El punto onírico escogido por Gia Coppola refleja a la perfección el sueño en el que ha estado viviendo Shelley por tantos años y del que despertar, de una forma tan cruel, cuando este empieza a resquebrajarse, le parte el alma tanto a ella como a los espectadores.
¿Cómo no iba a sentirse una estrella? Todos los focos puestos en ella, entre destellos de brillo, plumas y purpurina que evocaban el glamour de otra época, de pertenecer a algo todavía…