Durkheim - Escritos Selectos [Caps. 5, 6 y 8]

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5.

FORMAS DE LA SOLIDARIDAD SOCIAL

Sanciones represivas y solidaridad m ecánica

El vínculo de -la solidaridad social al que corresponde la ley represiva es


aquel cuya ruptura constituye un crimen; le damos este nombre a cada acto
que, en algún grado evoca contra su autor la reaccción característica que
llamamos con la palabra “castigo”. Buscar la naturaleza de este vínculo, es,
en consecuencia, preguntarse cuál es la causa del castigo o, más precisa­
mente, en qué consiste esencialmente el crimen...
... un acto es criminal cuando ofende estados intensos y definidos de la
conscience collective. Difícilmente se discuta el enunciado de esta propo­
sición, pero generalmente se le da un sentido muy diferente del que debería
tener. La tomamos como si expresara, no la propiedad esencial del crimen,
sino una de sus repercusiones. Sabemos bien que el crimen viola sentimien­
tos muy generalizados e intensos, pero creemos que esta generalidad e
intensidad derivan del carácter criminal del acto que, consecuentemente,
queda sin ser definido. No negamos que cada delito sea universal mente
condenado, pero aceptamos que la condena a la que se encuentra sometido
resulta de su carácter delictivo. Sin embargo, entonces nos queda por aclarar
en qué consiste el carácter delictivo. ¿Acaso debe encontrarse en una
transgresión especialmente seria? Puede ser, pero eso es simplemente
replantear la pregunta cambiando una palabra por otra, porque, precisamen­
te, el problema consiste en comprender qué es la transgresión y particular­
mente esta transgresión específica que la sociedad reprueba por medio del
castigo organizado y que constituye lo criminal. Evidentemente, sólo puede
encontrarse en una o varias características comunes a todos los tipos
criminológicos. La única que satisface esta condición es la propia oposición
entre un crimen, cualquiera que sea, y ciertos sentimientos colectivos. Por
lo tanto, es esta oposición la que integra el crimen, más que ser una
derivación del crimen. En otras palabras, no debemos decir que una acción
hiere la conscience collective porque es criminal sino más bien que es
criminal porque hiere la conscience collective. No la condenamos porque
es un crimen sino que es un crimen porque la condenamos. En cuanto a la
naturaleza intrínseca de estos sentimientos, resulta imposible especificar­
los: ofrecen ios más diversos objetos y no pueden sintetizarse en una sola
fórmula. No podemos decir que están vinculados con los intereses vitales
de la sociedad o con un mínimo de justicia; todas esas definiciones son
inadecuadas.
Sólo podemos reconocerlos por esto: un sentimiento, cualquiera sea su
origen o finalidad, se encuentra en todas las mentes con cierto grado de
fuerza y claridad y cada acción que lo viola es un crimen...
El castigo es, primero y principal, una reacción emocional. Este carácter
se ve claramente, en especial, en las sociedades menos desarrolladas: los
pueblos primitivos castigan por el castigo, haciendo a la parte culpable,
sufrir simplemente por hacerla sufrir y sin buscar sacar ninguna ventaja para
ellos del sufrimiento que imponen. Prueba de esto es que no buscan herir ni
justani útilmente sino meramente herir. Así, castigan a los animales que han
cometido equivocaciones y hasta a los objetos inanimados que fueron sus
instrumentos pasivos. Cuando el castigo se aplica solamente a la gente, a
menudo se extiende más allá de la parte culpable y alcanza a la inocente: su
esposa, sus hijos, sus vecinos, etcétera. Esto ocurre porque la pasión que es
el espíritu de castigo, cesa solamente cuando se extingue; en consecuencia,
si después que ha destruido a quien la había provocado inmediatamente,
todavía conserva fuerza, se expande de un modo mecánico. Aun cuando se
presenta claramente moderada y se relaciona solamente con la parte
culpable, hace sentir su presencia por la tendencia a sobrepasar en severidad
a la acción contra la cual está reaccionando. Ese es el origen de los
refinamientos del sufrimiento que se agregan al castigo capital: incluso en
Roma, el ladrón no sólo tenía que devolver el objeto robado sino también
pagar una retribución del doble o del cuádruple de lo robado. Por otra parte,
el muy generalizado castigo de la lex tallionis, ¿no es acaso un modo de
satisfacer la pasión por la venganza? ' - •’ • 7* ^ !
Pero hoy, se dice, el castigo ha cambiado su carácter: ya no es para
vengarse a sí misma que la sociedad castiga, es para defenderse. El
sufrimiento que inflige ya no es más que un medio metódico de protección^
Castiga rio porque el castigo le ofrezca una satisfacción intrínseca sino
porque el temor ai castigo puede paralizar a aquellos que contemplan el rnal .
Ya no es la ira sino una bien mentada precaución la que determina la
represión. Las observaciones precedentes no pueden entonces generálizar-
se; deben referirse solamente a la forma primitiva de castigo y no deben
extenderse a la forma moderna.
Pero justificar una distinción tan radical entre estos dos tipos de castigo
no es suficiente para establecer que se los emplea con diferentes fines cómo
objetivo. La naturaleza de una práctica no cambia necesariamente porque
las intenciones conscientes de quienes la apliquen se modifiquen. De hecho,
todavía puede desempeñar el mismo papel que antes, pero sin que esto
resulte percibido. En este caso, ¿porqué cambiaría sólo en aquellos aspectos
de cuyos efectos somos más conscientes? Se adapta a sí misma a las nuevas
condiciones de existencia sin ningún cambio esencial, Y este es el caso del
castigo. En realidad, es un error creer que la venganza sea simplemente
crueldad inútil: es muy posible que, en sí misma consista en una reacción
mecánica y sin objeto, una acción emocional e irreflexiva, una necesidad
irracional de destrucción. Aunque, en efecto, tienda a destruir lo que nos
amenaza. Consiste entonces en un verdadero acto de defensa, aunque se
trate de un acto instintivo e irreflexivo. Nos vengamos sólo contra aquello
que nos ha herido, y lo que nos ha herido es siempre un peligro. El instinto
de venganza es, en suma, solamente el instinto de conservación potenciado
por el peligro. Así, la venganza está lejos de haber tenido el papel negativo
y estéril en la historia de la humanidad que se le ha atribuido. Es un arma
defensiva y tiene un valor definido, aunque sea un arma imperfecta. Como
no está conscientemente informada de los fines a los que sirve, sino que
funciona automáticamente, no puede, en consecuencia, regularse,"sino que
responde azarosamente a las causas ciegas que la urgen sin que nada modere
sus respuestas. Hoy, como entendemos más claramente el fin a alcanzar,
sabemos mejor cómo utilizar los medios a nuestra disposición. Nos prote­
gemos más sistemáticamente y, por ende, más eficientemente. Pero este
resultado también se obtenía antes, aunque de un modo imperfecto. No hay
una división radical entre el castigo de hoy y el castigo de ayer y, en
consecuencia, no fue necesario que este ultimo cambiara su naturaleza para
acomodarse al papel que desempeña en nuestras sociedades civilizadas. La
principal diferencia deriva del hecho de que ahora produce sus efectos con
una alta conciencia de lo que hace, pero, si bien la conciencia individual o
social no deja de tener influencia sobre la realidad que clarifica, no tiene el
poder de cambiar su naturaleza. La estructura intema de los fenómenos
sigue siendo la misma, sean los hombres conscientes de ella o no lo sean.
En consecuencia, podemos concluir que los elementos esenciales del
castigo son los mismos que antes.
Por otra parte y en los hechos, el castigo ha permanecido, al menos en
parte, obra de venganza. Se dice que no hacemos sufrir a la parte culpable
por el sufrimiento mismo. Sin embargo, es cierto que encontramos correcto
que sufra. Quizá estemos equivocados, pero esa no es la cuestión: por el
momento buscamos definir el castigo como es o como ha sido, no como debe
ser. Es cierto que esta expresión de persecución pública que se realiza una
y otra vez en el lenguaje de las cortes no es una mera expresión. Suponiendo
que el castigo pueda realmente servir para protegernos en el futuro,
pensamos que, ante todo, debe ser una expiación del pasado. Esto puede
verse en las minuciosas precauciones que adoptamos para adjudicar el

19.7
castigo tan exactamente como sea posible en relación con la severidad del
crimen. Esto sería inexplicable si no creyéramos que la parte culpable debe
sufrir por lo que hizo mal en igual grado. Esta gradación no es necesaria si
el castigo es solamente un medio de defensa. Sin duda, sería peligroso para
la sociedad si las ofensas más serias fueran tratadas como simples transgre­
siones, pero mayor sería el peligro en la mayor parte de los casos si estas
últimas fueran tratadas del mismo modo que las primeras. Contra un
enemigo nunca son demasiadas las precauciones. ¿Debemos decir que los
autores de las faltas menores tienen naturalezas menos perversas y que para
neutralizar sus instintos criminales podrían bastar castigos menos severos?
Pero si sus inclinaciones son menos viciosas,' no por ello son menos
intensas. Los ladrones están fuertemente inclinados a robar, tal como los
asesinos a asesinar. La resistencia ofrecida por el primero no es menor que
la del segundo y i en consecuencia, para controlarlo deberíamos recurrir a los
mismos métodos. Si, como se ha dicho, se trata solamente de una cuestión
de derribar una fuerza nociva con una fuerza opuesta, la intensidad de la
segunda debe medirse'solamente por la intensidad de la primera, sin que la
cualidad de la última deba ser tenida en consideración. La escala penal debe
entonces comprender sólo un pequeño número de gradaciones.
El castigo debe variar sólo con el grado de dureza del criminal y no de
acuerdo con la naturaleza del acto criminal. Un ladrón incorregible debe ser
tratado del mismo modo que un asesino incorregible. Pero, en realidad, si
se demostrara que un delincuente es completamente incurable, aun así no
nos sentiríamos obligados a castigarlo excesivamente.Esto prueba que
creemos en la ley del Talión, aunque la aplicamos de un modo más refinado
que antiguamente: ya no medimos en forma tan material y grosera, ya séa
la extensión del hecho o la del castigo, aunque todavía pensamos que
debería haber una ecuación entre los dos términos, nos beneficiemos o no
de este balance. En consecuencia, el castigo sigue siendo para nosotros lo
que era para nuestros mayores: todavía es un acto de venganza, puesto que
es una expiación. Lo que vengamos, lo que el criminal expía, es el ultraje
a la moralidad...
El carácter social de esta reacción proviene de la naturaleza social de los
sentimientos ofendidos. Como ellos se encuentran en la conciencia de cada
individuo, la infracción que se ha cometido produce la misma indignación
en quienes son testigos o se enteran de su existencia. Todos son atacados;
consecuentemente, todos se oponen al ataque. La reacción no sólo es
general sino que es colectiva, lo que no es lo mismo: no se produce de un
modo aislado en cada individuo sino que es una respuesta total, unificada,
aun si varía de acuerdo con el caso. De hecho, del mismo modo en que los
sentimientos contrarios se repelen entre sí, los sentimientos similares se
atraen entre sí, y se atraen con tanta fuerza como intensos sean. Como la
contradicción es un rasgo que los une, se agrega a la fuerza de atracción.
Nunca sentimos la necesidad de la compañía de nuestros compatriotas en

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tan gran medida como cuando nos encontramos en un país extranjero; el
creyente nunca se siente tan fuertemente atraído por sus correligionarios
como en los períodos de persecución. Por supuesto, siempre nos gusta la
compañía de aquellos que piensan y sienten como lo hacemos nosotros;
pero, después de discusiones en las que nuestras creencias comunes se han
visto atacadas directamente, la buscamos con pasión y ya no solamente con
placer. Basta con ver que pasa, particularmente en un pueblo pequeño]
cuando ocurre algún escándalo moral. Los hombres se paran los unos a los
otros en la calle, se visitan entre ellos, buscan juntarse para hablar del suceso
y para indignarse en común. De todas las impresiones similares que se
intercambian y la ira que se expresa emerge una emoción única, más o
menos determinada, de acuerdo con las circunstancias, que no emana de
ninguna persona específica sino de todos. Es la ira pública.
Por otra parte eso es le que le otorga sus funciones: los sentimientos en
cuestión derivan su fuerzadel hecho de que son comunes atodos; son fuertes
porque no están cuestionados. Es el hecho de ser un i versal mente respetados
el que les da el respeto específico que obtienen. Ahora bien, el crimen es
posible sólo si este respeto no es verdaderamente universal. Consecuente­
mente implica que no son absolutamente colectivos y, esto daña esta
unanimidad que es la fuente de su autoridad. Si, entonces, cuando tiene lugar
un crimen, los individuos a los que ofende no se unen para manifestar lo que
comparten en común y para afirmar que el caso es anómalo, se verán
permanentemente agitados, porque deben fortificarse ellos mismos por el
segurocomún deque todavía están unidos. El único medio para realizar esto
es la acción en común. En breve, como es la conscience collective la
atacada, debe ser ella la que resista y, consecuentemente, la resistencia debe
ser colectiva...
Así, el análisis del castigo ha confirmado nuestra definición del crimen.
Comenzamos estableciendo inductivamente que el crimen consiste esen­
cialmente en un acto contrario a estados firmes y definidos de la conscience
collective. Acabamos de ver que todas las calidades del castigo derivan
finalmente de esta naturaleza del crimen. Y eso sucede porque las reglas que
sanciona expresan las conformidades sociales esenciales.
De este modo vemos qué tipo de solidaridad penal simboliza la ley. Es
bien sabido que hay una forma de cohesión social cuya causa descansa en
cierta conformidad de todos los individuos específicos a un tipo común que
no es otro que el tipo mental de la sociedad. En estas condiciones, no sólo
todos los miembros del grupo se ven individualmente atraídos uno al otro
porque se parecen uno al otro sino también porque se hallan unidos a lo que
es lacondición de existencia de este tipo colectivo, es decir a la sociedad que
forman por su unión. Los ciudadanos no sólo se aman y se buscan entre ellos
con preferencia a los extranjeros, sino que también aman a su país, quieren
para él lo que quieren para ellos y desean que prospere y persista, porque sin
él gran parte de su vida psicológica se trabaría en su funcionamiento. A la
inversa, la sociedad exige que presenten estos parecidos fundamentídes,
porque es una condición de su cohesión. Para nosotros hay dos formas de
conciencia. Una contiene los estados personales, el carácter de cada uno,
mientra que los estados que comprende la otra son comunes a toda la
sociedad. La primera representa sólo nuestra personalidad individual y la
constituye; la segunda representa el tipo colectivo y, consecuentemente, a
la sociedad, sin ía cual no existiría. Cuando es uno de los elementos de esta
última el que determina nuestra conducta no actuamos por nuestro interés
personal: perseguimos fines colectivos. Aunque distintas, estas dos formas
de conciencia, están vinculadas una con la otra ya que, al filial, son
solamente una y tienen el mismo sustrato orgánico. Son, en consecuencia,
interdependientes. De esto resulta una solidaridad sui generis, basada en el
parecido mutuo, que vincula directamente al individuo con la sociedad. .
DTS, pp. 35,47-48, 52:56, 70-71 y 73-74

