PARTE III: TERCERA SEMANA
iNTroDUCCiÓN a la TErCEra Y CUarTa sEMaNas
1. INTRODUCCIÓN A LA TERCERA Y CUARTA SEMANAS
Algunos podrían pensar que con las elecciones de la Segunda Semana, a la luz de Banderas, Binarios y Tres Maneras de Humildad, ya estaría terminado el proceso de “ordenar la
vida”, que es lo que se busca en los EE (1 y 21). Sin embargo, Ignacio no lo ve así y dedica dos
semanas enteras a que contemplemos a Jesús en su Pasión y en su gloriosa Resurrección.
Esto equivale a casi la mitad de los EE.
Al hacerlo, Ignacio guarda la proporción que los evangelistas consagran al misterio de la
Pascua de Jesús: tres largos capítulos San Mateo, Marcos y Lucas; nueve capítulos San Juan.
Estaba claro: desde el comienzo los cristianos consideraron el camino pascual de Jesús como
la prueba “del mayor amor” (Jn 14, 13), la mayor gloria del Padre, del Hijo y de la humanidad
(Jn 17, 1–26), herencia tan preciada que quisieron consignarla por escrito hasta en sus detalles.
La Pasión y la Resurrección son dos vertientes opuestas de un único misterio, la pascua
de Jesús al Padre. Sólo recorriéndolas ambas se llega al núcleo de su vital significado. Por
mucho que formen una unidad indisociable, los EE nos piden que marchemos paso a paso
por ellas, deteniéndonos pausadamente, sin ansia de saltarnos los pasos del dolor para llegar pronto a la gloria; ni los pasos del gozo, para lanzarnos frenéticos a los quehaceres.
La Tercera y la Cuarta Semanas no son un apéndice de los EE. No se hacen por el mero
fin de “completar el recorrido” de la vida de Jesús. Están conectadas con los EE desde su comienzo: desde el “Alma de Cristo” y desde el Principio y Fundamento, ya que él es quien nos
enseña a “amar y servir a Dios nuestro Señor” (EE 23). En los coloquios de la Primera Semana
(EE 53) conversamos con Jesús crucificado por mis pecados y los pecados del mundo y nos
preguntábamos “qué he hecho por Cristo, qué hago, qué debo hacer… viéndole así, colgado
239
Gloria a Dios
la Gloria EN los EJErCiCios EsPiriTUalEs
en la cruz”. Y en la contemplación del Llamamiento del Rey Eternal se nos invitaba a trabajar
con Él, a fin de que, siguiéndolo en la pena, lo sigamos también en la gloria (EE 95).
Dentro de la dinámica general de los EE, estas dos semanas no sólo ofrecen al ejercitante materia nueva para contemplar, sino que lo introducen en un nuevo clima espiritual. San
Pablo describe este clima en términos elocuentes:
“Dondequiera que vamos, llevamos siempre en nuestro cuerpo la muerte de Je
sús, para que también su vida se muestre en nosotros” (2 Cor 4, 10); “Con Cristo he
sido crucificado, y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí… que me
amó y se entregó a la muerte por mí” (Gal 2, 20); “Lo que quiero es conocer a Cristo,
sentir en mí el poder de su resurrección y la solidaridad en sus sufrimientos; hacién
dome semejante a él en su muerte, espero llegar a la resurrección de los muertos” (Fil
3, 10–11).
Ignacio aspira a que el ejercitante crezca en esa dirección cuando lo insta a pedir “dolor
con Cristo doloroso… pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí” (EE 203) y, después,
“pedir gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro
Señor” (EE 221). La Tercera y la Cuarta Semanas pretenden conducir al ejercitante, con la
gracia divina, a una intimidad cada vez mayor con Jesús (aquí vuelve el famoso “magis” ignaciano, en su significado más hondo y fecundo), llevándolo a participar mediante la petición y
la contemplación en la Muerte y Resurrección del Señor.
