayo de sol entra por la ventana y me da directamente


en la cara. ¡Maldita cortina! Intento darme la vuelta para
que deje de molestarme, pero no lo consigo. Al abrir los ojos
de repente, recuerdo lo sucedido la noche anterior y siento
ganas de que la tierra me trague. Tengo los ojos llenos de
legañas provocados por el llanto, probablemente los tenga
rojos. Me incorporo en la cama y recuerdo que ni siquiera
me he puesto el pijama, todavía llevo el vestido puesto.
Después de esto, ni poniéndolo en agua creo que vuelva a
ser el mismo. Deslizo la mirada por la habitación
recorriéndola de un lado a otro. Mi hermana duerme
profundamente en la cama de al lado. Ni siquiera me he
enterado de cuándo ha llegado. La observo un rato, respira
profundamente. A ella nunca le hubiera pasado algo así. Me
lo ha dicho una y otra vez. ¡Olvídale! Seguro que su velada
junto a Rubén no se parece en nada a la mía. ¿Por qué no
me fijé antes que ella en aquel chico? Es atractivo y
simpático, elegante y a la vez divertido. Además, la primera
oportunidad había sido mía cuando nadando nos chocamos
en la piscina. Él intentó disculparse, hasta me pareció un
poco tonto, “no pasa nada” recuerdo que le contesté un
poco contrariada y seguí nadando, sin embargo, ella que
venía detrás consiguió cambiar la situación y entablar una
conversación decente. En un momento conseguía que aquel
chico sonriera y no le quitara la vista de encima, me quedé
más de veinte minutos en la barra esperándola como un
pasmarote deseando poder acercarme, pero mi orgullo me
lo impedía. ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué no aprendo
de ella? Ella es la mayor, más diplomática, más segura de sí
misma.
Vuelvo a mirarla. Su respiración es lenta y reposada. Está
echada boca abajo sobre la cama y lleva una camiseta de
tirantes puesta. Se ha soltado la coleta y el pelo negro le
cae sobre la espalda y sobre media mejilla. Seguro que se
ha extrañado al verme con el vestido puesto.
Giro hacia la mesilla y cojo el reloj. Marca las seis y cuarto
de la mañana, me doy cuenta que allí, junto al reloj, hay un
paquetito envuelto en papel de regalo. Me incorporo, casi lo
había olvidado, debe ser el regalo que mis padres han
comprado en los puestos de la playa. Lo cojo y comienzo a
abrirlo. Son unos pendientes largos preciosos en plata
tallada. Son muy bonitos, yo no los habría elegido mejor.
Parece que mi madre me conoce mejor que yo misma,
medito sonriendo. Por fin encuentro las fuerzas para
levantarme. Voy hacia el cuarto de baño. Necesito una larga
ducha, aunque cambio de opinión y comienzo a llenar el
jacuzzi. Me voy a dar un baño caliente y relajante lleno de
espuma. Con sumo cuidado cierro la puerta del cuarto de
baño para no despertar a María y me quito por fin el vestido
sucio quedándome desnuda frente al espejo. Me miro y
puedo comprobar que efectivamente tengo los ojos
enrojecidos. Después miro la imagen de la chica que refleja
el espejo, de repente como un resorte mi mente descubre
algo en lo que no había pensado. Mauro no ha utilizado
ningún anticonceptivo. Lo que me faltaba… ¡Dios, qué idiota
soy! Los hombros se me caen, yo no tomo la píldora, soy
una ingenua y me he dejado llevar demasiado lejos. Ahora
no puedo hacer nada. Desesperada me meto en el baño
intentando relajarme y pensar con claridad. Dejo que mi
cuerpo se estire concentrándome en cada músculo
aflojándolo. Eso está mejor. Enciendo el jacuzzi y las
burbujas empiezan a envolverme. ¡Relájate!
Comienzo a hacer memoria, si las cuentas no me fallan,
en uno o dos días tendré la regla. Seguramente no pase
nada, aunque no me quedo del todo tranquila. Me siento
tonta e irresponsable, ¡yo no soy así! Siempre lo tengo todo
muy bien atado, pienso en las consecuencias de mis actos,
me pongo siempre en el lugar del otro. No me gustan los
sobresaltos, si algo no lo tengo del todo seguro no lo hago,
sin embargo, anoche hubiera jurado que no era yo misma.
Cierro los ojos y me relajo, lo hecho, hecho está, no sirve de
nada arrepentirse. Lo resolveré todo en su momento, ahora
tengo que hablar con él, pero es todo tan confuso… Lo
mejor es hablar primero con María, en cuanto tenga la
oportunidad. Eso siempre me ha quitado un peso de
encima, parece que los problemas son menos importantes si
son compartidos.
Mis pensamientos se centran ahora en Mauro, nunca me
ha pasado algo así con un chico. Desde el principio él ha
aparecido cuando ha querido y ha hecho conmigo lo que ha
querido, no me he podido resistir. Mauro me controla. Me
saca de quicio a la vez que le deseo. Me paso el día
pensando qué estará o no haciendo, si me cruzaré con él y
cómo reaccionaré, es agotador. Pero solo aparece cuando él
quiere ser visto, en cambio, yo me siento observada. Parece
que sepa con antelación todos mis movimientos. Sin
embargo, anoche cuando se levantó para irse, estaba
distinto, como si las cosas no hubieran salido como
esperaba y se fue corriendo sin decir nada, ¿de qué huye?
Pude percibir desesperación en su mirada y eso es muy raro
en él. Parece que las cosas se van complicando sin remedio,
deseo hablar con él, disculparme y sincerarme. Sí, eso es lo
mejor, aclarar las cosas y quizás comenzar de cero.

Abre los ojos, ¿qué hora será? Parece como si hubiera


pasado cerca de medio día. Su hermana no está en la cama.
No hay ni rastro de ella. La noche anterior se había acostado
preocupada por ella. Desde que se fue del baile no la volvió
a ver y al llegar a la habitación ni siquiera se había quitado
el vestido. Seguramente algo anda mal. Mira el reloj, son las
doce menos cuarto. Tardísimo, ¿por qué nadie la ha
despertado? Se sienta rápidamente en la cama y siente un
leve mareo. Recuerda la mezcla del vino de la cena, el
champán y el whisky que posteriormente se tomó con
Rubén. No estaba acostumbrada a beber mucho.
La puerta que da a la terraza está abierta y le llegan
voces que van y vienen. Consigue levantarse y descalza se
acerca para mirar. El sol pega fuerte. Tiene que entornar los
ojos por el reflejo del agua de la piscina. Hay mucha gente
ya. La barra dentro del agua está llena de público sediento,
siempre hay gente bebiendo riquísimos zumos tropicales,
piñas coladas con o sin “vitamina” como los camareros
llaman al ron. Busca con la mirada a su familia, se fija en el
jacuzzi, varias personas disfrutan de las burbujas. Busca en
la zona de la piscina donde se pueden meter las hamacas
dentro para tomar el sol. Esta es la zona preferida de Alba y
efectivamente allí está junto a sus padres, los tres toman el
sol. Se da una ducha rápida, se pone el bikini, coge su bolsa
de playa y se va directamente a la piscina. Probablemente
la estarán esperando.
Sale al patio y de allí toma el único caminito que la lleva
hasta la piscina a través del jardín, pero antes gira a la
izquierda y se dirige a la caseta donde se cambian las
toallas de baño. Deja la suya del día anterior en la repisa y
al alzar la vista reconoce a Mauro. Él la mira como si hubiera
visto un fantasma.
–Buenos días, Mauro, o… ¿Debería decir tardes?
–Se ve que ayer disfrutaste de la noche, ¿no? –dice con
poco entusiasmo.
–Sí, la verdad es que en la cena todo estaba buenísimo y
después el baile... todavía me duelen los pies, con aquellos
tacones...
Se queda con la frase a medias esperando que él diga
algo.
–¿Qué tal está tu hermana Alba?
Su pregunta viene con segundas, mientras cambia la
toalla por una limpia.
–Pues...
Duda un poco antes de contestar y decide no contarle
mucho.
–Hoy desde luego ha madrugado más que yo.
En ese momento llega una compañera de Mauro y sin
dudarlo interrumpe la conversación.
–Mauro, te necesitan en recepción. Por lo visto hay un
pequeño lío con la habitación de unos clientes y han pedido
hablar con el encargado del hotel, pero hoy no ha venido...
me han dicho que te viniera a buscar.
–Gracias, Estela, enseguida voy –dice sonriéndole.
Ella le devuelve la sonrisa de forma tímida para
seguidamente marcharse. María no puede evitar pensar que
es un chulo, si no fuera por lo guapo que es, otro gallo le
cantaría.
–Bien –dice mientras fija su atención en María–. Me gusta
la gente madrugadora que aprovecha el día. ¡Tanta noche,
tanta noche! El deber me llama. –Sonríe mientras se aleja.
Decididamente aquí ha pasado algo. Coge la toalla limpia
y se dirige hacia la piscina. En ese momento su padre se
está dando un chapuzón.
–Buenas... tardes –dice por fin.
–Qué día tan bueno, ¿no?
–Hombre, la bella durmiente, ya era hora, hija. Parece que
ayer te acostaste tarde.
Su madre intenta en vano no entrometerse demasiado,
aunque su necesidad de saber lo que les pasa a sus hijas la
sobrepasa.
–Pues tampoco tan tarde, mamá. Más o menos a las
cuatro.
–¿A las cuatro? ¿Pero si la orquesta terminó a las dos?
Empieza a dejarse llevar por su preocupación, de lo que
enseguida se da cuenta. Sus hijas ya no son unas niñas,
María tiene veinticinco años y Alba veinticuatro, aunque a
ella le gustaría tratarlas como tal, son sus hijas, sus únicas
hijas, y por lo tanto lo que más quiere en el mundo.
–Tú lo has dicho, pero la discoteca a esas horas aún está
abierta y la mayoría de la gente que estuvo en el baile
después se fue hacia allí. Podríais haber venido, lo que pasa
es que papá está hecho un “carca”.
–Hija, no digas eso de tu padre, aunque bien pensado
tienes razón, para una vez que se lanza a bailar. Yo estaba
muy animada, pero él... debe de ser que no está
acostumbrado, seguro que es capaz de decir que hoy tiene
agujetas.
–¿Y tú, Alba? Ayer te acostaste temprano, ¿o no?
La voz de mi hermana suena en mis oídos.
–Pues sí, la verdad es que no muy tarde. Me empecé a
agobiar después de la cena y di un largo paseo hasta la
playa, después sentí algo de sueño y me fui a dormir –digo
esperando que la versión les encaje y no me pregunten
nada más.
Siento que María sabe que no es verdad y que algo
oculto, pero no dice nada por la presencia de nuestra
madre, aunque conociéndola se debe morir de ganas de
saber qué hice anoche.
–Bien, creo que voy a darme un chapuzón.
Mi madre se retira intuyendo que necesitamos estar a
solas para hablar.
–Y a reunirme con tu padre en la barra del bar de la
piscina antes de que os tenga que pedir ayuda para sacarle.
No iros muy lejos, si queréis comemos todos juntos.
–Bueno, luego hablamos, mamá –dice María.
–Yo ahora mismo no tengo nada de hambre –admito.
–Está bien –dice con aire resignado.
Pega un saltito y se mete en la piscina.
–Está divina.
Y se aleja nadando torpemente, ya que nunca se le ha
dado muy bien la natación.
Nos quedamos un momento calladas tomando el sol.
Sentimos el calor penetrando en nuestros cuerpos. Para
romper el hielo, María me pide que le eche crema.
–¿Te importaría Alba darme crema en la espalda? Me
estoy achicharrando y eso que solo llevo cinco minutos.
Me alarga la mano con un bote de crema.
–La crema hay que ponérsela media hora antes de tomar
el sol, si no, no sirve de nada. Además, tú nunca te quemas,
estás morenita todo el año, has salido a papá, en cambio,
yo si debo tener cuidado –digo cogiendo el bote de crema
sin ganas.
–Ya, ya lo sé. Pero este sol tan fuerte, da la sensación de
atravesarte. Ahora entiendo por qué aquí la mayoría de la
gente es de piel oscura. Y no te quejes tanto, que tú a los
pocos días ya coges un tono doradito. Ya casi lo tienes.
–Claro, porque me paso el día dándome protección. Si no
lo hiciera, no podrías ni tocarme, no podría ni ponerme la
ropa, qué digo, creo que no podrías ni mirarme –digo
mientras comienzo a repartir la crema extendiéndosela por
toda la espalda.
–Qué exagerada.
Hace una pausa
–¿Sabes a quién he visto hace un momento?
La respuesta está clara.
–A Mauro.
Mi entusiasmo es más bien inexistente.
–¿Te ha comentado algo?
–Dame también en las piernas, por favor.
Se está haciendo la remolona, la conozco.
–Vale, vale, pero contesta.
Ahora mi tono sí es apremiante.
–Me ha preguntado cómo estabas. ¿Es que pasó algo
anoche? –pregunta con creciente curiosidad.
–La verdad es que sí. ¿Qué le has contestado?
He dejado de darle crema. Esto promete.
–Bueno, ya sabes que soy discreta, solo le he dicho que
habías madrugado hoy. La verdad es que tampoco sabía
mucho más. ¿Te has vuelto a pelear con él?
–¡Ojalá! –digo suspirando y prosigo.
–Cuando salí, me fui paseando hacia las terrazas y él me
siguió. Comenzó a hablarme reprochándome lo que le había
dicho por la tarde.
Bajo la vista en dirección al agua.
–Le dije que no me echara sermones y claro eso le enfadó
bastante, lógico.
–Muy lógico –justifica María.
–Entonces me dirigí hacia la playa y él me seguía
hablándome por detrás.
Me paro, de repente siento un nudo en la garganta, esto
va a ser más difícil de contar de lo que creía.
–¿Y? ¿Qué pasó? Soy tu hermana. ¿Ha pasado algo
gordo? ¿Te ha hecho daño?
Su preocupación es palpable.
–No, sí...
¡No sé cómo empezar!
–El caso es que me tiró en la arena e hicimos el amor.
Mi cara no revela alegría.
–Para, para. Vamos a ver.
Se ha dado la vuelta en la hamaca y ahora me mira a la
cara.
–Eso que me estás contando, o por lo menos, así como lo
cuentas, no parece tan malo, él te gusta, pero, sin embargo,
no estás dando botes de alegría como sería lo normal.
Su expresión es como si algo se le estuviera escapando.
–Es que, no fue realmente como lo esperaba...
–¿Qué quieres decir, es que hace muy mal el amor, la
tiene muy pequeña, o.… es que realmente no querías
acostarte con él... y te forzó?
Acaba escupiendo el final de la frase como si no diera
crédito y mientras habla se incorpora sentándose en la
hamaca y con la mano me coge la cara para que la mire a
los ojos.
Desde la barra del bar, Ana no les quita ojo, y cuando ve
el gesto que María hace con la mano, comienza a
preocuparse de verdad.
–Miguel, creo que a Alba le pasa algo.
–No empecemos, no seas histérica. Eres demasiado
protectora con ellas, déjalas disfrutar, estamos de
vacaciones, quedamos en que no íbamos a estar encima de
ellas.
Da un sorbito a su piña colada.
–Es que me da la sensación de que Alba lleva unos días
en los que precisamente no está disfrutando mucho de este
viaje. Ayer mismo se pasó la tarde entera en la habitación. Y
anoche se acostó temprano.
–Bueno, ya sabes que es un poco rara, bueno, especial,
mejor dicho. Será el cambio, ya se le pasará. Dale un poco
de tiempo.
Vuelve a sorber de la pajita.
–No sé, ahora mismo está hablando con su hermana y la
encuentro tensa y ausente.
–Para que te quedes tranquila, si quieres hablaré con ella
–dice mientras se acerca y la abraza intentando quitarle
hierro al asunto.
–¿Lo harías por mí? Es que siempre parezco yo la mala de
la película que se mete en sus vidas –dice mirándole a los
ojos con tristeza.
–Lo haré. En cuanto encuentre el momento adecuado,
hablaré con ella, no te preocupes.

Parece que el tiempo se ha parado. Intento encontrar las


palabras adecuadas para que no se malinterprete lo
sucedido.
–Fue algo raro. Yo le deseaba, pero su mirada, sus
maneras estaba como fuera de sí.
Hago una pausa, trago saliva. ¡Joder, tengo la boca seca!
Intento recordar, y las imágenes comienzan a sucederse en
mi mente.
–No me mires así.
La expresión de mi hermana es de asombro.
–No me violó, ni nada de eso. Si yo hubiera querido irme
lo habría podido hacer, pero me quedé. Fue todo muy
rápido. Creo que él tampoco esperaba que fuera así.
–Entonces, lo que ocurre es que te has llevado un
desengaño.
Mi hermana aún nota que algo le falta, una pieza de la
historia. No lo entiende.
–Lo que ocurre es que todo surgió en medio de una
discusión. Fue como si se desatara algo entre los dos, como
si ambos quisiéramos quedarnos y a la vez irnos. ¿Me
entiendes? No hubo caricias, ni palabras bonitas, ni
preámbulos, ni declaraciones de amor, al contrario, incluso
cuando terminó se levantó y se fue corriendo sin decir nada.
Me dejó sola allí tirada, confusa, creo que se arrepintió.
–Ya, ahora lo entiendo.
Hasta este momento me ha sujetado la cara con la mano
y es ahora cuando me la suelta.
–Y eso no es todo.
Musito bajito.
–¿Es que aún hay más?
–No utilizamos ningún anticonceptivo.
–¿Quééé?
Grita tan alto en medio de la conversación que creo que
todo el mundo nos escucha atentamente.
–Eso sí que no me lo puedo creer. Tú que todo lo preparas
minuciosamente, tú que no se te escapa nunca nada, tú que
me echaste un sermón sobre este mismo tema y desde
entonces siempre llevo preservativos en el bolso “por si
acaso”. ¿En qué estabas pensando?
–No te preocupes, creo que es imposible, tan solo me
queda uno o dos días para tener la regla.
–Ya. Pero no puedes estar segura al cien por cien.
Me recuerda.
–De todas formas, tenme informada, por favor.
Hace una pausa y se queda pensativa.
–¿Qué vas a hacer ahora?
–Esperar –contesto rápidamente.
–Me refiero a Mauro. ¿Vas a intentar hablar con él? ¿Le
vas a contar lo que puede pasar y la responsabilidad que él
tiene en todo esto?
Mi hermana ha alzado la vista que hacía rato tenía puesta
en el agua de la piscina, ante el ruido de voces conocidas.
Al otro lado, Mauro va de grupo en grupo, conversando con
la gente y anunciando que se está preparando un juego en
la playa y necesitan participantes. Va vestido con un polo
azul marino con el escudo del hotel, pantalones cortos del
mismo color con dos rayas blancas a los lados haciendo
juego con el polo que las lleva en los hombros, y deportivas
blancas. ¡Dios, está guapísimo!
–Creo que esta va a ser una buena oportunidad –dice
rotunda.
–No tenéis escapatoria –añade y mientras habla se
levanta de la hamaca y recoge sus cosas.
–Espera, por favor, no se me dan bien las conversaciones
en la piscina. ¿Qué le digo?
Me estoy empezando a poner nerviosa y eso no es bueno.
–No te preocupes, seguro que sale bien. Sobre todo, no
saques tu genio. Tranquilízate –ordena sin piedad–. Voy a
intentar entretener a papá y a mamá. ¿OK? –dice
sonriendo–. Acláralo todo, no te dejes nada, esta es una
buena oportunidad, por favor, Alba.
–De acuerdo. ¿Qué haría sin ti? Te debo una. Cuando
termine me reuniré con vosotros.
Mi hermana se inclina antes de irse y me da un beso en la
mejilla.
–¡Suerte!
Veo cómo se aleja en dirección a la barra de la piscina.
Tras conversar con mis padres, los tres se van hacia la
playa. Seguro que les ha convencido para ver los juegos. Mi
madre se vuelve a lo lejos con cara de preocupación. Hago
como que no la veo. Seguidamente dirijo mi mirada hacia
Mauro, está a unos quince metros. Disimulo y abro mi libro,
intento parecer concentrada en la lectura, nada más lejos,
no me entero de lo que estoy leyendo. Escucho la
conversación que me llega. De reojo, veo cómo Mauro se
levanta y comienza a caminar en mi dirección, ya que en las
hamacas cercanas no hay nadie, no le queda otro remedio
que pararse a mi lado. Comienzo a pensar qué decirle, pero
no hay mucho tiempo. Mauro se sienta en la hamaca junto a
mí.
–Quería hablar contigo.
Comienza sin reservas y con aire sosegado.
–Vaya, qué educado, ni siquiera me preguntas cómo
estoy o si llegué bien a mi habitación –digo sarcástica.
¿Qué estoy diciendo? Ya estoy empezando mal, lo estoy
estropeando nada más empezar, ¿por qué no lo puedo
evitar? ¡Concéntrate!
Mauro suspira mientras retira la vista hacia lo lejos.
Espera y piensa cuidadosamente cómo continuar.
–Alba...
Veo cómo se revuelve incómodo en la hamaca. Cómo le
está costando horrores encontrar las palabras adecuadas.
–Quiero que sepas que siento mucho lo de anoche –dice
volviendo su mirada hacia mi rostro.
–Y… ¿Qué es exactamente lo que sientes? ¿Sientes haber
huido? ¿Sientes que haya pasado a ser un numerito en tu
lista? Dime, ¿qué número soy?
No dejo de mirarle a los ojos a través de mis gafas de sol.
La rabia florece de repente en mí. ¡Detente! Así no vas a
arreglar nada.
–Siento haberlo estropeado todo.
Continúa como si no me hubiera escuchado, mientras con
manos temblorosas me quita las gafas de sol.
–No deberías tapar esos ojos tan bonitos.
Por su expresión me doy cuenta que se ha fijado en que
los tengo un poco hinchados.
Me siento un tanto desconcertada. Esta reacción por su
parte no va con su forma de ser. Él está acostumbrado a
pavonearse delante de las mujeres, es lo único que le he
visto hacer desde que le vi por primera vez. Entonces me
doy cuenta de que disculparse de esta manera le está
suponiendo un gran esfuerzo. ¿Serán reales mis
suposiciones? ¿Estará arrepentido de verdad? Pero si lo
está, puede ser por dos motivos, arrepentido por el hecho, o
arrepentido por las formas. Si es lo primero, pasaría a ser la
mujer más desgraciada del mundo, porque entonces no
significo nada para él, se arrepiente por haberlo hecho y
punto, y tendré que olvidarme de él cueste lo que cueste.
Por el contrario, si es lo segundo, la cosa cambia, porque
entonces es que se arrepiente de cómo han surgido los
acontecimientos y desea cambiarlo y empezar otra vez, lo
que significa que hay algo entre nosotros que es recíproco.
Mi corazón comienza a latir fuertemente en mi pecho,
estoy muy nerviosa. ¡Qué difícil es esto, Dios! Lo he visto,
he visto cómo le tiemblan las manos.
–Siento mucho si te he hecho daño...
Se levanta, me mira con ojos tristes y sin añadir nada
más veo cómo se aleja lentamente.
–Mauro... –susurro para mis adentros, pero de mi boca no
sale ni una sílaba.
¿Por qué no he dicho nada? He preferido no hablar para
que mi mal genio no aflorara y dejarle que se explicara. Le
contemplo mientras rodea la piscina, ya no se para en
ningún otro grupo de gente. Me da la sensación de que
arrastra los pies al andar y su figura no es tan espléndida,
lleva los hombros hundidos. Un grupo de chicas que se
cruza en su camino le saluda, pero él ni se para, sigue
caminando hacia el interior del hotel. Esto es muy
desconcertante.
Tengo que volver a colocarme las gafas de sol. La última
imagen de Mauro entrando en el hotel se ha desdibujado a
causa de las lágrimas que comienzan a acumularse en mis
ojos. Esto parece una despedida en toda regla. ¿Se acabó?,
me pregunto mientras recojo mis cosas. Lo he estropeado
todo. Me dirijo hacia la playa. Está muy claro, está
arrepentido “por el hecho”. Tendré que olvidarme de él y
cuanto antes empiece mejor, aunque en este hotel va a ser
difícil. No sé si podré aguantar verlo hablar con otras
mujeres, ni siquiera verlo caminar por el hotel realizando su
trabajo y que me ignore como si no estuviera. Lo único que
deseo es que estas vacaciones terminen cuanto antes.
Tendré que aguantar, estoy muy lejos de casa, este lugar no
tiene nada que ver con mi mundo en Madrid. Realmente no
dará resultado. Me he creado falsas esperanzas. Somos dos
personas muy distintas la una de la otra, educados en
mundos muy diferentes. Mi hermana tenía razón. Como
siempre.
Respiro hondo y pongo la espalda recta cuando llego a la
arena de la playa. A lo lejos, cerca del faro hay un cúmulo
de gente gritando y riendo. Son los juegos que han
comenzado ya. Me dirijo hacia allí con paso decidido.

Mauro se siente como un tonto y sumamente ridículo. Es


como si en vez de arreglarlo lo hubiera empeorado. No sabe
qué más hacer. Su raciocinio intenta encontrar una solución
a toda esta situación mientras camina rápido sin hacer caso
a nada ni a nadie. Está claro, ya no se puede hacer nada,
seguramente le odia por su comportamiento, al menos él lo
ha intentado.

El juego que se está desarrollando en la playa consiste en


una cuerda larga con un pañuelo anudado en el medio. El
animador del hotel ha creado dos equipos con las personas
que se han apuntado para participar. Cada grupo se coloca
en un extremo de la cuerda con todos sus componentes en
fila uno detrás del otro agarrando la soga. Justo debajo del
pañuelo, se ha trazado una línea recta en la arena. El juego
consiste en que al sonido de un silbato ambos grupos deben
tirar al mismo tiempo con todas sus fuerzas y si alguna
persona de algún equipo atraviesa la raya quedará
expulsado. El primer grupo que se quede vacío pierde.
–¡Estás aquí! –grito a María–. Desde la arena no os veía a
ninguno –añado.
–Sí. Acércate, es muy divertido. Ponte aquí y podrás ver
mejor.
María me deja sitio para que pueda ver.
–Papá y mamá están participando. ¡Y en equipos
diferentes! Yo los he animado para que participaran, pero no
han querido ir juntos y se han apostado un masaje.
–No lo puedo creer. ¿Quién gana?
–En este momento acaban de eliminar a un participante
del grupo de mamá. Así que va perdiendo –me contesta
poniéndose de puntillas para poder ver mejor.
Vuelve a sonar el silbato y ambos grupos comienzan a
tirar poniendo tensa la cuerda. El grupo de mi madre ha
tomado la delantera y consigue eliminar a otro miembro del
equipo de mi padre.
–¡Bien, mamá, tú puedes! –grita María.
–Vaya, pobre papá. Tendré que animarle yo –comento
dándole un empujoncito a modo de broma.
En ese momento siento una mano húmeda en mi hombro,
es Rubén que se ha apoyado con una mano en el hombro de
mi hermana y con la otra en el mío. Lleva solo unas
bermudas hasta medio muslo amarillas. El pelo lo trae
mojado y todo su cuerpo está lleno de gotitas. Acaba de
salir del agua.
–Hola, Rubén, ¡qué sorpresa! –digo girándome hacia él.
–Buenas –contesta sonriendo.
María también se ha dado la vuelta y le mira hipnotizada.
–Hola –le contesta.
–Estamos viendo los juegos. Nuestros padres participan.
¿Quieres verlo?
–Claro, ¿quiénes son? –dice con curiosidad.
No sé, pero creo que, entre ambos, algo ha cambiado.
Noto como más confianza, más complicidad. Él se ha
colocado a la espalda de María y sus brazos rodean su
cintura por delante. La tendré que preguntar qué tal su
noche, ya que solo hemos hablado de la mía.
–Cada uno está en un grupo distinto. Mi padre está en el
de la izquierda, es aquel moreno con tripilla y bañador
verde de flores. Mi madre es aquella rubia de pelo corto con
bañador rojo –explica María señalando con el dedo.
–Ahora entiendo por qué no os parecéis vosotras dos.
Rubén nos mira con aire de satisfacción. La cuarta
eliminada es mi madre, y se dirige hacia nosotras. Y cuando
mi madre se acerca, noto cómo María se separa sutilmente
de Rubén.
–A mí me han eliminado, pero mi equipo ganará. Ya lo
veréis.
Se queda un momento parada.
–Hola –dice finalmente–. Soy Ana, la madre de María y
Alba. Tú debes ser el chico que bailaba tan bien anoche.
–Muchas gracias, pero hago lo que puedo. Mi nombre es
Rubén.
Le alarga la mano para saludarla.
–Prefiero dos besos –dice mi madre acercándose a él–.
Aún no soy tan mayor.
–Por supuesto. Lo siento, es la costumbre.
Y se agacha para facilitar la operación mientras ambos
sonríen.
–¡Acabas de ganar la apuesta, mamá! –interrumpo.
–Papá acaba de ser eliminado y era el último.
–¡Os lo dije! –dice saltando entusiasmada.
–Disculpad, pero tengo que marcharme. Me están
esperando. ¿Nos vemos luego, María?
–Claro, vendré esta tarde a la playa.
–Muy bien, pues aquí nos veremos. Encantado de
conocerte, Ana. Ha sido un placer. ¡Chao! –dice dirigiéndose
a las tres.
Rubén se encamina hacia un par de chicos que charlan
mientras le esperaban. Me fijo en ellos. Parecen cortados
por el mismo patrón. Ambos llevan el pelo un poco largo y
despeinado como Rubén, tienen la piel muy morena por el
sol. Visten pantalones de neopreno a medio muslo y dan la
impresión de haberse conocido en el gimnasio a juzgar por
el aspecto de sus cuerpos que no tienen ni un gramo de
grasa. Sujetan tablas de surf de vistosos colores y
complicados dibujos. Los dos nos miran, después de que
Rubén intercambie unas palabras cuando se acerca a ellos.
A continuación, los tres se giran y se van. Rubén es el único
que dice adiós con la mano y María le contesta con el
mismo gesto.
–Parece buen chico, ¿no? –suelta mi madre–. ¿Por qué no
le invitas a cenar con nosotros esta noche?
–¡Mamá, solo es un amigo!
María habla con aire de aburrimiento.
–¿Quién es un amigo? –pregunta mi padre que acaba de
aproximarse a nosotras.
–María ha hecho amistades –dice mi madre sonriéndole–.
Ya sabes lo bien que se le da.
–Sí, sobre todo amistades masculinas.
Recalca mi padre mientas dirige su mirada hacia el grupo
de chicos que se alejan por la playa.
–Vamos, papá, no empieces con lo de siempre.
Le miro con cara de angelito suplicando que no empiece
otra vez. No me gustaría que esta conversación termine en
enfados. Mi padre es un poquito irritante. Sí, esa es la
palabra justa, irritante con este tema, le llega al alma. Es
como si se sintiera “celoso” de que sus hijas salgan con
chicos. A estas alturas ya debería haberse acostumbrado.
Tanto mi madre como nosotras tenemos una teoría sobre
este tema, pensamos que este sentimiento de
sobreprotección se debe al hecho de no haber tenido ningún
hijo varón. Con todo lo demás referente a nosotras es, sin
embargo, mucho más tolerante, incluso se podía decir
laxo…
–Miguel, si es encantador. ¿No recuerdas al chico que
bailaba anoche con María? Si hasta le he dicho a tu hija que
le invitara a cenar con nosotros esta noche, pero no quiere.
A mí me parece un chico correcto y educado.
Mi madre intenta quitarle hierro al asunto.
–¿Qué pasa has hablado con él?
Su mirada interrogante esconde indignación. ¡Ya
empezamos!
–Bueno, Miguel, me lo acaban de presentar y esa es la
impresión que me ha dado –contesta explicándose.
Mientras hablamos en grupo nos dirigimos hacia las
hamacas donde hemos dejado nuestras cosas. El sol está en
lo más alto y sus rayos caen perpendicularmente en las
horas de más calor, por lo que los cuatro agradecemos la
sombra que nos brindaba el parasol de paja con forma
cónica.
Mi madre se tumba en una hamaca.
–En fin, en estos temas a mí nunca me hacéis caso.
Y dale erre que erre, mi padre no tiene fin.
–Soy como un cero a la izquierda –dice sentándose al lado
de mi madre.
–¿Por qué crees que quería que cenara con nosotros?
Para conocerle un poco mejor. –Mi madre le mira con una
sonrisa en los labios.
–Me parece bien, si María quiere, claro.
–Está bien. Pero no esta noche. Yo digo cuándo.
¿Contentos?
Comenta María intentando zanjar la conversación. Se la
ve un tanto irritada con el tema y no me extraña.
–¿Te apetece darte un baño conmigo, Alba?
–Claro. Este sol me está matando.
Ambas nos alejamos rápidamente en dirección a la orilla
dando largas zancadas. Al llegar al agua, no nos lo
pensamos dos veces y nos zambullimos rápidamente en las
cristalinas aguas templadas del Caribe. Nadamos un rato
una al lado de la otra. Nos encanta el agua y todos los
deportes acuáticos.
Desde muy pequeñas nuestros padres nos apuntaron a
clases de natación. Mi madre no quería que sus hijas no
supieran nadar como le había sucedido a ella y rápidamente
nos creó una gran afición. Nos tirábamos horas en la piscina
jugando y todos los veranos elegíamos mar en lugar de
montaña para pasar nuestras vacaciones. Incluso hemos
formado parte del equipo de natación de la universidad,
aunque ninguna de las dos nos lo hemos tomamos en serio.
El agua está templada y transparente, apenas hay olas, lo
que permite ver claramente los bancos de peces de colores
que se acercan por el fondo. Hay una gran variedad, a
cuales más bonitos, grandes y pequeños de todos los
colores. Es realmente impresionante. Están acostumbrados
a los bañistas, no parecen tener miedo y se nos acercan
descaradamente. Finalmente dejamos que nuestros cuerpos
floten boca arriba relajándonos en un lugar donde ya no
hacemos pie dejándonos mecer lentamente.

Desde la arena, sus padres las observaban sin perder ojo.


Saben que son buenas nadadoras y disfrutan de largos
baños como cuando eran pequeñas. A ambos les gusta ver
sus ágiles movimientos de natación coordinados y el avance
que logran con ellos sin que apenas se aprecie esfuerzo.
–Creo que ha llegado el momento de cobrar mi apuesta –
dice Ana tumbándose boca abajo en la hamaca.
–Oh, vamos, ¿tiene que ser ahora mismo?
A Miguel se le nota cansado.
–Tengo agujetas de tanto bailar anoche. Déjame
descansar un poquito.
–Ya sabía yo que ibas a poner esa excusa. Siempre igual.
Pero esta vez no creas que te vas a escapar. Si no es ahora
tendrá que ser luego. ¿Crees que se me iba a olvidar?
Miguel se ha tumbado al lado de su mujer y le acaricia la
espalda.
–¿Sabes? Creo que deberíamos pensar en hacer algo tú y
yo solos, ya sabes, sin las niñas. Algo especial para celebrar
aquí como es debido nuestro aniversario. ¿Quieres que nos
apuntemos a alguna excursión?
Miguel no deja de acariciarla mientras habla.
–¿Nosotros dos, sin las niñas? –pregunta.
–Estarán mejor sin nosotros, más a su aire. ¿Qué crees,
que solo tú te preocupas? No te has fijado lo pendientes que
están de nosotros. Quieren que todo sea perfecto y que lo
pasemos lo mejor posible y quizá eso las ponga un poco
nerviosas y no disfruten todo lo que disfrutarían si hubieran
venido solas. Además, solo sería un día. ¿Qué te parece?
–Bueno, quizá tengas razón. A lo mejor las agobiamos un
poco estando todo el rato juntos. Podríamos ir a ver alguna
de esas islas. Coger un barco y pasar allí el día. Por la tarde
estaríamos de vuelta.
Ana comienza a entusiasmarse.
–Hecho.
Miguel está encantado por la rápida reacción de su mujer.
–Después de comer nos pasaremos por recepción para
que nos expliquen todas las alternativas y si se puede,
mañana mismo nos embarcamos. ¡Prepara tu equipo
marinero!
Ana recibe un sonoro cachete donde la espalda pierde su
nombre, con lo que Miguel da por cerrado el tema.
Ambos se quedan callados escuchando el mar
disfrutando de cada momento, de cada segundo que pasa.
Pueden sentir la brisa suave que acaricia sus cuerpos
tumbados en la sombra. Esto debe ser realmente lo más
parecido al Paraíso en la tierra.
Miguel saca de sus pensamientos a Ana. Tiene hambre y
es que desde que han aterrizado en esta isla se le ha
abierto el apetito considerablemente, hasta él mismo se
extraña. Finalmente, después de sopesarlo en varias
ocasiones llega a la conclusión de que dicho cambio se debe
al simple hecho de tener tanta comida a su disposición a
cualquier hora y que ya estuviera pagado, eso le invita a
consumirla constantemente. Después de un rato consigue
convencer a Ana para que le acompañe al bufé y dejan a
sus hijas en el agua que a saber cuándo deciden salir.
Recogen sus cosas y se encaminan hacia el edificio de color
caldera con un porche a lo largo de todo su perímetro
formado por una larga hilera de arcos, donde se distribuyen
las mesas con sus manteles blancos para aquellos que
prefieren comer fuera.
Del porche se puede acceder por cuatro grandes puertas
una en cada galería al salón. En el centro se encuentra una
gran cocina circular abierta con una gran campana
extractora en el centro. Dentro, varios cocineros y pinches
debidamente uniformados se afanan para que no falte de
nada. La cocina dispone de mostradores donde se exponen
al alcance de los clientes, los platos recién cocinados, las
carnes y pescados, platos típicos condimentados y
acompañados con verduras, patatas, caldos, salsas.
También tortillas con diferentes ingredientes, diversos platos
de pasta e incluso pizzas.
A ambos lados creando una amplia zona de paso, y con
forma de media luna, están dispuestos dos mostradores uno
de ellos con los platos fríos, variados canapés, sándwiches,
perritos, bocadillos, distintas ensaladas, todo ello distribuido
en grandes bandejas plateadas y adornadas con flores y
frutas. En el otro se pueden coger diversos postres, frutas,
batidos y zumos. Es impresionante ver cada día las cestas
de frutas, adornadas primorosamente, utilizando la propia
fruta para crear distintas formas como animales, casas y
otras figuras. Allí también se encuentran las bebidas y las
quince variedades de panes. Finalmente, en el fondo en una
barra recta se puede escoger entre una gran diversidad de
cafés e infusiones, y todo lo necesario para acompañarlo,
tostadas, bollería, pasteles y tartas.
Las mesas se disponen alrededor de este núcleo central,
con un camarero para cada cuatro, los cuales se ocupan de
servir las bebidas. Recogen y vuelven a montar las mesas
para que siempre estén dispuestas a ser utilizadas de
nuevo.
Eligen una mesa del porche desde donde se ve el mar a
lo lejos y corre una brisa suave. Abandonan sus cosas allí y
se dirigen hacia el gran núcleo central atravesando el salón.
Cogen un plato vacío cada uno y comienzan a llenarlo
mientras recorren los mostradores. Ana se da cuenta de que
su marido escoge la comida sin ton ni son.
–Miguel, estás comiendo con los ojos, deja de coger
tanto.
–Es que tengo un hambre... además tampoco he cogido
tanto –protesta.
–No es la cantidad, me refiero a la mezcla de comidas.
¡Has cogido emperador, tortilla de patatas y pizza! ¡Y
encima tienes en la mano la cuchara para coger espaguetis!
Ana no da crédito.
–Si esto es el primer plato, ¿qué te vas a coger de
segundo?
Miguel examina su plato rebosante y después ojea el de
su mujer, ella solo se ha servido ensalada y se dispone a
servirse el segundo plato, un filete en salsa que tiene muy
buena pinta.
–Está bien, ya no cojo más, a excepción del postre, eso sí
que no lo voy a perdonar –dice Miguel y antes de que Ana
pueda responder algo se dirige como una bala a la barra
que contiene los dulces y se llena un plato con tres clases
de tarta. Con esta actitud, Ana decide no coger ningún
postre y tomar del de su marido para que no se ponga malo
del estómago.
Cuando terminan se sientan en la mesa y ambos
comienzan a degustar sus platos, un camarero se acerca
para servirles las bebidas.
–¿Sabes, Ana?
Miguel habla con la boca llena.
–Creo que este es el mejor viaje de nuestra vida. No creo
que volvamos a realizar algo así. Nuestras hijas sí, porque
son jóvenes y volverán a cruzar el océano en busca de
lugares como este, pero nosotros...
–¿Nosotros qué?
Ana ha dejado de comer para contestarle.
–No solo los mejores viajes están a este lado del océano,
lo importante es que estemos juntos, es cierto que este
lugar es ideal, y me encanta, pero precisamente vivimos en
uno de los países con mayor turismo del mundo, por algo
será. Además, mayor serás tú.
Miguel también ha dejado de comer y la mira con los ojos
de par en par.
–Mujer, no te lo tomes así, lo único que quería decir con
esto es que deberíamos aprovecharlo a tope porque quién
sabe que nos deparará el futuro.
–Espero que cosas más positivas, porque si lo miramos
desde tu perspectiva...
Ana hace una pausa para encontrar la palabra apropiada.
–... tremendista, no saldríamos de Madrid.
–Quizás tengas razón, Ana, siento no ser tan positivo
como tú –reconoce Miguel–. Quizás por eso me sorprendió
tanto el regalo de las niñas, fue increíble. Si por mí fuera
nunca hubiéramos realizado un viaje así. Jamás hubiera
salido de mí el coger un avión durante ocho horas.
–Sí, en eso estamos de acuerdo –le contesta con aire
sarcástico mientras coge un trozo de tarta del plato de
Miguel.
–Pero merece la pena, ¿no crees?
–Mmmm –asiente Miguel con la boca llena de tarta.
–Tenemos unas hijas estupendas. Podemos sentirnos muy
orgullosos de ellas. A mí también me sorprendió gratamente
su regalo. ¿Sabes que se han gastado todo el dinero que
tenían ahorrado?
–Bueno, ya contribuiremos a que vuelvan a ahorrar
rápidamente. Por eso creo que al final la sorpresa se la
dimos nosotros a ellas. No podíamos consentir que se
quedaran en Madrid, ¡con lo que les gusta el mar!
Ambos sonríen encantados recordando las caras de sus
hijas cuando les dijeron que se venían con ellos.
–Me alegro de que hayan podido venir con nosotros –
repone Ana mientras mira pensativa hacia el horizonte que
forma el cielo y el mar.
–Yo también.
Miguel une su mirada a la de ella.
–Por eso es tan importante que hables con Alba en cuanto
tengas un momento. No quiero que este viaje sea para ella
un castigo, me da la sensación de que no es como ella
esperaba. Si no lo está pasando bien deberíamos saberlo.
Ana ha vuelto de su relajado viaje por el horizonte y
ahora se la ve tensa.
–No te preocupes –contesta Miguel relajadamente
mientras se enciende un cigarrillo–. Solo hay que esperar a
encontrar el momento. No se me ha olvidado.
Sus palabras tranquilizan a Ana.
–¿Has terminado ya?
–Sí –contesta con una sonrisa.
–Bien, entonces, ¿aún quieres hacer esa excursión?
A Miguel se le ve entusiasmado mientras exhala el humo
de su cigarrillo por la boca.
–Por supuesto.
Ambos se levantan de la mesa y Miguel coge a su esposa
por la cintura mientras se dirigen a la recepción del Hotel
San Mauro. El sol comienza a inclinarse un poco hacia el
oeste dejando su cenit atrás, lanza sus cálidos rayos
imparables más diagonalmente, provocando un cambio en
las sombras que después de encogerse empiezan a ganar
terreno alargándose muy lentamente.
Poco a poco la playa se va quedando vacía y tranquila, la
mayoría de las personas se han ido a comer y las que aún
quedan, duermen plácidamente la siesta a la sombra.
El hotel es el punto de encuentro de varias culturas,
reúnen personas de diferentes países con costumbres y
horarios diferentes, por lo que no es de extrañar que a
cualquier hora del día haya personas comiendo en el bufé,
unos pronto, otros tarde, lo que hubiera sido imposible en
cualquier otro hotel del mundo, allí es algo normal. Aquí es
muy fácil olvidarse de los horarios, del reloj y de la rutina.
Comen cuando tienen hambre, duermen cuando tienen
sueño, son las vacaciones perfectas y la vuelta a casa
causará un gran síndrome post–vacacional a todos sus
visitantes.

Estoy tan a gusto... pero comienzo a sentir los dedos de


las manos arrugadas, síntoma de que llevo demasiado
tiempo en el agua y sugiero a mi hermana volver más cerca
de la playa. Cuando el agua nos llega a la cintura, nos
quedamos un rato más buceando y explorando el fondo.
Dentro del agua, a unos quince metros de la arena, existe
una barrera artificial formada por una fila de grandes
montículos con forma de campanas huecas de unos dos
metros de diámetro cada una. Todas ellas tienen varias
oquedades circulares a modo de ventanas. Están cubiertas
por una capa de vegetación incrustada de pequeñas algas y
plantas acuáticas que indica que llevan bastante tiempo allí.
Su finalidad es la de atraer a los peces que han acabado
ocupándolas como si fuera su hábitat natural.
En ese momento un grupo de gente está tirando migas
de pan al agua. Las dos nos aproximamos, y cuando
estamos lo suficientemente cerca podemos apreciar que
alrededor del grupo de personas que dan de comer a los
peces hay una gran mancha que tizna el mar de color
grisáceo que va y viene rodeándoles.
–¡Alba, mira esa mancha! ¡Es increíble, son peces!
Inmediatamente comienzo a nadar para acercarme lo
más posible.
–Vaya, nunca había visto nada igual.
Nos sumergimos bajo el agua y podemos apreciar una
maraña de peces todos iguales que van juntos como locos
formando una nube de colores todos moviéndose al
unísono. Son de pequeño tamaño y muy alargados, tienen
en la panza una mancha de color turquesa y en el lomo una
gruesa raya naranja. Es un espectáculo. Al cabo de un rato
otros peces más grandes con forma redondeada y planos de
color plateado y varias rayas rojas en los costados
comienzan a reunirse para recibir también su ración. La
mancha se hace más grande y dispersa. En un momento
nos vemos envueltas en ella. Los peces giran a nuestro
alrededor todos en la misma dirección como en un baile,
esquivando los movimientos de los humanos. De repente
todos los peces se alejan y el grupo se dispersa dejando de
formar esta nube en el mar.
–¿Qué pasa? Todavía les están dando pan, ¿por qué se
van? –pregunta María intrigada.
–Supongo que ya no tienen más hambre. Aquí
constantemente les dan de comer –repongo pensativa.
Dos mujeres comienzan a señalar algo que se mueve en
el agua y se acerca con movimientos circulares. Las dos nos
quedamos quietas, no sabemos qué pensar.
–¿Qué será eso?
María ha comenzado a acercarse.
–¡María! No te acerques, podría ser peligroso.
¡Dios! No me hace ni caso, así que la sigo a poca
distancia.
–No seas boba, si fuera peligroso la gente hubiera salido
corriendo.
Cuando logramos acercarnos podemos apreciar que se
trata de un gran pez. Es muy raro avistar peces de ese
tamaño tan cerca de la orilla, todos los que hemos visto
hasta ahora son de dimensiones parecidas y ninguno
excede los diez centímetros de largo. Este, sin embargo,
mide aproximadamente un metro de largo, su forma es
ovoide y regordeta, aunque su cola es plana terminando en
dos puntas verticales. Su color plateado hace que brille
cuando se refleja la luz en sus costados, y tanto su cola
trasera como sus aletas dorsales cambian a un negro
aterciopelado. Nada sin apenas hacer movimiento alguno y
rápidamente cambia de dirección. Poco a poco comienza a
acortar sus circunferencias acercándose más al grupo de
gente que le brindaba comida fácil. Empieza a congregarse
en la playa más personas atraídas por los comentarios que
surgen del grupo de gente que se encuentra dentro del
agua. No sabemos identificar a qué especie pertenece aquel
gran pez majestuoso que impone por sus movimientos
calculados y rápidos.
María sigue con la vista muy de cerca sus variaciones y
en uno de los círculos que el animal marino realiza
rodeándola, extiende la mano bajo el agua y logra acariciar
su lomo.
–¡Has visto! –grita encantada–. Le he tocado. Es muy
áspero. No lo parece, ¿verdad? –me pregunta mientras yo la
miro perpleja con cara de pocos amigos.
–Pero ¿qué pasa? ¿Por qué me miras así?
Se extraña María.
–Ten más cuidado. Podría haberte pinchado o algo peor.
No sabes de qué pez se trata.
Sé que tampoco es para tanto, pero mi instinto protector
puede conmigo.
–Como si tú no tocaras los peces cuando hacemos
inmersiones, mira la lista.
Me alega contrariada.
–Eso es muy diferente y tú lo sabes. Solo los toco cuando
el monitor advierte de que no hay peligro. Además, solo si
llevo los guantes –protesto defendiéndome.
El gran pez se cansa de la comida fácil y con una última
vuelta circular al grupo enfila mar adentro.
Las dos comenzamos a nadar hacia la orilla. Al llegar a
las tumbonas advertimos que nuestros padres se han ido y
decidimos secarnos al sol. Arrastramos dos tumbonas que
están a la sombra por la arena hasta una zona soleada y
ambas nos tumbamos boca arriba dejando que el sol nos
acaricie mientras las pequeñas gotitas de agua salada
resbalan secando poco a poco nuestros cuerpos.
–María...
Tengo los ojos cerrados, pero mis pensamientos van y
vienen.
–Mmmm...
María, sin embargo, ha comenzado a dormirse.
–¿Qué quieres? –me pregunta al poco de no escuchar
nada.
–Verás, quería saber cómo te fue ayer con Rubén. Aún no
me has contado nada y esta mañana cuando estábamos
viendo los juegos en la playa me he dado cuenta de que
sois algo más que amigos. ¿A que no me equivoco?
Me giro de costado en mi hamaca para poder mirar a
María que no se ha inmutado.
–Bueno, no te equivocas.
Sigue con los ojos cerrados y sin moverse. Se diría que
está dormida de no ser porque habla.
–Ya sabes que después del baile nos fuimos a la
discoteca. Allí estaban dos chicos amigos suyos. Son
majísimos, uno se llama Alejandro, Álex para los amigos, y
el otro Jesús, tienes que conocerlos, porque te vendrás esta
tarde.
María no espera respuesta, lo da por hecho.
–También estaba la hermana de uno de ellos, de Álex y su
amiga. Estuvimos bailando los seis en la pista casi todo el
rato y la hermana de Alejandro, que se llama Susana, me
enseñó unos pasos de baile. Ahora me defiendo mucho
mejor con la salsa. Si quieres te los enseño.
–Claro, ¿por qué no?
Mi tono no expresa emoción alguna.
–Si te emocionas tanto, casi lo dejamos, aunque tú te lo
pierdes, porque Susana tiene una academia de baile en
Santo Domingo donde da clases y por lo que me ha contado
Rubén, tiene bastante fama. ¿Por qué te crees que él baila
tan bien?
–Pues no sé, quizás porque es de aquí.
Realmente no tengo ni la más remota idea de dónde es
Rubén, pero lo supongo por su acento, aunque se le nota
muy poco.
–¿Y qué tiene que ver eso?
–Hombre, las andaluzas bailan muy bien las sevillanas,
¿no? –razono con ella.
–Ya, y según eso, tú bailas muy bien el chotis, ¡castiza!
María se ha vuelto en la hamaca hacia mí y se ríe a
carcajadas.
–Rubén ha tomado clases con Susana y la verdad es que
se nota. Al principio cuando ella sale a la pista y se pone a
bailar, parece que lo único que pretende es pavonearse y
que la gente la mire y es que no puedes evitar mirarla, se
mueve que da gusto. Yo me quedé como diciendo, ya está
aquí esta exhibiéndose, hasta me empezó a caer mal. Pero
enseguida ella se dio cuenta y me cogió para que la
siguiera, me enseñó dos o tres pasos y no veas, parecíamos
dos peonzas dando vueltas, hasta nos hicieron un corrillo en
medio de la pista. Me lo pasé en grande. Me ha dicho que si
quiero puede venir a darme alguna clase al hotel antes de
que me vaya, aunque tiene poco tiempo libre.
–O sea, que ahora eres uña y carne con ella –la
interrumpo.
–Hombre, tanto como eso... no. Pero cuando hablas con
ella te das cuenta de que el baile es su vida y no puede
evitar moverse en el momento que oye cualquier música, es
como si estuviera poseída. Además, parece buena chica. Al
final me cayó fenomenal. Su amiga Elena también es muy
maja. Es como si la conociera de toda la vida. Se parece un
poco a ti.
–Eso no es una novedad, María, tú eres como un imán
para la gente.
–No sé, yo solo hablo y la gente me sigue. Deberías
probar de vez en cuando, Alba.
–Muy graciosa… –Sonrío.
–Y después del baile, ¿qué? –le pregunto.
–Pues, a las tres, Susana se tenía que ir, porque
madrugaba hoy. Tenía que dar clase, la verdad es que no sé
cómo aguanta, por lo visto están ensayando los pasos de
baile para el carnaval, así que los cuatro se fueron juntos en
el mismo coche.
–¿Ninguno de ellos se hospedan en el hotel? –pregunto
intrigada. ¡Qué raro!
–No. Solo Rubén.
–¿Por qué?
Junta las cejas extrañándose de la pregunta que le he
hecho.
–¿Rubén no tiene casa aquí? –añado.
–Pues sí, pero sus padres no están. Además, como viene
de vez en cuando, prefiere quedarse en el hotel por temas
de comunicación, ya sabes cómo son aquí las carreteras.
María explica lo que para ella es evidente.
–O soy muy corta o no lo entiendo. Él tiene una casa,
pero prefiere hospedarse en un hotel porque no están sus
padres.
De verdad no lo entiendo.
–Pero qué lío tienes, hija. Los padres de Rubén son de
Santo Domingo. Aquí tienen unas tierras donde vivían antes,
una especie de finca con un caserón. Comenzaron
plantando plataneros y les fue muy bien. Por lo que me ha
contado, cuando su padre se jubiló y después de trabajar
mucho aquí, se fueron del país y se establecieron en España
en un pueblecito de Andalucía llamado Lucena. Allí
compraron otra finca y la acondicionaron para el turismo.
Construyeron una gran casa al estilo rural andaluz. Es una
hospedería con diez habitaciones. Reconstruyeron unos
viejos establos y se dedican a los caballos. También tienen
una pequeña ganadería. Por lo visto llevan una vida
tranquila, su madre se encarga del hotel, prepara los menús
de la hospedería con platos típicos de aquí, se encarga de
los clientes y de que todo esté a punto. Su padre se dedica
más a la ganadería y a organizar excursiones con los
huéspedes para montar a caballo por la serranía.
–Parece una vida de cuento, ¿no? ¿Y qué ha pasado
entonces con los plátanos? ¿Vendieron la finca?
–No. Todavía la explotan. Tienen cerca de veinte
trabajadores que se ocupan de ella. Rubén viene unas seis
veces al año para comprobar que todo está bien y controlar
un poco el negocio. Por lo visto sus padres ya no están bien
de salud para hacer el viaje en avión.
–Entonces fui una tonta cuando lo dejé pasar en la
piscina, ¡pero si está forrado!
No salgo de mi asombro.
–Quién lo iba a decir.
–Hombre, a mí no me ha contado lo que tiene o deja de
tener, tampoco hace tanto que le conozco.
–Vamos, no te hagas la tonta, con un negocio aquí y otro
allí, y no cualquier cosita, sino dos fincas, caballos, toros y
vacas, un hotel rural, plátanos, y los dos funcionando a
pleno rendimiento.
–La verdad es que a él no le gusta contarlo. Lo que sé, me
lo ha contado casi todo Elena.
–El cotilleo te puede. Y Rubén no tendrá algún hermano
para mí, ¿no?
Ojalá así se me quitarían las penas, pienso.
–Pues sí.
–¡No me digas!, y ¿dónde está?
Sabía que me iba a entusiasmar, lo veo en su cara.
–Rubén solo tiene un hermano mayor. Cuando sus padres
decidieron emigrar a España, él se opuso y acabó
discutiendo con sus padres. Actualmente no se habla ni con
sus padres ni con Rubén.
–¿Y dónde está ahora, si es que se sabe?
Estoy encantada con la historia, no puedo creer que
detrás de aquel chico exista una historia familiar tan
agitada.
–Estuvo unos años ocupándose del platanar, hasta que se
enamoró de una extranjera se casaron y se fueron a vivir al
país de ella. Desde entonces no saben nada de él. Su madre
lo debe estar pasando mal. Me contó Elena que por un lado
mejor porque cada vez que venían cuando él aún cuidaba la
finca, les armaba unas… Se pensaba que era suyo y no les
dejaba casi ni entrar.
–Menuda situación, ¿no? Es una pena que una familia se
rompa de esa manera. Espero que a nosotros no nos pase
nunca.
–Eso espero yo también.
Ambas miramos hacia el cielo azul, una tenue brisa
sacude las altas hojas de las palmeras cercanas.
–¿Crees que alguna vez se reconciliarán? –le pregunto
inesperadamente.
–Pues no lo sé. Seguramente no esté aquí para verlo.
María pone sus manos entrelazadas detrás de su nuca.
–¡Quién sabe...! Si llegaran a reconciliarse que sea para el
bien de todos, ¿no crees? –añade pensativa.
–Bueno, y cuando se fueron los demás ¿qué hicisteis
vosotros?
–Pues de vuelta, caminando por el hotel, él me cogió la
mano.
María se para, mientras mira mi expresión.
–Vas a decir que soy una tonta, que por qué te cuento
esto, pero es que fue muy especial. Cuando noté su mano
un escalofrío me recorrió el cuerpo, nunca me había pasado
antes.
–Eso es amor, está claro. ¡Qué romántica te has vuelto!
Me río sin poder parar.
–Solo con ver la cara de tonta que se te pone cuando te
habla...
–Sabía que te lo ibas a tomar a cachondeo, Alba.
María se ha sentado en la hamaca y me miraba con aire
de reproche. Viendo su creciente enfado sigo sus
movimientos y también me siento en su hamaca para
encontrarme a su misma altura.
–Perdona, María, solo quería bromear un poco, no te
enfades. Me alegro, de veras, que hayas encontrado a la
persona adecuada, no como yo que me he ido a fijar como
tú muy bien dijiste en un bala perdida.
–Tranquila, no me he enfadado. Es que tú eres la única
persona con la que hablo de estas cosas y no me gusta que
te lo tomes a broma, me importa mucho tu opinión. Aunque,
a decir verdad, tienes razón, me pongo como una tonta
mirándole cuando me habla, ¿se me nota mucho?
Mi cabeza contesta sola con un movimiento de arriba a
abajo asintiendo mientras sonrío y la cojo las manos.
–Es que me quedo que no sé cómo reaccionar.
Mientras habla enfatizaba sus frases con gestos en su
cara.
–Creo que esta vez me he enamorado de verdad, no sé si
será el lugar, o qué, pero esta vez siento algo diferente que
me dice que sí, que esto es amor y no lo que he sentido
otras veces y espero que a él le pase lo mismo.
–En mi modesta y más sincera opinión, creo que a él tú le
gustas y mucho, aunque aún no he sabido detectar si está
enamorado o no, porque no le conozco lo suficiente, pero
como me queda mucho tiempo aún de alcahueta a vuestro
lado, si lo detecto te lo haré saber –digo mientas le suelto
las manos.
–No seas tonta, no eres ninguna alcahueta.
En ese momento reacciona.
–¡No me lo digas! Te ha ido mal la conversación con
Mauro. Como si lo viera –afirma resignada.
–Un poquito –digo acompañando mis palabras con un
gesto de la mano.
–Pero prefiero hablarlo mientras comemos algo, hace un
rato que me suenan las tripas.
Me levanto y comienzo a recoger mi toalla metiéndola en
la bolsa de playa. Mi hermana hace lo mismo y con paso
lento atravesamos el manto de suave arena blanca hasta
pisar las pequeñas losetas de barro cocido que con diversas
formas, como si se tratara de un puzle, forman los
diferentes caminitos para atravesar los jardines que surgen
espontáneamente al final de la arena. Es como un oasis
exuberante de palmeras y plantas tropicales que con sus
flores coloristas parecen desafiar al viento, a la sequedad de
la arena y al salitre de mar.

Mauro se siente vacío. Simplemente desearía borrar de


un zarpazo la noche anterior. Se siente como un ladrón que
roba lo más preciado a alguien y cuando le descubren
intenta ponerlo todo en su sitio, pero ya no encaja. Sus
pensamientos van y vienen mientras va picando de aquí y
allá en la cocina del restaurante mejicano del hotel, no tiene
hambre, pero debe continuar su larga jornada de trabajo.
Apenas ha dormido por la noche y se siente cansado, más
bien derrotado después de la conversación que acaba de
tener con Alba. Atraviesa la estancia mientras sus
compañeros le van saludando a su paso y él devuelve los
saludos. En la puerta se encuentra con Fede, su sonrisa
resplandece como un tesoro en contraste con su negra piel.
Ambos chocan sus palmas abiertas en el aire en muestra de
la gran amistad y de la confianza que los años ha
depositado en ellos.
–¿Cómo estás, hermano? –pregunta Fede con notable
acento dominicano.
–No tan bien como tú. ¿Te toca cocina mejicana esta
noche?
–Me temo que sí, pero no me toca cocina, sino servir
mesas, por lo menos terminaré antes, ¿vas a hacer algo
esta noche o te toca trabajar?
Mientras habla, saca unas llaves del bolsillo de su
pantalón.
–Tengo recepción. Lo más aburrido del mundo, muchas
horas y poco trabajo. Encima, el poco trabajo que surge son
todo problemas.
–Bien, entonces esta noche no cuento contigo. Cuando
termine, te veo en recepción antes de irme. Me voy pitando
al vestuario a cambiarme de uniforme –dice lanzando al aire
el juego de llaves de la taquilla y volviéndolas a coger.
–Allí estaré.
–Hasta luego, hermano.
Fede se aleja en dirección a los vestuarios de personal.
Cuando le pierde de vista continúa su camino, después
de tantos años Fede y él son como hermanos, así lo sienten
ambos. Siempre se han ayudado el uno al otro. Mauro siente
una gran admiración por Fede, desde muy pequeño siempre
deseó ser como él, era su ídolo. Aquel negro fascinante que
siempre estaba de buen humor y parecía que los problemas
no iban con él y eso que la vida no le había tratado muy
bien.
A las dos en punto y como mandan las normas, entra en
las oficinas posteriores de recepción. Consisten en dos
despachos amplios comunicados por un pasillo que a su vez
conducen mediante una puerta al espacio destinado a la
recepción del hotel. En uno de los despachos existe una
única mesa de oficina equipada con ordenador, detrás y
enfrente de la misma, dos grandes librerías. La que se
encuentra detrás alberga multitud de libros de registro, así
como una pequeña biblioteca. La que se encuentra en el
lado opuesto sin embargo es cerrada y contiene una gran
cantidad de archivadores imprescindibles para el correcto
funcionamiento de la recepción del hotel, en ambas puede
reconocerse el cuidadoso y esmerado trabajo que se realiza
allí ya que su aspecto es de perfecto orden a pesar del
trasiego de documentación y la constante generación de
documentos. El otro despacho de iguales dimensiones
dispone de dos mesas dispuestas en ángulo de noventa
grados equipadas con sus respectivos ordenadores. A la
izquierda de una de ellas hay una pequeña centralita que
coordina todas las llamadas internas del hotel, tanto las
recibidas de cada una de las suites como las que se realiza
al personal y a los diferentes departamentos para poder
coordinarlos. En la pared opuesta un gran tablón contiene
multitud de notas pinchadas con chinchetas, así como
diversas circulares. Junto al tablón, una pequeña nevera
consigue que las bebidas destinadas a consumir por el
personal estén a punto para su disfrute. Son oficinas
confortables con amplios ventanales que dejan pasar la luz
para que el trabajo se desarrolle con armonía y bienestar, al
contrario que la recepción, la cual da una idea al viajero que
llega por vez primera de lo que puede ser aquel Hotel San
Mauro.
–Buenas tardes, Maite, ¿estarás hoy conmigo en
recepción? –pregunta Mauro al entrar al primer despacho.
Maite impecablemente uniformada se encuentra sacando
una botellita de agua mineral de la nevera, pega un
respingo y se gira rápidamente.
–La próxima vez intenta hacer un poco más de ruido
Mauro, me has dado un susto de muerte.
La mujer con cara de sorpresa sostiene la botella
fuertemente con una mano pegada a su pecho. Maite
siempre está impecable, cuida cada detalle de su persona,
desde su uniforme pulcramente planchado hasta su
peinado. Incluso uniformada despide glamur. Ninguna otra
empleada del hotel sabe llevar el uniforme como ella, se
diría que incluso no es un simple uniforme y es que su
elegancia se palpa hasta en sus movimientos. Por esas
cualidades casi siempre su puesto se encuentra en
recepción para atender al público.
–Tranquila, no voy a quitarte la botella de agua, puedes
soltarla –dice poniéndole una mano en el hombro.
Maite ha sido como una madre para él. Siempre que se
cruzan por el hotel, le atusa el traje o le colocaba la corbata
y aunque Mauro tenga un espíritu de ideas libres y una
visión muy peculiar de la vida lo que le hace una persona
muy impulsiva, siempre escucha el consejo de Maite,
incluso a veces lo necesita y no descansa hasta escuchar su
opinión.
–Tú y tus bromas –se queja.
–Me temo que me vas a tener que soportar unas horitas.
Trabajo hasta las diez –dice mientras mira el tablón–. ¿Y tú?
–Un poquito más que tú. Hasta las doce. No deberías
trabajar tanto, Mauro.
–Claro, eso mismo pienso yo, pero tú sabes mejor que
nadie que esta es mi vida. El hotel es muy importante para
mí.
–Lo sé.
Maite baja la vista pensativa. Mauro se acerca a ella y la
besa en la mejilla suavemente.
–¡Quita de aquí, besucón!
Le reprime en broma.
–Eres un engatusador de mujeres y así te va.
El tono de Maite no deja lugar a dudas, le está queriendo
decir algo importante sin dejar de sonreír, porque realmente
se preocupa por él, le conoce desde que tenía diez años.
–Sé más que de sobra tu opinión sobre ese tema y no
creas que no la tengo en cuenta. Aunque creas que no te
hago caso reflexiono mucho sobre lo que me dices. Tú
nunca me has regañado directamente, simplemente me das
tu visión de las cosas sin nada a cambio, una visión
bastante realista, por cierto. ¿Y sabes? Como siempre tienes
razón.
Mientras habla, atraviesa el pasillo y se sienta en la mesa
del escritorio. Maite le ha seguido después de coger un vaso
de plástico que llena de agua de la botella. Mientras bebe
de él observa los movimientos de Mauro.
–Ha ocurrido algo que me ha hecho ver claramente que
tenías razón.
Maite se da cuenta que, aunque mira hacia ella, no la ve.
Está recordando algo que por su expresión es agradable.
Maite deja el vaso y la botella encima del escritorio y se
acerca a él.
–Creo que te has enamorado, Mauro –dice en un tono
suave y aprobativo.
Está muy contenta por esta noticia, no cabe duda,
esperaba que se produjera esta conversación desde hacía
tiempo y por fin había llegado. Mauro se sorprende de la
capacidad de esta mujer para mirar en su interior, y en ese
momento comprende que tenía razón, quizás se esté
enamorando, nunca había sentido aquel dolor interior que
no le deja vivir, ni siquiera cuando aquellas mujeres con las
que había compartido diversos momentos en su vida, se
marchaban a sus países sin dejar huella en él. Ni siquiera
podía recordar sus nombres. En ese momento sus
pensamientos se disipan. La campanilla de recepción ha
sonado.
–Tranquila, voy yo –decide Mauro.
Antes de que pueda salir Maite le arregla el nudo de la
corbata que está torcido y con un guiño le apremia para que
salga a atender a las personas que están afuera. Con una
sonrisa en los labios, Mauro sale al lujoso mostrador de
recepción de brillante madera. Rápidamente se queda
parado en seco.
–Buenas tardes –dice finalmente logrando mantener la
compostura y con aire profesional.
–¿Les puedo ayudar en algo? –pregunta.
–Pues, sí.
Miguel y Ana se encuentran delante de él al otro lado del
mostrador, perecen contentos, ambos visten sus bañadores.
Ana lleva un pareo que rodea su cintura y Miguel se ha
puesto una camiseta. Se les nota un poco sonrojados por el
sol.
–Querríamos información de las excursiones que tiene el
hotel para mañana.
Miguel le habla directamente a los ojos, son casi de la
misma estatura. Ana también le observa con aire
expectante.
–Bien, todas las mañanas de diez a doce un compañero
se sitúa en el saloncito de las fuentes de recepción –dice
señalando la dirección–. Allí pueden informarse de todas las
salidas que organiza el hotel y toma nota de las personas
que se quieren apuntar para el día siguiente.
Hace una pausa mientras observa sus caras de decepción
y su mente piensa rápidamente.
–Pero como temo que ustedes desean salir mañana…
Prosigue tras confirmar el cambio de expresión de sus
interlocutores.
–Podríamos acercarnos al saloncito y si queda alguna
plaza con gusto, les apuntaré yo mismo.
–No sabe cuánto se lo agradecemos... Mauro –dice Ana
fingiendo leer la placa con su nombre que cuelga de la
chaqueta azul marina de su uniforme, aunque recuerda
perfectamente cómo se llama.
–De nada, discúlpenme un momento.
Mauro se mete en las oficinas.
–Maite, me voy al salón de las fuentes, te quedas solita.
Si necesitas algo, llámame al móvil –dice mientras da unas
palmaditas en el bolsillo interno de su chaqueta
confirmando que lo lleva.
–No tardo.
–Ve tranquilo, la recepción se queda en buenas manos –
contesta Maite sonriéndole.
Al salir abre un armario empotrado donde cuelgan
multitud de llaveros con llaves que abren y cierran diversas
estancias de uso interno del hotel, así como multitud de
armarios y cajones. De todas ellas selecciona un manojo.
–¿Me acompañan? –dice cediendo el paso a la pareja–. Es
por aquí.
Maite puede ver desde el mostrador cómo se alejan hacia
el salón y el orgullo que siente hacia Mauro por la
profesionalidad que ha conseguido con los años de trabajo
en el hotel, le llena el corazón, ¡qué puede decir! Él es su
debilidad. Jamás tuvo ninguna duda de que aquel
hombrecito que conoció cuando ella logró aquel puesto iba
a ser un gran profesional.
La recepción se abre a varias estancias de grandes
dimensiones diáfanas donde se conjugan diversos
ambientes con sumo gusto. Atraviesan un primer espacio
con multitud de sofás delicadamente tapizados organizados
por núcleos independientes con mesa baja y lamparitas
donde los clientes pueden conversar, leer o simplemente
descansar tranquilamente. El lugar se encuentra dominado
por una impresionante lámpara central de araña cuyos
brazos múltiples se despliegan formando un círculo y
cayendo casi hasta tocar el suelo. Cuando al anochecer se
enciende es uno de los puntos de atención ya que da la
impresión de un árbol de navidad boca abajo. La rodean
atravesando la estancia y entrando en un ambiente
diferente, es el salón de las fuentes como así se denomina
ya que realmente simula una especie de patio con una
fuente en el medio de forma cuadrada y cuatro redondas de
menor tamaño en cada una de sus esquinas que no dejan
de echar por sus surtidores agua refrescando el lugar y
creando una melodía constante con su sonido. Alrededor de
ellas se ven multitud de silloncitos con mesitas auxiliares.
No es de extrañar, ya que este patio comunica directamente
con una de las diversas barras con las que cuenta el hotel,
que los clientes se tomen una copa después de cenar y se
sienten tranquilamente a charlar. En un lateral la estancia
se abre creando un ambiente más íntimo con cinco o seis
sillones mullidos llenos de cojines y mesas donde reposan
grandes lámparas con pantallas para crear un aire más
intimista. Los colores predominantes son los crudos que
terminan por subrayarse con unas delicadas cortinas de
gasas que cuelgan de lo más alto del techo y que visten el
gran arco que separa ambos espacios. En medio de la
estancia se puede ver un piano que ahora permanece
callado y por las noches deleita a cuantos quieren escuchar
buena música. Al llegar a una de las esquinas, Mauro rodea
una delicada mesa de madera con finas patas torneadas.
–Pueden sentarse, por favor –dice señalando dos sillas a
juego con la mesa.
Cuando Ana y Miguel se han acomodado, Mauro hace lo
propio al otro lado de la mesa. Examina el manojo de llaves
y escoge la más pequeña que introduce en la cerradura de
uno de los tres cajones con los que cuenta la mesa. De él
saca un ordenador portátil que deposita con cuidado sobre
la mesa. Lo conecta y le da a la tecla de arranque. Mientras,
Ana y Miguel le miran sin pestañear.
–Bien, aquí está el archivo. Mmmm, mañana...
Hace una pausa mientras sus ojos recorren las líneas del
documento.
–Hay una excursión a isla Catalina. Salida a las diez de la
mañana y vuelta a las siete de la tarde en el catamarán
“Siena”. Es el catamarán del hotel con capacidad para
veinticuatro personas –explica.
–Bien, y… ¿Están completas las veinticuatro plazas? –
pregunta Miguel.
–Mi compañero tiene reservadas veintidós y dos por
confirmar.
Mauro levanta la vista de la pantalla.
–Entonces, ¿está ocupado? –pregunta Ana a Mauro.
–En teoría, sí.
–Es que nos haría tanta ilusión. Mañana es nuestro
aniversario de casados, hacemos veinticinco años, toda una
vida, y queríamos celebrarlo como es debido.
Ana le mira intentando agradarle. Le recuerda del primer
día que llegaron al hotel. Se fijó en él ya que le pareció muy
atractivo, aunque después se sintió un poco contrariada con
sus sentimientos. Aquel chico podría ser su hijo. Aun así,
hasta que no desapareció no pudo dejar de mirarle de reojo,
aquel hombre era como un imán para la vista.
–Mi más sincera enhorabuena.
–Muchas gracias –contesta Miguel que se ha dado cuenta
de que algo le ocurre a su mujer que la perturba.
–¿Pero podríamos ir al grano?
–¡Miguel! No seas tan maleducado
Ana se ha sonrojado.
–Bueno es que a él tampoco le importa si es nuestro
aniversario o no.
Miguel se está poniendo un poco tenso.
–Discúlpale, no te importa que te tutee, ¿verdad?
–Por supuesto que no, señora.
–Entonces, ¿no habría alguna manera de ir en ese
catamarán mañana?
Ana intenta sacar todo su arte persuasivo. Mauro los mira
a ambos allí sentados justo enfrente de él. Son los padres
de Alba, solo de pensarlo comienza a ponerse nervioso, algo
que no le ha pasado nunca a lo largo de su profesión.
Después de pensarlo rápidamente, decide hacerles el favor,
no sabe si trata de ganar puntos para un futuro o
simplemente siente que debe hacerlo. “Mi compañero me
matará mañana y con razón” piensa.
–Veamos, si bien la confirmación se puede realizar hasta
las cinco y aunque sean solo las cuatro…
Mira de reojo su reloj de pulsera.
–Cambiaré esas plazas.
–¡Ah! ¿De verdad? Cuánto te lo agradezco, Mauro.
Ana se muestra entusiasmada, han conseguido esas
plazas que tanta ilusión les hace.
–Deberán rellenar este pequeño formulario y abonar el
precio estipulado.
Mauro les tiende los formularios junto con un bolígrafo
para cada uno y los dos se ponen rápidamente a rellenarlos.
Mauro espera pacientemente mientras terminan.
–Únicamente necesito un dato para el ordenador, ¿su
número de habitación?
–La seiscientos veinticinco –Miguel responde sin dejar de
mirar su formulario.
Inmediatamente Mauro introduce los datos en la casilla
correspondiente del ordenador anulando así las dos plazas
pendientes. Miguel termina antes que Ana y deja el
bolígrafo sobre la mesa, mientras le tiende a Mauro el
formulario.
–¿En qué consiste la excursión exactamente?
El tono de Miguel es ahora más amable y conciliador.
–Bueno, a las diez deberán estar en el muelle de la playa.
Allí cogerán el catamarán con el resto de los ocupantes y en
aproximadamente tres cuartos de hora llegarán a Isla
Catalina. Es una isla preciosa, les va a encantar. Una vez
allí, en la misma playa hay un restaurante concertado con el
hotel que organizará una barbacoa en la misma playa
mientras los que quieran pueden hacer una inmersión con
un instructor de submarinismo que va en el barco. También
hay diversos juegos en los que pueden participar. Después
de comer se realiza una excursión al pueblo, donde se
pueden realizar compras y finalmente antes de volver, el
catamarán da la vuelta entera a la isla para que puedan
hacerse una idea global. Quizás con algo de suerte puedan
avistar alguna ballena jorobada, por esta época se las suele
ver. La verdad es que merece la pena. Las vistas son
inolvidables.
–Perfecto.
Ana también ha terminado su formulario y le escucha
encantada.
–¿Cuánto es entonces? –dice mientras mira en su bolsa
de playa.
–Son noventa y cinco dólares cada persona –contesta
Mauro.
Ana consigue sacar un pequeño monedero.
–Te doy ciento noventa dólares. ¿Está bien? –dice
mientras le tiende los billetes. Mauro los cuenta con
profesionalidad y rapidez.
–Correcto. Aquí tienen sus pasajes. No olviden llevarlos
mañana.
Ana y Miguel los cogen y se levantan de las sillas. Mauro
guarda el ordenador en el cajón y lo cierra con llave.
–Que tengan una feliz estancia en Isla Catalina –les dice
mientras los acompaña por el salón.
Cuando llegan a recepción Mauro se despide de ellos.
–No sabes cuánto te lo agradecemos. Has sido muy
amable –dice Ana encantada y agradecida.
–Sí, muchas gracias.
Miguel le tiende la mano.
–Ha sido un placer.
Mauro estrecha su mano con aire decidido.
–Si necesitan algo más, ya saben dónde estoy.
Ambos continúan su camino hacia el jardín y Mauro se
queda mirándolos hasta que Maite le saca de su
abstracción.
–Parece que se han ido muy contentos, ¿no?
–¿Qué pasa, dudas de la capacidad que tengo para
realizar mi trabajo o es que sientes celos de no ser tan
buena como yo?
Mauro suelta una larga carcajada mientras pasa al otro
lado del mostrador.
–No, siempre supe que eres el mejor.
Maite le devuelve una de sus espléndidas sonrisas.
Por fin llegamos al chiringuito que está junto a la playa.
Es bastante amplio con forma circular y cubierta cónica de
paja, el espacio carece de paredes, simplemente está
limitado por una valla a media altura de postes de madera
blancos a modo de terraza, lo que permite la libre
circulación de aire y las vistas hacia la playa. Se trata
realmente de un restaurante autoservicio, para que los
clientes que quieran tomar algo puedan acercarse desde la
playa sin necesidad de ir hasta el bufé. La comida que se
sirve consiste más bien en un sinfín de aperitivos y
tentempiés. A un lado la barra con la comida y las bebidas y
al otro lado una veintena de mesas equipadas con todo lo
necesario para comer. El ambiente es más distendido que el
que reina en el resto de los restaurantes. La decoración
contribuye a ello, los manteles de cuadros vichí rojos y
blancos, con las servilletas rojas a juego, los uniformes de
los camareros con polo blanco y pantalones rojos, los
ventiladores del techo en madera lacada en blanco, hasta
incluso el arreglo floral de las mesas da un aire campestre al
lugar, formado por pequeñas florecillas blancas.
Repasamos la barra de cabo a rabo con nuestras
bandejas donde vamos depositando la comida. Una vez
seleccionados los platos que vamos a degustar, escogemos
una mesa pegada al borde para poder contemplar desde allí
la inmensidad de la playa hasta donde se pierde la vista.
Este paisaje de blanca arena en contraste con el azul
turquesa del mar me hipnotiza.
–He pensado olvidarme de Mauro. Somos muy distintos.
Comienzo sin preámbulos la conversación interrumpida
en la playa.
–No sois tan distintos, es más, yo diría que sois tal para
cual, ¿qué pasa? La conversación ha sido un desastre, ¿no?
Mi hermana hace una pausa y sorbe de la pajita de su
combinado. Como no hago amago de contestarle continúa
con aire resignado.
–No le has contado tu preocupación, ¿verdad?
Sé que espera una respuesta por mi parte.
–Me parece que no es solo “mi preocupación” también él
debería estar preocupado, ¿no crees? –razono.
–¿Y no es así? –dice mientras quita la cebolla de su
sándwich vegetal con cara de asco. Odia la cebolla cruda.
–Pues... que yo sepa no, solo se ha disculpado. Ha dicho
que lo sentía mucho y que no pretendía hacerme daño, que
no quería estropearlo.
Hablo sin dejar de morder mi pizza de jamón. Parece que
no le estoy dando importancia, qué gran actriz soy.
–Te noto distinta.
Sé que a María no le cuadra, esta mañana me había visto
preocupada y hundida y ahora parece como si hubiera
resurgido de mis cenizas como el Ave Fénix.
–Tengo que serlo, si no estas vacaciones van a acabar
conmigo –repongo sin vacilar, aunque no me creo ni mis
propias palabras.
–No estoy dispuesta a amargarme en medio de este
paraíso.
María me mira extrañada a la vez que preocupada y es
que no creo que muerda el anzuelo, me conoce muy bien.
–¿Quieres que hable yo con él?
Me deja de piedra, está dispuesta a hacerlo tanto si se lo
pido como si no. Sé perfectamente lo que piensa, no tiene ni
que decírmelo. Piensa que es injusto que solo yo, su
hermana, esté preocupada.
–Ni se te ocurra, eso solo empeoraría las cosas, además
todavía no sabemos si debemos preocuparnos o no, sería
una pérdida de tiempo –concluyo tajante.
Sé por su cara que no la he convencido y es muy capaz
de tener una conversación con Mauro tan pronto como los
acontecimientos sean favorables sin que yo me entere.
–Entonces, dime, ¿no habías quedado en la playa con
alguien?
Mientras hablo me he levantado de mi asiento dispuesta
a comerme el mundo. María asiente con una espléndida
sonrisa y ambas nos dirigimos de nuevo hacia la playa. Al
llegar a la fila de hamacas, María con la mano en la frente a
modo de visera repasa con la vista tanto la playa como el
agua, al no encontrar ni rastro de Rubén ni de sus amigos,
decidimos acercarnos hasta el muelle. A lo lejos donde el
embarcadero muere en la fina arena de la playa diviso un
grupo de gente sentada en corro, son ellos. Con paso lento
vamos caminando por la orilla mientras las pequeñas olas
lamen nuestros pies descalzos y la brisa del atardecer da un
respiro a nuestros cuerpos después de una jornada
completa de sol y mar. La playa comienza a vaciarse. A
media tarde parece que el punto de reunión preferido de los
que se alojan en el hotel son las piscinas, y es entonces
cuando la costa muestra su cara más bonita. El sol
comienza a ocultarse poco a poco por el oeste salpicando el
cielo que cambia su transparencia por brochazos rosas,
naranjas, azules y malvas. Las pocas nubes cercanas al
horizonte se tiznan de salmón y el mar como un espejo
refleja este maravilloso cuadro expresionista. El espectáculo
del atardecer se repite cada día y en todos los lugares del
mundo, aunque ningún ocaso es igual al anterior, lo que nos
da a entender que la grandeza de la naturaleza no tiene
límites.
El grupo parece componerse por cinco personas, María
localiza a Rubén que a lo lejos extiende el brazo
saludándonos, también reconoce a sus amigos Jesús y
Alejandro. A las otras dos personas, un chico y una chica no
las conoce. Jesús toca una guitarra española mientras con
voz rasgada canta una canción, los demás le hacen los
coros y tocan palmas. La melodía nos va llegando cada vez
más clara y María no puede reprimir mover el cuerpo al son
de la canción mientras recorremos los últimos metros que
nos separan, y es que el chico no lo hace nada mal.
–Hola, María –dice Rubén entusiasmado y comiéndosela
con la mirada, mientras hace un hueco en el círculo para
que nos sentemos.
–Disculpad, no queríamos interrumpir –se excusa María.
Ambas nos hemos sentado juntas en el hueco cedido por
Rubén.
–María y Alba, estos son Sandra y Oscar.
Rubén hace las presentaciones.
–Ellos se encargan del club de submarinismo del hotel.
Oscar conoce todos los tesoros que esconden los fondos
marinos de la isla y sus alrededores.
Oscar, mientras escucha la presentación, se inclina hacia
nosotras para darnos un beso de bienvenida.
–No hagáis caso –dice con una sonrisa en los labios y
fuerte acento extranjero –. Después muchos... tantos años,
creo que tú sabe más que yo.
Es un chico alto y fibroso. Su pelo es liso, lo lleva un poco
largo y despuntado, de un rubio tan claro que podría decirse
que es albino de no ser porque tanto las cejas como las
pestañas son castañas. Sus ojos son de color miel y todo
ello contrasta con el tono bronceadísimo de su piel. Viste
una camisa de manga corta blanca con flores amarillas y
bermudas azul vaquero.
–Se nota que no eres de por aquí –afirma mi hermana.
–No, yo alemán, pero estar aquí un verano y no querer
volver al frío invierno de Alemania.
Habla despacio, pensando las palabras.
–Esto mejor.
Sonríe. ¡Mmmm! Qué dientes más blancos, pienso.
–¡Vaya! yo quiero dar clases para aprender tu idioma –
dice María como si aquello hubiera sido la mayor casualidad
de su vida.
–Bueno, alemán difícil, igual que para mí difícil español. Si
yo ayudar, tu pregunta a mí. ¿OK?
–Gracias, aunque tendría que preguntarte todo, aún no
he comenzado mis clases.
Mi hermana está encantada, en su salsa, como siempre,
haciendo amigos.
–Da igual, tú guapa, pregunta lo que quieras.
Nos resulta difícil coger las bromas con este español
básico, pero todos nos reímos.
–¿Tú también estudias alemán? –Oscar me pregunta
directamente.
–Me temo que a mí no se me dan tan bien los idiomas
como a mi hermana, si lo estudiara te asaltaría a preguntas
constantemente –contesto sonriendo.
–OK, si no estudias alemán pregunta a mí la cosa que
quieras, yo ayudar, tú también guapa.
Su expresión es sincera.
–Gracias, no sé qué decir.
Me estoy empezando a sonrojar por momentos. No estoy
acostumbrada a piropos tan directos.
–Discúlpale, Alba, es que le gustan demasiado las
mujeres.
El tono de Rubén contribuye a seguir bromeando.
–Si hacéis alguna inmersión, tened cuidado con Sandra.
Ella se encarga de grabar con cámara todas las inmersiones
y seguro que te sacará haciendo algo indebido como
tocando un coral en fase de extinción, o te sacará el culo en
pompa o la cara con las gafas muy de cerca para que salgas
distorsionado o algo así.
–¡Menuda fama me he creado! –dice saludándonos con
dos besos–. No os lo creáis, yo voy filmando y si alguien se
cruza por delante sin previo aviso o toca lo que no debe, no
es mi culpa.
Me fijo en Sandra. Ella también luce un bonito bronceado.
Es castaña con una larga cabellera rizada y sus ojos son de
un marrón intenso. Lleva una minifalda vaquera y la parte
de arriba de un bikini negro palabra de honor.
–Sandra es andaluza, la conocí cuando mi familia se fue a
vivir a España. Ella se vino conmigo en uno de mis viajes y
aquí se ha quedado como Oscar, que no quieren volver.
Rubén enfatiza sus frases con movimientos de manos y
brazos.
–¡Eh! Yo sí quiero volver –corrige Sandra–. Estoy
deseando ver mi tierra, mi gente, tomar el gazpacho que
hace mi madre, ir de tablao en tablao...
Un largo suspiro sale de su boca.
–Este año no me pierdo la Feria de Abril de Sevilla, como
me llamo Sandra.
–Sí, Sandra, sí, después de ver tu tierra, a tu gente,
comer el gazpacho, bailar sevillanas e ir a la Feria... te
vuelves otra vez aquí, ¿no?
Sandra lo mira sin poder evitar una sonrisa cómplice.
–¡Que ya nos conocemos todos! –sentencia Rubén medio
sonriendo.
–Yo querer conocer todo eso.
Noto cómo los ojos de Oscar se emocionan por segundos.
–No te preocupes.
Sandra le coge por el brazo.
–Este año te vienes conmigo, yo te invito a mi casa.
Ahora son los ojos de Sandra los que relucen encantada
dejando vislumbrar que este hombre es algo más que un
amigo para ella.
–No sé si ir, tu mujer peligrosa –sentencia Oscar
bromeando.
Sandra le mira con aire de reproche, pero sin soltarle el
brazo.
–Bueno, bueno, que no se crispe el ambiente.
Comenta el chico de la guitarra, que hasta ese momento
ha permanecido callado y escuchando con atención las
presentaciones.
–Alba –dice dirigiéndose a mí, lo que me ha dejado
blanca–. No nos han presentado, yo soy Jesús, hermano de
Sandra.
Su cuerpo se inclina hacia mí para darme un beso a modo
de saludo sin soltar la guitarra.
–¡Es verdad! –dice mi hermana–. No os conocéis. Perdona,
Alba.
Continúa dirigiéndose a mí.
–Y este es Alejandro.
Alejandro hace lo propio para saludarme.
–Encantado, Alba. No parecéis hermanas –dice
comparándonos con la mirada.
–Lo sé, nos lo dice todo el mundo –repongo mientras me
fijo en Alejandro.
Como pude comprobar aquella misma mañana en la
playa se parece a Rubén, aunque es algo más alto que él,
de hecho, es el más alto del grupo. Viste únicamente unos
pantalones vaqueros azules muy desteñidos por el uso,
dejando su torso desnudo. Su cuerpo es musculoso y muy
moreno. Su pelo es de un negro azabache y lo lleva largo
hasta el hombro sujeto con una goma a modo de diadema y
sus ojos son color miel. Su aspecto es imponente, si se
pintara la cara con líneas de colores y se colocara plumas
en la diadema, pienso, podría decirse que acaban de sacarle
de una película de indios y vaqueros. Me fijo en su rostro,
tiene una mandíbula fuerte, nariz recta, ojos almendrados y
labios gruesos, el conjunto le da un aire misterioso que me
atrae de inmediato. Los acordes sueltos de la guitarra de
Jesús me sacan de mis pensamientos. Con la guitarra de
fondo, Jesús comienza a hablar:
–Voy a dedicar la próxima canción a Alba, nuestra
invitada de hoy, con el deseo de que se convierta en un
miembro más de este grupo.
Mientras habla me mira sin pudor, directo a los ojos.
–¡Va por ti, Alba!
Jesús comienza a cantar al ritmo de su guitarra una
canción cuya letra habla de una historia de amor que
termina en desamor. Tiene una voz preciosa, aterciopelada;
alucino, podría dedicarse a esto. Bueno, a lo mejor es
cantante. Mientras escucho la letra, voy recorriendo los
rasgos de esta recién adquirida amistad. Es un chico guapo,
he de admitirlo. Tiene algo que me atrapa y llama mi
atención al instante. Viste camisa blanca con las mangas
dobladas hacia arriba para que no le molesten al tocar.
Debajo lleva unos vaqueros negros. Su pelo es castaño
como el de su hermana, lo lleva corto por detrás y el
flequillo, un poco más largo, deja ver que también tiene el
pelo ondulado y revoltoso. Ahora se ve alborotado y
descuidado. Su cara es proporcionada, las fuertes cejas
negras, con los ojos verde aceituna de forma almendrada
constituyen su gran magnetismo al igual que su sonrisa,
que muestra unos dientes perfectos. Luce una barba de tres
días y un bonito bronceado resaltado aún más por su blanca
camisa y sus ojazos. No puedo evitar fijarme en sus manos
las cuales se mueven armoniosamente entre las cuerdas de
la guitarra. Son unas manos fuertes y masculinas, se ven
suaves y bien cuidadas. Me llaman la atención de
inmediato, me encantan y es que tengo una teoría, que las
manos de una persona pueden aportar muchos datos sobre
su personalidad, así que siempre que puedo, reparo en las
manos de las personas, y estas manos me hablan de Jesús
como un libro abierto. Deduzco que es un chico sensible,
cuidadoso, limpio y ordenado. Amigo de sus amigos e
incluso me atrevería a decir que un romántico empedernido.
Con el tiempo comprobaré si me equivoco o si mi teoría es
infalible, por ahora siempre que la he puesto en práctica ha
fallado en pocas ocasiones. Lo que me recuerda a Mauro,
con él parece que he acertado solo a medias, o quizás es
que no le conozco lo suficiente. Cuando le vi las manos
anchas y planas, de tamaño mediano, masculinas con las
uñas siempre recortadas y limpias, aunque de aspecto algo
áspero, me dijeron que su dueño era un amante de las
mujeres y una persona trabajadora, también que era un ser
comprometido y alegre. Aquellos pensamientos me hacen
desviar la mirada hacia la arena. La canción termina y todos
aplauden.
–Gracias, Jesús, ha sido muy bonita.
Sus ojos me miran con una intensidad increíble y siento
un escalofrío en el cuerpo, ¡Dios!
–Bueno, nosotros tenemos recoger –dice Oscar mientras
mira el gran reloj de submarinista que luce en su muñeca
derecha.
–Son casi las ocho y no hemos hecho nada aún. Sandra,
tú encargas equipo y Alejandro y yo recogemos tablas y
velas catamarán. ¿OK?
–¿Queréis que os echemos una mano? –pregunta Jesús
mientras suelta la guitarra y hace ademán de levantarse.
–No, gracias, es nuestro trabajo. Vosotros quietos. ¿Hoy
salir, fiesta?
Su pregunta va dirigida a Rubén.
–Yo por mí, no. Necesito descansar, así mañana
podríamos hacer una inmersión todos juntos. ¿Qué os
parece? No os podéis ir sin ver estos fondos. Son
alucinantes –dice volviéndose hacia nosotras.
–Por supuesto, cuando queráis –contesta María por las
dos, antes de que se me ocurra oponerme o dar alguna
excusa.
La verdad es que no tengo ánimo.
–Perfecto, ¿tú puedes mañana, Jesús?
Rubén ha puesto su mano sobre el hombro de su amigo y
lo mira sonriente.
–Déjame pensar, por la mañana no, pero por la tarde
estoy libre. Si no os importa dejarlo para la tarde, vendré.
–Por la tarde mejor, más peces, podemos ir barco hundido
junto arrecife. Yo preparo excursión para gente hotel a las
cinco.
Oscar organiza toda la operación en cuestión de
segundos. Todos se miran unos a otros asintiendo.
–Perfecto, quedamos así. Estar en oficinas del club
mañana a las cuatro para preparar equipo y explicar
excursión.
–Bien, entonces hasta mañana. Encantada de conoceros.
Sonríe Sandra. El pequeño grupo formado por Sandra,
Alejandro y Oscar se despide y se encaminan hacia el club
de submarinismo del hotel.
–Bueno, creo que debería tocar algo más animado y
alegre porque Alba, parece haberse entristecido con la
canción anterior.
Jesús afina sus cuerdas mientras me vuelve a mirar
electrizándome. A mí se me suben los colores al pensar que
Jesús ha podido interpretar mis pensamientos.
–Toca una sevillana que María me va a enseñar a
bailarlas.
María salta entusiasmada con la idea y comienza a
explicarle a Rubén como tiene que moverse con la
“primera”.
–¿Preparados? –pregunta Jesús a la improvisada pareja.
–Si no te acuerdas tú haz lo que yo –termina por
explicarle María.
–Cuando quieras –sentencia.
Ambos están colocados uno frente al otro con los brazos
en jarra y mirándose a los ojos con aire desafiante.
–Alba, intenta acompañarme con las palmas –susurra
Jesús acercándose a mi cara.
No te acerques o me sumergiré en tu mirada…
–Pondré todo mi empeño –digo animadamente mientras
junto las palmas de mis manos como una palmera
profesional, aunque realmente no tengo ni idea.
Jesús comienza a cantar y su guitarra le sigue
acompasada como una buena pareja bien entrenada. Su voz
es preciosa y su cara expresa los sentimientos de la letra de
la canción, lo vive y lo siente y consigue transmitírmelo. Me
parece un crimen romper esta armonía con mis palmas
descompasadas, pero, aun así, me animo y aunque al
principio no consigo coger el ritmo, al final me relajo y poco
a poco me ajusto e incluso me atrevo a canturrear junto a
Jesús. Ambos intentamos mantener la compostura mientras
vemos a Rubén procurando sin acierto seguir a María que
también pasa sus dificultades con el inconveniente que
presenta bailar descalza sobre la arena.

Desde el principio de la arena de la playa llegan los


acordes de una guitarra.
–Parecen sevillanas –comenta Ana extrañada.
La pareja movida por la curiosidad sigue las notas que les
conducen hacia el embarcadero. A lo lejos pueden ver las
cuatro figuras en la playa.
–Son tus hijas, Ana.
La sonrisa de Miguel no deja lugar a dudas.
–Parece que se lo pasan bien, me alegro de ver a Alba
animada.
–¿Lo ves? –suspira–. Tampoco era para tanto. Dejémoslas
disfrutar y disfrutemos nosotros también. ¿Te apetece un
baño en el jacuzzi?
Susurra roncamente poniendo cara de seductor.
–¡Madre mía! Si me lo pides así...

–Bueno, parece que se nos da un poco mal, mejor lo


dejamos.
Rubén no puede seguir bailando y cogiendo por la cintura
a María la echa hacia atrás y le da un beso en la boca. Jesús
ríe suavemente y gira sus ojos hacia la playa.
–Gracias por el baile, pero no me dejes nunca más que
baile sevillanas, por favor.
Siguen con la misma pose, su cara está muy cerca de la
de María.
–No te preocupes, no lo intentaré de nuevo. ¿Podrías
acompañarme un momento?
Ambos recuperan la verticalidad. Rubén, extrañado, le
contesta afirmativamente.
–Enseguida volvemos.
Miro a mi hermana, sé que lo está haciendo aposta para
que me quede a solas con Jesús. Recordatorio, hablar
seriamente con ella sobre estas encerronas suyas.
–No te preocupes, cuidaré bien de ella.
A Jesús parece que le gusta la encerrona, ¡ja, qué
graciosos todos! ¿No?
Nos quedamos solos y no sé qué decir. ¡Dios! Estoy en
blanco.
–¿Sabes tocar la guitarra?
Jesús me hipnotiza con sus ojos.
–Nooo, soy lo bastante sensata para saber que la música
no es lo mío. No se me da bien, bueno, no lo he probado
nunca, pero lo sé.
–Entonces, ¿cómo estás tan segura? Deberías probar.
Ven, acércate.
Su tono es firme, no me atrevo a decirle que no y es que
estoy hipnotizada desde hace un rato. Me deslizo junto a él.
–No, así no.
Abre sus piernas y con la palma de la mano golpea el
hueco que ha quedado entre ellas a la vez que sonríe
divertido.
–Aquí, siéntate delante de mí.
Creo que ya no estoy roja, sino más bien blanca, pero
bueno, hago lo que me dice. Me siento de espaldas a él.
Jesús pasa la guitarra por encima de mi cabeza con ambas
manos de manera que quedo rodeada por sus brazos, y
acopla su cara a la mía apoyando la barbilla en mi hombro.
En cuanto siento su contacto, noto un escalofrío que me
recorre el cuerpo, el calor de su pecho traspasa mi espalda
y ahora siento un calor que inunda cada poro de mi cuerpo.
Puedo notar cómo su mejilla me hace cosquillas con la
barba de tres días cuando me habla.
–Pon las manos así.
Coge mis manos y las coloca en posición sobre la
guitarra, ¡otra vez la electricidad! ¡Guau! Esto es muy
extraño.
–Bien, ahora deja las manos relajadas.
Me habla al oído.
–Voy a tocar con tus manos debajo para que percibas las
notas, déjate llevar, ¿vale?
¡Dios! Me gustaría tanto…
Me acaricia suavemente el dorso de las manos y
comienza a tocar. Las notas salen sorprendentemente a
través de nuestro contacto. ¡Estoy tocando! Es algo
increíble, puedo notar perfectamente el sentimiento que
Jesús pone en las notas. Me aprieta los dedos fuertemente y
noto las cuerdas bajo mis yemas, la vibración que emiten
creando acordes y la canción pasa en un suspiro. Sin
soltarme me pregunta:
–¿Otra?
No puedo ni contestar estoy sin aliento, mi cabeza
responde afirmativamente por mí.
–Bien –afirma en un susurro junto a mi oreja.
Y comienza de nuevo, arrancando a la guitarra notas
tristonas, esta vez comienza a cantarme al oído con voz
suave como si cantara solo para mí. La letra es triste sobre
una mujer sola frente al desamor y es entonces cuando
empiezo a notar cómo las lágrimas pesan en mis ojos y la
presión de este último día hace que no pueda más y
comienzan a caer por mi cara. De repente, se para
atrapando mis manos entre las cuerdas de la guitarra y sus
manos. Deja a un lado la guitarra en un movimiento rápido
y me abraza suave acunándome.
–Chisss, ya. Ya está, tranquila.
Su voz es un poema en mis oídos. Apenas hay ya luz en
la playa y su abrazo continúa hasta que consigo calmarme
un poco. Soy una idiota, no voy a poder con esto. Me coge la
barbilla y gira mi cara hacia la suya, estamos tan cerca que
noto su respiración, es suave y tranquila como la brisa de la
playa. Sus ojos, pese a la poca luz, se ven tan verdes…
tiene las pupilas dilatadas y me mira sin pestañear como
pidiendo permiso. Por fin cierra los ojos y acerca su boca a
la mía. El contacto me eriza el bello del cuerpo, ¡qué tiene
este chico! Sus labios son suaves y su beso es tierno y
embriagador. Se separa un poco y vuelve a abrir los ojos
para mirarme, buscando mi reacción.

–¡Maite! Está anocheciendo, voy a ver si necesitan ayuda


en la playa.
Mauro se mete en la boca el último trozo de sándwich
vegetal que se estaba comiendo.
–No puedes estarte quieto, ¿eh? Vete, anda, ahora está
todo tranquilo aquí. Ya sabes que estoy hasta las diez.
–Tranquila, volveré a tiempo de darte las buenas noches.
Le guiña un ojo y sale del mostrador.
–No hace falta, vete tranquilo.
Le mira poniendo los ojos en blanco. Mauro se da la
vuelta y le lanza un beso poniendo morritos y mirada
penetrante y se va en dirección a la playa. Cuando recorre
el caminito empedrado que ha tomado desde recepción,
comienza a andar por la arena, llegar hasta aquí le ha
llevado un rato, ya que todos le saludan y se para, para ver
cómo van. A veinte metros del club de buceo puede ver que
todo está ya cerrado y los catamaranes amarrados junto a
la orilla. Parece que hoy Oscar tenía prisa, la verdad es que
es un buen trabajador además de buena persona, piensa.
Sus pasos le llevan en dirección a los catamaranes, pero de
pronto se para en seco. No puede creerlo... ¿Sus ojos le
engañan? A lo lejos puede distinguir dos figuras abrazadas,
un chico coge con fuerza a una chica que sin duda es Alba,
reconocería ese pelo entre miles, sus cabezas están muy
cerca, no lo puede creer, ¡de qué va esta chica! Se siente
desconcertado, enfadado, celoso, no sabe por qué se siente
así y un montón de sentimientos afloran en su cabeza.
Gruñe y aprieta las manos a ambos lados de su cuerpo. Con
un impulso se encamina hacia ellos, da cuatro zancadas
rápidas en esa dirección y de pronto se queda clavado
mirándolos a unos veinte metros. No puede hacerlo, no
tiene derecho. Cierra los ojos fuertemente, le resulta difícil
seguir mirando. Indeciso, suspira y da media vuelta, ahora
las zancadas son en dirección contraria con tanto brío que
levanta la arena formando una pequeña nube de polvo.
Tiene un nudo en la garganta, no sabe qué hacer, por un
momento no sabe ni dónde está. Finalmente consigue
recuperar la compostura y aclarar sus sentimientos, ¿Quién
es él? ¿Se hospeda en el hotel? Tiene que averiguarlo,
necesita averiguarlo. Mira de nuevo hacia las dos figuras
con los ojos entornados, pero a aquella distancia y con la
oscuridad solo puede observar que aún no se han separado.
En un par de segundos decide girar y se dirige al faro de la
playa, allí aún están abiertos hasta las dos de la mañana.
Hay tres trabajadores, uno es Fede.
–¡Hola, tío! Qué bien que te veo.
Se agarran las manos en el aire.
–¡Eh, Mauro!, ¿cómo vas?
Su sonrisa es su sello de identidad.
–Bien, bien...
Su cara indica lo contrario.
–Tío, necesito un favor.
Baja la voz para que no le oigan.
–Lo que quieras, hermano.
Mauro le hace señas para que le acompañe. Se alejan un
poco del faro.
–Mira, ¿ves esa pareja junto al embarcadero?
Mauro dirige su mirada para que Fede mire también
disimuladamente.
–Sí, parecen muy acaramelados, como casi todos por
aquí. –Ríe.
Mauro cierra los ojos un momento intentando hacer caso
omiso al comentario no malintencionado de su amigo.
–Sí, esa. Pues necesito que te acerques con alguna
excusa e intentes averiguar quién es el tío que está con la
chica.
Su cara es seria.
–No lo dices en serio, ¿verdad? –dice medio en broma,
pero sospechando que así es.
–¿Crees que te pediría algo así, si no fuera algo
importante?
–Sé que no, Mauro, por ti lo que sea. ¿Qué les digo?
–Bien, diles que van a pasar la máquina que limpia la
arena de la playa y que si no les importa deben salir de la
playa. Aprovecha para decirles que se pueden acercar al
faro a tomar algo mientras, que será solo un momento.
–Y claro, ya de paso cojo la máquina y la paso, para no
levantar sospechas. Me debes una, tío.
Fede levanta un dedo acusador.
–Te debo una, de verdad, es importante para mí –le
responde aliviado.
–Sé que puedo contar contigo –añade agradecido.
–No, lo que vamos a hacer es que en cuanto tengas un
momento me vas a contar de qué va todo esto.
Su voz es firme, pero habla en un tono bajo.
–Prometido, además creo que me vendrá bien, de veras,
esto tengo que sacarlo fuera, ¡ya!
–Parece serio, ¿estás bien?
Fede pone una mano en el hombro de su amigo.
–Sí, sí, en cuanto sepa quién es él…
Su mirada vuelve a la arena.
–Creo que estaré mejor.
Traga saliva, la garganta le escuece.
–Bien, pues allá voy.
Le da una palmada en la espalda y se aleja lentamente,
con esa tranquilidad con lo que hacen todo los dominicanos.
Mauro le mira un momento y rápido se dirige hacia la barra
de faro.
–Franco, va a venir una pareja, entérate en qué
habitación se hospeda él y si es posible su nombre, ¿vale?
Discreción, ¿de acuerdo? Luego te preguntaré.
Franco asiente.
–Sin problema, boss.

