Lección 23 Alquimia Espiritual

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Centro de Armonizaciòn Integral

Curso: Alquimia Espiritual


Prof.: Gustavo Fernández

Lecciòn nº 23: ESTRATEGIAS PARA LA ACCIÓN. LAS CLAVES


PARA SER FELIZ. INSTRUCCIONES PARA OPTIMIZAR LA
TOMA DE DECISIONES.

Claves para ser feliz

1) Caminar siempre un kilómetro más

Generalmente, la diferencia entre un buen vendedor y uno malo es que el


segundo se desilusiona cuando son cada vez más las personas que le dicen
no, mientras el primero sabe que, entonces, falta cada vez menos para
hallar una que diga “sí”. Esta clave consiste en esforzarse en hacer siempre
un esfuerzo suplementario a aquél que cualquier otro haría en idéntica
situación.

2) Desapegarse afectivamente del problema

El ocuparse de las cosas no es pre – ocuparse por ellas. Ocuparse no es


sufrirlas y, como siempre decimos, dado que la angustia no cotiza en la
Bolsa aparecer como conflictuado, sufriente y problematizado por un
obstáculo a superar sólo tiene valor en la psicología de los mediocres,
donde el hecho de estar anímicamente mal se asocia a un mayor grado de
responsabilidad, perdiendo de vista que es sólo el distanciamiento afectivo
del tema lo que nos da el equilibrio y la objetividad para ver las cosas más
sencillas y solucionables. De no ser así, ¿por qué somos siempre tan
efectivos al aconsejar a los demás sobre sus problemas e incapaces para
aplicar esos planteos a los nuestros?.

3) Estar siempre ocupado

El que nada hace, piensa tonterías.

4) Divina obsesión

Experimentar el “fuego sagrado” de imbuirse totalmente del deseo de


conseguir lo que nos proponemos.
5) Ver el vaso medio lleno

... que no es lo mismo que verlo medio vacío, aunque algunos supongan
que sí, ya que en el primer caso nos estaremos retroalimentando
positivamente. Es lo que lleva a siempre intentar las cosas aunque el
sentido común –de los demás- afirme que es inútil. Cuando una persona se
dice “¿para qué voy a pedirle –preguntarle – sugerirle- algo a Fulano, si
seguro me va a decir que no?”, la actitud correcta es “entonces, si el “no”
ya lo tengo, ¿qué puedo perder?”.

6) Buscar lo trascendente y el sentido final a lo que hacemos

Trabajar “para ganar dinero” no es un fin; sólo un medio para un objetivo


posterior, más importante y significativo.

7) Jerarquizar los pequeños logros

Sentirnos sanamente orgullosos de lo que hagamos, aunque a los ojos de


los demás aparezca minimizable. Las cosas importan si son significativa
para nosotros, no para los demás.

8) Disfrutar lo conseguido

No debemos “dormirnos en los laureles”, pero es muy útil hacer pequeños


altos para disfrutar lo conseguido antes de reemprender el camino.

9) Rodearse de un ambiente positivo

Hasta en los actos más pequeños o cotidianos, comprender que comprar


un adorno que nos agradó para el hogar o el lugar de trabajo no es
superfluo ni un desperdicio de dinero, sino que la satisfacción estética tiene
un efecto estimulante sobre nuestro campo energético. Si estamos
haciendo trámites y nos detenemos a tomar un café, no hacerlo en un bar
paupérrimo para ahorrar algunas monedas; una media hora de rélax en una
confitería agradable y hasta suntuosa nos estimulará por la misma razón,
generando pensamientos positivos.

10) No prestar oídos a chusmeríos

Evitar ese contagio psíquico que consiste en enredarse en cuentos y


monsergas inútiles que traen los ociosos a nuestra vida. Comprender que el
“correveidile” es la cuna de la envidia y la mediocridad. A los chismosos,
entonces, echarlos sin muchos miramientos: si no tienen nada que hacer,
que no vengan a hacerlo en nuestro mundo cotidiano.