Variaciones en el carácter de las sanciones penales

Las variaciones que ha sufrido el castigo a lo largo del curso de la historia


son de dos tipos: unas cuantitativas y otras cualitativas. Las leyes que las
gobiernan son necesariamente diferentes. La ley ele la variación cuantita­
tiva puede formularse del siguiente modo: ula intensidad del castigo es
mayor en la medida en que la sociedad pertenece a un tipo menos
desarrollado y al grado en que el poder central tiene un carácter más
absoluto” . \)vr':y
Comencemos explicando el significado de estas expresiones. La primera
no precisa definición! Es relativamente fácil reconocer cuándo un tipo
social se halla más o menos desarrollado que otro: solamente tenemos que
distinguir qué grado de simplicidad los compone y, si son de composición
paralela, el grado de organización que manifiestan. Esta jerarquía de tipos
sociales no implica, sin embargo, que el desarrollo dé las sociedades forme
una secuencia única y lineal. Por el contrario, es cierto que seria mejor
representarla como un árbol, con muchas ramas que difieren en mayor o
menor grado. Las sociedades se hallan situadas en diversas alturas de este
árbol y a distancias variables del tronco común: si las tratamos de este modo
es posible hablar de la evolución general de las sociedades.
El segundo factor que distinguimos merece una discusión más profunda.
Llamamos al poder gubernamental “absoluto”, cuando no hay otras funcio­
nes sociales similares para balancearlo y limitarlo efectivam ente.. En
realidad la ausencia completa de toda limitación nunca se encuentra, se
puede decir que es inconcebible. La tradición y las creencias religiosas
sirven como freno aun sobre ios más poderosos de los gobiernos. Por otra

io n
parte, siempre hay cierto número de órganos secundarios capaces de resistir
y mantener su autonomía. Las funciones subordinadas, que están sujetas a
la función régulatoria suprema, nunca pierden, sin embargo, toda su energía
individual. Pero sucede que esta limitación nó está dada por ninguna
obligación legal sobre el gobierno que la experimenta, Aunque tenga cierto
grado de influencia sobre el ejercicio de las prerrogati vas gubernamentales,
no está dada en forma escrita o como ley consuetudinaria. En este caso, el
gobierno ostenta un poder que se puede llamar absoluto. Sin duda, si el go­
bierno avanza demasiado, las fuerzas sociales.sobre las que avanza pueden
unirse para reaccionar y restringir su acción. Como anticipación a está
posible reacción, dicho gobierno puede incliiso ponerse límites por sí
mismo. Pero, sean autoimpuestos o físicamente impuestos desde afuera,
estos límites son esencialmente contingentes; no derivan del funcioñámiem-
to normal de las instituciones. Cuando se deben a la iniciativa gubernamen­
tal se presentan como una graciosa concesión, cómo un abandono volunta­
rio de derechos legítimos. Cuando son el producto de laresistenciacolectiva
tienen un carácter francamente revolucionario’ -U>Vvv::.v
Uno puede caracterizar al gobierno absoluto todavía de otra manera. La
actividad legal se centra alrededor de dos polos. Las relaciones legales son
ya unilaterales o, por el contrario, bilaterales y recíprocas. Estos son, al
menos, los tipos ideales a los que se aproxima. El primero comprende
exclusivamente leyes que especifican las demandas de una entidad sobre
otra, sin que la segunda tenga ningún derecho legal que corresponda a estas
obligaciones. En el segundo caso, en cambio, el vínculo legal resulta de una
reciprocidad perfecta entre los derechos conferidos entre ambas partes. Los
derechos materiales, y más particularmente los derechos de propiedad,
representan el ejemplo más definido del primer tipo: el propietario tiene
derecho sobre su posesión, mientras que ésta no tiene ninguno sobre él. El
contrato, por sobre todo el contrato justo, es decir, donde hay una equiva­
lencia perfecta en el valor social de las cosas o beneficios intercambiados,
es el prototipo de las relaciones recíprocas. Ahora bien, cuanto mayor sea
el grado en el que las relaciones entre el poder supremo y el resto de la
sociedad sean de carácter unilateral, en otras palabras, cuanto más se
parezcan a aquellas que unen a la persona con su posesión, más absoluto será
el gobierno. Por el contrario, cuanto más completamente bilateral sea la
relación con otras funciones sociales, menos absoluto sera el estado. De ese
modo, el modelo más perfecto de soberanía absoluta es la patria potestas
de los romanos tal como fue definida en la ley antigua, dado que el hijo está
en el mismo nivel que la posesión. : •^
Así, lo que hace al poder central más o menos absoluto es el grado en el
que hay una carencia fundamental de cualquier contrapeso permanente
organizado con el objeto de moderarlo. Uno puede entonces prever que lo
que da nacimiento a un poder de este tipo es la absorción más o menos
completa de todas las funciones directivas dé la sociedad en una misma
mano. De hecho, por su significado básico, no pueden concentrarse en una
y la misma persona sin darle un dominio excepcional sobre el resto de la
sociedad. Y es este dominio el que constituye el absolutismo. Quien esgrime
tal autoridad encuentra que posee una fuerza que lo libera de cualquier
coacción colectiva y que, al menos en cierta medida, significa que responde
sólo frente a sí mismo, hace lo que quiere y puede imponer su voluntad
completamente. Esta hipercentralización da lugar a una fuerza social súi
generis tan intensa que domina a todas las otras y las subordina Este
dominio no se ejerce solamente de hecho sino también en la ley, porque
quien está privilegiado por poseerlo se halla in vestido de tal prestigio que
parece de naturaleza sobrehumana. En consecuencia, incluso secree que no
debe sujetarse a las obligaciones regulares como lo están los hombres
ordinarios... i
La ley que acabamos de exponer se refiere exclusivamente al monto o
cantidad del castigo. Ahora vamos a referirnos a sus modalidades cualita­
tivas. Puede expresarse como sigue: El castigo que implica privación déla
libertad y solamente de eso por períodos de tiempo que varían con la
gravedad del crimen, tiende crecientemente a volverse el tipo normal de
sanción. ~ .
Habiendo determinado [en una parte del artículo no reproducida aquí] el
modo en que el castigo ha variado en el tiempo, debemos tratar de buscar
las causas de estas variaciones que hemos documentado, es decir, debemos
tratar de explicar las dos leyes previamente establecidas. Vamos a empezar
con la segunda.
Como ya hemos visto, la prisión aparece por primera vez en la historia
sólo como una medida meramente preventiva. Sólo más tarde asume un
carácter represivo y, eventual mente, se vuelve la propia tipificación del
sistema penal. Para dar.cuenta de esta evolución, debemos descubrir qué
llevó a la emergencia de la prisión en su primera forma y, entonces, a su vez,
qué determinó el cambio que sufrió subsecuentemente.
Es fácil entender por qué la prisión preventiva se halla ausente en las
sociedades menos desarrolladas: no hay necesidad con la que se correspon­
da. La responsabilidad, de hecho, es colectiva. Cuando se comete ún crimen,
el castigo por la reparación no es debido simplemente por la parte culpable
sino también, ya junto con ella, ya en su lugar si ella falta, por el clan del que
forma parte. Más tarde, cuando el clan ha perdido su carácter familiar, es un
círculo, incluso relativamente extendido, de allegados. En estas condicio­
nes no hay razón para arrestar y mantener bajo vigilancia al autor presunto
del acto ya que si, por una razón o por otra, él falta, deja garantías. Por otra
parte, la independencia legal y moral que tal grupo familiar posee en estas
circunstancias, hace imposible que se le pida que deje de este modo a ünp
de sus miembros por una simple sospecha. Pero en la medida en que la
sociedad se vuelve más concentrada y estos grupos elementales pierden su
autonomía y se disuelven en la gran masa, la responsabilidad se vuelve un
asunto individual. A partir de entonces es necesario tomar medidas para
asegurar que el individuo comprometido no huya para escapar de la sanción.
Y como a la vez son menos ofensivas a la moralidad pública, aparecen las
prisiones... .■ :. ¡ y . * •«' v¡^.
En cuanto al estatus legal de esta nueva forma dé castigo en el momento
de su aparición, se puede dar cuenta de él adecuadamente combinando las
consideraciones precedentes con la ley relativaal progresivo debilitamien­
to délas sanciones penales. Su debilitamiento ocurre,en efecto, desde arriba
hacia abajo de la escala penal. En general son las formas más duras de
castigo las que se ven afectadas por este movimiento de retroceso, es decir,
las que primero resultan debilitadas y luego desaparecen. Son los peores
tipos de castigo capital los primeros que se debilitan, hasta que llega el
momento en que son completamente suprimidos. Los casos en los que el
castigo capital se aplica se vuelven más y más restringidos. El castigo por
mutilación sigue la misma ley. Como consecuencia dé esto, los castigos
menores se vuelven más importantes, ya que deben llenar los vacíos que
deja este proceso de regresión. En la medida en que las formas arcaicas de
represión desaparecen del cam po del sistema penal, las nuevas formas
invaden los espacios vacíos que se abren frente a ellas. Ahora, las diversas
formas de prisión compenden las últimas formas de castigo que emergen.
En su origen ocupaban un lugar ai final de la escalapenal, ya que al principio
no eran, hablando con propiedad, ni siquiera un tipo de castigo: simplemen­
te constituían la condición para el castigo verdadero y por mucho tiempo
mantuvieron un carácter mezclado y ambiguo. Por esta razón el futuro
estaba reservado para ellas; eran los sustitutos naturales y necesarios de
otros tipos de castigo que estaban desapareciendo. Pero, por otro lado, ellos
mismo sufrieron la ley del debilitamiento de intensidad. Es por eso que
mientras originalmente estaban mezclados con penalidades adicionales de
las que a veces no eran más que subsidiarios, poco a poco se desprendieron
de ellas hasta dejarlas reducidas a la forma más simple, es decir la privación
de la libertad sin comprender otras gradaciones que las que resultan de las
diferencias en la duración de esta privación.
De este modo, las variaciones cualitativas en el castigo dependen en parte
de los cambios cuantitativos que ha sufrido al mismo tiempo. En otras
palabras, de las dos leyes que hemos establecido, la primera contribuye a la
explicación de la segunda. El tiempo viene, a su vez, a explicarla...
Los sentimientos colectivos que transgrede y ofende la criminalidad
característica de las sociedades menos desarrolladas son colectivos de dos
modos: no solamente están sostenidos por la colectividad y de ese modo
existen en la conciencia de la mayor parte de los individuos,, sino que
también se vinculan con las cosas colectivas. Por definición estas cosas
están fuera del campo de nuestros intereses privados. Los fines a los que
estamos así vinculados sobrepasan infinitamente el limitado horizonte que
cada uno de nosotros posee. No nos conciernen personalmente sino que
conciernen a la entidad colectiva. Consecuentemente, los actos que estamos
obligados a realizar para alcanzarlos, no derivan de las inclinaciones de
nuestra naturaleza individual, sino que más bien tienden a violarla, y aque
consisten en toda una variedad de sacrificios y privaciones que el hombre
se impone a sí mismo para agradar a Dios o para satisfacer la costumbre o
para obedecer la autoridad. No tenemos inclinaciones a ayunar, á sujetamos
a nosotros mismos a la automortificación, a abstenemos de esta o aquella
comida, a sacrificar a nuestros animales favoritos en el altar, a sufrir
incomodidad con respecto a las costumbres, etcétera. Así, del mismo modo
en que las sensaciones vienen del mundo externo, tales sentimientos están
en nosotros pero no son nuestros; es más, en cierta medida están allí a pesar
de nosotros y tienen este carácter por la coacción que ejercen sobre nosotros .
Por eso estamos obligados a alienarlos, a relacionarlos con alguna causa
externa, como hacemos con las sensaciones. Por otra parte estamos obliga­
dos a concebirlos como un poder que no sólo está separado de nosotros sino
que es superior a nosotros, ya que nos manda y le obedecemos. Esta voz que
nos habla de un modo tan imperativo que nos lleva a cambiar nuestra propia
naturaleza, sólo puede provenir de un ser que sea distinto de nosotros y que
también nos domine. De cualquier modo específico que lo hayamos
retratado, Dios, ancestros, todo tipo de seres exaltados, siempre posee eñ
relación con ellos una cualidad trascendente o superhumana. Es por eso que
este aspecto de la moralidad está penetrado por la religiosidad; es por eso
que las obligaciones que debemos cumplir nos llevan a obedecer a una
personalidad que es infinitamente superior a la nuestra. Esta es la persona­
lidad colectiva tal como la concebimos en una forma puramente abstracta
o, como es el caso más común, con la ayuda de símbolos enteramente
religiosos. •■ .‘ ?"-1 - : ¿¡LÍñ
Pero los crímenes que violan estos sentimientos y que consisten en la
omisión de llevar a cabo obligaciones específicas no pueden sino
aparecérsenos como dirigidos directamente contra los seres trascendentes*
ya que, en realidad, se relacionan con ellos. De esto se sigue que nos parecen
excepcionalmente ofensivos porque una transgresión es mucho más ofen­
siva si el ofendido es superior en naturaleza y dignidad ál transgresor.
Cuanto más respeto se tiene a algo, más horrible es una falta de respeto. El
mismo acto que, dirigido contra un igual es meramente reprensible, se
vuelve impuro cuando concierne a un ser superior a nosostros: el horror que
inspira solamente puede ser atemperado con la represión violenta. Los fieles
normalmente deben someterse a múltiples privaciones simplemente para
complacer a sus dioses y mantenerse en contacto regular con ellos. Qué
privaciones entonces tendrían que sufrir cuando los han enojado. Aun
cuando haya sentimiento de piedad hacia la parte culpable, ese sentiminiento
no contrabalancea la indignación levantada por el acto de sacrilegio;
Consecuentemente tampoco modifica perceptiblemente el castigo, porque
los dos sentimientos son demasiado desiguales. La simpatía que puede
sentir un hombre por uno de sus semejantes, particularmente cuando ha
sufrido un traspié escandaloso, no puede revertir el temor reverencial que
siente por la divinidad. Comparado con este poder, que es mucho mayor que
él, el individuo parece tan pequeño que sus sufrimientos pierden sus
significado relativo y se vuelven una cantidad despreciable. ¿Cuál es la
importancia del sufrimiento individual cuando hay un Dios que debe ser
apaciguado? Diferente es el caso con los sentimientos colectivos cuyo
objeto es el individuo, porque cada uno de nosotros es uno de ellos. Ló que
le concierne al hombre nos concierne a todos, porque todos somos hombres.
i
Esos sentimientos vinculados con la protección de la dignidad humana nos
tocan personalmente. Por supuesto, no quiero decir que respetemos la vida
y la propiedad de nuestros semejantes solamente con motivo de cálculos
utilitarios, para obtener un intercambio limpio de ellos. Si condenamos los
actos que son deficientes de este modo es porque transgreden sentimientos
de simpatía que sostenemos por el hombre en general, y estos sentimientos
son desinteresados, porque tienen un objeto general. Esta és la gran
diferencia que separa el individualismo moral de Kant del délos utilitaristas.
Ambos hacen del desarrollo del individuo, en cierto sentido, el objetivo de
la conducta humana, pero, para los últimos, el “individuo” aquí comprome­
tido es el individuo tangible, empírico, tal como puede ser captado en cada
mente específica. Para Kant, por su parte, es el ser humano, la humanidad
en general, en abstracción de las diversas formas concretas en que se
manifiesta. Sin embargo, tan universal como pueda ser, un objetivo de esas
características está directamente vinculado con aquello que mueve nuestras
inclinaciones egoístas. Entre el hombre en general y el hombre que es cada
uno de nosotros, no existe la misma diferencia que la que se da entre un
hombre y un dios. El carácter de este ideal solamente difiere de nuestro
propio ideal en grado: es simplemente el modelo del que cada uno de
nosotros es una instancia diferente. Los sentimientos por los que nos
encontramos vinculados son así, en parte, solamente una extensión de
aquellos que nos unen con nosotros mismos. Esto se halla expresado en el
dicho popular “Haz a los otros lo que quieras que te hagan a ti mismo” .
En consecuencia, si, tal como hemos explicado el crimen se reduce
progresivamente a las ofensas contra las personas solamenté, mientras que
las formas religiosas de criminalidad declinan, resulta inevitable que la
fuerza promedio del castigo se vuelva más débil. Este debilitamiento no
surge del hecho de que la moral se vuelva menos severa sino del hecho de
que la religiosidad de la que la ley penal y los sentimientos que la subyacen
se hallaba originalmente penetrada, declina constantemente. Sin duda, los
sentimientos de simpatía humana se vuelven, a la vez, más fuertes. Pero su
creciente fuerza no puede explicar esta reducción progresiva én el castigo,
ya que, por sí mismo, esto tendería más bien a volvemos más severos frente
a cada crimen en el que la víctima sea un hombre y de ese modo,
incrementaría el castigo por tales crímenes. La verdadera razón es que la.
compasión que se siente por el hombre condenado ya no se ve obviada por
sentimientos opuestos que no permiten que se la sienta.
. . AS, 1900, pp. 65-68,77-78,80-81,84-85, 87-89 y 90-91.
t