Parpadeo varias veces. Él sigue mirándome callado, todo


esto es un poco embarazoso. Bajo la mirada hacia sus
brazos entrelazados con los míos y me parece extraño. Me
da un beso en el lóbulo de la oreja y me suelta.
–¿Estás mejor? Si te ha molestado, perdóname, pero no
he podido evitarlo. He notado la humedad de tus lágrimas
en mi cara y… he sentido la necesidad de hacerlo.
–No te preocupes.
–¿Quieres hablar? Soy un gran pañuelo, ¡de veras! –
Sonríe.
Creo que intenta hacerme reír.
–Es que ha sido muy especial, tocar la guitarra... nunca lo
había hecho antes. Me alegro de que haya sido así.
Trago saliva para poder proseguir.
–Y esa canción, me ha traído recuerdos...
Vaya, otra vez las lágrimas.
–Vamos, vamos, Alba, no era mi intención entristecerte.
Solo quería transmitirte mi sentir. Cuando toco, la música
me llena.
–Pues lo has conseguido.
Me río entre dientes. En ese momento un chico
uniformado del hotel se acerca a nosotros.
–Buenas noches, disculpad.
Tiene marcado acento dominicano, el caso es que me
suena...
–Vamos a pasar la maquina limpiadora por la playa, si no
os importa debéis salir de aquí. Será solamente un
momento. Si queréis podéis acercaros al faro y tomar algo
mientras terminamos. –Sonríe.
–Claro, por supuesto, nos vendrá bien.
Jesús se levanta y sacude sus pantalones.
–Alba –dice mientras me tiende la mano. La agarro y de
un movimiento rápido me levanta. El chico del hotel le
tiende la guitarra.
–Gracias.
La coge con la mano libre, ya que aún no me ha soltado
la mano.
–De nada. ¿Se te da bien tocar la guitarra? –le pregunta.
–Bueno, no soy yo el más indicado para contestarte a esa
pegunta.
Ambos sonríen.
–Yo sí puedo y debo decirte que sí –digo tímidamente.
–Gracias, me vas a sonrojar.
–Me gustaría aprender, dicen que se liga mucho con la
guitarra. Ya me entiendes...
Nada más decirlo, parece un poco arrepentido con su
comentario.
–Bueno, no voy a negar que te abre alguna puerta, pero
para eso debes tener algo más, ya sabes, aquí dentro.
Y se toca el lado del corazón con la punta de la guitarra.
–En eso tienes toda la razón. Bueno, no quiero
entreteneros más. Que paséis una buena velada.
–Muchas gracias.
Nos dirigimos al faro, parece que el lugar está animado.
Durante todo el trayecto Jesús no me suelta la mano y me
siento un poco contrariada, no sé cómo tomármelo. Al llegar
a la barra, un camarero está colocando multitud de copas
en una estantería.
–¿Qué quieres tomar? –me pregunta dándolo por hecho.
–No lo sé. ¿Qué tomarás tú?
–Una piña colada. ¿Te apetece?
–Claro. Sí, eso estará bien.
Mira al camarero que está esperando pacientemente.
–Dos piñas coladas, por favor.
En un momento prepara las bebidas. Y las deja sobre la
barra encima de un par de posavasos.
–La de la señorita está incluida –dice mirándome la
pulsera de mi mano izquierda.
–A usted, ¿a qué habitación se la apunto?
Mientras pregunta coge un bolígrafo que sujeta sobre su
oreja y una libreta de debajo del mostrador.
–¡Oh, perdón!, no me hospedo en el hotel.
Saca su cartera de detrás del bolsillo de su pantalón. Por
fin me ha soltado la mano.
–He venido a ver a un amigo que sí se hospeda aquí.
¿Cuánto es?
–Son diez dólares, señor.
El camarero parece decepcionado. Jesús deja la cantidad
en la mano extendida de este que desaparece de nuestra
vista. A continuación, se pasa la mano por el flequillo
desaliñado. Yo tomo un sorbo a través de mi pajita. Mmmm,
está buena.
–Vaya, lo han puesto cargadito. –Sonrío levemente.
–¿Mejor?
–Creo que sí. Gracias.
Me siento un poco liberada, no sé cómo explicarlo, llorar
en público me ha venido bien, pero a la vez me he dado
cuenta de que mis sentimientos hacia Mauro son fuertes.
Estamos sentados en unos taburetes de la barra. Él se ha
puesto muy cerca de mí y mis piernas casan entre las
suyas.
–Te dije que era un buen pañuelo.
–¡Ah!, ¿sí? Y dime, ¿has secado muchas lágrimas?
–Pues unas cuantas, la verdad.
Le pega un buen trago a su piña colada.
–Mmm, esto de secar lágrimas saladas da mucha sed.
Me mira con sus ojos penetrantes y con una media
sonrisa. Y ahí está otra vez esa hipnosis, no puedo dejar de
mirarle. Carraspeo un momento.
–Ya veo y han sido lágrimas femeninas, sobre todo,
imagino.
Hace que piensa un momento, mirando hacia arriba,
–Pues, sí. Yo diría que todas, lo de consolar a un tío, no es
lo mío.
Y vuelve a beber.
–Qué pasa, ¿no te gusta lo que has pedido? –afirma
bebiendo de nuevo.
Le sonrió y tomo otro sorbito sin dejar de mirarlo.
–Y todas esas féminas que han pasado por tu hombro...
–¿Quieres saber si me he acostado con ellas?
¡Vaya, es muy directo! Las caza al vuelo.
–¡Dios! Vas al grano –digo bebiendo de nuevo–. Solo
quería saber si habían dejado huella en tu vida.
–No me gusta ir por las ramas, me marea. Si quiero algo
voy a por ello.
Bebe mirándome por encima del vaso sin pestañear.
–¿Tú no?
–La verdad es que depende. A veces, ya me gustaría.
–Y ¿qué te lo impide?
Me mira serio. Bebo antes de contestar. Esta
conversación se está volviendo un poquito embarazosa.
–No sé, a veces la situación no es la apropiada.
Cada trago me sienta mejor, bebo otra vez.
–¿Te apetece besarme?
¡Puuafg! ¡Dios mío! Casi espurreo la bebida en su cara,
pero consigo que baje por mi esófago con grandes
esfuerzos.
–Pues...
–¿Ves?
Me interrumpe.
–No lo haces, te pones muros tú sola. A mí sí me
apetece...
Acerca su cara a la mía, despacio, mirándome a la vez
que pone su mano derecha en mi nuca impidiendo que me
eche hacia atrás, y posa sus labios sobre los míos, muy
suave, ¿así quién va a resistirse? Solamente los roza,
respirando sobre ellos y haciéndome cosquillas... mmmm,
me gusta. Sigue, sigue.
Pero no.
Para y se retira despacio, aunque aún se queda a un
palmo de mi cara.
–Siempre debes hacerlo pidiendo permiso, no siempre
con palabras. La otra persona debe querer, si no, no sirve
para nada y lo más importante, no debes darlo todo de una
vez, se perdería la magia del momento. Tienes que
conseguir llamar su atención, que se quede con ganas de ti.
Tienes que conseguir que tenga sed, mucha sed, que quiera
más. Así de fácil.
Me mira con esos ojos... Ahora si se incorpora totalmente.
¡Vaya!
–Ha sido una clase práctica muy ilustrativa.
Bebo otra vez, parece que tengo sed.
–Y ¿quién te ha enseñado todo lo que sabes?
Suelta una larga carcajada. Su risa es contagiosa y río
con él. Qué graciosa soy, ¿no? No sabía que podía serlo.
Bebo de nuevo.
–Qué graciosa eres.
¡Sí, lo soy! ¡Bien!
–No soy un modelo, ni soy rico, así que uno se las apaña
como puede. No creas, hasta que he conseguido limar el
método, me he llevado unas cuantas bofetadas. Incluso una
vez me tiraron la bebida a la cara, pero si no te arriesgas no
hay premio.
–Lo dices de broma... eres muy guapo, es más, creo que
tienes una mirada increíble y grandes cualidades, tienes
magnetismo, eres muy atractivo, de veras.
Reitero mi afirmación con la cabeza.
–Mucho más que otros con cuerpos de gimnasio –
sentencio.
¡Guau! La piña colada me convierte en otra persona, me
suelta la lengua. Voy a tener que incluirla entre mis bebidas
favoritas. No me creo que haya dicho lo que he dicho. ¡Ja!
–¿Tú crees? –dice serio y frunciendo el entrecejo.
–Oh, ni que no lo supieras. Explotas muy bien tu vena
inocente.
Río.
–¡Quiero otra, por favor! –digo al camarero cuando pasa
por nuestro lado. Jesús ríe entre dientes.
–¡Tocado y hundido! –dice mientras hace como si le
hubiera dado en el pecho.
–Pero mira, no te conozco de nada y mi método ha
conseguido que lo que te entristece, se haya esfumado y
sobre todo que te quedes aquí hablando con un perfecto
desconocido.
–¡Buen método! Muy bueno, sí señor. Me gusta tu
método.
Levanto la copa que el camarero acaba de poner delante
de mí, en ademán de hacer un brindis.
–Por el método –digo chocando mi copa junto a la suya.
–Sí, por el método. –Ríe. Y como su risa es contagiosa, yo
río con él.

Mauro se ha quedado a una distancia prudencial, donde


termina la arena y empiezan los jardines. Saca su móvil del
bolsillo, son las diez menos diez. Marca el número de
recepción.
–Maite, oye, tengo un asunto entre manos, no sé si me
dará tiempo a llegar a las diez, ¿quién entra a esa hora?
Espera un momento.
–Carlos, bien. Que se ocupe él, no tardo.
Cuelga.
A lo lejos puede distinguir cómo la pareja se ha sentado
en la barra del faro, demasiado cerca para su gusto.
¿Cuándo le ha conocido? Le llega la risa clara de Alba. De
repente sus caras se vuelven a juntar, se están besando
otra vez.
–¡Joder! ¿Cómo es posible? –dice en alto apretando los
dientes con fuerza. Vuelve a sacar su móvil. Marca la
extensión del faro. Espera lo que le parece una eternidad.
–¿Franco? –pregunta nada más oír que descuelgan–. Soy
Mauro, ¿has podido averiguar algo?
Escucha pacientemente mientras se muerde el labio.
–No se hospeda aquí.
Repite.
–No, no te preocupes, gracias.
Cuelga despacio. Mira la hora, las diez. Se deja caer
pesadamente en la hierba. Tiene los codos apoyados en las
rodillas y se sujeta la cabeza con las manos. ¿Qué ha
hecho? Piensa. Ayer mismo a estas horas, aún controlaba la
situación. Había tenido la oportunidad de tenerla en sus
brazos, de hacerle el amor, si es que a eso se podía
denominar así y lo había jodido. Y todo, ¿por qué? Porque la
necesitaba más que a nada en este mundo. Necesitaba
poseerla que fuera suya y de nadie más. Porque le había
abierto los ojos a otra forma de vida. Porque se había dado
cuenta de que su vida antes de conocerla era frívola y
vacía.
Ya no quería aquello, nunca volvería a hacerlo. Todo era
diferente desde que entró en su vida. Su mundo está ahora
patas arriba. Y la pregunta es, ¿aún hay esperanza?
Después de lo que han visto sus ojos... el estómago se le
encoge, vuelve a escuchar risas, no puede más. Se levanta
y se va en dirección a recepción, pero al cuarto paso el
estómago se le vuelve a encoger. Necesita un baño. Sale
corriendo y entra en los baños de la sala de jacuzzis, abre
bruscamente la primera puerta que encuentra y esta da un
golpe seco en la pared. Allí solo, sobre una taza de váter,
vomita toda su desesperación.

A lo lejos veo a mi hermana y a Rubén que se acercan.


–Hola, chicos –saluda Rubén.
–¿Estáis celebrando algo?
–Sí, el método –contesto contentísima.
–El método –dice mi hermana seria, sin comprender.
–Sí, cosas nuestras, luego te lo explico.
Jesús ríe de nuevo y yo mezclo mi risa con la suya,
mirándolo a los ojos.
–Alba, todavía no te has duchado, sigues con el bañador.
Mi hermana me mira extrañada. Ella se ha cambiado y
lleva un vestido blanco minifaldero sin mangas, altas cuñas
de esparto y una chaqueta corta vaquera de color beige
sobre los hombros. Rubén también está fresco, y se ha
cambiado de ropa.
–Hemos cambiado de opinión y vamos a ir a Santo
Domingo a bailar salsa, ¿os apuntáis? –pregunta Rubén.
–No, yo no, gracias –respondo rápidamente.
–Papá y mamá están cenando en el restaurante mejicano.
Les he dicho que te venía a buscar y que nos íbamos juntas.
¿Seguro que no te quieres venir?
–Vete tranquila, nos quedamos juntos. Nos estamos
conociendo y tenemos mucho de qué hablar –dice Jesús
sonriendo a mi hermana.
Sospecho que está utilizando su mirada hipnotizante ya
que ella se ha quedado parada sin pestañear.
–De acuerdo –consigue articular tras unos segundos.
–Que lo paséis bien –nos desea Rubén.
–Sí, vosotros también, nos vemos.
Me despido mientras se alejan.
–¿Otra copa? –le digo a Jesús que me mira divertido.
–Por supuesto, dos piñas coladas, por favor.
Y deja el dinero en la barra. El camarero las sirve en un
santiamén, aunque ahora tienen más público que atender.
Cuando están listas, las coge con una mano.
–¿Nos las tomamos en la orilla?
La verdad es que me encuentro un poco incómoda, ya es
de noche y aún tengo puesto el bañador.
–Con mucho gusto, pero antes me gustaría darme una
ducha y quitarme este bañador.
Él me mira de arriba abajo.
–Pues, yo te veo perfecta, pero si te quieres quitar el
bañador descuida que no me voy a oponer.
Y me guiña un ojo.
–Ven, te acompaño.
Me da la mano para que baje del taburete. ¡Guuau!, estoy
un poco mareada. Coge la guitarra y se la coloca a modo de
bandolera en la espalda, vuelve a coger mi mano y las dos
copas con la otra.
–¿Lista? Señorita, por favor.
Y con paso un poco, yo lo calificaría de raro por mi parte,
nos encaminamos hacia mi habitación. Cuando llegamos
rebusco en mi bolsa de playa la llave que abre la puerta de
mi habitación.
–¡Aquí está! –digo como si hubiera encontrado un tesoro.
–¿Vas a entrar? –le pregunto sin vergüenza y es que estoy
un poco achispada y feliz a la vez.
–Creo que no –dice serio y con cara de tío bueno de
anuncio–. Prefiero esperarte fuera.
–No pienso dejarte fuera esperando, al menos pasa,
prometo ser bueeeena.
Alargo la “e”.
–Ja, jajaja, eso no se lo cree nadie.
Está apoyado en el quicio de la puerta, tiene un aire muy
seductor… ¡Por favor, por favor! Uf, creo que estoy un poco
borracha.
–Mejor doy una vuelta y vuelvo para ver cómo vas. ¿Vale?
Me tiende las copas.
–¡No te las bebas!
Me gruñe.
–Descuida, no lo haré. No tardes, hace tiempo que no
pasaba un rato tan bueno –le digo y cojo las copas.
–Hasta ahora.
Entro y cierro despacito.
–¡Sí! ¡Sí! ¡Sííí! –grito cuando me quedo sola. ¡Oh! Espero
que no me haya oído. Tengo que darme prisa, abro el grifo
de la ducha y voy hacia el armario mientras me deshago del
bañador.
El timbre de recepción suena. Mauro está solo dentro, su
compañero ha salido un momento. Se encuentra mal, pero
sale para atender la llamada.
–Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarle?
Su profesionalidad se impone a su malestar.
–Buenas noches, ¿las llaves de la habitación 566, por
favor?
–Un momento.
Mira en los cajetines, no hay ninguna llave. Teclea en el
ordenador: habitación 566, ¡a nombre de Rubén Rodríguez!
¿Rubén? Su amigo. ¿Para qué querrá la llave?
–Lo siento. ¿Es usted Rubén Rodríguez?
De sobra sabe que no.
–No, disculpa, es mi amigo, he venido a verlo al hotel,
pero ha salido un momento y me gustaría dejar la guitarra
en la habitación mientras le espero tomando algo.
–Lo siento, pero no ha dejado ninguna autorización. Sin
autorización no puedo facilitarle la llave –dice mientras se
fija más en él.
No le ha visto nunca antes. No le suena.
–Vale, gracias, lo entiendo –dice pensativo.
–Puede utilizar las taquillas, si lo desea, están entrando
por esa puerta.
Señala una puerta en el lateral derecho de recepción.
–Sí, eso puede valer, muchas gracias.
El chico se aleja. Mauro se le queda mirando un momento
contrariado, ¡¿es él?! Claro, ¡es el chico que estaba
abrazando y besuqueando a Alba! Traga saliva y la frente le
suda. No puede pensar con claridad, así que se desabrocha
el botón de la camisa, nota que le está apretando
demasiado y no le pasa el aire. Ahora su mente va a mil por
hora. El chico vuelve a salir sin la guitarra y se dirige hacia
los jardines interiores. Mauro da varios pasos tras el
mostrador de recepción sin dejar de mirarlo. Finalmente
rodea el mostrador. Si su intuición no le engaña, Alba debe
estar esperándolo, pero ¿dónde? Rubén no está en el hotel,
debe haberse ido con María, sí, Alba y él están solos. La
rabia inunda su mente. ¿O no? Quizás María se haya
quedado con ellos y están esperando a que Rubén vuelva.
Su compañero llega en ese momento.
–Has tardado mucho –le dice secamente–. ¿Algún
problema? –añade Mauro.
–No, es que no se enteraban bien de en dónde podían
coger el autobús de vuelta al hotel y se lo he tenido que
anotar.
Su compañero bosteza.
–Está bien… Salgo un momento, Carlos.
Está ya a dos pasos de la recepción y se va sin esperar
una respuesta de su compañero. Corre por los caminitos
empedrados, cuando localiza la figura de Jesús, desacelera
su marcha siguiéndole a una distancia prudencial. Se dirige
al edificio 6, sabe de memoria la habitación de Alba 613,
613, 613... Repite sin parar. ¡No, por favor...! El chico se
para delante de la habitación 613, duda un momento y
finalmente llama con los nudillos. Se queda mirándolo
expectante, el corazón se le ha parado. Uno, dos, tres,
cuatro segundos... la puerta se abre y aparece ella, está
descalza, lleva una minifalda blanca y un jersey fino rojo, el
pelo mojado le cae por los hombros, está muy guapa. Le
sonríe y le deja entrar. El mundo se cae a sus pies, ya no
puede más...
–Tengo que dejar de seguirla –susurra para sus adentros.
El día ha sido una auténtica tortura. Saca su móvil, marca
y espera.
–Carlos, te quedas tú solo, no me encuentro bien. Me voy
a mi habitación, si necesitas algo contacta con los de apoyo
nocturno. No, no, tranquilo es solo el estómago, me está
matando.
Un estómago llamado Alba. Piensa.
–Vale, nos vemos.
Cuelga y deja el móvil en el bolsillo de su chaqueta. Se
seca la frente llena de gotitas de sudor con la mano y se
dirige rápidamente al edificio de personal. Por fin en su
habitación, enciende la tele para no pensar en nada. Busca
en la mesilla unas pastillas para el dolor de estómago, pone
dos en su boca, se las traga de golpe y se tira en la cama
dolorido.

–Vaya, qué rápida eres, estaba pensando que tendría que


esperar como dos horas o así a que terminaras.
Jesús ríe sin tapujos. Sí, soy rápida cuando quiero… ¡Ja!
–¿Es lo que te han hecho esperar tus féminas lloronas en
el pasado?
Me río con él. Me encuentro de maravilla, la ducha me ha
despejado y estoy pletórica.
–Pasa, voy a calzarme y nos vamos.
Él entra tímidamente y dando un solo paso se queda al
lado de la puerta, con las manos en los bolsillos de sus
pantalones vaqueros, mirando mis largas piernas, mientras
me pongo unas sandalias planas de color blanco, lo sé
porque lo he mirado de reojo.
–Perdona, me hago una coleta y salgo.
Paso por la puerta hacia el baño.
–Puedes sentarte en la cama –le digo desde el baño.
Jesús da tres pasos indecisos y se sienta. Al ratito se echa
hacia atrás y se pone cómodo estirando la espalda.
Me tenso todo lo que puedo la coleta de caballo, bien, he
tardado cero coma, me pongo un poco de rímel y brillo de
labios. Me gusta la imagen que me devuelve el espejo con
el tono bronceado que tengo no me hace falta maquillaje. ¡A
por todas! Me animo a mí misma. Salgo y me quedo quieta
con el primer paso. Está tirado en mi cama en una posición
distendida con los brazos estirados hacia arriba y las manos
debajo de su nuca, lo que provoca que su camisa se haya
subido hacia arriba y le quede corta, dejando al descubierto
su piel morena. Tiene una fina línea de vello que va desde
su ombligo hacia abajo, hasta donde me permite ver su
pantalón. ¡Vaya! La electricidad se me concentra en la
entrepierna y tengo que tragar saliva para refrescar mi
garganta. Gira la cabeza para mirarme cuando nota mi
presencia y se queda quieto con la boca entreabierta. Me
acerco y me tumbo a su lado. Él sigue mirándome sin
pestañear y yo lo veo todo verde, el verde de sus ojos... me
pongo de lado apoyándome en el codo.
–He sido lo más rápida que he podido.
–Y el resultado ha sido espectacular, estás... muy guapa.
Me encanta tu coleta –dice mientras su mano coge un
mechón que cuelga sobre mi hombro y lo acaricia entre sus
dedos, pero se incorpora sentándose.
¡Mierda! Me siento a su lado. Me acerco despacio hacia
él, tal y como me ha enseñado esta tarde con su método y
deposito un carnoso beso en su cuello. ¡Guau…! ¿Qué me
pasa? Aquí está otra vez la electricidad que me traspasa al
tocarle y se me pone el pelo de punta.
Pero se levanta.
–¡Vamos a la playa! Me lo has prometido –dice decidido y
coge una copa para acercármela. La cojo y me la bebo de
golpe.
–¿Tienes miedo?
–¿Por qué iba a tenerlo? –contesta lentamente y bebe de
su copa mirándome con sus ojos penetrantes por encima
del vaso de cristal.
–Entonces, ¿por qué huyes?
Siento un ligero vaivén divertido.
–Si crees que voy a acostarme contigo, aquí y ahora,
estás bastante equivocada –dice muy seguro, sin dejar de
sonreír.
¡Dios! Tanto se me nota... Está jugando conmigo de
nuevo y no logro seguirlo.
–Ni siquiera estaba pensando en eso.
Miento como una bellaca.
–Solo estoy poniendo en práctica tu método –añado
justificándome.
–¡Ah!, ¿sí? –dice juguetón con una media sonrisa que me
encanta.
Se acerca y cogiéndome por la cintura me pone en pie, y
seguidamente se inclina hasta que su nariz roza mi cuello.
–Hueles fenomenal, vamos –me ordena y tira de mí.
Salimos de la habitación y vamos caminando hacia la
arena. Cuando pasamos junto al faro pedimos otra piña
colada, ya he perdido la cuenta, debo llevar como tres o
cuatro y no he comido nada. Nos alejamos caminando cerca
de la orilla, hasta donde casi no llegan las luces del hotel.
Me pregunta qué planes tengo cuando vuelva a la vida real
en Madrid y le cuento que estoy pendiente de la respuesta
de una entrevista para encargada en una tienda de una
firma de zapatos.
–No te encaja para nada ese trabajo, Alba. Creo que estás
predestinada para algo mucho mejor.
Pasamos junto a una palmera inclinada y nos parece un
buen lugar para sentarnos. Él se sienta muy cerca junto a
mí.
–Parece que hubieras hablado con mi madre sobre esto –
le digo sincerándome.
–¿A ella tampoco le gusta?
Se ríe, parece que esta coincidencia le hace gracia. A mí
no, claro.
–Es normal, las madres también quieren lo mejor para sus
hijas.
–Y tú, ¿quieres lo mejor para mí?
Hago mucho énfasis en la pregunta y consigo poner la
voz más sensual que tengo.
–Siempre desearé lo mejor para ti, Alba. Eres una niña
muy especial, desde que te he visto andando por la playa
he deseado conocerte y mira por dónde, aquí estamos.
Solos tú y yo. En una playa increíble disfrutando de la noche
y...
Deja la frase sin terminar.
–¿Y qué? –le pregunto deseando escuchar su respuesta.
–Tú qué crees. ¿Cómo terminarías tú la frase?
Vaya, ahora la pelota está en mi tejado, sabe jugar bien...
–Y...
Pienso rápidamente alguna respuesta increíble, pero no
me sale nada. ¡Mierda!
–¿Conociéndonos...?
Por lo menos he conseguido escurrir el bulto, ahora le
toca a él.
–¿Quieres conocerme mejor?
Mientras me hace la pregunta, se desabrocha
despreocupadamente un botón de la camisa como si fuera
una acción inocente, como si tuviera calor, algo cotidiano y
normal, pero sé a lo que juega, ya te voy pillando, Jesús. Sé
que lo ha hecho aposta para encenderme y ¡sí!, me ha
encendido como una bombilla de cien vatios. Siento un
cosquilleo preocupante y tomo una bocanada de aire.
–Quizás... ¿Por qué no? Pero tenemos poco tiempo.
¡Tómate esa! Acerco mi mano a su brazo, bajo
acariciándole y sintiendo su vello hasta la mano que
sostiene su copa medio llena. A mí se me ha acabado hace
rato. Se la quito, me la llevo a la boca y deposito mis labios
lentamente en el filo. Bebo despacio. Nos miramos sin
pestañear, puedo notar perfectamente su creciente deseo.
¡Sí, se está resistiendo! ¡Mmmm! Me gusta este juego, sabe
jugar muy bien. ¿Lo hará todo igual de bien?
–Sí, tenemos poco tiempo... pero, lo importante no es la
cantidad de tiempo sino la calidad del mismo. Lo importante
es vivir momentos inolvidables e irrepetibles. Aunque
volviéramos aquí mañana a la misma hora y en el mismo
sitio todo sería diferente.
Se levanta y delante de mí con las piernas un poco
separadas sigue desabrochándose la hilera de botones del
pecho de su camisa, la desliza por sus brazos y la deja caer
en la arena.
¡Guau! ¡Guau! Y tres veces ¡Guau! No hay nada que me
ponga más que un chico en vaqueros con el torso al
descubierto. Su cuerpo, lejos de ser normalito como él
mismo se califica, no lo es para nada, al contrario, tiene los
brazos torneados y fuertes al igual que el pecho y las
abdominales, sin ser exagerado pero definido y fibroso y sí,
¡allí está!, la línea de vello de su ombligo. Estoy con la boca
entreabierta y la respiración acelerada. La electricidad que
siento cuando me mira se ha multiplicado por cien. ¡Jamás
había sentido nada igual! El pulso se me acelera también y
puedo notar que me siento mareada por el alcohol. ¡Me va a
dar algo!
Se pone de cuclillas delante de mí, me quita la copa y la
deja con cuidado a un lado en la arena. Me acaricia los
hombros suavemente y puedo notar al contacto, que las
tiene un poco frías. Las desliza por mis brazos hasta que
salta a la cintura y tengo que tomar aire para llenar mis
pulmones. Busca mi piel y el contacto hace que se me
ponga la piel de gallina. Antes de continuar, me mira a los
ojos, ¡estoy perdida! Es tan... sensual. Sus manos suben por
mis costados desde la cintura levantando el suave jersey
hacia arriba, saco los brazos de las mangas y la prenda cae
en la arena. Seguidamente, se levanta y tira de mí para que
haga lo mismo.
Sí, definitivamente estoy mareada. Me acaricia la nuca
con ambas manos y acercando su cara a la mía deposita un
beso en mi nariz. ¿Cómo lo hace? ¿Cómo puede ser tan
sensual y a la vez tan romántico? Me derrito como un polo
en el desierto.
–¿Un baño?
Me susurra mientras junta su frente a la mía. Veo cómo
nota mi indecisión.
–¿Nunca te has bañado de noche en la playa? –pregunta
incrédulo.
–Nunca me he bañado de noche en una playa, sin
bañador, con un chico al que acabo de conocer –le corrijo.
Me coge ambas manos y hace que las balancee
mirándome juguetón con una media sonrisa muy atractiva.
–Siempre hay una primera vez... Este es uno de esos
momentos irrepetibles. ¿Te lo vas a perder?
Y me guiña un ojo. ¡Oh, no, este chico no tiene fin! Como
no me muevo ni le contesto, me suelta las manos y se las
lleva al botón de su pantalón, lo suelta y despacio sin dejar
de mirarme con esa maldita media sonrisa que me está
volviendo loca, desliza la cremallera de su bragueta
lentamente.
¡Uf! Cada molécula de mi cuerpo está alterada. Si quiere
guerra la va a tener, pero no consigo ir por delante de él,
me lleva dos pasos de ventaja. Se pasa una mano por el
flequillo como pensando su próximo movimiento y me mira
con ojos deseosos, ¡vaya! Había olvidado que estaba en
sujetador. Sus ojos recorren mi pecho y mi cintura, puedo
hasta casi notarlo.
–Te lo vas a quitar tú o prefieres que lo haga yo.
¡Ja! ¡Te vas a enterar!
–¿No querrás mojar tu ropa no? –añade.
Tiene una ceja subida que subraya su pregunta y
confirma que sigue jugando. Doy un paso adelante salvando
el poco espacio que queda entre los dos y pongo mis manos
en su cintura. Intentando no vacilar y procurando ignorar la
electricidad que pasa de su piel morena a mis manos,
empujo sus pantalones hacia abajo que caen fácilmente.
¡Ja! ¡Ahora vamos a la par! ¡Te he cogido! Pero sale de
sus pantalones y se pone de cuclillas de nuevo, esta vez
estamos muy cerca. Él tiene su cara a la altura de mi
cintura, agarra la cinturilla elástica de la falda y despacio la
baja a la vez que me acaricia con la palma de sus manos los
muslos hasta las rodillas. No le veo la cara, pero noto su
aliento caliente en mi entrepierna. Está tan cerca. ¡Dios!
Este ritual me está matando. Le cojo el pelo con las manos y
él gira la cabeza para mirarme desde abajo. Desde esta
posición su mirada es tierna, parece incluso más joven. Es
tan sexy. Pero dura poco, de un salto se incorpora y me
coge en brazos. Todavía llevo el sujetador y el tanga puesto,
al igual que él no se ha quitado los calzoncillos.
–Se acabaron los juegos, ¡al agua!
Comienza a andar firmemente hacia la orilla. Me lleva en
volandas y desesperadamente me agarro a su cuello
esperando lo inevitable. En el último momento, intento
resistirme.
–¡Por favor, Jesús! Seguro que está helada. ¡Para!
Él ríe sin parar, con esa risa contagiosa que cada vez me
gusta más, y consigue que nos riamos a la par. Las gotas de
agua comienzan a salpicarme las piernas cuando sus pies
entran en el agua mientras nos reímos sin control y en un
momento estoy bajo el agua abrazada a él. Le abrazo
fuerte. Salimos a la superficie y ambos cogemos aire
apresuradamente.
–¡Niña! Vas a conseguir que me ahogue.
Y se sumerge de nuevo para lograr zafarse de mi abrazo.
¡No huyas! ¡Ahora sí que no te escapas como has hecho en
la habitación! Pero es una cuestión de ver quién aguanta
más bajo el agua sin coger aire. Sin poderlo remediar me
quedo sin aliento antes que él y tengo que soltarle para salir
a la superficie. Salgo primero y espero que él haga lo
mismo. Cuando asoma la cabeza, le hago una aguadilla, se
resiste y se aleja nadando hacia la negrura del mar. Lo de
nadar es lo mío, así que le sigo. Consigo llegar a su altura y
vuelvo a agarrarme a él. Intenta no hundirse y mantenernos
a flote a los dos.
–Me has confundido con una boya, ¿o qué? –dice
bromeando.
¡Oh! Estoy cansada y el movimiento del mar acrecienta
mi mareo, así que enrosco mis piernas a la altura de su
cintura. ¡Madre mía! Mi entrepierna nota perfectamente su
completa erección. Esto promete.
Miro su rostro, tiene el pelo mojado y completamente
hacia atrás, está muy guapo. Su cara está llena de gotitas y
sin poderme resistir, beso una que le corre por la comisura
de la boca, y como una explosión contenida, Jesús suelta
toda su fuerza descontrolándose. Todo su autocontrol
desaparece en una milésima de segundo. Me besa con
fuerza, con ganas, la cara, los ojos, la nariz, me pincha a la
vez con su barba de tres días. Finalmente encuentra mis
labios y me besa con pasión desmedida. Su lengua entra en
mi boca buscando cada rincón, sabe a mar y me deja sin
aliento. Sus brazos me tienen presa al igual que yo a él con
mis piernas. Nos hundimos bajo el agua sin separar
nuestras bocas. Besa increíble, nadie me ha besado así, o
quizá sí, las imágenes como flashes de la noche anterior en
la arena con Mauro acuden a mi mente tan fuertes que
incluso noto su peso aplastándome el pecho, no puedo
respirar, e irremediablemente me zafo del abrazo de Jesús y
con largas brazadas consigo salir a la superficie.
–¡Aaah! –grito a la vez que tomo una gran bocanada de
aire.
¿Por qué tiene que seguirme?... Es como si estuviera en
todas partes, dentro de mi mente controlándome y
dominando cada paso que doy, dominando hasta mis
pensamientos.
–¿Estás bien?
Jesús ha salido a la superficie. Sin esperar una respuesta,
me agarra con paciencia y nada lentamente hacia la orilla.
Cuando conseguimos hacer pie, me coge en brazos otra vez
con delicadeza y me saca fuera. Me deposita suavemente
en la arena junto a la palmera y sin soltarme aún, me da un
beso en la frente.
–Esto va a ser más difícil de lo que parece, ¿verdad?
Hace una pausa pensativo.
–Ha vuelto la tristeza –sentencia.
Se le ve preocupado. Ni siquiera me ha querido preguntar
qué es lo que me entristece tanto. Estoy tiritando, aunque
no hace ni pizca de frío.
–Espera un momento.
Coge su camisa y me la pone por encima.
–No te muevas, enseguida vuelvo.
Observo cómo se va hacia la maleza y al momento
vuelve con un par de troncos retorcidos de mediano tamaño
y varias ramas. Lo coloca delante de mí y forma una pira.
Busca sus vaqueros se los pone sin abrochar y rebusca en
sus bolsillos delanteros sacando un mechero. Este chico es
una caja de sorpresas. Que yo sepa, no fuma. Consigue que
una ramita prenda y al momento una llama segura
comienza a arder con fuerza. La luz dorada baña su cara y
su torso. Le favorece mucho, ¡es tan atractivo! Se pasa la
mano por el flequillo y se le queda levantado. La expresión
de su rostro me indica que está pensativo. ¡Ojalá supiera
qué está pensando! Al momento se coloca junto a mí muy
pegado rodeándome con sus brazos para darme calor. Yo
me acomodo en su pecho y soy plenamente consciente que
me gusta su contacto y sin previo aviso empieza a cantarme
bajito con su bonita voz, susurrante. La canción cuenta la
historia de un hombre que le pide a su amor que no se vaya
y no sé si la ha elegido al azar o con segundas, con él es
imposible saber si va en serio o sigue jugando. Poco a poco
con el ronroneante tono de su voz me voy relajando,
sintiéndome mejor y consigo entrar en calor.
Cuando termina la canción me acaricia la cara con su
suave mano.
–Suéltate el pelo –me pide.
Hago lo que me dice, cojo la goma y suelto mi melena
que queda alborotada y ondulada.
–Estás preciosa. No.
Rectifica.
–Eres preciosa. ¿Lo sabes?
Vuelve a pasar su mano por mi mandíbula hasta agarrar
mi barbilla y dirige mi cara hacia la suya para que le mire a
los ojos.
–No sé exactamente qué es lo que te pasa, ni sé cómo lo
voy a conseguir, pero de lo que sí estoy seguro es de que
voy a quitarte esa pena, sea como sea, Alba.
Yo parpadeo sin entender lo que me quiere decir. Solo yo
puedo quitármela, solo yo puedo arrancarme a Mauro del
corazón. Él vuelve a agarrarme fuerte y dirige su mirada
hacia la hoguera.
Reflexiono en lo más recóndito de mi ser y sé que no
puedo seguir así. Estoy de vacaciones, en el paraíso, con un
chico increíble... Me giro hacia él recostando mi cuerpo
sobre el suyo, lo que le pilla por sorpresa y beso despacio su
boca, nuestros cuerpos están piel con piel y sin pensarlo dos
veces mi mano busca su bragueta abierta.
–Eh, ¡para! –dice como puede, ya que tengo mi boca
pegada a la suya. Paro y le miro interrogante.
–¿Estás segura? No quiero que mañana pienses que me
he aprovechado de ti, porque estabas un poco borracha o
algo así. Puedo esperar, no tengo prisa contigo.
Pongo un dedo en sus carnosos labios para que calle.
–No he estado más segura en mi vida, quiero vivir este
momento irrepetible... –le contesto segura de mí misma.
Él se queda un momento parado dudando.
¡No, ahora no, sigue, por favor! ¡Lo necesito! Le miro con
deseo y mi mano despacio vuelve a posarse encima del
bulto de su entrepierna. Parece que le he convencido y
acerca su boca a la mía, pero sin tocarla. Cierro los ojos y
noto cómo la punta de su lengua recorre mis labios
humedeciéndolos. ¡Es delicioso! Un cosquilleo recorre mis
ingles hasta el centro de mi ser. Sus manos se posan
delicadamente sobre mis nalgas y las aprieta con deseo y
soy consciente de cómo su erección crece entre sus
calzoncillos y mi mano. No aguanto más y me coloco a
horcajadas sobre él.
–Mmmmm.
Un ronroneo de placer se le escapa por la boca. Pasa sus
manos por la copa de mi sujetador y aprieta suavemente.
Muevo mis caderas apretándome contra él. Adelante y
atrás.
–Ah –susurra en mi oído.
Sus manos se van a mi espalda y me desabrocha el
sujetador rápidamente. Me lo quito y él colma con sus labios
uno de mis pezones. Ahora soy yo la que no puedo evitar
jadear. Mientras con la otra mano me acaricia el ombligo
haciéndome cosquillas, pero no se para ahí, baja hacia el
principio de mi tanga, lo ahueca y mete la mano dentro.
Gruñe mientras me besa el otro pezón. Estoy tan mojada
que yo misma me sorprendo. Mete el dedo índice y el
corazón dentro de mí. Respiro hondo y me dejo llevar, es
tan delicioso... Con el pulgar busca el centro del placer de
mi ser, lo rodea y comienza a hacer pequeños círculos
lentamente marcándome el ritmo. Mis caderas siguen
moviéndose de atrás a delante, y no puedo más, es
demasiado, todo mi deseo se concentra en mi entrepierna.
Consigo que su pene salga de la ropa interior que lo
aprisiona, lo que provoca que él se mueva colocándose en
una postura más cómoda. Me acoplo a sus caderas y me
levanto un poco.
–Espera, espera –dice casi sin aire–. Un momento.
Vuelve a buscar en los bolsillos delanteros de su pantalón
y saca un condón pulcramente envuelto en su papel
plateado.
–Lo primero es lo primero.
Se lo acerca a los dientes y lo rasga. No sé por qué, pero
eso me excita tanto que no puedo esperar y se lo quito de
las manos para ponérselo yo misma. Él me mira sorprendido
con sus rasgados ojos verdes. Según se lo coloco y lo bajo a
lo largo de su pene excitado, va cerrando los ojos y
entreabriendo la boca, está tan sexy así. Me inclino dejando
un hueco entre su cuerpo y el mío, lo cojo por la base y
sujetándolo lo dirijo hacia mi interior, para dejarme caer
poco a poco y su erección entra en mi interior colmándome.
Él gruñe de nuevo y deja caer su cabeza hacia atrás
dejando su cuello al descubierto, y no puedo remediarlo y
beso su nuez, al contacto el traga lo que me provoca una
oleada de calor.
–¡Más deprisa, Alba! –me susurra impacientemente, a la
vez, vuelve a poner sus manos en mi culo y lo aprieta para
marcarme un ritmo más rápido acercándome más a él,
penetrando más y más.
Comienzo a moverme más deprisa arriba y abajo
acompasándome al nuevo ritmo.
–¡Así, sigue, sigue nena!
Él se mueve a mi paso embistiéndome con sus caderas y
la sensación es increíble, solo le siento a él dentro, todo lo
demás desaparece a mi alrededor. Vuelve a ponerme los
dedos en mi clítoris presionándolo con firmeza y entonces
exploto con todas mis fuerzas. Una oleada de convulsiones
inunda mi cuerpo. No puedo creer que haya tenido un
orgasmo tan rápido. Es como si mi cuerpo estuviera
preparado por y para este hombre. Todo lo que dice y hace,
todos sus movimientos me provocan sensaciones muy
intensas que ni yo misma conocía. Es algo muy extraño, es
como si él conociera cada centímetro de mi ser y de mi
cuerpo. Desde luego sabe perfectamente qué tecla tocar.
–¡Ah! ¡Dios! –grito sin control.
Él me embiste un par de veces con fuerza y llega al
clímax con un sonoro gruñido, me abraza estirándose hacia
mí y seguimos moviéndonos lentamente saboreando los
últimos impulsos del orgasmo, hasta que nos quedamos
quietos. Nuestras respiraciones aún son rápidas y profundas
y me quedo tendida en su pecho sin aliento. Ha sido como si
soltara toda la furia que tenía dentro, que me estaba
ahogando y me oprimía el pecho. Sí, esto es lo que tenía
que hacer. Es justo lo que necesitaba.
–Espera.
Jesús me alza un momento con sus manos e intenta salir
de mi cuerpo.
–¡No!
Creo que le he gritado. Él me mira sin comprender, pero
me hace caso y para.
–¿Quieres que me quede así? –pregunta mientras me
hace cosquillas en la espalda.
–Sí, por favor...
Mi voz es un susurro, es tan relajante que no quiero que
acabe nunca.
–Quédate conmigo –le digo antes de cerrar los ojos. Estoy
exhausta.

–Alba,
Oigo mi nombre, es una voz lejana.
–Son las dos de la mañana. Te has quedado dormida.
¡Dios! ¡Es Jesús! Abro los ojos, aún seguimos en la misma
posición. Debe estar entumecido, sin embargo, ni se ha
quejado.
–Lo siento...
Intento erguirme y levantarme.
–Espera un momento, con cuidado.
Tira de mí suavemente y siento un gran vacío cuando con
un estudiado movimiento de cadera sale de dentro de mí.
–¿Llevo mucho tiempo dormida?
Mientras hablo voy buscando mi ropa.
–No, poco más de media hora.
Ha cogido el preservativo y lo anuda dejándolo en uno de
los vasos vacíos.
–¿Cuánto es un poco más?
Estoy preocupada, esto no me suele pasar.
–Cuarenta y cinco minutos –dice parándose en seco y
poniendo cara de dolor.
Abro mucho los ojos... ¡Cuarenta y cinco minutos! Pobre
hombre. No lo puedo creer.
–Lo siento... lo… lo siento mucho.
Tartamudeo, me siento muy tonta.
–Tranquila, es broma.
Se acerca y mete los dedos entre mi pelo peinándolo.
–Lo necesitabas, estabas tan relajada... tu cara estaba
tan tranquila, se te veía tan bien.
–¿Has estado mirándome mientras dormía?
Eso no me gusta nada. ¡Qué vergüenza! Espero no haber
hecho nada raro, solo dormir y callar como en el cuento de
la ratita presumida.
–¿Y qué quieres que hiciera?
Encoge los hombros.
–No me podía mover...
–Sí, perdona, es solo que esto es una situación muy rara.
Termino de vestirme y espero a que él haga lo mismo.
–Si lo que te preocupa es que hayas roncado o hablado
en sueños, tranquila, no lo has hecho.
Recoge las copas y con el pie derecho echa arena en la
hoguera apagándola. Me coge por la cintura y rehacemos el
camino de vuelta hacia el hotel. De camino en una papelera
tira las copas.
–¿Estás mejor?
–Sí, de verdad, estoy... bien. Mucho mejor.
Noto que me aprieta la cintura acercándome a él.
–Me alegro, de veras.
Sonríe mientras mira hacia el frente como recordando
algo, creo que está rememorando nuestro, como decirlo,
¿encuentro? Lo que me recuerda algo...
–No sonrías tanto.
Hemos llegado al edificio 6.
–¿Por qué no puedo sonreír?
Nos hemos parado delante de la puerta de mi habitación,
me ha girado y nos encontramos juntos pegados uno frente
al otro mirándonos a los ojos y por supuesto su frase va
acompañada de una enorme sonrisa de oreja a oreja.
–Dijiste que no ibas a acostarte conmigo y no has
cumplido tu palabra. ¡El método te ha fallado!
Comienzo a reírme, pero me dura poco.
–No, señorita, dije que no me iba a acostar contigo en tu
habitación en ese preciso momento, no dije que lo haría
más tarde en la playa, el método nunca falla.
–¿Me estás queriendo decir que has conseguido
exactamente lo que querías en el momento que querías y
todo gracias a tu método?
–Evidentemente no, es broma. El método falla, por
supuesto, no es infalible. He hecho lo que tú...
Y toca mi hombro con su dedo índice levantando una
ceja.
–... y solo tú, has querido que yo hiciera. Jamás...
Su rostro se ha vuelto serio, nunca lo había visto así
antes.
–Jamás, haría algo que tú no quisieras, Alba.
Sus ojos verdes se han oscurecido y me miran inquietos.
–Tú has conseguido lo que querías cuando has querido,
no yo, y he de decir que me ha encantado. Si esto es un
fallo del método, ojalá siempre falle.
Ahora su mirada es más transparente, parece que esta
explicación fuera importante para él, para que quedara
claro entre nosotros.
–Es verdad que yo te he pedido que siguiéramos cuando
tú has intentado consolarme, no, consolar no es
exactamente la palabra.
–Realmente voy detrás de ti, aunque no lo parezca,
intento darte lo que necesitas en cada momento.
Me interrumpe y me quedo pensando lo que acaba de
decir.
–Necesitaba que siguieras y no pararas ahí. Pero la
situación, la creciente excitación, eso, lo has creado tú con
tu método.
–El método no está reñido con lo que yo quiero. Te dije
que cuando quiero algo voy a por ello. Directo. No doy
rodeos. Pero si al salir del agua te hubieras quedado
dormida abrazada a mí y no hubiera pasado nada, el
método no habría fallado ni yo pensaría que estoy
perdiendo el tiempo, para nada, Alba. Estaría encantado
igualmente.
–Sí, cómo no.
Ahora lo veo claro.
–Cuando afirmaste que no te ibas a acostar conmigo en
mi habitación en ese momento, siempre vas a tener razón,
el método nunca fallará, porque siempre habrá un después
en otro lugar.
–Solo fallaría si nunca jamás nos acostáramos juntos.
Parece a gusto con su teoría.
–Eso de tener siempre la razón, ¿te gusta, no?
–Me gusta que las cosas salgan como tienen que salir.
Eso es todo.
Me mira atravesándome con esos verdes ojos rasgados
tan bonitos y no me puedo resistir. Me pongo de puntillas y
acerco mi cara a la suya, él hace el resto y me besa
despacio como si en sus labios se concentrara todo su
sentido del tacto. Toca mis labios con los suyos con deseo y
la sensación es deliciosa.
–Mañana te veo –dice rotundo, no admite un no.
Su mano me acaricia la nuca provocando un intenso
cosquilleo mientras que con la otra rodea mi cintura.
–Sí, tenemos una inmersión pendiente –le recuerdo.
–Aquí estaré sin falta.
Se separa un poco y coge mis manos, haciendo que las
balancee como cuando estábamos en la playa.
–Estate preparada, voy a ir a por ti como un tiburón.
Su risa sana y espontánea me contagia de nuevo y río
con él.
–Ándate con ojo, a lo mejor la ballena se come al tiburón.
–No eres una ballena... ja, ja, ja... ¿Es así como te ves?
Está claramente sorprendido con una expresión extraña
en la cara.
–Bueno...
¡Dios! Estoy poniéndome colorada otra vez.
–A veces, la verdad.
–Pues no lo eres. Yo te veo más bien como una sirena.
Una sirena con largas piernas.
Su vista recorre mis extremidades inferiores.
–Muy largas...
Está ensimismado y yo colorada.
–Bueno –consigo decir–. Cambiando de tema, ¿tienes
casa aquí?
–Sí, claro. Tengo alquilado un piso en Santo Domingo.
–¿Con tu hermana?
–No. Me gusta estar solo. Tener sensación de libertad. Ella
tiene otro en el mismo edificio. Estamos juntos, pero no
revueltos. Ya sabes.
–Y… ¿Cómo vas a ir hasta Santo Domingo a las... –cojo su
muñeca y miro la hora en su reloj– casi… las tres de la
madrugada?
–¿No me crees capacitado para llegar a mi casa sano y
salvo?
–Mucho más que capacitado, no me malinterpretes, es
solo que...
Le miro a los ojos poniéndole cara de niña buena.
–No me voy a quedar en tu cama a dormir hoy –me suelta
muy serio.
No me lo puedo creer, ya estamos otra vez. Este chico es
incansable.
–Eso quiere decir que sí te quedarás a dormir conmigo en
otra ocasión y en otro lugar...
Ya lo voy cogiendo.
–¡Exacto! Chica lista.
Y me guiña un ojo.
–Bien, esperaré ese día.
Sonrío como una boba.
–Yo también. Créeme, cuando llegue será mucho mejor
que el aquí y el ahora.
Desprende tanta seguridad que me abruma, ya me
gustaría a mí estar tan segura como él.
–Entonces, promete.
Empiezo a buscar en los bolsillos de mi falda y saco la
llave para abrir la puerta de mi suite. Él me las quita y abre
la puerta por mí como un caballero.
–¿Me darías tu número de teléfono?
Saca del bolsillo trasero de su pantalón vaquero su
smartphone dándolo por hecho y me mira esperando.
–Claro, ¿por qué no?
Intercambiamos los números.
–Ha sido un momento único –dice mientras me besa en la
frente–. Buenas noches, sirena. Hasta mañana.
Y me sujeta la puerta hasta que paso.
–Hasta mañana, nos vemos.
Entro en la habitación y antes de cerrar dejo una pequeña
abertura para ver cómo se aleja caminito arriba entre las
pequeñas luces que lo alumbran. Un pequeño bip hace que
dé un respingo. Cierro la puerta, es mi móvil, lo desbloqueo
y veo que tengo un mensaje.

Que tengas dulces sueños...3:09

Me tiro boca arriba en la cama. Esto va a ser muy


divertido. Tecleo con ambos pulgares.

3:10 Ni siquiera te ha dado tiempo a salir del hotel.

Espero impaciente una respuesta...

Sí, efectivamente, aún no he salido. Pero se me había


olvidado decirte que tuvieras dulces sueños... 3:10

Vaya, a mí se me ha olvidado preguntarte tantas cosas...


Yo también espero que tengas dulces
3:10 sueños y sueñes con una sirena...
Al momento recibo otros dos mensajes. ¿Cómo puede
escribir tan rápido?

Con una sirena de largas piernas... 3:10

Voy a tener que dejarte... besos. 3:11

Bueno, a lo mejor no va a ser tan divertido como


pensaba... tecleo de nuevo.

3:11 Que pena, no tengo mucho sueño...

Lo siento, pero debo conducir. ¿Serás capaz de estar


despierta una hora aproximadamente? 3:12

3:12 Lo intentaré, pero no te prometo nada...

Espero un rato, pero no recibo nada más. María aún no ha


vuelto. No sé si enviarle un mensaje. No, mejor no.
Seguramente esté con Rubén, si está con él no le pasará
nada. Estará bailando como una loca.
Decido darme un baño de espuma para hacer tiempo.
Cuando la bañera está llena le echo sales de baño, me
desnudo y me sumerjo despacio. Se está tan bien. Ha sido
un día raro... ha empezado tan mal... pero al final ha
acabado todo tan diferente... ¿Quién lo iba a decir?
Toco el botón que acciona el jacuzzi y las burbujas
empiezan a hacerme cosquillas por todo el cuerpo. Noto
cómo mis músculos se van relajando y un ligero sueño
empieza a atosigarme. ¡Aguanta, Alba!

Me siento de golpe y oigo cómo el agua cae fuera de la


bañera. Me he quedado dormida, tengo los dedos
arrugados. Me mojo la cara para despejarme, apago el
jacuzzi y salgo de la bañera. ¿Qué hora será? ¡Vaya, esto de
dormirme donde no debo empieza a ser una mala
costumbre! Me enrosco la toalla en el cuerpo y salgo como
una bala hacia la mesilla de mi cama donde he dejado el
móvil. Lo desbloqueo y veo la hora, las cinco. Hay tres
mensajes de dos contactos diferentes. Pulso el icono en la
pantalla y puedo comprobar que los dos contactos son mi
hermana y Jesús. Toco sobre el nombre de María y se
despliega la conversación completa con el último mensaje.

Alba, no voy a dormir al hotel. Estoy bien. Me quedo con Rubén.


Mañana estaré allí tarde. Diles a papá y mamá que me he levantado
pronto para ir con Rubén a Santo Domingo de compras, es que
no quiero preocuparles. Gracias y besos. 3:37

Le contesto que, OK, que no se preocupe, y que mañana


por la tarde tenemos inmersión. Pongo el dedo encima de la
pantalla bajo el nombre de Jesús. Hay dos mensajes suyos.

Hola, ya estoy en casa. He llegado sano y salvo


como te prometí. 4:02

No has podido aguantar... eres una sirena dormilona.


Dulces sueños. 4:02

Ha tardado muy poco en llegar, dijo una hora


aproximadamente y ha tardado algo menos. Imagino que
estará ya dormido o descansando, aun así, le escribo unas
líneas.

5:05 Últimamente estoy haciendo cosas que no había hecho


antes... me he quedado dormida en el jacuzzi. Me alegro
que hayas llegado tan pronto sano y salvo. Buenas noches.
Tu sirena de largas piernas.

Me pongo una camiseta de tirantes y un culotte y me


meto en la cama. Estoy rendida. Aun así, consigo aguantar
un rato despierta por si suena de nuevo el “bip” de los
mensajes, pero no lo hace y finalmente sucumbo en brazos
del grandioso Morfeo.
DÍA 5

El dolor de cabeza atenaza las sienes de Mauro. Se dirige


hacia recepción. Allí está de nuevo en su puesto de trabajo,
Maite. Está impecable como siempre.
–¿Qué tal?, ¿cómo estás? Me han dicho que estuviste
indispuesto anoche.
Su cara es de preocupación.
–¿Estás mejor ya? Si quieres ve a descansar un poco más,
yo me hago cargo.
Está seria esperando una respuesta afirmativa. Mauro se
revuelve incómodo y rodea el mostrador para hacer tiempo.
–Estoy mejor, una pequeña indisposición en el estómago.
Gracias.
Pasa de largo al lado de Maite y entra en las oficinas de
recepción. Se dirige hacia un pequeño mueble colgado que
sirve de botiquín y comienza a buscar sin ganas.
–¿Necesitas algo?
Maite se acerca y hace que Mauro deje de rebuscar en el
armario descolocándolo todo.
–Siéntate, yo lo buscaré por ti. Necesitas algo para el
estómago, ¿no?
Mauro la hace caso, no tiene la cabeza como para discutir
y se sienta en la silla que tiene más a mano.
–No. Es... la cabeza me está matando, del estómago ya
estoy bien.
Mientras habla se hace un masaje en las sienes.
–Con un analgésico valdrá.
Le tiende una pastilla blanca.
–Come algo primero, un zumo o fruta, nada de lácteos, no
van bien en los procesos estomacales. Anda, vete a
desayunar, no quiero ver que trabajas sin comer nada y
enfermo.
Afianza sus palabras moviendo el dedo índice
señalándole.
–Descuida, no puedo ni llevarte la contraria. Voy a hacer
exactamente lo que me has dicho.
Se levanta, coge la pastilla y le da un beso en la mejilla.
–Gracias, eres un cielo.
–No seas charlatán.
Maite le empuja hacia afuera.
–Y no vuelvas por aquí hasta que no hayas desayunado.
¡Ah! Y nada de ponerte a ayudar a nadie. Estás exento de
todo trabajo hasta que te encuentres bien. Y de paso
mientras ocurre eso, ¡quítate ese uniforme y ponte un
bañador! ¿Lo has entendido?
Pese al martilleo, Mauro suelta una carcajada, esta mujer
es incorregible, al momento su cara se contrae en una
mueca de dolor.
–Sí, voy a hacerte caso...
Y se encamina hacia su habitación, en el edificio de
personal donde solo unos pocos viven en el hotel. Busca en
el armario, se coloca una camiseta negra con los pespuntes
blancos y un bañador tipo bermuda color blanco. Mientras
se calza sus alpargatas blancas de esparto alguien llama a
su puerta.
–¿Sí? –dice en voz alta y la cabeza le da una punzada
fuerte.
–Soy Fede. ¿Tienes un momento?
Una vez calzado, Mauro abre rápidamente la puerta.
–Hola, pasa.
Y cierra la puerta.
–¡Uf! Qué mala pinta... ¿Te encuentras bien?
La cara de Mauro lo dice todo.
–Ya veo, tío, solo quería comentarte lo de anoche en la
playa... lo de esa pareja. Ya sabes.
Mauro le mira con cara de pocos amigos y se coloca sus
gafas de aviador.
–Vamos, cuéntamelo de camino a la playa.
–¿Hoy libras?
Ambos caminan por los jardines cruzándose de vez en
cuando con grupos de personas o de parejas que van y
vienen por el hotel.
–No, ya sabes cuánto me gusta trabajar. Son solo órdenes
de Maite.
Y encoge los hombros.
–¿Maite? ¿Dándote órdenes? Si nunca le haces caso... Sí
que debes de estar mal, tío.
Y pone su brazo en los hombros de Mauro. Llegan al faro
y se sientan en la barra.
–Buenos días, señor.
El camarero le saluda.
–Hola... Gerardo –le dice Mauro fijándose en la placa que
cuelga de su polo–. ¿Cómo ha ido tu primera semana en el
hotel?
–Bien, gracias, señor.
–Cualquier cosa que necesites o no entiendas no dudes
en preguntarme a mí o al director de personal.
Es la frase más larga que ha dicho desde que se ha
levantado.
–Sí, señor.
–Aquí estamos todos para ayudarnos, somos como una
gran familia.
Fede le tiende la mano para saludarlo y darle la
bienvenida.
–Por favor, Gerardo, ponme un zumo natural de naranja...
y no me llames señor, soy Mauro para todos. Tú, Fede,
¿quieres algo?
Gerardo asiente al momento.
–No, ya he desayunado. Gracias.
Hace una pausa esperando a que el camarero se retire y
prosigue:
–Bueno, pues cuando me acerqué a la pareja estaban
abrazados y fue un poco embarazoso interrumpir, ya me
entiendes. Por lo visto él toca la guitarra.
El camarero trae el zumo y se retira.
–Parece un buen tío, ya sabes, esa gente que te cae bien
desde el primer momento, pero no pude averiguar su
nombre.
Hace una pausa y estudia la cara de su amigo la cual está
impasible.
–Lo siento.
–No pasa nada.
Coge su zumo indiferente y comienza a beberlo.
–No te preocupes, ya he averiguado que no se hospeda
en el hotel.
Cuando lleva la mitad del zumo se echa la pastilla a la
boca y vuelve a beber hasta terminarlo.
–¿Y la chica, te pudiste fijar en algo?
–Bueno, hermano, es la chica del restaurante, ¿no? Esa
tan guapa que tenía una hermana.
–Sí, ya sé, que eso no se te iba a escapar. Sí, es ella. Me
refiero a su actitud, ¿notaste algo? ¿Estaba contenta?
Espera pacientemente.
–Pues... yo diría que no.
–¿Que no?
Mauro se ha bajado las gafas de sol dejándolas en mitad
de su nariz y mira atentamente a su amigo.
–¿Quieres decir que estaba… triste?
No lo puede creer, está desconcertado.
–¿En qué te basas? –pregunta inquieto.
–Ella estaba...
Mira hacia la recta línea del horizonte que forma el mar
con el cielo.
–Tenía los ojos un poco rojos, ya sabes, como de haber
llorado.
Vuelve a mirar a Mauro que está negando con la cabeza
en silencio.
–Cuéntame lo que pasa, tío. ¿Es esa chica lo que te
preocupa? ¿No me comentaste que era pan comido? Te he
visto en alguna ocasión hablar con ella.
Mauro se ajusta de nuevo las gafas de sol y levantándose
le hace ademán de que le siga.
–Demos un paseo.
Comienza a andar hacia la orilla con las manos en los
bolsillos de su bañador.
–Sí, es ella. Todo lo que me pasa es por ella. Desde que la
conocí no hay otra en el mundo, solo tengo ojos para ella.
–¡Vaya, vaya! Eso sí que es una novedad. El cazador
cazado.
Fede no se puede creer lo que está oyendo de su mejor
amigo, de su hermano.
–Sé que esto te iba a chocar. Sé que suena increíble,
hasta a mí mismo me lo parece, jamás pensé que esto me
ocurriría a mí.
Se para y mira a los negros ojos de su amigo.
–Pero me ha pasado.
Mauro pone una mano en el hombro de Fede.
–¡Espera, espera! ¿Me estás diciendo que te has
enamorado? ¿Tú?
Abre los ojos como platos.
–Creo que sí, no he sentido esto antes. Nunca.
–No, no, no... ¿Estás seguro?
Fede no da crédito a lo que está escuchando.
–A ver, dilo –dice serio.
–¿Que diga qué?
–Dilo. Di, estoy enamorado.
Está esperando que no pueda decirlo, de hecho, aún no lo
ha dicho en toda la conversación. Mauro se queda perplejo,
parado. No sabe si será capaz de hacerlo, es algo muy raro.
Pero hace acopio de fuerzas y lo repite mentalmente, así
parece fácil, pero en alto confesándoselo a otra persona...
eso es diferente. Toma aire, se le escapa, toma aire de
nuevo con una gran bocanada.
–Estoy... estoy enamorando –dice titubeando.
Y una gran sonrisa se dibuja bajo sus gafas de sol. Lo ha
dicho, en alto. Nota que el martilleo de sus sienes ha
cesado. Se encuentra mejor. La expresión de Fede es de
auténtico miedo.
–Lo dices porque te encuentras mal, ¿estás malo, no?
Fede le toca la frente para comprobar si tiene fiebre.
–No, hermano, ¡estoy enamorado!
Esta vez lo dice alto y claro para que no queden dudas.
–No puede ser... madre mía. ¿No tienes ninguna duda?
Mira, tío, que nunca has sentido algo así, te puedes
equivocar.
–Estoy muy seguro, tan seguro como que estoy vivo. No
hay color, antes estaba muerto y acabo de nacer Fede.
El entusiasmo de Mauro acaba por contagiarlo.
–No me lo puedo creer, Mauro enamorado, tío.
¡Enhorabuena! Me alegro un montón por ti.
Y los dos se funden en un abrazo.
–Es que no me lo puedo creer... de verdad, Mauro
enamorado. ¿Sabes? Yo estuve enamorado una vez.
–Lo sé, Fede, es mejor que no saquemos ese tema. No lo
pasaste muy bien.
–El amor es así, si no hay amor no hay desamor. Pero
merece la pena vivirlo. No cambiaría nada de lo que viví y
volvería a hacer lo mismo aun sabiendo cómo terminé
mordiendo el polvo. Pero ya estoy curado de espanto. No te
preocupes, las mujeres ya no son un problema para mí, al
contrario, porque tú me ayudaste a salir de ese pozo y me
enseñaste a gozar de la vida y de las mujeres, por eso ahora
me resulta tan increíble que tú y solo tú, el Maestro…–hace
una reverencia– de la seducción haya caído en las redes de
Cupido. Pero te digo una cosa, aquí me tienes para lo que
necesites como siempre, cuenta conmigo.
–Sí, yo también me encuentro extraño, estoy sintiendo
cosas que no había sentido antes, tengo sentimientos que ni
sabía que existían, no sé, pero es así.
Los dos siguen caminando uno junto al otro al borde de la
orilla.
–Eres la primera persona a quien se lo he contado,
porque cuento contigo en todo y la verdad estoy mejor...
mucho mejor.
–Me alegro, tío, de veras.
Hace una pausa, una pregunta le ronda la cabeza.
–Pero esa chica, ¿está interesada en ti?
Casi no quiere ni saberlo, lo que vio la noche anterior le
dice que no es así. Aunque por otro lado quizá el chico de la
guitarra fuera solo un amigo. La voz de Mauro le saca de sus
conjeturas.
–Verás, es una larga historia. Al principio, yo solo veía una
cara bonita y un cuerpo de infarto, ya sabes, parecía que
ella cada vez que me veía se ponía colorada, así que
empecé a hablar con ella, a desplegar todos mis encantos.
Fede se echa a reír, le ha visto en acción demasiadas
veces.
–Sí, he visto tus encantos en acción muchas veces...
continúa.
–A la vez, seguía hablando con otras mujeres, en mi
línea... el caso es que ella un día va y me echa una bronca
monumental sobre mi forma de vida, porque ella me vio con
otra.
–Ya me lo imagino... te hizo un numerito de esos...
–Sí, en medio de la piscina principal. El caso es que no
me dejó indiferente. Al contrario, no sé por qué comencé a
darle vueltas y a pensar en ella todo el tiempo, nadie me
había hablado nunca tan directamente como ella. Es como
si un interruptor en mi cabeza se hubiese encendido. Y me
empecé a obsesionar con ella.
Fede le interrumpe.
–Pero, todo esto que me cuentas ha pasado en poco
tiempo, ¿no?
Empieza a frotarse la frente, el calor va en aumento.
–Sí, la verdad es que sí, muy poco tiempo. En la pasada
noche de gala, al terminar de cenar, ella se fue paseando, la
seguí y nos pusimos a hablar, es muy cabezota y seguía con
su rollo de cambio de vida. El caso es que llegamos hasta la
playa y allí...
Mauro para en seco su exposición, traga saliva.
–¿Sabes cuándo necesitas algo desesperadamente?
Fede asiente con la cabeza, no se atreve a interrumpirlo,
nota perfectamente lo que le está costando contarlo. Jamás
había visto a su amigo tan nervioso. Nunca. Siempre tan
pausado, siempre tan tranquilo ante situaciones adversas.
Es un verdadero choque verlo así, parece otra persona.
–Pues eso me pasó, no me pude controlar, la quería solo
para mí, necesitaba poseerla. Y lo hice, me dejé llevar por
mis emociones y allí mismo...
Vuelve a parar.
–¡Tranquilo!, ¿hicisteis el amor?
–Si lo quieres llamar así... en mi vida he hecho algo tan
mal hecho.
Le faltan las palabras.
–Fue algo increíble, pero a la vez... no sé cómo explicarlo.
Creo que ninguno nos esperábamos que pasara. Me quedé
vacío, no pude ni mirarla a la cara, fue todo muy rápido. Y
me fui. Quería que con ella todo fuera distinto, que fuera
especial. No quería hacer con ella lo que hago con todas.
–Pero tú querías estar con ella y ella quería estar contigo.
–Sí, pero estaba tan alterado que me fui. La dejé allí
tirada en la arena, tío, no me lo perdonaré nunca. Al final he
hecho con ella justo lo que no quería. Al día siguiente
intenté hablar con ella, pero entendí que había metido la
pata hasta el fondo. Que lo había estropeado todo. Me lo
echó en cara y ayer cuando la vi con ese tío creí morirme...
–Entiendo, pero quizá sea un amigo, a lo mejor ella se
siente también mal y se lo estaba contando, por eso, lo de
sus ojos llorosos. Puede ser, ¿no? ¿Es una posibilidad? Quizá
ella esté hecha polvo como tú.
–No lo creo. Anoche el tío pasó por recepción a dejar la
guitarra. Me enteré que es amigo de Rubén. Después le
seguí hasta la habitación de Alba.
–Y ¿entró?
–Sí.
Los dos se quedan parados pensativos.
–Entonces, ¿crees que están juntos?
–Puede ser, no lo sé. Solo sé que ayer estaba hecho
polvo, pero una vez que he aclarado mis ideas, bueno, más
bien que he admitido que estoy enamorado, voy a luchar.
Voy a luchar por ella, no sé cómo, pero bueno, algo se me
ocurrirá.
Mauro da la vuelta para volver por sus pasos y Fede le
sigue.
–No me lo puedo creer... –susurra para sí mismo Fede–
para una vez que te enamoras, y resulta que ella no te
corresponde. Primero, debe ser la única mujer que se te ha
resistido. Segundo, si realmente está con ese tío, lo tienes
un poco crudo. ¿Hasta cuándo se queda en el hotel?
–Creo que seis días más.
–Bien, tenemos seis días para volver loca a esa chica...
–Tengo, Fede. Tengo únicamente seis días para que esa
chica se vuelva loca por mí –rectifica Mauro parándose en
seco.
–Hermano, te noto un poco celoso... síntoma inequívoco
de amor.
Mauro le suelta una colleja lo que a Fede le pilla por
sorpresa.
–Menos bromas...
Los dos ríen a carcajadas y continúan caminando hacia
los dominios del hotel mojando sus pies en las cálidas aguas
del Caribe. Justo antes de llegar, Fede se pone serio y se
para a mirar a Mauro para que le escuche claramente.
–Falta decir que me tienes aquí para lo que necesites. ¿Lo
sabes?
–Lo sé, hermano, y quizá me puedas ayudar antes de lo
que crees.
Me despierta el sonido del teléfono móvil al recibir un
mensaje. Sin poder abrir los ojos aún, tanteo la superficie de
la mesilla hasta que lo localizo. Lo cojo y con un esfuerzo
máximo consigo despegar los párpados. Son las diez de la
mañana, la verdad es que hacía mucho tiempo que no
dormía tanto. Lo desbloqueo y miro los mensajes. Hay dos.

Alba y María nos vamos de excursión a Isla


Catalina a pasar el día. Nos vemos por la
tarde-noche. Que lo paséis bien hoy. Besos 9:28

El otro mensaje es de Jesús. Me siento en la cama


entusiasmada. ¿Qué querrá? Y una sonrisa se dibuja en mi
rostro.

Buenos días sirena, espero estés levantada porque


paso a buscarte a las diez y media. Prepárate. 9:32

Me da la risa nerviosa y no puedo parar. ¡Qué gracioso!


Pego un bote saltando de la cama y voy corriendo al baño.
En media hora estará llamando a mi puerta o quizás menos.
Sin embargo, algo inesperado me hace sonreír, me ha
venido la regla. ¡Bien! Una cosa menos por la que
preocuparse.
Me ducho en tiempo récord. Me hago una coleta alta aún
con el pelo mojado. No me ha dicho qué vamos a hacer, así
que me pongo un pantalón corto azul vaquero y una camisa
blanca de raso de manga larga, las cuales me remango. Es
la mejor manera para que no te dé el sol todo el día. Me
calzo mis deportivas blancas y meto en el bolso, ropa
interior, otro bikini, crema de sol, gafas de sol, tampones, el
monedero y el móvil. Miro la hora, las diez y veinticinco.
¡Bien! Me queda tiempo para maquillarme un poco. Peino
mis cejas dándole forma al arco. Me doy rímel resistente al
agua y un poco de brillo de labios. Como último toque, un
poco de perfume en las muñecas y en el cuello.
Suena el teléfono de la habitación. Voy corriendo, lo
descuelgo rápidamente y una voz femenina aterciopelada
suena al otro lado.
–Buenos días, soy Raquel. Le llamo de recepción. ¿La
señorita Alba Galán, por favor?
–Sí, soy yo.
–El señor Jesús Baeza le espera en recepción.
–Muchas gracias, en dos minutos estoy allí.
Cuelgo, cojo las llaves y salgo como una exhalación por la
puerta. Recorro los jardines, esquivo un par de fuentes y
entro en la gran sala que precede a la recepción. Allí,
sentado cómodamente y ojeando su móvil, está Jesús. Mis
ojos le recorren de arriba abajo. Lleva el pelo como siempre,
con el flequillo despeinado, una camiseta negra de manga
larga, unas bermudas vaqueras blancas y en los pies, unas
deportivas negras con la suela blanca. La camiseta le queda
pegada al cuerpo y dibuja su torso perfectamente, le queda
muy bien. Nada más verme se pone de pie y viene a mi
encuentro ya que he ido hacia el mostrador para dejar la
llave de mi habitación. Me agarra la cintura por detrás.
–¿Qué tal la noche?
Me giro para mirarle a los ojos, sigue con su barba de tres
días, parece como si no le creciera más y realmente está
muy atractivo así.
–Bueno, teniendo en cuenta que no te quisiste quedar
conmigo para darme calor... un poco larga y fría.
Él pega sus labios a mi mejilla dejando un sonoro beso,
tan sonoro, que nos miran todas las personas que están en
recepción y me empiezo a poner colorada, ¡cómo no!
–¿Mejor ahora?
–¡Ya lo creo! Mucho más caliente –digo mientras pongo
mis manos en las mejillas.
A él parece encantarle que todo el mundo nos mire.
–Bueno, ¿qué es eso que tiene tanta prisa hoy?
–Quería darte una sorpresa.
Me coge de la mano y atravesamos el gran arco que nos
conduce a la salida del Hotel San Mauro. Cruzamos la calle y
caminamos un rato, uno junto al otro.
–Creo recordar que hoy por la mañana estabas ocupado,
¿no?
Jesús sigue caminando y mirando al frente. Puedo ver su
perfecta cara de perfil y cómo un lado de su boca se ha
curvado hacia arriba.
–Buena memoria. Sí, no podía, pero ahora puedo.
Me encanta esta situación. Estoy muy contenta y deseosa
de saber qué me tiene preparado este hombre.
–Bien, hemos llegado.
Nos paramos delante de una espectacular moto. Es
enorme y muy bonita, de color plata y negro, tiene una línea
muy deportiva. Encima del asiento, que se me antoja
altísimo y eso que yo no soy bajita, hay dos cascos idénticos
en color rojo.
–No estoy intentando fardar o algo así contigo. Es mi
única posesión aquí en el mundo. No tengo nada más.
–Es preciosa, siempre me han atraído mucho las motos,
de verdad.
–Es una BMW R 1250 RT. Mi única compañera por el
momento.
No tengo ni idea de motos, pero esta se me antoja una
pasada. Es grande y ancha, parece que incluso a él le
quedará grande. Debe ser muy cara. Jesús coge un casco y
me lo pasa. ¡Dios! Por fin he acertado con la ropa. Me quito
la coleta poniéndome la goma en la muñeca y Jesús se
acerca a mí para alborotarme el pelo. Después me lo peina
con sus dedos hacia atrás y me mira con los ojos
chispeantes mientras coge mi cara con ambas manos y
lentamente se acerca a mí. Cuando sus labios casi rozan los
míos, se para y cierra los ojos. La expectación es increíble,
el corazón se me acelera, es un maestro creando momentos
especiales. Miro su cara relajada, es un hombre con un
tremendo magnetismo y me gusta, así que recorro los pocos
milímetros que nos separan y junto mis labios con los suyos.
Lo único que puedo hacer es dejarme llevar y sentir cada
instante junto a él, aunque cada vez que nos besamos, la
cara de Mauro aparezca en mi mente. Abre los ojos y separa
sus labios muy lentamente de los míos como si estuviera
despegando una tirita de una herida. ¡Uf! ¡Me entran unas
ganas enormes de mordérselos!
–Bien, así está mejor.
Sí… muchísimo mejor, Jesús. Coge el casco de mis manos
y me ayuda a ponérmelo. Me da un poco de calor, pero lo
asumo.
–¿Está bien así?
–Creo que sí.
Ajusta el enganche bajo mi barbilla y el roce de sus dedos
en mi cuello me pone la carne de gallina, enseguida se
coloca el suyo.
–Ahora viene lo divertido, debes subirte a la moto. Súbete
primero a la parte de delante como si fueras a conducirla tú.
–Eso va a ser muy tentador.
Le suelto desafiante, aunque no he conducido una moto
en mi vida. Automáticamente me analiza con su mirada
felina a través de la visera de su casco y la electricidad me
atraviesa.
–Pesa doscientos setenta y nueve kilos, Alba.
Lo dice muy serio y pegándole un manotazo a mi visera,
me la baja de golpe. ¡Madre mía! ¿Cómo puede pesar tanto?
–Mira, apoya el pie izquierdo aquí.
Me señala una pequeña palanca plateada.
–Así podrás subirte fácilmente.
Mientras habla va haciendo movimientos con los brazos.
–De esa manera estarás sentada en el asiento del piloto.
Bien, a continuación, quiero que apoyándote aquí… –señala
el tanque de gasolina–te eches hacia atrás, ¿vale?
Así como él lo dice parece fácil. Por lo que me lanzo a
realizar la primera fase. Pongo el pie en el pedal, estiro la
pierna y me coloco sentada. Bueno, no ha sido tan difícil.
Nada más sentarme coloco las manos en el manillar, tengo
que estirar el cuerpo y desde esta posición la sensación es
increíble. Solo el tener esta bestia entre las piernas te hace
sentir poderosa, te transforma. Noto lo ancha y pesada que
es y me doy cuenta de que solo logro llegar con un pie de
puntillas al suelo.
Vale, voy a por la segunda fase. Y siguiendo las
indicaciones de Jesús, en un momento estoy sentada
cómodamente en la parte de atrás del asiento que es más
alta. Jesús se acerca a mí, me mira y cogiéndome un brazo,
me baja la manga de la camisa abrochando el botón del
puño. Cuando termina le doy el otro brazo y él hace lo
mismo.
–Aunque no lo parezca vas a pasar frío y hay muchos
mosquitos –me dice con voz autoritaria.
A continuación, coge mi bolso y lo mete en uno de los
maleteros laterales. Ahora Jesús sin perder un momento,
pasa su pierna y queda sentado en un segundo. Mete la
llave, quita la sujeción y la moto queda sujeta únicamente
con la fuerza de sus piernas. Arranca y un rugido sordo y
elegante nos rodea.
–¡Agárrate fuerte, Alba, y pégate a mí todo lo que
puedas! –me grita para que pueda oírle a través del casco.
Me abrazo a él y dejo que mis caderas caigan hasta su
espalda, ¡síííí! Me encantan las motos. Junto mis muslos a
los suyos y lo acojo felizmente entre mis piernas. Jesús
balancea la moto para sacarla del hueco en el que está
aparcada y me hago cruces de cómo puede moverla él solo,
¡y conmigo encima! Acciona el acelerador y salimos
disparados hacia la calle. ¡Madre mía! Es lo más parecido a
volar. Siento cómo cogemos velocidad y todo comienza a
pasar más deprisa ante mis ojos. De vez en cuando, noto
cómo Jesús mueve la pierna derecha para cambiar de
marcha y cada vez vamos más rápido. La cabeza con el
casco comienza a pesarme por la presión del viento lo que
me obliga a agazaparme detrás de su cálido cuerpo.
La sensación de libertad es total. Me encanta sentir el
viento, pero, sobre todo, el calor del cuerpo de Jesús. Es
increíble lo que me hace sentir solamente con su contacto.
Le abrazo más fuerte y me siento segura a su lado. Siento
que, aunque vayamos a doscientos por hora en esta
espectacular moto, no me pasaría nada junto a él.
Llegamos a un cruce y paramos en un semáforo en rojo.
–¿Estás bien?
La voz dulce de Jesús me llega a través del casco y
aunque no le puedo mirar a los ojos, ni a la cara, sé que
está sonriendo, sé que le gusta que me guste.
–Ya lo creo, muy bien, ¡mejor que nunca! –grito todo lo
que puedo para que me oiga. Él levanta la mano derecha
con el pulgar hacia arriba y yo hago lo mismo delante de su
visera para indicarle que siga, que me lleve donde quiera.
El semáforo se pone verde y salimos disparados y mi
cuerpo por la rápida aceleración se resiste a seguir pegado
al de Jesús, así que me tengo que agarrar con más fuerza y
me acurruco a su lado apretando brazos y piernas.
La carretera me suena. Sí, hemos bordeado la
urbanización de lujo Casa de Campo y enseguida llegamos a
una bifurcación a mano derecha para entrar en el
aeropuerto Internacional de la Romana. ¡Dónde vamos! No
nos iremos muy lejos, ¿no?
Gira directamente hacia una zona de hangares. Nos
dirigimos justo hacia uno con un gran cartel donde puede
leerse “Airjets”. Justo afuera, hay varias avionetas de
distintos tamaños. Entramos montados en la moto en el
hangar. Dentro hay más avionetas y miniaviones, los
sorteamos y aparcamos junto a una zona de oficinas. Jesús
apaga el motor y se quita el casco. Coloca el anclaje para
sujetar la moto con un gran esfuerzo, ya que prácticamente
tiene que levantarla a pulso y se baja. Bajo ayudada por la
mano y el brazo de mi escudero y me quito el casco
alborotándome el pelo. Mis ojos chispean de emoción.
–¡Ha sido increíble!
Jesús se alborota también el flequillo y me mira con
ilusión la cara. Le veo deseoso y se acerca a mí con la
mirada fija en mis ojos y un escalofrío me recorre de arriba
abajo. El verdor de sus ojos me atraviesa y me quedo con la
boca abierta.
–Si esto te ha gustado, prepárate para lo próximo.
Y así con la boca abierta me deja para entrar en una de
las oficinas acristaladas. Nada más abrir la puerta, una voz
familiar hace que me acerque al instante.
–¡Alba! Por fin has llegado.
María pega un bote y me abraza como si lleváramos
media vida sin vernos. No sé cómo reaccionar, la verdad es
que no entiendo nada. ¡Por favor, que alguien me lo
explique!
–¿Qué haces tú aquí? –digo medio estrujada por María–.
Mejor dicho, ¿qué hacemos en un aeropuerto?
Por fin María me suelta, tiene esa cara de cuando
esconde algo y no me gusta nada.
–Sorpresa, sorpresa.
Me coge del brazo y entramos en las oficinas. Dentro está
Rubén que nada más verme me planta dos besos en las
mejillas.
–Buenos días, se te ve un poco asustada.
–Buenos días, Rubén, ¿de qué va todo esto?
Mi cara debe ser un poema y no quiero ni imaginármela.
Ninguno de los dos me contesta y se hacen los disimulados.
Jesús está detrás del primer mostrador mirando junto a una
chica uniformada la pantalla de un ordenador. Tiene su cara
muy cerca de la cara de la chica y una mano apoyada en el
respaldo de su silla giratoria, con la otra se peina el flequillo
constantemente. Ambos sonríen como si estuvieran
haciendo bromas y el mero hecho de ver la cercanía y la
complicidad que existe entre ellos me pinza el estómago y
me sorprende a mí misma. ¿Estoy celosa? ¡Increíble! No
puede ser. No puedo estar celosa de Jesús. Sí, ya sé que
hemos hecho el amor, pero le conozco desde hace apenas
veinticuatro horas. Además, mi corazón aún está latiendo
por Mauro, late bajito, pero ahí está y yo lo sé. Entonces,
¿qué me pasa? ¿Lo quiero acaparar todo? La verdad es que
nunca me he encontrado en una situación similar. Ella habla
mirándolo constantemente, intentando retener su atención,
simpática, muy simpática, pero él mira la pantalla sonriendo
y veo cómo sus verdosos ojos van de izquierda a derecha.
Está leyendo, tiene el ceño medio fruncido, no de enfado
sino de concentración, ¡mmmm! Me encanta esa mirada.
Quizás no le esté prestando atención. De repente suelta una
carcajada de esas que tanto me gustan y la mira. ¡Sí, sí que
le presta atención! Y el estómago me pincha otra vez. Y sí,
¡qué pasa! Soy acaparadora...
Cuando termina de hablar con ella sale del mostrador y
se reúne con nosotros.
–¿Preparados, chicos?
El énfasis de su pregunta me deja atónita.
–Preparados, ¿para qué?
Odio ser la única que no se está enterando de nada.
–Preparada para volar.
Me suelta bajito como si fuera un secreto y levantando
las cejas. María y Rubén se ríen al unísono.
–Jesús trabaja aquí –me aclara Rubén.
Dejo de mirarlo para posar mi mirada ojiplática en los
ojos de Jesús que no me ha quitado la vista de encima
probablemente para no perderse mi reacción.
–Es piloto –continúa Rubén.
¡Claro! Solo yo podía ser tan tonta como para no
preguntarle a qué se dedica, cosa que él sí hizo.
Recordatorio: preguntar un poco más.
–Piloto –repito.
–Sí. Y vamos a dar una vuelta por la isla. Vamos a volar
bajito para que no os perdáis nada.
¡Dios mío! Sí, vamos a volar, vamos a dar un paseo por la
isla, por el aire, ¡madre mía! No me lo puedo creer… Estoy
entusiasmada.
–¿De verdad?
La chica del mostrador nos interrumpe. ¡Arrrg! ¡Qué
pesada!
–Jesús, me tienes que firmar la hoja de vuelo y los
permisos de despegue y aterrizaje del aeropuerto.
Se ha levantado y se ha acercado a nosotros. Es mona,
he de reconocerlo, así rubia, con los ojos azules, el pelo
largo en una coleta alta. Lleva traje de chaqueta beige con
falda lápiz, camisa blanca y zapatos de tacón color nude.
Muy mona. Jesús le sonríe, coge los papeles y el bolígrafo
que le tiende y una vez firmados, ella los recoge con sus
delicadas manos y largas uñas que muestran una impecable
manicura francesa y le devuelve la sonrisa. Muy bien, juego
de sonrisas. ¡No me gusta!
–Selma, nos llevamos el Eclipse EA 500 que está fuera.
Imagino que ha repostado y está en orden.
Selma… se llama Selma. Pues tampoco me gusta el
nombre.
–Sí, esta misma mañana cuando nos has avisado, se ha
hecho el protocolo, el checking y las pruebas de seguridad.
Todo está correcto. Aquí tienes los permisos sellados, la hoja
de ruta y la salida y entrada en el aeropuerto. Me han
concedido salida a las 11:30 desde la pista principal. En diez
minutos tienes que estar en cabecera. La entrada en pista
es cuarenta minutos después. Aquí te dejo también el parte
meteorológico.
Jesús ojea todo lo que ella le va dando, ¡madre mía!
Quién me lo iba a decir... estoy un poco nerviosa.
–Un día perfecto para volar. Gracias, Selma.
Selma se aleja hacia el mostrador. ¡Por fin! Miro a María,
sé que lo pasa mal en los despegues y los aterrizajes y no
entiendo cómo está dispuesta a volar ahora.
–María, ¿tú también vienes?
Ella afirma con la cabeza y con una sonrisa nerviosa
asomando en su boca.
–Creo que me va a venir bien para perder el miedo.
Además, viene Rubén y podré agarrarme fuertemente a su
brazo e hincarle las uñas.
–¡Eh! Para, para, eso no me lo habías dicho.
Rubén coge las manos de María y observa sus uñas.
–Bueno, no parecen muy largas, creo que podré
soportarlo.
A mi hermana le da la risa nerviosa y no puede parar
hasta que Rubén la abraza.
–En fin, me encantan los abrazos y las muestras de
cariño, y no me gusta interrumpir estos momentos
irrepetibles, pero debemos irnos ya.
Me coge de la mano y salimos fuera del hangar. El sol me
ciega y debo medio cerrar los ojos hasta que se adaptan a
la fuerte luz del sol. Caminamos seguidos por Rubén y María
que van abrazados aún. No estoy muy segura con la idea de
que María vuele, pero bueno si ella está dispuesta, pues
adelante.
Jesús me saca de mis pensamientos.
–Espero que con esto todos tus males desaparezcan.
Cuando estemos ahí arriba…
Y señala hacia el cielo azul.
–Quiero que disfrutes a tope y no se te ocurra tener ni un
pensamiento negativo, ¿podrás hacerlo?
En ese momento el corazón se me cae a los pies. Ha
hecho todo esto para mí. Para que el mal que me asola deje
de planear sobre mi cabeza y aunque no sepa exactamente
lo que es, Jesús lo está intentando desde el mismo
momento en que me conoció. ¿Cómo no voy a hacer lo que
me pide? Me emociono e intento que no se me note. Respiro
hondo y sin pestañear ni apartar la mirada, lo cual me
cuesta horrores, le respondo intentando que no se me note
lo agarrotada que tengo la garganta de los enormes
esfuerzos que estoy haciendo para no llorar. ¡No lo hagas,
Alba! Ya te ha visto llorar dos veces y no ha montado todo
esto para verlo de nuevo.
–No pienso perderme ni un solo segundo de felicidad ahí
arriba.
Y repito el mismo gesto señalando hacia el cielo.
–Así me gusta, nena.
Llegamos al pequeño avión y me sorprende, es muy
moderno y aerodinámico, de color blanco con dos líneas
cruzando los laterales en azul y rojo. El morro delante de la
cabina de mandos es alargado y puntiagudo. Cuento cuatro
ventanillas, una de ellas pertenece a la puerta de entrada.
Detrás de las alas y a ambos laterales los motores y
finalmente la cola del avión con las letras “Airjets” en
dorado.
Jesús acciona una palanca y la puerta se abre por la
mitad horizontalmente, una parte sube hacia arriba y otra
hacia abajo. La de abajo, descubre una pequeña escalinata
de cuatro escalones.
–Las damas primero –dice Jesús cediéndome el paso a mí
y a mi hermana.
Entro y el interior me sorprende aún más, es de auténtico
lujo. A mi derecha hay cuatro sillones confortables forrados
en piel beige, el techo y las paredes también están forradas
en piel beige. Cada asiento tiene una mesita extraíble en
madera de haya y a mi izquierda está la cabina con dos
asientos idénticos y tres paneles o pantallas rodeadas de
botones y palancas que ahora están apagados.
–¡Guau! Esto es increíble –dice mi hermana que viene
detrás de mí.
–Si no os importa, prefiero sentarme en la última fila.
Rubén la sigue y ambos se acomodan en los dos asientos
del fondo, yo espero a que suba Jesús. ¡Ojalá me deje ir en
la cabina con él! Madre mía, estoy como una niña pequeña
con una piruleta en la mano, deseando lamerla.
Jesús entra y se sienta dentro de la cabina en el asiento
de la izquierda. Ha entrado muy serio y ni siquiera me ha
mirado. Se pone a encender palancas y apretar botones. De
repente me mira con cara de interrogación.
–¿Te vas a quedar ahí de pie todo el viaje? De verdad, no
te lo recomiendo.
Con la palma de su mano golpea el asiento que hay junto
a él y me viene automáticamente a mi memoria, cuando en
la playa hizo el mismo gesto para que me sentara entre sus
piernas para enseñarme a tocar la guitarra. Sonrío sin
darme cuenta y me siento junto a él dando un par de
saltitos como una colegiala.
–Gracias –le digo bajito.
–Gracias, ¿por qué? –me pregunta mientras repasa los
mandos y enciende las pantallas.
–Por dejarme entrar en la cabina, desde niña he soñado
con un momento así.
–¿En serio pensabas que te iba a dejar atrás?
Suelta una carcajada de las suyas y me hace sonreír al
instante.
–No he hecho todo esto para que vayas detrás, créeme.
Lo que no te puedo prometer es que alguno de ellos… –y
gira la cabeza hacia atrás– quiera en algún momento
quitarte el sitio.
–Bueno, sería lógico y normal. Creo que tendré que
dejarlos un ratito a cada uno.
–Bien, entonces...
Se acerca y me coloca el cinturón cuyo anclaje se cruza
en el pecho y noto cómo hace verdaderos esfuerzos para
abrocharlo sin rozarme, lo que me hace sonreír. Jesús se da
cuenta y sonríe también.
–No voy a tocarte un pecho aquí y ahora si es eso lo que
pretendes.
–Claro, tu método no falla.
Y sin previo aviso, respiro hondo para que mi pecho suba
y roce su mano. Automáticamente, la aparta espantado.
–Eso es trampa.
Y me observa con mirada seria haciéndome creer que
está enfadado.
–No lo vuelvas a hacer, Alba.
–Prometido.
Mi voz denota verdadero arrepentimiento, aunque no sea
verdad. Me mira incrédulo, pero lo deja pasar.
–Bien, queridos pasajeros… –se dirige a María y a Rubén–
pueden abrocharse los cinturones y poner sus teléfonos
móviles en modo avión, por favor.
Todos nos afanamos en hacerle caso. Él se abrocha su
cinturón y apaga el móvil que lleva en el bolsillo trasero de
su pantalón. Me fijo en él, tan concentrado. Comprueba los
indicadores de la pantalla que no son pocos, hace un par de
ajustes y se coloca los cascos. Parece otro, tan profesional,
no sé, no tiene nada que ver con el chico que tocaba la
guitarra en la playa, este es más responsable, eficaz y cómo
lo diría mejor, ¡ah, sí! Adulto. Es como la cara oculta de
Jesús.
–Ponte los cascos –me ordena–. Así podremos hablar
entre nosotros durante el vuelo.
Me señala con la mano la dirección donde están y los cojo
ajustándomelos a la cabeza. Llevan incorporados un
micrófono que sale de un lateral hasta la comisura de mi
boca.
–Perfecto. Ahora, relájate y disfruta.
La voz de Jesús me llega en una versión metalizada y
hueca, pero alta y clara. Le miro y los cascos le quedan de
vicio.
–Cuenta con ello.
–Bien, eso es lo que quiero. En un momento estaremos en
cabecera. Primero tengo que realizar un checking de los
mandos. No tardo.
Coge un libro de registro y va anotando distintas cifras.
Le dejo hacer, no quiero interrumpirlo y me entretengo
mirando por el parabrisas delantero, desde aquí tendré una
muy buena vista panorámica. ¡No veo el momento de salir
ya! La verdad es que me estoy impacientando un poco. Miro
hacia atrás y veo a mi hermana besándose acaramelada
con Rubén. ¡Pues sí que está preparada para volar! La voz
de Jesús me saca de mis pensamientos.
–Activando Roger Wilco.
Hace una pausa y toca un botón.
–Torre de control La Romana. Alfa-India-Romeo-Juliett-
Echo-Tango-Sierra-Cinco-Dos-Uno-Cinco –dice serio y
concentrado.
–AIRJETS 5215, adelante.
Escucho la voz del controlador por los auriculares. ¡Qué
emocionante!
–La Romana-Torre. Buenos días, Airjets 5215, establecido
en pista Cero-Dos-R.
–Airjets 5215. Buenos días, continúe aproximación.
–Continuamos aproximación, Airjets 5215.
Jesús comienza a tocar botones y palancas aquí y allá
que no entiendo, y los motores del avión comienzan a rugir.
Acciona una palanca hacia adelante que hay entre nosotros
y comenzamos a movernos. La palanca es como una
especie de joystick con la que controla los movimientos del
avión y nos dirigimos lentamente hacia la pista de salida. Al
llegar aproximadamente al principio gira a la izquierda y nos
ponemos en posición. La larga pista aparece ante mis ojos.
–La Romana-Torre, Airjets 5215 en espera. Establecido en
cabecera pista Cero-Dos-R.
–Airjets 5215 mantenga posición en plataforma,
enseguida le llamo. Break-Break ruede a punto de espera,
pista Cero-Dos-Rigth.
–¿Me confirma Cero-Dos-Rigth? Airjets 5215.
–Airjets 5215, es afirmativo, Cero-Dos-Rigth.
De nuevo acciona la palanca hacia adelante y avanzamos
varios metros.
–Airjets 5215 escuche ya rodadura en frecuencia 121.45.
Adiós, y buen vuelo.
–Rodadura en 121.45, Airjets 5215, gracias.
Vuelve a accionar botones aquí y allá. Mira fijamente el
monitor central.
–Torre de control La Romana. Buenos días, Airjets 5215,
para verificación de radio en 121.45.
–Airjets 5215, le recibo cinco por cinco.
–Alineado en pista Cero-Dos-R, listo para salir. Airjets
5215.
–Airjets 5215 mantenga en su posición, tráfico al final.
–Manteniendo en posición, Airjets 5215.
Se escucha un clip en los cascos. Jesús ha interrumpido la
comunicación con la torre de control.
–Debemos esperar, hay aviones en la pista. Toma.
Me pasa una especie de walkie talkie con cable ondulado
de teléfono y un botón rojo.
–Anuncia a nuestros pasajeros que vamos a despegar.
Pulsa el botón rojo cuando hables.
Me encanta esto. Me lo acerco a la boca y pulso el botón
rojo.
–En breves momentos vamos a despegar, por favor,
revisad que tenéis abrochados los cinturones. Gracias,
chicos.
Suelto el botón rojo y dejo el aparato colgado en su sitio.
Jesús me mira expectante y yo le sonrío encantada. De
nuevo escuchamos la voz del controlador aéreo.
–Airjets 5215, autorizado a despegar pista Cero-Dos-R.
Viento 270º, 5 nudos. Salga a viento en cola derecha y
notifique S-1.
–Autorizado a despegar pista Cero-Dos-R para viento en
cola derecha y notificaremos S-1. Airjets 5215.
–¡Allá vamos! –me dice Jesús y al momento se pone serio
y es como si se transformara.
Se concentra y su dominio, temple y destreza me
conmueven. Comenzamos a rodar por la pista y a medida
que cogemos velocidad los motores rugen más fuerte, miro
hacia atrás y veo a mi hermana con los ojos cerrados y la
cabeza recostada en el asiento como suele hacer siempre.
Rubén le tiene agarrada la mano y la mira preocupado. No
está acostumbrado a verla así. Por la congestión de su cara
puedo predeterminar que no va mal la cosa. Noto cómo
dejamos de rodar y cogemos altura. El avión se ha inclinado
hacia arriba. Miro por mi ventanilla y la pista comienza a
hacerse más pequeña. Ante mí, aparece el aeropuerto con
los tejados de los hangares, las pistas, la terminal y los
aviones más grandes aparcados. ¡Ya estamos en el aire! Y
los pulmones se me llenan de aire ensanchándose.
–La Romana-Torre, Airjets 5215 en punto S-1.
–Airjets 5215 comunique con salidas en frecuencia 120.9.
Buen vuelo, adiós.
–Comunicando con salidas en frecuencia 120.9, copiado y
gracias.
En ese momento, Jesús acciona una palanca y un ruido
me indica que el sistema hidráulico del tren de aterrizaje ha
abierto las compuertas retrayéndolo hacia el interior.
–Airjets 5215 buenos días, en contacto radar, continúa
ascenso para nivel de vuelo 290.
–Continuamos para nivel de vuelo 290. Airjets 5215.
Vuelvo a escuchar un clip. Una vez que Jesús comprueba
en el altímetro que hemos alcanzado la altitud indicada,
coge su walkie, realmente no tengo ni idea de si se llama
así, pero es a lo que más se parece, y acciona el botón rojo.
–Bueno, chicos, podéis quitaros el cinturón y venid aquí
con nosotros.
Rubén es el primero en levantarse y luego ayuda a mi
hermana a deshacerse del cinturón. Ambos se cuelan junto
a nosotros. Jesús prosigue señalando por la ventanilla.
–Sobrevolamos el aeropuerto La Romana y desde aquí
podemos ya ver la magnífica urbanización Casa de Campo
con sus jardines, piscinas y barcos. Toda aquella zona verde
que veis, es el campo de golf. ¿Sabéis jugar?
Todos contestamos negativamente.
–Yo tampoco.
Es la monda. Desde el cielo se puede apreciar las
mansiones que hay ahí metidas, a cual más grande. Debe
ser una gozada tener una casa en un lugar como este, pero
claro, solo unos pocos se lo pueden permitir.
–¿Sabes cuál es la casa de algún famoso?
Mi hermana está entusiasmada y se le nota. Jesús la mira
con sus penetrantes ojos verdes rasgados y mi hermana se
ruboriza. ¡Dios! Mi hermana ruborizándose, esto tengo que
inmortalizarlo. Alzo el móvil, la encuadro y le hago una foto.
Se la enseñaré a todos en cuanto pueda, van a flipar.
–¿Tengo cara de conocer siquiera a algún famoso?
–Hijo, eso nunca se sabe. Pero no te preocupes… –mi
hermana le toca el hombro– que ya estoy yo aquí para
informarte. Por lo visto, Julio iglesias tiene una mansión aquí
y Óscar de la Renta.
–Gracias, María, es un alivio, ahora ya puedo dormir
tranquilo. Bueno, ahora justo debajo tenemos la
desembocadura del río Chavón.
El corazón me da un vuelco e intento no hacerle caso,
que no me afecte, pero no puedo impedir que las imágenes
de la cascada vengan a mí. Veo a Mauro abrazándome para
saltar juntos y siento su piel contra la mía. La sensación del
agua rodeándonos y cómo tira de mí para salir a la
superficie. Su cuerpo desnudo frente a mis ojos. ¡Joder! ¿Por
qué? No dejo de mirar por la ventanilla e intento
concentrarme en la conversación.
–A continuación, el pueblo de Bayahibe, con el pequeño
puerto. ¿Lo veis?
–¡Sí! –contesta mi hermana–… y allí veo el Hotel San
Mauro.
–Efectivamente, el Hotel San Mauro. Quería venir hasta
aquí para que lo vierais –verifica Jesús.
Nos acercamos poco a poco y sobrevolamos la playa del
hotel. No puedo dejar de pensar que allí abajo, en algún
lugar entre esos tejados o en la misma playa está Mauro,
trabajando, o más bien hablando con alguna chica... Una
punzada me provoca dolor en el pecho y noto cómo todo se
vuelve acuoso. Joder, otra vez no. ¡No voy a llorar! Así que
me voy a tragar mis lágrimas y las voy a poner a secar en lo
más profundo de mi corazón, dentro, dentro, de donde no
puedan emerger a la superficie. Me tengo que hacer a la
idea de que aquello pasó y terminó como terminó. Hago un
esfuerzo increíble para poder cumplir mi palabra y consigo
no derramar ni una lágrima.
–Bien, vamos a girar y volar un poco hacia mar adentro y
sobrevolaremos Isla Catalina.
Hace un giro cerrado y un cosquilleo ronronea mi
estómago, con ello consigue que volvamos por donde
hemos venido.
–Allí está.
Rubén saca su móvil y realiza fotos desde la ventanilla.
La isla tiene forma triangular y desde aquí no parece que
esté muy lejos. Pero me sorprende su tamaño, pensaba que
era más pequeña.
–Allí deben de estar papá y mamá.
María está entusiasmada.
–Sí, es verdad, hoy iban a pasar el día allí –le digo un
poco melancólica.
Sobrevolamos la isla y seguimos pegados junto al litoral.
–Aquí hay un montón de playas vírgenes sin apenas
visitantes. Aquello de allí es el pueblo de San Pedro de
Marcoris junto al río Higuamo. La siguiente, es Juan Dolio y
si miráis hacia dentro, aquella zona verde y exuberante es
el complejo Guavaberry Golf and Country Club, es una zona
muy exclusiva como Casa de Campo.
Yo saco mi móvil y empiezo a hacer fotos también. No
voy a ser la única que se quede sin recuerdos.
–Y como por arte de magia, Santo Domingo.
Ante mí aparece una gran extensión de tierra toda
cubierta de tejados. Apenas se ve verde y es un contraste
increíble con lo que acabamos de ver, todo vegetación,
playas vírgenes y poca edificación. Se me antoja enorme.
No sabía que era una urbe tan grande. De hecho, nos lleva
un rato sobrevolarlo.
–En aquella zona hay varias torres altas de unos veinte
pisos.
Jesús señala una zona de altas torres.
–Son las Torres Residenciales La Esperilla. Se puede decir
que es el skyline de Santo Domingo.
Vaya, son unas torres muy altas, y sobresalen de las
demás edificaciones que son mucho más bajas.
–Ahora vamos a pasar por mi casa. Mirad allí. Vivo en una
de las torres del Malecon Center, que es un centro comercial
junto al mar. Allí se encuentra el Hotel Hilton.
Mis ojos no dan para abarcarlo todo. Jamás me hubiera
imaginado una ciudad así. Me parece muy increíble y me
sorprende gratamente, podría llegar a vivir aquí sin
problemas.
Poco a poco las casas empiezan a ser más escasas y a lo
lejos un poco adentrado en la isla, veo una mancha azul que
me llama la atención.
–¿Y eso de allí? ¿Es un lago?
–Es una presa. Se llama el embalse de Valdesia.
–Es bastante grande –apunta Rubén.
Nos acercamos y lo sobrevolamos también. Es un paisaje
idílico. Distinguimos perfectamente la presa y a lo lejos, en
los alrededores, podemos apreciar cuadrantes de distintos
colores, desde aquí arriba parece un cuadro abstracto de
distintas gamas de tonos verde, ocre y marrones.
–Todo esto son campos de cultivo. El principal, es el de
caña de azúcar.
Después hace un giro en dirección este. Mira la posición y
a continuación la hora en su reloj de pulsera.
–No nos va a dar tiempo a ver mucho más, tengo
autorización de aterrizaje para dentro de veinte minutos. Así
que nos volvemos.
–¡Qué pena! Se me ha hecho cortísimo.
A mi hermana se la ve un poco desilusionada, la verdad
es que parece increíble que hayan pasado ya veinte
minutos.
–Te quedan veinte minutos más. La vuelta te permitirá
volver a ver de nuevo lo que hemos visto y fijarte en cosas,
detalles en los que antes no te habías fijado.
–Tienes razón. ¿Nos sentamos, Rubén?
–Claro, por supuesto. Me voy, Jesús, te dejo solo con la
aeronave.
Los dos ríen.
–Si necesito ayuda te llamo –le responde Jesús.
–OK. Estate tranquilo, estoy justo aquí.
Los dos se sientan de nuevo y charlan mientras miran por
la ventanilla de Rubén. Mi hermana está prácticamente
encima de él. Tiene medio cuerpo en su asiento y el otro
medio, encima de él. ¡Me encanta verla disfrutar! Por eso
puedo saber lo que ella siente cuando yo lo paso mal y
entiendo su posición con respecto a Mauro.
–¿Estás bien?
Jesús me coge la mano y comienza a hacerme cosquillas
en la palma.
–¿Sabes que lo que estás haciendo es lenguaje no verbal?
–le digo con aire de misterio.
–¡Ah!, ¿sí?
Su voz metálica llega a mis oídos.
–¿Estoy diciendo algo que no sé?
–Tu subconsciente está hablando por ti.
Y me echo a reír.
–Vaya, y… ¿Se puede saber qué dice mi subconsciente?
Me pongo seria, esto me va a gustar...
–Cuando alguien hace cosquillas en la palma de la mano
a otra persona, lo que le está queriendo decir es que se
quiere acostar con ella.
La cara de sorpresa que pone me hace reír a carcajada
limpia.
–Bien... es bueno saber lo que piensa mi subconsciente,
quizás le haga caso.
Vaya, vaya. ¿Por qué está tan seguro? Continúa
haciéndome cosquillas mientras controla los monitores.
–Voy a meter los datos de vuelo en el ordenador, un
momento.
Vuelve a mirar las pantallas y se quita los auriculares
dejándolos colgados de su cuello. Teclea durante un ratito y
su vista va de la hoja de ruta a la pantalla. A continuación,
se desabrocha el cinturón y se levanta.
–Imagino que has puesto el piloto automático, ¿no?
Porque la idea de quedarme aquí sola con tantas luces,
botones y mandos no me hace ninguna gracia, Jesús.
–¿No me creerás capaz de eso?
–De eso y de mucho más.
–Será solo un par de minutos.
Se acerca a mí y me quita los auriculares, después con
mucha concentración lleva sus manos hasta el anclaje de mi
cinturón que cae encima de mi pecho.
–Ni se te ocurra hacer lo de antes.
No lo podría repetir ya que me está atravesando con la
mirada, además tiene una ceja levantada y eso es síntoma
de “obedeces o te las verás conmigo”. Escucho el clic y me
levanto. Nos cogemos de la mano, parece que ya me he
acostumbrado y me indica que me siente en uno de los dos
sillones libres. Él cruza hasta la cola del avión, abre una
puerta camuflada en la pared del fondo y saca cuatro copas
y una botella de champán.
–Te has pasado, no hacía falta.
Rubén le ayuda con las copas.
–¡Qué bien, champán! Un día inolvidable, gracias, Jesús,
estás en todo. ¡Qué detalle!
Mi hermana me tiende una copa. No puedo pedir más.
Este hombre es una caja de sorpresas, por ahora todas
buenas, por cierto. Esta vez las lágrimas vuelven a asomar a
mis ojos, pero por un motivo muy distinto. Estoy
impresionada con lo que ha preparado Jesús. Abre la botella
y enseguida comienza a llenar las copas. Me mira a los ojos
buscando en mi interior y me estremezco.
–Por los momentos inolvidables.
Choca su copa con las de María y Rubén y a mí me deja
para el final. Se acerca lentamente, se junta mucho a mí,
apoya su frente en la mía y me mira fijamente.
–¿No estarás llorando?
–Ha sido increíble, gracias, de verdad.
–Espero que sea de alegría como dices.
Pasa su mano por mi cintura y me estrecha junto a él.
¿Cómo podré devolverle todo esto? Creo que estaré en
deuda de por vida con él. Me besa los ojos llevándose parte
de mis lágrimas con su boca. ¡Sí, es un gran pañuelo y
conmigo está haciendo horas extras!
–Porque consiga que vuelvas a sonreír.
Y choca su copa con la mía. Bebo un sorbo y él se moja
los labios. Dejamos las copas en la mesita auxiliar.
–Vamos.
Me guiña un ojo y me coge de la mano para entrar en la
cabina. Me vuelve a ajustar el cinturón, pero esta vez se
pone en cuclillas delante de mí para hacerlo. Al levantarse,
su cara se pega a la mía y me besa con fuerza, mmmm, no
me lo esperaba. Su lengua busca la mía y la acaricia
haciéndome cosquillas.
–Te tengo muchas ganas, que lo sepas.
Me habla con los labios pegados a los míos, besándome a
la vez, pero se recompone y se sienta abrochándose el
cinturón. Me ha dejado de piedra. Se coloca los auriculares y
yo le imito.
–La Romana-Torre, buenos días, Airjets 5215 solicitamos
autorización para iniciar descenso.
–Airjets 5215, autorizado descenso a nivel 180.
–Autorizado descenso a nivel 180. Airjets 5215.
En cuanto comenzamos a descender, un insistente
hormigueo me ronda el ombligo.
–Airjets 5215 notifique posición Whisky.
–La Romana-Torre Airjets 5215 sobre punto Whisky,
solicito instrucciones para entrar en circuito.
–Airjets 5215 manténgase a la espera sobre punto
Whisky, será número 2 para circuito. Contacte ahora con
maniobra de aproximación en 124.7. Adiós.
–Roger, con número 2 para circuito mantenemos espera
sobre punto Whisky, contactamos para maniobra de
aproximación en 124.7. Airjets 5215.
–Debemos esperar, parece que hoy hay más tráfico del
esperado.
Me coge la mano y me acaricia la palma con la punta de
sus dedos haciendo que la electricidad corra hacia mi brazo.
¡Qué sensación! Dirijo mi mirada hacia nuestras manos,
esto promete. Jesús se da cuenta de lo que estoy mirando y
suelta de inmediato mi mano.
–¡Vaya con el subconsciente! Espero que el arte de leer el
lenguaje no verbal no sea de dominio femenino porque si no
estoy perdido.
Los dos reímos y me empiezo a sentir un poco mejor. Este
chico sabe cómo hacerlo.
–La Romana-aproximación, Airjets 5215. Buenos días.
Proceda al circuito, notifique entrando viento en cola
derecha pista Cero-Uno-L. Continúe aproximación.
–Buenos días. Notificaré entrando viento en cola derecha
Cero-Uno-L. Airjets 5215.
Noto cómo el avión gira lentamente describiendo un
amplio círculo hacia la derecha.
–La Romana-aproximación, Airjets 5215 entrando con
viento en cola derecha Cero-Uno-L.
–Airjets 5215, Roger, continúe aproximación y descienda
a 100 es número 2.
–Continuamos como número 2, descenso a 100. Airjets
5215.
–Airjets 5215, alargue tramo de viento en cola derecha, le
aviso para virar a base.
–Extendemos viento en cola derecha, a la espera para
base, Airjets 5215.
Pasa un minuto.
–Airjets 5215, puede virar a base.
–Virando a base, Airjets 5215.
Viramos hacia la parte final del circuito.
–En final Cero-Uno-Izquierda. Airjets 5215.
–Airjets 5215, es número 2. Precedente A-320 en baliza,
continúe aproximación.
–Continuamos con número 2, precedente a la vista.
Airjets 5215.
–Airjets 5215, notifique baliza.
–Cruzamos baliza, Airjets 5215.
–Airjets 5215, autorizado a aterrizar, pista Cero-Uno-
Izquierda, viento 250º 5 nudos.
–Autorizado a aterrizar pista Cero-Uno-Izquierda, Airjets
5215.
Por la ventanilla veo la pista de aterrizaje y cómo nos
vamos aproximando a ella. Un ruido por encima del de los
motores resuena en la cabina. Se han abierto las
compuertas del tren de aterrizaje y al momento tomamos
tierra sintiendo el contacto de las ruedas rodando bajo
nuestros pies. Todo ha sido muy rápido y espero que María
no lo haya pasado muy mal. Echo un vistazo a la parte
trasera del avión y los veo a los dos besándose
desesperadamente. ¡Dios mío! Eso sí que es una buena
manera de aterrizar, de relajarse y abstraerse de todo.
–Airjets 5215, abandone pista por la derecha y notifique
pista libre.
–Abandonaremos pista por la derecha y notificaremos
pista libre. Airjets 5215.
Giramos a la derecha.
–La Romana-Torre, pista libre. Airjets 5215.
–Airjets 5215, proceda a plataforma por rodadura M y
notifique finalizado.
–A plataforma por rodadura M y notificaré finalizado.
Airjets 5215.
Rodamos hacia una pista de servicio y entramos en la
zona de hangares. Jesús deja el jet a un lado describiendo
un medio círculo para dejarlo en posición de salida.
–Finalizado en plataforma, muchas gracias y buenos días.
Airjets 5215.
–Airjets 5215, recibido, buenos días.
Comienza a apagar motores, luces y otros dispositivos
hasta que queda todo en silencio. Intento desabrocharme el
cinturón, pero no atino. Rubén y María ya están esperando
levantados junto a la puerta de salida. ¡Arrrg! ¡Qué torpe
soy!
–A ver… –dice paciente Jesús. Escucho el clip–. No es tan
difícil.
Para él es fácil, está todo el día con esto.
–Muy gracioso, de verdad, muy gracioso.
Abre la puerta y la pareja formada por María y Rubén
descienden despacio como si estuvieran aturdidos. Espero
pacientemente a que salgan y poniéndome seria, cojo el
brazo de Jesús. Al momento deja lo que está haciendo y me
mira expectante.
–Quiero darte las gracias, nadie ha hecho algo así por mí
nunca.
–Estas de broma, no me lo creo.
Su tono es tajante.
–No, nunca y sé que estaré en deuda contigo de por vida.
–Eso lo dices tú. Esto lo he hecho porque he querido,
Alba, no me debes nada. Te mereces esto y mucho más y no
me puedo creer que nadie se haya dado cuenta de la gran
mujer que eres.
Me empiezo a ruborizar y no sé qué decir... él sí que es un
hombre especial y creo que empiezo a darme cuenta.
–Quiero que me dejes hacer algo por ti. Ahora no sé qué
será, pero lo haré, que no te quepa duda.
–Yo estoy bien, si tú estás bien. Recuérdalo.
Me pasa el dedo índice por el labio inferior.
–Recordarlo, es el mejor regalo que me puedes hacer.
Me cede el paso y bajo los tres escalones abrumada por
sus palabras.
–¿Vais a ir al hotel?
La pregunta me la realiza Rubén a mí y la verdad es que
no sé qué contestarle. Alzo mis hombros a modo de
respuesta y miro a Jesús que se ha acercado a la rubia para
devolverle la documentación y firmar el resto del papeleo.
–Nosotros nos vamos al hotel, nos queremos relajar un
poco. Esta tarde es la inmersión.
–Es cierto, María, lo había olvidado completamente con
toda esta agradable sorpresa.
–Espero que lo hayáis pasado bien.
Jesús se aproxima a nosotros.
–¡Ha sido estupendo! ¿Verdad, Rubén?
Mi hermana lo mira esperando que Rubén verifique sus
palabras.
–Yo ya he volado más veces con Jesús y cada vez se
supera. ¡Gracias, amigo!
Rubén le pega un par de palmaditas en la espalda.
–De nada. Ha sido un placer. Ya sabes que me encanta
volar, para mí esto no es trabajo.
–¿Te apetece volver al hotel o prefieres que comamos
algo por aquí? La verdad es que me encantaría conocer
Santo Domingo.
Le miro esperando se decante por mi idea y es que no
tengo ni pizca de ganas de volver al hotel aún.
–¡Uh!, eso suena tentador.
Mi hermana me mira encantada, sé que se alegra de que
haya congeniado con Jesús.
–Claro –contesta Jesús al fin–. Conozco varios sitios.
–Bien, entonces nos vemos esta tarde en el hotel para la
inmersión –dice Rubén encantado.

