11-Texto del artículo-17-1-10-20151208
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ISSN: 0214-7912
Recepción: 24-04-2014
Aceptación: 25-05-2015
Resumen
Jürgen Habermas, filósofo y sociólogo alemán, es uno de los pensadores más importantes e
influyentes en la actualidad, para todos aquellos interesados en el conocimiento crítico de la
sociedad de nuestro tiempo. Si durante gran parte de su obra apenas se había interesado en la
religión, considerada como una etapa de la evolución sociocultural de la humanidad en camino
de ser superada y sustituida por la razón comunicativa, su opinión ha cambiado de manera
importante en las dos últimas décadas, hasta el punto de representar hoy un papel relevante en
su visión del mundo moderno. En este artículo nos proponemos, por tanto, acercarnos a este
“último Habermas” que se ocupa de forma inédita sobre la religión en el ámbito público de las
sociedades modernas, y analizar sus principales aportaciones, algunas de las cuales representan
un importante cambio respecto a sus ideas anteriores y, lo que no es menos importante,
representan un cambio cualitativo en su propia percepción de la modernidad occidental actual.
Palabras clave: Sociedad postsecular; Religión; Modernidad descarrilada; Secularización
dialéctica; Filosofía postmetafísica
Abstract
The last Habermas. Religion in the public sphere of modern societies
Jürgen Habermas, German philosopher and sociologist, is one of the most important and
influential thinkers in present, for all persons interested in the critical knowledge of modern
society. If during largely of this work he not almost to became interest in religion, conceived it
like an stage of the sociocultural evolution of humanity, whose destination was be overtaken
and replace for the communicative reason, his opinion had changed in a considerable way in
the two last decades, to the point that to represent nowadays a relevant role in his vision of the
modern world. In this article we propose to approach therefore this “last Habermas”, that to
deal with religion in the public sphere of the modern societies, for the first time, and to analyze
his principal ideas, which many of them represent an important change with regard to previous
ideas and, which is no less important, represent a qualitative change in his own perception of
the present occidental modernity.
Key words: Post-secular society; Religion; Derailed modernity; Dialectical secularization; Post-
metaphysical philosophy
El “último” Habermas. Inguruak, 2015, 59 67
La religión en el ámbito público de las sociedades modernas
1. Introducción
Jürgen Habermas es, sin lugar a dudas, uno de los pensadores de referencia de nuestra
época. Su influencia intelectual es notable para todos aquellos interesados en la reflexión
crítica sobre la sociedad de nuestro tiempo. Sociedad que se encuentra en un profundo
proceso de cambio que afecta a todos sus aspectos, incluido el que ahora nos interesa, que
es el lugar de la religión en el ámbito público. Así, en los últimos años, en virtud de ciertos
acontecimientos importantes la aceleración del proceso de globalización, el crecimiento
de las migraciones transnacionales, la persistencia de las religiones a lo largo del mundo, el
11-S, etc., se puede apreciar un significativo cambio de actitud respecto a la
consideración del hecho religioso en las sociedades crecientemente multiculturales. La
religión ha vuelto a la esfera pública como un tema de debate (conferencias,
investigaciones, publicaciones, etc.), generalizándose la idea de la necesidad de revisar las
tesis de la secularización, de repensar la laicidad, o de replantearse los diversos tipos de
relación entre lo religioso y lo secular y entre las iglesias y el Estado, que los países
europeos habían ido alcanzando a lo largo del pasado siglo XX.
En consonancia con todo ello, el pensamiento de Habermas se ha ido acercando en los
últimos tiempos a la reflexión explícita sobre la manera adecuada de presentarse la religión
en el ámbito público de las sociedades modernas, abordando aspectos tan relevantes como:
la relación entre lo secular y lo religioso, la colaboración de creyentes y no creyentes en la
revitalización de la ética pública, la secularización y sus posibles límites, etc.
Nos interesa, por tanto, acercarnos a este “último Habermas” que se ocupa de forma
inédita sobre la religión en el ámbito público de las sociedades modernas, pues tal reflexión
no se había producido antes en su obra, y explorar sus principales aportaciones, algunas de
las cuales representan un importante cambio respecto a su obra anterior. 1
Así por ejemplo, vemos a este último Habermas, sin duda controvertido y polémico,
plantearse una pregunta esencial, que a lo largo de las páginas siguientes tendremos que
tratar de contestar, a través de la lectura de sus escritos más recientes:
¿Qué significado tiene la separación entre Estado e iglesia, tal como viene exigida en las
constituciones liberales, para el papel que les está permitido desempeñar a las tradiciones
religiosas y a las comunidades religiosas en la sociedad civil y en la esfera público-política y,
1
Así se señala, por ejemplo, en un libro ya clásico en el ámbito español, como es el de Ureña, La
teoría crítica de la sociedad de Habermas, en su tercera edición (2008), en el que el autor se refiere a un
significativo cambio de enfoque en la obra de Habermas a partir de final de siglo. Si ya en 1995
Habermas se había ocupado de las “luchas de creencias”, a propósito del presunto enfrentamiento
entre Occidente y el Islam, propiciando un diálogo para la convivencia pacífica entre ellos, va a ser
sobre todo a partir del nuevo siglo, señala Ureña, cuando se produzca un “cambio de enfoque
significativo”. A partir de su escrito Creer y saber (2001), publicado tras el atentado del 11S, va a
centrarse en las sociedades modernas occidentales y se va a ocupar como en el diálogo con
Ratzinger, en 2004, sobre los “fundamentos morales prepolíticos del Estado liberal”, de las
tensiones entre fe y razón, entre filosofía y religión, etc. (Ureña, 2008: 199).
