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Introducción
ANA GALLEGO CUIÑAS Y JORGE J. LOCANE
Introducción
Poéticas de editor/a:
un género en expansión
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En una publicación de 1999, Pierre Bourdieu argumentaba que:
el editor es el que tiene el poder totalmente extraordinario de asegurar la
publicación, es decir, de hacer acceder un texto y un autor a la existencia
pública (Öffentlichkeit), conocido y reconocido. Esta suerte de “creación” implica la mayoría de las veces una consagración, una transferencia
de capital simbólico (análoga a la que opera un prefacio) que es tanto
más importante cuanto quien la realiza está él mismo más consagrado,
especialmente a través del “catálogo”—conjunto de los autores más o
menos consagrados—, que ha publicado en el pasado. (223, cursiva en
el original)
Un editor, entonces, es un gatekeeper (Marling; Gallego Cuiñas/Locane) privilegiado, capaz de ejecutar ese acto “extraordinario”
mediante el cual un escritor deviene autor y la escritura, literatura. El
editor “publica” y, al hacerlo, le otorga a un escritor—o le niega—derecho a la existencia pública; reconoce un nombre que quiere ser de autor
y una escritura que quiere ser libro. O mejor: le atribuye autoridad a
alguien que quiere ser propietario/a intelectual de un producto literario. La “creación” que presupone esta operación simbólica y material le
confiere al editor un doble carácter autoral: como autor de autores y
como autor de un catálogo que, finalmente, es su patrimonio intelectual
y cultural.
Del texto de Bourdieu, resultan destacables el año y la lengua de
publicación, que curiosamente coinciden con el de un libro hoy célebre,
que irrumpió en los debates sobre cultura literaria y editorial sin dejar
margen para apelaciones: L’édition sans éditeurs (1999), del respetado
editor de Pantheon Books André Schiffrin. Argumentaba Schiffrin, al
mismo tiempo que Bourdieu, que en el contexto de la expansión de los
Revista de Estudios Hispánicos 58 (2024)
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Ana Gallego Cuiñas y Jorge J. Locane
conglomerados de la industria cultural, la función del editor estaba en
extinción y que este sería rápidamente reemplazado por tecnócratas sin
criterio cultural.
La disyuntiva es notable: mientras que Bourdieu les atribuye a
los editores una función capital, decisiva como condición de posibilidad
para la configuración del campo literario, Schiffrin sostiene que en el
contexto de consolidación del capitalismo global el editor se ha convertido en un actor puramente nominal e incluso prescindible. Se podría
argumentar que Bourdieu cierra un ciclo que, según sus planteamientos,
había tomado forma en la Francia del siglo XIX con la lucha por la
(semi)autonomía de la literatura impulsada por Flaubert o Baudelaire
aliados con Auguste Poulet-Malassis. Schiffrin, por su parte, habría
percibido que casi un siglo después—a fines del XX, en EE. UU.—los
modos de producción habrían cambiado de tal manera que el campo,
tensionado entre el polo autónomo y el heterónomo, se habría diluido
para ceder lugar a una institución menos idealista: el mercado; y con él,
a protagonismos más utilitaristas que el del editor romántico, literario,
independiente o incluso culturalista.
Al margen de que ambas propuestas parecieran ser irreconciliables—al menos en el poder o agencia que cada uno de ellos le asigna al
editor—, tanto Bourdieu como Schiffrin se enfocan en tradiciones culturales ajenas al mundo hispanohablante y a América Latina en general.
Sería motivo de otro trabajo indagar en qué medida ambas hipótesis
poseen un alcance geopolítico amplio, más allá del nacional o incluso
occidental; pero podemos aventurar que la transformación que supone
el mercado global del libro, a la que alude Schiffrin, también se da en
el sector editorial en lengua castellana. Hacia principios de los años
ochenta, Ángel Rama ya observaba que la expansión de las corporaciones transnacionales de la industria cultural estaba arrasando, también
en España y en lo que refiere a las literaturas hispánicas, con la tradición
editorial que él, por oposición a la “comercial”, denominaba “cultural”.
De acuerdo con Rama, “la irrupción en España de las multinacionales (sobre todo alemanas) en un proceso de concentración de capital”
provocó—y acá está pensando en particular en Seix Barral—que “[l]as
editoras culturales cedier[a]n su autonomía ante los bancos que compraron su paquete accionario o ante las multinacionales vinculadas a
esos bancos, estableciendo las condiciones de un nuevo mercado editor
y librero” (72).
