C lem ente F ern án d ez S . I.
Los filósofos m edievales
S e le c c i ó n de t e x t o s
i
Biblioteca de Autores Cristianos
El pan de nuestra cultura cristiana
VOLUMENES DE PROXIMA APARICION
BAC Maior
HISTORIA DE LA IGLESIA EN ESPAÑA
(5vols.). Bajo la dirección de R. García
Villoslada.
Vol. IV: La Iglesia en la España de los si
glos XVII y XVIII.
BAC Normal
DIOS Y EL HOMBRE. La creación («His
toria Salutis»), por S. Vergés.
M AESTRO BRUNO, PADRE DE M O N
JES, por un Cartujo.
BAC Minor
LOS DOGM AS
L. Scheffczyk.
DE
LA
BAC Popular
EL PADRE M AESTRO
C. de Dalmases.
IGLESIA,
por
IGNACIO, por
Este volumen de la BAC está editado por
LA EDITORIAL CATOLICA, S. A.
Mateo lnurria, 15. MADRID-16
La BAC
í A Ü'blioteca ce A u'ores Cristianos reúne orgánica' m ente, en las diversas s e a ones que la integran, el
principal acervo de la safc;du ia cristiana perenne y selec
cionados estu c'os de la invt, igtición m oderna. Al lado de
las fuentes trau. 'ionales del ensam iento cristiano ha ido
incorporando obre' fund.'m niales de teólogos y pensa
dores de nuestra ép> ca
La B A C no es de escuela, de institución determ inada
ni de un grupo particular. Es Je todos y para todos y,
atenta a los signos de la époc i, quiere servir de instru
m ento para canalizar la respuesta del pensam iento cris
tiano a los problem as de hoy.
N uestra obra no es oficial ni de m ecenazgo; descansa
únicam ente en la confianza, estím ulo y apoyo de sus
lectores. Es una com unidad moral de autores, editores y
lectores. A ntepone al provecho propio el servicio general.
Por eso procura conjugar el criterio de m ayor perfección
con la m áxim a baratura. En esta línea de superación, la
B A C ha ido m ejorando sensiblem ente tanto la calidad
interna de sus textos com o el cuidado tipográfico de sus
ediciones.
La BAC está patrocinada por la Pontificia Universi
dad de Salam anca, que ayuda y asesora eficazm ente a
los editores. Se ve respaldada por centenares de juicios
elogiosos en revistas científicas nacionales y extranjeras,
y en repetidas ocasiones ha recibido de la Santa Sede
palabras de bendición y aliento, que constituyen nuevo
m otivo para continuar la obra com enzada hace ya cuatro
decenios.
N oviem bre 1979
LOS
FILOSOFOS M EDIEVALES
esta nueva publicación de la BAC, dividida „n dos
E Nvolúmenes,
prosigue su autor — el P Clemente rernán-
dez, profesor de Filosoña en la Universidad Pont'Ccia Comi
llas, de Madrid— la tarea iniciada ya en ? ¿s dos obras
anteriores: Los filósofos modernos Seler ¡ón de textos
(BAC, 3.‘ ed., 1976), Los filósofos antip .os. Selección de
textos (BA C , 1974).
Bajo el título Los filósofos med evales se comprende,
siguiendo el criterio prácticament • unánime de los historia
dores de la filosofía, no ya tan solo a los pensadores cuya
vida se desarrolló dentro del ámbito temporal que común
mente se designa en la historia universal con el nombre de
Edad Media, sino también a aquellos escritores a los que se
suele considerar como representantes de la llamada «filosofía
patrística» (s. 11-VIII). Van, pues, incluidos en la presente
Selección no sólo los filósofos que en una estricta considera
ción cronológica son medievales (s. V al XV) (filósofos
escolásticos, árabes y judíos, y otros independientes), sino
también, como precursores y aun verdaderos iniciadores de
una de las tendencias — la principal, la filosofía escolásti
ca— , aquellos pensadores que después de la aparición del
cristianismo dieron una inflexión a la reflexión filosófica en
la temática y en la solución de los problemas, que los hace
estar más emparentados con la filosofía escolástica que con
la filosofía antigua que inmediatamente los precede.
Ofrece, pues, la presente Selección un arco temporal muy
amplio, que va desde San Justino (s. II) hasta Nicolás de
Cusa (t 1464), considerado unánimemente como el anillo de
unión entre la filosoña medieval y la moderna: un período,
como se ve, en algunos aspectos el más esplendoroso en la
historia del pensamiento humano, por el alto valor de su
especulación filosófica en lo que concierne al planteamiento
y solución de los problemas fundamentales del mundo y del
hombre.
El riguroso criterio de selección que ha habido que seguir,
dado lo dilatado del campo de observación, no ha impedido
que, al menos por lo que atañe a las grandes figuras, se haya
dado una visión, si no completa — empresa a todas luces
imposible en tai género de obtas— , lo más fundada posible
de su pensamiento. Esto vale sobre todo para los casos de
San Agustín y de Santo Tomás de Aquino, de los que se
aducen textos con una mayor abundancia: ambos, por diver
sos títulos, ocupan un puesto privilegiado en la historia del
pensamiento humano y brindan todavía hoy a la reflexión
ñlosófica elementos de gran valor para el planteamiento y
solución de los grandes problemas metafisicos y éticos que se
presentan al hombre actual.
Como en las dos obras anteriores, la Selección va acompa
ñada de una copiosa bibliografía, en dos fases: gen'ral y
especializada. El índice de materias, pieza esencial en la
finalidad y carácter de esta obra, ayudará a hacer manejable
el copioso material de información filosófica acumulado a lo
largo de las numerosas páginas de los dos volúmenes.
LOS
FILÓSOFOS
MEDIEVALES
BIBLIOTECA
L O S FILÓSOFOS MEDIEVALES
DE
AUTORES C R IST IA N O S
Declarada
de
------------------------------------
interés
409
SELECCION DE TEXTOS
nacional
------------------------------------
POR
CLEMENTE
FERNANDEZ,
S.
I.
PROFESOR DE FILOSOFÍA EN LA UNIVERSIDAD COMILLAS
ESTA COLECCIÓN SE PUBLICA BAJO LOS AUSPICIOS Y ALTA
DIRECCIÓN DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA
I
LA CO M ISIÓN DE DICHA PO N TIFICIA UNIVER
FILOSOFIA PATRISTICA
SIDAD ENCARGADA DE LA INMEDIATA RELA
CIÓN CON LA BAC E S T Á INTEGRADA EN EL
AÑO
1979
POR LOS
SEÑORES
FILO SO FIA ARABE Y JUDIA
SIG UIENTES:
P r e s id e n t e :
y Rvdmo. Sr. Dr. V i c e n t e E n r i q u e y T a r a n c ó n ,
Cardenal Arzobispo de Madrid-Alcalá y Gran Canciller de
la Universidad Pontificia
E m m o.
V ic e p r e s id e n te '
l i m o . Sr. Dr. J u a n L u i s A c e b a l
L u já n , Rector Magnífico.
V o c a l e s : Dr. A l f o n s o O r t e g a C a r m o n a , Vicerrector
Académico; Dr. R i c a r d o B l á z q u e z , Decano de la Fa
cultad de Teología; Dr. J u a n S á n c h e z y S á n c h e z , D e
cano de la Facultad de Derecho Canónico; Dr. M a n u e l
C a p e l o M a r t í n e z , Decano de la Facultad de Ciencias Po
líticas y Sociología; Dr. S a t u r n i n o A l v a r e z T u r i e n z o ,
Decano de la Facultad de Filosofía; Dr. J o s é O r o z R e t a ,
Decano de la Facultad de Filología Bíblica Trilingüe;
Dr. J u a n A n t o n i o C a b e z a s S a n d o v a l , Decano de la Fa
cultad de Ciencias de la Educación; Dr. G e r a r d o P a s t o r
R a m o s , Decano de la Facultad de Psicología; Dr. R o m á n
S á n c h e z C h a m o s o , Secretario General de la Universidad
Pontificia.
S e c r e ta r io :
Director
del
Departamento
de
Publica
dones.
L A E D IT O R IA L C A T O L IC A , S. A . —
MADRID . MCMLXXIX
A p a rta d o
466
BIBLIOTECA
DE
AUTORES
MADRID . MCMLXXIX
CRISTIANOS
I N D I C E
G E N E R A L
l’ágs.
I'OMO
Prólogo
©
Biblioteca de Autores Cristianos, de La Editorial Católica, S. A. Madrid 1979
Mateo Inurria, 15. Madrid
Depósito legal: M. 39140-1979
ISBN 84-220-0929-3. Obra completa
ISBN 84-220-0930-7. Tom o I
Impreso en España. Printed in Spain
I
.................................................................................................................................................... xi
San Justino
Diálogo con el judío T rifó n .....................................................................
4
Atenágoras
Sobre la resurrección de los muertos ..................................................
15
Teófilo Antioqueno
Los tres libros a Autólico .....................................................................
26
San Ireneo
Contra las herejías .....................................................................................
31
Tertuliano
Apologeticum .................................................................................................
De testimonio animae ................................................................................
Adversus Martionem ..................................................................................
Adversus Praxean ........................................................................................
Adversus Hermogenem ..............................................................................
De resurrectione carnis .................................
D e a n im a .........................................................................................................
39
40
41
47
48
51
52
Clemente de Alejandría
El P ed agogo....................................................................................................
Los tapices .................................................................................
57
59
Orígenes
Sobre los principios ....................................................................................
Contra C e lso ...................................................................................
71
82
San Basilio
Contra Eunomio ...........................................................................................
Carta 8 ..............................................................................................................
Carta 210 .........................................................................................................
Carta 214 .........................................................................................................
98
103
104
105
San Gregorio Nacianceno
Segundo discurso teológico ........................ :........................................
Quinto discurso teológico .......................................................................
106
110
Indice general
V III
Indice general
Págs.
San G regorio Niseno
De la creación del hombre .................................................................
Contra Eunom io ......................................................................................
Sobre el alma y la resurrección,o «M acrina» ............................
Sobre las nociones comunes ................................................................
A A dlabio, que no hay tres dioses ..................................................
116
121
122
128
131
San Agustín
Contra académicos ...................................................................................
D e beata vita ............................................................................................
D e ordine ...................................................................................................
S o lilo q u ia ....................................................................................................
D e moribus Ecclesiae etManichaeorum ..........................................
D e libero arbitrio ....................................................................................
D e m a g istro ...............................................................................................
De vera religione ....................................................................................
De utilitate credendi ..............................................................................
Confessiones ..............................................................................................
D e fide rerum quae non videntur ........... ......................................
D e natura boni contra Manichaeos ....................................................
D e doctrina christiana
........................................................................
D e Genesi ad litteram............................................................................
D e T r in ita te ..............................................................................................
E n c h ir id io n ................................................................................................
De Civitate D ei .......................................................................................
Cartas ...........................................................................................................
137
157
167
184
192
199
269
295
306
308
372
375
385
390
399
445
452
491-
Pseudo-Dionisio Areopagita
D e divinis nominibus .............................................................................
D e mystica theologia ..............................................................................
D e Hierarchia caelesti ...........................................................................
E p is to la e .....................................................................................................
496
520
524
526
Boecio
C onsolado P h ilo s o p h ia e ........................................................................
D e hebdomadibus ....................................................................................
D e Sancta T r in it a te ................................................................................
De duabus naturis in Christo ...........................................................
528
547
552
554
FILOSOFIA ARABE Y JUDIA
Al-Kindi
Sobre el entendimiento .........................................................................
Sobre las cinco esencias ........................................................................
562
564
Al-Farabi
Catálogo de las ciencias ........................................................................
Concordia entre el divino Platón y Aristóteles ...........................
D e los significados de «intelecto» ...................................... .........
569
574
586
IX
Págs.
Avicena
La salvación .......................................................................
Libro de los teoremas y avisos .............................................................
Sobre el alma ................................................................................................
Avicebrón
La fuente de la v id a ..................................................................................
638
Algacel
El justo medio en la creencia ..............................................................
La destrucción de los filósofos .............................................................
662
676
Averroes
Comentario menor de la Metafísica de Aristóteles .......................
Doctrina decisiva ..........................................................................................
Libro de la exposición de los caminos que conducen a la
demostración de los artículos de la f e ..........................................
Comentario mayor a los libros Deanima ..........................................
Maimónides
Guía de descarriados ..................................................................................
Ibn Khaldun
Prolegómenos .................................................................................................
595
618
632
689
706
709
711
727
745
PROLOGO
presente obra se propone servir a los mismos fines que
las dos publicadas ya anteriormente.1: Los filósofos mo
dernos. Selección de textos; Los filósofos antiguos. Selección
de textos: ofrecer, sobre todo a los que se dan al estudio de
la filosofía, los textos fundamentales de los principales filóso
fos medievales que ilustran los grandes temas doctrinales, y, al
propio tiempo, en la medida en que ello va incluido, dar a co
nocer el ideario de dichos pensadores. Razones ajenas al carác
ter de la obra han determinado que en su preparación y publi
cación se invierta el orden cronológico natural respecto de la
de selección de los filósofos modernos, publicada antes.
T A
Bajo el título Los filósofos medievales hemos comprendido
un período de tiempo muy amplio y un número copioso de
pensadores, que rebasan con mucho el ámbito que podría su
gerir el apelativo -«medieval», considerado tan sólo en sus con
notaciones puramente cronológicas, pero que es usual incluirlos
en el estudio de la filosofía medieval: la presente selección abar
ca desde la llamada «Filosofía patrística» hasta el que es uná
nimemente considerado com o el último representante de la
filosofía medieval y anillo de unión entre ésta y la filosofía
moderna, N i c o l á s d e C u s a ( t 1464). Van, pues, incluidos
no sólo los filósofos que en una consideración estricta cro
nológica son medievales (s. v al xv) (filósofos escolásticos,
árabes y judíos y otros independientes), sino también, como
precursores y aun verdaderos iniciadores de una de las ten
dencias— la principal, la filosofía escolástica— , aquellos escri
tores eclesiásticos cuya producción literaria suele designarse
con el título de «Filosofía patrística» (s. ii-v m ). La especu
lación filosófica de dichos autores, aunque no entre riguro
samente como medieval en los cuadros de la historiología,
al menos por lo que hace a los de los primeros siglos, sin
embargo, por su temática y su concepción del mundo y del
1 C. F e rn á n d e z , S. I., Los filósofos modernos. Selección de textos (BAC,
Madrid 1970; 3.a ed., Madrid 1976); Los filósofos antiguos. Selección de textos
(BAC, Madrid 1974).
X II
Prólogo
hombre, es, com o hemos dicho, un verdadero preludio y aun
iniciación de la especulación escolástica: ese carácter se ma
nifiesta con toda fuerza y esplendor en la figura máxima de
ese período, San Agustín. Con la aparición del cristianismo
la reflexión racional, ejercida ya de antiguo por la filosofía
griega, sobre los grandes problemas, recibe una nueva direc
ción, que toma cuerpo en una problemática y en unas solu
ciones que llegan a su plena formulación en el período de
madurez de la filosofía escolástica. Si bien cronológicamente
emparentada con los demás fenómenos de la historia anti
gua, doctrinalmente la filosofía patrística tiene mucha más
afinidad con la que se desarrolla en el Medioevo que con su
coetánea la filosofía griega postaristotélica.
Ya se comprende que, dada la amplitud del período his
tórico abarcado, se impone, si en alguna, en la presente, el
mantener el carácter de «selección». Sería empresa vana el
tratar de reproducir textos de todos o de la mayoría de los
pensadores «medievales» en el sentido explicado: aquí, más
que en ningún otro caso, la abundancia dañaría a la calidad.
Aun concediendo a la obra dos volúmenes, ha habido que
usar un riguroso criterio de selección: se ha atendido, ante
todo, a las máximas figuras, reconocidas universalmente com o
tales por la calidad de su doctrina y por su influencia en la
posteridad. Aun en éstas, ha habido que limitarse a reprodu
cir tan sólo los textos más representativos, renunciando a
otros muchos, de alto valor, sin duda, para el estudio m ono
gráfico de puntos particulares, aunque procurando, eso sí,
conforme a la finalidad de la obra, que no quedase tema im
portante doctrinal sin sus correspondientes textos ilustrati
vos en los diversos autores. Una selección no es una enciclo
pedia, ni pretende suplantar la lectura directa íntegra de la
obra: responde a la necesidad imperiosa de atender a las li
mitaciones obvias de tiempo y espacio; pero, salvado eso, es
más bien una invitación a acudir a la lectura íntegra del ori
ginal.
En atención a lo ingente de su producción filosófica y su
alto valor doctrinal, se ha concedido una extensión notable,
dentro siempre de lo que consiente el carácter de selección,
Prólogo
X III
a San Agustín y a Santo Tomás: ambos ocupan un puesto
privilegiado en la historia del pensamiento humano. De he
cho, San Agustín es fuente perenne de inspiración para la
Escolástica, en la cual aparecen sus obras citadas constante
mente, y aun en la filosofía moderna deja sentir su influjo
com o el pensador más genuina y profundamente humano de
todos los tiempos. Santo Tomás, por su parte, ejerce un ma
gisterio perenne en la Iglesia, y ofrece al pensamiento mo
derno elementos de gran valor para el planteamiento y solu
ción de los grandes problemas metafísicos y éticos que se
presentan al hombre actual.
El carácter, muy peculiar, de la reflexión filosófica de la
mayoría de los pensadores cristianos aducidos, que la desarro
llaron, en la mayor parte de sus obras, en el contexto de su
reflexión teológica, como obedeciendo al lema «intellige ut
credas» (aun conservando su mutua independencia), hace di
fícil el presentar un texto de puro y exclusivo carácter filo
sófico, sin las adherencias de elementos teológicos que con
frecuencia los acompañan o les dan origen. El lector sabrá
distinguir ambos aspectos y apreciar las posibles interferen
cias entre los dos tipos de saber. Por lo mismo, es ocioso ad
vertir que la existencia del contenido filosófico de un texto
aducido no hay que juzgarla por el título, posiblemente teo
lógico, de la obra o de la sección que lo encabeza: de hecho,
una buena parte de las teorías filosóficas de San Agustín, por
ejemplo, y de Santo Tomás se hallan en obras teológicas y en
contexto estrictamente teológico.
Los textos se presentan en traducción castellana, o hecha
directamente, o la realizada, y de valor reconocido, por otros.
Sólo la escasez de espacio disponible ha hecho renunciar al
id e a l, en estos tipos de selección de textos, de reproducir,
junto a la traducción, el texto original. Con ello se ha co
rrido el riesgo, ya conocido y lamentado en estos casos, de
desvirtuar y aun falsear el pensamiento original del autor:
un San Agustín, y aun un Santo Tomás traducidos, puede
aparecer un San Agustín y un Santo Tomás inauténticos o (al
menos) exangües, sin vida, sin la vibración que se siente al
Prólogo
Prólogo
contacto personal con el escritor. Somos conscientes de ello,
pero hemos preferido correr (y aun incurrir) el riesgo a de
jar de intentar el prestar este servicio de poner a disposición
del que se preocupa por la filosofía los textos más ricos de
muy definido y compacto, netamente diferenciado de los de
XIV
los grandes pensadores.
A esta dificultad, común a todas las obras de versión, se
añade otra en el caso presente, notoria también y experimen
tada por los que emprenden esta clase de trabajos: sabido
es que el lenguaje filosófico medieval (sobre todo el escolás
tico) abunda en términos y fórmulas difícilmente traducibles
en las lenguas modernas. A veces un término o una expre
sión medieval tiene unos sentidos y resonancias de que ca
rece su correspondiente exacto en la lengua moderna; otras,
un mismo término es susceptible de tantos matices, por la di
versidad de estructuras de la realidad y del pensamiento que
recubre, que es imposible traducirlo siempre en equivalencia
rigurosa por un solo término también en la lengua de la ver
sión (piénsese, por ejemplo, en los varios y diversos sentidos
del término «esse» en Santo Tomás).
Una buena parte de los traductores resuelven estas difi
cultades reproduciendo, sin más, el termino latino, sin susti
tuirlo o doblarlo con su correspondiente en la lengua moder
na. Hemos preferido secundar el esfuerzo de otros por apu
rar las posibilidades de una versión de todos los términos
y fórmulas, poniendo, con contadas excepciones, el término
castellano que nos ha parecido expresar más fielmente el pen
samiento del autor; aun entonces, como la elección de un tér
mino en vez de otro puede dar al pensamiento una inflexión
ajena y aun a veces contraria a la mente del autor, hemos
puesto a continuación entre paréntesis el término original, para
que el lector pueda, si el caso lo permite, transferirse inme
diatamente a la mente del escritor y acogerse a otra interpre
tación que dé con el matiz originario, no felizmente expresa
do tal vez en la traducción.
Hemos seguido el orden rigurosamente cronológico tanto
de los autores aducidos como de los textos reproducidos de
un mismo autor, con la sola excepción de los filósofos arabes
y judíos, por estimar que forman éstos entre sí un bloque
xv
más, y aconsejarlo así conveniencias de distribución del es
pacio disponible.
En la bibliografía hemos seguido la misma norma que en
las citadas obras anteriores: damos, primero, a la cabeza de
la selección de los textos de cada autor una b i b l i o g r a f í a
g e n e r a l sobre su persona y enseñanza filosófica, y en espe
cial sobre las obras cuyos textos se reproducen, y otra, ya es
pecializada, a pie de página, sobre cada texto en particular:
se pone sin ninguna llamada especial en el cuerpo de la pá
gina, con sólo reproducir al pie el número correspondiente
del párrafo. Se hace lo más escuetamente posible; sólo se dan
todos los datos de la obra citada cuando se trata de títulos
que no aparecen en la b i b l i o g r a f í a g e n e r a l ; en el caso con
trario, que es el más frecuente, la referencia completa se halla
en aquélla.
También en la bibliografía, que, com o es patente a quien
está familiarizado con el tema, es sencillamente inmensa, ha
habido que emplear un criterio de rigurosa selección, limitán
dose forzosamente a la enumeración de las fuentes bibliográ
ficas, como son las bibliografías generales, boletines biblio
gráficos, monografías fundamentales, actas de Congresos, co
lecciones especializadas y, en general, remitiendo al lector a
los que, a su vez, le suministrarán una buena información bi
bliográfica.
Se ha atendido a actualizar dicha información lo más po
sible, recogiendo los títulos aparecidos recientemente en estos
días inmediatos a la publicación de la obra, sin descuidar los
estudios anteriores, que, por ser fundamentales y de valor uni
versalmente reconocido, no han envejecido con el paso de los
años y siguen siendo instrumento de trabajo imprescindible
para el estudio de un autor.
En casos especiales, com o en el de San Agustín y Santo
Tomás, dada la importancia de la mayor parte de sus obras
y la abundancia de estudios sobre ellas, se ha puesto también
una bibliografía general al frente de cada una, además de la que
figura al principio sobre el autor, que después se completa
XVI
Prólogo
y matiza, com o en los demás autores, con las notas a pie de
página.
El Indice de materias, pieza esencial, en nuestro propósito,
de esta obra, por posibilitar y facilitar el manejo del copioso
material doctrinal en ella recogido, debería ser, atendido ese
fin, muy extenso, mucho más que en las otras dos obras an
teriores sobre los Filósofos antiguos y los Filósofos moder
nos; si no lo es, se debe únicamente a las limitaciones de es
pacio disponible.
Las notas, cuando son del propio filósofo cuyo texto se
reproduce, van sin ninguna indicación ulterior; las del tra
ductor van acompañadas de la abreviatura (N. del T .) , y las
nuestras propias van precedidas de (*).
Madrid, septiembre de 1979.
LOS
FILOSOFOS
SELECCION
MEDIEVALES
DE TEXTO S
I
SAN
JUSTINO
(t 160-165)
O b r a s p r i n c i p a l e s : ’ AnoXopa úxsp '¿ptaxiav&v xpàç ’Avxovfvov xôv euaeßr
(A pología en favor de los cristianos a A ntonino P ío ) [ Apología I ]
(1 3 8 /1 3 9 );
’ AxoÁo-j-ta úxép xP taltav“ v KP°S x*¡v 'Pa)]iatmv SújxÁrjxov
(Apología en favor de los cristianos al Senado Rom ano) [A pología I I ]
(1 3 8 /1 3 9 ); IIpo; xóv Tpú^iuva ’ IouSaïov dcaXofoi; (D iálogo con el judío
T rifón) (15 5 /1 6 0 ?).
E d i c i ó n c i t a d a : D . R u i z B u e n o , Padres apologetas griegas ( s . i i ) .
Introducciones, texto griego, versión española y notas: San Justino:
Diálogo con Trifón (BAC 21979).
B i b l i o g r a f í a g e n e r a l : D . R u i z B u e n o , o .c . Introducción al Diálogo
con Trifón p.281-299; G . A r c h a m b a u l t , Justin: Dialogue avec Triphon.
Texte avec traduction française, introduction, notes et index (Textes et
Documents, V I I I , 11), 2 vols. (Paris 1909); P. K e s e l i n g , Justins «D ia
log gegen Tripho» c.1-10, und Platons « Protagoras» : Rhein. Mus. 75
(1926) 223-229; J. C. M . v a n W in d e n , A n early Christian philosopher.
Justin Martyr’s dialogue with Tripho. Introd., text and commentary
(Leiden 1971); Justini philosophi et martyris opera quae feruntur omnia,
edidit I. C. Th. O t t o , tomi I pars 2.“, opera Justini indubitata, ed. 3*
(Jenae 1877), Corpus Apologetarum christianorum saec. II, p .X V I I -X I X .
Ë . P r e u s c h e n , D ie Einheit von Justins Dialog gegen Tripho. Zeitschr.
für neutest. Wissenschaft und die Kunde der älteren Kirche (Giessen
1900ss.); G . B a r d y , art. Justin, en Dict. Théol. Cath. V I I I , col.2228-2277
(Bibi, p.2275-2277); Id., « Philosophie» et «T h éologie» dans le vocabu
laire chrétien des premières siècles: Rev. d ’Asc. et Myst. 25 (1949)
97-108; Ü b e r w e g - G e y e r , Grundriss der Geschichte der Philosophie.
Zw eit. Teil, D ie patristische und Scholastische Philosophie, elfte neubearb. Auflage (Berlin 1928) p .15-20 (Bibliogr., p.649-650); J. Q u a s t e n ,
Patrología (trad. esp. por I. O ñ a t i b i a ), I (Madrid 1961) p .190-211;
H . A . W o l f s o n , The Philosophy of the Church Eathers, vol.I, Faith,
Trinity, Incarnation, 3.a ed. (Cambridge, Mass., 1970); Id., Studies in
the H istory of Philosophy and Religion, I (ed. by I. T w e r s k y and
G . H . W i l l i a m s ) (Cambridge, Mass., 1973); L. W . B a r n a r d , Justin
Martyr. H is Life and Thought (Cambridge 1967) (Bibliogr., p .180-183);
R. J o l y , Christianisme et philosophie. Études sur saint Justin et les
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tactes, Rev. franç. de l’orthod. 5 (1973) 84, p.317-337.
San Justino
4
DIALO G O CON TRIFON
1 1. Paseábame yo por la mañana bajo los porches del
gimnasio, cuando cruzándose conmigo cierto sujeto con algunos
otros:
— Salud, filósofo— me dijo.
Y a par que así me saludaba, dio la vuelta y se puso a
pasear a mi lado, y con el se volvieron también sus amigos.
Y o, a mi vez, devolviéndole el saludo:
— ¿Qué ocurre?— le dije.
Y él:
.
Me enseñó en Argos— contestóme— Corinto el socráti
co que no hay que despreciar ni descuidar a los que visten
hábito com o el tuyo, sino mostrarles por todos modos esti
ma y buscar su conversación, con el fin de sacar algún pro
vecho o para élo para mí. Pues aun en el caso de aprove
charse uno solo de los dos, ya es un bien para entrambos.
Por eso, siempre que veo a alguien que lleva ese hábito me
acerco a él con gusto, y ésa es la causa por que ahora te he
saludado también a ti de buena gana. Estos me vienen acom
pañando y también ellos esperan oír de ti algo de provecho...
— Y ¿quién eres tú, oh el mejor de los mortales?— le
repliqué yo, bromeando un poco.
Y él me indicó, sencillamente, su nombre y su raza:
— Y o me llamo Trifón— me dijo— , y soy hebreo de la
circuncisión, que, huyendo de la guerra recientemente acaba
da, vivo en Grecia, la mayor parte del tiempo en Corinto.
¿Y cómo— le dije yo— pudieras tú sacar tanto prove
cho de la filosofía, cuanto de tu propio legislador y de los
profetas?
— ¿Pues qué?— me replicó— ; ¿no tratan de Dios los fi
lósofos en todos sus discursos y no versan sus disputas siem
pre sobre su unicidad y providencia? ¿O no es objeto de la
filosofía el investigar acerca de Dios?
2 — Ciertamente— le dije— , y ésa es también mi opi
nión; pero la mayoría de los filósofos ni se plantean siquie1-18 Ruiz
Introducción, o.e., p.281-299; P e p in , La P hilosoph ie patrisde la Philosophie, s o n s 1a d ir e c t io n d e F. C h a t e l e t , I
(P a ris 1972) p.62; Q u a s t e n , o.e., I p,195b-196; B a r n a r d , o.e., p.40.
1 O t t o , o.e., p.2 nt.3; p.3 nt.4.5.6.
2 V an W in d e n , Le christianisme et la Philosophie...'. Kyriacon I p . 205-2'3;
C om an
Elements d’anthropologie dans les oeuvres de Saint Justin...: Rev.
fran?. de 1’orthod. 5 (1973 ) 84 p.317-337; W a r k o t s c h , Antike Philosophie im
Urteil der Kirchenväter (München 1973); O t t o , o.e., p.4 nt.10; p .6 nt.17.
tiaue, en
B u eno,
H istoire
Diálogo con Trifón
5
ra el problema de si hay un solo Dios o hay muchos, ni si
tienen o no providencia de cada uno de nosotros, pues opi
nan que semejante conocimiento no contribuye para nada a
nuestra felicidad. Es más, intentan persuadirnos que del uni
verso en general y hasta de los géneros y especies se cuida
Dios, pero ya no ni de mí ni de ti ni de las cosas particula
res; pues de cuidarse, no le estaríamos suplicando día y no
che. Ahora, no es difícil comprender el blanco a que tiran
esas teorías. Los que así opinan, aspiran a la inmunidad, a la
libertad de palabra y de obra, a hacer y decir lo que les dé la
gana, sin temer castigo ni esperar premio alguno de parte
de Dios. ¿Cómo, en efecto, lo esperan quienes afirman que
yo y tú hemos de volver a vivir vida igual a la presente, sin
que nos hayamos hecho ni mejores ni peores? Otros, dando
por supuesto que el alma es inmortal e incorpórea, opinan
que ni aun obrando el mal han de sufrir castigo alguno,
com o quiera que lo incorpóreo es impasible, y que, pues el
alma es inmortal, no necesitan ya para nada de Dios.
Entonces él, sonriendo, cortésmente:
— Y tú— me dijo— , ¿qué opinas sobre esto, que idea tie
nes de Dios y cuál es tu filosofía? Dínoslo.
3 2. — Sí— respondí— , yo te voy a decir lo que a mí pa
rece claro. La filosofía, efectivamente, es en realidad el ma
yor de los bienes, y el más precioso ante Dios, al cual ella
es la sola que nos conduce y recomienda. Y santos, a la ver
dad, son aquellos que a la filosofía consagran su inteligencia.
Ahora, qué sea en definitiva la filosofía y por qué les fue
enviada a los hombres, cosa es que se le escapa al vulgo de
las gentes; pues en otro caso, siendo com o es ella ciencia
una, no habría platónicos, ni estoicos, ni peripatéticos, ni teó
ricos, ni pitagóricos. Quiero explicaros por qué ha venido a te
ner muchas cabezas. El caso fue que a los primeros que a
ella se dedicaron y que en su profesión se hicieron famosos,
les siguieron otros que ya no hicieron investigación alguna
sobre la verdad, sino que, llevados de la admiración de la
constancia, del dominio de sí y de la rareza de las doctrinas
de sus maestros, sólo tuvieron por verdad lo que cada uno
había aprendido de aquéllos; luego, transmitiendo a sus su3-9 H y l d a h l , Philosophie und Christentum. Eine Interpretation der EinleiP 174 175* DÍ“^0g l ustins: ^cta 'heologica Danica, IX (Kopenhaguen 1966)
3 O t t o o c , p .6 nt.2 y 3; B a r n a r d ,
sophy of the Church Fathers p.72.
o .c .,
p.32
y
34;
W olfson ,
The Philo-
San Justino
Diálogo con Trifón
cesores doctrinas semejantes a las primitivas, cada escuela
tomó el nombre del que fue padre de su doctrina.
me hecho sabio en un santiamén, y mi necedad me hacía es
perar que de un momento a otro iba yo a contemplar al mis
mo Dios. Porque tal es el blanco de la filosofía de Platón.
6
4 Y o mismo, en mis comienzos, deseando también tra
tar con alguno de éstos, me puse en manos de un estoico.
Pasé con él bastante tiempo; pero dándome cuenta que nada
adelantaba en el conocimiento de Dios, sobre el que tam
poco él sabía palabra ni decía ser necesario tal conocimiento,
me separé de él y me fui a otro, un peripatético, hombre agu
do, según él creía. Este me soportó bien los primeros días;
pero pronto me indicó que habíamos de señalar honorarios,
a fin de que nuestro trato no resultara sin provecho. Y o le
abandoné por esta causa, pues ni filósofo me parecía en abso
luto.
5 Pero mi alma me seguía bullendo por oír lo que es
peculiar y más excelente en la filosofía; por esto me dirigí
a un pitagórico, reputado en extremo, hombre que tenía muy
altos pensamientos sobre su propia sabiduría. Apenas me puse
al habla con él, con intención de hacerme oyente y discípulo
suyo:
— ¡Muy bien!— me dijo— ; ¿ya has cursado música, as
tronomía y geometría? ¿O es que te imaginas vas a contem
plar alguna de aquellas realidades que contribuyen a la feli
cidad, sin aprender primero esas ciencias que han de despren
der al alma de lo sensible y prepararla para lo inteligible, de
modo que pueda ver lo bello en sí y lo que es en sí bueno?
Hízome un largo panegírico de aquellas ciencias, me las
presentó com o necesarias, y, confesándole yo que las ignora
ba, me despidió. Com o es natural, me molestó haber fraca
sado en mi esperanza, más que más que yo creía que aquel
hombre sabía algo. Por otra parte, considerando el tiempo
que tendría que gastar en aquellas disciplinas, no pude su
frir diferirlo para tan largo plazo.
6 Estando así perplejo, me decidí, por fin, a tratar
también con los platónicos, pues gozaban también de mucha
fama. Justamente, por aquellos días había llegado a nuestra
ciudad un hombre inteligente, una eminencia entre los plató
nicos, y con éste tenía yo largas conversaciones y adelanta
ba y cada día hacía progresos notables. La consideración de
lo incorpóreo me exaltaba sobremanera; la contemplación de
las ideas daba alas a mi inteligencia; me imaginaba haber4 O t t o , o . c . , p .8 n t.8 .
6 O t t o , o . c ., p .9 n t .1 0 y
11;
p .1 0 n t.1 3 y 14.
7
7 3. Con esta disposición de ánimo, determiné un día
henchirme de abundante soledad y evitar toda huella de hom
bres, por lo que marché a cierto paraje no lejano del mar.
Cerca ya de aquel sitio, en que había yo de encontrarme a mis
solas, me iba siguiendo, a poca distancia, un anciano, de as
pecto no despreciable, que daba señas de poseer blando y ve
nerable carácter. Volvíme yo, me paré, y clavé fijamente en
él mis miradas. Y él entonces:
— ¿Es que me conoces?— me dijo.
Contestóle que no.
— ¿Por qué, pues— me dijo— , me miras de esa manera?
— Estoy maravillado— contestóle— de que hayas venido a
parar a donde yo, cuando no esperaba hallar aquí a hombre
viviente.
— Ando preocupado— me repuso él— por unos familiares
míos que están de viaje. Vengo, pues, yo mismo a mirar si
aparecen por alguna parte. Y a ti— concluyó— ¿qué te trae
por acá?
— Me gusta— le dije— pasar así el rato, pues puedo sin
estorbo conversar conmigo mismo. Y es así que, para quien
ama la meditación, no hay parajes tan propios como éstos.
8 - —¿Luego tú eres— me dijo— un amigo de la idea y no
de la acción y de la verdad? ¿Cómo no tratas de ser más
bien hombre práctico que no sofista?
— ¿Y qué obra— le repliqué— mayor cabe realizar que la
de mostrar cóm o la idea lo dirige todo, y, concebida en nos
otros y dejándonos por ella conducir, contemplar el extravío
de los otros y que nada en sus ocupaciones hay sano ni grato
a Dios? Porque sin la filosofía y la recta razón no es posi
ble que haya prudencia. De ahí que sea preciso que todos
los hombres se den a la filosofía y ésta tengan por la más
grande y más honrosa obra, dejando todo lo demás en segun
do y tercer lugar; que si ello va unido a la filosofía, aún
podrán pasar por cosas de moderado valor y dignas de acep
tarse; mas si de ella se separan y no la acompañan, son pe
sadas y viles para quienes las llevan entre manos.
7-9 H yda h l , o . c ., p .1 8 1 .
7 O t t o , o .c ., p.ío n t . l ; p . l l n t.2 y 3 .
8 V an W in d e n , o .c ., p .2 0 5 -2 1 3 ; C om an , o .c ., p .3 1 7 -3 3 7 ;
n t.4 ; B a r n a r d , o .c ., p .3 4 .
O t t o , o .c .,
p .1 2
San Justino
Diálogo con Trifón
— ¿La filosofía, pues— me replicó— produce felicidad?
— En absoluto— contestóle— y sola ella.
— Pues dime— prosiguió— , si no tienes inconveniente, qué
es la filosofía y cuál es la felicidad que ella produce.
— La filosofía— le respondí— es la ciencia del ser y el co
nocimiento de la verdad, y la felicidad es la recompensa de
esta ciencia y de este conocimiento.
10 4. — ¿Luego— me dijo— es que tiene nuestra inteli
gencia una fuerza tal y tan grande, o comprende más bien
por medio de la sensación? ¿O es que la inteligencia huma
na será jamás capaz de ver a Dios, sin estar adornada del
Espíritu Santo?
— Platón, en efecto— contesté yo— , afirma que tal es el
ojo de la inteligencia y que justamente nos ha sido dada para
contemplar con él, por ser ojo puro y sencillo, aquello mis
mo que es, y que es causa de todo lo inteligible, sin color,
sin figura, sin tamaño, sin nada de cuanto ni ojo ve, sino que
es el ser mismo, más allá de toda esencia, ni decible ni ex
plicable; lo solo bello y bueno, que de pronto aparece en
las almas de excelente naturaleza, por lo que con El tienen
de parentesco y por su deseo de contemplarlo.
9 — Y Dios, ¿a qué llamas tú D ios?— me dijo.
— Lo que siempre se ha del mismo modo e invariablemen
te y es causa del ser de todo lo demás, eso es propiamente
Dios.
Tal fue mi respuesta, y com o mostraba gusto en escuchar
me, prosiguió preguntándome:
— Ese nombre de ciencia, ¿no es común a diferentes co
sas? Porque en todas las artes, el que las sabe se llama sa
bio en ellas, por ejemplo, la estrategia, la náutica, la medi
cina. En lo referente a Dios y al hombre no pasa lo mismo.
¿Hay alguna ciencia que nos procure conocimiento de las
cosas mismas divinas y humanas e inmediatamente nos haga
ver lo que en ellas hay de divinidad y de justicia?
— Claro que sí— le respondí.
-—Entonces, ¿es lo mismo saber del hombre o de Dios
que saber de música, aritmética, astronomía u otra materia
semejante?
-—De ninguna manera— contesté.
— Luego no me respondiste bien antes— me dijo él— .
Porque hay conocimientos que nos vienen del aprendizaje
o de cierto ejercicio; otros, por la visión directa. Por ejem
plo, si alguien te dijera que hay allá en la India un animal de
naturaleza distinta a todos los otros, sino que es así o asá,
múltiple de forma y de color vario, no sabrías lo que es
antes de verlo, y de no haberlo oído a quien lo vio, no po
drías decir de él ni una palabra.
— Cierto que no— le contesté.
— ¿Cómo, pues— me replicó— , pueden los filósofos sen
tir rectamente de Dios o hablar de él con verdad, si no tie
nen ciencia de El, com o quiera que ni le han visto ni le han
oído jamás?
-— Mas la divinidad— le repliqué— , padre, no es visible
a sus ojos, como los otros vivientes, sino sólo comprensible
?. su inteligencia, com o dice Platón y yo lo creo.
9 Q t t o , o . c . , p .1 4 n t .1 3 ;
p .1 6 n t .1 9 y 2 0 ;
B a r n a r d , o .c ., p .3 6 -3 7 .
9
11 — ¿Cuál es, pues— me dijo— , nuestro parentesco con
Dios? ¿Es que el alma es también divina e inmortal y una
partícula de aquella soberana inteligencia, y com o aquélla
ve a Dios, también ha de serle hacedero a la nuestra compren
der la divinidad y gozar la felicidad que de ahí se deriva?
— Absolutamente— le dije.
— ¿Y todas las almas— preguntó— de los vivientes tienen
la misma capacidad o es diferente el alma de los hombres del
alma de un caballo o de un asno?
— N o hay diferencia alguna— respondí— , sino que son en
todos las mismas.
— Luego también— concluyó— verán a Dios los caballos y
los asnos, o le habrán ya visto alguna vez.
— N o— le dije— , pues ni siquiera le ve el vulgo de los
hombres, a no ser que se viva con rectitud, después de ha
berse purificado con la justicia y todas las demás virtudes.
— Luego— me dijo— no ve el hombre a Dios por su pa
rentesco con El, ni porque tiene inteligencia, sino porque es
templado y justo.
— Así es— le contesté— , y porque tiene la potencia con
que entender a Dios.
— ¡Muy bien! ¿Es que las cabras y las ovejas cometen
injusticia contra alguien?
— Contra nadie en absoluto— contestóle.
— Entonces— replicó— , según tu razonamiento, también
estos animales verán a Dios.
10 P latón , Fedón 65e-66a; O tto , o .c ., p.17 nt.l;
11-15 C om an , o .c ., p.317-337.
11 P l at ó n , Filebo 30d; O tto , o .c ., p .20 nt.10.
B arnard , o .c .,
p.36-37.
San ] ustino
Diálogo con Trifón
— No, porque su cuerpo, dada su naturaleza, les es impe
dimento.
— Si estos animales— me interrumpió— tomaran voz, sá
bete que tal vez con más razón se desatarían en injurias con
tra nuestro cuerpo. Mas, en fin, dejemos ahora esto, y con
cedido como tú dices. Dime sólo una cosa: ¿V e el alma a
Dios mientras está en el cuerpo, o separada de él?
14 5. — Así, pues, nada saben aquellos filósofos sobre
estas cuestiones, pues no son capaces de decir ni qué cosa sea
el alma.
— No parece que lo sepan.
10
12 — Como posible— respondí— , aun estando el alma en
la forma de hombre, le es posible llegar ahí por medio de la
inteligencia; sin embargo, desatada del cuerpo y venida a ser
ella misma por sí misma, entonces es cuando sobre todo al
canza aquello que amó todo el tiempo de su vida.
— ¿Y se acuerda de ello cuando vuelve otra vez al hom
bre?
— No me parece— respondí.
— Entonces— repuso él— , ¿qué provecho han sacado de
verlo, o qué ventaja tiene el que vio sobre el que no vio, cuan
do de ello no queda ni recuerdo?
— No sé qué responderte— le dije.
-— Y ¿qué pena sufren— me dijo— las que son juzgadas in
dignas de esta vista?
13 — Viven encarceladas en cuerpos de bestias, y esto
constituye su castigo.
— Ahora bien— me replicó— , ¿saben ellas que por esta
causa viven en tales cuerpos, en castigo de algún pecado?
— No lo creo.
— Luego, según parece, tampoco éstas— concluyó— sacan
provecho alguno de su castigo, y aun diría yo que ni castigo
sufren, desde el momento que no tienen conciencia de ser
castigadas.
— Así es, en efecto.
-— En conclusión— me dijo— , ni las almas ven a Dios,
ni transmigran a otros cuerpos; pues sabrían que es ése su
castigo y temerían en lo sucesivo cometer el más ligero pe
cado. Ahora, que sean capaces de entender que existe Dios
y que la justicia y la piedad son un bien, también yo te lo con
cedo.
— Tienes razón— le contesté.
— Tampoco, por cierto, hay que decir que sea inmortal,
pues si es inmortal, claro es que tiene que ser increada.
— Sin embargo— le dije yo— , por increada e inmortal la
tienen algunos, los llamados platónicos.
— ¿Y tú también— me dijo él— tienes el mundo por in
creado?
— Hay quienes lo dicen, pero no soy de su opinión.
— Y haces bien. Pues ¿por qué motivo un cuerpo tan só
lido y que ofrece tanta resistencia, compuesto y variable y que
cada día perece y nace, ha de pensarse no procede de algún
principio? Ahora bien, si el mundo es creado, forzoso es que
también lo sean las almas y que haya un momento que no
existan. Porque, efectivamente, fueron hechas por causa de los
hombres y de los otros vivientes, aun en el supuesto de que
tú digas que fueran creadas absolutamente separadas y no jun
tamente con sus propios cuerpos.
— Así parece ser exactamente.
— No son, pues, inmortales.
— No, puesto caso que el mundo nos pareció ser creado.
15 — Sin embargo, yo no afirmo que todas las almas
mueran— lo que sería una verdadera suerte para los malva
dos— . ¿Qué digo, pues? Que las de los piadosos permanecen
en un lugar mejor, y las injustas y malas, en otro peor, espe
rando el tiempo del juicio. Así, unas que han aparecido dignas
de Dios, ya no mueren; otras son castigadas mientras Dios
quiera que existan y sean castigadas.
— ¿Acaso vienes tú a decir lo mismo que deja entender
Platón en el Timeo sobre el mundo, es decir, que en sí mismo,
en cuanto fue creado, es también corruptible, pero que no se
disolverá ni tendrá parte en la muerte por designio de Dios?
¿Así te parece a ti también acerca del alma y, en general, acer
ca de todo lo demás?
-— En efecto, cuanto después de Dios es o ha de ser jamás,
14
12 P l a t ó n , Fedóti 66b-e; Fedro 429b.
13 P l a t ó n , Fed ón 81; T im eo 42c; O t t o ,
o.c., p.34.
nard,
o .c .,
p.22
n t.1 5 y
16;
B a rn a rd ,
11
15
P l a t ó n , Tim.,
o . c . , p.34.
P l a t ó n , Tim.,
28b;
41a-9;
W o lfs o n ,
o .c .,
W o l f s o n , o .c .,
p.183;
O tto ,
p.l74.177ss;
o .c .,
p.23 nt.4;
O t t o , o . c .,
B a r-
p.24 nt.8;
San Justino
Diálogo con Trifón
todo tiene naturaleza corruptible y capaz de desaparecer y de
jar de existir. Sólo Dios es increado e incorruptible, y por eso
es Dios; pero todo lo demás fuera de Dios es creado y corrup
tible. Por esta causa mueren y son castigadas las almas. Por
que si fueran increadas, ni pecarían ni estarían llenas de in
sensatez, ni serían ora cobardes, ora temerarias, ni pasarían
voluntariamente a los cuerpos de cerdos, serpientes o perros,
ni fuera tampoco lícito, de ser increadas, obligarlas a ello. Lo
increado, en efecto, es semejante a lo increado, y no sólo se
mejante, sino igual e idéntico, sin que sea posible que uno
sobrepase a otro en poder ni en honor. De donde precisamen
te se sigue que no puede haber dos seres increados. Porque
si en ellos hubiera alguna diferencia, jamás pudiéramos dar
con la causa de ella por más que la buscáramos, sino que, re
montándonos con el pensamiento hasta lo infinito, tendríamos
que parar, rendidos, en un solo increado, y decir que él es la
causa de todo lo demás.
— ¿Acaso— pregunté yo— todo eso se les pasó por alto a
Platón y Pitágoras, hombres sabios, que han venido a ser para
nosotros com o la muralla y fortaleza de la filosofía?
IT 7. — Entonces—-le dije— , ¿a quién vamos a tomar
por maestro o de dónde podemos sacar provecho, si ni en éstos
— en Platón y Pitágoras— se halla la verdad?
12
16 6 . — Nada se me importa— contestóme— de Platón ni
de Pitágoras, ni en absoluto de nadie que tales opiniones haya
tenido. Porque la verdad es ésta, y tú puedes comprenderla
por el siguiente razonamiento. El alma, o es vida o tiene vida.
Ahora bien, si es vida, tendrá que hacer vivir a otra cosa, no
a sí misma, al modo que el movimiento mueve a otra cosa,
más bien que a sí mismo. Mas que el alma viva, nadie habrá
que lo contradiga. Luego si vive, no vive por ser vida, sino
porque participa de la vida. Ahora bien, una cosa es lo que
participa y otra aquello de que participa; y si el alma participa
de la vida, es porque Dios quiere que viva. Luego de la mis
ma manera dejará de participar un día, cuando Dios quiera
que no viva. Porque no es el vivir propio de ella com o lo es
de Dios; como el hombre no subsiste siempre, ni está siempre
el alma unida con el cuerpo, sino que, como venido el mo
mento de deshacerse esta armonía, el alma abandona al cuerpo,
y deja el hombre de existir; de modo semejante, venido el
momento de que el alma tenga que dejar de existir, se aparta
de ella el espíritu vivificante, y el alma ya no existe, sino que
va nuevamente allí de donde fue tomada.
16 R r n z B u e n o ,
o .c .,
p .3 1 3 n t .1 0 ; B a r n a r d ,
o .c .,
p .3 4 .
13
—-Existieron hace mucho tiempo— me contestó el viejo—
unos hombres más antiguos que todos estos tenidos por filó
sofos, hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, los
cuales hablaron inspirados del espíritu divino, y divinamente
inspirados predijeron lo porvenir, aquello justamente que se
está cumpliendo ahora; son los que se llaman profetas. Estos
son los solos que vieron y anunciaron la verdad a los hombres,
sin temer ni adular a nadie, sin dejarse vencer de la vanaglo
ria, sino llenos del Espíritu Santo, sólo dijeron lo que vieron y
oyeron. Sus escritos se conservan todavía y quien los lea y les
preste fe, puede sacar el más grande provecho en las cuestio
nes de los principios y fin de las cosas y, en general, sobre
aquello que un filósofo debe saber. Porque no compusieron
jamás sus discursos con demostración, com o quiera que ellos
sean testigos fidedignos de la verdad por encima de toda de
mostración; y por lo demás, los sucesos pasados y los actua
les nos obligan a adherirnos a sus palabras. También por los
milagros que hacían, es justo creerles, pues por ellos glorifi
caban a Dios Hacedor y Padre del Universo, y anunciaban
a Cristo, H ijo suyo, que de El procede. En cambio, los fal
sos profetas, a quienes llena el espíritu embustero e impuro,
no hicieron ni hacen eso, sino que se atreven a realizar cier
tos prodigios para espantar a los hombres y glorificar a los
espíritus del error y a los demonios. Por tu parte y antes que
todo, ruega que se te abran las puertas de la luz, pues estas
cosas no son fáciles de ver y comprender por todos, sino
a quien Dios y su Cristo concede comprenderlas.
18 8 . Esto dicho y muchas otras cosas que no hay por
qué referir ahora, marchóse el viejo, después de exhortarme
a seguir sus consejos, y yo no le volví a ver más. Mas inme
diatamente sentí que se encendía un fuego en mi alma y se
apoderaba de mí el amor a los profetas y a aquellos hombres
que son amigos de Cristo, y reflexionando conmigo mismo
sobre los razonamientos del anciano, hallé que ésta sola es
la filosofía segura y provechosa. De este modo, pues, y por
estos motivos soy yo filósofo, y quisiera que todos los hom17 O t t o , o .c ., p.29 nt.2; p.30 nt.3 y 6 .
18 Übektc-eg-G eyer, Grundrisss der Gcschichtc
Auflag., p,15s.; O t t o , o .c ., p.33 nt.5.6 y 7.
der Philosophie, II, elfte
14
San Justino
bres, poniendo el mismo fervor que yo, siguieran las doctrinas
del Salvador. Pues hay en ellas un no sé qué de temible y son
capaces de conmover a los que se apartan del recto camino, a
par que, para quienes las meditan, se convierten en dulcísimo
descanso.
Ahora bien, si tú también te preocupas algo de ti mismo
y aspiras a tu salvación y tienes confianza en Dios, como a hom
bre que no es ajeno a estas cosas, posible te es alcanzar la fe
licidad, reconociendo al Cristo de Dios e iniciándote en sus
misterios.
A T E N AGORAS
ObrVs:
Ilpia^sía xepi -¡(pioTtavcúv
tianos) \177? ); litpi ávaataaeax; vexpíov
muertos)\
E d ic ió n
c it a d a :
D . R u iz
(Súplica en favor de los cris
( Sobre la resurrección de los
Padres apologistas griegos (s.II).
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B
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surrección de los muertos p.631-641; Athenagorae philosophi Atheniensis
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résurrection de la chair au I I e siècle. Étude sur le
lUp't àvaTretcreuji;
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introducción, trad. ital. y notas) (Turin 1947); W. B. O
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Christian Apologetic (Paris 1972); I ., T he philosophical and biblical
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1972) p.3-16.
ib l io g k
gen
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c h ü b r in g
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e l l e g r in o
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alh erbe
arnard
d
SOBRE LA RESURRECCION DE LOS MUERTOS
19
11.
. . . Ahora, pues, si por los principios que son na
turalmente primeros y por lo que a ellos se sigue, quedan de
mostradas cada una de las cuestiones propuestas, es evidente que
la resurrección de los cuerpos disueltos es obra posible, que
rida y digna del Creador; pues por ahí también se ha demos
trado la mentira que a esta verdad se opone y lo absurdo de
la incredulidad de algunos. Pues, ¿qué necesidad hay de recal
car la correspondencia de una cosa con otra y su mutua cone
xión? Si es que debe hablarse de conexión, como si hubiera
entre ellas diferencia alguna que las separara, y no fuera mejor
decir que lo posible es también querido, y que lo que Dios
quiere es absolutamente posible y conforme a la dignidad de
quien lo quiere.
1 9 -3 5 R u i z
19 O
tto,
B u en o , o .c .,
o .c .,
p .2 2 6
p .6 3 1 -6 4 1 .
n t .2 .4 .5 .
Atenágoras
Sobre la resurrección de los muertos
20 Ya anteriormente dijimos suficientemente que hay un
razonamiento sobre la verdad y otro por la verdad y qup dife
rencia va del uno al otro y cuándo y para quiénes son útiles.
Pero quizá no haya inconveniente, atendida la común ptilidad
y la conexión de lo dicho con lo que resta por decir, qúe nue
vamente tomemos de ahí nuestro punto de partida. Ah^ra bien,
a uno le conviene por naturaleza ser primero, al otro escoltar
al primero y abrirle el camino y apartar cuanto se le opone y
dificulta su marcha. Y es así que el razonamiento sobre la ver
dad, necesario que es a todos los hombres para su¡ seguridad
y salvación, tiene la primacía por su naturaleza, pof su orden
y por su utilidad. Por su naturaleza, pues nos procura el co
nocimiento de las cosas; por su orden, pues existe en aquello
y a par de aquello de que es indicador; por su utilidad, en fin,
pues es, para los que conocen, guía de su seguridad y de su
salvación. El razonamiento por la verdad, en cambio, es infe
rior, tanto por su naturaleza como por su virtud; porque me
nos es refutar la mentira que afirmar la verdad. Secundario
también por su orden, pues tiene fuerza sólo contra las falsas
opiniones, y una falsa opinión nace de una sobresiembra y de
corrupción. Mas, aun siendo esto así, se antepone algunas ve
ces y resulta más útil, por ser él el que quita y de antemano
limpia la incredulidad que a algunos aqueja y la duda o falsa
opinión de los que por primera vez se acercan. Uno y otro
tienden a un mismo fin, pues tanto el que refuta la mentira
com o el que afirma la verdad se refieren a la piedad; mas no
por eso y de una vez son una misma cosa, sino que el uno,
como dije, es necesario a todos los que creen y a cuantos se
preocupan de la verdad y de la salvación; el otro, hay veces
que para algunos resulta más útil.
a esta alma en el momento de la creación; com o no fue al
alma por sí sola, ni separadamente al cuerpo, a quienes destinó
Dios tal creación y tal vida y toda la existencia entera, sino a
los hombres, compuestos de alma y cuerpo, a fin de que por
los n^ismos elementos de que se engendran y viven, lleguen,
acabada su vida, a uno solo y común término; necesario es de
todo pqnto que, pues de cuerpo y alma se forma un solo ani
mal que padece cuanto alma y cuerpo padecen, y obra y acaba
tanto ló referente a la vida sensible com o al juicio racional,
todo este conjunto se refiera a un solo fin, y de este modo
todo y por todo concurra a una sola armonía y a la misma
unión de\sentimientos en el hombre: su nacimiento, su natu
raleza, su misma vida, sus acciones, sus pasiones, su existencia
y el término a su naturaleza conveniente.
16
21 15. Mas aun cuando la causa que vemos en la crea
ción de los hombres basta por sí sola para demostrar que la re
surrección ha de seguir por natural consecuencia a los cuerpos
disueltos, justo es, sin embargo, no desdeñar ninguno de los
argumentos anteriormente propuestos y, consecuentes con lo
que hemos dicho, señalar, a los que no pueden verlo por sí
mismos, qué consecuencias se siguen de cada uno; y, ante todo,
la naturaleza de los hombres, que nos lleva a la misma conclu
sión y tiene la misma fuerza para establecer la fe en la resu
rrección. Ahora, pues, como universalmente toda naturaleza
humana consta de alma inmortal y de cuerpo que se le adaptó
2 0 O t t o , o . c . , p .2 2 8 n t .1 2 ; 2 2 9 n t.2 1 .
21 O t t o , o .c ., p .2 4 6 n t.2 y 5 .
17
22 Mas si ha de haber una sola armonía de todo el ani
mal y una unión de sentimientos entre lo que procede del alma
y lo que es acabado por el cuerpo, es preciso que haya tam
bién un solo fin para todos estos elementos. Y habrá un solo
fin si el animal, de cuyo fin se trata, es de verdad el mismo
según su constitución; y será limpiamente el mismo si se dan
los mismos elementos de que, como partes, se componía; y los
elementos serán los mismos según su propia trabazón, si los
que se disolvieron se unen nuevamente para la constitución
del animal. Y la constitución de los mismos hombres demues
tra que de necesidad ha de seguirse la resurrección de los cuerpor muertos y disueltos; pues de no darse ésta, ni fuera p o
sible que las mismas partes se unieran naturalmente unas con
otras, ni la naturaleza se compondría de los mismos hombres.
23 Además, si se ha dado a los hombres inteligencia y
razón para discernimiento de lo inteligible, y no sólo de las
sustancias, sino también de la bondad, sabiduría y justicia del
Dador, necesariamente, permaneciendo aquello por que le fue
dado el juicio racional, debe también permanecer el juicio que
para discernimiento suyo fue dado; y éste no es posible per
manezca si no permanece la naturaleza que lo recibe y en que
él está. Ahora bien, quien recibe la inteligencia y la razón es
el hombre, no el alma por sí sola. Luego el hombre, que consta
de alma y cuerpo, tiene que permanecer para siempre. Mas es
imposible que permanezca si no resucita; pues si no se da la
resurrección, no puede permanecer la naturaleza de los hom
bres como hombres, y si la naturaleza de los hombres no per
23 O t t o , o .c ., p .2 5 0
n t.2 3 .
Atenágoras
Sobre la resurrección de los muertos
manece, en vano el alma se ajustó a las necesidades y sufri
mientos del cuerpo; en vano se le pusieron al cuerpo trabas,
impidiéndole satisfacer sus instintos, obediente a las riendas y
freno del alma. Vana es la inteligencia, vano el pensamiento,
y la observancia de la justicia, y la práctica de toda virtud, y la
promulgación y ordenamiento de las leyes, y, en una palabra,
cuanto en los hombres y por los hombres hay de bello, y, lo
que es más, la misma creación y naturaleza de los hombres.
Mas si lo vano está excluido por todas partes de todas las
obras de Dios y de sus dones, necesario es absolutamente que,
juntamente con el alma imperecedera, dure eternamente la per
manencia del cuerpo conforme a su propia naturaleza.
saciones y potencias naturales que naturalmente nos suceden
en el sueño, parezcan interrumpir la vida consciente, y obligan
al hombre a distancias regulares de tiempo a dormir y, en cier
to modo, a revivir nuevamente, rehusamos decir que es la mis
ma vida. Por esta causa creo yo que llaman algunos al sueño
hermaho de la muerte, no porque nos quieran explicar su ge
nealogía por unos mismos padres o antepasados, sino por la
semejanza de situación en los que mueren y en los que duer
men, en cuanto a su tranquilidad y a que ni unos ni otros se
den cuenta de lo que les rodea o les pasa, es más, ni de su
propia existencia y vida. Si, pues, no rehusamos decir que es
la misma vida la vida de los hombres, llena de tamaña des
igualdad desde que nacemos hasta nuestra disolución, e inte
rrumpida por todo lo que hemos dicho, tampoco hemos de
desesperar de la vida de después de la disolución, que trae con
sigo la resurrección, por más que por un poco de tiempo se
interrumpa por la separación del alma y del cuerpo.
18
24 16. Y nadie se sorprenda de que llamemos permanen
cia a una vida interrumpida por la muerte y la corrupción, sino
considere que no es una sola razón de esta denominación, ni
hay una sola medida de la permanencia, pues tampoco es una
sola la naturaleza de los que permanecen. Porque si cada cosa
que permanece, según su propia naturaleza posee la permanen
cia, no es posible hallar permanencia equiparable en los seres
puramente incorruptibles e inmortales, por razón de que tam
poco las sustancias superiores se pueden equiparar a los infe
riores, ni en los hombres hay que buscar aquella llana e inmu
table permanencia, como quiera que aquéllos fueron desde el
principio creados inmortales y permanecen por el solo desig
nio de quien los hizo imperecederos; y los hombres, si bien
en cuanto al alma gozan desde su creación de la permanencia
inmutable, en cuanto al cuerpo reciben por transformación la
incorrupción, que es lo que exige la razón de la resurrección.
Mirando a ésta, aguardamos por una parte la disolución del
cuerpo, que ha de seguir a la vida de necesidades y de corrup
ción; pero después de ésta esperamos confiadamente la perma
nencia de incorrupción, con lo que ni igualamos nuestro fin
con el fin de los irracionales, ni con la permanencia de los seres
inmortales la permanencia de los hombres, no sea que, sin dar
nos cuenta, equiparemos de este modo la naturaleza y la vida
de los hombres con lo que no conviene equipararla.
25 Así, pues, no es bien molestarse si se nota alguna
desigualdad en la permanencia de los hombres, ni porque la
separación del alma del cuerpo y la disolución de sus partes
y miembros corte la continuidad de la vida, se debe desesperar
de la resurrección. Pues no porque las relajaciones de las sen
2 4 O t t o , o . c . , p .2 5 2 n t.4 .1 0 .1 2 ;
p .2 5 3 n t .1 3 ;
p .2 5 4 n t.2 0 .
19
26 19. Así, pues, contra los que confiesan la providencia
y admiten los mismos principios que nosotros, pero luego, no
se sabe cómo, abandonan sus propios supuestos, de razones
como ésas cabe servirse, y de muchas más, caso que se quiera
dilatar lo que aquí brevemente y de corrida ha sido dicho; mas
contra los que difieren de nosotros en los primeros principios,
fuera bueno proponerles antes otro punto de partida, discu
tiendo con ellos sus opiniones, y plantearles la siguiente cues
tión: ¿Es que se pasa por alto en absoluto la vida y existencia
entera de los hombres y unas profundas tinieblas se derraman
por la tierra, ocultando en ignorancia y silencio a los hombres
mismos y sus acciones, o no será más seguro opinar que el Ha
cedor preside a sus propias obras y vigila sobre cuanto es o
sucede, y es juez de cuanto se hace o se quiere? En efecto, si
no hay juicio alguno de ninguna de las acciones de los hom
bres, ninguna ventaja tendrán éstos sobre los irracionales, o
más bien, serán más miserables que ellos, pues refrenan sus
pasiones, se preocupan de la piedad y de la justicia y de las
otras virtudes. La vida de la bestia y de la fiera es la mejor;
la virtud, una insensatez; la amenaza de la justicia, risa pura;
el bien supremo, gozar de todos los placeres. Dogma universal
y sola ley de todos éstos, aquel dicho grato a los intemperan
tes y disolutos: Comamos y bebamos, que mañana moriremos.
Pues el fin de vida semejante ni siquiera es, según algunos, el
placer, sino insensibilidad absoluta.
2 6 O t t o , o . c . , p .2 6 6 n t .3 ;
p .2 6 8 n t.8 .
Atenágoras
20
Sobre la resurrección de los muertos
21
27
Mas si el Hacedor de los hombres tiene algún cuida
con las de su especie, y permanezca el alma por sí misma como
do de sus propias hechuras, y en alguna parte se guarda la
incorruptible, tampoco así tendrá lugar el juicio sobre ella,
justa distinción entre los que vivieron bien y los que vivieron
desde el momento que no habría en él justicia; pues no es
mal, ello será o en la presente vida, cuando aún viven los que
lícito suponer que se dé en Dios o por Dios juicio alguno en
viven conforme a la virtud o a la maldad, o después de la
que no haya justicia, y no hay justicia en el juicio si no se
muerte, en la separación ya de alma y cuerpo y disolución de
conserva el que obró la justicia o la iniquidad. Porque el que
éste. Ahora bien, en ninguno de los dos casos es posible hallar
obró cada una de las acciones de la vida sobre que versa el
que se guarde el justo juicio. Y , en efecto, ni los buenos reci
juicio, fue el hombre, no el alma por sí misma. Para decirlo
ben en la presente vida el galardón de su virtud, ni los malos
en una palabra: Ese razonamiento no salva la justicia en nin
el castigo de su maldad. Y paso por alto decir que, subsistiendo
guna de las dos hipótesis.
la naturaleza en que ahora somos, la naturaleza mortal no es
30 2 1 . Si se trata de premiar las buenas obras, se comete
capaz de sufrir el castigo adecuado a muchos o extraordinaria
rá patente injusticia con el cuerpo, pues después de tener su par
mente graves delitos. Porque el que mató a miles y miles, sea
te con el alma en los trabajos de la virtud, no la tendrá en el
ladrón, o príncipe, o tirano, no puede pagar con una sola muer
premio;
y mientras el alma, en muchos casos, gozará de cierta
te el castigo de tantas. Y el que no tuvo jamás opinión verda
indulgencia
por ciertos pecados a que la arrastró la debilidad
dera sobre Dios, sino que vivió entre insolencias y blasfemias
y necesidad del cuerpo, éste no entra en la parte en las buenas
de toda especie, que despreció lo divino, quebrantó las leyes,
obras, por las que soportó trabajos en la vida. Si, por lo con
ultrajó lo mismo a jóvenes que a mujeres, asoló injustamente
trario, se trata de juzgar los pecados, no se guarda la justicia
ciudades, abrasó casas junto con sus moradores, devastó co
con el alma, si ella sola tuviera que sufrir el castigo de lo que
marcas, destruyó pueblos y gentes y hasta una nación entera,
pecó por molestia del cuerpo y arrastrada por los instintos y
¿cóm o ese tal bastará en su cuerpo corruptible para el ade
movifnientos
propios del cuerpo, unas veces com o arrebatada
cuado castigo de tantos crímenes, pues la muerte se anticipa
y
secuestrada,
otras llevada de un ímpetu demasiado violento,
a lo que merece, y la naturaleza mortal no es suficiente ni para
uno solo de ellos? Luego
ni
en la presente vida se muestra un otras por cierta concomitancia, por darle gusto y atender al
cuidado de su constitución. ¿Cómo no considerar una injusti
juicio según lo merecido,
ni
despuésde la muerte.
cia que se juzgue al alma sola de lo que ella de suyo, según
28 20. Y , en efecto, o la muerte es la extinción completa
su naturaleza, no siente ni instinto, ni inclinación, ni impulso,
de la vida, disolviéndose y corrompiéndose el alma juntamente
por ejemplo, a la lascivia, a la violencia, a la avaricia, a la in
con el cuerpo, o permanece el alma por sí misma, com o indi
justicia, y cuanto en estas materias se pueda pecar? Porque si
soluble, indisipable e incorruptible, mientras el cuerpo se co
es cierto que la mayor parte de tales males proceden de no
rrompe y disuelve, sin guardar ya memoria de alguna de sus
dominar los hombres las pasiones que los combaten— y son
obras ni conciencia de lo que en ella sufriera. Porque, extin
combatidos por las necesidades y exigencias del cuerpo, pues
guida totalmente la vida de los hombres, para nada aparecerá
por ellas se busca la posesión y, mejor aún, el uso de las co
ya el cuidado de hombres que no viven, ni el juicio sobre quie
sas; de ahí el casamiento y todas las acciones, en fin, de la
nes vivieron conforme a virtud o conforme a maldad. Pero en
vida sobre que puede darse lo pecaminoso y lo no tal— , ¿dón
esta hipótesis, nos rodearán otra vez todos los absurdos de la
de estará la justicia, si se juzga al alma sola en cosas en que el
vida sin ley y el enjambre de aberraciones que a ésta se siguen
cuerpo siente primero la pasión y es éste quien arrastra al alma
y, lo que es cifra y compendio de esta iniquidad, la impiedad
a la participación de pasión y comunicación de acciones que
del ateísmo.
satisfacen sus necesidades?
29 En la hipótesis de que sea sólo el cuerpo el que se
corrompa y cada una de
sus partesdisueltas vaya a juntarse
27
28
O tto , o.c.,
O tto , o . c . ,
p.269 nt.13.
p.270 nt.3.
31 Y tendríamos entonces que los instintos y los place
res, los temores y las tristezas, en cuyo desorden radica la res
ponsabilidad, tienen su movimiento del cuerpo; en cambio, los
31 O t t o , o .c ., p .2 7 4
n t .1 5 ;
p .2 7 6 n t.2 4 .
Atenágoras
Sobre la resurrección de los muertos
pecados que de todo esto proceden y los castigos que a los
pecados se siguen, se atribuyen sólo al alma, siendo así que
ésta ninguna necesidad tiene de nada de esto, al no sentir ins
tinto ni temor, ni sufrir por sí misma nada semejante de lo
que naturalmente el hombre sufre. Mas aun cuando sentemos
que las pasiones no pertenecen sólo al cuerpo, sino al hombre,
y en ello decimos bien, com o quiera que de cuerpo y alma se
constituye una sola vida, no por eso diremos que convienen
aquéllas al alma, si puramente consideramos la naturaleza pro
pia de ésta. Porque, si absolutamente no necesita alimento, ja
más puede desear aquello de que no tiene necesidad alguna
para ser, ni pudiera tampoco lanzarse a la consecución de algo
de que por naturaleza no puede absolutamente hacer uso. Tam
poco puede entristecerse por la penuria de dinero y riquezas,
que nada tienen que ver con ella. Si es superior a toda corrup
ción, nada absolutamente teme que sea capaz de corromperla.
Y, en efecto, ni la espanta el hambre, ni la enfermedad, ni la
mutilación, ni ultraje, ni fuego, ni hierro, pues no es posible
que de nada de esto le venga daño alguno, ni dolor, com o quie
ra que ni los cuerpos ni los poderes corporales pueden en ab
soluto tocarla. Ahora bien, si es absurdo atribuir peculiarmen
te a las almas las pasiones; achacar a solas las almas los peca
dos que de las pasiones nacen y los castigos que éstos merecen,
sería el colmo de la injusticia y algo indigno del juicio de Dios.
puede convenientemente decirse ni comprenderse de las almas,
pues no hay en ellas diferencia de varón y hembra, ni aptitud
para la unión sexual ni instinto de ella. Y , no habiendo instin
to, tampoco es posible que haya unión. Ahora bien, en quienes
no se da absolutamente la unión, tampoco se dará la legítima
unión que es el matrimonio. Y si no se da la legítima, tampo
co se dará la ilegítima, ni el deseo de la mujer ajena y trato
con ella, que es lo que se llama adulterio. Tampoco dice con
las almas la prohibición del robo y la avaricia, pues no nece
sitan ellas de aquellas cosas, cuya necesidad natural suele ser
causa de los robos y rapiñas en quienes las practican, com o el
oro, la plata, un animal u otra cualquiera cosa de las propias
para el alimento, vestido y uso. Y , en efecto, para una natura
leza inmortal, es inútil cuanto com o útil pueden codiciar los
necesitados,
22
32 23. Y a fe que hay otra cosa absurda sobre todas, y es
que las leyes se dan a los hombres, y en cambio los premios
o castigos de lo hecho legal o ilegalmente sólo recaerían sobre
el alma. Porque si quien recibe las leyes, ése es justo reciba
también el castigo de su infracción, y las leyes las recibió el
hombre entero, no el alma por sí, el hombre entero y no el
alma por sí es el que tiene que responder de los pecados con
tra las leyes. Y , en efecto, Dios no mandó a las almas que se
abstuvieran de lo que nada tiene que ver con ellas, com o el
adulterio, el asesinato, el robo, la rapiña, la deshonra de los
padres y, en general, de todo deseo que tiende al daño y per
juicio del prójimo. Y así el mandamiento: Honra a tu padre
y a tu madre (Ex 20,12), no se adapta sólo a las almas, pues
nada tienen que ver con ellas tales nombres. Porque no son
las almas las que, engendrando otras almas, reciben los nom
bres de padre y madre, sino los hombres que engendran a los
hombres. Ni tampoco: No cometerás adulterio (Ex 20,14),
3 2 O t t o , o . c . , p .2 8 0 n t.4 .
23
33 Mas dejemos la enumeración más completa sobre
todo esto a quienes quieran mirar cada punto en particular
con más cuidado o luchar con más ahínco contra los adversa
rios. Para nosotros, bastan los argumentos que acabamos de
exponer y los que, concertados con éstos, demuestran la resu
rrección, y no es oportuno que insistamos más en ellos. Por
que no nos propusimos por meta no omitir nada de lo que pu
diera decirse, sino exponer sumariamente a los asistentes qué
haya de pensarse sobre la resurrección, y acomodar a la capa
cidad de los oyentes los argumentos que a ello conducen.
34 24. Examinados ya en cierta medida los argumentos
propuestos, réstanos considerar la razón que se toma del fin del
hombre, la cual, por lo demás, ya aparece clara por lo que
hemos dicho y sólo necesita de examen y consideración aquí,
para que no parezca dejamos sin mencionar nada de lo pro
puesto y que dañamos la hipótesis y división que al comienzo
establecimos. Por esta razón, pues, y en atención a lo que so
bre ello pudiera objetarse, sólo habría que añadir una obser
vación, a saber, que lo mismo los seres de constitución natural
que los que se producen por el arte han de tener cada uno su
propio fin, cosa, por lo demás, que nos enseña la universal in
teligencia y nos lo atestigua lo que ante nuestros ojos tenemos.
Y, en efecto, ¿no vemos que uno es el fin que se proponen
los labradores y otro el de los médicos; uno es también el de
las cosas que nacen de la tierra y otro el de los animales que
33 O t t o ,
34 O t t o ,
o .c .,
o .c .,
p .2 8 2 n t.1 5 .
p .2 8 5 n t.6 .
24
Atenágoras
sobre ella se crían y que se propagan por una especie de en
cadenamiento natural? Pues si esto es claro, y es de todo punto
preciso que el fin, según naturaleza, siga a las facultades natu
rales o técnicas y a las operaciones de ellas, necesario es tam
bién de toda necesidad que el fin del hombre, com o de pecu
liar naturaleza que es, se aparte también de lo común de los
otros. Porque no es lícito suponer que hayan de tener el mis
mo fin los seres carentes de juicio racional y los que obran
conforme a la ley y razón en ellos ingénita y usan de prudente
vida y justicia. Luego ni aquella famosa insensibilidad al dolor
puede ser fin propio del hombre, pues participarían de él has
ta los que no sienten absolutamente; ni tampoco el goce de lo
que al cuerpo alimenta o deleita, con toda la muchedumbre de
los placeres, si no es que damos la primacía a la vida de las bes
tias y sentimos que la virtud no tiene fin alguno. De bestias
y rebaños, en efecto, pienso ser éste el fin propio, pero no de
hombres dotados de alma inmortal y de juicio racional.
35 25. Por otra parte, tampoco puede ser fin del hombre
la felicidad del alma separada del cuerpo; porque no hay que
considerar la vida o el fin de uno de los elementos de que se
compone el hombre, sino la vida y fin del compuesto de los
dos. Porque tal es, en efecto, todo hombre a quien le cabe en
suerte la presente existencia, y la vida de éste es la que debe
tener algún fin peculiar suyo. Ahora bien, si el fin ha de ser
el compuesto, y ese fin no es posible hallarlo ni mientras los
hombres viven, por las causas muchas veces alegadas, ni se
parada el alma del cuerpo, puesto que ya ni subsiste semejan
te hombre, una vez disuelto y totalmente disperso el cuerpo,
aunque el alma permanezca por sí misma; luego necesario es
de toda necesidad que el fin del hombre aparezca en otra cons
titución del compuesto y del mismo animal. Y si esto se sigue
necesariamente, menester es de todo punto que se dé la resu
rrección de los cuerpos muertos y hasta totalmente disueltos
y que nuevamente se reconstituyan los mismos hombres, por
que la ley de la naturaleza no establece el fin simplemente y
de hombres cualesquiera, sino de los mismos hombres que vi
vieron la vida anterior, pero no es posible se reconstituyan
los mismos hombres, si no se devuelven los mismos cuerpos a
las mismas almas, y no es posible que de otro modo reciban
las mismas almas los mismos cuerpos, sino sólo por la resu
rrección. Porque, cumplida ésta, síguese también el fin conve
35 O t t o , o . c . , p .2 8 8 n t.8 .
Sobre la resurrección de los muertos
25
niente a la naturaleza humana; y el fin de la vida inteligente
y del juicio racional, no erraría quien lo pusiera en convivir
eternamente con aquello a que sobre todo y primariamente se
adapta la razón natural: a la contemplación del Dador y a la
gloria y júbilo de lo por El decretado, por más que la mayor
parte de los hombres, adheridos con más pasión y vehemencia
a lo de acá abajo, pasen la vida sin alcanzar esta meta. Porque
no se invalida el común destino por la muchedumbre de los
que no consiguen su propio fin, com o quiera que el examen
de estas cuestiones sea peculiar a cada uno, y a cada uno está
medido el premio o castigo por su buena o mala vida.
Los tres libros a Autólico
TEOFILO ANTIOQUENO
( t 183-185)
O bras:
IIpos AtkóLoxov ( A A u tólico) (después de 180?).
c it a d a :
D . R u i z B u e n o , Padres apologistas griegos ( s .i i ).
Introducciones, texto griego, versión española y notas: Teófilo de Antioquía: Los tres libros a A utólico (BAC, Madrid 1954).
E d ic ió n
B i b l i o g r . g e n .: D . R u i z B u e n o , o.e., Introducción a Teófilo de
Antioquía. Los tres libros a A utólico p.755-767; G . B a r d y et S e n d e r ,
Theophile d ’Antiochie. Trois livres a Autolicus. Texte grec établi...
par G . B a r d y , trad. de J. S e n d e r , introd. et notes de G . B a r d y , Sources
chrét. n.20 (Paris 1948); J. C. T h e o d . O t t o , Theophyli Episcopi Antiocheni ad Autolicum libri tres, e d ... (Ienae 1861), Corpus A polog. Christ,
saec. II v o l.V III p .V -V III; X X X V I -L I I I ; Ü b e r w e g - G e y e r , Grundriss
der G eschichte der Philos. Z w . Teil, D ie patrist. und Schol. Phil., elfte
neuarb. A ufl. (Berlin 1928) p.24 y 25; J. Q u a s t e n , Patrología (trad.
esp. por I. O ñ a t i b i a ), I (M adrid 1961) p.226-231; O . G r o s z , D ie
G otteslehre des Theophylus von Antiochia (Chemnitz 1896); E. R a p i s a r d a , T eófilo de Antioquía (Turin 1937).
LOS TRES LIBROS A AUTOLICO
LIBRO I
36 1. Una boca elocuente y una dicción agradable procu
ra a los míseros hombres, que tienen el entendimiento corrom
pido, placer y alabanza para la gloria vana; mas el amador de
la verdad no atiende a las palabras afectadas, sino que exami
na cuál sea la eficacia del discurso. Ahora bien, tú, amigo mío,
me increpaste con vanas palabras, vanagloriándote en tus dio
ses de piedra y leño, cincelados y fundidos, esculpidos y pin
tados, dioses que ni ven ni oyen, pues son meros ídolos, obras
de manos de los hombres; y me motejas además de cristiano,
como si llevara yo un nombre infamante. Por mi parte, con
fieso que soy cristiano, y llevo este nombre, grato a Dios, con
la esperanza de ser útil para el mismo Dios. Porque no es, com o
tú te imaginas, cosa difícil el nombre de Dios, sino que tal vez,
por ser tú inútil para Dios, has venido a pensar sobre Dios de
esa manera.
36-45 Ruiz B u e n o , o .c ., p.754-767; O t t o ,
o .c ., p.7-56.
3 6 Ruiz B u e n o , o .c ., p .7 6 8 n t . l ; O t t o , o .c .,
o .c .,
p.V-VIII;
X XXVI-LII;
B ardy,
B a r d y , o .c ., p .5 7 n t.1 .4 .5 .6 ,
p .2 n t . l
y
4;
p .4 n t .6 .8 .9 .1 0 ;
27
37 2 . Pues ya, si me dices: «Muéstrame a tu D ios», yo
te replicaría: «Muéstrame tú a tu hombre, y yo te mostraré a mi
D ios». Muéstrame, en efecto, unos ojos de tu alma que vean
y unos oídos de tu corazón que oigan. Porque a la manera
que quienes ven con los ojos del cuerpo, por ellos perciben
las cosas de la vida y de la tierra, y disciernen juntamente sus
diferencias, por ejemplo, entre la luz y la obscuridad, entre lo
blanco y lo negro, entre la mala o buena figura, entre lo que
tiene ritmo y medida y lo que no lo tiene, entre lo desmesu
rado y lo truncado; y lo mismo se diga de lo que cae bajo el
dominio de los oídos: sonidos agudos, bajos y suaves; tal su
cede con los oídos del corazón y los ojos del alma en cuanto
a su poder de ver a Dios. Dios, en efecto, es visto por quienes
son capaces de mirarle, si tienen abiertos los ojos del alma.
Porque, sí, todos tienen ojos; pero hay quienes los tienen obs
curecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no
vean, deja de brillar la luz del sol. A sí mismos y a sus ojos
deben los ciegos echar la culpa. De semejante manera, tú, hom
bre, tienes los ojos de tu alma obscurecidos por tus pecados y
tus malas obras. Como un espejo brillante, así de pura debe
tener su alma el hombre. Apenas el orín toma al espejo, ya no
puede verse en él la cara del hombre; así también, apenas el
pecado está en el hombre, ya no puede éste contemplar a Dios.
38. Muéstrame, pues, tú a ti mismo: si no eres adúltero,
si no eres deshonesto, si no eres invertido, si no eres rapaz,
si no eres defraudador, si no te irritas, si no eres envidioso, si
no eres arrogante, si no eres altanero, si no riñes, si no amas
el dinero, si no desobedeces a tus padres, si no vendes a tus
hijos. Porque Dios no se manifiesta a quienes cometen estas
acciones, si no es que antes se purifican de toda mancha. Pues
también sobre ti proyecta todo eso una sombra, como la mota
que se mete en el ojo para no poder mirar fijamente la luz
del sol. Así también tus impiedades, oh hombre, proyectan
sobre ti una sombra, para que no puedas mirar a Dios.
39 3. Me dirás entonces: «T ú que ves, explícame la for
ma de D ios». Escucha, hombre. La forma de Dios es inefable e
inexplicable, imposible de ser vista por ojos carnales. Porque
Dios es, por su gloria, incomprensible; por su sabiduría, in
igualable; por su bondad, inimitable; por su beneficencia,
37 O t t o , o .c ., p.4 nt.1.2; p .6 nt.3; p.7 nt.5; B a r d y , o .c ., p.58 nt.1.2.
38 O t t o , o .c ., p .8 nt.10; p.9 nt. 13.15; B a r d y , o .c ., p.59 nt.l.
39 Ü b e r w e g - G e y e r , o .c ., p.24; O t t o , o .c ., p.10 nt.3.4.6; B a r d y , o . c ., p.59
nt.3; p.60 nt.l.
Teófilo A ntioqueno
Los tres libros a Autólico
inenarrable. Porque si le llamo Luz, nombro una hechura suya;
si le llamo Palabra, nombro su principio; si le llamo Razón,
nombro su inteligencia; si le llamo Espíritu, nombro su respi
ración; si le llamo Sabiduría, nombro una criatura suya; si le
llamo Fuerza, nombro su poder; si le llamo Potencia, nombro
su operación; si le llamo Providencia, nombro su bondad; si
le llamo Reino, nombro su gloria; si le llamo Señor, le digo
juez; si le llamo Juez, le llamo justo; si le digo Padre, lo llamo
todo; si le llamo fuego, nombro su ira.
— ¿Es que Dios se aíra?
— ¡Ya lo creo! Se aíra contra los que obran mal, y es bue
no y benigno y misericordioso con los que le aman y temen.
El es educador de los piadosos y padre de los justos, y juez
y castigador de los impíos.
carne, por ser El incomprensible. Y , en efecto, si no puede el
hombre mirar fijamente al sol, que es el último de los elemen
tos, a causa de su extraordinario calor y potencia, ¿con cuánta
más razón no le será posible al hombre mortal contemplar
cara a cara la gloria de Dios, que es inefable? Consideremos
una granada: Primero tiene una corteza que la rodea, luego
dentro muchas estancias y casillas separadas por membranas y,
finalmente, numerosos granos que viven dentro de ella. De
modo semejante, toda la creación está envuelta por el soplo
de Dios, y el soplo de Dios envolvente, juntamente con la
creación, está a su vez envuelto por la mano de Dios. Ahora
bien, com o el grano de la granada que mora dentro de ella
no puede ver lo que está fuera de la corteza, pues está él den
tro, así tampoco el hombre, envuelto com o está, juntamente
con toda la creación, por la mano de Dios, no puede contem
plar a Dios. Además, un emperador terreno, aun cuando no
por todos sea visto, se cree que existe, pues se le conoce por
sus leyes y ordenaciones, por sus funcionarios y autoridades
y por sus estatuas. ¿Y tú no quieres entender a Dios por sus
obras y manifestaciones de su poder?
28
40 4. N o tiene principio, porque es increado; inmutable,
porque es inmortal. Su nombre de Dios (0só?) le viene de
haberlo El dispuesto (TsOstxévat) todo sobre su propia seguri
dad y de 0s£iv, que es «correr», y correr es moverse, y mover,
y obrar, y alimentar, y proveer, y gobernar, y vivificarlo todo.
El es Señor, porque señorea sobre todas las cosas; Padre, por
que es antes que todas las cosas; Artífice y Hacedor, porque
El es el Creador y Hacedor de todas las cosas; Altísimo, por
que El está sobre todas las cosas; Omnipotente, porque todo
lo domina y envuelve. Porque las alturas de los cielos, y las
profundidades de los abismos, y los términos de la tierra, en
su mano están y no hay lugar de su descanso. Los cielos son
obra suya; la tierra es hechura suya; el mar es criatura suya;
el hombre, figura e imagen suya; el sol y la luna y las estrellas
son elementos suyos, criados para signos de los tiempos, de
los días y de los años, para servicio y servidumbre de los hom
bres. Y todo lo hizo Dios del no ser al ser, a fin de que por
sus obras se conozca y comprenda su grandeza.
41 5. Como el alma no puede verse en el hombre, pues
es ella invisible para los hombres, mas por los movimientos del
cuerpo se comprende; tal sucede respecto a Dios, que no pue
de ser visto por los ojos de los hombres, pero se ve y se com
prende por su providencia y por sus obras. Si uno ve en el
mar un barco con todos sus aprestos, que corre y se acerca al
puerto, es evidente que pensará hay en él un piloto que lo
gobierna; pues de la misma manera hay que pensar que Dios
es piloto del universo, aunque no sea visto por los ojos de la
4 0 O t t o , o . c . , p .1 5 n t .9 ;
41 O t t o , o . c . , p .1 7 n t .6 ;
B ardy,
p .6 0 n t .4 ; p .6 1 n t.3 .
B a r d y , o .c ., p .6 2 n t .2 y 3.
o .c .,
p .1 8 n t .8 ;
29
42 6 . Considera, oh hombre, las obras de Dios: la varie
dad de las estaciones según los tiempos, los cambios de los
aires, la ordenada carrera de los elementos, la marcha, también
bien ordenada, de los días y de las noches, de los meses y de
los años; la variada hermosura de las semillas, de las plantas
y de los frutos; la variedad por todo extremo grande de ani
males, cuadrúpedos y aves, reptiles y peces, ora de agua dulce,
ora del mar; el instinto dado a los mismos animales para en
gendrar y crear, no para su propia utilidad, sino para que ten
ga provisión el hombre; la providencia con que Dios prepara
alimento para toda carne, la sumisión a la humanidad que El
impuso ■a todas las cosas, las corrientes de las fuentes dulces
y de los ríos perennes, la administración de los rocíos, de las
lluvias y de las tormentas que suceden según sus tiempos, el
movimiento tan variado de los elementos celestes, el lucero de
la mañana que sale para anunciar la venida del luminar perfec
to, la conjunción de la Pléyade y del Orion, el Arturo y el
coro de los otros astros que marchan en el círculo del cielo, a
todos los cuales puso propios nombres la infinita sabiduría
de Dios.
43
Este es el solo Dios, que hizo de las tinieblas la luz,
42 O t t o ,
43 B ar d y,
o . c .,
o .c .,
p .1 9 n t .3 ; p .2 1 n t .1 6 ; B a r d y ,
p .6 4 n t .4 .5 .6 ; p .6 5 n t.4 .
o .c .,
p .6 3
n t .l.
Teófilo A ntioqueno
30
que saca la luz de sus tesoros, que guarda sus despensas del
cierzo, sus tesoros del abismo, los linderos de la tierra y los
depósitos de las nieves y granizo, que junta las aguas en los
tesoros del abismo, y las tinieblas en los sótanos de ellas,
y saca de sus tesoros la luz dulce, deseada y grata, que hace
venir las nubes de lo último de la tierra, que multiplica los
relámpagos para la lluvia, que envía el trueno para infundir
terror, y que de antemano anuncia su estruendo por medio
del relámpago, para que no expire el alma repentinamente
turbada, y aun modera la fuerza del relámpago que viene de
los cielos para que no abrase la tierra. Pues si el relámpago
desarrollara todo su poder, abrasaría la tierra, y el trueno,
en el mismo caso, trastornaría cuanto hay en ella.
44 7. Este es mi Dios, Señor de todo universo, el Solo
que tendió los cielos y estableció la anchura de la tierra bajo
el cielo, el que turba la profundidad del mar y hace resonar
sus olas, el que domina la fuerza de él y calma la agitación
de sus olas, el que fundó la tierra sobre las aguas, y dio su
espíritu que la alimenta, cuyo soplo lo vivifica todo y, si El
lo retuviera, desfallecería todo. Este soplo, oh hombre, es tu
voz; tú respiras el espíritu de Dios y, sin embargo, tú des
conoces a Dios. Y esto te sucede por la ceguera de tu alma
y el endurecimiento de tu corazón. Pero, si quieres, puedes
curarte; ponte en manos del médico y él punzará los ojos de
tu alma y de tu corazón. ¿Quién es ese médico? Dios, que
cura y vivifica por medio de su Verbo y su Sabiduría. Dios
lo hizo todo por medio de su Verbo y su Sabiduría. Por su
Verbo, en efecto, fueron afirmados los cielos y por su Espí
ritu toda la fuerza de ellos. Poderosísima es su Sabiduría.
Dios, por su Sabiduría, puso los fundamentos de la tierra,
por su inteligencia preparó los cielos, en su prudencia se ras
garon los abismos y las nubes derramaron rocío.
45 Si todo esto comprendes, oh hombre, a par que vives
con pureza, santidad y justicia, puedes ver a Dios. Pero de
lante de todo, vaya en tu corazón la fe y el temor de Dios,
y entonces comprenderás todo esto. Cuando depongas la mor
talidad y te revistas de la incorrupción, entonces verás a Dios
de manera digna. Porque Dios resucitará tu carne, inmortal,
juntamente con tu alma, y entonces, hecho inmortal, verás al
inmortal, a condición de que ahora tengas fe en El. Y en
tonces conocerás que hablaste injustamente contra El.
4 5 O t t o , o . c . , p .2 4
n t.1 4 .
SAN
IRENEO
(1 4 0 /1 6 0 -2 0 2 ?)
O b r a s p r i n c i p a l e s d e i n t e r é s f i l o s ó f i c o : ’ FY£T //j- - ,, i ¿vaxpour; t i c
yeuSo^svoo y^csux; (Desenmascaramiento y derrocamiento de la preten
dida, pero falsa gnosis; título latino: Adversus haereses) ■ ’EitíSei&c
tou ar.oozohxou xr¡púY^-aro; (Dem ostración de la enseñanza apostólica).
E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : Irenaei Lugdunensis Adversus haereses libri
tres: M G 7 l.II; Iren ee d e Lyon, «C ontre les héresies», l.IV éd. crit
sou s la direction de A . R o u s s e a u , t.II, Sources chrét. 100 (Paris 1965)-'
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, cr¡ t ' par A - R o u s s e a u , L. D o u t r e l e a u et C h M e r c i e r
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S o u rc.
chrét. 153 (Paris 1969). Trad. del editor.
B ib l io g r . g e n . :
. L-
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( ad rid 1969) (c f
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Irén ée de Lyon, contre les héresies, é d . c rit. par
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.personn* h u m a in e signe de contradiction entre christia
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an°d°a
i
,phdosophy exem pHfied by Irenaeus, Tertullian
and Clement o f Alexandria (Assen 1973).
CONTRA LAS HEREJIAS
LIBRO II
C a p ítu lo
I
.
46 1. Será bueno que empecemos por lo primero y más
importante, es decir, por Dios, el creador que hizo el cielo
Y h* 1W7?
th € D ° C tr ln e ° f
46 O r b e , Antropología de San íreneo p.178.
C r e a ti° n
¡n Second C en '
San Ireneo
Contra las herejías
y la tierra, y cuanto en ellos hay— de quien ésos dicen blas
femando que es el resultado de un proceso de degeneración—
y que demostremos que sobre El o más allá de El no hay
nada. No hizo todas las cosas movido por otro, sino por su
propia y libre decisión, ya que El es el único Dios, el único
Señor, el único Creador, el único Padre y el único que con
serva y confiere la existencia a todas las cosas.
él es entendimiento, y todo espíritu, y todo sensibilidad, y
todo pensamiento, y todo razón, y todo oído, y todo ojos,
y todo luz, y todo fuente de todo bien, com o cuadra sentir
de Dios a los que tienen sentido religioso.
32
47 2 . ¿Cóm o podría, en efecto, haber sobre él otra ple
nitud, otro principio, o poder, ni otro dios? Dios, com o la to
talidad de todos estos seres que vemos, tiene que contenerlos
a todos en su inmensidad y no ser contenido por nada. Si
hubiese algo fuera de El, ya no sería la totalidad de todas
las cosas, ni las contendría a todas. Faltaría a la totalidad,
o al Dios que esté sobre ella, eso que dicen que está fuera
de E l... (P G 7,709.710).
C a p ít u lo
C a p ítu lo
50 4. Sin embargo, está por encima de todo eso, y por
ello es inefable. Así se puede decir con propiedad y verdad
que es un entendimiento capaz de entender todo, pero no
semejante al entendimiento humano; y, asimismo, se le puede
llamar con toda propiedad luz, pero no se asemeja en nada a
la luz que nosotros conocemos. Y así, en todo lo demás, el
Padre de todos no es nada semejante a la pequenez de los
hombres. Recibe todos esos apelativos por el amor, pero nos
percatamos de que está por encima de todas ellas por su gran
deza (P G 7,744).
C a p ítu lo
X
48 4. Es creíble, aceptable y coherente el atribuir la
existencia de las cosas que han sido hechas al poder y a la vo
luntad del que es Dios universal. Y , a propósito de esto, se
puede decir con toda razón que «lo que es imposible para
los hombres es posible para D ios» (Le 18,27). Los hombres,
en efecto, no pueden hacer algo de la nada, sino de una ma
teria preexistente; en cambio, Dios es superior a los hom
bres, ante todo, en que se procuró a sí mismo la materia, an
tes inexistente, de su acción creadora (P G 7,76).
X III
49 3. Si hubiesen tenido conocimiento de las Escrituras
y hubiesen sido adoctrinados por la verdad, se habrían dado
cuenta de que Dios no es com o los hombres, ni sus pensa
mientos son com o los de los hombres. El Padre común está
muy lejos de las emociones y pasiones habituales entre los
hombres. El es simple, sin composición ni diversidad de miem
bros, todo uniforme y semejante a sí mismo, porque todo
47-50 J. L e b r e t o n , La connaissance de Dieu chez Saint Irénée: Recherches
de Science relig. 16 (1926) 385-406; L. S c u o l a , Saint Irénée et la connaissance
naturette de Dieu: Rev. des scienc. relig. (1940) p.252-270; J. K u n ze , Die
Gotteslebre des Irenaeus (Leipzig 1891).
33
X X X IV
Las almas no sólo recuerdan lo que hicieron cuando estaban
unidas al cuerpo, sino que perduran inmortales, aunque tuvie
ron comienzo
51 3. Así como el cielo que está sobre nosotros, el fir
mamento, el sol y la luna, y las demás estrellas y todo su es
plendor, no habiendo existido antes, fueron producidos y con
tinúan existiendo durante mucho tiempo por disposición de la
voluntad de Dios, así, quien piense eso mismo de las almas,
y de los espíritus, y de todas las cosas que han sido creadas,
no se equivocará, ya que cuanto ha sido hecho, tuvo, sí, un
comienzo en su producción, pero persevera en la existencia,
mientras Dios quiera que exista y perdure... La vida no nos
viene de nosotros ni de nuestra naturaleza, sino que es un don
gratuito de Dios. Por eso, el que conserve ese don de la vida
y le dé gracias al que se lo concedió, recibirá también una lar
ga existencia por los siglos de los siglos. Pero el que la re
chace y sea ingrato a su hacedor por el beneficio de haber
sido creado y no reconozca a quien le ha hecho ese don, él
mismo se priva de la vida para siempre (PG 7,836).
51 O r b e , o .c ., p .4 3 6 .
4 8 O r b e , o .c ., p .4 4 .
