Sustentada en la poesía de Dylan, y en la belleza y talento de los actores. Lo demás, algo vacío, lugar común.

Méjico, en la dimensión local de la pieza, necesitaba este tratamiento del otro. Occidente, a pesar de su reiterante hipocresía, también. La pieza es un mecanismo, un dispositivo que ofrece innovación en tratamiento y temática, a pesar de varios resbalones de imagen y transición. Clara estructura. El guión, a ratos, vuela política y poéticamente. Hay escritores, en el sentido ontológico, detrás de ello. Lo bueno interno opaca lo malo externo: toda la típica porquería extra-cinematográfica que sale a relucir por torpeza de sus autores o por interés de su retractores.

Brillante, estructurada, me hizo reír por 2 horas seguidas en un vuelo.

Ya lo había escuchado de Javier Marías. Pero esto lo confirma: Dumas abre una dimensión nueva en mi vida, que debí abrir en mi adolescencia. Nunca es tarde y la condición de un clásico es que tiene infinitas lecturas. Presiento deuda y agradecimiento perenne hacia él.

Por su parte, creo que la película hace un respetable tributo a una de las grandes piezas literarias de la historia.