Teoria Recepcion MPL Version Larga 2013 (1)
Teoria Recepcion MPL Version Larga 2013 (1)
Teoria Recepcion MPL Version Larga 2013 (1)
Diversas metodologías que han venido aplicándose al análisis histórico-artístico han permitido un progresivo
incremento de nuestros conocimientos de los objetos artísticos y de su valor e interés histórico. En primer lugar, y para
que las obras artísticas cumplan esa función histórica, para ser consideradas como documentos del pasado, se debe
disponer de una acertada clasificación y catalogación de las piezas que las sitúen en su cronología adecuada. En esta
fase de investigación primaria son absolutamente necesarios los análisis formales, las pruebas documentales y los
estudios comparativos que permiten datarlas, establecer su autoría y ubicarlas en los entornos originarios adecuados.
Pues sólo las obras cobran valor como documentos de su tiempo cuando son analizadas en la perspectiva de su contexto
original.
Pero además, la Historia del Arte, por su condición de ciencia histórica, no debe quedarse sólo en el
descubrimiento y datación de las obras, ni tampoco en los análisis formales. En su evolución epistemológica
contemporánea, la superación del «puro visualismo» -formulado en las decimonónicas teorías de Fiedler, Hildebrand y
Wölfflin- se ha intentado con el recurso a tres direcciones metodológicas fundamentales: la estructuralista, la
sociológica y la iconográfico-iconológica. Estas a su vez han venido a desembocar en tendencias que, con variantes,
podemos englobar bajo la denominación de semióticas. En cada una de ellas encontramos elementos válidos para la
constitución de una hermenéutica contextual del arte, pero ninguna de estas direcciones puede por sí misma solventar el
conjunto de problemas metodológicos que plantea una historia contextual que ha de enfrentarse con aspectos
polifacéticos de la realidad pretérita que analiza.
1
El presente texto, con algunas modificaciones, es parte de la introducción metodológica a la Tesis Doctoral del autor, titulada El
conceptismo en la pintura andaluza del Siglo de Oro, Universidad de Córdoba, 1993. Esto justifica que en él se hagan referencias a las aplicaciones
de esta teoría al estudio de la pintura del Siglo de Oro en Andalucía
2
Vid. Jan Bialostocki, «Problemas del análisis estructural en Historia del Arte», Cuadernos Internacionales de Historia Psicosocial del Arte, 4,
1984, pp. 49-61.
3
Nicos Hadjinicolaou, Historia del arte y lucha de clases, Madrid 1976, pp. 161-166.
Igualmente Arnold Hauser, rectificando sus planteamientos sociológicos y admitiendo la
originalidad y la personalidad artística, se ha orientado hacia los problema de significado: «La novedad
constituye no sólo la justificación, sino la condición de existencia de todo arte. Ahora bien, ninguna obra,
por original que sea, puede poseer novedad en cada uno de sus elementos y aspectos. Toda obra de arte situada en un
contexto histórico -y no conocemos ninguna fuera de este contexto- muestra, junto a sus rasgos originales, rasgos
convencionales. La obra de arte tiene que utilizar medios de expresión conocidos y probados, no sólo para hacerse
4
comprensible, sino incluso para poder acercarse a las cosas» .
Además de estas aproximaciones a la semiótica, y también dentro de las múltiples tendencias sociológicas para
interpretar el arte, han ido abriéndose paso aquellas que orientaban su finalidad no a una historia de clases sino más a
una historia de las ideas, como hicieron Antal y Francastel.
La propuesta metodológica de Antal puede definirse como histórico-contextual. Partiendo de las condiciones
socioeconómicas se remonta a la función transmisora de ideas mediante las formas como finalidad del arte, yendo más
allá de los recursos a la literatura para adentrarse en el mundo de los sentimientos religiosos y la ciencia, y
preocupándose más de analizarlos entre los promotores del arte que en los propios artistas, los cuales trabajan al dictado
5
de los primeros .
Pierre Francastel, desde posturas algo diferentes al anterior, valora especialmente el carácter autónomo del arte
6
en su función creadora de cultura . Con sus planteamientos metodológicos llega a una sociología interdisciplinar donde
los análisis semánticos aplicados al arte constituyen el método principal pues se trata de «reconocer la existencia de un
lenguaje figurativo que posea leyes fijas y sus innumerables aplicaciones para iniciar con cierto interés un estudio
sociológico del arte». Si bien reconoce que «nada se ha hecho aún para construir una teoría del signo figurativo
7
comparable a las que ya poseemos en otras categorías de lenguaje» . Siguiendo por esta línea Francastel y otros muchos
sociólogos del arte se han aproximado también al método panofskyano y a los postulados de la llamada «escuela de
Warburg».
