Historia de América latina modulo 3
Historia de América latina modulo 3
Historia de América latina modulo 3
La implantación del modelo de desarrollo hacia adentro tuvo como base de lanzamiento el
pesimismo sobre las exportaciones. No obstante, en la década del setenta, la economía
mundial y el comercio internacional experimentaron cambios que obligaron a la región a
cambiar el marco de análisis sobre las exportaciones (Bulmer Thomas, 2017).
En primer lugar, la suba de los salarios reales en los países desarrollados y las diferencias con
los salarios de los países en vías de desarrollo llevó a una gran cantidad de empresas
multinacionales (EMN) a establecer una nueva división del trabajo, mudando parte de su
cadena de producción de mano de obra intensiva para que pueda efectuarse en los países
menos desarrollados. Esto provocó un aumento del comercio internacional y ofreció una
oportunidad para los países en desarrollo que pudieron y quisieron satisfacer las necesidades
de las EMN (Bulmer Thomas, 2017).
En segundo lugar, el éxito de algunos países del sudeste de Asia, donde el crecimiento
económico guiado por las exportaciones de manufacturas era realmente positivo. Esta
experiencia, de poca aplicación en América Latina, sería un gran desafío para aquellos que
tenían una mirada pesimista sobre las exportaciones. En tercer lugar, el trabajo llevado a cabo
por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) y de otras
organizaciones hizo emerger una perspectiva de trato privilegiado a las exportaciones de los
países menos desarrollados.
Por último, la mirada negativa que un sector mantenía sobre las exportaciones fue aún más
sofocada a partir del aumento de los precios durante los setenta. Liberados de mantener una
paridad fija, los países centrales aplicaron una política monetaria más flexible, lo que inundó de
liquidez al mundo. En consecuencia, aumentaron los precios de productos de primera
necesidad y los términos de intercambio del comercio internacional para muchos Estados
latinoamericanos mejoraron (Bulmer Thomas, 2017).
Los cambios producidos en el sistema internacional no dejaron de ser reconocidos por los
países de América Latina. Estos adoptaron tres respuestas diferentes: promoción de las
exportaciones, sustitución de las exportaciones y desarrollo de las exportaciones de materias
primas. Todas ellas hicieron hincapié en el sector exportador y mostraron ser un cambio
respecto al modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI). Sin embargo,
ninguna de ellas tuvo gran éxito. La región no dejó de perder lugar en la participación del
comercio global y se volvió cada vez más dependiente de los préstamos extranjeros para
impulsar su crecimiento económico.
A partir del contexto internacional aquí descrito, durante los años sesenta los países de
América Latina buscaron nuevas estrategias de desarrollo. La tendencia industrial continuó a
un ritmo más lento. La industria experimentó un nuevo impulso a partir de que los capitales
extranjeros comenzaron a dirigirse a ciertos países.
El sector minero tuvo un papel importante en vinculación con el sector petrolero. El aumento
de los precios de este último, en 1973, favoreció a los países productores, como Venezuela,
Ecuador, Colombia y México. Este último inició la explotación de yacimientos en las costas del
Caribe. En contraposición, los principales afectados del aumento del precio del crudo fueron
los países compradores, como los de Centroamérica, Chile y Brasil. Este último, a partir del
descubrimiento de yacimientos en la región amazónica en 1980, disfrutó de un auge de la
minería aurífera. En Chile, la producción de cobre aumentó, convirtiendo a este país en el
principal productor mundial (Del Pozo, 2002).
Una de las limitaciones para el desarrollo era que los mercados internos resultaron ser
insuficientes para la colocación de la producción. La solución consistió en la creación de
mercados regionales, inspirados en el Mercado Común Europeo.
Si bien la creación de mercados regionales abrió nuevos mercados, la participación en el
mercado mundial de las exportaciones latinoamericanas disminuyó. América Latina, en 1946,
participaba del 13,5 % del total de las exportaciones, cifra que disminuyó a 10,7 % en 1950, a 7
% en 1960 y a 5,1 % en 1970.
Durante este periodo, el vínculo de América Latina con los capitales externos tomó nuevas
formas. En la etapa anterior, el capital extranjero se dirigió al sector industrial. Estos montos
aumentaron periódicamente, aunque bajaron entre 1980 y 1990, lo que se explica por la crisis
que sufre toda la región. Muchos estudios mostraban que el monto de los capitales invertidos
era menor al de las ganancias obtenidas de las ganancias netas, los intereses y el pago de los
royalties.
