Publicada en 1985, Maestros antiguos se desarrolla en torno a la figura de Reger,
musicólogo de fama internacional y crítico del diario «The Times». A lo largo de 36 años,
Reger ha acudido en días alternos a la misma sala del Kunsthistorische Museum de Viena,
donde ha desarrollado su capacidad de observación hasta el punto de descubrir el defecto
que invalida cualquiera de las consideradas obras máximas del arte, privándonos del
asidero que supone su perfección justo en el momento en que se hace más necesario para
nuestra supervivencia: «por muchos que sean los grandes ingenios y los Maestros Antiguos
que hayamos tomado por compañeros, no sustituyen a nadie; al final nos dejan solos».
Valiéndose de una amplia variedad de registros, la presente novela revela como pocas el
universo propio de Thomas Bernhard (1931-1989), habitado por la soledad y la muerte.
Thomas Bernhard
Maestros antiguos
ePub r1.1
Titivillus 12.01.17
Título original: Alte Meister. Komödie
Thomas Bernhard, 1985
Traducción: Miguel Sáenz
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
No estando citado con Reger hasta las once y media en el Kunsthistorisches Museum, a las diez
y media estaba ya allí para, como me había propuesto desde hacía ya bastante tiempo, poder
observarlo por una vez, sin ser molestado, desde un ángulo en lo posible ideal, escribe Atzbacher.
Como él tiene su puesto por las mañanas en la llamada Sala Bordone, frente a El hombre de la barba
blanca de Tintoretto, en el banco tapizado de terciopelo en el que ayer, después de explicarme la
llamada Sonata La tempestad, continuó su exposición sobre El Arte de la Fuga, desde antes de Bach
hasta después de Schumann, como él puntualiza, cada vez más inclinado a hablar de Mozart y no de
Bach, tuve que tomar posiciones en la llamada Sala Sebastiano; así pues, muy a mi pesar, hube de
aceptar a Tiziano para poder observar a Reger ante El hombre de la barba blanca de Tintoretto, y
por cierto de pie, lo que no era un inconveniente, porque prefiero estar de pie a sentado, sobre todo
para observar a la gente, y de siempre observo mejor estando de pie que sentado y como,
efectivamente, al mirar desde la Sala Sebastiano hacia la Sala Bordone, haciendo uso de mi mayor
agudeza visual, pude tener por fin realmente una vista lateral completa, no estorbada siquiera por el
respaldo del banco, de Reger, que ayer, sin duda gravemente afectado por la depresión atmosférica
que se produjo la noche anterior, conservó todo el tiempo su sombrero negro en la cabeza, es decir,
una vista de todo el lado izquierdo de Reger vuelto hacia mí, mi propósito de estudiar a Reger por
una vez sin ser molestado tuvo éxito. Como Reger (con abrigo de invierno), apoyado en el bastón
encajado entre sus rodillas, estaba, según me pareció, totalmente concentrado en el examen de El
hombre de la barba blanca, no tenía que tener miedo alguno, en mi contemplación de Reger, de ser
descubierto por él. Irrsigler (¡Jeno!), el vigilante de la sala, al que Reger conoce desde hace más de
treinta años y con el que yo mismo (también desde hace más de veinte años) siempre he tenido, hasta
hoy, buenas relaciones, fue advertido por un gesto mío de que, por una vez, quería observar a Reger
sin ser estorbado, y cada vez que Irrsigler aparecía, con la regularidad de un reloj, hacía como si yo
no estuviera allí, lo mismo que hacía como si Reger no estuviera allí, mientras él, Irrsigler,
cumpliendo su misión, examinaba a los visitantes de la galería que, incomprensiblemente en aquel
sábado de entrada gratuita, no eran numerosos, con su aire habitual, desagradable para todo el que no
lo conozca. Irrsigler tenía esa mirada molesta que utilizan los vigilantes de los museos para intimidar
a los visitantes de museos, los cuales son capaces, como es sabido, de todas las inconveniencias; su
forma de entrar inesperada y totalmente silenciosa en cualquier sala, doblando la esquina, para echar
una ojeada, resulta realmente repulsiva para todo el que no lo conozca; con su uniforme gris, mal
cortado pero destinado a durar eternamente, que, sujeto por grandes botones negros, cuelga de su
cuerpo delgado como de una percha, y con su gorra de chapa, hecha de esa misma tela gris, en la
cabeza, recuerda más a los vigilantes de nuestros establecimientos penitenciarios que a un guardián
de obras de arte empleado por el Estado. Irrsigler está, desde que yo lo conozco, siempre igual de
pálido, aunque no esté enfermo, y Reger lo llama desde hace decenios cadáver que, desde hace
treinta y cinco años, presta sus servicios al Estado en el Kunsthistorisches Museum. Reger, que
visita el Kunsthistorisches Museum desde hace más de treinta y seis años, conoce a Irrsigler desde el
día en que éste comenzó a prestar servicio y mantiene con él una relación absolutamente amistosa.
Me bastó un pequeñísimo soborno para asegurarme para siempre el banco de la Sala Bordone , así
Reger una vez hace años. Reger ha establecido con Irrsigler una relación que, desde hace más de
treinta años, se ha convertido para los dos en costumbre. Si Reger quiere, como ocurre no pocas
veces, quedarse solo contemplando El hombre de la barba blanca de Tintoretto, Irrsigler cierra
sencillamente la Sala Bordone a los visitantes, situándose sencillamente a la entrada y no dejando
pasar a nadie. Reger necesita sólo hacer su gesto, e Irrsigler cierra la Sala Bordone, efectivamente,
no vacila en echar de la Sala Bordone a los visitantes que hay en la Sala Bordone si Reger así lo
desea. Irrsigler aprendió carpintería en Bruck del Leitha, pero renunció a la carpintería, ya antes de
calificarse como ayudante de carpintero, para ser policía. No obstante, la policía rechazó a Irrsigler
por incapacidad física. Un tío suyo, hermano de su madre, que era vigilante en el Kunsthistorisches
Museum ya desde el año veinticuatro, le proporcionó el puesto en el Kunsthistorisches Museum, el
puesto peor pagado pero el más seguro, como dice Irrsigler. También en la policía había querido
entrar Irrsigler al fin y al cabo únicamente porque, en la profesión de policía, el problema del
vestuario le parecía resuelto. Ponerse durante toda la vida la misma ropa y ni siquiera tener que
pagar uno mismo esa ropa para toda la vida, porque la facilita el Estado, le había parecido ideal, y
también lo había pensado así su tío que lo había metido en el Kunsthistorisches Museum, y al fin y al
cabo, en lo que a ese ideal se refería, no había ninguna diferencia entre estar empleado en la policía
o en el Kunsthistorisches Museum, pero en cambio el servicio en el Kunsthistorisches Museum no era
comparable con el servicio en la policía, un servido de mayor responsabilidad, pero al mismo
tiempo, sin embargo, más fácil que el del Kunsthistorisches Museum, él, Irrsigler, no podía
imaginarse. El servicio en la policía, al fin y al cabo, era a diario mortalmente peligroso, así
Irrsigler, el servicio en el Kunsthistorisches Museum no. Por la monotonía de su profesión no había
que preocuparse, le gustaba esa monotonía. Durante el día andaba de cuarenta a cincuenta kilómetros,
lo que era más beneficioso para su salud que, por ejemplo, el servicio en la policía, en donde la
ocupación principal consistía en estar sentado en un duro sillón de despacho durante toda la vida.
Prefería vigilar a visitantes de museos que a personas normales, porque los visitantes de museos
eran al fin y al cabo personas de nivel más alto, con sentido artístico. Él mismo había adquirido con
el tiempo ese sentido artístico, y sería capaz en cualquier momento de dirigir una visita guiada por el
Kunsthistorisches Museum, al menos por la pinacoteca, dice, pero no lo necesita. Al fin y al cabo, la
gente no se entera de lo que se le dice, dice. Desde hace decenios los guías de los museos dicen
siempre lo mismo y, naturalmente, muchas insensateces, como dice el señor Reger , me dice
Irrsigler. Los historiadores de arte no hacen más que sepultar a los visitantes con su
charlatanería, dice Irrsigler que, con el tiempo, ha adoptado palabra por palabra muchas frases, si
no todas, de Reger. Irrsigler es el portavoz de Reger, casi todo lo que dice Irrsigler lo ha dicho
Reger, desde hace más de treinta años Irrsigler dice lo que dice Reger. Si escucho atentamente, oigo
a Reger hablar a través de Irrsigler. Si escuchamos a los guías, oímos sólo una charlatanería
artística que nos ataca los nervios, la insoportable charlatanería artística de los historiadores de
arte, dice Irrsigler porque Reger lo dice muy a menudo. Todas las pinturas son espléndidas, pero ni
una sola es perfecta, así Irrsigler siguiendo a Reger. Al fin y al cabo, la gente sólo va a los museos
porque le han dicho que un hombre culto tiene que visitarlos, no porque le interesen, la gente no tiene
ningún interés por el arte, en cualquier caso el noventa y nueve por ciento de la Humanidad no tiene
ningún interés en absoluto por el arte, así Irrsigler siguiendo a Reger palabra por palabra. Él,
Irrsigler, había tenido una infancia difícil, una madre enferma de cáncer, muerta ya a los cuarenta y
seis años, un padre infiel, borracho toda su vida. Y Bruck del Leitha es un pueblo tan feo como la
mayoría de los pueblos del Burgenland. El que puede se va del Burgenland, dice Irrsigler, pero la
mayoría no puede, están condenados a Burgenland perpetuo, lo que es por lo menos tan horrible
como una cadena perpetua en Stein del Danubio. Las gentes del Burgenland son reclusos, dice
Irrsigler, su patria es una penitenciaría. Ellos mismos se convencen de que tienen una patria muy
bella, pero en realidad el Burgenland es insulso y feo. En invierno, las gentes del Burgenland se
asfixian en nieve, y en verano son devoradas por los zancudos. Y en la primavera y el otoño, las
gentes del Burgenland no hacen más que patear en su propia suciedad. En toda Europa no hay país
más pobre ni más sucio, así Irrsigler. Los vieneses convencen siempre a las gentes del Burgenland de
que el Burgenland es un país hermoso, ya que los vieneses están enamorados de la suciedad del
Burgenland y de la estupidez del Burgenland, porque consideran románticas esa suciedad del
Burgenland y esa estupidez del Burgenland, porque, a su estilo vienés, son perversos. Al fin y al
cabo, el Burgenland, salvo el señor Haydn, como dice el señor Reger, no ha producido nada, así
Irrsigler. Vengo del Burgenland no quiere decir al fin y al cabo otra cosa que vengo de la
penitenciaría de Austria. O del manicomio de Austria, así Irrsigler. Las gentes del Burgenland van a
Viena como a la iglesia, dijo. El mayor deseo de las gentes del Burgenland es entrar en la policía
vienesa, dijo hace unos días, yo no pude porque soy demasiado débil, por incapacidad física. Pero
después de todo soy vigilante en el Kunsthistorisches Museum y también funcionario público. Al
atardecer, después de las seis, dice, no encierro criminales sino obras de arte, encierro los Rubens y
el Bellotto. A su tío, que entró ya al servicio del Kunsthistorisches Museum inmediatamente después
de la Primera Guerra Mundial, lo habían envidiado todos en su familia. Cuando, cada tantos años, lo
visitaban en el Kunsthistorisches Museum, los sábados o domingos de entrada gratuita, lo seguían,
totalmente intimidados, a través de las salas de los grandes maestros y admiraban sin cesar su
uniforme. Naturalmente, su tío fue pronto también inspector y llevaba la estrellita de latón en el
reverso del uniforme, así Irrsigler. De respeto y admiración, ellos, cuando los guiaba por las salas,
no entendían nada de lo que les decía. La verdad es que no hubiera tenido sentido explicarles el
Veronés, así Irrsigler hace unos días. Los hijos de mi hermana admiraron mis zapatos flexibles, así
Irrsigler, mi hermana se detuvo ante el Reni, precisamente ante ese pintor, el de peor gusto de todos
los pintores aquí expuestos. Reger aborrece a Reni, de modo que también Irrsigler aborrece a Reni.
Irrsigler ha adquirido ya una gran maestría en la apropiación de frases de Reger y habla ya casi
perfectamente con el tono característico de Reger, pienso. Mi hermana me visita a mí y no el museo,
dijo Irrsigler. A mi hermana no le interesa en absoluto el arte. Sus hijos, sin embargo, se asombran de
todo lo que ven cuando los llevo por las salas. Ante Velázquez se detienen y no quieren irse, dijo
Irrsigler. El señor Reger nos invitó a mí y a mi familia un día al Prater, dijo Irrsigler, el generoso
señor Reger, un sábado por la tarde. Cuando su mujer vivía aún , dijo Irrsigler. Yo estaba allí de
pie observando a Reger, que seguía absorto en la contemplación de El hombre de la barba blanca
de Tintoretto, como queda dicho, y veía al mismo tiempo a Irrsigler, que al fin y al cabo no estaba en
la Sala Bordone, mientras me contaba la historia de su vida, es decir, las imágenes de Irrsigler de la
semana anterior al mismo tiempo que a Reger, que se sentaba en el banco de terciopelo y, como es
natural, no se había dado cuenta aún de mi presencia. Irrsigler ha dicho que, ya desde muy pequeño,
su mayor deseo había sido entrar en la policía vienesa, ser guardia. Nunca había deseado tener otra
profesión. Cuando, tenía veintitrés años, le certificaron en el cuartel de Rossau incapacidad física, y
realmente se le hundió el mundo. Sin embargo, en ese estado de la mayor desesperanza, su tío le
consiguió el puesto de vigilante en el Kunsthistorisches Museum. Había venido a Viena sólo con una
pequeña bolsa raída, al piso de su tío, quien le dejó vivir con él cuatro semanas, y luego él, Irrsigler,
se mudó a una habitación subalquilada en el Bastión del Mólk. En esa habitación subalquilada había
vivido doce años. Los primeros años no había visto absolutamente nada de Viena, ya muy de mañana,
hacia las siete, estaba en el Kunsthistorisches Museum y a la tarde, después de las seis, volvía otra
vez a casa, su comida del mediodía había consistido en todos esos años sólo en un bocadillo de
salchicha o de queso, que se comía con un vaso de agua del grifo en un pequeño vestuario que había
detrás del guardarropas público. Las gentes del Burgenland son las menos exigentes, yo mismo, al fin
y al cabo, trabajé con gentes del Burgenland en diversas obras y me alojé con gentes del Burgenland
en diversas barracas de obras, y sé lo poco exigentes que son las gentes del Burgenland, sólo
necesitan lo más imprescindible y ahorran realmente hasta fin de mes el ochenta por ciento de su
salario, e incluso más. Mientras estudiaba a Reger y lo observaba también realmente de forma
minuciosa, como nunca lo había observado antes, veía a Irrsigler conmigo hacía una semana en la
Sala Battoni, mientras yo lo escuchaba. El marido de una de sus bisabuelas procedía del Tirol, y de
ahí el apellido Irrsigler. Había tenido dos hermanas: la menor había emigrado a América en los años
sesenta con un ayudante de peluquero de Mattersburg, y había muerto allí de nostalgia, a los treinta y
cinco años. Tenía tres hermanos, que hoy trabajaban todos en el Burgenland como peones. Dos de
ellos, como él, vinieron a Viena para entrar al servicio de la policía, pero no fueron admitidos. Y
para el servicio en el Museo era absolutamente necesaria al fin y al cabo cierta inteligencia. De
Reger había aprendido mucho. Había personas que decían que Reger estaba loco, porque sólo un
loco podía ir durante decenios, un día sí y otro no, salvo los lunes, a la pinacoteca del
Kunsthistorisches Museum, pero eso no lo creía, el señor Reger es un hombre inteligente, instruido,
así Irrsigler. Sí, le había dicho yo a Irrsigler, el señor Reger no es sólo un hombre inteligente e
instruido, sino también famoso, al fin y al cabo estudió música en Leipzig y Viena y ha escrito
críticas musicales para el Times y escribe todavía hoy para el Times, dije. No es un escritor
corriente, dije, un charlatán, sino un musicólogo en el sentido más propio de la palabra, y tiene toda
la seriedad de una gran personalidad. No se puede comparar a Reger con todos esos charlatanes de
suplementos musicales como los que diariamente difunden aquí en los diarios su porquería
charlatana. Reger es realmente filósofo, le dije a Irrsigler, filósofo en todo el sentido del concepto.
Desde hace más de treinta años, Reger escribe sus críticas para el Times, esos pequeños artículos
filosóficomusicales que un día, sin duda, aparecerán recopilados en un libro. La estancia en el
Kunsthistorisches Museum es indudablemente uno de los requisitos para que Reger pueda escribir
para el Times como escribe para el Times, le dije a Irrsigler, no me importa que Irrsigler me
comprendiera o no, probablemente Irrsigler no me comprendió en absoluto, pensé y sigo pensando lo
mismo ahora. Que Reger escribe sus críticas musicales para el Times no lo sabe en Austria nadie,
todo lo más lo saben unas cuantas personas, le dije a Irrsigler. Podría decir también que Reger es un
filósofo privado, le dije a Irrsigler, prescindiendo del hecho de que era una tontería decirle eso a
Irrsigler. En el Kunsthistorisches Museum encuentra Reger lo que no encuentra en ninguna otra parte,
le dije a Irrsigler, todo lo importante, todo lo útil para su pensamiento y su trabajo. La gente puede
calificar el comportamiento de Reger de demente, pero no lo es, le dije a Irrsigler, aquí en Viena y en
Austria no se repara en Reger, le dije a Irrsigler, pero en Londres y en Inglaterra y hasta en los
Estados Unidos se sabe quién es Reger y de qué eminencia se trata en el caso de Reger, le dije a
Irrsigler. Y no olvide esa temperatura ideal de dieciocho grados Celsius que reina en el
Kunsthistorisches Museum durante todo el año, le volví a decir a Irrsigler. Irrsigler se limitó a
asentir con la cabeza. Reger es una personalidad muy estimada en todo el mundo de la musicología,
le dije ayer a Irrsigler, y sólo aquí, en su patria, nadie quiere saber nada de ello, al contrario, aquí,
donde se encuentra en su casa, Reger, que ha dejado muy atrás a todos los demás en su especialidad,
a toda esa repulsiva chapucería provinciana, es odiado, lo mismo que es odiado en su Austria patria,
le dije a Irrsigler. Un genio como Reger es aquí odiado, le dije a Irrsigler, sin consideración a que
Irrsigler no había entendido nada de lo que yo quería decir al decirle que un genio como Reger era
aquí odiado, y sin consideración a si realmente resultaba acertado hablar de Reger como de un genio,
un genio científico, incluso un genio humano, pensaba, lo es Reger sin duda. El genio y Austria no
se llevan bien, dije. En Austria hay que ser una mediocridad para tener derecho a hablar y ser tomado
en serio, un hombre de chapucería y de mendacidad provinciana, un hombre con una cabeza
absolutamente de Estado pequeño. Un genio, o incluso un intelecto extraordinario, es asesinado aquí
a la corta o a la larga de una forma humillante, le dije a Irrsigler. Sólo personas como Reger, que se
pueden contar con los dedos de una mano en este país horrible, soportan esa situación de humillación
y de odio, de opresión y de ignoración, de bajeza general enemiga del espíritu que reina en Austria
por todas partes, sólo personas como Reger, que tienen un magnífico carácter y realmente una
inteligencia aguda e insobornable. Aunque el señor Reger tiene con la directora de este museo una
relación que no es nada mala y aunque conoce bien a esa directora, le dije a Irrsigler, ni en sueños se
le ocurriría pedir a esa directora nada referente a él o a este museo. Precisamente cuando el señor
Reger tenía la intención de comunicar a la dirección, lo que quiere decir a la directora, el mal estado
de la tapicería de los bancos de las salas, para inducirla posiblemente a tapizar de nuevo esos
bancos, los bancos fueron tapizados de nuevo; y con un gusto excelente, le dije a Irrsigler. No creo,
le dije a Irrsigler, que la dirección del Kunsthistorisches Museum sepa que el señor Reger, desde
hace más de treinta años, viene un día sí y otro no al museo para sentarse en el banco de la Sala
Bordone, no lo creo. Al fin y al cabo, se hubiera hablado de ello sin duda en algún encuentro de
Reger con la directora, que yo sepa, la directora no sabe nada de ello porque el señor Reger nunca ha
hablado de ello y porque usted, señor Irrsigler, siempre ha guardado silencio sobre ello, porque el
señor Reger desea que guarde silencio sobre el hecho de que Reger, desde hace más de treinta años,
un día sí y otro no, salvo los lunes, visita el Kunsthistorisches Museum. La discreción es su punto
más fuerte, le dije a Irrsigler, pensé, mientras contemplaba a Reger, que contemplaba El hombre de
la barba blanca de Tintoretto y que a su vez era estudiado por Irrsigler. Reger es una persona
excepcional y a las personas excepcionales hay que tratarlas con cuidado, le dije ayer a Irrsigler.
Que nosotros, es decir Reger y yo, viniéramos al museo dos días seguidos resultaba impensable, le
dije ayer a Irrsigler y, sin embargo, precisamente hoy, porque Reger lo deseaba también
precisamente, he venido de nuevo, por qué razón está Reger hoy ahí no lo sé, pensé, pronto lo sabré.
Irrsigler se ha asombrado también mucho al verme hoy, porque sólo ayer le dije que quedaba
excluido que yo pudiera venir dos días seguidos al Kunsthistorisches Museum, lo mismo que había
quedado excluido hasta ahora para Reger. Y ahora estamos los dos, tanto Reger como yo, otra vez
hoy en el Kunsthistorisches Museum, en el que estuvimos nada más que ayer. Eso debía de haber
irritado a Irrsigler, pensé, pienso. Que es posible equivocarse alguna vez y, por consiguiente, volver
a venir al Kunsthistorisches Museum al día siguiente, pensé, pero, reflexioné, sólo que se equivoque
Reger solo o que yo solo me equivoque en eso, pero no que los dos, Reger y yo, nos equivoquemos
en eso. Reger me dijo ayer expresamente, vuelva aquí mañana, todavía oigo cómo me lo dice Reger.
Pero Irrsigler no oyó nada naturalmente ni sabía nada y, como es natural, se ha asombrado de que
Reger y yo estemos hoy otra vez en el museo. Si Reger no me hubiera dicho ayer, vuelva aquí
mañana, no hubiera venido hoy al Kunsthistorisches Museum, posiblemente no hasta la semana
próxima porque, a diferencia de Reger, que realmente viene un día sí y otro no al Kunsthistorisches
Museum, y eso desde hace decenios, yo no vengo un día sí y otro no al Kunsthistorisches Museum,
sino sólo cuando tengo ganas y humor para ello. Y, si quiero ver a Reger, la verdad es que no tengo
que venir necesariamente al Kunsthistorisches Museum, sólo tengo que ir al Hotel Ambassador, al
que al fin y al cabo va siempre después de dejar el Kunsthistorisches Museum. En el Ambassador, al
fin y al cabo, me encuentro con Reger, si quiero, diariamente. En el Ambassador tiene su rincón de la
ventana, a saber la mesa situada junto a la llamada Mesa de los Judíos, que está ante la Mesa de los
Húngaros, que está detrás de la. Mesa de los Arabes, cuando se mira a la puerta del vestíbulo desde
la mesa de Reger. Naturalmente, voy mucho más a gusto al Ambassador que al Kunsthistorisches
Museum, pero, cuando no puedo esperar a que Reger vaya al Ambassador, voy hacia las once al
Kunsthistorisches Museum para encontrarme con él, mi padre espiritual. La mañana la pasa Reger en
el Kunsthistorisches Museum, la tarde en el Ambassador, hacia las diez y media va al
Kunsthistorisches Museum, hacia las dos y media al Ambassador. Hasta el mediodía, la temperatura
de dieciocho grados del Kunsthistorisches Museum es la que le resulta agradable, por la tarde se
siente mejor en el cálido Ambassador, donde la temperatura es siempre de veintitrés grados. Por las
tardes no pienso ya tan a gusto ni tan intensamente, dice Reger, y entonces puedo permitirme el
Ambassador. El Kunsthistorisches Museum es su lugar de producción espiritual, así él, el
Ambassador es, por decirlo así, mi máquina de tratar los pensamientos. En el Kunsthistorisches
Museum me siento expuesto, en el Ambassador protegido, así él. Esa contraposición,
Kunsthistorisches Museum-Ambassador, es lo que mi pensamiento necesita más que nada, la
exposición por un lado, la protección por otro, la atmósfera del Kunsthistorisches Museum por una
parte y la atmósfera del Ambassador por otra, la exposición por un lado y la protección por otro, mi
querido Atzbacher; el secreto de mi pensamiento se basa, dijo, en que paso las mañanas en el
Kunsthistorisches Museum y las tardes en el Ambassador. Y qué puede haber más contradictorio que
el Kunsthistorisches Museum, es decir, la pinacoteca del Kunsthistorisches Museum, y el
Ambassador. He convertido el Kunsthistorisches Museum en costumbre intelectual, exactamente lo
mismo que el Ambassador. La calidad de mis críticas para el Times, en el que, por cierto, colaboro
desde hace ya treinta y cuatro años, dijo, se basa realmente en que visito el Kunsthistorisches
Museum y el Ambassador, el Kunsthistorisches Museum una mañana de cada dos, el Ambassador,
todas las tardes. Sólo esa costumbre me ha salvado después de la muerte de mi mujer. Mi querido
Atzbacher, sin esa costumbre estaría ya también muerto, dijo ayer Reger. Todo hombre tiene
necesidad de una costumbre así para sobrevivir, dijo. Y, aunque sea la más demencial de las
costumbres, la necesito. El estado de ánimo de Reger parece haber mejorado, su forma de hablar es
otra vez la misma de antes de la muerte de su mujer. Sin duda dice que, ahora, ha superado el
llamado punto muerto, pero durante toda su vida sufrirá por haber sido dejado solo por su mujer.
Una y otra vez dice que durante toda su vida estuvo en el error de creer que él dejaría a su mujer, que
él moriría antes que ella, porque la muerte de ella se produjo de una forma muy súbita, todavía unos
días antes de la muerte de ella estaba firmemente convencido de que ella lo sobreviviría; ella era la
sana, yo era el enfermo, así, con esa idea y en esa creencia vivimos siempre, dijo. Nadie ha estado
nunca tan sano como mi mujer, ella vivía una vida de salud, mientras que yo siempre he llevado una
existencia de enfermedad, efectivamente, una existencia de enfermedad mortal, dijo. Ella era la
sana, ella era el futuro, yo era siempre el enfermo, yo era el pasado, dijo. Que un día tuviera que
vivir sin mujer y realmente solo nunca se le había ocurrido, no era un pensamiento para mí, así él. Y
si ella muere antes que yo, moriré yo después, en lo posible deprisa, había pensado siempre. Ahora
tenía que superar por un lado el error de que ella moriría después de él, lo mismo que el hecho de
que, después de la muerte de ella, él no se había matado y por consiguiente no había muerto después,
como se había propuesto. Como yo supe siempre que ella lo era todo para mí, no podía, como es
natural, pensar en seguir existiendo después de ella, mi querido Atzbacher, me dijo. Por esa
debilidad humana y realmente indigna de un ser humano, por esa cobardía, no he muerto después de
ella, dijo, no me he matado después de su muerte, me he vuelto por el contrario, según me parece
ahora (¡así él ayer!), fuerte, a veces me parece en los últimos tiempos como si fuera más fuerte que
nunca. Me importa ahora la vida todavía más que antes, lo crea usted o no, estoy realmente aferrado a
la vida con el mayor desenfreno, así él ayer. No quiero admitirlo, pero vivo todavía con más
intensidad que antes de la muerte de ella. Evidentemente, he necesitado más de un año para poder
pensar siquiera ese pensamiento, pero ahora pienso ese pensamiento sin reparo alguno, así él. Pero
lo que me deprime tan extraordinariamente es al fin y al cabo el hecho de que una persona tan
receptiva como era mi mujer, con toda la monstruosa sabiduría que yo le había transmitido, haya
muerto, es decir, se haya llevado consigo al morir esa monstruosa sabiduría, eso es lo monstruoso,
esa monstruosidad es mucho más monstruosa aún que el hecho de que haya muerto, dijo. Metemos e
introducimos cuanto tenemos en una persona así y ella nos deja, se nos muere, para siempre, así él. Y
a eso se añade aún lo inesperado, el hecho de no haber previsto la muerte de esa persona, ni por un
momento había previsto la muerte de mi mujer, la consideraba como si tuviera una vida eterna, nunca
había pensado en su muerte, dijo, como si ella fuera a vivir realmente con mi sabiduría hasta la
infinitud en calidad de infinitud, así él. Realmente una muerte precipitada, dijo. Aceptamos a una
persona así para la eternidad, ése es el error. Si hubiera sabido que ella se me moriría, hubiera
actuado de manera completamente distinta, pero no sabía que se me moriría y me precedería, y actué
de una forma totalmente absurda, como si ella fuera a existir infinitamente hasta la infinitud, mientras
que ella no estaba hecha en absoluto para la infinitud sino para la finitud, como todos. Sólo cuando
amamos a una persona con un amor tan desenfrenado, como yo amaba a mi mujer, creemos realmente
que vivirá eternamente y hasta la infinitud. Nunca hasta ahora ha tenido él, sentado en el banco de la
Sala Bordone, el sombrero puesto, y lo mismo que el hecho de que me hubiera citado hoy en el
museo me inquietaba, porque ese hecho es realmente de lo más insólito, según pensaba, que me
puedo imaginar, el hecho de que, en el banco de la Sala Bordone, conserve el sombrero en la cabeza
es de lo más insólito, por no hablar de una serie de otros hechos insólitos en ese contexto. Irrsigler
había entrado en la Sala Bordone y, yendo hacia él, había susurrado algo al oído de Reger, para
volver a salir inmediatamente después de la Sala Bordone. Sin embargo, lo comunicado por Irrsigler
no había tenido en Reger, al menos contemplado desde fuera, ningún efecto; Reger, después de lo
comunicado por Irrsigler, había permanecido sentado en el banco exactamente igual que antes de lo
comunicado por Irrsigler. No obstante, me preocupaba lo que Irrsigler podía haberle dicho a Reger.
Sin embargo, dejé inmediatamente de pensar en lo que Irrsigler podía haber dicho a Reger y observé
a Reger, oyendo al mismo tiempo cómo me decía: La gente viene al Kunsthistorisches Museum
porque es algo que se debe hacer, por ninguna otra razón, incluso vienen de España y Portugal hasta
Viena y vienen al Kunsthistorisches Museum, para poder decir en casa, en España y Portugal, que han
estado en el Kunsthistorisches Museum de Viena, lo que sin embargo es ridículo, porque el
Kunsthistorisches Museum no es el Prado ni tampoco el Museo de Lisboa, de eso dista mucho el
Kunsthistorisches Museum. Al fin y al cabo, el Kunsthistorisches Museum, no tiene ni siquiera un
Goya y no tiene ni siquiera un Greco. Veía a Reger y lo observaba, escuchando al mismo tiempo lo
que me había dicho por la mañana. El Kunsthistorisches Museum no tiene ni siquiera un Goya, ni
siquiera un Greco tiene. Naturalmente, puede renunciar al Greco, porque el Greco no es un pintor
realmente grande, primerísimo, dijo Reger, pero no tener ningún Goya, para un museo como el
Kunsthistorisches Museum, es algo francamente mortal. Ningún Goya, dijo, eso es muy propio de los
Habsburgos, que al fin y al cabo, como sabe, no tenían ningún sentido artístico, oído para la música
sí, pero ningún sentido artístico. A Beethoven lo escucharon, pero no vieron a Goya. No querían
tener a Goya. A Beethoven le concedían la libertad del bufón, porque la música no les resultaba
peligrosa, pero Goya no podía venir a Austria. Bueno, los Habsburgos tenían exactamente el dudoso
gusto católico que tiene su asiento en este museo. El Kunsthistorisches Museum es exactamente el
dudoso gusto artístico de los Habsburgo, esteta, repulsivo. De cuántas cosas hablamos con personas
que no nos importan lo más mínimo, dijo, porque necesitamos oyentes. Necesitamos oyentes y un
portavoz, dijo. Durante toda la vida deseamos un portavoz ideal pero no lo encontramos, porque el
portavoz ideal no existe. Tenemos un Irrsigler, dijo, y sin embargo buscamos todo el tiempo un
Irrsigler, el Irrsigler ideal. Convertimos a una persona totalmente simple en portavoz y, cuando
hemos convertido a esa persona totalmente simple en portavoz, buscamos otro portavoz, otra persona
apropiada para ello, para portavoz nuestro, dijo. Después de la muerte de mi mujer tengo al menos a
Irrsigler, dijo. Irrsigler, como todas las gentes del Burgenland, sólo era un zoquete del Burgenland
antes de encontrarme a mí, dijo Reger. Necesitamos un zoquete como portavoz. Un zoquete del
Burgenland es un portavoz completamente apropiado, dijo Reger. Compréndame bien, aprecio a
Irrsigler, al fin y al cabo lo necesito ahora como un bocado de pan, lo he necesitado durante
decenios, pero sólo un zoquete como Irrsigler es utilizable como portavoz, dijo Reger ayer.
Naturalmente, explotamos a un zoquete así como ser humano, dijo, pero por otro lado, precisamente
porque lo explotamos, hacemos de semejante zoquete un ser humano, al hacerlo nuestro portavoz y
meter en él nuestros pensamientos, desde luego de forma bastante desconsiderada al principio,
hacemos de un zoquete del Burgenland, como era Irrsigler, un ser humano del Burgenland. Al fin y al
cabo, antes de tropezar conmigo, Irrsigler no tenía por ejemplo ni idea de música, de ningún arte, en
el fondo de nada, ni siquiera de su propia tontería. Ahora Irrsigler está más avanzado que todos esos
charlatanes historiadores de arte que vienen aquí un día tras otro y atruenan los oídos a la gente con
su imbecilidad de historiadores de arte. Irrsigler está más avanzado que todos esos puercos
habladores de historia del arte, que todos los días, con su charlatanería, destruyen para toda la vida a
docenas de clases de estudiantes a las que van empujando delante de sí. Los historiadores de arte son
los verdaderos aniquiladores del arte, dijo Reger. Los historiadores de arte parlotean de arte hasta
que, a fuerza de parlotear, lo matan. Los historiadores de arte matan el arte a fuerza de parlotear.
Dios mío, pienso a menudo, sentado aquí en el banco, cuando los historiadores de arte pasan
empujando a sus desvalidos rebaños, qué pena todos esos seres humanos, a los que precisamente
esos historiadores de arte apartarán del arte, los apartarán para siempre, dijo Reger. La ocupación de
los historiadores de arte es la peor ocupación que existe, y un historiador de arte charlatán, y al fin y
al cabo sólo hay historiadores de arte charlatanes, debiera ser expulsado a latigazos, expulsado del
mundo del arte a latigazos, dijo Reger, debieran ser expulsados del mundo del arte todos los
historiadores de arte, porque los historiadores de arte son los verdaderos aniquiladores del arte y no
debiéramos dejar que los historiadores de arte aniquilasen el arte en calidad de aniquiladores del
arte. Cuando escuchamos a un historiador de arte, nos ponemos malos, dijo, al escuchar a un
historiador de arte vemos cómo el arte del que parlotea es aniquilado, con la charlatanería del
historiador de arte el arte se atrofia y es aniquilado. Millares, incluso decenas de millares de
historiadores del arte destruyen el arte con su parloteo y lo aniquilan. Los historiadores de arte son
los verdaderos asesinos del arte, si escuchamos a un historiador de arte, participamos en la
aniquilación del arte, allí donde aparece un historiador de arte, el arte es aniquilado, ésa es la
verdad. Por eso apenas he odiado en mi vida nada con odio más profundo que a los historiadores de
arte, dijo Reger. Escuchar a Irrsigler cuando explica un cuadro a un ignorante es una verdadera
alegría, dijo Reger, porque, en situación de explicar una obra de arte, nunca es charlatán, no es un
charlatán, sólo un modesto ilustrador e informador, que deja abierta al espectador la obra de arte, no
se la cierra con su charlatanería. Eso, con el paso de decenios, se lo he enseñado a él, Irrsigler, cómo
se deben explicar las obras de arte en calidad de contemplación. Pero naturalmente, todo lo que
Irrsigler dice es mío, dijo entonces Reger, como es natural no tiene nada propio, pero sin embargo lo
mejor de mi cabeza, aunque sea aprendido de memoria, resulta útil en todos los casos. Las llamadas
artes plásticas son para un musicólogo, como soy yo, de la mayor utilidad, dijo Reger, cuanto más me
concentro en la musicología y realmente, cuanto más me pierdo en la musicología, tanto más
insistentemente me ocupo de las llamadas artes plásticas; y a la inversa pienso que para un pintor,
por ejemplo, es del mayor provecho dedicarse a la música, es decir, que quien se ha propuesto pintar
durante toda su vida realice también durante toda su vida estudios musicales. Las artes plásticas
completan de forma maravillosa las musicales, y las unas son siempre buenas para las otras, dijo. No
podría imaginarme en absoluto mis estudios de musicología si no me ocupara de las llamadas artes
plásticas, especialmente de la pintura, dijo. Realizo mi ocupación musical tan bien porque al mismo
tiempo, y con no menos entusiasmo ni menos intensidad en general, me ocupo de la pintura. No en
vano vengo desde hace más de treinta años al Kunsthistorisches Museum. Otros van por la mañana a
una taberna y se toman tres o cuatro vasos de cerveza, yo me siento aquí y contemplo a Tintoretto.
Una locura quizá, como debe de pensar usted, pero no puedo evitarlo. Para uno, su costumbre
favorita durante decenios es tomarse tres o cuatro vasos de cerveza en una tasca por las mañanas, yo
voy al Kunsthistorisches Museum. Uno se da hacia las once de la mañana un baño completo para
poder superar el obstáculo del día, yo vengo al Kunsthistorisches Museum. Y si además tenemos un
Irrsigler, estamos bien servidos, dijo Reger. Realmente, desde la infancia nada he aborrecido más
que los museos, dijo, aborrezco por naturaleza los museos, pero probablemente vengo aquí desde
hace más de treinta años precisamente por esa razón, me permito ese absurdo sin duda
espiritualmente condicionado. Como sabe, la verdad es que no vengo a la Sala Bordone por
Bordone, ni siquiera por Tintoretto, aunque considere El hombre de la barba blanca como una de las
pinturas más espléndidas que se hayan pintado nunca, vengo a causa de este banco de la Sala
Bordone y de la influencia ideal de la luz en mi talante, realmente por las relaciones ideales de
temperatura, precisamente en la Sala Bordone, y por Irrsigler, que sólo en la Sala Bordone es el
Irrsigler ideal. Y en verdad nunca aguantaría en la proximidad, por ejemplo, de Velázquez. Por no
hablar de Rigaud y Largilliére, de los que huyo como de la peste. Aquí, en la Sala Bordone, tengo las
mejores posibilidades para meditar, y si alguna vez tuviera ganas de leer algo aquí en el banco, por
ejemplo a mi querido Montaigne o a mi quizá más querido aún Pascal o a mi mucho más querido aún
Voltaire, como ve, mis escritores queridos son todos franceses, ni uno solo alemán, podría hacerlo
aquí de la forma más agradable y más útil. La Sala Bordone es tanto mi sala de pensar como de leer.
Y si alguna vez tengo ganas de un trago de agua, Irrsigler me trae un vaso, ni siquiera me hace falta
levantarme. A veces la gente se asombra cuando ve que aquí, sentado en el banco, leo mi Voltaire
bebiéndome además un vaso de agua clara, se maravillan, sacuden la cabeza y se van, y es como si
me creyeran un loco con libertad especial de bufón concedida por el Estado. En casa, desde hace
años, no leo ya libros, pero aquí, en la Sala Bordone, he leído ya cientos de libros, pero eso no
quiere decir que haya leído de cabo a rabo todos esos libros en la Sala Bordone, en mi vida he leído
un solo libro de cabo a rabo, mi forma de leer es la de un hojeador en alto grado dotado, que
prefiere hojear a leer, y por consiguiente hojea docenas y, llegado el caso, cientos de páginas, antes
de leer una sola; pero cuando ese hombre lee una página, la lee más a fondo que nadie y con la mayor
pasión que cabe imaginar. Soy más hojeador que lector, debe usted saber, y me gusta hojear tanto
como leer, durante mi vida he hojeado un millón de veces más que leído, pero al hojear he tenido
siempre, al menos, tanta alegría y verdadero placer espiritual como al leer. Es mejor que leamos en
fin de cuentas sólo tres páginas de un libro de cuatrocientas más a fondo que un lector normal, que lo
leerá todo pero ni una sola página a fondo, dijo. Es mejor leer doce líneas de un libro con la mayor
intensidad y, por consiguiente, penetrarlas por completo, como puede decirse, que leer todo el libro
como un lector normal, que al final conoce tan poco el libro que ha leído como un pasajero aéreo el
paisaje que ha sobrevolado. Ni siquiera percibe los contornos. Así, toda la gente lee hoy todo
volando, lo leen todo y no conocen nada. Yo entro en un libro y me establezco en él en cuerpo y
alma, tiene que imaginárselo, en una o dos páginas de un trabajo filosófico como si penetrara en un
paisaje, una naturaleza, una formación estatal, un accidente terrestre si se quiere, para penetrar a
fondo en ese accidente terrestre con todas mis fuerzas y no sólo a medias y queriéndolo a medias,
investigarlo y luego, una vez investigado con toda la minuciosidad disponible, deducir el todo. El
que lee todo no comprende nada, dijo. No es necesario leer todo Goethe, todo Kant, ni tampoco es
necesario todo Schopenhauer; unas páginas del Werther, unas páginas de las Afinidades Electivas, y
al final sabremos más sobre esos dos libros que si los hubiéramos leído del principio al fin, lo que
en cualquier caso nos privaría del placer más puro. Pero para esa drástica autolimitación hacen falta
tanto valor y tanta fuerza espiritual, que sólo rara vez pueden tenerse y que nosotros mismos sólo rara
vez tenemos; el hombre que lee es voraz, como el que come carne, de la forma más repulsiva y, como
el que come carne, se estropea el estómago y la salud entera, la cabeza y toda su existencia espiritual.
Hasta un ensayo filosófico lo entendemos mejor si no lo devoramos todo de una sentada, sino que
elegimos sólo un detalle, a partir del cual podremos llegar al todo si tenemos suerte. Al fin y al cabo,
el mayor placer nos lo dan los fragmentos, lo mismo que en la vida, al fin y al cabo, sentimos el
mayor placer si la consideramos como fragmento, y qué horrible nos resulta el todo y nos resulta, en
el fondo, la perfección acabada. Sólo cuando tenemos la suerte de convertir en fragmento algo entero,
algo acabado, sí, algo terminado, cuando nos ponemos a leerlo, obtenemos un gran placer y, llegado
el caso, el mayor de los placeres. Desde hace mucho tiempo no podemos aguantar ya nuestra época
como un todo, dijo, sólo si la vemos como fragmento nos resulta soportable. El todo y lo perfecto nos
resultan insoportables, dijo. Por eso, en el fondo todos estos cuadros de aquí del Kunsthistorisches
Museum me resultan insoportables, si soy sincero, me resultan horribles. Para poderlos soportar,
busco en cada uno de ellos un grave defecto, procedimiento que hasta ahora me ha llevado siempre a
su objetivo, a saber, hacer de cada una de esas, así llamadas, obras de arte acabadas, un fragmento,
dijo. Lo perfecto no sólo nos amenaza ininterrumpidamente con aniquilarnos, sino que nos aniquila
también todo lo que aquí, con la denominación obra de arte, cuelga de las paredes, dijo. Parto de la
base de que lo perfecto, el todo, no existe, y cada vez, cuando he hecho de una de esas, así llamadas,
perfectas obras de arte que aquí cuelgan un fragmento, buscando exterior e interiormente en esa obra
de arte un defecto grave, el punto decisivo del fracaso del artista que hizo esa obra de arte, hasta
encontrarlo, avanzo un paso. Todavía en cada uno de esos cuadros, así llamadas obras maestras, he
encontrado y descubierto un defecto grave, el fracaso de su creador. Desde hace más de treinta años,
ese cálculo infame, como quizá quiera calificarlo, me ha salido bien. Ninguna de esas obras de arte
mundialmente famosas, sea de quien sea, es realmente un todo y algo perfecto. Eso me tranquiliza,
dijo. Eso me hace feliz en el fondo. Solamente cuando, una y otra vez, nos hemos dado cuenta de que
el todo y lo perfecto no existen, tenemos la posibilidad de seguir viviendo. No soportamos el todo ni
lo perfecto. Tenemos que ir a Roma y comprobar que la iglesia de San Pedro es un mamarracho de
mal gusto y el altar de Bernini una estupidez arquitectónica. Tenemos que mirar al Papa cara a cara y
comprobar personalmente que, en fin de cuentas, es un hombre tan desesperadamente grotesco como
los demás, para poder aguantar. Tenemos que oír a Bach y oír cómo fracasa, oír a Beethoven y oír
cómo fracasa, incluso oír a Mozart y oír cómo fracasa. Y así tenemos que proceder también con los
llamados grandes filósofos, aunque sean nuestros artistas del espíritu favoritos, dijo. La verdad es
que no amamos a Pascal porque sea tan perfecto, sino porque, en el fondo, es tan desvalido, lo mismo
que amamos a Montaigne, que buscó toda la vida sin encontrar nada, a causa de su desvalimiento, a
Voltaire por su desvalimiento. Efectivamente, amamos la filosofía y todas las ciencias del espíritu en
general sólo porque son absolutamente desvalidas. En verdad sólo amamos los libros que no son un
todo, que son caóticos, desvalidos. Así pasa con todas y cada una de las cosas, dijo Reger, también
cobramos afecto a una persona sólo, de forma muy especial, porque es desvalida y no un todo,
porque es caótica y no perfecta. Sí, digo, El Greco, muy bien, ¡pero aquel buen hombre no sabía
pintar una mano!, y digo Veronés, muy bien, pero aquel buen hombre no sabía pintar un rostro natural.
