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TEMA 4 CONDICIONES QUE PUEDEN AFECTAR A LA SALUD MENTAL

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4.

Condiciones que pueden afectar a la salud mental

4.1. Estrés
El estrés es la forma como el cerebro y el cuerpo responden a cualquier demanda; a
ciertos niveles puede afectar la salud, por lo que es importante prestar atención a la
forma en que se afrontan los acontecimientos estresores de menor y de mayor
importancia (National Institutes of Health, s.f.). Visto desde un enfoque biopsicosocial
se aborda como un proceso que incorpora factores psicosociales estresantes,
respuestas fisiológicas, cognitivas, emocionales y conductuales, y como factor clave
la interacción de la persona en su entorno (Lazarus & Folkman, 1984).

Todas las personas se encuentran expuestas a experimentar estrés en las diferentes


áreas de la vida, comúnmente se asocia con aspectos negativos sin tomar en cuenta
que la respuesta fisiológica también tiene aspectos positivos, ya que se requieren
ciertos niveles de estrés para mantenerse alertas y enfrentar los desafíos de la vida
cotidiana; sin embargo, cuando las demandas del entorno son excesivas y de gran
intensidad, aparecen síntomas de tensión, preocupación, cansancio, frustración,
afectando la salud y el bienestar.

En la vida cotidiana, existen diferentes situaciones que provocan desequilibrio en el


organismo y tienen el potencial de producir estrés, estas son conocidas como
estresores y pueden generarse en la familia, comunidad o en el lugar de trabajo, y
puede ser un acontecimiento que suceda una sola vez o que dure poco tiempo o
puede ocurrir reiteradamente y durante un largo periodo de tiempo (National
Institutes of Health, s.f.).

Hay diferentes tipos de estrés y todos originan riesgos para la salud física y mental.
Algunos ejemplos son el estrés de rutina relacionado con las presiones del trabajo,
la escuela, la familia y otras responsabilidades diarias; el estrés provocado por un
cambio negativo repentino, como la pérdida del trabajo, el divorcio o una
enfermedad, y el estrés secundario a trauma que se experimenta en un
acontecimiento como un accidente grave, la guerra, vivir algún tipo de violencia
(familiar, institucional, laboral, de género, en el noviazgo, etc.), o una catástrofe
natural en el que las personas pueden estar en peligro de sufrir heridas graves o
morir. Las personas que tienen estrés postraumático pueden mostrar síntomas
emocionales y físicos temporales muy angustiantes, pero la mayoría se recupera
naturalmente poco después (National Institutes of Health, s.f.).

Establecer el nivel estresante de una situación dependerá de cómo se perciba, lo que


para una persona es sumamente estresante, para otra será algo poco significativo.
De igual forma, hay quienes pueden lidiar con el estrés más eficazmente o
recuperarse de los acontecimientos estresantes más rápido, todo depende de cómo
valoren la situación y los recursos y estrategias con los que cuentan para afrontarla
(Lazarus & Folkman, 1986, citado en Regueiro & León, 2003).

Los síntomas del estrés pueden afectar al cuerpo, los pensamientos, sentimientos y
al comportamiento. Es importante saber reconocer los síntomas comunes de estrés,
ya que esto puede ayudar a controlarlos (Mayo Clinic, 2019). Algunos efectos comunes
del estrés son los siguientes:

 Dolor de cabeza
 Tensión o dolor muscular
 Dolor en el pecho
 Fatiga
 Cambios en el deseo sexual
 Malestares estomacales (colitis, gastritis, intestino irritable)
 Problemas de sueño
 Ansiedad
 Inquietud
 Falta de motivación o enfoque
 Sentirse abrumada/o
 Irritabilidad o enojo
 Tristeza o depresión
 Consumo de comida en exceso o por debajo de lo normal
 Consumo excesivo de alcohol, tabaco u drogas ilegales
 Aislamiento social
 Práctica de ejercicio con menos frecuencia

El estrés que no se controla puede contribuir a múltiples problemas de salud como


hipertensión arterial, enfermedades cardíacas, obesidad y diabetes (Mayo Clinic,
2019). En una sociedad de 24 horas como la actual, en la que las exigencias del día a
día nos hacen sentir como si corriéramos contrarreloj constantemente, se ha
tendido a normalizar el estar estresada/o y a minimizar el serio impacto que esta
condición puede tener en nuestra salud, olvidando que, si no prestamos atención,
este puede ser fatal. Algunas de las consecuencias del estrés en nuestro organismo
y en nuestra salud mental son las siguientes:

Puede contribuir al desarrollo de enfermedades cardíacas (American Psychological


Association, s.f.). El estrés constante provoca tensión en el corazón al aumentar la
presión arterial, la inflamación en el cuerpo, el colesterol y los triglicéridos en la

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sangre y la frecuencia cardíaca (MedlinePlus, 2020). Además, cuando una persona
se estresa es más propensa a mantener hábitos perjudiciales para el corazón, como
fumar, beber demasiado o comer alimentos ricos en grasa, azúcar y sal
(MedlinePlus, 2020).

Puede complicar la habilidad de recuperación en caso de una enfermedad seria. Un


estudio sueco encontró que las mujeres que han sufrido ataques al corazón tienden
a tener menos oportunidades de recuperación si también se encuentran
experimentando estrés matrimonial como la infidelidad, el abuso de alcohol, o la
enfermedad física o psiquiátrica de la pareja (American Psychological Association,
s.f.). Los estudios también demuestran que las personas que reaccionan con coraje
o que exhiben hostilidad frecuente (una conducta común en quienes viven bajo
estrés) tienen un riesgo mayor de padecer una enfermedad del corazón (American
Psychological Association, s.f.).

El estrés ha sido relacionado también con enfermedades gastrointestinales como


la colitis, gastritis y el síndrome de intestino irritable. El intestino y el cerebro se
desarrollan en la misma parte del embrión humano, por lo que no debería
sorprendernos que el tracto gastrointestinal cuente con un suministro muy rico de
terminaciones nerviosas, lo que ha llevado a que se le conozca en ocasiones como
“el pequeño cerebro”. Esta colección de células nerviosas es en parte responsable
de controlar la ansiedad y el miedo, lo que podría explicar por qué estas emociones
se pueden asociar con el funcionamiento colónico (International Foundation for
Gastrointestinal Disorders, 2019).

El sistema inmune se ve afectado por la exposición prolongada al estrés, ya que, al


estresarnos, se elevan los niveles de sustancias que disminuyen su funcionamiento,
lo que nos vuelve más susceptibles a contraer infecciones, prolonga la duración de
las enfermedades infecciosas y el tiempo de cicatrización de heridas, esto aunado a
que las personas expuestas a estrés crónico pueden presentar hábitos dañinos para
la salud como patrones de sueño alterados, mala alimentación, sedentarismo,
consumo excesivo de alcohol y tabaco (Gómez González & Escobar, 2006).

Los sentimientos de desesperación que acompañan al estrés pueden tornarse en


depresión crónica (American Psychological Association, s.f.). Tener dificultades para
manejar el estrés crónico, puede desgastar y abrumar a la persona, lo que puede
derivar en que con frecuencia no tenga un buen estado de ánimo, que su
productividad disminuya, sus relaciones interpersonales se vean perjudicadas,
tenga problemas para dormir y hasta podría resultarle difícil seguir adelante con su
rutina diaria (Mayo Clinic, 2020).