Sanciones restitutivas .< .;?<>


y la relación entre la solidaridad mecánica y la orgánica

Lo que distingue la sanción [restitutiva] es que no es expiatoria sino que


consiste en lina simple restitución de estado. La persona que viola o ignora
la ley no va a sufrir en relación con su falta; simplemente es sentenciada a
obedecer. i :’ 1 ••. • ■ , • =;v.: .¡'.n v . ...
Si ya se han hecho algunas cosas, el juez las rehabilita como .deberían
haber sido hechas. Habla de ley, no dice nadade castigo. Los pagos por daño
no tienen carácter penal, son sólo un modo de revisar el pasado para
reinstalarlo tanto como sea posible en su forma normal... r; . !f :
Descuidar estas reglas no se castiga siquiera difusamente. El acusado que
ha perdido su litigio no cae en desgracia, su honor no se halla mancillado.
Incluso podemos imaginar estas reglas, diferentes de las que son.hoy, sin
ningún sentimiento de disgusto. La idea de tolerar el asesinato nos indigna,
pero con bastante facilidad podemos aceptar la modificación de la ley de la
herencia y podemos concebir incluso su posible abolición. Al menos es un
problema que no nos negamos a discutir. Del mismo modo, fácilmente
aceptamos que la ley de servidumbres territoriales o la de usufructos pueden
organizarse de diferente manera, que las obligaciones del vendedor y del
comprador pueden determinarse de otro modo, o que las funciones adminis­
trativas pueden distribuirse de acuerdo con principios diferentes. Como
estas prescripciones no se corresponden con ningún sentimiento en noso­
tros, y como nosotros generalmente no conocemos científicamente las
razones de su existencia, dado que esta ciencia no existe, no tienen raíces
en la mayor parte de nosotros. Hay, por supuesto, excepciones: no toleramos
la idea de que un contrato contrario a la tradición u obtenido a través de la
fuerza o del fraude pueda vincular a las partes contratantes. Así, cuando la
opinión pública se encuentra en presencia de un caso de éste tipo, se muestra
menos indiferente de lo que hemos señalado previamente e incrementa la
sanción legal con su censura. Los diferentes dominios de la vida moral no
se hallán radicalmente separados unos de los otros. Por el contrario, son
continuos y consecuentemente incluyen regiones marginales donde estas
diferentes características se encuentran a la vez. Sin embargo, la proposi­
ción precedente sigue siendo verdad en la gran mayoría de los casos. Es
prueba de que las reglas con sanción restitutiva o bien no derivan todas de
la conscience collective o bien son sólo estados débiles de ella. La ley

ia/C
represiva corresponde al corazón, el centro de la conciencia común. Las
reglas puramente morales ya son una parte menos central. Por último, la ley
restitutiva se origina en regiones muy marginales y se expande ampliamen­
te. Cuanto más se vuelve verdaderamente ella misma, más distante se hace.
Por otra parte esta característica es manifiesta del modo en que funciona.
Mientras la ley represiva tiende a permanecer difusa en el seno de la
sociedad, la ley retributiva crea órganos crecientemente especializados:
cortes de comercio, consejos de arbitraje, cortes administrativas de diversas
clases. Aun en lo más general, aquello que pertenece a la ley civil es ejercido
solamente por medio de funcionarios particulares: magistrados, abogados,
etc. preparados para desempeñar este papel en virtud de un entrenamiento
muy especializado. Pero aunque estas reglas en alguna medida se hallan
fuera de la conscience collective, no se refieren solamente a los individuos.
Si esto fuera asila ley restitutiva no tendría nadaen común con la solidaridad
social, porque las relaciones que regula vinculan individuos, unos con los
otros, sin vincularlos con la sociedad. Se trataría simplemente de aconteci­
mientos de la vida privada, como son las relaciones amistosas. Pero el caso
es que necesariamente la sociedad está lejos de hallarse ausente de esta
esfera de la vida legal. Es cierto que, generalmente, no interviene directa y
activamente: debe ser solicitada por las partes interesadas. Pero al ser
llamada, su intervención es, sin embargo, la rueda esencial de la máquina
y sólo ella la hace funcionar. Presenta la ley a través del órgano de sus
delegados. : . '
Se ha señalado, sin embargo, que este papel no tiene nada propiamente
social en él sino que se reduce al de un conciliador de los intereses privados
y consecuentemente cualquier indi viduo puede llenarlo y que, si la sociedad
está a cargo de él es solamente por razones de conveniencia. Pero nada es
más incorrecto que considerar a la sociedad como una especie de árbitro.
Cuando debe intervenir no es para rectificar intereses individuales. No
busca descubrir cuál puede ser la solución más ventajosa para los adversa­
rios y no propone un compromiso para ellos: más bien aplica al caso
particular que se le somete sus reglas de ley generales y tradicionales.
Entonces la ley es, por encima de todo, una cosa social, cuyo objetivo es algo
distinto de los intereses de los litigantes. El juez que examina un pedido de
divorcio no se interesa por saber si esta separación es verdaderamente
deseable para las partes casadas sino más bien si las causas aducidas entran
dentro de alguna de las categorías previstas en la ley...
Como las reglas con sanciones restitutivas son extrañas a la conscience
collective, los lazos que determinan no son los que vinculan indiscri­
minadamente a todos; es decir están establecidos no entre el individuo y la
sociedad sino entre partes restringidas específicas de la sociedad a las que
unen unas con las otras. Pero, por otra parte, como la sociedad no está
ausente, debe hallarse más o menos directamente interesada y debe sentir
las repercusiones. De este modo, de acuerdo con la fuerza con que la
sociedad la siente, interviene más o menos directa y activamente a través de
la intermediación de órganos especiales encargados de representaría. Estas
relaciones son, entonces, muy diferentes de aquellas que regula lá ley
represiva, porque esta última vincula al individuo particular directamente
con la conscience collective y sin mediación, es decir, al individúo con la
sociedad... •••••■ ^
En resumen, las relaciones gobernadas por la ley cooperativa con
sanciones restitutivas y la solidaridad que expresan resultan de la división
del trabajo social. Por otra parte hemos explicado que en general las
relaciones cooperativas no acarrean otras sanciones. De hecho, sé halla en
la naturaleza de las tareas especializadas escapar a la acción de lacónscience
collective porque, para que algo sea objeto de sentimientos comunes,
necesariamente debe ser compartido, es decir, debe hallarse présente éri
todas las mentes de modo tal que cada uno pueda representárselo de una y
la misma manera. Con seguridad, en la medida en que las funciones tienen
cierta generalidad, cada uno puede tener alguna idea de ellas, pero, cuanto
más especializadas son, más restringido es el número de individuos que
conoce a cada una de ellas; consecuentemente, son más marginales a la
conscience collective. Las reglas que las determinan no pueden tener ésa
fuerza dominante y esa autoridad trascendente que, al ser ofendida, exige
expiación. Su autoridad también deriva de la opinión pública, como en las
reglas penales, pero de una opinión localizada en regiones restringidas dé
la sociedad. .
Por otra parte, aun en los círculos especiales donde se aplican y donde,
en consecuencia, se hallan representadas en las mentes del hombré, no sé
corresponden con sentimientos demasiado activos y muy á menudo ni
siquiera con ningún tipo de estado emocional porque, como fijan el modo
én que las diferentes funciones deben concurrir en diversas combinaciones
de circunstancias que pueden darse, los objetos con los que están conectadas
no siempre se hallan presentes en la conciencia. No somos llamados
constantemente’ a administrar tutoría, fideicomiso, o ejercer los derechos
del acreedor o del comprador, etc. o, más importante, a ejercerlos éñ tal ó
cual situación. Ahora bien, los estados de conciencia son fuértes sólámenté
en tanto son permanentes. La violación de estas regias ño alcanza ni al
espíritu común de la sociedad ni siquiera, hablando en general, aí d é lo s
grupos especiales y consecuentemente puede estimular solamente una
reacción muy moderada. Lo único necesario es que las funciones concurran
de un modo regular. Si se rompe esta regularidad, es suficiente que la
reestablezcamos. Sin duda, esto no' quiere decir que el desarrollo de la
división del trabajo no pueda influir en la ley penal. Hay, como ya sabemos;
funciones administrativas y gubernamentales en las que algunas relaciones
están reguladas por la ley represiva por el carácter particular de esta acción
de la conscience collective y de todo lo conectado con ella. Todavía en otros
casos los lazos de solidaridad que unen algunas funciones sociales pueden
ser tales que su quebrantamiento estimule repercusiones que sean lo
suficientemente amplias como para provocar una reacción penal. Pero por
la razón que hemos dado estas reacciones son excepcionales... [así] recono­
cemos sólo dos tipos de solidaridad positiva, distinguibles por las siguientes
cualidades: :
1. La primera une al individuo directamente con la sociedad, sin ningún
intermediario. En la segunda él depende de la sociedad, porque depende de
las partes que la componen. ~ ' ~ ~ 7“ 7777777777:Kf ^ ¿7
2. La sociedad no se ve en la misma perspectiva en los dos casos¿ En el
primero, lo que llamamos “sociedad” es una totalidad más o menos
apretadamente organizada de creencias y sentimientos comunes a todos los
miembros del grupo: es el tipo colectivo. En contraste, la sociedad a la que
estamos vinculados en la segunda instancia es un sistema de funciones
diferenciadas y especializadas unidas en relaciones definidas. Estas dos
sociedades, en realidad forman una sola: no son más que dos aspectos de una
y la misma realidad, sin embargo, deben ser distinguidas. - i>..
3. De esta segunda diferencia surge otra que nos ayuda a caracterizar y
dar nombre a dos clases de solidaridad. 7. •
La primera puede ser fuerte solamente en la medida en que las ideas y;
tendencias comunes a todos los miembros de la sociedad sean mayores en
número e intensidad que aquellas que pertencen a cada miembro individual.
Su fuerza está determinada por el grado en que esto se cumpla. Lo que hace
a nuestra personalidad es cuántas características particulares poseemos que
nos distinguen de los otros. En consecuencia esta solidadad piiede crecer
solamente en proporción inversa a la personalidad. En cada uno de nosotros,
como hemos dicho, hay dos formas de conciencia: una que es común a
nuestro grupo como un todo, que, consecuentemente, no es la nuestra sino
la sociedad que vive y actúa dentro de nosotros. La otra, por otra parte,
representa lo que es personal y distinto en nosotros, lo que nos hace
un individuo. La solidaridad que proviene de la semejanza se halla en su
máximum cuando la conscience collective envuelve completamente toda
nuestra conciencia y coincide en todos los puntos con ella: Pero en ese
momento nuestra individualidad es nada. Puede desarrollarse solamente si
la comunidad toma una parte menor de nosotros. Aquí hay dos fuerzas
contrarias, una centrípeta, la otra centrífuga, que no pueden florecer a la vez.
No podemos, en uno y el mismo momento, desarrollamos en dos sentidos
diferentes. Si tenemos una fuerte inclinación para pensar, y actuar; por
. nosotros mismos no podemos estar tan fuertemente inclinados para pensar
y actuar como hacen los otros. Si nuestro ideal es presentar una apariencia
única y personal, no podemos parecemos a nadie más. Por otra parte, en el
momento en que esta última solidaridad ejerce su fuerza, nuestra persona­
lidad se desvanece; por definición, podríamos decir, ya no somos más
nosotros mismos sino el ser colectivo. •■ j
Las moléculas sociales que cohesionan de este modo, pueden actuar

i no;.
juntas solamenteen tanto no realizan accionespor su cuenta, como pasa con
las moléculas de los cuerpos inorgánicos. Es por ésto que proponemos
llamar a esta forma de solidaridad “mecánica” . La palabra no quiere decir
que se produzca por medios mecánicos y artificiales: la llamamos así
solamente por analogía con la cohesión que une los elementos de un cuerpo
inorgánico, en contraste con la que forma una unidad fuera de los elementos
del cueipo viviente. Lo que finalmente justifica este término es que el lazo
que de ese modo une ai individuo con la sociedad es totalmente comparable
con el que une una cosa con una persona. La conciencia individual,
considerada desde este punto de vista es simplemente un apéndice del tipo
colectivo y sigue todas sus acciones, como el objeto poseído sigue á las de
su propietario. En las sociedades donde este tipo de solidaridad se halla
altamente desarrollado, el individuo no es su propio dueño, como vamos a
ver más adelante. La solidaridad es literalmente algo que posee la sociédád.
Es así que, en estos tipos de sociedad, los derechos personales todavía no
son distinguibles de los derechos reales. J •: •••
Es muy diferente la solidaridad que produce la división del trabajo.
Mientras que el tipo anterior implica que los individuos se parezcan los unos
a los otros, este último presume que difieren. El primero es posible sólo en
tanto la individualidad personal se ve absorbida en la personalidad colec­
tiva. El último es posible sólo si cada uno tiene una esfera de acción peculiar
para él, es decir, si posee una personalidad. Entonces, es necesarió que la
conscience collective deje abierta una parte de la conciencia individual para
que esas funciones especiales puedan establecerse allí, funciones que ella
no puede regular. Cuanto más extensa sea esta región, más fuerte és la
cohesión que resulta de esta solidaridad. En los hechos, por un lado, ¿ada
individuo depende más directamente de la sociedad a medida qué el trabajo
se divide más y, por el otro, la actividad de cada individuo se hace más
personalizada en la medida en que es más especializada. Sin duda, cir­
cunscripta como está, nunca es completamente original. Aun en el ejercicio
de nuestra ocupación, nos conformamos a convenciones y prácticas que son
comunes a todo nuestro grupo ocupacional, pero, en este caso, el yugo al que
nos sometemos es mucho menos pesado que el que se da cuando la sociedad
nos controla completamente y nos deja mucho más espacio abierto para el
libre juego de nuestra iniciativa. Aquí, en consecuencia, la individualidad
de tocios crece al mismo tiempo que sus partes: la sociedad se vuelve más
capaz de acción colectiva, a la vez que cada uno de sus elementos tiene más
libertad de acción. Esta solidaridad recuerda la que observamos entre los
animales superiores. Cada órgano, en efecto, tiene su carácter y autonomía
especiales y, a pesar de ello, la unidad del organismo es tanto más grande
cuanto la individuación de las partes es más marcada. Basándonos en esta
analogía, proponemos llam ara la solidaridad debida a la división del trabajo
“orgánica” .
DTS.pp. 79, 80-82, 83,96-101
6. LA DIVISION DEL TRABAJO
Y LA DIFERENCIACION SOCIAL

El crecimiento de la diferenciación estructural en el desarrollo social

Así, es una ley histórica que la solidaridad mecánica que primero se sostiene
sola o casi sola, progresivamente pierde pie, y que la solidaridad orgánica
gradualmente se vuelve preponderan te. Pero cuando laforma de solidaridad
cambia, la estructura de Ias sociedades no puede dejar de cambiar. La forma
de un cuerpo necesariamente se transforma cuando las relaciones moleculares
ya no son las mismas. Consecuentemente, si la proposición precedente es
correcta, debe haber dos tipos sociales que se corresponden con estos dos
tipos de solidaridad.
Si tratamos de construir hipotéticamente el tipo ideal de una sociedad
cuya cohesión fuera exclusivamente resultado de la semejanza, deberíamos
concebirla como una masa absolutamente homogénea cuyas partes no
fueran distinguibles unas de las otras y que, consecuentemente, no tuviera
estructura. En resumen, debería estar desprovista de toda forma definida y
de toda organización. Podría ser el verdadero protoplasma social, el germen
a partir del cual se podrían desarrollar todos los tipos sociales. Proponemos
llamar al agregado así caracterizado una “horda”.
Es cierto que todavía no hemos observado sociedades que llenen total­
mente esta definición de un modo completamente verificado. Lo que, sin
embargo, nos da derecho a postular su existencia es que las sociedades
inferiores, las que se hallan más cerca de este estadio primitivo, están
formadas por la simple repetición de agregados de estaclase. Encontramos
un ejemplo casi perfectamente puro de esta organización social entre los
indios de norteamérica. Cada tribu iroquesa, por ejemplo, está compuesta
por cierto número de sociedades parciales; las mayores componen ocho,
que presentan todas las características que acabamos de mencionar. Los
adultos de ambos sexos son iguales entre sí. Los sachems y jefes que están

