La Iglesia en el Mundo. Apuntes de Doctrina Social

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LA IGLESIA EN EL MUNDO

Apuntes de Doctrina Social

CLAUDIO STEWART
Copyright © 2020 Claudio Stewart

Todos los derechos reservados.

PERMISOS DE COPYRIGHTS:

Extractos de los documentos del Magisterio Pontificio, Vaticano y


Concilio Vaticano II, utilizados con Permiso © Libreria Editrice Vati-
cana.
Extractos de la traducción al español del Catecismo de la Iglesia Cató-
lica para su uso en los Estados Unidos de América Copyright © 1993,
Conferencia Católica de los Estados Unidos, Inc. - Libreria Editrice
Vaticana. Usado con permiso. Traducción al español del Catecismo de
la Iglesia Católica: Modificaciones del derecho de autor Editio Typica
© 1997, Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos -
Libreria Editrice Vaticana.
Fotografías de la tapa libres de copyright: https://unsplash.com/
St. Peter’s Dome: Aldo Loya.
New York Aerial View: Oliver Plattner.

ISBN: 9798686299450
Ser católico en la política no significa ser un recluta de algún grupo, una
organización o partido, sino vivir dentro de una amistad, dentro de una
comunidad. Si tú al formarte en la Doctrina social de la Iglesia no
descubres la necesidad en tu corazón de pertenecer a una comunidad de
discipulado misionero verdaderamente eclesial, en la que puedas vivir la
experiencia de ser amado por Dios, corres el riesgo de lanzarte un poco
a solas a los desafíos del poder, de las estrategias, de la acción, y terminar
en el mejor de los casos con un buen puesto político, pero solo, triste y
con el riesgo de ser manipulado. Jesús nos invita a ser sus amigos. Si
nos abrimos a esta oportunidad nuestra fragilidad no va a disminuir.
Las circunstancias en las que vivimos no cambiarán de inmediato. Sin
embargo, podremos mirar la realidad de una manera nueva, podremos
vivir con renovada pasión los desafíos en la construcción del bien común.
No olvidemos que entrar en política, significa apostar por la amistad
social.
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A UN
GRUPO DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉ-
RICA LATINA, Sala del Consistorio. Lunes, 4 de marzo de
2019.

“No se diga aquella frase habitual y poco seria: ¡la política es algo malo!
No: el compromiso político, es decir, el compromiso directo con la
construcción de la sociedad inspirada cristianamente en todos sus
sistemas que comienzan con la economía, es un compromiso de
humanidad y santidad: es un compromiso que debe ser capaz de
canalizar hacia sí mismo los esfuerzos de una vida toda tejida con
oración, meditación, prudencia, fortaleza, justicia y caridad...”.
Siervo de Dios Giorgio la Pira, La nostra vocazione sociale.
SIGLAS

AAS Acta apostolicae sedis.


AA Apostolicam actuositatem.
CA Centesimus annus.
CIC Catecismo de la Iglesia Católica.
CFL Christifideles laici.
CV Caritas in veritate.
DC Deus caritas est.
DM Dives in misericordia.
DR Divinis redemptoris.
DSI Doctrina social de la Iglesia.
DV Donum veritatis.
EG Evangelii gaudium.
EV Evangelium vitae.
FC Familiaris consortio.
GS Gaudium et spes.
HV Humanae vitae.
JMJ Jornada mundial de la juventud.
LE Laborem exercens.
LC Libertatis concientia.
LS Laudato si.
MM Mater et magistra.
ND Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al
compromiso y la conducta de los católicos en la
vida política.
OA Octogesima adveniens.
Orient. Orientaciones para la enseñanza de la doctrina so-
cial de la Iglesia.
PP Populorum progressio.
PT Pacem in terris.
QA Quadragesimo anno.
RH Redemptor hominis.
RM Redemptoris missio.
RMN Radiomensaje de navidad.
RMP Radiomensaje de Pentecostés

4
RMRN Radiomensaje en el 50° aniversario de la Rerum
novarum.
RN Rerum novarum.
RP Reconciliatio et paenitentia.
ND Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al
compromiso y la conducta de los católicos en la
vida pública, Sagrada congregación para la doctrina
de la fe.
SQ Singulari quadam.
SRS Sollicitudo rei socialis.
FT Fratelli tutti.

5
6
Contenido
INTRODUCCIÓN .............................................................................................. 9
CUESTIONES PRELIMINARES: .................................................................... 17
TRIPLE DIMENSIÓN DE LA DSI .................................................................. 30
DIMENSIÓN TEÓRICA ..................................................................................... 31
Método de la DSI .......................................................................................... 41
VER, JUZGAR Y ACTUAR. ................................................................................. 43
Objeto de la DSI ........................................................................................... 44
Destinatarios................................................................................................. 45
El fin .......................................................................................................... 46
Fundación teológica......................................................................................... 46
Fuentes cognoscitivas ....................................................................................... 48
Formalidad teológica ....................................................................................... 48
Formalidad teológica moral .............................................................................. 49
DIMENSIÓN PRÁCTICA .................................................................................... 50
¿Cómo realizar esto? ....................................................................................... 50
¿Cuál es la garantía para una correcta aplicación y evolución de la DSI? ................... 56
Pluralismo y DSI........................................................................................... 56
¿Cómo puede la DSI mantenerse en la verdad para no ser instrumentalizada? ............ 59
De no ser así, ¿cuál es el riesgo?......................................................................... 60
¿Cómo se ha consolidado esta separación? ............................................................ 60
DIMENSIÓN HISTÓRICA .................................................................................. 61
Análisis de las encíclicas sociales: ....................................................................... 61
León XIII .................................................................................................... 62
Pío XI ......................................................................................................... 64
Pío XII ....................................................................................................... 68
San Juan XXIII ........................................................................................... 69
Concilio Vaticano II....................................................................................... 77
San Pablo VI ............................................................................................... 79
San Juan Pablo II.......................................................................................... 81
Benedicto XVI .............................................................................................. 84
Francisco ...................................................................................................... 88
LA CUESTIÓN SOCIAL .................................................................................. 95
¿A QUÉ SE LLAMA CUESTIÓN SOCIAL? ............................................................. 95
LA EVOLUCIÓN DE LA CUESTIÓN SOCIAL: ..................................................... 100
¿QUÉ SE ENTIENDE POR JUSTICIA SOCIAL? ......................................... 102
VIDA CRISTIANA Y JUSTICIA SOCIAL .............................................................. 105
¿Cómo pasar de la teoría a la práctica de la justicia social? ................................... 107
CONCLUSIÓN: .............................................................................................. 109

7
8
INTRODUCCIÓN

Aristóteles en su libro sobre la Política, define al hombre lla-


mándolo animal político o social1. Para nosotros esto no es ninguna
novedad, sea por la experiencia propia (a nadie le gusta estar solo
por un largo tiempo además de vivir rodeados de pequeñas o
grandes sociedades) sea por la revelación cristiana que nos relata
en el libro del Génesis la creación del hombre: “Dijo además
Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda
idónea”. (Gn 2,18)
De esta manera Dios al crear al hombre lo ubica dentro de
una sociedad que nosotros llamamos familia y bien sabemos que
la familia es la célula básica de la sociedad2. La familia no es solo
anterior sino además en cierta manera, superior a la sociedad pú-
blica que llamamos Estado.
La historia la conocemos bien. El hombre no es fiel a Dios y
cae en el pecado, pecado ciertamente personal, pero en cierto
modo también pecado social ya que es cometido por las únicas
dos personas que formaban la única familia humana y la única
sociedad. De esta manera, misteriosamente, el pecado se hace so-
lidario apareciendo lo que la Iglesia llama estructuras de pecado3 y pe-
cados sociales. El relato bíblico del intento de la construcción de la

1
Zoon politikón (del griego antiguo zỗion, “animal” y πολῑτῐκόν, politikón, político
(de la polis)”, “cívico”.
2 “En efecto, como el Sínodo ha denunciado continuamente, la situación que muchas

familias encuentran en diversos países es muy problemática, sino incluso claramente


negativa: instituciones y leyes desconocen injustamente los derechos inviolables de
la familia y de la misma persona humana, y la sociedad, en vez de ponerse al servicio
de la familia, la ataca con violencia en sus valores y en sus exigencias fundamentales.
De este modo la familia, que, según los planes de Dios, es célula básica de la sociedad,
sujeto de derechos y deberes antes que el Estado y cualquier otra comunidad, es
víctima de la sociedad, de los retrasos y lentitudes de sus intervenciones y más aún
de sus injusticias notorias”. FC n° 46.
3 Si la situación actual hay que atribuirla a dificultades de diversa índole, se debe

hablar de “estructuras de pecado”, las cuales -como ya he dicho en la Exhortación


Apostólica Reconciliatio et paenitentia -se fundan en el pecado personal y, por con-
siguiente, están unidas siempre a actos concretos de las personas, que las introducen,
y hacen difícil su eliminación. Y así estas mismas estructuras se refuerzan, se difunden

9
Torre de Babel es un claro ejemplo de una estructura de pecado
(Gn 11,4)

El pecado desestabiliza el orden querido por Dios, de tal ma-


nera que no solo el hombre y la mujer pierden los dones de la
gracia sino también la creación entera:

“Porque también la creación será liberada de la escla-


vitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad
de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el
presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: tam-
bién nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, ge-
mimos interiormente anhelando que se realice la redención
de nuestro cuerpo”. (Rm 8, 21-23)

Ahora bien, Dios no deja al hombre y por ende a la sociedad


librada al error y consecuencias del pecado. La Redención será la
medicina, es más, una nueva creación (la vida de la gracia) ya que el
hombre será capaz de Dios4 y la sociedad podrá aspirar a ser una
ciudad de Dios, como afirma San Agustín o una civilización del
amor, como lo hace San Pablo VI. Francisco, por otra parte, pro-
pone la expresión “amor social” es decir “una fuerza capaz de
suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de
hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructu-
ras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos”5.

y son fuente de otros pecados, condicionando la conducta de los hombres. SRS n°


36.
Por el contrario, cuando grupos de personas logran trabajar juntos y prestar servicio
a toda la colectividad y a cada persona, se producen resultados notables; personas
hasta el momento aparentemente poco útiles, comienzan a brillar por la calidad de
sus servicios y un efecto positivo modifica progresivamente las condiciones materia-
les, psicológicas y morales de la vida. Se trata, en realidad, del “anverso” de las “es-
tructuras de pecado”: se podría denominar estructuras del bien común que preparan la
civilización del amor, Orient. n° 25.
4 El hombre no solo será capaz de Dios, sino que conocerá a Dios. CIC 26.
5 FT n° 183.

10
Por lo tanto, la redención adquiere una dimensión personal y
también social, por el simple hecho de que el hombre (a redimir)
es homo socialis, vive en sociedad.
Es más, Dios realizará la redención por medio de su Hijo
encarnado, vivirá en una familia, en un pueblo y cultura determi-
nada y luego de su ascensión, delegará su función redentora a una
sociedad: la Iglesia, que deberá predicar el Reino de Dios para
formar una civilización cristiana por medio de la predicación del
kerigma y especialmente por la inculturación del evangelio.
Todo esto nos ayudará a ubicar y comprender la doctrina so-
cial de la Iglesia. Si el hombre necesita de la gracia para ser redi-
mido del pecado, lo mismo sucede con la sociedad que también
necesitará de la ayuda de la gracia para poder superar las estruc-
turas de pecado6.

Si la Iglesia ofrece la DSI es justamente porque ella es el ins-


trumento más idóneo para ayudar a la sociedad herida por el pecado
del hombre a no sucumbir bajo las estructuras de pecado y trans-
formarse de esta manera en estructuras de bien común.

Al respecto el Papa Francisco nos dice:

“Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido,


que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a soca-
var silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social
por más sólido que parezca. Si cada acción tiene consecuencias,
un mal enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siem-
pre un potencial de disolución y de muerte. Es el mal cristalizado
en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede espe-
rarse un futuro mejor”7.

6 Tales “actitudes y estructuras de pecado” solamente se vencen -con la ayuda de la


gracia divina- mediante una actitud diametralmente opuesta: la entrega por el bien
del prójimo, que está dispuesto a perderse, en sentido evangélico, por el otro en lugar
de explotarlo, y a servirlo en lugar de oprimirlo para el propio provecho (cf. Mt 10,
40-42; 20, 25; Mc 10, 42-45; Lc 22, 25-27). SRS n° 38.
7 EG n° 59.

11
Por todo lo dicho la DSI nace con la Encarnación del Verbo
y se hace operativa en los comienzos de la predicación evangélica
ya que, como bien sabemos, la doctrina social de la Iglesia se ori-
gina del encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias éticas con los
problemas que surgen en la vida de la sociedad 8.
El mismo Verbo hecho carne, Jesucristo, experimentó esta
exigencia, y durante su predicación evangélica dejo bien claro la
DSI. Baste recordar algunas de las parábolas donde quedan de
manifiesto la igualdad de los derechos entre los hombres (Rico epulón),
la solidaridad (buen Samaritano), o las leyes impositivas y el origen del
poder:
“Dinos pues, ¿qué te parece? ¿Es lícito dar tributo a
Cesar, o no? Jesús, entendida la malicia de ellos, les dice:
¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del
tributo. Y ellos le presentaron un denario. Entonces les
dice: ¿De quién es esta figura, y lo que está encima escrito?
Le responden: de Cesar. Y les dice: Pagad pues a Cesar lo
que es de Cesar, y a Dios lo que es de Dios. Y oyendo
esto, se maravillaron, y dejándole se fueron.” (Mt 22,17-
22)

“Entonces le dice Pilato: ¿a mí no me hablas? ¿No


sabes que tengo potestad para crucificarte, y que tengo po-
testad para soltarte? Respondió Jesús: ninguna potestad
tendrías contra mí, si no te fuese dado de arriba: por tanto,
el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene”. (Jn 19,
10-11)

Por todo lo anterior cuando hablamos de DSI debemos in-


tentar encontrar el punto de unión entre el evangelio predicado por
Jesús y sus exigencias éticas con los problemas que surgen en la
vida de la sociedad9, las siempre y actuales “cosas nuevas”.
8Orient. n° 3.
9“Los elementos esenciales que describen y definen la naturaleza de la doctrina social
se presentan de este modo: la enseñanza social de la Iglesia se origina del encuentro
del mensaje evangélico y de sus exigencias éticas con los problemas que surgen en la
vida de la sociedad. Las cuestiones que de este modo se ponen en evidencia llegan a

12
Es incorrecto afirmar que la DSI nació con la Rerum Nova-
rum. Es verdad que, debido a los graves problemas sociales, las
“cosas nuevas” que surgieron en tiempos de León XIII llevaron
a la Iglesia a comenzar a proponer la DSI de manera sistemática y orgá-
nica a través del llamado Magisterio Social. Desde allí se inicia la cons-
titución de un rico patrimonio que la Iglesia ha adquirido y desarro-
llado progresivamente, tomado de la palabra de Dios y prestando
atención a las situaciones cambiantes de los pueblos en las diver-
sas épocas de la historia10.
Estando atenta al mismo tiempo a los signos de los tiempos,
a las cosas nuevas. Este patrimonio debe conservarse con fidelidad
y se debe desarrollar progresivamente, respondiendo a las nuevas
necesidades de la convivencia humana a medida que éstos se pre-
sentan.

San Juan XXIII decía:

“La doctrina social cristiana es parte integrante de la concepción cris-


tiana de la vida”11.

Para entender lo que significa la concepción cristiana de la


vida podemos recordar al siervo de Dios Giorgio la Pira que afir-
maba que, a la base de esta concepción, se debe poner como ele-
mento esencial las virtudes teologales12.Del mismo modo, el
Compendio de Doctrina Social de la Iglesia introduce su parte
primera recordando aquello que afirma la CA: la dimensión teológica

ser materia para la reflexión moral que madura en la Iglesia a través de la búsqueda
científica e incluso a través de las experiencias de la comunidad cristiana, que debe
confrontarse todos los días con diversas situaciones de miseria y, sobre todo, con los
problemas determinados por la aparición y desarrollo del fenómeno de la industria-
lización y de los sistemas socioeconómicos relativos”. Orient. n° 3.
10 Orient. n° 1.
11 MM n° 60.
12 “Las virtudes morales no son aquello que hay de esencial en la concepción cristiana de la vida:

aquello que es esencial está constituido por las virtudes teologales” GIORGIO LA PIRA, Pre-
messe della politica, en Per una architettura cristiana dello Stato, Libreria Editrice Florentina,
Firenze 1954, p. 18.

13
resulta necesaria sea para interpretar como para resolver los actuales proble-
mas de la convivencia humana13.

Para el cristiano la dimensión teológica es fundamental ya


que ésta lo ayuda a no caer dentro de una praxis (hacer) sin fun-
damento (ser). El cristiano esta llamado primero a ser y luego a
hacer, está llamado a ser otro Cristo de cuya identificación surge
toda su moralidad. Josef Pieper en su libro “las virtudes funda-
mentales” nos recuerda que: “en este sentido las virtudes teolo-
gales y morales se unen íntimamente en la formación de la imagen
cristiana del hombre, a saber:

Primero. El cristiano es un hombre que, por la fe, llega al co-


nocimiento de la realidad del Dios uno y trino.
Segundo. El cristiano anhela -en la esperanza- la plenitud defi-
nitiva de su ser en la vida eterna.
Tercero. El cristiano se orienta -en la virtud teologal de la ca-
ridad- hacia Dios y su prójimo con una aceptación que sobrepasa
toda fuerza de amor natural.
Cuarto. El cristiano es prudente, es decir, no deja enturbiar su
visión de la realidad por el sí o el no de la voluntad, sino que hace
depender el sí o el no de ésta de la verdad de las cosas.
Quinto. El cristiano es justo, es decir, puede vivir en la verdad
con el prójimo; se sabe miembro entre miembros en la Iglesia, en
el pueblo y en toda comunidad.
Sexto. El cristiano es fuerte, es decir, está dispuesto a sacrifi-
carse y, si es preciso, aceptar la muerte por la implantación de la
justicia.
Séptimo. El cristiano es comedido, es decir, no permite que su
ambición y afán de placer llegue a obrar desordenada y antinatu-
ralmente.

En estas siete tesis se refleja que la moral de la teología clá-


sica, como exposición de la idea del hombre, es esencialmente una
doctrina de las virtudes; interpreta las palabras de la Escritura acerca
13 CA n° 55.

14
de la perfección mediante la imagen séptuple de las tres virtudes
teologales y las cuatro cardinales. El devolver a su forma original
a la conciencia universal de nuestra época la imagen grandiosa del
hombre, que está ya descolorida, y, lo que es peor, desfigurada,
no es tarea que carezca de importancia, a mi parecer. La razón no
es precisamente un interés “histórico”, sino más bien porque esta
interpretación de la idea del hombre no sólo se conserva válida,
sino que para nosotros es vital afirmarla y contemplarla de nuevo
con claridad”.

¿Por que la importancia de vivir plenamente las virtudes en el


ámbito personal y social para no caer en el ámbito de las aparien-
cias? Nos lo responde el papa Francisco:

“Las personas pueden desarrollar algunas actitudes que


presentan como valores morales: fortaleza, sobriedad, labo-
riosidad y otras virtudes. Pero para orientar adecuadamente
los actos de las distintas virtudes morales, es necesario con-
siderar también en qué medida estos realizan un dinamismo
de apertura y unión hacia otras personas. Ese dinamismo es
la caridad que Dios infunde. De otro modo, quizás tendre-
mos sólo apariencia de virtudes, que serán incapaces de cons-
truir la vida en común. Por ello decía santo Tomás de Aquino
-citando a san Agustín- que la templanza de una persona
avara ni siquiera es virtuosa. San Buenaventura, con otras pa-
labras, explicaba que las otras virtudes, sin la caridad, estric-
tamente no cumplen los mandamientos «como Dios los en-
tiende14”.

Como nos recuerda la SRS la DSI pertenece al ámbito de la


teología moral15 y surge, como una exigencia ética, del encuentro
de la predicación evangélica y su encuentro con las personas y las
culturas.

14 FT n° 9.
15 SRS n° 41.

15
La DSI busca cumplir los planes que la Divina Providencia
ha trazado en el devenir de la historia de cada hombre y de cada
pueblo de manera particular predicando la necesidad de la prác-
tica de las virtudes hoy tan olvidadas y denigradas.

Buscar de entender la DSI es ver la delicadísima unión, por


debilidad (fruto del pecado original) y por perfección (fruto de la En-
carnación), entre naturaleza y gracia. Es comprender que el gran
desestabilizador de la historia del hombre no es otro que el pecado
y es finalmente contemplar como Dios no deja al hombre solo,
sino que realiza la inculturación más perfecta, la divina intromi-
sión en nuestra historia: la encarnación del Verbo, restaurando y ele-
vando al mismo tiempo la naturaleza humana a un plano jamás
imaginado, al plano de la divinidad. Pero Dios obra esta maravilla,
esta suavísima irrupción en la historia del hombre al modo del hom-
bre, es decir proponiendo y no imponiendo, dejando, de esta ma-
nera, lugar a la libertad humana es decir la posibilidad de escoger
el mejor camino para alcanzar la mayor capacidad y perfección
del hombre: la virtud16, la santidad.

Este es el trabajo de la DSI: imitando al Divino Predicador


proponer delicada y firmemente los principios que la Iglesia, Madre
y Maestra, toma del orden natural como del sobrenatural y pre-
sentarlos, sea en el Magisterio ordinario como extraordinario,
para obtener los medios con los cuales la sociedad humana, la
ciudad del hombre, pueda transformarse en ciudad de Dios, sin
perder ni confundir aquello que la determina y configura.

La DSI es finalmente, de frente a las cosas nuevas, que siempre


aparecen, buscar de dar un alma al progreso17.

16 Los teólogos escolásticos definen a la virtud como “ultimum potentiae”, o, en len-


guaje de hoy, la capacidad máxima (en referencia al bien) que una persona puede
alcanzar en su propia existencia.
17 Cf. MM n° 66.

16
Cuestiones preliminares:

¿Posee la Iglesia el derecho de intervenir directamente en el


campo social?

La Iglesia Católica es consciente de la misión dejada por


su Fundador de predicar el Reino de Dios en este mundo18. Tam-
bién es consiente que el mundo posee en sí mismo dos realidades
u órdenes unidos, uno celeste y otro terrestre, natural y sobrena-
tural y por ello no debe dejar de lado lo que respecta a las estruc-
turas sociales19, sus realizaciones y mucho menos a los problemas
que surgen en este ámbito donde el protagonista es el hombre.

San Juan Pablo II hermosamente recordaba que el hombre es el


camino de la Iglesia y que ella con su doctrina social lo mira en cuanto
inserido en la compleja red de relaciones de la sociedad moderna20.

De allí que la Iglesia es la primera defensora de la dignidad


de la persona humana, ella es experta en humanidad21.

Esto no es ninguna maravilla, es parte de la misión dejada


por su Fundador que se compendia en la doctrina y en la acción
social de la Iglesia22.

Pero ¿tiene la Iglesia la obligación o la potestad para hacerlo? ¿No


debe quedarse solo en lo que respecta al plano espiritual? El liberalismo en
su labor destructiva y dialéctica reduce la intervención de la Igle-
sia al plano espiritual. Como dice San Juan XXIII: “retenemos que
la explicación se encuentre en una fractura en el propio ánimo entre la creencia
religiosa y el operar en el orden temporal23, es decir la separación entre

18 Cf. Mt. 28,17-20. “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y
haced discípulos míos todos los pueblos...”.
19 Cf. MM nº 1-4.
20 Cf. CA nº 54.
21 PP nº 13.
22 Cf. MM n° 4.
23 PT n° 53.