Este tipo de préstamos se vieron estimulados por la primera (1973) y segunda crisis del
petróleo (1979) cuyo resultado fue la disponibilidad de grandes capitales para la inversión, a
bajas tasas de interés y sin demandar en qué deben ser usados. Todos los países en desarrollo,
en particular los latinoamericanos, hicieron uso de estos instrumentos. Dentro de este flujo de
capitales para la inversión, no todos fueron al sector público. De esta manera, crecieron todo
tipo de deudas, incluso la privada. El apetito de los bancos por prestar a América Latina no fue
igual en todos los casos. Los préstamos se concentraron en los países grandes: México, Brasil,
Argentina, Chile, Colombia y Venezuela (Bulmer Thomas, 2017).
Para Bulmer Thomas (2017), la segunda crisis del petróleo resultó ser un quiebre para la
economía global. Los países desarrollados entraron en recesión, lo que llevó a una caída en los
precios de los productos y una importante baja en los términos de intercambio para los
importadores latinoamericanos de petróleo. Los países centrales atacaron esta situación
adoptando una severa política monetaria, aumentando la tasa de interés a nivel mundial a
valores estratosféricos. A medida que los ingresos por exportación de los países
latinoamericanos se iban ralentizando –a inicios de 1980– y cuando lo que había que pagar era
demasiado –en 1981– para los exportadores de petróleo, como de otros productos, el
crecimiento financiado por deuda se hizo insostenible.
En agosto de 1982 la situación se agravó, cuando México, considerado uno de los países más
estables de la región, reconoció la crisis de sus bancos, los estatizó y anunció la suspensión de
los pagos de su deuda externa. El endeudamiento fue general, sin reconocer si las deudas
fueron tomadas por gobiernos democráticos o militares. A partir de los años ochenta, el
endeudamiento adquiere ribetes dramáticos, cuando pasó a representar más de la mitad de
PNB de la región y, en consecuencia, a comerse una parte importante de las exportaciones. Se
abrió una etapa de largas y difíciles negociaciones para obtener mejores condiciones de pago.
La gran mayoría debieron reestructurar sus economías, siguiendo los lineamientos del FMI,
disminuyendo el gasto público, devaluando sus monedas y eliminando los subsidios a los
servicios públicos (Del Pozo, 2002).
El endeudamiento fue una de las causas que influyeron en la disminución de las tasas de
crecimiento en la década del ochenta. Entre los años 60 y 70, el crecimiento económico tuvo
lugar a pesar de la inestabilidad política de la mayoría de los países latinoamericanos. El
crecimiento había sido importante en países como Brasil y México. A partir de 1973 esta
situación comenzó a cambiar. A finales de los ochenta, se cerró una etapa en la que la región,
luego de experimentar ciertos avances, entró en una fase de estancamiento, con sus
consecuencias sociales (Del Pozo, 2002).
Como consecuencia de la crisis, a finales de la década del ochenta, emergió un nuevo modelo
económico basado en las exportaciones. El modelo de crecimiento hacia adentro –basado en el
papel central del Estado en el proceso de acumulación de capital– fue atacado, por un lado, en
la reducción del financiamiento hacia las empresas públicas y, por otro lado, por un nuevo
consenso económico neoliberal y por la retira del Estado (Bulmer Thomas, 2017).
Este nuevo modelo económico surge como respuesta pragmática a los programas de ajuste y
estabilización adoptados en los años ochenta. Los gobiernos latinoamericanos, incapaces de
financiarse en el exterior, empezaron a enfrentarse a problemas de reforma fiscal, las
ineficiencias de las empresas públicas y la reducción de los subsidios. Este modelo económico
refleja una alianza sin precedentes entre las instituciones financieras internacionales (IFI), los
académicos y los gobiernos en favor del libre mercado, la liberalización comercial y financiera y
la privatización de empresas públicas. En toda la región asumieron el poder gobiernos
comprometidos con estas ideas y el ámbito intelectual se manifestó a favor de la economía de
libre mercado (Bulmer Thomas, 2017).