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2
En un temprano artículo, de 1970, ¿Para qué seguir con la filosofía?, encontramos una afirmación en
clara consonancia con la crítica ilustrada de la religión que postula su desaparición futura: “[El
pensamiento postmetafísico] trata de mostrar que en el sistema de conceptos básicos en el que la
tradición judeocristiana ha quedado dogmatizada (y con ello racionalizada) no pueden hacerse
afirmaciones que teológicamente tengan sentido. Esta crítica ya no se relaciona con su objeto de
forma inmanente, sino que va a las raíces mismas de la religión, dejando así abierto el camino para
una disolución histórico-crítica (que se inicia en el siglo XIX) de los contenidos dogmáticos
mismos” (Habermas, 1986: 28).
3 Esa es la opinión de Conill, para el que no hay modo de desarrollar la teoría de la acción
comunicativa sin tomar en cuenta lo religioso. Habermas no tiene más remedio que “pasar por una
filosofía de la religión. Sin ésta no sería posible la teoría de la acción comunicativa; ya que su núcleo
fundamental se sustenta en una determinada concepción de lo religioso” (1996: 57).
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La religión en el ámbito público de las sociedades modernas
4
Idea de la traducción de contenidos semánticos religiosos valiosos que afecta en primer lugar a su
propia obra. En una entrevista de 2001, a la pregunta de en qué medida la religión ha dado impulso
a sus propios escritos, como continuación de la obra de la 1ª generación de la Teoría Crítica, va a
reconocer un “linaje teológico” en los mismos, si bien obviamente su discurso filosófico se
diferencia del teológico por su “ateísmo metodológico”. “No me podría defender si alguien dijese
que mi concepción del lenguaje y de la acción comunicativa orientada hacia el entendimiento se
nutre de la herencia cristina. […] de la herencia de un logos entendido en términos cristianos que se
materializa […] en la praxis comunicativa de la comunidad. Ya la versión del concepto de
emancipación que se vertía en Conocimiento e interés en términos de teoría de la comunicación podría
ser «desenmascarada» como la traducción profana de una promesa de salvación” (Habermas, 2001b:
198).
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5 Sigo, en este apartado, básicamente a José Mª Mardones (1998), cuyo libro es imprescindible para
conocer la postura de Habermas, al menos hasta el momento de su publicación, sobre la religión.
Puede consultarse igualmente el libro, más reciente, de Estrada (2004).
6
Hay quien ve en esta evolución y concretamente en este párrafo una postura “claudicante”: “La
defensa del pensamiento postmetafísico y de la modernidad ilustrada se ve empañada por la
posición conciliadora cuando no claudicante que muestra en esos últimos escritos sobre la religión”
(Martínez, 1994: 47).
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Esta expectativa [ilustrada] va debilitándose en sus escritos más recientes, en los cuales
aparece repetida, aunque no desarrollada, la idea de un resto o potencial semántico que
quedaría todavía sin asumir por la racionalidad comunicativa y concretamente por la ética
del discurso. Se establece así también una continuidad con la leve reserva mantenida en los
primeros escritos acerca de la capacidad de consuelo de la religión frente a las contingencias
de la vida y se sugiere la posibilidad de una apertura mayor hacia unas dimensiones de lo
humano que sólo sería capaz de expresar (¿por ahora?) la religión. Se cuela por esta
hendidura la afirmación de la coexistencia entre filosofía y religión, que señalaría, hasta el
momento, el último estadio de esta evolución habermasiana (Mardones, 1998: 76).
La idea de Habermas es que al pensamiento filosófico se le sigue planteando la tarea de
apropiarse críticamente, transformando su sentido, del “potencial semántico” que aun
conllevan esas “viejas verdades”, de asumir críticamente:
[…] las respuestas de la tradición, es decir, el saber de salvación que en las culturas
superiores desarrollaron las religiones y el saber del mundo que en las culturas superiores
desarrollaron las cosmologías, de apropiarse de lo que de ese saber pueda resultar aun
convincente con buenas razones a los hijos e hijas de la modernidad. […]. No creo que
como europeos podamos entender seriamente conceptos como el de moralidad y eticidad,
persona e individualidad, libertad y emancipación […] sin apropiarnos la sustancia de la
idea de historia de la salvación de procedencia judeocristiana (Habermas, 1990: 25).
Algunos de esos “contenidos semánticos” irrenunciables, como sostiene en otros lugares,
serían igualmente las afirmaciones acerca de la totalidad de la realidad o de la contingencia
de todo lo que existe, la experiencia del sufrimiento humano, o las preguntas que remiten al
consuelo y a la esperanza tanto en la vida individual como en la historia colectiva. Como
escribe en “Creer y saber”:
[Kant] convirtió el libre albedrío en autonomía, dando con ello el primer gran ejemplo
(después de la metafísica) de una deconstrucción secularizadora, y a la vez salvadora, de las
verdades de fe. […] todavía no disponemos de un concepto adecuado para la diferencia
semántica entre lo que es moralmente equivocado y lo que es profundamente malo. […].
Cuando el pecado se transformó en culpa y la falta a los mandamientos divinos se
transformó en contravención de leyes humanas, algo se perdió. Pues al deseo de perdón
sigue unido el deseo sin sentimentalismos de que el sufrimiento infligido a los otros no se
hubiera producido (Habermas, 2002: 140-141).
