Otelin
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YAGO. - Escóndete, ahí viene, en cuanto aparezca, saca tu espada y ¡Dale sin miedo!
Yo te cuido la espalda. Es cuestión de vida o muerte.
YAGO. - (Aparte) Tanto que me he burlado de este necio que ya empiezo a conocerlo.
Qué mate a Casio, que Casio lo mate a él o que mueran los dos, siempre saldré
ganando, Si Rodrigo escapa, va a empezar a pedirme el dinero y las joyas que le
saqué, pretextos para seducir a Desdémona. Pero si se salva Casio, será un acusador
perpetuo contra mí, y el moro le dirá a Casio lo que pasó entre nosotros y ponerme en
grave peligro. ¡Que muera! Ahí viene (A Rodrigo).
CASIO. - La vida me hubiera costado este golpe, de no ser por mis botas. Veamos
cómo estás tú (Hiere a Rodrigo).
Entra OTELO.
OTELO. - Es Casio, es Casio. ¡Valiente Yago, que has sentido como tuya la ofensa a un
amigo, tú me muestras el camino de la venganza! (Aparte) ¡Maldita adúltera! Ya ha
sucumbido tu amante y se acerca tú última hora. Voy a buscarte, arrancando de mi
corazón hasta el último recuerdo de tus hechizos, y de la luz de tus ojos. Sangre de tu
torpe corazón ha de limpiar nuestro lecho mutilado por ti. (Se va).
Entra MONTANO.
CASIO. - ¿Dónde está la ronda? ¿Nadie viene? ¡Por favor! ¿Por qué no agarran al
asesino?
MONTANO. - ¡Ay, que desgracia! ¡Qué espanto causan en mí, esas voces!
CASIO. - ¡Ayuda!
MONTANO. - ¡Silencio!
RODRIGO. - ¡Maldito!
MONTANO. - Oigo las voces de dos o tres personas. ¡Qué noche! ¿Será algún castigo?
Es mejor ir con cuidado ¿Quién se arroja a darles auxilio sin la ronda?
MONTANO. - ¿Quién anda...? Ahí viene un hombre medio desnudo, con armas y luz.
MONTANO. - No lo sé.
YAGO. - ¡Asaltarte de noche y por la espalda! ¡Cobardes! ¡Qué silencio, que soledad!
¡Muerte! ¡Auxilio! ¿Y usted viene en son de paz o todo lo contrario?
MONTANO. - Él mismo
MONTANO. - ¡Casio!
YAGO. - ¡Dios no quiera! ¡Luz, luz! Yo vendaré las heridas con mi ropa.
Entra BLANCA.
YAGO. - ¡Vil ramera! (A Blanca). Casio, mi amigo ¿Y aun no sospechas quien pudo ser
el agresor?
CASIO. - No lo sé.
YAGO. - ¡Deme una venda! Gracias. ¡Si tuviera una silla para llevarle a casa!
YAGO. - Amigos míos, yo tengo creo que esta joven tiene culpa en este delito. Esperen
un momento. Que traigan luces, a ver si conocemos al muerto. ¡Mi amigo y hermano,
Rodrigo! ¡No, no es...! ¡Rodrigo! ¿Qué suceso más extraño!
YAGO. - ¡Señor Montano! Perdóneme. Con este asunto estoy tan aturdido que no sé lo
que me sucede
MOTANO. - ¡Rodrigo!
YAGO. - No cabe duda qué es él. Llévenle despacio a casa de alguna persona
caritativa. Me iré a llamar al médico de Otelo. No tenga cuidado, señora. El
desdichado que ahí yace muerto, fue un gran amigo mío ¿Cuál sería la causa de su
ataque?
Entra EMILIA.
YAGO. - ¡Fruto prohibido que él traía! Vete, Emilia y pregúntale a Casio dónde cenó
esta noche. (A Blanca.) ¿Por qué tiembla, señora?
YAGO. - Vamos a cuidar de Casio, señor. Señora. Venga que pronto hablará de otra
manera. Emilia, vete corriendo al castillo, cuéntale todo al moro y a Desdémona. (A
Blanca.) Venga conmigo. (Aparte.) Esta noche será la de mi felicidad o la de mi ruina.
(Salen todos.)
