Aparato psíquico y sexualidad_ Sandra Santiago

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE ZACATECAS

“FRANCISCO GARCÍA SALINAS”

UNIDAD ACADÉMICA DE PSICOLOGÍA

MAESTRÍA EN TEORÍA PSICOANALÍTICA

Materia: Aparato psíquico y complejo de Edipo

Profesor: Dr. Jorge Vargas Suárez

Alumna: Sandra Luz Santiago Carrasco

Aparato psíquico y sexualidad


Aparato psíquico y sexualidad

Desde la teorización de Freud, no es posible pensar la vida psíquica sin hacer referencia a la
sexualidad. Podríamos suponer que sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de sexualidad:
Una comprensión popular generalmente la asocia a lo genital, al coito y a procesos de maduración
biológica. Sin embargo, desde el psicoanálisis, el entendimiento de este concepto es mucho más
amplio y complejo. Cuando se habla de sexualidad en psicoanálisis, no se hace referencia a algo
específico, es decir, este concepto no arroja una definición única o precisa. Sabemos de su
significado si nos adentramos en un entramado de conceptos que guardan relación, conceptos con
los que Freud fue armando el psicoanálisis y explicando el funcionamiento de los procesos
anímicos.
Como un primer planteamiento, se parte de la idea de que la sexualidad está presente como
posibilidad desde nuestro origen. Desde esta visión, la sexualidad no es resultado del desarrollo
biológico y mental de los individuos, no es algo que aparece en cierta etapa de la vida. Entonces,
podríamos hablar de una estructuración de la sexualidad, donde el aparato psíquico influye en la
sexualidad del sujeto y, a la vez, la sexualidad también influye en la constitución del aparato
psíquico — como si ambos se fueran apoyando a lo largo su conformación. A la par de los procesos
psíquicos que tienen incidencia en el cuerpo (y viceversa), la sexualidad va tomando rumbos; en
la medida en que un recién nacido se va relacionando con los otros, con diferentes elementos del
mundo, es decir, en tanto va teniendo distintas experiencias. Si esto es así, ¿cómo entender la
sexualidad en relación al proceso de constitución psíquica? ¿Cuáles son los caminos por los que
se va estructurando la sexualidad en los orígenes del sujeto desde la constitución de su aparato
psíquico? ¿Cuáles son las condiciones por las cuales se podría lograr la constitución del aparato
psíquico y la estructuración de la sexualidad? Para dar respuesta a estas interrogantes, será
indispensable hacer un esbozo del aparato psíquico en sus orígenes propuesto por Freud en la
primera tópica, el cual realizaré a través de un recorrido que retome las experiencias más antiguas
del sujeto, destacando puntos clave en cuanto a las experiencias que el organismo (posteriormente
sujeto) va teniendo en el mundo concreto y a la vez el mundo interior; experiencias fundamentales
en la formación del aparato psíquico y, al ir estas involucrando al cuerpo y a otros individuos, por
lo tanto, también de la sexualidad.
Cuando un recién nacido llega al mundo, hay un nacimiento biológico del que resulta un
organismo dotado de posibilidades de desarrollo, salvo que ocurran cosas que lo impidan. En este
organismo no hay todavía existencia psíquica ni sexualidad; o bien, podemos pensar que sí, pero
de manera virtual: ambas se vislumbran como algo que podría llegar a ser a medida que en el
organismo se va dando un desarrollo fisiológico a la par de experiencias fundamentales, en las
cuales es indispensable la intervención de otras personas. Hay que resaltar que el aparato psíquico
no es algo que pueda constituirse sin la presencia de otros sujetos: es imposible que se logre en
solitario.
Desde el nacimiento, el organismo (recién nacido) queda expuesto al ambiente, a un
cúmulo de estímulos que le son desconocidos y van teniendo efectos sobre él. Si bien en este punto
aún no se habla de un aparato psíquico como tal, podemos pensarlo como un aparato primitivo en
el que se dan ciertos procesos. Freud (1992) señala que toda actividad anímica parte de estímulos,
y la excitación o energía que estos suponen, mantienen una trayectoria que recorre los sistemas del
