APUNTES IMÁGENES BÍBLICAS ECLESIOLOGÍA

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ESCUELA PARA LAICOS

IMAGENES BIBLICAS DE LA IGLESIA

La Escritura, para expresar el misterio de la Iglesia, no usa formulaciones abstractas sino


imágenes y comparaciones, tomadas de la vida pastoril, de la agricultura, de la
construcción, de la convivencia familiar. Y la Escritura con todas esas imágenes es la fuente
en la que Dios Nuestro Señor nos manifiesta el misterio de la Iglesia. Debemos, por tanto,
acudir a esas imágenes y a través de ellas intentar vislumbrar qué es la Iglesia.

De todas ellas vamos a elegir dos, nuevo pueblo de Dios, y cuerpo de Cristo, por ser las
más desarrolladas en el Concilio Vaticano II y por ser especialmente significativas para los
hombres modernos .

LA IGLESIA, NUEVO PUEBLO DE DIOS

Dios, que en el antiguo testamento eligió al pueblo de Israel para revelar y actuar su plan de
salvación universal, lleva a plenitud su designio salvífico llamando a todos los hombres a
formar parte de su nuevo pueblo que es la Iglesia.

Estado de la cuestión

Sorprende que, siendo tan frecuente en la Biblia el uso del término ‘pueblo’, hayan
transcurrido largos siglos en que la reflexión teológica casi no lo ha tenido en consideración .
La historia demuestra que el concepto de pueblo de Dios ha vuelto a la luz tras largo siglos
de ausencia en la reflexión eclesiológica. Los santos padres utilizaban el término con mucha
frecuencia hasta el siglo IV, pero a partir de ese siglo va cediendo terreno a otras imágenes.
En la edad media prácticamente desaparece, pues la teología se vuelve demasiado
especulativa y ahistórica, y se preocupa preferentemente por temas más bien jurídicos (el
poder de la Iglesia frente al poder real). La ausencia del término en la teología católica se
acentúa a partir del siglo XVI, por reacción contra los reformadores que propugnan una
Iglesia concebida como pueblo espiritual y rechazan, en cierto sentido, su carácter de
sociedad visible y jerárquica. El romanticismo del siglo XIX, de acuerdo con el espíritu de la
época, vuelve su atención a la vida íntima de la Iglesia y descubre en las fuentes del
pensamiento de la Iglesia la imagen de cuerpo místico. Tal es el caso de la escuela de
Tubinga y de los teólogos romanos. Pero la imagen de pueblo de Dios aún no es considerada.

Para que salga a la luz el tema de la Iglesia pueblo de Dios, hay que esperar hasta 1940
en que M.D. Koster publica una obra polémica, en que defiende el término de pueblo y
denigra como precientífico el de cuerpo místico . Su evidente exageración tiene que ser
silenciada por la Mystici Corporis, sin embargo debemos concederle el mérito de haber
llamado la atención sobre la imagen del pueblo de Dios.
El mismo concilio Vaticano II la acoge y le devuelve su valor. Ya desde el principio,
entre la primera y segunda sesión, introduce en el esquema sobre la Iglesia un capítulo
titulado ‘De populo Dei in genere’. Más tarde los padres conciliares colocan este capítulo
entre el primero que trata sobre el misterio de la Iglesia y el tercero que habla de la jerarquía.
Con esa colocación realizan un auténtico giro eclesiológico, pues primero afirman como
verdad básica que todos formamos el único pueblo de Dios, y posteriormente pasan a
considerar las diversas funciones y ministerios que en él se llevan a cabo.

La Sagrada Escritura

1. Antiguo Testamento:

a) En la terminología hebrea el vocablo ‘am’ se contrapone al de ‘goi’ (en los LXX:


‘laós’ y ‘éthnos’). El primero designa sólo a Israel, pueblo elegido por Dios, y el segundo a los
demás pueblos de la tierra, es decir, los paganos.

b) El pueblo de Israel es presentado con algunas características que lo diferencian y


separan de los demás. Origen: no nace como los demás pueblos por la voluntad humana
asociativa, sino por una elección divina (Dt 7,7-8: "No por ser más numerosos que los demás
pueblos se aficionó Dios a vosotros y os eli¬gió..."). Pertenencia exclusiva: por la alianza Yahvé
se compromete a ser el Dios de Israel y a morar en medio de él, e Israel se compromete a
pertenecer exclusivamente a Yahvé y a ser fiel a la ley (Os 2,24; Lev 26,11-12). Santidad: como
consecuencia de la elección divina y de la pertenencia exclusiva a Yahvé, Israel es un pueblo
santo, cuya conducta moral debe reflejar su santidad. Proyección universal: de acuerdo con
la promesa hecha a Abraham y superado poco a poco el nacionalismo, los profetas van
manifestando que Israel es elegido para que por su medio Yahvé sea conocido en todas
partes (Is 43,10; Is 53,3-5).