Claves para enfrentar problemas

1) Definición correcta del problema

Como he explicado en nuestro curso de Control Mental Oriental, el


problema de mucha gente, en realidad, es que toma por origen de su
problema lo que es reflejo del problema original, enredándose más con lo
anecdótico, lo superfluo, lo periférico, la perversa componente emocional,
el “qué dirán” que en definir la esencia del problema en sí.

2) Desapego y perspectiva correcta

Dicen los chinos: “Si un problema tiene solución, ¿para qué te vas a preocupar?. Y
si no la tiene, ¿para qué te vas a preocupar?”.

3) vivir el presente.

Enseñaban los Ancestros: “El gran problema del hombre y la mujer occidental es
que vive tan angustiado por su futuro, y tan resentido por su pasado, que se olvida de
vivir el presente. Peinsa más en el éxito o el fracaso que en la acción en sí, sin
comprender que el éxito y el fracaso es tan natural como el flujo y reflujo de las olas del
mar sobre la playa. No somos dueños en realidad de nuestro futuro, porque aún no es; y
no somos dueños en realidad de nuestro pasado, porque ya fue. Como no eres dueño ni
del futuro ni del pasado, y como de lo único que eres dueño es del presente y el presente es
acción, entonces actúa y quédate en paz”.

No eres responsable de la consecuencia de tus acciones. Eres


responsable de tus acciones (que no es lo mismo). Se nos conculca que si
encaro un comercio y luego de un tiempo debo cerrarlo, esto se
incorporará como "un fracaso" cuando pudo haber caído por variables
ajenas a mí: cambios en la política económica, trastornos climatológicos,
etc. Pero no: el Sistema nos educa que es nuestra responsabilidad y con ella
debemos cargar. En realidad, sólo soy responsable del ahora, de poner
toda mi energía y caliudad en lo que estoy haciendo en este momento, y
luego "soltarlo", dejándolo fluir.

4) El láser mental

Concentrarse cualitativa –no cuantitativamente- en el objetivo, hasta


“densificar el pensamiento”.
Claves para mejorar las decisiones

1) Hacer la lista de nuestras posibilidades (TODAS)


2) Pensar en cada una de las alternativas (“Qué sucedería si...”).
3) Relacionar nuestras alternativas con nuestras prioridades.
4) Analizar las consecuencias
5) Ejercitar previamente la decisión elegida.

El hacedor siempre tiene una solución para cada problema.


El hablador siempre tiene un problema para cada solución.

El hacedor siempre tiene un programa de acción.


El hablador siempre tiene una excusa para no hacer.

El hacedor dice: Déjeme hacer esto por usted.


El hablador dice: Ése no es mi trabajo.

El hacedor dice: Esto puede ser difícil, pero es posible resolverlo.


El hablador dice: Esto puede ser posible, pero es demasiado difícil.

El hacedor pone siempre el acento en lo que tiene.

El hablador siempre destaca lo que le falta.

El hacedor siempre se levanta aunque haya caído.


El hablador siempre termina por caer aunque esté muy alto.

El hacedor da que hablar a los otros por lo que hace.


El hablador habla de lo que otros hacen.

LA MECÁNICA DE LA MEDITACIÓN. MEDITACIÓN PASIVA.


EJERCICIOS.

Introducción a la Meditación

Desde la lección dedicada al Wu Wei en la vida cotidiana, estamos


comprendiendo la importancia que debe tener en nuestra vida financiera la
meditación. Ahora bien, ¿qué es meditar?. Básicamente, manejar un conjunto
de técnicas para alcanzar un estado de paz y equilibrio de uno con uno mismo.
El origen de todo conflicto (en el trabajo, la familia, en relación a los
demás) nace por la incapacidad de autoequilibrase. En ese sentido, debemos
comprender que la eficiencia en el Universo depende de la capacidad de
autorregulación de los organismos. Cuando para alcanzar ese equilibrio
necesitan elementos exteriores –otras personas, divertimentos, sensaciones
exteriores, etc- el equilibrio ya no es tal sino un seudo equilibrio y por ende,
ineficiente.
Y también comprender que el “equilibrio exterior” (mantener el
equilibrio fuera de nosotros) depende en primer lugar de obtener control
psicológico sobre el problema, no perder el eje de esto. Pero mantener control
psicológico sobre el problema implica mantener control psicológico sobre el
propio Yo, lo que nos lleva a comprender el Yo, y entrar entonces en el
siguiente ejercicio:

El conocimiento del verdadero yo

Tratemos en primer lugar de explicar el ser. O el Ser, a través del acto


de conciencia que significa preguntarme sobre él. ¿Qué soy Yo?. Si digo que
“Yo soy Gustavo Fernández”, ¿por ventura dejaría de ser Yo si me llamara
Juan Pérez?. Obviamente, no. Por lo tanto, Yo no soy Gustavo Fernández.
Bien, digamos que Yo soy escritor. ¿Yo sería menos Yo si fuese albañil?.
Nuevamente la respuesta es terminante: No. Yo seguiría siendo Yo. Por lo
tanto, Yo no soy escritor (o mejor aún, “un” escritor, o “el” escritor). Podría
también decir que Yo soy argentino. Ahí vamos de nuevo: ¿sería menos Yo si
fuese mexicano?. Sin hesitar: No. Por consiguiente, Yo no soy argentino (otra
vez; Yo no soy “un” argentino o “el” argentino). Hasta aquí, entonces,
tenemos que el Yo no es el nombre, la actividad, la nacionalidad, y podría
seguir así, enumerando lo que son anécdotas del Yo. ¿Yo sería menos yo si no
fuese hijo de mis padres?. Seguramente mi aspecto exterior –y muchas de mis
vivencias- serían distintas, pero, ¿puedo percibir al Yo como algo distinto?.
No. De modo que el Yo seguiría siendo Yo, ya que sólo lo Cognosciente
puede diferenciarse en el conjunto de lo Cognoscible, de manera que el Yo
que ahora percibe es algo independiente de esos otros “yoes” menores que me
formarían si hubiese nacido en otro vientre y de otra semilla.

Vamos a detenernos un momento, para exponer la teoría de Gurdjieff


que tan interesante nos parece. Él sostuvo que el hombre –y la mujer- que
normalmente conocemos, es decir, el hombre al que le suceden las cosas (y no
que es el “hacedor” de las cosas) no puede poseer un yo único y permanente.
Éste cambia tan deprisa como sus pensamientos, sus sentimientos y su
carácter, y comete un grave error al considerarse a sí mismo siempre una
misma persona; en realidad, a cada momento es una persona diferente, no la
que era hace un instante.
El ser humano no poseería un yo permanente e inmutable. Cada
pensamiento, cada estado de ánimo, cada deseo, cada sensación, dice “yo”. Y
en todos los casos parece que ha de darse por hecho que ese “yo” pertenece al
Todo, al ser entero, y que un pensamiento, un deseo o una aversión se expresa
por medio de este Todo. La realidad es que tal suposición no tiene ningún
fundamento. Cada pensamiento o deseo del hombre surge y vive de forma
completamente separada e independiente de su Todo.