141
a la cabeza de cada uno de estos grupos y por cuyo consejo se administran
los asuntos comunes de la tribu, no gozan de ninguna superioridad. La
monarquía misma no se halla organizada, ya que no podemos dar este
nombre a la distribución de la población en estratos generacionales. En la
última época en que estos pueblos fueron estudiados, había, es cierto, algu­
nas obligaciones especiales que vinculaban al niño con sus parientes ma­
temos, pero son de pocas consecuencias y no resultan perceptiblemente
distintas de aquellas que lo unen con otros miembros de la sociedad...
Damos el nombre de clan a la horda que ha dejado de ser independiente,
volviéndose un elemento en un grupo más extenso, y el de sociedades
segmentadas con una base ciánica a sociedades que están formadas por una
asociación de clanes. Las llamamos sociedades “segmentadas” para indicar
que se caracterizan por la repetición de agrupamientos similares, como los
anillos de una lombriz, y llamamos a este elemento fundamental un “clan”
porque esta palabra expresa bien su naturaleza mixta, a la vez familiar y
política. Se trata de una familia en el sentido de que todos los miembros que
lo componen se consideran parientes entre sí y, de hecho, son, en su mayor
parte, consanguíneos. Las afinidades que crean estos lazos de sangre son las
que, principalmente, los mantienen unidos. Además sostienen relaciones
que podemos llamar domésticas ya que también las encontramos en
sociedades cuyo carácter familiar es indudable: me refiero al castigo
colectivo, a la responsabilidad colectiva y, tan pronto como la propiedad
privada aparece, a la herencia común. Pero, por otra parte, no es una familia
en el sentido propio de la palabra, porque para pertenecer a ella no es
necesario tener ninguna relación definida de consanguineidad con otros
miembros del clan; es suficiente poseer una cualidad externa, que general­
mente consiste en tener el mismo nombre. Si bien se piensa que este signo
denota un origen común, tal estatus civil constituye realmente una prueba
muy poco conclusiva y es muy fácil de copiar. Así, el clan incluye una gran
cantidad de extraños, y esto le permite asumir dimensiones que una familia
propiamente dicha nunca tiene. A menudo comprende varios cientos de
personas. Por otra parte es la unidad política fundamental: lascabezas de los
clanes son las únicas autoridades sociales.
Podemos entonces calificar a esta organización de “político-familiar” . El
clan no sólo tiene consanguineidad en su base, sino que diferentes clanes,
dentro de una misma sociedad, a menudo son considerados emparentados
unos con los otros...
Esta organización, como la de la horda, de la que es solamente una
extensión, evidentemente no lleva con ella otra solidaridad que la derivada
de la similitud, ya que la sociedad está formada por segmentos similares y
éstos, a su vez, sólo encierran elementos homogéneos. Sin duda, cada clan
tiene su propio carácter y, por ello, es distinguible de otros, pero la
solidaridad es proporcional mente más débil cuanto más heterogéneos sean,
y viceversa. Para que la organización segmentaria sea posible, los segmen­

142
tos deben parecerse los unos con los otros. Si no pasara eso no podrían
hallarse unidos. Y deben diferir. Si no pasara eso se perderían los unos en
los otros y se borrarían. Estos dos prerrequisitos contrastantes se encuentran
en diversa proporción en distintas sociedades, pero el tipo de sociedad
permanece el mismo...
La estructura de las sociedades donde la solidaridad orgánica es prepon­
derante es muy diferente.
Estas sociedades están formadas no por la repetición de segmentos
similares y homogéneos sino por un sistema de diferentes órganos, cadauno
de los cuales desempeña un papel particular y se halla, a su vez, formado por
partes diferenciadas. No sólo se trata de elementos sociales que no son de
la misma naturaleza sino que no están distribuidos del mismo modo. No se
yuxtaponen de modo lineal como los anillos de una lombriz ni se entrelazan
los unos con los otros, sino que se coordinan y subordinan unos con los otros
en tomo del mismo órgano central, que ejerce una acción moderadora sobre
el resto del organismo. Este órgano mismo no tiene igual carácter que en el
caso anterior porque si otros dependen de él, él, a su vez, depende de ellos.
Sin duda, todavía goza de una situación especial, de una posición privile­
giada, pero eso se debe a la naturaleza del papel que desempeña y no a alguna
causa extraña a sus funciones, a alguna fuerza que se le comunica externa­
mente. Así, no hay nadadeél que no sea temporal y humano. Entreél y otros
órganos ya no hay nada más que diferencias de grado. Puede compararse
con el modo en que, en el animal, el predominio del sistema nervioso sobre
otros sistemas se reduce al derecho, si queremos expresarlo así, de obtener
la mejor comida y de llenar esta necesidad antes que los otros; pero necesita
de ellos, tal como ellos necesitan de él.
Este tipo social descansa en principios tan diferentes de los precedentes
que puede desarrollarse sólo en proporción con la destmcción de ese tipo.
En este tipo los individuos ya no se agrupan de acuerdo con sus relaciones
de linaje, sino de acuerdo con la naturaleza particular de la actividad social
a la que se dedican. Su medio natural y necesario ya no está dado por el
nacimiento sino que está dado por la ocupación. Ya no son lazos de sangre
reales o ficticios los que marcan el lugar de cada uno sino la función que
desempeña. Sin duda, cuando esta nueva forma de organización comienza
a aparecer, trata de utilizar y de dominar a la existente. El modo en que las
funciones se dividen, sigue, en consecuencia, tan fielmente como sea
posible, el modo en que la sociedad yaseencuentradividida. Los segmentos
o, al menos, los grupos de segmentos unidos por afinidades especiales, se
transforman en órganos. Es así que los clanes que, juntos, formaban la tribu
de los levitas, se apropiaron para ellos de las funciones sacerdotales en el
pueblo hebreo. De modo general, las clases y las castas probablemente
deriven su origen y su carácter de este modo; se originan de las diversas
organizaciones ocupacionales que surgen en medio de la organización
familiar preexistente. Pero esta organización mixta no puede durar, porque

143
entre las dos condiciones que intenta reconciliar existe un antagonismo que
necesariamente lleva a una ruptura. Se trata solamente de una división del
trabajo muy rudimentaria, la que puede adaptarse a esos moldes rígidos y
definidos que no fueron hechos para ella. Puede crecer solamente liberán­
dose del marco que la encierra. Tan pronto como supera cierta etapa de
desarrollo ya no hay ninguna conexión ni entre el número de segmentos
dado y el continuado crecimiento de funciones que se vuelven especializa­
das ni entre las propiedades fijadas hereditariamente de los primeros y las
nueva aptitudes que las segundos precisan. La sustancia de la vida social
debe ingresaren combinaciones enteramente nuevas para organizarse sobre
bases completamente diferentes. Pero la vieja estructura, en tanto persiste,
se opone a esto: es por ello que debe desaparecer.
DTS.pp. 148-151, 152 y 157-159

La declinación de la solidaridad mecánica


y el surgimiento del individualismo moral

En líneas generales, la solidaridad mecánica no sólo une a los hombres con


menos fuerza que la solidaridad orgánica, sino que también, como ya lo
señalamos en la escala de la evolución social, se debilita progresivamente.
La fuerza de los lazos sociales que tienen este origen difiere según las tres
condiciones que siguen:

1. La relación entre el volumen de la conscience collective y el de la mente


individual. Los lazos son más fuertes cuanto más completamente envuelve
la primera a la segunda.
2. La intensidad promedio de los estados de la conscience collective.
Siendo igual la relación entre los volúmenes, tiene tanto poder sobre el
individuo como vitalidad presente. Si, en cambio, está integrada solamente
por fuerzas débiles, puede mover al individuo sólo débilmente en la direc­
ción colectiva. El estará en mejores condiciones de seguir su propia ruta y
la solidaridad será, en consecuencia, menor.
3. Cuanto mayor sea la fijeza de estos mismos estados, más definidas
serán las creenc ias y las prácticas que existen y menor el lugar que dejan para
las diferencias individuales. Son moldes uniformes en los cuales se forman
todas nuestras ideas y acciones. El consenso es entonces tan perfecto como
sea posible: todas las mentes se mueven al unísono. Por el contrario, cuanto
más abstractas e indeterminadas sean las reglas de conducta y de pensa­
miento, debe intervenir una dirección más consciente para aplicarla en
casos particulares. Pero estos últimos no pueden surgir sin que ocurran
disensiones, porque como varían entre un hombre y otro en calidad y

144
cantidad, esto inevitablemente conduce a ese resultado. Las tendencias
centrífugas, se multiplican, por lo tanto, a expensas de la cohesión social y
la armonía de las acciones.

Por otra parte, estados fuertes y definidos de la conscience collective son


la base de la ley penal. Pero debemos tener en cuenta que su número es hoy
menor que antes y que disminuye progresivamente a medida que las
sociedades se aproximan a nuestro tipo social. Así es que la intensidad
promedio y el grado de fijeza de los estados colectivos han disminuido. Es
cierto que de este hecho no podemos concluir que la extensión total de la
conscience collective se haya reducido, porque puede ocurrir que esa región
a la que corresponde la ley penal se haya contraído y lo restante, por
contraste, se haya expandido. Puede ser que manifieste pocos estados
fuertes y definidos pero compense esto con un mayor número de otros casos.
Pero este crecimiento, de ser real, es al menos equivalente al que se produce
en la mente individual, porque esta última ha crecido, al menos, en las
mismas proporciones. Si hay más cosas en común a todos, hay muchas más
que son personales paracadauno. Hay, sin duda, razones paracreer que las
últimas se han incrementado más que las primeras, porque las diferencias
entre los hombres se vuelven más pronunciadas a medida que son más
educados. Ya hemos visto que las actividades especializadas se han desa­
rrollado más que la conscience collective’, en consecuencia es por lo menos
probable que en cada mente individual la esfera personal haya crecido más
que la otra. En todo caso la relación entre ellas ha permanecido, al menos,
igual. Consecuentemente, desde este punto de vista, la solidaridad mecáni­
ca no ha ganado nada, aun si no hubiera perdido nada. Si, en consecuencia
y desde otro punto de vista, descubrimos que la conscience collective se ha
debilitado y ha perdido definición, podemos asegurar que ha habido un de­
bilitamiento de esta solidaridad ya que, con respecto a las tres condiciones
en las que se asienta este poder de acción, al menos dos están perdiendo su
intensidad, mientras que la tercera permanece sin cambios...
Esto no quiere decir, sin embargo, que la conscience collective esté por
desaparecer del todo. Más bien quiere decir que está consistiendo
crecientemente en formas de pensamiento y de sentimiento muy generales
e indeterminadas, que dejan lugar paraunacreciente variedad de diferencias
individuales. Incluso hay un ámbito donde se ve fortalecida y se precisa: es
en el modo en que ve al individuo. Como todas las otras creencias y todas
las otras prácticas adquieren un carácter más o menos religioso, el individuo
se vuelve el objeto de una especie de religión. Tenemos un culto de la
dignidad personal que, como todo culto fuerte, tiene incluso sus supersticio­
nes. Podríamos decir que es una fe común, pero que sólo es posible por la
ruina de otras. Consecuentemente no puede producir los mismos efectos
que esta masa de creencias extinguidas. Por esto no hay compensación.
Además, sí bien es común en tanto es compartida por la comunidad, su

145
objeto es individual; si vuelca todos los deseos hacia el mismo fin, este fin
no es social. En consecuencia, ocupa un lugar completamente excepcional
en la conscience collective. Todavía toma su fuerza de la sociedad, pero no
nos liga a la sociedad, nos liga a nosotros mismos. Es así que no constituye
un verdadero lazo social y por eso, justamente, hemos criticado a los
teóricos que han hecho de este sentimiento el único elemento fundamental
en su doctrina moral, con la consiguiente disolución de la sociedad.
Podemos entonces concluir diciendo que todos los lazos sociales que
resultan de la semejanza se aflojan progresivamente.
DTS, 124-126 y 146-147

[Escrito en la reseña al Gemeinshaft und Gesellschaft de Tonnies.]

Como el autor, creo que hay dos tipos principales de sociedad y las palabras
que él usa para designarlas indican muy bien su naturaleza; es una lástima
que sean intraducibies. Acepto, junto con él que Gemeinschaft es el
fenómeno original y que Gesellschaft el resultado final que deriva de él. Por
último, coincido con las líneas generales de análisis y con la descripción de
Gemeinschaft que nos ha dado.
El asunto sobre el que, sin embargo, discrepo con él concierne a la teoría
de la Gesellschaft. Si he entendido apropiadamente su pensamiento, se
supone que la Gesellschaft se caracteriza por un desarrollo progresivo del
individualismo, los efectos dispersivos del cual sólo pueden prevenirse por
un tiempo y por medios artificiales por la acción del estado. Esencialmente
se la ve como un agregado mecánico. Lo que queda de verdadera vida
colectiva resulta, presumiblemente, no de una espontaneidad interna sino
de un estímulo del estado, totalmente externo. En resum en... es la sociedad
tal como la concebía Bentham. Sin embargo, yo creo que la vida de las
grandes aglomeraciones sociales es tan natural como la de los pequeños
agrupamientos: no es menos orgánica ni menos interna. Más allá de estas
acciones puramente individuales hay una actividad colectiva en nuestras
sociedades contemporáneas que es tan natural como la de las sociedades
más pequeñas de las edades pasadas. Ciertamente es diferente, constituye
un tipo distinto, pero, tan diferente como pueda ser, no hay diferencia de
naturaleza entre estas dos variedades del mismo género. Para probar esto
precisaría un libro: no puedo más que afirmar la proposición. Sin embargo,
¿sería aceptable que la evolución de una misma entidad comenzara por ser
orgánica sólo para volverse posteriormente puramente mecánica? Hay tal
abismo entre estos dos modos de existencia que resulta imposible ver cómo
pueden formar parte del mismo desarrollo. Reconciliar la teoría de Aristóteles
con la de Bentham de este modo es simplemente yuxtaponer opuestos.
Debemos elegir: si la sociedad es originalmente un fenómeno natural, sigue
siéndolo hasta el final de su vida.