Otra importante referencia desde las perspectivas sociológicas la aporta Enrico Castelnuovo al apuntar una
diferenciación entre sociología del arte, que trata de problemas más generales, e «historia social» preocupada más
especialmente de las situaciones particulares. Con ésta se expresa la tendencia a una «microsociología del arte»
orientada a observar los cambios artísticos en ámbitos reducidos y preocupándose más de los comportamientos sociales
que de los condicionamientos económicos. Castelnuovo otorga gran importancia a los fenómenos de creación, difusión
y transformación de las ideas en estos ámbitos. Insiste en los conflictos surgidos por las diferentes concepciones que
sobre una idea artística se tienen en el centro, donde se ha producido, y en la periferia, donde la idea, ya transformada
por las adherencias adquiridas en los procesos de difusión, es recibida sobre un sustrato cultural distinto al de su lugar
de origen, y por tanto, su germinación y frutos expresarán esas diferencias provinciales, poniendo en relación esto con
los fenómenos de «aculturación» y las relaciones entre «expectativas» del público y las obras, relaciones que también
8
estudió Gombrich con quien Castelnuovo termina coincidiendo .
En definitiva, Castelnuovo considera que la «contribución sociológica» a la historia del arte ha de integrar
«percepción, historia de las técnicas, iconografía social, nexos centro-periferias, inversiones simbólicas y problema
generacionales» para desvelar «los mil padres» de la historia del arte. Integrar toda esta diversidad de conocimientos
para descifrar el pasado conlleva peligros que pueden ser subsanados si, como propone acogiendose a las teorías
hermenéuticas de Gadamer, tenemos conciencia histórica y diferenciamos entre el «horizonte» del objeto indagado y el
9
del investigador . Esta concepción está muy próxima a la dirección en que se desarrollarán nuestras propuestas
metodológicas. De tal modo, por evolución de la teoría hermenéutica, la historia social de Castelnuovo se preocupa de
los problemas de comunicación artística y analiza también el arte como lenguaje, ideas que se aproximan a las
10
propuestas por Aby Warbug .
4
Arnold Hauser, Teorías del arte. Tendencias y métodos de la crítica moderna, 5ª ed. Madrid 1982, pp. 366-367.
5
«Por supuesto, he tenido que determinar la actividad religiosa dominante en las distintas capas de la sociedad y en las generaciones sucesivas.
En mi opinión, la filosofía y la literatura, únicos medios a los que ha recurrido siempre la historia del arte para explicar el de un período
determinado, son mucho menos importantes a este respecto que el sentimiento religioso, que debe ser estudiado a la luz de interesantes
fenómenos paralelos. Las victorias de la ciencia también han proporcionado por su parte un impulso vital a ciertas corrientes estilísticas...
Dado que el arte del período que nos ocupa expresa principalmente el ambiente de sus patrocinadores, hemos dado mayor importancia a
esto que a los puntos de vista del artista, generalmente inferiores a sus protectores en la escala social». Frederick Antal, El mundo
florentino y su ambiente social. La república burguesa anterior a Cosme de Medicis: siglos XIV-XV, Madrid 1989, pp. 20-22. Primera
edición en español, 1963.
6
«La obra de arte... es un punto de encuentro de los espíritus, un signo de enlace con tanto derecho como todos los demás lenguajes... La
sociología del arte implica, sí, un nuevo enfoque de una cierta categoría de objetos: los objetos figurativos y los monumentos, teniendo en
cuenta que el artista representa una de las formas fundamentales de actividad del espíritu. Es, en consecuencia, a nivel de un análisis
profundizado de las obras como únicamente se puede construir una sociología del arte. Nada serio puede hacerse si se toma el objeto de
estos estudios como datos de la creación, en lugar de considerar las obras de arte como el producto de una actividad problemática, cuyas
posibilidades técnicas, así como las capacidades de integración de sus valores abstractos, varían de acuerdo con cada uno de los ámbitos
considerados». Pierre Francastel, Sociología del arte, Madrid 1975, pp. 10-13.
7
Pierre Francastel, La realidad figurativa. I. El marco imaginario de la expresión figurativa, Barcelona 1988, pp. 143-144.
8
El provincialismo como perspectiva de análisis histórico-artístico fue señalado ya por Clark. Vid. Kennet Clark, «Provincialism», Moments of
vision, Londres 1981, pp. 50-62.
9
Vid. E. Castelnuovo y C. Ginzburg, «Centro e periferia», Storia dell'Arte Italiana. Questioni e metodi, I, 1, Turín 1979, pp. 285-286. Enrico
Castelnuovo, Arte, industria y revolución. Temas de historia social del arte, Barcelona 1988, pp. 106-118.
10
Vid. Omar Calabrese, El lenguaje del arte, Barcelona 1987, pp. 66-73.
11
Ibid., p. 46.
12
Borrás Gualis, op. cit. p. 228.
13
Carl G. Jung. y otros, El hombre y sus símbolos, Barcelona 1977.
14
Mircea Eliade, Imágenes y símbolos, Madrid 1955. Lo sagrado y lo profano, Madrid 1967. Tratado de historia de las religiones, México 1972.
15
Ernst Cassirer, Filosofía de las formas simbólicas, 3 vols. México 1971-1976. Esencia y efecto del concepto de símbolo, México 1975.
16
S. Sebastián, Arte y humanismo, pp. 17-21.
17
En relación con nuestro estudio es de interés especial Emile Mâle, El Barroco. El arte religioso del siglo XVII, Madrid 1985. Por sus aspectos
metodológicos nos ha sido muy útil André Chastel, Arte y humanismo en Florencia en la época de Lorenzo el Magnífico, Madrid
1982.Guy de Tervarent, Attributs et symboles dans l'art profane, 1450-1600. Dictionnaire d'un langage perdu, Ginebra 1958.
