Jürgen Habermas - Israel o Atenas - OCR
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Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Fuentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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PREFACIO
Introduccin
LA LINGISTIFICACIN DE LO SAGRADO
COMO CATALIZADOR DE LA MODERNIDAD
Eduardo Mendieta
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EDUARDO MENDIETA
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LA LINGISTIFICACIN DE LO SAGRADO
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de esta seleccin de textos es poner en primer plano aquellos recursos de la inmensa contribucin intelectual de Habermas que
puedan ayudar a una confrontacin crtica con los nuevos desafos intelectuales y sociales provocados por las nuevas formas
de oscurantismo, fundamentalismo, misticismo anrquico, irracionalismo religioso y cosas por el estilo. Y lo ms importante es
que estos textos deberan dejar muy claro cmo estos recursos de
la obra de Habermas se fraguaron a partir de las mismas fuentes
y tradiciones que modelaron la identidad y la estructura de las
sociedades occidentales. El atesmo metodolgico de Habermas no es un rechazo, sino una respuesta a la asimilacin dialctica de la tradicin judeo-cristiana que se extiende de manera
tan ineludible por la obra de todos sus precursores. Otro objetivo
de esta compilacin es hacer explcito, por si alguna vez se puso
en cuestin, cmo la obra de Habermas hered, apropindosela
y transformndola, la tradicin crtica del mesianismo utpico
judo de la primera etapa de la Escuela de Francfort. Por consiguiente, comenzar aqu con una breve caracterizacin general
de este utopismo mesinico judo y pasar luego a reconstruir los
elementos y las tendencias principales de la interpretacin de
Habermas de la religin. La tesis central de esta ltima parte es
que el tratamiento de Habermas no queda correctamente caracterizado por la imagen de una ruptura temporal entre una valoracin primero positiva y despus negativa del papel de la religin. En su lugar se ofrecer la prueba textual que sugiere una
valoracin siempre presente de la religin, que vara con el ngulo de aproximacin o la lente utilizada para el anlisis. En
otras palabras, se propondr que las afirmaciones de Habermas,
positivas o negativas, estn determinadas por el hecho de afrontar la cuestin, bien desde una perspectiva crtica y filosfica,
bien desde una perspectiva sociolgica, poltica y legal.
l. LA RELIGIN COMO CRTICA
Albert Schweitzer comenz su ya clsica obra Investigaciones sobre la vida de Jess con la siguiente afirmacin:
Cuando, algn da en el futuro, el tiempo de nuestra civilizacin,
cerrado y completado, llegue a su fin, la teologa alemana sobre-
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saldr a los ojos de las generaciones posteriores como un fenmeno grande y nico en la vida espiritual e intelectual de nuestro
tiempo 10
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ba catalizado su incompleta asimilacin, y desgajados de sus tradiciones por siglos de secularizacin, desasimilacin y amnesia
religiosa 16, los intelectuales judos se encontraban situados en un
punto social nico, desde el que podan recuperar y rehacer sus
tradiciones religiosas mientras trataban de salvar lo mejor de la
Ilustracin de los efectos corrosivos del capitalismo. Y fue a partir de esta tensin dialctica como los judos de la Europa central, y los judos asimilados de Francfort en particular, articularon un tipo nico de mesianismo judo 17
Filosficamente, y conceptualmente, se puede decir que el mesianismo judo de estos judos alemanes y de la Europa central
est constituido por cuatro elementos, siempre presentes con
grados variables de intensidad en los diferentes pensadores. Siguiendo a Anson Rabinbach podemos diferenciar esos elementos
del siguiente modo. Primero, este mesianismo judo est profundamente caracterizado por un elemento restaurador. Esto tiene
que ver con la anmnesis como aspecto fundamental de racionalidad. Por contraste con la idea de la restitucin de un pasado arcdico, o edad de oro, este mesianismo se plantea la restauracin
por los caminos de la reactualizacin apocalptica. Segundo, este
mesianismo es utpico, pues proyecta una nueva edad que no
ser generada por una acumulacin progresiva de mejoras. Este
utopismo no es como el de la Ilustracin, que ve el futuro como
la mera actualizacin del presente. En lugar de ello, lo verdaderamente utpico es contemplado como una irrupcin en el continuum histrico. Con Benjamn, podemos decir que el progreso
es catstrofe y que la utopa es ahistrica. El tercer elemento, al
que ya se ha aludido, es la dimensin apocalptica de este mesianismo. La restauracin de la integridad o totalidad, Tikkun, y la
irrupcin de la utopa, dos aspectos de un mismo proceso, slo
son concebibles como una discontinuidad radical con el presente. El pasado, como pasado de injusticia, no debe ser superficialmente reconciliado con el presente, y el futuro no es imaginable
desde el presente, para que no se convierta en mera imagen especular de lo nico que ese presente puede pensar y proyectar.
16. Vase M. Lowy, Redemption and Utopia.. ., cit., p. 34.
17. Vase el excelente ensayo de Zygmum Bauman Exit Visas and Entry Tickets: Paradoxes of jewish Assimilation: Te/os 77 (1988), pp. 45-77.
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Para caracterizar los aspectos nicos de esta crtica de la religin, y dado nuestro propsito en esta introduccin, debera bastar con centrarse en la relacin de Max Horkheimer y Theodor
W. Adorno con el mesianismo judo previamente definido. Evidentemente, en su respuesta atesta religiosa, por usar una expresin de Lukcs 25 , o secularista no secular, por emplear una de
Scholem26 , a su condicin juda y a los desafos de la modernidad, as como a la crisis del marxismo en las ltimas dcadas del
siglo XX, encontramos desarrolladas y resumidas las crticas de la
religin que se manifestaron en sus formas ms extremadas en las
obras de dos figuras claves: Ernst Bloch y, desde luego, Walter
Benjamin. El primero aboga por una perspectiva utpica y progresiva, mientras el ltimo aboga por otra redentora y anamntica. Aunque ambos permanecieron institucionalmente perifricos
a la Escuela de Francfort y al Instituto de Investigacin Social,
fueron elementos centrales en la constelacin intelectual que configur ese fenmeno cultural nico llamado teora crtica de la
Escuela de Francfort27
Debe quedar claro desde el principio que la obra de Max
Horkheimer estuvo marcada por un inters continuado y constante por la religin 28 Desde sus ms tempranos aforismos a sus
25. Vase M. Lowy, Redemption and Utopia .. ., cit., p. 127. Lukcs utilizaba la
expresin con referencia a F. Dostoievski.
26. G. Scholem, On ]ews and ]udaism in Crisis, cit., p. 46.
27. Sobre el pensamiento de Walter Benjamin desde el punto de vista de la teologa y el judasmo vanse las siguientes fuentes: S. Buck-Morss, The Origin of Negative Dialectics: Theodor W. Adorno, Walter Benjamin and the Frankfurt Institute, The
Free Press, New York, 1977; d., The Dialectics of Seeing: Walter Benjamin and the
Arcades Proyect, The MIT Press, Cambridge, MA, 1989; P. Szondi, Hope in the Past:
On Walter Benjamin: Critica/ Inquiry 413 (1978), pp. 491-506; R. Tiedemann, Historical Materialism or Political Messianism? An Interpretation of the Theses "On the
Concept of History": Philosophical Forum XV/l-2 (1983- 1984), pp. 71-104; Chr.
Lenhardt, Anamnestic Solidarity: The Proletariat and its Manes: Te/os 25 (1975),
pp. 133-154. Sobre Ernst Bloch, vase G. Raulet, Critique of Religion and Religion
as Critique: The Secularized Hope of Ernst Bloch: New German Critique 9 (1976),
pp. 71-85; R. H. Roberts, Hope and Its Hieroglyphs: A Critica/ Interpretation of Ernst
Bloch's Principie of Hope, Scholars Press, Atlanta, GA, 1989; y, claro est, los ensayos de Jrgen Habermas sobre Walter Benjamn y Ernst Bloch en su Perfiles filosfico-polticos, trad. de M. Jimnez Redondo, Taurus, Madrid, 1984.
28. Aunque se pueda argumentar que hacia el final de su vida, despus de su regreso a Alemania, Max Horkheimer exacerb su preocupacin y sus afirmaciones
acerca de la religin. Como mi amigo Martin Marusrik me sugiri, podra haber una
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LA LINGISTIFICACIN DE LO SAGRADO
ltimos escritos y entrevistas, hay una siempre presente confrontacin, tratamiento y preocupacin por el papel de la religin en
las sociedades contemporneas 29 El ejemplo ms conocido de su
preocupacin por lo que se ha llamado la muerte de la religin,
es decir, la tesis de la secularizacin, se encontrar en el ensayo
escrito por Horkheimer para un Festschrift dedicado a Adorno,
Tesmo y atesmo. En este ensayo encontramos la afirmacin
que lleg a ser el tema y el ttulo de uno de los trabajos de Habermas incluido en este libro. La afirmacin en cuestin dice:
Es intil pretender salvar un sentido incondicional sin Dios. Por
muy independiente, diferenciada y en s necesaria que sea una determinada expresin en cualquier esfera cultural, arte o religin,
con la fe testa debe renunciar a la vez a la pretensin de ser objetivamente algo ms elevado que cualquier quehacer prctico [... ]
La muerte de Dios es tambin la muerte de la verdad eterna30
Evidentemente, hay numerosas afirmaciones anlogas. Se podra editar fcilmente una maravillosa coleccin de aforismos de
Horkheimer sobre la necesidad de lo totalmente Otro, lo enteramente Otro, como necesidad social, antropolgica e incluso metafsica.
'
Estas y muchas afirmaciones ms estn marcadas sin embargo por dos motivos centrales. Primero, que la religin conserva
correlacin entre el conservadurismo poltico de Horkheimer y su misticismo religioso. Es verdad que Horkheimer lleg a ser casi virulentamente conservador. Algunas de sus afirmaciones le hacan parecer un fundamentalista religioso; por ejemplo,
se opona a la pldora anticonceptiva, al aborto, y desconfiaba tambin del hedonismo y el libertinaje de la Nueva Izquierda.
29. Vanse los numerosos aforismos sobre religin, cristianismo, judasmo, teologa, etc., en M. Horkheimer, Aforismos'" en Anhelo de justicia, cit., pp. 223-242.
30. M. Horkheimer, Anhelo de justicia, cit., p. 85.
31. !bid., p. 147.
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En el caso de Adorno su obra est tan impregnada por el mesianismo judo, utpico, apocalptico, que algunos han lanzado
contra l la acusacin de que su obra no es ms que una teologa
negativa, una forma de irracionalismo mstico medieval3 4 Aqu,
lo que dice Benjamin sobre las relaciones de su obra con la teologa podra decirse tambin de las relaciones paralelas en el caso
de Adorno: Mi pensamiento est relacionado con la teologa
como el secante est relacionado con la tinta. Est saturado de
ella. Sin embargo, si no se utilizara el secante, nada de lo escrito
permanecera 35 En efecto, como Adorno escribi a Benjamin en
1935, una restitucin de la teologa, o ms bien una radicalizacin de la dialctica hasta el mismo ncleo teolgico, debera significar a un tiempo un aguzamiento extremo del momento dialctico-social, incluso del momento econmico 36 . Es a la luz de
esta doble estrategia dialctica como debemos leer la crtica de la
religin de Adorno.
Se puede aventurar que la obra de Adorno no es slo un intento de hacer exactamente lo que nos llama a hacer al final de
Minima moralia, a saber, pensar desde el punto de vista de la redencin, sino que, adems, habra que exaltar el contenido teolgico del pensamiento hasta su extremo. Pero hacerlo significa
hacerlo negativamente: preservacin mediante la negacin, negativa a aceptar la asimilacin de lo singular en el concepto, sin
renunciar a los recursos del concepto. A lo otro, como la singularidad irreemplazable e irrepresentable, slo es posible referirse
indirectamente y a travs del desciframiento de las huellas de violencia infligida al otro, al individuo, por el concepto mismo. sta
es la razn de que la dialctica negativa sea una sntesis de una
fenomenologa de la existencia que nos concede la visin desde
la inmanencia con la dialctica de los conceptos que rastrea la gnesis de stos por la va de una negacin determinada: cmo surgen desde un contexto societal especfico. Esto significa, espec34.
J.
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impulso metafsico de sealar lo transcendente. Como sigue diciendo Adorno en el mismo captulo de Dialctica negativa:
... la idea de verdad [es] la primera de entre las ideas metafsicas.
Quien cree en Dios, por eso mismo no puede creer en l. Es el que
no cree quien retiene la posibilidad representada por el nombre de
la divinidad. La prohibicin de las imgenes se extenda antao a
la pronunciacin del nombre de Dios, pero esa misma prohibicin
ha llegado ya a ser sospechosa de supersticin. Hoy la situacin se
ha agravado y el mero hecho de pensar en la esperanza se ha convertido en un sacrilegio y un atentado contra ella41 .
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religin en s misma, y en particular las tradiciones cristiana y juda, son formas de desmitologizacin. Segundo, la religin, a pesar de haber acelerado el proceso de su propia asimilacin y secularizacin, nunca se ha contaminado por su papel filosfico y
social, en tanto que llamada a la universalidad y a la promesa de
una negatividad inextinguible que hace parciales y cuestionables
todas las pretensiones de culminacin y cumplimiento. Tercero,
mientras los elementos de crtica, o anmnesis, y de proyeccin
utpica, pueden haber emigrado hacia la esttica y la moral, la
religin permanece como depsito y compendio de las injusticias
ms profundamente sentidas de la humanidad y del anhelo de los
sueos de reconciliacin. Cuarto, en la medida en que como teora crtica rene diferentes instrumentos de investigacin, que
deben permitir el uso de la razn contra la razn, su manera de
abordar la religin est guiada por un escepticismo metodolgico que debe hacer que estemos cada vez ms vigilantes respecto
de los abandonos fciles y acomodaticios de ciertos fenmenos
sociales. La religin no debe ser despachada simplemente porque
una cierta escuela de sociologa haya descubierto, a partir de su
orientacin metodolgica, que ha llegado a ser funcionalmente
superflua. Quinto, y ltimo, la crtica de la religin de la Escuela de Francfort, que es menos un rechazo y ms una reapropiacin, se niega a responder en favor de uno u otro lado de la diada: Atenas o Jerusaln? Una es impensable sin la otra. La razn
es imposible sin la anmnesis, y la memoria es ineficaz si no est
unida a la universalidad: frecuerdo de qu y para quin?, memoria del sufrimiento por quin y para quin?
II. LA RELIGIN DE LA MODERNIDAD
Y LA MODERNIDAD DE LA RELIGIN
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como filsofo de la religin por los filsofos sigue siendo incipiente48. Filsofos y tericos sociales en general han tomado los
pronunciamientos de Habermas sobre la religin en su Teora de
la accin comunicativa, especialmente en el segundo volumen 49 ,
y su espordica y afilada crtica contra el misticismo y el mesianismo en El discurso filosfico de la modernidad50 , como definitivos y representativos de su punto de vista general. Podra parecer, a partir de una lectura rpida y superficial de ciertos pasajes
de esas dos obras, que Habermas ha enterrado la religin y ha declarado su muerte tanto tericamente como en el plano del desarrollo social. En realidad, se ha desarrollado un consenso en torno
a la idea de que la teora de Habermas de la lingistificacin de
lo sagrado implica la superacin o Aufhebung de la religin
tout court. Esta descripcin y conclusin engaosas de las posiciones de Habermas respecto de la religin ha hecho improbable
e indeseable cualquier requerimiento adicional5 1. Esto es lamenModernity and Public Theology, Crossroad, New York, 1992. Vanse las siguentes
obras para las extensas aplicaciones de las teoras de Habermas a la teologa: P. Lakeland, Theo/ogy and Critica/ Theory: The Discourse of the Church, Abingdon Press, Nashville, 1990; J. Glebe-Moller, A Poltica! Dogmatic, Fortress Press, Philadelphia, 1987.
48. Vanse las obras de Rudolf Siebert, que desgraciadamente son difcilmente
accesibles.
49. Vanse, por ejemplo, los ensayos reunidos en D. S. Browning y F. Schssler
Fiorenza (eds.), Habermas, Modernity and Public Theology, cit. Vase tambin D. Jay
Rothberg, Rationality and Religion in Habermas' Recent Work: Sorne Remarks on
the Relation between Critica! Theory and the Phenomenology of Religion: Phi/osophy and Social Cristicism 11 (1986), pp. 221-246; K. M. Kodalle, Zur religionsphilosophischen Auseinandersetzung mit Jrgen Habermas' "Theorie des kommunikativen Handelns": Allgemeine Zeitschrift fr Phi/osophie 12 (1987), pp. 39-66; L.
Nagl, Aufhebung der Theologie in der Diskurstheorie? Kritische Anmmerkungen zur
Religionskritik ven Jrgen Habermas, en H. Nagl-Doceckal (ed.), Ueberlieferung und
Aufgabe. Festschrift fr Erich Heintel, Wilhelm Braumller Verlag, Wien, 1982, pp.
197-213; A. Fortin-Melkevik, The Reciproca! Exclusiveness of Modernity and Religion among Contemporary Thinkers: Jrgen Habermas and Marce! Gauchet, en Cl.
Geffr y J.-P. Jossua (eds.), The Debate on Modernity: Concilium 6 (1992), pp. 57-66.
SO. Me refiero a las declaraciones crticas de Habermas contra Jacques Derrida.
Vase J. Habermas, El discurso filosfico de la modernidad, trad. de M. Jimnez Redondo, Taurus, Madrid, 1989, pp. 197 ss., al final de la conferencia 7, Ms all de
una filosofa temporalizada de los orgenes: Jacques Derrida; vase tambin la extensa nota 46, donde cita a Susan Handelman (pp. 222-223).
5 l. Aunque no es necesario ni deseable que quien escribe sobre la filosofa contempornea escriba algo que de una manera u otra responda a las cuestiones planteadas por Habermas, es efectivamente lamentable que obras en otros aspectos magnficas como las de John D. Caputo y Hent de Vries no hayan hecho ningn intento de
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LA LINGISTIFICACIN DE LO SAGP-ADO
Otro factor que puede haber contribuido a anticipar una recepcin de Habermas como filsofo que ha contribuido a nuestra
comprensin de la religin es sin duda el mismo carcter epocal y
directo de sus contribuciones. Cada una de las obras fundamentales de Habermas ha actuado como catalizador, pero tambin
responder directamente a la crtica de Habermas del mesianismo y misticismo ateos
de Derrida. Vase J. D. Caputo, The Prayers and Tears of facques Derrida: Religion
without Religion, Indiana University Press, Bloomington-Indianapolis, 1997; y H. de
Vries, Philosophy and the Turn to Religion, The Johns Hopkins University Press, Baltimore-London, 1999.
52. J. Habermas, El discurso filosfico de la modernidad, cit., pp. 222-223,
n. 46, ltima frase.
53. J. Habermas, Pensamiento postmetafsico, trad. de M. Jimnez Redondo,
Taurus, Madrid, 1990, p. 25. Comprese con lo que dice en otro texto del mismo libro, La unidad de la razn en la multiplicidad de sus voces, especialmente p. 186.
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como barmetro del Zeitgeist, que refleja sus temores ms profundos y sus ms queridas esperanzas54 . En efecto, el carcter polmico e innovador de los trabajos de Habermas en los ltimos
cuarenta aos desautoriza cualquier intento de ligar la posicin
de Habermas con preguntas convencionales y anticuadas como:
qu pasa ahora con la religin? Adems, la sesgada recepcin de
la obra de Habermas, especialmente en los Estados Unidos, que
a veces se proyecta y reverbera de forma negativa por todo el
mundo, ha impedido tambin una lectura intertextual e interdisciplinaria de su obra. Este ltimo factor es particularmente sorprendente dadas las pretensiones tericas del programa de investigacin de Habermas, que ha continuado sin ambigedad el
programa de investigacin interdisciplinar que inform la teora
crtica de la Escuela de Francfort.
