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TEMA: 4. LOS DERECHOS SUBJETIVOS Y LA RELACION JURÍDICA.

Concepto de Relación Jurídica.


Relación jurídica: es la que se produce entre dos o varias personas, públicas o privadas, en virtud de la cual una
(o algunas) puede exigir algo, una conducta, de otra (u otras), con ayuda de la coacción del poder público.
Intuitivamente la gente (los juristas también, en general) ha contemplado siempre al Derecho como un tejido, un
entrelazamiento de facultades y deberes en cierta correlación, mediata o inmediata. Es decir: yo tengo que pagar los
impuestos al Estado, quien tiene la facultad de exigirlos. El Ayuntamiento debe ejercer sus competencias, aun cuando
puede en muchos casos elegir las obras o prestaciones a desarrollar, y los vecinos no pueden exigirle, sino que proceda
con arreglo a las leyes. El comprador que pagó la cosa puede reclamar su entrega, y el vendedor ha de dársela. Marido
y mujer pueden exigirse recíprocamente una conducta con arreglo a la disciplina jurídica del matrimonio y su
economía. Entre, todas estas personas, Estado y contribuyente, Ayuntamiento y vecinos, comprador y vendedor,
marido y mujer, media una relación jurídica, si quiera muy diversa según los casos.
Concepto de Derecho Subjetivo.
Derecho Subjetivo: El Derecho Subjetivo es la facultad o poder de un sujeto de exigir algo a otro, o eventualmente
una abstención a todos, bajo coacción pública. Es el lado activo de la relación jurídica: derecho del acreedor al
cumplimiento de la obligación, o del usufructuario al goce de la cosa usufructuada sin interferencia de nadie, o del
accionista al reconocimiento y efectividad de su condición de tal (derecho al dividendo o a participar en la junta
general), etc. (Derecho que recae sobre la persona).

a) ADQUISICIÓN Y PÉRDIDA DE LOS DERECHOS.

Adquisición
Los derechos se adquieren por nacer ex novo en la persona de su titular o porque éste los ha recibido de un titular
anterior: es decir, por modo originario (ocupación (hallazgo o tesoro) y usucapión) o derivativo (herencia o
compraventa).
Usucapión: por preinscripción adquisitiva en un tiempo determinado. (poseer de forma pública, pacífica y
continuada).
La prescripción siempre es a

Ej.: B ha estado poseyendo la propiedad y a los 30 A le pone una demanda; B puede excepcionar dos cosas:
la usucapión o prescripción adquisitiva, o la extinción del plazo de A para realizar la acción reivindicatoria.
Los modos originarios suponen una adquisición sin relación con la titularidad anterior sobre el derecho, que
Acción-Excepción
instancia de parte.

puede no existir. El titular no recibe tal derecho de nadie: este nace a la vez que se le atribuye, y precisamente
a través de su atribución.
Frente a la atribución originaria, la derivativa supone la comunicación, al nuevo adquiriente, de un derecho
que ya tenía alguien, y que llega a ese titular como procedente del antiguo, mediante una causa que justifica
la transferencia, y en el estado y con los caracteres que tenía hallándose en poder del titular de origen. Se habla
entonces de transmisión del derecho o de sucesión en el derecho, como en el caso de que yo compre una casa a
Crispín: éste me transmite la casa, y yo sucedo en la propiedad que de ella tenía Crispín: a mi adquisición, entonces,
por ser de un derecho que ya tenía otro y realizaba con el concurso del anterior titular, se le aplica la regla nemo plus
iuris ad alium transferre potest quam ipse habet; nadie puede transferir a otro lo que él mismo no tiene, ni tampoco,
por tanto, transmitir como libre de cargas la cosa que tiene gravada con usufructo o una servidumbre; o ceder un
derecho de propiedad cuando únicamente tiene uno de censo, etc. Es ésta una característica de la adquisición
derivativa, de la cual no participa la originaria.