aparato psíquico en una serie temporal. Llegan al polo sensorial a través de órganos sensoriales y
terminan en inervaciones con una descarga de energía. Dicho esto, es importante enfatizar que el
trabajo del aparato psíquico se rige por la tendencia a evitar la acumulación de excitación para así
mantenerlo lo más carente de tensión, de modo que se evite el displacer que eso genera (Freud,
2005).
En cuanto a los estímulos, estos pueden provenir de una fuente externa o interna. Nos
concentraremos en los endógenos, que parten del interior del organismo, de la exigencia de un
órgano. De ellos resultan necesidades como, por ejemplo, el hambre (Nasio, 2004). El recién
nacido no puede desentenderse de la tensión que estos generan en su aparato psíquico, no puede
deshacerse de esta experiencia de displacer, pero tampoco es apto para procurarse por sí mismo lo
que necesita, pues en su origen se encuentra en un estado de indefensión y total dependencia de
otra(s) persona(s). Lo intenta por vía motriz mediante el llanto o movimientos como patadas, pero
es una descarga muy limitada. Dada la naturaleza persistente de dichos estímulos que retornan una
y otra vez, y que estos sólo encuentran su satisfacción en objetos concretos, la tensión generada
por las necesidades se mantiene. Pensemos, en este ejemplo, que el hambre reaparecerá una y otra
vez, y el llorar no cancela este estímulo. De ahí que se requiera de la intervención de un otro que
pueda proporcionarle aquello que cubra las necesidades fisiológicas. Es importante resaltar que en
este proceso es fundamental la presencia del otro, pues no sólo proporciona aquello que asegura la
vida física, sino también la posibilidad de vida psíquica y de la estructuración de una sexualidad,
idea que se retomará más adelante.
Volviendo a las primeras experiencias del organismo, Freud habla de una experiencia
mítica para explicar los orígenes del aparato psíquico. En cuanto a la presencia del otro que se
ocupa de las necesidades del recién nacido, dice que si esta persona atiende su llanto y realiza en
su lugar la acción indicada para que pueda cancelar el estímulo endógeno, “el todo constituye
entonces una vivencia de satisfacción, que tiene las más hondas consecuencias para el desarrollo
de las funciones en el individuo” (Freud, 1992, p. 363). ¿Qué consecuencias tiene esa vivencia de
satisfacción? Pensemos en el recién nacido que por primera vez llora al sentir hambre. Su madre
interpreta lo que le pasa y lo alimenta. En el momento en que el bebé se alimenta del pecho
materno, en esa unión momentánea que hay en la actividad de la nutrición, la tensión psíquica se
reduce. Ahí hay una experiencia de satisfacción, de la cual queda una memoria. Freud (2005)
refiere que quedan marcas en el aparato psíquico de las percepciones que llegan a nosotros, las
cuales nombra huellas mnémicas. Podemos pensarlas como restos de experiencias que pueden ser
placenteras o dolorosas. Estos restos quedan como una memoria de imágenes acústicas, visuales o
táctiles marcadas en el inconsciente, aunque algunas pueden quedar en otro sistema. Como
ejemplos, pensemos en la imagen acústica generada por la voz de la madre o en esas imágenes que
surgen a partir del tacto involucrado en las actividades de cuidado. Las huellas mnémicas son
entonces la base o el núcleo de las representaciones con las que vamos construyendo la realidad
psíquica desde tiempos muy remotos. Al no haber aún lenguaje, estas están mucho más del lado
del plano perceptivo involucrando cuestiones sensoriales. Conforme se inscriben estas primeras
“proto representaciones” (huellas mnémicas) en el inconsciente, ese organismo deja de ser
meramente biológico; el aparato psíquico se va constituyendo y podemos pensar en el inicio de
una realidad interior.
Cabe retomar una cita de Freud (2005) sobre la vivencia mítica de satisfacción: “Un
componente esencial de esta vivencia es la aparición de una cierta percepción (la nutrición, por
ejemplo) cuya imagen mnémica queda, de ahí en adelante, asociada a la huella que dejó en la
memoria la excitación producida por la necesidad” (p. 557). En otras palabras, en el aparato