Los trastornos por ansiedad y depresión son causados en un 90% por el estrés
laboral, emocional, económico o social, y a su vez provocan en el organismo
consecuencias graves como alteraciones metabólicas: pérdida o aumento excesivo
del apetito y periodos de diarrea o estreñimiento, asimismo pueden presentarse
crisis de pánico y problemas de sueño, entre otros (Federación Mexicana de
Diabetes, 2015).

Altos niveles de estrés no manejados pueden facilitar también el abuso en el


consumo de sustancias psicoactivas (tabaco, alcohol y otras drogas), o a ser
personas consumidoras de fin de semana. Esta dependencia inicia cuando una
persona está deprimida, angustiada o estresada y empieza a consumir alcohol, por
ejemplo, para disminuir las tensiones. En ocasiones el consumo atenúa la ansiedad,
tristeza o los pensamientos negativos y de anticipación que generan angustia, por
lo que algunas personas pueden tomarlo como una especie de tratamiento que
combate sus malestares, lo que puede generar adicción (Universidad de
Guadalajara, 2010).

Es importante hacer énfasis en que, en el caso del consumo de sustancias, el estrés


es un facilitador, es decir, por sí sólo no genera conductas dependientes; no todas
las personas llegan a consumir o a presentar una adicción, influyen otros factores,
tales como la educación, la personalidad y el medio ambiente (Universidad de
Guadalajara, 2010).

Vivir con estrés de manera prolongada puede también generar síndrome de


burnout, que será descrito a detalle más adelante.

Así, podemos ver que el estrés afecta de múltiples maneras a nuestro organismo,
aunque existe una gran diferencia entre el estrés temporal, el cual ocasiona que los
efectos físicos sean de corta duración, al estrés crónico, con efectos sostenidos y
cuyo impacto será mayor. Mientras más tiempo se experimente estrés, el sistema
de reacciones físicas se mantendrá más activado, ocasionando mayores problemas
de salud (American Psychological Association, s.f.).

Las situaciones estresantes están presentes constantemente, ya sea como eventos


aislados y repentinos o en la vida cotidiana. A fin de reducir su impacto en nuestra
salud física y mental, es importante generar estrategias de afrontamiento adecuadas,
que son recursos psicológicos que ponemos en marcha para hacer frente a este tipo
de situaciones (Macías et al., 2013), y pueden ser aprendidas a lo largo de nuestro
desarrollo como personas.

4.2. Burnout en el personal docente


El ámbito de la educación es único en el sentido de que las maestras y los maestros
pueden influir en el bienestar de quienes les rodean. Por lo que es necesario poner
especial atención en el cuidado de su salud mental y bienestar. (Lever et al., 2017).

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La enseñanza es una carrera muy satisfactoria, sin embargo, el estrés asociado al
cuidado de las y los estudiantes, la comunicación con las familias, los trámites
administrativos, la planificación de actividades académicas y la carga de trabajo,
entre otras cosas, puede ejercer una presión importante sobre las y los profesionales
de esta área e influir sobre su salud mental y bienestar. Estos altos niveles de estrés
pueden conducir al agotamiento o burnout del profesorado (Gastaldi et al., 2014).

El agotamiento o burnout es una alteración en el estado de bienestar y la


funcionalidad de la persona que se relaciona con su área laboral, y que se manifiesta
por alteraciones conductuales, somáticas, emocionales y/o intelectuales. Además
es un síndrome conceptualizado como resultado del estrés crónico en el lugar de
trabajo que no se ha manejado con éxito (Gastaldi et al., 2014). De acuerdo con
Bosqued (2006), se pueden distinguir diferentes grados en el burnout:

 Leve: las manifestaciones y síntomas generan un malestar, insatisfacción y


agotamiento, que entorpecen levemente la vida y la labor diaria.
 Moderado: las manifestaciones se agudizan, el estrés, la insatisfacción y el
agotamiento son constantes, los síntomas físicos se incrementan y la labor
diaria se ve perjudicada.
 Grave: los síntomas y manifestaciones tienen una intensidad elevada, pueden
aparecer patologías asociadas, el agotamiento, el desinterés y la insatisfacción
es total, las relaciones interpersonales se encuentran alteradas y la actividad
laboral se ve notablemente afectada o incluso se ha suspendido.

Maslach et al., (1996) describen 3 grupos de síntomas principales: agotamiento


emocional, (la persona se ve sobrepasada por las demandas laborales y disminuye
su energía), despersonalización (cinismo, la persona muestra desapego por el
trabajo), sentimientos de ineficacia (la persona se percibe con una falta de desarrollo
personal).

También existe una amplia variedad de síntomas relacionados al burnout que


pueden categorizarse de la siguiente manera (Bosqued, 2006):

 Cognitivos: las personas se vuelven intolerantes, rígidas, inflexibles, o cerradas


en su forma de pensar y ver el mundo. Pueden aparecer dudas, olvidos e ideas
de culpabilidad.
 Afectivos: abatimiento, miedo, vacío emocional y enfado. Marcado
aburrimiento y desinterés.
 Conductuales: suele haber un declive en la productividad, distracción, pueden
aparecer reacciones agresivas. Es posible que discutan, se quejen, y también
aumenta la probabilidad de sufrir accidentes. Algunas personas aumentan el
consumo de alimentos, café, alcohol, tabaco u otras drogas.
 Físicos: agotamiento físico, fatiga crónica, aumento de las enfermedades en
general, alteraciones del apetito, contracturas musculares, cefaleas,
hipertensión arterial, disfunciones sexuales, insomnio. Pueden aumentar los
trastornos gastrointestinales y sufrir alteraciones significativas en el peso.
 Relacionales: aparecen dificultades en la comunicación, aislamiento. En
general, suele haber un aumento de los conflictos interpersonales, con
frecuentes discusiones, peleas e irritabilidad.

Las maestras y los maestros que experimentan síndrome de burnout pueden


presentar sentimientos de agotamiento y fatiga, distanciamiento emocional de su
trabajo, actitudes negativas o cinismo relacionado con su trabajo, la percepción de
una pobre realización personal y una autoevaluación negativa del trabajo realizado.
El agotamiento extremo puede influir de forma negativa en las relaciones
interpersonales, la capacidad de empatía, la habilidad para desarrollar lecciones y
planes de trabajo, problemas somáticos, autoestima, autoeficacia y desempeño
laboral (Yang et al., 2009).

Cuando una persona tiene burnout, el riesgo de tener insomnio como síntoma aislado
es mayor (Armon, 2008). La depresión es frecuente en personas con burnout leve
(20.3%) y más cuando es grave (52.9%). El riesgo de tener un trastorno depresivo mayor
es 29 veces más alto en hombres y 10 veces mayor en mujeres si se tiene burnout grave
(Ahola et al., 2005).

En un estudio de Aldrete (2003), en población mexicana, donde se incluyeron


docentes de educación básica, se encontró que el 80% presentaba burnout global,
la misma investigadora en 2008, en docentes de media superior encontró un
porcentaje similar (80.8%) y en 2012, en docentes de preparatoria 50.4%; los factores
asociados en los diferentes estudios, fueron condiciones del lugar de trabajo,
contenido de la tarea y la interacción social (Juárez-García, 2014).