17
fe y vida, como si fueran dos ámbitos que debiesen existir por
separado, independientes, regidos por principios diversos y a ve-
ces hasta opuestos”24.
El Papa San Juan Pablo II en la CA nos decía que la concep-
ción de separar los dos órdenes, celeste y terrestre, y de delimitar
el ámbito de influencia de la Iglesia en la parte meramente espiri-
tual, es una postura que la podemos encontrar ya en tiempo de
León XIII. En aquella época prevalecía una doble tendencia: una
orientada hacia este mundo y esta vida, a la que debía permanecer
extraña la fe; la otra, dirigida hacia una salvación puramente ul-
traterrena, pero que no iluminaba ni orientaba su presencia en la
tierra. La actitud de León XIII, dice San Juan Pablo II, al publicar
la RN confiere a la Iglesia una especie de carta de ciudadanía res-
pecto a las realidades cambiantes de la vida pública25.

El Papa Francisco nos dice que:

“si bien la Iglesia respeta la autonomía de la política, no


relega su propia misión al ámbito de lo privado. Al contrario,
no puede ni debe quedarse al margen en la construcción de
un mundo mejor ni dejar de despertar las fuerzas espiritua-
les que fecunden toda la vida en sociedad26”.

Para la Iglesia, enseñar y difundir la doctrina social pertenece a


su misión evangelizadora y forma parte esencial del mensaje cristiano, ya que
esta doctrina expone sus consecuencias directas en la vida de la
sociedad y encuadra incluso el trabajo cotidiano y las luchas por
la justicia en el testimonio de Cristo Salvador.
Asimismo, viene a ser una fuente de unidad y de paz frente a
los conflictos socioeconómicos. De esta manera se pueden vivir
las nuevas situaciones, sin degradar la dignidad trascendente de la

24 Dice al respecto la GS n° 43: “El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos


debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el
Antiguo Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo”.
25 Cf. CA n° 5.
26 FT nº 276.

18
persona humana ni en sí mismos ni en los adversarios, y orientar-
las hacia una recta solución.
Es verdad, para la DSI estos ámbitos (natural y sobrenatural)
no se oponen, pero tampoco se confunden, se encuentran uni-
dos, pero a la vez poseen una esfera de acción autónoma, acción
que debe surgir de principios comunes y perennes:

León XIII
“(...) dos potestades... la eclesiástica y la civil, ésta
cuida directamente los intereses humanos, aquella de los
divinos.
Dios ha repartido, por tanto, el gobierno del género
humano entre dos poderes: el poder eclesiástico y el poder
civil. El poder eclesiástico, puesto al frente de los intereses
divinos. El poder civil, encargado de los intereses huma-
nos. Ambas potestades son soberanas en su género. Cada
una queda circunscrita dentro de ciertos límites, definidos
por su propia naturaleza y por su fin próximo. De donde
resulta una como esfera determinada, dentro de la cual
cada poder ejercita iure proprio su actividad. Pero como
el sujeto pasivo de ambos poderes soberanos es uno
mismo, y como, por otra parte, puede suceder que un
mismo asunto pertenezca, si bien bajo diferentes aspectos,
a la competencia y jurisdicción de ambos poderes, es ne-
cesario que Dios, origen de uno y otro, haya establecido
en su providencia un orden recto de composición entre
las actividades respectivas de uno y otro poder. Las [auto-
ridades] que hay, por Dios han sido ordenadas. Si así no
fuese, sobrevendrían frecuentes motivos de lamentables
conflictos, y muchas veces quedaría el hombre dudando,
como el caminante ante una encrucijada, sin saber qué ca-
mino elegir, al verse solicitado por los mandatos contra-
rios de dos autoridades, a ninguna de las cuales puede, sin
pecado, dejar de obedecer. Esta situación es totalmente
contraria a la sabiduría y a la bondad de Dios, quien in-
cluso en el mundo físico, de tan evidente inferioridad, ha

19
equilibrado entre sí las fuerzas y las causas naturales con
tan concertada moderación y maravillosa armonía, que ni
las unas impiden a las otras ni dejan todas de concurrir
con exacta adecuación al fin total al que tiende el universo.
Es necesario, por tanto, que entre ambas potestades exista
una ordenada relación unitiva, comparable, no sin razón,
a la que se da en el hombre entre el alma y el cuerpo. Para
determinar la esencia y la medida de esta relación unitiva
no hay, como hemos dicho, otro camino que examinar la
naturaleza de cada uno de los dos poderes, teniendo en
cuenta la excelencia y nobleza de sus fines respectivos. El
poder civil tiene como fin próximo y principal el cuidado
de las cosas temporales. El poder eclesiástico, en cambio,
la adquisición de los bienes eternos. Así, todo lo que de
alguna manera es sagrado en la vida humana, todo lo que
pertenece a la salvación de las almas y al culto de Dios, sea
por su propia naturaleza, sea en virtud del fin a que está
referido, todo ello cae bajo el dominio y autoridad de la
Iglesia. Pero las demás cosas que el régimen civil y político,
en cuanto tal, abraza y comprende, es de justicia que que-
den sometidas a éste, pues Jesucristo mandó expresa-
mente que se dé al César lo que es del César y a Dios lo
que es de Dios. No obstante, sobrevienen a veces especia-
les circunstancias en las que puede convenir otro género
de concordia que asegure la paz y libertad de entrambas
potestades; por ejemplo, cuando los gobernantes y el Ro-
mano Pontífice admiten la misma solución para un asunto
determinado. En estas ocasiones, la Iglesia ha dado prue-
bas numerosas de su bondad maternal, usando la mayor
indulgencia y condescendencia posibles27”.

Pío XI
“(...) la Iglesia no quiere ni debe sin justa causa inter-
venir en la dirección de las cosas puramente humanas. De
ningún modo puede, sin embargo, renunciar al oficio que
27 LEÓN XIII, Inmortale Dei, AAS, 1885, XVIII, p.166.

20
Dios le ha asignado, de intervenir con su autoridad, no en
las cosas técnicas, para las cuales no tiene ni los medios
adecuados ni la misión de tratarlos, pero sí en todo aquello
que tiene relación con la moral. En efecto, en esta materia,
el depósito de la verdad a Nos confiado por Dios, y el
deber gravísimo que se nos ha impuesto de divulgar e in-
terpretar toda la ley moral y también de exigir oportuna e
inoportunamente su observancia, someten y sujetan a
Nuestro supremo juicio tanto en el orden social como
económico28”.
“Así, aún en el campo económico-social, la Iglesia,
aunque nunca ha presentado como suyo un determinado
sistema técnico, por no ser este su oficio, ha fijado, sin
embargo, claramente, principios y directivas...29”.

Hay que destacar la distinción que hacen los Pontífi-


ces entre la intervención de la Iglesia en el ámbito técnico y
el ámbito moral.

“Esta doctrina -la DSI- definitivamente fija en cuanto


a sus puntos fundamentales, es suficientemente amplia
para poder ser adaptada y aplicada a las vicisitudes varia-
bles de los tiempos, con tal que esto no sea en detrimento
de sus principios inmutables y permanentes30”.

Pío XII
“La inexpugnable competencia de la Iglesia de juzgar
si un determinado orden social está de acuerdo con el or-
den inmutable que Dios creador y redentor ha manifes-
tado por medio del derecho natural y de la revelación; re-
afirma la perenne vitalidad de las enseñanzas de la
RN...31”.

28 PÍO XI, QA., AAS, 1931, XXIII, p. 190.


29 PÍO XI, DR, AAS, 1937, XXIX, p. 83.
30 PÍO XII, Alocución del 29-4-1945 al Congreso de la Acción Católica Italiana.
31 PIO XII, RMP, AAS, 1941, XXXIII, p. 196.

21
“Movido por la convicción profunda de que la Iglesia
tiene no sólo el derecho, sino el deber de pronunciar su auto-
rizada palabra en las cuestiones sociales dirigió León XIII
al mundo su mensaje. No es que pretendiese él establecer
normas de carácter puramente práctico, casi diríamos téc-
nico, de la constitución de la sociedad, porque sabía bien
y era para él evidente - y nuestro Predecesor de santa me-
moria Pío XI lo declaró hace un decenio en su encíclica
conmemorativa Quadragesimo Anno - que la Iglesia no se
atribuye tal misión32”.
“Es en cambio a no dudarlo competencia de la Iglesia,
allí donde el orden social se aproxima y llega a tocar el
orden moral, juzgar si las bases de un orden social exis-
tente están de acuerdo con el orden inmutable que Dios
Creador y Redentor ha promulgado por medio del dere-
cho natural y de la revelación: doble manifestación a que
se refiere León XIII en su encíclica33”.

San Pablo VI

“Es cierto la Iglesia posee potestad de intervenir en


las cuestiones del mundo, pero la intervención es solo al
nivel de principios, la DSI no pretende dar soluciones téc-
nicas34”.
“La DSI no propone algún sistema particular, sino
que, a la luz de sus principios fundamentales, consiente de
ver sobre todo en qué medida los sistemas existentes son
conformes o no a las exigencias de la dignidad humana35”.

32 PIO XII, RMRN., AAS, 1941, XXXIII, pp. 228-229.


33 ibid.
34 OA nº 4.
35 LC nº 74.

22
Concilio Vaticano II

“Es cierto, la misión específica que Cristo ha confiado


a su Iglesia no es de orden político, económico o social: el
fin, en efecto, que le ha prefijado es de orden religioso. Sin
embargo, justamente de esta misión religiosa brotan obli-
gaciones, luces y fuerzas, que pueden contribuir a cons-
truir y a consolidar la comunidad de los hombres según la
ley divina36”.

San Juan Pablo II

“Por esto la Iglesia tiene una palabra que decir, tanto


hoy como hace veinte años, así como en el futuro, sobre
la naturaleza, condiciones, exigencias y finalidades del ver-
dadero desarrollo y sobre los obstáculos que se oponen a
él. Al hacerlo así, cumple su misión evangelizadora, ya que
da su primera contribución a la solución del problema ur-
gente del desarrollo cuando proclama la verdad sobre
Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a
una situación concreta37”.

Benedicto XVI

“La doctrina social de la Iglesia responde a esta diná-


mica de caridad recibida y ofrecida. Es “caritas in veritate
in re sociali", anuncio de la verdad del amor de Cristo en
la sociedad. Dicha doctrina es servicio de la caridad, pero
en la verdad. La verdad preserva y expresa la fuerza libe-
radora de la caridad en los acontecimientos siempre nue-
vos de la historia. Es al mismo tiempo verdad de la fe y de
la razón, en la distinción y la sinergia a la vez de los dos
ámbitos cognitivos. El desarrollo, el bienestar social, una

36 GS n° 42.
37 SRS n° 41.

23
solución adecuada de los graves problemas socioeconómi-
cos que afligen a la humanidad, necesitan esta verdad. Y
necesitan aún más que se estime y dé testimonio de esta
verdad. Sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero,
no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación
social se deja a merced de intereses privados y de lógicas
de poder, con efectos disgregadores sobre la sociedad,
tanto más en una sociedad en vías de globalización, en
momentos difíciles como los actuales38”.

Francisco

Encuadra la intervención de la Iglesia en el orden temporal en


cuatro principios en la Evangelii Gaudium:

1. El tiempo es superior al espacio.


2. La unidad prevalece sobre el conflicto.
3. La realidad es más importante que la idea.
4. El todo es superior a la parte.

“Para avanzar en esta construcción de un pueblo en paz, justicia


y fraternidad, hay cuatro principios relacionados con tensiones
bipolares propias de toda realidad social. Brotan de los grandes
postulados de la Doctrina Social de la Iglesia, los cuales constitu-
yen “el primer y fundamental parámetro de referencia para la in-
terpretación y la valoración de los fenómenos sociales”. A la luz
de ellos, quiero proponer ahora estos cuatro principios que orien-
tan específicamente el desarrollo de la convivencia social y la
construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en
un proyecto común. Lo hago con la convicción de que su aplica-
ción puede ser un genuino camino hacia la paz dentro de cada
nación y en el mundo entero. Hay una tensión bipolar entre la
plenitud y el límite. La plenitud provoca la voluntad de poseerlo
todo, y el límite es la pared que se nos pone delante. El “tiempo”,

38 CV n° 6.

24
ampliamente considerado, hace referencia a la plenitud como ex-
presión del horizonte que se nos abre, y el momento es expresión
del límite que se vive en un espacio acotado. Los ciudadanos vi-
ven en tensión entre la coyuntura del momento y la luz del
tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro
como causa final que atrae.

1. El tiempo es superior al espacio.

Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por


resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situacio-
nes difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el
dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión
entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. Uno de los
pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica con-
siste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos
de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse
para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar pose-
sión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Es cristali-
zar los procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad al tiempo
es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El
tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabo-
nes de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de re-
torno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos
nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que
las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes aconteci-
mientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras
y tenacidad. A veces me pregunto quiénes son los que en el
mundo actual se preocupan realmente por generar procesos que
construyan pueblo, más que por obtener resultados inmediatos
que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que
no construyen la plenitud humana. La historia los juzgará quizás
con aquel criterio que enunciaba Romano Guardini: “El único
patrón para valorar con acierto una época es preguntar hasta qué
punto se desarrolla en ella y alcanza una auténtica razón de ser la

25
plenitud de la existencia humana, de acuerdo con el carácter pe-
culiar y las posibilidades de dicha época.

Este criterio también es muy propio de la evangelización, que re-


quiere tener presente el horizonte, asumir los procesos posibles y
el camino largo. El Señor mismo en su vida mortal dio a entender
muchas veces a sus discípulos que había cosas que no podían
comprender todavía y que era necesario esperar al Espíritu Santo
(cf. Jn 16,12-13). La parábola del trigo y la cizaña (cf. Mt 13,24-
30) grafica un aspecto importante de la evangelización que con-
siste en mostrar cómo el enemigo puede ocupar el espacio del
Reino y causar daño con la cizaña, pero es vencido por la bondad
del trigo que se manifiesta con el tiempo.

2. La unidad prevalece sobre el conflicto.

El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asu-


mido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas,
los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada.
Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el
sentido de la unidad profunda de la realidad. Ante el conflicto,
algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pa-
sara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros
entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pier-
den horizontes, proyectan en las instituciones las propias confu-
siones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero
hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el con-
flicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en
el eslabón de un nuevo proceso. ¡Felices los que trabajan por la
paz! (Mt 5,9). De este modo, se hace posible desarrollar una co-
munión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes
personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y
miran a los demás en su dignidad más profunda. Por eso hace
falta postular un principio que es indispensable para construir la
amistad social: la unidad es superior al conflicto. La solidaridad,
entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así

26
en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los
conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una uni-
dad pluriforme que engendra nueva vida. No es apostar por un
sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la re-
solución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades
valiosas de las polaridades en pugna. Este criterio evangélico nos
recuerda que Cristo ha unificado todo en sí: cielo y tierra, Dios y
hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona y sociedad.
La señal de esta unidad y reconciliación de todo en sí es la paz.
Cristo «es nuestra paz» (Ef 2,14). El anuncio evangélico comienza
siempre con el saludo de paz, y la paz corona y cohesiona en cada
momento las relaciones entre los discípulos. La paz es posible
porque el Señor ha vencido al mundo y a su conflictividad per-
manente “haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Col
1,20). Pero si vamos al fondo de estos textos bíblicos, tenemos
que llegar a descubrir que el primer ámbito donde estamos llama-
dos a lograr esta pacificación en las diferencias es la propia inte-
rioridad, la propia vida siempre amenazada por la dispersión dia-
léctica. Con corazones rotos en miles de fragmentos será difícil
construir una auténtica paz social.

El anuncio de paz no es el de una paz negociada, sino la convic-


ción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las diversida-
des. Supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora sín-
tesis. La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente
en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto
cultural que haga emerger una “diversidad reconciliada”, como
bien enseñaron los Obispos del Congo: “La diversidad de nues-
tras etnias es una riqueza [...] Sólo con la unidad, con la conver-
sión de los corazones y con la reconciliación podremos hacer
avanzar nuestro país.

3. La realidad es más importante que la idea.

Existe también una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La


realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe

27
instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine se-
parándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola
palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que postular
un tercer principio: la realidad es superior a la idea. Esto supone
evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angéli-
cos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracio-
nistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalis-
mos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin
sabiduría. La idea —las elaboraciones conceptuales— está en
función de la captación, la comprensión y la conducción de la
realidad. La idea desconectada de la realidad origina idealismos y
nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero
no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el ra-
zonamiento. Hay que pasar del nominalismo formal a la objetivi-
dad armoniosa. De otro modo, se manipula la verdad, así como
se suplanta la gimnasia por la cosmética. Hay políticos —e in-
cluso dirigentes religiosos— que se preguntan por qué el pueblo
no los comprende y no los sigue, si sus propuestas son tan lógicas
y claras. Posiblemente sea porque se instalaron en el reino de la
pura idea y redujeron la política o la fe a la retórica. Otros olvida-
ron la sencillez e importaron desde fuera una racionalidad ajena
a la gente. La realidad es superior a la idea. Este criterio hace a la
encarnación de la Palabra y a su puesta en práctica: «En esto co-
noceréis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesu-
cristo ha venido en carne es de Dios» (1 Jn 4,2). El criterio de
realidad, de una Palabra ya encarnada y siempre buscando encar-
narse, es esencial a la evangelización. Nos lleva, por un lado, a
valorar la historia de la Iglesia como historia de salvación, a re-
cordar a nuestros santos que inculturaron el Evangelio en la vida
de nuestros pueblos, a recoger la rica tradición bimilenaria de la
Iglesia, sin pretender elaborar un pensamiento desconectado de
ese tesoro, como si quisiéramos inventar el Evangelio. Por otro
lado, este criterio nos impulsa a poner en práctica la Palabra, a
realizar obras de justicia y caridad en las que esa Palabra sea fe-
cunda. No poner en práctica, no llevar a la realidad la Palabra, es
edificar sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en

28
intimismos y gnosticismos que no dan fruto, que esterilizan su
dinamismo.

4. El todo es superior a la parte.

Entre la globalización y la localización también se produce una


tensión. Hace falta prestar atención a lo global para no caer en
una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder
de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra.
Las dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos dos extre-
mos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo abs-
tracto y globalizante, miméticos pasajeros del furgón de cola, ad-
mirando los fuegos artificiales del mundo, que es de otros, con la
boca abierta y aplausos programados; otro, que se conviertan en
un museo folklórico de ermitaños localistas, condenados a repetir
siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente
y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de sus límites.

El todo es más que las partes, y también es más que la mera suma
de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cues-
tiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada
para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero
hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir
las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es
un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero
con una perspectiva más amplia. Del mismo modo, una persona
que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad,
cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino
que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo.
No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que
esteriliza39”.

39 EG n° 221-237.

29
Triple dimensión de la DSI

La Sagrada Congregación para la Educación Católica, nos re-


cuerda en el documento Orientaciones para el estudio y enseñanza de la
Doctrina Social de la Iglesia en la formación de los sacerdotes del
30/12/1988 que la DSI está estructurada en una triple dimensión
que configuran su estructura esencial, están relacionadas entre sí
y son inseparables.

1. Existe, en primer lugar, una dimensión teórica, porque


el Magisterio de la Iglesia ha formulado explícitamente en
sus documentos sociales una reflexión orgánica y sistemá-
tica. El Magisterio señala el camino seguro para construir
las relaciones de convivencia en un orden social según cri-
terios universales que puedan ser aceptados por todos40.
Se trata, por supuesto, de los principios éticos permanen-
tes, no de los juicios históricos variables ni de cosas técnicas
para las cuales (el magisterio) no posee los medios proporcionados ni
misión alguna41.

2. Se da después en la doctrina social de la Iglesia una


dimensión histórica, dado que en ella el uso de los principios
está encuadrado en una visión real de la sociedad, e inspi-
rado en la toma de conciencia de sus problemas.

3. Hay finalmente una dimensión práctica, porque la


doctrina social no se queda en el enunciado de los princi-
pios permanentes de reflexión (que, aunque no sean siem-
pre fácil de reconocerlos, otorgan estabilidad y solidez a la
ética social42) ni en la interpretación de las condiciones
históricas de la sociedad, sino que se propone también la

40 MM n° 53.
41 QA n° 23.
42 CF FT n° 211.

30
aplicación efectiva de estos principios en la praxis, tradu-
ciéndolos concretamente en la forma y en la medida que
las circunstancias permiten y reclaman.

Dimensión teórica

Al hablar de la teoría de la DSI nos referimos al Magisterio social


de la Iglesia en cuanto saber orgánico y sistemático. En otras palabras,
a los principios éticos permanentes (comunes a todo ser humano
ya que derivan del orden natural) como así también a aquellos
ofrecidos por la revelación, de allí su denominación de “doc-
trina”. No hacemos referencia a los juicios históricos variables ni
a los problemas técnicos, donde la Iglesia no posee competencia:

“Frente a situaciones tan diversas, nos es difícil pro-


nunciar una palabra única, como también proponer una
solución con valor universal. No es esta nuestra ambición,
ni tampoco nuestra misión. Incumbe a las comunidades
cristianas analizar con objetividad la situación propia de su
país, esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable
del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de
juicio y directrices de acción según las enseñanzas sociales
de la Iglesia tal como han sido elaboradas a lo largo de la
historia y especialmente en esta era industrial, después de
la fecha histórica del mensaje de León XIII sobre la con-
dición de los obreros43”.

Es por eso que la DSI debe sobre todo basarse en una sana
y católica filosofía y teología para no caer en sociologismos a ve-
ces basados solo en estadísticas, donde se analiza el fenómeno y
no la causa, donde se busca dar soluciones técnicas sin funda-
mentos éticos. Como nos dice el documento de la sagrada Con-
gregación para la Educación Católica:

43 OA n °4.

31
“Esta doctrina se forma recurriendo a la teología y a
la filosofía que le dan un fundamento, y a las ciencias hu-
manas y sociales que la completan. Ella se proyecta sobre
los aspectos éticos de la vida, sin descuidar los aspectos
técnicos de los problemas, para juzgarlos con criterio mo-
ral. Basándose sobre principios siempre válidos lleva consigo jui-
cios contingentes, ya que se desarrolla en función de las cir-
cunstancias cambiantes de la historia y se orienta esencial-
mente a la acción o praxis cristiana44”.

La DSI es una ciencia dinámica, no estática, se encuentra en


continuo progreso in fieri, no porque cambien los principios, sino
porque a través del método del discernimiento cambia la aplicación de
estos principios permanentes o principios de reflexión a la cam-
biante realidad social. La dignidad de la persona humana es la
misma hoy que hace cien años, lo que cambia es el entorno cul-
tural45, como cambia la exigencia ética del evangelio de frente a
las constantes cosas nuevas (como las llamaba León XIII) del
mundo y de la cultura moderna.

La DSI no es otra cosa que la puesta en escena de la teología y de


la catequesis en el teatro del mundo. Las grandes transformaciones no
son fabricadas en escritorios o despachos46.

Sin la DSI la teología corre el riesgo de carecer de mediación, de


ser desencarnada y desconectada de la realidad.

44 Orient. n° 3.
45 GS n° 53: Con la palabra cultura se indica, en sentido general, todo aquello con lo
que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corpora-
les; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace
más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante
el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, a través del tiempo, ex-
presa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y aspira-
ciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano.
De aquí se sigue que la cultura humana presenta necesariamente un aspecto histórico
y social y que la palabra cultura asume con frecuencia un sentido sociológico y etno-
lógico. En este sentido se habla de la pluralidad de culturas.
46 FT n° 231.

32
Autoridad doctrinal de la DSI

De frente a la gran cantidad de documentos sociales cabe


preguntarse cuál debe ser la actitud, el compromiso y la conducta de los
católicos especialmente de aquellos comprometidos en la vida pública y polí-
tica. Trataremos de explicar este delicado tema. La doctrina social
de la Iglesia en cuanto magisterio social pertenece al munus docendi
dado por Cristo a su Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo.
En virtud de tal ministerio el Sumo Pontífice y los obispos en
comunión con él enseñan con la autoridad de Cristo: la fe que se
debe creer y aplicar en la práctica de la vida47 . La DSI, como veremos
enseguida, es parte de este ministerio, de allí surge su autoridad.