Y lo que le he dicho hoy sobre la fuga, dijo ayer, ni uno solo de los compositores, aunque sean los
más grandes, ha compuesto una fuga perfecta, ni siquiera Bach, que era sin embargo la serenidad
misma y la pura claridad componística. No hay ningún cuadro perfecto, ni ningún libro perfecto, ni
ninguna pieza musical acabada, dijo Reger, ésa es la verdad, y esa verdad permite que una cabeza
como mi cabeza, que sin embargo no es durante toda la vida más que una cabeza desesperada, siga
existiendo. La cabeza tiene que ser una cabeza que busque, una cabeza que busque los defectos, los
defectos de la Humanidad, una cabeza que busque los fracasos. La cabeza humana sólo es realmente
una cabeza humana cuando busca los defectos de la Humanidad. La cabeza humana no es una cabeza
humana si no se pone en busca de los defectos de la Humanidad, dijo Reger. Una buena cabeza es una
cabeza que busca los defectos de la Humanidad, y una cabeza extraordinaria es una cabeza que
encuentra esos defectos de la Humanidad, y una cabeza genial es una cabeza que, después de
haberlos encontrado, señala esos defectos encontrados y, con todos los medios a su disposición,
muestra esos defectos. También en ese sentido, dijo Reger, se confirma el proverbio, que en realidad
sólo se dice siempre sin pensar, el que busca halla. Quien aquí, en este museo, en esos cientos de,
así llamadas, obras maestras, busque defectos, los encontrará también, dijo Reger. Ninguna de las
obras de este museo está libre de defectos, digo yo. Quizá se sonría usted, dijo, quizá lo asuste, a mí
me hace feliz. Y no en balde vengo desde hace más de treinta años al Kunsthistorisches Museum y
no al Naturhistorisches Museum de ahí enfrente. Seguía sentado en el banco con su sombrero negro
en la cabeza, realmente impasible, y era evidente que desde hacía ya muchísimo tiempo no
contemplaba El hombre de la barba blanca, sino algo muy distinto situado detrás de El hombre de
la barba blanca, no el Tintoretto, sino algo situado muy fuera del museo, mientras que yo, sin duda,
observaba a Reger y El hombre de la barba blanca, pero sin embargo veía detrás al Reger que ayer
me había explicado las fugas. Le había oído ya explicar las fugas tan a menudo que ayer no tenía
ganas de escucharle atentamente, sin duda seguía lo que decía, y era sumamente interesante lo que,
por ejemplo, tenía que decir sobre los ensayos de fugas de Schumann, pero sin embargo yo estaba
con mis pensamientos totalmente en otra parte. Veía a Reger sentado en el banco y El hombre de la
barba blanca detrás, y veía a Reger que, otra vez, con mucho más afecto aún que hasta entonces,
trataba de explicarme el arte de la fuga, y oía lo que decía Reger y miraba sin embargo mi infancia y
oía las voces de mi infancia, las voces de mis hermanos, la voz de mi madre, las voces de mis
abuelos del campo. De niño fui en el campo muy feliz, pero sin embargo, una y otra vez, he sido
siempre más feliz en la ciudad, lo mismo que también después y ahora soy mucho más feliz en la
ciudad que en el campo. Lo mismo que, al fin y al cabo, siempre he sido mucho más feliz en el arte
que en la Naturaleza, la Naturaleza me ha resultado durante toda mi vida siniestra, en el arte me he
sentido siempre seguro. Ya en la infancia, que pude pasar sobre todo bajo la tutela de mis abuelos
maternos y en la que, en conjunto, fui realmente feliz, siempre estuve seguro y bien guardado en el
llamado mundo del arte, no en la Naturaleza, que sin duda he admirado siempre, pero igualmente he
temido siempre, lo que hasta hoy no ha cambiado, no estoy ni un solo instante a mis anchas en la
Naturaleza, pero sí, siempre, en el mundo del arte, y más seguro que en ningún otro en el mundo de la
música. Hasta donde puedo recordar, no he querido nada en el mundo más que la música, pensé, a
través de Reger, mirando fuera del museo y dentro de mi infancia. Me siguen gustando esas miradas
que penetran en mi infancia, hace tiempo pasada, y me entrego a ellas completamente y las aprovecho
tanto como puedo, ojalá no cesaran nunca esas miradas dentro de mi infancia, pienso siempre. ¿Qué
clase de infancia tuvo Reger?, pensé, no sé mucho al respecto, en lo que a su infancia se refiere,
Reger no es comunicativo. ¿E Irrsigler? No le gusta hablar de ella ni tampoco le gusta volver la vista
hacia ella. Hacia el mediodía viene cada vez más gente en grupos al museo, en los últimos tiempos,
extraordinariamente muchos de los países de Europa oriental, varios días sucesivos he visto grupos
de Georgia, empujados a través de las galerías por guías rusohablantes, empujados es la palabra
exacta, porque esos grupos no recorren el museo andando, lo recorren corriendo, acosados, en el
fondo sin ningún interés, totalmente fatigados por todas las impresiones que han tenido que
experimentar ya en su viaje a Viena. La semana pasada observé a un hombre de Tiflis, que se separó
de un grupo caucásico y quiso hacer solo su recorrido por el museo, un pintor, según resultó, que me
preguntó por Gainsborough; gustoso le pude decir dónde encontraría a Gainsborough. Finalmente, su
grupo había vuelto a salir ya del museo cuando él se dirigió a mí y me preguntó por el Hotel Wandl,
en el que se alojaba su grupo. Él había pasado media hora delante de la Región de Suffolk, de
Gainsborough, sin pensar en su grupo un solo instante, estaba por primera vez en la Europa central y
había visto por primera vez un original de Gainsborough. Aquel Gainsborough era el punto
culminante de su viaje, dijo, curiosamente en buen alemán, antes de darse la vuelta y salir del museo.
Yo quise ayudarle a encontrar el Hotel Wandl, pero él rehusó. Un pintor joven, de unos treinta años,
viaja con un grupo de Tiflis a Viena y contempla la Región de Suffolk de Gainsborough y dice que la
contemplación de la Región de Suffolk de Gainsborough ha sido el punto culminante de su viaje. El
hecho me dejó pensativo toda la tarde siguiente hasta la noche. ¿Cómo pintará ese hombre de Tiflis?,
me preguntaba todo el tiempo, y finalmente renuncié a ese pensamiento por su insensatez. En los
últimos tiempos visitan el Kunsthistorisches Museum más italianos que franceses, más ingleses que
americanos. Los italianos, con su innato sentido artístico, se presentan siempre como si fueran
iniciados por nacimiento. Los franceses recorren el museo más bien aburridos, los ingleses hacen
como si supieran y conocieran todo. Los rusos están llenos de admiración. Los polacos lo
contemplan todo con altanería. Los alemanes miran el catálogo todo el tiempo en el Kunsthistorisches
Museum, mientras recorren las salas, y apenas a los originales que cuelgan en las paredes y, mientras
recorren el museo, se sumergen cada vez más profundamente en el catálogo, hasta que llegan a la
última página del catálogo y, por consiguiente, se encuentran otra vez fuera del museo. Los
austríacos, especialmente los vieneses, van poco al Kunsthistorisches Museum, si prescindo de las
miles de clases de alumnos que, cada año, realizan su visita obligatoria al Kunsthistorisches
Museum. Las clases de alumnos son guiadas a través del museo por sus profesores o profesoras, lo
que produce en los alumnos un efecto devastador, porque en esas visitas al Kunsthistorisches
Museum los profesores, con su pedante insuficiencia, ahogan en esos alumnos toda sensibilidad hacia
la pintura y sus creadores. Estúpidos, como lo son en general, matan muy pronto en los alumnos que
les están confiados todo sentimiento por el arte pictórico, y la visita al museo, guiada por ellos, de
sus, por decirlo así, inocentes víctimas, se convierte la mayoría de las veces, por su estúpida
charlatanería, en la última visita al museo de cada escolar. Una vez que han entrado con sus
profesores en el Kunsthistorisches Museum, esos alumnos no vuelven a entrar en él en toda su vida.
La primera visita de todos esos jóvenes es al mismo tiempo la última. Los profesores aniquilan para
siempre, en esas visitas, el interés por el arte de los alumnos que les están confiados, eso es un
hecho. Los profesores echan a perder a los alumnos, ésa es la verdad, es un hecho de siglos, y los
profesores austríacos, especialmente, echan a perder en los alumnos, sobre todo al principio, el gusto
por el arte; al fin y al cabo, todos los jóvenes están al principio abiertos a todo, y por consiguiente
también al arte, pero los profesores les quitan a fondo el gusto por el arte; las cabezas en su mayoría
estúpidas de los profesores austriacos actúan, todavía hoy, cada vez más desconsideradamente contra
la nostalgia de sus alumnos por el arte y, en general, por todo lo artístico, que desde el principio
fascina y entusiasma a todos los jóvenes de la forma más natural. Los profesores, sin embargo, son
completamente pequeñoburgueses, y actúan instintivamente contra la fascinación por el arte y el
entusiasmo por el arte de sus alumnos, rebajando el arte y, en general, todo lo artístico, a su propio
diletantismo estúpido y deprimente, y en los colegios convierten el arte y, en general, lo artístico, en
su repugnante música de flauta e igualmente repugnante y chapucero cantar a coro, lo que tiene que
repeler a los alumnos. Así cierran los profesores ya desde el principio a sus discípulos la entrada en
el arte. Los profesores no saben qué es el arte, y por consiguiente tampoco pueden decir a sus
alumnos ni enseñarles qué es el arte, y no los conducen al arte, sino que los apartan del arte, con sus
repulsivas y sentimentales artes aplicadas vocales e instrumentales, que tienen que repeler a sus
alumnos. No hay gusto artístico más mediocre que el de los profesores. Los profesores echan a
perder ya en la escuela primaria el gusto artístico de los alumnos, les quitan desde el principio a los
alumnos el gusto por el arte, en lugar de aclararles el arte y especialmente la música y convertirlos
en una alegría para sus vidas. Pero al fin y al cabo los profesores no son sólo, en lo que al arte se
refiere, los obstaculizadores y los aniquiladores, los profesores, al fin y al cabo, han sido siempre en
fin de cuentas los obstaculizadores de la vida y de la existencia, en lugar de enseñar a los jóvenes la
vida, de descifrarles la vida, de hacer de la vida para ellos una riqueza realmente inagotable por su
propia naturaleza, la matan en ellos, no escatiman nada para matarla en ellos. La mayoría de nuestros
profesores son criaturas miserables, cuya tarea en la vida parece consistir en echar el cerrojo a la
vida de los jóvenes y, en fin y final de cuentas, convertirla en una horrible deprimición. Al fin y al
cabo, a la profesión de enseñante sólo acuden las pequeñas cabezas sentimentales y perversas de
nuestra clase media. Los profesores son los peones del Estado y cuando, como en el caso de este
Estado austríaco de hoy, se trata de un Estado espiritual y moralmente totalmente lisiado, de un
Estado que no enseña más que el embrutecimiento y el enmohecimiento, y un caos que es un peligro
público, también los profesores, como es natural, están espiritual y moralmente lisiados, y
embrutecidos y enmohecidos y caóticos. Este Estado católico no tiene ningún sentido artístico, y por
consiguiente, tampoco los profesores de este Estado lo tienen o tienen por qué tenerlo, eso es lo
deprimente. Esos profesores enseñan lo que este Estado católico es y lo que les encarga que enseñen:
la estrechez de miras y la brutalidad, la bajeza y la abyección, la depravación y el caos. De esos
profesores no pueden esperar los alumnos más que la hipocresía del Estado católico y del poder
estatal católico, pensé, mientras observaba a Reger y al mismo tiempo miraba otra vez, a través de El
hombre de la barba blanca de Tintoretto, dentro de mi infancia. Al fin y al cabo, yo mismo tuve esos
profesores horribles y carentes de escrúpulos, al principio los profesores del campo, después los
profesores de la ciudad, y una y otra vez, alternativamente, los profesores de la ciudad y los
profesores del campo, y todos esos profesores me echaron a perder hasta muy entrada la mitad de mi
vida, mis profesores me echaron a perder de antemano para decenios, pienso. Y tampoco nos dieron
a mí y a mi generación más que las atrocidades del Estado y del mundo corrompido y destruido por
ese Estado. Tampoco me dieron más que las adversidades de ese Estado y del mundo marcado por
ese Estado. Tampoco me dieron, como no dan a los jóvenes de hoy, más que su incomprensión, su
incapacidad, su estupidez, su falta de espíritu. Tampoco a mí me dieron mis maestros más que su
incapacidad, pienso. Tampoco me enseñaron más que el caos. Para decenios aniquilaron también en
mí, con la mayor brutalidad, todo lo que había en mí en un principio para desarrollarme realmente,
con todas las posibilidades de mi inteligencia, por amor a mi mundo. Yo mismo tuve esos profesores
atroces, de estrechas miras, desastrosos, que tienen una concepción absolutamente baja de los seres y
del mundo de los seres, la concepción más baja, determinada por el Estado, a saber, que en cualquier
caso hay que reprimir siempre a la Naturaleza en los nuevos jóvenes y, finalmente, matarla, para los
fines del Estado. Yo también he tenido esos profesores con su perverso tocar la flauta y con su
perverso puntear la guitarra, que me obligaban a aprenderme de memoria algún estúpido poema de
Schiller de dieciséis estrofas, lo que siempre consideré el más horrible de los castigos. También yo
he tenido esos profesores con su secreto desprecio de los seres humanos como método frente a sus
impotentes alumnos, a esos peones del Estado sentimental patéticos de dedo alzado. También yo he
tenido a esos imbéciles intermediarios del Estado que varias veces a la semana me golpeaban los
dedos hasta hinchármelos con su vara de avellano y me levantaban la cabeza en el aire por las orejas,
de forma que nunca he dejado de tener secretas lloreras. Hoy los profesores no tiran ya de las orejas,
ni golpean en los dedos con varas de avellano, pero su falta de espíritu sigue siendo la misma, no veo
otra cosa cuando veo aquí a los profesores con sus alumnos pasar por delante de los llamados
Maestros Antiguos, son los mismos, pienso, que yo tenía, los mismos que me destrozaron para toda la
vida y me aniquilaron para toda la vida. Así tiene que ser, así es, dicen esos profesores, y no toleran
la menor contradicción, porque este Estado católico no tolera la menor contradicción, y no dejan
nada a sus alumnos, absolutamente nada propio. En esos alumnos sólo se mete la basura del Estado,
nada más, lo mismo que el mijo en los gansos, y esa basura del Estado se mete en las cabezas hasta
que esas cabezas se asfixian. El Estado piensa, los niños son niños del Estado, y actúa en
consecuencia y, desde hace siglos, ejerce su efecto devastador. El Estado es quien da a luz en verdad
a los niños, sólo nacen niños del Estado, ésa es la verdad. No hay niño libre, sólo hay el niño del
Estado, con el que el Estado puede hacer lo que quiera, el Estado trae a los niños al mundo, a las
madres sólo se las convence para que traigan a los niños al mundo, es del vientre del Estado del que
salen los niños, ésa es la verdad. Cientos de miles salen todos los años del vientre del Estado como
niños del Estado, ésa es la verdad. Los niños del Estado salen del vientre del Estado al mundo y van
a la escuela del Estado, donde son enseñados por los profesores del Estado. El Estado da a luz a sus
niños en el Estado, ésa es la verdad, el Estado da a luz a sus niños en el Estado y no los deja ya.
Vemos, adondequiera que miremos, sólo niños del Estado, alumnos del Estado, trabajadores del
Estado, funcionarios del Estado, ancianos del Estado, muertos del Estado, ésa es la verdad. El
Estado fabrica y permite únicamente seres del Estado, ésa es la verdad. El ser natural no existe ya,
sólo hay seres del Estado y, donde existe aún el ser natural, se le persigue y se le acosa a muerte y/o
se le convierte en hombre del Estado. Mi infancia fue tanto una hermosa infancia como una infancia
horrible y horrorosa, pienso, en la que, en casa de mis abuelos, podía ser un ser natural, mientras que
en la escuela tenía que ser el ser estatal, en casa, con mis abuelos, era el natural, en la escuela era el
estatal, medio día era el natural, medio día el estatal, medio día y, por consiguiente, por la tarde, era
el natural y por ello el feliz, y medio día y, por consiguiente, por la mañana, era el estatal y por ello
el ser infeliz. Por la tarde era el más feliz, pero por la mañana el más infeliz que se puede imaginar.
Durante muchos años fui por la tarde el ser más feliz, por la mañana el más infeliz, pienso. Con mis
abuelos en casa era un ser natural y feliz, en la escuela abajo, en la pequeña ciudad, era un ser
antinatural e infeliz. Si bajaba a la pequeña ciudad, iba a la infelicidad (¡del Estado!), si iba a la
montaña con mis abuelos a casa, iba a la felicidad. Si iba con mis abuelos a la montaña, iba a la
Naturaleza y a la felicidad, si bajaba a la pequeña ciudad y a la escuela, iba a la antinaturaleza y a la
infelicidad. Entraba por la mañana directamente en la infelicidad y volvía al mediodía o a primeras
horas de la tarde a la felicidad. La escuela es la escuela del Estado, en la que se convierte a los
jóvenes seres en seres del Estado y, por consiguiente, buenos sólo para peones del Estado. Si iba a la
escuela, iba al Estado y, como el Estado aniquila a los seres, iba al establecimiento de aniquilación
de seres. Durante muchos años fui de la felicidad (¡de mis abuelos!) a la infelicidad (¡del Estado!) y
vuelta, de la naturaleza a la antinaturaleza y vuelta, toda mi infancia no fue otra cosa que ese ir y
volver. Me crié en ese ir y volver de la infancia. Pero en ese juego diabólico no ganó la Naturaleza
sino la antinaturaleza, la escuela y el Estado, no la casa de mis abuelos. El Estado, como a todos los
demás, me obligó a entrar en él y me hizo dócil a él, ese Estado, e hizo de mí un hombre del Estado,
un hombre reglamentado y registrado y domado y diplomado y pervertido y deprimido, como todos
los demás. Cuando vemos hombres, sólo vemos hombres del Estado, servidores del Estado, como se
dice con mucha razón, no vemos hombres naturales, sino hombres del Estado que se han convertido
en completamente antinaturales, en calidad de servidores del Estado, que sirven durante toda su vida
al Estado y, por consiguiente, sirven toda su vida a la antinaturaleza. Cuando vemos hombres, vemos
sólo hombres del Estado como hombres antinaturales, que han revertido a la estupidez del Estado.
Cuando vemos hombres, vemos sólo a los hombres entregados al Estado y a los servidores del
Estado, que han sido víctimas del Estado. Los hombres que vemos son víctimas del Estado y la
Humanidad que vemos no es otra cosa que alimento del Estado, con el que se alimenta a un Estado
cada vez más voraz. La Humanidad no es ya más que Humanidad del Estado y ha perdido ya desde
hace siglos, es decir, desde que existe el Estado, su identidad, pienso. La Humanidad no es hoy más
que una «humanidad», que es el Estado, pienso. Hoy el hombre no es más que hombre del Estado, y
por consiguiente no es hoy más que el hombre aniquilado y el hombre del Estado como único hombre
humanamente posible, pienso. El hombre natural no es ya posible, pienso. Cuando vemos en las
grandes ciudades amontonados millones de hombres del Estado nos dan náuseas, porque también
cuando vemos el Estado nos da náuseas. Todos los días, cuando nos despertamos, nos da náuseas
este Estado nuestro y, cuando vamos por la calle, nos dan náuseas los hombres del Estado que
pueblan este Estado. La Humanidad es un gigantesco Estado que, si somos sinceros, nos da náuseas
cada vez cuando despertamos. Como todos los hombres, vivo en un Estado que me da náuseas cuando
despierto. Los profesores que tenemos enseñan a los hombres el Estado y les enseñan todos los
horrores y atrocidades del Estado, toda la hipocresía del Estado, salvo que el Estado es todas esas
barbaridades y atrocidades y mendacidades. Los profesores, desde hace siglos, cogen a sus alumnos
en las tenazas del Estado y los martirizan durante años y decenios y los aplastan. Ahí van esos
profesores, por encargo del Estado, con sus alumnos por el museo y, con su estupidez, les quitan el
gusto por el arte. Pero qué es ese arte de esas paredes más que arte del Estado, pienso. Reger habla
sólo de arte del Estado cuando habla del arte, y cuando habla sobre los, así llamados, Maestros
Antiguos, sólo habla siempre de los Maestros Antiguos del Estado. Porque el arte que cuelga de
esas paredes no es al fin y al cabo más que arte del Estado, por lo menos el que cuelga aquí en la
pinacoteca del Kunsthistorisches Museum. Todos esos cuadros que cuelgan aquí de las paredes no
son al fin y al cabo más que cuadros de artistas del Estado. Complacientes con el arte católico del
Estado y nada más. Una y otra vez sólo un semblante, como dice Reger, no un rostro. Una y otra vez
sólo una testa, no una cabeza. En fin de cuentas, siempre sólo el anverso sin el reverso, una y otra vez
sólo la mentira y la hipocresía sin la realidad y la verdad. Al fin y al cabo todos esos pintores no
eran más que artistas del Estado completamente hipócritas, que atendieron el deseo de agradar de sus
clientes, ni siquiera Rembrandt es una excepción, dice Reger. Mire a Velázquez, nada más que arte
del Estado, a Lotto, a Giotto, siempre sólo arte del Estado, lo mismo que a ese horrible protonazi y
prenazi de Durero, que colocó a la Naturaleza sobre el lienzo y la asesinó, ese espantoso Durero,
como dice Reger muy a menudo, porque realmente detesta a Durero profundamente, ese artista
cincelador de Nuremberg. Reger califica los cuadros que cuelgan aquí de las paredes de arte de
encargo estatal, al que pertenece incluso El hombre de la barba blanca. Los llamados Maestros
Antiguos sólo sirvieron siempre al Estado o a la Iglesia, lo que viene a ser lo mismo, así Reger una y
otra vez, a un emperador o a un papa, a un duque o a un arzobispo. Así como el llamado hombre libre
es una utopía, el llamado artista libre ha sido siempre una utopía, una locura, así Reger a menudo.
Los artistas, los llamados grandes artistas, así Reger, pienso, son además los más faltos de
escrúpulos de los hombres, mucho más faltos de escrúpulos aún que los políticos. Los artistas son
los más hipócritas, todavía mucho más hipócritas que los políticos, así pues, los artistas del arte son
todavía mucho más hipócritas que los artistas del Estado, vuelvo a oír ahora a Reger. Ese arte, al fin
y al cabo, se dirige siempre al todopoderoso y al poderoso y se aparta del mundo, así Reger a
menudo, ésa es su abyección. Miserable es ese arte y nada más, oigo decir ahora a Reger ayer,
mientras lo observo hoy desde la Sala Sebastiano. En realidad, ¿por qué pintan los pintores, cuando
existe la Naturaleza?, se preguntaba Reger ayer otra vez. Hasta la obra de arte más extraordinaria no
es más que un esfuerzo lastimoso, totalmente carente de sentido y de finalidad, de imitar a la
Naturaleza, sí, de remedarla, dijo. ¿Qué es el rostro pintado por Rembrandt de su madre frente al
rostro real de mi propia madre?, preguntó otra vez. ¿Qué son los prados del Danubio, por los que
puedo andar mientras los puedo ver, en comparación con los pintados?, dijo. No hay nada más
repulsivo para mí, dijo ayer, que los señores pintados. Pintura de los señores y nada más, dijo.
Conservar, dice la gente, documentar, pero al fin y al cabo, como sabemos, sólo se conserva y se
documenta lo mentiroso, lo falso, sólo se conserva y se documenta la falsedad y la mentira, la
posteridad sólo tiene falsedad y mentira colgadas de las paredes, sólo hay falsedad y mentira en los
libros que nos han dejado los llamados grandes escritores, sólo falsedad y mentira en los cuadros
que cuelgan de esas paredes. Ese que cuelga de la pared no es al fin y al cabo nunca el que pintó el
pintor, dijo Reger ayer. El que cuelga de la pared no es el que vivió, dijo. Naturalmente, dijo, dirá
usted que es la visión del artista que pintó el cuadro, eso es verdad, aunque sea al mismo tiempo una
visión mentirosa, siempre es, por lo menos en lo que a los cuadros de este museo se refiere, nada
más que la visión estatal católica del artista de que se trate, porque todo lo que aquí cuelga no es al
fin y al cabo otra cosa que arte católico del Estado y por ello, como tengo que decir, un arte innoble,
ya puede ser tan grandioso como se quiera, no es más que un innoble arte católico del Estado. Los,
así llamados, Maestros Antiguos son, sobre todo si se contempla a varios seguidos, es decir, si se
contemplan sus obras de arte seguidas, unos entusiastas de la mentira que se congraciaron con el
Estado católico, lo que quiere decir con el gusto católico, y se vendieron a él, así Reger. En esa
medida, nos encontramos sólo con una historia católica del arte completamente deprimente, con una
historia católica de la pintura completamente deprimente, que siempre ha encontrado y tenido sus
temas en el cielo y en el infierno, pero nunca en la tierra, dijo. Los pintores no han pintado lo que
hubieran tenido que pintar, sino sólo lo que se les encargaba o lo que les facilitaba o les
proporcionaba dinero o fama, dijo. Los pintores, todos esos Maestros Antiguos, que la mayor parte
del tiempo me asquean más que nada y que siempre me han horrorizado, dijo, sólo han servido
siempre a un señor, nunca a sí mismos y, por consiguiente, a la Humanidad misma. Al fin y al cabo
pintaron siempre un mundo fingido que se sacaban de dentro, a cambio de lo cual esperaban obtener
dinero y gloria; todos pintaron siempre desde esa perspectiva, por deseo de oro y por deseo de
gloria, no porque quisieran ser pintores sino sólo porque querían tener gloria o dinero o gloria y
dinero juntos. En Europa, sólo pintaron siempre entre las manos y para la cabeza de un dios católico,
dijo, de un dios católico y de sus dioses católicos. Cada pincelada, por genial que sea, de esos
llamados Maestros Antiguos es una mentira, dijo. Pintores decoradores del mundo llamó ayer a los
que en el fondo odia realmente y por los que, al mismo tiempo, siempre ha estado fascinado y, de
hecho, durante toda su vida lastimosa. Mentirosos ayudantes de decoración religiosa de los señores
católicos europeos, no otra cosa son esos Maestros Antiguos, eso lo puede ver en cada toque que
esos artistas han dado con desenfado en sus lienzos, mi querido Atzbacher, dijo. Naturalmente dirá
usted que es el más alto arte pictórico, dijo ayer, pero no olvide mencionar o por lo menos pensar, o
al menos pensar para sus adentros, que es también el arte pictórico infame, lo infame de ese arte es al
mismo tiempo lo religioso, eso es lo que hay en él de repulsivo. Si, como yo ayer, se queda una hora
delante del Mantegna, de pronto tiene ganas de arrancar de la pared ese Mantegna, porque le parece
de repente una grandísima vulgaridad pintada. O si se queda un rato delante del Biliverti o del
Campagnola. Esa gente no pintaba al fin y al cabo más que para sobrevivir y por dinero y para ir al
cielo y no al infierno, al que durante toda su vida temieron más que a nada, aunque sin embargo eran
cabezas muy inteligentes, si bien caracteres muy débiles. Los pintores en general no tienen buen
carácter, incluso tienen siempre muy mal carácter, y por eso, en el fondo, siempre han tenido también
muy mal gusto, dijo Reger ayer, no encontrará uno solo de los llamados grandes artistas pictóricos o,
digamos, de los llamados Maestros Antiguos que haya tenido buen carácter y buen gusto, y entiendo
por buen carácter, sencillamente, un carácter insobornable. Todos esos artistas, en calidad de
Maestros Antiguos, eran sobornables y por eso su arte me resulta tan repulsivo, así Reger. Los
comprendo a todos y me resultan profundamente repulsivos. Me repugna todo lo que pintaron y que
está colgado aquí, pienso a menudo, dijo ayer, y sin embargo, desde hace decenios, no puedo evitar
estudiarlos. Eso es lo horrible, dijo ayer, que esos Maestros Antiguos me resultan profundamente
repulsivos y, sin embargo, los estudio una y otra vez. Pero son repelentes, eso es totalmente claro,
dijo ayer. Los Maestros Antiguos, como se los llama ya desde hace siglos, sólo soportan una
contemplación superficial, si los contemplamos detenidamente, van perdiendo poco a poco y al
final, si los hemos estudiado real y verdaderamente, lo que quiere decir, tan minuciosamente como es
posible durante muchísimo tiempo, se deshacen, se nos desmoronan y nos dejan sólo un regusto
insulso, incluso, incluso la mayoría de las veces, un regusto nauseabundo en la cabeza. La obra de
arte más grande y más importante nos pesa al final en la cabeza como un enorme amasijo de
vulgaridad y de mentira, lo mismo que un amasijo demasiado grande de carne en el estómago. Nos
sentimos fascinados por una obra de arte y, al final, nos resulta sin embargo ridícula. Si uno se toma
su tiempo y lee a Goethe una vez con más intensidad que normalmente y con desvergüenza mucho
mayor que normalmente, al final lo leído le parece ridículo, da igual lo que sea, sólo necesita leerlo
más a menudo que normalmente, y le resultará inevitablemente ridículo y lo más inteligente será, al
final, una tontería. Ay de usted si lee con más intensidad, se echará a perder todo lo que lea. Da
totalmente igual lo que lea, al final será ridículo y al final no valdrá nada. Guárdese de penetrar en
las obras de arte, dijo, se echará a perder todas y cada una de ellas, hasta las más queridas. No mire
un cuadro mucho tiempo, no lea un libro demasiado insistentemente, no escuche una pieza musical
con la mayor intensidad, se los echará a perder todos y, con ello, lo más bello y lo más útil que hay
en el mundo. Lea lo que le guste, pero no penetre en ello totalmente, escuche lo que le guste, pero no
lo escuche totalmente, mire lo que le guste, pero no lo mire totalmente. Porque siempre lo he mirado
todo totalmente, lo he escuchado siempre todo totalmente, lo he leído siempre todo totalmente o, por
lo menos, he intentado siempre escucharlo y leerlo y mirarlo todo totalmente, en fin y final de cuentas
me ha horrorizado todo, y con ello me han horrorizado todas las artes plásticas y toda la música y
toda la literatura, dijo ayer. Lo mismo que, con ese método, en fin y final de cuentas me ha
horrorizado el mundo entero, sencillamente todo. Durante años me ha horrorizado sencillamente todo
y, lo que lamento profundamente, también me ha horrorizado mi mujer. Durante años, dijo, sólo he
podido existir con y gracias a ese método de horrorizarme. Ahora sé, sin embargo, que no debo leer
totalmente ni escuchar totalmente ni contemplar y mirar totalmente si quiero seguir viviendo. Es un
arte no leer totalmente ni escuchar totalmente ni contemplar y mirar totalmente, dijo. Todavía no
domino ese arte por completo, dijo, porque mi tendencia es al fin y al cabo abordarlo todo totalmente
y asimismo continuarlo totalmente y llevarlo a cabo totalmente, ésa es, tiene que saber, mi verdadera
desgracia, dijo. Ese mecanismo de destrucción sumamente personal y siempre dirigido a lo total,
dijo. Al fin y al cabo, los Maestros Antiguos no pintaron para personas como yo, ni compusieron los
grandes compositores antiguos ni escribieron los grandes escritores antiguos, como es natural no para
personas como yo, nunca hubiera pintado o escrito o compuesto ninguno de ellos para una persona
como yo, dijo. El arte no está hecho para la contemplación total y la audición total y la lectura total,
dijo. Ese arte está hecho para la parte miserable de la Humanidad, para la cotidiana, para la normal,
incluso tengo que decir, para nadie más que los de buena fe. Una gran construcción, dijo, qué deprisa
se empequeñece al ser contemplada por unos ojos como los míos, por famosa que sea, y precisa y
exactamente entonces se reduce, más tarde o más temprano, a una arquitectura ridícula. He hecho
viajes, dijo, para ver la gran arquitectura, como es natural primero a Italia y a Grecia y a España,
pero ante mis ojos las catedrales se redujeron pronto a nada más que tentativas impotentes, incluso
ridículas, de contraponer al cielo algo así como un segundo cielo, de catedral en catedral siempre un
segundo cielo todavía más grandioso, de un templo a otro siempre algo todavía más grandioso, dijo,
y sin embargo siempre ha surgido algo chapucero al hacerlo. He visitado como es natural los
mayores museos, y no sólo de Europa, y he estudiado lo que contienen, lo he estudiado con la mayor
intensidad, créame y pronto me ha parecido que todos esos museos no contenían otra cosa que la
impotencia pintada, la incapacidad pintada, el fracaso pintado, la parte chapucera del mundo, todo lo
que hay en esos museos es efectivamente fracasado y chapucero, dijo ayer, da igual en qué museo
entre uno y empiece a contemplar y estudiar, no estudiará más que lo fracasado y lo chapucero. Dios
santo, el Prado, dijo, sin duda el museo más importante del mundo en lo que a Maestros Antiguos se
refiere, pero cada vez, cuando estoy sentado enfrente en el Ritz tomándome mi té, pienso sin embargo
que el Prado tampoco contiene más que lo imperfecto, lo fracasado, en fin de cuentas sólo lo ridículo
y diletante. Muchos artistas en determinadas épocas, cuando están de moda, dijo, se ven hinchados
sencillamente hasta una monstruosidad que estremece al mundo; entonces, de pronto, alguna cabeza
insobornable pincha esa monstruosidad que estremece al mundo y esa monstruosidad que estremece
al mundo estalla y, de forma igualmente repentina, no es nada, dijo. Velázquez, Rembrandt,
Giorgione, Bach, Hándel, Mozart, Goethe, dijo, y lo mismo Pascal, Voltaire, nada más que
monstruosidades hinchadas de ésas. Ese Stifter, dijo ayer, al que yo mismo he venerado siempre tan
monstruosamente, de una forma que era ya más que una servidumbre artística, es sin embargo tan mal
escritor, si se ocupa uno de él detenidamente, como es Bruckner, si se escucha detenidamente, mal
compositor, por no decir lamentable. Stifter escribe con un estilo horrible, que además está,
gramaticalmente, por debajo de cualquier crítica, y al fin y al cabo lo mismo pasa con Bruckner, con
su borrachera de notas caóticas y salvajes e, incluso, en edad avanzada de una religiosidad púber. A
Stifter lo veneré durante decenios, sin ocuparme realmente de él de una forma precisa y radical.
Cuando, hace un año, me ocupé de Stifter de una forma precisa y radical, no daba crédito a mis ojos
ni a mis oídos. Nunca había leído antes, en toda mi vida intelectual, un alemán o un austriaco, como
se quiera, tan defectuoso y chapucero como el de ese autor, al fin y al cabo famoso hoy,
precisamente, por su prosa exacta y clara. La prosa de Stifter no tiene nada de exacta y es la menos
clara que conozco, está abarrotada de imágenes torcidas y pensamientos equivocados y fallidos, y me
pregunto realmente por qué ese diletante provinciano, que, por cierto, era inspector de enseñanza en
la Alta Austria, es tan respetado hoy precisamente por los escritores y sobre todo por los escritores
jóvenes, y no por los más desconocidos ni los más insignificantes. Creo que toda esa gente no ha
leído nunca realmente a Stifter, sino que sólo lo ha venerado siempre ciegamente, sólo ha oído hablar
siempre de Stifter, pero no lo ha leído nunca realmente, lo mismo que yo. Cuando leí realmente a
Stifter, hace un año, a ese gran maestro de la prosa, como al fin y al cabo se le califica, sentí
repugnancia de mí mismo por el hecho de haber reverenciado alguna vez, amado incluso, a ese
escritor chapucero. Leí a Stifter en mi juventud y tenía un recuerdo de él basado en esas experiencias
de lectura. Había leído Stifter con doce o con dieciséis años, a una edad en que no tenía ningún
sentido crítico. Sin embargo, después no había vuelto a leer a Stifter. Stifter es, en los pasajes más
extensos de su prosa, un charlatán insoportable, tiene un estilo chapucero y, lo que es más
reprobable, descuidado, y es realmente además el autor más aburrido y más hipócrita de la literatura
alemana. La prosa de Stifter, que tiene fama de concisa y precisa y clara, es en realidad difusa,
impotente e irresponsable, y de un sentimentalismo pequeñoburgués y una torpeza pequeñoburguesa
tales que, si se lee por ejemplo el Witiko o la Carpeta de mi bisabuelo, se le revuelve a uno el
estómago. Precisamente esa Carpeta de mi bisabuelo es, ya desde las primeras líneas, un intento
chapucero de hacer pasar por obra de arte una prosa irresponsablemente estirada, sentimental e
insulsa, llena de defectos internos y externos, y que no es, sin embargo, más que una mamarrachada
fabricada en Linz. Al fin y al cabo sería impensable que de Linz, ese poblacho provinciano y
pequeñoburgués, que desde la época de Kepler ha seguido siendo un poblacho provinciano que,
realmente, clama al cielo, y que tiene una ópera en la que la gente no sabe cantar, y un teatro en el
que la gente no sabe interpretar, pintores que no saben pintar y escritores que no saben escribir,
hubiera surgido de repente un genio, como se califica a Stifter universalmente. Stifter no es un genio,
Stifter es un burgués de vida estrecha y un pequeñoburgués mohoso que escribía de forma igualmente
estrecha en calidad de pedagogo, que no respondió a las menores exigencias de la lengua, ni mucho
menos hubiera sido capaz, yendo más lejos, de producir obras de arte, dijo Reger. Stifter es
claramente, en fin de cuentas, dijo, una de las grandes decepciones de mi vida artística. Una de cada
tres o, por lo menos, una de cada cuatro frases de Stifter es equivocada, una de cada dos o de cada
tres imágenes de su prosa se malogra, y la inteligencia de Stifter es, por lo menos en sus escritos
literarios, una inteligencia media. Stifter es en realidad uno de los escritores más carentes de fantasía
que han escrito nunca y uno de los más anti y apoéticos al mismo tiempo. Pero los lectores y los
expertos en literatura se han dejado engañar siempre por ese Stifter. El hecho de que, al final de su
vida, ese hombre se matara, no cambia en nada su mediocridad absoluta. No conozco en el mundo
ningún escritor que sea tan diletante y chapucero y, por añadidura, tan tozudamente estrecho de miras
como Stifter y al mismo tiempo tan mundialmente famoso. Con Antón Bruckner pasa algo parecido,
dijo Reger, ése, con su perverso temor de Dios y obsesionado por el catolicismo, se trasladó de la
Alta Austria a Viena y se entregó totalmente al Emperador y a Dios. Tampoco Bruckner era un genio.
Su música es confusa y tan poco clara y tan chapucera como la prosa de Stifter. Pero mientras que
Stifter hoy, en rigor, no es más que papel muerto para germanistas, Bruckner, entretanto, conmueve a
todos hasta las lágrimas. El torrente de notas bruckneriano ha conquistado al mundo, puede decirse,
el sentimentalismo y la pomposidad hipócrita celebran en Bruckner su triunfo. Bruckner es un
compositor tan chapucero como es Stifter un escritor chapucero, los dos tienen en común esa
chapucería altoaustriaca. Los dos hicieron ese arte, así llamado, consagrado a Dios que es un peligro
público, dijo Reger. No, Kepler era un tipo estupendo, dijo Reger ayer, pero al fin y al cabo no era
de la Alta Austria sino de Württemberg; Adalbert Stifter y Antón Bruckner, en fin de cuentas, sólo
produjeron basura literaria y componística. Quien aprecie a Bach y a Mozart y a Handel y a Haydn,
dijo, tiene que rechazar a gente como Bruckner de la forma más natural, no tiene que despreciarla,
pero sí que rechazarla. Y quien aprecie a Goethe y a Kleist y a Novalis y a Schopenhauer, tiene que
rechazar a Stifter y no necesita tampoco despreciar a Stifter. A quien le gusta Goethe, no puede al
mismo tiempo gustarle Stifter, Goethe eligió lo difícil, Stifter, sin embargo, siempre lo demasiado
fácil. Lo condenable es al fin y al cabo, dijo Reger ayer, que precisamente Stifter fue un temido
pedagogo y, por añadidura, un pedagogo en una posición elevada y que escribió tan descuidadamente
como nunca se le hubiera permitido a ninguno de sus alumnos. Una página de Stifter presentada a
Stifter por alguno de sus alumnos hubiera sido totalmente garabateada por Stifter con lápiz rojo, ésa
es la verdad. Si empezamos a leer a Stifter con lápiz rojo, no paramos de corregir, dijo Reger. No es
un genio el que ha cogido la pluma, dijo, sino un pésimo chapucero. Si alguna vez ha existido el
concepto de una literatura de mal gusto, insulsa y sentimental e inútil, se ajusta exactamente a lo que
Stifter escribió. La escritura de Stifter no es un arte, y lo que tiene que decir es, de la forma más
repugnante, insincero. No en vano leen sobre todo a Stifter las mujeres y viudas de funcionarios
aburridas en sus pisos, que bostezan durante toda la jornada, dijo, y las enfermeras de hospital en su
tiempo libre y las monjas de los conventos. Un hombre que realmente piense no puede leer a Stifter.
Creo que las personas que sitúan a Stifter tan alto y tan monstruosamente alto no tienen ni idea de
Stifter. Todos nuestros escritores, sin excepción, hablan y escriben hoy siempre de Stifter únicamente
con entusiasmo, y son sus adeptos, como si fuera el dios de los escritores de la época actual. O esas
personas son tontas y no tienen ningún gusto artístico ni entienden de literatura lo más mínimo, o bien,
lo que por desgracia tengo que creer en primer lugar, no han leído a Stifter, dijo. No me venga usted
con Stifter y Bruckner, dijo, en cualquier caso no en relación con el arte y con lo que entiendo por
arte. Emborronador de prosa, dijo, el uno, emborronador de música el otro. Pobre Alta Austria, dijo,
que cree realmente haber producido dos de los mayores genios, cuando sólo ha engendrado dos
fracasados desmedidamente sobrestimados, uno literato y otro compositor. Cuando pienso en cómo
las maestras y monjas austríacas tienen sus Stifter sobre su católica mesilla de noche en calidad de
iconos artísticos, junto a su peine y sus tijeritas de los pies, y cuando pienso en cómo los jefes de
Estado, al escuchar una sinfonía de Bruckner, prorrumpen en lágrimas, siento náuseas, dijo. El arte es
lo más elevado y lo más repulsivo al mismo tiempo, dijo. Pero tenemos que convencernos de que
existe el arte elevado y elevadísimo, dijo, porque si no, desesperamos. Aunque sepamos que todo
arte acaba en la torpeza y en la ridiculez y en la basura de la Historia, como todo lo demás, tenemos
que creer con toda seguridad en el arte elevado y elevadísimo, dijo. Sabemos lo que es, un arte
chapucero, fracasado, pero no podemos admitir siempre que lo sabemos, porque entonces nos
hundimos inevitablemente, dijo. Para volver otra vez a Stifter, dijo, hoy hay gran número de
escritores que juran por Stifter. Esos escritores juran por un diletante absoluto de la escritura, que
durante toda su vida de escritor no hizo otra cosa que abusar de la Naturaleza. Hay que reprochar a
Stifter un abuso absoluto de la Naturaleza, dijo Reger ayer. Quiso ser un vidente y en realidad fue,
como escritor, un ciego, dijo Reger. Todo es en Stifter diligente, virginalmente desmañado, Stifter
escribió una prosa de dedo indicador insoportablemente provinciana, y nada más. En Stifter es
famosa la descripción de la Naturaleza. Nunca ha sido la Naturaleza tan mal dibujada como la
describe Stifter, lo mismo que no es tan aburrida como nos hace creer en su paciente papel, dijo
Reger. Stifter no es más que un granjero literario de circunstancias, cuya pluma sin arte paraliza hasta
a la Naturaleza y, como es natural, también de esa forma al lector, cuando en realidad y en verdad la
Naturaleza está viva y llena de acontecimientos. Stifter ha echado sobre todas las cosas su velo
pequeñoburgués, asfixiándolas casi, ésa es la verdad. En verdad no sabe describir un árbol, un
pájaro cantor, un río impetuoso, ésa es la verdad. Quiere mostrarnos algo y lo paraliza sólo, quiere
producir un destello y sólo lo apaga, ésa es la verdad. Stifter nos hace la Naturaleza monótona y los
hombres, de corazón seco y sin espíritu, no sabe nada ni inventa nada, y lo que nos describe, porque
es única y exclusivamente alguien que describe, lo describe de una forma ilimitadamente burguesa.
