Psicoanálisis y psicoterapia - Franz A.-17-29
Psicoanálisis y psicoterapia - Franz A.-17-29
Psicoanálisis y psicoterapia - Franz A.-17-29
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los méritos intrínsecos de una nueva formulación o desviación
técnica, sino en su lugar a interpretar la psicología del autor,
observando, por ejemplo, que el mismo no había sido plena
mente analizado, que deseaba ser original a toda costa, que
tenía un conflicto no resucito con la autoridad, o que era
amigo de llegar a componendas, siempre dispuesto a venderse
al enemigo.
Como es natural, tales argumentos estaban justificados no
pocas veces y resultaría muy fácil citar muchos ejemplos para
cada uno. Por otra parte, no importa cuales puedun ser los
motivos de un autor 1 afán de contradecir o la búsqueda
de la originalidad— la validez de sus declaraciones no puede
ser puesta en tela de juicio sobre la base de sus motivaciones.
El afán de contradecir puede haberle llevado a una crítica
valedera, y su deseo de buscar la originalidad puede haber
contribuido a que haya adquirido algún nuevo discernimiento
genuino.
Esa inclinación a buscar los motivos que pueda haber te
nido un autor, es un legítimo problema de psicología, pero
si no se le mantiene en el lugar que le corresponde puede
viciar muy fácilmente la crítica científica. Esto introduce en
la discusión científica algo aute lo cual los hombres de ciencia
se han puesto siempre ceñudos, y con entera justicia: el “ar-
gumentum ad personam*’. La desviación de lo que se con
sidera perfectamente establecido en la teoría o en la práctica,
pone siempre al desviacionista a la defensiva, pues no sola- .
mente tiene que demostrar la validez de su posición, sino
que tiene que defenderse contra las acusaciones, tácitas o abier
tas, de que expone sus puntos de vista, no porque posea prue
bas reales o por una convicción intelectual, sino debido a cier
tos motivos ulteriores, aunque inconscientes. Esto fomenta la
conformidad y castiga al pensamiento independiente, y, como
se comprenderá, puede convertirse en un impedimento muy
serio para el progreso de los conocimientos.
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Más recientemente, ha surgido una nueva complicación
emocional, como resultado de la cada día mayor aceptación
oficial del psicoanálisis en las universidades y la comunidad
módica en general. Antaño, en los albores del psicoanálisis,
convertirse en psicoanalista significaba aceptar un “status*'
minoritario y una existencia extraterritorial, en la frontera
de la medicina y completamente fuera de las instituciones
académicas. El psicoanalista se veía privado del halo que
siempre acompaña al 11 status*’ académico. Más que nada, aún
en el pasado, se le consideraba como un simple médico, pero
desde el instante en que se especializaba en psicoanálisis, su
lealtad primordial era la que debía a la Asociación Interna
cional de Psicoanálisis. Deseaba ser identificado en primer
lugar como psicoanalista y en segundo término como médico.
Gradualmente, .conforme el psicoanálisis fué encontrando
el debido reconocimiento como especialidad médica, se ha
intensificado notablemente entre los psicoanalistas la tenden
cia a eliminar el tradicional aislamiento del psicoanálisis y
convertirse en miembros plenamente aceptados de la frater
nidad médica. Ese problema tenía una significación muy
particular en los Estados Unidos, donde el psicoanálisis con
quistó una profunda influencia sobre la psiquiatría. Ahora se
trata solamente de una cuestión de tiempo que el psicoaná
lisis, que en realidad se ha convertido, con la neuroanatomía
y la neurofisiología, en una de las ciencias básicas de la psi
quiatría, sea totalmente absorbido en la capacitación y la
práctica de la medicina. Nadie puede oponerse con validez
a esa tendencia, siempre que el psicoanálisis no necesite sa
crificar sus principios esenciales de teoría y tratamiento, en
favor de una aceptación más fácil. Uno puede mutilar muy
fácilmente un concepto teórico, al reconocer ciertos elemen
tos de verdad pero negar sus implicaciones esenciales. Este
peligro es lo que impulsó a Freud a declarar que su teoría
únicamente podía ser aceptada o rechazada en su totalidad.