A continuacin ofrecer una reconstruccin de aquellos tipos
de formulaciones y pronunciamientos realizados por Habermas
que trazan la trama de un desarrollo histrico, cuasi funcional, o,
en suma, filogentico, del desarrollo y transformacin, pero no
defuncin, de la religin. Este tipo de exgesis y reconstruccin
es necesario para disipar el malentendido de que existe un inequvoco rechazo habermasiano de la religin. Quiero poner de
manifiesto, antes de nada, que ha habido modificaciones en el
punto de vista de Habermas respecto de la religin. Esas variaciones tienen que ver con la creciente matizacin y depuracin de
su modelo terico. Al mismo tiempo, quisiera exponer tambin
hasta qu punto Habermas ha seguido manteniendo prximas al
centro de su pensamiento las cuestiones relativas a la religin 55
Un planteamiento ms completo, y ms apropiado, de la interpretacin de Habermas de la religin tendra que unir a la tarea aqu emprendida lo que yo llamara su complemento dialctico, a saber, la interpretacin filosfica de la religin desarrollada
por Habermas. En efecto, habra que elaborar una reconstruccin
54. Vase R. C. Holub, Jrgen Habermas: Critic in the Public Sphere, Routledge, London-New York, 1991; vase tambin M. Pensky, Universalisms and the Situated Critic, en St. K. White (ed.), The Cambridge Companion to Habermas, CUP,
Cambridge, 1995, pp. 67-94.
55. Me ha sido de gran ayuda en la siguiente reconstruccin el notable estudio
de Jos M. Mardones El discurso religioso de la modernidad. Habermas y la religin,
Anthropos, Barcelona, 1998.
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LA LINGISTIFICACIN DE LO SAGRADO
y exgesis paralelas que rastreen aquellas formulaciones y declaraciones realizadas por Habermas que articulan explcitamente
cmo los contenidos semnticos de la religin (as como. su dimensin institucional, dira yo) siguen siendo inextinguibles y no
obstante no son instrumentalmente apropiados. Mientras la tarea
que aqu emprendo se ocupa de Habermas como socilogo de la
religin, el complemento dialctico ausente sera el que se ocupara de Habermas como filsofo de la religin, en cuyas manos
la filosofa de la religin se torna en crtica de la religin. En efecto, ese anlisis ampliado demostrara cmo el Habermas filsofo
de la religin rescata, preserva y transforma aquellas ideas desarrolladas por la primera generacin de la Escuela de Francfort.
Aunque existen diferencias esenciales entre las dos generaciones,
quiero proponer que Habermas, por razones filosficas, culturales y tambin polticas, ha seguido haciendo uso de la crtica de
la religin que escuetamente trac en la primera parte de esta introduccin. Y aqu mencionar brevemente la forma en que Habermas ha apelado durante la Historikerstreit (debate de los historiadores) a la idea de Benjamn de anmnesis no slo como
tropo filosfico sino incluso como deber cvico 56
Los debates acerca de si el giro de Habermas hacia la filosofa del lenguaje, la filosofa analtica, la apropiacin de ciertos
motivos del funcionalismo de Weber y de la teora de sistemas de
Luhmann, y su severa crtica de Adorno y Horkheimer, le haban
transformado en un apstata, tuvieron la desdichada consecuencia de eclipsar la forma en que el pensamiento de Habermas haba heredado el espritu de la Escuela de Francfort. De hecho, los
ensayos que he seleccionado aqu, guiado tambin por las sugerencias del propio Habermas, deben constituir la prueba de esta
afirmacin. Y los textos hablan elocuentemente de esa herencia
al conservar el enfoque crtico de la religin, incluso hasta el
punto de criticar la religin proyectada por la crtica de la religin de las primeras generaciones. En otras palabras, Habermas
permanece fiel al espritu de Horkheimer y Adorno en cuanto a
su preocupacin por la religin en su crtica de la teologa negativa de aqullos.
5 6. Vase J. Habermas, Eine Art Schadensabwicklung, Suhrkamp, Frankfurt a. M.,
1987.
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sobre la distincin entre sociedades arcaicas y tradicionales, tambin lo es de la distincin entre sociedades tradicionales y modernas. Sus diferencias pueden ser calibradas por el nivel de aprovechamiento de las fuerzas productivas en concordancia con los
dictados de una estrategia de legitimacin de fuerza y coercin,
y en funcin de cmo stos son asumidos por aqullas. Las diferencias en el desarrollo societal estn parcialmente determinadas
por la brecha que se abre entre la extensin y los niveles de perfeccionamiento en el subsistema de accin instrumental-intencional y la legitimacin del poder59 En efecto, el triunfo del capitalismo en las sociedades modernas est relacionado con su
relativo xito a la hora de armonizar y equilibrar las tendencias
divergentes de la expansin de los subsistemas de accin instrumental y la legitimacin de la coercin. Esto es lo que Weber llam racionalizacin de las formas de interaccin. En la visin de
Habermas, sin embargo, debe hacerse explcito que esta racionalizacin es ejecutada o provocada desde arriba y desde abajo.
Desde abajo, por el propio xito de los subsistemas de accin instrumental que, con cada logro, siguen expandindose verticalmente, asumiendo cada vez ms subsistemas de accin intencional o instrumental. De manera progresiva e ineluctable, cada
estructura mayor o menor de la sociedad tradicional queda sometida a la lgica de la racionalidad estratgica o instrumental.
Simultneamente, pero ahora como si fuera desde arriba, las
cosmovisiones, sean mitolgicas o religiosas, pierden su poder y
su capacidad de conviccin 60 Esta racionalizacin desde arriba es lo que Weber llam secularizacin. sta tiene dos aspectos.
Por una parte, las cosmovisiones tradicionales pierden su poder
y su estatus en cuanto mito, ritual, metafsica justificante y tradicin inmutable cuando son interiorizadas. Desde este punto de
vista, secularizacin significa subjetivizacin, o relativizacin subjetiva. Por otra parte, secularizacin significa tambin que esas
tradiciones, cosmovisiones, rituales, metafsicas legitimadoras,
etc., son transformadas en construcciones que critican la tradicin y al mismo tiempo reorganizan el material liberado de la
tradicin segn los principios de la ley formal y el intercambio
59. !bid., p. 97.
60. !bid., p. 98.
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LA LINGISTIFICACIN DE LO SAGRADO
de equivalentes (ley natural racionalista) 61 . Es sta una formulacin fecunda. Racionalizacin como secularizacin significa que
las tradiciones, o concepciones del mundo, se convierten en lugar de contestacin e innovacin, as como en lugar para la preservacin y transmisin de la tradicin. No hay ya cosmovisiones
tradicionales que, rezagadas, como contracorriente arcaica, no
estn ya sometidas al tribunal de la autojustificacin racional. La
tradicin, sea religiosa o metafsica, debe ser justificada racionalmente. De ah la larga historia de teologizacin y especulacin
metafsica que acompaa a la modernizacin de las grandes religiones. Secularizacin, en suma, significa que las perspectivas religiosas, as como las metafsicas, se convierten en el lugar de su
propia deslegitimacin y relegitimacin. La tradicin es descubierta como tal en el mismo instante en que llega a abrirse a la
reconfiguracin y el anlisis racional. Por esta razn, Habermas
observa que las ideologas son coetneas de la crtica de la
ideologa 62 O, formulado en trminos ligeramente diferentes:
la tradicin de la modernidad es la crtica de la tradicin por la
tradicin 63 .
Una versin ligeramente diferente de esa orientacin hacia la
modernidad de la religin est expresada en la obra de Habermas de 1973 Legitimation Crisis 64 Dicho sumariamente, el objetivo de esta obra era convertir el discurso sobre las contradicciones del capitalismo tal como fue articulado por el materialismo
histrico en un discurso sobre las crisis y los dficits de legitimacin racional de los racionalizados, secularizados y modernizados sistemas de interaccin y las cada vez ms debilitadas y desmitificadas visiones del mundo. En esta obra Habermas trat de
ofrecer su complemento al marxismo, y a la teora crtica clsica
de la Escuela de Francfort, pero en trminos de poltica y economa. Habermas analiza ah cmo comprendemos las contra61. lbid., p. 99.
62. !bid., p. 99.
63. Vase el excelente trabajo de Juan Luis Segundo, The Liberation of Dogma:
Faith, Revelation, and Dogmatic Teaching Authority, Orbis Books, Maryknoll, N.Y.,
1992 [ed. original: El dogma que libera, Sal Terrae, Santander, 1988]. El ttulo original, El dogma que libera, se perdi en la traduccin al ingls. Pero todo el libro trata precisamente sobre una tradicin que fomenta la crtica en su mismo proceso de
transmisin.
64. J. Habermas, Legitimation Crisis, Beacon Press, Boston, 1975.
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LA LINGISTIFICACIN DE LO SAGRADO
vida real de una sociedad que se autoemancipa. Dios se convierte en un nombre para una estructura comunicativa que fuerza a los
hombres, so pena de prdida de su humanidad, a ir ms all de su
naturaleza accidental, emprica, para encontrarse unos a otros, indirectamente, es decir, a travs de algo objetivo que ellos mismos
no son 68
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!bid., p. 105.
Ibid., p. 121.
ste es un trmino de Karl Jaspers; vase su Origen y meta de la historia,
F. Vila, Alianza, Madrid, 1985.
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LA LINGISTIFICACIN DE LO SAGRADO
sas aportaciones a un debate o campo determinado)7 4 Este planteamiento no debe ser entendido en absoluto como un tipo de
eclecticismo o de promiscuidad terica. En vez de eso, como ya
observbamos antes, Habermas quiere conservar las intuiciones
de Marx sobre la historia y la patognesis del capitalismo traducindolas al lenguaje de la lgica del desarrollo y los procesos de
racionalizacin. La cuestin no era disolver a Marx en Weber y
al materialismo histrico en la teora de sistemas, sino, ms bien,
ver si ambos podan ser medidos por el mismo patrn, a saber, la
cuestin del despliegue diferenciado de la humanidad. En este
punto, las apropiaciones tericas deberan ser vistas como una
prueba de tornasol de las teoras mismas. En el caso de Habermas, las reconstrucciones tericas tienen un propsito sistemtico, de manera que para cualquier teora social, la vinculacin
con la historia de la teora es tambin un tipo de test; cuanto ms
libremente pueda recoger, explicar, criticar y llevar adelante las
intenciones de tradiciones tericas anteriores, ms inmune ser al
peligro de que estn interviniendo intereses particulares, que pretenden pasar inadvertidos, en su propia perspectiva terica 75
Estando centrados en la cuestin de la relacin de Habermas
con la religin, debemos observar que su anlisis sigue siendo bsicamente el mismo, aunque ahora formulado en trminos de
una detallada teora de las capacidades comunicativas y la adquisicin simblica de identidad. Mientras en sus primeros escritos
Habermas plante la cuestin de la secularizacin (es decir, racionalizacin) de las cosmovisiones religiosas y metafsicas a travs de la mirada de Weber, Hegel y sus colegas en Starnberg Klaus
Eder y Rainer Dobert, en su Teora de la accin comunicativa
Habermas plantea esta cuestin desde la perspectiva de los modelos tericos complementarios de Mead y Durkheim. As como
Habermas haba encontrado limitaciones en Hegel, Marx y Marcuse debido a su incapacidad para plantear los modos diferenciados de accin, a saber, instrumental y comunicativa, ahora
Habermas encuentra limitaciones en Weber, Adorno, Parsons y
Luhmann debido a su incapacidad para plantear la cuestin del
74. Vase J. Habermas, La lgica de las ciencias sociales, trad. de M. Jimnez
Redondo, Red Editorial Iberoamericana, Mxico, 1993.
75. J. Habermas, Teora de la accin comunicativa l. Racionalidad de la accin
y racionalizacin social, Taurus, Madrid, 1999, pp. 201-202.
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EDUARDO MENDIETA
despliegue de los modos de interaccin, sus correspondientes dominios de encarnacin y la adquisicin de capacidades cognitivas
en los trminos de una comprensin lingstica, comunicativa,
simblica, de la razn y la accin. El fallo de estos grandes pensadores, sugiere Habermas, deba ser remediado desde dentro, a
saber, haciendo explcito lo que ellos ya presuponan tcitamente. Tambin aqu Habermas ha permanecido fiel a la orientacin
crtica de la Escuela de Francfort, es decir, pensar desde dentro
de los propios supuestos tericos de un determinado anlisis u
orientacin conceptual sus propias insuficiencias.
Ms concretamente, la cuestin fundamental para Habermas
al final de los setenta lleg a ser cmo podemos explicar el desarrollo de estructuras universales y normativas como desarrollo de
competencias lingsticas y simblicas. Aqu es donde Mead y Durkheim son introducidos para desempear un papel fundamental.
El primero permite a Habermas reconstruir su teora de la individuacin como una teora de la adquisicin del lenguaje, lo que da
lugar a que la subjetividad sea posterior a una intersubjetividad que
es co-originaria a la adquisicin del lenguaje. Mead se transforma
en el Hegel y el Kierkegaard de la nueva teora de la subjetividad
de Habermas, o ms precisamente, de la accin comunicativa. Durkheim, por otra parte, permite a Habermas reconstruir el desarrollo del orden social normativo como proceso de integracin
simblica que es correspondido por la solidaridad social. Durkheim
permite a Habermas convertir la pregunta de Weber y Parsons sobre el orden en una pregunta sobre la constitucin simblica de la
solidaridad social y la integracin simblica de los individuos en
los grupos sociales. En tndem, Habermas debe discutir la forma
en que las cosmovisiones, sean metafsicas o religiosas, son lin gistificadas, es decir, hechas accesibles a los agentes constituidos
simblicamente por medio de su apertura al tratamiento discursivo o lingstico. As, en esta orientacin terica expandida la separacin entre lo profano y lo sagrado corresponde a una grieta en
el medio de comunicacin, a saber, la escisin que tiene lugar entre los usos proposicionales, expresivos y normativos del lenguaje
que corresponden, respectivamente, a los mundos de la naturaleza
objetiva, lo social y lo subjetivo, respectivamente 76
76. Vase
J.
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LA LINGISTIFICACIN DE LO SAGRADO
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los pronunciamientos en primera persona del plural. Simultneamente, esta circunscripcin lingstica inicia la separacin de lo
sagrado y lo profano. La prctica cotidiana es desacralizada. La
religin, como creencia y ritual (es decir, prctica) inaugura unas
particulares relaciones sintcticas que a su vez actan sobre ella 79
La religin lingistifica el mundo cata/izando las mismas dicotomas que a su vez lingistifican lo sagrado. El poder ejercido por
el mito sobre los humanos es transformado en la coercin no coactiva de las normas morales. Lo religioso no es tanto archivado y
dejado atrs, cuanto ms bien interiorizado en la sociedad; permite que la sociedad se establezca. El poder normativo encubierto y protegido en los contextos religiosos es liberado por la accin comunicativa:
Slo en la accin comunicativa y a travs de ella pueden las energas de la solidaridad social ligadas al simbolismo religioso extenderse y ser impartidas en forma de autoridad moral, tanto a las instituciones como a las personas 80
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LA LINGISTIFICACIN DE LO SAGRADO
sagrado lleva a su transformacin y asimilacin dialctica. La coaccin ejercida por lo totalmente Otro se transforma en acontecimiento cotidiano que debemos vivir en trminos de respeto
por la fuerza vinculante de normas de accin y mximas morales. En efecto, slo una perspectiva universalista, dentica, moral
que corresponda a una perspectiva moral postconvencional puede apropiarse de los contenidos normativos de la religin:
... ni la ciencia ni el arte pueden heredar la herencia de la religin;
slo una moral, puesta comunicativamente en estado de fluidez y
desarrollada en un discurso tico, puede reemplazar la autoridad
de lo sagrado ... 83 .
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LA LINGISTIFICACIN DE LO SAGRADO
F. Schssler Fiorenza (eds.), Habermas, Modernity, and Public Theology, cit. Para una
versin alemana que se superpone ligeramente con ese libro, vase E. Arens (ed.),
Habermas und Theologie, Patmos, Dsseldorf, 1989. sta no fue la primera ni la ltima vez que Habermas se haya encontrado y dialogado con telogos. Vase el libro
ya citado de Dorothe Si.ille et al., Religionsgesprache Zur gesellschaftlichen Rolle der
Religion, y, ms recientemente, vase E. Arens (ed.), Kommunikatives Handeln und
cristlicher Glaube. Theologie im Gesprache mit J. Habermas, Patmos, Dsseldorf,
1997.
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LA LINGISTIFICACIN DE LO SAGRADO
libertad comunicativa 87 , idea que encuentra sugestiva y que indica una lnea de investigacin filosfica susceptible de ser desarrollada.
En el ensayo siguiente sobre Gershom Scholem se examina
de nuevo la obra de un colega al que Habermas ha reconocido
como uno de sus maestros espirituales 88 En este ensayo Habermas rastrea una dualidad en la obra de Scholem que no es diferente de la detectada antes respecto de la relacin de Horkheimer
y Adorno con la religin. Esta dualidad est teida de resignacin
racional y nostalgia espiritual. Por una parte, Scholem, como
historiador del mesianismo y el pensamiento religioso judos, ha
dominado magistralmente todas las tcnicas de la investigacin
histrica que hemos heredado de la Ilustracin cientfica. No es
menos un hijo de la Ilustracin porque el objeto de su investigacin sea el rescate de una tradicin que aparentemente se perdi.
Por otra parte, Scholem no es un investigador desapasionado y
desinteresado. Sin embargo, como observa Habermas, Scholem
es consciente de que no podemos retirarnos detrs de la Ilustracin, y de que la transformacin que la religin, el misticismo en
particular, ha experimentado por su transformacin en utopismo
poltico y nihilismo religioso, ha sido a la vez inevitable e insatisfactoria. El ltimo ensayo, del que este libro toma su ttulo, fue
escrito con ocasin de la retirada de Johannes Baptist Metz de la
enseanza y puede ser considerado tanto una respuesta como un
reto. En este ensayo Habermas defiende la legitimidad del matrimonio histrico entre cristianismo y helenismo, en el que ambos representan metonmicamente a dos fuerzas aparentemente
irreconciliables: lagos y memoria. Pero si la sntesis lograda histricamente entre estas dos fuerzas, certeramente expresada en la
expresin razn anamntica, de Metz, no quiere traicionar a
ninguna de sus fuentes, no debe ser dejada nicamente a los telogos. La filosofa debe traducir los contenidos de ese filo-theologumenon: razn anamntica. Adems, y ste es el reto de Ha87. Aqu solamente puedo remitir al lector a los trabajos de Martin Matustik, en
particular Postnational Identity: Critica/ Theory and Existential Philosophy in Habermas, Kierkegaard, and Havel, Guildford Press, New York y London, 1993, y Existence and the communicatively competent seJf,,, en Philosophy and Social Criticism,
25/3, pp. 93-120.
88. Vase J. Habermas, Perfiles filosfico-polticos, cit., pp. 333-345.
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89. Johannes Baptist Metz ya acept el desafo; vase los ensayos recogidos en
Por una cultura de la memoria, presentacin y eplogo de Reyes Mate, Anthropos,
Barcelona, 1999. Vase tambin J. B. Metz y J. Moltmann, Faith and Future: Essays
on Theology, Solidarity, and Modernity, Orbis Books, Maryknoll, 1995.
