Otelin

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 11

OTELO

ACTO CINCO, ESCENA I: Calle

YAGO. - Escóndete, ahí viene, en cuanto aparezca, saca tu espada y ¡Dale sin miedo!
Yo te cuido la espalda. Es cuestión de vida o muerte.

RODRIGO. - No te alejes, por si me sale mal mi intento

YAGO. - Estaré detrás de ti, ponte en guardia (Se va.)

RODRIGO. - No confío en el resultado, aun así, me convence, qué más da si se muere


uno ¿Qué importa? (Se retira)

YAGO. - (Aparte) Tanto que me he burlado de este necio que ya empiezo a conocerlo.
Qué mate a Casio, que Casio lo mate a él o que mueran los dos, siempre saldré
ganando, Si Rodrigo escapa, va a empezar a pedirme el dinero y las joyas que le
saqué, pretextos para seducir a Desdémona. Pero si se salva Casio, será un acusador
perpetuo contra mí, y el moro le dirá a Casio lo que pasó entre nosotros y ponerme en
grave peligro. ¡Que muera! Ahí viene (A Rodrigo).

RODRIGO. - Lo conozco. Es él ¡Muere traidor! (Le rasga la pierna).

CASIO. - La vida me hubiera costado este golpe, de no ser por mis botas. Veamos
cómo estás tú (Hiere a Rodrigo).

RODRIGO. - ¡Lo confieso! ¡Estoy muerto!

YAGO Hiere en las piernas a CASIO y huye.

CASIO. - ¡Me han dejado cojo para siempre! ¡Asesinos! ¡Ayúdenme!

Entra OTELO.

OTELO. - Esa voz es de Casio, Yago ha cumplido bien su palabra.

RODRIGO. - ¡Qué cabrón he sido! ¿Cómo pude caer tan bajo?

OTELO. - Sí, es él, no hay duda.

CASIO. - ¡Por favor! ¡Luces! ¡Un médico! ¡Un cirujano!

OTELO. - Es Casio, es Casio. ¡Valiente Yago, que has sentido como tuya la ofensa a un
amigo, tú me muestras el camino de la venganza! (Aparte) ¡Maldita adúltera! Ya ha
sucumbido tu amante y se acerca tú última hora. Voy a buscarte, arrancando de mi
corazón hasta el último recuerdo de tus hechizos, y de la luz de tus ojos. Sangre de tu
torpe corazón ha de limpiar nuestro lecho mutilado por ti. (Se va).

Entra MONTANO.

CASIO. - ¿Dónde está la ronda? ¿Nadie viene? ¡Por favor! ¿Por qué no agarran al
asesino?

MONTANO. - ¡Ay, que desgracia! ¡Qué espanto causan en mí, esas voces!

CASIO. - ¡Ayuda!

MONTANO. - ¡Silencio!
RODRIGO. - ¡Maldito!

MONTANO. - Oigo las voces de dos o tres personas. ¡Qué noche! ¿Será algún castigo?
Es mejor ir con cuidado ¿Quién se arroja a darles auxilio sin la ronda?

RODRIGO. - Ayúdenme, que me desangro.

MONTANO. - ¿Quién anda...? Ahí viene un hombre medio desnudo, con armas y luz.

YAGO. - ¿Quién es? ¿Quién grita “asesino”?

MONTANO. - No lo sé.

YAGO. - ¿No oyó las voces?

CASIO. - ¡Por el amor de Dios! ¡Aquí! ¡Por aquí!

YAGO. - ¿Qué sucede?

MONTANO. - Si no me equivoco, es la voz del alférez de Otelo... No, no tengo duda, es


él.

YAGO. - ¿Quién eres tú que te tanto te quejas?

CASIO. - Yago, me han lastimado unos asesinos, ayúdame por favor.

YAGO. - ¡Dios mío! ¡Mi teniente! ¿Quién le ha hecho esto?

CASIO. - Uno de ellos está herido, cerca de mí, y no puede huir.

YAGO. - ¡Malditos, miserables! ¿Quién eres? ¡Ayuda, por favor!

RODRIGO. - ¡Ayuda, por Dios!

CASIO. - Uno de ellos es aquel.

YAGO. - ¡Traidor, asesino! (Saca el puñal y hiere a Rodrigo).

RODRIGO. - ¡Maldito Yago! ¡Hijo de... (Cae)

YAGO. - ¡Asaltarte de noche y por la espalda! ¡Cobardes! ¡Qué silencio, que soledad!
¡Muerte! ¡Auxilio! ¿Y usted viene en son de paz o todo lo contrario?