psíquico queda asociada la satisfacción y la imagen del objeto que facilitó la descarga (Laplanche
y Pontalis, 2004). Queda relacionada esa primera satisfacción con el pecho materno. De ahí que
más adelante, cuando en el recién nacido vuelve a incrementar la excitación proveniente de un
estímulo —el hambre, siguiendo con nuestro ejemplo—, su aparato psíquico se pone en actividad
buscando de nuevo rápidamente esa satisfacción que vivió anteriormente: “se suscitará una moción
psíquica que querrá investir de nuevo la imagen mnémica de aquella percepción y producir otra
vez la percepción misma, vale decir, en verdad, restablecer la situación de la satisfacción primera”
(Freud, 2005, p. 557). Dicho de otro modo, lo que sucede es que el aparato busca satisfacción
inmediata y, al no tener el objeto que lo proporciona (el pecho materno), echa a andar una primitiva
actividad psíquica y reactiva esa satisfacción por medio de una alucinación. Al hacerlo, establece
con esa vivencia de satisfacción una identidad perceptiva (proceso primario). En sus inicios, el
aparato se inclinaba a la ganancia de placer, vale decir que se regía por el principio de placer, un
modo de trabajo primario del aparato psíquico (Freud, 1992).
Otra de las consecuencias de esa mítica vivencia de satisfacción es la instauración del
deseo. Freud (2005) llama deseo al movimiento que saca del displacer y apunta al placer. Observa
que el primer desear consistió en investir alucinatoriamente el recuerdo de satisfacción; el
cumplimiento de deseo es la reaparición de esa percepción que toma el lugar del objeto que falta,
pero que se ha registrado en la psique. Dicho brevemente: se desea porque se quiere alcanzar la
satisfacción, pero el objeto que la hace posible no está; como se tiene memoria de esta satisfacción
ligada al objeto que falta, esta se alcanza por medio de la alucinación. Freud nos aclara que el
deseo es lo que pone en marcha al aparato psíquico, es esto que lo pone a trabajar desde su origen.
Vemos entonces la importancia de la pérdida del primer objeto, el pecho materno. Desear es por
lo tanto constitutivo de la vida psíquica de todo sujeto, inscribe la búsqueda permanente del objeto
con el que se pueda revivir esa primera experiencia de satisfacción. De ahí en adelante, el sujeto
buscará a largo de su vida alcanzar dicha satisfacción a través de diferentes objetos, sin embargo,
el deseo jamás será colmado. Según Nasio (2004), el deseo “es una pulsión de la que no tenemos
conciencia, que tendría por meta ideal el placer absoluto en una relación incestuosa” (p. 50). El
deseo no es algo que se revele a la conciencia, sino que es algo que se juega a nivel inconsciente
y tiene que ver con esa primera experiencia de unión que se dio en la vivencia de satisfacción.
Dada la constante irrupción de estímulos en el aparato psíquico, la identidad perceptiva
deja de ser suficiente, no proporciona la satisfacción requerida y la tensión en el aparato (displacer)
sigue apareciendo. Se hace necesario entonces otro proceso psíquico que vaya más allá de las
huellas mnémicas. En el texto Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, Freud
(1991) menciona:
Sólo la ausencia de la satisfacción esperada, el desengaño, trajo por consecuencia
que se abandonase ese intento de satisfacción por vía alucinatoria. En lugar de él,
el aparato psíquico debió resolverse representar las constelaciones reales del mundo
exterior y a procurar la alteración real. Así se introdujo un nuevo principio en la
actividad psíquica; ya no se representó lo que era agradable, sino lo que era real,
aunque fuese desagradable (p. 224).
Freud habla de una identidad de pensamiento con esa experiencia de satisfacción del
pasado (proceso secundario): “el pensar no es más que un rodeo desde el recuerdo de satisfacción,
que se toma como representación-meta, hasta la investidura idéntica de ese mismo recuerdo, que
debe ser alcanzada de nuevo por vía de las experiencias motrices” (2005, p. 591). En otras palabras,
el pensar le posibilitará al lactante buscar (mediante acciones orientadas a un fin) y encontrar en