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ISRAEL O ATENAS
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Pero es en la obra de Franz Rosenzweig donde el impulso hasdico encuentra por primera vez un lenguaie filosfico. Rosenzweig, que tradujo con su amigo Buber la Biblia al alemn, haba
trabajado como alumno de Friedrich Meinecke sobre la filosofa
del Estado de Hegel. En su gran proyecto personal intenta, como
ya lo proclama desde lejos el ttulo de su obra en tres volmenes
La estrella de la redencin, una interpretacin del pensamiento
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ISRAEL O ATENAS
idealista desde la profundidad de la mstica juda. No es solamente el primero en conectar con Kierkegaard, sino que toma tambin motivos de lo que se ha llamado el idealismo tardo, sobre
todo de la ltima filosofa de Schelling; y con ello pone al descubierto la genealoga de la filosofa de la existencia decenios antes
de que la historia oficial de la filosofa la redescubriera tras no pocos esfuerzos. La cuestin fundamental contra la que se hace aicos la autoconfianza idealista en la fuerza del concepto es la de
cmo puede el mundo ser contingente si no tenemos ms remedio que pensarlo como necesario. En vano labora el pensamiento contra el hecho impenetrable de que las cosas son as y no de
otra manera, de que son absolutamente contingentes, de que la
existencia del hombre se ve sumida en una gratuidad enigmtica:
Pero la filosofa, al negar este oscuro presupuesto de toda vida, al
no considerar la muerte como algo, sino convertirla en una nada,
suscita para s la apariencia de carecer de presupuestos [... ] si la filosofa no quiere hacer odos sordos al clamor de la humanidad angustiada, debera partir de que la nada de la muerte es un algo, de
que cada nueva nada de cada nueva muerte es un nuevo algo, siempre espantoso, que ni se puede eliminar con la palabra ni borrar con
la escritura [... ] La nada no es nada, es algo [... ] no queremos una
filosofa que con la armona y los acordes de su danza nos distraiga
de este perdurable dominio de la muerte. No queremos engaos.
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En la navidad de 1914, otro judo haba conjurado en el mismo sentido a los estudiantes que entraban en campaa a que tuvieran presente que la expresin poltica de la idea mesinica era
la paz perpetua:
Como los profetas, en tanto que polticos internacionales, no vean
el mal ni exclusiva ni predominantemente en los individuos, sino
ms bien en los pueblos, la desaparicin de la guerra, la paz perpetua entre las gentes, se convirti para ellos en el smbolo de la
eticidad sobre la tierra.
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ISRAEL O ATENAS
tiende a la Alemania imperialista de Guillermo 11 y a sus militares el certificado de garanta del humanismo alemn. Nada ms
lejos de l, exclama indignado, que la ignominiosa idea de distinguir entre el pueblo de los poetas y de los pensadores y el pueblo de los combatientes y de los forjadores del Estado: Alemania
es y representa la continuidad del siglo XVIII y de su humanidad
cosmopolita. Menos cosmopolita es el tono de su apologa: En
nosotros combate la originalidad de una nacin con la que no
puede compararse ninguna otra.
Este tipo de lealtad frente al Estado expondra despus a los
que con obcecado orgullo se llamaron a s mismos judos <<nacional-alemanes a la irona trgica de una identificacin con sus
agresores.
Cohen fue la cabeza de la famosa Escuela de Marburgo. En
ella desemboca el saber judo de una generacin que haba filosofado en el espritu de Kant y que haba transformado la doctrina del maestro en una teora del conocimiento de las ciencias
de la naturaleza. Ya el propio Kant, quien por lo dems senta
tanta admiracin por el vigor del lenguaje de Mendelsohn, que
una vez confesaba que S la musa de la filosofa tuviera que
buscarse un lenguaje, elegira se, ese mismo Kant, digo, haba
designado como colaborador para la discusin acadmica de su
escrito de habilitacin precisamente a otro judo, al antiguo
mdico Marcus Herz. Lo mismo que Lazarus Bendavid en Viena, este Herz haba puesto en Berln todo su empeo en difundir la filosofa de Kant. Pero el primero que, por encima de eso,
se apropi creativamente el nuevo criticismo y que ya entonces
lo empuj radicalmente ms all de sus propios presupuestos
fue el genial Saloman Maimon, que en su juventud haba estado influido por Spinoza; este Maimon se las arregl para convertirse de mendigo y vagabundo en un sabio protegido por
mecenas, del que Fichte, que no tena nada de modesto, reconoca sin reservas la superioridad. Maimon, escriba Fichte a
Reinhold, ha dado un giro radical a la filosofa kantiana: Y
todo lo ha hecho sin que nadie se d cuenta. Me parece que los
siglos venideros van a burlarse amargamente de nosotros. Pero
los historiadores alemanes no tomaron nota de ello. La primera generacin de judos kantianos cay en el olvido, lo mismo
que Kant.
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Fue un panfleto de otro judo, el grito de que hay que volver a Kant de Otto Liebmann, el que desde mediados del siglo
XIX allan el camino para un nuevo kantismo. Cohen pudo retomar al terreno roturado por Maimon. Ante la tumba de Cohen,
su gran discpulo Ernst Cassirer resuma as la intencin de su
maestro:
La primaca de la actividad sobre la pasividad, de lo autnomo-espiritual sobre lo sensible-csico tena que quedar establecida de
forma pura y completa. Tena que quedar excluida toda apelacin
a lo meramente dado: haba que prescindir de todo vano fundamento en las cosas y sustituirlo por las fundamentaciones puras del
pensamiento y del querer, de la conciencia artstica y de la con"
ciencia religiosa. De este modo la lgica de Cohen se convirti en
una lgica del origen.
Pero junto a la lnea de Marburgo propiamente dicha, tambin otros sabios judos como Arthur Liebert, Richard Honigswald, Emil Lask y Jonas Cohn tuvieron una participacin decisiva en la teora del conocimiento de cuo kantiano que se hizo
a finales del siglo pasado y principios de ste. Max Adler y Otto
Bauer incluso desarrollaron una versin kantiana del marxismo. En este clima prospera exuberante esa agudeza de anlisis
y comentario, que un ambiguo juicio de valor atribuye a los judos como una cualidad natural y que, por lo dems, tambin a
Martn Buber le resulta sospechosa de intelectualismo desencarnado:
[... ] un intelectualismo despegado de las races de la vida natural y
de las funciones de la autntica lucha espiritual, neutral, sin sustancia, dialctico, que era capaz de entregarse a todos los objetos,
incluso a los ms triviales, para desmenuzarlos conceptualmente o
para ponerlos en relacin entre s, sin pertenecer en realidad de
forma intuitivo-impulsiva a ninguno de ellos.
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EL IDEALISMO ALEMN
Wittgenstein se jacta de que su verdadero descubrimiento filosfico consiste en capacitarnos para interrumpir el filosofar en
cualquier punto. La filosofa tiene que saber detenerse, para no
volver a ser puesta en cuestin por las cuestiones mismas. Ya en
el Tractatus se haba manifestado este impulso profundo en el siguiente prrafo:
Tenemos la sensacin de que aun cuando todas las cuestiones cientficas posibles hubieran obtenido respuesta, los problemas de nuestra vida ni tan siquiera habran sido tocados todava; pero entonces ya no quedara ninguna cuestin ms; y esto justamente sera la
respuesta. La solucin del problema de la vida se advierte en la desaparicin de este problema. No es sta la razn de por qu los
hombres, a los que tras largas dudas se les hizo claro el sentido de
la vida, no fueron capaces de decir despus en qu consista ese
sentido?
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Frente a las tradiciones msticas de otra procedencia, la Cbala muestra una diferencia caracterstica: la tradicin escrita es
pobre y se echa en falta casi por completo la autobiografa mstica. Gershom Scholem, el historiador de la mstica juda, informa
sobre esa peculiar autocensura que obligaba a los cabalistas a
guardar silencio o al menos a limitarse a una tradicin exclusivamente oral; los manuscritos eran destruidos, y cuando, a pesar de
todo, pudieron conservarse, rara vez llegaron a la imprenta. Vista desde aqu, la forma en que se expresa Wittgenstein cuando
habla de lo mstico, es absolutamente precisa: Hay, sin embargo, lo inexpresable. Esto se muestra a s mismo: es lo mstico.
Husserl, por el contrario, trat de fundar la filosofa como
una ciencia exacta precisamente sobre la base de una descripcin
rigurosa de esos fenmenos que se muestran por y desde s mismos, que nos vienen intuitivamente dados en una evidencia
inmediata. La fenomenologa trascendental comparte con el positivismo lgico la intencin, pero no el camino. Ambos mantienen el enfoque cartesiano de una duda que nunca desespera de s
misma. Pero las cosas a las que Husserl pretende abrirse paso
no son las frases analizables sintctica o semnticamente de los
lenguajes naturales o cientficos, sino las realizaciones de la conciencia, de las que estn construidas las relaciones de sentido de
nuestro mundo de la vida. Estas intenciones y sus cumplimientos no eran algo que Husserl pretendiera deducir, sino simplemente hacerlos ver desde el punto de vista de la experiencia ms
ltima que fuera pensable, y en esto se distingua tajantemente
de los neokantismos y del viejo idealismo en general. Plessner
acompaaba un da a su maestro Husserl a casa despus del seminario:
Cuando llegamos a la puerta del jardn, estall todo su mal humor:
A m todo el idealismo alemn no me produce ms que nuseas.
Durante toda mi vida -y levantando su fino bastn con puo de
plata lo oprima con fuerza, inclinndose hacia adelante, contra la
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jamba de la puerta- he buscado la realidad. Insuperable la plasticidad con la que el bastn representaba al acto intencional y la
jamba su cumplimiento.
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nos atrae hacia adelante, rompe con lo pasado y se atreve a lo inacostumbrado y a lo imprevisible.
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Ante la mirada formada en la escuela de la alegora se evapora la inocencia de una filosofa de las formas simblicas; ante
ella queda al descubierto la fragilidad de ese suelo de una cultura de la belleza que, supuestamente, Kant y Goethe haban consolidado de manera definitiva. No es que Benjamin pretendiera
abandonar las ideas de aqullos, pero s que cal en la ambivalencia de esos valores culturales y bienes de la cultura que los
judos llevaban siempre tan ingenuamente en la boca. En realidad
de verdad la historia es la marcha triunfal de los dominadores sobre los que quedan tirados en el suelo:
El botn, como se hace siempre, se lleva en la marcha triunfal; se le
denomina bienes de la cultura [... ] No es nunca un documento de
la cultura sin ser a la vez un documento de la barbarie. Y como l
no est exento de barbarie, tampoco lo est el proceso de la tradicin por el que va pasando de unos a otros.
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amontona sin cesar ruinas sobre ruinas que caen delante de sus pies.
Quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer a los descuartizados. Pero del paraso sopla una borrasca que se ha trabado
en sus alas y es tan fuerte que el ngel ya no puede cerrarlas. Esa
borrasca le arrastra incesantemente hacia el futuro, al que vuelve la
espalda, mientras que el montn de ruinas crece delante de l hasta el cielo. Lo que nosotros llamamos progreso es esa borrasca.
Entre los escritos pstumos de Simmel se encuentra un caracterstico fragmento sobre el arte dramtico. Se refiere a esa
experiencia tpica de los judos asimilados que tan a menudo
prestaba a su existencia privada el rasgo de un nervioso dinamismo. Hannah Arendt, la inteligente historiadora del antisemitismo, ha descrito cmo durante el fin de siecle parisino los
crculos filosemitas admitan a los judos cultos con el curioso
cumplido de no tenerles ya en cuenta su origen: podan ser judos, pero, eso s, no como judos.
En este ambiguo tira y afloja, cada uno de los individuos en cuestin llegaba a convertirse en un consumado actor, slo que ya no
volva a caer el teln que pudiera poner fin a la representacin, y
los hombres que haban hecho de su vida entera un papel escnico
no saban ya, ni tan siquiera cuando estaban solos, quines eran en
realidad. Cuando estaban en sociedad, espiaban instintivamente a
sus iguales, a los que reconocan automticamente en esa extraa
mezcla de orgullo y angustia que rezumaban todos sus gestos. Y a
eso segua la sonrisita de augures de los circunstantes, tan detalladamente descrita por Proust, que no haca ms que apuntar [... ] no
sin misterio lo que todos los presentes saban ya de sobra, que en
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Los judos, a los que para colmo se les echaba en cara esta inmisericordia que practicaba con ellos el entorno, acusndoseles
de un subterrneo carcter demonaco proclive al cambio de
mscara, tenan que resultar particularmente receptivos para el
carcter de rol de la existencia humana. Si pongo en relacin con
esta aguzada sensibilidad una idea de Simmel no por ello quedar en cuestin su validez. En el escrito mencionado encontramos
lo siguiente:
No solamente hacemos cosas a las que nos impulsan externamente
los golpes de la cultura y del destino, sino que inevitablemente representamos algo que nosotros en realidad no somos. Raras veces
determina un hombre su tipo de comportamiento de forma totalmente pura a partir de su existencia ms ntima; la mayora de las
veces nos encontramos con una forma preexistente que tenemos
que llenar con nuestro comportamiento individual. El hombre tiene, pues, que vivir y representar otra cosa distinta, ya prefijada,
como elemento central de su propia evolucin abandonada a s misma; mas no por eso deja pura y simplemente su propio ser, sino
que a eso otro lo llena de s mismo encauzando las corrientes propias por esas ramificadas venas de lo otro, que, aunque discurren
por caminos prefijados, son asumidas por la totalidad del propio
ser ntimo que les da una estructura y una forma particular. Este
hecho constituye la forma germinal del arte dramtico y en este
sentido todos somos de algn modo actores.
Tambin Helmuth Plessner desarrolla una antropologa general partiendo de su Antropologa del actor. El hombre no vive
simplemente como el animal en el centro de su cuerpo, sino que,
aunque no puede suprimir esa centracin, cae tambin fuera de
ella, tiene que comportarse en todo momento con respecto a s
mismo y con respecto a los otros, tiene que llevar una vida que
se pone a s misma en escena bajo las instrucciones del director
que es la sociedad:
En su relacin consigo mismo el actor es el personaje del papel,
tanto para s mismo como para los espectadores. Pero en esta rela-
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Una antropologa que entiende al hombre a partir de la necesidad en que ste se ve de representar un papel, tiene que acabar desembocando en la sociologa. Tanto Simmel como Plessner
acabaron haciendo sociologa, lo mismo que Max Scheler, que
fue el verdadero fundador de la antropologa filosfica.
Durante sus ltimos aos, Scheler ense sociologa en la
Universidad de Francfort que con la influencia de Franz Oppenheimer y de Gottfried Saloman, de Carl Grnberg y de Karl
Mannheim haba cobrado fama como centro de investigacin sociolgica. Max Horkheimer comparta su ctedra de filosofa
con la direccin del Instituto de Investigacin Social. E incluso
un Martin Buber se convirti aqu en socilogo. iCmo ha venido dominando el espritu judo en la sociologa alemana desde
los das de Ludwig Gumplowicz! Los judos tuvieron una experiencia tan persistente de la sociedad como de algo con lo que
uno choca que, por as decirlo, les era connatural el punto de vista sociolgico. Y tambin en las ciencias afines fueron ellos los
primeros en tratar a su objeto desde el punto de vista sociolgico.
Eugen Ehrlich y Hugo Sinzheimer fundaron la sociologa del derecho. Ludwig Goldscheid y Herbert Sultan fueron los pioneros
de la sociologa de las finanzas. El poder del dinero encenda la
fantasa de los pensadores judos, de lo que Marx, sobre todo el
joven Marx, es un buen ejemplo. Un motivo de ello puede haber
sido la ntima animadversin que sentan los judos de cultura
por los judos de dinero, ese sutil antisemitismo intrajudo contra el estrato social cuya imagen llevaba la impronta de los Rothschild. Simmel, que era hijo de un comerciante, escribi incluso
una Filosofa del dinero. Pero junto al inters sociolgico, ya
emerge tambin en Simmel el otro inters tpico de los judos por
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una filosofa de la naturaleza de inspiracin mstica. En una ocasin escribe en su diario: No slo tratar a cada hombre sino
tambin a cada cosa como si fuera un fin en s -esto dara una
tica csmica-.
La conexin mstica de moral y de fsica nos sale aqu al paso
todava en terminologa kantiana. Un amigo de Simmel, Karl J oel,
escribi sobre el Origen de la filosfia de la naturaleza a partir del
espritu de la mstica. Y en los aos veinte, David Baumgardt trataba de reparar la injusticia hecha a Baader, que tan por completo haba sido olvidado por una poca positivista. En su estudio sobre Franz Baader y el romanticismo filosfico un judo se topa
con la vena de oro de aquellas especulaciones sobre las edades del
mundo, preadas de filosofa de la naturaleza, que desde Jakob
Bohme y a travs del pietismo suabo conduce hasta los internos
de la Fundacin de Tubinga: Schelling, Hegel y Holderlin. Ya antes, Richard Unger haba reconocido en las tensas relaciones de
Hamann con la Ilustracin el rasgo realista de la mstica protestante, que con la suposicin de un fundamento de la naturaleza en Dios se separa de la mstica espiritualista del Medievo.
Incluso los bosquejos de filosofa de la naturaleza de Plessner
y de Scheler acusan todava un cierto impacto de esta tradicin.
Pese a sus sobrias elaboraciones de los materiales que toman de
las diversas ciencias particulares, no pueden ocultar un aliento
especulativo que proviene de la mstica de la naturaleza; la cosmologa de Scheler vuelve incluso expresamente a la idea de un
Dios en devenir.
Pero todos estos pensadores judos no parecen, sin embargo,
ser plenamente conscientes del peculiar impulso que los pone sobre la pista de esta (singular) tradicin. Han olvidado lo que a fines del siglo XVII era cosa sabida de todos y que nos recuerda
Scholem: en esa poca Johann Jakob Spaeth, un seguidor de la
mstica de Bohme, subyugado por la coincidencia de esta doctrina con la mstica de Isaac Luria, se haba convertido al judasmo.
Y cuando, al revs, el prroco protestante Friedrich Christoph
Oetinger, cuyos escritos leyeron Hegel y Schelling lo mismo que
Baader, buscaba en el gueto de Francfort al cabalista Koppel Hecht
para que lo iniciara en la mstica juda, ste le responda: Los
cristianos tienen un libro que habla de la Cbala con mucha ms
claridad que el Zohar. Se refera a Jakob Bohme.
71
ISRAEL O ATENAS
Este tipo de teologa era el que tena a la vista Walter Benjamin en su astuta observacin de que el materialismo histrico podra rivalizar sin ms con cualquiera con tal de que tomara la teologa a su servicio. Y esto es lo que ocurre con Ernst Bloch. En el
caldo de una apropiacin marxista de la mstica juda, Bloch vincula el inters sociolgico con el inters por la filosofa de la naturaleza en un sistema que, como ningn otro en la actualidad,
se siente impulsado por el gran aliento del idealismo alemn. En
el verano de 1918 apareci El espritu de la utopa, que subraya
las debilidades de un marxismo prisionero del economicismo:
este marxismo parece una Crtica de la razn pura a la que todava hubiera que completar con una Crtica de la razn prdctica:
La economa queda aqu superada, pero falta el alma, falta la fe, a
la que es menester hacer lugar; la sagaz mirada laboriosa ha destruido todo, y no cabe duda de que muchas cosas las ha destruido
con razn [... ] Tambin se hizo bien al desautorizar al socialismo
racional-utpico por demasiado arcdico; tal como vena emergiendo desde el Renacimiento, como una forma secularizada del
reino milenarista, con frecuencia no era otra cosa que un revestimiento insustancial, una ideologa que encubra objetivos de clase
sumamente claros y transformaciones econmicas. Pero en todo
ello ni queda incluida la tendencia utpica, ni afectada y sentenciada la sustancia de sus aspiraciones [... ] ni mucho menos, despachado ese profundo deseo religioso de esencializarnos como dioses, de acabar integrndonos, en una perspectiva milenarista, en la
bondad, en la libertad y en la luz del telas.