Sabemos que el Magisterio petrino y el de los obispos en co-


munión con él se expresa especialmente en lo concerniente a la fe
y la moral. La DSI como nos dice la SRS n° 41 no pertenece al
ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la
teología moral, por lo tanto, está incluida en el Magisterio.
Cuando el Santo Padre o los obispos intervienen y se pro-
nuncian a través del magisterio sobre algún problema social, lo
hacen no como expertos de problemas sociales sino justamente
como maestros de la fe y de la moral.

La DSI como enseñanza moral pertenece al magisterio autén-


tico de la Iglesia. Ahora bien, el problema no se plantea en cuanto
a los principios morales del magisterio social (principios de refle-
xión) en sí infalibles, el problema se sitúa en cuanto a sus consecuen-
cias prácticas (criterios de juicio y directivas de acción).

Teniendo en claro la distinción dentro de la misma DSI entre


principios de reflexión, criterios de juicio y directivas de acción48
se dirá que la infalibilidad y la irreformabilidad pertenece a los
principios fundamentales que derivan especialmente del orden

47 LG n° 25.
48 OA n° 4; LC n° 72; SRS n° 41.

33
natural, es decir a las normas primarias y vacilares del orden so-
cial. Es doctrina cierta que estas normas morales pueden ser in-
faliblemente enseñadas por el magisterio49. Y como verdades propues-
tas en modo definitivo… deben ser firmemente aceptadas y retenidas50.

Afirma la instrucción Donun Veritatis de la Sagrada congregación


de la fe51:

“El oficio de conservar santamente y de exponer con


fidelidad el depósito de la revelación divina implica, por
su misma naturaleza, que el Magisterio pueda proponer de
modo definitivo52 enunciados que, aunque no estén conteni-
dos en las verdades de fe, se encuentran sin embargo ínti-
mamente ligados a ellas, de tal manera que el carácter de-
finitivo de esas afirmaciones deriva, en último análisis, de
la misma Revelación53. Lo concerniente a la moral puede
ser objeto del magisterio auténtico, porque el Evangelio,
que es palabra de vida, inspira y dirige todo el campo del
obrar humano. El Magisterio, pues, tiene el oficio de dis-
cernir, por medio de juicios normativos para la conciencia
de los fieles, los actos que en sí mismos son conformes a
las exigencias de la fe y promueven su expresión en la vida,
como también aquellos que, por el contrario, por su mali-
cia son incompatibles con estas exigencias. Debido al lazo
que existe entre el orden de la creación y el orden de la
redención, y debido a la necesidad de conocer y observar

49 DV n° 16.
50 Idem n° 23.
51 DV n° 16.
52 Cf. Professio Fidei et Iusiurandam fidelitatis: AAS 81 (1989) 104 s.: L'Osservatore

Romano, edición en lengua española, 5 de mayo de 1989, pág. 5: omnia et singula


quae circa doctrinam de fide vel moribus ab eadem definitive proponuntur.
53 Cf. LG n°. 25; Congregación para la doctrina de la fe, declaración Mysterium Ec-

clesiae, n°. 3-5: AAS 65 (1973) 396-408: L'Osservatore Romano, edición en lengua
española, 15 de julio de 1973, pág. 9 s.; Professio fidei et lusiurandum fidelitatis: AAS
81 (1989) 104 s.: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de mayo de
1989, pág. 5.

34
toda la ley moral para la salvación, la competencia del Ma-
gisterio se extiende también a lo que se refiere a la ley na-
tural54”.

Por otra parte, la Revelación contiene enseñanzas morales


que de por sí podrían ser conocidas por la razón natural, pero
cuyo acceso se hace difícil por la condición del hombre pecador.
Es doctrina de fe que estas normas morales pueden ser enseñadas
infaliblemente por el Magisterio55.

Las enseñanzas inspiradas o suscitadas por estos principios,


como su mediación y aplicación (los criterios de juicio y las direc-
tivas de acción) no son infalibles e irreformables como lo serían los
principios de reflexión. Son siempre, sin embargo, actos del ma-
gisterio, el cual goza de la asistencia divina, aun cuando no alcanza
una definición infalible y sin que se pronuncie en un modo defi-
nitivo, pronuncia una enseñanza que conduce a una mayor compren-
sión de la revelación en materia de fe y de costumbres y directivas
morales que derivan de este magisterio:

“Se da también la asistencia divina a los sucesores de


los Apóstoles, que enseñan en comunión con el sucesor
de Pedro, y, en particular, al Romano Pontífice, Pastor de
toda la iglesia cuando sin llegar a una definición infalible y
sin pronunciarse en modo definitivo, en el ejercicio del ma-
gisterio ordinario proponen una enseñanza que conduce a
una mejor comprensión de la Revelación en materia de fe
y costumbres, y ofrecen directivas morales derivadas de
esta enseñanza56”.

Demás está decir que hay que tener en cuenta el carácter pro-
pio de cada una de las intervenciones del Magisterio y la medida

54 Cf. Pablo VI, HV n. 4: AAS 60 (1968) 483.


55 Cf. Concilio Vaticano I, constitución dogmática Dei Filius, cap. 2: DS 3005.
56 DV n° 17.

35
en que se encuentra implicada su autoridad; pero también el he-
cho de que todas ellas derivan de la misma fuente, es decir, de
Cristo que quiere que su pueblo camine en la verdad plena.

Por este mismo motivo las decisiones magisteriales en mate-


ria de disciplina, aunque no estén garantizadas por el carisma de
la infalibilidad, no están desprovistas de la asistencia divina y re-
quieren la adhesión de los fieles.

Por dicha autoridad, a tal enseñanza se le debe un religioso ob-


sequio de la voluntad y de la inteligencia57 de parte del cristiano, como
afirma la Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, de la
congregación para la doctrina de la fe del 24 de marzo de 1990:

“Cuando el Magisterio de la Iglesia se pronuncia de


modo infalible declarando solemnemente que una doctrina
está contenida en la Revelación, la adhesión que se pide es
la de la fe teologal. Esta adhesión se extiende a la enseñanza
del magisterio ordinario y universal cuando propone para
creer una doctrina de fe como de revelación divina58”.

Cuando propone de modo definitivo unas verdades referentes a


la fe y a las costumbres, que, aun no siendo de revelación divina,
sin embargo, están estrecha e íntimamente ligadas con la Revela-
ción, deben ser firmemente aceptadas y mantenidas59.

Cuando el Magisterio, aunque sin la intención de establecer un


acto definitivo, enseña una doctrina para ayudar a una comprensión
más profunda de la Revelación y de lo que explícita su contenido,

57 LG n° 25. El religioso obsequio -precisa la Congregación para la doctrina de la fe-

no puede ser puramente exterior o disciplinar, sino que debe colocarse en la lógica y bajo la ayuda de
la obediencia de la fe. DV n° 23.
58 DV n° 23.
59 El texto de la nueva profesión de fe (cf. nota 15) precisa la adhesión a estas ense-

ñanzas en los siguientes términos: “Acepto y retengo firmemente...”. Congregación


para la Doctrina de la Fe, el 9 de enero de 1989 (AAS 81 [1989] 104-106).

36
o bien para llamar la atención sobre la conformidad de una doc-
trina con las verdades de fe, o en fin para prevenir contra con-
cepciones incompatibles con esas verdades60, se exige un religioso
asentimiento de la voluntad y de la inteligencia61. Este último no puede
ser puramente exterior y disciplinar, sino que debe colocarse en
la lógica y bajo el impulso de la obediencia de la fe.

Todo esto nos lleva a afirmar que cuanto más cerca se encuentra el ma-
gisterio social a un principio de fe o de moral, es mayor el grado de vincula-
ción y de autoridad. Y cuanto más se articula a elementos contingentes y va-
riables o a datos sobre los cuales la Iglesia tiene un conocimiento meramente
humano, relativa a saberes diversos de la fe y de la moral, tanto menor es su
vinculación y autoridad.

El papa Francisco nos dice:

“Las enseñanzas de la Iglesia sobre situaciones con-


tingentes están sujetas a mayores o nuevos desarrollos y
pueden ser objeto de discusión, pero no podemos evitar
ser concretos -sin pretender entrar en detalles- para que
los grandes principios sociales no se queden en meras ge-
neralidades que no interpelan a nadie... Los pastores, aco-
giendo los aportes de las distintas ciencias, tienen derecho
a emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida
de las personas, ya que la tarea evangelizadora implica y
exige una promoción integral de cada ser humano62”.

Además, como dice la LG hablando del magisterio ponti-


ficio, es necesario tener en cuenta la índole de los documentos, el
tenor y la expresión verbal:

60 baste recordar la acusación por parte del Magisterio social hacia el socialismo, co-
munismo, capitalismo y últimamente las advertencias sobre las posibles consecuen-
cias de una deshumana globalización.
61 Cf. LG n°. 25.
62 EG n° 182.

37
“Todo lo demás que el santo Sínodo propone, por ser
doctrina del Magisterio supremo de la Iglesia, debe ser re-
cibido y aceptado por todos y cada uno de los fieles de
acuerdo con la mente del santo Sínodo, la cual se conoce,
bien por el tema tratado, bien por el tenor de la expresión
verbal, de acuerdo con las reglas de la interpretación teo-
lógica63”.

Extremadamente clara es además la doctrina de la LG res-


pecto a la conexión entre el magisterio de los obispos y el magis-
terio pontificio:

“Entre los principales oficios de los Obispos se des-


taca la predicación del Evangelio. Porque los Obispos son
los pregoneros de la fe que ganan nuevos discípulos para
Cristo y son los maestros auténticos, o sea los que están
dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo
que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y
ha de ser aplicada a la vida, y la ilustran bajo la luz del
Espíritu Santo, extrayendo del tesoro de la Revelación co-
sas nuevas y viejas (cf. Mt 13,52), la hacen fructificar y con
vigilancia apartan de su grey los errores que la amenazan
(cf. 2 Tm 4,1-4). Los Obispos, cuando enseñan en comu-
nión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por
todos como testigos de la verdad divina y católica; los fie-
les, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben
aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo,
y deben adherirse a él con religioso respeto. Este obsequio

63
LG, de las actas del Santo Concilio ecuménico Vaticano II, notificaciones hechas
por el excelentísimo secretario general del concilio en la congregación general 123,
del día 16 de noviembre de 1964.

38
religioso de la voluntad y del entendimiento de modo par-
ticular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Ro-
mano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal
manera que se reconozca con reverencia su magisterio su-
premo y con sinceridad se preste adhesión al parecer ex-
presado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que
se colige principalmente ya sea por la índole de los docu-
mentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma
doctrina, ya sea por la forma de decirlo.
Aunque cada uno de los Prelados no goce por si de la
prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando, aun
estando dispersos por el orbe, pero manteniendo el
vínculo de comunión entre sí y con el sucesor de Pedro,
enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres,
convienen en que una doctrina ha de ser tenida como de-
finitiva, en ese caso proponen infaliblemente la doctrina
de Cristo. Pero todo esto se realiza con mayor claridad
cuando, reunidos en concilio ecuménico, son para la Igle-
sia universal los maestros y jueces de la fe y costumbres, a
cuyas definiciones hay que adherirse con la sumisión de la
fe.
Esta infalibilidad que el divino Redentor quiso que tu-
viese su Iglesia cuando define la doctrina de fe y costum-
bres, se extiende tanto cuanto abarca el depósito de la Re-
velación, que debe ser custodiado santamente y expresado
con fidelidad. El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio
episcopal, goza de esta misma infalibilidad debido a su ofi-
cio cuando, como supremo pastor y doctor de todos los
fieles, que confirma en la fe a sus hermanos (Cf. Lc 22,32),
proclama de una forma definitiva la doctrina de fe y cos-
tumbres. Por esto se afirma, con razón, que sus definicio-
nes son irreformables por sí mismas y no por el consenti-
miento de la Iglesia, por haber sido proclamadas bajo la
asistencia del Espíritu Santo, prometida a él en la persona
de San Pedro, y no necesitar de ninguna aprobación de
otros ni admitir tampoco apelación a otro tribunal. Porque

39
en esos casos, el Romano Pontífice no da una sentencia
como persona privada, sino que, en calidad de maestro
supremo de la Iglesia universal, en quien singularmente
reside el carisma de la infalibilidad de la Iglesia misma, ex-
pone o defiende la doctrina de la fe católica. La infalibili-
dad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo de
los Obispos cuando ejerce el supremo magisterio en unión
con el sucesor de Pedro. A estas definiciones nunca puede
faltar el ascenso de la Iglesia por la acción del mismo Es-
píritu Santo, en virtud de la cual la grey toda de Cristo se
mantiene y progresa en la unidad de la fe.
Mas cuando el Romano Pontífice o el Cuerpo de los
Obispos juntamente con él definen una doctrina, lo hacen
siempre de acuerdo con la misma Revelación, a la cual de-
ben atenerse y conformarse todos, y la cual es íntegra-
mente transmitida por escrito o por tradición a través de
la sucesión legítima de los Obispos, y especialmente por
cuidado del mismo Romano Pontífice, y, bajo la luz del
Espíritu de verdad, es santamente conservada y fielmente
expuesta en la Iglesia. El Romano Pontífice y los Obispos,
por razón de su oficio y la importancia del asunto, trabajan
celosamente con los medios oportunos para investigar
adecuadamente y para proponer de una manera apta esta
Revelación; y no aceptan ninguna nueva revelación pú-
blica como perteneciente al divino depósito de la fe64”.

Esta enseñanza como decía San Pablo VI se desarrolla a tra-


vés de una reflexión en contacto de las circunstancias cambiantes
de este mundo65. Es decir, en un marco de continuidad y renova-
ción permanente.

64 LG n° 25.
65 OA n° 42.

40
Decía al respecto San Juan Pablo II:

“Con esto me propongo alcanzar principalmente dos


objetivos de no poca importancia: por un lado, rendir ho-
menaje a este histórico documento de Pablo VI y a la im-
portancia de su enseñanza; por el otro, manteniéndome en
la línea trazada por mis venerados Predecesores en la Cá-
tedra de Pedro, afirmar una vez más la continuidad de la
doctrina social junto con su constante renovación. En
efecto, continuidad y renovación son una prueba de la pe-
renne validez de la enseñanza de la Iglesia. Esta doble con-
notación es característica de su enseñanza en el ámbito so-
cial. Por un lado, es constante porque se mantiene idéntica
en su inspiración de fondo, en sus principios de reflexión, en
sus fundamentales directrices de acción y, sobre todo, en su
unión vital con el Evangelio del Señor. Por el otro, es a la
vez siempre nueva, dado que está sometida a las necesarias
y oportunas adaptaciones sugeridas por la variación de las
condiciones históricas, así como por el constante flujo de
los acontecimientos en que se mueve la vida de los hom-
bres y de las sociedades66”.

Método de la DSI

Como dijimos la DSI surge de las implicancias morales67


que produce la predicación del evangelio en toda cultura que se
traducen un proceso dinámico: ver, juzgar y actuar. Sobre estos tres
momentos se constituye la base metodológica de la DSI que his-
tóricamente se ha expresado en un momento donde prevaleció la
inducción para pasar luego a la deducción. Esta evolución meto-
dología siempre estuvo presente, de una manera u otra, en los
documentos del magisterio social preconciliar y se va a precisar

66 SRS n° 3.
67 Cf. Orient 3: “…la enseñanza social de la Iglesia se origina del encuentro del men-
saje evangélico y de sus exigencias éticas con los problemas que surgen en la vida de
la sociedad”.

41
más claramente en la encíclica Mater et magistra. La constitución
pastoral Gaudium et spes va a describir este paso de la deducción a
la inducción cuando afirma que:

“…la propia historia está sometida a un proceso tal


de aceleración, que apenas es posible al hombre seguirla.
El género humano corre una misma suerte y no se diver-
sifica ya en varias historias dispersas. La humanidad pasa
así de una concepción más bien estática de la realidad a otra más
dinámica y evolutiva, de donde surge un nuevo conjunto de
problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis68”.

Es cierto que en estos últimos años podemos encontrar una


preferencia, a veces con cierta dialéctica, por la praxis. Para mu-
chos el problema social es un problema técnico (praxis-inducción)
y no moral (doctrinal-deducción). Es común observar (especial-
mente en los laicos) un deseo de hacer-praxis-, pero sin una firme
formación intelectual y espiritual. Los grandes apóstoles sociales
buscaban las soluciones en el estudio serio del magisterio, de la
sana teología y filosofía y especialmente frente al Sagrario.

Este activismo viene a veces justificado falsamente por el lla-


mado cambio de método.

Algunos han querido hacer ver en el método deductivo una falta


de conexión con la realidad, como si los criterios que han nacido
de él fuesen fruto de un apriorismo o positivismo. Esta acusación
se fundamenta por la continua referencia al orden natural. Es ver-
dad que existió un cambio de método, cambio que no denigró en
nada al anterior. De un método deductivo se pasa a uno inductivo,
esto se dio como una evolución natural y más aún necesaria por la ace-
leración de los procesos históricos. Quien realizó este paso fue
Juan XXIII cuando en la MM presenta, a partir de la parte cuarta,
el aporte que las ciencias pueden dar a la DSI, sistematizando al
mismo tiempo el ya conocido principio del:
68 Cf. GS n° 5.

42
Ver, juzgar y actuar.

EL VER es percepción y estudio de los problemas reales y de


sus causas, cuyo análisis corresponde a las ciencias humanas y so-
ciales, advertencia de las circunstancias.

EL JUZGAR es la interpretación de la misma realidad a la luz


de las fuentes de la doctrina social, que determina el juicio que se
pronuncia sobre los fenómenos sociales y sus implicaciones éti-
cas. Valoración de las circunstancias a la luz de estos principios y
de directivas. En esta fase intermedia se sitúa la función propia
del Magisterio de la Iglesia que consiste precisamente en interpre-
tar desde el punto de vista de la fe la realidad y ofrecer aquello que
tiene de específico: una visión global del hombre y de la humanidad. Es evi-
dente que en el ver y en el juzgar la realidad, la Iglesia no es ni
puede ser neutral ya que los principios evangélicos son siempre
los mismos. Si, por alguna razón, ella se acomodara a otros prin-
cipios, su enseñanza no sería fiel a Aquel que los predicó y se
reduciría a una filosofía o ideología.

EL ACTUAR se refiere a la ejecución de la elección. Ello re-


quiere una verdadera conversión y discernimiento, esto es, la
transformación interior que es disponibilidad, dialogo, apertura y
transparencia a la luz purificadora de Dios, es el conocimiento
objetivo de la realidad por medio de la virtud de la prudencia (do-
cilitas69). Búsqueda y determinación de lo que se puede y debe
hacer para llevar a la práctica los principios y las directivas según

69
La virtud de la prudencia dice Pieper, posee tres partes potenciales: memoria,
docilitas y solertia. Por docilitas debe entenderse el saber-dejarse-decir-algo, aptitud
nacida no de una vaga “discreción”, sino de la simple voluntad de conocimiento real
(que implica siempre y necesariamente autentica humildad). La indisciplina y la
manía de llevar siempre razón son, en el fondo, modos de oponerse a la verdad de
las cosas reales; ambos descansan en la imposibilidad de obligar al sujeto, dominado
por sus “intereses”, a mantener ese silencio que es incanjeable requisito de toda
aprehensión a la realidad.

43
el modo y medida que las mismas circunstancias permiten o re-
claman.
El Magisterio, al invitar a los fieles a hacer una elección
concreta a través del método del discernimiento y a obrar según
los principios y los criterios expresados en su doctrina social, les
ofrece el fruto de muchas reflexiones y experiencias pastorales
maduradas bajo la asistencia especial prometida por Cristo a su
iglesia a lo largo de la historia contenidas de manera particular en
la Tradición. Corresponde al cristiano verdadero la aplicación de
estos principios doctrinales como base de su acción prudencial para
traducirla concretamente en categorías de acción, de participación y de com-
promiso.

Es muy oportuno que se invite a los jóvenes frecuentemente


a reflexionar sobre estas tres fases o principios de discernimiento
y llevarlas a la práctica, en cuanto sea posible. Así los conocimien-
tos aprendidos y asimilados no quedan en ellos como ideas abs-
tractas, sino que los capacitan prácticamente para llevar a la reali-
dad concreta los principios y directivas sociales70.

Objeto de la DSI

¿Sobre qué versa la DSI, cuál es su ámbito propio, su contenido,


el objeto material, la materia tratada o principium quod?
El objeto primario de la DSI es la dignidad de la persona
humana con sus derechos inalienables que forman el núcleo de la
verdad sobre el hombre71, o como afirma San Juan Pablo II: una
correcta concepción de la persona humana y de su valor único,
porque el hombre en la tierra es la sola creatura que Dios ha que-
rido por si misma72.
Objeto de la DSI es el hombre en la sociedad, ella se ocupa
de la vida social humana, en su estructuración económica, polí-
tica, cultural, ambiental.

70 MM n° 63.
71 Orient. n° 4.
72 CA n° 11. GS n° 24.

44
Se ocupa no bajo el aspecto técnico-organizativo, ámbito propio
del laico empeñado en el apostolado social, sino ético-normativo, es
decir la identificación de los principios a aplicar luego de la apa-
rición de las exigencias éticas que produce la predicación del
evangelio.

Destinatarios

La DSI está ordenada a la formación de las conciencias, que pro-


duce el anuncio del evangelio, anuncio que no debe ser solamente
verbal, sino que debe ser traducido en testimonio de vida, para
llegar de esa manera a la fidelidad operativa de la libertad.

“La Iglesia…quiere servir a la formación de las con-


ciencias en la política y contribuir a que crezca la percep-
ción de las verdaderas exigencias de la justicia y, al mismo
tiempo, la disponibilidad para actuar conforme a ella, aun
cuando esto estuviera en contraste con situaciones de in-
tereses personales... La Iglesia no puede ni debe empren-
der por cuenta propia la empresa política de realizar la so-
ciedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Es-
tado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en
la lucha por la justicia73”.

Destinatarios de la DSI es la iglesia en todos y cada uno de


sus miembros, porque todos son llamados a la responsabilidad y
a las obligaciones sociales. En particular lo es la iglesia en su com-
ponente laical, lo que la GS llama el ámbito secular.
Al mismo tiempo la Iglesia habla en nombre del hombre, ya
que ella al decir de San Pablo VI es experta en humanidad74, y su DSI
tutela la promoción de la comunidad humana dirigiéndose a to-
dos los hombres, cristianos y no cristianos.

73 DC n° 28.
74 SRS n° 7.

45
El fin

El fin de la DSI tiene dos aspectos el fin: moral-formativo y el


ético-normativo.
Son dos momentos de un mismo acto.

Primero: se busca que la Iglesia se haga conciencia crítica y profé-


tica, para que de esa manera se formen las conciencias.

Segundo: pasar a la praxis, buscando que en el orden social se


ejercite la prudente solicitud por el bien común, entendido este
como el conjunto de condiciones que permiten a cada ser hu-
mano alcanzar su perfección personal.

Todo esto se debe realizar buscando de entablar entre las


personas relaciones sociales humanas y humanizantes.
De este modo la Iglesia busca expresar el contenido social de la
fe, en busca de la liberación y a la promoción de la sociedad.

Fundación teológica

¿Sobre cuáles presupuestos de la fe se basa la solicitud de la


Iglesia por la realidad social?

Como decíamos al principio la DSI nace con la encarnación


del Verbo de allí que el primer fundamento sea la estructura de en-
carnación. Así como el Verbo se hace presente, solidario en la his-
toria del hombre a lo mismo esta llamado el cristiano con la ayuda
de la DSI.

El segundo fundamento a considerar es el aspecto liberativo, el


Verbo se hace carne para liberar al hombre (y por ende a la so-
ciedad) de las consecuencias del pecado en el orden personal y
social.
En un tercer momento podemos encontrar que esta libera-
ción o salvación es integral, es decir Cristo viene a salvar a todo el

46
hombre y por ende también a la creación sometida a las conse-
cuencias del pecado75.