18
Moffitt, op. cit. pp. 31-43.
19
Gonzalo M. Borrás Gualis, «La Historia del Arte, hoy», Artigrama, 2, 1985, p. 231.
20
Vid. E. H. Gombrich, «La falacia del diccionario», Imágenes simbólicas. Estudios sobre el arte del Renacimiento, Madrid 1983, pp. 23-24.
21
Svetlana Alpers, El arte de describir. El arte holandés en el siglo XVII, Madrid 1987, pp. 20-31.
22
George Kubler, La configuración del tiempo, (1962) Madrid 1988, p. 85.
23
Vid. Erwin Panofsky, El significado de las artes visuales, Madrid 1980, p. 58.
24
«Este hecho nos obliga a retomar el punto de partida de estas consideraciones, la interpretación pretendidamente natural del nivel
preiconológico panofskyano. No es el mismo proceso el reconocimiento de objetos físicos que el de objetos figurados. Nuestra experiencia
práctica con objetos no nos hace competentes para la tarea de interpretación de los signos icónicos de éstos. Como ‘representación de’, el
icono no puede interpretarse naturalmente ni aun... en la medida en que el reconocimiento de los objetos físicos también sea aprendido».
Francisca Pérez Carreño, Los placeres del parecido. Icono y representación, Madrid 1988, pp. 125-126.
25
E. H. Gombrich, Imágenes simbólicas. Estudios sobre el arte del Renacimiento, Madrid 1983, pp. 46-48.
26
Ibid., p. 48.
27
Stanley Fish, «La literatura en el lector: estilística ‘afectiva’», Estética de la recepción, 1989, pp. 111-131.
28
E. H. Gombrich, Arte e ilusión. Estudio sobre la psicología de la representación pictórica, Barcelona 1982, pp. 65-67.
29
Jonathan Brown, Imágenes e ideas en la pintura española del siglo XVII, Madrid 1980, pp. 25-26.
30
Jonathan Brown, La Edad de Oro de la pintura en España, Vitoria 1990, p. viii.
31
Gombrich, op. cit. pp. 65-67. Gombrich manifiesta haber tomado el concepto de horizonte de expectativas de la teoría de la ciencia de Popper,
pero tendremos ocasión de analizarlo más en profundidad cuando tratemos de su formulación en la estética de la recepción, en la que éste
es un concepto clave y expresado con mayor precisión.
32
Vid. E. H. Gombrich,«La imagen visual: su lugar en la comunicación», La imagen y el ojo. Nuevos estudios sobre la psicología de la
representación pictórica, Madrid 1987, pp. 129-151.
33
Calabrese, op. cit. pp. 24-27.
34
Christian Norberg-Schulz, Intenciones en arquitectura, Barcelona 1979, pp. 36-54.
35
Juan Marichal, Cuatro fases de la historia intelectual latinoamericana (1810-1970), Madrid 1978, pp. 22- 23.
36
Ibid., pp. 26-27.
37
Charles Morris, «Aesthetics and the Theory of Signs», Journal of Unified Science, 8, 1939.
38
Herbert Read, Imagen e idea. La función del arte en el desarrollo de la conciencia humana, México 1957, p. 13.
39
Vid. Pierre Guiraud, La Semiología, 4ª Ed. Buenos Aires 1975, p. 13.
40
Vid. Nelson Goodman, «Arte y entendimiento», Los lenguajes del arte. Aproximación a la teoría de los símbolos, Barcelona 1976, pp. 229-265.
41
Yuri M. Lotman, Estructura del texto artístico, Madrid 1988, pp. 76-77 y 359-364.
42
Umberto Eco, Obra abierta, Barcelona 1984.
43
Omar Calabrese, op. cit. pp. 177-178.
44
Define la obra artística como complejo supersigno de caracter intencional: «Imagen es, en sentido estricto, el signo, la forma de cuyo
representamen determina a un interpretante a referirse a un objeto posible en cuanto que posee la misma forma». Pérez Carreño, op. cit. p.
63. «Interpretar un signo consiste en elaborar un razonamiento a partir de su representamen» Ibid., p. 107. «El artista como creador de
iconos en el sentido más estricto posible, emplea signos en uso, cuya ley de significado ya está dada, pero propone también nuevos modos
de vehicular significados. Puesto que la ley de interpretación de los iconos no es explícita, el artista busca los mecanismos formales que
posibiliten el reconocimiento de su ‘interpretante intentado’. Es, por tanto, fundamental que el representamen muestre una forma cuya
‘regla’ pueda ser descubierta» Ibid., p. 108.
45
Ibid., p. 194.
Las metodologías histórico-artísticas propuestas en los últimos años intentan desarrollar interpretaciones de las
obras de arte dentro del mayor rigor histórico posible; para ello pretenden propiciar una adecuada aproximación al
contexto social y cultural en que las obras son producidas. Esto obliga, desde luego, a recurrir a enfoques
interdisciplinares. En períodos históricos en los que las obras de arte, especialmente las de pintura, se consideraban
emparentadas con las de ciertos géneros literarios, sería conveniente considerar los avances epistemológicos en la
historia literaria. Una ventaja añadida es que están mucho más desarrolladas las metodologías que en el histórico—
artístico, en el que la diversidad de orientaciones que han sido descritas con anterioridad, dificulta la objetivación del
análisis contextual que intencionalmente se persigue. El contexto es esencial para la comprensión del lenguaje oral,
escrito o visual.