2. Nuevo Testamento:

Las primitivas comunidades cristianas tienen honda conciencia de ser el nuevo pueblo
de Israel, elegido por Dios y rescatado por la sangre de Cristo. El tema aparece en casi todas
las tradiciones.

a) En san Pablo:

Gál 6,15-16:
“Porque nada cuenta ni la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la creación nueva. Y
para todos los que se someten a esta regla, paz y misericordia, lo mismo que para el Israel de
Dios”.

En el tono vigoroso propio de esta carta, concluye la polémica contra los judaizantes
afirmando que los gentiles no necesitan la circuncisión para salvarse. Les basta la cruz de
Cristo (v.14). Fijémonos cómo el pueblo cristiano es llamado claramente
Israel de Dios, sin duda en contraposición con el Israel según la carne mencionado en 1 Cor
10,18. Este binomio, al mismo tiempo que indica continuidad entre los dos pueblos, deja bien
clara la diferencia y la superioridad del nuevo pueblo.
Rom 9,25-26:
“Como dice también en Oseas: “Llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo; y amada
mía a la que no es mi amada”. Y en el lugar mismo en que se les dijo: “No sois mi pueblo”,
serán llamados: Hijos de Dios vivo”.

Pablo, hablando de cómo Dios ante la infidelidad de Israel ha convocado un nuevo


pueblo compuesto de judíos y gentiles (v.24), no duda en afirmar que en este nuevo pueblo
se cumple la profecía de Os 2,25.

Ef 2,19-20:
“Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de
Dios...”

Los gentiles por su fe en Cristo ya no pertenecen a ‘los de afuera’, ya no son ‘goyim’ o


extranjeros, sino ciudadanos del pueblo de los santos. Forman parte de ese pueblo cuyos
miembros están tan ligados con Dios que son llamados sus “familiares”. Indirectamente afirma
S. Pablo que los gentiles pertenecen al nuevo pueblo de Israel.

Tit 2,11-14:
“El cual (Jesucristo) se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y de
purificar para si un pueblo que fuese suyo, fervoroso en buenas obras”.

Cristo, dice Pablo, con su sangre nos rescata y purifica. Este hecho está haciendo
referencia, sin duda, a otro en el Antiguo Testamento. Establece un paralelismo. El pueblo de
Israel fue rescatado de la esclavitud por medio de Moisés y más tarde purificado con la
sangre del sacrificio de alianza. Ahora, en el Nuevo Testamento, es Jesús quien con su
sacrificio, con su sangre rescata y purifica a los cristianos (Pablo está hablando con Tito), a fin
de que sean el pueblo de su propiedad, celoso de las buenas obras.

La Tradición

1. En los Padres:

Los padres post apostólicos conocen perfectamente la idea de pueblo de Dios, pero
no profundizan teológicamente en ella. En cambio, los padres posteriores ahondan en tal
figura de la Iglesia, y buscan su sentido a la luz de cuanto el Antiguo Testamento dice del
pueblo de Israel. Pero no pasa mucho tiempo sin que vayan restringiendo el concepto amplio
y esplendoroso de pueblo de Dios. Este término que primero les servía para designar a toda
la Iglesia, posteriormente lo usaron para significar a los fieles que no son pastores. La evolución
es clara en los siguientes padres.

Tertuliano , argumentando contra los gnósticos, defiende la continuidad entre en


antiguo y el nuevo pueblo de Dios, pero establece entre ellos una gran diferencia: el nuevo
se basa en la eucaristía, el antiguo en la raza. San Cipriano, recoge y profundiza en la visión
eucarística del nuevo pueblo de Dios, y distingue dos posibles significados; uno más general
para referirse al pueblo espiritual formado por todos los creyentes reunidos en la eucaristía, y
otro más restringido que aplica únicamente al conjunto de los fieles que participan en la
eucaristía y que no son clérigos. San Agustín conoce y usa ambos sentidos del término, pero
emplea más frecuentemente el restringido. Y se puede decir que, a partir de él, este sentido
estrecho y pobre va imponiéndose, aunque el sentido general nunca desaparece de la
liturgia .

2. En el Concilio Vaticano II:

El concilio no sólo recoge el tema en el capítulo segundo de la Lumen gentium, titulado


‘De populo Dei', sino que lo desarrolla y lo convierte en pivote de toda la constitución.

La historia de este capítulo es significativa. En el primitivo esquema no aparecía el tema.


Al notar la ausencia, los padres lo pidieron y la comisión coordinadora añadió un capítulo
tercero titulado: ‘De populo Dei et speciatim de laicis’. Posteriormente este capítulo se
desdobló en el capítulo ‘De populo Dei’, y en el ‘De laicis’. Pero lo más significativo fue el
nuevo orden que los padres conciliares dieron a los capítulos, ya que colocaron el del pueblo
de Dios antes que el dedicado a la jerarquía y al episcopado. De esa forma, el concilio
recalcó que lo fundamental es que todos formamos el único pueblo de Dios, y que dentro
de ese pueblo se ejercen las diversas funciones específicas: jerarquía, laicado, vida religiosa.
El contenido del capítulo segundo puede resumirse en estas ideas:

a) Naturaleza. La Iglesia de Cristo, prefigurada y preparada por Dios en el antiguo


pueblo de Israel, es el nuevo y definitivo pueblo de Dios. Sus características fundamentales
son las siguientes: 1. Convoca a judíos y gentiles. 2. De ella se forma parte no por la carne sino
por el agua y el Espíritu. 3. Tiene por cabeza a Cristo muerto y resucitado. 4. Es común a todos
sus miembros la dignidad y libertad de los hijos de Dios. 5. Su ley es el mandato de la caridad.
6. Tiene como fin extender a todos los hombres el Reino de Dios y hacerlo crecer hasta la
consuma-ción final. 7. La Iglesia es un pueblo que peregrina en la historia hacia la plenitud
escatoló¬gica (LG 9).