MONTANO. - Por mis hechos puedes conocerlo.

YAGO. - Señor Montano.

MONTANO. - Él mismo

YAGO. - Le pido perdón. Ahí yace Casio a manos de traidores.

MONTANO. - ¡Casio!

YAGO. - Hermano ¿Cómo estás?

CASIO. - Tengo herida la pierna.

YAGO. - ¡Dios no quiera! ¡Luz, luz! Yo vendaré las heridas con mi ropa.

Entra BLANCA.

BLANCA. - ¿Qué pasa? ¿Qué voces son esas?


YAGO. - ¿De quién son las voces?

BLANCA. - ¡Casio, mi amado Casio, mi dulce Casio!

YAGO. - ¡Vil ramera! (A Blanca). Casio, mi amigo ¿Y aun no sospechas quien pudo ser
el agresor?

CASIO. - No lo sé.

MONTANO. - Cuanto me duele verle asi, venía a buscarle.

YAGO. - ¡Deme una venda! Gracias. ¡Si tuviera una silla para llevarle a casa!

BLANCA. - ¡No, pierde la conciencia! ¡Casio, mi amor, Casio!

YAGO. - Amigos míos, yo tengo creo que esta joven tiene culpa en este delito. Esperen
un momento. Que traigan luces, a ver si conocemos al muerto. ¡Mi amigo y hermano,
Rodrigo! ¡No, no es...! ¡Rodrigo! ¿Qué suceso más extraño!

MONTANO. - ¿Rodrigo, el de Venecia?

YAGO. - Él mismo, señor ¿Le conocía?

MONTANO. - Ya lo creo que lo conocía.

YAGO. - ¡Señor Montano! Perdóneme. Con este asunto estoy tan aturdido que no sé lo
que me sucede

MONTANO. - Me complace el verle.

YAGO. - ¿Cómo te sientes, Casio? ¡Que traigan una silla!

MOTANO. - ¡Rodrigo!

YAGO. - No cabe duda qué es él. Llévenle despacio a casa de alguna persona
caritativa. Me iré a llamar al médico de Otelo. No tenga cuidado, señora. El
desdichado que ahí yace muerto, fue un gran amigo mío ¿Cuál sería la causa de su
ataque?

CASIO. - Ciertamente no lo sé. Ni siquiera lo conozco.

YAGO. - (A Blanca). ¿Estás pálida? Mueve el cadáver. No me abandonen. Está muy


blanca, señora mía, ¿No ve que asustada y azotada está? Creo que ella podría
decirnos algo, mírenla con cuidado. ¿No se los dije, caballeros? La lengua calla, pero
la conciencia habla a gritos.

Entra EMILIA.

EMILIA. - ¿Qué pasa? ¡Ay, Yago!

YAGO. - Rodrigo ha cometido traición. Algunos se han escapado. Él está muerto y


Casio herido.

EMILIA. - ¡Pobre Casio! ¡Triste caballero!

YAGO. - ¡Fruto prohibido que él traía! Vete, Emilia y pregúntale a Casio dónde cenó
esta noche. (A Blanca.) ¿Por qué tiembla, señora?

BLANCA. - En mi casa cenó, pero no tiemblo por eso.


YAGO. - ¿Con qué tu casa? Pues ven conmigo.

EMILIA. - ¡Mala mujer, ramera!

BLANCA. - Soy tan decente cómo tú. No me insultes.

EMILIA. - ¡Tan decente cómo yo! ¡Estás perdida de la cabeza!

YAGO. - Vamos a cuidar de Casio, señor. Señora. Venga que pronto hablará de otra
manera. Emilia, vete corriendo al castillo, cuéntale todo al moro y a Desdémona. (A
Blanca.) Venga conmigo. (Aparte.) Esta noche será la de mi felicidad o la de mi ruina.

(Salen todos.)

ESCENA II

Alcoba en el castillo

DESDÉMONA dormida. A su lado una lámpara. Entra OTELO.

OTELO. - Con razón lo hago ¡Alma mía!, no se lo quiero contar. Tampoco quiero
derramar su sangre o manchar su cara más blanca que la nieve. Aun así, tengo que
matarla, para que no engañe a otros hombres. Apagaré esta luz... y luego aquella. Si
apago esta luz y luego me arrepiento, puedo encenderla, pero si te apago a ti luz
clarísima y ejemplar de la naturaleza. Quiero respirar por última vez su dulce aroma.
(La besa.) Otro beso y nada más. ¡Quédate así, cuando te mate, muerta y todo te he
de amar! Otro beso, el último. Nunca le hubo más delicioso y más fatal. Mi llanto es
feroz y mi ira cómo la de Dios, hiere donde más ama. Está despertando.