49 O r b e , o .c ., p . 9 5 . 1 4 5 .4 4 8 .
Los filósofos medievales 1
2
34
Contra las herejías
San Ireneo
LIBRO IV
C a p ítu lo
X IX
52 2 . Se les podría decir a ésos, como lo sugiere la mis
ma Escritura: Puesto que eleváis vuestros pensamientos por en
cima de Dios, exaltándoos de una manera inconsiderada— ha
béis oído, en efecto, que midió con la palma de sus manos
el cielo— , decidme entonces su medida y hacedme saber la
multitud innumerable de sus codos, declaradme su volumen,
su anchura, su longitud y su profundidad, el principio y el fin
de su circunferencia, cosas todas que el corazón del hombre
no podrá jamás concebir ni comprender. Los tesoros celestes
son, en efecto, realmente grandes: Dios es inconmensurable
para el corazón, y el que contiene en su puño a la tierra es
incomprensible para el espíritu. ¿Quién será capaz de per
cibir su medida? ¿Y quién podrá ver el dedo de su mano
derecha? ¿O quién llegará a ver su mano, esa mano que mide
lo inconmensurable, que traza a su medida la medida de los
cielos, que aprieta en su puño la tierra y los abismos, que
contiene en sí la anchura y la longitud, la profundidad y la
altura de toda la creación, de la que se ve y se oye, y se en
tiende, y de la que es invisible? Por eso está Dios sobre
todo principio y potestad y dominación, y sobre todo nom
bre que pueda pronunciarse (E f 1,21), como Dios que es de
todo lo que ha sido hecho y creado. El es el que llena los
cielos y penetra los abismos (Dan 3,55), y está también con
cada uno de nosotros. Porque yo soy— dice— un Dios cer
cano y no un Dios lejano. «P or mucho que un hombre se
esconda, ¿no le veré y o ? » (Jer 23,23). Su mano, en efecto,
abarca todas las cosas: ella es la que ilumina los cielos, y lo
que está bajo ellos, la que escudriña los riñones y el cora
zón» (A p 2,23), la que penetra nuestros repliegues y nues
tros secretos y la que de manera manifiesta nos alimenta y
conserva (P G 7,1030; S.C. 100 p.618-623).
C a p ítu lo
XX
53 1. N o se puede conocer, pues, a Dios en su grandeza,
ya que es imposible medir al Padre. Pero en su amor— que es
5 2 O r b e , o .c ., p .3 7 .
52-53 L e b r e t o n , o .c ., p .3 8 5 -4 0 6 ;
53 O r b e , o .c ., p .4 1 -6 3 .6 7 .
S c u o l a , o .c ., p . 252 -2 7 0 ,
35
el que nos conduce a Dios por el Verbo— , los que le obe
decen aprenden en todo tiempo que existe un Dios tan gran
de que por sí mismo dispuso y creó, ordenó y mantiene todas
las cosas, y entre ellas a nosotros y este nuestro mundo. Tam
bién nosotros, pues, con todo lo que hay en el mundo, hemos
sido hechos (P G 7,1032; S.C. 100 p.624).
C a p ítu lo
X X X V II
54 1. Con estas palabras...: « ¡Cuántas veces quise reco
ger a tus hijos, y tú no quisiste! » (Mt 23,37), puso bien de
manifiesto la antigua ley la libertad del hombre. Dios, en
efecto, lo hizo libre, poseyendo desde el principio, lo mismo
que su propia alma, el dominio de sus actos, para que siguie
ra voluntariamente los designios divinos, y no por coacción
del mismo Dios. Porque Dios no coacciona, sino que siempre
le asiste con buen designio. Por eso brinda a todos un plan
lleno de bondad, pero ha puesto en el hombre la facultad
de elección, lo mismo que en los ángeles— pues también és
tos son seres racionales— , de suerte que los que obedecie
sen alcanzasen con toda justicia el bien, don de Dios, pero
conservado por ellos, mientras que los que no obedeciesen
justamente serían privados de ese bien y recibirían la pena
merecida. Dios, en su bondad, les otorgó el bien; ellos, en lu
gar de guardarlo cuidadosamente y estimarlo en su valor, des
preciaron su soberana bondad. Por haber rechazado, pues,
y com o repudiado ese bien, incurrirán con toda razón en el
justo juicio de Dios, como lo atestigua el apóstol San Pablo
en su carta a los Romanos...
55 Si, por el contrario, por naturaleza unos hubiesen
sido hechos buenos y otros malos, ni aquéllos serían dignos
de alabanza, por el hecho de ser buenos, pues así habrían
sido hechos, ni éstos reprensibles, pues también ellos ha
brían sido creados así. Pero, de hecho, todos son iguales por
naturaleza y tienen potestad de retener y de practicar el bien
o de perderlo o de no hacerlo. Por eso, entre los hombres
Juiciosos— y mucho más ante Dios— , los primeros son elo
giados y son acreedores a la buena fama de haber hecho
el bien y perseverado en él, mientras que los otros son acu-
36
San Ireneo
Contra las herejías
sados y sufren el castigo merecido, por haber repudiado la
justicia y el bien (P G 7,1099; S.C. 100 p.99).
LIBRO V
C a p ítu lo
VI
56 6 ... Por las manos del Padre, esto es, por el H ijo y
el Espíritu, es hecho el hombre, y no una sola parte de él, a
imagen de Dios. Ahora bien: el alma y el espíritu pueden
ser partes del hombre, pero de ninguna manera el hombre:
el hombre perfecto es la mezcla y unión del alma que recibe
al espíritu, y que ha sido mezclada con la carne modelada
a imagen de D ios... Porque si se quita la sustancia de la
carne, es decir, de la obra modelada, y si se considera tan
sólo el espíritu, ya no se tendrá al hombre espiritual, sino al
espíritu del hombre o al espíritu de Dios. Por el contrario,
cuando ese espíritu, mezclándose con el alma, se une a la
obra modelada, por esa efusión del Espíritu, se hace el hom
bre espiritual y perfecto; ése es el que ha sido hecho a ima
gen y semejanza de Dios. Pero si al alma le falta el espíritu,
entonces ese hombre, quedando en realidad de verdad ani
mal y carnal, será imperfecto, llevando, sí, en su cuerpo la
imagen de Dios, pero sin haber recibido la semejanza por
medio del Espíritu.
57
A su vez, como ese ser es imperfecto, así también,
si se quita la imagen y se rechaza la obra modelada, ya no
se tiene al hombre, sino a una parte suya, com o ya hemos
dicho, o alguna otra cosa distinta del hombre. Porque la
carne modelada, de por sí, no es el hombre perfecto, sino
el cuerpo del hombre y una parte del hombre; ni el alma,
tampoco, de por sí es el hombre, sino el alma del hombre,
y una parte del hombre. Tampoco el espíritu es el hombre, ya
que se le llama espíritu y no hombre: es la mezcla y la
unión de esas tres cosas lo que constituye al hombre perfec
to ... (P G 7 ,1137A-1138B; S.C. 153 p.72).
56-58 O r b e , o .c ., o .c ., p.28-31; E. K l e b b a , Die Anthopologie des hl. Irenaeus (Münster 1894).
56-57 O r b e , o .c ., p.20-29.69.75; C a m e l o t , Bulletin d’hist. des doctrines:
Rev. se. phil. théol. 54 (1970) p.521.
57 O r b e , o .c ., p.20.29.69.75.
C a p ít u lo
37
IX
58 N o entienden que tres cosas constituyen, com o he
mos demostrado, al hombre perfecto: la carne, el alma y el
espíritu. Una de ellas salva y forma: el espíritu; otra es
salvada y formada: la carne; la tercera, en fin, se halla
entre las otras dos: el alma, que unas veces sigue al espí
ritu y es levantada por el, y otras, dejándose persuadir por la
carne, cae en las concupiscencias terrenas. Todos aquellos que
no tienen lo que salva y forma para la vida serán, en con
secuencia, carne y recibirán el nombre de «carne y sangre»,
ya que no poseen el Espíritu de D ios... (P G 7,1144B- S C 153
p.106).
58 O rb e ,
o .c .,
p .7 5 s .1 2 8 s .1 3 8 s .4 6 6 .4 8 3 .
A pologético
39
APOLOGETICO
TERTULIANO
(15 5/1 6 0-22 0)
O b r a s p r i n c i p a l e s d e i n t e r é s f i l o s ò f i c o : A d nationes (197);
A pologeticum (197); D e testim onio animae (197); Adversus H ermogenem (200); D e praescriptione haereticorum (2 0 0 ?); Adversus Marcionem (207-212); D e carnis resurrectione (210-212); D e anima (210-213);
Adversus Praxean (213?).
E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : T er tulliani opera, pars I, opera catholica,
Corpus Christianorum, series latina, I (Turnholti 1954): A pologeticum ,
cura et studio E . D e k k e r s , p.85-171; D e testim onio animae, cura et
studio R. W i l l e n s , p .175-183; A dversus H erm ogenem , cura et studio
Ae. K r o y m a n n , p.397-435; Adversus Marcionem, id., p.441-726. Trad,
del editor. Q . S. F., Tertulliani opera, pars I I , opera montanistica,
Corpus Christianorum, series latina, I I (Turnholti 1954): D e anima,
cura et studio J. H . W a s z i n k , p.781-869; D e carnis resurrectione, cura
et studio J . G . P h . B o r l e f f s , p.921-1012; Adversus Praxean, cura et
studio A e. K r o y m a n n et E . E v a n s , p.1159-1205. Trad, del editor.
B i b l i o g r . g e n .: I. V e c c h i o t t i , La filosofia di Tertulliano (Urbino
1970) (Bibliogr. p. 541-545); F. R e f o u l é , Tertullien et la philosophie:
Rev. sc. relig. 30 (1956) 42-45; H . A . W o l f s o n , T he philosophy of the
Church Fathers (Cambridge, Mass., 1956) p.317-392; A . L a b h a r d t , Ter
tullien et la philosophie, ou la recherche d ’une position pure: Mus. H ebr.
7 (1950) 159-180; T . D . B a r n e s , Tertulian. A . historical and litterary
study (O xford 1971); B. B. W a r f i e l d , Studies in Tertullian und Augus
tine, reprint o f the 1930 ed. (N ew Y ork 1970); J. P. W a l t z i n g , T er
tullien, A pologétique. Commentaire analytique, grammatical et historique
(Liège 1919); Id., Tertullien. A pologétique. Texte établi et traduit avec
la collaboration de A . S e v e r y n s (Paris, Les Belles Lettres, 1929);
C. B e c k e r , Tertullian. A pologeticum (München 1952); G . S c h e l o w s k y ,
D er A pologet Tertullian in seinem Verhältnis zu den griechisch-römischen
Philosophie (Leipzig 19101); J. H . W a s z i n k , T he Treatise against H ermogenes (London 1956); J. L i p s i u s , Über Tertullian Schrift wider Praxeas: Jahrb. für deutsch. Theol. 3 (1868); A . K r o y m a n n , Tertullians A d
versus Praxeam (Tübingen 1907); L. R o s e n m e y e r , Quaestiones tertullianae ad librum Adversus Praxeam pertinentes (Strasburg 1909); E. E v a n s ,
Tertullian’s Treatise Against Praxeas (London 1948) (The Text edit,
with an Introd. and com ment.); Th. L. V e r h o e v e n , Studien over Tertul
lians Adversus Praxeam (Amsterdam 1948); P. S i n i s c a l c o , Ricerche
sul D e resurrectione di Tertulliano (Roma 19 6 6);J. H . W a s z i n k , Ter
tulliani de Anima, ed. with Introd. and comment. (Amsterdam 1947);
Id., Tertulliani D e Anima, mit Einleitung, Übersetz, und Kommentar
(Amsterdam 1933); C. M o r e s c h i n i , Reminiscence apuleiane nel D e Anima
di Tertulliano?: Maia 20 (1968) 19ss; J. K l e i n , Tertullian. Christliche
Bewusztsein und sittliche Forderungen. Reprograph. Nachdr. der Ausg.
Düsseldorf 1940 (Hildesheim 1975).
59 X V I I .1. Lo que adoramos es el Dios único, que sacó
de la nada a toda esta mole y aparato de los elementos corpora
les con el imperio de su palabra, con su razón ordenadora,
con su fuerza omnipotente, para esplendor de su Majestad;
de ahí que los griegos impusieron el nombre de xdapoç
(ornamento) al mundo. Es invisible, aunque se le vea; no
comprensible, aunque por la gracia se obtenga alguna repre
sentación de él; es inabarcable, aunque se le alcance por las
facultades humanas; por eso es verdadero y tan excelso; lo
que comúnmente se puede ver, abarcar y estimar, es infe
rior a los ojos que lo contemplan, a las manos que lo to
can, a los sentidos que lo alcanzan, En cambio, lo que es in
menso es conocido sólo de sí mismo. Esto es lo que hace
a Dios estimable: el que no sufra estimación; así, la excelsi
tud de su grandeza refleja y lo encubre a la vez a los hom
bres com o oscurecido. Y en eso está el delito de los que no
quieren reconocer a quien no pueden ignorar.
60 ¿Queréis que comprobemos esto por sus obras tan
numerosas y excelentes que nos conservan, nos deleitan y
aun nos aterran, por el testimonio del alma misma? Esta,
aun oprimida por la cárcel del cuerpo, aun asediada por ma
las costumbres, aun debilitada por las pasiones y la concu
piscencia, esclavizada por el servicio a dioses falsos, cuando
recapacita como despertando de la embriaguez, o del sueño,
o de una enfermedad, y recobra la salud, invoca a Dios, con
ese único nombre, porque el auténtico es uno solo. En la
boca de todos están las expresiones: Dios grande, Dios bue
no, y «que Dios nos lo conceda». Y también lo proclaman
como juez en estas expresiones: «D ios lo ve, a Dios lo con
fío; Dios me lo pagará». ¡O h testimonio del alma natural
mente cristiana! A l proferir todas estas expresiones no mira
al Capitolio, sino al cielo. Pues saben dónde está la morada
del Dios vivo; de él y de allí ha descendido ( Corp. Christ.
series Lat. I, p,117s).
59-60 J . P. W a l t z i n g , Tertullien, Apologétique. Texte établi et traduit
avec la collaboration de A. S e v e r y n s (Les Belles Lettres, Paris 1929); I d ., TeriQim Apologétique. Commentaire analytique, grammatical et historique (Liège
1919); C. B e c k e r , Tertullian. Apologeticum (München 1952).
60 G. Q u i s p e l , «Anima naturaliter christiana»: Eranos Jahrb. 18 (1950)
175s«;
40
Tertuliano
Contra Marción
SOBRE EL TESTIM ONIO DEL ALMA
C a p ít u lo
I
61 Quiero invocar un nuevo testimonio, un testimonio
más notorio que todas las literaturas, más variado que todas
las ciencias, más difundido que todos los libros, superior al
hombre entero, es decir, a todo lo que encierra el hombre.
Comparece, pues, ¡oh alma! Si eres ser divino y eterno, como
piensan muchos filósofos, tanto menos seras capaz de men
tir; si no eres divina, a fuer de mortal, com o quiere única
mente Epicuro, entonces no deberías mentir. Ya hayas caído
del cielo, ya hayas sido concebida por la tierra, ya constes
de números o de átomos, sea que hubieses empezado a existir
con el cuerpo, o le fueres agregada después, tengas el origen
y el modo de existir que tengas, tú haces al hombre ser
racional y capaz en el grado más alto de sentir y de pensar.
Pero no apelo a ti, alma, que, formada en las escuelas, ejer
citada en las bibliotecas, vomitas la sabiduría que has conse
guido en las academias y pórticos de la Atica. A ti apelo,
alma simple, ruda, inculta e ignorante; a ti, tal cual la po
seen los que no tienen más que a ti; a ti, que toda proce
des de la calle, de la plaza y del taller. Tu ignorancia ne
cesito, ya que nadie se fía de la módica ciencia que puedas
presentar. Reclamo lo que aportas al hombre contigo, lo
hayas aprendido por ti misma o recibido de tu autor. Que yo
sepa, no eres cristiana; se hace uno cristiano, no se nace
tal. Sin embargo, los cristianos reclaman ahora tu testimonio:
extraña, depon contra los tuyos, para que los que nos odian
y desprecian se arrepientan por obra tuya de una doctrina de
la cual eres cómplice.
C a p ítu lo
II
62 Se indisponen con nosotros porque predicamos un
único Dios a quien conviene este nombre, de quien todo pro
cede, a quien todo está sujeto. Profiere tu testimonio, si es
ése tu sentir. ¡Tantas veces, dentro y fuera de casa, te he
mos oído exclamar paladinamente y con una libertad que
no nos es dada a nosotros: «L o que Dios disponga», « ¡si Dios
61-62 L. F ü t s c h e r , Die natürliche Gotteserkenntnis bei Tertullien: Zeitschr.
£. kathol. Theol. 5 (1927) 1-34; 217-251; V e c c h i o t t i , La filosofía di Tertuliano
p.223-252,
41
quiere»! Con estas exclamaciones tú proclamas la existencia
de un ser a quien atribuyes todo poder, a cuya voluntad te
sometes, al propio tiempo que, cuando llamas por sus nom
bres a Saturno, a Júpiter, a Marte y a Minerva, niegas la
existencia de esos otros dioses. Llamando sólo a ése con el
nombre de Dios, das a entender que El es el único Dios, de
suerte que al darles algunas veces a esos otros el nombre
de Dios, parece que se lo das com o de prestado. Tampoco
se te escapa la naturaleza de ese Dios que predicamos: «D ios
es bueno», «D ios es benefactor», sueles decir. Y el hombre,
en cambio, malo, com o reprochando indirectamente y por ro
deo del lenguaje, por la proposición contraria, que el hombre
es malo porque se aleja del Dios bueno. Lo mismo, la ex
clamación: « ¡Q u e Dios te bendiga!», que, en el Dios de la
bondad y de la benignidad, es la cifra de todas las bendicio
nes de Dios, sacramento augusto de toda nuestra manera de
vivir, la pronuncias con la espontaneidad que le cuadra a un
cristiano. Y cuando conviertes en maldición la bendición de
Dios, proclamas, al invocar su nombre, que su omnipotencia
se cierne sobre nosotros... (Corpus Christ., series latina I
p,17s.).
CONTRA M ARCION
LIBR O I
C a p ít u lo
II
63 Dos dioses presenta el del Ponto *, com o dos Symplégadas de su naufragio: el que no puede negar, es decir,
el Creador, el nuestro, y el que no puede probar, es decir,
el suyo, tomando ocasión para su deplorable invención de
la naturaleza del Señor, que propuso aquel ejemplo del ár
bol bueno y del árbol malo no a propósito de la divinidad,
sino de los hombres: que ni el árbol bueno produce malos
frutos, esto es, el espíritu o la fe buena no produce malas
obras, ni el malo, buenas. Pues desfalleciendo, com o muchos
en nuestros días, sobre todo los herejes, ante el problema del
mal— cuál es su origen— , y con los sentidos embotados a
fuerza de la vehemencia exagerada de su curiosidad, al ver
* Marción.
relio3 aa J i m
prx° bl¿rne du Vieu nnique cbez Tertullien: Rev. scienc.
reug. 44 (1970) 337-362; V e c c h i o t t i , o .c ., p.312-314; 315-344.
42
Contra Marción
Tertuliano
esta expresión del Creador: Y o soy el que hago las cosas
malas, con la misma presunción con que pensó que El era
el autor del mal, y por otros argumentos que convencen de
lo mismo a todos los perezosos, con la misma, aplicando al
Creador lo del árbol malo que da frutos malos, pensó que
tenía que existir otros dios que estuviese^ representado por
el árbol bueno que da frutos buenos. Y asi, como encontran
do en Cristo otra índole de la sola y pura benignidad, di
versa de la del Creador, con toda facilidad ha encontrado
una revelación de nuevo y extraño tipo de divinidad en
Cristo; y así, con un fermento pequeño, ha venido a corrom
per toda la masa de la fe con la levatura herética. Conto con
un tal Cerdón, que diese cuenta del escándalo: dos ciegos
han podido más fácilmente pensar que han visto a dos dio
ses. Ya que sólo uno de ellos no había sido capaz de ver
a uno del todo: una única luz aparece a los ojos legañosos
como dos.
64 Así que, a uno de los dos dioses, cuya existencia se
veía forzado a reconocer, lo anuló, atribuyéndole todo el mal;
al otro, que se empeñaba en establecer artificiosamente, lo
hizo existir a título de ordenar el bien. Vamos a hacer ver,
por nuestras respuestas, cómo fue estableciendo las naturale
zas de esos dos dioses.
La disputa se centra, pues, sobre el número; si se puede
sostener la existencia de dos dioses, podría, si acaso, parecer
una licencia poética y pictórica, pero, lisa y llanamente, es
herética. La fe cristiana lo declara terminantemente: si Dios
no es único, no existe; tenemos por más digno el que simple
mente no exista algo, si no ha de existir como debe. Y para
que puedas saber que Dios debe ser único, pregunta qué es
Dios; no lo encontrarás con otra manera de ser. En cuanto
es dado a la condición humana el dar una definición sobre
Dios, hago de El esta definición que todo el mundo acep
tará: Dios es un ser supremo, eterno, no nacido, sin prin
cipio, sin fin. Eso es lo que hay que atribuir a esa eter
nidad que constituye a Dios en un ser supremo, pues la eter
nidad en El consiste precisamente en eso y en otros seme
jantes atributos: que sea Dios un ser supremo, excelente en
su esencia, en su inteligencia, en su fuerza, en su poder.
65 Conviniendo en esto todos— pues nadie negará que
Dios es algo supremo y excelente, mas que el que sea capaz
de decir, por el contrario, que Dios es algo ínfimo en la es
43
cala de los seres, negando así a Dios al quitarle lo que le
es propio como Dios— , ¿cuál será la manera de ser de ese
ser supremo excelente? Esta: que nada se le pueda igualar,
es decir, que no exista otro ser supremo excelente, ya que si
existe lo igualará', y si lo iguala, ya no será el ser supremo
excelente, al destruirse la condición y, por así decirlo, la ley
que no consiente que nada iguale a lo que es supremo exce
lente. Luego el ser supremo excelente tiene que ser único,
lo cual será no teniendo igual, para que no deje de ser el
supremo excelente. Luego no existirá de otra manera de como
posee el ser, es decir, siendo absolutamente único.
66 Por tanto, por ser Dios el ser supremo excelente, con
razón hemos dictaminado: Dios, si no es único, no existe,
no como si dudásemos de que Dios existe, diciendo: «si no
es único, no existe», sino en el sentido de que a aquel de
quien estamos seguros que existe lo definimos diciendo que,
si no es eso, no es Dios, a saber, el ser supremo excelente.
Ahora bien, el ser supremo excelente tiene que ser único;
pues también Dios será único, no siendo Dios más que siendo
el ser supremo excelente, ni siendo el ser supremo exce
lente más que no teniendo igual, ni careciendo de igual más
que si es único. Cualquier otro dios que se forje, no habrá
otra forma de sostenerlo como Dios más que atribuyéndole
el modo de ser propio de la divinidad, que es el de ser tanto
eterno como el ser supremo excelente. ¿Cómo, entonces, po
drán coexistir dos seres supremos excelentes, cuando el ser
algo supremo excelente consiste precisamente en eso, en no
tener igual, y el no tener igual es cosa que compete a un
solo ser y no puede darse de ninguna manera en d o s?...
67 Hasta aquí parece como si Marción pusiese dos seres
iguales. Pues, cuando defendemos que hay que creer que Dios,
el ser supremo excelente, es único, excluyendo de él el tener
un igual, hemos estado hablando de dos iguales, dejando bien
claro que no puede haber dos seres iguales en la naturaleza
del ser supremo y, por tanto, dos dioses, bien sabedores,
por otra parte, de que Marción pone dos dioses desiguales,
y uno como juez, cruel, poderoso en la guerra; al otro, como
misericordioso, apacible y exclusivamente bueno y excelente.
Examinemos también esta otra parte de la alternativa y vea
mos si al menos la diversidad consiente la existencia de dos
dioses, ya que no la ha dado la igualdad.
68
Aquí también nos viene en ayuda la misma regla del
Tertuliano
Contra Marción
ser supremo excelente, ya que pone en seguro la manera de
ser toda de la divinidad. En efecto, arguyendo de su misma
concesión y com o aceptando lo que el adversario me ofrece,
al no negar al Dios creador, me asiste toda razón para de
clararle que no hay lugar a diversidad entre aquellos a los
que, una vez que ha reconocido com o dioses, no puede ha
cerlos diversos; no porque aun entre los hombres no pueda
haber quienes sean diversos bajo una misma denominación,
sino porque no habrá que llamar dios, ni creer que lo sea,
a quien no sea el ser supremo excelente. Así, al verse pre
cisado a reconocer com o ser supremo excelente a quien no
niega la condición de dios, no se puede admitir que al ser
supremo le atribuya alguna suerte de disminución, en virtud
de la cual esté sujeto al otro ser supremo. Pues deja de serlo
si está sujeto. Y no es propio de Dios el decaer de su es
tado, esto es, de su condición de ser supremo. Pues aun
en ese dios más principal podrá peligrar su condición de ser
supremo, si puede decaer en el creador.
fue la primera efusión de la bondad de Dios, que no quiso
permanecer eternamente desconocido, es decir, que no exis
tiese ningún ser que le pudiese conocer. ¿Qué bien hay, en
efecto, comparable al conocimiento y goce de Dios? Y , aun
que ese bien no aparecía todavía com o tal, por no existir
quien lo pudiese apreciar, Dios sí conocía de antemano el bien
que había de aparecer, y por eso confió a su infinita bondad
la misión de preparar la aparición de tal bien, que no tuvo
nada de repentina, ni de precipitada, ni algo que se pare
ciese a una bondad fortuita o jactanciosa, com si empezara
a existir en el momento en que comenzó a actuar. Si es ver
dad que ella constituyó el comienzo de todo en el momento
en que comenzó a actuar, ella misma, al actuar, no tuvo co
mienzo. Una vez que constituyó el comienzo de todo, surgió
la sucesión temporal, para cuya determinación y distinción fue
ron colocados los astros y las lumbreras celestes: «Servirán,
para (señalar) los tiempos, los meses y los años» (Gén 1,14).
Por tanto, no tuvo tiempo antes de que existiera el tiempo la
que hizo que existiera el tiempo, ni la que hizo el comienzo,
tuvo comienzo antes de que existiera el comienzo.
44
69 Así, cuando se proclama a dos dioses com o dos seres
supremos, por fuerza ninguno de los dos puede ser o mayor
que el otro, o menor, ni más sublime o más inferior: tendrá
que negar que es ser supremo ese que dice que es menor.
Al admitirlos como Dios, los has admitido a ambos como dos
seres supremos. Y así nada quitarás al uno ni pondrás en el
otro. Admitiendo la divinidad has negado la diversidad ( Cor
pus Christ., series latina I, p.442-447).
C a p ítu lo
III
70 Una vez que nos disponemos a tratar de Dios en
cuanto que es conocido, si se nos pregunta de qué manera lo
es, tendremos que comenzar por sus obras, que son anteriores
al hombre. De esa manera, descubierta al punto junto con El
mismo su bondad, y una vez establecida ésta como base in
destructible, nos podrá sugerir alguna pauta para apreciar el
orden de lo que siguió.
71 Los discípulos de Marción, una vez conocida la bon
dad de nuestro Dios, la podrán reconocer digna de la divi
nidad por los mismos títulos por los cuales hemos demos
trado antes nosotros que faltaba en su dios. En primer lu
gar, el objeto mismo de su conocimiento no lo encontró Dios
en otro ser fuera de El, sino que lo creó por sí mismo. Esa
45
72 Así, no habiendo tenido comienzo y no estando sujeta
a la medida del tiempo, hay que pensar de ella que tiene una du
ración inmensa o infinita, y no se la puede imaginar como
algo que ha tenido un comienzo repentino, accidental, o por
su impulso extraño: no hay fundamento alguno para pensar
de ella semejante cosa o apariencia alguna temporal; por el
contrario, hay que considerarla como eterna, consustancial con
Dios perpetuamente, y, por lo mismo, digna de E l...
LIBR O III
C a p ítu lo
V
73 Si, pues, hay en Dios esas dos potestades, en vir
tud de las cuales ni pudo ni debió sobrevenirle algún mal al
hombre, y, sin embargo, le sobreviene, pongámonos a con
siderar también la manera de ser del hombre, no sea que haya
sobrevenido por ello lo que por Dios no pudo sobrevenir.
Y encuentro al hombre creado por Dios, libre y dueño de
su arbitrio, siendo en ese estado la mayor imagen y semejan
za que en el hombre puede haber de Dios. Pues no es por
las líneas corporales, sino por la sustancia que ha recibido
46
Tertuliano
de Dios el alma, como el hombre ha sido sellado a imagen
de Dios, dotado de libertad y dominio de sí. Una confirma
ción de ese estado se halla en la ley misma que Dios esta
bleció. No se podría poner una ley al que no tuviese en su
mano el obedecerla, ni se conminaría la muerte a su trans
gresión si ésta no se atribuye a la libertad del hombre. Y así,
en las leyes que después dio el Creador, en las que propone
ante el hombre el bien y el mal, la vida y la muerte, el orden
todo dispuesto por Dios por preceptos, llamadas, amenazas y
consejos, se verá que todo presupone la obediencia o la des
obediencia del hombre libre y que obra por propia voluntad.
C a p ítu lo
X IV
74 Para todo te sale al paso el mismo Dios: hiriendo,
pero también sanando; causando la muerte y también dando
la vida; humillando, pero también exaltando; haciendo males
y causando la paz, de suerte que también en este punto puede
dar una respuesta a los herejes. Ahí lo tenemos, dicen, que él
se declara autor de los males, al decir: «Y o soy el que pro
duzco los males». Aferrándose a la comunidad de nombre, que
confunde en su ambigüedad a dos especies de mal, ya que
males se llaman los delitos y las penas, dicen con insistencia
que se entiende que él es autor de los males, de suerte que haya
que declararle autor de la malicia. Pero nosotros, haciendo la
distinción de ambas formas, separando los males de delito y los
males de castigo, los males de culpa y los males de pena, asig
namos a cada uno de ellos su correspondiente autor: de los
males de pecado y culpa, al diablo, y de los males de castigo
y pena, a Dios creador. La primera clase es obra de la malicia;
la segunda, de la justicia, que hace existir los males de decisión
judicial contra los males del delito. El creador, pues, se pro
clama autor en los males que son competencia del Juez. Ma
les que, desde luego, son males para aquellos a quienes se in
fligen, pero bienes con nombre bien ganado en cuanto que
son justos, y defienden a los buenos, y castigan los delitos, y,
en ese orden, son dignos de D ios...
Contra Práxeas
47
CONTRA PRAXEAS
C a p ít u lo
V
75 Antes de todas las cosas existía sólo Dios. El era para
sí su universo, su lugar y todas las cosas. Existía solo, porque no
había nada fuera de El. Aunque, a decir verdad, ni siquiera
entonces estaba solo, ya que tenía consigo algo de su propio
ser, es decir, su razón. Porque Dios es un ser racional, y la
razón estaba primero en El, y de El se derivó a todas las co
sas. Esa razón es el conocimiento que tiene de sí mismo. Los
griegos lo llaman X070; , que es el término que corresponde al
nuestro de sermo; por eso ya se ha hecho usual entre nos
otros el decir, por simplificar, que en el principio la Palabra
estaba en Dios, cuando de por sí debía considerarse la razón
como anterior, ya que Dios no habló desde el principio, y, sin
embargo, estaba dotado de razón aun antes del principio, y la
palabra misma, al provenir de la razón, la manifiesta como an
terior a ella y fundamento suyo. Pero éste es un punto sin im
portancia, ya que, si bien Dios no había emitido todavía su
Palabra, sin embargo, tenía ya dentro de sí con la razón y en la
razón, pensando y disponiendo sin hablar, lo que después había
de expresar con su Palabra.
76 Cuanto pensaba y disponía en su razón, convertía en
palabra, ya que lo hacía por palabras. Para que lo entiendas
más fácilmente, ponte a reconocerlo en ti mismo, que estás
hecho a imagen y semejanza de Dios: también tú, que eres ani
mal racional, tienes en ti mismo razón; ya que no sólo has
sido hecho por un artífice dotado de razón, sino has recibido
la vida participando de su naturaleza. Recapacita cómo eso mis
mo sucede en tu interior cuando en silencio estás dando vuel
tas a algo en tu razón: la razón se te presenta en palabras g
cualquier intento de pensamiento, y a cualquier movimiento de
la conciencia. Cuanto piensas, lo piensas en palabras; cualquier
movimiento de conciencia que tienes, lo tienes por la razón.
Inevitablemente te pones a expresar eso en tu interior, y al ha
blar vienes a hacer a tu palabra tu interlocutor, y en ella, está
Ti
J. L i p s i u s , Über Tertullians Schrift wider Praxeas: Jahrb. £. Deutsch.
.*
■ J (1868); T h . V e r h o e v e n , Studien over Tertulliarís Adversas Praxeam
(Amsterdam 1948); E. E v a n s , Tertullians Treatise Against Praxeas. Text with
f 7? tr
and Commentary (London 1948); L. R o s e n m e y e r , Quaestiones
ertuUianae ad librum Adversas Praxean pertinentes (Straszburg 1909); W o l f s o n ,
o e Phtlosophy of the Church Fatbers. p.82; E . B h é h i e r , Logos stoïcien, Verbe
cnretien, raison cartésienne: Étud. phil. ant. (Paris 1955j p. 160-177.
Tertuliano
48
la razón misma por la que pensando hablas con aquella por la
cual hablando piensas. De esta suerte, la misma palabra viene
a ser com o un segundo ser por el cual hablas pensando, y pien
sas hablando: en sí misma, la palabra es algo distinto de ti.
¡Con cuánto mayor plenitud sucederá en Dios, de quien tú te
consideras imagen y semejanza, eso de que, aun cuando está
callado, tenga razón, y en la razón, la Palabra! Entonces, pue
do sin temeridad alguna concebir que Dios, aun antes de la
creación del Universo, no existía solo, ya que tenía en sí mis
mo la razón, y en la razón, su Palabra, que producirá com o un
segundo ser procedente de El por su actividad interior ( Corpus
Christ. series lat. II p .ll5 9 s s).
C O N T R A TIERM OGENES
C a p ítu lo
V III
77 A l sostener que Dios hizo todas las cosas de la mate
ria, antepone la materia a Dios, y le hace inferior a ella. Si se
sirvió de ella para producir los seres del mundo, la materia,
por su parte, aparece com o superior, al suministrarle los ma
teriales para su acción, y, por lo mismo, Dios parece haber
estado sujeto a la materia, pues que necesitó de su entidad.
Todo el que usa de algo, necesita de ello, ya que nadie se li
bra de depender de aquello cuyo uso necesita, como nadie se
libra de ser inferior a aquel del cual se sirve en algo. Y todo
el que ofrece algo suyo para que otro se sirva de ello, es supe
rior a aquel a quien se lo brinda. Así, pues, la materia no ne
cesitó de Dios, sino que se ofreció a Dios, que la necesitaba;
la rica y la abundante en recursos y la generosa, al que sería,
pienso yo, menor, e inválido, e incapaz de producir de la nada
cuanto quisiere. Y le hizo un gran beneficio a Dios: el de
tener algo por lo que fuese conocido Dios y ser llamado omni
potente; sólo que ya no sería omnipotente si no contaba tam
bién con la potencia de producir de la nada a todas las cosas.
Y también a sí misma se confirió algo la materia: el poder ser
reconocida como igual a Dios, es más, su auxiliar; sólo que
el único que la conoció fue Hermógenes y los filósofos patriar
cas de los heréticos. Pues hasta ahora fue desconocida de los
profetas v de los apóstoles, y pienso que también de Cristo
(Corp. Christ., ser. lat. I p.403).
77-83 J. H.
77 H. A. W
W
, The treatise against Hermógenes (London 1956).
The pkilosophy of the Church Fathers p.179.
a s z in k
o lfso n,
Contra Herm ógenes
C a p ít u lo
49
IX
78 Ni puede decir que Dios usó de la materia com o se
ñor para producir las cosas del mundo; el Señor no pudo estar
en plano de igualdad con ella. Mas tal vez se sirvió de ella
como de prestado, no teniendo dominio sobre ella, ya que,
siendo mala, tuvo que servirse de ella, a causa de su flaco
poder, por el cual no era capaz de servirse de la nada, y no
por la potestad que había tenido sobre ella, si hubiese sido su
señor; sabiéndola mala, la habría antes convertido en buena,
como dueño y com o bueno, de suerte que así se sirviese de una
cosa buena y no de una cosa mala. Pero com o había sido bue
no, pero no señor, por eso dejó ver la necesidad en que se ha
llaba de someterse a la condición de la materia, pues se sirvió
de ella siendo de esa índole, que habría corregido, caso de ser
su señor.
79 Esa es la respuesta que hay que dar a Hermógenes
cuando sostiene que Dios se sirvió de la materia com o señor
y de una cosa no suya, es decir, no producida por El. Enton
ces el mal proviene de El, ya que es, si no autor del mal, pues
no lo produce, al menos el que lo permite, ya que es su señor.
Y si la materia, a fuer de mala, no es del mismo Dios, luego
se sirvió de algo ajeno o prestado, porque la necesitaba, o aun
también injustamente, por imponerse por la fuerza a ella; ésas
son las maneras de tomar las cosas ajenas: por el derecho, por
el beneficio, por la fuerza; es decir, por el dominio, el prés
tamo o la violencia. En defecto del dominio, que escoja Her
mógenes qué es lo que cuadra a Dios: El hizo todas las cosas
de la materia, o de prestado, o por la violencia; ¿no habría
preferido Dios no hacer nada absolutamente a hacer algo de
prestado o por la violencia y, encima, sirviéndose de una cosa
mala? (ibid., p.404).
C a p ítu lo
X
80 Y , aun en el caso de que la materia fuese en sumo
grado buena, ¿no debería haber tenido por indigno de sí el
servirse de algo ajeno, aunque ello fuese bueno? Fatuidad
grande habría sido, pues, el producir el mundo para su gloria,
de suerte que apareciese como deudor de otro ser, y, por cier
to, no bueno. Entonces— replica— ¿había de hacerlo de la
nada, de suerte que con ello se le imputasen a El también los
Tertuliano
Sobre la resurrección del cuerpo
males? Gran ceguera, a fe mía, la de los herejes en este modo
de argüir, al pretender, o la creencia en otro dios bueno y ex
celente, por pensar que el creador es autor del mal, o la coexis
tencia de la materia con el creador, para así derivar el mal de
la materia y no del creador, siendo así que ninguno de esos
dioses salga incólume en esta cuestión, ya que no dejará de
aparecer com o autor del mal aquel, quienquiera que sea, que,
aunque no haya producido el mal, consintió que lo produjese
alguien del modo que fuese.
cede de El, porque lo produjo de la nada, de suerte que la
misma Escritura lo hace constar: «¿Q uién conoce los planes
de Dios? ¿O quién fue su consejero? ¿O a quién consultó El?
¿O quién le enseñó el camino de la inteligencia y de la cien
cia? ¿Quién le entregó algo, y quién es su acreedor?» (Rom 11,
34ss.). Nada, absolutamente; ninguna fuerza, ninguna mate
ria, ningún ser sustancial extraño le asistió.
50
81 Vea, pues, Hermógenes, atendiendo a la distinción
que antes hicimos sobre el mal, que no ha conseguido nada
con semejante ataque. Pues está bien claro que, si no como
autor del mal, sí que aparece Dios como quien lo ha consen
tido, ya que consintió con esa su tan gran bondad antes de la
producción del mundo el mal de la materia, que, como bueno
y enemigo del mal, debía haber corregido. Pues, o pudo corre
girla y no quiso, o quiso, pero no pudo, com o Dios impotente.
Si pudo y no quiso, resulta El también malo, por haber favo
recido al mal, y así culpable de que contribuyó a la existencia
de aquello que, por mucho que no lo produjo, no impidió que
no existiese, pues, si no la hubiese querido, no habría llegado
a existir. ¿Y qué cosa más indigna que eso? Si quiso que exis
tiese lo que El no quiso haber hecho, obró en contra de sí
mismo, ya que, por una parte, quiso lo que no quiso haber
hecho, y por otra, no quiso haber hecho lo que quiso que
existiese. Como bueno, quiso que existiese, y como malo, no
quiso haberlo hecho. Lo que, al no hacerlo, lo juzgó malo,
consintiéndolo, lo proclamó bueno. Consintiendo el mal por
el bien, y no suprimiéndolo, se revela su fautor: mal, si lo
hizo voluntariamente; vergonzosamente, si lo hizo por necesi
dad. Dios será o siervo del mal o su amigo, ya que admitió
trato con el mal de la materia, más aún, obró sirviéndose del
mal (ibid., p.405).
C a p ítu lo
X V II
82 La condición de un único Dios impone esta regla:
único, porque solo El, y solo, porque nada con El. Con lo que
será también el primero, ya que todo está después de El; y
todo después de El, porque todo procede de El; y todo pro82 J. M o i n g t , Le problème du Dieu unique chez Tertullien: Rev. scienc.
relig. 44 (1970) 337-362.
51
83 Si hubiese obrado sirviéndose de alguna clase de ma
teria, de ella habría recibido necesariamente la orientación y di
rección en su manera de disponerla, que para El habría sido
como señalarle el camino de la inteligencia y de la ciencia.
Tendría que haber obrado según lo consintiese la índole y la
condición de la materia, y no a su arbitrio, de suerte que ha
bría producido también los males, no conforme a su natura
leza, sino a la de la sustancia de que disponía (ibid., p.410).
SOBRE LA RESURRECCION DEL CUERPO
C a p ítu lo
V II
84 ¿Puso Dios al alma en el cuerpo, o, más bien, la in
fundió y la compenetró con él, con una unión tan estrecha que
se puede dudar quién a quién lleva, si el cuerpo al alma, o el
alma al cuerpo, y si obedece el cuerpo al alma, o el alma al
cuerpo? Si bien más es de creer que sea el alma la que lo lleva
y la que domina, como más próxima a Dios. Lo cual, por otra
parte, redunda en gloria del cuerpo, al contener en sí a la que
es próxima a Dios y participa de su soberanía. ¿Qué utilidad,
en efecto, no obtiene el alma de la naturaleza, qué fruto no
saca del mundo, qué sabor de los elementos no gusta el alma
por intermedio del cuerpo? ¿Cómo no, si de ella recibe ayuda
por los instrumentos de los sentidos, por la vista, por el oído,
por el gusto, por el olfato, por el tacto? ¿Si por él está dota
da de abundancia de un poder divino, al no hacer nada sino
por la palabra, siquiera sea sólo tácitamente empleada? Y la
palabra se ejerce por medio de un órgano corporal. Las artes
por el cuerpo se ejercitan; por el cuerpo, los estudios y los in
genios, las obras, las empresas; los negocios se llevan a cabo
por medio del cuerpo, y el no vivir el alma no es otra cosa
que el separarse del cuerpo. Así también resulta que el morir
84 P.
S in is c a l c o ,
Ricerche sul « De resurrectione» di Tertulliano (Roma
Tertuliano
Sobre el alma
también es del cuerpo, com o lo es el vivir. Pues bien, si todo
está sujeto al alma por intermedio del cuerpo, está sujeto tam
bién todo al cuerpo. Si se usa de algo, necesariamente se está
unido a ello. Así, el cuerpo, al ser por destino natural servidor
del alma, resulta partícipe de su misma suerte y coheredera.
Si lo es de los bienes temporales, ¿por qué no de los eternos?
(Corp. Christ., ser. lat. II p.930).
falsedad a todos los sentidos, ni siempre. Los epicúreos, con
secuentes consigo mismos, defienden que la verdad se halla
por igual en todos y siempre, pero lo explican de otra manera.
Dicen, en efecto, que no engañan los sentidos, sino la opinión.
El sentido, según ellos, no hace más que ser afectado, no juz
ga; la que juzga es el alma. Con eso, han cortado y separado
tanto la opinión de los sentidos, com o los sentidos del alma,
¿De dónde trae su origen la opinión, sino de los sentidos? Si
la vista no ve a la torre com o redonda, no hay opinión sobre
su circularidad. ¿Y de dónde procede el sentido, si no es del
alma? El cuerpo sin alma será un cuerpo sin sensación. Así,
el sentido procede del alma, y la opinión, del sentido, y todo
eso es el alma. Por lo demás, se presenta com o una explicación
muy razonable que hay algo que hace que los sentidos presen
ten algo de manera distinta de com o es en realidad. Si, pues,
puede ser comunicado algo que no hay en la realidad, ¿por
qué no va a poder ser eso por algo que no está en los sentidos,
sino en unas causas que intervienen por ellos?
52
SOBRE EL ALMA
C a p ítu lo
X V II
85 Debemos tocar también la conocida cuestión de los
cinco sentidos, de la que ya oímos hablar en nuestros prime
ros estudios, ya que de eila sacan también algún partido los
herejes. Son la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. La
fidelidad de estos sentidos la atacan con cierta dureza los aca
démicos y, según algunos, también Heráclito y Diocles y Empédocles, y con toda certeza Platón, que declara al conocimien
to sensible irracional y unido estrechamente a la opinión. Así,
se moteja de falsedad a la vista por afirmar que el remo sumer
gido en el agua está torcido o roto, en contra de lo que sabe
mos de que está entero; por presentar com o redonda a una
torre cuadrada vista de lejos; por alterar el aspecto de un pór
tico que es completamente igual presentándole como más pe
queño en los extremos; por juntar el cielo que se cierne tan
alto, con el mar. Asimismo, se acusa de falsedad al oído, por
ejemplo, cuando pensamos que es un trueno, y es el ruido de
un carro, o cuando empieza a oírse el rumor del trueno y cree
mos que el ruido procede de un carro. También se acusa al ol
fato y al gusto, porque los mismos perfumes y los mismos vi
nos llegan a despreciarse con el uso. Y lo mismo, el tacto:
una misma superficie, a las manos parece áspera; a los pies,
suave; y en los baños, la misma agua caliente al principio se
siente casi hirviendo, después, com o templada.
86 Así— dicen— nos engañan los sentidos al proferir
nuestros juicios. Los estoicos, más moderados, no acusan de
85-93 J. H. W a s z i n k , Tertulliani «V e anima», ed. with Introd. and Comment. (Amsterdam 1947); I d., Tertulliani «De anima», mit Einleitung, Übersetz.
und Kommentar (Amsterdam 1933); G e s s e r , Die Seelenlehre Tertullians (Paderborn 1893); F. S f y r , Die Seelen- und Erkenntnislehre Tertullians und die
Stoa (Wien 1937); C. M o r e s c h i n i , Reminiscenze apuleiatte nel «De anima»
di Tertulliano?: Maia 20 (1968) 19ss.
53
87 Esas causas será bien fácil el conocerlas. En efecto,
la causa de que el remo sumergido aparezca com o torcido o
roto, es el agua; una vez sacado del agua, aparece el remo en
tero. La poca densidad de la sustancia que hace de espejo al
recibir la luz, al ser movida por el golpe que recibe, hace vi
brar la imagen y así altera la línea recta. Asimismo, el que la
torre presente una forma engañosa, se debe evidentemente al
medio: la igualdad del aire que la rodea, al envolver con la
misma luz sus ángulos, difumina las aristas. Y lo mismo, la uni
formidad de un pórtico se agudiza hacia el final porque la
vista, confinada en un espacio cerrado, se debilita a medida
que se extiende. Así el cielo se junta con la tierra donde ter
mina la vista: ésta distingue y separa en la medida en que está
en vigor.
88 Y al oído, ¿qué le podrá engañar sino la semejanza
de sonidos? Y , si con el transcurso del tiempo el perfume exha
la menos fragancia y el vino pierde sabor y los baños se sien
ten menos calientes, la fuerza primera se encuentra casi ínte
gramente en todos. Y por lo que hace a las manos y a los pies,
con razón no concuerdan en la sensación que tienen, fuerte o
suave, los unos, miembros finos, los otros, endurecidos por
el uso.
89 Así, en esta explicación, ningún fallo de los sentidos
deja de tener su causa. Y si hay causas que engañan a los sen
Tertuliano
Sobre el alma
tidos, y por ellos a nuestros juicios u opiniones, entonces no
habrá que poner la falsedad en los sentidos, que no hacen más
que seguir o reaccionar a esas causas, ni en los juicios u opi
niones, que se forman según los datos que dan los sentidos,
influenciados por las causas. Los locos ven en unas personas
a otras, com o Orestes a su madre en su hermana y Ayax a
Ulises en su rebaño; com o Atamas a unas bestias en sus hijos.
¿A quién achacaremos ese engaño, a los ojos, o a la locura?
A los que amarillean por exceso de bilis, todo sabe amargo.
¿De quién es la culpa, del gusto o de la (mala) salud? Todos
los sentidos están expuestos con el tiempo a deterioro o a en
torpecimiento, de suerte que no hay lugar a que la falsedad
sea en ellos una propiedad inherente.
decidir— en juicio postumo— sobre la verdad; y, sin embargo,
no había esperado a la muerte para filosofar. N o podemos, no
podemos dudar de estos sentidos, no sea que aun en Cristo
tengamos que ponernos a deliberar sobre la fidelidad de ellos...
(Corp. Christ. ser. lat. II p.804-808).
54
90 Más aún: ni siquiera a esas causas hay que achacar
les ese delito de falsedad. Pues si esos fenómenos suceden con
forme a razón, la razón no merece que se la moteje de false
dad. Lo que tiene que suceder como sucede, no es un engaño.
Entonces, si aun las mismas causas quedan exoneradas de fal
sedad, cuánto más los sentidos, a los cuales preceden las causas
libremente, ya que la raíz de la verdad, de la felicidad y de
la integridad de los sentidos hay que ponerla en que no trans
miten otro mensaje que el que la razón les impone, que hace
que ellos presenten algo de manera distinta de como está en
las cosas.
91 ¿Qué haces, insolente Academia? Echas por tierra
todo fundamento, turbas todo el orden de la naturaleza, haces
ciega a la Providencia misma divina, que confía a unos falaces
sentidos la misión de ir por delante en nuestro empeño de en
tender, distribuir y disfrutar de sus obras. ¿O es que no son
ellos los que gobiernan como auxiliares nuestro vivir? ¿N o le
ha venido por ellos al mundo una com o segunda organización?
¿Tantas artes, industrias, estudios, tantos negocios, funciones,
tratos, tantos remedios, consejos, consuelos, tantos medios de
sostener la vida, de fundamentarla, de embellecerla, cosas to
das que dan el sabor a toda la vida, ya que por los sentidos
se constituye el hombre com o el solo ser animal racional, ca
paz de inteligencia y de ciencia, y aun de la Academia misma?
Aun el mismo Platón, para no sancionar testimonio alguno a
los sentidos, niega en el Fed.ro en la persona de Sócrates que
él se pueda conocer a sí mismo, com o lo mandaba la inscrip
ción de Delfos, y en el Teeteto niega que él tenga ciencia y
sensación, y en el Fedro difiere hasta después de la muerte el
C a p ítu lo
55
X X II
92 ... Definimos el alma como nacida del soplo de Dios,
inmortal, corpórea, dotada de una forma, substancia simple,
inteligente por ella misma, capaz de seguir diversas conductas,
dotada de libre arbitrio, expuesta a cambios accidentales, mu
dable en sus diferentes culturas, racional, dominadora, capaz
de adivinación y derivada de una sola y misma alma. Nos que
da ahora por ver cóm o procede de una sola, es decir, de dón
de, cuándo y cóm o ha sido producida o le ha venido al hom
bre (ibid., p.814s.).
C a p ítu lo
X X III
93 Algunos piensan que ha descendido de los cielos, con
la misma convicción con que prometen, como cosa indudable,
que han de volver allá, com o lo hace Saturnino, discípulo de
Menandro... Siento de veras que de la doctrina de Platón se
hayan nutrido todas las herejías. ¿N o es él el que dice en el
Fedón que las almas van de acá para allá, y en el Timeo sos
tiene que los hijos de Dios, a los que les había confiado la mi
sión de crear los seres mortales, habían recibido un germen de
inmortalidad y modelado en torno al alma un cuerpo mor
tal? Nos dice después que este mundo es imagen de otro...
(ibid., p .8 15).
El Pedagogo
51
EL PEDAGOGO
CLEM ENTE DE ALEJANDRIA
(150P-214)
O b r a s p r i n c i p a l e s d e i n t e r é s f i l o s ó f i c o : np oT p srtix ôç r.p'oz "FJJ.rr
vaç (Protréptico, o Exhortación a los G rieg o s); IlaiScqofoç (E l peda
g o g o ); Xipoita-cefî ( « Stromata» o Tapices).
Clemens Alexandrinus, I Band, Protrepticus
und Paedagogus, herausg. von O . S t ä h l i n , en Die griechischen Christli
chen Schriftsteller der ersten drei Jahrhunderte, Band 12 (Leipzig 1905);
Clemens Alexandrinus, II Band, Stromata, Buch I-V I, herausg. id. ibid.,
Band 15 (Leipzig 1906); I I I Band, Stromata, Buch V I I I , V I I I , herausg.
id. ib., Band 17 (Leipzig 1909). Trad, del editor.
E d ic io n e s
u t il iz a d a s :
B i b l i o g r . g e n . : J. F e r g u s o n , Clement of Alexandria (N ew Y ork
1974); R. M o r t l e y , Connaissance religieuse et herméneutique chez Clé
m ent d’Alexandrie (Leiden 1973); S.R.C. L i l l a , Clement o f Alexandria
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Cath. (Paris 1908) col. 137-199; Cl. M o n d é s e r t , S. J., Introduction a:
Clément d’Alexandrie, Les Stromates I (Sourc. chrét. 30, Paris 1951)
p.5-41; P. T h . C a m e l o t , O . P., Introduction a: Clément d’Alexandrie,
Les Stromates I I (Sourc. chrét. 38, Paris 1954) p.7-26; Clément d’A le
xandrie, Pédagogue, 1.1, texte grec, introd. et notes de H . I. M a r r o u ,
trad, de M. H a r l (Sourc. chrét. 70, Paris 1960) p.7-97; G . L a z z a t i ,
Introduzione allo studio di Clem ente Alessandrino (Milán 1939);
G . B a r d y , Clem ente de Alejandría, trad. esp. por J. G u a s p D e l g a d o
(Madrid 1930); E. D e F a y e , Clément d ’Alexandrie. Étude sur les rap
ports du christianisme et de la philosophie grecque au I I siècle (Paris
1898; 2=me éd., 1906); C. M e r k , Clemens Alexandrinus in seiner Abhän
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la raison dans Clem ent d ’Alexandrie (M ondidier 1900); M . J. D a s k a l a k is ,
E ie eklektischen Anschauungen des Klemens von Alexandrie
und seine Abhängigkeit von der griechischen Philosophie (M ünchen 1907);
C h . B i g g , The Christian Platonists o f Alexandria (O xford 1913; repr.
1968); H . A . W o l f s o n , Philosophy of the Church Fathers (Cambridge,
Mass., 1956), 3 ed., revis. 1970; J. Q u a s t e n , Patrología (trad. esp. por
I. O ñ a t i b i a , I (M adrid 1961) p.309-338; A . S t ö c k l , G eschichte der
christlichen Philosophie zur Z eit der Kirchenväter (Berlin 1891) p.103115; Ü b e r w e g - G e y e r , Grundriss der Geschichte der Phil., Z w . Teil,
elfte neuarb. A ufl. (Berlin 1928) p.59-61; 62-66 (Bibi, p.655-657);
W . M ö l l e r , E ie Kosm ologie in der griechischen Kirche bis auf Orígenes
(Berlin 1860) p.506-535; J. M u n c k , Untersuchungen über K lem ens von
Alexandria (Berlin 1933); H . B. T i m o t h y , The early Christian apologists
and G reek Philosophy exem plified by Irenaeus, Tertullian and Clement
o f Alexandria (Assen 1973); M . S p a n n e u t , L e stoïcisme des Pères de
l’Église de Clément de Rom e à Clément d ’Alexandrie (nouv. éd., Paris
1969); E . L. F o r t i n , Clem ent o f Alexandria and the esoteric tradition,
Studia patristica I X , ed. by F. L. C r o s s (Berlin 1966); D . J. M . B r a d
l e y , The transformation o f the Stoic ethic in Clement o f Alexandria:
Augustinianum (Rom a) 14 (1974) 41-66; J. P é p i n , La vraie dialectique
selon Clement d’Alexandrie, Epektasis: Mélanges D a n i é l o u (Paris 1972).
LIBRO I
C a p ítu lo
III
El Pedagogo ama a los hombres
94 En todo nos es beneficioso Dios, en todo nos ayuda,
lo mismo como hombre que com o Dios. Como Dios, perdo
nándonos nuestros pecados; com o hombre, educándonos, a
modo de pedagogo, para que no pequemos. Con razón es el
hombre algo querido a Dios, ya que es obra suya. A las demás
cosas las hizo por solo su mandato, pero al hombre lo modeló
con sus propias manos, y le infundió algo suyo propio. Ahora
bien, esa creatura hecha por El y a su imagen, o la hizo Dios
como algo digno de ser elegido por sí mismo, o bien como
digno de elección en orden a alguna otra cosa. Si el hombre
es un ser digno por sí mismo de elección, entonces, Dios, sien
do bueno, amó lo que era bueno, y en el interior del hombre
se halla ese encanto que se llama la inspiración o soplo de
Dios. En cambio, si fue hecho com o un ser digno de elección
en orden a otras cosas, entonces Dios no tuvo otra causa para
hacerlo que el que sin eso ni Dios podía ser un buen artífice,
ni el hombre podrá llegar al conocimiento de Dios. Pues Dios
no tenía otra forma de hacer aquello en vista de lo cual fue
hecho el hombre que haciendo a éste, y la potencia que tenía
oculta, la de su querer, la llevó a su realización por el poder
de su acción de crear, tomando del hombre lo que había hecho
al hombre. V io lo que tenía e hizo lo que quiso, pues nada
hay imposible para Dios. El hombre, pues, que fue hecho por
Dios, es un ser digno de ser elegido por sí mismo.
95 Ahora bien: lo que es digno de elección por sí mismo,
es algo que está acomodado a aquel para quien es digno de ser
elegido por sí mismo; y eso es digno de ser buscado y amado.
Mas, lo que es digno de ser amado por alguien, lo será de
hecho, sin duda, por él: hemos demostrado que el hombre es
94-96 B i g g , The Christian Platonists of Alexandria p.72ss: Q u a s t e n , Patro
logía I p.312-315.
94 B i g g , o .c ., p.l07ss; M a r r o u , Clément d’Alexandrie, Pédagogue (Sourc.
chrét. 70) p.122 nt.1-4; p.124 not.l.
95 M a r r o u , o .c ., p.124 nt.2 y 3 .
95-96 C. S c l a f e r t , Propos rassurants d’un vieux pédagogue. Un éducateur
optimiste, Clément d’Alexandrie: Ephem. Theol. Lovan. 175 ( 1 9 2 3 ) 532-556,
Clem ente de Alejandría
58
Los tapices
digno de ser amado; por tanto, es amado por Dios. ¿Cómo
no va a ser amado aquel por quien ha sido enviado el Unigé
nito desde el seno del Padre, el Logos de nuestra fe? El es
eminentemente la razón de nuestra fe. El Señor mismo lo
proclama cuando dice: «E l Padre mismo os ama, porque vos
otros me amasteis» (Jn 17,27), y en otro pasaje: «Los has
amado, com o me has amado a mí (Jn 17,23).
96 Está, pues, bien claro qué es lo que quiere el Peda
gogo, y qué mensajes nos presenta, y cuál es su actitud en obras
y palabras cuando nos manda lo que hemos de hacer o nos
prohíbe lo contrario. Es evidente que se trata de una diversa
clase (o tipo) de exposición, cuyo fin es el enseñar, algo sutil
y espiritual, que exige precisión en el tratar las cosas y se ocu
pa en contemplar los misterios. Pero dejemos eso por ahora.
Es justo que nosotros devolvamos amor a aquel que por su
amor se ha hecho nuestro guía, para una vida mejor, y que
vivamos conforme a los designios de su voluntad, no sólo ha
ciendo lo mandado, o evitando lo prohibido, sino apartándo
nos de algunos ejemplos, e imitando en lo posible otros, tra
tando así de reproducir en nuestra manera de obrar la seme
janza del Pedagogo, para que sea verdad aquello de «a su ima
gen y semejanza» (Gén 1,26). Vagando com o estamos en la
vida en cerradas tinieblas, tenemos necesidad de un guía que
nunca se extravíe ni tropiece. Y ese guía experto no es, como
dice la Escritura, «el ciego que lleva a otro ciego al hoyo»
(M t 15,14), sino el Verbo, que tiene la vista muy agudizada
y penetra lo íntimo del corazón. Y así com o no hay luz que no
ilumine, ni motor que no mueva, ni amante que no ame, tam
poco hay bien que no haga algún bien y conduzca a la salva
ción. Amemos, pues, los preceptos por la imitación de las obras
del Señor. El mismo Logos, haciéndose carne, ha mostrado cla
ramente que la misma virtud es a la vez activa y contemplativa.
Tomemos, pues, al Logos como ley, y reconozcamos que sus
preceptos y consejos son caminos rápidos y directos hacia la
eternidad. Sus mandatos se han de cumplir por convicción, y
no por temor. ( S t a h l i n , o .c . , B.12, p .9 4 y 9 5 ; PG 8,258A259C.)
96 M
arrou,
o .c .,
p .1 2 4
n t .6 .7 .8 ;
p .1 2 7
59
LOS TAPICES
LIBRO I
C a p ítu lo
V
Dios ha constituido a la filosofía com o formación preparatoria
al conocimiento de la fe
97 Antes de la venida del Señor, la filosofía era necesaria
a los griegos para la justicia; ahora, resulta útil para conducir
los hombres al culto de Dios, por ser una especie de prope
déutica para los que adquieren la fe por la demostración. «Tu
pie no tropezará», dice la Escritura, si tú atribuyes a la Provi
dencia cuanto es bueno, sea griego, o nuestro (cristiano). Dios,
en efecto, es la causa de todas las causas buenas, de unas in
mediatamente y por sí mismas, com o del Antiguo y Nuevo
Testamento; de otras, com o por concomitancia, como de la fi
losofía. Y aun tal vez la filosofía fue dada directamente a los
griegos, antes de que el Señor les llamase a ellos, ya que ella
condujo a los griegos hacia Cristo como la Ley fue para los
judíos, para llegar a Cristo. La filosofía hace un trabajo pre
liminar, preparatorio, disponiendo el camino a aquel a quien
Cristo hace después perfecto. Asimismo dice Salomón: «R o
dea a la sabiduría de defensas, y ella te ensalzará; con her
mosa diadema te ceñirá» (Prov 4,8.9).
98 Cuando tú la hayas fortificado con una muralla por
la filosofía y una sana abundancia, la preservarás sin duda inac
cesible a los sofistas. Uno es, pues, el camino de la verdad,
pero a ella confluyen como a un río perenne todas las corrien
tes que surgen aquí y allí. Por eso se dice: «Escucha, hijo mío,
y recibe mis palabras, para que se te conviertan en otros tantos
caminos en la vida. Y o te enseñé los caminos de la sabiduría,
para que no te falten los manantiales, los manantiales «que
brotan de la misma tierra» (Prov 4,10.11) ( S t a h l i n , o . c . , B.15,
p.17.18).
97 -1 1 8 Q u a s t e n ,
n t .2 .5 .6 .
. J
7 ' 1®
d H is t .
p - N
a u t in
E c c lé s . 4 7
Patrología I p . 3 1 5 -3 1 8 .
, Notes sur le Stromata I de Clément d’Alexandrie:
The philosophy of the Church Fathers
elatomsts of Alexandria p .7 7 .
97 W olfso n ,
R ev.
(1 9 5 2 ) 6 1 8 -6 3 1 .
p .7 6 ; B i g g ,
The Christian
60
Clem ente de Alejandría
C a p ítu lo
VI
Los tapices
C a p ítu lo
61
IX
La filosofía, una excelente gimnasia
La fe cultivada por la ciencia vale más que la fe desnuda
99 La disposición para ver lo que hay que ver se tiene
gracias a esta gimnasia preliminar. Se la podría describir di
ciendo que es la facultad de percibir los objetos inteligibles.
Estos son de tres especies, según que se considere el número,
la magnitud y la existencia abstracta. La conclusión que es fru
to de la demostración, deposita en el alma que sigue el razo
namiento una tan firme convicción, que no le deja ni siquiera
pensar que el objeto pueda ser de otra manera, ni sucumbir
a las dudas que asaltan nuestro espíritu para engañarnos. En
estos estudios, el alma es purificada de las impresiones sensi
bles, y se reaviva su fuego, de suerte que pueda llegar un día
a contemplar la verdad. Porque, «si se conserva una educa
ción y una instrucción excelente, éstas crean unas naturalezas
buenas; después, estas naturalezas, beneficiándose de esa edu
cación, se hacen mejores todavía que las anteriores, entre otros
aspectos, para el aspecto de la descendencia com o en los demás
vivientes» (Repúbl. IV ,424 A ). También se ha dicho: «Vete
a ver a la hormiga, holgazán, y procura hacerte más sabio que
ella» (Prov 6 ,6 ). La hormiga, en efecto, en el tiempo de la
siega, acumula abundante y variado alimento para defenderse
del invierno. « O vete a ver la abeja, y aprende cuán laboriosa
es» (Prov 6 ,8 ). La abeja, libando las flores de un prado en
tero, no forma más que un panal... ( S t á h l i n , o . c ., B.15,
p -21 y 2 2 ).
101 Algunos que se creen hombres de talento no quie
ren saludar a la filosofía ni a la dialéctica, ni aprender la con
templación natural, sino que sólo tienen por necesaria a la fe
desnuda, lo mismo que si, no habiendo tenido ningún cuidado
de la viña, quisiesen ya desde el principio recoger uvas. «V iña»
es llamado alegóricamente el Señor (Jn 15,1), cuyos frutos se
han de recoger en la vendimia cuidando y cultivando el cam
po según la razón: hay que podar, cavar, atar, etc. El cuidado
de la viña necesita, creo yo, de la podadera, de la azada y de
otras herramientas, si nos ha de dar unos racimos sabrosos...
( S t á h l i n , o.c., B.15, p.28.29).
C a p ít u lo
V II
Utilidad de la cultura griega
100 ... A l hablar de la filosofía, me refiero, no a la es
toica, o a la platónica, o a la de Epicuro, o a la de Aristóteles,
sino a cuantas sectas se contienen en esas escuelas sobre la
justicia con talante piadoso y científico: a todo ese conjunto
es a lo que yo llamo filosofía... ( S t ä h l i n , o.e., B.15, p.24 y 25).
100 L. F r ü e c h t e l , Beiträge zu Clemens Alexandrinus (Strom. I, 7); Wurzb.
Jahrb. f. Altertumswissenschaft 2 (1947) 148-151.
C a p ítu lo
XVI
Casi todas las invenciones civilizadoras se deben a los bárbaros
102 La filosofía griega, pues— como decíamos— , según
unos, llega a rozar la verdad, por un camino o por otro, si
bien oscura e incompletamente; según otros, recibe su impul
so del demonio. Algunos piensan que la filosofía toda está
inspirada por fuerzas inferiores. Pero si la filosofía griega no
llega a abarcar la verdad en toda su amplitud; más aún, no
tiene mayor eficacia para hacer practicar los mandamientos
del Señor, al menos prepara el camino a la doctrina real;
por un camino u otro, infunde una visión sana de las cosas,
modela el carácter y lo dispone para la aceptación de la ver
dad, con tal que admita la Providencia ( S t á h l i n , o . c . , B15,
P-52).
C a p ítu lo
XX
La filosofía sola no basta para hallar la verdad, pero es un
auxiliar precioso de la fe
103 ... Tanto la vista, como el oído, com o la palabra
contribuyen a la verdad, pero la mente es la que naturalmente
la conoce. De todos los factores que contribuyen a la verdad,
62
Clem ente de Alejandría
unos tienen mayor eficacia, otros, menor. La claridad contri
buye en la transmisión de la verdad, mientras que la dialéctica
nos ayuda para que no seamos arrollados por las herejías que
hacen su aparición. Pero la enseñanza del Señor es perfecta
en sí y no necesita de nada, ya que es «fuerza y sabiduría de
D ios» (1 Cor 1,24). A l añadírsele la filosofía griega, no la hace
más patente a su verdad, sino que debilita los argumentos de
los sofistas y rechaza toda emboscada insidiosa contra la ver
dad; por eso, se la llama con razón «cerca» y «m uro» de la
vida. La verdad que se percibe en la fe es necesaria com o el
pan para la vida, mientras que esa disciplina propedéutica vie
ne a ser el condimento y el postre... ( S t a h l i n , o .c . , B.15,
p.63.64).
LIBRO II
C a p ítu lo
IV
Sobre la utilidad de creer. La fe es el fundamento de toda
ciencia
104 Hay cuatro cosas en las que puede residir la verdad:
la sensación, la mente, la ciencia, la conjetura; entre ellas ocu
pa el primer lugar, por naturaleza, la mente; para nosotros,
y con respecto a nosotros, la sensación; pero a partir de la
sensación y de la mente se constituye la esencia de la ciencia:
a la mente y a la sensación Ies es común la evidencia. La sen
sación da acceso a la ciencia, y la fe, después de haber ca
minado a través de los objetos sensibles, abandona la conje
tura, y se apresura hacia las cosas que no engañan, y se afin
ca en la verdad. Si alguno dice que la ciencia puede ser de
mostrada por la razón, que se entere de que los principios
son indemostrables, ya que ni la técnica ni la reflexión los
pueden describir. Esta, en efecto, versa sobre los objetos que
pueden ser de otra manera, y aquélla es tan sólo práctica, no
contemplativa.
105 Así que por sola la fe se puede alcanzar lo que es
el principio del universo. Pues toda ciencia puede ser ense104-107 B i g g , O.C., p.114; K. P r ü m m , Glaube und Erkenntnis im zweiten
Buch der Stromata des Klemens von Alexandrien: Schol. 12 (1937) 17-57;
P. N a u t i n , Notes critiques sur le Stromate II de Clément d'Alexandrie: Rev.
d’Hist. Ecclés. 49 (1954) 835-841.
105-106 A. M é h a t , Remarques sur quelques passages de II Stromate de
Clément d’Alexandrie: Rev. des Étud. grecques 69 (1956) 41-49.
Los tapices
63
ñada; y lo que se enseña (o aprende) viene de algo que se
conoce previamente. No fue previamente conocido de los grie
gos el principio del universo; ni de Tales, que pensaba que la
causa primera es el agua; ni de todos los otros físicos que
le siguieron, ya que el mismo Anaxágoras, que fue el primero
en poner la mente al frente de las cosas, ni siquiera conservó
la causa creadora al describirnos unos torbellinos ciegos uni
dos íntimamente con la inercia y la ausencia de inteligencia
en la mente. Por eso dice el Logos: «N o os deis el nombre
de maestro en la tierra» (M t 23,8). La ciencia es un hábito
demostrativo; en cambio, la fe es una gracia que se remonta
de las cosas indemostrables hasta lo absolutamente simple,
que ni está con la materia ni bajo la materia. Los incrédulos,
a lo que parece, en decir de Platón, «tratan de hacer descender
a la tierra cuanto hay en el cielo y en las regiones de lo in
visible, estrechando groseramente entre sus manos piedras y
árboles. Apegados a esos objetos que tocan, se mantienen fir
mes en su afirmación de que es ser sólo lo que ofrece alguna
resistencia y contacto; definen el cuerpo y el ser com o idén
ticos...; pero sus adversarios se mantienen en guardia desde
una posición superior, en una región invisible, sosteniendo con
ardor que ciertas formas inteligibles e incorporales son el ver
dadero ser» [Sofista 246 a b], «Mira— dice el Logos— , yo
creo cosas nuevas, cosas que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni
se le antojó al corazón humano» (1
Cor 2,9): todas ellas, vi
sibles, audibles y sensibles a un ojo
nuevo, aunoído nuevo,
a un corazón nuevo, por la fe y la inteligencia, cuando los
discípulos del Señor hablan, escuchan, obran según el Espí
ritu... Dice Aristóteles que el juicio que sigue a la ciencia
de una cosa, proponiéndola com o verdadera, es la fe. Así, la
fe es más excelente que la ciencia y su criterio.
106 La imaginación imita a la fe, siendo, com o es, una
débil conjetura, como el adulador imita al amigo, y el lobo al
perro. Después que vemos que el carpintero llega a hacerse
un artista, por los estudios que haseguido, y el piloto bien
formado en su oficio se hace capaz
de dirigirunnavio, con
vencidos ambos de que no basta el querer llegar a ser un
hombre cabal, aparece con evidencia la necesidad de apren
der con docilidad; y ser dócil al Logos, al que hemos procla
mado maestro, es creer en él, sin oponerle ninguna resistencia.
¿Cómo es posible, en efecto, resistir a Dios? La gnosis, pues,
se hace fiel, y la fe se hace gnóstica según un orden de reci
procidad establecido por Dios. El mismo Epicuro, que prefj-
Clemente de Alejandría
Los tapices
rió con mucho el placer a la virtud, supone que la fe es un
conocimiento anticipado del espíritu; y concibe esa anticipa
ción com o la atención dirigida hacia algo evidente y sobre
el conocimiento evidente del objeto; según él, nadie puede ni
investigar ni plantear un problema ni opinar nada, ni aun ha
cer una refutación sin ese conocimiento previo.
finito. Es esta cuestión presente sobre Dios una cuestión muy
difícil. Ya es cosa muy ardua el descubrir el principio de cual
quier cosa: dificilísimo resultará el mostrar el principio abso
lutamente primero y originario, causa de la producción y de
la existencia de todos los demás seres. Porque, ¿cóm o habrá
podido ser expresado lo que no es género, ni diferencia, ni
especie, ni individuo, ni número, com o tampoco accidente ni
sujeto de accidentes? Por otra parte, tampoco se le puede
llamar acertadamente todo, pues el todo se da en el orden
de la magnitud, y El es más bien el padre del todo. Ni se
puede decir que sea alguna de sus partes, porque en el Uno
no cabe división.
64
107 ¿Cóm o uno, sin el conocimiento previo de lo que
busca, podría aprender sobre el objeto de su investigación?
El que aprende, hace ya de su conocimiento previo una apre
hensión intelectual. Y si el que aprende no aprende sin un
conocimiento previo que acoja lo que se dice, tiene los oídos
abiertos a la verdad: «Dichoso el que habla a los oídos de
los que saben escuchar», como igualmente es dichoso el que
escucha. Ahora bien, saber escuchar es entender. Si, pues, la
fe no es otra cosa que un conocimiento previo del espíritu,
de lo que se dice, llámese a eso atención, inteligencia y doci
lidad, nadie aprenderá sin la fe, ya que no lo puede sin co
nocimiento previo...
108 Espeusipo, en su primer libro a Cleofante, parece
decir cosas parecidas a las que dice Platón, al hablar así: «Si
la realeza es una cosa estimable, y sólo el sabio es rey y jefe,
la ley, siendo com o es recta razón, es igualmente estimable».
Y así es, en efecto: Sacando las consecuencias de ello, los
filósofos estoicos asientan sus teorías, atribuyendo al solo sa
bio la realeza, el sacerdocio, la profecía, el poder legislativo,
la riqueza, la auténtica belleza, la nobleza, la libertad; si bien
reconocen que tal sabio es muy difícil de encontrar ( S t a h l i n ,
o.c., B.15, p .120-123).
LIBRO V
C a p ít u lo -
X II
Dios no puede ser comprehendido ni por el pensamiento ni
por las palabras
109 ... Dice el apóstol Juan: « A Dios nadie lo ha visto
nunca; el Dios unigénito que está en el seno del Padre nos
lo dio a conocer» (Jn l,18ss). Porque llama seno de Dios a
lo que es invisible e inefable, por eso algunos lo llaman abis
mo, com o queriendo significar que todo lo abarca y contiene
en su seno, y que nadie lo puede comprender, y que es in
65
110 Es más: precisamente es infinito no porque se pre
senta como imposible de investigar, sino porque no tiene di
mensiones y límites; en consecuencia, carece de figura y de
nombre. Y si alguna vez lo designamos con nombres menos
propios, llamándolo Uno, o Bien, o Inteligencia, o el Ser en sí,
o Padre, o Dios, o Creador, o Señor, no lo llamamos así
como si enunciásemos su nombre propio, sino que, en defec
to de éste, acudimos a esas bellas apelaciones, para que nues
tro pensamiento, apoyándose en ellas, no venga a dar en error
sobre otras cuestiones divinas. Cada uno de esos apelativos
no designa a Dios, pero todos ellos juntos significan la po
tencia del Omnipotente. Lo que se dice de una cosa, se dice
basándose en lo que hay en ella o en la relación u orden que
guarda con otras; nada de eso se puede obtener de Dios.
Tampoco podemos alcanzar el conocimiento de Dios por de
mostración, ya que ésta se basa en verdades previas y más
conocidas, y nada hay anterior al que es Unigénito. Sólo resta
que al Desconocido lleguemos a conocerlo por la gracia, y
por sola la Palabra (Logos) que está cabe El, com o nos re
fiere también Lucas en los Hechos de los Apóstoles que dice
Pablo: «Atenienses, os veo en todo un tanto supersticiosos,
pues al pasar y ver las estatuas a las que dais culto, he visto
también un ara con la inscripción: A l Dios desconocido. Ese
a quien adoráis sin conocer, os lo anuncio y o » (A ct 17,22-23)
( S t a h l i n , o . c ., B.15, p.380-381).
Los filósofos medievales 1
66
Clem ente de Alejandría
LIBRO V I
C a p ítu lo
V III
La filosofía es un conocimiento dado por Dios, aunque el
A póstol la estime en poco por comparación a la luz más per
fecta del Evangelio
Los tapices
especiosas, tienen que confesar que no poseerán la verdad; la
verdad es invencible; lo que está sujeto a destrucción son las
falsas opiniones. Por tanto, si alguien reconoce que no tiene
bien formada la mente, ese tal, a buen seguro, no poseerá
una banca o mesa de cambio, pero tampoco la facultad de
juzgar, es decir, la razón ( S t á h l i n , o .c . B.15, p.472).
C a p ítu lo
111 ... N o es, pues, falsa la filosofía, aunque el que
diga las verdades yendo contra su manera de ser sea ladrón
y mentiroso. N o hay que condenar de antemano lo que se dice
por razón del que lo dice (cosa que hay que observar también
respecto de los que ahora profetizan), sino que hay que exa
minar si lo que se dice es verdad. Ahora bien, si decimos,
conforme al común sentir, que todo lo que es necesario y útil
para la vida nos viene de Dios, no nos equivocamos; más
en concreto, si decimos que la misma filosofía fue dada a los
griegos com o su propio testamento, com o fundamento que es
para la filosofía cristiana, aunque los que entre los griegos
se dan a ella cierren sus oídos voluntariamente a su verdad, me
nospreciando su lenguaje bárbaro, o temerosos también del
peligro de muerte con que saben que amenazan las leyes a
los fieles. Y lo mismo que en la filosofía bárbara, también
en la filosofía griega: «H a sido sembrada la cizaña» (Mt
13,25) por el consabido sembrador de cizaña. De ahí que
también entre nosotros han brotado herejías a la vez con el
bueno y auténtico trigo. Y los que predican el ateísmo y el
hedonismo de Epicuro y todo cuanto se ha sembrado contra
rio a la recta razón presentándose como de la sabiduría grie
ga, son frutos bastardos del campo que Dios había dado
a los griegos... ( S t á h l i n , o .c ., B.15, p.465).
X
El verdadero gnóstico se procurará también el conocimiento
de las ciencias humanas como auxiliar de la fe
112 ... Muchos tienen miedo de la filosofía, como los
niños, de los enmascarados, por temor a ser extraviados por
ella. Pero si la fe que tienen (ya que no me atrevo a llamarla
conocimiento) es tal que puede ser destruida por las razones
XI
Demuestra cómo en las proporciones de los números aritmé
ticos están encerradas inteligencias místicas de las cosas di
vinas
113 ... A lo que parece, muchísimos de los que llevan
el nombre de cristianos, se acercan a la cultura en su imperi
cia imitando a los compañeros de Ulises: desviando su aten
ción no de las sirenas, sino de sus melodías y ritmos, tapo
nándose los oídos con ignorancia, sabedores de que una vez
que escuchasen las enseñanzas de los griegos no podrían ya
más desviarse de ellas. Pero el que sabe libar lo que presenta
alguna utilidad para los catecúmenos, sobre todo los que son
griegos («D el Señor es la tierra y cuanto la llena»: Sal 23,1),
no tiene por qué rehuir el estudio de las doctrinas, a la ma
nera de los animales irracionales. Muy al contrario, a los que
son capaces de ello hay que proporcionarles las más ayudas
posibles. Cierto que no hay que detenerse más en ellas que
lo que es necesario para reportar la utilidad que prestan, de
suerte que, una vez en posesión de ella, podamos volver a
casa, a la verdadera filosofía, que es refugio seguro del alma
( S t á h l i n , o.c., B.15, p.476).
C a p ítu lo
C a p ítu lo
67
X V II
La filosofía no ha proporcionado un conocimiento perfecto de
Dios, pero nos ha sido dada por El para remedio del alma
114 ... Dios, por su bondad, en atención a la parte prin
cipal de toda la creación, queriendo salvarla, se determinó a
crear también las demás, confiriéndoles en primer lugar el
beneficio fundamental de hacerlas existir; pues es cosa pal
maria que es mejor el existir que el no existir. Sobre eso,
cada cosa, conforme a su capacidad natural, fue creada y está
68
Clemente de Alejandría
en disposición de progresar y mejorar. Por eso, no es ningún
absurdo el que también la filosofía fue dada por la divina
Providencia para preparar a la perfección que se obtiene por
Cristo, con tal que no se avergüence la filosofía de aprender
de una sabiduría bárbara el camino del avance hacia la ver
dad... ( S t á h l i n , o.c., B.15, p.510).
Los tapices
es v e r d a d q u e n o
se c o n o c e la v e r d a d , ta m b ié n e l e s c é p t ic o
nos tr a n s m ite n in g u n a v e r d a d , y si s o s tie n e q u e ta m b ié n se
p u e d e d u d a r d e si se ig n o r a la v e r d a d , c o n c e d e q u e se p u e
d e c o n o c e r la v e r d a d , p o r l o m is m o q u e p a r e c e c o n fir m a r la
s u s p e n s ió n d e
su a s e n t im ie n t o ...
C a p ít u lo
LIBRO V III
C a p ít u lo
VI
Propone un ejemplo de demostración en la discusión sobre la
ér:o'/r¡ de los escépticos
115 ... Consideremos lo que los pirrónicos llaman éitopj,
es decir, la suspensión del asentimiento, que establece que
no hay nada cierto y estable. Si empieza ese proceso por sí
mismo, ya se ve que se destruirá a sí mismo. Así es que o con
cede que algo es verdadero, y entonces no hay que suspen
der el asentimiento sobre todo, o se mantiene en su afirma
ción de que no hay nada verdadero, y entonces es evidente
que tampoco ella ha establecido nada verdadero. Porque o
dice verdad o no. Si dice verdad, concede a su pesar que hay
algo verdadero. Si no dice verdad, deja incólumes las verda
des que quería destruir. En el grado en que queda eviden
ciada com o falsa la
destructora o la suspensión del
asentimiento, en ese grado queda evidenciado com o verdade
ro lo que ella pretendió destruir, lo mismo que el sueño que
nos presenta com o falsos todos los sueños: al destruirse a si
misma, da consistencia a lo demas. En una palabra, si es
verdadera, da comienzo al proceso por sí misma, y la suspen
sión del asentimiento no le vendrá de fuera o de otro, sino
de sí misma.
116 Además, si [el escéptico] entiende qué es el hom
bre, o que suspende el asentimiento, ya se ve que no sus
pende el asentimiento. ¿Cóm o responderá, además, a lo que
se le pregunte? Es evidente que respecto de eso no hay_ (en
ese caso) suspensión de asentimiento. Y , sin embargo, afirma
que suspende el asentimiento. Si, aceptando esa afirmación,
debemos suspender el asentimiento sobre todas las cosas, sus
penderemos a su vez el asentimiento sobre esa suspensión, du
dando si debemos fiarnos de esa propuesta o no. Además, si
69
(S tá h lin ,
o .c .
B.17, p .8 9 ) .
V II
Sobre las causas de dudar o de suspender el asentimiento
117 Dos son las causas principales de suspender el asen
timiento. Una es la condición de la mente humana, tan di
versa en tantos individuos y tan inestable, que por su natu
ral tiende a la disensión o de unos con otros o, dentro de
uno mismo, de los propios pensamientos entre sí. La otra está
en las oposiciones que encontramos en las cosas, y que contri
buyen mucho a que suspendamos el juicio sobre ellas. Por
una parte, no podemos dar crédito a todo lo que se nos
presenta, ya que (con frecuencia) son cosas contradictorias
entre sí; por otra, tampoco podemos adoptar la actitud de no
aceptar nada, ya que esa misma proposición de que todas las
cosas son inaceptables o no creíbles queda incluida en el nú
mero de esas «todas las cosas»; por otra, tampoco podemos
aceptar unas y otras no, ya que en todas se da razón por igual
para una y otra cosa: el resultado es que suspendemos el asen
timiento.
118 De esas dos causas principales de la suspensión de
nuestro asentimiento, la inestabilidad de nuestra manera de pen
sar produce la disensión; y ésta es la causa inmediata de
que se suspenda el asentimiento. De ahí el estar llena la
vida de juicios y tribunales, el abundar, en general, en cosas
que se dicen ser objetos de buena o mala elección, que son
otros tantos argumentos para una mente indecisa, y que ti
tubea ante la falta de evidencia de cosas opuestas que se le
presentan. De ahí también el estar repletas las bibliotecas de
libros, y las clases y los discursos de los que disienten entre
si en sus opiniones y están convencidos de que están en po
sesión de la verdad ( S t á h l i n , o . c . , B.17, p.93).
Sobre los principios
ORIGENES
(185P-253)
O b r a s p r i n c i p a l e s d e i n t e r é s f i l o s ó f i c o : II=pt ápytbv (D e princi
pa s) (220-230); AicíAextoi icpoc; 'HpctxAetSav -/.ai xoùç oùv aÙTip sictoxoicouç
(Disputa con Heráclito y los obispos que le siguen) (2 4 5 ?); Kaxà KéAaoo
(Contra C elso) (24 6 /2 4 8 ).
Orígenes W erk e, V Band, D e principas
(Ilspi àpymv), herausg. von P. K o e t s c h a u , en D ie Griechischen Christli
chen Schriftsteller der ersten drei Jahrhunderte, Band 22 (Leipzig 1913);
trad. del editor.
E d ic io n e s
u t il iz a d a s :
Orígenes, Contra Celso. Introducción, versión y notas por D . R u iz
(B A C , Madrid 1967).
71
en la escuela alejandrina: Gregor. 15 (1934 ) 485-499; W . M o l l e r , Die
K osm ologie in der christlichen Kirche bis auf O rígenes (Berlin 1880)
p.536-560; A . S t ó c k l , Geschichte der Christlichen Philosophie zu Zeit
der Kirchenvater (Berlin 1891) p . 115-150; M . S i m o n e t t i , I principi di
Origene (T orin o 1968) p.27-101 (Bibl. p . 103-106); I d., Origene, I prin
cipi, Contra Celsum e altri scritti filosofici. Scelta, introd., trad. et note
(Firenze 1975); B. S t e i d l e , N eue Untersuchungen zu Orígenes Hept
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(1948) 101-119.
SOBRE LOS PRINCIPIOS
LIBRO I
P r e f a c io
B ueno
Bibliographia origeniana, 1960-1970 (T o
rino 1971); H . C r o u z e l , S. J., Bibliographie critique d ’Origène (Steenbrugis 1971); I d ., Chronique origenienne: Bull. Litt, ecclés. 72 (1971)
289-296; 75 (1974) 139-145; G . B a r d y , art. O rigene: D ict. Théol.
Cath. X I (Paris 1932); col.1489-1565; I d ., Origene (Paris 1931);
J. D a n i é l o u , Origene (Paris 1948); R. C a d io u , Introduction au système
d’Origène (Paris 1932); J. L e b r e t o n , Origene, en A . F l i c h e - V . M a r t i n ,
H istoire de l ’Église I I (Paris 1946) 249-293; E. v o n I v a n k a , D er geistige
O rt von ña pi ápymv zwischen dem Neuplatonismus, der Gnosis und der
christlichen Rechtgläubigkeit. Schol. 35 (1960) 481-502; J. F . B o n e f o y ,
Origène, théoricien de la m éthode théologique, Mélanges F. Cavallera
(Toulouse 1948) p.87-145 (análisis del D e principiis); D . R u iz B u e n o ,
o.e., Introducción, p .1-31; O rigène, Contre Celse, Introd., texte critique,
trad. et notes par M . B o r r e t , v o l.III 1.5 et 6 (Sourc. chrét. 147) (Paris
1969); vol.IV , 1.7 et 8 (Sourc. chrét. 150) (Paris 1969); P. d e L a b r i o l l e ,
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B ib lio g r .
g e n .:
R.
F a r in a ,
119 ... Está también definido en la doctrina de la Igle
sia que toda alma racional está dotada de libre arbitrio y de
voluntad, y que ha de sostener una lucha con el diablo y sus
ángeles y los poderes adversos, ya que todos ellos tratan
de cargarla de pecados; pero nosotros, viviendo recta y sa
biamente, nos esforzaremos por librarnos de incurrir en esa
desgracia. De eso se desprende que hemos de persuadirnos
de que nosotros no estamos sujetos a la necesidad de tal suer
te, que nos veamos absolutamente forzados a hacer el bien
o el mal aunque no queramos. Pues si estamos dotados de
libre arbitrio, podrá ser que algunos poderes nos induzcan
al pecado, o bien otros ayudarnos a la salvación, pero nunca
nos veremos forzados por necesidad a proceder bien o mal,
como piensan los que sostienen que el curso y el movimien
to de los astros son la causa de las acciones humanas, y no
sólo de aquellas que están fuera del alcance de nuestra liber
tad, sino aun de las que están en nuestra potestad.
120 En cambio, por lo que respecta al alma, es decir,
si se propaga mediante el semen, de suerte que su principio
germinal y su sustancia se halle en el semen corpóreo, o bien
tenga otro origen, y si ese origen es por generación o no, o si
es infundida en el cuerpo desde fuera o no, todo eso no está
claramente determinado en la doctrina de la Iglesia ( K o e t
s c h a u , o.c., p.12,13; PG 11,118 B-119A).
119-144 S i m o n e t t i , I principi di Origene p.27-101.
119 B. D. J a c k s o n , Sources of Origen’s doctrine of freedom: Curch History
35 (1966) 13-33.
Orígenes
72
C a p ít u lo
Sobre los principios
I
121 5. Refutada, pues, en cuanto nos ha sido posible,
toda interpretación que tiende a sugerir algo corpóreo de Dios,
decimos que en su realidad Dios es incomprehensible e ines
crutable. Pues sea lo que sea lo que podamos pensar o en
tender de Dios, debemos creer que El es con mucho supe
rior a cuanto de El pensamos. En efecto, si nos encontra
mos con una persona que apenas puede percibir una chispa
de luz o la claridad de un foco muy tenue, y queremos dar
a entender la luminosidad y esplendor del sol, a quien así es
incapaz de percibir más intensidad de luz de la que hemos
dicho, ¿no nos veremos precisados a declararle que el es
plendor del sol es incomparablemente e inefablemente su
perior a la luz que él ve? De la misma manera, cuando nues
tra mente está encerrada dentro de las angustias de la carne
y sangre y se vuelve más tarda y obtusa por ese contacto
con la materia, aunque en parangón con la naturaleza cor
pórea sea muy superior, sin embargo, cuando tiende hacia
las realidades incorpóreas y pretende contemplarlas, apenas
llega a alcanzar la intensidad de una chispa o de una linter
na. Ahora bien, ¿qué hay entre las realidades intelectuales,
es decir, incorpóreas, que sea tan incomprensible e inefable
mente excelente com o Dios? Su naturaleza no puede ser
comprendida ni contemplada por mente humana alguna, aun
la más pura y límpida.
122 6 . N o parecerá fuera de propósito si, para hacer
esto más evidente, echamos mano de otra comparación. Sucede
que no pueden nuestros ojos contemplar la naturaleza misma
de la luz, esto es, la naturaleza del sol, pero al ver su es
plendor y sus rayos que se difunden por las ventanas o por
cualquier otro sitio donde penetra la luz, podemos imaginar
la intensidad del principio y fuente de la luz material. Pues
así, las obras de la Providencia divina y el arte que se re
cibe en nuestro universo, vienen a ser com o los rayos que
emite la naturaleza de Dios. Por tanto, ya que nuestra mente
no es capaz por sí misma de concebir a Dios com o es, por la
belleza de sus obras y la magnificencia de sus creaturas viene
en conocimiento del padre del universo.
123
Así, pues, no hay que pensar que Dios sea cuerpo
122 S i m o n e t t i , o . c . , p .1 3 2 y 133.
123 S i m o n e t t i , o .c ., p .1 3 3 y 134.
/3
o algo en el cuerpo, sino una naturaleza intelectual simple,
que no admite nada que se le pueda añadir, de suerte que no
se piense que hay en él algo de mayor o menor perfección,
sino que es en sentido absoluto mónada, y, por decirlo así,
énada y fuente de donde mana toda naturaleza intelectual
y toda inteligencia. Mas la inteligencia no necesita, para obrar
o moverse, de espacio material ni de dimensión sensible o de
figura corporal, o de color ni de ninguna otra de las propie
dades del cuerpo o de la materia. Por eso, esa naturaleza sim
ple, toda ella inteligencia, no puede encontrar, al moverse
y obrar, dilación o demora; de lo contrario, por tal circuns
tancia podría parecer limitada en algún m odo y cohibida la
simplicidad de la naturaleza divina, y aparecería com o com
puesto y diverso lo que es el principio de todas las cosas,
y como muchos, y no uno, lo que, libre de toda mezcla cor
pórea, tiene que consistir, por decirlo así, en la sola forma
de la divinidad.
124 Que la inteligencia no necesita espacio para mover
se según su naturaleza, está claro también por lo que ve
mos en nuestra mente. Esta, en efecto, si se mantiene dentro
de sus límites y no queda inhabilitada por la acción de alguna
causa, no sufrirá retraso en sus operaciones por la diversidad
de los lugares, así com o tampoco experimenta aumento o in
cremento de su movilidad por influjo de la diversidad de
aquéllos. Si alguno arguye, por ejemplo, que en los nave
gantes agitados por la mar movida la mente no actúa con
la misma agilidad con la que suele hacerlo en la tierra, hay
que pensar que eso les sucede no por la diversidad de los
lugares, sino por la conmoción y turbación del cuerpo, con
el cual está el alma junta y unida...; nosotros, los hombres,
somos vivientes compuestos de la unión del alma y del cuer
po: sólo así ha sido posible nuestra vida sobre la tierra. Pero
de Dios, que es el principio de todas las cosas, no hemos de
pensar que sea compuesto, pues entonces serían anteriores
a El los elementos de que todo compuesto consta, sea el que
sea.
125 Pero ni siquiera de grandeza corpórea necesita la in
teligencia para obrar y para moverse, com o el ojo se dilata
cuando mira a cuerpos más grandes, y se contrate al mirar
objetos pequeños y reducidos. Sí que necesita la inteligencia
2 ( f f i 272 7 ? ™
124 S i m o n e t t i ,
0rigen’s theory of Knowledí e- The Amer. Journ. o í Theol.
o .c .,
p .1 3 5 .
Orígenes
Sobre los principios
grandeza intelectual, ya que crece no corporalmente, sino in
telectualmente. No va creciendo con incrementos corpóreos,
a una con el cuerpo, hasta los veinte o treinta años, sino que
a fuerza de estudios y ejercicios se agudiza la fuerza del in
genio, se excita el desarrollo de las facultades innatas para
entender, se aumenta su capacidad de comprensión, no acre
centada por el crecimiento del cuerpo, sino afinada, sutilizada
por el ejercicio en el estudio. Tales logros no los puede ob
tener de repente desde la niñez o desde el nacimiento, por
que es todavía frágil y débil la constitución de los miem
bros, de los cuales se sirve la inteligencia com o de instru
mentos para el ejercicio de su actividad, y ni puede sostener
la facultad de obrar, ni es sujeto capaz de aguantar un apren
dizaje.
Así, por ejemplo, a la vista le corresponden los colores, la fi
gura, las magnitudes; al oído, las voces y los sonidos; al ol
fato, los buenos y malos olores; al tacto, el calor o el frío,
lo duro o lo blando, lo áspero o lo suave. Pero es cosa a todos
manifiesta que la sensibilidad de la inteligencia es con mucho
superior a la de todos esos sentidos mencionados. ¿Cóm o, en
tonces, no va a resultar absurdo que a esos sentidos inferiores
correspondan com o objetos, sustancias, y, en cambio, a ésta
que es superior, digo la sensibilidad de la inteligencia, no co
rresponda nada sustancial com o objeto, sino que la facultad de
la naturaleza intelectual sea algo accidental al cuerpo o deriva
do de él? Los que sostienen eso, lo hacen, desde luego, en
ofensa de la sustancia que en ellos es la más excelente; pero
esa ofensa se refunde en el mismo Dios, al pensar que El pue
de ser entendido por una naturaleza corpórea, ya que, según
ellos, es cuerpo lo que por un cuerpo puede ser entendido y
sentido; resistiéndose a entender que la inteligencia tiene una
cierta afinidad con Dios, de quien es una imagen intelectual,
y en virtud de eso puede conocer algo de la naturaleza de la
divinidad, sobre todo si está bastante purificada y separada de
la materia corporal... ( K o e t s c h a u , o.c., p.20-24; PG 11,
124A-128A).
74
126 7. Si, con eso, hay algunos que piensen que la inte
ligencia y el alma misma sea cuerpo, quisiera yo que me res
pondiesen cóm o es que recibe las explicaciones y demostracio
nes sobre materias tan importantes, tan difíciles y tan sutiles.
¿De dónde le viene la capacidad de la memoria? ¿De dónde
la capacidad de contemplar las realidades invisibles? ¿De dón
de le viene al cuerpo la inteligencia de las realidades incorpó
reas? ¿Cómo una naturaleza corpórea puede darse al aprendi
zaje de las artes y a especular y a buscar las razones de las co
sas? ¿De dónde le viene la capacidad de percibir y entender las
verdades divinas, a todas luces incorpóreas? A no ser que pien
se alguno que, así com o la figura del cuerpo y la disposición
de las orejas o de los ojos contribuye algo para la audición
o para la visión, y así como cada uno de los miembros que
han sido formados por Dios tiene en sí, en virtud de su forma
misma, una cierta predisposición a lo que es su operación pro
pia natural, del mismo modo tengamos que pensar que la for
ma del alma o de la inteligencia está preformada de modo apto
para sentir y entender las cosas, y para moverse con movimien
tos vitales. Pero yo no acierto a ver qué color pueda uno se
ñalar en la inteligencia por el hecho de ser inteligencia o de
moverse con movimientos vitales.