b) Función sacerdotal. Cristo hizo de la Iglesia un pueblo sacerdotal. En ella todos los
miembros participan del sacerdocio común por el bautismo, pero Cristo eligió y consagró a
algunos de sus miembros para ejercer el sacerdocio ordenado o jerárquico. Ambos son
formas del único sacerdocio de Cristo, pero difieren entre si no sólo en grado sino en esencia
(LG 10). El carácter sagrado y orgánicamente estructurado del pueblo sacerdotal se
actualiza por los sacramentos y las virtudes (LG 11).

c) Función profética. El nuevo pueblo de Dios, que es la Iglesia, participa también en la


función profética de Cristo, testimoniando su fe y caridad. En el cumplimiento de esta función,
la Iglesia es guiada por el Espíritu de la Verdad, que suscita y mantiene en ella el "sentido
sobrenatural de la fe" , asiste al Magisterio auténtico de los pastores, y distribuye los dones
carismáticos en la Iglesia. (LG 12).

d) Catolicidad. Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo pueblo de
Dios. Por lo cual, este pueblo, sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a todo el mundo
y en todos los tiempos. Por esta catolicidad, la Iglesia reúne en la unidad a personas de
pueblos diversos, a los diversos ministerios y estados de vida, a las diversas iglesias particulares
(LG 13).
e) Necesidad. Dado que Cristo, el único mediador y salvador, se hace presente en su
cuerpo que es la Iglesia, en ella está la salvación. Por tanto, la Iglesia peregrinante es
necesaria para salvarse. Nadie que la conozca como necesaria y la rechace puede salvarse
(LG 14a).

f) Diversos grados de relación. Primero. A este pueblo están plenamente incorporados


los católicos que, poseyendo el Espíritu de Cristo, están unidos visiblemente por la profesión
de una única fe, la aceptación de todos los sacramentos de la gracia, y la comunión con la
jerarquía eclesiástica (Romano Pontífice y demás obispos en comunión con él). No se salva,
sin embargo, quien incorporado a la Iglesia, está en ella ‘en cuerpo’ y ‘no en corazón’ por
causa del pecado. Los catecúmenos que, movidos por el Espíritu, expresan explícitamente
su deseo de ser incorporados a la Iglesia, por este deseo ya están vinculados a ella LG 14b.
Segundo. Están parcialmente incorporados los bautizados que o no profesan la totalidad de
la fe, o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor del Pedro (LG 15). Tercero. Los
que aún no han recibido el bautismo están destinados al pueblo de Dios en maneras diversas,
pues todo lo que de bueno hay en ellos es obra de Dios en orden a la salvación (LG 16).

f) Carácter misionero. La Iglesia por mandato de Cristo tiene la misión de predicar la fe


recibida de los apóstoles, de forma que todos los hombres se integren en el pueblo de Dios
(LG 17).

Reflexión teológica

Una vez expuestos los datos de la Escritura y del Magisterio sobre la Iglesia como pueblo
de Dios, planteémonos una preguntas crucial. ¿Qué valor debemos dar a esta imagen?

1. Valor teológico de la imagen: Es sumamente valiosa porque hace resaltar algunos


elementos esenciales del misterio de la Iglesia.

a) Realidad común y fundamental. La realidad primera y fundamental en la Iglesia es


que todos somos miembros de ella por el mismo título: el bautismo. En esto todos son iguales,
desde el Romano Pontífice hasta el último de los bautizados. Esta realidad común es anterior
a cualquier otra diferenciación dentro de la Iglesia, es el fundamento sobre el que se apoyan
todos los ministerios y funciones, jerárquicos y no jerárquicos; y todas las funciones o ministerios
están ordenadas a ella.

Afirmar esta común pertenencia al único pueblo de Dios nos permite evitar dos
exageraciones eclesiológicas. La primera exageración era muy común en el pasado: reducir
la Iglesia a la sola jerarquía; los fieles cristianos eran tenidos como miembros de segunda
categoría. La segunda exageración es bastante frecuente hoy día: contraponer pueblo de
Dios y jerarquía, como si fueran dos mundos diversos e irreducibles, según afirman ciertos
teólogos de la liberación en clave marxista y ciertos promotores de la Iglesia popular.