Así es que nuestra metodología está fundamentada en la adaptación para el análisis histórico—artístico de los
principios de la llamada teoría de la recepción o también conocida, con unos términos menos adecuados pero más
usuales, como estética de la recepción. Dicha teoría, desarrollada a partir de los trabajos de Hans Robert Jauss (1921-
1997) y Wolfgang Iser (1926-2007), tuvo su origen a fines de los años sesenta y ha venido desde entonces aplicándose
con éxito al estudio histórico—literario aunque sus creadores ya especulaban desde un primer momento con sus
posibles aplicaciones hermenéuticas al campo del arte en general. En torno a esta teoría surgió la llamada Escuela de
Constanza, por ser en esta universidad alemana donde enseñaban sus primeros maestros y donde se formaron otros
importantes representantes de esta corriente metodológica.
Teorías precedentes
Desde hace bastante tiempo existe una denominada teoría de la recepción artística. En la Alemania de principios
de siglo XX, al hilo de la investigación folklórica, se formuló una teoría ocupada en ciertos fenómenos de recepción
46
pues analizaba las transferencias de las formas «nobles» del arte elevado al arte popular . Pero la similitud en el nombre
no expresa ninguna otra semejanza. Puede que ocurra también que muchos historiadores, al revisar las metodologías
que, más o menos intuitivamente, han seguido para estudiar diversos aspectos de una historia contextual del arte,
descubran que no habían quedado muy lejos de la propuesta hermenéutica que describiremos a continuación. Pero hay
una ventajosa diferencia ya que, gracias a la estructuración y conceptualización proporcionadas por la nueva teoría
recepcionista, es posible sistematizar y llegar a síntesis válidas para una historia del arte, abierta a la colaboración con
otras ciencias y de más sólido soporte epistemológico.
El punto de partida de Jauss era también la situación de crisis metodológica que afectaba igualmente al ámbito
de la historia de la literatura: «Cuando, ante el éxito mundial del estructuralismo lingüístico y ante el más reciente
triunfo de la antropología estructural, se delineó, por doquier, en las antiguas ciencias del espíritu, un rechazo de los
paradigmas de la comprensión histórica, vi la oportunidad de una nueva teoría de la literatura, pero no en la superación
de la historia, sino en el reconocimiento inagotado de aquella historicidad, que es propia del arte y que caracteriza su
comprensión. El estudio de la literatura debía renovarse y salir de los callejones sin salida de la historia literaria —
estancada en el positivismo—, de la interpretación —que sólo servía para sí misma o para una metafísica de la
‘Écriture’—, y de la comparatística, que hacía de la comparación un fin en sí. Pero eso no podía hacerse con un
curalotodo de las taxonomías perfectas, de los sistemas de signos cerrados y de los modelos de descripción formalista,
sino mediante una historia que tuviera en cuenta el proceso dinámico de producción y recepción, de autor, obra y
47
público, y que utilizara una hermenéutica de pregunta y respuesta» .
El éxito inesperado alcanzado por las propuestas de Jauss y el gran número de aplicaciones que se han hecho con
resultados satisfactorios en el campo de la literatura avalan la calidad de una metodología que por su versatilidad y
apertura admite la aplicación a otros campos de la creación humana. Además, otra razón fundamental de su éxito es ser
una metodología no exclusivista pues reclama la relación interdisciplinar con otras ciencias para facilitar mejor el
conocimiento de los hechos. Al fin y al cabo, la estética de la recepción surge como síntesis de diversas metodologías
anteriores.
La teoría de la recepción parte de los análisis sobre teoría de la comunicación iniciada ya por las semióticas de
Saussure y Pierce. Se reconoce como fundamental el llamado triángulo semiótico constituido por el emisor, el medio de
comunicación y el receptor o destinatario. En el medio, los otros extremos reconocen un mensaje codificado, elaborado
46
Vid. Arnold Hauser, Teorías del arte. Tendencias y métodos de la crítica moderna, 5ª ed. Madrid 1982, pp. 294—300.
47
Hans Robert Jauss, La literatura como provocación, Barcelona 1976, p. 15.
48
Vid. Umberto Eco, Obra abierta, Barcelona 1965. Signo, Barcelona 1980. La estructura ausente, Barcelona 1981.
49
Rainer Warning, «La estética de la recepción en cuanto pragmática en las ciencias de la literatura», Estética de la recepción, 1989, p. 15.
Sobre la interpretación y valoración de la teoría de Ingarden, Vid. Wolfgang Iser, El acto de leer, Madrid 1987, pp. 264 y ss.
50
Vid. Jan Mukařovský, Escritos de Estética y Semiótica del arte, Barcelona 1977.
51
Vid. Luis A. Acosta Gómez, El lector y la obra. Teoría de la recepción literaria, Madrid 1989, pp. 102-108. También Vid. Felix Vodička
«La concreción de la obra literaria», Estética de la recepción, 1989, p. 66.