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El caso de Seix Barral que le interesa a Rama es destacable no
solo porque fue la editorial que, de acuerdo con la terminología de
Bourdieu, “creó” el boom de literatura latinoamericana, sino también
porque, en tanto editorial que transita de la gestión independiente por
parte de Carlos Barral a la subordinación a la estructura administrativa
del Grupo Planeta, resulta representativa de esa dinámica que va de la
(semi)autonomía de Bourdieu a la “edición sin editores” de Schiffrin.
Lo que Schiffrin advierte en 1999 y que Bourdieu, acaso, se resiste a
admitir, ya lo percibía Rama a principios de los años ochenta al observar
la absorción de Seix Barral por parte de Planeta. Dicho de otro modo,
la “edición sin editores” ya se estaba gestando a principios de los años
ochenta en España, y, aunque Rama no llegó a presenciarlo, se seguiría
expandiendo en los noventa con las adquisiciones latinoamericanas no
solo de Planeta, sino también del Grupo PRISA y, fundamentalmente,
del Grupo Bertelsmann.
Incluso si se admite que las transformaciones en los modos de
producción de literatura en las últimas décadas han sido contundentes
e irreversibles, el diagnóstico—a la luz de una serie recurrente de publicaciones—pareciera estar dejando de lado algunas complejidades o
elementos sustanciales que apuntan a una prevalencia de la figura del
editor en el espacio público y a un creciente interés por su oficio, justamente desde el momento en que su papel crítico, cultural y político, se
ve amenazado, desplazado y reducido. Volúmenes como Conversaciones
con editores: En primera persona (2006), Editores y políticas editoriales
en Argentina: (1880–2010) (2014), Optimistas seriales. Conversaciones
con editores (2015), Una vocación de editor (2020), Cuando editar era
una fiesta. Correspondencia privada (2020), Diario de un editor con
perro (2021), Minotauro, una odisea de Paco Porrúa (2023), solo para
mencionar unos pocos del mundo hispanohablante, dan cuenta de un
pronunciado interés no solo por la actividad editorial, sino también
por esa figura de editor que Rama daba por convaleciente en 1984,
y Schiffrin por extinta en 1999. En el siglo XXI, libros de editores y
sobre editores parecen haber ganado un lugar considerable entre las
novedades de América Latina y España. El mismo interés se registra en
textos de ficción que asignan un protagonismo central a editores (Aira;
Idez; Riestra; Vila-Matas) así como en festivales, ferias o congresos
académicos—como World Editors. Dynamics of Global Publishing
and the Latin American Case between the Archive and the Digital Age,
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Ana Gallego Cuiñas y Jorge J. Locane
celebrado en Hannover en julio de 2019—donde se los convoca e invoca. A juzgar por estas evidencias, el célebre y concluyente apotegma de
Schiffrin que informaba sobre esa inflexión histórica en la cual la edición prescindiría de los editores no ha sido tal, al menos en lo que a la
edición independiente respecta y a las escrituras de editor, sino todo lo
contrario: iluminada por medio del mencionado corpus, la función del
editor en el mercado literario y académico habría ganado en relevancia
y visibilidad en el tránsito del siglo XX al XXI.
Esta conclusión conduce, antes que a un veredicto final, a una
serie de preguntas que actúan como disparador inicial para este número
especial: ¿cómo se explica esta (re)aparición en la esfera pública de los
editores justamente en un contexto en el cual su agencia parecía haber
al menos menguado? ¿Existe desde hace algunas décadas, en efecto, un
interés acaso insólito por los editores y la actividad editorial? Si es así, ¿a
qué se debe esta creciente curiosidad crítica y cultural por su función?