Tiene la calidad de los malos pintores, dijo Reger, que por quién sabe qué incomprensible razón se
han hecho famosos y que al fin y al cabo cuelgan en esta casa por todas partes de las paredes, piense
sólo en Durero y en sus muchos cientos de producciones mediocres, en las que los marcos en que
están enmarcadas valen mucho más que ellas. Todos esos cuadros son admirados, pero los
admiradores no saben por qué, lo mismo que Stifter es leído y admirado sin que sus lectores sepan
por qué. Lo más incomprensible en Stifter es su fama, dijo Reger, porque su literatura es cualquier
cosa menos incomprensible. Descomponemos a los llamados grandes, los disgregamos con el tiempo,
los suprimimos, dijo, los grandes pintores, los grandes músicos, los grandes escritores, porque no
podemos vivir con su grandeza, porque pensamos y lo pensamos todo hasta el final, dijo. Pero Stifter
no fue ni es nadie grande y, por consiguiente, no sirve de ejemplo de ese proceso. Stifter sólo sirve
de ejemplo de cómo un artista puede ser venerado durante decenios como alguien grande, incluso ser
amado por alguien, realmente por alguien ansioso de venerar y de amar y, sin embargo, no haber sido
nunca alguien grande. Con la decepción que sentimos cuando descubrimos que la grandeza del
venerado y admirado y amado no es en absoluto grandeza y tampoco ha sido nunca tal grandeza, sino
sólo una grandeza imaginada y una pequeñez real, incluso bajeza, sentimos el dolor despiadado del
engañado. Sufrimos sencillamente las consecuencias, dijo Reger, cuando nos damos a aceptar
sencillamente de forma ciega un objeto y por añadidura, durante años y decenios y posiblemente
durante toda una vida, lo veneramos y amamos incluso sin ponerlo a prueba una y otra vez. Si yo
hubiera puesto a prueba a Stifter sólo otra vez, digamos, hace treinta o veinte años al menos o hace
quince, me hubiera ahorrado esa decepción tardía. En general, no debemos decir que éste o aquél son
buenos y lo son para siempre, sino que tenemos que poner a prueba a todos los artistas una y otra vez,
porque al fin y al cabo desarrollamos nuestros conocimientos artísticos y nuestro gusto artístico, de
eso no hay duda. De Stifter sólo las cartas son buenas, dijo Reger, todo lo demás no vale nada. Pero
la ciencia de la literatura se ocupará sin duda todavía mucho tiempo de Stifter, al fin y al cabo está
totalmente obsesionada por ídolos de la escritura como Adalbert Stifter que, aunque no tengan que
entrar en la eternidad de la prosa, ayudarán todavía mucho tiempo a sus estudiosos a ganarse el duro
pan de la forma más agradable. A veces me he tomado la molestia y he dado a diversas personas,
muy inteligentes y menos inteligentes, de muy buen oído y de oído menos bueno, algún libro de Stifter
para leer, las Piedras abigarradas por ejemplo, El cóndor o Brigitta o precisamente esa Carpeta de
mi bisabuelo y he preguntado luego a esas personas si les había gustado lo leído, les he pedido una
respuesta sincera. Todas esas personas, obligadas por mí a una respuesta sincera, dijeron que no les
había gustado, que les había decepcionado infinitamente y en el fondo no les había dicho nada, pero
absolutamente nada, y todas se maravillaban únicamente de que un hombre que escribió textos tan
desatinados y que, por añadidura, no tenía nada que decir, pudiera ser tan famoso. Ese experimento
Stifter me ha complacido durante cierto tiempo una y otra vez, dijo, el hacer precisamente la, por mí
llamada, prueba de Stifter. De igual modo pregunto a veces a la gente si le gusta realmente Tiziano,
por ejemplo la Madona de las cereras. A ninguno de los preguntados le gustaba nunca el cuadro,
todos lo admiraban sólo por su fama, a ninguno le decía realmente nada. Pero no quiero decir que se
pueda comparar a Stifter con Tiziano, eso sería totalmente absurdo, dijo Reger. Los historiadores de
la literatura no sólo están enamorados de Stifter sino chiflados por Stifter. Creo que los historiadores
de la literatura aplican, en lo que a Stifter se refiere, un criterio absolutamente insuficiente. Escriben
siempre sobre Stifter más que sobre cualquier otro escritor de su época, y cuando leemos lo que
escriben sobre Stifter, tenemos que suponer que no han leído absolutamente nada de Stifter o, por lo
menos, todo únicamente de una forma por completo superficial. La Naturaleza se cotiza ahora mucho,
dijo Reger ayer, ésa es también una razón de que Stifter se cotice mucho ahora. Todo lo que se
relaciona con la Naturaleza está ahora muy de moda, dijo Reger ayer, y por consiguiente Stifter está
ahora muy de moda, incluso de lo más de moda. El bosque está ahora muy de moda, los arroyos de
montaña están ahora muy de moda, y por consiguiente Stifter está ahora muy de moda. Stifter aburre a
todos mortalmente y, de forma funesta, está ahora muy de moda, dijo Reger. El sentimentalismo en
general está ahora, eso es lo más horrible, muy de moda, como al fin y al cabo también todo lo que es
cursi está muy de moda; desde mediados de los años setenta y hasta hoy, a mediados de los años
ochenta, el sentimentalismo y la cursilería están muy de moda, muy de moda en la literatura, en la
pintura y también en la música. Nunca se había escrito tanta cursilería sentimental como hoy en los
años ochenta, nunca se había pintado de forma tan cursi y sentimental, y los compositores se superan
unos a otros en cursilería y sentimentalismo; vaya usted al teatro, hoy no se ofrece allí más que una
cursilería que es un peligro público, nada más que sentimentalismo y, hasta cuando ocurre algo brutal
y salvaje en el teatro, no es más que vulgar sentimentalismo cursi. Vaya usted a las exposiciones,
sólo se le mostrarán la cursilería más extrema y el sentimentalismo más repugnante. Vaya a las salas
de concierto, no escuchará allí tampoco más que cursilería y sentimentalismo. Los libros están hoy
abarrotados de cursilería y sentimentalismo, eso es lo que Stifter ha puesto tan de moda en los
últimos años. Stifter es un maestro de lo cursi, dijo Reger. En cualquier página casual de Stifter hay
tanta cursilería, que varias generaciones de monjas y enfermeras sedientas de poesía pueden
satisfacerse con ella. Y realmente también Bruckner es, al fin y al cabo, sólo sentimental y cursi,
nada más que un orquestal cerumen estúpido y monumental. Los escritores jóvenes y los más jóvenes
que escriben hoy escriben sólo, en su mayor parte, cursilerías sin ingenio y sin cabeza y desarrollan
en sus libros un sentimentalismo patético francamente insoportable, y por ello se comprende
perfectamente que también con ellos Stifter esté muy de moda. Stifter, que introdujo la cursilería sin
ingenio y sin cabeza en la literatura grande y elevada y que terminó con un suicidio cursi, está hoy
muy de moda, dijo Reger. No resulta tan incomprensible que ahora, cuando la palabra bosque y la
expresión muerte de los bosques se han puesto tan de moda y, en general, el concepto de bosque es
el más usado y abusado, se venda el Bosque cerrado de Stifter más que nunca. La nostalgia de los
hombres es hoy, más que nunca, la Naturales, y como todos creen que Stifter describió la Naturaleza,
todos acuden a Stifter. Sin embargo, Stifter no describió en absoluto la Naturaleza, sólo la cursificó.
Toda la tontería de los hombres se muestra en el hecho de que, ahora, todos peregrinan a Stifter, a
cientos de miles, y se arrodillan ante cada uno de sus libros como si cada uno de ellos fuera un altar.
Precisamente por ese seudoentusiasmo me resulta la Humanidad repulsiva, dijo Reger, absolutamente
repelente. En fin de cuentas, todo cae en lo ridículo o, por lo menos, en lo lamentable, ya puede ser
tan grande o importante como se quiera, dijo. Realmente, Stifter me recuerda una y otra vez a
Heidegger, ese ridículo burgués nacionalsocialista en pantalones bombachos. Si Stifter cursificó
totalmente la gran literatura de la forma más desvergonzada, Heidegger, el filósofo de la Selva Negra
Heidegger, cursificó la filosofía, Heidegger y Stifter, cada uno por su cuenta, a su manera,
cursificaron desastrosamente la filosofía y la literatura. A Heidegger, detrás del cual corrieron las
generaciones de la guerra y la posguerra y al que cubrieron de un montón de repulsivas y estúpidas
tesis doctorales cuando vivía aún, lo veo siempre en el banco de su casa de la Selva Negra, sentado
junto a su mujer que, con su perverso entusiasmo por tricotar, le tricota ininterrumpida medias de
invierno con la lana tundida por ella misma de las ovejas heideggerianas. A Heidegger no lo puedo
ver más que en el banco de su casa de la Selva Negra, y a su lado a su mujer, que durante toda su
vida lo dominó totalmente y le tricotó todas las medias y le hizo a ganchillo todos los gorros y le
cocía el pan y le tejía las sábanas y hasta le fabricó unas sandalias. Heidegger era una cabeza cursi,
dijo Reger, lo mismo que Stifter, pero sin embargo mucho más ridículo aún que Stifter, que al fin y al
cabo era realmente una figura trágica, a diferencia de Heidegger, que fue siempre sólo cómico, tan
pequeñoburgués como Stifter, tan desoladoramente megalómano, un débil pensador prealpino, según
creo, muy adecuado para el puchero filosófico alemán. A Heidegger se lo han comido todos a
cucharadas durante decenios con hambre voraz, más que a cualquier otro, llenándose así sus
estómagos alemanes de germanistas y filósofos. Heidegger tenía un rostro ordinario, no un rostro
inteligente, dijo Reger, era totalmente un hombre poco inteligente, carente de toda fantasía, carente de
toda sensibilidad, un rumiante filósofo superalemán, una vaca filosófica constantemente preñada, dijo
Reger, que pastaba en la filosofía alemana y durante decenios dejó caer sobre ella en la Selva Negra
sus coquetas boñigas. Heidegger era, por decirlo así, un filosófico estafador de novias, dijo Reger,
que consiguió poner cabeza abajo a toda una generación de especialistas alemanes en ciencias
filosóficas. Heidegger es un episodio repelente de la historia de la filosofía alemana, dijo Reger
ayer, en el que participaron todos los alemanes dedicados a la ciencia j siguen participando aún.
Todavía hoy no se ha calado por completo a Heidegger, sin duda la vaca heideggeriana ha
enflaquecido, pero se sigue ordeñando la leche heideggeriana. Heidegger con sus pantalones
bombachos de fieltro delante de su hipócrita blocao de Todtnauberg ha quedado para mí sólo como
una foto desenmascaradora, el burgués pensador con el gorro negro de la Selva Negra en la cabeza,
en la que al fin y al cabo sólo se cocía una y otra vez la imbecilidad alemana, así Reger. Cuando
somos viejos, hemos seguido ya muchas modas asesinas, todas esas modas artísticas asesinas y
modas filosóficas y modas de artículos de consumo. Heidegger es un buen ejemplo de cómo, de una
moda filosófica que un día abarcó toda Alemania, no ha quedado más que cierto número de fotos
ridículas y cierto número de escritos mucho más ridículos aún. Heidegger era un charlatán del
mercado filosófico, que sólo llevaba al mercado género robado, era y es el prototipo del pensador,
al que le faltaba todo, pero realmente todo, para pensar por sí mismo. El método heideggeriano
consistía en hacer de grandes pensamientos ajenos, con la mayor falta de escrúpulos, pequeños
pensamientos propios, así son las cosas. Heidegger ha empequeñecido todo lo grande, de forma que
se ha vuelto alemanamente posible, comprende, alemanamente posible. Heidegger es el pequeño
burgués de la filosofía alemana que puso a la filosofía alemana su cursi gorro de dormir, el cursi
gorro de dormir negro que, al fin y al cabo, llevaba siempre Heidegger, en toda ocasión. Heidegger
es el filósofo en zapatillas y gorro de dormir de los alemanes, nada más. No sé, dijo Reger ayer,
siempre que pienso en Stifter pienso también en Heidegger, y a la inversa. No es casualidad, dijo
Reger, que Heidegger, lo mismo que Stifter, haya gustado siempre y siga gustando hoy sobre todo a
las mujeres crispadas, lo mismo que las monjas diligentes y las enfermeras diligentes se tragan a
Stifter, por decirlo así, como plato favorito, se tragan también a Heidegger. Heidegger es, todavía
hoy, el filósofo favorito del mundo femenino alemán. El filósofo de las mujeres es Heidegger, el
filósofo de la comida del mediodía especialmente apropiado para el apetito filosófico alemán, salido
directamente de la sartén de los eruditos. Cuando llega uno a una reunión pequeño-burguesa o incluso
aristocráticopequeñoburguesa, a menudo le sirven ya antes de los entremeses a Heidegger, todavía no
se ha quitado uno el abrigo y le ofrecen ya un pedazo de Heidegger, todavía no se ha sentado uno, y
la señora de la casa le ha traído ya, con el jerez, a Heidegger en bandeja de plata. Heidegger es una
filosofía alemana siempre bien preparada, que se puede servir en todas partes y en cualquier
momento, dijo Reger, en todos los hogares. No conozco ningún filósofo más degradado hoy, dijo
Reger. Efectivamente, para la filosofía Heidegger ha terminado, si hace sólo diez años era el gran
pensador, ahora sólo vaga como un fantasma, por decirlo así, por los hogares seudointelectuales y
por las reuniones seudointelectuales y añade a su hipocresía totalmente natural otra artificial. Como
Stifter, también Heidegger es para el alma media alemana un flan de lectura, sin sabor pero digerible
sin dificultades. Con el intelecto tiene Heidegger tan poco que ver como Stifter con la poesía,
créame, esos dos, en lo que a la filosofía y la poesía se refiere, no valen prácticamente nada, aunque
sin embargo sitúo a Stifter más alto que a Heidegger, que al fin y al cabo siempre me ha repelido,
porque todo en Heidegger me ha sido siempre repugnante, no sólo el gorro de dormir en la cabeza y
los calzoncillos de invierno tejidos en casa sobre la estufa encendida por él mismo en Todtnauberg,
no sólo su bastón de la Selva Negra tallado por él mismo, sino precisamente su filosofía de la Selva
Negra por él mismo tallada, todo en ese hombre tragicómico me ha sido siempre repulsivo, me ha
repelido siempre profundamente, sólo con pensar en ello; sólo necesitaba conocer una línea de
Heidegger para sentirme repelido por la simple lectura de Heidegger, dijo Reger; Heidegger me ha
hecho siempre el efecto de un charlatán que sólo se aprovechó de todo lo que le rodeaba, y en medio
de ese aprovechamiento tomaba el sol en su banco de Todtnauberg. Cuando pienso que hasta gente
superinteligente se ha dejado engañar por Heidegger y que hasta una de mis mejores amigas hizo una
tesis sobre Heidegger y que, además, hizo además esa tesis en serio, todavía hoy me dan náuseas,
dijo Reger. Esa nada carente de fundamento es de lo más ridículo, según Reger. Pero a los
alemanes les impone la afectación, dijo Reger, los alemanes sienten interés por la afectación, ésa es
una de sus cualidades más destacadas. Y por lo que a los austríacos se refiere, son mucho peores aún
en todos esos aspectos. He visto una serie de fotografías, que hizo una fotógrafa de mucho talento de
Heidegger, el cual tuvo siempre aspecto de gordo oficial de Estado Mayor retirado, dijo Reger, y que
un día le enseñaré; en esas fotografías, Heidegger se levanta de la cama, se vuelve a meter en la
cama, duerme Heidegger, se despierta, se pone los calzoncillos, se pone las medias, bebe un trago de
mosto, sale de su blocao y mira el horizonte, se talla un bastón, se pone el gorro, se quita el gorro de
la cabeza, sostiene el gorro entre las manos, abre las piernas, levanta la cabeza, baja la cabeza, pone
la mano derecha sobre la izquierda de su mujer, su mujer pone la mano izquierda sobre la derecha de
él, se dirige a su casa, se aleja de su casa, lee, se come su sopa, se corta un pedazo de pan (amasado
por él mismo), abre un libro (escrito por él mismo), cierra un libro (escrito por él mismo), se inclina,
se estira y así sucesivamente, dijo Reger. Es para vomitar. Si ya no se puede soportar a los
wagnerianos, qué decir de los heideggerianos. Pero naturalmente no se puede comparar a Heidegger
con Wagner, que al fin y al cabo fue realmente un genio, al que el concepto de genio se aplica
realmente mejor que a cualquier otro, mientras que Heidegger fue sólo un pequeño segundón
filosófico. Heidegger fue, eso está claro, el filósofo alemán más mimado de este siglo, y al mismo
tiempo el más insignificante. A Heidegger peregrinan sobre todo los que confunden la filosofía con el
arte culinario, los que consideran la filosofía como algo frito y asado y cocido, lo que corresponde
muy bien al gusto alemán. Heidegger tenía su corte en Todtnauberg y se dejaba admirar en todo
momento, en su pedestal de la Selva Negra, como una vaca sagrada. Hasta un director de periódico
de la Alemania del norte, famoso y temido, se arrodilló lleno de devoción ante él con la boca abierta,
como si, con el sol poniente, esperase por decirlo así, de Heidegger sentado en el banco de su casa,
la hostia espiritual. Todas esas gentes peregrinaban a Todtnauberg, a casa de Heidegger, y se ponían
en ridículo, dijo Reger. Peregrinaban, por decirlo así, a la Selva Negra filosófica y a la montaña
sagrada de Heidegger y se arrodillaban ante su ídolo. Que su ídolo fuera una total nulidad intelectual,
no podían saberlo en su estupidez. Ni siquiera lo sospechaban, dijo Reger. Sin embargo, el episodio
de Heidegger es instructivo, como ejemplo del culto de los alemanes a los filósofos. Se agarran
siempre sólo a los equivocados, dijo Reger, a los que se merecen, a los estúpidos y dudosos. Pero lo
terrible es al fin y al cabo, dijo entonces, que estoy emparentado con los dos, con Stifter por parte de
madre y con Heidegger por parte de padre, eso resulta francamente grotesco, dijo Reger ayer. Hasta
con Bruckner estoy emparentado, aunque después de dar muchas vueltas, como suele decirse, pero
emparentado sin embargo. Pero naturalmente no soy tan tonto para avergonzarme de esos
parentescos, eso sería de lo más tonto, dijo Reger, aunque tampoco esté necesariamente tan
entusiasmado por ese parentesco como lo estuvieron siempre mis padres y como mi familia lo ha
estado siempre. La mayoría de mis antepasados, de la corriente que fueran, altoaustriaca o austríaca
en general o alemana, dijo, eran comerciantes, industriales como mi padre, campesinos como es
natural en épocas anteriores, más de Bohemia que de otras partes, menos de los Alpes, más de la
región prealpina, y también hubo una fuerte aportación judía. Entre mis antepasados hubo también un
arzobispo y el autor de un doble asesinato. No, me he dicho siempre, no investigaré con más detalle
de dónde vengo, porque entonces, con el tiempo, desenterraré posiblemente más horrores espantosos,
de los que, lo confieso, tengo miedo. La gente desentierra sus antepasados y busca y rebusca en el
montón de sus abuelos, hasta que lo ha rebuscado todo y se siente totalmente descontenta y por ello
doblemente herida y desesperada, dijo. Nunca he sido lo que se llama un rebuscador de abuelos, para
eso me faltan todas las condiciones, pero poco a poco se le cruzan en el camino a alguien como yo,
de repente, los ejemplares más extraños de abuelos, nadie escapa a ello, por mucho que se resista a
ese llamado desenterrar abuelos, excava y excava. En fin de cuentas, procedo de una mezcla muy
interesante, por decirlo así soy un corte transversal de todo. Saber menos de lo que sé hubiera sido
siempre mejor a ese respecto, pero la edad saca muchas cosas a la luz sin que las llamen, dijo. El
que prefiero es el aprendiz de ebanista que en mil ochocientos cuarenta y ocho, en Cattaro, aprendió
a leer y escribir, y se lo comunicó orgulloso en una carta a sus padres en Linz, dijo. Ese aprendiz de
ebanista por parte de madre estaba destinado como artillero en la fortaleza de Cattaro, la actual
Kotor, y todavía tengo esa carta que, como queda dicho, escribió a los dieciocho años, radiante de
alegría, a sus padres, de Cattaro a Linz, y en la que se indica por el correo imperial oficial que su
contenido es sospechoso. Todo lo que somos procede de nuestros antepasados, dijo Reger, todo
junto y además lo propio. Estar emparentado con Stifter fue para mí, durante toda mi vida, una
monstruosidad preciosa, hasta que me di cuenta de que Stifter no era el gran escritor o poeta, lo que
sea, que había venerado como tal durante toda mi vida. Que estoy emparentado con Heidegger lo he
sabido siempre también, porque mis padres lo propalaban en toda ocasión. Con Stifter estamos
emparentados, con Heidegger estamos también emparentados, y con Bruckner también, decían mis
padres en toda ocasión, de forma que a menudo me resultaba penoso. Estar emparentado con Stifter
lo considera la gente siempre como algo tremendo, en cualquier caso en la Alta Austria, pero incluso
en toda Austria y para la sociedad es tan importante por lo menos como decir que se está
emparentado con el emperador Francisco José, pero estar emparentado con Stifter y con Heidegger
es lo más extraordinario y lo más digno de admiración que se puede imaginar en Austria, aunque
también en Alemania. Y cuando luego, en el momento apropiado, dijo Reger, decían además que
estaban emparentados también con Bruckner, la gente, sencillamente, no salía ya de su asombro.
Tener entre los parientes un poeta famoso es ya algo especial; por añadidura tener además entre los
parientes un filósofo famoso es, como es natural, todavía más tremendo, pero estar emparentado
además por añadidura con Antón Bruckner es el colmo. Mis padres han aprovechado ese hecho a
menudo y, naturalmente, han sacado de él sus ventajas. Sólo hacía falta mencionar esos parentescos
en el lugar apropiado, naturalmente era lógico que hablaran de su pariente Adalbert Stifter cuando
querían conseguir alguna ventaja altoaustriaca, por ejemplo del gobierno del Land, del que depende
siempre, una y otra vez, todo altoaustriaco, o de Antón Bruckner, al que traían a colación sobre todo
cuando tenían un problema vienes, así Reger; en el caso de un problema en Linz o en Wels o en
Eferding, es decir, altoaustriaco, decían siempre, naturalmente, que estaban emparentados con Stifter;
sin embargo, si tenían un problema en Viena, Bruckner era pariente suyo, y si viajaban por Alemania
decían todos los días cien veces que Heidegger era pariente suyo y entonces decían siempre que
Heidegger era pariente próximo suyo, sin decir con franqueza hasta qué punto estaba realmente
próximo a ellos Heidegger, porque Heidegger estaba realmente emparentado con ellos y, por
consiguiente, también conmigo, pero sin embargo, como queda dicho, muy lejanamente. De Stifter,
sin embargo, somos parientes muy próximos y de Bruckner todavía más próximos, dijo Reger ayer.
Que estaban emparentados también con el autor de un doble asesinato, que pasó la primera mitad de
su vida de adulto en Stein del Danubio y la segunda mitad en Garsten, en Estiria, es decir, en los dos
establecimientos penitenciarios austríacos más importantes, no lo decían nunca como es natural,
aunque sin embargo hubieran debido decirlo siempre también. Por mi parte nunca me he recatado de
decir que un pariente mío había estado en Stein y en Garsten, lo que sin duda es lo peor que puede
decir un austríaco de sus parientes, al contrario, lo he dicho más a menudo de lo que era necesario, lo
que naturalmente puede interpretarse también como debilidad de carácter, dijo Reger. Al fin y al
cabo tampoco he callado nunca que estuve enfermo del pulmón y que siempre he estado enfermo del
pulmón, dijo, nunca en mi vida he tenido ese miedo a los defectos y deficiencias. Estoy emparentado
con Stifter y con Heidegger y con Bruckner y con el autor de un doble asesinato que cumplió su
condena en Estiria y en Stein, he dicho muy a menudo, incluso cuando no me lo preguntaban, dijo
Reger ayer. Tenemos que vivir con nuestra parentela, sea ella como sea, dijo. Al fin y al cabo, somos
esa parentela, dijo, yo soy al fin y al cabo, dentro de mí, todos ellos juntos. A Reger le gustan la
niebla y la oscuridad, huye de la luz, al fin y al cabo por eso va al Kunsthistorisches Museum y por
eso al fin y al cabo va también al Ambassador, porque en el Kunsthistorisches Museum está tan
oscuro como en el Ambassador y mientras, por las mañanas, puede disfrutar en el Kunsthistorisches
Museum de la temperatura ideal para él de dieciocho grados Celsius, disfruta de la temperatura de
tarde ideal para él de veintitrés grados Celsius en el Ambassador, prescindiendo de todo lo que le
complace por una parte en el Kunsthistorisches Museum y por otra en el Ambassador y que para él,
como dice, tiene su valor. En el Kunsthistorisches Museum el sol puede entrar tan poco como en el
Ambassador, y eso le conviene, porque no le gustan los rayos del sol. Se aparta del sol, de nada huye
tanto como del sol. Aborrezco el sol, sabe, aborrezco el sol más que cualquier otra cosa en el
mundo, dice. Lo que prefiere son los días de niebla, los días de niebla sale ya muy pronto de casa, e
incluso da paseos que, por lo demás, no da nunca, porque en el fondo aborrece pasear. Aborrezco
pasear, dice, me parece absurdo. No hago más que andar mientras paseo y sólo pienso, una y otra
vez, en que aborrezco pasear, no tengo otro pensamiento, no comprendo que haya personas que, al
pasear, puedan pensar en otra cosa que no sea que pasear es absurdo y sin sentido, dijo. Lo que
prefiero es andar de un lado a otro por mi habitación, dice, entonces tengo las mejores ideas. Puedo
estar de pie durante horas junto a la ventana mirando abajo a la calle, es una costumbre mía a la que
me acostumbré en la infancia. Miro abajo a la calle y observo a la gente y me pregunto quién es esa
gente, qué la mueve abajo en la calle, la mantiene en movimiento, ésa es, por decirlo así, mi
ocupación principal. Siempre me he ocupado exclusivamente de los hombres, la Naturaleza en sí no
me ha interesado al fin y al cabo nunca, todo en mí se ha orientado siempre a los hombres, soy, por
decirlo así, un fanático de los hombres, dijo, como es natural no un fanático de la Humanidad sino un
fanático de los hombres. Me han interesado siempre sólo los hombres, dijo, porque, por naturaleza,
me han repelido, nada me ha atraído más que los hombres, y al mismo tiempo nada me ha repelido
más radicalmente que los hombres. Aborrezco a los hombres, pero son al mismo tiempo el único
objeto de mi vida. Cuando por la noche vuelvo a casa de un concierto, me quedo de pie muy a
menudo junto a la ventana hasta la una o las dos de la mañana mirando a la calle abajo y observando
a los hombres que pasan. Durante esa observación desarrollo poco a poco mi trabajo. Estoy de pie
junto a la ventana mirando abajo a la calle y trabajando al mismo tiempo en mi artículo. Pero hacia
las dos de la mañana no me voy a la cama, dijo, me siento frente al escritorio y escribo mi artículo.
Hacia las tres de la mañana me voy a la cama, pero me levanto otra vez hacia las siete y media. A mi
edad, como es natural, no necesito ya mucho sueño. A veces duermo sólo tres o cuatro horas, eso me
basta por completo. Todo hombre tiene un patrono , dijo hipócritamente, mi patrono es el Times . Si
tenemos un patrono, está bien, si tenemos un patrono secreto está mejor aún, el Times es mi patrono
secreto, dijo ayer. Yo lo observaba desde hacía mucho tiempo, sin verlo realmente. Ayer dijo que,
como es natural, en su infancia y en la juventud que siguió a la infancia no tuvo todas pero sí muchas
posibilidades, y que finalmente no se decidió por ninguna de esas posibilidades como camino
profesional. Como no se vio obligado a ganarse el sustento, porque recibió una herencia no
despreciable de sus padres, pudo seguir durante decenios, sin ser estorbado, únicamente sus ideas,
sus preferencias, sus inclinaciones. La Naturaleza no fue desde el principio lo que lo atraía, al
contrario, evitó la Naturaleza siempre que pudo, el arte lo atrajo, todo lo artificial, así él ayer,
absolutamente todo lo artificial. De la pintura se desilusionó ya pronto, desde el principio fue para
él la menos espiritual de las artes. Leía mucho y apasionadamente, pero nunca se le había ocurrido la
idea de escribir él mismo, no se había creído capaz de ello. Amó la música desde el principio, en la
música encontró además, finalmente, lo que echaba de menos tanto en la pintura como en la literatura.
Al fin y al cabo, no procedo de una familia musical, así él, al contrario, mi familia carecía toda de
sentido musical y, en fin de cuentas, era totalmente enemiga del arte. Sólo después de morir mis
padres pude entregarme al arte con preferencia a todo. Mis padres tuvieron que estar muertos para
que yo pudiera hacer realmente lo que quería, siempre me habían cerrado el paso a mis
predilecciones, a mis pasiones. Mi padre era un hombre sin sentido musical, dijo, mi madre tenía
sentido musical, según creo, incluso mucho sentido musical, pero con el tiempo su marido le había
quitado la musicalidad. Mis padres eran un matrimonio espantoso, dijo, se aborrecían en secreto,
pero no podían separarse. La propiedad y el dinero los mantenían unidos, ésa es la verdad. Teníamos
muchos cuadros, bellos y costosos, colgados de nuestras paredes, dijo, pero durante decenios no los
miraron una sola vez, teníamos muchos miles de libros en las estanterías, pero durante decenios no
leyeron ni uno de esos libros, teníamos un piano Bosendorfer, pero durante decenios nadie lo tocó. Si
la tapa de ese piano hubiera estado soldada, no se hubieran dado cuenta en decenios, dijo. Mis
padres tenían oídos, pero no oían nada, tenían ojos, pero no veían nada, sin duda tenían un corazón,
pero no sentían nada. En medio de esa frialdad me crié yo, dijo. Toda mi infancia no fue otra cosa
que una época de desesperación. Mis padres no me querían y yo tampoco los quería. No me
perdonaban el haberme hecho, en toda su vida no me perdonaron el haberme hecho. Si existe el
infierno, y naturalmente que existe el infierno, dijo, entonces mi infancia fue el infierno.
Probablemente la infancia es siempre un infierno, la infancia es el infierno, dijo, da igual qué
infancia sea, es el infierno. La gente dice que ha tenido una hermosa infancia, pero sin embargo fue el
infierno. La gente lo falsifica todo, y falsifica también la infancia que tuvo. Dice: tuve una hermosa
infancia, y sin embargo sólo tuvo un infierno. Cuanto mayor se hace la gente, tanto más fácilmente
dice que tuvo una hermosa infancia, cuando sin embargo no fue otra cosa que el infierno. El infierno
no va a venir, el infierno ha sido, dijo, porque el infierno fue la infancia. ¡Cuánto me costó salir de
ese infierno!, dijo ayer. Mientras vivieron mis padres, fue para mí un infierno. Mis padres impidieron
todo lo que había en mí, interior y exteriormente. Me protegieron casi hasta matarme con un continuo
mecanismo de opresión, dijo. Mis padres tuvieron que estar muertos para que yo pudiera vivir,
cuando mis padres murieron, reviví yo. Al final, fue realmente la música lo que me dio la vida, dijo
ayer. Pero no quería ni podía naturalmente ser un artista creador, aunque tampoco intérprete, dijo, en
cualquier caso, no un artista musical creador ni intérprete, sino sólo crítico. Soy un artista crítico,
dijo, durante toda mi vida he sido un artista crítico. Ya en mi infancia era un artista crítico, dijo, las
circunstancias de mi infancia me convirtieron, de forma totalmente natural, en artista crítico. En
efecto, me considero totalmente un artista, precisamente un artista crítico, y como artista crítico soy,
como es natural, también creador, eso es evidente, así pues, un artista critico intérprete y creador ,
dijo. Y por añadidura artista crítico creador e intérprete del Times, dijo. Considero mis breves
reseñas en el Times totalmente como obras de arte, y pienso que, como autor de esas obras de arte,
soy siempre pintor y músico y escritor al mismo tiempo y en una pieza. Ése es mi mayor placer, saber
que, como autor de esas obras de arte en el Times, soy pintor y músico y escritor en una pieza, ése es
mi gran placer. No soy pues, como los pintores, sólo pintor, ni soy, como los músicos, sólo músico,
ni soy, como los escritores, sólo escritor, sépalo usted, soy pintor y músico y escritor en una pieza.
Eso lo considero como la mayor felicidad, dijo, ser un artista en todas las artes y sin embargo en
una. Posiblemente, dijo, el artista crítico es el que practica en todas las artes su arte único y tiene
conciencia de ello, tiene perfecta conciencia. Con esa conciencia soy feliz. En esa medida soy feliz
desde hace más de treinta años, dijo, aunque por naturaleza sea un hombre infeliz. El hombre que
piensa es por naturaleza un hombre infeliz, dijo ayer. Pero hasta el hombre infeliz puede ser feliz,
dijo, siempre de nuevo en el sentido más auténtico de la palabra y del concepto, para pasar el
tiempo. La infancia es el oscuro agujero al que se es precipitado por los padres y del que hay que
salir otra vez sin ninguna ayuda. Pero la verdad es que la mayoría de los hombres no consiguen salir
otra vez de ese agujero que es la infancia, durante toda su vida están en ese agujero y no salen y se
amargan. Por eso están amargados la mayoría de los hombres, que no salen del agujero de su
infancia. Hace falta ya un esfuerzo sobrehumano para salir del agujero de la infancia. Y si no salimos
suficientemente pronto del agujero de la infancia, de ese agujero más oscuro que ninguno, nunca
saldremos de él, dijo. Mis padres tuvieron que estar muertos para que yo saliera de ese oscuro
agujero de mi infancia, dijo, tuvieron que estar definitivamente muertos, realmente para siempre ,
sabe usted, para salir del agujero de la infancia. Mis padres hubieran preferido meterme
inmediatamente después de nacer en su caja fuerte, con sus joyas y sus valores, dijo. Y o tuve unos
padres amargados, dijo, que padecieron toda su vida esa amargura. En todos los retratos que tengo de
mis padres, y siempre que los veo, veo su amargura. Casi no hay más que hijos de padres amargados,
y por eso todos los padres parecen tan amargados. La amargura y la decepción marcan todos los
rostros, apenas se puede encontrar otros, se puede andar por ejemplo durante horas por Viena viendo
sólo amargura y decepción en todos los rostros, y en el campo no es distinto, también los rostros del
campo están llenos de amargura y decepción. Mis padres me hicieron y, cuando vieron lo que habían
hecho, se asustaron y hubieran preferido hacer que no hubiera sido hecho. Y como no podían
meterme en su caja fuerte, me arrojaron al agujero negro de mi infancia, del que mientras vivieron no
volví a salir. Los padres hacen siempre sus hijos de una forma irresponsable y, cuando ven lo que
han hecho, se asustan, por eso siempre, cuando nacen niños, vemos sólo padres asustados. Hacer un
niño y dar una vida, como se dice hipócritamente, no es al fin y al cabo otra cosa que traer al mundo
y echar al mundo una abrumadora infelicidad y de esa abrumadora infelicidad se asustan todos una y
otra vez. La Naturaleza ha hecho siempre necios de los padres, dijo, y de esos necios, niños infelices
en oscuros agujeros de la infancia. La gente dice con mucho desenfado que tuvo una infancia feliz,
mientras que sin embargo tuvo una infancia infeliz, a la que sólo escapó con el mayor esfuerzo y por
esa razón dice que tuvo una infancia feliz, porque se escapó del infierno de su infancia. Haber
escapado de la infancia no quiere decir al fin y al cabo más que haber escapado del infierno, y
entonces se dice que éste o aquél tuvo una infancia feliz y se es así indulgente con los progenitores,
los padres, con los que no hay que ser indulgente. Decir que se ha tenido una infancia feliz y ser así
indulgente con los padres no es al fin y al cabo más que una bajeza sociopolítica, dijo. Somos
indulgentes con los padres, en lugar de acusarlos durante toda la vida del crimen de engendrar seres
humanos, dijo ayer. Treinta y cinco años estuve encerrado por mis padres en el agujero de mi
infancia, dijo. Treinta y cinco años me oprimieron por todos los medios posibles, me torturaron con
sus métodos espantosos. No tengo por qué tener la menor consideración con mis padres, no se
merecen la menor consideración, dijo. Cometieron conmigo dos crímenes, dos crímenes sumamente
graves, dijo, me engendraron y me oprimieron, me engendraron sin consultarme y, cuando me
engendraron y me arrojaron al mundo, me oprimieron, cometieron conmigo el crimen del
engendramiento y el crimen de la opresión. Y me arrojaron en el oscuro agujero de la infancia con la
mayor brutalidad paterna posible. Yo tenía, como usted sabe, una hermana, ésa que murió
prematuramente, dijo, y que sólo se escapó de mis padres gracias a su muerte temprana, a ella la
trataron mis padres con la misma brutalidad que a mí, nos oprimieron a mi hermana y a mí con su
trauma de la decepción, mi hermana no lo soportó mucho tiempo, se les murió súbitamente un día de
abril, de forma totalmente inesperada, como sólo es posible en los adolescentes, tenía diecinueve
años, de lo que se llama una apoplejía fulminante, sépalo usted, mientras mi madre, en el primer
piso, lo preparaba todo para la fiesta de cumpleaños de mi padre, corría de un lado a otro por el
primer piso para no cometer ningún error en la fiesta de cumpleaños, corría de un lado a otro con
todos los platos y vasos y servilletas y pasteles imaginables y volviéndonos casi locos a mi hermana
y a mí con sus preparativos de la fiesta de cumpleaños, que la obsesionaba ya desde muy temprano,
inmediatamente después de haber salido mi padre de casa, mi madre, con toda la histeria imaginable,
había empezado con su frenesí de la fiesta de cumpleaños que ya conocíamos, mientras nos hacía a
mi hermana y a mí subir y bajar las escaleras y entrar y salir en el sótano y en los distintos zaguanes y
volver otra vez, sin cesar preocupada de no cometer ningún error, nos hacía correr, pues, de un lado
a otro a mi hermana y a mí por toda la casa con aquellos preparativos de fiesta de cumpleaños, y yo
pensaba todo el tiempo, de eso me acuerdo muy bien, ¿es el quincuagésimo octavo o el
quincuagésimo noveno cumpleaños de nuestro padre?; todo el tiempo corría yo por la casa y por
todas nuestras habitaciones pensando ¿es el quincuagésimo octavo, es el quincuagésimo noveno, o es
incluso el sexagésimo?, lo que sin embargo no era: era el quincuagésimo noveno cumpleaños de mi
padre, dijo Reger. Tenía el encargo de abrir todas las ventanas y dejar entrar aire puro, ya entonces,
ya en mi infancia y en mi juventud aborrecía las corrientes de aire y, por orden de nuestra madre,
tenía que abrir a cada instante todas las ventanas y dejar entrar el aire, dijo, así pues, siempre tenía
que hacer algo que aborrecía, y nada aborrecía más que dejar entrar aire puro por todas las ventanas
de la casa, nada más que una corriente de aire que se precipitaba desde todos lados en la casa, dijo,
pero como es natural no hubiera podido hacer nada contra las órdenes de mis padres, siempre
cumplía estrictamente todas las órdenes de mis padres, nunca me hubiera atrevido a incumplir una
orden de mis padres, daba igual que se tratase de una orden materna o de una orden paterna, cumplía
automáticamente de forma estricta toda orden de mis padres, dijo Reger, porque quería evitar el
castigo de mis padres, y el castigo de mis padres era siempre un castigo espantoso, cruel, temía el
tormento de mis padres y por eso cumplía siempre estrictamente, como es natural, todas las órdenes
de mis padres, dijo, cualquiera que fuera la orden y aunque, en mi opinión, fuera la orden más
absurda, y así también, que abriera todas las ventanas ese día de cumpleaños de nuestro padre y
dejara que se precipitara en la casa la corriente de aire era lógico. Nuestra madre celebraba todos
nuestros cumpleaños, no dejaba de celebrar ni uno solo de nuestros cumpleaños, yo aborrecía
aquellas fiestas de cumpleaños, como puede imaginarse, lo mismo que aborrezco todo lo
ceremonioso, aborrezco hasta hoy todas las celebraciones, todas las ceremonias, no hay nada más
repulsivo para mí que festejar y ser festejado, soy un aborrecedor de festividades, dijo, desde mi
infancia aborrecía todas las fiestas y festividades y, sobre todo, aborrecía la celebración de
cumpleaños, cualquier cumpleaños que fuera y sobre todo aborrecía la celebración de un cumpleaños
paterno; cómo puede un hombre celebrar un cumpleaños y además el suyo, he pensado siempre,
cuando no es más que una desgracia estar siquiera en el mundo, sí, he pensado siempre, si los
hombres dedicaran en su cumpleaños una hora a conmemorar, por decirlo así, una hora a
conmemorar la fechoría cometida con ellos por sus progenitores , eso podría comprenderlo, ¡pero
no un día de fiesta!, dijo. Y los cumpleaños de nuestro padre se celebraban con toda una pompa
repulsiva, y además se invitaba siempre a todas las personas imaginables odiadas por mí y se comía
y se bebía mucho y lo más repulsivo eran naturalmente los discursos que se dirigían al homenajeado,
y los regalos que se regalaban al homenajeado. La verdad es que no hay nada más falso que esas
fiestas de cumpleaños a las que se prestan los seres humanos, nada más repugnante que la falsedad de
los cumpleaños y la hipocresía de los cumpleaños, dijo. Fue realmente en el quincuagésimo noveno
cumpleaños de nuestro padre en el que murió mi hermana, dijo Reger. Yo estaba de pie en un rincón
del primer piso observando, mientras trataba de protegerme de la fría corriente de aire, a mi madre,
que corría por todas las habitaciones con su histérica velocidad de cumpleaños, llevando unas veces
un jarrón de una habitación a otra, otras un azucarero de una mesa a otra, un tapete aquí, otro tapete
allá, un libro aquí, otro libro allá, un ramo de flores aquí, otro allá, cuando de repente, viniendo de
abajo, viniendo de la planta baja, oí un estampido sordo. Mi madre se quedó donde estaba,
súbitamente, al oír el sordo estampido y su rostro palideció, dijo Reger. Algo horrible había
ocurrido, en ese instante me resultó tan claro como a mi madre. Bajé desde el primer piso al
vestíbulo y encontré a mi hermana muerta, tendida en el vestíbulo. Sí, sí, dijo Reger, la apoplejía
fulminante es una muerte envidiable. Si tuviéramos un día una apoplejía fulminante tendríamos la
mayor felicidad, dijo. Deseamos una muerte rápida, sin dolor y, llegado el caso, caemos en una
enfermedad larga, de años, dijo Reger ayer, y luego, que era sin embargo un consuelo que su mujer
no hubiera sufrido mucho tiempo, no durante años, como llegado el caso ocurre, dijo, sólo semanas.
Pero naturalmente no hay consuelo para la pérdida de un ser que durante toda la vida ha sido el más
próximo a uno. Al fin y al cabo también es un método, dijo ayer, mientras que yo ahora, por
consiguiente un día más tarde, lo contemplaba de lado y, detrás de él, a Irrsigler, que echó una ojeada
a la Sala Sebastiano sin darse cuenta de mi presencia, así pues, mientras yo seguía observando a
Reger, que seguía contemplando El hombre de la barba blanca de Tintoretto, al fin y al cabo es
también un método, dijo, convertirlo todo en caricatura. Un gran cuadro importante, dijo, sólo lo
soportamos cuando lo hemos convertido en caricatura, a un gran hombre, a una, así llamada,
personalidad importante, no lo aguantamos al primero como gran hombre, ni a la segunda como
personalidad importante, dijo, tenemos que caricaturizarlos. Si contemplamos un cuadro bastante
tiempo, aunque sea el más serio, tenemos que caricaturizarlo, dijo, para soportarlo, y así tenemos
también que convertir a nuestros padres en caricaturas, a nuestros superiores, si los tenemos, en
caricaturas, al mundo entero en caricatura, dijo. Mire usted bastante tiempo un autoretrato de
Rembrandt, cualquiera, y se le convertirá a la larga, con toda seguridad, en caricatura, y se apartará
de él. Mire usted bastante tiempo el rostro de su padre, y se le convertirá en caricatura y se apartará
de él. Lea a Kant con insistencia y con más insistencia aún y de pronto le dará un ataque de risa,
dijo. Al fin y al cabo, todo original es ya en realidad, en sí, una falsificación, dijo, ya comprende lo
que quiero decir. Naturalmente, hay fenómenos en el mundo, en la Naturaleza, como usted quiera, que
n o podemos ridiculizar, pero en el arte se puede ridiculizar todo, todo hombre puede ser
ridiculizado y convertido en caricatura si queremos, si lo necesitamos, dijo. Eso, si estamos en
condiciones de ridiculizar, no siempre estamos en condiciones, y entonces se nos lleva la
desesperación y luego el diablo, dijo. Da igual qué obra de arte, puede ser ridiculizada, dijo, se le
presenta a uno como grande y, en un instante, uno la ridiculiza, lo mismo que también a un ser
humano, al que hay que ridiculizar porque no se puede hacer otra cosa. Pero la mayoría de los seres
humanos son realmente ridículos, dijo Reger, y uno se ahorra el ridiculizarlos y la caricatura. La
mayoría de los seres humanos, sin embargo, son incapaces de caricaturizar, lo contemplan todo hasta
el final con terrible seriedad, dijo, y no se les ocurre la idea de hacer una caricatura, dijo. Van a una
audiencia papal, dijo, y se toman en serio al papa y la audiencia, y de hecho durante toda su vida;
ridículo, la historia de los papas no está más que llena de caricaturas, dijo. Naturalmente que San
Pedro es grande, dijo, pero es sin embargo ridículo. Entre en San Pedro y libérese por completo de
los cientos y miles y millones de mentiras de la historia católica, no tendrá que esperar mucho y San
Pedro entero le resultará ridículo. Vaya usted a una audiencia privada y espere al papa, y ya antes de
que entre le parecerá ridículo y la verdad es que es realmente ridículo cuando entra con su túnica de
seda pura de un blanco cursi. Mire a su alrededor por donde quiera, en el Vaticano todo es ridículo;
cuando se ha liberado uno de las mentiras de la historia católica y del sentimentalismo de la historia
católica, de la oficiosidad de la historia católica, dijo Reger. Sabe usted, el papa católico está
sentado como un muñeco trotamundos maquillado y astuto, bajo su campana de cristal a prueba de
balas, rodeado de sus muñecos superiores e inferiores maquillados y astutos, qué repulsivamente
ridículo. Hable usted con algunos de nuestros últimos reyes quejumbrosos, qué ridículo, con alguno
de nuestros tozudos dirigentes comunistas, qué ridículo. Vaya usted a la recepción de Año Nuevo de
nuestro locuaz presidente federal, que habla demasiado de lo que sea, diciendo sus chocheces seniles
de padre del Estado, y la ridiculez le dará náuseas. La Cripta de los Capuchinos, el Hofburg, qué
ridiculeces más asquerosas. Vaya usted a la iglesia de los Caballeros de la Orden de Malta y mire a
los caballeros de la Orden de Malta que allí, con sus negras túnicas de caballeros de la Orden de
Malta dejan relucir sus blancas cabezas de chorlito seudoaristocráticas bajo las lámparas de la
iglesia, y no tendrá más que una impresión de ridículo. Vaya usted a una conferencia del cardenal
católico, presencie una apertura de curso en la Universidad, qué ridículo. Adondequiera que miremos
hoy en este país, vemos una letrina de ridiculeces, dijo Reger. Cada mañana nos sube al rostro el
rojo de la vergüenza ante tanta ridiculez, mi querido Atzbacher, ésa es la verdad. Vaya a una entrega
de premios, Atzbacher, qué ridiculez; personajes ridículos; cuanto más pomposamente se presentan,
tanto más ridículos, dijo, todo nada más que caricatura, dijo, sencillamente todo. Tiene usted a un
buen hombre al que llama su amigo y de pronto lo hacen catedrático honorífico y a partir de entonces
se titula Catedrático y se hace imprimir el Catedrático en el papel de cartas y su mujer se presenta
de repente en la carnicería como Señora Catedrática, para no tener que esperar tanto como las otras,
que no tienen un catedrático por marido. Qué ridículo, dijo. Escaleras doradas, sillones dorados,
bancos dorados en el Hofburg, dijo, y nada más que idiotas seudodemócratas en ellos, qué ridículo.