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Zohar describe como ruptura de los vasos todas las cosas llevan
en s una rotura, son, como dice Bloch, simples extractos de s
mismas. El proceso de restauracin estaba ya casi consumado
cuando el pecado de Adn vuelve a precipitar al mundo del nivel alcanzado, y arroja otra vez a Dios al exilio. Esta nueva edad
del mundo queda entregada a la responsabilidad del hombre con
el viejo objetivo de la redencin del hombre y de la naturaleza e
incluso del Dios expulsado de su trono. La mstica se convierte
en una magia de la interioridad; pues ahora lo ms externo depende de lo ms interior; segn una frase del Zohar la redencin
estara garantizada con tal de que una nica comunidad hiciera
perfecta penitencia. La oracin se convierte en una manipulacin que resulta importante en trminos de filosofa de la historia.
En Bloch esta prctica religiosa es sustituida por la prctica
poltica. El captulo sobre Marx, la muerte y el apocalipsis lleva todava el subttulo: sobre los caminos del mundo por los que
la interioridad puede convertirse en exterioridad. En l encontramos el pasaje siguiente:
Desde antao la materia ha venido constituyendo un atolladero no
slo para los cognoscentes, sino tambin en s misma; es la casa derrumbada en la que no apareci el hombre, es una escombrera de
vida engaada, muerta, podrida, enmaraada y desperdiciada [... ]
Slo el hombre bueno, que sepa conservar la memoria y la llave,
podr en esta noche de aniquilacin hacer despuntar la aurora, si
es que los impuros no le debilitan y si sus gritos al Mesas son lo
suficientemente inspirados para suscitar las manos salvadoras, para
asegurarse por completo de la gracia del adviento, para despertar
en Dios las fuerzas capaces de levantarle a l y a nosotros, esas
fuerzas que devuelven el aliento y estn llenas de la gracia del reino del Sabbath, para anular y poder sobreponerse en la victoria a
ese momento de quema, brutal y satnicamente estupefaciente, del
apocalipsis.
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La riqueza humana, lo mismo que la de la naturaleza en su totalidad [... ], la verdadera gnesis no est en el principio sino en el final, y slo empieza a despuntar cuando la sociedad y la existencia
se hacen radicales, es decir, cuando se agarran de sus propias races. Pero la raz de la historia es el hombre que trabaja, que crea,
el hombre que da forma y transciende lo dado. Si se aprehende a
s mismo y funda el ser, sin extraamientos ni alineaciones, en una
democracia real, surge en el mundo algo que a todos fulge en la niez y donde todava no ha estado nadie: la patria.
Y como Bloch vuelve a Schelling; y Schelling, a partir del espritu del romanticismo, introduce la Cbala en la filosofa protestante del idealismo alemn, los elementos judos de la filosofa
de Bloch son a la vez, si es que tal manera de hablar puede tener
algn sentido, los verdaderamente alemanes.
Y lo mismo que Bloch hace suyo el idealismo alemn desde
el espritu de Schelling, y Plessner del de Fichte, y ambos contrastan con el estado actual de las ciencias las ideas anticipadas
por el idealismo, tambin han sido pensadores judos, amigos de
Walter Benjamin, los que han pensado hasta el final la dialctica
hegeliana de la Ilustracin, tanto cuanto la propia persistencia
del origen permite mirar a un final an pendiente: me refiero a
Theodor Adorno, Max Horkheimer y Herbert Marcuse: a los
que se adelanta el primer Georg Lukcs.
Pero donde empieza el filosofar tiene que acabar el simple relato; y era a esto a lo que se limitaba mi tarea 1 Y la verdad es que
dud en aceptarla. Pues a pesar de sus generosos planteamientos,
no acabara esta empresa volviendo a colgar una estrella de David sobre los exiliados y los asesinados? Cuando tenamos quince o diecisis aos, pegados al aparato de radio, pudimos enterarnos de qu era lo que se estaba juzgando en Nuremberg; pero
cuando otros, en lugar de enmudecer ante lo espantoso, empezaron despus a discutir sobre la legalidad del juicio y sobre cuestiones de procedimiento y competencias, se produjo un primer
desgarrn que todava sigue abierto. Ciertamente que slo puel. Escrib este estudio para un serial radiofnico transmitido por la Norddeutscher Rundfunk sobre retratos de la historia de la cultura judea-alemana. Thilo
Koch, al que se debi la iniciativa de la serie, haba pedido a todos los participantes
que, como conclusin, recogieran las experiencias que haban tenido como autores
durante la elaboracin de su tema.
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tismo se ha solventado por s misma: la hemos solventado nosotros por exterminacin fsica. De ah que todos estos afanes no
pueden versar ya sobre la vida y supervivencia de los judos, sobre influencias de ac o de all; slo pueden referirse ya a nosotros mismos, al hecho de que esa herencia juda que el espritu
alemn lleva dentro de s se ha vuelto imprescindible para nuestra propia vida y supervivencia. En el mismo instante en que los
filsofos y los cientficos alemanes se aprestaron a depurarla,
se puso de manifiesto la profunda ambivalencia que, como peligro de barbarie para todos, tie de forma tan siniestra ese oscuro fondo del espritu alemn; Ernst Jnger, Martin Heidegger,
Carl Schmitt son representantes de este espritu en su grandeza,
pero tambin en su peligrosidad: no es casualidad que en 1930,
1933 y 1936 hablaran como hablaron. Y el hecho de que un
cuarto de siglo despus sigamos adems sin damos cuenta de ello,
es prueba de la urgencia con que estamos necesitando de un pensamiento que sepa tantear el terreno ... Este pensamiento tiene
que ser uno con ese fatal espritu alemn, pero dentro de l ha de
saber desgajarse lo suficientemente de l, como para ser capaz de
servirle de orculo: no le es lcito atravesar por segunda vez el
Rubicn. Si no existiera una tradicin juda, tendramos que inventarla por mor de nosotros mismos. Pero la hay; y como hemos matado o destruido a sus portadores vivientes y estamos
adems a punto, en un clima de reconciliacin irresponsable, de
perdonar todo y de hacer que todo se olvide (y conseguir as lo
que el antisemitismo no hubiera sido capaz de conseguir mejor),
una irona de la historia nos fuerza a replantear sin judos la cuestin juda.
El idealismo alemn de los judos produjo el fermento de una
utopa crtica; la intencin que la anima no podra encontrar una
expresin ms exacta, digna y bella que la que recibe en ese ltimo fragmento, tan kafkiano, de los Minima moralia:
La filosofa, y sta sera su nica justificacin en vistas de la desesperacin, sera la tentativa de considerar todas las cosas a la luz en
que aparecen desde el punto de vista de la redencin. El conocimiento no tiene otra luz que la que brilla sobre el mundo desde la
redencin: todo lo dems se queda en reconstruccin a posteriori
y en pura tcnica. Habra que inventar perspectivas en las que el
mundo se invierta, se extrae, muestre sus grietas y roturas, se ex-
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Protestar tena en el lenguaje procesal romano el sentido de romper ante los testigos un silencio que de otra forma hubiera podido malinterpretarse como una aceptacin de la interpretacin
que se estaba haciendo de los hechos. La protesta se rebela contra el aprisionamiento en una conformidad muda. El peculiar y
profundo conformismo que se ha difundido por la Repblica Federal paralizndolo todo ha provocado protestas y ocasionalmente tambin un pensamiento que les da forma. ste se dirige
contra aquella indiferencia de la que no es fcil ver a qu se debe
ms, si a una identificacin con todo y con todos o a la huida de
cualquier tipo de identificacin. Un comentario a la experiencia
de esta indiferencia es lo que ofrece Klaus Heinrich en su Ensa-
Esta reflexin sobre las dificultades de la protesta, que se manifiestan tanto en la protesta mal dirigida como en la omisin de
la protesta, no pretende analizar ejemplos contemporneos; prescinde de una circunstancia biogrfica fcilmente analizable, es
decir, de la dificultad que supone vivir como intelectual en la Repblica Federal de Alemania. Si hubiera que registrar este libro
en el captulo de la ciencia, se lo podra clasificar como una crtica de la falsa conciencia de la ontologa y del positivismo. Heinrich filosofa primorosamente, pero el resultado de su tcnica no
es una investigacin filosfica propiamente dicha.
1.
1964.
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La protesta la concibe Heinrich como oposicin a los procesos de autodestruccin. Y cuando dice esto tiene a la vista esas
sublimes destrucciones que el psicoanalista descubre tanto en los
anudamientos de la biografa individual como en las oscilaciones
de los estados de conciencia colectivos; se trata, pues, de destrucciones y autodestrucciones que no atacan de forma inmediata la
vida fsica. Heinrich no se ocupa de los riesgos que corre la conservacin material de la vida, amenazada econmicamente en las
zonas de nuestra Tierra en las que se pasa hambre, y amenazada
poltica y militarmente en los pases desarrollados; no se ocupa
del problema de la falta de alimentos ni de la explosin demogrfica; de la sustancia hereditaria y de los daos de las radiaciones; de las condiciones del progreso tcnico y del crecimiento
econmico; de la conexin entre las estrategias de destruccin y
las de defensa; de la guerra civil internacionalizada y de la coaccin atmica a una coexistencia pacfica. La dimensin de autodestrucciones que Heinrich discute nos llama ms bien la atencin sobre un hecho que nuestra era positivista tiende a negar:
que la reproduccin de la especie humana slo puede quedar asegurada en las formas, no tan difciles de conseguir, de una supervivencia histrica. Pues es manifiesto que los individuos socializados slo podrn asegurar su existencia por medio de procesos
organizados de adaptacin al entorno natural y de adaptacin reactiva al propio sistema de trabajo social si logran establecer la
mediacin adecuada entre este metabolismo orgnico con la naturaleza y el equilibrio, que siempre ser extremadamente precario, en las relaciones de los individuos entre s.
Las condiciones materiales de la supervivencia estn, pues,
asociadas de la manera ms ntima con las ms sublimes, y el
equilibrio orgnico est conectado con ese difcil balance de distanciamiento y de unin en el que ha de formarse, a travs de la
comunicacin con los dems, la identidad de cada uno. Cuando
se malogra la identidad de un individuo que ha de ser capaz de
afirmarse a s mismo y cuando se fracasa en el establecimiento de
la comunicacin entre los individuos que han de poder hablar
entre s, estamos ante autodestrucciones que al final llegan a tener tambin efectos fsicos. En el mbito individual son conocidas como perturbaciones psicosomticas, pero los desgarrones de
las biografas reflejan los desgarrones de la realidad de las insti-
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tuciones. Los dificultosos procesos por los que el sujeto tiene que
reconstruir una y otra vez su propia identidad nos resultan conocidos tanto por la Fenomenologa del espritu de Hegel como
por el psicoanlisis de Freud: el problema de una identidad que
slo puede construirse a travs de identificaciones, lo que justamente quiere decir, a travs de extraamientos de la propia
identidad, es a la vez el problema de una comunicacin que ha
de hacer posible un balance salvador entre los extremos que representaran una identidad muda con uno mismo y un extraamiento asimismo carente de lenguaje, es decir, entre el sacrificio
de la individualidad y el aislamiento en una individualidad abstracta. Ese balance tiene que conseguirse de nuevo en cada etapa
del desarrollo y en cada una de ellas puede malograrse. Las experiencias de la continua amenaza a que se ve sometida la propia
identidad y las experiencias de la obstruccin de la comunicacin
lingstica, las hace cada uno reiteradamente en las crisis de su
propia vida, y no son ms reales que las experiencias colectivas de
la historia de la especie que hacen en s mismos los sujetos sociales globales en el curso de su enfrentamiento con la naturaleza.
La protesta cuyas dificultades investiga Heinrich se dirige
contra los procesos subterrneos de autodestruccin de una sociedad que en el estado evolutivo actual tiene que asegurar a sus
miembros, en medio de los peligros que representan la cosificacin, por un lado, y la carencia de forma, por el otro, la posibilidad de formar una identidad que siempre ser frgil y de
conservarla en la no-identidad de una comunicacin lograda.
Todo cuanto se diga sobre la emancipacin de los individuos versa a la vez, por tanto, sobre la autonoma de la sociedad:
El yo-mismo no es nunca l mismo o no l mismo, ni identidad ni
no-identidad; de lo que se trata es de establecer una identidad de
ambas; el no al desgarrn entre las dos es su primer no, la primera palabra del lenguaje. Ese no no se dirige solamente contra ese
desgarrn, sino tambin contra una realidad desgarrada, y en ella
ha de buscar modelos de equilibrio. Necesita de lo otro en lo que
apoyarse y contra lo que dirigirse.
Los dos captulos centrales desarrollan la dificultad de la protesta contra la autodestruccin de una sociedad que se hunde en la
indiferencia: se trata del problema de la identidad cuando ame-
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secuente en la perspectiva de una discusin con la ontologa, inspirada en Walter Benjamn, como es aqu el caso. De haberse enfrentado en serio con la forma positivista de la falta de lenguaje
(con la utilizacin operacional de los signos en los lenguajes formalizados), o con la peculiar coaccin de la lgica formal a la
univocidad, a la que Heinrich opone la ambivalencia de la negacin dialctica, hubiera descubierto en esta traicin de la que
viven las ciencias modernas el sistema del trabajo social. A m me
parece que Heinrich, como consecuencia de un planteamiento
inspirado por la filosofa de la religin, restringe su ngulo de
mira al inicio de ese proceso en cuyo curso la especie humana
arranca su emancipacin a los poderes. De esta forma los comienzos mticos no quedan propiamente referidos a las categoras
de la sociedad desarrollada, cuya falta de lenguaje era precisamente lo que le interesaba al autor; el lenguaje no es entendido
en su mediatizacin por el trabajo.
Y quiz tenga tambin algo que ver con eso el que, al final,
Heinrich crea poder recapitular sus ideas bajo el epgrafe de un
nuevo existenciario: a la angustia de los ontlogos fundamentales le opone el vrtice (Sog): una curiosa recada en esa ontologa que sucumbi a la crtica que hizo de s misma.
[Traduccin de Manuel Jimnez Redondo]
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comprender los contenidos esencialmente prcticos de la tradicin cristiana de modo que pudieran tenerse en pie ante el foro
de la razn. Pero los contemporneos tenan bien claro el carcter equvoco de estos intentos de transformacin. Con el concepto de Aufhebung (supresin y superacin) Hegel traslad esa
ambigedad al interior del propio mtodo dialctico. La Aufhebung del mundo de representaciones religiosas en el concepto filosfico slo poda salvar los contenidos esenciales de ese mundo
desnudndolos de la sustancia de la piedad religiosa. Ciertamente, tal ncleo ateo permaneca reservado al filsofo y ello
bajo la cscara de una comprensin esotrica de las cosas, pues
para el profano segua siendo vlida la religin. Por eso el Hegel tardo slo atribuye a la razn filosfica la fuerza de una reconciliacin parcial; haba abandonado la esperanza inicialmente puesta en la universalidad concreta de esa religin pblica
que, conforme al primer programa de sistema haba de convertir al pueblo en racional y a los filsofos en sensibles; el pueblo queda al cabo abandonado por sus sacerdotes convertidos en
filsofos 4
El atesmo metodolgico de la filosofa de Hegel, y en general de esa apropiacin filosfica de contenidos religiosos esenciales (atesmo metodolgico que, naturalmente, nada dice acerca de cul fuera la autocomprensin personal de esos filsofos)
slo se convirti en escndalo pblico tras la muerte de Hegel,
cuando se puso en marcha el proceso de descomposicin del
espritu absoluto (Marx). Los hegelianos de derechas, que hasta hoy siguen reaccionando a este escndalo de forma puramente defensiva, todava no han logrado encontrar una respuesta
convincente; pues bajo las condiciones del pensamiento postmetafsico no basta atrincherarse tras un concepto de absoluto,
que no se deja desligar de los conceptos de la lgica de Hegel,
pero que tampoco cabe defender sin una reconstruccin de la
dialctica de Hegel que pueda conectar con nuestros discursos
filosficos habituales y que de este modo pueda resultamos hoy
4. J. Habermas, El discurso filosfico de la modernidad, trad. de M. Jimnez
Redondo, Taurus, Madrid, 4 1993, pp. 42-46; cf. tambin K. Lowith, Hegels Aufhebung der christlichen Religion, en d., Zur Kritik der christlichen berlieferung,
Stuttgart, 1966, pp. 54-96.
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convincente5 Ciertamente los jvenes hegelianos no se percataron con igual claridad de que junto con los conceptos bsicos de
la metafsica se volva tambin insostenible un atesmo afirmado
en trminos de metafsica; sea cual fuere la forma en que se presente el materialismo, en el horizonte de un pensamiento cientfico-falibilista no puede constituir ms que una hiptesis que en
el mejor de los casos mantiene su plausibilidad slo hasta nuevo
aviso.
En nuestras latitudes han cado tambin mientras tanto las razones para un atesmo motivado polticamente, o mejor, para un
laicismo militante. Durante mi poca de estudiante fueron sobre
todo telogos como Gollwitzer e lwand quienes dieron respuestas escrupulosamente morales a las preguntas polticas que a nosotros nos atormentaban despus de la guerra. Fue la Iglesia
confesante la que entonces, con su confesin de culpabilidad,
intent al menos un nuevo comienzo. En ambas confesiones, tanto entre los laicos como entre los telogos, se formaron y se han
formado agrupaciones de izquierda que han arrancado a la Iglesia
de sus cmodos vnculos con el poder estatal y con la situacin social existente y que en lugar de restauracin buscan renovacin,
haciendo valer en el espacio de la opinin pblica criterios de
evaluacin de tipo universalista. Con este cambio de mentalidad,
del que podran citarse buenos ejemplos, y que ha tenido una amplia eficacia, surge la imagen de un compromiso religioso que
rompe la convencionalidad e interioridad de una religiosidad puramente privada. Con una comprensin no dogmtica de la trascendencia y de la fe este compromiso toma en serio metas intramundanas de emancipacin social y dignidad humana y en un
espacio de mltiples voces se asocia con otras fuerzas que aspiran a una democratizacin de tipo radical.
Sobre el trasfondo de una praxis a la que nadie negar su
respeto, nos encontramos con una teologa crtica que explica la
autocomprensin de esa praxis de una manera que ayuda a expresarse a nuestras mejores intuiciones morales sin romper los
puentes con el lenguaje secular y con la cultura secular. Un buen
ejemplo de tal teologa poltica que establece una conexin con las
5. Me parece que sta es la incmoda situacin en la que se encuentra F. Dallmayr.
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investigaciones de filosofa moral y teora de la sociedad contemporneas la ofrece la teologa fundamental de Schssler-Fiorenza6
ste empieza caracterizando en un triple aspecto la transformacin que ambas, religin y teologa, experimentan bajo las
condiciones de un pensamiento postmetafsico que se ha vuelto inevitable en la modernidad 7 Insiste en la disociacin que una
religin interiorizada, a la vez que abierta al mundo secularizado,
experimenta respecto de las pretensiones explicativas de las imgenes cosmolgicas del mundo; la doctrina de la fe en el sentido de Schleiermacher pierde el carcter de una imagen del mundo. Como consecuencia del reconocimiento de un pluralismo de
convicciones ltimas se sigue adems un comportamiento reflexivo respecto a la particularidad de la propia fe en el horizonte
de la universalidad de lo religioso en general. Y esto comporta finalmente el reconocimiento de que las ticas que han surgido de
los respectivos contextos de las distintas religiones universales
concuerdan en los principios de una moral universalista. En un
paso ulterior Schssler-Fiorenza expone los lmites de una teora
moral filosfica que ha de restringirse a la explicitacin y fundamentacin de un punto de vista moral, y discute los problemas
con que tiene que operar tal tica de la justicia.