El burnout es un problema de salud y calidad de vida laboral, un tipo de estrés


crónico, como consecuencia de un esfuerzo frecuente cuyos resultados la persona
considera ineficaces e insuficientes, ante lo cual reacciona quedándose exhausta, con
sensación de indefensión y que la lleva a presentar una retirada psicológica a causa
del estrés excesivo y de la insatisfacción. En sus fases más avanzadas, el síndrome se
manifiesta como una sensación continua de no poder más, de estar al límite de las
fuerzas, de estar a punto de venirse abajo. Incide de manera plena en el núcleo de la
persona. Su instauración es lenta e insidiosa, de manera que los cambios se producen
lenta y paulatinamente, por lo que quien lo vive no llega a percatarse de la verdadera
magnitud del problema que le está asaltando (Bosqued, 2006).

Asimismo, es importante señalar que el síndrome de burnout no es solamente tedio


en el trabajo, ya que es el resultado de presiones emocionales repetidas que no
tienen nada que ver con el aburrimiento o la repetición insatisfactoria de esquemas
y procedimientos. Tampoco es una insatisfacción laboral de tipo general, pues
quienes lo padecen no aborrecen su trabajo ni manifiestan insatisfacción con él o

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en él, sino que afirman de manera categórica su incomodidad y su incapacidad
fisiológica y emocional para seguir adelante por las circunstancias que se dan y que
se concretan en el desarrollo diario de su labor, en un entorno específico que en
nada contribuye a liberar o evitar la presión existente (Bosqued, 2006).

Con base en lo anterior, es necesario identificar y brindar estrategias para la


prevención del burnout o agotamiento, las cuales incluyen acciones para aumentar
el bienestar, autocuidado y el desarrollo de estrategias para la resiliencia (McNutt &
Watson, 2015) y pueden ser las siguientes:

 Mantener relaciones interpersonales saludables. Estas son importantes, ya


que aceptar la ayuda de quienes se preocupan por nosotros nos fortalece y
nos hace sentir mejor.
 Desarrollar objetivos realistas para el cumplimiento de metas, llevar a cabo
acciones pequeñas, pero de forma constante, permite avanzar hacia objetivos
mayores.
 Desarrollar una visión positiva sobre la propia persona; la confianza en las
fortalezas propias y en la capacidad para resolver problemas, aumenta el
sentido de autoeficacia, favoreciendo la autoestima.
 Desarrollar la capacidad de autorregulación y manejo de sentimientos,
aumentando el reconocimiento y verbalización de emociones.

Tomando en cuenta que la docencia es una actividad que puede ser una fuente
generadora de estrés, es importante que el personal preste atención a sus necesidades
y a sus sentimientos, participe en actividades que disfrute y encuentre relajantes, para
cuidar de sí, ya que esto favorece el mantener la mente y el cuerpo preparados para
enfrentar situaciones que requieren resistencia.

4.3. Violencia
Para abordar el tema de “la violencia” o “las violencias”, nos encontramos frente a
un sinnúmero de manifestaciones de conducta de personas o grupos sociales, que
podemos observar en cualquiera de los círculos sociales a los que pertenecemos o
frecuentamos y/o reconocer en nosotras/os mismas/os.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la violencia es el uso


intencional de la fuerza física, amenazas contra sí mismo/a, otra persona, un grupo
o una comunidad que tiene como consecuencia o es muy probable que tenga como
consecuencia un traumatismo, daños psicológicos, problemas de desarrollo o la
muerte (OMS, s.f.).

La violencia generalizada se ha convertido ya en un problema social tanto por el


impacto que tiene sobre la salud física y mental de personas y grupos sociales, como
por los ciclos de agresión que parecieran reproducirse en todos los ámbitos de
convivencia, sean escuelas, trabajo o familias, en la calle y en el transporte. El costo
social pagado en materia de salud personal y pública, en bienestar social y
economías laceradas, es cada vez mayor. Aunque actualmente se visibiliza en todos
los grupos sociales, la violencia afecta con mayor frecuencia a niñas, niños, mujeres,
personas de la tercera edad o a quienes viven con algún tipo de discapacidad. Tiene
diferentes formas de acción en escenarios diversos, parece estar presente en las
interacciones de los estados, las comunidades, en las familias y en las personas sin
distinción de edades o niveles socioeconómicos.

La Figura 1 muestra la clasificación utilizada en el Informe mundial sobre la violencia


y la salud emitido por la OMS (2002):

Figura 1. Tipos de violencia según la clasificación de la OMS

Tipos de violencia

Dirigida contra uno mismo Interpersonal Colectiva


Aquella que una persona se Emitida por una persona o un Inflingida por grupos más
autoinflinge grupo pequeño de personas grandes como el Estado,
hacia otras grupos políticos organizados,
milicias u organizaciones
terroristas

Comportamiento suicida Intrafamiliar o de pareja


(pensamientos, Violencia comunitaria
planeación, ejecución) Dirigida a miembros de la Uso instrumental de la violencia por
Se produce entre individuos
familia o compañeros personas que se identifican a sí
Autolesiones no relacionados entre sí y que
sentimentales mismas como miembros de un
pueden conocerse o no;
Automutilación Suele acontecer en el acontece generalmente fuera grupo frente a otro grupo o
hogar, aunque no del hogar. conjunto de individuos, con objeto
exclusivamente. de lograr objetivos políticos,
económicos o sociales

Violencia juvenil Conflictos armados dentro de


Maltrato de niñas y niños Actos violentos azarosos los Estados
Violencia hacia la pareja Violaciones y agresiones sexuales Genocidio
Maltrato de personas Violencia en isnstituciones como Represión
adultas mayores escuelas, lugares de trabajo, Violaciones a DDHH
prisiones y residencias para
Terrorismo
adultos mayores
Crimen organizado

Fuente: Elaboración propia con base en información de OMS (2002).

Esta clasificación tiene también en cuenta la naturaleza de los actos violentos, que
pueden ser físicos, sexuales o psíquicos, o basados en las privaciones o el abandono, así
como la importancia del entorno en el que se producen, la relación entre quien la emite
y quien la recibe, y en el caso de la violencia colectiva, sus posibles motivos (OMS, 2002).

Por otro lado, la violencia de género es una de las manifestaciones que ha


aumentado en las últimas décadas y ha sido debatida y estudiada con la finalidad
esencial de erradicar esta vivencia de sufrimiento y dolor que experimentan

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muchas mujeres a nivel mundial (Solizko, 2013). El Fondo de las Naciones Unidas
para la Infancia (UNICEF), define a la violencia de género como el término que se
utiliza para poner de relieve la vulnerabilidad de las mujeres y las niñas a las diversas
formas de violencia en los lugares donde son víctimas de la discriminación por el
solo hecho de ser mujeres (UNICEF, s.f.).

Un aspecto fundamental de la violencia de género contra las mujeres y las niñas es


que la violencia se utiliza en las culturas de todo el mundo como una forma de
preservar y mantener su subordinación respecto del hombre. Es decir, los actos de
violencia contra las mujeres y las niñas son a la vez una expresión y una vía para el
reforzamiento de la dominación masculina, no sólo sobre las mujeres y las niñas
individuales, sino las mujeres como una categoría entera de personas. Esta violencia
tiene sus raíces en los desequilibrios de poder y desigualdad estructural entre
hombres y mujeres (UNICEF, s.f.).