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La cada día creciente aceptación del psicoanálisis, por otra
parte, esta abriendo nuevas avenidas al progreso. Cada día
es mayor el número de psiquíatras y psicoanalistas que se
están dando cuenta de las enormes posibilidades que ofrece la
aplicación de los conocimientos psicoanalíticos básicos a la
psicoterapia en general. No obstante, debido a la tradicional
insistencia en dar autonomía al psicoanálisis como disciplina
aislada de todo el resto de la psiquiatría, los esfuerzos realiza
dos para extender las aplicaciones terapéuticas del psicoaná
lisis más allá del procedimiento original, así llamado “clá
sico”, sin diferenciarlas radicalmente, han sido acogidos con
reservas por un numero de psicoanalistas que consideran eso
como un nuevo intento de llegar a una componenda con la
medicina oficial y la psiquiatría académica. Para esos psico
analistas, los méritos de los nuevos esfuerzos tendientes a
ensanchar el campo terapéutico, constituyeron una conside
ración secundaria. Su primera preocupación fué proteger a
la práctica psicoanalítica y al tratamiento contra cualquier
disolución, preservarla en su forma pura, impoluta, y pro
teger la identidad del psicoanalista, distinguiéndolo de los
demás psiquíatras.
Puede advertirse fácilmente que esta consideración de
normas prácticas hace muy difícil valorar, de un modo sepa
rado, algunos progresos más nuevos. Desde el punto de vista
de una amplia perspectiva histórica, la contribución más
significativa del psicoanálisis ha sido colocar sobre una base
sólida las técnicas psicológicas para ayudar a los pacientes.
Antes del advenimiento del psiconálisis, la psicoterapia, ya
adoptase la forma de hipnosis, sugestión, persuasión, o con
suelo, era burdamente empírica por su carácter. No se poseían
conocimientos sistematizados respecto a la estructura y fun
cionamiento de la personalidad humana, y los procedimientos
psicoterapéuticos eran fortuitos, mágicos, o, cuando mejor,
intuitivos. El término 4‘psicoterapia” adquirió por consi-
Primeras diferencias con la psicoterapia
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guíente la connotación de algo primitivo y no científico. Esa
connotación ha sido prolongada hasta el presente y toda alian
za entre el psicoanálisis y la psicoterapia crea una inmediata
zozobra emocional en el psicoanalista bien capacitado. La pa
labra psicoterapia es un ejemplo por excelencia de una expre
sión “cargada”. El pesado término “psicoterapia psicoana-
líticamente orientada” sólo alcanza un éxito parcial en lo
que se refiere a contrarrestar el efecto de la parte “cargada”
del término: psicoterapia. Conceptos cargados
Existen otros conceptos y expresiones “cargados” en nues
tro campo, tales como “manipulación”. El psicoanálisis trata
de restablecer la salud mental, al proporcionarle al paciente
un discernimiento que le permite identificar la naturaleza de
sus dificultades, acompañado, y acentuando su significado,
por un tipo sumamente controlado de experiencia emocional.
Tarea del
psa
Esa experiencia le permite extender la facultad integrativa de
su ego sobre los impulsos que él mismo excluyó de su con
ciencia, porque no le era posible armonizarlos con el resto de
su personalidad. Se trata de una extensión del discernimien
to y un control sobre el propio ego, obtenidos mediante una
re-experiencia en la transferencia de una serie de situaciones
antagónicas del pasado. En este procedimiento altamente me
tódico, es papel del terapeuta servir como blanco de las reac
ciones emocionales formadas con antelación por el paciente y
ayudar a éste a comprender esas reacciones a la luz de sus
pasadas experiencias.
Para conseguir que ese proceso resulte efectivo, el tera
peuta restringe su función a la interpretación y evita guiar
activamente al paciente en su vida diaria.