146
Pero, ¿en qué consiste esta vida colectiva de la Gesellschafü El proce­
dimiento que sigue el autor no nos lleva a obtener una respuesta para esta
cuestión porque es completamente ideológico. En la segunda parte de su
trabajo, Tónnies le dedica más tiempo al análisis sistemático de los
conceptos que a la observación de los hechos. Procede por argumentación
conceptual. En su escrito encontramos las distinciones y las clasificaciones
simétricas que tanto gustan a los lógicos alemanes. El único modo de evitar
esto habría sido proceder inductivamente, esto es, estudiar la Gesellschaft
a través de la ley y de las costumbres que le corresponden y que revelan su
estructura.
RP, 1889, pp. 421-422

La condena del individualismo se ha visto facilitada por su confusión con


el utilitarismo estrecho y el egoísmo utilitario de Spencer y de los econo­
mistas. Pero esto es muy fácil: sin duda no es difícil denunciar como un ideal
superficial ese comercialismo estrecho que reduce a la sociedad a nada más
que un vasto aparato de producción e intercambio y es claro que toda la vida
social sería imposible si no existieran intereses superiores a los intereses de
los individuos. Es absolutamente correcto afirmar que tales doctrinas deben
ser tildadas de anárquicas y coincidimos totalmente con este punto de vista,
pero lo que resulta inaceptable es que este individualismo se presente como
el único que existe o que puede existir. Más bien ocurre lo contrario: se está
volviendo crecientemente raro y excepcional. La filosofía práctica de
Spencer es de tal pobreza moral que ya casi no tiene adherentes. Incluso los
economistas que una vez se dej aron seducir por la si mplicidad de esta teoría,
hace ya mucho tiempo que sintieron lanecesidad de modificar la severidad
de su ortodoxia primitiva y abrir sus mentes a sentimientos más generosos.
En Francia, probablemente el único que no ha modificado sus posiciones es
M. de Molinari, pero no creo que haya ejercido una influencia significativa
en las ideas de nuestro tiempo. Si el individualismo no tiene otros represen­
tantes no tendría sentido remover cielo y tierra combatiendo un enemigo
que está en proceso de morir calladamente una muerte natural.
Sin embargo, existe otro individualismo al cual es menos fácil derrotar.
Ha sido sostenido durante un siglo por la gran mayoría de los pensadores.
Es el individualismo de Kant y de Rousseau y de los espiritualistas, aquel
que la Declaración de los Derechos del Hombre buscó más o menos
exitosamente traducir en una fórmula, el que hoy se enseña en nuestras
escuelas y que ha llegado a ser la base de nuestro catecismo moral. Es cierto
que ha sido posible atacar a este individualismo al referirse al primer tipo,
pero se trata de dos individualismos totalmente diferentes, y la crítica que
se aplica a uno no necesariamente es apropiada para el otro. Está tan lejos
de hacer del interés personal el propósito de la conducta humana que ve los
motivos personales como la fuente misma del mal. Según Kant solamente

147
estoy seguro de actuar adecuadamente si los motivos que me influyen me
vinculan no con las circunstancias particulares en las que me encuentro sino
con mi condición de hombre in abstracto. Por el contrario, mi acción es
errónea cuando no puede justificarse lógicamente sino por referencia a la
situación en laque me encuentro por mi condición social, por mis intereses
de clase o de casta, por mis emociones, etcétera. En consecuencia, la
conducta inmoral se reconoce por el signo de que se halla cercanamente
vinculada con la individualidad de la gente. No puede unlversalizarse sin
absurdidad manifiesta. Del mismo modo, si Rousseau ve la voluntad
general que es la base del contrato social como infalible, como la auténtica
expresión de la justicia perfecta, estoes porque es el resultado de la totalidad
de las voluntades particulares. En consecuencia constituye una especie de
promedio impersonal del que todas las consideraciones individuales han
sido eliminadas ya que, siendo distintas y aun antagónicas unas con las
otras, se neutralizan y se cancelan entre sí. De este modo, para ambos
pensadores los únicos modos de conducta moral son aquellos aplicables a
todos los hombres por igual, es decir, que están implicados en la noción de
hombre en general.
Claro está que esto se halla bien lejos de esa apoteosis de placer y de
interés privado, de ese culto egoísta del yo por el que el individualismo
utilitarista ha sido justamente criticado. Muy por el contrario, de acuerdo
con estos moralistas, el deber consiste en apartar nuestra atención de lo que
nos concierne personalmente, de todo aquello que se vincula con nuestra
individualidad empírica, para perseguir solamente lo que es exigido por
nuestra condición humana, por aquello que sostenemos en común con
nuestros semejantes. Este ideal va tanto más allá del límite de los fines
utilitaristas que se aparece a quienes aspiran a él como con un carácter
religioso. La persona humana, en referencia a la cual la definición del bien
debe distinguirse de la del mal, se considera sagrada en lo que puede
llamarse el sentido ritual del mundo. Tiene algo de esa majestad trascenden­
tal que las iglesias de todos los tiempos han acordado a sus dioses. Se
concibe como investida con esa propiedad misteriosa que crea un vacío
alrededor de los objetos sagrados, vacío que los aparta de contactos
profanos y que los separa de la vida ordinaria. Y es exactamente esta
característica la que le confiere el respetodel que es objeto. Quienquiera que
atente contra la vida del hombre, contra la libertad del hombre, contra el
honor del hombre, nos inspira un sentimiento de repulsión totalmente
comparable con el que el creyente experimenta cuando ve profanado a su
ídolo. Tal moralidad no es, en consecuencia, una disciplina higiénica o un
sabio principio de economía: es una religión, de la cual el hombre es, a la
vez, creyente y dios.
Pero esta religión es individualista, ya que tiene al hombre como su
objeto y el hombre es, por definición, un individuo. Por otra parte no hay
sistema cuyo individualismo sea más inflexible. En ninguna parte los

148
derechos del hombre se afirman con mayor energía, ya que el individuo aquí
se coloca en el nivel de los objetos sacrosantos. En ninguna parte se lo
protege más celosamente de los abusos externos, cualquiera sea su fuente.
Un parecido verbal ha hecho posible la creencia de que el individualismo
necesariamente resulta del individuo y, en consecuencia, de sentimientos
egoístas. En realidad, la religión del individuo es una institución social,
como todas las religiones. Es la sociedad laque nos proporciona este ideal
como el único fin común apto en nuestros días para ofrecer un foco para los
deseos de los hombres. Cambiar este ideal sin reemplazarlo con ningún otro
es, en consecuencia, sumergirnos en la propia anarquía moral que se trata
de evitar.
Sin embargo, no debemos considerar la fórmula con la que el siglo xviii
dio expresión al individualismo tan perfecta y definitivacomo para cometer
el errorde mantenerla prácticamente sin cambios. Si bien fue adecuada hace
un siglo, hoy debe ser ampliada y completada. Presentabaal individualismo
sólo en su aspecto más negativo. Nuestros precursores estaban preocupados
solamente con la liberación del individuo de las trabas políticas que
estorbaban su desarrollo. En consecuencia veían a la libertad de pensamien­
to, a la li bertad de expresión, a la libertad de voto como los valores primarios
que era necesarioalcanzar. Y esta emancipación era, sin duda, la precondición
para todo progreso siguiente. Sin embargo, llevados por el entusiasmo de
la lucha y preocupados sólo por el objetivo que perseguían, finalmente no
vieron más allá de él e hicieron un fin último de loque era solamente laetapa
siguiente de sus esfuerzos. Hoy, la libertad política es un medio, no un fin.
No vale más que el modo en que se la usa. Si no sirve a algo que existe más
allá de ella no resulta simplemente infructuosa: se vuelve peligrosa. Si
quienes blanden esta arma no saben usarlaen luchas productivas no tardarán
en volverla contra ellos mismos.
Es precisamente por esta razón que, en nuestros días, ha caído en cierto
descrédito. Los hombres de mi generación recuerdan cuánto entusiasmo
había cuando, hace veinte años, finalmente logramos derribar las últimas
barreras contra las que nos enfrentábamos impacientemente. Pero el desen­
canto llegó pronto: pronto debimos admitir que ninguno sabía qué uso
debíamos darle a esta libertad que habíamos logrado tan laboriosamente.
Aquellos de quienes éramos deudores sólo hacían uso de ella en conflictos
destructivos. Y fue a partir de ese momento que se sintióqueen el país crecía
esta corriente de tristeza y melancolía que se fue volviendo más fuerte día
tras día, cuyos resultados últimos inevitablemente serán la ruptura espiri­
tual de aquellos menos fuertes para resistir.
Así ya no podemos suscribir este ideal negativo. Debemos ir más allá de
lo que se ha logrado, aunque más no sea para preservarlo. Por otra parte, si
no aprendemos a usar los medios de acción que tenemos entre las manos,
es inevitable que se vuelvan menos efectivos. Usemos en consecuencia
nuestras libertades para descubrir qué debe hacerse y para hacerlo. Usémos­

149
las para suavizar el funcionamiento de la máquina social, todavía tan áspera
pa-ra los individuos, de modo de poner a su disposición todos los medios
posibles para el libre desarrollo de sus facultades para lograr finalmente
hacer realidad el famoso precepto: a cada uno según sus obras.
RB, 1898, pp. 7-8 y 12-13

Las causas del desarrollo de la división del trabajo

Hemos visto que laestructura organizada y, en consecuencia, la di visión del


trabajo, se desarrolla a medida que la estructura segmental desaparece. Así,
o bien esta desaparición es la causa del desarrollo o bien el desarrollo es la
causa de la desaparición. Esta última hipótesis es inaceptable, porque
sabemos que el ordenamiento segmental es un obstáculo insuperable para
la división del trabajo y al, menos parcialmente, debe haberse disuelto para
que la división del trabajo surja. Esta última sólo puede desarrollarse en
tanto el primero deje de existir. Sin duda, una vez que aparece la división
del trabajo, puede contribuir en la aceleración de la regresión del otro, pero
sólo llega aexistir cuando esta regresión ha comenzado. El efecto reacciona
sobre la causa, pero nunca pierde su cualidad de efecto. Su acción, en
consecuencia, es secundaria. El crecimiento de la división del trabajo se
produce entonces cuando los segmentos sociales pierden su individualidad,
a medida que los límites entre ellos se vuelven menos marcados. En
resumen: tiene lugar una mezcla que hace posible que la vida social ingrese
en nuevas combinaciones.
Pero la desaparición de este tipo puede tener consecuencias sólo por una
razón: es porque produce un acercamiento entre individuos que estaban
separados o, al menos, una relación más cercana que la que existía
previamente. En consecuencia hay intercambio de acciones entre las partes
de la masa social que hasta entonces no tenían efecto unas sobre las otras.
Cuanto más pronunciado fuera el sistema segmental, más encerradas
estaban nuestras relaciones entre los límites de los segmentos a los que
pertenecíamos. Hay vacíos morales entre los diferentes segmentos. En
cambio estos vacíos se llenan cuando el sistema se nivela. La vida social,
en lugar de hallarse concentrada en un gran número de centros separados y
pequeños, cada uno de los cuales se parece al otro, se generaliza. Las
relaciones sociales, más correctamente, las relaciones intrasociales, conse­
cuentemente se vuelven más numerosas, ya que se extienden en todas partes
más allá de sus límites originales. Se desarrolla la división del trabajo, en
consecuencia, cuando hay más individuos suficientemente en contacto
como para estar en condiciones de actuar y reaccionar uno sobre el otro. Si
aceptamos llamar a esta reunión y al activo comercio que resulta de ella

150
las para suavizar el funcionamiento de la máquina social, todavía tan áspera
pa-ra los individuos, de modo de poner a su disposición todos los medios
posibles para el libre desarrollo de sus facultades para lograr finalmente
hacer realidad el famoso precepto: a cada uno según sus obras.
RB, 1898, pp. 7-8 y 12-13

Las causas del desarrollo de la división del trabajo

Hemos visto que laestructura organizada y, en consecuencia, la di visión del


trabajo, se desarrolla a medida que la estructura segmental desaparece. Así,
o bien esta desaparición es la causa del desarrollo o bien el desarrollo es la
causa de la desaparición. Esta última hipótesis es inaceptable, porque
sabemos que el ordenamiento segmental es un obstáculo insuperable para
la división del trabajo y al, menos parcialmente, debe haberse disuelto para
que la división del trabajo surja. Esta última sólo puede desarrollarse en
tanto el primero deje de existir. Sin duda, una vez que aparece la división
del trabajo, puede contribuir en la aceleración de la regresión del otro, pero
sólo llega aexistir cuando esta regresión ha comenzado. El efecto reacciona
sobre la causa, pero nunca pierde su cualidad de efecto. Su acción, en
consecuencia, es secundaria. El crecimiento de la división del trabajo se
produce entonces cuando los segmentos sociales pierden su individualidad,
a medida que los límites entre ellos se vuelven menos marcados. En
resumen: tiene lugar una mezcla que hace posible que la vida social ingrese
en nuevas combinaciones.
Pero la desaparición de este tipo puede tener consecuencias sólo por una
razón: es porque produce un acercamiento entre individuos que estaban
separados o, al menos, una relación más cercana que la que existía
previamente. En consecuencia hay intercambio de acciones entre las partes
de la masa social que hasta entonces no tenían efecto unas sobre las otras.
Cuanto más pronunciado fuera el sistema segmental, más encerradas
estaban nuestras relaciones entre los límites de los segmentos a los que
pertenecíamos. Hay vacíos morales entre los diferentes segmentos. En
cambio estos vacíos se llenan cuando el sistema se nivela. La vida social,
en lugar de hallarse concentrada en un gran número de centros separados y
pequeños, cada uno de los cuales se parece al otro, se generaliza. Las
relaciones sociales, más correctamente, las relaciones intrasociales, conse­
cuentemente se vuelven más numerosas, ya que se extienden en todas partes
más allá de sus límites originales. Se desarrolla la división del trabajo, en
consecuencia, cuando hay más individuos suficientemente en contacto
como para estar en condiciones de actuar y reaccionar uno sobre el otro. Si
aceptamos llamar a esta reunión y al activo comercio que resulta de ella

150
densidad “dinámica” o “formal”, podemos decir que el progreso de la
división del trabajo se halla en relación directa con la densidad moral o
dinámica de la sociedad.
Pero esta relación moral sólo puede producir su efecto si la distancia real
entre individuos ha disminuido, ella misma, de algún modo. La densidad
moral no puede crecer a menos que la densidad material crezca a la vez, y
esta última puede usarse para medir a la primera. No tiene sentido, por otra
parte, intentar encontrar quién ha determinado a la otra. Basta con señalar
que son inseparables.
La condensación progresiva de las sociedades en el curso del desarrollo
histórico se produce de tres modos principales:

1. Mientras las sociedades inferiores se hallan desparramadas sobre áreas


inmensas en relación con el tamaño de sus poblaciones, entre los pueblos
más avanzados, la población tiende a concentrarse cada vez más... Los
cambios producidos en la vida industrial de las naciones prueban la
universalidad de esta transformación. La actividad productiva de los
nómades, de los cazadores o de los pastores implica la ausencia de toda
concentración y la dispersión sobre la superficie más amplia posible. Como
la agricultura requiere fijar la vida en un territorio, presupone cierto
estrechamiento de los tejidos sociales, pero todavía incompleto porque hay
extensiones de tierraentre cada familia. Si bienen laciudad lacondensación
fue mayor, las casas no eran contiguas, porque la propiedad indivisa no
formó parte de la ley romana. Creció en nuestras tierras y demuestra que el
tejido social se ha vuelto más cerrado. Por otra parte, desde sus orígenes, las
sociedades europeas vivieron un crecimiento continuo de densidad, más
allá de regresiones de corta duración.