De acuerdo con lo señalado en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida
Libre de Violencia (2007), los 6 tipos de violencia que se ejercen en México contra
las mujeres son:

 Violencia psicológica. Cualquier acto u omisión que dañe la estabilidad psicológica;


puede ser negligencia, abandono, rechazo, restricción a la autodeterminación,
marginación, humillaciones, insultos, celotipia, etc. Puede llevar a la depresión, al
aislamiento, a la devaluación de la autoestima e incluso al suicidio.
 Violencia física. Cualquier acto que inflige daño no accidental usando la fuerza
física o algún tipo de arma u objeto que pueda provocar o no lesiones.
 Violencia patrimonial. Cualquier acto u omisión que afecta la supervivencia.
Se manifiesta en la transformación, sustracción, destrucción, retención o
distracción de objetos, documentos personales, bienes y valores, derechos
patrimoniales o recursos económicos destinados a satisfacer sus necesidades
y puede abarcar los daños a los bienes comunes o propios de la víctima.
 Violencia económica. Es toda acción u omisión por parte de quien emite la
violencia que afecta la supervivencia económica de la víctima. Se manifiesta
en limitaciones que tienen como propósito controlar el ingreso de sus
percepciones económicas, así como la percepción de un salario menor por
igual trabajo, dentro de un mismo centro laboral.
 La violencia sexual. Es cualquier acto que degrada o daña el cuerpo y/o la
sexualidad de la víctima y que por tanto atenta contra su libertad, dignidad e
integridad física. Es una expresión de abuso de poder que implica la
supremacía masculina sobre la mujer, al denigrarla y concebirla como objeto.
 Cualesquiera otras formas análogas que lesionen o sean susceptibles de dañar
la dignidad, integridad o libertad de las mujeres.
En el marco de la violencia de género, se ubica el feminicidio que, de acuerdo con
Marcela Lagarde (s.f.) “es una ínfima parte visible de la violencia contra niñas y
mujeres, sucede como culminación de una situación caracterizada por la violación
reiterada y sistemática de los derechos humanos de las mujeres. Su común
denominador es el género: niñas y mujeres son violentadas con crueldad por el solo
hecho de ser mujeres y sólo en algunos casos son asesinadas como culminación de
dicha violencia pública o privada” (p 1).

Este término se utiliza para nombrar a los asesinatos de mujeres que expresan la
violencia de género y es una alternativa al tipo criminal homicidio, cuya neutralidad
es muy cuestionable (Solyizko, 2013). El feminicidio ocurre cuando “las condiciones
históricas generan prácticas sociales agresivas y hostiles que atentan contra la
integridad, el desarrollo, la salud, las libertades y la vida de las mujeres” (Lagarde,
2005, p 151), es decir, su designación tiene como marco no solo el asesinato de una
mujer por el hecho de serlo, sino también la impunidad que regularmente
obstaculiza o impide que se resuelvan este tipo de delitos (Lagarde, 2005; Solyizko,
2013).

En el contexto educativo, una de las formas de violencia que se presenta con mayor
recurrencia es el acoso escolar, el cual se entiende como aquellas conductas de
intimidación, hostigamiento y acoso físico o psicológico, ejercidas de forma
intencional por un/a escolar contra otro/a. A diferencia de una relación conflictiva
entre compañeros/as, en el acoso la relación entre quien ejerce la violencia y quien
la recibe, es asimétrica, y las conductas de hostigamiento son continuas (Fernández
Alonso & Herrero Velázquez, 2014). Las y los estudiantes que viven acoso escolar no
suelen defenderse, al principio creen que ignorando a quienes les acosan, el acoso
se detendrá. Tampoco suelen decir a sus familias y docentes que están viviendo
acoso por temor. Por ello es necesario generar tanto en la escuela como en la familia
apertura para que niñas, niños y adolescentes platiquen lo que ocurre en la escuela
y se pueda intervenir para detenerlo (Fernández Alonso & Herrero Velázquez, 2014).

Existen distintos tipos de acoso o maltrato escolar entre iguales:

 Maltrato físico: se produce haciendo uso de la fuerza, como golpear, asaltar,


retener en contra de su voluntad.
 Maltrato psicológico: conductas que tienen como objetivo dañar su imagen frente
al grupo, intimidar o intentar su exclusión social. Son formas de acoso psicológico:
o Agresión verbal: insultos, descalificaciones personales, ridiculizar su
aspecto, humillar públicamente, difundir rumores injuriosos, hacer
burlas, poner sobrenombres insultantes.
o Exclusión social: ignorar, no dejar participar, y aquellos actos tendientes
a causar la exclusión y el aislamiento del grupo de clase o de amistades.
o Amenazas: verbales o instrumentales, con objeto de producir miedo e
inseguridad, y de obligar a hacer cosas mediante el chantaje.
 Romper, esconder o robar las pertenencias de la víctima.
 Acoso sexual entre pares: acosar sexualmente mediante actos o comentarios.

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 Ciberacoso: acoso a través de las nuevas tecnologías de la información y
comunicación (mandar mensajes insultantes, fotografías, acoso a través de
chats, de la Red o del teléfono). El anonimato de quien emite la violencia y la
amplificación de sus efectos al enviar los mensajes a un elevado número de
personas hacen de esta forma de acoso, quizás la más nueva y potencialmente
peligrosa, la de más difícil intervención (Perren, 2011; Schenk & Fremouw, 2012;
Vazsonyi, 2012; Przybylski, 2017).

La violencia supone una enorme carga para las economías nacionales, con un costo
para los países de miles de millones de dólares anuales en atención sanitaria,
vigilancia del cumplimiento de la ley y pérdida de productividad. En México, la
creciente presencia en la vida cotidiana de las diferentes formas y manifestaciones
de violencia y su liga con la delincuencia han sido una constante preocupación de
la sociedad en las últimas décadas y este aumento manifiesto en las estadísticas
oficiales muestra que la violencia se extiende a nivel nacional. De acuerdo con el
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), se estima que en México,
durante el año 2017, hubo aproximadamente 25.4% de víctimas en edades de 18
años y más (INEGI, 2018), siendo la población joven el grupo social cuyo crecimiento
ha sido el más significativo, ya sea como emisor/a o como receptor/a de violencia.

Las violencias impactan directamente en la población infantil y juvenil, situaciones que


las y los docentes requieren tomar en cuenta en su ejercicio cotidiano, ya que pueden
favorecer el decremento o incremento de las condiciones de vulnerabilidad del
alumnado.

Datos de INEGI (2018), señalan que en 2016 del total de las defunciones por homicidios,
36% fue en adolescentes y jóvenes en un rango de edad de 15 a 29 años, lo que
representa más de un tercio de las muertes del país; 89% de las personas asesinadas
pertenecientes a este grupo poblacional, víctimas de asesinato en 2018 eran hombres
y 11% mujeres. Además, 41% contaba con educación secundaria y sólo 19% con
licenciatura. 80% tenían un empleo formal. Por otra parte, 48% de las jóvenes fueron
asesinadas en la calle; en el caso de los hombres se verifica en 60%. A 19% de ellas las
asesinaron en el interior del hogar; 8% en el caso de ellos.

Los siguientes datos muestran evidencia de la magnitud, complejidad y gravedad


que tiene la violencia en México:

 Seis de cada diez NNA entre 1 y 14 años han experimentado algún método
violento de disciplina infantil en sus hogares (jalones de orejas, bofetadas,
manotazos o golpes fuertes, privaciones alimenticias, encierros); la mitad ha
sufrido algún tipo de agresión psicológica por alguien de la familia (UNICEF, 2019).
 Durante 2015 se registraron 1,057 homicidios de NNA, es decir, 2.8 homicidios
diarios. El mayor porcentaje en menores de 18 años ocurre en el grupo
poblacional de 15 a 17 años (INEGI, 2016).
 En México, en 2016 se registraron 11,808 nacimientos en niñas de 10 a 14 años.
Los embarazos en niñas y adolescentes habitualmente están vinculados a
abuso sexual (Consejo Nacional de Población, 2018).