Santo Domingo desde el suelo me sorprende mucho más


que desde el aire. ¡Me encanta! Tiene un espíritu joven y
alegre y me transmite ganas de vivir y de ir a por todas. Sus
casitas de colores, sus calles repletas de gente sonriente,
sus comercios humildes pero llenos de ilusión a mares. Nos
adentramos hacia la zona más cosmopolita y las casas
crecen en altura, las calles se ensanchan, los locales se
occidentalizan, pero la gente que vive allí es la misma.
Espíritus libres repletos de sueños para repartir y eso se
respira en el ambiente. Me quedo mirando un grupo de
escolares uniformados a la salida del colegio. Son niños y
niñas mulatos y negros con sus caritas redondas, sus rizos
imposibles y aunque llevan uniforme se ve que no tienen
grandes lujos, sus mochilas están muy usadas y
desgastadas al igual que sus zapatos, pero, aun así, van
gritando y riendo, jugando entre ellos. ¡Están felices! Y eso
es lo mejor de todo. Quizás yo debería aprender de ellos y
empezar a ser feliz. A veces nos enredamos en situaciones
inútiles que no conducen a nada.
Entramos en una avenida que va paralela al mar y a
pocos metros unas torres se alzan en una zona moderna y
abierta, entramos a uno de los edificios por una rampa y
aparcamos la moto en una plaza de garaje.
Nos despojamos de los cascos y subimos por una
escalera hasta la calle. El sol está en lo más alto y lanza sus
rayos con fuerza. Buscamos la sombra de una palmera.
–Este es el centro comercial que hemos visto desde el
aire. El Malecón Center.
–Bien. ¿Y tu casa?
–Es este portal de aquí.
Señala una gran puerta de cristal a tres metros. Miro
hacia arriba, es un complejo de cinco altas torres en total,
de unos treinta pisos o más, las dos primeras con
espaciosas terrazas parecen ser de color azul por el reflejo
del mar en sus grandes cristaleras.
–¡Vaya! Me la podrías enseñar.
–De acuerdo. Pero antes de subir debes saber algo.
Por el tono de su voz, sé que se ha puesto juguetón y el
Jesús que conocí vuelve de nuevo.
–¿Qué pasa? ¿No has recogido los platos y la cama está
sin hacer?
Jesús ríe con ganas.
–Si decides subir, tienes que saber que vamos a hacer el
amor allí arriba. Tú eliges.
¡Madre mía! Y se queda tan pancho mirándome serio.
Porque claro, lo está diciendo en serio.
–Eso habrá que verlo.
–Luego no digas que no te he avisado.
Me coge de la mano y sin perder un instante como si
tuviéramos una prisa enorme entramos en el portal. Llama
rápidamente al ascensor y en cinco segundos se abren las
puertas. Prácticamente me arrastra dentro. Pulsa la tecla
número diecisiete y me aprisiona en una esquina del
ascensor. Me tiene inmovilizada con su cuerpo pegado al
mío. ¡Ni en mis mejores fantasías! Que no son pocas... Me
besa suavemente la nariz y a continuación pone sus labios
en mi boca, suave y lentamente como solo él sabe hacerlo.
Sus dientes me muerden el labio y siento una oleada de
calor que me recorre el cuerpo, y entonces noto cómo sus
manos acarician mis brazos, mi cintura y mis nalgas. Nos
paramos y las puertas del ascensor se abren, el beso se
prolonga, su respiración es rápida y entrecortada, me besa
cada vez con más fuerza y aprieta su cadera contra mi
pubis. Noto claramente su creciente erección y las puertas
se vuelven a cerrar. Pero no nos movemos. Me besa el
cuello dándome pequeños mordiscos hasta el principio de
mi camisa. Su mano derecha me rodea el pecho cubriéndolo
y apretándolo delicadamente. Noto el calor de su cuerpo
que me traspasa la ropa. Me levanta una pierna cogiéndola
por el muslo y el contacto con su entrepierna es total. Me
besa sin parar a la vez que mueve su cadera rozándome
arriba y abajo y mi excitación crece por momentos. Intento
seguirle el ritmo, pero está desatado. Las puertas se abren y
una tos simulada hace que nos separemos con desgana.
Estoy muy, pero que muy colorada, ¡Dios, qué corte! Un
señor entra en el ascensor y nos da las buenas tardes. Jesús
corresponde a su saludo educadamente y cogiéndome de la
mano salimos fuera del ascensor. Hemos llegado a la planta
diecisiete. Recorremos un pasillo al trote y se para delante
de la puerta número siete. Introduce la llave y la puerta se
abre. Entramos a un espacio abierto donde todo es blanco y
madera, pero no me da tiempo a mirar nada más. Jesús me
coge en brazos y me lleva como una pluma hasta una gran
cama, me tira en ella literalmente sin ningún cuidado y
pone sus manos en la cintura de sus bermudas. Comienza a
desabrocharse el botón. Antes de que haga nada más le
interrumpo.
–Tengo que decirte algo.
Se queda mirándome interrogante y contrariado, no se lo
esperaba.
–Estoy con el periodo.
Jesús para en seco y se queda pensativo. ¡Joder, qué
rabia!
–Entonces, tendremos que ducharnos antes.
Sus ojos chispean ante la idea. ¡Madre mía! ¿Me va a
hacer el amor de todas formas? ¡Esto es un hombre y lo
demás son tonterías! Noto cómo se relaja y se echa a mi
lado en la cama. Me pasa el dedo por la cara.
–Iremos despacio.
Comienza a desabrocharme los botones de la camisa y de
los puños, me la abre y me mira sin prisa recorriendo mi
pecho. Me siento muy observada, no sé, hay tanta luz en el
dormitorio. Pone una mano en mi vientre y lo acaricia con la
palma. Noto al instante cómo se me eriza el bello y la
electricidad vuelve a mí de nuevo. ¿Lo notará él también?
Pasa la mano por encima de mi pantalón corto y se detiene
sobre el botón, lo suelta lentamente mientras me mira, baja
la cremallera igual de despacio hasta el final. Se incorpora y
tira de ellos hacia abajo. Me suelta las deportivas y se pone
de pie delante de mí. Cruza los brazos y coge el dobladillo
de su camiseta para sacársela de golpe por la cabeza.
¡Guau! Otra vez, mis deseos vuelven a hacerse realidad,
ante mí un hombre con solo los vaqueros... ¡Mmmm! Me
encanta. Su cuerpo está torneado y se aprecia cada
músculo. No es un cuerpo exagerado de grandes espaldas y
currado en el gimnasio, pero no le resta atractivo. Me gusta,
sí, me gusta, cuando se mueve, los músculos se le marcan
enfatizando sus formas. ¡Y allí está! La línea de vello desde
su ombligo hacia abajo. ¡No puedo dejar de mirarla!
Al igual que hizo anoche en la playa se baja la cremallera
de sus bermudas y las deja caer. Lleva unos slips de color
blanco inmaculado a juego con su casa que a duras penas
recogen su erección. ¡Uf! Me tiende la mano.
–Vamos, arriba.
Y al dársela me levanta, retira mi camisa y nos quedamos
en ropa interior. Menos mal que me he puesto el sujetador a
juego con el tanga. No hay cosa que quede peor que
llevarlos cambiados. Llevo un conjunto de encaje en color
visón. Uno de mis favoritos.
Sin soltarme la mano entramos en el baño. Tiene una
ducha inmensa con azulejos rectangulares de gran formato
en color wengué. Se entra por un lateral, delante una pared
que no llega al techo soporta dos encimeras gordas de
madera oscura en paralelo. En la de arriba dos senos y un
espejo enorme. En la de abajo un par de cajas blancas y
unas toallas blancas dobladas unas encima de otras. Por el
otro lado se entra al váter. En la pared que da al dormitorio
enfrente de la zona de lavabos hay un armario de lado a
lado con puertas translúcidas. Todo lo demás es blanco. Al
entrar me veo en el enorme espejo, Jesús me sigue y se
coloca detrás de mí. Me abraza y pone su cara junto a la
mía. Creo que hacemos buena pareja.
–Si quieres, podemos dejarlo para otro momento...
Me miro de nuevo en el espejo y veo mi cara un poco
asustada. Lo habrá dicho por eso, imagino. La verdad es que
nunca he hecho el amor estando con el periodo y me da un
poco de corte, pero confío en él, parece que está
acostumbrado.
–No. Te quiero ahora –respondo al momento.
La cara se le ilumina y comienza a besarme el cuello y
luego el hombro. Cuando llega al tirante del sujetador, sin
dejar de besarme me lo desabrocha y lo saca lentamente
cayendo al suelo, ahora estamos empatados.
–Eres preciosa, mírate.
Pone las manos en mi cintura devorándome con la
mirada. Intento ver lo que me dice, pero solo veo lo mismo,
una chica normal y empiezo a ruborizarme.
Sus manos acarician mi bajo vientre haciéndome
cosquillas. Baja poco a poco hasta introducir una mano por
debajo de mi tanga. Noto cómo el cuerpo se me tensa, me
acaricia el vello. Ambos miramos nuestras reacciones en el
espejo. Es muy sexy ver cómo mira mi cuerpo. Su mirada es
única, penetrante. Está disfrutando con cada movimiento.
Finalmente, su mano colma todo mi sexo y me empuja,
haciendo que mi cadera se eche hacia atrás apretando mis
nalgas contra su erección. ¡Uf! Creo que no voy a poder
aguantar mucho más. Con la otra mano acaricia mi pecho.
El torrente sanguíneo se acumula en mi entrepierna y noto
mi creciente deseo. Noto cómo va aumentando y necesito
besarle, tocarle y en esta posición no puedo. Me giro
rápidamente y nos quedamos cara a cara.
–Voy a abrir el agua de la ducha, cuando vuelva te quiero
ver desnuda.
Me deja así sin más, con un orgasmo a punto de explotar
en mi interior. Se da la vuelta y desaparece. Oigo el agua
caer. Rápidamente me quito la poca ropa que me queda
puesta, es decir el tanga, y el calor se me sube de la
entrepierna a la cara solo de pensar que se me puede ver el
cordón del tampón entre los muslos. ¡Arrrg! ¿Qué hago? Da
igual... acaba de aparecer por el umbral de la puerta.
¡Madre mía! Está completamente desnudo y todavía
excitado, muy excitado. No tengo palabras. No le había visto
así antes y la verdad estoy gratamente sorprendida. Todo en
él es sexy. Está apoyado en el marco de la gran mampara
de cristal y me mira tan sorprendido como yo a él. Me
atrevería a decir que estamos pensando lo mismo. Su
mirada felina me quema, es de un verde intenso y noto
cómo me recorre el cuerpo de arriba abajo. Está muy serio.
Levanta una mano y con el dedo índice y una mirada pícara,
me indica que me acerque. Bien, allá voy. ¡Alba, intenta
caminar de manera natural! Doy tres pasos temblorosos y
me coloco a su lado.
–Tranquila, no haré nada que no quieras.
Me coge la mano y entramos a la gran ducha que está
llena de vaho por el agua caliente. Del techo cae una lluvia
fina a través de un rectángulo metálico llenos de agujeritos.
¡Es increíble! La sensación es de estar bajo una fina lluvia
templada. Dejo que la lluvia me empape mientras Jesús
coge jabón de unos botes colocados en una hornacina del
muro lateral. Me pone un poco en la mano y él hace lo
mismo. Hago espuma frotando mano con mano. Mmmmm,
huele a coco, me encanta y comienzo a dármelo por los
brazos.
–No, no, no. ¡Espera!
Jesús coge mis manos sonriendo y las pone sobre su
pecho.
–Así. Yo me encargaré de ti.
Hace una mueca con la boca que me parece de los más
sensual y ese gesto despierta mi lado más sensual. Sí, se
está poniendo muy interesante... froto los músculos de su
pecho, sus hombros y sus torneados brazos, mientras él
cierra los ojos y se queda quieto, muy quieto. Por el
movimiento de su torso sé que está respirando hondo y
rápido. Voy bajando ambas manos hacia su ombligo
repasando cada abdominal. Estoy deseando llegar a esa
línea de vello tan seductora que nace allí mismo en su
ombligo deslizándose hasta conectar con el vello de su
pubis. Me doy cuenta de que estoy obsesionada con esa
línea de pelo desde el primer momento que la vi.
De repente abre los ojos y empieza a enjabonarme los
hombros rápidamente a la vez que suave, continúa con
ambos pechos y la sensibilidad hace que se me contraiga el
bajo vientre. Hace giros redondos masajeando suave y
firmemente. Baja por mi cintura, pasa por el ombligo, pero
no se detiene hasta llegar a mi entrepierna. Allí se queda
tocándome con la palma abierta. Al cabo de unos segundos
se arrima mucho a mí estrechándome con la mano libre la
cintura para después, con la mayor naturalidad, sin apartar
la mirada de mis ojos, agarra el cordón del tampón y
comienza a tirar de él lentamente. La respiración se me
corta de repente. Noto perfectamente cómo avanza por el
cuello de mi vagina. ¡Madre mía! ¡Qué vergüenza! ¿Qué va
a hacer con él? El corazón va a salírseme por la boca y
tengo que hacer verdaderos esfuerzos para quedarme
quieta sin moverme. Él nota cómo mi cuerpo se tensa y
comienza a besarme con lentitud sin prisas, labio con labio,
hasta que el tampón sale por fin. Sin moverse lo tira a un
lado de la ducha y continúa tocándome lentamente con la
mano dando giros lentos sobre mi clítoris como una tortura
placentera. Mi excitación crece por momentos, como su
miembro que me aprieta el bajo vientre. Cuando creo que
ya no puedo resistir más, introduce dos dedos en mi interior
a la vez que la lengua en mi boca y el placer es tan
inmenso, que comienzo a notar la oleada inicial de un
orgasmo inminente, pero Jesús lo corta de golpe.
–Aún no, nena.
Me coge en brazos, cierra el grifo de la ducha y salimos
hacia el dormitorio. De camino coge una toalla blanca. Me
deja a los pies de la cama y extiende la toalla en el borde.
–Siéntate. Apóyate justo en el borde.
Hago exactamente lo que me dice y la verdad es que
estoy deseando saber qué es lo que me tiene preparado. Se
pone de rodillas justo delante mía y me separa las piernas.
Estoy totalmente expuesta a él. Me siento como una tarta
en un escaparate.
–Túmbate y disfruta.
Me tumbo lentamente y cierro los ojos intentando
relajarme lo máximo posible.
Jesús comienza dándome pequeños besos en las rodillas
chupando una a una las gotas de agua que aún quedan en
mi piel. Es delicioso, va subiendo por el interior del muslo y
mi excitación sube con su boca. No puedo más, necesito
que pare o me posea, pero él sigue con su particular tortura
hasta la ingle y un escalofrío me recorre la vagina, estoy
muy húmeda, puedo sentirlo y empiezo a gemir suave y
controladamente.
En el momento que noto cómo su lengua toca mi sexo,
me descontrolo y como una reacción automática tiro del
pelo de su cabeza fuertemente con ambas manos
echándole hacia atrás y me siento de golpe como un
resorte. Está de rodillas sentado sobre sus talones con la
cabeza hacia atrás y la boca medio abierta. En esa posición
da la sensación de estar indefenso y eso me provoca una
oleada de calor insoportable, está tan sexy que me inclino y
le beso. Él responde gimiendo a mi beso y cuando le suelto
la cabeza, se coloca de rodillas de nuevo. Le miro a los ojos
con deseo, esos ojos tan insinuantes y parece que me lee el
pensamiento.
–¿Estás preparada?
Sonrío.
–Siempre...
–Si te hago daño solo tienes que decírmelo y pararé. Voy
a hacértelo muy despacio, nena.
En esa posición de penitente entre mis piernas, su largo
pene queda como por arte de magia justo a la altura de mis
labios vaginales, así que con un pequeño movimiento
introduce la punta de su miembro poco a poco sin parar
hasta el fondo y me quedo sin fuerzas, mi cabeza cae hacia
atrás. Me siento llena, colmada, es una delicia sentir piel
con piel. Noto su calor dentro, muy dentro y la cabeza me
da vueltas. No siento dolor, solo placer, un placer inmenso
que me recorre las venas. Quiero más.
–Sigue, por favor...
Mi voz suena anhelante.
–Aún no –dice con voz ronca.
Ahora el movimiento es de salida igual de lento que antes
y se me antoja un infierno.
–Más...
Gimo.
Él comienza a entrar de nuevo esta vez un poco más
rápido y eso me gusta. Entra, sale, entra, sale. Mis caderas
salen a su encuentro, necesito más.
–¡Fóllame! –le grito medio histérica.
En cuanto lo oye me embiste con todas sus fuerzas
soltando un gemido ronco desde su garganta y esta vez sí
noto dolor en el fondo de mi vagina con la tensa dilatación,
una punzada que se repite con cada embestida. Es dolor
mezclado con un placer intenso que me oprime. Mi
excitación crece y según lo hace crece también la
intensidad del placer ahogando el dolor hasta que solo
puedo percibir placer, placer a raudales hasta que en el
siguiente empuje no puedo más y me corro gritando su
nombre, lo que provoca que él también llegue al clímax
entre gemidos roncos. Nos desplomamos en la cama. Él cae
encima de mí y nos quedamos así quietos, no sé decir
cuánto tiempo, hasta que me cuesta respirar.

Al encontrarse mejor, Mauro decide volver al trabajo. Se


coloca el uniforme y se dirige a recepción. Según se acerca
se da cuenta del barullo que hay formado. Dos personas
están atendiendo y no dan abasto. Se incorpora
rápidamente y comienza a atender sin ni siquiera saludar a
sus compañeros.
Al cabo de cuarenta minutos de constante trasiego, el
hall va quedándose un poco más despejado.
–Buenos días, caballero.
Mauro levanta la vista de la pantalla de su ordenador y se
queda sorprendido. Rubén le mira sonriente al igual que
María que está a su lado.
–¡Qué pasa, Rubén!
Los dos hombres se dan la mano con afecto.
–Sabía que estabas en el hotel, pero no he tenido
oportunidad de saludarte.
–Sí, la verdad es que he estado muy atareado.
Mauro mira por unos segundos a María y sonríe
asintiendo. Rubén le devuelve una sonrisa cómplice.
–He tenido algún que otro problemilla en la finca.
–Buenos días, María. Perdona que no te haya dicho nada,
pero Rubén y yo hace mucho que no nos veíamos.
María acepta las disculpas de Mauro.
–¡Oye, Mauro! Qué te parece si nos vemos después de
comer y tomamos algo, así nos podríamos poner al día. No
te importa, ¿verdad, María?
–Claro que no. Me gustaría echarme la siesta, he dormido
poco esta noche y estoy algo cansada.
María agarra por la cintura a Rubén y lo mira sonriente.
Mauro se siente un poco incómodo y aprovechando se dirige
al gran cajetín para coger las llaves de las habitaciones de
ambos.
–Tengo un hueco a las tres. ¿En la sala del piano?
Mauro deposita las llaves en el mostrador y Rubén las
recoge.
–Me parece bien, nos vemos a las tres.
–Hasta luego, que disfrutéis.
Mauro se queda mirando cómo la pareja agarrada se aleja
hacia el lago artificial y acaban desapareciendo de su vista.
Esta va a ser una gran oportunidad para saber algunas
cosas importantes. Mira el reloj, la una y cuarto, le da
tiempo a cambiarse, ducharse y comer.
Oigo el timbre de la puerta desde el baño. Estoy
terminando de vestirme después de ducharme. Me coloco
las deportivas y salgo al dormitorio. En la cama sigue la
toalla. Está manchada de sangre y la cojo rápidamente. No
sé exactamente qué hacer con ella, así que la hago una bola
y salgo al salón–comedor–cocina. Jesús está en la barra de
la cocina abriendo unos tápers, que por el olor debe ser
comida y muy rica, por cierto. Al escuchar mis pasos se da
la vuelta. Lleva puestos solo unos pantalones vaqueros de
color negro. ¡No me puedo creer la suerte que tengo! Le
devoro de arriba abajo con la mirada y la boca se me hace
agua. Camina descalzo hacia mí.
–He pedido comida. Espero que te guste.
Coge la toalla sin remilgos y la mete dentro del tambor
de la lavadora.
–La verdad es que huele delicioso.
Y no me refiero a la comida, sino a él.
–He pedido comida típica dominicana. Pica pollo con
tostones y bollitos de yuca regado con cerveza “President”
nacional cien por cien. Espero que sea suficiente.
Jesús me mira expectante, ha colocado la comida en
platos. Lo cierto es que tengo un hambre increíble y en ese
momento me doy cuenta de que ni siquiera he desayunado
esta mañana.
–¡Madre mía, qué buena pinta tiene!
Me acerco a la barra.
–¿Comemos aquí o prefieres la mesa?
Señala la mesa de comedor que está justo delante de la
barra. Me subo a un taburete y señalo la barra. Jesús se
acerca y se sienta a mi lado, casando sus piernas con las
mías como hizo en el faro del hotel.
–Buena elección. Bien, esto de aquí es pica pollo.
Señala con el tenedor un gran bol con trozos que parecen
rebozados.
–Es pollo rebozado con orégano.
Pincha un trozo con el tenedor y se lo acerca a los labios,
me da la sensación de que se lo va a comer, pero no, junta
sus labios y sopla. Sopla despacito muy concentrado.
Cuando cree que está listo me lo acerca a la boca.
–Prueba, ya no quema.
Abro la boca despacio y me acerco al bocado que me
ofrece. Lo agarro despacito y me lo meto en la boca
seductoramente. Sus ojos se agrandan de manera casi
imperceptible y sus pupilas se dilatan. ¡Síííí! Me ha salido
bien. ¡Ja!
–Mmmm... Me encanta.
Él sonríe divertido y a continuación pincha de un plato
repleto de algo con forma redonda y plana. Se lo acerca al
labio inferior y lo toca.
–Esto no quema. Son tostones. Es plátano verde cortado
en rodajas y frito.
Repite el proceso anterior y me lo acerca a la cara. De la
misma manera me lo meto en la boca. ¡Sí! Sé que le gusta.
Sus pupilas le delatan y me mira sin pestañear.
–¡Vaya! Está crujiente y tiene un ligero sabor a ajo. Es una
combinación muy interesante. ¡Me gusta!
Sonrío y me devuelve la sonrisa.
–Vale. Solo te queda probar los bollitos de yuca. He
pedido una ración mixta. Los hay rellenos de queso cheddar
o de cangrejo.
Pincha una bolita y se la lleva de nuevo al labio. Esta vez
lo retira rápidamente y pone cara de dolor. ¡Ay, pobre, se ha
quemado esos labios tan... tan seductores!
–Quema.
Sopla a conciencia y vuelve a ponérselo en el labio.
–Ahora.
Me acerco y me lo meto en la boca de una sola vez.
–¡Increíble!
Hablo con la boca llena.
–Me encanta. Me ha tocado de cangrejo.
–El de cangrejo es mi preferido.
Esta vez tomo la iniciativa y pincho otra llevándomela a
los labios, le pego un beso y sí, está un poco caliente. Jesús
me mira alucinado. Soplo y se lo acerco. Él rápidamente se
lo mete en la boca de un solo bocado.
–¡Qué suerte, de cangrejo! Esta es la bolita de yuca más
rica que he comido nunca, no sé, tiene un sabor especial…
como a beso.
Me encanta, ya está jugando otra vez.
–Tienes que probar una de queso. Veamos.
Se tira un rato inspeccionando las bolitas y elige una.
–Creo que esta sí.
Se la acerca a la boca y le pega un mordisquito.
–Nunca fallo. ¡Jaaajaa!
Me acerco y me la como. ¡Umm! Está buenísima.
–Definitivamente me gusta más la de queso.
–Nos complementamos.
Y me guiña un ojo.
–¡Oh, las cervezas!
Se levanta, rodea la encimera y los ojos se me van a su
espalda y a cómo le quedan los pantalones vaqueros. Muy
bien, por cierto. Le pondría un diez. Abre un cajón y saca un
abridor. Sin perder un momento, abre las dos botellas
quitándole las chapas. Me tiende una y bebe a morro sin
dejar de mirarme. Me intimida su mirada, es como si viese
mi alma desnuda. ¿Será porque siempre noto esa
electricidad? Bebo también y comenzamos a pinchar de los
platos. Yo un poco más rápido que él y es que tengo tanta
hambre y está tan rico.
–¿Siempre pides comida hecha? –le pregunto curiosa.
–Casi siempre como fuera. No se me da bien la cocina. La
verdad.
Encoge los hombros.
–Bueno, pero habrá algún plato que te salga bien, ¿no?
Se queda un rato pensativo.
–Sí. Hay algo. Las pizzas.
¡Vaya! Eso sí que no me lo esperaba. ¡Es una caja de
sorpresas!
–Hago todo, la masa, los ingredientes...
–¿Sabes lanzar la masa al aire como los buenos pizzeros
italianos?
Él deja de comer y pone las manos en sus rodillas
mirándome incrédulo.
–Por supuesto. Si no, no te lo hubiera dicho.
–¡Madre mía! Eso tengo que verlo.
–Si es lo que quieres, haré una pizza para ti.
¡Ay, estoy entusiasmada! Ya me lo estoy imaginando así,
solo con los vaqueros, lleno de harina y lanzando la masa
dando vueltas al aire. Todo a cámara lenta... ¡Sí, sí, sí! Solo
para mí.
–… cocinas?
–¿Perdona?
No he escuchado nada. ¡Qué vergüenza!
Me coge de la mano y me lleva al sofá que está a
continuación de la mesa del comedor. Es una chaiselong de
color arena con unos cojines de motivos geométricos en
tonos negro, blanco y azul turquesa. Delante, un muro con
paso a ambos lados separa el espacio multifuncional del
dormitorio. Tiene un hueco donde queda suspendida una
gran televisión plana que puede girarse para verla tanto en
el dormitorio como en el salón.
Toda la pared que forma la fachada es una cristalera
enorme que va desde la cocina hasta el dormitorio, por eso
hay tanta luz.
Me coge la barbilla.
–Aquí, mírame a mí.
–Perdona.
Me pongo colorada.
–Me estaba fijando en tu casa. No me la imaginaba así.
–¿Por qué?
–No lo sé. Al ser andaluz... en este país. Me imaginaba un
piso a la usanza. Con habitaciones, ya sabes, y muchos
colores.
–No me gustan los muros.
–Sí, ya sé. Te gustan las cosas directas.
–¡Exacto! Cuando alquilé este piso, estaba dividido, así
como tú dices, pero los dueños son muy majos y cuando les
presenté el proyecto les encantó y me dieron luz verde. El
resto, la decoración y los muebles es obra de mi hermana.
¿Quién me va a conocer mejor que ella? Y la verdad es que
ha hecho un gran trabajo.
–Debes pagar una fortuna por esto.
–No creas. Tengo un sueldo europeo en un país donde
todo es muy barato. La mano de obra, los materiales y el
alquiler no es tan alto, lo negocié a cambio de la inversión
en la obra. Si fuera caro no viviría aquí, eso te lo puedo
asegurar, realmente no necesito todo esto.
Le veo tan seguro de sí mismo, con las ideas tan claras...
–Y ¿dónde aprendiste a hacer pizzas?
–En Italia. ¿Dónde si no?
–Vaya, ¿has estado en Italia?
Estoy sorprendida.
–Estuve un año en Roma. Empecé fregando platos en un
restaurante y acabé haciendo las pizzas. ¡Jajaja! Me trae tan
buenos recuerdos...
Me río con él.
–Creo que eres especial.
Le acaricio la barba.
–Puedes conseguir lo que te propongas. Contigo todo
parece tan fácil…
–No hay cosas fáciles o difíciles, Alba, solo hay esfuerzo y
ganas.
–Visto así, tienes toda la razón.
–Si quieres algo, ve a por ello, Alba.
Levanta las cejas y coge un mechón de mi cabello para
jugar entrelazándolo entre sus dedos.
–Tengo un vuelo ahora.
¡Oh! Vaya y… ¿Ahora qué hago yo?
–Quiero que te quedes aquí, en mi casa. Es un vuelo ida y
vuelta, corto, de un poco más de una hora. No estaré fuera
más de dos horas.
–¿Estás seguro?
–Siempre digo las cosas tal cual las pienso. No tengo
nada que ocultar. Puedes quedarte, o puedes dar una vuelta
por el malecón.
Me coge la mano y deposita un llavero con un gran
número siete plateado.
–Estas son las llaves.
Cierro la mano con fuerza. Esto es muy importante para
mí. Tiene más importancia de lo que parece. Me siento
halagada de que Jesús me deje aquí sola con sus cosas, con
sus secretos, con sus intimidades. Confía en mí ciegamente,
él sabía que tenía este vuelo antes de venir aquí.
–¿El siete es tu número de la suerte?
–Vivo en la planta diecisiete, en la puerta siete. ¿Es
lógico, no?
Se levanta y va hacia el dormitorio. Yo también me
levanto del cómodo sofá y voy hacia la cristalera. Fuera hay
una terraza con el balcón de cristal para no obstaculizar las
vistas que son impresionantes. Abro la puerta corredera y
salgo. Hay una mesita redonda y dos sillas de tijera. Al otro
lado, dos cómodas hamacas blancas. Me acerco al borde de
la barandilla de cristal y me da un poco de vértigo. Las
vistas son espectaculares, me encanta. Este hombre tiene
buen gusto. Sería tan fácil vivir aquí. Respiro hondo y cierro
los ojos dejando que la brisa me revuelva el pelo y lo agarro
con la mano. Oigo la voz de Jesús que llega a mis oídos
amortiguada. Giro la cabeza y le veo al borde de la puerta.
Está hablando por el móvil y me quedo de piedra,
petrificada. Se ha puesto una camisa blanca con galones
dorados en los hombros, corbata negra, pantalón de vestir
negro que le queda impresionante y zapatos negros. ¡Dios
mío! ¡Cómo me pone el uniforme! Me mira como si no
estuviera escuchando a la persona que le habla al otro lado
del teléfono. ¡Está mirando mi trasero! Niño malo.
Dejo de apoyarme en la barandilla y me doy la vuelta con
una mirada que expresa ¡Te he pillado! Pero lejos de
amilanarse, sigue con su mirada penetrante mientras
escucha y asiente.
–Perfecto, en veinte minutos estoy allí. Hasta luego.
Cuelga y se acerca a mí. Me agarra por la cintura.
–Estarás bien, ¿verdad?
–¡Claro! Estoy en el paraíso.
Sonrío para tranquilizarle y él acerca su cara lentamente
hasta la comisura de mis labios pegando sus tiernos labios
suave y sensualmente dejando un corto beso. Los despega
despacio y besa de nuevo un poco más al centro. Me hace
cosquillas. Vuelve a separar sus labios lentamente para
depositarlos tranquilamente y sin prisas en el centro de mi
boca. Esta vez el beso es un poco más apretado y siento la
electricidad desde mi boca hasta el centro de mi placer. Se
aparta y me mira esperando mi reacción.
–Que te diviertas.
–Lo haré. Que tengas un buen vuelo.
Me sonríe, se da la vuelta, coge su casco, una mochila y
sale por la puerta.

A las tres en punto Mauro sale de su habitación y se


dirige a la sala del piano. Rubén aún no ha llegado. El bar
está abierto, así que se sienta en un taburete y pide un
Baileys con hielo. Le pega un sorbito y su amigo aparece
como por arte de magia.
–¡No me has esperado!
Ambos sonríen y se pegan un fugaz abrazo.
–¡Camarero, por favor! Póngame lo mismo.
Rubén señala con la mano la copa de Mauro.
–¿Cuánto tiempo hace, tío? Por lo menos cuatro meses.
–Sí, estuve aquí, si no recuerdo mal, a mediados de
octubre.
–Cierto, del año pasado, parece que ha pasado una
eternidad. ¿Cómo están tus padres?
Mauro toma otro sorbo esperando la respuesta de su
amigo.
–Bien, muy entretenidos. La verdad es que el hotel rural
funciona muy bien y encima ellos disfrutan trabajando.
El camarero trae la copa y la deja en un posavasos
delante de Rubén.
–Les envié un mensaje felicitándoles el año nuevo.
–Sí, me lo comentaron. Les hizo mucha ilusión.
Hace una pausa y coge su copa.
–Brindemos.
Los dos cogen sus copas y las chocan en el aire haciendo
que el sonido del cristal quede suspendido en el aire.
–Por los reencuentros.
El brindis de Rubén es espontáneo y verdadero. Mauro
percibe la sinceridad de su amigo y sonríe.
–Por los reencuentros –confirma.
Se echan un trago y Rubén saborea la dulzona bebida en
la boca antes de tragarla.
–Veo que has hecho nuevas amistades...
Mauro deja la frase sin terminar esperando la respuesta
de Rubén que le mira con cierta chispa en sus ojos.
–Es increíble, cómo en un segundo te puede cambiar la
vida.
Coge su copa y toma un sorbo. Mauro sabe exactamente
de qué le está hablando.
–Creo que, conocer a María, ha sido cosa del destino.
Primero conocí a su hermana.
Mauro no se espera esta inédita información y todos los
poros de su cuerpo se abren como si quisieran escuchar.
–¿Conociste primero a Alba?
La pregunta le sale sin pensar y nada más hacerla se
arrepiente.
–¿Tú también la conoces?
–Podría decir que sí... pero continúa.
Rota la mano en el aire animándole a que siga. Rubén se
queda extrañado, pero continúa con su relato.
–Es una tontería realmente, iba nadando en la piscina y
choqué con ella. La verdad es que estuvo un poco esquiva y
molesta, pero si no hubiera chocado con ella no habría
conocido a su hermana que se acercó después para
disculparse en nombre de Alba.
Mauro suelta el aire que había retenido en sus pulmones
sin darse cuenta. No sabe por qué, pero se esperaba algo
malo.
–Entonces, me di cuenta de la mujer que tenía junto a mí
en la piscina y.… decidí no dejarla escapar. Así de simple,
desde entonces es como un imán para mí. ¡Creo que estoy
perdido! Y lo mejor es que no me importa.
Rubén suelta una carcajada y Mauro se alegra por él
acompañándole con su risa.
–Sí, se os ve muy compenetrados.
Levanta su copa y Rubén hace lo mismo esperando el
brindis de Mauro.
–Por las perdiciones, para que perduren en el tiempo.
La cara de Rubén no puede expresar mejor lo que
significa para él ese brindis. Chocan sus copas y beben sin
vacilar para sellar el brindis.
–Gracias, Mauro. Sé que lo dices de corazón.
–Me alegro por ti.
–Bueno, cuéntame cómo van tus andanzas.
Le guiña un ojo.
Mauro deja su copa en la barra. Su semblante es serio y
su mirada se dirige hacia el vacío.
–¿Sabes? Me ha pasado exactamente lo mismo que a ti,
solo que no he sabido reconocerlo tan rápido y ahora creo
que va a ser difícil recuperar el terreno perdido.
Rubén se queda parado, no sabe cómo encajar esa
noticia.
–Venga, Mauro el conquistador. Ha sido un buen intento,
pero no cuela. Deja la broma para otro.
Rubén empieza a sonreír, pero la mirada de Mauro le
corta la sonrisa dejándola a medias.
–¡No estás de broma!
Mauro niega con la cabeza.
–¿Te has enamorado?
Mauro afirma con la cabeza.
–Tú. Mauro. El Mauro que yo conozco...
Mauro no deja de afirmar con la cabeza, parece que
tendrá que acostumbrarse a que la gente se crea que es
una broma y la verdad le incomoda un poco. Aquello por lo
que se sentía orgulloso hace poco, su fama de conquistador
empedernido, hoy se le antoja una gran vergüenza. Sí,
siente vergüenza de sí mismo. No entiende cómo no se ha
podido dar cuenta de algo así antes.
–¿El Mauro con el que me he pegado las mejores juergas
de mi vida? ¿El Mauro al que no se le resiste ni una sola
mujer sea como sea, altas, bajas, delgadas, morenas,
rubias, mulatas, guapas a rabiar...?
Mauro le interrumpe de golpe, no quiere seguir
escuchando como ha sido su pasado. Sí, su pasado, porque
eso forma parte ya de su pasado al cual no piensa volver ni
loco.
–Esta, sí se me resiste...
–Debe ser de otro planeta. No puedo creer que haya una
sola mujer en la tierra que se resista a Mauro Moreno
Iacobone.
Mauro deja caer los brazos a lo largo de su cuerpo, nunca
se ha sentido tan vulnerable y con tantas ganas de
subsanar sus errores.
–Lo que ocurre es que me he dado cuenta tarde de mis
sentimientos. Demasiado tarde.
–¿Tan importante es para ti esa chica?
Rubén no da crédito a las palabras de su amigo.
–Sí, estoy enamorado. Nunca he sentido algo así por
alguien y por eso he tardado tanto en darme cuenta.
–Bueno, entonces, ¿cuál es el problema exactamente?
–Al principio, ella me entró por los ojos. Es guapa.
–Sí.
Rubén sonríe.
–A ti te suelen gustar guapas a rabiar.
Mauro hace una pausa, vaya fama se ha creado.
Demasiados años haciendo lo mismo. Va a ser muy difícil
cambiarlo y que los demás olviden su pasado. Traga saliva y
continúa explicándose.
–Me encantaba que se ruborizara cuando la miraba o le
hablaba.
Sonríe para sus adentros recordando los pómulos rojos de
Alba.
–Comencé a tontear con ella como hago siempre, pero
cometí un error. A la vez tonteé con unas cuantas más.
Parecía que no le importaba, como suele pasar... y poco a
poco empecé a notar algo distinto con ella. Se le veía
sincera. No es como las demás que solo buscan en mí lo
mismo que yo en ellas, pasarlo bien y ya está. Y decidí casi
sin ser consciente tratarla de manera diferente. No intenté
atajar con ella, llevármela al huerto, al revés, cada vez que
nos veíamos... no sé cómo explicarlo, era como si fuera la
primera vez.
–Por lo que me cuentas, te has enamorado, pero fuerte.
–Sí, estoy tocado y hundido. El caso es que una noche me
pilló con una mulata en plena acción y evidentemente todo
se ha enfriado. Ella se distanció de mí y fue en ese preciso
momento cuando me di cuenta de todo lo que la echo de
menos y que es más importante para mí de lo que creía. Sin
ella, nada es igual. Me siento vacío, sin ganas de nada...
–Bueno y si todo lo que me acabas de contar se lo dices a
ella, quizás la cosa podría ir por buen camino, al fin y al
cabo, aún no teníais nada serio, ¿no? Yo creo que si ella está
interesada en ti y tú le dices exactamente lo que me acabas
de decir... no tendrá mucha escapatoria.
–No es tan fácil... la he visto muy acaramelada con otro
chico...
–Otro, ¿aquí en el hotel?
–Sí. Y tú le conoces.
Mauro le planta su mirada directamente a los ojos. No
quiere que se le escape ni un solo detalle.
–¿Yo le conozco?
Mauro percibe su sorpresa mezclada con una pizca de
duda.
–Me temo que sí. No sé su nombre, es un chico moreno,
con el pelo ondulado.
Rubén hace memoria, conoce a mucha gente.
–Es español y toca la guitarra.
En ese momento, Rubén abre los ojos de manera
inesperada y deja de balancear los hielos dentro de la copa
que tiene entre sus dedos.
–¿Jesús? ¿Te has enamorado de Alba? –dice atando cabos.
No da crédito.
–¿La hermana de María?
Prosigue alucinado.
–Me temo que sí.
Mauro apura su copa y Rubén hace lo mismo con la suya.
Necesita tragar algo para digerir la noticia.
–Sé que ese tal Jesús, es muy amigo tuyo y no te voy a
preguntar nada sobre su relación con Alba. No quiero
meterte en un aprieto por mi culpa.
Rubén le interrumpe haciendo un gesto negativo con la
mano.
–Eso realmente no tiene importancia. Sé que a Jesús no le
van las relaciones serias. Eso de las relaciones largas no es
lo suyo. Ama demasiado su libertad, pero si te soy sincero
no sé cuáles son sus intenciones respecto a Alba, le veo un
poco...
Necesita una palabra lo más adecuada posible, ya que no
quiere herir los sentimientos de su amigo.
–Diferente.
–Diferente –repite Mauro.
–Cambiado, quiero decir.
Mauro suspira.
–Sí, las cosas cambian, mírame a mí.
–Sí, ha sido un gran cambio.
–Ni yo mismo me lo esperaba.
–La verdad es que te sienta bien. Me gusta que estemos
en la misma línea.
Rubén le da un suave puñetazo en el hombro, pero Mauro
no está para bromas y solo le sale una sonrisa a medias.
–Intentaré preguntarle, si quieres.
Mauro sopesa su ayuda, mientras la frase se queda en el
aire.
–Eso podría ayudarme para saber hacia dónde tirar. Estoy
un poco perdido, no sé cómo actuar en estos casos. Ya he
intentado disculparme con ella, pero... Si él realmente no
quiere nada serio con Alba, todo sería más fácil.
–No sé qué aconsejarte... es un poco complicado, aunque
creo que debes seguir los impulsos de tu corazón. Tanto si
Jesús está interesado como si no, tú debes luchar y hacerte
oír, ella debe saber tus sentimientos y en último lugar, ella
deberá elegir entre los dos.
Mauro sabe que su amigo tiene razón. Si él desaparece y
tira la toalla todo estará perdido, mientras que si lucha,
siempre tendrá una oportunidad.
–Un consejo.
Rubén se pone serio y se revuelve en su taburete.
–Sé un caballero. Juega limpio.
Mauro le mira comprendiendo la dimensión de sus
palabras. Y tiene toda la razón. Si juega sucio jamás
conseguirá a Alba. De todas formas, no es su estilo.
–Gracias.
Mauro enfatiza la palabra con su voz y Rubén se calma en
su taburete.
–Hoy hemos quedado en el hotel, vamos a hacer una
inmersión todos juntos, intentaré hablar con él.
–¿La vais a realizar en el club de buceo del hotel o vais
por libre?
–No. Aquí, en el club de buceo, por supuesto. Vamos con
Oscar, Alejandro y Sandra.
Rubén sonríe.
–Por cierto, Sandra es la hermana de Jesús.
–¿Sandra? Vaya, qué pequeño es el mundo... Sabía que
Sandra era española, pero no sabía que tuviera un hermano.
–Hace un año que vino a Santo Domingo para quedarse.
La verdad es que enseguida encontró trabajo.
Mauro se queda pensando, Sandra podría ser otra fuente
de información, pero al momento lo descarta. Mejor no
mezclar a gente del trabajo, aunque ella seguramente
acabe enterándose, prefiere no involucrar a nadie más.
–¿A qué se dedica? –pregunta Mauro intrigado.
–Es piloto.
Mauro le mira sorprendido, jamás hubiera imaginado que
aquel tío con una guitarra fuera piloto.
–Aunque no te guste... es un buen tío. Le conozco.
Mauro empieza a revolverse en su taburete inquieto.
–Por supuesto, una cosa no quita la otra. Ahora para mí,
es un rival. Un rival fuerte. Seguramente en otra situación
podríamos congeniar bastante bien.
Rubén asiente con la cabeza mientras lo escucha.
–Tengo algo de prisa...
Mauro mira su reloj.
–Me ha encantado hablar contigo, aunque haya sido solo
un rato.
Rubén asiente y los dos se levantan y dirigen sus pasos
hacia recepción.
–Siento mucho esta situación. Te diría que salieras con
nosotros algún día, pero imagino que sería un poco
incómodo. Ya sabes que siempre que vengo hacemos algo.
–No te preocupes, lo entiendo.
Rubén se queda mirándolo un momento.
–Lo que sí que podemos hacer es salir los dos solos.
Hacer algo juntos, no sé, kitesurf, ¿ya se te da mejor?
–He mejorado mucho en estos cuatro meses...
Los dos sonríen.
–Te lo agradezco.
Mauro subraya su frase apoyando su mano sobre el
hombro de su amigo.
–¿Hasta cuándo te quedas?
–Un par de semanas más.
–Bien, entonces nos veremos seguro, cuídate.
Ambos se abrazan durante tres fugaces segundos.
–Llámame cuando quieras, tienes mi móvil.
Rubén se aleja mientras habla.
–Lo haré, descuida.

Me quedo mirando el mar desde la barandilla


transparente y me siento increíblemente bien. No sé, quizás
esta vida pudiera llegar a gustarme. El ruido de una moto
hace que mi mirada se desplace hacia la calle. Veo la
elegante moto plateada y a su dueño Jesús encaramado a
ella salir desde la rampa y girar a la izquierda. Mmmm, es
tan sexy verlo dominar esa máquina a la perfección con el
uniforme puesto y el casco… que sin darme cuenta se me
escapa un suspiro.
Una vez que le pierdo de vista decido entrar de nuevo en
el gran salón. Bueno, aquí estoy sola, en una casa
desconocida, en una ciudad desconocida y con dos horas
por delante.
Lo primero, ir al baño a retocarme un poco, pero al entrar
en el dormitorio veo la cama sin hacer y me pongo a hacerla
sin más. Abro la puerta corredera que da también a la
terraza y comienzo a estirar las sábanas, lo hago muy
despacio y a conciencia. Cojo las almohadas y coloco una en
el lado derecho. Rodeo la cama, pero antes de dejar la otra
almohada en su sitio la acerco a mi cara, inspiro. Huele muy
bien. Cuando termino cojo las toallas mojadas del baño y las
llevo hasta la cocina. Las meto en la lavadora tal y como ha
hecho él antes. En la barra de la cocina están aún los platos
de la comida sin recoger y decido meterlo todo en el
lavavajillas y es que, cuando empiezo con la limpieza ya no
puedo parar...
Me siento en el sofá y miro el reloj. Solo ha pasado media
hora. Repiqueteo con los dedos en el asiento del sofá. Me
levanto y voy hacia el baño. Me miro en el espejo y veo
detrás de mí el gran armario de puertas translúcidas, y no
puedo evitarlo. Me giro y me acerco. No, no lo puedo abrir,
eso sería algo inusual en mí. ¡O sí! Nadie se va a enterar.
Doy un paso hacia atrás indecisa y de golpe, como un
resorte, me lanzo al tirador abriendo la puerta. Ya está
hecho, no hay vuelta atrás. En la barra superior hay unas
diez camisas de manga larga colgadas, una de ellas
vaquera. Cojo la manga y me la acerco para olerla. Huele
igual de bien que la almohada. También, algunos polos de
manga corta y varias chaquetas. Me extraña que haya tan
poca ropa. Debajo una cajonera con tres cajones. Abro el
primero, está lleno de calzoncillos doblados, todos ellos
blancos, iguales. ¡Vaya! Esto debe significar algo. Un
psicólogo podría hacer una tesis sobre esto, todos son tipo
slip como el que llevaba hoy.
Lo cierro con cuidado y abro el siguiente, está lleno de
camisetas y pantalones cortos. Me inclino para abrir el
último cajón, qué raro, parece vacío, pero no. En el fondo
descubro un álbum de fotos... Mmmmm, esto se pone
interesante. Lo cojo con fuerza entre mis brazos y voy al
salón. Me descalzo y me tumbo en la zona del chaiselong.
Paso la mano por la portada de cuero negro y la abro
lentamente fijándome en los detalles. En la primera página
tres fotos en blanco y negro de una mujer con un bebé en
sus brazos y una niña de unos dos o tres años a su lado. No
hay duda de que es la madre de Jesús. Es morena con el
pelo ondulado y negro. Aunque no puedo ver el color de sus
ojos porque la foto es en blanco y negro, estos aparecen de
un color gris claro. Los tres tienen cierto aire entre ellos. La
niña es su hermana Sandra.
Me fijo en el bebé. Tiene una carita redonda y con
mofletes gorditos los cuales dan ganas de morder. Sus ojitos
despiertos ya apuntan maneras y es que miran a la cámara
curiosos. Son del mismo tono gris que los de su madre. Me
da la sensación de que me está mirando y un escalofrío me
recorre el cuerpo. ¡Increíble!
La siguiente foto es un conjunto de personas, parece ser
un bautizo. Todos van elegantemente vestidos al estilo de la
época y la misma mujer lleva un bebé en brazos.
Me fijo en la última. Aparece Jesús con unos cinco años,
lleva el pelo muy corto, está casi irreconocible. Su cara
muestra una gran alegría. Lleva un pequeño gato en su
regazo y lo agarra con todas sus fuerzas poniendo su carita
feliz junto a la del gatito. Mi boca se curva sin esfuerzo, es
una foto entrañable.
Voy pasando las páginas y me fijo solamente en las que
aparece Jesús. Una foto a color llama mi atención. Es de
Jesús, aparece con unos dieciocho años aproximadamente,
con el pelo largo por el hombro ondulado y raya al lado. Se
encuentra llevando junto a más gente un paso de semana
santa. Su expresión es de verdadero esfuerzo y devoción.
A continuación, hay unas cuantas más de él, supongo,
porque se ve a un chico vestido con ropa ancha y tapado
hasta las orejas con gafas haciendo saltos de snowboard en
la nieve. Son fotos muy bonitas. Me fijo en una donde
aparece él equipado para la nieve con gafas de ventisca y
una chica igualmente equipada a su lado en un remonte.
Ambos sonríen felices. ¡Interesante! Debe ser una antigua
novia. Me fijo en ella, pero es difícil porque con el gorro, las
gafas de ventisca y el abrigo abrochado hasta el cuello no
puedo distinguir muchos detalles. Lo que sí se le ve es la
boca. Una boca, reconozco muy bonita con labios gruesos y
dientes perfectos. Unos cuantos mechones morenos y lisos
vuelan sueltos.
Giro la hoja y aparece la misma foto, pero han cambiado
de postura, están enfrentados de perfil besándose en la
boca. Siento una ligera punzada en la entrada del
estómago. ¡Ni siquiera sé por qué! Ya me ha pasado hoy dos
veces, con la azafata del aeropuerto y ahora con esta foto...
¿Qué me está pasando? ¿Ligeras pinceladas de celos? ¡No
es posible! Jesús no es mío y aunque lo fuera tiene derecho
a tener un pasado. ¡Me estoy volviendo loca!
Paso las hojas sin pararme, son fotos de Jesús
adolescente en distintas fiestas con mucha gente, hasta que
paro en una donde aparece vestido del ejército del aire.
¡Madre mía! Es una foto relativamente reciente, no más de
siete u ocho años. Lleva una cazadora tipo bomber en verde
con escudos a ambos lados del pecho, encima una especie
de chaleco acolchado, unos pantalones del mismo color con
bolsillos laterales y botas negras. Su mano derecha sujeta
un casco. Se encuentra en una pista de un aeropuerto
militar. Detrás de él aparecen dos aviones verdes biplaza
con las escotillas de cristal levantadas. Lleva el pelo muy
corto y gafas de aviador, ¡cómo no! Al momento me viene a
la memoria la película Top Gun. La imagen me atrae de
inmediato, incluso me acerco para verla mejor. Es muy
atractivo y no sé por qué motivo a mí me atrae cada vez
más.
La siguiente foto es un primer plano de Jesús de ese
mismo día. Se ha quitado las gafas y parece muy joven. Con
la cara muy apurada sin barba de tres días y el pelo tan
corto no hace otra cosa más, sino que destacar su atrayente
mirada. Sus cejas toman protagonismo resaltando el color
de sus ojos. La electricidad me recorre el cuerpo.
Instintivamente saco mi móvil del bolso y hago una foto de
este primer plano tan increíble. ¿Por qué me atrae tanto? Me
quedo un rato pensando y como no encuentro una
respuesta, sigo mirando las fotos. Las siguientes son de él
con gente desconocida para mí. Unas en las que reconozco
la ciudad de Londres, otras delante del Empire State de
Nueva York y en un barco con la estatua de la Libertad al
fondo. Hay muchas fotos de grupo, en algunas está
agarrado a una chica rubia muy guapa. Otras son de Sevilla
donde aparece junto a la Giralda con una chica castaña de
pelo corto muy alta y delgada. ¡Parece que ha tenido unas
cuantas novias! ¡Uff! Noto cómo mi mal humor aflora en mi
espíritu y paso las páginas en bloque hasta que una foto me
llama la atención. Es de Jesús. Está detrás de un mostrador
vestido con una camiseta blanca y un pañuelo azul atado al
cuello, rodeado de carteles de lo que parece ser un
restaurante italiano. ¡Sí sabe hacer pizzas! Era verdad. Las
siguientes son de él en la Fontana de Trevi, en la Plaza del
Vaticano e incluso en una góndola en Venecia. ¡Todas ellas
con una chica del brazo, morena de pelo largo y delgada!
¡Parecen muy felices! ¡Arrrg! De golpe cierro el álbum, no
quiero ver más, ya he tenido suficiente. Lo tiro a un lado y
me recuesto en el sofá.
No sé por qué me pongo así. Todo el mundo tiene un
pasado. Sí, pero preferiría no conocerlo. Entonces, ¿por qué
has cogido el álbum, Alba? Me pregunto a mí misma.

Siento unas cosquillas en la mejilla. Abro los ojos y veo a


Jesús muy cerca rozándome las mejillas con su barba de
tres días. Sonrío al momento. Me he quedado dormida.
¡Dios!
–¿Cansada de bucear en mi pasado, sirena de piernas
largas?
¡Dios mío, el álbum! No lo he dejado en su sitio.
¡Trágame, tierra! Sus ojos están a escasos diez centímetros
de los míos y hace que me sienta como una niña pequeña
que se ha portado mal.
–Lo siento. No era mi intención molestarte...
Trago saliva, se ha quedado callado, serio, mirándome y
no sé cómo seguir. ¡Vaya pillada! Si es que no sirvo para
esto. Por fin habla:
–¿Has descubierto algo interesante?
Levanta una ceja esperando.
–De verdad, lo siento no creía que fuera a molestarte...
–No, dime, contesta, ¿has encontrado algo que sea digno
de mencionar?
No sé si está enfadado de verdad o no, nunca le he visto
enfadado, así que decido ser sincera y aguantar el
chaparrón. Me lo merezco por cotilla.
–La verdad es que lo he encontrado por casualidad, he
recogido un poco la casa y al verlo no he podido reprimirme
y ojear las fotos.
–No hacía falta que recogieras, hay una persona que se
encarga de eso. Solo tenías que esperarme o dar un paseo...
Sigue serio y empiezo a ponerme nerviosa.
–Lo sé. Lo siento. No he pasado la prueba, ¿verdad?
Esta situación no me gusta. ¡Por qué lo he hecho! ¡Arrrg!
–No, Alba, no has pasado la prueba. Has sido una chica
muy muy muy... –Deja un espacio vacío en la frase que se
me antoja como un agujero negro por el que me cuelo y
caigo sin remedio– ¡Cotilla! –grita y comienza a hacerme
cosquillas por todo el cuerpo. Me revuelvo riéndome a
mandíbula batiente y es que otra cosa no, pero a cosquillas
no me gana nadie. Estoy a punto de ahogarme, pero no me
importa, ¡no está enfadado! ¡Le importa una mierda si he
mirado sus fotos...! Este chico es increíble.
Cuando nota que llevo un rato sin coger aire, me da un
respiro y para. Con el revolcón nos hemos caído al suelo
riendo y él ha quedado encima de mí. Coge mis muñecas y
las aprisiona a la altura de mi cabeza inmovilizándome.
–Puedes mirar lo que quieras, no tengo nada que ocultar.
–Has conseguido engañarme. Casi me muero de la
vergüenza, Jesús.
–¿Tienes alguna pregunta? Hazla ahora o calla para
siempre.
–¿Lo dices en serio?
No sé si está de broma o no. Ya no sé con este hombre.
–Muy en serio.
Su cara ciertamente es seria y me quedo pensativa. Tiene
el flequillo hacia adelante y le tapa parte de la frente.
–Bueno, si eso es lo que quieres... sí tengo una pregunta.
Me he fijado que aparecen varias chicas en tu vida. La
primera es una chica de pelo castaño. Son las fotos de la
nieve.
Me interrumpe al momento.
–Sí, Silvia, uno de mis primeros amores. Era un encanto,
besaba de miedo.
Se inclina y me besa buscando mi lengua y me pilla de
improviso.
–Tuvimos mucha complicidad y me enseñó unas cuantas
técnicas en la cama, era siete años mayor que yo y eso
cuando tienes dieciséis se nota.
Sigue besándome y empiezo a incomodarme. ¡Una tía de
veintitrés con un chiquillo de dieciséis!
–Hacía el amor como una fiera...
Me zafo de sus manos y le empujo separándolo de mí lo
suficiente para salir de debajo de su cuerpo. Me levanto y
voy hacia la cristalera. No quiero escuchar más. Él me sigue
expectante.
–Bien, ya has conseguido devolvérmela, pero te lo podías
haber ahorrado.
–¡Alba! No te estoy devolviendo nada. Cuando te digo
que no tengo secretos es así, puedes preguntarme lo que
quieras. Soy sincero con todo el mundo a pesar de que mi
sinceridad no les guste a algunos. Pero, aun así, te pido
disculpas, me creo que todo el mundo es como yo y no es
así. No he tenido mucho tacto, lo siento.
Mientras se disculpa se acerca a mí y me rodea la cintura
por detrás. La rabia emborracha mi cerebro y estoy
enfadada de cabo a rabo como una niña pequeña. Intento
serenarme. Ha sido un juego, solo eso. Un juego bastante
cruel, por cierto, por lo menos para mí y la verdad aún no sé
por qué. ¿Es posible que ya sienta algo por él? ¿Tan pronto?
La verdad es que no me reconozco.
Abre la puerta corredera de la terraza y me guía hasta
sentarme en una hamaca.
–Espera aquí un segundo. No te muevas.
Se da la vuelta y sale por la cristalera, vuelve de nuevo al
momento como por arte de magia. Trae consigo su guitarra.
Se sienta en la hamaca contigua y coloca la guitarra con
cuidado sobre su regazo como lo haría con un bebé. Acaricia
las cuerdas con la palma de la mano, muy pensativo y al
momento levanta la vista atravesándome, con su verde
resplandor. La guitarra comienza a hablar a través de unas
notas que me son muy familiares. Jesús comienza a cantar
con voz rasgada en inglés.

“I remember years ago


Someone told me I should take
Caution when it comes to love
I did...”

Conozco a la perfección la canción y es mi favorita,


Impossible, desde la primera vez que la escuché no he
podido parar de escucharla una y otra vez
machaconamente. Estoy obsesionada con ella. Y es que la
voz de James Arthur me eclipsó por completo desde el
primer momento y desde entonces soy ardiente fan suya.
Instintivamente traduzco la letra en mi mente.

“Recuerdo que hace años


alguien me dijo que debería tener
cuidado cuando llega el amor
Lo hice...”

La verdad es que no lo hace nada mal, salvando las


distancias, claro. Cierro los ojos y consigo desprenderme de
la rabia que hace un momento me dominaba. ¿Cómo sabe
lo que necesito en cada momento? ¿Cómo sabe que esta
canción es “MI” canción? Es como un bálsamo para mi
espíritu. Es mi medicina y en ese momento me doy cuenta
por qué empiezo a tener tanta dependencia de él. Le
necesito. Él es mi cura, sí, mi medicina a la medida.
La canción continúa. Es una canción triste de desamor en
la que un chico queda herido de amor, mientras su chica se
aleja de él triunfante y se siente traicionado con el corazón
roto.
Su voz se apaga junto al último acorde de la guitarra y
me quedo mirándolo. Está con los ojos cerrados, como
ausente. Pongo mi mano en su hombro y al momento gira
su cabeza buscándome. Tiene la mirada apagada.
–Esto es exactamente lo que me pasó con Silvia.
Mi sorpresa no tiene límites, hace un momento estaba
celosa de esa relación y ahora me doy cuenta de que para
él fue una experiencia dolorosa.
–No tienes que darme explicaciones...
–Era lógico, yo era un crío y ella una mujer. Por lo visto al
principio le hizo gracia adiestrar a un joven chico virgen...
Escupe la palabra adiestrar como si se refiriera a un perro
y me quedo helada ante sus sentimientos.
–... hasta que se cansó de estar con un niñato, pero no
me dejó. Si hubiera sido así lo habría encajado mejor. No,
me engañó con uno de su edad.
Mira al suelo y se pasa la mano por el flequillo.
–Me quedo con lo bueno. Con lo que te he dicho antes,
me enseñó a besar y unas cuantas cosas más...
Apoya el codo en la curva de la guitarra y sujeta su frente
con la mano como si necesitara un apoyo. Me siento
totalmente hundida, como una auténtica gilipollas. Deja con
cuidado la guitarra en el suelo y apoya su frente en la mía.
–Pasó hace trece años, Alba.
Solo se me ocurre besarle los labios con mucho cuidado
con pequeños y suaves besos como si fuera una herida
abierta. Como si realmente quisiera curarle la herida que
aquella mujer le dejó en el alma. La verdad es que él sabe
hacerlo mejor que yo. Me doy cuenta de que soy un pésimo
pañuelo.
–A partir de ahí, empecé a desarrollar mi método.
Sonríe sarcástico. Mira el reloj.
–Son las cuatro y media, vamos a llegar tarde.
Me quedo con ganas de hablar más con él, pero tiene
razón, llegaremos tarde, así que una vez se cambia de ropa
quitándose el uniforme, cogemos otra vez su moto y la
sensación de libertad me embriaga de nuevo.

Llegamos al Hotel San Mauro a las cinco y cuarto, un


poco tarde. Nos dirigimos a recepción y según me voy
acercando el corazón me da un vuelco. Mauro es el único
que está atendiendo. ¡Dios, qué vergüenza! ¿Por qué me
tiene que pasar a mí esto? Noto el calor en la cara. No me
llegaré a acostumbrar nunca a esta sensación que me
delata en los peores momentos. Nos acercamos a él. Está
ensimismado, con los ojos puestos en la pantalla del
ordenador. Sigue tan guapo como el primer día que lo vi y el
corazón se me desboca sin permiso.
–Hola.
El tono de mi voz es muy bajo. Mauro levanta un
momento la vista de la pantalla, vuelve a pasarla por el
ordenador distraídamente una décima de segundo y como
rebotando vuelve a mí con cara de sorpresa. Es como si su
cerebro hubiera tardado un rato en procesar mi imagen.
–Buenas tardes –me suelta educadamente como
corresponde a su puesto de trabajo, dejando que su
profesionalidad se imponga a su sorpresa. Sus ojos me
miran como imanes.
–Las llaves de la habitación...
–Seiscientos trece –me interrumpe.
–Buena memoria.
La voz de Jesús retumba en mis oídos y es que por un
momento me había olvidado de que venía acompañada.
Mauro deja de mirarme el tiempo justo que le lleva mirar a
Jesús y vuelve a mí para contestarle.
–Es mi trabajo.
Se vuelve hacia el cajetín y saca la llave. En ese
momento Jesús pasa su brazo por mi hombro atrayéndome
hacia él. Cuando se gira, noto perfectamente una ligera
rabia camuflada bajo su sonrisa profesional. A Jesús ni lo
mira, lo ignora por completo. Me tiende la llave y la cojo, y
exactamente igual como hizo la primera vez, roza la palma
de mi mano durante unas milésimas de segundo, suficientes
para sonrojarme más aún.
–Gracias.
Su mirada me atraviesa antes de contestarme.
–De nada, aquí estoy para lo que necesites.
Sé que la frasecita va con segundas.
–Muy amable –responde por mí Jesús.
Y creo, por su tono, que su frase va también con
segundas y un nudo se me forma en la garganta. Estoy
deseando salir corriendo, pero lejos de eso, Jesús se toma
su tiempo y tranquilamente antes de girarse deposita un
beso en mi frente, como si nada.
–Vamos, aún nos tenemos que cambiar.
Nos giramos para dirigirnos hacia el lago artificial y tengo
el tiempo justo para mirar de soslayo el rostro de Mauro. Ha
dejado de lado su profesionalidad y se le ve la cara
desencajada.
Vamos caminando hacia el edificio 6 y no puedo quitarme
de la cabeza la imagen de Mauro. He pasado un día genial y
ahora mi mente no para de pensar en él. Necesito dar un
salto hacia adelante y escapar de aquí. Mauro no te
conviene. ¡Métetelo en la cabeza, Alba!
Atravesamos los jardines en silencio, lo cual me extraña
en Jesús, normalmente es un hombre muy hablador. Abro la
puerta y entramos los dos. Él pasa sigiloso y se queda junto
a la puerta como haría alguien que entra en casa ajena.
Cierro detrás de mí.
–Cámbiate tú primero. Yo te espero aquí –me dice aún
pensativo.
–Puedes ir cambiándote tú también si quieres...
Le indico, pero me mira como si le hubiera contado una
broma.
–Alba, si me cambio contigo, creo que acabaríamos por
no ir a la inmersión.
Ríe entre dientes.
–Pero si es lo que quieres... por mí perfecto.
Siempre tan dispuesto.
–Creo que sería un poco maleducado por nuestra parte.
–Bien, espero a que salgas.
Se sienta en la silla del escritorio y empieza a ojear unos
trípticos del hotel. Hurgo en un cajón y cojo un bikini color
turquesa que sé que me queda divino. Entro en el baño
como un rayo. Me lo pongo sin demora. Observo mi pelo.
Mal. Me hago una coleta de caballo. ¡Bien! Siguiente paso.
Repaso mi depilación, axila bien, entrepierna, puede
aguantar todavía, piernas, también aguantan. ¡Perfecto! Me
cambio el tampón y salgo al ruedo.
–Lista, todo tuyo.
Hago un movimiento de brazos señalando el baño. Jesús
sonríe pícaramente, coge su mochila y al pasar junto a mí,
sus dedos se deslizan por mi cintura pasando por mi
ombligo. La electricidad que me transmite hace que pegue
un respingo.
–Estás espectacular con ese bikini, nena.
Y sin pararse entra en el baño y cierra la puerta
dejándome con la boca abierta. Me pongo una camisola
blanca rápidamente y unas chanclas y antes de terminar
sale del baño con un bañador tipo slip de color negro que no
deja nada a la imaginación. ¡Guau! Sale como si nada
abrochándose el cordón de la cinturilla. Cuando hace la
lazada ahueca la poca tela del bañador y mete el lazo
dentro. ¡Madre mía! La línea de vello. ¡No sé si voy a poder
resistirme! Se pasa la mano por el flequillo colocándoselo y
me mira. Debo tener cara de lela porque cuando se acerca
pasa su mano por mi barbilla imitando el gesto de recoger
las babas. ¡Dios, qué tonta soy!
–Muy gracioso.
–No tienes sentido del humor, Alba. ¡Tenías que haberte
visto la cara!
Sí, lo sé. Cara de embobada.
–Te aviso, a la próxima te hago una foto.
–Ni se te ocurra.
–¡Claro que sí!, para mi álbum.
Antes de enojarme por el comentario, realizo la maniobra
de un buen ataque.
–Quizás deberías tener cuidado tú... y no me gusta
amenazar, pero puede ser que salgas perdiendo. Soy muy
rápida con el móvil.
Cojo mi móvil y lo muevo en el aire.
Pone pose y cara de interesante y la verdad no lo hace
nada mal.
–Venga. ¡Dispara!
Me quedo chafada y a la vez alucinada, no pienso pasar
la oportunidad. Levanto el móvil, le enfoco encuadrándole y
disparo. Cambia de pose.
–Otra, venga.
Disparo de nuevo. ¡Madre mía, parece un modelo
profesional! Quizás lo haya sido en el pasado. Recordatorio:
¡preguntárselo!
–Una de cerca.
Me acerco. Y encuadro un plano perfecto de su rostro.
–¡Espera!
Se pasa ambas manos por el flequillo y como por arte de
magia se le queda perfecto. Disparo. ¡Mmmm! Mi colección
privada de fotos.
–Ahora los dos juntos.
Me arrebata el móvil y juntamos nuestros rostros.
–Sonríe, nena.
Y dispara.
Me devuelve el móvil. Miro atónita la foto. Estamos tan
juntos. Su cara pegada a la mía. ¡Es un hombre muy
fotogénico! Ha salido muy guapo... con esa mirada. La
verdad es que yo tampoco he salido tan mal. La boca se me
abre en una sonrisa plena. Hacemos buena pareja.
–¿Alguna petición más?
Increíble. ¡Sí, muchas! Pero no es el momento.
–Pide por esa boca tan bonita y lo haré realidad.
–¿Qué eres un genio?
Suelta una carcajada rotunda. Y se coloca una camiseta
blanca, un pantalón corto gris y unas chanclas masculinas.
–Un genio sin genio.
Y su carcajada resuena de nuevo en la habitación.
Cuando llegamos a la playa son las cinco y media y todos
nos esperan en el club de buceo. No parecen tener mucha
prisa ya que están sentados charlando tranquilamente.
¡Menos mal! Y es que aquí en el Caribe, el estrés no existe.
¡Yupiii!
El grupo lo componen Sandra, Alejandro, Oscar, Rubén y
María. Todos están alrededor de una mesa y las
conversaciones se entrecruzan unas con otras.
–¡Alba! Por fin llegáis.
Mi hermana me abraza como si llevara una vida sin
verme. Todos interrumpen sus conversaciones al escuchar a
María y nos saludan. Rubén y Jesús se saludan con un
abrazo, lo que me extraña porque no lo suelen hacer. Noto
cómo Rubén le dice algo al oído aprovechando el
acercamiento y Jesús asiente discretamente con una ligera
inclinación de la cabeza. A continuación, se pone a charlar
con su hermana.
–¿Qué tal la comida?
Mi hermana aprovecha que estamos un poco más
retiradas para preguntarme.
–Muy bien...
Ella sonríe de oreja a oreja satisfecha.
–Me alegro. Es un chico encantador –dice por fin sin
tapujos.
–Lo es –afirmo–. Gracias por ayudarme a ver lo que era
incapaz de ver –añado.
–Bien. Como ya estamos todos, por favor, rellenar
cuestionario y firmar para club.
Oscar nos tiende la hoja y un boli a cada uno.
–¿A mí también?
Rubén protesta sin éxito.
–Tú también, normas.
–Haz una fotocopia del de la semana pasada, Oscar.
–No quejes más, Rubén.
Oscar le mira sonriendo. El club de buceo son los
dominios de Oscar, es el que manda.
–Necesito tarjeta crédito. Cada persona son 90 dólares.
Mi hermana agarra mi mano.
–No te preocupes, Alba, he traído la mía. Yo lo pago, no
hace falta que me lo des, te invito.
Tiende su tarjeta a Sandra que se encarga de cobrar.
Jesús hace lo mismo y le quita la tarjeta de María a su
hermana.
–Cóbrame los cuatro.
–De eso nada. Toma, Sandra, cóbrame a mí las cuatro
inmersiones.
Rubén le tiende su tarjeta y devuelve a cada uno la suya.
–Tú nos has invitado esta mañana, ahora me toca a mí –
dice dirigiéndose a Jesús.
–Poneros de acuerdo, por favor. Me estáis liando –protesta
Sandra medio en broma y mirando a su hermano, este le
asiente con la mirada y ella pasa la tarjeta de Rubén.
–Gracias, Rubén, no tenías que haberte molestado.
Lo digo de verdad, tal como lo siento. No me encuentro
cómoda cuando me invitan y menos a esto que no es un
café precisamente.
–Ni lo menciones, Alba, es un placer –me contesta
rápidamente.
En un momento Oscar toma la palabra y nos explica que
vamos a ir a un pecio que se encuentra relativamente cerca
de la costa.
–Como mi español malo. Contar historia “Saint George”,
Alejandro.
Alejandro, que aun siendo por la tarde, se le nota cara de
haber dormido poco, toma la palabra acostumbrado en lo
que parece ser una costumbre en ellos y que deben de
haber repetido infinidad de veces. Su voz es muy grave y
masculina, no sé si agravada por su estado de sueño.
–El “Saint George” es un barco que se construyó en 1962
en Escocia. Era un carguero transatlántico que transportaba
trigo y cebada entre Noruega y América. En un principio su
nombre era otro, pero se lo cambiaron después de
sobrevivir en alta mar al huracán George.
Hace una pausa y nos repasa a todos con la mirada.
–Después de veinte años en activo, fue abandonado aquí,
en el puerto de Santo Domingo y el 12 de junio de 1999 fue
adquirido y hundido con la ayuda de la Marina de Guerra
frente a estas costas.
–¿Cuántos metros tiene y a qué profundidad está? –Jesús
le interrumpe pensativo.
Alejandro le responde sin vacilar. Se lo sabe de memoria.
–Está a una profundidad máxima de 144 pies y tiene 240
pies de eslora.
–No es mucha profundidad.
–No, es un pecio facilito que ofrece una inmersión muy
completa y segura. Es la que más hacemos.
–Perfecto, he volado ya dos veces hoy. Esa profundidad
no es un impedimento –dice Jesús afirmando al instante.
–Bien. ¿Alguna pregunta más?
Todos nos miramos unos a otros esperando que alguno
haga alguna pregunta interesante.
–¿Cuánto dura la inmersión?
De nuevo nos volvemos hacia Jesús que es el que ha
formulado la pregunta.
–Unos cuarenta minutos.
Hace una pausa mirando a Jesús. Este asiente con la
mirada.
–Bien... pues...
–¿Alguna corriente o marea que debamos saber?
Otra vez todos miramos a Jesús que está muy serio.
Alejandro le mira como si le estuviera tomando el pelo.
–No, ninguna corriente ni marea. Es una inmersión
perfecta –contesta con mucha paciencia pese a su voz
grave.
–Bien, solo quería cerciorarme.
Jesús alarga el brazo con la palma hacia arriba indicando
a su amigo que prosiga. No sé si está de broma o no. Todos
dirigimos nuestra mirada a Alejandro que se queda un
momento callado como pensando por dónde iba y cuando
abre la boca para hablar, Jesús le vuelve a interrumpir. Al
escuchar su voz todos le miramos con los ojos como platos.
–¿Visibilidad? –pregunta con cara de interrogación, pero
la comisura izquierda de su boca está ligeramente
desplazada hacia arriba. Memorizo esa expresión. Me
encanta, le da un aire de chico malo que lo sabe todo, pero
tengo poco tiempo ya que Alejandro se tira literalmente
encima de él fingiendo que le agarra fuertemente por el
cuello y tirando de su flequillo sin hacerle daño. Todos nos
reímos, incluidos ellos.
–No vuelvas a hacer más preguntitas... –le grita divertido.
–Lo prometo –consigue decir Jesús a duras penas. Su
promesa hace que le suelte rápidamente.
–Vamos, Alejandro, tío, es que te estás excediendo... con
la charlita.
Rubén se le acerca.
–Hemos hecho esta inmersión, qué sé yo, un montón de
veces.
–Algunos más que otros...
Jesús se acerca a los dos.
–Esta es mi segunda vez.
–¿Solo? Pensé que la habías hecho más veces. Pues yo
por lo menos ocho veces y ellos lo saben porque ha sido
aquí siempre.
Alejandro los interrumpe.
–Pero no solo estáis vosotros dos.
Pone las palmas de sus manos en el pecho de sus amigos
separándolos a ambos lados.
–Tenemos a dos primerizas.
Y nos señala a María y a mí.
–Bien…
Oscar interrumpe señalando su reloj de pulsera
–… vamos a por el equipo.
Rodeamos el edificio del club hasta su parte trasera. En la
pared, colgados hay numerosos trajes de buceo. A los pies,
las botellas de aire y a un lado el resto del equipo
pulcramente colocado en una estantería de tres baldas
adosada a la pared. Enfrente, una gran ducha con tres
caños y un moderno lavabo de piedra. En el medio tres
largos bancos de madera dispuestos en “u”.
–Colocar ahí.
Oscar señala los bancos.
–Yo repartir equipo a cada uno.
Mientras nos colocamos, él inspecciona los trajes. Jesús
se sienta a mi lado en un banco, Rubén y María en otro, y
Alejandro en otro.
–Cógeme mi equipo, mientras preparo la cámara.
Suelta Sandra desapareciendo por una puerta lateral al
interior del club. Al momento, Alejandro se incorpora y se
dirige hacia la estantería. Oscar comienza con los trajes de
Rubén y María.
–Ya sé cuál es tu pena, Alba.
Jesús juguetea con el boli entre sus dedos haciéndolo
girar alrededor del dedo anular. No me mira, hace que está
concentrado en sus dedos y la frase me sorprende tanto
que no sé qué decirle. Me ha pillado por sorpresa. ¿Se
referirá a Mauro?
–¿Cómo dices?
Logro articular dos palabras seguidas. Levanta la vista
hacia mí, frunce el entrecejo como si estuviese enfadado
pero sus ojos verdes se me antojan muy transparentes y sé
que el gesto es más bien de sinceridad.
–Mauro –dice al fin.
Me quedo petrificada, solo esa palabra, su nombre, en
labios de Jesús me hace sentir como si estuviera fuera de mí
y me viera desde otro ángulo. Me veo a mí misma sentada
junto a Jesús en el banco con la cara blanca. Veo cómo me
cuesta trabajo tragar, por lo que no puedo contestar nada.
¿Cómo lo sabe?
–Lo he sabido nada más entrar en recepción.
¡Dios, es como si me leyera la mente! Ahora sé por qué
estaba tan callado. Se me hace muy difícil hablar de esto
aquí, delante de todos, aunque no se estén dando cuenta.
Solamente he hablado de Mauro con María, con nadie más.
Jesús deja el boli a un lado y me coge las dos manos dentro
de las suyas. Están calientes.
–Perdona, no es el momento.
–No, no lo es.
Consigo decir con una falsa sonrisa en la cara.
–Alba, para ti, este.
Oscar me tiende un traje negro con las mangas en color
verde fosforito y una línea del mismo color en los costados.
Es un traje de manga corta y pantalón corto para
inmersiones poco profundas.
–Tú, misma talla que María.
Y me sonríe. ¡Buen ojo! Pienso. Jesús me suelta las manos
para coger el traje.
–Ven, te ayudo.
Nos ponemos de pie y me quito la camisa. Él ahueca el
traje para que yo pueda pasar las piernas por los agujeros
inferiores. Cuando lo consigo, tira del traje hacia arriba
levantándome del suelo. Instintivamente me agarro a su
cuerpo. Mi cara está a su altura, nuestras bocas casi se
rozan, pero él suelta el traje que ya se ha colocado a la
altura de mi cadera y me deja caer resbalando junto a su
cuerpo hasta tocar el suelo. Me extraña muchísimo lo que
acaba de hacer, no me ha besado y creo que está enfadado
por lo de Mauro.
Levanta la parte de arriba del traje que está colgando,
dejando la abertura de las mangas delante de mí. No dice
nada. Está extrañamente callado y eso no me gusta. Me
gusta el Jesús hablador y chispeante. Meto los dos brazos a
la vez por los agujeros y Jesús me rodea colocándose a mi
espalda. Desde allí tira del traje hacia él y quedo enfundada
dentro. Noto cómo ajusta el traje a la altura de mi cintura
para juntar la cremallera que por fin sube cerrándose sobre
mi espalda. Antes de terminar me coloca la coleta a un lado
para no pillar el pelo y cuando termina acerca su boca a mi
oído.
–Cuando quieras, podemos hablar de ello.
Y esta vez deja un beso suave junto a mi oreja que me
hace cosquillas. Me giro y antes de que se aleje, le beso en
la boca juntando mis labios a los suyos que casan a la
perfección. Él no se separa, ni se mueve, aguanta el beso
hasta que me separo lentamente. No sé por qué lo he
hecho, me ha salido solo. ¿Quizás quería demostrarle que
Mauro ya es historia, que no significa nada para mí? Sé que
no es verdad, me he dado cuenta al verle hoy, todavía no.
Me está mirando con los ojos entornados, tiene las pupilas
dilatadas.
–Siento interrumpir.
Una carcajada general nos rodea. Todos nos están
mirando y sonriendo. Oscar está quieto delante nuestra con
el brazo extendido sujetando un traje.
–Como lo vuelvas a hacer te corto el brazo.
Bromea Jesús.
–Este para ti. Igual Alba, pero dos tallas más. La pareja
igual.
–Menos guasa.
Jesús coge el traje sonriendo al fin.
Yo miro a mi hermana que ya se ha puesto su traje, es
igual que el mío y el de Jesús, pero en lugar de verde es
rosa fosforito.
–No te quejes, a mí me ha tocado el rosa... –resopla
Rubén.
–Siempre te quedó muy bien ese color.
El gesto de Alejandro no deja lugar a dudas de que le ha
devuelto la broma. Mi hermana me mira con orgullo. Creo
que piensa que somos pareja oficial y es que con el beso
que le he dado delante de todos, ahora lo debe dar por
hecho no solo ella, sino todos. Claro. De ahí la broma de
vestir a las parejas iguales. ¡Dios! ¡No sé por qué lo he
hecho! Estoy bastante confundida y no sé qué decir ni qué
hacer. Jesús actúa como si nada. Se está poniendo su traje.
Me toco la cara y me arde de nuevo. Lo estoy enredando
todo. ¡Jesús quiere hablar conmigo de Mauro! ¿Qué le voy a
decir? A lo mejor se conocen, no sé... ¡Espero que no! Por
Dios, ¡no! Solo me faltaría eso.
–¿Me ayudas?
Jesús está a mi lado de espaldas con la cremallera de su
traje abierta.
–¡Claro!
Acierto a decir mientras la subo con decisión. Cuando
termino se gira y me mira como queriendo decir algo.
–¿Qué?
Me estoy poniendo un poquito nerviosa...
–Te gusta mucho.
¿Es una pregunta o es una afirmación? ¿Se refiere al traje
de bucear, al Caribe, a las fresas con nata o a Mauro?
¡Arrrg!
–¿Lo estás afirmando o lo estás preguntando?
Jesús hace una mueca.
–Preguntando –dice al fin.
–¿Te tengo que contestar ahora?
–Por favor.
Y espera poniendo los brazos en jarra.
–Aunque me sé la respuesta –añade justo cuando iba a
contestar, así que cambio mi respuesta por una pregunta.
–¿Por qué lo haces? Dijiste que no te hacía falta saberlo.
–Y así era. Pero sin querer lo he sabido.
Me acaricia los brazos con sus suaves manos y la tensión
de mi cuerpo disminuye. Me mira con esos ojos verdes y lo
veo todo de otra manera. Sé que está intentado controlar la
situación.
–Solo necesito saber una cosa y debo saberlo ahora.
Siempre tan directo. Debería estar ya acostumbrada. Me
relajo intentando no dar importancia a su pregunta y me
preparo mentalmente.
–¿Estás enamorada de él?
Lo dice con voz tranquila, pausada y bajito. Sigue
acariciándome y eso me hace bien.
–Creo que no –respondo temblorosa.
–¿Creo? –vuelve a preguntar.
–No –contesto rotunda–. No estoy enamorada de él.
Tengo que hacer verdaderos esfuerzos para empujar la
frase y que salga fuera de mí en un tono creíble.
–Bien.
Me sonríe con su mejor sonrisa mostrando sus blancos
dientes.
–Ahora podré trabajar en ello. Te hice una promesa y la
voy a cumplir, si tú quieres.
En ese momento le abrazo y poniéndome de puntillas,
junto mi mejilla a la suya.
–¡Chicos, mirad!
Ambos giramos nuestro rostro en dirección a la voz
femenina que nos habla. Sandra nos apunta con su cámara
y escuchamos un clic.
–Muy guapos –dice sonriente.
Lejos de enfadarse, Jesús suelta una carcajada y me
aprieta más fuerte contra su cuerpo.
–Dispara otra vez, hermana.
Y al momento me agarra con su mano la cara y me planta
un beso en la mejilla libre sin dejar de mirar el objetivo.
Oigo otro clic.
–Perfecto. Luego os daré una copia.
–Bueno, atentos chicos, si ya hemos terminado la sesión
de fotos, me gustaría repasar con vosotros el equipo. Os he
dejado junto a vosotros todo lo necesario.
Alejandro señala los distintos montones que ha dejado
junto a cada uno. Coge la máscara.
–Estas máscaras son de silicona antialérgica. Lo
importante es que se adapten bien a vuestra cara.
Me la pruebo y al momento me hace ventosa en la cara.
Los demás hacen lo mismo.
–Las aletas tienen una rigidez media. Lleváis un traje
húmedo que permite la entrada de agua. Espero que
tengáis la talla adecuada, debe quedaros apretado.
–Por mí, correcto. Lo único malo, el color rosa –responde
Rubén.
Alejandro le guiña un ojo.
–Todos los demás bien, ¿no?
Todos asentimos.
–Importante, el jacket. Colocároslo, por favor.
Él coge el suyo y se lo pone rápidamente.
–Comprobar la tráquea que no esté obstruida y entre el
aire. A continuación, comprobar la válvula de desinflado y la
de seguridad.
Me coloco la boquilla en los labios y expiro por ella
notando al momento cómo el chaleco se hincha. Al tocar la
válvula se escapa un poco de aire y lo vacío del todo con la
válvula de seguridad. Todo correcto.
–Muy bien, veo que todos funcionan correctamente.
Ahora hay que fijar los reguladores a las botellas antes de
subir al barco. Estos son los cinturones de lastre, he puesto
a ojo el lastre a cada uno y lo corregiremos si hace falta una
vez entremos en el agua. Sandra, ¿las botellas están listas?
–Perfectas. Todas cargadas y he revisado los manómetros
separando las que nos vamos a llevar,
–Gracias, Sandra.
Oscar toma la palabra:
–Repasemos señales principales para refrescar memoria.
Comienza a realizar las señales con la mano y nombrarlas
en voz alta.
–Equilibrarse, hacia delante, hacia atrás, parar, más
despacio, profundidad máxima, OK, juntos, tiempo de
inmersión, qué presión tienes, algo va mal...
Voy recordando las distintas señales y memorizándolas
de nuevo. Estoy más nerviosa de lo normal, aunque siempre
antes de una inmersión los nervios me traicionan, hoy noto
un exceso por los acontecimientos que acabo de vivir.
Intento tranquilizarme respirando hondo unas cuantas veces
y soltando el aire por la boca.
–¿Alguna duda?
Rubén levanta la mano como si estuviera en el colegio.
–¿Puedo ir al baño? –dice aburrido.
Alejandro y Oscar sueltan una gran carcajada.
–¡Ya estás tardando! Como te mees en el traje toda mi
rabia caerá sobre ti.
Alejandro pega un golpe en el banco enfatizando su
advertencia.
–Te acompaño...
Jesús se une a Rubén partiéndose de risa.
–¿Ibais a ir los dos a una inmersión que dura más de una
hora y media con ganas de mear?
Alejandro no da crédito y mira hacia al cielo.
–¡Dios mío, llévame pronto!
Las tres únicas mujeres nos miramos entre nosotras y nos
echamos a reír. ¡Cosas de hombres, cómo no! A nosotras
nunca se nos ocurriría hacer algo así.
–Bueno, mientras meones terminan, vamos llevando
equipo al barco.
Oscar y Alejandro comienzan con las botellas que son lo
que más pesa. María coge todo su equipo y va tras ellos en
dirección al muelle.
Jesús sigue a Rubén, rodean la edificación del club de
buceo hasta un lateral. Dos puertas pintadas en azul
eléctrico y las figuras femenina y masculina en lo alto
indican que han llegado. Entran en silencio y Rubén se
acerca a uno de los tres inodoros de pared, se baja la
cremallera del traje con ayuda de la cinta que cuelga, saca
sus brazos y se dispone a vaciar la vejiga. Jesús se le queda
mirando y como no dice nada, se lanza a preguntarle.
–¿Qué querías hablar conmigo?
Rubén le mira un momento extrañado.
–¿Has venido a hablar? ¿No haces pis?
–He venido porque me has dicho que tenías que hablar
conmigo a solas. Este me ha parecido un buen momento.
Rubén echa una sonora carcajada.
–Siempre tan impaciente, no es tan urgente, podría haber
esperado...
–Desembucha.
–Solo quería saber tus intenciones respecto a Alba.
Jesús que está apoyado en un lavabo relajadamente, se
tensa al momento.
–Quién lo quiere saber, ¿María?
–Sabes que conozco a Mauro.
Jesús se vuelve y mira a su amigo a través del espejo.
–¿Te lo ha preguntado él?
–No exactamente. Me ha contado sus sentimientos hacia
Alba y quiero saber los tuyos. Los dos sois grandes amigos
míos y no me gustaría que os hicierais daño y qué decir
tiene que Alba es la hermana de la chica que ocupa mi
corazón ahora mismo.
–Sí, me imagino que es un poco embarazoso para ti.
–Un triángulo con cinco puntas.
Rubén se coloca el traje de nuevo metiendo los brazos
por las mangas y subiendo la cremallera con ayuda de la
cinta. Tira de la cisterna y se coloca en el lavabo contiguo al
de Jesús.
–Si te soy sincero, no lo sé ni yo mismo. Me conoces bien,
sabes que no me gusta implicarme en una relación. Que soy
muy meticuloso respecto a eso. No empiezo una historia sin
dejar muy claro de qué se trata. Qué es lo que la otra
persona puede y no puede esperar de mí.
–Lo sé.
Rubén comienza a lavarse las manos con aire
despreocupado.
–Sin embargo, esta ha empezado y no tengo ni idea de
cómo va a terminar. Ni siquiera sé si quiero que termine.
Rubén se seca las manos con una toallita de papel y mira
a su amigo.
–Bueno, algo es algo. Has empezado de manera diferente
y eso significa algo, ¿no?
–Es posible, es una chica increíble. Quizás lo que necesite
es tiempo.
–Justo lo que no tienes. Mira, aclárate lo antes posible
porque te vienen pisando los talones. Si es que sí, lo mismo
que le he dicho a Mauro, sé un caballero y que sea ella la
que decida. Si es que no, deja paso, cuanto antes mejor.
Hace una bola con la toallita y la tira a la papelera
encestando a la primera.
–Entonces él está interesado...
–Sí. Un consejo, juega limpio.
Jesús le atraviesa con la mirada.
–Siempre juego limpio.
–Gracias, amigo.
Y ambos se abrazan dándose palmaditas en la espalda.