52
Felix Vodička, op. cit. pp. 63-80.
Concepto de tradición
Otra cuestión más compleja es la interpretación histórica. El fenómeno de la comprensión es descrito como un
modo de «desplazarse uno mismo hacia un acontecer de la tradición, en el que el pasado y el presente se hallan en
53
continua mediación» . La tradición es un elemento esencial y operante en las ciencias del espíritu. La tradición es para
Gadamer lo que nos conecta al pasado, o mejor dicho es lo que percibimos del pasado, lo que el devenir histórico ha
conservado como pasado. Pero en la tradición no sólo hay pasado, más bien es presente y sólo presente; es lo que del
pasado hemos admitido en nuestro presente. El concurso de la tradición resulta indispensable en la interpretación
para comprender el objeto histórico pues «la realidad existencial del ser humano, del intérprete y sujeto de
conocimiento, es que, previamente a todo acto cognoscitivo, se encuentra inmerso en tradiciones». Pero esta mediación
de la tradición, que nos acerca y vincula al pasado, es también la responsable de los malentendidos interpretativos.
Por las vigencias mantenidas en la tradición, la obra del pasado es puesta en contacto con el presente. De modo
que el pasado se nos muestra siempre mediatizado por una tradición interpretativa. Toda interpretación, y
evidentemente la de las obras artísticas, «empieza siempre con conceptos previos que tendrán que ser sustituidos
progresivamente por otros más adecuados». La búsqueda de esta adecuación ha de ser una constante de la compresión;
ello requiere un progresivo despojarse de conceptos predeterminados y dejarse decir algo por la obra. De tal manera la
tarea hermenéutica podrá convertirse en un planteamiento objetivo al ir deshaciendo los malentendidos con que hemos
54
iniciado el proceso y, en cambio, configurar la interpretación a partir de las propuestas de la obra .
La tradición ha ido engendrando prejuicios tanto verdaderos como falsos, entendiendo el término prejuicio
próximo al sentido etimológico de praeiudicium (decisión previa) y no en su acepción negativa (juicio sin fundamento).
«El prejuicio proporciona de alguna manera conocimiento; crea una situación previa al mismo al adelantar, en cierto
modo, un contexto de sentido. Ocurre que, si bien el objeto es algo cuya naturaleza es aún desconocida, en el momento
55
de aproximarse al mismo, se lo ordena simultáneamente dentro de lo que es ya conocido y familiar» .
El historiador, que se enfrenta al pasado con actitud crítica no exenta de prejuicios, debe recurrir a su conciencia
histórica para descubrir los prejuicios que han venido determinando la forma de entender el objeto, y le han
suministrado el conocimiento previo del mismo. De manera que con su posición crítica tiende a identificar una
tradición, la que la comunidad consideraba válida al tomar algunos prejuicios como verdaderos y otros como falsos. La
razón de ser de los prejuicios, tanto los que se consideran verdaderos como los falsos, es la intersubjetividad. Son las
situaciones históricas intersubjetivas las que les dan su justificación; es la comunidad la que va dando validez a los
56
prejuicios positivos y quitándosela a los negativos. Y así, van constituyéndose a lo largo de la tradición . De tal modo
que una obra, o un hecho histórico, no se ve como un fenómeno acabado en un momento cualquiera, sino que se trata de
un proceso inconcluso, algo que no termina de ser conocido.
Nuestra apreciación del pasado se ve siempre ubicada en nuestro presente del que ontológicamente nunca
podemos desprendernos. Pero es posible liberarse de esta determinación continua gracias a la conciencia histórica. Por
ella dejamos de estar presos por la tradición vigente en el presente, «un pensamiento verdaderamente histórico tiene que
ser capaz al mismo tiempo de pensar su propia historicidad», de modo que el verdadero objeto de la historia «no es un
53
Gadamer, Verdad y método, Salamanca 1967, p. 360.
54
Ibid. pp. 331—335.
55
Acosta Gómez, op. cit. p. 67.
56
Gadamer, op. cit. pp. 331—335.
57
Ibid. p. 367.
58
Id.
59
Ibid., p. 369.
60
Ibid., pp. 369—370. Para aclarar el concepto de historia efectual podemos citar la explicación de Acosta Gómez: «Ello quiere decir que
cuando un sujeto pretende conocer un texto histórico, está de antemano determinado por los efectos que produce la historia efectual del objeto. Y
hasta tal punto ello es así, que éstos prefijan lo que del mismo ha de ser investigado. Al ser consciente de esta situación frente a la tradición, Gadamer
lo formula como tener‘conciencia de la historia efectual’, si bien hay que observar que se trata de algo provisto de una serie de limitaciones, por el
hecho de que tiene lugar en un presente que como tal, es limitado y no infinito», Acosta Gómez, op. cit. p. 76.
61
Gadamer, op. cit. p. 372. La situación hermenéutica tiene muchas semejanzas con la doctrina del «punto de vista» del perspectivismo
histórico de José Ortega y Gasset, no citado por Gadamer.
62
Ibid., p. 373.
63
Gadamer, op. cit. pp. 370—377.
64
Ibid., pp. 374—375.
65
Hans Robert Jauss, La literatura como provocación, Barcelona 1976, p. 59.