La violencia no se presenta como un hecho aislado, sino a través de ciertas formas


de relacionarse, como en la familia o el ámbito laboral, afectando siempre la
dinámica ambiental y el desarrollo de los núcleos sociales en que se presenta. La
violencia es un fenómeno que regularmente se replica por quienes la reciben, así,
un niño puede ser golpeado por su padre y no reacciona violentamente hacia él,
quizá por temor, o bien, influido por el ambiente en que se desarrolla (percibe quizá
que éste lo tiene permitido por ser el padre), pero en las relaciones que establece,
puede ejercer violencia contra sus pares más débiles que él, o bien, ejercerla en el
futuro contra sus descendientes.

Ahora bien, este fenómeno de violencia es prevenible y se puede reducir su impacto,


cuando se dirigen las medidas a atacar las causas subyacentes como el bajo nivel
educativo, la concentración de la pobreza, el desempleo, las relaciones parentales,
entre otros. Algunas medidas efectivas para abordar las causas referidas son los
programas escolares y sociales de prevención de violencias desde edades tempranas,
programas de desarrollo social, el fomento de relaciones familiares positivas y
enriquecedoras, procurando ambientes saludables y vínculos entre jóvenes de alto
riesgo y personas adultas que los cuiden. La reducción de factores de riesgo como el
fácil acceso al alcohol, tabaco y otras sustancias psicoactivas, armas de fuego,
discriminación y violencia familiar y comunitaria, sin duda nos ayudará a lograr la
formación de mejores entornos educativos y por ende, mejores personas.

4.4. Acoso laboral


El acoso laboral se da cuando una persona, ya sea, trabajadora o empleadora, realiza
conductas, hechos, palabras u órdenes, que tienen como fin agredir desacreditar,
desconsiderar o humillar a otra (Rojas, 2005). Así como el fenómeno de bullying es
como se conoce al acoso escolar, en el ámbito laboral se le denomina acoso
psicológico o mobbing. Para Fabiana (citada en Motta, 2008), es un
encadenamiento sobre un período de tiempo bastante corto de intentos o acciones
hostiles consumadas, expresadas o manifestadas, por una o varias personas, hacia
una tercera: el objetivo.

Arciniega (2005), habla sobre el concepto clínico de acoso moral del que afirma que
tiene ciertas características:

 un elemento subjetivo, intencional o finalístico, que es la acción intencional


por parte de quien agrede con dirección a una meta a lograr,

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 el elemento objetivo correspondiente a la conducta acosadora,
comportamientos hostiles reiterados en un periodo de tiempo, y
 la relación asimétrica, es decir, el desequilibrio de poder entre las dos partes
involucradas en el fenómeno.

Para que una conducta sea considerada como acoso laboral se deben tomar en
cuenta varios criterios (Farrington, 1993, citado por Ireland & Snowden, 2002):

 Debe de ser repetitiva. No es un evento de una sola ocasión, es una conducta


que es ejercida con frecuencia en el tiempo.
 Está basada en un desequilibrio de poder. Quien emite la violencia tiene poder
sobre quien la recibe, el poder es subjetivo en el ámbito laboral y se refiere al
puesto de trabajo, salario, relaciones empleador/a-empleado/a o empleado/a-
empleado/a donde una persona tiene más poder laboral sobre la otra.
 Una intención de causar miedo o hacer daño. La conducta no es accidental
ni inconsciente, el motivo principal de quien emite la violencia es causar
malestar en quien la recibe.
 Involucrar abuso físico, psicológico o verbal.
 No ser provocada por quien recibe la violencia, sino por quien la emite, que
no agrede ni acosa primero. La mayoría de las veces quien recibe no muestra
conducta de reacción hacia el acoso y permanece de manera pasiva.

Los motivos por los cuales una persona realiza mobbing varían. Para Verona Martel
(2014), la causa por la que una persona ocasiona a otra un daño tan grave como el
asociado al acoso psicológico es simple: quien acosa descubre a una persona que
cumple con características que le incomodan en su medio laboral, estas conductas
en un ambiente laboral “sano” serían consideradas como “buenas personas”.

La propia empresa y su clima laboral pueden ser la causa de que se manifieste el


acoso psicológico. López y Vázquez (citados en Martínez-Lugo, 2006), identifican
aspectos clave que favorecen la aparición del acoso en el trabajo:

 una pobre organización del trabajo;


 una deficiente gestión de los conflictos;
 un estilo de dirección autoritario;
 el fomento de la competitividad interpersonal como valor cultural;
 la ausencia de ética empresarial;
 la falta de formación en liderazgo;
 el fomento del clima de inseguridad personal y laboral;
 la persecución de la solidaridad, la confianza y el compañerismo como
valores sospechosos o anti empresariales;
 una alta burocratización;
 una elevada sobrecarga de trabajo, y
 que la productividad no sea evaluada de forma externa.
Cuando se da el acoso laboral en una empresa se afecta principalmente a quien lo
está viviendo, y puede haber consecuencias físicas y psicológicas, así como en su
bienestar general. Piñuel y Zavala (2001) identifican entre las consecuencias físicas
y de personalidad:

 Efectos cognitivos e hiperreacción química: inquietud/nerviosismo/agitación,


agresividad/ataques de ira, sentimientos de inseguridad, hipersensibilidad a
los retrasos, irritabilidad.
 Síntomas de desajuste del sistema nervioso autónomo: sofocos, sensación
de falta de aire, hipertensión/hipotensión arterial neuralmente inducida.
 Síntomas de desgaste físico producido por un estrés mantenido mucho
tiempo: dolores musculares y cervicales.
 Trastornos del sueño.
 Cansancio y debilidad: desmayos y temblores.

El acoso laboral puede generar incomodidad importante en todas las personas


involucradas, lo que puede llevar a alteraciones en la salud, una de las
consecuencias directas de esto es el burnout.

4.5. Consumo de sustancias psicoactivas y otras conductas


adictivas
La OMS definía las drogas como “toda sustancia que, introducida en un organismo
vivo, pueda modificar una o varias de sus funciones” (OMS, 1969, citada en Caudevilla,
2008). En 1982, en un intento por delimitar cuáles eran las sustancias que producían
dependencia, la Organización declaró como droga “aquella con efectos psicoactivos
(capaz de producir cambios en la percepción, el estado de ánimo, la conciencia y el
comportamiento) susceptible de ser auto-administrada” (OMS, 1982, citado en
Arévalo, 2016). La Comisión Nacional contra las Adicciones (CONADIC) menciona
que actualmente y desde la perspectiva médica y científica, se utiliza elvocablo
droga o sustancia psicoactiva, para hacer referencia a un gran número de
sustancias que introducidas en un organismo vivo son capaces de alterar una o
varias de sus funciones psíquicas, además que generan alteraciones que llevan a las
personas a seguir consumiendo, por el placer y, posteriormente, para evitar sentirse
mal (CONADIC, 2017).