La duda sobre si alguna vez tales contenidos semánticos podrán ser expresados
completamente en lenguaje filosófico y por lo tanto la religión definitivamente sustituida, es
la última expresión, como señala Mardones, del pensamiento de Habermas casi a la altura
de finales de siglo.
Coincidiendo aproximadamente con el cambio de siglo van pesando motivos de índole
histórica y sociológica, como el 11S de 2001, la pujanza del fundamentalismo, que es visto
por Habermas como un producto de la propia sociedad moderna globalizada, el
cuestionamiento de las teorías de la secularización y, con ello, de la propia interpretación de
la sociedad moderna postsecular la llamará; tanto como motivos de orden filosófico,
relativos a la relación entre la religión y la filosofía postmetafísica y, en definitiva, al
planteamiento de los límites de la razón humana, que van a producir un giro importante en
el pensamiento de Habermas en torno a estos temas. La religión va pasando a ser ahora un
objeto de “vivo interés” en la obra de nuestro autor, como escribe Reyes Mate, y añade, “la
religión ha dejado de ser un resto marginal, que es lo que el autor de la Teoría de la Acción
Comunicativa le reconoce, para ser tratada ahora como un interlocutor casi del mismo rango
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que la razón” (Mate, 2008: 30), y comienza a interesarle “la posible contribución de la
religión a una construcción racional de la ética y de la política” (Idem: 32).
De ahí que hablemos de un “último Habermas”, del que nos ocuparemos a partir de ahora,
en lo que respecta a la consideración del papel que el hecho religioso pudiera jugar en la
sociedad postsecular actual.
3. Replanteamiento de la secularización
Habermas, en consonancia con el replanteamiento que en los últimos años (a partir sobre
todo de los años ochenta del pasado siglo) se ha ido haciendo de las teorías de la
secularización, va a abordar dicha temática desde una perspectiva inicialmente sociológica e
histórica.
Lo primero que llama la atención, por contraste con sus ideas anteriores, es el rechazo de
aquellas teorías clásicas de la secularización, más concretamente de los críticos ilustrados de
la religión, que en línea con sus primeros escritos pronosticaban, y más aun
promocionaban, la desaparición de la religión. Esto sucede, significativamente, en los
primeros escritos a los que nos estamos remitiendo. En un artículo de 1991, aludiendo a
movimientos cristianos de izquierda que pugnan por la emancipación social, escribe: “en
nuestras latitudes han caído […] las razones para un ateísmo motivado políticamente, o
mejor, para un laicismo militante” (Habermas, 2001a: 90). Más globalmente aun, en Creer y
saber (2001) y refiriéndose a las dos lecturas principales de la secularización, señala que
incurren en un mismo error y es considerar que la ciencia y la técnica, desencadenadas por
el capitalismo, y sus contrincantes la religión y la iglesia son mutuamente excluyentes y que
las primeras solo pueden ganar a costa de (eliminar a) los otros. Y sentencia, lo que significa
rechazar las citadas teorías clásicas de la secularización que defendían la desaparición de la
religión, que “esta imagen no se adecúa a una sociedad postsecular tolerante con las
comunidades religiosas en un entorno en permanente secularización” (Habermas, 2002:
132) 7.
A partir de estas consideraciones, el “último Habermas” va a tomar buena nota de los
últimos debates en torno al paradigma de la secularización, para sacar sus propias
conclusiones.
En primer lugar, hay que constatar que desde finales de la 2ª Guerra Mundial en casi toda
Europa a la modernización social de las sociedades le ha acompañado una importante
secularización (también en los EEUU, donde se mantiene sin embargo un porcentaje de
creyentes más elevado) (Habermas, 2006c: 122-123). Pero esto parece ser una excepción
que no se confirma para el resto del mundo (salvo en algunos países avanzados como
7
Lo que es coherente, desde el punto de vista del análisis de la secularización, con una distinción
que va a introducir Habermas, quien va a diferenciar los términos de secular (la postura del que
frente a las reivindicaciones del valor de la religión, se comporta de manera agnóstica), postura que
hace suya, y secularista (del que adopta una postura polémica frente a la religión y que se apoya sobre
todo en una línea dura de naturalismo científico) (Habermas, 2009a: 77).
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La religión en el ámbito público de las sociedades modernas
8
Así, frente a una crítica de su postura (Herrera, 2011), Habermas no se desvía del “verdadero
sentir de lo secular”, entendiendo “lo postsecular como una ruptura con lo secular que conduce a
revitalizar lo religioso”, sino en todo caso se aparta de una interpretación restrictiva de lo secular,
sobre todo del secularismo, que exige, con Herrera, que “la religión permanezca en la esfera privada
de los individuos”. Precisamente Habermas trata de realizar a fondo lo que predica la autora:
“debemos entender lo postsecular como una continuidad, es decir, como una secularización que se
seculariza e ilustra a sí misma en la sociedad” (Herrera, 2011: 48).
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Antes de analizar propiamente el papel que pueden desempeñar las religiones en el ámbito
público, hay un aspecto en el que convendría profundizar, y por el que en ocasiones se
cuestiona al propio Habermas, que hace referencia al motivo por el cual habría de ocuparse
en la actualidad de la religión, y que guarda una estrecha relación con el concepto de
“secularización descarrilada” con el que concluíamos el apartado anterior.
