CTP Clase 3 Historia El Tren de la Abundancia por Kryon
CTP Clase 3 Historia El Tren de la Abundancia por Kryon
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EL TREN DE LA ABUNDANCIA
Todos los ángeles esperaban con alegría la nueva vida de Osiris. Como siempre,
serían como una especie de telespectadores de una película que estaba a punto de
comenzar. Esta vez fue el propio Ángel de la Victoria quien levantó la mano en
esa reunión cósmica para decir:
Todos vibraron con esa energía y asintieron felizmente desde el velo angelical.
Estaban a punto de presenciar la última experiencia, la última encarnación de un
ángel que se había convertido en ser humano y había cambiado el curso de la
historia para toda la eternidad.
El tren de la Abundancia
(El desplazamiento hacia una nueva realidad)
Osiris encarnó en la piel de Ernesto. Nació en una familia tan pobre que a una
temprana edad tuvo que dejar la escuela para comenzar a trabajar. El dinero que
su madre y su padre traían a casa con muchísimo esfuerzo no era suficiente para
criar a sus cinco hijos, que incluían tres mujeres y dos varones. Ernesto, al igual
que sus otros dos hermanos mayores, tuvo que comenzar a aportar dinero para
mantener a la familia.
Ernesto trabajó desde los 14 años. Consiguió trabajo de leñador. Era una tarea
muy pesada y exigente en cuanto a cargas horarias. Su servicio consistía
principalmente en cortar y recoger leña para luego entregársela a su superior que
se encargaba de venderla a empresas multinacionales.
Ernesto trabajó de leñador casi toda su vida. A la edad de 23 años conoció a una
hermosa mujer de la cual se enamoró perdidamente, y al poco tiempo se casaron.
El joven leñador dejó la casa de sus padres para formar su propia familia.
Ernesto salía de su casa muy temprano en el mañana y regresaba muy tarde por
la noche No tenía tiempo para descansar ni para estar con su familia y estaba
agobiado de tantos años de trabajo, explotación y poca remuneración por sus
servicios prestados.
Todas estas reflexiones tuvieron que terminar ya que el conductor del tren en el
que viajaba anunció su parada. Como todos los días, llegaba a la estación en la
que le tocaba descender a él. El leñador bajó del tren y se dirigió a su trabajo.
Cabizbajo fue caminando hacia aquel lugar para encontrarse nuevamente con la
misma realidad y experiencia de siempre: un duro trabajo de carga, poco
descanso, mucha concentración, poca remuneración y demasiada presión por la
poca oferta laboral y la alta demanda de ese tipo de empleos.
Ese día llegó su supervisor con una buena noticia para él y los demás trabajadores.
Les informó que podían tomarse el día libre ya que la materia prima para la tarea
de ese momento no había podido llegar aún desde otra ciudad vecina hasta esa
localidad por el atasco en la ruta. El leñador pareció no alegrarse tanto ya que al
día siguiente lo esperaba nuevamente la misma realidad. A pesar de ser un respiro
temporal, él sabía que el alivio no era permanente, así que no le causaba ni el más
mínimo regocijo interior saber que al menos ese día tendría un momento para
descansar.
—Señor, la gente está tomando el otro tren que brinda el mismo servicio hacia la
ciudad en la que usted vive, ese tren funciona con normalidad como siempre.
El leñador quedó asombrado e inmediatamente pensó: “¿El tren que funciona con
normalidad como siempre? ¿De qué tren me está hablando?”. La situación le
estaba mostrando que había otro tren que él jamás había registrado, ya que
siempre tomaba el mismo. Luego de meditar unos segundos pensó: “¿Existe otro
tren y nunca lo he visto? ¿Cómo es posible que eso llegue a ser verdad?”. Ernesto
miró al señor de la ventanilla a los ojos y le preguntó:
—¿Hay otro tren además del que está averiado que me lleva a la ciudad? ¿O esto
que usted me está diciendo es una broma para ilusionarme, pasar un buen
momento divirtiéndose conmigo y riéndose de mí por ser tan inocente y creerle?
El leñador estaba a la defensiva y enojado, pensaba que si eso llegaba a ser verdad
había vivido muchos años ignorando ese otro tren. “¡Tantos años yendo y
viniendo de esta estación sin darme cuenta de que había otro tren que me
transportaba hacia la gran ciudad! Eso es casi imposible, debe tratarse de una
broma”, pensó.