Existen diferentes tipos de sustancias psicoactivas y formas de clasificarlas. Una de ellas


es por el estado legal que tienen, así se clasifican en drogas legales como el alcohol y el
tabaco; drogas ilegales como la mariguana, cocaína, heroína; drogas sintéticas como
la metanfetamina o el éxtasis; drogas de uso indebido como los inhalables y otras
drogas médicas que son las medicinas que se consumen fuera de prescripción. Otra
forma de agrupar a las sustancias psicoactivas es por el efecto que producen en el SNC,

25
así encontramos a las estimulantes (cocaína, anfetaminas, tabaco); depresoras (alcohol,
inhalables, opiáceos) y alucinógenas (mariguana, LSD, peyote).

Los efectos a corto y mediano plazo del consumo de sustancias psicoactivas pueden
ser distintos según la persona, la sustancia que se consume, así como la frecuencia.
Lo que es un hecho es que todas ellas tienen la capacidad de modificar la función y
estructura de algunas áreas del cerebro que son necesarias para planear, tomar
decisiones, regular nuestras emociones, socializar, entre otras.

Por otra parte, también existen algunos trastornos del comportamiento que son
conocidos como “adicciones comportamentales” y que afectan de manera
importante a las personas, por ejemplo, uso compulsivo de los videojuegos, de
internet, sexo, compras, entre otras.

Prevenir el consumo de sustancias psicoactivas u otras conductas adictivas implica


promover intervenciones sociales desde diferentes ámbitos para eliminar o
modificar factores de riesgo frente a su consumo y crear factores de protección para
evitar que las personas se inicien en el consumo, o bien, que este se convierta en
adicción y, por consiguiente, genere dependencia y problemáticas de salud física,
mental y del entorno social.

De acuerdo con las cifras que mostró la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas,
Alcohol y Tabaco –ENCODAT- 2016-2017 (CONADIC, 2017), se puede aseverar que las
intervenciones para la prevención de las adicciones más costo-efectivas son las que se
desarrollan desde la promoción de la salud antes del inicio de consumo de sustancias
adictivas, o bien, desde la prevención universal o selectiva, cuando el consumo es
experimental u ocasional (Martín del Campo, 2019). La población en general de una u
otra forma tiene o ha tenido conocimiento acerca de las sustancias psicoactivas, tanto
legales como el alcohol o tabaco, como otras ilegales, ya sea por contacto directo, por
parte de alguna experiencia familiar o social, o bien por los medios de comunicación,
de manera que resulta imposible ser ajenos al tema.

Las estadísticas nacionales advierten el crecimiento de personas consumidoras,


edades de inicio cada vez menores y un aumento importante en el consumo de
mujeres adolescentes. Las principales tendencias que se observan en la ENCODAT
2016-2017 son:

 Que la percepción de riesgo ante el consumo es cada vez más baja.


 Que se comienza a experimentar con las sustancias psicoactivas a edades
cada vez menores.
 Siendo las y los adolescentes (de 12 a 17 años) quienes presentaron el mayor
incremento en el consumo (114%) y entre este grupo, las adolescentes fueron
las que han tenido el mayor incremento (205%).
 Y que cada vez hay mayor disponibilidad de las drogas (es decir fácil acceso).
Los datos de la ENSANUT 2018, mencionan que la prevalencia actual de población
adulta que fuma es de 7.7% (12.5% hombres y 3.7% mujeres), la edad promedio de
inicio entre personas fumadoras es de 18.6 años. Con respecto al alcohol, 94.3% de
las personas consume alcohol, pero el consumo excesivo del mismo es de 43.6% en
hombres y 23.5% en mujeres.

Pese a este panorama, podemos decir con entusiasmo que la mayoría de las
personas en nuestro país no consume sustancias psicoactivas ilegales y una gran
parte de quienes deciden hacerlo, sobre todo adolescentes, no presentan aún un
trastorno por su consumo. De la población total que ha estado expuesta a la
prevención antes de consumir drogas, 5.1% consume cualquier droga (8.1%
hombres, 3.2% mujeres). En contraste, los porcentajes de consumo se duplican
(12.3% población total; 18.4% hombres. 5.6% mujeres) para quienes no han sido
expuestos a prevención. Específicamente, de la población entre 12 y 17 años que ha
participado en alguna actividad para prevenir el consumo de drogas, 3.3% reporta
consumo de cualquier droga alguna vez (3.5% hombres y 3.1% mujeres). El
porcentaje crece 3 veces (10.3%) en quienes no se han expuesto a programas de
prevención (10.1% en hombres y 10.6% en mujeres).

El consumo de sustancias psicoactivas es un fenómeno dinámico de muchas facetas,


por una parte, está la aparición clandestina y constante de nuevas sustancias que
pueden ser cada vez más adictivas, potentes, de contenidos químicos altamente
dañinos y de fácil accesibilidad por precio y disposición; y por otra, encontramos la
creciente normalización del consumo de algunas sustancias (como tabaco, alcohol o
cannabis), que genera la cada vez menor percepción de riesgo ante el consumo. Todo
ello, aunado a que el consumo y adicción a cualquiera de las sustancias psicoactivas
en NNA, tanto por las edades de inicio como por los porcentajes de incremento y
diversificación de estilos y modas de consumos, representa un riesgo para el
desarrollo saludable de las futuras generaciones y, por lo tanto, uno de los mayores
desafíos en materia de salud pública para nuestro país.

Es importante señalar que, si bien es cierto que una persona no desarrolla adicción
con el primer consumo de alguna sustancia psicoactiva, esto no quiere decir que
no represente un daño a la salud. El consumo de cualquier sustancia psicoactiva
representa riesgos a la salud para cualquier persona, y puede generar
consecuencias negativas en el estado de salud física y mental.

De acuerdo con el National Institute of Drug Abuse (NIDA) el “proceso adictivo”


comienza por el consumo experimental, que se refiere a cuando una persona
empieza a consumir, lo hace de manera infrecuente, puede ser por curiosidad,
pertenecer o encajar en un grupo o para conseguir un efecto agradable (ya sea
conseguir placer o anular un estímulo doloroso o negativo). Posteriormente, este
puede evolucionar hacia el abuso, es decir, cuando el consumo es más frecuente, y

27
finalmente puede llegar a la dependencia o adicción, es decir, cuando la persona no
deja de consumir pese a las consecuencias negativas.

En este último punto, las personas principalmente consumen para no sentirse mal,
ya que experimentan “abstinencia”, que es el malestar físico y psicológico que una
persona sufre al no tener la sustancia psicoactiva en su cuerpo. Cuando se
evoluciona a un trastorno, puede imposibilitar a la persona o separarle de sus
actividades cotidianas al afectar sus relaciones personales, sociales o disminuir su
capacidad económica, cosa que afecta directamente la salud mental y física de la
población, incidiendo en sus desempeños laborales y escolares (NIDA, 2020).

Como ya se señaló, las edades de inicio han descendido notablemente y el número


de adolescentes mujeres consumidoras ha aumentado. Es justo al inicio de la
pubertad y la adolescencia, con sus consecuentes cambios físicos, hormonales,
mentales, emocionales y sociales, que se ha incrementado el uso de sustancias
psicoactivas. Cabe recordar que, en estas edades, las y los adolescentes están
conociendo y comprendiendo qué pasa en su cuerpo, por qué se sienten diferentes,
qué quieren realmente lograr y el cómo hacer para sortear las dificultades de la vida
diaria.