Todo esto lleva a la Iglesia a que la predicación de la buena


nueva de la salvación posea:

1°: Estructura de encarnación del vivir eclesial cristiano. Solidaridad


de Cristo por el hombre y la creación entera.

2°: Integridad de la salvación, la redención es ofrecida a todos


los hombres.

3°: Liberación, de todo aquello que oprime al hombre, aún las


estructuras de pecado.
4°: Misión evangelizadora de la Iglesia, misión que es universal.

5°: Ortopraxis de la fe, es decir una fe no solo predicada sino


vivida.

6°: Y todo esto sostenido por la promesa de la esperanza, carác-


ter escatológico: “Nosotros nos fatigamos y luchamos porque es-
peramos en el Dios viviente”. 1 Tim 4,10.
“Cielos y tierra nuevos, en los cuales morará establemente la
justicia”. 2 Pe 3,13; Ap 21,1; Is 65,17.

75 LS n° 68. Esta responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el ser
humano, dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados equi-
librios entre los seres de este mundo, porque «él lo ordenó y fueron creados, él los
fijó por siempre, por los siglos, y les dio una ley que nunca pasará» (Sal 148,5b-6). De
ahí que la legislación bíblica se detenga a proponer al ser humano varias normas, no
sólo en relación con los demás seres humanos, sino también en relación con los de-
más seres vivos: « Si ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano, no te
desentenderás de ellos […] Cuando encuentres en el camino un nido de ave en un
árbol o sobre la tierra, y esté la madre echada sobre los pichones o sobre los huevos,
no tomarás a la madre con los hijos » (Dt 22,4.6). En esta línea, el descanso del sép-
timo día no se propone sólo para el ser humano, sino también «para que reposen tu
buey y tu asno» (Ex 23,12). De este modo advertimos que la Biblia no da lugar a un
antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas.

47
Fuentes cognoscitivas

Son dos:
1°: la Sagrada Escritura.
2°: el orden natural, la naturaleza humana, es decir la
fe y la razón.

Es falso el tentativo de constituir la praxis como una tercera


fuente.
En el período anterior al Vaticano II la DSI fue plasmada en
el llamado derecho natural configurándose de esa manera como
filosofía social. A partir del Concilio, asume la forma teológica-mo-
ral buscando sus fuentes en la revelación y la fe.

Formalidad teológica

¿Cuál es en el lenguaje escolástico el principium quo? Es decir,


la figura lógica o metodológica que asume en el cuadro del saber.
¿Cuál es la perspectiva, el ángulo, la óptica a través de la cual
la DSI considera su objeto material quod: la vida del hombre en la
sociedad con las cuestiones emergentes?
La DSI se configura como antropología teológica, ilumi-
nando al hombre en la sociedad.

Esto se resume en la SRS n° 41:

“La doctrina social de la Iglesia no es, pues, una tercera


vía entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista, y
ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones me-
nos contrapuestas radicalmente, sino que tiene una cate-
goría propia. No es tampoco una ideología, sino la cuida-
dosa formulación del resultado de una atenta reflexión so-
bre las complejas realidades de la vida del hombre en la
sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y
de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar
esas realidades, examinando su conformidad o diferencia

48
con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su
vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en
consecuencia la conducta cristiana. Por tanto, no perte-
nece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y es-
pecialmente de la teología moral”.

Formalidad teológica moral

¿Qué significa la afirmación en la SRS que la DSI pertenece


a la teología moral?
¿Cómo se expresa y que implica la formalidad teológico-mo-
ral?
La DSI en cuanto antropología teológica comprende tres
momentos:

1. Metaético: antropología social-teología Þ indicativo.


2. Ético-operativa: normativo del social Þ imperativo.
3. Juicio práctico situacional: ético prudencial de la conciencia
Þ praxis.

Debemos recordar la preeminencia del plano metaético-


fundativo antes que el ético-normativo. El fin es el de la inte-
gración de ambos planos.

La DSI tiene una dimensión eminentemente práctica y en


cierto sentido experimental, de allí que la DSI posee un carácter
no descriptivo o meramente interpretativo de los fenómenos so-
ciales, sino valorativo y normativo de la vida social.

El conocimiento y discernimiento de los principios de reflexión


que la DSI toma del orden natural como del sobrenatural tienen
un valor indicativo para la conciencia e imperativo para la voluntad: es
un bonum faciendum, un bien que está en proceso de realizarse.
Esto implica que el deber no está impuesto como un man-
dato externo (coactivo-externo) sino como el resultado de un
proceso de discernimiento prudencial.

49
Su formalidad teológico-moral encuentra su fundamento en el
orden natural y sobrenatural y esta ordenada a la praxis, es decir,
debe valorar y guiar las acciones a la luz de la fe y del orden na-
tural por medio de los principios de reflexión, criterios de juicio
y directivas de acción.
Esta finalidad de guiar las elecciones y las responsabilidades
en el vivir social del hombre, previo un adecuado discernimiento,
da a la reflexión teológica una impronta netamente ética, de allí que a
la DSI se la asigna no solo a la teología sino principalmente la
teología moral.

Esta pertenencia quiere decir que la DSI procede, según la


metodología propia de la ética, a la individuación de los principios nor-
mativos y su aplicación a la vida.
Por todo esto la misión de la DSI es de integración entre el
nivel metaético-fundativo y ético-normativo que finalmente cul-
mina en la praxis.

Dimensión práctica
¿Cómo realizar esto?

1. Formando pastores idóneos, verdaderos profetas


de su tiempo que posean la ciencia necesaria para desarro-
llar una pastoral plena y no parcial. Sacerdotes conocedo-
res de la sana y católica teología y filosofía y por ello ca-
paces de analizar el mundo, la sociedad y ofrecer un juicio
de valor, cierto, sin inmiscuirse en la cosa pública directa-
mente, y de esa manera poder formar laicos que, en el propio
ambiente76, puedan colaborar en la construcción de la civi-
lización del amor.

76
Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la
familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comu-
nidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución
y progreso, no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen
un valor propio, que Dios les ha dado, considerados en sí mismos, o como partes del
orden temporal: "Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno" (Gn. 1,31).

50
Nos llena de asombro la poca importancia que se da
a la DSI en los seminarios, recuerdo en una oportunidad
un profesor que nos decía que el sacerdote que no puede
entender las noticias políticas, económicas y sociales que
nos traen los periódicos de todos los días nunca podrá ilu-
minar con la luz del evangelio las realidades y problemáti-
cas temporales de la vida cuotidiana.
La DSI es un elemento importantísimo para la pasto-
ral, allí el sacerdote comprenderá el mundo actual, sus po-
líticas y decisiones, adquiriendo así una concepción global
del mundo moderno77, sabrá juzgar los acontecimientos
históricos para iluminarlos con la luz del evangelio, sabrá
vivir un sano y fructuoso realismo.
2. Buscando consagrados y laicos que tengan contacto
directo con lo concreto. Idelfonso Camacho en su libro,
Creyentes en la vida pública, nos dice que “el contacto con
la realidad debe entenderse como dialéctica entre cercanía y
lejanía”. Debemos tener cuidado de no encerrarnos en
“nuestra propia realidad” y de esa manera por encerrarnos
en nuestra “cercanía” perder la visión de conjunto que nos
da la “lejanía”. De allí que participar de los problemas del
mundo moderno debe suscitar el interés sea para una sana
crítica o para la búsqueda de soluciones. Muchas veces la
principal dificultad es esa: el consagrado o el laico no cono-
cen los problemas sociales, no tiene una visión amplia de
la realidad, por lo tanto, la DSI será desconocida o utili-
zada de manera parcial.

El Papa Francisco nos advierte al respecto:

“Si bien se percibe una mayor participación de mu-


chos en los ministerios laicales, este compromiso no se

Esta bondad natural de las cosas recibe una cierta dignidad especial de su relación
con la persona humana, para cuyo servicio fueron creadas. AA n° 7.
77 CA n° 36: A través de las opciones de producción y de consumo se pone de mani-

fiesto una determinada cultura, como concepción global de la vida.

51
refleja en la penetración de los valores cristianos en el
mundo social, político y económico. Se limita muchas
veces a las tareas intraeclesiales sin un compromiso real
por la aplicación del Evangelio a la transformación de la
sociedad. La formación de laicos y la evangelización de
los grupos profesionales e intelectuales constituyen un
desafío pastoral importante78”.

Como ya hemos dicho y vale la pena recordar, la DSI no es


otra cosa que la puesta en escena de la teología y de la catequesis. Sin la
DSI la teología corre el riesgo de carecer de mediación, de ser
desencarnada y desconectada de la realidad.
Benedicto XV mostraba no sólo la gran oportunidad, sino la
gran necesidad de todo esto, cuando declaraba en su carta al
obispo de Bérgamo:

“Que ningún miembro del clero piense ser extraña tal


acción al ministerio sacerdotal so pretexto de que corres-
ponde al terreno económico, porque precisamente en este
terreno es donde peligra la salud eterna de las almas. Por ello,
queremos Nos que los sacerdotes consideren como una de
sus obligaciones el consagrarse cuanto puedan a la ciencia y
a la acción social mediante el estudio, la observación y el tra-
bajo y a que favorezcan todo lo posible a quienes en tal te-
rreno ejercitan una sana influencia para bien de los católi-
cos79”.
El sacerdote, mucho más aún en el mundo de hoy80, debe,
con ciencia necesaria, conocer los grandes principios de la economía

78 EG n° 102.
79 BENEDICTO XV, carta al obispo de Bérgamo. 11/03/1920. AAS 12 (1920).
80 CA n° 51: Toda la actividad humana tiene lugar dentro de una cultura y tiene una

recíproca relación con ella. Para una adecuada formación de esa cultura se requiere
la participación directa de todo el hombre, el cual desarrolla en ella su creatividad, su
inteligencia, su conocimiento del mundo y de los demás hombres. A ella dedica tam-
bién su capacidad de autodominio, de sacrificio personal, de solidaridad y disponibi-
lidad para promover el bien común. Por eso, la primera y más importante labor se
realiza en el corazón del hombre, y el modo como éste se compromete a construir el
propio futuro depende de la concepción que tiene de sí mismo y de su destino. Es a

52
y de la política, debe conocer las encíclicas sociales no de manera
aislada sino de manera cronológica y en su contexto, es decir en
el momento histórico en la cual fue escrita, debe saber ir contra
corriente. De esta manera, teniendo una visión global y critica del
mundo moderno, podrá ofrecer a los fieles, principios de refle-
xión, criterios de juicio y directivas de acción81 para resolver los
problemas del mundo moderno. De este modo el sacerdote ob-
tendrá no una cultura básica82 sino aquella que como pastor nece-
sita para guiar al pueblo de Dios.
Es necesario pasar de la evangelización (predicación del ke-
rigma) a evangelizar la cultura, es decir lograr una verdadera incultu-
ración donde hombre y sociedad pueden encontrarse con Dios.
Como dice el Papa Francisco promover “una cultura del encuen-
tro”:
“Ser llamados por Jesús, llamados para evangelizar y,
tercero, llamados a promover la cultura del encuentro. En

este nivel donde tiene lugar la contribución específica y decisiva de la Iglesia en favor
de la verdadera cultura. Ella promueve el nivel de los comportamientos humanos que
favorecen la cultura de la paz contra los modelos que anulan al hombre en la masa,
ignoran el papel de su creatividad y libertad y ponen la grandeza del hombre en sus
dotes para el conflicto y para la guerra. La Iglesia lleva a cabo este servicio predicando
la verdad sobre la creación del mundo, que Dios ha puesto en las manos de los hom-
bres para que lo hagan fecundo y más perfecto con su trabajo, y predicando la verdad
sobre la Redención, mediante la cual el Hijo de Dios ha salvado a todos los hombres
y al mismo tiempo los ha unido entre sí haciéndolos responsables unos de otros. La
Sagrada Escritura nos habla continuamente del compromiso en favor del hermano y
nos presenta la exigencia de una corresponsabilidad que debe abarcar a todos los
hombres.
81 OA n° 4; LC n° 72; SRS n° 41.
82 Hoy día es posible liberar a muchísimos hombres de la miseria de la ignorancia.

Por ello, uno de los deberes más propios de nuestra época, sobre todo de los cristia-
nos, es el de trabajar con ahínco para que, tanto en la economía como en la política,
así en el campo nacional como en el internacional, se den las normas fundamentales
para que se reconozca en todas partes y se haga efectivo el derecho de todos a la
cultura, exigido por la dignidad de la persona, sin distinción de raza, sexo, nacionali-
dad, religión o condición social. Es preciso, por lo mismo, procurar a todos una can-
tidad suficiente de bienes culturales, principalmente de los que constituyen la llamada
cultura básica, a fin de evitar que un gran número de hombres se vea impedido, por
su ignorancia y por su falta de iniciativa, de prestar su cooperación auténticamente
humana al bien común. GS n° 60.

53
muchos ambientes, y en general en este humanismo eco-
nomicista que se nos impuso en el mundo, se ha abierto
paso una cultura de la exclusión, una “cultura del des-
carte”. No hay lugar para el anciano ni para el hijo no
deseado; no hay tiempo para detenerse con aquel pobre
en la calle. A veces parece que, para algunos, las relaciones
humanas estén reguladas por dos “dogmas”: eficiencia y
pragmatismo. ... Tengan el valor de ir contracorriente de
esta cultura eficientista, de esta cultura del descarte. El en-
cuentro y la acogida de todos, la solidaridad, es una palabra
que la están escondiendo en esta cultura, casi una mala pa-
labra, la solidaridad y la fraternidad, son elementos que
hacen nuestra civilización verdaderamente humana83”.

Mas aún, el Kerigma tiene un contenido ineludiblemente social:

“El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en


el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria
y el compromiso con los otros. El contenido del primer
anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo cen-
tro es la caridad84”.

De frente a los problemas sociales, antiguos y modernos, la


Iglesia ha sabido, en todos los tiempos, ofrecer principios claros
para iluminar la sociedad y la vida político-económica. A modo
de ejemplo, basta comparar la sociedad en su primera fase indus-
trial, la llamada post-fordiana, y la nuestra de la economía globa-
lizada habiendo pasado entre una y otra casi un siglo. Como
afirma el Concilio Vaticano II en la GS: La propia historia está so-
metida a un proceso tal de aceleración, que apenas es posible al hombre se-
guirla85.
Hoy como ayer la Iglesia acepta nuevamente el desafío. En
este nuevo contexto de una economía globalizada San Juan Pablo

83 27 de julio de 2013, Misa con obispos.


84 EG n° 177.
85 GS n° 6.

54
II y los pontífices que lo han sucedido nos ofrecen sea en su ma-
gisterio ordinario como en el extraordinario, los principios para
elaborar una propuesta católica a las nuevas teorías políticas, eco-
nómicas y sociales. Hoy más que nunca existe la solicitud de la
Iglesia por ayudar al orden temporal donde están inmersos sus
hijos.

San Juan Pablo II llamaba a una nueva evangelización en la


cual la DSI debe tener una función esencial:

“La nueva evangelización, de la que el mundo moderno


tiene urgente necesidad y sobre la cual he insistido en más
de una ocasión, debe incluir entre sus elementos esenciales
el anuncio de la DSI, que, como en tiempos de León XIII,
sigue siendo idónea para indicar el recto camino a la hora
de dar respuesta a los grandes desafíos de la edad contem-
poránea, mientras crece el descrédito de las ideologías.
Como entonces, hay que repetir que no existe verdadera solu-
ción para la cuestión social fuera del evangelio y que, por otra
parte, las cosas nuevas pueden hallar en él su propio espacio
de verdad y el debido planteamiento moral86”.

¡No hay que tener miedo de ser profetas nos dice el Papa Fran-
cisco!:

“Cuando Dios envía al profeta Jeremías, le da el poder


para “arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para re-
edificar y plantar” (Jr. 1,10). También es así para ustedes.
Llevar el evangelio es llevar la fuerza de Dios para arrancar
y arrasar el mal y la violencia; para destruir y demoler las
barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para edificar
un mundo nuevo87”.

86 CA n° 5.
87 JMJ, 28 de julio de 2013.

55
¿Cuál es la garantía para una correcta aplicación y evolución de
la DSI?

El ser fiel a la verdad natural y a aquella revelada, para no


caer en un positivismo histórico-social, en una moral de situación
o en el relativismo ético.

El papa Francisco nos habla de la necesidad de la fidelidad a estas


dos verdades:

La natural:

“Sin la verdad, la emotividad se vacia de contenidos


relacionales y sociales. Por eso la apertura a la verdad protege
a la caridad de una falsa fe que se queda sin su horizonte
humano y universal88”.

La sobrenatural o revelada:

“Si no existe una verdad trascendente, con cuya obe-


diencia el hombre conquista su plena identidad, tampoco
existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas
entre los hombres: los intereses de clase, grupo o nación, los
contraponen inevitablemente unos a otros89”.

Pluralismo y DSI

Aquello que enmarca la DSI en nuestro tiempo, nos dice Cama-


cho “es el pluralismo de intereses e ideológico”.

1. Pluralismo de intereses: que siempre ha existido ya


que la heterogeneidad social es intrínseca a toda socie-
dad, por mínimamente compleja que sea. Pero la socie-
dad moderna, sobre todo a partir de la industrialización

88 FT n° 184.
89 FT n° 273.

56
y el desarrollo económico, ha exacerbado este plura-
lismo, que se convierte así en foco permanente de con-
flicto social.
Tan inevitable es esta dimensión que todos los es-
fuerzos de la sociedad se orientan, mas que eliminarlo,
a controlarlo. es decir, a procurar que no derive en una
lucha abierta de intereses, donde siempre se imponga la
ley del más fuerte. La estructura política, no tiene, en el
fondo, otra pretensión que la de establecer unas reglas
del juego que permitan garantizar una convivencia
donde los derechos sean respetados.

2. Pero existe otro pluralismo, nos dice el autor, el


pluralismo ideológico, consiste en el hecho de que en la so-
ciedad moderna coexisten diversas cosmovisiones o
concepciones del hombre y de la sociedad. Cada una de
ellas busca una coherencia entre sus diferentes elemen-
tos, pero no puede ocultar que lo que le da su sentido
último son un conjunto de valores estructurados según
una determinada jerarquía. Queremos decir con ello
que, sin negar la coherencia interna a cada sistema cos-
movisional, hay una componente no racional que re-
mite a una opción libre de las personas.

Existe además una conexión innegable entre ambas formas


de pluralismo. En efecto, muchas veces una cosmovisión ideoló-
gica sirve como instrumento de legitimación a determinados in-
tereses de grupo.
(…) Una sociedad caracterizada por esta forma de plura-
lismo, como es la nuestra, tiene sus reglas de juego propias. Es
reacia a admitir el principio de autoridad. Por eso cuando tiene
que buscar una respuesta a los interrogantes que surgen cada día,
aún los más profundos, no acepta una instancia autoritativa cuyo
veredicto sea acogido sin discusión.

57
En otro momento de la historia esto podía darse, hoy no, la
sociedad moderna exige una mayor racionalidad90 y participa-
ción91.
¿Qué consecuencias trae esto a la DSI? Muchas e importan-
tes. La DSI no puede prescindir de esta exigencia de racionalidad
(si quiere estar presente en los procesos de la opinión pública),
pero siempre recordando el carácter evangélico.
El peligro se encuentra en los extremos, es decir en caer en
lo puramente racional o en lo puramente magisterial.
Otra de las consecuencias de este pluralismo, continúa Ca-
macho, es contar con el pluralismo dentro de la iglesia. Tema de-
licado. Porque la Iglesia vive en medio de una sociedad pluralista
por lo tanto sus hijos son hijos de este concreto modelo de so-
ciedad.
El pluralismo intraeclesial solo se podría excluir si en la tra-
dición y en la DSI se encontrasen respuestas concretas a todos los
problemas de la sociedad. Pero ocurre que sólo poseemos crite-
rios, principios y grandes orientaciones. Allí todos los creyentes
coinciden o deberían coincidir.

Ya San Pablo VI afirmaba:

“Frente a situaciones tan diversas, nos es difícil pro-


nunciar una palabra única, como también proponer una
solución con valor universal. No es esta nuestra ambición,
ni tampoco nuestra misión. Incumbe a las comunidades
cristianas analizar con objetividad la situación propia de su
país, esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable
del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de
juicio y directrices de acción según las enseñanzas sociales
de la Iglesia tal como han sido elaboradas a lo largo de la
Historia y especialmente en esta era industrial…92”.
90 Entiéndase el término racionalidad como la explicación del hecho a través no solo
del derecho natural sino también a la luz de las ciencias auxiliares como proponía San
Juan XXIII en MM n° 63.
91 Cf. IDELFONSO CAMACHO, Creyentes para la vida pública, p. 25.
92 OA n° 4.

58
En este momento vienen en ayuda de la DSI las llamadas
ciencias auxiliares como la sociología, filosofía, economía, etc.

Ahora bien, este pluralismo intraeclesial tiene sus pro y con-


tra. Ya que de alguna manera mueve a los cristianos al apostolado
social con el desafío de saber encontrar los límites de discernir si
todo proyecto social es compatible o no con el evangelio. Muchas
veces la amplitud de posibilidades en el campo social puede llevar
al laico comprometido a la pérdida de su identidad cristiana. De
allí la importancia de los pastores de educar a aquellos fieles que
trabajan especialmente en el ámbito social en el conocimiento de
los principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de ac-
ción propuestas por el Magisterio de la Iglesia.

¿Cómo puede la DSI mantenerse en la verdad para no ser ins-


trumentalizada?

Gracias a tres fuentes:

1. El magisterio de la Iglesia.
2. El orden natural.
3. El respeto por la cultura93.

93 GS n° 53: Con la palabra cultura se indica, en sentido general, todo aquello con lo
que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corpora-
les; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace
más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante
el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, a través del tiempo, ex-
presa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y aspira-
ciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano.
De aquí se sigue que la cultura humana presenta necesariamente un aspecto histórico
y social y que la palabra cultura asume con frecuencia un sentido sociológico y etno-
lógico. En este sentido se habla de la pluralidad de culturas. Estilos de vida común
diversos y escalas de valor diferentes encuentran su origen en la distinta manera de
servirse de las cosas, de trabajar, de expresarse, de practicar la religión, de compor-
tarse, de establecer leyes e instituciones jurídicas, de desarrollar las ciencias, las artes
y de cultivar la belleza. Así, las costumbres recibidas forman el patrimonio propio de
cada comunidad humana. Así también es como se constituye un medio histórico de-
terminado, en el cual se inserta el hombre de cada nación o tiempo y del que recibe
los valores para promover la civilización humana.

59
De no ser así, ¿cuál es el riesgo?

El peligro es elaborar una doctrina idealista, de escritorio, pri-


vada de mediación con la realidad concreta, o guiada hacia intere-
ses que no son los propios de la DSI, es decir la promoción inte-
gral de la persona humana. Finalmente, el gran riesgo es dividir la
realidad en dos planos, reales, pero no separables, según aquella
falsa afirmación que existe un orden temporal y otro espiritual
que no poseen nada en común.

¿Cómo se ha consolidado esta separación?

A esta división ciertamente ha ayudado la formación y con-


solidación del así llamado Estado laico, entendido como el poder
gubernativo desligado totalmente del ámbito religioso. Es verdad,
el Estado debe tener una legítima autonomía, fines y medios pro-
pios en su orden. Pero como el bien común inmanente en la
misma sociedad, no es absolutamente último, debe presentarse
siempre abierto a la trascendencia en cada uno de los miembros
que participan de él94.
De aquí que la distinción del orden natural y sobrenatural en
la vida política no implica separación ni aún oposición sino subor-
dinación del orden natural al sobrenatural o espiritual. Sería ab-
surdo el reducir y limitar tal subordinación a la consideración de

94 La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su

propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de
la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor
eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas,
habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo. El hombre, en efecto, no se
limita al solo horizonte temporal, sino que, sujeto de la historia humana, mantiene
íntegramente su vocación eterna. La Iglesia, por su parte, fundada en el amor del
Redentor, contribuye a difundir cada vez más el reino de la justicia y de la caridad en
el seno de cada nación y entre las naciones. Predicando la verdad evangélica e ilumi-
nando todos los sectores de la acción humana con su doctrina y con el testimonio de
los cristianos, respeta y promueve también la libertad y la responsabilidad políticas
del ciudadano. GS n° 76.