—Mire usted qué casualidad, hoy es su día de suerte —dijo señalando con el dedo
índice hacia la plataforma por la que estaba llegando el tren a la estación.
—Señor, usted está bromeando, ese es el tren que transporta a los habitantes de
la parte rica de la ciudad; yo me dirijo al oeste, a la parte más pobre, ese tren ni
siquiera pasa por la estación de mi barrio.
El leñador hablaba entrecortado, con una voz cargada de lágrimas y tristeza. Era
evidente que en esa voz había muchos años de sobrecarga, de llanto y de rencor
acumulados. La situación lo había superado ampliamente y casi no podía
contener las lágrimas que caían involuntariamente y le permitían desahogarse
después de muchos años.
—Señor, por favor permítame explicarle. Eso que usted piensa y dice no es
verdad, tiene que creer lo que le estoy diciendo. Usted puede tomar ese tren que
lo llevará a la ciudad y a su hogar.
Ernesto comenzó a reflexionar y a darse cuenta de que no codificaba ese otro tren
debido al prejuzgamiento que el ya había formado en su interior. Al ver que ese
tren era muy nuevo y lindo, pensó que solo iba hacia la zona más rica de la ciudad
y que solo podía tomarlo cierta clase de gente que por supuesto no lo incluía a él.
En ese mismo momento pensó que seguramente el pasaje costaba mucho más
debido al lujo de sus butacas, la iluminación y todo lo que lo distanciaba del viejo
tren, sin butacas donde descansar y transitar un cálido viaje.
Un sentimiento negativo invadió su ser y se dijo que ese tren debía ser carísimo y
seguramente él no podía pagar el boleto. Recordó el poco dinero que llevaba en
su bolsillo y concluyó que no podría pagar y tendría que pasar toda la noche en la
estación, hasta que al día siguiente por la mañana el viejo tren volviera a brindar
su servicio hasta la zona oeste de la ciudad.
El leñador dio casi por sentado que el pasaje le saldría mucho más caro, de
manera que la ilusión que se había despertado en un principio bajó de intensidad
y comenzó a pensar en buscar un lugar dónde dormir esa noche. Perfiló su mirada
hacia los asientos de espera en la estación y dio unos pasos hacia allí, girando su
cuerpo y dándole la espalda a la ventanilla de la venta de pasajes. Una voz en su
conciencia le dijo en ese momento que no tenía nada que perder, que era mejor
sacarse la duda de cuánto costaba el pasaje para viajar en ese tren nuevo. El
leñador volvió a girar su cuerpo, esta vez dando la espalda a los asientos de espera
y mirando de frente al señor en la ventanilla, y dijo:
—Mire, ahora sé que es verdad que este tren va hacia la zona oeste de la ciudad,
pero siento de todas maneras que no podré tomarlo ya que poseo poco dinero en
mi bolsillo. Si tuviera más dinero tampoco podría gastarlo, ya que tengo lo justo
para poder llegar a fin de mes. Seguramente el pasaje de este tren cuesta al menos
el doble o el triple que el del otro tren.
El señor de la ventanilla lo miró a los ojos con una cara que expresaba
desconcierto, no comprendía lo que esta persona sentía. Le dijo:
—Señor, me parece que usted es muy poco optimista. Este tren tiene el mismo
costo que el otro. No comprendo por qué presupone las cosas antes de tiempo, y
generalmente son erradas.
—Decida qué hará, el tren está por salir en unos momentos. ¿Tomará este nuevo
tren o prefiere esperar sin motivo válido el tren que hoy se encuentra averiado?
Defínase para saber si le vendo o no su pasaje.
Ernesto sintió que debía apurarse a tomar una decisión. A pesar de que sabía que
ese tren tenía el mismo costo y lo llevaba hacia su ciudad, al igual que el otro,
había algo que no lo dejaba comprender y creer del todo en lo que estaba viviendo.