b) Relación con el antiguo pueblo de Israel. Al hablar de la Iglesia como nuevo pueblo
de Dios, quedan recalcados dos elementos: la continuidad entre los dos pueblos y
simultáneamente la superioridad del segundo. Continuidad porque en la Iglesia se cumplen
las antiguas profecías de Israel que anunciaban un nuevo pueblo y una nueva alianza, con
amplitud universal. Diferencia y superioridad, pues al nuevo pueblo de Dios ya no se
pertenece por nacimiento sino por la fe y el bautismo. Y eso hace que la Iglesia sea universal,
que no se identifique con ninguna nación o raza, y que sus miembros puedan pertenecer a
todas las naciones de la tierra. Además en la Iglesia llegan a plenitud las realidades del
antiguo pueblo de Dios: la alianza se realiza en la sangre de Cristo, el culto a Dios es “in spiritu
et veritate”, el sacerdocio de Cristo con un único sacrificio cancela todos los pecados, etc.
Lo que en el antiguo pueblo era figura e imagen, en la Iglesia se hace realidad. Basta leer un
poco la carta a los Hebreos para descubrir este progreso.

c) Carácter comunitario y personal de la salvación. En la Iglesia, concebida como


nuevo pueblo de Dios, se armonizan dos aspectos de la salvación que Dios ha querido realizar
en la historia de los hombres, especialmente en la del pueblo escogido: el aspecto
comunitario y el personal. El aspecto comunitario de la salvación es que Dios no quiso salvar
a los hombres singularmente, sino que los convocó primeramente a formar parte de su
antiguo pueblo, y ahora de su Iglesia. El aspecto personal consiste en que la aceptación de
la convocación divina a formar parte de su Iglesia sobrepasa el nivel meramente genético
que era propio del pueblo judío, y se convierte en un acto profundamente personal: la fe.

d) Carácter escatológico de la Iglesia. Como el antiguo pueblo de Israel, ella camina


por medio de las vicisitudes de este mundo hacia la tierra prometida, es decir, hacia su
glorificación en Cristo al final de los tiempos. Ahora bien, a diferencia del pueblo israelita, la
Iglesia no camina hacia algo totalmente nuevo. Ya ahora en este mundo ella es el germen
e inicio del reino futuro. La gloria escatológica no será más que la plenitud de la vida recibida
de Cristo y que el Espíritu no deja de impulsar en ella. Este hecho explica, en primer lugar, que
la Iglesia, aunque viva inmersa en la historia de los hombres, la transciende, y que, por lo
mismo, no pueda ser reducida a ninguna institución humana, a ninguna ideología o clase
social. Explica también que la Iglesia nunca es fin de si misma, ya que su único fin es Cristo
definitiva y plenamente poseído en el cielo.

2. Límites de esta imagen bíblica:

Según dice el P. Congar , esta noción de la Iglesia como pueblo de Dios, aunque
teológicamente valiosa y necesaria para comprender algo de su misterio, es insuficiente por
dejar en penumbra algunos elementos. Necesita ser completada con otras imágenes bíblicas
que ponen de manifiesto otros aspectos del misterio. He aquí algunos elementos que no
resalta suficientemente.

a) La relación íntima entre Cristo y su Iglesia. El concepto de pueblo que tan


claramente resalta la común igualdad de todos los bautizados, no esclarece suficientemente
la unión que liga a Cristo con su Iglesia. Cristo no es solamente el pastor que conduce a su
pueblo desde fuera; entre él y la Iglesia hay una unidad vital. Los bautizados participan
realmente de la misma vida divina, gracias a la acción del Espíritu Santo. La Iglesia es la
plenitud de Cristo, y Cristo es la plenitud de la Iglesia.

b) La estructuración visible de la Iglesia. Tampoco deja clara la diversidad de funciones


que Cristo mismo ha querido en su pueblo. Todos por el bautismo son igualmente miembros
del nuevo pueblo de Dios, pero gracias a la diversidad de dones que el Espíritu reparte entre
ellos, cada uno ejerce una función diversa para bien de todos. Especialmente se echa de
menos en esta imagen bíblica una mayor referencia al ministerio jerárquico, por el cual unos
miembros, sin dejar de serlo, son constituidos en pastores de sus hermanos y los gobiernan en
nombre y con la autoridad de Cristo.

c) Presencia de la salvación en la Iglesia. La Iglesia es ciertamente un pueblo que


camina hacia su plena glorificación en Cristo al final de los tiempos. Pero, como decíamos
antes, los bienes de la salvación no son totalmente futuros. La Iglesia ya los posee realmente,
aunque en germen, y con la fuerza del Espíritu Santo van creciendo hasta la plenitud
escatológica.