66
Acosta Gómez, op. cit. p. 17.
67
Jauss, op. cit. p. 171.
68
Acosta Gómez, op. cit. pp. 14—20, 128.
Horizonte de expectativas
Pero no basta para Jauss con describir la complejidad de reacciones subjetivas que la obra provoca. «El análisis
de la experiencia literaria del lector se salva del apremiante psicologismo si describe la recepción y el efecto de una
obra en el objetivable sistema de referencia de las expectativas, que para cada obra, en el momento histórico de su
aparición, es el resultado de la comprensión previa de los géneros, de la forma y temática de obras anteriormente
conocidas, y de la oposición entre lengua poética y práctica»69.
Con estas palabras introduce Jauss su concepto de horizonte de expectativas dentro del que se produce la
recepción, o concreción, de una determinada obra artística. Esta noción tiene su origen en el horizonte histórico de la
hermenéutica histórica de Gadamer. Jauss piensa que es posible establecer con antelación a la aparición de una obra el
conjunto de predisposiciones de los espectadores, y también es posible recoger las reacciones posteriores.
Un espectador se enfrenta a la lectura de una obra con un bagaje cultural adquirido que le permitirá reconocer las
señales y símbolos de lo representado. En ese bagaje está también el capital cultural que diría Pierre Bourdieu,
responsable de la formación de los diversos gustos hacia diversos objetos. Resultado de aplicar su capital cultural será
una primera satisfacción o insatisfacción que le llevarán a iniciar con agrado la lectura o a rechazarla.
Al leerla o apreciarla perceptivamente irá encontrando algunos signos en la obra del artista quien partió también,
para construir su mensaje, de un propio bagaje cultural, no distinto esencialmente al de su receptor coetáneo. En sus
producciones pueden aparecer novedades que el público aceptará o no, motivando posteriormente la reacción del artista
que insistirá en ellas o las abandonará, según haya sido la valoración de la obra. Esto ocasiona progresivas
modificaciones en los sistemas de expectativas de los productores. La aparición de obras nuevas hace que los receptores
vayan aceptando los cambios e incluso que ellos mismos actúen como propiciadores de dichas transformaciones al
influir en las condiciones de producción de los artistas.
El objeto de estudio de la historia artística en general, tiene una doble consideración: por su aspecto histórico y
por su aspecto estético. Como objeto histórico puede darnos razones de un pasado; como objeto estético se nos muestra
a través de una experiencia estética en el presente. Nuestro interés en una historia contextual del arte nos lleva a
preocuparnos más por el primer aspecto, sin olvidar el segundo, pero siendo fundamental la consideración del horizonte
de expectativas como marco contextual de cualquier interpretación. Si bien hay que distinguir diversos tipos de
horizontes o sistemas de expectativas.
Así se lo plantea la teoría de la recepción: «trátese del estudio de un fenómeno amplio, trátese de uno de
implicaciones más modestas... el proceso tendrá siempre lugar dentro del marco que delimita un doble horizonte; de un
lado un horizonte implicado y desarrollado en la obra o grupos de obras de una época, es decir, el horizonte que
constituye el texto [o la obra plástica] como complejo estructural organizado de acuerdo con un código y que, como tal
estructura, es ya de por sí un código o códigos específicos, y, por otro, el horizonte de experiencia o expectativas» con
70
el que el espectador se enfrenta a una obra .
El horizonte implícito en la obra es de interés histórico sólo si lo podemos analizar como una referencia expresa
y concreta del horizonte más amplio de los destinatarios coetáneos, puesto que el horizonte de la obra expone sólo
algunos aspectos seleccionados por el autor de entre todas las expectativas que tanto autores como receptores tienen
disponibles.
El horizonte de expectativas del receptor, intérprete o destinatario, surgido de su experiencia vital, es algo
individual pero que tiene un indudable carácter social y cultural pues está fundamentado en un sistema de normas.
Cualquier experiencia estética individual está delimitada por el horizonte de la realidad en que se vive. «Es el punto en
que precisamente empieza la función comunicativa y con ello social del arte. Pero con la experiencia estética no sólo se
asumen implícitamente las expectativas y normas de otros, sino que también se comprenden las experiencias y
71
comportamientos que pueden preformar, motivar y cambiar el propio comportamiento social» .
Norberg—Schulz, prestigioso arquitecto y teórico de la arquitectura, sin haber llegado a conocer las teorías de la
estética de la recepción ha expresado igualmente cómo la función social de la obra artística está en relación con las
expectativas que transmite: «Cuando se nos presenta un signo, o cuando nosotros mismos lo utilizamos, esperamos unas
determinadas consecuencias; hemos aprehendido un sistema de expectativas. Una parte especialmente importante de
este sistema son las posibles reacciones de los demás ante nuestro propio comportamiento. La comunicación, por lo
tanto, se basa en sistemas de símbolos comunes que están ligados a formas de vida, es decir, a modelos de
comportamiento comunes... Un mensaje significativo presupone el uso de sistemas de símbolos conectados con
69
Hans Robert Jauss, «El lector como instancia de una nueva historia de la literatura», Estetica de la recepción, 1987, p. 76.
70
Acosta Gómez, op. cit. p. 206.
71
Ibid., pp. 151—152.