DESDÉMONA. - (Despertándose) ¿Otelo, eres tú?

OTELO. - Soy yo, Desdémona.

DESDÉMONA. - Mi amor ¿Quieres descansar?

OTELO. - Desdémona ¿Has rezado esta noche?

DESDÉMONA. - Sí

OTELO. - Pues pide perdón a Dios, si te acuerdas de algún crimen, que Dios no te
haya perdonado todavía

DESDÉMONA. - ¡Dios mío! ¿Qué me quieres decir?

OTELO. - Hazlo y pronto. Yo me alejaré mientras. No quiero que mueras sin


confesarte. No quiero condenar tu alma.

DESDÉMONA. - ¿Qué? ¿Quieres matarme?

OTELO. - Si, por cierto.

DESDÉMONA. - ¡Perdón, Dios mío!

OTELO. - ¡Amén! Dilo con todas tus fuerzas.

DESDÉMONA. - Tu que así hablas, no puedes matarme.

OTELO. - ¿Qué?
DESDÉMONA. - Con todo eso, me das miedo. Tu mirada me aterra. Y no sé porque es
mi temor, pues de ningún crimen me reconozco culpable. Y sin embargo, tiemblo.

OTELO. - Acuérdate de tus pecados.

DESDÉMONA. - Será el amor que te doy.

OTELO. - Por ese amor te mato

DESDÉMONA. - ¿Matarme porque me amas? ¡Muerte más indigna! ¿Por qué te


muerdes los labios? Sucesos de mal agüero, pero espero no me amenazen a mí.

OTELO. - ¡Silencio, silencio!

DESDÉMONA. - Si, callaré ¿pero qué pasa?

OTELO. - ¿Tú le diste a Casio aquel pañuelo? Mi regalo que tanto apreciaba.

DESDÉMONA. - ¡No, te lo juro por mi vida! Pregúntale a él.

OTELO. - No jures, corazón, que ya estás en el tálamo de la muerte.

DESDÉMONA. - ¿Tan pronto?

OTELO. - Ahora, confiesa, tus culpas, una por una, que aunque las niegues con los
más firmes juramentos, no podrás engañarme. De todas maneras, morirás.

DESDÉMONA. - Entonces, que Dios tenga compasión de mí.

OTELO. - Así sea.

DESDÉMONA. - Y tú tenla también. Jamás te fallé, ni de pensamiento. Nunca le di mi


corazón a Casio ni le di ninguna prenda de amor. Le quise con la amistad que sólo
Dios aprueba.

OTELO. - ¡Por Dios! ¡Yo le he visto con el pañuelo en las manos! ¡Tú quieres volverme
loco, y hacer que cambie por asesinato lo que quiero que sea sacrificio! Yo le vi el
pañuelo.

DESDÉMONA. - Él lo encontró en el suelo. Yo no se lo di. Qué él venga y nos diga la


verdad.

OTELO. - Ya la ha confesado.

DESDÉMONA. - ¿Y qué confesó?

OTELO. - Que alcanzó favores tuyos.

DESDÉMONA. - ¿Indecentes?

OTELO. - Sí

DESDÉMONA. - Falso, No lo dirá delante de mí.

OTELO. - No, porque Yago ya le cerró la boca.

DESDÉMONA. - ¡No! ¿Casio ha muerto?

OTELO. - ¡Ojalá tuvieras vidas cómo cabellos, para matarlo a una por una!
DESDÉMONA. - ¡Mentira, el engaño nos ha perdido!

OTELO. - ¿Y te atreves a llorarle delante de mi?

DESDÉMONA. - ¡Otelo, destiérrame de tu presencia, pero no me mates!

OTELO. - Apártate, maldita infiel

DESDÉMONA. - Déjame vivir esta noche, mátame mañana.

OTELO. - ¿Aún te defiendes?

DESDÉMONA. - Siquiera una hora de vida.

OTELO. - La hora inevitable ha llegado.

DESDÉMONA. - Déjame rezar... Una oración,

OTELO. - Ya es tarde (La estrangula o la ahoga)

EMILIA. - (Fuera de escena) ¡Ábrame, señor, si me puede abrir!