¿Se trata de un fenómeno puramente textual o estos libros informan
sobre un acontecimiento histórico donde los editores han ganado algún tipo de relevancia? Si se piensa este fenómeno desde la recepción,
¿quiénes serían los lectores ideales o implícitos de los libros sobre y de
editores? ¿Pares, profesionales de la edición, la crítica o la investigación
académica o un público más amplio y menos especializado? Si uno se
enfocara en los libros de editores, ¿se trataría en este caso de una variante más de la escritura autobiográfica o del yo, o habría que identificar
una singularidad distintiva? Si es así, si es una especificidad, pero recurrente, ¿es posible hablar de un nuevo (sub)género que, llamativamente, se ha consolidado al mismo tiempo que cambiaban los modos de
producción de literatura y el paradigma de la gestión editorial a escala
global? En otros términos, ¿sería la autoficción de editores una respuesta coral y sistémica a la transformación abrupta del campo/mercado
literario? Y, ahora que se ha optado por ubicar este corpus en el ámbito
de la narración (del yo), ¿qué efecto produce la escritura de editor en la
ficción? ¿Cómo ingresa en ella, la afecta o la expande? ¿Cómo delimitar
las pertenencias? Vale decir: ¿pertenece al ámbito de la ficción, no-ficción o autoficción? O, en la medida que estos discursos dan cuenta de
las complejas dinámicas que rigen la producción de libros y de literatura
y, así, del campo/mercado literario en sus múltiples dimensiones, ¿sería
posible argumentar que las escrituras de editor pertenecen al terreno de
la metaficción? ¿Adquiriría el editor, mediante su autorretrato—muchas
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veces recortado en función de la hagiografía—, el carácter de autor del
campo ya sea a escala local, nacional o mundial? ¿Informa esta escritura
sobre una transición que va del campo, según lo identificó Bourdieu a
partir de la experiencia de autonomización en el siglo XIX francés, al
mercado que ilustra Schiffrin? ¿Radica, precisamente en esta dimensión
subyacente, la novedad que supone la escritura de editor?
Este número especial “Poéticas de editor/a. Aproximaciones
críticas para la demarcación de un género” toma como punto de partida estos interrogantes para articular un abordaje orgánico del corpus
textual más circunscripto que, de acuerdo con el recorte sugerido, se ha
denominado poéticas de editor/a. Este paraguas conceptual comprende
las narraciones de editores/as que basculan entre lo autobiográfico y lo
metaficcional, en aras de poner en evidencia el papel de gatekeeper o coproductor que ostenta—¿u ostentaba?—el editor, que de alguna forma
se convierte en coautor del texto que ingresa en su catálogo: lo produce, marca su forma de circulación y de recepción. Esta redistribución
deliberada del capital simbólico de lo literario deviene en una primera
hipótesis ya esbozada arriba: todo editor es autor. Así, la narrativa
autoficcional del editor—sistematizada como “poética”—constituiría
un acto de doble autoría y escritura: en tanto autor-editor y en tanto
editor-autor. Este proceso de autoedición, que sería tanto de sí, como
del autor, del texto y del campo literario, es el asunto principal de este
género y de sus principales registros textuales: memorias (cuyo paradigma es Jorge Herralde), diarios (cuyo paradigma es Barral), ensayos
(cuyo paradigma es Constantino Bértolo), entrevistas (cuyo paradigma
es Juan Cruz) y cartas (cuyo paradigma es la correspondencia de Jaime Salinas). El elemento unificador de las poéticas de editor/a estaría
dado, además, por la recurrencia de los mismos biografemas, esto es,
una serie de articuladores narrativos que puntúan el género, como los
comienzos en el oficio, el diseño de una genealogía, la evaluación, la
construcción del catálogo, la relación con los autores y, finalmente, el
diseño del campo literario, el recuento de éxitos comerciales, el registro
de aciertos/desaciertos de inversión y una defensa romántica/anacrónica
del valor de lo literario y de su (semi)autonomía constitutiva. Al devenir autor de un relato formal, el/la editor/a estaría, pues, asumiendo
la función de narrar el campo y, así, representarlo performativamente
a partir de una percepción subjetiva y, desde luego, idealizante de la
función del editor/a. Esta impronta idealizante que atraviesa el género
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Ana Gallego Cuiñas y Jorge J. Locane
sería sintomática, precisamente, de una crisis determinada por la transición, desde fines del siglo XX, hacia una fase menos romántica de la
actividad editorial.
