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Al Terminar el Camino
Cuando yo tenía seis años, logre mi mayor proeza hasta entonces,
salirme a ganar el pan del día, sí, fue salir a trabajar. Cabe decir que yo aún no sabía lo que eso significaba, mis padres solo me alentaron a salir a las calles, quizá por necesidad o por simple ignorancia, nunca lo supe. Cada día me levantaba a las cinco de la mañana, mi desayuno era una taza de manzanilla fría y un pan que sabiamente había guardado del día anterior, luego me dirigía a la plazuela del pueblo a ofrecer mis caramelos y algunos chupetines, siempre estando alerta a los policías que desalojaban de la plazuela a los vendedores ambulantes como yo, no entendía el porque nos fastidiaban, solo intentábamos ganarnos la vida. Pasaba todo el día vendiendo, algunas veces las ganancias no eran buenas y mi padre me recriminaba por eso, amenazándome que, si a la mañana siguiente no era lo suficiente, no comería en todo el día. Otras veces las ganancias eran buenas, regresaba a mi casa contento, mi padre me felicitaba, separaba el dinero y salía con sus amigos dejándonos a mí y a mi madre con una miserable suma de dinero. Pero había una cosa que me intrigaba en toda la jornada, eran los montones de niños a mi edad que, agarrados de los brazos de su madre iban a un extraño lugar, les escuché una vez decir “escuela”, esa palabra. Llegaba a mi casa con tanta curiosidad que, una vez sin querer le pregunté a mi papá que era “escuela”. -Es un lugar donde se van gente ignorante, tú solo dedícate a trabajar. ¡Y ni una palabra más! Eso era lo que siempre me decía, miraba a mi madre y ella solo agachaba la cabeza y fingía estar ordenando la ropa. Cada día era así, siempre cuidando no decir la palabra “escuela” frente a mi padre. Un día en que estaba habitualmente ofreciendo mis golosinas en la plazuela, se me acercó una señora de aspecto severo, me examinó de pies a cabeza y pareció asombrarse. - ¿Cómo un niño de tu edad puede estar puede estar en la calle vendiendo golosinas? ¿Acaso no debe rías de estar en tu escuela? Yo me quedé mudo, no sabía que decir y solo atiné. - Disculpe señora…pero… ¿Qué es “escuela”? - ¿No sabes niño? Es un lugar a donde se va a educar para formar gente de bien en la sociedad. ¿Qué tus padres no te lo dijeron? - Solo que es un sitio para gente ignorante, que es mejor trabajar. - ¡No es posible! Ven, acércate, ahora mi8smo vamos a matricularte. Y agarrándome del brazo me llevó a ese lugar el cuál me daba tanta curiosidad, llegamos y se dirigió al despacho de lo que parecía ser la encargada del lugar, luego de hablar con ella un rato me dijo: - ¿Ves? Ya estás matriculado en tu escuela, ahora vamos a casa a tratar un asunto pendiente con tus padres. Yo no entendía nada, la lleve hasta mi humilde casa de adobe y ella se adelantó en tocar la puerta, abrió mi madre. - ¿Qué desea madre linda? -Y al verme con ella agregó- ¿Miguel? ¿Qué… - Usted me debe explicaciones- Interrumpió la señora- ¿Por qué no llevaste al niño a la escuela? ¿Por qué lo obliga a trabajar? ¿Qué son esos engaños con lo que ha estado viviendo? Mi madre se quedó helada, no decía nada, entonces se acercó mi padre y al vernos exclamó. - ¿Qué es esto? ¡Miguel! ¡Pasa rápido! - Al ver a la desconocida dijo- ¿Qué desea usted? - Una explicación, ¿Sabe qué obligar a un menor a trabajar está penado? ¿Por qué no lo lleva a su escuela? - Mi padre de mala gana le dijo- A ver señora ¿Quién es usted para decirme que hacer con mi hijo? - No soy nadie señor, pero lo puedo demandar ante la ley, y usted sabe lo que podría traer. - Mi padre tartamudeó- Usted no lo haría… ¿Verdad? - Mande al pobre niño a la escuela, con eso me quedaré conforma y no ser testigo de quizá una sobreexplotación de menores por parte de usted. - Mi padre tembló de miedo- Es…Está bien…ya…llevaré a mi hijo a la escuela…desde la siguiente semana. Con eso pareció conforme la señora, se acercó a mí y me dijo en un susurro. - Desde ahora conocerás lo que es realmente la escuela, no te preocupes, todo estará bien, si necesitas algo, ven a buscarme.
Esas fueron las últimas palabras que escuché de la señora,
nunca la volví a ver. En cuanto a mis padres, mi papá me permitió ir a la escuela de mi barrio, extrañamente mi madre parecía más contenta por eso.
Tengo vagos recuerdos sobre mi infancia, lo que de verdad
marcó mi vida, fue ese día Lunes en el que asistí por primera vez a la escuela, cuando me encaminé hacia mi futuro.
Recuerdo que mientras caminaba por la acera me dije:
- Ánimos Miguel, comenzarás una nueva vida, llena de éxitos,