Era como si una nueva realidad se le revelara en ese momento, la cual había
ignorado durante mucho tiempo, y debía tomar una decisión. Otra serie de
pensamientos interrumpió su discernimiento: “¿Cómo es posible que ambos
trenes, aquel en el que viajé toda mi vida y este nuevo que descubro ahora, hayan
convivido en el mismo lugar y yo no me haya dado cuenta? ¿Cómo puede ser que
hayan coexistido en el mismo lugar tanto tiempo y las personas sigan viajando en
el tren viejo como lo he hecho yo hasta este momento? ¡No es posible! El viejo
tren debería haberse fundido hace años, ya que conociendo este nuevo todos
viajaríamos en él. ¿Por qué todos los que viajamos en el viejo tren desconocemos
la existencia de este nuevo? Si todos supieran de la existencia de este nuevo tren,
sin dudas viajarían en él. ¿Por qué hay gente que continúa viajando en el viejo
tren? ¿Acaso no se han dado cuenta (como me sucedía a mí) de que existe este
nuevo tren que también nos transporta hacia el mismo lugar? ¿Será que, al igual
que yo, piensan que ese nuevo tren solo transporta a un tipo de personas y los
lleva solamente hacia la zona rica de la ciudad? Y si fuera así, ¿por qué nadie nos
ha comunicado que existe este nuevo tren donde podemos viajar hacia nuestro
hogar de una forma mucho más agradable, cómoda y digna? ¿Por qué nadie nos
ha informado antes que podemos viajar de mejor manera con todo lo necesario
para vivir una experiencia cálida hasta llegar a nuestro hogar?
Todos estos eran los pensamientos que emergían de la conciencia del leñador…
Tenía muchas emociones juntas y estaba conmocionado por la situación, al
pensar en todos los años que había viajado de manera incómoda aunque tenía la
posibilidad, a apenas unos metros de distancia, de viajar de una forma mucho
más equilibrada. Poco a poco, fue tomando conciencia y se tranquilizó,
conociendo ahora la nueva posibilidad dentro de la misma estación que conocía
como la palma de su mano, ya que la había transitado una y otra vez desde su
hogar al trabajo y el trabajo a su hogar. Lo que nunca había imaginado era que,
en ese mismo lugar que tanto conocía, coexistían dos realidades completamente
diferentes.
—Está bien señor, véndame un pasaje, hoy me subiré al nuevo tren en mi viaje de
regreso a casa.
Ernesto le agradeció. Estaba ilusionado, tan feliz como un niño. Solo podía pensar
en lo placentero que sería ahora su regreso a la ciudad.
Luego de todo lo sucedido ese día, de la conmoción emocional que había vivido
en ese momento al darse cuenta de algo tan importante que había ignorado todos
esos años, el leñador caminó con un ritmo de felicidad en sus ojos y miró hacia la
plataforma desde donde saldría el nuevo tren. Conforme se acercaba hacia la
plataforma, pudo observar más de cerca los detalles. Antes lo observaba desde
muy lejos, y no veían esos detalles que ahora disfrutaba estando tan cerca y dentro
de esa nueva realidad. Ahora sentía, miraba y estaba dentro de esa plataforma,
antes solo la observaba desde afuera suponiendo lo que podía llegar a sentir
dentro de ella. Ahora todo era diferente porque podía vivir la experiencia desde
adentro y sentirla con todo su ser.
La plataforma tenía mucha luz, se percibía un aire más fluido y liviano en ella.
Allí estaba el tren esperando a sus pasajeros, listo para ponerse en marcha y salir.
El leñador ingresó por la puerta y eligió un lugar donde sentarse. No había
demasiadas personas. Los asientos eran cómodos, limpios, agradables. La luz, el
clima, el aire eran perfectos… todo lucía en perfecta armonía. Poco a poco iba
sintiendo la nueva atmósfera del lugar y se daba cuenta de que interiormente algo
estaba cambiando, ya no era el mismo dentro de aquella realidad que se
manifestaba poco a poco en su vida. Ya no era el mismo dentro de aquel tren, algo
había cambiado…
Ernesto pensó en todos esos años que llevaba viajando en el viejo tren,
desconociendo completamente el nuevo. Pensó en todas las personas que
diariamente viajaban junto a él en el antiguo tren y se dijo que al día siguiente por
la mañana tomaría nuevamente el viejo tren para contarles a sus compañeros de
viaje lo que se estaban perdiendo en ese tren tan incómodo. El tren en el que
ahora estaba anunció su partida, cerró sus puertas y comenzó a andar. Apenas se
sentía el movimiento, era un transporte tan bueno que sus amortiguadores
generaban un perfecto equilibrio para que sus pasajeros no lo sintiesen. Este
efecto generaba que la gente que viajaba en su interior pudiese desplazarse de un
lugar a otro sin necesidad de ir sosteniéndose de las barandas y con la sensación
de estar flotando en medio de la ruta pero pegados a la tierra… la sensación de
estar volando por el espacio.