Va uno por la Kártnerstrasse y todo le parece ridículo, toda la gente es sólo ridícula, nada más, va
uno por toda Viena, de acá para allá, y toda Viena le resulta de repente ridícula, toda la gente con la
que se encuentra es gente ridícula, todo lo que se encuentra es ridículo, vive uno en un mundo
totalmente ridículo y, en realidad degenerado, dijo. De repente uno tiene que convertir el mundo
entero en caricatura. Uno tiene que tener la fuerza de convertir el mundo en caricatura, dijo, la
enorme fuerza de espíritu, dijo, que hace falta para ello, esa única fuerza de supervivencia, dijo. Sólo
lo que encontramos finalmente ridículo lo dominamos también, sólo cuando encontramos ridículo el
mundo y la vida en él progresamos, no hay otro método, ninguno mejor, dijo. En un estado de
admiración no aguantamos mucho tiempo, y nos hundimos si no rompemos con ese estado a tiempo,
dijo. Al fin y al cabo, durante toda mi vida he estado lejos de ser un admirador, la admiración me es
ajena, como lo admirable no existe, la admiración me ha resultado siempre ajena y nada me repele
tanto como observar a gentes que admiran, que padecen alguna clase de admiración. Va uno a la
iglesia y la gente admira, va a un museo y la gente admira. Va a un concierto y la gente admira,
resulta repelente. La verdadera inteligencia no conoce la admiración, toma nota, respeta, estima, eso
es todo, dijo. La gente va a todas las iglesias y todos los museos como con una mochila llena de
admiración, y por ese motivo tiene siempre esos andares repulsivamente encorvados que realmente
tienen todos en las iglesias y en los museos, dijo. Nunca he visto a un hombre aún entrar totalmente
normal en una iglesia o en un museo y lo más repulsivo es observar a la gente en Cnosos o en
Agrigento, cuando ha llegado a la meta de su viaje de admiración, porque esa gente no viaja más que
en viajes de admiración, dijo. La admiración ciega, dijo Reger ayer, hace estúpido al admirador. La
mayor parte de la gente, cuando ha entrado en la admiración, no sale ya de su admiración, y es por
ello estúpida. La mayor parte de la gente es estúpida durante toda su vida porque admira. No hay
nada que admirar, dijo Reger ayer, nada, absolutamente nada. Como a la gente le resulta demasiado
difícil respetar y estimar, admira, eso le cuesta menos, dijo Reger. La admiración es más fácil que el
respeto, que la estima, la admiración es propia del tonto. Sólo el tonto admira, el inteligente no
admira sino que respeta, estima, comprende, eso es. Pero para el respeto y la estima y la
comprensión hace falta inteligencia, e inteligencia no tiene la gente, sin inteligencia y, realmente, sin
ninguna inteligencia va a las pirámides y a las columnas sicilianas y los templos persas y se inunda e
inunda su estupidez de admiración, dijo. El estado de admiración es un estado de debilidad mental,
dijo Reger ayer, en ese estado de debilidad mental existen casi todos. En ese estado de debilidad
mental entran todos también en el Kunsthistorisches Museum, dijo. La gente arrastra pesadamente su
admiración, no tiene el valor de dejar su admiración abajo en el guardarropa lo mismo que el abrigo.
Por eso se arrastran penosamente llenos de admiración por todas estas salas, dijo Reger, de una
forma que le revuelve a uno el estómago. Pero la admiración no es distintivo del, así llamado inculto,
muy al contrario, en medida terrible, incluso realmente aterradora, lo es sobre todo de los llamados
cultos, lo que resulta mucho más repulsivo aún. El inculto admira porque, sencillamente, es
demasiado tonto para no admirar, pero el culto es para ello demasiado perverso, dijo Reger. La
admiración de los llamados incultos es totalmente natural, la admiración de los llamados cultos, sin
embargo, una perversidad francamente perversa, dijo Reger. Mire usted, a Beethoven, el depresivo
crónico, el artista estatal, el compositor de Estado por excelencia, la gente lo admira, pero en el
fondo Beethoven es un personaje totalmente repulsivo, todo en Beethoven es más o menos cómico,
escuchamos continuamente un cómico desvalimiento cuando oímos a Beethoven, lo retumbante, lo
titánico, la estupidez de la música militar hasta en su música de cámara. Cuando escuchamos la
música de Beethoven, escuchamos más estrépito que música, la marcha militar sordamente estatal de
las notas, dijo Reger. Escucho algún tiempo a Beethoven, por ejemplo la Heroica, y escucho
atentamente y entro realmente en un estado filosoficomatemático y me encuentro durante largo tiempo
también en un estado filosoficomatemático, dijo Reger, hasta que de repente veo al creador de la
Heroica y se me rompe todo, porque en Beethoven todo marcha realmente al paso, escucho la
Heroica, que al fin y al cabo es realmente una música filosófica, una música totalmente
filosoficomatemática, dijo Reger, y de repente todo se me estropea y se me rompe, porque, mientras
los músicos de la filarmónica tocan tan naturalmente, en un instante oigo el fracaso de Beethoven,
oigo su fracaso, veo su cabeza de marcha militar, comprende, dijo Reger. Entonces Beethoven me
resulta insoportable, como al fin y al cabo me resulta también insoportable ver a uno de esos
cantantes, con barriga o sin ella, destrozar el Viaje de invierno, sabe usted, porque un cantante de
Heder, con frac y apoyado en un piano, cantando La corneja, me resulta siempre insoportable y
ridículo, es de antemano una caricatura, no hay nada más ridículo, dijo Reger, que un cantante de
Heder o de arias, de pie, con frac, apoyado en un piano. Qué espléndida es la música de Schubert
cuando no vemos cómo se interpreta, cuando no vemos a esos intérpretes abismalmente imbéciles de
rizos coquetos, pero naturalmente los vemos cuando estamos en una sala de conciertos y todo resulta
por ello únicamente penoso y ridículo y una catástrofe para el oído y la vista. No sé, dijo Reger, si
los pianistas son más ridículos y penosos que los cantantes que están junto al piano, depende del
estado de ánimo en que nos encontremos en ese momento. Naturalmente, lo que vemos cuando se
interpreta música es ridículo, una caricatura y, en consecuencia, penoso, dijo. Un cantante es ridículo
y penoso, ya puede cantar como quiera, sea tenor o bajo, todas las cantantes son siempre sólo
ridículas y penosas, ya pueden vestirse o cantar como quieran, dijo. Alguien que pasa el arco o pulsa
cuerdas sobre un estrado resulta demasiado ridículo, dijo. Incluso el gordo y apestoso Bach, en el
órgano de Santo Tomás, es sólo un personaje ridículo y profundamente penoso, sobre eso no hay
nada que discutir. No, no, los artistas, aunque sean los más importantes y, por decirlo así, los más
grandes, no resultan más que cursis y penosos y ridículos. Toscanini, Furtwángler, el uno demasiado
pequeño, el otro demasiado grande, ridículos y cursis. Y si va uno al teatro, lo ridículo y lo penoso y
lo cursi le dan francamente náuseas. Lo que dice la gente y cómo lo dice le da a uno náuseas. Si
interpretan lo clásico, le da a uno náuseas, si interpretan lo popular, le da a uno náuseas. Y qué son
todas esas obras clásicas y modernas, supuestamente elevadas o populares, sino ridiculeces teatrales
y cosas penosas y cursis, dijo. El mundo entero es hoy ridículo y, además, profundamente penoso y
cursi, ésa es la verdad. Irrsigler se acercó a Reger y le susurró algo otra vez al oído. Reger se
levantó, miró a su alrededor y salió con Irrsigler de la Sala Bordone. Miré el reloj, eran las once y
media menos diez minutos. Una razón de que, ya a las diez y media, hubiera ido yo al museo era al fin
y al cabo la de ser realmente puntual, porque Reger no pedía otra cosa que puntualidad, lo mismo que
yo tampoco pido otra cosa siempre que puntualidad, la puntualidad es para mí realmente lo más
importante de todo en el trato con la gente. Sólo soporto a los puntuales, no soporto a los
impuntuales. La puntualidad es una característica esencial de Reger, lo mismo que es también una de
mis características esenciales; si tengo una cita, la respeto de forma realmente puntual, lo mismo
que también Reger respeta puntualmente todas sus citas, sobre la puntualidad me ha dado ya muchas
conferencias, y lo mismo sobre la formalidad, puntualidad y formalidad son lo más importante en una
persona, así Reger muy a menudo. Puedo decir que soy un hombre totalmente puntual, siempre he
aborrecido la impuntualidad y tampoco hubiera podido permitírmela nunca. Reger es el hombre más
puntual que conozco. Todavía no ha llegado nunca en su vida tarde, por lo menos no por su culpa,
como dice, lo mismo que yo tampoco en mi vida, por lo menos en mi vida de adulto, he llegado nunca
tarde por mi culpa, los impuntuales son para mí los más repulsivos, con los impuntuales no tengo
nada en común, con los impuntuales no mantengo ninguna relación, con los impuntuales no tengo nada
que ver, no quiero tener nada que ver. La impuntualidad es una característica groseramente negligente
que desprecio y detesto, y que no trae a los hombres más que abandono e infelicidad. La
impuntualidad es una enfermedad que conduce a la muerte del impuntual, así Reger una vez. Reger
se levantó y salió de la Sala Bordone precisamente cuando un grupo de hombres de edad, rusos,
como pude comprobar enseguida, guiados, como pude comprobar también rápidamente, por una
intérprete ukraniana, entró en la Sala Bordone, pasando por delante de mí, y de hecho por delante de
mí de tal forma que me empujó a un lado y contra el rincón. La gente se agolpa en la sala y lo aparta a
uno de un empujón y ni siquiera se disculpa, pensé, y me vi ya empujado contra la pared. Reger había
salido de la Sala Bordone después de haberle susurrado Irrsigler algo al oído, y al mismo tiempo
había entrado el grupo ruso en la Sala Bordone y se había instalado en la Sala Bordone y había
entrado en la Sala Bordone y se había instalado en la Sala Bordone de tal forma que yo no podía ver
ya desde la Sala Sebastiano la Sala Bordone, porque el grupo ruso me obstruía por completo la vista
de la Sala Bordone. Sólo veía las espaldas del grupo ruso y oía lo que le contaba la intérprete
ukraniana, ella decía, como todos los demás guías del Kunsthistorisches Museum, tonterías, no era
más que la habitual cháchara artística vomitiva lo que metía en la cabeza de sus víctimas rusas.
Miren ahí, decía, miren la boca, ahí, miren, decía, esas orejas tan despegadas, ahí, miren ese rosa
delicado de las mejillas del ángel, ahí, miren al fondo el horizonte, como si todo el mundo no
hubiera visto también todo eso, sin aquellas observaciones estúpidas, en los cuadros de Tintoretto.
Sin embargo, los guías de los museos tratan siempre a los que se les confían como zoquetes, siempre
como los mayores zoquetes, cuando sin embargo nunca son tales zoquetes, les explican siempre sobre
todo lo que, como es natural, se puede ver de forma totalmente clara y, por consiguiente, no necesita
ser explicado, pero no hacen más que explicar y explicar y señalar y señalar y hablar y hablar. Los
guías de los museos no son otra cosa que vanidosas máquinas de parlotear, que ellos mismos
conectan mientras guían a un grupo a través del museo, esas máquinas parloteantes dicen siempre lo
mismo, año tras año. Los guías de museos no son otra cosa que vanidosos charlatanes artísticos que
no tienen ni idea de arte y explotan el arte, sin escrúpulos, a su estilo repulsivamente charlatán. Los
guías de los museos dan la matraca durante todo el año con su cháchara artística y cobran por ello un
montón de dinero. Yo había sido empujado a un rincón por el grupo ruso y no veía más que aquellas
espaldas rusas, lo que quiere decir nada más que pesados abrigos de invierno rusos, que exhalaban
todos un penetrante olor a naftalina, porque evidentemente el grupo ruso había tenido que hacer su
camino hasta el museo directamente del autobús a la pinacoteca, bajo la llovizna. Como desde hace
decenios padezco ahogos y, de todos modos, varias veces al día creo que me voy a ahogar, incluso
al aire libre, esos instantes, que sin embargo fueron realmente minutos, pasados detrás del grupo ruso
me resultaron repulsivos, aspiraba continuamente, apretado contra el rincón de la Sala Bordone, un
aire que apestaba a naftalina, que era demasiado pesado para mis débiles pulmones. Ya de por sí me
resulta muy difícil respirar en el Kunsthistorisches Museum, ni que decir tiene en condiciones como
las creadas por la entrada del grupo ruso. La guía ukraniana hablaba al grupo ruso en lo que se llama
ruso clásico de Moscú y yo lo comprendía en gran parte, en cualquier caso ella tenía una
pronunciación horrible y francamente cortante, si decía algo en alemán, la forma en que decía la
palabra Engelskopf[1] era realmente horrorosa. Al principio yo no hubiera podido decir si la
intérprete había llegado de Rusia con el grupo ruso o si, en su caso, se trataba de una de esas
emigrantes rusas que vinieron después de la guerra a Viena, de esas emigrantes judías rusas que son
muy inteligentes y que siempre han marcado en Viena la pauta desde bastidores, lo que siempre ha
sido provechoso para la sociedad intelectual vienesa. Esas emigrantes judías rusas son,
efectivamente, las verdaderas raíces intelectuales de la vida social vienesa, siempre lo han sido, sin
ellas la vida social vienesa no tendría interés. Evidentemente, esas personas, cuando, por decirlo así,
se vuelven megalómanas y tratan de dominarlo todo y a todos, le atacan a uno pronto los nervios,
pero aquella intérprete no era realmente un ejemplo típico de esa clase de emigrantes rusas a las que
me refiero, si es que, como queda dicho, era siquiera una de esas emigrantes rusas, más bien parece
haber venido de Rusia a Viena con el grupo ruso, la forma de hablar su ruso ante el grupo ruso habla
en contra de la hipótesis de que sea una emigrante rusa y en cambio a favor de que haya venido a
Viena con el grupo ruso, y posiblemente hoy, este mismo día, haya llegado a Viena desde Rusia, al
menos tuve enseguida esa opinión después de inspeccionar su atuendo, sobre todo sus botas, no
llevaba encima realmente la menor cosa occidental, probablemente es alguna comunista que ha
estudiado historia del arte, pensé en el momento en que tuve oportunidad de, por decirlo así,
contemplarla de arriba abajo. Las emigrantes rusas de Viena de las que he hablado antes, al fin y al
cabo, se visten sobre todo a la occidental, aunque no tan a la occidental como las verdaderas
occidentales, pero sin embargo a la occidental. No, esa intérprete no es una emigrante rusa, pensé, ha
pasado la frontera durante la noche con el grupo ruso y no ha dormido siquiera la pasada noche,
como tampoco el grupo ruso que le está confiado, por decirlo así, ese grupo ha pasado directamente
de Rusia y directamente del sucio autobús al Museo, pensé, ese aspecto tiene, ese aspecto tiene la
intérprete, ese aspecto tiene el grupo. Ahora, como el grupo ruso me tapaba la vista, no podía ver
siquiera el banco de terciopelo de la Sala Bordone, y por consiguiente no podía ver si Reger seguía
fuera o había entrado otra vez. La Sala Sebastiano en la que estaba apretado contra la pared es la
sala peor ventilada del Kunsthistorisches Museum, precisamente en la Sala Sebastiano tenía que
empujarme contra la pared este grupo ruso, pensé, y precisamente además esa gente que apesta a ajo
y a excrementos y a humedad, pensé. Siempre he aborrecido las aglomeraciones humanas, durante
toda mi vida las he evitado, nunca he ido a ninguna asamblea, de la clase que fuera, a causa de mi
aborrecimiento por las masas, como tampoco Reger, por cierto, nada aborrezco más profundamente
que la masa, la multitud, la realidad es que creo continuamente que, incluso sin buscarla, seré
aplastado por la masa o por la multitud. Ya de niño me apartaba de ella, de la masa, aborrecía la
multitud, la aglomeración de gente, esa concentración de bajeza y aturdimiento y mentira. Tanto como
tendríamos que amar a cada individuo, pienso, aborrecemos la masa. Ese grupo ruso, sin embargo,
no era naturalmente el primero que había encontrado en el Kunsthistorisches Museum y que, por
decirlo así, había caído sobre mí por sorpresa y me había acorralado contra la pared, en los últimos
tiempos los grupos rusos se amontonan en el Kunsthistorisches Museum, en efecto, parece como si
ahora viniesen al Kunsthistorisches Museum más grupos rusos que italianos. Los rusos y los italianos
aparecen siempre en grupos en el Kunsthistorisches Museum, mientras que los ingleses no aparecen
nunca en grupos sino siempre solos, y también los franceses aparecen siempre solos. Algunos días,
los guías rusos y los italianos, de ambos sexos, gritan a quién más, y el Kunsthistorisches Museum se
convierte así en una casa de gritos. Eso ocurre naturalmente casi siempre los sábados, precisamente
el día en que Reger y yo no vamos nunca al Kunsthistorisches Museum, porque el hecho de que
Reger y yo hoy, sábado, hayamos venido al Kunsthistorisches Museum es realmente una excepción a
la regla y, como puede verse, hemos hecho siempre bien en no venir al Kunsthistorisches Museum,
aunque se puede visitar gratuitamente los sábados, lo mismo que los domingos. Prefiero pagar los
veinte chelines de la entrada, así Reger una vez, y no tener que soportar esos espantosos grupos de
visitantes. Soportar los visitantes de museos en grupo es un castigo de Dios, no conozco nada más
horrible, así Reger una vez. Sin duda era para él un castigo de Dios aunque, por decirlo así, por su
propia culpa, el haber quedado citado conmigo precisamente ese sábado en el Kunsthistorisches
Museum, pensé, preguntándome ¿con qué fin?, sin poder darme respuesta. Naturalmente, también me
hubiera gustado saber lo que Irrsigler le susurraba ahora al oído a Reger, ya por segunda vez, la
primera vez algo que, al parecer, no le había afectado lo más mínimo, la segunda, sin embargo, algo
que había hecho que Reger se levantase inmediatamente del banco de la Sala Bordone y saliera de la
Sala Bordone. Irrsigler dice en toda ocasión que tiene un puesto de confianza, resulta conmovedor
cuando lo dice, y lo dice tan a menudo que, con el tiempo, se vuelve cada vez más conmovedor.
Irrsigler, cuando llega Reger y lo descubre, saluda con la cabeza, pero no lo hace cuando llego yo y
cuando me ve a mí. Irrsigler ha obtenido ya tres veces de Reger un préstamo, por muchos años, con el
fin de amueblar un apartamento, préstamo que luego no ha tenido que reembolsar a Reger. Reger ha
regalado a Irrsigler ya varias veces trajes que ya no lleva, realmente prendas costosas de primera
clase de los más excelentes tejidos de tweed, como me dijo Reger una vez, todo lo que llevo es de
las Hébridas. Pero Irrsigler apenas tiene oportunidad de llevar esas costosas prendas de vestir,
porque durante toda la semana presta servicio en el Museo con su uniforme, salvo los lunes, pero los
lunes anda por casa sin embargo sólo en mono de mecánico, porque los lunes los dedica siempre
sólo a trabajos domésticos. Todo lo hace por sí mismo. Pinta él mismo, hace los trabajos de
carpintería él mismo, clava y taladra e incluso lo suelda todo él mismo. El ochenta por ciento de los
austriacos andan en mono de mecánico en su tiempo libre, afirma Reger, y la mayoría de ellos
incluso los domingos y días festivos, la mayoría de los austriacos anda los domingos y días festivos
en traje de trabajo, embadurnando y clavando y soldando. El tiempo libre de los austriacos es su
verdadero tiempo de trabajo, pretende Reger. La mayoría de los austriacos no saben qué hacer con su
tiempo libre y lo malgastan estúpidamente trabajando. Durante toda la semana están sentados en sus
oficinas o de pie en sus lugares de trabajo, dice Reger, y los domingos y días festivos se los ve sin
excepción, metidos en sus monos de mecánico, hacer trabajos domésticos, embadurnando sus cuatro
paredes propias o claveteando su tejado o lavando su coche. Irrsigler es un austríaco típico, dice
Reger, y los del Burgenland son los austriacos típicos. El hombre del Burgenland sólo se pone una
vez por semana, por dos horas o, todo lo más, por dos horas y media su traje de domingo, para ir a la
iglesia, el resto del tiempo lleva el mono de mecánico como traje de trabajo, dice Reger, durante
toda su vida. El hombre del Burgenland trabaja toda la semana en su mono de mecánico, duerme
francamente poco pero bien, y va a la iglesia los domingos y días de fiesta en traje de domingo, para
cantarle un himno a Nuestro Señor e, inmediatamente después, quitarse el traje de domingo y ponerse
el mono de mecánico. El hombre del Burgenland es aún, incluso en la sociedad industrial de hoy,
francamente campesino, aun cuando el hombre del Burgenland vaya a trabajar ya desde hace
decenios a la fábrica, sigue siendo el campesino que fueron sus antepasados, el hombre del
Burgenland será siempre un campesino, dijo Reger. Irrsigler lleva ya tanto tiempo en Viena y, sin
embargo, ha seguido siendo un campesino, así Reger. Al campesino, por lo demás, siempre le ha ido
bien el uniforme, cualquiera que sea, dijo Reger. El campesino o es campesino o se pone un
uniforme, dijo Reger. Cuando tenía varios hijos, uno se hacía campesino y seguía siendo campesino,
y los restantes se ponían el uniforme estatal o el cristianocatólico, siempre ha sido así, así Reger. Un
hombre del Burgenland es campesino o se pone un uniforme, si no puede ser campesino ni ponerse un
uniforme, se hunde inevitablemente, así Reger. El campesinado, desde hace siglos, cuando deja de
ser campesinado, se refugia en el uniforme, dijo Reger. Irrsigler, según su propia opinión, tuvo
suerte, porque el puesto de vigilante funcionario público del Kunsthistorisches Museum sólo se
adjudica cada tantos años, a saber, sólo cuando alguno de los vigilantes se jubila o muere. A los
hombres del Burgenland se los contrata de buena gana en los museos como vigilantes, por qué, él,
Irrsigler, no sabía decirlo, era un hecho, la mayoría de los vigilantes de museos vieneses eran del
Burgenland. Probablemente, así Irrsigler una vez, porque los hombres del Burgenland son conocidos
como especialmente honrados, pero también como especialmente tontos y como modestos. Porque
ellos, los hombres del Burgenland, tienen un carácter intacto todavía hoy. Cuando él observaba
cómo eran las cosas en la policía, se alegraba de que la policía no lo hubiera aceptado. Mencionó
también que una vez tuvo la idea de entrar en un convento, también allí le daban a uno el traje y hoy
los conventos buscaban como nunca refuerzos, pero como lego sólo hubiera sido explotado por los
superiores en el convento, tal como lo expresó él, por los curas que, en los conventos, se dan la
buena vida a costa de los legos que les están totalmente sometidos. Allí no hubiera hecho más que
cortar leña y dar de comer a los cerdos y en verano, bajo el sol ardiente, seleccionar repollos y en
invierno limpiar con pala los caminos del convento, dijo. Los legos de los conventos son pobres
desgraciados, así Irrsigler una vez, y él no había querido ser un pobre desgraciado. Aunque sus
padres hubieran visto con buenos ojos que entrase en un convento, realmente hubiera podido entrar
enseguida, dijo, en el Tirol le esperaban ya. Ser lego era peor aún que estar preso en un
establecimiento penitenciario, así Irrsigler. Los monjes que son curas lo pasan bien, así él, pero los
legos no son más que esclavos. En los conventos sigue reinando aún, así él, en lo que a los legos se
refiere, la esclavitud medieval, los legos no tienen motivos para reírse y, para comer, reciben sólo lo
que sobra. Él no había querido servir a teólogos bien comidos, como dice Reger, que abusan de
Dios y que disfrutan de una vida de abundancia en los conventos, y había dicho a tiempo que no.
Reger fue una vez al Prater con la familia Irrsigler, la mujer de Reger estaba ya entonces muy
enferma. En su trato con niños, él, Reger, siempre había sido irritable, sólo había soportado siempre
a los niños un rato cortísimo, no debía estar en medio de un trabajo cuando iba con niños, y había
sido una aventura invitar un día a la familia Irrsigler al Prater, él, Reger, había tenido la sensación
desde hacía ya bastante tiempo, durante años, como él lo expresaba, de deber algo a Irrsigler, porque
realmente reclamo en el Kunsthistorisches Museum algo a lo que no tengo derecho, me siento
durante horas en el banco de la Sala Bordone, así Reger, para pensar, para repensar e incluso
para leer libros y artículos, permanezco sentado en el banco de la Sala Bordone, puesto allí para
los visitantes normales del museo, no para mí ni mucho menos para mí desde hace más de treinta
años, así Reger. Exijo de Irrsigler que, un día sí y otro no, me deje tomar asiento en el banco de la
Sala Bordone, sin poderlo exigir, al fin y al cabo la gente quiere sentarse a menudo en la Sala
Bordone, en el banco de la Sala Bordone, y no puede sentarse porque yo estoy sentado en el banco de
la Sala Bordone, dijo Reger. El banco de la Sala Bordone se ha convertido al fin y al cabo más o
menos, francamente, en requisito para que yo pueda pensar, así Reger ayer otra vez, mucho más que
el Ambassador, donde al fin y al cabo tengo también un sitio ideal para pensar, me conviene el banco
de la Sala Bordone, pienso en el banco de la Sala Bordone con una intensidad mucho mayor que en el
Ambassador, donde al fin y al cabo pienso también, porque nunca dejo de pensar, así Reger, como
usted sabe, pienso todo el tiempo, sí, pienso también en sueños, pero en el banco de la Sala Bordone
pienso como tengo que pensar, y por eso me siento para pensar en el banco de la Sala Bordone. Un
día sí y otro no me siento en el banco de la Sala Bordone, así Reger, como es natural no todos los
días, eso sería realmente destructor, y por consiguiente, si me sentase diariamente en el banco de la
Sala Bordone, me destruiría con ello todo lo que me importa y como es natural nada me importa más
que pensar, pienso, luego vivo, vivo, luego pienso, así Reger, así pues me siento todos los días en el
banco de la Sala Bordone y me quedo sentado tres o cuatro horas por lo menos en el banco de la Sala
Bordone, lo que quiere decir sin embargo que durante esas tres o cuatro, incluso a veces cinco horas,
ocupo exclusivamente el banco de la Sala Bordone y nadie puede sentarse en el banco de la Sala
Bordone. Para los agotados visitantes del museo que entran aquí, en la Sala Bordone, completamente
agotados, y quieren sentarse en el banco de la Sala Bordone es naturalmente una desgracia que yo
esté sentado en el banco de la Sala Bordone, pero no puedo remediarlo, la verdad es que ya al
despertarme en casa pienso que, en lo posible, me sentaré pronto en el banco de la Sala Bordone
para no tener que desesperar; si un día no pudiera sentarme en la Sala Bordone sería el más
desesperado de los hombres, así Reger. En estos más de treinta años, Irrsigler me ha guardado
siempre libre el banco de la Sala Bordone, así Reger, sólo una vez entré en la Sala Bordone y el
banco de la Sala Bordone estaba ocupado, un inglés de pantalones bombachos se había sentado en el
banco de la Sala Bordone y no se le pudo convencer para que se levantara del banco de la Sala
Bordone, ni siquiera ante los ruegos insistentes de Irrsigler, ni siquiera ante mis ruegos, nada sirvió
de nada, el inglés se quedó sentado en el banco de la Sala Bordone, así Reger, y no hizo caso de
Irrsigler ni de mí. Había venido expresamente de Inglaterra, más exactamente de Gales, a Viena, al
Kunsthistorisches Museum, para ver El hombre de la barba blanca de Tintoretto, dijo el inglés de
Gales, así Reger, y no veía por qué tenía que levantarse de un banco que al fin y al cabo estaba allí
para que se sentaran los visitantes del Museo que se interesaban precisamente por El hombre de la
barba blanca de Tintoretto. Yo traté durante mucho tiempo de convencer al inglés, pero el inglés
acabó por no escucharme, no le interesó ya en consecuencia lo que yo decía para explicarle lo
importante que era para mí sentarme en el banco de la Sala Bordone, la significación que tenía para
mí el banco de la Sala Bordone, Irrsigler le dijo varias veces al inglés, que por cierto llevaba una
chaqueta escocesa de la mejor calidad, así Reger, que el banco en que se sentaba me estaba
reservado, lo que al fin y al cabo va totalmente en contra del reglamento, porque ni un solo banco del
Kunsthistorisches Museum puede ser nunca un banco reservado, al declarar eso, Irrsigler, así Reger,
se equivocó, pero dijo realmente que el banco estaba reservado; el inglés sin embargo, después de
eso, no hizo caso de lo que le decía Irrsigler ni de lo que le decía yo en relación con el banco de la
Sala Bordone, nos dejó hablar tranquilamente tomando notas en un pequeño bloc, probablemente,
como supongo, sobre El hombre de la barba blanca. Ese inglés de Gales es a lo mejor un hombre
interesante, pensé, así Reger, y pensé, antes de que, de pie, me deje arrastrar a una discusión que
desde hace tiempo se ha vuelto sin sentido y sin objeto sobre el banco de la Sala Bordone, cuya
significación para mí, al fin y al cabo, nunca podré explicarle, me sentaré ahora mismo a su lado en
el banco, que me sentaría sencillamente con toda cortesía, se entiende, en el banco junto al inglés de
Gales, pensé, y me senté sencillamente en el banco a su lado. El inglés de Gales se movió unos
centímetros hacia la derecha, para que yo pudiera sentarme a la izquierda. Nunca había estado
sentado en pareja, por decirlo así, en el banco de la Sala Bordone, aquélla era la primera vez.
Irrsigler se alegró evidentemente de que, al sentarme en el banco de la Sala Bordone, hubiera quitado
hierro a la situación y desapareció además enseguida, a un breve gesto mío, así Reger, mientras que
yo, lo mismo que el inglés de Gales, volvía a contemplar El hombre de la barba blanca. ¿Le interesa
realmente ese Hombre de la barba blanca?, le pregunté al inglés y tuve como respuesta por así
decirlo diferida una breve inclinados de su inglesa cabeza. Mi pregunta había sido absurda y me pesó
al instante haberla hecho, pensé, así Reger, ahora he hecho la más estúpida de las preguntas que se
puede hacer, y decidí no decir nada más y esperar totalmente en silencio a que el inglés se levantase
y se fuese. Pero el inglés no pensaba en absoluto en levantarse e irse, al contrario, sacó de un
bolsillo de su chaqueta un libro grueso y encuadernado en cuero negro y se puso a leerlo;
alternativamente leía el libro y miraba El hombre de la barba blanca, mientras tanto me había dado
cuenta de que usaba Agua brava, una colonia que no me desagrada. Si este inglés usa Agua brava,
pensé, tiene buen gusto. La gente que usa Agua brava, tiene toda buen gusto, un inglés, y por
añadidura un inglés de Gales, que usa Agua brava no me resulta como es natural antipático, pensé,
así Reger. De vez en cuando aparecía Irrsigler para ver si el inglés había desaparecido ya, así Reger,
pero el inglés no pensaba en desaparecer, seguía leyendo varias páginas de su libro de cuero negro y
miraba luego varios minutos El hombre de la barba blanca y a la inversa, y parecía totalmente tener
la intención de quedarse sentado mucho rato en el banco de la Sala Bordone. Los ingleses hacen
todo lo que emprenden concienzudamente, lo mismo que los alemanes, cuando se trata de arte, así
Reger, y en mi vida he visto un inglés más concienzudo en lo que al arte se refiere. Indudablemente se
sentaba a mi lado lo que se llama un experto en arte y pensé, así Reger, siempre has odiado a los
expertos en arte, y ahora estás sentado junto a uno de esos expertos en arte y por añadidura lo
encuentras simpático, no sólo porque usa Agua brava, no sólo por su traje escocés de primera
calidad, sino, poco a poco, simpático en general, así Reger. En resumidas cuentas, así Reger, el
inglés estuvo leyendo por lo menos media hora o incluso más su libro de cuero negro y mirando al
mismo tiempo El hombre de la barba blanca de Tintoretto, es decir, durante una hora entera estuvo
sentado a mi lado en el banco de la Sala Bordone, hasta que de pronto se levantó y, volviéndose
hacia mí, me preguntó qué hacía yo allí en la Sala Bordone, al fin y al cabo era muy insólito que
alguien permaneciera más de una hora entera en una sala como la Sala Bordone, sentado en aquel
banco sumamente incómodo y mirando fijamente El hombre de la barba blanca. Entonces,
naturalmente, me quedé completamente estupefacto, así Reger, y en ese instante no supe qué
responder al inglés. Sí, dije, yo mismo no sé qué hago aquí, le dije al inglés de Gales, no se me
ocurrió otra cosa. El inglés me miró irritado, como si para él fuera un perfecto necio. Bordone, dijo
el inglés, insignificante, Tintoretto, bueno, dijo. El inglés se sacó el pañuelo del bolsillo izquierdo
del pantalón y se lo metió en el derecho. Un gesto típico de timidez, me dije, y como el inglés, que de
repente me gustaba, se dispusiera a irse, después de haberse vuelto a guardar hacía tiempo su libro
de cuero negro y su bloc, lo invité a sentarse otra vez en el banco de la Sala Bordone y hacerme
compañía un rato, me interesaba, le dije sin ambages, tenía para mí cierta fascinación, le dije, así me
dijo Reger. Así conocí por primera vez a un inglés de Gales, que me fue totalmente simpático, dijo
Reger, porque los ingleses en general no me son simpáticos, como, por cierto, tampoco los franceses,
como tampoco los polacos, como tampoco los rusos, ni mucho menos los escandinavos que siempre
me han sido antipáticos. Un inglés simpático es una curiosidad, pensé para mí, después de,
habiéndome levantado con el inglés cuando éste se puso de pie, volver a sentarme con él. Me
interesaba saber si el inglés había venido realmente al Kunsthistorisches Museum a causa de El
hombre de la barba blanca, así Reger, y por eso le pregunté si ésa había sido realmente la razón y el
inglés asintió con la cabeza. Por cierto, habló en inglés, lo que me resultó agradable, pero luego de
repente en alemán, un alemán muy chapurreado, ese alemán que chapurrean los ingleses, que hablan
todos los ingleses cuando creen que saben alemán, lo que no ocurre nunca, así Reger, probablemente
el inglés quería, para progresar en el idioma alemán, hablar alemán y no inglés, y por qué no, en el
extranjero se prefiere hablar el idioma extranjero cuando no se es un zoquete, así pues, habló en su
alemán chapurreado a la inglesa de que, realmente, sólo había venido a Austria y a Viena a causa de
El hombre de la barba blanca, no a causa de Tintoretto, dijo, dijo Reger, sino sólo a causa de El
hombre de la barba blanca, el museo entero no le interesaba, en absoluto, no le importaban nada los
museos, aborrecía los museos y sólo entraba siempre de mala gana en los museos, y la verdad era
que sólo había entrado en el Kunsthistorisches Museum de Viena para estudiar El hombre de la
barba blanca, porque él tenía en casa un Hombre de la barba blanca igual colgado sobre la
chimenea de su dormitorio en Gales, realmente el mismo Hombre de la barba blanca, dijo el inglés,
dijo Reger. Me enteré, dijo el inglés, dijo Reger, de que en el Kunsthistorisches Museum de Viena
colgaba el mismo Hombre de la barba blanca que en mi dormitorio de Gales, eso no me dejaba
descansar en paz y he venido a Viena. Durante dos años no tuve ya descanso en mi dormitorio de
Gales al pensar que, posiblemente, en el Kunsthistorisches Museum de Viena colgaba realmente el
mismo Hombre de la barba blanca de Tintoretto que en mi dormitorio, y por eso vine ayer a Viena.
Lo crea o no, así el inglés, así me dijo Reger, el mismo Hombre de la barba blanca de Tintoretto
que cuelga en mi dormitorio de Gales cuelga también aquí. No daba crédito a mis ojos, dijo el inglés,
lógicamente en inglés, cuando tuve la certeza de que ese Hombre de la barba blanca es el mismo de
mi dormitorio, naturalmente me sobresalté mucho. Sin embargo, ha sabido ocultar bien ese
sobresalto, le dije al inglés, así me dijo Reger. Al fin y al cabo, los ingleses siempre han sido
maestros en dominarse, le dije al inglés de Gales, dijo Reger, hasta en la mayor excitación conservan
una calma llena de sangre fría, le dije al inglés, me dijo Reger. Todo el tiempo he comparado mi
Hombre de la barba blanca de Tintoretto que cuelga en mi dormitorio de Gales, con El hombre de
la barba blanca de Tintoretto de aquí de esta sala, dijo el inglés, sacando del bolsillo de la chaqueta
su libro de cuero negro y mostrándome la reproducción de su Tintoretto. Realmente, le dije al inglés,
el Tintoretto reproducido en ese libro es el mismo que cuelga aquí de la pared. ¡Sí, ya ve, también
usted lo dice!, dijo el inglés de Gales. Hasta en el menor detalle es el mismo cuadro, dije, El hombre
de la barba blanca de Tintoretto de ahí, de ese libro, es el mismo que cuelga aquí de la pared. Se
puede, como suele decirse, observar hasta el más pequeño detalle, y hay que decirse que todo
coincide de la forma más desconcertante, como si se tratase realmente de un solo y mismo cuadro,
dije, me dijo Reger. El inglés, sin embargo, no estaba excitado en absoluto, dijo Reger, a mí, el
hecho de que el cuadro de la Sala Bordone fuera realmente idéntico al cuadro de mi dormitorio no
me hubiera dejado tan frío, dijo Reger, el inglés miró su libro de cuero negro, en el que, a toda
página y en colores, como queda dicho, estaba reproducido El hombre de la barba blanca de su
dormitorio de Gales, y otra vez a El hombre de la barba blanca de la Sala Bordone. Un sobrino mío
estuvo en Viena hace dos años y, como no quería ir todos los días a la Konzerthaus, un martes, sin
que le interesara realmente, vino al Kunsthistorisches Museum, dijo el inglés, así Reger, uno de mis
muchos sobrinos, que cada año hacen grandes viajes por Europa o América o Asía, por donde sea, y
entonces vio en el Kunsthistorisches Museum El hombre de la barba blanca de Tintoretto en la
pared, y fue a verme muy excitado y me dijo que, por decirlo así, había visto colgado mi Tintoretto
en el Kunsthistorisches Museum. Naturalmente no le creí y me reí de mi sobrino, dijo el inglés, dijo
Reger, lo tomé todo por una broma pesada, por una de esas bromas pesadas que me gastan mis
sobrinos durante todo el año y que los divierten. ¿Mi Tintoretto en el Kunsthistorisches Museum de
Viena?, le dije, y le dije a mi sobrino que había sido víctima de una ilusión, que se quitara aquel
absurdo de la cabeza. Mi sobrino, sin embargo, insistió en que había visto en el Kunsthistorisches
Museum de Viena mi Tintoretto colgado de la pared. Naturalmente, esa increíble información de mi
sobrino me trabajaba, dijo el inglés, dijo Reger, en el fondo no me dejaba en paz. Mi sobrino ha sido
víctima de un error, pensaba todo el tiempo. Pero sin embargo no conseguía quitarme aquello de la
cabeza. Dios santo, dijo el inglés, no puede imaginarse cuánto valor tiene ese Tintoretto, una
herencia, una tía abuela por parte de madre, mi llamada tía de Glasgow, me legó el Tintoretto, dijo el
inglés, dijo Reger. Tengo el cuadro colgado en el dormitorio porque me parece lo más seguro, allí
cuelga sobre mi cama, la peor iluminación que cabe imaginar, dijo el inglés, dijo Reger. En
Inglaterra roban a diario miles de Maestros Antiguos, dijo el inglés, dijo Reger, hay en Inglaterra
cientos de grupos organizados que se han especializado en robar Maestros Antiguos, sobre todo los
italianos, que al fin y al cabo son especialmente apreciados en Inglaterra. No soy un conocedor de
arte, señor, así el inglés, dijo Reger, no entiendo absolutamente nada de arte, pero naturalmente
puedo apreciar una obra de arte así. Hubiera podido venderla ya a menudo, pero todavía no lo
necesito, todavía no, dijo el inglés, dijo Reger, pero naturalmente puede llegar el momento de que
tenga que vender El hombre de la barba blanca. La verdad es que no tengo sólo El hombre de la
barba blanca de Tintoretto, poseo varias docenas de italianos, un Lotto, Crespi, Strozzi, Giordano,
un Bassano, sabe, absolutamente grandes maestros. Todos de esa tía de Glasgow, dijo el inglés, dijo
Reger. Nunca hubiera venido a Viena si no me hubiera atormentado continuamente la sospecha de que
mi sobrino quizá tuviera razón al decir que mi Tintoretto colgaba en el Kunsthistorisches Museum de
Viena, nunca me ha interesado Viena, porque al fin y al cabo no soy ningún conocedor de la música,
ni siquiera amante de la música, dijo el inglés, dijo Reger, nada me hubiera hecho venir a Austria de
no haber sido por esa sospecha. Y entonces me siento aquí y veo que mi Tintoretto cuelga realmente
de la pared aquí en el Kunsthistorisches Museum. Vea usted mismo, este Hombre de la barba blanca
que está aquí representado y cuelga en mi dormitorio de Gales es el Tintoretto que cuelga de la pared
aquí en el Kunsthistorisches Museum, dijo el inglés, dijo Reger, y el inglés me puso otra vez el libro
de cuero abierto ante los ojos. Es como si no fuera sólo igual, sino absolutamente el mismo, dijo el
inglés, dijo Reger. El inglés se levantó del banco y se acercó mucho a El hombre de la barba blanca
y se quedó un rato ante El hombre de la barba blanca. Yo observaba al inglés y lo admiraba al
mismo tiempo, porque nunca había visto un hombre con un dominio tan francamente sobrehumano,
dijo Reger, observaba al inglés de Gales y pensaba que yo, viendo una monstruosidad así, es decir
que en el Kunsthistorisches Museum colgase exactamente el mismo cuadro que en mi dormitorio,
sobre mi cama, en Gales, hubiera perdido el dominio por completo. Observaba al inglés, que se
aproximó mucho a El hombre de la barba blanca y lo miró fijamente, como es natural, dado que lo
observaba desde atrás, no podía verlo por delante, me dijo Reger, pero sabía naturalmente, aunque lo
observara desde atrás, que miraba fijamente El hombre de la barba blanca y, de hecho, más o menos
desconcertado. El inglés no se volvió en mucho tiempo y, cuando se volvió, tenía el rostro blanco
como el papel, dijo Reger. Un rostro tan blanco como el papel he visto en mi vida pocas veces, así
Reger, y uno inglés nunca. En efecto, el inglés, antes de levantarse y mirar fijamente El hombre de la
barba blanca, tenía ese típico rostro inglés rojo curtido , pero ahora su rostro era sólo blanco como
el papel, así Reger sobre el inglés. Desconcertado no es tampoco la expresión exacta, dijo Reger
sobre el inglés. Irrsigler observaba la escena todo el tiempo, dijo Reger, en silencio estuvo Irrsigler
en la esquina por donde se va a los cuadros del Veronés, así Reger. El inglés volvió a sentarse en el
banco de la Sala Bordone en el que había estado yo sentado todo el tiempo y dijo que realmente eran
un solo y mismo cuadro, a saber, el que colgaba en su dormitorio en Gales sobre la cama y este de
aquí de la pared del Kunsthistorisches Museum en la Sala Bordone. Se alojaba en el Hotel Imperial,
que su sobrino le había recomendado, dijo el inglés, dijo Reger. Aborrezco ese lujo, pero al mismo
tiempo disfruto de él cuando tengo ganas. Sólo paraba en los mejores hoteles, dijo el inglés, dijo
Reger, por consiguiente, lógicamente, en Viena en el Imperial, lo mismo que en Madrid en el Ritz
y lo mismo que en Taormina en el Timeo . Pero no me gusta salir de viaje, sólo cada tantos años y la
mayoría de las veces el motivo no es el placer, dijo el inglés, dijo Reger. Es evidente que una de
esas pinturas de Tintoretto es una falsificación, dijo entonces el inglés, dijo Reger, o es falso el de
aquí, el que cuelga aquí en el Kunsthistorisches Museum, o el mío, el que cuelga sobre mi cama en mi
dormitorio de Gales. Uno de los dos tiene que ser falso, dijo el inglés, apoyando su robusto cuerpo
por poco tiempo en el respaldo del banco de la Sala Bordone; sin embargo, se enderezó enseguida y
dijo, así pues, en esto tenía razón mi sobrino. Maldije a mi sobrino, porque la verdad es que estaba
seguro de que me había contado una tontería, como suele hacer ese sobrino, es decir, inquietándome
de cuando en cuando con algún asunto u ofendiéndome; por lo demás, es mi sobrino favorito, aunque
durante toda su vida me ha atacado los nervios y, en el fondo, no sirve para nada. Pero es mi sobrino
preferido. Es el más horrible de todos mis sobrinos, pero es mi sobrino preferido. Él había visto
bien, dijo el inglés, realmente, el Tintoretto de aquí es idéntico al mío de Gales. Pero hay dos
Tintorettos, dijo el inglés entonces y volvió a apoyarse en el banco de la Sala Bordone, para volver
a enderezarse enseguida. Uno de los dos es falso, dijo, y naturalmente me pregunto si es falso el mío
o el de aquí del Kunsthistorisches Museum. Al fin y al cabo es posible que el Kunsthistorisches
Museum posea uno falso y que mi Tintoretto sea auténtico, incluso, por lo que sé de las
circunstancias de mi tía de Glasgow, es probable. Y a poco tiempo después de haber pintado
Tintoretto ese Hombre de la barba blanca, ese Hombre de la barba blanca, en efecto, se vendió en
Inglaterra, primero a la familia del duque de Kent y luego a mi tía de Glasgow. Por lo demás, el
actual duque de Kent está casado con una austríaca, eso lo sabe, me dijo de pronto el inglés, dijo
Reger, permitiéndose una pequeña digresión, para decir inmediatamente después que, con seguridad,
el Tintoretto de aquí, es decir, El hombre de la barba blanca, era falso. Un falso absolutamente
espléndido, dijo entonces el inglés. Muy pronto descubriré qué Hombre de la barba blanca de
Tintoretto es el auténtico y cuál el falso, dijo el inglés, dijo Reger, y luego que también era muy
posible que los dos Hombres de la barba blanca fueran auténticos, es decir, de Tintoretto y
auténticos. Sólo un artista tan grande como Tintoretto podría haber logrado realmente, así el inglés,
así Reger, pintar un segundo cuadro no como totalmente igual, sino como totalmente el mismo. Eso
sería al fin y al cabo sensacional, dijo el inglés, dijo Reger, y salió de la Sala Bordone. Se despidió
de mí sólo con un breve good bye, y con el mismo good bye también de Irrsigler, que había sido
testigo de toda la escena, así me dijo Reger. Cómo terminó la cosa no lo sé, dijo Reger, no me he
preocupado más. En cualquier caso, el inglés era el que estaba sentado una vez en el banco de la Sala
Bordone cuando entré en la Sala Bordone. Nadie más. Reger se imagina cosas sobre el banco de la
Sala Bordone desde hace más de treinta años, pretende que no puede pensar debidamente, no de la
forma que conviene a su cabeza, si no está sentado en el banco de la Sala Bordone. En el
Ambassador tengo muy buenas ideas, así Reger un día, una y otra vez, pero en el banco de la Sala
Bordone del Kunsthistorisches Museum tengo indudablemente las mejores, indudablemente siempre
las mejores ideas, en el Ambassador difícilmente se pondrá en movimiento lo que se llama una idea
filosófica, pero sin embargo en el banco de la Sala Bordone es algo lógico. En el Ambassador pienso
como piensa cualquier otro, y pienso lo cotidiano y lo cotidianamente necesario, pero en el banco de
la Sala Bordone pienso cada vez más lo excepcional y lo extraordinario. Por ejemplo, en el
Ambassador no podría explicar la Sonata La tempestad de la misma forma concentrada que en el
banco de la Sala Bordone, y dar una conferencia como la del arte de la fuga, con todas sus
profundidades y con todas sus particularidades y peculiaridades, le resultaba totalmente imposible en
el Ambassador, para eso faltan en el Ambassador todas las condiciones, así Reger. En el banco de
la Sala Bordone podía aprehender y perseguir y finalmente reunir en un resultado interesante los
pensamientos más complicados, en el Ambassador no. Pero el Ambassador, naturalmente, tiene una
serie de ventajas que no tiene el Kunsthistorisches Museum, dijo Reger, por no hablar de que cada
vez me entusiasman los lavabos del Ambassador, desde que esos lavabos han sido renovados
recientemente, sabe, eso es en Viena, donde realmente todos los lavabos están más descuidados que
en ninguna otra gran ciudad de Europa, una rareza, encontrar unos lavabos en los que no se le
revuelva a uno el estómago y en los que no haya que taparse todo el tiempo, mientras se está en ellos,
los ojos y las narices; los lavabos vieneses son en conjunto un escándalo, ni siquiera en la parte baja
de los Balcanes se encuentran lavabos tan descuidados, dijo, Viena no es más que un escándalo de
lavabos, hasta en los hoteles más famosos de la ciudad se encuentran lavabos escandalosos, los
retretes más asquerosos se encuentran en Viena, más asquerosos que en cualquier otra ciudad, cuando
uno tiene necesidad de hacer aguas se lleva la gran sorpresa. Viena es muy superficialmente famosa
por su ópera, pero realmente temida y execrada por sus escandalosos lavabos. Los vieneses, incluso
los austríacos en general, no tienen una cultura de lavabos, en todo el mundo no se encuentran unos
retretes tan sucios y malolientes, dijo Reger. Tener que ir a los lavabos en Viena es la mayoría de las
veces una catástrofe, en ellos, si no se es acróbata, se mancha uno, y el hedor que hay en ellos es tan
grande que a menudo se queda en la ropa durante semanas. En general, dijo Reger, los austriacos son
sucios, no hay habitantes de gran ciudad europea que sean más sucios, lo mismo que es sabido
también que las viviendas europeas más sucias son las viviendas vienesas, las viviendas vienesas
son todavía mucho más sucias que los lavabos vieneses. Los vieneses dicen continuamente que los
Balcanes son tan sucios, por todas partes se oye decirlo, pero Viena es cien veces más sucia que los
Balcanes, así Reger. Cuando va uno con un vienés a su vivienda, la mayoría de las veces se queda de
piedra ante la suciedad. Naturalmente hay excepciones, pero la regla es que las viviendas vienesas
sean las viviendas más sucias del mundo. Siempre pienso qué piensan los extranjeros cuando tienen
que ir a los lavabos en Viena, qué piensa esa gente que, al fin y al cabo, está acostumbrada a lavabos
limpios, cuando tiene que ir a los lavabos más sucios de toda Europa. La gente va sólo a hacer aguas
rápidamente y vuelve espantada ante tanta suciedad en el urinario. Por todas partes ese olor apestoso,
también en todos los retretes públicos, da igual que vaya uno al retrete en las estaciones de
ferrocarril o que tenga necesidad de hacerlo en el metro, tendrá que visitar alguno de los retretes más
sucios de Europa. También y sobre todo en los cafés vieneses los retretes están tan sucios que da
asco, dijo Reger. Por una parte, ese culto megalómano y gigantesco a los pasteles, por otra, esos
lavabos horriblemente sucios, dijo. En muchos de esos lavabos se tiene la impresión de que desde
hace ya muchos años no se han limpiado. Los propietarios de cafés protegen por una parte sus
pasteles de la menor corriente de aire, lo que naturalmente es bueno para los pasteles, pero por otra
no dan el menor valor a la limpieza de sus retretes. Pobre de uno, dijo Reger, si, antes de haber
comenzado a comerse su pastel, tiene que ir a los lavabos en uno de esos cafés en su mayoría muy
famosos; cuando salga de los lavabos se le habrá pasado la gana radicalmente de comer ni un bocado
de los pasteles ofrecidos o incluso ya servidos. Pero también los restaurantes vieneses son sucios, yo
afirmo que son los más sucios de toda Europa. A cada instante se ve uno ante un mantel totalmente
manchado y si dice al camarero que el mantel está manchado y que no tiene la intención de comerse
su comida sobre un mantel manchado de arriba abajo, sólo de mala gana le quitan ese mantel
totalmente manchado y se lo sustituyen por otro, cuando uno exige que le retiren un mantel sucio no
recibe más que miradas coléricas y que realmente constituyen un peligro público. En la mayoría de
las fondas no le ponen a uno siquiera un mantel en la mesa, y si se pide que tengan la bondad de
quitar lo peor de la suciedad del plato sucio, a menudo realmente mojado de cerveza, escucha una
insolente rociada de improperios, dijo Reger. La cuestión de los lavabos y la cuestión de los
manteles siguen sin resolverse en Viena, dijo Reger. En todas las grandes ciudades del mundo, y al
fin y al cabo las he visitado casi todas y he conocido la mayoría de ellas de forma no sólo
superficial, le ponen a uno en la mesa, como algo natural, un mantel limpio antes de empezar a comer.