PÉRDIDA
La titularidad de un derecho puede perderse por diversas causas: enajenación; desaparición física del sujeto o el objeto; privación
del derecho por los tribunales o por la ley; prescripción, etc.
De entre estas causas, me ocupo ahora de la renuncia, y seguidamente de la prescripción.
La renuncia supone la dejación de la titularidad de un derecho - o de una facultad de adquisición- por voluntad de su
titular, que lo extingue. Es, en sí, un acto unilateral: es el titular solo quien la realiza, sin necesidad de que su voluntad
sea vinculada por otra en el abandono del derecho: tal abandono vale por la única manifestación del titular,
acompañada en su caso de ciertos actos materiales (derelictivo). La aceptación de la renuncia podría servir, a lo más,
en algunos casos, para hacerla irretirable.
Según el art. 6º.2 CC., la renuncia a los derechos reconocidos por la ley sólo será válida cuando no contrarie el interés
o el orden público ni perjudique a terceros (perjuicio de acreedores).
Se refiere el precepto a derechos como los de estado civil, posiciones familiares y tutelares, atributos y bienes de la
personalidad, la propia capacidad, libertades fundamentales, etc., cuya dejación parece contraria a la ética
comúnmente aceptada o a las concepciones políticas básicas (cfr. Art. 1814 CC.). También a derechos que se
confieren al titular en interés ajeno, como medio de cumplir deberes con un aspecto primordial de función, y cuyo
ejercicio, por consiguiente, es necesario y no puede ser renunciado: la patria potestad, por ejemplo. Y evidentemente,
no cabe la renuncia de unos derechos cuando la ley lo prohíba, como sucede con la herencia, los alimentos o la
legítima futuros, o con el derecho a la estabilidad en los arrendamientos de viviendas, locales de negocio y fincas
rústicas regulados por leyes especiales. En la legislación laboral, la irrenunciabilidad de los derechos de los
trabajadores la regla.
Tampoco vale renunciar, en perjuicio de los acreedores, ya a la prescripción ganada (art. 1937 CC.), ya, en general,
a oportunidades de adquisición (art.1001 CC.).

b) PRESCRIPCIÓN EXTINTIVA Y CADUCIDAD.


i) Prescripción extintiva.
(1) Concepto y elementos.
La manifestación más notable de la influencia del paso del tiempo en la atribución y existencia de los derechos es,
sin duda, la llamada prescripción, que el CC. regula en un título específico (art. 1930 y ss.) como causa de adquisición
y pérdida de aquéllos: adquisición, mediante la usucapión o prescripción adquisitiva; extinción, a favor de la
prescripción extintiva. Esta última opera a partir de la inactividad de un titular mantenida durante el tiempo señalado
por la ley, y permite desde entonces al deudor -si no ha mediado reconocimiento suyo- rechazar la reclamación del
acreedor (en su caso, permite al poseedor eludir la vindicación del titular antiguo del derecho real). Por ejemplo, si
una deuda no se reclama en cinco años, ha prescrito, y si el acreedor demanda después al deudor, tratando de cobrarla,
a tal deudor le basta, para ser dispensado de pagar, con alegar la prescripción.
La prescripción extintiva se funda en la necesidad de seguridad jurídica: los derechos deben tener titulares ciertos, y
por eso las titularidades contrarias a una situación de hecho no pueden persistir indefinidamente: no puedo reclamar
la servidumbre se pasó que dejé de practicar hace cuarenta años, ni el usufructo de la finca que abandoné entonces.
Dígase lo mismo de los créditos que no se reclamaron en su día: no es concebible que los herederos de los afectados
por el incendio de Roma pidan resarcimiento a los herederos de Nerón o al Estado italiano; y la demostración de
haber cumplido, tampoco puede exigirse al deudor o sus herederos pasado mucho tiempo: en particular, tratándose
de gastos ordinarios o de escasa importancia, es muy probable que no recogiera recibo de las cantidades pagadas por
él, y si lo recogió, que lo haya destruido o extraviado.
La prescripción puede oponerse –como excepción que dispensa de cumplir, restituir, etc.- frente a todos: aunque el
reclamante alegue que antes era menor de edad, estaba ausente, etc. (art. 1932 CC.). y según el art. 1930-2º, se
extinguen por la prescripción los derechos y las acciones de cualquier clase que sean. Prescripción: extinción de
derechos y obligaciones.
Estudiar: prescripción adquisitiva y extintiva.

(2) Presupuestos.
La pérdida de un derecho por prescripción exige no reclamarlo; la “quiescencia de la relación jurídica”. La
prescripción es una sanción de la actitud pasiva, perezosa, del titular del derecho que se pierde.
Además, la abstención o inactividad que, prolongada durante cierto tiempo, conduce a la prescripción extintiva, en
tema de derechos de crédito no ha de ser sólo del acreedor, sino también, concurrentemente, la del deudor ya que
cualquier acto de reconocimiento de la duda realizado por éste es suficiente para interrumpir la prescripción (art.
1973).
Finalmente, en materia de obligaciones, la prescripción, para que opere extinguiendo la deuda, ha de hacerse valer
oponiendo la excepción correspondiente, pues la extinción de la deuda no se realiza, ope legis, por el mero transcurso
del tiempo.
(3) Plazos.