Los pasajeros iban y venían ya que podían estar de pie o caminar de un lado a otro
con mucha libertad y soltura. Esto era algo que no podían ni siquiera imaginar
hacer los viajeros del otro tren donde debían ir bien sostenidos con sus manos en
las barandas, ya que los movimientos que realizaba eran muy bruscos.
Usualmente los pasajeros sufrían golpes y debían sujetarse fuertemente para no
caerse al piso y lastimarse. El problema radicaba en que si no se sujetaban lo
suficiente, podían golpearse ellos mismos y hacer que los demás pasajeros
también se lastimasen. Esto sucedía por la simple razón de que iban tan apretados
en los vagones que, si uno de movía de lugar, hacía que toda la masa de gente se
movilizara también con ese impacto.
Ernesto continuaba pensando en todos estos detalles… Ahora que los veía desde
afuera, pensaba en lo incómodo que había sido viajar de esa manera todos los días
de su vida. En ese momento, pudo comprender la diferencia y entender lo mal
que él había estado (y que estaban todas esas personas) que se habían
acostumbrados a esa manera tan triste de vivir. Pensó en todo eso, recordó las
caras de algunos compañeros de viaje que realizaban el mismo trayecto junto a él
todos los días. Al recordarlos, se dijo nuevamente que al día siguiente por la
mañana tomaría ese viejo tren solo para poder contarles de la otra posibilidad
que se estaban perdiendo: viajar tan cómodamente como lo estaba haciendo él en
ese mismo instante.
Ernesto miró a su alrededor para ver si alguien lo estaba observando. Notó que
solo viajaban dos personas más en ese vagón y que ambas estaban distraídas
pensando y dirigiendo su mirada hacia otro sitio. Al ver que nadie lo observaba,
pensó en levantarlo, ver de qué se trataba y volver a dejarlo en ese mismo lugar
donde lo había encontrado.
Su inquietud fue más fuerte. Volvió su mirada hacia el piso donde se encontraba
el libro y lo tomó entre sus manos. Cuando sujetó el libro, su vista se nubló por
completo. Experimentó un pequeño mareo y fue como si un halo de luz dorada
hubiese salido de ese libro. Al tener la vista un poco nublada, no lograba distinguir
con claridad la tapa y el nombre. Apoyó el libro sobre sus piernas y se frotó los
ojos con las manos. Volvió a mirar la tapa del libro pensando que había
enloquecido, o que le sucedía algo extraño, y esta vez su vista se ajustó y recalibró
y pudo ver nuevamente con claridad y precisión. El título del libro era: “El tren
de la abundancia”. En ese momento algo se activó en él. Leer esas palabras había
encendido una nueva conciencia en él. Todos los acontecimientos ocurridos hasta
ese momento, todo lo vivido, comenzaban a tomar un nuevo sentido y poco a poco
estaba despertando a una nueva realidad.
El autor
Ernesto terminó de leer el prólogo del libro y cuando finalizó, sonrío exclamando:
—¡Esta es mi historia!
En ese momento tuvo sentido todo lo acontecido en ese día. Él había hecho uso
de su intención por la mañana al preguntarse por la abundancia. Su pedido hacia
los cielos había sido escuchado y su cocreación se estaba revelando poco a poco e
iba tomando más claridad. Ernesto tuvo una revelación múltiple en ese instante,
muchas cosas vinieron a su mente y pudo comprender conscientemente las
circunstancias de su vida, de su infancia, de su presente. Y al comprenderlas, se
activó en él una gran alegría que manifestó a través de lágrimas, mientras daba
las gracias interiormente por todo lo nuevo que se le revelaba.