3. Precisiones finales:

Antes de acabar este capítulo, es útil precisar algunos puntos de especial importancia
teológica, relacionados con el uso del término pueblo de Dios. Ayudará a evitar
ambigüedades e incluso afirmaciones erradas.

a) Cuando se hable de pueblo de Dios, no debemos nunca olvidar su contenido


profundamente religioso. El término pueblo de Dios significa pueblo creado por la elección
de Dios y por la alianza que él establece con los hombres, y supera la simple acepción
sociológica. Hoy día, ya sea por la mentalidad predominantemente democrática en que nos
hemos educado, ya sea por el influjo que cierta teología y pastoral han ejercido sobre los
fieles, es muy frecuente dar al término pueblo de Dios un contenido casi exclusivamente
socio-político. Cuando se politiza el término, no sólo se desvirtúa el contenido religioso de las
realidades cristianas (salvación, alianza, misión, etc.), sino que también se deja a la Iglesia a
la merced de cualquier teoría o concepción político-social.

b) Igualmente hay que evitar cuidadosamente todo reduccionismo. El pueblo de Dios


está formado por todos los fieles, laicos y pastores inseparablemente. Hay que abandonar el
esquema que contraponía pueblo de Dios (laicos) y jerarquía. Esa contraposición,
hábilmente manejada, lleva a identificar la Iglesia con el pueblo pobre y oprimido, y a ver en
la jerarquía una sobre-estruc¬tura, frecuentemente hostil al pueblo. De este reduccionismo
se ha servido mucho la así llamada iglesia popular.
LA IGLESIA CUERPO DE CRISTO

Cristo Jesús, para cumplir la voluntad del Padre que ha determinado recapitular todas las
cosas en su Hijo, de tal manera une a sí a cuantos creen en él, al comunicarles su Espíritu
vivificante por medio del bautismo, que constituye a la Iglesia en su cuerpo místico.

Estado de la cuestión

Una de las imágenes más sugerentes e idóneas para expresar el misterio de la Iglesia
es la de ‘cuerpo de Cristo’. Esta imagen, aunque el término se encuentre también en otros
autores neotestamentarios (Mc 14,22 y par.; Jn 2,19-21; Heb 10,5-10; 13,3-12; 1Pe 2,24), es
netamente paulina. El es quien más la usa y quien más extensamente la desarrolla en sus
cartas. La imagen en S. Pablo, sin embargo, no es unívoca. Se enriquece con nuevas
connotaciones a medida que el apóstol va experimentando la unidad de los hombres en
Cristo Jesús, y se va enfrentando a nuevas situaciones. Podemos decir que el concepto
paulino de cuerpo de Cristo es fruto tanto de su propia evolución espiritual cuanto de su
experiencia en la dirección de las comunidades por él fundadas. En efecto, en las cartas a
los tesalonicenses Pablo aparece dominado por el pensamiento de la parusía y de su
inminencia; en las grandes epístolas, en cambio, su pensamiento se centra en el tema de la
justicia y de la redención, que no nos viene por el cumplimiento de la ley sino por la fe en
Cristo; y en las de la cautividad Pablo se fija más bien en el misterio de Cristo como centro de
la vida cristiana . Todas estas preocupaciones del apóstol influyen en su visión del cuerpo de
Cristo.

La Sagrada Escritura

Podemos afirmar que para S. Pablo la frase ‘cuerpo de Cristo’ indica generalmente la
unidad de los cristianos en Cristo Jesús. Estaría originada por su experiencia espiritual en el
camino de Damasco. Cristo resucitado le dijo: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (Hch 9,3-6).
Esas palabras le hicieron experimentar la unidad real que hay entre Cristo y los cristianos, y de
esa experiencia arrancaría toda su teología. Hasta su muerte San Pablo no dejará de
profundizar y de expresar esa unión vital con diversas expresiones: sepultados, resucitados y
coherederos con Cristo, vivir en Cristo Jesús. Esta última expresión se repite 164 veces en sus
escritos, 35 en la sola carta a los efesios.

Veamos el desarrollo del pensamiento de S. Pablo desde las primeras cartas hasta las
de la cautividad, y notemos sus implicaciones eclesiológicas.

1. Los cristianos son uno en Cristo

a) Gálatas 3,28:
“Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros
sois uno en Cristo Jesús”.
En este pasaje no aparece ciertamente el término, pero afirma que el bautismo, al
hacer hijos de Dios a los que creen (v.26), ha unido en Cristo Jesús (v.27) a todos los hombres.
La frase ‘en Cristo Jesús’ posee ya un cierto significado corporativo (indirectamente eclesial),
que se ve reforzado con la relación que establece San Pablo entre ser de Cristo y ser
descendencia de Abraham (v.29).

b) Romanos 7,4:
“Así pues, hermanos míos, también vosotros quedasteis muertos respecto a la ley por
medio del cuerpo de Cristo, para pertenecer a otro: a aquel que fue resucitado de entre los
muertos, a fin de que fructificásemos para Dios”.

Esta carta tiene como tema central la salvación del hombre del pecado, de la muerte
y de la ley, y establece una contraposición entre el cuerpo que conduce a la muerte (el
cuerpo de Adán), y el cuerpo que conduce a la vida (el de Cristo muerto y resucitado).
Ciertamente ya se habla del cuerpo de Cristo pero sin aplicarlo directamente a la Iglesia. Sin
embargo, no hay que olvidar dos cosas. Primera, que según Rom 12,4-5, para Pablo la vida
unificante de Cristo se da solamente en el seno de una comunidad. Y segunda, que la
finalidad de morir a la ley es la pertenencia a Cristo, otra expresión paulina que indica
relación vital. Podemos, por tanto, entrever en este texto un cierto sentido eclesial.