ESCENA II
Alcoba en el castillo
OTELO. - Con razón lo hago ¡Alma mía!, no se lo quiero contar. Tampoco quiero
derramar su sangre o manchar su cara más blanca que la nieve. Aun así, tengo que
matarla, para que no engañe a otros hombres. Apagaré esta luz... y luego aquella. Si
apago esta luz y luego me arrepiento, puedo encenderla, pero si te apago a ti luz
clarísima y ejemplar de la naturaleza. Quiero respirar por última vez su dulce aroma.
(La besa.) Otro beso y nada más. ¡Quédate así, cuando te mate, muerta y todo te he
de amar! Otro beso, el último. Nunca le hubo más delicioso y más fatal. Mi llanto es
feroz y mi ira cómo la de Dios, hiere donde más ama. Está despertando.
DESDÉMONA. - Sí
OTELO. - Pues pide perdón a Dios, si te acuerdas de algún crimen, que Dios no te
haya perdonado todavía
OTELO. - ¿Qué?
DESDÉMONA. - Con todo eso, me das miedo. Tu mirada me aterra. Y no sé porque es
mi temor, pues de ningún crimen me reconozco culpable. Y sin embargo, tiemblo.
OTELO. - ¿Tú le diste a Casio aquel pañuelo? Mi regalo que tanto apreciaba.
OTELO. - Ahora, confiesa, tus culpas, una por una, que aunque las niegues con los
más firmes juramentos, no podrás engañarme. De todas maneras, morirás.
OTELO. - ¡Por Dios! ¡Yo le he visto con el pañuelo en las manos! ¡Tú quieres volverme
loco, y hacer que cambie por asesinato lo que quiero que sea sacrificio! Yo le vi el
pañuelo.
OTELO. - Ya la ha confesado.
DESDÉMONA. - ¿Indecentes?
OTELO. - Sí
OTELO. - ¡Ojalá tuvieras vidas cómo cabellos, para matarlo a una por una!
DESDÉMONA. - ¡Mentira, el engaño nos ha perdido!
OTELO. - (A Emilia) ¿Quién llama? (A sí mismo) ¿Estará muerta ya del todo? A pesar
de todo, le tengo lástima y no quiero alargar su agonía.
OTELO. - Es Emilia, el voy a abrir. Desdémona está muerta ¿Vendrá Emilia a contarme
de la muerte de Casio? De aquí viene el ruido. Está inmóvil ¿Le abro? ¿Será prudente?
¡Parece que se mueve! No es nada ¿Que voy a hacer? Si entra preguntará por mi
mujer, ¡Mi mujer! ¿Quién es mi mujer? Yo no tengo. ¡Puta madre! ¡Trágame tierra!
EMILIA. - ¡Abra señor! Qué es muy importante lo que tengo que decirle
OTELO. - Emilia, ya no me acordaba de ti. Entra, pero despacio. Voy a cerrar las
cortinas del lecho. (Le abre la puerta Emilia y entra). ¿Que tienes que decirme?
EMILIA. - Y tú violento y rápido cómo el fuego. Siempre te guardó fidelidad y fue tan
casta cómo los ángeles del cielo.
OTELO. - Tu marido
EMILIA. - ¡Ay mi señora, cómo la maldad se burla del amor! ¿Y mi marido te dijo que
ella había sido infiel?
OTELO. - Si, tu marido ¿Lo entiendes bien, ahora? Yago mi fiel amigo, Yago.
EMILIA. - Pues si te dijo esas cosas, que se incinere su alma, un átomo cada día. ¡Ha
mentido! Bien deseaba el puesto que tan caro había comprado.
EMILIA. - Puedes matarme, será un hecho tan indigno de memoria cómo lo eres tú.
EMILIA. - Mi valor es mayor que tu poder. ¡Necio, más estúpido que una roca! Voy a
contar a gritos quién eres, aunque me cueste la vida. ¡Ayuda, el moro ha asesinado a
mi señora! ¡Auxilio!
EMILIA. - Si eres hombre, confiesa. Él cuenta que le dijiste que su mujer le era infiel.
Yo sé bien que no lo hiciste, porque no eres tan malvado. Habla, respóndele, que se le
para corazón.
YAGO. - Le dije lo que yo pensé que era cierto, y lo que el averiguó después.
EMILIA. - Pues dijiste una mentira, una maldita mentira. ¡Por Dios! ¿Y todavía le dijiste
que le engaño con Casio, con Casio?
EMILIA. - No me voy a callar. Tienen que escucharme. Mi pobre señora yace muerta
en su lecho.
OTELO. - ¡No!
EMILIA. - ¿Al fin lo sientes? Sufre. Has asesinado a la más santa y hermosa criatura de
la tierra.