60
circunstancias históricas y culturales de un determinado mo-
mento de la humanidad en la cual las así llamadas dos espadas esta-
ban íntimamente unidas.
Para Santo Tomás de Aquino, aún en un ordenamiento que
prescindiera de la revelación, el individuo y la sociedad, deben
ordenarse a Dios, fin último y bien común absoluto95. La subor-
dinación al orden sobrenatural no despoja a la política de su pro-
pio orden, sino que, por el contrario, la confirma y le da un más
alto valor instrumental, así como la gracia no destruye la natura-
leza, sino que la supone, la sana y la eleva96.

Dimensión histórica

Análisis de las encíclicas sociales:

Luego de ver los riesgos de la falta de conocimiento de la


realidad97 en la aplicación de la DSI y por qué la Iglesia no solo
puede, sino que debe intervenir en el campo social, es necesario
tener una noción sintética de los diversos documentos del Magis-
terio social a lo largo de la historia para poder así comprender por

95 Finis autem humanae vitae et societatis est Deus. (SANTO TOMÁS de AQUINO, Suma
Teológica, I-II, 100, 6). Según la ética natural el sacerdocio y la religión, como deberes
naturales dictados por la recta razón, se ordenan juntamente, en una cultura pagana
o precristiana, al poder político. Cf. SANTO TOMÁS de AQUINO, De Regimine
Principum, I, XIV.
96 “Bien lejos de suprimir la autonomía de un orden inferior cualquiera, su subordi-

nación jerárquica tiene por efecto fundarla, perfeccionarla, brevemente, asegurarle la


integridad y mantenerla. La naturaleza es más perfectamente naturaleza por estar in-
formada por la gracia. La razón natural se hace más íntegramente razonable por estar
iluminada por la fe. El orden temporal y político es más temporalmente feliz y sabio
por aceptar la jurisdicción espiritual y religiosa de la Iglesia. Tan directa como es, y
aunque se extienda a lo político, la autoridad de los Papas sobre lo temporal no es ni
temporal ni política en el sentido temporal del término. No usa los mismos medios
ni avista el mismo fin”. Cf. ETIENNE GILSON, La metamorfosis de la ciudad de Dios,
Madrid, 1965.
97 El papa Francisco advierte además en como nos enfrentamos realidad: “Si todo

está conectado, es difícil pensar que este desastre mundial no tenga relación con
nuestro modo de enfrentar la realidad, pretendiendo ser señores absolutos de la pro-
pia vida y de todo lo que existe”. FT n° 34.

61
qué interviene la Iglesia en ese particular momento de la historia
del hombre.
Propondremos a continuación una breve guía a la lectura de
documentos magisteriales.

León XIII

León XIII, preocupado por la cuestión obrera esto es, por los
problemas derivados de la deplorable situación en que se encon-
traba el proletariado industrial, interviene con la encíclica Rerum
novarum (1891), para aquel momento este era un texto valiente y
claro que preparó el desarrollo de la doctrina social llevado a cabo
por el Magisterio en documentos posteriores. En la encíclica, el
Pontífice expone los principios doctrinales que pueden servir
para remediar el "mal social" latente en la "situación de los obre-
ros"98.
Después de haber enumerado los errores que han llevado a
la inmerecida miseria del proletariado y después de excluir expresa-
mente al socialismo como solución de la cuestión obrera, la RN pre-
cisa y sobre todo actualiza los principios de reflexión sobre el tra-
bajo, sobre el derecho de propiedad, sobre el principio de cola-
boración contrapuesto a la lucha de clases como medio funda-
mental para el cambio social, sobre el derecho de los débiles, la
dignidad de los pobres, las obligaciones de los ricos, el perfeccio-
namiento de la justicia por la práctica de la caridad y sobre el de-
recho a tener asociaciones profesionales o sindicatos.

La Rerum Novarum

Capítulo I:
La encíclica comienza mostrando “la novedad”: el paso del or-
den político al orden económico (n° 1).
Luego refuta la posición socialista que proponía abolir y co-
lectivizar la propiedad privada (n°3).

98 RN n° 11.

62
El fundamento de la refutación la encuentra el Pontífice en
el derecho natural, esto va contra la razón ya que la propiedad
privada es el fruto inmediato del trabajo del hombre (n° 4).
De allí que la única solución para la cuestión social es aquella
propuesta por la Iglesia.
Las clases sociales responden a un orden natural. No se puede
realizar un paraíso terrenal.
La Iglesia propone la colaboración entre las clases sociales.
Justo salario -Virtud - destinación uso y posesión - Superfluo.
(n° 19).
Dignidad del trabajo, lo que dignifica no es el dinero sino la
virtud.
La Iglesia mira el alma y el cuerpo.

Capítulo II:
Estado:
• Por qué debe intervenir.
• Cómo debe intervenir.
• Por qué debe intervenir:

El bien común es deber del Estado, de la política y de los go-


bernantes: la prosperidad deriva de las buenas costumbres.
Buscar la cooperación proporcional de los ciudadanos al bien
común.
Necesidad mínima para practicar la virtud.
La riqueza nacional es fruto de los obreros.
Cómo debe intervenir:
Por la Subsidiaridad (que no es definida): dice personas e institu-
ciones no deben ser absorbidas.
Proteger especialmente los más débiles.
Proteger la propiedad privada.
La RN es contraria a la huelga.

Capítulo III
Dignidad de la persona humana:
Ninguno puede violar su dignidad:

63
• Necesidad del reposo festivo.
• Trabajo proporcional a las fuerzas.
• Necesidad de una legislación social.
• Justo salario: ampliar criterio.
• Criterio meta-económico del salario que supera ley
del cambio.
• Justo salario – ahorro – propiedad.

Capítulo IV
Sindicatos:
• Herederos de las antiguas corporaciones.
• Sociedad natural.
• Libertad de asociación.
• Deben ser tutelados por el Estado.

Sindicatos cristianos:
• Deben ser confesionales.

Fin de los sindicatos: físico – económico – moral.


Aseguración privada y voluntaria, con Pío XI será obligatoria.
Conclusión: Necesidad de obrar cada uno con solicitud y pruden-
cia.

Pío XI

Cuarenta años después, cuando el desarrollo de la sociedad


industrial había llevado ya a una enorme y siempre creciente con-
centración de fuerzas y de poder en el mundo económico-social
y encendida una cruel lucha de clases, Pío XI sintió el deber y la
responsabilidad de promover un mayor conocimiento, una más
exacta interpretación y una urgente aplicación de la ley moral99
reguladora de las relaciones humanas con el fin de superar el con-

99 QA n° 23.

64
flicto de clases y llegar a un nuevo orden social basado en la jus-
ticia y en la caridad. Dada esta atención al nuevo contexto histó-
rico, su encíclica Quadragesimo anno aporta novedades: ofrece una
panorámica conjunta de la sociedad industrial y de la producción;
subraya la necesidad de que tanto el capital como el trabajo con-
tribuyan a la producción y a la organización económica; establece
las condiciones para el restablecimiento del orden social; busca
un nuevo enfoque de los problemas surgidos, para afrontar los
grandes cambios ocasionados por el nuevo desarrollo de la econo-
mía y del socialismo100; no duda en tomar posición sobre los in-
tentos, realizados en aquellos años, por superar, con el sistema
corporativista, la antinomia social mostrándose favorable a los
principios de solidaridad y de colaboración que lo inspiraban,
pero advirtiendo que la falta de respeto a la libertad de asociación
y de acción podía comprometer el éxito deseado.

La Quadragessimo Anno

Centro:
Reforma de las instituciones y costumbres. (n°78)
Subsidiaridad. (n° 80)
Tres partes:
Rerum Novarum:
1: Memoria: n° 16 al 40.
2: Defensa: n° 40 al 98.
3: Actualización: n° 98 al 137.

Dos falsas soluciones:


1: Libre concurrencia: incapaz.
2: Socialismo: peor.
La QA propone:
1: Libertad contra la libre concurrencia.
2: Justicia social contra el socialismo.
No hay solución sin recurrir a la religión y a la Iglesia. (n°
10)
100 Idem.

65
Capítulo I
Frutos de la RN (memoria): sociología y economía católica:
Iglesia.

Estado: solución:

• Un Estado donde haya instituciones y leyes:


política social – legislación laboral.
• Sindicatos: fin: físico – moral – religioso.
• División del trabajo: los sindicatos no confesio-
nales se deben desarrollar en la justicia y la equi-
dad.
• Asociaciones de categoría: p. ej. Agricultores.
• Asociaciones de categoría: invitación a indus-
triales católicos.

Capítulo II
• Desarrollo de la cuestión social en cuestión económica:
relación economía – moral: discurso fundamental de la
DSI, relación negada hasta entonces.
• Ley moral, medio para alcanzar el bien común.
• Derecho de propiedad:
• Individual: individuo – derecho natural.
• Social: bien común.
• Distinción del derecho de posesión y derecho de uso.

Solución:

1: Derecho de posesión: justicia conmutativa.


2: Derecho de uso: caridad.
• Bienes nacionales: fruto del trabajo de los obreros.
• Distribución: justicia social.
• Justo salario: moderar…considerar factores: familia, sala-
rio…

66
Solución de Pío XI:
• Reforma de las instituciones y de las costumbres: Subsi-
diaridad (n° 80).
• El problema surge en el mercado laboral: solución: régimen
corporativo.
• Reforma de la economía: esta contra la libre concurrencia
y el individualismo.
• La economía posee una función social, debe regirse por la
justicia social.

Posee dos factores:


1: capital.
2: trabajo.
• Cooperación económica internacional.
• Sindicatos – corporaciones - ventajas del orden corpora-
tivo.
• Remedio más necesario: REFORMA DE LAS COSTUMBRES.
(N° 98)

Capítulo III
Transformación económica: libre concurrencia conduce al li-
bre mercado a la hegemonía económica al lucro y al poder.
El Estado se ha transformado en esclavo en vez de ser árbitro.
Solución: DSI:

• Defensa de la propiedad.
• Defensa de la concurrencia con límites.
• Economía subordinada al bien común.

Condena formal del socialismo moderado. (n°116)


La restauración social debe ser precedida por una reforma del es-
píritu.
Remedio: retorno a la vida y a las instituciones cristianas.
Justicia conmutativa y caridad.

67
Invitación a los católicos de trabajar en el ambiente social: (n°
141) Apostolado social de ambiente.
Medios. Ejercicios espirituales101.
Funestas consecuencias del sistema capitalista.
Libre concurrencia: libre mercado: hegemonía económica: lucro:
poder.

Pío XII

En su largo pontificado, Pío XII no escribió ninguna encí-


clica social. Pero en total continuidad con la doctrina de sus pre-
decesores intervino con autoridad en los problemas sociales de
su tiempo con numerosos discursos. Entre éstos, son especial-
mente importantes los radiomensajes en los que precisó, formuló
y reivindicó los principios ético-sociales orientados a promover
la reconstrucción tras las ruinas de la segunda guerra mundial. Por
su sensibilidad e inteligencia para captar los signos de los tiempos, Pío
XII puede ser considerado como el precursor inmediato del Con-
cilio Vaticano II y de la enseñanza social de los Pontífices que le
han sucedido. Los puntos de la doctrina social que mejor con-
cretó y los problemas de su tiempo a los que mejor aplicó dicha
doctrina fueron los siguientes: el destino universal y el uso de los

101 QA n° 127: Nuestros muy amados Hijos elegidos para tan grande obra les reco-
mendamos con todo ahínco en el Señor, que se entreguen totalmente a educar a los
hombres que se les ha confiado, y que en ese oficio verdaderamente sacerdotal y
apostólico usen oportunamente de todos los medios más eficaces de la educación
cristiana: enseñar a los jóvenes, instituir asociaciones cristianas, fundar círculos de
estudio conforme a las enseñanzas de la fe. En primer lugar, estimen mucho y apli-
quen frecuentemente para bien de sus alumnos aquel instrumento preciosísimo de
renovación privada y social, que son los Ejercicios Espirituales, como dijimos en
nuestra Encíclica "Mens Nostra" n° 76. En ella hemos recordado explícitamente y
recomendado con insistencia, además de los Ejercicios para todos los seglares, los
Retiros de especial utilidad para los obreros. En esa escuela del espíritu no sólo se
forman óptimos cristianos, sino también verdaderos apóstoles para todas las condi-
ciones de vida, inflamados en el fuego del Corazón de Cristo. De esa escuela saldrán
como los Apóstoles del Cenáculo de Jerusalén, fortísimos en la fe, armados de una
constancia invencible en medio de las persecuciones, abrasados en el celo, sin otro
ideal que propagar por doquiera el Reino de Cristo.

68
bienes; los derechos y deberes de los trabajadores y de los empre-
sarios; la función del Estado en las actividades económicas; la ne-
cesidad de la colaboración internacional para llevar a cabo una
mayor justicia y asegurar la paz; el restablecimiento del derecho
como regla de las relaciones entre las clases y entre los pueblos;
el salario mínimo familiar.
En los años de la guerra y de la posguerra el Magisterio social
de Pío XII representó para muchos pueblos de todos los conti-
nentes y para millones de creyentes y de no creyentes, la voz de
la conciencia universal interpretada y proclamada en íntima cone-
xión con la palabra de Dios. Con su autoridad moral y su presti-
gio, Pío XII llevó la luz de la sabiduría cristiana a un número in-
contable de hombres de toda categoría y nivel social, a gobernan-
tes, hombres de la cultura, profesionales, empresarios, dirigentes,
técnicos y obreros.
Con el deseo de ratificar la tradición de la Rerum novarum
trabajó por la formación de una conciencia ética y social que ins-
pirase la actuación de los pueblos y de los Estados, para esto es
esencial de los laicos entiendan que están en la línea mas avanzada
sea de la Iglesia como del mundo:

“Los fieles, y más precisamente los laicos, se encuen-


tran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos
la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana. Por
tanto, ellos, ellos especialmente, deben tener conciencia, cada
vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser
la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra
bajo la guía del Jefe común, el Papa, y de los Obispos en co-
munión con él. Ellos son la Iglesia (...)102”.

San Juan XXIII

Después de la segunda guerra mundial la Iglesia se encontró ante

102 Pío
XII, Discurso a los nuevos Cardenales (20 Febrero 1946): AAS 38 (1946)
149. También mencionado en CFL n° 9.

69
una situación nueva bajo muchos aspectos: la "cuestión social"
que si bien fue restringida inicialmente a la clase obrera, sufrió un
proceso de universalización que implicó a todas las clases socia-
les, a todos los países y a la misma sociedad internacional, en la
que afloraba cada vez más el drama del Tercer Mundo. El problema
de la época moderna llega a ser objeto de la reflexión y acción pasto-
ral de la Iglesia y de su Magisterio social. En efecto, la nueva en-
cíclica Mater et magistra (1961) del papa San Juan XXIII trata
de actualizar documentos ya conocidos y dar un nuevo paso ade-
lante en el proceso de compromiso de toda la comunidad cris-
tiana. El nuevo documento, al afrontar los aspectos más impor-
tantes y actuales de la cuestión social, resalta las desigualdades exis-
tentes sea entre los distintos sectores económicos, sea entre los
países y regiones, y denuncia el fenómeno de la superpoblación y
subdesarrollo que, a causa de la falta de entendimiento y de soli-
daridad entre las naciones, origina situaciones insoportables es-
pecialmente en el Tercer Mundo.
El mismo San Juan XXIII, ante el peligro de una nueva gue-
rra nuclear por la situación del envío de los misiles rusos a Cuba,
después de haber intervenido con un memorable mensaje a los
pueblos y a los jefes de Estado, publicó la encíclica Pacem in terris
(1963) que fue un llamado urgente a construir la paz basada en el
respeto de las exigencias éticas que deben conducir las relaciones
entre los hombres y los Estados.
El estilo y el lenguaje de las encíclicas del papa San Juan
XXIII confieren a la doctrina social una nueva capacidad de apro-
ximación en las nuevas situaciones, sin romper por ello la conti-
nuidad con la tradición precedente. No se puede, pues, hablar de
cambio epistemológico. Es cierto que con San Juan XXIII aflora la
tendencia a valorar lo empírico y lo sociológico con lo cual como
ya dijimos produce un cambio de método de la DSI, pero al
mismo tiempo se acentúa la motivación teológica de la doctrina
social. Esto es tanto más evidente si se confronta su magisterio
social con los documentos anteriores, en los que predomina la
reflexión filosófica y la argumentación basada sobre principios
del derecho natural. A dar origen a las encíclicas sociales de San

70
Juan XXIII han influido sin duda alguna los cambios radicales
tanto dentro de los Estados como en sus relaciones recíprocas,
sea en el campo científico, técnico y económico, como en el social y polí-
tico.
En este tiempo se manifiesta el desarrollo subsiguiente a la
reconstrucción después de la guerra. El optimismo que esto ge-
neró impidió advertir inmediatamente las contradicciones de un
sistema basado en el desarrollo desigual de los distintos países del
mundo. Además, ya al finalizar aquel decenio, mientras se conso-
lida cada vez más el proceso de descolonización de muchos países
del Tercer Mundo, se observa que al colonialismo político vigente
hasta entonces le sucede otro tipo de dominio colonial de carácter
económico. Este hecho es determinante para una toma de con-
ciencia y para un movimiento de insurrección, especialmente en
América Latina, donde para combatir los desequilibrios del desa-
rrollo y la situación de nueva dependencia, estalla en varios mo-
dos y formas un fermento de liberación. Ello seguidamente ori-
ginará las diversas corrientes de la teología de la liberación sobre las
que la Santa Sede ha dado a conocer su posición103.

La Mater et Magistra:

Capítulo I
1°: La RN: liberalismo, recuerda los principios de la RN:
• Trabajo.
• Propiedad Privada.
• Estado.
• Asociaciones.
• Solidaridad.

Cambio: Propiedad privada. La MM ve en la propiedad pública


una función social.
2°: La QA:

103A modo de ejemplo si bien muy posterior: “Instrucción sobre algunos aspectos
de la teología de la liberación”, Sagrada congregación para la doctrina de la fe, 1984.

71
La MM recuerda tres puntos:
• Carácter natural de la propiedad Privada.
• Salario legitimo (contrato de sociedad).
• Cristianismo contrario al socialismo moderado.
• Libre competencia: reforma del orden social:
• Creación de organismos intermedios.
• Estado garante del bien común.
• Colaboración internacional.

3°: RM de Pío XII:


• Bienes materiales.
• Trabajo.
• Familia.
Capítulo II
Aspectos más recientes de la cuestión social: desigualdades.
Capítulo III
Con relación a lo anterior:
• En el plano económico: Subsidiaridad. (n° 57) (QA
n° 80)
• Pío XI: el Estado debe observar y castigar.
• MM: el Estado estimula y suple.

Socialización: fenómeno sociológico, no económico – político.


Cuando el hombre sale de casa encuentra:
• Economía.
• Socialización.
• Salario.
• Propiedad.

Ventajas:
• Desarrollo de los derechos económicos sociales:
escuelas, hospitales, etc.
• Intercambio y comunicación.

72
Desventajas:
• Que el hombre quede atrapado en esta red.

Criterios para un salario justo.

Propiedad: tres aspectos nuevos:


• Separación del dueño de los medios de produc-
ción.
• Seguridad social contra el capitalismo privado.
• Profesión como fuente de ingresos.
• Exigencias de la propiedad privada:
• Necesidad de difundir la propiedad privada gra-
cias al desarrollo económico.
• Propiedad privada y pública: bien común.
• Función social.

Capítulo III
Centro: la agricultura.
Desigualdades de los pueblos.
Interdependencia de las naciones.
La comunidad internacional solo se puede construir sobre un
orden moral objetivo.

La Pacem in Terris:

Presentación de una doctrina política.


Discurso racional, atención del momento presente, conflicto
entre EEUU y URSS y misiles en Cuba.
Estructura:
I: Relación entre los hombres.
II: Relación de los ciudadanos con las autoridades guberna-
tivas.
III: Relación entre los Estados.
IV: Comunidad mundial: bien común universal.
V: Católicos.

73
Paz: solo en el respeto del orden dado por Dios. Insistencia
de mostrar la paz como fruto del respeto del orden natural.
Capítulo I:
Punto de partida: dignidad de la persona humana:
• Orden natural.
• Orden sobrenatural.
Derechos del ser humano:
• Vida digna.
• Valores morales y culturales.
• Libertad religiosa.
• Elección de estado.

Relativos al mundo económico:


• Sanidad.
• Actividad económica.
• Reunión y asociación.
• Libre residencia y movimiento.

Derechos políticos.
Deberes:
• Conservar la vida.
• Buscar la verdad.
• Reconocer los derechos de los demás.
• Mutua colaboración.
• Obrar libre y responsablemente.
• Importante ya que no aparece en el catálogo de la ONU,
convivencia en la Verdad – Justicia – Amor – Libertad.
• Esto último es importante ya que dice el Papa que el orden
entre los hombres es de natura moral.

Capítulo II
Dos ejes: autoridad y bien común:
• Necesidad de la autoridad: legitimación de la autoridad en
cuanto al fin.

74
• Origen de la autoridad.
• El Estado es una sociedad necesaria.
• El bien común es objeto del poder público, comprende
bienes del cuerpo y del espíritu.
Obligación del poder público:
• Defender.
• Armonizar.
• Regular.
• Favorecer.
Estructura y funcionamiento del poder público:
• Conveniente división del poder: p. ej. Poder ejecutivo, le-
gislativo, judicial.
• Poder ejecutivo: ley.
• Poder judicial: justicia.
• Poder legislativo: moral: bien común.

Capítulo III
Comunidades políticas:
Sujetos de derechos y deberes en un marco de:
1°: solidaridad operante.
2°: libertad.
Ley moral: razón de ser de la autoridad.
Las relaciones se deben regular según criterios de verdad y justi-
cia.

Capítulo IV
El Estado liberal tiene dos cosas positivas:
1°: distinción de poderes.
2°: subordinación a la autoridad: orden jurídico positivo
(esto lo ve en el n° 43 y en el 53 un apoyo al estado democrático).
Bien común universal:
• Necesidad de un poder público mundial, por la insuficien-
cia actual de la organización - orden moral.
• Principio de Subsidiaridad.

75
Capítulo V
Deber de participar a la vida pública y no solo a la política.
Con competencia y capacidad.
Cuatro aspectos:
1. Características del cristiano. N° 51
2. Dificultades. N° 53
3. Colaboración con no creyentes. N° 56
4. Evolución - revolución.

Ruptura entre fe y vida. Sólida formación cristiana: debe ser inte-


gral e ininterrumpida.
Condición: no comprometer la verdad: religión y moral.
Distinguir:
• Error y errante.
• Falsas doctrinas filosóficas y movimientos sociopolíticos.
• Elementos positivos y meritorios.
¿Cómo hacer explícito el grado de compromiso?:
1. Principios del derecho natural.
2. DSI.
3. Sujeción a la autoridad de la Iglesia.
4. Los cambios deber ser graduales como sucede con la na-
turaleza.

Conclusión:
Deber de todos los hombres de buena voluntad.
No puede existir la paz si no se respeta el orden querido por
Dios.
Orden:
• Fundado sobre la verdad.
• Construido según justicia.
• Vivificado e integrado por la caridad.
• Puesto en acto por la libertad.