Es aproximadamente entre los 21 y 25 años de edad, cuando el cerebro ha concluido


su proceso de maduración, por lo que el consumo de cualquier sustancia
psicoactiva en personas menores puede generar las siguientes consecuencias
(NIDA, 2020): afectar el sano desarrollo del sistema nervioso central; progresión más
rápida de la adicción; la toxicidad de las sustancias puede generar daños y
enfermedades a otros órganos como riñones, hígado, pulmones, entre otros; bajo
los efectos de las sustancias, se corre el riesgo de tomar decisiones de manera
mucho más impulsiva, como involucrarse en relaciones sexuales de riesgo,
accidentes o situaciones de violencia.

Adicionalmente, existen condiciones y contextos presentes en la vida de las y los


adolescentes que los llevan a una mayor predisposición debido al mayor número
de receptores y sensibilidad producida por sus cambios biológicos y hormonales,
que pueden involucrar estados emocionales de gran intensidad y sentimientos de
incomprensión por parte de madres, padres y docentes. Esto, a su vez, puede
favorecer estados depresivos, de ansiedad, déficit de atención en sus deberes,
trastornos de alimentación y acercamiento a otros círculos sociales o de carácter
personal, en los que buscan estados de bienestar y en donde pudieran enfrentarse
a situaciones de riesgo para el consumo de sustancias psicoactivas o desarrollar
algunas otras conductas adictivas.

Si además estos factores propios de la adolescencia se presentan en entornos de


violencia familiar o social, maltrato, abuso sexual y/o presión social, la necesidad de
pertenecer a grupos de iguales con los que se identifican y se sienten bien, por su
necesidad de aceptación, integración y de que se les tome en cuenta, puede
llevarles a imitar comportamientos o conductas de alto riesgo como pueden ser las
adicciones.

Se puede asegurar que la familia, la escuela y las comunidades, son escenarios muy
valiosos para la promoción de la salud y la prevención del consumo de sustancias
psicoactivas y otras conductas adictivas. Es indispensable fomentar ambientes
saludables, donde las personas y sobre todo las más jóvenes, tengan oportunidades
de fortalecer sus habilidades sociales, los vínculos entre amistades positivas, teniendo
la oportunidad de expandir sus redes de apoyo, de construir sueños, visualizar un
proyecto de vida, todo esto considerando valores a favor de la paz y el sentido
comunitario donde todas las personas son corresponsables del bienestar integral.

4.6. Crisis, duelo y pérdida


El duelo es un proceso biológico, psicológico y social que se presenta ante la pérdida
de una persona, animal, objeto o evento significativo. Es un proceso normal y
esperado cuya función es ayudar a procesar la pérdida; es doloroso y puede ser
incapacitante en ocasiones y suponer una regresión intensa en la manera en que
una persona se percibe a sí misma (Kubler-Ross, 1992).

Hoy en día es muy probable que la mayoría de las personas seamos plenamente
conscientes de la ansiedad y los desajustes emocionales que nos provoca la pérdida
de alguien a quien queremos, y podemos hablar de la profunda y prolongada pena
que nos aqueja por un tiempo indefinido. En ocasiones se ha pensado que el paso
por este momento debe de ser lo más rápido posible, pues llega a considerarse
como algo “patológico” y, por lo tanto, no deseado. Sin embargo, esto es un proceso
natural y esperado, por lo que no se debe considerar como algo “enfermo” y debe
promoverse la expresión y entendimiento de las emociones que inevitablemente
son consecuencia de la pérdida.

Todas y todos reaccionamos de forma diferente a la muerte y echamos mano de


nuestros propios mecanismos para sobrellevar con el dolor que conlleva. Aceptar la
muerte de una persona significativa puede tomar desde meses hasta un año o más.
No hay una duración “normal” de duelo. No se debe anticipar qué va a pasar (“fases
de duelo”), ya que, de acuerdo con la American Psychological Association (APA),
algunas investigaciones recientes han sugerido que, aun cuando se han identificado
las fases del proceso de duelo, la mayoría de las personas no pasan porestas de forma
progresiva (APA, 2014).

Fase 1: Afrontar la pérdida. Dentro de esta fase se producen los mecanismos de


defensa, que se presentan de manera natural, siendo lo más común la negación, sin

29
embargo, con el tiempo irá disminuyendo permitiendo así la externalización de las
emociones que son normales e incluso favorables para el manejo de la pérdida.

El apoyo emocional en los primeros momentos es crucial, de esto depende con


frecuencia, que sea más fácil o difícil el proceso posterior. Pueden llegar a
presentarse síntomas físicos como taquicardia, palpitaciones, opresión en el pecho,
sensaciones como tener un nudo en la garganta, vacío en el estómago, dolor de
cabeza, boca seca, mareo, cambios de humor, impaciencia, falta de concentración,
fatiga física y psicológica. Es necesario identificar y señalar los síntomas con el fin de
evitar conductas poco favorables como el consumo de sustancias (tabaco, alcohol y
otras), el aislamiento social y promover la comunicación con las personas queridas,
hablar de la pérdida y evitar la rumiación excesiva y los pensamientos irracionales.

En esta fase la necesidad de acompañamiento de profesionales de la salud mental


traerá muchos beneficios al compartir su experiencia dolorosa, ya que esto le
permitirá contar con la contención emocional que necesite durante su proceso.

Fase 2: Rituales alternativos para trabajar las emociones durante el duelo. Es muy
relevante indagar el contexto sociocultural y conocer cuáles han sido los rituales o
tradiciones ante la pérdida de familiares y/o amistades ya que estos son un acto
simbólico que nos permite procesar un evento psicológico en la realidad. Otra de
las funciones de un ritual es verlo como “la despedida” que ayudará a expresar las
emociones ante una pérdida favoreciendo el proceso de duelo mediante el
acompañamiento de los otros, aliviando el dolor emocional.

De igual manera, es comprensible que se quiera estar a solas y no compartir


socialmente la pérdida o hacerlo únicamente con sus familiares, es importante que
lo anuncie para que las demás personas no se preocupen y/o eviten forzarle a
realizar algo que no quiere en ese momento.

De acuerdo con Buckman (citado en Osiris, 2020), hay entornos culturales que
favorecen la expresión y exteriorización de sentimientos en relación a la pérdida,
mientras que otros los inhiben, exigiendo una actitud estoica y valiente, de ahí la
importancia de conocer el contexto cultural, incluso el lenguaje que se emplea para
hablar de la pérdida, donde se recurre a diferentes eufemismos para no decir lo que
realmente pasa.

Fase 3: Adaptarse a la pérdida e integrarla a la experiencia de vida. En esta fase es


necesario recordar que el proceso de duelo no es rápido ni fácil, sin embargo hay
muchas formar de apoyarle y recordarle que, aunque lo que intenta hacer no es fácil,
tampoco es imposible. Debe alentar y validar sus esfuerzos y explorar todas las
alternativas que le puedan ayudar. De igual manera, es importante que la persona
aprenda a manejar e integrar su proceso de duelo. Es conveniente promover que
retome actividades o proyectos previos, debe ir poco a poco recuperando condiciones
previas de su vida y evitar acciones desadaptativas como el abuso de sustancias u otras
condiciones que más que ayudar a afrontar la pérdida, detienen el proceso.

Se tiene que hacer una identificación de los recursos que ha aprendido durante este
proceso con el fin de fortalecer su experiencia de vida. Algunas personas al final del
proceso podrán incluso establecer alguna meta realista la cual buscarán emprender
derivado de esta pérdida en sus vidas.