Me quedo un momento pensativa. Sandra está a mi lado


preparando la videocámara y la cámara en bolsas estancas
para la inmersión. Recojo mi camisa y la ropa de Jesús y las
meto en mi mochila dobladas para que no se arruguen.
Noto cómo Sandra me mira de reojo discretamente.
–Creo que esta vez sí –me suelta a bocajarro sin dejar de
hacer lo que estaba haciendo, como si estuviera pensando
en alto.
–¿Me estás hablando a mí?
Para de recoger y me mira sin pestañear.
–Creo que le gustas de verdad. Y para ser sincera, a mí
también.
–Gracias... pero ¿en qué te basas para decir eso?
–No quiero estropearlo... soy su hermana y quiero lo
mejor para él. Jesús ha estado con muchas chicas.
–¿Muchas?
Mi cara es un poema. Quizás con esta conversación
inesperada pueda conocer un poco mejor a Jesús, ¿quién
mejor que su propia hermana?
–A ver... no sé cómo decirlo. No quiero que lo que yo te
diga influya.
–Es solo curiosidad...
–Bueno, cuando digo muchas, quiero decir muchas,
muchas.
–Entonces es un rompecorazones, ¿no? –digo intentando
no estar muy interesada y comienzo a coger mi equipo.
–No exactamente. Él siempre va por delante. Nunca ha
engañado a ninguna chica. Las relaciones que ha tenido han
sido todas como él ha querido sin dobleces ni malos
entendidos.
–Ya, es muy directo, eso lo he notado.
–Sí. Sí que lo es y sincero, deja las cosas claras desde el
principio para que no esperen lo que no es de él.
–Entonces podríamos decir que es un poquito controlador.
Sandra mete el equipo fotográfico en una mochila con
mucho cuidado.
–¿En qué sentido lo dices?
Me mira extrañada.
–¿Sabes? Creo que no se pueden controlar los
sentimientos. No creo que pueda saber cuándo va a
empezar y a terminar una relación. Ni si va a ser superficial,
esporádica o más intensa. Y es que no se puede controlar el
amor. No puedes decir, no me voy a enamorar.
–Depende de la situación. En una gran mayoría sí se
puede controlar. Si no quieres enamorarte siempre será más
difícil que suceda. Sobre todo, si te han hecho daño
anteriormente.
Me siento junto a ella en el banco de madera.
–Entonces tu hermano no quiere enamorarse –afirmo.
–Hasta hoy creía que no.
Su cara me sonríe.
–¿Te ha comentado sus intenciones respecto a ti? Quiero
decir, a ver como lo digo. ¿Te ha comentado que no quiere
una relación? Es decir, que lo que hay es una relación de
amistad con derecho a roce por así decirlo.
–No exactamente, ha sido algo más bien espontáneo,
como surgen las cosas normalmente. No hemos hablado de
límites, ni de cómo va a ser... no sé, simplemente nos
estamos conociendo.
–¡Lo sabía!
El entusiasmo de Sandra me acaba contagiando y
termino riéndome con ella.
–Tampoco me ha dicho que esté enamorado de mí, ni que
me quiera... ni nada de eso –le advierto.
–Quizás no lo diga con palabras. Quizás lo esté gritando a
voces con hechos.
Admito que no lo había pensado desde esa perspectiva.
Todo está ocurriendo demasiado deprisa. He de reconocer
que Jesús ha hecho por mí muchas más cosas que otras
personas que conozco y en solo dos días.
–No estoy segura...
–¿Crees que cambiaría un turno en el trabajo por hacer
una inmersión que ya ha hecho con unos amigos?
–¿Tenía que volar esta tarde?
Mi boca se abre de par en par.
–Sí. Y eso es muy extraño, no es normal en él. El trabajo
es lo más importante para Jesús, se lo toma muy en serio.
La verdad es que lo que acaba de decirme me ha dejado
sin palabras, pero, aun así, no creo que las cosas sean como
las ve Sandra. Creo que se ha planteado ayudarme y que
me lo pase bien en estas vacaciones y nada más. Pero
entonces, ¿por qué me ha preguntado insistentemente
sobre Mauro? Incluso he llegado a pensar que estaba celoso.
Y hablando de celos... creo que yo también los he sentido.
¡Dios mío! ¿Por qué todo es tan complicado?
–Créeme, está raro, le conozco muy bien, está diferente.
–¿Qué es diferente?
La voz de Jesús hace que ambas peguemos un respingo.
–¡Uy! Malo –dice Rubén–. Ese salto es síntoma de que
estaban hablando de nosotros. Y teniendo en cuenta que
una es tu hermana y la otra la chica con la que estás... me
temo, amigo, que están hablando de ti. –Y le señala
asintiendo con la cabeza–. Así que como yo no tengo nada
que ver con esto, me voy corriendo.
Y dicho y hecho, en un santiamén recoge su equipo y sale
disparado. Jesús nos mira interrogante esperando una
respuesta.
–Ella es diferente –le responde Sandra.
Se levanta coge su mochila y su equipo y se va
rápidamente junto a Rubén antes de que podamos
reaccionar. Así que me quedo yo aquí de parapeto.
Me mira con ojos deseosos y la electricidad me traspasa
el traje de neopreno.
–Es verdad, eres diferente.
Sonrío avergonzada, yo me siento igual que el resto, pero
por lo visto hay dos personas en el mundo que no piensan
así.
–Vamos, nos están esperando –digo para cortar la
conversación de cuajo.
Jesús asiente, coge su equipo y parte del mío y todavía le
sobra una mano para coger la mía. Y de este modo, cogidos
de la mano y muerta de vergüenza por dentro, nos
encaminamos al muelle.
La actividad allí está en plena ebullición, todos están
atareados con algo. Jesús me ayuda a subir al barco. Es un
barco pequeño de color blanco. Todo el equipo está ya
amarrado dentro y nos vamos sentando en el banco que
rodea la proa. Hay una pequeña cabina en el centro donde
está el cuadro de mandos y el timón. Oscar se encuentra al
mando. Noto cómo el motor arranca e instintivamente me
agarro al asiento. Mi hermana se ha sentado a mi lado junto
a Rubén, aunque dejando un hueco entre ambas. El resto se
encuentran en cabina hablando con Oscar. Al momento sale
Alejandro.
–Ya salimos.
Se me queda mirando extrañado y se sienta junto a mí en
el pequeño hueco que hay entre mi hermana y yo, lo cual
me resulta rarísimo habiendo tanto espacio libre.
–¿Estás bien? –me pregunta con su profunda voz
masculina abriéndose hueco para sentarse, así que
quedamos encajonados.
Le miro al instante y puedo comprobar de cerca que sus
ojos son dorados, de color miel, parecen de ámbar. Lleva el
pelo atado en una pequeña coleta y varios mechones
sueltos le enmarcan la cara.
–Es solo la adrenalina. Siempre me pasa...
Cojo un mechón y se lo coloco detrás de la oreja, así
puedo verlo mejor.
–Gracias, se me sueltan constantemente.
Como le ha gustado la idea, cojo el otro mechón y repito
la maniobra, pero una fuerte ola que viene de frente hace
que el barco se incline y caiga sin remedio en su pecho. Al
instante, él cierra sus brazos sobre mí para que no me caiga
y siento como el abrazo de un oso. Un oso fuerte y
protector. Me siento pequeña y protegida entre sus fuertes
brazos. Debería decir que me siento bien. Intento alargar el
momento, pero evidentemente no es posible y cuando el
barco recupera la horizontalidad me incorporo en mi lugar y
me doy cuenta de que Jesús está sentado en el banco de
enfrente nuestro. Tiene los codos apoyados en las rodillas y
la vista puesta en mí.
–¡Menuda ola! Si no te agarro hubieras saltado por la
borda.
La profunda voz de Alejandro hace que deje de observar
a Jesús que no ha movido ni un solo músculo.
–¿Estás bien? Vaya, ya te lo he preguntado dos veces en
menos de un minuto.
–Sí, estoy bien, gracias de nuevo. Menudo susto.
–Ya queda poco para llegar, voy a preparar algunas cosas.
–Por supuesto, claro.
Se levanta a duras penas y agarrándose se pierde detrás
de la cabina.
–¿Te encuentras mal, Alba? –me pregunta al fin Jesús sin
moverse aún.
–No. Estoy bien, no sé por qué Alejandro ha pensado que
me pasaba algo... y ha venido a.… preguntarme.
¡Dios! ¿Por qué me siento como si hubiera hecho algo
malo? ¡Arrrg!
–Ah, qué amable por su parte.
¿Qué le pasa? ¿A qué juega?
–Ven, siéntate a mi lado.
Intento quitarle hierro al asunto, pero juraría que está
celoso de que hable con otro hombre.
–No quiero quitarle el sitio a Alejandro –añade.
Pongo los ojos en blanco. A veces los hombres son como
niños.
–En ese caso...
Me levanto y me siento a su lado.
–Me sentaré aquí. ¡Oh!
Exagero.
–Aunque quizás este puede ser el sitio de Oscar y se lo
estoy quitando.
–¿Te estás riendo de mí?
Por fin he conseguido que sonría y cambie de postura.
¡Menos mal!
–Lo estoy diciendo en serio –añade.
–¡Venga ya, Jesús! Yo más bien diría que internamente
has sentido algo que te ha contrariado.
–¿Internamente?
–Sí, internamente. En español se denomina celos.
–¡Jajaja!
La carcajada resuena en mis oídos, no le gusta
reconocerlo, ¿verdad?
–Solo he sentido celos una vez en mi vida, Alba, y te
puedo asegurar que me gustó tan poco, que desde
entonces no he permitido que me vuelva a pasar.
–Y ahora no ha pasado, ¡claro!
–Muy claro. Mi intención era otra. Quería ver cómo
reaccionabas tú.
–Espero haberlo hecho bien.
–No sé... se te veía muy a gustito ahí en su regazo.
–La verdad es que me he sentido... protegida.
Intento pincharle un poco para que lo reconozca y la
verdad es que no he mentido. Al pronunciar la palabra
“protegida” veo fugazmente cómo su mirada se oscurece.
Es una décima de segundo para volver a su estado normal y
en ese momento sé que no me he equivocado.
–Los celos son buenos en su justa medida.
Tengo la batalla ganada.
–Tú lo has dicho, Alba, en su justa medida, pero para eso
yo no tengo medida, o no los tengo o si los hubiera tenido
ahora no estaríamos hablando aquí tranquilamente.
Termina su frase y deja viajar su mirada por el horizonte
marino y yo me quedo pensativa. No solo tiene autocontrol
en las relaciones, sino también en sí mismo. En ese
momento el motor se para y veo que nos deslizamos con la
inercia en medio de la nada hacia lo que parece ser un
punto verde chillón, una boya de señalización.
–Hemos llegado.
Alejandro coge el ancla y la echa por la borda. Oscar sale
de la cabina acompañado por Sandra.
–Bien, chicos. Nos ponemos el equipo completo. Yo
ayudo. Me quedo castigado aquí arriba.
Me ajusto el jacket y a continuación Jesús me ayuda a
ponerme las aletas. Después coloca la botella anclándola a
mi chaleco. Abre la válvula de salida de la botella y
comprueba el manómetro.
–OK –dice concentrado, coge mi regulador y se lo coloca
en la boca. Aspira un par de bocanadas. Comprueba de
nuevo el manómetro.
–Bien, no desciende, sin problemas.
Miro a mi alrededor, Rubén está ayudando a mi hermana
y Oscar hace lo mismo con Sandra y Alejandro.
–Alba, el lastre. ¿Este es tu cinturón?
–Sí. Ese es.
Jesús se acerca a mí invadiendo mi espacio vital para
abarcarme con sus brazos y colocarme el cinturón desde
atrás hacia delante donde lo abrocha y ajusta. Mmmm,
huele muy bien pese al olor que desprende el neopreno de
su traje y me quedo con las ganas de que me bese.
–Solo te queda la máscara.
Me ayuda a colocármela en la frente y se ríe.
–Te vas pareciendo a una sirena de verdad.
–Ahora te toca a ti.
Y entonces me río de manera exagerada.
–No me provoques, Alba, que sabes que sales
perdiendo...
¡Yupiiii! Ha vuelto el Jesús juguetón... ¡Me encanta!
Comienzo por ajustarle el jacket con todas mis fuerzas.
–Si sigues así no voy a poder respirar cuando lo hinche.
–No quiero que se te abra accidentalmente. ¿Cuál es tu
botella?
–Aquella.
Mientras lo dice la acerca y la deja junto a mí en el suelo.
Yo la cojo a duras penas y como ve que no voy a poder, con
una sonrisa se agacha a mi lado para facilitarme la
maniobra y consigo encajarla en su lugar. La aseguro y
repaso los anclajes. Todo correcto. Mientras, él ha abierto la
grifería y comprobado el manómetro. Me agacho a su altura
poniéndome de cuclillas, cojo la boquilla del regulador y me
la llevo a los labios cerciorándome de que Jesús me está
mirando. Aspiro profundamente y cierro los ojos, los abro y
¡sí! Me está mirando embobado. Vuelvo a coger aire y cierro
los ojos de nuevo, antes de abrirlos noto cómo me quita el
regulador de la boca y rápidamente lo sustituye por sus
labios. ¡Sí, lo conseguí! ¡Por fin! ¡Guau! ¡Qué sensación!
Parece que ha pasado una eternidad desde el último beso.
Me regodeo en su boca, repaso sus labios con mi lengua,
sus perfectos dientes y acaricio su sensual lengua. Él se
está dejando hacer. Noto que sigue mis movimientos. Sus
inspiraciones son más fuertes y comienza a llevar las
riendas besándome con más fuerza. Mi cuerpo reacciona de
inmediato y siento el deseo crecer ardiente en mi interior.
¡Le quiero aquí y ahora!
–Chicos... ¿No podéis aguantar un poco?
Es la voz de Oscar que nos mira. Nos separamos a duras
penas... ¡Mi gozo en un pozo! Claro que era una situación
irreal, no podía prosperar.
–Ya tenemos dos cosas pendientes tú y yo, y ambas
urgentes –me susurra Jesús mientras me ayuda a
incorporarme y antes de que pueda añadir nada se dirige a
los demás–. Os habéis propuesto arruinarme la tarde, ¿no?
–Hay que concentrar inmersión, ya vamos con retraso.
Intenta disculparse Oscar y todos se tronchan de risa
porque saben que no es verdad.
–Sois unos envidiosos… –sentencia Jesús siguiendo la
broma.
Y no puedo por menos que reírme por dentro y por fuera.
Sé que siente algo por mí. Sé que ha sentido celos de
Alejandro, aunque no lo quiera reconocer, quizás porque es
amigo suyo. De hecho, creo que nos estaba mirando desde
antes de que la ola me tirara irremediablemente en los
brazos de Alejandro. Desde que he apartado los mechones
del rostro de Alejandro y eso, eso es lo que le ha encendido
por dentro. ¡Estoy segura! Por eso ha comentado que
estaba observando mi reacción. Mi corazón pega un brinco
ante este descubrimiento y me siento bien.
–Hinchar chalecos y al agua.
La voz entusiasmada de Oscar hace que vuelva el
nerviosismo a mi cuerpo. Lo hincho rápidamente y me
acerco a María agarrándole la mano.
–Saltamos juntas, ¿no?
–Por supuesto –me responde–. Es una tradición entre
nosotras –dice dirigiéndose a Rubén.
–Claro, no hay problema. No seré yo quien rompa una
tradición…
Al momento mira a Jesús.
–¿Quieres saltar conmigo?
Jesús le mira fulminándole con la mirada y todos nos
reímos.
–Saltar por aquí.
Oscar abre una trampilla dejando un hueco en la borda.
Nos colocamos en el filo, ajustamos nuestras máscaras y el
regulador y a la de tres saltamos agarrándonos de la mano.
–¡Buen salto! –nos dice Rubén ya colocado junto al borde.
Nos hacemos a un lado dejando espacio y salta sin
ninguna dificultad. A continuación, salta Sandra, Jesús y, por
último, Alejandro.
–Toma, Sandra.
Oscar le tiende las bolsas con la videocámara y la
cámara.
–Comprobar el lastre –nos dice mientras.
Desinflo el jacket y el agua me queda en la mitad de la
máscara lo que indica que está correcto. ¡Menudo ojo tiene
Oscar! Me mira y le hago la señal de OK, él me responde
igual. Repasa uno a uno y todos contestan con la misma
señal. A continuación, Oscar mira su reloj ajustándolo con
Sandra y Alejandro. Yo miro la hora, son las seis y diez
minutos. Oscar nos recuerda la hora de salida con señas. A
las siete. ¡Bien, pues adelante! Ahora nos tenemos que fijar
en el guía que es Alejandro. Nos colocamos en círculo por
parejas y Jesús se coloca a mi lado.
–No olvides compensar los oídos –me dice justo a tiempo
antes de comenzar el descenso.
A la señal de Alejandro comenzamos a descender junto a
la soga–guía. Primero Alejandro y Sandra, después María y
Rubén y, finalmente, Jesús y yo.
El silencio se apodera del ambiente. Solo escucho mi
propia respiración. Jesús se encuentra a mi derecha y noto
cómo me roza el brazo con la mano de vez en cuando. Está
muy pendiente de mí. Me mira continuamente y me hace la
señal de OK para que le conteste si estoy bien. Poco a poco
comienzo a vislumbrar el contorno de un gran carguero a lo
lejos en el fondo. Al principio todo parece del mismo color
azul grisáceo y contornos pocos definidos, pero según
descendemos comienzan a definirse sus formas. Puedo
distinguir las esponjas, corales y las algas, todos ellos
mezclados e incrustados en el gran barco hundido formando
un increíble arrecife artificial. De fondo, la inmensa
oscuridad del mar Caribe. La estampa es tan alucinante que
se me pone la carne de gallina, pero al momento dejo de
pensar en el paraíso que me rodea. Un pinchazo en el oído
hace que me pare. Jesús se coloca delante de mí para que lo
vea y mediante señales le indico que me duele el oído. Él
me contesta indicándome que debemos subir unos metros y
sin esperar comenzamos a ascender. Miro el profundímetro
cuando nos paramos. Hemos ascendido dos metros.
Comienzo por compensar tapándome la nariz y la boca e
intentando expulsar el aire. Al segundo intento noto cómo el
oído se me desbloquea. La verdad es que ha sido culpa mía
por no hacerle caso a Jesús. Le indico que estoy ya bien y
comenzamos a descender. Al poco alcanzamos al grupo que
se ha quedado esperándonos. Tras comprobar que todos
estamos bien seguimos nuestro camino. Al rato me doy
cuenta de que Jesús me lleva de la mano apretándome
fuerte. ¡Vaya! Me está haciendo un poco de daño, pero no le
digo nada.
No me imaginaba un pecio tan grande, pero ahora que lo
tengo delante me sobrecoge un poco. Lo primero que llama
mi atención es la gran chimenea que sobresale en la mitad
delantera como un gran cilindro cubierto de coral por todas
partes. Enfilamos en grupo hacia allí. Veo que Sandra ha
sacado su cámara y está grabando. La chimenea se
encuentra sobre una primera cubierta a tres pisos por
encima de la cubierta principal. Exploramos la embocadura,
pero solo alcanzo a ver lo que la luz que entra por ella, me
descubre, el resto es todo oscuridad. Descendemos tres
metros más y llegamos a la cubierta. Intento mantener la
flotabilidad para no darme con la larga barandilla que la
bordea. Jesús me ayuda agarrándome por la cintura y tira
de mí hacia él como si fuera un globo de helio, con lo que
logro esquivarla. Está cubierta de coral y pequeñas plantas
de diferentes formas y colores, es como un gran jardín en
torno a un tubo de metal. Siguiendo a Alejandro, pasamos la
barandilla y seguimos bajando hasta la proa del barco,
hemos descendido el equivalente a dos pisos ya que hemos
pasado por una pared llena de ventanas cuadradas, ahora
sin cristal, que asemejan ojos negros. Giramos a la derecha
y nos metemos por un gran corredor lateral. Aquí hay
menos luz, perseguimos a un grupo de peces plateados con
líneas amarillas que nadan tranquilamente esquivando
nuestros movimientos. A mi izquierda pasamos lo que sería
una puerta, pero Alejandro no se para, dejamos atrás una
segunda puerta y se detiene en la tercera. Nos reunimos a
su alrededor e indica mediante señas a los que llevan
linterna que la saquen para poder entrar. Veo como tanto
Alejandro, como Rubén y Jesús, se descuelgan la linterna de
un lateral de su traje y las encienden. Sandra enciende el
foco que lleva incorporada la cámara y de nuevo por parejas
pasamos al interior. Al principio todo está muy oscuro y solo
consigo ver los haces de luz que forman las linternas. Ahora
debemos tener especial cuidado con las aletas y los
movimientos bruscos para no levantar los depósitos que se
encuentran en el suelo, ya que provocaría una marea de
partículas flotantes que nos dificultarían la visión
completamente. Al cabo de un rato mi visión se acopla a la
poca luz y puedo ver una amplia estancia. Continuamos y
salimos a lo que sería un pasillo que da a varias estancias
más. La verdad es que no me gusta mucho meterme por
lugares oscuros, nunca he hecho submarinismo en cuevas,
me siento desorientada, así que intento evitarlas. Comienzo
por notar algo de frío y al instante se me pone la carne de
gallina en las piernas y los brazos. No sé si realmente es por
el lugar, más frío al no recibir la luz del sol, o por la
sensación de agobio que me crea estar a oscuras. Se nota
que hay menos bancos de peces. Recorremos lentamente el
pasillo que parece no tener fin. Sigo con la mirada el círculo
de luz que Jesús forma con su linterna. Después de lo que
me parece una eternidad, salimos por una puerta de la cual
cuelgan unas escaleras que terminan en la cubierta
principal. Por fin espacio abierto y con algo de luz. Tomo
instintivamente una bocanada de aire como si no hubiera
podido respirar dentro del barco y nos deslizamos
lentamente por la cubierta. Jesús observa mi manómetro
para luego compararlo con el suyo y me hace la señal de
OK. Observo el profundímetro, estamos a 28 metros.
Al poco tiempo, Alejandro y Sandra se paran en mitad de
la cubierta. Mi hermana y Rubén hacen lo mismo, así que
Jesús y yo nos posamos lentamente junto a ellos. Sandra
nos indica con las manos que nos juntemos. Va a tomar
varias fotografías con el barco como escenario. Nos
reunimos y nos agarramos unos a otros, vemos el
resplandor del flash saltar hasta en cuatro ocasiones, pero
hasta que Sandra no comienza a nadar hacia nosotros no
nos movemos.
A continuación, Alejandro nos señala un enorme boquete
negro que hay al final del barco. Oh, no... Parece ser que
nos dirigirnos hacia allí. Otra vez la oscuridad...
Descendemos por la enorme boca negra de unos
veinticinco metros cuadrados. Esta vez agradezco la presión
de la mano de Jesús en la mía. Noto que me mira de repente
y es que he comenzado a apretársela cada vez con más
fuerza conforme descendemos. Comenzamos a hacer el
recorrido de vuelta, pero esta vez por debajo de la cubierta.
Todo está tal cual debía ser cuando el buque estaba en
funcionamiento, pero con una gran capa de algas, plantas y
corales cubriéndolo todo como una manta. La oscuridad
cada vez es mayor conforme nos adentramos y comienzo a
respirar más deprisa, lo cual sé que no debo hacer ya que
consumiré rápidamente el oxígeno de mi botella, pero no lo
puedo evitar. Vamos pasando de unos camarotes a otros y
de vez en cuando pequeños peces salen a nuestro
encuentro para luego salir disparados perdiéndose en la
espesa negrura. Intento distraerme siguiendo con la mirada
a uno de ellos y sin darme cuenta me choco con el cuerpo
de Rubén. Mi hermana y él se han parado en seco. Justo
delante de ellos Sandra y Alejandro enfocan con su linterna
una gran barracuda que nos amenaza con la boca
entreabierta llena de afilados dientes que van en distintas
direcciones. Por mi mente pasan en segundos la información
más importante sobre este animal, tiene una potente
mandíbula provista de dos filas de dientes con los que
desgarra a su presa y una gran hostilidad hacia el ser
humano. Este ejemplar debe medir cerca de metro y medio.
Su cuerpo es plateado y alargado y puede alcanzar una
gran velocidad en distancias cortas. Automáticamente
intento nadar hacia atrás, pero choco de nuevo, esta vez
con los brazos de Jesús que me acoge cálidamente, me
agarra por la cintura y tira de mí hacia atrás haciendo que
deshaga el camino. Cuando conseguimos retirarnos fuera
del alcance de la gran barracuda, consigo reaccionar y me
giro. Mi cara queda frente a la de Jesús y puedo ver sus
maravillosos ojos rasgados a través de las gafas. Sé que se
está riendo. Sí, puedo ver unas pequeñas arrugas que se le
forman en los extremos de sus ojos al sonreír, pero como no
puedo verle la boca no estoy segura. Cuando todos llegan a
nuestro lado, me suelta.
Alejandro repasa uno a uno para comprobar que estamos
todos bien. Mira los manómetros y al comprobar el mío, sé
lo que va a decir. Me queda muy poco oxígeno, así que hace
la señal de ascender.
Por un momento me siento poco profesional por no haber
controlado mejor mi respiración, pero en cuanto salimos de
la gran boca negra, se me olvidan estos pensamientos
negativos. ¡Por fin luz! Tomamos como referente la gran
chimenea y nadamos hacia ella por encima de la cubierta
principal y una vez la alcanzamos podemos ver la soga
junto a la proa que nos ha servido de guía para el descenso
y ahora lo hará para el ascenso.
Esta vez Sandra y Alejandro se quedan los últimos junto a
la soga. Ascienden primero María y Rubén y, a continuación,
Jesús y yo.
El ritmo es lento, no más rápido que las burbujas que
soltamos y nunca más de tres metros por minuto.
Cuando quedan unos cuatro metros para salir a la
superficie hacemos todos una parada de seguridad de cinco
minutos, esta vez no me ha dolido el oído. Rubén controla el
tiempo de pausa y en cuanto termina, él y María atajan los
últimos metros con el brazo extendido hacia arriba y
girando sobre su eje. A continuación, Jesús y yo hacemos lo
mismo. Consigo salir a la superficie sin problemas junto a mi
hermana. Un metro por detrás de nosotros aparecen Sandra
grabando aún con su cámara y Alejandro.
–¿Qué tal, chicos, todo bien?
Oscar nos saluda desde el barco.
–Perfecto –le contesta Alejandro que ya se ha quitado la
máscara.
Me inflo el jacket lo que me permite flotar sin esfuerzo y
pongo mi máscara en la frente, Jesús está mirándome
sonriente, se acerca a mí y me rodea con sus brazos.
–¿Estás bien? ¿Te duele el oído?
Le niego con la cabeza. Me desabrocha el cinturón de
lastre y espera a que Alejandro lo coja junto al suyo. A
continuación, nos quitamos el jacket y lo pasamos al barco
para luego, ayudada por Oscar desde arriba y Jesús desde el
agua, consigo subir a la embarcación. Soy la primera y
Oscar me sonríe.
–¿Todo bien?
–Sí. Una inmersión muy completa...
Enseguida me olvida para ayudar a mi hermana a subir.
–¡Alba! ¿Qué te ha pasado? ¿Has tenido problemas con el
oído?
Se acerca a mí sin hacer caso a Oscar.
–Sí. Es que se me ha olvidado compensar, pero estoy
bien. Ya no me duele.
–Menos mal.
Me quito la máscara y las aletas mientras el resto sube a
la embarcación.
–¡Dios, Oscar!, ¡nos ha atacado una barracuda! –dice mi
hermana poniendo toda su atención en el alto alemán.
Este la mira y después observa a Sandra intentando
confirmar la información.
–¡Está todo grabado!
Sandra levanta la cámara de vídeo con cara de reportera
del National Geographic.
–Al principio ha salido de la nada y ha intentado morder
mi linterna.
Alejandro habla haciendo el gesto con la mano.
–Tío, ¡me ha pegado un susto! Es que nos ha salido justo
delante de la cara.
–Ha sido como en las películas de miedo cuando no te
esperas el susto...
Sandra habla mientras graba nuestra conversación.
–Yo he tardado un rato en darme cuenta qué pasaba.
Íbamos detrás de ellos por parejas y no sabía por qué se
habían parado y cuando me he dado cuenta, Alba me ha
golpeado por detrás.
Antes de dejar terminar a Rubén intervengo:
–Cuando me he tropezado contigo, la siguiente imagen
que recuerdo es la barracuda mirándonos con la boca
entreabierta.
–Exacto, y has empezado a nadar hacia atrás. No había
visto a nadie hacerlo.
Ya está Jesús con sus bromas... ja ja.
–Solo puedo decir que gracias al susto nos hemos tenido
que venir antes, porque he empezado a hiperventilar –
exagero.
–Bueno, estoy deseando ver el vídeo.
Oscar termina de colocar las botellas y se dirige a la
cabina.
–Nos vamos. Por favor, ocupad vuestros sitios.
Sandra le sigue y ambos se pierden dentro. Yo ya estoy
sentada y Jesús se acomoda a mi lado. Rubén y María
enfrente y Alejandro ni corto ni perezoso se sienta junto a
mí al otro lado y en ese momento me siento un poco
incómoda.
–Voy a probar suerte a ver si viene otra ola.
Y comienza a reírse. Mi hermana me mira con gesto de no
entender nada, de mosqueo absoluto, pero no se atreve a
preguntar. Jesús pasa su brazo por encima de mis hombros
y con los dedos toca el hombro de Alejandro para llamar su
atención.
–Si hay una ola, caerá hacia mi lado.
Alejandro lo mira y sonríe y por un momento creo que
están de broma.
–Eso depende de qué lado venga la ola y de la inclinación
del barco.
Y le guiña un ojo a Jesús. Este le devuelve una sonrisa,
pero no sé si es sincera o no, ya que lleva las gafas de sol y
no le veo los ojos. Si pudiera verlos lo sabría de sobra. A la
vez me aprieta fuerte con el brazo que me rodea
juntándome más a su cuerpo y la verdad es que lo
agradezco porque con la brisa tengo algo de frío.

No hace más que darle vueltas y vueltas a la


conversación que ha tenido con Rubén. Necesita descansar
y pensar, así que decide irse un rato a su habitación. Deja
las instrucciones precisas en recepción para que le llamen si
hace falta y con paso firme se dirige sin pararse hasta la
puerta, la cual abre rápidamente para cerrarla tras de sí con
celeridad. Avanza los cuatro pasos que le separan de la
cama y se tumba de golpe sobre ella rebotando en el
colchón. Suspira profundamente y se coloca ambas manos
debajo de la nuca. Su vista vaga por la habitación hasta que
se fija en el reluciente blanco del techo. ¿Qué estará
haciendo ahora Alba? ¿Cómo irá la inmersión? Piensa. Le
hubiera gustado tanto poder estar con ella bajo el mar
Caribe, enseñarle pequeños rincones marinos que pocos
conocen en la isla y pasar el día con ella solos en alguna
playa desierta..., ni siquiera puede permitirse pensar en eso.
Ahora mismo las circunstancias son bastante diferentes.
¿Cómo había podido estar tan ciego? Necesitaba un plan...
pero… ¿Cuál? ¿Cómo?
El sonido de los nudillos tocando en la puerta le hacen
salir de sus angustiosas cavilaciones.
–¡Adelante! –dice sin moverse.
La puerta se abre lentamente y el rostro de Maite se
asoma por detrás de la hoja de la puerta.
–¿Se puede?
–Claro, pasa...
Mauro la mira y se echa a un lado en la cama dejándole
sitio para que se siente.
–Me han dicho que estabas aquí.
Se acerca hasta la cama y se queda de pie estudiando la
expresión de su rostro.
–No quería molestarte, solo quería recordarte que
mañana es la reunión con los chicos del club de buceo.
–Ah... sí, para las obras... Siéntate. Ya que estás aquí
quería hablar contigo.
Maite se sienta junto a él y le espera para que se
explique.
–Voy a intentar ser conciso, sé que no te gusta perder el
tiempo cuando trabajas. No sé qué camino tomar y quisiera
escuchar tu opinión.
Maite se acomoda un poco más, sabe que esto es
importante para él.
–Adelante, tú dirás.
Mauro se sienta con las piernas cruzadas sobre la cama.
No sabe por dónde empezar y tras unos segundos decide
empezar por el principio.
–Sé que he llevado una vida un tanto...
No sabe cómo calificarla ahora mismo y la frase se queda
en el aire, hace una semana habría tenido la definición
adecuada, una “vida de soltero perfecta”.
–Podemos denominarla sin rumbo –ataja Maite.
–Sí, sin rumbo.
Mauro piensa que ha sido muy generosa con la definición
ya que a él se le vienen a la cabeza otras palabras como,
vida destructiva, vacía, sin sentido y efímera.
–Sé que has intentado muchas veces que cambiara por
mi bien y por el bien del negocio. Sé que no te he hecho
caso durante estos años, que ha tenido que venir una
persona de fuera para abrirme los ojos... y quiero que sepas
que lo siento. Siento mucho lo que te he hecho pasar, no ha
debido ser fácil para ti. Y quiero que sep...
Maite le pone la mano sobre los labios para que pare.
–No tienes que pedirme perdón. Sabes que eres un hijo
para mí, el hijo que nunca pude tener. El pasado, pasó.
Ahora estamos aquí y no puedo sentirme más feliz. Solo
saber que quieres cambiar es lo único que cuenta, lo demás
sobra, Mauro. De verdad, sobra.
Mauro sabe cuánto debe a esta mujer, la cual aprecia y
quiere como la madre que le faltó.
–Necesitaba decírtelo, que lo supieras.
Maite asiente acercándose a él para abrazarlo. Nota cómo
él la estrecha con cariño.
–¿Y el consejo? –le dice sin moverse.
–Sí… el consejo. Sabes que hay una chica por la cual he
empezado a sentir...
Ambos se separan para mirarse a los ojos.
–Te cuesta hablar de ello.
Maite le pone una mano sobre la rodilla acariciándole con
ternura.
–Un poco –se aclara la voz–. Nunca había sentido algo así
y no sé cómo describirlo. El caso es que me he dado cuenta
tarde. Tonteé con otras mujeres a la vez que con ella y
ahora... ella ha visto la realidad en la que vivo.
–¿Pero lo intuye?
Mauro se pasa la mano por la frente.
–No. Ha sido bastante gráfico. Me vio con otra mujer en
plena... acción.
Maite deja de acariciarle por un instante y su boca se
abre levemente.
–¡Soy un gilipollas!
–No, Mauro.
Sabe que está enojado, él jamás dice palabrotas.
–¡La he empujado literalmente a los brazos de otro!
Maite coge aire, esto se está complicando. ¡Para una
mujer que realmente le gusta...!
–¿Has hablado con ella?
–Sí. Pero no ha servido de nada. A veces creo que es
demasiado tarde.
–¡Eso pensaba yo contigo y mira! Nunca es tarde para el
amor. Bien, creo que deberías decirle exactamente cuáles
son tus sentimientos hacia ella. Debes acercarte de nuevo,
con otros ojos, que ella note el cambio que has
experimentado. La sinceridad es el único camino.
–No sé si voy a ser capaz.
–Nadie dice que será fácil, pero ¿merece la pena?
Los ojos de Mauro se agrandan. La habitación se ilumina
por los rayos del sol que comienzan a filtrarse por la
ventana y Mauro siente que puede salir bien.
–¿Te imaginas el premio?
Maite intenta motivarle lo máximo posible.
–No te desanimes. Tienes las mismas posibilidades que el
otro chico.
–Créeme, me lleva bastante ventaja.
Maite se levanta y se dirige hacia la puerta
–Cógete unos días de vacaciones. Piénsatelo. Mientras
tanto, no olvides la reunión de mañana. A las diez.
Encuentra un lugar donde estéis solos y relajados y abre tu
corazón. ¡Ah! Y deja tus impulsos sexuales aparcados... solo
romanticismo.
Antes de que Mauro pueda replicar algo abre la puerta y
la cierra tras de sí.
–Como si fuera tan fácil.
Se queda un momento pensando en un lugar íntimo
donde puedan hablar y no se le ocurre nada. Quizás dando
un paseo por la playa o cenando en una terraza tranquila,
¡sí, en el restaurante donde ha comido con Maite! Las vistas
son espectaculares por la noche... podría alquilar toda la
terraza para ellos solos, así nadie les molestaría, no habría
ningún problema, el dueño es un gran amigo. El único
problema es cómo convencer a Alba. Se sienta al borde de
la cama con los codos apoyados en las rodillas. Necesita
hablar con ella y convencerla. De un salto se pone en pie.
Tiene que acercarse al club de buceo para anunciar la
reunión, ese puede ser un buen momento. Como una
exhalación sale de su habitación y se dirige sin pararse
hacia la playa. Nota cómo su ritmo cardíaco aumenta. ¡Está
nervioso! Cuando le quedan diez metros para llegar se para,
respira hondo y prosigue con paso lento y pausado. Gira
tras unas palmeras bajas apartando sus ramas con el brazo
y ve cómo el barco está atracado en el muelle. El corazón le
da un vuelco. Ya han regresado. Coge el caminito que le
lleva hasta el club. Al final divisa cargado con el equipo a
Oscar que va hablando con Rubén. Se apresura para
alcanzarlos.
–¡Oscar! Ya habéis regresado.
Los dos hombres se vuelven hacia él y le esperan.
–Sí, ya hemos llegado sanos y salvos.
Oscar le sonríe, hasta que les alcanza.
–Hola, Rubén. ¿Qué tal la inmersión?
–Muy bien, ya sabes, tienes aquí un gran equipo.
–Lo sé. Precisamente quería hablar con ellos.
–Pues has llegado en el mejor momento. Estamos todos.
El grupo recién formado se acerca hasta la zona trasera.
En los bancos, María, Alba y Sandra, han comenzado a
quitarse el equipo. Alejandro se encuentra en la zona de
lavado sumergiendo el equipo que se han quitado en agua
dulce y Jesús se está duchando. Rubén se une al grupo de
las chicas para quitarse su traje.
–Espero un momento a que terminéis –dice Mauro
sentándose en la mesa.
–No preocupar, rápido les digo que vengan un momento.
Oscar se aleja hacia Alejandro que ya está en las duchas.
Mauro intenta aparentar serenidad, pero sus ojos se le van
hacia Alba, no puede evitarlo y sus miradas se cruzan un
segundo. Al momento, Sandra, Oscar y Alejandro están a su
lado esperando a que hable.
–Bien, he venido a anunciaros que mañana tenéis una
reunión conmigo.
–¿A qué hora?
Sandra le mira pensativa.
–A las diez.
Alejandro suspira.
–Siento trastocar tus planes. Mañana tendrás que
madrugar.
–Gracias, jefe.
Mauro sigue con su exposición.
–Sabéis que quiero reformar el club de buceo. No va a ser
un lavado de cara como otros años. Quiero modernizarlo y
ampliarlo. El hotel necesita unas instalaciones acordes con
nuestros clientes.
De vez en cuando su vista se resbala hacia el cuerpo de
Alba, que ahora se encuentra en bikini hablando con su
hermana.
–Sé que tenéis unas cuantas ideas y quiero escucharlas.
Nadie mejor que vosotros, que usáis estas instalaciones,
para saber qué es exactamente lo que nos falta y lo que nos
sobra. –Hace una pausa para mirar a los tres.
–Me parece muy bien. Yo hace tiempo tengo pensando
cosas nuevas.
–Me encantaría escucharlas, Oscar.

¡Dios mío!, por ahí viene Mauro. El corazón me da un


vuelco. Sigue tan guapo como siempre... Noto cómo la
sangre se me sube a la cara y me quema. Nuestras miradas
se cruzan por un segundo. Tengo el corazón en la garganta.
Consigo a duras penas quitarme el traje que, al estar
mojado, se me pega al cuerpo. Sé que mi hermana me está
hablando, pero no logro concentrarme en lo que me dice. Es
como si todo fuera a cámara lenta y comienzo a notarme
débil. Las piernas no me sostienen y me siento de golpe.
Noto cómo dejo de oír y el silencio irrumpe en mi cabeza y
por una décima de segundo sé lo que va a pasar a
continuación.

El bosque está en su mayor esplendor, las hierbas crecen


altas y me llegan hasta la cintura. Intento correr a través de
ellas, pero es imposible, tropiezo y caigo hundiéndome en
ellas. Quedo tumbada boca arriba y respiro hondo el rico
aroma que me llega de las flores silvestres. Suaves rayos de
sol acarician mi cara a través de las ramas de los árboles y
estoy pletórica, no me importa nada, me siento muy bien y
no quiero moverme de aquí. Oigo algunas voces... no sé
quién habla, son muy lejanas, no entiendo lo que me dicen.
¡Dejadme, por favor! Pero el bosque se desvanece a mi
alrededor.
–¡Alba!
–Dejad espacio para que respire.
Un pitido en mis oídos hace que abra los ojos. Veo varios
rostros a mi alrededor mirándome... cierro los ojos y
empiezo a coordinar poco a poco mis pensamientos. Estoy
tirada en el suelo, noto las baldosas bajo mi cuerpo, alguien
sujeta mis piernas en alto. ¡No, Dios! He debido perder el
conocimiento.
–Parece que ya vuelve... ¡Alba! Mírame...
Oigo la voz nerviosa de mi hermana. A duras penas
vuelvo a abrir los ojos. El primer rostro que veo es el de
Mauro, tiene la cara desencajada y hasta el bronceado ha
abandonado su rostro. Está justo delante de mí, a mi
derecha Jesús sujeta algo húmedo y fresco sobre mi frente y
me sonríe aliviado. Detrás de Mauro puedo reconocer a
Alejandro sujetando mis pies con ambas manos en mis
tobillos y apoyándolos en su cintura. Él también me sonríe.
Una brisa fresca me llega al rostro. A mi izquierda mi
hermana me abanica con unos folios.
–Tranquila, te has desmayado.
Su voz me devuelve aún más a la realidad e intento
incorporarme.
–¡No! No te levantes todavía.
Mauro me habla resolutivo ordenando como siempre. Ha
puesto sus manos en mis hombros para evitar que me
levante.
–Aquí está el agua.
Es la voz de Sandra. Jesús coge el vaso y poniendo una
mano en mi nuca me ayuda a beber unos sorbos.
–¿Te encuentras mejor? –me pregunta depositando mi
cabeza con cuidado de nuevo en el suelo.
–Creo que sí.
Mi voz suena metálica y apagada. Todos ríen a mi
alrededor.
–Sandra, ¿has llamado al médico?
Mauro no se mueve de mi lado.
–Sí. Le he dicho que se traiga un buggy para llevarla a la
habitación.
–Perfecto.
Me mira nervioso a la vez que acaricia mis brazos e
intenta sonreír, pero no le sale.
–Enseguida está aquí el médico.
–¿Puedes incorporarte?
Mi hermana deja de abanicarme.
–Lo intento –le digo sin mucha convicción ya que me
siento muy débil.
–Creo que la estamos agobiando.
Jesús con su brazo empuja a Mauro hacia atrás y su cara
se descompone de inmediato, pero no dice nada y se aparta
sigilosamente sin quitarme ojo. Mi hermana y Jesús me
ayudan a sentarme en el suelo. Parece que todo va bien.
Alejandro, que ha soltado mis pies, se acerca a Mauro y
hablan entre ellos. El sonido de un motor hace que todos se
giren.
–Ya está aquí el médico, apartaros, por favor.
Mauro hace que todos se separen de mí y esta vez Jesús
lo mira fijamente, pero también se calla y obedece
dejándole paso. No sé por qué, pero aquí pasa algo... solo
que ahora no puedo pensar con claridad. Mi hermana, que
no se ha apartado de mi lado, le cuenta al médico
brevemente lo que ha pasado. Por lo visto después de
sentarme en el banco le he dicho a mi hermana que me
mareaba, de eso yo no me acuerdo y ha conseguido
sujetarme lo suficiente para que no me golpeara contra el
suelo. Después de explorarme y tomarme la tensión,
sentencia que estoy bien, que ha sido una bajada de
tensión. Así que consigo levantarme con ayuda de Jesús y
de Rubén que me acomodan en el asiento del buggy. Estoy
deseando acostarme y dormir. Tengo mucho sueño. Antes
de girar en el buggy en dirección a la habitación puedo ver
a Mauro con los hombros caídos mirándome con
preocupación. Es como si las cosas no hubieran salido como
él esperaba.
El buggy lo conduce Jesús y detrás se monta mi hermana.
En un momento estoy en la cama de mi habitación y lo
último que escucho es a Jesús hablar con mi hermana.
–Voy a dejar el buggy en recepción y a cogerme una
habitación en el hotel.
–No te preocupes, me quedo con ella.
–No tardaré, enseguida vengo.

–Hola, hija...
Mi madre está junto a mi cama. Debe de ser de noche
porque la única luz que hay encendida es la de la mesilla.
–¡Mamá! ¿Qué haces aquí? ¿Qué hora es?
–Hija, menudo susto me he llevado.
Al momento los recuerdos llegan a mi mente. ¡Puf! Odio
ser el centro de atención, pero lo he conseguido con creces.
–¿Cómo te encuentras?
Mi madre habla bajito y es que María está durmiendo
plácidamente en su cama. Me incorporo apoyándome en los
codos.
–Mucho mejor. De verdad. Siento haberte asustado.
–No seas tonta.
Ella se inclina para abrazarme.
–Lo importante es que no ha sido nada.
–¿Qué hora es?
–Son las...
Se acerca el reloj de pulsera para ver mejor debido a la
poca luz.
–Las tres y cuarto. Llevas siete horas dormida.
–Madre mía... pues no tengo nada de sueño.
–Pues vas a tener que dormir un poco más para estar
bien del todo mañana y poder atender a todos tus
admiradores... que no son pocos.
La mirada pícara de mi madre me da miedo. Mucho
miedo...
–Han venido a verte tres chicos.
–¿Qué?
Mi madre me chista para que baje la voz.
–Uno es el chico de recepción, el que se llama como el
hotel.
¿Mauro ha estado aquí preguntando por mí? No me lo
puedo creer.
–He hablado con él y parece un chico muy entregado y
educado.
Mi cara cambia completamente.
–¿Has hablado con él?
–Sí. Y también con un tal Jesús. Me ha dicho tu hermana
que es piloto.
Recordatorio, matar a mi hermana cuando se despierte, a
saber cuántas cosas más le ha contado.
–Parece un buen chico, muy maduro.
–¿Y cómo sabes que tus conclusiones son reales?
–Bueno... realmente no son conclusiones, más bien son
impresiones. Evidentemente tendría que conocerlos mejor.
También Alejandro.
Creo que voy a volver a desmayarme como siga
escuchando a mi madre. ¿También Alejandro?
–Es muy simpático, eso se ve a la primera, pero tiene
algo que no sé… tendría que conocerle algo más… parece
muy tímido.
–Tranquila, es solo un amigo muy simpático –recalco.
–Parece que has hecho muchos amigos en poco tiempo y
yo que pensaba que te estabas aburriendo... pero ahora
tienes que descansar. Ya hablaremos de ellos cuando estés
mejor. Me voy, tu padre está solo en la habitación.
Se levanta para irse, pero se detiene.
–Aunque debe estar dormido como un cesto. Así son los
hombres, hija. Que descanses y hasta mañana.
–Hasta mañana, mamá.
Ella me da un beso en la frente y sale de la habitación. En
cuanto la puerta está cerrada me levanto de la cama y voy
al baño, no tengo nada de sueño. Me lavo la cara y el espejo
me devuelve mi rostro mojado y despejado. Me seco y salgo
del baño. Cojo mi móvil y haciendo el mínimo ruido posible
salgo a la terraza. Lo desbloqueo y tengo un mensaje. ¡Es
de Fer!

Que habrás hecho para caerte redonda... no lo quiero


ni pensar. Cuídate por favor te quiero sana y salva. 23:25

No espero ni un momento para contestarle.

3:27 Ya sabes que no soporto estar lejos de ti, ja ja ja.


Ya me encuentro mejor, gracias. Nos vemos pronto.

Mientras escribo recibo un segundo mensaje. Y lo abro


rápidamente.

No puedo dormir y más sabiendo lo cerca que estás.


Espero verte mañana al cien por cien. Un beso. 3:27

Es de Jesús. ¿Estará todavía en el hotel? Quizás se haya


quedado con Rubén.

3:28 Estoy despierta y con las pilas cargadas.


¿Dónde estás?

Espero.
¿Qué haces que no estas descansando? Estoy en el
hotel así que puedo acercarme y darte dos sonoros
azotes en el culo. 3:30

Ja, me da la risa. Aunque pensándolo bien es muy capaz.


Antes de poder contestarle recibo otro mensaje suyo.
He cogido una habitación en el hotel,
quería estar cerca. 3:30

Vayaaa, qué sorpresa.

3:31 Dime el número de tu habitación que


me acerco.

¿Estás loca? Ni hablar. 3:32

Bueno, va a ser difícil convencerlo. Unos toques suaves


en la puerta hacen que me levante de un respingo
acercándome al marco de la puerta de entrada a la
habitación.
–¿Sí?
Logro decir pegando mis labios a la puerta. No quiero
despertar a María.
–Servicio de habitaciones.
Abro lentamente la puerta y ahí está Jesús con las manos
en los bolsillos y una sonrisa de oreja a oreja en la boca.
Lleva puestos unos pantalones cortos negros de deporte y
una camiseta blanca. No me lo puedo creer.
–¿Cuánto tiempo llevas detrás de la puerta?
Él da un paso más hacia mí y se queda justo debajo del
arco.
–Estaba dando un paseo por la playa, no podía dormir. En
cuanto me has contestado he venido hacia aquí... y, debo
decir que no deberías estar despierta y menos querer ir por
ahí a las tres de la mañana.
Lo único que me sale es una sonrisa, no puedo objetar
nada porque tiene razón.
–Así que he venido para hacer un servicio de taxi.
Me coge en brazos como si fuera una pluma y cierra la
puerta.
–Bueno, por lo menos voy a saber el número de tu
habitación.
Él suelta una carcajada que suena demasiado fuerte en el
silencio mientras cruzamos la zona de las piscinas justo al
edificio de enfrente. Entramos y subimos un piso hasta la
habitación 315. Abre la puerta y me deja sobre la cama
desecha. Se mete en el baño y oigo cómo abre el grifo del
jacuzzi.
–Necesitas un baño relajante –me dice cuando sale.
Se saca la camiseta por la cabeza tirando de ella desde la
espalda, se quita las chanclas y se baja los pantalones para
tirarlos sobre una silla. Solo lleva unos slips muy ajustados
blancos, lo que no puede ser de otro modo claro. Se acerca
y vuelve a cogerme en brazos mientras acerca su boca a mi
cuello haciéndome cosquillas. Me deja sobre las baldosas
del baño. Esto es justo lo que necesito para reponerme del
todo y Jesús siempre está dispuesto para dármelo. Siempre
sabe qué necesito y cuándo y eso me sorprende cada vez
más.
Deja un camino de besos a lo largo de mi cuello hasta el
hombro y mi cuerpo comienza a responder al estímulo con
un cosquilleo que nace en mi bajo vientre. Desliza sus
manos por mis costados siguiendo la curva de mi cintura
hasta las caderas. Localiza el comienzo de mis pantalones
cortos, tira del lazo que los sujeta deshaciéndolo y caen
hasta mis pies. El cosquilleo aumenta y mi respiración
también. Ahora sube su boca rozando sus labios con la piel
de mi cuello hasta pegarse a mi boca y un beso largo y
hambriento me devora los labios. Respondo a su ansia
besándolo y juntando mi lengua a la suya en un baile
delicioso. El baño se llena de vaho del agua del jacuzzi y
empiezo a tener calor. Se separa un momento y me mira a
los ojos.
–Quítate la camiseta.
¡Está juguetón! No quiere hacerlo él mismo. Da un paso
hacia atrás como queriendo ver el espectáculo con una
mejor perspectiva. Una punzada de timidez me fulmina por
un segundo. Sé que le gusta jugar a intimidarme, así que
intento hacerlo de la manera más natural posible. Cruzo mis
brazos y cojo el borde de la camiseta para subirla hacia
arriba hasta pasarla por la cabeza y me quedo desnuda de
cintura para arriba. Él me mira devorándome por fuera y por
dentro y aquí está, la electricidad de nuevo... creía haberla
perdido, pero no. Me quema de arriba abajo.
–Eres una diosa.
Se acerca sin apartar sus ojos de mí y sus manos se
posan en mis pechos colmándolos, los toca suavemente y
sus pulgares encuentran mis pezones y los aprieta bajo sus
yemas. Mi cara queda junto a su cuello e inspiro su olor.
Huele muy bien como siempre, huele a limpio y fresco,
como una noche de finales de verano y no puedo reprimir
besar su cuello pasando la punta de mi lengua hasta su
oreja y noto cómo se estremece. Sus manos acarician mi
espalda abrazándome fuertemente junto a él y comienzan a
bajar...
–¿Sigues con el periodo? –susurra a mi oído.
–Me temo que sí.
–Bien...
¡Bien! ¡Le parece bien! Continúa deslizando sus manos
por mi espalda hasta mi culo y lo aprieta con ambas manos
mientras ronronea lentamente a la vez que me besa y un
ardor en mi entrepierna se abre paso en mi interior y
necesito tenerle dentro, muy dentro. Alzo mis caderas y me
aprieto a su miembro duro como una roca, pero a la vez
cálido. Él reacciona respirando más rápido. Entrelaza sus
dedos con mi tanga separándolo y suavemente busca el
cordón del tampón. No puedo reprimir una risa nerviosa.
Nunca me acostumbraré a esta sensación. Lo encuentra y
tira deslizándolo poco a poco. Noto cómo se abre paso
dentro de mi cuerpo hasta fuera y sin la menor prisa lo deja
en el lavabo. A continuación, tira del tanga hacia abajo
arrodillándose a mis pies. Salto fuera y lo tira hacia atrás
con una sonrisa que me derrite. Veo cómo el tanga que
hace unos segundos estaba colocado en mi cuerpo vuela
por el aire en una parábola y sale por la puerta del baño
perdiéndolo de vista.
–No le tendrás mucho cariño, ¿no?
Sigue con esa sonrisa pícara de niño malo, que me
encanta.
–La verdad es que no. ¿Y tú? –le pregunto siguiéndole la
broma.
–Ningún cariño, me gustas mucho más así, nena. Y
ahora...
Se incorpora a mi lado.
–Adentro.
Toca el agua.
–Perfecta.
Cierra el grifo y aprieta el botón de las burbujas que
comienzan a danzar de aquí para allá. Me coge la mano, se
la lleva a la boca y me la besa.
–Signorina.
Me ayuda a entrar en el jacuzzi y me acomodo a un lado
sumergiéndome hasta el cuello.
–Ahora relájate y disfruta.
Esto se está poniendo muy interesante. Él se toma su
tiempo, se pasa la mano por el flequillo colocándose el pelo
y se rasca la barba que siempre tiene el aspecto de tres
días. A continuación, posa su mano derecha en su paquete y
se acaricia lentamente arriba y abajo disfrutando del
momento. ¡Madre mía! La mandíbula se me cae dejándome
la boca abierta. Me revuelvo deseosa entre las burbujas.
–Si sigues así, vas a hacer que me desmaye otra vez.
–Y eso que no has visto nada –me suelta y se queda tan
pancho.
Mete sus pulgares dentro del elástico de su slip y se lo
baja hacia abajo liberando su espléndida erección. Y tiene
razón, esto sí que es para desmayarse. Levanto mis brazos
hacia él para que entre y así lo hace. Se coloca de rodillas
separándome las piernas y me siento expuesta a él bajo el
agua burbujeante y la sensación es total. No retira su
mirada verde de mí ni un segundo. Busca mi mano derecha
bajo el agua y me la acaricia suavemente guiándomela
hacia mi sexo.
–Tócate para mí. Quiero ver cómo lo haces.
Tengo un primer momento de confusión. Nunca nadie me
ha pedido algo así, pero estoy tan relajada que me dejo
llevar sin pensar en nada. Comienzo a hacer círculos sobre
mi clítoris suavemente. Cierro los ojos e inclino mi cabeza
hacia atrás intentando no pensar que me está mirando y me
relajo poco a poco. Me concentro en la creciente sensación
que me produce. Un calor me llena la entrepierna y mi boca
se entreabre dejando escapar un gemido. Al momento noto
cómo introduce dos dedos en mi interior y mis caderas
comienzan a moverse reaccionando de inmediato y
comienzo a respirar rápido. Él los mueve rítmicamente
siguiendo mis movimientos y noto cómo una ola crece
dentro de mi cuerpo haciéndose cada vez más intensa. No
me queda mucho para llegar al orgasmo lo noto, gimo una y
otra vez.
–¡Hazme el amor! –le grito y me sorprende mi propia voz,
es como si yo no lo hubiera dicho.
Su rápida respiración se corta un segundo.
–Aún no, córrete para mí, nena.
Su ritmo dentro de mí aumenta. Dentro fuera, dentro
fuera y no puedo resistirlo. La ola crece, crece y crece hasta
estallarme dentro con varias sacudidas tensándome la
espalda y las piernas. Varios calambres de placer recorren
mi cuerpo relajándolo poco a poco. Ha sido genial. Abro mis
ojos y ahí está, muy cerca de mi cara inclinado casi sobre
mí, pero sin rozarme. Sus ojos de un verde más claro brillan
como nunca.
–Gracias, nena –me dice mientras saca sus dedos de mi
interior.
Me abraza pegándose mucho y me besa los labios
deseosos de más.
–Aún no he terminado contigo –me dice entre beso y
beso.
–Yo sí que no he terminado contigo –le replico–. No me
has dado opción.
–Tendrás tu momento, te lo garantizo.
Comienza a acariciarme los brazos relajados, el vientre y
las caderas, me sorprendo al instante de cómo mi cuerpo
reacciona tan rápido a sus caricias. ¡Es increíble! Noto que
estoy lista de nuevo. Le devuelvo los besos con fuerza.
–Para, para. Tranquila, no sabía que tenías una loba
dentro de ese cuerpo de diosa.
–Déjate de palabrerías...
Le beso los ojos, la boca, la nariz...
–Está bien, tú lo has querido.
Me coge por la cintura y me coloca en el borde del jacuzzi
como si fuera una muñeca.
–Abre las piernas.
Las abro lentamente y él acerca su cara a mi sexo.
–No, no es justo –me quejo.
–Tienes que ponerte a tono, nena, porque te puedo
asegurar que voy a estallar de un momento a otro.
Noto su aliento cálido en mi sexo expuesto cuando habla
y automáticamente agarro su cabeza dándole luz verde.
Acerca sus labios a mi clítoris y lo chupa suavemente y no
puedo reprimir un suspiro, pero lejos de continuar, pasa su
lengua apretada por mis labios como si chupara una piruleta
y una oleada de impulsos me inunda. No puedo más,
necesito tenerlo dentro de mí, así que tiro de su pelo
fuertemente para que pare. Se queda mirándome con la
boca abierta.
–Para o te quedarás sin premio.
Sin protestar se sienta en la otra esquina, en el borde del
jacuzzi. Me acerco a él lentamente atravesando las nubes
de burbujas y cuando me aproximo para colocarme a
horcajadas sobre él me para.
–Así no, date la vuelta y siéntate con cuidado.
Demuéstrame lo que sabes.
¡Guau! Este es mi momento... voy a darlo todo. Hago lo
que me dice, me vuelvo dándole la espalda y comienzo a
sentarme doblando la espalda.
–¡Dios, Alba!
Con una mano me agarra la cintura y con la otra agarra
su miembro para guiarlo hacia mí. Me inclino hasta que noto
la punta de su pene en mi sexo. A partir de ahí, bajo
despacio notando cómo me penetra lentamente hasta que
me noto llena y completa. Escucho el ronroneo de su
garganta que desemboca en un largo ¡oooh! Y sé que le
gusta. Sus manos buscan mis pechos y los coge con cariño,
con tanto cuidado que me impresiona. Me da miedo
moverme porque los dos estamos al borde del abismo y no
quiero que este momento termine, así que muevo mi cadera
despacio haciendo círculos sin entrar ni salir, solo círculos y
el ¡oooh! de antes se repite. Una mano baja hasta mi clítoris
y empieza a acariciarlo lentamente torturándome y noto
cómo mis ingles y mis piernas se tensan, empiezo a subir y
bajar. Él empieza a acariciarme más deprisa, a su ritmo, lo
que me enciende a pesar de querer ir más despacio.
–¡Oh, Alba! Dámelo. ¡Vamos! –grita.
Es escuchar sus palabras y comienzo a cabalgar con
fuerza arqueando mi espalda, noto sus manos atareadas
una en un pecho, la otra implacable en mi clítoris y me
siento especial, puedo sentir el dominio que ejerzo sobre su
cuerpo dándole placer a la vez que siento crecer el mío. El
ritmo se acelera y jadeo sin parar. Él toma parte activa y
comienza a moverse debajo de mí embistiéndome más
fuerte una, dos, tres, cuatro veces más, hasta que grita y yo
junto a él. Los esperados calambres del orgasmo en mi
vagina me emborrachan y acabo derrumbándome encima
de Jesús. Noto cómo se deja caer poco a poco deslizándose
dentro del jacuzzi. Nos quedamos sentados rodeados de
burbujas meciéndonos. Aún él está dentro de mí y me
abraza. Me rodea con sus brazos cálidos, suaves,
apretándome lo justo para hacerme sentir protegida y
agradecida a la vez. Me quedaría así eternamente.
–No sé por qué, pero esto me es tremendamente
familiar...
La voz de Jesús me devuelve a la realidad y recuerdo
perfectamente a qué se refiere. A nuestra primera vez en la
playa cuando me quedé dormida encima de él. Me retiro de
su lado sin ganas y me sumerjo junto a él.
–Lo siento –musito avergonzada.
–Creo que va a acabar siendo una costumbre.
Y me sonríe mientras me acaricia el pelo.
–Deberíamos ir a la cama. Tienes que descansar.
Me besa en la mejilla y el cuello.
–De acuerdo.
–Te dejo el baño para ti solita. No tardes, te estaré
esperando despierto en la cama.
Toca con su dedo índice la punta de mi nariz y se levanta
enrollándose una toalla alrededor de su cintura.
Cuando sale cierra la puerta sin hacer ruido y un suspiro
se me escapa del pecho. Apago el jacuzzi y salgo con una
toalla alrededor del cuerpo secándome rápidamente. Me
visto con lo que ha quedado en el baño, es decir la camiseta
y los pantalones cortos. Me recojo el pelo en una coleta y
salgo fuera.
Jesús está sentado en la cama apoyando la espalda en el
cabecero de color tostado y las piernas cruzadas. Se ha
puesto sus pantalones negros y garabatea en un trozo de
papel.
Me acerco intrigada. Está escribiendo.
–Es la letra de una canción. Me has inspirado.
–No sabía que fueras compositor.
–Hay muchas cosas que no sabes de mí.
Sigue escribiendo y la frase se me atraganta. Para un
momento y me mira levantando la ceja.
–También hay muchas cosas que conoces de mí. Vamos,
no te enfades, no iba con mala intención. Era solamente una
reflexión.
–No me enfado, es solo... que tienes razón.
–Nunca se llega a conocer a alguien del todo. Porque
todos tenemos una parte oculta que a lo mejor nunca llega
a aflorar a la superficie.
–¿También eres psicólogo?
Jesús se carcajea.
–No, pero casi. Se podría decir que no tengo título, pero sí
experiencia.
–La verdad es que siempre estás ahí y sabes qué es lo
que necesito. ¿Cómo lo haces?
–Tengo mucha empatía. Y ahora sé que necesitas ir a tu
habitación y descansar.
–¿En qué te basas?
–En dos cosas muy sencillas. Una, no quieres preocupar a
nadie, así que mañana estarás en tu cama cuando
despiertes y dos, un poco escatológica, necesitas un
tampón.
La verdad es que ha dado en el clavo y me cuesta
reconocerlo.
–Sí, pero antes de irme, necesito que me cuentes algo.
Deja el papel y el boli en la mesilla y se acerca a mí
pasándome el brazo por la cintura.
–Quiero que me cuentes qué ha pasado esta tarde.
–¿Que me has pegado un gran susto?
–Me refiero a ti y a Mauro.
–Simplemente es un tío que no conozco. Sé que tiene
mucho que ver contigo y si no recuerdo mal estoy
contestando tus preguntas y tú aún no has contestado las
mías. Recuerda que tenemos una conversación pendiente.
Bueno, creo que no voy a sacar mucho esta noche.
–¿No te vale con la respuesta que te he dado esta tarde?
–Creo que ni tú misma sabes la respuesta, Alba.
Le miro a los ojos, son sinceros y tiene razón. ¿Cómo
puede saber tanto de mí, de mis sentimientos? Se me debe
de notar mucho. Debo parecer una loca que va por ahí
corriendo con un cartel en la frente donde se puede leer
“me muero por los huesitos de Mauro”. ¡Arrrg! ¡Qué pena
doy!
–¿Y qué más crees?
–No sé. Dímelo tú.
Mi cara es un poema, ¿qué quiere que le diga?
–No digas nada.
Otra vez me lee el pensamiento.
–Solo quiero que te lo pases bien y si cada vez que
aparece ese tío vas a estar llorando por los rincones,
entonces aquí hay un problema.
–No lloro por los rincones...
No escucha lo que le he dicho.
–Deberías arreglarlo lo antes posible y para eso lo
primero es que decidas, si quieres cerrar ese capítulo o
mantenerlo abierto. Y una vez que lo sepas y estés segura,
hablar con él y hacer exactamente lo que hayas decidido
hacer. Yo, por mi parte, continúo con mi promesa y este
consejo es parte de esa promesa que te hice en la playa el
otro día.
Me habla como si estuviera en una reunión de trabajo,
seguro y firme. ¿Será por eso por lo que estoy donde estoy,
porque no sé tomar decisiones firmes en mi vida? No la
controlo, ¿es eso? No, no es eso. Es muy fácil decirlo cuando
no te afecta, cuando se ve desde la barrera. Realmente ya
he tomado mi decisión, si no, no estaría aquí y ahora, pero
no puedo evitar sentir lo que siento cuando lo veo.
–Debes tener un concepto muy extraño de mí. Me atrae
un hombre... pero me acuesto con otro.
Noto cómo la ira me corre por las venas y estoy a punto
de descontrolarme.
–No, Alba, no te juzgo, ni mucho menos. Jamás he
pensado eso de ti. Soy el menos indicado, te lo aseguro.
Sigo alterada, pero sus últimas palabras resuenan en mi
mente.
–Sé lo que digo.
Me coge las manos entre las suyas.
–¿Por qué?
–He hecho muchas gilipolleces en la vida.
Suelto una gran carcajada.
–¿De qué te ríes?
–De lo que acabas de decir.
–Sí... cada vez que lo digo la gente se troncha de risa.
Está extrañado por mi reacción. Y es que no lo he podido
evitar, estaba tan enojada que al oírle me ha salido solo. La
verdad es que la risa me ha sentado bien y ahora estoy más
relajada.
–No pienso hacer nada. El amor, como el desamor son
sentimientos que van despacio. Hay que dejarlos que
crezcan o desaparezcan solos, con el tiempo.
Me acaricia el dorso de las manos con sus pulgares
concentrándose en el movimiento.
–Si es eso lo que quieres... estaré aquí para ayudarte.
Sigue mirando nuestras manos entrelazadas y cojo su
barbilla obligándole a sostenerme la mirada. Tiene unos ojos
muy bonitos. Y me doy cuenta de que es el típico hombre
del que te puedes ir enamorando poco a poco.
–Gracias.
Y acerco mi boca a la suya despacio recreándome en el
momento.
–Mmm, tienes unos labios increíbles, ¿lo sabías?
Su boca se despega el tiempo imprescindible para hablar
y vuelve ansiosa a mí. Finalmente, el beso termina y nos
quedamos abrazados.
–¿Nos queda alguna pregunta más en el tintero? –me
pregunta y respiro hondo.
–Tengo una. ¿Qué te ha pasado esta tarde con Alejandro?
–¿Con Álex? No me pasa nada con Álex.
–Habéis estado toda la tarde picándoos.
–¡Ah! ¿Eso? Nosotros siempre estamos así. Es una broma
continua, llevamos mucho tiempo con ella.
–Eso me había parecido, pero… no estaba segura...
–Cuanto más serios hagamos las bromas y más se las
crean los demás, el pique es mayor. Pero creo que deberías
dormir, así que...
Me coge en brazos de nuevo.
–Nos vamos por donde hemos venido.
–Puedo caminar… –digo sonriendo.
Jesús me mira extrañado, pero me deja en el suelo y en
un suspiro cruzamos los jardines hasta que nos
encontramos frente a la puerta de mi habitación.
–Creo que hoy has conocido a mi madre.
–Pues sí, cierto.
–¿Y de qué habéis hablado?
–Dios, Alba, no vas a dejar que me vaya a dormir,
¿verdad?
–No tengo sueño...
–Está bien...
Me coge de nuevo de la mano y me lleva hacia la piscina,
donde nos sentamos en una hamaca.
–Tienes una madre muy interesante. He estado hablando
con ella unos diez minutos. Tampoco ha sido mucho tiempo,
pero sí el suficiente para darme cuenta de que es una mujer
atractiva que en su juventud debía arrasar con los hombres.
Es más, seguro que lo sigue haciendo. Que se preocupa
mucho por vosotras dos. Casi diría que, en exceso, pero
claro, para una madre todo es poco. Se interesa por todo lo
que os pasa y no quiere perderse nada. Deberías hablar
más con ella.
¿Quería saber? ¡Pues ya sé! ¡Madre mía, qué exposición!
Debería recordar que Jesús es demasiado sincero antes de
preguntarle algo.
–En primer lugar, que sepas que a las hijas no nos gusta
escuchar que nuestra madre es atractiva, es decir, a ver
cómo lo explico. Si dices que es guapa, vale, pero atractiva
tiene otra connotación. Para los hijos, las madres son
madres, no mujeres atractivas. Y, en segundo lugar, ¿por
qué dices que debo hablar más con ella? Yo hablo con ella.
–Sí, pero no lo suficiente. Lo sé porque me estuvo
preguntando cosas que se dan por hecho que ella debería
saber por ti y no por mí.
–¡Dios!
Me pongo la mano en la cara tapándome la boca con cara
de circunstancia.
–¿Le has contado lo de Mauro? –me pregunta levantando
las cejas.
Sin quitarme la mano de la boca le contesto que no.
–Ahí lo tienes. Hay muchas cosas que no sabe y eso le
crea incertidumbre.
Miro el azul brillante de la piscina iluminada en la noche y
me pongo a pensar como me sentiría yo en su lugar.
–Creo que hay cosas que nunca deben compartirse con
los padres, eso es todo –resuelvo.
Jesús se rasca la corta barba del lateral de su cara
pensativo.
–Bueno, eso depende de cada hijo. Los hay que
comparten todo y los que no comparten nada.
–Lo hago para no preocuparla, solo por eso. ¿Qué es
exactamente lo que te preguntó?
Jesús bosteza y se tumba con las manos cruzadas bajo su
nuca. La camiseta se le sube y puedo verle el ombligo y la
línea de vello que nace en él y empiezo a ponerme un
poquito nerviosa.
–Bueno, me preguntó de qué te conocía.
–Eso es normal.
–Sí, puede que sí... pero cuando a continuación te
pregunta si salimos juntos... la cosa cambia, ¿no?
¡Esta madre mía! Voy a tener que hablar con ella... ¡No, si
al final va a tener razón Jesús!
–¿Y qué le dijiste?
Esto se empieza a poner interesante...
–Le dije textualmente que sí, que salimos juntos, que eras
una chica impresionante y que nos habíamos caído muy
bien.
–¡Jesús! No te lo ha preguntado en el sentido estricto de
la palabra. Seguramente querría saber si somos pareja.
–¿Y lo somos?
Jesús se ha sentado de nuevo justo delante de mí con mis
piernas dentro, entre la suyas. Me mira muy atento con el
rostro totalmente opaco sin transmitir ninguna expresión.
¿Por qué tira de nuevo la pelota a mi tejado? A mí también
me interesa saber su opinión y mucho, por cierto. Ahora no
sé qué contestar.
–Creo que...
Estoy hecha un lío. No quiero equivocarme.
–... que estamos en ello.
Jesús termina la frase por mí y por fin sonríe
mostrándome su atractiva sonrisa.
–Que estamos en ello… –repito intentando auto
convencerme.
Me acaricia las rodillas subiendo hasta los muslos y mi
cuerpo reacciona y se me pone la carne de gallina. Él sigue
sonriendo, es como si no pudiera dejar de hacerlo.
–¿Un baño a la luz de la luna?
Miro hacia la piscina vacía y silenciosa.
–Creo que no.
–¿Estás segura?
–Muy segura.
Se pone de pie y mi cara queda justo delante de su pelvis
y me entran unas ganas de morderle justo ahí... que tengo
que reprimirme y pensar en otra cosa.
–Pues yo creo...
Se baja los pantalones.
–… que sí te vas a bañar.
–No, no me voy a bañar, Jesús.
Mi voz suena segura pese a tener ante mis ojos su
abultado slip blanco y esa línea de bello que me hipnotiza.
–Mi método dice, Alba, te vas a bañar aquí y ahora
conmigo, y no falla.
Intenta cogerme por las axilas, pero me hago un ovillo en
la hamaca.
–Por favor, Jesús…
Le suplico y parece que hace efecto porque me suelta.
Rodea la hamaca dándome la espalda se quita el slip
quedándose desnudo y ofreciéndome una de las mejores
panorámicas del verano. Lástima no haber tenido el móvil
para hacerle una foto, porque tiene un culo muy redondito y
bien puesto. Inmediatamente la imagen de Mauro desnudo
delante de mí me viene a la cabeza y no puedo evitar hacer
comparaciones. La verdad es que, de espaldas, ambos
cuerpos se parecen bastante, quitando que Mauro es un
poco más alto y tiene la espalda un poco más ancha. Parece
que este es mi verano de la suerte... los hombres se
desnudan delante de mí sin problemas... y este
pensamiento me hace sonreír.
Jesús da dos zancadas y se zambulle de cabeza en la
piscina trazando un elegante arco en el aire. Cuando sale a
la superficie gira su cabeza fuertemente hacia un lado para
que el flequillo se le eche hacia atrás y un montón de gotas
saltan a su alrededor. Se queda flotando unos segundos en
el mismo lugar y sé que se le está ocurriendo algo, algo que
tiene que ver conmigo. Pega cinco brazadas en mi dirección
hasta llegar al borde de la piscina, asoma los brazos
apoyándose y saca la cabeza.
–Está buena...
Una punzada de envidia me invade. Se le ve tan libre, sin
complejos, sin ataduras, haciendo lo que le apetece cuando
le apetece siendo él mismo, genuino, fiel a sus ideas y
valores, que me veo pequeña a su lado y siento que me
estoy perdiendo un montón de cosas por seguir las normas
establecidas, por el qué dirán y qué sé yo cuantas
estupideces más. Y me encantaría ser como él... un espíritu
libre. Pero me quedo atenazada en mi hamaca dentro de mi
pequeño círculo de seguridad. Jesús apoya sus manos en el
borde de la piscina y con un suave movimiento levanta su
cuerpo para salir y es como si fuera un anuncio a cámara
lenta. Veo sus brazos tensando sus músculos, su torso
marcado y sus abdominales surgir del agua y soy capaz de
ver el movimiento de todas y cada una de las gotas que
resbalan y saltan por su cuerpo. Saca una pierna poniendo
el pie en el bordillo y de un rápido movimiento todo su
esplendor se muestra ante mis incrédulos ojos. Pese a que
acaba de salir del agua, está claro que se alegra de verme.
Da dos pasos seguros hacia la hamaca colocándose el pelo
con ambas manos y sin dejarme reaccionar, cosa poco
probable después de ver lo visto. Se tira encima de mí,
mojándome por completo.
–¡Quita! ¡Me has empapado!
–Chisss, no grites o despertarás a todo el mundo.
Automáticamente veo en mi mente a gente asomándose
y viendo a un tipo desnudo encima de una chica que grita.
Parece poco apetecible. Así que me callo y dejo de forcejear.
–Buena chica... y ahora al agua.
Se sienta a horcajadas encima de mis caderas, me quita
la camiseta rápidamente a lo cual no ofrezco resistencia. Se
levanta y me quita los pantalones para una vez desnuda
cogerme en brazos, deshacer el camino hasta el borde de la
piscina y saltar dentro agarrándome fuertemente.
Cuando salimos a la superficie, Jesús pone su dedo índice
delante de sus labios indicándome silencio. Con el mismo
dedo me señala una isla con forma de “C” en un lateral de
la piscina. Nadamos sin hacer ruido hasta la isla llena de
vegetación y palmeras. Nos colamos en la curva interior de
la “C” miro a mi alrededor y la verdad es que estamos
bastante ocultos, salvo por un lado claro. Cuando me fijo en
Jesús está hundido con el agua hasta los labios y con una
mirada desatada en los ojos.
–¿Te atreves o tienes miedo de que nos pillen?
Solo me importaría si nos pillara Mauro. ¿O no?... así
tomaría un poquito de su propia medicina. Me acerco y me
agarro a su cuello. Él me rodea con sus brazos la cintura.
–¡Ojalá nos pillen! –le susurro al oído.
–Eso depende de la pasión que le pongas.
Paso mi mano por su flequillo y se lo coloco hacia atrás.
Con la frente despejada y el pelo mojado, me recuerda a su
foto de piloto. Cojo su cara entre mis manos y él cierra los
ojos esperando. Antes de besarlo, le miro detenidamente,
cada vez me gusta más su cara. Es muy atractivo, sus
fuertes cejas, su nariz recta, sus labios carnosos, su
mandíbula marcada y su pelo rebelde y moreno. El tono
canela de su piel y sobre todo sus ojos me hechizan. Y
empiezo a creer que puede ser. Puede ser que este hombre
lo consiga. De hecho, creo que Jesús puede conseguir
cualquier cosa que se proponga y su propósito soy yo.
Me acerco a sus labios tan lento que se me hace
interminable incluso a mí misma hasta que rozo la suave
piel de su boca. No se mueve, pero empieza a respirar más
profundo. Muevo mi boca rozando sus labios de un lado a
otro, haciéndole cosquillas hasta que me pego un poco más
fuerte casando mis labios con los suyos y este simple
movimiento hace que Jesús se desate. Sus manos rodean
mis glúteos y de un rápido movimiento alza mis piernas por
los muslos penetrándome sin miramientos y un grito sale de
mi garganta. Enrosco mis piernas a su cuerpo. Ahora me
besa sin parar, con sed, muerde dulcemente mis labios con
hambre, y sus manos repasan mis senos, mi vientre y
espalda con ansia. Respiramos a la vez entrecortadamente,
agarra mis caderas marcándome un rápido vaivén sobre su
erección y el placer que siento es tan grande que sé que
voy a tener un orgasmo impresionante. Me agarro a los
músculos de su espalda tensos y fuertes. Jesús empieza a
empujar con más fuerza. Su duro miembro entra y sale
llenándome por completo. Empiezo a jadear más alto como
si solo estuviéramos él y yo en el mundo. Intento mover mis
caderas acompasándome a su ritmo letal, pero tengo poca
libertad de movimientos. Jesús se une a mis gemidos y le da
otra vuelta de tuerca a sus embestidas y sé que estamos a
punto, y entonces, empiezo a notar cómo se me tensan las
ingles y los muslos cuando Jesús me penetra corriéndose y
doblando la espalda hacia atrás, gimiendo y quedándose en
esa posición. Abro los ojos y puedo ver el esfuerzo en su
rostro y la tensión de su cuello y entonces llego al orgasmo
estirándome mientras mi vagina se contrae una y otra vez
sobre su pene. La tensión es tal, que suelto un grito
desgarrador a pleno pulmón.
Jesús abre los ojos sorprendido y me abraza fuerte.
–¡Esa es mi chica! Así me gusta, Alba.
Comienzo por reírme y es que esto de hacer lo que te
viene en gana me sienta tan bien, que tengo ganas de gritar
y gritar de alegría. Y lo hago.
–¡Ahh, Dios, qué gusto!
–Ahora sí que se ha enterado todo el hotel, Alba. –Ríe
desinhibido.
–Tú me has provocado.
–No, Alba... yo te he llevado al séptimo cielo.
–¡Eh! Por favor... no seas tan vanidoso.
–Admítelo, nadie te ha hecho el amor así.
Este chico es incorregible y me da igual.
–Nadie me ha follado así –le corrijo.
Al escucharme se pone serio y saca su pene dejándome
vacía.
–No te equivoques... todavía no he follado contigo.
Cuando lo haga lo sabrás... aunque quizás no lo haga nunca.
–¿Por qué dices eso? Este es tu punto flaco... tu ego.
–Es lo que ves. Yo por mi parte te he hecho el amor, así
de fácil.
Me encanta picarlo y que se enfade y acabo de encontrar
su punto flaco. ¡¡Ja, ja, ja!!
–Bien, entonces avísame cuando hagas una cosa u otra.
–Todas y cada una de las veces te he hecho el amor, en la
playa, en mi cama, en el jacuzzi y ahora.
–Gracias por la aclaración.
Nos quedamos con las manos agarradas.
–¿Realmente quieres que folle contigo?
Lo pienso detenidamente. Está jugando conmigo de
nuevo. Así que le sigo el juego.
–¿Podrías hacerlo?
–No estoy seguro... para mí follar es hacerlo sin ningún
sentimiento y no sé si soy capaz de separar lo que siento
hacia ti.
–Quizás si te tapo los ojos con una cinta ayude.
–Si te disfrazas y me emborracho quizás ayude –añade
rápidamente–. Pero no sé, es difícil olvidar el sentimiento de
odio… –prosigue.
–¡Será posible! –digo indignada y como reacción a su
comentario le arreo una bofetada que resuena dentro de la
isla.
Él abre los ojos de par en par, junta las cejas y su boca
forma una “O”. Se pasa la mano por la mejilla dolorida. Yo
me quedo atónita, no pensaba darle tan fuerte.
–Lo siento... de verdad, ha sido sin querer...
No me deja terminar, sus ojos se medio cierran y su boca
adquiere una sonrisa maléfica.
–Has destapado la caja de los vientos, así que atente a
las consecuencias... porque me has dado pie a partir de
ahora, de poderte pegar si quiero como tú me has hecho a
mí.
Comienzo a dar pasos hacia atrás en dirección a la parte
abierta de la “C” lo cual es muy difícil dentro del agua.
–No lo dirás en serio, Jesús.
Su cara, su voz y sus gestos son tan convincentes que no
sé si está de broma o no. Dudo mientras él me persigue.
–Voy a coger ese hermoso culo tuyo y te voy a azotar
hasta que me supliques que pare y las lágrimas te salten de
los ojos y quizás entonces tenga la adrenalina suficiente en
mis venas para follarte fuerte y duro ya que habré
conseguido expulsar gran parte del odio que siento con
cada azote y así podrás reconocer la diferencia entre follar y
hacer el amor.
Habla tan serio, mirándome tan fijamente mientras me
sigue por la piscina que todos y cada uno de los pelos de mi
cuerpo se erizan al instante como si fuera un gato.
–No serás capaz.
–Oh, claro que sí. No me gusta que tengas dudas de ese
tipo sobre mí.
Cada vez avanzo con pasos más rápidos hacia atrás,
aunque dentro del agua todo va a cámara lenta y es
desesperante. Me dirijo a una zona más profunda así que
decido darme la vuelta y nadar con todas mis fuerzas hacia
la hamaca. Jesús reacciona muy rápido, tanto, que temo que
me alcance en un par de brazadas, pero me esmero a fondo
y los años de duro entrenamiento hace que toque la
escalerilla sana y salva. Salto como una gacela, llego a la
hamaca y antes de poder coger mi ropa, Jesús me tira
quedándose encima de mí. Al momento coge mis manos
agarrándolas por las muñecas con una mano.
–¿Quieres que probemos ahora? Ya sabes que no hay dos
sin tres.
–Creo que no, de verdad.
Él me coge la cara por la barbilla fuertemente y me besa.
Respondo a su beso que en un principio es brusco y sin
pasión, pero poco a poco se va suavizando. La presión de su
mano disminuye y acaba siendo suave y tierno. Me suelta la
cara y me mira como hipnotizado.
–¿Por qué me odias? –le pregunto, aunque sé de sobra
que realmente no es así.
–Te odio porque no quiero enamorarme de ti.
–Te dije una vez que eso no se puede controlar.
–Créeme, sí se puede, tengo años de entrenamiento.
Se levanta y busca la ropa en el suelo. Me tiende mi
camiseta y mis pantalones y nos vestimos a la vez.
–¿Por qué no quieres enamorarte de mí? ¿Qué tengo de
malo?
–Tú no tienes nada de malo, ese es el problema.
–Si quieres, hacemos una apuesta.
–Está bien –dice resuelto–. Yo digo que no voy a
enamorarme de ti y tú dices que sí voy a enamorarme de ti.
¿Cierto?
Me mira directamente subiendo las cejas.
–Exacto –asiento coincidiendo con su afirmación.
–¿Cuánto tiempo le damos al experimento? ¿Hasta que te
vayas?
–Me parece bien.
–Vale, si gano y no me enamoro de ti, tendrás que ser mi
amiga para siempre y si tú ganas, ¿qué es lo que quieres?
–Si yo gano y te enamoras de mí tendrás que ser mi
novio y no mi amigo.
–Perfecto, trato hecho.
Me coge la mano para sellar el acuerdo.
–Y ahora deja de hablar. Te ordeno ir a la cama y esta vez
no va a haber un tercero, te lo aseguro, lo de antes era un
farol.
–Si me prometes follarme algún día.
–Eres insaciable, Alba...
Terminamos de vestirnos rápidamente, me coge de la
mano y caminamos hasta la habitación.
–Que tengas dulces sueños, nena.
–Te veo mañana.
–Sin duda.
Me da un beso en la frente. Abro la puerta y me cuesta
cerrarla tras de mí. Ha sido un día muy largo y completo
junto a Jesús y me siento muy bien.
DÍA 6

El desayuno con mis padres ha sido una verdadera vuelta


a la infancia. Me han hecho sentir como una niña pequeña.
Alba, no te levantes, ya te traigo yo las tostadas... Hoy no
tomes el sol por si acaso te mareas, ¿quieres que te traiga
un poquito de agua? Tampoco nades, imagínate que te
mareas en medio del océano... hasta que se me han
hinchado las narices por no decir algo incorrecto y les he
dicho que, por favor, que me encontraba bien, que estaba
de vacaciones y que quería seguir disfrutando de ellas. A
María le ha dado la risa, pero mis padres se han quedado
callados. En fin, ellos han decidido visitar un mercadillo en
Santo Domingo y pasar el día. Se han marchado, no sin
antes prometerme que les avisaremos si me pasa algo.
Hasta que no se lo he jurado, no se han quedado tranquilos.
¡Dios, qué cruz!
María y yo nos dirigimos hacia la playa. Mi hermana ha
recibido un mensaje de Rubén. Él y Jesús están en una zona
de la playa donde hay unas camas con dosel muy chulas,
con velos blancos que ahora están volando hacia un lado
con la suave brisa. Rubén está cómodamente echado en
una, leyendo un libro y Jesús está en otra completamente
dormido.
María se acerca y le besa en el pie.
–¡Ah, sois vosotras! Qué susto me has dado.
Mi hermana se tumba a su lado tirando su bolsa de playa
y las chanclas a un lado. Rubén la abraza y se pone las
gafas de sol.
–¿Cómo te encuentras, Alba?
–Muy bien, gracias, Rubén.
–Ayer todos nos pegamos un buen susto.
–Lo sé. Lo siento. No era mi intención.
–Lo importante es que estés bien. ¡Ah!, os he cogido una
copia de la inmersión.
–Gracias, cariño, siempre piensas en todo.
María le besa la mejilla.
–¿Qué le has hecho a Jesús?
A mi hermana le da la risa y los tres acabamos riendo.
–Bueno. La verdad es que anoche estuvimos hablando y
nos bañamos en la piscina.
–¿Por la noche?
–Exactamente, por la noche, deberíais probarlo, María.
–Me parece buena idea.
Rubén sonríe ante la idea.
–Bueno, me voy a despertar a la bella durmiente.
Balanceo mi bolsa de esparto de izquierda a derecha
convirtiendo mis brazos en un péndulo.
–Suerte, a mí no me ha hecho ni caso.
Rubén alza de nuevo su libro y me dirijo a la otra cama
que se encuentra a cinco metros. Jesús está acostado boca
abajo, lleva únicamente un bañador rojo y tiene las gafas de
sol puestas. Me siento junto a él en el borde de la cama y
saco mi crema de sol. Le está dando el sol en la espalda y
aunque está más que moreno, los rayos aquí son peligrosos.
Me pongo una cantidad generosa en la palma de la mano y
comienzo a extenderla por su espalda. Al principio no hace
ningún movimiento, pero logro escuchar una serie de
palabras ininteligibles.
–¿Estás despierto?
–No, estoy dormido.
Se da la vuelta y se coloca boca arriba.
–¿Se puede saber qué estás haciendo?
–Te estoy dando crema, anti-sol.
–Lo que necesito es crema anti-Alba.
Tiene el flequillo alborotado y el aspecto de alguien que
ha dormido poco. Es como si lo hubieran sacado
directamente de la cama de su habitación, para traerlo a
esta otra cama sin despertarlo.
–Muy gracioso, Jesús.
Se incorpora un poco apoyándose en sus codos.
–¿Cómo estás?
–Mejor que nunca.
–¿Y a qué se debe tanta alegría?
Acerco mis labios al lóbulo de su oreja y le susurro bajito:
–Desde hace exactamente...
Miro mi reloj, son las once y cuarto. Calculo...
–… seis horas, no dejo de pensar en cómo será follar
contigo.
–¿Estás dispuesta a pasar por lo de los azotes?
Retira sus gafas de sol e inmediatamente cierra los ojos,
tanta luz le hace daño, así que se las vuelve a colocar.
–Ya me las apañaré para sacar tu odio de otra manera.
–¡Jaa, jaaa, jaaaaa!
Jesús no puede parar de reír. Cuando consigue sosegarse
se sienta del todo cruzando sus piernas encima de la cama.
–Chica lista.
–Tengo un buen maestro y aprendo rápido.
¡Bien! Cada vez me gusto más a mí misma... estoy
alucinada con el giro que han tomado los acontecimientos.
Me quito el vestido playero blanco y dejo a la vista el bikini
más minúsculo que he encontrado. De hecho, es uno que
por equivocación me lo compré una talla más pequeña. Es
también blanco. La parte de arriba es de triángulo, pero un
triángulo más pequeño de lo normal y la parte de abajo es
lo mejor... ya que es tipo tanga. No sé si Jesús me está
mirando, con las gafas de sol no puedo saberlo, lo que sí
percibo es que no ha movido ni un solo músculo, ni ha dicho
nada. Me quito las cuatro pulseras que llevo y el reloj e
intento colgarlas de un gancho que hay en el dosel del
cabecero justo por encima de la cabeza de Jesús. Así que
me inclino y sé con total seguridad que mis pechos
quedarán sobre los cristales de sus gafas de sol y me
equivoco por poco porque literalmente rozo los cristales con
mis tetas.
–Bonito bikini...
Me quedo un momento en vilo con la misma postura
sobre su cara y le miro. Ha girado su rostro hacia el mío y
sonríe de oreja a oreja.
–Es un homenaje a tus calzoncillos...
–Me gusta, me gusta mucho. Porque mis calzoncillos
blancos me encantan, así que no me queda otro remedio
que gustarme tu bikini. Es más, no puedo quitarle ojo.
Me siento y le retiro las gafas de sol. Para mi sorpresa
está bizco, pero no un poco bizco, sino muy bizco y me saca
una carcajada.
–Por favor, deja de hacer eso.
–No puedo, de verdad, es ese bikini tuyo.
Una tercera voz por detrás nos saca de nuestra intimidad.
–Perdonad, no quiero interrumpir.
Es Mauro. Me quedo sin palabras, ¡Dios, qué corte! Los
colores me delatan una vez más.
Lleva una gorra verde con el emblema del hotel, un polo
a juego, unas bermudas de vestir blancas y unas alpargatas
de esparto verdes. Se me queda mirando un segundo y noto
que se pone nervioso, pero no más que yo, claro, que me
noto incómoda y semidesnuda con este bikini delante de él.
Lo que antes me hacía gracia con Jesús ahora me
avergüenza con los dos mirándome.
–Solo quería preguntarte cómo estabas.
Me levanto para hablar con él.
–Os dejo un momento...
Jesús se incorpora, pero ¿qué hace? ¿A dónde va?
–Voy a ver si puedo quitarme esta pegajosa crema que
me ha puesto Alba. Ahora vuelvo.
Deja las gafas de sol en la cama y se dirige al mar con
paso lento sin decirle ni una palabra a Mauro. Esto me
parece increíble.
–Lo siento, no quería interrumpiros.
Noto cómo me voy poniendo nerviosa, a pasos
agigantados. Y es que solo su presencia me intimida.
–No pasa nada. Estoy mejor, de verdad, gracias por
preocuparte.
–Me diste un buen susto.
–Sí... es la frase más escuchada en las últimas dieciocho
horas.
Se me queda mirando con lo que parece un inicio de
sonrisa en sus labios y el silencio me agobia, ¿no va a decir
nada más? ¿Nos vamos a quedar así?... Empiezo a
retorcerme una mano con la otra y él baja la vista para
mirarlas. Acerca su mano y las separa.
–¿Nerviosa? No voy a morderte.
Sonríe de lado, el muy...
–No, no, estoy bien.
Coge mi mano derecha y deja que repose sobre la palma
de la suya.
–Quería hacerte una pregunta y por favor... piénsatelo
antes de contestar.
El corazón se me sube a la garganta. ¿Qué me querrá
preguntar? Ya estaba todo dicho entre nosotros.
Hace una pausa y traga como si quisiera tiempo para
pensar cada una de las palabras que va a decir a
continuación.
–Me gustaría invitarte a cenar un día de estos cuando
puedas, para que podamos hablar a solas sin
interrupciones.
¡Dios! ¿Por qué me hace esto? Miro hacia la línea del mar,
veo la figura de Jesús que acaba de salir del agua y se pasa
las manos por el flequillo, se dirige hacia aquí, en menos de
un minuto lo tendré junto a mí. Noto cómo mi mano
comienza a temblar y la retiro rápidamente.
–No creo que sea buena idea...
–Por favor.
Mauro me interrumpe.
–Dime que lo vas a pensar.
Me vuelve a coger la mano y deja un papel doblado en mi
palma. Me cierra los dedos y agarro el papel con fuerza.
–Llámame.
Jesús llega a nuestra altura.
–¿Todo bien?
–Sí.
Me apresuro a decir.
–Me voy, que paséis un buen día.
Mauro se aleja sin esperar una contestación por nuestra
parte. Solo se para a saludar a Rubén un momento y se
aleja sin pararse con nadie más. Ni siquiera habla ni mira a
un par de chicas rubias que se cruzan con él y ambas le
sonríen. Esto es muy raro... es como si se hubiera cruzado
con dos palmeras, lo mismo.
Jesús ha cogido una toalla y comienza a secarse. Abro mi
mano y no me hace falta desdoblar el papel. Es su número
de teléfono. Él se acerca a mí y hace exactamente el mismo
gesto que acaba de hacer Mauro. Cierra mi mano en torno
al papel.
–Guárdalo. Voy a ganar esa apuesta.
Me quedo helada, sin palabras... siempre tan seguro.
¿Cómo puede decirme eso ahora?
–Tengo que trabajar. Hoy tengo un vuelo a Florida por la
mañana. Es un trayecto más largo, de allí vuelo a Haití y de
Haití a Santo Domingo de nuevo, así que estaré fuera casi
todo el día. Nos podemos ver esta noche.
No puedo reaccionar aún.
–Habla con tu hermana, creo que hoy quieren ir a ver
disfraces para el carnaval a Santo Domingo.
–¿Vamos a ir al carnaval?
–Estar en Santo Domingo en carnavales y no ir es un
pecado mortal. Además, no tienes excusa, los desfiles son
en el malecón junto a mi casa. Voy a dejar hoy la habitación
del hotel. Ayer me convenciste de que estás mucho mejor,
no hay duda.
Le miro con expresión triste.
–Qué pena, me había gustado mucho el jacuzzi de tu
habitación.
–Seguro que el tuyo es igual de divertido.
De un movimiento pasa la toalla por encima de mi cabeza
y me rodea con ella hasta que quedamos los dos envueltos
muy juntos.
–Tienes una oportunidad de oro, aprovéchala.
Me quedo tan estupefacta que no disfruto el beso que
viene a continuación. Y es que estoy tan confundida. En
cuanto intento coger un camino me devuelven al principio.
No entiendo su actitud.
Me revuelvo incómoda y el beso acaba. Jesús me mira
consciente de mis sentimientos.
–Tengo que irme o llegaré tarde.
Comienza a recoger sus cosas.
–¿Puedo acompañarte a la habitación?
No quiero dejar esto así. Él me sonríe.
–Si no me vas a violar en la habitación... sí.
Intento esbozar una sonrisa, pero no me sale. Sé que
quiere quitarle hierro al asunto, pero necesito respuestas.
Me agarra por la cintura y caminamos por la arena hasta un
caminito que nos lleva directamente al corazón del hotel.
–¿Por qué lo haces?
–Por qué hago el qué, Alba.
–¿Por qué me tiras en sus brazos?
Llegamos a la puerta de su habitación y nos paramos el
uno frente al otro.
–No es tan sencillo, Alba. Quiero que soluciones tu
situación, quiero que seas feliz.
–¿Por qué crees que no lo he solucionado ya?
–No estoy ciego. Quiero que escuches con atención lo que
te voy a decir.
Abre la puerta de la habitación y me invita a sentarme en
la cama. Se sienta a mi lado con aire serio.
–Desde el primer momento en que te vi, sentí algo
diferente por ti. No sé, no lo puedo explicar con palabras. Es
como si hubiera encontrado mi alma gemela. Es un
sentimiento extraño, más bien es una necesidad, porque
necesito vivir tu felicidad. Necesito que seas feliz,
protegerte y hacerte sentir la vida, hacerte latir de nuevo,
que veas el mundo de colores, conseguir que lo veas a
través de mis ojos y eso es lo que estoy haciendo. Y si para
conseguirlo tengo que follar contigo, lo haré todas las veces
que quieras. Yo no estoy dispuesto en primer lugar a
enamorarme de ti. Me han hecho tanto daño que no creo en
el amor eterno como tal. Tengo terror a enamorarme, Alba.
Hace una pausa para ver mi reacción. Pero soy incapaz
de procesar tanta información de golpe. Sobre todo,
información de los sentimientos de Jesús hacia mí. No estoy
acostumbrada a tanta sinceridad.
–Si tu felicidad pasa por conocer a Mauro, no me voy a
oponer, ni mucho menos. Si estar junto a mí significa tu
infelicidad porque te quedaste sin conocerlo por estar
conmigo, me retiro ahora mismo. No te quedes sin saberlo,
Alba. Estaré aquí para lo que necesites. Estaré a tu lado
para ser tu pañuelo de nuevo y devolverte la sonrisa si hace
falta, pero si esperas algo más por mi parte, si esperas que
podamos ser...
Se para y mira hacia el suelo, como si le doliera.
–No me voy a enamorar de ti.
Termina al fin rotundo y alza la vista hacia mi rostro. No le
creo. Su forma de terminar... me dice que no es sincero, no
lo es conmigo, ni con él mismo. Noto cómo los ojos se me
humedecen, pero hago de tripas corazón y me preparo para
lo que me va a salir por la boca.
–No te engañes, ni me engañes. No creo ni una sola
palabra de lo que acabas de decir. Pero sé sincero conmigo
por una vez. ¿Sientes algo por mí?
Jesús vuelve a mirar al suelo y no me contesta. No puede
mirarme a los ojos...
–¿Sientes amor?
Al escuchar la palabra amor alza la vista taladrándome
los ojos. Su mirada es fría y calculadora.
–No.
Por una vez en mi vida consigo controlar las lágrimas y es
que siento tanta rabia acumulada que sería capaz de llenar
una piscina llorando. Me levanto, cojo mi bolsa y abro la
puerta.
–Aún tenemos una apuesta.
Y toda mi rabia se concentra en cerrar la puerta que
retumba del golpazo que le pego.
Con grandes pasos me dirijo hacia la cama en la playa
que momentos antes habíamos ocupado Jesús y yo. Mi
hermana y Rubén no están. Sus cosas sí, imagino que están
bañándose. Abro mi mano, aún tengo el papel que Mauro
me ha dado. Está arrugado por la fuerza con que he cerrado
el puño. Ni siquiera me he dado cuenta. Logro desdoblarlo e
introduzco el número en la agenda de mi móvil. Al momento
se crea el contacto en mi agenda de contactos y puedo ver
una foto de su rostro. Me quedo helada de lo guapo que es.
He de reconocerlo. Dejo el móvil a un lado tentada de
enviarle un mensaje, pero antes debo meditar mi próximo
movimiento. Estoy harta de que me manipulen, así que
empiezo a pensar en la manera de ganar esa apuesta, sea
como sea. No creo ni una palabra de Jesús, sé que siente
algo más que... ¿qué? ¿Que ser un pañuelo? ¿Un amigo con
derecho a roce modélico? Eso no existe. No puedes ser
eternamente el amigo que te ayuda en todo, se acuesta
contigo y te sube al séptimo cielo, te hace reír, te hace ver
la vida de colores, te protege... y está a tu lado en los malos
momentos para recoger tus pedazos y levantarte de
nuevo... ¡Oh, sí, sí existe! Porque yo a eso le llamo ¡AMOR!
Sí, AMOR con mayúsculas. El hombre que cualquier mujer
querría a su lado de por vida. Entonces, ¿por qué se niega?
Tengo que saber más de su vida. Quizás debería hablar con
Sandra. De repente las palabras de Sandra vuelven al
presente en mi cabeza.

–Si no quieres enamorarte siempre será más difícil que


suceda. Sobre todo, si te han hecho daño anteriormente.
–Entonces tu hermano no quiere enamorarse.
–Hasta hoy creía que no. ¿Te ha comentado sus
intenciones respecto a ti? Quiero decir, a ver cómo lo digo.
¿Te ha comentado que no quiere una relación? Es decir, que
lo que hay es una relación de amistad con derecho a roce
por así decirlo.

El alma se me cae a los pies. ¡Eso es exactamente lo que


me acaba de decir Jesús! Tengo que hablar con Sandra. Sin
embargo, anoche cuando le pregunté sobre la conversación
que tuvo con mi madre, al peguntarle si éramos pareja, dijo
alto y claro:

–Estamos en ello.

Miro el horizonte, unas esponjosas nubes se acercan por


el oeste. Si lo que quiere es que quede con Mauro, lo haré.
Voy a cenar con él, pero me encargaré de que lo vea...
¿Será suficiente para hacer crecer el odio que dice que me
tiene? ¿O mejor dicho, los celos? De esa manera se daría
cuenta de sus sentimientos reales. ¿Podrá superar su miedo
a enamorarse? Pero es una maniobra arriesgada, puede
ocurrir lo que espero o también puede ser que sea como él
dice, que Mauro y yo congeniemos... inmediatamente retiro
de mi cabeza ese pensamiento. Será una cena de amigos,
nada más.

Mauro decide ir directamente hacia recepción. Por el


camino habla con un par de jardineros y les da
instrucciones. Se siente bien, tiene la corazonada de que
Alba va a llamarle y decide ir al restaurante donde piensa
invitarla a cenar, para concretar sus planes, tiene que
dejarlo todo bien atado. No puede haber ni un solo error.
Todo tiene que ser perfecto.
Después de pasarme toda la tarde de “sujetavelas” con
mi hermana y Rubén, decido darme una vuelta por el club
de buceo. Cuando llego solo veo a Alejandro sentado en el
banco limpiando a conciencia un montón de gafas de buceo.
Al escuchar mis pasos levanta la vista hacia mí.
–Hombre, la mujer inconsciente.
Me acerco sonriendo y es que ha conseguido arrancarme
una sonrisa.
–¡Veo que estás muy bien!
Me suelta con un tonito picarón. Sus ojos me miran de
arriba abajo. Me acerco y me siento a su lado. Creo que la
frasecita va con doble sentido. Lo que me da que pensar.
–Me encuentro mejor, gracias. Venía a ver a Sandra.
–Sandra se ha ido ya. Toma, ayúdame.
Me tiende un paño.
–Ve secándolas.
Lo cojo, aunque mi intención era marcharme y empiezo a
secar unas gafas que están junto a mí.
Como no dice nada, intento empezar una conversación.
–Me gustó mucho la inmersión de ayer.
–Imagino que no mucho el final.
–No, el final no. –Sonrío.
–A mí lo que más me gustó fue la ola.
¿No estará hablando en serio? Ya tengo suficiente con dos
para que llegue un tercero.
–La ola… –repito con cautela.
–Bueno, más que la ola, que te cayeras en mis brazos.
Comienza a reírse como lo haría para sí mismo.
–Pero ¿qué os pasa a los hombres en esta isla?
–¡Es el calor!
Me pasa otras gafas y suelto las que tengo en las manos.
–¿El calor? ¿Qué tiene que ver eso?
–Las chicas van con poca ropa, ya sabes.
–Sí, debe ser un trabajo muy duro para ti.
–Lo es. Vale, para.
Se levanta y comienza a colgar las gafas en la estantería.
Le paso las gafas que tengo en la mano.
–Gracias. He terminado. ¿Tomamos algo juntos?
Estoy tan harta... y la verdad es que me apetece después
de ser la tercera todo el día con María y Rubén. Así que,
¡que le den morcilla a todo!
–Conozco un chiringuito cutre en Bayahibe. Está en la
misma arena de la playa y podemos ir andando.
–¿A qué estamos esperando?
Nos dirigimos hacia la playa y tomamos el borde del mar
en dirección al este. Caminamos mojándonos los pies en el
agua.
–¿Parece que lo tuyo con Jesús va bien?
No sé si me ha hecho una pregunta o una afirmación.
Dejamos el faro atrás y me parece ver a Mauro dentro en la
barra. ¡Bien! Ahora soy yo la que lleva las riendas.
–¿A qué te refieres?
–Sois pareja, ¿no?
–Pues... no lo sé. Creo que tú sabes más que yo.
–¿Yooo?
–Sí, tú. Conoces a Jesús y a su hermana.
A lo lejos veo unas mesas y sillas blancas de plástico con
sombrillas a juego y un chiringuito pequeño con el techo de
paja.
–Bueno, le conozco un poco antes que tú, pero eso no
significa que le conozca mejor que tú.
–Seguro que sí.
Se para un momento y coge una piedra.
–A ver, dispara. ¿Qué quieres saber? Pregúntame.
Lanza la piedra al mar y esta rebota varias veces en la
superficie antes de hundirse en las azules aguas turquesas.
–Buen tiro. Siempre he querido hacer eso.
–Es fácil. Mira, te enseño.
Busca una piedra entre la arena y encuentra una de su
gusto, con forma plana.
–Cógela así, entre el pulgar y el índice. Tiene que ir
horizontal al mar y debe llevar la fuerza adecuada. ¡Fíjate!
Lanza la piedra y le sale perfecto, como el tiro anterior.
Miro a mi alrededor y consigo una piedra bastante planita.
Me la coloco en los dedos indicados de la mano derecha y
me dispongo a lanzarla.
–Tienes que hacer un ángulo con el brazo y cuando
llegues a esta altura, suelta la piedra.
Hago lo que me dice y mi piedra vuela por el aire. Rebota
en la superficie una vez y se hunde.
–¡Me ha salido! ¡Guau!
Pego un bote y me agarro a él. Alejandro se ríe a
carcajadas contagiado por mi entusiasmo y me da una
vuelta completa en el aire.
–Solo te falta más fuerza y velocidad.
Me deja en el suelo.
–Pero con esos bracitos debe ser difícil.
–¿Qué tienen de malo mis brazos?
Me toco lo que parece el bíceps de mi brazo.
–No me hagas caso, tienes unos brazos perfectos. Solo
tienes que practicar.
Llegamos a la primera mesa y nos sentamos. Miro el reloj,
son las siete y cuarto de la tarde.
–¿Qué van a tomar?
Un mulato con el pelo rizado y canoso espera junto a
nuestra mesa.
–Una piña con vitamina.
–Que sean dos –digo rápidamente.
El hombre asiente y se aleja gritando lo que hemos
pedido al hombre del chiringuito.
–Me vas a hacer esa pregunta, ¿sí o no?
Le miro. Está relajado y se coloca un mechón de pelo
detrás de la oreja.
–¿Jesús y tú, estáis siempre de broma?
–Eso es algo que viene desde hace tiempo. No se puede
explicar. Un día que salimos por la noche empezamos con
una broma y hasta hoy.
–Ya. Y ¿qué tal es Jesús con las mujeres?
–Bueno... no se le dan nada mal. Chica que quiere, chica
que tiene.
–Sí, eso me han comentado, que ha estado con muchas
chicas.
–Con eso de que es piloto y canta con la guitarra, las
tiene a todas en el bote. Te lo juro, estoy pensando
seriamente en tomar clases de guitarra, aunque lo de cantar
es otra historia. Con el vozarrón que me ha dado Dios...
El camarero nos trae dos copas enormes con una pajita y
una sombrilla decorativa de colores. Alejandro saca la
cartera y deja diez dólares en la mesa que el camarero
recoge.
–Gracias, señor.
Se aleja y estoy decidida a continuar con esta
conversación tan interesante.
–Tu voz es increíble... la primera vez que dijiste algo me
quedé paralizada. Con esa voz nadie debe atreverse a
rechistarte.
Coge su pajita y le pega un buen sorbo.
–No te creas. Eso quisiera yo.
–¿A ti también se te dan bien las chicas?
Me mira con cara de pillo.
–Creía que íbamos a hablar de Jesús. Pero sí, no me
puedo quejar.
Bebo de mi copa y está riquísima, un poquito dulce y muy
fría. Tengo que pedir la receta a alguien.
–Con darles una vuelta en el barco, llevarlas a una calita
paradisíaca y deshabitada... seguro que caen en tus brazos
sin remedio.
Bebo otra vez, ¡qué rico está!
–No me puedo quejar, lo que ocurre es que eso está bien
para cuando tienes veintitantos años, pero ya con treinta y
tres, estás harto. Buscas otras cosas. Algo estable.
–¿Qué pasa, que no te duran?
–Esto es una isla muy turística. La mayoría de las mujeres
son de paso. Solo quieren un polvo y en el mejor de los
casos un romance de verano y ya está. Un trofeo que se
puedan llevar a sus países y enseñar las fotos a sus amigas
para presumir. No sé cuántas fotos mías debe haber por el
mundo... y algunas un poco comprometidas.
Suelto una carcajada.
–¿No me digas?
Él también ríe.
–Ya lo creo. Bebida, juventud y chicas es una mala
ecuación. Te lo aseguro.
Le da vueltas a su bebida con la pajita y al final le quita la
sombrillita.
–Se comenta en el hotel que el jefe y tú tenéis un lío
entre manos.
–¿No íbamos a hablar de Jesús?
Suelta una risa larga.
–¡Vale! Lo entiendo, no más preguntas de Mauro.
–Era una broma. A veces no entiendo a los hombres, sois
muy complicados.
–Es curioso, eso mismo decimos nosotros de las mujeres.
Aparta la pajita y bebe un largo trago directamente de la
copa. Parece que se ha cansado de cursiladas.
–No sé si debo hablarte de él. Ya sabes, es tu jefe. Pero no
tengo ni idea de lo que pasará.
Hago una pausa que aprovecho para beber.
–Entonces, ¿estás buscando el amor? –le pregunto
cuando paso mi trago por la garganta.
–Sí. Con las puertas de par en par.
–Seguro que encuentras a la mujer adecuada.
Repasa el borde de la copa con los dedos muy
concentrado en lo que está haciendo.
–Pensaba que podías ser tú, pero veo que está la cosa
muy reñida.
Ya sabía yo que aquí no había tanta broma, ¡que había
tomate! Y es que en estas cuestiones el instinto no me falla.
¡Guau! Este es mi verano, sin duda. ¡Estoy que arraso!
Tengo que tomármelo así, porque si no me va a dar algo.
–Gracias, Alejandro. Me siento realmente halagada, pero
ahora mismo tengo tal lío en mi cabeza que un tercero sería
demasiado para mí.
–Lo sé, no debería haberlo dicho, pero si alguna vez te
cansas de no saber para dónde tirar con esos dos...
acuérdate de mí.
Sé que lo dice en serio, aunque su tono sea medio en
broma.
–Eres muy divertido.
–Oye, ¿no tendrás una tercera hermana castigada en
Madrid?
–Jajajajaja... estaría bien, ¿verdad? Pero ahora que lo
dices, mi hermana tiene unas cuantas amigas que se
matarían entre ellas por estar contigo.
–¿De veras? Tengo que hablar seriamente con tu
hermana.
Su copa está más que acabada y yo apuro la mía en un
momento. Me suena el móvil. Me han enviado un mensaje.
Lo saco y miro la hora. ¡Dios, las ocho y media!
–¿Te importa?
–No, no, adelante.
Es un mensaje de Jesús.