Llegados a este punto, nos corresponde establecer cuál es el papel asignado por nuestro
autor a la religión en el ámbito público de las sociedades modernas y postseculares. Ello
requerirá desarrollar hasta el final algunas de las ideas que hemos visto previamente y, a
partir de ahí situarnos, como adelantábamos, en el ámbito de la reflexión filosófica y
política desde donde Habermas realiza sus importantes y novedosas aportaciones al tema
que nos ocupa.
Para el sociólogo alemán, el hecho de que las religiones puedan, y en definitiva deban,
desempeñar un (nuevo) papel en las sociedades postseculares está directamente relacionado
con un “autoentendimiento diferente de la modernidad” (2006c: 126), que es imprescindible
desarrollar.
Debe rechazarse y superarse una autoconcepción de la modernidad “exclusiva y endurecida
en términos secularistas”. Aquella versión secularista que considera que las religiones son
“una reliquia arcaica de las sociedades premodernas”, que se disolverán a largo plazo por
acción de la crítica científica, terminando por desaparecer con la modernización cultural y
social (Habermas, 2006c: 146-147). Es actualmente evidente, piensa Habermas, que la
religión no es un resto arcaico, una “configuración del pasado”, sino que, como hemos
visto anteriormente, para la filosofía hay indicios empíricos de que se mantiene como una
9
La inspiración de esta idea remite a Kant: “Kant percibió como un déficit crucial la incapacidad de
la razón práctica para fundar la realización solidaria de metas colectivas […]. Y sostuvo que la
apropiación filosófica de las tradiciones religiosas era el camino para superar este déficit” (2009c:
223).
78 Inguruak, 2015, 59 Manuel Urrutia León
10
Hay un artículo de Flores D´Arcais, que ahonda en algunas contradicciones en que a su juicio
incurre este “último Habermas”, y es por lo demás extremadamente crítico, llegando a escribir que
“el estado liberal que protege todas las formas de vida religiosa, es liberal solo en la idiosincrasia anti-
laica en la que se ha sumergido Habermas” (cursiva nuestra) (D´Arcais, 2008: 58). Lo cierto es que,
al no compartir las concepciones filosóficas de fondo desde las que parte Habermas (singularmente
que las grandes religiones universales pertenecen a la genealogía de la razón), no puede llegar a
aceptar el replanteamiento que este hace de la modernidad, la secularización o la laicidad, sin que
ello le convierta en anti-laico o antiilustrado como sugiere D´Arcais. Véase el excelente artículo de
Reyes Mate (2008), que se hace cargo de las críticas de Flores D´Arcais a Habermas. En él, escribe
que “caben dos caminos para resolver los conflictos entre religión y política o entre razón y fe en
una democracia deliberativa”: o profundizar en la tesis de “la emancipación con respecto a la
religión, depurando la laicidad de toda referencia religiosa” (lo que parece preferir D´Arcais); o
“repensar la relación entre razón y religión, en nombre de las exigencias de una sociedad
postsecular”. El primer camino es prácticamente intransitable, pues reduce la religión a asunto
privado y un discurso sin símbolos. Eso es lo que “no ha tenido lugar ni parece teóricamente
posible. Creo que la segunda postura es no solo más fecunda, sino también inevitable” (2008: 32).
El “último” Habermas. Inguruak, 2015, 59 79
La religión en el ámbito público de las sociedades modernas
privatización de la religión (2011a: 33) 11. Esto crea una situación de desigualdad en la esfera
pública pues solo a los ciudadanos creyentes se les obliga a dividir su existencia e identidad
en dos partes, una pública y otra privada.
Esta privatización forzosa de la religión por el liberalismo, no es sino otra vertiente, esta de
carácter político, del mismo laicismo criticado por Habermas y que descansa en una
“cuestionable hipótesis filosófica de fondo” para la cual la religión tiene que retirarse del
ámbito público de la política al espacio privado, ya que ha quedado superada
históricamente desde el punto de vista del conocimiento. Interpretación que Habermas no
duda ahora en situar en la “crítica de la religión” y no propiamente ya en el marco del
paradigma sociológico de la secularización12. Para el liberalismo, la religión ha de ser
tolerada, “pero no puede esgrimir la exigencia de ser tomada en serio como recurso cultural
que coadyuve a la autocomprensión de la modernidad contemporánea” (2009a: 77).
Pero si realmente el poder estatal es neutral respecto a las diferentes cosmovisiones
existentes, lo que garantiza iguales libertades éticas a todos, tal neutralidad es incompatible
con la “generalización política de una visión del mundo secularista”. Habermas defiende
que no se les puede negar un potencial de verdad a las cosmovisiones religiosas, ni su
derecho a intervenir en las discusiones públicas en el propio lenguaje religioso (2006b: 119).
De hecho, la política deliberativa es el resultado del uso público de la razón tanto de
ciudadanos creyentes como no creyentes.
Ahora bien, una cosa es defender que las religiones pueden contener parte de verdad, y por
ello la legitimidad de las distintas religiones a participar en el debate político público y otra
cosa bien diferente es atender a las voces que piden una fundamentación más profunda de
los principios constitucionales, en lo sagrado o en Dios mismo. Habermas es muy claro,
defendiendo que si alguna importancia tienen las religiones (en cuanto a su potencial
aportación de valores, razones o verdades al debate público), en ningún caso su cometido
puede ser dotar de una fundamentación más profunda, más firme o segura, o incluso
definitiva, a la Constitución política de un Estado, que la aportada por la “sola razón”. Esa
postura no es sino mero oscurantismo. La única legitimación posible hoy en día es la
legitimación secular basada en la democracia y los derechos humanos (2011a: 33).