127 Todavía, en confirmación y aclaración de lo que he
mos dicho sobre la inteligencia y el alma y su superioridad so
bre todo, se puede añadir lo siguiente: A cada sentido corpo
ral corresponde, como objeto propio, una sustancia sensible.
126
127
SlM ONETTI, O.C.,
SlM ONETTI, O.C.,
p.136.
p.137.
75
LIBRO II
C a p ítu lo
I
128 4. Si la discusión ha dado por resultado que las co
sas son así, parece que ahora procede el tratar de la naturaleza
corpórea, ya que sin cuerpos no puede subsistir la diversidad
en el mundo. Por la observación de las cosas mismas aparece
que la naturaleza corpórea está sujeta a muchos cambios de
diversa índole, de suerte que todo puede transformarse en
todo; por ejemplo, la madera se transforma en fuego, y el
fuego, en humo, y el humo, en aire; también el aceite se trans
forma en fuego. Los elementos mismos de los hombres y de
los animales ¿no nos hacen ver ese mismo cambio? Cuanto
tomamos como alimento se transforma en la sustancia de nues
tro cuerpo. Y aunque no sea difícil el explicar cómo el agua
se transforma en tierra, o en aire, y el aire, a su vez, en fuego,
o el fuego en aire, o el aire en agua, al presente basta con
128-132 W . M ó l l e r , Die Kosmologie in der Christlicher Kirche bis auf
Orígenes (Berlín 1860) p.536-560.
76
Orígenes
Sobre los principios
haber mencionado esos casos al objeto de investigar la índole
de la naturaleza corpórea.
129 Por materia entendemos la que es sujeto de los cuer
pos; aquello por lo cual, con la adición de las cualidades, sub
sisten los cuerpos. Esas cualidades son cuatro: cálido, frío, seco
y húmedo. Ellas, unidas a la u)a¡, esto es, a la materia, que
de por sí no las tiene, forman las diversas especies de los cuer
pos. Pero esa materia, aunque, como acabamos de decir, de
por sí está sin esas cualidades, no puede subsistir sin cualidad
alguna.
130 Esta materia es tal y tan grande, que es suficiente
para todos los cuerpos del mundo que Dios ha querido que
existiesen, y estuvo a disposición del Creador en todo para
cualquier forma y especie, recibiendo en sí las cualidades que
a El le pluguiese imponer. Y no comprendo cóm o tantos y tan
importantes pensadores pensaron que era increada, es decir,
no hecha por el Dios creador de todas las cosas, sino casual,
tanto en su naturaleza com o en su potencia. Me asombra el
que los tales acusen a los que niegan a Dios com o creador, o
como providente de todo este mundo universo, y les achaquen
de impiedad por pensar que una tan grande obra com o la de
este mundo tiene existencia sin creador y sin providencia, cuan
do ellos incurren en igual delito de impiedad al sostener que
la materia es increada y coeterna con Dios increado.
131 En efecto, si admitimos, según esa manera de pen
sar, que la materia no existe— conforme a lo que ellos sostie
nen cuando dicen que Dios no habría podido hacer cosa algu
na, al no haber nada— , entonces, sin duda, Dios habría per
manecido ocioso, no teniendo materia en la cual pudiese obrar,
que ellos piensan que estuvo ante El no por su disposición,
sino por pura casualidad; y les parece que eso con lo que se
encontró casualmente, habría sido suficiente para una obra tan
grande y para la acción de su potencia, y, acogiendo en sí el
plan ordenador de su sabiduría, habría resultado con distin
ción y orden interna de partes y constituir así el mundo. T odo
eso me parece el colmo del absurdo, y propio de hombres que
ignoran por completo la potencia y la inteligencia de la natu
raleza increada.
130 W o l f s o n , T h e p h ilosop h y o f the Church Fathers p .1 7 1 179 2 3 7 ;
w e g - G e y e r , Grundriss der G esch ich te der P h ilosoph ie I p .7 0 .
131 W o l f s o n , o .c ., p . 1 7 9 .1 8 0 .1 8 1 .2 3 7 ; Ü b e r w e g - G e y e r , o .c ., p .7 0 .
Ü ber-
11
132 Pero, a fin de que podamos comprenderlo mejor,
concedamos por un momento que no existió la materia, y que
Dios, no habiendo antes nada, hizo que existiesen los seres
que él quiso: ¿Qué pensaremos? ¿Que tal vez a esa materia
que Dios hacía existir por su potencia y su sabiduría, haciendo
existir a la que antes no existía, la habría hecho mejor, o ma
yor, o de otro género? ¿O tal vez peor o inferior? ¿O seme
jante e idéntica a esa que éstos dicen que es increada? Pienso
que está al alcance de cualquiera el que ni una mejor ni una
inferior habría podido recibir las formas y las especies del
mundo, si no hubiese sido tal cual es ésta que las ha recibido.
Entonces, ¿cóm o no será impío el sostener que es increado
aquello que, si se cree que ha sido hecho por Dios, resulta
sin duda ser tal cual es eso que se sostiene que es increado?
( K o e t s c h a u , o .c . , p. 1 0 9 - 1 1 1 ; PG 11,184D-186B).
C a p ítu lo
IX
133 2 . Mas como las naturalezas racionales que dijimos
que fueron creadas al principio, fueron creadas no habiendo exis
tido antes, por ese mismo hecho de no haber existido antes
y haber empezado a existir, recibieron un modo de ser muda
ble, ya que toda facultad que había en ellas no la tenían por
su propia naturaleza, sino recibida de la bondad del Creador.
Así, su ser no es algo suyo propio ni eterno, sino don de Dios:
no había existido siempre; y todo lo que ha sido, puede ser
también quitado o desaparecer. Y la causa de que desaparezca
será el que el movimiento o actividad de las almas no está
recta y laudablemente dirigido. Pues el Creador hizo don a las
inteligencias por El creadas del poder de obrar voluntaria y li
bremente, para que así el bien resultase propio de ellas, al ser
su voluntad la que lo había conseguido. Pero la desidia y el
cansancio en el trabajo por conservar el bien, y el abandono
y descuido de las cosas mejores, dieron comienzo al alejarse
del bien, y el alejarse del bien es lo mismo que el afincarse en
el mal, pues es cosa sabida que el mal es la carencia del bien.
134 De eso resulta que cuanto más uno se aleja del bien,
tanto más se acerca al mal. Y así, cada una de las inteligencias,
133 B i g g , o . c , , p .2 4 0 .
133-142 B. D. J a c k s o n , Sources of Origen's doctrine of freedom: Church
H is to r y 35 (1966) 13-23; H. H o l z , Ü ber den Begriff des Willens und der
rreiheit bei Orígenes: Neut Zeit. syst. Theol. 12 (1970) 63-84.
7£
Orígenes
Sobre los principios
llevada de sus impulsos, descuidando en mayor o menor grado
el bien, se veía arrastrada en igual medida al contrario del
bien, que es el mal. Ahí parece que está la raíz de la variedad
y diversidad que el Creador de todas las cosas dispuso: con
forme a la diversidad de las inteligencias, es decir, de las creaturas racionales (diversidad que tuvo la causa que hemos se
ñalado antes), creó un mundo vario y diverso. Y , al decir va
rio y diverso, queremos indicar precisamente eso ( K o e t s c h .a u ,
o.c., p .165,166; P G ll,226c-227B ).
LIBRO III
C a p ítu lo
I
135 2. De las cosas que están sujetas a movimiento,
unas tienen en su interior su causa, otras lo reciben de fuera:
así, se mueven solamente con ese movimiento recibido de fuera
los seres inanimados, com o las piedras, los leños y todas las
cosas que sólo tienen forma material o corporal. Omitimos aquí
la cuestión debatida de si hay que tener también por movi
miento la disolución de los cuerpos cuando se corrompen, ya
que tal cuestión no aporta nada a nuestro propósito. Otros se
res tienen en sí mismos la causa de su movimiento, com o los
animales, las plantas y todos aquellos que tienen vida o sub
sisten por su alma. Algunos colocan también entre éstos a los
metales; además de éstos, también se mueve de por sí el fuego
y tal vez también las fuentes.
136 De los seres que tienen en sí el principio de su mo
vimiento, se dice que algunos se mueven por sí, otros de pór
sí y se los divide de esta manera: se mueven por sí los que
no tienen alma; de por sí, los dotados de alma: éstos se mue
ven cuando se les ofrece una representación o deseo de incita
ción que provoca en ellos un impulso. Por fin, en algunos de
esos seres animados se da una facultad imaginativa, o tenden
cia, o sentido que por un natural instinto los provoca e impele
a realizar ciertos movimientos ordenados y combinados; así
vemos que las arañas realizan aquellas acciones a que les im
pulsa la imaginación, esto es, cierta tendencia e inclinación a
tejer de esa manera tan ordenada; sin que, sin embargo, so
brepase el animal la esfera de la inclinación natural de tejer,
como la abeja es capaz de fabricar los panales y la cera.
79
137 3. El animal racional, por su parte, además de po
seer en sí esas tendencias naturales, tiene, sobre las facultades
de los demás animales, la facultad de la razón, por la cual es ca
paz de juzgar y discernir esas representaciones y tendencias, re
probando y desechando unas, aprobando y acogiendo otras, a
fin de que puedan ser dirigidos por la razón con miras a una
vida digna todos esos movimientos del hombre. De ahí se si
gue que, teniendo la naturaleza de esa razón que hay en el
hombre la capacidad de discernir el bien y el mal, y una vez
discernidos, la facultad de elegir lo que ha aprobado, si el hom
bre elige el bien, con razón se le juzga digno de alabanza, y si
elige el mal, digno de reprensión.
138 Aunque no debe pasársenos inadvertido que en al
gunos animales se encuentra esa tendencia en cierta manera
más ordenada que en los demás, com o en los perros de caza
y en los caballos de guerra, hasta el punto de que a algunos
les parece que son dirigidos por cierta facultad racional. Pero
hay que pensar que eso sucede no tanto por obra de la razón,
cuanto por un impulso o movimiento natural de que han sido
dotados con más largueza para esos fines.
139 Pero, volviendo a nuestro propósito, siendo ésa la
condición del animal racional, pueden venirnos de fuera im
presiones diversas que atañen a la vista, al oído o a los otros
sentidos, que nos inciten y provoquen a acciones buenas o ma
las: impresiones que, viniéndonos de fuera, no está en nuestra
mano el que vengan o se nos ofrezcan; pero el juzgar y el in
tentar cóm o debemos comportarnos con ellas, es misión de sola
la razón que hay en nosotros, es decir, de nuestra facultad de
juzgar. Con su dirección nos servimos, según los casos, de las
incitaciones que nos vienen de fuera, para que lo apruebe la
razón misma, dirigiendo ella nuestros movimientos naturales,
o para el bien, o para lo contrario.
140 4. Pero si alguien dice que los impulsos que nos vie
nen de fuera son de tal fuerza que no es posible resistirles ni
para el bien ni para el mal, que recapacite dentro de sí mismo
un momento y examine con un poco de atención sus propios
movimientos, y vea si no halla que, cuando le solicita el atrac
tivo de algún deseo, no se hace nada antes de que se pliegue
el asentimiento interno y condescienda la mente a la mala su
gestión. Algo así com o si se tratase de ciertas causas ante juez
que se sienta en el tribunal del corazón, y se presentasen las
81
Orígenes
Sobre los principios
razones de una y otra parte, para que, una vez oída la causa,
se dé la sentencia conforme a razón... (P G 11,250B-254A).
los animales o la bestias, no sea que se diga que Dios está
también en los animales o en las bestias; tampoco hay que
pensar en los leños o en las piedras, por la misma razón. Tam
poco ha de entrar en la cuenta malicia alguna, no sea que, al
decir que Dios está en todas las cosas, se diga que está en algún
vaso de iniquidad. Pues, aunque ahora decimos que Dios está
en todas partes y en todas las cosas, porque nada puede estar
privado de Dios, no decimos, con todo, que esté de tal suerte,
que lo es todo en aquellos en los que se halla.
80
141 5. Constando así la realidad de las cosas por esos
testimonios naturales, ¿cóm o no va a ser un sinsentido el cargar
toda la responsabilidad de nuestras acciones a los impulsos que
nos vienen de fuera, liberándonos de la culpa a nosotros, en
quienes está toda ella, asimilándonos a los leños y a las pie
dras, que no tienen en sí ningún movimiento y sufren la acción
de las causas extrínsecas de su movimiento? El decir eso no
es ni conforme a verdad ni decente, sino un artilugio ideado
para suprimir el concepto del libre arbitrio: a menos que pen
semos que éste consiste en que nada nos provoque de fuera
para el bien ni para el mal. Y si alguno quiere achacar al mal
estado del cuerpo la causa de nuestras culpas, todo lo que co
nocemos hace ver que eso es contra toda razón.
142 En efecto, así com o vemos que muchísimos, que an
tes vivieron incontinentemente esclavos de la lujuria y de la
concupiscencia, si han sido reducidos al buen camino por obra
de la enseñanza y de la educación, han experimentado un cam
bio tan profundo que, de lujuriosos y torpes que eran, llega
ron a ser sobrios, muy castos y morigerados; así también, por
el contrario, vemos en otras personas equilibradas y de buenas
costumbres, que si se juntan con otros de mala condición y
torpes, se depravan sus buenas costumbres con las malas con
versaciones, y que llegan a ser tales cuales son aquellos a quie
nes no va en zaga nadie en punto a torpeza; y esto sucede a
veces en personas ya de edad madura, de suerte que fueron
más continentes en su juventud que cuando en la edad avan
zada han cedido a una vida licenciosa. Así que la sana razón
hace ver que, desde luego, no están en nuestra mano los im
pulsos que nos vienen de fuera, pero sí que lo está el usar bien
o mal de ellos, velando con cautela sobre cóm o debemos reac
cionar ante ellos ( K o e t s c h a u , o .c . , p .196-201; PG 11.254B255B).
C a p ítu lo
VI
143 2 . Cuando se promete que al final Dios será todo y
en todas las cosas, no hay que pensar que entran en esa cuenta
1 41 -14 2 J a c k s o n , o . c . , p .3 -2 3 ; H
1 43 -14 5 M. R u iz J u r a d o , S. J .,
Litt. ecclés. 75 (1 9 7 4 ) 3 -2 4 ; W. M
Kirche bis auf Orígenes p .5 3 6 -5 6 0 .
olz,
o .c .,
p .6 3 -8 4 .
Le concept du Monde chez Origéne: B u ll.
ó l l e r , Die Kosmologte in der christlicher
Por eso, hay que examinar con atención el sentido de la
expresión que describe la perfección de la felicidad y el fin
de las cosas, diciendo que Dios no sólo está en todas las cosas,
sino que es todo en todos. Veamos, pues, qué es ese todo que
Dios será en todos.
144 3. A mi entender, el decir que Dios es todo en to
das las cosas significa que es todo también en cada una de las
cosas. Y será todo en cada una de las cosas en el sentido de que
cuanto podrá percibir, o entender, o pensar la inteligencia pu
rificada de toda escoria de vicios y limpia de toda mancha de
malicia, todo será Dios, y no podrá ya ver ni retener otra cosa
sino Dios, que será medida y razón de todas sus acciones: así
será Dios todo. Ya no habrá lugar a distinguir el bien y el mal,
porque ya no existirá el mal (al ser Dios todo, en quien no
cabe el mal); ni deseará más comer del árbol de la ciencia del
bien y del mal quien está en posesión del bien y para quien
Dios es todo. Así que el fin del mundo, resultando semejante
al principio, traerá consigo la restauración del estado que tuvo
entonces la naturaleza racional, cuando no tenía necesidad de
comer del árbol de la ciencia del bien y del mal; de suerte
que, alejada toda sensación de malicia, sólo el que es el único
Dios bueno llegará a ser todo para la creatura, recobrado su
ser puro y auténtico; y no sólo en pocas o en muchas cosas,
sino en todas será Dios todo. Cuando ya no existirá más la
muerte, ni el aguijón de la muerte, ni el mal, entonces con
toda verdad será Dios todo en todos ( K o e t s c h a u , o . c . , p.283285; P G 11,337A-B).
Orígenes
82
CONTRA CELSO
LIBRO II
El a lto
e je m p lo s o c r á t i c o
145 Sandez suma es también esto: «¿Q u é dios, qué demon o qué hombre sensato, sabiendo de antemano que le iba
a pasar todo eso, no hubiera tratado, en lo posible, de evi
tarlo, y no arrojarse a lo mismo que preveía?» Pues también
Sócrates sabía que tenía que beber la cicuta y morir y, de ha
ber hecho caso a Critón ( P l a t . , Crit. 44-46), podía haberse fu
gado de la cárcel y no sufrir nada de eso. Sin embargo, según
le pareció conforme a razón, prefirió morir com o un filósofo
que no vivir contra la filosofía. Y Leónidas, general de los lacedemonios, sabiendo que fatalmente tenía que morir con los
defensores del paso de las Termopilas, no tuvo empeño en vi
vir ignominiosamente, sino que dijo a sus compañeros: «V a
mos a tomar el desayuno para cenar en el Hades» ( C i c e r ó n ,
Tuse. disp. I 42,101; P l u t a r c o , Mor. 225D-306D). Y el que
tenga gusto en reunir anécdotas semejantes, las hallará en abun
dancia. ¿Qué tiene, pues, de extraño que Jesús, «aun sabiendo
lo que le iba a acaecer, no lo evitara, sino que se arrojó a lo
mismo que preveía?» El mismo Pablo, su discípulo, habiendo
oído lo que le iba a suceder si subía a Jerusalén, se arrojó
intrépidamente a los peligros y reprendió a los que, deshechos
en lágrimas, lo rodeaban y trataban de impedir su marcha a
Jerusalén (Act 21,12-14). Y muchos de nuestro tiempo sabían
muy bien que, confesando el cristianismo, morirían y, con sólo
renegar de él, serían absueltos y recobrarían sus bienes; y,
sin embargo, despreciaron la vida y aceptaron de buen grado
la muerte por su religión.
E l m is t e r io d e l a
p r e s c i e n c i a d iv in a
146 Seguidamente el judío Celso dice otra sandez com
parable a la anterior: «Si sabía de antemano que uno lo había
de traicionar y otro de negar, ¿cóm o es que no lo temieron
com o a Dios, de suerte que ni el uno lo traicionara ni lo
negara el otro?» Pero este sapientísimo Celso no vio la con
tradicción en que cae. Porque si, com o Dios, lo supo de ante
145 -16 7 D .
R u iz
B u e n o , o .c ., p .1 -3 1 .
Contra Celso
83
mano, y no era posible fallara su presciencia, tampoco lo era
que el que había previsto lo negaría, no lo negara. Y , de ha
ber sido posible que el uno no lo traicionara ni lo negara el
otro, de suerte que no se diera ni el traicionar ni el negar por
el hecho de haber sido de antemano advertidos, ya no hubiera
salido verdadero el que dijo que uno lo traicionaría y otro lo
negaría. Porque, en realidad, conocía la maldad de donde sal
dría la traición, y esa maldad no se destruía por la mera pres
ciencia. Y , por el mismo caso, si sabía quién lo había de ne
gar, predijo la negación, porque vio la flaqueza de que proce
dería la negación; pero esta flaqueza no podía desaparecer, así
inmediatamente, por la mera presciencia.
¿Y de dónde sacaría Celso estotro: «Mas el uno lo trai
cionó, y lo negó el otro, sin tenerle el menor respeto»? Por
que, respecto de Judas, que lo traicionó, ya hemos demostra
do (I I 11) ser mentira entregara a su maestro sin respeto al
guno; y no menos evidente es respecto del que lo negó, pues,
saliéndose afuera, lloró amargamente (M t 26,75).
Su p e r f i c i a l i d a d e s
de
Celso
147 Superficial es también estotro: «Porque es evidente
que si uno se percata de antemano que se acecha contra él, si
lo advierte a sus acechadores, éstos se apartan y se guardan»;
puesto que muchos han armado sus acechanzas aun a quienes
las han presentido. Después, com o quien saca la conclusión de
su razonamiento, dice: «Luego todo esto no sucedió porque
estuviera previsto, pues es imposible; antes bien, el haber su
cedido demuestra ser mentira que fuera previsto, pues es de
todo punto imposible que quienes de antemano fueron adver
tidos persistieran en traicionar o negar». Pero, refutadas las
anteriores premisas, refutada queda con ella la conclusión:
«T odo esto no sucedió porque estuviera previsto». Nosotros
decimos que sucedió porque era posible; y, puesto que suce
dió, se demuestra ser verdadera la predicción, pues la verdad
de una predicción de lo futuro se juzga por los sucesos reales.
Mentira es, por ende, lo que dice Celso sobre que se demues
tra ser mentira que Jesús predijera lo que predijo. Como es
sin tomo lo otro de que «es imposible que quienes de antema
no fueron advertidos persistieran en traicionarlo y negarlo»
(D. Ruiz B u e n o , o . c ., p.126 y 127).
Contra Celso
Orígenes
84
LIBRO IV
La
c u e s t ió n
« unde
m alum ? »
148 Después de esto dice Celso: «Cuál sea la naturaleza
del mal, no es fácil lo entienda quien no profese la filosofía;
pero baste decir para la muchedumbre que el mal no viene de
Dios ( P l a t . , Pol. 379c), sino que es inherente a la materia
y habita entre lo mortal ( I d . , Pheait. 176a), mas el ciclo de lo
mortal es el mismo desde el principio al fin; y, según los pe
ríodos señalados, forzoso es que siempre haya sucedido lo mis
mo, lo mismo sucede y lo mismo sucederá» ( P l a t . , Polit. 269c270a). Dice, pues, Celso que no es fácil conocer el origen del
mal para quien no profese la filosofía; lo que daría a entender
que el filósofo puede entender fácilmente la génesis del mal;
el no filósofo no la comprendería tan fácilmente, le costaría
su trabajo; pero, al cabo, sería capaz de comprenderla. Nos
otros, empero, tenemos que decir a eso que el origen del mal
no es fácil de entender ni para un filósofo; y acaso el com
prenderlo con pureza no sea posible ni aun a los filósofos si
no se ve claramente, por inspiración de Dios, qué cosas son
males, ni se esclarece cóm o se originaron, ni se entiende de
qué manera desaparecerán.
149 En todo caso, como haya que contar entre los males
la ignorancia de Dios y hasta sea el mayor de los males no
saber la manera de dar culto a Dios y practicar la piedad con
El, aun Celso tendrá que reconocer que algunos de los que
profesaron la filosofía no conocieron en absoluto el origen del
mal, como se ve claro por las diferentes escuelas que en ella
existen. En cuanto a nosotros, nadie que no se dé cuenta de
que es un mal pensar que se mantiene la piedad en las leyes
establecidas conforme a lo que comúnmente se entiende por
constituciones políticas, será capaz de entender la génesis del
mal. Y tampoco lo será quien no hubiere discutido a fondo
lo que atañe al llamado diablo y a sus ángeles (Mt 25,41):
quién fue antes de convertirse en diablo, y cóm o se hizo dia
blo, y por qué causa los que se llaman ángeles suyos aposta
taron juntamente con él. El que quiera entender ese origen
tendrá que discurrir con la mayor puntualidad sobre los démones, que no son obra de Dios en cuanto démones, sino sólo en
1 48 -14 9 B i g g ,
The Chrislian Platonists of Alexandria
p .2 3 9 n t .2 ; p .3 1 3 n t . l .
85
cuanto seres racionales de la especie que fueren. Otro proble
ma es cóm o vinieron a ser tales que su mente los constituyó
en el orden de los démones. En conclusión, si hay algún tema
de los que entre los hombres necesitan inquisición difícil de
cazar para nuestra naturaleza, entre ellos hay que contar la
génesis del mal.
El
etern o retorno
150 Y o no sé realmente qué provecho pensó sacar Celso
en su escrito contra nosotros al tocar de pasada un dogma
q u e necesitaría de larga y probable demostración que hiciera
ver, en cuanto cabe, que «el ciclo de lo mortal es el mismo
desde el principio al fin, y, según los períodos determinados,
es forzoso que lo mismo haya sucedido siempre, sucede ahora
y sucederá después». Si esto fuera verdad, se acabó nuestro
libre albedrío. Efectivamente, si según los ciclos determinados
es forzoso que siempre haya sucedido lo mismo, lo mismo su
ceda ahora y lo mismo haya de suceder después en el período
de lo mortal, síguese evidentemente que Sócrates tendrá que
s e r siempre filósofo, y se le acusará de introducir nuevas divi
nidades y corromper a la juventud ( J e n o f . , Memor. I 1,1), y
s e rá n Anito y Meleto los que lo acusen y el consejo del Areópago quien lo condene a beber la cicuta. Por modo semejante,
s erá eternamente necesario, según los períodos determinados,
q u e Falaris sea tirano y Alejandro de Feras cometa las mismas
atrocidades, y que los condenados al toro de Falaris mujan
siempre dentro del mismo. Si esto se concede, no sé cóm o pue
da mantenerse nuestro libre albedrío y quepan ya razonable
mente alabanzas ni vituperios. Habrá que decir contra pareja
hipótesis de Celso que, si el ciclo de lo mortal es el mismo
desde el principio hasta el fin, y según los períodos determi
nados forzosamente ha sido siempre lo mismo y lo mismo es
ahora y lo mismo será después, forzoso será también que M oi
sés salga siempre de Egipto con el pueblo de los judíos, y Je
s ú s venga de nuevo al mundo para hacer lo mismo que ya hizo,
no sólo una vez, sino infinitas, según los períodos. Es más, en
lo s períodos determinados, los mismos serán cristianos, y otra
vez, después de otras infinitas, escribirá Celso su libro con
tra ellos.
Orígenes
Contra Celso
L os ESTOICOS VAN MÁS ALLÁ QUE CELSO
que después de ese aniquilamiento vuelva otra vez a brotar la
maldad, es tema que se examinará ex professo en otro tratado.
86
151 Ahora bien, según Celso, sólo el período de lo mortal
fue, es y será forzosamente el mismo según los ciclos deter
minados; pero la mayoría de los estoicos dicen que tal es no
sólo el período de lo mortal, sino también el de lo inmortal
y de lo que ellos tienen por dioses. En efecto, después de la
conflagración universal que ya se ha dado infinitas veces y se
dará otras infinitas, el mismo orden se estableció y el mismo
se establecerá desde el principio hasta el fin. Sin embargo,
para suavizar en lo posible los absurdos, dicen, no sé con qué
razón, los estoicos que todos los que vengan según el período
serán indistinguibles de los que fueron en períodos anteriores.
Así, Sócrates no nacerá de nuevo, sino alguien indistinguible
de Sócrates, que se casará con una mujer indistinguible de Jantipa y será acusado por señores indistinguibles de Anito y Meleto (cf. V 20). Ahora bien, yo no entiendo cóm o el mundo
haya de ser siempre el mismo y no sólo indistinguible uno de
otro, y lo que en él acontezca no será lo mismo, sino solamen
te indistinguible. Sin embargo, más oportuno será discutir de
propósito lo que dice Celso y lo que sientan los estoicos, pues
alargarnos sobre ello no dice con el momento ni con el tema
presente.
D io s, l a b r a d o r q u e t r a b a j a s o b r e e l m u n d o
152 Después de esto dice Celso que «n o se da al hombre
lo visible, sino que cada cosa nace y perece por razón de la
salud del todo, según el cambio de unas en otras de que antes
he hablado» (IV 57.60). Superfluo es detenernos en la refuta
ción de esta tesis, refutación que hemos expuesto ya según
nuestras fuerzas. También hemos hablado sobre que «los ma
les no puedan ser ni mayores ni menores». E igualmente sobre
que «D ios no tenga necesidad de nueva corrección». Porque
Dios no corrige al mundo cuando lo purifica por medio de un
diluvio o una conflagración, com o un hombre que ha destruido
algo deficientemente o ha fabricado un objeto contra las reglas
del arte, sino para impedir que se propague más la inundación
de la maldad, y, en mi opinión, aniquilándola del todo para
provecho del universo. Ahora, si hay alguna razón, o no, para
152-153
B ig g , o .c .,
p.313
n t .l.
87
153 Así, pues, por la nueva corrección, Dios quiere siem
pre instaurar lo caído; porque, si es cierto que, según el orden
ele la creación del universo, todo está por El ordenado de la
manera más bella y segura, no por eso deja de ser necesario
curar a los que sufren de la maldad y al mundo entero que
está com o manchado por ella. Y nunca se descuidó Dios, ni
se descuidará, de hacer en cada tiempo lo que conviene que
haga en un mundo mudable y cambiable. Y a la manera como
el labrador, según las diferentes estaciones del año, ejecuta
labores agrícolas distintas sobre la tierra y sus productos, así
Dios ordena todos los siglos com o una especie de estaciones,
digámoslo así, haciendo en cada una de ellas lo que pide la
raza noble para todo el universo. Y eso, en su pura verdad,
sólo Dios lo conoce con entera claridad y sólo El lo lleva a
cabo.
E l m a l e s s ie m p r e m a lo
154 También sentó Celso cierta tesis acerca del mal, que
es del tenor siguiente: «A un cuando algo te parezca un mal,
todavía no está averiguado que lo sea, pues ño sabes lo que
te conviene a ti, a otro o a todo el universo». Muestra real
mente este modo de hablar alguna discreción; mas, por otra
parte, da a entender que la naturaleza del mal no es de todo
punto reprochable, pues cabe que sea conveniente para el todo
lo que en un individuo es tenido por un mal. No quisiéra
mos que nadie, malentendiendo lo que decimos, tomara oca
sión de obrar mal, pensando que su maldad es útil o, por lo
menos, puede ser útil para el todo; por eso diremos que
Dios, respetando nuestro libre albedrío, se vale de la mal
dad de los malos para la ordenación del universo, sometién
dolos al provecho del todo; mas no por eso deja de ser re
prensible el malo, y com o reprensible se le somete a un servi
cio que cada uno debe abominar por más que sea de prove
cho para el todo. Es como si se dijera que, en una ciudad, un
reo de tales o tales crímenes, condenado por ellos a ciertos
trabajos públicos, provechosos para la comunidad, ejecuta, des
de luego, cosas útiles a la ciudad entera, pero él tiene que
ocuparse en cosa que nadie medianamente inteligente quisiera
154 D . R u iz
B uen o , o .c ., p.303 nt.47.
89
Orígenes
Contra Celso
para sí. Y Pablo, apóstol de Jesús, nos enseña que aun los
más malvados contribuyen, desde luego, al bien del todo, pero
ellos de por sí se hallan en estado abominable; los más útiles,
empero, para el todo son los muy buenos, que tienen en sí
mismos motivo para que se los coloque en el mejor lugar.
He aquí sus palabras: En una gran casa no sólo hay utensi
lios de oro y plata, sino también de madera y arcilla, y unos
para honor y otros para deshonor. Ahora bien, el que se pu
rificase a sí mismo será utensilio para honor, santificado y útil
para su señor, apercibido para toda obra buena (2 Tim 2 ,2 0 ).
Me parece necesario poner esta acotación a la tesis de Celso:
«A un cuando algo te parezca un mal, todavía no está averi
guado si lo es, pues no sabes lo que te conviene a ti o a otro»,
a fin de que nadie tome ocasión de este pasaje para pecar,
imaginando que, por su pecado, será útil al todo.
dónales. El que dijera que los encargados del mercado no
proveían más a los hombres que a los perros por el hecho de
que también los perros gozan de la abundancia de los víve
res, cometería un error; por el mismo caso, Celso y los que
piensan com o él cometen una impiedad contra Dios, que pro
vee a las racionales, al afirmar que todo esto no se da más
para alimentar a los hombres que a las plantas y árboles, a
las hierbas y espinas.
88
E l h om bre, f in
p r in c ip a l d e la s
cosa s
155 Luego nQs recrimina largo y tendido por decir que
Dios lo ha hecho todo para el hombre. Y quiere demostrar,
por la historia de los animales y por la industria de que dan
pruebas, que todo se produce no menos por razón de los ani
males irracionales que de los hombres. Y paréceme a mí ha
blar Celso como quienes, llevados del odio de sus enemigos,
acusan a estos de lo mismo por que son alabados sus mejores
amigos. Porque así com o a éstos los ciega el odio para no
ver que están acusando a sus mejores amigos en lo mismo que
piensan vituperar a sus enemigos, así Celso, hombre de pen
samiento confuso, no vio que acusa a los filósofos de la Stoa,
que, no sin razón, anteponen al hombre y, en general, a la
naturaleza racional, a todos los irracionales. Por esta natura
leza racional dicen ellos que hizo principalmente la Providen
cia todas las cosas. Lo racional, com o cosa principal que es,
tiene razón de hijos que nacen; lo irracional, empero, y lo
inanimado lo tiene de membrana que se forma a par del
niño. Y o, por mi parte, me pongo esta comparación: los ins
pectores de los víveres y del mercado sólo cumplen su cargo
por razón del hombre, pero gozan también de lo que sobra
los perros y otros animales; así, la Providencia provee prin
cipalmente a los racionales; pero, por concomitancia, de lo
que se hace por razón de los hombres gozan también los irra155 D. Ruiz
B u e n o , o .c .,
p.307 nt.48
T odo
es
obra
de
D
io s
156 Porque piensa primeramente «n o ser obras de Dios
los truenos, relámpagos y lluvias», con lo que ya epicureiza
con alguna mayor claridad; y en segundo lugar afirma que,
«aun concediendo que todo ello sea obra de Dios, no sucede
más para alimentarnos a nosotros que a las plantas y árbo
les, yerbas y espinas», con lo que sienta, com o verdadero epi
cúreo, que todo esto sucede al acaso y no por providencia. Y es
así que, si todo esto no nos aprovecha a nosotros más que
a las plantas y árboles, a las hierbas y espinas, es evidente
que no proceden de la providencia o, en todo caso, no de
una providencia que se cuide más de nosotros que de los árboles, la hierba y las espinas. Cada uno de los dos extremos
es claramente impío, y fuera necio contradecir tales cosas cuan
d o impugnamos al que nos acusa de impiedad. A cualquiera
se le alcanza, por lo dicho, quién es el impío.
157 Luego dice: «Aunque se diga que todo esto se cría
para los hombres (se trata evidentemente de las plantas y ár
boles, de las hierbas y espinas), ¿qué razón hay para decir
que nacen más bien para los hombres que para los más fieros
animales?» Diga, pues, Celso sin rebozo que tamaña variedad
de productos de la tierra no es obra de la Providencia, sino
que un concurso fortuito de átomos produjo tantas cualida
des. Si por casualidad también serían semejantes entre sí tan
tas especies de plantas, árboles y hierbas, no habría habido
una razón artífice que las creara, ni tendrían su origen en
una inteligencia que sobrepasa toda admiración. Pero nos
otros, los cristianos, que estamos consagrados al Dios único
que creó todas estas cosas, damos también gracias al artífice
de ellas porque nos preparó tan magnífico hogar a nosotros
157 D. Ruiz
B u en o , o .c ., p .3 0 9
n t.4 9 .
Orígenes
Contra Celso
y, por causa nuestra, a los animales que están a nuestro ser
vicio:
tos para las artes al servicio de la comida. La necesidad de
protección o vestido inventó, por otra parte, el arte textil,
de cardar la lana y de hilar y, de otra, la arquitectura o arte de
construir. La indigencia de lo necesario para la vida hizo tam
bién que, gracias a la navegación y arte náutica, los productos
de una parte se transporten a otra en que carecen de ellos
De modo que, en este aspecto, es de admirar la Providencia
por haber hecho convenientemente al animal racional más in
digente que a los irracionales. Así se explica que los irraciona
les tengan a mano su alimento, pues no les queda «vocación
para inventar artes, y tienen también vestido natural, unos de
pelo, otros de plumas, quiénes de escamas, quiénes de con
chas . . . »
90
A sí para el ganado pastos creas,
y en servicio del hombre verde hierba,
y el pan se saque de la tierra, y dulce vino
que regocije el corazón del hombre.
La cara con el óleo resplandece
y el pan conforta el corazón del hombre.
(Sal 103,14s.)
Y que Dios preparara también alimento para los más fieros
animales nada tiene de maravillar, pues otros filósofos dijeron
que también estos animales fueron creados para ejercicio del
animal racional, y uno de nuestros sabios dice en algún lu
gar: No digas: ¿Q ué es esto o para qué es esto? Porque todo
ha sido creado para sus fines. Ni digas tampoco: ¿Q u é es esto
o para qué? Porque todo se buscará en su momento oportuno
(Ecl 39,26.40).
L a n e c e s id a d , m ad re d e l a s
a rtes
158 Luego Celso, en su tema de que la Providencia no
creó más bien para nosotros que para los más feroces anima
les los productos de la tierra, dice: «A la verdad, nosotros,
con fatigas y trabajos, apenas si a fuerza de sudores logra
mos nuestro sustento; para ellos, empero, «todo nace sin siem
bra y sin arado» (Odyssea 9,109; cf. L ucr., Rerum nat.
218ss).
Y es que no vio que, queriendo Dios que se ejercitara la
inteligencia humana, para que no permaneciera ociosa e igno
rante de las artes, hizo al hombre necesitado. Así su necesi
dad misma le obligaría a inventar las artes, unas para alimen
tarse, otras para protegerse. Y , en efecto, para los que no ha
bían de inquirir las cosas divinas ni consagrarse a la filosofía,
mejor les era carecer de las cosas a fin de sentirse acuciados
a inventar las artes por el uso de su inteligencia que no, por
abundar de todo, dejar su inteligencia sin cultivo. Lo cierto
es que la carencia de lo necesario para la vida inventó la agri
cultura, el cultivo de la vid, las artes de la huerta, no menos
que las de carpintería y herrería, que proporcionan instrumen
158
D. Ruiz
B u e n o , o .c ., p .3 1 0 n t.5 0 .
Sín t e s is
de
Celso
y
91
O
r íg e n e s
159 A todo esto une Celso este colofón: «N o fue, pues,
hecho el universo para el hombre, com o tampoco para el león,
ni para el águila o el delfín, sino para que este mundo, com o
obra de Dios, se desarrolle íntegro y perfecto en todas sus
partes. A este fin está todo sometido a medida, no por in
terés mutuo de las cosas, a no ser accidentalmente, sino por
el interés del todo. De este todo se cuida Dios y jamás lo
abandona su providencia, ni se hace peor, ni lo retorna Dios
a sí mismo después de tiempos. No se irrita contra los hom
bres, como tampoco contra los monos ni las moscas, ni ame
naza a los seres, cada uno de los cuales ha recibido su por
ción correspondiente». Pues respondamos a esto siquiera bre
vemente. Por lo anteriormente dicho creo haber demostrado
cómo todo ha sido hecho para el hombre y para todo ser
racional, pues para el animal racional fue principalmente crea
do todo. Diga, pues, Celso en hora buena que no fue hecho
el universo para el hombre, com o tampoco para el león y de
más animales que enumera; nosotros diremos que, efectiva
mente, ni para el león, ni para el águila, ni para el delfín
hizo el Creador el mundo; sí, empero, para el animal racional
y «para que este mundo, com o obra que es de Dios, se des
arrolle íntegro y perfecto en todas sus partes». Este punto
convenimos estar bien dicho. Y no se cuida Dios solamente,
como piensa Celso, del universo, sino también, aparte del
universo, particularmente de todo ser racional. Nunca, cier
tamente, abandona la Providencia el universo; pues si una
parte de él se torna peor por los pecados del ser racional, El
Contra Celso
Orígenes
ordena que se purifique y trata de atraérselo después de tiem
pos a sí mismo. Tampoco se irrita contra monos ni moscas;
pero sí que juzga y castiga a los hombres por traspasar los
impulsos naturales, y les amenaza por medio de los profetas
y del Salvador, que vino a vivir con todo el género humano.
Así, por la amenaza, se convierten los que la escuchan; mas
los que descuidan las palabras propias para su conversión,
reciben el castigo merecido, que es conveniente imponga Dios,
según su voluntad, que mira al bien del todo, a quienes ne
cesitan de esta cura y corrección tan penosa.
Mas el libro cuarto ha alcanzado ya volumen suficiente, y
aquí, com o quiera, ponemos término a nuestro razonamiento.
Concédanos Dios por su H ijo, que es Dios Verbo, sabiduría,
verdad y justicia, y todo lo demás que la teología de las Sa
gradas Escrituras predica sobre El, comenzar el libro quinto
para bien de los lectores, y acabarlo felizmente por la presen
cia de su Verbo, que mora en nuestra alma (D . R u iz B ueno ,
o.c., p.299-330).
93
Mas si el ser a imagen de Dios está en el compuesto, seguiríase necesariamente que Dios es compuesto, y también cons
taría como de cuerpo y alma; así, lo superior de su imagen es
taría en el alma; lo inferior, lo que atañe al cuerpo, en el
cuerpo, cosa que nadie de nosotros afirma. Resta, pues, que
el ser a imagen de Dios haya de entenderse del hombre inte
rior, como lo llamamos nosotros (E f 3,16), que se renueva
y es naturalmente capaz de formarse a imagen del que lo creó
(Col 3,10). Tal acontece cuando el hombre se hace perfecto,
como es perfecto el Padre celestial (M t 5,48), y oye el man
dato: Sed santos, porque yo, el Señor, Dios vuestro, soy san
to (Lev 19,2), y aprende estotro: Sed imitadores de Dios (Ef
5,1). Entonces toma el hombre en su alma virtuosa los rasgos
de Dios; y también el cuerpo del que, por razón de la imagen
de Dios, ha tomado los rasgos de Dios, es un templo (1 Cor
6,19; 3,16); el cuerpo, digo, del que tiene tal alma; y, en el
alma, por razón de ser conforme a la imagen de Dios.
P l a t o n is m o
y
c r is t ia n is m o
LIBRO V I
E l h o m b r e , im a g e n d e D i o s
160 Luego no vio tampoco Celso la diferencia que va en
tre ser conforme a la imagen de Dios (Gén 1,27) y ser «ima
gen de D ios» (Col 1,15); pues imagen de Dios es el Primo
génito de toda la creación, el Logos en sí, la verdad en sí
y la sabiduría en sí, que es imagen de su bondad (Sab 1,26),
y hasta todo varón, cuya cabeza es Cristo, es imagen y gloria
de Dios (1 Cor 11,37). Ni comprendió tampoco en qué parte
del hombre está impresa esa imagen de Dios, es decir, en el
alma que no ha tenido, o que ya no tiene, al hombre viejo
con sus obras (Col 3,9), y, por no tenerlo, se dice ser a ima
gen de su Creador. De ahí es que Celso diga: «Tam poco hizo
al hombre imagen suya, pues Dios no es tal, ni se asemeja
a forma otra alguna». Pero ¿es posible pensar que la imagen
de Dios está en la parte inferior del hombre, ser compuesto,
quiero decir, en su cuerpo y, com o Celso lo interpretó, que
éste sea la imagen de D ios? Porque, si el ser según imagen
de Dios se da en el cuerpo solo, la parte superior, que es el
alma, queda privada de ser a imagen de Dios, y ésta estaría
en el cuerpo corruptible, cosa que nadie de nosotros dice.
160
B o rret, o .c .,
I I I p.336 n t.l; II I p.339 nt.l.
161 Luego ensarta Celso, por su cuenta, cosas y más co
sas, como concedidas por nosotros, siendo así que ningún cris
tiano que tenga inteligencia las concede. Porque nadie de
nosotros concede que «D ios participe de figura o color». Ni
tampoco participa de movimiento El, que, por estar firme y
tener naturaleza firme, convida a lo mismo al justo cuando
dice: Tú, empero/estáte aquí conmigo (Dt 5,31). Ahora bien,
si hay frases que parecen atribuirle movimiento, com o la que
dice: Oyeron al Señor Dios que se paseaba por el paraíso al
atardecer (Gén 3,8), hay que entenderlo en el sentido de que
los que habían pecado se imaginaban que Dios se movía,
o como se habla figuradamente del sueño de Dios, de su ira
o cosas por el estilo.
Y tampoco participa Dios de la substancia (o esencia:
ousía), pues El es participado, más bien que participa, y es
participado por quienes tienen el espíritu de Dios. Por el mis
mo caso, nuestro Salvador tampoco participa de la justicia,
sino que, siendo El la justicia misma, de El participan los
justos.
Por lo demás, mucho— y difícil de entender— habría que
decir acerca de la substancia, señaladamente si tratáramos de
161
B ig g ,
o .c .,
p.210 n t.l;
B orret,
o .c .,
I II p.340 nt.l.
Orígenes
Contra Celso
la substancia propiamente dicha, que es inmóvil e incorpórea.
Habría que inquirir si Dios, «p or su categoría y poder trans
ciende toda substancia» ( P l a t ., Pol. 509b; cf, infra V II 38);
El, que hace participar en la substancia a los que participan
según su Logos, y al misma Logos; o si también El es sus
tancia, a pesar de que se dice de El ser invisible en la pala
bra de la Escritura, que dice sobre el Salvador: El cual es
imagen del Dios invisible (Col 1,15); texto en que la voz
«invisible» quiere decir incorpóreo. Habría igualmente que
investigar si el Unigénito y Primogénito de la creación debe
decirse ser la substancia de las substancias y la idea de las
ideas y el principio; pero que Dios, Padre suyo, transciende
todos estos conceptos.
imposible que quien lo encontrare lo manifieste a todos. A ho
ra bien, diga Platón en hora buena ser cosa de trabajo encon
trar al hacedor y padre de todo este universo, a par que da a
entender no ser imposible a la naturaleza humana hallar a
Dios dignamente; y, si no dignamente, más por lo menos de
lo que alcanza el vulgo. Si eso fuera verdad, si Dios hubiera
sido en verdad hallado por Platón o alguno de los griegos,
no hubieran dado culto, ni hubiera llamado Dios ni adorado
a otro que a El, ora abandonándolo, ora asociando con El
cosas que no pueden asociarse con tan gran Dios. Nosotros,
empero, afirmamos que la naturaleza humana no es en mane
ra alguna suficiente para buscar a Dios y hallarlo en su puro
ser, de no ser ayudada por el mismo que es objeto de la bús
queda. Es, empero, hallado por los que después de hacer cuan
to está en su mano, confiesan que necesitan de su ayuda; y
se manifiesta a los que cree razonable manifestarse, en la
medida que un hombre puede naturalmente conocer a Dios
y alcanzarlo un alma humana que mora aún en el cuerpo.
94
LIBR O V II
O
r íg e n e s
a d m ir a
a
P latón
162 Seguidamente nos remite a Platón, com o a más eficaz
maestro de teología, y cita el texto del Timeo que dice así:
«Ahora bien, al hacedor y padre de todo este mundo, obra
es de trabajo encontrarlo e imposible que, quien lo encontra
re, lo manifieste a todos» ( P l a t ., Tim. 28c). Y luego prosi
gue Celso: «Y a veis cóm o buscan videntes y filósofos el ca
mino de la verdad y cóm o sabía Platón que no todos pueden
andar por él. Mas, com o quiera que los sabios la han ha
llado, para que alcancemos alguna noción de lo que no puede
nombrarse (V I 65) y es la realidad primera, noción que nos
lo manifieste o por comparación con las demás cosas o por
separación de ellas o por analogía, quiero explicar lo, por otra
parte, inefable; aunque mucho me maravillaría de que vos
otros me podáis seguir, atados como estáis completamente a
la carne y que nada miráis limpiamente» (cf. V II 36).
163 Magnífico y no despreciable es el texto citado de
Platón; pero de ver es si no se muestra más amante de los
hombres la palabra divina al introducir al Logos, que estaba al
principio en Dios, Dios Logos hecho carne, a fin de que pu
diera llegar a todos ese mismo Logos que Platón dice ser
162 B i g g , o . c . , p.194; B o r r e t , o . c . , IV p. 111 nt.2; 112 nt.l.
162-167 H. D o r r i e , Dte platonische Theologie des Kelsos in ihrer Auseinandersetzung mit der christlicher Theologie. Auf grund von Orígenes «Contra
Celsum» 7,42 (Gottingen 1967).
162-163 W o l f s o n , o.c., p.104.
D ios
es
in e f a b l e
e
95
in v is ib l e
164 Además, al decir Platón que quien hallare al hace
dor y padre del universo, es imposible que lo manifieste a
todos, no afirma que sea inefable e innominable, sino que,
aun siendo decible, sólo puede hablarse de El a pocos. Lue
go, como si se hubiera olvidado de las palabras que cita de
Platón, dice Celso ser Dios innominable: «Mas, com o quiera
que fue hallado por los hombres sabios el camino de la ver
dad, para que alcancemos alguna noción del que no puede
nombrarse y es la realidad prim era»... Mas nosotros no sólo
afirmamos ser Dios inefable, sino también otras cosas que es
tán por bajo de El; cosas que, forzado a explicar, dijo Pablo:
Oí palabras inefables, que no es lícito al hombre pronunciar
(2 Cor 12,4). Paso en que « o í» se emplea en el sentido de
«entendí», a la manera del texto evangélico: El que tenga
oídos para oír, que oiga (Mt 11,15).
165 Realmente, también nosotros decimos ser difícil ver
al hacedor y padre del universo; sin embargo, es visto, no
sólo según el dicho: Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios (Mt 5,8), sino según lo que dice el
que es imagen del Dios invisible (Cor 1,15): El que me ve
a mí, ve al Padre que me ha enviado (Jn 14,9). Nadie que
Orígenes
Contra Celso
tenga inteligencia dirá que, al decir Jesús: El que me ve a mí,
ve al Padre que me ha enviado, se refiere a su cuerpo sensi
ble, que veían los hombres. En tal caso, habrían visto al Pa
dre los que gritaron: Crucifícalo, crucifícalo (Le 23,21; Jn
19, 60), y Pilato, que tenía autoridad sobre lo que en Je
sús había de humano (Jn 19,10), lo cual es absurdo. No,
las palabras: El que me ve a mí, ve también al Padre que me
ha enviado no deben tomarse en interpretación ordinaria, y
así se ve por el hecho de haberse dicho a Felipe: ¿Panto
tiempo como estoy con vosotros, y no me conoces, Felipe?
(Jn 14,9). Que fue lo que Jesús le respondió cuando Felipe
le rogó diciendo: M.uéstranos al Padre, y basta (ibid., 8 ). En
conclusión, el que entiende cómo debe pensar acerca del Dios
unigénito, H ijo de Dios, primogénito de toda la creación
(C ol 1,15) y cómo el Logos se hizo carne, verá cómo, con
templando la imagen del Dios invisible, conocerá al padre y
hacedor del universo.
167 Y o creo que Dios, al ver la arrogancia y el desprecio
de los demás en quienes alardean de haber conocido a Dios y
aprendido de la filosofía los misterios divinos, y, sin embargo,
no de otro modo que los más incultos, se van tras los ídolos
y sus templos y sus famosos misterios, escogió lo necio del
mundo, a los más simples de entre los cristianos, pero que
viven con más moderación y pureza que los filósofos, a fin de
confundir a los sabios (1 Cor 1,27), que no se ruborizan de
conversar con cosas inanimadas, com o si fueran dioses o imá
genes de los dioses. Porque ¿qué hombre con algún enten
dimiento no se reirá del que, después de tales y tantos dis
cursos de la filosofía acerca de Dios, está contemplando las
estatuas y dirige a ellas su oración o, por la vista de ellas,
al que se imagina debe subir su oración desde lo visible y
mero símbolo, cuando él la ofrece al que espiritualmente se
entiende? Un cristiano, empero, por ignorante que sea, está
persuadido de que todo lugar es parte del universo, y todo el
mundo templo de Dios. Y , orando en todo lugar, cerrados
los ojos de la sensación y despiertos los del alma, trascien
de el mundo todo. Y no se para ni ante la bóveda del cielo,
sino que llega con su pensamiento hasta el lugar supraceleste
( P l a t ., Phaidr. 247a) guiado por el espíritu de Dios; y, como
si se hallara fuera del mundo, dirige su oración a Dios, no
sobre cosas cualesquiera, pues ha aprendido de Jesús a no bus
car nada pequeño, es decir, nada sensible, sino sólo lo grande
y de verdad divino, aquellos dones de Dios que nos ayudan a
caminar hacia la bienaventuranza que hay en el mismo, por
medio de su H ijo, el Logos Dios (D. R uiz B u e n o , o .c ., p.496499).
96
El
mundo
entero,
tem plo
de
D
io s
166 Ahora bien, Celso opina que se conoce a Dios o por
composición con otras cosas, a la manera de la que entre los
geómetras se llama síntesis ( = composición), o por separación
de las otras cosas ( = análisis), o por analogía, a la manera de la
que entre los mismos geómetras se llama así, y que por lo me
nos puede uno llegar de este modo «a los umbrales de los
buenos» ( P l a t ., Phileb. 64c). Sin embargo, cuando el Logos
de Dios dice: Nadie conoce al Padre sino el Hifo, y aquel a
quien el Hijo lo revelare (M t 11,27), afirma que Dios es co
nocido por cierta gracia divina, que no se engendra en el alma
sin intervención divina, sino por una especie de inspiración.
Y , a la verdad, lo probable es que el conocimiento de Dios
esté por encima de la naturaleza humana, lo que explicaría
haya tantos errores entre los hombres acerca de Dios; y sólo
por la bondad y amor de Dios a los hombres y por gracia
maravillosa y divina llega ese conocimiento a quienes previo
la presciencia divina que vivirían de manera digna del Dios
que han conocido. Son los que por nada violan la piedad para
con El (cf. V 52), así sean conducidos a la muerte por quienes
ignoran lo que es la piedad y se imaginan ser cualquier cosa
menos lo que ella es; así se los tenga igualmente por el colmo
de la ridiculez (cf. V II, 36).
166
B ig g , o .c .,
167
B orret,
o .c .,
IV p.120 nt.l*
p.194.
Los filósofos medievales 1
97
Contra Eunomio
SAN
es. Pues las cosas que se dicen según esa manera de pensar,
como no consisten más que en palabras y en la pronunciación,
se pierden o disuelven a una con las palabras.
BASILIO
(330P-379)
O bras
p r in c ip a l e s
de
in t e r é s
f il o s ó f ic o :
'A v a - c p e x T i z o ;
tou
’A
xoü îuooepoûç Eùvo(itou ( « Adversus Eunom ium». Contra
Eunom io) (363-365); Hep! xou <77tou nveujiaxoi; (D el Espíritu Santo)
(37 5 ?); Carta 8 ; Carta 210; Carta 214.
E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : Contra Eunom io: M i g n e , P G 29,497-669;
D el Espíritu Santo: ibid., 32,67-217; Carta 8 : ibid., 32.248C; Carta 210:
ibid., 32.775B; Carta 214: ibid., 32,790A. Trad, del editor.
B i b l i o g r . g e n .: A . B e n i t o y D u r a n , El nominalismo arriano y la
filosofía cristiana: Eunomio y San Basilio: Augustinus 5 (1960) 206-226;
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Concile de N icée: Greg. 15 (1934) 242-254; T . B . S t r o n g , T he History
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termes oùata, ú x ó a t a a » ; et x p ó a u i x o v dans les controverses postniciennes:
Rev. Hist. Rel. 73 (1916) 48-63; 74 (1917) 133 ss.; A . G r a n d s i r e ,
Nature et hypostases divines dans S. Basile: Rech. sc. rel. 13 (1923)
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1926-1939; reimpr. 1950); Y . C o u r t o n n e , Saint Basile. Lettres I
(Ep. 1-100) (Paris 1957).
CONTRA EUNOM IO
LIBRO I
168 .. . E u n . — Cuando decimos ingénito, pensamos que
glorificamos a Dios, no con el nombre solo, según la manera
de pensar humana, sino que cumplimos con el máximo deber
que tenemos para con El, el de reconocer lo que en realidad
168-179
B e n it o
y
D
uran,
o .c .:
P era,
o .c .,
p.78-95.
99
169 B a s . — Niega que el ser ingénito se considere en Dios
según nuestra manera de pensar; creyendo que con eso se le
presenta fácil la tarea de probar que la ingeneración es la sus
tancia o esencia (oúaía) de Dios, y que de ahí podrá demos
trar apodícticamente que el H ijo unigénito es desemejante al
Padre en la sustancia o esencia misma (oúaía). Por eso se aferra a la expresión «manera de pensar» com o absolutamente
desprovista de toda significación, y consistente tan sólo en la
mera pronunciación externa, y pretextando que es indigno de
Dios el caracterizarlo con nuestras maneras de pensar. Y o, por
mi parte, no pondré fuerza alguna en afirmar si el Unigénito
es o no cognoscible por nuestros conceptos o formas menta
les antes de que nos informe de ello un examen racional.
170 Sí que le haría esta pregunta: ese concepto (¿Tcívoia)
¿no significa absolutamente nada, sino que es un puro sonido
que sale de los labios? Pero eso no es un pensamiento, sino
que su nombre propio es locura o vaciedad. Si concede que el
concepto significa algo, pero completamente falso e inconsis
tente, como se fingen los centauros y las quimeras, ¿cómo es
que ese falso significado desaparece a una con la pronuncia
ción oral, cuando ésta se difunde y se dispersa en el aire por
completo, mientras que los pensamientos o conceptos falsos
permanecen en la mente? Cuando el alma se ha llenado de
toda suerte de ficciones y fantasías en los sueños o en otras
actividades suyas imaginativas, una vez que las retiene en la
memoria, si después las expresa por la palabra, no por eso se
desvanecen, a una con la pronunciación de la voz, esas fanta
sías. Traería entonces grandes ventajas el proferir falsedades,
toda vez que éstas, por su propia naturaleza, se desvanecerían
a una con las palabras: lo malo es que la naturaleza de las
cosas no es así.
Parece, pues, que no nos queda sino demostrar cóm o y en
qué cosas la costumbre se sirve de la expresión «concepto»
(éitívoia), y cómo la Sagrada Escritura ha acogido ese uso.
171 Pues bien: vemos que las cosas que en una primera
impresión se presentan de súbito a la mente com o simples y
únicas, pero que, después de un atento examen, aparecen con
169 M ig n e , P G
2 9 ,5 2 1 n t.2 7 .
San Basilio
Contra Eunomio
alguna diversidad y divididas por la mente, se las dice mental
mente divisibles. Por ejemplo, la primera aprehensión atestigua
que el cuerpo es simple; mas, en cuanto interviene la razón,
lo evidencia como múltiple en color, figura, dureza, magni
tud, etc. Asimismo, los objetos que no tienen consistencia en
sí, sino que sólo son com o ciertas pinturas de la mente y de la
fantasía, com o son las creaciones de los poetas y de los pinto
res para conmover a las gentes, se dice también por la costum
bre que son objetos de contemplación intelectual.
que el término ingénito se tome de otra manera. Llamamos in
corruptible e ingénito al Dios universal, imponiéndole esos
nombres conforme a sus diversos aspectos. Así, cuando nos p o
nemos a pensar en los tiempos pretéritos y advertimos que la
vida de Dios está más allá de todo principio, lo llamamos ingé
nito; y cuando proyectamos nuestra visión a los siglos veni
deros, reconociéndolo como infinito e inmenso y carente de
todo término, lo llamamos incorruptible. Así, pues, com o al
carácter de la vida de no tener fin lo llamamos incorruptibilidad, al de carecer de principio lo llamamos ingeneración, con
siderando con la mente cada uno de ellos.
100
172 Eunomio, por ignorancia o por malicia, no hace men
ción de todas esas clases de objetos, y sólo filosofa sobre la
percepción de los objetos inconsistentes; y ni aun la natura
leza de ésta expone con veracidad. No dice, en efecto, que sig
nifique algo, ni aun falso, sino que sostiene que el nombre
está completamente desprovisto de significado, y que todo su
ser se reduce a la sola pronunciación. Pero la verdad es que
tan lejos está ese nombre de concepto (eitívota) de aplicarse
tan sólo a las fantasías vanas e inconsistentes, que, después de
recibida de la sensibilidad la primera concepción (vÓ7¡|ta), da
mos el nombre de concepto ( é;rívoia ) a la consideración
(éitev0úp.y¡3iv) más sutil y exacta del objeto: de donde vino la
costumbre de llamarla examen, si bien no con toda propiedad.
Por ejemplo, el simple concepto (vor¡¡ia) del trigo se halla en
todos, de suerte que lo reconocemos al punto en cuanto se
presenta; pero, en un examen más atento, se afrece a la men
te la consideración de muchas cosas, y una gran diversidad
de nombres que designan a otras tantas cosas. Así, llamamos;
trigo ora al fruto, ora a la semilla, ora al alimento: al fruto,
com o fin o término del proceso del cultivo; a la semilla, com o
principio del mismo; y al alimento, como idóneo para el cre
cimiento del cuerpo que lo toma. Cada uno de esos aspectos
mencionados es objeto de la consideración de la mente, y no
se desvanece con el cese de la pronunciación oral. En una pa
labra, de cuantas cosas son conocidas por la sensación y pre
sentan diversos aspectos inteligibles, y aparecen com o simples
en su sujeto, se dice que son objetos de la consideración men
tal (áitívota)...
173 ¿Qué de absurdo hay entonces en tomar de esa ma
nera lo que se dice del Dios universal conforme al modo de
pensar humano, y, ante todo, esa denominación sobre la cual
versa toda la presente disputa? En ninguna parte hallaremos
172
M ig n e ,
PG 29,522 nt.31.
101
174 ¿Qué razón, entonces, será suficiente para negar tan
to el que pensamos esos dos nombres com o el que en ellos se
contiene la confesión de lo que en realidad es Dios? Pero
Eunomio separa com o si fuesen contradictorias e inconciliables
entre sí estas dos cosas: el afirmar algo conforme a la manera
de pensar humana (con conceptos humanos), y el declarar lo
que Dios es.
8. No dejemos pasar inadvertida su simulación de piedad,
para la perdición de los que le oyen, al decir que lo que él
hace es no caracterizar a Dios con el apelativo de ingénito
conforme al modo de pensar humano, pero que cumple con
el deber más sagrado para con El reconociendo lo que es.
175 ¿Q ué palabras serán suficientes para poner de ma
nifiesto lo torcido de esas maniobras? Intenta atemorizar a los
espíritus sencillos con la insinuación de que no dan a Dios lo
que deben si no confiesan que la ingeneración es su sustancia
o esencia; y, en cambio, a su propia impiedad le da el nombre
del pago de una deuda, de suerte que parezca que no dice
nada de su propia iniciativa, sino que no hace más que cum
plir con lo que se le debe a Dios. Más aún, hace saber a los de
más que, si ponen el carácter de ingenerado en la sustancia o
esencia, quedarán libres de toda pena; pero que, si lo inter
pretan de otro modo, según el piadoso modo de pensar, enton
ces incurrirán en una ira implacable, por haber dejado de cum
plir el más noble y urgente deber.
176 En vista de ello, tendría yo sumo placer en pregun
tarle si esa cautela la observa por igual en todas las afirma
ciones que se hacen sobre Dios, o sólo cuando se trata de este
nombre. Porque, si no quiere hacer ninguna especulación de
Dios conforme al modo de pensar humano, por no aparecer
San Basilio
Carta 8
que caracteriza a Dios con categorías humanas, tendrá que re
conocer que todo lo que se diga de Dios es por igual sus
tancia (oúaía). ¿Cómo, entonces, no será ridículo el decir que
el poder creador es (lo mismo que) (su) sustancia (esencia)?
¿O que la providencia o la presciencia es (lo mismo que) sus
tancia (esencia)? ¿O , en una palabra, que toda acción es (lo
mismo que) (su) sustancia (esencia)? Si todos esos términos
apuntan a un mismo significado, es absolutamente forzoso que
todos ellos sean equivalentes o intercambiables, com o sucede
en los que tienen muchos nombres, como, por ejemplo, una
misma persona se llama Simón, Pedro y Cefas. En consecuen
cia, el que oiga «inmutabilidad» de Dios, dará en pensar «ingeneración»; y lo mismo, al que oiga que es indivisible, vendrá
a las mientes su poder creador. ¿Puede imaginarse algo más
absurdo que semejante confusión de quitar a cada nombre su
propia significación, enfrentándose con el uso común y con lo
que nos enseña el E spíritu?... (P G 29,520C-526E).
distingue los diversos aspectos y desecha los conceptos de lo
que El no es.
102
177 10. ... N o hay ningún nombre que sea capaz de
abarcar toda la naturaleza de Dios y de declararla suficientemen
te; pero muchos y diversos, cada uno con su propia significa
ción, llegan a formar un conocimiento oscuro, sí, y sumamente
exiguo si se compara con todo el objeto, pero suficiente para
nosotros. De esos nombres que se dicen de Dios, unos enun
cian lo que es Dios, otros, lo que no es. Pues de la armoniza
ción de esas dos cosas, de la negación de lo que no es, y de
la afirmación de lo que es, viene a engendrarse en nosotros
un cierto carácter de Dios. Por ejemplo, cuando lo llamamos
incorruptible, no hacemos sino decirnos a nosotros mismos o
a los que nos oyen: «Guárdate de pensar que Dios está sujeto
a corrupción». Y cuando decimos que es invisible: «N o pien
ses que se le pueda ver con los ojos humanos». Y cuando in
mortal: «Jamás debes creer que Dios morirá». Pues bien, lo
mismo sucede cuando decimos que es ingénito. «N o pienses
que la existencia de Dios depende de alguna causa o principio».
En una palabra, en cada uno de esos juicios se nos previene
que, al pensar en Dios, no caigamos en afirmaciones indignas
de El. Y así, para que vengamos en conocimiento de la manera
peculiar de ser de Dios, unos a otros nos avisamos de no caer,
al hablar de Dios, en inconveniencias, para que nadie dé en
pensar que Dios es algo corruptible, o visible, o generado. Así,
por medio de estos términos prohibitivos viene a realizarse una
negación de lo que es ajeno a Dios, por la que nuestra mente
103
178 Por otra parte, llamamos a Dios bueno, y justo, y
creador, y juez, etc. Pues bien, así com o en el caso anterior
aquellos términos significaban cierta reprobación y prohibición
de conceptos extraños a Dios, así estos últimos mencionados
denotan la posición y existencia de lo que es propio de Dios
y de lo que en El puede especularse. Y así, una y otra clase
de nombres nos informan, o de la existencia en Dios de lo
que en El hay, o de la no existencia de lo que no hay.
179 Por lo que hace al nombre de ingénito, significa algo
de lo que no hay en Dios; significa, en efecto, que en Dios
no hay generación. N o vamos a discutir ahora si se ha de de
cir que eso es privación, o prohibición, o negación, o alguna
otra cosa parecida. Pero que el término ingénito es significati
vo de algo que no hay en Dios, creo que ya está suficientemen
te claro por lo que precede. En cambio, (la) sustancia (oúaía)
no está entre esas cosas que no se hallan en Dios, sino que es
el ser mismo de Dios, que sería el colmo de la locura poner
en el número de las cosas que no se hallan en Dios. Pues si
ella lo estuviese, mucho menos se daría en Dios cualquiera
otra cosa de las que de El se dicen. Ahora bien, ya hemos
demostrado que el término ingénito pertenece a la clase de
los que enuncian lo que no hay en Dios: yerra, por tanto, el
que piensa que con él se designa a la sustancia (oúaía)...
(PG 29,533C-534D).
CARTA
8
180 ... A los que nos acusan de que ponemos tres dio
ses, sea ésta la respuesta: confesamos a un Dios uno, no nu
méricamente, sino en la naturaleza. Pues lo que se dice uno
numéricamente, no es uno real y verdaderamente, ni simple
por naturaleza, y Dios es reconocido universalmente com o sim
ple y carente de composición: por tanto, Dios no es uno nu
méricamente. Me explicaré: decimos que el mundo es uno,
pero no uno en la naturaleza, ni simple. En efecto, lo dividi
mos en los elementos de que consta, el fuego, el agua, el aire
y la tierra. También se llama uno numéricamente al hombre;
180
A r n o u , o . c . , p .2 4 3 ss.
San Basilio
104
lo llamamos de hecho muchas veces uno, pero no es un ser
simple, ya que consta de alma y cuerpo. Asimismo, llamamos
uno numéricamente al ángel, pero no uno en la naturaleza, ni
simple, ya que entendemos por hipóstasis (úxoaxaats) del ángel
a su esencia (oiata) con su santidad ( a p a a ¡ j L 0 c ) .
Si, pues, todo lo que es uno numéricamente no es uno en
la naturaleza, y lo que es uno en la naturaleza y simple no es
uno numéricamente, ¿cóm o nos atribuyen el que ponemos nú
mero, cuando lo desechamos completamente de esa bienaven
turada y espiritual naturaleza? El número es del orden de la
cuantidad, y la cuantidad adhiere a la naturaleza corpórea: el
número es propio, por tanto, de la naturaleza corpórea. Reco
nocemos a nuestro Señor com o autor de los cuerpos; por eso,
todo número designa a aquellos seres a los que les ha cabido
en suerte una naturaleza limitada; en cambio, la mónada y la
unidad es distintivo de la esencia (oúota) simple e infinita...
(PG 32,248C).
CARTA
210
181 ... Hay que tener bien clara la idea de que, así
com o el que no reconoce la comunidad de esencia (oúoíac) cae
en el politeísmo, así el que no admite la propiedad de las hi
póstasis se deja arrastrar del error judaico. Conviene, pues,
que nuestra mente, com o apoyándose en algo que le sirva de
base, se ponga a considerar sus propiedades y llegue así a en
tablar el conocimiento del objeto propuesto. Si no entendemos,
en efecto, la paternidad, y no nos enteramos respecto de
quién se afirma, ¿cómo podremos obtener el concepto de Dios
Padre? No basta el enumerar las diferencias de las personas;
hay que confesar, además, que cada persona existe en una ver
dadera hipóstasis. Pues esa ficción sin hipóstasis de las perso
nas, ni siquiera Sabelio la negó, ya que sostenía que el mismo
Dios, siendo uno en cuanto al sujeto, transformándose, según
las ocasiones que se presentaban, hablaba unas veces como Pa
dre, otras como H ijo, otras com o Espíritu Santo. Este error
renuevan ahora los inventores de esta herejía innominada, pues
repudian las hipóstasis y rechazan el nombre de H ijo de Dios
(P G 32/775B).
181 Q u a s t e n , o . c . , I I p .2 4 0 .
Carta 214
CARTA
105
214
182 ... Que hipóstasis (úxootaaic) y esencia (oüaía) no
son lo mismo, lo dieron a entender, según pienso, aun nuestros
hermanos de Occidente, que, desconfiando de la pobreza de
su lengua, expresaron la esencia con nombre tomado de la
lengua griega; para que así, caso de haber alguna discrepancia
en el pensamiento, se conservase en la clara e inconfusa diver
sidad de los nombres. Si se me pide que exponga yo breve
mente mi parecer, diré que la relación que hay entre oooía
e úxoaxactc es la misma que hay entre la esencia (Xd-p.c) común
y la particular. Así, cada uno de nosotros, por la razón común
de esencia, participa del ser (xo0 eívai y por sus caracteres
propios es tal o cual. Pues así también, en el caso de Dios,
la razón (Xo'foc) de la esencia es común, com o la bondad, la
divinidad, o cualquiera otra denominación parecida; en cam
bio, la hipóstasis aparece en la propiedad de la paternidad, o
de la filiación, o del poder santificador. Así que, si dicen que
las personas no subsisten, semejante doctrina es de por sí ab
surda. Pero si conceden que existen en verdadera hipóstasis,
como lo confiesan, que las expresen numerándolas, para que
así, de una parte se preserve la razón de la consustancialidad
(ájiooüaiou) en la unidad de la divinidad, y de otra, quede pro
clamado el conocimiento piadoso del Padre, y del H ijo, y del
Espíritu Santo en la perfecta e íntegra hipóstasis de cada uno
de los enumerados (P G 32,790 A).
182
p .48-63;
Q u a sten ,
138-81.
o .c .,
II p.239;
G r a n d s ir e ,
o .c .,
p. 130-152:
R o u g ie r,
o .c .,
Segundo discurso teológico
SAN GREGORIO NACIANCENO
(329P-390)
O b r a s p r i n c i p a l e s d e i n t e r é s f i l o s ó f i c o : Discursos teológicos
(379-381); Carta 101 (381); Carta 102 (382); Carta 202 (387).
E d ic io n e s
u t il iz a d a s :
Discursos teológicos:
M ig n e ,
PG
36,25-72;
148-153. Trad, del editor.
E. B e l l i n i , Bibliografía su San Gregorio Nazianzeno:
Scuola catt. Suppl. bibliogr. 98 (1970) 165-181; H . L e c l e r c q , G régoire
de Nazianze: Diet. d ’Archéol. Chrét. et de Lit. 12 (1935) 1054-1065;
P. G a l l a y , G régoire de Nazianze. Les discours théologiques, traduits avec
introd. et notes (Lyon-Paris 1942); A . B e n o i t , Saint G régoire de Na
zianze. Sa vie, ses oeuvres et son ép oqu e: Nachdr. der Ausg. MarseilleParis 1886 (Hildesheim-New Y ork 1973); J. D r a s e k e , Neuplatonisches
in der G regorios von Nazianz Trinitàtslehre: Byzant. Zeitsch. 15 (1906)
141-160; A . F. W o l f s o n , T he Philosophy o f the Church Fathers, I (Cammirdge, Mass., 1956) p.l89s.370s.396s; R. A r n o u , U nité numérique et
unité de nature dans les Pères après le Concile de N icée: Greg. 15
(1934) 242-254; M . R ic h a r d , L ’ introduction du m ot «hypostase» dans
la théologie de l’Incarnation: Mélang. sc. rel. 2 (1945) 29-32; H . L e
c l e r c q , art. Grégoire de Nazianze:
Diet. Arch. Chrét. Lit. 6 (1925)
1677-1711; Q . C a t a u d e l l a , art. Gregorio Nazianzeno: Encicl. Catt.
(Roma 1949-1954) V I, 1088-1096; J. Q u a s t e n , Patrología I I (trad. esp.
por I. O ñ a t i b i a ) (Madrid 1962) 247-267.
B ib l io g r . g e n .:
SE G U N D O D ISCU RSO T E O L O G IC O
183 4. ... Tomemos, pues, com o punto de partida esta
otra idea: es difícil conocer a Dios; y el expresarlo, imposible,
como lo ha enseñado entre los griegos un filósofo que ha ha
blado de Dios, a mi juicio, no sin cierta intención, para dar,
por una parte, la impresión de decir algo difícil, y esquivar,
por otra parte, el reproche de expresar lo inexpresable. Por
mi parte, pienso que no es posible expresar lo que Dios es,
y que es menos posible aún el comprenderlo. Una vez que se
ha entendido algo, tal vez resulte fácil entonces el expresarlo,
si no suficientemente, al menos de una manera oscura a los
que no tengan los oídos o el entendimiento embotados. Por lo
demás, el comprender a un ser tan excelso es absolutamente
imposible e inviable no sólo a los desidiosos y a los que se
183-190 G a l l a y , o . c . Introd., p.V-XXIV.
183 P l a t ó n , Timeo 28c; G a l l a y , o . c . , p.34 nt.2; p.35 nt.l.
107
inclinen hacia la tierra, sino a aquellos que están colocados en
elevados puestos y son amigos de Dios, e igualmente a todos
los seres mortales, a los que las tinieblas y la espesura de la
carne se interponen para el conocimiento de la verdad. Por lo
que hace a los seres de un orden superior, los seres espiritua
les, yo no lo sé, ya que, como se hallan más próximos a Dios
y resplandecen con la plenitud de luminosidad, quizás perci
ban, si no del todo, al menos de una manera más perfecta que
nosotros, unos más que otros, según su orden o rango.
184 5. Pero basta ya de esto. La cuestión de que debe
mos tratar ahora es la siguiente: lo que sobrepasa toda mente
y todo pensamiento no es ya tan sólo la paz de Dios, ni todos
los premios que están reservados por las divinas promesas a
los justos: cosas que ni el ojo puede ver, ni el oído oír, ni la
mente captar y barruntar sino en grado muy exiguo, ni tam
poco el conocimiento exacto y acabado de las cosas creadas
(pues no abrigues la menor duda de que aun de esas cosas no
llegas sino a palpar sombras cuando oyes estas palabras de la
Escritura: «Contemplaré los cielos, obras de tus manos, y la
luna y las estrellas, y la razón firme y estable que en ellas está
plasmada», es decir, que ahora en la vida presente no lo ves,
pero que alguna vez lo verás). Mucho más que todas esas co
sas supera todo conocimiento y comprensión la naturaleza su
perior a todas ellas, y de la cual recibieron el ser. No quisiera
que se entendiese esto que digo com o si afirmase que no se
puede entender que Dios existe, sino que no se puede enten
der qué y cómo es: nuestra predicación no está vacía de sen
tido, ni nuestra fe es vana, ni es eso lo que sostenemos (no
sea que tomes pie de nuestra buena e ingenua intención para
acusarnos de impiedad y nos ataques diciendo que reconocemos
nuestra ignorancia). Pues va mucho de estar persuadido de que
algo existe, a conocer lo que eso pueda ser.
185 6. En efecto, que Dios existe, y que es la causa
universal y autosuficiente del universo, que lo ha producido
y lo conserva, es algo que nos lo enseñan tanto los ojos como
la ley natural. Los ojos, al contemplar las cosas visibles, las
ven perfectamente estables, y avanzar y moverse, por decirlo
así, sin movimiento; y la ley u orden natural nos lleva a des
cubrir por el raciocinio, por el espectáculo de las cosas bien or
denadas, al autor de ellas. ¿Cómo, en efecto, toda esta mole
184
185
G a l la y , o .c .,
G a l la y , o .c .,
p.35 nt.2; p.36 nt.3; p.37 nt.l;
p.37 nt.2; p.38 nt.l y 2.
M ig n e ,
o .c .,
p.32 nt.12.
San G regorio Nacianceno
Segundo discurso teológico
de cosas habría cobrado existencia o subsistiría, si Dios no les
hubiese dado el ser y las conserva? Si uno ve una cítara bella
mente ornamentada, bien acordada y fabricada, o si oye su
sonido, no le vendrá a las mientes más que el que la ha hecho
y el citarista, y tras ellos va su pensamiento, aunque por ven
tura no los conozca de vista. Lo mismo, a nosotros se nos
manifiesta con evidencia el autor del universo, y el que le ha
impreso el movimiento y lo conserva, aun cuando nuestra men
te no alcance a comprenderle. M uy lerdo tiene que ser el que
no llegue por sí mismo a eso, y no se percate de que es Dios
ese ser cuya imagen o representación nos hemos formado, o la
razón nos ha descrito...
inmutable, incorruptible, y todas las demás que se dicen de
Dios o en torno a Dios. Pues, ¿qué ganamos en orden a cono
cer su naturaleza y su manera de subsistir, con saber que no
tiene principio, que no experimenta cambio, que no está ence
rrado dentro de límites?
108
186
7.
¿Qué pensarás, en definitiva, que es D ios, si
tienes confianza en todos los recursos del raciocinio? ¿ A dónde
te llevará esta discusión, si la realizas bien, a ti, el gran filó
sofo, el gran teólogo, que te exaltas hasta las nubes? ¿Dirás
que Dios es cuerpo? ¿C óm o, entonces, será inmenso, infinito,
sin figura, impalpable, invisible? ¿O es que esos caracteres se
hallan también en los cuerpos? Pero eso es el colmo de la auda
cia: no es ésa la naturaleza de los cuerpos. ¿ O dirás que es
cuerpo, pero que no tiene esos caracteres? ¡Q ué espíritu tan
basto! : quieres que la divinidad no tenga nada más que nos
otros. Porque, ¿cómo le vamos a adorar, si es limitado? ¿Cóm o
se librará de constar de elementos, para después disolverse en
ellos y aun desaparecer por completo? La composición de ele
mentos trae consigo la lucha, y la lucha, la división, y la divi
sión, la desaparición, y ésta es extraña por completo en Dios,
el primer ser. Por tanto, nada de división, para que no haya
desaparición; ni lucha, para que no haya división; ni compo
sición de elementos, para que no haya lucha; por lo mismo,
tampoco hay que atribuir cuerpo a Dios, si no ha de haber
en El composición. Y así, remontándose el raciocinio, empalma
las postreras ideas con las primeras... (P G 36 ,3 0 C -3 4 E ).
187
9.
Por lo dicho, pues, nos es evidente que Dios no
es cuerpo. N i nadie de los varones inspirados por Dios ha di
cho jamás eso, ni aprobado, ni es ésa doctrina que se conozca
en nuestro redil. N o queda, pues, sino pensar que es incorpo
ral. Pero por mucho que digamos que es incorporal, no por
eso hemos comprendido con ello y abarcado su naturaleza,
como tampoco las denominaciones de ingénito, sin principio,
186 M
187 M
ig n e
,
ig n e
,
o .c ., 34 n t.19.
o . c . , p .36 nt 32.
109
188
El comprender totalmente lo que es, es tarea que le
queda por examinar y determinar al que posee a Dios y es más
perfecto en la contemplación. Porque así como no basta decir
que es cuerpo, o que ha sido engendrado, para expresar e indi
car lo que es sujeto de esas expresiones, sino que hay que de
cir lo que es en sí, si es que queremos representar completa y
suficientemente lo que estamos pensando (pues podría ser
hombre, o buey, o caballo eso que declaramos que es corpo
ral, engendrado y corruptible); de la misma manera, el que se
empeña en conocer la naturaleza del que es, no se parará en
decir lo que no es D ios; es menester que, además de decir
lo que no es, diga lo que es; tanto más, que es más fá
cil el captar un objeto que el excluir uno a uno todos los
demás, para así, por la negación de lo que no es, comprenderlo,
determinando lo que es. El que dice lo que una cosa no es,
silenciando lo que es, viene a hacer lo que el que, preguntado
cuánto son 5 por 2 , respondiese que no es 2, ni 3, ni 4 , ni 2 0 ,
ni 100, ni 3 0 , ni, en una palabra, ningún número inferior o
superior a 10, sin, por lo demás, decir que son 10, ni llevar
la mente del que oye a la solución del problema. Pues es mu
cho más fácil y más expedito el hacer ver lo que una cosa no
es, partiendo de lo que es, que el mostrar lo que es partiendo
de la exclusión de lo que no es: eso todo el mundo lo v e ...
(P G 3 6,36C ).
189
16.
. .. Nosotros, por el contrario, estamos ansio
sos por conocer a D ios, y no acepta nuestra razón el que el
mundo esté sin jefe ni piloto; después, contemplando las co
sas visibles y las que existen desde el principio, no se ha dete
nido ahí. N o es razonable, en efecto, el atribuir el poder supre
mo a seres que se hallan en igualdad de condiciones en punto
a ser sensibles, sino que por medio de ellos se ve conducida
a aquel que les es superior y por cuya influencia existen. ¿Quién
ha puesto en orden los seres celestes y los terrestres, todo lo
que hay en los aires y lo que hay en las aguas? O , más bien,
antes que eso, ¿quién ha establecido el cielo, la tierra, el aire
y el agua? ¿Quién los mezcló y separó? ¿Q ué relación mutua
189
P la tó n , Leyes
X
8 9 6 a -8 9 7 c;
G a l l a t , o .c .,
p .5 4
n t.2 .
110
San G regorio Nacianceno
Quinto discurso teológico
\
111
es esa que los une, esa cohesión, esa armonía? Aunque profe
rido por alguien ajeno a nuestra religión, alabo el dicho:
«¿Q u ién es el que mueve a esos seres y los dirige con un im
pulso perpetuo e irresistible? ¿N o será el artesano de todas
esas cosas, y el que puso en todas ellas la idea que mueve el
universo y lo gobierna? ¿ Y quién es ese artesano? ¿N o es el
que las hizo y les confirió la existencia? Pues, evidentemente,
no hay que atribuir ese poder al azar. Pero concedamos por
un momento que empezaron a existir por azar. ¿ A quién se
deberá el orden en que aparecen? Concedamos también, si así
place, que eso se deba al azar: ¿quién lo conserva y guarda
según la razón que dirigió su creación? ¿E l azar, o alguna otra
cosa? Es cosa clara que es algo distinto del azar; y eso distin
to, ¿quién podrá ser, sino D ios? A sí, la razón, que procede de
Dios, y que es connatural a todos, y la primera ley innata en
nuestras almas, nos ha conducido a Dios a partir de las cosas
visibles. Sea, pues, ése un nuevo punto de partida en nuestro
estudio.
— N o le falta nada— respondemos— : a Dios nada le falta.
Sino que es la diferencia de manifestación de las tres personas,
si me es lícito hablar así, o la diferencia de la relación que hay
entre ellas, la que ha dado origen a la diversidad de nombres.
Tampoco al H ijo le falta nada para ser el Padre (ya que la fi
liación no es un defecto), y, sin embargo, no por eso es el Pa
dre. Si no, por la misma razón habría que decir que al Padre
le falta algo para ser el H ijo, ya que el Padre no es el H ijo.
N o es cuestión, pues, de defecto o de inferioridad en la esen
cia, sino que en las expresiones: ser ingénito, ser gènito, y pro
ceder designamos al Padre, al H ijo y al Espíritu Santo de que
estamos hablando; de suerte que queda a salvo la distinción
de las tres Personas en la única naturaleza y dignidad de la
divinidad. El H ijo no es el Padre (pues no hay más que un Pa
dre), sino lo que es el Padre; ni el Espíritu Santo es el H ijo
por proceder de Dios (ya que no hay más que el H ijo unigé
nito) sino lo que es el H ijo. Los tres son algo uno en cuanto
190
17.
Lo que Dios es en su naturaleza y en su sus
tancia (o'iaía) ningún hombre lo ha descubierto jamás, ni lo
descubrirá. Si alguien ha de conseguirlo alguna vez, que lo ave
rigüe y examine quien lo tenga a bien. A mi modesto parecer,
llegará a descubrirlo cuando eso que hay de semejante a Dios
y divino, quiero decir, nuestro espíritu y razón, se una al Ser
con el cual está emparentado, y la imagen llegue a su ejemplar,
cuya atracción ahora siente. Esto me parece ser la cifra de toda
nuestra filosofía: que «un día nosotros conoceremos como so
mos conocidos» (1 Cor 13,1 2 ), A l presente, todo lo que nos
llega no es más que un exiguo arroyo, y como un tenue rayo
de una gran lumbrera. De suerte que, si algún hombre ha co
nocido a D ios, o se dice de él eso, lo ha conocido tan sólo en
cuanto que ha aparecido como más iluminado que otro, que
no dispuso de una tan gran luz. Y se llamó perfecto su cono
cimiento, no en sí, sino por relación a las facultades de los
demás (P G 36 ,4 6 D ).
des; así, ni la unidad es la que sostiene Sabelio, ni la Trinidad
Q UIN TO DISCURSO TEOLOGICO
191
9.
Pero, ¿qué es lo que le falta— se dice— al Espí
ritu (Santo) para ser el H ijo? Pues, si no le falta nada, sería
el Hijo.
190 G a l l a y , o .c., p .5 6 n t .l y 3 ; M i g n e , o . c . , 47 nt.97.
191-199 G a l l a y , o .c ., p .191 n t .l y 2 ; M ig n e , o .c . , 149 nt.91 y 92.
191 G a l l a y , o . c . , p .1 8 4 n t .l.
a la divinidad, y ese uno son tres en cuanto a las propieda
es esa pestífera división que ahora se defiende (P G 36,1 4 1 C ).
192
tión;
13.
Henos aquí ya ante el punto capital de la cues
y lamento el que una dificultad ya hace tiempo extin
guida y muerta por virtud de la fe, se vea ahora resucitada.
N o hay más remedio que hacer frente a los charlatanes y no
dejarnos vencer por abandono, cuando tenemos con nosotros
al Verbo y hemos asumido la defensa del Espíritu Santo. Si
hay un Dios, y además un Dios, y un Dios, ¿cómo no son tres
dioses? ¿ Y cómo no es una pluralidad de principios lo que ado
ramos? ¿Quiénes son los que hablan así? ¿Los que rayan más
alto en punto a impiedad, o los que ocupan en eso el segundo
lugar, es decir, los que se puede decir que de alguna manera
piensan bien sobre el H ijo? M i respuesta será, en parte, co
mún para ambos grupos; en parte, especial para estos últimos.
¿Por qué nos llamáis «triteístas», vosotros, que adoráis al H ijo
rechazando al Espíritu Santo? ¿N o sois vosotros mismos «di
teístas»? Porque, si rehusáis el adorar al H ijo único, clara
mente os colocáis entre los adversarios: ¿cómo, entonces, ha
bíamos de trataros con indulgencia, como a no muertos y ex
tinguidos del todo? Pero, si lo adoráis, y llegan a eso vuestras
buenas disposiciones, os preguntamos: ¿cómo os defenderéis,
si se os hace, del reproche de que adoráis a dos dioses? Si
tenéis a vuestra disposición una respuesta correcta, dadla, y así
San G regorio Nacianceno
Q uinto discurso teológico
nos mostraréis a nosotros el camino para responder por nues
tra parte: las mismas razones que a vosotros os servirán para
defenderos del reproche de adorar a dos dioses, nos valdrán a
nosotros para defendernos de que adoramos a tres. Así habre
mos ganado la causa, teniendo por abogados a vosotros, que
sois los acusadores: ¿hay cosa más gentil?
195 17. Por lo que hace a los argumentos con que tra
tas de destruir esa unidad que nosotros admitimos, no sé si
tomarlos com o los de uno que se está chanceando, o que habla
en serio. ¿Cuál es, en efecto, tu manera de razonar? Las cosas
que son de la misma esencial ¿(roo-jota) pueden ser contadas, di
ces (esto es, pueden ser reunidas en un mismo número); y las
que no son de la misma esencia no se pueden contar. Así que
vosotros— nos dices— no podéis evitar, conforme a ese prin
cipio, el hablar de tres dioses; en cambio, nosotros ni siquiera
tenemos peligro de hacerlo, al no decir que tienen la misma
esencia. Y así, con una sola palabra te libras de las dificulta
des y sales vencedor, pero con una victoria bien mísera y fu
nesta para ti: procedes com o los que, por miedo a la muerte,
se ahorcan. Por no tomarte el trabajo en defender la unicidad
de principado, has negado la divinidad, y has puesto en ma
nos de los adversarios lo que pretendían. Por mi parte, yo no
traicionaré a aquello que adoro, por mucha molestia que ello
me cueste. Por lo demás, no veo de dónde me podría venir
tal molestia.
112
193 14. ¿Cóm o luchar ahora a la vez contra los dos
grupos de adversarios? ¿Qué les diremos?
— Para nosotros no hay más que un solo Dios, porque no
hay más que una sola divinidad, y a la unidad retornan los
que de ella vienen, aunque creemos que son tres (personas).
Pues no es el uno más Dios, y el otro menos Dios; ni el uno
antes y el otro después; ni están divididos en la voluntad, ni
tienen repartido el poderío, ni se encuentra en ellos nada de
lo que se da en los seres divididos; sino que, por decirlo en
una palabra, la divinidad está sin división en los que son dis
tintos y una como única fusión de la luz en tres soles compe
netrados entre sí. Así, cuando consideramos la Divinidad, y la
Causa Primera, y el Principado único, es algo uno lo que se nos
presenta; mas cuando consideramos aquellos en los que se
halla la Divinidad y a los que vienen o salen de esa Causa
Primera sin sucesión temporal y con paridad de gloria, son tres
los que adoramos.
I..
|
194 15. Pero, ¿qué?— se nos podrá decir— : ¿no reco
nocen también los griegos, com o lo enseñan sus mayores filó
sofos, una única Divinidad, y, entre nosotros, los hombres, una
única Humanidad, todo el género humano, y, sin embargo,
para ellos hay muchos dioses, y no uno solo, y lo mismo mu
chos hombres?
Pero en esos casos la comunidad no es algo uno mas que
por la consideración de la mente, y los individuos están dividi
dos entre sí completamente por el tiempo, sus pasiones y sus fa
cultades. Nosotros no sólo somos seres compuestos, sino opues
tos, tanto unos contra otros com o a nosotros mismos, que no nos
mantenemos idénticos ni siquiera en el espacio de un día, cuán
to menos durante toda la vida, sino que estamos sujetos a un
continuo flujo y cambio tanto en el cuerpo com o en el alma.
Y no sé si habrá que decir lo mismo aun de los mismos ánge
les y de toda naturaleza superior, inmediatamente después de
la Trinidad, aunque siendo, por otra parte, simples, y estando
próximos a la Bondad Suprema, se hallan mas fijos en su
orientación al Bien.
113
196 18. Las cosas que son de la misma esencia (ópooúaia)
—-dices pueden contarse, y las que no son de la misma esen
cia, se designan separadamente. ¿De dónde sabes tú eso? ¿Y
de qué doctores o urdidores de fábulas lo has recibido? ¿N o
sabes que todo número denota la cuantidad de las cosas en
cuestión, y no su naturaleza? Por mi parte, yo soy un hombre
tan simple, o, por mejor decir, tan ignorante, que llamo tres a
aquellas cosas que se distinguen numéricamente, aun cuando
sean de naturaleza diferente; y llamo uno, y uno y uno a otras
tantas unidades, aun cuando se trate de seres que coinciden
en la naturaleza, no fijándome más en las cosas que en su cuan
tidad, en atención a la cual se hace la numeración... (P G 36
148Bss).
. 197 19. Pero para mí— dice— se pueden contar y de
cirse de ellas que son de la misma esencia, aquellas cosas que
se expresan con el mismo nombre: como, por ejemplo, tres
hombres, tres dioses, pero no tales o cuales cosas de tales o
cuales naturalezas.
— ¿Qué respuesta es ésa? La de un hombre que trata de
le
Á
Í ^ R a?-U’ VnÁ t é
num êri^u e e‘ « n i t i d e nature ch ez les P ères après
N icee: Greg. 15 (1934) 242-254.
196 G a l l a y , o .c .,
p . 196 n t . l .
San G regorio Nacianceno
Q uinto discurso teológico
legislar sobre los nombres, y no buscar la verdad. ¡A esa cuen
ta podré yo también decir que Pedro, Pablo y Juan no son
tres, y no tienen la misma naturaleza mientras no se hable de
tres Pedros, de tres Pablos, o de tres Juanes! Pues el principio
que tú has observado respecto de los nombres de significación
general, ese mismo lo reclamamos nosotros, siguiendo tu so
fisma, respecto de los nombres de significación particular: obra
rías injustamente si no concedes lo que tú mismo has asu
m ido...
Padre, la segunda al H ijo, y la tercera al Espíritu Santo. ¿Qué
habrías hecho, si cada una de ellas la encontrases atribuida
constantemente a cada una de las personas, ya que, aunque
todas se aplican indiferentemente a todas ellas— como es cla
ro al que pone diligencia en observarlo— , introduces tú entre
ellas tal grado de desigualdad en dignidad y en naturaleza?...
(PG 36,153B).
114
198 ¿Y qué te parece del término xapxtvoc; (cáncer)? ¿No
es a la vez un animal, un instrumento y una constelación? ¿Y
el término xócov (can)? ¿N o es el que anda por la tierra, el del
mar, y la constelación del can? ¿N o te parece que hablamos
de tres xapxívot y de tres canes? Evidentemente. ¿Son, por eso,
de la misma naturaleza? ¿Quién en su sano juicio osará afir
marlo? ¿Ves cómo con estas réplicas se ha venido abajo toda
tu argumentación sobre las condiciones de la numeración de
las cosas? Si no siempre las cosas que son de la misma esencia
se cuentan necesariamente formando un número, y, por el con
trario, las cosas que no tienen la misma esencia se cuentan a
veces, conservándose en ambos casos la identidad de nombre,
¿qué te queda de tus teorías?
199 20. Otro punto quiero destacar, tal vez no fuera
de propósito y razón: ¿no suman 1 y 1, 2, y no se resuelve
2 en 1 y 1? Evidentemente. Entonces, si, según tú sostienes,
son de la misma esencia las cosas que se adicionan, y de dis
tinta esencia aquellas a las que se disocia, ¿qué sucede? Que
las mismas cosas son a la vez de la misma esencia y de dife
rente esencia. Y o me río de ti con tus adiciones y tus sumas,
de las que estás tan ufano, com o si la naturaleza de las cosas
estuviese cifrada en el orden de colocación de las palabras.
Pues si fuese eso así, ¿por qué no, conforme a tu manera de
pensar, toda vez que la Sagrada Escritura nombra a las mismas
cosas ya en un orden, ya en otro, a causa de la común dignidad
de la naturaleza, no han de ser también en sí mismas unas
veces más nobles, y otras menos? Y la misma observación
hago respecto de los términos Dios y Señor, así com o de las
preposiciones de el cual, por el cual y en el cual, en las cuales
tú tratas de encuadrar a la divinidad, asignando la primera al
198 G a l l a y , o . c . , p .1 9 7 n t . l .
199
G a lla y ,
o .c .,
p.200 nt.2.
115
D e la creación del hombre
SAN GREGORIO NISENO
(335P -394)
O b r a s p r in c ip a l e s d e in t e r é s
f il o s ó f ic o :
IU pt -/axctazsufj:; ¿vOpcú-
r.oo (« D e hominis opificio» = D e la creación del hom bre) (379?); Aó-yoc;
■/.azrpfrpza.og ó ¡lifo: (O ratio catechetica magna) (385?); IU pt
. '/ al
ávc(3 xdaeu)í (Dialogus de anima et resurrectione qui inscribitur Macrina)
(380); U p ó ; Küvóaiov dvxiporjxizot
(«A dversus Eunom ium» = Con
tra Éunom io) (380-383);' 'Fjx xA v xoivöiv ivvo'.óiv («E x communibus notionibus» = D e las nociones com unes) (390?); U p ó ; AS/.ajim v, r t p
xoD vií¡ etvai x p s ;; O e o ú ; ( « A d Adlabium, quod non sint tres dii» = A Adlabio, que no hay tres dioses).
D e la creación del hombre: M i g n e , PG 44,
la resurrección: ibid., 46,11-160; Contra Eunomio:
Adlabio, que no hay tres dioses: ibid., 45,115-136;
D e las nociones comunes: ibid., 45,175-186. Trad. del editor.
E d ic io n e s
u t il iz a d a s :
125-256; D el alma y
ibid., 45,237-1122; A
B i b l i o g r . g e n .:
M. M.
B ergadá,
Contribución bibliográfica para el
Centro de Est. de Filos, mediev. (Buenos
Aires 1970), Stromata 25 (1969) 79-130; M. H , Ecriture et culture
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de C hevetogne (22-26 sept. 1969) (Leiden 1971); M.