Acciones reales. Según el art. 1962 las acciones reales sobre bienes muebles prescriben a los seis años se perdida la
posesión, salvo que el poseedor haya ganado por menos término el dominio, conforme al art. 1955, y excepto los
casos de extravío y venta pública, y los de hurto o robo, en que se estará a lo dispuesto en el párrafo tercero del mismo
artículo citado.
Y según el 1963 las acciones reales sobre bienes inmuebles prescriben a los treinta años. –Entiéndese esta disposición
sin perjuicio de lo establecido para la adquisición del dominio o derechos reales por prescripción.
Finalmente, con arreglo al art. 1964 la acción hipotecaria prescribe a los veinte años, y las personales que no tengan
señalado término especial de prescripción a los cinco. La regla final de este artículo es importantísima, pues lo
corriente es que las acciones personales (la de un acreedor, por ejemplo) no tengan señalado un término especial de
prescripción, en cuyo caso prescriben a los quince años.

Acciones personales. Ya hemos visto que el plazo general de prescripción de estas acciones es el de quince años (art.
1964).
Además, diversos preceptos previenen plazos más breves para créditos cualificados.
Según el art. 1966 prescriben en cinco años los créditos por pensiones alimenticias atrasadas, precio de arriendos y
cualesquiera otros pagos anuales o en plazos más breves.
El art. 1967 establece la prescripción trienal de los créditos nacidos de ciertas relaciones de servicios, de compraventa,
y otras de carácter atípico o mixto, en todas las cuales el acreedor tiene carácter profesional (los mismos créditos,
debidos a un no profesional, prescriben en quince años): cantidades adeudadas por sus honorarios o facturas a
abogados, notarios, médicos, maestros, farmacéuticos, artesanos, hosteleros, comerciantes en su relación con el
público.
Finalmente, con arreglo al art. 1968 prescriben por el transcurso de un año las acciones posesorias (interdictos) y las
de indemnización de daños.

(4) Interrupción de prescripción.


Dice el art. 1973 que la prescripción de las acciones se interrumpe por su ejercicio ante los Tribunales, por
reclamación extrajudicial del acreedor y por cualquier acto de reconocimiento de la deuda por el deudor. Interrupción
no significa paralización, suspensión del plazo que luego se reanuda, sino eliminación total del tiempo transcurrido:
en su momento, éste habrá de volver a contarse desde el principio. Si pasados trece años desde que venció el préstamo
de cien mil pesetas que hice a Darío, le reclamo la devolución de esta cantidad, o él me escribe una carta
anunciándome su intención de pagarme dentro de un año, o de cinco, en cualquiera de estos casos el plazo corrido
de prescripción queda inútil, y los quince años empiezan a contar desde mi reclamación o la fecha de la carta.

ii) Caducidad.

En ciertos supuestos de extinción del derecho por no ejercitarlo durante un tiempo, el plazo corre inexorablemente,
sin que pueda ser detenido por actuación alguna, mientras no se ejercite la acción correspondiente. No valen, pues,
para interrumpir la extinción, ni la reclamación extrajudicial, ni el reconocimiento del deudor, e incluso el ejercicio
de la acción no vale sino en cuanto sea victorioso. No cabe aquí propia interrupción, sino que las acciones, o se
ejercitan con éxito en tiempo hábil, o caducan inevitablemente. A este modo de extinción se le llama caducidad.
El Código no suele advertir cuándo el plazo para interponer una acción es de prescripción o de caducidad. La doctrina
considera como caducidad a los plazos de ejercicio de aquellos derechos o reclamaciones cuya afirmación provoca
una modificación jurídica: generalmente señala a ese ejercicio un término perentorio dentro del cual el titular habrá
de optar entre hacer valer o no el derecho o la reclamación. Mientras son de prescripción los plazos para ejercitar
acciones en defensa y mantenimiento de un derecho preexistente.
Por ejemplo: es de caducidad el plazo de nueve días para ejercitar el retracto de colindantes que se concede al
propietario vecino: el ejercicio del retracto, derecho que nace ya con duración determinada, provoca un cambio de
dueño de la cosa retraída. En cambio, el plazo para reclamar las cien mil pesetas que presté a David es de prescripción:
el derecho de crédito nace sin duración determinada, u el ejercicio de la acción crediticia no cambia mi situación de
acreedor ni, en general, introduce cualquier modificación en mi patrimonio.
La caducidad puede ser aplicada de oficio.