2. La formación de ciudades y su desarrollo es un síntoma característico


del mismo fenómeno. El crecimiento de la densidad promedio puede
deberse al aumento material de la tasa de natalidad y, en consecuencia,
puede compadecerse con una concentración muy débil, en la que el tipo
segmental siga prevaleciendo. Pero las ciudades siempre resultan de las
necesidades de los individuos de ponerse en el contacto más cercano posible
unos con los otros. Son los puntos en los que la masa social se contrae más
fuertemente que en ninguna otra parte. En consecuencia, cuando se multi­
plican y expanden, la densidad moral debe aumentar. Debemos ver, por otra
parte, que reciben una especie de reclutamiento de la inmigración, lo que
sólo es posible si se halla avanzada la fusión de los segmentos sociales.
Mientras laorganización social es extremadamente segmental las ciuda­
des no existen. No hay ninguna en las sociedades inferiores. No existieron
entre los iraqueses ni entre los antiguos germanos. Lo mismo pasaba con las
poblaciones primitivas de Italia... Pero las ciudades no tardaron en aparecer.
Atenas y Roma se volvieron ciudades y la misma transformación se dio a

151
lo largo de Italia. En nuestras sociedades cristianas la ciudad se halla,
evidentemente, desde el principio, porque las que dejó el imperio romano
no desaparecieron con él. Desde entonces crecieron y se multiplicaron. La
tendencia del país a fluir a la ciudad, tan general en el mundo civilizado, es
sólo una consecuencia de este movimiento. No es de orígenes recientes:
desde el siglo xvn los hombres de estado se preocupan por ella.
Como las sociedades comienzan generalmente con un período agrícola,
a veces ha existido la tentación de ver el desarrollo de los centros urbanos
como un signo de antigüedad y decadencia. Pero no debemos perderde vista
el hecho de que la duración de esta fase agrícola es menor cuanto más
avanzada sea la sociedad. Mientras en Germania, entre los indios de
América y entre todos los pueblos primitivos duró tanto como su existencia,
en Roma y Atenas finalizó bastante rápidamente y, con nosotros, podemos
decir que no existió en su forma pura. Por otra parte, la vida urbana comienza
más temprano y, consecuentemente, se extiende más. La aceleración
constantemente creciente de este desarrollo prueba que, lejos de constituir
un fenómeno patológico, se halla en la propia naturaleza de los tipos
sociales más elevados. La suposición de que este movimiento ha alcanzado
proporciones alarmantes en nuestras sociedades de hoy en día, que quizá ya
no son suficientemente flexibles como para adaptarse a él, no impedirá que
este movimiento se siga produciendo ya en nuestras sociedades, ya después
de ellas. Los tipos sociales que se formarán después de los nuestros
probablemente serán distinguibles por una contracción todavía más com­
pleta y rápida de la vida rural.

3. Por último debemos hacer mención del número y la rapidez de los


medios de comunicación y transporte. Suprimiendo o disminuyendo los
vacíos que separan los segmentos sociales, incrementan la densidad de la
sociedad. No es, sin embargo, necesario probar que se vuelven más
numerosos y perfectos en sociedades de un tipo más desarrollado.
Como este símbolo visible y mensurable refleja las variaciones de lo que
hemos llamado “densidad moral”, podemos sustituirlo por este último en la
fórmula que hemos propuesto. Por otra parte debemos repetir aquí lo que
dijimos antes: si la sociedad al concentrarse determina el desarrollo de la
división del trabajo, este último, a su vez, aumenta la concentración de la
sociedad. Pero esto no es importante, porque la división del trabajo sigue
siendo el hecho derivado y, consecuentemente, los avances que haya hecho
se deben a los avances paralelos de la densidad social, cualesquiera sean las
causas de estos últimos. Esto es todo lo que queríamos probar...
Si el trabajo progresivamente se divide a medida que las sociedades se
vuelven más voluminosas y densas, noes porque laseircunstancias externas
sean más variadas sino porque la lucha por la existencia es más aguda.
Muy correctamente, Darwin observó que la lucha entre dos organismos
es tan activa como similares sean. Con las mismas necesidades y con los

152
mismos objetivos rivalizan en todas partes. Mientras queden más recursos
de los que necesitan todavía pueden vivir uno al lado del otro, pero si su
número aumenta en tal proporción que sus necesidades ya no pueden ser
adecuadamente satisfechas, estalla la guerra, que es más violenta cuanto
más marcada sea la escasez, es decir a medida que el número de participan­
tes crece. Distinto es el caso que se da cuando los individuos que coexisten
son de diferentes especies o variedades. Como no se alimentan del mismo
modo, no llevan el mismo tipo de vida, no se perturban los unos a los otros.
Lo que es ventajoso para uno, no tiene valor para los otros. Las ocasiones
de conflicto disminuyen, por lo tanto, con las ocasiones de confrontación y
esto sucede crecientemente a medida que las especies o variedades se
vuelve más distantes unas de las otras...
El hombre obedece a la misma ley. En la misma ciudad, diferentes
ocupaciones pueden coexistir sin verse obligadas a destruirse mutuamente,
porque persiguen diferentes objetivos. El soldado busca la gloria militar; el
sacerdote, la autoridad moral; el hombre de estado, el poder; el hombre de
negocios, la riqueza y el investigador, el renombre científico. Cada uno de
ellos puede alcanzar su finalidad sin impedir que los otros alcancen la suya.
Pasa lo mismo cuando las funciones se hallan menos separadas unas de las
otras. El oculista no compite con el psiquiatra, el zapatero con el sombre­
rero, al albañil con el ebanista, el físico con el químico, etcétera. Como
desempeñan diferentes servicios, pueden cumplirlos juntos.
Sin embargo, cuanto más se acercan las funciones una a la otra, más
puntos de contacto tienen y, en consecuencia, se hallan más expuestas a
conflicto. Como en este caso satisfacen necesidades similares con diferen­
tes medios, inevitablemente tratan de impedir el desarrollo de los otros. El
juez nunca entra en competencia con el hombre de negocios, pero el
cervecero y el vinero, el pañero y el sedero, el poeta y el músico, a menudo
tratan de suplantarse entre sí. En lo que hace a los que tienen exactamente
la misma función, cada uno puede prosperar sólo en detrimento de los otros.
En consecuencia, si describimos estas funciones como una serie de ramas
que surgen de un tronco común, la lucha es mínima entre los puntos
extremos, pero crece sostenidamente a medida que nos aproximamos al
centro. Y esto ocurre no sólo en el interior de cada ciudad sino en toda la
sociedad. Ocupaciones similares localizadas en diferentes puntos son tan
competitivas como si estuvieran en el mismo sitio, siempre y cuando la
dificultad de comunicación y transporte no restrinja el círculo de su acción.
Dicho esto es fácil entender que cualquier condensación de la masa
social, principalmente si se ve acompañada por un aumento de población,
estimula necesariamente un aumento en la división del trabajo.
DTS, pp. 273-278, 239-241 y 248-250

153
8. LA ANOMIA Y LA ESTRUCTURA MORAL
DE LA INDUSTRIA

El problema de la anomia

Latotalidad de las reglas morales forma verdaderamente sobre cada persona


un muro imaginario al pie del cual la marea de las pasiones humanas muere,
simplemente incapaz de avanzar más allá. Por la misma razón -que se
encuentran contenidas- es posible satisfacerlas. Pero si en algún punto se
rompe esta barrera, estas fuerzas humanas previamente restringidas fluyen
tumultuosamente a través de la abertura y no encuentran límites donde
detenerse. Sólo pueden dedicarse, sin esperar satisfacción, a la persecución
de un fin que permanentemente las elude. Por ejemplo, si las reglas de la
moralidad conyugal pierden su autoridad y las obligaciones mutuas de
marido y mujer se vuelven menos respetadas, las emociones y apetitos
regidos por este sector de la moralidad quedarán sin restricción y sin
contención y se verán acentuados por esta misma liberación. Impotentes
para llenarse a sí mismas poique se han liberado de todas las limitaciones,
estas emociones producirán una desilusión que se manifiesta visiblemente
en las estadísticas de suicidio. Del mismo modo, si la moralidad que
gobierna la vida económica se derrumba y la búsqueda de ganancia se excita
y supera los límites, entonces se puede observar un aumento en la cuota
anual de suicidios. Se pueden multiplicar los ejemplos. Por otra parte, es
poique la moralidad tiene la función de limitar y contener que demasiada
riqueza tan fácilmente llega a ser una fuente de inmoralidad. A través del
poder que la riqueza confiere, realmente disminuye el poder de oponerse a
nosotros de las cosas. Consecuentemente fortalece nuestros deseos y hace
más difícil mantenerlos a raya. En tales condiciones, el equilibrio moral es
inestable; hace falta apena un soplido para derribarlo. Así podemos entender
la naturaleza y la fuente de esta enfermedad de infinitud que atormenta
nuestra edad. Para que el hombre vea delante de él falta de límites, libertad

171
y espacio abierto, debe haber perdido de vista la barrera moral que en
condiciones normales restringiría su vista. Ya no siente esas fuerzas morales
que lo restringen y que limitan su horizonte; pero si no las siente es porque
ellas ya no tienen su grado normal de autoridad, porque se han debilitado y
ya no son lo que deberían ser. La noción de infinito, entonces, aparece
solamente en esos tiempos cuando la disciplina moral ha perdido su
ascendencia sobre las exigencias. Es un signo del desgaste que se manifiesta
en los períodos en los que el sistema moral que ha prevalecido por siglos se
derrumba y fracasa en responder a las nuevas condiciones de la vida humana,
sin que todavía se haya formado ningún sistema nuevo para reemplazar el
que ha desaparecido.
EM, 47-49

Ningún ser vivo puede ser feliz, ni siquiera existir, a menos que sus
necesidades se hallen adecuadamente vinculadas con sus medios. En otras
palabras: si sus necesidades requieren más de lo que puede asignárseles o,
aun, algo de otra clase, habrá una fricción continua y sólo funcionarán
penosamente. Ahora bien, una acción que no puede realizarse sin sufrimien­
to tiende a no reproducirse. Las tendencias insatisfechas se atrofian y, como
el impulso a vivir es solamente el resultado de todas las otras motivaciones,
está llamado a debilitarse a medida que las otras pierden su influencia.
En el animal, al menos en estado normal, este equilibrio se establece con
espontaneidad automática porque el animal depende de condiciones pura­
mente materiales. Todo lo que el organismo necesita es que la provisión de
sustancia y energía, constantemente empleada en el proceso de la vida, sea
renovada periódicamente por cantidades equivalentes, que lo que se reem­
plaza sea equivalente a lo que se usó. Cuando el vacío creado por las
exigencias déla vida resulta llenado, el animal, satisfecho, no pide más. Sus
poderes de pensamiento no se hallan lo suficientemente desarrollados como
para imaginar otros fines que los implícitos en su naturaleza física. Por otra
parte, como el trabajo que se exige a cada órgano particular depende del
estado general de laenergía vital y de las necesidades de equi librio orgánico,
lo que se usa es, a su vez, reemplazado y el balance automático. Los límites
de uno son también los del otro. Ambos son fundamentales para la
constitución de la existencia en cuestión, que no puede excederlos.
No es lo que pasacon el hombre, porque la mayor parte de sus necesidades
no dependen de su cuerpo o no lo hacen en la misma extensión. Hablando
estrictamente, podemos considerar que la cantidad de abastecimientos
materiales necesarios para el mantenimiento físico de la vida humana puede
calcularse, aunque esto pueda ser menos preciso que en el caso precedente,
con un amplio margen para las combinaciones libres de la voluntad. Porque
más allá del mínimo indispensable que satisface la naturalezainstintiva, una
inteligencia más desarrollada crea un rango más amplio de condiciones y

172
fines deseados que exigen cumplimiento. Tales apetitos, sin embargo, más
tarde o más temprano, alcanzan un límite que no pueden sobrepasar. Pero
¿cómo podemos especificar la cantidad de bienestar, de confort o de lujo que
legítimamente puede desear un ser humano? No hay nada que aparezca en
la constitución orgánica ni psicológica del hombre que marque un límite a
esas tendencias. El funcionamiento de la vida individual no requiere que
cesen en un punto más que en otro y esto puede verse en el hecho de que han
aumentado constantemente desde los comienzos de la historia, han recibido
más y más satisfacción sin ningún debilitamiento de la salud promedio. Por
encima de todo, ¿cómo podemos establecer su variación adecuada según las
diferentes condiciones de vida, de ocupación, con la importanc ia relativa de
los servicios, etcétera? En ninguna sociedad los diferentes niveles de las
jerarquías sociales se hallan igualmente desarrollados. Si bien la naturaleza
humana es sustancialmente la misma entre todos los hombres, lo es en sus
cualidades esenciales. No es a la naturaleza humana a la que podemos
asignar un límite variable necesario para nuestras necesidades. Estas son, en
consecuencia, ¡limitadas en tanto dependen solamente de lo individual.
Independientes de ninguna fuerza regulatoria externa, nuestra capacidad
para sentir es, en sí misma, un abismo insaciable y sin fin.
Pero si nada externo puede restringir esta capacidad, sólo puede ser una
fuente de tormento para uno mismo. Los deseos ilimitados son insaciables
por definición y la insaciabilidad es correctamente considerada un signo de
morbidez. Siendo ilimitados, constante e infinitamente sobrepasan los
medios a su alcance; no pueden ser extinguidos. La sed inextinguible es una
tortura constantemente renovada. Se ha señalado, es cierto, que la actividad
.humana aspira naturalmente a límites que están más allá de lo posible y se
propone fines inalcanzables. Pero tal estado indeterminado, ¿cómo puede
reconciliarse con las condiciones de la vida mental mejor que con las
demandas de la vida física? Todos los placeres del hombre por actuar,
moverse y esforzarse implican el sentido de que estos esfuerzos no son vanos,
;q ue caminando avanza. Sin embargo, uno no avanza cuando no se dirige
hacia una meta o, lo que es lo mismo, cuando la meta es infinita. Como la
distancia entre nosotros y ella es siempre lamisma, cualquiera sea el camino
que recorramos, es como si no nos hubiéramos movido. Aun nuestro
sentimiento de orgullo al mirar atrás la distancia recorrida sólo puede
brindarnos una satisfacción decepcionada, yaque ladistanciaque queda no
se reduce proporcionalmente. Perseguir una meta que, por definición, sea
inalcanzable es condenarse aunó mismo a un estado de infelicidad perpetua.
Por supuesto, un hombre puede esperarlo imposible y laesperanza tiene sus
placeres, aun cuando sea irracional. Puede sostenerlo por un tiempo, pero no
puede sobrevivir indefinidamente a los desengaños repetidos de la experien­
cia. ¿Que más puede ofrecerle el futuro que el pasado, ya que nunca puede
alean zar una posición aceptable ni acercarse al ideal entrevisto? Así, cuanto
más tiene, más quiere, y las satisfacciones que recibe sólo lo estimulan, en

173
lugar de llenar necesidades. Una acción como esta, ¿debe ser considerada
agradable? En primer lugar sólo con la condición de que seamos ciegos a su
inutilidad. En segundo lugar, para que se sienta este placer, para que se
atempere y en parte vele la inquietud y la angustia que lo acompañan, tal
movimiento sin fin debe al menos ser siempre fácil y desembarazado. Si se
lo frustra sólo queda el desasosiego, con la infelicidad que trae aparejado.
Claro está que sería un milagro que no se encontrara ni siquiera un obstácu lo
insuperable. En este caso uno queda atado a la vida sólo por una hebra muy
delgada que puede romperse en cualquier momento.
Para llegar a otro resultado, antes que nada hay que limitar las pasiones.
Solamente ellas pueden armonizarse con las aptitudes y satisfacerse. Pero
como el individuo no tiene un modo de limitarlas, esto debe ser necesaria­
mente realizado por alguna fuerza externa aél. Una fuerza reguladora debe
desempeñar el mismo papel para las necesidades morales que el que
desempeña el organismo para las físicas. Esto significa que la fuerza sólo
puede ser moral.
Su. pp. 272-275

