Un drama rural que juega con elementos del terror psicológico y que construye una atmósfera onírica, densa, con un cierto rollo a Twin Peaks. La mirada de la mujer en el centro en la forma y en el fondo.

Una historia escalofriante, moderna y real. La directora encuentra interpretaciones muy convincentes y, aprovechándolas, juega con el ritmo del montaje valiéndose del contraste entre el frenetismo de los springbreakers y el sufrimiento de la prota, que luce -lo de sufrir y que se te note- como el único pecado imperdonable en el entorno Magaluf like en el que se mueven. Hay escenas tan incómodas que te hacen apartar la mirada pese a que lo que cuentan no se explicita en el plano. Mal cuerpo.

De las cosas más incómodas y jodidas que he visto. Un retrato triste y cruel de un grupo de chavales adolescentes que ya han interiorizado estupendamente su papel como hijos sanos del patriarcado. Esa deshumanización que la masculinidad hegemónica promueve hacia la mujer queda en evidencia, al desnudo, cuando la ejercen niños de quince años. Da miedo pensar que esos niños de los 90s son los señores que ahora gritan woke a toda idea que no los sitúe en el puto centro del mundo. Muy duro todo la verdad.

¿A quién se le ocurrió reducir la vida de Hildegart Rodríguez a un romance tontín? La narración es torpe, los diálogos inexpresivos, las intenciones turbias y el olor a telenovela de sobremesa lo apesta todo. Supongo que solo pensaron en la fotografía. El despropósito sorprende más teniendo en cuenta los trabajos previos tanto de la directora como de los guionistas.