El ser humano no evolucionado carece de “yo” individual, pero en


lugar de éste existen cientos y miles de pequeños “yoes” independientes,
muchas veces completamente desconocidos unos de otros, sin entrar nunca
en contacto o, por el contrario, hostiles unos con otros, mutuamente
exclusivos e incompatibles. A cada minuto, a cada momento, el hombre está
diciendo o pensando “yo”. Y, cada vez, su “yo” es diferente. Él mismo es una
pluralidad. Los nombres de un hombre suman legión.
La alternancia del “yo”, su evidente y continua lucha por la supremacía,
está controlada por influencias externas fortuitas. El tiempo templado o la luz
del sol, inmediatamente evocan a todo un grupo de “yoes”. El frío, la niebla,
la lluvia, evocan a otro grupo, otras asociaciones, otros sentimientos, otras
acciones. El cariño o la agresión, la atención o la indiferencia, otros más. No
hay nada en el hombre capaz de controlar este cambio, principalmente porque
no se da cuenta ni lo sabe; vive siempre en el último “yo”. Por supuesto,
algunos son más fuertes que otros. Pero no por su propia fuerza conciente;
han sido creados a fuerza de accidentes o estímulos mecánicos externos. La
educación, la imitación, la lectura, el hipnotismo de la religión, las tradiciones,
crean unos “yoes” muy fuertes en la personalidad que dominan a toda una
serie más débil.
Cada “yo” pequeño e independiente, es capaz de llamarse a sí mismo
por el nombre del Todo, obrar en nombre del Todo, estar de acuerdo o en
desacuerdo, hacer promesas, tomar decisiones con las que otro “yo” o el
Todo habrá de vérselas. Esto explica porqué la gente toma decisiones y pocas
veces las lleva a cabo. Un hombre decide levantarse temprano a partir del día
siguiente: un “yo” o un grupo de “yoes” lo ha decidido. Pero levantarse es
asunto de otro “yo” que tal vez está en completo desacuerdo con la decisión y
que posiblemente no sepa absolutamente nada de ella. Por supuesto, seguirá
durmiendo por la mañana y por la tarde, volverá a decidir levantarse
temprano. La tragedia del ser humano es que cualquier “yo” insignificante
tiene derecho a firmar cheques y pagarés, y el Todo que es él tiene que
pagarlos. Toda la vida de las personas consiste, muchas veces, en pagar los
pagarés de “yoes” insignificantes.
Las enseñanzas orientales contienen varios grabados alegóricos que
pretenden representar la naturaleza del ser humano desde este punto de vista.
A veces, se compara al hombre con una casa en la que hay numerosos
sirvientes, pero no hay dueño ni mayordomo. Todos los criados han olvidado
sus obligaciones y ninguno quiere hacer lo que debe. Todos intentan ser los
dueños, aunque sólo sea momentáneamente y, dentro de este caos, la casa se
ve amenazada por un grave peligro. La única posibilidad de salvación es que
un grupo formado por los criados más sensatos se reúna y elija a un
mayordomo provisorio. Este mayordomo suplente puede así poner a los
demás sirvientes en su lugar y obligarles a que cada uno haga el trabajo que le
corresponde. De este modo, la “casa” podrá ser preparada para la llegada del
mayordomo titular, quien a su vez, la preparará para la llegada del dueño.
Pensemos en la casa como en nuestra vida. En los criados, como
nuestros “yoes” menores. El mayordomo suplente es apenas uno –o varios-
de aquellos que, a través de la Ciencia de la Voluntad –origen y razón de ser
del conocimiento hermético- le (les) transformará en el mayordomo titular, el
verdadero Yo. Y así, la casa, durante un tiempo (nuestra vida, lo que dure) se
irá preparando para la llegada del verdadero dueño. Que no soy Yo, sino Dios,
Brahma, Ishwara, YHVH.

Porque –como señaláramos párrafos atrás- las actividades, la familia, la


nacionalidad, el nombre son sólo alguno de las miríadas de “yoes” que pugnan
en nuestra vida tratando de hacerse con el mando. Por eso, muchas
personalidades dominadas por algunos de estos “yoes” creen que lo más
importante es ser arquitecto, García, masón, neocelandés, joven, fanático de
Boca Juniors... Sólo cuando comprendo que Yo soy Yo, trasciendo esas
limitaciones que no tienen raza, religión, profesión, apellido. Y Yo soy
entonces –sé entonces- sólo parte de Algún Otro que me trasciende. El
verdadero dueño de mi Yo, de mi Ser, pues de Él vengo y al Él he de regresar

Sólo la comprensión más cristalina de las posibilidades que esto


encierra pone al hombre cerca de conseguirlas. Se es en tanto Se Comprende.
Quien no entienda, deja menos de Ser. De manera que su Yo fuera de los
“yoes” es menor, menos significativo, más deslucido, si se quiere. Por lo tanto,
la posibilidad de existir fuera de sus “yoes” (en definitiva: su cuerpo, su
pasado, sus ataduras emocionales) es menor. Esto es tanto como decir que la
sobrevivencia del espíritu en orden a su evolución, comprensión y, podríamos
arriesgar, control, es directamente proporcional a la comprensión. Para
beneficiarse de estas posibilidades debe tener un fortísimo deseo de liberación
y estar dispuesto a sacrificarlo todo, a arriesgarlo todo, en aras de esa
liberación.