Estoy en casa de vuelta sano y salvo.


¿Dónde nos vemos? 20:31

Miro si tengo algún mensaje de mi hermana. Y sí, tengo.

Alba hemos quedado con Susana en Santo


Domingo. Vamos a ver los disfraces.
¿Te apuntas? 20:08

–Mi hermana ha quedado con la tuya en Santo Domingo.


Me sonríe.
–Pues vamos.
Nos levantamos y emprendemos el camino de regreso.
Marco el número de María.
–María, soy yo... Sí, voy de camino... en la playa. ¿Ya
habéis salido?... No te preocupes.
Cuelgo.
–Siento haberte entretenido, si quieres puedes venir
conmigo. Voy a casa.
Le miro sorprendida. Es mi tabla de salvación.

En veinticinco minutos me he duchado, secado el pelo,


vestido y maquillado. Todo un récord. Llevo una blusa de
cuello barco que me deja un hombro al descubierto en color
azul marino, un pantalón corto de vestir de color blanco y
unas sandalias negras con un taconazo que quitan el hipo.
El pelo largo y ondulado y los ojos ahumados en negro. El
resultado no puede ser mejor. Y ahora estoy sentada junto a
Alejandro en su jeep con el pelo al viento rumbo a Santo
Domingo. Le he puesto un mensaje a Jesús diciéndole que
iba de camino con Alejandro a su casa y que allí estaban
Rubén y María y me ha contestado que iba hacia allí.
Serpenteamos por las calles y aparcamos por fin en un
pequeño hueco.
–Hemos llegado. Espera, no te bajes.
Me quedo intrigada. ¿Por qué no puedo bajarme?
Alejandro rodea el jeep por la parte trasera y me abre la
puerta ofreciéndome la mano.
–No me quería perder este momento.
Pongo los ojos en blanco y cojo su mano. Bajo del jeep
fácilmente gracias a él y me quedo mirándolo.
–Estás impresionante.
–¡Deja de mirarla o tendré que bajar!
Es la voz de Jesús que viene de algún lado. Miramos hacia
arriba y desde un balcón le veo sonriendo. Es una calle
tranquila, toda de casas de dos pisos de altura, cada una de
un color.
–¿Has visto cómo se ha puesto Alba para venir conmigo?
Jesús se troncha de risa y se aleja del balcón
desapareciendo de nuestra vista. Cruzamos la calle y nos
dirigimos hasta una puerta de color azul y en ese preciso
momento una chica con un cuerpazo de impresión, alta,
morena y con un gran parecido a Alejandro nos abre la
puerta.
–Hola, hermanito. Tú debes de ser Alba. Encantada de
conocerte.
Se inclina para saludarme, pese a mis altos tacones, con
dos besos en la mejilla.
–Lo mismo digo. Me han hablado mucho de ti y ya tenía
ganas de conocerte.
–Espero que todo bueno.
–Todo bueno –le digo resuelta.
Me sonríe dejándonos espacio para pasar.
–Están todos arriba, seguidme.
Subimos por unas angostas escaleras y solo puedo ver
las largas y curvilíneas piernas de Susana. Lleva un vestido
minifaldero muy pegado de color rojo con largos flecos en el
bajo que bailan con cada movimiento de sus caderas y unas
sandalias del mismo color con un tacón medio. Su pelo largo
y moreno recogido en una coleta de caballo destaca sus
bonitos rasgos. Llegamos al piso superior, se trata de una
estancia amplia con unos sillones de colores rojo y fucsia
dispuestos en “L” en un rincón, al otro lado de la estancia
una cocina abierta antigua con los armarios en azul cielo y
una barra de desayunos con taburetes de colores y en el
medio, una gran mesa de madera pintada en rojo fuerte con
seis sillas cada una de distinto color y forma. El color
destaca en toda la sala, fluye mezclándose unos con otros
en total armonía. Hay dos grandes ventanales hasta el suelo
con cuarterones en los cristales que dan a dos pequeños
balcones llenos de flores, incluso los visillos cada uno son de
un color. Todo tiene un aire retro y fresco a la vez que de
inmediato me cautiva.
Mi hermana y Rubén están sentados cómodamente en los
sofás tomando una copa y hablando con Sandra. Oscar está
sentado en la mesa concentrado con el móvil y Jesús se
encuentra junto al balcón con su copa en la mano. Suena
salsa de fondo y me doy cuenta de que sale de un diminuto
equipo de música de última generación y eso debe ser lo
único moderno que hay en esta casa.
Cuando entro en la sala, Jesús se queda mirándome sin
pestañear y sé que me está mirando con deseo, se lleva la
copa a los labios sin quitarme ojo. Susana se acerca a él y
comienza a hablarle, pero no le está haciendo caso, sigue
pegándole sorbitos a su copa y pasando su mirada por mi
cuerpo. Puedo notar exactamente dónde mira, cómo recorre
mis piernas, los tacones, mi cintura y mis pechos. Me acerco
al grupo de los sofás y me siento con ellos. Al momento,
Jesús se acerca a mí dejando a Susana con la palabra en la
boca.
–Buenas noches. ¿Quieres una copa?
Le miro desde mi posición inferior, ya que estoy sentada.
Se ha puesto muy guapo. Lleva el pelo repeinado hacia
atrás y parece que ha conseguido domar su flequillo. Viste
pantalones chinos negros que le quedan como un guante,
zapatos de vestir negros y camisa azul clarita y lo que más
me sorprende, se ha quitado la barba de tres días. Lleva el
rostro apurado al máximo y está increíble.
–Hola, Jesús. Sí, no me vendría mal una copa.
Me tiende la mano, la tomo y me levanto. Vamos juntos
hacia la barra de desayunos y me acomodo en un taburete
de color violeta. Jesús lo rodea y busca en los armarios dos
vasos de tubo. Los coloca en la barra y me mira juguetón.
Coge varios hielos con la mano de un cubo metálico que hay
en la nevera y los echa en los vasos. Se dirige a un lateral
donde hay una bandeja con patas llena de botellas de
bebidas alcohólicas, rebusca entre ellas tocando los tapones
y saca una de ron. Sin preguntarme, llena los vasos
dejándolos cargaditos. A continuación, abre de nuevo la
nevera y coge dos refrescos de naranja, abre las latas y
vacía parte de su contenido hasta que casi se salen los
hielos. Coge su copa y se inclina sobre la barra hacia mí. Se
queda a un palmo de mi cara.
–Por la felicidad.
Sus verdes ojos me hechizan y un cosquilleo electrizante
me recorre la espalda. Levanta su copa a la vez que su ceja.
Yo levanto mi copa y la choco con la suya.
–Por el amor.
Se queda un momento indeciso y termina sonriendo para
poner sus labios en el borde de la copa y beber sellando así
el brindis. No puedo dejar de mirar sus labios y le pego un
largo trago a mi bebida, mi brindis lo merece. ¡Arrrg!¡Está
fuerte!
–Quisiera ser original, pero tienes unas piernas... de
infarto. Te lo habrán dicho muchas veces.
–Ninguna como me lo dices tú.
¡Toma halago!
–Te lo aseguro voy a soñar muchas veces con esas
piernas.
–¿Solo con las piernas o con todo el lote?
–No me tientes, Alba.
Como no te voy a tentar, tengo que ganar esa apuesta y
voy a echar toda la carne en el asador y cuando digo toda la
carne… Digo, ¡toda la carne!
Pongo mi mano sobre su mejilla y le acaricio, está tan
suave. Parece más joven sin la barba. Cierra los ojos un
momento percibiendo mi contacto y mueve un poco la cara
hacia mi mano. Lentamente abre los ojos, entonces paso
mis dedos por sus labios acariciándolos. Nos miramos
callados y el corazón me avisa saltando de alegría que me
estoy poniendo muy nerviosa. Finalmente sonríe.
–Te lo estás tomado en serio, ¿eh?
–No es para menos.
Y le guiño un ojo. Oscar se acerca a nosotros.
–¿Qué tal? ¿Tú mejor, Alba?
–Sí, gracias por preguntar, Oscar. Completamente
recuperada.
Oscar comienza a ponerse una copa y Sandra se le une.
–Hola, hermanito. ¿Qué tal el vuelo?
Se sienta junto a mí en la barra de desayunos.
–Pues... diría que movido.
–¿Ha habido algún problema?
–Mucho viento. Hemos tenido que rodear una tormenta
para esquivarla y coger más altura, pero estoy
acostumbrado, por algo es el triángulo de las Bermudas.
El corazón me da un vuelco. No había pensado en una
situación así. Susana alza la voz situándose en medio de la
habitación. Todos la prestamos atención al momento.
–Atenderme un momento. Nos hemos reunido hoy para
ver los disfraces que podemos llevar en carnavales. Como
sabéis, trabajo en una academia de baile y participamos en
el desfile con una carroza patrocinada por la academia. Este
año el tema principal es el mar. El mar Caribe, por supuesto.
La carroza ya está terminada y ha quedado preciosa. Tengo
unas fotos en el móvil que luego os enseño.
Mientras habla se mueve dando pequeños pasos en
medio del salón y puedo percibir una gracia especial,
porque da la sensación de que baila.
–Los chicos van disfrazados del sol, por lo que llevarán un
traje en tonos amarillos y anaranjados, mientras que las
mujeres representan el mar y llevarán unos trajes a juego
con los de los hombres, pero en tonos que van del azul
marino al turquesa. Os describo un poquito los trajes. Los
hombres llevan una falda tableada tipo romanos en tonos
naranjas...
Los chicos comienzan a protestar y Sandra y mi hermana
comienzan a silbar por lo que me uno.
–Pero Susana, una falda... ¿Pero a quién se le ha ocurrido
eso? –protesta Alejandro.
–Tranquilos, ya lo veréis, es precioso. En la parte de arriba
llevaréis el torso desnudo a excepción de un gran sol dorado
en metálico a modo de escudo.
–A mí me quedan muy bien las faldas –suelta Jesús que
está a mi lado y Susana lo mira sonriente con una gran
complicidad.
–¿Y las mujeres? –pregunta mi hermana entusiasmada.
–Pues, las mujeres vamos a estar guapísimas... pero
también quería decir que los hombres llevarán unas
sandalias de tiras parecidas a las que llevaban los romanos,
es lo que mejor queda con las faldas, en color dorado. ¡Ah!,
y el cuerpo bastante brillante.
Rubén resopla en alto y Susana lo mira comprensiva.
–Qué quieres, Rubén, representáis al sol y el sol brilla.
–Entre el traje de buceo rosa fosforito y esto, yo dimito.
Todos nos reímos y mi hermana le pega un beso en la
boca consolándole.
–Las mujeres...
Nos mira una a una.
–Llevaremos un top-bandó en el pecho azul marino con
lentejuelas, la parte de abajo se compone de una bata de
cola preciosa que sale de la cintura hacia atrás con un
montón de volantes en gasa de distintos tonos de azul. Todo
con lentejuelas plateadas purpurinas... y demás abalorios.
En la cabeza llevaremos una diadema impresionante, mide
cincuenta centímetros y asemeja una ola, toda hecha con
cristalitos. El pelo quedará suelto hacia atrás. El cuerpo,
como los hombres, pero en plateado y por supuesto
altísimas sandalias de tacón plateadas, así que preparaos
para sufrir.
¡Madre mía! Esto es increíble. ¡Qué pasada! Me encanta.
Estoy deseando probármelo.
–El maquillaje es espectacular, el otro día hicimos la
prueba tanto de maquillaje como del traje completo y
alucinas.
–Parece increíble.
Sandra está emocionada.
–Este año os habéis salido.
–Pues el baile, que es donde nos lucimos los de la
academia, es una pasada. Se basa en una danza entre el sol
y el mar cuando se produce el atardecer y trata de cómo el
mar vence al sol tragándoselo.
–Este año ganamos.
Ahora el entusiasmo llega de parte de Oscar.
–Yo poner falda y todo. Cuenta conmigo.
–Gracias, Oscar. Necesito saber cuántos venís para
preparar los disfraces de más.
Todos levantamos la mano a la vez.
–Me encanta, así me gusta.
Coge papel y lápiz de un cajón y se sienta en la mesa.
–Acercaos y decidme vuestros nombres y talla.
Nos vamos acercando y acabamos rodeándola. Ella hace
una lista con todos y le vamos diciendo nuestra talla.
–Como sabéis, sobre todo los que venís todos los años,
que debéis abonar el precio de los trajes.
–¡Ya estamos!
Rubén saca la cartera.
–¿De cuánto estamos hablando?
–El de los hombres son 80 dólares con el maquillaje
incluido, y el de las mujeres 150 dólares con todo.
–Me parece muy barato teniendo en cuenta todo lo que
lleva –le digo.
–La verdad es que sí. Pero tenemos una profesora en la
academia que además cose y cose muy bien. Ella hace
todos los trajes y nos cobra muy barato.
–Toma 230 dólares.
Jesús pone los billetes en la mesa.
–El de Alba y el mío. Táchanos de la lista negra.
Y se aleja para sentarse en la barra. Los demás
comienzan a aflojar los bolsillos y me acerco a Jesús.
–Solo un novio me pagaría el disfraz –le suelto sin más.
¡Toma esa! A ver qué dices ahora, guapo.
–No te equivoques, no me perdería por nada del mundo
ese disfraz en tu cuerpo.
–Noto cierta dependencia hacia mi persona por tu parte...
–Es una manera más de disfrutar y pasarlo bien, ¿no
crees? Solo había que ver la carita que has puesto cuando
Susana describía el traje.
Me pongo roja como la manzana envenenada de
Blancanieves.
–Sí, la verdad es que lo estaba deseando –admito.
–Lo sé. Eres como un libro abierto.
–¡Bueno, ya estáis todos!
Susana vuelve a ponerse en el centro. En dos días
tendréis aquí en mi casa los trajes. No hace falta que
vengáis a probarlos, bueno, el que quiera que venga.
Y a Susana se le escapa una mirada furtiva de una
milésima de segundo hacia Jesús que yo logro
milagrosamente advertir. Y el estómago se me cierra con un
nudo doble. Aquí hay algo. ¡Aquí hay algo seguro!
–Solo faltan tres días para el carnaval, así que ¡a por
todas! Este año ganamos seguro.
Todos aplauden de manera espontánea.
–Susana, pero nosotros no nos sabemos el baile –alega mi
hermana contrariada.
–No te preocupes, eso solo lo hace el cuerpo de baile que
irá subido en la carroza. Todos los demás van detrás por
parejas. Vosotros solamente tenéis que bailar y animar todo
lo que podáis.
–De acuerdo. ¡Qué emoción!
Mi hermana se abraza a Rubén y este le devuelve el
abrazo envolviéndola. Hacen buena pareja. Parece como si
se conocieran de toda la vida.
–Bueno, una vez explicado todo esto, si queréis hoy
podemos ir a “Pocacabana” para abrir boca y después
puedo conseguir entradas para “Imagine”.
–Perfecto. ¿Nos ponemos en marcha?
Oscar se ha puesto de pie y se dirige hacia las escaleras.
Me subo a la moto con Jesús y atravesamos Santo
Domingo callejeando. Tomamos una avenida ancha junto al
mar y agradezco la brisa en mi cuerpo. Me agarro a su
cintura y noto cómo tensa los abdominales cuando acelera
la máquina que lleva entre las piernas y atravesamos la
larga avenida en un suspiro hasta llegar a un bonito puerto
náutico. Nos abrimos paso por una calle llena de garitos con
sus grandes rótulos encendidos y sus luces de neón de
colores. Vamos sorteando grupos de gente. Hay mucho
ambiente y a través del casco me llega las distintas músicas
según avanzamos. Jesús inclina la moto hacia la derecha y
aparca en un hueco. Cuando nos bajamos espero a que le
ponga el seguro a la moto y guarde los cascos en las
maletas laterales. Y pienso que este es un buen momento.
–Oye... Jesús.
–Dime.
Ni siquiera me mira y sigue con lo suyo.
–¿Tuviste algo con Susana?
Al momento se para y me mira a los ojos sorprendido.
–¿Cómo lo has sabido? –dice sin tapujos. ¡Vaya! Pensaba
que me iba a ser más difícil... pero claro, Jesús es muy
directo, debería recordarlo.
–Ha sido algo muy sutil.
Jesús me coge la mano y comenzamos a caminar por la
acera.
–Fue hace un año o así. Realmente no fue una relación al
uso. Simplemente nos acostamos unas cuantas veces. Ha
sido algo intermitente. Todo empezó como una necesidad
mutua, pero no es mi chica.
Se para y fija su mirada en mis ojos para enfatizar su
última frase.
–Y ella aún quiere más... –le suelto tajante.
–La verdad es que no se da por vencida. ¡Es historia! Todo
está más que hablado con ella, solo que de vez en cuando
suelta la caña por si pico.
Y comienza a sonreír, lo que me sienta fatal, no sé por
qué. El caso es que me crispo yo sola. Nos paramos delante
de un garito con una pequeña puerta sobre la que se puede
leer en letras de rojo neón desproporcionadamente grandes
en comparación con la minúscula puerta “Pocacabana”.
Jesús saluda al fornido portero y me cede el paso.
Nada más entrar alucino con el local. ¡Es enorme! Tiene
una pista central redonda y tres más pequeñas a un nivel
más alto alrededor de la principal. Delante de la pista, una
gran barra en forma de media luna siguiendo su forma. A un
lado, cómodos sofás negros con mesitas y luces tenues.
Están todos ocupados. Nos dirigimos hacia la barra. Voy de
la mano de Jesús ya que nos cuesta atravesar la marea de
gente hasta que se para junto al grupo de amigos que ya
han llegado todos.
–Este sitio está genial, ¿verdad, Alba?
Mi hermana se acerca a mí bailando al son de la música
con una copa en la mano.
–La verdad es que no está mal.
–¿Qué te pasa? ¿Y esa cara?
–¿Qué cara? –protesto de inmediato.
–Lo siento, Alba, pero no cuela.
Suspiro y es que a mi hermana no hay quien la engañe.
–¿Sabías que Susana y Jesús estuvieron liados?
–No, no lo sabía. Pero ya no están juntos, ¿no?
–Creo que no. Al menos eso dice él.
–Entonces, olvídalo. Vamos a pasarlo bien.
Su sonrisa es sincera.
–Por lo visto, ella no lo da por finalizado, aunque él me
asegura que sí.
María bebe de su pajita pensativa.
–Debes creerle a él. Por lo menos hasta que se demuestre
lo contrario. Yo no he notado nada raro.
Hace una pausa.
–Creo que Jesús solo tiene ojos para ti. Además, estamos
aquí para divertirnos. Relájate y pásatelo bien, Alba, te lo
mereces.
Me coge la mano y hace que gire sobre mi eje y me da la
risa tonta hasta que la contagio y las dos nos tronchamos
de risa sin saber exactamente de qué.
–¡Qué es tan gracioso! –Jesús grita para hacerse oír por
encima de la música.
–Ni siquiera lo sabemos –alza la voz mi hermana.
Jesús me tiende una copa. Vaya, parece que hoy no voy a
poder decidir qué tomar... tomo un sorbo. Está muy rico, es
algo afrutado y puedo notar el ligero sabor del alcohol. Mi
hermana espera pacientemente a que beba, cuando
termino me quita la copa y le da ambas a Jesús que las coge
a duras penas.
–Nos vamos a bailar.
–No, María, no me apetece...
Tira de mi brazo sin hacerme ni caso y me lleva con ella
hasta la pista. El suelo está dividido en cuadros de colores
de luz que cambian al ritmo de la música. Desde la pista
localizo a Jesús y a Rubén que nos miran mientras hablan
entre ellos y ríen. ¿De qué estarán hablando? De repente la
música cambia y aprovecho para salirme de la pista y
acercarme a los dos hombres.
–¿Bailas, Rubén? Mi hermana me ha dejado plantada en
la pista.
¡Vaya! Por lo viso mi hermana me ha seguido hasta aquí.
–Lo que tú quieras.
Así da gusto. ¡Qué suerte tiene mi hermana! Veo cómo
los dos se encaminan hacia la pista y bailan acaramelados.
–Hacen una buena pareja. ¿No crees, Alba?
Me quedo mirándole pensativa.
–Tu hermana es la mujer perfecta para Rubén, créeme, le
conozco.
Me tiende mi copa y bebo. Está rico.
–Sí, congenian a la perfección. Rubén tiene la paciencia
que le hace falta para poder aguantar las locuras de mi
hermana.
–¿Qué pasa, no te gustan sus locuras?
–A veces son demasiado...
–Pues en mi humilde opinión, la vida está para hacer
locuras. Siempre y cuando no molestes a nadie haciéndolas.
Comienza a sonar un tango y de la nada aparece Susana
junto a nosotros.
–Me debes un baile.
Y coge a Jesús que tiene el tiempo justo de darme la copa
y susurrarme:
–Esto va a ser una locura.
Me quedo parada sin saber qué hacer. Los dos van
agarrados y veo cómo Susana se crece cuando entra en la
pista. Pone sus manos en los hombros de Jesús y estira su
increíble cuerpo como si fuera un clavo. Jesús ancla su
mirada a la de la ella y pone las manos en su cintura. Ella
comienza a girarse de derecha a izquierda al ritmo de la
música como si diera pequeños pasos hacia él y su vestido
comienza a bailar con su cuerpo moviendo los flecos al son
del tango. Puedo notar desde donde estoy, cómo hay algo
entre ellos, algo que me crispa. Giran por la pista y
comienzan a hacerles un corro, parece como si se supieran
el baile de memoria y lo hubieran ensayado mil veces. La
sangre me hierve, solo puedo ver los lugares donde Jesús
toca el cuerpo de Susana, la cintura, bajo el pecho... Ella se
pega a él y enrosca una pierna a su cadera y él la agarra
por el muslo acariciándolo desde la rodilla hacia arriba
mientras la inclina hacia atrás. Susana arquea su espalda
dejando caer la cabeza y su coleta casi roza el suelo. Los
labios de Jesús tocan su cuello y en ese momento no puedo
seguir mirando. Mi mente se bloquea y atravieso la multitud
dando codazos a diestro y siniestro. Lo ha hecho aposta,
desde el vestido, hasta el tango, seguro que se lo ha pedido
al pinchadiscos. Lo tenía todo pensado. No sé ni siquiera
cómo he salido, pero me encuentro en la calle con dos
copas en las manos. Un ligero toque en el hombro hace que
me gire sin ganas.
–Es solo un baile, Alba.
Es Alejandro.
–Jesús tomó clases de tango con mi hermana hace
tiempo.
–Y qué se supone que debo hacer. ¿Aplaudir?
¿Por qué estoy tan celosa? Es algo incontrolable. Intento
calmarme y empiezo a respirar hondo. Esto no debe
afectarme así. No puedo permitirme que pase.
–Si el baile lo merece, sí.
Alejandro se acerca y me quita una copa para bebérsela
de golpe.
–Era mi copa.
–Por eso la he cogido.
Muy gracioso. Se acerca y me rodea con su gran cuerpo.
Sus brazos me acogen suavemente como en el barco y
comienza a balancearse como si me acunara y me dejo
llevar. Apoyo mi mejilla en su pecho y escucho el lento latir
de su corazón.
–¿Mejor?
Oigo su profunda voz a través de su pecho y me separo
para mirarlo.
–Sí, más tranquila.
–Bien. ¿Quieres que entremos?
–No. Me gustaría que nos fuéramos de aquí.
Según acabo la frase me bebo la copa de Jesús de golpe.
Seguro que él no la echa de menos.
–Podríamos irnos a Imagine –le sugiero.
–Está bien. Pero déjame que les avise.
Saca su móvil y escribe rápidamente un mensaje. No sé a
quién, pero me da igual.
–He aparcado un par de calles más allá.
El trayecto hasta la discoteca lo realizamos en completo
silencio. Imagine es la mejor y más famosa discoteca de la
isla. Se encuentra en una cueva y el ambiente es muy chic.
Conseguimos entrar a la primera y Alejandro no me deja
pagar la entrada. Caminamos por grandes pasadizos de
paredes abovedadas de roca con una iluminación
estratégica. La gente va vestida a la última, muy arreglada.
Casi todos son extranjeros, pero mi mente se empeña en
recrearse en el tango una y otra vez. Nos acercamos a una
de las múltiples barras que hay y pedimos ron con limón. No
debo ser muy buena compañía en estos momentos, pero
Alejandro hace como si lo fuera.
–Debes olvidarlo. Jesús es un buen tipo. No le juzgues
antes de tiempo.
Se ha acercado lo justo a mi oído como para poder
escucharlo con claridad y su cara casi roza la mía.
–Alba, ¿podemos hablar un momento?
Alejandro y yo nos separamos de inmediato. Jesús nos
mira a los dos con cara de pocos amigos.
–Claro –atino a decir.
–¿Nos disculpas, Alejandro? –dice amablemente.
Alejandro asiente con la cabeza y Jesús me coge del codo
llevándome casi en volandas diez metros más allá.
–¿Te ha pasado algo, Alba?
Su actitud ha cambiado radicalmente, su tono de voz es
casi suplicante.
–Ha sido tu baile. No he podido quedarme allí mirando.
Me ha molestado tu locura. Solo eso.
Resuelvo en un par de segundos ser sincera.
–Si no quieres que baile no lo haré, solo tienes que
decírmelo.
–¿Cómo voy a prohibirte bailar?
–No sé cómo decírtelo, Alba. Te he prometido que tus
vacaciones serían como tienen que ser. Que conseguiría
quitarte esa pena que llevas a cuestas y si tengo que dejar
de bailar o de respirar para eso, lo haré.
–¿Cuándo te vas a dar cuenta que eso, ya lo has
conseguido?
La frase me sale sin pensarla y hasta yo misma me
sorprendo de lo que he dicho. ¿Lo ha conseguido? Jesús
mira al suelo negando con la cabeza para levantar la vista
justo en el momento de hablarme.
–Todavía no, Alba. Todavía te queda... Ven, sígueme.
Me vuelve a coger del brazo, esta vez un poco más
suave, ¡menos mal! Recorremos la gran cueva hasta lo que
parece ser la puerta de los baños. Empuja la puerta de
señoras y echa un vistazo. Me agarra la mano y nos colamos
los dos dentro. No hay nadie. Es un baño muy elegante y
limpio. Moderno y agradable a la vez. Hay una hilera de
puertas donde se encuentran los váteres. ¡Dios mío, este
hombre qué va a hacer! Empuja una puerta que está
entreabierta y entramos cerrando con cerrojo. ¡Me encanta!
La estancia es suficientemente amplia para estar los dos
cómodamente y nos aporta la intimidad que Jesús parece
que busca.
Me coge por los hombros y el corazón me da un vuelco.
–Dime exactamente qué es lo que quieres. ¿Quieres que
no vuelva a hablar con Susana?
Está tranquilo y expectante a la vez. ¿Cómo puede
pensar que voy a pedirle eso? ¿Está loco? Ni que yo fuera su
dueña.
–Ni loca, te pediría algo así. Haz lo que tengas que hacer.
Sé libre como siempre me dices, si quieres algo, ve a por
ello. No pienses si haces o no haces daño a alguien. Cuando
te conocí hace realmente poco no eras así. Eras libre, un
espíritu que hace lo que le apetece cuando le apetece y eso
me cautivó de ti. ¡Yo quiero ser como tú! Esta no es tu forma
de ser, es más bien la mía. Yo soy la que no hace las cosas
por el qué dirán, por si le molesta a alguien, por si no está
bien visto... tú eres lo contrario. Yo no quiero cambiarte.
Quita sus manos de mis hombros y se las pasa por el
flequillo despeinándolo mientras reflexiona sobre mis
palabras.
–Tengo muy claro lo que quiero, pero necesito tu ayuda –
dice al fin y continúa–: Por favor, dime si algo de lo que
hago no te gusta. Así de fácil. Cuéntame cómo te sientes.
Nada más.
Bien, si eso es lo que quieres. ¡Allá voy!
–Está bien. Ha sido un impulso. No he podido quedarme y
mirar lo que estabais haciendo en la pista. No he sabido
apreciar lo bonito y lo bien que lo estabais haciendo.
Necesitaba salir, eso es todo.
–He bailado ese tango mil veces hasta que me ha salido
bien.
–Lo sé. Sé que Susana fue profesora tuya. Me lo ha dicho
Alejandro para tranquilizarme.
Jesús sonríe.
–Recuérdame que le dé un abrazo.
Y su sonrisa se prolonga aún más. Espera un momento
antes de volver a hablar.
–No te volverás a sentir así.
Y me atrae hacia él agarrándome por la cintura hasta
quedar pegados. Sus manos recorren lentamente mi
espalda hasta la nuca y el bello se me eriza de inmediato.
Me agarra el cuello y con los pulgares en mi mandíbula
levanta mi cara hacia la suya. Nuestras miradas se
encuentran y la electricidad vuelve a mi cuerpo y me
estremezco. Su nariz roza la mía y noto cómo respira hondo,
pero alarga el momento y aún no me besa, aunque sabe
que lo estoy deseando. ¡Bésame! Siempre juega con mi
deseo. Me suelta el cuello y pone sus manos en mi blusa
sacándola lentamente del pantalón. Cuando queda suelta
introduce ambas manos rozando mi cintura. Comienzo a
respirar más rápido como él y busco su boca, sus labios,
estoy deseando morderlos, pero no me deja. Me evita. Sus
manos suben hasta mis pechos y suelta un ligero ronroneo
al darse cuenta de que no llevo sujetador. Los aprieta con
ambas manos rodeando los pezones con los pulgares y noto
cómo mi deseo crece por momentos. Sin poder besarlo
comienzo a desabrocharle la camisa botón a botón. Me
acaricia los ojos con sus labios y la sensación es deliciosa.
Cuando descubro su bonito torso paso los dedos por la línea
de vello que sale de sus pantalones hasta el ombligo y noto
cómo se me humedece la entrepierna al instante, es algo
increíble el efecto que me produce. Por fin comienza a
besarme el cuello y siento la piel de sus labios multiplicada
por mil por el deseo tan esperado. Mientras, me desabrocha
el botón del pantalón y baja mi cremallera. Lo empuja hacia
abajo y caen a mis pies, salgo fuera de ellos, y finalmente
besa mis labios, suave como él sabe hacer y la boca me
quema. Me empuja guiándome hasta la esquina de la pared.
Allí se separa y lo miro atónita, creo que no puedo esperar
mucho más, pero a él le gusta recrearse. Pone sus manos en
su cinturón y lo desabrocha, hace lo mismo con sus
pantalones dejando al descubierto esos slips blancos y su
abultada erección. ¡Sí, él también está a punto! Posa su
mano en sus partes y se toca arriba y abajo por encima del
slip. Mi boca se entreabre y le agarro por la camisa para
acercarlo a mí. ¡Qué pretende! ¿Seguir provocándome? ¡Ya
no puedo más! Nos besamos apasionadamente. Él me coge
en volandas y yo enrosco mis piernas a su alrededor
apoyando la espalda en la pared. Ahora nuestros sexos se
tocan a través de la ropa interior y él comienza a pasar sus
manos por el interior de mis muslos hasta llegar a mi tanga,
lo aparta con cuidado y acaricia los labios de mi sexo.
¡Madre mía! El cosquilleo mezclado con el puro deseo es
incontrolable.
–¡Oh, Alba! Ya estás...
–Estoy hace mucho rato...
Encuentra el cordón del tampón y lo desliza hacia afuera
lentamente. Me encanta esa sensación. ¡Me he
acostumbrado tan rápido a ello! De repente escuchamos el
sonido de la puerta y varias voces femeninas inundan el
baño. Las luces que estaban apagadas se encienden. Jesús
pone la mano libre en mi boca para que no hable y sigue
tirando hasta que el tampón queda fuera. Oigo cómo cae al
suelo.
–Así será más emocionante –susurra muy bajito.
Una de las mujeres entra en el baño justo contiguo al
nuestro y podemos escuchar cómo se desnuda para hacer
pis. Jesús suelta su erección y su pene queda pegado a mi
bajo vientre. Lo coge y lo guía hacia mi sexo.
–No hagas ruido –me dice cuando la punta de su pene
roza los labios de mi sexo y me entran ganas de gritar.
¿Cómo no voy a hacer ruido? Comienza a abrirse paso
entre mis pliegues y puedo sentir su calor y su fuerza. Entra
lentamente y me derrito por dentro.
–¡Mmmmm! –se me escapa un largo ronroneo.
Al momento, Jesús pone su boca sobre la mía ahogando
cualquier sonido mientras sonríe. Su cadera comienza a
empujarme contra la pared a un ritmo lento y suave, pero
yo no puedo más y aprieto mis piernas haciendo que mis
zapatos de tacón empujen sus nalgas para apretarlas contra
mi cuerpo dándole más inercia. Jesús se acomoda
rápidamente al ritmo que le impongo. Ahora es él, el que
ahoga sus propios suspiros a cada golpe de cadera
mordiéndose el labio inferior. Noto cómo la sangre se
concentra en mi entrepierna y el cuerpo comienza a
tensarse. Oímos cómo la mujer tira de la cadena y sale
fuera. Comienza a hablar con otras que la están esperando,
pero no logro entender nada de lo que dicen, solo puedo
concentrarme en la sensación que me invade. Una ola de
calor me recorre el cuerpo de las extremidades al centro de
mi ser y sé que el orgasmo está empezando. Jesús lo nota y
comienza a moverse más rápido entrando y saliendo. Le
ayudo aflojando y oprimiendo mis piernas consiguiendo que
la penetración sea más profunda y en unos segundos todo
estalla en mi interior llenándome de un placer inmenso.
Jesús arquea su espalda y realiza una última embestida. Las
piernas me tiemblan y paso de estar en tensión a quedarme
sin fuerzas. Ha sido algo increíble. No tengo palabras. Jesús
me abraza y me separa de la esquina aguantando mi peso.
Le rodeo abrazándolo con las pocas fuerzas que me quedan
y él me besa la cara con besos cortos y delicados.
–Buena chica. No has gritado nada.
En ese momento el grupo de mujeres sale fuera y
escuchamos cómo la puerta se cierra. Después, el silencio lo
inunda todo.
–¡Aaah! –grito a pleno pulmón y los dos comenzamos a
reír a carcajadas mientras me hace girar y todo da vueltas a
mi alrededor. Cuando nos desahogamos del todo, él me deja
en el suelo a la vez que su pene abandona mi cálido interior
y siento que podría volver a empezar ahora mismo. Con un
gesto rápido Jesús corta un trozo de papel higiénico y lo
dobla varias veces entre sus manos.
–Abre las piernas.
–Sé hacerlo sola.
–Lo sé, pero quiero hacerlo yo.
Me mira con cara de niño malo y automáticamente abro
las piernas. No puedo resistirme a esa mirada ¡Arrrg! Se
acerca y pasa la mano delicadamente con el papel por mi
sexo limpiándolo una y otra vez y la sensación es única.
Nunca nadie me ha hecho algo así. Me siento incómoda a la
vez que noto cómo me enciendo por dentro. ¡Es tan erótico!
Cuando se queda convencido tira el papel al váter y hace lo
mismo con su miembro con tanta delicadeza, más incluso
que conmigo, que me impresiona. ¡Los hombres y el centro
de su universo! Hay cosas que nunca cambiarán. Rebusco
en mi bolso y saco un tampón. Él ya se ha vestido del todo.
¡Dios!, espero que salga y me deje un momento de
intimidad. Pero claro, no lo hace. Le miro esperando y él me
mira y sé que algo va a pasar.
–¿Puedo?
Mi cara es un poema con mayúsculas. No me lo puedo
creer...
–Enséñame.
Y vuelve a ponerme cara de niño suplicante, pero esta
vez su mirada tiene algo más, tiene deseo, lo veo en sus
ojos encendidos.
–¿Sabes quitarlos y ahora quieres aprender a ponerlos?
Él afirma con una sonrisa de medio lado.
–¡Está bien!
Desenrosco el plástico que lo cubre.
–Atento.
Él se acerca para mirar muy entusiasmado.
–Primero tienes que abrir la parte de atrás un poco. –
Muevo el cordón hacia los lados para hacerlo–. ¿Ves?
El tampón ha cogido una forma un poco cónica.
–Y ahora solo hay que ponerlo. Lo coges por el cordón,
apuntas y empujas con el dedo hacia dentro, recto,
asegurándote de dejar el cordón fuera.
Hago el movimiento con mis manos y él observa
atentamente.
–¡Y ya está, es muy fácil!
–Bien. Dámelo.
Lo coge tal y como lo he hecho yo. Lleva la punta a mi
entrepierna y noto cómo apunta entre mis pliegues. Me mira
como si no quisiera perderse ni un solo movimiento de mi
cara, empuja hacia arriba y noto cómo se va deslizando. Lo
hace tan deliciosamente despacio, como si temiera hacerme
daño, que me impresiona. Cierro los ojos un momento y los
labios se me entreabren. Me muerde el labio inferior con
ternura y sé que estoy húmeda de nuevo preparada para él.
–¿Así está bien?
–Yo no podría haberlo hecho mejor.
Coloca la goma del tanga en su lugar y me besa de
nuevo.
Me pongo los pantalones y él recoge el tampón que
quedó olvidado en el suelo. Lo tira al contenedor sin ningún
remilgo y con total naturalidad, como si cogiera un papel y
no dejo de sorprenderme, lo que a otro le daría un asco
terrible para él es de lo más normal.
–Vamos. Salgamos de aquí, antes de que entre más
gente.

No me lo puedo creer, Alejandro sigue en la barra,


custodiando mi copa y diría que sigue hasta en la misma
posición, de pie con una pierna cruzada delante de la otra y
el codo apoyado en la barra. Lo único que ha cambiado es
que los demás también están allí. Está hablando con Oscar
y con Rubén y por otro lado las chicas al completo están
junto a ellos en un corro con su conversación por separado.
Todos tienen sus copas en la mano. Nos acercamos a los
chicos.
–¡Ya habéis llegado! –dice nada más acercarse a la barra.
–¿Te has peleado con alguien?
Le indica Rubén. Jesús se pasa las manos por el flequillo
intentando colocar lo imposible y Susana le mira de reojo,
Jesús le devuelve una mirada seria de un segundo.
–Te he pedido ron.
Alejandro le acerca una copa a Jesús.
–Gracias, amigo.
–Y aquí sigue la tuya intacta.
La tomo y le sonrío. Me siento mucho mejor con el ánimo
por las nubes y es que Jesús sabe cómo alegrarme el día,
así que decido acercarme al grupo de las chicas a pesar de
que Susana se encuentra entre ellas.
–Personalmente creo que el chico moreno es un bombón.
–¡María! –la regaño.
–Hija, no te pongas así, es que es verdad.
–Tu hermana tiene razón, ¡está como un queso!
Sandra no le quita ojo y ni siquiera se digna a mirarme
mientras habla. Pongo los ojos en blanco.
–¿Podemos hablar un momento, Alba?
Susana me mira altiva y segura. Todas se callan. Sabía
que iba a pasar. Asiento con la cabeza y doy unos pasos
hacia un lado y ella me sigue. Noto la mirada de Jesús en mi
nuca, expectante.
–No voy a explicarte la relación que hay entre Jesús y yo,
porque es un poco complicada.
–¿Complicada? Yo no la llamaría así.
Ella se cambia la copa de mano templándose.
–Mira, puedes acostarte con él todo lo que quieras, pero
él no busca lo mismo que tú. Al final siempre vuelve a mí. Lo
ha hecho más veces.
Intenta controlar el tono de su voz, aunque sé que puede
estallar de un momento a otro. ¡Sabía que lo había
preparado todo! ¡Será zorra! Sin embargo, yo me siento
francamente tranquila después de ese orgasmo tan intenso
y maravilloso que me ha llevado al séptimo cielo.
–No serás la primera ni la última.
La escucho respirando hondo y me tomo mi tiempo para
contestarle.
–Si quieres comerte las babas de todas las mujeres con
las que Jesús se acuesta es tu problema, no el mío.
Giro sobre mis estilosos y altos tacones y con paso firme
me dirijo hacia Jesús que me mira sin saber muy bien cómo
reaccionar. No quiero que me agarre, ni me bese. No quiero
echar más sal en la herida, así que me pongo a hablar con
él tranquilamente. Sé que ella me mira un rato más para
después desaparecer entre la gente.
–¿Todo bien?
Su voz suena cautelosa. Antes de responderle me tomo
mi tiempo y bebo de mi copa.
–Mejor que nunca.
Y me siento poderosa, aunque sé perfectamente que esto
no ha acabado aquí ni mucho menos. Solo acaba de
empezar. María y Sandra se acercan a mí y me sacan del
grupo masculino.
–¡Vamos a dar una vuelta por ahí! Enseguida volvemos –
suelta mi hermana con una sonrisa de oreja a oreja y los
cuatro nos miran estupefactos porque saben que tramamos
algo.
Volamos literalmente por la discoteca hasta que
encuentran unos sofás vacíos. Me sientan en el medio y se
colocan cada una a un lado como dos guardias. ¡Tranquilas,
chicas, que no me voy a ningún lado!
–Explícanos qué es lo que te ha pasado con Susana.
Miro a Sandra y la veo francamente preocupada, también
me fijo en mi hermana, tiene el ceño fruncido y no me quita
ojo.
–Lo único que pasa es la actitud que tiene Susana hacia
Jesús. Se cree que tiene algún poder sobre él. No sé, es algo
muy raro. No sé cómo tomármelo. Me ha advertido
directamente que él va a volver con ella. Creo que tú,
Sandra, podrías aclararnos mucho más.
Paso la pelota a su tejado. Es la hermana de Jesús y nadie
lo conoce mejor que ella. Estoy deseando escuchar sus
palabras y por la cara de mi hermana creo que ella también,
la mira como cuando ve una telenovela en la tele.
–Yo... estoy un poco en el medio.
–Lo entendemos, Sandra, pero tu hermano, ¿siente algo
por Susana?
Mi hermana interviene por primera vez. ¡Muy buena
pregunta, hermanita!
–A ver... Es un rollo raro. A mí personalmente no me gusta
y se lo he dicho a él en varias ocasiones. Se juntan cuando
los dos no tienen ningún ligue y cuando alguno empieza una
relación lo dejan sin más, sin enfados ni nada. Es solo sexo.
–Pues esta vez Susana no lo tiene tan claro. Me ha dado a
entender que no tengo nada que hacer, que Jesús siempre
vuelve a ella. Creo que esta vez ella tiene un interés
especial.
–Pero, por favor, no pienses en eso.
Sandra intenta explicarse y cuando coge mi mano me
doy cuenta de lo implicada que está con este tema.
–Alba, sigo diciéndote que le gustas a mi hermano. A lo
mejor él todavía no lo sabe, o no quiere que se le note, o
qué sé yo, pero lo conozco y actúa raro, está distinto
contigo.
Suspiro. ¿Por qué el amor tiene que ser tan complicado
conmigo? Mira lo fácil que lo ha tenido mi hermana. ¡Y yo
qué!
–No sé realmente qué decirte, Sandra, me estoy dando
cuenta que tienes muchas esperanzas puestas en esto.
Le acaricio la mano que me tiene cogida y que aún no me
ha soltado.
–Lo que sí que tengo claro es que no quiero ninguna
escenita con Susana. No quiero entrar en eso.
Ellas se miran asintiendo.
–Por ahora, nos estamos conociendo y tenemos una
apuesta en marcha.
Creo que le debo una explicación a Sandra. Ella ha sido
sincera conmigo y quiero serlo con ella.
–¿Qué tipo de apuesta? –me pregunta Sandra extrañada.
–¡Vaya, Alba! Estás cambiando mucho en este viaje...
La sonrisa expresa la alegría que siente mi hermana.
–Bueno, él cree que es capaz de no enamorarse de mí y
yo digo que sí.
–¿Te ha dicho eso?
Sandra tiene los ojos como platos.
–Sí, según él es capaz de no enamorarse. Dice que lleva
años entrenando.
–¡Eso es imposible!
Mi hermana mira al techo mientras pronuncia ¡la
verdadera frase de la noche!
–¡Eso mismo le he dicho yo! Es más, si él gana la
apuesta, tendré que ser su amiga, ¡de por vida!
–¡Dios, Alba, no puedes perder esa apuesta! ¿Y si ganas
tú? ¡Dios, qué emocionante es esto! ¿Por qué no me lo has
contado antes?
–No he tenido tiempo, María.
Tomo un sorbo de mi copa y ellas dos hacen lo mismo
esperando mi respuesta. Trago lentamente.
–Si yo gano, tendrá que ser mi novio, no mi amigo,
evidentemente.
–¡Aaaah! ¡Tienes que ganar! ¡Por Dios!
Sandra levanta su copa hacia el centro.
–¡Por la victoria de Alba!
Chocamos nuestras copas con brío y entusiasmo y
bebemos un largo trago.
–Por nuestra parte… –María mira a Sandra para
confirmar– te ayudaremos en todo lo que podamos con este
asunto.
–Os lo agradezco, de verdad, pero no creo que haga falta.
–Un poco de ayuda siempre viene bien, pero bueno,
estaremos aquí esperando muy juntitas. Cuenta conmigo
para lo que necesites, Alba. Llevo soñando con este
momento mucho tiempo.
–La verdad es que no es tan fácil... verás, Sandra, él
piensa que estoy enamorada de Mauro.
–¿Qué Mauro?
–Mauro, tu jefe.
Las dos me miran sin pestañear y comienzan a hablarme
a la vez atropelladamente.
–¡Pero Alba! Creía que ya habíamos hablado de eso y que
lo tenías superado desde que apareció Jesús.
–Entonces, ¿son verdad las habladurías que corren por el
hotel?
–A ver. ¡Por Dios! Por partes.
Levanto las manos en son de paz.
–Admito que es un hombre muy guapo y me atrajo de
inmediato, pero después de conocerle un poco más me di
cuenta, gracias, María…
María sonríe satisfecha
–… que no era para mí. Sin embargo, cuando le veo, no
puedo evitar ponerme nerviosa. No sé, es una sensación
rara. Jesús piensa que aún no he pasado página.
–La cosa se complica.
La euforia de Sandra se ha deshinchado como un globo.
–Sandra, ahora mismo tu hermano ha conseguido que me
lo pase de ensueño y que me olvide de Mauro. Es un
hombre increíble. Y me he dado cuenta en estos días que es
un hombre del cual te puedes enamorar despacio y
locamente.
–¡No te lo voy a perdonar!
–¿El qué?
–Que no me hayas contado nada todos estos días.
Mi hermana está enojada y con razón. Siempre nos
contamos todo y la verdad es que hemos estado un poco
ausentes últimamente.
–Hemos estado muy ocupadas –le digo.
–Cierto, las dos.
Y me pega un abrazo, que me pilla por sorpresa.
–Yo también quiero un abrazo.
¡Dios! Noto un apretón aún más fuerte que el de mi
hermana. Logro girar la cara y veo a Rubén apretándonos a
las dos con ganas.
–¡Rubén, que no puedo respirar!
Mi hermana consigue que nos suelte y por fin cojo aire
con tranquilidad. Jesús me tiende la mano y me levanta del
sofá.
–Yo también quiero mi abrazo.
–¡Pues gánatelo!
Se aproxima a mí como un clavo y pone su cara frente a
la mía.
–¿Cómo has dicho?
Me habla como si un teniente coronel hablara a un
recluta.
–¿Se está usted enamorando de mi teniente? Le noto
muy tierno.
Tómate esa… a ver qué dices ahora.
–¿Le gustan más los hombres duros, soldado?
–Uyuyui... responde con otra pregunta, eso son evasivas.
Suelta una amplia carcajada.
–¡Soldado Galán, quiero verla en la pista de baile en dos
segundos!
Me pega tal grito que salgo derechita hacia la pista sin
pensar y sé que viene detrás de mí porque noto su aliento
en la nuca y comenzamos a bailar canción tras canción al
sonido de la música más internacional del momento y no
soy consciente del tiempo que pasa.

Está amaneciendo cuando salimos de la discoteca-cueva.


Estoy derrotada y subo a la moto con ayuda a duras penas.
Creo que el alcohol me está pasando factura. Cuando Jesús
arranca la moto me dejo caer en su espalda y enrosco mis
brazos a su pecho casi sin fuerzas. Jesús me agarra los
brazos con una mano mientras que con la otra maniobra
para poder salir del aparcamiento.
–Agárrate fuerte, Alba, o te caerás.
Le hago caso a duras penas, estoy tan cansada y todo me
da vueltas. Tengo que conseguir no dormirme, pero una vez
que nos ponemos en marcha la brisa hace que me despeje
un poco. El paseo se me hace corto y me espabilo cuando el
motor para. Estamos en un parking.
–Un poquito más, ya hemos llegado.
Las palabras de Jesús me llegan cada vez más lejos y lo
último que veo son las puertas de un ascensor abriéndose.
DÍA 7

Abro lentamente los ojos y la luz hace que los cierre de


inmediato. No sé dónde estoy. A mis oídos llegan ruidos. No
puedo distinguir de qué se tratan, pero me da la sensación
de ser como si alguien trajinara en una cocina. Me armo de
valor y vuelvo a abrirlos. Un blanco brillante hace que me
duelan hasta las pupilas. Parpadeo y consigo enfocar con
nitidez. Veo un ventanal enorme y el azul turquesa del mar.
Me giro sin ganas. Estoy en una habitación de blanco
inmaculado. Me siento en la cama. Llevo puesta una
camiseta que no es mía y el tanga. Vuelvo a escuchar, esta
vez una canción interpretada con silbidos y sé que estoy en
la cama de Jesús. No recuerdo casi nada de anoche, solo
que bailaba y bailaba. ¡Mmmm! Huele a pizza... no me lo
puedo creer. ¿Estará Jesús haciendo pizza? Mi entusiasmo
hace que me levante de golpe y un ligero mareo se apodera
de mí. Me quedo quieta esperando a que pase y pasa, pero
una punzada de dolor se me queda en las sienes. Cuando
llego a la puerta que da al salón, el panorama no puede ser
mejor y por unos segundos se me pasa mi horrible dolor de
cabeza. Jesús se encuentra detrás de la isla, lleva una
camisa blanca remangada y desabrochada por completo y
unos pantalones cortos de color negro. Tiene el pelo
revuelto. Está amasando una bola de masa y tiene harina en
las manos, los brazos y el torso. Según amasa silba y baila a
la vez. ¡Se le ve tan libre y divertido! Se nota que está
disfrutando. En la cara se me dibuja una sonrisa de oreja a
oreja y me acerco sin hacer ruido. Cuando estoy a dos pasos
de él, levanta la vista y me devuelve la sonrisa más
encantadora del mundo.
–La bella durmiente ya se ha despertado. Espero que
tengas hambre.
La masa ha tomado forma de plato y Jesús se afana en ir
estirándola.
–¡Dios! No me perdería esa pizza por nada del mundo.
Me siento en un taburete enfrente de él. Veo que mi bolso
se encuentra en una esquina de la isla. Lo agarro y saco mi
móvil.
–Tranquila, tu hermana sabe que estás aquí. Ayer le dije
que te traía a casa y ya he hablado con ella esta mañana.
¡Guau! ¡Mi ángel de la guarda!
–Gracias.
Miro la hora en el teléfono.
–¿Son las cuatro?
–Sí. Ya no podía esperar más, me rugían las tripas.
¡Ay, pobre! Ha estado esperando a que me despertara
para comer.
–¿Qué tal te encuentras?
–Mucho mejor. Aunque tengo un ligero dolor de cabeza.
Deja de amasar y me mira la cara.
–Eso lo arreglo en un momento. Se te acabaron las pilas
justo al entrar en el ascensor.
–No sé qué me pasó. Es como si me hubiera subido de
golpe todo el alcohol que bebí y me sentía tan cansada...
–Soldado Galán, tiene poco aguante.
¡Muy gracioso! Nos hemos levantado chistosos, ¿no?
–Menos mal que tengo reflejos. Te cogí justo a tiempo.
–Imagino que tú me has puesto esto.
Tiro del bajo de la camiseta.
–Qué pasa, ¿no te gustan los Rolling Stones?
Es una camiseta blanca con unos labios rojos con la
lengua fuera.
–Claro que me gustan.
–Bien.
Coge la pizza y la lanza al aire dándole varias vueltas. La
masa gira flotando como si fuera una falda de vuelo y me
quedo atónita. Sin pensarlo dos veces cojo el móvil y le
hago un par de fotos.
–Voy a empezar a cobrar por las fotos que me haces...
Alba.
Río a carcajadas. ¡Dios mío! ¿Cómo es posible que no me
fijara en el diamante en bruto que tengo delante? Deja la
pizza extendida en la mesa y se pone serio.
–Ahora el tomate. Nada de lata, tomate triturado natural.
Receta italiana.
Moja el dedo en una sartén llena de tomate triturado que
acaba de hacer y me lo acerca a la boca. Lo chupo con
ganas y es que me habría comido ambas cosas el tomate y
el dedo.
–¡Está muy bueno!
–Gracias, pero no es para tanto... jejeje.
–Me refiero al tomate.
–Y yo, y yo –dice con una seriedad fingida.
Nos morimos de risa los dos. Es tan fácil ser feliz a su
lado que no me puedo creer que esto sea realidad.
–Pon tú los ingredientes que quieras. Me voy a pegar una
ducha rápida. La pizza que está en el horno es de verduras,
calabacín, tomate, cebolla, pimientos y champiñones.
Viene hacia mí mientras habla y al doblar la isla veo que
va descalzo. Mmmm, me encanta cómo le quedan los
pantalones y ese torso descubierto con harina... no tengo
palabras. Se inclina para darme un casto beso en la mejilla,
pero me revuelvo y le beso yo antes en la barba que ya
empieza a pinchar sobre una mota de harina.
–Enseguida vuelvo, nena.
Y me besa el pelo. Miro como anda hasta que desaparece
por la puerta del dormitorio y es entonces cuando soy
consciente de cómo el dolor de cabeza vuelve. Me aparto el
pelo despeinado de la cara y empiezo a elegir los
ingredientes que están ya cortados en boles. Cuando creo
que está lista, cambio una pizza por la otra en el horno justo
a tiempo de que Jesús aparezca de nuevo. Lleva solo unos
muy gastados vaqueros azules que le quedan como un
guante porque ya han cogido la forma de su cuerpo, y a los
que no sé si se le ha olvidado abrocharse el botón, porque lo
lleva suelto y puedo ver el principio de sus slips ¡Y son
negros! Tiene el pelo mojado y despeinado y me quedo
como una tonta mirándolo.
–Toma.
Abre su mano. ¡Es el tanga que se quedó en su habitación
del hotel!
–Está limpio. Si quieres puedes darte una ducha. Yo
controlo tu pizza.
Cojo el tanga con los mofletes colorados y le sonrío
tímidamente.
–Enseguida vuelvo, no empieces sin mí.
Cuando giro para irme me pega un cachete en el culo. Lo
miro con el ceño fruncido. ¡Pero bueno!
–Date prisa, soldado, o te quedarás sin comer.
Cuando salgo, ya vestida y con el pelo limpio y mojado,
Jesús está esperándome en la terraza. Ha puesto la mesa
allí y está sentado en la tumbona con la guitarra afinando
las cuerdas. Me siento a la mesa sin decir nada, no quiero
interrumpirle, pero le interrumpo. Me mira serio, parado
como una estatua durante unos segundos.
–¿Qué pasa? –pregunto cautelosa. Se levanta, deja con
cuidado la guitarra en la tumbona y se sienta junto a mí.
–Con la cara lavada eres igual de preciosa.
Me coge la cara por la barbilla.
–Cada día me sorprendes.
No puedo evitar sonrojarme. Evidentemente yo no pienso
igual, gano mucho maquillada, por lo menos eso creo.
–¿Comemos?
¡Dios, qué tonta soy! Solo se me ocurre decir eso...
–Claro.
Reparte una porción de cada pizza.
–Veamos cuál está más rica.
–No sabía que era una competición.
Con la porción de pizza en la mano en alto, la boca
entreabierta y a punto de morderla se queda parado.
–Conmigo siempre es una competición, no lo olvides.
Y le pega un mordisco a la pizza que he preparado yo.
Mastica un par de veces y cierra los ojos poniendo una
mueca que no sabría identificar como buena o mala.
–Mmmm...
Sigue masticando.
–Está...
Traga.
–Muy buena.
Bueno... eso me anima y pruebo la suya. ¡Dios! Nunca he
probado una pizza tan rica, con la masa fina y crujiente, la
cantidad exacta de ingredientes para que el sabor de todos
y cada uno de ellos se fundan en cada bocado.
–Es increíble... ¿cómo lo haces? Está francamente buena.
Si lo de los aviones te falla alguna vez podrías dedicarte a
esto. Triunfarías seguro.
–¿Te gusta?
Sus ojos brillan entusiasmos.
–Me encanta de verdad.
–¿Y ahora qué hacemos? A mí me gusta más la tuya.
Pruebo la mía.
–No. No hay color, sin duda la tuya es mejor. Además, tú
has hecho la masa de las dos.
–Entonces yo puedo opinar sobre los ingredientes y digo
que la tuya es mejor. Me gusta la combinación que has
hecho.
–Le he puesto dos ingredientes que no se ven, pero que
son imprescindibles en la cocina.
–¡Ah!, ¿sí? ¿Y cuáles son?
–Amor y cariño.
Se queda sin palabras, parpadeando y sé que le acabo de
meter un gol en plena portería.
–¡Touché! –admite.
Y toma otro bocado.
–Sí, le has puesto amor como para enamorar a un
elefante.
Pongo los ojos en blanco. Y él sonríe triunfante.
–Ten cuidado –le digo sonriente.
–Necesitas mucho más que esto, Alba.
Me quedo mirándolo unos segundos pensativa y creo que
me está engañando. Todo esto… es como si fuéramos
pareja. ¿No lo ve?
Comemos los dos con ganas y cuando terminamos me
levanto para recoger la mesa.
–¡No! No toques nada. Hoy viene Lola. Ella lo hará. Tú, al
sofá.
¡Lola! Otra mujer... no, por favor...
–¿Quién es Lola? –pregunto con cautela.
–Me ayuda con la casa.
Al ver mi cara, aclara:
–Personal doméstico. Limpia, ordena, ya sabes... solo
esas cosas.
Me acompaña al sofá y me tumbo en la chaiselong boca
arriba. ¡Solo espero que Lola sea mayor y fea! Jesús se
sienta con las piernas dobladas sobre sí mismas y coloca mi
cabeza entre ellas a modo de almohada.
–Relájate –susurra.
Con el mando pone música chill out y comienza a
masajearme las sienes. Esto es la gloria. No recuerdo estar
mejor en mi vida.
–¿Se te han acabado los calzoncillos blancos?
Suelta una carcajada.
–Estos son los del fin de semana. De lunes a viernes
blancos y los sábados y domingos negros.
–¿Y eso por qué?
–Cuestión de comodidad... deja de preguntar y relájate o
tendré que usar otras artimañas para que me hagas caso.
–Yo creo que un psicólogo tendría mucho que decir a este
respecto.
–Bueno, tú lo has querido.
Se inclina sobre mí y comienza a besarme lentamente las
rodillas bajando por la cara interna de los muslos y el
cosquilleo me rodea las ingles y me entran ganas de apretar
mis muslos atrapando su cara en medio, pero me reprimo.
¡Madre mía! En un momento estoy tan caliente y receptiva
que creo que podría quemar el sofá ahora mismo y dejarlo
reducido a cenizas. Abro los ojos y tengo el bulto de sus
pantalones tan cerca... me sube la camiseta y deja un
círculo de besos alrededor de mi ombligo, para después
subir hasta el principio de mi tanga y la respiración se me
dispara junto a los latidos de mi corazón que bombea
sangre a la entrepierna y noto cómo se me acumula el calor
en el cuerpo. Él vuelve a la posición anterior y sigue
subiendo la camiseta despacio hasta que mis pechos
quedan expuestos. Se coloca más cómodamente dejando mi
cabeza en el sofá y echándose un poco hacia atrás
comienza a chuparme un pezón con sus carnosos labios,
ronroneando a la vez. Alzo los brazos y acaricio su espalda
desnuda, lentamente. Es tan suave como la piel de un niño.
Le beso el pecho que queda a mi altura y respiro su olor. Lo
reconocería entre un millón de olores. ¡Huele tan rico!
Chupo sus abdominales y él cambia de pecho. Sus maestras
manos pasan por mis ingles y hacen que me estremezca.
–Prepárate...
¡Dios mío! Estoy más que preparada. Se coloca a cuatro
patas sobre mí. Separa con cuidado el tanga y se queda
quieto. ¡Por Dios! ¿Qué hace? ¡Está mirando mi sexo! Y
mucho. ¿Lo estará memorizando? ¡Qué vergüenza! ¡Para
ya...! Pero se toma su tiempo, acerca su boca hasta que
noto su aliento en mis delicados pliegues. ¡Me está
torturando! Recorre los labios de mi sexo con los dedos
hasta llegar al clítoris y lo estimula haciendo suaves círculos
sobre él.
–¡Alba, siempre a punto!
–¡Mmm!... sigue...
Al escucharme sustituye sus dedos por su boca y chupa
mi clítoris con pasión. Las sensaciones se multiplican en mi
interior. Comienzo a mover mis caderas hacia sus labios
abriendo más las piernas, no puedo evitarlo... voy a mil.
Bajo la cremallera de sus pantalones y descubro su pene
erecto y sin más preámbulos, le beso la punta acariciándola
con los labios.
–Mmm...
Le gusta, a mí también. Me meto su miembro en la boca
y comienzo mi particular felación. Despacio chupando arriba
y abajo al ritmo que me impone mi propio cuerpo.
–¡Oh, nena, eres increíble!
El deseo crece poco a poco, sin prisas, saboreando cada
instante hasta que de repente el ruido de unas llaves
girando en la cerradura hace que Jesús se aparte de un
salto. ¿Quién tiene las llaves del piso de Jesús?
–¡Lola! –dice sorprendido y tiene el tiempo justo de
sentarse y abrocharse los pantalones.
Yo reacciono lo más rápido posible y me siento a su lado
justo antes de que la puerta se abra y aparezca una mujer
mulata de unos treinta y cinco años.
–Lola...
Le saluda Jesús aún con la respiración entrecortada. Ella
se queda parada en el umbral de la puerta con la llave
todavía metida en la cerradura y pasando su mirada de uno
a otro. Mi pecho sube y baja rápidamente por la respiración
agitada, pero intento sonreír aparentando tranquilidad. Me
coloco la camiseta estirándola hacia abajo lo máximo
posible.
–Hola... lo siento. Tenía que venir a las cinco, ¿verdad?
Lola habla muy cortada.
–Sí, claro, pasa, pasa.
Jesús ojea su reloj de pulsera y abre mucho los ojos. Ella
saca la llave y cierra la puerta. ¡No es ni mayor, ni fea! Es
una mujer, cómo decir... muy atractiva. No tiene una belleza
explosiva, pero tiene algo. No sé el qué, algo que no puedes
dejar de mirarla. No es muy alta y tiene un cuerpo
menudito, pero proporcionado, lo que la hace parecer más
joven. Es delgada y tiene una cinturita de avispa. Lleva
puestos unos vaqueros cortos y una camiseta de tirantes
blanca con unas deportivas blancas. Muy simple, pero en
conjunto le queda genial. ¡Y se supone que viene a fregar!
Su pelo es largo, negro y muy liso y sus ojos grises, me
llaman poderosamente la atención. Tiene ojos de gato.
–Empezaré por el baño y el dormitorio.
Consigue decir muy cortada y esquivando nuestras
miradas. Se dirige a la cocina, se hace un moño alto en un
segundo con una goma y coge algunos utensilios de
limpieza para desaparecer tras la puerta del dormitorio.
Nada más desaparecer, Jesús resopla.
–Lo siento. No me he dado cuenta de la hora.
–¿Has tenido algo con ella? –le suelto a bocajarro.
–¡Alba! –Se queda paralizado–. ¿Cada mujer que veas me
vas a preguntar si me he acostado con ella?
–Solo si me surge la curiosidad.
Me mira como si esto fuera una broma.
–No. No tengo nada con ella. Ni lo he tenido en el pasado,
ni lo tendré en el futuro. No tengo nada que ocultarte, si
fuera que sí, te lo hubiera dicho sin problemas. Lo sabes.
Con el gesto de su cara espera una afirmación por mi
parte.
–Sí.
¡Joder! Ahora me siento tan mal... ¡Qué idiota soy!
–Era solo curiosidad.
Me coge las manos y se las lleva a la boca y las besa
tiernamente.
–Tengo que trabajar esta noche.
¡No, por favor...! Me desinflo como un globo.
–Esta noche vuelo a Haití, recojo pasajeros y vuelo a
Jamaica. Allí hago noche, o más bien lo que quede de ella y
mañana a las doce hago Jamaica–Cuba. Allí almuerzo y por
la tarde a las seis vuelvo.
Suspiro...
–Eso son veinticuatro horas sin vernos. Y eso es malo
para mi apuesta y bueno para la tuya.
–Recuperaremos el tiempo perdido.
Se levanta del sofá.
–Te voy a acercar al hotel.
Y se pierde en el dormitorio. Oigo cómo habla con Lola,
pero no logro entender lo que dicen. Tengo que vestirme, así
que decido entrar en la habitación. ¡No me queda otra!
¡Quizá seamos muchos en un dormitorio! ¡Arrrg!
Entro y Jesús está ayudando a hacer la cama a Lola, cada
uno estira las sábanas en un lado. Cuando me ve, lo deja y
se acerca a mí. Lola sale discretamente al salón. Me quito la
camiseta de los Rolling Stones y se la tiendo quedándome
solo con el tanga puesto.
–Gracias.
–De nada.
La coge y se la pone sonriéndome.
–Eso ha sido un gesto muy bonito, Jesús.
Me acerco más a él y le beso la barbilla. Él me agarra el
culo y me aprieta ajustando mis caderas a las suyas.
–¿Te ayudo a vestirte?
¡Ya estamos!
–No, no hace falta. Sé hacerlo yo solita.
–Pues hazlo rápido o no respondo.
Y sus manos aprietan mis glúteos.

A las seis y media Jesús aparca su moto en el parking


lateral del Hotel San Mauro. Cuando entramos en recepción,
él pone su mano en mi baja espalda y avanzamos por el
gran hall. ¡Por favor, que no esté Mauro! Y parece que no
está, al menos solo hay un chico tras el mostrador que no
conozco. Me tranquilizo un poco y pido la llave de mi
habitación.
–Buenas tardes.
¡No! Esa voz... Sé que es la de Mauro. Cojo la llave y me
preparo para girarme y encontrarme con su cara. Y allí está
junto a Jesús. Uno al lado del otro, juntos. ¡No me lo puedo
creer! ¡Por qué me pasarán a mí estas cosas! Ellos no se
miran, me miran los dos a mí. Jesús con cara seria y Mauro
con una radiante sonrisa de anuncio.
–¡Ah! Hola, buenas tardes –le contesto educadamente.
Sin mediar palabra, Jesús se acerca a mí y me abraza
envolviéndome para hablarme bajito al oído.
–Esta es tu oportunidad, queda con él esta noche. Vete a
cenar con él y acláralo.
¿Pero qué dice? Me quedo fría incluso entre sus brazos. Él
disimula besándome la mejilla.
–No seas tonta, esta es una buena oportunidad.
Y se separa.
–Bueno, hablaremos mañana –dice en alto para dejar
claro delante de Mauro que él no va a estar.
¿Pero qué está haciendo? Esto es una clara encerrona.
–Estamos en contacto.
Me da un pulcro beso en la boca, casi ni me roza los
labios.
–Mauro –le suelta a modo de saludo y despedida.
–Jesús –contesta Mauro.
Me guiña un ojo y puedo ver a pesar de su sonrisa un
oscuro velo en su mirada y como si Mauro no existiera, se
gira y se va siguiendo el mismo camino de vuelta. Me quedo
mirando sus andares hasta que desaparece y así nos
quedamos los dos solos. Yo más cortada que una sandía en
verano sin saber qué decir y Mauro mirándome, sonriendo
expectante hasta que se da cuenta de mi colapso y por fin
habla:
–¿Vas a la habitación?
–Sí –respondo con un monosílabo.
–Si no te importa, te acompaño, voy en esa dirección.
¡Qué remedio! ¿Tengo alguna otra opción? No vamos a ir
andando uno detrás del otro sin hablar.
–Claro.
Me mira con ojos triunfantes y comenzamos a caminar a
través de los preciosos jardines. Sin desperdiciar ni un
segundo comienza a preguntarme directamente.
–Bueno, Alba, ¿te has pensado lo que te dije?
Le miro alucinada, parece como si se hubieran puesto de
acuerdo los dos. No pierde el tiempo, no.
–Podemos cenar hoy.
Mi voz suena fría y sin emoción. Sin embargo, el efecto
en Mauro es todo lo contrario, ¡si incluso se ha tropezado y
ha dado un traspié cuando se lo he dicho!
–Perfecto. ¿A qué hora te recojo?
Miro el reloj, las siete menos cuarto, cuanto antes termine
con esto mejor.
–Dentro de una hora, a las ocho menos cuarto en mi
habitación.
Me giro sin esperar una respuesta y me pierdo en el
interior del edificio 6. A lo lejos oigo un “Aquí estaré”.
Entro derrotada en la habitación y me dejo caer en la
cama. Tengo una hora y no sé qué ponerme. Recuerdo los
buenos momentos que he pasado con Mauro. El alucinante
salto de la cascada, el día que me rescató de la lluvia y
estuvimos en la caseta encerrados. Allí me dio el primer
beso. La carrera por la arena y el beso con galleta. Su
reacción después del masaje... y me doy cuenta de que no
he pensado en esos momentos desde entonces y eso me da
fuerzas para saber lo que tengo que hacer esta noche.
A las ocho menos veinte, estoy lista y esperando. Me
sobran cinco minutos suponiendo que Mauro sea puntual y
aunque me ha costado horrores decidirme por el vestuario,
al final me he puesto una camiseta de lycra con tirantes
anchos y amplio escote de color negro y una falda por
encima de la rodilla estrecha de color coral combinada con
unas sandalias de tacón alto a juego. He optado por un
moño recogido alto y maquillaje suave, algo de sombra a
juego en color coral, rímel negro y brillo de labios.
Estoy sentada en la silla del escritorio tamborileando mis
dedos sobre la mesa y a las ocho menos cuarto en punto
unos nudillos tocan a la puerta. Me dirijo lentamente hacia
ella y abro despacio. Es él. Sin permiso el corazón me pega
un vuelco y sale trotando. ¡Está tan guapo! ¡Este chico me
entra por los ojos sin remedio! Intento calmarme en vano,
lleva una camiseta de manga larga de algodón blanca con
tres botones en el cuello, dos de ellos los lleva
desabrochados, las mangas subidas hacia arriba hasta
medio brazo y unos pantalones vaqueros negros con unas
botas negras estilo militar con los cordones desabrochados.
Los vaqueros le quedan de miedo, arrugados en los bajos de
las piernas por las botas. No se ha afeitado y sus ojos
verdes resplandecen como nunca. Ambos nos quedamos
mirándonos y sé que me observa sin tapujos. ¡No te pongas
roja!
–Estás... no tengo palabras, impresionante.
¡Ya está! Ya tengo el calor en la cara. Él me sonríe y pone
su mano en mi mejilla. Me quedo quieta como una estatua.
–No sigas o vas a explotar...
Sigue sonriendo, ¡sí, ya sé que le gusta mucho que me
sonroje! Y justo eso es lo que no quiero hacer. Le quito
despacito la mano cogiéndosela por la muñeca y él acaba
metiéndola en el bolsillo de su pantalón.
–Lo intentaré. Pasa, voy a coger el bolso un momento.
Mauro pasa tímidamente y cierra la puerta tras de sí
quedándose junto a ella mientras no pierde ojo de mis
movimientos.
–Puedes sentarte si quieres.
Y la escena me es muy familiar. Igual que la primera vez
que Jesús entró en la habitación y se sentó en la cama, pero
Mauro no lo hace.
–No, tranquila, estoy bien aquí.
Me encojo de hombros y entro en el baño con el bolso en
la mano. Meto varios tampones y el neceser de maquillaje.
Además, un bikini seco y una púa por si necesito
desenredarme el pelo.
–¡Lista!
Mauro no se ha movido. Abre la puerta y me cede el
paso. Después cierra y me devuelve la llave.
–Bueno... ¿Dónde vamos a cenar?
Caminamos rodeando el estanque, uno junto al otro.
Nuestras sombras han tomado forma alargada y es que en
breve comenzará a atardecer.
–He reservado en un restaurante que conozco muy
cerquita de aquí. Tiene una gran terraza con vistas al mar.
Y...
Mira su gran reloj de pulsera
–... llegamos a tiempo de ver el atardecer.
No puedo por menos que sonreír. Nos dirigimos a
recepción y dejo la llave. Puedo ver cómo el chico sonríe a
Mauro, pero este no le devuelve la sonrisa. ¡Dios, qué
situación!
Mauro se despide muy serio de Carlos que es así como se
llama el chico de recepción y nos encaminamos al parking.
Me dirijo hacia el quad, pero Mauro se para en un enorme
cuatro por cuatro de líneas modernas y color blanco
inmaculado. Es un BMW X6 precioso. Me quedo parada
como un clavo observándole.
–En este iremos más cómodos –dice sin más.
¿Qué pasa, está sacando todas sus armas? Me dirijo a la
puerta del copiloto y él solícito me abre la puerta. Subo con
un poco de esfuerzo y cierra la puerta tras de mí. El interior
es todo en beige, los asientos son de cuero, el salpicadero,
todo inmaculado. Hasta huele a nuevo. Cuando Mauro se
sienta a mi lado ni me mira y procede a arrancar el coche.
–Muy bonito. Me encanta.
–Me lo acaban de dar. No tenía coche, así que pensé en
un cuatro por cuatro.
Maniobra suavemente y salimos del parking.
–Ya sabes, en una isla, con las carreteras que hay, es
mucho mejor.
Mis manos acarician la piel del asiento. Mauro me mira de
reojo.
–Si quieres te dejo traerlo...
¡Lo está intentando con todo su arsenal! Y tengo que
admitir que me encantaría.
–¡Está nuevo!
–Es solo un coche.
–Sí... pero...
–¿Qué pasa, conduces muy mal?
Me carcajeo en alto.
–No. No es eso. Es que me sorprende tu proposición.
–Un coche es solamente una cosa, es algo material. Nada
más.
–Sí, una cosa material de… ¿unos ochenta y cinco mil
euros?
No puedo por menos que abrir muchos los ojos para
enfatizar mi frase.
–De todos modos, te lo agradezco, pero me acabo de
sacar el carné de conducir. No te lo recomiendo.
–Con más razón, debes practicar para que no se te olvide
o le cogerás miedo.
De vez en cuando me mira, mientras habla para luego
volver a posar la vista en la carretera.
–Practicar sí, pero no con este coche.
¡Me muero de ganas de conducirlo! Mauro gira a la
izquierda para entrar por un camino de tierra que nos
conduce montaña arriba y que conecta con una carretera.
Es como si hubiésemos cogido un atajo y vamos a parar a
un espacio abierto. Hay un edificio de dos plantas blanco
rodeado de vegetación exuberante, flores de colores y
grandiosas palmeras. ¡Es como un oasis en mitad de la
nada! Debe ser el restaurante. Aparca el coche bajo una
pérgola y rápidamente me abre la puerta para que baje. La
luz es cada vez más tenue.
–¡Tenemos que darnos prisa o nos perderemos el
atardecer!
No me da tiempo a contestarle. Me coge de la mano y me
lleva a toda prisa hacia el interior del edificio. Un hombre
con uniforme saluda a Mauro.
–¿Está todo listo, Miguel?
El hombre asiente y nos conduce hacia unos grandes
ventanales vestidos con vaporosos visillos blancos. Cuando
llego, me quedo sin aliento. Solo hay una mesa redonda en
el centro pegada al balcón y una cama balinesa a un lado.
Todo está lleno de macetas con flores de todos los colores,
hiedra y velas blancas encendidas grandes y pequeñas y al
fondo… el mejor cuadro... la puesta de sol sobre el mar
Caribe. Mauro me coge de la mano y sonriente me lleva
hasta la barandilla. El sol comienza a tocar la línea que el
mar forma en el horizonte. ¡Qué bonito! Es simplemente
impresionante. El cielo se torna anaranjado con toques
fucsias y varios tonos de azules, todo reflejado como
pinceladas en el mar. Mauro abre una botella de vino blanco
que está dentro de una cubitera y sirve dos copas. Me
tiende una. ¡Está muy fría!
–¡Por la belleza!
Sé que me estoy poniendo colorada, nunca me
acostumbraré a los cumplidos. Nuestras copas chocan y
bebo observando este pequeño milagro que tiene lugar ante
nuestros ojos y que sucede cada día y a mi mente llegan las
palabras de Susana explicando el baile del carnaval. Un
baile entre el sol y el mar.
–¿Nos sentamos?
La voz de Mauro me saca de mis pensamientos. Me
siento en la silla que me ofrece y no puedo evitar sonreír.
–¿Te has acordado de algo divertido?
Él rodea la mesa y se sienta en su silla aún con la copa en
la mano. La posa en sus labios esperando escuchar mi voz.
–Me he acordado del primer día en el hotel, cuando nos
encontramos en el bufé. Me arrimaste la silla igual que
ahora.
Mauro sonríe, me fijo en sus ojos verdes, sus pestañas
negras y sus cejas, su piel morena y su perfecto afeitado.
Tiene una mirada feliz, como no le he visto antes. Sus labios
carnosos se curvan en una sonrisa perfecta y noto cómo mi
cuerpo reacciona sin permiso. ¡Dios, Alba, contrólate! Pero
ya estoy sonriendo como una boba.
–Ese día, aún no era consciente de la mujer que tenía
delante.
Mauro pone el rostro serio y me coge la mano encima de
la mesa. ¡No puedo retirarla! Mi cerebro manda órdenes al
brazo para que se doble y retire la mano, pero… ¡Mírala!
Está allí, quieta, gozando de las caricias de los dedos de
Mauro. ¡Arrrg!
El camarero se acerca con los primeros platos y Mauro
me suelta la mano despacio y eso es lo único que hace que
mi codo se doble. ¡Por fin! Intentaré tener el codo doblado
toda la noche, aunque sea de mala educación poner los
codos sobre la mesa. ¡Sí esa será una buena táctica!
El camarero deposita un plato que contiene una ensalada
de gambas.
–¿A qué me suena esto?
Río sin parar, porque el día en que Mauro me sacó en
barco por el río y encontramos esa cascada... fue un día
inolvidable. Aunque terminara tan mal...
–Lo he elegido porque sé que te gustan.
–Sí, claro, me encantan.
Él me sirve una generosa porción en mi plato con la
destreza de un gran chef y después pasa a servirse. Miro mi
plato, ¡Dios mío, parece una obra de arte! Da pena hasta
comérselo. Pero no me queda más remedio y comenzamos
a comer en silencio, al segundo bocado empiezo a
encontrarme un poco incómoda. ¿No quería hablar
conmigo?
–¿Has reservado todo el restaurante? –le pregunto al fin
para romper el silencio.
Levanta la vista de su ensalada para mirarme fijamente
con aire interesante.
–Para nosotros solos. El dueño es un gran amigo de mi
padre.
–Es todo un detalle, gracias. Aunque no hacía falta, de
verdad.
Mauro mira al infinito mar, el cual se ve ya oscuro y al
cielo con sus tonos naranjas apagados.
–Sí hacía falta –dice rotundo.
Bebo de mi copa mirándole a los ojos intentando
averiguar qué está pensando y cuando la dejo en la mesa,
la llena de nuevo. Ahora, las luces de las velas cobran
protagonismo y crean un ambiente muy agradable. Tengo
que admitirlo, me siento bien.
El camarero vuelve con el segundo plato. Un filete de
atún rojo a la plancha en su punto, jugoso con una
guarnición de verduritas asadas. ¡Mmm! Huele fenomenal.
Mauro abre una nueva botella. Esta vez de vino rosado
espumoso y llena la copa vacía que está junto a la copa de
vino blanco.
–Si sigues así no voy a poder conducir ese maravilloso
coche tuyo.
Suelta una carcajada espontánea.
–Si no es hoy, será otro día, pero te prometo que lo
conducirás.
Levanta la copa y la choca con la mía. ¡Este vino me
gusta mucho más!
–¿Te importa si me acerco un poco?
Me quedo anonadada y las piernas me empiezan a
temblar, menos mal que estoy sentada.
–Le dije a Miguel que nos pusiera más juntos, pero no me
ha hecho caso.
Será... el muy...
–No quieras echarle la culpa a Miguel.
Mauro ríe con ganas y sin esperar una respuesta mía
acerca su silla y sus cubiertos junto a mí. ¡Madre mía!, ya no
me va a servir el truco de los codos doblados. Trago saliva.
–¿Sabes? Miguel ha cometido otro error.
–Eso es imposible, todo está perfecto.
Intento disimular mi nerviosismo. ¿A dónde querrá llegar?
–Creo que este atún es el tuyo y por lo tanto ese es el
mío.
No doy crédito, miro ambos platos, los dos trozos son
idénticos. Es más, no parecen de verdad, pero bueno si
prefiere el mío se lo cambio. Hago ademán de coger el
plato.
–¡Eh! Quieta.
Coge el tenedor y el cuchillo y parte un trozo de atún de
su plato y me lo acerca a la boca. ¡Dudo! Dudo mucho.
Recuerdo el truco de la galleta y de la gamba...
–¡Vamos, Alba! Es para hacer la cena más amena.
Está inclinado hacia mí y el corazón me late a cien por
hora. Abro la boca y él acerca el tenedor despacito hasta
mis labios. Me lo meto en la boca.
–Bien... no ha sido tan difícil, ¿no?
Mastico lo que se deja el filete de atún, porque realmente
se deshace en la boca. Está muy, pero que muy bueno.
–Está delicioso. Tengo que felicitar a Miguel –le digo.
Corto un pedazo y se lo acerco a sus increíbles labios.
Primero me mira y siento un calor tremendo en la garganta,
pero no logro tragar ni un poco de saliva, tengo la boca
seca, luego sonríe un poco y finalmente abre sus labios
cogiendo el trozo que le ofrezco. Cuando los cierra, mastica
un par de veces con la boca cerrada concentrándose en lo
que está haciendo. Esos movimientos de sus labios hacen
que mi cerebro se emborrache y no responda.
–Mmm. Se ha superado. Creo que omitiré decir nada
sobre la posición de las sillas.
Me hace reír y corto otro trocito. De repente hay más luz,
se han encendido unas guirnaldas que me habían pasado
desapercibidas. Están alrededor de la balaustrada de piedra
del balcón, sobre la mesa, entre las flores y en los cuatro
postes de la cama balinesa.
–¡Mauro!
No tengo palabras y me lo quería perder...
–¿Te gusta?
Está entusiasmado, como un niño pequeño con las cejas
levantadas y los ojos brillantes.
–Me encanta. Gracias –lo digo con el corazón.
Se nota que le ha puesto mucho empeño en que todo
salga a la perfección. Al cuarto trozo que me acerca ya no
puedo más. Frunce el ceño.
–Has comido poco.
–No puedo más. Está delicioso, de verdad.
–Está bien. Ven, acompáñame.
Me coge de la mano y me lleva hacia la cama. ¡No, la
cama no! Me sienta en el borde y se agacha a mis pies. ¡Por
Dios, qué tembleque! Pone las manos en mis pantorrillas y
baja despacio hasta mis sandalias y es entonces cuando
todo me da vueltas. Estoy tan nerviosa... desabrocha mis
sandalias y pone mis pies en la cama con delicadeza para, a
continuación, acomodar los cojines en mi espalda. Lo miro
perpleja. Acerca unas copas y una botella de champán y se
tumba a mi lado. Debo ser clara con él. No puedo permitir
que pase nada. Un poco de lucidez llega a mi cerebro
borracho de tanta seducción. Con un movimiento destapa el
corcho y llena las dos altas copas de fino cristal.
–Por el vestido blanco –dice triunfante.
–Por el salto en la cascada –le digo recordándolo.
–Tenía una ligera esperanza de que lo trajeras hoy
puesto.
Me pongo roja como un tomate... sinceramente lo he
pensado, pero no lo he creído oportuno.
–Aunque hoy estás radiante.
–Gracias.
Me quedo sin palabras... no sé qué decir. Un velero cruza
despacio frente a nosotros y me quedo mirando sus luces
reflejadas en el mar. Respiro hondo la brisa marina y bebo
un par de sorbos de mi copa.
En un momento y sin saber cómo, el cielo se cubre de
fuegos artificiales, lucecitas de colores amarillas, verdes,
rojas inundan la oscuridad sobre nuestras cabezas. Mauro
pasa un brazo por mis hombros y me estrecha contra su
pecho... y le dejo hacer, no puedo resistirme. Miro con la
boca abierta el despliegue de color ¡es todo tan especial!
–¡Qué bonito! Es increíble, me encantan los fuegos
artificiales.
Nos quedamos mudos mirando el espectáculo mientras
su mano roza mi brazo arriba y abajo.
Cuando los fuegos terminan, Mauro comienza a hablar
mientras que los dos miramos hacia el mar.
–Recuerdo cuando era pequeño, no sé, tendría unos seis
años. Mi madre me llevó a ver los fuegos artificiales a una
playa de aquí de Santo Domingo. Era la primera vez que los
veía y cuando comenzaron a estallar en el aire con todo ese
ruido, empecé a llorar y no paré hasta que llegué a casa.
Recuerdo que mi madre tuvo que dormir conmigo en mi
cama para conseguir que me calmara.
–¡Qué rico!... seguro que fuiste un niño muy guapo.
Mauro rellena mi copa y bebo a sorbitos. ¡Qué rico está!
El champán y Mauro, ja, ja, ja. ¡Dios, mi cerebro ya no rige
bien!
–Bueno... personalmente creo que he mejorado con los
años.
–Eso salta a la vista...
Y tomo otro traguito. ¡Uff! Se me está subiendo todo de
golpe... el vino blanco, el vino rosado y ahora el champán y
hace que se me suelte la lengua... Él se ríe a carcajadas.
–¡Ya, ya lo sé, te hago mucha gracia! –suspiro.
–Eso siempre, no lo dudes, pero dime, ¿recuerdas cuando
viste fuegos artificiales por primera vez?
Me quedo pensativa… la verdad es que no lo recuerdo.
–No lo sé con exactitud, pero te puedo contar algo muy
gracioso que me sucedió cuando era pequeña y que nunca
olvidaré.
–Bien.
Me besa el pelo y un escalofrío me recorre la nuca.
–Una vez cuando tenía seis años o así, teníamos unas
tortugas pequeñitas en casa... eran tres y se las regalaron a
mi hermana por su cumpleaños. Por supuesto no me las
dejaba tocar.
–Claro, lógico.
–¡Oye!
Le empujo con el codo.
–Jajaja… ¡Vale, vale! Continúa.
Le miro seria y continúo cuando deja de reírse.
–Un día, cuando nadie me veía, las cogí con mucho
cuidado y las tiré al váter.
–¡No, Alba!
Su risa invade mis oídos.
–¡A ver! No llegaba al lavabo y pensaba que necesitaban
agua... así que las dejé allí nadando tan ricamente.
–Pero no tiraste de la cadena, ¿no? –dice con fingida
preocupación.
–No. Cuando me cansé de mirarlas me fui y me olvidé de
que estaban allí. Hasta que llegó mi padre y...
–¡No!
–Sí, me temo que sí. Fue directo al baño a hacer pis. Y lo
hizo encima de las pobres tortugas.
–Jajaja, no me lo puedo creer...
–Sí... menos mal que... jajaja, se dio cuenta antes de tirar
de la cadena. ¡No veas cómo lloraba mi hermana!
–Jajaja, pobre...
–Lo peor es el final. Mi padre tuvo que rescatarlas entre
arcadas y no veas cómo lloraba yo después de que me
castigaran.
Los dos continuamos riéndonos un rato hasta que nos
quedamos callados mirándonos.
–Menudo bicho estás hecha...
Y me sonríe a la vez que me llena la copa de nuevo.
Comienza a sonar música de fondo.
–¿Bailamos?
–Creo que no es una buena idea... estoy un poco
contentilla, ya sabes.
–Bueno eso no es malo. Te sujeto fuerte.
Me coge la mano y h,ace que me levante. ¡Pufff! Qué
mareíllo... Nos vamos al centro de la terraza y me coge
rodeándome la cintura. Yo coloco mis brazos alrededor de su
cuello y comenzamos a bailar lentamente.
–No lo haces nada mal… –me dice al oído mientras
acaricia mi espalda y el cosquilleo junto al lento vaivén del
baile hace que me deje llevar.
–Eres preciosa.
Sonrío tontamente.
–No he conocido a nadie como tú.
Y me acaricia el lóbulo de la oreja con sus labios.
–Tú tampoco estás nada mal.
Sigo con la risa tonta.
–He esperado mucho tiempo este momento.
Sus manos ascienden por mi espalda hasta mi cuello para
coger mi cara. Me mira tiernamente y tengo unas ganas
irrefrenables de besarle, sería tan fácil... así que me acerco
despacio a su rostro y pego mis labios con ternura a los
suyos. ¡Son tan blanditos y suaves! Él se queda quieto un
momento y yo continúo besándole y sé que estoy perdida.
Ya no puedo resistirme más y como si se desatara algo
dentro de mí, me vuelvo loca de pasión y comienzo a
comérmelo literalmente. Le muerdo el labio, la cara, le beso
los ojos y mis pies dirigen nuestro baile hasta la cama.
Consigo caer sobre él y sigo besándole con sed, con pasión
desatada. Necesito tenerle, mis manos recorren su pecho y
beso su cuello. Mi respiración y la de él se aceleran y me
muevo sugerentemente bajo su abultada entrepierna. Pero
de repente, él me agarra los brazos sujetándome.
–No... Para, Alba, ¡no!... para.
Me quedo perpleja. Abro los ojos y aunque todo me da
vueltas, puedo ver su cara serena y tranquila.
–No, así no –repite–. Mejor te llevo al hotel.
–¡Estoy bien!
La lengua me patina. ¡Estoy mal! ¡Arrrg!
–Tranquila, yo me encargo.
Consigue ponerme a un lado en la cama y un sueño
enorme me invade... Estoy mareada por el alcohol. ¡No me
quiero dormir! No, por favor, otra vez no... Me coloca de
nuevo mis sandalias como si fuera mi príncipe azul, a
continuación, me rodea con sus brazos y me ayuda a
caminar mientras deja pequeños besitos en mi frente. Me
siento tan bien en sus brazos que en cuanto entramos en el
coche, lo último que oigo es un largo suspiro de Mauro.
DÍA 8