OTELO. - (A Emilia) ¿Quién llama? (A sí mismo) ¿Estará muerta ya del todo? A pesar
de todo, le tengo lástima y no quiero alargar su agonía.

EMILIA. - (Afuera) ¡Ábrame señor!

OTELO. - ¿Quién es?

EMILIA. - (Afuera) Señor, déjeme decirle dos palabras.

OTELO. - Es Emilia, el voy a abrir. Desdémona está muerta ¿Vendrá Emilia a contarme
de la muerte de Casio? De aquí viene el ruido. Está inmóvil ¿Le abro? ¿Será prudente?
¡Parece que se mueve! No es nada ¿Que voy a hacer? Si entra preguntará por mi
mujer, ¡Mi mujer! ¿Quién es mi mujer? Yo no tengo. ¡Puta madre! ¡Trágame tierra!

EMILIA. - ¡Abra señor! Qué es muy importante lo que tengo que decirle

OTELO. - Emilia, ya no me acordaba de ti. Entra, pero despacio. Voy a cerrar las
cortinas del lecho. (Le abre la puerta Emilia y entra). ¿Que tienes que decirme?

EMILIA. - Casio mató a un mancebo veneciano llamado Rodrigo.

OTELO. - ¿Rodrigo muerto? Y Casio muerto también.

EMILIA. - No, Casio no murió.

OTELO. - ¡Casio no ha muerto! Entonces ese homicidio en vez de serme grato, me es


decepcionante.

DESDÉMONA. - ¡Ay muerte cruel!

EMILIA. - ¿Que grito fue ese?

OTELO. - ¿Grito? ¿Dónde?

EMILIA. - Grito de mi señora. Ampárame Dios. Dígame algo, señora, dulce


Desdémona.

OTELO. - Muere sin culpa


EMILIA. - ¿Y quién la mató?

DESDÉMONA. - Nadie, yo me maté. Que Otelo me recuerde en su recuerdo. Adiós,


Espo... (Muere)

OTELO. - ¿Pues cómo ha muerto?

EMILIA. - ¿Quién lo sabe?

OTELO. - Ya has oído que ella misma dice que yo no fui.

EMILIA. - Usted fue. Y es preciso que diga la verdad.

OTELO. - Por la mentira se ha condenado. Yo la maté.

EMILIA. - ¡Ella era un ángel, usted es un demonio!

OTELO. - Ella fue una pecadora y una adúltera.

EMILIA. - La está difamando injustamente.

OTELO. - Fue falsa y moldeable cómo el hielo.

EMILIA. - Y tú violento y rápido cómo el fuego. Siempre te guardó fidelidad y fue tan
casta cómo los ángeles del cielo.

OTELO. - Casio gozó de su amor. Que te lo cuente tu marido. Yago lo averiguó.

EMILIA. - ¿Mi marido?

OTELO. - Tu marido

EMILIA. - ¿Él averiguó que Desdémona te había sido infiel?

OTELO. - Si, con Casio. Y si no me hubiera traicionado, te juro que no la hubiese


cambiado por nada en el mundo.

EMILIA. - ¡Mi marido!

OTELO. - O que la... ¿Cuánto hay que repetirlo? Si, tu marido

EMILIA. - ¡Ay mi señora, cómo la maldad se burla del amor! ¿Y mi marido te dijo que
ella había sido infiel?

OTELO. - Si, tu marido ¿Lo entiendes bien, ahora? Yago mi fiel amigo, Yago.

EMILIA. - Pues si te dijo esas cosas, que se incinere su alma, un átomo cada día. ¡Ha
mentido! Bien deseaba el puesto que tan caro había comprado.

OTELO. - ¡Yo vivo por Dios!

EMILIA. - Puedes matarme, será un hecho tan indigno de memoria cómo lo eres tú.

OTELO. - Deberías callarte.

EMILIA. - Mi valor es mayor que tu poder. ¡Necio, más estúpido que una roca! Voy a
contar a gritos quién eres, aunque me cueste la vida. ¡Ayuda, el moro ha asesinado a
mi señora! ¡Auxilio!

MONTANO. - ¿Qué pasa general?


EMILIA. - ¿Yago estás ahí? ¡Qué habilidad tienes! ¡Dejar que un asesino te acuse para
cubrir tus crímenes!

MONTANO. - Pero ¿qué ha pasado?

EMILIA. - Si eres hombre, confiesa. Él cuenta que le dijiste que su mujer le era infiel.
Yo sé bien que no lo hiciste, porque no eres tan malvado. Habla, respóndele, que se le
para corazón.