2. Los cristianos son miembros del cuerpo de Cristo

a) 1 Corintios 6,12-20:
“Todo me es lícito; mas no todo me conviene...¿No sabéis que vuestros cuerpos son
miem¬bros de Cristo”?

Este texto no habla directamente de la Iglesia como cuerpo de Cristo, pero presenta
la relación de cada bautizado con Cristo como un cuerpo, en el que los diversos miembros
están vital y orgánicamente unidos a Cristo. San Pablo establece una antítesis compa¬rativa
entre la unión con una prostituta y la unión con Cristo. La primera da como resultado un solo
cuerpo (en el sentido de unión física en el desorden moral); la segunda produce un solo
espíritu (v.17). Debería haber dicho también un solo cuerpo, pero por delicadeza y para
marcar la diferente naturaleza de la unión, dice ‘espíritu’. Este carácter corporativo de la
unión del bautizado con Cristo deja entrever, todavía en forma directa pero ya más clara, el
matiz eclesial que el apóstol da al término cuerpo. Más adelante vuelve sobre el tema en un
contexto eclesial, cuando dice que por el bautismo nuestros cuerpos son santuario del Espíritu
Santo (v.19).

b) 1 Corintios 10,16-17:
“El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de
Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque, aun siendo
muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan”.

Se trata del problema de los idolotitos. Pablo responde advirtiendo que comer
cualquier víctima sacrificial es hacerse no sólo uno con ella y uno en ella (es decir, uno con
aquellos que comen de la misma víctima), y que tal principio se aplica también a la
comunión del cuerpo de Cristo. Fijémonos, además, que pasa del "soma" individual en el v.16
(el cuerpo de Cristo) al ‘soma’ comunitario en el v.17. Del primero procede el segundo, ya
que al comer en la eucaristía del único cuerpo de Cristo los cristianos se hacen uno con y
uno en Cristo. Y del primero le viene el realismo al segundo . También en este texto la
dimensión eclesial es indirecta, pero ya muy clara.

c) 1 Corintios 12,27-30:
“Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte. Y
así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como
profetas; en tercer lugar...”.

S. Pablo responde al problema de cómo compaginar la unidad de la comunidad de


Corinto con la diversidad de los carismas. Estamos, por tanto, en un contexto explícitamente
eclesial. Pues bien, hace varias afirmaciones fundamenta¬les: el cuerpo de Cristo es uno no
obstante la pluralidad de sus miembros (v.12); el cristiano se convierte en miembro de ese
único cuerpo de Cristo mediante su bautismo en un solo Espíritu (v.13); vosotros -es decir, los
cristianos que componen la Iglesia de Corinto- sois el cuerpo de Cristo, cada uno de vosotros
es miembro de ese cuerpo, y cada uno de vosotros tiene en él una función querida por Dios
(vv.27-30) .

3. Cristo, cabeza del cosmos y de la Iglesia, su cuerpo esponsal

a) Colosenses 2,9:
“Porque en él reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente, y vosotros
alcanzáis la plenitud en él, que es la cabeza de todo principado y de toda potestad”.

La cristianos de Colosas viven una problemática especial. Arraigados en una


mentalidad judaica (sábado, novilunios, circuncisión), se sentían tan sobrecogidos por Dios
que interponían varios mediadores cósmicos (principados, potestades), comprometiendo así
la capitalidad de Cristo. Pablo afirma claramente la capitalidad de Cristo sobre toda la
creación porque en él reside la plenitud de la divinidad. No menciona la Iglesia, pero el
contexto sí alude a ella, (a) ya que Cristo es cabeza de todo, y consecuentemente los
cristianos alcanzan su plenitud en él; (b) ya que se habla posteriormente (vv.11-13) de que
ellos por la fe y el bautismo han sido vivificados; (c) y, por último, ya que les pide a ellos, unidos
a Cristo cabeza, que no se sometan a los elementos de este mundo.

b) Efesios 1,22:
“Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su
cuerpo, la plenitud del que lo llena todo en todo".

La carta a los efesios profundiza el tema y marca el culmen del pensamiento paulino.
De la capitalidad cósmica de Cristo pasa S. Pablo a su capitalidad también en el designio
salvífico de Dios y en la Iglesia. Cristo es la cabeza, la Iglesia es su cuerpo. Directa y
claramente se afirma que la Iglesia es el cuerpo de Cristo, en el que llega a plenitud el que
todo lo llena.

c) Efesios 6,29:
Pero el pensamiento paulino sigue creciendo, y la relación de Cristo cabeza con la
Iglesia cuerpo es vista en clave nupcial. La Iglesia esposa debe estar sometida a Cristo
esposo, porque "Cristo es cabeza de la Iglesia, el salva¬dor del cuerpo" (Ef 5, 22). Y Cristo
esposo ama, alimenta y cuida a la Iglesia que es su esposa y su cuerpo (Ef 6,29).

4. El Espíritu Santo, alma del cuerpo de Cristo :

En ninguna parte S. Pablo llama al Espíritu de Cristo alma de la Iglesia. Sin embargo, en
varias ocasiones lo insinúa. Presenta al Espíritu Santo como principio que opera la
incorpo¬ración bautismal de los creyentes en la Iglesia (1 Cor 12,13). Dice también que habita
en el cuerpo de los creyentes como en un santuario (1 Cor 6,19); y que es coprinci¬pio de la
unidad de la Iglesia juntamente con el cuerpo de Cristo (Ef 4,4). El apóstol, por tanto, le
atribuye funciones análogas a las que realiza el alma en el cuerpo.