Mientras que el hombre se considere una sola persona, nunca se


liberará, porque nunca comprenderá. Su trabajo en él mismo comienza desde
el instante en el cual empieza a sentir por lo menos dos seres, o más, en su
interior. Uno es pasivo, y lo máximo que puede hacer es registrar lo que está
sucediendo. El otro, que también se llamará a sí mismo “yo”, es activo, y
hablará de sí mismo en primera persona. Se es García y Fernández, aunque
opera sólo García, o sólo Fernández. Si la persona comienza a pensar
correctamente, pronto descubrirá que los momentos de su vida están por
completo en poder de García, o Fernández, o Pérez. No importa lo que
planee o lo que se proponga hacer o decir, no será “él” ni “yo” quien lo llevará
a cabo, sino “su” García, “su” Fernández o “su” Pérez y, por supuesto, lo que
ellos harán o dirán no tendrá nada en común con lo que el Yo habría hecho o
dicho, porque ellos (los “yoes”) tienen su propia manera de sentir o
comprender las cosas, que a veces puede cambiar por completo las
intenciones del Yo.

Lo que aquí estoy proponiendo sin haber deseado, es una forma de


autoconocimiento. Sé de las numerosísimas escuelas, sectas, religiones, sociedades
y grupúsculos que se atribuyen la posesión de un sendero para llegar al Yo
Interior. Quizás muchas de ellas sean falacias: de la misma manera,
seguramente y pese a ello, todas sean útiles. P.D. Ouspensky (“Fragmentos de
una enseñanza desconocida”, RGR Ediciones) supo escribir: “...los sistemas seudo
esotéricos también desempeñan un papel importante en los círculos esotéricos. De hecho, son
los intermediarios entre la Humanidad, que está sumergida completamente en la vida
materialista, y las escuelas que están interesadas en la educación de cierto número de
personas, tanto por lo que toca a su propia existencia como por lo que atañe al trabajo de
carácter cósmico que puedan estar llevando a cabo. El concepto mismo de esoterismo, el
concepto de iniciación, llega hasta las personas, en muchos casos, a través de sistemas y de
escuelas seudo esotéricas, y si no existiesen éstas la mayoría no tendría ninguna posibilidad
de oír ni saber de la existencia de algo más importante en la vida, porque la Verdad en su
forma pura sería inaccesible para ella. En virtud de las numerosas características del ser del
hombre, sobre todo del ser contemporáneo, esta verdad sólo puede llegar a la mayoría en
forma de mentira. Únicamente bajo este aspecto son capaces de aceptarla, digerirla y
asimilarla...” Y más adelante: “...El concepto de iniciación, que nos llega a través de
sistemas seudo esotéricos, también se nos transmite de una forma equivocada. Las leyendas
relativas a los ritos externos de iniciación han sido creadas a partir de la escasa información
que poseemos referente a los antiguos Misterios. Éstos representaban una clase especial de
camino que, junto con un período de estudio difícil y prolongado, se traducía en
representaciones dramáticas especiales, que describían de forma alegórica toda el camino de la
evolución del hombre y del mundo. Las transiciones de un nivel a otro se representaban con
ceremonias especiales de presentación, es decir, la iniciación. Pero un cambio de ser no puede
efectuarse mediante ningún rito. Éstos sólo simbolizan una transición ya realizada. Y es
únicamente en los sistemas seudo esotéricos, en los que no hay nada más que dichos ritos,
donde se les empieza a tribuir un significado independiente. Se supone que un rito, al ser
transformado en sacramento, transmite o comunica determinadas fuerzas al Iniciado, lo que
tiene relación con la psicología de un camino de imitación. No hay ni puede haber iniciación
exterior. En realidad, sólo existe la autoiniciación, la autopresentación. Los sistemas y las
escuelas enseñan métodos y caminos, pero ningún sistema ni ninguna escuelas pueden hacer
por un hombre el trabajo que él mismo debe hacer. El crecimiento interior, un cambio de ser,
depende completamente del trabajo que un hombre debe hacer sobre sí mismo.