En Viena, un mantel limpio o, al menos, una mesa limpia, no es nada natural. Y lo que pasa con los
lavabos es exactamente lo mismo, los lavabos vieneses son los más asquerosos no sólo de Europa
sino del mundo entero. De qué sirve estar ante una espléndida comida si, antes ya de empezar a
comer, se le quita a uno el apetito en los lavabos, y de qué sirve haber hecho una excelente comida si
luego, en los lavabos, se le revuelve a uno el estómago, dijo. Los vieneses, como los austriacos en
general, son unos incultos en materia de lavabos, un retrete austríaco ha sido siempre una catástrofe,
dijo Reger. Tan famosa como es Viena por su cocina, en gran parte realmente excelente, por lo menos
en lo que a la pastelería se refiere, es pésima su fama en lo que a sus lavabos se refiere. El
Ambassador tenía también hasta hace poco unos lavabos que desafiaban cualquier descripción. Un
día, sin embargo, la dirección reflexionó y construyó unos nuevos, unos lavabos extraordinariamente
bien logrados, realmente perfectos no sólo desde el punto de vista arquitectónico sino también
desde el sanitariosociológico, hasta en sus menores detalles. Realmente, los vieneses son la gente
más sucia de Europa y se ha comprobado científicamente que el vienés sólo utiliza la pastilla de
jabón una vez por semana, lo mismo que se ha comprobado científicamente que sólo se cambia de
calzoncillos una vez por semana, lo mismo que se cambia también de camisa como máximo dos
veces por semana y que la mayoría de los vieneses cambia de sábanas sólo una vez al mes, así
Reger. Los calcetines o las medias los lleva el vienés por término medio hasta doce días seguidos,
dijo Reger. Visto así, los fabricantes de jabón y los productores de ropa interior no hacen en ningún
lugar de Europa tan mal negocio como en Viena y, naturalmente, en toda Austria, así Reger. En
cambio, los vieneses utilizan enormes cantidades de agua de colonia de las clases más baratas, dijo
Reger, y todos apestan ya de lejos penetrantemente a violetas o claveles o lirios del valle o boj. Y
resulta naturalmente consecuente deducir de la suciedad exterior de los vieneses su suciedad interior,
así Reger, y realmente los vieneses no son mucho menos sucios por dentro que por fuera, y
posiblemente, dijo Reger, digo posiblemente, es decir, no con seguridad, se corrigió, los vieneses
son por dentro todavía mucho más sucios que lo son por fuera. Todo hace pensar que por dentro son
todavía mucho más sucios que por fuera. Pero no tengo ninguna gana de pensar en ello, eso sería
claramente una tarea para los llamados sociólogos, el escribir un estudio al respecto. En ese estudio,
sin embargo, habría que describir probablemente a los vieneses como los hombres más sucios de
Europa, opinó Reger. Qué contento estoy, dijo, de que en el Ambassador haya nuevos lavabos, en el
Kunsthistorisches Museum siguen siendo los antiguos. Como al fin y al cabo cada vez me hago más
viejo y no más joven, en los últimos tiempos tengo que ir también en el Kunsthistorisches Museum
cada vez con más frecuencia al retrete, dijo Reger, y eso, en las condiciones que siguen reinando
aquí, es una incomodidad que cada día me ataca los nervios, porque el retrete del Kunsthistorisches
Museum está por debajo de toda crítica. Lo mismo que, al fin y al cabo, el retrete de la Musikverein
está por debajo de toda crítica. Una vez me permití incluso la broma de mencionar de pasada en una
de mis críticas para el Times que el retrete de la Musikverein, es decir, del templo de las musas
vienés supremo entre los supremos, desafiaba toda descripción y que por esa razón, por esa
escandalosa razón del retrete, tenía que vencerme cada vez para entrar en la Musikverein, y que muy
a menudo reflexionaba en mi casa si iría o no a la Musikverein, porque al fin y al cabo, a mi edad y
con mis riñones, tengo que ir por lo menos dos veces al retrete durante una velada en la Musikverein.
Sin embargo, he vuelto siempre a la Musikverein a causa de Mozart y Beethoven, de Berg y
Schónberg, de Bartók y de Webern, y he vencido mi miedo al retrete. Qué extraordinaria debe de ser
la música que se toca en la Musikverein, dijo Reger, para que vaya incluso aunque por lo menos dos
veces por velada tenga que ir al retrete de la Musikverein. El arte no conoce la compasión, me digo
cada vez, cuando voy al retrete de la Musikverein y entro, dijo Reger. Con los ojos cerrados y con la
nariz, en lo posible, tapada, hago mis aguas en el retrete de la Musikverein, dijo, se trata de un arte
en sí muy especial, que sin embargo domino virtuosamente desde hace ya bastante tiempo.
Prescindiendo de que los lavabos vieneses y los retretes vieneses, en general, son los más sucios del
mundo, con excepción de los llamados países en desarrollo, en ellos tampoco funciona nada en lo
que a las instalaciones sanitarias se refiere, o no llega el agua, o no sale el agua, o no llega ni sale,
durante meses, si a mano viene, nadie se ocupa de si los lavabos y retretes funcionan, dijo Reger.
Probablemente sólo podrá mejorarse esa espantosa situación de los lavabos vieneses y, en general,
de todos los retretes vieneses, si la ciudad o el Estado, quien sea, promulga las leyes más severas
sobre lavabos y retretes, tan rigurosamente severas que los hoteleros y fondistas y propietarios de
cafés tengan que mantener realmente en buen estado sus lavabos y retretes. Los hoteleros y los
fondistas y los propietarios de café no cambiarán esa situación, sin duda prolongarán por toda la
eternidad toda esa marranada de los lavabos y retretes si no se ven obligados por la ciudad o por el
Estado a poner en condiciones sus lavabos y retretes. Viena es la ciudad de la música, escribí una
vez en el Times, pero también la ciudad de los lavabos y retretes más asquerosos. En Londres se
sabe entretanto, en Viena como es natural no, porque los vieneses no leen el Times, se contentan con
los periódicos más primitivos y más execrables que se imprimen en el mundo en general sólo con
fines de estultificación, es decir, con periódicos adaptados de forma francamente ideal a la perversa
situación sentimental e intelectual de los vieneses. El grupo ruso se había ido, el banco de la Sala
Bordone estaba vacío. Reger, eso lo había visto yo aún después de haberle susurrado Irrsigler algo al
oído, se había levantado y había salido con su sombrero negro en la cabeza, que había conservado
puesto todo el tiempo. Eran entonces las once y media menos dos minutos. El grupo ruso estaba en la
llamada Sala Veronese, la intérprete ukraniana hablaba ahora del Veronés, pero lo que decía sobre el
Veronés lo había dicho ya antes sobre Bordone y Tintoretto, las mismas trivialidades, la misma
cháchara, en el mismo tono y con la misma voz desagradable, no sólo hablaba con la habitual voz
femenina rusa desagradable, que básicamente ataca siempre los nervios, sino que hablaba sobre todo
sin interrupción en un tono alto, lo que se llama cortante, que me resultaba casi insoportable, de
forma que realmente tenía que sufrir un dolor agudo en mis dos conductos auditivos. Un oído como el
mío es sensible y, sobre todo, soporta difícilmente feas voces de mujer en ese tono alto y cortante
determinado. Por qué no se veía ahora tampoco a Irrsigler desde hacía bastante tiempo, aunque por lo
común a cada instante, de acuerdo con el reglamento, tenía que vigilar también la Sala Bordone, no
lo sabía yo, sin embargo, me parecía muy curioso que él y Reger hubieran salido juntos de la Sala
Bordone y no hubieran vuelto en tanto tiempo. Pero como estaba citado a las once y media con Reger
precisamente en esa Sala Bordone y Reger es el hombre más puntual y formal que conozco, Reger
volverá exactamente a las once y media a la Sala Bordone, pensé, y apenas lo había pensado cuando
efectivamente volvió ya Reger a la Sala Bordone, no sin, antes de volver a sentarse definitivamente
en el banco de la Sala Bordone, haber mirado en todas direcciones; previéndolo, cuando oí que
volvía a la Sala Bordone, me había retirado enseguida a la Sala Sebastiano, volví a situarme en la
Sala Sebastiano en el rincón del que me había apartado el furioso grupo ruso y desde el que, sin
embargo, podía observar bien a Reger que había vuelto a la Sala Bordone, a aquel desconfiado
Reger, según pensé, que siempre miraba por todas partes a su alrededor para sentirse seguro, y que,
entre otras cosas, padecía de toda la vida una manía persecutoria francamente mortal, que a él, como
es natural, le era siempre provechosa, sin resultar realmente peligrosa para otros ni para él. Reger
estaba ahora sentado otra vez en el banco de la Sala Bordone, contemplando El hombre de la barba
blanca de Tintoretto. A las once y media en punto miró el reloj de bolsillo que se sacó con la rapidez
del rayo de la chaqueta, y en ese mismo instante yo salí de la Sala Sebastiano y entré en la Sala
Bordone, situándome delante de Reger. Qué horror, esos grupos rusos , dijo Reger, qué horror.
Aborrezco esos grupos rusos, repitió. Me ordenó ceremoniosamente que me sentara en el banco de
la Sala Bordone, siéntese tranquilamente a mi lado, dijo. Me alegra ver a alguien puntual, dijo. La
mayoría de las personas son impuntuales, dijo, es espantoso. Pero al fin y al cabo usted siempre
ha sido puntual, dijo, ésa es una de sus grandes ventajas. Ay, dijo luego, si supiera qué mala noche
he pasado, me he tragado el doble de pastillas que de costumbre y he dormido tan mal.
Continuamente he soñado con mi mujer, no puedo librarme de esas pesadillas en las que sueño con
mi mujer. Y he pensado en usted, en la forma en que ha evolucionado usted en los últimos años.
Es curioso cómo ha evolucionado usted, dijo. En el fondo, lleva usted una existencia rara, más o
menos totalmente independiente, si tengo en cuenta naturalmente que no hay en el mundo nadie
independiente, ni mucho menos totalmente independiente. Si yo no tuviera el Ambassador, dijo, no
sobreviviría a esta tarde. En los últimos tiempos vienen tantos árabes, pronto será un hotel de
árabes, cuando siempre ha sido un hotel de judíos, de judíos y húngaros, sobre todo de judíos
húngaros, eso hace que ese hotel me resulte desde hace años tan agradable, dijo, ni siquiera me
molestan los comerciantes de alfombras persas que comercian con sus alfombras en el Ambassador.
Pero no cree usted también que, a la larga, es peligroso estar sentado en el Ambassador, no podría a
cada instante explotar una bomba en el Ambassador, si se piensa que la casa está continuamente
poblada de judíos israelíes y de árabes egipcios. Dios santo, dijo, al fin y al cabo me da exactamente
igual si salto por los aires, con tal de que ocurra instantáneamente. La mañana en el Kunsthistorisches
Museum, la tarde en el Ambassador y al mediodía comer bien en el Astoria o en el Bristol, dijo, eso
me gusta. Con el Times sólo, naturalmente, no podría llevar una vida como ésa, dijo hipócritamente,
al fin y al cabo el Times me envía más o menos a Austria sólo mi dinero de bolsillo. Pero las
acciones no van bien, el mercado de acciones es una catástrofe. Y existir en Austria se hace cada día
más caro. Por otra parte, he calculado que, sin más, si no estalla alguna, así llamada, guerra del
Tercer Mundo , podría vivir aún tranquilamente un par de decenios con lo que tengo. Eso es
tranquilizador, aunque todo disminuya diariamente. Es usted el típico erudito privado, Atzbacher, me
dijo, sí, es usted la quintaesencia del erudito privado, es usted en general la quintaesencia del
hombre privado, completamente inactual, dijo Reger. Hoy, cuando subía otra vez tan penosamente
esa horrible escalera hasta aquí, la Sala Bordone, he pensado que es usted el auténtico y típico
hombre privado, probablemente el único que conozco, y conozco tantos hombres que son todos
hombres privados, pero usted es el típico, el auténtico. Que soporte usted trabajar durante decenios
en una sola obra y no publicar de ella lo más mínimo. Yo no podría hacerlo. Yo tengo que tener al
menos una vez al mes el placer de una publicación de mi trabajo, dijo, esa costumbre es para mí una
necesidad indispensable y por eso doy gracias al Times, que atiende regularmente esa necesidad mía
y, por añadidura, me paga además. La verdad es que escribir me causa un enorme placer, dijo, esas
breves obras de arte, que no son cada una de más de dos páginas, eso hace siempre tres columnas y
media en el Times, dijo. ¿No ha pensado usted en publicar al menos una pequeña parte de su
trabajo?, dijo, algún fragmento, suena todo tan extraordinario lo que usted señala en relación con su
trabajo; por otra parte, también es un gran placer no publicar, nada en absoluto, dijo. Pero alguna
vez querrá usted saber qué efecto produce su trabajo, dijo, y publicará al menos una parte de ese
trabajo. Por un lado es magnífico retener durante toda la vida un trabajo, por decirlo así, de toda la
vida y no publicarlo, por otra es igualmente magnífico publicarlo. Yo soy un publicista nato, mientras
que usted es el no publicista nato. Probablemente está su trabajo y está usted, y por consiguiente su
trabajo en relación con usted y usted en relación con su trabajo, como quiera, condenado a la no
publicación, porque al fin y al cabo usted sufre por el hecho de trabajar en su trabajo pero sin
publicar ese trabajo, ésa es la verdad, pienso, lo que pasa es que no quiere reconocer, ni siquiera a
usted mismo, que sufre a consecuencia de esa llamada necesidad de no publicar. Yo sufriría si no
publicara mi trabajo literario. Pero naturalmente su trabajo no es comparable al mío. Verdad es que
no conozco ningún escritor o, en cualquier caso, ninguna persona que escriba que soporte siquiera
durante bastante tiempo el no publicar lo que escribe, que no sienta curiosidad por saber qué dirá el
público de sus escritos, yo me desvivo siempre por ello, dijo Reger, aunque digo siempre que no me
desvivo, que no me interesa, que no siento curiosidad por saber lo que opina el público, me desvivo
por ello, naturalmente miento cuando digo que no me desvivo, cuando sin embargo me desvivo
siempre, reconozco que me desvivo siempre por ello, sin cesar, dijo. Quiero saber lo que dirá la
gente ante lo que he escrito, dijo, en todo momento y de todos quiero saberlo, mientras que, sin
embargo, digo continuamente que no me interesa lo que diga la gente al respecto, digo que no me
interesa, que me deja frío, pero sin embargo me desvivo todo el tiempo por saberlo y nada espero
con mayor ansiedad, dijo. Miento cuando digo que no me interesa la opinión pública, que no me
interesan mis lectores, miento cuando digo que no quiero saber nada de lo que piensan sobre lo que
escribo, en eso miento, en eso miento de una forma muy vulgar, dijo, porque me desvivo
ininterrumpidamente por saber lo que dice la gente sobre lo que he escrito, quiero saberlo siempre y
en todo momento y, diga lo que diga la gente sobre mis escritos, me afecta, ésa es la verdad.
Naturalmente, sólo oigo lo que dice al respecto la gente del Times y no siempre dice sólo cosas
halagadoras, dijo Reger, pero en lo que a usted se refiere, por decirlo así como escritor filosofante,
debería desvivirse igualmente por saber lo que dice la gente de sus escritos filosofantes, lo que
piensa al respecto, eso no lo comprendo, que no publique usted sus escritos por lo menos en extracto,
sólo para averiguar de una vez lo que el público, lo que, por decirlo así, la competencia pública
piensa al respecto, aunque tenga que decir al mismo tiempo que esa competencia pública no existe, la
verdad es que la competencia no existe siquiera, nunca ha existido, nunca existirá; pero ¿es que no le
deprime escribir y escribir y pensar y pensar y escribir lo pensado y escribir una y otra vez y todo
eso sin ningún eco?, dijo. Sin duda se le escapan muchas cosas a causa de ese tozudo no publicar,
dijo, y tal vez incluso lo decisivo. Ahora lleva usted ya decenios escribiendo su trabajo y dice que
escribe ese trabajo sólo para usted mismo, pero eso es horrible, nadie escribe un trabajo escrito
para sí mismo, es mentira que alguien diga que escribe sus escritos sólo para él mismo, pero usted
sabe también que nadie es más mentiroso que los que escriben, el mundo no conoce desde que existe
a nadie más mentiroso que los que escriben, a nadie más vanidoso ni más mentiroso, dijo Reger. Si
supiera usted qué noche tan espantosa ha sido ésta otra vez, una y otra vez me he levantado con
terribles calambres desde los dedos de los pies hasta la caja torácica, pasando por las pantorrillas, a
causa de las pastillas diuréticas que tengo que tomar para el corazón. Estoy en un círculo vicioso,
dijo. Todas las noches me resultan insoportables, siempre, cuando creo que podré dormir, tengo otra
vez esos calambres y tengo que levantarme y andar de un lado a otro por el cuarto. Durante toda la
noche he andado más o menos de un lado a otro y no he podido dormirme, en seguida me despertaban
otra vez esas pesadillas que le he mencionado. En esas pesadillas sueño con mi mujer, es espantoso.
Desde su muerte tengo esas pesadillas, sin cesar, las tengo todas las noches. Créame, casi siempre
pienso si no hubiera sido mejor terminar también conmigo al morir mi mujer. Esa cobardía no me la
perdono. Esa autolamentación continua, incluso enfermiza ya, me resulta insoportable, pero no puedo
salir de ella, dijo. Si por lo menos hubiera algún concierto decente en la Musikverein, dijo, pero el
programa de invierno es espantoso, sólo tocan cosas manidas, trilladas, una y otra vez esos
conciertos de Mozart y conciertos de Brahms y conciertos de Beethoven que me atacan ya los
nervios, la verdad es que todos esos ciclos de Mozart y Brahms y Beethoven no se pueden ya
soportar. Y en la Opera reina el diletantismo. Si por lo menos la ópera fuera interesante, pero de
momento carece totalmente de interés, malas obras, malos cantantes y por añadidura una orquesta
pésima. ¡Cómo eran los músicos de la filarmónica hace sólo dos o tres años!, dijo, y cómo son hoy,
una orquesta mundial. Figúrese, la semana pasada escuché el Viaje de invierno a un bajo de
Leipzig, no diré su nombre porque en el fondo no le dirá a usted nada, al fin y al cabo no se interesa
usted nada por la música teórica, alégrese, dijo, aquel bajo era una catástrofe. Una y otra vez La
corneja, dijo, no hay quien lo soporte. Un concierto así no merece que se cambie uno de ropa, sentí
haberme puesto una camisa limpia. Sobre semejante porquería no escribo en el Times , dijo.
Mahler, Mahler, Mahler, dijo, eso es también irritante. Pero la moda Mahler ha pasado ya su punto
culminante, gracias a Dios, dijo, Mahler es al fin y al cabo el compositor más sobrestimado del
siglo XX. Mahler era un excelente director de orquesta, pero es un compositor mediocre, como todos
los buenos directores de orquesta, como Hindemith, por ejemplo, como Klemperer. La moda Mahler
me ha resultado espantosa todos estos años, el mundo entero estaba en un verdadero delirio
mahleriano, era ya insoportable. ¿Sabe usted por cierto que la tumba de mi mujer, a la que al fin y al
cabo iré a parar también, dijo, está al lado mismo de la tumba de Mahler? Bueno, en el cementerio le
puede dar a uno realmente igual junto a quién está, ni siquiera estar al lado de Mahler me irrita. La
canción de la tierra con Kathleen Ferrier quizá, dijo Reger, pero todo el resto mahleriano lo
rechazo, no vale nada, no resiste un examen detenido. En comparación, Webern es realmente un
genio, por no hablar de Schónberg y de Berg. No, Mahler fue una aberración. Mahler es el típico
compositor de moda del Jungendstil, naturalmente mucho peor aún que Bruckner, con el que al fin y
al cabo tiene muchas similitudes cursis. En esta época del año, Viena no ofrece nada a una persona
intelectualmente interesada, y a una musicalmente interesada, por desgracia, también muy poco, dijo.
Pero los extranjeros que vienen a la ciudad se contentan naturalmente pronto con algo, en cualquier
caso van a la ópera, da igual lo que representen y aunque sea la mayor birria, y van a los conciertos
más horribles y se destrozan las manos aplaudiendo y afluyen, como puede ver, hasta al
Naturhistorisches Museum y el Kunsthistorisches Museum. El hambre cultural de la Humanidad
civilizada es inmensa, y la perversidad que puede encontrarse en ese hecho, universal. Viena es un
concepto cultural, dijo Reger, aunque desde hace ya tiempo no haya casi cultura en Viena, y un día no
habrá ya realmente en Viena ninguna cultura, pero seguirá siendo aún un concepto cultural. Viena será
siempre un concepto cultural, será un concepto cultural tanto más pertinaz cuanto menos cultura haya
en ella. Y la verdad es que pronto no habrá ya realmente ninguna cultura en esta ciudad, dijo. Estos
gobiernos que cada vez se vuelven más tontos y que tenemos aquí en Austria se ocuparán con el
tiempo de que en Austria no haya pronto ninguna clase de cultura, nada más que trivialidad burguesa,
dijo Reger. Aquí en Austria el ambiente se vuelve cada vez más enemigo de la cultura, de año en año
se vuelve más enemigo de la cultura y todo hace pensar que, en un tiempo no demasiado largo,
Austria será un país totalmente sin cultura. Pero ese deprimente punto final no lo viviré ya, usted
quizá, dijo Reger, usted quizá pero yo no, soy ya tan viejo que no viviré el hundimiento definitivo y
la auténtica ausencia de cultura en Austria. La luz de la cultura se extingue en Austria, se lo digo yo,
la estupidez que reina en este país desde hace ya tanto tiempo extinguirá en un plazo no muy largo la
luz de la cultura. Entonces reinarán las tinieblas en Austria, dijo Reger. Pero ya puede usted decir lo
que quiera a ese respecto, no le escucharán y, si le escuchan, lo tomarán por necio. ¿Qué sentido
tiene que escriba en el Times lo que pienso de Austria y lo que, a la corta o a la larga, pero en un
plazo previsible, ocurrirá con Austria? Ninguno, dijo Reger, ni el más mínimo. Lástima que no pueda
vivir ya eso, es decir, que no vea cómo andan los austriacos a tientas porque se les ha apagado la luz
de la cultura. Lástima no poder participar ya en ello, dijo. Usted se preguntará por qué le he
convocado hoy aquí otra vez, le he pedido que viniera hoy aquí otra vez. Hay una razón. Pero la
razón no se la diré hasta más tarde. No sé cómo puedo decirle cuál es esa razón. No lo sé. No hago
más que pensar en ello y no lo sé. Llevo ya horas ahí pensando en ello y no lo sé. Irrsigler es testigo,
dijo Reger, de que llevo ya horas sentado aquí en el banco y pensando en cómo decirle porqué le he
pedido que viniera también hoy al Kunsthistorisches Museum. Más tarde, más tarde , dijo Reger,
deme tiempo. Cometemos un crimen y no somos capaces de contarlo sencillamente sin rodeos, dijo
Reger. Déme tiempo hasta que me haya tranquilizado, dijo, a Irrsigler se lo he dicho ya, pero a usted
no puedo decírselo todavía, dijo, es realmente vergonzoso. Por cierto, lo que le dije ayer sobre la
Sonata La tempestad es seguramente interesante y estoy seguro también de que lo que le dije sobre la
llamada Sonata La tempestad es exacto, pero probablemente es más interesante para mí que para
usted. La verdad es que así pasa siempre que se habla de un tema porque ese tema lo fascina a uno,
pero lo fascina a uno mismo más que a aquél a quien, en fin de cuentas, con toda la crispada falta de
consideración de que somos capaces, se lo imponemos. Ayer le impuse esas opiniones sobre la
llamada Sonata La tempestad, ésa es la realidad. En relación con mi exposición sobre el arte de la
fuga, dijo, consideré necesario ocuparme también de la Sonata La tempestad, y ayer me consideré en
estado francamente ideal para ello y le hice víctima de mi pasión musicológica, lo mismo que, al fin
y al cabo, hago de usted una víctima de mis pasiones musicológicas, porque no tengo a ninguna otra
persona tan apropiada para ello. A menudo pienso que usted apareció en el momento oportuno, ¡qué
haría yo sin usted!, dijo. Ayer lo molesté con la Sonata La tempestad, quién sabe con qué obra
musical lo importunaré pasado mañana, dijo, tengo tantos temas musicológicos en la cabeza que
siento el mayor deseo de explicar; pero necesito un oyente, una víctima por decirlo así, de mi
verborrea musicológica, dijo, porque realmente, mi continuo hablar de musicología es una especie
de verborrea musicológica. Todo el mundo tiene su propia, su absolutamente propia verborrea, y yo
tengo la musicológica. Tengo ya esa verborrea musicológica durante toda mi vida musicológica,
porque sin duda mi vida no es otra cosa que una vida musicológica lo mismo que la suya es una vida
filosofante, eso es evidente. Naturalmente, puedo decir también que hoy es absurdo todo lo que dije
ayer sobre la Sonata La tempestad, lo mismo que al fin y al cabo todo lo que se dice es absurdo,
pero sin embargo decimos esas cosas absurdas de forma convincente , dijo Reger. Todo lo que se
dice se revela a la corta o a la larga como absurdo, pero, si lo decimos convincentemente, con la más
increíble vehemencia de que somos capaces, no es al fin y al cabo un crimen, dijo. Lo que pensamos
lo queremos decir también, dijo Reger, y en el fondo no descansamos hasta haberlo dicho; si nos lo
callamos, nos asfixia. La Humanidad se hubiera asfixiado hace tiempo si en el curso de su historia se
hubiera callado las cosas absurdas que pensaba, todo el que calla demasiado tiempo se ahoga,
tampoco la Humanidad puede callar mucho tiempo, porque entonces se asfixia, aunque sólo sean
siempre cosas absurdas lo que piensa el individuo, lo que piensa la Humanidad y lo que el individuo
ha pensado nunca y la Humanidad ha pensado nunca. Unas veces somos artistas de la palabra, otras
artistas del silencio, y perfeccionamos ese arte al máximo, dijo, nuestra vida es precisamente
interesante en la medida en que hemos podido desarrollar tanto nuestro arte de la palabra como
nuestro arte del silencio. La Sonata La tempestad no es al fin y al cabo una gran obra, dijo Reger,
al considerarla de cerca no es más que una de tantas, así llamadas, obras menores, en el fondo una
pieza cursi. La calidad de esa obra estriba mucho más en que se puede discutir muy bien sobre ella
que en la obra misma. Beethoven era absolutamente el artista crispado y monótono en calidad de
hombre violento, no forzosamente lo que yo más aprecio. Caracterizar la Sonata La tempestad me ha
divertido siempre, es la obra de Beethoven más funesta, mediante la Sonata La tempestad se puede
explicar a Beethoven, su forma de ser, su genio, su cursilería se hacen patentes en ella, se marcan sus
fronteras. Pero al fin y al cabo sólo le hablé de la Sonata La tempestad porque ayer quería
explicarle mejor y más intensamente el arte de la fuga, y para ello era necesario traer a colación la
Sonata La tempestad, dijo Reger. Por lo demás, aborrezco las designaciones como Sonata La
tempestad o la Heroica o la Inacabada o Con golpe de timbal, tales designaciones me resultan
repulsivas. Como cuando se dice El mago del norte, me resulta profundamente repulsivo, dijo Reger.
Precisamente porque, en realidad, no se interesa usted teóricamente por la música es usted la
víctima ideal de mis enfrentamientos con la música, dijo Reger. Usted me escucha atentamente y no
me contradice, dijo, me deja hablar tranquilamente, eso es lo que necesito, valga lo que valga lo que
digo, eso sólo me allana el camino a través de esta existencia musical horrible, créame, que
realmente muy raras veces me hace feliz. Lo que pienso es extenuante, aniquilador, dijo; por otra
parte, me extenúa ya desde hace tanto tiempo, me aniquila ya desde hace tanto tiempo, que no
necesito tener ya miedo de ello. Pensé que sería usted puntual y ha sido usted puntual, dijo, al fin y al
cabo no espero otra cosa de usted más que la puntualidad, y la puntualidad, eso al fin y al cabo lo
sabe usted, la aprecio sobre todas las cosas, donde hay personas deben reinar la puntualidad y la
formalidad que hace causa común con esa puntualidad, dijo. Las once y media y ha aparecido usted,
dijo, miré al reloj y eran las once y media, y ya estaba usted delante de mí. No tengo a ninguna
persona más útil que usted, dijo. Probablemente sólo me resulta posible sobrevivir a causa de usted.
Eso no hubiera debido decírselo, dijo Reger, es una desvergüenza decir eso, dijo, una desvergüenza
sin igual, pero lo he dicho, es usted la persona que me permite seguir existiendo, realmente no tengo a
nadie más. ¿Y sabe usted siquiera que mi mujer lo quería a usted mucho? Ella no se lo dijo, pero a mí
me lo dijo, y más de una vez. Tiene usted una cabeza libre, dijo Reger, eso es lo más precioso que
hay en el mundo. Es usted un solitario y ha conservado su solitariedad, consérvela usted mientras
viva, dijo Reger. Yo me metí en el arte para escapar de la vida, también podría decirlo así, dijo. Me
escabullí hacia el arte, dijo. Aguardé el instante más propicio y aproveché ese instante más propicio
y me escabullí del mundo hacia el arte, hacia la música, dijo. Lo mismo que otros se escabullen hacia
las artes plásticas, hacia las artes teatrales, dijo. Esas personas, que lo mismo que yo son en el fondo
auténticos aborrecedores del mundo, se escabullen en un instante determinado de ese mundo
aborrecido hacia el arte, que al fin y al cabo se encuentra totalmente fuera de ese mundo aborrecido.
Yo me escabullí hacia la música, dijo, con todo sigilo. Porque tuve la posibilidad de hacerlo,
mientras que la mayoría de los hombres no tienen esa posibilidad. Usted se escabulló hacia la
filosofía y la literatura, dijo Reger, pero no es usted ni filósofo ni escritor, eso es al mismo tiempo
tan interesante como fatal en y dentro de usted, porque filósofo no lo es usted en realidad, y escritor
en realidad tampoco, porque para filósofo le falta todo lo que caracteriza al filósofo, y para escritor
igualmente todo, aunque sin embargo es usted exactamente lo que yo llamo un escritor filosófico, su
filosofía no es realmente filosofía y su literatura tampoco realmente literatura, repitió. Y un escritor
que no publica nada, al fin y al cabo, tampoco es en el fondo escritor. Padece usted probablemente
miedo a la publicación, dijo Reger, un trauma editorial tiene la culpa de que no publique usted
nada. En el Ambassador llevaba usted ayer un abrigo de piel de oveja tan bien cortado que con
seguridad procede de Polonia, dijo de pronto, y yo dije, sí, tiene usted razón, llevaba un abrigo de
piel de oveja polaco, efectivamente, como usted sabe, le dije a Reger, he estado varias veces en
Polonia, Polonia es el segundo país que prefiero, me gusta Polonia y me gusta Portugal, dije, pero
probablemente Polonia todavía más que Portugal, y en mi última visita a Cracovia, hace ya ocho o
nueve años que estuve en Cracovia, me compré ese abrigo de piel de oveja, fui expresamente a la
frontera rusa para comprarlo, porque sólo en la frontera polaco-rusa tienen esos abrigos de piel de
oveja de ese corte. Sí, dijo Reger, es realmente un placer ver de vez en cuando a una persona bien
vestida, a una persona bien vestida de buen aspecto, precisamente cuando el tiempo está tan nublado
y la cabeza más o menos sombría y el humor en general es de los peores. Al fin y al cabo a veces se
ven ahora también en esta Viena degenerada personas bien vestidas y de buen aspecto, durante
muchos años no se veía en Viena, en toda la gente, más que atuendos de mal gusto, esa deprimente
producción en masa. Ahora parece volver un poco de color a los vestidos, dijo, pero hay tan pocas
personas bien hechas. Anda uno durante horas por esta Viena degenerada y ve sólo rostros
deprimentes y trajes de mal gusto, como si tropezara una y otra vez únicamente con personas
lisiadas. El mal gusto y la monotonía de los vieneses me han deprimido durante decenios. Siempre
había pensado que sólo en Alemania eran monótonos y de mal gusto, pero los vieneses son
igualmente monótonos y de mal gusto. Sólo en los últimos tiempos ha cambiado el cuadro, la gente
tiene mucho mejor aspecto, lleva otra vez trajes más personales, dijo, cuando lleva usted ese abrigo
de piel de oveja hace una impresión espléndida, dijo Reger. Se ven tan pocas personas bien vestidas
e inteligentes, dijo. La verdad es que durante muchos años he andado por esta Viena degenerada sólo
con la cabeza baja, porque no soportaba la vista de tanta fealdad de masas por las calles, esas masas
de personas de mal gusto con que se encontraba uno me resultaban sencillamente insoportables. Esos
cientos de miles de personas vestidas industrialmente que, ya desde mis primeros pasos por la calle,
me quitaban el aire, dijo. Y no sólo en los llamados barrios proletarios, también en el llamado centro
de la ciudad me quitaban el aire esas personas grises vestidas industrialmente, precisamente en el
centro de la ciudad, dijo. Pero eso parece estar cambiando ahora, la gente tiene otra vez el valor de
vestirse de forma personal, dijo. Los jóvenes, aunque sigan teniendo mal gusto, van por la calle con
una gran alegría de colores, como si sólo ahora toda esa gente, cuarenta años después de su
terminación, hubiera superado la guerra, el trauma de la guerra, dijo Reger, que ha hecho que esas
personas parecieran tan grises y con tan mal aspecto durante casi cuarenta años. Pero naturalmente
sólo de Pascuas a Ramos, como suele decirse, se ve una persona bien vestida en esta Viena
degenerada. Ésa es naturalmente una sensación placentera, dijo, y luego: la Sonata La tempestad
sólo la tocó realmente bien Gould, haciéndola soportable, nadie más. Todos los demás me la
hacían insoportable. Al fin y al cabo es muy tosca, esa Sonata La tempestad, dijo Reger, como
muchas de las cosas que escribió Beethoven. Pero la verdad es que ni siquiera Mozart escapó a lo
cursi, sobre todo en sus óperas hay tanta cursilería, lo mono y lo oficioso se superponen también en
la música de esas óperas superficiales de una forma insoportable. Una tórtola por aquí, otra tórtola
por allá, un índice levantado por aquí, otro índice levantado por allá, dijo Reger, eso es también
Mozart. La música de Mozart está llena también de cursilería en enaguas y cursilería en calzoncillos,
dijo. Y el compositor de Estado Beethoven, como muestra sobre todo la Sonata La tempestad, es de
una seriedad francamente ridícula. Pero adonde iríamos a parar si sometiéramos todas y cada una
de las cosas a esa forma de examen mortal, dijo Reger. La oficiosidad y la cursilería son al fin y al
cabo las dos cualidades principales del llamado hombre civilizado, sumamente estilizado en el curso
de siglos y siglos hasta convertirse en una sola farsa humana grotesca. Todo lo humano es cursi, dijo,
de eso no hay duda. Incluso lo es el arte elevado y elevadísimo. Volver de Londres a Viena fue para
él, que en definitiva se sentía más a sus anchas en Londres que en Viena, un verdadero choque. Pero
en Londres no hubiera podido permanecer en ningún caso, aunque sólo fuera por mi salud inestable,
que al fin y al cabo estaba siempre próxima a zozobrar en una enfermedad peligrosa, en una
enfermedad mortal, así Reger. En Londres vivía, en Viena nunca he vivido realmente, en Londres mi
cabeza se sentía bien, en Viena mi cabeza nunca se ha sentido realmente bien, en Londres tuve las
mejores ideas, dijo. Mi época de Londres fue mi mejor época, dijo. En Londres tenía siempre todas
las posibilidades que nunca he tenido en Viena, dijo. Después de la muerte de mis padres fue lógico
para mí volver a Viena, a esta ciudad gris, abatida por la guerra y sin espíritu, en la que, al principio,
sólo existí asustado durante varios años. Pero en el momento en que ya no sabía qué hacer, conocí a
mi mujer, dijo. Mi mujer me salvó, siempre he temido al sexo femenino y, por decirlo así,
aborrecido realmente en cuerpo y alma a las mujeres , y sin embargo lo salvó una mujer. ¿Y sabe
usted dónde conocí a mi mujer?, dijo, ¿se lo he dicho alguna vez?, dijo, y yo pensé que me lo había
dicho ya a menudo, pero no lo dije y él dijo, conocí a mi mujer en el Kunsthistorisches Museum. ¿Y
sabe usted en dónde en el Kunsthistorisches Museum?, preguntó, y yo pensé, naturalmente que sé en
dónde en el Kunsthistorisches Museum, y él dijo, aquí en la Sala Bordone, en este banco, me lo dijo
como si realmente no supiera ya que me había dicho ya cientos de veces que conoció a su mujer en el
banco de la Sala Bordone, y yo, cuando me lo dijo otra vez, hice como si no se lo hubiera oído nunca
aún. Era un día nublado, dijo, estaba desesperado, en aquella época me ocupaba muy
intensamente de Schopenhauer, después de haber perdido el gusto por Descartes, en aquella
época, en general, por los pensadores franceses y estaba sentado aquí en el banco, meditando en
cierta frase schopenhaueriana, no puedo decir ya en cuál, dijo. Entonces una mujer obstinada se
sentó de pronto a mi lado en el banco y no se levantó ya. Le hice una señal a Irrsigler, pero Irrsigler
al principio no comprendió lo que significaba mi señal y luego tampoco fue capaz de hacer que la
mujer que se sentaba a mi lado se levantara y se fuera, la mujer estaba allí sentada mirando fijamente
El hombre de la barba blanca, dijo Reger, y creo que miró fijamente El hombre de la barba blanca
durante una hora. ¿Tanto le gusta este Hombre de la barba blanca de Tintoretto?, pregunté a la que
se sentaba a mi lado, dijo Reger, y al principio no recibí respuesta a mi pregunta . Sólo después de
bastante rato dijo la mujer un no que me fascinó, un no así no lo había oído nunca hasta ese no, dijo
Reger. Entonces, ¿no le gusta El hombre de la barba blanca de Tintoretto?, le pregunté a aquella
mujer. No, no me gusta, me respondió la mujer. Entablamos, como suele decirse, una conversación
sobre arte, pintura especialmente, sobre los Maestros Antiguos, dijo Reger, de repente no tuve ningún
deseo en mucho tiempo de interrumpir aquello, durante toda esa conversación no me interesó su
contenido sino la forma de mantenerla. Al final, después de haberlo meditado largo tiempo en un
sentido y en otro, propuse a aquella mujer que comiéramos juntos en el Astoria y ella aceptó, y no
mucho después nos habíamos casado. Entonces descubrí que ella era además muy acaudalada, poseía
varios comercios en el centro de la ciudad, también casas de alquiler en la Singerstrasse y en la
Spiegelgasse, incluso una en el Kohlmarkt, dijo. Aparte de todo lo demás. De repente tenía por
mujer a una cosmopolita inteligente y acaudalada, dijo Reger, que con su inteligencia y con su
caudal me salvó, porque mi mujer me salvó, yo estaba, como suele decirse, por los suelos cuando
conocí a mi mujer, dijo. Ya ve, debo no poco a este Kunsthistorisches Museum. Quizá sea incluso el
agradecimiento lo que me hace venir al Kunsthistorisches Museum un día sí y otro no, dijo riéndose,
pero naturalmente no es ésa ¿Sabe usted que en la llamada casa de la Himmelstrasse de mi mujer, en
la llamada Himmelstrasse de Grinzing, había una caja fuerte en la que, sin más, hubieran podido
caber varias personas? En esa caja fuerte tenía los preciosos Stradivari, Guarneri, Maggini, dijo.