C) EJERCICIO DEL DERECHO SUBJETIVO


i) El Tiempo.
Sobre el problema de cómo contar el curso de un espacio de tiempo señalado por la ley, previene el art. 5º CC. que,
si no se establece otra cosa, en los plazos señalados, a contar de uno en uno determinado, quedará éste excluido del
cómputo el cual deberá empezar en el día siguiente; y si los plazos estuviesen fijados por meses o años, se computarán
de fecha a fecha (los años “se entenderán naturales en todo caso”, dice el art. 60-2º LPA.). Cuando en el mes del
vencimiento no hubiera día equivalente al inicial del cómputo, se entenderá que el plazo expira el último del mes.
Los días festivos son inhábiles para las actuaciones oficiales, y así, cuando los plazos se señalan por días, se
descuentan de los términos judiciales (art. 304 LEC.) y administrativos (art. 60 LPA.); no son inhábiles ni se
descuentan en las relaciones civiles (art. 5.º-2. CC.: en el cómputo civil de los plazos no se excluyen los días
inhábiles).
LEC: ley de enjuiciamiento civil.
En derecho administrativo no se cuentan los festivos y findes, en civil sí.

ii) La Buena Fe.


Desde siempre se ha entendido que el derecho subjetivo ha de ejercitarse con la posible moderación y prudencia; en
particular, cuando choca con intereses ajenos. Actualmente el art. 7º -1 CC. dice que los derechos deberán ejercitarse
conforme a las exigencias de la buena fe.
La buena fe sólo puede predicarse de la actitud de uno en relación con otro (y viceversa): significa que este otro,
según la estimación habitual de la gente, puede esperar determinada conducta del uno, o determinadas consecuencias
de su conducta, o que no ha de temer otras distintas y perjudiciales: una lealtad, un obrar en buena conciencia que lo
mismo pueden aplicarse a los derechos absolutos que al comportamiento recíproco de acreedor y deudor.
La aplicación más importante, en el CC., de la exigencia de buena fe, es la del art. 1258 al establecer que los contratos
obligan, no sólo al cumplimiento de lo expresamente pactado, sino también a todas las consecuencias que según su
naturaleza sean conformes a la buena fe. La LOPJ. Exige respetarla, también, en el proceso (art. 11).
LOPJ: Ley orgánica de Procedimiento Jurídico.

iii) La Prohibición de abuso de poder.


A mediados del siglo XIX el tribunal de Colmar consideraba ilícito el hecho de un propietario de elevar en su finca
una falsa chimenea sin utilidad para él y con la finalidad de quitar luz al vecino, ordenando el tribunal la destrucción
de lo construido y declarando el derecho del vecino perjudicado al resarcimiento.
Esta decisión parecía contradecir el sentido absoluto que la doctrina de la época había venido dando al derecho de
propiedad, y, en general, a la regla, formulada en Roma y comúnmente aceptada desde entonces, qui iure suo utitur,
neininem laedit. Si el derecho subjetivo representa una cierta área de acción circunscrita por el Derecho objetivo,
parece que no es viable limitar la actividad del titular mientras permanezca en el interior de tal área, aunque de su
actividad resulte algún daño por los terceros. En el caso, el dueño operaba sobre su propio terreno, ejercitando una
facultad de edificar que compete, en los límites de las leyes y ordenanzas (que aquí no habían sido traspasados), a
todo propietario. A su derecho se le ponía un límite no contenido en la ley: se le negaba el ejercicio de una facultad
del dominio por el doble motivo de a) carecer él de interés económico, estético o cualquier otro confesable, en realizar
la obra: y b) hacerlo con la finalidad de causar daño al vecino.
La prohibición de abuso del derecho encontró acogida, ya en este siglo (en particular, a partir de la tesis doctoral de
Calvo Sotelo, año 1917), en la doctrina española, y fue consagrada definitivamente por la jurisprudencia en la famosa
S. 14 febrero 1944.
A partir de la reforma de 1973, el nuevo art. 7º -2 CC. proclama, en términos muy generales, que la ley no ampara el
abuso del derecho o el ejercicio antisocial del mismo, si bien la generalidad de esa proclamación viene modalizada
por la continuación del propio precepto: se sancionan los actos abusivos en daño de tercero: todo acto u omisión que
por la intención de su autor, por su objeto o por las circunstancias en que se realice sobrepase manifiestamente los
límites normales del ejercicio de un derecho, con daño para tercero, dará lugar a la correspondiente indemnización y
a la adopción de las medidas judiciales o administrativas que impidan la persistencia del abuso.
La calificación de un acto como abusivo depende de la normalidad del ejercicio: cuestión de apreciación de las
costumbres y concepciones de cada época sobre lo normal o anormal. “Límites normales” en el art. 7º CC. no equivale
a límites legales. Se trata de ver cómo la gente estima que deben ejercitarse y hasta dónde pueden llegar en la práctica
de cada época las facultades concedidas por la ley.
El abuso constituye un acto ilícito: por tanto, cae bajo la sanción del art. 1902 (o, en su caso, de los arts. 1101 y ss.
CC.) y obliga a indemnizar el daño causado mediante él.
Siendo ilícito el ejercicio abusivo se pude pretender, además, cuando sea duradero, su cesación, es decir, la remoción
y rectificación de las situaciones creadas a su amparo.

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