P
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colloque sur Grégoire de N ysse (Chevetogne 22-26 sept. 1969): Irénikon
42 (1969) 540-546; J. D
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sur Grégoire de Nysse: Actes du Colloque de Chevet., p.3-17; Id., G re
gory of Nysse: Month 25 (1961) 96-105; Id., La chronologie des oeuvres
de Grégoire de Nysse: Stud. Patrist. p .159-169; P. G
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de Nysse: Dict. Théol. Cath., VI c.1847-1852; R. A
, art. Platonisme:
Dict. Theol. Cath., X II c.2344ss; Ü
-G
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schichte der Philosophie: Zw. Teil, p.83-90 (Bibliogr. p.660-661);
J. F . C
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gor von Nyssa: Vigil, christ. 9 (1955) 103-128; J. Q
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(trad. esp. de I. O
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natures chez G régoire de Nysse: Rev. Thom. 68 (1968) 533-582;
J. L
, G régoire de Nysse. La création de l’homme (Paris 1943).
estudio de G regorio de Nyssa:
arl
van
arys
a n ié l o u
odet
rnou
berw eg
eyer
allahan
olker
uasten
ñ a t ib ia
117
y concurriendo todas sus partes para constituir un conjunto or
denado, toda la creación no necesitó, por así decirlo, de un po
der especial de Dios, sino que al punto surgió respondiendo
a su designio. En cambio, a la creación del hombre le pre
cede una deliberación, y el artífice proyecta cómo va a ser la
obra. A sí, cómo ha de ser el hombre, a qué ejemplar o modelo
debe ser semejante, para qué ha de ser creado, de qué facul
tades ha de ser dotado y sobre quiénes han de tener poder,
todas esas cosas las prevé y dispone el Logos, de suerte que
el hombre llegue a alcanzar su dignidad propia antes de su
nacimiento, antes de tomar posesión de su principado sobre
todas las cosas. «D ijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra
imagen y semejanza, y tenga poder sobre los peces del mar,
y los animales de la tierra, y las aves del cielo, y sobre los
cuadrúpedos, y sobre toda la tierra» (G en 1 ,26). ¡Cosa admi
rable! El sol es creado sin que preceda ninguna deliberación
y lo mismo el cielo: los dos seres que no tienen igual en la
creación. Con una sola palabra surge tal maravilla, sin que se
diga de dónde ni cómo han sido hechos. Y el mismo proce
der se observa respecto de los otros seres: el éter, los as
tros, el aire que está entre ellos y nosotros, el mar, la tierra,
los animales,las plantas, todas ellas vienen a la existencia
con una sola
palabra de Dios. Sólo para crear al hombre
se dispone ese Creador del universo con cierta reflexión: de
suerte que prepara primero la materia de la obra, señala des
pués el ejemplar a cuya imitación se ha de hacer, se propone
el fin por el cual ha de crearlo y, por fin, produce a una
naturaleza semejante a sí y parecida en sus facultades, que
sea apta para la obra proyectada (P G 4 4 ,1 3 3 C -1 3 6 B ).
choem ann
ouch et
C a p ít u l o
XIV
aplace
DE LA CREACION DEL HOMBRE
C a p ít u l o
III
La naturaleza del hombre es más estimable que cualquier otra
creatura de las que vemos
200
También es una cosa digna de consideración el he
cho de que, siendo este mundo nuestro de tales proporciones,
2 0 0 J . T . M u c k l e , The doctrine of Gregory of Nyssa on Man as the Image
of God: Mediaeval Studies 7 (1945) 55-84; M. M. B e r g a d á , El puesto del
201 . . . Aunque, en lo que llevamos dicho, hayamos sos
tenido que se dan tres variedades
o diferencias en la facultad
que tenemos de vivir, de suerte que una es la vida que es
capaz de nutrición, pero no siente, y otra, la que se nutre y
siente, pero carece de razón, y otra, en fin, la que posee razón
hombre en el cosmos en el «De hominis opificio-» de Gregorio de Nysa: Eidos 2
(1970) 46-68.
200-207 L. R e b e c c h i , L‘antropología naturale di S. Gregorio Nisseno' Div
Th. (Pi) 46 (1943 ) 76-195; 309-341; E. W . M o i . l e r , .Gregorii Nysseni doctrina
de natura humana (Halle 1854): G. B. L a n d n e r , The philosophical Anthropologie of S. Gregory of Nyssa: Dumberton Oakt Papers (Cambridge, Mass.), 12
(1958) 59ss.
San G regorio Niseno
D e la creación del hombre
y es perfecta y se halla difundida por todas las demas facul
tades y en ellas existe y tiene como la plenitud de la inteli
gencia, no se debe pensar, por eso, que hay tres almas^ en
el compuesto humano, separadas entre sí por sus propios lími
tes, de suerte que haya que concebir que la naturaleza huma
na viene a ser un sincretismo de varias almas. La auténtica y
perfecta alma es una sola, por naturaleza, la racional, inmate
rial, unida o mezclada a la naturaleza material por medio de
las sensaciones. En cambio, lo que es del orden material, está
sujeto al cambio y a la alteración, y si participa de la poten
cia psíquica, tendrá el movimiento del crecimiento, y si esta
privado de ella, su movimiento se resolvería en su propia
destrucción. Por eso, no hay sensación o sensibilidad fuera
de la naturaleza material, ni se ejerce poder de sentir fuera de
la potencia racional (P G 44,176 B-C).
rá. Y así, se halla en nosotros reproducida la idea de toda
belleza, y toda virtud, y toda ciencia, y cuanto se pueda pen
sar de excelente.
118
C a p ít u l o
XVI
Análisis del texto: «Hagamos al hombre a nuestra imagen
y semejanza»
202 ... Dios, por su naturaleza, es un bien tan grande
cual no se puede pensar; o, mejor dicho, estando más allá de
todo bien que se pueda pensar ni imaginar, no creó al ser
humano más que porque era bueno. Siendo de esa condi
ción y habiendo tenido tal razón para crear la naturaleza hu
mana, no le comunicó a medias la eficacia o el poder de la
bondad, haciéndole don de algo de lo que tenía, y rehusán
dole lo demás por celos, sino que se mostró dechado perfecto
de bondad al hacer de la nada al hombre y colmarle de todos
sus dones. Estos son sin cuento, y no se les puede fácilmente
enumerar; por eso, como en cifra y compendio, se los declara
a todos al decir que el hombre fue hecho a imagen de Dios.
Pues eso tanto vale como decir que la naturaleza humana
fue llamada por Dios a la participación de todos los bienes. En
efecto, si Dios es la plenitud de todos los bienes, el hombre
es su imagen: a no dudarlo, en el ser plenitud de todos los
bienes, la imagen, conformándose al modelo, se le asemeja2 0 2 J. T .
M u c k le , o .c .;
R. G ille t .
L'hom m e, cuvtnisateur cosmique dans
la pensée de S. Greg. de Nysse: Stud. Patr.
6 (1 9 6 2 ) 441ss.
2 0 2 -2 0 5 G . L . R i t a c c o , Los com p on en tes de la imagen divina en . e l hom bre
según e l « D e hom inis o p ificio » d e G regorio de Plisa: Patrist. et Madiaev 1
( 1 9 7 5 ) 4 9 -7 6 .
119
203 Entre otros dones, tenemos el de ser libres de toda
necesidad en el obrar y el no estar sujetos a ninguna fuerza
natural, siendo dueños de elegir lo que queremos. Pues la vir
tud es algo no sujeto a imperio alguno, y espontáneo, y lo
que es impuesto por la fuerza no puede ser virtud. Cierto; si
en todo reproduce la imagen la belleza del ejemplar y no se
diferencia en nada, ya no será una semejanza, sino que será
un trasunto en todo de él, del cual no se podrá discernir. ¿En
qué, entonces— dirás— , podremos apreciar la diferencia que
hay entre Dios y la imagen que lo representa?
— En que Dios es increado, y el hombre ha recibido la
existencia por creación. Y a esta diferencia fundamental acom
pañan otros caracteres. Es cosa, en efecto, absolutamente reco
nocida por todos que la naturaleza increada es inmutable y que,
por el contrario, la creada no puede subsistir sin experimentar
continuos cambios. Pues el mismo tránsito del no ser al ser
es una suerte de movimiento y cambio o mutación del ser al
ser, verificado por la divina voluntad... Por lo cual, como el
ser increado permanece siempre el mismo, y el creado, en cam
bio, empezó a existir en virtud de una suerte de cambio o mu
tación, y tiene una manera de ser afín a ella, por eso el
que vio todas las cosas, como dice la profecía, antes de que
empezasen a existir, impuso a la imagen la distinción entre
macho y hembra, distinción que, como hemos dicho, no apun
ta al ejemplar divino, sino que tiene afinidad con la naturaleza
irracional... Cuando se dice que Dios creó al hombre, pen
samos que con lo indefinido del término se designa toda
la naturaleza humana. Pues a eso que fue creado no se le
impuso el nombre de Adán, como dice la narración en lo que
sigue: el nombre que le fue impuesto no es el de este indi
viduo, sino el de lo universal.
204 Por eso, ese término universal de la naturaleza nos
lleva a recapacitar en que la providencia divina y su poder
abárcó a toda la naturaleza humana en la primera creación.
Pues en las cosas hechas por Dios no hay nada que quede
203 E. F e r g uson , God’s infinity and man’s mutability: perpetual progress
accordmg to Gregory of Nyssa: The Greek Orthodox theol. Review 18 (1973)
Mrt' DI ? TEFAN°. ha liberta radicale dell’imagine secondo S. Gregorio di
C r T 'y Ib - (P‘ i 75, <1972> 431'454; j- Daniélou, L’étre et le temps chez
'oregotre de Nysse (Leiden 1970).
San Gregorio Niseno
Contra Eunomio
sin determinar, sino que a cada ser le ha sido señalado por
la sabiduría de su hacedor su límite y medida. Así, pues,
com o cada hombre individual tiene su estructura definida,
y podemos discernir el ámbito de su persona, encerrado en
su cuerpo, así pienso yo que Dios, con su providencia om
nipotente, abarcó en un cuerpo la plenitud de la naturaleza
humana, y que eso quieren darnos a entender las palabras:
«H izo Dios al hombre, y lo hizo a su imagen». La imagen
de Dios, en efecto, no se puso en una parte de la natura
leza, ni su gracia en uno de los que vemos que pertenecen
a ella, sino que tal poder perteneció por igual a todo el gé
nero humano.
perder ninguno de los caracteres que le competen por natu
raleza, sean las que sean las vicisitudes por las que pase el
cuerpo. Hay que exceptuar la alteración que puede sobreve
nir a la idea por causa de una enfermedad; pues entonces
la deformidad proveniente de la enfermedad viene a ser como
una máscara que se apodera de la idea; pero si se la reti
ramos con el pensamiento, como sucedió con Naamán el si
rio (4 Re 5 ,lss) y los diez leprosos de que habla el Evan
gelio, no podrá menos de aparecer en todo su esplendor la
idea, una vez liberada, por la salud, de la enfermedad que
la velaba (P G 44.225D-227B).
120
205 Una señal de ello es que la mente reside por igual
en todos: todos tienen la facultad de pensar y de deliberar
y están dotados de todos aquellos dones por los cuales es
reproducida su imagen de la naturaleza divina. En igual con
dición se hallan el hombre que fue hecho en la primera crea
ción y el que vendrá a la existencia en la consumación de
los tiempos, ya que uno y otro son portadores de la imagen
divina. Por eso un solo hombre fue denominado la huma
nidad en su totalidad, ya que para la potencia de Dios nada
hay pretérito ni futuro, sino que con su poder, que se ex
tiende a todo, está en posesión de todo lo que ha de venir
como si estuviese ya presente. En conclusión, pues, toda la
naturaleza humana, desde los primeros hasta los últimos hom
bres, es una única y verdadera imagen del que es, y la dis
tinción del sexo masculino y femenino fue algo añadido, se
gún pienso, al final de la obra ya hecha (P G 44,18A-188D).
C a p ítu lo
X X V II
206 No hay que pensar, pues, que todo nuestro ser fluye
y está sujeto a cambio, pues no hay posibilidad de cono
cer lo que no tiene ninguna estabilidad. Lo exacto es decir
que hay algo en nosotros que es estable, y algo que cambia
y varía. Cambia el cuerpo por el crecimiento y la disminu
ción, y las diversas edades de la vida vienen a ser com o los
vestidos que sucesivamente viste. Por el contrario, la idea
permanece siempre la misma, inaccesible a todo cambio, sin
205 M . C . de R . M ontero P acheco , A dimensao temporal definidora duma
antropología em S. Gregorio de Nyssa et Bergson: Actas Assem bleia in E st.
filos. Braga 29-31 out. 1967 (Braga 1969) p.153-164.
206 R. A r nou , Platonisme: D ic t. T h éol. Cath. 12 c.2346.
121
C O N T R A E U N O M IO
LIBRO I
207 El primer hombre, y el que de él fue engendrado, al
canzaron la existencia uno y otro de diversa manera: el uno
por la unión de sus padres, el otro formado de la tierra, y
se les tiene com o dos seres distintos, y en la razón de la esen
cia no se distinguen entre sí, ni se dice que sean dos sustan
cias sin principio y opuestas entre sí, ni se ha pensado nunca
que sean uno los dos, como se hace en esa TsxpaXoyt'ot, hasta
el punto de hacer a muchos su propio padre y, a su vez,
su propio hijo. Ambos son hombres, éste y aquél, y la ra
zón de la esencia es común a ambos: ambos mortales, am
bos racionales, ambos capaces de pensar y de adquirir cien
cia. Si, pues, la razón de la naturaleza humana en Adán y
Abel no sufre variación por razón del diverso modo de ge
neración, al no inducir ésta ningún cambio de la naturaleza
ni en el orden ni en el modo de la existencia, sino que todo
permanece igual, com o reconocen todos los que piensan bien,
sin que lo niegue nadie, de no estar muy necesitado de elé
boro, ¿qué fuerza Ies impulsó a éstos a imaginar en la na
turaleza divina semejante conseja? (P G 45,404B-C).
LIBR O III
208 A fin de que veamos con más claridad lo que se nos
dice sobre este punto, recorramos de nuevo el estado de la
207, 208 R. A r n o u , a.c.; S. G o n z á l e z , S. J., El platonismo de San Gregorio
de Nisa: Greg. 20 (1939) 189-206; R. H. A r m s t r o n g , Platonic Elements in
St. Gregory of Nyssa’s Doctrine of Man: Domin. Stud. 1 (1948) 113-121.
San G regorio Niseno
Sobre el alma y la resurrección, o « Macrina»
cuestión: el Creador del universo hizo en el principio la natu
raleza humana a una con todas las cosas, y, después de ser
hecho Adán, instituyó para el género humano la generación
que resulta de la unión mutua, diciendo: «Creced y multipli
caos» (Gén 1,28). Habiendo recibido, pues, Abel la existen
cia por vía de generación, ¿quién que esté en su sano juicio
dirá que Adán recibió la existencia no por vía de genera
ción, en el mismo sentido en que se habla de generación
humana? Mas el primer hombre tuvo en sí todo el término
de la esencia humana, y el que de él fue engendrado es des
crito como poseyendo igualmente la razón de esa misma esen
cia. Si hubiese sido una esencia engendrada diversa de la no
engendrada, no se hallaría en ambos la misma razón de esen
cia; en aquellos cuya esencia es diversa, no se halla la mis
ma razón (definición) de esencia. En consecuencia, com o se
describe con los mismos caracteres a la esencia de Adán y a
la de Abel, por fuerza hay que reconocer que en ambos se
da una única esencia y que se presentan como dos individuos
distintos de la misma naturaleza. Adán y Abel, en efecto, en
la razón de la naturaleza, son dos que son uno; pero en las
propiedades que observamos en cada uno de ellos guardan
entre sí una distinción inconfundible. Hablando, pues, pro
piamente, no se ha de decir que Adán engendró una esen
cia distinta de él, sino, más rigurosamente, que de sí mismo
engendró otro él mismo: con el cual fue a la vez producida
la razón toda de la esencia generante (P G 45,592C-D).
berá durar por siempre, pero que no nos ofrecen razones
para que aceptemos esa creencia; parece, más bien, que nues
tro espíritu servilmente acepta por miedo algo que se le
manda, y no que asiente voluntariamente a algo que se le
propone. De ahí que sentimos gran pesar por nuestros muer
tos, al no saber con ciencia plena y cierta si existe tal causa
que pueda devolver la vida, y dónde y cóm o, o si más bien
no se da en parte alguna. Pues la incertidumbre de lo que
es la realidad hace igualmente probables a las opiniones con
trarias sobre este punto. A muchos les parece una cosa; a
otros, otra; y entre los griegos hay pensadores que gozan de
gran prestigio en filosofía, que sostienen y defendieron esos
extremos.
122
SOBRE EL A L M A Y L A RESU R RECCION , O «M A C R IN A »
209 M a c r i n a .— ¿Es que te perturba y angustia el miedo
de que el alma no dure por siempre, sino que cese de existir
ella también cuando se disuelva el cuerpo?
Y o (que todavía no me había recobrado de la enfermedad
y del trastorno que me había acarreado) le di una respuesta
un tanto audaz e insolente, sin reparar del todo en lo que
decía. Le dije que las palabras de Dios se asemejan a unos
preceptos y edictos que nos imponen el creer que el alma de209-221 M. P e l l e g r i n o , II Platonismo di S. Gregorio Nisseno nel Dialogo
intorno all’anima e alia risurrezione: Riv. Fil. nesc. 30 (1938) 437-474;
437-474; J. P. C a v a r n u s , Gregory of Nyssa on the Nature of the Soul: The
greek Orth. theol. Rev. (1955) p . 135-150; J. C . v a n W i n d e n , Grégoire de
Nysse, De anima et resurrectione: Vig. christ. 7 (1953) 154-256; J. D a n ié L O U ,
ha résurrection d,es corps chex Grégoire de Nysse: Vig. christ. 7 (1953) 154-170.
123
210 M a c r i n a .— Deja a un lado las vaciedades que oyes
a otros, con que el inventor de la mentira ha adobado falsas
opiniones con detrimento de la verdad. Tú atiende a esto:
que el pensar así sobre el alma no es otra cosa que el dar
la espalda a la virtud, y fijarse tan sólo en lo que en la vida
presente es agradable y placentero, y el no fomentar la es
peranza de la vida que se extiende en siglos infinitos y en
la cual brilla y campea únicamente la virtud.
211 G r e g o r i o .— ¿Y cómo podremos llegar a obtener una
convicción firme, estable, fija e inmutable de que el alma per
dura en la existencia? Pues yo mismo echo de ver que la
vida humana carecería de la cosa más hermosa de la vida (es
decir, de la virtud) si no llegase a formarse en nosotros una
convicción firme y libre de ambigüedades sobre esta materia.
¿Cómo, en efecto, puede existir la virtud en aquellos que
están persuadidos de que toda la existencia se cierra en esta
vida y no esperan nada después de ella?
212 M a c r i n a .— Luego tendremos que ponernos a inves
tigar por dónde convendría empezar esta discusión nuestra
sobre este punto. Y , si te parece bien, encárgate tú de ex
poner y defender las opiniones y teorías contrarias. (Pues veo
que te gustaría el asumir ese papel).
G r e g o r i o .— ¿N o vendrán a decir los que sostienen la
opinión contraria, que el cuerpo, por ser compuesto, se disuel
ve completamente en los elementos de que consta? Ahora
bien, una vez disuelta la unión de los elementos del cuerpo,
cada uno de ellos tiende a ir, por inclinación y tendencia na-
San Gregorio Nisetio
Sobre el alma y la resurrección, o M a crin a »
tural, a su propio lugar, restituyendo a cada uno su propia na
turaleza, en virtud de cierta atracción necesaria, lo que le es pro
pio. Así, lo que hay en nosotros de cálido se reunirá de nue
vo con lo cálido, y lo que es de tierra, con lo sólido y duro;
y lo mismo cada uno de los demás elementos es reducido
y vuelve a su semejante. ¿Dónde estará el alma después de
esto? Si alguno sostiene que es uno de los elementos, tendrá
que conceder necesariamente y asentir que correrá su misma
suerte. Pues no hay posibilidad de que se verifique una mez
cla de una naturaleza diversa, y si esto sucediere, aparecerá
con un aspecto variadísimo, al constar de cualidades opues
tas. Ahora bien, lo que es variado no es simple, sino que
se presenta como compuesto, y lo que es compuesto es tam
bién necesariamente disoluble. Mas la disolución es la corrup
ción de lo que es compuesto, y lo que se corrompe no es
inmortal; de otra suerte, también de la carne se dirá que es
inmortal, pues se disuelve en sus elementos. Y si el alma es
algo diverso de los elementos, ¿dónde dicta la razón que
ella exista, ya que no se la encuentra entre los elementos, al
ser de naturaleza diversa de ellos, y no hay ninguna otra
cosa en el mundo en la cual puede hallarse el alma de una
manera conveniente a su propia naturaleza? Ahora bien, lo
que no está en ninguna parte, no existe en absoluto... (PG
46,17A-21A).
214 G r e g o r i o .— ¿Qué es, pues, el alma? Si es que es
posible de alguna manera descubrir su naturaleza, de suerte
que podamos así llegar a declarar lo que nos habíamos pro
puesto.
124
213 G r e g o r i o .— ¿Cómo pueden llegar al conocimiento
del alma por las manifestaciones que se ven en el cuerpo,
aquellos que se dedican a investigar lo oculto por las señales
externas?
M a c r i n a .— La misma alma, acomodándose al célebre pre
cepto, proporciona com o idónea y muy capacitada muestra
a los que desean conocerse a sí mismos los conocimientos y
convicciones sobre ella, a saber, que es una sustancia inma
terial e incorpórea, que obra y se mueve conforme a su na
turaleza y que manifiesta sus propias convicciones por medio
de los órganos corporales. La disposición de tales órganos per
dura después de la muerte en los que han fallecido, pero
como no está en ellos ya la fuerza del alma, no ejerce ningún
movimiento ni acción. El movimiento se da cuando hay sen
sibilidad en los órganos, y por medio de la sensibilidad la
facultad de pensar mueve, con sus propios impulsos, hacia
donde le place, los órganos corporales.
125
M a c r i n a .— Unos la explicaron de una manera; otros, de
otra, definiéndola según mejor les parecía. Nuestro sentir so
bre ella es éste: el alma es una sustancia producida, viviente,
intelectual, que comunica por sí a un cuerpo orgánico y sen
sible la facultad de vivir y de percibir lo sensible, mientras
sea capaz de ello la naturaleza de tal cuerpo. (Y al decir esto,
señalaba con la mano al médico que le asistía para atenderla
en su enfermedad.) Allí tenemos una prueba de todo lo que
vamos diciendo: ¿En virtud de qué, éste, con la aplicación
de sus dedos al pulso, oye de alguna manera por el sentido
del tacto a la naturaleza que le clama y le comunica sus acha
ques y enfermedades, y percibe que la enfermedad corporal
se origina de cierta tensión y que la dolencia ha tenido su
comienzo en tales visceras, y que el ardor de la fiebre dura
rá tanto? Y de otras cosas se informa por la vista, al obser
var la figura y aspecto del enfermo, y el deterioro de los
miembros...
215 ¿Podría todo esto tener lugar si no estuviese presen
te en cada instrumento sensorial una fuerza que sólo percibe
el alma y es objeto del conocimiento de la inteligencia? ¿De
qué nos podría informar la mano si la inteligencia no guiase
al tacto en el conocimiento de lo que experimenta? ¿Qué
ayuda nos podría prestar el oído separado de la inteligencia,
o la vista, o el olfato, o cualquier otro sentido, si se hallase
solo? Y lo que es la verdad más cierta, que alguien bien in
formado en las letras ha bellamente formulado: la mente es la
que ve, la mente es la que oye. De no admitirse esto, ¿cómo
tú, al mirar al sol com o aprendiste del maestro a hacerlo,
no dices que tiene las dimensiones que cree el vulgo, sino
que supera en grandeza a la tierra en una proporción in
mensa?
Una vez que has seguido con tu mente, por lo que podías
observar, los movimientos determinados y las distancias e in
tervalos de tiempo y espacio, y las causas de los eclipses, ¿no
dictaminas con seguridad confiada que ello es así?... (P G
46,29B-32B).
214-215 M. B. v o n S t r i t z k y , Zum Vroblem der Erkenntnis bei Gregor von
Nyssa (Münster 1973); A. W e i s w o r m , The Nature of Human Knowledge
according to S. Greg. of Nyssa (Washington 1953).
San Gregorio Niseno
Sobre el alma y la resurrección, o « Macrina»
216 Se pregunta, pues, qué tenemos que pensar que es
el alma en su esencia. El que desee saber lo que es, acogiendo
sin dudas lo que hemos demostrado de su actividad, podrá
conseguirlo con toda facilidad. Si piensa que no es lo que es
perceptible por los sentidos, ni color, ni figura, ni la dureza,
ni la gravedad, ni la cuantidad, ni lo que se divide en tres
dimensiones, ni posición en lugar, ni nada de lo que se apre
cia en la materia, conoce que es algo distinto de todas esas
cosas.
hecho a imagen de otra cosa, tiene en sí completamente la
semejanza del ejemplar: la intelectual, de lo que es inteligen
te; la incorpórea, de lo que es incorpóreo, y, como ello, ca
rece de toda mole corporal y, asimismo, está libre de toda
dimensión. Pero, por lo que hace a la peculiaridad de su na
turaleza, es algo diverso. Pues no sería ya imagen si se iden
tificase completamente con ella en todos esos caracteres, sino
que en aquellos en que se muestra la naturaleza increada, en
esos mismos la creada se presenta; así com o en un trozo
pequeño de vidrio, cuando le da el sol, se ve todo el sol,
no apareciendo en él todas sus proporciones o magnitud, sino
en cuanto (en la medida) en que es capaz de reflejarlo la
pequeñez del trozo de vidrio, así, en la pequeñez de nues
tra naturaleza se reflejan las imágenes de esas propiedades
incomprensibles de la divinidad, de suerte que nuestra razón,
llevada com o de la mano por ellas, ni decaiga ni descarríe en
el conocimiento de la naturaleza de la mente si eliminamos en
el estudio de la cuestión los caracteres corporales. Ni, por
otra parte, vaya a dar en la opinión de que se identifica con
la naturaleza infinita e inmortal la que es finita y mortal,
sino que piense que su naturaleza es intelectual, ya que es
asimismo imagen de una sustancia intelectual, pero sin lle
gar a afirmar que la imagen es idéntica al ejemplar... (PG
46.40C-44A).
126
217 G r e g o r i o . — Y yo (interrumpiendo) no sé cóm o, si
quitamos todo eso en su descripción, se pueda evitar que des
aparezca y se suprima a la vez con ellos el objeto de que tra
tamos. Pues no veo a qué puede agarrarse el afán y solicitud
por conocer. Siempre en toda investigación y en todo empe
ño de la inteligencia por inquirir algo, procedemos com o pal
pando el objeto de que se trata, a la manera de unos ciegos
que a tientas por las paredes van buscando la puerta, toca
mos en todo caso uno de esos puntos dichosos, encontrando
o el color, o la figura, o la cuantidad, o algún otro de esos
que has enumerado: pero cuando se declara que no es nada
de eso, nos vemos reducidos, por nuestra pequeñez de áni
mo, a pensar que no es nada absolutamente.
218 M a c r i n a . — (Y ella, indignada al oírme esto.) ¡Oh,
cosa importuna y absurda! ¡A qué extremo de exigüidad de
ingenio llega el juicio mezquino que formamos de las cosas!
Si suprimimos de la realidad lo que no se percibe por los
sentidos, ni siquiera reconocerá, el que así hable, la existencia
de la potencia que rige y gobierna al universo, sino que, al
oír que la naturaleza divina es incorpórea e informe, pensará
con toda lógica que no existe en absoluto. Pero si, en ese
caso, la ausencia de esas cosas no trae consigo la no exis
tencia de ese ser, ¿por qué se borra de la existencia la mente
humana por la desaparición de esos caracteres corporales?
219 G r e g o r i o . — Ahora resulta que, por este camino, de
un absurdo venimos a colegir otro, pues nuestro razonamien
to nos ha traído a pensar que nuestra mente es idéntica a la
naturaleza divina, ya que el concepto de ambos lo obtenemos
por la supresión de todo lo que se percibe por los sentidos.
220 M a c r i n a . — N o las llames idénticas (pues ésa es una
manera impía de hablar), sino, com o nos enseña la Sagrada
Escritura, di que una es semejante a la otra. Lo que ha sido
127
221 No creo que haya podido penetrar en esta cuestión
nadie de los que se han puesto a investigarla, ya que presenta
muchas dificultades: ¿cóm o, por ejemplo, de lo que es esta
ble ha podido surgir lo que está en movimiento, y de lo sim
ple y sin dimensiones lo extenso y compuesto? ¿D e la misma
suprema naturaleza? Pero no se reconoce ni consta eso, ya
que los demás seres se presentan com o diversos de ella;
habrá que buscarle otro origen. Pero la razón no encuentra
nada fuera de la naturaleza divina. Pues aparecería entonces
que habría que distinguir dos principios diversos, si se ad
mitiese la existencia de algo extraño a la causa productora, de
lo cual hubiera tenido que mendigar la sabiduría del artífice
para la acción creadora. Por consiguiente, ya que es una sola
la causa de todas las cosas, y las que han sido producidas no
son de la misma naturaleza que la suprema sustancia, es error
igual por ambas partes el pensar que la creatura emana de la
ni M21 W o l f s o n , T h e identification of «ex nihilo» wiih emanation in Greiory
°t Nyssa, o.c., p.201-206.
San G regorio Niseno
128
naturaleza divina, y el sostener que todas las cosas surgieron
de alguna otra sustancia, pues, o se concebiría a la divinidad
con las propiedades de las creaturas, ya que a éstas se las
supone de la misma naturaleza que Dios, o se pondrá fuera
de Dios, frente a la sustancia divina, una naturaleza material
que estará al par de ella, por su carácter de ingenerada en la
eternidad, cosa que imaginaron los maniqueos y algunos de
los que cultivan la filosofía griega, dándose a semejantes con
jeturas y poniendo así por dogma un invento de su imagina
ción (P G 46.121C-124A).
D E LAS N O C IO N E S COMUNES
222 Si el nombre «D ios» fuese nombre para designar las
personas, al hablar de tres personas, por fuerza hablaríamos
de tres dioses; en cambio, si designa la esencia, al confesar que
es una la esencia de la Santa Trinidad, con razón glorificamos
a un único Dios, ya que el nombre «D ios» es un solo nombre
correspondiente a una sola sustancia. Por eso, conforme a la
sustancia y al nombre, hay un Dios y no tres... Y com o no se
divide la esencia en cada una de las personas de suerte que
resulten tres esencias correspondientes a las tres personas, es
claro que tampoco se dividirá el nombre que significa la esen
cia en Dios de suerte que sean tres diversos: sino que así como
el Padre es sustancia, y el H ijo es sustancia, y el Espíritu
(Santo) sustancia, y (sin embargo) no son tres sustancias, así
también el Padre es Dios, el H ijo es Dios, y el Espíritu (Santo)
es Dios, y (sin embargo) no tres dioses. Pues es un solo y mis
mo Dios, ya que también la esencia es la misma, aunque cada
una de las personas esencia subsistente y Dios; de lo contra
rio, habría que decir que son tres las esencias: la del Padre,
la del H ijo y la del Espíritu (Santo), lo cual va contra toda
razón, pues tampoco llamamos a Pedro, a Pablo y a Bernabé
tres esencias, sino que diciendo que es una la esencia del Pa
dre y la del H ijo y la del Espíritu (Santo), decimos, consi
guientemente, que es un solo Dios, aunque creemos que cada
una de las personas es consustancial y D ios... (P G 45,176A177B).
223
Pero tal vez alguno afirme que decimos que Pedro,
222-229 S. G o n zá l e z , El platonismo de San Gregorio de Nisa: Gregor. 20
(1939) 189-206; A. H. A r m str o n g , Platonic Elements in St. Gregory of Ñisa’s
Doctrine of Man: Dominican Studies (1948) 113-126; H. F. C h e r n is s , The
Platonism of Gregory of Nissa (Berkeley 1930).
D e las nociones comunes
129
Pablo y Bernabé son tres sustancias particulares, es decir, pro
pias, por la manera más propia de hablar, porque, al decir sus
tancia o esencia particular o propia, no queremos significar
otra cosa que lo individual, que es la persona. Pero el nombre
«D ios» no designa a las personas, com o queda probado. ¿Qué
decir, entonces, a esa afirmación de que a Pedro, a Pablo y
Bernabé los llamamos tres hombres? No los llamamos así en
cuanto que son personas; éstas no se designan con el nombre
destinado a significar la esencia común. Ni tampoco la llamada
sustancia o esencia particular o propia, ya que ésa es lo mismo
que persona. ¿Por qué causa, entonces, los decimos tres hom
bres, siendo así que poseen una (misma) sustancia o esencia,
que designa el nombre de hombre? Si los llamamos así, no es
a causa de las personas, ni porque se llame sustancia o esencia
particular o propia; hablamos así con una manera de hablar
abusiva e impropia, por una costumbre que ha prevalecido por
ciertas causas necesarias acerca de la especulación sobre la San
ta Trinidad.
224 Esas causas son las siguientes: la definición del hom
bre no siempre se contempla en los mismos individuos o per
sonas. Desaparecidos, en efecto, unos, otros ocupan su puesto,
y asimismo, permaneciendo muchas veces los mismos, otros se
les añaden, de súerte que se considera o verifica unas veces
en éstos, otras veces en aquéllos; ahora en muchos, después
en pocos. Y lo mismo en la supresión o pérdida de la vida, o
en la procreación de los individuos en los que se considera la
definición del hombre, nos vemos precisados a hablar de mu
chos o de pocos hombres, por variación o alteración de las per
sonas, desplazando al común modo (de hablar) y contra la ra
zón misma de esencia, de manera que las sustancias o esencias
vengan a formar el mismo número que las personas. En la San
ta Trinidad nada de eso sucede...
225 Asimismo, no todas las personas humanas reciben la
existencia de la misma persona, sino que ésta la recibe de ésa,
y aquélla, de aquella otra; de suerte que, según el número de
los causados, vienen a ser diferentes y varias las causas; eso
no tiene lugar en la Santa Trinidad, ya que de la sola e idén
tica persona del Padre es generado el H ijo y procede el Espí
ritu Santo...
226 En consecuencia, nada nos fuerza a decir que las tres
personas son dioses, com o, en cambio, entre nosotros llamamos
Los filósofos medievales 1
3
A Adlabio, que no hay tres dioses
130
San Gregorio Niseno
muchos hombres a las muchas personas, por las causas expues
tas, y no conforme a la razón, que dicta necesariamente que lo
idéntico, en cuanto tal, no puede ser uno y muchos. Pues Pe
dro, Pablo y Bernabé, en cuanto hombres, son un hombre, y
según eso mismo en que son hombre, no pueden ser muchos;
pero se los llama muchos hombres abusiva e impropiamente, y
lo que se dice abusivamente nunca es preferido por los que
piensan bien a lo que se dice en sentido propio. Por tanto, no
hay que sostener que en las tres personas de la esencia divina
existen tres dioses, en cuanto que son Dios, sino que es uno
y el mismo Dios, a causa de la identidad de esencia, que es
significada por el nombre «D ios», como hemos dicho...
(PG 45,177D-180D).
227 También decimos que Pedro se distingue de Pablo
en cuanto que cada uno de ellos tiene su propia hipóstasis, ya
que difieren entre sí en ciertas notas que suelen constituir su
hipóstasis y no su esencia (ouaía) como, por ejemplo, la calvi
cie, la estatura, la paternidad, la filiación y parecidas. Es evi
dente que no es lo mismo especie e individuo, ni tampoco esen
cia e hipóstasis; «hipóstasis» al punto remite la mente a pensar
si es uno de pelo ensortijado, de ojos azules, padre, hijo y de
terminaciones parecidas. Llamo especie, es decir, esencia, para
discernir si se trata de animal racional, mortal, que relinche o
de tal o cual clase; y si no son lo mismo esencia e individuo,
que es la hipóstasis, tampoco son lo mismo los nombres que
las designan y caracterizan a una y otra. Y si no son lo mismo,
tampoco se pueden juntar o identificar en los mismos nombres,
sino que unos, con los que se imponen para designar la esencia
o sustancia, y otros, con los que sirven para significar el indi
viduo.
228 Tres son, pues, los nombres sometidos a discusión:
esencia o sustancia (oaaía), individuo (atopov), hombre: al de
esencia o sustancia asociamos y unimos tales y cuales caracteres,
para distinguir, como hemos dicho, las especies que están bajo
ella y difieren entre sí esencialmente. A su vez, a la hipóstasis
asignamos esos otros caracteres, para distinguir las personas que
participan del mismo nombre, es decir, hipóstasis, pero que
difieren entre sí, no en las notas que designan a la hipóstasis,
sino en los llamados «accidentes». ¿Cómo, entonces, quieren
asociar tales determinaciones al nombre de «hom bres»? Las
controversias hay que decidirlas a base de los principios en
que se conviene, como, en el caso, es que se está en el orden
131
de la esencia cuando se tiene a seres que difieren entre sí den
tro de ella esencialmente, lo cual no sucede al presente. Pedro
y Pablo, en efecto, no difieren en nada en la esencia, pues de
ellos se predica «hom bre», sino en la subsistencia de la per
sona. Es, pues, evidente que «hom bre» designa lo común de
la esencia, y no a la persona particular, por ejemplo, a Pablo
o a Bernabé. De ninguna manera, pues, tales notas o caracteres
están asociados a «hom bre», al menos según la razón que pro
cede científicamente. Y si el uso común de hablar da las espal
das a eso y echa mano de los nombres destinados a la esencia
para designar a las personas, ese proceder es completamente
ajeno a las reglas que prescribe la ciencia lógica.
229 Pero ¿por qué lanzo invectivas contra el abuso que
ha prevalecido en esta materia, sin percatarme de que nosotros,
muchas veces, no disponiendo de los términos propios, acudi
mos a términos impropios para explicar lo que decimos? Que
de al menos claro que, si hemos dicho a propósito de Pedro y
Pablo expresiones como éstas: «El hombre no difiere de otro
hombre, en cuanto hombre, sino en cuanto tal hombre», y:
«una sustancia en cuanto sustancia, no difiere de otra sustan
cia, sino en cuanto tal sustancia», hemos podido usar tales ex
presiones: si no fuera eso posible, tampoco lo sería lo prime
ro, ya que es evidente que el término «hom bre» designa a la
esencia. Y si no es lógico asociar a «hom bre» las determina
ciones de «tal» o «cual», tampoco diremos con propiedad «dos
o tres hombres». Ahora bien, si esto se demuestra en el caso
del término «hom bre», con cuánto mayor propiedad cuadrará
a la eterna y divina esencia el que cada hipóstasis se diga tal o
cual Dios, y que no se hable de Dios y de Dios, sino que se pro
clame Dios al Padre, y al H ijo, y al Espíritu Santo, y que no
se enseñe, ni siquiera en el intento del interno pensar, que son
tres. Queda, pues, bien firme nuestra exposición de que sos
tenemos la existencia de un solo Dios autor de todas las cosas,
aunque se le contemple en tres personas o hipóstasis, del Pa
dre, y del H ijo, y del Espíritu Santo (P G 45,184D-185D).
A A D L A B IO , QUE N O H A Y TRES DIOSES
230 ¿Por qué, en nuestra manera habitual de hablar, al
enumerar uno a uno a los que vemos que participan de una
misma naturaleza, usamos el nombre en plural diciendo: «m u
chos hombres», y no llamamos uno a todos ellos; y, en cam
bio, cuando se trata de la naturaleza divina, la declaración del
132
San Gregorio Niseno
A Adlabio, que no hay tres dioses
dogma excluye la pluralidad de dioses, contando, por una par
te, las hipóstasis, y no admitiendo, por otra, la significación
plural?... (P G 45.118C).
231 Habrá, pues, que responder a muchos, com o quiera
que podamos investigar la verdad en la cuestión propuesta, pues
no es ésta sobre cosas frívolas. Decimos, pues, en primer lu
gar, que es un abuso que ha prevalecido por la costumbre el
designar en plural por el nombre de la naturaleza misma a los
que no se distinguen en dicha naturaleza, diciendo: «muchos
hombres»; tanto valdría como decir: «muchas naturalezas hu
manas». Que esto es así, se verá claro por lo siguiente: cuan
do llamamos a uno, no le llamamos por el nombre que designa
la naturaleza, no sea que la comunidad del nombre induzca a
error, haciendo creer a cada uno de los que lo oyen que se
le llama a él al hacerse la llamada no por el nombre propio,
sino por el nombre común de la naturaleza. Lo que hacemos
es decir el nombre propio que le designa al sujeto en cuestión,
distinguiéndolo así del común de los mortales. De suerte que
puede haber muchos que hayan participado de la misma na
turaleza, digamos, muchos discípulos, o apóstoles o mártires,
pero en todos ellos se da el hombre como algo único. Y es
que, com o ya hemos dicho, «hom bre» no es nombre de un
singular, sino de la naturaleza común. Pues hombre es Lucas
o Esteban, mas no (por eso), si alguien es hombre, va a ser
Lucas o Esteban.
232 En cambio, la razón de las hipóstasis recibe su di
versificación por las peculiaridades que se aprecian en cada
uno, y llegan a formar número. Mas la naturaleza es una única,
unida consigo misma (idéntica a sí misma), y es una mónada
absolutamente indivisible, que no aumenta por adición alguna,
ni disminuye por sustracción, sino que es lo que es siendo algo
uno, si bien hace su aparición en la multitud infragmentable,
continua, íntegra y perfecta, y sin condividirse con los singula
res que la participan. Y así com o decimos «plebe», «pueblo»,
«ejército», «asamblea», en singular y, sin embargo, pensamos
cada una de esas cosas como incluyendo una multitud, de la
misma manera, hablando rigurosamente, también el hombre de
bería decirse propiamente uno (solo), aunque los que aparecen
como participando de esa naturaleza sean multitud. Así, resul
taría mucho más acertado el corregir la costumbre que se nos
ha introducido, y no extender el apelativo de multitud al nom
bre destinado a designar la naturaleza, que no, dejándonos es
133
clavizar por ella, transferir al dogma divino el error en ella
latente. Pero el corregir una costumbre es muy difícil. ¿Cómo
persuadir a uno, en efecto, que no llame muchos hombres a
los que aparece que participan de una misma naturaleza? Es
cosa ardua en todos los órdenes el mudar una costumbre. Por
lo que hace a esta naturaleza que vemos, si no hacemos frente
a la costumbre dominante, no sería demasiado grave el error,
ya que no se sigue ningún peligro del uso indebido de la ter
minología; pero, tratándose del dogma divino, no está igual
mente exento de peligro, ni es independiente el uso de las
palabras. Lo más pequeño no es leve en esta materia (P G 45,
117D-120D).
Bibliografía general
SAN
AGUSTIN
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Contra los Académicos
San Agustín
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137
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CONTRA LOS ACADEMICOS
E d i c i ó n c i t a d a : O bras d e San A gu stín , en edición bilingüe, III,
Obras filosóficas: C ontra los A ca d é m ic o s ..., versión, introd. y notas de
V. C a p á n a g a , O .R.S.A. (BAC, Madrid 1947).
B i b l i o g r . g e n .: C a p á n a g a , In trod u cción , en o.c., p.3-59; P. K n o l l ,
S. A u relii A u g u stin i «C on tra A ca d ém ico s» libri t r e s ... recensuit..., Cor
pus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum (CSEL) X L X I I I (Vindobonae Lipsiae 1922); R. J o l i v e t , O eu v res p h ilosop h iq u es d e S. A ugustin.
D ialogues p h ilosop h iq u es: I, Problèmes fondamentaux: «Contra Acadé
micos», «D e beata vita», «D e ordine», trad, introd. et notes (Paris
1939); C h . B o y e r , S.J., C hristianism e e t n éo-p la ton ism e dans la form a
tion de Saint A u gu stin , Appendice II, Analyse des Dialogues composés
par Saint Augustin à Cassiciacum, «Contra Académ icos», nouv. éd. (Rome
1953) p .183-189; 18; 24-26; Id., L ’id ée d e v é r it é ..., p .12-46; A . G u zzo,
A gostin o dal «C on tra A ca d ém icos » al « D e vera r elig io n e» (Firenze 1925);
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de S A u g u stin : Mélanges Boisser (Paris 1903) p.425-435; D. O h l m a n n ,
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L
H e il ,
A u g u stin e’s A tta ch
on
S k ep ticism ;
Harward theol. Rev. 65 (1972) 99-116.
th e
C on tra
A ca dém icos-
138
San Agustín
Contra los Académicos
LIBRO I
De la verdad y de la bienaventuranza
C a p ít u l o
I
Ocasión de la disputa
233 Aquí vive conmigo, muy enfrascado en el estudio,
nuestro Licencio, que, dejando las seducciones y pasatiempos
de su edad, se ha consagrado tan de lleno a la filosofía, que
me atrevo sin temeridad a proponerlo como modelo a su padre.
Es la filosofía, en efecto, tal, que ninguna edad pueda quejarse
de ser excluida de su seno; y para estimularte a poseerla y a
abrevar en ella con más avidez, aunque ya conozco bien tu
sed, he querido enviarte, digámoslo así, este sorbo; te ruego
no frustres la esperanza que abrigo de que te será muy agra
dable y, por decirlo así, estimulante. Te he mandado redactada
la discusión que tuvieron entre sí Trigecio y Licencio. Pues
habiéndosenos llevado al primero la milicia por algún tiempo,
como para vencer el fastidio del estudio de las disciplinas, nos
lo devolvió con una ardentísima pasión y voracidad de las gran
des y nobles artes.
Pasados, pues, muy pocos días, después de comenzar nues
tra vida de campo, cuando, al exhortarlos y animarlos a los
estudios, los vi tan dispuestos y sumamente ansiosos, más de
lo que yo había deseado, quise probar sus fuerzas, teniendo en
cuenta su edad; me animó sobre todo el ver que el Hortensio,
de Cicerón, los había ganado en gran parte para la filosofía.
Sirviéndonos, pues, de un estenógrafo, para que el viento
no arrebatara nuestro trabajo, no permití que pereciera nada.
Así, pues, en este libro verás las cuestiones y opiniones soste
nidas por ellos y aun mis palabras y las de Alipio.
C a p ít u l o
II
Felicidad y conocimiento
234 Habiéndonos, pues, reunido todos en un lugar para
esto por consejo mío, donde me pareció oportuno, les dije.
233-257 C a p á n a g a , Introd., en o.c., p.2-6; 3; C a y r é , o .c., p.97-99.
233 P o y e r , Cbristianisme et néo-platonisme... p.160, 25; L e j a r d , o . c . , p.31234 B o y e r , Cbristianisme et néo-platonisme... p. 138; L e j a r d , o . c . , p.38.43-
139
— ¿Acaso dudáis de que nos conviene conocer la verdad?
— De ningún modo— dijo Trigecio.
Los demás dieron señales de aprobación.
— Y si— les dije yo— aun sin poseer la verdad podemos ser
felices, ¿creéis que será necesario su conocimiento?
Aquí intervino Alipio diciendo:
-— En esta cuestión asumo yo con más seguridad el papel
de árbitro, pues, teniendo el viaje dispuesto para ir a la ciu
dad, conviene sea relevado en el oficio de tomar parte en la
discusión; además, más fácilmente puedo delegar en otro mis
funciones de juez que las de abogado de una de las partes.
No esperéis, pues, mi intervención en favor de ninguna de ellas.
Accedieron todos a lo que pedía, y después que yo repetí
mi proposición, dijo Trigecio:
— Ciertamente, bienaventurados queremos ser; y si pode
mos serlo sin la verdad, podemos también dispensarnos de
buscarla.
— ¿Y qué os parece esto mismo?— añadí yo— . ¿Creéis que
podemos ser dichosos aun sin hallar la verdad?
— Sí podemos, con tal de buscarla— respondió entonces Li
cencio.
Habiendo yo aquí pedido por señas el parecer de los otros,
dijo Navigio:
— Me hace fuerza la opinión de Licencio. Pues tal vez pue
de consistir la bienaventuranza en esto mismo, en vivir bus
cando la verdad.
— Define, pues— le rogó Trigecio— , la vida feliz, para co
legir de ahí la respuesta conveniente.
— ¿Qué piensas— dije yo— que es vivir felizmente, sino
vivir conforme a lo mejor que hay en el hombre?
— No quiero ser ligero en mis palabras— replicó él— ; mas
paréceme que debes declarar qué es lo mejor que hay en el
hombre.
— ¿Quién dudó jamás— le repuse yo— que lo más noble del
hombre es aquella porción del ánimo a cuyo dominio conviene
que se sometan todas las demás que hay en él? Y esa porción,
para que no me pidas nuevas definiciones, puede llamarse men
te o razón. Si no te place esta opinión, mira tú a ver cómo
defines la vida feliz o la porción más excelente del hombre.
— Estoy conforme con ella— dijo él.
235
235
— Luego— les dije yo— para volver a nuestro propó-
C apánaga.
o.c., p .1 9 2
n j.3 .
140
San Agustín
Contra los Académicos
sito, ¿te parece que sin hallar la verdad, con sólo buscarla, pue
de vivir uno dichosamente?
— Mantengo mi sentencia— dijo él— ; de ningún modo me
parece.
— A mí— afirmó Licencio— , absolutamente me parece que
sí, pues nuestros mayores, a los cuales la tradición presenta
como sabios y dichosos, vivieron bien y felizmente sólo por ha
ber investigado la verdad.
— Os agradezco— les dije yo— que, juntamente con Alipio,
me hayáis hecho vuestro árbitro, porque os confieso comen
zaba ya a envidiarle. Así, pues, com o a una de las partes le
parece que para la vida dichosa le basta la investigación de
la verdad, y a la otra, que para lograr la dicha se requiere
la posesión de la misma, y Navigio hace poco ha querido poner
se de tu parte, Licencio, con gran curiosidad espero cóm o de
fendéis vuestras opiniones. Se trata de un cuestión muy impor
tante, digna de la más escrupulosa discusión.
— Si el tema es grande— advirtió Licencio— , requiere tam
bién grandes ingenios.
— No busques— le contesté yo— , sobre todo en esta casa
de campo, lo que es difícil hallar en todas partes; más bien ex
plica tú el porqué de tu opinión, que sin duda has proferido
después de reflexionar, y los fundamentos en que descansa,
pues aun los pequeños se engrandecen en la discusión de los
grandes problemas.
C a p ít u l o
III
Una objeción
236 — Pues veo— dijo él— que quieres a todo trance vernos envueltos en la discusión, sin duda buscando nuestra utili
dad, dime tú por qué no puede ser dichoso quien busca la ver
dad, aun sin hallarla.
— Porque el hombre feliz— dijo Trigecio— ha de ser per
fecto sabio en todas las cosas. Ahora bien: el que busca, toda
vía no es perfecto. N o veo, pues, cómo puede ser feliz.
— ¿Tiene para ti valor— respondió el otro— la autoridad
de los antiguos?
— N o la de todos.
— ¿La de quiénes admites?
— La de los que fueron sabios.
23 6 B o v e r .
L’idée de vérjté, ,,
p .1 6 ;
L e ja r p ,
o .c ,,
p .4 3 .
141
— ¿Te parece sabio Carnéades?
— Y o no soy griego; no sé quién fue ese Carnéades.
— Pues entonces— insistió Licencio— , ¿qué piensas de nues
tro Cicerón?
Después de un rato de silencio, dijo Trigecio:
— Fue un sabio.
— ¿Luego su opinión tiene para ti alguna fuerza en esta
materia?
— Ciertamente.
— Escucha, pues, su manera de pensar, pues creo que la
has olvidado. Creyó nuestro Cicerón que es feliz el investiga
dor de la verdad, aunque no pueda llegar a su posesión.
— ¿Dónde Cicerón ha dicho eso?
— ¿Quién ignora que afirmó con insistencia que nada pue
de ser percibido por el hombre, y que al sabio sólo le resta
la rebusca diligentísima de la verdad, porque si diera asenso
a cosas inciertas, aun siendo verdaderas por casualidad, no
podría verse libre de error, siendo ésta la falta principal del
sabio? Por lo cual, si se ha de creer que el sabio es necesa
riamente dichoso, y, por otra parte, la sola investigación de la
verdad es el empleo más noble de la sabiduría, ¿a qué dudar
de que la vida dichosa puede resultar de la simple investiga
ción de la verdad?
237 Entonces dijo Trigecio:
— ¿Es lícito volver a las afirmaciones hechas a la ligera?
— Sólo niegan esa licencia— intervine yo aquí— los que
disputan movidos no por el deseo de hallar la verdad, sino por
una pueril jactancia de ingenio. Así, pues, aquí conmigo, sobre
todo atendiendo a que estáis en la época de la formación y
educación, no sólo se os concede eso, sino que os impongo
como un mandato la conveniencia de volver a discurrir afirma
ciones lanzadas con poca cautela.
— Tengo por un gran progreso en la filosofía— dijo Licen
cio— menospreciar el triunfo en una discusión por el hallazgo
de lo justo y verdadero. Así que con mil amores me someto
a tu indicación y autorizo a Trigecio— pues ésta es cosa que
me toca a mí— repasar las aserciones que le parezca haber
emitido temerariamente.
Y después de retirarse, dijo Licencio:
— Puedes retractar lo que afirmaste a la ligera.
— Concedí temerariamente que Cicerón fuera un sabio.
237
Bover,
Sant’A&ostitio p.225,
Contra los Académicos
142
San Agustín
— ¡Ah! Pero ¿no fue sabio Cicerón, cuando él introdujo
y elevó a su perfección la filosofía entre los romanos?
— Aun concediéndote que fuera un sabio, estoy lejos de
aprobar todas sus opiniones.
— Pues tendrás que refutar otras muchas de sus ideas para
no parecer imprudente al rechazar ésta.
— ¿Y si estoy dispuesto a probar que fue éste el único flaco
de su pensamiento? Lo que te interesa, yo creo, es que peses
las razones que daré para demostrar mi aserto.
— Adelante, pues. ¿Cómo osaré yo afrontarme con el que
se declara adversario de Cicerón?
238 — Quiero que adviertas, me dijo aquí Trigecio, tú
que eres nuestro juez, cóm o has definido más arriba la vida
dichosa; porque dijiste que es bienaventurado el que vive con
forme a la porción del ánimo, que conviene impere a las demás.
Y tú, Licencio, has de concederme ahora (pues ya en nombre
de la libertad, que la misma filosofía nos promete dar, he sa
cudido el yugo de la autoridad) que el investigador de la ver
dad todavía no es perfecto.
Después de una larga pausa, respondió Licencio:
-—No te lo concedo.
— ¿Por qué? Explícate, a ver. Soy todo oídos y anhelo
por escuchar cómo un hombre puede ser perfecto faltándole
la verdad.
— El que no llegó al fin— replicó el otro— confieso que no
es perfecto aún. Pero aquella verdad sólo Dios creo que la
posee, o quizá también las almas de los hombres, después de
abandonar el cuerpo, es decir, esta tenebrosa cárcel. Pero
el fin del hombre es indagar la verdad como se debe: busca
mos al hombre perfecto, pero hombre siempre.
— Luego el hombre no puede alcanzar la dicha— dijo Tri
gecio— . ¿Y cóm o puede ser dichoso sin lograr lo que tan ar
dientemente desea? Pero no; el hombre puede ser feliz, por
que puede vivir conforme a aquella porción imperial del áni
mo, a que todo lo demás debe subordinarse. Luego puede
hallar la verdad. Y si no, repliégúese sobre sí mismo y renuncie
al ideal de la verdad, para que, al no poder conseguirlo, no sea
necesariamente desdichado.
— Pues ésa es cabalmente— repuso Licencio— la bienaven
turanza del hombre: buscar bien la verdad; eso es llegar al
fin, más allá del cual no puede pasarse. Luego el que con me
nos ardor de lo que conviene investiga la verdad, no alcanza
143
el fin del hombre; mas quien se consagra a su búsqueda según
sus fuerzas y deber, aun sin dar con ella, es feliz, pues hace
cuanto debe según su condición natural, Y si no la descubre,
es defecto de la naturaleza.
Finalmente, como todo hombre por necesidad es feliz o des
graciado, ¿no raya en locura el decir que es infeliz el hombre
que día y noche se dedica a la investigación de la verdad?
Luego será dichoso.
Además, tu misma definición, según yo entiendo, me favo
rece grandemente, pues si es bienaventurado, com o lo es, quien
vive según la porción espiritual, que debe reinar sobre todo lo
demás, y esa porción se llama razón, te pregunto: ¿N o vive
según razón quien busca bien la verdad? Y si es absurdo ne
garlo, ¿por qué no llamar feliz al hombre por la sola investi
gación de la verdad?
C a p ít u l o
IV
Qué es el error
239 — Y o creo— respondió Trigecio— que el que yerra
ni vive según la razón ni es dichoso totalmente. Es así que
yerra el que siempre busca y nunca halla. Luego tú tienes que
demostrar una de estas dos cosas: o que errando se puede ser
feliz, o que el que siempre investiga la verdad, sin hallarla, no
yerra.
— El hombre feliz no puede errar— respondió el otro.
Y después de largo silencio añadió:
— Mas tampoco yerra el que busca, pues para no errar in
daga con muy buen método.
— Cierto que para no errar— replicó Trigecio— se dedica a
la investigación; pero como no alcanza lo que busca, no se
salva del error. Así tú has querido hacer hincapié en que ese
hombre no quiere engañarse, como si ninguno errase contra
su voluntad, o como si errase alguien de otro modo que contra
su voluntad.
Entonces yo, al ver su vacilación en responder, les dije:
— Tenéis que definir el error, pues más fácilmente veréis
sus límites después de penetrar en su esencia.
— Y o — dijo Licencio— soy inepto para las definiciones, aun
que es más fácil definir el error que acabar con él.
— Ya lo definiré, pues, vo— respondió el otro— ; me será
fácil hacerlo, no por la agudeza de mi ingenio, sino por la exce
San Agustín
Contra los Académicos
lencia de la causa, porque errar es andar siempre buscando,
sin atinar en lo que se busca.
— Si yo pudiera— dijo Licencio— refutar fácilmente tu de
finición, ha tiempo que no hubiera faltado a mi causa. Mas, o
porque el tema es de suyo muy arduo, o a mí se me antoja que
lo es, yo os ruego aplacéis la cuestión para mañana, pues, a pe
sar de mi diligencia y esfuerzo reflexivo, no atino hoy en la
respuesta conveniente.
Como me pareció atendible la súplica, sin oposición de na
die, nos levantamos a pasear. Y mientras nosotros conversába
mos de mil asuntos, Licencio siguió pensativo. Mas al fin, vien
do que era en vano, soltó riendas a su ánimo, y vino a mez
clarse con nosotros. Después, a la caída de la tarde, se reani
mó entre ellos la discusión; pero yo les frené y les convencí
que la dejasen para el siguiente día. De allí nos fuimos a los
baños.
qué facilidad, sólo con observaciones corrientes, queda refu
tada tu definición. Porque dijiste que errar es buscar siempre,
sin hallar nunca. Pues supongamos que alguien nada busca, y
preguntándole otro si ahora es de día, ligera y atropellada
mente responde que, según su parecer, es noche. ¿N o te parece
que se engaña? Esta clase de errores tan notables no se com
prenden en tu definición.
Por otra parte, ¿puede haber definición más viciosa, pues
comprende a los que no yerran? Imaginémonos que alguien
quiere ir a Alejandría, y va por el camino recto; no podrás
decir que yerra; mas, impedido por diversas causas, hace el
recorrido en largas jornadas, hasta que es sorprendido por la
muerte. ¿Acaso no buscó siempre sin alcanzar lo que quería,
y, con todo, no erró?
144
Segunda disputa
240 A l siguiente día, estando todos sentados, les dije:
— Reanudemos la cuestión de ayer.
— Aplazamos la discusión— dijo entonces Licencio— , si no
me engaño, a ruego mío, por parecerme muy dificultosa la de
finición del error.
— En eso no yerras ciertamente— le observé yo— ; y ojalá
que esto sea un buen augurio para lo que falta.
— Escucha, pues— dijo él— , lo que ayer te hubiera expues
to, a no haberme interrumpido. El error, creo yo, consiste en
la aprobación de lo falso por verdadero; y en este escollo no da
el que juzga que ha de buscarse siempre la verdad, pues no pue
de aprobar cosa falsa el que no aprueba nada; luego es imposi
ble que yerre. Y dichoso puede serlo fácilmente, pues para no ir
más lejos, si a nosotros se nos permitiera siempre vivir tal como
vivimos ayer, no se me ocurre ninguna razón para no tenernos
por felices. Pues vivimos con una gran tranquilidad espiritual,
guardando libre nuestra alma de toda mancha de cuerpo, muy
lejos del incendio de las pasiones, consagrados, según la posi
bilidad humana, al esfuerzo reflexivo de la razón, esto es, vi
viendo según la divina porción del ánimo, en que convinimos
por definición ayer consistía la vida dichosa; y según creo,
buscamos la verdad, sin llegar a su hallazgo. Luego la sola
investigación de la verdad, prescindiendo de su alcance, puede
compaginarse con la felicidad del hombre. Advierte, pues, con
145
— Ni tampoco buscó siempre— contestó Trigecio.
241 — Dices bien— replicó Licencio— , y tu observación
es razonable. Mas de ahí se sigue que no vale tu definición,
pues yo no he sostenido que es dichoso el que siempre busca
la verdad. Eso es imposible. En primer lugar, porque no siem
pre el hombre existe; en segundo lugar, ya desde que comienza
a serlo no puede dedicarse a la investigación, por impedírselo
la edad. O si interpretas siempre en el sentido de que no debe
dejar perder ningún instante sin consagrarlo al estudio de la
verdad, entonces volveremos al citado ejemplo del viaje a Ale
jandría. Suponte, en efecto, que un hombre, cuando la edad
o las ocupaciones le consienten viajar, emprende el recorrido
del camino, y sin desviarse nunca, com o dije antes, antes de
llegar, se muere. Mucho te engañarás si dices que erró, aunque,
durante todo el tiempo que pudo, ni cesó de buscar ni consi
guió llegar a donde quería. Por lo cual, si mi razonamiento
vale, y, según él, no yerra el que busca bien, aun sin atinar
en la verdad, y es dichoso, pues vive conforme a la razón; y
si, al contrario, tu definición ha resultado vana, y aun cuando
no lo fuese, no la tomaría en consideración, por hallarse mi
causa bien robustecida con las razones que he expuesto, ¿por
qué, dime, no está resuelta ya la cuestión que nos hemos pro
puesto?
146
San Agustín
Contra los Académicos
C a p ít u l o
VI
Nueva definición de la sabiduría
242 Cuando clareó el día— y la víspera habíamos dis
puesto las cosas de modo que nos quedase mucho tiempo— ,
luego al punto enhebramos el hilo de la discusión empeñada.
Entonces comencé yo:
— Pediste ayer, Trigecio, que, desempeñando mi oficio de
árbitro, descendiese a la defensa de la sabiduría; com o si en
vuestro discurso ella tuviese algún adversario que temer, o que,
defendiéndola alguien, se viese en aprieto tal como para pedir
un socorro mayor. Pues la única cuestión que entre vosotros
ha surgido ahora es la de la definición de la sabiduría, y en
ella, ninguno la impugna, sino ambos la deseáis. Ni tú, por
creer que te ha fallado la definición de la sabiduría, debes
abandonar la defensa del resto de la causa.
Así, pues, yo te daré la definición de la sabiduría, que no
es mía ni nueva, sino de los antiguos hombres, y me extraño
de que no la recordéis. Pues no es la primera vez que oís que
sabiduría es la ciencia de las cosas divinas y humanas...
LIBRO II
Examen de la doctrina de los académicos
C a p ít u l o
V
Exposición
243 — Obraré— dije yo— con buena fe, porque tienes de
recho a exigirlo. Pues a los académicos plúgoles sostener que el
hombre no puede conseguir la ciencia de las cosas tocantes a la
filosofía (porque lo demás no preocupaba a Carnéades) y, no
obstante eso, que el hombre puede ser sabio, y toda su misión
consiste en investigar la verdad, como lo has recordado tú, Li
cencio, en aquella disertación.
De donde resulta que el sabio no da su asentimiento a nin
guna cosa, porque necesariamente yerra— y esto es impropio
242 C a p á n a g a , o . c . , p .1 9 3 n t .6 ; L e ja r d , o .c ., p .3 2 .3 6 .6 4 .
243 C a p á n a g a , o . c . , p .1 9 n t.1 2 y 1 3 ; B o y e r , L’idée de vérité... p .1 8 y 19;
L e ja r d , o . c . , p .4 6 ; G i l s o n , lntroduction d l’étude de Saint Augustin p .5 0 ;
J o l i v e t , La doctrine augustinienne de Villumination p .5 6 y 57 .
147
del sabio— asintiendo a cosas inciertas. Y no sólo afirmaban
que todo era incierto, sino que apoyaban su tesis con muchí
simos argumentos. Pero que no puede comprenderse la verdad
lo deducían de una definición del estoico Zenón, según la cual
sólo puede tenerse por verdadera aquella representación que
es impresa en el alma por el objeto mismo de donde se origi
na, y que no puede venir de aquello de donde no es.
O más breve y claramente: lo verdadero ha de ser reco
nocido por ciertos signos que no puede tener lo falso. Y que
estos signos no pueden hallarse en nuestras percepciones, se
empeñaron en demostrarlo con mucha tenacidad los académicos.
De aquí el desacuerdo de los filósofos y los engaños de los
sentidos; de aquí los sueños y alucinaciones, las falacias y
sorites que empleaban para defensa de su causa.
Y habiendo aprendido del mismo Zenón que no hay cosa
más despreciable que la opinión, muy hábilmente dedujeron
de ahí que, si nada puede percibirse, por una parte, y por otra,
la opinión es cosa muy baja, el sabio debía de abstenerse de
aprobar nada.
244 Esto les acarreó una gran hostilidad, porque parecía
consecuente que el que nada afirma, nada haga. Y por esta
causa, parecían pintar los académicos a su sabio— que, según
ellos, nada debe afirmar— como condenado a perpetua soño
lencia y deserción de todos sus deberes. Mas ellos, en este
punto, introdujeron el uso de cierta probabilidad, que llama
ban verosimilitud, sosteniendo que de ningún modo el sabio
deja de cumplir sus deberes, pues tiene sus reglas de conducta
para seguir; pero que la verdad, sea por la oscuridad de la
naturaleza, sea por las semejanzas engañosas, yacía escondida
y confusa. Y añadían que la misma refrenación y suspensión
del asentimiento era fruto de una gran actividad del sabio.
Creo haberos expuesto todo su sistema, como has querido,
sin separarme de tus indicaciones, Alipio; es decir, que he
obrado con buena fe. Porque si algo o no es como lo he dicho
o lo he callado, no ha dependido de mi voluntad.
No falta, pues, la buena fe, según el testimonio de mi con
ciencia. El hombre que se engaña, debe parecemos digno de
lástima; y el que engaña, vitando; el primero necesita un buen
maestro; el segundo, un discípulo precavido,
24 4 B o y e r ,
Vidée de vérité...
p .1 9 .
San Agustín
148
C a p ít u l o
VI
Divergencia entre la antigua y la nueva Academia
245 Tomado el necesario alimento para satisfacer nues
tra hambre, volvimos luego al prado, y Alipio comenzó di
ciendo:
— Obedeceré a tu deseo, sin atreverme a rehusar el compro
miso. Si nada omito, será gracias a tu doctrina y también a
mi memoria. Pero si en alguna cosa me equivoco, tú la reto
carás, de modo que en adelante no tema esta clase de com
promisos.
Según mi parecer, la escisión de la nueva Academia se
produjo no tanto contra la antigua doctrina com o contra los
estoicos. Y ni aun se ha de considerar como una escisión,
porque convenía refutar y discutir una opinión nueva intro
ducida por Zenón. Pues la doctrina sobre la imposibilidad
de la percepción, aunque no suscitó controversias, refugióse
en la mente de los antiguos académicos, y no fue juzgada
como inadmisible. Podría probarse esto fácilmente con la auto
ridad del mismo Sócrates, de Platón y otros filósofos antiguos,
que en tanto creyeron que uno puede inmunizarse contra el
error en cuanto evita la temeridad en dar su asentimiento;
con todo, ellos no introdujeron en las escuelas una discusión
sobre esta materia ni investigaron particularmente si era o no
posible la percepción de la verdad.
Este es el problema que lanzó bruscamente Zenón, por
fiando en que nada puede percibirse sino aquello que de tal
manera es verdadero, que se distingue de lo falso por sus notas
o marcas de disimilitud, y que el sabio no debía abrazar opi
niones; y Arquesilao, habiendo oído esto, negó que pudiera
haber para el hombre cosa de ese género, y que la vida del
sabio no debía exponerse a aquel naufragio de la opinión.
Conclusión de todo esto fue que no debía asentirse a ningu
na cosa.
246 ¿No sabes, pues, que yo no tengo ninguna cosa
por cierta, y que de su investigación me retraen los argumentos
y discusiones de los académicos? Pues no sé de qué modo me
han hecho creer com o cosa probable, usando su palabra favop .2 1 ;
p .1 9 7
n t .1 7 ;
B oy er,
Christ. et Néoplat...
Ann. p h il. c h ré t. ( 1 8 9 8 ) p .3 0 4 ; L e ja r d , o . c . , p.45.51;
JonyET, La doctrine august, de l’illum,; Mélang, august. p.56.
246 C apán aga,
O.C.,
p ,1 5 5 .1 6 5 s s .; J. M a r t i n ,
Contra los Académicos
149
rita, que el hombre no puede hallar la verdad; por lo cual me
hice perezoso y tardo, sin atreverme a buscar lo que no estuvo
al alcance de los varones más agudos y doctos. Si, pues, yo
no logro convencerme de la posibilidad de descubrir lo ver
dadero tan fuertemente com o los académicos estaban conven
cidos de lo contrario, no me atrevo a indagar nada ni hallo
cosa que defender.
Deja, pues, a un lado tu pregunta, si te place, y discutamos
entre los dos, con la mayor sagacidad posible, si puede hallarse
la verdad. Por lo que a mí toca, tengo a mano muchos argu
mentos que oponer a la doctrina de los académicos; nuestra
diferencia de opiniones se reduce a lo siguiente: a ellos pare
cióles probable que no puede descubrirse la verdad; en cam
bio, a mí me parece que puede hallarse. Pues el desconoci
miento de la verdad me es particular, si ellos fingían, o segu
ramente es común a ellos y a mí.
C a p ít u l o
XI
Sobre la probabilidad
247 — Oíd, pues— les dije yo— , de qué se trata. Llaman
los académicos probable o verosímil lo que, sin asentimiento
formal de nuestra parte, basta para movernos a obrar. Digo sin
asentimiento, de modo que sin tomar por verdadero lo que
hacemos, conscientes de nuestra ignorancia de la verdad, no
obstante, obramos. Por ejemplo, si la noche pasada, tan sere
na y pura, alguien nos hubiera preguntado si hoy había de
salir un sol tan alegre, sin duda hubiéramos respondido: No
lo sabemos, pero nos parece que sí.
Pues de esta categoría son, dice el académico, todas las
cosas que yo he creído conveniente llamar probables o vero
símiles. Si tú les quieres poner otro nombre, no te contradiré.
Me basta con saber que has entendido mi pensamiento, esto es,
a qué cosas se aplica dicho nombre. Pues el sabio debe ser
averiguador de la verdad, no artífice de las palabras.
¿Habéis entendido, pues, cómo se me han ido de las ma
nos aquellos juegos con que trataba de ejercitaros?
Habiendo respondido ambos que sí, com o con sus semblan
tes me pedían una respuesta, les dije:
— ¿Qué pensáis?— os repito— . ¿Creéis que Cicerón, artú
247 Joljvet, La doctrine august.,.. p.58,
Contra los Académicos
San Agustín
150
fice de estas palabras, fue tan indigente en la lengua latina que
ponía nombres poco adecuados a las cosas que tenía en su
ánimo?
C a p ít u l o
X II
Se insiste en el mismo argumento
248 Entonces dijo Trigecio:
— Pues la cosa es clara, no hemos de promover ninguna
cuestión verbal. Por lo cual mira más bien cómo has de res
ponder a este nuestro libertador, contra quien preparas de
nuevo tus acometidas.
— Un momento— dijo Licencio— , por favor; pues me brilla
en el pensamiento no sé qué luz y por ella veo que no debiste
dejarte arrebatar fácilmente tan grave argumento.
Y después de una pausa silenciosa de reflexión, añadió:
— Nada me parece más absurdo que decir que aprueba lo
semejante a la verdad el que ignora a ésta; ni me hace fla
quear en este punto tu comparación. Pues si a mí me pregun
tan si del estado atmosférico de hoy no se barrunta alguna
lluvia para mañana, muy bien responderé que es verosímil,
porque sostengo que puede conocerse alguna verdad. Sé que
este árbol no puede hacerse de plata ahora, y otras muchas
cosas digo sin presunción que las sé, a las cuales veo que son
semejantes las que llamamos verosímiles.
Pero tú, ¡oh Carnéades!, o no sé qué otra peste griega,
para callar de los nuestros— ¿y por qué dudaré ya de pasarme
al bando de quien soy prisionero por derecho de victoria?— ,
cuando tú dices que no conoces ninguna verdad, ¿cóm o pue
des abrazar lo que se asemeja a ella? Cierto no pudo dársele
otro nombre. ¿Cóm o, pues, podemos discutir con un hombre
que ni siquiera puede hablar?
LIBRO III
C a p ít u l o
VI
Necesidad de un divino socorro para conocer la verdad
249 Pero quién puede mostrarnos la verdad, lo has dicho
tú, Alipio, cuyo disentimiento evitaré con ahínco. Porque has
24? C
apánaga,
o .c .,
p .4 9 -5 0 ;
p .1 9 6 n t.21 y 2 2 ;
G
il s o n
,
Introduction
p .4 9 ,
151
dicho, tan breve com o religiosamente, que sólo algún divino
numen puede manifestar al hombre lo que es la verdad. En
este discurso nuestro, ninguna otra proposición he oído tan
grata, tan grave, tan probable, y si nos asiste esa divinidad,
ninguna tan verdadera. Pues aquel Proteo a quien acabas de
evocar— y ¡con qué elevación de espíritu y fría intervención en
la mejor clase de filosofía!— , aquel Proteo, digo— y notad,
jóvenes, que la filosofía no desdeña absolutamente a los poe
tas— , es traído como imagen de la verdad. En las ficciones
poéticas, Proteo representa y sostiene el papel de verdad, a
la que nadie apresa si, engañado por falsas apariencias, deja
o suelta los lazos para prenderlo. Porque son esas imágenes
las que por nuestra costumbre de usar de las cosas corporales
para las necesidades de nuestra vida, por ministerio de los sen
tidos, se esfuerzan en seducirnos e ilusionarnos, aun cuando
se tiene y en cierto modo se toma la verdad con las manos.
Y ésta es la tercera concesión que se me ha hecho, y que
no puedo estimar en su justo valor. Porque mi amigo fami
liarísimo no sólo está conforme conmigo en lo que atañe a
la probabilidad de la vida humana, mas también en lo relativo
a la religión, lo cual es indicio clarísimo de la verdadera amis
tad. Porque ésta fue definida muy bien y santamente como
un acuerdo benévolo y caritativo sobre las cosas divinas y
humanas.
C a p ít u l o
IX
La definición de Zenón
250 Pero retirémonos de este quisquilloso tribunal a al
gún lugar donde no nos molesten las multitudes, y ojalá que a
la misma escuela de Platón, la cual se dice que recibió su nom
bre por haberse retirado del pueblo.
Y allí disputemos, según nuestras fuerzas, no de la gloria,
que es cosa leve y pueril, sino de la misma vida y de la es
peranza que tenemos de ser dichosos.
Niegan los académicos que pueda saberse algo. ¿Qué apo
yo tenéis para decir eso, oh hombres estudiosísimos y doctísi
mos? «Nuestro apoyo es, dicen, la definición de Zenón». Mas
¿por qué? Decidme. Pues si es verdadera, alguna verdad admi2 5 0 C a p á n a g a , o . c . , p .1 9 6 n t .2 5 ; J o l i v e t ,
y 5 8 ; I d ., Saint Augustin... p .1 4 9 ; G i l s o n ,
2 50 -25 7 C a y r é , o . c . , p .1 8 3 .
La doctrine augustinienne...
Introduction... p .5 0 .
p .5 7
152
San Agustín
Contra los Académicos
153
te quien la admite; si es falsa, no debió haceros mella a vos
otros, que os preciáis de vuestra constancia. Pero veamos lo que
dice Zenón: Sólo puede percibirse y comprenderse un objeto
que no ofrece caracteres comunes con lo falso.
¿Esto te movió, ¡oh discípulo de P latón!, para que con
todo empeño retrajeras a los amigos de saber de toda espe
ranza de ciencia, para que, dominados por una lamentable
pereza espiritual, abandonasen toda investigación filosófica?
Así, pues, si hablases de ese m odo, huirían de ti com o de
un loco; si por otros medios los contagias con tu persuasión,
los volverás locos. Pero admitamos que ambas doctrinas apar
tan igualmente a los hombres de la filosofía. Mas si la defini
ción de Zenón obligaba a enunciar algo pernicioso para la
causa de la sabiduría, ¡oh am igo!, ¿había necesidad de decir
al hombre lo que era motivo de dolor o más bien lo que era
para ti motivo de escarnio?
251 Pero ¿cóm o no había de turbarle que no pueda ha
llarse un objeto de tal condición, si, por otra parte, no puede
conocerse sino lo que es tal? De ser así, mejor sería decir que
el hombre no puede alcanzar la sabiduría que sostener que
el sabio no sabe por qué vive, cóm o vive ni si vive, y, final
mente— y esto supera toda perversidad e insensatez— , que a
la par es sabio y que ignora la sabiduría. Porque ¿qué es más
chocante, decir que el hombre no puede ser sabio, o que el
sabio no posee la sabiduría? Toda disputa queda cortada si
no se plantea la cuestión en estos términos para juzgarla. Mas
si tal vez se hablase tan claramente, se retraerían los hombres
totalmente de filosofar; y hay que inducirlos a ello con el dul
císimo y santo nombre de la sabiduría, para que cuando, que
brantados por el trabajo y la edad, nada hayan aprendido, te
colmen de execración a ti, a quien te han seguido, renunciando
a los placeres del cuerpo y abrazando los tormentos del es
píritu.
253 Pero discutamos la definición de Zenón, según nos
permite nuestra ignorancia. Sólo puede comprenderse un obje
to que de tal modo resplandece de evidencia a los ojos, que
no puede aparecer como falso.
Evidente cosa es que fuera de esto nada puede percibirse.
252 Pero examinemos quién los aparta más bien de la
filosofía: si el que dijo: «Escucha, amigo mío: la filosofía no
es la misma sabiduría, sino el estudio de ella, al que si te
aplicas, nunca llegarás a ser sabio mientras vivas (y así la sa
biduría reside en Dios y no puede ser patrimonio del hombre);
mas luego que con tal ejercicio te hayas adiestrado y purificado
bastante, tu alma disfrutará fácilmente de la verdad, después
de la vida presente, esto es, cuando hayas dejado de ser hom
bre»; o tal vez el que dijo: «Venid, mortales, consagraos a la
filosofía, porque en ella hay gran provecho. Pues ¿qué cosa
más amable que la sabiduría para el hombre? Venid, pues,
para que seáis sabios y no conozcáis la sabiduría».
No sería yo quien hablase así, dice él (el académico). Eso
es engañar, pues otra cosa no hallarán en ti.
251 C a p á n a g a , O .C ., p.19 y 20; B o y e r ,
C a y r é , o . c . , p.186; G i l s o n , Introduction...
p.58.59.65.
L’idée de vérité... p.21.22.33.163;
p.80; J o l i v e t , La doctrine auzust...
— Lo mismo pienso yo— dice Arquesilao— , y por esto, en
seño que nada puede percibirse, pues nada puede hallarse que
reúna tales condiciones.
— Tal vez no lo halles tú y otros necios; pero el sabio,
¿por qué no ha de poder hallarlo? Aunque al mismo necio
creo que nada puede responderse si te pide que con tu reco
nocida agudeza refutes dicha definición de Zenón, mostrándole
que también puede ser falsa; y si no puedes lograr ese intento,
ya tienes en ella una proposición cierta; pero, si la refutares,
quedas libre del obstáculo de conocer la verdad. Luego no sé
cómo pueda refutarse, y la juzgo muy verdadera, dicha defini
ción. Así, pues, si la conozco, aunque necio, alguna verdad
conozco. Pero imagínate que ella cede a tus argucias. Me val
dré entonces de un dilema segurísimo. Porque dicha definición
o es verdadera o falsa: si es verdadera, mantengo mi posición;
si falsa, luego puede percibirse algo, aun cuando ofrezca ca
racteres comunes con lo falso.
— ¿Cómo puede ser eso?— pregunta él.
— Luego muy acertado anduvo Zenón en su definición, ni
se engañó alguien al darle asentimiento. ¿Tal vez condenare
mos como poco recomendable y neta una definición, la cual,
contra los que habían de formular muchas objeciones contra
la percepción, se presenta en sí misma dotada de aquellas cua
lidades que requería com o propias de un objeto perceptible?
Luego ella es a la par una definición y un ejemplo de cosas
comprensibles.
— Y no sé— dice Arquesilao— si ella es verdadera; mas por
253
p .5 0 .
C apánaga,
o .c . ,
p.25; nt.26;
C a y r f.,
o .c . ,
p.183;
G ils o n ,
introduction...
Contra los Académicos
154
155
San Agustín
ser probable, aceptándola, demuestro que nada existe seme
jante a lo que ella exige como comprensible.
— Tú la utilizas para todo menos para ella, y ves la con
secuencia, según creo. Pues aun estando inciertos de ella, no
nos desampara por eso la ciencia, porque sabemos que es ver
dadera o falsa. Luego sabemos algo. Aunque nunca logrará
hacerme un ingrato, juzgo dicha definición como absoluta
mente verdadera. Pues o pueden percibirse las cosas falsas,
hipótesis a que tienen pavor los académicos, y realmente es
absurda, o tampoco pueden percibirse las cosas semejantes a
lo falso; luego aquella definición es verdadera. Mas pasemos
a lo demás.
C a p ít u l o
XI
La certeza del mundo y de las verdades matemáticas
254 Queda por averiguar si el testimonio que dan es ver
dadero. Suponte que dice un epicúreo: Y o no tengo ninguna
querella contra los sentidos, pues no es razonable exigir de
ellos más de lo que pueden.
Y lo que pueden ver los ojos, cuando ven, es lo verdadero.
— ¿Luego testifican la verdad cuando ven el remo quebra
do en el agua?
— Ciertamente; pues habiendo una causa para que el remo
aparezca tal com o se ve allí, si apareciera recto, entonces sí
se podría acusar a los ojos de dar un informe falso, por no
haber visto lo que, habiendo tales causas, debieron ver. ¿Y a
qué multiplicar los ejemplos? Extiéndase lo dicho a lo del
movimiento de las torres, de las alas de las aves y otras cosas
innumerables. Pero dirá alguno: No obstante eso, yo me en
gaño si doy mi asentimiento. Pues no lleves tu asentimiento
más allá de lo que dicta tu persuasión, según la cual así te
parece una cosa, y no hay engaño. Pues no hallo cóm o un
académico puede refutar al que dice: Sé que esto me parece
blanco; sé que esto deleita mis oídos; sé que este olor me agra
da; sé que esto me sabe dulce; sé que esto es frío para mí.
— Pero di más bien si en sí mismas son amargas las hojas
del olivo silvestre, que tanto apetece el macho cabrío.
254 J o l i v e t , La doctrine august. p.61 y 100; M o r e t t i - C o n s t a n z o , Ascesis
y filosofía en San Agustín: Augustinus 19 (1974) 27; C a p á n a g a , o .c . , p.26;
p.197 nt.30 y 31; B o y e r , L’idée de vérité... p.173; I d . , Sant’Agostino p.37;
L e j a r d , o . c . , p.43; G i l s o n , Introduction... p.52.53.228.
— ¡Oh hombre inmoderado! ¿N o es más modesta esa ca
bra? Y o no sé cómo sabrán esas hojas al animal; para mí son
amargas; ¿a qué más averiguaciones?
Mas tal vez no falte hombre a quien tampoco le sean
amargas.
— Pero ¿pretendes agobiarme a preguntas? ¿Acaso dije
yo que son amargas para todos? Dije que lo eran para mí,
y esto siempre lo afirmo.
¿Y si una misma cosa, unas veces por una causa, otras
veces por otra, ora me sabe dulce, ora amarga?
Y o esto es lo que digo: que un hombre, cuando saborea
una cosa, puede certificar con rectitud que sabe por el testi
monio de su paladar que es suave o al contrario, ni hay sofis
ma griego que pueda privarle de esta ciencia.
Pues ¿quién hay tan temerario que, al tomar yo una golo
sina muy dulce, me diga: «Tal vez tú no saboreas nada; eso
es cosa de sueño»? ¿Acaso me opongo a él? Con todo, aquello
aun en sueños me produciría deleite. Luego ninguna imagen
falsa puede confundir mi certeza sobre este hecho.
Y tal vez los epicúreos y cirenaicos darían en favor de los
sentidos otras muchas razones, que no me consta hayan sido
rebatidas por los académicos. Pero esto a mí, ¿qué me inte
resa? Cuenten con mi favor si quieren y pueden rebatirlos.
Pues todo lo que disputan ellos contra los sentidos no vale
igualmente para todos los filósofos. Pues hay quienes estiman
que todas las impresiones que el alma recibe por medio de
los sentidos corporales pueden engendrar opinión, pero no cien
cia, cual se contiene en el entendimiento y vive en la mente,
en región lejana de los sentidos. Y tal vez en el número de
ellos se encuentra el sabio en cuya busca vamos. Pero quede
este tema para otra ocasión; ahora vengamos a los otros pun
tos, que, a la luz de lo explicado, fácilmente se aclararán, si
no me engaño.
C a p ít u l o
X III
Las certezas de la dialéctica
255 Falta la dialéctica, que ciertamente conoce bien el
sabio, y nadie puede saber lo falso. Y si no la conoce, su cono
cimiento no pertenece a la sabiduría, pues sin ella llegó a ser
2 5 5 -2 5 7 C a p á n a g a ,
o .c .
San Agustín
De la vida feliz
sabio, y es inútil preguntar si es verdadera y puede ser objeto
de una percepción cierta.
Tal vez aquí me dirá alguien: Tienes tú costumbre, ¡ob
ignorante!, de mostrar lo que sabes; de la dialéctica, ¿no has
podido saber nada? Pues yo sé de ella muchas más cosas que
de las otras partes de la filosofía. En primer lugar, la dialéc
tica me enseñó que eran verdades las proposiciones arriba men
cionadas. Además, ella me ha enseñado otras muchas verda
des. Contadlas, si podéis. Si hay cuatro elementos en el mundo,
no hay cinco. Si el sol es único, no hay dos. Una misma alma
no puede morir y ser inmortal. N o puede ser el hombre al
mismo tiempo feliz e infeliz. No es a la vez día y noche. Ahora
estamos despiertos o dormidos. Lo que me parece ver, o es
cuerpo o no lo es.
sin piedad con el burdísimo sofisma: Si es verdadero, es falso;
si es falso, es verdadero.
Y baste con lo dicho acerca de la percepción, pues al tratar
del asentimiento volveré de nuevo a este punto.
L56
256 Estas y otras muchas proposiciones, que sería lar
guísimo enumerar, por la diléctica aprendí que eran verdaderas,
en sí mismas verdaderas, sea cual fuere el estado de nuestros
sentidos. Ella me enseñó que si en las proposiciones enlazadas
que acabo de formular se toma la parte antecedente, arrastra
consigo la que la lleva aneja; y las que he enunciado en forma
de oposición o disyunción son de tal naturaleza, que, si se
niega una de ellas o más, queda algo afirmativo en virtud de
la misma exclusión de las restantes.
La dialéctica igualmente me enseñó que, cuando hay armo
nía sobre las cosas de que se disputa, no debe porfiarse acerca
de las palabras, y el que lo haga, si es por ignorancia, debe
ser enseñado, y si por terquedad, debe ser abandonado; si no
puede ser instruido, amonéstesele a que se dedique a alguna
cosa de provecho, en vez de perder el tiempo y la obra en
cuestiones superfluas; y si se resiste, dejadlo.
257 Para los discursos capciosos y sofísticos hay un pre
cepto breve: si se introducen por un mal raciocinio que se haya
hecho, debe volverse al examen de todo lo concedido; pero
si la verdad y la falsedad se chocan en una-misma conclusión,
tómese lo que se puede comprender; déjese lo que no puede
explicarse. Y si la razón de ser de alguna cosa está entera
mente oculta para los hombres, debe renunciarse a su conoci
miento. Todas estas y otras muchas cosas, que no es necesario
mencionar, son objeto de la enseñanza de la dialéctica. Pues
yo no debo ser ingrato para con ella. Pero aquel sabio o des
deña estas cosas o, si tal vez la dialéctica es la misma ciencia
de la verdad, la conoce bastante para menospreciar y acabar
157
DE LA V ID A FELIZ
E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, I , Pri
meros escritos... D e la vida feliz, preparado por el P. V. C a p á n a g a ,
Agustino Recoleto, 4.a ed. (BÁC, Madrid 1946).
B i b l i o g r . g e n .: C a p á n a g a , o . c ., p.583-587, Introducción; R. J o l i v e t ,
Oeuvres de S. Augustin, première série: Opuscules. IV . Dialogues philo
sophiques. I. Problèmes fondamentaux «Contra Académ icos», «D e beata
vita »... Trad., introd. et notes (Paris 1939); B. N e r i , Della vita beata.
Trad. e note bibliot. august. (Firenze 1930); C h . B o y e r , Christianisme
et néo-platonisme dans la formation de Saint Augustin (Paris 1920).
Appendice I I : Analyse des «D ialogues» composés à Cassiciacum, p.205225; p .190 y 191; P. G e n t i l e , Sant’Agostino. Dialoghi. I. La controver
sia accademica, la felicità... Intr. trad. e note (Rom a 1970); J . H e s s e n ,
Mon Seligen Leben (übersetzt und erlàutert (Leipzig 1923) Bibl. M e i n e r , X X X ); F. W o r t e r , D ie Geistesentwicklung des hi. Aurelias Augustinus bis zu seiner Taufe (Paderborn 1892) p .103-108.
CAPÍTULO' I I
Discusión del primer día.— Constamos de cuerpo y alma.— El
alimento del cuerpo y del alma.— No es dichoso el que no tiene
lo que quiere-—Ni el que tiene cuanto desea.— Quién posee a
Dios.— El escéptico no puede ser feliz ni sabio
258 7. — ¿Os parece cosa evidente que nosotros cons
tamos de cuerpo y alma?
Asintieron todos menos Navigio, quien confesó su ignoran
cia en este punto. Y o le dije:
— ¿N o sabes absolutamente nada, nada, o aun esto mismo
ha de ponerse entre las cosas que ignoras? ¿Puedes indicarme
alguna cosa sabida?
— Ciertamente— dijo él.
— Si no te molesta, dila.
— ¿Sabes a lo menos si vives?— le pregunté yo al verlo
titubeando.
2 5 8 -2 7 5 C a p á n a g a , o . c . , Introducción p.583-587; C a y r é , o . c . , p.100-102.
2 58 B r a s a D í e z , El contenido del «cogito» agustiniano: Augustinus 21
(1976) 2 7 5 ; L e ja r d , o .c ., p.35; B o y e r , L'idée de vérité... p.163; R o l a n d - G o s s e l i n , La morale chrétienne: Bibliot. August. 1 (1936) p.234; G i l s o n , Intro
duction... p.4 y 5 3 ; J o l i v e t , La doctrine augustinienne de l’illumination p.65.
San Agustín
158
D e la vida feliz
— Lo sé.
— Luego sabes que tienes vida, pues nadie puede vivir sin
vida.
— Hasta ese punto ya llega mi ciencia.
¿Sabes que tienes un cuerpo? (Asintió a la pregunta.)
Luego ¿ya sabes que constas de cuerpo y vida?
— Sí, pero si hay algo mas, no lo sé.
— No dudas, pues, de que tienes estas dos cosas: cuerpo
y
alma, y andas incierto sobre si hay algo más para comple
mento y perfección del hombre.
— Así es.
259 __ Dejemos para mejor ocasión el indagar esto, si
acaso existe. N o quiero tampoco preguntaros, pues todos con
fesáis que alma y cuerpo son los constitutivos del hombre, para
cuál de los dos apetecemos los alimentos.
Para el cuerpo— respondió Licencio.
Los demás dudaban y discutían entre sí cómo podía ser
necesario el alimento por razón del cuerpo, cuando lo apete
cíamos para la vida, y la vida es cosa del alma. Intervine yo
diciendo:
,,
¿Os parece que el alimento se relaciona con aquella par
te que crece y se desarrolla en nosotros?
Asintieron todos menos Trigecio, el cual objetó:
^
¿Por qué entonces yo no he crecido en proporción del
apetito que tengo?
— Todos los cuerpos— le dije— tienen su limite en la na
turaleza, y no pueden salirse de su medida; pero esta medida
sería menor si les faltasen los alimentos, cosa que advertimos
fácilmente en los animales, pues sin comer reducen su volumen
y corpulencia todos ellos.
— Enflaquecen, no decrecen— observó Licencio.
Me basta con lo primero para lo que yo intento, pues
aquí discutimos si el alimento pertenece al cuerpo, y no hay
duda de ella, porque, suprimiéndolo, se adelgaza.
Todos se arrimaron a este parecer.
26o 8. — Y del alma ¿qué me decís?— les pregunté .
¿N o tendrá sus alimentos? ¿La ciencia será su manjar?
Ciertamente— dijo la madre— , pues de ninguna otra
cosa creo que se alimente el alma sino del conocimiento y cien
cias de las cosas.
259
K o w alczyk,
La métaphysique du bien... p41.
2 6 0 L e ja r d , o . c . , p . 3 3 .4 1 .6 3 .
159
Mostrándose dudoso Trigecio de esta sentencia, le dijo ella:
— Pues ¿no has indicado tú mismo hoy cóm o y de dónde
se nutre el alma? Porque al rato de estar comiendo dijiste
que no has reparado en el vaso que usábamos, por estar pen
sando y distraído en no sé qué cosas, y, sin embargo, no dabas
paz a la mano y a la boca. ¿Dónde estaba entonces tu ánimo,
que comía sin atender? Créeme que aun entonces se apacienta
el alma de sus manjares propios, es decir, de sus imaginaciones
y pensamientos, siempre afanosa de percibir algo.
Provocóse una reyerta con estas palabras, y yo les dije:
¿N o me otorgáis que las almas de los hombres muy sa
bios y doctos son en su género más ricas y vastas que las de
los ignorantes?
— Cosa manifiesta es— respondieron unánimes.
— Con razón decimos, pues, que las almas de los ignoran
tes en las artes están com o ayunas y famélicas.
creo repuso Trigecio— que están llenas, pero de
vicios y perversidad.
261
Eso mismo— le dije— es cierta esterilidad y ham
bre de las almas. Pues como los cuerpos privados de alimen
tos se llenan frecuentemente de enfermedad y sarna, así las
almas de aquéllos están llenas de enfermedades, delatoras de
su miseria. Porque a la misma nequicia o maldad la llamaron
jos antiguos madre de todos los vicios, porque nada es. Y se
llama frugalidad la virtud contraria a tal vicio. Así com o esa
palabra se deriva de frux, frugis, esto es, de fruto, para signi
ficar cierta fecundidad de las almas, aquella otra, nequitia,
viene de la esterilidad de la nada, porque la nada es aquello
que fluye, que se disuelve, que se licúa, y siempre perece y se
pierde. Por eso a tales hombres llamamos también perdidos.
En cambio, es algo cuando permanece, cuando se mantiene fir
me, cuando siempre es lo que es, como la virtud, cuya parte
principal y nobilísima es la frugalidad y templanza. Pero si
lo dicho os parece oscuro de comprender, ciertamente me con
cederéis que si los ignorantes tienen llenas sus almas, hay dos
géneros de alimentos para ellas: unos saludables y provecho
sos y otros mortales y nocivos.
262 9. Siendo así, y averiguado que el hombre consta
e cuerpo y alma, en este día de mi cumpleaños me ha pare
cido que no sólo debía refocilar vuestros cuerpos con una co1 a mas abundante, sino también regalar con algún manjar
261
L e ja r d .
0 ,c.,
p . 63.64 n t . 242 .
San Agustín
B e la vida feliz
vuestras almas. Cuál sea este manjar, si no os falta el apetito,
ya os lo diré. Porque es inútil y tiempo perdido empeñarse
en alimentar a los inapetentes y hartos; y hay que dar filos al
apetito para desear con más exquisito gusto las viandas del
espíritu que las del cuerpo. Lo cual se logra teniendo sanos
los ánimos, porque los enfermos, lo mismo que ocurre en cuan
to al cuerpo, rechazan los alimentos.
Por los gestos de los semblantes y voces vi el apetito que
tenían todos de tomar lo que se les hubiese preparado.
— En el día de tu natalicio pásame invitación, si te pare
ce, y todo cuanto me presentares te lo recibiré con mil amo
res. Con la misma disposición quiero que te sientes hoy en el
convite de mi casa, sin pedir gollerías, que tal vez no se han
preparado.
Sonrojóse con esta modesta y reservada admonición mía
y añadí:
— Sobre un punto convenimos todos: nadie puede ser fe
liz si le falta lo que desea; pero tampoco lo es quien no reúne
todo a la medida de su afán. ¿N o es así?
Asintieron todos.
160
263 10. E hilvanando de nuevo mi discurso, proseguí:
— Todos queremos ser felices, ¿no?
Estas palabras fueron acogidas con unánimes aplausos.
— ¿Y os parece bienaventurado el que no tiene lo que
desea?
— No— dijeron todos.
— ¿Y será feliz el que posee todo cuanto quiere?
Entonces la madre respondió:
— Si desea bienes y los tiene, sí; pero si desea males, aun
que los alcance, es un desgraciado.
Sonriendo y satisfecho, le dije:
— Madre, has conquistado el castillo mismo de la filosofía.
Te han faltado las palabras para expresarte como Cicerón en
el libro titulado Hortensias, compuesto para defensa y pane
gírico de la filosofía. Allí dice textualmente acerca de lo que
discutimos aquí: H e aquí que todos, no filósofos precisamente,
pero sí dispuestos para discutir, dicen que son felices los que
viven como quieren. ¡Profundo error! Porque desear lo que no
conviene es el colmo de la desventura. No lo es tanto no con
seguir lo que deseas como conseguir lo que no te conviene.
Porque mayores males acarrea la perversidad de la voluntad
que bienes de fortuna.
264 Estas palabras aprobó ella con tales exclamaciones
que, olvidados enteramente de su sexo, creimos hallarnos sen
tados junto a un grande varón, mientras yo consideraba, según
me era posible, en qué divina fuente abrevaba aquellas ver
dades.
— Decláranos, pues, ahora— dijo aquí Licencio— qué debe
querer y en qué objetos apacentarse el deseo del aspirante a la
felicidad.
263 B oyer , Christianisme et néo-platonisme... p.86;
p.24s.222; G i l s o n , Introduction... p.2.
264 B o y e r , o.c., p.158; L e j a r d , o .c ., p.68,
I d ..
L’idée de vérité...
161
265 11. — Respondedme ahora: ¿todo el que no es fe
liz es infeliz?
Sin vacilar, mostraron su conformidad.
-— Luego todo el que no tiene lo que quiere es desdichado.
(Aprobación general.)
— ¿Qué debe buscar, pues, el hombre para alcanzar su di
cha? Tampoco faltará este manjar en nuestro convite para sa
tisfacer el hambre de Licencio, pues debe alcanzar, según opi
no, lo que puede obtener simplemente con quererlo.