Yo defiendo los fundamentos seculares de los estados liberales. El poder estatal debe seguir
siendo ideológicamente neutral y debe legitimarse mediante consideraciones seculares
regidas por la razón. La soberanía del pueblo y los derechos humanos son las fuentes
seculares de la legitimación de los estados constitucionales regida por la razón. No critico el
derecho natural completamente secular, sino la ideología secularizadora que niega por
principio a la religión la posibilidad de contener parte de razón (2006f).
En el diálogo con el entonces cardenal J. Ratzinger, sobre los “fundamentos prepolíticos
del Estado democrático de derecho”, queda claro el enfoque con el que plantea el
acercamiento a la religión. Como veíamos, el Estado liberal cuenta con sus propios
11
Una crítica interesante de tal privatización de la religión por el liberalismo, desde la perspectiva de
la desprivatización de las religiones ocurrida a partir de finales de los años setenta del pasado siglo,
es sin duda la de José Casanova, en un texto ya clásico, Religiones públicas en el mundo moderno (2000).
Curiosamente, Casanova, en su crítica, mayormente de carácter sociológico, se apoya también en la
obra del propio Habermas, pero del Habermas que apenas había comenzado con la evolución que
estamos persiguiendo en este artículo.
12
Para esta distinción básica entre la “crítica de la religión”, de carácter por tanto valorativo, y las
teorías sociológicas de la secularización como tal, de carácter científico, que emergen a partir de la
década de los años sesenta del siglo XX, puede verse mi artículo (Urrutia, 2005: 168 y ss.)
El “último” Habermas. Inguruak, 2015, 59 81
La religión en el ámbito público de las sociedades modernas
fundamentos normativos seculares, pero para Habermas las dudas se plantean en el aspecto
motivacional (2006b: 110 y ss.), pues como objetó el jurista Böckenförde, el Estado liberal
vive de “presupuestos heredados que él mismo es incapaz de garantizar”. Para que la
solidaridad o la justicia impregne las leyes, defiende el sociólogo, es fundamental que los
principios de justicia encuentren acomodo “en el entramado, más denso, de orientaciones
axiológicas de carácter cultural” (2006b: 112). De ahí que conviene echar mano de las
convicciones morales o religiosas de las distintas tradiciones en las que viven los
ciudadanos. Y concretamente, prescindir de la religión es un lujo que la democracia
deliberativa no se puede permitir, pues se perdería una fuente esencial para fortalecer el
impulso moral, enormemente debilitado en la época actual, en la defensa de valores
políticos laicos. Es una fuente cultural de la que emana la creación de sentido o de
identidad; y también de la que se nutre la conciencia normativa y la solidaridad de los
ciudadanos…
El Estado liberal tiene interés en que se permita el libre acceso de las voces religiosas tanto
en la esfera público-política como en la participación política de las organizaciones
religiosas. […]. Las tradiciones religiosas están provistas de una fuerza especial para
articular intuiciones morales, sobre todo en atención a las formas sensibles de la
convivencia humana (2006c: 138 y 139).
Habermas apela a la gran experiencia acumulada por las comunidades religiosas en su larga
vida de existencia. En ellas se han desarrollado y conservado prácticas de respeto, de
cuidados al necesitado y de ayuda mutua, por lo que las experiencias en las relaciones con
los demás y los sentimientos morales se expresan articuladamente y se convierten en un
recurso experiencial importante. Por otro lado, va a subrayar aspectos más específicos de
las tradiciones religiosas, singularmente que en ellas permanece intacto lo que en otros
lugares se ha perdido: la sensibilidad para hablar de la vida malograda o “dañada” (Adorno),
de las patologías sociales, etc. (2006f; 2006b: 116).
La razón práctica se desdibuja cuando ya no es capaz de despertar, y mantener despierta, en
los ánimos profanos la conciencia de una solidaridad herida en todo el mundo, la
conciencia de lo que falta, de lo que clama al cielo (2009b: 64-65).
Como hemos visto anteriormente Habermas concibe la secularización (tanto como la
conciencia pública), como un proceso de aprendizaje complementario entre los ciudadanos
creyentes y los no creyentes. Ambas partes pueden participar en los debates sobre temas
relevantes que se realizan en la esfera pública, y además han de tomarse recíprocamente en
serio en el aspecto cognitivo, hasta el punto de que están moralmente obligados a examinar
reflexivamente los límites tanto de la fe como del saber (2006b. 117).
Todo ello va a requerir una serie de “condiciones”, a ambas partes, lo que parece olvidarse
por algunos críticos, para que el debate público entre diversas cosmovisiones esté a la altura
del nuevo contexto exigido por las “sociedades postseculares”.
Del lado de la “parte religiosa”, lo primero que las religiones deben hacer para estar a la
altura de la racionalidad exigida por el Estado liberal, es obviamente renunciar al poder
político y a la exposición violenta de sus verdades de fe; y también a “forzar militantemente
la conciencia” para imponer las creencias religiosas (2002: 132; 2009b: 71). Incluso más
aún, matizará el sociólogo alemán, cuando las iglesias se dirigen solo a sus creyentes deben
considerarlos como “miembros orientados religiosamente de una comunidad política”,
pues si tratan de alcanzar objetivos políticos apelando de manera directa a su conciencia
religiosa, es decir, tratando de coaccionar sus conciencias, estarían sobrepasando las
fronteras de una cultura política liberal (2008: 6).
