Cuentos para entrar en clima
Cuentos para entrar en clima
Cuentos para entrar en clima
Leer siempre nos ayuda a encontrar nuestra voz. Acá van tres ejemplos.
Gachas dulces
Hermanos Grimm
Érase una vez una muchacha, tan pobre como piadosa, que vivía con su madre, y
he aquí que llegaron a tal extremo en su miseria, que no tenían nada para comer.
Un día en que la niña fue al bosque, se encontró con una vieja que, conociendo su
apuro, le regaló un pucherito, al cual no tenía más que decir: "¡Pucherito, cuece!,"
para que se pusiera a cocer unas gachas dulces y sabrosísimas; y cuando se le
decía: "¡Pucherito, párate!," dejaba de cocer.
La muchachita llevó el puchero a su madre, y así quedaron remediadas su pobreza
y su hambre, pues tenían siempre gachas para hartarse. Un día en que la hija
había salido, dijo la madre: "¡Pucherito, cuece!," y él se puso a cocer, y la mujer se
hartó. Luego quiso hacer que cesara de cocer, pero he aquí que se le olvidó la
fórmula mágica. Y así, cuece que cuece, hasta que las gachas llegaron al borde y
cayeron fuera; y siguieron cuece que cuece, llenando toda la cocina y la casa, y
luego la casa de al lado y la calle, como si quisieran saciar el hambre del mundo
entero.
El apuro era angustioso, pero nadie sabía encontrar remedio. Al fin, cuando ya no
quedaba más que una casa sin inundar, volvió la hija y dijo: "¡Pucherito, párate!," y
el puchero paró de cocer. Mas todo aquel que quiso entrar en la ciudad, hubo de
abrirse camino a fuerza de tragar gachas.
El Nabo
Cuento tradicional ruso
Hermanos Grimm
Un zapatero se había empobrecido de tal modo, y no por culpa suya, que, al fin, no
le quedaba ya más cuero que para un solo par de zapatos. Cortólos una noche,
con propósito de coserlos y terminarlos al día siguiente; y como tenía tranquila la
conciencia, acostóse plácidamente y, después de encomendarse a Dios, quedó
dormido. A la mañana, rezadas ya sus oraciones y cuando iba a ponerse a trabajar,
he aquí que encontró sobre la mesa los dos zapatos ya terminados. Pasmóse el
hombre, sin saber qué decir ni qué pensar. Cogió los zapatos y los examinó bien
de todos lados. Estaban confeccionados con tal pulcritud que ni una puntada podía
reprocharse; una verdadera obra maestra.
A poco entró un comprador, y tanto le gustó el par, que pagó por él más de lo
acostumbrado, con lo que el zapatero pudo comprarse cuero para dos pares. Los
cortó al anochecer, dispuesto a trabajar en ellos al día siguiente, pero no le fue
preciso, pues, al levantarse, allí estaban terminados, y no faltaron tampoco
parroquianos que le dieron por ellos el dinero suficiente con que comprar cuero
para cuatro pares. A la mañana siguiente otra vez estaban listos los cuatro pares, y
ya, en adelante, lo que dejaba cortado al irse a dormir, lo encontraba cosido al
levantarse, con lo que pronto el hombre tuvo su buena renta y, finalmente, pudo
considerarse casi rico.
Pero una noche, poco antes de Navidad, el zapatero, que ya había cortado los
pares para el día siguiente, antes de ir a dormir dijo a su mujer:
—¿Qué te parece si esta noche nos quedásemos para averiguar quién es que nos
ayuda de este modo?
A la mujer parecióle bien la idea; dejó una vela encendida, y luego los dos se
ocultaron, al acecho, en un rincón, detrás de unas ropas colgadas.
Al sonar las doce se presentaron dos minúsculos y graciosos hombrecillos
desnudos que, sentándose a la mesa del zapatero y cogiendo todo el trabajo
preparado, se pusieron, con sus diminutos dedos, a punzar, coser y clavar con tal
ligereza y soltura, que el zapatero no podía dar crédito a sus ojos. Los enanillos no
cesaron hasta que todo estuvo listo; luego desaparecieron de un salto.
Por la mañana dijo la mujer:
—Esos hombrecitos nos han hecho ricos, y deberíamos mostrarles nuestro
agradecimiento. Deben morirse de frío, yendo así desnudos por el mundo. ¿Sabes
qué? Les coseré a cada uno una camisita, una chaqueta, un jubón y unos
calzones, y, además, les haré un par de medias, y tú les haces un par de zapatitos
a cada uno.
A lo que respondió el hombre:
—Me parece muy bien.
Y al anochecer, ya terminadas todas las prendas, las pusieron sobre la mesa, en
vez de las piezas de cuero cortadas, y se ocultaron para ver cómo los enanitos
recibirían el obsequio. A medianoche llegaron ellos saltando y se dispusieron a
emprender su labor habitual; pero en vez del cuero cortado encontraron las
primorosas prendas de vestir. Primero se asombraron, pero enseguida se pusieron
muy contentos. Vistiéronse con presteza, y, alisándose los vestidos, pusiéronse a
cantar:
Y venga saltar y bailar, brincando por sobre mesas y bancos, hasta que, al fin,
siempre danzando, pasaron la puerta. Desde entonces no volvieron jamás, pero el
zapatero lo pasó muy bien todo el resto de su vida, y le salió a pedir de boca
cuanto emprendió.