YAGO. - Le dije lo que yo pensé que era cierto, y lo que el averiguó después.

EMILIA. - ¿Y tú le dijiste que mi señora fue infiel?

YAGO. - Si que se lo dije.

EMILIA. - Pues dijiste una mentira, una maldita mentira. ¡Por Dios! ¿Y todavía le dijiste
que le engaño con Casio, con Casio?

YAGO. - Si, con Casio. Ya cállate mujer.

EMILIA. - No me voy a callar. Tienen que escucharme. Mi pobre señora yace muerta
en su lecho.

TODOS. - (En diferente tiempo) ¡No! Por Dios. No puede ser.

EMILIA. - Y tus mentiras son la causa de su muerte.

OTELO. - No se asombren, señores. Así ha sucedido.

MONTANO. - ¡Que desgracia!

EMILIA. - Aquí se esconde una artimaña... Y empiezo a sospechar... ¡Ah, sí ya me doy


cuenta!... Lo que siempre pensé... ¡Maldito! ¡Me ahoga la rabia!

YAGO. - ¿Estás loca? Vete a casa. Te lo ordeno.

EMILIA. - Caballeros, déjenme hablar. (A Yago) Otro día te obedeceré, no ahora. Y


quizá nunca vuelva a tu casa.

OTELO. - ¡No!

EMILIA. - ¿Al fin lo sientes? Sufre. Has asesinado a la más santa y hermosa criatura de
la tierra.

OTELO. - ¡Cometió adulterio! (A Montano) No le había saludado, tío. Ahí tiene muerta
a su sobrina, y muerta por mis manos. Se que esto le parecerá horrible...

MONTANO. - ¡Mi Desdémona! Cuan feliz es tu padre al dejar ya este mundo, tu boda
le mató. Pero si hoy viviera y te viese muerta, maldeciría a su ángel de la guarda.

OTELO. - ¡Que dolor! Pero Yago sabe que ella se entregó quien sabe cuántas veces a
Casio. Casio lo confesó y además de ella recibió el pañuelo, el regalo nupcial que yo le
hice, un pañuelo que ha pasado de generaciones. Yo mismo se lo vi a Casio.

EMILIA. - ¡Eso es falso, por Dios!

OTELO voltea a ver a YAGO

YAGO. - Cállate, te estoy diciendo.


EMILIA. - No, no puedo y no quiero callar. Hablaré libre cómo el viento, aunque me
condenen Dios y los hombres.

YAGO. - No digas incoherencias. Vete a casa.

EMILIA. - Jamás regresaré

YAGO saca su arma y la amenaza

MONTANO. - ¿Pero que coñ...? ¿Amenazas a tu propia esposa?

EMILIA. - ¡Maldito Otelo! Yo encontré aquel pañuelo, yo misma se lo di a mi marido,


porque me pidió con mucha insistencia que lo robara.

YAGO. - ¡Puta mentirosa!

EMILIA. - ¿Qué ella se lo dio a Casio? No ¡Se lo encontré yo y se lo di a mi marido!

YAGO. - Mientes, ramera.

EMILIA. - No miento, no. Caballeros no miento ¡Miserable! ¿Cómo habías tu de poder


contra esa santa?

OTELO. - ¡Desgraciado! ¡Hijo de puta!

OTELO Ataca a YAGO, MONTANO detiene y desarma a OTELO, YAGO hiere a EMILIA y
huye.

MONTANO. - Sin duda su mujer ha muerto.

EMILIA. - Si, moriré. Póngame al lado de mi ama.

MONTANO. - El se fue para dejarla morir. ¡Asesino cobarde! Moro quédese aquí, no
salga. Iré detrás de ese cabrón.

MONTANO sale de escena.

OTELO. - Hasta el valor he perdido. Pero ¿Qué importa? ¡La virtud vaya con el honor!
¡Váyase a la mierda todo!

EMILIA. - (Al cadáver de Desdémona). Quiero acordarme de las palabras de tu canto,


mi señora, óyeme, si es que aún puedes oir. Moriré cantando cómo el cisne. Moro, ella
te amaba, ella fue honesta. Muero diciendo la verdad. (Cae).

OTELO. - Tengo otra arma aquí, una hoja española. Ahora es cuando debo usarla,
estoy armado tío.

MONTANO. - (Desde fuera). Será en vano defenderte, no tienes armas, tienes que
quedarte ahí.

OTELO. - Entra y escúchame, atacaré, así como estoy.

MONTANO. - (Entra) ¿Qué sucede?