Les pareció esto evidente a todos.
— Además— añadí yo— ha de ser una cosa permanente y
segura, independiente de la suerte, no sujeta a las vicisitudes
de la vida. Pues lo pasajero y mortal no puede poseerse cuan
do se quiere.
Hicieron señales de aprobación, pero Trigecio dijo:
— Hay muchos afortunados que poseen en abundancia co
sas caducas y perecederas, pero muy agradables para esta vida,
sin faltarles nada de cuanto pide su deseo.
— Y el que tiene algún temor— le pregunté yo— , ¿te pa
rece que es feliz?
— De ningún modo.
— Es así que aquellos bienes de fortuna puedenperderse;
luego el que los posee no puede ser feliz.
Se rindió a esta conclusión. Y aquí observó mi madre:
— Aun teniendo seguridad de no perder aquellos bienes,
con todo, no puede saciarse con ellos, y es tantomás in fe liz
cuanto es más indigente en todo tiempo.
266 Y o le respondí:
¿Y qué te parece de uno que abunda y nada en estas
265 B o y e r , Lidée de vérité... p .2 2 3 ; I d ., De fundamento moralitati secunaam s. Augustinum: Acta h e b d o m . a u g u s t.-th o m . p.105: L e j a r d , o .c ., p .36-42CjIlson, Introduction... p .3 .
Los filósofos medievales 1
(.
San Agustín
D e la vida feliz
cosas, pero ha puesto un límite y raya a sus deseos y vive
contento con lo que posee? ¿Será dichoso?
— No lo será— respondió ella— por aquellas cosas, sino
por la moderación del ánimo con que disfruta de las mismas.
Muy bien— le dije yo— ; ni mi interrogación admite
otra respuesta ni tú debiste contestar de otro modo. Conclu
yamos, pues, que quien desea ser feliz debe procurarse bienes
permanentes que no le puedan ser arrebatados por ningún re
vés de la fortuna.
— Ya hace rato que estamos en posesión de esa verdad
— dijo Trigecio.
— ¿Dios os parece eterno y siempre permanente?
— Tan cierto es eso— observó Licencio— , que no merece
ni preguntarse.
Los otros, con piadosa concordia, aplaudieron esta idea.
— Luego es feliz el que posee a Dios.
Convinieron todos en ello.
— Otra pregunta: el que busca a Dios, ¿hace una vida con
traria a la virtud?
— De ningún modo— respondieron unánimemente.
— Tercera pregunta: ¿el espíritu inmundo, puede buscar a
Dios?
Contestaron negativamente todos, menos Navigio, que al
fin hizo coro con ellos.
— Sí, pues, el que busca a Dios cumple su voluntad, y vive
bien, y carece del espíritu inmundo; y por otra parte, el que
busca a Dios no lo posee todavía, luego ni todo el que vive
bien cumple su voluntad ni el que carece del espíritu impuro
ha de decirse que posee a Dios.
Aquí, ante la sorpresa de una consecuencia deducida de
sus mismas concesiones, riéronse todos menos la madre, la cual,
por estar desatenta, me rogó le explicara y desarrollara lo que
se hallaba envuelto en la conclusión. Después que la complací,
dijo:
— Nadie puede llegar a Dios sin buscarlo.
—-Muy bien— le dije yo— . Pero el que busca no posee
todavía a Dios, aun viviendo bien. Luego no todo el que vive
bien posee a Dios.
A mí me parece que a Dios nadie lo posee, sino que
cuando se vive bien El es propicio; cuando mal, es hostil— re
plicó ella.
162
267 12. Gozosamente admitieron todos la idea última.
— Nada nos resta— continué yo— sino averiguar quiénes
tienen a Dios, porque ellos son los verdaderamente dichosos.
Decidme sobre este punto vuestro parecer.
— Tiene a Dios el que vive bien— opinó Licencio.
— Posee a Dios el que cumple su voluntad en todo— dijo
Trigecio, con aplauso de Lastidiano.
El más pequeñuelo de todos aportó también su grano, di
ciendo:
— A Dios posee el que tiene el alma limpia del espíritu
impuro.
La madre aplaudió a todos, pero sobre todo al niño. Navigio callaba, y preguntándole yo qué opinaba, respondió que
le placía la respuesta de Adeodato.
Me pareció también oportuno preguntar a Rústico sobre
su modo de pensar en tan grave materia, porque callaba más
bien por rubor que por deliberación, y mostró su conformidad
con Trigecio...
C a p ít u l o
III
Quién posee a Dios, siendo feliz.— Dos modos de llamar
al espíritu impuro
268 ... 19. — Y o os pregunto ahora si Dios quiere que
lo busque el hombre.
267
L e ja r d ,
o .c .,
p.42.68.72.73,
2 68 L eja r d , o .c ., p .6 3 .
163
— Entonces se derrumba nuestra definición de ayer cuan
do convinimos que ser bienaventurado es poseer a Dios, por
que todo hombre tiene a Dios, y no por eso es dichoso.
— Añade que lo tiene propicio— insistió ella.
269 20. — ¿Convenimos, pues, en esto a lo menos: es
bienaventurado el que a Dios tiene favorable?
— Quisiera dar mi asentimiento— dijo Navigio— ; pero
temo al que todavía busca, sobre todo para que no concluyas
que es bienaventurado el académico, al que ayer, con un voca
blo vulgar muy expresivo, lo definimos com o un epiléptico.
Porque no puedo creer que Dios sea adverso al que le busca;
y si decir esto es una injusticia, luego le será propicio; y el
que tiene a Dios propicio, es bienaventurado. Será, pues, feliz
el que le busca, pero el que busca no tiene lo que busca, y re
sultará feliz el que no tiene lo que quiere, lo cual ayer nos
parecía un absurdo; y por eso creimos que todas las tinieblas
269 B o y er,
L’idée de vérité...
p .2 4 0 .
San Agustín
D e la vida feliz
de los académicos estaban desvanecidas. Y con esto Licencio
triunfará de nosotros; y como prudente médico, me amones
tará que aquellos dulces que, contraviniendo a mi régimen sa
nitario, tomé, exigen de mí este castigo.
271 22. Aplaudieron todos mis ideas.
— Está bien— les dije— ; pero temo todavía que os haga
mella una concesión anterior, a saber: es desdichado todo el
que no es dichoso, porque la consecuencia hará desgraciado
al hombre que tiene propicio a Dios, pues el que busca no es
feliz aún, según hemos convenido. ¿O acaso, com o Tulio dice,
llamando ricos a los que poseen fincas en la tierra, considera
remos pobres a los que poseen el tesoro de las virtudes? Pero
notad cóm o siendo verdad que todo indigente es infeliz, no
lo es menos que todo infeliz es un indigente. De donde re
sulta que la miseria y la penuria son una misma cosa. Esta
es una proposición ya sostenida por mí. Mas la investigación
de este tema nos llevaría lejos. Por lo cual, os ruego que no
os molestéis por acudir también mañana a este banquete.
Aprobaron todos mi propuesta y nos levantamos de allí...
164
270 21. Hasta la madre se rió a estas palabras, y Trigecio apuntó:
— Y o no concedo tan pronto que Dios es adverso al que
no es propicio, y sospecho que debe haber aquí un término
medio.
— Y este hombre medio— le pregunté yo— a quien Dios
ni es favorable ni adverso, ¿concedes que tiene a Dios de al
gún modo?
Dudando de él, intervino la madre:
— Una cosa es tener a Dios y otra no estar sin Dios.
— ¿Y qué es mejor: tener a Dios o no estar sin El?
— Y o concibo así la cosa: el que vive bien, a Dios tiene
propicio; el que vive mal, tiene a Dios, pero enemigo. Y el
que le busca todavía y no le ha hallado, no le tiene ni propi
cio ni adverso, pero no está sin Dios.
— ¿Opináis también así vosotros?— les pregunté.
— El mismo parecer tenemos— respondieron.
— Decidme ahora: ¿no os parece que Dios mira propicio
al hombre a quien favorece?
— Sí.
— ¿No favorece al que le busca?
— Ciertamente— fue la respuesta general.
— Tiene, pues, a Dios pronicio el que le busca, y todo el
que tiene propicio a Dios es bienaventurado. Luego el busca
dor de Dios es también feliz. Y , por consiguiente, será bien
aventurado el que no tiene lo que quiere.
-— A mí no me parece de ningún modo feliz el que no tiene
lo que quiere— objetó la madre.
— Luego no todo el que tiene propicio a Dios es feliz
— argüí yo.
— Si a ese punto nos lleva la razón, no puedo oponerme
— replicó ella.
— La división, pues, será ésta— añadí yo— : todo el que
ha hallado a Dios v lo tiene propicio, es dichoso; todo el que
busca a Dios, lo tiene propicio, pero no es dichoso aún; y
todo el que vive alejado de Dios por sus vicios y pecados no
sólo no es dichoso, pero ni tiene propicio a Dios.
2 7 0 L e ja r d , o . c . , p .6 3 .
C a p ít u l o
165
IV
Discusión del tercer día.— Renuévase la cuestión propuesta.—
Miserable es todo necésitado.— El sabio no es indigente.— La
miseria y riqueza del alma.— El hombre feliz
272 ... 33. Y convinimos al principio de nuestra discu
sión de hoy que si lográbamos identificar la miseria y la indi
gencia, estimaríamos bienaventurado al no indigente. Pues
bien: ya hemos llegado a este resultado.
Luego ser dichoso es no padecer necesidad, ser sabio. Y si
me preguntáis qué es la sabiduría— concepto muy examinado
por la razón humana— , os diré que es la moderación del áni
mo, por la que conserva un equilibrio, sin derramarse dema
siado ni encogerse más de lo que pide la plenitud. Y se derra
ma en demasía por la lujuria, la ambición, la soberbia y otras
pasiones del mismo género, con que los hombres intemperantes
y desventurados buscan para sí deleites y satisfacción de do
minio. Y se encoge y se coarta con la avaricia, el miedo, la
tristeza, la codicia y otras afecciones, sean cuales fueren, y por
ellas los hombres experimentan y confiesan su miseria.
Mas cuando el alma, habiendo hallado la sabiduría, la hace
objeto de su contemplación; cuando, para decirlo con palabras
271 G j l s o n , Introduction... p .4 .
2 7 2 -2 7 4 L o p e C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: E s t. a u gu st. 8 ( 1 9 7 3 ) p .4 1 1 .
2 7 2 B o y e r , Christianisme et Néo-platonisme... p .8 4 ; I d . , L’idée de vérité...
P -2 3 7 .2 3 8 ; L e ja r d , o . c . , p .6 3 ; v a n J e s s , La razón como preludio para la fe en
San Agustín: A u g u s t. 21 (1 9 7 6 ) p .3 8 8 .
D el orden
San Agustín
166
de este niño, se dedica fervorosamente a ella e, insensible a la
seducción de las cosas vanas, no mira sus apariencias engaño
sas, porque su amor suele derribarla de Dios y sumergirla en
profunda abyección, entonces no teme la inmoderación, la in
digencia y la desdicha. El hombre dichoso, pues, tiene su mo
deración o sabiduría.
273 34
Mas ¿cuál ha de ser la sabiduría digna de este
nombre sino la de Dios? Por divina autoridad sabemos que
el H ijo de Dios es la Sabiduría de Dios; y ciertamente es Dios
el H ijo de Dios. Posee, pues, a Dios el hombre feliz, según
estamos de acuerdo todos desde el primer día de este ban
quete. Pero ¿qué es la Sabiduría de Dios sino la Verdad. Por
que El ha dicho: Y o soy la Verdad. Mas la Verdad encierra
una suprema Medida, de la que procede y a la que retorna
enteramente. Y esta Medida suma lo es por si misma, no po
ninguna cosa extrínseca. Y siendo perfecín y suma, eS tam
bién verdadera Medida. Y así com o la Verdad procede de la
Medida, así ésta se manifiesta en la Verdad. Nunca hubo Ver
dad sin Medida, ni Medida sin Verdad. ¿Quien es el que no
tiene Padre, sino la suma Medida? Luego el que viniere a a
suprema Regla o Medida por la Verdad es el hombre feliz. Esto
es poseer a Dios, esto es gozar de Dios. Las demas cosas, aun
que estén en las manos de Dios, no lo poseen.
274 35. Y este aviso, esta voz interior que nos invita
a pensar en Dios, a buscarlo, a desearlo sin tibieza, nos viene
de la fuente misma de la Verdad. Es un íntimo resplandor en
que nos baña el secreto Sol de las almas. De El procede toda
verdad que sale de nuestra boca, aun cuando nuestros ojos, o
por débiles o por falta de avezamiento, trepidan al fijarse en
él y abrazarlo en su integridad, pues en última instancia es e
mismo Dios perfecto y sin ninguna mutilación esencial, io d o
se halla íntegro y perfecto en aquel omnipotentísimo Dios.
Con todo, mientras vamos en su busca y no abrevamos en a
plenitud de su fuente, no hemos llegado aun a nuestra Medi771 B o y e r Christ et néo-platon. p.105.158; Id., Vidée de mérite
„ « 7 , 226 L e t a r d o c
p .33.34.62.63.65; Du R o y , Vintelligence de la fot en
U Trinité ¡d in saint Augustin. Genèse de sa théologie tnn,taire ,us,u au 391
( P a r is 1960) p . 156-161; G i l s o n , Introduction... p.5
274 B o y e r Christianisme et neo-platonisme... p.93 nt.5, I d ., L idée a.
vérité
p.81.120.226; Id., Philosophie et Théologie chez s ¿a gsíri», Essa s...
p f l 9 6 ; L e j a r d , o.c„ p .5 5 .5 6 .5 9 .6 6 .6 7 .7 3 ; C a y r é , o . c . , p .1 0 1 .1 0 2 .2 2 1 ; G i l s o n ,
t P La doctrine august. de Villumin. ^ 8 ;
H . S o m m e t s , S.J.,
Image de Dieu et illuminitation divine: Augustinus Magister p.458.459.
^ J o u v Ë
167
da; y aunque no nos falta la divina ayuda, todavía no somos
ni sabios ni felices Esta es, pues, la plena hartura de las al
mas, esta es la vida feliz, que consiste en conocer piadosa v
perfectamente quién nos guía a la verdad, y los vínculos que
nos relacionan con ella, y los medios que nos llevan al sumo
M odo i or la luz de estas tres cosas se va a la inteligencia de
un solo Dios y una sola substancia, excluyendo toda supersti
ciosa vanidad.
'
Aquí a la madre saltáronle a la memoria las palabras que
tema grabadas, y com o despertando a su fe, llena de gozo re
cito los versos de nuestro sacerdote: «Escucha, divina Trini
dad, nuestras plegarias». Y añadió:
e
. Esta ,(TS’ sin ,duda> Ia vida feliz, porque es la vida perc i y * elIa> según presumimos, podemos ser guiados pronto
ridad
003
’ Una gozosa esperanza y ardiente ca-
275 36. Ea, pues; porque la moderación misma exige
que interrumpamos con algún intervalo de días nuestro condlde; 7 ° p CT t0c a~ ™ s ,fuerzas d°y g^cias a Dios sumo y verÍros n
en0f Ilbertador de las almas, y después a vos
otros, que unánimemente invitados me habéis colmado tam
bién de regalos. Habéis colaborado tanto en mis discurso“
que puedo decir que he sido harto de mis convidados
ció exdam ó: “
como^éste^3 ^
8° Z° S° S Y alabábamos aI Señor> y Trige^
díaS n° S ° bsequies con convites
— Y vosotros debéis seguir y amar la moderación en todo
- l e respondí— , si queréis de veras volver a Dios.
Dicho esto se terminó la discusión y nos retiramos.
DEL
merosDIe s S o CsITAn : /
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ORDEN
de San Agustin’ en edición bilingüe, I
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C h ri¡r^ 10G*" GEN' : .^ apánaga, o.c., Introducción p.642-645- C B o y e r
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mière série- Opuscules IV Dini ^0L1VEJ’. . (->eu^ es de S. Augustin, pre
ñ e. Upuscules. IV . Dialogues philosophiques. I, Problèmes fonp .3 m .lGllS0N' Introduction... p.99.140;
B oyer ,
Christian, et néo-platonisme...
168
San Agustín
D el orden
damentaux: D e ord in e... Trad., introd. et notes (Patis 1939); P. G e n t il e
Sant’Agostino. Dialoghi. I. La controversia accademica..., L ord m e,
introd., trad. e note (Rom a 1970); F. W o r t e r , D ie G eistesentwicklung
des hl. Aurelius Augustinus bis zu seiner Taufe. D er Dialog. «D e ordine»
p . 119-141 (Paderborn 1892); A . D y r o f f , Über Form und Begriffsgehalt
der augustinischen Schrift « D e ordine», en Aurel. Augustinus, Fetsch.
hersg. v . M . G r a b m a n n und J. M a u s b a c h (K oln 1930).
objeto de administración divina o que son descuidadas y me
nospreciadas, para mitigar así o cerrar la boca a toda querella
contra Dios.
LIBRO I
C a p ít u l o
I
Todo lo rige la divina Providencia
276 1. Cosa muy ardua y rarísima es, amigo Cenobio,
alcanzar el conocimiento y declarar a los hombres el orden
de las cosas, ya el propio de cada una, ya, sobre todo, el del
conjunto o universidad con que es moderado y regido este
mundo. Añade a esto que, aun pudiéndolo hacer, no es fácil
tener un oyente digno y preparado para tan divinas y oscuras
cosas, ya por los méritos de su vida, ya por el ejercicio de la
erudición.
Y con todo, tal es el ideal de los más bellos ingenios, y
hasta los que contemplan ya los escollos y tempestades de la
vida como quien dice con la cabeza erguida, nada desean tanto
como aprender y conocer cómo, gobernando Dios las cosas hu
manas, cunde tanta perversidad por doquiera, de modo que
haya de atribuirse su dirección no ya a un régimen y adminis
tración divinos, pero ni siquiera a un instrumento servil, si se
dotara de suficiente potestad. Por lo cual, a los que se inquie
tan por estas dificultades sólo les queda esta salida: o la di
vina Providencia no llega a estas cosas últimas e inferiores o
todos los males se cometen por voluntad de Dios.
277 Impías ambas soluciones, pero sobre todo la última.
Porque, aunque es propio de gente horra de cultura y además
peligrosísimo para el alma creer que hay algo dejado de la
mano de Dios, con todo, entre los hombres, nunca se censura
a nadie por su impotencia; pero el vituperio por negligencia
es también mucho más excusante que el reproche por malicia
y crueldad. Y así, la razón, por no faltar a la piedad, se ve
como forzada a creer que las cosas mundanas no pueden ser
276-308
C ayré ,
o .c . ,
C a p án ag a ,
p.102-107,
o .c . ,
Introducción
p.641-646;
P é p in ,
o .c . ,
p.86.87;
169
278 2. Pero ¿quién es tan ciego que vacile en atribuir
al divino poder y disposición el orden racional de los movi
mientos de los cuerpos, tan fuera del alcance y posibilidad de
la voluntad humana? A no ser que se atribuya a la casualidad
la maravillosa y sutil estructura de los miembros de los más
minúsculos animales, como si lo que se considera obra de lo
casual pudiera explicarse de otro modo que por la razón, o
como si por atender a las fruslerías de la vana opinión humana
osáramos sustraer de la dirección de la majestad inefable de
Dios el orden maravilloso que se aplaude y admira en todo
el universo, sin tener el hombre en ello arte ni parte.
279 Mas aquí se muestra ya el nudo de la cuestión, pues
los miembros del más despreciable insectillo están labrados
con tan admirable orden y distinción, mientras la vida huma
na versa y fluctúa entre innumerables perturbaciones e inquie
tudes.
Pero este modo de apreciar las cosas se asemeja al del que,
restringiendo el campo visual y abarcando con sus ojos sólo
un azulejo de un pavimento del mosaico, censurara al artífice,
como ignorante de la simetría y proporción de tales obras;
creería que no hay orden en la combinación de las teselas por
no considerar el conjunto de todos los adornos que concurren
a la formación de una faz hermosa. Lo mismo ocurre a los
hombres poco instruidos, que, incapaces de abarcar y conside
rar con su angosta mentalidad el ajuste y armonía del universo,
cuando algo les ofende su vista de cegatos, luego piensan que
se trata de un desorden o deformidad.
280 3. Y la causa principal de este error es que el hom
bre no se conoce a sí mismo. Para conocerse es menester sepa
rarse de la vida de los sentidos y replegarse en sí y vivir en
contacto con la voz de la razón. Y esto lo consiguen solamente
los que o cauterizan con la soledad las llagas de las opiniones
que el curso de la vida ordinaria imprime, o las curan con la
medicina de las artes liberales.
D el orden
San Agustín
170
C a p ít u l o
C a p ít u l o
IV
281 ... 11. — Pregúntame, pues, ya, te ruego— dijo
él— , para poder explicar con tus palabras y con las mías este
misterio.
— Respóndeme primero a esto: ¿por qué te parece que esa
agua no corre fortuitamente, sino con orden? Que ella sea con
ducida por acueductos de madera para nuestro uso y empleo,
bien pertenece al orden, por ser orden razonable y de la in
dustria humana, que quiere aprovecharse de su curso para la
limpieza y bebida, y justo es que se haga así, según las nece
sidades de los lugares. Pero que las hojas caigan del m odo que
dices, dando lugar al fenómeno que nos admira, ¿cóm o puede
relacionarse con el orden? ¿N o es más bien obra de la casua
lidad?
— Pero ¿es posible— replicó él— que al que ve claramente
que nada puede hacerse sin suficiente razón se le ocurra otro
modo de caerse las hojas? Pues qué, ¿quieres que te describa
la posición de los árboles y de sus ramas, y el peso que dio la
misma naturaleza a las hojas? Ni es cosa de ponderar aho
ra la movilidad del aire que las arrastra, o la suavidad con
que descienden, ni las diversas maneras de caer, según el estado
de la atmósfera, el peso, la figura y otras innumerables causas
más desconocidas. Hasta aquí no llega la potencia de nuestros
sentidos y son cosas enteramente ocultas; pero no sé cómo
— lo cual basta para nuestra cuestión— es patente a nuestros
ojos que nada se hace sin razón. Un curioso impertinente podía
continuar preguntando por qué razón hay allí árboles, y yo
le responderé que los hombres se han guiado por la fertilidad
del terreno.
— ¿Y si los árboles no son fructíferos y han nacido por
casualidad?
A eso responderé que nosotros sabemos muy poco y que
no puede censurarse a la naturaleza por haber obrado sin ra
zón poniéndolos allí. ¿Qué más? O me convenceréis de que
se hace algo sin razón o creed que todo sigue un orden cierto
de causalidad.
281 J o l iv e t ,
Le probléme du mal...
p .9 7 ;
K o w alc zyk,
V
Cómo Dios todo lo dirige con orden
Nada se verifica sin razón
p .3 4 3 .
171
La idea de Dios..
282 12. Y o respondí a Licencio:
— Aunque me tengas por un curioso impertinente, y cier
tamente debo de serlo para ti por haber interrumpido tu colo
quio con Píramo y Tisbe, insistiré en proponerte algunas cues
tiones. Esta naturaleza, que, según tu modo de pensar, toda
resplandece con orden— dejando otras innumerables cosas— ,
¿podras decirme para que utilidad crió los árboles no fru
tales?
Cuando el interpelado buscaba una respuesta, entró en liza
Trigecio:
Pero ¿acaso la utilidad de los árboles está cifrada única
mente en el fruto? ¿N o reportan su provecho otras cosas: su
misma sombra, su madera y, finalmente, hasta las hojas?
— No des esa solución a la cuestión propuesta— le atajó
Licencio— . Porque pueden sacarse innumerables ejemplos de
cosas sin provecho para los hombres o de tan escasa y desco
nocida utilidad que apenas podemos defenderlas. Que nos diga
él más bien si hay alguna cosa sin causa suficiente.
— Después tocaremos brevemente ese punto— le dije— . No
es necesario que yo haga de maestro, porque tú, que profesas
la certeza de tan alta doctrina, nada nuevo me has enseñado
todavía, y yo estoy tan deseoso de aprender, que me paso días
y noches en este ejercicio...
283 14. Licencio, saltando de gozo en su lecho, ex
clamó:
— ¿Quién negará, ¡oh Dios grande!, que todo lo adminis
tras con orden? ¡Cómo se relacionan entre sí en el universo
todas las cosas y con qué ordenada sucesión van dirigidas a sus
desenlaces! ¡Cuántos y cuán variados acontecimientos no han
ocurrido para que nosotros entabláramos esta discusión! ¡Cuán
tas cosas se hacen para que te busquemos y hallemos a Ti!
¿Acaso esto mismo que nos acaece ahora; que nosotros estu
viésemos velando y tú, distraído con el sonido del agua, inda
gando su causa sin atinar con ella; todo esto, dime, no pro
cede del orden de las cosas? Intervino también un ratoncito
para que yo saliera a la escena. Finalmente, tu mismo discurso,
282 Boyer,
Christianisme et néo-platonisme...
p . 155.
San Agustín
D el orden
tal vez sin intención tuya— nadie es dueño de que alguna idea
le venga a la mente— , no sé cómo me revolotea en el magín,
inspirándome la respuesta que debo dar.
parece poco orden que Dios ame los bienes y no ame los males?
Así, pues, ni los males están fuera del orden, porque Dios
no los quiere, y ama, en cambio, el orden. El quiere amar los
bienes y aborrecer los males, lo cual es un orden acabado y de
una divina disposición. Orden y disposición que conservan por
medio de distintos elementos la concordia de todas las cosas,
haciendo que los mismos males sean en cierto modo necesa
rios. De este modo, como con ciertas antítesis, por la combi
nación de cosas contrarias, que en la oratoria agradan tanto, se
produce la hermosura universal del mundo.
172
284 Pues yo te pregunto: si la disputa que tenemos aquí
la escribes, com o te has propuesto, y se divulga algún tanto,
llegando a la fama de los hombres, ¿no les parecerá una cosa
tan grave, digna de la respuesta de algún gran adivino o cal
deo, que, preguntado sobre ella, hubiese respondido antes de
verificarse? Y si hubiera respondido, se hubiera considerado
una cosa tan divina, tan digna de celebrarse con aplauso uni
versal, que nadie se atrevería a preguntar por qué cayó una
hoja de árbol o un ratón ocioso fue molesto para un hombre
que descansaba en su lecho. Pues ¿acaso estas predicciones de
lo futuro las hizo alguno de ellos por cuenta propia o fue re
querido por el consultor a decirlas? Y si adivinare que ha de
publicarse un libro de importancia y viese que era necesario
aquel hecho, pues de otro modo no podría adivinarlo, luego
tanto el arrastre de las hojas en el campo como todo lo que
hace en casa ese animalito, todo se hallaría enlazado con el
orden, lo mismo que este escrito. Porque con estas palabras
estamos haciendo unos razonamientos que, de no haber pre
cedido aquellos hechos tan insignificantes, no nos hubieran
ocurrido ni se hubieran expuesto ni tomado en cuenta para le
garlos a la posteridad. Así que nadie me pregunte ya por qué
suceden cada una de las cosas. Baste con saber que nada se
engendra, nada se hace sin una causa suficiente, que la pro
duce y lleva a su término.
C a p ít u l o
V II
Dios no ama el mal, aunque pertenece al orden
285 ... 18. En esta conclusión temí a Licencio. Pero él,
lamentándose de la dificultad de las palabras, sin buscar una
respuesta adecuada, sino más bien embarazado por la forma de
la contestación, dijo:
— No quiere Dios los males, porque no pertenece al or
den que Dios los ame. Por eso ama mucho el orden, porque
El no ama los males, los cuales, ¿cóm o no han de estar dentro
del orden cuando Dios no los quiere? Mira que esto mismo
pertenece al orden del mal, el que no sea amado de Dios. ¿Te
285 J o u v e t ,
Le problème du mal...
p .3 3 .
173
286 19. H ubo una breve pausa de silencio; pero, ir
guiéndose de improviso por la parte en que tenía su lecho
Trigecio, le instaba:
— Dime, te ruego, si Dios es justo.
Callaba el otro, porque, según después confesó, admiraba
demasiado y temía otro nuevo discurso inflamado de inspira
ción de su condiscípulo y amigo. Viéndole callado, Licencio
prosiguió:
— Porque, si me respondes que Dios no es justo, tú verás
lo que haces, pues no ha mucho me censurabas de impiedad.
Y si, conforme a la doctrina que recibimos y nos lo persuade
el sentimiento de la necesidad del orden, Dios es justo, sin
duda lo es, porque da a cada cual lo suyo. ¿Y qué distribución
cabe si no hay distinción? ¿Y qué distinción, si todo es bueno?
¿Y qué puede haber fuera del orden, si la justicia de Dios
trata a buenos y malos según su merecido? Y todos afirmamos
que Dios es justo. Luego todo se halla encerrado dentro del
orden.
Terminado este discurso saltó del lecho, y con la voz más
suave, porque nadie le respondía, me dijo a mí:
— ¿Nada me dices tampoco tú, que has provocado esta
discusión?
LIBRO II
C a p ít u l o
V
Cómo se ha de curar el error de los que creen que las cosas
no están regidas con orden
287 ... 15. Estas y otras parecidas cuestiones que se
ventilan en la vida humana impulsan a muchos hombres fre
2 8 7 L e j a r d , o . c . , p .5 3 .5 6 .
174
San Agustín
cuentemente a creer que no estamos gobernados por el orden
de la Providencia, mientras otros, piadosos y buenos y dota
dos de espléndido ingenio, no pudiendo creer que estemos
abandonados del sumo Dios, con todo, envueltos en la bruma
y en la confusa riolada de tantas cosas, no aciertan a ver nin
gún orden y quieren que se les descubran las causas ocultísi
mas, y recurren a la poesía para cantar sus lamentos y errores.
Los cuales no hallarán una satisfactoria respuesta ni para esta
sencilla cuestión: ¿por qué los italianos piden siempre invier
nos serenos y nuestra miserable Getulia se muere de sed?
¿Quién puede responder a esto? ¿O dónde se pueden desci
frar y conjeturar los motivos de semejante disposición?
288 Pero yo, si algo valen mis amonestaciones, creo que
deben educarse antes en aquellas artes liberales (R et., 1,3,2);
de otro modo no puede aspirarse a la comprensión de estos
problemas. Pero si los detiene la pereza, la preocupación de
los negocios seculares o la falta de capacidad, entonces acójan
se al baluarte seguro de la fe, y con vínculos los atraiga a sí,
librándolos de los males horrendos y obscurísimos, Aquel que
no permite que se pierda nadie si cree en El por la adhesión
a los divinos misterios.
289 16. Un doble camino, pues, se puede seguir para
evitar la obscuridad que nos circuye: la razón o la autoridad.
La filosofía promete la razón, pero salva a poquísimos, obli
gándolos no a despreciar aquellos misterios, sino a penetrarlos
con su inteligencia según es posible en esta vida. Ni persigue
otro fin la verdadera y auténtica filosofía sino enseñar el prin
cipio de todas las cosas, y la grandeza de la sabiduría que en
El resplandece, y los bienes que sin detrimento suyo se han
derivado para nuestra salvación de allí. Ella nos instruye en
nuestros sagrados misterios, cuya fe sincera e inquebrantable
salva a las naciones, dándoles a conocer a un Dios único, om
nipotente sin fundir las tres personas, como hacen algunos, ni
ofenderlas, como otros. Esta filosofía enseña cuán gran cosa
es que Dios haya querido asumir nuestro cuerpo para redimir
nos, pues cuanto más se ha abatido por nosotros, tanto más
brilla su divina clemencia, alejándose de la soberbia de los sa
bios según este m undo...
288 L ejard, o.c., p.56.
289 B oyer , Christinanisme et néo-platonisme... p.131; L ejard, o .c ., p.53.54.
35.57.58.60.61.62; Jo l iv e t , Saint Augustin... p.160; G il so n , Introduction...
p.309.
D el orden
C a p ít u l o
175
V II
Cómo había orden antes de venir el mal
290 ... 23. Habiendo asentido a esto mi madre y Li
cencio, yo intervine:
— ¿Qué dices a esto, Licencio? ¿Dónde está lo que con
tanto ahínco defendías, esto es, que nada se hace fuera del
orden? Lo que dio lugar al origen del mal no se hizo por or
den de Dios, sino que al nacer el mal fue sometido al orden
divino.
Y él, admirándose y molestándose de que se le escapase de
las manos una causa tan noble, dijo:
— Absolutamente sostengo que comenzó el orden con el
que dio origen al mal.
— Luego el origen del mal no se debe al orden— dije— , si
el orden comenzó a existir después del mal. Pero siempre es
taba el orden en Dios; y, o siempre existió la nada, que es el
mal, o, si alguna vez comenzó, puesto que el orden o es un
bien o procede del bien, nada hubo ni habrá jamás sin orden.
No sé qué razón más adecuada se me ha ofrecido, pero me la
arrebató el olvido, lo cual creo ha sucedido por el mérito, la
condición o el orden de mi vida.
291 — Ignoro cómo se me ha deslizado una sentencia
que ahora desecho— insistió él— , porque no debí haber dicho
que después del mal comenzó el orden; antes bien, se ha de
creer que siempre estuvo en Dios, com o ha sostenido Trigecio,
la divina justicia y que no vino a aplicarse hasta que hubo
males.
— Vuelves a caer en el cepo— le contesté yo— , siempre
permanece inconcuso lo que no quieres; porque haya estado
el orden en Dios, o haya comenzado a coexistir con el mal,
siempre resulta que el mal nació fuera del orden. Y si conce
des esto, debes igualmente confesar que puede hacerse algo
contra el orden; y con esto se debilita y cae por tierra tu causa;
si no lo concedes, parece que el mal se origina del orden de
Dios, y entonces le confiesas autor de los males, lo cual es
una impiedad horrible.
Habiéndole repetido esto varias veces, porque no lo en
tendía o simulaba no entenderlo, cerró la boca y guardó si
lencio.
Entonces dijo la madre:
San Agustín
D el orden
— Y o creo que hay algo que puede hacerse fuera del orden
de Dios, porque el mismo mal que se ha originado no ha
nacido del orden divino; pero la divina justicia no le ha con
sentido estar desordenado y lo ha reducido y obligado al orden.
a los espectáculos, de la pesadez del sueño y la pigricia, de la
emulación, murmuración, envidia, ambición de honra y mando,
del inmoderado deseo de alabanza. Sepan que el amor al di
nero es la ruina cierta de todas sus esperanzas. N o sean ni flo
jos ni audaces para obrar. En las faltas de sus familiares no
den lugar a la ira o la refrenen de modo que parezca vencida.
Anden alerta con las malas inclinaciones. Ni sean excesivos en
la vindicación ni tacaños en perdonar. No castiguen a nadie
sino para mejorarlo, ni usen indulgencia cuando es ocasión de
más ruina. Amen como familiares a todos los que viven bajo
su potestad. Sirvan de modo que les deleite servirles. En los
pecados ajenos no importunen a los que reciban mal la correc
ción. Eviten las enemistades con suma cautela, súfranlas con
calma, termínenlas lo antes posible. En todo trato y conversa
ción con los hombres aténganse al proverbio común: «N o ha
gan a nadie lo que no quieren para sí». N o busquen los car
gos de la administración del Estado sino los perfectos. Y tra
ten de perfeccionarse antes de llegar a la edad senatorial, o
mejor, en la juventud.
176
292 24. Viendo yo aquí con qué afán y entusiasmo bus
caban a Dios, pero sin tener un concepto claro del orden, con
que se llega a la inteligencia de su inefable Majestad, les dije:
— Os ruego que, si amáis mucho el orden, no permitáis en
vosotros ninguna precipitación, desarreglo, ni desorden. Pues,
aunque una secretísima razón nos prometa demostrar que nada
se hace fuera del orden divino, con todo, si al maestro de es
cuela viésemos empeñado en enseñar a un niño el silabario
antes de darle a conocer las letras, no digo que sería digno de
risa y un necio, sino un loco de atar, por no guardar el mé
todo de la enseñanza. Y cosas de este género cometen a granel
los ignorantes, que son reprendidos y burlados por los doctos,
y los dementes, censurados hasta por los necios; y, sin embar
go, que aun todas estas cosas tenidas com o perversas no se
exorbitan de un orden divino, promete evidenciarlo a las al
mas amantes de Dios y de sí mismas una disciplina elevada y
remotísima del alcance de la multitud, comunicándoles una cer
teza superior a la que ofrecen las verdades de la matemática.
C a p ít u l o
V III
Se enseñan a los jóvenes los preceptos de la vida
y el orden de la erudición
293 25. Esta disciplina es la misma ley de Dios, que,
permaneciendo siempre fija e inconcusa en El, en cierto modo
se imprime en las almas de los sabios; de modo que tanto me
jor saben vivir y con tanta mayor elevación cuanto más per
fectamente la contemplan con su inteligencia y la guardan con
su vida. Y esa disciplina a los que desean conocerla les pres
cribe un doble orden, del que una parte se refiere a la vida y la
otra a la instrucción.
Los jóvenes dedicados al estudio de la sabiduría se absten
gan de todo lo venéreo, de los placeres de la mesa, del cui
dado excesivo y superfluo ornato de su cuerpo, de la afición
2 9 2 B oyer ,
p .2 4 7 .
2 93 B o y e r ,
Christianisme et néo-platonisme...
p .1 6 3 ;
Christianistne et néo-platonisme...
p .2 3 1 ;
I d .,
L’idée de vérité...
P e g u e r o l e s , o . c . , p .8 8 .
177
294 Y los que se dedican tarde a estas cosas no crean que
no les conciernen estos preceptos, porque los guardarán mejor
en la edad avanzada. En toda condición, lugar, tiempo, o ten
gan amigos o búsquenlos. Muestren deferencia a los dignos,
aun cuando no la exijan ellos. Vivan con orden y armonía;
sirvan a Dios; en El piensen; búsquenlo con el apoyo de la
fe, esperanza y caridad. Deseen la tranquilidad y el seguro
curso de sus estudios y de sus compañeros; y para sí y para
cuantos puedan pidan la rectitud del alma y la tranquilidad de
la vida.
C a p ít u l o
XI
Qué es la razón.— Sus vestigios en el mundo sensible.— D ife
rencia entre lo racional y lo razonable
295 ... 31. Y primero veamos a qué cosas se aplica or
dinariamente esta palabra: razón. Y debe movernos mucho el
saber que el hombre fue definido por los antiguos sabios así:
el hombre es un animal racional mortal. Puesto el género de
animal, le han agregado dos diferencias, con el fin de advertir
al hombre, según yo entiendo, dónde debe refugiarse y de dón
29 5 L e j a r d , o . c . , p .5 6 ;
C ayré,
o .c .,
p .1 0 5 .
San Agustín
D el orden
de debe huir. Pues así com o el alma, extrañada de sí misma,
cayó en las cosas mortales, así debe regresar y volver a la in
timidad de la razón. Por ser racional, aventaja a las bestias;
por ser mortal, se diferencia del ser divino. Si le faltara lo
primero, sería un bruto; si no se apartara de lo segundo, no
podría deificarse. Pero como hombres muy doctos distinguen
entre lo racional y lo razonable, no cae esta diferencia fuera
de nuestro propósito.
Racional llamaron a lo que usa o puede usar de razón;
razonable, lo que está hecho o dicho conforme a razón. Estos
baños podemos llamarlos razonables, y también estos nuestros
discursos; y racionales son el artífice de los primeros y nos
otros que conversamos aquí. Así, pues, la razón procede del
alma racional, y se aplica a las obras y a los discursos razo
nables.
297 Preguntad a un enfermo a quien el médico le ha re
cetado una poción, por qué debe ser tan dulce, y no os dará
como causa el placer que le produce; alegará el motivo de la
enfermedad, que no afecta al gusto, sino al estado del cuerpo,
que es cosa diversa. Pero, si preguntamos a un goloso catador
de algún manjar por qué es tan dulce y responde: porque me
agrada, porque hallo gusto, nadie dice que es aquello razona
blemente dulce, a no ser que su dulzura sea necesaria para otro
fin y lo que se toma se ha hecho con este fin.
178
296 32. Dos cosas veo donde la fuerza y la potencia de
la razón puede ofrecerse a los mismos sentidos: las obras hu
manas, que se ven, y las palabras, que se oyen. En ambas usa
la mente de un doble mensajero, indispensable para la vida cor
poral: el de los ojos y el de los oídos. Así, cuando vemos una
casa compuesta de partes congruentes entre sí, decimos muy
bien que nos parece razonable. Cuando oímos también una
música bien concertada, decimos que suena razonablemente. Al
contrario, sería disparate decir: huele razonablemente, o sabe
razonablemente, o es razonablemente blando, a no ser que se
aplique esto a cosas que con algún fin han sido procuradas por
los hombres para que tuviesen tal perfume, tal sabor, tal gra
do de calor, etc. Como si alguien, atendiendo a la razón del fin,
dice que huele razonablemente un lugar ahumado con fuertes
olores para ahuyentar las serpientes; o que una pócima que
propina el médico es razonablemente amarga; o si se manda
templar un baño para un enfermo, se dice que está razonable
mente caliente o tibio. Pero nadie, entrando en un jardín
y tomando una rosa, exclama: ¡Qué razonablemente huele
esta rosa !, aunque el médico le haya mandado olería. Pues
entonces dícese que lo mandado y recetado es razonable, pero
no puede llamarse así el olor de la rosa, por ser un olor natu
ral. Cuando un cocinero prepara un manjar, podemos decir
que está razonablemente guisado; pero decir que sabe razona
blemente no lo consiente la costumbre del lenguaje, porque
no hay ninguna causa extrínseca, sino la satisfacción de un
gusto presente.
2 9 6 Lope C i l l e r u e l o ,
L a p r u e b a a g u s tin ia n a ... p .2 4 4 .
179
298 34. Así, pues, cuando miramos en este edificio to
das sus partes, no puede menos de ofendernos el ver una puer
ta colocada a un lado, la otra casi en medio, pero no en medio.
Porque en las artes humanas, no habiendo una necesidad, la
desigual dimensión de las partes ofende, en cierto m odo, a
nuestra vista. En cambio, ¡cuánto nos deleitan y embelesan el
ánimo las tres ventanas internas debidamente colocadas, a in
tervalos iguales, dos a los lados y una en medio, para dar luz
al cuarto de baño! Por lo cual, hasta los mismos arquitectos
llaman razón a este modo de disponer las partes; y dicen que
las desigualmente colocadas carecen de razón. Es una forma de
hablar muy difuminada y que ha pasado a todas las artes y
obras humanas.
299 Y en los versos, donde también decimos que hay una
razón, que pertenece al gusto de los sentidos, ¿quién no sabe
que la medida y dimensión es artífice de toda su armonía?
Pero en los movimientos cadenciosos de una danza, donde toda
la mímica obedece a un fin expresivo, aunque cierto movimien
to rítmico de los miembros deleita los ojos con su misma di
mensión, con todo, se llama razonable aquella danza, porque
el espectador inteligente comprende lo que significa y represen
ta, dejando aparte el placer sensual. Si se hace una Venus alada
y un Cupido cubierto con un manto, aun dándoles un mara
villoso donaire y proporción de los miembros, no parece que
se ofenden los ojos, pero sí el ánimo, a quien toca la interpre
tación de los signos. Los ojos se ofenderían privándolos de la
armonía de los movimientos. Porque esto pertenecería al sen
tido, en el que el alma, por hallarse unida al cuerpo, percibe
su deleite.
300 Una cosa es, pues, el sentido y otra la percepción
por el sentido; al sentido halagan los movimientos rítmicos,
2 9 8 B oyer, S a n t'A g o s tin o p .43.
181
San Agustín
D el orden
al ánimo, al través del sentido corporal, le place la agradable
significación captada en el movimiento. Lo mismo se advierte
más fácilmente en los oídos: todo es agradable deleite al ór
gano sensitivo; pero los bellos pensamientos, aunque expre
sados por medio de voces que impresionan el oído, sólo ellos
entran en la mente. Así, pues, cuando oímos aquellos versos:
M e era dulce saber por qué el sol de invierno va a bañarse tan
pronto en las aguas del mar; por qué en el verano vienen con
tan lento pie las noches perezosas (V irg ., Georg. II 480-1), de
diverso modo alabamos la armonía del verso y la belleza del
pensamiento. Ni en el mismo sentido decimos que una armo
nía es bella o que una expresión es razonable.
Advirtió, pues, la grande necesidad del cálculo y la nume
ración. De ambas invenciones nació la profesión de los calígra
fos y calculadores. Era com o una infancia de la gramática; se
gún dice Varrón, comprendía los elementos de la lectura, es
critura y del cálculo. Su nombre griego no lo recuerdo en este
momento.
18C
C a p ít u l o
X II
La razón, inventora de todas las artes.— Ocasión de los voca
blos, de las letras, de los números, de la división de las letras,
sílabas y palabras.— Origen de la historia
301 35. Hay, pues, tres géneros de cosas en que se
muestra la obra de la razón: uno, en las acciones relacionadas
con un fin; el segundo, en la palabra; el tercero, en el deleite.
El primero nos amonesta a no hacer nada temerariamente; el
segundo, a enseñar con verdad; el tercero nos invita a la di
chosa contemplación. El primero se relaciona con las artes, de
que hablamos aquí. Porque la potencia razonadora que usa,
sigue o imita lo que es racional, pues por un vínculo natural
está ligado el hombre a vivir en sociedad con los que tienen
común la razón, ni puede unirse firmísimamente a otros sino
por el lenguaje, comunicando y com o fundiendo sus pensa
mientos con los de ellos.
302 Por eso fue necesario poner vocablos a las cosas,
esto es, fijar sonidos que tuviesen una significación, y así, su
perando la imposibilidad de una comunicación directa de espí
ritu a espíritu, valióse de los sentidos como intermediarios para
unirse con los otros. Pero vio que no podían oírse las palabras
de los ausentes, y entonces inventó las letras, notando y dis
tinguiendo todos los sonidos formados por el movimiento de
la boca y de la lengua. Pero ¿cómo podía hablar ni escribir
todavía, en medio de la multitud inmensa de cosas que se ex
tienden a lo infinito, sin ponerles un límite fijo?
301-304 L e j a r d , o . c . , p.44.56.
301 B oyer , Sant’Agostino p.235;
L ejard , o .c .,
p.63.
303 36. Y siguiendo adelante, la razón notó las diver
sas formas de emitir la voz, que constituyen nuestro lenguaje
y dan lugar a nuestra escritura, y unas piden moderada aber
tura de la boca para que se produzcan limpios y fáciles, sin
esfuerzo de colisión; otras se emiten con diferentes compren
siones de los labios para producir el sonido: las últimas, final
mente, deben reunirse a las primeras para su formación. Y así,
según el orden en que se ha expuesto, las llamó vocales, se
mivocales y mudas. Después combinó las sílabas, y luego agru
pó las palabras en ocho clases y formas, distinguiendo con pe
ricia y sutileza su morfología y estructura. Y estudiando la ar
monía y medidas aplicó su atención a las diversas cantidades
de las palabras y sílabas; y advirtiendo que en la pronuncia
ción de unas se requiere doble tiempo que en otras, clasificó
las sílabas en largas y breves, y organizándolo todo, lo redujo
a reglas fijas.
C a p ít u l o
X III
Origen de la dialéctica y retórica
304 38. Una vez sistematizada la gramática, la razón
pasó al estudio de la misma actividad pensante y creadora de
las artes, porque no sólo las había reducido a cuerpo orgánico
por medio de definiciones, divisiones y síntesis, sino también
las defendió de todo error. Pues ¿cóm o podía pasar a nuestras
construcciones sin asegurarse primero de la bondad y seguridad
de sus instrumentos, distinguiéndolos, notándolos, clasificándo
los y creando de este modo la reina de las disciplinas, que es
la dialéctica? Ella nos da el método para enseñar y aprender;
en ella se nos declara lo que es la razón, su valor, sus aspira
ciones y potencia. Nos da la seguridad y certeza del saber.
Pero com o muchas veces los hombres necios, para obrar
conforme a la recta doctrina con provecho y honestidad, no si
guen el dictamen de la verdad sincera que brilla en su espíri
tu, sino que se van en pos del halago de los sentidos y de la
182
San Agustín
D el orden
propia costumbre, era necesario moverlos y enardecerlos para
la práctica. Llamó retórica a esta disciplina, confiándole esta
misión, más necesaria que sencilla, de esparcir y endeliciar al
pueblo con variadísimas amenidades, atrayéndolo a buscar su
propio bien y provecho. Mirad hasta dónde se elevó por las
artes liberales la parte racional aplicada al estudio de la signi
ficación de las palabras.
C a p ít u l o
Los ignorantes no deben dedicarse a problemas arduos
305 ... 46. Lo mismo vale lo que digo para las demás
artes, las cuales, si totalmente desestimas, ruégote con la con
fianza propia de un hijo que conserves firme y prudentemente
la fe que has recibido con los sagrados misterios, y permanece
en la vida de costumbres que has profesado.
Hay muy arduos problemas relativos a Dios; por ejemplo,
cómo, no siendo autor del mal y siendo omnipotente, se co
meten tantos males, y con qué fin creó el mundo, no teniendo
necesidad de él; si el mal es eterno o comenzó con el tiempo;
y si es eterno y estuvo sometido a Dios; si tal vez siempre
existió el mundo donde el mal fue dominado por un orden
divino; y si el mundo comenzó a existir alguna vez, cómo an
tes de su existencia el mal estaba sofrenado por la potestad
de Dios; y qué necesidad había de fabricar un mundo en que,
para tormento de las almas, se incluyese el mal, frenado antes
por el divino poder; si se supone un tiempo en que él no es
taba bajo el dominio divino, ¿qué ocurrió de improviso que
no había acaecido en eternos tiempos anteriores (porque es in
calificable necedad, por no decir impiedad, sostener que hubo
un cambio de consejo)?; y si decimos que el mal fue impor
tuno, y hasta nocivo para Dios, según piensan algunos, no ha
brá docto que no se burle ni indocto que no se irrite por se
mejante dislate. Pues ¿qué daño pudo hacer a Dios aquella no
sé qué naturaleza del mal? Si dicen que no pudo dañarle, no
habrá motivo para fabricar el mundo; si pudo dañarle, es im
perdonable iniquidad creer a Dios violable, sin otorgarle siquie
ra la potencia de esquivar el golpe de la violación.
306
du
Porque creen también que las almas aquí purgan su
30 5 B oyer , Sant'Agostino, p .2 3 5 ; L ejard , o .c ., p .6 1 ; J o l iv e t , Le
mal... p .3 3 ; M oran , Síntesis del pensamiento agustiniano... p .2 3 3 .
3 0 6 Jo l iv e t , Le problème du mal... p .3 3 .
pena, pues no hay diferencia entre la substancia de Dios y la
de ellas. Si decimos que este mundo no ha sido creado, es una
ingratitud e impiedad el creerlo, porque la consecuencia será
admitir que Dios no lo ha creado. Todas estas cuestiones y
otras semejantes, o hay que estudiarlas con aquel orden de eru
dición que hemos expuesto o dejarlas enteramente.
C a p ít u l o
X V II
problème
183
X V I II
Por qué orden el alma es elevada a su propio conocimiento
y al de la unidad
307 47. Y para que nadie piense que he emprendido
un tema vastísimo, lo resumo todo más llana y brevemente.
Y digo que al conocimiento de todos estos problemas nadie
debe aspirar sin el doble conocimiento de la dialéctica y de la
potencia de los números. Si aun esto les parece mucho, apren
dan bien o la ciencia de los números o el arte de razonar bien.
Si todavía les acobarda esto, ahonden en el conocimiento de
la unidad en los números y de su valor, sin considerarla en la
suprema ley y sumo orden de todas las cosas, sino en lo que
cotidianamente sentimos y hacemos. Se afana por esta erudi
ción la misma filosofía y llega a la unidad, pero de un modo
mucho más elevado y divino.
308 Dos problemas le inquietan: uno concerniente al
alma, el otro concerniente a Dios. El primero nos lleva al pro
pio conocimiento, el segundo al conocimiento de nuestro ori
gen. El propio conocimiento nos es más grato, el de Dios más
caro; aquél nos hace dignos de la vida feliz, éste nos hace
felices. El primero es para los aprendices, el segundo para los
doctos. H e aquí el método de la sabiduría con que el hombre
se capacita para entender el orden de las cosas, conviene a
saber: para conocer los dos mundos, y el mismo principio de
la universalidad de las cosas, cuya verdadera ciencia consiste
en la docta ignorancia.
307 P egueroi .e s , o .c ., -p .1 2 .1 3 ; B oyer , Christianisme et néo-platonisme...
p .8 3 .8 5 ; I d ., L’idée de vérité... p . 8 2.91 n t.3 .
3 0 8 L ejard , o .c ., p .5 6 ; J o l iv e t , Le probléme du mal... p .3 4 .
184
Los Soliloquios
San Agustín
LOS S O L IL O Q U IO S
E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, I, Pri
meros escritos... L os Soliloquios..., preparado por el P. V. C a p á n a g a
Agustino Recoleto, 4.a ed. (BAC, Madrid 1946).
g e n . : C a p á n a g a , o.e., Introducción, p.469-474; P. d e L a O euvres de Saint Augustin, première série, Opuscules, V Dialo
gues philosophiques, II , D ieu et l ’âme. Soliloques, trad., introd. et notes
(Paris 1948); introd., p.7-21; P. M o n t a n a r i , I due libri dei Soliloqui.
Dialogo. Traduz., pref. e note (Firenze 1930); A . M a r z u l l o , Sant’A gos
tino: Soliloqui. Introd., testo latino, versione e note (Milán 1972);
San Agustín. Meditaciones. Soliloquios. Manual. Suspiros. Trad. e intr. dé
A . M o n t e s i n o , Pról. de L. R i b e r ; revisión y notas por V. B l a n c o G a r
c í a , 5 . a ed., reimpr. (M adrid 1972); C h . B o y e r , Christianisme et néo
platonisme dans la formation de Saint Augustin (Paris 1920). AppendiC6inl: Analyse des «D ialogues» composés à Cassiciacum: Les Soliloques,,
p .198-202; F. W ö r t e r , D ie Geistesentwicklung des hl. Aurelius AugustiB ib lio g r.
b r io lle ,
^ o L : J , Ur-Seiner I aut e - D er Dialo&: Soliloquia, p .12-162 (Paderborn
j
a
K önig A lfred der G rosze: Bearbeitung der Soliloquien
des Augustinus (Ham burg 1922); M . I. B o g a n , T he Vocabulary and
io «
u
«. Soliloquies and Dialogues of S. Augustine (Washington
1 9 3 5 ; M . M a r t i n é e , S. Augustinus in Soliloquiis qualis philosophus
appareat (Rennes 1864).
LIBRO I
C a p ít u l o
XV
Conocimiento del alma y confianza en Dios
309 27. R a z ó n .— Acabemos, si te place, este primer li
bro, para emprender en el segundo algún camino conducente
a nuestro fin. Porque tu indisposición requiere un ejercicio mo
derado.
A g u s t í n .— No permitiré se acabe este libro si antes no me
descubres algo de la proximidad de la luz a que aspiro.
R-— Tú Médico te dará gusto. Porque no sé qué centelleo
íntimo fulgura en mi, invitándome a llevarte adonde quieras.
Así, pues, escucha atento.
A .— Llévame, arrebátame adonde quieras.
R-— ¿Dices que quieres conocer a Dios y al alma?
A.— Tal es mi único anhelo.
o.e., Introducción, p . 471 -4 74 ; L abr iolle , o .c . p 7 - 2 1 ;
o.e., p . 107 -11 2.
L’idée de vérité... p .2 1 5 ; J o l i v e t , La doctrine august. de
3 0 9 -3 1 7 C apán ag a ,
M oricca , o.e., p .1 3 0 ;
309 B o y e r,
l’illumination...
R.— ¿Nada más deseas?
A.— Nada más.
R.— ¿Y no quieres saber lo que es la verdad?
A.
¡Com o si pudiera conocer aquellas dos cosas sin la
verdad!
R — Luego primero es menester conocer a la que nos guia
al conocimiento de lo demás.
A.— N o me opongo a ello.
R.— Veamos, pues, si las dos palabras diferentes, lo ver
dadero y la verdad, significan dos cosas o una sola.
A.— Creo que significan dos cosas. Porque una cosa es la
castidad y otra el casto, y en este sentido se pueden multipli
car los ejemplos. Así también una cosa es la verdad y otra lo
verdadero.
R.— ¿Y cuál de las dos te parece más excelente?
A.— Sin duda, la verdad, porque no hace el casto a la cas
tidad, sino la castidad al casto. Igualmente, todo lo verdadero
lo es por la verdad.
310 28. R.— Y dime: cuando acaba su vida un hombre
casto, ¿piensas que acaba la castidad?
A.— De ningún modo.
R.— Luego tampoco cuando muere algo verdadero no fe
nece la verdad.
A .— Pero ¿cóm o lo verdadero puede morir? N o lo en
tiendo.
R.— Me maravillo de tu pregunta. ¿N o vemos perecer mil
cosas ante nuestros ojos? ¿O tal vez piensas que este árbol es
árbol, pero no verdadero, o que no puede morir? Pues aun sin
dar crédito a los sentidos y respondiéndome que no sabes si es
árbol, no me negarás que, si es árbol, es un árbol verdadero,
porque no se juzga eso con los sentidos, sino con la inteligen
cia. Si es un árbol falso, no es árbol: si es árbol, necesaria
mente es verdadero árbol.
A.— No disiento de ti.
R.— ¿Y qué respondes a esto? ¿Los árboles pertenecen al
género de cosas que nacen y fenecen?
A.— Tampoco puedo negarlo.
R.— Luego se deduce que cosas verdaderas pueden morir.
A.— N o digo lo contrario.
R.— ¿Y no crees que, aun feneciendo cosas verdaderas, no
C a yr é ,
p .7 1 y 72 .
185
310 B o y e r ,
L’idée de vérité...
p .2 1 6 .
San Agustín
Los Soliloquios
fenece la verdad, com o con la muerte del casto no muere la
castidad?
A .— Todo te lo concedo, pero no sé dónde quieres llevar
me por aquí.
R.— Sigue escuchando.
A.— Atento estoy.
tinieblas, halagándome con su falso deleite, cosa que temo
mucho.
R.— Cree firmemente en Dios y arrójate en sus brazos con
todo tu ser. Expropíate a ti mismo, sal de tu propia potestad
y confiesa que eres siervo de tu clementísimo y generosísimo
Señor. El te atraerá a Sí y no cesará de colmarte de sus favo
res, aun sin tú saberlo.
A .— Oigo, creo y obedezco com o puedo, y le ruego con
todo mi corazón aumente mi capacidad y fuerza, a no ser que
tú exijas de mí algo más.
R.— Me contento con eso ahora; después harás lo que se
mostrará.
186
311 29. R.— ¿Aceptas por verdadero aquel dicho: Todo
lo que existe, en alguna parte debe existir?
A .— No hallo nada que oponer a él.
R.— ¿Confiesas que existe la verdad?
A .— Sí.
R.— Luego busquémosla donde se halla; pero no está en
ningún lugar, pues no ocupa espacio lo que no es cuerpo, a no
ser que la verdad sea un cuerpo.
A .— Rechazo ambas hipótesis.
R.— ¿Dónde piensas, pues, que estará? En ningún lugar se
halla la que sabemos que existe.
A.— ¡ A h !, si supiera dónde se halla, no buscaría otra cosa.
R.— ¿Puedes saber dónde no está?
313 A .— Si me ayudas con tus preguntas, tal vez daré
con ello.
R.— No está, ciertamente, en las cosas mortales. Porque
lo que está en un sujeto no puede subsistir si no subsiste el
mismo sujeto. Es así que hemos concluido que la verdad sub
siste aun pereciendo las cosas verdaderas. No está, pues, en
las cosas que fenecen. Existe la verdad, y no se halla en nin
gún lugar. Luego hay cosas inmortales. Pero nada hay verda
dero si no es por la verdad. De donde se concluye que sólo
son verdaderas las cosas inmortales. Y todo árbol falso no es
árbol, y el lefio falso no es leño, y la plata falsa no es plata,
y todo lo que es falso no es. Pero todo lo no verdadero es
falso. Luego ninguna cosa puede decirse en verdad que es, sal
vo las inmortales. Considera bien este argumento, por si con
tiene tal vez alguna aserción insostenible. Pues si fuera conclu
yente, habríamos logrado casi todo nuestro intento, según se
verá mejor en el siguiente volumen.
313 30. A.— Pláceme discutir contigo y, por tanto, con
migo estos argumentos, con tal que no se intercepten algunas
311 B o y e r , Christianisme et
p .1 0 1 .
313 C ayré , o . c . , p .1 1 0
néo-platonisme...
p .8 4 ;
Id., L’idée de vérité—
187
LIBRO II
C a p ít u l o
IV
¿Se puede deducir de la perpetuidad de lo falso o verdadero
la inmortalidad del alma?
314 5. A .— ¡Oh qué arma tan formidable! Podrías con
cluir que es inmortal el hombre si te hubiera concedido que
forma parte inseparable del mundo y que el mundo es sem
piterno.
R.— Despabilado te veo. Con todo, no es poco lo alcan
zado, a saber: que el alma no puede menos de coexistir con
la naturaleza de las cosas, si no puede faltar de ella alguna vez
la falsedad.
A.— En ésa sí veo una legítima consecuencia. Pero me pa
rece que hay que volver más atrás para asegurar nuestras po
siciones, sin negar que hemos dado algunos pasos para el co
nocimiento de la inmortalidad del alma.
R.— ¿Lo has mirado bien, por si has hecho alguna conce
sión a la ligera?
A.— Creo que sí, y no hallo afirmación que pueda tildarse
de temeraria.
315 R.— Está, pues, demostrado que el universo no pue
de subsistir sin almas vivas.
A.— ¿Y si suprimimos de la naturaleza toda falsedad? En
tonces ¿no serán todas las cosas verdaderas?
R.— También eres consecuente con esa ilación.
A.— Respóndeme, pues: ¿por qué esa pared te parece ver
dadera?
188
San Agustín
A.— Porque no me engaño al verla.
R.— Luego porque es tal com o te parece.
A .— Te doy la razón.
R.— Si, pues, una cosa es falsa porque es diversa de lo
que parece, la verdad de una cosa consistirá en ser lo que pa
rece. Pero si no hay falsedad en la naturaleza de las cosas,
todas serán verdaderas. Ni puede aparecer algo más que a los
ojos del alma viva. Luego el alma es inseparable de la natura
leza de las cosas, si la falsedad va necesariamente aneja a ellas;
allí subsiste y permanece si puede.
A.— Veo que das vigor nuevo a tus ideas en estas propo
siciones; pero nada hemos adelantado aún. Sin embargo, el
resultado de lo dicho que me interesa es que las almas nacen
y mueren, y que para no desaparecer del mundo no es nece
saria su inmortalidad individual, sino la sucesión con que unas
siguen a otras.
316 6. R.— ¿Crees tú que las cosas sensibles o corpo
rales pueden comprenderse con el entendimiento?
A.— No, por cierto.
R.— ¿Y crees que Dios usa de los sentidos para conocer
las cosas?
A .— N o quiero afirmar nada temerariamente acerca de este
punto; pero, según conjeturo, de ningún m odo necesita senti
dos para lo que dices.
R.— Sólo, pues, las almas pueden sentir.
A .— Admito esa proposición como probable.
R.— ¿Y qué me dices a esto? Esta pared, si no es verda
dera, ¿no es pared?
A .— Nada más fácil de conceder.
R.— ¿Me concedes igualmente que nada es cuerpo si no es
verdadero cuerpo?
A .— También te lo concedo.
R.— Siendo, pues, lo verdadero lo que realmente es como
parece, y lo corpóreo sólo puede manifestarse a los sentidos,
y los sentidos son propios del alma, no habiendo, por otra
parte, cuerpos que no sean verdaderos, luego no puede haber
cuerpo si no hay alma.
A .—-M ucho me apremias y me doy a tus razonamientos.
Los Soliloquios
C a p ít u l o
189
V
Qué es la verdad
317 7. R.— Aguza ahora tu atención para lo que viene.
A.— A tus órdenes estoy.
R.— Aquí tienes una piedra; y es verdadera, porque es tal
como parece; y es piedra, por ser verdadera piedra. Y sólo
puede percibirse con los sentidos.
A .— Es verdad.
R.— Luego no habrá piedras en los escondidos senos de la
tierra ni tampoco allí donde nadie puede percibirlas; ni exis
tiría piedra alguna si no la viésemos, ni seguirá siéndolo cuan
do nos retiremos y nadie la vea. Y cerrando bien los armarios,
por muchas cosas que en ellos hayas metido, nada contienen.
La madera tampoco será madera en lo entrañable y oculto,
pues se escabulle de la percepción sensible todo lo latente en
lo íntimo de los cuerpos que no son transparentes. Todo ello,
por necesidad lógica, no tiene ser. Porque si existiese, sería
verdadero, y tú has definido lo verdadero: lo que es tal como
parece, y_ todo aquello ni se manifiesta ni aparece; luego tam
poco es verdadero. ¿Tienes algún reparo que oponer a estas
conclusiones?
A .— Son consecuencias de mis afirmaciones y resulta todo
tan absurdo, que más dispuesto estoy a negar cualquiera de
mis premisas que a sostener la verdad de las conclusiones.
R.— Nada rehúso. Concreta, pues, lo que quieres decir, si
los cuerpos sólo pueden percibirse con los sentidos, o si no
siente más que el alma, o si hay piedras y otras cosas seme
jantes no verdaderas, o si la verdad debe definirse de otro
modo.
A .— Discutamos, te ruego, este último punto.
R.— Define, pues, la verdad.
318 A .— Llamo verdadero aquello que es en sí tal como
parece al sujeto conocedor, si quiere y puede conocerlo.
R.— Luego ¿no será verdadero lo que nadie puede cono
cer? Además, definido lo falso com o lo que difiere de lo que
parece, si a alguno le parece esto piedra y a otro madera, ¿no
será una misma cosa falsa y verdadera a la vez?
A.— Lo primero me persuade más, pues si una cosa no pue318
P.249.
B o ye r ,
L’idée de vérité... p.3; J.
M a r t in ,
Saint Augustin (París 21923)
San Agustín
Los Soliloquios
de ser conocida, resulta que tampoco es verdadera. Pero que
una cosa sea verdadera y falsa a la vez me convence menos,
pues noto que una misma magnitud comparada con otra diver
sa resulta mayor y menor a la vez. De donde se sigue que nada
de suyo es mayor o menor, por ser estos términos de compa
ración.
R-— Pero al decir que nada es verdadero por sí mismo, ¿no
se sigue de ahí que nada hay por sí mismo? Por lo mismo que
esto es madera, es verdadera madera. Ni puede ser que por
sí misma, esto es, sin relación a un sujeto conocedor sea ma
dera y no lo sea en verdad.
A .— Sin temor, pues, a ningún error, tal es mi definición:
verdad me parece que es lo que es.
R-— Nada, pues, habrá falso, pues todo lo que es, verda
dero es.
A .— En gran aprieto me pones y no hallo salida a tu re
paro. Y así me sucede que, no queriendo ser enseñado sin pre
guntas, me ruborizo ya de ser preguntado.
no sea disímil con otra, considerada com o la verdadera. Y si
digo que lo falso recibe su nombre por la semejanza, no sólo
clamarán los huevos, que son verdaderos, siendo semejantísi
mos entre sí, sino que no podré rebatir al que me obligue a
confesar que todo es falso, pues todas las cosas se hallan vincu
ladas entre sí con algún lazo de semejanza. Pero imagínate que
no me arredra decir que la similitud y disimilitud dan junta
mente origen a lo falso; ¿tendré yo entonces un camino para
salir? Se me instará que pongo nota de falsedad en todas las
cosas, por ser todas entre sí semejantes y desemejantes. Podría
llamar falso a lo que es diverso de lo que parece, y volvemos
otra vez a la definición, rechazada por sus disparatadas conse
cuencias, dando por aquí en aquel inesperado remolino que me
obliga a decir que la verdad es lo que parece. De donde resul
ta que, sin un sujeto conocedor, nada puede ser verdad, y aquí
es de temer un naufragio en escollos secretísimos, que no son
menos verdaderos por estar ocultos. O si digo que la verdad
es lo que es, se concluirá sin discrepancia de nadie que lo falso
no está en ninguna parte. Así que vuelven las fatigas pasadas
y veo que nada hemos ganado con tantos rodeos y pausadas
marchas del pensamiento.
190
C a p ít u l o
V III
191
Origen de lo falso y verdadero
C a p ít u l o
319 15. A .— Muy bien discurres; pero no veo aún lo
que temerariamente he podido concederte, a no ser aquello
de que lo falso es lo que tiene alguna verosimilitud, pues nin
guna otra cosa se me ocurre digna del nombre de falso; por
otra parte, tengo que confesar que lo falso es tal por su dese
mejanza o por lo que difiere de lo verdadero. De lo cual re
sulta que la desemejanza engendra la falsedad. Y por esta ra
zón vacilo, pues nada se me ofrece que sea originado de cau
sas contrarias.
R.— Y si este género es único y singular en la naturaleza
de las cosas, ¿no sabes que entre la multitud de los animales,
solamente el cocodrilo mueve la mandíbula superior para co
mer, y, sobre todo, no reparas en que ninguna cosa puede ha
llarse semejante a otra sin que difiera de ella en algo?
320 A .— Te concedo lo que dices: con todo, cuando con
sidero que lo falso tiene algo de semejante y desemejante con
lo verdadero, no acierto a discernir por cuál de esas propieda
des recibió su nombre. Pues si digo qye es por la disimilitud,
todas las cosas podrán decirse falsas, pues no hay ninguna que
X IX
De las verdades eternas se arguye la inmortalidad del alma
321 33. R.— ¿Qué necesidad tenemos ya de investigar
más sobre el arte de la dialéctica? Porque ora las figuras geo
métricas estén en la verdad, ora la verdad en ellas, nadie duda
de que se contienen en nuestra alma o en nuestra inteligencia,
y, por tanto, se concluye necesariamente que en ella está la
verdad. Y si por una parte toda disciplina está en nuestro
ánimo adherida inseparablemente a él y por otra no puede
morir la verdad, ¿por qué dudamos de la vida imperecedera
del alma, sin duda influidos por no sé qué familiaridad con la
muerte? ¿Acaso aquellas líneas, o un cuadrado, o esfera, imi
tan algo extraño para ser verdaderas?
A.— De ningún modo puedo creer tal cosa, pues habría
que suponer que una línea es una longitud sin latitud ni la
circunferencia una curva cerrada cuyos puntos equidistan del
centro.
321 -32 2 B o y e r ,
L’idée de vérité...
p .2 1 9 ;
G ils o n ,
Introduction...
p .6 8 .
192
San Agustín
322 R.— Entonces, ¿por qué dudamos? El originarse ta
les absurdos, ¿no es prueba de que allí está la verdad?
A .— Dios me libre de decir tal disparate.
R.— ¿Acaso, pues, la disciplina no está en el alma?
A.— Nadie ha dicho tal cosa.
R.— ¿Y acaso puede, pereciendo un sujeto, permanecer lo
que se halla inseparablemente aglutinado con él?
A.— ¿Y cuándo se me persuade a mí de tal afirmación?
R.— Luego ¿debe fenecer la verdad?
A.— No es posible eso.
R.— Pues entonces es inmortal el alma;
ríndete ya a tus
razones, cree a la verdad,
porque ella clamaque habita
y es inmortal, y no puede derrocársela de su trono con la
muerte del cuerpo. Aléjate ya de tu propia sombra, entra den
tro de ti misma; no debes temer ninguna muerte en ti, sino
el olvido de que eres inmortal.
A .— Oigo, me reanimo, comienzo a retornar en mí. Pero
antes, te ruego, resuélveme la dificultad propuesta ya: cómo en
el alma de los indoctos, que también debe gozar del mismo
privilegio de inmortalidad, está la verdad de las disciplinas.
R.— Esa dificultad pide la redacción de otro volumen, si se
ha de discutir ampliamente; ahora pasa revista a la conclusión
a que hemos llegado, pues si no te acometen dudas sobre las
afirmaciones hechas, hemos cosechado mucho fruto y con no
poca seguridad podemos seguir adelante.
DE LAS COSTUM BRES D E L A IG L E S IA C A T O L IC A Y DE LAS
COSTUM BRES DE LOS M A N IQ U E O S
E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, IV :
D e las costum bres de la Iglesia católica y de los maniqueos, versión, in
troducción y notas del P. T. P r i e t o , O .S.A. (BAC, Madrid 1948).
B i b l i o g r . g e n .: P r i e t o , o .c ., Introducción p.237-258; G . B a r d y , art.
Manichéisme: Dict. théol. cath. c .1842-1858; R. J o l i v e t , Le problèm e
du mal chez Saint Augustin: Arch. Phil. 7 (1930) 1-104 (Bibliogr. p .101104); St . K o w a l c z y k , La métaphysique du bien selon l’acception de
Saint Augustin: Est. agust. 8 (1973) 31-51; C. D u a i s , Saint Augustin
contre le manichéisme de son tem ps (Paris 1895); P. T a c c h i V e n t u r i ,
Storia dette religioni, diretta d a ...; t.II, Il Manicheismo p.243ss. (Torino 1944).
D e la Iglesia católica y de los maniqueos
193
LIBRO II
De las costumbres de los maniqueos
C a p ít u l o
I
El Sumo Bien es por esencia el ser en sumo grado
enti
323 1. Nadie, pienso yo, dudará que la cuestión del
bien y del mal, que es lo que aquí se trata, es objeto de la
moral. ¡Ojalá sea tanta la claridad y la serenidad de la vista
de la inteligencia de quienes se consagran a la investigación
de estas cosas, que puedan contemplar de hito en hito aquel
sumo bien, nada superior a él en excelencia y sublimidad, al
cual se somete el alma racional pura y perfecta! Porque verían
también con qué rectitud y justicia se le llama el supremo ser,
el primer ser, que es siempre lo mismo, en absoluto idéntico
a sí mismo; que es inaccesible a toda corrupción o cambio;
que ni está sujeto al tiempo ni puede ser hoy de distinto modo
de como era ayer. Este ser es el que verdaderísimamente es,
pues significa una esencia subsistente en sí misma e inaccesi
ble a toda mutación. Este ser es Dios, el cual no tiene con
trario, porque al ser sólo se opone el no-ser. No existe, pues,
ninguna naturaleza contraria a Dios. Pero puesto que para la
contemplación de estas cosas llevamos, al contrario, el bagaje
de una inteligencia llagada y embotada, bien por pueriles opi
niones, bien por una perversa voluntad, sacrifiquémonos todo
lo posible por alcanzar algún conocimiento del objeto tan ele
vado, caminando paso a paso, con cautela, no como suelen
buscarlo quienes lo contemplan, sino com o los que andan en
tinieblas, a tientas.
C a p ít u l o
II
Qué es el mal. El mal, dicen con mucha razón los maniqueos,
es lo que es contrario a la naturaleza; pero esta definición
destruye su herejía
324 2. Es costumbre maniquea el proponer la cuestión
del origen del mal a quienes intentan convencer de la verdad
323-332 P r ie to , o .c ., p.237-258; C ayr é , o .c ., p.132 y 133; S.
Retractationes 1.1 c.7 n.l.
323 P r ie to , o .c ., p.254; Jo l iv e t , Le problème du mal... p.18.
324 Jo l iv e t , Le problème du mal... p.8.17.20,
Los filósofos medievales I
A g u s t ín ,
7
194
San Agustín
de su herejía. Haced, ¡oh maniqueos!, esta hipótesis: que sea
hoy, por ejemplo, la primera vez que caigo yo en vuestras ma
nos, y me atrevo a pediros, con vuestro beneplácito, que pon
gáis entre paréntesis vuestras convicciones sobre esta cuestión
y, como simples ignorantes, unáis vuestros esfuerzos a los míos
en la investigación de este gran misterio. Vosotros queréis sa
ber cuál es el origen del mal, y yo, a mi vez, empiezo la pre
gunta sobre su naturaleza. ¿Quién procede en la investigación
con más lógica, yo o vosotros? ¿Los que investigan el origen
sin saber de qué, o los que investigan primero su naturaleza
con el fin de no caer en el gran absurdo de investigar el origen
de lo desconocido? Es verdaderísimo lo que decís: ¿quién hay
tan ciego que no vea que el mal de una cosa cualquiera es
todo lo que es contrario a su naturaleza? ¿Y no caéis en la
cuenta de que esta definición destruye vuestra herejía? Ya que
ninguna naturaleza es mala, si el mal es contra la naturaleza;
y vuestra doctrina es que el mal es una naturaleza o substan
cia. Añádase a esto que lo que es contrario a la naturaleza se
opone a ella y tiende a su destrucción, tiende a hacer que lo
que es no sea más; porque una naturaleza no puede ser otra
cosa que lo que constituye cada ser en su especie. Por consi
guiente-—y vosotros permitiréis que yo me sirva del término
esencia, que viene de ser, o del término substancia, que le
reemplaza con frecuencia, términos desconocidos de los anti
guos y que reemplazan con el de naturaleza— , por consiguien
te, digo yo que el mal, si queréis atender (poniendo entre pa
réntesis vuestra pertinacia), es lo que ataca a la esencia de un
ser, lo que tiende a hacer que no exista más.
325 3. Cuando la Iglesia católica enseña que Dios es
el autor de todas las naturalezas y substancias, los que son ca
paces de comprender esta verdad concluyen que Dios no es el
autor del mal. ¿Cómo es posible que la causa del ser de todo
lo que existe sea luego causa del no-ser, causa de que pierda
su esencia y tienda a la nada? Esto sería a los ojos de todos
el mal general. ¿Cómo, pues, es posible que ese vuestro reino
del mal, que, según confesión vuestra, es el sumo mal, sea con
trario a la naturaleza o substancia, siendo él mismo una natu
raleza y una substancia? Si obra contra sí mismo, tiende a
destruir su mismo ser, y el día que lo lograra realizaría el sumo
mal; pero eso es irrealizable, porque, además de existir, es
eterna. Luego, la conclusión es que el sumo mal no es una subs
tancia.
325 G
il s o n
,
Introduction. ..
p .3 0 5 .
D e la Iglesia católica y de los maniquecs
195
326 4. ¿Qué hacer en estas circunstancias? Y o sé que
hay entre vosotros quienes no pueden en absoluto comprender
estas verdades; conozco a otros, por el contrario, que, debido
a su buen ingenio, las entrevén, pero, sin embargo, siguen las
inspiraciones de su mala voluntad, que les ciega y hace perder
el juicio; y lo emplean más bien en proponer objeciones con
tra ellos, con el mal fin de seducir con facilidad a los torpes
y débiles, que en reconocer ellos mismos su invencible verdad.
Pero jamás me pesará haberlo escrito, persuadido de que algún
día lo leerá alguno de vosotros con juicio sereno y abandonará
vuestra herejía; y otros, espíritus rectos, sometidos a Dios y
limpios de esta vuestra peste de doctrina, no podrán, después
de leído, ser engañados por vuestras palabras.
C a p ít u l o
III
La definición del mal como algo nocivo es también
destructiva de la secta maniquea
327 5. Sigamos con el mayor interés y, a ser posible,
con mayor claridad, nuestras investigaciones. Vuelvo de nuevo
a insistir sobre la naturaleza del mal. Si decís que el mal es lo
que causa daño, no contradecís a la verdad. Pero lo que reite
radamente os suplico es que reflexionéis, examinéis y seáis sin
ceros, y que busquéis la verdad, no con la torcida intención
de combatirla, sino con la buena intención de descubrirla. Todo
lo que causa daño priva de algún bien a lo que daña; y si no
priva de algún bien, no hay daño alguno. ¿Hay algo más evi
dente, claro y manifiesto, aun a la inteligencia más mediocre,
con tal que no sea pertinaz? Sentado esto, las consecuencias
que se siguen son incontables. A vuestro reino del mal, que, se
gún creéis, es el sumo mal, nada le puede dañar, porque ca
rece de todo bien. Si hay dos naturalezas, com o vosotros lo
afirmáis, el reino de la luz y el reino de las tinieblas; si el
reino de la luz es Dios, como confesáis, cuya naturaleza es sim
ple, toda igual en perfección, en este caso es necesario que
admitáis una consecuencia contradictoria de vuestro sistema,
pero inevitable: que esta naturaleza, que no sólo admitís, sino
que confesáis muy alto ser el sumo bien, es inmutable, impe
netrable e inviolable, pues, de no ser así, no sería el sumo
bien, el bien por excelencia; esta naturaleza es inaccesible a
327 Jo l iv e t , Le
3 27 -32 8 C a y r é , o
probléme du mal...
.c . ,
p .2 1 7 .
p .1 9 .
Sen Agustín
196
De la Iglesia católica y de los maniqueos
todo daño. Por otro lado, si daño es privación de algún bien,
com o he mostrado, ¿qué daño se puede causar al reino de las
tinieblas, no habiendo allí bien , alguno? Luego se sigue que,
si no se puede dañar al reino de la luz, porque es inviolable,
¿a quién o a qué dañará lo que llamáis el mal?
C a p ít u l o
IV
Diferencia entre el bien por esencia y el bien por participación
328 6. Pero, puesto que no podéis libraros de estas re
des, fijad la atención en la sencillez y claridad de la doctrina
católica. Esta distingue el bien que es en sumo grado y por sí
mismo, esto es, por esencia y naturaleza, del bien que lo es
por participación; éste recibe el bien que lo constituye del
sumo bien, sin mudarse ni perder nada. Este bien por partici
pación es la criatura, sujeto único capaz de deficiencias, de las
que no puede ser Dios el autor, pues lo es de la existencia y,
por decirlo así, de la esencia. Notemos esta palabra, pues ella
nos da la clave del enigma del mal; pues, lejos de ser una
esencia, es con toda verdad una privación e implica, por lo
tanto, una naturaleza a la que puede hacer daño. Esta natura
leza no es el sumo mal, a la que se causa daño con la privación
de algún bien, ni el sumo bien, puesto que puede ser despo
jada de algo, y si es buena, no lo es por esencia, sino por par
ticipación. Ella no es buena por naturaleza, porque decir creada
es decir que tiene de otro toda su bondad. Dios sólo es el sumo
bien, y todo lo que ha hecho es bueno, pero no com o El.
¿Quién habrá tan insensato que sostenga que las obras son
iguales al artista y las criaturas al Creador? ¿N o están del todo
llenas, ¡oh m aniqueos!, vuestras exigencias? ¿Queréis algo
más claro y explícito todavía?
C a p ít u l o
V
La definición del mal como una corrupción es destructiva
de la secta maniquea
329 7. Vuelvo a insistir por tercera vez sobre la natu
raleza del mal. El mal, contestaréis, es la corrupción. ¿Quién
328
p.49.
329
p.19.
B oyer ,
B oyer ,
L’idée de vérité... p.153;
K o w alczyk,
L’idée de vérité... p. 140.141:
La métaphysique du bien...
To l iv e t ,
Le probléme du mal...
197
podrá negar ser esto el mal en su generalidad? ¿La corrupción
no va contra la naturaleza? ¿N o es ella la que daña? Pero mi
respuesta es que la corrupción no es nada en sí misma; no es
una substancia, sino que existe en una substancia a la que
afecta. Esta substancia a la que toca la corrupción no es la
corrupción, no es el mal; porque una cosa que es atacada por
la corrupción es privada de su integridad y de su pureza; si
ella no tuviera pureza alguna de la que pudiera ser privada,
no podría, evidentemente, ser corrompida; y la pureza que
ella posee no le puede venir sino de la fuente de toda pureza.
Además, lo que se corrompe se pervierte; pero la perversión
es privación del orden, y el orden es un bien, y, por consiguien
te, lo que ataca a la corrupción no está desprovisto del bien,
y precisamente el no estar desprovisto del bien hace posible
su privación por la corrupción. De lo que se sigue que, si ese
vuestro reino de las tinieblas está despojado, com o decís, de
todo bien, no puede estar sujeto a la corrupción, porque ca
rece de todo lo que ella puede destruir. Seguid todavía, en
vuestra audacia, diciendo que Dios y el reino de Dios pueden
ser destruidos por la corrupción, cuando os es imposible expli
car de ese modo la destrucción del reino de Satanás, como
vosotros lo describís.
C a p ít u l o
VI
Qué es la corrupción y qué es lo que puede estar sujeto a ella
330 8. ¿Qué enseña la luz católica? Lo adivináis, sin
duda: la verdad. Enseña que sólo son corruptibles las substan
cias creadas; que la substancia que es el sumo bien es inco
rruptible, y que la corrupción, que es el sumo mal, no puede
ser corruptible, porque no es una substancia. A vuestra pre
gunta qué es la corrupción, vosotros mismos veréis la respuesta
con sólo fijaros en el cambio que hace en lo corruptible: deja
marcado su sello en todo lo que toca. Todo objeto herido
por ella decae de lo que era y pierde su permanencia y hasta
su ser, porque el ser y la permanencia son correlativos: he
aquí por qué es inmutable en sí mismo el ser que lo es en el
más alto y sumo grado. Lo que cambia para ser mejor es por330 B oyer , Sant’Agostino p.84; I d ., L’idée de vérité... p.60.61.75.116.135.
140; G il so n , Introduction... p.279; C a p á n a g a , El hombre-abismo p.239;
W . G undersdorff , von Je s s , La simplicidad de Dios en el pensamiento agusti
niano: Augustinus 19 (1974) 48 y 49.
San Agustín
D el libre albedrío
que tendía a la perversión, a la pérdida de su esencia, que no
hay que atribuir en modo alguno al autor de la esencia. Algu
nas cosas cambian para ser mejores, lo que es una tendencia
hacia el ser: es un retorno, una conversión, no una perversión
o destrucción; y porque la perversión es destrucción del orden,
la tendencia al ser es tendencia al orden; y conseguido el or
den, toca al ser mismo en cuanto lo sufre la capacidad de la
criatura. El orden reduce a una cierta unidad lo que organiza.
La esencia del ser es la unidad, y en la misma medida que es
uno es ser; la obra de la unidad es producir la conveniencia
y la concordia, por las que las cosas compuestas tendrán la
medida de su ser; mientras que las cosas simples son por sí
mismas, pues ellas son la unidad; las que no lo son imitan
esta unidad por la concordia de sus partes, y la medida de su
unión es la medida de su ser. Concluyo, pues, que el orden
produce el ser; el desorden, al contrario, que se puede llamar
también perversión y corrupción, produce el no-ser; y, por
consiguiente, todo lo que se corrompe tiende, por esto mismo,
a no ser más. Por lo que produce la corrupción podéis descu
brir el sumo mal, pues éste es el término al que la corrupción
lleva o conduce.
tal manera que llegue a mejorar, que llegue a más alto grado
de perfección. Cuando dice Dios: Y o ordeno los males, signi
fica que El dispone las cosas que desfallecen, que tienden al
no ser, y no las que ya llegaron a ese extremo. La divina Pro
videncia, se ha dicho con verdad, no deja a ningún ser que
vuelva a la nada.
198
C a p ít u l o
V II
La bondad divina no permite la corrupción de alguna cosa
hasta el no ser. Diferencia entre el crear y el ordenar
331 9. La bondad de Dios, sin embargo, no deja que las
cosas lleguen a ese extremo; y todas las cosas defectuosas de
tal modo las ordena, que las sitúa en el lugar más conveniente
mientras por un movimiento ordenado no retornen al principio
del que se alejaron. Y así, las almas racionales, en las que es
poderosísimo el libre albedrío, si desfallecen, son puestas en
los grados inferiores de la creación, según lo exige el orden.
Se hacen miserables debido a este juicio de Dios, que fija su
lugar según lo merecido. He aquí el porqué de esta admirable
sentencia que tanto combatís: Y o hago los bienes y creo los
males (Is 45,7). La palabra crear aquí significa ordenar, regu
lar, y es por lo que muchos manuscritos dicen: Y o hago los
bienes y ordeno los males. Hacer es dar el ser a lo que no lo
tenía, mientras que ordenar es disponer lo que ya existía de
331 P r i e t o ,
o .c . ,
p .4 5 0 .
199
332 10. Mi intención es mostraros la puerta de la sa
lud; y vuestra desesperación hace perder la esperanza a los
ignorantes. La puerta no se abre sino a la buena voluntad, a
la que únicamente la divina clemencia da el ósculo de paz,
según el canto de los ángeles: Gloria a Dios en las alturas y paz
en la tierra a los hombres de buena voluntad (Le 2,14). Es su
ficiente lo dicho para que observéis que esta disquisición reli
giosa acerca del bien y del mal no tiene más salida que ésta:
todo lo que existe recibe de Dios el ser, y su decadencia no
es obra de Dios, sin que esto quiera decir que no esté dentro
de la providencia divina, que le sitúa dentro del orden general.
No sé qué más se puede hacer por vosotros, si aún no lo com
prendéis; lo único que se me ocurre es desmenuzar más y más
lo dicho, mientras la piedad y la inocencia no levanten vuestra
inteligencia a cosas mayores.
D EL LIBRE A L B E D R IO
E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, I I I ,
Obras filosóficas: Contra los académicos. D el libre albedrío, versión, in
troducción y notas de E. S e i j a s , O .S.A., 4.a ed. (BAC, Madrid 1971).
B i b l i o g r . g e n .: S e i j a s , o . c . , Introducción p.202-212; J. J. T h o n n a r d ,
Oeuvres de Saint Augustin, première série: Opuscules, V I, Dialogues
philosophiques, I I I , D e magistro. D e libero arbitrio, trad., introd. et
notes (Bibliothèque augustinienne) (Paris 1941); introd. p .125-136;
R. J. O ’C o n n e l l , D e libero arbitrio: I, Stoicism revisited: August.
Stud. 1 (1970) 69-68; C h. B o y e r , Sant’A gostino p .132-138; P. M o n t a
n a r i , Il problema della libertà in A gostino: Riv. di Fil. neosc. 29 (1937)
359-387; M . G r a b m a n n , Die Grundgedanken des hi. Augustinus iiber
Seele und G o ti in ihrer Gegenwartsbedeutung, unverànd. reprogr. Nachdr.
der 2 neuarb. A ufl. K oln 1929 (Darmstadt 1967); T. G a n g a u f , Metaphysische Psychologie des hi. Augustinus reed. 1.* ed. de Augsburg 1852
(Frankfurt 1968); G . M a n c i n i , La psicologia di Sant’Agostino e i suoi
elementi neoplatonici (Napoli 1929); M . d e l Rfo, El com puesto humano
según San Agustín (El Escorial 1931); H i e r o n y m u s a P a r i s i i s , D e
unione animae cum corpore in doctrina S. Augustini: Acta hebdom.
august.-thom. (Taurini-Romae 1931); J. P e g u e r o l e s , Notas de antropo
logía agustiniana: Espíritu 61 (1970) 37-49,
San Agustín
200
Del libre albedrío
LIBRO I
C a p ít u l o
I
¿Es Dios el autor del mal?
333 1. Evodio.— Dime, te ruego: ¿puede ser Dios el
autor del mal?
Agustín.— Te lo diré, si antes me dices tú a qué mal te re
fieres, porque dos son los significados que solemos dar a la
palabra mal: uno, cuando decimos que «alguien ha obrado
mal»; otro, cuando afirmamos que «alguien ha sufrido al
gún mal».
E v.— De uno y otro deseo saber quién sea el autor.
A g.— Siendo Dios bueno, com o tú sabes o crees— y cierta
mente no es lícito creer lo contrario— , es claro que no puede
hacer el mal. Además, si confesamos que Dios es justo— y ne
garlo sería una blasfemia— , así com o premia a los buenos,
así también castiga a los malos; y es indudable que las penas
con que los aflige son para ellos un mal. Ahora bien, si nadie
que padece, padece injustamente, como nos vemos obligados
a confesar, pues creemos en la Providencia divina, reguladora
de cuanto en el mundo acontece, síguese que de ningún modo
es Dios autor del primer género de mal, y sí del segundo.
Ev.— ¿Hay, pues, otro autor de aquel primer género de
mal, del cual acabamos de ver que no es Dios el autor?
Ag.— Sí, ciertamente, ya que no puede ser hecho sino por
alguien. Pero si me preguntas quién sea éste en concreto, no
te lo puedo decir, por la sencilla razón de que no es uno de
terminado y único, sino que cada hombre que no obra recta
mente es el verdadero y propio autor de sus malos actos. Y si
lo dudas, considera lo que antes dijimos, a saber: que la jus
ticia de Dios castiga las malas acciones. Y claro está que no
serían justamente castigadas si no procedieran de la voluntad
libre del hombre.
2.
E v.— Mas no sé yo que peque nadie que no haya apren
dido a pecar. Y si esto es verdad, dime: ¿quién es aquel de
quien hemos aprendido a pecar?
A g.— ¿Crees tú que la disciplina es un bien?
3 3 3 -4 2 5 S e i j a s ,
o .c . ,
p .2 0 2 -2 1 2 ;
333-359 C a y r é , o .c . , p.120;
Stud. 1 (1970) 49-68.
333 T h o nn ard , o .c ., p .1 9 0
C a y r é . , o .c . , p . 119 -12 5.
O ’ C o n n e l i . , Stoicism
R. J.
n t,9 ,
revisited: August.
201
E v.— ¿Quién se atreverá a decir que la disciplina es un
mal?
A g.— ¿Y si no fuera ni un bien ni un mal?
Ev.— A mí me parece que es un bien.
A g.— Y con mucha razón, puesto que por ella se nos co
munica la ciencia o se enciende en nosotros el deseo de ad
quirirla, y nadie adquiere conocimiento alguno sino mediante
la disciplina. ¿O piensas tú de otro modo?
Ev.— Y o pienso lo mismo, o sea, que mediante la disci
plina no aprendemos sino el bien.
A g.— Mira, por tanto, no aprendas el mal, ya que disci
plina no se deriva sino de discendo.
Ev.— ¿De dónde procede, pues, que el hombre obre el mal,
si no lo ha aprendido?
Ag.— Quizá de que se aparta de la disciplina y se hace
completamente extraño a ella. Mas, sea de ello lo que fuere,
lo cierto es que la disciplina es un bien, y que deriva de
discendo, y que el mal no se puede en modo alguno aprender;
y entonces no sería ésta un bien, com o tú mismo acabas de
decirme. No se aprende, pues, el mal, y es, por tanto, inútil
que preguntes quién sea aquel de quien aprendemos a hacer
el mal; y si aprendemos el mal, lo aprendemos para evitarlo,
no para hacerlo. De donde se infiere que obrar mal no es otra
cosa que alejarse de la disciplina.
3.
Ev.— N o obstante, yo creo ciertamente que hay dos dis
ciplinas: una que nos enseña a obrar bien y otra que nos
enseña a obrar mal. Lo que ha ocurrido es que, al preguntarme
tú si la disciplina era un bien, el mismo amor del bien cautivó
de tal modo mi atención que, fijándome en aquella que nos
enseña a obrar bien, contesté que era un bien; pero ahora me
doy cuenta de que hay otra disciplina, de la cual afirmo que
indudablemente es un mal, y de ésta precisamente deseo saber
quién sea el autor.
A g.— Pero al menos admitirás sin distingos que la inteli
gencia es un bien.
Ev.— Si, y la considero un bien tan grande, que no sé que
en el hombre pueda haber otro mayor, ni diré jamás que nin
guna inteligencia pueda ser mala.
A g.— Dime entonces, cuando se trata de instruir a alguien,
si no entiende lo que se le enseña, ¿podrá parecerte docto?
Ev.— No, de ningún modo.
Ag.— Si, pues, toda inteligencia es buena, y nadie que no
entienda aprende, síguese que todo aquel que aprende obra
San Agustín
D el libre albedrío
bien. Porque todo el que aprende, entiende, y todo el que en
tiende, obra bien. Por consiguiente, desear saber quién es nues
tro maestro en orden al conocimiento de alguna cosa es lo
mismo que desear saber quién nos enseña a obrar bien. Desiste,
pues, de preguntar por no sé qué mal doctor o maestro, por
que, si es malo, no es doctor, y si es doctor, no es malo.
que se te oculte el por qué ha de ser así, ya que el concebir a
Dios como la cosa más excelente que se puede decir ni pensar
es el verdadero y sólido principio de la religión, pues no
tiene esta idea óptima de Dios quien no crea que es omnipo
tente y absolutamente inconmutable, creador de todos los bie
nes, a todos los cuales aventaja infinitamente, y gobernador
justísimo de todo cuanto creó, y que no necesitó de cosa al
guna para crear, com o si a sí mismo no se bastara. De donde
se sigue que creó todas las cosas de la nada, mas no de sí
mismo, puesto que de sí mismo engendró sólo al que es igual
a El, y a quien nosotros decimos H ijo único de Dios, y al
que, deseando señalar más claramente, llamamos «Virtud de
Dios» y «Sabiduría de D ios», por medio de la cual hizo de
la nada todas las cosas que han sido hechas. Sentado esto, y
contando con el auxilio divino, intentemos ahora con empeño
la inteligencia de la cuestión que propones, por este orden.
2C2
C a p ít u l o
II
Antes de investigar el origen del mal, veamos qué debemos
creer acerca de Dios
334 4. Ev.— Sea como dices, y puesto que me acosas
de manera que me veo obligado a confesar que no aprendamos
a hacer el mal, dime: ¿cuál es el origen del mal?
Ag.— ¡Ah! Suscitas precisamente aquella cuestión que tan
to me atormentó a mí siendo aún muy joven, y que, después
de haberme fatigado inútilmente en resolverla, me empujó e
hizo caer en la herejía de los maniqueos. Y tan deshecho
quedé en esta caída y tan abrumado bajo el peso de sus tantas
y tan insulsas fábulas, que, si mi ardiente deseo de encontrar
la verdad no me hubiera obtenido el auxilio divino, no habría
podido desentenderme de ellos ni aspirar a aquella mi primera
libertad de buscarla. Y porque en orden a mí actuó con tanta
eficacia que resolví satisfactoriamente esta cuestión, seguiré
contigo el mismo orden que yo seguí y que me puso a salvo.
Séanos Dios propicio y haga que lleguemos a entender lo que
hemos creído, ya que estamos ciertos de seguir en esto el ca
mino trazado por el profeta, que dice: Si no creyereis, no en
tenderéis. Creemos que hay un solo y único Dios y que de El
procede todo cuanto existe, y que, no obstante, no es Dios el
autor del pecado. Turba, sin embargo, nuestro ánimo esta con
sideración: si el pecado procede de las almas que Dios creó,
y las almas vienen de Dios, ¿cóm o no referir a Dios el pecado,
siendo tan estrecha la relación entre Dios y el alma pecadora?
335 5.— Ev.— Acabas de formular con toda claridad y
precisión la duda que cruelmente atormenta mi pensamiento,
y que me ha obligado y empeñado en esta discusión contigo.
Ag.— ¡Animo! N o desmayes y cree firmemente lo que crees,
pues no hay creencia alguna más fundamental que ésta, aun334
Confessiones III 10-18.19; G i l s o n , Introduction... p.45;
p.497. Nota complem. 15: La philosopbie augustinienne.