72
Christian Norberg—Schulz, Intenciones en arquitectura, Barcelona 1979, p. 40.
73
Jauss, La literatura como provocación, Barcelona 1976, p. 183.
74
Vid. Hans Robert Jauss, «La Ifigenia de Goethe y la de Racine. Con un epílogo sobre el carácter parcial de la estética de la recepción»,
Estética de la recepción, Madrid 1989, pp. 217—250.
75
Vid. Bernhard Zimmermann, «El lector como productor: en torno a la problemática del método de la Estética de la recepción», Estética de
la recepción, Madrid 1987, pp. 45—46.
76
«Que los textos» —[y lo mismo podemos pensar nosotros de los productos de la plástica]— «tienen un contenido que los hace portadores
de significaciones, es algo difícilmente rebatible hasta la irrupción del arte moderno; de este modo, si los textos se reducían a sus significaciones,
quedaba legitimada su interpretación. Esas significaciones se remitían a convenciones reconocidas, lo mismo que su valor, que, de este modo, se
aceptaba o, al menos, se comprendía. El celo clasificatorio de este tipo de interpretación sólo se apaciguaba normalmente cuando se conseguía el
significado del contenido del texto y se ratificaba su valoración a partir de lo ya sabido. Esta remisión de los textos a un marco de relaciones
existentes constituía la meta esencial de este tipo de interpretación, y así los textos quedaban forzosamente neutralizados. ¿Cómo explicar entonces lo
incitante de los textos?. Los textos —y otro tanto las obras de arte— tienen sin duda momentos estimulantes que intranquilizan y causan ese tipo de
nerviosismo que Susan Sontag ha llamado la erótica del arte. Si los textos poseyeran realmente sólo esas significaciones obtenidas por la
interpretación, no quedaría nada para el lector. Sólo podría aceptarlas o rechazarlas. Sin embargo, entre texto y lector se juega incomparablemente
más que la exigencia de una decisión en favor o en contra... Al mismo tiempo habría que decir que un texto se abre a la vida sólo cuando es leído. De
ahí la necesidad de considerar el despliegue del texto mediante la lectura».Wolfgang Iser, «La estructura apelativa de los textos», Estética de la
recepción, Madrid 1989, p. 133.
77
Acosta Gómez, op. cit. p. 157.
78
Wolfgang Iser, op. cit. p 134.
79
Wolfgang Iser, «El Proceso de Lectura», Estética de la recepción, Madrid 1989, p. 151.
80
Ibid., p. 152.
81
Acosta Gómez, op. cit. p.178.
82
Vid. Wolfgang Iser, «Modelo de texto de la literatura de carácter histórico—funcional», El acto de leer, pp. 89—172. Al exponer nuestro
método de análisis de las obras plásticas particularizaremos el sentido que tienen para nosotros el repertorio, como conjunto de símbolos que
aparecen en una obra, y las estrategias de lectura, como sistema de ordenación del repertorio figurado en el cuadro. Entre otras cosas, los diversos
repertorios dan cuenta de los diversos géneros pictóricos y a partir de su identificación se proponen estrategias de comprensión de los significados.
83
Ibid., p. 64.
84
Vid. «Nuevas aportaciones teóricas y metodológicas», Acosta Gómez, op. cit. pp. 207—237.
85
Citado en Bernhard Zimmermann, «El lector como productor: en torno a la problemática del método de la Estética de la recepción»,
Estética de la recepción, Madrid 1987, pp. 48—49.
86
Franco Meregalli, La literatura desde el punto de vista del receptor, Amsterdam 1989, pp. 15—16.
PROPUESTA METODOLÓGICA
87
En la Bibliotheca Philologica de Arco/Libros y en la colección La balsa de Medusa de ediciones Visor han aparecido interesantes
selecciones de artículos sobre los principios y problemas metodológicos de la estética de la recepción —algunos han sido citados aquí—, y Luis
Acosta Gómez, en su libro El lector y la obra, Madrid 1989, ha hecho una exposición general de la teoría, analizando los precedentes y destacando los
diversos aspectos epistemológicos que aporta la estética de la recepción a la hermenéutica literaria. Para una crítica de la teoría, Vid. Antonio García
Berrio, «Relatividad del significado en la estética de la Recepción», Teoría de la literatura, Madrid 1989, pp. 219—255.
88
Vid. Angel Díaz Arenas, La instancia del autor/lector. Introducción y metodología, Kassel 1986. Varios autores, La recepción literaria,
Zaragoza 1986.
89
«A ambos lados de la obra literaria hay dos intuiciones: la del autor y la del lector. La obra es registro, misterioso depósito de la primera, y
dormido despertador de la segunda. La obra supone esas dos intuiciones, y no es perfecta sin ellas. Exagerando la dirección de nuestro concepto,
diríamos que la obra principia sólo en el momento en que suscita la intuición del lector, porque sólo entonces comienza a ser operante». Dámaso
Alonso, Poesía española. Ensayo de método y límites estilísticos, en Obras completas, tomo IX, Madrid 1989, pp. 29—30.