76
Concilio Vaticano II

Cuatro años después de la publicación de la Mater et magis-


tra, aparece la Constitución pastoral Gaudium et spes del Conci-
lio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual. Si entre los
dos documentos el tiempo transcurrido era demasiado breve para
que se produjeran cambios significativos en la realidad histórica,
sin embargo, con este nuevo documento el camino recorrido por
la doctrina social fue considerable. El Concilio, en efecto, se dio
cuenta de que el mundo esperaba de la Iglesia un mensaje actual
y estimulante. A esta expectativa respondió con la citada Consti-
tución, en la cual, en sintonía con la renovación eclesiológica, se
refleja una nueva concepción de ser comunidad de creyentes y pueblo de Dios.
Esto suscitó además un nuevo interés por la doctrina contenida
en los documentos anteriores respecto del testimonio y la vida de
los cristianos, como medios auténticos para hacer visible la pre-
sencia de Dios en el mundo.
En el plano social, la respuesta de la Iglesia reunida en Con-
cilio se concretó en la exposición de una concepción más diná-
mica del hombre y de la sociedad y, en particular, de la vida socio-
económica elaborada según las exigencias de la DSI y la recta in-
terpretación del desarrollo económico.
Según el capítulo 3 de la Gaudium et Spes dedicado a este
problema, la eliminación de las desigualdades sociales y económi-
cas se puede establecer, en efecto, sólo sobre una justa compren-
sión humanista del desarrollo. Esta interpretación de la realidad
social a nivel mundial supuso un giro fundamental en el proceso
evolutivo de la DSI: ella no se deja dominar por las implicaciones
socioeconómicas de los dos principales sistemas de su tiempo,
capitalismo y socialismo, sino que se abre a una nueva concep-
ción, aquella de la doble dimensión o alcance del desarrollo. Esta
nueva visión o concepción busca promover el bien de todo el
hombre, un humanismo integralmente considerado, teniendo en
cuenta sus necesidades de orden material y sus exigencias por la

77
vida intelectual, moral, espiritual y religiosa, superando así las tra-
dicionales contraposiciones entre productor y consumidor, em-
presario y obrero y las discriminaciones que ofenden a la dignidad
del se humano.
En la Gaudium et spes la Iglesia muestra cuán profunda es
su sensibilidad por la creciente conciencia de las desigualdades y
de las injusticias presentes en la humanidad y, en particular, por
los problemas del Tercer Mundo.
De este modo se refuerza la doctrina social, contra toda dis-
criminación social y económica, una orientación personalista y
comunitaria de la economía, en la que quien preside es el hombre,
considerado como fin, sujeto y protagonista del desarrollo104. Es
la primera vez que un documento del Magisterio solemne de la
Iglesia se expresó tan ampliamente sobre aspectos directamente
temporales de la vida cristiana. Se debe reconocer que la atención
prestada en la Constitución a los cambios sociales, psicológicos,
políticos, económicos, morales y religiosos ha despertado, cada
vez más, la preocupación pastoral de la Iglesia por los problemas
de los hombres y el diálogo con el mundo. El cristiano no es del
mundo, pero vive en el mundo.

Al dar una respuesta al interrogante «quiénes son los fieles laicos»,


el Concilio, superando interpretaciones precedentes y prevalen-
temente negativas, se abrió a una visión decididamente positiva,
y ha manifestado su intención fundamental al afirmar la plena
pertenencia de los fieles laicos a la Iglesia y a su misterio, y el
carácter peculiar de su vocación, que tiene en modo especial la
finalidad de «buscar el Reino de Dios tratando las realidades tem-
porales y ordenándolas según Dios105.

Con el nombre de laicos -así los describe la Constitución Lumen


gentium -se designan aquí todos los fieles cristianos a excepción
de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso san-

104 Cf. GS n° 63.


105 LG n° 31.

78
cionado por la Iglesia; es decir, los fieles que, en cuanto incorpo-
rados a Cristo por el Bautismo, integrados al Pueblo de Dios y
hechos partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real
de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el
pueblo cristiano en la parte que a ellos les corresponde106.

San Pablo VI

Algunos años después del Concilio, la Iglesia ofreció una nueva


e importante reflexión en materia social con la encíclica Popu-
lorum progressio (1967) de San Pablo VI. Se la puede considerar
como una ampliación del capítulo sobre la vida económico-social
de la Gaudium et spes, aunque introduciendo algunas novedades
significativas.
Las situaciones de injusticia y discriminación especialmente
en el Tercer Mundo se habían hecho cada vez más. La brecha
económica y poblacional se hacía cada vez más grande entre el
Primer y Tercer Mundo. De manera particular en el Tercer
Mundo esta brecha produjo una reacción, a veces violenta, en la
lucha de clases y la reivindicación de los derechos de las clases
más pobres y explotadas. Episodios de infiltración de raíces mar-
xistas produjeron revoluciones y situaciones muy violentas.
En este nuevo contexto histórico, en el que los conflictos
sociales han adquirido dimensiones mundiales107 se proyecta la
luz de la Populorum progressio, que ofrece ayuda para compren-
der todos los aspectos de un desarrollo integral108 del hombre y

106 Ibid.
107 PP n° 9.
108 El papa Francisco nos explica como debemos entender el “desarrollo integral”:

No podemos dejar de decir que el deseo y la búsqueda del bien de los demás y de
toda la humanidad implican también procurar una maduración de las personas y de
las sociedades en los distintos valores morales que lleven a un desarrollo humano
integral. En el Nuevo Testamento se menciona un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga
5,22), expresado con la palabra griega agazosúne. Indica el apego a lo bueno, la bús-
queda de lo bueno. Más todavía, es procurar lo excelente, lo mejor para los demás:
su maduración, su crecimiento en una vida sana, el cultivo de los valores y no sólo el
bienestar material. Hay una expresión latina semejante: bene-volentia, que significa
la actitud de querer el bien del otro. Es un fuerte deseo del bien, una inclinación hacia

79
de un desarrollo solidario de la humanidad; dos temas éstos que
han de considerarse como los ejes en torno a los cuales se estruc-
tura todo el entramado de la encíclica. Queriendo convencer a los
destinatarios de la urgencia de una acción solidaria109, el Papa pre-
senta el desarrollo como "el paso de condiciones de vida menos
humanas a condiciones de vida más humanas", y señala sus ca-
racterísticas.
Las situaciones menos humanas se dan cuando hay carencias
materiales y morales, y estructuras opresivas. Las condiciones hu-
manas requieren la posesión de lo necesario, la adquisición de co-
nocimientos y cultura, el respeto a la dignidad de los otros, el re-
conocimiento de los valores supremos y de Dios y, en fin, la vida
cristiana de fe, esperanza y caridad110. El "paso" de las condicio-
nes menos humanas a las más humanas que, según el Papa, no se
limita a los aspectos puramente temporales, debe inspirar la refle-
xión teológica sobre la liberación de la justicia y sobre los valores
auténticos sin los cuales no es posible un verdadero desarrollo de
la sociedad. La doctrina social encuentra aquí abierta la puerta
para una profunda y renovada reflexión ética.
Después de sólo cuatro años de la encíclica Populorum pro-
gressio, San Pablo VI escribió la carta apostólica Octogesima ad-
veniens (1971). Era el octogésimo aniversario de la Rerum nova-
rum, pero el Papa más que al pasado miraba al presente y al fu-
turo. En el mundo occidental industrializado habían surgido nue-
vos problemas, los de la llamada "sociedad postindustrial", y se
precisaba aplicar a ellos la enseñanza social de la Iglesia. La Oc-
togesima adveniens inicia así una nueva reflexión para la com-
prensión de la dimensión política de la existencia y del compro-
miso cristiano, estimulando a la vez el sentido crítico con relación
a las ideologías y utopías subyacentes en los sistemas socioeco-
nómicos vigentes.

todo lo que sea bueno y excelente, que nos mueve a llenar la vida de los demás de
cosas bellas, sublimes, edificantes. FT n° 112.
109 PP n° 1.
110 PP n° 20-21.

80
San Juan Pablo II

Diez años después (1981), San Juan Pablo II interviene con


la gran encíclica Laborem exercens. El decenio transcurrido había
dejado grandes cambios en la historia del mundo y de la Iglesia.
En el pensamiento del Papa no es difícil descubrir el flujo de los
nuevos cambios que se habían producido. Si los años setenta ha-
bían comenzado con el acentuarse de la conciencia del subdesa-
rrollo y de las injusticias que de él se derivaban, a mediados del
mismo decenio se manifestaron los primeros síntomas de una cri-
sis más profunda producida por las contradicciones que encubría
el sistema monetario y económico internacional, y caracterizada
sobre todo por la enorme alza de los precios del petróleo. En esta
situación el Tercer Mundo, frente al conjunto de países desarro-
llados de Occidente y a los del bloque oriental colectivista, recla-
maba nuevas estructuras monetarias y comerciales que respetaran
los derechos de los pueblos pobres no menos que la justicia en
las relaciones económicas. Mientras crecía el malestar en el Tercer
Mundo, algunos países, haciéndose eco de este sufrimiento,
reivindicaban mayor justicia en la distribución de la renta mun-
dial. Todo el sistema de la distribución internacional del trabajo y
de la estructuración de la economía mundial entraba en profunda
crisis; y como consecuencia, se exigía una revisión radical de las
mismas estructuras que habían llevado a un desarrollo económico
tan desigual.
Ante estos numerosos y nuevos problemas, San Juan Pablo
II escribe la encíclica Laborem exercens en el nonagésimo aniver-
sario de la Rerum novarum, en continuidad con el Magisterio pre-
cedente, pero con una originalidad propia tanto por el método y
el estilo como por no pocos aspectos de la enseñanza, tratados
en relación con las condiciones de la época, pero siguiendo las
principales intuiciones de San Pablo VI. El documento se desa-
rrolla en forma de exhortación dirigida a todos los cristianos, a
fin de comprometerlos en la transformación de los sistemas so-
cioeconómicos vigentes, y da orientaciones precisas, acordes con
la preocupación fundamental por el bien integral del hombre. Así

81
se amplía el "patrimonio tradicional" de la doctrina social de la
Iglesia, poniendo en claro que, la "clave central" de toda la "cues-
tión social" se encuentra en el "trabajo humano", punto de refe-
rencia el más adecuado para analizar todos los problemas socia-
les. Partiendo del trabajo como dimensión fundamental de la
existencia humana, se tratan en la encíclica todos los otros aspec-
tos de la vida socioeconómica, sin olvidar los aspectos cultural y
tecnológico111.
La Laborem exercens propone, por tanto, una revisión pro-
funda del sentido del trabajo, que supone una distribución más
equitativa no sólo de la renta y de la riqueza, sino también del
trabajo mismo, con el fin de lograr que haya ocupación para to-
dos. A este fin se debería ayudar a la sociedad a redescubrir la
necesidad de la moderación en el consumo, a reconquistar las vir-
tudes de la sobriedad y de la solidaridad e, incluso, a hacer verda-
deros sacrificios para salir de la crisis actual.
Es una gran propuesta reafirmada por la Congregación para
la Doctrina de la Fe112, y ésta sirve no sólo para cada uno de los
pueblos en particular, sino también para las relaciones entre las
naciones.
La situación mundial exige respeto por los principios y los
valores fundamentales que deben ser considerados insustituibles;
en efecto, sin una reafirmación de la dignidad del hombre y de
sus derechos, como también sin la solidaridad entre los pueblos,
la justicia social y el nuevo sentido del trabajo, no habrá un ver-
dadero desarrollo humano, ni un nuevo orden de convivencia so-
cial.
El 30 de diciembre de 1987, a los veinte años de la Popu-
lorum progressio, San Juan Pablo II publicó la encíclica Sollici-
tudo rei socialis, cuyo tema central es la noción del desarrollo se-
gún se expone en el documento de San Pablo VI. A la luz de la
enseñanza siempre válida de la Populorum progressio el Sumo
Pontífice ha querido examinar, a veinte años de distancia, la si-
tuación del mundo bajo este aspecto, con el fin de actualizar y de

111 LE n° 4.
112 LC n° 81-91.

82
profundizar más aún la noción de desarrollo, para que el mismo
responda a las necesidades urgentes del momento histórico pre-
sente y esté verdaderamente a la altura del hombre.
Dos son los temas fundamentales de la Sollicitudo rei socia-
lis: el primero, la situación dramática del mundo contemporáneo,
desde el punto de vista del desarrollo fallido del Tercer Mundo, y
el segundo, el sentido, las condiciones y las exigencias de un desa-
rrollo digno del hombre. Entre las causas del fallido desarrollo se
señalan la diferencia persistente y, a menudo, incluso acrecentada,
entre norte y sur; la oposición entre los bloques oriental y occi-
dental con la consiguiente carrera de armamentos; el comercio de
armas y diversos obstáculos de carácter político que se entrecru-
zan con las decisiones de cooperación y solidaridad entre las na-
ciones. Tampoco puede olvidarse, en este contexto, la cuestión
demográfica. Pero, por otra parte, se reconocen algunos progre-
sos realizados en el campo del desarrollo, aun siendo inciertos,
limitados e insuficientes en relación con las necesidades reales.
Con relación al segundo tema principal de la encíclica, esto
es, la naturaleza de un verdadero desarrollo, se ofrecen ante todo
aclaraciones relativas a la distinción entre "progreso ilimitado" y
desarrollo. A tal fin, se insiste en que el verdadero desarrollo no
puede limitarse a la multiplicación de los bienes y de los servicios,
esto es, a lo que se posee, sino que debe contribuir a la plenitud
del "ser" del hombre. De este modo, se pretende señalar con cla-
ridad el carácter moral del verdadero desarrollo. Este aspecto im-
portante es investigado también a la luz de las fuentes de la Sa-
grada Escritura y de la tradición de la Iglesia. Prueba de esta di-
mensión moral del desarrollo es la insistencia del documento en
la conexión entre la observancia fiel de todos los derechos huma-
nos (incluido el derecho a la libertad religiosa) y el verdadero
desarrollo del hombre y de los pueblos.
La encíclica analiza también varios obstáculos de orden mo-
ral al desarrollo, las "estructuras de pecado", ansia exclusiva de
ganancia, sed de poder y los caminos para una deseable supera-
ción. A este propósito se recomienda el reconocimiento de la in-

83
terdependencia entre hombres y pueblos, y la consiguiente pér-
dida de la obligación de la solidaridad, en cuyo carácter de virtud
se insiste; y el deber de la caridad para los cristianos. Pero todo
esto presupone una radical conversión de los corazones. Al final
del documento se indican también otros medios específicos para
hacer frente a la actual situación, subrayando, sobre todo, la im-
portancia de la doctrina social de la Iglesia, de su enseñanza y de
su difusión en el momento presente.

Benedicto XVI

Caritas in Veritate, el mensaje de la Populorum Progressio.


A más de cuarenta años de la publicación de la Populorum
Progressio, Benedicto XVI llama a considerar y comparar el pro-
blema del desarrollo en tiempos de San Pablo VI y el actual. Nos
invita a que el contexto sea el de la Tradición de la fe apostólica,
patrimonio antiguo y siempre nuevo, fuera del cual la Populorum
progressio sería un documento sin raíces y las cuestiones sobre el
desarrollo se reducirían únicamente a datos sociológicos.
La publicación de la Populorum progressio, nos dice Bene-
dicto XVI, tuvo lugar poco después de la conclusión del Concilio
Ecuménico Vaticano II. La misma Encíclica señala en los prime-
ros párrafos su estrecha relación con el Concilio. Veinte años des-
pués, San Juan Pablo II subrayó en la Sollicitudo rei socialis la
fecunda relación de aquella Encíclica con el Concilio y, en parti-
cular, con la Constitución pastoral Gaudium et spes. El Concilio
profundizó en lo que pertenece desde siempre a la verdad de la
fe, es decir, que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al ser-
vicio del mundo en términos de amor y verdad. San Pablo VI
partía precisamente de esta visión para decirnos dos grandes ver-
dades. La primera que toda la Iglesia, en todo su ser y obrar,
cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover
el desarrollo integral del hombre. Tiene un papel público que no
se agota en sus actividades de asistencia o educación, sino que
manifiesta toda su propia capacidad de servicio a la promoción

84
integral del hombre y la fraternidad universal cuando puede con-
tar con un régimen de justicia y libertad, que muchas veces se ven
impedidas por prohibiciones y persecuciones, o también limita-
das cuando se reduce la presencia pública de la Iglesia solamente
a sus actividades caritativas. La segunda verdad es que el autén-
tico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la to-
talidad de la persona en todas sus dimensiones, lo que se dio en
llamar un humanismo integral. Sin la perspectiva de la vida eterna,
el progreso humano en este mundo se queda sin ningún sentido.
Encerrado dentro de la historia y sin trascendencia a la eternidad,
queda expuesto al riesgo de reducirse sólo al incremento del pro-
ducir y tener; así, la humanidad pierde la misión de estar disponi-
ble para los bienes más altos, para las iniciativas grandes y desin-
teresadas que la caridad universal exige. El hombre no puede
desarrollarse solo con sus propias fuerzas, así como no se le
puede dar el desarrollo desde fuera, el desarrollo social comienza
en el desarrollo de cada ser humano. A lo largo de la historia, se
ha creído que la sola creación de instituciones bastaba para ga-
rantizar a la humanidad el ejercicio del derecho al desarrollo
como algo totalmente extrínseco al hombre. Desafortunada-
mente, se ha depositado una confianza excesiva en dichas insti-
tuciones de manera particular a los Estados, casi como si ellas
pudieran conseguir el objetivo deseado de manera automática. En
realidad, las instituciones por sí solas no bastan, porque el desa-
rrollo humano integral es ante todo una vocación personal y, por
tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsa-
bilidades personales por parte de todos y de cada uno. Este desa-
rrollo exige, además, una visión trascendente, el ser humano ne-
cesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo integral, o queda
atrapado inexorablemente en las manos del hombre, que cede a
la presunción de la auto-salvación y termina por promover un
desarrollo deshumanizado. Por lo demás, sólo el encuentro con
lo trascendente, con Dios permite no “ver siempre en el prójimo
solamente al otro”, sino reconocer en él la imagen divina, lle-
gando así a descubrir verdaderamente al otro y a madurar un
amor que “es ocuparse del otro y preocuparse por el otro”.

85
La relación entre la Populorum progressio y el Concilio Va-
ticano II no representa un antes y un después entre el Magisterio
social de Pablo VI y el de los Pontífices que lo precedieron,
puesto que el Concilio profundiza dicho magisterio en la conti-
nuidad de la vida de la Iglesia, son los mismos principios que se
iluminado la historia cambiante del hombre. Es decir, no hay dos
tipos de doctrina social, una preconciliar y otra postconciliar, di-
ferentes entre sí, sino una única doctrina, coherente y al mismo
tiempo siempre nueva en sus criterios y juicios. Es justo señalar
las peculiaridades de una u otra Encíclica, de la enseñanza de uno
u otro Pontífice, pero sin perder nunca de vista la coherencia de
todo el corpus doctrinal en su conjunto. La coherencia no signi-
fica un sistema cerrado, sino más bien la fidelidad dinámica a una
luz recibida en los principios de reflexión. La doctrina social de
la Iglesia ilumina con una luz que no cambia los problemas siem-
pre nuevos que van surgiendo, las cosas nuevas diría León XIII.
Eso tutela tanto el carácter permanente como histórico de este
“patrimonio” doctrinal que, con sus características específicas,
forma parte de la Tradición siempre viva de la Iglesia113. La doc-
trina social está construida sobre el fundamento transmitido por
los Apóstoles a los Padres de la Iglesia y acogido y profundizado
después por los grandes Doctores cristianos. Esta doctrina se re-
mite en definitiva al hombre nuevo, al “último Adán, Espíritu que
da vida” (1 Co 15,45), y que es principio de la caridad que “no
pasa nunca” (1 Co 13,8). Ha sido atestiguada por los Santos y por
cuantos han dado la vida por Cristo Salvador en el campo de la
justicia y la paz. En ella se expresa la tarea profética de los Sumos
Pontífices de guiar apostólicamente la Iglesia de Cristo y de dis-
cernir las nuevas exigencias de la evangelización. Por estas razo-
nes, la Populorum progressio, insertada en la gran corriente de la
Tradición, puede hablarnos todavía hoy a nosotros.

113La Tradición “no es una colección de cosas, de palabras, como una caja de cosas
muertas. La Tradición es el río de la vida nueva, que viene desde los orígenes, desde
Cristo, hasta nosotros, y nos inserta en la historia de Dios con la humanidad”. Bene-
dicto XVI Audiencia General. Miércoles 3 de mayo de 2006.

86
Además de su íntima unión con toda la doctrina social de la
Iglesia, la Populorum progressio enlaza estrechamente con el
conjunto de todo el magisterio de San Pablo VI y, en particular,
con su magisterio social. Sus enseñanzas sociales fueron de gran
relevancia: reafirmó la importancia imprescindible del Evangelio
para la construcción de la sociedad según libertad y justicia, en la
perspectiva ideal e histórica de una civilización animada por el
amor. San Pablo VI entendió claramente que la cuestión social se
había hecho mundial y captó la relación recíproca entre el im-
pulso hacia la unificación de la humanidad y el ideal cristiano de
una única familia de los pueblos, solidaria en la común herman-
dad. Indicó en el desarrollo, humana y cristianamente entendido,
el corazón del mensaje social cristiano y propuso la caridad cris-
tiana como principal fuerza al servicio del desarrollo. Movido por
el deseo de hacer plenamente visible al hombre contemporáneo
el amor de Cristo, San Pablo VI afrontó con firmeza cuestiones
éticas importantes sin por ello ceder a las debilidades culturales
de su tiempo.
Benedicto XVI nos recuerda que con la Carta apostólica Oc-
togesima adveniens, de 1971, San Pablo VI trató luego el tema
del sentido de la política y el peligro que representaban las visio-
nes utópicas e ideológicas que comprometían su cualidad ética y
humana. Son argumentos estrechamente unidos con el desarro-
llo. Lamentablemente, las ideologías negativas surgen continua-
mente. San Pablo VI ya puso en guardia sobre la ideología tecno-
crática, consciente del gran riesgo de confiar todo el proceso del
desarrollo sólo a la técnica, porque de este modo quedaría sin
orientación. En sí misma considerada, la técnica es ambivalente.
Si de un lado hay actualmente quien es propenso a confiar com-
pletamente a ella el proceso de desarrollo, de otro, se advierte el
surgir de ideologías que niegan en todo la utilidad misma del desa-
rrollo, considerándolo radicalmente antihumano y que sólo com-
porta degradación. Así, se acaba a veces por condenar, no sólo el
modo erróneo e injusto en que los hombres orientan el progreso,
sino también los descubrimientos científicos mismos que, por el
contrario, son una oportunidad de crecimiento para todos si se

87
usan bien. La idea de un mundo sin desarrollo expresa descon-
fianza en el hombre y en Dios. Por tanto, es un grave error des-
preciar las capacidades humanas de controlar las desviaciones del
desarrollo o ignorar incluso que el hombre tiende constitutiva-
mente a “ser más”. Considerar ideológicamente como absoluto
el progreso técnico y soñar con la utopía de una humanidad que
retorna a su estado de naturaleza originario, son dos modos
opuestos para eximir al progreso de su valoración moral y, por
tanto, de nuestra responsabilidad.
Para concluir Benedicto XVI nos dice que otros dos docu-
mentos de San Pablo VI, aunque no tan estrechamente relacio-
nados con la doctrina social -la Encíclica Humanae vitae, del 25
de julio de 1968, y la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi,
del 8 de diciembre de 1975- son muy importantes para delinear
el sentido plenamente humano del desarrollo propuesto por la
Iglesia. Por tanto, es oportuno leer también estos textos en rela-
ción con la Populorum progressio114.

Francisco

Si hay algo que caracteriza a Francisco no es solo su “necesi-


dad” de estar cerca de la gente sino además su insistencia en la
adaptación del “lenguaje”. Desea estar cerca del “pueblo” en un
momento extremadamente particular de la historia, donde no
solo se agudizan los conflictos entre la política, mercado y finanza
sino además aparece una pandemia que afecta a toda la humani-
dad polarizando aun mas sistemas políticos y financieros.