De forma tal que siempre me quedará el consuelo, aún para quienes


consideren estas apreciaciones como simplemente “seudo esotéricas”, que
actúen como disparadoras del proceso de autorreflexión que lleva al
autoconocimiento. Entre aquellos que reciben una misma enseñanza, cada
uno la comprende y asimila de manera más o menos completa, más o
menos profunda, según el alcance de sus propias posibilidades intelectuales;
y así es como se opera naturalmente la selección sin La cual no podría
haber una verdadera jerarquía. Si vamos a proponer “demostrar” lo
espiritual debemos contar con una metodología, y ésta debe ser espiritual.
Fuera de la contradicción implícita, debe entenderse que no podemos
colocar bajo el microscopio un trozo de evidencia espiritual, y que por
definición ésta debe trascender (no ser; estar más allá) del conocimiento
racional. Debe ser por lo tanto una “percepción” y por ello, personal e
instransferible.

Así que estábamos en el punto en el cual el Yo no es los “yoes”:


nombres, apellidos, prosapias, nacionalidades, religiones, actividades, cuerpos.
Pero, lo que es igualmente indiscutible, es que el ser –permítanme ponerlo
ahora así, en minúsculas, para sobreentender que me estoy refiriendo al ser
humano- existe en cuanto a una forma que lo contiene. Para el ser (el ser no
evolucionado, es decir, no liberado), Yo soy Esto. Esto será, siempre, una
forma, empleada aquí la palabra no sólo en su sentido de limitación espacial
sino como categoría gestáltica.

El miedo a la muerte deviene de la percepción que la muerte es la nada


y para el ser, repugna la disolución en el No Ser, su negación. Pero, por el
contrario, diluirse en el Todo (el Ser trascendente), a lo que apunta a señalar
toda teología, es perder la individualidad, los “yoes” pasar a ser – no – siendo.
De donde inferimos que el Yo es el reflejo microcósmico del Ser (el Ser
Todo), porque la individualidad es la expresión de los “yoes”. Yo soy yo (mi
ego) en tanto tengo Forma, porque la Forma hace a la diferenciación, la
separación, y sólo existiendo separación se reconoce la individualidad. Pero si
cesa la separación, la Forma, yo no sería yo (“yoes”) sino Yo. O, en otras
palabras, el Ser no puede serlo en la Forma, sino a través de su emanación o
reflejo (microcósmico), que es el Yo. Nombres, cuerpos, profesiones, son
formas.

El Ser es el principio trascendente y permanente del cual el ser


manifestado, el ser humano por ejemplo, no es más que una modificación
transitoria y contingente, modificación que no podría además afectar de
ningún modo al principio. El Ser, como tal, jamás está individualizado y no
puede estarlo, pues como siempre ha de ser considerado desde el punto de
vista de la eternidad y de la inmutabilidad que son los atributos necesarios del
Ser puro, no es evidentemente susceptible de particularización alguna que lo
haga “ser distinto del Ser”. Inmutable en su propia naturaleza eterna, desarrolla
solamente las posibilidades indefinidas que conlleva en sí mismo, por el paso
relativo de la “potencia” al “acto” a través de una indefinida serie de grados,
sin que por ello se vea afectada su permanencia esencial, precisamente porque
este pasar no es sino relativo y porque dicho desarrollo sólo es tal cuando se
lo considera desde el punto de vista de la manifestación, fuera de la cual no
puede hablarse de sucesión alguna sino de una perfecta simultaneidad, de
modo que lo mismo que es virtual en el ámbito de cierta relación no por eso
se encuentra menos realizado en el “eterno presente”
Diremos entonces que el yo, considerado en su totalidad,
comporta cierto conjunto de posibilidades que constituyen su modalidad
corporal o grosera, más una multitud de otras posibilidades que, al extenderse
en diversos sentidos más allá de ésta, constituyen sus modalidades sutiles.
Pero todas estas posibilidades reunidas no representan, sin embargo, más que
un único y mismo grado de Existencia Universal. Resulta de ello que la
individualidad humana es a la vez mucho más y mucho menos que lo que
creen comúnmente los seres humanos; es mucho más porque no conocen de
ella más que su modalidad corporal, que no es más que una porción ínfima de
sus posibilidades, pero también es mucho menos porque esta individualidad,
lejos de ser realmente el ser total, no es más que un estado de este ser, entre
una infinidad de otros estados, cuya suma misma no es todavía nada respecto
al Yo, que es el único ser verdadero, ya que únicamente él constituye su estado
permanente e incondicionado, y que en ese sentido es lo único que puede ser
considerado como absolutamente real. Todo el resto, sin duda, es también
real, pero solamente de una manera relativa, en razón de su dependencia del
principio y en tanto que refleja algo de él, así como una imagen reflejada en un
espejo extrae toda su realidad del objeto sin el cual no tendría ninguna
existencia. Pero esta realidad menor, que no lo es sino en virtud de la
participación, es ilusoria en relación con el objeto, y si se pretendiera aislarla
del principio, esta ilusión se volvería irreal. Se comprende por ello que la
existencia, es decir el ser condicionado y manifestado, expresado a través de
los “yoes”, sea a la vez real en cierto sentido e ilusoria en otro.