CAPÍTULO'
203
III
La concupiscencia es el origen del mal
336 6. A g.— Deseas saber, sin duda, cuál es el origen
del mal que hacemos. Pero antes es preciso saber qué se en
tiende por obrar mal. Dime, pues: ¿cuál es tu parecer sobre
este particular? Y si no puedes resumir todo tu pensamiento
en pocas palabras, dámelo a entender enumerando al menos
particularmente algunas acciones malas.
Ev.— Omitiendo algunas por falta de tiempo y otras de las
que no me acuerdo, ¿quién duda que son obras malas los adul
terios, y los homicidios, y los sacrilegios?
Ag.— Dime, por tanto, y en primer lugar, ¿por qué te pare
ce a ti que el adulterio es una acción mala. ¿Acaso porque la
ley lo prohíbe?
Ev.— Es malo, no ciertamente porque la ley lo prohíba,
sino que la ley lo prohíbe porque es malo.
A g.— Y ¿qué decir si alguien nos apremiara exagerando
el placer del adulterio y preguntándonos por qué lo juzgamos
un mal, y un mal digno de condenación? ¿Crees tú que ha
brías respondido satisfactoriamente a los que desean no sólo
creer, sino también entender, escudándote ante ellos con la
autoridad de la ley? Porque yo creo contigo, y creo indubi-
San A g u s tín ,
T h o n n a rd , o .c .,
336 Thonnard, o . c . , p.484, N ota com plem , 7-
F ° i et Science.
San Agustín
D el libre albedrío
tablemente, y digo muy alto a todos los pueblos y naciones
que deben creer que el adulterio es un mal muy grande. Pero
ahora tratamos, además, de saber y entender y tener por cer
tísimo lo que hemos recibido por la fe. Así, pues, reflexiona
cuanto puedas, y dime luego por qué razón te parece que es
un mal el adulterio.
Ev.— Sé ciertamente que es un mal esto, que yo mismo no
quisiera verme obligado a ver en mi mujer, porque el que
hace a otro lo que no quiere que se haga con él, obra cierta
mente mal.
A g.— Y ¿qué dirías de cualquier hombre cuya lujuria lle
gara a tanto que de buen grado prestara a otro su mujer para
que libremente abusara de ella, a condición de tener él a su
vez la misma libertad respecto de la mujer de aquél? ¿Te pa
rece que nada malo haría en eso?
Ev.— A l contrario, muchísimo mal.
A g .— Pues, como ves, éste no peca contra el principio que
acabas de citar, puesto que no hace lo que no querría que se
hiciera con él. Así que debes buscar otra razón por la que me
convenzas de que el adulterio es un mal.
Y para que entiendas mejor que la malicia del adulterio pro
cede de la libídine, te diré que, si alguien deseara eficazmente
abusar de la mujer de su prójimo y de algún modo llegara a
saberse su intento, y que lo hubiera llevado a cabo de haber
podido, éste no sería ciertamente menos culpable que si real
mente hubiera sido sorprendido en flagrante delito, aunque de
hecho no hubiera podido realizar sus deseos.
Ev.— Nada más claro, y ya veo que no es necesario un
largo discurso para convencerme de lo mismo respecto del ho
micidio y del sacrilegio, y así de todos los demás pecados,
pues es evidente que la libídine es el origen único de toda
suerte de pecados.
204
337 7. Ev.— Me parece ser un mal, porque con frecuen
cia he visto que han sido condenados los hombres acusados
de este crimen.
Ag.— Y qué, ¿no se ha condenado también con frecuencia
a muchos hombres por sus buenas acciones? Recuerda, recuer
da la Historia, y no digo la profana, sino la que goza de
autoridad divina, y verás cuán mal tendríamos que juzgar de
los apóstoles y de todos los mártires, si es que hemos de
considerar la condenación de unos hombres por otros como
una prueba cierta de alguna mala acción de los condenados,
siendo así que todos aquéllos fueron hallados dignos de con
denación por haber confesado la fe de Jesucristo. De suerte
que, si es malo todo cuanto los hombres condenan, síguese
que en aquel tiempo era un crimen el creer en Jesucristo y
confesar esta fe. Si no todo lo que los hombres condenan es
malo, preciso es que aduzcas otra razón por la que pruebes
que el adulterio es un mal.
Ev.— No sé qué responderte.
338 8. Ag.— Tal vez la malicia del adulterio proceda de
la libídine, pues, com o ves, te has encontrado con dificultades
insuperables al querer dar una razón extrínseca de la malicia
de este hecho, que por lo demás te parece evidentemente malo.
C a p ít u l o
205
IV
Objeción respecto del homicidio cometido por miedo.— Qué
concupiscencia es culpable
339 9. Ag.— ¿Sabes que a esta libídine se la llama tam
bién por otro nombre concupiscencia?
Ev.— Lo sé.
Ag.— Y qué te parece, ¿hay entre ella y el miedo alguna
diferencia o no hay ninguna?
Ev.— Al contrario, me parece que distan mucho entre sí
estas dos cosas.
Ag.— Por lo que veo, opinas que es propio del apetito el
tender hacia su objeto y que es propio del miedo la fuga
del mal.
Ev.— Así es, com o tú dices.
A g.— Ahora bien, si un hombre matare a otro, no por el
deseo de conseguir algún bien, sino por el temor de que le
suceda algún mal, ¿acaso no sería éste homicida?
Ev.— Lo sería ciertamente, mas no por esa razón dejaría
de ser este acto imperado por el apetito, porque el hombre que
por temor a otro le mata, es evidente que desea vivir sin temor.
A g.— ¿Y te parece un bien pequeño el vivir sin temor?
Ev.— Al contrario, me parece un bien muy grande; pero
en modo alguno puede aquel supuesto homicida obtenerlo a
costa de su crimen.
A g .— No digo yo que así pueda obtenerlo, sino que lo que
él desea es vivir sin temor. Sin duda desea un bien el que de
sea vivir sin temor, y he aquí por qué este deseo no es cul
pable; de lo contrario tendríamos que culpar a todos cuantos
D el libre albedrío
206
207
San Agustín
desean el bien. Nos vemos, por tanto, obligados a confesar
que se dan homicidios en los que no hallamos como factor
el deseo de hacer mal, y que es falso aquello de que la pasión
constituya el fondo de la malicia de todo pecado; pues de otro
modo se daría algún homicidio que pudiera no ser pecado.
E v.— Si el homicidio consiste en matar a un hombre, pue
de darse alguna vez sin pecado, pues a mí no me parece que
peque el soldado que mata a su enemigo, ni el juez o su mi
nistro que da muerte al malhechor, ni aquel a quien involun
tariamente y por una fatalidad se le dispara la flecha.
A g.— De acuerdo; pero de ordinario a éstos no les llama
mos homicidas. Así que dime a ver si el siervo que mata al
señor de quien teme grandes tormentos debe ser o no incluido,
según tú, en el número de los que matan a un hombre en
circunstancias tales que de ningún modo debe dárseles el cali
ficativo de homicidas.
E v.— Veo que éste dista mucho de aquéllos, pues aquéllos
lo hacen o en virtud de las leyes o no contra la ley; en cam
bio, no hay ley alguna que justifique el homicidio de éste.
340 10. A g.— Otra vez me remites a la autoridad como
a razón última. Pero conviene tengas presente que lo que aho
ra nos preocupa es entender lo que creemos. Y puesto que da
mos crédito a las leyes, es preciso intentar ver, en la medida que
nos sea posible, si las leyes, que castigan este hecho, lo hacen
o no con razón y justicia.
Ev.— La ley no castiga injustamente cuando castiga al que
a ciencia y conciencia mata a su señor, lo que no hace ninguno
de los antes citados.
A g.— Qué, ¿acaso no te acuerdas de que poco ha dijiste
que en todo acto malo dominaba la pasión y que precisamente
por eso era malo?
E v.— Me acuerdo perfectamente.
A g - —¿Y no acabas de conceder también que no es un de
seo malo el deseo del que anhela vivir sin miedo?
E v.— También me acuerdo.
Ag.— Según eso, cuando el siervo mata a su señor por ese
deseo, no lo mata por un deseo culpable. Por consiguiente, no
hemos dado aún con el porqué de la malicia de este homici
dio. Convenimos ambos en que toda acción mala no es mala
por otra causa, sino porque se realiza bajo el influjo de la
pasión, o sea, de un deseo reprobable.
Ev
.— Ya me parece ver que injustamente se condena a este
, lo que, a la verdad, no me atrevería a decir si tuviera
alguna otra razón que dar.
A g .— ¿Es posible que así te hayas convencido de que deba
declararse impune un crimen tan grande antes de ver despacio
si aquel siervo no deseaba verse libre del miedo a su señor
con el fin de saciar
sus desordenados apetitos? Porque el de
sear vivir
sin miedo
no sólo es propio de losbuenos, sino ta
bién de los malos, pero con esta diferencia: que los buenos lo
desean renunciando al amor de aquellas cosas que no se pue
den poseer sin peligro de perderlas, mientras que los malos, a
fin de gozar plena y seguramente de ellas, se esfuerzan en re
mover los obstáculos que se lo impiden, y por eso llevan una
vida malvada y criminal, que, más bien que vida, debería lla
marse muerte.
E v.— Confieso mi error, y me alegro muchísimo de haber
visto al fin claramente qué es aquel deseo culpable que lla
mamos libídine. Ahora veo con evidencia que consiste en el
amor desordenado de aquellas cosas que podemos perder con
tra nuestra propia voluntad.
C a p ít u l o
V
Otra objeción fundada en la muerte del injusto agresor,
permitida por las leyes humanas
341 11. Ev.— Veamos, pues, ahora, si te parece, si la
libídine impera también en los sacrilegios, que vemos se co
meten en gran número por las personas supersticiosas.
A g .— Mira no sea prematuro plantear esta cuestión: creo
que debemos discutir antes si se puede matar sin ningún gé
nero de concupiscencia al enemigo que violentamente se arro
ja sobre nosotros o al sicario que traidoramente nos acomete,
en defensa de la propia vida, de la libertad o de la pureza.
E v.— ¿Cómo puedes pensar que se hallan exentos de li
bídine quienes se defienden por salvar estas cosas, que pueden
perder contra su libertad? Y si en contra de su voluntad no
pueden perderlas, ¿qué necesidad hay de que las defiendan
hasta la muerte del injusto agresor?
A g.— ¿N o son entonces injustas las leyes que permiten al
viajero matar al salteador de caminos antes de que éste mate
341 F o n t y P u i g , Ideario
T h o n n a r d , o . c . , p .1 5 2 n t . l .
político de S. Agustín:
A u g u s tin u s
5
( 1 9 6 0 ) 171 ;
San Agustín
Del libre albedrío
a aquél, o que un hombre o una mujer mate, si puede, antes
de que se consume el hecho, al que violentamente atenta con
tra su honra? Igualmente la ley manda al soldado que mate
a su enemigo, y si no lo hace es castigado por sus jefes. ¿Aca
so nos atreveremos a decir que estas leyes son injustas, o más
bien que son malas? Pues a mí me parece que no es ley la
que no es justa.
Por lo que hace a la vida, quizá alguno dude de si de algún
modo se le puede quitar o no la vida al alma al dar muerte
al cuerpo; pero si se la puede quitar, debe despreciársela;
si no se puede, no hay por qué temer. En cuanto a la pureza,
¿quién duda que radica en la misma alma, puesto que es una
virtud? De donde se sigue que no puede sernos arrebatada
por la profanación involuntaria de nuestro cuerpo. Luego no
está en nuestra mano el poder retener todo lo que nos puede
arrebatar el injusto agresor, a quien damos muerte. Así que
no entiendo en qué sentido podemos decir que es nuestro. Por
esta razón no condeno yo las leyes que permiten matar a los
tales; pero no encuentro cómo disculpar a los que de hecho
matan.
2Ü8
342 12. E v.— Creo que se halla suficientemente a cu
bierto de tal acusación la ley que en la nación a quien se da
permite males menores a fin de evitar los mayores. Mucho me
nor mal es, evidentemente, matar al que pone asechanzas a la
vida ajena que al que defiende la propia. Y mucho más crimi
nal es el estupro de un hombre contra su voluntad que el que
éste mate al que violentamente pretende semejante agravio.
Por lo que hace al soldado, al matar a su enemigo, no es
más que un mero ejecutor de la ley, por lo cual es fácil que
cumpla su deber sin pasión alguna. Y , finalmente, a la ley
que ha sido dada para defensa del pueblo no se la puede
argüir de apasionada; porque si el que la dio lo hizo por or
den de Dios, esto es, de acuerdo con los principios de la
eterna justicia, pudo hacerlo absolutamente libre de toda pa
sión, y si lo hizo movido por alguna pasión, no se sigue de
esto que se deba obedecer esta ley apasionadamente, ya que
un legislador malo puede dar leyes buenas. Si un tirano de
usurpación, por ejemplo, recibe de un ciudadano, a quien in
teresa, una suma de dinero para que decrete que a nadie le
sea lícito raptar a una mujer, ni aun para casarse con ella,
¿acaso será mala esta ley por el hecho de haber sido dada
por aquel injusto y corrompido tirano? Se puede, por consi
guiente, cumplir sin pasión la ley que manda repeler la fuer
za con la misma fuerza, a fin de defender a los ciudadanos.
Y dígase lo mismo de todos los ministros subalternos que ju
rídica y jerárquicamente están sujetos a cualesquiera potes
tades.
343 Pero en cuanto a los demás, aun siendo justa la ley,
no veo cómo pueden ellos justificarse; porque la ley no les
obliga a no matar, sino que les leja en libertad de hacerlo o no
hacerlo. En su mano está, por consiguiente, el no matar a
nadie por defender aquellas cosas que pueden perder en con
tra de su voluntad, y que por esto mismo no deben amarlas.
342 B o y e r , Sant’A g ostin o p .1 9 2 ;
Nation et peuple.
T h onnard,
o .c .,
p .4 9 1 ,
N o ta
c o m p l.
10:
209
344 13. A g .— Mucho menos puedo yo comprender por
qué has de intentar justificar a quienes ninguna ley condena
como reos.
Ev.— Ninguna quizá, pero de aquellas que nos son cono
cidas externamente y promulgadas por los hombres, porque
no sé yo que no estén sujetos a alguna otra ley mucho más
obligatoria y secreta, puesto que no hay cosa que no gobierne
la divina Providencia. ¿Cóm o pueden hallarse limpios de pe
cado ante esta ley quienes por defender las cosas que conviene
despreciar han manchado sus manos con la sangre de un hom
bre? Paréceme, según esto, que la ley, dada para el buen go
bierno de un pueblo, autoriza legítimamente estos actos, que,
no obstante, castiga la Providencia divina. Porque, sin duda,
la ley humana se propone castigar no más que en la medida de
lo preciso para mantener la paz entre los hombres, y sólo en
aquellas cosas que están al alcance del legislador. Mas en cuan
to a otras culpas, es indudable que tienen otras penas, de las
que únicamente puede absolver la sabiduría divina.
A g.— Alabo y apruebo esta tu distinción, que, aunque sólo
incoada e imperfecta, es confiada y alcanza sublimes alturas.
Te parece que es verdad que la ley humana, que tiene sólo
por fin el gobierno de los pueblos, permite y deja impunes
muchos actos que castiga la Providencia divina, y, además,
de que la ley humana no alcance a todo, no se sigue que deban
reprobarse sus determinaciones.
San Agustín
210
D el libre albedrío
C a p ít u l o V I
La ley eterna, moderadora de las leyes humanas. Noción
de la ley eterna
345 14. Examinemos ahora cuidadosamente, si te place,
hasta qué punto deba castigar las malas acciones esta ley por la
que se gobiernan los pueblos en la presente vida, y veamos
después qué es lo que deba ser secreta pero inexorablemente
castigado por la divina Providencia.
E v.— Mi deseo es llegar a los límites extremos de cuestión
tan importante, si es que al presente podemos, pues los consi
dero infinitos.
A g .— De ningún modo. Cobra ánimo y entra por los ca
minos de la razón confiado en la piedad, pues no hay nada
tan arduo y difícil que con la ayuda de Dios no se haga muy
llano y muy fácil. Así que, pendientes siempre de El e implo
rando su auxilio, investiguemos lo que nos hemos propuesto.
Y antes de nada, dime si esta ley que se promulga por escrito
es útil a todos los que viven vida temporal.
E v.— Es claro que sí; porque de estos hombres precisa
mente se componen los pueblos y las naciones.
A g.— Y estos mismos hombres y pueblos, ¿pertenecen a
aquellas cosas que no pueden ni perecer ni mudarse y que
son, por tanto, eternas, o, por el contrario, son mudables y
están sujetas al tiempo?
E v.— ¿Quién puede dudar de que el hombre es evidente
mente mudable y que está sujeto al tiempo?
Ag.— Ahora bien, si se diera pueblo tan morigerado y gra
ve y custodio tan fiel del bien común que cada ciudadano
tuviera en más la utilidad pública que la privada, ¿no sería
justa una ley por la que se le permitiera a este pueblo ele
gir magistrados, que administraran la hacienda pública del
mismo? .
E v.— Sería muy justa.
A g .— Y si, finalmente, este mismo pueblo llegara poco a
poco a depravarse de manera que prefiriese el bien privado al
bien público y vendiera su voto al mejor postor, y, sobornado
por los que ambicionan el poder, entregara el gobierno de sí
mismo a hombres viciosos y criminales, ¿acaso no obraría igual3 4 5 B o y e r , Sant’Agostino p.191; G i l s o n ,
P u ig , o.c., p . 1 7 2 -1 7 3 ; T h o n n a r d , o . c . , p .4 9 2 ,
augustinienne.
Introduction... p.236; F o n t y
Nota complem. 1 1 : P olitique
211
mente bien el varón que, conservándose incontaminado en me
dio de la general corrupción y gozando a la vez de gran poder,
privase a este pueblo de la facultad de conferir honores, para
depositarla en manos de los pocos buenos que hubieran queda
do, y aun de uno solo?
Ev.— Sí, igualmente bien.
A g.— Pero siendo, al parecer, estas dos leyes tan contra
rias entre sí, que la una y la otra quitan al pueblo la facul
tad de elegir sus magistrados, y habiendo sido dada la segun
da en condiciones tales que no pueden existir ambas en un
mismo pueblo, ¿podemos decir que una de las dos es injusta
y que no debía haberse dado?
Ev.— De ningún modo.
Ag.— Llamemos, pues, si te parece, ley temporal a esta que,
aun siendo justa, puede, no obstante, modificarse justamente
según lo exijan las circunstancias de los tiempos.
Ev.— Llamémosla así.
346 15. A g .— Y aquella ley de la cual decimos que es
la razón suprema de todo, a la cual se debe obedecer siempre,
y que castiga a los malos con una vida infeliz y miserable y pre
mia a los buenos con una vida bienaventurada, y en virtud de
la cual justamente se da aquella que hemos llamado ley tem
poral, y en su misma virtud y con igual justicia se la modifi
ca, ¿puede no parecer inmutable y eterna a cualquiera persona
inteligente? ¿O es que puede ser alguna vez injusto el que
sean desventurados los malos y bienaventurados los buenos, o
el que al pueblo morigerado y sensato se le faculte para elegir
sus magistrados y, por el contrario, se prive de este derecho al
disoluto y malvado?
Ev.— Entiendo que esta ley es inconmutable y eterna.
A g.— Creo que también te darás cuenta de que en tanto
la ley temporal es justa, y legítima en cuanto que está fun
dada en la ley eterna; porque si el pueblo a que aludimos
en un tiempo gozó justamente del derecho de elegir a sus ma
gistrados, y en otro distinto se vio justamente privado de este
derecho, la justicia de esta vicisitud temporal arranca de la
ley eterna, según la cual siempre es justo que el pueblo juicioso
elija sus magistrados, y que se vea privado de esta facultad el
que no lo es, ¿no te parece?
346 B o y e r , L’idée de
ROLe s . o c . , p .8 8 ; B o y e r ,
vérité... p .2 3 1 ; G il s o n , Introduction... p .1 6 8 ; P egue De fundamento moralitatis secundum S. Augustinum:
íle M - aug-'thom. p-108; Thonnarp, o.q., p.477, Nota compl. 2;
de l illumination.
Tbéorie
212
San Agustín
D el libre albedrío
Ev.— Conforme.
A g.— Según esto, para dar verbalmente, y en cuanto me
es posible, una noción breve de la ley eterna, que llevamos
impresa en nuestra alma, diré que es aquella en virtud de la
cual es justo que todas las cosas estén perfectamente ordena
das. Si tu opinión es distinta de ésta, exponía.
Ev.— No tengo nada que oponerte; es verdad lo que dices.
Ag.— Y siendo com o es única la ley eterna, con la cual
deben conformarse siempre las diversas leyes temporales, a pe
sar de las diversas modificaciones que sufren de acuerdo con
las exigencias del buen gobierno de los pueblos, ¿puede ella
experimentar alguna modificación?
Ev.— Entiendo que absolutamente ninguna, ya que ninguna
fuerza, ningún acontecimiento, ningún fallo de cosa alguna
llegará nunca a hacer que no sea justo el que todas las cosas
estén perfectísimamente ordenadas.
C a p ít u l o
V III
La razón, que hace al hombre superior a las bestias, es la que
debe prevalecer también en él
347 18. Ag.— He aquí lo que deseo explicarte ahora.
Si esto que hace al hombre superior a las bestias—-sea lo que
fuere y llámese como se quiera, mente o espíritu, o mejor,
mente y espíritu indistintamente, puesto que una y otra expre
sión se encuentran también indistintamente en los sagrados li
bros— domina en él y tiene sometidos a su imperio todos los
demás elementos de que consta el hombre, entonces es cuando
se halla éste perfectísimamente ordenado.
Es indudable, en efecto, que tenemos mucho de común, no
sólo con los brutos, sino también con las plantas y semillas.
Y así vemos que también las plantas, que se hallan en la es
cala ínfima de los vivientes, se alimentan, crecen, se robustecen
y se multiplican, y que las bestias ven y oyen, y sienten la
presencia de los objetos corporales por el olfato, por el gusto
y por el tacto, y vemos, y tenemos que confesar, que la mayor
parte de ellas tienen ios sentidos mucho más despiertos y agu
dos que nosotros. Añade a esto la fuerza y robustez, la solidez
de sus miembros y la celeridad y agilidad de los movimientos
347 G i l s o n , Introduction... p . 1 6 8 .1 6 9 ;
L’âme et ses facultés selon Saint Augustin.
T h on n a rd ,
o .c .,
213
de su cuerpo, en todo lo cual superamos a algunas, igualamos
a otras y somos inferiores a no pocas. Tenemos, además, de
común con las bestiasel género a que pertenecemos. Pero, al
fin y al cabo, toda la actividad de la vida animal se
reducea
procurarse los placeres del cuerpo y evitarse las molestias.
348 Hay algunas otras acciones que ya no parece que sean
propias de los animales, pero que tampoco son en el hombre
el exponente de su mayor perfección, verbigracia, el bromear
y el reír, actos propios del hombre, sí, pero que, a juicio de
cualquiera que tenga un concepto cabal de la naturaleza hu
mana, son una de sus más ínfimas perfecciones.
Observamos también en el hombre amor a la alabanza y a
la gloria y el deseo de dominar, tendencias que, si bien no son
propias de los brutos, no debemos, sin embargo, pensar que
sean ellas lo que nos hace superiores a las bestias, pues cuan
do la apetencia de éstas no se halla subordinada a la razón,
nos hace desgraciados, y claro está que a nadie se le ha ocu
rrido nunca el hacer título de su miseria para preferirse a los
demás. Por consiguiente, cuando la razón domina todas estas
concupiscencias del alma, entonces es cuando se dice que el
hombre está perfectamente ordenado. Porque es claro que no
hay buen orden, ni siquiera puede decirse que haya orden, allí
donde lo más digno se halla subordinado a lo menos digno,
si es que a ti no te parece otra cosa.
Ev.— Es evidente que no.
Ag.— Pues cuando la razón, mente o espíritu gobierna los
movimientos irracionales del alma, entonces, y sólo entonces,
es cuando se puede decir que domina en el hombre lo que
debe dominar, y domina en virtud de aquella ley que dijimos
que era ley eterna.
Ev.— Te comprendo y sigo tu razonamiento.
C a p ít u l o
XI
La mente que de su propia voluntad se entrega a la libídine
es justamente castigada
349 Por ahora bástanos saber lo que de él nos es dado
saber: que en modo alguno puede ser injusta aquella naturale
za, sea la que fuere, que es superior a la mente virtuosa. Así
p .4 9 3 , N o ta c o m p l
348 G i l s o n ,
Introduction...
p . 168 .169 .
San Agustín
Del libre albedrío
que ni ésta, aunque más poderosa, obligará jamás a la mente a
someterse a la libídine.
E v.— N o hay absolutamente nadie que no admita esto sin
género de duda.
A g.— Resta, pues, concluir que, si todo cuanto es igual o
superior a la mente, que ejerce su natural señorío y que es
virtuosa, no la puede hacer esclava de la libídine, porque su
misma justicia se lo impide, y todo lo que le es inferior no
puede tampoco conseguirlo, a causa de la misma inferioridad,
com o lo demuestra lo que antes dejamos firmemente sentado,
ninguna otra cosa hace a la mente cómplice de las pasiones
sino la propia voluntad y libre albedrío.
E v.— V eo con claridad que nada se sigue tan necesariamen
te com o esta conclusión.
la envidia le atormenta, la desidia le anonada, la obstinación
le aguijonea, la humillación le aflige, y es, finalmente, el blanco
de otros innumerables males que lleva consigo el imperio de
la libídine. ¿Podemos, digo, tener en nada este castigo, al que,
como ves, se hallan necesariamente sometidos todos los que
no poseen la verdadera sabiduría?
214
350 22. Ag.— Igualmente lógico te parecerá ya también
que es muy justo que sufra las consecuencias penales de tan
gran pecado.
E v.— No puedo negarlo.
A g .— Pero qué, ¿es que debe mirarse como castigo peque
ño el que la libídine domine a la mente y el que, después de
haberla despojado del caudal de su virtud, como a miserable
e indigente, la empuje de aquí para allá a cosas tan contra
dictorias com o aprobar y defender lo falso com o verdadero;
a desaprobar poco después lo que antes había aprobado, preci
pitándose, no obstante, en nuevos errores; ora a suspender su
juicio, dudando las más de las veces de razonamientos clarí
simos; ora a desesperar en absoluto de encontrar la verdad,
sumiéndola por completo en las tinieblas de la estulticia; o
bien a tomar con empeño abrirse paso hacia la luz, para caer
de nuevo extenuada por la fatiga? Debiendo añadirse a todo
esto que las pasiones ejercen su dominio sobre ella cruel y tirá
nicamente, y que a través de mil y encontradas tempestades
perturban profundamente el ánimo y vida del hombre, de una
parte, con un gran temor, y de otra, con un incontenible deseo;
de una, con una angustia mortal, y de otra, con una vana y fal
sa alegría; de una, con el tormento de la cosa perdida y suma
mente amada, y de otra, con un ardiente deseo de poseer lo
que no tiene; de una, con un sumo dolor por la injuria reci
bida, y de otra, con un insaciable deseo de venganza. Adonde
quiera que este hombre se vuelva, la avaricia le acosa, la luju
ria le consume, la ambición le cautiva, la soberbia le hincha,
350 Mokán, Síntesis del pensamiento a&ustiniano p.246;
215
351 23. Ev.— Sí, comprendo que es éste un muy gran
de, a la vez que muy justo castigo para los que, colocados ya
en el trono de la sabiduría, han determinado descender de él
para hacerse esclavos de la libídine; pero me parece imposible
que pueda haber alguien que haya querido o quiera obrar así.
Porque, aunque creo firmísimamente que, no obstante haber
criado Dios al hombre tan perfecto com o lo crió y haberle colo
cado en un estado de vida feliz, él por su propia voluntad se
precipitó de aquí en las miserias de esta vida mortal, sin em
bargo, aún no lo he podido comprender. Así que, si piensas di
ferir el examen serio de esta cuestión, lo harás muy a pesar mío.
C a p ít u l o
X III
Por nuestra propia voluntad vivimos una vida feliz
o una vida miserable
352 27. A g.— Considera ahora a ver si no te parece
que es la prudencia el conocimiento de las cosas que debemos
apetecer y de las que debemos evitar.
Ev.— Eso me parece.
A g .— Y la fortaleza, ¿no es acaso aquel sentimiento del
alma por el que despreciamos todas las incomodidades y la
pérdida de las cosas cuya posesión no depende de nuestra vo
luntad?
E v.— Tal creo.
A g.— Y la templanza es aquella virtud del alma que mo
dera y reprime el deseo de aquellas cosas que se apetecen des
ordenadamente, ¿no te parece?
Ev.— Estoy de acuerdo contigo.
A g.— ¿Qué hemos de decir, finalmente, de la justicia, sino
que es la virtud que manda dar a cada uno lo suyo?
E v.— Este es el concepto que yo tengo de la justicia, y
no otro.
351 T h o n n a r d ,
p .4 8 4 , Nota
nt.2;
o.c., p .4 9 5 , Nota complem.
complem. 7: Foi et raison.
13:
Problèmes connexes; p. 181
San Agustín
D el libre albedrío
A g .— De cualquiera, pues, que, teniendo buena voluntad
— de cuya excelencia ya hemos hablado largo y tendido— , la
ame con verdadero amor y cariño sobre todas las cosas, sa
biendo que nada hay mejor que ella, y en ella se recree, y de
ella, finalmente, goce, y de ella se alegre, abismado en su con
sideración y en la ponderación de cuán grande bien sea y de
que no le puede ser arrebatada, ni por la fuerza ni por la as
tucia, ¿podremos dudar de que sea enemigo declarado de todo
cuanto se oponga a este bien único?
E v.— Es de todo punto necesario que así sea.
A g .— ¿Podemos considerar falto de prudencia a este hom
bre, que ve que éste es el bien, que ha de ser preferido a todos
y que ha de ser rechazado cuanto a él se oponga?
E v.— N o creo en absoluto que pueda obrar así nadie que
no sea prudente.
Ag.— Perfectamente. Mas, ¿por qué no hemos de conce
derle también la fortaleza? La razón es porque no puede este
hombre amar ni tener en mucho ninguna de aquellas cosas
cuya posesión no depende de nuestra voluntad, ya que no pue
den ser amadas sino por una voluntad mala, a la cual es pre
ciso que él resista, como al enemigo de su bien más querido;
y porque no las ama cuando las tiene, no las llora cuando las
pierde; antes bien, las desprecia, lo cual, según antes dijimos
y convinimos, es propio de la fortaleza.
ser verdad sino del que da a cada uno lo suyo, y sin duda
recuerdas que, cuando dije que el dar a cada uno lo suyo per
tenecía a la justicia, tú lo aprobaste,
Ev.— Sí recuerdo, y confieso que en el hombre que tanto
aprecia y ama su buena voluntad se hallan evidentemente las
cuatro virtudes que poco ha describiste, dando yo mi confor
midad.
216
E v.— Concedámosle también sin dificultad esta virtud, pues
no sé yo a quién pueda llamársele fuerte con más verdad que
a aquel que con ánimo igual y sereno soporta la carencia de
las cosas que no está en nuestra mano ni conseguir ni retener,
lo cual es evidente que por necesidad tiene que hacer este
hombre.
A g .— Veamos ahora si puede serle ajena la templanza, sien
do ésta la virtud que refrena las pasiones. ¿Qué hay tan ene
migo de la buena voluntad com o la concupiscencia? Por donde
fácilmente comprenderás que este amante de su buena voluntad
ha de resistir y combatir las pasiones por todos los medios
posibles, y que justamente, por tanto, se dice que tiene la vir
tud de la templanza.
E v.— Estamos de acuerdo. Sigue.
A g .-— Réstanos la justicia, que, a la verdad, no veo cómo
pueda no tenerla este hombre. Porque el que tiene buena vo
luntad y la ama, y se opone a todas aquellas cosas que, como
dijimos, son enemigas de ésta, no puede desear mal a nadie.
De donde se sigue que a nadie hace injuria, lo que no puede
C a p ít u l o
217
XV
Extensión y valor de la ley eterna y de la ley temporal
353 31. Pero veamos ya cómo estas consideraciones se
relacionan con aquella cuestión de las dos leyes.
Ag.— Sea. Pero dime antes a ver si el que ama el vivir rec
tamente, y en ello se complace tanto que constituya para él
no sólo el bien verdadero, sino también el verdadero placer
y la verdadera alegría, ama y aprecia sobre todas las cosas esta
ley, en virtud de la cual ve que la vida bienaventurada se da
como premio a la buena voluntad y la miserable a la mala.
E v.— La ama sobre todas las cosas y con vehemencia, y por
que la ama y la sigue con fidelidad, por eso vive rectamente.
A g.— Y al amarla de este modo, ¿ama algo que es mudable
y temporal o algo que es estable y sempiterno?
E v.— A lgo que es, indudablemente, eterno e inconmutable.
A g.— Y ¿qué dices de los que, perseverando en su mala
voluntad, desean, no obstante, ser dichosos? ¿Pueden amar
esta ley, según la cual la desdicha es su justa herencia?
E v.— Creo que de ningún modo.
A g.— ¿N o aman ninguna otra cosa?
E v.— Al contrario, muchas, todas aquellas en cuya conse
cución y retención persiste la mala voluntad.
A g.— Supongo que te refieres a las riquezas, a los honores,
a los placeres, a la hermosura del cuerpo y a todas las demás
cosas que pueden no conseguir, aunque quieran, y que pueden
perder contra su voluntad.
E v.— A éstas precisamente me refiero.
A g.— ¿Te parece que serán eternas estas cosas, viendo, como
ves, que están sujetas a la volubilidad del tiempo?
E v.— ¿A quién, por insensato que sea, le puede parecer
esto?
A g.— Y siendo evidente que unos hombres aman las cosas
eternas y otros las temporales, y que, según antes hemos visto,
San Agustín
218
existen dos leyes, una eterna y temporal otra, dime— si tienes
idea de la justicia— , ¿cuáles de éstos piensas tú que han de ser
sujetos de la ley eterna y cuáles de la ley temporal?
E v.— Me parece que no es difícil contestar a lo que pregun
tas, pues aquellos a quienes el amor de las cosas eternas hace
felices, viven, a mi modo de ver, según los dictados de la ley
eterna, mientras que los infelices viven sometidos al yugo de
la ley temporal.
A g.— Dices bien, a condición, sin embargo, de que tengas
por inconcuso lo que la razón nos ha demostrado ya eviden
temente, a saber, que los que viven según la ley temporal no
pueden, sin embargo, quedar libres de la ley eterna, de la cual,
como dijimos, procede todo lo que es justo y todo lo que justa
mente se modifica. En cuanto a los que por su buena voluntad
viven sumisos a la ley eterna, es claro, y me parece que tú lo
ves suficientemente, que no necesitan ley temporal alguna.
E v.— Entiendo lo que dices.
354 32. A g.— ¿Manda, por consiguiente, la ley eterna
que apartemos nuestro amor de las cosas temporales y lo con
virtamos purificado a las eternas?
E v.— Lo manda.
Ag.— ¿Y qué piensas que manda la ley temporal, sino que,
cuando los hombres desean poseer estas cosas, que temporal
mente podemos llamar nuestras, de tal modo las posean que
conserven la paz y sociedad o convivencia humana tan perfec
tamente como es posible tratándose de esta clase de bienes?
Estos son, en primer lugar, el cuerpo y los que se llaman
bienes del cuerpo, como una salud perfecta, la agudeza de los
sentidos, la fuerza, la hermosura y otras cualidades, de las
que unas son necesarias para las artes liberales y, por tanto,
más apreciables, y otras que tienen un fin menos noble. En
segundo término, la libertad, si bien no hay más libertad ver
dadera que la de los bienaventurados y la de los que siguen
la ley eterna. Pero bien entendido que no hablo sino de aque
lla libertad por la que se creen libres los que no sirven a otros
hombres y la que apetecen los siervos, que desean ser manu
mitidos por sus señores. En tercer lugar, los padres, los her
manos, los hijos, los deudos, los afines, los familiares y todos
los que están unidos a nosotros por algún parentesco. Después,
nuestra misma patria, a la que solemos considerar com o a una
verdadera madre; los honores y las alabanzas y todo lo que
354 G il so n ,
Introduction...
p .2 3 4 .
Del libre albedrío
219
llamamos gloria popular. Y, finalmente, el dinero, nombre que
damos a todas aquellas cosas de las cuales somos dueños legí
timos, y de las que nos parece que podemos disponer en con
cepto de venta o donación.
355 Sería difícil y largo de explicar cóm o la ley humana
distribuye estos bienes, dando a cada uno lo suyo, y evidente
mente innecesario para el fin que nos hemos propuesto. Bás
tenos saber, por tanto, que la potestad vindicativa de esta ley
no se extiende más que a poder privar de todos o parte de
estos bienes a aquel a quien castiga. Reprime, pues, por el
miedo, y por el miedo inclina y doblega el ánimo de los mi
serables, para quienes fue dada, a hacer lo que les manda o
prohíbe, porque, temiendo perder estos bienes, usan de ellos
según ciertas normas, que son necesarias para constituir y man
tener la sociedad que es posible constituir y mantener con
semejantes hombres. Pero es de advertir que esta ley no cas
tiga el pecado que se comete amando estos bienes, sino el des
orden causado cuando injustamente se quitan a los demás.
Fíjate ahora a ver si hemos llegado ya a la que considerabas
cuestión interminable. Nos habíamos propuesto investigar si la
ley penal, por la que se gobiernan los pueblos y naciones de
la tierra, tiene derecho a castigar y hasta qué punto.
Ev.— Sí; veo que ya hemos llegado.
356 33. A g .— ¿Ves también, como consecuencia, que
no existiría la pena que a los hombres se les causa, ora cuando
injustamente se les priva de sus bienes, ora cuando se les aplica
como justo castigo, si no amasen estas cosas que pueden serles
arrebatadas en contra de su voluntad?
Ev.— También esto lo veo.
A g.— Ahora bien, siendo así que unos hacen buen uso de
las mismas cosas de las que otros abusan; y que el hombre
que de ellas abusa, de tal modo las ama y se da a ellas, que
llega a convertirse en esclavo de aquello mismo de que de
bería ser dueño y señor, y que mira com o un bien para sí
las cosas para las cuales debería ser él un bien por su justa
reglamentación y buen uso; y, por el contrario, que el hom
bre que usa bien de ellas demuestra que ciertamente son
un bien las cosas temporales, mas no para él, ya que no son
ellas las que le hacen a él bueno ni mejor, sino él a ellas,
y que, en consecuencia, no se adhiere a ellas por amor, ni
las considera como parte de su alma, lo que se verifica tam
bién mediante el amor, a fin de que, cuando comienzan a
San Agustín
Del libre albedrío
faltarle o desvanecerse, no le cause pena su pérdida ni le
manche su corrupción, sino que está muy por encima de ellas
y dispuesto a poseerlas y administrarlas, cuando fuere nece
sario, y más dispuesto a perderlas y a no tenerlas; siendo todo
esto así, com o digo, ¿crees tú por ventura que se debe con
denar la plata y el oro por causa de los avaros, los manjares
por causa de los glotones, el vino por causa de los que con
frecuencia se embriagan, la hermosura de las mujeres por
causa de los hombres perdidos y adúlteros, y así todas las
demás cosas, sobre todo viendo, como vemos, que el médico
hace buen uso del fuego y un envenenador abusa criminalmen
te del pan?
E v.— Es muchísima verdad que no son las cosas mismas
las que han de ser condenadas, sino los hombres que abusan
de ellas.
obrar el mal no consiste en otra cosa que en despreciar los
bienes eternos, de los cuales goza la mente por sí misma y por
sí misma percibe, y que no puede perder, con tal de que los
ame, y en procurar, por el contrario, como cosa grande y ad
mirable, los bienes temporales, que se gozan por el cuerpo,
parte vilísima del hombre, y que nunca podemos tener como
seguros. A mí me parece que todas las malas acciones, es
decir, todos los pecados, pueden reducirse a esta sola cate
goría. Mas cuál sea tu opinión es lo que espero saber ahora
de ti.
220
C a p ít u l o
XVI
Epílogo de los capítulos anteriores
357 34. A g.— Muy bien. Puesto que, según yo creo, he
mos comenzado ya a comprender cuál sea el valor de la ley
eterna, y puesto que ya hemos visto también hasta dónde pue
de llegar en la imposición de castigos la ley temporal, y
distinguido suficiente y claramente dos géneros de cosas, eter
nas unas y temporales otras, e igualmente dos suertes de hom
bres, unos que siguen y aman las eternas y otros que siguen
y aman las temporales; y habiendo hecho constar, además,
que de la voluntad de cada uno depende elegir lo que le plazca
seguir y obrar, y que nada ni nadie, si no es la voluntad, pue
de derrocar a la mente del trono de su reino y apartarla del
camino del orden; y, en fin, habiendo manifestado también
que no se debe culpar a las criaturas del mal uso que de ellas
hacen los hombres, sino al mismo que de ellas abusa, volva
mos, si te parece, a la cuestión propuesta al principio de esta
disquisición, y veamos si queda ya resuelta, pues nos había
mos propuesto investigar en qué consistía el obrar mal, y a
propósito de esto hemos dicho cuanto hasta el presente dejamos
dicho. Por lo cual conviene ahora advertir y considerar si el
3 5 7 -3 5 9 J o l i v e t , Le problème du mal... p .5 5 ; C a p á n a g a ,
p .2 3 9 .
3 57 T h o n n a r d , o .c ., p .2 0 4 n t . l ; p . 190 , N o ta c o m p le m . 9 :
El hombre-abis
358 35. E v.— Es como tú dices, y estoy conforme en
que todos los pecados se reducen a esta categoría, porque, en
efecto, el hombre se aparta de las cosas divinas y verdadera
mente permanentes, para entregarse a las mudables e inciertas,
pues no obstante hallarse éstas perfectamente jerarquizadas y
constituir un orden típico de belleza, es, sin embargo, propio
de un ánimo perverso y desordenado el hacerse esclavo, por
conseguirlos, de aquellos bienes sobre los que le constituyó a
él el orden y justicia divina, a fin de que los administrara según
su beneplácito. Y al mismo tiempo me parece ver ya resuelta
V esclarecida la cuestión del origen del mal, que nos había
mos propuesto dilucidar después de ésta, a saber, en qué con
siste el obrar mal; pues, si no me engaño, tiene su origen,
según las razones aducidas, en el libre albedrío de la voluntad.
Pero quisiera me dijeras si el mismo libre albedrío, del que
estamos convencidos que trae su origen el poder pecar, ha
podido sernos dado por aquel que nos hizo. Porque parece in
dudable que jamás hubiéramos pecado si no lo tuviéramos, y
es de temer que por esta razón pueda ser Dios considerado
como el verdadero autor de nuestros pecados.
359 A g.— No temas nada de esto; pero a fin de tratar
esta cuestión más detenidamente, es preciso dejarla para otra
vez, pues pide ya punto final esta nuestra primera disertación,
con la que quisiera tuvieras por cierto que hemos llegado a
pulsar a las puertas de grandes y profundos misterios. Cuando,
teniendo a Dios por guía, comencemos a penetrar en ellos, ve
rás sin duda qué gran diferencia existe entre esta disquisición
y las que siguen, y cuánto la aventajan, no sólo en la saga
cidad de investigación, sino también en la sublimidad de las
cosas y la espléndida luz de la verdad. Que la piedad sea
mo...
le «De libero arbitrio».
Les pélagiens et
221
358 B o y e r ,
359 C a y r é ,
L'idée de vérité...
o .c . ,
p .1 0 .
p .2 3 1 ;
C a yré,
o .c . ,
p .1 0 .
222
San Agustín
nuestra única compañera, a fin de que la divina Providencia
nos permita continuar y terminar felizmente la carrera que
hemos comenzado.
E v.— Cedo a tu voluntad y a ella uno gustosísimo la mía
con rendimiento de juicio y de deseo.
LIBRO II
C a p ít u l o
I
Por qué nos ha dado Dios la libertad, causa del pecado
360 1. Evodio.— Explícame ya, si es posible, por qué ha
dado Dios al hombre el libre albedrío de la voluntad, puesto
que de no habérselo dado, ciertamente no hubiera podido pecar.
Agustín.— ¿Tienes ya por cierto y averiguado que Dios ha
dado al hombre una cosa que, según tú, no debía haberle dado?
E v.— Por lo que me parece haber entendido en el libro an
terior, es evidente que gozamos del libre albedrío de la volun
tad y que, además, él es el único origen de nuestros pecados.
A g .— También yo recuerdo que llegamos a esta conclusión
sin género de duda. Pero ahora te he preguntado si sabes que
Dios nos ha dado el libre albedrío de que gozamos, y del que
es evidente que trae su origen el pecado.
E v.-— Pienso que nadie sino El, porque de El procedemos,
y ya sea que pequemos, ya sea que obremos bien, de El me
recemos el castigo y el premio.
A g .— También deseo saber si comprendes bien esto último,
o es que lo crees de buen grado, fundado en el argumento de
autoridad, aunque de hecho no lo entiendas.
E v.— Acerca de esto último confieso que primeramente di
crédito a la autoridad. Pero ¿puede haber cosa más verdadera
que el que todo bien procede de Dios, y que todo cuanto es
justo es bueno, y que tan justo es castigar a los pecadores como
premiar a los que obran rectamente? De donde se sigue que
Dios aflige a los pecadores con la desgracia y que premia a
los buenos con la felicidad.
361 2. Ag.— Nada tengo que oponerte, pero quisiera
que me explicaras lo primero que dijiste, o sea, cóm o has lle360-387 B o y e r , L’idée de vérité... p.47-96; C a y r é , La contemplaron augustin. p,197ss; P e g u e r o l e s , o . c . , p.47 n t.2 2 .
361 S. A g u s t í n , Retractationes c.9 n.3; T h o n n a r d , o . c . , p.211 nt.l; p.190,
Nota complem. 9: Les pélagiens et le «De libero arbitrio».
D el libre albedrío
223
gado a saber que venimos de Dios, pues lo que acabas de decir
no es esto, sino que merecemos de El el premio y el castigo.
E v.— Esto me parece a mí que es también evidente, y no
por otra razón sino porque tenemos ya por cierto que Dios
castiga los pecados. Es claro que toda justicia procede de Dios.
Ahora bien, si es propio de la bondad hacer bien aun a los
extraños, no lo es de la justicia el castigar a aquellos que no
le pertenecen. De aquí que sea evidente que nosotros le per
tenecemos, porque no sólo es benignísimo en hacernos bien,
sino también justísimo en castigarnos. Además, de lo que yo
dije antes, y tú concediste, a saber, que todo bien procede de
Dios, puede fácilmente entenderse que también el hombre pro
cede de Dios, puesto que el hombre mismo, en cuanto hombre,
es un bien, pues puede vivir rectamente siempre que quiera.
362 3. Ag.— Evidentemente, si esto es así, ya está re
suelta la cuestión que propusiste. Si el hombre en sí es un bien
y no puede obrar rectamente sino cuando quiere, síguese que
por necesidad ha de gozar de libre albedrío, sin el cual no se
concibe que pueda obrar rectamente. Y no porque el libre
albedrío sea el origen del pecado, por eso se ha de creer que
nos lo ha dado Dios para pecar. Hay, pues, una razón suficien
te de habérnoslo dado, y es que sin él no podía el hombre
vivir rectamente.
Y , habiéndonos sido dado para este fin, de aquí puede
entenderse por qué es justamente castigado por Dios el que
usa de él para pecar, lo que no sería justo si nos hubiera sido
dado no sólo' para: vivir rectamente, sino también para poder
pecar. ¿Cómo podría, en efecto, ser castigado el que usara
de su libre voluntad para aquello para lo cual le fue dada?
Así, pues, cuando Dios castiga al pecador, ¿qué te parece que
le dice, sino estas palabras: te castigo porque no has usado
de tu libre voluntad para aquello para lo cual te la di, esto
es, para obrar según razón? Por otra parte, si el hombre ca
reciese del libre albedrío de la voluntad, ¿cóm o podría darse
aquel bien que sublima a la misma justicia, y que consiste en
condenar los pecados y en premiar las buenas acciones? Por
que no sería ni pecado ni obra buena lo que se hiciera sin
voluntad libre. Y, por lo mismo, si el hombre no estuviera
dotado de voluntad libre, sería injusto el castigo e injusto se
na también el premio. Mas por necesidad ha debido haber
justicia, así en castigar como en premiar, porque éste es uno
362 B o y e r ,
L’idée de vérité...
p .9 8 .
San Agustín
D el libre albedrío
de los bienes que proceden de Dios. Necesariamente debió,
pues, dotar Dios al hombre de libre albedrío.
vestigando com o si todo fuera incierto. Porque veo que, de ser
incierto que la libertad nos haya sido dada para obrar bien, y
siendo también cierto que pecamos voluntaria y libremente,
r e s u l t a incierto si debió dársenos o no. Si es incierto que nos
ha sido dada para obrar bien, es también incierto que se nos
haya debido dar, y, por consiguiente, será igualmente incierto
que Dios nos la haya dado; porque, si no es cierto que debió
dárnosla, tampoco es cierto que nos la haya dado aquel de
quien sería impiedad creer que nos hubiera dado algo que no
debería habernos dado.
Ag.— Tú tienes por cierto, al menos, que Dios existe.
Ev.— Sí; esto tengo por verdad inconcusa, mas también
por la fe, no por la razón.
224
CAPÍTULO'
II
Objeción: si el libre albedrío ha sido dado para el bien,
¿cóm o es que obra el mal?
363 4. Ev.— Concedo que Dios haya dado al hombre
la libertad. Pero dime: ¿no te parece que, habiéndonos sido
dada para poder obrar el bien, no debería poder entregarse al
pecado? Como sucede con la misma justicia, que, habiendo sido
dada al hombre para obrar el bien, ¿acaso puede alguien vivir
mal en virtud de la misma justicia? Pues igualmente, nadie
podría servirse de la voluntad para pecar si ésta le hubiera
sido dada para obrar bien.
A g.— El Señor me concederá, como lo espero, poderte con
testar, o mejor dicho, que tú mismo te contestes, iluminado
interiormente por aquella verdad que es la maestra soberana y
universal de todos. Pero quiero antes de nada que me digas
brevemente si, teniendo com o tienes por bien conocido y cierto
lo que antes te pregunté, a saber: que Dios nos ha dado la vo
luntad libre, procede decir ahora que no ha debido darnos
Dios lo que confesamos que nos ha dado. Porque, si no es
cierto que El nos la ha dado, hay motivo para inquirir si
nos ha sido dada con razón o sin ella, a fin de que, si lle
gáramos a ver que nos ha sido dada con razón, tengamos tam
bién por cierto que nos la ha dado aquel de quien el hombre
ha recibido todos los bienes, y que si, por el contrario, des
cubriéremos que nos ha sido dada sin razón, entendamos
igualmente que no ha podido dárnosla aquel a quien no es
lícito culpar de nada. Mas si es cierto que de El la hemos
recibido, es preciso confesar también que, sea cual fuere el
modo com o nos fue dada, ni debió no dárnosla ni debió dár
nosla de otro modo distinto de como nos la dio; pues nos la
dio aquel cuyos actos no pueden en modo alguno ser razo
nablemente censurados.
364 5. Ev.— Aunque creo con fe inquebrantable todo
esto, sin embargo, como aún no lo entiendo, continuemos in3 63 -36 5 C a y r é , La contemplation augustinienne p .2 0 1 .
363 T h o n n a r d , o .c ., p .4 7 7 , Nota c o m p le m . 2 : Théorie de Villumination.
364 T h o n n a r d , La notion de liberté en philosophie augustinienne-. Rey. des
ét. a u gu st. 16 (1 9 7 6 ) 250 ,
225
365 6. A g.— Veo que te acuerdas perfectamente del
principio indiscutible que establecimos en los mismos comien
zos de la cuestión precedente: si el creer no fuese cosa distinta
del entender, y no hubiéramos de creer antes las grandes y di
vinas verdades que deseamos entender, sin razón habría dicho
el profeta: Si no creyereis, no entenderéis. El mismo Señor
exhortó también a creer primeramente en sus dichos y en sus
hechos a aquellos a quienes llamó a la salvación. Mas después,
al hablar del don que había de dar a los creyentes, no dijo:
Esta es la vida eterna, que crean en mí; sino que dijo: Esta es
la vida eterna, que te conozcan a ti, solo Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien enviaste. Después, a los que creían, les
dice: Buscad y hallaréis; porque no se puede decir que se ha
hallado lo que se cree sin entenderlo, y nadie se capacita para
hallar a Dios si antes no creyere lo que ha de conocer después.
Por lo cual, obedientes a los preceptos de Dios, seamos cons
tantes en la investigación, pues iluminados con su luz, encon
traremos lo que por su consejo buscamos, en la medida que
estas cosas pueden ser halladas en esta vida por hombres como
nosotros; porque si, com o debemos creer, a los mejores aun
mientras vivan esta vida mortal, y ciertamente a todos los bue
nos y piadosos después de esta vida, les es dado ver y poseer
estas verdades más clara y perfectamente, es de esperar que
364-365 C a y r é , o . c . , p.245.249; G i l s o n , Introduction... p.45; P e g u e r o o . c . , 23.
364 C a y r é , o . c . , p.253; G i l s o n , Introduction... p.13.35; F. v a n S t e e n b e r g h e n , La philosophie de Saint Augustin d’après les travaux du Centenaire:
Rev. néosc. Phil. (1933) p,108ss.
365 G i l s o n , Introduction... p.13.40.45; P e g u e r o l e s , o . c . , p.20; G i l s o n ,
L’idée de philosophie chez Saint Augustin et chez Saint Thomas: Acta hebdom.
august.-thom. (Taurini-Romae 1931) p.82; T h o n n a r d , o . c . , p.50, Nota compl.:
Information et création.
le s ,
Los filósofos medievales 1
8
San Agustín
D el libre albedrío
así sucederá también respecto de nosotros, y, por tanto, des
preciando los bienes terrenos y humanos, debemos desear y
amar con toda nuestra alma las cosas divinas.
que la bestia vive, y, sin embargo, no pienso que la piedra
viva ni que la bestia entienda, y, no obstante, estoy certísimo
de que el que entiende existe y vive, por lo cual no dudo
que sea más excelente el ser que tiene estas tres perfeccio
nes que aquel otro al cual falta una o dos de ellas; porque, en
efecto, lo que vive ciertamente existe; pero no se sigue que sea
también inteligente: tal es, según creo, la vida de los animales;
y de que una cosa exista, no se sigue que viva ni que entienda:
de los cadáveres, por ejemplo, puedo afirmar que existen, pero
nadie dirá que viven. Y , finalmente, si una cosa no tiene vida,
mucho menos inteligencia.
A g.— Vemos, por tanto, que, de estas tres perfecciones, el
cadáver tiene una, el animal dos y el hombre las tres.
Ev.— Así es.
A g.— Vemos también que de estas tres cosas, la más exce
lente es la que posee sólo el hombre juntamente con las otras,
esto es, el entender, que supone, en el que lo tiene, el existir
y el vivir.
226
C a p ít u l o
III
Para llegar al conocimiento claro de la existencia de Dios, es
preciso inquirir antes sin desmayo a ver qué es lo más noble
y excelente que hay en el hombre
366 7. A g.— Adoptemos, si te parece, este orden en la
investigación: intentemos primero una prueba evidente de la
existencia de Dios; veamos después si proceden de El todas las
cosas, en cuanto a todo lo que tienen de buenas, y, por último,
si entre los bienes se ha de contar la voluntad libre del hom
bre. Una vez que hayamos dilucidado estas cuestiones, creo
quedará en claro si le ha sido dada o no razonablemente. Por
lo cual, comenzando por las cosas más evidentes, lo primero
que deseo oír de ti es si tú mismo existes. Quizá temas respon
der a esta cuestión. Mas ¿podrías engañarte si realmente no
existieras?
Ev.— M ejor es que pases a lo demás.
Ag.— Puesto que es para ti evidente que existes, y puesto
que no podría serte evidente de otra manera si no vivieras, es
también evidente que vives. ¿Entiendes bien cóm o estas dos
cosas son verdaderísimas?
Ev.— Lo entiendo perfectamente.
A g.— Luego es también evidente esta tercera verdad, a sa
ber, que tú entiendes.
Ev.— Evidente.
A g.— De estas tres cosas, ¿cuál parece la más excelente?
Ev.— La inteligencia.
Ag.— ¿Por qué?
Ev.— Porque, siendo tres cosas muy distintas entre sí el
ser, el vivir y el entender, es verdad que la piedra existe y
366-380 C a yr é ,
P e g u e r o l e s , o.c.,
o .c .,
p.121.226.274.253; G il so n , Introduction... p.15.16;
p.30; K o w a l c z y k , L’argument idéologique de la vérité de
Saint Augustin: Giorn. di metaf. 23 (1960) 591-599); L. de M ûndadon , De la
connaissance de soi-même à la connaissance de Dieu, S. Augustin, «De libero
arbitrio» II, 3 n.7-15.39; Recherch. 4 (1913) 148-156.
366 P é p in , o .c ., p.90; G il s o n , Introduction... p.14.15.54; P eg u e r o le s , o .c.,
p.30; K o w a l c z y k , La métaphysique du bien... p.45; T honnard , o .c ., p.500,
Nota complem. 16: Le «cogito» augustinien et le «cogito» cartésien; M ondanon ,
o.c. p.149-150; Jo l iv e t , La doctrine august. de l’illumination: Mélang. august.
p.65s.; K o w a l c z y k , L’argument idéologique de la vérité de Saint Augustin:
Giorn. di met. 23 (1968) 593s.
227
Ev.— Lo vemos y admitimos sin género de duda.
367 8 . A g.— Dime ahora si sabes que tienes los cinco
conocidísimos sentidos del cuerpo, a saber, el de la vista, el
del oído, el del olfato, el del gusto y el del tacto.
Ev.— Lo sé.
•dg-— ¿Qué cosas te parece que pertenecen al sentido de la
vista, o sea, qué es lo que te parece que sentimos cuando
vemos?
Ev.— Todas las cosas que son corpóreas.
Ag.— ¿Percibimos también por la vista la dureza y blan
dura de los cuerpos?
E v.— No.
A g.— ¿Qué es, pues, lo que percibimos por los ojos, como
objeto propio de la vista?
Ev.— El color.
A g .— ¿Cuál es el objeto propio del oído?
E v.— El sonido.
A g .— ¿Y el del olfato?
E v.— Los olores.
A g.— ¿Y el del gusto?
E v.— Los sabores.
Ag.— ¿Cuál es, finalmente, el objeto del tacto?
367-368
P.30.
C ayr é , o .c .,
p.253;
G il s o n ,
Introduction... p.15.16;
P e g u e r o le s , o .c .,
San Agustín
D el libre albedrío
Ev.— Lo blando o lo duro, lo suave o lo áspero y otras
muchas cualidades de los cuerpos.
Ag.— Y respecto de las formas de los cuerpos, verbigracia,
las formas grandes, pequeñas, cuadradas, redondas y otras se
mejantes, ¿no te parece que las percibimos también por el
tacto y por la vista, y que, por lo mismo, no pertenecen pro
piamente ni a la vista ni al tacto, sino a uno y otro?
Ev.— Entiendo que así es.
Ag.— ¿Entiendes, por tanto, que cada sentido tiene ciertos
objetos propios, de los cuales nos da testimonio, y que algunos
objetos son comunes a varios sentidos?
no dudo llamarla sentido interior. Pero todo lo que los senti
dos nos refieren no puede llegar a ser objeto de la ciencia si no
pasa de este sentido a la razón, porque cuanto sabemos no lo
comprendemos sino por la razón. Sabemos, por ejemplo, para
no hablar de los demás, que no se pueden sentir los colores
por el oído ni los sonidos por la vista. Y sabiendo esto, no lo
sabemos ni por los ojos, ni por los oídos, ni tampoco por nin
gún sentido, del que no carecen las bestias; pues no es de creer
que ellas conozcan que no se percibe la luz por los oídos ni
los sonidos por los ojos, porque estas cosas no las discernimos
sino mediante la atención racional y el pensamiento.
368 Ev.— ¿Podemos, según eso, distinguir por algunos
de estos cinco sentidos qué es lo que constituye el objeto pro
pio de cada sentido y cuál sea el objeto común a todos o a algu
nos de ellos?
Ev.— De ningún modo, sino que esto lo distinguimos me
diante una cierta facultad interna.
Ag.— ¿N o será ésta tal vez la razón, de la cual carecen los
animales? Porque, según creo, por la razón comprendemos es
tas cosas y entendemos que son así.
Ev.— Y o creo más bien que es por la razón por la que en
tendemos que existe un cierto sentido interior, al cual se trans
mite todo cuanto procede de las cinco sentidos externos, que
todo el mundo conoce. Porque una cosa es la facultad por la
que el animal ve y otra muy distinta aquella por la que huye
o apetece los objetos percibidos en el acto de ver: aquélla se
halla, efectivamente, en los ojos, y ésta, por el contrario, se
halla en el interior de la misma alma, y en virtud de ella los
animales apetecen y toman o evitan y rechazan, según que los
aprehendan como útiles o nocivos, no sólo los objetos que ven,
sino también los que oyen y los que se perciben por los demás
sentidos del cuerpo. Y en este sentido no se puede decir que
sea ni la vista, ni el oído, ni el olfato, ni el gusto, ni el tacto,
sino no sé qué otra facultad, que preside por igual a todos los
sentidos exteriores. Todo esto lo comprendemos por la razón,
como dije; sin embargo, no puedo decir que esta facultad sea
la razón, porque es evidente que también las bestias gozan de
ella, y, sin embargo, no tienen razón.
Ev.— N o puedo decirte que he comprendido lo que acabas
de decir. ¿Q ué seguiría, en efecto, si mediante aquel sentido
interior, que tú concedes a las bestias, llegaran éstas a darse
cuenta de que los colores no se perciben por el oído ni los so
nidos por la vista?
A g .— ¿Es que piensas tú que pueden ellas distinguir entre
sí el color que se percibe, y el sentido que está en el ojo, y el
sentido interior, que está en el alma, y la razón, que define
y clasifica por separado cada una de estas cosas?
E v.— De ningún modo.
A g .— Y qué te parece: ¿podría la razón distinguir estas
cuatro cosas entre sí y concretarlas mediante sus correspon
dientes definiciones si ella no se diese cuenta del color me
diante el sentido de la vista, y además de este mismo mediante
aquel sentido interior que lo preside, y del mismo interior por
sí mismo, si es que no hay algo que haga de intermediario
entre ambos?
228
369
9.
A g.— Admito esta realidad, sea la que fuere, y
369-372 G il s o n , I n t r o d u c t i o n ... p.19.
369-370 G il s o n , I n t r o d u c t i o n ... p.16; J o li v e t , La d o c t r in e d e
augu st. p.168; M ondadon, o .c., p.150; K o w a lc z y k , L’argument
p.587.
l ’ iU um ination
id é o lo g i a u e ...
229
E v.— N o veo cómo pueda ser de otra manera.
A g .— Más todavía. ¿N o ves igualmente que el sentido de
la vista percibe los colores, pero que el sentido no se percibe
a sí mismo? Porque el sentido por el que ves el color no es
el mismo por el que ves que él ve.
E v.— No, no lo es.
A g .— Pon empeño en distinguir también lo siguiente: no
negarás, creo yo, que una cosa es el color, y otra el ver el
color, y otra muy distinta de las anteriores tener el sentido
por el que se pudiera ver el color, que actualmente no está al
alcance de la vista, si realmente lo estuviera.
E v.— Distingo también estas cosas y te concedo que difie
ren entre sí.
A g .— Ahora bien, de estas tres cosas, ¿qué ves por los ojos
sino el color?
230
D el libre albedrío
San Agustín
E v.— Ninguna otra.
A g.— Dime, pues, ¿por qué facultad ves las otras dos, ya
que no las podrías discernir si no las vieras?
E v.— N o sé decirte otra cosa sino que sé que existen esas
dos facultades, pero nada más.
A g.— Entonces ¿no sabes si es la misma razón, o aquella
vida que hemos llamado sentido interior, muy superior a los
sentidos del cuerpo, o alguna otra cosa?
E v.— N o lo sé.
Ag.— Sabes, al menos, que estas cosas no las puede dis
cernir sino la razón, y que la razón no lo hace sino respecto de
aquellas cosas que le son presentadas para que las examine.
E v.— Es cierto.
370 A g.— Sea, pues, lo que fuere aquella otra facultad
por la que se puede percibir todo cuanto sabemos, es lo cierto
que está al servicio de la razón, a la cual presenta y da cuenta de
todo lo que aprende, a fin de que los objetos percibidos puedan
ser diferenciados entre sí por sus propios límites, y esto no sólo
por los sentidos, sino también comprendiéndolos científica
mente.
E v.-— Así es.
Ag.— Pero, y la misma razón, que distingue unos de otros
a sus suministradores y a los objetos que le presentan, y que
aprecia igualmente la diferencia que existe entre ella misma
y estas cosas, y que se reconoce y afirma superior a todas ellas,
¿acaso se conoce a sí misma mediante otra facultad distinta de
sí misma, es decir, de la razón?
E v.— Es muy cierto.
Ag.— Pues bien, puesto que cuando percibimos el color no
percibimos a la vez por el mismo sentido el acto de la per
cepción, ni cuando oímos el sonido oímos nuestra misma audi
ción, ni cuando olemos una rosa nos huele a nada nuestro mis
mo olfato, ni a los que gustan una cosa cualquiera les sabe a
nada su mismo gusto, ni los que palpan algo pueden palpar
su mismo sentido del tacto, es evidente que estos cinco senti
dos no pueden ser percibidos por ninguno de ellos mismos,
no obstante que ellos perciben todos los objetos corporales.
Ev.— Es evidente.
37 0 S e i j a s , o .c ., p .2 7 6 n t.2 .
C a p ít u l o
231
IV
El sentido interior percibe su propio acto, ¿pero Se siente
a sí mismo?
371 10. A g.— Creo que es también evidente que aquel
sentido interno siente no sólo las impresiones que recibe de
los cinco sentidos externos, sino que también percibe los mis
mos sentidos. De lo contrario, si no sintiera que siente, no se
movería el animal, ni para apoderarse de algo ni para huir de
nada; no para saber científicamente, que esto es propio de la
razón, sino simplemente para moverse; sentimiento o percep
ción que no le suministra ninguno de los cinco sentidos ex
ternos.
Si aún te parece oscuro, lo verás claro si te fijas en lo
que sucede en uno de estos cinco sentidos, por ejemplo, en la
vista. Porque, en efecto, el animal de ningún modo podría abrir
los ojos ni moverlos, mirando hacia lo que desea ver, si no se
diera cuenta de que no lo ve teniendo los ojos cerrados o no
moviéndolos en aquella dirección. Si, pues, siente que no ve
cuando realmente no ve, preciso es que sienta también que
ve cuando realmente ve; porque, al no mover los ojos con el
mismo deseo cuando ve que cuando no ve, indica que se da
cuenta de la visión y de la no visión.
372 Pero ya no es igualmente clara la cuestión de si se
percibe a sí misma esta vida interior, que siente su misma sen
sación de las cosas corporales, si no es por el hecho de que, exa
minándole cada cual a fondo interiormente, descubre que todo
viviente huye de la muerte, la cual, siendo, como es, contraria
a la vida, es de todo punto necesario que se sienta también a
sí misma la vida que huye de su contrario, que es la muerte.
Y si aún no está clara, dejémosla por ahora, a fin de no empe
ñarnos en lo que pretendemos sino fundados en argumentos
ciertos y evidentes.
Lo evidente hasta ahora es que los sentidos del cuerpo sien
ten cosas corporales; que el mismo sentido exterior no pue
de sentirse a sí mismos; que el sentido interior siente los obje
tos corporales a través de los sentidos exteriores del cuerpo,
y hasta los mismos sentidos corporales; y, en fin, que la razón
3 71 -37 2 G il s o n , In tro d u ctio n ... p .1 6 ; Jo l iv e t , ha doctrine de Villumin.
P -168; M ondadon , o .c ., p . 1 5 0 .1 5 1 ; T honnard , o .c ., p .5 0 1 , N o ta com plem. 17:
he principe de régulation.
D el libre albedrío
San Agustín
232
conoce todas estas cosas y a sí misma, y que todos estos cono
cimientos los hace objeto de la ciencia. ¿N o te parece?
Ev.— En realidad de verdad así me parece que es.
A g .— Pues bien, dime ahora: ¿cuál es la cuestión a cuya
solución deseamos llegar y hacia la cual hemos emprendido un
camino tan largo y penoso?
C a p ít u l o
V
El sentido interior aventaja a los sentidos exteriores, siendo,
además, su moderador y juez
373 11. Ev.— A lo que recuerdo, de aquellas tres cues
tiones que poco antes propusimos con el fin de establecer el
orden de esta discusión, la primera es la que ahora tratamos,
o sea, de cóm o puede llegarse al conocimiento de la existencia
de Dios, a pesar de que debe ser creída inquebrantable y firmísimamente.
A g .— Lo recuerdas perfectísimamente; mas también deseo
que recuerdes bien que, cuando te pregunté si sabías que exis
tías, vimos que conocías no sólo esto, sino otras dos cosas más.
Ev.— También recuerdo esto bien.
A g .— Pues mira ahora a ver a cuál de estas tres cosas te
parece que corresponde todo lo que es objeto de los sentidos
del cuerpo, o sea, en qué género de cosas te parece que debe
clasificarse todo lo que es objeto de nuestro sentido, sea de la
vista o de cualquier otro sentido temporal; si en aquel género
de cosas que no tiene más perfección que la de existir, o en el
de las que existen y viven, o en el de las que existen, viven y
entienden.
E v.— En el género de las que solamente existen.
A g .— Y el sentido, ¿a cuál de estos tres géneros crees que
pertenece?
E v.— A l de los vivientes.
A g .— ¿Cuál de estas dos cosas te parece mejor, el sentido
o el objeto que aprehende el sentido?
Ev.— El sentido.
A g .— ¿Por qué?
E v.— Porque es mejor lo que existe y vive que lo que sola
mente existe.
373
K o w a l c z y k , L’argument idéologique...: Giorn. di m et. 23 (1968) 587;
Sant’Agostino p.52.112; G il so n , Introduction... p.14; B oye r , La preuve
de Dieu..., en Essais... p.63.
B oyer ,
233
374 12. Ag.— Y por lo que hace a aquel sentido inte
rior, que arriba vimos que era inferior a la razón y que hasta
nos era común con las bestias, ¿dudarás anteponerlo a este
sentido por el que percibimos los cuerpos, y que ya antes di
jiste que debía preferirse al cuerpo?
Ev.— N o lo dudaré jamás.
A g.— También quisiera oír de ti por qué no lo dudarás,
pues no podrás decir que este sentido interior debe clasificarse
en aquel género de los tres antes dichos, al que pertenecen los
seres inteligentes, sino únicamente en el de los que existen y
viven, pero que no tienen inteligencia, ya que este sentido in
terior se halla también en los animales, los cuales no tienen
inteligencia.
Siendo esto así, deseo saber por qué antepones el sentido
interior a este sentido por el que percibimos los cuerpos, ha
llándose ambos incluidos en el género de los vivientes. El sen
tido cuyo objeto son los cuerpos lo antepusiste a los cuerpos
mismos, porque éstos pertenecen al género de los seres que
únicamente existen, y aquél al de los vivientes.
Mas, perteneciendo también el sentido interior al género de
los vivientes, ¿por qué lo juzgas mejor que el sentido exterior?
Si me dijeres que es porque aquél siente a éste, no creo
que hayas de encontrar una norma según la cual podamos es
tablecer que todo ser que siente es mejor que aquel otro que
es sentido por él; porque nos veríamos quizás en la precisión
de decir también que todo ser que entiende es mejor que el ser
entendido por él, y esto es falso, pues el hombre entiende la
sabiduría y, sin embargo, no es mejor que la sabiduría. Por
lo cual mira a ver qué razón te ha parecido que el sentido
interior ha de ser preferido a este por el cual sentimos los
cuerpos.
Ev.— Porque entiendo que aquél es com o el moderador y
juez de éste; pues, com o poco ha dijimos, si éste falta en algo
en el desempeño de sus funciones, aquél se lo exige, com o una
deuda que su ministro o servidor le debe. Así, por ejemplo, el
sentido de la vista no ve si ve o no ve; y com o no lo ve, no
puede darse cuenta de qué es lo que le falta o qué le es su
ficiente, sino que es aquel sentido interior el que advierte al
alma del animal que abra el ojo cerrado y que llene las demás
condiciones de cuya ausencia se da cuenta él. Por lo demás,
nadie duda que el que juzga es mejor que aquel del cual juzga.
n s n 74b SeIJAS' ° 'c' ’ p '281 nt,a;. G ilson p
’ B o y e r , La preuve de Dieu..., e n
Introduction... p.16; P e g u e r o l e s , o .c .,
Essais... p .6 4 ; M o n d a d o n , o . c . , p , 1 5 l !
San Agustín
D el libre albedrío
375 Ag.— ¿A ti te parece, según eso, que también este
sentido corporal juzga en cierto modo los cuerpos? A él perte
nece, en efecto, el placer y el dolor, según que es impresionado
suave o ásperamente por los cuerpos. Porque, así com o aquel
sentido interior juzga qué es lo que falta y qué es lo suficiente
al sentido de la vista, del mismo modo el sentido de la vista
juzga qué es lo que falta y qué es lo suficiente a los colores.
Igualmente, así como aquel sentido interior juzga de si nues
tro oído está o no suficientemente atento, así el oído juzga de
los sonidos, dándose cuenta de cuál le impresiona dulcemente
y cuál resuena con estrépito y aspereza.
No es preciso que sigamos examinando los demás sentidos
exteriores, pues me parece que ya comprendes lo que quiero
decir, o sea, que aquel sentido interior juzga de los sentidos
exteriores cuando aprueba su integridad y cuando les exige
como debido lo que les falta, y que a su vez los mismos senti
dos corporales juzgan, en cierto modo, de los mismos cuerpos
aceptando su contacto suave y agradable y rechazando el con
trario.
Ev.— Sí lo comprendo, y convengo en que es muy cierto.
Ag.— Ahora bien, siendo así que a la naturaleza, que no
tiene más perfección que existir, que no tiene ni vida ni inte
ligencia, com o es el cuerpo exánime, la aventaja aquella otra
que, además de existir, goza también de vida, pero que no tie
ne inteligencia, como es el alma de las bestias; y siendo así
que a ésta aventaja la que, a la vez que existe, vive y entiende,
com o lo es en el hombre el alma racional, ¿crees tú que en
nosotros, es decir, entre los elementos que constituyen nuestra
naturaleza, como naturaleza humana, pueda hallarse algo más
excelente que esto que hemos enumerado en tercer lugar? Que
tenemos cuerpo es evidente, y también un alma que anima al
cuerpo y es causa de su desarrollo vegetal; dos elementos que
vemos tienen también las bestias; pero tenemos, además, un
tercer elemento, que viene a ser com o la cabeza u ojo de nues
tra alma, o algo así, si hay algo que podamos aplicar con más
propiedad a la razón y a la inteligencia, y que no tienen las
bestias. Por lo cual te ruego que veas si puedes encontrar en
la naturaleza del hombre algo más excelente que la razón.
Ev.— No encuentro absolutamente nada mejor.
234
C a p ít u l o
VI
La razón aventaja a todo lo demás que hay en el hombre,
y si hay algo más grande que ella, es Dios
376
13. Ag.— Mira ahora a ver si la razón juzga tam
bién de este sentido interior. Ya no te pregunto si la consi
deras mejor que él, porque no dudo que así piensas, y además
considero también com o superfluo preguntarte si la razón juz
ga de este sentido interior, porque de todas aquellas cosas
que son inferiores a ella, esto es, de los cuerpos,
de lossen
tidos del cuerpo y de este sentido interior, y
cóm o
es uno me
jor que otro, y cuánto aventaja ella misma a todos, ¿quién nos
informa sino la misma razón, lo que de ningún modo podría
hacer si todo ello no estuviera sometido a su juicio o dic
tamen.
Ev.— Es evidente.
375 S eija s , o.c., p.282 nt.b; G il s o n , Introduction... p.16.
376-379 V . D ía z de T u e s t a , El programa vital de San Agustín: Est. agust.
(1970) p.570-582.
xT
...
376 G il s o n , Introduction... p.17; T honnard , o .c ., p.493, N ota complem. rz.
L'âme et ses facultes selon Saint Augustin; P eguer oles , o.c., p.31; M ondadon , o.c., p.152.
235
377 14. A g.— ¿Qué dirías si pudiéramos encontrar un
ser de cuya existencia y preeminencia sobre nuestra razón no
pudieras dudar? ¿Dudarías acaso de que este ser, fuere el que
fuere, era Dios?
Ev.— Si pudiera encontrar un ser superior a lo más exce
lente que hay en mi naturaleza, no por eso diría inmediata
mente que era Dios, porque no me parece bien llamar Dios
a aquel ser al cual es inferior mi razón, sino a aquel mayor
que el cual no hay nada.
A g .— Así es justamente, y El es quien ha dado a tu razón
el sentir tan piadosamente y con tanta verdad del mismo. Pero
dime: si no encontrares superior a nuestra naturaleza nada
que no fuera eterno e inconmutable, ¿dudarías decir que era
Dios? Los cuerpos sabes que son mudables, y también es evi
dente que la vida, que anima al cuerpo, debido a sus variados
afectos, está sujeta a mutaciones, y que la misma razón es
mudable, lo demuestra claramente el hecho de que unas veces
se esfuerza por llegar a la verdad y otras no; a veces llega
377-380 C a yr é , o .c., p.121.122.275.
riJ ’V Th° nnard> o c -, P-503, Nota complem.: Intuition et principe de partictpation; M ondadon , o .c ., p.156 nt.2; K o w a l c z y k , L’argument idéologique ■
Luorn. di met. 23 (1968) 587; B o ye r , L'idée de vérité... p.50; C ayr é , o .c .
p-z/4; G il so n , Introduction... p.17; P eg u e r o le s , o .c., p.31; L ope C il le r u e lo ’
l.« prueba agustiniana... p.250; Jo l iv e t , La doctrine augustinienne de l’illumination.., p.142.
San Agustín
D el libre albedrío
y a veces no llega. Si, pues, sin el auxilio de ningún órgano
corporal, ni del tacto, ni del gusto, ni del olfato, ni de los
oídos, ni de los ojos, ni de ningún otro sentido interior a ella,
sino que por sí misma intuye algún ser inconmutable, es de
necesidad que confiese que ella es inferior a éste y que él es
su Dios.
E v.— Y yo confesaré paladinamente que es Dios aquel ser
mayor que el cual conste que no hay nada.
Ag.— Está bien. Me bastará, por tanto, demostrar que exis
te tal ser, el cual confesarás que es Dios, y, si hubiere algún
otro más excelente, confesarás que este mismo es Dios. Por lo
cual, ya sea que exista algo más excelente, ya sea que no
exista, verás de todos modos que, evidentemente, Dios existe,
cuando con la ayuda de este mismo Dios hubiere logrado de
mostrarte lo que te prometí, o sea, que hay un ser superior
a la razón.
Ev.— Demuéstrame, pues, lo que me has prometido.
pueden de ninguna manera comprenderla, no obstante de que
ella está igualmente a disposición de todos los que son capa
ces de comprenderla; y cuando alguien la percibe, no por esto
se transforma, ni convierte com o en su propio alimento, ni
tampoco se desvirtúa cuando alguien se engaña respecto de
ella, sino que, permaneciendo ella en toda su verdad e integri
dad, el hombre es el único que cae en error, tanto más grande
cuanto menos la alcanza a ver.
236
C a p ít u l o
V III
La razón de los números no la percibe ningún sentido cor
poral y es en sí una e inmutable para todas y cada una de las
inteligencias que la perciben
378 2 0 . Ag.— Ahora, pues, atiende, y dime si hay al
guna cosa que pueda ser objeto común a todos los raciocinan
tes, viéndola, no obstante, todos y cada uno com o propia con
su propia razón y su mente propia, y que, siendo de por sí
visible a todos y estando a disposición de todos, ni sufra al
teración por el uso que de ella hacen los que de ella dispo
nen a voluntad, com o el alimento o la bebida, sino que per
manezca íntegra e incorrupta, véanla o no la vean. ¿Piensas
quizá que no exista nada que tenga estas propiedades?
E v.— A l contrario, veo que hay muchas cosas de esta na
turaleza, de las cuales basta que mencionemos una, a saber,
la razón y verdad de los números, que está a disposición de
todo ser racional, que cada calculador puede intentar apren
derla con su razón e inteligencia, y unos pueden comprender
fácilmente, otros con más dificultad y otros, finalmente, no
378 B oyer, L'idée de vérité... p. 51.67; G il s o n , Introduction... p.121;
P e g u e r o lf.s , o .c ., p.31; M ondadon, o .c . , p.153; J o li v e t , La doctrine de l’ illumination... p.69; Thonnard, Caracteres platoniques de Vargument ontologique:
Augustinus magister p.325.
C a p ít u l o
237
IX
Qué cosa sea la sabiduría, sin la cual nadie es feliz, y si es
una en todos los sabios
379 26. Ag.— ¿Acaso piensas que hay otra sabiduría
distinta de la verdad, en la que se contempla y posee al sumo
bien? Todos estos hombres que has citado y que persiguen
objetos tan diversos, todos desean el bien y huyen del mal, y
si se afanan por cosas tan diversas, es porque cada uno tiene
un concepto distinto del bien. Y así, el que desea lo que no
debiera desear se equivoca, aunque realmente no lo desearía
si no le pareciera bueno. Unicamente no puede equivocarse el
que nada desea o el que desea lo que debe desear.
Por consiguiente, en cuanto que todos los hombres desean
la vida bienaventurada no yerran. El error de cada uno con
siste en que, confesando y proclamando que no desea otra
cosa que llegar a la felicidad, no sigue, sin embargo, el camino
de la vida, que a ella conduce. El error está, pues, en que, si
guiendo un camino, seguimos aquel que no conduce a donde
deseamos llegar. Y cuanto más uno yerra el camino de la vida,
tanto menos sabe, porque tanto está más distante de la verdad,
en cuya contemplación y posesión consiste el sumo bien. Y es
bienaventurado el hombre que ha llegado a conocer y a poseer
el sumo bien, lo cual deseamos todos sin género alguno de
duda.
Si, pues, consta que todos queremos ser bienaventurados,
igualmente consta que todos queremos ser sabios, porque na
die que no sea sabio es bienaventurado, y nadie es bienaven
turado sin la posesión de aquella verdad que llamamos sabidu379 K o w a l c z y k , Dieu en tant que bien suprême... p.212; T h onnard , o .c .,
P-477, Nota complem. 2: Théorie de l’illumination; B oyer , L’idée de vérité...
P-51.62.63.222.226.237; C a yr é , o .c., p.189; G il s o n , Introduction... p.7 nt.3;
P-122 nt.l; p.165; P e guer oles , o .c ., p.31.52.55.84.86.
San Agustín
D el libre albedrío
ría. Y así com o, antes de ser felices, tenemos impresa en nues
tra mente la noción de felicidad, puesto que en su virtud sa
bemos y decimos con toda confianza, y sin duda alguna que
queremos ser dichosos, así también, antes de ser sabios, tene
mos en nuestra mente la noción de la sabiduría, en virtud de
la cual cada uno de nosotros, si se le pregunta a ver si quie
re ser sabio, responde sin sombra de duda que sí, que lo
quiere.
mo increíble e inundado de una alegría tan grande que no
puedo explicarte con palabras, y proclamo que es muy cierto
todo lo dicho. Y lo proclamo con aquella voz interior por la
que deseo ser oído de la misma Verdad y unirme a ella, pues
concedo y confieso que esta unión no sólo es un bien, sino que
es un bien supremo y beatífico.
238
C a p ít u l o
XV
El razonamiento anterior, ampliamente expuesto, demuestra
ciertamente la existencia de Dios
380 39. Tú me habías concedido que, si te demostra
ba que había algo superior a nuestras inteligencias, confesa
rías que ese algo era Dios, si es que no había aún algo supe
rior. Y o, aceptando esta tu confesión, te dije que bastaba, en
efecto, que demostrara esto; porque, si hay algo más exce
lente, este algo más excelente es precisamente Dios, y si no
lo hay, la misma verdad es Dios. Que haya, pues, o no algo
más excelente, no podrás negar, sin embargo, que Dios existe,
que es la cuestión que nos habíamos propuesto tratar y dis
cutir.
Y si en vista de esto te sorprende lo que, según la sacro
santa doctrina de Jesucristo, hemos aprendido por la fe, o
sea, que Dios es Padre de la Sabiduría, recuerda que también
hemos aprendido por la fe que la Sabiduría, engendrada por
el Eterno Padre, es igual a El. Así que no hay nada que
discutir aquí sobre esto, sino que lo guardes com o artículo de
fe inquebrantable.
Existe, pues, Dios, realidad verdadera y suma, verdad que
ya no solamente tenemos com o indubitable por la fe, sino que,
a mi juicio, también la vemos ya por la razón com o verdad
cierta, aunque esta visión es aún muy débil, pero lo suficien
temente clara respecto de la cuestión que nos ocupa, para
poder explicar lo demás que a ella concierne, si es que no
tienes algo que oponer a lo dicho.
E v.— Por lo que a mí toca, admito todo esto con entusias380 B o y e r , L’idée de vérité... p.69.83s; Id., Philosophie et theologie chez
Saint Augustin, en Essais... p.194; G il s o n , Introduction... p.14; M oran , Sín
tesis del pensamiento agustiniano p.252; K o w a l c z y k , Vargument idéologtque...:
G iorn. di m et. 23 (1968) 589; M ondadon , o . c ., p.155.
239
40. Ag.— Muy bien; y yo me alegro muchísimo de ello.
Pero dime: ¿somos ya, por ventura, sabios y bienaventurados,
o caminamos todavía hacia ese estado con el fin de llegar a
serlo?
Ev.— Más bien me parece que vamos tendiendo hacia él.
Ag.— ¿De dónde te viene a ti la comprensión de estas co
sas, de cuya verdad y certeza dices que te alegras, y que con
cedes que pertenecen a la sabiduría? ¿Acaso un insensato pue
de conocer la sabiduría?
Ev.— Mientras sea insensato no podrá conocerla.
Ag.— Pues bien, o tú eres ya sabio o no conoces aún la
sabiduría.
E v.-—Aún no soy sabio, es verdad; pero tampoco me ten
go por insensato, puesto que conozco la sabiduría, ya que son
ciertas estas cosas que conozco, y no puedo negar que perte
necen a la sabiduría.
Ag.-—Dime, te ruego, ¿acaso no crees tú que el que no es
justo es injusto, y que es imprudente el que no es prudente, y
que es intemperante el que no tiene templanza? ¿O es que
se puede poner en duda alguno de estos puntos?
E v.— Confieso que el hombre, cuando no es justo, es in
justo, y lo mismo diría del prudente y del intemperante.
A g.— ¿Por qué, pues, no ha de ser insipiente el que no
es sabio?
E v.— Confieso también que, cuando alguien no es sabio, es
insipiente.
A g .— Ahora bien, ¿a cual de ésos perteneces tú?
E v.— Llámame com o te plazca; pero no me atrevo a lla
marme sabio, y, sin embargo, según las concesiones que te he
hecho, veo que es lógico que, sin duda alguna, me tenga por
insipiente.
A g.— El insipiente conoce, por consiguiente, la sabiduría,
pues, como ya dijimos, no estaría cierto de que quería ser
sabio, ni de que convenía serlo, si no tuviera noción de lo
que es la sabiduría, com o también de aquellas cosas que per
tenecen a la sabiduría, a las que has respondido al ser pregun
San Agustín
D el libre albedrío
tado sobre cada una de ellas en particular, y de cuyo conoci
miento te has alegrado.
Ev.— Así es, com o dices.
382 42. Contempla el cielo, la tierra y el mar, y todo
cuanto hay en ellos, y los astros que brillan en el firmamento,
los animales que se arrastran por la tierra, las aves que vuelan
por el aire y los peces que nadan en el mar, y verás que todo
tiene su belleza, porque tiene sus números. Quítales éstos, y
todo queda reducido a nada. ¿Dónde, pues, han de tener su
origen, sino donde lo tiene el número, siendo así que en tanto
tienen ser en cuanto tienen sus números?
Hasta los mismos artífices de bellezas corpóreas en sus
propias artes tienen sus números, conforme a los cuales eje
cutan sus obras, y no cejan en su empeño ni en el manejo de
los instrumentos hasta que la obra, que va recibiendo forma
externa, llegue a alcanzar, en cuanto es posible, la perfección
de ese ejemplar ideal y obtenga por medio de los sentidos ex
ternos la aprobación del juez interno, que tiene siempre a la
vista los números superiores. Si buscas después cuál es el mo
tor de los miembros del mismo artista, verás que es el número,
pues se mueven con cálculo. Y si le quitas de las manos la
obra y del espíritu la intención de hacerla, de modo que la
actividad de sus miembros no tenga otro fin que el placer o
distracción, entonces esta actividad recibe el nombre de danza.
Si deseas saber entonces qué es lo que agrada en la danza, te
responderá el número: yo soy.
240
C a p ít u l o
XVI
La sabiduría sale al paso de los amantes que la buscan
mediante los números impresos en cada cosa
381 41. A g.— ¿Qué otra cosa hacemos, cuando pone
mos empeño en ser sabios, sino unir en cierto modo nuestra
alma entera, y con todo el aliento de que somos capaces, al
objeto que percibimos por la inteligencia, y fijarla allí con la
mayor estabilidad posible, a fin de que no se complazca ya en
su ser privado, que empañó con las cosas pasajeras, sino que,
despojada de todos los afectos de las cosas sujetas al tiempo
y al espacio, abrace lo que es uno e inmutable? Porque, así
com o toda la vida del cuerpo es el alma, así también toda la
vida del alma es Dios. Mientras esto procuramos, estamos en
vías de conseguirlo, hasta que lo consigamos. Y ya que nos ha
sido concedido el gozar de estos bienes verdaderos y ciertos,
bien que aún no brillan sino en medio de las tinieblas del
camino de esta vida, fíjate a ver si lo que dice la Sagrada Es
critura de la sabiduría no es lo que hace con sus amantes
cuando vienen a ella y la buscan. Dícese así en la Escritura:
... e n los caminos se les muestra alegremente y se hace la en
contradiza con ellos con el mayor cuidado y atención (Sab 6,17).
Adondequiera que te vuelvas, te habla por ciertos vestigios
que ella ha impreso en todas sus obras, y cuando reincides
en el amor de las cosas exteriores, ella te llama de nuevo a tu
interior valiéndose de la misma belleza de los objetos exte
riores, a fin de que te des cuenta de que todo cuanto hay
de agradable en los cuerpos y cuanto te cautiva mediante los
sentidos externos, está repleto de números, e investigues cuál
sea su origen, entres otra vez dentro de ti mismo y entiendas
que todo esto que llega a tu alma por los sentidos del cuerpo
no podrías aprobarlo o desaprobarlo si no tuvieras dentro de
ti mismo ciertas normas de belleza, que aplicas a todo cuanto
en el mundo exterior te parece bello.
3 8 1 -3 8 5 C a y r é , o . c . , p .2 7 7 ; G i l s o n , Introduction... p .2 5 : P e g u e r o l e s , o .c .,
p .3 6 .3 7 ; B o y e r , La preuve de Dieu..., e n Essais... p .7 2 ; J o l i v e t , La doctrine
de l’iüumination... p .1 4 8 ; K o w a l c z y k , La métaphysique du bien... p .4 4 ;
T h o n n a r d , o . c . , p .5 0 7 , N o ta c o m p le m . 2 2 : Un texte de la Sagesse.
383 Contempla ahora la hermosura de un cuerpo ya for
mado: son los números ocupando su lugar. Fíjate en la her
mosura de un cuerpo que se mueve: son los números obrando
en el tiempo. Llégate al arte, de donde éstos proceden, y pre
gunta allí por el tiempo y lugar, y no encontrarás tiempo ni
espacio, sino que allí, en el arte, no hay más que números,
cuya región no es la de los espacios, ni su edad la de los días,
y, sin embargo, los que desean ser artistas y se atienen a las
reglas del arte que van a aprender, mueven su cuerpo en el
tiempo y en el espacio, y, en cambio, su espíritu se mueve
sólo en el tiempo, pues únicamente andando el tiempo llegan
a ser perfectos.
Remóntate ahora por encima del alma del artífice hasta dar
vista al número sempiterno; entonces el brillo de la sabiduría
llegará a ti, partiendo de su misma sede interior y del fondo
3 8 2 B o y e r , L’idée de vérité... p .5 4 .1 1 6 .1 2 5 ; I d ., La preuve de Dieu, en
p .8 2 ; C a y r é , o . c . , p .1 8 4 ; J o l i v e t , Dieu, soleil des esprits p .2 0 -2 4 ;
G il so n , Introduction... p .2 5 .280 .
383 C a y r é , o . c . , p .1 8 4 ; J o l i v e t , La doctrine augustin. de Vittumination...
P -162 ; T h o n n a r d , o .c ., p .2 6 9 n t . l .
Essais...
San Agustín
D el libre albedrío
del santuario de la verdad; y si aún reverbera en tu vista lán
guida y débil, vuelve los ojos de tu mente hacia aquel camino,
en el cual se mostraba alegre a tus ojos, y acuérdate de que
en realidad no has hecho sino diferir una visión, que repetirás
más tarde, cuando te encuentres más sano y más fuerte.
del espíritu, a no ser que exista en una forma numérica, sin la
cual todo se reduce a la nada, no dudes que existe una forma
eterna e inmutable, en virtud de la cual estas cosas,\ que son
mudables, no desaparecen, sino que con sus acompasados mo
vimientos y la gran variedad de sus formas continúan reco
rriendo hasta el fin los caminos de su existencia corporal;
forma eterna e inmutable, en cuya virtud, sin estar contenida
ni como definida en el espacio, ni prolongarse a través de los
tiempos, ni sufrir alteración con el tiempo, todas las demás
pueden ser formadas, y, según sus géneros, llenar y recorrer
los números del espacio y del tiempo.
242
384 43.
¡Ay de aquellos que te abandonan a ti, que
eres su guía, oh luz divina, y que se extravían en tus caminos;
que aman tus huellas, en vez de amarte a ti misma, y que se
olvidan de tus enseñanzas! ¡Oh dulcísima luz, sabiduría del
alma pura! Tú no cesas, en efecto, de insinuarnos cuál es tu
naturaleza y cuán grande cosa eres, y que tus huellas son la
hermosura de las criaturas. Hasta el mismo artista está como
diciendo al espectador y admirador de la belleza de su obra
que no se detenga en ella por completo, sino que, contemplan
d o con los ojos del cuerpo la hermosura de su obra artística,
lo haga de modo que pase su afecto y amor al autor de la
misma. Los que aman tus obras en vez de amarte a ti son se
mejantes a aquellos hombres que, oyendo a un sabio de grande
facundia, pierden el contenido principal de sus pensamientos,
cuyos signos son las palabras que oyen, por poner demasiada
atención y avidez en lo suave de su voz y en la estructura
cadenciosa de los períodos.
¡Ay de los que se retiran de tu luz y se adhieren dulce
mente a su propia oscuridad! Como si te volvieran las espal
das, hacen asiento en las obras de la carne, com o en su pro
pia sombra, y, sin embargo, aun lo mismo que allí les causa
placer lo reciben del esplendor de tu luz. Pero las sombras,
cuando se aman, causan más debilidad en los ojos del alma
y la hacen más incapaz de gozar de tu vista, por lo cual tanto
más y más se hunde el hombre en las tinieblas cuanto con más
gusto sigue todo aquello que más dulcemente acoge su debili
dad; y de aquí que comience a no poder ver lo que es el bien
sumo y a no poder considerar como un mal lo que engaña su
imprudencia, o seduce su inteligencia, o le atormenta en su es
clavitud, bien que todo esto lo padezca en justo castigo de su
perversión, y no pueda ser nunca un mal aquello que es justo.
385 44. Si, pues, todo cuanto ves que es mudable no lo
puedes percibir ni por los sentidos del cuerpo ni por la atención
384
L’idée de vérité... p.124.246; G il s o n , Introduction... p.25.156;
La contemplation augustinienne p.199.
385 B oyer , L’idée de vérité... p.57.113.167; T honnard , Caracteres platoniques de l’ontologie augustinienne: Augustinus magister p.325; M oran , La sín
tesis agustiniana p.241.
C ayr é ,
B oyer ,
C a p ít u l o
243
X IX
Tres clases de bienes: grandes, pequeños y medianos.
La libertad es uno de estos últimos
386 52. Cuando la voluntad, que es un bien de los inter
medios, se une al bien inconmutable y común a todos, no pro
pio de cada uno, com o es aquella verdad de la que hemos
hablado largamente, sin que hayamos dicho nada digno de ella,
entonces posee el hombre la vida bienaventurada, y esta vida
bienaventurada, es decir, los sentimientos afectuosos del alma,
unida al bien inconmutable, es el bien propio y principal del
hombre. En él están contenidas también las virtudes, de las
cuales nadie puede hacer mal uso. Aunque éstos sean los bie
nes más grandes en el hombre y los primeros, ya se comprende
que son, no obstante, propios de cada hombre y no comunes.
He aquí, pues, cómo la verdad y la sabiduría, que son comunes
a todos los hombres, nos hacen a todos sabios y bienaventu
rados: uniéndonos a ella.
Pero la bienaventuranza de un hombre no hace bienaven
turado a otro, porque, cuando lo imita para llegar a serlo,
desea serlo por los mismos medios que ve que lo es el otro,
es decir, por medio de la unión a la verdad inconmutable, bien
común a todos.
Ni por la prudencia de un hombre se hace prudente otro
hombre, ni fuerte por la fortaleza de otro, ni moderado por
la templanza ajena, ni justo por la justicia de nadie, sino
386 Thonnard, o . c . , p.515, Nota com plem. 28: L’exemplarisme; G il s o n ,
introduction... p.169.190; J o l i v e t , Le problème du mal... p.56; V. Redaño,
El problema de la libertad de San Agustín a Heidegger: Augustinus 5 (I960)
178.
San Agustín
D el libre albedrío
que llegará a serlo conformando su alma a aquellas inconmu
tables normas y luces de las virtudes que viven inalterablemen
te en la misma verdad y sabiduría, común a todos, y a las
cuales conformó su alma y en las cuales se fijó aquel a quien
él se ha propuesto imitar como modelo de dichas virtudes.
Evodio.— Veo que existe en el alma, pero no sé a quién
atribuirlo.
A g .— ¿Niegas que ese movimiento mueva al alma?
E v.— N o lo niego.
A g.— ¿Y niegas que el movimiento con el que una piedra
se mueve sea movimiento de la piedra? No hablo aquí de aquel
movimiento con el que la movemos nosotros o es movida
por una fuerza extraña, com o cuando es lanzada hacia arriba,
sino de aquel con el que por su propio peso se dirige y cae
a la tierra.