El punto de partida de este número especial es la puesta en
valor de este género y de estos textos, ya que las poéticas de editor/a
se cristalizan—antes que en la praxis material de un catálogo—en dispositivos retóricos y tramas narrativas que se hacen públicas de forma
oral o impresa. En el ámbito en lengua castellana, estas poéticas habrían
de definirse en torno a dos hitos que marcan la historia de la industria
del libro en nuestra lengua: 1) la publicación de los diarios de Carlos
Barral en los ochenta que, como se señaló antes, representan—en clave
autoficcional—el tránsito de los campos literarios nacionales al mercado global del libro del que hablaba Schiffrin, signado, primero, por el
boom de la literatura latinoamericana y luego por la compra de sellos
latinoamericanos por parte de los grandes conglomerados españoles. Y
2) la publicación de los ensayos de Jorge Herralde, desde comienzos
del siglo XXI, que representan la idea del editor “independiente” como
campo—en clave metaficcional—del que hablaba Bourdieu, signado
por el boom de la edición independiente desde 2001, de pequeños y
medianos sellos a un lado y otro del Atlántico. De este modo, el editor aparece, a su vez, representado en estas escrituras de dos formas:
1) como personaje, construcción narrativa o sujeto del enunciado, es
decir, como un yo autoficcional; 2) como campo, o construcción narrativa del campo, esto es, como una metaficción de la producción, circulación y recepción de lo literario en cada espacio nacional y en cada
época. No hay poética de editor/a pensada desde el mercado global,
al margen de lo nacional, de la lengua y del valor estético y/o político
de un texto. Esto supone una forma de pensar y de definir lo literario,
por eso el uso del concepto aristotélico de poética, no solo como producto, sino como artefacto editorial: como objeto libro y como praxis
simbólica y social.
Vale aclarar que por editor se entiende tanto el propietario de la
editorial como el director de un sello o el emprendedor unipersonal que
asume actividades que en la edición profesionalizada están repartidas
entre diferentes especialistas: importa, antes que una fenomenología
precisa de editor, la figura (autopercibida en el relato) de quien tasa el
valor de lo literario e interviene con textos—bajo su propia firma o la
de otros—en el campo/mercado. En este sentido, son ejemplares los
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casos de Jorge Herralde, Constantino Bértolo, Esther Tusquets, Juan
Cruz, Mario Muchnik, Jaime Salinas, Rafael Borrás, Julián Rodríguez
y, fundamentalmente, Carlos Barral, quien—junto con el primero—son
autores pivotes del género/fenómeno poéticas de editor/a. No es baladí
que se trate en ambos casos de editores españoles, puesto que la producción, circulación y consagración de la literatura latinoamericana sigue
articulándose, en su mayor parte, desde la Península. Pablo Sánchez, de
la Universidad de Sevilla, lo pone de manifiesto en su contribución sobre las Memorias de Barral, mientras que Gustavo Guerrero, de la Université de Cergy-Pontoise, hace lo suyo con los textos autobiográficos
del célebre fundador de Anagrama. Completan el escenario peninsular
el trabajo de Ana Gallego Cuiñas, de la Universidad de Granada, centrado en el insigne editor y escritor Constantino Bértolo, y el de Fernando García Naharro, de la Complutense de Madrid, quien examina
la escritura autoficcional de Juan Cruz, otro editor y escritor no menos
que prominente, hacedor de Alfaguara Global y del gran mercado
transatlántico del libro en lengua castellana en los años noventa. Queda
para futuras investigaciones una lectura comparada de las poéticas del
editor/a en castellano con las del alemán—cuyo referente es El autor y
el editor (1978), de Siegfried Unseld—, el francés—la citada Edición
sin editores (2000), de André Schiffrin—, el británico—donde destaca
Editar la vida (2005), de Michael Korda—o el italiano—con La marca
del editor (2014), de Roberto Calasso como máximo exponente—, entre
otras. Un primer mapeo habría de revelar que en las poéticas mundiales
del editor/a, las españolas y latinoamericanas no son solo las más profusas y variadas, sino las precursoras de este género, puesto que el primer
gran editor en publicar su poética de la edición fue Carlos Barral.