Abro los ojos y lo primero que veo es un techo blanco y


un enorme ventilador de color azul marino. ¡Mmm! Esto no
me suena nada... Cuando mi mente logra procesar la
información, me siento de golpe en la cama. ¡Dios! ¿Dónde
estoy? ¿Qué he hecho? Estoy en ropa interior... ¡Dios! Miro a
mi alrededor. La ventana está abierta con la mosquitera
puesta y entra mucha luz. Se parece a las habitaciones del
hotel, pero hay demasiadas cosas personales. A mi mente
llega la cena de anoche...
–¿Mauro?... –mi voz suena cautelosa.
Una mano asoma por un lateral de la cama.
–Estoy.... aquí.
Agarro su mano y me asomo. Está tirado en el suelo bajo
una sábana y un cojín. ¡En el suelo! No lleva camiseta, solo
un bóxer de color azul marino.
–¡Mauro!
–Dime...
Se gira lentamente hacia mí perezosamente.
–¡Que haces ahí!
–Pues intentar dormir… –dice con pocas ganas y sin
apenas abrir los ojos.
¡Estoy histérica!
–Por favor, Mauro, ¡dime que no ha pasado nada! –dejo
que mi tono de voz ascienda como la espuma.
Mauro abre los ojos y se incorpora perplejo.
–¿Qué estás diciendo?
Se pone las manos en los riñones y pone cara de dolor.
–Dime si anoche pasó algo, entre nosotros.
¡Por favor, no! Se sienta en la cama junto a mí, medio
dormido y me cubre completamente con sus brazos. Siento
su calor y su suave piel junto a la mía y no puedo pensar
con claridad.
–Alba… –dice tranquilamente–. Si hubiera pasado algo...
¿Crees que después habría dormido en el suelo? Te puedo
asegurar que es la primera vez que duermo en el suelo... y
la experiencia ha sido... cómo lo diría, un tanto conflictiva.
Mis ojos se abren como platos. Debí beber más de la
cuenta... y a mi cabeza llega la clara voz de Mauro
repitiendo que parase... ¡Madre mía, qué vergüenza! ¡Pero
qué le pasa a este hombre! Debo ser la única mujer en el
mundo a la que rechaza... ¡Incluso ha preferido dormir en el
suelo!... bueno, casi mejor así.
–¿Estás bien?
No le contesto y es que mi mente está a años luz de aquí.
Tengo que irme a mi habitación, pero no puedo ni mover un
músculo, me tiene tan abrazada a él...
–Tengo que irme...
Mauro afloja sus fuertes brazos y los deja flojos. Me
levanto lentamente de la cama y lo observo. Está muy
quieto observándome, tiene los ojos hinchados de haber
dormido poco y la expresión triste. No dice nada y me siento
mal por dejarlo así. Al final habla:
–Me gustaría darte una sorpresa, si puedes quedarte un
rato más.
No cambia ni un solo músculo de su rostro.
–Pues... –Me pilla por sorpresa–. ¡Está bien!
¿Pero qué he dicho? Quería decir que lo sentía y que
tenía que marcharme. ¡Arrrg!
Al momento, Mauro se levanta como un resorte... Su
rostro refleja la felicidad personificada.
–Espera aquí un momento... –Se rasca los ojos–. No tardo
nada, enseguida vuelvo.
Agarra el pomo de la puerta para salir.
–¿Vas... a irte en calzoncillos?
Esto es muy gracioso... y empiezo a alegrarme de
haberme quedado. Él se mira al momento y medio riéndose,
coge unos vaqueros del armario y una camiseta blanca. Se
coloca sus típicas alpargatas en medio minuto y antes de
salir por la puerta me guiña un ojo.
–Ponte cómoda... no tardo, de verdad.
Y cierra la puerta tras de sí. ¿Qué diablos irá a hacer? La
verdad es que me pica la curiosidad. Me quedo en su
habitación a solas... decido entrar al baño. ¡Dios, vaya
pinta! Me lavo la cara quitándome el maquillaje. Me aseo un
poco y me doy cuenta de lo desordenado que es Mauro.
Todo está muy limpio, pero cambiado de lugar. Lo tiene todo
por el medio. Cojo su cepillo de dientes que está tirado junto
al grifo y lo coloco en el vaso de la vitrina. Busco el tapón de
la pasta de dientes lo cual me lleva un rato para poder
cerrarla. Tiene muchos frascos de colonia. ¡Qué raro! Los
huelo uno a uno. Todos huelen muy bien. Pero hay uno que
me gusta especialmente. Me pongo un poco en el cuello y
las muñecas. ¡Mmmm! Me encanta. En una estantería hay
un neceser abierto, varias toallas dobladas, frascos de
loción del afeitado, una maquinilla eléctrica y un peine.
¡Justo lo que buscaba! Me peino la melena a duras penas,
pero lo consigo. Regreso al dormitorio y me siento en la
cama justo a tiempo de que la puerta se abra de nuevo.
Mauro aparece con una enorme bandeja llena de comida.
¡Voy a engordar varios kilos con este hombre! Su sonrisa,
sus ojos hinchados, su expresión de completa felicidad me
llenan el espíritu contagiándome de su entusiasmo.
Deposita la bandeja en mitad de la cama. Abre la puerta y
coloca en el picaporte la tarjeta de no molestar. Cierra, se
quita la camiseta y los pantalones y se coloca junto a la
bandeja, todo ello sin dejar de sonreír.
–A ver, Alba, como no sé exactamente qué es lo que te
gusta, he traído un poco de todo.
Va señalando con el dedo.
–De fruta he elegido, fresas, piña y sandía y melón en
trocitos. Zumo de naranja recién exprimido, entremeses,
barritas tostadas, huevos revueltos, varios tipos de cereal y
bollería, croissants, galletitas y palmeritas de chocolate...
café, leche y té. ¿Qué te apetece?
Mis ojos van y vienen por los platos de la bandeja.
–Pues... estoy impresionada.
–Lo he preparado todo yo. ¡Sin ayuda!
Lo miro tiernamente... se le ve tan orgulloso.
–¿Seguro?
Aquí lo tiene muy fácil si quiere.
–Si no, no tendría gracia.
–Tienes razón... pues voy a tomar... café con leche...
Mauro coge una taza y comienza a servirme solícito.
–Sandía y una barrita tostada con jamón serrano.
Al momento lo tengo todo preparado.
–Muchas gracias... de verdad. Ha sido una agradable
sorpresa.
Mauro deja de preparar su desayuno. Se inclina hacia mi
cara y espera un momento. Un momento eterno donde nos
miramos a los ojos, en los que casi puedo leer sus
pensamientos, me dan las gracias.
–Gracias a ti, gracias por quedarte y gracias por aceptar
mi invitación a cenar. Hacía una eternidad que no me lo
pasaba tan bien.
–No… –le interrumpo– anoche no pude agradecerte todo
lo que hiciste por mí. La cena fue muy especial, el
restaurante, la comida, las velas, los fuegos artificiales... la
puesta de sol. Todo fue increíble, de verdad.
No dice nada, solo acorta el pequeño espacio que nos
separa y besa mis labios, suave y dulce, casi indeciso como
un adolescente en su primer beso y me parece de una
ternura infinita y el corazón se me encoge. Se separa, abro
los ojos y nos miramos un instante.
–No me des las gracias... todo eso no habría podido ser
sin ti. Nunca he tenido una cita con una mujer. Nunca he
podido disfrutar de un momento como el de ayer. Comer,
charlar... ha sido muy importante para mí.
Sé que está siendo muy sincero conmigo, lo veo en sus
ojos... ¡Está tan cambiado! No se le ve altivo, seguro de sí
mismo, como un depredador, sino más bien indeciso,
queriendo agradar y no meter la pata. Pero, aun así, no me
puedo creer que no haya tenido una cita normal con una
chica. Aunque si lo pienso mejor, ayer habría habido sexo de
no ser porque él lo paró. Quiso que fuera eso, una cita,
como una primera cita en realidad. Dejo de comer sandía. Él
comienza a desayunar como si nada. Se ha preparado
exactamente lo mismo que yo.
–¿Por qué desayunas lo mismo?
Sonrío.
–Me gusta hacer lo que tú haces.
Vaya... ¡Estoy de moda! Apuro mi desayuno con ganas y
terminamos a la vez. Al momento se levanta.
–Ven, salgamos fuera.
Otra vez salgo disparada detrás de él. Atravesamos unas
puertas de cristal y salimos a un bonito jardín con piscina.
No es muy grande, pero sí muy acogedor. Tiene una valla
alta con plantas trepadoras con flores, varias palmeras que
dan mucha intimidad, una zona sombreada por un gran
toldo con cuatro tumbonas y una gran mesa de madera con
bancos a los lados. En la mesa hay un ordenador portátil y
varias carpetas apiladas repletas de papeles.
Nos colocamos al borde de la piscina con las piernas
colgando dentro.
–Quiero contarte algo.
Me giro y veo su rostro nervioso y hace que yo también
me ponga a temblar como una hoja. ¿Qué querrá decirme?
–Adelante –atino a decir.
Él se mete en la piscina y se coloca delante de mí, entre
mis piernas. Hay poca diferencia de altura entre su cabeza y
la mía. Acaricia mis muslos y la intriga me corroe, es como
si le costara empezar.
–Quiero disculparme por mi forma de comportarme
contigo. He sido todo lo que no tenía que ser... un completo
imbécil.
Intento decir algo, pero me interrumpe al momento.
–Por favor, he esperado este momento mucho tiempo y
no quiero que se me olvide nada de lo que tengo que
decirte, además no soy muy bueno en estas cosas, no estoy
acostumbrado a dar explicaciones a nadie. Es cierto que mi
vida era un caos, pero antes no lo veía así. Pensaba que la
vida que llevaba era la mejor del mundo. La que cualquier
hombre desearía. Vivo en una isla paradisíaca donde los
trescientos sesenta y cinco días del año es verano, en
medio de una naturaleza exuberante. Tengo un negocio en
marcha que me llena y que es mi vida y del cual me siento
orgulloso y...
Hace una pausa y me toca el pelo, como queriendo coger
aliento.
–Tengo mujeres, todas las que quiera. Nunca he tenido
problema con eso. Tengo diversión cuando quiera, como
quiera y donde quiera...
¡Dios! Está sincerándose conmigo. Noto cómo coge aire
de nuevo.
–Puedo tener, aparte de mujeres y sexo... drogas y
alcohol, aunque eso no es lo mío.
Vuelve a parar. Coge aliento y su pecho se hincha.
–Mis padres se conocieron en Mallorca un verano. Ya
sabes, mi padre español y mi madre italiana. Se
enamoraron y no pudieron separarse desde entonces. Ahora
sé lo que es eso. Comprendo lo que sintieron.
Me rodea con sus fuertes brazos la cintura. ¡Madre mía!
–Se casaron en tres meses y se vinieron aquí de Luna de
Miel. Quedaron fascinados del mar, de las playas y de sus
gentes. ¿Quién no? Así que se quedaron. Gastaron todos sus
ahorros en el Hotel San Mauro y no solo eso, se endeudaron
hasta las cejas. El mismo año de su inauguración nací yo.
Así que sí, el hotel lleva mi nombre.
–A mi madre no le dijiste eso...
–Esto, no se lo suelo contar a nadie.
¡Glub! He metido la pata.
–Lo siento. No era mi intención interrumpirte.
Vuelve a besarme esta vez en la barbilla y continúa:
–Cuando tenía siete años, los padres de mi madre, mis
abuelos, murieron en un accidente de coche en Italia. Yo
apenas los recuerdo, solamente de algunas fotos y algún
viaje que hicieron para vernos, entonces mi madre cogió un
avión, viajó sola sin mi padre ya que el hotel no podía
quedarse solo tantos días...
Vuelve a pararse y me abraza más fuerte. No sé qué
decir. Su respiración es más rápida y su pecho sube y baja
sin pausa, apoya su cabeza en mi hombro.
–El avión en el que iba…–su voz es temblorosa, ¡no,
Dios!– por motivos que hoy aún no se explican, cayó al mar.
–¡Lo siento, Mauro! –Me revuelvo para poder abrazarlo. Le
rodeo y le beso en la mejilla. Noto humedad en su cara.
¡Dios, está llorando! Una lágrima recorre su rostro y la beso
una y otra vez. Estoy consternada.
–La echo tanto de menos...
Apenas le oigo de lo bajito que me habla. Y el corazón me
da un vuelco.
–Lo siento, ya... ya... se me pasa.
Se pasa las manos por los ojos.
–Nunca he cogido un avión. Soy incapaz. Así que estoy
aquí encerrado en esta isla. ¡Qué ironía!, ¿no?
Sonríe a duras penas y le devuelvo una sonrisa sincera.
Suspira y toma aire.
–Tuve una pésima infancia... a los diecisiete años
comencé a trabajar en el hotel. Quería aprenderlo todo, así
que pasé por todos y cada uno de los puestos que hay,
desde limpiar las habitaciones, monitor de aerobic,
recepción, facturación, contabilidad, pedidos, cocina... es la
única manera de hacerse una idea completa de lo que es un
negocio de esta envergadura. Me llevó siete largos años.
Trabajé duro, pero lo conseguí. Con veinticinco, mi padre
decidió que podía dejar el negocio en mis manos y se jubiló
para retirarse en su patria. Durante todos esos años, me
rebelé contra todo, Alba. Solo el trabajo me serenaba. Con
quince años las chicas de mi edad me perseguían. Con
diecisiete lo hacían sus madres, se hacían las encontradizas
en cualquier lugar, me daban sus teléfonos… Al principio me
sentía acosado y las evitaba, pero según fui creciendo la
cosa cambió y así empezó todo. Ha formado parte de mi
vida desde siempre. Conseguí sacarle lo positivo y
aprovechar la situación.
Se separa un poco para mirarme a los ojos y sé que estoy
a punto de llorar porque le veo borroso, pero me contengo.
–Hay una persona... una mujer.
Mis ojos se abren aún más.
–Ha sido para mí como una madre, ha estado a mi lado
todo este tiempo. Al principio pensaban que mi forma de
actuar era una forma de rebelarme como adolescente por lo
que me pasó, pero no fue así. Ella ha intentado abrirme los
ojos y aunque la he escuchado, nunca le hice caso. Has
tenido que venir tú de la otra parte del mundo a decirme lo
que yo era incapaz de ver.
Se queda callado esperando mi reacción y yo me quedo
helada ante la historia que me acaba de contar. No me
puedo creer lo que estoy escuchando.
–Desde que me hablaste así, no he dejado de darle
vueltas. Me he dado cuenta de mi existencia vacía y sin
sentido. Me he dado cuenta de que tenías razón. Desde que
tuvimos nuestra última conversación te he echado tanto de
menos y he empezado a sentir cosas que no había sentido
antes, jamás. Siento que me falta el aire cuando no estás,
he empezado a tener insomnio, me paso las noches
pensando en ti, en tu cara, tu pelo, tus ojos... he empezado
a sentir fuego en el pecho cuando te veo con otros. Se me
han ido las ganas de comer, de trabajar, de vivir si no es
contigo. Me he dado cuenta de que estoy enamorado de ti y
que no sabría vivir sin estar a tu lado.
Creo que me voy a desmayar. No tengo palabras... ¿Por
qué me pasa esto a mí? Empiezo a gritar en mi interior.
¡¡Dios!! Me falta el aire. Mauro me acaricia los brazos
consolándome cuando debería ser yo la que le consolara a
él. Nos quedamos callados. ¡Se me acaba de declarar el
hombre más guapo que he conocido en mi vida y lo único
que siento es... ni siquiera lo sé! ¿Cómo puede ser? Hace
unos días habría dado botes de contenta. Es una historia
increíble... Lo abrazo con todas mis fuerzas notando cada
uno de los músculos de su espalda y su pecho contra el mío.
Él coloca su mejilla junto a la mía y siento cómo me pincha
la barba, mientras me acaricia el pelo. Noto que coge aire a
bocanadas y me separo para cogerle la cara entre mis
manos. Las lágrimas resbalan por su rostro sin control. ¡Dios
mío!
–¡Por fin lo he dicho! ¡Ya está!
Tiene los ojos cerrados como si se sintiera avergonzado
de su llanto. Paso mis dedos por sus párpados cerrados y
sus mejillas para secarle las lágrimas. No tengo palabras...
Por fin abre los ojos y me mira tranquilo con esos ojos tan
irresistibles de un intenso verde claro. Aún los tiene
hinchados y mi primera reacción es besarlos despacio
pasando la lengua por sus suaves pestañas mientras él me
agarra por la cintura y me mete lentamente en la piscina. El
agua está un poco fría, pero no digo nada. Ahora su cara
queda por encima de la mía. Estamos muy juntos
amarrados en un largo abrazo.
–Ya puedes irte si quieres... ya te he quitado mucho
tiempo hoy.
Se separa y me guía hacia la escalera. Salgo atontada.
No puedo irme. Necesito estar con él. ¡Ahora no pienso
irme! Subo las escaleras obediente y me quedo esperando a
que él salga.
–¡Oh, perdona! Enseguida te traigo un albornoz para que
puedas ir hasta tu habitación.
–No te preocupes, tengo un bikini en el bolso.
Se queda parado en seco.
–Bien, si quieres puedes cambiarte en el baño. Todo tuyo.
Entro al dormitorio y cojo el bolso que está sobre una
butaca y entro en el baño mientras veo cómo él recoge la
sábana y el cojín del suelo. Cierro la puerta y me quito la
ropa interior mojada. No puede ser... ¡Qué frío es todo esto!
Me quito el tampón. Apenas mancho ya y entro en la ducha.
Me quedo un largo rato sin moverme bajo la lluvia templada
pensando. ¡Es como surrealista! Se me ha declarado, pero a
la vez es como si quisiera alejarse de mí. Y yo... ¿Cómo he
reaccionado? No me extraña que se aleje, he estado más
fría que un helado en el Polo Norte. Su historia me ha
dejado helada, no me lo esperaba. ¡Su madre murió en un
accidente de avión cuando aún era un niño! ¡Dios, solo de
imaginarme el dolor que debió sentir, me entran ganas de
llorar! Por eso no quiso hablar del tema cuando le pregunté
sobre él. Me enjabono rápidamente ya que no sé cuánto
tiempo ha debido pasar. Se me ha ido el santo al cielo.
Salgo de la ducha, me seco con una toalla que hay colgada
en la pared y que huele a recién lavada y me coloco el bikini
rojo con la parte de arriba tipo bandó que he traído. Sigo
dándole vueltas a la historia de Mauro. Aun así, pese a esa
gran pérdida que tuvo en su infancia, solo él es responsable
de la vida que ha llevado, puede que de adolescente fuera
así, pero alargarlo tanto... no sé, es solo cosa suya. La
cabeza me da vueltas, ya no sé qué pensar. Estoy tan
perdida... salgo fuera del baño. En el dormitorio no hay
nadie, así que salgo a la piscina y lo veo. Está nadando. La
piscina tiene chorro a presión para practicar natación contra
corriente. Mauro nada a crol sin moverse del sitio. Como
buena nadadora que soy me fijo en sus movimientos, en la
longitud de sus brazadas, en el agua que desplaza, en la
curva que forma el agua a la altura de su cara... No lo hace
nada mal. Es más, creo que lo practica a menudo. Me siento
en el banco de la mesa y espero a que termine. Cuando por
fin sale del agua, tiene puesto un bañador de competición
de color negro. ¡Madre mía, cómo le queda! Qué cuerpazo...
no tengo ojos suficientes para fijarme en todo él. Sus
abdominales, sus piernas torneadas, sus hombros, la curva
de su espalda... todo perfecto. Se seca con una toalla
pequeña y se sienta frente a mí.
–Quiero pasar el día contigo.
Me mira sorprendido.
–Vayamos a hacer algo divertido –digo entusiasmada.
–Bueno… –dice incrédulo.
–Por favor.
Y pongo mi mejor cara.
–¿Ya no tienes prisa?
–¿Quién tiene prisa en vacaciones?
Sonríe alegremente.
–Si es lo que quieres, no me voy a oponer. ¡Así que,
prepárate!
Me levanto y doy una vuelta sobre mi eje.
–¿Así estoy bien?
–Alba, no hagas eso...
Y se pasa la mano por la frente.
–Estás muy bien, créeme.
Me entra la risa y le contagio.
–Bueno... pues vámonos.
En diez minutos he ido a mi habitación. He cogido un
vestido playero, he enviado un mensaje a mi hermana y
otro a mis padres, he cogido un bikini de repuesto y he
salido pitando. En la puerta del hotel veo aparcado el BMW
de Mauro y a él apoyado esperándome. Se ha cambiado
también, lleva un bañador tipo bermuda a medio muslo azul
marino, una camiseta lisa de color blanco y sus alpargatas
de esparto blancas. Unas gafas de aviador le cubren los ojos
y puedo ver su radiante sonrisa.
–Estoy lista.
Subimos al coche y arranca a toda velocidad rumbo a no
sé dónde. Al cabo de un rato, entramos en un pueblo
llamado La Romana y lo atravesamos hasta una playa con
embarcadero que, según Mauro, se llama La Caleta. Es
preciosa, con una playa de finísima arena blanca. Mauro me
saca de mi error, no es arena, es coral. Caminamos hasta el
embarcadero que está lleno de pequeñas embarcaciones a
motor, catamaranes y motos de agua. Al momento, Mauro
se pone a hablar con unos lugareños. Yo prefiero esperarlo
un poco apartada. ¿Qué habrá pensado? ¿Llevarme a alguna
isla desierta? Solo de pensarlo el cuerpo se me estremece.
–Listo, ven –dice caminando hacia mí.
Lo miro intrigada. Nos acercamos a los lugareños que
están preparando unos chalecos salvavidas. Nos los
colocamos y Mauro se despide de ellos con unas llaves en
sus manos.
–¿Preparada?
–¿A dónde vamos?
Me sonríe y no me contesta dejándome con la intriga.
Caminamos por el embarcadero, pasamos las barcas a
motor... mmm. ¿Entonces no es un paseo en barca a una
isla desierta? ¡Jo, qué pena! Los catamaranes no tienen
motor, así que... ¡Vamos a montar en moto acuática! ¡Me
encanta! ¡Me encanta! Y antes de llegar a la primera moto
pego un grito.
–¡Sí!
Escucho la risa clara de Mauro a mi espalda.
–¡Espérame!
En dos zancadas me alcanza.
–¿Has montado alguna vez?
–Nunca, jamás.
No puedo parar de sonreír.
–Bien, lo imaginaba, así que he alquilado solo una.
Primero te enseñaré cómo conducirla y luego la llevarás tú.
¿Te pasa algo en la cara?
–Nada.
Sigo sonriendo de oreja a oreja.
–Vale. Perfecto. Me encanta. Lo que tú digas, Mauro.
Estoy entusiasmada y se me nota al hablar. Nos quitamos
la ropa y nos quedamos en bañador. Mauro la guarda en un
compartimento estanco que tiene la moto bajo el asiento. A
continuación, nos colocamos los dos encima sentados, yo
detrás de él y no puedo evitar recordar a Jesús en su moto.
Lo único que pienso es que sus vuelos hayan ido bien. Que
esté bien.
–Mira, doy al contacto.
La llave gira y un rugido truena bajo mi cuerpo.
Instintivamente me agarro a las abdominales de Mauro,
mmm, ¡qué duro!
–¡Vaya, Alba! Si me agarras así, volveré a arrancar la
moto todas las veces que haga falta.
Automáticamente mis manos dejan de agarrarle las
abdominales porque literalmente se las estaba manoseando
y paro de reírme.
–Vale, ya sigo –dice Mauro algo cortado–. La cinta de la
llave de contacto debes agarrarla al chaleco, así. Es lo que
se llama “hombre al agua” si por algún motivo cayera al
agua, la llave saldría del contacto y la moto se pararía.
¡Oh, qué ingenioso! Muy bien pensado.
–Este es el acelerador.
Me enseña una palanquita en el manillar derecho que se
acciona con el pulgar.
–Si aprieto, acelero, y si dejo de apretar, decelero hasta
parar.
Asiento con la cabeza.
–Bueno y poco más. ¡Ah! Importante no chocar con nada.
–Parece fácil.
Nada más decirlo, Mauro acelera a tope y la inercia hace
que me vaya hacia atrás, pero consigo agarrarme con
fuerza a sus abdominales otra vez. Describe un amplio giro
y comenzamos a saltar sobre el mar azul turquesa. La
adrenalina me invade y las ganas irrefrenables hacen que
me suelte para poner los brazos estirados y notar el viento.
–¡Guaaaau!
Mauro hace un giro hundiendo la moto para luego salir en
picado hacia arriba. El estómago me hace cosquillas y tengo
que agarrarme fuertemente a él para no caerme y los dos
gritamos riéndonos a la vez. Los giros se suceden y parece
que vamos en una montaña rusa. ¡Qué locura! ¡Me encanta!
Subimos y bajamos mientras giramos de un lado para otro y
nos vamos alejando poco a poco del embarcadero. Mauro
comienza a conducir en línea recta atravesando las olas
rápidamente hasta que hace un giro a la izquierda y
entramos a una pequeña calita ideal con un trocito de playa
de arena blanca rodeada de vegetación y rocas a los lados.
Ancla la moto en la arena, nos quitamos los chalecos y nos
tiramos tumbados en la arena rendidos y exhaustos de
tanta adrenalina.
–¡Ha sido genial!
–Ya lo creo...
Mauro se acerca más a mi lado.
–Me encantan las motos acuáticas.
–Y a mí.
–Mira, se ve la luna.
Mauro levanta sus brazos hacia arriba y coloca sus dedos
delante de mi vista haciendo un rectángulo que enmarca la
luna perfectamente.
–Este sitio es especial.
–Sí, lo es. Venía aquí con mis padres cuando se tomaban
un día de descanso. Y créeme, ocurría muy pocas veces.
Eran días increíbles... Mi padre pescaba y mi madre y yo
nadábamos y se inventaba juegos para divertirme.
Podíamos pasar el día entero sin que nadie nos molestara.
Comíamos lo que mi padre pescaba haciendo una pequeña
hoguera.
–Parece un plan perfecto.
–Me siento muy raro... desde que se fue, no he vuelto a
venir.
–Podemos irnos si quieres... no quisiera hacerte sentir
mal.
–No. Estoy bien. Me gusta compartir esto contigo. Espero
que no tengas mucha hambre aún.
Se sienta y me mira directo a los ojos.
–Pues... he desayunado bastante bien esta mañana,
gracias a ti.
–Me alegro, porque vamos a pescar.
Se acerca a la moto y levanta el asiento sacando dos
cañas de pescar desmontadas y una caja.
–Y con la pesca hay que tener mucha paciencia. A veces
es rápido y otras un poquito tedioso.
Echo una carcajada. Vale, me apunto. ¿Por qué no? Le
ayudo a montar las cañas siguiendo cada uno de sus
movimientos y nos sentamos en la arena.
–Bien. Ahora viene la parte buena.
De la caja saca otra cajita de plástico. La abre.
–¡Ah! ¡Qué asco! ¡Por Dios!
Pego un brinco. Dentro hay unas especies de lombrices o
algo parecido, el caso es que es muy repugnante. Mauro se
carcajea sin parar.
–¿Dónde está la parte buena?
Me he alejado un par de pasos y le miro con cara de
pocos amigos. ¡Odio los bichos!
–En tu reacción. ¡Ha sido genial! Tenías que haberte visto
la cara... jajaja... ¡Anda, vuelve!
–Eres muy gracioso –digo dando un pequeño paso hacia
él.
–Mira.
Coge uno y lo coloca en el anzuelo.
–Se coloca así. No sé si a esa distancia lo podrás ver...
No me acerco ni un milímetro.
–¿Quieres hacer el favor de acercarte, Alba?
¡Vale, ya voy! Me acerco dejando una distancia
prudencial y preparada para saltar de nuevo. Él repite lo
mismo con la siguiente caña.
–Ya están. Ahora viene lo bueno.
–¡Oh, eso sí que no!...
Comienzo a alejarme, pero él me coge la mano a tiempo.
–Es solo una broma.
Dejo que me acerque a él.
–Ahora, hay que lanzar el anzuelo lo más lejos posible.
Coge una caña.
–Ponte delante de mí.
Me coloco un poco abochornada, seguro que me sale
fatal. Mauro se coloca detrás de mí muy pegado. ¡Vaya! Me
pongo histérica en un segundo porque puedo notar su
pecho en mi espalda, su paquete entre mis nalgas y sus
muslos pegados a los míos. Es como un sello en la espalda.
Me rodea con sus brazos atrapando los míos y mi
respiración se para, estoy rodeada literalmente del cuerpo
de este hombre.
–Alarga los brazos y coge la caña así.
Ahora consigo que entre aire en mis pulmones y lo
retengo como si fuera un tesoro. Hago lo que me dice.
–Bien, ahora déjate llevar.
¡Y quién no, en esta posición se dejaría llevar hasta una
monja de clausura!
–Haré un movimiento hacia atrás y luego hacia delante
para lanzarlo lo más lejos posible. ¿OK?
Echo el aire que aún tenía dentro. ¡Puedo hacerlo! Solo
dejarse llevar... Asiento con la cabeza.
–Bien, relájate.
¡No puedo, tengo tu duro sexo apretándome el culo!
–A la de tres. Una, dos y tres.
Mauro realiza el movimiento hacia atrás y luego
enérgicamente y con una rapidez sorprendente lanza la
caña hacia delante, doblando su cuerpo sobre el mío y
formando una amplia parábola con el hilo de la caña en el
aire. Mis brazos siguen sus movimientos y quedo
semiflexionada por la cintura por debajo de su fuerte
cuerpo. El movimiento ha hecho que nos rozáramos
apretándonos, y ahora noto que su miembro ha ganado en
tamaño aprisionándome a través del bañador. ¡Dios! Creo
que voy a desmayarme. Mauro recupera la verticalidad y yo
con él rozándonos de nuevo.
–Buen... buen lanzamiento.
Logra decir y se separa de mí rápidamente. Veo su clara
inflamación entre las piernas, tiene el bañador tan abultado
que me entran unas ganas locas de tocarlo, pero me
contengo, con ser rechazada una vez tengo suficiente.
Mauro se gira para hincar la caña en la arena.
–¿Lo he hecho bien?
¡Qué corte, no sé qué decir! Y me siento en la arena
abochornada por el momento e intentando controlar mi
respiración. Al momento él se gira.
–¡Tú qué crees!
Se señala la tienda de campaña que tiene entre las
piernas sonriendo. Me pongo tan roja que creo que voy a
explotar.
–Voy al agua un momento... a solucionar esto, ahora
vuelvo.
Da tres pasos y se tira al agua de cabeza. ¡Madre mía!
¿Qué le pasa a este tío? Los dos nos intentamos evitar, pero
está claro que hay mucha química entre ambos. ¿Por qué
me evita él? Veo cómo se aleja nadando sin parar. Nada,
nada y nada y por un momento creo que me va a dejar aquí
sola con las cañas de pescar y la moto, pero hace un amplio
giro y vuelve nadando a toda velocidad. Cuando hace pie
comienza a andar hasta salir del agua. No quiero fijarme en
su entrepierna, pero es lo primero que hago y a juzgar por el
tamaño no ha conseguido arreglarlo del todo. Coge la otra
caña y la lanza en un perfecto movimiento.
–Bien. ¿Por dónde íbamos?
Se sienta a mi lado y se pasa las manos por el pelo y
miles de gotitas saltan a mi cuerpo refrescándome.
–Bueno, tenemos que esperar a que pique algún pez.
–Puede ser un poco largo... si quieres, podemos
inventarnos algún juego.
Su cara no demuestra estrategia alguna por lo que
deduzco que lo dice por los días que pasaba aquí con su
familia.
–Me imagino que ya tienes alguno en mente.
–Podemos conocernos mejor.
Hago una mueca como que no le entiendo. ¡Debo parecer
una tonta mayúscula! Pero es que no sé si se refiere a que
nos demos el lote o a hablar de nuestras vidas.
–Creo que una manera divertida podría ser... ¿Has jugado
alguna vez a ese juego de adolescentes donde puedes
elegir entre tres cosas... cómo era?
No puedo por menos que reírme, ya sé por dónde va.
–Beso, verdad o atrevimiento.
Él también se ríe.
–Veo que sí has jugado.
–Un poco. Cuando tienes catorce años es el top diez de
los juegos en grupo.
Se carcajea.
–Muy bueno.
–¿Quién empieza?
–Las damas primero. Elige.
Al momento se pone serio y se junta un poco más a mí.
–Verdad.
–Entonces...
Me mira poniendo cara de interesante y sus ojos buscan
los míos para presionarme.
–Te hago una pregunta y tienes que decir la verdad.
–Exacto.
Jugueteo con la arena entre mis dedos para evitar su
penetrante mirada porque tiene algo que me derrite por
dentro, no lo puedo evitar.
–¡Dispara!
No desperdicia ni un segundo y como si tuviese la
pregunta ensayada desde hace tiempo me la suelta.
–¿Estás interesada por algún hombre en estos
momentos? Es decir, sentimentalmente.
Y con la misma rapidez con que me hace la pregunta le
respondo sin vacilar:
–Sí.
Su rostro cambia por unos segundos.
–Sí...
–Sí –repito –. Te toca.
–Bien, diré también verdad.
Mmm... Te preguntaría tantas cosas. Pero tengo que
elegir una.
–¿Sigues pensando que seré una vieja aburrida sentada
en un sofá todo el día?
¡Vaya mierda de pregunta, Alba!, pero a él le hace una
gracia increíble y se ríe sin parar hasta caer de espaldas.
Cuando recupera la compostura y vuelve a estar sentado
me responde:
–No. Ni siquiera lo pensaba cuando lo dije. Creo que serás
una mujer increíble, divertida, amable, sincera y llena de
vida.
¡Guau! Eso me ha subido la autoestima diez puntos. Por
lo visto no era una pregunta tan mala.
–Te has puesto roja.
–Lo siento, son mis mejillas, lo hacen constantemente,
van por libre.
–¿Beso o atrevimiento?
Pregunta sin esperas, parece que tiene prisa. Bueno, con
el beso ya sé qué es lo que va a venir, pero con
atrevimiento a saber qué se le ocurre.
–Beso.
Mira hacia el cielo pensativo.
–Eso ya te lo he oído yo en otra parte...
Sí, sí, ya sé a qué se refiere. El día que nos encontramos
en el bufé. ¡Se acuerda!
–Creo recordar que solo te pregunté si querías carne o
pescado y respondiste beso.
Su expresión lo dice todo. Le encanta ponerme nerviosa,
le gusta provocarme y lo está consiguiendo.
–¿En qué estabas pensando?
–Ja, ja, ja, muy gracioso... pensaba exactamente en esto.
Inclino mi cuerpo sobre el suyo y lentamente mi cara se
acerca a la suya. Le miro sus carnosos labios, están
cerrados, esperándome. Tengo el corazón en un puño.
¡Cualquiera diría que no nos hemos besado nunca! Rozo mis
labios con los suyos notando su suavidad, su respiración
empieza a alterarse y sé que lo estoy haciendo bien. Me
abro paso en su boca con mi lengua y saboreo la suya, sus
dientes y sus labios. ¡Sabe tan rico! Es un sabor dulce como
un bombón de chocolate que hace que sienta cosquillas en
el vientre. Quisiera seguir, pero me separo unos milímetros,
nuestros labios siguen unidos hasta que se separan por sí
solos y le miro a los ojos, los tiene abiertos y llenos de
deseo. Sin ganas me dejo caer para volver a mi postura
inicial.
–Atrevimiento.
Suelta sin dejar de mirarme y con el deseo saliéndosele
por los ojos. Vaya, parece que hay prisa.
–A que no te atreves a quedarte quieto durante un
minuto mientras que yo me siento encima de ti.
¡Tómate esa! ¡Un juego es un juego!
–Adelante.
Mira su reloj y pone el cronómetro.
–¡Ya!
Me levanto tranquilamente doy un par de pasos
contorneándome de manera exagerada. Él está sentado
como los indios con las piernas cruzadas. Me mira sin
pestañear con la boca entreabierta, así que me coloco
delante de él con las piernas abiertas dejando mis ingles a
la altura de su cara, pero ni se inmuta. Sé que lo está
pasando mal, pero logra contenerse. Bajo lentamente hasta
sentarme justo encima de su paquete que ha vuelto a
crecer tras el beso. Ahora, solo la tela de los bañadores
separa nuestros sexos. ¡Madre mía! Le abrazo por el cuello y
sé que está a punto de caer en la tentación. Una última
estrategia y será mío. Le beso la frente mientras mis
caderas cobran vida propia y comienzan a moverse
adelante y atrás. Mauro echa la cara hacia atrás cerrando
los ojos. ¡Bien! Un poco más... me desabrocho la parte de
arriba del bikini y le agarro la cabeza. Él abre los ojos.
–Alba.
Logra decir en un ronroneo y me abraza besándome el
cuello suavemente y su respiración me hace cosquillas. ¡Sí,
ha caído! Me levanta como si no pesara nada y me tumba
para ponerse encima de mí, tengo mis piernas enlazadas a
su cintura y él tiene las manos apoyadas a ambos lados de
mi cabeza con los brazos estirados.
–¿Estás segura? No quiero hacer algo de lo que te
arrepientas mañana. No quiero estropearlo, quiero que todo
sea perfecto, si tengo que esperar, esperaré, aunque acabe
explotando.
–Ahora la que no puede parar soy yo... quiero que me
hagas el amor aquí y ahora.
¡Vaya, es increíble que eso haya salido de mi boca! ¡Estoy
irreconocible! Jesús tenía razón, no puedo quedarme con
esta duda. Las pupilas de sus ojos se dilatan al escuchar mis
palabras. Puedo percibir que duda unas milésimas de
segundo, pero después flexiona los brazos y comienza a
besarme de nuevo despacito, sin prisas, ahora todo su
cuerpo cae sobre mí. El corazón me va a mil por hora y es
que este hombre me pone mucho, es una atracción
irresistible de la que no puedo escapar… Pero una de las
cañas empieza a temblar.
–¡Han picado! ¡Es tu caña!
¡Joder con los puñeteros peces, qué oportunos! La
intimidad del momento desaparece en décimas de segundo.
Mauro se levanta para sujetar la caña y empieza a recoger
el hilo lentamente.
–Tira fuerte, debe ser grande.
Agarra la caña con fuerza y los músculos de su pecho se
tensan. Me incorporo y me pongo la parte de arriba del
bikini sin ganas. En fin, así es el destino. Cruel, muy cruel.
Finalmente alcanza el pez y lo desengancha del anzuelo. Es
un pez mediano con forma ovalada y a la vez plana, su color
es verdoso, aunque sus escamas dentellean en tonos azules
brillantes. Tiene los ojos un poco saltones.
–¡Es un mero!
Mauro se vuelve feliz hacia mí, sin embargo, la sonrisa le
dura poco.
–Lo siento...
Deja el pez en la arena y se acerca despacio.
–No pasa nada, no te preocupes.
Miro hacia el pez sin darle importancia.
–¿Seguro que es un mero? Yo no tengo ni idea de peces.
Mauro me acerca el pez para que lo pueda observar de
cerca.
–Sí. Hemos tenido suerte. Estos peces están deliciosos,
aunque no es muy grande habrá suficiente para los dos. Los
meros suelen estar a mayor profundidad, pero cuando son
pequeños viven en zonas más superficiales.
–Perfecto, además el mero me encanta.
Mi voz suena entusiasmada, sin embargo, no dejo de
pensar que me gusta mucho más él que el mero inoportuno.
Buscamos unas ramas y Mauro consigue hacer un fuego. A
continuación, se pone a limpiar el mero rascando las
escamas de los lados con un cuchillo que ha sacado del
asiento de la moto. Me siento junto a él y decido ser sincera.
Él lo ha sido conmigo. ¡Qué menos!
–Cuando me has preguntado antes si estaba interesada
en algún hombre...
Cojo un palo y hago dibujos en la arena, sé que no puedo
mirarle a los ojos. Me siento mal al decirle esto.
–Sí.
Continúa raspando como si nada.
–Estoy interesada en dos hombres.
¡Alba, sigue dibujando como si nada! ¡No le mires!
Escucho cómo Mauro deja de rascar el pescado y levanto
la mirada para encontrarme con la suya. No logro identificar
nada, es como si no me mirara, como si mirara algo más
allá de donde me encuentro, detrás de mí.
–Quería que lo supieras.
–Es Jesús, ¿verdad?
Sigue con esa mirada perdida.
–Sí.
Mauro clava el cuchillo en la arena como si apuñalara a
alguien. Se levanta rápidamente y se va andando,
bordeando el agua de la playa. Su reacción me pilla por
sorpresa. ¿A dónde va? ¡Está enfadado! A lo lejos escucho
su voz.
–He sido un estúpido.
Va haciendo gestos con las manos. Me levanto y
comienzo a caminar en su dirección con pasos rápidos.
Cuando termina la arena comienza a subir por las rocas.
–Un completo idiota. ¡No un idiota, no! Eso se queda
corto, Mauro. ¡Un gilipollas!
–¡Mauro!
No me hace ni caso y sigue trepando. A duras penas
consigo seguirle. Al final llega a una gran roca plana y se
queda mirando el mar.
–¿Por qué no me di cuenta antes?
Por fin le alcanzo y me coloco entre sus vistas y él.
–Te he lanzado directa a sus brazos.
Me agarra por los hombros, por primera vez puedo ver el
miedo en sus ojos y me parte el corazón.
–No estoy en brazos de nadie. Estoy hecha un lío.
Pero no me deja continuar y me besa con fuerza los
labios apretándome contra su fuerte pecho. Despacio, sin
despegar los labios de los míos, consigue que nos
sentemos. Yo acabo a horcajadas encima de él. Su creciente
erección queda justo aprisionando mi sexo. Estamos tan
juntos que, en ese momento, en mi cabeza oigo un clic que
hace que desee a este hombre por encima de todo. Este
hombre tan deseado por miles de mujeres ahora está aquí
conmigo sufriendo por mis huesitos. ¡Qué vueltas da la vida,
hace unos días era yo la que lloraba por él!
Le abrazo con todas mis fuerzas notando su fuerte pecho,
su respiración entrecortada, sus abdominales, las palmas de
mis manos rozan la piel de su espalda y su contacto hace
que se me erice el pelo de los brazos. Respondo a su
apasionado beso y nuestras lenguas se acarician con ansia
como si el tiempo se nos escapara como el agua entre los
dedos.
–¡Espera!
La voz de Mauro retruena en mi cabeza.
–Más despacio, no tenemos prisa. Quiero que este
momento sea lo más largo posible así te tendré más tiempo
para mí solo.
No puedo esperar, pero comprendo lo que quiere
decirme. La única vez que hicimos el amor, en la playa, fue
todo demasiado deprisa y confuso. Cuando intento
recordarlo es como si estuviera muy lejano, como si no
hubiera ocurrido. Me desabrocha lentamente la parte de
arriba del bañador que cae a un lado. Me mira sin
parpadear.
–Eres... eres única.
Y me abraza dulcemente besándome por el cuello hasta
el lóbulo de la oreja y mi cuerpo reacciona tan rápido que
me cuesta calmarme. ¡Qué hombre! Tengo la entrepierna
húmeda, la respiración sin control, el corazón saltando en el
pecho como si estuviera en una colchoneta. Me acaricia la
espalda arriba y abajo hasta que rodea mi cintura con
ambas manos para subir hasta mis pechos. Los colma
apretándolos con dulzura.
–Son increíbles… –dice suspirando y agacha la cabeza
para meterse un pezón en la boca.
Yo estiro mi espalda hacia atrás con el contacto de sus
labios. Los chupa con deseo pasando de uno a otro y
consigue que se me ericen creándome una sensación única.
El placer comienza a crecer en mi vientre y mis caderas se
mueven despacio sintiendo toda la dureza de su erección
entre mis ingles. Le empujo haciendo que se tumbe en la
roca. Echo mi pelo hacia delante y recorro su pecho
haciéndole cosquillas a la vez que voy besando cada
centímetro de piel. No tiene ni un solo pelo, solo suavidad.
Piel morena y sal. Cuando llego al ombligo echo de menos la
línea de bello que me vuelve loca y soy consciente de que
no estoy con Jesús, pero continúo por la suave piel hasta el
principio de su bañador. Su respiración comienza a crecer y
se hace más rápida. Ahueco el bañador y meto mi mano. Su
pene está en su límite máximo, lo agarro con cuidado y lo
acaricio mientras beso sus abdominales. Finalmente lo saco
de su bañador. ¡Madre mía, es enorme! Paso mi lengua por
la punta con mucho cuidado, es tan suave... lo beso con
besos cortos hasta que lo introduzco en mi boca y comienzo
a subir y bajar lento, muy lento.
–¡Aaah!
Continúo con mi particular tortura, despacio, sin prisas,
pero Mauro alarga sus brazos hasta las lazadas de la parte
de abajo de mi bikini y diestramente tira para desatarlas a
la vez. ¡Parece que tiene bastante pericia en esto! ¡Cómo
no! A continuación, tira del bikini y le facilito la maniobra
elevando mis caderas. El bikini sale volando un metro más
allá, así que estoy completamente desnuda como Dios me
trajo al mundo y me siento tan libre... capaz de cualquier
cosa. Mauro abre los ojos y me devora con la mirada. Se
incorpora sentándose a la vez que agarra mis nalgas con
ambas manos y nos miramos con las bocas abiertas para
poder coger aire. Baja sus manos rodeándolas hasta
encontrar los húmedos labios de mi sexo. Lo toca
suavemente con la palma de la mano. ¡Estoy tan derretida!
Mi cabeza cuelga hacia atrás, me falta el aire. Él vuelve a
chuparme los pezones con deleite a la vez que introduce
dos dedos en mi interior y el placer es tan grande que
comienzo a notar cómo el orgasmo crece en mi interior, me
tensa los músculos de la vagina.
–¡Para!
Giro mi cabeza suplicante.
–Córrete para mí, déjate llevar.
Y comienza a entrar y salir en mi interior a la vez que con
el pulgar presiona mi clítoris.
–Te voy a dar todo el placer que no te di la primera vez.
Su voz es como la gota que colma el vaso y me dejo
llevar con la excitación, moviendo mis caderas rápidamente
al son de las contracciones del orgasmo que me invade una
y otra vez quemándome por dentro, hasta que caigo sobre
él derrotada. Mauro me acoge entre sus brazos acunándome
y el ardor poco a poco deja paso al relax. Me besa la cara
una y otra vez.
–Alba, Alba.
Lo miro y sé que esto acaba de empezar y le sonrío de
oreja a oreja. Me mira levantando una ceja con esos ojos
verdes y esa sonrisa pícara que deja ver sus blancos dientes
todos perfectos y parece una foto de un modelo de esos que
anuncian fragancias en verano.
–Mauro, Mauro...
Le imito.
–Prepárate, niña...
Las pupilas de mis ojos se agrandan solo de pensar lo que
viene a continuación y de inmediato estoy tan preparada
como al principio.
Se inclina un poco y saca su bañador. Ahora estamos los
dos desnudos como Adán y Eva y no puedo dejar de admirar
este cuerpo tan perfecto que tengo debajo de mí. La
proporción de sus hombros, la longitud de sus brazos, los
músculos de su cintura y abdomen, su culito apretado y sus
torneadas piernas sin un solo pelo, por supuesto. Tiene la
musculatura justa ni muy marcada ni muy inflada. ¡Es
perfecto! Y como postre esa cara que quita el hipo. ¡Está tan
bueno! Que ni yo misma me lo creo, y aquí estamos en
pelotas los dos, en una cala desierta, en medio del paraíso,
no lo podría haber imaginado mejor. ¡Qué cierta la frase: “La
realidad supera la ficción”!
–Date la vuelta.
¡Guau! Vuelve el Mauro que conocí dando órdenes... ¡Me
gusta! Esto hace apenas unos días me habría dado un corte
terrible, pero ahora me siento desinhibida con ganas de
experiencias nuevas. Me levanto y muy obediente me
coloco tal cual me ha indicado a cuatro patas dejando mi
sexo expuesto justo delante de su cara. Me coge por las
caderas y me levanta haciendo que me acerque un poco
más.
–Sí... así está perfecto.
Me quedo esperando a recibir las caricias, pero no llegan.
Giro mi cabeza, está observando, así sin más.
–Enseguida voy, Alba. Estas vistas requieren su tiempo.
Lo bueno siempre se hace esperar.
Y sonríe maliciosamente. Vuelvo a mirar al frente
pacientemente y es en ese momento cuando noto sus labios
que dejan pequeños besos en mi sexo y me siento, ¡tan
bien!, que me flojean hasta las piernas y los brazos, pero
consigo quedarme en la misma posición. Sus sabios dedos
se introducen en mí y noto tal cosquilleo que estoy a punto
de gritar, mueve los dedos y la lengua al compás del ritmo
del clítoris y sé que esto va a durar poco. ¡No entiendo
cómo puedo aguantar tan poco! ¡Arrrg! El ritmo se acelera,
me succiona...
–¡Mauro! –le grito casi irritada, pero él sigue como si
nada.
–Voy a hacerte el amor, estate muy quieta, yo lo haré
todo, solo disfruta.
Se coloca de rodillas detrás de mí y noto cómo coloca su
pene en mi sexo, respira hondo y se introduce lentamente
en mi interior abriéndome poco a poco. ¡Dios mío! Es
increíble. Mi vagina se adapta a sus formas acogiéndole con
dulzura. Continúa entrando y saliendo lentamente
torturándome y su mano busca mi clítoris rozándolo en
pequeños círculos concéntricos. Empiezo a jadear, siento un
calor enorme en mi entrepierna, sé que él está dentro de mí
y un escalofrío me recorre las entrañas y comienzo a
golpear mi cadera contra la suya.
–No... ¡Quieta, Alba!
–¡Dios! No puedo.
–Quieta o pararé ahora mismo.
Me amenaza. Y sé que lo cumplirá, ¡ya lo creo! Así que
me sumo en una letanía total. Me coge por los hombros y
me levanta abrazándome. Giro mi cara a un lado y
encuentro sus suaves labios que rozan los míos entre
respiración y respiración. Mueve sus caderas penetrándome
lentamente. Con una mano continúa acariciando mi clítoris
y con la otra acaricia mis pechos tiernamente. ¡Son tantos
estímulos juntos que creo que me voy a desmayar! Mi
cuerpo reacciona y no puedo evitar que mis caderas se
muevan acoplándome a él. ¡No puedo quedarme quieta! La
cabeza me da vueltas de alegría, mi corazón salta sin cesar
y en el bajo vientre siento crecer un hormigueo como
cientos de mariposas que vuelan batiendo sus alas.
Al momento el ritmo va acelerando y al escuchar el
ronroneo de Mauro abro los ojos, su voz me excita tanto...
ante mí las suaves rocas bañadas por el sol, la verde y
esplendorosa vegetación y el mar Caribe con sus tonos
turquesas, no podía existir un marco más perfecto. Mi
respiración aumenta, el creciente deseo tensa mis entrañas
y siento el agradable ardor del orgasmo que se avecina,
mientras Mauro me habla al oído.
–Aguanta un poco más, Alba, todavía no...
Con sumo cuidado abandona mi cuerpo y llevándome
entre sus brazos, me coloca despacio sobre la cálida roca
lisa. Se tumba sobre mí aguantando el peso en sus fuertes
brazos. Le hago hueco entre mis piernas y me sonríe, me
sonríe como nunca le he visto hacerlo y siento una punzada
en el pecho de emoción.
–Ahora puedo verte y sentirte mejor. ¿Estás bien así?
–Como nunca.
Me agarro a sus brazos sintiendo la tensión que corre por
sus músculos y rodeo su cintura con mis piernas, al
momento me penetra de nuevo y tras la pausa, puedo
comprobar que la pasión y el deseo continúan en el mismo
punto en que lo dejamos. Mauro comienza lentamente, pero
seguro, aumentando su ritmo poco a poco. Puedo sentir
cómo me llena con cada sacudida y comienzo a
estremecerme. Su cara se va tensando y siento que estoy a
punto, a punto para él de nuevo. Las embestidas aumentan
de ritmo, va muy rápido y siento que voy a correrme
inmediatamente y con un largo jadeo y la boca entreabierta
Mauro se libera en mi interior. En ese momento abro los ojos
para verlo, tiene la cabeza estirada hacia atrás con los ojos
cerrados y el clímax me atrapa sacudiéndome una y otra
vez, dejándome un delicioso placer en todo el cuerpo. Cierro
los ojos para sentirlo en mi interior. Estoy exhausta. Una
gota golpea mi cara y automáticamente abro de nuevo los
ojos. Mauro sigue en la misma posición, pero me está
mirando. Otra gota cae en mi mejilla y puedo ver cómo una
tercera sale de su ojo derecho. ¡Dios!
–¿Estás bien, Mauro?
Estoy asustada. Sus ojos brillan por las lágrimas. Relaja
su cuerpo cayendo sobre el mío y nuestras caras quedan
unidas. No entiendo nada.
–Estoy bien.
Su voz es un susurro. Cojo su cara entre mis manos y la
levanto para verla. Tiene el entrecejo fruncido y los ojos
cerrados con fuerza, lo que no impide que una nueva
lágrima caiga de nuevo sobre mis labios. ¡Dios mío!
–No estás bien... estás llorando... –logro decir con un
nudo en la garganta.
Mauro abre los ojos, los tiene enrojecidos lo que contrasta
con el claro verde de su iris. Me mira tan profundamente
que se me para la respiración.
–Gracias.
Su voz suena ronca.
–Jamás he sentido algo así.
–¡Mauro!
Suelto su cara y le abrazo. Le abrazo como abrazaría a un
niño, acunándolo. ¿Cómo puede haber cambiado tanto? El
hombre seguro de sí mismo, casi arrogante que dominaba la
situación, que podía hacer temblar a cien mujeres con una
sola mirada suya...
–Gracias a ti.
Le beso el pelo y la frente. Mauro se incorpora.
–¡Ya está!
Se pasa la mano por los ojos y deposita un beso en mi
boca.
–¿Seguro que estás bien, Mauro?
Niega con la cabeza antes de contestarme.
–No puedo estar mejor, Alba.
Y sin darme pie a réplica alguna me lanza una pregunta.
–¿Tienes hambre?
Asiento con la cabeza admirada. Se pone en pie y me
tiende la mano la cual agarro con fuerza y de un pequeño
movimiento me alza y me coge en sus brazos. Se agacha y
recojo los bañadores.
–No hace falta de verdad, puedo ir andando.
No me hace ni caso y comienza a sortear rocas.
–No pesas nada. ¿Te alimentas del aire?
–Muy gracioso...
La boca se me abre de lado a lado de la cara.
–Tengo mucha hambre, así que espero que sepas cocinar
bien ese pescado.
–¡Por favor! Estás hablando con el mejor pinche de cocina
del Hotel San Mauro.
Comienza a caminar por la arena.
–No lo dudo, de veras, pero te recuerdo que aquí no hay
nada. ¡Nada! No hay cocina, ni condimentos, ni siquiera
platos.
Cuando llegamos, la hoguera se ha apagado. Antes de
soltarme me da un casto beso en la mejilla y me deja en la
arena.
–Bueno, aquí hay mucho que hacer.
Mientras habla se pone el bañador.
–Ponte cómoda. Vuelvo enseguida.
Al momento sale pitando en dirección a la espesura y
aprovecho el momento para meterme en el agua. ¡Es
increíble, es como un spa! Agua fresca, cristalina ni una sola
ola, ¡mmm! Me encanta. Dejo que mi cuerpo flote, sin
ataduras, libre y desnudo. Y me quedo así un largo rato con
los ojos cerrados dejándome llevar. Mis pensamientos
derivan hacia Jesús y de inmediato lo desecho, quiero que
este momento sea de Mauro. Solo para él, pero vuelve a mí
una y otra vez. Finalmente consigo pensar en algo que no
tenga nada que ver con ellos dos y por fin me voy relajando
totalmente meciéndome lentamente en mi pequeño mundo
acuático.

Una cabeza surge del agua y me besa los labios a la vez


que me agarra dulcemente.
–Pensé que te había pasado algo... pero veo que estás
bien, muy bien...
Mauro me abraza haciéndome cosquillas en la espalda a
la vez que besa mi cuello.
–No, no... No vas a conseguir nada con tus artimañas.
¡Tengo mucha hambre!
–¿Me ves preocupado?
Miro su rostro, está pletórico. Me lleva flotando entre sus
brazos hasta la playa y me deposita cual mariposa en la
suave arena. Me quedo boquiabierta mientras me pongo el
bikini. ¿De dónde ha salido todo esto? La hoguera está
encendida y el mero se está haciendo lentamente sobre ella
en un espeto. A un lado dos grandes y anchas hojas de un
brillante verde de alguna planta tropical hace las veces de
plato y mantel. Sobre ellos dos cocos partidos por la mitad y
una piña en trocitos que reposa sobre otra hoja más
pequeña, está decorada con dos flores preciosas en tonos
rosa palo y burdeos. Dos botellas de agua mineral
completan el improvisado bufé. No se asemeja, ni siquiera
se acerca de lejos a la cena del día anterior en cuanto a
recursos, pero queda más que claro el cariño que ha puesto
en cada detalle y me estremezco.
–¡Es increíble! ¿De dónde ha salido todo esto?
La emoción nos rodea a ambos.
–Soy un hombre con recursos –me dice mientras me
dirige hacia lo que parece mi hoja-mantel para que me
siente.
He de admitir que sí que lo es y que me ha sorprendido
muy gratamente. Para mí estos detalles son mucho más
importantes que los materiales.
–Huele divinamente...
–Mejor sabrá.
Da una palmada en el aire.
–Queda inaugurado el bufé de playa Paraíso.
Coge el espeto y suelta el mero en su hoja. Empiezo a
comer piña sin dejar de mirarle y sonreír a la vez mientras
Mauro despieza el pescado quitando la piel y las espinas
dejando cuatro filetitos limpios. Hasta que no queda
convencido con el resultado no deposita en mi hoja dos de
ellos.
–Cuando quieras. Te dejo los honores.
Se queda quieto esperando. Cojo un trocito con la mano y
me lo llevo a la boca. Lo saboreo lentamente.
–¿Cómo lo haces?
Relaja los hombros y sonríe.
–A veces las cosas más simples son las mejores.
Me quedo mirándole mientras se come su pescado en un
abrir y cerrar de ojos.
–Me has impresionado.
Mauro agacha la cabeza mientras oigo su ronroneante
risa.
–En serio.
Mi voz suena seria y logro captar su atención.
–Estoy descubriendo nuevas cosas sobre ti que no
conocía y que me sorprenden.
–¿Y eso es bueno?
–¡Claro!
Termina de comer y se tumba de lado, apoyado en el
codo. Yo apuro mi pescado con cierto nerviosismo ya que él
no me quita ojo. ¡No tengo remedio! Acabo de hacer el amor
con él y, sin embargo, ahora estoy más cortada que una
paraguaya.
–Hay demasiadas cosas que no sabes de mí, algunas de
las cuales no me siento orgulloso precisamente.
En su mano tiene una pequeña concha. La frota una y
otra vez nervioso.
–Con eso ya contaba. Lo importante es el rumbo que vas
a tomar a partir de ahora.
Lanza la concha con un movimiento rápido de muñeca
hacia el mar y se queda mirando su trayectoria.
–Lo tengo claro, aunque en gran parte depende de ti.
Sé que estoy colorada como un tomate ya que noto cómo
me arde la cara. Es más, ¡estoy esperando a oler a
chamusquina! Disimulo mirando hacia el mar. ¿Qué digo?
Finalmente, Mauro rompe el incómodo silencio.
–Ven, vamos a la sombra.
Me coge de la mano y camina junto a mí en silencio hacia
el principio de la espesura. Nos tumbamos sobre la arena a
la sombra y se coloca junto a mí, ambos de lado. Me abraza
con sus brazos colocándolos alrededor mío y me acoge con
sus piernas doblándolas junto a las mías. Me acurruco entre
su espléndido cuerpo y lo último que escucho es la profunda
y ronroneante voz de Mauro junto a mi oído.
–Eres preciosa.

Me despierto de golpe, desorientada. Miro a mi alrededor


y consigo recordar dónde estoy. Tengo un brazo de Mauro
encima mío. Intento girarme, pero mi brazo izquierdo está
completamente dormido y no responde, es como un saco de
patatas pesado sin vida. Intento insuflarle vida abriendo y
cerrando la mano para que empiece a circular la sangre por
el miembro inútil y un cosquilleo me invade. ¡Vale! Ya
parece que vuelve a ser un brazo. Me giro por fin y me
quedo mirando la cara de Mauro. Tiene una expresión
tranquila de paz absoluta, aunque su respiración sea
profunda. Le veo tan distinto a hace unos pocos días, que
casi me da miedo. ¿Es posible que estuviera tan cegada por
lo que veía que no pudiera ver el interior? Lo cierto es que
él ha contribuido favorablemente, ha cambiado y la
pregunta del millón es… ¿Va en serio? ¿Cuánto puede durar
este nuevo Mauro sin caer en las tentaciones? Porque las
tentaciones van a seguir ahí. Va a ser muy difícil saberlo.
Paso la mano suavemente por su flequillo levantándolo con
mucho cuidado para que no se despierte. Refunfuña un
momento, pero sigue dormido. ¡Mmm! Está guapísimo.
¡Mauro, Mauro! ¿Qué voy a hacer contigo?
No tengo ni idea de qué hora será, pero las sombras de
las palmeras donde nos encontramos se han alargado
considerablemente.
Acerco mi rostro al suyo fijándome en cada detalle, cada
poro de su piel, cada pelo de su barba, sus pestañas, sus
pobladas cejas, las sensuales curvas que forman las líneas
de sus labios y cuando me encuentro a escasos dos
centímetros de su cara, su mano me agarra por la nuca y
me besa la boca. Un cosquilleo me recorre de abajo a arriba
y el deseo se me despierta de inmediato.
–¿Me estabas espiando? –le digo fingiendo enfado cuando
sus labios se despegan de los míos.
–¿Quién espiaba a quién? A ver dime, ¿tengo algo en la
cara?
Me levanto y él me imita.
–Pues... sí.
–¡Ah!, ¿sí?
Me coge de la cintura con ambas manos y espera
paciente mi respuesta mientras me derrite con la mirada.
–Tienes dos ojos... impresionantes, por cierto. Una nariz
perfecta y unos labios muy, pero que muy sensuales.
En cuanto lo digo los entreabre y ese simple gesto hace
que me quede sin aliento.
–No tienes ni idea de la belleza, pequeña.
–¡Ah!, ¿no? –le contesto intrigada.
Él tira de mi cintura acercándome a su cuerpo. Noto
claramente la tensión sexual que surge entre los dos porque
si yo estoy muy caliente, él me está quemando la
entrepierna.
–Eres perfecta. Tienes unos ojos grandes almendrados, de
un color azul... que no he visto en mi vida y mira que aquí
hay tonos de azul para aburrir.
Y señala el mar.
–Tu mirada me pone nervioso y eso no me ha ocurrido
nunca.
No puedo por menos que sonreír como una tonta y él
acerca sus labios a mis ojos y los besa rozando mis
párpados.
–Tu nariz es única.
Y pasa su dedo índice por la punta. En un gesto rápido
enmarca mi cara con sus suaves manos.
–Y tus labios, qué te digo de tus labios...
Se muerde el labio inferior.
–Me gustan a rabiar. Me hipnotizan.
¡Dios! No sabía que podía provocar tantas emociones y
menos en un adonis como él. Esta vez no le espero y le
beso. Se lo ha ganado, tengo el ego por las nubes y me
siento tan bien... Sus labios se ajustan a los míos y su
lengua busca la mía acariciándola con lentitud haciendo que
suba varios grados la temperatura del ambiente. Pero lo
bueno dura poco.
–¿Quieres cogerla?
Los ojos se me abren de par en par. ¡A qué se refiere, por
Dios! Lo miro sorprendida, ¡Ah, qué tonta!, se refiere a la
moto. ¡Puff! Qué calor.
–Por la cara de boba que has puesto, me imagino que sí.
No me extraña que haya puesto cara de boba si supiera
lo que he pensado... Mauro se levanta.
–¡Anda, ponte el chaleco, nos vamos a dar una vuelta!
Doy unas palmadas y pego un respingo colocándome el
chaleco.
–¡Estoy lista!
Su sonrisa es tan sensual...
–¡Ven aquí!
Me acerco pegando otro brinco y me ayuda a subir a la
moto.
–A ver qué me puedes enseñar...
–No estoy segura, pero yo que tú me agarraría fuerte.
Pongo las manos a ambos lados del manillar notando los
mangos negros de goma. Mauro me ancla el cordón de las
llaves al chaleco y me las pasa para que las meta en el
contacto. ¡Ay, qué nervios! Giro la llave y al momento el
potente motor ruge sin problemas. Acaricio con el pulgar la
palanca del acelerador.
–Ahora despacito –me susurra la voz de Mauro al oído–.
Como cuando acaricias la cara del hombre al que amas.
Y sin pensármelo dos veces, acelero con todas mis
fuerzas. El tirón es tan fuerte que Mauro se agarra a mi
cuerpo como si fuera un salvavidas y consigue arrastrarme
con él al agua, ya que no tengo la suficiente fuerza como
para aguantar agarrada a la moto. Cuando consigo salir a
flote, Mauro está subiendo de nuevo a la moto. Nado y le
alcanzo.
–¿Sabes? –dice con una sonrisa de oreja a oreja mientras
me tiende la mano para ayudarme a subir–. Creo que
prefiero casi que no me quieras de ese modo...
–Muy gracioso.
Esta vez lo hago bien y poco a poco nos vamos alejando
de nuestro rinconcito y el resto de la tarde se me pasa
volando entre caídas, carreras y risas. Cuando dejamos la
moto de nuevo en el embarcadero el sol se está poniendo y
no puedo dejar de pensar que es el segundo atardecer que
paso junto a Mauro. Que llevamos más de veinticuatro horas
juntos sin separarnos y se me pone la carne de gallina
porque me gustaría que no terminara nunca.

–¡Hola, mamá!
Mi madre está sentada en un cómodo sofá bajo una
pérgola.
–¡Alba! Hola, hija.
Mauro y yo nos acercamos mientras mi madre se levanta
para darme un beso.
–Buenas noches, Ana.
Mauro la saluda tranquilamente. Está como pez en el
agua, mientras que yo estoy totalmente desconcertada y
nerviosa. ¡Qué mala suerte!
–Buenas noches, Mauro...
Mi madre le sonríe de oreja a oreja. Inmediatamente
interrumpo este momento.
–Mamá, ¿dónde está papá?
–¡Aquí mismo!
Mi padre me agarra por la cintura desde atrás
pegándome un susto increíble.
–Nunca he visto un hombre que tarde más en arreglarse
que una mujer.
Mauro la acompaña sonriendo con ella.
–Mauro, este es mi marido, Miguel.
Mi padre lo estudia con recelo. ¡Oh, no! Conozco esa
mirada... pero Mauro le extiende la mano y mi padre
finalmente se la estrecha.
–Encantado. Ya nos hemos visto antes –apunta Mauro
resuelto.
–… Y Mauro, ¿a dónde ibas con mi hija?
–¡¡Papá!! –protesto a la vez que mi madre intercede.
–Nosotros vamos a cenar. ¿Por qué no nos acompañáis?
El corazón me late a mil por hora y daría cualquier cosa
porque esta situación terminara de una vez. ¡Mamá, estás
loca! ¿Cómo se le ocurre insinuar algo así sabiendo cómo es
papá? ¡Arrrg!
–Seguro que Mauro tiene que trabajar, ¿por qué trabajas
aquí, no?
Muy bien, papá, así me gusta. Ahora Mauro dirá que sí y
nos iremos.
–Sí. Efectivamente trabajo aquí. Pero estoy disfrutando de
unos días de vacaciones.
–¡Perfecto! No se hable más.
Mi madre se cuelga del brazo de Mauro y se echan a
andar. No lo entiendo, con todo lo que tengo encima, ahora
tengo que lidiar con mis padres.
–Dime, Alba, ¿cómo lo has conocido?
Mi padre me enrosca alrededor de su brazo y caminamos
juntos. ¡Creo que un interrogatorio ahora sería lo último!
–No empecemos... ¿Cambiaría eso las cosas?
–Solo quería saber un poco de ti. Has estado los últimos
días como desaparecida. Por lo menos a tu hermana la
vemos de vez en cuando.
Apoyo mi cabeza en su hombro. ¡Dios! Tiene toda la
razón del mundo, solo me he limitado a enviarles mensajes.
Un profundo suspiro me sale de la garganta.
–Es un buen amigo.
Me resigno y cedo dándole un poquito de información.
–¿Solamente amigos?
Levanta las cejas y se para un momento.
–Nunca se sabe... ¡Quizás llegue a casarme con él!
Solo por ver la cara de mi padre, la broma vale la pena y
me carcajeo de tal modo que mi madre y Mauro se dan la
vuelta intrigados.
–¡Es solo una broma!
Pero la cara seria de mi padre me hace reír de nuevo. ¡Me
encanta pincharle! Mi madre y Mauro eligen una mesa un
poco apartada del bullicio en el restaurante de carne del
hotel y nos sentamos cómodamente. Enseguida los
camareros se arremolinan a nuestro alrededor tomando
nota de nuestros platos, llenando nuestras copas,
encendiendo las velas de la mesa... y traen los primeros
platos, todo con excesiva celeridad y amabilidad y no es
para menos, Mauro es su jefe. ¡Jejeje!
–¡Vaya, hoy el servicio está muy pendiente de todo!
Mi padre mira a mi madre afirmando con la cabeza y algo
extrañado.
–Sí, muy amables... –Río entre dientes.
–No digo que normalmente no lo sean, ¡por Dios! Es un
hotel que destaca precisamente en eso, en el trato con sus
clientes. ¡Es excelente!
Mi madre hace una pausa para beber de su copa.
–De hecho, Mauro, muchas gracias por las gestiones que
hiciste para que pudiéramos ir a la excursión.
–¡Mmm!
Mauro termina de masticar.
–¿Qué tal? ¿Les gustó?
No tenía ni idea de este asunto...
–¿Qué gestiones?
Sé que mi voz ha sonado algo impertinente, pero me
quiero enterar.
–El día de nuestro aniversario queríamos hacer una
excursión.
–Lo sé, mamá, fuisteis a Isla Catalina.
La apremio para que no se enrolle como las persianas.
–Exacto. El caso es que estaba completo y Mauro tuvo la
amabilidad de incluirnos.
Mauro me mira tranquilamente, pero excesivamente
tranquilo, con una media sonrisa. Da la sensación de que
todo esto le hace mucha gracia.
–Había dos plazas sin confirmar y…
Mis padres no saben con quién están hablando, pero yo
sí.
–Espero que no te haya supuesto un problema en tu
trabajo –digo sarcástica a tope.
Mis padres se quedan atónitos mirándolo, pero Mauro
únicamente me mira a mí con la misma sonrisa de antes en
los labios y se me hielan hasta las pestañas. ¡Creo que no le
ha sentado bien! Disimulo cogiendo otro bocado de mi
plato.
–Ningún problema.
–¡Oh! Bien. ¡Genial!
Sigo comiendo. Mastico, mastico, mastico.
–Me alegro, Mauro, no nos gustaría que por nuestra culpa
te hubieran llamado la atención. ¿Verdad, Miguel?
–Por supuesto que no y exactamente, ¿cuál es tu puesto
aquí en el hotel?
Mi padre deja los cubiertos sobre el plato y se inclina
hacia Mauro que está sentado justo enfrente de él. Solo en
ese momento noto a Mauro algo inquieto ya que se retuerce
en el asiento antes de contestar.
–Ahora mismo sirvo de apoyo en varios departamentos.
Principalmente recepción.
–Sí... recuerdo que nos atendiste el día que llegamos.
Muy bien, por cierto.
Mi madre toca la mano de Mauro a modo de
agradecimiento.
–Es mi trabajo.
Levanta la mano y un camarero se apresura rápidamente
hasta nuestra mesa.
–Por favor, Luis, añade a los segundos la ensalada de
pollo y piña para el centro y un plato de verduras crudas
con salsa green y salsa de yogur.
–Por supuesto, enseguida.
Por la manera en que mi padre se ha quedado mirando
cómo el camarero ha salido volando, yo diría que está un
poco… mosqueado.
–Debe ser muy interesante vivir aquí. Me refiero a un
lugar tan impresionante como este.
Vaya, parece que mi madre tiene ganas de hablar.
–Sí. La verdad es que no sé exactamente cómo es vivir en
otro lado.
–¿Eres dominicano?
Esto a mi padre ya le huele muy a chamusquina.
–Sí.
–Pero tus padres deben de ser de fuera, ¿no?
–Mi padre es español y mi madre italiana.
Va a ser verdad que no se lo cuenta a cualquiera. ¡Está
superando el tercer grado sin soltar prenda!
Dos camareras traen la ensalada y las verduras retirando
los primeros platos. Una rubia y mona le sonríe divertida a
Mauro y este le devuelve una mirada heladora. Noto la
inseguridad de ella y hasta yo siento frío en la nuca.
–¡Ah! Tienes raíces españolas.
Mi padre pincha de la ensalada.
–¡Por Dios, Miguel! No seas maleducado. Yo te sirvo.
Mi madre coge su plato y le sirve una ración. Me troncho
con ellos y noto que Mauro también se divierte.
–Perdón. No es para tanto, Ana.
Coge el plato que le tiende mi madre.
–¿Y cómo llegaron a estas tierras?
¡Touché, Mauro! A ver ahora qué dices. Lo miro
expectante.
–Es una larga y aburrida historia. El caso es que nací aquí,
aquí me crie y aquí sigo. Y la verdad, no tengo muchas
ganas de irme a otro lado. Me encanta mi trabajo. Me
encanta esta isla, sus gentes, sus costumbres, su vida
tranquila.
Ha conseguido salir de la encerrona, y bastante bien, por
cierto, pero lo que se ha quedado en mi cerebro como un
eco son sus palabras. ¿No piensa dejar esta isla nunca? Sé
que tiene fobia a volar después del accidente de su madre,
pero esto es algo más. Esto es claramente una intención.
Una afirmación rotunda.
–Te puedo asegurar que, si yo viviera aquí, no se me
habría perdido nada en otro lugar.
Mi madre le da la razón. Creo que lleva dándosela toda la
noche.
Los segundos platos no tardan en llegar. Mi padre
comienza a hablar sobre el clima, sobre otros países que ha
visitado, sobre Madrid, una ciudad cosmopolita que nunca
duerme, sobre la inseguridad de otras ciudades y yo me voy
desconectando poco a poco de la conversación. ¿Realmente
podría funcionar? ¡Mírale! Aquí está, encantado, como si
nada, charlando alegremente y la verdad es que tiene a mis
padres en el bolsillo. De mi madre era de esperar, se la
metió en el bolsillo en el momento que pisamos el hotel,
pero de mi padre... eso ya me resulta un tanto raro. Mi
padre es muy receloso. ¡Lo es incluso hoy en día con Fer!
¡Con Fer! ¡Dios mío! Amigo de toda la vida, lo conoce desde
que era un niño. Sin embargo, cada minuto que pasa lo veo
más relajado, es como si se hubiera olvidado de que este
chico es un claro pretendiente de su hija. ¡Quizá tenga
fiebre! No sé, no sé... la verdad es que Mauro lo sabe hacer
y no me refiero a hacer el amor, que eso sé que sabe de
sobra y tiene larga experiencia, sino a camelarse a las
personas, quizás lo haya aprendido después de tanto
tiempo trabajando cara al público.
–Hija, ¿que si quieres algo de postre?
–No, gracias. Estoy llena.
–¿Por qué no nos tomamos una copita en el Lobby Bar?
Mi padre no tiene fin...
De camino, las parejas se han cambiado. Ahora Mauro
charla animadamente con mi padre y yo acompaño a mi
madre.
–Parece un buen chico. Ya te lo dije.
–Sí, lo recuerdo.
Le sonrío abiertamente y tomo su mano entre las mías.
–¿Estás bien? –me pregunta extrañada.
–Perfectamente. La verdad es que tenía algo de miedo,
pero al final habéis sabido comportaros.
Mi madre suelta una carcajada y me encanta hacerla reír.
–Ni que mordiéramos.
–Lo digo por papá, ya sabes lo receloso que es.
–Por ese motivo es mejor que los conozca. Cuanto antes
mejor, porque si no, el recelo crece en su interior y a la
larga es peor.
–Gracias, mamá.
–¿Por qué?
–Por pensar tanto en nosotras. Por anticiparte a nuestras
necesidades.
–¡Ya te tocará! Y lo harás de manera espontánea. Sin
darte cuenta.
–No creo que todas las madres sean iguales.
Cuando pasamos cerca del edificio 6 me paro.
–Si no os importa, yo me quedo aquí. Me gustaría
ducharme y cambiarme. No tardo nada. Enseguida me
reúno con vosotros.
–No te preocupes, tranquila. Te esperamos en el bar.
Mauro me guiña un ojo y continúa caminando con mis
padres, uno a cada lado. ¡Vaya! Pensaba que me iba a mirar
con cara de pocos amigos por tener que cargar solo con mis
padres, pero veo que no tiene ningún problema. Así que me
voy hacia mi habitación. Me desnudo, me ducho
tranquilamente, me peino, me maquillo discretamente, me
pongo un vestido suelto de tirantes negro y lo ciño a mi
cintura con un cinturón estrecho de color dorado. Sandalias
de tacón alto negras y un toque de perfume. ¡Dios, ha
pasado una hora y cuarto! ¿Cómo he podido tardar tanto?
Abro el bolso y meto un bikini y salgo disparada hacia el
Lobby Bar.
El ambiente está muy bien, hay bastante gente y todos
los sofás están ocupados. Me dirijo hacia los tres que están
charlando alegremente. ¡Alucino! Ni siquiera yo he hablado
tanto con él.
Mauro se levanta para cogerme la mano y llevarme hasta
mi asiento.
–Estás muy guapa.
Con este gesto, tanto mi padre como mi madre nos miran
sonrientes. ¡Sonrientes! ¡Es como si hubieran dado el visto
bueno! De mi madre lo esperaba, pero de mi padre... Me
siento incómoda y decido terminar con esto.
–Tenemos que irnos.
Toco el reloj de mi muñeca. Mauro me mira extrañado,
pero al instante cambia de expresión.
–Sí, es verdad. No me había dado cuenta.
–¿Os tenéis que marchar?
Mi padre nos mira apenado. ¡Increíble! No doy crédito.
¡Uff!
–Sí.
Mauro se levanta y mis padres hacen lo mismo.
–Ha sido un placer cenar con vosotros.
Les da la mano.
–Por favor, Mauro, dos besos.
Mauro se despide besando a mi madre sonriente.
–Nos vemos mañana.
Les doy un beso.
–Tened cuidado –apunta mi padre mientras nos alejamos
hacia recepción.
Caminamos callados. No sé qué decir. Mauro lleva las
manos metidas en los bolsillos de su bañador y su mirada se
pierde en las baldosas del suelo.
–Lo siento. Ha debido de ser un rollo enorme.
Levanta la vista hacia mi rostro y sonríe tiernamente.
–Para nada. Tienes unos padres encantadores.
–Un poco pesados.
–Deberías estar orgullosa de ellos y de poder tenerlos
junto a ti.
Me doy cuenta de lo que Mauro debe echar de menos a
sus padres y me siento un poco contrariada porque tiene
toda la razón. Nuestros pasos nos han dirigido hacia su
habitación. Estoy nerviosa y me restriego las manos sin
parar.
–Tienes razón, pero a veces no es el mejor momento.
–No sabes cuántos momentos te quedan junto a ellos.
Se me hace un nudo en la garganta y no consigo tragar.
Mauro se acerca y me abarca con sus brazos. Yo también lo
rodeo y coloco mi mejilla en su pecho. Escucho el latido de
su corazón. Suena fuerte y con un ritmo sereno. Mauro
apoya su cabeza en la mía y su voz me llega a través de su
pecho algo metálica.
–Hay un cine cerca de aquí. Me ducho en un momento.
Entramos y Mauro pone el cartel de no molestar
colgándolo en el pomo de la puerta.
–Ponte cómoda. Si quieres puedes salir fuera.
Mauro se saca el polo por la cabeza y se queda
mirándome. Me pongo colorada porque yo también lo estoy
mirando fijamente. Y es que la vista se me va. No lo puedo
evitar, está tan bueno.
–Me… me… me voy mejor fuera.
¡Qué me pasa, acabo de tartamudear! Me dirijo al gran
ventanal e intento abrirlo, pero no puedo.
–Tranquila.
Mauro aparta mi mano del tirador y de un movimiento
abre la hoja de cristal. Consigo salir rápidamente y ante mi
reacción Mauro se aleja hacia el baño. Me tumbo en una de
las tumbonas del jardín, se está muy bien aquí. Es un lugar
francamente precioso. Está muy cuidado. Me doy cuenta
que en el muro del fondo hay una puerta. Oigo cómo se
abre el grifo de la ducha, así que me levanto para husmear
un poco. Me acerco y después de intentarlo en varias
ocasiones me doy cuenta de que está cerrada. Qué fastidio.
De repente un timbre suena muy cerca de mí y pego tal
respingo que se me escapa un gritito ahogado. El sonido del
agua cesa y al momento sale Mauro por la cristalera con
una toalla liada a la cintura. ¡Dios! Respiro hondo.
–Está cerrada.
Se acerca con un manojo de llaves y escoge una para
meterla en la cerradura.
–¿Quién es? –dice antes de abrir.
–Soy yo, hermano.
Mauro me mira alegremente.
–Es Fede.
La puerta da directamente a la playa, al abrirse aparece
el camarero mulato de sonrisa fácil y en ese momento
comprendo que la última vez que lo vi fue el día que conocí
a Jesús, nos hizo salir de la playa y no sé por qué, pero creo
que tiene algo que ver con Mauro. No viene solo. Viene
acompañado de una chica rubia menudita de cara angelical
y muy tímida por lo que veo.
Ambos se saludan con un abrazo rápido.
–Hola, Fede, pasad.
–¿Interrumpimos algo?
–No, para nada. Pasad. Ella es Alba, la recuerdas,
¿verdad?
Pillo el gesto que Mauro le hace a Fede subiendo las
cejas.
–Encantada –digo y me da dos besos rápidos.
–Tengo que hablar contigo, hermano.
Fede está nervioso y la mujer que está a su lado, no sé, la
noto muy cohibida.
–¿No nos vas a presentar?
Fede hace acopio de paciencia y nos presenta.
–Ella es Estefanía. Es venezolana y ellos son Alba y
Mauro.
Me da dos tímidos besos y cuando le toca a Mauro se
pone roja como una bombilla. Pongo los ojos en blanco, no
sé si podría acostumbrarme a esto, pero inmediatamente se
coloca de nuevo junto a Fede. Mauro se gira y le seguimos
hasta la mesa donde tomamos asiento.
–¿De qué querías hablarme?
Fede lo mira con ojos como platos.
–Hermano, a solas. Lo siento, es algo confidencial, no
tengo nada en contra tuya, Alba.
Me quedo parada, todo esto es muy raro.
–Perdónanos, Alba. ¿Vamos dentro?
Mauro se levanta y me mira con asombro.
–Sí, claro, cómo no, adelante –les contesto.
Los dos hombres entran dentro y allí me quedo yo con
Estefanía, que aún no ha dicho nada. Nuestras miradas se
cruzan y sonreímos como tontas.
–Bueno, Estefanía, ¿estás de vacaciones en Santo
Domingo?
Joder, no sé qué decir. Ella sonríe nerviosamente.
–No. Vivo aquí.
Su voz es acorde con su pequeñez. Desde la habitación
me llega la voz de Mauro, creo escuchar que dice “tranquilo,
hablaré con ella”. Las dos nos miramos, ella también lo ha
oído. ¿Con quién tendrá que hablar? ¿Con Estefanía? ¿Con
otra mujer? ¡Dios, no puedo esperar a saberlo! Si es que me
lo cuenta, claro.
Después de lo que me parece una eternidad ambos salen.
–Estefanía, ¿puedes hablar con Mauro un momento?
¡Ah! Tiene que hablar con ella, pero ¿por qué? Estefanía
se levanta tímidamente y Mauro la agarra por el hombro ya
que a su lado parece una niña. La intriga me corroe. Veo
cómo ella se sienta al borde de la cama de Mauro y él se
coloca frente a ella en cuclillas. Esto no me hace gracia. Me
están entrando unas ganas locas de irme. Fede se sienta
enfrente de mí. Sigue nervioso.
–¿Qué es lo que pasa?
Fede deja de tamborilear con los dedos en la mesa y
parece un poco contrariado como si no esperara que le
fuera a preguntar. Es un hombre alto y con buena
complexión física. Su cara en conjunto es armoniosa, reúne
rasgos típicos de raza blanca como la nariz recta y fina y de
raza negra como los labios carnosos. Su piel es morena y
brillante, da la sensación de ser muy suave. Apenas tiene
pelos.
–Ya sé que casi no nos conocemos...
Comienzo con tono tranquilo.
–Solo espero que se solucione lo antes posible. –Me corta
rápidamente.
–Si pudiera ayudar en algo...
Los ojos de Fede se iluminan por un momento, es como si
se le hubiera ocurrido algo. Pero al momento lo desecha.
–Es posible, pero por ahora...
Mauro sale, frotándose el flequillo con la mano y soplando
por la boca.
–¿Por qué no me lo has contado antes? –suspira–. Lo
siento, ahora está bloqueada. Está llorando.
–¿Puedo entrar a hablar con ella?
Los dos me miran alucinados. La verdad es que no sé por
qué lo he dicho, pero no puedo soportar que una mujer
llore. Necesito ayudar como sea, aunque solo sea secándole
los mocos.
–¿Se lo has contado?
Mauro le pregunta a Fede.
–No, aún no.
–Bueno, quizás sea mejor así. Pasa, Alba.
Fede me mira asustado, no lo tiene del todo claro. En fin,
me levanto, cojo aire, me estiro el vestido y entro en la
habitación. Ella tiene los codos apoyados en las rodillas y se
tapa la cara con las manos. Me siento a su lado y la abrazo.
¡Parece tan frágil! Al momento me abraza con fuerza y el
llanto se hace más fuerte.
–Tranquila, llora todo lo que quieras. Me quedaré aquí
todo el tiempo que haga falta. Desahógate.
El llanto disminuye al cabo de unos minutos, le acaricio la
espalda y le beso la frente. Parece que ya va pasando.
–Él no quiere… –dice entre sollozos.
–¿Fede?
Ella levanta su rostro hacia mí. Tiene todo el rímel corrido
y automáticamente saco un clínex de mi bolso y comienzo a
limpiarle la cara.
–Estoy embarazada.
¡Notición!
–¿Fede es el padre?
–Sí.
–¿Él no quiere hacerse cargo del niño? –le pregunto con
cautela.
–Yo quiero abortar.
Me quedo helada, parada, quieta, muerta... ¿Cómo?
–Él no quiere que aborte. Quiere que formemos una
familia juntos.
–Pero, Estefanía...
¡Por Dios, parece el mundo al revés!
–Tú no lo conoces. Tiene fama de mujeriego. ¿Cómo voy a
formar una familia con él si ni siquiera sé si me será fiel?
¡¡Dios mío!! Es como si una mano invisible me hubiera
golpeado la cabeza y de repente lo viera todo claro, tan
claro como la mujer que tengo delante. Mauro y Fede son
iguales. Estoy un poco aturdida.
–Pero, él te gusta, le quieres, ¿no?
–Demasiado.
–Entonces tu único miedo es que él en el futuro pueda
volver a vivir como hasta ahora. Es decir, que vuelva a las
andadas.
Ella asiente con la cabeza. Le doy otro clínex para que
pueda sonarse la nariz.
–Lo mejor es no continuar con el embarazo y ver si nos va
bien juntos, porque si no es así, entonces tendremos un
problema.
–¿Y no piensas que si abortas y seguís juntos, en el futuro
te puedas arrepentir de haber abortado? ¿No crees que sea
una razón más que de peso para que él piense en formar
una familia contigo, porque te quiere y quiere el fruto de
vuestro amor? ¿No es suficiente motivo para que lo
intentes? ¿Cuál es el problema? Os queréis, por lo que me
dices estáis enamorados.
Ella me mira sin pestañear.
–Llevas una vida dentro de ti. Y eso es lo más maravilloso
del mundo.
Sus ojos empiezan a llenarse otra vez de lágrimas, ¡Ay,
Alba, por ahí no! Reflexiono y tomo otro camino enfocándolo
desde otra perspectiva.
–Nadie te puede asegurar que una pareja no rompa en el
futuro, no solo por ese motivo, sino por mil motivos más
diferentes. Entonces, según eso, nunca llegarás a formar
una familia por miedo a que se rompa. Si no lo intentas,
¿qué sentido tiene? Seguramente él también tenga miedo,
es una experiencia nueva, se enfrenta a lo desconocido,
pero los dos juntos podéis superar todo lo que se ponga por
delante.
Hago una pausa para tragar saliva.
–Te voy a ser sincera. No he hablado con Fede de esto.
Realmente no lo conozco. Solamente he hablado con él en
dos ocasiones. A ti acabo de conocerte, pero dime, ¿cómo
ha reaccionado él con la noticia?
–Pues... mejor que yo. Al principio se quedó muy callado,
pero luego empezó a hacer planes de futuro. Habló de
alquilar una casita e irnos a vivir juntos.
De repente mi concepto sobre Fede comienza a cambiar.
–Espérame aquí un momento.
Salgo de la habitación como un tornado.
–¡¡Cómo puedo saber que lo que dices es sincero!! –le
grito sin piedad.
Mi dedo le señala acusándole a escasos centímetros de
su nariz. La cara me arde. Mauro me mira como si no me
conociera y no me conoce cuando estoy alterada. Pero la
cara de Fede no se altera. Él me contesta sin vacilar, seguro
de sus sentimientos.
–Porque la quiero. No quiero nada más que estar con ella.
No tengo nada en la vida y ahora lo voy a tener todo. La voy
a tener a ella, voy a ser padre, voy a tener una familia. Es
como un sueño hecho realidad.
Los ojos de Fede dejan de mirarme para mirar detrás de
mí y sé que mi plan ha salido a la perfección. Estefanía
entra en el jardín y como si solo estuvieran ellos dos solos,
se tira en los brazos de Fede abrazándose y besándose
apasionadamente.
Mauro me está mirando alucinado. Se levanta y me lleva
hacia adentro.
–Dejémosles un poco de intimidad.
Al entrar cierra la cristalera tras de sí.
–¿Cómo lo has conseguido?
Me siento en la cama justo en el mismo sitio en que
Estefanía estaba sentada antes.
–Los dos se quieren.
Mauro rodea la cama y se coloca frente al armario. Lo
abre de par en par, se quita la toalla y se queda como Dios
lo trajo al mundo. Tiene un culito… Empiezo a inclinar la
cabeza hacia la derecha para tener una mejor perspectiva.
–Sí, pero no los conoces.
Abre un cajón y saca un slip negro. Se da la vuelta y la
boca se me abre sin darme cuenta.
–El siguiente paso es poner un barreño para que no me
manches las sábanas.
De un brinco coloco la cabeza y la boca en su sitio y
como si no le hubiera escuchado continúo:
–Ella solo necesitaba escucharlo.
–¿Le has preguntado aposta? ¿Cómo sabías lo que te iba
a contestar?
–No lo sabía, intuición femenina.
–Ha sido increíble cómo has entrado en el jardín
acusándole con el dedo. Si llego a saberlo lo grabo con el
móvil.
Se coloca una camisa blanca de manga larga. Me levanto
y le ayudo a abrocharse los botones y la camisa se le ajusta
al cuerpo de manera impecable.
–Gracias.
–Eres muy lento con los botones.
Le sonrío.
–No, gracias por ayudar a Fede.
Me quedo pensativa. ¡Ojalá alguien me ayudara a mí con
mis propios problemas! Con los demás lo tengo claro, pero
cuando se trata de mí... no sé nunca qué camino tomar. Me
acerco al armario, separo las perchas y selecciono unos
pantalones chinos de color azul marino.
–Estos.
Sonríe de medio lado y se los coloca. Me acerco de nuevo
y le quito las manos de la bragueta. Le subo lentamente la
cremallera y luego le abrocho el botón. Mauro me mira sin
pestañear con la respiración parada y no toma aire hasta
que termino, dejándome hacer.
–Esta ha sido una maniobra muy pero que muy peligrosa,
Alba.
–Es la segunda maniobra peligrosa de la noche.
–Quizás haya alguna maniobra peligrosa más, no hay dos
sin tres, ya sabes.
Pasa ambas manos por los tirantes de mi vestido.
–No estés tan seguro.
Me giro.
–¿Dónde tienes los zapatos? ¿Es este armario?
Señalo una cómoda situada frente a la cama. Mauro
afirma divertido. Lo abro. Para mi sorpresa están todos
colocados. Lo que más abunda, las zapatillas de esparto.
Tiene unos seis pares de distintos colores. Un par de
deportivas, las botas de militar del otro día. Unos zapatos de
vestir negros impecables, un par de zapatos de uniforme y
unos mocasines grises y otros beige.
–Se acabaron las zapatillas de esparto, nene.
Le tiendo unas tenis de color blanco que parecen nuevas.
Mauro se acerca y las coge.
–¿Qué tienen de malo las zapatillas de esparto? Son
cómodas, transpiran perfectamente y combinan con todo.
–Nada de malo. Todo ventajas, pero existen más tipos de
zapatos, al igual que existen más tipos de situaciones,
porque… ¿No harás running con las zapatillas de esparto,
verdad?
–Entendido, ya me las he puesto. ¿Contenta?
–Mucho.
La puerta de cristal se abre de golpe y un torbellino entra
por ella.
–¡¡¡Tenemos fecha de bodaaa!!!
Fede salta de alegría y coge a Estefanía en brazos
girando sobre él. Los dos ríen ilusionados y no puedo más
que alegrarme.
–¡¡Eso es fantástico, hermano!!
Mauro se une a ellos abrazándolos y girando.
–¡Enhorabuena! –grito para hacerme oír. Los giros cesan.
–El 25 de marzo.
–Solo queda un mes.
Mauro está alucinado.
–Os casareis aquí en el hotel –dice rotundo haciendo
planes.
–Gracias, hermano.
Los dos se dan un abrazo interminable. Estefanía se me
acerca y me abraza también.
–Gracias, Alba. Si no te hubiera conocido hoy habría
cometido el mayor error de mi vida. Quiero pedirte algo.
Me separo lo suficiente y ambas nos mirarnos a la cara.
–Quiero que seas mi dama de honor.
Mauro y Fede han dejado de pegar saltos y me miran
esperando mi respuesta. ¡Dios! ¿Cómo voy a ser su dama
de honor? Me voy de aquí en unos pocos días. Mauro se
acerca y me abraza.
–¡Claro que quiere!
Todos sonríen contentos menos yo, que estoy
estupefacta.
–Vamos a celebrarlo.
Fede coge de la mano a Estefanía y salen por la puerta al
jardín como si fuera en ello su vida. Mauro me coge por la
cintura y seguimos los pasos de la pareja, los cuales han
desaparecido por la puerta del fondo del muro.
–¿Por qué lo has hecho?
–¿No tendrás que hacer algo importante el 25 de marzo?
Al llegar a la arena me descalzo y Mauro coge solícito mis
zapatos agarrándolos con una mano por los tacones.
–No puedo comprometerme a eso. Estaré a miles de
kilómetros de aquí.
–Puedes hacer dos cosas, quedarte aquí un mes más. Te
doy alojamiento y trabajo, tengo un hotel. O venir de nuevo.
Yo pago el vuelo.
No puedo creerme lo que me está diciendo. ¿Me está
proponiendo que me quede a vivir con él?
–Esto es muy confuso para mí.
–Que yo sepa, no tienes trabajo aún en Madrid, quiero
decir que tiempo tienes.
–¡Estás loco! Mi vida está en Madrid, mi familia, mis
amigos. ¡Todo! ¿Cómo voy a quedarme aquí un mes entero?
Antes de llegar al faro donde Fede y Estefanía están
pidiendo bebidas, se para en seco y me agarra por los
hombros.
–Todo eso son excusas.
Su mirada es fría y seria.
–Para ellos es muy importante. Es lo más importante
ahora en sus vidas. Todo lo demás sobra. Te doy todas las
posibilidades. Te puedes quedar, no me deberás nada, me
puedes pagar con tu trabajo, tendrás una habitación para ti
sola, o si lo prefieres, vete, pero vuelve para la boda. Yo te
pago el vuelo, más no puedo hacer. ¡Tú decides!
Y sin esperar una respuesta me suelta y corre a saludar a
su camarero del faro. ¡Todo ha pasado tan deprisa! No me lo
puedo creer, un mes aquí en el Caribe... tentador... ¡no, no,
no! No puedo quedarme, tengo una entrevista pendiente. ¿Y
si me llaman? Perdería esa oportunidad. Tengo que volver.
Quizá lo mejor sería ir y volver de nuevo. ¡No! Lo mejor es
declinar la invitación, tampoco los conozco tanto como para
ser su dama de honor. ¡Arrrg! ¿Dónde está la persona que
me aconseja ahora?
–¡Vamos, Alba, un brindis!
Estefanía, entusiasmada, se acerca con dos copas de
champán en las manos y me tiende una.
Todos me miran con un destello de ilusión y alegría en la
mirada, así que me acerco y levanto mi copa y Mauro
comienza a hablar:
–¡¡Por el verdadero amor!!, porque cuando aparece tu
vida cambia para siempre. Por el deseo y la esperanza, por
la alegría de encontrarlo, por el empeño y la ilusión de
conservarlo, cuidarlo y mimarlo, porque el amor acerca
continentes. ¡¡Por los novios!!
Todos nos hemos quedado callados escuchando el brindis
de Mauro y aunque lo ha hecho por la nueva pareja, iba
claramente dirigido a mí. ¡Esta noche está siendo
demasiado intensa, soy incapaz de asumir tantos
sentimientos! Mauro está echando toda la carne en el
asador, sabe que el tiempo es oro y eso es precisamente lo
que le falta, tiempo. Levantamos nuestras copas y el cristal
choca en el centro que hemos formado las dos parejas. Le
miro por encima de mi copa mientras bebo el champán,
pero él está ensimismado con Fede y Estefanía, es como si
no se atreviera a mirarme.
–Demos una vuelta por la playa.
Fede coge la botella de champán y todos nos
encaminamos hacia el mar donde las olas rompen
silenciosas en la arena.
–He de decir que estoy encantado con esto, Fede. Me
alegro un montón por ti. No solo porque va a cambiar tu
triste vida de hombre que va y viene sin un objetivo
concreto, sino porque vas a ser padre y eso es lo más
increíble del mundo.
–La verdad es que la conversación que tuvimos el otro
día… El cambio que estabas experimentando me dejó
preocupado, no me lo podía creer sin más. Pero me dio qué
pensar y hermano, ese día no pude dormir, estuve toda la
noche pensando en mi propia vida y me di cuenta que
tenías razón.
Hace una pausa y busca mis ojos.
–Alba, no te puedes imaginar, ni por lo más remoto lo que
le has hecho a este hombre.
–¡Vamos, Fede, me vas a poner colorado!
Mauro protesta y me coge de la mano. Los tres ríen y
acabamos sentándonos junto a un par de palmeras muy
cerca del agua. Fede rellena las copas, menos la de
Estefanía.
–Quiero daros ya mi regalo de boda. No es solo un regalo
de boda, es un regalo a un hermano y a su futura mujer y a
mi futuro sobrino.
Todos estamos expectantes y miramos a Mauro sin perder
detalle.
–Quiero regalaros el piso de La Romana.
–¿Estás loco? ¡Ni hablar!
Fede se levanta como un resorte.
–Vamos, Fede, es mi regalo. Quiero que sea vuestro.
Mauro también se levanta para tranquilizarlo.
–No puedo aceptarlo.
–¿Vas a rechazarlo?
–Ese piso lo compraron tus padres con mucho esfuerzo,
Mauro.
–Ese piso está vacío.
–Debes conservarlo por tu padre.
–¿Para qué? Mi padre si alguna vez regresa, que no lo
creo, tiene dónde quedarse. ¿No crees? Mi padre estará
encantado, de hecho, tomadlo como un regalo de ambos.
Quiero que esto funcione, eres mi hermano.
¡Madre mía! Tengo el corazón en un puño, ¿este es el
Mauro que conocí, el que se tiró a una mulata en un baño
delante de mis narices? No entiendo nada, pero a la vez me
siento emocionada, esto me sobrepasa.
Mauro le tiende la mano y finalmente Fede la estrecha
con fuerza abrazándolo a la vez.
–¡Gracias, brother!
La voz de Fede suena quebrada y se me forma un nudo
en la garganta. Ambos acaban de nuevo en la arena.
–Quiero darte las gracias, Mauro. Así todo parece mucho
más fácil. Gracias, Alba, ahora veo que estaba equivocada y
gracias, Fede, ahora creo en ti, creo en nosotros.
Fede se inclina y le da un bonito beso en los labios a su
prometida. Me quedo ensimismada mirándolos, hasta que
noto la suave mano de Mauro que acaricia la mía.
–Vamos.
Nos levantamos y dejamos a la pareja sumida en abrazos
y besos. Miro el reloj, son las tres y media de la mañana.
¡Madre mía, el tiempo pasa volando! Llegamos a la zona de
las camas balinesas y nos tumbamos juntos. Mauro pasa su
brazo por mis hombros y me acoge en su pecho.
–Eres muy generoso.
–Yo diría más bien que no soy egoísta. Tenía que hacerlo,
no hay otra posibilidad, no somos hermanos de sangre, pero
es como si así lo fuera, él siempre ha estado ahí. Quiero que
sea feliz y que funcione y aquí estaré para ocuparme de que
así sea. Es la única familia que tengo aquí.
–De todos modos, no todos los hermanos se regalan
pisos.
–Ya te lo dije, Alba, son únicamente cosas materiales. Lo
importante son las personas. Lo importante es que funcione.
Ese piso está vacío, qué mejor uso que llenarlo de vida.
Mi mano se mete entre dos botones de su camisa y
acaricio su pecho suave.
–No me gusta el dinero. Si te soy sincero no sé ni cuánto
tengo en el banco. Solamente sé que me levanto cada día
para disfrutar de mi trabajo, de las personas que trabajan
junto a mí. Solo quiero tener lo justo y necesario para vivir y
aquí en el hotel tengo todo eso con creces.
–También, las mujeres...
Mauro se incorpora y saco mi mano de su camisa. Me
mira como intentando encontrar las palabras adecuadas
antes de contestar.
–No sé qué tengo que hacer para convencerte de que eso
es pasado.
–Entiéndeme, hace unos pocos días te conocí de una
manera y ahora abogas por algo radicalmente distinto. No
eres el mismo, pero no sé si tu voluntad irá más allá del hoy
y del ahora.
Se vuelve a echar en los almohadones de la cama con los
brazos hacia arriba y las manos en la nuca.
–Creo en el destino y tú eres mi destino. Tú eres la mujer
que estaba buscando, aunque no lo supiera. Y estoy
convencido que he tenido que pasar por toda esta forma de
vida para encontrarte y darme cuenta.
¡Madre mía! Es increíble que esto me esté pasando a mí.
Me reclino de nuevo sobre su pecho y le desabrocho dos
botones de la camisa y acerco mi cara a la suya, tiene los
ojos cerrados y mis labios se juntan a los suyos, él recibe mi
beso y responde dulcemente. Mi mano vuelve a tocar los
músculos de su pecho y el pulso se me acelera, Mauro no ha
cambiado su postura ni un milímetro lo cual me extraña, así
que mi cuerpo se desliza sobre el suyo y puedo notar que se
alegra de verme, pero Mauro separa sus manos y con cariño
me devuelve a mi sitio. ¿Qué pasa?
–Esta noche no.
¿¿Cómo??
–¿Qué quieres decir?
Los nervios me están atacando.
–No voy a convencerte así. No voy a hacer el amor
contigo, aunque me muera de ganas.
Mi cerebro le da la razón. Es un chico listo. Quiere
hacerse valer, que me dé cuenta de lo que me pierdo y
sonrío por dentro. Creo que podré aguantarlo y sin
protestar, me acurruco a su lado.
–¿Tienes frío?
Vuelve a hablarme calmadamente.
–Un poco –susurro.
Se levanta y al momento trae una gran toalla. Nos
acomodamos de nuevo muy juntos, abrazados y puedo
disfrutar de su cuerpo pegado al mío. Me siento tan bien
que no tardo en quedarme dormida.
DÍA 9

Los rayos de sol hacen que me despierte de golpe y lo


primero que veo son los increíbles ojos verdes de Mauro. Me
observa callado con una mirada tímida y cómplice a la vez.
–Buenos días –susurra alegremente.
Intento desperezarme a toda velocidad. Mauro posa sus
labios en los míos y lo recibo con los brazos abiertos. La
verdad es que me podría acostumbrar rápidamente a
despertar así a su lado.
–¿Qué hora es? –consigo decir entre beso y beso
–Las seis y media.
Mauro sigue besando mis labios, mi cara y mi cuello.
–Estás preciosa por la mañana. ¿Te lo he dicho alguna
vez?
–Creo que no.
–Yo creo que sí.
Me siento en la cama balinesa y ante mis ojos se
presenta el mar Caribe amaneciendo, esto no podría ser
mejor. ¡Ojalá me levantara así todas las mañanas!
–¡Esto es vida!
No puedo remediarlo y estiro mis brazos hacia arriba
bostezando. Mauro aprovecha y me besa en la axila lo que
hace que me encoja de inmediato por las cosquillas.
–¡Quieto!, por favor. No lo vuelvas a hacer, tengo muchas
cosquillas.
–Acabas de cometer el peor error de tu vida, Alba. Ahora
ya sé que tienes cosquillas ahí y no me voy a poder resistir.
Está guapísimo con el pelo despeinado. Comienza a
hacerme cosquillas y no puedo con eso, me transformo,
empiezo a reír sin control y a retorcerme intentando
zafarme en vano.
–¡Paaara!
–No puedo, me encanta verte reír.
En un arrebato comienzo a dar giros y patadas y de
repente todo cesa.
–¡Diooos! ¡Aaah!
–¡Lo siento, lo siento, lo siento!
–¡Qué dolor!
Mauro se retuerce en la cama con las dos manos en la
entrepierna. ¡Madre mía! Pobrecillo, acabo de darle una
patada espectacular en todos los huevos. No sé qué hacer,
así que me acerco a besarle la cara.
–Ha sido sin querer, lo siento....
Mauro tiene los ojos apretados con fuerza. Baja al suelo y
se pone en cuclillas con ambas manos aún en su
entrepierna y resoplando.
–No pasa nada… –consigue decir con voz ronca.
–¡Estás aquí, Mauro!
Una voz femenina hace que me gire de inmediato. Ante
mis ojos aparece una mujer cuyo rostro me suena. Mauro
sigue con su postura, pero con los ojos abiertos.
–Sí, estoy aquí, aunque no sé si entero... buenos días,
Maite.
Maite se acerca a la cama con gesto contrariado.
–¿Estás bien?
Mauro se incorpora y da un par de pasos.
–Creo que sí. Dime.
Su cara aún está contraída.
–Sé que estás de vacaciones, pero debo recordarte que
hoy te reúnes con el inspector y el arquitecto municipal para
supervisar la obra del club de buceo.
–¿Qué haces levantada tan temprano?
–Aún no me he acostado, me ha tocado guardia. Termino
a las siete.
–Pues ya te estás acostando. ¿A qué hora es la reunión?
–A las diez y media.
–Vale, estaré listo. No te preocupes.
Maite me mira con ojos curiosos.
–Perdonad.
Al momento Mauro se da cuenta.
–No os conocéis, Maite, esta es Alba, la mujer de la que te
hablé. Alba, esta es Maite, mi segunda madre.
¡Dios, es ella! La mujer que ha estado pendiente de él
desde que murió su madre. Mis ojos se llenan de
admiración.
–Encantada.
Me acerco y le doy dos besos y ella me acoge en sus
brazos como si me conociera de toda la vida. Es un abrazo
sincero.
–He oído hablar mucho de ti estos últimos días y
sinceramente estoy encantada de conocerte al fin.
–Necesito un favor, Maite. Quiero que todo el personal de
cocina, menos los que estén de guardia, se reúnan conmigo
esta tarde a las cuatro, en la sala de reuniones.
Maite lo mira extrañada.
–También quiero que estés tú.
–¿Pasa algo, Mauro?
Mauro le sonríe.
–Es una noticia que debo darles. ¡Ah! También debe estar
Fede. Si le coincide el horario asegúrate que alguien le
sustituya.
–Está bien. Bueno, os dejo. Encantada de conocerte, Alba,
si en algún momento necesitas algo, búscame en recepción.
–Gracias, es bueno saberlo.
Maite nos mira a los dos sonriente antes de girarse.
–La próxima vez protégete antes de hacer cosquillas.
Y se va sin dejar que Mauro le replique. Mauro mueve la
cabeza asintiendo mientras la ve desaparecer.
–El deber me llama otra vez.
–¿Estás mejor? –digo tímidamente sintiéndome culpable.
–Quizás con un masaje...
Le doy una palmada en la espalda.
–Quizá una ducha fría en la zona ayude más...
Nos reímos juntos.
–Hoy es el desfile de carnaval y voy a ir.
Mauro se tensa. Recoge la toalla y comienza a doblarla.
–Me he comprometido, tengo un disfraz y todo. Así que
espero hacerlo bien.
–¿Vas a ir con Jesús?
–Voy con mi hermana y Rubén y otras personas además
de Jesús.
–Bien. Ya sabes dónde estoy y dónde encontrarme.
Se acerca y me abraza y siento como me va entrando
poco a poco en el corazón, conquistándome. Cuanto más sé
de él, más me gusta.
–Ahora le toca a él –me dice al oído.
Me estremezco y los pelos se me ponen de punta.
–No sé qué decir...
–No digas nada. Estamos en contacto.
Me coge la cara entre sus manos y me besa. Me besa
fuerte buscando mi lengua acariciando cada rincón de mi
boca como si quisiera llevarse una parte de mi con él y solo
cuando se queda satisfecho despega sus labios de los míos.
Y tengo la sensación de que es una despedida.
–Nos vemos pronto –le digo para quitarme esa sensación
de encima.
Me alejo un paso, mi mano aún está unida a la suya.
Mauro hace una mueca como diciéndome que aquí estará y
me suelta la mano. Me giro, cojo mi bolso y me pierdo por
un caminito empedrado. Voy a buen paso, es como si
quisiera huir, me siento mal. Muy mal. Me pongo en su lugar
y no me gusta. No me gusta nada. Sé que le estoy haciendo
sufrir, pero ¿por qué? Es quizás que estoy asumiendo que
ha cambiado y que ese cambio me gusta. No lo sé. Aun así,
no puedo evitar sentirme mal, es como si le estuviera dando
de su propia medicina. ¿Por qué le haría caso a Jesús? Ahora
todo es más complicado si cabe.
Llego a la habitación y cierro la puerta tras de mí. Me
quedo apoyada en ella, como si ya estuviera a salvo.
Cuando me veo con las suficientes fuerzas, cojo el móvil y
me tumbo en la cama. ¡Dios! Tengo varios mensajes. Abro el
primero.
Hola sirena, he llegado sano y salvo, voy a darme
una ducha y hablamos. 20:39

Es de Jesús, de anoche, debió enviarlo nada más llegar de


trabajar.

Alba, si quieres te voy a buscar y cenamos


juntos en algún lugar tranquilo. 22:15

¡Dios mío! Con todo el lío de anoche ni me acordé de


mirar el móvil. Tengo otro mensaje.

Hola Alba, me ha contado un pajarito que has cenado


con papá y mamá y con otro chico que no es Jesús.
Vas a tener que explicármelo porque no lo entiendo.
Bueno mañana hablamos. 00:05

Lo que me faltaba. ¡Cómo se lo voy a explicar si no lo sé


ni yo misma! Me desnudo y me meto en el jacuzzi, ¡él con
sus burbujitas sí que me entiende!

Tengo el desayuno justo delante de mí, pero no le hago ni


caso. Hay pocas personas desayunando en el restaurante
del hotel ya que son solo las siete y media de la mañana y
todo está tranquilo. Juego todo el rato con el móvil en mis
manos. Tengo que responder a Jesús, después de su último
mensaje ya no he sabido nada de él. Normal, claro, ¿qué
quiero? ¿Que esté detrás de mí todo el tiempo? ¡Puf!
¡Cuánto tarda María! Sigo esperando unos diez minutos más
interminables llenos de remordimientos hasta que la veo
aparecer por los grandes ventanales que tengo justo
enfrente.
–¡Por fin llegas, María! Estoy atacada, por favor, siéntate
y hablemos.
Mi hermana tiene cara de pocos amigos, ojeras y sueño.
–Espero que lo que me tengas que contar sea increíble,
porque he despertado a Rubén y he hecho que me trajera
hasta el hotel en un tiempo récord.
–Bueno, come algo mientras hablamos, estás un poco
cansada.
Al momento coge mi bandeja y se la coloca junto a ella.
–¡Soy toda oídos!
–Bien, primero te explicaré por qué cené ayer con Mauro.
–¡Ah, sí! Eso, explícamelo –dice con la boca llena.
–Bien, fue idea de Jesús. Me hizo una encerrona para que
quedara con él.
Mi hermana deja de masticar y abre los ojos como platos,
con manos lentas coge la taza de café y se la lleva a la
boca.
–A ver cómo te lo explico rápido y conciso. Cuando nos
conocimos me dijo que me veía triste y supo sin yo
decírselo que estaba apenada por otro hombre. Él fue mi
pañuelo de lágrimas y me juró que conseguiría quitarme esa
pena durante estas vacaciones. Así que está convencido
que tengo que cerrar este capítulo o luchar por él. Fue él
quien insistió en que quedara con Mauro para aclararme.
Esa es la razón por la que acepté salir a cenar con él.
–Anoche.
Sigue con la boca llena, pero ¿dónde mete luego todo lo
que se come? ¡Es una lima!
–No. Anoche era la segunda vez que salimos a cenar.
–¡Alba! ¿No tenías suficiente con una noche para saber lo
que sientes por él? Sigue siendo el mismo.
–La primera noche se lo curró. Reservó un restaurante
para nosotros solos. Como estaba nerviosa bebí más de la
cuenta e intenté besarlo y...
–Y... ¿te acostaste con él?
–No me dejó. No quiso.
A mi hermana se le cae la mandíbula y pone ojos de pez.
–Me llevó a su habitación y él durmió en el suelo.
–Que no te equivoque, Alba.
Ahora se come una ensaimada.
–Creo que dice mucho de él. Ha cambiado.
–¡Puff! Me aburres, Alba, con lo mismo.
¿Cómo se lo podría explicar?
–Al día siguiente, me llevó a una calita donde solía ir con
sus padres de pequeño. Pasamos todo el día allí e hicimos el
amor.
Pongo la palma de la mano delante de su cara para que
no salgan todas las palabrotas que me tiene reservadas.
–Lo necesitaba. No sé, me atrae tanto físicamente que no
puedo reprimirlo. ¡Cuando le veo se me caen las bragas! Lo
siento por la expresión, pero es así.
–Ya, Alba, pero eso es atracción. Necesitas algo más.
–¿Unos tirantes?
Mi hermana me mira con cara de asesina. Resuelvo
seguir con mi explicación como si nada. No se puede hacer
ni una bromita…
–Lo pasé genial ese día. Se sinceró conmigo. Su madre
murió en un accidente de avión cuando era pequeño. Lo
pasó muy mal.
Mi hermana pone cara de pocos amigos.
–Tuvo una adolescencia mala y ahí empezó todo, sus
relaciones esporádicas, todo. Ten en cuenta que no tenía
una madre a su lado. Dice que mi opinión sobre él le ha
hecho pensar y ha cambiado. Piensa que tengo razón, que
no podía seguir así.
–Ya, entonces, ¿por qué cenaste ayer con él?
–Fueron papá y mamá, nos los encontramos al volver e
insistieron. Y no te lo vas a creer, pero Mauro les cae de
vicio.
–¿Cómo? ¿A papá?
–Sí. ¡Increíble!
–Eso es porque no conocen su lado oscuro.
Resoplo.
–Y esto, ¿cómo encaja con la apuesta que tenías con
Jesús?
–Un día le dije que no podía ser el pañuelo de alguien sin
implicarse y que creía que se estaba enamorando de mí,
pero me dijo que él no se enamoraba si no quería y que a
mí no me quería.
Casi expulsa todo el café por mi frente, pero al final logra
controlarlo dentro de su boca. ¡Menos mal, por Dios!
–¿Te dijo eso?
Solo recordarlo me entristece mucho y me doy cuenta de
que Jesús es algo más que un amigo.
–Por eso, le propuse la apuesta. El amor no se puede
controlar y se lo quería demostrar.
–Muy bien, Alba, así lo tendrás más difícil todavía. ¿No te
das cuenta de que estas intentando enamorar a un hombre
y a la vez enamorarte tú de otro?
Me coge las manos y antes de hablar, se lo piensa.
–Tienes que decidirte por uno. ¡YA!
El grito que pega me deja sorda y los pocos clientes junto
con el personal que hay en el restaurante nos miran
callados, es como si hubieran parado el tiempo. ¡Qué corte!
Me pongo colorada como un tomate.
–Por favor, María, no vuelvas a hacer eso –le susurro.
Me suelta las manos como derrotada.
–¿Qué vas a hacer ahora?
Aparta la bandeja vacía.
–Ayer, Jesús me envió dos mensajes, quería que
quedáramos, pero ni me he dado cuenta. ¡He visto los
mensajes esta mañana! El último me lo envió a las diez y
cuarto de la noche y nada más...
–Estuvo en casa de Susana.
Siento un pellizco en el corazón. Miro de un lado a otro
nerviosa. ¿En casa de Susana?
–¿Cómo lo sabes? ¿Le viste?
María cambia de postura en su silla.
–Rubén y yo cenamos con él en un italiano.
–Y... ¿dijo algo? ¿Te preguntó por mí?
–Ni una sola palabra en toda la noche. Hablamos de todo
menos de ti. Cuando terminamos, Susana lo llamó, se
excusó, cogió su moto y se fue.
–Pero no estás segura de que fuera a su casa.
Noto cómo los ojos se me humedecen y no quiero llorar...
–Dijo que iba a ver el disfraz de carnaval y que luego se
iría a casa. Lo que pasó después no lo sé.
Me lo merezco. ¿Por qué cojones le haría caso? Estoy muy
alterada. A mi mente llega una y otra vez las palabras de
Susana, “Él siempre vuelve a mí”. Me la puedo imaginar
esta mañana al despertar en su cama desnuda con sábanas
de raso negras riéndose como una loca de mí.
–Tengo un montón de sentimientos a la vez.
Una lágrima se me escapa rodando libre por mi mejilla.
¡Joder, Alba, no llores!
–¡Oh! Vamos, vamos, Alba.
María acerca su silla y pasa su brazo por mi cintura.
–Cuando estoy con Jesús es todo tan distinto... me hace
sentir libre, especial, me lo paso genial a su lado. Siempre
me sorprende. Es un diamante en bruto. Sabe exactamente
lo que necesito en cada momento, me conoce casi mejor
que yo misma. Desde el primer día que lo vi en la playa,
siento como una electricidad que me recorre el cuerpo.
Cuando estoy con él parece que lo tengo claro, pero en
cuanto veo a Mauro...
–Sí, ya sé, se te caen las bragas.
María me hace reír y consigue que no derrame ni una
lágrima más por ahora.
–Sí. Es algo incontrolable. ¡Es tan guapo! Que me siento
abrumada. Estos dos días me han permitido conocer su
interior, no solo su exterior y me ha sorprendido. Ha sido tan
especial. Dentro de ese cuerpazo y esa cara de modelo hay
un ser tierno y sensible. Ni te lo imaginas, María.
–Puede que sea así. Pero las mujeres que lo vean, lo
intentarán una y otra vez. ¿Podrás resistirlo? ¿Podrá
resistirlo él? ¿Por cuánto tiempo?
–No seas injusta, eso le podría pasar a cualquiera. Le
podría pasar a Rubén.
María pone cara de pocos amigos.
–No fastidies, Alba, no hay color.
En fin, qué va a decir ella. Puedo percibir unos pasos que
se acercan por detrás, a mi espalda.
–¿Estáis aquí? Qué bien.
Mis padres se sientan a nuestro lado.
–Cariño, tráenos el desayuno. Café y tostadas para todos.
Mi padre se levanta obediente sin rechistar y se dirige a
la barra donde está todo lo necesario para prepararlo.
–¡Vaya, mamá, has conseguido domarlo!
Mi hermana la mira alucinada.
–Armas de mujer, de vez en cuando hay que sacarlas.
Bueno, Alba, ¿cuándo vas a quedar de nuevo con Mauro?
–De momento va a quedar con otro chico.
La cara que le pongo a mi hermana hace que mire para
otro lado disimulando. Empezamos el día con energía, ¿eh?
Suspiro, esta es la familia que me ha tocado, qué le voy a
hacer.
–¿Y quién es si se puede saber? La verdad es que tienes
unos cuantos admiradores.
Se queda sonriendo, esperando.
–Hoy es el carnaval y vamos a quedar con mucha gente.
Tenemos que desfilar.
–Con Jesús.
Alucino con mi hermana... No se estará calladita.
–¿Jesús?
Mi madre se queda pensativa.
–¡Ah! El piloto. Bueno, ese chico es un encanto también.
¿Por qué no lo invitas a la cena que da el hotel mañana? Así
tendremos la oportunidad de conocerlo.
–¿A quién?
Mi padre nos observa con una enorme bandeja en las
manos. La deja en la mesa y se sienta.
–Un amigo de Alba.
Mi madre comienza a repartir los cafés.
–¿Un amigo?
La voz de mi padre comienza a ponerse tensa y creo que
este desayuno no va a terminar bien.
–Es amigo de Rubén.
¡Hombre, María! Por fin me echas una mano y dices algo
bueno y sensato.
–¡Ah! Amigo de Rubén, bien, pues entonces podemos
cenar los seis.
Mi padre comienza a morder su tostada y sé que está
ocultando su mal humor. Bueno, seguro que se le pasará
pronto.
–No sé si podrá, ya sabes, es piloto y no tiene un horario
concreto.
–Bueno, se lo podemos preguntar, ¿no?
¿Por qué mi hermana se empeña tanto en esa cena?
¿Qué pretende? Le piso un pie por debajo de la mesa para
que deje ya de meter baza y su cara cambia de inmediato,
de la alegría al dolor, pero no dice nada. Evidentemente le
sonrío tiernamente y ella consigue devolverme una media
sonrisa falsa.
–Bueno, tú pregúntaselo, me encantaría conocerlo mejor,
Alba, y a tu padre también.
Mi hermana comienza a reírse bajito.
–Espero no tener que conocer a todos vuestros amigos
porque entonces estoy apañado.
Al fin mi padre estalla.