E v.— No niego, es verdad, que el movimiento con el que,
com o dices, cae y se dirige la piedra al suelo, sea movimiento
de la piedra; pero es un movimiento natural, y si el movimien
to del alma es de este género, es indudablemente un movimiento
natural, y no puede ser vituperada con razón por seguir este
movimiento natural; porque, aunque para su ruina lo sigue,
es impelida a ello por la necesidad de su naturaleza. Ahora
bien, por lo mismo que no dudamos de que el movimiento del
alma hacia el pecado sea culpable, por lo mismo debemos ne
gar que sea natural, y, por tanto, no es semejante al movimien
to de la piedra.
A g .— ¿Hemos hecho algo de provecho en las dos anteriores
disquisiciones?
387 53. La voluntad, pues, que se une al bien común e
inconmutable, consigue los principales y más grandes bienes del
hombre, siendo ella uno de los bienes intermedios. Pero la
voluntad que se aparta del bien inconmutable y común y se
convierte hacia sí propia, o a un bien exterior o inferior, peca.
Se convierte hacia sí misma, como a bien propio, cuando quie
re ser dueña de sí misma; conviértese hacia los bienes exte
riores, cuando quiere apropiarse los bienes de otro o cualquiera
cosa que no le pertenece; y a los inferiores, cuando ama los
placeres del cuerpo. Y de esta suerte el hombre soberbio, cu
rioso y lascivo entra en otra vida, que, comparada con la vida
superior, más bien se ha de llamar muerte que vida, a la cual
rige y gobierna, no obstante, la providencia de Dios, que pone
las cosas en el lugar que les corresponde y distribuye a cada
uno según sus méritos.
Así resulta que ni aun aquellos bienes que anhelan los pe
cadores son en manera alguna males, ni lo es tampoco la vo
luntad libre del hombre, que hemos reconocido que debe cla
sificarse en la categoría de los bienes intermedios, sino que el
mal consiste en su aversión del bien inconmutable y en su con
versión a los bienes mudables; y a esta aversión y conversión,
com o que no es obligada, sino voluntaria, sigue de cerca la
digna y justa pena de la miseria.
LIBRO III
C a p ít u l o
I
De dónde trae su origen el movimiento por el que la voluntad
se aparta del bien inconmutable
388 2 . Agustín.— ¿Cúyo es ese movimiento que, en efec
to, reconoces que es culpable?
3 8 7 G il s o n , Introduction... p .1 9 0 .
3 8 8 -4 2 5 C ayr é , o .c ., p .1 2 2 -1 2 4 .
3 8 8 -3 9 0 G i l s o n , Introduction... p . 1 9 0 .1 9 1 ;
nienne de l’illumination... p .1 6 8 .
Jo l iv e t ,
La doctrine augusti-
245
Ev.— Sí, por cierto.
389 A g.— Creo, pues, que te acordarás de que en la pri
mera queda suficientemente evidenciado que ninguna cosa pue
de hacer el alma esclava de la pasión sino su propia voluntad,
porque no puede ser obligada, decíamos, ni por una voluntad su
perior ni por una igual a ella, porque esto es injusto; ni por
una inferior, porque es impotente para ello. No resta, por
tanto, sino que sea propio de la voluntad aquel movimiento
por el que ella aparta del Creador su voluntad para entregarla
a las criaturas; el cual, si es culpable— la sola duda de que lo
sea te ha parecido ridicula— , ciertamente no es natural, sino
voluntario. Por lo demás, es semejante al que hace caer la
piedra a la tierra en que, así como éste es propio de la piedra,
así aquél es propio del alma; pero se diferencia en que la pie
dra no tiene en su mano el impedir el movimiento por el que
es arrastrada hacia abajo, mientras que el alma, com o no quie
ra, nadie la obliga a moverse, de forma que tenga que preferir
389 S.
du mal...
A g u s tín ,
p.51.52.
De libero arbitrio 1.1 c .ll
n .2 1
(349);
J o liv e t,
Le probléme
246
San Agustín
D el libre albedrío
los bienes inferiores a los superiores; y he aquí por qué el
movimiento de la piedra es natural y el del alma voluntario.
390 Por esta razón, si alguien dijere que la piedra peca
porque por su natural inclinación tiende hacia la tierra, no diría
de él que es más estólido que la piedra, sino simplemente que
es un mentecato. A l alma la acusamos de pecado cuando vemos
claramente que a los bienes superiores antepone el goce de los
inferiores.
Por lo cual, ¿qué necesidad hay de investigar de dónde
procede este movimiento por el que la voluntad se aparta
del bien inconmutable para entregarse a los bienes pasajeros,
reconociendo, com o reconocemos, que es un movimiento pro
pio del alma, y además voluntario, y por eso culpable, y que
todas las normas prácticas sobre esta materia nos advierten
que, después de haber condenado y reprimido este mal movi
miento, apartemos nuestra voluntad de las cosas temporales y
la orientemos al goce del bien sempiterno?
391 3. Ev.— V eo, y hasta cierto punto palpo, y com
prendo que es verdad lo que dices; porque nada hay, en efecto,
que sienta yo tan firme e íntimamente como que tengo volun
tad propia y que por ella me muevo a procurar el goce de alguna
cosa. Y en realidad de verdad no encuentro qué cosa pueda
llamar mía, si no es mía la voluntad por la que quiero y no
quiero. Por lo cual, ¿a quién sino a mí ha de atribuirse el
mal que hago por mi propia voluntad? Habiéndonos hecho
Dios, y no pudiendo hacer nosotros bien alguno sino por me
dio de la voluntad, es evidente que para esto principalmente
nos ha sido dada por nuestro buen Dios.
Si el movimiento por el que la voluntad se dirige a una
u a otra parte no fuese voluntario y no estuviese en nuestro
poder, no sería el hombre ni digno de alabanza ni de vituperio
cuando, por decirlo así, girase sobre el quicio de su voluntad
hacia los bienes superiores o hacia los inferiores; ni debería
tampoco aconsejársele para que, dando de mano a los bienes
inferiores, procurase alcanzar los eternos, ni que cambiara la
voluntad de vivir mal por la de vivir bien. Pero el que opina
que al hombre no deben aconsejársele estas cosas, merece ser
excluido del número de los hombres.
390 Jo l iv e t , Le problème du mal... p.51.52.53; T honnard , o .c ., p.490, Nota
complem. 9: Les pélagiens et le «De libero arbitrio».
391 B gyer , L’idée de vérité... p.144; Jo l iv e t , Le problème du mal... p.45;
A. V e r g e z , San Agustín y la filosofía cristiana: Augustinus 19 (1974) p.6.
C a p ít u l o
247
II
D e cómo la presciencia de Dios no anula la voluntad de los
que pecan, cuestión que trae preocupados a muchos
392 4. Siendo esto así, estoy, sin embargo, sumamente
preocupado, porque no acierto a comprender cóm o puede ser
que Dios conozca de antemano todos los futuros y que, no obs
tante, no pequemos por necesidad. Porque decir que las co
sas pueden suceder de otro modo distinto de com o Dios las
prevé, es intentar destruir la presciencia de Dios con tanta
impiedad como locura.
Por lo cual, si Dios previo que el primer hombre había
de pecar, lo que no puede menos de conceder cualquiera que
crea conmigo que Dios tiene presciencia de todos los futuros,
si así es, como no cabe dudarlo, no digo por eso que Dios
no debió haber creado al hombre, pues lo creó bueno, y en
nada se puede oponer a la acción de Dios el pecado del hom
bre, a quien él mismo creó en toda su bondad; más todavía:
en el cual mostró su bondad al crearlo, su justicia al castigarlo
y su misericordia en redimirlo. No digo, pues, que no debiera
haber hecho al hombre, sino que, por lo mismo que Dios ha
bía previsto que había de pecar, era de necesidad que sucediera
lo que Dios había previsto que sucedería. ¿Cóm o, pregunto
yo ahora, puede darse la libertad de la voluntad donde tan
evidente e inevitable es la necesidad?
393 5. A g.— Has llamado con insistencia y fuertemente.
Que la misericordia de Dios nos asista y abra sus puertas a los
que llamamos con tanta insistencia. Si esta cuestión atormenta
a la mayor parte de los hombres, no es por otra causa, según
creo, sino porque no inquieren piadosamente, y porque son
más diligentes en excusar sus pecados que en confesarlos.
Otros admiten voluntariamente y de buen grado que la
Providencia divina no preside los acontecimientos humanos, y
así, abandonando al destino sus cuerpos y sus almas, se entre
gan a toda suerte de vicios, que los malhieren y despedazan.
Niegan la justicia divina, burlan la humana y pretenden re
chazar a sus acusadores al amparo de la fortuna, la que, no
obstante, acostumbran a presentar y pintar com o ciega, o con
el fin de tenerse por mejores que esta misma fortuna, por la
392
393
R omeyer , Trots problèmes
B oyer , L’idée de vérité...
de philosophie... p.231.
p.248.
San Agustín
D el libre albedrío
cual se creen gobernados, o para confesar que ellos sienten y
dicen estas cosas porque son no menos ciegos que ella. Y no
conceden que sea un absurdo el que ellos hagan todas estas
cosas obligados por el hado, cuando al obrar caen en tales
demencias.
Pero en contra de esta opinión tan errónea, tan loca e in
sensata, creo que hemos dicho lo bastante en nuestra segunda
conversación.
Otros, aunque no se atreven a negar la providencia de Dios
en la vida humana, prefieren, sin embargo, creer, por un error
abominable, que es impotente, injusta y perversa, antes que
confesar sus pecados con piedad suplicante.
Ev.— Sí, soy su criatura, y mi dicha se realizará en mí.
A g.— Así, pues, por disposición de Dios, tú llegarás a ser
dichoso, no por voluntad propia, sino por necesidad.
E v.— Su voluntad es para mí una necesidad.
A g .— Tú llegarás, por consiguiente, a ser bienaventurado a
la fuerza.
E v.— Si en mi mano estuviera el ser bienaventurado, lo
sería desde ahora; lo quiero desde ahora mismo, y no lo soy
porque no soy yo quien me hace dichoso, sino él.
248
394 Todos éstos, si se dejaran aconsejar, es indudable
que, al pensar en este ser óptimo, justísimo y poderosísimo,
creerían sin dificultad que la bondad, la justicia y potencia de
Dios es mucho mayor que todo lo que ellos pueden pensar,
y, considerándose a sí mismos, entenderían que deberían dar
gracias a Dios aun en el caso de que hubiera querido darles
un ser inferior al que tienen, y con todo su corazón y con
todas las fuerzas de su alma clamarían: Y o dije, Señor, ten
misericordia de mi; da la salud a mi alma, porque pequé con
tra ti (Sal 40,5). Así, serían conducidos a la sabiduría por las
vías ciertas e infalibles de la divina misericordia, y de tal suer
te que, ni envanecidos por los nuevos conocimientos ni abati
dos por lo que aún ignoran, quedarían más capacitados para
ulteriores conocimientos en virtud de los adquiridos, y, reco
nociendo su ignorancia, procederían con más cautela en las nue
vas investigaciones.
Mas en cuanto a ti, que, según creo, no dudas de ninguna
de estas verdades, mira cuán fácilmente voy a responder a
cuestión tan magna com o la que has propuesto, tan pronto
como tú me hayas contestado a las pocas cosas que te voy a
preguntar.
C a p ít u l o
III
La presciencia de Dios no nos obliga a pecar, es decir, no quita
la libertad al pecador
395 7. Ag.-— Dime, te ruego, ¿acaso no eres tú su cria
tura, o tu dicha no se realizará en ti?
394
395
p.332 nt.l.
P e guer oles , o .c ., p.129;
Jo l iv e t , Le probléme du mal... p.47;
T honnard , o .c ., p.490, Nota complem. 9: Les pélagiens et le «De libero
arbitrio».
T honnard , o . c .,
249
A g .— Has expresado fielmente la verdad. N o podemos, en
efecto, tener la convicción de que está en nuestro poder sino
aquello que hacemos cuando queremos hacerlo. Por lo cual
nada está tanto en nuestro poder com o nuestra misma voluntad,
pues ella está dispuesta a la ejecución sin demora absoluta
mente ninguna en el mismo instante en que queremos. De aquí
que con razón podamos decir que envejecemos por necesidad
y no por voluntad, e igualmente que morimos por necesidad,
no por voluntad, y así de otras cosas semejantes; pero ¿quién,
si no es un loco, se atreverá a decir que no queremos volunta
riamente lo que queremos?
396 Por lo cual, aunque Dios conozca de antemano todos
los actos de nuestra voluntad, no se sigue, sin embargo, que
queramos alguna cosa sin voluntad de quererla. Lo que has di
cho de la felicidad, de que no llegabas tú a ser feliz por ti mis
mo, lo dijiste como si yo lo negara: no lo niego, sino que digo
que, cuando llegues a ser feliz, lo serás, no contra tu voluntad,
sino queriéndolo tú. Así, pues, siendo Dios conocedor de tu
felicidad futura y no pudiendo ser de otro m odo de com o él
lo conoce, de lo contrario no tendría presciencia, no por eso
nos vemos obligados a pensar lo que sería un absurdo enorme
y muy distante de la verdad, a saber: que tú has de ser bien
aventurado sin quererlo.
Pues bien, así com o tu voluntad de ser feliz, cuando co
mienzas a serlo, no anula la presciencia de Dios, que es indubi
table hoy, com o siempre, respecto de tu felicidad futura, del
mismo modo, si el día de mañana has de realizar voluntaria
mente un acto culpable, no porque Dios lo vea de antemano
dejará de ser un acto voluntario.
397 8. Considera ahora, te ruego, cuán ciega e irracio
nalmente se suele decir: Si Dios ha previsto los actos futuros
de mi voluntad, tengo que querer necesariamente lo que él ha
previsto, porque nada puede ser de otro modo de com o él lo ha
San Agustín
D el libre albedrío
previsto; y si es necesario que lo quiera, hay que confesar que
lo quiero por necesidad y no por elección de mi libre albedrío.
¡O h demencia singular! ¿Cóm o podría explicarse que no pue
da suceder de otro modo de com o Dios lo ha previsto si la
voluntad no fuera la misma que él ha previsto que debía
de ser?
No quiero hacer mención de aquel otro igualmente mons
truoso delirio que poco antes te indiqué, a saber: que el mismo
hombre que dice: Es ineludiblemente necesario que yo quiera
esto, trate, no obstante, de suprimir la voluntad, supuesta la
necesidad del querer. Porque, si es necesario que quiera, ¿de
dónde puede proceder su querer si no tiene voluntad?
él lo ha previsto, y que, no obstante la presciencia de nuestros
pecados, nuestra voluntad no deja de ser libre ni de estar
siempre en nuestro poder.
250
398 Mas si no ha querido decir esto, sino que, al decir
que el acto de voluntad es necesario, ha querido significar que
su voluntad no depende de él, en ese caso se le refuta con lo
que tú mismo respondiste cuando te pregunté si tú no serías
dichoso sin quererlo, pues me contestaste que ya serías dichoso
si estuviera en tu mano el serlo; dijiste que querías, pero que
aún no podías serlo. Y o repuse entonces que habías dicho una
gran verdad, y con razón, porque no podemos negar que tene
mos este poder sino en el caso de no poder tener lo que quere
mos. Pero cuando queremos, si realmente no hay voluntad de
querer, es que realmente no queremos. Ahora bien, si cuando
queremos es imposible no querer, los que quieren una cosa
tienen voluntad, y, sin embargo, ninguna cosa está en su poder
sino aquello que tienen, cuando lo quieren tener. Nuestra vo
luntad, por consiguiente, no sería nuestra si no estuviera en
nuestro poder. Y por lo mismo que está en nuestro poder, por
eso es libre, pues es claro que no es libre lo que no está en
nuestro poder o que, estándolo, puede dejar de estarlo.
He aquí cóm o, sin negar la presciencia divina de todas las
cosas que han de suceder, es posible que nosotros queramos
libremente lo que queremos. Dios tiene presciencia de nuestra
voluntad, y tal será cual él la prevé; y será una voluntad o
acto libre, porque Dios así lo ha previsto; y, por otra parte,
no sería voluntad nuestra si no estuviera en nuestro poder.
Luego también Dios tiene presciencia de nuestro poder. En fin,
no queda anulada nuestra libertad por la presciencia divina;
al contrario, es más cierta, porque aquel cuya presciencia no
se engaña previo que seríamos libres.
Ev.— He aquí que desde ahora mismo admito que es nece
sario que suceda todo cuanto Dios ha previsto y tal y com o
C a p ít u l o
251
IV
La presciencia de Dios no obliga a pecar, y, por tanto,
justamente castiga Dios los pecados
399 9. A g.— ¿Qué es, pues, lo que aún te tiene perple
jo ? ¿Es que, olvidado quizá de las conclusiones de nuestra
primera discusión, vas a negar que pecamos por nuestra propia
voluntad, sin que a ello nos pueda obligar ser alguno, ni supe
rior, ni inferior, ni igual a nosotros?
E v.— No me atrevo a negar ninguna de estas cosas; pero
confieso ingenuamente que aún no veo cóm o no están en con
tradicción estas dos cosas: la presciencia divina de nuestros pe
cados y nuestra libertad de pecar. Es de necesidad confesar,
es verdad, que Dios es justo y previsor; pero querría saber
con qué justicia castiga los pecados, que es necesario que se
cometan, o cómo no sucede necesariamente lo que previo que
había de suceder, o cóm o no se ha de imputar al Creador cuan
to es de necesidad que suceda en su criatura.
400 10. Ag.— ¿Por qué te parece a ti que es incompa
tible nuestra libertad con la presciencia de Dios: porque es pres
ciencia o porque es presciencia de Dios?
E v.— Más bien porque es presciencia de Dios.
A g.— ¿Qué pasaría si tú previeras que alguien había de
pecar: no sería necesario que pecara?
Ev.-— Sí, sería necesario que pecara; de lo contrario no
habría presciencia de parte mía, al no prever cosas indefectibles.
Ag.— En ese caso, es necesario que suceda lo que Dios ha
previsto que sucederá, no porque sea presciencia de Dios, sino
únicamente por la razón de ser presciencia, ya que, de no ser
las cosas ciertas, sería ciertamente nula.
E v.— De acuerdo; pero ¿a qué viene esto?
A g.— Porque, si no me engaño, tú no obligarías a pecar
a nadie por el simple hecho de que previeras que había de
pecar, ni tu presciencia le obligaría a pecar, aunque, sin duda,
habría de pecar, pues de lo contrario no preverías que había
de cometer tal pecado. Así, pues, com o no se oponen estas dos
cosas, a saber, el que por tu presencia conozcas lo que otro
San Agustín
D el libre albedrío
ha de hacer por su propia voluntad y el hecho de obrar él
libremente, así Dios, sin obligar a nadie a pecar, prevé, sin
embargo, quiénes han de pecar por su propia voluntad.
cia, ocupa un lugar intermedio la que por la humilde peni
tencia vuelve a recuperar su alta dignidad.
252
401 11. ¿Por qué, pues, no ha de castigar com o justo
juez el mal, que no obliga a cometer, no obstante de conocerlo
de antemano, com o sapientísimo previsor? Así com o tú con tu
memoria de las cosas no obligas a ser a las cosas que ya fueron,
del mismo modo Dios no obliga a que se haga lo que real
mente se ha de hacer. Y así com o tú te acuerdas de algunas
cosas que has hecho y, no obstante, no has hecho todo aquello
de que te acuerdas, así también Dios prevé todas las cosas, de
las que él mismo es el autor, y, no obstante, no es él el autor
de todo lo que prevé. Pero de las cosas de las que no es malhe
chor es, sin embargo, justo vengador.
De aquí puedes entender ya por qué razón o con qué justi
cia castiga Dios los pecados: es porque no es él el autor del
mal futuro que prevé. Si por el hecho de que prevé que los
hombres han de pecar no los hubiera de castigar, tampoco de
bería premiar a los que obran bien por la misma razón, o sea,
porque también prevé que han de obrar bien.
Pero no, todo lo contrario; confesemos que es propio de
su presciencia el no ignorar nada de cuanto ha de suceder,
y propio de su justicia el no dejar impune el pecado en su
juicio, precisamente porque es cometido por la voluntad libre,
y que la presciencia no obliga a nadie a pecar.
C a p ít u l o
V
Debemos alabar a Dios por haber dado el ser aun a las cria
turas que pecan voluntariamente, y que son, por lo mismo,
desgraciadas
402 15. Esta sublime criatura, gozando perpetuamente
de su Creador, se halla en posesión de aquella su eterna bien
aventuranza, que mereció por su inquebrantable voluntad de
permanecer siempre unida a la justicia. Ocupa después el segun
do lugar de preferencia dentro del orden el alma pecadora, que
ha perdido, sí, la bienaventuranza por el pecado, pero que no
ha perdido aún el poder de recuperarla, y la cual supera, sin
duda alguna, en excelencia a aquella otra cuya voluntad está
ya fija en el pecado. Entre esta última y aquella primera, que
tiene una voluntad inquebrantable de no separarse de la justi
253
Pues Dios no ha privado de la largueza de su bondad, de
modo que prefiera no crearla, ni aun a aquella criatura que
previo que no sólo había de pecar, sino que había de perma
necer firme en la voluntad de pecar. Porque así com o es mejor
un caballo que se desvía del camino que una piedra que no se
desvía, porque carece de sentido y de movimiento propio, así
también es más excelente la criatura que peca por su propia
y libre voluntad que aquella otra que es incapaz de pecar por
carecer de voluntad libre. Y así com o yo alabaría un vino
bueno en su género y vituperaría al hombre que se hubiera
embriagado con él, y, no obstante, apreciaría al hombre a quien
había censurado, aun en el caso de perdurar la embriaguez, más
que al buen vino con el que se había embriagado, así también
deben ser alabadas las criaturas según el grado de perfección
que les corresponde en la escala de los seres, y vituperados los
que, abusando de ellas, se alejan de la percepción de la verdad,
aunque, por otra parte, por corrompidos y embriagados que
estén, han de ser preferidos a las mismas criaturas, laudables
en sí mismas, y cuyo amor les desvaneció, no por lo que tienen
de viciosos, sino por la excelencia de su naturaleza.
f
403 16. Y así, pues que toda alma es mejor que cual
quier cuerpo, y cualquier alma pecadora, por mucho que haya
descendido, no llega a convertirse jamás en cuerpo, ni pierde en
absoluto aquella perfección por la cual es alma, y, por tanto,
no pierde tampoco por ningún concepto aquella perfección por
la que es superior a los cuerpos, entre los que el más exce
lente es la luz, síguese que la última o más abyecta de las
almas debe anteponerse al más excelente de los cuerpos, y que,
aunque pudiera darse el caso de que un cuerpo determinado
pudiera anteponerse al cuerpo al que se halla unida natural
mente el alma, no obstante, no puede darse jamás el caso de
que cuerpo alguno deba preferirse a ninguna alma.
¿Por qué razón, pues, no se ha de alabar a D ios? ¿Por qué
no se le han de tributar las más dignas e inefables alabanzas
por haber creado no sólo las almas que habían de ser constan
tes en la observancia de las leyes de la justicia, sino también
otras muchas que previo habían de pecar, y otras que no sólo
habían de pecar, sino que habían de perseverar en su pecado,
siendo así que aun éstas son de condición más noble que todas
aquellas criaturas que no pueden pecar por carecer de voluntad
San Agustín
D el libre albedrío
racional y libre? Más aún: estas mismas almas impenitentes
son más nobles y excelentes que cualquier esplendidísimo ful
gor de cualesquiera cuerpos, al que muchos hombres han tri
butado honores divinos, considerándolo, bien que muy equi
vocadamente, com o la sustancia del Dios sumo y verdadero.
Ahora bien, en el mundo de los seres corpóreos, desde las
mismas masas siderales hasta el número de nuestros cabellos,
se halla tan gradual y maravillosamente ordenada la bondad
y perfección de todas las casas, que sería una estulticia decir:
¿qué es esto?, ¿a qué viene esto?, porque todo ha sido creado
en el orden que le corresponde. ¿Cuánta mayor necedad no
será decirlo respecto de cualquier alma, que, por más que haya
degenerado de su nativa hermosura y caído en cualquier de
fecto, estará siempre, sin duda alguna, muy por encima de la
excelencia de todos los cuerpos?
corregirlos, o los aguantan y toleran pacientemente hasta que
ellos mismos los corrijan.
254
404 17. De un modo aprecia la razón las cosas y de otro
muy distinto las aprecia la utilidad. La razón las juzga a la luz
de la verdad, para así poder subordinar justamente las inferiores
a las superiores. La utilidad se inclina, las más de las veces,
del lado de las ventajas que proporcionan las cosas, y así se
explica que, a veces, aprecia más lo que la razón demuestra
que es inferior. Por ejemplo, siendo verdad que la razón ante
pone con mucho los cuerpos celestes a los terrestres, no obs
tante, ¿quién de los hombres carnales no preferiría que llega
sen a faltar varias estrellas en el firmamento antes que un ar
busto de su campo o una vaca de su vacada? Pero, así como
los hombres de mayor edad no toman en cuenta para nada el
juicio que los niños hacen de las cosas, o esperan paciente
mente a que el tiempo los corrija, pues los niños prefieren a la
de su pájaro la muerte de cualquier hombre, si se exceptúa la
de algunos, cuyo amor forma sus delicias, y mucho más si se
trata de un hombre terrible y su pájaro es hermoso y cantador,
así también aquellos hombres que por el adelanto de su alma
han llegado a la sabiduría, cuando se encuentran con hombres
que, no sabiendo apreciar las cosas por la razón, alaban a Dios
en las criaturas inferiores, porque las encuentran más acomo
dadas al modo de ser de sus sentidos corporales, pero que,
tratándose de las superiores y más excelentes, unos no le ala
ban, o le alaban menos de lo justo; otros tienen la osadía de
censurarlo o la pretensión de corregir su obra, y parte, final
mente, no creen que sea él su Creador, o desprecian en abso
luto los juicios de semejantes hombres, si es que no consiguen
C a p ít u l o
255
VI
Nadie podrá decir con razón que quiera más no ser que
ser desgraciado
405 18. Siendo esto así, tan lejos está de la verdad el
pensar que se deben imputar al Creador los pecados de las
criaturas, no obstante ser necesario que suceda lo que él ha pre
visto, com o lejos lo estabas tú al proclamar la imposibilidad de
ver cóm o no imputarle lo que sucede en su criatura sin que pue
da no suceder. Y o, por el contrario, no veo, ni puedo ver, y ade
más afirmo que es imposible que haya manera alguna de impu
tar a Dios lo que es necesario que suceda en la criatura, pero
de tal modo necesario, que deje intacta la voluntad libre del
pecador.
Si alguien me dijere: Más querría no ser que ser desgracia
do, le respondería inmediatamente: Mientes, porque ahora mis
mo eres un miserable y, sin embargo, por ninguna otra razón
quieres no morir sino porque quieres ser; y así, no queriendo
ser miserable, quieres, no obstante, ser. Da, pues, gracias a Dios
porque eres, a fin de que dejes de ser lo que eres en contra
de tu propia voluntad, porque, si eres ingrato respecto de tu
voluntaria existencia, con razón te ves obligado a ser lo que
no quieres, o sea, miserable. Pues bien, por el hecho de que,
a pesar de ser miserable, tienes lo que quieres, alabo yo la
bondad del Creador, y por el hecho de que, por ser tú ingrato,
padeces lo que no quieres, alabo la justicia del Ordenador.
406 19. Si alguien replicare diciendo: N o quiero morir,
precisamente porque prefiera ser miserable a no ser en absolu
to, sino para no ser eternamente miserable después de la muer
te, le responderé: Si esto es injusto, no lo serás; mas si es jus
to, entonces alabemos a aquel por cuya determinación lo serás.
Si insistiere diciendo: ¿Cóm o sabré yo que, si esto es justo,
no seré miserable?, le contestaré: Porque, si tú dependes de
tu propia voluntad, o no serás miserable o justamente lo serás
si te conduces injustamente. Por el contrario, si quieres y no
puedes conducirte justamente, entonces no eres dueño de ti
mismo, y en este caso, o no estás bajo la potestad de nadie
o estás bajo la potestad de otro; si lo primero, o no lo estás
San Agustín
D el libre albedrío
en contra de tu voluntad o no lo estás porque quieres no es
tarlo; pero tú no puedes ser cosa alguna involuntariamente si
no hay alguna fuerza que te obligue a serlo, y es claro que nin
guna fuerza puede coaccionar al que no esta sujeto a nada ni
a nadie. Mas si de tu propia voluntad no te hallas bajo la
potestad de nadie, entonces la razón dice que eres dueño de ti
mismo, y en ese caso, sea porque, conduciéndote mal, te haces
justamente desgraciado, sea porque voluntariamente eres lo que
quieres ser, tienes de todos modos motivos para dar gracias
a la bondad del Creador.
Y si no eres dueño de ti mismo, es porque estás en poder
de otro, o más poderoso que tú o menos. Si es menos, tuya
es la culpa y justa la desgracia, porque podrías sobreponerte
al que es más débil que tú si quisieras. Pero si, siendo tú más
débil, estuvieras en poder de otro más fuerte que tú, de ningún
modo podrías juzgar razonablemente com o injusta tan sabia
ordenación.
Por esto mismo te dije con muchísima razón: si esto, es
decir, el que seas miserable, es injusto, no lo serás; mas si es
justo, entonces alabemos a aquel por cuya disposición lo eres.
la misma existencia, pues la prefieren no menos los miserables
que los bienaventurados. Si consideras bien esto, verás que en
tanto eres desgraciado en cuanto que no te acercas al sumo
ser, y que en tanto juzgas que es preferible que alguien no
sea a que sea miserable, en cuanto no ves al que es el ser por
excelencia, y verás que, no obstante, tú quieres ser, porque has
recibido el ser de aquel que es el ser sumo.
256
C a p ít u l o V I I
La existencia es amada aun por los mismos desgraciados,
porque la tienen de aquel que es el sumo ser
407 20. Si todavía insistiera diciendo: Aun siendo des
graciado, quiero más ser que no ser en absoluto, por la razón de
que actualmente soy; pero si antes de existir hubiera podido
elegir, entonces hubiera preferido el no ser a ser miserable. El
temer yo ahora dejar de ser, a pesar de ser miserable, es efecto
de mi misma miseria, en virtud de la cual ni quiero lo que de
bería querer, pues debería querer más no ser que ser miserable.
Ahora confieso que prefiero ser, aun siendo miserable, a no ser
nada; pero con tanta más sinrazón quiero esto cuanto soy más
miserable, y tanto más miserable soy cuanto con más claridad
veo que no debía haber querido serlo. En este caso le respon
dería: Mira no te equivoques en aquello precisamente en que
tú crees estar más seguro; porque si fueras dichoso, sin duda
que más querrías ser que no ser, y siendo al presente misera
ble, quieres más ser, aun siendo miserable, que no ser en abso
luto, siendo así que no quieres ser miserable.
Considera, pues, en cuanto puedas, cuán grande bien sea
257
408 21. Si quieres, pues, evitar la miseria, ama en ti esto
mismo que es para ti la razón de querer ser, porque cuanto más
y más quieras ser, tanto más te aproximarás al que es ser por
excelencia, y dale gracias ahora por ser lo que actualmente
eres; porque, aunque eres inferior a los bienaventurados, eres,
no obstante, superior a las cosas, que son incapaces de tener
ni siquiera el deseo de la felicidad, muchas de las cuales son,
sin embargo, alabadas aun por los mismos desgraciados, bien
que todas las cosas por el solo hecho de ser merecen justamen
te ser alabadas; porque por lo mismo que son, son buenas.
Así, pues, cuanto más amares el ser, tanto más desearás la
vida eterna y con tantas más ansias desearás ser formado de
manera que tus deseos no sean temporales, ni injustos, por
causa del amor de las cosas temporales, ni causados por el
amor de ellas; porque estas cosas temporales antes de ser no
son, y cuando son, dejan de ser, y cuando dejan de ser, ya
ño son. Así que mientras son futuras aún no son, y cuando han
pasado ya, tampoco son. ¿Cómo, pues, conseguir tener de
modo estable aquellas cosas, en las que el comenzar a ser es
idéntico al caminar hacia el no ser? El que ama el ser aprecia
estas cosas en cuanto que son y en lo que son; pero pone su
amor en el ser, que siempre es. Si es inconstante en el amor
de las cosas temporales, se afirmará en el amor del ser eterno;
si flaquea en el amor de las cosas transeúntes, se estabilizará
en el amor del ser permanente, y será constante, y llegará a
alcanzar el mismo ser que deseaba cuando temía no ser y no
podía estar firme, hallándose encadenado, com o se hallaba, por
el amor de las cosas temporales.
409 No te aflijas, pues, sino, al contrario, alégrate, y mu
cho, de que prefieras ser, aun siendo miserable, a no ser por el
hecho de ser miserable; porque si a este comienzo del amor
al ser continúas añadiéndole más y más amor al ser, te asen
taras en el que es el ser por esencia, y así te guardarás de
contraer ninguno de aquellos defectos por los que pasan al
no ser los seres inferiores, aniquilando consigo las fuerzas y ser
Los filósofos medievales 1
9
258
San Agustín
del amante. De donde resulta que a quien prefiere no ser a ser
miserable, por lo mismo que no puede dejar de ser, no queda
más remedio que ser miserable. Pero aquel cuyo amor al ser
es mayor que su odio al ser miserable, uniéndose por amor
a lo que ama, va excluyendo lo que aborrece, y cuando co
mienza a ser perfecto, con la perfección que corresponde a su
ser, dejará de ser miserable.
C a p ítu lo
V III
Nadie prefiere el no ser, ni aun aquellos que se suicidan
410 23. No obstante, expondré, en cuanto me sea po
sible, mi pensamiento sobre toda esta cuestión. A mi modo de
ver, nadie que se suicida, o que de alguna manera desea morir,
está convencido de que después de la muerte no será nada, aun
que hasta cierto punto opine que sí, que no será nada; porque,
en efecto, la opinión tiene su fundamento en el error o en la
verdad en que se halla el que raciocina o cree, mientras que
el sentimiento se funda o en el hábito o en la naturaleza. Que
puede darse el caso de que, respecto de cualquiera cosa, uno
sea nuestro modo de opinar y otro muy distinto nuestro sen
timiento íntimo, fácilmente se colige de que en la mayor parte
de los casos estamos íntimamente convencidos de que debemos
hacer una cosa y, sin embargo, nos place hacer todo lo con
trario.
Y a veces está más en lo cierto el sentimiento íntimo que
la opinión, si ésta procede de un error y aquél de la natura
leza, como cuando un enfermo siente, por ejemplo, gran placer
en beber agua fresca, la cual cree, sin embargo, que le hará
daño si la bebe. A veces está más en la verdad la opinión que
el sentimiento, como cuando el enfermo da crédito al medico,
que dice que el agua fresca le hará daño, cuando realmente
se lo hace, no obstante de bebería con gusto. Hay ocasiones
en que están en lo cierto así el sentimiento como la opinión,
y es cuando lo que beneficia, no sólo se cree que beneficia,
sino que también se toma con gusto; y hay otras en que a
ambos acompaña el error, como es, por ejemplo, cuando se
cree que hace bien lo que perjudica, y además nos complace
mos deliberadamente en ello. Pero la opinión recta suele co
rregir la mala costumbre, y la opinión falsa suele depravar
los buenos sentimientos. Tanta es la fuerza e influencia de la
autoridad e imperio de la razón.
B el libre albedrío
259
411 Cuando alguien cree que después de la muerte no
será nada, y, no obstante, se ve com o impelido por molestias
inaguantables a desearse la muerte con toda su alma, y deter
mina dársela y, en efecto, se suicida, tiene la opinión errónea
de un completo aniquilamiento, y su sentimiento es el de un
deseo natural de quietud o permanencia. Ahora bien, lo que
es permanente no puede ser nada; al contrario, tiene más rea
lidad aún que lo inestable. La inestabilidad es causa de afectos
tan opuestos que mutuamente se excluyen. La permanencia,
por el contrario, goza de aquella constancia en la que se en
tiende perfectamente lo que significamos cuando decimos: es.
Y, por consiguiente, todo aquel deseo de morir que se halla
en la voluntad no tiene por fin el llegar al aniquilamiento del
que muere, sino llegar al descanso. De aquí que aun creyendo,
contra toda verdad, el que desea morir, que ha de dejar de
ser, desea, no obstante, y con deseo natural, la quietud, esto
es, desea ser una realidad más perfecta,. Por lo cual, así como
es del todo imposible que el no ser agrade a nadie, así tam
bién es imposible que haya nadie que sea ingrato a la bondad de
su Creador, por el hecho precisamente de haberle dado el ser.
C a p ítu lo
IX
La infelicidad de las almas pecadoras contribuye
a la perfección del universo
412 24. Si alguien me dijere que no era difícil ni traba
joso a la omnipotencia de Dios ordenar todas las cosas que hizo
de tal modo que ninguna criatura pudiera llegar a ser misera
ble, porque esto ni es imposible al omnipotente ni se opone a su
bondad, le diría: El orden de las criaturas discurre, desde la
más excelsa hasta la más ínfima, por grados tan atinados que
demostraría no verlo con buenos ojos el que dijera: Esta no
debía ser así; y lo mismo el que dijere: Esta debería ser así.
Porque, si quiere que sea como es la superior, así lo es ya ésta,
y es tal que no conviene añadirle más, porque es perfecta; y el
que dijere: También ésta debía ser como aquélla, o es que
quiere añadir perfección a la que es ya perfecta, y entonces
sería inmoderado e injusto, o quiere hacer desaparecer a la
tnas imperfecta, y entonces es malo y envidioso.
411 B o y e r , L’idée de
412 P é p in , o . c . , p .8 7 ;
Hno p .8 6 .
vérité...
B oyer ,
p .2 1 7 .2 2 2 .
L’idée de vérité...
p . 1 4 1 .1 5 0 :
I d .,
Sant’Agos-
San Agustín
D el libre albedrío
Y si un tercero dijere: Esta que es no debía ser, con todo
sería malo y envidioso, al no querer que exista aquélla, por
que se ve obligado a alabar aun a las que son inferiores. Es
com o si dijera, por ejemplo, que no debía existir la Luna,
porque se ve obligado a confesar, so pena de negarlo estultí
sima y pertinazmente, que también la claridad de la linterna,
aunque muy inferior a la de la Luna, es, no obstante, hermosa
en su género, conveniente en las tinieblas de la noche, útil
para los usos comunes y, por todas estas razones, y dentro de
los justos límites, ciertamente laudable. ¿Cómo, pues, se atre
verá a decir con razón que no debería existir la Luna el que,
si dijera que no debía haber linternas, él mismo se convencería
de que debía ser tratado de loco? Y si no dice que no debía
existir la Luna, sino que debía haber sido hecha tal y com o es
el Sol, no se da cuenta de que, hablando así, lo que realmente
dice es que no debía existir la Luna, sino dos soles; en lo cual
padece un doble error, consistente el primero en que quiere
añadir perfección a las cosas que son ya perfectas en su natu
raleza, al desear la existencia de otro Sol, y el segundo, en que
quiere quitársela, al pretender que no exista la Luna.
convencerte de que la miseria que en ellas lamentas pone de
manifiesto cóm o contribuyen a la perfección del universo esas
mismas almas, que necesariamente deberán ser desgraciadas,
porque voluntaria y libremente quisieron ser pecadoras. Y tan
lejos está de la verdad el decir que Dios no debía haberlas
hecho tales, cuanto lo está el decir que no debe ser alabado
por haber dado el ser a otras criaturas mucho más inferiores
aún que las almas pecadoras y desgraciadas.
260
413 25. Quizá dirá, a propósito de este ejemplo, que no
se lamenta de la existencia de la Luna, pues aunque su claridad
es menor, no por eso es miserable; sino de la existencia de
las almas, y no precisamente por su falta de luz, sino por su
estado de desgracia.
Sea; mas piense que si la opacidad de la Luna no es una
desgracia, tampoco la claridad del Sol es en él una felicidad;
porque, aunque sean cuerpos celestes, son, no obstante, cuer
pos, en orden a esta luz, que impresiona nuestros ojos cor
porales. Y ningún cuerpo, como cuerpo, puede ser ni dichoso
ni desdichado, bien que puedan ser cuerpos de seres felices
o infelices.
Pero la semejanza tomada de los astros nos enseña que,
así como al contemplar las diferencias de los cuerpos obrarías in
justamente si, viendo que unos son más esplendentes que otros,
pretendieras suprimir los que son más opacos o pretendieras
igualarlos a los más claros; pero, refiriendo todas las cosas
a la perfección del conjunto, cuanto más variadas son las dife
rencias, tanto más claramente ves la realidad de todas y cada
una, y ni se te ocurre que haya perfección universal sino donde
los seres más perfectos coexisten con los menos perfectos, así
también conviene que veas las diferencias que existen entre
las almas desde este mismo punto de vista, y terminarás por
261
414 26 Pero, pareciéndole poco inteligible lo que acabo
de decir, tiene aún que reponer diciendo: Si nuestra desgracia
contribuye a la perfección del universo, hubiera faltado algo
a esta perfección en el caso de que todos fuéramos bienaven
turados para siempre. Por lo cual, si el alma no se hace des
graciada sino por el pecado, síguese que también son nece
sarios nuestros pecados para la perfección del universo que
Dios ha creado. ¿Cómo, pues, puede castigar justamente los
pecados, si, de no haberse cometido, no hubiera sido su obra
plena y perfecta? A esto se contesta diciendo: N o son nece
sarios a la perfección del universo los pecados y las desgra
cias, sino las almas en cuanto son almas, las cuales, si quieren
pecar, pecan, y si pecan se hacen desgraciadas. Si, absueltas
de sus pecados, persevera en ellas la desgracia, o a ellas
sobreviniera aun antes de pecar, entonces se diría con razón
que hay desorden en el conjunto y en el gobierno del mundo.
Mas, si los pecados se cometen y no se sancionan con la des
gracia, en este caso es cuando la iniquidad perturbaría el or
den. Cuando a los que no pecan se les premia con la bienaven
turanza, entonces es perfecto el orden universal. Y porque no
faltan almas pecadoras, a cuyo pecado sigue la miseria, ni
almas a cuyas buenas obras sigue la dicha, por eso es siempre
perfecto el universo con todas sus criaturas. Los pecados y los
castigos consiguientes no son naturalezas, sino que son estados
accidentales de las naturalezas; aquéllos, los pecados, estados
voluntarios, y éstos, los castigos, estados penales; pero el es
tado voluntario de pecado es un estado accidental de desorden
vergonzoso, al cual sigue el estado penal, precisamente para
ponerle en el lugar que le corresponde, y en el cual no sea
un desorden dentro del orden universal, y obligarle de este
modo a formar en el orden del universo, quedando así repa
rado el desorden del pecado por la pena correspondiente.
T n ,? ,1 4
B° yee' L’idée de Vérité... p. 150.155.222;
Le problème du mal... p.67.68.
J o u v e t,
G
il s o n ,
Introduction... p.189;
D el libre albedrío
San Agustín
262
C a p ít u l o
XI
Persevere o no en la justicia, la
criaturacontribuirá
siempre al ornato del universo
415 32. Dios es el creador de todas las criaturas, no
sólo de las que han de perseverar en la justicia, sino también
de las que han de pecar, y las crió no para que pecaran, sino
para que ornasen el universo, lo mismo en el caso de que peca
ran voluntariamente com o en el de que no pecaran. Si entre las
cosas creadas no hubiera habido almas en condiciones de ser
siempre y en toda coyuntura com o la clave del orden en la
bóveda del universo, sino sólo almas tales que en caso de que
rer pecar se debilitara y perturbara el orden universal, care
cería el universo de algo muy necesario a su perfección; fal
taría a la creación aquella perfección cuya ausencia turbaría
y pondría en peligro el orden universal. Tales son las almas
buenas y santas y las sublimes criaturas de las potestades ce
lestes y supracelestes, a quienes solo Dios manda, y a las que
todo el resto del universo mundo está sujeto, y sin cuya acción
justa y eficaz el universo no podría existir.
Del mismo modo, si no hubiera almas cuyo pecado o cuya
justicia no afectara en nada al orden, faltaría también una
gran perfección al universo. Las almas son todas racionales;
estas últimas son por su misión inferiores a las primeras, pero
iguales a ellas en naturaleza. Inferiores a éstas hay aún otros
muchos grados de seres creados por Dios, mas no por ser infe
riores dejan de ser laudables.
416 33. La naturaleza, pues, que tiene la misión más su
blime, es aquella cuya no existencia y cuyo solo pecado intro
duciría desorden en el universo. Una misión menos sublime tie
ne aquella cuya ausencia sola, no su pecado, argüiría menos per
fección en el universo. A la primera le ha sido dado el poder de
mantener a todas las cosas en el desempeño de aquella su fun
ción propia, que no puede faltar al orden universal. Pero su
perseverancia en el bien no es consecuencia de haber recibido
este oficio, sino que lo recibió porque el que se lo encomendó
previo que había de perseverar; ni es tampoco por su auto
ridad propia por la que mantiene a todos los seres dentro del
orden, sino por su unión y devotísima obediencia a la majestad
416
T honnard ,
o.c., p.517, Nota complem.: Formule trinitaire.
263
y mandatos de aquel de quien, por quien y en quien fueron
hechas todas las cosas.
A la segunda, antes de pecar, le ha sido igualmente con
fiado el altísimo cargo de mantener todas las cosas dentro del
orden, mas no por sí sola, sino en unión de la primera, por
la razón de haber sido previsto su pecado. Los seres espiri
tuales pueden, efectivamente, unirse entre sí sin acumulación
y separarse sin disminución, de tal modo que el superior ni
recibe ayuda en el fácil desenvolvimiento de su actividad,
cuando a él se une el inferior, ni experimenta dificultad si de
él se separa, abandonando su deber por el pecado; porque
las criaturas espirituales, aunque cada una tuviera su cuerpo,
no se unen mediante espacios y masas de cuerpos, sino por la
semejanza de afectos, y se desunen por la desemejanza.
417 34. El alma, destinada a informar los cuerpos infe
riores y condenados a la muerte después del pecado, gobierna
a su cuerpo, mas no según su propia y omnímoda voluntad, sino
de acuerdo con las leyes universales. Sin embargo, no por eso
es dicha alma inferior a los cuerpos celestes, a los cuales están
sujetos los terrenos. Un vestido de paño de un siervo conde
nado es muy inferior al de un siervo benemérito y de mucho
valimiento ante su señor; pero el siervo mismo, por ser hom
bre, es mejor que cualquier vestido, por bueno que sea.
El alma superior está unida a Dios, y en un cuerpo celes
te, con poder propio de ángeles, orna y gobierna también los
cuerpos terrestres, según lo ordena aquel cuya voluntad com
prende ella de modo inefable. La inferior, agobiada por el
cuerpo mortal, apenas es capaz de gobernar interiormente al
mismo cuerpo que la oprime, y, no obstante, lo dignifica cuan
to puede, y sobre los cuerpos exteriores que la rodean obra
también, como puede, con acción mucho menos eficaz.
C a p ít u l o
__
i
X III
La misma corrupción de la criatura y la vituperación
de sus vicios manifiestan su bondad
418 36. Toda criatura que puede ser menos buena, es
buena, y toda criatura, cuando se corrompe, pierde de su bon
dad, porque o no la afecta la corrupción, y en este caso no se
corrompe, o, si se corrompe, es que la afecta la corrupción, y si
4 18 T h o n n a r d , o .c ., p .5 1 8 , N o ta c o m p le m . 3 2 :
Le manichéisme.
264
San Agustín
D el libre albedrío
la afecta, disminuye su bondad y la hace menos buena. Si la co
rrupción la priva de todo bien, ya no podrá corromperse, puesto
que no le queda ningún bien que pueda dar lugar a corrupción.
La naturaleza a la que no puede afectar la corrupción no se co
rrompe, y la naturaleza que no se corrompe es inco-ruptible.
Habría, pues, una criatura hecha incorruptible mediante la co
rrupción, lo que sería un absurdo mayúsculo.
Por lo cual con muchísima razón se dice que toda natura
leza, en cuanto es naturaleza, es buena; porque, si es incorrup
tible, es mejor que la corruptible, y si es corruptible, es, sin
duda, buena, puesto que al corromperse se hace menos buena.
Ahora bien, toda naturaleza o es corruptible o incorruptible;
luego toda naturaleza es buena. Entiendo por naturaleza aque
llo a lo que solemos dar el nombre de sustancia. Luego toda
sustancia o es Dios o proviene de Dios, porque todo bien o es
Dios o procede de Dios.
265
que no hace lo que debe, sin intervalo de tiempo padece lo
que debe; porque es tan grande la bienaventuranza consiguien
te a la práctica de la justicia, que no se puede separar nadie
de ella lo más mínimo sin dar al instante en la miseria.
Por consiguiente, cualesquiera que sean las diferencias o
defectos de la naturaleza, o los seres que fenecen no han reci
bido una existencia más duradera, y en este caso no hay culpa
alguna en ellos, com o no hay tampoco por no haber recibi
do del Creador un ser más perfecto, o no quieren ser lo que
podrían ser, si quisieran, y para lo cual recibieron el ser, y
en este caso, com o lo que rehúsan es un bien, el rehusarlo es
un pecado.
C a p ít u l o
XXI
En qué materias, es pernicioso el error
C a p ít u l o
XV
Los defectos de las criaturas no siempre son culpables
419 44. Como nadie es capaz de abolir las leyes del
Creador todopoderoso, por eso el alma no puede menos de pa
gar lo que debe. O paga su deuda usando bien del don que re
cibió, o la paga con la privación del don de que prefirió abusar,
y, por tanto, si no la paga obrando la justicia, la paga su
friendo la desgracia, pues ambas palabras, justicia y desgra
cia, encierran la misma idea, la de deuda; lo que podría ex
presarse también diciendo: Si no paga haciendo bien lo que
debe hacer, paga padeciendo lo que debe padecer.
Estos dos extremos no los separa distancia alguna tempo
ral, como los separaría en el caso de que en un tiempo no
hiciera lo que debía hacer y en otro padeciera lo que debía
padecer, y esto está así dispuesto, a fin de que ni por un solo
instante se vea la más mínima descomposición en el orden uni
versal, com o se vería si en él se diese por un solo instante el
desorden del pecado sin el orden del castigo correspondiente.
Ahora no vemos ni entendemos el modo secretísimo com o se
realiza este castigo. Esta visión e inteligencia está reservada
al día del juicio, para manifestación pública de la justicia de
Dios y para mayor confusión y acerbísimo sentimiento del
miserable pecador. Así com o el que no vigila duerme, así el
420 61. Claro está que en la serie de las cosas tempora
les se ha de preferir la esperanza del porvenir al sondeamiento
de lo pasado, pues en los mismos Libros divinos las cosas que
se cuentan como pasadas, con frecuencia encierran en sí una fi
gura, o una promesa, o una prueba de las futuras. Además de
que, respecto de los acontecimientos de la vida presente, prós
peros o adversos, pocos se preocupan de saber qué es lo que
en realidad ha sucedido, y, por el contrario, la fuerza de la
corriente de nuestras inquietudes gira en derredor de lo que
esperamos como futuro. No sé en virtud de qué sentido íntimo
y natural consideramos todas aquellas cosas que nos han suce
dido, por lo mismo que ya pasaron, en orden al momento ac
tual, feliz o desgraciado, como si nunca hubieran sucedido.
¿Qué me puede perjudicar, efectivamente, el ignorar cuán
do comencé a existir, si sé que actualmente existo y espero que
he de poder continuar existiendo? No es en lo pasado donde
yo me fijo principalmente, com o para avergonzarme de un
error perniciosísimo, si de las cosas pasadas opino de otro
modo distinto de como en realidad fueron, sino que lo que me
preocupa y en lo que pienso, teniendo por guía la misericordia
de mi Creador, es en lo que he de ser. Si acerca de lo que he
de ser y acerca de aquel ante quien he de comparecer creyere
0 pensare cosa distinta de lo que es la verdad, éste sí que sería
un error, del que debería precaverme a toda costa, a fin de
420 Boyer, Sant'Agostino p.210.
266
San Agustín
que no me sucediera, o que no preparase lo necesario, o que
no pudiese llegar al mismísimo término de mis aspiraciones.
421 Así como para comprar un vestido nada me perjudica
ría el haberme olvidado del pasado invierno, y sí me perjudicaría
el no creer que se aproxima el venidero, del mismo m odo nada
perjudicará a mi alma si acaso ha olvidado lo que antes ha su
frido, si actualmente advierte y tiene muy presente para qué
cosas se la avisa que se prepare en lo futuro. Y así como, por
ejemplo, al que navega hacia Roma ningún inconveniente le
vendría de haberse olvidado del puerto del cual zarpó la nave,
con tal de que no ignorara hacia qué lado del lugar en que
se halla debería enfilar la proa, y, por el contrario, de nada
le serviría acordarse de la costa de donde partió si, ignorando
la verdadera situación del puerto romano, chocase en un esco
llo, así también nada me puede perjudicar a mí el no saber
cuándo comencé la carrera de la vida si sé el fin al que debo
llegar y en el que debo descansar. Ni me serviría de nada la
memoria o conjetura acerca de los comienzos de mi vida si,
sintiendo acerca de Dios, que es el único fin verdadero de la
actividad del alma, cosa distinta de lo que es digno de él, diese
en los escollos del error.
62. A l hablar así no crea nadie que pretendo censurar ni
impedir que los que puedan investiguen, fundados siempre en
las Escrituras, divinamente inspiradas, si el alma desciende
por vía de generación del alma del generante, o surge cada
una en el mismo cuerpo que cada una va a animar, o si desde
alguna región ignorada son enviadas por Dios para animar y
gobernar al cuerpo, o si desde allí vienen ellas espontánea
mente con este mismo fin, en caso de que el interés razonable
de resolver alguna cuestión necesaria exija considerar y discu
tir estas hipótesis, o en caso de que, libres de cuestiones de
más interés, tengan tiempo para inquirir y discutir éstas. Sino
que he dicho lo que precede, a fin de que nadie, respecto de
esta cuestión del origen del alma, censure temerariamente al
que no opina como él, fundado quizá en razones más sólidas
y humanas que las suyas, y también, y sobre todo, para que,
si alguien hubiere podido llegar en esta cuestión a alguna con
clusión clara y cierta, no vaya a pensar por eso que los demás
han perdido la esperanza de les bienes futuros por el hecho
de que no saben o no recuerdar cuáles han sido los comienzos
de su existencia.
D el libre albedrío
C a p ít u l o
267
XXV
¿Q u é es lo que mueve a la criatura racional a pasar
del bien al mal?
422 74. Pero com o nada puede mover a la voluntad a
hacer cosa alguna sino lo que ha percihido de antemano por las
facultades cognoscitivas, y como, si bien es potestativo de
cada uno aceptar o rechazar, de las cosas que le impresionan,
lo que le plazca, no lo es, sin embargo, el ser impresionado
por esta o aquella especie sensible e intelectual, es preciso con
fesar que dos suertes de ideas impresionan al espíritu, a saber:
las relativas a los objetos superiores y las relativas a los inferio
res, y de tal modo que la voluntad racional queda en libertad
de elegir de unas y otras las que le plazca, y de modo tal, que
del mérito de la elección se sigue su dicha o su desdicha...
7 5 ... Hay que distinguir, pues, dos suertes de represen
taciones cognoscitivas, de las cuales una es la que parte de la
voluntad del que aconseja, cual fue la del diablo, en la que
el hombre consintió culpablemente, y otra la que proviene de
los objetos de nuestro entendimiento o de nuestros sentidos.
Ahora bien, objeto de nuestro espíritu, excepto la inconmutable
Trinidad, que no sólo no es objeto de nuestro entendimiento,
sino que está muy por encima de él, lo es precisamente el
mismo espíritu, y de aquí el que también nos demos cuenta
de que vivimos. Lo es después el cuerpo gobernado por el es
píritu, y por eso, para ejecutar alguna cosa, imprime movimien
to a los miembros, que deben ser puestos en movimiento
cuando es necesario que se muevan. Y , finalmente, objeto de
los sentidos del cuerpo son todas las cosas corpóreas.
423 76. Mas para que en la contemplación de la suma
sabiduría, que siendo com o es inmutable, no es ciertamente el
espíritu, pueda verse a sí mismo nuestro espíritu, que es mu
dable, y pueda en cierto modo complacerse en sí mismo, es
preciso que perciba la diferencia de perfecciones, en virtud
de la cual él no es lo que es Dios, pero que es algo bueno, en
cuya bondad puede complacerse después de la complacencia
en la bondad de Dios. Pero es indudable que su bondad es
perfecta cuando llega a olvidarse de sí mismo por el amor
que tiene a Dios, o llega a despreciarse a sí mismo, compa
rado con Dios. Por el contrario, si trayéndose a sí mismo
268
D el maestro
San Agustín
como delante de los ojos, se complace en sí com o para imitar
perversamente a Dios, que en sí mismo tiene todas sus compla
cencias, y gozar de propia independencia, entonces se hace tanto
menor cuanto mayor pretenda ser. Y esto es lo que dice la Es
critura: El principio de todo pecado, la soberbia; y el principio
de la soberbia del hombre es apartarse de Dios (Ecl 10,15).
DEL
425 77. Es tanta la hermosura de la justicia, tanto el
encanto de la luz eterna, esto es, de la inconmutable verdad y
sabiduría, que, aunque no nos fuera permitido gozar de ella
más que un solo día, a cambio de este solo gozo haríamos muy
bien en despreciar innumerables años de esta vida plenos de de
licias y abundantes en toda clase de bienes temporales. Y así
dijo, no equivocadamente y con poco afecto, el Real Profeta:
Porque mejor es un día pasado en tu santuario que miles de
días fuera de él (Sal 83,11). Aunque estas palabras podrían en
tenderse en otro sentido, a saber, entendiendo por los miles de
días la mutabilidad de los tiempos y por un solo día la incon
mutable eternidad.
Creo no haber omitido nada de cuanto, con la gracia de
Dios, me ha sido posible entender que debía contestar a tus
preguntas para resolver todas tus dudas y dificultades. Pero
aunque alguna otra cosa se te ocurra, la extensión de este libro
nos obliga a interrumpir estas discusiones y a poner aquí pun
to final.
MAESTRO
E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, III.
Obras filosóficas: Contra los académicos..., D el m aestro..., versión, in
troducción y notas de M . M a r t í n e z , O .S.A., 4.a ed. (B AC, Madrid 1971).
M.
M a r t ín e z ,
o . c .,
Introducción p.669-681;
Oeuvres de Saint Augustin, première série: Opuscules,
V I, Dialogues philosophiques, I I I , D e magistro. D e libero arbitrio,
trad., introd. et notes. Biblioth. august. (Paris 1941), Introd. p.7-11;
L. B a c i e r o , San Agustín, Diálogo sobre el maestro, presentación y tra
ducción, Perficit, 3 (1972) 1-40; D. B a s s i , Sant’Agostino, « D e magistro »
et « D e vera religione». Studio, testo, traduz. e note (Firenze 1930);
G. M a d e c , Analyse du « D e magistro»: Rev. et. august. 21 (1975) 63-71;
M. C a s o t t i , Il «D e magistro» di S. A gostino e il m etodo intuitivo:
Sant’Agostino, n.° spec. de Riv. di Filo, neosc. (1930) 54-74; G . T r a p p é ,
Il problema del maestro in S. Agostino e S. Tommaso: Divinitas 18
(1974) 154-167; J. C o l l a r t , Saint Augustin, grammarien dans le «D e
magistro» : Rev. ét. august. 17 (1971) 279-292; J. R im a u d , h e Maitre
intérieur: Cahiers de la Nouv. Journée, S. Augustin, p.55-69 (Paris 1930);
T r í a s M e r c a n t , Raíces agustinianas en la filosofia del lenguaje filosò
fico: Augustinus 21 (1976) 72ss; G . B e l l i s s i m a , Sant’A gostino gramma
tico: Augustinus magister (Congrès intern. august. 1954) p.35-42;
V. W i e n b r a u c h , «Signum », «significano » und «illuminatio» bei Augustin,
en Der Begriff «Repraesentatio » im M ittelalter (Berlin, N ew Y ork 1971).
B ib l io g r .
424 Este fue el pecado del diablo, la soberbia, a la cual
juntó después una malvada envidia, que le llevó a persuadir
al hombre esta misma soberbia, por la cual reconocía haber
sido él condenado. Por esto, la pena que se impuso al hombre
fue una pena medicinal, más bien que mortal; pues, si el dia
blo se había propuesto a sí mismo al hombre como modelo de
soberbia, a él se propuso también como modelo de humildad
el Señor, que nos ha prometido la eterna vida, a fin de que,
después de haber sido rescatados con su sangre, derramada
entre muchos trabajos y miserias indecibles, nos unamos a
nuestro Libertador con tanta caridad que seamos atraídos a él
por luces tantas, que no sean capaces de apartarnos de la con
templación del Bien supremo ninguna de las representaciones
procedentes de las cosas inferiores, aunque, por otra parte,
fuera suficiente para desechar cualquiera sugestión procedente
del apetito de las cosas inferiores y contraria a las cosas su
periores el ejemplo de la eterna condenación y eternos tormen
tos del diablo.
269
F. J.
g e n .:
T h on n ard,
C a p ít u l o
I
Finalidad del lenguaje
426 1. Agustín.— ¿Qué te parece que pretendemos
cuando hablamos?
Adeodato.— Por lo que ahora se me alcanza, o enseñar o
aprender.
Ag.— Veo que una de estas dos cosas, y soy de tu parecer;
pues es evidente que pretendemos enseñar cuando hablamos;
mas ¿cómo aprender?
Ad.— ¿N o crees que esto sea sólo preguntando?
Ag.— Entiendo que aun entonces no queremos otra cosa
que enseñar. Porque, dime: ¿interrogas por otra causa que por
enseñar a aquel a quien te diriges aquello que tú quieres?
Ad.— Es verdad.
Ag.— ¿Ves, pues, ya que con la locución no pretendemos
otra cosa que enseñar?
4 2 6 -4 6 2 M a r t í n e z , o . c . , p . 5 6 0 -5 7 2 ; C a y r é , o . c . , p . 1 1 7 -1 1 9 ; P e g u e r o l e s , o .c .,
P -4 7 .4 8 ; B a c i e r o , o .c ., p .3 0 2 -3 0 4 .
San Agustín
D el maestro
Ad.— N o lo veo claramente; porque si hablar no es otra
cosa que emitir palabras, también lo hacemos cuando canta
mos. Y como lo hacemos solos muchas veces, sin que haya
nadie que aprenda, no creo que pretendamos entonces ense
ñar algo.
Ag.— Mas yo pienso que hay cierto modo de enseñar me
diante el recuerdo, modo ciertamente grande, como lo mostrará
esta nuestra conversación. Pero no te contradiré si piensas que
no aprendemos cuando recordamos, ni que enseña el que re
cuerda; mas quede firme, desde ahora, que nuestra palabra tie
ne dos fines: o enseñar o despertar el recuerdo en nosotros
mismos o en los demás; lo cual hacemos también cuando can
tamos; ¿no te parece así?
Ad.— De ninguna manera; pues es muy raro que yo cante
por recordarme y no más bien por deleitarme.
Ag.— Comprendo tu pensamiento. Mas no te das cuenta de
que lo que te deleita en el canto no es sino cierta modulación
del sonido; y porque esta modulación puede juntarse con las
palabras o separarse de ellas, por eso el hablar y el cantar
son dos cosas distintas. Porque también se canta con las flautas
y la cítara, y cantan también las aves, y aun nosotros a veces,
sin palabras, emitimos cierto sonido musical, que merece el
nombre de canto, mas no el de locución; ¿tienes algo que opo
ner a esto?
Ad.— Absolutamente nada.
rior» (Ef 3,16-17)? ¿Y no has advertido en el Profeta: «H a
blad en vuestro interior, y en vuestros lechos compungios. Ofre
ced sacrificios justos, y confiad en el Señor» (Sal 4,5.6)? ¿Dón
de crees que se \>frece el sacrificio de justicia, sino en el tem
plo de la mente j^en lo interior del corazón? Y donde se ha
de sacrificar, allí se ha de orar. Por lo cual no se necesita de
locución, esto es, dé; palabras sonantes, cuando oramos, a no
ser tal vez, como hacen los sacerdotes, para manifestar sus pen
samientos, no para que las oiga Dios, sino los hombres, y, asin
tiendo en cierto modo,\se eleven hacia Dios por el recuerdo.
¿Piensas tú de otra manera?
A d .— Asiento completamente a ello.
A g .— ¿Acaso no te preocupa el que el soberano Maestro,
enseñando a orar a sus discípulos, se sirvió de ciertas palabras,
con lo cual no parece hizo otra cosa que enseñarnos cómo se
debía hablar en la oración?
A d .— Nada absolutamente; porque no les enseñó las pala
bras, sino su significado, con el que se persuadiesen a quién
y qué habían de pedir cuando orasen, como dicho queda, en lo
interior del alma.
A g .— Lo has entendido perfectamente; creo también que
has advertido al mismo tiempo (aunque alguno defienda lo
contrario) que nosotros, por el hecho de meditar las palabras
— bien que no emitamos sonido alguno— , hablamos en nues
tro interior, y que por medio de la locución lo que hacemos
es recordar, cuando la memoria, en la que las palabras están
grabadas, trae, dándoles vueltas, al espíritu las cosas mismas,
de las cuales son signos las palabras.
A d.— Lo entiendo y acepto.
270
427 2. A g.— ¿Te parece, pues, que la locución no tiene
otro fin que el de enseñar o recordar?
Ad.— Lo creería, de no moverme a lo contrario el pensar
que, al orar, hablamos, y que, no obstante, no se puede creer
que enseñemos o recordemos algo a Dios.
A g.— A mi parecer, ignoras que se nos ha mandado orar
con los recintos cerrados, con cuyo nombre se significa lo inte
rior del corazón, porque Dios no busca que se le recuerde o
enseñe con nuestra locución que nos conceda lo que nosotros
deseamos. Pues el que habla, muestra exteriormente el signo
de su voluntad por la articulación del sonido; y a Dios se le
ha de buscar y suplicar en lo íntimo del alma racional, que es
lo que se llama «hombre interior», pues ha preferido que éste
fuese su templo. ¿N o has leído en el Apóstol: «Ignoráis que
sois templo de Dios, y que el espíritu de Dios habita en vos
otros» (1 Cor 3,16), y «que Cristo habita en el hombre inte
427 B a c i e r o , o . c . , p.302.
.............
C a p ít u l o
271
II
El hombre muestra el significado de las palabras
por las mismas palabras
428 3. Ag.— Estamos, pues, ambos conformes en que
las palabras son signos.
A d .— Lo estamos.
A g.— Y bien: ¿puede el signo ser signo sin representar
algo?
A d .— No lo puede.
428 G i l s o n ,
°'C ., p .2 8 3 s.
Introduction...
p .8 9 n t . l ;
T h o n n a r d , o .c ., p .2 3 n t . l ;
C o lla r t,
San Agustín
D el maestro
Ag.— ¿Cuántas palabras hay en este verso: SiM hil ex tan
ta superis placet urbe relinqui: «Si es del agrado de los dioses
no dejar nada de tan gran ciudad»? *
Ad.— Ocho.
Ag.— Luego son ocho signos.
Ad.— Así es.
A g.— Creo que comprendes este verso.
Ad.— Me parece que sí.
A g.— Dime qué significa cada palabra.
Ad.— Sé lo que significa si, mas no hallo otra palabra con
que se pueda expresar su significado.
A g.— A l menos, ¿sabes dónde reside lo que esta palabra
significa?
Ad.— Paréceme que si indica duda; mas si duda, ¿en dón
de se hallará, si no es en el alma?
A g.— Conformes por ahora; mas sigue con lo restante.
Ad.— Nihil, ¿qué otra cosa significa, sino lo que no existe?
Ag.— Tal vez dices verdad; pero me impide asentir a ello
lo que anteriormente has afirmado: que no hay signo sin cosa
significada; ahora bien, lo que no existe, de ningún modo pue
de ser cosa alguna. Por tanto, la segunda palabra de este verso
no es un signo, pues nada significa; y falsamente hemos asen
tado que toda palabra es signo o significa algo.
Ad.— Me estrechas demasiado; pero advierte que, cuando
no tenemos que expresar algo, es una tontería completa pro
ferir cualquier palabra; y yo creo que tú, al hablar ahora con
migo, no dices ninguna palabra en vano, sino que todas las
que salen de tu boca me las ofreces com o un signo, a fin de
que entienda algo; por lo cual tú no debieras proferir hablan
do estas dos sílabas, si con ellas no significabas nada. Mas si,
por el contrario, crees ser necesaria su enunciación, y que con
ellas aprendemos o recordamos algo cuando suenan en nuestros
oídos, ciertamente verás también lo que quiero decir, y que no
sé cómo explicar.
Ag.— ¿Qué haremos, pues? ¿Diremos que con esta pala
bra, más bien que una realidad— que no existe— , se significa
una afección del ánimo, producida cuando no ve la realidad,
y, sin embargo, descubre, o le parece descubrir, su no exis
tencia?
Ad.— Sin duda es esto lo que yo trataba de explicar.
Ag.— Sea ello lo que sea, dejemos esto, no sea que demos
en algún absurdo peor.
Ad.— ¿En cuál?
A g.— En que nos detengamos sin que nada nos detenga.
Ad.— Ciertamente es una cosa ridicula, y, sin embargo, no
sé cómo, veo que puede suceder; mejor dicho, veo claramente
que ha sucedido.
272
* Eneid. II v.659.
273
429 4. Ag.— En su lugar comprenderemos más perfec
tamente, si Dios lo permitiere, este género de repugnancia;
ahora vuelve a aquel verso e intenta, según tus fuerzas, mos
trar el significado de las demás palabras.
Ad.— La tercera palabra es una preposición, ex, en cuyo
lugar podemos poner, a mi entender, de.
Ag.— N o intento que digas por una palabra conocidísima
otra igualmente conocidísima, que signifique lo mismo, si es
que lo mismo significa; mientras tanto, concedamos que es así.
Si este poeta, en vez de ex tanta urbe, hubiera dicho de tanta,
y yo te preguntase el significado de de, sin duda alguna dirías
que ex, com o quiera que estas dos palabras, esto es, signos,
significan una misma cosa, según tú crees; pero yo busco, no sé
si una misma cosa, lo que estos signos significan.
Ad.— Paréceme que denotan com o sacar de una cosa en que
había habido algo que se dice formaba parte de ella, ora no
exista esa cosa, como en este verso sucede, que, no existiendo
la ciudad, podían vivir algunos troyanos procedentes de la
misma; ora exista, del mismo modo que nosotros decimos ha
ber en Africa mercaderes de Roma.
Ag.— Para concederte que esto es así y no enumerarte las
muchas excepciones que, tal vez, se oponen a tu regla, fácil te
es advertir que has explicado unas palabras con otras pala
bras, a saber, unos signos con otros signos y unas cosas comu
nísimas con otras comunísimas; mas yo quisiera que, si pue
des, me mostrases las cosas que estos signos representan.
C a p ít u l o
III
Si puede mostrarse alguna cosa sin el empleo
de un signo
430 5. Ad.— Admiróme de que no comprendas, o me
jor, de que simules no comprender, serme absolutamente impo
sible dar una respuesta como tú la deseas; pues hete aquí que
estamos en conversación, en la cual no podemos menos de res
430-432
G
il s o n ,
Introduction... p.89;
B a c ie r o ,
o .c .,
p.302.
274
San Agustín
ponder con palabras. Pero tú preguntas cosas que, cualesquiera
que ellas sean, no son palabras ciertamente, sobre las cuales, no
obstante, me preguntas con palabras. Por tanto, interrógame
tú primeramente sin palabras, para después responderte yo del
mismo modo.
A g .— Arguyes con razón, lo confieso; mas si buscase la sig
nificación de estas tres sílabas, panes (pared), seguramente me
podrías mostrar con el dedo la cosa cuyo signo son estas tres
sílabas, de tal manera que yo la viese, y esto sin proferir tú
palabra alguna, sino mostrándola.
A d .— Concedo que esto pueda hacerse sólo con los nom
bres que expresan o significan cuerpos, si esos mismos cuerpos
están presentes.
A g .— ¿Acaso llamamos al color cuerpo, y no más bien una
cualidad del cuerpo?
A d .— A sí es.
A g .— ¿Por qué, pues, podemos aquí demostrarlo con el
dedo? ¿Es que añades a los cuerpos sus cualidades, de tal modo
que, estando presentes, puedan ser enseñados sin palabras?
Ad. — Y o , al decir cuerpos, quería que se entendiese todo
lo corporal, esto es, todo lo que se percibe en los cuerpos.
A g. — Considera, sin embargo, si no hay también aquí al
guna excepción.
A d .— Bien adviertes, pues no debí decir todo lo corporal,
sino todo lo visible. Porque confieso que el sonido, el olor, el
sabor, la gravedad, el calor y otras tantas cosas pertinentes a
los sentidos, no pueden mostrarse con el dedo, si bien no pue
den sentirse sino en los cuerpos, y, por tanto, son corporales.
A g .— ¿N o has visto nunca cómo los hombres casi hablan
gesticulando con los sordos, y los mismos sordos preguntan
con el gesto no menos, responden, enseñan, indican todo lo que
quieren o, por lo menos, mucho? En este caso, no sólo las co
sas visibles se muestran sin palabras, mas también los sonidos,
los sabores y otras cosas semejantes. Y en los teatros, los his
triones manifiestan y explican, por lo común, todas sus fábu
las sin necesidad de palabras, representando una pantomima.
A d .— Nada tengo que contradecirte, sino que el significado
de aquel ex no te lo puede mostrar sin palabras ni un histrión
saltarín.
431
6.
Tal vez dices verdad; mas supongamos que pue
de: no dudarás, como creo, que el gesto con que él intentara
demostrarme lo que esta palabra significa no es la cosa mis
ma, sino un signo. Por lo cual el histrión también indicará no
D el maestro
275
una palabra con otra, sino un signo con otro signo; de modo
que este monosílabo, ex, y aquel gesto signifiquen una misma
cosa, que deseara se me mostrase sin ningún signo.
A d .— Pero ¿cómo puede hacerse lo que preguntas?
A g .— Como pudo la pared.
A d .— Sin duda alguna, ni la misma pared puede mostrarse
a sí misma sin un signo, según lo ha demostrado la razón
progresiva. Pues el apuntar del dedo no es la pared, sino que
es un signo por medio del cual puede verse. A sí, pues, nada
encuentro que pueda enseñarse sin signos.
432
A g .— ¿Qué dirías si te preguntase qué es pasear, y
levantándote, lo hicieses? ¿N o usarías para enseñármelo, más
bien que de palabras, de la misma cosa o de algún otro signo?
A d .— Confieso que es así, y me avergüenzo de no haber
visto una cosa tan común, la cual me trae a la memoria otras
mil cosas que pueden mostrarse por sí mismas y sin necesidad
de signos, verbigracia, comer, beber, estar sentado, de pie, dar
voces y otras muchas más.
A g .— ¡Ea! Dime ahora: si te preguntase, cuando paseas,
qué es pasear, ¿cómo me lo enseñarías, desconociendo comple
tamente la equivalencia de esta palabra?
A d .— Pasearía un poco más de prisa, para que, terminada
tu pregunta, lo advirtieras mediante algo nuevo; y, sin embar
go, no habría hecho más que lo que debía mostrarte.
A g .— ¿Sabes que una cosa es pasear y otra apresurarse?
Porque ni quien pasea se apresura constantemente, ni quien se
apresura pasea siempre, pues también decimos que uno se apre
sura leyendo, escribiendo y haciendo otras muchísimas cosas.
Por lo cual, al hacer más de prisa lo que hacías anteriormente,
creería que pasear no es otra cosa que apresurarse; sólo ha
bías añadido esto, y, por tanto, me engañaría.
A d .— Confieso que no podemos sin signo mostrar nada, si,
cuando lo estamos haciendo, se nos pregunta sobre ello; por' que, si no añadimos nada, el que pregunta creerá que no se lo
queremos enseñar, y que, despreciándole, seguimos en lo que
hacíamos. Si, al contrario, pregunta sobre algo que podemos
hacer— y no pregunta cuando lo estamos haciendo— , podemos
enseñarle lo que pregunta, haciéndolo, desde luego, más con la
cosa misma que con un signo. Mas si me pregunta qué es ha
blar cuando estoy hablando, todo lo que le diga para ense
ñárselo, necesariamente tiene que ser hablar; continúate ins4 3 3 -4 3 7 C o l l a r t , o . c . ,
p .2 9 1 s .
276
San Agustín
truyéndole hasta que le ponga claro lo que desea, sin apartarme
de lo que él quiere que le enseñe, ni echando mano de otros
signos para demostrárselo que de la cosa misma.
C a p ít u l o
IV
Si los signos son necesarios para mostrar los signos
433 7. A g .— Razonas muy agudamente; así, pues, ve
si convenimos en que se puede mostrar sin signos aquello que
no hacemos cuando se nos pregunta, y que, sin embargo, po
demos hacer en seguida, o aquello que, tal vez, hacemos como
signos. Pues cuando estamos hablando, hacemos signos, de
donde viene la palabra significar.
Ad.— Convenimos.
A g.— Por tanto, pueden unos signos mostrarse con otros
cuando se pregunta sobre algún signo. Mas cuando se pregunta
sobre cosas que no son signos, pueden mostrarse o haciéndo
las después de la pregunta— si pueden hacerse— o manifestan
do algún signo por el cual puedan conocerse.
A d .— Así es.
Ag.— Así, pues, consideremos primeramente, en esta di
visión tripartita, si es de tu gusto, el que los signos se mues
tran con los signos; ¿son por ventura solamente signos las
palabras?
Ad.— No.
A g.— Paréceme que, cuando hablamos, señalamos con pa
labras las palabras, u otros signos, como si decimos gesto o
letra— pues las cosas que estas dos palabras significan son sig
nos, no obstante— , u otra cosa distinta que no sea signo,
com o cuando decimos piedra; esta palabra es un signo porque
significa algo, sin que sea por eso un signo lo que ella sig
nifica; cuya especie— esto es, el significar con palabras las cosas
que no son signos— no corresponde por eso a la parte que
nos propusimos dilucidar. Pues determinamos considerar el
que los signos se muestran con signos, y en tal consideración
distinguimos dos partes: el enseñar o recordar los mismos o
distintos signos mediante signos también. ¿N o te parece así?
A d .— Es evidente.
434 8. Ag.— Dime, pues, los signos que son palabras ¿a
qué sentido pertenecen?
A d .— A l del oído.
D el maestro
277
A g .— ¿A cuál el gesto?
A d.— Al de la vista.
A g.— ¿A cuál las palabras que encontramos escritas? ¿Aca
so no son las palabras, o, para hablar más exactamente, los
signos de las palabras, de tal modo que la palabra sea lo que
se profiere mediante la articulación de la voz, y significan
do algo?; mas la voz no puede ser percibida por otro sentido
que por el oído; así sucede que, al escribir una palabra, se
hace un signo para los ojos, mediante el cual se entra en la
mente lo que a los oídos pertenece.
A d.— Asiento a cuanto dices.
A g.— Creo que también asientas a esto; que, cuando deci
mos un nombre, significamos algo.
A d .— Es verdad.
Ag.— ¿Qué?
A d .— Aquello que designa este mismo nombre, como Rómulo, Roma, virtud, río y otras mil más.
A g.— Estos cuatro nombres, ¿no significan alguna cosa?
A d .— Antes bien, varias.
A g.— ¿Hay alguna diferencia entre estos nombres y las co
sas que significan?
Ad.— Mucha.
A g .— Quisiera que me dijeses cuál.
A d .— En primer lugar, que éstos son signos y aquéllas no
lo son.
A g.— ¿Agrádate que llamemos sügnificables aquellas cosas
que pueden significarse con signos y no son signos, de la
misma manera que llamamos visibles las que pueden verse
a fin de disputar sobre ellas después más fácilmente?
A d.— Me agrada ciertamente.
A g .— Y los cuatro signos que poco antes pronunciaste, ¿no
pueden ser significados por otro signo?
A d.— Extráñome de que pienses haberme olvidado que las
cosas escritas son signos de los signos que proferimos con la
voz, como ya lo hemos reconocido.
Ag.— Di: ¿qué diferencia hay entre estos signos?
A d.— Que aquéllos son visibles, éstos audibles. ¿Por qué
no has de admitir este nombre, si hemos admitido el de significables?
435 Ag.— Ciertamente que lo admito, y con mucho agra
do. Mas nuevamente pregunto: ¿pueden estos cuatro signos
representarse por algún otro signo audible, com o has advertido
sucede con los visibles?
San Agustín
D el maestro
Ad.— Recuerdo que también dije esto poco ha. Pues había
respondido que el nombre significa algo, y había en esta sig
nificación incluido estos cuatro nombres; y sostengo que aquél
y éstos, en el momento en que se profieren con la voz, son
audibles.
Ag.— ¿Qué distinción hay, pues, entre el signo audible y
los audibles significados, los cuales son a la vez signos?
Ad.— Entre aquello que decimos nombre y estos cuatro
que en su significación hemos incluido entiendo haber esta
diferencia: el nombre es signo audible de signos audibles, mien
tras que las cosas audibles son signos, pero no de signos, sino
de cosas ya visibles, com o Rómulo, Roma, río; ya inteligibles,
como virtud.
a parar aquí, son palabras, y, no obstante, no son nombres;
y otros muchos ejemplos semejantes que se encuentran. Por
lo cual, com o todos los nombres son palabras, mas no todas las
palabras nombres, juzgo que está claro cuál es la diferencia
entre palabra y nombre, esto es, entre el signo de aquel signo
que no significa ningún otro signo y entre el signo del signo
que puede significar otro signo.
A g .— ¿Afirmas que todo caballo es un animal, y que, sin
embargo, no todo animal es un caballo?
Ad.— ¿Quién lo dudará?
A g .— Pues la misma diferencia hay entre nombre y pala
bra que entre caballo y animal. Si no es que te retrae de asentir
el que decimos también verbum (verbo) de otra manera, con
lo cual se significa todo lo que se declina por los tiempos,
como escribo, escribir, leo, leí, las cuales palabras está claro
que no son nombres.
Ad.— Era eso lo que me hacía dudar.
A g .— No te tenga esto indeciso. Pues llamamos univer
salmente signos a todas las cosas que significan algo, entre
las cuales contamos las palabras. También decimos signos mi
litares (insignias)— llamados así con mucha propiedad— , los
cuales no contienen palabra alguna. Y , no obstante, si te di
jese: así com o todo caballo es animal, mas no todo animal
es caballo, así también toda palabra es signo, mas no todo
signo es palabra, creo que no dudarías un momento.
Ad.— Ya entiendo, y asiento completamente, que existe
idéntica diferencia entre la palabra en general y un nombre
que entre animal y caballo.
278
436 9. Ag.— Lo admito y lo apruebo; mas ¿sabes que
todas las cosas que se profieren con la articulación de la voz,
significando algo, se llaman palabras?
Ad.— Lo sé.
Ag.— Luego el nombre también es palabra, pues vemos se
profiere mediante la articulación de la voz con algún signifi
cado; y cuando decimos que un hombre elocuente usa de pa
labras apropiadas, sin género de duda usa también de nombres;
y cuando el siervo dijo a su anciano dueño en Terencio: «Q uie
ro buenas palabras» *, había también dicho muchos nombres.
Ad.— Estoy conforme.
A g.— ¿Concedes, pues, que estas dos sílabas que articu
lamos al decir verbum (palabra) significan también un nombre,
y que, en consecuencia, aquélla es signo de éste?
Ad.— Concedo.
Ag.— Quisiera me respondieses a esto también: siendo una
palabra signo de un nombre, el nombre signo de un río, y el
río signo de una cosa que ya se puede ver, según la diferencia
que notaste entre esta cosa y el río, esto es, su signo, y entre
este signo y el nombre que es signo de este signo, ¿en qué juz
gas se distinguen el signo del nombre, que hallamos ser la pa
labra, y el nombre del cual es signo?
Ad.— Distínguense, a mi ver, en que todo lo que el nom
bre significa, también lo significa la palabra— pues así como
nombre es palabra, también río lo es— ; mas el nombre no
alcanza a significar todo lo que la palabra significa. Pues aquel
si que tiene al principio el verso propuesto por ti, y este ex,
disputando sobre el cual, guiándonos la razón, hemos venido
436 T honnard , o.c., p.38 nt.l. "
* Andria, act.I esc.2 v.33.
......
; . ....
279
437 10. Ag.— ¿Sabes también que, cuando decimos ani
mal, una cosa es este nombre trisílabo, que es proferido por la
voz, y otra aquello que con él se significa?
Ad.— Ya he anteriormente concedido esto acerca de todos
los signos y significables.
Ag.— ¿Parécete que todos los signos significan distinta cosa
de la que son, como este nombre trisílabo, animal, de ningún
modo significa aquello que es él mismo?
Ad.— Ciertamente que no; pues cuando decimos signo, no
sólo significa todos los que hay, sino que se significa a sí
mismo; porque es una palabra, y, sin duda alguna, todas las
palabras son signos.
Ag.— Pues qué, ¿no es verdad que sucede algo semejante
4 37 T
honnard,
o .c .,
p.41 n t.l;
B a c ie r o ,
o .c .,
p.303.
280
San Agustín
en este disílabo, cuando decimos verbum? Porque si este disí
labo significa todo lo que con algún significado profiere la
articulación de la voz, también ha de estar él incluido en esta
especie.
A d .— Así es.
A g .— Pues qué, ¿por ventura no tiene asimismo un nom
bre? Porque significa los nombres de todos los géneros, y él
mismo es un nombre del género neutro. ¿O es que, si te pre
guntase qué parte de la oración es el nombre, podrías acerta
damente responderme sino diciendo nombre?
A d .— Verdad es.
A g .— Por tanto, hay signos que, entre las otras cosas que
significan, se significan a sí mismos.
Ad.— Sí.
i i Ag. ¿Crees que este signo cuatrisílabo, cuando decimos
coniunctio (conjunción), pertenece a esta categoría?
A d .— De ninguna manera; porque las cosas que significa
no son nombres, mientras que él es nombre.
C a p ít u l o
VI
Signos que se significan a sí mismos
438 17. A g .— Dejemos ya esto, y dime si te parece que,
así como hemos notado que todas las palabras son nombres y
todos los nombres palabras, así también todos los nombres son
vocablos y todos los vocablos nombres.
A d.— No veo que entre estas diversas cosas haya otra dife
rencia que el diferente sonido de las letras.
Ag. Ni yo por ahora te contradigo, aunque no faltan
quienes las distinguen en la significación, y cuyo parecer no
es necesario cjue consideremos ahora. Pero ciertamente te das
cuenta que hemos llegado a los signos que se significan mutua
mente, no diferenciándose más que en el sonido y que se
significan a sí mismos con las restantes partes de la oración.
A d .— No lo entiendo.
Ag. Luego no entiendes que el nombre está significado
por el vocablo, y el vocablo por el nombre; y esto de tal modo,
que en nada se diferencien si no es en el sonido y que se
significan a sí mismos con las restantes partes de la oración.
A d .— N o lo entiendo.
Ag. Luego no entiendes que el nombre está significado
por el vocablo, y el vocablo por el nombre; y esto de tal modo,
D el maestro
281
que en nada se diferencien si no es en el sonido de las letras,
al menos para el nombre tomado de una manera general; por
que del nombre tomado de una manera particular decimos que
esta entre las ocho partes de la oración, de modo que no con
tenga las otras siete.
Ad.— Entiendo.
Ag. Pues esto es lo que he expresado al decir que el vo
cablo y el nombre se significan recíprocamente.
439 18. A d .— Lo sé; mas te pregunto qué has queri
do decir con estas palabras: «Q ue también se significan a sí
mismos con las otras partes de la oración».
Ag- ¿N o nos ha mostrado el anterior raciocinio que to
das las partes de la oración pueden llamarse nombres y vo
cablos, esto es, que pueden ser significadas por un nombre
y un vocablo?
A d .— Así es.
Ag. Si te pregunto cómo llamas al mismo nombre, esto
es, al sonido expresado con las dos silabas nombre, ¿no me
responderás correctamente: nombre?
Ad.— Correctamente.
Ag.— ¿Acaso se significa así este signo que enunciamos con
cuatro silabas, cuando decimos: coniunctio (conjunción)? Por
que este nombre no puede ser contado entre las palabras que
significa.
A d.— Lo admito bien.
Ag.— Esto es lo que se ha dicho al decir que el nombre
se significa con los otros que él significa, lo cual debes en
tender por ti mismo acerca del vocablo.
A A Ya me es fácil entenderlo; mas ahora se me ocurre
que el nombre se toma de una manera general y de una manera
particular, y el vocablo no se cuenta entre las ocho partes de
la oración; por lo cual paréceme que es ésta otra diferencia,
además del distinto sonido.
Ag. Pues qué, ¿juzgas que hay otra diferencia entre nomen (nombre) y ovojia que el sonido, por el cual también se
distinguen las lenguas latina y griega?
A d .— No veo otra diferencia.
,Ag- Hemos, pues, llegado a los signos que se significan
a si mismos y unos a los otros, y lo que éste significa, también
que!, y qUe no se diferencian sino en el sonido; en efecto,
ernos encontrado ahora esta cuarta categoría, porque las tres
ante" ° res dicen relación al nombre y a la palabra,
A «-— Ya hemos llegado,
282
San Agustín
C a p ít u l o
V II
Epílogo de los anteriores capítulos
440 19. A g.— Quisiera que me resumieses todo lo que
hemos ya descubierto en nuestra discusión.
Ad.— Lo haré según mis fuerzas. Recuerdo que lo prime
ro que hemos buscado durante algún tiempo ha sido el porqué
de hablar, y hemos encontrado que hablamos para enseñar o
para recordar, puesto que, cuando preguntamos, el fin que nos
proponemos es que aquel a quien interrogamos aprenda qué
queremos nosotros oír; hemos añadido que el canto, que parecenos hacerlo por delectación, no es propiamente un lenguaje,
y que en la oración a Dios, a quien no podemos pensar que
se le enseñe o recuerde algo, nuestras palabras tienen la efica
cia de recordarnos a nosotros mismos o despertar el recuerdo
en los otros o de instruirlos. Después, determinado bastante
mente que las palabras no son otra cosa que signos, y que las
cosas que nada significan no pueden serlo, presentaste un verso,
a fin de que yo intentase mostrar el significado de cada palabra,
el cual era como sigue: «Si nihil ex tanta superis placet urbe
relinqui.» No encontrábamos la significación de la segunda pa
labra, aunque ella sea muy conocida y empleada. Y , pareciéndome que no inútilmente la intercalamos al hablar, sino que
más bien con ella enseñamos algo al que escucha, convinimos
en que designaba tal vez la afección de la mente cuando halla
o cree haber hallado que no existe lo que busca; respondísteme
tú ciertamente; mas, evitando por broma no sé qué profundi
dad de la cuestión, dejástela para dilucidarla en otro tiempo,
y no vayas a creer que me he olvidado de tu promesa.
441 Después, com o yo me apresurase a exponer la terce
ra palabra del verso, me inducías a que mostrase, más que otra
palabra cuyo valor fuese idéntico, la cosa misma que significa
ban las palabras. Y habiendo yo dicho que esto no podía hacer
se por el discurso, dimos en aquellas cosas que se muestran
con el dedo a los que preguntan. Y o pensaba que estas cosas
eran todas las corporales, pero vimos que eran sólo las visi
bles. De aquí, no sé de qué modo, pasamos a los sordos y bu
fones, los cuales significan con el gesto y sin palabras no sólo
lo que se puede ver, sino mucho y casi todo lo que nosotros
hablamos; por donde encontramos que los mismos gestos son
signos. Entonces comenzamos a examinar cómo podríamos mos
D el maestro
283
trar sin ninguna clase de signos las cosas mismas que se signi
fican por signos, puesto que con un signo denotamos una pa
red, un color y todas las cosas visibles, cuando las mostramos
con el dedo. Aquí yo me equivoqué al decir que era una cosa
imposible, y quedó, por fin, establecido entre nosotros que p o
dían demostrarse sin signos aquellas cosas que no hacemos en
el momento en que somos preguntados, y podemos hacerlas
después de la pregunta; y que, sin embargo, la locución no era
de esta clase, pues que, si estamos hablando y se nos pregunta
qué es locución, evidentemente es por la misma locución por la
que se muestra lo que ella es, como se ha visto.
442 20. Por donde hemos advertido que se muestran
unos signos con otros, o con signos otras cosas que no lo son,
o también sin signos las cosas que podemos hacer después que
se nos pregunta, y tomamos el primero de estos tres casos para
considerarlo y esclarecerlo atentamente. En esta discusión se
aclaró que hay signos que no pueden ser significados por lo que
ellos significan, como, por ejemplo, el cuatrisílabo coniunctio
(conjunción); y que los hay que pueden ser significados, como
por ejemplo, al decir signo también significamos una palabra,
y al decir palabra también denotamos un signo; porque los
términos signo y palabra son a la vez dos signos y dos pala
bras. Y se ha mostrado que, en la especie de signos que son
recíprocos, unos no tienen el mismo valor, otros lo tienen igual
y otros, en fin, son idénticos. Pues he aquí que este disí
labo que suena cuando decimos signo significa sin excepción
todo aquello por lo cual se significa cualquier cosa; mas no
es signo de todos los signos el término palabra, sino sólo de
aquellos emitidos por la articulación de la voz. Por donde se
ve que, si bien el signo ( signum) significa la palabra (verbum )
y la palabra el signo, esto es, aquellas dos sílabas a éstas y
éstas a aquéllas, tiene mayor extensión el signo que la palabra;
es decir, significan más aquellas dos sílabas que éstas. A l con
trario, los términos palabra y nombre, tomados en su acepción
general, tienen un mismo valor. Mostró la razón que todas las
partes de la oración son también nombres, porque pueden aso
ciárseles pronombres, y que de todas puede decirse que nom
bran algo, y que no hay ninguna que, añadiéndole un verbo,
no pueda formar una proposición completa.
443 Mas aunque los términos nombre y palabra tengan
el mismo valor, puesto que todas las cosas que son palabras son
también nombres, no tienen, sin embargo, un valor idéntico,
San Agustín
D el maestro
pues hemos hallado en nuestra discusión que por razones dife
rentes la una se llama palabra y el otro nombre. Hemos visto,
en efecto, que la palabra hiere el oído y que el nombre excita
el recuerdo en el espíritu; diferencia que expresamos muy cla
ramente en el lenguaje, diciendo: ¿Cuál es el nombre de esta
cosa que se quiere grabar en la memoria? En lugar de decir: la
palabra de esta cosa. Hemos hallado después términos que no
sólo tienen la misma significación, sino que también son idén
ticos, y entre los cuales no hay otra diferencia que el sonido de
las letras, como nombre y óvo¡ra. Se me había olvidado que en
la especie de los signos recíprocos no hemos encontrado nin
guno que no se signifique también entre los demás que él
significa. No he podido recordar más que esto. Ahora ve tú
•
— el único que creo ha hablado cierto y seguro en este diálo
go— si he resumido bien lo que he dicho.
se oculte entre tanto velo algo que mi inteligencia sea incapaz
de elucidar.
A g.— De buena gana escucho tu duda; ella me muestra que
tu espíritu no es temerario, lo que es el mejor medio de con
servar la paz. Pues lo más difícil es no perturbarse absoluta
mente cuando las convicciones, que manteníamos con satisfac
ción, se debilitan y com o que son arrancadas de nuestras ma
nos en el calor de la disputa. Por lo cual, así com o es justo
ceder ante las razones bien consideradas y examinadas, así
también es peligroso tener lo desconocido por conocido. Por
que hay el temor de que vengamos a caer en tal aversión o
miedo de la razón, que no demos fe ni a la verdad más clara,
puesto que muchas veces viene a tierra lo que presumíamos
había de permanecer firmemente.
284
C a p ít u l o
X
Si puede enseñarse algo sin signos.— Las cosas no se
aprenden por medio de las palabras
444 31. A g.— Así, pues, queda establecido que nada se
enseña sin signos, y que debemos apreciar más el conocimiento
mismo que los signos, por medio de los cuales conocemos; aun
que no todo lo que se significa pueda ser mejor que sus signos.
Ad.— Así parece.
Ag.— ¿Te acuerdas qué rodeos hemos dado para llegar a
tan poca cosa? Porque desde que luchamos de palabra entre
nosotros— y lo hemos hecho durante mucho tiempo— hemos
procurado encontrar estas tres cosas: si no hay nada que pueda
mostrarse sin signos; si hay algunos signos preferibles a lo
que significan, y si el conocimiento de las cosas es mejor que
los signos. Y la cuarta cosa— que deseara me la dieses a cono
cer brevemente— es si crees que las hemos encontrado, de tal
modo que ya no te quepa duda.
Ad.— Y o ciertamente quisiera que, después de tantos ro
deos y vueltas, hubiéramos llegado a una cosa cierta; mas no
sé de qué manera me apremia tu pregunta y me aparta del
asentimiento. Pues me parece que, de no tener algo que obje
tar, no me hubieras preguntado esto; y la misma complicación
de las cosas me impide ver todo y responder seguro, pues temo
444 B oyer, Sant’Agostino p.225; Thonnard,
Le platonisme, adversaire du scepticisme.
o .c .,
285
445 32. Mas, ¡e a !, examinemos ahora más desembara
zadamente si tu duda tiene algún fundamento. Pregúntete: si
alguno, ignorando la trampa de las aves, que se hace con cañas
y liga, se encontrase con un cazador provisto de sus armas,
mas no cazando, sino andando, viendo al cual apresurase el
paso, y admirándose, como sucede, pensase y se preguntase qué
quería aquel hombre adornado con sus armas, y el cazador,
viéndole fijarse en sí, extendiese las cañas por ostentación, y,
visto un pajarillo cerca, lo enredase en la caña, lo abatiese con
el halcón y lo cogiese, ¿no enseñaría al que le miraba lo que
deseaba saber, no con signo alguno, sino con la cosa misma?
A d .— Témome que aquí haya lo que dije del que pregunta
qué es pasear. Pues no veo que el cazador haya mostrado aquí
el proceso todo de la caza.
A g .— Fácil es librarte de este cuidado; pues añado que si
el espectador fuese tan inteligente que, de lo visto, conociese
todo lo demás del arte (de cazar), bastaría este ejemplo para
demostrar que se puede instruir sin necesidad de signos a cier
tos hombres en algunas cosas, aunque no en todas.
A d .— También yo puedo creer que si mi hombre es muy
inteligente, mostrado con pocos pasos el pasear, conocerá por
completo qué es pasear.
A g.— Y o te permito lo hagas, y no te opongo nada, antes
bien te ayudo; pues ves que ambos concluimos lo mismo: que
se pueden enseñar ciertas cosas sin el empleo de signos, y que
es falso lo que poco antes nos parecía verdadero: que nada
hay en absoluto que pueda mostrarse sin signos. Ahora ya,
p.482, Nota complem. 5:
445 T h o n n a r d , o .c . , p . 9 3
n t.3 .
286
San Agustín
después de éstas, acuden a la mente no una ni dos, sino mil
cosas que, sin ningún signo, pueden mostrarse por sí mismas.