82 Inguruak, 2015, 59 Manuel Urrutia León
No basta, sin embargo, con estas premisas negativas que se compadecen con el núcleo
central irrenunciable de la secularización, que no es otro que la separación entre Iglesia y
Estado. Es preciso ir bastante más allá. La religión ha de comprometerse con las premisas
del Estado laico constitucional y con la moral profana universal de la sociedad,
singularmente la moralidad de los derechos humanos universales, que debe hacer
compatible con sus propios artículos de fe (2009b: 57).
La reflexión de los creyentes acerca de la posición que ocupan en una sociedad pluralista,
con diferentes cosmovisiones y religiones, debe llegar además de a los ámbitos político y
ético, al ámbito cognitivo. En primer lugar, en cuanto que las religiones tienen que haber
reflexionado internamente (desde la teología, la filosofía de la religión, etc.) para poner sus
propias convicciones o verdades de fe en relación con otras instancias religiosas o doctrinas
de salvación con las que compiten, manteniendo una relación razonable y tolerante con las
otras confesiones religiosas. Y en segundo lugar, pues las religiones han de mantener una
actitud epistémica adecuada respecto a la independencia del conocimiento secular y hacia el
monopolio del saber socialmente institucionalizado de los expertos científicos. Deben
reconocer y acomodarse, por tanto, a la autoridad de la razón natural y de los resultados
falibles de las ciencias, que detentan el monopolio en la producción de los saberes seculares
(2002: 138; 2006c: 145; 2009b: 57 y 71).
Hablamos, por lo tanto, de aquellas religiones que no se aíslen, sino que acepten, los logros
cognitivos de la modernidad, por lo que Habermas muestra su preferencia por el
cristianismo y el budismo entre las grandes religiones mundiales, por haber alcanzado un
alto grado de racionalización interna (2009c: 231), si bien el catolicismo aceptaría el
liberalismo y la democracia en los años 1960, con el Concilio Vaticano II. Por lo que
respecta al islam, aun no ha realizado este “doloroso proceso de aprendizaje”, su propia
“reforma” religiosa, que no puede ser prescrita ni dirigida política o jurídicamente desde
fuera de su propia tradición, sino que se trata de un proceso de aprendizaje que debe surgir
desde dentro, desde el punto de vista de una autocomprensión secular de la modernidad
(2009a: 78-79). Es un proceso de “modernización” de la propia fe, en la que ésta se vuelve
reflexiva y llega a alcanzar una conciencia autocrítica respecto a la posición que ocupa, ya
no exclusiva y menos absoluta, en el interior de un universo de discurso limitado por el
saber profano y compartido con otras religiones. “Esta conciencia de fondo descentrada
sobre la relatividad del lugar propio que ciertamente no puede tener como conciencia
una relativización de las mismas verdades de fe distingue a la forma moderna de fe
religiosa” (2001b: 187).
Del lado de la parte “no religiosa”, igualmente, hay importantes contrapartidas que los no
creyentes deben estar dispuestos a conceder para que el debate público fructifique. Los
ciudadanos no creyentes están obligados, en primer lugar, a no descartar por principio las
aportaciones religiosas a la formación de la opinión pública “como meramente vacías o sin
sentido”. En este punto, Habermas es claro y contundente: “Los ciudadanos laicos que se
encontraran con sus conciudadanos manteniendo la reserva de que éstos, por su postura
religiosa, no pueden ser tomados en serio como contemporáneos modernos, habrían vuelto
al nivel de un mero modus vivendi, abandonando con ello la base del reconocimiento de la
ciudadanía común” (2009a: 80). Ello supone que a los no creyentes también se les exige
reflexionar, en este caso sobre los límites de la racionalidad secular o postmetafísica, pues la
idea de que “las grandes religiones del mundo pueden ser portadoras de «contenidos de
verdad», de intuiciones morales olvidadas o sin explotar, no es de modo alguno evidente
para el sector secular de la población” (2011a: 36). Reflexionar sobre los límites del saber
secular conduce a su vez a la necesidad de replantearse autocríticamente la relación entre fe
El “último” Habermas. Inguruak, 2015, 59 83
La religión en el ámbito público de las sociedades modernas
y saber para hacer posible una coexistencia de carácter autorreflexivo entre ambas partes
(2009a: 80). La relación entre fe y saber ha de permanecer abierta además, pues las
fronteras entre las razones religiosas y seculares son fluctuantes, y la difícil y disputada tarea
de fijarlas es también una tarea cooperativa entre ambas partes, lo que incluye que cada una
de ellas debe aceptar la perspectiva que representa la otra (2002: 139).
De nuevo nos encontramos con un asunto esencial, la cuestión epistemológica de la
relación entre la fe y el saber, que está relacionada con aspectos esenciales del
“entendimiento de fondo de la genealogía de la modernidad”: ¿puede entenderse la ciencia
“como resultado de una historia de la razón que incluye de manera esencial las religiones
mundiales?” (2006c: 155).
En este punto, Habermas va a ir aun más lejos, situándose en un terreno que va a ser de los
más controvertidos en el tema que nos ocupa, cual es el de admitir que las afirmaciones
religiosas pueden ser epistemológicamente verdaderas. El sociólogo defiende que las
expectativas posibles de los debates persistentes entre el saber y la fe, de las discordias o
acuerdos entre ellos, para ser “racionales”, requieren que desde el punto de vista del saber
secular se conceda a las convicciones religiosas un estatuto epistemológico que no sea
“absolutamente irracional”, es decir, que no se les niegue de entrada un “potencial de
verdad” a las visiones religiosas del mundo (2006b: 118; 2006e: 312-313). Más aún, escribe
que “la razón secular no debe erigirse en juez de las verdades de fe”, si bien es verdad que
de sus resultados solo cabe aceptar como razonable aquello que se pueda traducir al
discurso secular y sea accesible universalmente (2009b: 57).