En su manera particular de comunicación encontramos te-


mas característicos de su lenguaje: procesos, encuentro, caridad
política, discernimiento, pueblo, movimientos sociales, periferias,
casa común, primerear, zona de confort, etc. Términos que han
llamado mucho la atención, pero que si prestamos atención han
estado siempre presentes en el Magisterio de la Iglesia. La parti-
cularidad de Francisco ha sido la de “refrescar” estos términos,

114 Cf. CV n° 10 ss.

88
para de esa manera, renovar el ardor misionero y el compromiso
social a todos los niveles llamando al mismo tiempo a un com-
promiso humano universal sin distinción de razas o credos, cosa
que hará finalmente en su encíclica Fratelli Tutti.

Veamos por ejemplo lo que Francisco nos dice sobre la im-


portancia de adaptar el lenguaje en tiempos de enormes y veloces
cambios culturales ya anunciados en su momento por la GS115:

“Al mismo tiempo, los enormes y veloces cambios


culturales requieren que prestemos una constante aten-
ción para intentar expresar las verdades de siempre en un
lenguaje que permita advertir su permanente novedad.
Pues en el depósito de la doctrina cristiana “una cosa es la
substancia […] y otra la manera de formular su expre-
sión”. A veces, escuchando un lenguaje completamente
ortodoxo, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que
ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al
verdadero Evangelio de Jesucristo. Con la santa intención
de comunicarles la verdad sobre Dios y sobre el ser hu-
mano, en algunas ocasiones les damos un falso dios o un
ideal humano que no es verdaderamente cristiano. De ese
modo, somos fieles a una formulación, pero no entrega-
mos la substancia. Ése es el riesgo más grave. Recordemos
que “la expresión de la verdad puede ser multiforme, y la
renovación de las formas de expresión se hace necesaria
para transmitir al hombre de hoy el mensaje evangélico en
su inmutable significado116”.

115 Esta “aceleración” de los procesos históricos no es algo nuevo, ya lo advertía la


GS: “…la propia historia está sometida a un proceso tal de aceleración, que apenas
es posible al hombre seguirla. El género humano corre una misma suerte y no se
diversifica ya en varias historias dispersas. La humanidad pasa así de una concepción
más bien estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva, de donde surge un
nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis” Cf. GS n°
5.
116 EG n° 41.

89
La Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium contiene mu-
chos aspectos que se relacionan, directa o indirectamente, con la
Doctrina social de la Iglesia. Justamente la “alegría” de la que ha-
bla el Papa Francisco surge del encuentro con la salvación expe-
rimentada en la vida de gracia, de la misericordia que perdona
nuestros pecados si también así nosotros lo queremos, de la luz
que la fe en Jesucristo arroja sobre toda nuestra vida, personal,
familiar, comunitaria, social. Es una Exhortación Apostólica
“cristocéntrica”, porque de la luz de Jesucristo y de su evangelio
se encienden las luces de la creación, la Iglesia, la humanidad y la
historia. El papa Francisco usa en esta exhortación apostólica de
manera frecuente el “compendio de la doctrina social de la Igle-
sia”. Los capítulos II y IV son aquello en los que el pontífice deja
de manifiesto su interés en la DSI.

Siguiendo la espiritualidad jesuita, Francisco muestra la nece-


sidad del discernimiento (como método personal y comunitario) en
la aplicación de los principios permanentes:

“La Iglesia, que es discípula misionera, necesita crecer


en su interpretación de la Palabra revelada y en su com-
prensión de la verdad. La tarea de los exégetas y de los
teólogos ayuda a “madurar el juicio de la Iglesia”. De otro
modo también lo hacen las demás ciencias. Refiriéndose a
las ciencias sociales, por ejemplo, Juan Pablo II ha dicho
que la Iglesia presta atención a sus aportes “para sacar
indicaciones concretas que le ayuden a desempeñar su mi-
sión de Magisterio”. Además, en el seno de la Iglesia hay
innumerables cuestiones acerca de las cuales se investiga y
se reflexiona con amplia libertad. Las distintas líneas de
pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan ar-
monizar por el Espíritu en el respeto y el amor, también
pueden hacer crecer a la Iglesia, ya que ayudan a explicitar
mejor el riquísimo tesoro de la Palabra. A quienes sueñan
con una doctrina monolítica defendida por todos sin ma-
tices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión.

90
Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se mani-
fiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la
inagotable riqueza del Evangelio117”.

En la encíclica Fratelli tutti, Francisco realiza una síntesis actuali-


zada de su propio magisterio social junto con el de sus predece-
sores (especialmente Benedicto XVI). Sin querer hacer un análisis
exhaustivo ni poner en consideración todos los aspectos de la
realidad en que vivimos, Francisco propone sólo estar atentos
ante algunas tendencias del mundo actual que desfavorecen el
desarrollo de la fraternidad universal. Inspirado por San Fran-
cisco de Asís, y desde un punto de vista primariamente de la ética
natural, el Papa Francisco hace un llamado a reconocer una fra-
ternidad “abierta”: “reconocer, valorar y amar a cada persona más
allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde
haya nacido o donde habite118”, es decir es necesario que hayan
leyes morales que sean validas para toda la humanidad, leyes que
ningún parlamento o gobierno puedan derogar por ser justa-
mente patrimonio de toda la humanidad, de no ser así es imposi-
ble la convivencia no solo entre los seres humanos sino además
con la creación entera, de allí que esta nueva encíclica de Fran-
cisco es un llamado a una fraternidad abierta119 como miembros
de una única humanidad, a reconocer y amar a cada persona con
un amor sin fronteras, una hermandad va al encuentro y es capaz
de superar toda distancia y tentación de disputas, imposiciones y
sometimientos120, Francisco insiste en que es el amor fraterno, en
su dimensión universal donde creyentes y no creyentes puedan
convivir de acuerdo al orden natural121.
Como bien sabemos el proceso de redacción de la encíclica fue
interrumpido por la pandemia. Este flagelo a toda la humanidad
dejó al descubierto nuestras falsas seguridades, evidenció nuestra

117 EG n° 40.
118 FT n° 1.
119 FT n° 1.
120 FT n° 3.
121 FT n° 6.

91
incapacidad de actuar conjuntamente, nuestra fragmentación122.
Frente a las diversas formas de eliminar o de ignorar a otros, Fra-
telli tutti es una invitación a reaccionar con un nuevo sueño de
fraternidad y amistad social que no es otra cosa que el bien co-
mún, allí creemos se encuentra la razón del porque Francisco
opta por no tomar argumentos directamente teológicos, de la
Tradición de la Iglesia o de la Escritura para fundamentar esta
“amistad social” o bien común universal.
Francisco desea que en esta época que nos toca vivir, recono-
ciendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer cre-
cer entre todos un deseo mundial de hermandad123. Es decir,
como toda encíclica social Francisco nos presenta los principios
permanentes de la doctrina social de la Iglesia en un lenguaje pro-
pio, buscando de alcanzar a todos los hombres de buena volun-
tad. Recordándonos quizás, que la Iglesia vive hoy en día en lo
que podríamos llamar “modernidad tardía” o “posmodernidad”.
Una situación que pone a la Iglesia de frente a un desafío quizás
mayor del vivido en los primeros siglos de la Cristiandad, donde
la predicación del Evangelio y especialmente su inculturación de-
ben ser repensados, no en su principios y contenido, sino en un
contexto cultural universal de una cultura cristiana que en su mo-
mento creo la llamada “cristiandad” y que hoy ha dejado de serlo.
De allí surge un contexto del todo particular el cual debe interpe-
lar nuestra imaginación pastoral guiada por el Espíritu Santo que
nunca deja de suscitar nuevos carismas que, si bien “no constru-
yen”, pero si “rejuvenecen” la vida de la Iglesia124.

122 FT n° 7.
123 FT n° 8.
124 Es interesante el aspecto de “novedad” que el Concilio une a la funcionalidad de

los carismas, me parece que se sugiere en el texto conciliar (LG12) una distinción
entre la administración ordinaria de la gracia y las nuevas iniciativas. Para la adminis-
tración ordinaria, el Espíritu Santo, se sirve de los sacramentos y de los ministros
institucionales. Para las nuevas iniciativas, se sirve de los carismas. El objeto de esto
no es, por lo tanto, por lo que parece, de mantener viva a la iglesia, sino de hacerla
rejuvenecer (renovatio) o de darle alguna dimensión nueva (amplior aedificatio). Ci-
tado en, I Carismi nel nuovo testamento, ALBERT VANHOYE, SJ p. 20. También
es recomendable la lectura de la Carta Iuvenescit Ecclesia a los Obispos de la Iglesia

92
Francisco insiste en este contexto en la necesidad de iniciar un
camino, un encuentro con el hombre de hoy donde la comunica-
ción se realiza de modo virtual, a través de los medios, con todo
el bien y el mal que esto puede producir. Hoy en día se cree de
manera inmediata lo “comunicado” sin consultar las fuentes y su
veracidad y es justamente aquí donde los católicos quizás pequen
de indiferencia: solo se escucha, se juzga y condena cuando es
imperioso tratar siempre de descubrir no solo los contextos his-
tóricos y culturales sino además la veracidad de lo que se trans-
mite.

Con sus encíclicas Francisco nos anima a pensar, a transformar,


a concretizar la teología desde un punto pastoral con un lenguaje
sencillo fundamentado principalmente en la ética y el orden na-
tural que debería ser el lenguaje común de toda la humanidad,
para luego, desde allí elevar a hombre a la fe en Jesucristo. No
debemos caer en la dialéctica de que este “método” es una trai-
ción a los principios de la fe, como hoy en día especialmente la
manipulación mediática hacernos creer. Ciertamente que en todo
hay un riesgo y el Papa Francisco habrá decidido ante Dios que
para él ésta es la mejor manera de ofrecer su Magisterio. De nues-
tra parte, como hijos de la Iglesia, solo queda tratar de entender,
en lo que podamos según nuestra capacidad, la decisión del Santo
Padre y animarnos con fe y esperanza en el ministerio Petrino a
la aventura siempre nueva de predicar un Evangelio, a “mirar al
futuro”, como decía San Juan Pablo II, cargado de incógnitas,
pero también de promesas. Incógnitas y promesas que interpelan
nuestra imaginación y creatividad, a la vez que estimulan nuestra
responsabilidad, como discípulos del único maestro, Cristo, con
miras a indicar el camino a proclamar la verdad y a comunicar la
vida que es él mismo125”.

Católica de la Congregación para la doctrina de la fe, sobre la relación entre los dones
jerárquicos y carismáticos para la vida y misión de la Iglesia. 15 de mayo 2016.
125 CF. CA n° 3.

93
Finalmente, esto ya lo advertía Benedicto XVI:

“…transformar la teología en pastoral, es decir, en


un ministerio pastoral muy concreto, en el que las grandes
visiones de la Sagrada Escritura y de la Tradición se apli-
can a la actividad de los obispos y de los sacerdotes en un
tiempo y en un lugar determinados126”.

Conclusión:

Este breve panorama histórico de la doctrina social de la


Iglesia ayuda a comprender su complejidad, su riqueza, su dina-
mismo, como así también sus límites.

Todo documento del Magisterio Social supone un nuevo


paso adelante en el esfuerzo de la Iglesia por responder a los pro-
blemas de la sociedad en los distintos momentos de la historia.
En cada uno de ellos es preciso discernir sobre todo la preocupa-
ción pastoral por proponer a la comunidad cristiana y a todos los
hombres de buena voluntad los principios de reflexión, los crite-
rios de juicio y las directivas de acción, para que a través del mé-
todo del discernimiento pueda sugerir las mejores opciones y la
praxis coherente para cada situación concreta. Recordando siem-
pre que las opciones tomadas a la luz de los principios permanen-
tes "no son una tercera vía entre capitalismo liberal y colectivismo
marxista, y ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones
menos contrapuestas radicalmente"127, sino un servicio desinte-
resado que la Iglesia ofrece según las necesidades de los lugares y
de los tiempos.
La importancia de esta dimensión histórica muestra que la
doctrina social de la Iglesia, expresada con claridad y coherencia
en sus principios esenciales, no es un sistema abstracto, cerrado
y definido de una vez por todas, sino concreto, dinámico y abierto
al continuo discernimiento.

126 Discurso a la Curia Romana (21 diciembre 2009): AAS 102 (2010), 35.
127 SRS n° 41.

94
En efecto, la atención que la Iglesia debe tener por la realidad
(objeto de la virtud de la prudencia) y a la inspiración evangélica
colocan a la Iglesia en condición de responder a los continuos
cambios a los que están sometidos los procesos económicos, so-
ciales, políticos, tecnológicos y culturales. Se trata de un dina-
mismo en continua construcción, abierto a los interrogantes de
las siempre nuevas realidades o “cosas nuevas”.

La cuestión social

¿A qué se llama cuestión social?

Se llama cuestión social128 al fenómeno social que se desenca-


dena con la llamada revolución industrial. Cuestión social y cuestión
obrera tienen el mismo origen la injusticia con las clases obreras.
De allí que la denominación de “cuestión social” hace referencia
a la brecha que la revolución industrial produce entre las clases
sociales a principios del siglo XIX, donde desaparecen los gre-
mios o corporaciones artesanales a las que pertenecían gran parte
de las personas, y son suplantadas por las fábricas. Este fenó-
meno toma dimensiones globales y dramáticas en la medida en
que la economía de mercado (fruto de la revolución industrial) se
propaga por el mundo.
Justamente es el afán de novedades, o las cosas nuevas que mue-
ven a León XIII a intervenir de lleno en esta delicada cuestión
con su encíclica Rerun Novarum, es realmente llamativo, las pa-
labras con que el Pontífice empieza la encíclica ya que bien las
podríamos aplicar al momento actual, la causa es evidente: los
mecanismos que desencadenan la injusticia social pueden asumir

128Pero la encíclica "Rerum Novarum" se distingue particularmente entre las otras,


por haber trazado, cuando era más oportuno y aun necesario, normas segurísimas a
todo el género humano para resolver los arduos problemas de la sociedad humana,
comprendidos bajo el nombre de "cuestión social". QA n° 1.

95
diversas formas externas pero el motivo es siempre el mismo: la
injusticia129. Leamos como comienza la Rerun Novarum:

1. Una vez despertado el afán de novedades, que hace tanto


tiempo agita a los Estados, necesariamente había de suce-
der que el deseo de hacer mudanzas en el orden político
se extendiera al económico, que tiene con aquel tanto pa-
rentesco.
Efectivamente, los aumentos recientes de la industria
y los nuevos caminos por los que van las artes, el cambio
obrado en las relaciones mutuas de amos y jornaleros, el
haberse acumulado las riquezas en unos pocos y empo-
brecido la multitud, la mayor confianza de los obreros
en sí mismos, y la unión más estrecha con que unos a otros
se han juntado, y finalmente, la corrupción de las costum-
bres, han hecho estallar la guerra.
La gravedad que envuelve esta guerra se comprende
por la viva expectación que tiene los ánimos suspensos, y
por lo que ejercita los ingenios de los doctos, las juntas de
los prudentes, las asambleas populares, el juicio de los le-
gisladores y los consejos de los príncipes, de tal manera,
que no se halla ya cuestión alguna, por grande que sea, que
con más fuerza que ésta preocupe los ánimos de los hom-
bres.
Por esto, proponiéndonos como fin la causa de la
Iglesia y el bien común, y como otras veces os hemos es-
crito sobre el gobierno de los pueblos, la libertad humana,
la constitución cristiana de los Estados y otras cosas se-
mejantes, cuanto parecía a propósito para refutar las opi-
niones engañosas, así y por las mismas causas creemos de-
ber tratar ahora de la cuestión obrera.

129 No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e insta-


larse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos
hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos. FT n°
11.

96
Materia es ésta que ya otras veces, cuando se ha ofre-
cido la ocasión, hemos tocado; más en esta Encíclica amo-
néstanos la conciencia de nuestro deber apostólico que
tratemos la cuestión de propósito y por completo y de ma-
nera que se vean bien los principios que han de dar a esta
contienda la solución que demandan la verdad y la justicia.
Pero es ella difícil de resolver y no carece de peligro.
Porque difícil es dar la medida justa de los derechos y de-
beres en que ricos y proletarios, capitalistas y operarios,
deben encerrarse.
Y peligrosa es una contienda que por hombres turbu-
lentos y maliciosos frecuentemente se tuerce para perver-
tir el juicio de la verdad y mover a sediciones la multitud.
Como quiera que sea, vemos claramente, y en esto
convienen todos, que es preciso dar pronto y oportuno
auxilio a los hombres de la ínfima clase puesto que sin
merecerlo se halla la mayor parte de ellos en una condición
desgraciada o inmerecida130.

Veamos ahora el desarrollo de la cuestión social dentro de


la iglesia, conozcamos los personajes mas destacados, para de esa
manera tener una visión histórica:

La gran crisis vivida durante el pontificado de Pío IX con la


pérdida del poder temporal de la iglesia y el surgir de los funda-
mentalismos provocó además de una gran fractura entre iglesia y
Estado la aparición de grandes apóstoles sociales.
En Francia por ejemplo encontramos entre los años 1830 y
1840 valiosos pronunciamientos del episcopado, en la cuaresma
de 1842 el obispo de Lyon Maurice de Bonald denunció la reduc-
ción de la dignidad humana de los obreros a un engranaje más de
la maquinaria industrial, al año siguiente el obispo de Paris Mons.
Denis Auguste Farré (quien muriera mártir durante la revolución
de 1848 en el tentativo de llevar la paz) afrontó un análisis global
del nuevo sistema económico, analizando los costos humanos de
130 Cf. RN n° 1.

97
la economía liberal. En la mitad de siglo Federico Ozanam fun-
daba las Conferencias Vicentinas. A fines de siglo Philippe Bu-
chez proponía la formación de un socialismo cristiano. Albert le
Mun y Rene de la Tour du Pin (1834-1924) dieron inicio a la Obra
de los Círculos Obreros. Leon Harmel (1829-1915), un industrial
textil promovió una serie de asociaciones de solidaridad entre los
mismos obreros, siendo uno de los católicos más prestigiosos de
su tiempo.
El Alemania Adolf Kolping (1813-1865) es célebre por su
empeño en la formación profesional de los artesanos y por buscar
soluciones a los problemas habitacionales de los obreros favore-
ciendo un ambiente moralmente sano entre ellos. El obispo de
Mainz Emmanuel von Ketteler (1811-1877), una de las figuras
más destacadas del catolicismo de su tiempo, fue entre los prime-
ros en darse cuenta de la necesidad de una profunda reforma so-
cial de allí su inquietud por el estudio de la cuestión social. Ket-
teler formuló una lista de derechos elementales para los obreros:
aumento de salarios, disminución de las horas de trabajo, regla-
mentación de los días de reposo, prohibición del trabajo fabril
para los niños y mujeres, criticando de esta manera el capitalismo
liberal y buscando de promover el aspecto cultural y moral de la
clase trabajadora con las exigencias de la justicia social.
Gracias a este obispo los católicos alemanes se pusieron a la
vanguardia en el campo social, editó un periódico llamado Katho-
likentage (Congreso católico), se fundó la Volksverein (Unión po-
pular) en el año 1890, tenía como fin promover la formación cris-
tiana, humana y profesional de los trabajadores y de coordinar la
gran red asociacionista ya existente. Por ello no nos debe sorpren-
der la definición que León XIII dará de este obispo: nuestro gran
predecesor, de él hemos aprendido131.
También en Austria, especialmente por medio de Kart von
Vogelsang (1818-1890) y Franz Schindler (1847-1922), en Ingla-
terra con el cardenal Edward Manning (1808-1892) que en 1889
apoyó abiertamente el paro general de los trabajadores portuarios

131 La cita se ha tomado de A. Kannengiesser, Ketteler et l´organisation sociale. Paris

1894, p. 32.

98
londinenses, en Suiza con Caspar Decurtins (1855-1916), pro-
pugnador de una legislación social internacional.
Desde los Estados Unidos el movimiento de los “caballeros
del trabajo” se dedicó con pasión a la solución de la cuestión so-
cial asumiendo la formación similar a un sindicato y provocando
por ello la polémica dentro de la Iglesia, mientras que un cardenal,
el obispo de Baltimore James Gibbons se ponía a la vanguardia
siendo el inspirador de León XIII.
En Italia la intervención del laicado en la cuestión social fue
más retardada, también puede ser esto justificado por las particu-
lares condiciones sociopolíticas que sufría. Solo a partir de los
años 80 se ve una gran difusión de la Obra de los Congresos.
De entre los pensadores más destacados encontramos a Giu-
seppe Toniolo que en su ansia de presentar una propuesta social
católica crea la “Unión católica para los estudios sociales” fun-
dada en 1889. Es también de destacar el esfuerzo de los jesuitas
a través de la Civiltá Católica, uno de sus directores el Padre Li-
veratore a través de sus artículos de política, economía e inter-
vención del Estados en la cuestión social será uno de los grandes
inspiradores de la Rerum Novarum.
De gran importancia para el desarrollo de la Doctrina social
de la Iglesia fue la formación en Friburgo de la Unión internacio-
nal católica de los estudios sociales y económicos, en el año 1884
con el directo apoyo del obispo local Mons. Gaspar Mermillod
(1824-1892). La pequeña ciudad se transformó en el centro de los
estudios católicos sobre la cuestión social, allí se buscó sobre todo
de encontrar las líneas generales para ofrecer a los católicos en
los diversos países criterios comunes para las vías de solución. Al
mismo tiempo encontramos una gran cantidad de santos involu-
crados en dar una solución a la cuestión social, pensemos en San
Juan Bosco, Federico los beatos Ozanan y Giuseppe Tovini132

132 Al mismo tiempo, en cualidad de intendente de Cividate desde 1871 al 1874, rea-
liza relevantes obras de publica utilidad, promoviendo la fundación de la Banca de
Vallecamonica en Breno, moviéndose con energía por la proyección de una ferrovia
que pudiese unir el valle al centro bresciano. Contribuye en modo determinante a la
fundación del diario católico El Ciudadano de Brescia que se publica a partir del 13
abril de 1878, y participa significativamente a la formación del Comité diocesano

99
(1841-1897) y tantos otros laicos como el Siervo de Dios Giorgio
la Pira.

La evolución de la cuestión social:

En la QA capítulo n° 2, Pío XI dice que la cuestión social se


ha transformado en cuestión económica y política.

En la MM n° 8 Juan XXIII afirma:

“Nos, por tanto, sentimos el deber de mantener viva


la antorcha encendida por Nuestros grandes Predeceso-
res, y de exhortar a todos a obtener con la mirada puesta

dell’Opera dei Congressi, del cual viene nombrado presidente. Desde 1879 viene re-
petidamente nombrado consejero provincial y comunal de Brescia, moviéndose efi-
cazmente en defensa de los más pobres y débiles. En el ámbito de la’Opera dei Con-
gressi y de los Comités Católicos en Italia Giuseppe Tovini toma trabajos de gran
responsabilidad: innumerables iniciativas e instituciones por el inspiradas, promovi-
das, fundadas en Brescia y en Lombardia en el campo de la escuela, de la prensa, del
crédito, de las obras pías, asistenciales, caritativas, sociales, traen inspiración de las
directivas y de los programas de la obra de Tovini. Convencido además de la necesi-
dad de asegurar plena autonomía financiaria a las instituciones católicas, especial-
mente aquellas educativas, en el 1888 funda en Brescia el Banco S. Paolo y en el 1896
en Milán, el Banco Ambrosiano. Además de ser defensor de la enseñanza religiosa
en las escuelas para tutelar de esta manera la fe y moral de los jóvenes, es también
defensor de la libertad en la enseñanza y sostendrá la escuela libre, en la cual indivi-
duará, un instrumento eficaz para formar las jóvenes generaciones con la responsa-
bilidad civil y social: “Nuestras Indias son nuestras escuelas”. Funda así, en el 1882,
el asilo Giardino d’infanzia S. Giuseppe y el Colegio A. Luzzago; el Patronato de los
estudiantes en el 1889; la Obra para la conservación de la fe en las escuelas de Italia
en el 1890; re elabora el estatuto de la Compañía de aseguración Liga para los ense-
ñantes católicos en el 1891 y en el mismo año funda el periódico Fe y Escuela; pro-
mueve en el 1892 la creación de Círculos universitarios católicos y colabora en la
fundación de la Unión Leone XIII de estudiantes brescianos, de la cual nacerá la
FUCI (Federación universitaria de católicos italianos); se empeña para que los padres
jesuitas asuman la dirección del Instituto magisterial Leone XIII de Milán; en el 1893
funda la revista pedagógica y didáctica Escuela Italiana Moderna y el semanal La Voz
del Pueblo; participa en el 1894 a la realización en Padua de un Pensionado Univer-
sitario Católico y funda una Escuela Normal en Cividate Camuno con las hermanas
canosianas; en el 1896 sostiene la causa de la Federación Universitaria Católica y, en
el Congreso de Fiesole, re propone el proyecto de una Universidad Católica en Italia.