Por fin me decido a escribir a Jesús. Son las tres y media


de la tarde. El aire sopla cálido y el baño que me he dado en
la piscina me ha refrescado el ánimo lo suficiente para
ponerme con ello. Me echo en la tumbona y me acomodo lo
más posible. Saco el móvil y empiezo.

Hola Jesús, siento no haber podido responderte antes.


Espero que tus vuelos hayan sido buenos. ¿Cómo
quedamos para el desfile? 15:05

Lo envío y al momento me arrepiento, pero ya es tarde.


Me doy cuenta de que es un poco frío. ¡Arrrg! Enseguida me
contesta. Mi dedo tembloroso abre el mensaje.

A las cuatro y media en recepción. 15:06

¡Ya! Así de seco... Mi móvil suena otra vez.

Se puntual, hay mucho que preparar. 15:06

Cojo el móvil con fuerza.

15:07 Creo que nunca te he hecho esperar...

Ni un segundo y ya recibo otro mensaje.

Sin ir más lejos, anoche. 15:07

¡Vaya! Tiene razón. ¡Arrrg! Me quedo pensativa hasta que


me llega la inspiración.

15:08 Creo que estabas bastante ocupado probándote


disfraces.

Ambos estábamos ocupados. 15:08

Luego hablamos. 15:08

Guardo el móvil. No sé por qué me da, pero a Jesús le


pasa algo. Mejor me voy a preparar no vaya a ser que llegue
tarde. ¡Pufff!
Mi hermana y Rubén han comido hoy juntos y se han ido
directamente a la academia de baile. Estoy nerviosa, no sé
qué me voy a encontrar con Jesús. Camino todo lo rápido
que puedo hasta recepción, pero en el gran hall no lo veo.
Doy varios pasos de un lado a otro y decido salir a la
entrada y allí está. ¡Joder! ¡No me lo puedo creer! Lleva
unos pantalones chinos azul marino que le quedan como un
guante, una camisa blanca de manga larga remangada y
una corbata a rayas azul marina y roja, no se la ha ceñido al
cuello, lleva el nudo flojo y el cuello de la camisa
desabrochado. Como colofón unos zapatos de vestir negros.
El flequillo despeinado y su característica barba de dos días.
Está apoyado en un bonito coche antiguo descapotable de
color azul turquesa. ¡Está impresionante!
Hay como quince metros desde la gran entrada del hotel
hasta el lugar donde está aparcado y desde que me divisa
no aparta su cautivadora mirada de mi cuerpo. Y empiezo a
sonrojarme. Espero no tropezarme porque rompería el
encanto del momento. Cuando quedan cinco pasos se echa
a andar hacia mí.
–Me has hecho esperar cinco minutos.
Me estrecha en sus brazos y me da un casto beso en los
labios dejándome con ganas de más. Obvio su comentario.
–Estás... muy guapo.
Las cosas como son. Está superatractivo.
–Tú estás más guapa, si cabe.
La verdad es que no me he arreglado mucho. Llevo unos
vaqueros desgastados y ajustados, un crop top ajustado
blanco y unas sandalias negras de tacón alto.
–¿Y este coche? ¡Me encanta!
Jesús se pasa la mano por el flequillo despeinado.
–Es un Ford Mustang Cabrio del 66.
No tengo ni idea de coches y menos si son antiguos. Es el
típico coche que sale en las películas americanas,
descapotables, con un capó enorme y faros redondos. Jesús
me abre la puerta del copiloto y me cede el paso.
–Es de mi hermana Sandra, me lo ha prestado.
¡Vaya con Sandra! Tiene mucho gusto para los coches.
Rodea el coche sin dejar de mirarme y con una medio
sonrisa en los labios.
–Te sienta mejor que a mí –me dice cuando arranca.
Salimos a la carretera principal y es un gustazo ir sentada
aquí.
Por lo que he podido vislumbrar en estos cinco minutos,
no parece enfadado. El camino se me hace muy cortito en
este coche y al fin llegamos a una ancha y corta calle con
locales en los bajos, la mayoría están cerrados, menos una
puerta de doble hoja de color verde chillón en cuyo letrero
se puede leer: “Academia de baile San Francisco”. Hay
mucho revuelo por los alrededores, gente que entra y sale
constantemente apresurados. Jesús saca su móvil y hace
una llamada.
–Sandra, soy yo. ¿Quieres que te recoja? No, no, vale, si
vienes con Oscar, perfecto. Tengo aquí tu coche. Nos vemos
en diez minutos.
Cuelga y me guiña un ojo.
–Vamos dentro.
Me coge de la mano y atravesamos la puerta verde. Nada
más entrar hay una pequeña recepción con un alto
mostrador también pintado de verde que se encuentra
vacío. Giramos a la derecha por un pasillo lleno de puertas
acristaladas a ambos lados. Son las salas de baile. Parecen
muy grandes y luminosas. En todas hay gente preparando
cosas. Jesús se para delante de una.
–Ahí está tu hermana y Rubén.
Empuja la puerta y entramos. María y Rubén están
hablando con una chica que no conozco.
–Ya estamos aquí. Hola, Elena.
Jesús la coge por la cintura y le da dos besos, uno en
cada mejilla.
–Hola, Jesús, ¿preparado para la acción?
–Como todos los años.
Es una chica mona, es decir, tiene aproximadamente mi
altura, el pelo largo castaño con algunos reflejos rubios y
ondulado. Los ojos azules y una cara armoniosa con rasgos
delicados. Tiene buen tipo, es delgada. Me quedo pensativa,
podría decirse que nos parecemos bastante. Cuando se da
cuenta que la miro, me sonríe.
–Tú debes de ser Alba. Soy Elena.
–¡Es verdad! No os conocéis.
Mi hermana pega un brinco para ponerse a mi lado.
–Esta es mi hermana. Es muy buena persona, pero muy
cabezota. Os llevareis bien.
Las dos nos besamos encantadas.
–¿Te acuerdas que te hablé de ella? La conocí el primer
día que vinimos a Santo Domingo por la noche, es amiga de
Susana.
–Sí, lo recuerdo.
La verdad es que es la típica persona que te cae bien
nada más conocerla, pero eso de que sea amiga de Susana
me trae mala espina. Tres personas más se unen a nuestro
grupo. Sandra, Oscar y Alejandro. Alejandro es el único que
me saluda con dos tiernos besos y cuando lo hace, Jesús le
pega un codazo a modo de broma.
–¡Menos besar y más trabajar!
–¡Yo he venido a divertirme!
Alejandro suelta una carcajada.
–Bueno, chicos…
La voz hace que todos nos giremos.
–Ya estáis todos aquí.
Susana se acerca desde la puerta junto a una mujer y un
hombre mulatos de mediana edad.
–Me alegro mucho de que hayáis venido.
Mira a Jesús y le sonríe.
–Vamos a dividirnos en dos grupos, hombres por un lado
y mujeres por otro.
Miradita a Jesús.
–Os presento a Edu y a Flora. Él se encargará del grupo
de los hombres y ella del de las mujeres. Cualquier cosa que
necesitéis…
Otra miradita a Jesús. Esta vez con segundas.
–Ellos son los encargados de que no os falte nada,
maquillaje, vestuario, cualquier cosa que necesitéis,
decídselo a ellos. Tenemos que estar listos en formación a
las siete, así que adelante, los hombres venid conmigo, vais
a otra sala.
Alarga la mano hacia Jesús y este se la tiende solícito. El
grupo desaparece por la puerta e inmediatamente el alma
se me cae a los pies. Siento cómo el buen rollo, la amistad,
el cariño y todo lo que creo que tengo con Jesús se me
escapara entre los dedos, como agua imposible de retener.
–¡Vamos, Alba!
Elena me coge por el brazo y se lo agradezco. Flora nos
lleva a la sala de vestuario.
–¿No estás entusiasmada?
–Lo estaba.
Vamos agarradas por los pasillos, hasta entrar a una
amplia sala con dos largos burros a los lados llenas de
disfraces colgados, dispuestos en dos hileras junto a las
paredes. Dentro hay más chicas esperando y nos juntamos
un buen grupo.
–Es por Jesús. ¿De qué lo conoces? –le pregunto
extrañada.
–Jesús, sí, algo me ha contado tu hermana.
Miro hacia mi hermana que está hablando alegremente
con Sandra y tocando los disfraces. ¿Por qué será tan
cotilla?
–Fui novia suya hace ya tiempo.
¡Vaya! La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.
–Salí con él cuando vino a vivir a Santo Domingo, pero no
funcionó, simplemente tenemos ideas diferentes de la vida.
–¿Por qué lo dejasteis?
Flora da unas palmadas para hacerse escuchar y al
momento todos nos callamos.
–Gracias, chicas, como veis, aquí están los disfraces. En
el lado izquierdo, los disfraces de las que vais andando a pie
de calle y a la derecha los disfraces del cuerpo de baile, las
que vais en la carroza y en la cabecera. Cada percha tiene
el nombre de la persona y todo el disfraz completo,
accesorios incluidos. Los zapatos están aquí apilados en
cajas. Es lo último que os tenéis que poner. ¡Ah!, los
accesorios de la cabeza no hace falta que os los pongáis
aún. Yo os ayudaré a vestiros, cualquier cosa o duda que
tengáis, aquí estoy. Podéis comenzar.
Empiezo a buscar en el lado izquierdo junto a Elena.
–Tenía demasiadas ganas de divertirse. Acababa de salir
de una mala relación. No sé.
–¿Te dejó él?
–No. Lo dejé yo.
Interesante, a este chico lo dejan todas. Encuentro mi
percha y la descuelgo. Al poco, Elena encuentra la suya.
–¿Eres muy amiga de Susana?
–No la considero una amiga íntima. Nos conocemos hace
tiempo, pero poco a poco ella ha ido cambiando. Ha
cambiado tanto que casi no la reconozco. Ella misma se ha
ido alejando del grupo de amigas y ahora se codea con otra
gente. Pero no me llevo mal con ella.
Me siento en unos bancos que hay junto a los disfraces y
comienzo a quitarme la ropa. Ahora estamos todas medio
desnudas. Cojo el bandó e intento ponérmelo, pero no
puedo abrochármelo sola.
–Espera, te ayudo.
Elena me lo coloca y lo abrocha con celeridad.
–Me aprieta un poco.
–Mejor, si no, al tercer salto se te caerá.
Me tiende el suyo y se lo abrocho. Elena tiene más o
menos la misma talla de pecho que yo, y dudo que su
bandó aguante toda la noche. Se coloca los pechos
acomodándolos dentro de la escasa tela.
–¡Dios mío! ¡La falda es impresionante!
Sujeto la percha en alto. ¡Me encanta! No es una falda, es
más bien como una bata de cola abierta por delante y larga
por detrás.
–Tienes que ponerte este tanga.
Elena levanta un tanga de color azul con lentejuelas.
–Espero que estés depilada –y Ylas dos nos tronchamos
de risa.
–¿Habéis visto esto?
Mi hermana viene con el tanga en la mano.
–¡Con esto arraso! ¡Me sobra la falda!
Nos ayudamos las unas a las otras y conseguimos
ponernos la preciosa bata. Llega hasta el suelo incluso
arrastra un poquito. ¡Esto va tomando forma! Y consigo
animarme poco a poco. Una vez vestidas, pasamos por
maquillaje y peluquería a otra sala habilitada con seis
maquilladoras y cinco peluqueras. Nos vamos sentando
poco a poco y cuando terminan conmigo, estoy
transformada.
Me han colocado la caracola en la cabeza y he de decir
que pesa un poco, pero no me importa. Todas vamos
pintadas iguales en tonos azules con largas pestañas
postizas brillantes. Nos hemos untado una crema que lleva
incorporada purpurina por las piernas, escote, cintura y
brazos.
–Estáis todas increíbles, chicas.
Flora grita de nuevo para hacerse oír.
–Un gran trabajo –dice dirigiéndose a las maquilladoras y
peluqueras.
–Tenemos poco tiempo, vamos con retraso. Nos faltan los
zapatos.
–¡Ya casi estamos!
Elena está tan entusiasmada como yo, y es que en el
ambiente reina una alegría contagiosa. Somos un nutrido
grupo y hay bastante alboroto.
–¿Estás ahora saliendo con alguien? –le pregunto
mientras esperamos nuestras sandalias de tacón alto.
–¡Qué va! Me he vuelto un poco exigente con los años,
diría yo.
–¿Por qué? Eres una chica muy guapa.
–Gracias, pero únicamente me interesa lo seguro. Hoy en
día nadie quiere comprometerse.
–Pero habrá alguien por ahí que quizá te interese, ¿no?
Ella me sonríe avergonzada.
–Bueno, sí. Hay alguien.
–Bien, ¿de quién se trata?
Ella duda.
–Qué pasa… ¿Lo conozco?
Pone cara de pena. No quiere decírmelo.
–Vamos, no será tan malo.
–Es que me has caído tan bien.
–Tú a mí también. ¿Y?
–Es Mauro. Sé lo que sientes hacia él por tu hermana y no
quiero entrometerme, de verdad. No haré nada hasta que te
decidas, total, él ni siquiera sabe que existo.
Es como un mazazo en la cabeza. ¿Qué puedo esperar?
Es un hombre espectacular, es normal.
–Además, no lo tengo claro, no es una apuesta segura. Es
muy mujeriego. Para él no existo, así de sencillo.
Consigo que la voz salga de mi garganta seca.
–Pero ¿le conoces?
Ella afirma con la cabeza.
–Tenemos amigos en común. Aunque debo ser la única
mujer de la isla con la que no se ha acostado.
Esto es algo difícil para mí. Ella es encantadora, hemos
congeniado a la primera, es como si nos conociéramos
desde siempre.
–¡Olvídalo, Alba! No es lo que busco.
–Nunca se sabe, Elena. Yo ahora mismo estoy muy
confusa y ni siquiera sé cómo he llegado a esta situación. Y
no sé ni cómo va a acabar, pero te digo una cosa de
corazón, si yo al final no puedo estar con Mauro creo que tú
serías la mujer perfecta.
–Gracias, pero ahora ni me lo planteo.
Me coge las manos.
–Tú tranquila, ahora lo que necesito es alguien dulce, que
me haga reír y que me comprenda. Que quiera pasar todo
su tiempo conmigo y que no tenga ojos para nadie más y
Mauro no es ese hombre. Reconozco que me hace tilín, pero
no es el hombre adecuado.
Quizás ella vea lo que yo soy incapaz, la verdad es que
todas cuanto me rodean lo ven claro menos yo.
Cuando llega nuestro turno le indicamos a Flora nuestro
número de calzado y ella nos pasa una caja de zapatos. La
abro y alucino con las sandalias, son espectaculares, el
tacón es interminable y cuando consigo subirme a ellas, sé
que me voy a caer en algún momento de la noche, pero me
da igual. Estoy eufórica. Me siento poderosa y consigo
olvidarme de la conversación que acabo de tener con Elena.
Sé que ha sido muy sincera conmigo.
–¡Bien, chicas! Sujetaros bien porque salimos a la calle.
Con cuidado, despacio, por favor.
Cuando salimos al exterior dos autocares esperan para
llevarnos hasta la cabecera del desfile del carnaval donde
nos espera la carroza. Nos ponemos en fila para esperar a
subir y nos hacemos varias fotos de grupo y como si saliera
de la nada, una irreconocible Susana se acerca a nosotras.
¡Está espectacular! Lleva el mismo traje que las mujeres,
pero su diadema es distinta, está adornada con multitud de
plumas lo que la hace más vistosa y mucho más alta de lo
que ya es, además, lleva un gran cetro plateado con
incrustaciones de cristales. También la cola de su vestido va
adornada con plumas, lo que hace que sea más exagerado.
–Muy guapas, chicas, así me gusta. Ahora a menear esos
culitos. ¡Vamos a ganar!
Todas las chicas gritan entusiasmadas, momento que
aprovecha para hablarme casi al oído:
–Te dije que volvería a mí.
Y como si nada, sale contoneándose hacia el grupo de
hombres que sale en ese momento. Va directamente hacia
el descapotable azul turquesa de Jesús. Y allí se queda hasta
que Jesús pasa a su lado, entonces habla con él. Jesús
parece contrariado, pero al final los dos suben al coche.
¡Dios! ¡Qué estúpida soy! Lo sabía. Lo sabía...
Elena me coge del brazo para subir al autocar.
–No le hagas caso, le gusta provocar.
Subo a duras penas y me dejo caer en el primer asiento
que veo. Elena se sienta junto a mí, y mi hermana y Sandra
detrás. Me quedo mirando por la ventanilla cómo el
descapotable en el que hace unas pocas horas iba yo
montada se aleja calle abajo. Y siento como si mi cerebro no
reaccionara, mi corazón me va a llevar directamente al
llanto incontrolable y lo peor de todo, es que no sé por qué
me siento así. Yo también me he acostado con otro. A lo
mejor es que me he creado una ilusión que no concuerda
con la realidad. Me lo dijo muy claro, no se iba a enamorar
de mí. Quizá esta sea su manera de ganar la apuesta
acostándose con otra para no enamorarse. Varias lágrimas
me caen por las mejillas. ¡Estoy perdida!
–¡Oh, no! ¡Vamos, vamos!
Elena me seca con cuidado las lágrimas.
–Vas a echar a perder el maquillaje. Y estás muy guapa.
Me habla bajito para que no se entere nadie más.
–Ahora cuando lleguemos a la carroza, vas a estar
imponente. Vas a bailar y mover las caderas y ese culito
delante de Jesús como nunca lo has hecho. Y lo mejor de
todo, te lo vas a pasar bien, muy bien. No pienses en esto.
Es lo que ella quiere. Su intención es arruinarte el carnaval y
la noche.
Elena tiene razón. Todavía puedo devolverle un poco de
su propia medicina. Me calmo, respiro hondo, hago que mis
lágrimas se evaporen y miro a Elena.
–Voy a ser una auténtica profesional.
Ella me mira con los ojos brillantes y me abraza.
–Así me gusta.
Me alegro de conocerla y que haya conseguido que mi
hermana y Sandra no se enteren de este pequeño percance.
Sí, aún no he dicho mi última palabra y creo que Jesús no
sabe quién soy yo. No me conoce bien todavía, ¡así que
prepárate, Jesusito!
En pocos minutos llegamos a una avenida ancha y larga.
Se encuentra vallada y con largas gradas a los lados,
muchas personas están ya sentadas en ellas y esperando
para ver pasar las carrozas. La mayoría van disfrazados,
algunos beben en la calle, bailan y tocan instrumentos
reinando un ambiente de fiesta y diversión.
–¡Mira, el diablo cojuelo!
Miramos por la ventanilla hacia donde señala Elena.
–No veo nada.
Miro de un lado a otro de la calle y solo veo un montón de
gente disfrazada de todos los colores.
–¿Qué es el diablo cojuelo? –pregunta mi hermana.
–Es el personaje más famoso del carnaval, mirad aquella
persona con un traje multicolor y cintas colgando, espejitos
y cascabeles, el que lleva una máscara y cuernos en la
cabeza. Allí subido a esa plataforma.
Ahora sí lo veo, ¡es espectacular! Está bailando y
animando a la gente.
A un lado de la calle hay un recinto con casetas donde se
vende de todo, comida típica dominicana y bebidas, está
lleno a rebosar de gente. Se escucha música por todos
lados, salsa, merengue. Al fondo, el mar. ¡Estoy deseando
bajar y desfilar!
Con cuidado, vamos bajando del autocar y nos
mezclamos con los chicos que han llegado antes en el
primer autocar. Están, cómo decirlo, cambiados, pero muy
guapos. Nos acercamos a un grupo, son Rubén, Oscar,
Alejandro y otros chicos que no conozco. María se acerca
cautelosa por detrás de Rubén y le hace cosquillas en la
cintura, Rubén salta de inmediato.
–¡Guau! Estás preciosa.
Y se besan. ¡Dios, cuánto amor!
–¡Estáis muy guapos! No me puedo creer que vayáis así
vestidos.
Elena se dirige a uno de los chicos que no conozco.
–Y yo jamás pensé que fuera a verte así. Estás
espectacular. ¡Bueno, todas vosotras! –le responde el chico.
Me acerco a Alejandro que me está mirando todo el rato.
–Estás muy sexy, Álex, con esa falda.
–Tú sí que estás sexy...
Me coge la mano en alto y hace que dé una vuelta
completa.
–Pero en ti es más impactante, eres tan alto que esa falda
es una auténtica sensación, las mujeres estamos más
acostumbradas a enseñar las piernas.
Alejandro se ríe.
–Tienes razón. ¿Cómo me has llamado, Álex? A eso
tampoco estoy acostumbrado.
–La verdad es que lo he hecho sin darme cuenta. ¿No te
gusta?
–Tú puedes llamarme Álex o como quieras.
Se le ve emocionado y me abraza y me siento de nuevo
arropada en sus brazos de oso como todas las veces que lo
ha hecho.
A lo lejos veo a Jesús, camina abrazando a Susana por la
cintura, con los tacones y las plumas ella le saca casi una
cabeza, pero mucho antes de llegar, ella se despide de él
con un beso que iba dirigido a su boca y que Jesús esquiva,
o es lo que a mí me parece y ella acaba besando su mejilla.
Aun así, los dos sonríen alegremente. Cuando ella se va, él
pone sus ojos en nuestro grupo, especialmente en mí y en
el abrazo que me está dando Alejandro. Avanza hacia
nosotros con su disfraz, su falda, su escudo dorado y sus
sandalias y parece un gladiador antes de entrar a la arena
del Coliseo. Está muy muy sexy, sobre todo porque se le ve
la línea de bello que me vuelve loca, que va desde el
ombligo hacia abajo perdiéndose en la cintura de su falda.
¡Uff! ¡Qué calor siento!
Creí que Alejandro se retiraría cuando llegara Jesús al
grupo y dejaría de abrazarme, pero no lo hace y es la
primera vez que me siento incómoda entre sus brazos.
–Hola, ¿cómo vais?
Todos le saludan encantados.
–Alejandro...
Insinúa como queriendo que me suelte, como diciéndole,
“ya vale”.
–Dime.
Se hace el tonto y no me suelta. Y en ese momento sé
con total seguridad que Jesús se ha acostado con Susana.
¿Quién lo va a saber mejor que su hermano? Sé lo que
Alejandro siente por mí y ahora ve el camino despejado con
respecto a mi persona. Puedo ver el fastidio en los ojos de
Jesús. Me tiende la mano y Alejandro me suelta despacio.
–¡Decídete! –le suelta sin previo aviso.
Ambos se quedan unos segundos mirándose y el silencio
del grupo se hace palpable. Después, Alejandro se da media
vuelta y se aleja. Jesús coge mi mano y al momento le
cambia la cara e ignorando el comentario de Alejandro me
aparta un poco del grupo.
–Estaba deseando verte con esto puesto.
Su mirada sube y baja por mi cuerpo y procuro tener una
postura sexy. ¡Se va a enterar! Pongo la espalda recta, saco
pecho e inclino la cadera a un lado. Cuando posa sus verdes
ojos en los míos puedo ver cómo su pupila se dilata.
–He de decirte que yo también estaba ansiosa por verte
con esa faldita.
–¡Vamos, tortolitos!
Nos gritan desde lejos. El grupo se ha alejado y caminan
hacia el final de la calle. Jesús me coge de la mano y
caminamos callados. Cuando llegamos al final comenzamos
a ver las primeras carrozas. Son alucinantes, nunca había
visto carrozas tan vistosas. Nuestro puesto en el desfile de
carrozas es el undécimo, así que vamos recorriendo la fila y
cuando llegamos a la altura de nuestra carroza, los dos nos
quedamos mirándola sin palabras. Todas están hechas en
cartón piedra, pero parecen verdaderas joyas.
–Esto me recuerda mucho a las fallas de Valencia en
España.
Me doy cuenta de que he pensado en voz alta cuando
Jesús me contesta:
–A mí también.
Nuestra carroza en sí simula un mar lleno de olas que
corren a lo largo de la carroza por ambos lados. Todo lleva
brillos plateados que le confieren realismo y sofisticación.
Telas de gasa en distintos tonos de azul, tan fina, que
cuando comience a moverse volarán. En el centro irán los
bailarines y delante la pareja formada por Susana y otro
bailarín que no tengo el gusto de conocer, pero le
compadezco. Al final de la carroza, un gran sol con relieve y
purpurinas precioso.
–Cuando enciendan las luces será aún más bonita, el
efecto es increíble, además hay una sorpresa, del sol
saldrán chispas como bengalas que giran y cuando pasemos
junto al jurado saldrán fuegos artificiales, también hay otros
efectos como confetis brillantes y esas cosas. ¡Así que no te
asustes!
DÍA 10

Cada vez el nivel de ruido es mayor y es que en este lado


todo es alboroto. Nos unimos al grupo y nos pasan unas
latas de cerveza. Entre todos brindamos por quedar los
primeros. Me bebo mi cerveza en un santiamén, ¡Dios, qué
sed! Creo que esto me va a dar gases.
A la primera cerveza le sigue otra más mientras
esperamos a que nos digan dónde colocarnos. Se van a
hacer dos filas detrás de la carroza. A Jesús y a mí nos toca
los terceros en la fila de la izquierda. Nuestros compañeros
en la fila de al lado son mi hermana y Rubén. Estoy un poco
nerviosa. Jesús habla con Rubén y otros chicos del cuerpo
de baile hasta que las luces de la carroza se encienden y
mis ojos se abren alucinados, Jesús se quedaba corto, la
iluminación hace milagros, todo cobra vida, un montón de
lucecitas aquí y allá que ni siquiera había visto, luces led
que cambian de colores y focos que giran, dan intensidad y
profundidad a la carroza.
–¡Qué nervios!
Mi hermana se acerca a mí y me coge las manos.
–¡Allá vamos, Alba! ¡A disfrutar!
La abrazo entusiasmada.
–¡Vivan los carnavales! –grito y un montón de voces me
contestan “Vivan” ¡Guay! Cómo mola.
Comienza la música a sonar, todo el cuerpo de baile está
ya sobre la plataforma de la carroza preparados. ¡Es un
momento tan emocionante! No me puedo creer que esté
aquí.
–¡Chicos, mirad!
La voz de Rubén hace que Jesús se acerque a mí y me
abrace por la espalda. Coloca su cara junto a la mía y Rubén
nos enfoca con su móvil y nos hace un par de fotos.
–¡Para la posteridad! ¡Haznos una!
Le tiende el móvil a Jesús y mi hermana y Rubén posan
encantados, hacen muy buena pareja, se les ve muy felices.
Me siento muy emocionada y feliz por ellos.
–¡Te la mando, Alba! –me grita Rubén, apenas logro
escucharlo.
Yo llevo el móvil y un par de cosas más en un bolsillo
interior de la falda. Me encantaría saber dónde lo llevan
ellos. No hace falta imaginar mucho, Rubén mete su móvil
por debajo de su falda, deben tener un bolsillo igual. ¡Mmm!
Me muero por buscar el bolsillo de Jesús.
Me fijo en la carroza con todos los bailarines y puedo ver
las larguísimas plumas del traje de Susana, está la primera,
en la cabecera de la carroza agarrada a un chico. Sí, ella es
la estrella de todo esto. ¡Qué ganas de vomitar! ¡Arrrg!
Estiro el cuello, me gustaría tanto localizar a Elena. Al fin la
veo, se encuentra cuatro posiciones por detrás de nosotros.
Levanto el brazo y le hago señales para que me vea. Al poco
tiempo me devuelve el saludo entusiasmada, está de pareja
con el chico que ha saludado al principio. ¡Ahhh! Ya me
quedo más tranquila.
–Chicos, ¡¡preparaos para darlo todo!!
Es la voz de Edu, el coordinador de los chicos. No lo veo,
pero le oigo, debe estar hablando con un megáfono. Todos
gritan eufóricos, incluso Jesús. El atardecer ha dado paso a
la noche hace ya mucho rato y todas las carrozas cobran
vida con sus luces en medio de la oscuridad. ¡Madre mía!
Esto parece nochevieja.
La carroza comienza a andar y todos empiezan a bailar.
Yo me quedo quieta sin saber qué hacer, estoy como
petrificada. Jesús posa sus manos en mi cintura y noto que
están frías.
–¡Vamos, nena!
Me giro y le agarro por los hombros, él sigue con las
manos en mi cintura y comenzamos a bailar y voy
contoneando la cintura al ritmo de la música. Él me hace
girar varias veces, me agarra, me estira girando y me
vuelve a agarrar abrazándome.
–¿Te lo has pasado bien estos días sin mí?
Me quedo parada, quieta, las piernas no me responden,
pero él estira su brazo y me suelta. Salgo disparada dando
vueltas hasta que agarra mi mano justo a tiempo y me para.
¡De qué va! ¿Estaba esperando a que empezara el desfile
para preguntarme? Percibo un montón de flashes y es que
la gente que se encuentran tras las vallas según avanzamos
van haciendo fotos.
–¡Muy bien! Gracias por preguntar.
Jesús me coge por la cintura y me echa hacia atrás
agarrándome con su brazo derecho, su cara y la mía quedan
muy cerca.
–Y... ¿has conseguido solucionarlo?
No me deja contestar porque me levanta al momento y
vuelve a lanzarme de nuevo. Cuando el baile me lo permite
paso por su lado.
–Aún no.
Veo de refilón su cara contrariada. No se lo esperaba. Me
giro y me pongo de espaldas justo delante de él. Entrelaza
en alto sus manos con las mías. Sus labios casi rozan mi
cuello y no puedo resistirlo más. Veamos si sigue siendo tan
sincero.
–¿Te has acostado con Susana?
Se queda callado un momento y sus manos recorren mis
brazos pasando por las axilas, el contorno de mis pechos y
bajan hasta la cintura, lo que hace que me estremezca,
entonces contesta:
–Sí.
Un montón de confeti nos cae por encima, tanto que casi
no lo veo. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! Su sinceridad
duele. Me duele. Alba piensa en la apuesta, nada más.
Me separo de él y me pongo a dos pasos frente a frente
con las piernas ligeramente separadas. Él está quieto con
los brazos sueltos junto al cuerpo, esperando mi reacción.
Me echo la bata de cola hacia atrás para que se me vean
bien las piernas, tengo los brazos en jarra desafiante y sé
que se muere de ganas por besarlas. ¡Las piernas son mi
punto fuerte! Me acerco contoneándome y enrosco una
pierna a su cuerpo. Él la agarra al momento y acaricia mi
muslo con la mano abierta hacia arriba hasta llegar al
glúteo. Me ha cogido por la cintura con la otra mano y nos
miramos fijamente a los ojos. ¡Son tan bonitos! Se inclina
para besarme, pero me suelto a tiempo. Giro y me voy
separando de él, sé que está detrás de mí siguiendo el
ritmo. Muevo las caderas todo lo que puedo, pero de
repente me agarra y me coge en brazos. En ese momento
se encienden las bengalas del sol girando. Me agarro a su
cuello fuerte.
–¿Cenaste con él?
–¿Esto es un interrogatorio?
–Necesito saber en qué punto estás.
Me deja caer soltándome con brusquedad. Sigo el ritmo
como si nada.
–Cené, desayuné, comí y volví a cenar.
No sé por qué, pero estoy disfrutando con este jueguecito
que se ha montado él solo. Me coge de nuevo abrazándome
con fuerza y me hace daño.
–¿Dormiste con él?
Me suelta haciendo que gire sin parar, todo me da
vueltas y acabo mareada. Pasamos por delante del jurado y
comienza el espectáculo de los fuegos artificiales de nuestra
carroza, la gente grita, el ruido es tan estridente. Nos
paramos un momento, es casi el final del desfile. ¡Estoy sin
aliento! Miro a Jesús que le cuesta respirar también. Me mira
a los ojos y siento como si pudiera leer mis pensamientos,
los dos tratamos de recuperar el aliento.
–¿Por qué no me lo preguntas ya?
La carroza avanza de nuevo y tenemos que seguir
bailando. Jesús me coge y me suelta, me da vueltas y giros
con tal brusquedad que creo que me voy a caer de un
momento a otro. Lo estamos haciendo de pena por su culpa.
Casi no consigo seguirle sin caerme.
–¿Te has acostado con él?
¡Al fin la maldita pregunta!
Es el momento de ser sincera con él. Pero tal cual está
ahora mismo tengo mis dudas. Me armo de valor para
esperarme cualquier reacción y en el siguiente giro quedo
abrazada a su cuerpo. Me mira echando chispas por los
ojos.
–Sí.
Y pego mi cara a la suya juntando mis labios a los suyos
tan fuerte como soy capaz, hasta que me duelen, Jesús
aguanta sin mover un músculo. Me separo y sus ojos me
pinchan con esas pupilas tan pequeñas. El desfile se para,
hemos llegado al final y todos corren abrazándose unos a
otros. Me llegan voces conocidas y desconocidas
entremezclándose, todos se van a celebrarlo a comer y
beber algo al recinto de las casetas. Alguien golpea la
espalda de Jesús y nos dice que vayamos con ellos, pero soy
incapaz de localizar al dueño de la voz, es como si todo lo
que pasara a nuestro alrededor fuera una película ajena a
nosotros.
Esta reacción sí que no me la esperaba y lo que viene a
continuación mucho menos. Me arrastra casi literalmente
detrás del grupo. Me agarra la mano con fuerza y la verdad,
se me hace muy difícil seguirlo con estos tacones. El recinto
está abarrotado de gente y tenemos que hacer piruetas
para seguirlos. Al fin se paran en un puesto donde solo
venden perritos calientes y chupitos, ¡perritos y chupitos!
Menuda combinación. Todos comienzan a pedir como locos,
como si se fueran a acabar y la verdad es que estamos
exhaustos y noto cómo me rugen las tripas.
–¿Qué quieres tomar?
Parece que Jesús se ha calmado un poco y la verdad es
que yo también.
–Un perrito sin mostaza.
–Vale, dos perritos sin mostaza y dos chupitos de ron.
¡Madre mía! esto va a acabar... después de las dos
cervezas, los giros, las vueltas del baile y los chupitos...
Mi hermana me abraza a la vez que mastica un trozo de
perrito.
–¡Está bueno!
–¡Gracias, amor!
Rubén la besa entre bocado y bocado. Todos se ríen a
coro. El hombre del puesto coloca los vasitos de chupito en
fila y pasa la botella de ron por todos ellos. En un momento
los vasitos comienzan a volar de la pequeña barra y cada
uno tenemos en nuestra mano uno.
–¡Porque somos los mejores! –grita Jesús.
Choco mi chupito con un montón de vasos derramando
parte de su contenido para después bebérmelo de golpe.
–Otra ronda.
Esta vez es Oscar. Y los chupitos empiezan a rular por mis
manos. Al tercero declino la oferta de un cuarto, pero los
demás están como desatados, no sé, demasiado alegres,
claro. Alguien propone cambiar de puesto y esta vez nos
dirigimos a uno que solo tiene bebida y sándwiches
variados. Devoro un sándwich de una especie de ensaladilla
que está muy bueno y un mojito. Contabilizo tres mojitos
por parte de Jesús. A mí ya todo me da risa.
Nos movemos entre multitud de gente y es que nos
dirigimos hacia la plataforma del jurado para escuchar a los
ganadores. Conseguimos salir del recinto y llegamos a la
calle principal, aquí estamos más holgados, hay gente, pero
no tanta. De repente alguien pisa mi dolorido pie.
–¡Auuu! ¡Dios, qué pisotón!
Un chico mulato se da la vuelta.
–¿Fede?
Va disfrazado de indio con rayas de pintura en la cara y
casi no le reconozco.
–¡Alba!
Lo noto un poco contentillo, como casi todos esta noche.
–¿Qué haces aquí?
Al escuchar mi nombre, otro indio se da la vuelta. ¡Es
Mauro! Lleva una diadema espectacular de plumas que le
cae por la espalda, el torso con toda su musculatura al aire
solo con unos collares de cuentas de madera y plumas y
unos pantalones vaqueros. Está muy guapo, mis pupilas se
dilatan para no perderme ni un detalle. También lleva la
cara pintada como Fede, el caso es que es un nutrido grupo
todos disfrazados de indios e indias, son como una tribu al
completo. Están comiendo pizza y cerveza.
–¡Alba! ¡Eres tú!
Mauro me mira con nuevos ojos. Está achispado y eso me
extraña, creo que no lo he visto así nunca. Se acerca y me
besa en los labios, no es un beso en sí, es más bien un beso
corto, junta sus labios únicamente con los míos. Me quedo
helada, mientras él me sonríe contento.
–Estás muy guapa.
Casi no lo escucho, miro hacia el lugar por el que
caminaba delante de mí Jesús, ¡por Dios, que no lo haya
visto! Pero es tarde. Jesús viene hacia nosotros como un
tren imparable y estoy a punto de ver cómo un gladiador se
ve las caras con un indio. No hace falta darse cuenta de que
está muy enojado, su ceño fruncido, sus carnosos labios
apretados y sus puños cerrados me indican que esto no es
bueno para nadie.
–¡¡Ni la toques!! –grita.
¡Ay, Dios, no, por favor!
–¿Por qué?
Mauro se acerca a Jesús desafiante, pero con los nervios
templados. Creo que está haciendo lo posible por no
alterarse. Es la primera vez que los veo juntos a los dos
encarados y no doy crédito. Mauro le saca unos centímetros
a Jesús y desde luego está más fuerte, pero esto no le
amilana ni un ápice.
–Porque está conmigo y si la tocas te parto la cara.
Fede se pone entre ambos intentando separarlos y que
corra el aire sin éxito.
–Tranquilos, chicos.
Fede pone una mano en el pecho de su amigo intentando
apartarlo.
–¿Así es como se porta un caballero, Jesús?
Mauro le mira directamente a los ojos quemándole con la
mirada.
–Eres tú el que está rompiendo esa regla. Este es mi
tiempo, ¡respétalo o no respondo!
–No hay tiempos.
Mauro da un paso hacia mí y me rodea con su brazo la
cintura y como un acto reflejo Jesús se abalanza contra él
con la ira en los ojos y le asesta un puñetazo que hace que
ambos caigan al suelo. Pego un grito e intento separarlos,
pero recibo una patada. ¡Por Dios! ¡Esto no!
Inmediatamente comienzan a llegar personas que intentan
separarlos y todo me parece muy confuso. Cuando
consiguen separarlos, Elena se encuentra sujetando un
brazo de Mauro y Fede el otro, junto a él Estefanía con cara
de susto. A Jesús le sujeta Rubén y Alejandro.
–No hagáis esto, os arrepentiréis. Pegarse no es la mejor
solución.
Es Alejandro, con su imponente voz profunda, el que pone
las cosas en orden e inmediatamente siento un profundo
agradecimiento hacia él. Mauro tiene un ojo amoratado y
parece arrepentido de lo sucedido. Me mira con pena en los
ojos y una lágrima se me escapa por la cara.
–Lo siento –dice dirigiéndose a mí y como si no hubiera
nadie más a nuestro alrededor, se acerca y me da un casto
beso en la mejilla, justo en la lágrima.
¡Por favor, no eches más leña al fuego! Digo para mis
adentros
–Lo siento mucho, no volverá a pasar.
Sus labios rozan mi oreja y siento un escalofrío. Fede tira
de él, sabe que una pequeña provocación puede desatar de
nuevo las emociones. Jesús no espera más, coge mi mano,
hace que gire en dirección contraria y lo único que me da
tiempo es a decir que yo también lo siento. La última
imagen que queda en mi cerebro es la cara descompuesta
de Elena. Jesús me lleva prácticamente en volandas, nos
vamos hacia el jurado. ¡Por Dios, no puedo caminar tan
deprisa! Es imposible seguirle con las zancadas que va
dando.
–¿A dónde vamos, Jesús?
No me contesta, sigue a su ritmo y consigue que me
tuerza un pie y caiga al suelo. ¡Mierda! Sin pensarlo dos
veces, Jesús me coge en brazos y continúa sin aminorar la
marcha.
–¿Recuerdas la noche de la piscina? –me dice sin
mirarme.
¡Cómo no me voy a acordar!
–Pues se dan todos los ingredientes.
¿De qué está hablando? Me suelta junto al descapotable
azul turquesa. Estamos en un descampado algo apartado
No hay nadie alrededor, solo coches aparcados aquí y allá
entre los matorrales. Me suelta la falda que cae a mis pies.
–Tú estás disfrazada, yo estoy borracho y ahora mismo
siento un odio incontrolable.
Me coge por los muslos y rápidamente me agarro con
piernas y brazos al cuerpo de este gladiador para no caer. Él
me tumba en el capó delantero del descapotable y se
inclina encima de mí para cuadrar su mirada con la mía.
–Voy a follarte. Voy a follar contigo, Alba.
Los ojos se me abren de par en par.
–Querías saber lo que era follar conmigo, pues este es el
momento idóneo. Prepárate porque voy a ser duro contigo,
muy duro, tan duro como el sentimiento que tengo aquí
dentro.
Y hace que su escudo suene al tocarlo con el puño
cerrado.
No sé qué esperar, estoy muy confusa, pero el deseo y la
curiosidad hace que no me mueva. Los dos respiramos
acelerados, le miro a los ojos y los tiene encendidos, fuera
de sí. Se incorpora y me quedo con las piernas abiertas y
dobladas sobre el capó apoyada en mis altos tacones. Jesús
saca un papelito cuadrado y plateado del bolsillo interior de
su falda. Se lo lleva a la boca y lo sujeta con los dientes,
mientras se arranca el escudo del pecho, a continuación,
desabrocha el cinturón de su falda que cae al suelo. Mis
labios se despegan abriendo mi boca, necesito coger más
aire. ¡Está tan sexy así! Sin dejar de mirarme lleva sus
manos a su sexo e introduce una mano dentro de sus
calzoncillos negros para sacar su miembro grande y erecto
en su mayor esplendor. Está más que preparado y siento un
escalofrío que me recorre el bajo vientre y sé en ese
momento que estoy deseando que me folle, a ser posible
duro. ¡No me quiero perder esto por nada del mundo! Me
agarra por las caderas y me desliza sobre el capó
juntándome más a su entrepierna. Separa mis rodillas y
creo que no puedo más, es justo lo que necesito. Le
necesito a él dentro de mí ¡Ya! Pasa la palma de su mano
por mi sexo, por encima del tanga de lentejuelas y se le
escapa un gemido a la vez que cierra los ojos y su boca
carnosa se entreabre. Coge el envoltorio del preservativo y
lo rasga con la ayuda de los dientes. Lo saca y lo lleva a la
punta de su pene, cuando comienza a deslizarlo lentamente
hacia abajo se muerde el labio inferior y siento cómo me
humedezco. ¡Madre mía! No lo puedo controlar. ¡Esto me
pone muchísimo! Cuando lo tiene colocado se inclina y con
las dos manos a ambos lados de mi cadera agarra los
elásticos del mi tanga y estira hasta romperlos. ¡Aaah!, oigo
mi voz entre la fuerte respiración de Jesús. A continuación,
pone sus manos debajo de mi culo y eleva mi cadera. Me
quedo en esa posición y él pasa su lengua apretándola
contra mi sexo, lamiéndome de una pasada y me doy
cuenta de que estoy en el quinto cielo y no quiero que esto
se termine. Me suelta y con sus verdes ojos rasgados y
mirada felina, agarra mi tacón derecho y lo coloca encima
de su clavícula izquierda, hace lo mismo con la otra sandalia
y puedo ver cómo mis tacones de aguja se clavan en su
piel, ¡guauuu! Esto se pone cada vez más caliente. Se
inclina y mis tacones se hunden hincándose más en su piel
a la vez que mis rodillas se doblan hacia mí quedando más
expuesta si cabe.
–Si duele, ¡grita!
No ha terminado la frase y su pene me penetra sin más
miramientos, hasta el fondo con fuerza a la vez que pega un
grito furioso y la verdad es que me duele, me duele mucho,
pero es un dolor con un placer profundo entremezclado y
ahogo un grito porque no quiero que pare. Vuelve a gritar y
me embiste de nuevo atravesándome por dentro. El dolor
no disminuye y clavo mis tacones en sus clavículas para
echarle hacia atrás, pesa mucho, se deja lo justo para salir
un poco de mis entrañas y volver a penetrarme de nuevo
con todas sus fuerzas, esta vez grito desesperada.
–¡Vamos, aguanta! –me grita enfadado.
Y vuelve a por mí, esta vez no para, entra y sale cogiendo
ritmo, grito de dolor y de gozo a la vez. Presiono mis
tacones en su cuerpo con todas mis fuerzas. Es como una
guerra a ver quién empuja más, pero de repente para y sale
de mi interior jadeando. ¡Por qué para!
–¡Date la vuelta!
Su orden es tan rotunda que no me atrevo a rechistarle.
Me giro lentamente poniendo los pies en el suelo y abriendo
las piernas me tumbo sobre el capó.
–¡Así no, Alba!
Está fuera de sí y siento una punzada en el estómago. Me
coge con fuerza por las espinillas y dobla mis piernas sobre
el capó. Me pasa un brazo por delante del cuello hasta posar
su mano en el hombro contrario. Con la otra mano coge su
miembro y vuelve a penetrarme fuerte. En esta postura, la
penetración es completa y puedo sentir que no queda ni un
hueco en mi vagina vacío, sigo sintiendo dolor, pero no
quiero que pare. Me falta el aire y jadeo con la boca seca.
–¡Aguanta, ya queda poco!
Entra y sale fuertemente. Su brazo hace fuerza sobre mi
cuello e intento resistir, ni siquiera puedo hablar para
contestarle. En ese momento, su mano libre busca mi
clítoris y comienza a acariciarlo formando círculos con la
intensidad adecuada y sé que él está más que preparado y
en cuanto sus embestidas aumentan de ritmo, mi placer
también lo hace y logra eclipsar el dolor, consiguiendo que
mis entrañas se contraigan una y otra vez sin parar con un
placer intenso en lo que es, sin duda, el orgasmo más
grandioso que he sentido hasta ahora y con las
contracciones, grito desesperada todo lo que no he gritado
antes, soltando todo el aire, toda la tensión y el dolor
retenido. Con mi grito, Jesús eyacula dentro de mí juntando
sus caderas a mis glúteos en un último movimiento y
continúa el grito que he comenzado rasgando la noche. Al
momento, Jesús se desploma encima de mí y por fin afloja
su brazo sobre mi cuello. Tomo una bocanada de aire y se
hace el silencio. Solo se escucha nuestras respiraciones
entrecortadas y nuestros cuerpos exhaustos. ¡No puedo
más! Jesús sale de mi interior y se gira en el capó quedando
boca arriba mientras su pecho inspira y expira fuertemente.
Intento moverme y consigo estirar las piernas. ¡Tengo
entumecidas las rodillas y me duelen las espinillas de
aguantar el peso de los dos! Jesús se incorpora como
mareado, sin fuerzas, pasa sus manos por el despeinado
flequillo y resopla. Se quita el condón, lo anuda y lo tira
hacia atrás sin ni siquiera mirar dónde cae. Lo hace sobre el
asiento trasero del coche.
–Has estado increíble, nena.
¡Dios! La lengua le patina.
–A la altura de las circunstancias. ¡Sí! ¡No esperaba
menos de ti!
Me coge por la cintura y me acerca a él.
–¿Yo he estado bien?
–Estás borracho, Jesús.
A él le da la risa tonta. Me suelto y busco mi tanga, está
roto y es imposible anudarlo. Así que no me queda otra cosa
que quitarle los calzoncillos a Jesús para ponérmelos yo. ¡No
puedo ir así, se me ve todo!
–¿Qué haces?
Protesta mientras le saco los calzoncillos por los pies.
–¿Quieres otro polvo?
Ahora mismo no, pienso, la vagina me arde y los labios
de mi sexo me escuecen. No le hago ni caso y me coloco
sus calzoncillos, no me quedan tan mal. Miro a Jesús, está
echado sobre el capó azul turquesa totalmente desnudo,
salvo por sus sandalias cruzadas y puedo apreciar su
cuerpo. Me encanta. Está bueno, sí, he de admitirlo. Tiene
un cuerpo muy bonito. ¡Dios, se está quedando dormido!
–Jesús, ¡Jesús!
Le doy palmaditas en la cara.
–Mmm.
–Tienes que vestirte.
Cojo su falda y a duras penas consigo ponérsela. ¡Está
perfecto! Nadie diría que no lleva ropa interior. Recojo mi
falda, me la coloco y el escudo lo pongo en el asiento
trasero, allí está el preservativo, lo cojo y lo guardo en el
bolsillo interior de mi falda y saco el móvil. Llamo a mi
hermana, no lo coge, Rubén tampoco. ¡Dios, dónde están
todos cuando los necesitas! Abro la agenda, el segundo
nombre que aparece es el de Alejandro. Dudo. Lo descarto
después de lo que ha pasado esta tarde y decido llamar a
Sandra, su hermana, tampoco me contesta. No me queda
más remedio que llamar a Alejandro. Al octavo tono cuelgo.
¡Dios! Con todo mi esfuerzo consigo meter a Jesús en el
asiento del copiloto lo que me lleva un largo rato. Le pongo
el cinturón. Abro el navegador, necesito llevarle a su casa.
Marco la calle y coloco el móvil en el salpicadero para poder
verlo. Repaso mentalmente todo lo que he aprendido en la
autoescuela. En el bolsillo interior de Jesús encuentro las
llaves del coche. Arranco a la primera y la adrenalina invade
mi cerebro. ¡Puedo hacerlo! Coloco los espejos y el asiento.
El freno de mano se me resiste, pero tras varios intentos y
después de hacer mucha fuerza logro quitarlo. ¡No me
explico cómo lo hará Sandra! Meto primera y suelto el
embrague. El motor ruge y nos movemos. ¡Bien! El
navegador va indicándome por dónde salir, al llegar a la
calle, comienza a entrarme el pánico.
–Tranquila, Alba, es solo un coche.
Respiro hondo, hablarme me calma y poco a poco me voy
familiarizando con el coche y las marchas. Según me voy
alejando, las calles están más vacías, apenas hay coches,
todos están en el carnaval y me alegro, puedo conducir
tranquilamente sin el estrés de los demás vehículos. Dos
calles antes de llegar a casa de Jesús, empieza a sonarme el
camino. No puedo meter el coche en el parking, no tengo ni
idea de dónde está el mando. Busco en la guantera, pero no
lo encuentro, paso por delante del portal de Jesús y calle
abajo encuentro un sitio para aparcar. Decido dejarlo aquí.
Nada más terminar de aparcar, lo que me cuesta horrores,
incluidos varios toques al coche trasero, ¡es que este coche
es enorme!, suena mi móvil.
–¡Alba!
Oigo un montón de ruido.
–¿Me has llamado?
–¡Álex! ¡Dios, por fin alguien me contesta! Necesito tu
ayuda.
–¿Dónde estás?
El ruido apenas me deja oírlo.
–Jesús está borracho, necesito que me ayudes a subirle a
su casa. Estoy frente a su portal.
–¿Estás sola?
–Sí.
–Tranquila, tardo diez minutos.
Y me cuelga. ¡Gracias a Dios! Miro a Jesús, está dormido
como un tronco. Le toco la cara y ni se inmuta. Solo me
queda esperar. La calle está totalmente sola, no se oye un
alma. ¡Dios, qué repelús!
A los diez minutos justos, un coche se acerca por la calle,
puedo oírlo y ver los faros redondos en el espejo retrovisor.
¡Por favor, que sea Álex! Cuando está más cerca puedo
distinguirlo, ¡sí, es un cuatro por cuatro! Me levanto en el
asiento y le hago señas para que se acerque. Para su coche
a mi altura.
–¡Dios, qué pintas! –dice mirando a Jesús–. Espérame
aquí, voy a aparcar.
Su profunda voz me tranquiliza y veo cómo se aleja calle
abajo. Al rato se acerca andando, moviendo las tablas de su
falda con cada zancada.
–Vamos, ayúdame. Cógelo por el hombro.
Lo intento, pero Alejandro es tan alto que no puedo.
–Está bien. Ocúpate de ir abriendo todas las puertas. Voy
a llevarle yo solo.
Asiento rápidamente y cruzo la calle hacia el portal. Abro
la puerta y espero a Alejandro. Veo cómo le coge por la
cintura y con gran esfuerzo se lo echa sobre un hombro.
Cruza la calle rápidamente y entra en el portal. Ya he
llamado al ascensor y no tarda en abrirse las puertas.
–¿Estás bien? –me pregunta.
–Mejor que tú.
Sonríe a pesar del esfuerzo.
–No sabía que pesara tanto.
El ascensor se para y salgo disparada hacia la puerta del
piso de Jesús sin esperarle para abrir la puerta lo más rápido
posible. En un momento estamos dentro. Alejandro enfila
hacia el dormitorio y suelta el peso muerto de Jesús sobre la
cama.
–¡Aaah! ¡Por fin!
Se masajea el hombro con cara de dolor.
–Gracias.
Le hago señas para que se acerque al sofá.
–Ven.
–Gracias a ti por ocuparte.
Se sienta a mi lado y comienzo a hacerle un masaje en el
hombro.
–¡Oh! Qué gusto.
–¿Así está bien de fuerte?
–Sí, perfecto. ¿Dónde has aprendido a dar masajes?
Me hace reír.
–No tengo ni idea de dar masajes.
–Pues tienes unas manos increíbles.
–¡Lo que tengo son los pies destrozados!
–Espera.
Se levanta y me desabrocha las sandalias. A
continuación, se sienta poniendo mis pies sobre su falda y
comienza a darme un masaje.
–¡Oh! Qué gustazo. ¿Tú también sabes dar masajes?
–Soy de la misma escuela que tú.
Me río alegremente y él se une a mi risa.
–¿Qué ha pasado antes del desfile? –le pregunto a
bocajarro, no creo que vaya a encontrar un momento mejor
que este para averiguarlo.
Deja de masajearme los pies y me mira a los ojos.
–Me da mucha rabia lo que está haciendo contigo.
Inclino la cabeza para que siga hablando.
–Es uno de mis mejores amigos, así que jamás pelearé
contra él y sé que él jamás irá en contra mía, pero tiene que
pararse y pensar qué es lo que realmente quiere. Ya no por
mí. Soy consciente de mis posibilidades y me lo dejaste muy
claro el otro día, además tampoco puedo competir con mi
jefe. Me parece que voy a coger número a ver si algún día
me toca.
Nos reímos los dos.
–Pero eso no quita que me preocupe por él y por ti, Alba.
Por eso le he dicho que se decida. ¡Esta vez me está
despistando, él no actúa así! Créeme, lo conozco bien.
Continúa con el masaje esperando a que yo hable.
–Jesús sabe perfectamente lo que hace. Sabes lo suyo
con tu hermana, ¿verdad?
Mueve la cabeza negando y suspira.
–He de decir, que esta vez, no fue cosa de Jesús. Soy el
hermano de Susana, pero no estoy ciego. Veo cómo juega
con los hombres y me duele que lo haga con mis amigos.
Estoy harto de decírselo. Pero no me hace caso. Es
complicado para mí. ¡Es mi hermana y la quiero!
Su voz es profunda, suave y tranquila y me transmite una
paz increíble.
–Lo sé.
Deja de masajearme los pies y sé que esto le duele.
–Espera, prepararé café.
Me levanto y voy a la cocina, busco la cafetera, la
preparo y enciendo la placa vitrocerámica. Paso por delante
de él.
–Enseguida vuelvo, no te vayas.
Le señalo con el dedo índice con fingida seriedad. Me
sonríe.
–Aquí estaré.
Entro en la habitación de Jesús, sigue en la misma
posición. Paso al baño y abro las puertas de su armario.
Cajón a cajón, descubro por fin unos pantalones cortos. Me
quito la falda y me los pongo. Cuando salgo, acomodo la
almohada bajo la cabeza de Jesús, tiene una expresión
tranquila, voy a tener que enfadarle más veces. Lo que me
ha hecho ha sido increíble. Le arropo con las sábanas,
aunque no hace frío.
–Me has hecho perder la cabeza –le susurro al oído,
aunque sé que no me va a oír.
La cafetera empieza a pitar y salgo disparada hacia la
cocina.
–¿Te ayudo?
–No. No te levantes, enseguida está listo.
Acerco una bandeja con todo lo necesario a la mesita
delante del sofá. Está empezando a amanecer. Coloco una
taza delante de él y me deja hacer.
–¿Leche?
–Por favor.
Sirvo las dos tazas. Alejandro coge el azúcar y se sirve
una cucharada.
–Entonces, ¿crees que Jesús no quería acostarse con ella?
–Creo que no. Es difícil saberlo, porque llevan una
relación rara.
–Sí, lo sé. Esporádica.
–Exacto, pero solo ocurre cuando ambos están solos y
esta vez no ha sido así.
Tomo un sorbo de mi taza. ¡Ummm!
–Quema, ten cuidado.
Alejandro sopla antes de sorber un poco.
–Jesús y yo realmente no somos pareja.
–Lo sé. Está todo demasiado liado, ¿no?
Le sonrío. Tiene razón.
–Sé que mi hermana le llamó para que fuera a su casa
con la excusa de los disfraces. Estuvieron bebiendo. Jesús
bebió más de la cuenta y el resto te lo puedes imaginar.
–No me lo quiero imaginar.
–Lo siento, era una forma de hablar.
–Quería darte las gracias, antes no he podido.
Bebe otro sorbito y lo saborea.
–¿Por qué?
–Por evitar la pelea. Cuando has llegado he sentido un
gran alivio.
–No había otra solución. ¡Imagínate! Mi amigo y mi jefe.
–¡Es verdad! Sé que Mauro está arrepentido.
–Sí y se ha controlado mucho. Ni siquiera le ha devuelto
el golpe.
–¡Dios, cómo tenía el ojo!
El pensamiento hace que salte de un bote hacia la falda
que he dejado en el baño. Cojo el móvil y escribo un
mensaje.
6:16 Hola Mauro estoy preocupada, ¿cómo estás?

Espero un momento, pero no contesta. Me llevo el móvil


conmigo y lo dejo en la mesa.
–Mauro odia las peleas. Nunca lo he visto así. Es un jefe
muy respetuoso con todo el mundo.
–Yo tampoco creo que las peleas sean lo suyo.
Me quedo pensativa. Me tira mucho la diadema del pelo y
empiezo a quitarme horquillas.
–Espera, te ayudo.
Alejandro se levanta y se coloca detrás del sofá y con
sumo cuidado me va soltando las horquillas y poniéndolas
en mi mano. Cuando termina saca la diadema-caracola de
mi cabeza y siento un gran alivio. Meto mis manos entre el
pelo junto a la cabeza para ahuecarlo.
–Essspeeera –me regaña alejando mis manos.
Con cuidado pasa sus dedos por mi pelo desenredándolo
sin pegarme ni un solo tirón, poco a poco, mechón a
mechón y me sorprende que un hombretón como él, alto,
con ese vozarrón y esas manos grandes, pueda realizar esta
tarea tan delicada y con éxito.
–¿Quieres unas tortitas? –le pregunto cuando termina.
–¿Sabes hacer tortitas?
–¡Claro! Es muy fácil. Si quieres puedes ayudarme.
Se levanta de nuevo y me sigue a la cocina. Voy abriendo
armarios y sacando los ingredientes. Coloco la sartén y
enciendo la vitrocerámica. Le indico cómo mezclar los
ingredientes y lo hace sin rechistar y conseguimos hacer
una pila de tortitas en un santiamén. En la nevera localizo
leche condensada y mermelada de frambuesa.
–¡No tiene chocolate!
–¿Y eso es malo? –me pregunta extrañado–. Hay
mermelada de frambuesa, ¡me encanta! –añade
entusiasmado.
–Bueno, si te gusta, perfecto.
Lo colocamos todo en la terraza y nos sentamos a la
mesa a degustarlas.
–¡Mmm! Están mejores que las que hace Luisa.
Las mastica rápidamente.
–¿Luisa?
–Sí. Una de las cocineras del hotel y te puedo asegurar
que es la mejor de todas.
–¡Gracias! Me siento halagada.
Se las está comiendo muy deprisa. ¡Sí, parece que le
gustan!
–¡Comes muy rápido!
–¡Mmm! Lo siento –dice masticando y dejando los
cubiertos en la mesa. Me acerco a su cara.
–Tienes aquí mermelada –digo sonriente y me acerco aún
más para limpiarle con la servilleta la comisura de la boca.
Cuando termino sin previo aviso, me besa. Me pilla
desprevenida, es un beso casto, suave y sin malas
intenciones. Junta sus labios a los míos y dos segundos
después los separa. Se queda a unos centímetros de mi
rostro.
–¡Tenía que hacerlo! Lo siento. No podía dejarte ir sin
probarlo.
Me deja sin habla. Miro sus ojos de color miel, serenos y
sinceros.
–No volverá a pasar.
Sé que puedo arrepentirme de esto, pero me sale sin
pensar. Me acerco y le beso. Él me lo devuelve cauteloso,
aunque abre mi boca y nuestras lenguas se entrelazan, son
apenas unos segundos.
–Considéralo un regalo. Un regalo que no volverá a
repetirse.
–Claro. Solo amigos. Lo sé.
Su voz suena triste, hueca y sin vida.
–Bien. Eres un gran hombre y no lo digo por tu tamaño, ni
tu potente voz. Sé que encontrarás a la mujer adecuada que
te haga feliz. Está allí fuera esperándote.
–Gracias, Alba, con que sea la mitad de mujer que eres tú
será increíble.
–Me estimas demasiado, créeme, no soy tan especial
como crees.
–¡Ah!, ¿sí? No me lo creo.
–¿Te lo demuestro?
–A ver si puedes.
Se le van a quitar las ganas de cortejarme de inmediato y
con todas las fuerzas de que soy capaz, me tiro un eructo
largo y sonoro.
Su cara hace que me tronche de risa y no puedo parar y
cuanto más le miro y más serio sigue, más me río y estoy a
punto de ahogarme. Por fin habla:
–Sinceramente has perdido todo el glamour. Qué pasa,
¿quieres una guerra de eructos?
Sigo riéndome sin parar hasta que la risa se me corta de
inmediato con el eructo de Alejandro. Suenan igual que su
profunda voz.
–¡Dios mío, eso ha sido increíble! ¿Cómo lo haces?
–No lo sé. Igual que tú, imagino.
–¡Oh, no! No es igual, lo tuyo es como si te tiraras un
eructo dentro de una cueva.
Consigo que se ría de nuevo. Cuando su risa se apaga,
me pongo seria.
–Lo entiendes, ¿verdad?
–¡Claro! Tranquila. Me ha gustado tu regalo, lo guardaré
en el archivo de los buenos recuerdos.
–¡Gracias! Yo también.
Vuelve a sonreír y al momento cambia de expresión.
–¿Qué tal estás?
Jesús se ha levantado y Alejandro le pregunta nada más
verlo. Se nos ha ido el santo al cielo, son las nueve y media.
–Estaré mejor cuando sepa dónde están mis calzoncillos.
Alejandro me mira interrogante y yo le miro a él sin saber
qué decir.
–Bueno, yo me voy –dice Alejandro y sin más se levanta y
se dirige hacia el salón pasando por delante de Jesús que le
sigue hasta la puerta de entrada.
–Siento lo de ayer por la tarde.
Oigo la voz de Jesús.
–No pasa nada. Está olvidado. Somos amigos.
–Bueno, pues, gracias por traerme.
–Dale las gracias a Alba. Te trajo ella. Yo solo te dejé en la
cama.
Me mira y me guiña un ojo a modo de despedida y sin
esperar nada más desaparece, momento en el que Jesús
pega un empujón a la puerta hasta que se cierra sola de
golpe. Después gira su cara hacia la terraza para mirarme.
–¿Me trajiste tú?
Avanza hacia mí con los brazos en jarra.
–Es lo que hacen los amigos, ¿no?
Entra en la terraza y guiña un poco los ojos extrañado. No
sé si es porque aprueba el término “amigos” o, por lo
contrario.
–¿Y el coche?
–Está aparcado, abajo en esta misma calle.
Avanza hasta la barandilla y echa una ojeada mientras
me levanto de la silla y me tumbo en una hamaca.
–¡Está perfecto!
Se gira rápidamente y se queda con las manos apoyadas
en la barandilla.
–¿Lo trajiste tú?
No sé por qué, pero le noto un poco escéptico.
–Te emborrachaste, te subí al coche, lo conduje hasta
aquí y entonces vino Alejandro. Yo sola no podía contigo.
Jesús se pasa la mano por la mandíbula pensativo, parece
que no recuerda nada.
–¿Y mis calzoncillos?
Cojo la cinturilla del pantalón y la bajo hacia abajo
descubriendo parte de sus calzoncillos. Su boca se expande
en una agradable sonrisa y se acerca sentándose a mi lado.
–Esto sí que es de psiquiatra.
–Es culpa tuya.
Sonrío acordándome del polvazo que me echó el amigo.
–Anoche estuviste increíble.
Se pasa ambas manos por el flequillo despejándose la
cara. Acerco mi mano a su clavícula, le han salido dos
moratones redondos. Paso mis dedos acariciando la piel
amoratada.
–Lo siento.
–Es lo que querías, ¿no?
Me mira de lado y levanta una ceja al hacer la pregunta.
–¿No te lo pasaste bien?
Mueve la cabeza negativamente.
–Demasiado bien.
¡Ah, por Dios, me estaba empezando a preocupar!
–Y eso es peligroso –continúa.
¡Sí, sí, sí! ¡Voy a ganar la apuesta! ¡Yupi!
–No vas por el buen camino, Alba.
¿Que está diciendo? Voy genial.
–Lo de anoche, fue solo follar, en la apuesta hablamos de
enamorar.
¿Pero qué dice?... ¡Es verdad, tiene razón!
–Lo he hecho porque tú lo querías, pero no es mi estilo.
Está mintiendo.
–Acabas de decirme que te ha gustado demasiado.
Se levanta de la hamaca para marcharse.
–Créeme, Alba, me gusta hacer el amor a las mujeres.
Sale por el ventanal, se sienta en la cama y se quita las
sandalias, entro detrás de él. No me puedo creer que haya
hecho algo que no le gusta.
–Quiero que me lo hagas otra vez.
Me ignora, actúa como si no estuviera. Se levanta, se
desabrocha la falda y se queda como Dios le trajo al mundo.
Mis pupilas se dilatan al instante y mi cuerpo reacciona de
inmediato. Es como si tuviera memoria de lo ocurrido
anoche.
–Eso va a ser bastante improbable.
Le sigo, sin quitar ojo de su culo, su espalda, sus
piernas... ¡Ayayay!
–No estés tan seguro, solo hacen falta tres ingredientes,
un disfraz, alcohol y unas gotas de odio.
Se queda parado de espaldas a mí y creo que me he
pasado tres pueblos. Después de unos segundos gira el
mando de la ducha y comienza a salir agua.
–Lo siento.
Si no quiere, no quiere. No puedo obligarlo. Suena mi
móvil, me están llamando. Al escucharlo, Jesús se mete en
la ducha sin ni siquiera mirarme y salgo disparada hacia el
salón. ¡Es Mauro! ¡Dios mío!
–¡Mauro!
–Buenos días.
–¿Cómo estás?
–Tengo el ojo amoratado y un poco hinchado. Nada que
no se cure en un par de semanas, según el médico del
hotel.
–Estaba preocupada.
–Solo quería decirte que siento mucho lo ocurrido, no sé
qué me pasó, no soy hombre de peleas. No me gustan, creo
que no traen nada bueno.
–Eres un hombre pacífico.
–De arriba abajo.
Sentencia y hace una pausa.
–Sé que lo pasaste mal. No debió ser un buen trago para
ti. No volverá a pasar y en cuanto tenga ocasión le pediré
disculpas a Jesús.
Noto el gran cambio de actitud de Mauro. Es capaz de
disculparse. Su empatía ha crecido considerablemente.
–Creo que él también te debe una disculpa.
–Eso da igual. Me lo merezco.
–No estoy de acuerdo.
–Le provoqué. Se puede hacer mucho más daño con las
palabras.
Ahora la que hace una pausa soy yo. Quizá sea mejor que
lo arreglen entre ellos a su manera.
–No quiero molestarte. Que pases un buen día.
–Tú también.
El teléfono se cuelga y me quedo mirándolo. Me esperaba
una conversación más larga y una despedida más tierna.
Levanto la vista y ahí está Jesús apoyado en el marco de
la puerta con una toalla blanca alrededor de la cintura y los
brazos cruzados sobre el pecho. Tiene el pelo mojado y
alborotado. Se acerca a mí y me arrebata el móvil. Marca el
último número y espera. Me quedo sin habla.
–¿Mauro?
Silencio.
–Soy Jesús.
¡Mierda!, ahora sabrá que estamos juntos.
–Creo que te debo una disculpa.
Jesús levanta la vista y me mira con una ceja levantada.
Está escuchando a Mauro.
–No, no tendría que haber sucedido, espero que no sea
nada.
Silencio otra vez.
–Disculpas aceptadas.
Pausa.
–Bien.
Cuelga el teléfono y lo deja en la mesa. No puedo
moverme, es demasiado para mí. Estoy realmente
impresionada y muy contenta que todo haya acabado así.
–Tengo el día libre hasta la noche. ¿Te quedas?
¡Qué pregunta! Estoy deseando pasar cada minuto a su
lado. Tengo que recuperar el tiempo perdido. Me acerco a su
lado y él se queda quieto esperándome.
–Por supuesto.
–¿Aunque no folle contigo?
–Siempre podemos hacer el amor...
Me abraza meciéndome y besa mi frente.
–Ayer estuviste increíble en el desfile, yo creo que eso fue
lo que me volvió loco.
–Es bueno saberlo.
Vuelve a sonar mi teléfono. ¡Por Dios, que no sea Mauro!
–¡Estás muy solicitada!
Se aparta con paciencia y espera a que conteste. Cojo el
móvil con tensión y miro la pantalla. Es un número que no
conozco y frunzo el ceño. Jesús se acerca a la isla de la
cocina y comienza a prepararse un café. ¿Quién será? Lo
descuelgo.
–¿Sí?
Mi voz suena cautelosa.
–¿Alba?
Es una voz femenina.
–Sí, soy yo. ¿Quién es?
No tengo ni idea de quién puede ser.
–Soy Elena.
¡Elena!
–Quería saber cómo estás y tu hermana me ha dado tu
número.
–¡Hola, Elena!
Jesús se coloca delante de mí con la taza en los labios y
al escuchar el nombre de Elena sus ojos se abren y frunce el
ceño.
–Estoy bien, gracias.
–Me alegro. Anoche me asusté. ¿Y Jesús?
Levanto mis ojos y los fijo en los suyos, sigue con el ceño
fruncido y la taza en sus labios, aunque no bebe nada, está
quieto escuchando.
–Está bien.
–Me fui preocupada.
–Gracias, estamos bien.
–Quería deciros que... ¡¡quedamos segundos!!
–¡¡Aaaah! ¡De verdad!
Oigo risas al otro lado del teléfono. Pego un bote saltando
como una loca y acabo subida al cuerpo de Jesús el cual, al
agarrarme en vilo, se le cae la taza al suelo rompiéndose en
varios pedazos. Sigo riéndome con el teléfono en la oreja
mientas Jesús me mira sorprendido.
–¡Hemos quedado segundos, Jesús! –le grito mientras
damos vueltas.
–¿Estás con Jesús?
–Sí.
–Cuídalo, ayer estaba fuera de sí. Nunca le he visto
actuar de esa manera.
–Lo haré.
Se hace una pausa mientras Jesús me deja en el suelo,
despacito.
–Oye, me gustaría que habláramos. ¿Podemos vernos
hoy?
Esto no me lo esperaba.
–¿Pasa algo, Elena? –digo preocupada y me alejo de Jesús
saliendo a la terraza.
–No, tranquila. Es curioso, hace veinticuatro horas que
nos conocemos y sin embargo es como si lleváramos siendo
amigas toda la vida y me gustaría hablar contigo sobre un
tema y saber tu opinión, es importante para mí.
–Por supuesto. ¡Claro que sí! A mí me pasa igual, tienes
razón, es curioso.
Oigo cómo se ríe.
–Quedamos esta noche. Luego te envío un mensaje
cuando sepa a qué hora y en qué sitio.
–Está bien. Espero tu mensaje.
–Bien, entonces hasta luego.
–Hasta luego, Alba.
Entro de nuevo al salón buscando a Jesús, está en el
dormitorio vistiéndose.
–Puedes ducharte si quieres.
–Claro, aunque no tengo nada que ponerme. La ropa la
recogió mi hermana en la academia.
–Te dejo una camiseta y esos pantalones, te quedan bien.
–Gracias.
Cuando salgo de la larga ducha, todo el espejo está
empañado de vaho. Me seco y salgo con la toalla enrollada
en el cuerpo. ¡Dios! En la cama hay ropa de mujer
extendida. Me acerco despacio, es ropa nueva, tiene la
etiqueta puesta. Una camisola blanca de tirantes, con
bordados blancos de pequeñas flores. ¡Es preciosa! Unos
pantalones vaqueros cortos y unas tenis blancas. Lo cojo, es
un conjunto muy bonito, ¡increíble! Junto a la ropa, hay una
caja cuadrada blanca y una caja más pequeña de color
negro. Me siento y cojo la blanca, quito la tapa y la sorpresa
es rotunda. Es un delicado conjunto de sujetador y tanga en
blanco también bordado como la camisola, es precioso. En
el fondo una nota: “No es de lentejuelas, pero espero que te
guste”. No me gusta. ¡Me encanta! No puedo esperar y me
lo pongo. Me queda como un guante. ¡Sí que me tiene
cogida la medida! Cojo la caja negra y no sé por qué, pero
empiezo a ponerme muy nerviosa. Es un regalo de Jesús y el
corazón se me pone a mil. Con manos temblorosas retiro el
lazo rosa y abro la tapa. Son unos pendientes a juego con
una pulsera. ¡Son preciosos! Son varias cuentas de cristal
de colores que cuelgan. La pulsera es de tres vueltas y lleva
las mismas cuentas. ¡Qué bonito, por Dios! Sé que no es
una pieza de joyería, que no vale nada, pero significa mucho
para mí. Termino de vestirme y decido hacerme una coleta
alta para que los pendientes llamen la atención. Me miro al
espejo entusiasmada, me veo tan bien. ¿Cómo puede
conocerme tanto? No me acostumbro y sigo asombrándome
de la capacidad de Jesús de saber lo que necesito en el
momento adecuado.
Cuando salgo, está agachado recogiendo los pedazos de
taza que antes se han caído con la emoción. Me acerco y
me agacho junto a él para ayudarle a recoger los trozos.
–Es increíble que hayamos quedado segundos.
Aparta mis manos y no me deja que le ayude.
–No quiero tener que limpiar sangre del suelo.
Deja los trozos sobre la mesa y coge mi mano para
ayudarme a ponerme de pie.
–Tú sí que estás increíble.
–Muchas gracias por todo esto. No tenías que haberte
molestado.
Hace caso omiso a mis palabras.
–¿Te gusta?
–¡Me encanta! Es como si hubiera ido yo a comprarlo. Has
acertado en todo. ¡Hasta en la talla!
–Pues solo tardé un minuto en comprarlo...
Su expresión es de indiferencia. Y me deja sin palabras.
–En cuanto lo vi supe que era para ti.
Sonríe al instante pícaramente y hace que se dibuje una
sonrisa en mi cara.
–Tú tampoco estás mal.
Jesús se mira a sí mismo extendiendo los brazos. Lleva
una camisa de cuello mao de color blanca y unas bermudas
azules marinas. En los pies unas tenis también blancas,
parecen nuevas, así que intuyo que ha comprado los dos
pares esta misma mañana.
–Hago lo que puedo.
La verdad es que lo hace muy bien. Es el típico hombre
que sabe de sobra lo que le queda bien y lo que no le
favorece.
–Bueno, volvamos a lo nuestro.
Se acerca a la barra de desayunos y me indica que me
siente junto a él en el taburete.
–Mi cometido es que te lo pases lo mejor posible en estas
vacaciones y que te aclares de una vez, aunque la cosa se
ha ido complicando, ahora hay una apuesta de por medio la
cual tengo ganada de antemano.
Le cojo una mano y la acaricio entre las mías. Sus verdes
ojos me escrutan intentando adivinar mis sentimientos y me
hace que me siente empequeñecida ante tanta belleza.
–No estés tan seguro.
Intento sostener su mirada penetrante.
–Creo que intentas con todas tus fuerzas que tus
sentimientos hacia mí no fluyan. Por eso huyes acostándote
con Susana. Ya estás enamorado de mí, solo que no lo
aceptas. Simplemente no quieres. Tu reacción de anoche
confirma mi teoría, reaccionaste como un auténtico loco
enamorado.
–No.
Sin inmutarse y con el peso de su mirada sobre mí, me
contesta, pero lejos de aceptarlo, cojo distancia y pego un
salto hacia adelante. Esto no puede quedarse así.
–Solo tienes que abrir tu corazón. Deja que tu corazón
controle tu vida, no tu cerebro.
Jesús suelta su mano separándola de las mías y se la
pasa por el flequillo pensativo. Parece que reflexiona y eso
es bueno. ¡Sí, Jesús, sigue así!
–Reaccioné así por rabia, no por amor.
Hago de tripas corazón, sus palabras me duelen, pero
ahora no puedo pensar en eso.
–Cuando te conocí, me dijiste que cuando quieres algo
vas a por ello.
Me pongo de pie junto a él, entre sus piernas y mis
manos se posan en su cuello.
–Aquí estoy.
Le beso la frente y él se deja, pero no se mueve.
–Estoy aquí para ayudarte a enamorarte, para ser tu
pañuelo cuando decaigas. Quiero que seas feliz. Necesito
que seas feliz, quiero vivir tu felicidad plena sin prejuicios,
sin reglas. Tienes que volver a creer en el amor.
Calco sus propias palabras, las que él me dijo a mí en la
habitación del hotel. Cuando termino de hablar, sus brazos
lentamente se ajustan a mi cintura y me abraza poco a poco
tomándose su tiempo hasta que noto su fuerza alrededor de
mi cuerpo.
–Ojalá fuera tan fácil, Alba.
Mi mejilla se apoya sobre su hombro y siento cómo una
oleada de tristeza me invade y en este preciso momento, es
cuando me doy cuenta que puedo perderlo y es un
sentimiento que me ahoga, me falta el aire, no tengo
oxígeno en los pulmones y el corazón se me encoge
asustado. Jesús deshace el abrazo y me separa para que
podamos vernos.
–Quiero llevarte a un lugar especial –le digo.
No puedo sonreír ni expresar emoción, estoy tan
atenazada por los sentimientos que me invaden, pero
intento reconducir la situación. Tengo que hacerlo.
–Necesitamos emociones positivas –continúo y él me mira
incrédulo.
Me levanto y cojo su mano. Él para un instante para
coger sus llaves y salimos por la puerta a toda velocidad.
Tengo una idea en mente, algo que nunca he hecho y que
me encantaría hacer con él.

Esta vez vamos de nuevo en el descapotable azul


turquesa de Sandra. El viento en la cara hace que me
despeje y consigo pensar en otras cosas. Sé que estoy en lo
cierto y, aun así, siento que debo digerir los sentimientos
que me han invadido hace un momento y es que estoy
exigiéndole a él algo que ni yo misma todavía he resuelto.
Lo que sí sé, es que cada día me siento más cerca de él,
más dependiente de sus sentimientos, de sus pensamientos
y de su felicidad.
Con el navegador, voy indicando a Jesús por dónde debe
ir y al cabo de media hora, llegamos al lugar exacto. Jesús
aparca y me mira como si acabara de averiguar mis
intenciones.
–El delfinario –me dice sin quitar las manos del volante.
Asiento con la cabeza y con ganas de reír sin parar. Él se
acerca a mí tanto que casi roza mi nariz con la suya y un
cosquilleo me recuerda la electricidad que surge cuando
está cerca de mí.
–¿Quieres nadar con delfines?
Sus rasgados ojos verdes me invaden y vuelvo a asentir
con una sonrisa.
–Sabes que me encanta nadar y es algo que nunca he
hecho.
Parece que me va a besar porque se toma su tiempo y mi
respiración se acelera, pero se separa dejándome con las
ganas.
–Si es lo que quieres, ya estamos tardando.
Según pronuncia sus palabras sale del coche y cierra la
puerta. Como no me he movido, apoya sus manos en el
borde de la puerta del descapotable.
–¿Has cambiado de opinión?
Sin contestarle me pongo de pie sobre el asiento y salto a
su lado. Él mira hacia arriba y su expresión hace que un
escalofrío me invada, es la misma mirada de niño que vi la
primera vez que hicimos el amor en la playa y su recuerdo
me llena de emoción, entonces cojo su rostro entre mis
manos.
–Solo necesito el tiempo necesario para besarte.
Me inclino y veo que cierra los ojos para recibirme. Me fijo
de nuevo en su cara, sus marcadas cejas morenas, sus
pestañas negras, el óvalo de su cara, su fuerte mandíbula,
su nariz recta y proporcionada y sus preciosos labios. Parece
mentira que, durante estos pocos días, este hombre haya
ganado tanto. Acerco mi boca a la suya. Le rozo sus labios
con los míos, lento, muy lento, respirando su aliento y mi
lengua bordea su boca suavemente dibujando sus curvas. Él
no hace ningún movimiento excepto que sus manos me
agarran los muslos. Noto cómo se excita, sí, su respiración
es más profunda y sé que es el momento de pegar mis
labios a los suyos y lo hago apasionadamente girando mi
cabeza para casar a la perfección con la suya. Una
perfección difícil de encontrar. Mi lengua le busca y nos
acariciamos mutuamente. Él me aprieta juntándonos con
sus brazos alrededor de mis piernas y sé que como siga no
vamos a poder parar. Nuestra respiración se acompasa
excitada, pero logro articular un par de palabras.
–Quiero nadar.
Separo mi rosto del suyo. Él tiene los ojos abiertos como
a quien le enseñan un diamante y luego se lo quitan, pero
consigo zafarme de su abrazo, bajarme del coche y dejarlo
con la miel en los labios. ¡Sí, eso nunca falla! No lo espero
porque sé que me está mirando paralizado con la boca
entreabierta y una erección dentro de sus pantalones y no
puedo más que sonreír. Al momento me alcanza y se pone a
mi paso.
–Una buena táctica. Yo mismo la he puesto en práctica
algunas veces, pero he de decirte que no la tengo en mi
método porque solamente se puede hacer una vez con la
misma persona, luego ya no tiene gracia.
Lo miro con odio fingido en el rostro.
–¡Uf! Cuánto odio. ¡No irás a follarme!
–¡Serás...! –grito mientras veo cómo se adelanta
carcajeándose.
¡No puedo con él! Siempre va por delante. No consigo
adelantarle ¡Arrrg! Me espera en la puerta del edificio de
color azul turquesa sujetándola para que pase como un
auténtico caballero. Intento no mirarlo porque no quiero
reírme y paso con gesto serio.
–Tendrás que inventar otra cosa la próxima vez –me
susurra al oído cuando paso a su lado.
¡Por Dios! Suspiro hondo y tomo aire para no gritarle y
consigo calmarme. Me dirijo al mostrador donde un chico
moreno con rizos está atareado escribiendo algo en una
libreta.
–Buenos días –le saludo alegremente.
Noto la presencia de Jesús detrás de mi espalda. El chico
levanta sorprendido la vista hacia mi cara. Parece que le he
asustado.
–Buenos días.
Deja el bolígrafo y se levanta de su asiento. Me apoyo en
el mostrador y sonrío.
–Nos gustaría nadar con los delfines, ¿podrías
informarnos?
El chico me sonríe mientras hablo, parece un chico joven,
no más de dieciocho o diecinueve años. Me fijo en sus rizos,
es imposible no fijarse porque los lleva largos, pero son rizos
tan pequeños que parece un león, es como esas pelucas a
lo afro y le da un aire divertido.
–¡Claro! A ver...
Saca un folleto y lo cojo para ojearlo.
–Lo mínimo es una hora completa, los precios los tienes
aquí.
Gira el tríptico y puedo verlo con detalle.
–¿Necesitaríamos algo más aparte? Quiero decir, traje de
neopreno, gafas de bucear o algo así.
–No. Solo el bañador. Esto es un delfinario, estaríamos en
una piscina de agua salada, pero no en mar abierto.
–¡Perfecto! Ponme dos.
Se ríe divertido y me entran unas ganas locas de tocarle
el pelo, pero me contengo haciendo un esfuerzo supremo.
Me deja unas tarjetas sobre la mesa y dos bolígrafos.
–Tenéis que rellenar el cuestionario y firmarlo.
Le paso el suyo a Jesús que no ha abierto la boca y
comienza a rellenarlo rápidamente. Cuando termina me lo
pasa. Lo ojeo. Tiene una letra imposible. Le miro
desconcertada.
–Sí, todo el mundo me dice lo mismo –me suelta risueño.
Le paso los formularios al chico del pelo rizado.
–¿Tarjeta o efectivo? –me pregunta mirando las tarjetas
que le acabo de pasar.
Jesús saca su cartera.
–Tarjeta –le contesto al Pelocho–. Esta vez invito yo –
añado llena de satisfacción y cierro la cartera de Jesús. Él la
guarda en su bolsillo trasero de su bermuda y no dice nada.
Cuando le tiendo mi tarjeta, el chico la coge y la lee.
–Alba. Bonito nombre.
Espero que no esté intentando ligar conmigo.
–Gracias. Y tu bonito nombre, ¿cuál es?
–Raúl.
Se ríe, ¡vaya, este chico se ríe mucho! Y me tiende el
ticket para que lo firme.
–Cuatro letras, como el mío.
–Sí, es verdad.
Coge el ticket firmado que le tiendo.
–Pero todo el mundo me llama Pelocho, por el pelo.
Esta vez soy yo la que suelta una carcajada y noto que a
Jesús no le ha hecho gracia, ¡no sé por qué! Raúl se toca la
melena esponjosa divertido y no puedo resistirlo más.
–¿Puedo? –le digo levantando la mano.
–¡Claro!
Se inclina sobre el mostrador acercando su cabeza y lo
toco aplastándolo. ¡Está tan suave y esponjoso! Raúl no
deja de reírse.
–¡Guau! ¡Prueba, Jesús! Es increíble.
–No, gracias. Me lo puedo imaginar.
¡Ay, madre qué soso! No pasa nada por tocarle el pelo a
otro hombre, ¿no?
–Bueno, ha sido increíble, gracias. Tienes un pelo genial.
–Gracias, estoy acostumbrado, todo el mundo quiere
tocarlo.
Miro a Jesús que bosteza con cara de aburrido.
–¿Te has traído bañador?
–Creo que no.
Miro al fondo del local y veo una pared llena de
bañadores, gafas de sol, de nadar, albornoces, toallas,
cremas solares... me acerco. Ya sé cuáles voy a coger. A
Jesús le cojo un bañador de natación negro y yo me cojo un
bikini rojo que me ha llamado la atención desde el primer
momento, la parte de arriba es de cortinilla y la parte de
abajo es un tanga. No, así no. Lo cuelgo y mi mano al
momento lo coge de nuevo. ¡Así, sí! Tienes una apuesta en
marcha, Alba. Los llevo al mostrador y Raúl lo coge para
marcar el precio, primero coge el de Jesús.
–¿Te gusta? –le pregunto a Jesús.
–¡Claro! –contesta sonriéndome.
Raúl coge el bikini tanga y lo levanta en el aire sonriendo
otra vez.
–Este me gusta más –dice Jesús.
–A mí también –dice Raúl mientras marca el precio y los
dos se tronchan de la risa.
–Pero a mí me queda mejor.
Las risas se cortan en seco. ¡Tonterías a mí! ¡Ja! Pago y
Raúl nos lleva a los vestuarios.
–Cuando estéis preparados, salid por esta puerta. Os
estarán esperando. Raúl desaparece por la puerta que nos
ha indicado.
Jesús entreabre la puerta del vestuario de hombres, pero
antes de entrar se queda un momento parado mirándome.
–¿Qué?
–Solo quería darte las gracias. Nunca he nadado con
delfines.
No puedo evitarlo, el rostro se me ilumina, por fin he
podido sorprenderlo. ¡Ha costado! Pero merece la pena.
–Siempre hay una primera vez... Este es uno de esos
momentos irrepetibles, ¿te lo vas a perder?
Es una frase suya, así que espero que la reconozca.
Sonríe de medio lado.
–Por nada del mundo.
Cuando termino me da un poco de corte salir con el
modelito tan atrevido que me he comprado. Admito que me
gusta cómo me queda, pero lucirlo así en público es otra
cosa. En fin. ¡Allá voy! ¡Con la cara alta y la espalda recta,
Alba! Abro la puerta, Jesús está hablando con Pelocho y una
mujer que lleva un bañador de natación negro. Ella está de
espaldas, así que solo puedo ver que tiene el pelo corto y es
morena. Cojo aire y salgo. Jesús es el primero que me mira y
los otros dos se giran a la vez. Camino hasta llegar a ellos.
–Hola, tú debes ser Alba.
Miro a Jesús que sonríe, después a Raúl que sonríe de
oreja a oreja y por último a la mujer que me está hablando.
Es una mujer que debió ser guapa en sus tiempos mozos. Le
calculo unos cincuenta años, pero conserva un tipo que ya
quisieran muchas tener a su edad, yo misma sin ir más
lejos.
–Sí, la misma.
–Soy Eva.
Me da la mano y la estrecho.
–Soy vuestra monitora.
–Bien, encantada. Estoy deseando empezar.
–Pues empecemos. Primero entraremos nosotros a la
piscina y luego Raúl se encargará de que los delfines entren.
Así que, al agua.
–Pues vamos.
Paso por delante de Jesús y noto un sonoro cachete en el
culo. Me quedo parada y de inmediato escucho la risa de
Raúl que se aleja disimulando. Me giro y lo miro con cara
normal, como si no pasara nada.
–Pensé que podías tener frío –me suelta con cara de niño
malo.
–Si tengo frío ya te lo haré saber...
Continúo hasta la piscina siguiendo a Eva y entro por la
zona de playa. Nos paramos justo en medio donde el agua
nos llega a la cintura.
Me coloco a la derecha de Eva y Jesús se coloca a mi
lado.
–Bien, ahora Raúl abrirá las compuertas. Cuando los
delfines entren van a venir directamente hacia nosotros, son
muy curiosos. No os mováis mucho, dejad que tomen
confianza.
Nos mira a los dos.
–Jesús, ponte aquí a mi lado.
Eva le coge de la mano y lo coloca a su izquierda sin
dejar de sonreírle. Lo peor es que Jesús le devuelve la
sonrisa. Suspiro y pongo los ojos en blanco.
La piscina es enorme, a lo lejos veo dos manchas grises
en las cristalinas aguas que se acercan a nosotros tal y
como ha dicho Eva. Son dos delfines. Comienzan a nadar
muy cerca de nosotros y Eva se acerca para tocarlos y
darles pequeños peces que saca de una bolsa especial que
lleva a la cintura.
–Estos son Romeo y Odette. Son pareja. Pertenecen a la
especie “nariz de botella”. Bien, ahora pasarán junto a
nosotros, podéis acariciarles el lomo si queréis.
Los dos delfines pasan junto a mí uno detrás del otro muy
despacito dejándose acariciar. Meto mi mano en el agua y
noto la suavidad de su piel y lo que me llama mucho la
atención, están calientes.
–¡Guau! Qué suaves y cálidos.
–Sí. Los delfines carecen de pelo a diferencia de otros
mamíferos y su temperatura corporal es de unos 36 grados.
Lo consiguen gracias a una gruesa capa de grasa que
recubre su cuerpo.
–Pues no lo parece. Son tan aerodinámicos.
Jesús se dirige a Eva mientras acaricia a uno de ellos. Ella
echa una carcajada a modo de respuesta. Está coqueteando
con él. Lo sé. Levanta las manos y los delfines se alejan de
nosotros, hacen un círculo y regresan.
–Ahora, levantamos el brazo derecho con la palma hacia
el agua. Tú primero, Alba.
Me quedo un poco parada porque no sé qué es lo que va
a pasar, pero lo hago. Al momento uno de los delfines sale
del agua y pega su hocico a mi mano y la sensación es tan
especial... que no puedo dejar de sonreír.
–¡Muy bien, Romeo! ¡Ahora Odette! ¡Un beso para Jesús!
El delfín hace lo mismo que su compañero Romeo y besa
la mano de Jesús y la cara se me ilumina de verlo tan
emocionado, imagino que a él le habrá pasado lo mismo al
verme a mí. ¡Se le ve tan relajado y tan feliz! Eva los premia
con pescado y los delfines abren su boca emitiendo un
sonido como una carraca. Después nos acercamos a una
zona más profunda donde el agua nos llega al pecho.
–Como estos delfines son muy mimosos, nos agachamos,
que el agua nos quede por el cuello.
Ella lo hace para que lo veamos.
–Y ponemos la mejilla.
Ponemos la cara de tal manera que Jesús y yo nos
miramos y mientras esperamos, él me hace un guiño y
cierra los ojos. En ese momento veo cómo el delfín se
acerca a Jesús y muy despacito saca su cabeza pegando su
hocico a su mejilla y simultáneamente noto el beso de mi
delfín en mi cara. Los dos carcajeamos y los delfines se
alejan de nuevo nadando.
–Y ahora hay que devolverles el cariño que nos han dado.
Nos explica el siguiente ejercicio y estoy encantada, esta
vez, de ser la primera. Me coloco recta y hago un
movimiento con los brazos, Romeo se acerca y saca la
cabeza fuera justo delante de mí, el corazón me va a mil por
la emoción. Le cojo la cabeza con las manos y le beso en el
hocico. Romeo abre la boca y puedo ver la cantidad de
dientes que tiene, son pequeños pero puntiagudos. Jesús
realiza el ejercicio con Odette.
–¡Dios, te estaría besando todo el día!
El corazón se me encoge y me hubiera encantado ser la
receptora de esa frase, pero no, ha sido Odette.
–Como estamos tan contentos, ¡qué mejor que bailar!
Por los altavoces comenzamos a escuchar música y
movemos nuestras manos haciendo círculos en el aire.
Romeo y Odette giran sobre sí mismos con medio cuerpo
fuera. ¡Es simplemente increíble! Eva vuelve a premiarlos
con pescado y sale fuera de la piscina. Nosotros nos
quedamos en el agua. Inesperadamente, Jesús se acerca,
coge mi cara como acaba de hacer con Odette y me besa
por un par de segundos.
–¡Gracias! Ha sido el mejor regalo que he recibido nunca.
Me siento tan bien, por fin he podido sorprenderlo. No
quiero que este momento termine, me quedaría aquí de por
vida. Pero Eva nos tira un aro rompiendo la magia del
momento. ¡Arrrg, qué pesada! Lo agarramos entre Jesús y
yo fuera del agua y al momento se me olvida el enfado.
Odette y Romeo se acercan a toda velocidad hacia nosotros,
nadan muy rápido y de un salto Odette pasa por el aro
seguida muy de cerca por Romeo creando un arco perfecto
en el aire, giran en el fondo y vuelven de nuevo saltando
ágilmente de nuevo por el aro. Raúl y Eva están juntos
aplaudiendo. Cuando entran en el agua ambos delfines se
dirigen hacia el borde de la piscina donde está Eva para
recibir su premio. Más pescado.
–Acercaros.
Nadamos juntos hasta Eva.
–Podéis salir para el siguiente ejercicio.
Jesús me cede el paso ante la escalerilla. Le miro porque
sé exactamente lo que está pasando por su cabeza.
–Las damas primero.
Sonríe de oreja a oreja, pero no me importa, para eso me
he puesto el bikini–tanga, ¿no? Para llamar su atención,
pues seguro que ahora no quita sus ojos de mi culo cuando
suba por la escalerilla. Subo lentamente tomándome mi
tiempo como una modelo lo haría al cruzar la pasarela. Al
llegar al final me giro. ¡Dios, qué cerca! Pego un respingo,
tengo a Jesús en mi espalda sonriendo de oreja a oreja.
–¡Qué rápido!
–La ocasión merece la pena. ¿Cómo lo haces?
Caminamos hacia Eva y Raúl que se encuentran junto a
una escalera que sube del borde de la piscina hasta unos
cuatro metros hacia arriba.
–¿El qué?
–Estar cada día más buena.
¡Vaya! Está desatado. Mi autoestima crece
expandiéndose por mi cuerpo. Me muestra una sonrisa
helada. ¡Lo está diciendo en serio!
No sé qué decir. Pero se ha parado esperando una
respuesta.
–Eres tú.
Gira su rostro un centímetro y abre un poco los ojos,
instándome a que le dé una explicación.
–Yo soy la misma, no hago nada. Son tus ojos cuando me
miran desde tu corazón.
Se queda mirándome con la misma expresión.
–No –dice al fin.
¡Demasiados “nos” salen de su boca últimamente!
–Mis ojos no tienen nada que ver. Creo que eres preciosa.
Me sonrojo sin remedio, es más, no me importa tener los
carrillos como tomates porque me ha encantado. Sí, me ha
gustado tanto que haría cualquier cosa ahora mismo.
Cualquier cosa que me pidiera este hombre y me doy
cuenta que… ¡estoy enamorada! ¡Dios, le quiero! Estoy
enamorada de este hombre tan singular y encantador. Tan
divertido y diferente a la vez. Tan sorprendente y sexy. Tan
tierno y espontáneo...
–Estás perdiendo tu apuesta.
Echa una carcajada al aire que hace que Raúl y Eva se
den la vuelta para mirarnos. Pasa su brazo por mis hombros
y hace que camine de nuevo.
–Eres mala, muy mala –puntualiza antes de que la pareja
del delfinario pueda escucharlo.
–Bueno...
Eva se agarra a la escalera por donde ha comenzado a
subir el Pelocho.
–El siguiente ejercicio os lo va a demostrar Raúl. Primero
lo hará él y luego vosotros. Así que, atentos.
Raúl llega al final de la escalera y se coloca recostado
sobre los últimos peldaños dejando su cara expuesta. A
continuación, se coloca un pescado en la boca y estira los
brazos colocándolos en cruz. He visto este número en
muchos zoos y ya estoy deseando subirme allá arriba. El
silencio nos invade para romperse con el sonoro pitido que
sale de la boca de Eva y hace que Odette coja velocidad en
el agua y de un salto perfecto llegue hasta la boca de
Pelocho comiéndose el pescado para después caer con
elegancia.
–¡Guau! Increíble.
Jesús aplaude entusiasmado y es que no es para menos.
Raúl baja la escalerilla tranquilamente.
–¡Vamos, nena! Te toca.
–Tú primero.
Me muero de ganas por subir, pero le veo tan
entusiasmado que no puedo. No se lo piensa dos veces.
–Gracias.
Y me deja un beso en el hombro que hace que me
estremezca.
–¿Tú primero, Jesús?
Eva lo mira encantada.
–Por petición de la dama.
Me mira y me sonríe complacido.
–Bien, cuando subas y estés en posición no te muevas ni
un milímetro. Tómate tu tiempo.
Jesús escucha atento las indicaciones de Raúl y comienza
a subir por la escalera decidido. Cuando llega al extremo se
coloca tal cual lo ha hecho antes Raúl acoplando su cuerpo
y asomando la cara. Muerde el pescado por la cola y
extiende los brazos. En ese momento veo cómo Raúl
dispara un par de fotos. Por lo visto ha estado haciendo un
reportaje, no me había dado cuenta. Espero el sonido del
pito de Eva, pero los delfines no están en posición. Da una
orden con los brazos y veo cómo se desplazan dentro de la
piscina. El pitido me pilla por sorpresa y retumba en mis
oídos. Del agua surge el delfín a toda máquina, parece como
si se fuera a comer entero a Jesús y tomo una bocanada de
aire, pero el delfín está bien entrenado y ajusta al milímetro
el salto. Abre la boca para coger el pez y la cierra justo
delante del rostro de Jesús que no se mueve ni un milímetro
tal y como le ha explicado Raúl. Por fin suelto el aire. ¡Dios!
No sé si voy a ser capaz de hacerlo. Jesús baja los escalones
de dos en dos mientras todos aplaudimos.
–Tú has hecho esto más veces, ¿no?
Eva lo mira acaramelada.
–¡Ojalá! Me ha encantado. Se te pone el corazón en la
garganta. Es increíble, Alba.
Me mira entusiasmado.
–¡Vas a alucinar!
No sé por qué me empiezan a temblar las piernas, hace
un momento estaba deseando subir. ¡Arrrg! Doy unos
cuantos pasos decididos, así como disimulando mis
temblores hasta el principio de la escalera. La agarro con
ambas manos. ¡Allá voy! ¡Vamos, Alba, tú puedes!
–Cuando estés en posición no te muevas, no me gustaría
ver esa cara tan bonita llena de puntos de sutura –me
susurra Raúl.
¡Muy gracioso el Pelocho! Comienzo por subir, al principio
bien, pero a medio camino miro hacia abajo, todos me
miran atentamente y me falta el aire. Respiro y me animo a
mí misma. ¡Vamos, Alba! ¡Va a ser genial! Y continúo.
Intento pensar en otra cosa mientras asciendo y llega a mi
mente el salto de la cascada. Aquel salto tan maravilloso,
que jamás olvidaré y que sinceramente espero repetir algún
día. ¡Esto no es nada comparado con ese salto! Aquí estoy a
salvo. No tengo que hacer nada. Cuando llego al final
intento colocarme en posición. Coloco el cuerpo sobre la
escalera. Ahora solo tengo que poner el pescado en mi boca
y soltarme. Pero mis manos se agarran fuertemente a la
escalera. Pasan unos segundos que se me antojan eternos.
–¿Estás bien, Alba?
Es la voz de Jesús. No puedo mirar hacia abajo. Noto que
alguien sube por la escalera, al llegar a mí se coloca detrás
apoyando su cuerpo sobre el mío y abrazándome fuerte,
pero sin hacerme daño. Consigo volver a respirar con
normalidad.
–Tranquila.
No es Jesús. ¡Es Raúl! Su pelo me hace cosquillas en la
cara ya que me está hablando al oído.
–¿Quieres seguir o te ayudo a bajar?
Muevo mi cara afirmativamente.
–Seguir –consigo decir.
–Bien, chica valiente. Dame el pescado.
Lo coge casi al vuelo porque prácticamente lo suelto en el
aire. Se inclina aún más sobre mí y puedo notar que se está
poniendo muy contento, ¡vamos, que se alegra de verme!
–Abre la boca.
Hago lo que me dice y acabo mordiendo la cola del pez
con fuerza. Noto que se revuelve incómodo.
–Lo siento.
Sé a qué se refiere, pero en estos momentos no estoy
para nada.
–No me suele pasar.
Veo cómo hace una señal de OK y a continuación escucho
el pitido.
–¡Quédate muy quieta!
Me agarra con más fuerza y consigue tranquilizarme a
pesar de que tengo su bulto entre las nalgas. Miro hacia
abajo, una mancha gris se desliza por el agua y en una
décima de segundo sale impulsándose hacia arriba, la figura
de la cara de un delfín se hace cada vez más grande y justo
antes de llegar a mi cara, abre la boca y coge su presa.
Cuando la tiene, se deja caer y el delfín se hace más
pequeño hasta desaparecer en el agua. El corazón me va a
mil por hora, pero la sensación es espectacular. Siento una
euforia desbordante.
–¡Ha sido increíble! –grito como una loca.
Raúl se ríe sin cesar junto a mi oído, aún me tiene
agarrada y no puedo moverme.
–Vamos a bajar despacio.
Comenzamos a descender y cuando queda poco menos
de la mitad se para.
–¿Puedes seguir tú sola a partir de aquí?
–Sí, claro.
–Bien.
Pega un salto y cae a la piscina de cabeza. Pobre, me
imagino que sería demasiado evidente bajar con la tienda
de campaña puesta y la verdad es que lo prefiero así.
Jesús está esperándome al pie de la escalera y me ayuda
en los últimos peldaños.
–Impresionante. Son unos animales increíbles –le digo a
Jesús que me mira con cara rara.
–¿Pasa algo? –Lo miro con cara de interrogación.
–¿Estás bien? –me pregunta serio.
–Sí, perfectamente. Un poco de pánico al principio.
–No me refiero a eso, sino al “Pelos”.
Está celoso y lo sé. Lo miro como si no entendiera nada.
–Se ha puesto cachondo, ¿eh?
¡Dios! ¿Tan evidente ha sido? A este chico no se le escapa
nada.
–No lo ha hecho aposta.
Su cara parece relajarse, pero nada más lejos. Eva se
acerca a nosotros.
–Lo has hecho muy bien, Alba.
¿El qué? ¿Ponerle cachondo a Raúl? Estará de broma, si
casi me desmayo.
–Nos queda un último número. Vamos de nuevo a la
piscina.
Eva se tira con elegancia de cabeza a la piscina, seguida
de Jesús que se tira igual de bien. Me quedo mirando cómo
nadan hacia un lado de la piscina y me lanzo de cabeza tras
ellos. Cuando salgo a la superficie me topo con Raúl. Casi no
le reconozco con todo el pelo mojado y hacia atrás. Tiene
una bonita cara, pero su expresión es de vergüenza.
–Perdona por lo de antes, no he podido evitarlo.
–No pasa nada. Gracias de todas formas por ayudarme.
–Eres extrañamente atractiva.
Miro a Jesús y a Eva, ambos nos miran esperando.
–¿Por qué extrañamente?
Jamás nadie me ha dicho algo así.
–Porque no eres mi tipo. Sin embargo, tienes algo, no sé.
–Es la primera vez que me lo dicen.
Le sonrío. Está muy nervioso.
–Perdona, espero no haberte hecho sentir mal.
–Un poco, pero en ese momento solo pensaba en cómo
terminar el ejercicio.
Se queda mirándome pensativo.
–Te queda mejor el pelo seco –le digo encantada.
Él sonríe tímido, relajándose un momento y continúo
nadando hasta colocarme junto a Jesús.
–Bien, ya estamos.
Eva puntualiza la frase. ¡¿Qué le pasa?! Raúl se coloca
justo enfrente de nosotros a unos cincuenta metros dentro
de la piscina esperando.
–Ahora vais a nadar con Romeo y Odette. Los delfines
irán de espaldas. Os tenéis que agarrar a sus aletas
dorsales, de la siguiente manera.
Pita con fuerza y ambos delfines se acercan a nosotros.
Les da dos peces y con un ligero movimiento de la mano
uno de ellos, no logro distinguir a Romeo de Odette, se
coloca boca arriba, con las aletas fuera del agua. Eva se
agarra a ellas con ambas manos y ahora es Raúl el que pita
haciéndole la señal adecuada. El delfín comienza a nadar de
espaldas con Eva atravesando la gran piscina hasta la
posición de Raúl. Allí se intercambian y Raúl regresa
nadando con el delfín tal y como lo ha hecho Eva. Se coloca
entre ambos y noto que casi no mira a Jesús, sin embargo,
este le mira atentamente con verdes ojos helados.
–Cuando quieras.
Lo mira un par de segundos, indicando a Jesús que se
coloque para realizar el ejercicio.
–Las chicas primero.
No se ha movido y lo mira tranquilamente como si no
pasara nada, pero yo sé qué pasa, no piensa dejarme sola
con el “pelos” como él le llama cariñosamente, pero antes
de que pueda moverme oímos la voz lejana de Eva.
–¡Vamos, Jesús! ¿No tendrás miedo tú ahora?
¿Pero que está diciendo...? Me empieza a caer gorda.
Jesús duda unos segundos.
–Ahora me toca a mí –digo atajando la situación.
Raúl le hace una señal al delfín que se coloca obediente.
Me agarro a sus aletas y con el pitido de Eva comenzamos a
deslizarnos gentilmente por el agua, me encanta, es como
si el delfín y yo fuéramos solo uno. Conectamos, unidos el
uno al otro, es como si bailáramos agarrados y el trayecto
se hace tan corto que me sabe a poco y quiero más.
–¡Esto es mejor que la escalera! ¿No?
Sonrío a Eva sin ganas, mientras acaricio al delfín. Me da
igual si le sienta mal o no. Intento que no me estropee el
momento.
–¿Es Odette o Romeo? –le pregunto.
–Es Romeo –dice mientras mira sonriente hacia Jesús que
viene agarrado de Odette.
–Bien, hemos terminado y para despedirnos, Odette y
Romeo se acercarán para que podáis acariciarlos.
Los delfines son increíbles, son animales agradecidos y
muy inteligentes. Los dos se acercan a mí rodeándome y
rozando mis piernas para hacerme cosquillas. Los acaricio
hasta la saciedad aprovechando el poco tiempo que me
queda con ellos. Jesús, al intuir que no voy a parar, se
acerca uniendo sus caricias a las mías. No dice nada, hasta
que el pitido emitido por Raúl que se encuentra junto a las
compuertas hace que la emocionante intimidad creada por
los cuatro se diluya y los delfines enfilan decididos, no sin
antes salir del agua y emitir ese ruido tan peculiar como una
carraca.