Sin embargo, desde las premisas normativas del Estado constitucional y de un ethos
democrático de la ciudadanía, la admisión de manifestaciones religiosas en la esfera
público-política sólo tiene sentido si a todos los ciudadanos se les puede exigir que no
excluyan el posible contenido cognitivo de estas contribuciones; mientras que, al mismo
tiempo, se observe la primacía de las razones seculares y se atienda a la salvedad de la
traducción institucional de las razones religiosas (2006c: 147).
Pero obviamente, por lo que se refiere a los ciudadanos seculares, ello va a presuponer una
mentalidad que en absoluto es evidente en el ámbito de las sociedades secularizadas de
Occidente, por lo que va a necesitar un cambio de mentalidad que es igualmente exigente,
desde el punto de vista cognitivo, que el requerido por la conciencia religiosa para adaptarse
a los desafíos de un entorno cada vez más secularizado. La ética democrática de la
ciudadanía solo se puede exigir razonablemente a todos los ciudadanos por igual cuando
“los ciudadanos religiosos y los seculares recorran procesos de aprendizaje complementarios”
(2006c: 148).
Por otro lado, el cambio de mentalidad necesario para que vayamos caminando hacia una
sociedad postsecular es algo que depende de los propios ciudadanos, que debe ser
aprendido por iniciativa propia y que no puede prescribirse ni ser implantada administrativa
o jurídicamente, sino que tiene un origen “prepolítico”. “El Estado liberal debe presuponer
que las actitudes cognitivas que hay que exigir a la parte religiosa y a la parte laica ya se han
formado como resultado de procesos de aprendizaje históricos” (2006a: 11). Siendo
cuestionable en qué medida seremos capaces de adquirir ese aprendizaje, absolutamente
necesario a juicio de Habermas, para la deliberación pública y, en definitiva, para la
convivencia en la sociedad postsecular.
84 Inguruak, 2015, 59 Manuel Urrutia León
Una vez que los ciudadanos seculares, tras cambiar su mentalidad, sean receptivos a la
posible razonabilidad de las contribuciones religiosas, a que los ciudadanos religiosos
puedan aportar contenidos de verdad al debate público desde su propia tradición religiosa,
aun queda un último requisito para que estas contribuciones sean aceptables: su
traducibilidad a argumentos seculares accesibles universalmente.
En principio, corresponde a los propios ciudadanos religiosos la tarea de traducir sus
convicciones religiosas a un lenguaje secular si aspiran a obtener una aprobación
mayoritaria de sus argumentos (2002: 138). Si bien la opinión de Habermas se inclina
progresivamente a que los ciudadanos secularizados participen en los esfuerzos de
traducción de contribuciones relevantes desde el lenguaje religioso a uno públicamente
accesible (2006b: 119; 2006e: 313), con lo que “este trabajo de traducción tiene que ser
entendido como una tarea cooperativa en la que toman también parte los ciudadanos no
religiosos” (2006c: 140). Incluso Habermas llega a admitir la posibilidad de que los
ciudadanos religiosos expresen y justifiquen sus convicciones en un lenguaje religioso
cuando no encuentren una traducción secular adecuada para ellas (2006c: 138).
Los ciudadanos religiosos pueden manifestarse en su propio lenguaje sólo si se atienen a la
reserva de la traducibilidad; esta carga queda compensada con la expectativa normativa de
que los ciudadanos seculares abran sus mentes al posible contenido de verdad de las
contribuciones religiosas y se embarquen en diálogos de los que bien puede ocurrir que
resulten razones religiosas en la forma transformada de argumentos universalmente
accesibles (2006c: 139-140).
Quedaría por determinar hasta dónde llega esta reconsideración habermasiana de una de las
tesis centrales del paradigma de la secularización: la de la privatización de la religión. Una
vez planteada la legitimidad de una cierta “desprivatización” de la religión (Casanova,
2000), faltaría por determinar hasta qué punto y de qué manera puede la religión participar
en el ámbito público de las sociedades modernas. Dicho de otra manera, hemos de concluir
nuestro recorrido contestando a la pregunta que el propio Habermas se planteaba y que
recogíamos en nuestra introducción.
¿Qué significado tiene la separación entre Estado e iglesia, tal como viene exigida en las
constituciones liberales, para el papel que les está permitido desempeñar a las tradiciones
religiosas y a las comunidades religiosas en la sociedad civil y en la esfera público-política y,
por consiguiente, en la formación política de la opinión y de la voluntad de los ciudadanos?
(Habermas, 2006c: 125-126).