el mundo exterior aquello que le de una satisfacción con la que logre disminuir la tensión psíquica.
Así, este bebé realizará el proceso de recordar que el llanto, por ejemplo, suscita una respuesta,
generalmente proveniente de la madre o de quien cumple con esa función. Habrá que precisar que
en las acciones cotidianas con las que la madre cubre las necesidades del bebé —por ejemplo,
cuando lo alimenta, lo arropa o lo asea—, este recibe los objetos concretos para satisfacer sus
necesidades fisiológicas; en su aparato psíquico hay una reducción de la tensión y a la vez algo
más se pone en juego. En relación a esto, Pacheco García (2016) refiere lo siguiente:
Al recordar que en esa relación simbiótica alude al surgimiento de deseo, cuando el
lactante establece una relación de entendimiento con ese primer objeto sexual (la
madre) para su sobrevivencia, diremos que la percepción subjetiva de este objeto
se asociará a dos dimensiones: la primera será el apaciguamiento de las tensiones
que se produce en el interior y que se liga a la necesidad biológica
(autoconservación). La segunda instaura al infante en lo placentero liado al orden
de lo sexual (p.88).
Vemos pues que, a través de las respuestas que el otro materno da a las necesidades del
bebé, lo inscribe en el terreno de lo placentero asociado al cuerpo. En los primeros años de vida,
se construye una relación en la que hay intercambios que involucran el cuerpo de la madre y el
bebé. Es como si la madre fuera recorriendo el cuerpo de su hijo a través de sus cuidados y con
sus acciones le marcara o inscribiera sensaciones placenteras, las cuales quedan como puntos
sensibles que perduran toda la vida. Esas partes del cuerpo sensibles a la interacción materna
devienen zonas erógenas, quedan asociadas al placer. En relación con esto, Laplanche y Pontalis
(2004) sostienen que “conviene considerar que las zonas erógenas constituyen, en el origen del
desarrollo psicosexual, los puntos de elección de los intercambios con el ambiente, al mismo
tiempo que solicitan, por parte de la madre, la máxima atención, cuidados y, por consiguiente,
excitaciones” (p. 499). Todo esto parece indicar que, a partir de estas interacciones, el cuerpo de
este recién nacido va teniendo un lugar más allá de la satisfacción de lo orgánico, es decir, empieza
a emerger un cuerpo ligado a sensaciones placenteras:
El primer órgano que aparece como zona erógena y propone al alma una exigencia
libidinosa es, a partir del nacimiento, la boca. Al comienzo, toda actividad anímica
se acomoda de manera de procurar satisfacción a la necesidad de esta zona. Desde
luego, ella sirve en primer termino a la autoconservación por vía del alimento, pero
no es lícito confundir fisiología con psicología. Muy temprano, en el chupeteo en
que el niño persevera obstinadamente se evidencia una necesidad de satisfacción
que – si bien tiene por punto de partida la recepción del alimento y es incitada por
esta– aspira a una ganancia de placer independiente de la nutrición, y que por eso
puede y debe ser llamada sexual (Freud, 1991, pp. 151-152).
Como se mencionó líneas atrás, estas primeras actividades de carácter sexual en un
principio aparecen junto a las actividades de autoconservación y se apoyan en ellas. Pasado un
tiempo se separan, pero la actividad se mantiene por la búsqueda de placer. Por ejemplo, la acción
de mamar o chupar deja de tener por objetivo la alimentación; esto lo podemos ubicar en la
tendencia de algunos bebés a chupar constantemente una parte de su cuerpo, como puede ser su
dedo pulgar o el pie. Esta acción viene motorizada o impulsada por algo que no es el hambre, sino
que las llamadas pulsiones, en específico las pulsiones sexuales, son lo que empuja a la búsqueda
de placer sexual una vez que no se tiene el pecho materno, que es el objeto con el que se obtenía.
Al respecto, Laplanche y Pontalis (2004) comentan lo siguiente:
Las pulsiones sexuales se satisfacen en forma autoerótica antes de recorrer la
evolución que los conduce a la elección objetal. Pero, en contrapartida, las pulsiones