OTELO. - Tengo esta espada, es la mejor. Las cosas han cambiado, no me temes,
aunque me ves armado. Este es el termino de mi viaje. Aunque me ataquen con una
caña rota, cederé.

MONTANO escucha algo y sale.


¿A dónde iré? Déjame ver tu rostro por última vez, mi amor. Cuando los dos subamos
al tribunal divino, bastará con tu mirada para estar en el cielo. Demonios, arrástrenme
hasta el fuego, háganme hervir en azufre ¡Desdémona! ¡Desdémona!

Entran MONTANO, CASIO herido y YAGO preso.

MONTANO. - ¿Dónde está mi infeliz sobrino?

OTELO. - Aquí tienen al que fue Otelo.

MONTANO. - Aquí tiene a Yago.

OTELO. - ¡Lástima que seas un demonio, porque no podré matarte! (Hiere a Yago).

MONTANO. - Desármenlo.

YAGO. - Me has herido, pero no de muerte.

OTELO. - Y no lo siento, Quiero que vivas, Porque el morir es un privilegio.

MONTANO. - Otelo, tu que antes fuiste bueno y genero ¿Cómo has caído en las
mentiras de este traidor? ¿Qué dirán de ti?

OTELO. - Cuanto quieran, si así lo creen, seré un delincuente con honor. Por honor la
maté, no por odio.

MONTANO. - En parte ya ha confesado su crimen ¿Los dos acordaron matar a Casio?

OTELO. - Sí.

CASIO. - Y sin ninguna razón.

OTELO. - Ténganlo por cierto y te pido perdón. Pregúntale a ese demonio, que motivo
le pudo inducir a poseer de ese modo mi cuerpo y mi alma.

YAGO. - No me pregunten nada, no voy a responder. Ya lo saben todo. No diré nada


más.

MOTANO. - ¿Ni para rezar? La tortura te obligará a cantar.

OTELO. - Harás bien.

MONTANO. - Ya lo saben, pero hay algo que tienen que saber. En el bolsillo de Rodrigo
se encontraron dos cartas. Una de ellas explica cómo Rodrigo se encargó de matar a
Casio.

OTELO. - ¡Cobarde!

CASIO. - ¡Traidor!

MONTANO. - La otra contiene mil quejas contra Yago, pero se sabe que antes de
enviarle la carta, habló con Yago, este resolvió sus dudas y decidió lo que hizo.

OTELO. - ¡Perro traidor! (A Casio) ¿Y cómo llegó a tus manos el pañuelo de mi mujer?

CASIO. - Lo hallé en mi cama, y el mismo acaba de confesar que lo dejó allí con este
intento.

OTELO. - ¡Necio, infeliz!


CASIO. - En la misma carta le echa en cara a Rodrigo, el haberle convencido de pelear
conmigo, para así me despidieran. Y él ha dicho que antes de morir, Yago le acusó y
le hirió.

MONTANO. - (A Otelo) Es necesario que vengas con nosotros ahora. El gobierno queda
en manos de Casio. Y en cuanto a Yago, si cree que hay algún castigo que se le pueda
hacer sin matarle, se le aplicará. Usted está preso hasta que se sentencia su caso en
el Senado de Venecia.

OTELO. - Una palabra, nada más y luego pueden irse. Solo les pido un favor, que
cuando se refieran a este deplorable caso, no traten de minimizarlo, pero tampoco a
exagerar mi culpa. Digan que fui un desdichado, que amé sin discreción y con pasión,
me dejé arrastrar cómo loco por los celos. Cuéntenselo así, y que un día en Alepo, un
turco puso la mano en un veneciano, yo agarré del cuello a aquel perro infiel y le
maté así. (Se hiere.)

MONTANO. - ¡Día negro! En vano fueron nuestras palabras.

OTELO. - Alma mía, quise besarte antes de matarte. Ahora te beso y me muero al
besarte.

CASIO. - Yo lo defendí, porque era de alma muy generosa, pero creí que no tenía
armas.

MONTANO. - (A Yago) ¡Perro asesino, mira los tres cadáveres que están este lecho!
Goza tu obra. (A los demás) Cubran el cadáver, protejan la casa. Blanca haz inventario
de los bienes del moro, tu esposo es el heredero, y a usted, gobernador, le incumbe
castigar a este maldito. Fijando modo y hora del castigo. ¡Y que sea doloroso, muy
cruel! Yo con lágrimas en los ojos, voy a llevar a Venecia este triste caso.

FIN.

También podría gustarte