100
en ella, impulso y orientación para resolver la cuestión so-
cial en forma más en consonancia con nuestro tiempo”.

Podemos decir que desde la RN hasta Pío XII la cuestión


social se enfoca desde las partes implicadas: capital y trabajo, países
desarrollados y subdesarrollados, etc. Es decir, teniendo siempre
como centro al hombre, va cambiando en cuanto a sus manifes-
taciones.
En la PP San Pablo VI analiza la cuestión social desde su
dimensión internacional133. Al declarar que la cuestión social ha ad-
quirido una dimensión mundial, se propone ante todo señalar un
hecho moral, que tiene su fundamento en el análisis objetivo de
la realidad. Según las palabras mismas de la Encíclica, “cada uno
debe tomar conciencia” de este hecho, precisamente porque in-
terpela directamente a la conciencia, que es fuente de las decisio-
nes morales.
En este marco, la novedad de la Encíclica no consiste
tanto en la afirmación, de carácter histórico, dice San Juan Pablo
II, sobre la universalidad de la cuestión social sino en la valora-
ción moral de esta realidad134.
San Juan Pablo II de frente al tentativo de manipulación del
método deductivo de la doctrina social de la Iglesia, analiza la
cuestión social no solo desde el aspecto de las partes implicadas,
sino principalmente desde la estructuración de una metafísica y
teología del trabajo que apuntalen una válida antropología y ética
social:
“Solamente el hombre es capaz de trabajar…el trabajo hu-
mano es una clave, quizás la clave esencial de toda la cues-
tión social135.
…el trabajo humano es una clave, quizá la clave esen-
cial, de toda la cuestión social, si tratamos de verla verda-
deramente desde el punto de vista del bien del hombre. Y

133 Populorun Progretio n° 3: Hoy el hecho más importante del que todos deben
tomar conciencia es el de que la cuestión social ha tomado una dimensión mundial.
134 SRS n° 9.
135 LE n° 17-2-3.

101
si la solución, o mejor, la solución gradual de la cuestión
social, que se presenta de nuevo constantemente y se hace
cada vez más compleja, debe buscarse en la dirección de
"hacer la vida humana más humana", entonces la clave,
que es el trabajo humano, adquiere una importancia fun-
damental y decisiva136”.

¿Qué se entiende por Justicia social?

“En efecto, además de la justicia conmuta-


tiva, existe la justicia social, que impone también
deberes a los que ni patronos ni obreros se pue-
den sustraer. Y precisamente es propio de la jus-
ticia social el exigir de los individuos cuanto es
necesario al bien común. Pero, así como en el
organismo viviente no se provee al todo, si no
se da a cada parte y a cada miembro cuanto ne-
cesitan para ejercer sus funciones, así tampoco
se puede proveer al organismo social y al bien
de toda la sociedad si no se da a cada parte y a
cada miembro, es decir, a los hombres dotados
de la dignidad de persona cuanto necesitan para
cumplir sus funciones sociales. El cumplimiento
de los deberes de la justicia social tendrá como
fruto una intensa actividad de toda la vida eco-
nómica desarrollada en la tranquilidad y en el or-
den, y se demostrará así la salud del cuerpo so-
cial, del mismo modo que la salud del cuerpo
humano se reconoce en la actividad inalterada y
asimismo plena y fructuosa de todo el orga-
nismo137”.

De frente a una economía que tantas veces no se encuentra


al servicio del hombre y que pareciera guiar el destino del mundo,

136 LE n° 3.
137 PIO XI, DR n° 51.

102
debemos recordar los principios ofrecidos por el Magisterio, para
lograr una economía y una sociedad más humana. Pío XI propo-
nía la reforma de las instituciones y de las costumbres138 incluyendo la
intervención del Estado en el campo económico contra el laizer
faire del liberalismo. Pío XI sugiere la instauración de una econo-
mía ordenada según un principio ético superior: el principio de la
justicia social139.

San Juan Pablo II advertía que: la actividad económica, en


particular la economía de mercado no puede desenvolverse en
medio de un vacío institucional, jurídico y político, es por ello por
lo que el Pontífice hace notar, que no existe hoy en día un sistema
internacional jurídico o normativo que guíe los mercados finan-
cieros140. Un primer paso hacia la creación de este sistema ético
podría ser la preparación de códigos de conducta para el sector
financiero, sugiere el Papa. Esto es importante, observaba, por-
que con ocasión de crisis financieras normalmente es el más débil
el que paga el más alto precio.

Ahora bien ¿cómo se ha de entender la justicia social pro-


puesta por Pío XI? ¿Es una nueva forma de justicia?, nos res-
ponde Royo Marín:

“La justicia social no aparece en Santo Tomás ni en


los teólogos escolásticos ¿Se trata de una nueva especie de
justicia desconocida de la teología clásica o se reduce a al-
guna de las formas de la trilogía tradicional? (...) La divi-
sión clásica tripartita es, evidentemente, exhaustiva. No
puede concebirse alguna relación de justicia que no se re-
duzca al orden de las partes al todo (justicia legal), o del
todo a las partes (distributiva), o de las partes entre sí (con-
mutativa). Imposible establecer una nueva relación. Por

138 Cf. QA n° 125.


139 Cf. PÍO XI, DR nº 51.
140 Cf. CA n° 48.

103
consiguiente, la llamada justicia social habrá de encua-
drarse en alguna de esas formas tradicionales. Ahora bien,
¿a cuál de ellas pertenece propiamente? (...) coincide con la
justicia legal completada por la distributiva. Es la opinión de la
mayoría de los teólogos y sociólogos católicos, que coin-
cide, nos parece, con la realidad objetiva de las cosas. El
papa Pío XI declaró expresamente en su encíclica DR n°
51 que “es propio de la justicia social el exigir de los indi-
viduos cuanto es necesario al bien común” (función pro-
pia y específica de la justicia legal). Por consiguiente, la
justicia social se identifica con la legal, integrada y comple-
tada con la distributiva en una justicia comunal, y abarca
todas las relaciones de derechos y deberes entre la socie-
dad y sus miembros, y viceversa, fundados en el bien co-
mún. Esta justicia legal o social contiene no sólo las obli-
gaciones prescritas por la ley positiva, sino también los de-
beres para con la sociedad que impone el derecho natural.
Se divide, por consiguiente, en dos partes: justicia legal na-
tural y positiva. (...). A la justicia social corresponde prin-
cipalmente dictar las reformas y normas jurídico-sociales
que el bien común y la miseria de las clases trabajadoras
reclaman en el campo económico, relativas a la función
social de la propiedad, al buen uso de los bienes de la tierra
y a la justa distribución de las riquezas según el destino
fundamental de las mismas, que es el de servir a las nece-
sidades de todos los hombres141”.

El magisterio de la iglesia propone una reforma del sistema


económico más moral que técnica142, porque justamente, el pro-
blema es principalmente moral y no técnico como muchas veces
hemos escuchado. La economía debe ser regulada, guiada hacia

141ROYO MARÍN, Teología moral para seglares, I, Madrid, 1979, pp. 678-679.
142Me permito repetir que la crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el
desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva
regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. FT nº 170.

104
un fin general fundamentalmente ético (el bien común), oponién-
dose de esta manera a la economía liberal de la libre concurrencia
manejada arbitrariamente por los grandes capitalistas.
Como podemos ver aparece nuevamente en primer lugar el
carácter ético que debe prevalecer en la llamada cuestión social.

Vida cristiana y justicia social

Lo que conturba al proletario actual dice el padre Castellani,


“es más la inseguridad tal vez que la impecuneidad en sí misma. La
pobreza es una bendición, porque es un Purgatorio, pero la mi-
seria es un Infierno.
El espíritu del cristiano es este: Haced por amor vuestra obra; y
dejad que vuestros prójimos os alimenten y vistan también por amor. Este
es de hecho el espíritu del estado religioso.
Parece que hay aquí un círculo vicioso; pues ni la Sociedad ni
el Individuo puedan dar con seguridad el primer paso. Sí el Indi-
viduo tiene que esperar para despreocuparse para que la sociedad
sea perfecta... y la sociedad no puede serlo si antes no lo son sus
miembros, parece que estamos en plena utopía idílica. Pero Cristo
rompió este círculo, invitó a los más fervientes, espirituales y co-
rajudos a dar el salto; a renunciar a todo osadamente por puro
amor de Dios -por imitarlo a Él- sin seguridad previa sino la de
la Providencia, a sus riesgos y peligros: a embarcarse en canoas esco-
radas, como dice Kirkegor. Lanzó a la brecha una pequeña falange
de desesperados, como si dijéramos, los cuales con su vida de pobres
voluntarios:

1º: prueban que es posible la cosa, vivir como las aves del cielo y las
flores del campo,
2º: incitan con su ejemplo a los demás al desapego y la confianza;
3º: viviendo con lo mínimo, regalan el resto a los demás, dejan
mayor margen de bienes temporales a la humanidad en general;
pues paradojalmente nadie da más que el que poco tiene; y el que
todo lo deja mucho regala.

105
A estos dos puntos, el mandato de huir la solicitud (madre
del temor, la avaricia y la explotación del trabajo ajeno) y el con-
sejo de la pobreza voluntaria, se añade el Voe vobis divitibus (ay de
vosotros los ricos), es decir: los tremendos anatemas de Cristo a las
riquezas y a los ricos, bastante olvidados quizás en la actual pre-
dicación del Evangelio. Haciendo sospechosas y peligrosas a las
riquezas superfluas. Cristo opone a su tremenda y omniactuante
atracción natural el contrapeso religioso; facilitando de ese modo
su distribución justa, en la medida posible a la dañada natura hu-
mana.

Estas tres formidables palancas crearon lentamente en la


Cristiandad lo que hoy llaman justicia social, primero en la práctica
que en la teoría; y suscitaron fuertes estamentos o instituciones
que iban poco a poco acercándose al ideal de la sociedad-que-cuida-
de-sus-miembros. Si hoy día en que el Estado se va convirtiendo en
uno de los primeros explotadores, esto parece puro lirismo, la
culpa no la tiene Cristo; y las catástrofes que hemos visto y las
que nos amenazan, han dejado buenas todas sus palabras, como
confiesa el mismo Marx y otros socialistas, como Bernard Shaw.
Es curioso que cuando los estados se volvieron virtualmente
ateos y dijeron: La religión es asunto privado, la irreligión se convirtió
en asunto público; y cuando los reyes dijeron a los súbditos que
no tenían por qué pensar en la salvación de las almas, tuvieron
que empezar a pensar en la salvación de sus cabezas coronadas.
Todas las religiones son buenas dijo el siglo XIX, y nuestro siglo ha
tenido que añadir apresuradamente: ¡menos el comunismo!
La pálida sonrisa con que Cristo subió a los cielos -visible en
aquellas palabras Aún vosotros no creéis todavía- se ha ido desvane-
ciendo al correr de los siglos, al ver que el mundo fracasaba cada
vez más a medida que seguía sus enseñanzas cada vez menos. Y
si nos dejó una sonrisa triste no volverá sino con un trueno143”.

143 LEONARDO CASTELLANI, El evangelio de Jesucristo, Buenos Aires, 1957, p. 323.

106
¿Cómo pasar de la teoría a la práctica de la justicia social?

Restaurare omnia in Cristo, volver al gran ideal de la santidad,


por medio del apostolado social de ambiente144 y una eficaz divi-
sión del trabajo145, buscando de esta manera ser levadura, luz y
sal en la sociedad, este es el gran desafío de la Iglesia en el ámbito
jerárquico y laical en este tercer milenio. Hoy más que nunca la
Iglesia tiene la gran oportunidad de proponer estos principios, ya
que nos encontramos en un momento histórico en el cual las vie-
jas ideologías están en total descrédito.
Para ello es importantísimo que los bautizados tomen con-
ciencia que el gran trabajo es volver a unir el orden sobrenatural
al natural, esto ha tomado hoy en día las características de una
verdadera lucha, así lo afirma San Juan Pablo II:

“La tentación actual es la de reducir el cristianismo a


una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia
del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se
ha dado una gradual secularización de la salvación, debido a lo
cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un
hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizon-
tal. En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer
la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos
los hombres, abriéndoles los admirables horizontes de la
filiación divina146”.

Solo volviendo a unir estos dos órdenes se dará el fruto más


preciado de la justicia social: la verdadera paz tan deseada por todos
y cuyo objetivo, sólo se alcanzará con la realización de la justicia
social e internacional, y además con la práctica de las virtudes que
favorecen la convivencia y nos enseñan a vivir unidos, para cons-
truir juntos, dando y recibiendo, una sociedad nueva y un mundo

144 QA n° 141.
145 QA n° 34-35.
146 RM nº 11.

107
mejor147. La justicia social es además el medio para encaminarse
hacia una paz para todos los pueblos, esto significa que nosotros
consideramos la paz como fruto indivisible de las relaciones jus-
tas y honestas a todos los niveles -social, económico, cultural y
ético- de la vida humana sobre la tierra148.
Por ello es imperioso el lograr una conciencia política de la justicia
social. Esta búsqueda de la justicia social en las decisiones políticas
y económicas resultará tanto más creíble y eficaz cuando los mis-
mos dirigentes adopten un estilo de vida próximo a aquel que sus
conciudadanos se ven obligados aceptar en las difíciles circuns-
tancias del país. En este sentido, los dirigentes cristianos se deja-
rán estimular por las exigencias del evangelio149.

Hoy en día donde la economía esta globalizada, el hablar de


justicia social implica hablar de justicia social a escala planetaria,
es por ello que es necesario hablar del destino universal de los bienes.
El principio del destino universal de los bienes, unido al de
la fraternidad humana y sobrenatural, indica sus deberes a los Paí-
ses más ricos con respecto a los Países más pobres. Estos deberes
son de solidaridad en la ayuda a los Países en vías de desarrollo;
de justicia social, mediante una revisión en términos correctos de
las relaciones comerciales entre Norte y Sur y la promoción de
un mundo más humano para todos, donde cada uno pueda dar y
recibir, y donde el progreso de unos no sea obstáculo para el desa-
rrollo de los otros, ni un pretexto para su servidumbre150.
Por todo lo dicho, la intervención que la Iglesia realiza en el
orden temporal, especialmente a través de su doctrina social,
tiene como objeto promover la justicia social.
Ya que la Iglesia se ocupa de la vida social del hombre, en su
estructura económica, política, cultural y ambiental. No se ocupa
de esto bajo el perfil técnico-organizativo sino ético-normativo, dentro
del horizonte de valores y del sentido de la dignidad y vocación
147 Cf. SRS nº 39.
148 San Juan Pablo II, Mensaje para la jornada mundial de la paz, 1986.
149 Pontificio Consejo Iustittia et pax, Al servicio de la comunidad humana: una con-

sideración ética de la deuda internacional, 27/12/1986.


150 Cf. Sagrada congregación para la doctrina de la fe, libertatis conscientia nº 90.

108
de la persona humana, de la cual el vivir social es la dimensión
constitutiva y decisiva151.

A este propósito, no hay duda de que el pronunciarse acerca


de las condiciones más o menos humanas de las personas, acerca
del valor ético de las estructuras y de los sistemas sociales, eco-
nómicos, políticos y culturales, en relación con las exigencias de
la justicia social, forma parte de la misión evangelizadora de la
Iglesia152.

Conclusión:

Los fieles laicos católicos, como nos recuerda la nota doctri-


nal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la con-
ducta de los católicos en la vida pública de la Sagrada congrega-
ción para la doctrina de la fe, de ninguna manera pueden abdicar de la
participación en la política153, es decir en la multiforme y variada ac-
ción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, des-
tinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común.
Pero de frente al gran problema del relativismo ético, como ad-
vierte la nota, el fiel cristiano empeñado en política, debe tener
en claro que no puede alejarse de los principios ofrecidos por el
magisterio social.

151 Cf. MAURO COZZOLI, Chiesa, vangelo e società, Roma, 1995, p. 45.
152 Orient. nº 47.
153 ND nº 1: Mediante el cumplimiento de los deberes civiles comunes, de acuerdo

con su conciencia cristiana, en conformidad con los valores que son congruentes con
ella, los fieles laicos desarrollan también sus tareas propias de animar cristianamente
el orden temporal, respetando su naturaleza y legítima autonomía, y cooperando con
los demás, ciudadanos según la competencia específica y bajo la propia responsabili-
dad. Consecuencia de esta fundamental enseñanza del Concilio Vaticano II es que
«los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la “política”;
es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administra-
tiva y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común,
que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la
paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la
solidaridad, etc.

109
El papa Francisco nos advierte:

“Como bien indican los Obispos de los Estados Uni-


dos de América, mientras la Iglesia insiste en la existencia
de normas morales objetivas, válidas para todos, "hay
quienes presentan esta enseñanza como injusta, esto es,
como opuesta a los derechos humanos básicos. Tales ale-
gatos suelen provenir de una forma de relativismo moral
que está unida, no sin inconsistencia, a una creencia en los
derechos absolutos de los individuos. En este punto de
vista se percibe a la Iglesia como si promoviera un prejui-
cio particular y como si interfiriera con la libertad indivi-
dual" Vivimos en una sociedad de la información que nos
satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo
nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficiali-
dad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por con-
siguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a
pensar críticamente y que ofrezca un camino de madura-
ción en valores154”.

El fin moral-formativo y el ético-normativo y el cambio de


un método inductivo a uno deductivo nos llevan hoy más que
nunca a la acción (ético-normativa) fundada en los perennes
principios de reflexión para desea manera evitar todo relativismo.
Es realmente llamativo que en un mundo globalizado donde la
información está a un clic de distancia los principios más básicos
del orden natural sean desconocidos y negados.

Es tiempo para un gran discernimiento155 para lograr


el juicio práctico situacional: ético prudencial de la conciencia. Es un

154EG nº 64.
155EG nº 43. En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reco-
nocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas
muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma
manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas,
pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No
tengamos miedo de revisarlas. Del mismo modo, hay normas o preceptos eclesiales

110
tiempo en el cual más que nunca se necesitan los “pruden-
tes”.
El papa Juan Pablo I156 recuerda un hecho sencillo pero
iluminador en una de sus cartas a los “ilustrísimos señores”
cuando era patriarca de Venecia, en una de ella nos dice: se
estaba en un cónclave, los cardenales estaban inciertos entre
tres candidatos señalados uno por la santidad, el segundo
por la alta cultura, el tercero por el sentido práctico. A la
indecisión puso fin un cardenal: "Inútil titubear todavía, dijo
él. Nuestro caso está ya contemplado en la 24a Carta del
Doctor Melifluo (San Bernardo de Claraval). Basta aplicarla
y todo irá liso como el aceite. ¿El primer candidato es santo?
Y bien: oret pro nobis (ruegue por nosotros), diga algún Pa-
drenuestro por nosotros pobres pecadores. ¿El segundo es
docto? Tenemos tanto placer: doceat nos (nos enseñe), es-
criba algún libro de erudición. ¿El tercero es prudente?: Iste
regat nos, éste nos gobierne y sea Papa".

Debemos recordar que la realización del bien personal y social


(bien común) presupone el conocimiento de la realidad, la reali-
zación del bien siempre implica el conocimiento de la verdad.

Quien ignora cómo son y están verdaderamente las cosas no


puede obrar bien, pues el bien es lo que está conforme con la
realidad, toda la metafísica cristiana se base en que el ser esta antes
que la verdad y el ser y la verdad antes que el bien.

que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma
fuerza educativa como cauces de vida. Santo Tomás de Aquino destacaba que los
preceptos dados por Cristo y los Apóstoles al Pueblo de Dios “son poquísimos”.
Citando a san Agustín, advertía que los preceptos añadidos por la Iglesia posterior-
mente deben exigirse con moderación “para no hacer pesada la vida a los fieles” y
convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando «la misericordia de Dios quiso
que fuera libre”. Esta advertencia, hecha varios siglos atrás, tiene una tremenda ac-
tualidad. Debería ser uno de los criterios a considerar a la hora de pensar una reforma
de la Iglesia y de su predicación que permita realmente llegar a todos.
156 ALBINO LUCIANI, Ilustrísimos Señores, carta a San Bernardo de Claraval.

111
Se debe añadir que el saber no debe entenderse con el criterio
cientificista de las ciencias experimentales modernas, sino que se
refiere al contacto efectivo con la realidad objetiva. En el or-
den pastoral el papa Francisco explica esto sencillamente di-
ciendo que los pastores deben tener “olor a oveja”.

Como ya lo dijimos, debemos recordar que también perte-


nece a la prudencia la docilidad, es decir, la unión sumisa con el
verdadero conocimiento de la realidad de un espíritu superior, el
saber escuchar y dejarse ilustrar. El conocimiento objetivo de la
realidad es, pues, decisivo para obrar con prudencia157. El pru-
dente contempla, por una parte, la realidad objetiva de las cosas
y en virtud y a causa de este conocimiento de la realidad deter-
mina lo que debe y no debe hacer. De esta manera, toda virtud
depende, en realidad, de la prudencia y todo pecado es, en cierta
manera, una contradicción de la prudencia: omne peccatum opponitur
prudentiae (todo pecado se opone a la prudencia)158. Como nos enseña el
catecismo: la prudencia nos permite "discernir en toda circuns-
tancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para
realizarlo"159.
No puede haber una visión sociológica veraz que no tenga
un presupuesto general en el orden metafísico160.

157 Aceptar que hay algunos valores permanentes, aunque no siempre sea fácil reco-
nocerlos, otorga solidez y estabilidad a una ética social. Aun cuando los hayamos
reconocido y asumido gracias al diálogo y al consenso, vemos que esos valores bási-
cos están más allá de todo consenso, los reconocemos como valores trascendentes a
nuestros contextos y nunca negociables. Podrá crecer nuestra comprensión de su
significado y alcance -y en ese sentido el consenso es algo dinámico-, pero en sí mis-
mos son apreciados como estables por su sentido intrínseco. FT n° 211.
158 Cf. JOSEF PIEPER, las virtudes fundamentales, introducción.
159 CIC n° 1806.
160 Cf. CA n° 49: “Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escép-

tico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas


democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a
ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que
la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equi-
librios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad
última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones

112
El fiel católico además debe recordar que la pluralidad o di-
versidad de orientaciones y soluciones, deben ser en todo caso
moralmente aceptables161 justamente porque no le compete a la
Iglesia en cuanto jerarquía, sino a los fieles el encontrar las solu-
ciones. De frente al relativismo moral el laico debe recordar que los
principios éticos no son negociables.

El Papa Francisco nos recuerda que:

“Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a


la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna
en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud
de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre
los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién
pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de
san Francisco de Asís y de la beata Teresa de Calcuta?
Ellos no podrían aceptarlo162”.

humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una demo-
cracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto,
como demuestra la historia.”
161 ND n° 3.
162 EG n°183.

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