Para [los socialistas] el modo de alcanzar la paz social consiste en liberar los
apetitos económicos de toda restricción, por un lado y, por el otro, de
satisfacerlos llenándolos. Pero tal empresa es contradictoria, porque estos
apetitos no pueden calmarse a menos que sean limitados, y no pueden ser
limitados salvo por algo distinto a ellos mismos. No pueden ser vistos como
el único propósito de la sociedad ya que deben subordinarse a algún fin que
los sobrepasa y es sólo en esta condición que pueden ser realmente
satisfechos. Imaginemos la organización económica más productiva posi­
ble y una distribución de la riqueza que asegure abundancia aun para el más
humilde. Quizá tal transformación, en el momento mismoen que se realice,
produzca una gran gratificación. Pero esta gratificación no puede ser más
que transitoria porque, aunque se encuentren temporariamente calmadas,
estas demandas pronto se harán sentir de vuelta. Aunque se admita que cada
individuo será igualmente recompensado -y tal nivelación, si bien se
conforma con el ideal comunista, se opone completamente a la doctrina de
Saint-Simon y a cualquier teoría socialista- siempre habrá algunos trabaja­
dores que recibirán más y otros menos. Así, resulta inevitable que al cabo
de un corto tiempo los últimos encuentren su participación inadecuada en
comparación con laque reciben otros y que, como resultado, surjan nuevas
demandas en todos los niveles de la escala social. Por otra parte, y más allá
de cualquier sentimiento de envidia, los deseos naturalmente sobrepasarán
a sus objetivos por la misma razón que no habrá frente a ellos nada que los
detenga. En consecuencia se buscarán nuevas satisfacciones e incluso más
imperiosamente, ya que aquéllas ya cubiertas les habrán conferido más
fuerza y vitalidad. Es por eso que, quienes se hallan en la misma cima de la

174
jerarquía y, consecuentemente, no encuentran nada por encima de ellos para
estimular su ambición, no podrán sostenerse, sin embargo, en el punto que
han alcanzado, sino que seguirán siendo importunados por la misma
inquietud que los tormenta hoy. Lo que se necesita para que reine el orden
social es que las masas de hombres se encuentren contentas con su suerte,
pero lo que hace falta para que estén contentas no es que tengan más o menos
sino que estén convencidas de que no tienen derecho a más. Y por eso es
absolutamente esencial que haya una autoridad cuya superioridad reconoz­
can y que les diga lo que está bien. Porque un individuo conducido sólo por
la presión de sus necesidades, nunca admitirá que ha alcanzado los límites
extremos de la porción que le corresponde. Si no es consciente de la
existencia de una fuerza superior a él, que respeta, que lo detiene y le dice
con autoridad que ha recibido su justo tributo, entonces, inevitablemente, él
esperará todo lo que sus necesidades exijan. Como en nuestras hipótesis
estas necesidades son ilimitadas, las exigencias son, necesariamente, ilimi­
tadas. Para que esto sea de otro modo h rice fallíLun jtntler morid m y a
superioridad reconozca y que le grite: “no debes seguir más adelante”.
Este es precisamente el papel que desempeñan en la sociedad antigua los
poderes cuyo progresivo destronamiento señala Saint-Simon. La religión
enseñaba a los humildes a contentarse con su situación y, a la vez, les
enseñaba que el orden social es providencial, que es el propio dios el que
determinó la porción de cada uno. La religión daba a los hombres una
percepción de un mundo que se hallaba más allá de la Tierra, donde todo
sería rectificado. Este proyecto volvía menos notables las desigualdades y
hacía que los hombres no se sintieran agraviados. A la vez, el poder secular,
precisamente porque sostenía funciones económicas bajo su dominio, las
contenía y las limitaba. Pero aun a priori resulta imposible suponer que,
mientras por siglos estuvo en la naturaleza de los intereses económicos
hallarse subordinados, en el futuro estos papeles se inviertan del todo. Esto
significaría admitir que la naturaleza de las cosas puede transformarse
completamente en el curso de una evolución. Sin duda, uno puede estar
seguro de que esta función de regulación ya no puede ser llenada por las
viejas fuerzas, yaque nadaparece capaz de detener su declinación. Sin duda,
además, esta misma función no puede ser ejercida hoy del mismo modo o
con el mismo espíritu que antes. La industria se halla hoy más altamente
desarrollada yes más esencial parael organismo social. En consecuencia ya
no puede ser encerrada dentro de los mismo límites estrictos, no puede ser
sujetada a u n sistema tan pesadamente represivo y regulada a una posición
tan subordinada, pero de esto no se desprende que deba estar libre de toda
regulación, liberada de todas las limitaciones.
El problema es saber, en las presentes condiciones de la vida social, qué
funciones moderadoras son necesarias y qué fuerzas son capaces de ejecu­
tarlas.
Soc., pp290-293

175
Lo que acabamos de decir ha levantado uno de los cargos más serios que se
han hecho contra la división del trabajo.
A menudo se la ha acusado de degradar al individuo, reduciéndolo a una
mera máquina. Y si él no sabe cuál es el significado de las operaciones que
debe realizar, si no las vincula con ningún fin, es cierto que terminará
dominado por la rutina. Todos los días repite los mismos movimientos con
regularidad monótona, sin interesarse por ellos y sin comprenderlos. Ya no
es una célula viviente de un organismo viviente que incesantemente
interactúa con las células vecinas, que lo influyen, responden a sus acciones
y lo transforman en relación con circunstancias y necesidades cambiantes.
Ya no es nada más que una rueda inerte en la maquinaria puesta en
movimiento por una fuerza externa y que siempre se mueve en la misma
dirección y en el mismo sentido. Sin duda, más allá de cómo se represente
uno el ideal moral, uno no puede permanecer indiferente a tal degradación
de lanaturaleza humana. Si la moralidad tiene la perfección individualcomo
su objetivo, no puede permitir tal degradación del individuo, y si tiene a la
sociedad como su objetivo no puede dejar que la misma fuente de la vida
social sea desangrada, porque el mal no amenaza solamente a las funciones
económicas sino a todas las funciones, por más elevadas que sean...
Como remedio, a veces se ha propuesto que, además del entrenamiento
técnico y especializado, los trabajadores deben recibir una educación
general. Pero si bien de ese modo podríamos reducir algunos de los efectos
deletéreos que se atribuyen a la división del trabajo, este no es un modo de
prevenirlos. La división del trabajo no cambia de naturaleza porque haya
sido precedida por una educación general. Sin duda, es bueno para el
trabajador interesarse en el arte, en la literatura, etcétera, pero sigue estando
mal que se lo trate como a una máquina a lo largo del día. Por otra parte,
quién puede no ver que esas dos formas de existencia se oponen demasiado
como para que se las pueda reconciliar y que el mismo individuo no puede
seguirlas a ambas. Si un hombre se ha acostumbrado a horizontes vastos, a
visiones totalizadoras y a finas abstracciones no puede ser confinado dentro
de los límites estrictos de una tarea especializada sin frustrarlo. Tal remedio
volvería inobjetable la especial ización haciéndola intolerable y consecuen­
temente más o menos imposible.
Lo que resuelve la contradicción es que, en contra de lo que se dice a
menudo, la división del trabajo no produce estas consecuencias por una
necesidad de su propia naturaleza sino en circunstancias excepcionales y
anormales. Para que se desarrolle sin tener una influencia tan desastrosa en
la mente humana no es necesario atemperarla con su opuesto. Es necesario
y suficiente que sea ella misma, que nada modifique su carácter específico;
porque, normalmente, el papel de cada fuñe ión especial no requiere que cada
individuo se encierre en ella sino que se mantenga en relaciones constantes
con las funciones vecinas, observe sus necesidades, observe los cambios que
estas necesidades provocan, etcétera. La división del trabajo presume que

176
el trabajador, lejos de verse aprisionado por su tarea, no pierde de vista a sus
colaboradores, actúa sobre ellos y reacciona frente a ellos. Entonces ya no
es una máquina que repite sus acciones sin saber su significado, sino que
sabe que, de algún modo, tienden a un fin que puede ver claramente. Se
siente útil. Para eso no precisa visualizar vastas porciones del horizonte
social: alcanzacon que percíbalo suficiente de él como paracomprender que
sus acciones tienen un objetivo más alládeellas mismas. Entonces, por más
especializada y uniforme que sea su actividad, se trata de la actividad de un
ser inteligente, porque tiene dirección, y él lo sabe. Los economistas no
habrían dejado en la oscuridad y consecuentemente expuesta a esta crítica
injustificada esta característica intrínseca de la división del trabajo si no la
hubieran reducido a ser solamente un medio de incrementar laproductividad
social, si ellos hubieran visto que es, ante todo, una fuente de solidaridad.
DTS, pp. 363 y 364-365

La división del trabajo forzada

No alcanza con que haya reglas, sin embargo, porque a veces las propias
reglas son lo que falla. Eso es lo que ocurre en las luchas de clases. La
institución de las clases o de las castas constituye una organización de la
división del trabajo y es una organización estrictamente regulada; pero a
menudo es una fuente de conflicto. Las clases inferiores no están, o ya no
están, satisfechas con el papel que, por costumbre o por derecho, les
corresponde: aspiran a funciones que están más cercanas a ellas y buscan
desposeer de ellas a quienes las están ejerciendo. Así estallan las guerras
civiles debidas al modo en que se encuentra distribuido el trabajo.
No hay nada comparable con esto en el organismo. Sin duda, en los
períodos de crisis, los diferentes tejidos luchan unos contra otros y se
alimentan a expensas de los otros. Pero una célula u órgano nunca trata de
usurpar un papel diferente del que posee. La razón de esto es que cada
elemento anatómico ejecuta automáticamente su propósito. Su estructura y
su lugar en el organismo determinan su tarea. Su función es consecuencia
de su naturaleza. Puede desempeñarse pobremente, pero no puede asumir
las tareas de otro a menos que éste las abandone como ocurre en casos raros
de sustitución... Esto no pasa en las sociedades. Aquí las posibilidades son
mayores. Hay un espacio más amplio entre las disposiciones hereditarias del
individuo y las funciones sociales que va a encontrar. Las primeras no
implican a las segundas necesariamente. El campo que se abre así a la
disputa y a la resolución también se halla sujeto a muchos factores que
pueden hacer que la naturaleza individual se desvíe de su dirección normal
y se cree una condición patológica. Como este organismo es más flexible,

177
también es más delicado y se halla más abierto al cambio. No hay duda de
que no estamos predestinados desde el nacimiento a ocupar alguna posición
específica, pero sí tenemos gustos y actitudes que limitan nuestra elección.
Si no se les presta atención y en nuestra ocupación cotidiana se los
contradice constantemente, sufriremos y buscaremos un modo de terminar
con nuestro sufrimiento. Pero no hay otra posibilidad que cambiar el orden
establecido y ordenar uno nuevo, porque, para que la división del trabajo
produzca solidaridad no es suficiente, entonces, que cada individuo reciba
una tarea a realizar: también tiene que ser adecuado para esta tarea.
Pero esta precondición no se cumple en el ejemplo que estamos exami­
nando. La institución de las clases o de las castas a veces da lugar a
desafortunadas fricciones en lugar de producir solidaridad. Esto ocurre
porque la distribución de las funciones sociales en la que descansa no se
corresponde, mejor dicho, ya no se corresponde, con la distribución de los
talentos naturales... Por las necesidades de pasaje de una clase a la otra, las
diferencias que originariamente separaban a estas clases deben haber
disminuido o desaparecido. Como consecuencia de los cambios que se
producen en la sociedad, algunos deben de haberse vuelto capaces de
realizar funciones que al principio estaban más allá de ellos, mientras que
otros habrán perdido su superioridad original. Cuando los plebeyos trataron
de disputar los derechos a las funciones religiosas y administrativas a los
patricios, no fue solamente por imitación a ellos sino porque se habían
vuelto más inteligentes, más ricos, más numerosos y sus gustos y ambicio­
nes se habían desarrollado en correspondencia con ello. Como consecuencia
de esos cambios, la correspondencia entre las actitudes de los individuos y
la clase de actividad que les es asignada se rompe en un gran sector de la
sociedad. Sólo la coacción de carácter más o menos violento y directo los
liga a sus funciones. En consecuencia, la solidaridad que resulta es defec­
tuosa y tirante.
Sin embargo, esta consecuencia no es una característica necesaria de la
división del trabajo. Aparece sólo en circunstancias específicas, esto es,
como efecto de una coacción externa. Es distinto lo que pasa cuando la
división del trabajo se establece en virtud de una espontaneidad puramente
interna y donde nada coarta la iniciativa individual. En esta situación, la
armonía entre las naturalezas individuales y las funciones sociales se
produce necesariamente, al menos en la mayor parte de los casos porque, si
no hay nada que oculte indebidamente o favorezca posibilidades de quienes
compiten por las ocupaciones, resulta inevitable que sólo aquellos que son
más capaces en cada tipo de actividad accedan a ella. El único factor que
entonces determina el modo en que se divide el trabajo es la diversidad de
capacidades. Se organiza, inevitablemente sobre la base de la aptitud yaque
éste es el único elemento determinante. Así, la congruencia entre la
constitución de cada individuo y su posición se realiza por su propio
acuerdo. Podría decirse que esto todavía no alcanza para que los hombres

178
estén contentos, ya que hay algunos hombres cuyas aspiraciones sobrepasan
sus facultades. Es cierto, pero se trata de casos excepcionales y, se podría
decir, enfermizos. Normalmente el hombre encuentra alegría concretando
su naturaleza: sus necesidades están vinculadas con sus medios. Así, en el
organismo, cada órgano exige sólo tanta comida como requiere. La “divi­
sión del trabajo forzada” es entonces el segundo tipo anormal que encontra­
mos. Pero el significado de la palabra “forzada” no debe ser mal entendido.
No cualquier forma de regulación es la misma como coacción, ya que, como
hemos visto, la división del trabajo no puede operar sin regulación. Aun
cuando las funciones se encuentren divididas de acuerdo con reglas
preestablecidas, esto no necesariamente es el resultado de unacoacción. Tal
es el caso aun del sistema de castas, en tanto se funda en la naturaleza de la
sociedad. Esta institución nunca es completa y enteramente arbitraria.
Cuando funciona en una sociedad de modo regular y sin oposición, expresa,
al menos de un modo general, la forma fija en que las capacidades de
ocupación se hallan distribuidas. Es por eso que, aunque las tareas en cierta
medida se hallan asignadas por la ley, cada órgano ejecuta su propia función
espontáneamente; la coacción sólo comienza cuando la regulación ya no
correspondiente al carácter real de la existencia y consecuentemente al no
hallarse ya basada en las costumbres, solamente se puede mantener por la
fuerza.
Por el contrario, podemos decir que la división del trabajo produce
solidaridad solamente si, y en tanto, es espontánea. Pero por “espontanei­
dad” debemos entender no solamente la ausencia de toda violencia expresa
y manifiesta sino también todo aquello que, aun indirectamente, pueda
trabar el desarrollo de la fuerza social que cada uno lleva en sí mismo. Esto
supone no sólo que los individuos no sean asignados por la fuerza a tareas
específicas, sino también que no haya ningún obstáculo, cualquiera que sea
su naturaleza, que les impida ocupar el lugar en el entramado social que es
compatiblecon sus facultades. En resumen: el trabajo se divide espontánea­
mente sólo si la sociedad se halla constituida de tal modo que las desigual­
dades sociales expresan exactamente las desigualdades naturales...
Por otra parte, es fáci 1entender lo que hace que este proceso de nivelación
sea necesario. Ya hemos visto que toda desigualdad externa compromete la
solidaridad orgánica. No hay nada de perturbador en esto en las sociedades
menos desarrolladas, donde la solidaridad se halla determinada especial­
mente por creencias y sentimientos comunes. Aunque se estrechen los lazos
que vienen de la división del trabajo, como ellos no son los que atan con
mayor fuerza al individuo a la sociedad, la cohesión social no se halla en
juego. La infelicidad que resulta de las aspiraciones frustradas no es
suficiente como para que los hombres se vuelvan contra el orden social que
las crea. Adhieren a este orden social no porque lo encuentren campo
necesario para el desarrollo de su actividad ocupacional sino porque a sus
ojos expresa la suma total de las creencias y prácticas por las que vive.