En este punto es donde Habermas se aparta un tanto de la posición de J. Rawls. La
diferencia fundamental, a mi juicio, se sitúa en la concepción más amplia y flexible de la
“razón pública” en el caso de Habermas, y del papel de la religión en ella. Para Rawls, al
debatir sobre asuntos concernientes al derecho o la justicia, pongamos por caso, hemos de
dejar de lado nuestras convicciones morales o religiosas, y argumentar desde una
concepción política de la persona independiente de las maneras de concebir la vida buena
que tenga cada uno. Las razones religiosas (o cosmovisionales en general) pertenecen, para
Rawls, a la cultura de la sociedad civil, que sería una cultura no pública donde caben
razones sociales pero de carácter no público. En el caso de Habermas, la razón pública no
se reduce a la razón política-institucional, sino que debe incluir a las razones ideológicas,
morales y religiosas para que pueda producirse un diálogo constructivo entre la sociedad
civil y el Estado. Es precisamente en este ámbito de la sociedad civil, ámbito público en su
sentido más amplio, donde se produce la deliberación pública entre las distintas culturas,
El “último” Habermas. Inguruak, 2015, 59 85
La religión en el ámbito público de las sociedades modernas
13
En cuanto a la relación de este desarrollo con el pensamiento de Rawls, concuerdo con Velasco
en que existe una “coincidencia básica, con matices, con el liberal Rawls y su noción de razón
pública” (Velasco, 2013: 227). En el caso de Rawls se plantea una dicotomía un tanto estricta entre
lo público-institucional y lo social; mientras que la postura de Habermas es más flexible
considerando a la sociedad civil como un ámbito público importante (donde se genera la “opinión
pública”) y donde va a conceder más importancia a las “razones públicas” de todo tipo (y en este
caso religiosas). Lo que le reprochará Flores D´Arcais (2008) en este punto, es precisamente que en
la plaza pública de la sociedad civil Habermas admita razones presentadas en lenguaje religioso,
cuando a su juicio deberían circunscribirse a un lenguaje laico, como en el ámbito público-
institucional. En todo caso Habermas establece un “filtro” (traducción) entre la esfera pública
informal y el ámbito público institucional.
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conflictiva)”. Para concluir sin embargo que la propuesta no es tan abstracta, sino que
precisa “una generalización más amplia” (2008a: 8). 14
En última instancia, el planteamiento de Habermas (que huye del fundamentalismo
religioso como del laicismo intransigente), confluye con otros autores que defienden una
laicidad democrática, abierta e inclusiva, que reconoce la legitimidad de las diversas fuentes,
seculares o religiosas, como base de la racionalidad y ciudadanía democráticas. Como
muestra, valgan estas palabras del filósofo de la política Michael J. Sandel en su reciente
libro sobre la justicia:
Necesitamos una vida cívica más robusta y comprometida que esta a la que nos hemos
acostumbrado. En los últimos decenios hemos llegado a dar por sentado que respetar las
convicciones morales y religiosas de nuestros conciudadanos significa ignorarlas (al menos
para fines políticos), dejarlas en paz y llevar nuestra vida pública sin referirnos en la
medida de lo posible a ellas. Pero eludirlas de esta manera no consiste sino en un respeto
espurio. […]. Una más decidida implicación pública en nuestras discrepancias morales
proporcionaría un fundamento más sólido, no más débil, al respeto mutuo. En vez de
hacer caso omiso de las convicciones morales y religiosas que nuestros conciudadanos
llevan consigo a la vida pública, deberíamos tratarlas más directamente, a veces poniéndolas
en entredicho y plantándoles cara, a veces escuchándolas y aprendiendo de ellas. […].Una
política basada en el compromiso moral no solo es un ideal que entusiasma más que una
política de la elusión. Es también un fundamento más prometedor de una sociedad justa
(Sandel, 2013: 303-304).
Podemos concluir sosteniendo que, en congruencia con su ética del discurso, una
“generalización más amplia” del planteamiento de Habermas bien pudiera ser la base de un
más que necesario y urgente diálogo intercultural por desarrollar en nuestras sociedades
democráticas y postseculares.
6. Bibliografía
Carabante Muntada, José María (2007): «La religión, entre lo público y lo privado.
Reflexiones en torno a la filosofía de la religión de J. Habermas», Cuadernos
14
Flores D´Arcais alerta contra el riesgo de invocar a los discursos religiosos, a menudo contrarios
al Estado democrático de derecho (como otros discursos laicos), e incontrolables, si bien es cierto
que reconoce la pluralidad interna de las tradiciones religiosas y que hay por tanto otros discursos
que pueden ir en la línea señalada por los exigentes criterios habermasianos. “Pero la aportación de
la religión es inextricablemente bifronte. En manos de Dietrich Bonhoeffer (o de los muchos curas
“de calle” que colaboran con MicroMega) es sin duda un importante patrimonio que está disponible
a favor de las libertades. En manos de incontables otras y más difundidas constelaciones
hermenéuticas, es tentación segura y permanente de prevaricación confesional contra la democracia.
Y el apoyo de las comunidades religiosas, una vez invocado, ya no puede gobernarse a placer”.
(Flores D´Arcais, 2008: 60). En esta dirección, escribe con razón Reyes Mate que “a la vista de la
política que se trae entre manos la Iglesia Católica, está justificada la pregunta de si tienen sentido
discursos como éstos que buscan un sentido político de la religión al margen de la Realpolitik
eclesiástica. ¿Qué pintan Habermas o Metz al lado de obispos mosqueteros, como Rouco,
Cañizares o García-Gascó, listos para disparar sobre cualquier movimiento que vaya en esa
dirección?”. Pero, rechanzado “el revival nacionalcatólico de la jerarquía católica española”, concluye
recordando la pluralidad interna de todas las tradiciones: “Las que dominan políticamente no son
necesariamente las que más razón tienen. Lo que importa es de dónde, en situaciones críticas, salen
recursos para sacar adelante una razón, una política o una ética a la altura de los problemas que
tenemos”. (Mate, 2008: 33).
El “último” Habermas. Inguruak, 2015, 59 87
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