Por otro lado, desde esta misma perspectiva geopolítica, cada
vez son más las escrituras de editores en/de América Latina, sobre todo
de los grandes focos editoriales como Argentina y México (por ejemplo,
Jorge Álvarez, Adolfo Castañón, Leandro Sagastizábal, Paco Porrúa) y
en un futuro cabría pensarlas de forma comparada, nacional y transnacional. En esta zona transatlántica se ubica el trabajo de Jorge J. Locane,
de la Universidad de Oslo, que se detiene en el caso del editor y escritor
de origen argentino—pero con base de operaciones en España—Mario
Muchnik. La contribución de María Belén Riveiro e Ivana Mihal, ambas de la Universidad de Buenos Aires, dirige su atención a un caso ya
más estrictamente latinoamericanos. Este trabajo se enfoca en Leandro
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Ana Gallego Cuiñas y Jorge J. Locane
de Sagastizábal, un editor argentino de larga trayectoria que reflexiona
sobre el oficio tanto desde la escritura como desde la investigación y la
docencia.
Otra línea que habría que explorar es la de género, donde las
editoras, como muestra Marta Simó Comas de la University of Reading
con Esther Tusquets—una de las pocas escrituras de editora que tenemos—se enfocan más en la relación—de cuidado personal y textual—
con los autores que en el relato de la construcción de un catálogo, de
un gusto, o de una economía de la literatura. O lo que es lo mismo:
son poéticas de lo micro, de lo íntimo, de lo simbólico, más que de lo
macro, lo material o lo público. Es fácil vaticinar que en las poéticas
de editoras del porvenir este enfoque, como ha ocurrido a lo largo de
la contemporaneidad con la literatura escrita por mujeres o subjetividades disidentes, irá cambiando al albur de los nuevos puestos y cargos
de responsabilidad editorial que han logrado ocupar las mujeres en el
sector del libro en la última década. La mirada feminista, la inclusión
de nuevos formatos de escritura del editor/a, como son sus intervenciones en las redes sociales, la performatividad oral y las diferencias entre
las figuraciones del editor/a y sus estéticas según los distintos medios y
dispositivos (i.e., diarios, memorias, ensayos, entrevistas, redes sociales,
etc.) son tareas futuras para todas aquellas personas interesadas en seguir
pensando de una manera situada este género en expansión: las poéticas
de editor/a.
Universidad de Granada
Universidad de Oslo
OBRAS CITADAS
Aira, César. La vida nueva. Mansalva, 2007.
Borrás Betriu, Rafael. La guerra de los planetas. Memorias de un editor. Ediciones B, 2005.
Bourdieu, Pierre. “Una revolución conservadora en la edición”. Intelectuales, política
y poder, Eudeba, 1999, pp. 223–67.
Calasso, Roberto. La marca del editor. Anagrama, 2014.
Castagnet, Martín Felipe. Minotauro, una odisea de Paco Porrúa. Tren en Movimiento,
2023.
Diego, José Luis de. Editores y políticas editoriales en Argentina: (1880–2010). Fondo
de Cultura Económica, 2014.
Echevarría, Ignacio. Una vocación de editor. Gris tormenta, 2020.
Introducción
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Gallego Cuiñas, Ana, y Jorge J. Locane, editores. “Gatekeepers o cómo se produce la
literatura latinoamericana mundial”. Revista Chilena de Literatura, no. 105,
2022.
Idez, Ariel. La última de César Aira. Pánico el Pánico, 2012.
Korda, Michael. Editar la vida. Mitos y realidades de la industria del libro. Debate, 2018.
Marling, William. Gatekeepers: The Emergence of World Literature and the 1960s.
Oxford UP, 2016.
Orquín, Felicidad, editora. Conversaciones con editores: En primera persona. Siruela,
2006.
Rama, Ángel. “El boom en perspectiva”. Más allá del boom: literatura y mercado. Editado
por Ángel Rama, Folios, 1984, pp. 51–110.
Riestra, Eduardo. El negro de Vargas Llosa. Pepitas de Calabaza, 2023.
Rodríguez, Julián. Diario de un editor con perro. Editora Regional de Extremadura,
2021.
Sagastizábal, Leandro de, y Luis Quevedo. Optimistas seriales. Conversaciones con
editores. Eudeba, 2015.
Salinas, Jaime. Cuando editar era una fiesta. Correspondencia privada. Editado por Enric
Bou, Tusquets, 2020.
Schiffrin, André. El dinero y las palabras. La edición sin editores. Península, 2010.
Unseld, Siegfried. El autor y su editor. Taurus, 2018.
Vila-Matas, Enrique. Dublinesca. Seix Barral, 2010.