La liberalización del comercio también reforzó el vínculo entre América del Norte con el Sur. Los
países latinoamericanos entendían que el acceso al mercado estadounidense era fundamental
para que la promoción de las exportaciones rindiera sus frutos, mientras que para los EEUU la
integración hemisférica era la posibilidad de imponer su propia agenda comercial.
En agosto de 1982, cuando México amenazó con el default de la deuda, la mayoría de los
principales bancos del mundo tenían un alto nivel de exposición en América Latina y se
consideró que su propia viabilidad financiera estaba en riesgo. Esto convenció a los gobiernos
de los países centrales de prestar atención a la crisis de la deuda latinoamericana. Quien señaló
el camino a seguir fue el gobierno de los Estados Unidos, movido en parte por la amenaza a la
estabilidad del sistema financiero y por el temor a las consecuencias de una caída económica
de México (Bulmer Thomas, 2017).
América Latina tenía un largo historial de incumplimientos. Sin embargo, en los comienzos, los
países deudores aceptaron las condicionalidades establecidas por el grupo de acreedores y la
mayoría de las veces pagaron el servicio de sus deudas en su totalidad. La disposición de los
gobiernos deudores a honrar sus deudas se debió a la idea de que la crisis financiera –
compartida por todos los que intervienen en las negociaciones– era de liquidez y no de
solvencia. Por ello, se pensaba que nuevos préstamos a América Latina ayudarían a resolver el
problema de liquidez y devolverían a la región un respiro, hasta que el contexto externo se
normalice. Se anhelaba que bajaran las tasas de interés nominal, que los países desarrollados
reanudaran el crecimiento económico y que se recuperara el precio de las materias primas
(Bulmer Thomas, 2017).
Los países de la región estaban convencidos de que podían salir con dignidad de la crisis de
deuda. No obstante, los acreedores condicionaron su cooperación a cambio de disciplina
macroeconómica y reforma de la política económica. Los gobiernos de los países de la región
se cristalizó en un marco coherente de ideas –el Consenso de Washington– sobre lo que los
acreedores consideraban apropiado para la región.
Al comienzo, el acuerdo entre deudores y acreedores pareció funcionar bien. Las tasas de
interés internacional bajaron, se reanudó el crecimiento económico en los países centrales y
empezó aumentar el volumen de las exportaciones de los Estados latinoamericanos. A partir de
1982, la economía estadounidense experimentó un rápido crecimiento, lo que alimentó un
auge de las importaciones. No obstante, esto no lograba tapar el principal problema.
En la mayoría de los países, el sector exportador seguía siendo muy pequeño en vinculación
tanto con el tamaño de la economía como con la deuda misma. Por diversas razones, los
principales países de la región se beneficiaron del nuevo flujo de capital a partir de 1990, lo
que revirtió la transferencia neta negativa de recursos que se vivió durante la década de los
ochenta. En vez de escasez de divisas, había abundancia de divisas extranjeras. El resultado fue
una ola de deudas externas exactamente después de que se suponía que el Plan Brady había
puesto fin a la crisis de la deuda. El flujo de capitales en la primera mitad de la década del
noventa fue principalmente en cartera. Esto resultó en un aumento peligroso del capital
especulativo y una excesiva dependencia del capital extranjero para financiar las inversiones
nacionales (Bulmer Thomas, 2017).
La crisis de deuda de los años ochenta no se repitió en la década de 1990, aunque numerosos
países han tenido graves problemas de deuda. En 1998, Brasil cayó en una moratoria antes de
la devaluación del real en 1999 y tuvo otros problemas durante las elecciones de 2002. En el
año 2000, Ecuador no pudo cumplir con sus bonos Brady; por su parte, Argentina, a fines del
2001, declaró el default de su deuda externa. Esto dio lugar a una crisis financiera en el país y
alimentó la sensación de una crisis generalizada de la deuda en todos los países de América
Latina. Pero esto no ocurrió, si bien las consecuencias del incumplimiento argentino fueron
muy graves en Uruguay (Bulmer Thomas, 2017).
Desde el punto de vista del desarrollo económico y social, la principal línea divisoria, a partir de
la Segunda Guerra Mundial, se trazó entre los países de clima templado, fértiles de la región
del Río de la Plata, Argentina, Uruguay y Chile, y los demás países. Raul Prebisch, en la
búsqueda de un desarrollo económico armónico de toda la región, estableció ciertas
características comunes a todos los países de Latinoamérica: la posición periférica en el sistema
internacional y la relajación al papel de proveedores de materias primas y alimentos. La
superación de esta condición se logra a partir de la industrialización (Hirschmann, 1987).