La psicoterapia prennalítica constituía un neto contraste
con ese tipo de procedimiento. La inclinación primordial del
terapeuta era funcionar a modo de asesor o consejero y ayu
dar al paciente en sus problemas prácticos. El terapeuta “ma
nipulaba” el ambiente del paciente y proporcionaba a éste
Otra diferencia
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guía y ayuda positivas. Esa función la llevaba a efecto prin
cipalmente sobre la base del sentido común. Sin embargo, ese
“sentido común” no sabía nada de las motivaciones incons
cientes, la complejidad de las tendencias, los deseos y los va
lores contradictorios que existían en el paciente. No sabía
nada, de manera sistemática, respecto a la naturaleza de las
funciones de la personalidad. La única excepción a ésto la ad
vertimos en el genio de grandes autores cuya perceptibilidad
sobrepasa enormemente la comprensión —por medio del sen
tido común— del promedio de las personas. En consecuencia,
la efectividad del psicoterapeuta era sumamente limitada,
puesto que no le era posible alcanzar las motivaciones de
acertar o errar. La probabilidad de que sus manipulaciones
fuesen efectivas dependía principalmente de una vaga intui
ción que —aunque se halla universalmente presente en todas
las personas— tiene grandes limitaciones, debidas a la propia
resistencia emocional del terapeuta, sus momentos de vacío y
su complicación emocional del tratamiento.
La expresión “manipulación”, que se refiere en general
a toda intervención activa y práctica en las situaciones de la
vida del paciente, cayó en desgracia después del advenimiento
del psicoanálisis. Y sin embargo, una cierta cantidad de ma
nipulación es inherente a todo tratamiento psicoanalítico,
como lo ha señalado recientemente Bibring en su ensayo “Psi
coanálisis y las Psicoterapias Dinámicas”, publicado en la
Revista de la Asociación Norteamericana Psicoanalítica, II,
el 4 de Octubre de 1954. Aconsejar al paciente que no adopte
decisión importante alguna durante el tratamiento es ya, de
por sí, un importante consejo, pues impone al paciente una
especie de moratoria para toda la duración del tratamiento.
Además, en muchos tratamientos, el analista, ya sea al co
mienzo o en el trauscurso de los mismos, tiene que insistir con
frecuencia en ciertas condiciones externas bajo las cuales el
tratamiento puede llevarse a efecto con éxito. A lo mejor,
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cree conveniente aconsejar al paciente que se aleje de su ho
gar durante todo el tratamiento, o puede aconsejar la conti
nuación o cese de ciertas actividades referentes a su ocupa
ción. Es cierto, sin embargo, que formula esas recomendacio
nes sobre una base racional y no simplemente siguiendo sus
“pálpitos” o impresiones.
La regla de abstinencia de Freud, aunque ya no es apli
cada rutinariamente, constituye un nuevo ejemplo de consejo
activo referente al comportamiento del paciente durante la
curación. Su recomendación de que debe alentarse a los pa
cientes fóbicos, en una cierta etapa del tratamiento, a que
se expongan a situaciones que han evitado debido a sus temo
res neuróticos, es asimismo otro ejemplo de “manipulación”
abierta. Se trata, evidentemente, de una norma sumamente in
deseable esquivar o desacreditar como “no analíticas > > las
innovaciones técnicas basadas en el discernimiento analítico,
sólo porque el fundador del psicoanálisis no está ya con nos
otros y, por lo tanto, no puede otorgar su aprobación a tales
técnicas recientemente propuestas.
Todo esto explica por qué se ha prestado tan escasa aten
ción, en la teoría del tratamiento, a cualquier tipo de inter
vención actica. La técnica activa de Ferenczi jamás logró
alcanzar una extensa popularidad. La intervención activa re
cibía el nombre de “manipulación”, término que retenía la
altamente negativa y deprecativa connotación reminiscente
de la etapa precientífica de la psicoterapia.