Aparte de todo lo demás. La guerra la pasó mi mujer como yo en Londres y es sumamente
sorprendente que no la conociera ya en Londres, porque mi mujer frecuentaba entonces, es decir, en
la misma época, la misma sociedad londinense que yo. Durante años nos cruzamos en Londres, dijo
Reger. Por lo demás, mi mujer, antes aún de que nos casáramos, hizo donación al Kunsthistorisches
Museum de varios cuadros, dijo Reger, entre ellos un Furini muy valioso y no tan mal logrado, que
por cierto encontrará junto al Cigoli y el Empoli, o sea, exactamente entre el Empoli y el Cigoli, que,
por cierto, no me gusta nada. Después del matrimonio mi mujer no regaló más cuadros, dijo, yo le
expliqué que no tiene sentido hacer regalos, hacer regalos es en sí algo repugnante, dijo. Figúrese,
antes de nuestro matrimonio mi mujer regaló a una sobrina una vista de Viena de estilo Biedermeier,
creo que de Gauermann. Cuando un año más tarde, más por casualidad que por interés, daba una
vuelta por el Museum der Stadt Wien, por decirlo así para pasar el rato entre dos comidas,
descubrió en ese Museum der Stadt Wien, que al fin y al cabo no vale nada, en mi opinión, el
Gauermann regalado a su sobrina. Ya puede imaginarse que fue un choque para ella. Fue
inmediatamente a la dirección del museo y allí se enteró de que su sobrina, pocas semanas, si es que
no sólo unos días después de haber recibido el cuadro de su tía, mi futura mujer, como regalo, lo
había vendido por doscientos mil al Museum der Stadt Wien. Hacer regalos es una de las mayores
insensateces, dijo Reger. Eso se lo hice comprender muy pronto a mi mujer y no hizo ya ninguna
clase de regalos. Arrancamos de nuestra vida un objeto para nosotros querido, como suele decirse,
que nos sale del alma, una obra de arte, y el que lo recibe va y lo vende por una suma desvergonzada,
exorbitante, dijo Reger. Hacer regalos es una costumbre horrible, practicada naturalmente por mala
conciencia y también, muy a menudo, por el habitual miedo a la soledad, dijo Reger, un mal hábito, el
regalo y, por consiguiente, lo regalado, no se aprecia, hubiera debido ser siempre más y siempre más
aún y en definitiva no engendra más que odio, dijo. No he hecho nunca regalos en mi vida, dijo, y
también he rehusado siempre recibir regalos, en efecto, durante toda mi vida he temido que me
hicieran regalos. ¿Y sabe usted, dijo Reger, que Irrsigler tuvo su parte también en ese matrimonio?
Irrsigler, como luego se supo, dijo a mi mujer en la Sala Sebastiano, en la que, de pronto
completamente agotada, se había apoyado en la pared, que se sentara en la Sala Bordone en el banco
de la Sala Bordone. Irrsigler la llevó de la Sala Sebastiano a la Sala Bordone y, siguiendo su
consejo, ella se sentó en el banco de la Sala Bordone, dijo Reger. Si Irrsigler no la hubiese llevado a
la Sala Bordone, probablemente nunca la hubiera conocido yo, dijo Reger. Sabe usted, no creo en las
casualidades, dijo. Visto así, Irrsigler fue nuestro casamentero, dijo Reger. Durante mucho tiempo mi
mujer y yo no pensamos que, en el fondo, Irrsigler fue el mediador en nuestro matrimonio, hasta que
un día, como consecuencia de haber hecho una reconstrucción de nuestra relación, lo descubrimos.
Irrsigler dijo una vez que, en aquella ocasión observó a mi futura mujer bastante tiempo en la Sala
Sebastiano, no le resultaba clara la razón de que, desde el principio, le hubiera parecido extraño
comportamiento de ella, incluso había tenido la idea de que ella se disponía a fotografiar alguno de
los cuadros que cuelgan en la Sala Sebastiano, lo que está estrictamente prohibido, y que ocultaba en
su bolso extraordinariamente grande, al fin y al cabo prohibido en el museo, un aparato fotográfico,
pensó al principio, y sólo luego pensó que ella, sencillamente, estaba agotada por completo. Al fin y
al cabo, la gente comete en los museos siempre el error de proponerse demasiadas cosas, de querer
verlo todo, y así anda y anda y mira y mira y de pronto se derrumba porque, sencillamente, ha
devorado demasiado arte. Así también mi futura mujer, a la que Irrsigler tomó del brazo y llevó a la
Sala Bordone, como comprobamos más adelante, de la forma más amable, así Reger. El profano va
al museo y se lo echa a perder por el exceso, dijo Reger. Pero naturalmente no se pueden dar
consejos en lo que a la visita de museos se refiere. El conocedor va al museo para examinar todo lo
más un cuadro, una estatua, un objeto, dijo Reger, va al museo para examinar, para juzgar, un
Veronés, un Velázquez, dijo Reger. Pero esos conocedores del arte me resultan todos profundamente
repulsivos, dijo Reger, se dirigen en línea recta a una sola obra de arte y la examinan a su estilo
desvergonzado y sin escrúpulos, y vuelven a salir del museo, aborrezco a esas personas, dijo Reger.
A la inversa, me revuelve también el estómago ver a los profanos en el museo, y cómo, sin sentido
crítico, lo devoran todo, en una sola mañana quizá todo el arte pictórico de Occidente, como
realmente podemos ver aquí todos los días. Mi mujer, el día en que la conocí, tenía lo que se llama
un problema de conciencia, no sabía, después de andar muchas horas por el centro de la ciudad, si
comprarse un abrigo en la casa Braun o un traje de chaqueta en la casa Knize. Así, desgarrada entre
la casa Braun y la casa Knize, se decidió finalmente a no comprar ni un abrigo en la casa Braun ni un
traje de chaqueta en la casa Knize e ir en lugar de ello al Kunsthistorisches Museum, en el que, hasta
ese momento, sólo había estado una vez en su vida, en su temprana infancia y de la mano de su padre,
que fue un hombre de mucho sentido artístico. Irrsigler, naturalmente, tiene conciencia de su función
de casamentero, dijo Reger. Si Irrsigler hubiera llevado a otra mujer muy distinta a la Sala Bordone,
pienso a menudo, dijo Reger, a otra mujer muy distinta, repitió Reger, una inglesa o una francesa,
inconcebible, dijo. Estamos sentados, completamente perdidos, en ese banco, dijo Reger, y somos
más o menos la deprimición misma, la desesperanza, dijo Reger, y nos sientan a una mujer al lado y
nos casamos con ella y nos salvamos. Millones de esposos se han conocido en un banco, dijo Reger,
ese hecho es al fin y al cabo una de las cosas más insulsas que existen, y precisamente a esa insulsa
ridiculez debo mi existencia, porque si no hubiera conocido a mi mujer no hubiera podido seguir
existiendo, eso me resulta hoy más evidente que nunca. Durante años me sentaba en ese banco, más o
menos en la mayor desesperación, y de pronto me vi salvado. Así pues, a Irrsigler le debo casi todo
lo que soy, porque la verdad es que, sin Irrsigler, no existiría ya desde hace tiempo, dijo Reger en el
instante en que Irrsigler echaba una ojeada a la Sala Bordone desde la Sala Sebastiano. Hacia las
doce, el Kunsthistorisches Museum está la mayoría de las veces bastante vacío, tampoco ese día se
podía ver a mucha gente y en la llamada Sección italiana no había nadie más que nosotros. Irrsigler
dio un paso saliendo de la Sala Sebastiano y entrando en la Sala Bordone, como si quisiera dar a
Reger oportunidad de expresar algún deseo, pero Reger no deseaba nada y por consiguiente Irrsigler
volvió a retirarse enseguida a la Sala Sebastiano, entró realmente de espaldas en la Sala Sebastiano
desde la Sala Bordone. Irrsigler le estaba más unido que nunca cualquier pariente próximo, dijo
Reger, me une a ese hombre más de lo que me ha unido nunca a ninguno de mis parientes, dijo.
Hemos podido mantener nuestra relación siempre en un equilibrio ideal, dijo Reger, desde hace ya
decenios en ese equilibrio ideal. Irrsigler tiene siempre la sensación de estar protegido por mí,
aunque no sepa exactamente en qué contexto protegido por mí, lo mismo que, a la inversa, yo tengo
siempre la sensación de estar protegido por Irrsigler, como es natural también sin saber en qué
contexto real, dijo Reger. Estoy unido a Irrsigler de la forma más ideal, dijo Reger, es una relación
distanciada totalmente ideal, manifestó. Naturalmente, Irrsigler no sabe nada de mí, dijo entonces
Reger, y sería también completamente absurdo decirle más sobre mí, precisamente porque no sabe
nada de mí es nuestra relación tan ideal, precisamente porque yo no sé prácticamente nada de él ,
dijo Reger, porque al fin y al cabo sólo conozco de Irrsigler los aspectos externos más triviales, lo
mismo que él, a la inversa, sólo me conoce también por fuera de la forma más trivial. No debemos
penetrar en una persona con la que tenemos una relación ideal más de lo que hemos penetrado ya,
porque si no, destruiremos esa relación ideal, dijo Reger. Irrsigler es aquí quien marca la pauta, dijo
Reger, y yo estoy totalmente a su merced, si Irrsigler dice hoy, señor Reger, a partir de hoy no se
sentará ya en ese banco, no podré hacer nada para remediarlo, dijo Reger, porque al fin y al cabo es
más que una locura venir al Kunsthistorisches Museum desde hace más de treinta años y ocupar este
banco de la Sala Bordone. No creo que Irrsigler haya comunicado nunca a sus superiores el hecho de
que, desde hace treinta años, venga al Kunsthistorisches Museum y, un día sí y otro no, me siente en
el banco de la Sala Bordone, seguro que no lo ha hecho, tal como yo le conozco, sabe que no debe
hacerlo, que la dirección no debe saber nada de ello. Al fin y al cabo, la gente está dispuesta
enseguida a enviar a una persona como yo al manicomio, es decir, a Steinhof, cuando sabe que esa
persona, desde hace treinta años, viene un día sí y otro no al Kunsthistorisches Museum para sentarse
en el banco de la Sala Bordone. Para los psiquiatras yo sería al fin y al cabo un festín, dijo Reger.
Para ir al manicomio no necesita nadie sentarse, durante más de treinta años, un día sí y otro no en el
banco de la Sala Bordone ante El hombre de la barba blanca de Tintoretto, para eso basta por
completo que alguien tenga esa costumbre sólo dos o tres semanas, pero yo tengo esa costumbre ja
desde hace más de treinta años, dijo Reger. Y tampoco renuncié a esa costumbre cuando me casé,
al contrario, intensifiqué aún con mi mujer mi costumbre de venir un día sí y otro no al
Kunsthistorisches Museum y sentarme en el banco de la Sala Bordone. Para los psiquiatras yo
sería un festín y una mina, como suele decirse, pero los psiquiatras no tendrán oportunidad de
convertirme en su festín y su mina, dijo Reger. En los hospitales psiquiátricos hay al fin y al cabo
miles de personas que, por decirlo así, cometieron una locura que no era ni de lejos tan loca como la
mía, dijo Reger. En los hospitales psiquiátricos hay gente encerrada que, una sola vez, no levantó la
mano cuando hubiera debido levantarla, dijo Reger, que sólo una vez dijo blanco en lugar de negro,
dijo Reger, imagínese. Pero al fin y al cabo no estoy loco, dijo, sólo soy un hombre
extraordinariamente de costumbres que tiene una costumbre extraordinaria, a saber, la extraordinaria
costumbre de venir desde hace treinta años, un día sí y otro no, al Kunsthistorisches Museum y
sentarse en el banco de la Sala Bordone. Si para mi mujer fue al principio una costumbre horrible,
fue luego en definitiva una costumbre favorita, en los últimos años, cuando se lo preguntaba, decía
siempre que era para ella una costumbre favorita venir conmigo al Kunsthistorisches Museum a ver
nuestro Hombre de la barba blanca de Tintoretto y sentarse en el banco de la Sala Bordone, dijo
Reger. Realmente pienso que el Kunsthistorisches Museum es el único punto de fuga que me ha
quedado, dijo Reger. Tengo que venir a ver a los Maestros Antiguos para poder seguir existiendo,
precisamente a éstos, así llamados, Maestros Antiguos , que al fin y al cabo aborrezco desde hace
ya mucho tiempo y desde hace ya decenios, porque en el fondo nada aborrezco más que estos
llamados Maestros Antiguos de aquí del Kunsthistorisches Museum y los Maestros Antiguos en
general, todos los Maestros Antiguos, llámense como se llamen, hayan pintado como quieran, dijo
Reger, y sin embargo son ellos los que me mantienen vivo. Así voy por la ciudad y pienso que no
soporto ya esta ciudad y que no sólo no soporto ya esta ciudad, que no soporto ya el mundo entero y,
como consecuencia, no soporto ya a la Humanidad entera, porque entretanto el mundo y la
Humanidad entera se han vuelto tan espantosos que pronto no podrán ser ya soportados, por lo menos
no por una persona como yo. Para un hombre de razón lo mismo que para un hombre de sentimiento
como yo, el mundo y la Humanidad no serán ya pronto soportables, sabe, Atzbacher. No encuentro ya
nada en este mundo y entre estos hombres que tenga algún valor para mí, dijo, en este mundo todo es
estúpido y en esta Humanidad todo es igualmente estúpido. Este mundo y la Humanidad han
alcanzado hoy un grado de estupidez tal que una persona como yo no puede permitirse ya, dijo, una
persona así no debe convivir ya en un mundo así, una persona como yo no debe coexistir ya con una
Humanidad así, dijo Reger. Todo en este mundo y en esta Humanidad está embotado hasta el peldaño
más bajo, dijo Reger, todo en este mundo y en esta Humanidad ha alcanzado un grado de peligro
público y de baja brutalidad que al fin y al cabo me resulta ya casi imposible, por lo menos una y
otra vez, seguir estando ni un sólo día en este mundo y en esta Humanidad. Un grado tal de baja
estupidez no lo consideraron posible ni los pensadores más clarividentes de la Historia, dijo Reger,
ni Schopenhauer, ni Nietzsche, por no hablar de Montaigne, dijo Reger, y por lo que se refiere a
nuestros destacados poetas del mundo y de la Humanidad, lo que predijeron y preescribieron de
atrocidad y decadencia del mundo y la Humanidad no es nada comparado con la situación actual.
Hasta el propio Dostoievsky, uno de nuestros mayores clarividentes, describió el futuro sólo como un
idilio ridículo, lo mismo que Diderot sólo describió un ridículo idilio futuro, el espantoso infierno de
Dostoievsky es tan inofensivo en comparación con el infierno en que hoy nos encontramos que a uno
le recorren la espalda verdaderos escalofríos, y si pensamos en los infiernos que Diderot predijo y
preescribió, lo mismo. El uno, desde su punto de vista ruso y del mundo oriental, no predijo ni
preescribió este infierno absoluto, lo mismo que no lo hizo su contrapensador y contraescritor del
mundo occidental Diderot, dijo Reger. El mundo y la Humanidad han llegado a una situación infernal
a la que el mundo y la Humanidad nunca habían llegado en la Historia, ésa es la verdad, así Reger.
Al fin y al cabo resulta francamente idílico lo que han preescrito todos esos grandes pensadores y
esos grandes escritores, dijo Reger, todos ellos, aunque pensaban haber descrito el infierno, sólo
describieron un idilio que, en comparación con el infierno en que hoy existimos, es al fin y al cabo,
francamente, un idilio idílico, así Reger. Todo lo actual está lleno de vileza y lleno de maldad,
mentira y traición, dijo Reger, tan desvergonzada y pérfida como hoy no ha sido nunca la Humanidad.
Podemos mirar lo que queramos, podemos ir a donde queramos, sólo veremos maldad y bajeza y
traición y mentira e hipocresía y siempre nada más que una absoluta abyección, da igual lo que
miremos, igual a donde vayamos, nos enfrentaremos con maldad y con mentira e hipocresía. Qué otra
cosa vemos más que mentira y maldad, que hipocresía y traición, que la abyección más abyecta
cuando vamos aquí por la calle, cuando nos atrevemos a ir por la calle, dijo Reger. Vamos por la
calle y vamos a la abyección, dijo, a la abyección y la desvergüenza, a la hipocresía y la maldad.
Decimos que no hay país más mentiroso ni más hipócrita ni más malvado que este país, pero cuando
salimos de este país o miramos sólo afuera, vemos que también fuera de nuestro país la tónica es
sólo la maldad y la hipocresía y la mentira y la abyección. Tenemos el gobierno más repulsivo que
cabe imaginar, el más hipócrita, el más malvado, el más innoble y, al mismo tiempo, el más tonto,
decimos, y naturalmente es verdad lo que pensamos y al fin y al cabo lo decimos a cada instante, dijo
Reger, pero cuando miramos afuera desde este país bajo e hipócrita y malvado y mentiroso y tonto,
vemos que los otros países son igualmente mentirosos e hipócritas y, en fin de cuentas, igualmente
abyectos, dijo Reger. Pero esos otros países nos importan poco, dijo Reger, sólo nuestro país nos
importa algo, y por eso diariamente nos golpea de tal forma en la cabeza el hecho de que, entretanto,
desde hace mucho tenemos que existir realmente impotentes en un país en que el gobierno es innoble
y estúpido e hipócrita y mentiroso y por añadidura abismalmente tonto. Todos los días, cuando
pensamos en ello, nos damos cuenta nada más de que nos gobierna un gobierno hipócrita y mentiroso
e innoble, que por añadidura es el gobierno más tonto que cabe imaginar, dijo Reger, y pensamos que
no podemos cambiar nada, eso es al fin y al cabo lo más horrible, que no podemos cambiar nada, que
tenemos que ver sencillamente impotentes cómo ese gobierno, cada día, se vuelve más mentiroso e
hipócrita e innoble y abyecto aún, y más o menos en un estado de consternación permanente tenemos
que ver cómo ese gobierno se vuelve cada vez peor y cada vez más insoportable. Pero no sólo el
gobierno es mentiroso e hipócrita e innoble y abyecto, también el Parlamento lo es, dijo Reger, y a
veces me parece como si el Parlamento fuera todavía mucho más hipócrita y mentiroso que el
gobierno y qué mentirosa y qué innoble es en definitiva la justicia en este país y la prensa en este
país y en definitiva la cultura en este país y es en definitiva todo en este país; en este país reinan ya
desde hace decenios sólo la mentira y la hipocresía y la vileza y la abyección, dijo Reger.
Realmente, este país ha llegado ahora al punto absolutamente más bajo, dijo Reger, y pronto habrá
renunciado a su sentido y finalidad y a su espíritu. ¡Y por todas partes todos esos repugnantes
desatinos sobre la democracia! Va uno por la calle, manifestó, y tiene que taparse continuamente los
ojos y los oídos y también la nariz, para poder sobrevivir en este país que, en fin de cuentas, se ha
convertido en un Estado que es un peligro público, dijo Reger. Todos los días no da uno crédito a sus
ojos ni crédito a sus oídos, dijo, todos los días ve uno, con espanto cada vez mayor, la decadencia de
este país destruido y de este Estado corrompido y de este pueblo embrutecido. Y la gente de este país
y de este Estado no hace nada por remediarlo, dijo Reger, eso es lo que a alguien como yo lo
atormenta diariamente. La gente ve o siente, naturalmente, cómo este Estado se vuelve cada día más
bajo y cada día más innoble, pero no hace nada para remediarlo. Los políticos son los asesinos, sí,
los genocidas de un país así y de un Estado así, dijo Reger, desde hace años, los políticos asesinan
los países y los Estados y nadie se lo impide. Y nosotros los austriacos tenemos los políticos más
taimados y al mismo tiempo más aturdidos, como asesinos del país y del Estado, dijo Reger. En la
cúspide de nuestro Estado están los políticos como asesinos del Estado, en nuestro Parlamento se
sientan los políticos como asesinos del Estado, dijo, ésa es la verdad. Todo canciller y todo ministro
es un asesino del Estado y con ello también un asesino del país, dijo Reger, y si se va uno viene otro,
dijo Reger, si se va un asesino como canciller, viene ya otro canciller como asesino, si se va un
ministro como asesino del Estado, viene ya otro. El pueblo es siempre sólo un pueblo asesinado por
los políticos, dijo Reger, pero el pueblo no lo ve, siente sin duda que es así, pero no lo ve, ésa es la
tragedia, así Reger. Si nos alegramos de que un asesino del Estado como canciller se haya ido, ya
está el otro ahí, dijo Reger, es horrible. Los políticos son asesinos del Estado y asesinos del país,
dijo Reger y, mientras están en el poder, asesinan sin reparo, y la justicia del Estado apoya sus
asesinatos innobles y abyectos, sus innobles y abyectos abusos. Pero cada pueblo y cada sociedad
merece naturalmente el Estado que tiene y merece también por lo tanto sus asesinos como políticos,
dijo Reger. Qué seres más innobles y estúpidos, que abusan del Estado, y más innobles y pérfidos,
que abusan de la democracia, exclamó. Los políticos dominan absolutamente la escena austríaca, dijo
Reger entonces, los asesinos del Estado dominan absolutamente la escena austríaca. Las condiciones
políticas en este país son en este momento tan deprimentes que no permitirían más que noches de
insomnio, pero también todas las restantes condiciones austríacas son hoy igualmente deprimentes. Si
entra uno alguna vez en contacto con la justicia, ve que se trata sólo de una justicia corrompida e
innoble y abyecta, prescindiendo de que, en los últimos años, los llamados errores judiciales se
acumulan en espantosa medida, no pasa semana sin que vuelva a abrirse algún proceso hace tiempo
terminado, por graves defectos de procedimiento y la llamada primera sentencia sea revocada, un
porcentaje muy alto de las sentencias, que caracteriza a esa justicia pérfida, dictadas por la justicia
austríaca en los últimos años corresponde a los así llamados errores judiciales políticos, así Reger.
Hoy en Austria tenemos que habérnoslas no sólo con un Estado totalmente degenerado y demoníaco,
sino también con una justicia totalmente degenerada y demoníaca, así Reger. La justicia austríaca no
es ya desde hace muchos años digna de fe, actúa de una forma vituperablemente política, no
independiente, como debería actuar. Hablar de una justicia independiente en Austria no es otra cosa
que reírse de la verdad a la cara, dijo Reger. La justicia en Austria es hoy una justicia política, no
independiente. La justicia austríaca de hoy se ha convertido realmente en una justicia política que es
un peligro público, así Reger, sé lo que me digo, dijo. La justicia hace hoy causa común con la
política, dijo Reger, sólo tiene que ocuparse uno más de cerca de esa justicia católiconacionalsocialista y estudiarla con la cabeza clara, así Reger. Austria es hoy, no sólo en Europa sino
en el mundo entero, el país de más, así llamados, errores judiciales , eso es lo catastrófico. Si uno
entra en contacto con la justicia, y al fin y al cabo yo mismo, como usted sabe, he entrado ya en
contacto con la justicia muy a menudo, comprueba que la justicia austríaca es un peligroso molino de
hombres católico-nacionalsocialista, que no se mueve impulsado por lo que es justo, como habría
que esperar, sino por lo injusto, y en el que reinan las circunstancias más caóticas, no hay justicia
más caótica en Europa que la austríaca, ninguna más corrompida, ninguna que sea mayor peligro
público y más pérfida, dijo Reger, no son los azares de la tontería sino las intenciones de la vileza
política las que hoy reinan en la justicia austriaca católico-nacionalsocialista, así Reger. Cuando
comparece uno en Austria ante un tribunal, se ve entregado a una justicia católico-nacionalsocialista
totalmente caótica, que pone cabeza abajo la verdad y la realidad, así Reger. La justicia austríaca no
es sólo una arbitrariedad, sino una pérfida máquina trituradora de hombres, así Reger, en la que lo
justo es triturado por las absurdas piedras de molino de lo injusto. Y sólo en lo que a la cultura de
este país se refiere, dijo Reger, el estómago no puede hacer más que revolverse. En lo que se refiere
al llamado Arte Antiguo, está rancio y desvaído y liquidado, y desde hace tiempo no merece ya en
absoluto que le prestemos nuestra atención, eso lo sabe usted tan bien como yo, pero en lo que se
refiere al llamado arte contemporáneo, no vale un pitoche, como suele decirse. El arte austríaco
contemporáneo es tan malo que ni siquiera merece nuestra vergüenza, dijo Reger. Desde hace
decenios los artistas austriacos no producen más que basura cursi que realmente, si dependiera de
mí, iría a parar al basurero. Los pintores pintan basura, los compositores componen basura, los
escritores escriben basura, dijo. La mayor basura la fabrican los escultores austriacos, dijo Reger.
Los escultores austriacos fabrican la mayor basura y cosechan por ello el mayor reconocimiento, así
Reger, eso es lo característico de esta época estúpida. Los compositores austriacos actuales son, en
fin de cuentas, unos idióticos pequeñoburgueses fabricantes de notas, cuya basura de sala de
conciertos apesta al cielo. Y los escritores austriacos en conjunto no tienen absolutamente nada que
decir y ni siquiera saben escribir lo que no tienen que decir. Ninguno de esos escritores austriacos de
hoy sabe escribir, todos se sacan de la manga una literatura de epígonos repulsivosentimental, dijo
Reger, y escriben, escriban donde escriban, únicamente basura, escriben basura estiria y
salzburguesa y carintia y burguenlandesa y bajoaustriaca y altoaustriaca y tirolesa y voralberguiana, y
amontonan esa basura desvergonzadamente y con avidez de gloria entre las tapas de sus libros, así
Reger. Están en sus viviendas municipales de Viena o cabañas de ocasión y confusión de Carintia o
en los patios interiores de Estiria y escriben basura, la basura epigonal, apestosa y sin cabeza ni
espíritu de los escritores austriacos, dijo Reger, en la que la patética tontería de esa gente apesta
al cielo, así Reger. Sus libros no son más que la basura de dos y hasta de tres generaciones, que
nunca aprendieron a escribir porque nunca aprendieron a pensar, una basura epigonal totalmente sin
espíritu y que finge la filosofía y el terruño es lo que todos esos escritores escriben, dijo Reger.
Todos esos libros de esos escritores más o menos asquerosamente oportunistas oficiales no son otra
cosa que libros plagiados, dijo Reger, cada una de sus líneas es una línea robada, cada palabra
una palabra arrebatada. Esa gente escribe desde hace decenios sólo una literatura sin pensamiento,
escrita sólo para agradar y que también se publica sólo para agradar, así Reger. Mecanografían su
tontería abismal y se embolsan por esa tontería abismal e insulsa todos los premios imaginables, dijo
Reger. Hasta el propio Stifter era un gran personaje, dijo Reger, si comparo a Stifter con todos esos
zoquetes austriacos que hoy escriben. Un fingimiento de filosofía y terruño, tan de moda en estos
momentos, es lo que contiene la basura de esa gente, dijo Reger, que no es capaz de un solo
pensamiento propio. Los libros de esa gente no deberían ir a las librerías, sino directamente al
basurero, dijo Reger. Lo mismo que, en general, todo el arte austríaco actual debería ir al basurero.
Porque qué se representa en la ópera sino basura, qué en la Musikverein sino basura y ¡qué son las
producciones de esos hombres violentos, brutales y proletariamente innobles del cincel, que se
califican a sí mismos de forma francamente prepotente desvergonzada de escultores, sino basura de
mármol y de granito! Es horrible, durante medio siglo, una y otra vez, esa mediocridad deprimente,
dijo Reger. Si Austria fuera al menos una casa de locos, pero es un hospicio. Los viejos no tienen
nada que decir, dijo Reger, pero los jóvenes tienen menos que decir aún, ésa es la situación actual.
Y, naturalmente, a toda esa gente que hace arte le va demasiado bien, dijo. A toda esa gente la
colman de becas y de premios y a cada instante hay un doctor honoris causa por aquí y un doctor
honoris causa por allá y a cada instante se sientan junto a un ministro y poco después junto a otro y
hoy están con el canciller federal y mañana con el presidente del Parlamento y hoy están en el hogar
de los sindicatos socialistas y mañana en la casa de la cultura de los obreros católicos y se dejan
agasajar y mantener. Estos artistas de hoy, efectivamente, no son sólo tan mentirosos en sus llamadas
obras, son igualmente mentirosos en sus vidas, dijo Reger. Un trabajo mentiroso alterna en ellos
continuamente con una vida mentirosa, lo que escriben es mentiroso, lo que viven es mentiroso, dijo
Reger. Y luego, esos escritores hacen lo que se llama giras de conferencias y viajan de un lado a
otro por toda Austria y por toda Suiza, sin dejarse ningún embrutecido poblacho comunal, para leer
en público su basura y dejarse agasajar, y se dejan llenar los bolsillos de marcos y de chelines y de
francos, así Reger. Nada es más repugnante que lo que se llama una lectura poética, dijo Reger,
apenas hay cosa que aborrezca más, pero a toda esa gente no le importa nada leer públicamente por
todas partes su basura. A nadie le interesa en el fondo lo que esa gente ha escrito apresuradamente en
sus correrías literarias, pero ellos lo leen en público, se presentan y lo leen en público y se inclinan
ante cualquier consejero municipal retrasado mental y ante cualquier concejal embrutecido y ante
cualquier pazguato germanista, así Reger. Leen desde Flensburg a Bolzano su basura y se dejan
mantener sin el menor escrúpulo, de una forma vergonzosa. No hay nada más insoportable para mí
que lo que se llama una lectura poética, dijo Reger, es repelente sentarse y leer la propia basura,
porque toda esa gente, al fin y al cabo, no lee otra cosa que basura. Cuando todavía son muy jóvenes,
al fin y al cabo puede pasar, dijo Reger, pero cuando son mayores y se acercan ya a los cincuenta y
más, sólo resulta repugnante. Pero precisamente esos escritores de más edad son los que leen en
público, dijo Reger, por todas partes, y se suben a cualquier estrado, y se sientan ante cualquier mesa
para declamar su prosa embrutecida y senil, así Reger. Hasta cuando su dentadura postiza no puede
contener ya en su boca sus mentirosas palabras, se suben al tablado en cualquier sala municipal y
leen sus imbecilidades verborreicas, así Reger. Un cantante que canta sus Heder es ya insoportable,
pero un escritor que presenta sus producciones resulta todavía mucho más insoportable, así Reger. El
escritor que se sube a un estrado público para leer su basura oportunista, aunque sea en la iglesia de
San Pablo de Francfort, no es más que un miserable cómico de la legua, dijo Reger. Por todas partes
pululan esos cómicos de la legua oportunistas, dijo Reger. En Alemania y en Austria y en Suiza
pululan esos cómicos de la legua oportunistas, así Reger. Sí, sí, dijo, la consecuencia lógica sería
siempre una desesperación total en relación con todo. Pero me resisto a una desesperación total en
relación con todo. Tengo ahora ochenta y dos años y me resisto con uñas y dientes a esa
desesperación total en relación con todo, así Reger. En este mundo y en esta época, dijo, en la que
sin embargo todo es posible, pronto no será ya nada posible. Apareció Irrsigler y Reger le hizo un
gesto con la cabeza, como si quisiera decirle, estás mejor que yo, e Irrsigler se dio la vuelta y
desapareció otra vez. Reger estaba apoyado en el bastón encajado entre sus rodillas cuando dijo:
piense, Atzbacher, lo que significa tener la ambición de componer la sinfonía más larga de la historia
de la música. A nadie se le hubiera ocurrido semejante absurdo más que a Mahler. Mucha gente dice
que Mahler fue el último gran compositor austríaco, lo que es ridículo. Un hombre que, de forma
plenamente consciente, hace que toquen cincuenta violinistas sólo para superar a Wagner, es ridículo.
Con Mahler la música austríaca alcanzó su punto más bajo absoluto, dijo Reger. La más pura
cursilería provocadora de una histeria de masas, lo mismo que Klimt también, dijo. Schiele es el
pintor más importante. Hoy hasta un mal cuadro de Klimt cuesta varios millones de libras, dijo
Reger, es repulsivo. Schiele no es cursi, pero un pintor absolutamente grande tampoco lo es Schiele.
De la calidad de Schiele ha habido al fin y al cabo en este siglo varios pintores austriacos, pero,
salvo Kokoschka, ninguno realmente importante, por decirlo así realmente grande. Por otra parte,
tenemos que reconocer que no podemos saber en absoluto qué es realmente gran pintura. De la
llamada gran pintura tenemos aquí al fin y al cabo, en el Kunsthistorisches Museum, a centenares,
dijo Reger, pero con el tiempo no nos parece ya tan grande, no tan importante ya, porque la hemos
estudiado con demasiado detalle. Lo que estudiamos detalladamente pierde valor para nosotros, dijo
Reger. Así pues, debemos evitar estudiar en general nada detalladamente. Pero no podemos hacer
otra cosa que estudiarlo todo detalladamente, ésa es nuestra desgracia, con eso lo deshacemos todo y
nos lo aniquilamos todo, casi nos lo hemos aniquilado ya todo. Una línea de Goethe, dijo Reger, la
estudiamos hasta que ya no nos parece tan grandiosa como al principio, poco a poco pierde para
nosotros su valor y lo que, al principio, nos parecía posiblemente la línea más grandiosa de todas, se
convierte para nosotros finalmente en una decepción básica. Todo lo que estudiamos exactamente nos
decepciona al final. Un mecanismo de descomposición y desintegración, dijo Reger, a eso fue a lo
que me acostumbré ya en mis primeros años, sin saber que eso es mi desgracia. Hasta Shakespeare se
nos desmorona por completo cuando nos ocupamos de él bastante tiempo estudiándolo, sus frases
nos atacan los nervios, sus personajes se deshacen antes del drama y nos lo aniquilan todo, dijo.
Finalmente no encontramos ya ningún placer en el arte, como tampoco en la vida, aunque sea muy
natural, porque con el tiempo hemos perdido la ingenuidad y, con ella, la tontería. Pero, en lugar de
ella sólo nos hemos apropiado la infelicidad, dijo Reger. Hoy me resulta ya absolutamente imposible
leer a Goethe, dijo Reger, escuchar a Mozart, mirar a Leonardo, Giotto, para eso me faltan ahora
todas las condiciones. La semana próxima iré a comer con Irrsigler otra vez al Astoria, dijo Reger,
mientras vivió mi mujer, iba a comer al Astoria con ella y con Irrsigler por lo menos tres veces al
año, eso se lo debo a Irrsigler, el continuar con esas comidas en el Astoria, dijo. A personas como
Irrsigler no debemos sólo aprovecharlas, de vez en cuando tenemos que darles también algún gusto.
Y lo mejor es que vaya con Irrsigler a comer al Astoria. La verdad es que podría ir también más a
menudo con su familia al Prater, pero para eso no tengo fuerzas, los niños de Irrsigler se me agarran
como lapas y, de entusiasmo, me arrancan casi la ropa del cuerpo, dijo. Y el Prater me resulta tan
repulsivo, sabe, la vista de todos esos hombres y mujeres borrachos, que hacen chistes malos ante los
puestos de tiro al blanco y dan rienda suelta a su espantoso primitivismo, me parece estar sucio de
pies a cabeza cuando he estado en el Prater. El Prater de hoy no es ya el Prater que era en mi
infancia, aquel turbulento parque de atracciones; hoy es el Prater una aglomeración repulsiva de
gentes vulgares, una aglomeración de existencias criminales. Todo el Prater apesta a cerveza y
crimen y sólo encontramos en él la brutalidad y la vergonzosa imbecilidad de la vienesería innoble y
descarada. No hay día en que no venga en los periódicos algún asesinato en el Prater, y diariamente
una, la mayoría de las veces varias violaciones en el Prater. En mi infancia, el día del Prater era
siempre un día de alegría y en la primavera olía realmente a lilas y castaños. Hoy, la perversidad
proletaria apesta allí al cielo. El Prater, aquella cosa amable entre todas las invenciones de
diversión, dijo Reger, no es hoy más que una innoble feria de la vulgaridad. Sí, si el Prater fuera aún
como fue en mi infancia, dijo Reger, iría allí con la familia Irrsigler, pero así no voy, no puedo
permitírmelo; si voy con la familia Irrsigler al Prater, me quedaré destrozado durante semanas.
Todavía mi madre iba con sus padres en coche al Prater y recorría la avenida principal del Prater
con un vaporoso vestido de seda. Esas imágenes son historia, dijo Reger, todo eso ha pasado. Hoy
puede uno estar satisfecho si no le disparan por la espalda en el Prater, dijo Reger, lo apuñalan en el
corazón o, por lo menos, le roban la cartera de la chaqueta. La época actual es una época totalmente
brutalizada. Ir con los niños de Irrsigler al Prater lo hice una sola vez, nunca más. Se me agarran
como lapas y me arrancan la ropa del cuerpo y me exigen a cada instante que vaya con ellos en el
tren fantasma o al tiovivo automático. Me puse malo, dijo Reger. Naturalmente, no tengo nada contra
los niños de Irrsigler, dijo Reger, pero no los aguanto. A Irrsigler solo, bueno, pero a toda la familia
Irrsigler, no. Con Irrsigler en el Astoria en mi mesa de la esquina con vista sobre la desierta
Maysedergasse, bueno, pero con la familia Irrsigler al Prater, no. Cada vez invento una nueva excusa
para no tener que ir al Prater con la familia Irrsigler. Una visita al Prater con la familia Irrsigler me
parece una visita al infierno. Tampoco soporto la voz de la señora Irrsigler, dijo Reger, no aguanto
esa voz. También los hijos de Irrsigler tienen en el fondo voces horribles, ay, cuando esas voces
crezcan, dijo. Un hombre tan tranquilo y agradable como Irrsigler y una mujer tan ruidosa como la de
Irrsigler y unos niños tan ruidosos como los hijos de Irrsigler. Una vez me propuso Irrsigler que fuera
con su familia al campo, a los alrededores. También eso lo rehusé y, desde hace años, busco
pretextos para escapar a una excursión por los alrededores así con la familia Irrsigler. Imagínese,
voy con la familia Irrsigler por los alrededores y posiblemente empiezan los hijos de Irrsigler por
añadidura a cantar. Eso no lo soportaría, que los hijos de Irrsigler exigieran de mí que fuera con
ellos por los bosques de los alrededores, delante la mujer de Irrsigler y detrás Irrsigler, y conmigo,
posiblemente cogidos de mi mano, los hijos de Irrsigler. Y posiblemente la familia Irrsigler exigiría
de mí además que cantara con ella. Las personas sencillas tienen la pasión por la Naturaleza, la
pasión por el aire libre, yo no he tenido nunca esa pasión, así Reger. Nada podría ocurrirme más
horrible que pasear con la familia Irrsigler por todos los alrededores de Viena e ir luego por
añadidura al jardín de un hostal. Me asquea sólo pensar que la familia Irrsigler comiera en mi
presencia filetes empanados y se llenara la tripa a mi costa de vino y cerveza y zumo de manzana.
Con Irrsigler en el Astoria, eso es lo que me causa también placer a mí, comer tres veces al año con
Irrsigler en el Astoria, y con un vaso de vino para acompañar, dijo Reger, eso, bueno, todo lo demás
no. El Prater es absolutamente imposible, y también los alrededores de Viena son absolutamente
imposibles. Si Irrsigler tuviera una chispa de musicalidad, dijo Reger, lo llevaría de vez en cuando a
un concierto conmigo o le cedería simplemente mis entradas de crítico, pero Irrsigler no tiene el
menor sentido para la música, sufre tormentos cuando tiene que oír música. Cualquier otro se
sentaría, aunque fuera un tormento para él, en la Musikverein, en la tercera o la cuarta fila, para
escuchar la Quinta de Beethoven, porque allí, como en ninguna otra parte, todo complace la vanidad
de la gente; Irrsigler no, siempre ha rehusado ir a la Musikverein y siempre con esta sencilla
declaración: no me gusta la música, señor Reger, así Reger. En el Astoria encarga siempre el mismo
tafelspitz[2], porque yo encargo siempre el mismo tafelspitz. Espera a que yo haya encargado un
tafelspitz y encarga entonces también un tafelspitz, así Reger. Pero mientras que yo sólo bebo agua
mineral, Irrsigler se bebe un vaso de vino con su tafelspitz. El tafelspitz del Astoria no es siempre
de primera, pero sencillamente donde más me gusta comerlo es en el Astoria. Irrsigler come
despacio, eso es lo extraordinario en él. Y o me como el tafelspitz tan despacio, que creo que me lo
como más despacio aún que Irrsigler, pero Irrsigler, aunque me coma mi tafelspitz tan despacio
como puedo, se come el suyo todavía mucho más despacio. Ay Irrsigler, le dije la última vez en el
Astoria, le debo a usted tantas cosas, probablemente todo, eso, como es natural, no lo comprendió.
Después de la muerte de mi mujer la verdad es que me quedé de pronto solo, sin duda tenía a un
montón de personas, pero no a seres humanos y la verdad es que, en mi espantosa situación, a usted
no quería molestarlo. Durante medio año evité todo contacto con todo el mundo, aunque sólo fuera
porque quería escapar a sus horribles preguntas, la verdad es que la gente hace siempre sin
ceremonias esas espantosas preguntas sobre los fallecimientos y en cualquier ocasión; quería
escapar a ello, de forma que sólo tenía a Irrsigler. Y la verdad es que casi medio año después de la
muerte de mi mujer todavía no había venido al Kunsthistorisches Museum, sólo desde hace medio
año vuelvo a venir, y los primeros tiempos, naturalmente, no un día sí y otro no como de costumbre,
sino como máximo una vez por semana. Pero ahora vengo ya otra vez, desde hace más de medio año,
un día sí y otro no al Kunsthistorisches Museum. Irrsigler, porque no me había preguntado nada en
absoluto, era para mí el único ser humano posible, dijo Reger. La verdad es que sigo pensando si iré
con Irrsigler al Astoria o al Imperial, en cualquier caso a uno de los mejores restaurantes, pero en el
Imperial no se siente tan bien como en el Astoria, la magnificencia absoluta del Imperial no la
soporta una persona como Irrsigler, así Reger. Y la verdad es que el Astoria es mucho más sobrio.
Así confío en expresar una y otra vez, de cuando en cuando, mi agradecimiento a Irrsigler, que es
para mí tan importante, dijo Reger. Irrsigler tiene la agradable cualidad de saber escuchar y, por
cierto, de saber escuchar de una forma totalmente discreta. Si Irrsigler me resulta el ser más
agradable, toda la familia Irrsigler me resulta de lo más desagradable. Cómo puede ir a parar una
persona como Irrsigler, así Reger, a una mujer como la Irrsigler, que tiene una voz tan chillona y unos
andares tan de gallina. Al fin y al cabo, a menudo nos preguntamos cómo se han unido personas que
son tan completamente opuestas, así Reger. Una mujer con una voz de animal tan histérica y con unos
andares tan de gallina y un hombre como Irrsigler, que es tan equilibrado y tan agradable. Y
naturalmente los hijos de Irrsigler lo tienen casi todo de la madre y casi nada del padre. Cada uno a
cuál más malogrado, así Reger. Los hijos de Irrsigler son todos malogrados, dijo Reger, pero
naturalmente sus padres creen que tienen hijos logrados, eso lo creen al fin y al cabo todos los
padres. La verdad es que es francamente horrible pensar qué será un día de esos hijos de Irrsigler,
dijo Reger, cuando veo a esos hijos de Irrsigler veo ya hoy, perfectamente, no unos seres medios sino
muy por debajo de la media, con un carácter por lo menos disonante. Siempre se me ocurre el
concepto de estúpido bruto, dijo Reger, eso es lo desagradable en la familia Irrsigler. Un hombre tan
estupendo y un hombre tan logrado y lleno de carácter y una familia tan fallida. El conjunto es muy
corriente, dijo Reger. Los austriacos, como oportunistas natos, son mosquitas muertas, dijo entonces,
y viven del disimulo y del olvido. No hay atrocidad política tan grande que no hayan olvidado una
semana después, no hay crimen tan grande. Al fin y al cabo el austríaco es francamente el encubridor
de crímenes nato, dijo Reger, el austríaco encubre cualquier crimen, aunque sea el más innoble,
porque es al fin y al cabo, como queda dicho, la mosquita muerta oportunista nata. Durante decenios
cometen nuestros ministros horrorosos crímenes y son encubiertos por esas mosquitas muertas
oportunistas. Durante decenios engañan esos ministros criminalmente y son encubiertos por esas
mosquitas muertas. Durante decenios mienten y engañan esos ministros austriacos sin escrúpulos a
los austriacos y sin embargo son encubiertos por esas mosquitas muertas. Es ya un milagro que, de
vez en cuando, se mande al diablo a alguno de esos ministros criminales y estafadores, dijo Reger,
porque se le reprochan graves crímenes cometidos durante decenios, pero ya una semana después
todo el asunto se ha olvidado, porque las mosquitas muertas han olvidado ese asunto. El que roba
veinte chelines es perseguido y encarcelado por la justicia, el que estafa millones y millares de
millones en su puesto de ministro es expulsado, en el mejor de los casos, con una pensión gigantesca
y olvidado enseguida, así Reger. Al fin y al cabo es realmente un milagro, así Reger entonces, que se
haya expulsado ahora otra vez a un ministro, pero mire, apenas ha sido destituido y expulsado y
apenas han escrito los periódicos que ha estafado millares de millones y apenas han escrito esos
mismos periódicos que ese ministro es un criminal empedernido y debe ser llevado ante los
tribunales, se le olvida ya para siempre por esos mismos periódicos y, con ello, por toda la opinión
pública. Mientras que ese ministro hubiera debido ser acusado ante los tribunales y encarcelado,
como corresponde a sus crímenes, puedo decir, durante toda su vida, disfruta de una pingüe pensión
en su villa de Kahlenberg y nadie piensa ya en impedírselo. Lleva lo que se llama una vida disipada
de ministro jubilado y cuando un día muera tendrá aún un entierro oficial y un mausoleo en el
cementerio central, así Reger, junto a sus colegas ministros fallecidos antes que él, que fueron tan
criminales como él. El austríaco es la mosquita muerta oportunista nata y el disimulador y olvidador
nato en lo que se refiere a las atrocidades y crímenes de los ministros y de todos los demás
dirigentes, así Reger. El austríaco se doblega durante toda su vida y encubre durante toda su vida los
mayores crímenes y atrocidades, para poder sobrevivir, ésa es la verdad, dijo Reger. Los periódicos
ponen al descubierto y acusan y exageran naturalmente, pero lo anulan también todo enseguida de
forma oportunista, y de forma oportunista olvidan. Los periódicos son los que destapan y acosan y al
mismo tiempo los que disimulan y encubren y sofocan en lo que a los crímenes y atrocidades
políticas se refiere, así Reger. Cómo tronaron los periódicos contra ese ministro jubilado, haciéndole
los más graves reproches y, como suele decirse, acabando con él y obligando al canciller federal a
destituir a ese ministro criminal y, apenas había destituido el canciller federal a ese ministro, los
periódicos olvidaron a ese mismo ministro y, con él, los crímenes y atrocidades que realmente había
cometido, así Reger. La justicia austríaca es una justicia que los políticos austriacos han hecho dócil,
dijo Reger, todo lo demás es mentira. El hecho de que ese asunto no sólo haya sido disimulado por el
Gobierno, sino también por los periódicos, no me deja en paz, dijo Reger. Pero, en calidad de
austríaco, la verdad es que desde hace ya decenios no lo dejan a uno en paz, porque en los últimos
años no ha pasado día sin escándalo político y las marranadas políticas han alcanzado unas
proporciones que hace sólo unos años hubieran sido inimaginables, así Reger. Se ocupe de lo que se
ocupe mi cabeza, esos escándalos políticos son en ella permanentes y la indignan. Y a puedo hacer lo
que quiera, que en mi cabeza están esos escándalos políticos, dijo Reger, ya puedo ocuparme de lo
que sea, que esos escándalos políticos están en mi cabeza, así Reger. Cuando abrimos el periódico,
nos encontramos otra vez con un escándalo político, dijo Reger, realmente con un escándalo en el que
están envueltos políticos de este Estado mutilado hasta lo irreconocible, que han abusado de su
puesto, que han hecho causa común con el crimen. Cuando abre uno el periódico, piensa vivir en un
Estado en el que la atrocidad política y en el que la delincuencia política se han convertido en
costumbre diaria. Al principio pensé, no me voy a indignar, porque este Estado no es hoy más que
completamente indiscutible, pero ahora, en este horrible Estado, que efectivamente causa horror a
diario, no me resulta de pronto posible no indignarme; cuando se abre el periódico por la mañana, se
indigna uno ya de forma totalmente automática por las atrocidades y los crímenes de nuestros
políticos. Uno tiene automáticamente la impresión de que todos los políticos son personajes
criminales y radicalmente delincuentes y una horda de canallas, así Reger. Por eso me he
desacostumbrado en los últimos tiempos de leer el periódico por la mañana, como ha sido mi
costumbre durante decenios, basta con que los abra por la tarde. Si el lector de periódicos abre el
periódico ya de mañana, ese lector de periódicos se estropea ya de mañana el estómago y el día
entero y además la noche siguiente, así Reger, porque se ve enfrentado con un escándalo político
cada vez mayor, con una marranada política cada vez mayor, así Reger. El lector de periódicos lee
en este país en los periódicos, desde hace ya años, nada más que escándalos, en las tres primeras
páginas los políticos y en las páginas siguientes los restantes, pero no lee más que escándalos,
porque los periódicos austriacos no escriben más que de escándalos y de marranadas, de nada más.