Durante los años de la posguerra y hasta la década del setenta, el desarrollo económico de
México se mantuvo en forma constante. La estabilidad política estaba asegurada por el
régimen de partido único. Luego llegó el petróleo y, con él, el final del crecimiento prolongado,
así como una preocupación por la viabilidad del sistema político (Hirschmann, 1987).
A fines de los años sesenta y principios de la década del setenta, se produjeron grandes
descubrimientos de yacimientos petrolíferos en México y en 1975 se inició la venta al exterior.
Para 1980, el petróleo se había convertido en el principal producto de exportación. Un
aumento repentino de las exportaciones de este producto normalmente llevaría a la
acumulación de cantidades considerables de divisas para este nuevo país rico. No obstante,
desde el principio, las importaciones mexicanas no dejaron de crecer hasta superar el nivel de
las exportaciones, por márgenes cada vez mayores y preocupantes. Si bien México no
experimentó un proceso de desindustrialización, durante los años setenta sufrió un proceso
denominado “sustitución de importaciones”. Es decir, las importaciones comenzaron a
constituir una porción cada vez más importante de la oferta nacional total de bienes de
consumo, de capital e intermedios (Hirschmann, 1987).
Por último, cuando el público comenzó a sentir que la sobrevaluación de la moneda no podría
durar mucho tiempo, comenzó un proceso de fuga de capitales, como en Argentina. El exceso
de importaciones y la fuga de capitales se hicieron posibles gracias a la política de préstamos
del sistema bancario internacional. El resultado de este proceso fue la crisis de deuda y la
moratoria temporal de 1982 (Hirschmann, 1987).
Esto fue posible gracias a la fuerte liquidez del sistema financiero internacional. Las grandes
inversiones estaban dirigidas a empresas conjuntas de capital público y privado, nacional o
extranjero, y el estímulo y las facilidades de crédito del Banco Nacional de Desarrollo (BNDES),
con sus tasas de interés subsidiadas, tuvo un papel central (Hirschmann, 1987).
La terapia de choque heterodoxo para combatir a la inflación hace referencia al Plan Austral
aplicado en Argentina en 1985 y el Plan Cruzado de 1986, aplicado por Brasil. En los años
ochenta, la inflación en estos dos países había alcanzado los tres dígitos. Los déficits fiscales, en
ambos países, desempeñaron un papel importante en la inflación, pero, a medida que el alza
de los precios fue constante durante varios años, podría afirmarse que esta era tanto un efecto
como una causa de la inflación. En 1981, la economía de EEUU entró en recesión, se elevaron
las tasas de interés y, con el default de México, los préstamos internacionales cesaron por
completo. El resultado fue que ambas economías se contrajeron, a fin de ajustar sus balances
de pagos. En todo momento, la inflación continuó e incluso se aceleró (Hirschmann, 1987).
Los gobiernos de Argentina y Brasil idearon sendos planes, asesorados por un grupo de
economías que había concebido una fórmula novedosa para el tratamiento de la inflación: un
choque heterodoxo de la inflación, que se aplicó primero en Argentina y después en Brasil. Los
elementos principales de los dos planes de reforma eran: 1) se sustituye la moneda antigua por
una nueva; 2) se congelaron precios y salarios; 3) se abolió la indización de salarios,
instrumentos monetarios, etc.; 4) los gobiernos dejan de financiar el déficit fiscal mediante la
emisión monetaria; y 5) se dispuso una tablita de conversión entre la moneda antigua y la
nueva. Los controles de precios y salarios tendrían un papel central, y aquí estaba el principal
instrumento heterodoxo, mientras que la tabla de conversión era la principal innovación
técnica (Hirschmann, 1987).
Las reformas tuvieron éxito en contener la inflación, por un tiempo, en ambos países. Pero los
éxitos limitados que lograron ofrecen enseñanzas. Ambos países experimentaron una inflación
de tres dígitos que amenazaba con salirse de control. Algunas ideas del choque heterodoxo se
habían elaborado entre economistas argentinos y brasileños.