Mientras tanto, nuestros conocimientos han avanzado y
ahora parece que estamos capacitados para introducir ciertos
dispositivos activos y bien planeados, que no solamente no
obstaculizan el proceso psicoanalítico sino que hasta pueden
acrecentar su efectividad. No obstante, cualquiera que intente
tratar estos aspectos de la terapéutica puede aparecer muy
fácilmente como despojándose - de los principios psicoanalíti-
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eos puros, y volver atrás a una burda manipulación, que era
practicada en la psicoterapia de antaño.
El resultado más indeseable del término cargado “manipu
lación” es que existe una inclinación a pasar por alto esos
dispositivos manipulatorios latentes que se encuentran en
todo análisis “clásico”. En lugar de reconocer el papel que
desempeñan en el tratamiento y, o bien eliminarlos por com
pleto, o utilizarlos con conocimiento de causa, existe una pre
disposición a no tenerlos en cuenta para nada. De esta ma
nera, la brecha que se abre entre la práctica real del psico
análisis y su teoría, se está ensanchando cada día más.
Aparte de estos términos y conceptos emocionalmente car
gados, el desenvolvimiento del pensamiento y la práctica del
psicoanálisis se encuentran frente a otra dificutad: la valo
Valoración de ración de los resultados terapéuticos. La sensación de inutili
resultados dad que uno experimenta con frecuencia cuando escucha o lee
argumentos referentes al tratamiento y sus procedimientos,
tiene su origen en el hecho de que esos argumentos tienen que
seguir siendo, por necesidad, principalmente deductivos. Su
exactitud no puede ser puesta a prueba frente a observacio
nes, como es requerido en todos los demás campos del saber.
Hasta la teoría de probabilidades, que se basa en un razona
miento rigurosamente lógico, tiene igualmente que hacer frente
a la prueba del experimento real. Este principio metodoló
gico, del cual no puede prescindir ciencia alguna, es suma
mente difícil de aplicar en el campo del tratamiento psieo-
analítico.
En todos los campos de la medicina, la efectividad de una
medida terapéutica es valorada por medio del análisis esta
dístico de los resultados obtenidos. Tal valoración, en el campo
de la psicoterapia —empleando el término en su más amplio
sentido y refiriéndose a todos los métodos psicológicos de tra
tamiento, incluso el psicoanálisis— tropieza con dificultades
comunes. Todo aquel que haya intentado realizar valoraciones
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estadísticas de resultados de tratamientos psicoanalíticos, co
noce perfectamente la euormidad de este problema. El Insti
tuto Psicoanalítico de Berlín publicó en el año 1929 un estu
dio estadístico de los resultados terapéuticos registrados en su
clínica. El Instituto Psicoanalítico de Chicago dió a publi
cidad, en 1938, un informe quinquenal de resultados. Tuve el
honor de cooperar en ambos trabajos y, por lo tanto, conozco
muy bien las grandes dificultades por experiencia propia.
Las psiconeurosis se manifiestan con frecuencia por medio
de síntomas respecto a los cuales solamente el paciente tiene
conocimiento. Por ejemplo: numerosos pacientes que sufren de
neurosis compulsiva, pueden muy bien pasar toda su vida sin
que ni siquiera las personas más íntimamente ligadas a ellos
sepan absolutamente nada respecto a sus síntomas. En efecto,
es una experiencia muy común que tales pacientes confiesen
a su psicoanalista^ sólo después de varios meses de tratamiento,
los detalles de sus obsesiones y rituales. El comportamiento ex
terno y observable, así como las manifestaciones de dificul
tades psiconcuróticas, permanecen a menudo completamente
inadvertidos. La enfermedad consiste de una especie de su
frimiento subjetivo, que sólo tiene ligeras e indirectas mani
festaciones de comportamiento. En tales casos el paciente es
el juez de última instancia en lo que se refiere a si ha sido
ayudado o no por el tratamiento. El mejor ejemplo es un
dolor “histérico”, superpuesto a una lesión orgánica y que
persiste aún después que la condición orgánica ha sido reme
diada. Algunas de las exasperaciones y resentimientos latentes
de los médicos contra el paciente histérico, que en el pasado
impidieron enormemente el desarrollo de la psiquiatría, se de
bieron exactamente a eso. El médico que no encontraba obje
tivo alguno, una causa que demostrase el dolor histérico u
otros síntomas del histerismo cuando el- paciente insistía en
quejarse de su sufrimiento, reaccionaba con resentimiento y
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acusaba una predisposición a considerarlo como una impos
tura.