La identificación con Cristo doloroso como compasión y confirmación
¿Qué avanzamos desde los coloquios de la Primera Semana (EE 53) hasta ahora, en que
San Ignacio aconseja considerar “lo que Cristo Nuestro Señor padece en la humanidad y todo
esto por mis pecados y qué debo hacer y padecer por él” (EE 195 y 197)? Sí, hay avance: ahora
ya no me contento con preguntar desde fuera, al pie de la cruz, qué he hecho, qué hago, qué
debo hacer por él; sino que aspiro a estar dentro de él, unido plenamente a él, “co–crucificado” con él. Ya no enfoco tanto su muerte como mi salvación (EE 61 y 71 en eso puede
240
PARTE III: TERCERA SEMANA
iNTroDUCCiÓN a la TErCEra Y CUarTa sEMaNas
quedar un poco de egoísmo), sino que me duelo y entristezco porque crucifican a mi Señor, a
la persona que más quiero en el mundo (EE 195). Y además, yo soy cómplice de esa crucifixión
(EE 197), que sigue en los hermanos que sufren.
Esta idea de que los misterios de la vida de Cristo se hacen presentes en el mundo hoy
es un elemento central de las contemplaciones de los EE, que Ignacio la encontró muy explícitamente tratada en la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia. Ver EE 109 “así nuevamente
encarnado”. En la Primera Semana éramos dos personas. Ahora, él y yo formamos una sola
persona, estamos identificados.
Esta gracia de identificación íntima y participativa en la Pasión de Cristo la llamamos
compasión, “sufrir con”. Ignacio la describe como sentir “pena, lágrimas y tormento con
Cristo atormentado” (EE 48), “dolor, sentimiento y confusión, porque por mis pecados va
el Señor a la pasión” (EE 193), “considerar lo que Cristo nuestro Señor padece… y comenzar
con mucha fuerza y esforzarme a doler, tristar y llorar…” (EE 195). O mejor, en una acabada
síntesis, “lo propio de demandar en la pasión es dolor con Cristo doloroso, quebranto con
Cristo quebrantado, lágrimas pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí” (EE 203).
Michael Ivens dice que:
“la compasión consiste en una cierta empatía espiritual, que hace que la contem
plación de la Pasión sea también una pasión para quien la contempla, un sufrimiento
que es nuestro, pero —en él y con él— Cristo nos hace ser partícipes del suyo propio.
Sólo puede existir como una manera de intenso amor. Trasforma nuestra percepción
del significado de cada cosa de la Pasión y nos cambia la calidad de nuestras respues
tas a ellas. La compasión es la clave para ser contemplativos en aquella unión —en—
la acción por la que Cristo, mediante sus enviados, continúa trabajando y sufriendo en
la misión de la Iglesia en el mundo hoy” (Understanding the Spiritual Exercises, 147).
La confirmación de nuestros buenos deseos y propósitos está íntimamente ligada a esa
honda compasión de la que venimos hablando. En las elecciones se nos pedía que rogásemos a Dios que confirmase nuestra elección o reforma de vida (EE 182). Es propio de la Tercera y Cuarta Semanas el que en ellas Dios nos confirme en nuestra adhesión incondicional
a Cristo (“me amó y se entregó a la muerte por mí”), y, de esta manera, en las elecciones que
241
Gloria a Dios
la Gloria EN los EJErCiCios EsPiriTUalEs
hayamos hecho. Porque toda elección o reforma de vida se resume, finalmente, en seguir
a Cristo y actuar conforme a él, es decir, pascualmente, en obediencia filial al Padre. Si no
conseguimos durante la Tercera y Cuarta Semanas la compasión, esa identificación pascual
con él, ese amor grande, total, ¡de locura!, los propósitos y reformas de la Segunda Semana
durarán poco, se secarán ante las primeras dificultades (parábola del sembrador). Es nuestra historia de tantos EE, de tantos deseos efímeros por falta de suelo pascual.
Por eso, la Tercera y Cuarta Semanas no son para experimentar dolor sensible y alegría sensible, sino para unirnos definitivamente con el Señor, hacernos “hombres nuevos”,
personas nuevas. Muchos espectadores se han emocionado con la película de Mel Gibson
sobre La Pasión, pero luego han seguido lo mismo: con amores dañinos o con negocios dudosos; egoístas y violentos en sus casas. A los que hacemos y acompañamos EE nos puede
acontecer lo mismo, si no nos enyugamos con coyundas firmes al vivir pascual de Cristo, que
quiere morir y resucitar en el mundo, muriendo y resucitando en nosotros.