Los periódicos austriacos han alcanzado tal grado de abyección que también eso es un escándalo,
dijo Reger, no hay periódicos en el mundo más bajos ni más innobles ni más repelentes que los
austriacos, pero al fin y al cabo esos periódicos austriacos son necesariamente tan espantosos y tan
abyectos porque la sociedad austriaca y, sobre todo, la sociedad política austriaca y porque
precisamente este Estado son tan espantosos y tan abyectos. Nunca ha habido en este país una
sociedad austriaca tan espantosa y abyecta con un Estado tan espantoso y tan abyecto, dijo Reger,
pero nadie en este Estado y en este país lo considera una vergüenza, nadie se rebela verdaderamente,
así Reger. El austríaco lo ha aceptado siempre todo, fuera lo que fuera y aunque fuera la mayor
atrocidad y la mayor abyección y aunque fuera la más monstruosa de las monstruosidades, así Reger.
El austríaco es cualquier cosa menos revolucionario, porque en general no es un fanático de la
verdad, el austríaco vive ya desde hace siglos con la mentira y se ha acostumbrado a ella, así Reger,
el austríaco se ha aliado ya desde hace años con la mentira, con cualquier mentira, así Reger, pero
con la mentira estatal de forma más profunda y primordial. Los austriacos viven de forma totalmente
natural su innoble y abyecta vida austriaca con la mentira estatal, dijo Reger, eso es en ellos lo que
repele. El, así llamado, amable austríaco es un taimado trampero oportunista, así Reger, que tiende
sus trampas siempre y por todas partes, el, así llamado, amable austríaco es un maestro de la vileza
asquerosamente vil, bajo su, así llamada, amabilidad es el ser más abyecto y desvergonzado y brutal
y, precisamente por ello, el más falso, así Reger. Si durante toda mi vida he sido un fanático lector de
periódicos, así Reger, ahora me resulta casi insoportable abrir los periódicos, porque sólo están
llenos de escándalos. Pero lo mismo que los periódicos, la sociedad que reproducen esos
periódicos. Ya puede uno buscar durante un año entero que no encontrará ni una frase con ingenio en
ninguno de esos diarios de mierda, dijo Reger. Pero qué le estoy diciendo, si usted conoce tan bien
todo lo austríaco, dijo Reger. Me he despertado hoy y he pensado en ese escándalo ministerial y no
consigo quitarme ese escándalo ministerial de la cabeza, dijo Reger, ésa es al fin y al cabo la
tragedia de mi cabeza, dijo Reger, que no consigo quitarme de la cabeza esos escándalos y, sobre
todo, esos escándalos políticos, esos escándalos se abren camino cada vez más profundamente en mi
cabeza, ésa es mi tragedia. Pienso que tengo que quitarme de la cabeza todos esos escándalos y
atrocidades y esas atrocidades y escándalos se abren camino cada vez más profundamente en mi
cabeza. Pero naturalmente me tranquiliza discutir todo eso y precisamente también esas atrocidades y
escándalos políticos, todos los días por la mañana pienso, qué bien tener el Ambassador para poder
discutir con él y naturalmente no sobre esos escándalos y sobre esas atrocidades, porque como es
natural también hay al fin y al cabo otras cosas, algo más satisfactorio, la música por ejemplo, así
Reger. Mientras tenga ganas aún de hablar sobre la Sonata La tempestad o sobre el arte de la fuga,
mientras las tenga no renunciaré, dijo Reger. La verdad es que la música me salva una y otra vez, el
hecho de que la música siga viviendo aún en mí y la verdad es que vive en mí como el primer día, así
Reger. Salvado cada día de nuevo por la música de todas las cosas atroces y repulsivas, dijo, eso es,
convertirse otra vez por la música todas las mañanas en un ser que piensa y que siente, ¡comprende!,
dijo. Ay sí, dijo Reger, aunque lo maldigamos y aunque a veces nos parezca totalmente superfluo y
aunque tengamos que decir que la verdad es que no vale nada, el arte, cuando contemplamos aquí los
cuadros de esos llamados Maestros Antiguos, que muy a menudo y, como es natural, con los años de
forma cada vez más radical, nos parecen sin utilidad y sin sentido, y nada más que torpes intentos de
asentarse hábilmente en la superficie de la Tierra, a los que somos como nosotros no nos salva otra
cosa que ese arte maldito y condenado y a menudo repulsivo hasta vomitar y fatal, así Reger. El
austríaco es siempre un ser fracasado, dijo Reger, y está profundamente convencido de que lo es. Ésa
es la causa de todas sus contrariedades, de sus debilidades de carácter, porque, antes que cualquier
otra contrariedad está la debilidad de carácter del austríaco. Eso, sin embargo, lo hace también
mucho más interesante que todos los demás; así Reger. El austríaco es realmente el hombre más
interesante de todos los hombres europeos, porque tiene todo lo de los otros hombres europeos y
además su debilidad de carácter. Eso es lo fascinante en el austríaco, dijo Reger, que ya desde su
nacimiento están contenidas en él todas las cualidades de todos los demás, y por añadidura su
debilidad de carácter. Si nos quedamos en Austria durante toda la vida, la verdad es que no vemos al
austriaco como es realmente, pero cuando, digamos, después de una larga ausencia volvemos a
Austria como yo hace poco de Londres, lo vemos claramente y entonces no puede fingirnos nada. El
austriaco es el fingidor genial, el más genial comediante en general, dijo Reger, lo finge todo, sin ser
nada de verdad nunca, eso es lo más característico en él. El austriaco es querido en el mundo entero,
por lo menos hasta hoy lo es, y el mundo entero, por decirlo así, ha estado siempre loco por él,
precisamente porque es el hombre europeo más interesante , pero al mismo tiempo es siempre
también, sin embargo, el más peligroso. El austriaco es, con la mayor probabilidad, el hombre más
peligroso en general, más peligroso que el alemán, más peligroso que todos los demás europeos, el
austriaco es absolutamente el hombre político más peligroso de todos, eso lo ha demostrado la
Historia y eso ha traído también, una y otra vez, la mayor desgracia a Europa y realmente, muy a
menudo, también al mundo entero. A un austriaco, que es siempre un innoble nazi o un católico
estúpido, no podemos, por muy interesante y único que lo encontremos, no podemos dejarle el timón
político, dijo Reger, porque un austriaco al timón lo conduce siempre todo, irremediablemente, al
abismo total. Una noche de insomnio y siempre con la mayor irritación sólo por esos escándalos
políticos, dijo Reger entonces. Sí, me dije muy de mañana, vas a reunirte con Atzbacher en el
Kunsthistorisches Museum para hacerle una proposición, y sabes muy bien que le vas a hacer una
proposición completamente insensata y que le harás esa proposición. Una ridiculez que es sin
embargo una monstruosidad, así Reger. Durante dos meses después de la muerte de su mujer no salió
Reger de su piso de la Singerstrasse, durante medio año entero después de la muerte de su mujer no
se reunió con nadie. Durante todo ese medio año se dejó cuidar por un ama de llaves vulgar y
espantosa y no vino ni una sola vez al Kunsthistorisches Museum, al que había venido durante
decenios, un día sí y otro no, con su mujer, pienso. El ama de llaves cocinaba para él y le lavaba la
ropa, desde luego todo de forma espeluznantemente descuidada, así Reger una y otra vez, pero de
modo que él no degeneró por completo. Un hombre que súbitamente se queda solo degenera al fin y
al cabo muy deprisa, así el propio Reger, durante meses no comí más que papilla de sémola, así
Reger, porque, con mis dientes sin arreglar no podía comer carne, pero tampoco verduras. En el piso
de la Singerstrasse reina un silencio de muerte y se ha quedado vacío, así la descripción por Reger
de su propia situación cuando volví a verlo por primera vez después de la muerte de su mujer en el
Ambassador, escuálido, pálido, apoyándose casi todo el tiempo silenciosamente en su bastón, con
los cordones de los zapatos sin atar, y los calzoncillos de invierno se le habían escurrido por fuera
de las perneras del pantalón. No queremos seguir viviendo cuando hemos perdido al ser que nos
estaba más próximo, así él entonces en el Ambassador, pero tenemos que seguir viviendo, no nos
matamos, porque somos demasiado cobardes para ello, prometemos aún ante la tumba abierta que
pronto lo seguiremos y seguimos viviendo medio año más tarde y nos horrorizamos de nosotros
mismos, así Reger entonces en el Ambassador. Su mujer llegó a los ochenta y siete años, pero sin
duda hubiera podido sobrepasar con mucho los cien si no se hubiera caído, así Reger entonces en el
Ambassador. La ciudad de Viena y el Estado de Austria y la Iglesia católica, dijo Reger entonces en
el Ambassador, tienen la culpa de su muerte, porque si la ciudad de Viena, a la que pertenece el
camino del Kunsthistorisches Museum, hubiera echado arena en el camino del Kunsthistorisches
Museum, mi mujer no se hubiera caído, y si el Kunsthistorisches Museum, que pertenece al Estado,
hubiera avisado inmediatamente al servicio de socorro y no media hora después, no hubiera llegado
mi mujer una hora después de su caída al hospital de los Hermanos de la Caridad, y los cirujanos del
hospital de los Hermanos de la Caridad, que pertenece a la Iglesia católica, no hubieran hecho una
chapuza de operación, así Reger entonces en el Ambassador. La ciudad de Viena y el Estado
austríaco y la Iglesia católica son culpables de la muerte de mi mujer, dijo Reger en el Ambassador,
pensé sentado a su lado en el banco de la Sala Bordone, pienso. La ciudad de Viena no echa arena en
el camino del Kunsthistorisches Museum un día en el que todo está resbaladizo por el hielo y el
Kunsthistorisches Museum sólo avisa al servicio de socorro después de ruegos repetidos y los
cirujanos de los Hermanos de la Caridad hacen por último una chapuza de operación y finalmente mi
mujer muere, dijo Reger en el Ambassador. Perdemos al ser que quisimos más entrañablemente de
todos los seres sólo por la negligencia de la ciudad de Viena y por la negligencia del Estado
austriaco y por el descuido de la Iglesia católica, dijo Reger entonces en el Ambassador. Perdemos a
nuestro ser más importante porque ciudad y Estado e Iglesia actuaron negligente e innoblemente, así
Reger entonces en el Ambassador. Se nos muere el ser con el que compartimos nuestra vida casi
cuarenta años con la mayor naturalidad y con respeto y amor, porque ciudad y Estado e Iglesia
actuaron negligente e innoblemente, así Reger entonces en el Ambassador. Se nos muere nuestro
único ser, porque ciudad y Estado e Iglesia procedieron negligente e innoblemente, así Reger
entonces en el Ambassador. Nos deja solos de pronto el único ser que en el fondo hemos tenido,
porque ciudad y Estado e Iglesia actuaron aturdida e irresponsablemente, así Reger entonces en el
Ambassador. Nos vemos súbitamente separados del ser al que en el fondo todo debemos y que
realmente nos lo dio todo, dijo Reger entonces en el Ambassador. Estamos de repente solos en
nuestro piso sin ese ser que nos mantuvo vivos durante decenios con la mayor solicitud, porque
ciudad y Estado e Iglesia católica cometieron el crimen de la negligencia, así Reger entonces en el
Ambassador. Estamos de repente ante la tumba abierta de ese ser sin el que nunca habíamos podido
imaginarnos vivir, dijo Reger entonces en el Ambassador, pienso. La ciudad de Viena y el Estado de
Austria y la Iglesia católica tienen la culpa de que yo esté ahora solo y tenga que permanecer solo
toda mi vida, dijo Reger entonces en el Ambassador. El ser que siempre estuvo sano y que tenía
todas las cualidades imaginables de un ser inteligente y femenino, y que realmente fue el ser más
afectuoso de mi vida se me muere, sólo porque la ciudad de Viena no echa arena en el camino del
Kunsthistorisches Museum, sólo porque el Kunsthistorisches Museum, que pertenece al Estado, no
avisa a tiempo al servicio de socorro y porque los cirujanos del hospital de los Hermanos de la
Caridad hacen una chapuza de operación, así Reger entonces en el Ambassador. Más de cien años
hubiera podido vivir mi mujer, de eso estoy convencido, si la ciudad de Viena hubiera echado arena
en el camino del Kunsthistorisches Museum, así Reger entonces en el Ambassador. Y hoy estaría sin
duda viva aún si el Kunsthistorisches Museum hubiera avisado a tiempo al servicio de socorro y si
los cirujanos del hospital de los Hermanos de la Caridad no hubiesen hecho una chapuza de
operación. En el fondo, no hubiera debido poner más los pies en el Kunsthistorisches Museum, así
Reger, después de haber vuelto a poner los pies en él siete meses después de la muerte de su mujer.
Ahora echan arena en el camino del Kunsthistorisches Museum, ahora, cuando mi mujer está muerta,
dijo Reger. Precisamente al hospital de los Hermanos de la Caridad llevaron a mi mujer,
precisamente a ese hospital del que nunca he oído nada bueno, así Reger. Todos esos hospitales que
llevan en su título la palabra caridad me repugnan profundamente, así Reger. Se abusa de la palabra
caridad más que de cualquier otra, dijo Reger. Los hospitales caritativos son los menos caritativos
que conozco, así Reger, en ellos reinan sólo la mayoría de las veces la falta de habilidad y la codicia
junto a una hipocresía de Dios totalmente innoble y abyecta, así Reger entonces en el Ambassador.
Ahora no me queda más que el Ambassador, así Reger entonces en el Ambassador, este asiento del
rincón al que me he acostumbrado en el transcurso de decenios. Tengo dos lugares en los que me
puedo refugiar cuando ya no sé qué hacer, así Reger entonces en el Ambassador, este asiento del
rincón aquí en el Ambassador y el banco del Kunsthistorisches Museum. Pero si se sienta uno
totalmente solo aquí en el Ambassador en este asiento del rincón resulta también horrible, dijo Reger
entonces en el Ambassador. Sentarme aquí con mi mujer era una de mis costumbres favoritas, no
estar sentado solo aquí, no sólo aquí, mi querido Atzbacher, así Reger entonces en el Ambassador, y
sentarme solo en el Kunsthistorisches Museum en el banco de la Sala Bordone es también espantoso,
cuando me he sentado en él durante más de tres decenios con mi mujer. Si voy por la ciudad de
Viena, pienso todo el tiempo que la ciudad de Viena tiene la culpa de la muerte de mi mujer y que el
Estado austriaco tiene la culpa de su muerte y que la Iglesia católica tiene la culpa de su muerte, ya
puedo ir adondequiera y cuando quiera, no puedo quitarme ya esos pensamientos de la cabeza, así
Reger. Se ha cometido un crimen conmigo, una monstruosidad, una monstruosidad urbano-estatalcatólico-eclesiástica, contra la que nada puedo hacer, eso es lo horrible, así Reger. En el fondo, así
Reger entonces en el Ambassador, la verdad es que en el instante en que mi mujer murió morí yo
también. La verdad es que me parezco a mí mismo un muerto, un muerto que tiene todavía que vivir.
Ése es mi problema, dijo Reger entonces en el Ambassador. El piso está vacío y muerto, dijo Reger
en el Ambassador varias veces. Sólo he estado dos veces en estos veinte años en el piso de Reger en
la Singerstrasse, que es un piso de diez a doce habitaciones en una casa de fin de siglo que ahora,
después de la muerte de su mujer, pertenece a Reger. Lleno de muebles de la familia de su mujer, el
piso de Reger en la Singerstrasse es un ejemplo típico de lo que se llama un piso Jugendstil, en el
que realmente hay montones de Klimts y Schieles y Gerstls y Kokoschkas colgados de las paredes,
todos cuadros que mi mujer apreciaba mucho, así Reger una vez, pero que a mí siempre me han
repelido profundamente . Cada una de las habitaciones de ese piso de Reger en la Singerstrase fue
hacia fin de siglo convertida realmente en obra de arte por un famoso ebanista eslovaco, no creo
que haya en Viena otro piso en el que el arte eslovaco de la ebanistería haya logrado un éxito tan
total, con semejante habilidad y con la más alta exigencia de calidad, Atzbacher. La verdad es que
Reger, eso lo dice una y otra vez, no aprecia nada el llamado Jugendstil, lo aborrece, porque todo el
Jugendstil no es más que cursilería, y sin duda disfrutaba, como decía una y otra vez, de la
comodidad del piso de la Singerstrasse de su mujer, de la lograda proporción de todos los
espacios dentro de él, de las dimensiones de su cuarto de trabajo sobre todo, pero como él, como
queda dicho, no se interesa nada por el llamado Jugendstil en calidad de cursilería, sólo apreciaba
siempre la comodidad del alojamiento de la Singerstrasse, que para él fue siempre ideal para los
dos, no el mobiliario. Cuando estuve por primera vez en el piso de la Singerstrasse de Reger y me
recibió Reger, porque su mujer se había ido a Praga, me llevó brevemente por todo el piso, así pues,
aquí existo yo, dijo entonces, mire, aquí, en estas habitaciones, que me convienen mucho, aunque
estos muebles espantosos e incómodos no correspondan en nada a mi gusto. Todo esto es del gusto
de mi mujer, no del mío, así Reger entonces, y si yo miraba los cuadros de las paredes, él decía sólo,
ah sí, creo que es un Schiele, ah sí, creo que es un Klimt, ah sí, creo que es un Kokoschka. La
pintura de fin de siglo es sólo cursilería y no me interesa nada, dijo varias veces, mientras que a
mi mujer la atrajo siempre, aunque no la fascinó realmente, la atrajo, ésa es la expresión
correcta, así Reger entonces. Schiele quizá, pero Klimt no, Kokoschka sí, Gerstl no, ésas fueron sus
observaciones. Supuestamente de Loos, supuestamente de Hoffmann, dijo cuando yo dije que
aquello era una mesa de Adolf Loos, que aquello era una silla de Josef Hoffmann. Sabe usted, dijo
Reger en esa ocasión, siempre me han repelido las cosas que son precisamente modernas y Loos y
Hoffman son ahora tan modernos que, de forma totalmente natural me repelen. Y la verdad es que
Schiele y Klimt, esos cursis, son hoy los más modernos de todos, por eso me repelen tanto en el
fondo Klimt y Schiele. La gente escucha al fin y al cabo hoy sobre todo a Webern y Schonberg y Berg
y sus imitadores, y por añadidura también a Mahler, y eso me repele. Todo lo que está de moda me
ha repelido siempre. Probablemente padezco también lo que yo llamo egoísmo cultural, quiero, en lo
que al arte se refiere, tenerlo todo para mí solo, quiero poseer solo mi Schopenhauer, mi Pascal, mi
Novalis y mi entrañablemente querido Gogol, quiero poseer esos productos artísticos sólo yo solo,
esas agresiones artísticas geniales, quiero poseer yo solo a Miguel Ángel, Renoir, Goya, dijo, apenas
soporto que, además de mí, otro posea y disfrute los productos de esos artistas, me resulta
insoportable sólo el pensamiento de que, además de mí, otro aprecie solo Janácek, Martinu o
Schopenhauer o Descartes, eso me resulta casi insoportable, quiero ser el único, se trata
naturalmente de una actitud horrible, dijo Reger entonces. Soy un pensador posesivo, así Reger
entonces en su piso. Me gustaría creer que Goya pintó para mí solo, que Gogol y Goethe
escribieron para mí solo, que Bach compuso para mí solo. Como eso es un error y, por añadidura,
una bajeza abismal, en el fondo soy siempre infeliz, eso lo comprenderá sin duda, dijo Reger
entonces. Aunque sea absurdo, así Reger entonces, cuando leo un libro tengo sin embargo el
sentimiento y la idea de que sólo ha sido escrito para mí, cuando miro un cuadro, el sentimiento y la
idea de que sólo ha sido pintado para mí, la composición que escucho sólo ha sido compuesta para
mí. Entonces leo y entonces escucho y entonces miro como es natural en un gran error, pero sin
embargo con un placer muy grande, así Reger entonces. Aquí en esta silla, dijo Reger entonces
mostrándome una, así llamada, espantosa silla de Loos, que Loos, por cierto, diseñó en Bruselas e
hizo construir también en Bruselas, inicié a mi mujer hace treinta años en el arte de la fuga. Esa
espantosa silla de Loos sigue estando en el mismo sitio. Y ahí, en ese espantoso banco de Loos, me
había invitado a sentarme en aquel espantoso banco de Loos que estaba ante una ventana del lado de
la Singerstrasse, le leí a mi mujer durante medio año Wieland, el gran subestimado de la literatura
alemana, Wieland, al que Goethe amargó la vida hasta echarlo de Weimar, en lo que Schiller
desempeñó un papel repulsivo, así Reger; al cabo de un año mi mujer era una experta en Wieland,
¡al cabo de medio año ya!, exclamó Reger entonces. Y ahí, en ese tan espantoso como incómodo
taburete de Loos, al parecer también ese taburete lo diseñó el insoportablemente patético Loos, se
sentaba mi mujer leyéndome, en los años sesenta y uno y sesenta y dos, entre la una y las dos de la
mañana, todo Kant. Al principio tuve las mayores dificultades para introducir a mi mujer en el mundo
de la literatura y de la filosofía y de la música, así Reger entonces. Al fin y al cabo es evidente que
literatura sin filosofía y a la inversa y filosofía sin música y literatura sin música y a la inversa no
son imaginables, dijo, hicieron falta años para que mi mujer lo comprendiera, así Reger entonces en
el piso de la Singerstrasse. Tuve que empezar con mi mujer totalmente desde el principio, aunque
ella, como correspondía a su origen, era muy cultivada cuando la conocí. Al principio la verdad es
que pensé que una vida en común sería imposible, pero luego fue posible sin embargo, así Reger,
porque mi mujer se sometió como es natural, porque al fin y al cabo ésa era la condición para
nuestra vida en común, que finalmente pude calificar de vida en común ideal. Una mujer como la mía
sólo aprende difícilmente en los primeros años de tal aprendizaje, a partir de entonces aprende cada
vez con mayor facilidad, así Reger. En ese incómodo taburete de Loos tuvo mi mujer por así decirlo
la iluminación filosófica, dijo Reger entonces en el piso de la Singerstrasse. Durante años vamos por
el camino erróneo en la ilustración de una persona hasta que, instantáneamente, vemos el verdadero,
y a partir de entonces todo va muy deprisa, a partir de entonces mi mujer lo comprendía todo muy
rápidamente, pero naturalmente hubiera podido trabajar aún en ella sin duda durante años, aun
cuando no durante decenios, así Reger entonces en el piso de la Singerstrasse. Tomamos una mujer y
no sabemos por qué la hemos tomado, y no es sólo que nos moleste siempre con su oficiosidad
doméstica, precisamente a su estilo femenino, así Reger entonces en el piso de la Singerstrasse, la
tomamos sin embargo porque queremos darle a conocer el verdadero valor de la vida, queremos
explicarle lo que puede ser la vida cuando se vive intelectualmente. Naturalmente no debemos caer
en el error de atronarle la cabeza con lo intelectual como intenté al principio, en lo que, como es
natural, tenía que fracasar, también ahí es la prudencia la que lleva al objetivo, dijo Reger entonces
en el piso de la Singerstrasse. Todo lo que le gustaba a mi mujer antes de que yo la conociera, no le
gustaba ya después de haberla ilustrado yo, salvo esa histeria del Jugendstil, esa repulsiva cursilería
artística, esa asquerosa aberración del gasto que es el Jugendstil; en eso no tuve suerte. Pero con el
tiempo pude naturalmente quitarle el gusto por la literatura falsa y por tanto sin valor y por la música
falsa y sin valor, dijo Reger, y le di a conocer partes esenciales de la filosofía mundial. La cabeza
femenina es de lo más recalcitrante, así Reger entonces en el piso de la Singerstrasse, creemos que es
accesible, mientras que sin embargo es inaccesible. Tantos viajes absurdos hizo mi mujer antes de
que me casara con ella, así Reger entonces, que con el tiempo no hizo ya, al fin y al cabo ella tenía,
como la mayoría de las mujeres hoy, la locura viajera, hoy aquí, mañana allá, ése es su lema y en el
fondo no viven nada, no ven nada, ni traen a casa otra cosa que no sea el bolso vacío. Después de
nuestra boda mi mujer no hizo más viajes, así Reger, nada más que esos viajes intelectuales que
emprendí con ella, viajamos a Schopenhauer y a Nietzsche y a Descartes y a Montaigne y a Pascal y
por cierto siempre durante años, así Reger. Aquí, mire, dijo Reger entonces en el piso de la
Singerstrasse, sentándose en una silla que era una espantosa silla ottorvagneriana, en esta
espantosa silla ottorvagneriana me confesó mi mujer que, aunque durante medio año entero le había
enseñado Schleiermacher, no había entendido a Schleiermacher. Pero como ella misma, en el curso
de enseñanza de Schleiermacher, me había quitado el gusto por Schleiermacher y entonces, de
pronto, tampoco yo sentía el menor interés por Schleiermacher, tomé nota sencillamente de que ella
no había entendido a Schleiermacher y no me ocupé más de Schleiermacher; debemos entonces dejar
de lado sencillamente, como suele decirse, sin escrúpulo alguno a un filósofo así no entendido por
nuestra mujer, precisamente a un Schleiermacher así, y seguir adelante. Comencé enseguida una
introducción a Herder y fue para los dos un descanso, así Reger entonces en el piso de la
Singerstrasse. Después de la muerte de mi mujer pensé que dejaría el piso común, pero sencillamente
soy demasiado viejo para ello. Una mudanza es superior a mis fuerzas, así Reger. Dos habitaciones
bastan naturalmente, así Reger, pero cuando ya no podemos hacer una mudanza, tenemos que
conformarnos con diez o doce habitaciones, como tiene el piso de la Singerstrasse. Todo en ese piso
me recuerda a mi mujer, dijo Reger, ya puedo mirar adondequiera, siempre está ella ahí, se sienta
allá, viene a mí desde este o aquel cuarto, es espantoso aunque también desgarrador, realmente es
desgarrador, dijo Reger. Entonces, cuando estuve por primera vez en el piso de la Singerstrasse y su
mujer vivía todavía, me dijo, mientras miraba abajo, a la Singerstrasse, sabe usted, Atzbacher, nada
temo tanto como que, de pronto, me dejara mi mujer y me quedara solo, lo más horrible que me puede
pasar es que ella muera y me deje solo. Pero mi mujer tiene buena salud y me sobrevivirá muchos
años, así Reger entonces. Cuando queremos a un ser tan entrañablemente como yo a mi mujer, no
podemos imaginarnos su muerte, no soportamos siquiera pensar en ella, así Reger entonces. Cuando
estuve por segunda vez en su piso de la Singerstrasse, recogí un viejo tomo de Spinoza que me había
conseguido él a un precio mejor del normal, no por medio de ninguna librería oficial sino por medio
de un comerciante ilegal, me hizo sentar en cuanto entré en el piso de la Singerstrasse en la primera
silla, que era también una espantosa silla de Loos y desapareció en su biblioteca, para salir poco
después con un tomo de fragmentos de Novalis. Le voy a leer ahora durante una hora fragmentos de
Novalis, me dijo, y se quedó de pie, mientras yo tenía que permanecer sentado en la espantosa silla
Loos, y me leyó realmente durante una hora fragmentos de Novalis. Me gustó Novalis desde el
principio, dijo, después de volver a cerrar el libro de fragmentos de Novalis al cabo de una hora, y
todavía me gusta. Novalis es el poeta que durante toda mi vida me ha gustado igual y siempre con
igual fervor, más que ningún otro. Todos, con el tiempo, me han atacado más o menos los nervios, me
han decepcionado profundamente, se han revelado absurdos o inútiles o precisamente, como ocurre
tan a menudo, en definitiva como insignificantes e inutilizables, Novalis nada de eso. Nunca creí que
pudiera gustarme un poeta que fuera al mismo tiempo filósofo, Novalis me gusta, me ha gustado
siempre y en todo momento y me gustará también en el futuro de la misma forma entrañable en que
siempre me ha gustado, así Reger entonces. Todos los filósofos envejecen con el tiempo, Novalis no,
así Reger entonces. Pero es extraño que mi mujer no sintiera siquiera predilección por Novalis, ni
siquiera predilección, mientras que a mí, sin embargo, Novalis me ha gustado siempre de forma
total. De tantas cosas he podido convencer con el tiempo a mi mujer, de Novalis no, aunque
precisamente es Novalis el que hubiera podido aportarle más, dijo. Al principio ella se negaba a
venir conmigo al Kunsthistorisches Museum, dijo entonces Reger, por decirlo así, se defendía con
uñas y dientes, pero luego vino conmigo sin embargo, con la misma regularidad que yo, y estoy
convencido de que, si me hubiera sobrevivido y no yo a ella, como es el caso, lo mismo que yo
ahora, y por cierto solo y sin ella, hubiera vuelto a venir ella al Kunsthistorisches Museum, sola, sin
mí. Reger volvió a mirar entonces El hombre de la barba blanca y dijo: cuarenta años después del
fin de la guerra, la situación austriaca ha vuelto a alcanzar su más siniestro fondo moral, eso es lo
deprimente. Un país tan hermoso, dijo Reger, y una ciénaga moral tan abismal, dijo, un país tan
hermoso y una sociedad tan totalmente brutal e innoble y autodestructora. Al fin y al cabo, lo horrible
es que sólo se pueda ser espectador anonadado de esa catástrofe y no se pueda hacer nada para
remediarla, así Reger. Reger miró entonces El hombre de la barba blanca y dijo: un día sí y otro no
voy a la tumba de mi mujer, o sea, cuando no vengo al Kunsthistorisches Museum, y me quedo media
hora ante su tumba y no siento nada. Eso es lo curioso, que todo el tiempo pienso más o menos en mi
mujer, y cuando estoy ante su tumba no siento nada en relación con ella. Estoy allí y realmente no
siento nada en relación con ella. Sólo cuando vuelvo a irme de su tumba siento otra vez el horror de
que me haya dejado solo. Siempre creo que voy a su tumba para estar especialmente cerca de ella,
pero cuando estoy de pie ante su tumba no siento nada en relación con ella. Entonces arranco las
hierbas que crecen allí y miro al suelo, pero no siento nada. Pero me he acostumbrado a ir un día sí y
otro no a la tumba de mi mujer, que al fin y al cabo será un día también mi tumba, así Reger. Cuando
pienso en los horrores relacionados con su entierro, dijo, todavía hoy siento náuseas. Una y otra vez
imprimió mal la esquela la imprenta a la que se lo había encargado, unas veces con caracteres
demasiado gruesos, otras demasiado finos, unas veces con demasiadas comas, otras con demasiado
pocas, dijo, cada vez que hacía que me enseñaran las pruebas, todo estaba mal, era realmente para
desesperarse. En el colmo de la desesperación, le dije al impresor que yo había hecho un modelo
muy detallado, pero las pruebas nunca se ajustaban a mi modelo y que todo estaba mal en las
pruebas. A eso me dijo el impresor que él sabía cómo había que imprimir una esquela, no yo, que él
sabía cómo había que componer el texto, no yo, que él sabía dónde había que poner las comas, no yo.
Pero no lo dejé en paz y finalmente tuve en las manos exactamente las esquelas que quería tener; pero
tuve que ir cinco veces a la imprenta, dijo Reger, para conseguir una esquela como quería tenerla.
Los impresores son gente engreída, que sigue afirmando que tiene razón cuando hace tiempo ha
comprendido que no tiene razón. No hay que discutir con los impresores, dijo Reger, inmediatamente
se rebelan y lo amenazan a uno con plantarlo todo si uno no se pliega a su testarudez. Pero nunca me
he plegado a los impresores, así Reger. En la esquela no había más que una frase, así Reger, sólo el
lugar y la fecha de la muerte de mi mujer, y sin embargo tuve que ir cinco veces a la imprenta y
discutir además con el impresor. La verdad es que mi mujer no quería ninguna esquela, eso se lo
había prometido, pero sin embargo hice imprimir una esquela, así Reger, pero luego no envié ni una
sola esquela, porque de pronto, cuando iba a enviarlas, me pareció absurdo enviar esquelas. Sólo
hice insertar una breve frase en el periódico, simplemente que mi mujer había muerto, dijo Reger. La
gente se mete en unos gastos espantosos cuando algún allegado muere, yo lo hice todo tan
sencillamente como fue posible, así Reger, aunque hoy, naturalmente, no sé si obré bien,
continuamente tengo dudas en ese sentido, esa duda me acomete cada día desde la muerte de mi
mujer, no hay día sin esa duda, eso me agota a la larga, así Reger. Con la herencia no hubo la menor
dificultad, porque ella me designaba en su testamento, por decirlo así, heredero universal, lo mismo
que, a la inversa, yo la designaba en mi testamento heredera universal. Un fallecimiento así, por muy
profundamente que afecte y aunque uno crea realmente que lo va a asfixiar, tiene también su aspecto
ridículo, así Reger. En el fondo, el entierro de mi mujer no fue sólo sencillo sino en realidad también
deprimente, dijo Reger. Queremos un entierro sencillo, también en lo posible con poca gente, dijo
Reger, y sin embargo no organizamos más que un entierro deprimente. Nada de música, decimos,
nada de discursos decimos, y pensamos que es lo más sencillo y que lo soportaremos mejor así y sin
embargo nos deprime profundamente, así Reger. Sólo siete u ocho personas, realmente sólo las más
próximas, en lo posible nada de parientes y sólo los más próximos, pensamos, y luego vienen sólo
los más próximos, a los que hemos dicho además, nada de flores, nada, y todo es sin embargo muy
deprimente. Vamos detrás del féretro y todo es deprimente. Todo pasa deprisa, ni siquiera dura tres
cuartos de hora y nos deprime y creemos que ha durado una eternidad, dijo Reger. Voy a la tumba de
mi mujer y no siento nada. En casa, todavía hoy, todos los días siento por lo menos una vez ganas de
llorar, lo crea o no, pero ante la tumba de mi mujer no siento nada. Estoy allí de pie y arranco
hierbas, hago esos movimientos nerviosos y ridículos de arrancar, que sé son sólo una forma
enfermiza de calmar los nervios y miro las restantes tumbas de mal gusto por todas partes, cada
tumba a cuál de peor gusto, así Reger. En los cementerios vemos de forma totalmente brutal el mal
gusto extremo de la Humanidad. Sobre nuestra tumba sólo crece la hierba y no hay ningún nombre
sobre nuestra tumba, así Reger, eso lo convine con mi mujer. Ninguna máxima, nada. Los
picapedreros desfiguran los cementerios y los llamados artistas plásticos llegan por todas partes al
colmo de la cursilería, dijo Reger. Pero naturalmente, desde la tumba de mi mujer, tiene uno una vista
espléndida sobre Grinzing y sobre el Kahlenberg detrás. Y sobre el Danubio allí abajo. La tumba
está tan alta que desde ella se puede ver Viena allí abajo. Sin duda da igual dónde se entierra a
alguien, pero cuando se posee a perpetuidad en el cementerio una tumba, como mi mujer y yo, hay
que hacer que a uno lo entierren en su tumba. Quisiera que me enterrasen en cualquier parte, salvo
en el cementerio central, decía mi mujer a menudo, así Reger, y al fin y al cabo yo tampoco quisiera
ser enterrado en el cementerio central, aunque en fin de cuentas, como queda dicho, es indiferente
dónde se entierra alguien. Mi sobrino de Leoben, el único pariente que tengo aún, dijo Reger, sabe
que no quiero que me entierren en el cementerio central, sino en mi tumba, que al fin y al cabo es
propiedad mía en el cementerio a perpetuidad, así Reger, pero naturalmente, si muero a una
distancia de más de trescientos kilómetros de Viena, entonces en el mismo lugar; en un radio de
trescientos kilómetros, en Viena, de otro modo en el mismo lugar , le he dicho a mi sobrino de
Leoben; se atendrá a lo que he dicho, porque es mi heredero, así Reger. Reger miró El hombre de la
barba blanca y dijo: hace sólo un año, todavía poco antes de la muerte de mi mujer, me gustaba
andar por Viena unas horas, ahora no tengo ninguna gana de hacerlo. La muerte de mi mujer me ha
debilitado mucho al fin y al cabo, no soy ya el mismo de antes de su muerte. Y la verdad es que
Viena se ha vuelto tan fea, dijo. En el invierno pienso que la primavera me salvará, y en la primavera
pienso que el verano me salvará, y en el verano pienso que el otoño, y en el otoño que el invierno,
siempre es lo mismo, espero de una estación a otra. Pero ésa es naturalmente una cualidad
desafortunada, esa cualidad es innata en mí, no digo, qué bien, es invierno, el invierno es lo que te
conviene, lo mismo que no digo, es primavera, la primavera es lo que te conviene, lo mismo que el
otoño es lo que te conviene, el verano y así una y otra vez. Atribuyo mi desgracia siempre a la
estación en que tengo que vivir, ésa es mi desgracia. No soy de las personas que disfrutan del
presente, así es, soy de los desgraciados que disfrutan del pasado, ésa es la verdad, que sienten el
presente siempre sólo como una ofensa, ésa es la verdad, dijo Reger, siento el presente como ofensa
y como desconsideración, ésa es mi desgracia. Pero como es natural no es tampoco totalmente así,
dijo Reger, porque al fin y al cabo soy capaz, una y otra vez, de ver el presente tal como es y, como
es natural, no es siempre un presente desgraciado, que hace desgraciado, eso lo sé, lo mismo que el
pasado no es, cuando se piensa en él, un pasado que hace feliz, eso lo sé. Y una gran desgracia es al
fin y al cabo el hecho de que no tenga un médico en el que pueda confiar, he tenido tantos médicos en
mi vida, pero en ninguno de esos médicos he confiado en fin de cuentas, todos me han decepcionado
en definitiva, dijo Reger. Me siento totalmente afectado y tengo a cada instante la sensación de
derrumbarme. Cuando digo, me va a dar un ataque, creo realmente que me va a dar un ataque,
aunque lo haya dicho ya mil veces, dijo Reger, a mí mismo me ataca ya los nervios, a cada instante
digo, me va a dar un ataque, y no me ha dado, dijo Reger. Al fin y al cabo también en su presencia
he dicho ya a menudo que pienso que me va a dar un ataque, y sin embargo no me ha dado, no lo digo
en absoluto por costumbre, sino porque realmente tengo la sensación de que me va a dar un ataque.
Por lo que se refiere a mi cuerpo, nada funciona ya, dijo Reger. Si tuviera un buen médico, pero no
tengo un buen médico. La verdad es que en la Singerstrasse tendría cuatro de medicina general y dos
internistas, pero todos esos médicos no valen nada. Mis ojos son tan débiles que pronto no veré ya,
pero no tengo un buen oculista. Pero naturalmente tampoco voy a ningún médico, porque tengo miedo
de que el médico pudiera confirmarme lo que sospecho, que estoy enfermo de muerte. Desde hace
años estoy enfermo de muerte, se lo decía ya siempre a mi mujer, dijo Reger, y supuse con seguridad
que yo moriría primero, no ella, sin embargo fue ella, por todas esas circunstancias horribles, la que
murió antes que yo; durante toda mi vida he tenido mucho miedo a los médicos. Un buen médico es
lo mejor que podemos tener, dijo Reger, pero casi nadie tiene un buen médico, al fin y al cabo
tenemos que vérnoslas siempre con chapuceros y charlatanes de la medicina, dijo, y si creemos
alguna vez, ahora hemos encontrado un buen médico, es demasiado viejo o demasiado joven, o
entiende algo de la medicina más reciente y no tiene experiencia, o tiene experiencia y no entiende
nada de la medicina más reciente, así son las cosas, dijo Reger. El ser humano necesita
acuciantemente un médico del cuerpo y un médico del alma y no encuentra ninguno de los dos,
durante toda su vida busca un buen médico del cuerpo y un buen médico del alma y no tiene ninguno
de los dos, ésa es la verdad. ¿Sabe usted lo que me dijeron los médicos del hospital de los Hermanos
de la Caridad cuando los enfrenté con el hecho de que eran culpables de la muerte de mi mujer, y por
consiguiente, la tenían sobre su conciencia?, dijeron: había llegado su hora, me dijeron esa frase
trivial y no sólo el que hizo una chapuza de operación a mi mujer dijo esa frase, todos los médicos
del hospital de los Hermanos de la Caridad dijeron esa frase trivial, había llegado su hora, había
llegado su hora, había llegado su hora, dijeron una y otra vez, como si esa frase fuera su frase
estereotipada, así Reger. Cuando tenemos un médico en el que podemos confiar y bajo cuya
vigilancia podemos sentirnos protegidos, tenemos lo más importante en la vejez, pero ese médico no
lo tenemos. Ahora tampoco busco ya ese médico, porque me resulta totalmente indiferente cuándo
moriré, cualquier momento me parece bien, pero, como todos los hombres, quiero tener una muerte
en lo posible rápida y al mismo tiempo en lo posible sin dolor. La verdad es que mi mujer sólo sufrió
unos días, dijo Reger, unos días de sufrimiento y unos días en coma, dijo. La gente quiere un
sudario, pero yo hice que la envolvieran sólo en una sábana limpia, así Reger. El hombre del
ayuntamiento que se encargó de organizar el entierro hizo su trabajo de una forma excelente. Es
bueno hacer por nosotros mismos todo lo que se refiere al entierro, porque entonces no tenemos
tiempo de quedarnos en casa y esperar hasta que nos ahoga la desesperación. Durante ocho días corrí
de un lado a otro por Viena por las formalidades del entierro, de una oficina pública a otra, entonces
conocí otra vez al Estado en toda su brutalidad burocrática, así Reger. Las oficinas a las que tenemos
que ir en Viena en caso de entierro se encuentran muy lejos unas de otras y necesitamos por lo menos
una semana entera hasta haber resuelto todo lo que es necesario para un entierro. Siempre y por todas
partes dije, quiero sólo el entierro más sencillo para mi mujer, lo que no entendían, porque al fin y
al cabo todos los demás quieren siempre, como me consta, un entierro costoso. Cuántas fuerzas me
costó conseguir por fin el entierro más sencillo, dijo Reger. Sólo el hombre del ayuntamiento de
Wahring me comprendió, aquel hombre fue el único que me comprendió cuando dije, un entierro
sencillo, que no quería un entierro barato, como creían todos los otros, sino uno sencillo, todos
creían siempre que quería un entierro barato cuando decía un entierro sencillo, sólo el hombre del
ayuntamiento de Wahring me comprendió enseguida cuando dije, un entierro sencillo, y que quería
decir precisamente entierro sencillo y no un entierro barato . La verdad es que no se cree, una y
otra vez, lo tonta que puede ser realmente la gente con la que hay que vérselas en las oficinas
públicas, dijo Reger. Al fin y al cabo no creía que viviría este invierno, ni mucho menos que lo
pasaría, dijo entonces. La realidad es que, durante todo el año, he existido con una total falta de
interés, aparte de mis obligaciones de conciertos y aparte también de mis obritas de arte para el
Times, la verdad es que desde la muerte de mi mujer no me ha interesado ya nada; la verdad es que
nadie, incluido también usted, dijo Reger, desde hace meses no me intereso ni siquiera por usted.