Como una filosofa que se ha vuelto autocrtica ya no puede
permitirse enunciados generales acerca de la totalidad concreta
de formas de vida que quepa presentar como ejemplares, no tiene ms remedio que remitir a los afectados a discursos en los que
ellos mismos busquen respuesta a esas sus cuestiones sustanciales,
es decir, a las cuestiones sustanciales que puedan planterseles.
Son las partes mismas las que en las argumentaciones morales
han de examinar qu es lo que es bueno para todos por igual;
pero previamente deben aclararse acerca de lo que en el contexto en que estn es lo bueno para ellas. Estas cuestiones referentes al ethos, es decir, estas preguntas ticas en sentido estricto por
una forma de vida no fallida o por una forma de vida digna de
preferirse, slo pueden encontrar respuesta en discursos de autoentendimiento ligados a los respectivos contextos. Y estas res6. F. Schssler-Fiorenza, Foundational Theology. ]esus and the Church, New
York, 1984.
7. F. Schssler-Fiorenza, Die Kirche als Interpretationsgemeinschaft, en E.
Arens (ed.), Habermas un die Theologie, cit., pp. 115-144.
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Schssler-Fiorenza apela a la lnea de tradicin que va desde
Schleiermacher hasta Bultmann y Niebuhr, cuando distingue entre una teologa crtica y una teologa neoaristotlica o neotomista. Pero el magnfico ejemplo de Karl Barth muestra que cuando consecuentemente se descarga a la teologa de pretensiones
explicativas de tipo metafsico-cosmolgico, ello no implica eo
ipso la disponibilidad a afirmar la fuerza de conviccin de la teologa en el contexto de una discusin o de discusiones con discursos cientficos. Desde el punto de vista de Karl Barth la revelacin que la Biblia nos atestigua se sustrae en su facticidad
histrica a una argumentacin que apunte slo a la razn 14 En
los medios universitarios alemanes, marcados por el protestan13. G. M. Simpson, Die Versprachlichung (und Verflssigung?) des Sakralen,
en E. Arens (ed.), op. cit., pp. 145 ss.; la cita es de las pp. 158 s.
14. Cf. P. Eicher, Die Botschaft von der Versohnung und die Theorie des
kommunikativen Handelns, en E. Arens (ed.), op. cit., pp. 199 s.
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tismo, las facultades de teologa han tenido siempre un estatus especial. La joven historia de la Universidad de Francfort muestra
drsticamente esta tensin. Cuando en los aos veinte hubieron
de introducirse ctedras de teologa, se produjeron controversias
que slo pudieron solventarse negando a las especialidades que
representaban la teologa catlica, la teologa protestante y la
teologa juda el reconocimiento como doctrinas especficamente
teolgicas. Pero no deja de ser interesante que, precisamente en
ese clima marcado por las ciencias sociales que la joven Universidad de Francfort, nacida de una escuela de comercio, impuso a
la teologa, acabaran surgiendo e imponindose finalmente personalidades como Steinbchel, Buber y Tillich, es decir, telogos
polticos en sentido lato, que podan moverse con toda soltura en
los discursos tpicos de las ciencias del espritu y de las ciencias
sociales 15 En la Repblica Federal de Alemania, si no me equivoco, han sido ms bien una serie de telogos catlicos los que
han logrado entroncar con esta tradicin, pues los telogos catlicos siempre mantuvieron relaciones ms pacficas con el lumen natura/e. Pero cuanto ms se abre la teologa a los discursos
de las ciencias humanas en general, tanto mayor es tambin el
riesgo que corre de perder su propio estatus en la trama de esos
recprocos intentos de absorcin.
El discurso religioso, que se desarrolla dentro de las comunidades de creyentes, se mueve en el contexto de una determinada
tradicin, caracterizada por un determinado contenido normativo y dogmticamente elaborada; ese discurso religioso remite a
una prctica ritual comn y se apoya en experiencias especficamente religiosas del individuo. Pero lo que distingue a la teologa
no es slo esta relacin de tipo no objetivante, de tipo hermenutico-comprensivo con el discurso religioso y con las experiencias
que en l subyacen. Pues lo mismo podra decirse de una filosofa
que se entiende a s misma como una apropiacin y transformacin
crticas, es decir, como un dar cobro a contenidos esencialmente religiosos, trasladndolos al universo del discurso argumentativo. De
esta autocomprensin hegeliana de la filosofa tampoco se des15. P. Kluke, Die Stiftungsuniversitat Frankfurt am Main 1914-1932, Frankfurt
a. M., 1972; N. Hammerstein, Die Johann-Wolfgang-Goethe-Universitiit 1, Frankfurt a. M., 1989.
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experiencia de una proximidad al prjimo reconocido en su absoluta diferencia por encima de todas las distancias, la experiencia de un entrelazamiento de autonoma y entrega, de una
reconciliacin que no erradique las diferencias, de una justicia
orientada al futuro, que se solidarice con el sufrimiento no expiado de las generaciones pasadas, de la experiencia de la reciprocidad de un reconocimiento que se produzca en libertad, es
decir, de una relacin en la que un sujeto queda asociado a otro
sin que esa asociacin quede degradada y reducida a la coercin
con que se nos acaba imponiendo el intercambio de mercancas,
o a la insultante coercin que slo permite la felicidad y el poder
de uno a costa de la infelicidad y la impotencia de otro.
Pero si este giro antiplatnico se opera en ambas partes, no
puede ser la forma postmetafsica de referirse al discurso religioso lo que hoy separe a la filosofa de una teologa dispuesta a dialogar con la filosofa. Antes bajo las condiciones del pensamiento postmetafsico se hace netamente visible otra diferencia que
hasta Hegel estuvo rodeada de ambigedades: la diferencia que representa el atesmo metodolgico en el modo de producirse la
referencia de la filosofa a los contenidos de las experiencias religiosas. Aquello de que se habla en el discurso religioso la filosofa no puede apropirselo como experiencias religiosas; stas
slo pueden entrar en el caudal de experiencia de la filosofa, slo
pueden ser reconocidas como la propia base experiencia! de ese
caudal, si la filosofa puede identificarlas bajo una descripcin
que ya no est tomada del lenguaje de una determinada tradicin
religiosa, sino que pertenezca al universo del habla argumentativa, desconectada y separada del acontecer histrico que para el
propio discurso religioso representa la revelacin religiosa. En
esos puntos de ruptura donde ya no pueda lograrse una traduccin neutralizadora de este tipo, el discurso filosfico ha de confesar su fracaso; el uso metafrico de vocablos como redencin,
luz mesinica, rehabilitacin de la naturaleza, etc., convierte a la
experiencia religiosa en simple cita. En esos instantes en que se
torna consciente de su propia impotencia, el habla argumentativa, allende la religin y la ciencia, pasa a convertirse en literatura, en un modo de exposicin que ya no se mide directa y frontalmente a s mismo con pretensiones de validez. Anlogamente,
la teologa pierde tambin su identidad cuando se limita a con-
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fsica. Quien hoy, bajo las condiciones de un pensamiento postmetafsico, entabla una pretensin de verdad, habr de traducir
experiencias que tienen su sede en el discurso religioso al lenguaje de una cultura cientfica de expertos y desde ah retraducirlas a la prctica.
Esta operacin de traduccin exigida por la teologa crtica
puede compararse formalmente con aquella que tambin ha de
emprender la filosofa moderna. Pues sta guarda una relacin
igualmente ntima con el common sense, al que reconstruye y al
que a la vez entierra. En direccin opuesta, la filosofa acta entonces en el papel de un intrprete cuya tarea consiste entonces
en aportar a la praxis cotidiana contenidos de la cultura de expertos. Esta tarea de mediacin no se ve libre de una cierta paradoja porque en las culturas de expertos el saber se elabora en
cada caso bajo un aspecto de validez distinto, mientras que en la
praxis cotidiana todas las funciones del lenguaje y todos los aspectos de validez se interpenetran, constituyen un sndrome 18
Sin embargo, a la filosofa le resulta ms fcil habrselas con ese
sentido comn, del que vive, y al que a la vez reforma, que a la
teologa con los discursos religiosos que le vienen ya dados. Pues
es verdad que stos no guardan ya con la praxis profana aquella
distancia que antao se daba entre los mbitos sacros y los mbitos profanos de la existencia, y esto tanto menos cuanto ms se
imponen las ideas de una public theology. Pero en contraposicin
con la reforma a que se ve sometido el sano sentido comn en las
sociedades modernas -sea o no con la contribucin de los filsofos-, el sndrome que constituye esa fe en la revelacin, sostenida por una prctica ritual, representa una barrera especfica.
Pues los discursos religiosos perderan su identidad si se abriesen
a un tipo de interpretacin que ya no dejase valer las experiencias religiosas como experiencias religiosas.
Con ese tipo de problematizacon de gran alcance habra que
contar en todo caso si el discurso teolgico no eligiese ya entre
ninguna de las dos premisas que caracterizan a la teologa mo18. J. Habermas, El discurso filosfico de la modernidad, trad. de M. Jimnez
Redondo, Madrid, Taurus, 4 1983, pp. 285 ss.; cf. tambin mi artculo La filosofa
como vigilante (Platzhalter) e intrprete>>, en d., Conciencia moral y accin comunicativa, trad. de R. Garca Cotarelo, Pennsula, Barcelona, 32000, pp. 9-29.
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III
No voy a discutir esto. Y tambin he de admitir que en Teora de la accin comunicativa la evolucin religiosa que se pro22. Dsseldorf, 1976; Frankfurt a. M., 1978.
23. H. Peukert, en E. Ahrens (ed.), op. cit., pp. 56 s.
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Pero esto no significa todava que yo asienta a la tesis de Peukert de que la teora discursiva de la moral y de la tica se atasca
en tales cuestiones-lmite hasta el punto de que esa teora del discurso se ve obligada a buscarse una fundamentacin teolgica.
Ciertamente una accin pedaggica, o una accin que pueda ser
eficaz en lo que concierne a efectos socializadores, la cual, bajo
24. J. Habermas, Die neue Unbersichtlichkeit, Frankfurt a. M., 1985, p. 52.
25. J. Habermas, lndividuierung durch Vergesellschaftung, en d., Nachmetaphysisches Denken, Frankfurt a. M., 1988, pp. 187-241, en particular pp. 192 ss.;
trad. espaola Pensamiento postmetafsico, Taurus, Madrid, 1990.
26. Ibid., p. 60.
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IV
1) Sheila Briggs efecta dentro del paradigma de la filosofa de la
praxis distinciones que considero plausibles. Sin embargo, no veo
del todo cmo bajo sus premisas puede llegarse a ese tipo de tica del dilogo que habra de fundamentar la universal responsabilidad y la integridad de la identidad particular de cada uno, sin
recurrir a los puntos de vista universalistas que representan la
igualdad y la justicia. Tambin S. Benhabib, en cuyos trabajos
apoya S. Briggs su crtica feminista, permanece fiel a las intenciones universalistas de Kant y de Hegel. S. Benhabib desarrolla
su concepcin enteramente en concordancia con la ma:
Aun estando de acuerdo en que las disputas normativas pueden resolverse racionalmente, y en que la imparcialidad, la reciprocidad
y algn procedimiento de universalizabilidad son ingredientes constitutivos, es decir, condiciones necesarias, del punto de vista moral,
el universalismo interactivo considera la diferencia como punto de
partida para la reflexin y para la accin. En este sentido universalidad es un ideal regulativo que no niega nuestra identidad encarnada y concreta, sino que aspira a desarrollar actitudes morales
y a promover transformaciones polticas de las que pueda resultar
un punto de vista aceptable para todos. La universalidad no es el
consenso ideal de se/ves (s-mismos) abstracta y ficticiamente definidos, sino el proceso concreto de lucha, tanto en poltica como en
34.
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las argumentaciones morales han de hacerse valer ambas perspectivas. Pero ambas han de entrelazarse. En los discursos de fundamentacin la razn prctica se hace valer mediante el principio de universalizacin, mientras que los casos particulares slo
se tienen en cuenta como ejemplos ilustrativos. Ahora bien, las
normas fundadas slo pueden tener validez prima facie; qu norma ha de considerarse como la adecuada en un caso particular y,
por tanto, qu norma ha de primar en un caso particular sobre
las dems, las cuales son asimismo vlidas prima facie, es una
cuestin que no puede decidirse procediendo como en los discursos de fundamentacin. Antes esta aplicacin de normas exige un discurso de otro tipo. Tales discursos de aplicacin se atienen a una lgica distinta que los discursos de fundamentacin.
Aqu se trata en verdad del otro concreto, en el contexto de todas sus circunstancias, de sus particulares relaciones de socializacin, de su peculiar identidad y biografa. Slo a la luz de una
descripcin lo ms completa posible de todos los rasgos relevantes puede juzgarse qu norma es en cada caso la adecuada 36 Si a
L. Kohlberg, contra el que S. Benhabib hace valer consideraciones de C. Gilligan, cabe objetarle algo, no es precisamente esa explicacin que Kohlberg da del principio moral recurriendo al
procedimiento de la asuncin ideal de rol, explicacin para la
que Kohlberg se basa en G. H. Mead, sino el haber pasado por
alto el problema de la aplicacin.
2) A la crtica de R. Wuthnow, ingeniosa y rica en ideas, pero
presentada ms bien en forma de sugerencias, slo puedo reaccionar aqu con unas pocas observaciones. Por ambos lados sera
ciertamente menester una buena cantidad de trabajo preliminar
de tipo hermenutico. Wuthnow no est nada seguro de toda la
empresa de una teora crtica de la sociedad que en cierto modo
ha de hacerse reflexivamente cargo de su propio contexto de nacimiento, para lo cual no puede apoyarse en otra cosa que en un
potencial de razn inscrito en el propio medio lingstico a travs
del que ha de discurrir el proceso de socializacin37 . Wuthnow no
mantiene separados los distintos niveles analticos y no se percata
36. K. Gnther, Der Sinn fr Angemessenheit. Anwendungsdiskurse in Moral und
Recht, Frankfurt a. M., 1988.
37. Cf. mi introduccin a J. Habermas, Teora y praxis. Estudios de filosofa social, trad. de S. Mas Torres, Tecnos, Ivfadrid, 1987, pp. 13-48.
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de la diferencia metodolgica entre una teora del lenguaje, la argumentacin y la accin, desarrollada en trminos de pragmtica
formal, por un lado, y una teora sociolgica de la accin y una
teora de sistemas, por otro; no distingue ni entre el concepto de
mundo de la vida empleado en trminos de pragmtica formal y
el concepto de mundo de la vida empleado en trminos sociolgicos, ni tampoco entre una teora discursiva de la verdad, la
moral y el derecho, que procede en trminos normativos, por un
lado, y los intentos de reconstruccin, cuyo contenido ha de ser
predominantemente emprico y cuya pretensin de validez slo
puede referirse por tanto a una adecuacin de tipo descriptivo.
Este edificio terico no es ciertamente aproblemtico, pero sin un
conocimiento ms ntimo del plan de construccin difcilmente
pueden discutirse objeciones cogidas un tanto al vuelo.
Por ejemplo, no es verdad que yo oponga a un pasado devaluado un radiante futuro. El concepto procedimental de racionalidad que yo propongo no puede constituir soporte alguno para
la proyeccin utpica de formas concretas de vida en conjunto.
La teora de la sociedad en cuyo marco se mueven mis anlisis
puede, en el mejor de los casos, conducir a descripciones y diagnsticos que permiten resaltar con ms claridad la ambivalencia
de tendencias evolutivas contrapuestas. Pero no cabe hablar de
que yo practique una idealizacin de futuro; ms bien, en mi libro Cambio estructural de la opinin pblica incurr en el vicio
de una cierta idealizacin del pasado.
Es verdad que defiendo una teora pragmtica del significado
conforme a la cual un oyente entiende una elocucin cuando conoce las condiciones bajo las que esa elocucin podra aceptarse
como vlida. La idea bsica es sencilla: slo se entiende una expresin si se sabe cmo servirse de ella para entenderse con alguien sobre algo en el mundo. Esta relacin interna entre entendimiento y racionalidad se abre desde la adopcin metodolgica
de la actitud de un participante virtual. Pero desde ello no hay
ningn camino que directamente conduzca a un racionalismo sociolgico que resulte sordo a la libertad personal, a las violaciones deliberadas de las normas establecidas, al pluralismo y a los
modos no reductivos de expresividad 38 Wuthnow slo puede
38.
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Los puntos bsicos para la discusin actual los ha establecido Dallmayr en un interesante artculo sobre la cuestin: Es la
teora crtica un humanismo?. La expresin humanismo est
empleada aqu peyorativamente en el sentido de Heidegger y
significa algo as como antropocentrismo. Dallmayr piensa que
yo me limito simplemente a intercambiar al sujeto trascendental
por una intersubjetividad cuasitrascendental. El giro lingstico
de la teora crtica no hara ms que ocultar que, allende el lenguaje, la subjetividad vuelve a ser instaurada en sus derechos
cartesianos:
La perspectiva de Habermas podra ser, en cierto modo, legtimamente descrita como un humanismo, significando esta expresin
una orientacin ms o menos centrada en el hombre o en el sujeto. Las distinciones entre empirismo y hermenutica, sistema y mundo de la vida, entre habla proposicional y reflexiva podran reconciliarse sin demasiadas violencias con la bifurcacin cartesiana y
kantiana sujeto-objeto (y, por tanto, con la trama conceptual bsica de la metafsica) 41
Esta observacin tiene naturalmente que sorprender a un autor que segn su propia autocomprensin viene insistiendo en la
necesidad de efectuar un giro pragmtico-lingstico como crtica de toda forma de filosofa de sujeto, pero con mucho cuidado, a fin de no salir del lodo de una razn centrada en el sujeto,
para caer en el arroyo de una historia del ser circunscrita en trminos de una metafsica negativa. Pero precisamente este punto
antiheideggeriano del cambio de paradigma es quiz lo que provoca a Dallmayr a negar ese cambio.
Mas creo que esto resulta particularmente difcil en lo que se
refiere a un libro como es El discurso filosfico de la modernidad,
en el que desarrollo el paradigma del entendimiento a partir de
su contexto de filosofa de la historia y ello con la intencin de
mostrar cmo cabe escapar del laberinto de la filosofa del sujeto sin necesidad de verse envuelto por ello en las aporas de una
crtica autorreferencial y totalizadora de la razn, ni en la versin
deconstructivista que de esa crtica dan los tardoheideggerianos,
ni tampoco en la versin contextualista que le dan los tardowitt41. F. Dallmayr, Polis und Praxis, Cambridge, Mass., 1984, p. 158.
