Sócrates: Y cuando Homero dice: «Ella se lanzó en el abismo, como el plomo que, atado al asta de un buey salvaje, se precipita en el fondo de las aguas, llevando la muerte a los peces voraces,» ¿diremos que corresponde al pescador, más bien que al rapsodista, el calificar estos versos, y si lo que expresan está bien o mal hecho?
Bramadoras las ondas del oceano, del huracán empujadas tienden el inmenso paso; raen las arenas profundas de los abismos, al alto firmamento, entumecidas, van a encontrar a los astros; tragan
voraces y rompen y aniquilan todo cuanto pone a su furor estorbo, pone a su curso embarazo; y en la humilde y blanda arena, o en el informe peñasco, donde el dedo del Eterno escribe hasta aquí, pedazos se hace su furia espantosa, se estrella su orgullo insano, y en espuma roto vuela su poder, del orbe espanto.
Ángel de Saavedra
Los hombres perecen combatiendo al pie de los altos muros de la ciudad: el bélico clamor y la lucha se encendieron por tu causa alrededor de nosotros, y tú mismo reconvendrías a quien cejara en la pelea horrenda. Ea, levántate. No sea que la ciudad llegue a ser pasto de las
voraces llamas. Respondióle el deiforme Alejandro: —¡Héctor!
Homero
No quiero decir más de estas figuras voraces, temiendo no se me pegue algo o que, si los aprieto mucho, no falte quien diga: «¿Quién es tu enemigo?
Este genio, nacido en la patria de Dante y de Galileo, miraba más allá del mare magnum de los romanos, que los geógrafos antiguos poblaban de sirtes destructores y de voraces monstruos, un cielo más puro que el de Europa, un suelo más rico y lleno de maravillas.
-Nada creé luego no existí.- Entonces sabrán que sus soberbias sólo estolidez de huesos eran y gritando a la penumbra de su cieno querrán reconstruir sus pasos perdidos para siempre en la vereda que royeron a migajas con decretos de voraces pulgas.
Como los
voraces lobos acometen a corderos o cabritos, arrebatándolos de un hato que se dispersa en el monte por la impericia del pastor, pues así que aquéllos los ven se los llevan y despedazan por tener los últimos un corazón tímido; así los dánaos cargaban sobre los teucros, y éstos pensando en la fuga horrísona, olvidábanse de mostrar su impetuoso valor.
Homero
Y cuando, por fin, alguien me deje sin vida los miembros, hiriéndome con el agudo bronce o con arma arrojadiza, los
voraces perros que con comida de mi mesa crié en el palacio para que lo guardasen, despedazarán mi cuerpo en la parte exterior, beberán mi sangre, y saciado el apetito, se tenderán en el pórtico.
Homero
Y levanto energéticas visiones que propulsan murientes las fatigas, mientras abro
voraces corazones que transforman sus sangres en hormigas: obreros terminando construcciones apenas vislumbradas entre ortigas.
Antonio Domínguez Hidalgo
La puerta del camarote cayó, dando paso, entre una bocanada de fuego, a un hombre que llevaba en uno de sus brazos el cuerpo inerte de una mujer desmayada y que tomándome a mí en el otro, arrancome a las voraces llamas del incendio que devoraba el buque.
La diosa se lanzó a lo profundo, como desciende el plomo asido al cuerno de un buey montaraz en que se pone el anzuelo y lleva la muerte a los
voraces peces.
Homero
cebados en corrales premurosos, pre-muros que han de encerrarlos, pre-juicios que han de alienarlos, pre-textos que han de marcarlos, preámbulos necesarios para embaucarlos a la orden de
voraces sanguijuelas que dominan las jugadas de la abeja y de la hormiga, en convenios fabricados por el zángano agresivo y la reina matriarcal que los resella.
Antonio Domínguez Hidalgo