90
Vid. Mª del Carmen Bobes Naves, «Lecturas del Cántico espiritual desde la estética de la recepción», Simposio sobre San Juan de la Cruz,
Ávila 1986, pp. 13—52. Darío Villanueva, «Narratario y lectores implícitos en la evolución formal de la novela picaresca», Estudios en honor de
Ricardo Gullón, Madrid 1985, pp. 343—367.
91
Estela Ocampo y Martí Perán, Teorías del Arte, Barcelona 1991.
92
Vid. Manuel Pérez Lozano, «Aplicaciones metodológicas de la estética de la recepción para la interpretación de las obras de Velázquez»,
Actas del VIII Congreso Español de Historia del Arte, Cáceres 1992, pp. 737—742. Otras referencias a esta nueva metodología en la historia del arte
español se han debido a Simón Marchan, quien ha utilizado algunos conceptos recepcionistas para explicar los efectos que producen las obras de los
museos. Vid. Simón Marchán Fiz, «El museo en las sociedades postindustriales», El arquitecto y el museo, Sevilla 1990.
93
Vid. Manuel Pérez Lozano, «La Asunción de Elías de Valdés Leal: un ejemplo de culteranismo pictórico», Apotheca, 6—2, 1986, pp. 27—
38, y la comunicación «Valdés Leal, el vizconde de Cárdenas y los círculos culteranos cordobeses», Patronos, Promotores, Mecenas y Clientes. VII
C.E.H.A. Murcia 1988, Murcia 1992, pp. 341—349.
94
Vid. Wolfgang Iser, «El Proceso de Lectura», Estética de la recepción, Madrid 1989, p. 155.
95
Puede obviarse así uno de los problemas de aplicación de que adolece la actual estética de la recepción en la interpretación de la historia
literaria: «los razonables principios de la estética de la recepción se han radicalizado progresivamente en la práctica, con protagonismo exclusivo del
papel del receptor en la construcción del significado», cayendo en el defecto de parcialidad que se pretendía corregir, sólo que planteado ahora en el
otro extremo. Vid. Antonio García Berrio y Teresa Hernández Fernández, Ut poesis pictura. Poética del arte visual, Madrid 1988, pp. 67—77.
96
Vid. Wolfgang Iser, El acto de leer, pp. 55—70.
97
Vid. Marichal, op. cit., y Castelnuovo, op. cit.
98
Vid. Jonathan Brown y J. H. Elliot, Un palacio para el rey. El Buen Retiro y la corte de Felipe IV, Madrid 1981;Brown, Velázquez, pintor y
cortesano, Madrid 1986, y «Felipe IV, el rey de coleccionistas», Fragmentos, 11, 1987, pp. 4—20.
99
Vid. Fernando Marías y Agustín Bustamante, Las ideas artísticas de El Greco, Madrid 1981.
100
Vid. Simon A. Vosters, Rubens y España. Estudio artístico—literario sobre la estética del Barroco, Madrid 1990.
101
La doctrina del «perspectivismo» y el concepto de «razón histórica» en el pensamiento de Ortega y Gasset ofrecen muchas posibilidades
de integración como fundamentos de una hermenéutica histórica bastante concordante con la de Gadamer. Hemos seguido a este último porque
muchos postulados de la estética de la recepción toman como referencia sus propuestas, pero sería interesante reivindicar el original pensamiento de
Ortega como fundamento de una teoría de la interpretación histórica.
Proceso de interpretación
Concluyendo con los aspectos metodológicos y a modo de síntesis de lo expuesto, en forma esquemática
podemos desglosar la aplicación de nuestro método para la interpretación contextual de las obras constituido por los
siguientes pasos sucesivos:
1) Delimitación contextual:
Recurriendo a los datos históricos disponibles sobre la obra o conjunto homogéneo de obras que vamos a
analizar, delimitar su autoría, datación, destino, funciones y exigencias del o los destinatarios primarios. En esta fase
conviene tomar en cuenta los cambios de ubicación, restauraciones o modificaciones que hayan podido afectar a la obra.
Conviene también tener presentes el máximo de referencias historiográficas lo más próximas a su fecha de creación y
las aportaciones significativas de los historiadores del arte.
2) Expectativas previas:
Valoración que el género y la temática de la obra tienen para los destinatarios conforme a los gustos estéticos
vigentes en su horizonte histórico. Relación del horizonte de la obra con el horizonte social. Analizar, si es posible, el
tipo de formación intelectual recibida por el artista y sus capacidades para satisfacer los gustos de los destinatarios.
102
La hermenéutica ocupa una posición intermedia entre la extrañeza y la familiaridad, «su tarea no es desarrollar un procedimiento de la
comprensión, sino iluminar las condiciones bajo las cuales se comprende. Pero estas condiciones no son todas del tipo de los ‘procedimientos’ o
métodos, ni el que comprende podría ponerlas por sí mismo en aplicación; estas condiciones tienen que estar dadas». Gadamer, Verdad y método, p.
365.
103
Vid. Francisca Pérez Carreño, op. cit. pp. 125—126.
En definitiva, a partir de los principios teóricos de la recepción literaria hemos desarrollado una metodología y
un método de análisis de las obras de las artes visuales que, pensamos, cumplen las exigencias de contrastación
necesarias para poder elaborar una historia contextual del arte a partir de las producciones artísticas y el efecto que
producen estas en sus destinatarios.