Los Santos Padres

Si queremos investigar el pensamiento de los Padres sobre este tema, nos bastará
acudir a la obra clásica del P. Merch . Veremos que el concepto es frecuente en ellos, y que
aflora repetidas veces cuando explican las Escrituras.

1. San Agustín nos da una muestra de su doctrina al explicar el salmo 61:

“El Cristo total es la cabeza y el cuerpo. Bien sé que no lo ignoráis. La cabeza en nuestro
mismo Señor que ha padecido en tiempo de Poncio Pilato, y que después de su resurrección
se ha sentado a la derecha del Padre. Y su cuerpo es (...) la Iglesia extendida por toda la
tierra (...). La Iglesia entera, compuesta por todos los fieles que son los miembros de Cristo,
tiene en el cielo a su cabeza, que, aunque aparentemente ausente, le está presente por
medio del amor y gobierna su cuerpo” .

2. San Gregorio Magno se expresa en forma parecida cuando habla de Job:

“Por el hecho de que Cristo y la Iglesia, la cabeza y el cuerpo, son una única persona,
el beato Job simboliza tanto la cabeza como el cuerpo” .

3. Santo Tomás, aunque no sea Padre de la Iglesia, es útil recordar lo que Santo Tomás dice
a este propósito, ya que refleja claramente cómo en su tiempo se concebía la función del
Espíritu Santo en la Iglesia:

“Sicut videmus quod in uno homine est una anima et unum corpus, et tamen sunt
diversa membra ipsius, ita ecclesia catholica est unum corpus et habet diversa membra.
Anima autem quae hoc corpus vivificat est Spiritus Sanctus” .

El Magisterio

1. Bula Unam sanctam de Bonifacio VIII, del 1302. Es la primera vez que un documento
magisterial llama a la Iglesia ‘cuerpo místico”: “quae unum corpus mysticum repraesentat,
cuius corporis caput Christus” . En aquella época comenzó a usarse el término ‘místico’, para
diferenciar la Iglesia de la eucaristía a la que, tras la polémica con Berengario, se llamó
cuerpo verdadero.
2. Encíclica Satis cognitum de León XIII del 1896. Defiende que el principio espiritual que da
vida a la Iglesia se manifiesta visiblemente en la actividad de sus miembros. Por eso hay que
llamar a la Iglesia ‘corpus Chris¬ti': “sic in Ecclesia supernaturalis principium vitae perspicue
ex iis, quae ab ipsa aguntur, apparet” .

3. Encíclica Mystici Corporis de Pío XII de 1943. La encíclica está totalmente dedicada al tema.
Superando el miedo que llevó a los padres del Vaticano I a descartar esta imagen, y
contradiciendo la tesis de Koster, consagra el término como el más noble para expresar el
misterio de la Iglesia. Habla sobre la naturaleza del cuerpo místico, la identidad del cuerpo
místico con la Iglesia católica romana, el problema de la pertenencia, el Espíritu Santo como
alma de ese cuerpo .

4. Constitución dogmática Lumen gentium, del Vaticano II, 1964. El número 7 es muy denso
teológicamente. Contiene estas ideas principa¬les. Primera: Cristo a sus hermanos
congregados los constituyó como en un cuerpo místico. Segunda: la vida de Cristo se
comunica a los creyentes por medio de los sacramen¬tos, de un modo arcano pero real.
Tercera: en ese cuerpo de Cristo existe diversidad de miembros, ministerios y dones. Cuarta:
Cristo es la cabeza, con la cual deben conformarse los creyentes, y de la cual reciben
conforto. Quinta: dona su Espíritu al cuerpo como principio de vida, de unión y de acción.
Sexta: Cristo ama a su cuerpo que es la Iglesia con amor esponsal.

Reflexión teológica

1. Precisemos los términos

Hemos notado que de la expresión ‘cuerpo de Cristo’, usada por S. Pablo, hemos
pasado a la de ‘cuerpo místico’, empleada por el Magisterio de la Iglesia. ¿Qué causa ha
motivado tal cambio? ¿Y qué significado preciso hay que dar al adjetivo místico?

a) Los Padres no usan nunca el adjetivo místico para designar la Iglesia. La llaman ‘esposa
mística’, ‘templo místico’, ‘pueblo místico’. Incluso llegan a llamarla ‘cuerpo espiritual’, pero
nunca ‘cuerpo místico’. Reservan el término de cuerpo místico para designar la eucaristía.
Hay que esperar hasta el siglo XI para encontrar esa expresión. Berengario de Tours, muerto
el año 1088, remueve las aguas de la teología eucarística negando la transubstanciación, es
decir, la conversión real del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo y,
consecuentemente, negando que la eucaristía sea el cuerpo del Señor . A partir de ese
momento, para evitar los errores de Berengario, la eucaristía es llamada ‘corpus verum Christi’
y el adjetivo místico es reservado a la Iglesia. Tal distinción y terminología son plenamente
aceptadas y comunes a partir del siglo XIII, hasta el punto que la recoge la bula Unam
sanctam de 1302 .