Ernesto pasó todo el viaje leyendo ese fabuloso libro que lo nutrió de mucha
sabiduría y enseñanzas relacionadas con el tema de la abundancia y, sobre todas
las cosas, le mostró lo que en realidad él necesitaba para su vida: un cambio de
hábitat. Aprendió que el aspecto más importante para mantenerse en el tren de
la abundancia era descubrir aquello que tanto amaba, su servicio en este mundo.
La conciencia de Ernesto realizó un giro de 360º durante el viaje. Ese libro y todo
el viaje lo habían convertido en un nuevo ser, con perspectivas diferentes, con
nuevos conocimientos que emergían desde el interior de su ser y que no
imaginaba que podían existir dentro de él.
Volvió su mirada hacia la portada y no encontró ningún nombre más que el título
del libro. Lo giró para mirar la contraportada y resultó que tampoco había allí
más que una sinopsis de la obra. Le pareció un poco extraño pero, de todas
formas, no podía detenerse a pensar demasiado ya que le restaba leer la última
parte y el tren ya estaba casi llegando a la ciudad. Pensó que podría conseguir el
libro con el título. Continuó leyendo la última página que le quedaba y, al
terminar de leer esas líneas, encontró al final un espacio aparte que decía:
El señor de la ventanilla
Una emoción muy grande corrió por el cuerpo de Ernesto. Recordó a aquel señor
tan gentil y paciente de la ventanilla quien lo motivó a creer y le mostró la realidad
de ese nuevo tren. No pudo contener las lágrimas de amor hacia aquel hombre y
lloró. Expresó también unas palabras de agradecimiento. Su vida había cambiado
para siempre, ya no era el mismo. Recordó al viejo leñador que viajaba en el
antiguo tren y pudo mirar desde otra perspectiva ese viejo arquetipo que se había
formado con los años de su existencia viajando en ese viejo tren. Pudo sentir cómo
poco a poco él se desvanecía y desaparecía para siempre de su ser. Todo había
cambiado en cuestión de minutos…
El tren anuncio su próxima parada, era la de su hogar. El leñador bajó del tren y
llegó a su hogar feliz, en paz y tranquilo con respecto a todo lo que se avecinaba a
partir de ese momento. Sabía que nada volvería a ser como antes.
Al día siguiente por la mañana se levantó con muchas ansias de viajar en el viejo
tren para contarles a sus compañeros de viaje la nueva realidad que se estaban
perdiendo y que se encontraba a la vista de todos. Cuando el leñador llegó a la
estación de tren sincrónicamente llegó el nuevo tren que había tomado la noche
anterior. Le causó impresión ya que ese momento nunca había sido tan
sincronizado. Pensó que debía tomar el nuevo tren y luego, al bajar en la estación
del trabajo, iría hacia la plataforma del viejo tren para mostrarles el nuevo a sus
compañeros. El leñador llevaba en sus manos una carta de renuncia, se dirigía
convencido hacia el que hasta hacía muy poco había sido su empleo. Estaba
seguro de que una nueva ventana de oportunidad se abría para su vida y, según
lo que había aprendido en el libro la noche anterior, debía encontrar su misión en
la vida. Estaba seguro que esta no era su antiguo trabajo de leñador.
Cuando llegó allí, quiso ir hasta la ventanilla para ver si encontraba al señor de la
noche anterior y darle las gracias personalmente por todo lo sucedido. Al
acercarse a la ventanilla, se encontró con que había un nuevo empleado. En ese
mismo momento el nuevo tren llegaba a la estación por la plataforma. El
exleñador caminó hacia ese lugar, miró hacia atrás, hacia la otra plataforma
donde llegaba el viejo tren y se dijo interiormente que honraba esa antigua
realidad, pero que a partir de ahora caminaba firmemente en esta nueva.
Allí se encontraba este nuevo hombre, lleno de vida, de vitalidad y de sueños, para
continuar su viaje en esa vida subido al tren de la abundancia.
El ahora exleñador pasó el resto de su vida sintonizado con ese tren, vivió
felizmente y cuando llegó la hora de su cambio de estado, emprendió el viaje de
regreso hacia el velo angelical.
Por Kryon
Canalizado por María José Bayard para el Libro Diario de un Ángel