OTELO. - ¡Cometió adulterio! (A Montano) No le había saludado, tío. Ahí tiene muerta
a su sobrina, y muerta por mis manos. Se que esto le parecerá horrible...
MONTANO. - ¡Mi Desdémona! Cuan feliz es tu padre al dejar ya este mundo, tu boda
le mató. Pero si hoy viviera y te viese muerta, maldeciría a su ángel de la guarda.
OTELO. - ¡Que dolor! Pero Yago sabe que ella se entregó quien sabe cuántas veces a
Casio. Casio lo confesó y además de ella recibió el pañuelo, el regalo nupcial que yo le
hice, un pañuelo que ha pasado de generaciones. Yo mismo se lo vi a Casio.
OTELO Ataca a YAGO, MONTANO detiene y desarma a OTELO, YAGO hiere a EMILIA y
huye.
MONTANO. - El se fue para dejarla morir. ¡Asesino cobarde! Moro quédese aquí, no
salga. Iré detrás de ese cabrón.
OTELO. - Hasta el valor he perdido. Pero ¿Qué importa? ¡La virtud vaya con el honor!
¡Váyase a la mierda todo!
OTELO. - Tengo otra arma aquí, una hoja española. Ahora es cuando debo usarla,
estoy armado tío.
MONTANO. - (Desde fuera). Será en vano defenderte, no tienes armas, tienes que
quedarte ahí.
OTELO. - Tengo esta espada, es la mejor. Las cosas han cambiado, no me temes,
aunque me ves armado. Este es el termino de mi viaje. Aunque me ataquen con una
caña rota, cederé.
OTELO. - ¡Lástima que seas un demonio, porque no podré matarte! (Hiere a Yago).
MONTANO. - Desármenlo.
MONTANO. - Otelo, tu que antes fuiste bueno y genero ¿Cómo has caído en las
mentiras de este traidor? ¿Qué dirán de ti?
OTELO. - Cuanto quieran, si así lo creen, seré un delincuente con honor. Por honor la
maté, no por odio.
OTELO. - Sí.
OTELO. - Ténganlo por cierto y te pido perdón. Pregúntale a ese demonio, que motivo
le pudo inducir a poseer de ese modo mi cuerpo y mi alma.
MONTANO. - Ya lo saben, pero hay algo que tienen que saber. En el bolsillo de Rodrigo
se encontraron dos cartas. Una de ellas explica cómo Rodrigo se encargó de matar a
Casio.
OTELO. - ¡Cobarde!
CASIO. - ¡Traidor!
MONTANO. - La otra contiene mil quejas contra Yago, pero se sabe que antes de
enviarle la carta, habló con Yago, este resolvió sus dudas y decidió lo que hizo.
OTELO. - ¡Perro traidor! (A Casio) ¿Y cómo llegó a tus manos el pañuelo de mi mujer?
CASIO. - Lo hallé en mi cama, y el mismo acaba de confesar que lo dejó allí con este
intento.
MONTANO. - (A Otelo) Es necesario que vengas con nosotros ahora. El gobierno queda
en manos de Casio. Y en cuanto a Yago, si cree que hay algún castigo que se le pueda
hacer sin matarle, se le aplicará. Usted está preso hasta que se sentencia su caso en
el Senado de Venecia.
OTELO. - Una palabra, nada más y luego pueden irse. Solo les pido un favor, que
cuando se refieran a este deplorable caso, no traten de minimizarlo, pero tampoco a
exagerar mi culpa. Digan que fui un desdichado, que amé sin discreción y con pasión,
me dejé arrastrar cómo loco por los celos. Cuéntenselo así, y que un día en Alepo, un
turco puso la mano en un veneciano, yo agarré del cuello a aquel perro infiel y le
maté así. (Se hiere.)
OTELO. - Alma mía, quise besarte antes de matarte. Ahora te beso y me muero al
besarte.
CASIO. - Yo lo defendí, porque era de alma muy generosa, pero creí que no tenía
armas.
MONTANO. - (A Yago) ¡Perro asesino, mira los tres cadáveres que están este lecho!
Goza tu obra. (A los demás) Cubran el cadáver, protejan la casa. Blanca haz inventario
de los bienes del moro, tu esposo es el heredero, y a usted, gobernador, le incumbe
castigar a este maldito. Fijando modo y hora del castigo. ¡Y que sea doloroso, muy
cruel! Yo con lágrimas en los ojos, voy a llevar a Venecia este triste caso.
FIN.