179
Adhieren a él porque toda su vida interna está vinculada con él; todas sus
convicciones presuponen la existencia de este orden porque, sirviendo como
base para el sistema moral y religioso, se les aparece como sagrado. Las
frustraciones personales y temporales son obviamente demasiado insigni­
ficantes para dar lugar a estados de conciencia que deriven una fuerza tan
excepcional a partir de este origen. Por otra parte, como la vida ocupacional
no se h alla altam ente desarrollada, estos choques ocurren sólo
infrecuentemente. Por todas estas razones sólo tienen un impacto limitado
y se los acepta sin dificultad. Los hombres encuentran estas desigualdades
no sólo tolerables sino, incluso, naturales.
Ocurre lo opuesto cuando la solidaridad orgánica se vuelve predominan­
te. Cualquier cosa que la socave ataca al lazo social en su forma más
esencial. En primer lugar, como en estas condiciones las actividades
especiales se siguen casi continuamente, no pueden oponerse sin producir
un amplio descontento. En segundo lugar, como la conscience collective es
más débil, las fricciones que se crean de este modo ya no pueden anularse
del todo. Los sentimientos comunes ya no tienen la misma capacidad para
mantener al individuo vinculado al grupo en cualquier circunstancia. Las
tendiencias subversivas, que ya no tienen el mismo contrapeso, se dan con
más frecuencia. Como la organización social pierde crecientemente el
carácter trascendente que la colocaba en una esfera que estaba más allá de
los intereses humanos, ya no tiene la misma fuerzade resistencia y, a la vez,
se vuelve más permeable a los ataques. Como una construcción puramente
humana, ya no puede oponerse tan directamente a las exigencias humanas.
En el mismo momento en que lacorriente se hace más violenta, el dique que
la contiene se rompe. Se vuelve así una amenaza mayor. Es por eso que, en
las sociedades organizadas, la división del trabajo debe ubicarse
crecientemente en armonía con este ideal de espontaneidad que acabamos
de definir. Si tales sociedades dirigen y deben dirigir sus energías a la
abolición de las desigualdades externas tanto como esto sea posible no es
sólo porque laem presa sea intrínsecamente meritoria sino porque su propia
existencia se halla vinculada con este problema. Porque estas sociedades
sólo pueden sobrevivir si hay solidaridad entre los elementos que las
componen. La solidaridad posiblemente sólo se da en esta situación.
Entonces podemos predecir que este trabajo de justicia será más completo
a medida que el tipo organizado se desarrolle. Por mucho que se haya
progresado en esta dirección, es muy probable que sólo dé una idea de lo que
deberá realizarse en el futuro.
DTS, pp. 367-370 y 373-374

180
El papel social y político de los grupos ocupadonales

La ausencia de instituciones corporativas crea entonces en la organización


de una sociedad como la nuestra un vacío cuya importancia no ha sido
suficientemente subrayada. Lo que falta es un sistema completo de agencias
para el funcionamiento de la vida social. Este defecto estructural es,
evidentemente, no un efecto localizado y limitado a unapartede la sociedad:
es unaenfermedad totius substantiae que afecta a la totalidad del organismo.
En consecuencia, cualquier intento por ponerle fin no puede dejar de
producir consecuencia de largo alcance. Lo que se halla en cuestión aquí es
la salud general del cuerpo social.
Esto no quiere decir, sin embargo, que la corporación sea una especie de
panacea para todo. La crisi s que estamos experimentando no debe rastrearse
enningunacausaespecífica. Para superarla no es suficiente establecer algún
tipo de regulación donde sea necesario: esta regulación debe ser justa. Ahora
bien, como vamos a señalar más adelante, “en tanto haya ricos y pobres de
nacimiento no puede haber contratos justos” ni una distribución equitativa
de los bienes sociales. Pero si bien la reforma corporativa debe verse
acompañada por otras reformas, es condición primaria para que estas otras
puedan ser efectivas. Imaginemos que el estado primordial del ideal de
justicia se alcanzara. Supongamos que los hombres entren a la vida en un
estado de perfecta igualdad económica, es decir que la riqueza haya dejado
totalmente de ser hereditaria. Los problemas con los que tenemos que
enfrentamos ahora no se encontrarían, por ello, resueltos. Sin duda, siempre
existirá un aparato económico y diversos agentes que cooperan en su
funcionamiento. Todavía será necesario determinar sus derechos y deberes
para cada forma de industria. En cada ocupación habrá que establecer un
cuerpo de reglas que fije la cantidad de trabajo esperado, tasas equitativas
de pago para diferentes trabajadores, sus obligaciones entre ellos y hacia la
comunidad, etcétera. Debemos enfrentar una tabula rasa. Que lariquezano
sea hereditaria como es hoy no quiere decir que desaparezca el estado de
anarquía, porque no es una cuestión de propiedad de la riqueza sino de
regulación de la actividad a la que da lugar esta riqueza. No se regulará
mágicamente tan pronto como sea necesario si las fuerzas que pueden
generar esta regulación no han surgido y se han organizado previamente...
Como un cuerpo de reglas es la forma específica que asumen las
relaciones espontáneamente establecidas entre las funciones sociales en el
curso del tiempo, podemos decir a priori que el estado de anomia es
imposible donde los órganos interdependientes tienen suficientes contactos
y son suficientemente extensos. Si se hallan cerca unos de los otros, pronto
se dan cuenta en cada situación de las necesidades que tienen entre sí y,
consecuentemente, adquieren un sentimiento activo y permanente de la
dependencia mutua. Por la misma razón, los intercambios tienen lugar entre

181
ellos fácil y frecuentemente. Siendo habituales se regularizan consecuente­
mente y con el tiempo se consolidan. Como la más pequeña reacción se
transmite de una parte a otra, las reglas que se crean de ese modo los expresan
directamente. Esdecir, dan cuerpo y fijan detalladamente las condiciones de
equilibrio. Pero si, por otra parte, no son claramente visibles unas a las otras,
solamente pueden comunicarse estímulos de alguna intensidad de un órgano
a otro. Si las relaciones son infrecuentes no se repiten lo suficiente como
para fijarse: deben establecerse nuevamente cada vez. Los canales cortados
por las corrientes de movimiento no pueden profundizarse porque las
propias corrientes son demasiado intermitentes. Si, al menos, unas pocas
reglas llegan a existir, son, sin embargo, demasiado abstractas y difusas
porque en estas condiciones solamente pueden fijarse los lincamientos más
generales de los fenómenos. Lo mismo puede pasar si la contigüidad,
aunque sea suficiente, es demasiado reciente o no ha existido por suficiente
tiempo.
En líneas generales, estacondición sedaen lanaturaleza de las cosas. Una
función puede dividirse en dos o más partes de un organismo sólo si estas
partes están muy cerca una de la otra. Por otra parte, una vez que el trabajo
está dividido, como estos elementos dependen uno del otro, naturalmente
tiende a disminuir la distancia que los separa. Es por esto que, a medida que
uno asciende en la escala evolutiva, ve que los órganos se acercan y, como
dice Spencer, se introducen en los espacios que quedan entre ellos. Pero, en
circunstancias inusuales puede darse una situación diferente.
Es lo que pasa en el caso que estamos analizando. En tanto el tipo
segmental se halla fuertemente marcado, hay casi tantos mercados econó­
micos como segmentos diferentes. Consecuentemente cada uno de ellos es
muy limitado. Si los productores se hallan cerca de los consumidores
pueden calcularfácilmente el rangode necesidades a satisfacer; el equilibrio
se establece sin ninguna dificultad y la producción se regula a sí misma. Por
otra parte cuando el tipo organizado se desarrolla, la fusión de diferentes
segmentos une a los mercados en un único mercado que cubre casi a toda la
sociedad. Este incluso se extiende más y tiende a volverse universal, porque
las fronteras que separan a los pueblos se caen junto con aquellas que separan
a los segmentos entre ellos. El resultado es que cada industria produce para
consumidores distribuidos sobre toda la superficie del país o, aun, sobre el
mundo entero. Aquí se rompe el contacto: el productor ya no puede tener al
mercado a la vista y ni siquiera conceptualizado; no puede tener idea de sus
límites ya que es, por así decirlo, sin límites. Consecuentemente la produc­
ción se vuelve desenfrenada e irregular; sólo puede operar al azar y en el
curso de estos tanteos resulta inevitable que pierda su propor-ción en una u
otra dirección. Esto provoca las crisis que periódicamente dislocan la vida
económica. La aparición de crisis locales restringidas o de quiebras en los
negocios es, según parece, un efecto de la misma causa.
A medida que el mercado se extiende aparece la industria de gran escala.

182
Esto tiene el efecto de cambiar las relaciones entre empleadores y trabaja­
dores. Una creciente fatiga del sistema nervioso, unida a la influencia
contagiosa de amplias concentraciones de población aumentan las necesi­
dades de los trabajadores. Las máquinas reemplazan a los hombres; la
manufactura reemplaza a la artesanía. El trabajador se ve regimentado,
separado de su familia todo el día. Siempre vive lejos de su empleador, etc.
Estas nuevas condiciones de la vida industrial naturalmente exigen una
nueva organización, pero como estos cambios se han cumplido con gran
rapidez, los intereses en conflicto todavía no tuvieron tiempo para equili­
brarse...
Una actividad ocupacional puede ser efectivamente regulada sólo por un
grupo lo suficientemente cercano como para conocer cómo opera, cuáles
son sus necesidades, y cómo puede ser que cambie. El único que cumple con
todas estas condiciones es el que debe estar formado por todos los agentes
de la misma industria unidos y organizados en un único cuerpo. Es lo que
llamamos “corporación” o “grupo ocupacional”.
Ahora bien, en el orden económico el grupo ocupacional no existe más
que la ética ocupacional. Desde que el siglo xvm suprimió las viejas
corporaciones, no sin razón, sólo se han realizado intentos fragmentarios e
inadecuados por restablecerlas sobre bases nuevas. Sin duda, los individuos
que trabajan en la misma tarea tienen contactos mutuos a causa de su similar
ocupación. Su propia competición los pone en relación. Pero estas relacio­
nes no son permanentes, dependen de encuentros casuales y muchas veces
tienen un aspecto totalmente personal. Un trabajador industrial particular se
encuentra en contacto con un colega: esto no resulta del cuerpo industrial de
esta o aquella especialidad unidas para la acción. En casos raros, los
miembros de la misma ocupación se reúnen como grupo para discutir algún
problema de interés general, pero estas reuniones son sólo temporarias, no
sobreviven a las circunstancias particulares que les dieron nacimiento y,
consecuentemente, la vida colectiva que estimulan en mayor o menor
medida desaparece con ellas. Los únicos grupos que tienen alguna perma­
nencia hoy son los gremios, compuestos ya de empleados, yade empleadores,
ya de trabajadores. Sin duda, aquí se halla el inicio de una organización
ocupacional, pero todavía bastante informe y rudimentaria porque, antes
que nada, un gremio es una organización privada, sin autoridad legal y,
consecuentemente, sin ningún poder regulatorio. Por otra parte el número
de gremios es teóricamente ilimitado, aun dentro de la misma categoría
industrial y como cada uno de ellos es independiente de los otros, si no se
federan o unifican no hay nada intrínseco en ellos que exprese la unidad de
la ocupación en su totalidad. Por último, no sólo existen los gremios de
empleadores y los gremios de empleados, distintos los unos de los otros, lo
que es legítimo y necesario, sino que no hay contacto regular entre ellos: no
existe una organización común que los una en la que puedan desarrollar
formas comunes de regulación y determinen las relaciones entre ellos con

183
autoridad y sin que ninguno de ellos pierda su propia autonomía. Conse­
cuentemente siempre es la ley del más fuerte la que regula los conflictos y
el estado de guerra es continuo. Salvo porestas acciones, gobernadas por los
códigos de moral común, empleadores y trabajadores se bailan, en sus
relaciones recíprocas, en la misma relación que dos estados autónomos pero
de poder desigual: pueden firmar contratos, como las naciones lo hacen por
medio de sus gobiernos, pero estos contratos expresan sólo el estado
respectivo de sus fuerzas militares. Su sanción es una condición de la
realidad; no pueden hacer que sean legalmente válidos.
Para establecer la moralidad ocupacional y la ley en las diferentes
ocupaciones económicas, la corporación, en lugar de ser un agregado di fu so
y desorganizado debe volverse — más bien: debe volverse otra vez— un
grupo definido, organizado, en una palabra, una institución pública...
Lo que prueba la experiencia del pasado es, ante todo, que el marco del
grupo ocupacional debe estar siempre vinculado con el marco de la vida
económica: la dislocación entre ambos es lo que llevó a la desaparición del
régimen corporativo. Cuando el mercado, originalmente radicado en la
ciudad, se volvió nacional, lacorporación debió extenderse en igual medida.
En lugar de mantenerse limitada sólo a artesanos de la ciudad, debió crecer
como para incluir a todos los miembros de la ocupación a lo largo del país
porque, vivieran donde vivieran, en la ciudad o en el campo, todos eran
interdependientes y participaban de una actividad común. Como en ciertos
aspectos esta actividad común es independiente de cualquier base territorial,
es preciso crear la agencia apropiada que exprese y estabilice su operación.
Por la amplitud de sus dimensiones, tal agencia necesariamente deberá
encontrarse en contacto con la agencia central de la vida colectiva, porque
los hechos que son lo suficientemente importantes como para interesar a
toda una categoría de empresas industriales en un país, necesariamente
tienen consecuencias muy generales que el estado no puede ignorar, lo que
lo lleva a intervenir. En consecuencia, no fue sin razón que el poder real trató
de i mpedir que la industria de gran escala operara fuerade su control cuando
apareció por primera vez. Era imposible que no se sintiera afectado por una
forma de actividad que, por su propia naturaleza, siempre podía ser capaz
de influir en la sociedad entera. Pero si bien esta acción regulatoria es
necesaria, no debe degenerar en la subordinación directa, como pasó en los
siglo xvn y xviii. Las dos agencias vinculadas deben permanecer separadas
y autónomas: cada una de ellas tiene su función, que sólo ella puede
desempeñar. Mientras que la función de formular principios generales de
legislación industrial pertenece a las asambleas gubernamentales, éstas no
están en condiciones de diversificarlos de acuerdo con los diferentes tipos
de industria. Es esta diversificación la tarea específica de la corporación.
Esta organizad ón unitaria, que representa a la totalidad del país, no excluye
la formación de agencias secundarias que integren a trabajadores de la
misma región o localidad, cuyo papel sería especificar más la regulación

184
ocupacional según las exigencias de las condiciones locales o regionales.
Así se podría regular y determinar la vida económica sin que se perdiera nada
de su diversidad.
Por esa misma razón, es preciso preservar al sistema corporativo de la
tendencia hacia el estancamiento que a menudo se le ha criticado en el
pasado, ya que se trata de un defecto que tiene sus raíces en el carácter
estrechamente comunal de la corporación. En tanto se hallaba limitada a la
ciudad, fue inevitable que se transformara en prisionera de la tradición,
como la ciudad misma. En un grupo tan restringido las condiciones de vida
son casi invariables, el hábito controla completamente a la gente y a las cosas
y no hay que temer nada nuevo. El tradicionalismo de las corporaciones era
así sólo un aspecto del tradicionalismo de la comunidad local y mostraba las
mismas propiedades. Una vez que se fijaba en las costumbres, sobrevivía a
los factores que lo habían producido y que originalmente lo justificaron. Es
por eso que, cuando la centralización moral y material del país y la industria
en gran escala que le siguió abrieron nuevas necesidades, despertaron
nuevas realidades, introdujeron en gustos y modas una posibilidad de
cambio hasta entonces desconocida, la corporación que estaba obstinada­
mente atada a sus costumbres establecidas fue incapaz de satisfacer estas
nuevas demandas. Pero las corporaciones nacionales, por su dimensión, y
complejidad, no estarían expuestas a este peligro. Se comprometería a
demasiados hombres diferentes como para que esto condujera a una
situación de uniformidad sin cambios. En un grupo formado por elementos
numerosos y variados, siempre se producen nuevas combinaciones. Enton­
ces no habría nada rígido en una organización de este tipo y, consecuente­
mente, podría adaptarse al cambiante equilibrio de las necesidades y las
ideas.
DTS, pp. XXXIV-XXXV, 360-362, VI-VIII y XXVII-XXX

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