En este sentido, ni siquiera el psicoanalista se encuentra en
una situación mucho mejor. Es posible que sepa mucho res
pecto al origen de semejantes síntomas, su significación y el
uso emocional que el paciente hace de ellos. Es posible tam
bién que experimente la sensación de que durante un cierto
período de tratamiento los síntomas deberían haber desapa
recido, de acuerdo a lo que dicen los libros de texto. No obs
tante, él, igual que el médico menos informado, dependen de
las propias declaraciones del paciente. Esto, claro está, no es
cierto en aquellos casos en que el síntoma se manifiesta por
medio de un comportamiento franco, como ocurre en la neu
rosis de carácter. %
Además, otros criterios de mejoramiento y curación son
menos definidos que en otros campos de la medicina. No es
poco común que un paciente se sienta más cómodo después del
tratamiento, pero su medio ambiente puede considerarlo un
problema más grave que antes. Estimar la desaparición de las
quejas subjetivas es, de por sí, un problema sumamente espi
noso. Estimar la conveniencia de los resultados por medio de
la estructura de adaptación al medio ambiente externo, es
algo que depende del sistema de valores del valorador. Un
ejemplo crudo de esto ha sido el estudio de Hyman “et al”,
que al valorar treinta y tres casos de pacientes tratados por •
psicoanalistas, apuntaron como fracasos todos aquellos trata- •
mientos que dieron como resultado el divorcio (“el valor del
Psicoanálisis como Procedimiento Terapéutico”, por Harold
T. Hyman y Leo Kessel).
Resulta evidente que todo tratamiento psicoanalítico o
psicoterapéutico persigue el propósito de producir un cambio
en el funcionamiento de la personalidad. Tales cambios son
extremadamente diversos y en su mayor parte inaccesibles a
una apreciación precisa. Sin embargo, algunos de esos cam-
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bios pueden ser descriptos con entera precisión. Por ejemplo:
un niño que sufre una inhibición de aprender, puede revelar,
después del tratamiento psicoanalítico, una marcada mejoría
en su historial de escolar. Hasta puede avanzar del último
al primer puesto de su clase en, por ejemplo, aritmética. Al
mismo tiempo, puede ocurrir que el niño muestre otros cam
bios que no pueden ser valorados con la misma facilidad. Al
perder sus inhibiciones de aprender, sus inhibiciones intelec
tuales, puede volverse más agresivo y menos obediente o su-fc
miso. Y eso puede ser considerado por el terapéutico como
un mejoramiento definido, en contradicción con la valoración
de los padres y el maestro o maestra del niño.
La salud mental, en último análisis, puede ser considera
da como una medida de adaptación. Es de la mayor impor
tancia darse cuenta de que ésta no es sólo una adaptación a
un medio ambiente externo dado, sino también al medio am
biente interno: la personalidad básica del paciente. Es una
combinación de dos clases de adaptaciones: a las limitaciones
y posibilidades de la propia personalidad del paciente y a
las limitaciones establecidas por un medio ambiente dado.
Y ya que hablamos sobre un medio ambiente dado, inclu
yo asimismo los posibles ambientes que el paciente puede ele
gir para acrecentar su satisfacción y eficiencia como ser hu
mano. La ingenua idea de que la personalidad bien psicoana-
lizada tiene posibilidades ilimitadas, no es más que una nueva
edición de los antiguos conceptos de magia. El tratamiento
psicoanalítico puede acrecentar en sumo grado la adaptabili
dad y flexibilidad de una persona y, al eliminar inhibiciones,
puede allanar el camino para una utilización mucho más ple
na de talento y las capacidades del paciente. Sin embargo,
tiene sus limitaciones naturales.