Cuando pasamos por un proceso de duelo es necesario llevar a cabo algunas


medidas de autocuidado físico y psicológico (Osiris, et al., 2020, Chaim, 2015):

 Dedicar un tiempo para el descanso y la reflexión.


 Realizar actividad física.
 Realizar actividades lúdicas (lectura, escritura) o al aire libre, si se encuentran
en lugares adecuados.
 Hacer referencia a la persona en duelo que es necesario tener una
alimentación adecuada y debe dormir las horas razonables de acuerdo a su
edad, sin olvidar que tendrá alteraciones normales en estos dos ambientes.
 El que reconozca y acepte sus emociones y no limitar la expresión de las
mismas. Recordarle que, dado el proceso, tiene la posibilidad de mostrar sus
emociones cuando sea necesario.
 Es esperado tener emociones y sensaciones de soledad, tristeza, enojo y
angustia. Se le sugiere mantener comunicación con amistades, familiares o
personas que aprecia mediante el uso de los diferentes medios de
comunicación incluyendo los recursos en línea.
 Recordar que debe cuidarse y cuidar a su familia.
 Puede solicitar ayuda a personas de confianza para realizar tareas que
considera difíciles en estos momentos, por ejemplo, el cuidar de sus hijas e
hijos, el sacar a pasear a la mascota, etc.
 Hay que enfatizar que la persona puede ayudar a otras que también están
enfrentando la pérdida.
 Puede escribir una carta en donde exprese su sentir hacia quien falleció:
elaborar un álbum o presentación en donde exponga los buenos momentos
que pasaron y/o realizar un dibujo donde se exprese su sentir.
 Recordarle que debe de tomarse su tiempo para decidir sobre las pertenencias
de su familiar.

4.6.1 Duelo en niñas, niños y adolescentes


Es frecuente que las personas adultas busquen mitigar o evitar el dolor que causa
la pérdida en niñas, niños y adolescentes, como mecanismo de protección, sin
embargo, esto no es posible. La alternativa es que les acompañen en el proceso para
ayudar a encontrar habilidades y capacidades para afrontar las pérdidas (Kubler-

31
Ross, 1992). Para ello, es importante conocer las distintas formas en la que NNA
entienden el concepto de la muerte y las formas de respuesta habituales.

De acuerdo con De Hoyos López (2015), el proceso de duelo en niñas, niños y


adolescentes es similar al de las personas adultas, pero se diferencian en la
dependencia del cuidado y en las formas para expresar las emociones y
sentimientos. Las emociones y respuestas, así como los efectos varían de acuerdo a
los contextos de las personas y de los recursos que cuenten para afrontarlos. No
existe una sola forma de pasar por el proceso de duelo, por lo que no tiene un
tiempo definido. Para ellas y ellos es importante conocer los hechos de la muerte
de una persona significativa de forma directa, honesta y clara, aunque también
requiere que se adapten los contenidos al nivel del desarrollo y de comprensión, por
lo que se necesita que las personas adultas mantengan flexibilidad del
acompañamiento según el momento emocional que presenten.

En edad escolar y en adolescentes, las reacciones ante la muerte de un ser querido


(Díaz, 2016), son las siguientes. En el periodo de los 6 a los 11 años, el concepto de
muerte se acerca al real. Alrededor de los 9 años ya se entiende la universalidad y la
permanencia del fallecimiento de una persona; tienen miedo de que sus padres y
madres mueran, y en consecuencia buscan cuidarles señalando los peligros que les
rodean, así como las medidas para mitigarlos (revisar cinturones de seguridad en el
coche, marcar la incongruencia en el uso del cubrebocas, etc.). Es necesario ayudarles
a desarrollar una explicación de la muerte que les haga sentido, describiendo de
forma simple y honesta lo sucedido, preguntando qué es lo que están entendiendo
y tomándose el tiempo para aclarar cualquier interpretación incorrecta.

En estas edades es común la curiosidad y la necesidad de razonarlo todo para dotar


de sentido a su mundo. Preguntan sobre la causa de muerte, los efectos en el
cuerpo, el funeral, la incineración y si eso es algo que ellas y ellos podrían hacer.
Repiten los hechos y las preguntas alrededor del fallecimiento para confirmar lo que
ya saben. Centran los sentimientos de pérdida en cosas concretas, como la molestia
por las actividades que ya no podrán realizar con la persona fallecida.

Es normal que haya ligeros retrocesos en el desarrollo, como pérdida de control de


esfínteres, volverse a chupar los dedos, etc., así como cambios en los hábitos de
sueño, y pueden presentar problemas de concentración y dolores en el cuerpo sin
causa médica. También es común que estén irritables y que realicen algunas
conductas que comprueben la realidad de la pérdida, como hacer enfadar a la
persona que les cuida a ver si la persona fallecida regresa, clamar la presencia de
quien murió o apelar a ciertas conductas de la persona fallecida para justificar sus
reacciones actuales.

Las y los adolescentes, entre los 12 y los 16 años, ya tienen un concepto muy similar
al de las personas adultas sobre la muerte. Está ligada a la globalidad de la pérdida
por eso pueden angustiarse ante la idea de cómo continuar la vida. Pueden adoptar
conductas muy protectoras con las personas a su alrededor y buscar no hablar
sobre lo sucedido para no causar mayor pena a familiares. En este tenor, buscan
hablar y encontrar eco a sus ideas en compañeras/os de clase, así como amistades
de su edad, docentes, etc., más que hablarlo con personas cercanas. Por ello, el rol
de las y los docentes para acompañar el duelo es fundamental en esta etapa.

Las y los adolescentes reflexionan mucho sobre el fin de la vida y la trascendencia


de vivirla, buscarán una explicación más al por qué de la vida y la forma de hacerlo,
más que la muerte en sí misma. Esto puede venir acompañado de una forma de
desesperanza ligada a la frase “ya no vale la pena seguir viviendo” que puede
conllevar a periodos de tristeza muy profunda o a tener actitudes de riesgo como
inicio o aumento en el consumo de alcohol, tabaco o alguna droga. Por otra parte,
en esta etapa se vive mucha confrontación con las madres y los padres. Es
importante conocer si la o el adolescente se encontraban molestos con quién
falleció y si existen sentimientos de culpa.

El duelo no es una enfermedad, pero puede complicarse o volverse persistente si


no se brindan las condiciones para transitarlo. Se debe prestar atención a los
siguientes signos de alarma en adolescentes:

 Alteraciones en el patrón del sueño o la alimentación que no ceden después


de un tiempo, así como pesadillas persistentes.
 Alteración en la concentración y aumento de los accidentes que pueden
incluso significar riesgos importantes para la integridad.
 Irritabilidad extrema que puede venir acompañada de demostraciones de
agresividad y que no se ajusta cuando se retoman las rutinas.
 Aislamiento extremo; esto es, que no quieren ver a sus amistades, familiares
y terminan con todas las formas de comunicación.
 Actividades de riesgo como el consumo problemático de alcohol o drogas ya
sea por frecuencia o por intensidad, muy relacionado con la idea de que “ya
no puede pasar nada peor”.
 Ideaciones suicidas, materializadas como “no vale la pena seguir viviendo” o
con planes para hacerlo.
 Culpa que no cesa: ideas persistentes de que la persona fallecida está
enfadada, dolida o poco orgullosa de él o ella.
 Incapacidad para retornar a las rutinas habituales.

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