Casi no leía y tampoco salía de casa, sólo a los conciertos, pero precisamente durante todo este año
pasado todos esos conciertos no valían la pena de ir y naturalmente también mis obras de arte para el
Times estaban en concordancia. A veces me pregunto por qué sigo informando realmente desde
Viena para el Times, cuando en esta Viena aturdida se ha llegado también en el terreno musical a una
decadencia francamente aterradora, porque la verdad es que aquí en Viena no se presenta ya ni en la
Konzerthaus, ni en la Musikverein nada extraordinario, los conciertos vieneses han perdido desde
hace tiempo su carácter único, y lo mismo que oye uno aquí hubiera podido oírlo ya mucho antes en
Hamburgo o en Zurich o en Dinkelsbühl, dijo Reger. Mi deseo de escribir no puede ser mayor, pero
lo que ofrecen los conciertos vieneses vale cada vez menos. El fanático de los conciertos que fui en
otro tiempo no lo soy ya desde hace mucho, dijo, fanático de la música sí, pero fanático de los
conciertos ya no, y también me resulta fatigoso ir a la Musikverein o a la Konzerthaus, al fin y al
cabo ninguna de las dos es para mí fácilmente accesible a pie y taxis no cojo y tampoco hay ningún
tranvía que lleve desde la Singerstrasse. Y la verdad es que el público de la Konzerthaus, en los
últimos tiempos, lo mismo que el público de la Musikverein, se ha vuelto muy ordinario y
provinciano, tengo que decir, se ha embrutecido y desde hace ya muchos años no es competente, lo
que resulta de lamentar. Los tiempos en que el cantante de todos los cantantes, George London,
cantaba el Don Giovanni en la Opera o la hija del carnicero Lipp la Reina de la Noche han pasado
definitivamente, y también los tiempos en que el sexagenario Menuhin en la Konzerthaus o el
quincuagenario Karajan en la Musikverein dirigían. Oímos nada más que a los mediocres, a los sin
valor. Los ídolos, los primeros, los más ideales y más competentes se han vuelto viejos e
incompetentes, dijo Reger. Esta generación actual, curiosamente, no plantea a la música las altísimas
exigencias que se planteaban a la música hace sólo quince o veinte años. Eso se debe a que escuchar
música se ha convertido en una trivialidad cotidiana a causa de la técnica. Oír música no es ya
nada extraordinario, por todas partes se oye música, esté uno donde esté, se ve francamente obligado
a oír música, en todos los cafés, en todas las consultas de médico, en todas las calles, hoy no se
puede ya escapar a la música, se quiere huir de ella, pero no se puede huir de ella, esta época está
totalmente rodeada de un fondo musical, ésa es la catástrofe, así Reger. En nuestra época ha
irrumpido la música total, por todas partes, entre el Polo Norte y el Polo Sur hay que oírla, sea en la
ciudad o en el campo, en el mar o en el desierto, así Reger. A la gente se le atiborra diariamente de
música desde hace ya tanto tiempo, que hace mucho que ha perdido todo sentido para la música. Ese
horror influye también, naturalmente, en los conciertos que hoy se escuchan, ya no existe lo
extraordinario, porque toda la música en el mundo entero es extraordinaria, y cuando todo es
extraordinario no hay, como es natural, nada que sea ya extraordinario, y resulta francamente
conmovedor, así Reger, cuando todavía algunos virtuosos ridículos se esfuerzan por ser
extraordinarios, ya no lo son porque no pueden serlo ya. El mundo está totalmente impregnado de
música total, dijo Reger, ésa es la desgracia, en cada esquina se oye música extraordinaria y
perfecta en tal medida que, en realidad, hace tiempo que hubiera habido que taparse todos los
conductos auditivos para no volverse loco. Los hombres de hoy padecen, porque no tienen ya otra
cosa, un consumismo musical enfermizo, así Reger, ese consumismo musical lo continuará la
industria, que dirige a los hombres de hoy, hasta que haya destruido a todos los hombres; se habla
tanto hoy de los desechos y de la química que lo destruyen todo, pero la música destruye todavía más
que los desechos y que la química, la música es lo que, en definitiva, destruirá totalmente todas y
cada una de las cosas, se lo digo yo. Primero la industria musical destruirá los conductos auditivos
de los hombres, y luego, como consecuencia lógica, a los hombres mismos, ésa es la verdad, así
Reger. Veo ya al hombre totalmente aniquilado por la industria musical, dijo Reger, a esas masas de
víctimas de la música que poblarán en definitiva los continentes con su hedor de cadáveres
musicales, mi querido Atzbacher, la industria musical tendrá un día a los hombres sobre su
conciencia, tendrá al final, con la mayor probabilidad, a toda la Humanidad sobre su conciencia, no
sólo la química y los desechos, se lo digo yo. La industria musical es el verdadero asesino de
hombres, la industria musical es el verdadero genocida de la Humanidad que, si la industria musical
continúa como hasta ahora, sólo en unos decenios no tendrá ya ninguna probabilidad, mi querido
Atzbacher, así Reger irritado. La verdad es que un hombre de oído sensible no podrá ya pronto salir
a la calle; si entra uno en un café, si entra en una fonda, si entra en unos almacenes, por todas partes,
lo quiera o no, tiene que oír música, y si viaja en tren o vuela en avión, la música lo persigue hoy por
todas partes. Esa música sin pausa es lo más brutal que la Humanidad de hoy tiene que soportar y
padecer, así Reger. De la mañana a la noche se atiborra a la Humanidad de Mozart y Beethoven, de
Bach y Hándel, dijo Reger, ya puede ir uno a donde quiera, que no escapará a esa tortura. Al fin y al
cabo es francamente un milagro, dijo Reger, que no se oiga ya ininterrumpidamente música en el
Kunsthistorisches Museum, sólo faltaría eso. Después del entierro de mi mujer me encerré durante
seis semanas en el piso de la Singerstrasse sin dejar entrar siquiera al ama de llaves, así Reger.
Inmediatamente después del entierro él entró en el templo cercano y encendió una vela, sin saber
realmente por qué, y lo curioso es que, al salir del templo, entró directamente en la iglesia de San
Esteban y encendió allí también una vela, sin saber tampoco en ese caso por qué. Después de haber
encendido una vela en la iglesia de San Esteban, bajó un trecho por la Wollzeile con el pensamiento
de matarse. Sin embargo, no tenía ninguna idea precisa de cómo me mataría y finalmente pude
expulsar de mi cabeza el pensamiento de matarme, por lo menos por breve tiempo. Tenia la opción
entre un deambular por la ciudad de días y quizá semanas y un encierro de semanas , así me dijo
Reger a mí, y me decidí por el encierro de semanas. Después del entierro de su mujer no había
querido ver ya a nadie y, al principio, tampoco había querido comer ya, pero beber durante todo el
día sólo agua clara no lo soporta nadie más de tres o cuatro días, y la verdad es que adelgazó muy
rápidamente y una mañana, de repente, apenas tuvo fuerzas para levantarse, eso fue una señal, así
me dijo Reger, y otra vez empecé a comer y luego empecé otra vez a ocuparme de Schopenhauer,
precisamente mi mujer y yo nos estábamos ocupando de Schopenhauer cuando ella se cayó a mis
espaldas y se rompió el llamado cuello del fémur, así Reger pensativamente. Durante esas seis
semanas de encierro sólo sostuve algunas conversaciones telefónicas con el administrador de mis
bienes y leí a Schopenhauer, eso me salvó probablemente, así Reger, aunque no estoy seguro de si es
acertado haberme salvado, probablemente, así Reger, hubiera sido mejor no haberme salvado,
haberme matado. Pero la verdad es que sólo el hecho de que, en relación con el entierro, hubiera
tenido que hacer tantas gestiones, no me dejó tiempo para matarme. Si no nos matamos enseguida, la
verdad es que no nos matamos ya, eso es lo espantoso. Tenemos el deseo de estar muertos
exactamente como nuestro ser querido, pero sin embargo no nos matamos, pensamos en ello, pero no
lo hacemos, dijo Reger. Curiosamente, en esas seis semanas no soportaba ninguna clase de música, ni
una sola vez me senté al piano, una vez, con el pensamiento, hice un intento con un pasaje de El
clave bien temperado, pero renuncié inmediatamente a ese intento, no fue la música lo que me
salvó en esas seis semanas, fue Schopenhauer, una y otra vez unas líneas de Schopenhauer , así
Reger. Tampoco fue Nietzsche, sólo Schopenhauer . Me sentaba en la cama y leía unas líneas de
Schopenhauer y reflexionaba sobre ellas y volvía a leer unas frases de Schopenhauer y reflexionaba
sobre ellas, así Reger. Después de cuatro días de sólo beber agua y leer a Schopenhauer, comí por
primera vez un pedazo de pan, que estaba tan duro que tuve que cortarlo de la hogaza con un hacha de
cortar carne. Me senté en el taburete de la ventana del lado de la Singerstrasse, ese espantoso asiento
de Loos, y miré abajo a la Singerstrasse. Figúrese, finales de mayo y había una ventisca de nieve,
dijo. Me espantaban los hombres. Los contemplaba desde el piso, allí abajo en la Singerstrasse,
yendo de un lado a otro, bien forrados de prendas de vestir y de comestibles, y me daban asco.
Pensé, no quiero volver con esos hombres, no con esos hombres y al fin y al cabo no hay otros, así
Reger. Mientras miraba abajo a la Singerstrasse tuve conciencia de que no había otros hombres que
los que iban de un lado a otro allí abajo en la Singerstrasse. Miraba abajo a la Singerstrasse y
aborrecía a aquellos hombres y pensaba, no quiero volver con esos hombres, así Reger. A esa bajeza
y esa mezquindad no quiero volver, me dije, así Reger. Saqué varios cajones de varias cómodas y
miré en ellos y cogí una y otra vez fotografías y escritos y correspondencia de mi mujer y los fui
poniendo sobre la mesa y lo fui mirando poco a poco todo, mi querido Atzbacher, como soy sincero,
tengo que decir que mientras tanto lloraba. De pronto dejé libre curso a mis lágrimas, hacía decenios
que no lloraba y de repente dejé libre curso a mis lágrimas, así Reger. Estaba allí sentado y daba
curso libre a mis lágrimas y lloraba y lloraba y lloraba, así Reger. Durante años no había llorado, no
desde mi infancia, y de repente dejé libre curso a mis lágrimas, me dijo Reger en el Ambassador. Al
fin y al cabo no tengo nada que esconder ni nada que callar, dijo, a mis ochenta y dos años no tengo
lo más mínimo que esconder ni que callar, dijo Reger, y por lo tanto tampoco tengo que callar que,
de repente, lloré a lágrima viva y una y otra vez lloré a lágrima viva, durante días enteros lloré a
lágrima viva, así Reger. Estaba allí sentado y miraba las cartas que había escrito mi mujer en el
transcurso del tiempo y leía las notas que había tomado en el transcurso del tiempo y lloraba a
lágrima viva. Nos acostumbramos naturalmente durante decenios a un ser humano y lo amamos
durante decenios y lo amamos en definitiva más que a cualquier otro y nos encadenamos a él y,
cuando lo perdemos, es realmente como si lo hubiéramos perdido todo. Siempre había creído que era
la música la que lo significaba todo para mí, a veces al fin y al cabo también que era la filosofía, la
literatura elevada y más elevada y elevadísima, lo mismo que, en general, que era sencillamente el
arte, pero todo eso, todo el arte, el que sea, no es nada en comparación con ese único ser querido.
Cuántas cosas hemos hecho a ese único ser querido, dijo Reger, en cuántos miles y cientos de miles
de sufrimientos hemos precipitado a ese ser al que, más que a cualquier otro, hemos querido, cómo
hemos atormentado a ese ser y, sin embargo, lo hemos querido más que a cualquier otro, dijo Reger.
Cuando el ser querido por nosotros más que cualquier otro del mundo ha muerto, nos deja con
horribles remordimientos, dijo Reger, con espantosos remordimientos, con los que tenemos que
existir después de su muerte y en los que un día nos asfixiaremos, dijo Reger. Todos esos libros y
escritos que he reunido durante mi vida y que he llevado a mi piso de la Singerstrasse, para abarrotar
todas esas estanterías, no me habían servido al final de nada, mi mujer me había dejado solo y todos
esos libros y escritos eran ridículos. Creemos que podemos aferramos entonces a Shakespeare o a
Kant, pero es un error. Shakespeare y Kant y todos los demás que hemos levantado en el curso de
nuestra vida como lo que llamamos Grandes nos dejan en la estacada precisamente en el momento en
que los hubiéramos necesitado tanto, así Reger, no son ninguna solución para nosotros ni son para
nosotros ningún consuelo, de repente sólo nos resultan repugnantes y extraños, todo lo que esos, así
llamados, Grandes e Importantes, pensaron y por añadidura escribieron nos deja fríos, así Reger.
Creemos siempre que podemos confiar en esos, así llamados, Importantes y Grandes, lo que sean, en
el momento decisivo, es decir, en el momento decisivo para nuestras vidas, pero es un error,
precisamente en el momento decisivo para nuestras vidas todos esos Importantes y Grandes y, como
suele decirse, Inmortales, nos dejan solos, no nos dan más que el hecho de que también entre ellos
estamos solos, abandonados a nosotros mismos en un sentido totalmente horrible, así Reger. Única y
exclusivamente Schopenhauer me ayudó, porque sencillamente abusé de él para mi objetivo de
sobrevivir, así Reger a mí en el Ambassador. Si todos los otros, incluidos por ejemplo Goethe,
Shakespeare, Kant, me repugnaban, me precipité sencillamente sobre Schopenhauer en mi
desesperación y me senté con Schopenhauer en el taburete del lado de la Singerstrasse para poder
sobrevivir, porque la verdad es que de repente quería sobrevivir y no morir, no seguir a mi mujer en
la muerte sino quedarme ahí, permanecer en el mundo, me oye, Atzbacher, así Reger en el
Ambassador. Pero naturalmente sólo tuve con Schopenhauer una oportunidad de sobrevivir porque
abusé de él para mi objetivo y lo falsifiqué realmente de la forma más innoble, así Reger, al
convertirlo sencillamente en un medicamento de supervivencia, lo que en realidad no es en absoluto,
lo mismo que tampoco los otros que ya he nombrado. Nos confiamos durante toda la vida a los
Grandes Ingenios y a los, así llamados, Maestros Antiguos, así Reger, y nos vemos luego
mortalmente decepcionados por ellos, porque no cumplen su finalidad en el momento decisivo.
Atesoramos los Grandes Ingenios y los Maestros Antiguos y creemos que podremos luego, en el
momento decisivo de supervivencia, usarlos para nuestros fines, lo que no quiere decir otra cosa que
abusar de ellos para nuestros fines, lo que resulta ser un error mortal. Llenamos nuestra caja fuerte
espiritual de esos Grandes Ingenios y Maestros Antiguos y recurrimos a ellos en el momento decisivo
para nuestras vidas; pero cuando abrimos esa caja fuerte espiritual, está vacía, ésa es la verdad, nos
quedamos ante esa caja fuerte espiritual vacía y vemos que estamos solos y realmente por completo
sin recursos, así Reger. El hombre atesora en todos los campos durante toda la vida y al final se
encuentra vacío, así Reger, también en lo que se refiere a su patrimonio espiritual. Qué monstruoso
patrimonio espiritual he atesorado, así Reger en el Ambassador, y al final me encuentro totalmente
vacío. Sólo mediante una artimaña innoble conseguí abusar de Schopenhauer para mi objetivo, es
decir, para mi objetivo de sobrevivir. De pronto sabe uno lo que es el vacío, cuando está ante miles y
miles de libros y escritos que lo han dejado a uno totalmente solo, que de pronto no son para uno
nada más que precisamente ese vacío horrible, así Reger. Cuando uno ha perdido a su ser más
próximo, todo le resulta vacío, ya puede mirar adonde quiera, todo está vacío y uno mira y remira y
ve que todo está realmente vacío y de hecho para siempre, así Reger. Y uno comprende que no son
esos Grandes Ingenios ni esos Maestros Antiguos los que lo han mantenido vivo durante decenios,
sino sólo ese ser único, al que quiso más que a ningún otro. Y en medio de esa comprensión y con
esa comprensión está uno solo y nada ni nadie lo ayuda, así Reger. Se encierra uno en su piso y
desespera, así Reger, y desespera de día en día más profundamente y cae de semana en semana en
una desesperación más desesperada aún, así Reger, pero de repente sale uno de esa desesperación.
Se levanta y sale de esa desesperación mortal, todavía tiene fuerzas para salir de esa desesperación
profundísima, así Reger, de pronto me levanté del taburete del lado de la Singerstrasse y salí de mi
desesperación y bajé a la Singerstrasse, así Reger, y me interné unos centenares de metros en el
centro de la ciudad; me levanté del taburete del lado de la Singerstrasse y salí de la vivienda y me
interné en el centro de la ciudad con el pensamiento de hacer entonces otro único intento, un intento
de supervivencia, así Reger. Salí del piso de la Singerstrasse y pensé, haré otro único intento de
supervivencia y, con ese pensamiento, me interné en el centro de la ciudad, así Reger. Y ese intento
de supervivencia tuvo éxito, probablemente me levanté de mi taburete del lado de la Singerstrasse y
bajé y me interné en el centro de la ciudad en el momento decisivo y probablemente en el último
momento posible, así Reger. Naturalmente luego, al estar otra vez en casa en mi piso, tuve un
retroceso tras otro, eso puede imaginárselo, que no había acabado con ese único intento de
sobrevivir, tuve que hacer luego muchos cientos de esos intentos de sobrevivir , pero los hice una y
otra vez y una y otra vez me levanté del taburete del lado de la Singerstrasse y fui a la calle y
realmente anduve luego otra vez entre hombres, entre los hombres y finalmente me salvé, así Reger.
Naturalmente me pregunto si fue acertado y no precisamente un error el haberme salvado, pero de eso
no se trata, así Reger. Queremos con insistencia seguir a alguien en la muerte y luego no lo
queremos, así Reger, en medio de esa tortura desesperante existo, sépalo usted, desde hace más de un
año ya. Aborrecemos a los hombres y, sin embargo, queremos estar con ellos, porque sólo con los
hombres y entre ellos tenemos una oportunidad de seguir viviendo y no volvernos locos. La verdad
es que la soledad no la soportamos tanto tiempo, así Reger, creemos que podemos estar solos,
creemos que podemos estar abandonados, nos convencemos de que podemos seguir adelante solos,
así Reger, pero es una quimera. Creemos poder arreglárnoslas sin los hombres, en efecto, creemos
incluso poder arreglárnoslas sin nadie y al fin y al cabo nos imaginamos que sólo tenemos una
oportunidad si estamos solos con nosotros mismos, pero eso es una quimera. Sin hombres no tenemos
la menor oportunidad de sobrevivir, dijo Reger, por muchos que sean los Grandes Ingenios y por
muchos los Maestros Antiguos que hayamos tomado por compañeros, no sustituyen a nadie, así
Reger, al final nos dejan solos todos esos, así llamados, Grandes Ingenios y esos, así llamados,
Maestros Antiguos y vemos por añadidura que esos Grandes Ingenios y Maestros Antiguos se
burlan de nosotros de la forma más innoble y comprobamos que con todos esos Grandes Ingenios y
con todos esos Grandes Maestros sólo hemos existido siempre en una relación de burla. Al principio,
en el piso de la Singerstrasse, como queda dicho, sólo comía pan y agua, luego, alrededor del octavo
o el noveno día, un poco de carne en lata, que él mismo se cocinaba en la cocina, ablandaba ciruelas
secas y se las comía con fideos cocidos en agua hirviente, lo que le daba siempre náuseas. Al octavo
o el noveno día, sin embargo, hizo volver al ama de llaves y la envió a buscar comida al Hotel
Royal, situado frente a su vivienda. Me sentaba allí como un perro y comía, así Reger. Con el Hotel
Royal llegué a un acuerdo conveniente, a partir de finales de mayo me proporcionaba por medio
del ama de llaves, ¡a la que siempre llamamos Stella, aunque se llama Rosa!, así Regar, una sopa y
un plato principal en platos de aluminio comprador expresamente con ese fin. Pagaba dos
raciones, así me dijo Reger en el Ambassador, me comía media y el ama de llaves se comía una y
media, así Reger. Comía la comida del Royal con cierta repugnancia, así Reger, pero me la comía,
porque no tenía otro remedio, me la comía porque tenía que comérmela, así Reger, pero la verdad es
que durante la comida me daban ya nauseas, sólo al ver al ama de llaves, que durante la comida,
como es natural, se sentaba enfrente, nunca he podido soportar a esa ama de llaves, al fin y al cabo
fue siempre también el ama de llaves de mi mujer, yo nunca hubiera contratado a esa persona, así
Reger, a esa persona estúpida, falsa, así Reger, que realmente se sentaba frente a mí y se comía una
ración y media de la comida del Royal, mientras yo me comía sólo media. Aceptamos las amas de
llaves porque, si no, nos asfixiaríamos en nuestra suciedad, dijo Reger en el Ambassador, pero en
conjunto son siempre repulsivas. Dependemos de las amas de llaves, así son las cosas, así Reger.
Además, ella siempre volvía del Royal con una comida que quería comer ella, que había elegido
para ella, no con una comida que me hubiera gustado a mí. Lo que más le gusta es la carne de cerdo,
y por eso traía siempre carne de cerdo, pero yo, si se me pregunta, sólo como carne de vaca, así
Reger. Siempre he sido comedor de carne de vaca, las amas de llaves son sin excepción comedoras
de carne de cerdo. Después de la muerte de mi mujer y, de hecho, inmediatamente ya después del
entierro, así Reger, el ama de llaves me señaló que mi mujer le había legado esto o aquello, así
Reger, aunque sé que mi mujer no legó al ama de llaves absolutamente nada, porque mi mujer nunca
pensó en morirse y no habló con nadie sobre legados ni sobre herencias , ni siquiera conmigo, ni
mucho menos con el ama de llaves. Pero el ama de llaves vino a verme ya inmediatamente después
del entierro y me dijo que mi mujer le había legado esto y aquello, vestidos, zapatos, vajilla, telas,
etcétera. La verdad es que las amas de llaves no retroceden ante ninguna cosa penosa, así Reger en el
Ambassador. Son totalmente desvergonzadas en sus exigencias. Siempre y por todas partes se elogia
a las amas de llaves, aunque la gente sabe muy bien que las amas de llaves actuales no son dignas de
elogio, las amas de llaves actuales son repulsivas en sus exigencias y totalmente descuidadas en su
trabajo, pero la gente finge que las amas de llaves son dignas de elogio porque depende de ellas, dijo
Reger en el Ambassador. Nunca pensó mi mujer ni por un momento en legar nada al ama de llaves, al
fin y al cabo mi mujer, sólo dos días antes de su muerte no sospechaba que iba a morir, ¿cómo
hubiera podido prometer nada al ama de llaves?, así Reger. Miente, pensé, cuando el ama de llaves
me señaló que mi mujer le había prometido diversos objetos, todavía no habían salido del
cementerio los asistentes al entierro cuando el ama de llaves estaba ya ante mí diciendo que mi mujer
le había prometido esto y aquello. Defendemos a la gente una y otra vez, porque no podemos creer ni
queremos creer en absoluto que pueda ser tan innoble, hasta que una y otra vez comprobamos que es
tan innoble como no hubiéramos creído posible. Varias veces dijo el ama de llaves, todavía estaba
yo de pie ante la tumba abierta, la palabra sartén, así Reger, imagínese, una y otra vez la palabra
sartén mientras yo estaba aún ante la tumba abierta. Durante semanas me importunó el ama de llaves
con la mentira infame de que mi mujer le había prometido muchas cosas. Sin embargo, como suele
decirse, hice oídos sordos. Sólo tres meses después de la muerte de mi mujer le dije al ama de llaves
que, de los vestidos que había destinado a las sobrinas de mi mujer, podía elegir algunos, y que
también podía coger de los cacharros de cocina lo que le pareciera útil. ¡Qué piensa que hizo
entonces el ama de llaves!, así Reger, esa persona cogió brazadas enteras de prendas de vestir y
llenó con ellas sacos enteros de cien kilos que había preparado y atiborró una y otra vez con
brazadas enteras de vestidos de mi mujer esos sacos de cien kilos, hasta que no cupo nada más en
esos sacos. Y o estaba allí atónito, observando la escena. Como loca, el ama de llaves recorrió el
piso agarrando todo lo que podía agarrar. Al final tenía cinco sacos de cien kilos llenos y había
metido a la fuerza en tres grandes maletas todo lo que no había podido meter en los sacos de cien
kilos. Al final apareció también su hija, para, juntamente con ella, bajar los sacos y las maletas a la
Singerstrasse, a la que había venido la hija con una camioneta alquilada. Cuando las dos habían
bajado todos los sacos y maletas a la Singerstrasse, el ama de llaves puso en el suelo además
docenas de cacharros de cocina, sin preguntarme siquiera si estaba de acuerdo en que se llevara
además todos esos cacharros. Al fin y al cabo, me dejaba aún este o aquel cacharro, dijo, mientras
ataba aquellas cacerolas con una cuerda pasada por las asas de los cacharros para poderlos bajar
más fácilmente a la Singerstrasse. Yo estaba allí atónito contemplando al ama de llaves y a su hija
mientras, como posesas, arrastraban también aquellos cacharros fuera del piso. La verdad es que mi
mujer no vio nunca a la hija del ama de llaves, así Reger, si la hubiera visto una sola vez en los
muchos años en que el ama de llaves estuvo ya a nuestro servicio, su vista la hubiera espantado, así
Reger. Cuanto más ponemos en las personas, como suele decirse, y cuanto mejor nos portamos con
ellas, tanto más horriblemente nos pagan, dijo Reger en el Ambassador. Esa experiencia con el ama
de llaves y su hija me enseñó realmente otra vez lo abismalmente espantoso que puede ser el ser
humano, así Reger. Las llamadas clases bajas son, ésa es la verdad, igual de innobles y abyectas e
igual de falsas que las altas. Al fin y al cabo ésa es una de las características más repelentes de
nuestra época, que siempre se afirma que las llamadas gentes sencillas y las llamadas oprimidas son
buenas y las otras malas, ésa es una de las falsedades más repugnantes que conozco, así Reger. Los
hombres son en conjunto igualmente abyectos e innobles y falsos, así Reger. La llamada ama de
llaves no es en nada mejor que los llamados señores y la verdad es que realmente hoy ocurre a la
inversa, como al fin y al cabo todo es hoy a la inversa, dijo Reger, la verdad es que el ama de llaves
es hoy la señora, y no a la inversa. Los llamados impotentes son hoy, al fin y al cabo, los potentes, y
no a la inversa, dijo Reger en el Ambassador. Mientras él miraba El hombre de la barba blanca, yo
oía lo que me había dicho en el Ambassador, que hoy todo era a la inversa, una y otra vez, hoy es
todo a la inversa. Yo estaba aún ante la tumba abierta, y el ama de llaves trataba de convencerme
afirmando que mi mujer le había legado el abrigo verde de invierno que se compró en Badgastein.
Precisamente esa prenda hermosa y cara iba a dejarle mi mujer al ama de llaves, dijo Reger irritado.
Esas gentes se aprovechan de cualquier situación y no retroceden ante nada, por tontas que sean esas
gentes, hacen que todo, hasta lo más repulsivo, redunde en su provecho. Y nos dejamos engañar una y
otra vez por esas gentes, porque en las contrariedades cotidianas, como es natural, nos superan. La
verdad es que la hipocresía de lo popular es también repulsiva, dijo Reger, ese comprometerse con
el pueblo que tan característico es, por ejemplo, de los políticos. Si tenemos una idea idealista,
siempre resulta muy pronto que esa idea no es más que una idea absurda, así Reger, y dijo que
debemos saber envejecer, no hay nada más repulsivo que el congraciarse con la juventud, eso me ha
repelido siempre profundamente, el que una persona de edad se congracie con la juventud, mi
querido Atzbacher, y dijo que el hombre de hoy es el hombre entregado, el hombre sin protección,
hoy tenemos un hombre totalmente entregado y totalmente sin protección, hace sólo un decenio los
hombres se sentían todavía un tanto protegidos, pero hoy están abandonados a una total ausencia de
protección, dijo Reger en el Ambassador. No pueden ya esconderse, no hay ya escondite, eso es lo
horrible, así Reger, todo se ha vuelto totalmente transparente y, con ello, totalmente sin protección;
eso quiere decir que hoy ya no hay posibilidades de fuga, los hombres, dondequiera que se
encuentren, se ven hoy seguidos y perseguidos y huyen y se escapan y no encuentran ya un agujero en
el que poderse refugiar, a no ser que vayan a la muerte, ésa es la realidad, así Reger, eso es lo
intranquilizador, porque el mundo no es ya tranquilizador, nada más que intranquilizador. Tenemos
que conformarnos con ese mundo intranquilizador, Atzbacher, lo quiera uno o no, está entregado de
pies y manos a ese mundo intranquilizador y si se trata de convencerle de que no es así, se trata de
convencerle de una mentira, esa mentira con que hoy le atruenan a uno ininterrumpidamente los oídos
y en la que se han especializado sobre todo los políticos y los charlatanes políticos, así Reger. El
mundo no es más que algo intranquilizador en donde nadie encuentra ya protección, ni uno sólo, así
Reger en el Ambassador. Entonces Reger miró El hombre de la barba blanca y dijo, la verdad es
que la muerte de mi mujer no es sólo mi mayor desgracia, también me liberó. Con la muerte de mi
mujer me volví libre, dijo, y cuando digo libre, quiero decir totalmente libre, libre en mi totalidad,
completamente libre, si sabe usted o sospecha al menos lo que eso quiere decir. Ya no espero la
muerte, vendrá por sí misma sin que piense en ella, si viene, me resulta totalmente indiferente
cuándo. La muerte del ser querido es también la monstruosa liberación de todo nuestro sistema, dijo
Reger entonces. Con esa sensación, la de que ahora soy completamente libre, existo ya desde hace
bastante tiempo. Ahora puedo dejar que todo me llegue, realmente todo, sin tenerme que defender
contra ello, ya no me defiendo, así son las cosas, así Reger entonces. Mirando El hombre de la
barba blanca dijo, realmente me ha gustado siempre El hombre de la barba blanca, Tintoretto no me
ha gustado, pero sí El hombre de la barba blanca de Tintoretto. Desde hace más de treinta años miro
ese cuadro y todavía puedo seguir mirándolo, no hubiera podido mirar ningún otro cuadro más de
treinta años. Los Maestros Antiguos cansan rápidamente, si los miramos sin escrúpulos, y
decepcionan siempre si los sometemos a una contemplación detallada, si, por decirlo así, los
convertimos en objeto brutal de nuestro entendimiento crítico. La verdad es que esa forma de
contemplación realmente crítica no la resiste ninguno de los llamados Maestros Antiguos, así Reger
ahora. Leonardo, Miguel Angel, Tiziano, se nos deshacen ante los ojos increíblemente deprisa y al
final un arte de supervivencia, aunque sea genial e indigente, se revela como un indigente intento de
supervivencia. Goya es un bocado más resistente, dijo Reger, pero tampoco Goya nos sirve ni
representa en fin de cuentas nada. Todo lo que hay en el Kunsthistorisches Museum, que no tiene
ningún Goya, dijo Reger ahora, no significa ya para nosotros en fin de cuentas, es decir, en el punto
decisivo de nuestra existencia, nada. En todos esos cuadros comprobamos más pronto o más tarde,
si los estudiamos insistentemente, alguna torpeza, en efecto, realmente hasta en las creaciones más
grandes y más importantes, un defecto, si somos inflexibles, un grave defecto que poco a poco nos
quita el gusto por todos esos cuadros, probablemente porque hemos puesto demasiado altas nuestras
exigencias, así Reger. El arte en conjunto no es al fin y al cabo otra cosa que un arte de
supervivencia, no debemos descuidar ese hecho, no es en definitiva, una y otra vez, más que el
intento, de una forma que afecta incluso a la inteligencia, de hacer frente a este mundo y sus
contrariedades, lo que al fin y al cabo, como sabemos, sólo es posible sobre todo, una y otra vez,
utilizando la mentira y la falsedad, la hipocresía y el autoengaño, así Reger. Esos cuadros están
llenos de mentira y de falsedad y llenos de hipocresía y de autoengaño, si prescindimos de su
habilidad con mucha frecuencia genial, no hay otra cosa en ellos. Todos esos cuadros son además
expresión del absoluto desvalimiento del hombre para arreglárselas consigo mismo y con todo lo que
le rodea durante toda su vida. La verdad es que eso es lo que expresan todos esos cuadros, ese
desvalimiento que por una parte humilla a la cabeza y por otra parte aterra a esa cabeza y la
conmueve a muerte, así Reger. El hombre de la barba blanca ha resistido más de treinta años a mi
inteligencia y mi sentimiento, así Reger, por esa razón es lo más precioso que se expone aquí en el
Kunsthistorisches Museum. Como si lo hubiera sabido ya hace más de treinta años, me senté por
primera vez, hace ya más de treinta años, en este banco de aquí, exactamente frente a El hombre de
la barba blanca. La verdad es que todos esos, así llamados, Maestros Antiguos son fracasados, sin
excepción estaban todos condenados al fracaso y el observador puede comprobar ese fracaso en
cada detalle de sus trabajos, en cada pincelada, así Reger, en el más pequeño y más pequeñísimo
detalle. Prescindiendo de que todos esos llamados Maestros Antiguos siempre pintaron sólo algún
detalle de sus cuadros de forma realmente genial, ni uno sólo de ellos pintó un cuadro genial al ciento
por ciento, eso no lo consiguió nunca ninguno de esos, así llamados, Maestros Antiguos; o fracasaron
en la barbilla o en la rodilla o en los párpados, así Reger. La mayoría fracasó en las manos, no hay
en el Kunsthistorisches Museum ni un solo cuadro en el que pueda verse alguna mano genialmente
pintada o aunque sólo sea extraordinariamente pintada, sólo, una y otra vez, esas manos fracasadas
de forma tan tragicómica, así Reger, mire usted todos esos retratos, hasta los más famosos. Tampoco
pintar una barbilla aunque sólo sea extraordinaria o una rodilla realmente lograda lo consiguió
ninguno de esos, así llamados, Maestros Antiguos. El Greco no supo nunca pintar una mano, las
manos de El Greco parecen siempre trapos de cocina húmedos y sucios, dijo entonces Reger, pero la
verdad es que no hay ningún Greco en el Kunsthistorisches Museum. Y Goya, del que tampoco hay
nada en el Kunsthistorisches Museum, se guardó de pintar claramente ni una sola mano, en lo que se
refiere a las manos goyescas hasta Goya se quedó en el diletantismo, ese Goya monstruoso y horrible
que yo sitúo por encima de todos los pintores que han pintado nunca, así Reger. Y luego es al fin y al
cabo francamente deprimente ver siempre sólo en este Kunsthistorisches Museum un arte que hay que
calificar de arte estatal, de arte estatal habsburgocatólico enemigo del espíritu. Desde hace decenios
siempre es lo mismo, vengo al Kunsthistorisches Museum y pienso, ¡el Kunsthistorisches Museum no
tiene ni un Goya! Que no tenga ningún Greco no es al fin y al cabo, en lo que se refiere a mí y a mi
concepción del arte, ninguna desgracia, pero que el Kunsthistorisches Museum no tenga ningún Goya
es realmente una desgracia, así Reger. Si aplicamos un criterio mundial, así Reger, tenemos que decir
que el Kunsthistorisches Museum, muy en contra de su reputación, no es ningún museo de primera
clase, porque al fin y al cabo no tiene al gran, al eminente Goya. A eso se añade que el
Kunsthistorisches Museum corresponde totalmente al gusto artístico de los Habsburgos, esos
Habsburgos que al fin y al cabo, al menos en lo que a la pintura se refiere, tuvieron un gusto artístico
católico repulsivo y totalmente enemigo del espíritu. Por la pintura no tuvieron los católicos
Habsburgos mucho más interés que por la literatura, porque la pintura y la literatura les parecieron
siempre las artes peligrosas, a diferencia de la música, que nunca podía resultarles peligrosa y que,
precisamente porque eran tan carentes de espíritu, esos Habsburgos católicos, hicieron que
floreciera plenamente, como leí una vez en lo que se llama un libro de arte. La falsedad de los
Habsburgos, la debilidad mental de los Habsburgos, la perversidad religiosa de los Habsburgos
cuelga de todas esas paredes, ésa es la verdad, así Reger. Y en todos esos cuadros, hasta en los
paisajes, ese perverso infantilismo de la fe católica. La innoble hipocresía de la Iglesia, hasta en los
cuadros de la más alta, de altísima pretensión pictórica, eso es lo repulsivo. Todo lo expuesto en el
Kunsthistorisches Museum tiene una aureola católica, ni siquiera excluyo a Giotto, así Reger. Esos
repugnantes venecianos que, con cada manaza que pintaron, se aferran al cielo católico prealpino,
dijo ahora. En el Kunsthistorisches Museum no puede verse ni un solo rostro pintado naturalmente,
una y otra vez sólo semblantes católicos. Contemple usted alguna vez, durante bastante tiempo, una
cabeza bien pintada, al final será sólo católica, así Reger. Hasta la hierba de esos cuadros crece
como hierba católica y hasta la sopa de los cuencos de sopa holandeses no es más que sopa católica,
dijo entonces Reger. Eso es un catolicismo pintado y desvergonzado, y nada más, así Reger. La
verdad es que durante estos treinta y seis años sólo he venido al Kunsthistorisches Museum porque
aquí, durante todo el año, reina la temperatura ideal de dieciocho grados Celsius, que no sólo es la
mejor para el lienzo de estas obras de arte sino también para mi piel y, sobre todo, también para mi
cabeza, sumamente sensible, así Reger. Contemplación detenida del arte, métodos suicidas,
adquisición de cierta maestría con la edad, dijo entonces Reger. Ningún derecho adquirido en el
Kunsthistorisches Museum, dijo, en el fondo odio al arte, locura artística irreparable.
Indudablemente, mi querido Atzbacher, estamos ya casi en el apogeo de nuestra época de caos y
cursilería, dijo, y: al fin y al cabo toda esta Austria no es otra cosa que un Kunsthistorisches Museum,
una hipocresía democrática católico-nacionalsocialista, horrible, dijo. Una basura caótica es esta
Austria de hoy, este pequeño Estado ridículo, que chorrea sobreestimación y que ahora, cuarenta
años después de la llamada Segunda Guerra Mundial, ha alcanzado su punto más bajo absoluto, sólo
como algo totalmente amputado; este pequeño Estado ridículo, en el que el pensamiento se ha
extinguido y en el que, desde hace ya medio siglo, no reinan más que la baja estupidez políticoestatal
y la tontería beatamente estatal, así Reger. Mundo confuso, brutal, dijo. Demasiado viejo para
desaparecer, dijo, soy demasiado viejo para irme, Atzbacher, ¡ochenta y dos, me oye! ¡Siempre he
estado solo! Ahora estoy definitivamente en la trampa, Atzbacher. Adondequiera que miremos hoy en
este país, vemos una letrina de ridiculez, dijo Reger. Locura de masas catastrófica, dijo. Todos son
más o menos depresivos, sabe usted, y al fin y al cabo tenemos, con Hungría, la tasa de suicidios más
alta de toda Europa. A menudo he pensado que me iría a Suiza, pero Suiza sería para mí mucho peor
aún. No puede usted saber cómo quiero a nuestro país, dijo Reger, pero aborrezco profundamente a
este Estado actual; con este Estado no quiero tener nada que ver en el futuro, es cada día más
repugnante. Toda la gente que actúa y gobierna hoy en este Estado tiene sólo espantosos rostros
primitivos y sin espíritu, en este país en bancarrota no se ve más que un gigantesco montón de
aterradora basura fisonómica, dijo. Qué cosas pensamos y qué cosas decimos, y creemos que somos
competentes pero no lo somos, eso es la comedia, y si preguntamos, ¿qué va a ocurrir ahora?, eso es
la tragedia, mi querido Atzbacher. Apareció Irrsigler trayendo el Times, que Reger le había pedido,
al fin y al cabo sólo tenía que salir del Kunsthistorisches Museum y cruzar la calle, hay allí un puesto
de periódicos. Reger cogió el Times y se levantó y salió de la Sala Bordone y con un paso, según
pensé, más enérgico que de costumbre, bajó la gran escalera central y salió al aire libre, yo lo seguí.
Ante el vulgar monumento a María Teresa se detuvo y dijo que, probablemente, yo estaba muy
extrañado por el hecho de que, hasta entonces, no me hubiera dicho la verdadera razón de por qué
había querido encontrarse conmigo hoy otra vez en el Kunsthistorisches Museum. No di crédito a mis
oídos cuando dijo que había comprado dos entradas, dos magníficas butacas de patio para El
cántaro roto en el Burgtheater y que la verdadera razón de haberme pedido que viniera hoy otra
vez al Kunsthistorisches Museum había sido proponerme que fuera con él a ver El cántaro roto en el
Burgtheater. Sabe usted, desde hace años no he estado en el Burgtheater y nada aborrezco más que el
Burgtheater, realmente nada más que el arte dramático en general, dijo, pero ayer pensé que iría
hoy al Burgtheater a ver El cántaro roto. Mi querido Atzbacher, así Reger, no sé cómo se me ocurrió
la idea de ir hoy y, de hecho, con usted y con nadie más, al Burgtheater, a ver El cántaro roto. Puede
usted tomarme por loco, dijo Reger entonces, al fin y al cabo mis días están contados; realmente
pensé que viniera usted conmigo al Burgtheater, en fin de cuentas El cántaro roto es la mejor
comedia alemana y el Burgtheater es por añadidura el primer teatro del mundo. Durante tres horas me
ha torturado el pensamiento de tener que decirle que me acompañara a El cántaro roto, porque solo
no iré a El cántaro roto, dijo entonces Reger, escribe Atzbacher, durante tres horas torturadoras
pensé en cómo le diría que había comprado dos entradas para El cántaro roto y que al hacerlo sólo
había pensado en usted y en mí, porque durante decenios sólo ha oído usted de mí que el Burgtheater
es el teatro más espantoso del mundo y ahora, de repente, tiene que venir usted conmigo a El cántaro
roto en el Burgtheater , algo que ni siquiera Irrsigler comprende. Coja usted la segunda entrada,
dijo, y venga esta noche conmigo al Burgtheater, comparta conmigo el placer de esa locura
perversa, mi querido Atzbacher, dijo Reger, escribe Atzbacher. Sí, le dije a Reger, escribe
Atzbacher, si es su deseo expreso, y Reger dijo, sí, es mi deseo expreso y me dio la segunda entrada.
Realmente estuve esa noche con Reger en el Burgtheater viendo El cántaro roto, escribe Atzbacher.
La representación fue espantosa.
THOMAS BERNHARD (Heerlen, Países Bajos, 1931 - Gmunden, Austria, 1989). Poeta, prosista y
dramaturgo austriaco considerado como uno de los más grandes autores de la literatura en lengua
alemana posterior a la Segunda Guerra Mundial. Después de seguir estudios de música, se orientó
hacia la literatura, y desde su primera novela, Helada (1963), desarrolló un universo nihilista
habitado por personajes ferozmente autocríticos y autodestructivos.
Hijo ilegítimo de un carpintero austriaco y de la hija del escritor Johannes Freumbichler, Bernhard
vivió en casa de sus abuelos maternos hasta que su madre se casó. El marido de ésta no lo prohijó
sino que pasó a ser únicamente su tutor. A los dieciséis años interrumpió sus estudios de bachillerato
en Salzburgo y empezó a trabajar como aprendiz en un almacén de comestibles. Contrajo entonces
una grave pleuresía que degeneró en una tuberculosis, enfermedad que padecería toda la vida. Pasó
cuatro años ingresado en el sanatorio de Grafenhof (Salzburgo), donde comenzó a escribir.
Ya en 1943 empezó a tomar clases de música y a partir de 1952 estudió canto, dirección teatral e
interpretación en el Mozarteum de Salzburgo. Paralelamente a sus estudios trabajó como reportero
para el Demokratisches Volksblatt , en donde publicó también sus poemas. Realizó numerosos
viajes, algunos con Hedwig Stavianicek, una mujer 37 años mayor que él que fue su mecenas y «el
ser de su vida».
Siempre lo acompañó la polémica: en 1983 fue secuestrada por orden judicial su obra Tala, a
consecuencia de una querella del compositor G. Lampersberg. El escritor prohibió entonces la venta
en Austria de su obra y no modificó su actitud hasta el año siguiente, en que Lampersberg retiró su
demanda. El último gran escándalo lo produjo el estreno de su obra Plaza de héroes en 1988.
La gran producción de Bernhard puede dividirse en tres etapas: una fase religiosa, una fase
intermedia más patética y una tercera, que se deriva de la anterior, en la que lo patético se expresa
preferentemente a través de la ironía. Los primeros intentos líricos de Así en la tierra como en el
infierno (1949) muestran un Bernhard que en la línea de Pascal busca a Dios. El infierno (Hölle) es
la realidad terrenal que espera redención. «Negro es mi mensaje», dice el yo lírico de estos poemas,
una afirmación que se revelará válida para todo el opus bernhardiano.
El tono todavía conciliador con el mundo de estos poemas desaparece ya en el ciclo Ave Virgilio
(1981), que compila las poesías de la década de 1970. El fervor religioso se convierte aquí en pura
negatividad y ésta pasará a dominar su prosa. El primer resultado de este giro es la novela Helada
(1963) con la que entra de lleno en el panorama literario contemporáneo. «El suicidio es mi
naturaleza», dice el pintor Strauch al estudiante de medicina que se ha desplazado a Weng, un pueblo
situado en un valle, para observar la paranoia del artista.
La locura es presentada como la única respuesta posible en un mundo pervertido, falto de toda
espiritualidad y sentido que, en la novela, está representado por el pueblecito rodeado de montañas,
un espacio frío, malvado, enemigo del hombre, en donde sus habitantes han adoptado las
características de la naturaleza. Los espacios que tradicionalmente la literatura ha escogido como
idílicos, Bernhard los transforma en escenarios de delirio, en los que únicamente domina la ley de la
muerte y la locura. Strauch es el primer artista (de los muchos que aparecen en la obra del autor) que
vive alejado del mundo para sacar el máximo partido de su creatividad.
Sin embargo, está utopía de la soledad será constantemente negada. El intelectual, el artista, es un ser
absolutamente ridículo, con una retórica repetitiva, hiperbólica y patética. Konrad, en La Calera
(1970), lo ha abandonado todo para poder escribir un estudio sobre el oído; cuando ya está a punto
para empezar a redactar, mata a su mujer y enloquece. Destinos comparables padecen los
protagonistas de Corrección (1975) y Hormigón (1982). Paradójicamente, el valor de la producción
artística y, en general del arte, es puesto en duda por un gran artista que, después de fantasear con su
propia vida en los libros autobiográficos El origen (1975), El sótano (1976), El aliento (1978), El
frío (1981) y Un niño (1982), queda libre para la ironía más feroz.
Uno de los componentes más destacables de la obra bernhardiana, especialmente de la dramática
desde Una fiesta para Boris (1970), es su musicalidad. Se trata de piezas casi escritas como para
representar con marionetas que actúan como repetitivos altavoces de distintas posiciones. Más que
dramas son libretos escritos para actores admirados por el escritor, como Minetti. Entre sus títulos
más importantes se hallan La fuerza de la costumbre (1974), La partida de caza (1974), Ante la
jubilación (1979), Almuerzo en casa de Ludwig W (1984) y la última, Plaza de héroes (1988) en la
que arremete de nuevo contra la Austria católica y nacionalsocialista.
Notas
[1]
«Cabeza de ángel» (N. del T.) <<
[2]
Especie de estofado de vaca, típicamente austriaco (Nota del T.) <<