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completo sin el posicionamiento afirmativo/negativo de un oyente potencial. ste ha de adoptar la actitud de una segunda persona, sustituir la actitud del observador por la del participante y entrar en un mundo de la vida intersubjetivamente compartido por
la comunidad de lenguaje, si quiere obtener ventajas de la peculiar reflexividad de los lenguajes naturales. Esta comprensin hermenutica del lenguaje se dirige contra el teoreticismo del modelo causalista de comprensin del lenguaje compartido por Quine,
Davidson y otros.
e) Dallmayr subraya a continuacin la complementariedad de
lenguaje y silencio: el lenguaje reverbera con su propio silencio. Esta referencia a lo abisal y ontolgico del lenguaje permanece empero necesitada de una explicacin que vaya algo ms
all de esas indicaciones del ltimo Heidegger, que parecen sacadas de una mtica del lenguaje. Si Dallmayr no quiere sustraer de
antemano los fenmenos del silencio a un anlisis del lenguaje,
puede servirse de mi teora de la comunicacin: el silencio no aurtico obtiene del contexto de cada caso un significado ms o
menos inequvoco. Por lo dems, todo acto de habla y toda situacin de habla estn situados e insertos, como es obvio, en el
contexto de un mundo de la vida intersubjetivamente compartido, contexto que con su muda presencia circunscribe y corona lo
dicho 44
d) Dallmayr me atribuye, por lo dems, una concepcin instrumentalista del lenguaje. Ese empirismo lingstico fue ya superado por Hamann y Humboldt. Tampoco yo conecto mi teora de la comunicacin con Locke, sino con la hermenutica y
con el pragmatismo americano. Ciertamente, el acto de dar nombre, que desde la filosofa romntica del lenguaje hasta Benjamin
desempe un papel paradigmtico (y en el caso de las especulaciones cristianas sobre el logos, tambin un papel cargado de asociaciones), se revela como un mode lo bastante unilateral para la
explicacin de las fuerzas creadoras de lenguaje. En una interpretacin estricta conduce a una concepcin del lenguaje articulada en trminos de una semntica de la referencia, conforme a
la cual las expresiones habran de representar estados de wsas de
la misma forma que un nombre est por un objeto, lo cual es fal44.
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El destino comn, el estar expuesto a la infinitud de un universo insensible, puede despertar en el hombre un sentimiento de
solidaridad; pero en esa comunidad de abandonados, la esperanza de solidaridad, la compasin por el prjimo, no deben mermar
el igual respeto por todos y cada uno. Los sentimientos morales,
a los que es inmanente el sentido de la justicia, no son simplemente excitaciones espontneas; son intuiciones ms que impulsos; en ellos se manifiesta una visin o inteleccin correctas en
sentido enftico. Los positivistas nada saben de que el odio
contra un hombre honesto y la veneracin por un infame son
movimientos pervertidos no solamente ante la moral, sino ante
la verdad misma, no slo son experiencias y reacciones ideolgicamente reprobables, sino objetivamente perversas 9
Horkheimer est tan seguro de su intencin moral bsica,
que no puede calificarla de otro modo que como correcto modo
de ver las cosas. Este cognitivismo moral parece ponerle enteramente del lado de Kant. Sin embargo, Horkheimer se deja impresionar tanto por la dialctica de la Ilustracin, que insiste en
desmentir una y otra vez lo que Kant confiaba todava a la razn
prctica. Slo nos quedara una razn formalista que de ningn
modo guarda una relacin ms estrecha con la moral que con la
inmoralidad 1. Slo investigaciones materiales pueden superar
el formalismo impotente, y ello de forma paradjica. Sin poder
nombrar el bien, una teora crtica de la sociedad tendra que poder designar o describir la injusticia, bien determinada y concreta en cada caso. Y como esta teora, escptica como es en lo tocante a la razn, ya no puede mantener una relacin afirmativa
con los contenidos normativos que ella en el ejercicio de esa crtica de las situaciones injustas va desplegando paso por paso, no
tiene ms remedio que tomar prestado todo lo normativo de una
forma del espritu que mientras tanto ha quedado superada, asaber, de la teologa mezclada y fundida con la metafsica. stas
protegen la herencia de una razn sustancial, que mientras tanto
ha quedado despotenciada.
Sobre el carcter de esta tarea, que no puede menos que provocar vrtigo, Horkheimer no se hace ninguna ilusin. La teora
9. Ibid. (1974), p. 102.
10. M. Horkheimer y Th. W Adorno, Dialctica de la Ilustracin, cit., p. 162.
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biguo. Por un lado, la filosofa se convierte en teologa enmascarada y salva los contenidos esenciales de esta teologa. Es el sentido de un atesmo que conserva la actualidad del tesmo:
Slo los que lo utilizaban como voz despectiva, entendan por atesmo lo meramente opuesto a la religin. Los afectados que lo profesaron (que profesaron el atesmo) cuando an la religin posea
poder, acostumbraban identificarse con el mandato testa de la entrega y el amor al prjimo y a las creaturas, con mucha ms profundidad que la gran mayora de los seguidores y comparsas de las
iglesias oficiales 13
Por otra parte, la filosofa slo puede salvar la idea de lo incondicionado en el medio de una razn que mientras tanto ha
entregado lo eterno a las contingencias histricas traicionando a
lo incondicionado. Pues la razn que no puede pretender ya otra
autoridad que la de la ciencia es una facultad naturalista, ha sufrido una regresin para convertirse slo en inteligencia al servicio de la autoafirmacin pura y dura; se mide por sus aportaciones funcionales, por sus progresos tcnicos, pero no por una
validez que trasciende espacios y tiempos: A la vez que Dios,
muere tambin la verdad eterna 14 Tras la Ilustracin lo verdadero de la religin slo puede salvarse con medios que liquidan
la verdad. En esta incmoda situacin se encuentra una teora
crtica que ha de relevar a la religin, incmoda, porque, segn
lo ve Horkheimer, todo lo que tiene que ver con la moral se reduce en ltima instancia a teologa.
II
Superacin y supresin racionales de la teologa y de sus contenidos esenciales, cmo podra hacerse hoy tal cosa, bajo las condiciones de una crtica de la metafsica que ya no puede hacerse
reversible, sin destruir, o bien el sentido de los contenidos religiosos, o bien a la razn misma? Con esta pregunta el materialista pesimista que es Horkheimer se dirige al idealista pesimista
13. !bid., pp. 86-87.
14. !bid., p. 85.
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ca el sentido de lo incondicionado. Pero antes hemos de asegurarnos del motivo de fondo que hace que Horkheimer se atenga
al concepto clsico de verdad como adaequatio intellectus ad rem.
Pues el motivo para atenerse a un anclaje ontolgico de la
verdad se lo suministra a Horkheimer esa consideracin tica
que toma de Schopenhauer. Slo el percatarnos de la identidad
de toda vida, de la unidad de un fondo esencial de todas las cosas, aunque ste sea irracional, fondo en el que todos los fenmenos particulares estn trabados unos con otros, puede fundar
solidaridad con toda creatura mucho antes de la muerte 21 Este
pensamiento metafsico de la unidad hace plausible por qu la superacin del egosmo encuentra eco en la propia constitucin del
mundo. Slo por esta razn la unidad goza para los filsofos de
primaca sobre la pluralidad, lo incondicionado aparece en singular, y para los judos y cristianos el Dios uno vale ms que las
mltiples divinidades de la Antigedad. El que los sujetos se
atrincheren en su particularidad, convirtiendo as al individualismo en mentira, es el peculiar destino de la cultura burguesa. A
ese estado de naturaleza que es la sociedad de la competencia,
Horkheimer lo tiene hasta tal punto por el problema moral bsico, que para l justicia y solidaridad se convierten en sinnimos
de renuncia a la afirmacin de ese yo propio y cerrado. El egosmo se ha consolidado hasta tal punto convirtindose en un estado pervertido del mundo, que el trnsito desde el amor de s mismo hasta la entrega a los dems no es pensable en absoluto sin la
provisin metafsica que representa la unidad previa de esa voluntad abisal del mundo que nos lleva a percatarnos de la solidaridad ltima de todos los abandonados:
Schopenhauer sac la consecuencia: bueno es el percatarse del mal
que representa nuestra propia vida, vida que no puede separarse
del sufrimiento de todas las dems creaturas; buena es la unidad
con el sufriente, ya sea hombre o animal, el renunciar al amor propio y al egosmo, a esa pulsin que nos lleva a buscar slo el bienestar individual como meta ltima, y deseable es penetrar tras la
muerte en lo universal, en lo no personal, en la nada 22
21. El pensamiento de Schopenhauer con relacin a la ciencia y a la religin,
en Anhelo de justicia, cit., p. 142.
22. Pesimismo hoy, en Anhelo de justicia, cit., p. 126.
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IV
Ya en Dialctica de la Ilustracin Horkheimer atribuye a Sade y
a Nietzsche el percatarse de que despus de la formalizacin de
la razn slo queda ya, por as decir, la compasin como conciencia sensible de la identidad de lo universal y lo particular,
como mediacin naturalizada 23 Pero en la versin que le da
Schopenhauer, la compasin no puede desempear el papel de
una mediacin dialctica entre individuo y sociedad, entre el
igual respeto hacia cada uno y la solidaridad de cada uno con todos los dems. Pues compasin slo significa aqu la autosupresin abstracta de la individualidad, la desaparicin del individuo
en el Todo-Uno. Con ello queda precisamente abandonada la idea
que constituye el contenido moral del cristianismo. Aquellos que
el ltimo da habrn de presentarse ante Dios con la esperanza de
un juicio justo, uno tras otro, en solitario, sin ser representados
por nadie, sin el abrigo de los bienes y dignidades mundanas, es
decir, como iguales, hacen experiencia de s mismos como seres
enteramente individuados, capaces de dar razn de sus propias
vidas, responsablemente asumidas. Y a la vez que esa idea, no tena ms remedio que quedar perdida la profunda intuicin de
que no es lcito romper el lazo que une solidaridad y justicia.
En esto ltimo Horkheimer no sigue, ciertamente, a Schopenhauer sin vacilaciones y reservas. Su interpretacin del Salmo
91 delata su esfuerzo por eliminar una disonancia. La doctrina
del alma individual, se nos dice, tiene en el judasmo un segundo
sentido, no falseado por esperanzas relativas al ms all:
La idea de pervivencia significa ante todo no el ms all, sino el estar y sentirse vinculado a la propia nacin, que el nacionalismo
moderno distorsiona de forma tan crasa y que tiene su prehistoria
en la Biblia. El individuo, al ordenar su vida conforme a la Tor, al
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Horkheimer tiene evidentemente a la vista la tradicin teolgica que desde san Agustn hasta el protestantismo radical, pasando por la mstica del lagos, parte de que en el principio era el
Verbo y del lenguaje como medio del mensaje divino:
Pero la metafsica teolgica tiene razn contra el positivismo porque toda frase no tiene ms remedio que entablar la pretensin imposible, no slo de tener el efecto esperado, es decir, de tener xito, como piensa el positivismo, sino una pretensin de verdad en
sentido estricto, reflexione o no sobre ello el hablante 27
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mtica del lenguaje un sentido incondicionado, ligado a esas inevitables pretensiones de verdad. Su escepticismo en todo lo tocante a la razn es tan profundo que Horkheimer no puede descubrir ya en el actual estado del mundo lugar alguno para la
accin comunicativa:
Hoy el habla se ha vuelto desabrida, y aquellos que no quieren escuchar no dejan de tener del todo razn [... ] El hablar est superado. Y por cierto, tambin el hacer, en la medida en que antao ste
vena ligado al habla28.
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municacin sustituye al momento de eternidad o al carcter supratemporal de la incondicionalidad por la idea de un proceso
de interpretacin abierto, pero orientado a una meta, que trasciende los lmites del espacio social y el tiempo histrico desde
dentro, es decir, desde la perspectiva misma de una existencia situada y localizada en el mundo. En el tiempo los procesos de
aprendizaje formaran un arco que salvara todas las distancias
temporales, en el mundo realizaran esas condiciones que, por lo
menos, hemos de suponer suficientemente cumplidas en toda argumentacin. Pues intuitivamente sabemos que no podemos convencer a alguien, ni siquiera a nosotros mismos, de algo, si no
partimos en comn de que se est prestando odo a todas las voces que puedan resultar relevantes, se estn escuchando los mejores argumentos de que disponemos dado el estado actual de la
ciencia y slo la coercin sin coerciones dimanante del mejor argumento est determinando las posturas de afirmacin o negacin que toman los participantes.
Con ello la tensin entre lo inteligible y el reino de los fenmenos se traslada a los presupuestos universales de la comunicacin, los cuales, aun cuando tengan un contenido ideal y,
por tanto, slo realizable aproximativamente, todos los participantes tienen que hacerlos de hecho en cuanto quieren convertir
en tema una pretensin de validez que ha sido puesta en cuestin. La fuerza idealizadora de tales supuestos o anticipaciones
trascendedores penetra incluso en el corazn de la prctica comunicativa cotidiana. Pues incluso la ms fugaz oferta de relacin
interpersonal que emprendemos con el acto de habla ms fugaz,
e incluso el S o el no ms convencionales, remiten a razones
potenciales y, por tanto, a una audiencia idealmente ampliada a
la que esas razones habran de convencer si fueran vlidas. El
momento ideal de incondicionalidad est profundamente inserto
en los procesos efectivos de entendimiento porque las pretensiones de validez tienen una doble haz: en tanto que universales
apuntan ms all de cualquier contexto dado; a la vez tienen que
entablarse y aceptarse aqu y ahora para poder convertirse en
base de un acuerdo coordinador de la accin. En la accin comunicativa nos orientamos por pretensiones de validez que slo
podemos entablar de hecho en el contexto de nuestra lengua, de
nuestra forma de vida, mientras que a la vez la resolubilidad o
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ISRAH O ATENAS
desempeabilidad de esas pretensiones, que implcitamente estamos suponiendo, apunta ms all de la provincialidad de cualquier contexto histrico dado. Quien se sirve de una lengua
orientndose al entendimiento se expone a una trascendencia
que opera, por as decir, desde dentro. De esa trascendencia no
puede disponer el hablante, al igual que tampoco la intencionalidad de la palabra hablada (esto es, la intencionalidad con que el
hablante dice lo que dice) le convierte en seor de la estructura
del lenguaje. La intersubjetividad lingstica trasciende a los sujetos, pero sin convertirlos en siervos.
El pensamiento postmetafsico se distingue de la religin en
que salva el sentido de lo incondicionado sin necesidad de recurrir a Dios o a un absoluto. Horkheimer slo tendra razn al
afirmar que no puede salvarse un sentido incondicionado sin
Dios si con la expresin sentido incondicionado se estuviese
sealando a algo distinto que a ese sentido de incondicionalidad
que como momento forma tambin parte del significado o sentido de la verdad. El sentido de esta ltima incondicionalidad no
es lo mismo que un sentido incondicional que dispense consuelo. En una situacin de pensamiento postmetafsico como es la
nuestra, la filosofa no puede sustituir al consuelo con el que la
religin puede ayudar a soportar el dolor inevitable y la injusticia no reparada, las contingencias que representan la penuria, la
soledad, la enfermedad y la muerte, arrojando sobre todo ello
una luz distinta. Ciertamente, la filosofa puede seguir explicando todava hoy el punto de vista moral desde el que imparcialmente juzgamos algo como justo o injusto; por tanto, la razn
comunicativa no est en modo alguno a la misma distancia de la
moralidad que de la inmoralidad. Pero cosa distinta es encontrar
una respuesta motivante a la cuestin de por qu hemos de atenernos a nuestras convicciones morales, de por qu hemos de ser
morales. En este aspecto podra quiz decirse que es vano querer
salvar un sentido incondicionado sin Dios. Pues pertenece a la
dignidad de la filosofa el atenerse inflexiblemente a que ninguna pretensin de validez puede tener cognitivamente consistencia si no se justifica ante el foro del habla argumentativa.
[Traduccin de }.fanuel Jimnez Redondo]
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dad 3 Sus argumentos dan, no obstante, el impulso a la fundamentacin negativa que realiza Theunissen de un ser-uno-mismo autntico.
Por ltimo, deseo caracterizar la pretensin de justificar el
contenido esencial de la perspectiva cristiana de salvacin bajo
las condiciones del pensamiento postmetafsico. A continuacin
someto a discusin los argumentos con los que Theunissen intenta formular esta fuerte pretensin por la va todava transitable del pensamiento filosfico. En cualquier caso, mis interpelaciones crticas no afectan a la solidaridad con una admirable
empresa a la que me siento unido en sus intenciones e impulsos
prcticos.
1
Desde san Agustn, el cristianismo se ha fusionado en la historia
del pensamiento occidental con las tradiciones metafsicas de
origen platnico en mltiples modos de simbiosis. En plena armona con telogos como Jrgen Moltmann y Johann Baptist
Metz4, Theunissen se dedica a restaurar el contenido escatolgico originario de un cristianismo liberado de su envoltura helenstica. Su ncleo es un pensamiento radicalmente histrico e
irreconciliable con conceptos esencialistas:
El predominio del pasado sobre lo futuro estipula el carcter coercitivo de una realidad precisada de redencin. La realidad necesitada
de redencin conforma una conexin coercitiva universal porque
en ella el futuro se ve sometido permanentemente al pasado 5
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Lo que separa a la posicin de Theunissen de la de otros telogos cercanos es ahora la pretensin de hacer valer con medios
no teolgicos una intuicin que comparten. Esto lo toma prestado Theunissen de la terminologa metafsica del platonismo que
al mismo tiempo debe ser superada. No obstante, se deja deslizar
en aquella cauta distincin entre los aspectos de la gracia y los
de la voluntad bajo los cuales debe abrirse el Reino de Dios
nicamente a los telogos o tambin a los filsofos. Mientras
tanto, parece confiar en su capacidad de cerrar con argumentos
el abismo que existe entre la apelacin a la realidad experimentada en la fe, por una parte, y la fuerza de conviccin de las
razones filosficas, por otra.
La intuicin de Benjamin de que el inadecuado continuum
de toda la historia precedente tiene que ser roto -el grito de la
criatura atormentada de que todo debe ser de otra maneratiene ciertamente, tras las catstrofes acontecidas en nuestro siglo, una fuerza mayor que la meramente sugestiva. Hoy en da
nos acosan las regresiones que la cada del imperio sovitico ha
desatado. En vista de este fenmeno, el impulso de alzarse contra el predominio del pasado frente al futuro 7 e incluso el imperativo de romper la cadena de la fatal repeticin de lo mismo no
precisan tampoco de una justificacin detallada:
Benjamin expres la tristeza indescriptible que suscita la mirada de
la historia congelada por la naturaleza. Slo existira historia real si
el tiempo fuera uno diferente 8
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Theunissen reconduce a la Lgica de Hegel, que a su modo resume la historia de la metafsica occidental, una hiptesis alcanzada por la filosofa dialgica posthegeliana:
Toda la lgica de Hegel se basa en la hiptesis de que todo lo que es
slo puede ser l mismo en la relacin y, en ltimo extremo, en
cuanto relacin con el ser diferente 10
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Por ello, Theunissen se empea en una fundamentacin en trminos postmetafsicos del contenido metafsico de la libertad
comunicativa. En concreto, desarrolla su argumentacin en referencia al texto de la Enfermedad mortal.
a) En primer lugar, Theunissen distingue entre su modo de
proceder negativista y un modo de proceder normativista.
En la modernidad, tras el abandono de los conceptos de sustancia y esencia propios de la metafsica mediante los cuales lo que
debe ser haba sido anclado en el orden de las cosas mismas, la
arquitectnica de la razn asume el puesto de la teleologa objetiva. Desde entonces, los contenidos normativos ya no pueden
obtener la validez objetiva de nuestras experiencias y juicios en
trminos ontolgicos del ente mismo, sino solamente de manera
reconstructiva de las condiciones subjetivas necesarias.