El logro de esto no se obtiene en un instante, sino que es una empresa de por vida.
La misma vida, con sus renuncias y pérdidas costosas, nos va madurando en el Señor. La
Tercera Semana, vivida en humilde y amorosa compasión de los dolores que él padece por
nosotros, nos refuerza en la voluntad de entregarnos del todo a él.
Discernimientos en la Pasión
Hemos visto que Ignacio nos hace pedir la gracia de la compasión: “Dolor con Cristo
doloroso”. Pero en la experiencia concreta hay ejercitantes que se conmueven hasta las lágrimas por la Pasión del Señor, mientras otros pueden permanecer secos, áridos y distantes.
Y entre ambos extremos, se da toda la gama de matices intermedios.
¿Qué pensar de esto? Creo que hemos de pedir la gracia de una compasión honda y
sentida, pero debemos estar sobre aviso respecto a las ambigüedades que pueden darse en
las emociones. Sería ambigua una fuerte emoción que no contenga una real entrega de sí
al seguimiento del Señor, o que sea pobre en sentido del pecado personal, o que sea desagradecida. Igual cosa, hemos de discernir con cuidado las experiencias de sequía espiritual,
esterilidad y parálisis. Porque pueden ocultar un rechazo a abrirse a contemplar la Pasión
242
PARTE III: TERCERA SEMANA
iNTroDUCCiÓN a la TErCEra Y CUarTa sEMaNas
en toda su hondura y crudeza. O pueden provenir de un deseo inmoderado de consuelo inmediato (EE 322 Regla 9ª de discernimiento de la Primera Semana).
Pero también puede ser que la sequedad y el sentimiento de rechazo sean para el ejercitante concreto la mejor manera de ejercitarse en los dolores de Cristo en su Pasión, la mejor actualización de ésta para su Cuerpo que es la Iglesia (Col 1, 24: “Completo lo que falta
de la pasión de Cristo por la Iglesia”).
La Pasión es un acontecimiento macizo, que no se puede reducir a un solo enfoque. Sin
duda la categoría de la “compasión”, es decir, la identificación con Cristo doloroso, es la más
abarcadora. Pero como lo señala el Directorio de EE de 1599, cap. 35 – hay cabida para otros
afectos, tales como el sentido del pecado, la alabanza a la bondad y sabiduría divinas que
resplandecen en la cruz de Cristo (Rm 8, 31–39), la incitación al amor (Jn 3, 16–17; Ignacio de
Antioquia: “¡Mi amor está crucificado!”), la imitación (Fil 2, 5–11), el celo apostólico (1 Cor 2,
1–2; 2 Cor 5, 14–15), etc.
Pensamos que hemos de ser serios en pedir y trabajar para obtener la gracia de la
compasión, “el dolor con Cristo doloroso”, tanto en su Pasión histórica como la que sufre
en los hombres de hoy, que somos su Cuerpo. Se trata de crecer en compasión hacia el
Cristo total. Pero una vez establecido esto, el ejercitante, y quien lo acompaña, ha de estar
atento a la conducción personal con que el Espíritu guía a cada persona, buscándole lo que
le es más conveniente.
También queda al discernimiento cuánto tiempo uno querrá detenerse en la Pasión,
tomando para ello más o menos misterios (EE 209 “quien más se quiere alargar en la
pasión… Por el contrario, quien quisiere más abreviar…”).
Igualmente, se requiere del discernimiento para sentir cuánto convenga detenerse
en los sufrimientos físicos de Jesús, y en cuáles sí más bien que en los demás. Sacarle
el cuerpo a éstos sería sin duda vaciar la kénosis de todo su realismo: “Se humilló a sí
mismo hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz” (Fil 2, 8). Pero no todas las personas
son conducidas por el Espíritu de igual manera. Hay personas que son llevadas a sentir
más la libre entrega de Jesús en fidelidad a su Padre que quedarse en los dolores físicos.
Los relatos de la Pasión de los evangelios y la liturgia del Viernes Santo, en su sobriedad,
pueden ayudar a que cada cual discierna en el Espíritu la medida, por lo demás variable,
que le convenga.
243