Una de las conclusiones a que esto me ha llevado es a considerar que,


cuando la Ciencia actúa y modifica la materia porque es lo único que la
percepción colectiva tiene a mano puede ser aceptable, pero que dogmatice
que en consecuencia es lo único “real”, es lo equivocado. Así como la
ciencia emplea cada vez más planos “sutiles” (física electromagnética,
partículas subatómicas, radiaciones) hay que ver una “ingeniería espiritual”
en la historia de la humanidad. Y para bien (como en el caso de algunos
librepensadores) o para mal (ciertos fanatismos religiosos), ¿quién puede
negarlo?. Si esa “ingeniería espiritual” realmente ha producido efectos
positivos o negativos, puede discutirse. Pero no puede discutirse si se trata
de “cosas reales”, cuando precisamente sus “efectos” son “reales”.
Teológicamente, cuando se dice que “Dios es espíritu puro”, es verosímil
que esto no debe entenderse tampoco en el sentido según el cual “espíritu”
se opone a la “materia” y en el cual cada uno de estos dos términos no
puede comprenderse más que en relación con el otro, pues se llegaría así a
una especie de maniqueísmo. No es menos cierto, igualmente, que si Dios,
como ser espiritual puro, integra los dos estados, lo “espiritual” no puede
estar ni ser ajeno a lo “material”, de modo que podríamos ver en éste los
reflejos de aquél. Por ejemplo, la entropía material se refleja en la
negantropía espiritual.