El giro efectuado en trminos de la pragmtica del lenguaje
desde el paradigma de la conciencia al paradigma del entendimiento ha dado, obviamente, un nuevo sesgo a esta investigacin
acerca de las condiciones trascendentales con un contenido
normativamente valioso. Ahora es el factum del entendimiento
intersubjetivo logrado lo que debe ser explicado. En los universales e inevitables presupuestos pragmticos de la accin comunicativa nos topamos con el contenido contrafctico de idealizaciones que todos los sujetos tienen que atender en la medida en que,
en general, orientan sus acciones de acuerdo con determinadas
pretensiones de validez. La no discrecionalidad de este contenido
normativo, en sentido amplio, de las presuposiciones inevitables
de la comunicacin no est asegurada ni en trminos ontolgicos,
mediante la oportuna constitucin de lo existente, ni en trminos
epistemolgicos, mediante la configuracin racional de la subjetividad; se encuentra nicamente refrendada por la falta de op-
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e) Theunissen considera que constituye un argumento difcilmente rebatible esta comprobacin, verificada en trminos
22. M. Theunissen, Das Selbst auf dem Grund der Verzweiflung, cit., p. 25.
23. M. Theunissen, Negative Theologie der Zeit, cit., p. 354. En este tratado
sobre la fe de Jess en la oracin, Theunissen resume su reconstruccin del argumento
kierkegaardiano llevado a cabo en otro lugar (ibid., pp. 345 ss.).
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propios de una dialctica existencial, esto es, de una fundamentacin del ser-uno-mismo en la fe. Aunque, desde su punto de
vista, el argumento necesita ciertamente un complemento en referencia a la constitucin comunicativa del poder-ser-uno-mismo [Selbstseinkonnen]. Con respecto a la explicacin de la estructura bsica del ser-en-s-en-el-otro la aclaracin hasta ahora
viene a decir lo siguiente: la persona humana puede ser ella misma en su libertad finita si, reconociendo la absoluta libertad de
Dios, se libera de un ser-uno-mismo narcisista y encerrado en s y
regresa a su propio ser-uno-mismo desde la distancia infinita de
una comunicacin creyente con el Otro por antonomasia.
Esta explicacin se mantiene incompleta con referencia a
aquel aspecto intramundano trivial del ser-en-s-en-el-otro bajo
el que nos encuentra, en primer lugar y en la mayora de las
veces, la libertad negativa. Theunissen critica la falta de referencia al mundo propia del ser-uno-mismo que Kierkegaard ha
destacado en el proceso de negacin contra la desesperacin:
Tanto Kierkegaard como Hegel concibe el ser-uno-mismo o la
libertad como ser-en-s-en-el-otro, pero el otro, en su comprensin, excluyendo a Dios, no es ms que el mundo 24 La mera
reflexividad de un relaciofl.r-se con la relacin consigo mismo
tiene que ser incorporada en la intersubjetividad de un insertarse-en-el-otro:
As, pues, en el amor se manifiesta por s misma la dimensin originaria de aquella libertad del ser humano tal y como la fe nos la presenta25.
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IV
Aun cuando se siga esta ampliacin de la cadena de pensamientos dialctico-existenciales en trminos de la teora de la comunicacin se mantiene abierta la cuestin de si el argumento kierkegaardiano reconstruido de manera cautelosa por Theunissen,
que tiene que soportar la propia carga de la prueba, proporciona
lo que debe proporcionar, esto es, la prueba de que el hombre
para poder ser completamente l mismo tiene que presuponer a
su propia libertad comunicativa una autorizacin concedida por
la absoluta libertad de Dios. Mis reflexiones se dirigen tanto contra el procedimiento negativista como contra una transposicin
de los cuestionamientos trascendentales a los hechos antropolgicos26.
Nosotros preferimos, ciertamente, no estar desesperados. Pero del rechazo del fenmeno negativamente valorado de la desesperacin no se deriva an una calificacin positiva de la mera
ausencia del fenmeno, esto es, del hecho de no estar desesperado. Este estado sera una condicin necesaria del ser-uno-mismo
autntico, pero no una condicin suficiente sin el concurso de
otra. nicamente si de antemano incluimos en el anlisis de
conceptos clnicos como salud anmica una estrecha conexin
entre el fenmeno de la desesperacin y el modo del querer-seruno-mismo, la desesperacin superada puede ser indicio del
ser-uno-mismo logrado. Slo despus, sin embargo, la precomprensin hermenutica normativamente sustanciosa explora la
desesperacin como sntoma de una enfermedad; y la interpretacin realizada de este modo ya no puede ser caracterizada en
general de manera negativa.
Por lo dems, la pregunta trascendental por las condiciones
del poder-ser-uno-mismo slo podra aplicarse a una disposicin existencial, tal como el desesperado querer-ser-uno-mismo,
si es que an podemos presuponer la universalidad y la nosustituibilidad de esta ubicacin fundamental. El anlisis trascendental de las condiciones slo resulta significativo con respecto a resultados que son de naturaleza universal y para los que
no existe, pues, un equivalente funcional. La trascendentaliza26. Agradezco a Lutz Wingert las observaciones crticas.
153
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ATENAS
cin de los hechos o de las experiencias existenciales propias tiene la consecuencia fastidiosa de que, para cualquier cosa que sucede en el mundo, tenemos que acreditar un rango constitutivo
para el mundo mismo. Si debe funcionar la fundamentacin
trascendental del ser-uno-mismo como ser-no-desesperado, el
desesperado querer-ser-uno-mismo tiene que pertenecer a la
condition humaine y representarse como si se tratara de un hecho antropolgico universal. Adems, tendramos que poder
evitar que otros fenmenos de un querer-ser-uno-mismo pudieran ser designados candidatos para una fundamentacin anloga
del ser-uno-mismo.
Con ello no es suficiente. La verdadera dificultad se deriva de
la circunstancia de que el nico hecho necesitado de aclaracin
al que pueden aplicarse las preguntas por las condiciones de posibilidad tiene que ser un resultado ya acreditado de alguna manera. La pregunta trascendental se plantea con respecto a los productos validados que cumplen las correspondientes condiciones
de validez: enunciados verdaderos, proposiciones gramaticales,
actos de habla vlidos, normas correctas, teoras convincentes,
obras exitosas de la literatura y del arte, etc. Desde el punto de
vista reconstructivo de Theunissen, tambin Kierkegaard pregunta por las condiciones de posibilidad, si no de un producto acabado, s de un proceso de lograr ser-uno-mismo: cmo es posible
el ser-uno-mismo como proceso de superacin de una desesperacin siempre creciente? Pero con la pregunta kantiana acerca de
cmo es posible la experiencia objetiva se trata de hacer transparente un resultado ya aceptado como vlido, cuyo producto podemos encontrar como hecho necesitado de aclaracin y que
podemos reproducir cuantas veces se desee.
Kierkegaard parte, sin embargo, de un hecho completamente
diferente: del desesperado querer-ser-uno-mismo en donde el
xito est todava por ver. Para aquello que Kierkegaard quiere
hacer transparente en su gnesis est an pendiente la validacin. Puesto que lo normal es la enfermedad, slo en su reverso
como contraste se perfilara una especie de existencia humana
sana. El modo de un ser-uno-mismo logrado puede ser tenido
en cuenta con el fin de una aclaracin trascendental de sus condiciones de posibilidad slo de manera hipottica. Con estas
premisas se podra justificar la fe acaso de manera funcional, esto
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que mediante la tradicin histrica ms que desvelarse se desfigura. Esto vale no slo para la verdad sobre el movimiento
shabbetaico 1 Scholem ha tratado en general la filologa relativa
a la historia de la Cbala como un asunto irnico:
permanece visible en l, en el fillogo, algo de la ley de la cosa
misma o desaparece precisamente lo esencial en esta proyeccin de
lo histrico? La incertidumbre de la respuesta a esta pregunta pertenece a la naturaleza del planteamiento filolgico mismo; y as la
esperanza de la que vive este trabajo conserva algo irnico 2
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movimiento migratorio tras el fin de la Reconquista y la expulsin de los judos de Espaa. Este acontecimiento conmovi a
toda la comunidad juda y prest a la experiencia bblica originaria del xodo una actualidad renovada. A la luz de la mstica de
Luria, el sentido soteriolgico de este exilio experiment una
nueva interpretacin, a saber, se entendi como repeticin de
aquel exilio que Dios haba emprendido antes de la creacin
entera. Ya Luria present la contraccin inicial como un destierro que Dios tuvo que imponerse a s mismo para poner en marcha el proceso de creacin. Ahora este tenso drama del devenir
divino se convierte en el alentador modelo de la historia terrenal. Pues tras el pecado original una parte de la responsabilidad
por el xito de la resurreccin del mundo cado ha sido traspasada a los hombres:
El proceso histrico y su espritu ms profundo, esto es, el acto religioso del judo, preparan el camino para la restitucin final de todas
las luces y chispas desparramadas. [... ] Cada acto del ser humano
est relacionado con esta tarea final que Dios ha asignado a sus criaturas [... ] La redencin de Israel incluye la redencin de todas las
cosas 6
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11.
!bid., p. 266.
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A QUIN PERTENECE LA RAZN ANAMNTICA?
JOHANN BAPTIST METZ Y LA UNIDAD
EN LA MULTIPLICIDAD MULTICULTURAL''
El pensamiento de Johann Baptist Metz me fascina tambin porque, pasando por alto ciertas distancias, reconozco en l intenciones comunes. El hecho de que a alguien que, desde una perspectiva filosfica, adopta la posicin de un atesmo metdico se
le planteen las mismas cuestiones que a un telogo, resulta menos sorprendente que el paralelismo de las respuestas. Intentando conseguir cierta claridad en torno a estos paralelismos quiero
mostrar mi agradecimiento al telogo contemporneo.
Metz, refirindose a su propia biografa, ilustr en su da el
hecho de la simultaneidad de lo no simultneo con el que nos topamos hoy en el abanico multicultural de una sociedad mundial
descentrada:
Procedo de una pequea ciudad bvara profundamente catlica.
Viniendo de all, se viene de muy lejos. Es como si uno no hubiera
nacido hace cincuenta aos (o hace sesenta y cinco) sino en algn
punto en los mrgenes crepusculares de la Edad Media. Me cost
mucho esfuerzo descubrir cosas que otros, que la sociedad, segn
parece, haca tiempo que ya haban descubierto [... ]: la democracia
en la cotidianeidad poltica, por ejemplo, el trato con una esfera
pblica difusa, reglas de juego para el conflicto incluso en la vida
familiar, etc. Mucho resultaba extrao y, en realidad, continu
siendo siempre extrao 1
Contribucin al simposio que tuvo lugar en Mnster el 16 de junio de 1993
con ocasin del acto de investidura de Johann Baptist Metz como profesor emrito.
l. J. B. Metz, Unterbrechungen, Gtersloh, 1981, p. 13.
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za -alentada escatolgicamente- y la sensibilidad por un futuro que, aunque en suspenso, llega ya hasta la actualidad8 Segn
la doctrina nietzscheana del eterno retorno, la esperanza bblica
en el futuro no debe quedar disuelta en el elemento de una eternidad entendida en trminos griegos 9
Incluso para esta protesta, que alcanza hasta los mbitos ms
profundos de la experiencia religiosa, se encuentra un paralelismo en aquella corriente subterrnea del pensamiento filosfico
que, frente al intento neoplatnico de establecer una gradacin
entre lo bueno y lo verdadero, insiste en la positividad y en el
sentido propio de lo negativo. Igual que ocurre con la teologa,
que llevada hasta el extremo acaba en escatologa, tambin esta
tradicin -que desde Jakob Bihme, pasando por Baader, Schelling y Hegel llega hasta Bloch y Adorno- quiere convertir la experiencia de la negatividad de lo existente en la fuerza dialctica
impulsora de una reflexin que debe romper con el dominio de
lo pasado sobre lo futuro. Dado que la filosofa no parte de la
premisa de un Dios a la vez omnipotente y justo, resulta claro
que no puede reivindicar una cultura de la aoranza -es decir, un sentido para todo aquello que se ha visto malogrado o que
ha sido objeto de desposesin- basndose en la cuestin de la
teodicea. En cualquier caso, actualmente la filosofa tiene menos
que ver con la glorificacin idealista de una realidad necesitada
de redencin que con la indiferencia frente a un mundo que ha
sido reducido, por medios empiristas, a una figura sin contornos
y totalmente sordo para lo normativo.
Los frentes se han invertido. El historicismo -hoy dominante- de los paradigmas y las imgenes del mundo, es un empirismo de segundo nivel que resta seriedad a la pretensin de validez
de carcter universalista que se halla detrs de las afirmaciones y
negaciones realizadas por todo sujeto que toma posicin; una
pretensin de validez que si bien se sostiene siempre ahora y
aqu, en un contexto local, traspasa a su vez todos los criterios
8. J. B. Metz, Die Rede von Gott angesichts der Leidensgeschichte der Welt,
cit.; M. Theunissen habla en este contexto de un futuro prolptico. Vid. J. Habermas, Libertad comunicativa y teologa negativa, en Fragmentos filosfico-teolgicos. De la impresin sensible a la expresin simblica, trad. castellana de J. Carlos Velasco Arroyo, Trotta, Madrid, 1999, pp. 101-121.
9. M. Theunissen, Negative Theologie der Zeit, Frankfurt a. M., 1991, p. 368.
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meramente provinciales. Si un paradigma o una imagen del mundo tienen el mismo valor que el siguiente, si diferentes discursos
codifican cada uno a su manera todo aquello que puede ser verdadero o falso, bueno o malo, entonces debe clausurarse aquella
dimensin normativa que nos permite sin ms identificar los rasgos de una vida fracasada, adulterada e indigna de un ser humano, y experimentarla como una privacin. Por ello, frente al olvido historicista del mismo olvido, tambin la filosofa recurre a
la fuerza de la anmnesis. Pero ahora es la razn argumentativa
misma la que, en las capas mas profundas de sus propias presuposiciones pragmticas, pone al descubierto las condiciones para
la apelacin a un sentido incondicionado y, con ello, mantiene
abierta la dimensin de las pretensiones de validez que trascienden los espacios sociales y los tiempos histricos. De este modo
abre una brecha en la normalidad de un acontecer intramundano al que le falta todo rasgo promisorio; una normalidad que de
otra forma quedara cerrada a cal y canto frente a cualquier experiencia de ausencia de solidaridad y de justicia. Por supuesto
que esta filosofa, que incorpora la idea de la alianza en el concepto de razn comunicativa histricamente situada, tampoco
puede ofrecer ninguna firme esperanza; se halla bajo el signo de
una trascendencia desde dentro y debe contentarse con la fundamentada exhortacin a una resistencia escptica, pero no derrotista, contra los dolos y los demonios de un mundo que desprecia al ser humano.
La relacin entre filosofa y teologa vuelve a cambiar en el
otro tema que, en trminos de historia y poltica eclesistica,
ms preocupa a Metz. Aqu la filosofa no solamente se esfuerza, como en la cuestin de la teodicea, en apropiarse los potenciales semnticos que se han conservado en la tradicin religiosa, sino que incluso puede venir en ayuda de una teologa
que quiere clarificar la autocomprensin del cristianismo y de la
Iglesia con respecto al pluralismo cultural y de concepciones del
mundo 10
10.
J. B. Metz, Theologie im Angesicht und vor dem Ende der j\foderne: Con
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que, por su parte, se alimenta de las convicciones de la Ilustracin europea y de su filosofa poltica.
Metz mismo se refiere con asentimiento a la herencia de un
derecho natural racional ilustrado en trminos hermenuticos
ms all de sus lmites eurocntricos: Europa es
el hogar cultural y poltico de un universalismo que en esencia es
estrictamente antieurocntrico [... ].Ciertamente que el universalismo de la Ilustracin, con su bsqueda de la libertad y la justicia, al
principio slo fue universal en un sentido semntico y, en su concreto proceso de ejecucin, se ha mantenido particularista hasta
hoy en da. Sin embargo pone las bases de una nueva cultura poltica y hermenutica que aspira al reconocimiento de la libertad inherente al sujeto y de la dignidad de todos los seres humanos. Este
universalismo de los derechos humanos desarrollado en las tradiciones europeas no puede renunciar a la alteridad cultural. Mediante l se asegura que el pluralismo cultural no se desintegre simplemente en vago relativismo y que la postulada cultura de la
sensibilidad mantenga su capacidad de ser verdadera 12
Ahora bien, el cristianismo no puede esperar para su concepcin de la salvacin y del orden de la creacin -una concepcin
impregnada de contenidos ticos- un reconocimiento universal
en el mismo sentido en el que puede hacerlo una teora procedimental del derecho y de la moral en relacin con los derechos humanos y los principios del Estado de derecho; unos derechos y
principios que pretende fundamentar apoyndose en un concepto de justicia procedimental 13 Es por ello por lo que el mismo
Metz entiende la universalidad de la oferta de salvacin ms bien
como una invitacin dirigida a todos (y que debe acreditarse en
forma prctica) y no como aquella pretensin universal de aceptabilidad racional con la que, por ejemplo, se presentaba el derecho natural racional. Incluso la Iglesia policntrica universal
contina siendo, en las sociedades modernas, una comunidad de
interpretacin entre otras muchas, cada una de las cuales articula su propia concepcin de la salvacin, su propia idea de lo que
es una vida no fallida y que polemizan entre ellas en torno a la
12. J. B. Metz, Perspektiven eines multikulturellen Christentum, manuscrito, diciembre de 1992.
13. J. Rawls, Teora de la justicia, FCE, Mxico, 1979; J. Habermas, Facticidad
y validez, trad. castellana de M. Jimnez Redondo, Trotta, Madrid, 2 1998.
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Eduardo Mendieta: Globalizacin es el eslogan de moda, incluso aunque en este momento no se sepa qu es lo que esto significa exactamente. Por tal algunos entienden un nuevo orden
poltico, econmico, tecnolgico e incluso ecolgico. Otros dudan
de la diferencia cualitativa entre esta cesura y otras divisiones
epoca/es como la modernidad, la postmodernidad o el postcolonialismo. Estos ltimos conciben la globalizacin como un proceso de modernizacin que se ha tornado reflexivo. De una manera ciertamente curiosa, la cuestin de la religin se mantiene
presente en estas reflexiones, si bien de un modo no explcito. En
qu medida ve usted la religin como un precursor, como un
catalizador o como una condicin de posibilidad de la modernizacin y de la globalizacin?
Jrgen Habermas: No la modernizacin social, pero s la modernizacin cultural de Occidente puede explicarse acudiendo a los
motivos de la tradicin judeo-cristiana. En el horizonte de recepcin de la filosofa griega -pinsese, por ejemplo, en Toledo- estos impulsos se encuentran vinculados tambin con otros
estmulos provenientes del islam. No olvidemos que, sobre todo,
l. Eduardo Mendieta se incardina en la corriente de la teologa de la liberacin
sudamericana y ensea filosofa en la Universidad de San Francisco, Estados Unidos.
Con motivo de esta edicin en castellano de trabajos de Jrgen Habermas mantuvo
una conversacin con el autor.
183
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en las tres religiones monotestas se dieron los movimientos herticos y los cismas que han renovado una y otra vez los contenidos
ms radicales de la revelacin. Desde una perspectiva sociolgica,
las formas de la conciencia moderna del derecho abstracto, la
ciencia moderna, el arte autnomo -con la pintura autonomizada en trminos profanos en el centro- no se hubieran desarrollado sin las formas organizativas del cristianismo helenizado
y de la Iglesia romana, sin las universidades, monasterios y catedrales. Esto vale tan slo para las estructuras mentales.