b) Supuesto lo anterior, ¿qué diferencia hay entre cuerpo físico, cuerpo moral y cuerpo
místico? Por cuerpo físico hay que entender el conjunto de células, tejidos y aparatos que
están tan unidos entre sí por relaciones físico-químicas que forman un solo organismo y sus
miembros, aún conservando la propia función, tienen reducida su individualidad al mínimo.
Cuerpo moral, en cambio, es una sociedad humana en la que unas personas se unen
libremente para un fin común. Su unión es meramente intencional, esporádica, y cada uno
de sus miembros conserva la propia personalidad. Por último, la Iglesia es cuerpo místico en
cuanto que sus miembros, individuos con plena personalidad, con tal realismo y verdad
participan de la vida sobrenatural de Cristo y de su Espíritu, que forman misteriosamente una
comunión de vida .

2. Valor teológico

La noción de cuerpo místico aplicada a la Iglesia es de grande utilidad teológica, porque


nos permite penetrar muy profundamente en su misterio.

a) Resalta el elemento ontológico sobrenatural. La Iglesia es una sociedad humana,


plenamente humana, pero que transciende su misma estructura visible por incluir en su ser un
elemento sobrenatural: todos los miembros de la Iglesia (dejamos a un lado el problema de
los pecadores), al estar incorporados a Cristo por el bautismo, viven la vida del Hijo de Dios,
porque los vivifica su Espíritu. Este elemento ontológico y sobrenatural distingue a la Iglesia de
una simple unión jurídica-moral o de un simple organismo físico.

b) Subraya la relación vital con Cristo. La noción de cuerpo místico permite


comprender, así mismo, la unión y la distancia que hay entre Cristo y la Iglesia. La Iglesia es
en cierto sentido Cristo porque participa (no por derecho sino por gracia) de la misma vida
del Hijo de Dios. Pero en ella ninguno de sus miembros pierde su personalidad humana. La
Iglesia y Cristo no forman una persona en sentido estricto . No hay unión hipostá¬tica ni
substancial. La misma imagen paulina de Cristo esposo y de Iglesia esposa, tan íntimamente
relacionada con la del cuerpo, marca esa unión entrañable y esa distancia.

c) Pone de manifiesto la unidad y diversidad. La noción de cuerpo es también muy util


para resaltar la unidad y la diversidad que hay en la Iglesia. Por un lado, todos los miembros
participan de la misma vida divina (principio sobrenatural de su unidad, ontológico y por lo
mismo permanente y fructuoso), y están unidos externamente entre sí (como las diversas
partes de un cuerpo) por la profesión de una misma fe, la recepción de unos mismos
sacramentos y la comunión jerárquica. Pero por otro lado, cada miembro de la Iglesia
conserva su individualidad personal, su propio estado de vida y su propia función o ministerio,
aunque éstos estén al servicio de la totalidad y por lo mismo deban armonizarse con las
demás funciones.

d) Tiene en cuenta su dimensión histórica y escatológica. Por último, deja también


bastante manifiesta su dimensión histórica y escatológica. Por un lado, la noción de cuerpo
nos remite al tiempo y al espacio. La Iglesia está en la historia de los hombres, más aún es
sujeto de historia. Pero por otro lado, dado que este cuerpo está vivificado por Cristo y su
Espíritu, en forma real pero germinal, su vida tiende a desarrollarse hasta la plenitud
escatológica.

3. Límites de la imagen

Esta imagen bíblica, aunque valiosa teológicamente y muy fecunda para la vida
espiritual, ni explica todos los aspectos del misterio de la Iglesia, ni está exenta de posibles
exageraciones.
a) Hay un elemento que no queda suficientemente resaltado en este concepto: la
Iglesia como sociedad jerárquica. No basta con decir que todos y cada uno de los miembros
del cuerpo eclesial desarrollan una función para bien de todos. Hay que dejar claro también
que, por voluntad de Cristo, algunos de esos miembros, sin dejar de serlo, han sido
consagrados para actuar en nombre y con la autoridad de Cristo cabeza.

b) El término místico puede ser ambiguo. Algunos suelen entenderlo como sinónimo de
espiritual, y pueden reducir nuestra unión con Cristo a una experiencia puramente espiritual
y subjetiva, olvidando la dimensión visible y social de la unidad de la Iglesia. Siempre debemos
dejar en claro que la Iglesia, cuerpo de Cristo, es una realidad social visible e histórica, y que
precisamente a través de ella quedamos incorporados a Cristo. En efecto, según San Pablo
nuestra unión vital con él se realiza por medio de la fe y del bautismo. Ahora bien, nuestra fe
es una respuesta a la predicación pública que la Iglesia hace del Señor, y el bautismo es un
sacramento de la Iglesia. Insistir sólo en el adjetivo místico, olvidando el substantivo cuerpo,
deformaría la naturaleza de la Iglesia.

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