de autoconservación se hallan desde un principio en relación con el objeto; así,
mientras la sexualidad funciona en apoyo sobre aquéllas, existe igualmente para las
pulsiones sexuales una relación objetal; sólo cuando se separan, la sexualidad se
vuelve autoerótica. «Cuando, en un principio, la satisfacción sexual se hallaba
ligada todavía a la ingestión de alimento, la pulsión sexual tenía un objeto sexual
fuera del propio cuerpo: el pecho materno. Sólo más tarde lo pierde [...]. La pulsión
sexual se vuelve entonces, por regla general, autoerótica [...]. Encontrar el objeto
es, en el fondo, volverlo a encontrar» (Laplanche y Pontalis, 2004, p. 33).
En la acción de mamar el dedo pulgar, el bebé toma por objeto sexual una parte de su
propio cuerpo; encuentra satisfacción en él mismo por medio de la estimulación de una zona
erógena, ya inscrita en el cuerpo, pero también en la psique, puesto que, para que sobrevenga la
necesidad de repetir una acción que genere placer, es porque ya se vivió anteriormente y dejó una
memoria.
Hasta este punto se han mencionado algunos procesos psíquicos que permiten dar una idea
del curso de la constitución psíquica del sujeto. Es importante decir que hay muchos otros que en
este escrito no se abordan pero que son también fundamentales.
En conclusión, podemos ver que la constitución del aparato psíquico y la sexualidad no
pueden separarse. Desde el origen aparecen como una realidad que comienza a desplegarse en
tanto exista la presencia de otro, de una persona que a través de sus acciones inscriba a ese nuevo
ser en la lógica del deseo y del placer. La presencia de ese otro materno, que interpreta las
manifestaciones del nuevo organismo, posibilita la ya mencionada vivencia de satisfacción y
también las primeras experiencias placenteras, cuya impronta marca el comienzo de una serie de
procesos que sobrevendrán y darán continuidad a la estructuración psíquica. Entre ellas, hay que
destacar la erogenización del cuerpo del bebé que le mueve de lugar, de lo orgánico a lo pulsional.
Pero también hay otro elemento imprescindible en este proceso: la ausencia de la madre. La falta
del objeto es lo que originalmente pone a trabajar al aparato. Una vez inscrita una presencia
asociada a la satisfacción, el aparato psíquico no hará otra cosa que intentar recuperarla, no hará
otra cosa que desear esa unión en la que, alguna vez, el recién nacido se vivió como un todo con
la madre. Por lo tanto, es la presencia en un primer momento y después la ausencia del otro
materno, es decir, la falta del objeto, lo que origina el deseo. El deseo es la posibilidad de vida
psíquica en tanto que la moviliza o empuja a conseguir lo que falta.
Así, vemos cómo la sexualidad se manifiesta también por la presencia del otro y por la
búsqueda de una completud — un placer sexual absoluto imposible de alcanzar, pero que nos
mueve a buscar. Es precisamente esto lo que nos lleva relacionarnos en la vida, sea con personas,
actividades u objetos.
Referencias
Freud, S. (1991). Esquema del psicoanálisis (1940 [1938]). Sigmund Freud Obras completas.
(Vol. XXIII). Amorrortu.
Freud, S. (1991). Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico. Sigmund Freud
Obras completas. (Vol. XII). Amorrortu.
Freud, S. (1992). Más allá del principio de placer (1920). Sigmund Freud Obras completas. (Vol.
XVIII). Amorrortu.
Freud, S. (1992). Proyecto de psicología (1950 [1895]). Sigmund Freud Obras completas. (Vol.
I). Amorrortu.
Freud, S. (1992). Tres ensayos para una teoría sexual. (1905). Sigmund Freud Obras completas.
(Vol. VII). Amorrortu.
Freud, S. (1992). Pulsiones y destinos de pulsión (1915). Sigmund Freud Obras completas. (Vol.
XIV). Amorrortu.
Nasio, A.D. (2004). El placer de leer a Freud. Gedisa.
Freud, S. (2005). La interpretación de los sueños. Sigmund Freud Obras completas. (Vol. V).
Amorrortu.
Laplanche, J., Pontalis, J.B. (2004). Diccionario de psicoanálisis. Paidós.
Pacheco García, H.H. (2016). El concepto de objeto en psicoanálisis: deseo, pulsión, amor.
Teoría sobre la constitución del sujeto y el objeto. Taberna Libraria Editores.

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