Ya la propia nocin de Dios, esto es, la idea de un Dios oculto, a la vez creador y salvador, significaba, frente a las primeras
narraciones mitolgicas, la irrupcin de una perspectiva completamente diferente: con ello el espritu finito obtena un punto de
referencia que trascenda todo lo intramundano. Pero es solamente con el trnsito a la modernidad cuando el sujeto cognoscente y con capacidad de enjuiciar moralmente se apropia del
punto de vista de Dios, de tal modo que emprende dos importantes idealizaciones. Por una parte, objetiva la naturaleza exterior como la totalidad de estados y acontecimientos vinculados
de manera legaliforme y, por otra parte, extiende el mundo social conocido hasta la comunidad inclusiva e ilimitada de todas
las personas que actan con conciencia de sus acciones. De esta
manera se abre bidimensionalmente el acceso a la penetracin
racional del mundo opaco: la racionalizacin cognitiva de una
naturaleza objetivada en su conjunto y la racionalizacin en trminos social-cognitivos de la totalidad de las relaciones interpersonales reguladas moralmente.
Tengo la impresin, por cierto, de que el budismo es la nica otra religin mundial que ha ejercido una capacidad de abstraccin similar -visto en trminos estructurales- y que ha
adoptado para el tema de Dios un nivel de conceptualizacin
equivalente. Las religiones orientales no cristalizan, como las
cosmovisiones monotestas, en la persona que acta, sino en la
conciencia impersonal de algo. Impulsan la abstraccin en la direccin contrapuesta: no mediante una elevacin de los atributos
personales de la omnipotencia, omnisciencia y bondad infinita de Dios, sino mediante una progresiva negacin de todas
las posibles cualidades de un objeto percibido y enjuiciado. De
este modo, el budismo se aproxima al punto de fuga de la <<nada
184
pura y radical; aquel resto que permanece despus de que hayamos abstrado todo, aquello que convierte un algo cualquiera en
una entidad determinada: ese no algo que encontr una expresin tambin en el cuadrado negro de Malewitsch. Esta misma
operacin cognitiva que en los griegos -desde una perspectiva
terica- conduce al ser del ente, conduce aqu -desde una
perspectiva moral- a la nada que expulsa fuera de s a todo lo
que es constitutivo de algo en el mundo.
Pero la modernizacin cultural y social no se ha implantado
ciertamente en aquellas regiones dominadas por el budismo.
Pues en Occidente el cristianismo no slo ha satisfecho las condiciones cognitivas de partida necesarias para las estructuras modernas de la conciencia, sino que ha aportado aquellas motivaciones que fueron el gran tema de la investigacin sobre la tica
econmica emprendida por Max Weber. El cristianismo representa para la autocomprensin normativa de la modernidad no
slo una forma precursora o un catalizador. El universalismo
igualitario, de donde proceden las ideas de libertad y convivencia solidaria, as como las de forma de vida autnoma y emancipacin, moral de la conciencia individual, derechos humanos y
democracia, es directamente una herencia de la tica juda de la
justicia y de la tica cristiana del amor. Inalterada en su substancia, esta herencia ha sido asimilada una y otra vez de manera crtica e interpretada de nuevo. Cualquier otra cosa sera palabrera
postmoderna.
Ciertamente la globalizacin de los mercados, esto es, la reticulacin electrnica de los mercados financieros y la aceleracin de los movimientos de capitales, ha conducido a un sistema
econmico transnacional que entretanto limita sensiblemente el
margen de accin de las naciones industriales dirigentes. Pero la
intensificacin y ampliacin de la comunicacin y el intercambio
crea nicamente una nueva infraestructura, no una nueva orientacin o una nueva forma de conciencia. El nuevo estadio en la
evolucin del capitalismo se lleva a cabo en el interior del horizonte de la modernidad social, que se mantiene esencialmente
igual, y de su autocomprensin normativa conformada a finales
del siglo XVIII. La religin y la iglesia, como se ha dicho, han prestado a esta mentalidad importantes servicios como precursores;
pero no puede afirmarse lo mismo con respecto al surgimiento
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de la globalizacin mediante una explotacin radical de su propio potencial normativo. Slo en nuestros das la ecumene ha logrado convertirse en ecumnica en un sentido no paternalista,
slo en nuestros das la Iglesia ha logrado convertirse en una Iglesia mundial policntrica (de este tema se ocupa, por ejemplo, mi
amigo Johann Baptist Metz). Slo en nuestros das el universalismo de la religin mundial ha logrado convertirse en universalista en un sentido estrictamente intercultural, slo en nuestros
das la tica cristiana se ha ampliado en un ethos universal
autnticamente inclusivo (un proyecto por el que se ha comprometido Hans Kng 2). Pero su pregunta apunta a algo ms profundo. Se refiere, si yo lo percibo adecuadamente, a un proceso de
transformacin de la conciencia religiosa que en Occidente se efectu con la Reforma y entretanto tambin ha abarcado a las otras
religiones mundiales: la modernizacin de la propia fe. De esta
misma modernizacin, para la cual religin e iglesia han satisfecho importantes condiciones de partida, proceden una sociedad
secularizada y un pluralismo de visiones del mundo que luego,
por su parte, las formas de fe religiosa y prctica eclesistica han
necesitado reestructurar en trminos cognitivos.
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J. H.: Sobre ello no puedo decir mucho, pues esta cuestin slo
188
ms bien ser un sntoma de fragilidad del yo y de regresin, expresin del intento de un retorno que se ha vuelto imposible a
aquellas formas de pensamiento mtico, prcticas mgicas e imgenes del mundo cerradas que un da las iglesias ya superaron en
su lucha contra el paganismo. Pero la historia tambin ensea
que las sectas pueden ser innovadoras. Quizs en este mercado
no todo son sandeces californianas o nuevo paganismo.
Pero, de cualquier manera, foo parece faltar en este terreno
una exposicin discursiva o la posibilidad incluso de un discurso
serio? Cuando me sumerjo en la Summa contra gentiles de Toms
de Aquino me siento arrebatado por la complejidad, por el nivel
de diferenciacin, por la seriedad y la rigurosidad de la argumentacin elaborada de manera dialgica. Soy un admirador de
Toms de Aquino. l representa una forma del espritu que poda responder por s mismo de su autenticidad. Que hoy ya no
existe una roca de tal envergadura en la rompiente del mar de
las religiosidades desvanecentes es ciertamente un hecho. Todo
pierde su seriedad en la niveladora sociedad de los medios de
comunicacin, quizs tambin el propio cristianismo institucionalizado?
E. M.: Usted habla en sus trabajos algunas veces de la misin de
Europa con respecto al mundo e incluso habla de la segunda
oportunidad en la historia que quizs mantendra una Europa
unificada. 2Esta perspectiva no est comprometida precisamente
por la estrecha relacin que Europa guarda con el cristianismo? Si,
por ejemplo, se lee entre lneas a los filsofos del Estado mundial
como Francis Fukuyama o Samuel P. Huntington se advierte que
la globalizacin es concebida como una prosecucin del proyecto
cristiano de civilizacin y que todo lo que se pone en el camino es
tildado como despotismo oriental o como fundamentalismo
islmico. Desde esta visin misionera, la globalizacin est vacunada, por as decirlo, contra todos los peligros de infeccin
provenientes de las culturas no occidentales.
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como contrapunto de la expansin de la civilizacin, los derechos humanos y la democracia. Pero el mismo universalismo
igualitario -que hoy da los defensores neoliberales de un sistema de comercio internacional polticamente no domesticado reivindican para s como bandera casi de un modo tan brillante
como en su tiempo los seores coloniales del cristianismo- proporciona en definitiva tambin el ltimo criterio convincente
para la crtica de las mseras condiciones de nuestra sociedad
mundial econmicamente desgarrada, estratificada y no pacificada. quin podra justificar an hoy bajo el punto de vista normativo el proceso mundial de la modernizacin social emprendido en el siglo XV de manera tan tremendamente brutal? Pero la
actual situacin mundial en la que nos encontramos por lo visto
sin alternativa reconocible -the modern condition- ya no es
ciertamente nada por lo que nosotros, los nacidos despus, tengamos que asumir responsabilidad y dar cuentas de manera retrospectiva.
Como muestran el rgimen de Pol-Pot en Camboya, Sendero Luminoso en Per o la pobreza dominante en Corea del
Norte, la sociedad mundial capitalista no nos deja ya ninguna opcin de salida racional tras el errado experimento comunista
sovitico. Tan slo desde dentro nos parecen posibles transformaciones del capitalismo global que conduzcan ms all del estado duradero a una creativa destruccin iluminadora de s
mismo. Necesitamos por eso una poltica autorreferencial dirigida ella misma al fortalecimiento de la capacidad de accin poltica que sirva de contencin y cercamiento de la dinmica econmica que se ha vuelto salvaje tanto ms ac como, sobre todo,
ms all del nivel determinante de los actores entendidos en trminos de Estado nacional. Sobre eso ya me he manifestado en el
libro La constelacin postnaciona/3. El hecho de que tan slo podamos operar bajo las condiciones de una modernidad social que
no hemos elegido no significa, por supuesto, que tengamos que
actuar como misioneros de aquella cultura occidental que se ha
liberado de todo eso.
Tomemos el ejemplo de los derechos humanos. stos representan actualmente -a pesar de su origen europeo- el lengua3.
J.
190
je universal con el que se regulan las relaciones mundiales. Constituyen tambin en Asia, frica y Sudamrica el nico lenguaje con
el que oponentes y vctimas de regmenes asesinos y de guerras
civiles levantan su voz contra la violencia, la represin y la persecucin, contra la violacin de su dignidad humana. Pero en la
medida en que los derechos humanos son aceptados como un
lenguaje transcultural se ha agudizado la pugna entre las diferentes culturas por cul sea su interpretacin adecuada. En tanto que
este discurso transcultural sobre los derechos humanos se sostenga bajo condiciones de reconocimiento recproco, puede conducir tambin en Occidente a una comprensin descentrada de
una construccin normativa que no se mantenga por ms tiempo
como la propiedad de los europeos y que no pueda ser por ms
tiempo reflejo tan slo de esta nica cultura.
Ciertamente, Occidente sigue teniendo como siempre un acceso privilegiado a los recursos del poder, del bienestar y del saber de este mundo. Pero resulta de nuestro propio inters que el
proyecto de desarrollo para una civilizacin mundial pacfica y
justa, que parte de aqu, no est desacreditada de antemano. Por
eso, Occidente, troquelado por la herencia judea-heleno-cristiana, tiene que recordar uno de sus estmulos culturales: la capacidad de descentrar sus propias perspectivas, de autorreflexin y
de toma de distancia autocrtica con respecto a sus propias tradiciones. En el dilogo hermenutico de unas culturas con otras,
Occidente debe desprenderse de todos los medios no discursivos
y tiene derecho a alzar su voz nicamente como una entre otras.
En una palabra: para superar el eurocentrismo, Occidente tiene
que hacer uso correcto de sus propios medios cognitivos. Que
esto, bien sabe Dios, es ms fcil de decir que de hacer lo vemos
en la prosecucin selectiva y en la ejecucin problemtica de la
poltica de derechos humanos en la antigua Yugoslavia. Pero esto
nos desviara la atencin a otro tema.
191
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J. H.:
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194
accin y tiempo histrico, entendimiento intersubjetivo, individualidad y libertad, emancipacin y dominio, la anticipacin de
la muerte propia, etc.
De todas formas, resaltara una vez ms aquellas lneas tradicionales del pensamiento dialctico presentes en el interior de estas
corrientes que piensan en trminos histricos, que se muestran
sensibles con los diagnsticos de la poca y que se han inspirado
ms fuertemente en Jerusaln que en Atenas, es decir, ms
fuertemente en la herencia religiosa que en la herencia metafsica griega. Estas lneas tradicionales que se extiende desde Jakob
Bohme, pasando por Oetinger y Schelling, Hegel y Marx hasta
Bloch, Benjamn y, si se quiere, Foucault, se sita en contraposicin de una lnea mstica de pensamiento que se inicia con el
Maestro Eckhart y concluye por de pronto con Heidegger o quizs con Wittgenstein. Mientras que la sumersin mstica es inefable y prima un modo de contemplacin o de rememoracin del
que reniega la racionalidad del pensamiento discursivo, el pensamiento dialctico, por su parte, siempre ha criticado la intuicin
intelectual, el acceso intuitivo a lo presuntamente no mediado.
La dialctica reconoce en la productividad de la negacin el verdadero impulso, el motor de una razn autocrtica que Hegel ha
celebrado como la rosa en la cruz del presente. En esta tradicin,
la filosofa se mat trabajando seriamente sobre el theologoumenon de la hominizacin de Dios: sobre la incondicionalidad
del deber moral a la vista de la radicalidad del mal, la infinitud
de la libertad humana, la falibilidad del espritu y el carcter mortal de la vida humana. La dialctica toma en serio la cuestin de
la teodicea: el sufrimiento en la negatividad de un mundo invertido. ste no se puede apenas concebir como algo negativo o invertido si uno se aferra, por as decirlo, de manera naturalista a la
indiferencia de un suceso meramente contingente. A m, por ejemplo, ya desde la poca de estudiante me interes el escrito de
Schelling Vom Wesen der menschlichen Freiheit 4
4. Hay traduccin castellana de este libro: F. W. J. Schelling, Investigaciones filosficas sobre la esencia de la libertad humana, trad. de H. Corts y A. Leyte,
Anthropos, Barcelona, 1989. Al respecto, cabe recordar que la tesis doctoral de Habermas, presentada en la Universidad de Bonn en 1954 y que an permanece indita, versaba sobre El Absoluto y la historia. De las discrepancias en el pensamiento de
Schelling (N. del T.).
195
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E. M.: Muchos han observado que la Escuela de Francfort no hubiera sido posible sin Marx, pero tampoco sin la tradicin juda.
La mayora de los miembros de la primera generacin de francfortianos eran judos. Desplegaron su crtica de la sociedad -y, a luz
de esta crtica, su percepcin del holocausto- desde la marcada
perspectiva de la vida daada, de lo brbaro y totalitario de la
poca. se ve usted como heredero de esta corriente que entretanto ciertamente ya no transcurre de manera subterrnea?
J. H.:
196
E. M.: Es claro que los puntos de partida para la segunda generacin de la Escuela de Francfort fueron diferentes y, con ello,
tambin los temas: la guerra fra, la defensa de la democracia,
la preservacin y fortalecimiento de los progresos alcanzados con
dificultad por la Ilustracin, la crtica de las nuevas formas de
cosificacin, el acomodamiento, el descubrimiento del papel ci-
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vilizador del derecho, la superacin de la filosofa de la conciencia, etc. Pero acaso la religin, en cualquiera de sus formas, no
ha cesado de dar impulsos a su manera de proseguir con la Teora
Crtica?
J.
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bre arbitrio del individuo aislado. Nadie es libre mientras no todos lo sean. El segundo aspecto de la incondicionalidad del deber moral es subrayado por el hecho de que con el bien y el mal,
que los sujetos que actan en la historia se imputan mutuamente, se encuentra en juego al mismo tiempo el destino de Dios y
del mundo en su conjunto. Los seres humanos perciben la pujanza del deber categrico en la responsabilidad sobrehumana
por una historia de la salvacin inversa. Al estar inmersos como
autores de una historia universal tan sobrecargada, tienen que
responder ante ella como ante un tribunal universal que de manera inexorable se sustrae a su disposicin.
200
var o hasta de alimentar contenidos semnticos que son imprescindibles para la tica y la moral e incluso para la propia filosofa. Ambas cosas no pueden darse conjuntamente.
J. H.:
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prosiga con su trabajo sobre la herencia religiosa con mayor sensibilidad que hasta el momento. Yo no hablo del proyecto neopagano de un trabajo sobre el mito: esta tarea la han ejecutado
hace ya tiempo la religin y la teologa.
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toda traduccin filosfica el sentido performativo de la fe se queda en el camino, incluso en Hegel. Una filosofa que se hace dependiente de la habilidad o que quiere consolarse ya no es una
filosofa. El programa de traduccin filosfica tiende a lo sumo,
y cuando as se quiere, a salvar el sentido profano de las experiencias intramundanas y existenciales hasta ahora articuladas de
manera adecuada nicamente en el lenguaje religioso. Hoy en
da pienso en las respuestas a situaciones lmites que nos dejan
sin habla, tales como las de ser expulsado, la prdida del yo o el
aniquilamiento amenazante.
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J.
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E. M.: Tengo que insistir una vez ms. Pienso ahora en la clase de
crtica que exponen una y otra vez personas como Gustavo Gutirrez, Leonardo Boff y Enrique Dussel. El nivel de vida de la mayor parte de la poblacin mundial es, en comparacin con las sociedades de la OCDE, tan msero que la simetra, la reciprocidad,
la reversibilidad representan falsos criterios para enjuiciar en trminos morales y para combatir esta drstica tendencia. Un trato
igualitario podra ser, por cierto, inalcanzable incluso por razones
econmicas. Para los telogos de la liberacin una teora moral
que se atiene a la igualdad abstracta del moral point of view es
meramente el lujo de un estado de excepcin del que disfrutan las
sociedades acomodadas de las naciones desarrolladas. En todos
los otros pases domina la normalidad de un estado de extrema
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J. H.:
Dejo pasar por alto la diferencia entre kantismo y contractualismo y tampoco quiero apoyarme en la objecin de que los
criterios de la denominada justicia abstracta, si tan slo fueran
puestos en prctica, bastaran enteramente para revolucionar la
sociedad mundial. Imagnese tan slo que los Estados del grupo
G-7 asumieran una responsabilidad global y se pusieran de acuerdo en las medidas polticas que satisficieran el segundo principio
de la justicia de John Rawls -fundamentado contractualistamente-: Las desigualdades sociales y econmicas deben ser dispuestas de modo que sea posible esperar racionalmente que representen el mayor beneficio para los menos aventajados. Ciertamente
para las grandes religiones mundiales el injusto reparto de los
bienes en la tierra ha constituido siempre una cuestin central.
Pero en una sociedad secularizada el problema se encuentra en
primer trmino sobre la mesa de la poltica y la economa y no
inmediatamente en los cajones de la moral o incluso de la teora
moral.
cul es el escndalo? En el mundo que an sigue dominado
por los Estados nacionales todava no existe un sistema capaz de
actuar polticamente que pueda asumir la responsabilidad global>> exigida desde el punto de vista moral. Tampoco la situacin
de intereses existentes habla en favor de la formacin espontnea
de una voluntad poltica en contracorriente que pueda implementar una pertinente divisin del trabajo moral entre los diferentes
miembros de una sociedad civil estratificada de una manera insoportable. El problema acuciante de un orden econmico mundial
justo se plantea en primer lugar como una cuestin poltica. La
cuestin de cmo una poltica democrticamente responsable
puede reproducir los mercados globalizados en vertiginosa expansin no constituye en ningn caso un problema de teora mo-
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poltica adulta en la Repblica Federal de Alemania. Pero he tenido tambin la suerte de adquirir otra experiencia que me ha
dado al menos la esperanza de que a Richard Rorty no le faltarazn cuando como estadounidense dice algo que quizs yo no podra expresar con el mismo aplomo: Nothing a nation has done
should make it impossible far (citizens of) a constitutional democracy to regain self-respect [Nada que una nacin haya hecho debera imposibilitar que (los ciudadanos de) una democracia constitucional recobraran el respeto por s mismos].
[Traduccin del alemn de Juan Carlos Velasco Arroyo]
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FUENTES
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