La naturaleza polifacética de las funciones de la perso
nalidad y el complejo significado de la adaptación, incluso
la adaptación a los medio ambientes interno y externo, hace
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que sea extremadamente difícil valorar los resultados de un
tratamiento en general, aunque puede ser perfectamente po*
sible definir cambios parciales en zonas restringidas.
La complejidad del problema puede explicar por qué el
esfuerzo realizado por la Asociación Norteamericana de Psi
coanálisis para inducir a sus miembros a participar de un
proyecto tendiente a valorar los resultados terapéuticos, no
ha materializado todavía de manera satisfactoria. Muchos
psicoanalistas llegaron a la conclusión de que todavía no ha
llegado el momento oportuno para un experimento de valo
ración en gran escala y que debemos conformarnos con esta
blecer la efectividad del proceso psicoanalítico mediante la
restricción de nuestro estudio a un objetivo más limitado. Uno
debe tratar de considerar ciertos cambios en las funciones de
la personalidad del paciente que son observables durante
una etapa elegida del tratamiento, y tratar de explicar, con
la exactitud que a cada uno le sea posible, cómo fué que se
han producido esos cambios, bajo la influencia del trata
miento.
A pesar de estas dificultades, los que practican la psico
terapia, y muy en particular los psicoanalistas, que tienen un
prolongado y continuo contacto con sus pacientes, han llega
do a nna justificada convicción respecto a la efectividad de
sus esfuerzos terapéuticos. Considerar esta convicción como
meramente subjetiva no es valedero. El psicoanalista observa,
en su contacto diario con su paciente, un proceso continuo, y
está en condiciones, no solamente de observar el proceso en
detalle, sino también de justificar en grado considerable el
curso que el mismo toma. Observa cómo, bajo su dirección,
así como con su actitud, ejerce influencia sobre el proceso
terapéutico, y le es posible explicar razonablemente de qué
manera se producen los cambios.
Es cierto que no existen casi informes detallados de esta
clase en los momentos actuales. Una gran mayoría de las ob-
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servacioncs realizadas por el terapeuta en el proceso tera
péutico, lo son en la practica privada. Las exigencias de la
práctica privada no son favorables para un registro exacto
de las observaciones. Hasta ahora se han publicado muy po
cas valoraciones e informes cotidianos de sesiones psicoana-
líticas sobre un período más o menos prolongado. Una rigu
rosa valoración de lo que le ocurre exactamente al paciente
así como en la mente del analista, exigiría un acopio de an
tecedentes que pudieran ser estudiados de nuevo cuantas ve
ces fuera necesario por el mismo analista y por otros. Los
doctores Gilí, Hilgard y Shakow, con la cooperación de una
comisión asesora, han elaborado un proyecto de esa clase, que
fué aceptado por la Fundación Ford para el estudio de su
apoyo. La realización de ese plan puede convertirse en un
mojón, en el desenvolvimiento del psicoanálisis. El valor de
semejante informe detallado de muestras representativas de
tratamientos psicoanalíticos, tiene, probablemente un signifi
cado muchísimo mayor que las estadísticas en gran escala, en
.muchos casos. La efectividad de cualquier forma de psicote
rapia puede ser valorada únicamente por medio de un archivo
que muestre, no sólo el estado inicial del paciente y su estado
una vez terminado el tratamiento, sino que relate, paso a paso,
los procesos psicológicos que han ocurrido en el paciente, como
reacción a las intervenciones del terapeuta. A falta de tales
archivos, podemos apoyar nuestra creencia en la efectividad
del tratamiento solamente por medio de ejemplos seleccionados
y reflexiones de carácter general. El presente volumen no pre
tende hacer otra cosa que ofrecer ese tipo de material. Resul
taría deplorable, a la luz de las dificultades de una valoración
exacta, levantar los brazos y declarar una moratoria basta
que nos sea posible documentar nuestras conclusiones de una
manera más completa y segura.
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