–Quiero darte las gracias, de nuevo. Ha sido una


experiencia única. Me ha encantado y sorprendido
gratamente a la vez.
La brisa revolotea mi pelo, nos dirigimos al hotel. Le he
pedido a Jesús que me lleve de vuelta. Estos pueden ser
nuestros últimos momentos juntos. Debo hacer la maleta y
tengo que ver a Elena.
Cruzamos los jardines. Tengo que hablar con él, ya que
parece que no está dispuesto a hacerlo.
Abro la puerta. María no está. Jesús pasa y cierra la
puerta tras de sí quedándose apoyado en ella como si fuera
a caerse.
Me muevo por la habitación mientras Jesús me mira
callado sin moverse. Estoy nerviosa. Hay tantas cosas que
decir que no sé por dónde empezar. Me voy hacia el armario
y saco mi maleta. María ya ha empaquetado la mayoría de
sus cosas. La pongo en la cama e intento abrir la
cremallera, pero estoy tan nerviosa que no atino y cada vez
tiro más fuerte sin éxito y la impotencia que siento por la
situación hace que me ponga de mal humor. Unas manos
bonitas y cuidadas se posan despacio sobre las mías
agarrándolas dulcemente. Jesús abre la cremallera a la
primera sin problema lentamente y la deja abierta.
–Cuando quieras hablamos –me dice tajante.
Suspiro y me preparo. Lo miro a la cara. Sus ojos me
miran sin pestañear y nos sentamos en el borde de la cama
junto a la maleta. Trago saliva y me doy cuenta de que no
tengo ni una gota que tragar.
–¿Te lo has pasado bien? ¿He conseguido que tus
vacaciones sean eso, unas vacaciones?
–Sí. Han sido mejor que unas vacaciones.
Su cara se relaja y esboza una media sonrisa
arrebatadora y estoy a punto de tirarme a morderle esos
labios, de no ser por lo importante de la conversación.
–Eso es lo único que quería y me alegro de haberlo
conseguido.
–No solo has conseguido que mi estancia aquí sea el
mejor viaje que he hecho en mi vida y creo que será difícil
superarlo.
Hago una pausa para tragar saliva, pero nada, ni gota.
Carraspeo sin éxito.
–Además, has conseguido tu principal propósito.
Su mirada verdosa se posa en mis labios mientras hablo.
–Has conseguido que me olvide de Mauro, de esa pena
que me agarraba el corazón cuando nos conocimos.
Ahora me mira a los ojos como incrédulo. Le cojo las
manos y las deja quietas entre las mías. Están ligeramente
frías y algo temblorosas y me quedo extrañada, pero dejo
ese pensamiento de lado y prosigo, debo contarle mis
sentimientos sin omisiones, tengo que ser transparente y
sincera.
–De hecho, has conseguido que sea una persona nueva.
Has conseguido sacar mi lado más natural, mi lado
espontáneo, libre, incluso mi lado sexy, los cuales no sabía
ni siquiera que estaban ahí, dentro de mí. Ni siquiera sabía
que existían.
Tengo que apostar todo a una sola carta. No puedo irme
sin saber qué habría pasado, así que tomo aire y tal como
me ha enseñado él, voy a por lo que quiero.
–No sé cómo lo has conseguido.
Miro al suelo con un comienzo de sonrisa en mis labios.
–Pero estoy enamorada de ti.
Alzo mi rostro esperando encontrar esos verdes ojos que
tanto me fascinan, pero no los encuentro. Tiene la mirada
baja y siento una punzada en el pecho a modo de
advertencia. Con un hilo de voz, presagiando algo malo
continúo mi pequeña pero importante declaración de amor.
–Me has abierto los ojos a un mundo que no conocía.
Quiero seguir descubriéndolo junto a ti. A través de tu
mirada, de tus pensamientos. Necesito saber si quieres
seguir mostrándomelo.
Ante su mutismo, me desespero, no se ha movido, sigue
ahí con la vista clavada en algún punto intangible y siento
otra punzada que hace que note cómo mis ojos se
humedecen y el corazón se me desboca latiendo con fuerza
en la garganta del esfuerzo que hago por no llorar. Y con un
último esfuerzo que me sorprende hasta a mí misma
termino:
–Necesito saber si he ganado la apuesta.
Cojo el aire que me falta, ¡vamos, Alba, tú puedes!
–Necesito saber si estás enamorado de mí.
Un cortante silencio nos inunda tras mi última frase y lo
único que quiero es que hable. Que diga lo que siente de
una vez. Veo cómo intenta mirarme, pero no pasa más allá
de mis rodillas. Sus cejas se juntan frunciendo el ceño.
Entreabre la boca como si fuera a decir algo, pero suelta sus
manos aún frías de las mías para taparse con ellas la cara. Y
como un mal presagio, sé que todo está ya dicho. Y una
lágrima comienza a resbalar muy lentamente por mi
pómulo. ¡He perdido la apuesta! Sus dedos repasan sus
cejas como si estuviera meditando y al final habla:
–No quiero hacerte daño. Mi propósito era que sintieras la
vida, que vieras el mundo desde mi lado, que volvieras a
latir. Estabas tan apaga...
Parece que no está hablando conmigo porque no me
mira.
–Y me alegro si he conseguido, aunque sea una mínima
parte de todo eso, de verdad es para mí tan importante...
pero no estoy enamorado de ti, Alba.
Su voz es clara, habla lentamente y cuando termina la
frase, alza la mirada para cruzarse con la mía. Cuando se da
cuenta de mi furtiva lágrima sus ojos se agrandan por un
segundo y se arrodilla junto a mí, cogiendo mi cara entre
sus manos.
–¡No, Alba! No...
Junta su frente a la mía, meciéndome.
–Nooo –susurra a mi oído y en ese momento me
descontrolo dejándome llevar, dejando que todos mis
temores afloren. ¡Qué más da ya! Y la mirada se me llena
de lágrimas. Lágrimas que corren silenciosas por sus
manos.
–Dios, ¡no...!
Y comienza a besar cada una de las lágrimas que asoman
sin cesar de mis ojos con desesperación como si le fuera la
vida en ello.
–Vete.
Necesito que me deje sola. Se queda parado esperando
de rodillas. Le miro a los ojos y veo su cara descompuesta,
borrosa por las lágrimas que no cesan. No se mueve, está
paralizado.
–¡Vete! –le grito mientras un largo sollozo me ahoga.
El grito le saca de su parálisis. Parpadea varias veces
seguidas abriendo los labios como si necesitara aire. Se
levanta, da unos pasos hacia atrás mientras sigue con la
misma expresión hasta que choca con la puerta. No puedo
más, el corazón me va a estallar y estoy a punto de explotar
de dolor y me doy cuenta de lo importante que es para mí
este hombre y no sé cómo voy a hacer para sobrevivir sin él
y continuar con mi vida. ¡Cómo voy a llegar a olvidarlo!
–Estaré siempre, Alba.
No puedo más... ¡qué pretende! No puede ser mi
pañuelo. No, eso ya no me sirve. Él intuye mis
pensamientos, pone la mano en el pomo abriendo la puerta
despacio y sin decir nada más sale cerrando tras de sí.
En cuanto me quedo sola, me levanto corriendo hacia la
puerta y la golpeo con los puños cerrados mientras un grito
ahogado sale de mi garganta y siento cómo pierdo fuerzas y
caigo en el suelo mientras voy desahogando el dolor que
me oprime el pecho y que casi no me deja respirar. Doblo
las rodillas sobre mi pecho y las abrazo fuerte, mientras
dejo que mi alma se desahogue.

El sonido de mi móvil me saca de mi largo letargo. No sé


cuánto tiempo llevo así. Miro hacia la terraza, las pocas
sombras que llego a distinguir son bastante cortas. No
quiero moverme, pero recojo fuerzas y me levanto. Cojo el
móvil. La cara de Mauro aparece en mi pantalla insistente.
Dudo un momento, pero sé que debo hablar con él también.
Ahora me toca a mí hacer de mala. Me toca hacerle daño y
me derrumbo. Estoy a punto de empezar a llorar otra vez
incontrolablemente, pero descuelgo.
–¿Mauro?
Oigo mucho ruido de fondo como de platos y cacerolas.
–¡Alba!
–Te oigo mal.
–Estoy en la cocina del restaurante italiano. ¿Has comido?
–Aún no.
–Quisiera pasar un rato contigo antes de que te vayas.
¿Estás en el hotel?
–Sí... iba a preparar las maletas.
–¿Por qué no te acercas? Te prepararé algo bueno.
No tengo ni pizca de ganas de comer, ni de moverme de
la habitación. De hecho, me encantaría estar ya subida a
ese maldito avión que me lleve de regreso a mi vida
anterior que ahora se me antoja vacía, pésima y sin sentido.
–Claro. Te doy diez minutos para que prepares ese plato
tan rico.
He intentado que mi voz sonara entusiasmada, pero no
sé si lo he conseguido.
–Eso está hecho. ¿Estás bien?
Oigo más ruidos de platos y gente que habla.
–Sí, creo que sí.
Se hace una pausa silenciosa y es como si se hubiera
parado todo el ruido de fondo.
–Bien. Te veo ahora. No tardes o se enfriará.
–Descuida.
Oigo cómo la línea se corta. Suelto el móvil y sin
pensarlo, me meto en el baño. Tengo diez minutos para
parecer presentable. Me miro en el espejo y sé que va a ser
imposible. Tengo los ojos hinchados y rojos, ojeras y la cara
blanca. Me doy antiojeras, una crema hidratante con un
toque de color, brillo de labios y repaso mis pestañas con
rímel. Me cepillo la melena y me miro de nuevo en el espejo.
Llevo puesta la ropa y los regalos de Jesús y siento una
necesidad loca de quitármelo todo. No puedo ir así. Me noto
incómoda, como si no fuera yo. Me lo quito a toda velocidad
y me coloco el vestido blanco que tanto le gusta a Mauro,
pero al momento me lo quito. No creo que sea lo apropiado
para decirle lo que tengo que decir. Al final me coloco un
vestido corto vaporoso de color verde lima. Cojo el resto de
ropa del armario y lo tiro dentro de la maleta sin
preocuparme de doblarla, todos los productos del baño, el
neceser, la ropa interior, los zapatos, sandalias y chanclas.
Todo dentro, revuelto. Me da igual. Tardo exactamente tres
minutos en hacer la maleta. Cuando lo tengo todo, la cierro.
Cojo mi bolsa de playa, mis sandalias y salgo. Cruzo el lago
artificial, enfilo por un caminito serpenteante y antes de
entrar en el restaurante, me coloco las gafas de sol. Son las
tres de la tarde así que, el mayor bullicio de gente ya ha
pasado. Aún hay mesas ocupadas y los camareros van y
vienen. Una camarera con el pelo muy corto se cruza en mi
camino y la paro.
–Disculpa.
Me mira interrogante pero amable.
–Sí, ¿dígame?
Lleva las manos llenas de platos sucios.
–Busco a Mauro. Me está esperando en la cocina.
–Sí, Mauro... está en la cocina –duda un momento–. Si no
le importa, enseguida le comunico que ha llegado. ¿Su
nombre, por favor?
–Alba –digo tímidamente.
–De acuerdo.
La mujer desaparece tras unas puertas giratorias. Busco
mi móvil y le escribo un mensaje a Elena.

15:07 Elena, ¿quedamos en el hotel a las cuatro?


Al momento recibo su contestación.

Allí estaré. 15:07

–Se está enfriando.


Mauro está entre las dos puertas que dan paso a la
cocina. Con una mano sujeta una hoja invitándome a pasar.
Dejo el móvil en la bolsa y camino hacia él decidida. Al
pasar a su lado Mauro me para y deja un cálido beso en mi
mejilla y puedo ver el moratón en la parte baja de su ojo
derecho.
–Adelante.
Me coge de la cintura y ambos avanzamos entre fogones,
cocineros, metres y pinches, cacerolas humeantes y
utensilios de cocina. El olor es una mezcla de distintos
aromas culinarios y respirar este ambiente me sienta bien.
Noto que me llena ligeramente el espíritu.
–¿Dónde vamos?
–Bueno, no podemos comer en la cocina.
Salimos por una puerta a una sala llena de estanterías
pulcramente ordenadas con cajas y botellas. Atravesamos
otra puerta y como por arte de magia nos encontramos
junto a la playa en una pequeña zona apartada. Cruzamos
la calle hasta la arena y allí cerca de la orilla junto a una
palmera puedo distinguir un gran mantel de cuadros verdes
y blancos en la arena, una gran cesta de mimbre y unas
copas. ¡Es un pícnic! ¡Ha preparado un pícnic! ¡Dios mío!
–¡Dios, Mauro! ¡No te tendrías que haber molestado!
Siento cómo las lágrimas acuden a mis ojos. ¡Menos mal
que llevo las gafas de sol!
–Es tu último día. Tenía que hacer algo diferente.
–Gracias.
Nos descalzamos al llegar al borde del mantel. Está todo
dispuesto, dos copas, una cubitera con hielo y agua. Una
cestita con servilletas de papel, otra con panecillos y
mantequilla y la gran cesta con asa. Está cerrada y siento
curiosidad.
–Huele muy bien.
Me acomodo sobre el mantel al igual que Mauro.
–Es un plato italiano que he preparado yo. Es mi favorito.
Abre la cesta y saca dos platos ya servidos. Coloca uno
frente a mí y otro junto a él. Se le ve tranquilo y sonriente.
–Son raviolis rellenos de espinacas con salmón, bañados
con salsa carbonara y una pizca de albahaca.
Me mira orgulloso y me recuerda a la primera vez que lo
vi. Seguro de su atractivo, educado y seductor. Pero el
efecto en mi mente y en mi cuerpo es muy distinto. Estoy
tan rota por dentro... que no dejo de pensar en lo que he
venido a hacer. No hay marcha atrás y espero que las
palabras oportunas acudan a mi cerebro en el momento
adecuado.
–Suena muy bien.
Cojo el tenedor que me acerca Mauro y pincho, me lo
llevo a la boca y lo saboreo lentamente.
–¡Está delicioso! ¿Seguro que lo has hecho tú solo?
–Me ofendes.
Mauro mastica con la boca cerrada y traga.
–Me tiré un año entero en esta cocina aprendiendo todo
lo que sé.
–Eres increíble.
Muevo mi cabeza de izquierda a derecha y vuelvo a
pinchar otro ravioli. Está tan rico que sería un pecado no
comérselo. En poco tiempo los platos están prácticamente
vacíos.
–Así me gusta.
Mauro alarga el cuello hacia mi plato.
–Como siga comiendo contigo voy a acabar como una
vaca.
–¡Ojalá!
Recoge los platos y los coloca dentro de la cesta para
sentarse junto a mí.
–Ojalá comiéramos juntos todos los días.
–Sí, claro. Entonces engordaría, me pondría como una
bola y me dejarías porque te daría una vergüenza terrible
llevar una vaca a tu lado todo el día.
Hace que gire mi cara hacia su rostro cogiéndome con el
índice la barbilla.
–Eso no pasaría nunca, Alba. No te dejaría por tu aspecto,
créeme. No te dejaría nunca. Eres lo suficientemente bonita
por dentro como para que eclipse todo lo demás.
Me quedo callada. Me quedo helada. Me siento tan mal,
siento que voy a traicionarlo. Lo que me acaba de decir me
llega al alma. Sé que es sincero, que lo dice porque lo
siente.
–¿Pasa algo?
Me mira sorprendido. No puedo contestar, tengo un nudo
en la garganta. Ante mi mutismo levanta las manos
dirigiéndolas hacia mis gafas de sol, pero se detiene a
medio camino.
–¿Puedo?
Asiento. Me quita las gafas con cuidado y dobla las
patillas mientras me mira serio. Muy serio, casi tanto como
lo estoy yo. Pone sus manos en mi cara y sus pulgares
repasan los párpados inferiores de mis ojos.
–¿Qué ha pasado?
Intento mirar a los cuadros verdes del mantel, pero no
puedo, tiene mi rostro agarrado, así que voy a tener que
decírselo mirándole a los ojos. Mirando su reacción y su
dolor.
–Le he elegido a él.
Sus pupilas medio dilatadas se encogen haciéndose casi
invisibles, sus labios se aprietan y su mandíbula se tensa. Es
demasiado para mí y comienzo a llorar como si no hubiera
derramado ni una sola lágrima en el día de hoy. Al momento
sus pupilas se dilatan, su boca se entreabre y su mandíbula
se relaja.
–¡Chsss, tranquila!
Coge mi cara y la acerca a su pecho mientras me arropa
con sus fuertes brazos.
–No llores, por favor, no puedo verte llorar.
Pero no puedo, no lo puedo controlar, son tantos
sentimientos… Siento mi propia pena y siento la suya a la
vez y yo soy la única causante, la única responsable.
–Vale. ¡Mírame!
Alzo mi cara y lo veo calmado, más de lo que esperaba.
Soy yo la descontrolada, la llorona, la tonta.
–Has estado llorando antes de venir, ¿verdad?
–Él no me quiere.
Me coge por los hombros creando un espacio hueco entre
nuestros cuerpos y siento frío.
–¿Cómo?
Frunce el ceño a la vez que levanta las cejas, incrédulo.
–¿No quiere estar contigo?
Está enfadado, no da crédito y me zarandea suavemente.
–¡Está loco!
Pero al momento pasa del enfado a un estado de cierta
incredulidad. Deja de zarandearme y comienza a
acariciarme los brazos de arriba abajo digiriendo toda la
conversación y sopesando el alcance de mis palabras.
–Esa es tu decisión… Alba.
Asiento de nuevo. Me vuelve a abrazar con tal cariño que
las lágrimas se me escapan de nuevo.
–¿Quieres que hable con él?
Me estremezco solo de pensarlo.
–No te entiendo.
Nos miramos a los ojos.
–Sinceramente, prefiero que te vayas sola a que te vayas
con él. Eso sería una pequeña esperanza para mí. Pero si
quieres... lo haría por ti.
–No. Gracias –logro decir entre sollozo y sollozo.
Intento recuperar la calma. Ya lo he hecho. Ya se lo he
dicho. Le devuelvo el abrazo agarrándome a su espalda y
así nos quedamos un rato callados en silencio. Poco a poco
me voy calmando, pese a sentirme tan mal. Oigo su corazón
latiendo fuerte y a buen ritmo y siento el calor de su cuerpo.
lentamente inclina su cuerpo hacia atrás hasta que
quedamos tumbados unidos aún en un cálido abrazo.
–Te lo estás tomando mejor de lo que pensaba...
Él se separa, buscando contacto visual y cuando lo
consigue puedo ver la pena en sus ojos. El verde intenso ha
pasado a un verde apagado vidrioso y el moratón no ayuda
demasiado. Y sé que no ha sido la frase más apropiada.
Antes de hablar aparta un mechón de mi cara.
–Te puedo asegurar que esto es... –hace una pausa y
puedo ver cómo su nuez sube y baja cuando traga– doloroso
para mí. Sé que te puedo perder ahora mismo, en este
instante y eso duele… duele mucho, Alba.
Me siento cada vez peor, pero Mauro me mira con
esperanza en los ojos.
–Quiero que vuelvas a Madrid.
Su voz suena segura y resolutiva.
–Que hagas allí tu vida y que pienses en nosotros.
–Mauro… –le interrumpo–. Esa decisión ya la tomé.
–Chsss –me hace callar–. Esta es una nueva situación,
Alba. Ahora ya no somos tres. Necesitas tiempo.
Hace una pausa y me acaricia el pelo.
–Y dentro de un mes, cuando vuelvas a la boda, si no
quieres saber nada de mí, lo asumiré. Te lo prometo.
Necesitas alejarte de todo para aclararte, incluso de mí,
para ver si me echas de menos, si piensas en mí. Ahora no
es el momento adecuado para tomar esa decisión. Ni
siquiera si esa decisión fuera quedarte conmigo. Ahora tu
corazón está roto.
Le beso la cara despacio, intentando trasmitirle cariño y
todo mi apoyo.
–Eso sería alargar más lo que ya tengo claro, de verdad,
Mauro. Ya tomé la decisión y me ha salido mal. No hay nada
más. Es la primera vez desde que estoy en esta isla que
estoy segura de algo.
Reflexiona un momento y cierra los ojos pensando unos
segundos, asumiendo el duro significado de mis palabras.
–Ahora estás dolida. Es normal. Pero, cuando la herida
sane, todo lo verás diferente.
–No, Mauro. Me conozco. Lo veré igual.
Me coge la cara por la barbilla.
–Dime que no sientes nada por mí.
Me quedo estupefacta, si le dijera que no, esto terminaría
de inmediato, aunque le hiciera daño, pero le mentiría y no
puedo mentir.
–Eres un hombre increíblemente guapo. Cuando te veo no
puedo apartar los ojos de ti. Me pones nerviosa y me
sonrojo. Es pura reacción. En estos últimos días has
cambiado como de la noche al día y reconozco lo duro que
ha tenido que ser para ti. Ha sido impresionante verte
cambiar.
–No lo hubiera conseguido sin ti, Alba –me interrumpe.
–Yo solamente he abierto la puerta, Mauro. Solo tienes
que salir y seguir, así como lo estás haciendo ahora. Ahí
fuera hay más mujeres. Mujeres buenas que valorarán tu
persona, no tu físico. Tú tienes el poder de elegir.
–Te elijo a ti, Alba. ¿No te das cuenta?
Continúo como si no le hubiese oído.
–Ahora lo tienes todo para triunfar. Eres guapo, muy
atractivo, tienes un gran corazón y tus valores han
cambiado radicalmente, eres simpático, cariñoso, educado,
trabajador, tenaz... lo que cualquier mujer sueña encontrar.
–Menos tú.
Tiene razón. No sé qué me ha hecho Jesús. Ha
conseguido su propósito con creces... que me olvide de este
gran hombre y en tan poco tiempo... para luego dejarme
tirada.
–No voy a volver. Voy a hablar con Fede y Estefanía.
–¡Alba!... es lo último que te pido. Si no vuelves iré a
verte.
Lo dice tan serio que me quedo helada. ¡Tiene fobia a
volar! ¡Sería demasiado!
–No, por favor.
Las lágrimas vuelven de nuevo a asomarse a mi rostro.
–Hazlo por ellos. No lo hagas por mí.
Asiento sin pensar.
–Volveré...
Mauro respira profundo, sabiendo que acaba de ganar
esta batalla.
–Te quiero.
Y hunde su rostro en la curva de mi cuello.
–Yo también te quiero, Mauro, pero no como tú esperas.
Mi móvil suena al recibir un mensaje. No me hace falta
verlo, sé quién es.
–Debes prometerme una cosa, Mauro.
Me incorporo sentándome y él me sigue.
–Lo que quieras.
–Quiero que, durante este mes, no te cierres al amor. A
conocer a nuevas personas, a hablar con mujeres y, en
definitiva, a estar receptivo. Quiero que salgas, que no te
encierres en ti mismo, que te diviertas y que sigas con tu
vida. No quiero que te quedes pensando únicamente en mí.
Me mira incrédulo, pero asiente.
–¡Prométemelo!
–Te lo prometo.
–Eso sí, por nada del mundo vuelvas a la vida de antes.
Porque si me entero, entonces sí que volveré aquí a ponerte
verde como hice en la piscina.
Mauro sonríe sin ganas y yo sonrío con él.
–Necesito que me dejes diez minutos. Tengo algo que
hacer.
Se queda intrigado, pero asiente.
–¿Quieres que te espere aquí?
–Sí, por favor. No tardaré nada.
Me incorporo y él se pone en pie conmigo. Me acerco y no
puedo marcharme sin darle un beso. Es algo irresistible. Me
pongo de puntillas y le beso en la boca. Sé que será nuestro
último beso. No habrá ninguno más. Es el beso de la
despedida y creo que Mauro se da cuenta, porque no se
lanza, se queda quieto recibiéndolo. Es un beso casto, triste.
–Enseguida vuelvo.
Me calzo las sandalias y salgo disparada a recepción.
Desde lejos veo cómo Elena pasea de un lado a otro y sé
que está nerviosa. Nerviosa por la conversación que vamos
a tener. Lo que ella no se espera es lo que tengo que decirle
yo.
–¡Alba!
Cuando me ve, viene rápida a mi encuentro. Nos
abrazamos. ¡Es increíble lo bien que nos llevamos!
–Cuéntame, qué es lo que me tienes que decir porque yo
tengo que contarte algo muy importante a ti. Además,
tengo poco tiempo.
–¿En serio? ¿De cuánto tiempo estamos hablando?
–Diez minutos.
Se queda perpleja.
–Es más, yo necesito cinco de esos diez minutos.
Puntualizo.
–Bueno... pensaba tener un poco más de tiempo...
Rehago el mismo camino por el que he venido y cuando
veo unos cómodos sofás, la invito a sentarnos junto a una
fuente. Nos sentamos juntas mirándonos nerviosas.
–Tú dirás.
La animo a empezar.
–Esto es un poco difícil para mí y no quiero por nada del
mundo que interfiera entre nosotras.
Me mira nerviosa.
–Anoche después de que Jesús golpeara a Mauro, me fui
con él... eh, es decir, con su grupo.
Para y me sonríe nerviosa. Creo que sé por dónde va y no
pienso ponérselo más difícil. ¡Es justo lo que quería! Y una
idea genial se me cruza por la mente, aunque no sé si
funcionará, merece la pena intentarlo.
–¡Para!
Me mira perpleja, pero como si se lo esperara.
–Lo entiendo –dice rápidamente.
–Cállate, por favor, Elena.
Se calla al momento y un repiqueteo me desconcentra.
Es el pie de Elena que sube y baja el talón dando golpecitos
en el suelo. Pongo mi mano sobre su rodilla y hago que
pare.
–Así, está mejor...
La miro y tiene una sonrisa nerviosa en su cara, que me
contagia, pero me controlo.
–Me he decidido al fin.
Sus ojos se agrandan.
–¿En serio? ¿Estás segura? ¿Lo… lo tienes claro?
–Me he decidido por Jesús.
Su cara se ilumina, pero antes de que pueda decir algo
continúo:
–Pero él me ha rechazado.
Esta vez espero su reacción que tarda en llegar. Junta las
palmas de sus manos y se las lleva a los labios como si
estuviera rezando.
–No lo entiendo, de verdad. Sé que lleva mucho tiempo
sin tener una relación larga. Que yo sepa... desde que
estuvimos juntos. Pero pensaba que esta vez iba a ser
diferente. Todos le vemos raro... No, raro no, enamorado, de
verdad, Alba. Yo creo que Jesús sí está enamorado de ti.
¡Dios! ¡Déjame que hable con él! Se está comportando
como un auténtico gilipollas.
–No, Elena. Sabe muy bien lo que quiere, te lo aseguro.
De todas formas, da igual. Es mayorcito.
–Entonces, ¿vas a salir con Mauro?
El ruidito vuelve de nuevo y le miro la pierna. Al momento
para.
–Lo siento.
–Vamos.
Nos levantamos y comenzamos a caminar lentamente.
–Acabo de darle la noticia a Mauro. Me voy sola. Que
haya sido rechazada...
Mi voz se quiebra.
–¡Oh, Alba! Ven aquí.
Me pega un gran abrazo mientras acaricia mi pelo.
–Tranquila.
–No significa… –continúo hablando mientras estamos
abrazadas– que me tire en los brazos de Mauro. Elegí a
Jesús porque estoy enamorada de él. No estoy enamorada
de Mauro.
Elena se separa al escuchar mi frase y con sus manos
seca mis lágrimas.
–Lo siento, Alba. Si puedo hacer algo por ti, lo que sea.
–De hecho, sí.
Continuamos nuestro camino.
–Mauro quiere que me lo piense mientras estoy en
Madrid. Y sinceramente, no tengo nada que pensar, de
verdad, Elena. Ya hice mi elección. Dentro de un mes
tendría que volver. Un amigo suyo, Fede, se casa y su chica
quiere que sea su dama de honor.
–Sí, sé quién es Fede. ¿Se casa? ¡Esto sí que no me lo
puedo creer!
–Sí. Está muy ilusionado.
–¡Madre mía! ¡Fede es el compañero de correrías de
Mauro!
–Es algo más que eso. Son como hermanos.
Ella me mira como si le hubiera contado un secreto. Nos
paramos junto al restaurante italiano.
–¿Recuerdas lo que te dije en carnaval?
Está pensativa.
–No. Es decir, hablamos de muchas cosas.
–Te dije que, si lo mío con Mauro no resultaba, tú serías la
mujer perfecta para él.
–¡Dios, Alba!
Está seria.
–Este es el mejor momento, Elena, es tu oportunidad.
Tienes que intentarlo. Es la única manera de que me vaya
tranquila. No soporto verlo así.
–¿Lo sabías? Sabías que era precisamente lo que te venía
a preguntar.
Asiento sonriente.
–El otro día tuve la oportunidad de pasar un rato con él y
descubrí a un nuevo Mauro... tan cambiado. Me sorprendió
de inmediato y pensé que podría valer la pena...
–Y lo vale, créeme. Sois tal para cual. Tú tienes un
carácter muy parecido al mío. Incluso nos parecemos
físicamente.
–Sí, pero él solo tiene ojos para ti. De hecho, parte de la
conversación que tuvimos se centró en tu persona.
–Dale tiempo, solo necesita conocerte. Yo te conozco de
hace un par de días y es como si te conociera de toda la
vida. ¡Estoy convencida de que es perfecto!
–Gracias.
–¿Por qué?
–Por todo… eres increíble.
La miro con una media sonrisa, pero con un velo en los
ojos. Jamás imaginé que este viaje terminaría así.
–¿Y tú?, ¿qué vas a hacer?
–No lo sé. Es como si mi vida anterior no tuviera sentido
ahora. Tengo que volver a mi rutina en España y además sin
él. No estoy segura de cómo lo llevaré, creo que mal, pero
¿qué puedo hacer?
–Me gustaría ayudarte en algo.
–Únicamente lo que te he pedido, con eso ya es
suficiente.
–¡Pero eso era lo que te iba a pedir yo a ti!
–Da igual.
Rodeamos el edificio, cruzamos la calle y vemos a lo lejos
la figura de Mauro. Está sentado mirando al mar con las
piernas cruzadas.
–¡Es él!
–Sí. ¡Vamos!
Cuando nos acercamos, Mauro se gira al escuchar
nuestros pasos. Se queda mirándonos sonriente. ¡Bien!
Parece que la encerrona no le incomoda.
–¡Hola, Elena!
Ambos se saludan besándose en la mejilla.
–¿Esto es lo que tenías que hacer? –me dice mientras nos
invita a sentarnos.
–Bueno había quedado ayer con ella para despedirme y
es que no me da tiempo.
–¿Cómo está tu ojo?
Elena le pregunta tímidamente y no me extraña, este
chico quita el sentido.
–Mejor.
Hace una mueca de dolor.
–Por lo menos ya no está hinchado. Lo único es que me
duele cuando me enfado, así que estáis de suerte.
Los tres nos reímos y veo como poco a poco nos vamos
relajando. Creo que Mauro cree firmemente en la
proposición que me acaba de hacer. Lo que no sabe es que
yo ya tengo planes para él.
–¿Conseguiste llegar sana y salva a casa?
–Sí, claro. Tampoco está tan lejos.
Se dirige a mí.
–Anoche lo acompañé hasta aquí para que le viera el
médico del hotel. Luego Mauro me pidió un taxi. Vivo aquí al
lado en La Romana. ¡A propósito!, te he traído el dinero que
me prestaste para el taxi.
–No seas tonta. Guárdatelo.
Mauro ni se inmuta.
–Pero quisiera devolvértelo.
–Déjalo, Elena, es muy testarudo. No lo vas a conseguir.
–¡Por cierto! Tenemos que recoger tu moto. ¿Sabes, Alba?
Tu amiga tiene una motillo espectacular. No corre nada y va
por ahí, por estas carreteras como si nada. Deberías
venderla y comprarte algo más seguro. Es más, yo la dejaría
allí. No me molestaría ni en ir a recogerla.
–¿Eso es verdad, Elena?
La miro estupefacta. Solo de pensar en estas carreteras y
en cómo conducen aquí.
–Bueno, es lo que hay. No me da para más.
–Pero si es una bicicleta con motor, Elena.
Mauro sonríe y veo de nuevo al Mauro atractivo, amable y
divertido de estos últimos días y siento cosquillas en el
estómago, pero sé que es solo atracción y admiración, una
atracción difícil de controlar. No es amor. Ahora lo sé.
–¿En qué trabajas? –le pregunto.
La verdad es que sé más bien poco de ella.
–Bueno, en nada que ver con mis estudios. Terminé la
carrera de económicas. Soy de Florida, aunque mi padre es
norteamericano y mi madre española. Al comenzar la
universidad mis padres se separaron y decidí venirme a
Santo Domingo cuando terminé la carrera. El caso es que
por aquí hay poco trabajo de economista.
Sonríe.
–Así, que me puse a trabajar como profesora de
matemáticas en un colegio público de Santo Domingo.
¡Imagínate! Me daba para alquilar una habitación y poco
más. Así que decidí abaratar gastos y me vine a La Romana.
Con el mismo dinero pude alquilarme una casita. ¡Por lo
menos tengo cocina!
–¿Se te dan bien los niños?
La pregunta de Mauro me extraña.
–Me encantan los niños. Sobre todo, los dominicanos
son... especiales. Tienen una alegría que te llena el alma.
Hay días que llego al cole un poco baja de moral, pero nada
más traspasar la puerta del aula y ver todas esas caritas
sonrientes... me pega un subidón increíble. Te lo dan todo
por tan poco...
Al momento me viene a la mente la imagen de la primera
vez que fui a Santo Domingo, iba con Jesús y pasamos junto
a un colegio justo en el momento que todos salían y sentí
exactamente lo mismo, recuerdo que pensé en lo felices
que eran con tan poco.
–Eso es cierto. La gente de aquí es increíble.
Mis pensamientos salen por mi boca sin darme cuenta.
–Se me está ocurriendo una idea.
Mauro nos mira a las dos. ¡Malo, malo! No sé qué pensar.
–Tengo en mente un proyecto desde hace tiempo y creo
que tú eres la persona perfecta para ese proyecto. Necesito
gente como tú a mi lado.
¡Aaah! ¡Lo sabía! ¡Esto es un principio! Y el corazón me
pega un vuelco. Miro a Elena que lo mira a él embelesada y
él la mira a ella entusiasmado.
–Por favor, Mauro, ¿de qué se trata?
Ya no puedo más, necesito saberlo.
–Aquí trabaja mucha gente. Algunos incluso viven en el
hotel y quisiera crear una guardería y un pequeño colegio
para todos los hijos de mis empleados. De esa manera les
facilitaría mucho la vida. Sería un pequeño colegio con unas
seis aulas organizado por edades. Guardería de cero a tres
años, infantil de tres a seis y a partir de seis... aún no me
han pasado los datos. Estoy pensando en que cada
trabajador aporte una pequeña parte de su sueldo. Quiero
que sea una enseñanza de calidad, casi particular. Estamos
preparando la documentación para presentar los permisos.
Tanto la licencia de apertura de centro de enseñanza como
la de obras. Quiero hacer un edificio nuevo.
¡Dios mío, es increíble este hombre! Las dos lo miramos
con los ojos como platos. Esto no es nada común en países
como este. Ni siquiera en España. Es más bien propio de
países del Norte de Europa.
–Sé que de esta escuela pueden salir grandes
estudiantes. Solo hace falta hacerlo y yo tengo las
herramientas.
–¡Es una idea fantástica, Mauro!
Me contagio de su entusiasmo.
–Necesito una persona que lleve el colegio. Un director.
Que lo organice de arriba abajo. Desde su mantenimiento,
contratación de personal, viabilidad, compras de material,
supervisión, directrices de enseñanza... etc. y estoy
dispuesto a darte la oportunidad.
Elena abre la boca sin pronunciar palabra alguna, es
como si se hubiera tragado todo el aire que sus pulmones
pueden alojar, hasta que suelta un grito y con él todo el
aire.
–Pe… pero yo... no, no me lo puedo creer, Mauro. Si
apenas me conoces.
Por lo visto lo de tartamudear es mucho de Elena.
–Eso es lo que tú crees. Pero sí que te conozco. El
próximo día tráete un currículum y tus títulos.
Ambas nos miramos con cara cómplice. Esto es un
principio y me alegro por ella, su vida está a punto de
cambiar. Y me doy cuenta de que ella podría ser yo si Jesús
no se hubiese cruzado en mi camino y siento una punzada
de envidia en el pecho, aunque sé que a la larga no habría
resultado. Eso es lo único que Jesús me ha dejado por lo
visto y se lo debo, a pesar de todo. Ha conseguido que no
me equivocara, a pesar de que me haya equivocado con él,
qué ironía. He sido yo la que se ha creado falsas
esperanzas. Él no ha dejado de repetirme que no se iba a
enamorar de mí. Me lo ha dicho todo el tiempo. Él ha sido
sincero desde el principio… Al rato me doy cuenta de que
he perdido el hilo de la conversación.
–Sé muy bien qué errores se cometen hoy en día en mis
aulas con respecto a la manera de enseñar. Soy profesora y
debo ajustarme a la directriz del centro, pero sinceramente,
conozco la educación americana y de ella se puede sacar
mucho. Hay cosas con las que sin duda no estoy de
acuerdo, pero tengo muchas ideas que aportar.
–Me encantaría escucharlas todas.
–Bueno, se está haciendo tarde y debo despedirme de
más gente.
Me incorporo y los dos lo hacen conmigo. Primero abrazo
a Elena que me devuelve el abrazo con ganas.
–Tenme informada de todo, tú ya sabes.
–¡Eso está hecho!
–Ya sabes, en Madrid tienes una amiga para siempre.
–Lo mismo te digo. Gracias por todo, Alba.
Nos miramos a los ojos y me entran ganas de llorar otra
vez, pero hago de tripas corazón. Le doy un beso fuerte en
la mejilla y me lo devuelve con creces, incluso me hace
daño. Me giro hacia Mauro que me coge entre sus brazos
rápidamente sin importarle la presencia de Elena.
–¿A qué hora sale tu avión?
–A las diez y media. Mañana nos toca madrugar.
Posa su nariz en la mía y me mira.
–Sabes que te espero –me dice con esa cara de modelo.
–Me has hecho una promesa –le digo.
Frota su nariz con la mía.
–Te llamaré –añado para que se tranquilice.
–Estamos en contacto. De eso no te libras.
Está claro que Mauro no es el típico hombre que se da por
vencido a la primera de cambio, si hubiera sido así no
estaría dirigiendo este maravilloso hotel.
Sus labios se juntan a los míos y siento un escalofrío que
me recorre el cuerpo y me enciende por dentro. Su lengua
busca la mía y no le rehúyo, es más, lo disfruto a tope, por
lo visto el de antes no era el último beso, además nada que
ver... Cuando nos separamos veo que Elena se ha ido
andando hacia la orilla. ¡Ay, pobre! Le hago un gesto a
Mauro y se percata al momento de nuestra mala educación.
–Cuídamela –le digo.
–Eso está hecho.
Nuestras manos se separan cuando Mauro da varios
pasos hacia atrás, en la dirección de Elena.
–Te veo dentro de un mes.
Me señala con el dedo y una ceja levantada. Su seguridad
me estremece y sigue su camino. Me quedo mirándolo
hasta que la alcanza y ambos se ponen a hablar mientras
caminan junto al mar. Al ratito los dos se giran y me dicen
adiós con la mano y una sonrisa se dibuja en mi cara. Les
devuelvo el saludo con mi brazo en alto. Hacen buena
pareja y decido irme tranquilamente. Sé que él no ha dado
por terminado este asunto, y tiene toda la confianza puesta
en mi regreso, pero lo que no sabe es que pronto todo va a
cambiar para él. He dejado la semilla plantada.
Mis pasos me llevan directamente al club de buceo y sé
perfectamente a quién busco en particular. Busco a Sandra
y a Alejandro. Cuando entro, solo veo a un hombre alto y
rubio de espaldas. Es Oscar, está ordenando los trajes de
buceo.
–¡Solamente un alemán podría ordenarlo todo tan bien!
Se gira sobresaltado.
–¡Alba! Tú sabes, me gusta el orden.
Me acerco y me da un beso en la mejilla.
–He venido a despedirme, mañana nos vamos.
–¡Oh! No sabía. Todo muy rápido. ¿Tú vuelves?
Nos sentamos en el banco de madera junto a la mesa.
–Nunca se sabe. Pero si algún día vuelvo vendré a verte.
De eso no te libras.
Oscar ríe a carcajadas.
–¡Aquí estaré! Además, yo enseñar alemán cuando tú
quieras.
Ahora soy yo la que me río a carcajadas.
–La verdad es que no me vendría mal.
Hago una pausa y me pongo seria.
–Aunque sé de alguien a la que le encantaría que le
enseñaras alemán y algo más.
Se queda parado, confundido, como si no supiera de qué
hablo.
–No entiendo.
–Sandra.
–¿Sandra?
–Sí, Sandra. ¿No me digas que no te has dado cuenta?
–¡Oh, vamos! Sandra siempre de broma. No seria.
–¡Ja! qué ilusos sois los hombres. Entérate, Oscar, te está
tirando los tejos todo el rato.
–Tejos. ¿Qué es tejos?
Pongo los ojos en blanco y sonrío.
–Que se muere por tus huesos. ¡Que le gustas! ¡Mucho!
Oscar no reacciona, se queda quieto mirándome como si
estuviera loca.
–No. Ella broma, siempre haciendo bromas. Es muy
bromista.
–A ti… ¿Ella te gusta?
–¡Claro! Muy guapa, mujer morena. Todos alemanes
gustan morenas. No es tópico, es realidad.
Bueno, eso es buena señal.
–¿Tienes alguna relación ahora?
Frunce el ceño juntando sus cejas rubias.
–¡No! Última novia es en Alemania, hace dos años. Nunca
más. Todo terminado.
Dios mío, dos años aquí solo, con una mujer que le tira
los tejos y no se da ni cuenta... ¡Qué cruz!
–Ella no está de broma.
Lo miro seria, negando con la cabeza.
–A ella le gustas. Cuando te dice que te invita a su tierra,
es verdad. Solo está esperando una respuesta por tu lado.
Algo que la haga ver que tiene posibilidades, pero te doy un
consejo, no esperes mucho.
–¿Tú crees?
Asiento.
–¿Estás segura?
Asiento de nuevo. ¡Qué paciencia!
–¿Te ha hablado ella?
–No hace falta, soy mujer y se ve de lejos. Pregúntale a
cualquiera. El único que no lo ve eres tú.
Noto cómo se viene arriba, su pecho se hincha y su cara
se relaja.
–Bueno, si fuera verdad, yo muy feliz. Esto es bueno,
Alba.
–Solo tienes que intentarlo. Mira, te doy mi teléfono. Si
tienes alguna duda o simplemente quieres hablar, aquí
estaré.
Me da una hoja de papel porque no tiene su móvil a mano
donde escribo mi número de teléfono y yo guardo su
número en mi agenda de contactos.
–Hablaré con ella, Alba.
Así me gusta. ¡Otra semillita plantada!
–¿Sabes dónde está Alejandro?
Mira su reloj de pulsera.
–Él viene ahora. A las cinco. Vuelve inmersión.
Miro la hora en el móvil. Quedan cinco minutos.
–Bien, me voy al muelle a esperarlo.
Nos despedimos con un abrazo y un beso.
–¡No dejes de intentarlo! –le digo mientras me alejo
levantando la mano derecha con el pulgar hacia arriba.
Me contesta con el mismo gesto y una sonrisa de oreja a
oreja en su rostro y sé que lo hará. ¡Qué bien, una cosa
menos!
A lo lejos veo el barco del hotel con el nombre de Mauro
en el casco. Un grupo de gente está bajando y enseguida
localizo a Alejandro. Les saca una cabeza a todos y no
puedo más que sonreír para mis adentros. Cuando subo al
muelle, varios submarinistas se cruzan ataviados con todo
el equipo. Me quedo esperando junto al barco mirando a
Alejandro. Está ensimismado colocando unas botellas de
oxígeno en la popa del barco. Cuando se da cuenta de mi
presencia lo deja todo y sale a mi encuentro.
–¡Si querías bucear llegas tarde! –me dice antes de pegar
un salto para bajar del barco.
–Realmente, con la otra inmersión ya tuve suficiente.
–¡Vaya! ¿No me digas que has venido a verme a mí
exclusivamente?
Mientras habla me pasa el brazo por el hombro.
–¿Y que tiene eso de malo?
–¡Nada, todo lo contrario!
–¡Alba!
Una voz femenina hace que nos giremos. Es Sandra que
viene cargada con las cámaras.
–¡Eh! Que ha venido a verme a mí –le suelta Alejandro
con su voz masculina.
–La verdad es que he venido a despedirme de vosotros.
Mañana tengo el vuelo de regreso a Madrid.
Alejandro me mira haciendo pucheros con la cara y me
mondo de risa. Al llegar a nuestro lado, Sandra le sonríe
triunfante.
–Me gustaría hablar con vosotros por separado, a solas.
–Me pido primero –suelta Alejandro.
–Tú siempre tan caballeroso.
Sandra me mira como si estuviera ya acostumbrada.
–¡Es lo que tiene trabajar con hombres!
–Enseguida te veo –le digo mientras pasa de largo.
–Te espero en el club.
Río para mis adentros porque Sandra no sabe
exactamente lo que le espera en el club de buceo.
Alejandro y yo seguimos caminando.
–Bueno, ya te vas, qué pronto ha pasado.
–Sí, la verdad es que se me ha hecho muy corto. ¡Ojalá
pudiera quedarme!
–¿Te hace una piña colada en el chiringuito del otro día?
–¡Claro!
Caminamos con paso lento, algo muy raro en Alejandro
ya que tiene unas piernas muy largas, y me da la sensación
de que es como si no quisiera llegar nunca al chiringuito.
–Bueno, dime, ¿has practicado a tirar piedras al mar?
Lo miro estupefacta.
–Pues la verdad es que no.
–Mal. La próxima vez que te vea, quiero que seas una
experta.
–En Madrid no hay mar.
–Pero hay lagos, charcos, todo vale. Y digo yo que de vez
en cuando irás de vacaciones y verás el mar, ¿no? En
España hay muchas playas.
–Sí, eso sí.
Seguimos caminando callados, ninguno de los dos
hacemos ningún comentario, no nos hace falta, estamos a
gusto así. Cierro los ojos y escucho el mar mientras
Alejandro me estrecha contra su pecho y siento lo mismo
que la primera vez que lo hizo en el barco cuando evitó que
me cayera. Me siento protegida.
–Eres un gran tipo.
Miro hacia arriba buscando su mirada.
–Eso ya lo sé.
Y me sonríe. Llegamos al chiringuito y nos sentamos en la
misma mesa del otro día.
–Nuestra mesa.
–Sí. Esta es nuestra mesa ya. No me voy a sentar en ella
hasta que vuelva a hacerlo contigo.
–Jajaja... eres divertido.
–Eso también lo sé.
El mismo camarero se acerca y toma nota de nuestras
piñas coladas.
–¿Cómo estás? –me pregunta serio.
–Pues... algo triste. Esto es el paraíso. Tienes suerte de
vivir en él.
–Depende de cómo lo mires.
–Lo cojas por donde lo cojas –le rectifico.
El camarero trae nuestras piñas coladas. Esta vez ha sido
rápido, claro, normal, ahora mismo no hay nadie en el
chiringuito, solo nosotros dos.
–Lo cierto es que no te lo preguntaba por eso, sino por tu
asunto entre Mauro y Jesús.
Le miro a los ojos color miel, que no pestañean y cojo un
mechón suelto y se lo coloco tras la oreja.
–Me encanta cuando haces eso.
Está serio y el comentario me sienta bien. Cojo otro
mechón y hago lo mismo. Él sonríe satisfecho.
–Ya no te quedan más mechones sueltos.
–¿Qué dices?
Al momento se suelta la coleta y deja todo su pelo negro
libre.
–¡Vaya! Tengo trabajo.
–No me has contestado.
Miro mi copa y bebo un largo sorbo por la pajita.
–Mal.
Alejandro le quita la sombrillita con cuidado a su piña
colada mientras reflexiona sobre mi escueta respuesta y
bebe de la pajita.
–¿Y eso por qué?
No me apetece mucho darle explicaciones, lo primero
porque Mauro es su jefe y no quiero perjudicar a ninguno de
los dos.
–Me voy sola.
Coge la pajita y la tira con fuerza sobre la mesa.
–¿Ha sido idea tuya?
–En parte. Me decidí por el caballo perdedor.
–Explícate.
Me mira con ojos penetrantes a la vez que coge mi mano
con fuerza para darme confianza.
–Estoy enamorada de Jesús, pero por lo visto no soy
correspondida.
–¿Te lo ha dicho él?
Su tono es precavido.
–Sí.
Le meto un buen trago a mi copa y el alcohol baja por mi
garganta relajando mi estómago que se ha encogido de
volver y volver a lo mismo. Alejandro suelta mi mano para
acariciarla.
–Lo siento. Por lo que has dicho también descartas a
Mauro.
–Sí.
Levanta las cejas como si le pareciera increíble lo que le
estoy contando, pero alza su copa para hacer un brindis.
–Porque encuentres a un hombre que realmente te
valore.
Lo veo sincero y levanto también mi copa.
–Porque encuentres a una mujer que realmente te valore.
Sonríe por mi ocurrencia y chocamos nuestras copas
haciendo que el cristal suene ruidosamente. Bebemos un
largo trago mientras nos miramos a los ojos.
–¡Aaah! Muy rico –le suelto nada más dejar su copa en la
mesa.
–Sí, está buena. ¡Anda, ven aquí!
Según pronuncia sus palabras, con sus manos se toca las
piernas. ¿Quiere que me siente en su regazo? Creo que no
va a ser buena idea...
–¡No me mires así! ¡No voy a comerte! No soy tonto.
Levanta las palmas de las manos en son de paz.
–¡Solo amigos!
Me levanto y deposito mi culo en sus piernas. Alejandro ni
siquiera me toca.
–No ha sido tan malo, ¿no?
–¿Por qué lo haces?
–Sé que estás mal. Solamente quiero darte un poco de
ánimo.
Me relajo un poco y dejo de estar tensa. Paso mi brazo
por su cuello y con la otra mano cojo mi piña colada. Él se
inclina hacia la mesa para coger su copa y su cara se acerca
peligrosamente a la mía. Me quedo quieta mirándole los
labios, y es que son muy sensuales y atractivos. Él se da
cuenta y también se queda quieto.
–¿Pasa algo?
Carraspeo un momento.
–No, nada.
Vuelve a su posición inicial y bebe terminando su copa.
–¿Tienes tiempo de otra?
Me queda la mitad, pero me la bebo de golpe.
–Por supuesto.
Alejandro levanta la mano y hace una seña al camarero
que toma nota del pedido.
–¿Sabes? Quizás me anime a ir a verte.
–¡Ah!, ¿sí? Sería interesante.
–¿Tienes algún hueco para mí?
–Bueno... vivo con mis padres... tenemos un despacho
con un sofá cama donde duermen las visitas.
–Nada de eso... Creo que a tu madre no le caigo muy
bien.
–En ese caso tienes dos opciones o empezar a caerle bien
o cogerte una habitación en un hotel.
–Eres dura. ¿Así tratas a los amigos?
El camarero nos trae las piñas coladas y las deja en la
mesa.
–¡Vamos, chico, que ya la tienes en el bote! –suelta
mientras se aleja.
¡Dios, qué vergüenza! Los dos comenzamos a reírnos y
me abrazo a él en un acto inconsciente. Cuando la risa
termina es cuando soy consciente que ambos estamos
abrazados con mi cara junto a la suya. Valorando la
situación, me separo despacio y nuestras caras se separan
también, despacio, hasta que nos quedamos a un palmo.
Tengo mis ojos puestos en su boca y no sé qué es lo que me
pasa, pero me quedo ahí parada.
–No besos. Solo amigos –dice al fin con voz suave.
Y sin saber por qué estallo en un sollozo. Alejandro me
vuelve a juntar a su cuerpo y me rodea callado sin decir
nada, solo se oye mi llanto. Hundo mi rostro en su pecho y
siento como me arropa, me siento bien, siempre me he
sentido bien entre sus grandes brazos. Me transmiten paz y
me doy cuenta de que siempre ha estado aquí para
ayudarme. Los minutos pasan y no sé si seré capaz de
parar, hasta que Alejandro me separa.
–Si no paras voy a tener que quitarme la camiseta. ¡Me
estás llenando de mocos!
Me saca una sonrisa al instante y lloro y río a la vez, pero
consigue calmarme. Sí, la verdad es que tiene una mancha
enorme en la camiseta de lágrimas.
–¡No son mocos, son lágrimas! ¡Lo siento!
–A ver...
Se estira la camiseta.
–Tiene forma... no sé, como de troll.
–Para, por favor. Ya te he dicho que lo siento –digo
riéndome a mandíbula batiente.
–Tengo que admitir que no eres perfecta como yo creía.
Tenías razón, entre los eructos y esto... no sé, estás
perdiendo todo tu sex–appeal.
Vuelvo a reír con ganas.
–¿Estás mejor?
–Sí, gracias.
–Bueno, voy a decirle a mi amigo el camarero que nos dé
vasos de plástico y nos vamos de aquí.
Me levanto para que pueda irse hacia la caseta de paja.
Veo cómo habla y se ríe con el camarero y vuelve con las
piñas coladas en vasos de plástico.
–Vámonos o el camarero nos casa antes de que nos
demos cuenta.
Hemos hecho el camino de vuelta riéndonos todo el rato
porque Alejandro no ha parado de contarme chistes. Son las
seis menos cuarto cuando llegamos al club de buceo y
tengo el principio de un mareíllo. Está vacío, ya no hay
nadie. Todo está colocado, ordenado y limpio.
–Hoy me he librado...
Alejandro se mueve dando su visto bueno a todo.
–Bueno, parece que no voy a poder hablar con Sandra.
–Espera, la llamo por teléfono.
Coge su móvil, lo desbloquea y se lo coloca en la oreja.
–No lo coge –dice al rato.
–No te preocupes, tengo su número, lo intento más tarde.
Nos sentamos en el mismo banco en el que hace un rato
he estado sentada con Oscar.
–¿Sabes?, a veces pienso que siempre llego tarde.
Alejandro me habla mientras sus manos acarician la
madera de la mesa.
–A veces es mejor llegar tarde...
Pone cara mohína.
–Imagínate que pierdes un avión, porque llegas tarde y
luego ese avión, ya sabes, se estrella.
–Pues en ese caso me alegraría mucho de llegar tarde,
Alba.
–¿Lo ves?
–Sí, pero contigo no ha sido así.
–No es una cuestión de llegar tarde o temprano. Creo que
es una cuestión de llegar en el momento adecuado y este
no lo era.
–No nos engañemos, Alba, no lo será nunca. Qué le voy a
hacer.
Me sonríe satisfecho.
–Pero así es la vida. Jesús no es consciente de lo que se
pierde.
–Sí que lo es. Estoy convencida que sabe lo que hace.
Simplemente no quiere enamorarse y se cierra en banda.
–Eso es ir contracorriente, aunque cosas más raras le he
visto hacer.
Suspiro.
–Prefiero no saberlo.
El móvil me suena. Lo saco y miro quién me llama.
–¿No lo vas a coger?
Me quedo mirándolo entre mis manos.
–No hace falta. Es mi padre. Me imagino que querrá que
cenemos juntos. Ya sabes, es nuestra última cena aquí.
–Te tienes que ir, ¿no?
–Sí.
Me levanto como un resorte. Se acerca y me abraza
agachándose un poco.
–Sé feliz, por favor.
–Lo intentaré, Álex. Y tú no dejes de buscar.
–Si veo que no encuentro nada por aquí, me voy a Madrid
a conocer a esas amigas vuestras que, según tú, estarían
encantadas de conocerme.
–Si decides venir, te esperaré con los brazos abiertos.
Me alza en el aire y me pega una vuelta completa.
Cuando me deja en el suelo le agarro la cara para que baje
hacia mi rostro y le doy un pico en la boca y es que me he
quedado con las ganas antes.
–Dijiste que no iba a volver a ocurrir...
Aún le tengo cogida la cara entre mis manos.
–Necesitaba mi propio recuerdo para el archivo de los
buenos momentos.
Sonríe y sé que es una sonrisa triste.
–Te voy a pedir una cosa.
Alejandro se pone serio y su cara se aleja de mis manos
cuando vuelve a su postura normal. Me quedo asombrada y
lo miro fijamente para que continúe.
–No lo vuelvas a hacer.
Sus palabras llegan a mis oídos como balas que lo
atraviesan.
–No quiero que te lo tomes a mal, pero no quiero besos
de consolación.
Me abraza y me da dos besos en la cara. Tiene toda la
razón y asiento con la cabeza algo triste. Lo entiendo
perfectamente.
–Nos vemos pronto.
Su profunda voz no deja de sorprenderme.
–Cuenta con ello –le respondo y me alejo con paso firme
hacia mi habitación.
Se me ha quedado un sabor amargo en la boca y no dejo
de darle vueltas, pero lo entiendo, yo en su situación
sentiría lo mismo.
Llamo a mi padre. Los tres están en los jacuzzis, como no
tengo nada que hacer en la habitación, me dirijo hacia allí.
Voy caminando a buen paso, pero una voz me interrumpe.
–¡Alba!
Automáticamente me giro y la figura de Maite aparece
ante mí. ¡Me he cruzado con ella y ni me he dado cuenta!
–¡Maite!
Me acerco a ella.
–Perdona, no te había visto.
–Ibas ensimismada. ¿Qué tal?
Hago una pausa antes de contestar para fijarme en ella.
¡Es tan elegante!
–La verdad es que iba pensando en los últimos detalles.
Como veo que no me entiende, puntualizo:
–Mañana me voy a Madrid.
–¡Oh, vaya! Es tu último día.
Me agarra del brazo y comenzamos a andar.
–En ese caso, tengo que hablar contigo ahora. ¿Tendrías
un momento?
Sé lo que quiere saber y se me cae el alma a los pies. No
quiero revivirlo todo otra vez.
–¿Es algo importante? Porque tengo a mi familia
esperándome. Cinco minutos.
No quiero alargarlo más. Me lleva caminando hasta una
puerta lateral del edificio 2. Se trata de un cuarto de
contadores. Nada más entrar cierra la puerta y comienza a
hablar:
–No es el sitio más adecuado, pero bastará. Quiero que
sepas independientemente de la decisión que hayas tomado
con respecto a Mauro, que está locamente enamorado de ti,
que jamás lo he visto así y créeme, lo estaba deseando con
toda mi alma. No sabes lo duro que es ver cómo se va
torciendo día a día y que por mucho que lo intentas, no te
hace caso. Ver que con esa actitud podría echar a perder no
solo el hotel, si no a él mismo...
Hace una pausa para tragar.
–Es un gran hombre. No vas a encontrar a uno con un
corazón más sincero. Es trabajador y sabe cuidar de las
personas. Es muy divertido, amable y educado. Es
inteligente. Ha sabido sacar adelante este gran hotel él solo
con su esfuerzo, poco a poco, no por ser el hijo del dueño.
Se lo ha ganado a pulso. Le prometí a su madre que cuidaría
de él durante su viaje y ya lo sabes, fue un viaje sin retorno.
Y sinceramente has tenido que llegar tú para que todo
cambie. Y ha cambiado. Ahora es otro Mauro, tiene
esperanza, una meta por la que luchar y que merece la
pena y esa meta eres tú.
Su voz deja de llegar a mis oídos. ¡Qué puedo decir yo
ahora! ¿Es posible que tenga razón y me esté cerrando en
banda al amor como hace Jesús conmigo? Al momento
siento que no es así, por lo menos ahora y aquí. Los ojos de
Maite me transmiten paz y consigo relajarme al instante.
Cuando despego los labios para hablar, ella me corta
rápidamente.
–No digas nada. Solamente quería que me escucharas.
No sé en qué situación está vuestra relación ahora mismo,
pero espero que decidas lo que decidas, sea lo mejor.
Gracias por escucharme.
Cada vez admiro más a esta mujer. Al principio era su
aspecto exterior, pero me doy cuenta de que lo poco que
conozco de ella, es sumamente agradable. Y sé que sabrá
valorar la decisión que ya he tomado y apoyar a Elena.
–Mauro ha tenido suerte de tener a una mujer como tú a
su lado. Y aunque creas que no has podido hacer nada y
que yo he sido la que he tenido que venir aquí para cambiar
las cosas, estás muy equivocada. Tu tesón, tus palabras, tu
apoyo ya estaban en el corazón de Mauro. Yo solo he puesto
el último granito de arena. Si Mauro ha cambiado es porque
tú has hecho una gran labor desde que perdió a su madre,
si no, ¿cómo iba a ser el hombre que es ahora? Que sea
trabajador, educado, amable y comprensivo... eso no lo ha
hecho él solo. Eso lo has conseguido tú estando a su lado y
haciéndole ver los verdaderos valores de la vida. Me quedo
tranquila porque sé que seguirás guiándole por el buen
camino.
Ahora su mirada es de asombro. Y me doy cuenta de que
entiende completamente la magnitud de mis palabras.
–Aquí estaré para apoyarle cuando llegue el momento.
Vete tranquila.
–No lo dejo solo. Hay una amiga. Ella es sincera y sé que
es perfecta para él. Son tal para cual.
Mis ojos se llenan de lágrimas y Maite me abraza
apretándome junto a su pecho.
–Tranquila. ¿Por qué lloras?
–Las cosas no salen como uno quiere.
Le sonrió mientras seco mis lágrimas con las manos y me
calmo.
–Me hubiera gustado conocerte más. Tengo la sensación
de que me estoy perdiendo algo muy importante contigo.
–Que te vayas, no significa que no sigamos en contacto.
Sabes dónde encontrarme.
Hace una pausa y coge aire.
–En fin, si esa amiga tuya es buena para Mauro, la
apoyaré y haré lo posible porque esa relación crezca.
–Lo es, te lo aseguro.
–Bueno, no hagas esperar a tu familia.
Me abraza de nuevo y me siento reconfortada. La verdad,
esperaba una conversación mucho más tensa y, sin
embargo, ha sido todo lo contrario. Seguiré en contacto con
esta gran mujer de la que puedo aprender tanto...
–Te llamaré para saber cómo van las cosas.
Ella saca una tarjeta del bolsillo de su chaqueta.
–Toma, es mi número personal.
Tomo la tarjeta y la acaricio con los dedos.
–Gracias.
Le doy un beso y salgo del cuarto de contadores
dejándola sola. Corro literalmente por los caminitos y ni
siquiera sé a dónde voy. Corro sin más, necesito aire y solo
paro cuando mis pies tocan el mar. Me agacho poniendo las
manos en mis rodillas y abriendo la boca para tomar el
máximo de aire que me falta y las lágrimas comienzan a
resbalar por mi cara.

–No me lo puedo creer... Alba.


Mi hermana me mira desconcertada mientras nos
arreglamos para la cena. Pero qué le voy a hacer, así son las
cosas.
–No me creo que Jesús te haya dicho eso, de verdad,
todos pensamos que está enamorado de ti, su hermana,
Rubén, Alejandro... ¡Todos!
–Pues si es así, lo disimula muy bien –le suelto a mi
hermana y me doy cuenta de que estoy enfadada, aunque
después del desahogo en la playa me encuentro con algo
más de fuerzas para afrontar la cena y la batería de
preguntas de mis padres.
Ella se ha quedado quieta y me mira extrañada.
–¿Estás ya lista? –le digo como obviando su gesto.
Sé de sobra que está preparada, pero me gustaría
cambiar de conversación.
–Claro.
Agarra una rebeca y salimos por la puerta. Al principio
caminamos en silencio, pero sé que María se muere de
ganas de hablar sobre el tema... Y lo hace.
–¿Por qué no hablas con él? Aún hay tiempo. Podríamos
acercarte a Santo Domingo después de cenar.
Me paro en seco. ¿Por qué no se queda callada? La miro
con cara de pocos amigos.
–¿De verdad crees que no lo hemos hablado? –suspiro–.
Ya está todo dicho –sentencio.
–¿Seguro?
Me mira poniendo cara de buena.
–¿Quieres que yo o Rubén hable con él?
Reanudo la marcha.
–Por favor, no hurguéis en la herida.
Y salgo disparada a grandes zancadas para poner espacio
de por medio y dar por terminada la conversación.
El salón está igual de abarrotado que en la cena de
bienvenida. Esta vez mis padres nos esperan ya sentados.
Cuando nos ven en el umbral de la gran puerta mi padre
levanta la mano. ¡Estoy deseando terminar con esto cuanto
antes y meterme en ese maldito avión lo más rápido
posible!
–Buenas noches.
Pongo mi mejor sonrisa mientras me siento.
–¡Por fin! Ya era hora.
Mi padre sigue como siempre...
–Miguel, por favor, lo importante es que ya están aquí.
Tengamos una cena de despedida cordial.
María se sienta a mi lado. En cuanto estamos ambas a la
mesa, mi padre comienza a servirse de una enorme bandeja
de marisco que hay en el centro.
–¿De qué te ríes, Alba?
La voz de mi madre me sorprende.
–¿De veras me estoy riendo? –digo asombrada. No me he
dado ni cuenta.
–Más bien sonríes con cara de boba –me aclara mi padre
con la boca llena.
Todos me miran sonrientes esperando una respuesta,
pero cómo voy a contarles que me estaba acordando de la
cena de bienvenida, en este mismo salón, cuando se me
escurrió el centollo del plato y allí estaba él. Mauro.
Recuerdo perfectamente su cara, su gesto y de eso me
estaba riendo, por lo visto solo me ha faltado echar una
carcajada.
–Bueno... me estaba acordando del centollo saltarín.
Todos sonríen recordando aquel momentazo.
–A lo mejor se pasa por aquí Mauro, ¿no?
Mi madre me mira emocionada.
–Seguro –contesto lo más tranquila que puedo e intento
parecer normal cogiendo un langostino de la fuente y
depositándolo elegantemente en mi plato.
–Yo no estoy tan segura...
Instantáneamente mi pie choca con fuerza en la espinilla
de mi hermana. Ha sido un acto reflejo.
–¡Au!...
Me mira sonriente.
–Lo digo porque a lo mejor tiene mucho trabajo.
Le sonrío. Así está mejor ¡Qué pretende!
–A tu padre y a mí nos parece un chico encantador, Alba.
Espero que le hayas invitado a venir a Madrid siempre que
quiera. Nuestra casa está a su disposición.
Dejo los cubiertos en la mesa. No sé si voy a poder
continuar. Mi padre me mira extrañado.
–¿No está bueno?
–Se me ha quitado el hambre.
–Apenas lo has probado, Alba.
–Si no os importa, quisiera irme. Necesito que me dé el
aire. Disculpadme.
Sin esperar su aprobación, me levanto y salgo con
decisión del salón. Me dirijo sin pensar hacia la gran puerta
de entrada del hotel pasando rápidamente por recepción. A
los pocos pasos encuentro un banco de piedra y me siento.
No sé por qué, pero un escalofrío me recorre el cuerpo y se
me pone la carne de gallina. ¿Por qué me complicaré tanto
la vida? ¡Con lo fácil que sería quedarme aquí con Mauro en
este paraíso! Trabajar con él y vivir felices juntos. Es guapo,
simpático, trabajador, detallista... lo tiene todo y era lo que
yo quería. Pero no, apareció Jesús. A mi corazón le gustan
los retos. Aunque sean retos no conseguidos. Cruzo las
piernas y empiezo a tamborilear con mis dedos en mi
rodilla. Cómo lo voy a hacer... ¡Dios! Nunca me había
pasado algo así. Descruzo las piernas y vuelvo a cruzarlas al
lado contrario. Siento cómo mi pecho se hunde por
momentos y un peso insostenible se apodera de él. Unos
pasos se acercan y noto la presencia de alguien que se
sienta junto a mí. Sé quién es y no quiero mirarla porque
explotaré y no quiero llorar.
–¿Estás bien?
–Imagino que María ya te lo ha contado.
Mi madre pasa su brazo por mis hombros y me atrae
junto a su cuerpo.
–Algo nos ha contado.
Hace una pausa.
–A veces el amor es complicado. Es como si le gustara las
dificultades. Ya sabes, desde siempre, todas las historias de
amor, las de las películas, libros e incluso las verdaderas
son las más increíbles y difíciles y están llenas de
obstáculos y si no, mira Romeo y Julieta.
Por fin la miro y logro que mi boca se arquee en una
ligera sonrisa. El dolor del pecho ha decrecido y puedo
respirar con cierta normalidad. Ella me mira devolviéndome
una amplia sonrisa.
–Creo que la distancia te hará coger impulso hacia
adelante. Créeme.
–Eso espero, porque no sé cómo lo voy a hacer.
–Que a nosotros nos guste un chico para ti, no significa
que sea el hombre perfecto.
Abrazo a mi madre. No hay nadie en el mundo mejor que
una madre. Bueno, quizás un padre. Pero una madre sabe
perfectamente qué decir, qué hacer en cualquier momento
de tu vida.
–Date tiempo. Dale tiempo. El tiempo es tu mejor aliado.
–El hombre del que estoy enamorada no es Mauro.
Ella me mira sin pestañear.
–Lo sé.
–¿Sabes quién es?
–No.
Miro hacia el cielo. Está despejado y aunque aún no ha
anochecido se ven un montón de estrellas y me recuerda a
aquella noche en que Mauro y yo hicimos el amor por
primera vez, si se le puede llamar así.
–Es Jesús.
–¿Jesús?
–¿Te esperabas otro?
–La verdad es que sí. Esperaba otro nombre.
–Alejandro, ¿quizás?
Mi madre deshace el abrazo para coger mis manos a la
vez que asiente con la cabeza.
–Pero eso no importa. Aunque no lo conozco bien,
también será bienvenido en casa.
–No te preocupes, eso no va a pasar.
Me mira extrañada.
–Él no quiere saber nada de mí.
Suspiro intentando que no se me escape ni una sola
lágrima. Ella acaricia mis manos suavemente.
–¡Qué ironía! Habría hecho cualquier cosa por Mauro,
pero se cruzó Jesús y mírame ahora.
–Tranquila. Sigo opinando lo mismo. El tiempo será tu
aliado. Tanto para retomar el asunto si es que así lo quieres
con ese tal Jesús, como para empezar de nuevo con fuerza o
incluso para darte cuenta de lo que perdiste con Mauro. Por
favor, no pienses más en esto, solamente te hará sentirte
peor. Piensa en lo que te llevas.
Y tiene razón. Pienso en lo bien que me lo he pasado. En
la carrera en la playa con Mauro, en el carnaval, en la cala
desierta, en la maravillosa cascada, en los delfines, en la
moto acuática... en el vuelo, qué sé yo, tantos momentos
inolvidables. No los cambiaría por nada del mundo. Mi
madre siempre consigue que me sienta bien.
–Tienes toda la razón. Lo he pasado tan bien... este viaje
será difícil de olvidar.
–¿Lo ves?, solo hay que pensar en las cosas buenas.
–Buenas noches... espero no interrumpir.
Una voz masculina, demasiado familiar ya para mis oídos
hace que ambas nos giremos en su dirección. Mauro
aparece ante nuestra vista y puedo notar cómo mi madre se
tensa e inmediatamente sonríe de oreja a oreja.
–Quería despedirme personalmente de los cuatro y claro,
aún me faltáis vosotras.
Mi madre se levanta y yo hago lo mismo.
–Por supuesto, Mauro. Hemos salido un momento a tomar
el aire.
–Ha sido un placer conocerte. Mi hotel está a vuestra
entera disposición para cuando queráis.
–Es muy generoso por tu parte, pero no del todo justo. Lo
hemos pasado fenomenal, ha sido un viaje inolvidable.
Tienes un gran hotel. Sigue trabajando como hasta ahora.
Mauro se acerca a ella y cogiéndola por los hombros se
dan dos besos en las mejillas.
–Si queréis volver, llamadme antes a mí, por favor, y
hablamos. Ni se os ocurra cogerlo por una agencia. Siempre
seréis bienvenidos.
–Muchísimas gracias, Mauro y bueno, tengo que volver a
la mesa. Alba, te esperamos.
–Enseguida voy.
Los dos nos quedamos mirando cómo mi madre cruza el
gran arco de la entrada y desaparece.
–¿Qué tal con Elena?
Me coge de la mano y nos sentamos en el banco.
–Muy bien. Creo que es perfecta para mi proyecto.
Cuanto más hablo con ella, más seguro estoy. Hemos estado
comentando el proyecto hasta hace media hora.
–Me alegro mucho. Me hace muy feliz saber que ella va a
mejorar.
–Bueno, dejemos a Elena y el proyecto, llevo casi cuatro
horas hablando de lo mismo.
Sus ojos me miran inquietos, van de mis labios a mis ojos
continuamente.
–Creía que nos habíamos despedido antes en la playa.
Sus ojos se paran en mis labios.
–Cierto. Pero quería verte de nuevo. Lo siento, quizás
mañana lo vuelva a hacer...
Sonrío. Es capaz de hacer chistes con esto. Eso es bueno.
–La verdad es que quería darte algo.
Lleva puesta una camisa rosa palo que resalta su piel
morena y unos pantalones azul marinos. Está muy elegante
y guapo, ¡cómo no! Se lleva las manos al cuello y en ese
momento me doy cuenta. Lleva un cordón de cuero marrón
con un trozo pequeño de ámbar pulido en forma circular. Se
lo quita y lo coloca en mis manos. Me lo acerco y puedo
distinguir unas pequeñas y delicadas hojas de alguna
planta, dentro del ámbar. Es muy bonito. Le miro a los ojos
interrogante y me devuelve una mirada transparente y
cristalina con esos ojos almendrados tan seductores.
–Me lo regaló mi madre poco antes de... desaparecer de
mi vida. Ha estado siempre conmigo.
Me doy cuenta cómo Mauro siempre evita decir
claramente lo que ocurrió con su madre. Y soy consciente
de que debe ser muy difícil aun hoy para él.
–No puedo aceptarlo, Mauro –digo rotunda, pero me lo
quita de las manos y lo lleva a mi cuello para abrocharlo.
–Significa mucho para mí. Así sé que volverás para
devolvérmelo.
Cojo el ámbar entre mis dedos y noto su suavidad, es
algo increíble, me transmite paz.
–Relaja, ¿verdad?
–Sí, es... muy suave, pero es mejor que lo tengas tú. Es
demasiado importante como para que me lo lleve...
No me hace ni caso y su cara se va acercando
lentamente a la mía mientras mira como mis labios se
mueven cuando hablo hasta quedar tan cerca que su nariz y
la mía se rozan y mi cuerpo reacciona como lo ha hecho
siempre ante este adonis de la naturaleza. El pulso se me
acelera y noto mis mejillas ardiendo. Él cierra los ojos y posa
sus carnosos labios en los míos y no me puedo resistir al
beso. Realmente es algo que estoy segura de que ninguna
mujer sería capaz de hacerlo y apuesto mi brazo derecho.
Los junta a los míos con tanta dulzura que me derrito, siento
el calor que me transmiten y un cosquilleo me atraviesa la
espalda. Es un beso suave, tranquilo y a la vez pasional.
Siento la pasión que Mauro pone en cada movimiento, me
transmite todos sus sentimientos hacia mí y veo que son
sinceros y puros. Nos rozamos las lenguas y grabo en mi
mente esa deliciosa sensación, cada movimiento, cada roce,
la tersura de sus labios, su sabor y se me antoja el mejor
beso de despedida de todos, aunque él no lo sepa o no
quiera saberlo. Cuando separa sus labios de los míos me
siento desnuda, como abandonada. Es una sensación rara
que nunca antes había sentido e intento desprenderme de
ella lo antes posible. Abro los ojos y me está mirando
intensamente con los ojos muy brillantes.
–Bueno, no quiero dejarte sin cenar.
Le sonrío abiertamente.
–No tengo hambre. Me has hecho comer mucho hoy.
Mauro me abraza en un arrebato que me pilla por
sorpresa. Me aprieta fuerte entre sus brazos y me siento de
nuevo vestida.
–Te echaré mucho de menos.
Su voz suena como un susurro en mis oídos mientras me
acuna balanceándome.
–Pasará rápido, ¡ya verás!
¡Dios, qué frialdad! No se me ocurre otra cosa. Decido
compensar y le acaricio la espalda con las palmas de mis
manos. Él se separa deshaciendo el abrazo.
–Tengo que seguir trabajando. ¿Te acompaño al salón?
–No, gracias, estaré aquí un poco más... o quizás vaya a
la habitación.
–Está bien, en cuanto sepa la fecha definitiva de la boda,
te enviaré el billete de avión. Hablamos, ¿de acuerdo?
Estaré en contacto contigo.
Me guiña un ojo y yo asiento automáticamente, para
luego desaparecer entre los arcos de entrada al Gran Hotel
San Mauro. Aún tengo el ámbar entre mis dedos y lo
acaricio sistemáticamente sin parar, es tan relajante y
suave...
–¿Qué haces aquí?
La voz me asusta y suelto el ámbar como si tuviera
electricidad.
–¡Rubén!
Rubén me agarra la mano y me levanta con un único
movimiento.
–He quedado con tu hermana, quería despedirme de
vosotros.
–¡Ah! Están todos en el salón, cenando.
Se queda mirándome mientras me suelta la mano, como
si necesitara una explicación más convincente.
–... Eh, estaba tomando... he salido un momento a tomar
el aire.
Él sonríe, ¡menos mal! Parece que lo he convencido.
–Mejor, así podemos charlar un momento a solas. ¿Me
acompañas?
Asiento nerviosa. Sé perfectamente de qué va a
hablarme. Cruzamos los grandiosos arcos y atravesamos el
hall sin pasar por recepción, para sentarnos en la base de
una gran fuente.
–Voy a ir al grano.
–Te lo agradezco.
–Acabo de ver a Jesús, antes de venir.
¡Dios! ¿Traerá un mensaje para mí? Intento parecer
tranquila.
–Y...
–He intentado hablar con él sobre vosotros, pero ha sido
imposible. No quiere saber nada.
El alma se me cae a los pies... y siento como el corazón
se me encoge ante las duras palabras de Rubén
arrugándose y el pequeño rayo de esperanza se convierte
en agujas afiladas que atraviesan mi ser. Rubén me mira
con cara de pocos amigos.
–¡Es un gilipollas!
–¡Rubén!
¡No me puedo creer que haya dicho una palabrota!
–Algún día se va a arrepentir de esto. ¡Te lo aseguro!
Jamás había visto actuar así a Rubén y las lágrimas
asoman a mis ojos amenazadoras.
–Por favor, no me gustaría que esto influyera en vuestra
relación. ¡Él es tu amigo, Rubén! Ha tomado una decisión.
Es su decisión.
–Eso lo asumo. No iba con la intención de cambiarlo.
Solamente quería hablar con él, de amigo a amigo. Que me
contara el porqué de su decisión, sus razones para actuar
de una manera tan irracional. De verdad, Alba, todos
estábamos seguros de que estaba loco por tus huesos, por
su forma de actuar, no es así normalmente. Se ha desvivido
contigo, ha estado pendiente en todo momento, ha hecho
de todo para cambiar turnos y vuelos en el trabajo para
estar contigo... no lo entiendo.
–Quizás sea demasiado pronto para abrirse y contarte
todos los detalles. Dale tiempo.
No me creo ni yo misma lo comprensiva que estoy
siendo. Me seco una lágrima furtiva con la mano.
–De hecho, me da igual sus razones, ya da todo igual.
–¡Vamos, eres una chica estupenda!
Me coge la cara con ambas manos y me mira serio.
–No quiero que llores, ¿vale?
Hago un esfuerzo sobrehumano y cojo aire con fuerza.
–Sí... ¡ya está!
No pienso llorar por esto, al menos en público.
–Y... ¿has pensado en Mauro? Para mí ha sido una
situación un tanto... dura. Los dos son grandes amigos míos.
Niego con la cabeza.
–Cuando me enteré de que les gustabas a ambos, hablé
con ellos por separado y establecí una sencilla regla que
ambos estuvieron de acuerdo en cumplir.
–¿Cuál?
Rubén se levanta y se coloca ante mí con las manos en
los bolsillos de sus pantalones.
–Que ante todo fueran unos caballeros. Y he de decirte
que el día del carnaval estuvieron muy cerca de perder los
estribos.
La imagen de ambos peleándose pasa ante mis ojos.
–Creo que no fue a más gracias a la promesa que me
hicieron.
Reflexiona un momento y saca las manos de sus bolsillos
para cruzarlas sobre su pecho y una canción comienza a
sonar. Él saca el móvil del bolsillo de sus pantalones y mira
la pantalla.
–Disculpa, es tu hermana.
–Tranquilo, contesta, si no lo haces puede ser muy
pesada.
Rubén se gira y contesta la llamada despachándola en
medio minuto. Se gira de nuevo y me mira un poco
avergonzado.
–Lo siento.
Rubén y su exquisita educación. Le hago un gesto como
quitándole importancia.
–Llegará en un minuto.
Hace una pausa sin dejar de mirarme, está pensando
cómo retomar la conversación.
–Entonces, no sientes nada por Mauro.
Me quedo callada mirándole sin atreverme a hablar. No
estoy acostumbrada a charlar de estas cosas con un
hombre y menos con él.
–Perdona, no tienes por qué contármelo, he sido muy
indiscreto.
–No, no. Es solo que... no estoy acostumbrada a expresar
mis sentimientos abiertamente, pero es algo difícil de
explicar. Al principio solo tenía ojos para él, pero ya sabes la
vida que llevaba y mi hermana no quería que me hiciera
daño, aunque me daba igual, me atraía tanto, que eso era
lo de menos.
Rubén asiente.
–Lo entiendo.
Mi hermana se abalanza sobre Rubén y ambos se funden
en un beso y siento una alegría increíble de verla tan feliz.
Me alegro de que Rubén se cruzara en su camino porque es
exactamente lo que ella necesita. Necesita alguien con los
pies en el suelo. Se complementan a la perfección, solo hay
que verlos juntos.
–Alba y yo estábamos hablando sobre... Mauro y Jesús.
Ella se sienta junto a mí cruzando las piernas.
–Continúa, Alba, no quería interrumpir.
Los miro a ambos y prosigo por donde lo había dejado.
–Cuando conocí a Jesús estaba deshecha, mis temores se
confirmaron.
–Viste a Mauro tonteando con otras.
Rubén aclara mi frase y dejo escapar una carcajada.
–Si se puede decir así…
Rubén asiente como comprendiendo la situación.
–Mejor omitimos detalles, ¿no? Continúa.
–Jesús se dio cuenta enseguida de mi estado de ánimo y
que había alguien más y se propuso conseguir en estas
vacaciones que yo le olvidara para devolverme la alegría y
no únicamente eso, sino que fueran las vacaciones más
impresionantes de mi vida. ¡Y lo consiguió! Ya lo creo. Me he
enamorado de él poco a poco sin darme cuenta.
–Sí, es muy cabezota. Te lo puedo asegurar, lo que se
propone lo consigue.
Se queda mirando al suelo.
–Ahora lo entiendo menos todavía… –añade.
–Creo que lo mejor es que olvides todo este asunto.
La voz de mi hermana hace que los dos la miremos
atentos.
–No es tan fácil, María.
¿Es que nadie lo entiende?
–¡Es como si yo te pidiera que olvidaras a Rubén!
Ahora son ellos dos los que me miran a mí atentamente.
–Tu hermana tiene razón, María.
¡Madre mía, es la primera vez que Rubén le lleva la
contraria a mi hermana, esto es algo único!, y... creo que
por fin alguien me ha entendido. Me cuesta creer que haya
sido Rubén y no mi hermana.
María le mira con cara de pocos amigos.
–Solo quiero lo mejor para ella. Ahora parece una mala
idea, pero en cuanto estemos en Madrid todo será diferente.
Aunque no lo creáis la distancia y el tiempo borrarán esta
mala experiencia. Necesitas comenzar de nuevo. Esto ha
sido solo una experiencia más, Alba, de la cual puedes
aprender y sacar tus propias conclusiones, pero nunca
estancarte en ella y vivir en un pasado que no pudo ser. Por
eso lo digo.
Una nube blanca y esponjosa se desliza ocultando los
últimos rayos de sol del atardecer y dejándonos en un
ambiente oscuro. ¿Será una señal?
–Lo único que quiero es volver cuanto antes... lo demás lo
iré viendo poco a poco, porque no tengo ni idea de cómo lo
voy a hacer.
Me levanto dispuesta a dar por concluida nuestra
pequeña charla y María me sigue.
En la mesa nos esperan mis padres. Todos se saludan y
acabamos sentados de nuevo. Me fijo en mi madre. Adora a
Rubén y no es para menos, si yo tuviera una hija que saliera
con él, también babearía detrás suyo. Mi padre no es
menos, pero lo disimula mucho mejor. Se mete en su papel
de padre protector, aunque Rubén lo tiene ya en el bolsillo.
Mis pensamientos divagan, ante mí pasan imágenes de
Jesús. Jesús cantando con su guitarra en su terraza, Jesús
comiéndome con los ojos en casa de Alejandro y Susana,
Jesús cubierto de harina haciendo pizzas, Jesús montado en
su espectacular moto, Jesús desnudo sobre el descapotable
azul turquesa... Cojo mi bolso y saco el móvil. Abro la galería
de fotos y ahí está, posando para mí. Paso las fotos
ensimismada sin atender a la conversación. De repente
todos se levantan, ¡vaya! Parece que ya hemos terminado.
Rubén se despide de mis padres y viene a por mí. Me sonríe
y me abraza. Le devuelvo el abrazo, la verdad es que lo
agradezco.
–Nos veremos por Madrid. Si necesitas algo, lo que sea,
solo tienes que pedírmelo.
Se separa y me mira a los ojos, haciendo hincapié en sus
palabras.
–Lo sé. Gracias.
Por último, se aleja con María. Necesitan un poco de
intimidad. Así que nos dirigimos a las habitaciones. Aún es
pronto, deben ser las diez, pero antes de entrar en el
edificio 6 me quedo un rato mirando el mar a través del
camino en el que estoy. ¡Es tan bonito! Y me prometo a mí
misma que algún día viviré en la costa o en alguna isla tan
perfecta como esta. Suspirando, dejo las bonitas vistas y
una vez en la habitación me tiendo en la cama dejándome
acunar en los brazos de Morfeo.
DÍA 11

El teléfono de la habitación me sobresalta y de un


movimiento acabo sentada en la cama. Son la siete de la
mañana. Lo descuelgo.
–Buenos días...
Una voz masculina me despierta del todo.
–El servicio despertador. Son las siete de la mañana.
–Gracias.
Y sin más, cuelgo.
–Bueno, Madrid, allá vamos.
Mi hermana se estira junto a mi cama mirándome con
cara de sueño. Me levanto sin ganas y me voy vistiendo
mientras espero a que mi hermana salga del baño y me doy
cuenta de que estoy de mal humor, no sé por qué. Sin
embargo, María sale del baño más contenta que unas
castañuelas.
–¡Anímate, Alba! Ya nos vamos.
Me levanto hacia el baño y la miro con cara de pocos
amigos, no, más bien con cara de perro.
–¿No estabas deseando montarte en el avión?
Cierro la puerta tras de mí sin contestarle. Me apoyo en el
lavabo con ambas manos y miro mi reflejo en el espejo
esperando encontrar qué es lo que me incomoda y hace que
esté así. Me lavo la cara y vuelvo a mirar mi cara
acercándome más y entonces la cara del espejo abre los
ojos de par en par... sí, es una sensación, ¡eso es! ¡No
quiero irme!, pero tampoco quiero quedarme... ¡Arrrg!
Cuando salgo, mi hermana está lista y fuera de la
habitación. Cojo mis cosas, mi maleta y salgo sin ganas. Mis
padres nos esperan en recepción. Durante el paseo, mi
hermana no emite ni una sola palabra y se lo agradezco.
Ella me conoce de sobra y sabe perfectamente que no es el
momento más adecuado. Avanzamos calladas escuchando
el ruido de las ruedas de nuestras maletas en los pequeños
adoquines.
–Dame vuestra llave, que la entrego.
Mi padre me tiende la mano con la palma abierta para
que le entregue la llave y me quedo paralizada. Miro hacia
el elegante mostrador. No está Mauro.
–¿Alba? ¡La llave! –repite en un tono más apremiante.
De un respingo dejo caer la llave en su mano y mi padre
se aleja. Un botones reúne nuestro equipaje y lo deja en los
compartimentos del autobús aparcado en la entrada. Mi
madre y María charlan alegremente y no consigo entrar en
su conversación y empaparme de esa alegría. ¿Dónde estás,
Jesús? ¡Ni siquiera vas a despedirte de mí! Cojo el móvil y
miro a ver si tengo algún mensaje. Nada, está callado, como
un muerto. Abro el contacto y miro su foto, sus ojos verdes y
su sonrisa encantadora y en la garganta se me forma un
nudo que no me deja tragar.
El ruido del motor del autobús me saca de mis negros
pensamientos. Mis padres ya están subiendo y me precipito
por la escalinata del autobús lo más rápido que puedo
rumbo al aeropuerto.
El camino de vuelta es igual o más peligroso que el que
tuvimos a nuestra llegada con coches que se cruzan,
adelantamientos imposibles y cruces sin sentido. De vez en
cuando escucho un gritito ahogado, pero nada de esto me
afecta y sigo ensimismada pensando en mis viajes en moto
agarrada a su cintura, dejando mi peso caer sobre su cálida
espalda. Sus cuidadas manos y ante mí aparece la imagen
de sus dedos tocando la guitarra. Por fin llegamos al
aeropuerto, sanos y salvos. En la pequeña cafetería
tomamos un desayuno. Son las nueve de la mañana y aquí
el sol aprieta fuerte. Me siento separada de mi familia, como
si un muro de ladrillos no me dejara verlos ni escucharlos.
Están hablando de lo bonito que ha sido todo... de que si la
comida estupenda... el hotel inmejorable... bla, bla, bla. Me
quedo mirando los pequeños aviones que despegan y
pienso si Jesús estará hoy trabajando. Quizás esté volando.
¿Habrá visto a la rubia azafata? ¡Puff! Los nervios se me
ponen de punta. De vez en cuando algún miembro de mi
familia me echa un vistazo furtivo. Esta vez le ha tocado a
mi madre. Luego continúan hablando. Muevo el móvil entre
mis manos. No lo quiero soltar, quizás me llame para
despedirse como sería lo normal. ¿Pero qué espero?... Le
eché de mi habitación. Su última frase retumba en mis
oídos: “Siempre estaré, Alba”. Siempre estará, ¿para qué?
¿Para que seamos amigos? No lo podría soportar. O todo o
nada.
–¡Alba!
Miro hacia mis padres y María, ellos no han sido, los tres
están mirando hacia delante. Recorro el espacio y puedo ver
a Sandra que se acerca corriendo hacia mí como una loca.
–¡Sandra!
Me pongo de pie al instante y cuando llega a mi altura se
abalanza sobre mí apretándome en un cálido abrazo.
–¡No puedes irte sin despedirte de mí!
Me logra sacar una sonrisa.
–No era mi intención.
Sonriendo me agarra de la mano y comenzamos a andar
juntas.
–Sé que has sido tú –me dice sin tapujos agarrándome el
brazo.
–¿Yo? ¿De qué me hablas?
No tengo ni idea. ¿Qué me está contando?
–Oscar.
¡Dios, Oscar! ¿Qué habrá hecho? ¡Ahora caigo!
–Y...
Soy cautelosa, intento que me lo cuente y no quiero
meter la pata, con estas cosas nunca se sabe, espero que
mis buenas intenciones hayan dado fruto.
–Ayer por la noche quiso dar un paseo conmigo, justo
cuando me iba para casa, y...
–¿Y? ¡Por Dios! Dímelo ya que me va a dar un patatús.
Me mira con una sonrisa de oreja a oreja y antes de
hablar me aprieta de nuevo en un abrazo.
–Se me declaró. Me dijo que le gustaba desde hacía
tiempo, pero que no se atrevía a decirme nada porque daba
por hecho que yo no estaría interesada en alguien como él.
Se separa para ver mi cara de sorpresa.
–¿Tú te crees? Yo que llevo sufriendo en silencio por sus
huesos y pensando exactamente lo mismo que él. ¡Qué
tontos hemos sido!
Mi cara esboza una sonrisa completa. ¡Está tan
encantada que da gusto verla!
–Sé que has sido tú. Sé que has hablado con él. No sé qué
cojones le has dicho, pero me alegro, me alegro mucho.
Me envuelve en otro abrazo con beso incluido y por fin
me dejo contagiar de su alegría.
–Solo le dije lo que era obvio para mí. ¡Tenías que haber
visto su cara! Se iluminó de repente.
–Gracias, Alba. Te debo una.
–No me debes nada, Sandra, no seas tonta.
–Algún día llegará mi momento y te lo devolveré.
–Sabes que puedes venir a Madrid cuando quieras. Estás
invitada. Bueno, tú y Oscar. Claro.
Se troncha de risa.
–¡Qué bien suena!
–Sí, hacéis muy buena pareja, de verdad.
La risa de Sandra se apaga inesperadamente.
–No ha querido escucharme –dice cambiando de
conversación –. No sé qué le pasa.
No tengo ganas de volver otra vez a esto, estoy cansada.
–Eso también me lo ha dicho Rubén que ha intentado
hablar con él, pero por favor, dejadlo.
–Estás loca si piensas que voy a dejar que esto se quede
así. Conozco muy bien a mi hermano y esto es muy raro.
Vosotros sí que hacéis buena pareja.
–Hacíamos –la corrijo–. ¿Trabajaba hoy?
No sé por qué lo he preguntado. Bueno, sí sé por qué lo
he preguntado… quiero saber si estaba libre o no.
–No, hoy libraba. Lo cambió hace unos días. Sabía que
hoy tú te ibas.
¡Dios! Lo cambió para estar conmigo.
–Lleva toda la mañana en casa. Ni siquiera se ha vestido.
Cuando he subido a hablar con él estaba tirado en el sofá
afinando la guitarra.
Me quedo callada esperando que continúe. No sé por
qué, pero necesito más, es como una droga. Aunque lo que
pueda escuchar me duela. Ella reflexiona un momento.
–Aún tenía platos en la mesa sin recoger. Lo he recogido
todo mientras he intentado hablar con él y que me dijera
algo.
–Y ¿ha dicho algo? Dime cualquier cosa.
¡Madre mía, estoy suplicando! Sandra se da cuenta e
intenta aportarme algo más, pero antes de hablar cuida
mucho sus palabras.
–Solo que hoy no trabajaba y que iba a estar en casa.
–Por favor...
Sé que me oculta algo. Ella chasquea la lengua por mi
súplica, pero al final habla:
–Me ha dicho que no se ha enamorado de ti y que por
favor no le vuelva a preguntar nunca más por este asunto.
Veo cómo la expresión de Sandra cambia y es que mi
cara también ha mudado de la alegría a la desesperación.
Es más duro de lo que pensaba…
–Pero no te preocupes, Alba. Esto es solo el principio. Sé
que no es su forma de ser. ¡Créeme!
–Gracias por la información. Te lo agradezco de verdad.
–Le he dicho que venía a verte al aeropuerto y si quería
venir conmigo, pero ha declinado mi oferta.
–Está bien, tengo que hacerme a la idea. Supongo que la
distancia me ayudará.
Sandra coge mis manos.
–De verdad, Alba, esto no ha terminado.
Su comprensiva mirada se topa con mi negación de
cabeza.
–Estaremos en contacto. No pienso dejarlo, así que no
descarto un viaje a Madrid –sentencia decidida.
–Cuando quieras.
El silencio se cuela entre nosotras mientras Sandra busca
las palabras adecuadas.
–Por favor, sé fuerte y no pierdas la esperanza.
La esperanza ya la he perdido, pero no se lo digo. Sé que
quiere ayudarme y la dejo que lo intente, aunque sé de
antemano que la batalla ya está perdida. Nos damos dos
besos y nos despedimos y mi corazón se encoge un poquito
más si puede con cada momento triste que vivo, con cada
despedida y temo que mi corazón pueda llegar a
desaparecer y convertirme en un ser sin emoción ni alegría,
en un ser opaco, un autómata. Solo quiero llegar a Madrid.

FIN PRIMERA PARTE


AGRADECIMIENTOS

A Javier, mi lector 0, por darme tus mejores consejos,


dedicarme tu tiempo con paciencia y a vivir a mi lado todo
este largo proceso, pero, sobre todo, por leerte la novela
junto a mí.
Gracias.

A toda mi familia.
A mi madre, María Jesús, José Luis, Lucía, Claudia, por
ayudarme y apoyarme siempre con las redes sociales
incluso en tiempos difíciles.
A Marivi, Francisco y Mari Mar, por confiar en mi proyecto
desde el primer día.
Gracias.
A David por crearme la página web y por ayudarme
en todo este proceso con tus mejores consejos. A Mario, por
tener tan buen ojo y aconsejarme sobre temas tan
importantes como la portada, los colores, el tipo de letra…
etc.
¡Gracias!
A mis primas y primos. Beatriz, Cristina, Elena. Paula,
gracias por darme tus mejores consejos y compartir tu
conocimiento sobre redes sociales conmigo. A Maribel,
Sonia, José Miguel por entusiasmaros tanto como yo.
A María Jesús por apoyarme incondicionalmente desde el
primer momento hace ya varios años y por ponerme en
contacto con Manuel que contestó todas mis dudas sobre el
mundo editorial. A Beatriz y Begoña.
A Pilar, Carlos y Javier.
A Silene, Olga, Silvia, a mi tía Natividad por no dudar ni un
segundo
en ayudarme a difundir mi libro.
Gracias.

A mi familia política, Fernando, María José, Auri, Pili y


Guillermo, Eva, Tachi, Yolanda, gracias a todos.

A mis amigos del colegio, Pilar por tu entusiasmo y alegría,


Verónica por tus buenísimos consejos, a Rafael, Javier, Eloy,
Mar, Cristina, José Ignacio, Sofía. Y a mis “recuperados”
porque les había perdido la pista, profesores de EGB Pilar y
Tomás. Gracias por estar ahí y confiar en todo momento en
mi proyecto.
A mis queridos amigos, Javier, Esther por leerte la novela y
darme tu más sincera opinión de lectora romántica.
A Fabiola, por estar en todo momento al tanto del proceso.
A Mónica, Carmen y Manuel por entusiasmaros casi más que
yo con mi libro.
A Anabel por estar siempre ahí incondicionalmente.
A Yolanda y Pedro por no dudar ni un segundo en apoyarme
desde el minuto cero.
A Yolanda y Eduardo por hacerme ver la dimensión total de
mi proyecto.
Me ha ayudado muchísimo.
Gracias.
A Antonio por confiar en mí, gracias. Patty, por ser mi amiga
desde el primer momento que pisé Chicago. Gracias
A Carlos por preguntarme y estar pendiente de cada pasito
que di.
Gracias.
A Yolanda por ser mi amiga incondicional pese al paso del
tiempo
y la distancia. Gracias
A mis amigas de correrías de toda la vida, Amaya, Sonia,
Maribel y Ave, mil gracias por vuestras divertidas
conversaciones sobre la novela y tantísimos otros
momentos que hemos vivido y nos quedan por vivir juntas.
Gracias.

Y por supuesto a todos mis seguidores de Facebook,


Instagram
y TikTok, que decidieron un día seguir a una escritora
desconocida
que apareció de la noche a la mañana y ahí seguís, después
de todos mis errores y desconocimiento total de este medio.
Gracias por confiar en mí.
A todos los que os he nombrado y a los que no, os doy las
GRACIAS.

LENA LARSON

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