Otra conclusión nos remite a recordar que si el Yo refleja al Ser, como


los “yoes” reflejan –con el deterioro que significa pasar de lo no manifestado a
lo manifestado) al Yo, esto nos lleva a la especulación que tras la muerte física
existe un paso del ser a la forma sutil, pro dicha travesía no constituye más
que una fase transitoria en la reabsorción de las facultades individuales de lo
manifestado a lo no manifestado, fase cuya existencia se aplica naturalmente
por el carácter intermediario que le asignamos al estado sutil. El único caso en
que a ese ser podríamos seguir denominándolo “humano” en cierto sentido es
aquél en que, después de la muerte corporal, el ser permanece en una de esas
prolongaciones de la individualidad a las que nos hemos referido porque en
este caso, aunque esa individualidad no sea completa en cuanto a la relación
con la manifestación (puesto que el estado corporal le falta de ahí en adelante
por haber terminado las posibilidades que le corresponden en el ciclo entero
de su desarrollo), algunos de sus elementos psíquicos o sutiles subsisten en
cierta manera sin disociarse. En todos los demás casos y para todos los demás
efectos el ser no puede ser llamado ya humano, puesto que ha pasado del
estado al que se aplica este nombre a otro estado, individual o no; el ser que
era humano ha cesado de serlo para transformarse en otra cosa, así como por
el nacimiento se había vuelto humano al pasar de otro estado, indiferenciado y
parasitario de la madre, a éste diferenciado que constituye la vida natural del
ser humano como ente independiente. Esto nos clarifica ciertas ideas respecto
al comportamiento del ser en caso de reencarnación, especialmente lo que se
señala críticamente como falta generalizada de memoria de los aprendizajes en
vidas anteriores, pero sobre esto volveremos en otro estudio. Bástenos señalar
que, considerado como “yoes psíquicos” la muerte es más una involución que
una evolución, desde el punto de vista especial del individuo, pues se trata de
una reabsorción de la individualidad en el estado no – manifestado. Es, sin
embargo, el Yo el que evoluciona, independiente de los “yoes” que le acompañaron
durante su lapso biológico; esto es tanto como advertir que no soy yo quien asciende en las
jerarquías espirituales, sino mi Yo Espiritual, que ya nada más vuelve a tener con mis yoes
psíquicos y mi ser corporal.
Estamos tan mortalmente aferrados a nuestro ego, a nuestra
individualidad, a nuestra conciencia material, en definitiva, al imperio de
nuestros “yoes”, que nos resulta imposible (y si lo logramos, aterrador)
percibir de alguna manera qué significa, cómo se vivenciaría la disolución de
nuestra personalidad, de nuestra individualidad. Pero, en definitiva, por un
lado no sería más que el reflejo microcósmico (otra vez) de esa Trinidad
macrocósmica donde Tres son Uno pero distintos a la vez. Y, por otro lado,
poder vencer la ilusión de nuestro ego nos abriría varias comprensiones; la
primera de ellas, que nuestro visceral, atávico temor a la muerte no es más que
la consecuencia necesaria del aferrarnos a nuestro ego. Sólo cuando
comprendemos que “estar siendo” ser humano nada tiene que ver con ser en el
Ser, podremos superar ese atavismo y descubriríamos que no habría miedo a la
muerte, porque la muerte poco sería.
La condición individual misma puede definirse como el estado del ser
que está limitado por una forma; liberado de la misma, es natural que corra a
integrarse al Ser del que proviene. Pero ese proceso está condicionado por
capas sucesivas de aprendizajes, de transformaciones (el conocimiento es, de
hecho, transformación), de tiempos en el No Tiempo. Las vivencias,
sufrimientos, experiencias y alegrías de esta o cualquiera de nuestras otras
vidas son colectadas por la memoria del ser humano que es como decir, la
memoria de los “yoes”. Todas sus experiencias habrán de integrarse de alguna
forma en esa Memoria Universal a la que me refiriera en otros artículos pero
el proceso, que demanda sus etapas, hace que muchas “informaciones”
asociadas banalmente a la experiencia individual que no la experiencia del Yo,
son instrumentos de las percepciones físicas y los procesos de almacenaje
corticales, disueltos con la disolución de la muerte misma. ¿cómo podría
entonces exigirse en una encarnación ulterior el recuerdo de minucias de esta
vida pasada, cuando si no constituyeron elementos de peso a la hora de
aprendizaje para el Yo trascendente se disolvieron en la nada con el cuerpo
físico que les sirviera de instrumento y receptáculo?.
Sin forma no hay corrupción, porque al estar toda forma definida
por el tiempo y el espacio es susceptible de ser afectada por las leyes que rigen
ese tiempo y ese espacio. Con la forma, deviene la muerte. Sin forma, ya no
existe ésta.
Lo Trascendente lo es en tanto y en cuanto trasciende la forma,
el nombre. Por eso se libera el ser que vuelve al Ser. Yo he recibido un
nombre, yo me digo escritor, yo nací en Argentina, todo ello son “yoes”
menores que forman la división, la separación (a lo que llamo individualidad).
Tchuang – Tsé supo escribir: “...Aquél que ha llegado a estar unido a la totalidad
universal no dependerá más de nada, será perfectamente libre... el ser sobrehumano no tiene
más individualidad propia, el hombre trascendente no tiene más acción propia, el sabio no
tiene más nombre propio, pues uno es con el Todo”.
“Conoce que todas las cosas contingentes, las formas y demás modalidades de

manifestación, no son distintas de Àtmâm en su principio, y que fuera de Atmâm no hay

nada, dado que los objetos difieren simplemente en designación, accidente y nombre, así

como los utensilios hechos de arcilla reciben diferentes nombres, aunque sólo sean

diferentes formas de arcilla; y así percibe que él mismo es todas las cosas, pues no hay

ninguna que sea distinto de él o de su propio Yo”

Swami Shankarâchârya

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