¿Cómo dudar?, te pregunto. Porque, sin hablar de los innu
merables espectáculos que los hombres representan en todos los
teatros sin signos, mas con la misma realidad, ¿acaso Dios
y la naturaleza no exponen a nuestras miradas y muestran por
sí mismos este sol y la luz que derrama y viste todas las cosas
con su claridad, la luna y los demás astros, las tierras y los ma
res y todo lo que en gran número en ellos nace?
446 33. Lo que si consideras con más atención, no ha
llarás tal vez nada que se aprenda por sus signos. Cuando algu
no me muestra un signo, si ignoro lo que significa, no me pue
de enseñar nada; mas si lo sé, ¿qué es lo que aprendo por el
signo? La palabra no me muestra lo que significa, cuando leo:
« Y sus cofias no fueron deterioradas» (Dan 3,94). Porque si
este nombre representa ciertos adornos de la cabeza, ¿acaso, en
oyéndole, he aprendido qué es cabeza o qué es adorno? Y o los
había conocido antes, y no tuve conocimiento de ellos al ser
nombrados por otros, sino al ser de mí vistos. Pues la primera
vez que estas dos sílabas, caput (cabeza), hirieron mis oídos, ig
noré tanto lo que significaban como al oír o leer por primera vez
el nombre cofias. Mas como dijesen muchas veces cabeza, notan
do y advirtiendo cuando se decía, descubrí que éste era el nom
bre de una cosa que la vista me había hecho conocer perfecta
mente. Antes de este descubrimiento, la tal palabra era para mí
solamente un sonido; supe que era un signo cuando descubrí de
qué cosa era Signo; esta cosa, como he dicho, no la había
aprendido significándoseme, sino viéndola yo. Así, pues, mejor
se aprende el signo una vez conocida la cosa que la cosa visto
el signo.
447 34. Para que más claramente entiendas esto, supon
que nosotros oímos ahora por vez primera la palabra cabeza,
y que, ignorando si esta voz es solamente un sonido o si tam
bién significa algo, preguntamos qué es una cabeza (acuérdate
de que no queremos conocer la cosa que se significa, sino su
signo, el cual conocimiento no tenemos ciertamente mientras
446-448 G i l s o n , Introduction... p.92.
446 G . Rossi, Las instancias agustinianas... p.292; B oyer , L’idée de vérité...
p.182; T r ía s M er c a n t , Raíces agustinianas en la filosofía del lenguaje: Augustinus 21 (1976) 70; T honnard , o .c ., p.483, Nota complem. 6: Histoire des trois
enfants dans la fournaise.
447 T r ía s M e r c a n t , Raíces agustinianas en la filosofía del lenguaje de
Ramón Llull: Augustinus 21 (1976) 78.79; G. Rossi, Las instancias agustinia
nas... p.292; B oyer L’idée de vérité... p.182; T r ía s M erc a n t , o .c ., p.73.
D el maestro
287
ignoramos de qué es signo). Ahora bien, si a nuestra pregunta
se responde señalando la cosa con el dedo, una vez vista apren
demos el signo que habíamos oído solamente, mas que no ha
bíamos conocido. En el cual signo com o haya dos cosas, el so
nido y la significación, no percibimos el sonido por medio del
signo, sino por el oído herido de él, y percibimos la significa
ción después de ver la cosa significada. Porque la apuntación
del dedo no puede significar otra cosa que aquello a que el
dedo apunta, y apunta no al signo, sino al miembro que se
llama cabeza. Por lo tanto, no puedo yo conocer por la apun
tación las cosas que conocía ni el signo, al cual no apunta el
dedo. Mas no me cuido mucho de la apuntación del dedo,
porque más bien me parece signo de la demostración que de
las cosas que se demuestran, com o sucede con el adverbio que
llamamos he aquí; pues con este adverbio solemos extender
el dedo, no sea que un signo no vaya a ser bastante. Y princi
palmente me esfuerzo en persuadirte, lo que no sé si conse
guiré, que no aprendemos nada por medio de los signos que se
llaman palabras; porque, como ya he dicho, no es el signo el
que nos hace conocer la cosa, antes bien el conocimiento de la
cosa nos enseña el valor de la palabra, es decir, la significación
que entraña el sonido.
448 35. Y lo que de la cabeza he dicho, lo diré también
de los adornos y de otras innumerables cosas, y conociendo
éstas, no obstante, hasta ahora no conozco tales cofias; si al
guno me las manifestase con el gesto o pintase, o mostrándo
me cualquier otro objeto semejante a ellas, no diré que no me
las ha enseñado— lo que fácilmente obtendría si quisiera yo
hablar un poco más— , sino que el conocimiento de los obje
tos colocados delante de mí no me viene de las palabras. Y
si, estando yo mirándolas, me advirtiese, diciendo: «H e aquí
las cofias», aprenderé la cosa que ignoraba, no por las palalabras que son dichas, sino por la visión del objeto que me
ha hecho conocer y retener el valor de tal nombre. Pues no
he dado fe a palabras de otros, sino a mis ojos, al aprender
esa cosa; sin embargo, creí en esas palabras para atender,
esto es, para indagar con la mirada qué tenía que ver.
448 B o y e r ,
L’idée de vérité...
p .1 8 2 ;
T
r ía s
M
ercant,
o .c .,
p .7 2 .
D e l m aestro
San A gustín
288
C apítulo X I
A prendem os no con el sonido extern o de las palabras, 1
sino con la enseñanza interna de la verdad
449 36. Hasta aquí han tenido valor las palabras. Las
cuales— y les concedo mucho-—nos incitan solamente a bus.
car los objetos, pero no los muestran para hacérnoslos conocer. Quien me enseña algo es el que presenta a mis ojos
o a cualquier otro sentido del cuerpo, o también a la intelj.
gencia, lo que quiero conocer. P or lo tanto, con las palabras
no aprendemos sino palabras, m ejor dicho, el sonido y e[
estrépito de ellas. Porque si todo lo que no es signo no puede
ser palabra, aunque haya oíd o una palabra, no sé, sin em
bargo, que es tal hasta saber qué significa. Por tanto, es por
el conocim iento de las cosas por el que se perfecciona el co
nocimiento de las palabras, y oyendo las palabras, ni palabras
se aprenden. Porque no aprendemos las palabras que conoce
mos, y no podem os confesar haber aprendido las que no co
nocemos, a no ser percibiendo su significado, que nos vie
ne no por el hecho de oír las voces pronunciadas, sino por
el conocim iento de las cosas que significan. Razón es muy ver
dadera, y con mucha verdad se dice, que nosotros, cuando
se articulan las palabras, sabemos qué significan o no lo sa
bemos: si lo primero, más que aprender, recordamos; si lo
segundo, ni siquiera recordamos, sino que somos así com o in
vitados a buscar ese significado.
450 37. Y si dijeses que aquellos adornos de la cabeza,
cuyo nombre solamente por el sonido conocemos, no pode
mos conocerlos sino después de vistos— ni su nombre plena
mente sino después de conocerlos a ellos— ; si añades: lo
que sabemos de los tres niños: cóm o vencieron al rey y las
llamas con su fe y su piedad, qué alabanzas entonaron a Dios,
qué honrosas deferencias merecieron aun de su enemigo, ¿lo
hemos acaso aprendido de otro m odo que por palabras? Res
ponderé: todo lo que estaba significado en aquellas palabras
lo conocíamos antes. Pues yo ya sabía qué son tres niños, qué
449 Jo l i v e t , La doctrine augustinienne de l’illumination... p.81.115; T hono.c., p.488. Nota complem. 8 : Le role du maitre selon Saint Thomas.
450 T honnard , o.c., p.484, Nota complem. 7: Foi et raison; p.497, Nota
complem. 15: La philosophie augustinienne; V. W arn ach , Erleuchtung und
Einsprechung bei Áugustinus: Augustinus magister p.440.441; N. I ncardona,
Eondamenti teologici e limiti teoretici dell’atto di pensare in Sant’Agostino:
Augustinus magister p.472; L ope C il le r u e lo , ¿Qué es Dios? p.293.
289
horno, qué el fuego, qué un rey, qué, finalmente, ser pre‘
do del fuego, y todo lo restante que aquellas palabras
E difican. Tan desconocidos son para mí Ananías, Azarías y
vjjsael com o aquellas cofias; y estos nombres de nada me sirvjeron ni pudieron servirme para conocerlos. Mas confieso
que, rnás que saber, creo que todo lo que se lee en esa histot¡a sucedió en aquel tiempo del mismo m odo que está escrito;
v los autores, a quienes damos fe, no ignoraron esta diferencia,
pues dice un profeta: «S i no creyereis, no entenderéis» (Is 7 ,9);
no hubiera dicho esto, ciertamente, si hubiera juzgado que no
cabía diferencia. A sí, pues, creo tod o lo que entiendo, mas
no entiendo tod o lo que creo. Y no por eso ignoro cuán útil
es creer aun muchas cosas que no con ozco; por ejem plo, la
historia de los tres niños; por tanto, aunque no puedo con o
cer muchas cosas, sé cuánta utilidad puede sacarse de su
creencia.
451 38. Ahora bien, comprendemos la multitud de co
sas que penetran en nuestra inteligencia, no consultando la
voz exterior que nos habla, sino consultando interiormente la
verdad que reina en el espíritu; las palabras tal vez nos mue
van a consultar. Y esta verdad que es consultada y enseñada
es Cristo, que, según la Escritura, habita en el hombre, esto
es, la inconmutable Virtud de Dios y su eterna Sabiduría;
mas ella revélase a cada alma tanto cuanto ésta es capaz de
recibir, en proporción de su buena o mala voluntad. Y si al
guna vez se engaña, no es por achaque de la verdad consul
tada, com o no es defecto de esta luz que está fuera el que
los ojos del cuerpo tengan frecuentes ilusiones; consultamos
a esta luz para que, en cuanto nosotros podemos verla, nos
muestre las cosas visibles.
C a p ítu lo
X II
Cristo es la verdad que nos enseña interiormente
452 39. Si nosotros consultamos la luz para juzgar de
I los colores, de lo restante que sentimos por medio del cuer[ po, de los elementos de este mundo, de los cuerpos, de nues-
nard.
451 P e g u e r o l e s , o .c ., p.39; Jo l iv e t , La doctrine august. de l’illum. p.78;
I B oyer , L’ idée de vérité... p.184.247; I d ., Sant’Agostino p.98; C a yr é , o .c .,
■ p.222; G il s o n , Introduction... p.99; 452-459; T. M o r e tt i -C o n s t a n z i , Ascesis
■ y filosofía en San Agustín: Augustinus 19 (1974) 22s.
452-455 G il s o n , Introduction... p.99; B o ye r , Sant’Agostino p.97.
Los filósofos medievales 1
10
290
San Agustín
tros sentidos— de los cuales se sirve nuestra mente, como dP
interpretes, para conocer la materia— , y si para juzgar de la,
cosas intelectuales consultamos, por medio de la razón, la ver
dad interior, ¿cóm o puede decirse que aprendemos en las na'
abras algo mas que el sonido que hiere los oídos? Pues todo
lo que percibimos, lo percibimos o con los sentidos del cuer
po o con la mente: a lo primero damos el nombre de sensiblea lo segundo, de inteligible, o, para hablar según costumbre
de nuestros autores, a aquello llamamos carnal, a esto espiri
tual. Respondemos sobre lo primero, al ser interrogados, si ]0
que sentimos está allí presente; como si se nos pregunta al
estar mirando la luna nueva, cuál es y dónde está. El que
pregunta, si no la ve, cree a las palabras, y con frecuencia
no cree; mas de ningún modo aprende si no es viendo lo
que se dice; en lo cual aprende no por las palabras que so
naron, sino por las cosas y los sentidos. Pues las mismas palabras que sonaron al que no veía, suenan al que ve.
453 Mas cuando se nos pregunta no de lo que sentimos
al presente, sino de aquello que alguna vez hemos sentido, ex
presamos no ya las cosas mismas, sino las imágenes impresas
por ellas y grabadas en la memoria; en verdad no sé cómo
a esto lo llamamos verdadero, puesto que vemos ser f a l s o *
a no ser porque narramos que lo hemos visto y sentido no
ya que lo vemos y sentimos. Así llevamos esas imágenes en
o interior de la memoria com o documentos de las cosas antes
sentidas, contemplando las cuales con recta intención en nues-i
tra mente, no mentimos cuando hablamos; antes bien son
para nosotros documentos; pues el que escucha, si las sin -l
tío y presenció, mis palabras no le enseñan nada, sino que
el reconoce la verdad por las imágenes que lleva consigo mis-1
mo; mas si no las ha sentido, ¿quién no verá que él, más I
que aprender, da fe a las palabras?
454 40. Cuando se trata de lo que percibimos con !a 1
mente, esto es, con el entendimiento y la razón, hablamos lo I
que vemos esta presente en la luz interior de la verdad, con 1
que esta iluminado y de que goza el que se dice hombre in- f
tenor; mas entonces también el que nos oye conoce lo que ]
yo digo porque el lo contempla, no por mis palabras, si es f
que lo ve el interiormente y con ojos simples. Luego ni a l
este, que ve cosas verdaderas, le enseño algo diciéndole ver-1
dad, pues aprende, y no por mis palabras, sino por las mismas I
454 B o y e r,
L’idée de vérité...
p .1 8 3 ;
G ils o n ,
291
D el maèstro
Introduction...
p .9 3 .
cosas que Dios le muestra interiormente; por tanto si se le
oreguntase sobre estas cosas, podría responder. Y ¿hay nada
más absurdo que pensar que le enseño con mi locución cuan
do podía, preguntado, exponer las mismas cosas antes de que
vo hablase? Pues lo que sucede muchas veces, que interro
gado niegue alguna cosa y se vea obligado con otras preguntas
a confesarlo, es por la debilidad de su percepción, incapaz de
consultar a aquella luz sobre todo el asunto; se le advierte
que lo haga por partes cuando se le pregunta de estas partes
de que consta aquel conjunto, al cual, considerado asi, no po
día ver Adonde si es llevado por las palabras del que pregun
ta es llevado no por palabras que enseñan, sino por palabras
que indagan en relación con su aptitud para comprender la
luz interior; como si yo te preguntase si no hay nada que
pueda enseñarse con palabras— que es de lo que tratamos _,
v a ti, no podiendo verlo todo, te pareciese un absurdo a pri
mera vista; así, pues, convino preguntar conforme a la apti
tud de tus fuerzas para oír interiormente a aquel Maestro,
para decir yo: ¿de dónde has aprendido lo que confiesas ser
verdadero al hablar yo, y estás cierto de ello, y confirmas que
lo conoces?
455 Responderás tal vez que yo te lo había ensenado.
Entonces yo añadiré: ¿acaso, si te dijese que he visto volar
a un hombre, estarías tan cierto de mis palabras com o si oye
ses que los hombres sabios son mejores que los necios? D i
rás, ciertamente, que no, y responderás que no crees aquello
o, aunque lo creas, lo ignoras; mas que esto lo sabes cierta
mente. De aquí ya entenderás, sin duda, que por mis pala
bras no has aprendido nada, ni en aquello que ignorabas afir
mándotelo yo ni en esto que sabías muy bien; puesto que
afirmarías, si te preguntase de cada una de esas cosas, que
desconocías la primera, y que la segunda te era conocida.
Mas entonces reconocerían plenamente la verdad que hablas ne
gado, una vez que conocieses ser claras y ciertas las partes de
que ella se compone. En cuanto a todas las cosas que decimos,
o el oyente ignora si ellas son verdaderas, o no ignora que son
falsas, o sabe que son verdaderas. En la primera hipótesis,
cree, opina o duda; en la segunda, contradice y mega;^ en la
tercera, confirma; por tanto, nunca aprende. Porque están con
vencidos de no haber aprendido nada por mis palabras el que
455 J o l i v e t ,
de vérité...
ha doctrine august. de l’illumination...
p .1 8 3 .
p .8 2 ;
B oyer,
Vtdee
292
San Agustín
ignora la cosa después que he hablado, el que conoce que I
oído cosas falsas y el que, preguntado, pudiera decir lo mismn
que se ha dicho.
' ,l(:
CAPÍTULO' X I I I
La palabra no puede manifestar lo que nosotros tenemos i
en el espíritu
.
45A . 41 • Por lo cuf> en las cosas percibidas con la men
te, inútilmente oye las palabras del que ve aquel que no puede
verlas; a no ser porque es útil creer, mientras se ignoran, tales
cosas. Mas todo el que puede ver, interiormente es discípulo
e la verdad; fuera juez del que habla, o más bien de su len^ ? T qUei “
,VCCeS Sabe Io ^ue se ha dicho, aun
de í r Í ° °
qUe
h° ; COm° SÍ alguno’ Partidario
de los epicúreos, y que piensa que el alma es mortal, repro
duce los argumentos expuestos por los sabios en favor de su
inmortalidad en presencia de un hombre capaz de penetrar lo
espiritual; el oyente juzgará que el epicúreo dice verdad, mas
el epicúreo ignora si es verdad lo que dice, antes bien lo creerá!
muy falso. ¿Hemos de pensar, por tanto, que enseña lo que
biéndolo
USa
mismas palabras que podría usar sa-
457 42. Así, pues, las palabras no tienen ya ni el valor
de manifestar el pensamiento del que habla, pues es incierto si
el sabe lo que dice. Anade los que mienten y engañan los I
cuales— es fácil que lo entiendas— no sólo no abren su alma I
con las palabras, sino que hasta la encubren. Pues de ningu
na manera dudo que los hombres veraces se esfuerzan y de
m e Z T t
f u Pr? feSÍÓn de descubrir sus sentimientos por
si no f
palabra’ lo cJl; e conseguirían con aplauso de todos
no fuera permitido a los mentirosos el hablar. Frecuente
mente hemos experimentado, tanto en nosotros com o en otros |
Piensan ^ I o T T
correspondientes a las cosas que se
Io s T k ’ A ,
Ve° que puede Ser de dos modos: o cuando
Ídidas
h Í s 4°S
qUC P1CnSa
? traSveces
COS3Solvidadas-esto
Pronuncian palabras
apren
de memoria
y muchas
nos sucede
con frecuencia cuando cantamos un himno— , o cuando, sin
immortality (Vilíaíiva* FPal
{ i A; MouRANT- Augustine on
doctrine augusl. 7/ n ilu m p g L GlLS° N’ Inlroducti°
P-89.90; J o l i v e t , La
4 5 7 G il s o n , Introduction... p .9 0 n t . l .
D el maestro
293
iprerlo nosotros, brotan por error de la lengua unas palabras
J J S m s , P ^ s tampoco aquí las palabras se oyen como signos
f i a s co as que tenemos en el ánimo. Porque los que mienten
?ensan ciertamente en las cosas que hablan, de tal manera
L e aunque ignoremos si dicen verdad sabemos que tienen
L él ánimo lo que dicen, a no ser que les suceda una de las
4os cosas que he dicho. Y si alguno— entre tanto— porfía que
s u c e d e n , y que cuando sucede una de ellas se percibe, aun(Fj
puchas veces está oculta, y que muchas veces me ha inducido
a error oyéndole, no le contradigo.
458 43
Y aquí sucede otro m odo, muy común por
cierto y origen de muchas disputas y disensiones: cuando el
que habla significa ciertamente lo que piensa, pero s° lajue
— muchas veces— a él mismo y a algunos otros; mas no lo sig
nifica a aquel a quien habla y a algunos otros. Asi, pues, diga
alguno, oyéndole nosotros, que ciertos animales superan en
virtud al hombre; al momento no lo p o d e m o s sufrir, y con
gran brío refutamos tan falsa y perniciosa afirmación; y tal vez
él llame virtud a las fuerzas físicas, y enuncie con este nombre
lo que ha pensado, y no mienta, ni se equivoque en realid d
ni dando vueltas a otra cosa en la mente, haya ocultado las
palabras grabadas en la memoria, ni suene por equivocación de
la lengua otra cosa que la que pensaba; sino que llama con
distinto nombre que nosotros a la cosa que piensa, sobre la cua
nosotros asentiríamos si pudiésemos ver su pensamiento e
cual no nos ha podido mostrar aun con as palabras d™
J
explicaciones dadas. Dicen que la d e f i n i c i ó n puede remed ar
este error, de tal manera que si en esta cuestión definiese que
es virtud, aclararía, dicen, que la discusión no es sobre la cosa
sino sobre la palabra; para conceder que esto es asi,^ ¿puede
encontrarse acaso un buen definidor? Y , sin e m b a r g o se ha
discutido mucho sobre la ciencia de definir, que ni es oport
no tratar ahora ni siempre yo lo apruebo.
4 59
44
D ejo pasar el que no oímos bien muchas cosas
y discutimos sobre ellas larga y acaloradamente como si las hu
biésemos oído. Así, cuando poco ha expresaba yo Ia P
"
misericordiosa en lengua púnica, tú d e c í a s haber aprendido que
ella significaba piedad; mas yo, contradiciendote, aseguraba
habérsete olvidado lo que habías aprendido, pues me había pa458 T r í a s M e r c a n t ,
Llull:
Raíces a&ustinianas en la filosofía del lenguaje de Ramón
A u g u s tin u s 21 ( 1 9 7 6 ) 7 2 ; G i l s o n , Introducá,on
p.90
4 5 9 T r í a s M e r c a n t , o . c . , p .7 3 ; G i l s o n , Introduction... p .9 1 .
294
San Agustín
D e la verdadera religión
recido que no habías dicho piedad, sino fe, estando como est,
as tan junto a mi y no engañando al oído estas dos palabra'
por la semejanza del sonido. Sin embargo, pensé por m u í
tiempo que ignorabas lo que te habían dicho“ ignorando Vo ,
que dijiste tú; pues, de haberte oído bien, dé ninguna
nrVd qreaera
surdo que un vocablo púnico significara a la vez
piedad y misericordia. Esto sucede muchas veces; mas C0S
U né !
m° j ?
mano> Para que no parezca que calumnio
egligencia del que oye o la sordera de los hombres. Más
angustia, lo he dicho más arriba, el no poder conocer los pensa
k b r a fS
Ios que hablan> entendiendo clarísimamente sus pa-
este caso).CUan
^
mÍSma k n Sua <la Iab* a Jn
C a p ít u l o X I V
Cristo enseña dentro; fuera el hombre advierte con palabras
^ as, be aqi|í que ya admito y concedo que
cuando haya recibido en el oído las palabras aquel a quien son
L
s cque
u f ilas
a s ^palabras
! ] h S significan.
q -p d qU!
habkpor
ha esto
Pensado
en la*
sas
¿Acaso
aprende
si co
ha
dicho verdad, que es lo que ahora buscamos?
¿Acaso pretenden los maestros que se conozcan y retengan!
Z i K b S r ' y "°
Piensan e » s é £ Í
enví ,
T Ue ¿qL,üen hay tan id a m e n te curioso que
maestro? M a f “ "
qu£ aPrenda qué piensa el
maestro. Mas una vez que los maestros han explicado las d is -1
aphnas que profesan enseñar, las leyes de la virtud y de T a l
han d k h o 'T o T r 63 A
Consideran i n s i g o mismos si
,, cho .c° sas verdaderas,examinando
según sus fuerzas I
aquella verdad interior. Entonces es cuando a p o d e n y c u a n l
do han reconocido interiormente la verdad de la Iecdón ala- I
an a sus maestros, ignorando que elogian a hombres d ó ctr i-1
lo q u e s e e n eM ^ 6 * d° Ct0_res’ ,si’ C
u° n ^
ellos
saben
a los que nn 1
enganai? l0S h° mbres en IIamar maestros
a los que no lo son, porque la mayoría de las veces no media
ningún intervalo entre el tiempo de la locución y el tiempo del
conocrnimnto; y porque, advertidos por la palabra del profesor
haber sido ¡ L
S
461 46. Mas en otro tiempo discutiremos, si Dios lo
emitiere, de toda la utilidad de las palabras que, bien consi&
no es pequeña. Pues hoy te he adverado de no darles
f e importancia de la que conviene, para que no solo creamos,
t o que comencemos a entender cuán verdaderamente esta esX o por Ia autoridad divina que no llamemos maestro núes
o a nadie en la tierra, puesto que el solo Maestro de todos
L tá en los cielos. Mas qué haya en los cielos, lo ensenara
aauel que por medio de los hombres y de sus signos nos ad
vierte exteriormente, a fin de que, vueltos a El lntenorme
,
seamos instruidos. Amarle y conocerle constituye lai vida bien
aventurada, que todos predican buscar; mas pocos soni lo sq u e
se alegran de haberla verdaderamente encontrado. Y ahora
quiero que me digas tu parecer sobre todo esto que he dic .
Porque si conoces que es verdad lo que he dicho, preguntado
sobre cada uno de los juicios, hubieras dicho que lo sabias
ves pues, de quién has aprendido esto, y no cu tam en te de
m í’ pues que, si te preguntase, responderías a todo. Si al conttario no conoces que es verdad, no te hemos ensenado ni El
ni yo; yo, porque nunca puedo ensenar; El, porque tu no pu
des aprender todavía.
46? A d Y o he aprendido con tu discurso que las palabras no hacen otra cosa que ¡nena, al hombre .. que: « p r e n i ;
que, sea cualquiera el pensamiento del que habla su palid r
no io s muestra mis que poca cosa; que, s. es verdadlo que ise
dice sólo lo puede enseñar aquel que, cuando extenorme
hablaba, noTadvirtió que El habita dentro de nosotros; ai qmen
ya con su ayuda, tanto más ardientemente amare cuanto mas
aproveche en el estudio. Sin embargo, quedo muy agradecido
r t a s o ' del cual re has servido sin interrupción, p r i m a l mente porque ha previsto y relatado todas las
1™ °
que tenía dispuestas para contradecirte; y porque no has d
jado nada de lo que me hacía dudar; de lo que „0 me respondería así aquel oráculo secreto, según tus palabras afirmaban .
I
iI
i
1
I
DE L A V E R D A D E R A R E L IG IO N
Fm rTdSN c i t a d a - Obras de San Agustín, en edición bilingüe, IV ,
Obras apologéticas: ... D e la verdadera r e í l i g u ó n lntroducclon
y notas por V . C a p á n a g a , O .R .S.A . (BAC, Madrid 1948).
461 C a y r é , o . c . , p .1 1 9 ;
460 B oyes,
L’idée de vérité...
p .1 8 3 .1 8 4 ;
G
il s o n ,
Introduction... p.M .
295
462 C a y r é , o .c . , p .1 1 9 .
* Fin del diálogo,
Jo l iv e t ,
La doctrine august. de V illumination p .8 3 .
San A gustín
296
o.e., p.3-67; 210-231; J. P e g o n , S. J
O eu vres d e Saint Augustin, V i l i , première serie: O puscules, V I I I , La
fo i chrétienne. D e vera religione, introductions, trad. et notes (Biblioth.
august.) (Paris 1951); introd. p .11-21 (Bibliogr. p.20-21); D . B a s s i,
« D e magistro», et « D e vera religion e». Studio, testo, traduz. (Firenze
1930); S. C o l o m b o , Sant’A gostino. D ella vera religione. Estratti tradotti
e collegati, introduz. e note (T orin o, coll. Letture di Filosofia, v o l.X V III);
P. A . N e n o , D ella vera religione, traduz. e prefaz. (Firenze 1931);
A . G u z z o , Augustinus del «C ontra A cadem icos» al » D e vera religione»
(Firenze 1925); H . D o r r i e s , Das Verhältnis des N euplatonischen und
Christlichen in Augustinus « D e vera religion e»: Zeitsch. für neutestamentliche Wissenschaft und die Kunde der älteren (1924) p.64-102.
B ib l io g r .
g e n .:
C apänaga,
C a p ítu lo
XI
Origen de la vida y de la muerte
463 21. Ningún ser vivo hay que no venga de Dios,
porque El es, ciertamente, la suma vida, la fuente de la vida;
ningún ser vivo, en cuanto tal, es malo, sino en cuanto tiende
a la muerte; y la muerte de la vida es la perversión o nequicia,
que recibe su nombre de que nada es; con razón los hombres
muy malvados son nombres de nada. La vida, pues, desvián
dose, por una defección voluntaria, del que la creó, de cuyo
ser disfrutaba, y queriendo, contra la ley divina, gozar de los
cuerpos, a los cuales Dios la antepuso, tiende a la nada; tal
es la maldad o la corrupción; no porque el cuerpo sea nada,
pues también él tiene su cohesión de partes, sin la cual no
puede existir. Luego también es autor del cuerpo el que es fun
damento de toda unión. Todo cuerpo posee com o cierto reposo
de forma, sin el cual no existiría. Luego el Creador de los
cuerpos es el principio de toda armonía y forma increada y la
más bella de todas. Los cuerpos poseen igualmente su forma o
especie, sin la cual no serían lo que son. Si, pues, se indaga
quién los hizo, búsquese al que es hermosísimo entre todos,
pues toda hermosura se deriva de El. Y ¿quién es éste, sino el
Dios único, la verdad única, la salud de todas las cosas, la pri
mera y soberana esencia, de que procede todo lo que es en
cuanto tiene ser, porque todo lo que es, com o tal, es bueno?
463-482 C a p á n a g a , o .c ., Introducción p.3-67; C a y r é , o .c . , p.127-133; P e
g ó n , o.c.. Introducción p.11-24.
463 P e g ó n , o . c . , p.491, Nota complem. 8: Peché el destinée; C a p á n a g a ,
El hombre abismo... p.238; K o w a l c z y k , La métaphysique du bien selon l’acception de Saint Augustin: Est. Agust. 8 (1973 ) 41-42; P e g ó n , o.c., p.486, Nota
complem. 5: Species, forma.
D e la verdadera religión
297
464 22. Luego de Dios no procede la muerte. Dios no
hizo la muerte ni se complace en la destrucción de los vivos;
por ser suma esencia, da el ser a todo lo que es, de donde re
cibe el nombre de esencia. Mas la muerte precipita en el no
ser a todo lo que muere, en cuanto muere. Pues si las cosas
mortales o corruptibles enteramente perdieran su ser, llegarían
a ser nada; pero en tanto mueren en cuanto se menoscaba su
ser; o dicho más brevemente, tanto más mueren cuanto menos
son. Es así que todo cuerpo es menos que una vida cualquiera,
pues a poquita forma que le quede dura en el ser por la vida, sea
la que gobierna a todo ser animado, sea la que dirige la natu
raleza del universo. Luego el cuerpo está más sujeto a la muer
te y, por tanto, más próximo a la nada. Por lo cual, el ser vivo
que por el goce corporal abandona a Dios, tiende a la nada,
y ésta es la malicia o nequicia.
C a p ítu lo X V I I I
Defectibilidad de las creaturas
465 35. Pero me objetas: ¿Por qué desfallecen? Por
que son mudables. ¿Por qué son mudables? Porque no poseen
el ser perfecto. ¿Por qué no poseen la suma perfección del ser?
Por ser inferiores al que las crió. ¿Quién las crió? El Ser ab
solutamente perfecto. ¿Quién es El? Dios, inmutable Trini
dad, pues con infinita sabiduría las hizo y con suma benigni
dad las conserva. ¿Para qué las hizo? Para que fuesen. Todo
ser, en cualquier grado que se halle, es bueno, porque el sumo
Bien es el sumo Ser. ¿De qué las hizo? De la nada. Pues todo
lo que es ha de tener necesariamente cierta forma o especie,
por insignificante que sea, y aun siendo minúsculo bien, siem
pre será bien y procederá de Dios. Mas por ser la suma forma
sumo bien, también la más pequeña forma será mínimo bien.
Es así que todo bien es Dios o procede de El. Luego aun la
mínima forma viene de Dios. L o que se afirma de la especie
puede extenderse igualmente a la forma, pues con razón en las
464 B o y e r , L’idée de vérité... p.243; G i l s o n ,
K o w a l c z y k , La conception de l’homme chez Saint
Introduction... p.247 nt.3;
Augustin: Giorn. d i met. 27
(1972) 201.
465 P e g u e r o l e s , o . c . , p.71; G i l s o n , Introduction... p.74.259; B o y e r , L’ idée
de vérité... p.135; M o r a n , Síntesis del pensamiento agustiniano: Augustinus 5
(1960) 237; K o w a l c z y k , La idea de Dios en el pensamiento agustiniano: Augus
t in u s 20 (1975) 347; Í d . , La métaphysique du bien...: Est. agust. 8 (1973)
34.40.48.
298
San Agustín
D e la verdadera religión
alabanzas especiosísimo equivale a hermosísimo. H izo, pues,
Dios todas las cosas de lo que carece de especie y forma, y eso
es la nada. Pues lo que, en parangón con lo perfecto, se llama
informe, si tiene alguna forma, aunque tenue e incipiente, no
es todavía la nada, y por esta causa, en cuanto es, también
procede de Dios.
466 36. Por lo cual, si bien el mundo fue formado de
alguna materia informe, ésta fue sacada totalmente de la nada.
Pues lo que no está formado aún y, sin embargo, de algún modo
se ha incoado su formación, es susceptible de forma por bene
ficio del Creador. Porque es un bien el estar ya formado, y
algún relieve de bien la misma capacidad de forma; luego el
mismo autor de los bienes, dador de toda forma, es el funda
mento de la posibilidad de su forma. Y así, todo lo que es,
en cuanto es, y todo lo que no es, en cuanto puede ser, tiene
de Dios su forma o su posibilidad. O dicho de Otro modo:
todo lo formado, en cuanto está formado, y todo lo que no
está formado, en cuanto es formable, halla su fundamento en
Dios. Y ninguna cosa puede lograr la integridad de su natura
leza si a su modo no es sana. Luego la sanidad viene del autor
de todo bien. Es así que Dios es principio de todo bien; luego
lo es igualmente de toda sanidad.
C a p ít u l o
X IX
Son bienes, pero limitados, los que pueden corromperse
467 37. Así, pues, los que tienen los ojos de la mente
abiertos, y no turbios o cegados con el pernicioso afán de la
victoria, fácilmente ven que todas las cosas que se vician y
mueren son buenas, aun cuando el vicio y la muerte sean ma- 1
los. Pues éstos no causarían daño alguno si no privasen de
algún elemento sano: el vicio no sería tal si no dañase. Si, |
pues, el vicio perjudica a la salud, que sin disputa de nadie
es buena, son igualmente buenas las cosas que el vicio destru- 1
ye; mas sólo se vician las cosas dañadas por el vicio; luego
son buenas todas las cosas viciadas. Y se vician porque son j
bienes limitados. Luego por ser bienes proceden de Dios; por
ser limitados, no son lo mismo que Dios. Este es, pues, el |
único bien que no puede malearse. Los demás proceden de El I
4 6 6 T . M a n f e r d i n , Pluralidad según San Agustín: Augustinus 19 (1 9 7 4 ) 1 50;
P egón, o .c ., p .4 8 6 , Nota com plem . 5 : Species, forma.
I
299
y pueden corromperse por sí mismos, pues por sí mismos nada
son; y por El en parte no se vician, en parte los viciados re
cobran la sanidad.
C a p ít u l o
X X III
Veracidad del testimonio de los sentidos. Origen del error
468 61. Si los cuerpos tenuemente reflejan la unidad,
no hemos de darles crédito por causa de su mentira; no re
caigamos en la vanidad de los que devanean, sino indaguemos
más bien— ya que falazmente parecen querer ostentar a los ojos
carnales lo que es objeto de una contemplación intelectual—
si engañan por la semejanza que simulan de ella o por no al
canzarla. Pues, si la alcanzasen, lograrían ser lo que imitan.
Y en este caso serían completamente semejantes, y, por lo mis
mo, idénticos por naturaleza. Ofrecerían, pues, no un remedo
disímil, sino una perfecta identidad. Y , sin embargo, no mien
ten a los que observan este hecho con sagacidad, porque miente
el que quiere parecer lo que no es; y si contra su voluntad lo
toman por lo que no es, da lugar a engaño, pero no miente.
Porque esta diferencia hay entre en que miente y el que en
gaña: el primero tiene voluntad de engañar, aunque no lo con
siga; lo segundo no puede ser sin producir engaño. Luego la
hermosura de los cuerpos no miente, pues carece de voluntad,
ni tampoco engaña cuando no se la estima más de lo que es.
469 62. Pero ni aun los mismos ojos engañan, pues sólo
pueden transmitir al ánimo la impresión que reciben. Y si tan
to ellos como los demás sentidos nos informan de sus propias
afecciones, no sé qué más podemos exigirles. Suprime, pues, a
los que devanean, y no habrá vanidad. Si alguien cree que en
el agua el remo se quiebra y al sacarlo de allí vuelve a su in
tegridad, no tiene un mensajero malo, sino un mal juez. Pues
aquel órgano tuvo la afección sensible, que debió recibir de
un fenómeno verificado dentro del agua, porque, siendo diver
sos elementos el aire y el agua, es muy puesto en razón que se
sienta de un modo dentro del agua y otro en el aire. Por lo
cual, el ojo informa bien, pues fue creado para ver; el ánimo
468 C ayr é , o .c ., p .1 3 0 ; G . R o s s i , Las instancias agustinianas de la verdad
y de la libertad en la investigación antropológica: Au gust. 21 (1 9 7 6 ) 290.
469 C a y ré, o .c . , p .1 3 0 ; Rom eyer, Trois problèmes... p .222 n t . l ; B oyer,
Vidée de vérité... p . 173; J o l i v e t , La doctrine augustin. de Villumination
p .99.100.
300
San Agustín
D e la verdadera religión
obra mal, pues para contemplar la soberana hermosura está
hecha la mente, no el ojo. Y él quiere dirigir la mente a
cuerpos y los ojos a Dios, pretendiendo entender las cosas car
nales y ver las espirituales, lo cual es imposible.
los
C a p ít u l o
X X X IV
El juicio sobre los fantasmas
470 63. Se ha de corregir este defecto, pues quien no
ordena los valores superiores e inferiores, poniendo a cada cosa
en su lugar, no será apto para el reino de los cielos. N o bus
quemos, pues, lo sumo en las cosas de abajo, ni pongamos el
corazón en éstas, no seamos juntamente condenados con ellas; ]
es decir, reconozcamos el mérito propio de la hermosura infe
rior, no sea que, por buscar lo primera entre lo último, sea
mos puestos por los primeros entre los últimos. Lo cual no va
en daño de las cosas ínfimas y sí en gravísimo perjuicio núes- «
tro. Ni tampoco por eso el gobierno de la divina Providencia I
desmerece o sufre desdoro, porque a los injustos los trata jus- ]
tamente, y a los deformes, con el decoro que pide el orden, i
Y si a nosotros nos embauca la hermosura material, por la u n i-1
dad que ostenta, sin lograrla plenamente, entendamos, si po- 1
demos, que nuestra ilusión procede no del ser, sino del no ser |
de ellas. Pues todo cuerpo es verdadero cuerpo, pero falsa I
unidad, por no ser perfectamente uno ni acabada ecuación de
la unidad; y, no obstante, ni el cuerpo mismo existiría sin ser I
uno de algún modo. Y, en verdad, lo que de algún modo es 1
uno no podría serlo sin participar lo que tiene de la perfecta I
unidad.
471 64.
¡Oh almas obstinadas! Dadme a quien se eleve a la contemplación de estas verdades sin ninguna imaginación carnal. Dadme a quien vea que sólo el Uno perfecto es
principio de todo lo que tiene de unidad, ora realice este concepto, ora no. Dadme a un verdadero contemplador de estas
verdades, no a un gárrulo discutídor o presuntuoso conocedor
de las mismas. Dadme a quien resista a la corriente de las im
presiones sensibles y embalsame las llagas que ellas han hecho
en el alma; a quien no arrastren las costumbres humanas y la
ambición de las alabanzas volanderas; a quien llore sus culpas
j
|
1
1
1
I
I
470-472 B o y e r , L’idée de vérité... p. 175.176; C a y r é , o . c . , p.130.
471 C a p á n a g a , o . c . , p.220 nt.38.39; C a y r é , o . c . , p.130.
■
301
¿n el lecho y se consagre a reformar su espíritu, sin apego a la
vanidad externa ni ir en pos de las ilusiones. Dadme a uno
que discürra de este modo: Si no hay más que una Roma,
fundada, áegún la fama, junto al Tíber, por no sé qué Rómulo,
luego fals¿( es esta que llevo yo pintada en mi imaginación:
no es la misma ni estoy yo allí presente, pues sabría lo que
allí acaece ahora. Si no hay más que un sol, es falso el que
finjo con mi pensamiento; pues aquél realiza su carrera por
determinados espacios y tiempos; en cambio, a éste yo lo pon
go donde quiero y cuando quiero. Si uno es aquel amigo mío,
falso es el que llevo retratado dentro de mí, pues aquél no sé
dónde anda, a éste le pongo donde me place. Y o mismo, cier
tamente, soy uno, y en este lugar siento que está mi cuerpo;
y, sin embargo, con la fuerza de mi imaginación, voy adonde
quiero y hablo con quien me agrada. Falsas son estas cosas,
y nadie entiende lo falso.
472 Propiamente, pues, no es operación de entender el
entregarse a este juego de la fantasía y asentir a él, porque la
verdad es objeto propio de la inteligencia. ¿Son tal vez éstos
los que se llaman fantasmas? ¿Cóm o, pues, mi alma se ha po
blado de ilusiones? ¿Dónde está la verdad, que se abraza con la
mente? A l que discurre de este m odo ya se le puede decir:
Aquella es luz verdadera que te muestra la falsedad de tales
fantasmas. Por ella vislumbras la unidad, cuyos reflejos advier
tes en todas las demás cosas, y, sin embargo, sabes que ningún
ser contingente puede ser lo que ella es.
C a p ít u l o
X X X IX
Por la pista de los vicios, a la primera hermosura
473 72. ¿Qué hay, pues, que no pueda servir al alma
de recordatorio de la primera Hermosura abandonada, cuando
sus mismos vicios le aguijan a ello? Porque la sabiduría de
Dios se extiende de este modo de uno a otro confín, y por ella
472 C a p án ag a , o .c ., p.220 nt.38; B o y e r , L’idée de vérité... p.58 nt.l.
473-474 D ía z de T u e s t a , El programa vital de San Agustín: Est. agust.
(1970) p.625; M o r e t t i-C o n s t a n z i, Ascesis y filosofía en San Agustín: Augustinus 19 (1974) 27; Lope C i l l e r u e l o , La prueba agustiniana... p.249.251s.;
Id., ¿Qué es Dios? p.278; B oyer, L’idée de vérité... p.244.249; C apánaga, o .c .,
p.221 nt.45; M au sb ach , Die Elhik des hl. Augustinus I p.87; G i l s o n , Introduction... p.21; P e g u e r o le s , o . c ., p.37; M o ra n , Síntesis del pensamiento agustiñiano p.254; J o l i v e t , La doctrine august. de l'illumin. p.75; C a p á n a g a , El
hombre-abismo... p.246.
302
San Agustín
el supremo Artífice coordinó todas sus obras para E n/fin de
hermosura. Así, aquella bondad no envidia a ninguná hermosu
ra, desde la más alta hasta la más ínfima, pues sólq de ella
puede proceder, de suerte que nadie es arrojado de lá verdad,
que no sea acogido por alguna efigie de la misma. Indaga qué
es lo que en el placer corporal cautiva: nada hallará^ fuera de
la conveniencia; pues si lo que contraría engendra* dolor, lo
congruente produce deleite.
j
474 Reconoce, pues, cuál es la suprema congrbencia. No
quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en
el hombre interior reside la verdad; y si hallares que tu natu
raleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, mas no olvides
que, al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre
tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos allí donde
la luz de la razón se enciende. Pues ¿adonde arriba todo buen
pensador sino a la verdad? La cual no se descubre a sí misma
mediante el discurso, sino es más bien la meta de toda dialéc
tica racional. Mírala com o la armonía superior posible y vive
en conformidad con ella. Confiesa que tú no eres la Verdad, j
pues ella no se busca a sí misma, mientras tú le diste alcance
por la investigación, no recorriendo espacios, sino con el afecto
espiritual, a fin de que el hombre interior concuerde con su ;
huésped, no con la fruición carnal y baja, sino con subidísimo
deleite espiritual.
475 73. Y si te pasa de vuelo lo que digo y dudas de
su verdad, mira, a lo menos, si estás cierto de tu duda acerca
de estas cosas; y en caso afirmativo, indaga el origen de dicha
certeza; no se te ofrecerá allí de ningún modo a los ojos la
luz de este sol material, sino aquella que alumbra a todo hom
bre que viene a este mundo. N o es visible a los ojos materiales
ni admite representación fantástica por medio de imágenes,
acuñadas por los sentidos en el alma. La perciben aquellos
ojos con que se dice a los fantasmas: no sois vosotros lo que
yo busco ni aquello con que os ordeno, rechazando las defor
midades que me presentáis y aprobando lo hermoso; es más
bella aquella luz interior con que discrimino cada cosa; para
ella, pues, va mi preferencia, y la antepongo no sólo a vosotros,
sino también a los cuerpos de donde os he tomado.
Después, la misma regla que ves, concíbela de este modo:
todo el que conoce su duda, conoce con certeza la verdad,
475 N. I ncardona , Fondamenti teologici e limiti teoretici dell’atto di pen
sare: August. magister, p.467.
De la verdadera religión
303
y de e^ta verdad que entiende, posee la certidumbre; lue
go cierto está de la verdad. Quien duda, pues, de la existencia
de la verdad, en sí mismo halla una verdad en que no puede
mellar la duda. Pero todo lo verdadero es verdadero por la
verdad. Quien duda, pues, de algún modo, no puede dudar
de la verdad. Donde se ven estas verdades, allí fulgura la luz,
inmune de toda extensión local y temporal y de todo fantasma
del mismo género. ¿Acaso ellas pueden no ser lo que son, aun
cuando fenezca todo raciocinador o se vaya en pos de los de
seos bajos y carnales? Tales verdades no son producto del ra
ciocinio, sino hallazgo suyo. Luego antes de ser halladas perma
necen en sí mismas, y cuando se descubren, nos renuevan.
C a p ít u l o
XL
De la hermosura sensible y sus deleites y del castigo
de los pecadores
476 ... 76. Así, todos quedan ordenados, según sus ofi
cios y fines, para la hermosura del universo, de suerte que los
detalles que nos displacen en la parte, confrontándolos con el
conjunto, nos deleitan muchísimo; pues tampoco, al contem
plar un edificio, debemos contentarnos con mirar un solo án
gulo, ni en el hombre hermoso sólo los cabellos, ni en el buen
orador sólo el movimiento de los dedos, ni en el curso lunar
una fase de pocos días. Si queremos juzgar con rectitud todas
estas cosas que son ínfimas, porque de las partes imperfectas
resulta la perfección del todo, ora se atienda a su hermosura
en reposo, ora en movimiento, han de considerarse en relación
con la totalidad. Pues nuestro juicio verdadero, ya verse acerca
de la parte, ya del todo, es bello, porque se sobrepone al uni
verso entero, sin adherirnos a alguna de sus partes, al juzgar.
En cambio, nuestro error, estacionándose en alguna de sus par
tes, es deforme por sí mismo. Pero así como el color negro
en la pintura, combinado en el conjunto del cuadro, resulta her
moso, igualmente todo este combate lo ordena decorosamente
la inmutable Providencia, galardonando diversamente, según
sus méritos, a los vencidos, a los combatientes, a los victorio
sos, a los espectadores, a los pacíficos y contempladores del
único Dios; y en todas estas cosas, el mal únicamente es el
476 C apán ag a , o .c ., p.222
K o w a l c z y k , La idea de Dios
(1975) 348-351.
nt.47; Jo l iv e t , Le probléme du mal... p.28;
en el pensamiento agustiniano: Augustinus 20
304
San A gu stín
D e la verdadera religión
305
pecado y el castigo del m ism o , o sea, el defecto voluntario de
la soberana esencia y el penar forzoso en las ultimiylades de]
m undo:
C a p ít u lo
XLV
lo cual, expresado en otros térm inos, se reduce a la
libertad de la justicia y servidumbre bajo el pecado/
478
83.
Por lo cual, aun de este deleite corporal nos
viene también aviso para que lo m enospreciem os, no porque
sea un mal la naturaleza del cuerpo, sino porque se revuelve"
C a p ítu lo X L I
torpemente en el amor del bien ín fim o, habiéndole sido otor
gada la facultad de unirse y gozar de las cosas más elevadas.
La hermosura en el castigo del pecada
Cuando el auriga es arrastrado y recibe el castigo de su teme
ridad, culpa a lo que ha recibido para su u so; pero implore la
477
...
78.
Ciertam ente nadie nos engañe. T o d o lo que
ayuda que necesita, muestre su imperio el Señor de las cosas,
se vitupera con razón, se menosprecia comparándolo con algo
resístase a los caballos, que ya ofrecen otro espectáculo con su
m ejor. Ahora bien, toda naturaleza, aunque extrema, aunque ín
caída, y, si no se les ocurre, lo darán de su m uerte; vuélvase
fima, comparada con la nada, justamente se alaba. Y nadie está
bien cuando puede estar mejor. Lu ego, si nosotros podemos
a su asiento, tom e posesión del vehículo y del derecho de las
hallarnos bien con la misma verdad, nos encontramos m al con
los vestigios de ella; mucho peor con la extremidad del vesti
amansadas: entonces verá cuán bien construido está el coche
y cuán bien tratada toda aquella unión, que era su ruina y lo
gio cuando nos adherimos a los deleites carnales. Superemos,
molestaba por haber pendido el curso moderado y convenien
pues, los regalos o molestias de este deseo; si somos varones,
sometamos a esta mujer. Bajo nuestra dirección, ella se hará
te; porque también a este cuerpo enflaqueció la codicia del
alma, por abusar en el paraíso, tomando la fruta prohibida
mejor y no se llamará concupiscencia, sino templanza. Pues,
contra la prescripción del médico, en que se contiene la salud.
riendas y dirija con más precaución a las bestias obedientes y
cuando ella lleva las riendas y nosotros la seguimos, recibe el
nombre de codicia y liviandad, y nosotros merecemos el califi
cativo de temerarios y necios.
Sigamos a Cristo, Cabeza nuestra, para que a nosotros nos
siga aquella de que somos cabeza. Este mandato puede exten
derse a las mujeres, con derecho fraterno, no marital; por ese
derecho no hay varón y mujer en Cristo. Porque ellas tienen
también algo viril, con que pueden superar las delicias feme
ninas, para seguir a Cristo y dominar la concupiscencia. Esto
se ha manifestado ya, por dispensación del pueblo cristiano, en
muchas viudas y vírgenes de D ios, en muchas casadas también,
que guardan fraternalmente los derechos conyugales. Porque
si por aquella porción que nos manda tener sujeta el Señor,
exhortándonos y ayudándonos para que recobremos nuestra so
beranía; si de esta porción, digo, se deja dominar por negli
gencia e impiedad del varón, es decir, de la mente y razón,
el hombre será torpe y desgraciado, mereciendo en esta vida
ya, y consiguiendo en la otra, el lugar al que justamente le
destinare y ordenare aquel soberano Rector y Dueño. A sí no
se permite que la universidad de las criaturas sea mancillada
con ninguna deformidad.
479
84.
Luego, pues, si en esta flaqueza de la carne co
rruptible, donde no es posible la vida dichosa, no falta un
aviso para la felicidad, por causa de la hermosura que reina de
lo alto a lo bajo, ¿cuánto más en el apetito de la nobleza y ex
celencia y en toda soberbia y vana pompa del siglo? Pues ¿qué
busca el hombre con dicha pasión sino ser el único a quien,
si es posible, le estén sujetas todas las cosas, con una perversa
imitación de la omnipotencia de D ios? Si le imitara a E l, obe
deciendo y cumpliendo sus preceptos, con su favor dominaría
a todas las demás cosas, ni llegaría a la vergüenza, como es la
de temer a una bestezuela, el que aspira a mandar a los hom
bres. Luego tiene la soberbia cierto apetito de unidad y de
omnipotencia, pero en la soberanía de las cosas temporales,
que pasan todas como sombra.
480
85.
Queremos ser invencibles, y es muy razonable;
prerrogativa es ésta que conviene a nuestra naturaleza, después
de D ios, por haber sido hecha a su imagen; pero era necesario
478 C a p á n a g a , o.c., p.223 nt.52; B o y e r , L ’ idée de vérité... p.245; P e g ó n ,
o.c., p.141 nt.l.
_ 479 B o y e r , L ’ idée de vérité... p.124; P e g ó n , o . c . , p.491, Nota complem. 8:
Peché et destinée.
306
observar
sus
m andam ientos,
pues,
307
D e la utilidad d e creer
San A gustín
guardándolos,
nadie nos
[a censuro;
de la tercera no me cuido:
no hay que censurar
vencería. M as ahora, mientras aquella misma mujer a cuyas pa.
al autor que sin culpa suya es interpretado m al, ni hay por
labras consentim os torpemente es humillada con los dolores
qUé sentir contrariedad de que en algún escrito vea e l lector
del parto, nosotros trabajamos en la tierra, y con gran vergüen
verdades que pasaron inadvertidas para el autor, porque de
za somos vencidos de todas las cosas que nos pueden afectar
ello no se siguen perjuicios— ésa es mi opinión— para los que
y perturbar. A sí, nos molesta que nos venzan los hombres y
nosotros no queremos vencer nuestra ira. ¿H a y mayor ignomi
|o leen. H ay , pues, una clase de escritos excelentes y libres com
pletamente de todo m al, a saber: aquellos que son buenos en
nia que ésta? Confesam os que todo hom bre es como nosotros
sí y los lectores los toman siempre en este buen sentido.
y que, aunque tiene vicios, no es un vicio él mismo. ¿Cuánto
más honrosamente, pues, nos sujeta un hom bre que un vicio?
¿Q u ién dudará que es muy torpe vicio la envidia, por la que
forzosamente ha de ser atormentado y tiranizado quien no quie
re ser vencido en las cosas temporales? M ás vale, pues, que nos
domine el hombre que la envidia o cualquier otro vicio.
D E L A U T IL ID A D D E C R E E R
482
Sin
em bargo,
también
hay
aquí
dos
porque la exclusión del error no es com pleta;
dimensiones,
y así sucede a
veces que, si el autor ha tenido en la composición del libro
buenos sentimientos, buenos son también los del lector, pero
diferentes de los de aquél: a veces mejores, no tan elevados
otras, aunque siempre buenos. Cuando nuestros pensamientos
y sentimientos despertados por la lectura de un libro coinci
den con los del autor del escrito y se ordenan a mejorar nues
tra vida, se logra la verdad completa y no queda reducto nin
Obras de San Agustín, en edición bilingüe, IV,
O bras apologéticas... D e la utilidad de creer, versión e introducción de
un P. A gustino (B A C , M adrid 1948).
E d ic ió n
c it a d a :
B i b l i o g r . g e n . : J. P e g ó n , Oeuvres de Saint Augustin, V I I I , première
série: O puscules, V I I I , La foi chrétienne: D e vera religione, De utilitate
credendi, introd., trad. et notes (B ibliothèque augustinienne) (Paris
1951);
introd. p .195-206 (Bibliogr., p.204-206);
M. N. C a ssa c a,
Sant'Agostino. Dell’utilità del credere, 2.a ed. (Firenze 1930); D . B a s s i ,
De utilitate credendi, testo e traduz. (T orin o 1936); P . B a t i f f o l , Autour
du «D e utilitate credendi» : Rev. biblique (1917) p.9-53; D e C a s t r o ,
El método apologético agustiniano en el libro «D e utilitate credendi»:
Religión y Cultura 16 (1931) 112-119.
C a p ítu lo
V
Tres clases diferentes de escritos
481
11.
Siendo esto así, paso a exponerte otras tres
suertes diferentes de escritos. Puede darse el caso de que el
libro que alguien ha compuesto sea un buen libro, pero que
el lector no llegue a captar lo bueno que allí se encierra; o
que comprenda el bien que es el libro, o que con la lectura se
logren mayores bienes de los pretendidos e incluso en contra
de lo que pretendía el autor. La primera clase de escritos no
481-485 B atiffol , Autour du « De utilitate credendi: Rev. biblique 14
(1917) 9-53; X. X ., De la utilidad de creer, Introducción (BAC, Madrid 1948)
p.821-826.
guno para el error.
483
Este acuerdo entre lector y autor es muy raro cuan
do se trata de temas muy obscuros; es más, creo que podemos
conjeturarlo, perp no saberlo con certeza, porque, ¿en qué ra
zones me voy a amparar para conocer con exactitud el pensa
miento de un ausente o de un muerto y poder jurar que estoy
en posesión de este conocimiento, si aun en el caso de que es
tuviera presente y yo le interrogase, habría muchas cuestiones
que quedarían sin respuesta por política, al menos, ya que no
por malicia? Pienso que, para llegar a este conocimiento, de
nada sirve el saber quién fue el autor; sin embargo, tengo por
razonable creer bueno al autor que sintió preocupación por ser
vir al género humano y a la posteridad.
484
12.
Desearía, pues, que los maniqueos me dijeran
en qué género ponen el error que atribuyen a la Iglesia cató
lica. Hacerlo del primero sería una gran calumnia; pero la de
fensa resulta fácil y breve: bastaría con negar que nosotros
las entendemos como piensan ellos que las entendemos cuando
nos acusan. Si las incluyen en el segundo, no es menor su
ofensa; la réplica sería la misma. Si fuera en el tercer género,
en esto no hay mal alguno. Pon cuidado y considera las Escri
turas en sí mismas. ¿Cuáles son las objeciones que oponen al
Antiguo Testamento? ¿Acaso que, siendo buenos sus libros,
484-485
Boyer,
L ’idée de vérití... p.247.
San Agustín
308
se les interpreta mal? Ellos no lo admiten. ¿Dirán que ni son
buenos ni los interpretamos bien? Contra esto es /suficiente
nuestra respuesta anterior.
485 Si llegaran a decir que, aunque los tomamos en un
sentido recto, no por eso se hacen mejores, ¿no es esto justi
ficar a los vivos con quienes se discute y acusar a los muertos,
que no pueden polemizar? Y o tengo a todos aquellos varones
por grandes hombres y poseídos de Dios, y que hicieron mucho
bien con escribir todas estas cosas y que fue voluntad y man
dato de Dios la creación y la promulgación de la antigua Ley.
Demostrar esto no sería difícil, a pesar de mis escasos conoci
mientos en esta materia, con buena disposición, sin rebeldía;
lo haré cuando encuentre oídos y ánimos bien preparados y pue
da; de momento, ¿no me basta con no haber caído en error?
LAS CONFESIONES
E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, II, Introducción a la filo
sofía de San Agustín. Las Confesiones. Edición crítica y anotada por
A. C. V e g a , O.S.A. (BAC, Madrid 1946).
o.e., P rólogo a Las Confesiones, o.e., p.249-317
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tredecim, nova editio (E l Escorial 1930); I d., Las Confesiones de San
Agustín, trad. castellana anotada, 2 vols. (M adrid 1946); E. V. F. Ca- j
s a n o , L e Confessioni. Pag. scelte, tradotte e commentate; introd. de
A . A l i o t t a (Napoli 1934); M . M o s c h e t t i , Confessioni. Pag. scelte e
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de Saint Augustin (Paris 1950), esp. p.7-2; Bibliogr., p.259-278) (cf. Bo- |
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nen» (Augsburg 1930); A . d i G i o v a n n i , Significato ultimo delle «C on- ]
fessioni» di Sant’ A gostino: G iorn. di met. 20 (1965) 122-141; I d ., Crea- 1
zione ed essere nelle « Confessioni» di Sant’A gostino: Rev. et. august. 20 ]
B i b l i o g r . g e n .:
Vega,
Las Confesiones
309
(1974) 285-312; R . G u a r d i n i , Notizen zur Interpretation von Augustinus
Confessionen: Antike 10 (1924) 169-174; W u n d e r l e , Über die Haupmotive zur Bildung von Augustinus G ottesbegriff nach der Darstellung
¿ er « Confessionen» (Leipzig 1931); P. l e B l o n d , L es conversions de
Saint Augustin (Paris 1950); P. H e n r y , La vision d'O stie, sa place dans
la vie et l’oeuvre de Saint Augustin (Paris 1938); C h . B o y e r , Christia
nisme et néo-platonisme dans la formation de Saint Augustin p.20-24:
la valeur des «C onfessions», nouv. éd. (Rom e 1953). Apéndice I:
Tableau de la concordance des «C onfessions» avec les ouvrages antérieu
res, et spécialement avec les « Dialogues» p .175-180; E. zu m B r u n n ,
l e dilemme de l’ être et du néant chez Saint Augustin, des premiers dialo
gues aux Confessions (Paris, Étud. august., 1969); M. A l o n s o d e l
C a m p o , Algunas implicaciones psicológicas de la actitud religiosa de
San Agustín: Augustinus 20 (1975) 107-118; Id., La conversión de San
Agustín: Augustinus 19 (1974) 127-143; J. S t i g l m a y r , S.J., Schwierige
Stellen aus den Bekenntnissen des hl. Augustinus: Ein Zeitsch. für Aszese
und Mystik 6 (1931) 156-164; P. C o u r c e l l e , Les «C onfessions» de
Saint Augustin dans la tradition littéraire, antécédents et portée:
Ét. august. (Paris 1964); I d., La survie com parée des «Confessions»
augustiniennes et de la «Consolation» boécienne: Classical influences on
European culture, A .D . 500-1500 (Cambridge 1971).
LIBRO I
C a p ít u l o
I
486 1. Grande eres, Señor, y sumamente laudable;
grande es tu poder y tu sabiduría no tiene número. ¿Y quie
re alarbarte el hombre, pequeña parte de tu creación, y pre
cisamente el hombre, que, revestido de su mortalidad, lleva
consigo el testimonio de su pecado y el testimonio de que
resistes a los soberbios? Con todo, quiere alabarte el hom
bre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le provocas a
ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has he
cho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descan
se en ti.
Dame, Señor, a conocer y entender si es primero invocar
te que alabarte o es antes conocerte que invocarte. Mas, ¿quién
habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque, sin co
nocerlo, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso,
más bien, no habrá de ser invocado para ser conocido? Pero,
486-589 M. A l o n s o d e l C a m p o , La conversión de San Agustín: August. 19
(1974) 134-143; C a y r é , La contemplation augustinienne ch.III, 2 : Les Confes
sions de Saint Augustin: leur caractère général (p.79-88) V e g a , o . e . , p . 360 nt. 1-5;
B o y e r , Christianisme et néo-platonisme... p.20.53;
I d . , L’ idée de vérité...
P.225; I d . , Sant’Agostino p . 165; G i l s o n , Introduction... p . 141; P e g u e r o l e s ,
o.e., p.90; V. G r o s s i , Las instancias agustinianas de la verdad y de la libertad
en la investigación antropológica: Augustinus 21 (1976) 291.
486 L ope C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: E st. agust. (1 9 7 3 ) p .279-281 .
310
San Agustín
¿y cóm o invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo
creerán si no se les predica?
Ciertamente, alabarán al Señor los que le buscan, porque
los que le buscan le hallan y los que le hallan le alabarán. ;
Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque cre
yendo en ti, pues me has sido ya predicado. Invócate, Señor,
mi fe, la fe que tú me diste e inspiraste por la humanidad
de tu H ijo, por ministerio de tu predicador.
C a p ítu lo
II
487 2. Pero, ¿cóm o invocaré yo a mi Dios, a mi Dios
y mi Señor, puesto que al invocarle le he de llamar a mí?
¿Y qué lugar hay en mí adonde venga mi Dios a mí, adonde
Dios venga a mí, el Dios que ha hecho el cielo y la tierra?
¿Es verdad, Señor, que hay algo en mí que pueda abarcarte?
¿Acaso te abarcan el cielo y la tierra, que tú has creado, y
dentro de los cuales me creaste a mí? ¿O es tal vez que, por
que nada de cuanto es puede ser sin ti, te abarca todo lo que
es? Pues si yo soy efectivamente, ¿por qué pido que vengas 1
a mí, cuando yo no sería si tú no fueses en mí?
N o he estado aún en el infierno; mas también allí estás tú.
«Pues si descendiere a los infiernos, allí estás tú» (Sal 138,8). s
Nada sería yo, Dios mío, nada sería yo en absoluto si
tú no estuvieses en mí; pero ¿no sería mejor decir que yo
no sería en modo alguno si no estuviese en ti, de quien, por
quien y en quien son todas las cosas? Así es, Señor, así es. 1
Pues, ¿adúnde te invoco estando yo en ti, o de dónde has ]
de venir a mí, o a qué parte del cielo y de la tierra me habré 1
de alejar para que desde allí venga mi Dios a mí, él, que ha ]
dicho: ¿Y o lleno el cielo y la tierra?
C a p ítu lo
III
488 3. ¿Abárcante, por ventura, el cielo y la tierra por 1
el hecho de que los llenas? ¿O es, más bien, que los llenas
y aún sobra por no poderte abrazar? ¿Y dónde habrás de ]
echar eso que sobre de ti, una vez llenos el cielo y la tierra? ]
¿Pero es que tienes tú, acaso, necesidad de ser contenido en
algún lugar, tú que contienes todas las cosas, puesto que las
4 8 7 V ega , o . c . , p .3 6 0 nt.6-8.
4 8 8 V ega , o . c . , p .> 60 n t.9-11.
Las Confesiones
311
jlenas conteniéndolas? Porque no son los vasos llenos de ti
los que te hacen estable, ya que aunque se quiebren, tú no
te has de derramar; y si se dice que te derramas sobre nos
otros, no es cayendo tú, sino levantándonos a nosotros; ni es
espaciándote tú, sino recogiéndonos a nosotros.
Pero las cosas todas que llenas, ¿las llenas todas con todo
tu ser o, tal vez por no poderte contener totalmente todas,
contienen una parte de ti? ¿Y esta parte tuya la contienen
todas al mismo tiempo o, más bien, cada una la suya, mayor
las mayores y menor las menores? Pero ¿es que hay en ti al
guna parte mayor y alguna menor? ¿Acaso no estás todo en
todas partes, sin que haya cosa alguna que te contenga total
mente?
C a p ítu lo
IV
489 4. Pues, ¿qué es entonces mi D ios? ¿Qué, supli
co, sino el Señor Dios? ¿Y qué Señor hay fuera del Señor
o qué Dios fuera de nuestro Dios? Sumo, óptimo, poderosísi
mo, omnipotentísimo, misericordiosísimo y justísimo; secre
tísimo y presentísimo, hermosísimo y fortísimo, estable e in
comprensible; inmutable, mudando todas las cosas; nunca
nuevo y nunca viejo; renueva todas las cosas y conduce a la
vejez a los soberbios sin ellos saberlo; siempre obrando y siem
pre en reposo; siempre recogiendo y nunca necesitando; siem
pre sosteniendo, llenando y protegiendo; siempre creando, nu
triendo y perfeccionando; siempre buscando y nunca falto de
nada.
Amas y no sientes pasión; tienes celos y estás seguro; te
arrepientes y no sientes dolor; te aíras y estás tranquilo; mu
das de obra, pero no de consejo; recibes lo que encuentras
y nunca has perdido nada; nunca estás pobre y te gozas con
los lucros; no eres avaro y exiges usuras. Te ofrecemos de
más para hacerte nuestro deudor; pero, ¿quién es el que tie
ne algo que no sea tuyo, pagando tú deudas que no debes
a nadie, perdonando deudas sin perder nada con ello?
¿Y qué es cuanto hemos dicho, Dios mío, vida mía, dul
zura mía santa, o qué es lo que puede decir alguien cuando
habla de ti? Al contrario, ¡ay de los que se callan de t i ! ,
porque no son más que mudos charlatanes.
4 8 9 V e g a , o .c ., p .3 6 1
C a m p o , o .c ., p .1 3 5 .
n t.1 2 -1 4 ;
L o p e C il le rx je lo , o .c ., p .2 7 4 ;
A lon so
del
Las Confesiones
San Agustín
312
C a p ít u l o
V
490 5. ¿Quién me dará descansar en ti? ¿Quién me
dará que vengas a mi corazón y le embriagues, para que ol
vide mis maldades y me abrace contigo, único bien mío?
Apiádate de mí para que pueda hablar. ¿Y quién soy yo para
ti para que me mandes que te ame y si no lo hago te aíres
contra mí y me amenaces con ingentes miserias? ¿Acaso es
ya pequeña la misma de no amarte? ¡A y de mí! Dime por tus
misericordias, Señor y Dios mío, qué eres para mí. Di a mi alma:
«Y o soy tu salud» (Sal 34,3). Pero díselo de modo que lo
oiga. H e aquí los oídos de mi corazón delante de ti; ábrelos
y di a mi alma: « Y o soy tu salud». Que yo corra tras esta
voz y te dé alcance. N o quieras esconderme tu rostro. Mue
ra yo para que no muera y pueda así verle.
491 6. Angosta es la casa de mi alma para que vengas
a ella; sea ensanchada por ti. Ruinosa está: repárala. Hay en
ella cosas que ofenden tus ojos: lo confieso y lo sé; pero
¿quién la limpiará o a quién otro clamaré fuera de ti: «De
los pecados ocultos líbrame, Señor, y de los ajenos perdona
a tu siervo?» (Sal 18,13). «Creo, por eso hablo» (Sal 115,1).
Tú lo sabes, Señor. ¿Acaso no he confesado ante ti mis delitos
contra mí, ¡oh Dios m ío !, y tú has remitido la impiedad de mi
corazón? N o quiero contender en juicio contigo, que eres la
verdad, y no quiero engañarme a mí mismo, para que no se
engañe a sí misma mi iniquidad. N o quiero contender en juicio
contigo, porque si miras a las iniquidades, Señor, ¿quién, Se
ñor, subsistirá?
C a p ít u lo
VI
492 7. Con todo, permíteme que hable en presencia de
tu misericordia, a mí, tierra y ceniza; permíteme que hable,
porque es a tu misericordia, no al hombre, mi burlador, a
quien hablo. Tal vez también tú te reirás de mí; mas vuelto
hacia mí, tendrás compasión de mí.
Y ¿qué es lo que quiero decirte, Señor, sino que no sé
de dónde he venido aquí, a esta, digo, vida mortal o muerte
vital? N o lo sé. Mas recibiéronme los consuelos de tus mi- fl
sericordias, según tengo oído a mis padres carnales, del cual I
4 9 0 V e g a , o .c . , p .3 6 1 n t.1 5 .1 6 .
4 9 2 V e g a , o . c ., p .3 6 1 n t.1 7 -2 0 .
313
en la cual me formaste en el tiempo, pues yo de mí nada
Recibiéronme, digo, los consuelos de la leche hu
mana, de la que ni mi madre ni mis nodrizas se llenaban los
pechos, sino que eras tú quien, por medio de ellas, me dabas
el alimento aquel de la infancia, según tu ordenación y los
tesoros dispuestos por ti hasta en el fondo mismo de las
cosas.
Tuyo era también el que yo no quisiera más de lo que me
dabas y que mis nodrizas quisieran darme lo que tú les da
bas, pues era ordenado el afecto con que querían darme aque
llo de que abundaban en ti, ya que era un bien para ellas
el recibir yo aquel bien mío de ellas, aunque, realmente, no
era de ellas, sino tuyo por medio de ellas, porque de ti, Dios
mío, pende toda mi salud.
Todo esto lo conocí más tarde, cuando me diste voces
por medio de los mismos bienes que me concedías interior y
exteriormente. Porque entonces lo único que sabía era ma
mar, aquietarme con los halagos, llorar las molestias de mi
carne y nada más.
recuerdo.
493 8. Después empecé también a reír, primero dur
miendo, luego despierto. Esto han dicho de mí, y lo creo,
porque así lo vemos también en otros niños; pues yo, de es
tas cosas mías, no tengo el menor recuerdo.
Poco a poco comencé a darme cuenta dónde estaba y a
querer dar a conocer mis deseos a quienes me los podían sa
tisfacer, aunque realmente no podía, porque aquéllos estaban
dentro y éstos fuera, y por ningún sentido podían entrar en
mi alma. Así que agitaba los miembros y daba voces, signos
semejantes a mis deseos, los pocos que podía y com o podía,
aunque verdaderamente no se les semejaban. Mas si no era
complacido, bien porque no me habían entendido, bien por
que me era dañoso, me indignaba: con los mayores, porque
no se me sometían, y con los libres, por no querer ser mis
esclavos, y de unos y otros vengábame con llorar. Tales he
conocido que son los niños que yo he podido observar; y
que yo fuera tal, más me lo han dado ellos a entender sin
saberlo que no los que me criaron sabiéndolo.
494 9. Mas he aquí que mi infancia ha tiempo que
murió, no obstante que yo vivo. Mas dime, Señor, tú que
493 V e g a , o . c . , p.361 nt.21-23; B r a s a
cgustiniano: Augustinus 21 (1976) 279.
494 V e g a ,
o .c .,
p .361 n t.2 4 ;
D ie z ,
p .3 6 2 n t.2 5 ;
El contenido del « cogito»
B rasa
D ie z ,
o .c .,
p .2 7 9 .
314
siempre vives y nada muere en ti— porque antes del comi*
zo de los siglos y antes de todo lo que tiene antes existí
tu, y eres Dios y Señor de todas las cosas, y se hallan en h
las causas de todo lo que es inestable, y permanecen los prin
apios inmutables de todo lo que cambia, y viven las r a £ £
sempiternas de todo lo temporal— , dime a mí, que te 10 su
pbco, i oh Dios m ío !, di, misericordioso, a este mísero tuv0, me, ¿P °r ventura sucedió esta mi infancia a otra edad
ya muerta. ¿Sera esta aquella que llevé en el vientre de
mi madre? Porque también de ésta se me han hecho alguna!
indicaciones y yo mismo he visto mujeres embarazadas.
Y antes de esto, dulzura mía y Dios mío, ¿qué? ¿Fui vo
algo e” alguna parle? Dámelo, porque „ „ reógo quien *
lo diga, ni mi padre, ni mi madre, ni la experiencia de otros
mi memoria. ¿Acaso te ríes de mí porque deseo saber
5 T a C0S,aS 7 me “ andas que te alabe y te confiese por aque
llo que he conocido de ti?
»
315
Las Confesiones
San Agustín
■O u é im p o r t a q u e
L
e aún ése d ic ie n d o :
a lg u ie n n o
e n tie n d a esta s c o s a s ?
G o-
¿ Q u é es e s t o ? G ó c e s e a u n asi y d e s e e
c¿ s h allarte n o in d a g a n d o q u e in d a g a n d o n o h a lla rte .
L IB R O
IV
C a p ít u l o I V
496 7. En aquellos años, en el tiempo en que por vez
primera abrí cátedra en mi ciudad natal, adquirí un amigo,
I a q u ien a m é c o n e x c e s o p o r ser c o n d is c íp u lo m ío , d e m i
misma e d a d y h a lla r n o s a m b o s e n la f l o r d e la ju v e n tu d . Ju n f
„
n o s h a b ía m o s c r ia d o d e n iñ o s , ju n t o s h a b la m o s i d o
a
s uela y ju n t o s h a b ía m o s ju g a d o . M a s e n t o n c e s n o e ra
S i g o c o m o l o fu e d e s p u é s , a u n q u e t a m p o c o d e s p u é s l o
la
an
fu e
tanto c o m o e x ig e la v e r d a d e r a a m is ta d , p u e s t o q u e n o h a y
v e r d a d e r a s in o e n tr e a q u e llo s a q u ie n e s tu a g lu tin a s
S s t a d
495 10. Confiésote, Señor de cielos y tierra alabandote por mis comienzo, y mi infancia, de lo , que Ao . ¿ J
memoria, mas que diste al hombre conjeturar de sí por otros
y que creyese muchas cosas, aun por la simple autoridad de
mujercillas. Porque al menos era entonces, vivía y ya al fin
de la infancia buscaba signos con que dar a los demás a c o
nocer las cosas que yo sentía.
ti S e ñ n r í '- í P° di!a V£? ire’ en Í ecto’ un taI “ imal, sino de
’J u
,- Caso h*y aI8un artífice de sí mismo? ¿Por venura hay alguna otra vena donde corra a nosotros el ser y el
vivir, fuera del que tú causas en nosotros, Señor, en q S en el
y Yels usumo
m o VVivir?
vr
C° Sa
dÍStÍnt3’
P° rquey eres
el mudas
sumo Ser
y
Sumo
eres,
en efecto,
no te
ni
camina por ti el día de hoy, no obstante que por ti c a m in í
puesto que en ti están, ciertamente, todas estas cosas y no
tendrían camino p o r dónde p „ a r ,¡
no
contuvieras
L ? orqo i
'ohrsdn° fenecen' tmaaos *>" ™
M y 'A 1 h’ cuantos días nuestros y de nuestros padres han
pasado ya por este tu hoy y han recibido de él su modo y de
alguna manera han existido, y cuántos pasarán aún y reci
birán su modo y existirán de alguna manera! Mas tú eres
uno mismo, y todas las cosas del mañana y más allá y 5
t ix/rhíssi m
isa,rás'eneseH°>i>shras>-™
entre
sí
por
m e d io
de
la
c a r id a d ,
«d erram ad a
en
núes
cora zon es p o r e l E s p ír itu S a n to , q u e n o s h a s id o d a d o » ( R o m
f 5 ’ 5 C o n t o d o , era p a ra m í a q u e lla a m is ta d — c o c id a c o n e l c a
lor d e
e s tu d io s
s e m e ja n te s — d u l c e s o b r e m a n e r a . H a s ta h a b ía
lo g ra d o a p a rta rle d e la v e r d a d e r a f e , n o m u y b ie n h e rm a n a d a
y arraigada t o d a v ía e n su a d o le s c e n c ia , in c lin á n d o le h a c ia a q u e ílas fá b u la s s u p e r s tic io s a s y p e r ju d ic ia le s , p o r l a s q u e ^
m i m a d re . C o n m ig o erra b a y a a q u e l h o m b r e e n e s p ír itu ,
q u e m i a lm a p u d ie r a v iv ir sin é l.
M a s h e a q u í q u e , e s ta n d o tú m u y c e rca d e la e s p a ld a d e
tus s ie r v o s f u g it iv o s , ¡o h D i o s d e las v e n g a n z a s y fu e n t e d e
las m is e r ic o r d ia s
m odos
a un
tie m p o , q u e
m a r a v i l l o s o s !, h e
aquí que
nos
tu
le
c o n v ie r t e s
ti
por
a rre b a ta ste d e
^sta
vid a c u a n d o a p en a s h a b ía g o z a d o u n a n o d e su
a
a m is t a d ,
m as
d u lce p a ra m í q u e to d a s las d u lz u ra s d e a q u e lla m i v id a .
497
8.
« ¿ Q u ié n
hay
que
pueda
c o n ta r tu s
a la b a n z a s »
(Sal 1 0 5 ,2 ) , a u n r e d u c id o ú n ic a m e n t e a l o q u e u n o h a e x p e
r im e n ta d o e n sí s o l o ?
y
«cu á n
im p e n e t r a b le
¿ Q u é h ic is te e n t o n c e s , D io s m í o ?
es
el
a b is m o
de
tu s
ju ic io s ! »
,O h ,
(R o m
1 1 ,3 3 ). P o r q u e c o m o fu e s e a ta c a d o a q u e l d e u n a s ca le n tu ra s
497 V e g a ’ °o.c.
L’antimanichéismo’ neíle
(1965) 97.
SanfAgostino
di Sant’Agostmo:
' B oyer,
« Confessioni»
p
203s;
A.
G io r n .
i
V ecch i
m e.
316
San Agustín
y quedara mucho tiempo sin sentido bañado en s u d o r <je
muerte, com o se desesperara de su vida, se le bautizó sin él
conocerlo, lo que no me importó, por presumir que retendría
mejor su alma lo que había recibido de mí, que no l o que
había recibido en el cuerpo, sin él saberlo.
La realidad, sin embargo, fue muy otra. Porque h abiendo
mejorado y ya puesto a salvo, tan pronto como le p u d e ha
blar— y lo pude tan pronto com o lo pudo él, pues n o me
separaba un momento de su lado y mutuamente d ep en d ía m os
el uno del otro— , tenté de reírme en su presencia del bau
tismo, creyendo que también él se reiría del mismo, recib id o
sin conocimiento ni sentido, pero que, sin embargo, sabía
que lo había recibido. Pero él, mirándome con horror com o
a un enemigo, me amonestó con admirable y repentina liber
tad, diciéndome que, si quería ser su amigo, cesase de decir
tales cosas. Y o, estupefacto y turbado, reprimí todos mis ím
petus para que convaleciera primero y, recobradas las fuerzas
de la salud, estuviese en disposición de poder discutir con
migo en lo que fuera de mi gusto. Mas tú, Señor, le libraste
de mi locura, a fin de ser guardado en ti para mi co n s u e lo ,
pues pocos días después, estando yo ausente, le repitieron las
calenturas y murió.
498 9.
¡Con qué dolor se entenebreció mi corazón!
Cuanto miraba era muerte para mí. La patria me era un su
plicio, y la casa paterna un tormento insufrible, y cuanto ha
bía comunicado con él se me volvía sin él cruelísimo supli
cio. Buscábanle por todas partes mis ojos y no parecía. Y lle
gué a odiar todas las cosas, porque no le tenían ni podían]
decirme ya com o antes, cuando venía después de una ausen-1
cia: «H e aquí que ya viene». Me había hecho a mí mismo un
gran lío y preguntaba a mi alma «por qué estaba triste y m e
conturbaba tanto» (Sal 41,12), y no sabía qué responderme.
Y si yo le decía: «Espera en D ios», ella no me hacía caso,.]
y con razón; porque más real y mejor era aquel amigo que
ridísimo que yo había perdido que no aquel fantasma en
que se le ordenaba que esperase. Sólo el llanto me era dulce
y ocupaba el lugar de mi amigo en las delicias de mi co
razón.
498 V e g a , o.e., p.464 nt.26.27; J o l i v e t , Saint Augustin... p.229; C a p á n a g a ,
El hombre-abismo... p.225; V. G r o s s i , has instancias agustinianas de la verdad
y de la libertad en la investigación antropológica: Augustinus 21 (1976) 268.
Las Confesiones
C a p ít u l o
317
X
499 15. « ¡ O h Dios de las virtudes!, conviértenos y
muéstranos tu faz, y seremos salvos» (Sal 79,8). Porque,
adondequiera que se vuelva el alma del hombre y se apoye
fuera de ti, hallará siempre dolor, aunque se apoye en las
hermosuras que están fuera de ti y fuera de ella, las cuales,
sin embargo, no serían nada si no estuvieran en ti. Nacen
éstas y mueren, y naciendo comienzan a ser, y crecen para
llegar a perfección, y ya perfectas, comienzan a envejecer y
perecen. Y aunque no todas las cosas envejecen, mas todas
perecen. Luego cuando nacen y tienden a ser, cuanta más
prisa se dan por ser, tanta más prisa se dan a no ser. Tal es
su condición. Sólo esto les diste, porque son partes de co
sas que no existen todas a un tiempo, sino que, muriendo
y sucediéndose unas a otras, componen todas el conjunto cu
yas partes son.
De semejante modo se forma también nuestro discurso por
medio de los signos sonoros. Porque nunca sería íntegro nues
tro discurso si en él una palabra no se retirase, una vez pro
nunciadas sus sílabas, para dar lugar a otra.
Alábate por ellas mi alma, «o h Dios creador de cuanto
existe»; pero no se pegue a ellas con el visco del amor por
medio de los sentidos del cuerpo, porque van a donde iban
para no ser y desgarran el alma con deseos pestilenciales; y
ella quiere el ser y ama el descanso en las cosas que ama. Mas
, no halla en ellas dónde, por no permanecer. Huyen, ¿y quién
podrá seguirlas con el sentido de la carne? ¿O quién hay
que las comprenda, aunque estén presentes? Tardo es el sen
tido de la carne por ser sentido de carne, pero ésta es su
condición. Es suficiente para aquello otro para que fue crea
do, mas no basta para esto, para detener el curso de las co
sas desde el principio que les es debido, hasta el fin que se
les ha señalado. Porque en tu V erbo, por quien fueron crea
das, oyen allí: «Desde aquí... y hasta aquí».
499 V e g a , o .c ., p.466 nt.40; B o y e r , L’ idée de vérité... p.113.243; J o l i v e t ,
Saint Augustin... p.46.226; P e g u e r o l e s , o .c ., p.71.73.75.116; C h a y x - R u y , o .c .,
p.464-477; Di G i o v a n n i , o .c .. p.290.
318
C a p ít u l o
X II
500 18. Si te agradan los cuerpos, alaba a Díos en ell
y revierte tu amor sobre su artífice, no sea que le desasé
cíes en las mismas cosas que te agradan.
Si te agradan las almas, ámalas en Dios, porque si h¡»
D!W mUí
]aS .en é!’ Permanecerán; de otro modo des"
baria C/ian ^ Perecem n. Amalas, pues, en él y arrastra contigo
hacia el a cuantos puedas y diles: «a éste amemos»; él es el
f taS cosasA no está lejos de aquí. Porque no
las hizo y se fue, antes de él proceden y en él están M ?
he aquí que el está donde se gusta la verdad: en lo más ín
t im o del corazón; pero el corazón se ha alejado de él.
«
«V olved pues, prevaricadores, al corazón» (Is 46 8) v
adherios a el, gue es vuestro Hacedor. Estad con él, y pérma
necereis estables; descansad en él, y estaréis tranquilos. ¿Adon
de vais por ásperos caminos, adonde vais? El bien que amáis
de el proviene, mas sólo en cnanto a él se refiere e ! b“ l
y suave, pero justamente sera amargo si, abandonado D ios,
l ju s ta m e n te se amare lo que de él procede. ¿Por qué andáis
aun todavía por caminos difíciles y trabajosos? N o está el des
canso donde le buscáis. Buscáis la vida en la región de k
d e"™
i, " °vida
! f siquiera?
aUí' iC Ó a ° haII*r " da bienaventurada donde
no hay
501 19. Nuestra Vida verdadera bajó acá y tomó nues
tra muerte, y la mató con la abundancia de su vida y d io
retiro d T d
I trUe,n° ’ clamando 9ue retornemos a él en aquel
pe donde salió para nosotros, pasando primero por el
seno virginal de María en el qne se desposó con L h n ^ a J
aturaleza, carne mortal, para no ser siempre mortal.
De aquí, «com o esposo que sale de su tálamo, se esforzó
18 6)e iponrne’ COm° Un gl! ante’ Para correr su camino» (Sal
sus n a l a S r n° “ " T
’ SÍn° qUC Corrió dando voces con
sus palabras, con sus obras, con su muerte, con su vida con
aUx f e^ e'
Jent07 , su ascensión, clamando que nos volvamos
a el, pues si partió de nuestra vista fue para que entremos en
nuestro coraaón y allí 1. hallemos, porque s A e p“ tó “ u
“
esta con nosotros» (M . 24,23). N o quiso estar mucho ,'iempü]
tino°D 128GA,Tn’C’’n ' 4 / 6 Dj ' ^ ’ ®0YER' Vidée de vérité... p.194- Id Sant’Aeos- \
heM om
aúg u°t-thom . u
^ ^ ^ ent0 moralitatis secundan, l A L g u stin ít C 1
501 V ega , o . c . , p .4 6 6 n t.44.
319
Las Confesiones
San Agustín
nosotros, pero no nos abandonó. Retiróse de donde nunca
6 porque «él hizo el mundo y en e mundo esta
«al mundo vino a salvar a los pecadores»
nTim
a él se confiesa mi alma
el la sana de las
tensas que le ha hecho» (Sal 40,5).
,■ a
«Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo sereis duros de
■vnn?» (Sal 4 3) ¿Es posible que, después de haber ba
Í T e vída a vosotros, no queráis subir y vivir? Mas ¿adonde
1lhisteis cuando estuvisteis en alto y «pusisteis en el cíe o
^estra b oca ?» (Sal 72,9). Bajad a fin de que podáis subir
basta Dios, ya que caísteis ascendiendo contra el».
fDiles estas cosas para que lloren «en este valle de lagr (Sal 83 7), y así les arrebates contigo hacia Dios, po
que, si las dices ardiendo en llamas de caridad, con espíritu
fe TI
""
1,10) y
1,15). «Y
y
divino se las dices.
LIBRO V II
C a p ít u l o
I
502 1
Ya era muerta mi adolescencia mala y nefanda
y entraba en la juventud, siendo cuanto mayor en edad tanto
más torpe en vanidad, hasta el punto de no poder concebir u
sustancia que no fuera tal cual la que se suele percibir por
i l0S Cierto que no te concebía, Dios mío en figura de cuerpo
humano desde que comencé a entender algo de la sabiduna
de esto huí siempre y me alegraba de hallarlo asi en la fe
de nuestra madre espiritual, tu católica; pero no se me ocu
rría pensar otra cosa de ti. Y aunque hombre, ,y tal hom
bre! , esforzábame por concebirte com o el sumo, y el único,
V verdadero Dios; y con toda mi alma te creía incorrupti
ble, inviolable e inconmutable, porque sin saber de donde n i
cómo, veía claramente y tenía por cierto que lo corruptible es peor que lo que no lo es, y que lo que pue e ser vi
lado ha de ser pospuesto sin vacilación a lo que no puede
serlo, y que lo que no sufre mutación alguna es mejor que lo
que puede sufrirla.
502-517 C a y r é , o . c . , p.153-173.
,
C am po
La
502-503 J o l i v e t , Le probleme du mal... P-3-3; A l o n s o
conversión de San Agustín: Augustmus 19 (19/4) sx>.
G il s o n
502 V e g a , o .c ., p.600 nt.1-3; B o y e r , L’ tdee de vente... p.72, U-i l s o n ,
Introduction... p.301.306,
320
503 Clamaba violentamente mi corazón contra todac
tas imaginaciones mías y me esforzaba por ahuyentar com ‘
con un golpe de mano aquel enjambre de inmundicia que ? P°
voloteaba en torno a mi mente, y que apenas disperso en'
un abrir y cerrar de ojos, volvía a formarse de nuevo para caer
en tropel sobre mi vista y anublarla, a fin de que si no ima
g naba que aquel Ser incorruptible, inviolable e inconmuta'
b e, que yo prefería a todo lo corruptible, violable y muda
ble, tuviera forma de cuerpo humano, me viera precisado al
menos a concebirle com o algo corpóreo q„ e se i i e n d e ’
tos espacios, sea infuso en el mundo, sea difuso fuera del
mundo por el^ infinito. Porque a cuanto privaba yo de tales
spacios parecíame que era nada, absolutamente nada, ni aun
siquiera el vacio, com o cuando se quitaun cuerpo de un lu
gar que permanece el lugar vacío de todo cuerpo, sea terresre húmedo, aereo o celeste, pero al fin un lugar vacío, como
una nada extendida.
n i ámente el cuerpo del cielo, y del aire, y del mar, sino tamL én el de la tierra, te dejaban paso y te eran penetrable
pn todas sus partes, grandes y pequeñas, para recibir tu p encia que con secreta inspiración gobierna interior y exte
á m e n t e todas las cosas que has creado. De este modo chsImrría yo por no poder pensar otra cosa; mas ello era falso,
porque si fuera de ese modo, la parte mayor de la tierra
tendría mayor parte de ti, y menor la menor. Y de tal modo
estarían todas las cosas llenas de t, que e cuerpo del ele
fante ocuparía tanto más de tu ser que el cuerpo de paI ¡arillo, cuanto aquél es más grande que este y ocupa un lug
mayor y así, dividido en partículas, estarías presente a as
I p a rtes ’grandes del mundo en partes grandes y en P ^ n a s a as
pequeñas, lo cual no es así. Pero entonces «aun no habías
iluminado mis tinieblas» (Sal 17,29).
C a p ít u l o
504 2. Así, pues, «encrasado mi corazón», y ni aun si
quiera a mi mismo trasparente, creía que cuanto no se exten
diese por determinados espacios, no se difundiese, o no se
juntase, o no se hinchase, o no tuviese o no pudiese tener
a go de esto era absolutamente nada. Porque cuales eran las
r
r
r
i
que
m ¡s
^
o i o s , qt a le s
f P
q
que r rch,aba mi espíritu- Ni veía que la misma
facultad con que formaba yo tales imágenes no era algo se-1
mejante, no obstante que no pudiera formarlas si no fuera I
alguna cosa grande.
o05 Y j S1’ aun a t j> vida de mi vida, te imaginaba como
netr b 8randeextendltl° por los o p a d o s infinitos que p e f l
de
l t en
L °\todas
od
1 ^ direcciones,
t0da \ la inmensidad
d d mundo>
fuera
de eella
las
sin téyrm
in o ! ;I
de modo que te poseyera la tierra, te poseyera el cielo y te
poseyeran todas las cosas y todas terminaran en ti sin ter
cíe!1aire— d ^
parte’ Síno * * así como d cuerpo iI
del aire— de este aire que está sobre la tierra— no impide que I
pase por el la luz del sol, penetrándolo, no rompiéndolo ni I
rasgándolo, sino llenándolo totalmente, iisí 0 ^ yo que no
t i o n ™ pB3 0 6 R’ L ’ i d é e d e V é r ité 505 V e g a ’ o c ’ ^ 6 0 0 ^
P.72 n t.6 ;
Ch. B a g u e t t e
p72;
C a y ré - » * . , p .1 5 7 ;
I ° Lt Í ET'
G il s o n , I n t r o d u M
p r ° M e m e d u m a l... p .7 5
U n e p é L c U ^ n i r i , Christi, a n is™e,
321
Las Confesiones
San Agustín
ef
« é o -p la to n is m e .M
da S a int A u g u s tin : Rev. é t .”august ° d1 6 S(1 9 7 6 )>l68 7 T S l év olu tion d e la Pensée I
I II
506 4. Pero tampoco yo, aun cuando afirmaba y creía
firmemente que tú, nuestro Señor y Dios verdadero, creador
no sólo de nuestras almas y de nuestros cuerpos, sino también
de todos los seres y cosas, eras incontaminable, inakera
y
bajo ningún concepto mudable, no tema por avengu
y
e ta * s
n¡ j
explicada la causa del mal. Sin embargo, c u a l q m e r a q u e el a
fuese veía que debía buscarse de m odo que no me viera obli
gado p o T su causa a creer mudable a Dios inmutable, no
fuera que llegara a ser yo mismo lo que buscaba.
Así pues, buscaba aquélla, mas estando seguro y cierto
de que no era verdad lo que decían aquéllos * de quienes huía
con toda el alma, porque los veía buscando el origen del mal
repletos de malicia, a causa de la cual creían antes a tr(sus
tancia capaz de padecer el mal que no a la suya capaz de
obrarle.
507 5. Ponía atención en comprender lo que había oído
de que el libre albedrío de la voluntad es la causa del ma
que hacemos, y tu recto juicio, del que padecemos, pero
506-^0
Saint Augustin
Introduction... p.185;
PeGüeroees
Le g
d^ i a n t i e
P-43;
lo
° ^
o ,„
p.78;
Jouvet,
et néo-platonisme
P.72?’A , ' ° S a i J Z £ i n . : . p.97; 506-519; Boyer, Philosophte et theolog% C0 % Í . A ^ T c i: ' ”p.60Í1n t T 4 T SBoYER Christianisme et néo-platonisme...
p.71.72;
G ils o n ,
Introduction... p.306.
Los filósofos medievales 1
11
San Agustín
Las Confesiones
podía verlo con claridad. Y así, esforzándome por apartar de
este abismo la mirada de mi mente, me hundía de nuevo en
él, e intentando salir de él repetidas veces, otras tantas me vol
vía a hundir.
Porque levantábame hacia tu luz el ver tan claro que te
nía voluntad, como que vivía; y así, cuando quería o no que
ría alguna cosa, estaba certísimo de que era yo y no otro
el que quería o no quería; y ya casi, casi me convencía de
que allí estaba la causa del pecado; y en cuanto a lo que ha
cía contra voluntad, veía que más era padecer que obrar, y
juzgaba que ello no era culpa, sino pena por la cual confe
saba ser justamente castigado por ti, a quien tenía por justo.
tasía— e hice con ella * com o una masa inmensa, especificada
por diversos géneros de cuerpos, ya de los que realmente eran
cuerpos, ya de los que como tales fingía mi fantasía en susti
tución de los espíritus.
E imaginábala yo inmensa, no cuanto ella era realmente
.— que esto no lo podía saber— , sino cuanto me placía, aun
que limitada por todas partes; y a ti, Señor, com o a un ser
que la rodeaba y penetraba por todas partes, aunque infinito
en todas las direcciones, com o si hubiese un mar único en to
das partes e infinito en todas direcciones, extendido por la in
mensidad, el cual tuviese dentro de sí una gran esponja, bien
que limitada, la cual estuviera llena en todas sus partes de
ese mar inmenso.
508 Pero de nuevo decía: «¿Q uién me ha hecho a mí?
¿Acaso no ha sido Dios, que es no sólo bueno, sino la misma
bondad? ¿De dónde, pues, me ha venido el querer el mal
y no querer el bien? ¿Es acaso para que yo sufra las penas
merecidas? ¿Quién depositó esto en mí y sembró en mi alma
esta semilla de amargura, siendo hechura exclusiva de mi
dulcísimo Dios? Si el diablo es el autor, ¿de dónde procede
el diablo? Y si éste de ángel bueno se ha hecho diablo por su
mala voluntad, ¿de dónde le viene a él la mala voluntad por
la que es demonio, siendo todo él hechura de un creador buenísim o?»
Con estos pensamientos me volvía a deprimir y ahogar, si
bien no era ya conducido hasta aquel infierno del error, donde
nadie te confiesa, al juzgar más fácil que padezcas tú el mal,
que no que sea el hombre el que lo ejecuta.
510 De este modo imaginaba yo tu creación, finita, llena
de ti, infinito, y decía: H e aquí a Dios y he aquí las cosas
que ha creado Dios, y un Dios bueno, inmenso e infinitamente
más excelente que sus criaturas; mas com o bueno, hizo todas
las cosas buenas; y ¡ved cóm o las abraza y llena! Pero si esto
es así, ¿dónde está el mal y de dónde y por qué parte se ha
colado en el mundo? ¿Cuál es su raíz y cuál su semilla? ¿Es
que no existe en modo alguno? Pues entonces, ¿por qué te
nemos y nos guardamos de lo que no existe? Y si tememos
vanamente, el mismo temor es ya ciertamente un mal que ator
menta y despedaza sin motivo nuestro corazón, y tanto más
grave cuanto que, no habiendo de qué temer, tememos. Por
tanto, o es un mal lo que tememos o el que tememos es ya
un mal.
322
C a p ít u l o
V
509 7. Buscaba yo el origen del mal, pero buscábale
mal, y ni aun veía el mal que había en el mismo modo de bus
carle. Ponía yo delante de los ojos de mi alma toda la crea
ción— así lo que podemos ver en ella, com o es la tierra y el
mar, el aire y las estrellas, los árboles y los animales, como
lo que no vemos en ella, cual es el firmamento del cielo, con
todos los ángeles y seres espirituales, pero éstos como si fue
sen cuerpos colocados en sus respectivos lugares, según mi fan5 0 8 B oyer , Sant’Agostino p .1 3 2 ; Jo l iv e t , Saint Augustin... p .9 8 ; I d ., Le
problème du mal... p .4 .2 4 .4 3 .
5 0 9 -5 1 2 G il so n , Introduction... p .3 0 2 -3 0 6 ; Jo l iv e t , Le problème du mal...
p .4 .
509
V ega , o .c .,
p.601 nt.21.22;
Jo l iv e t ,
Saint Augustin... p.94-96.
511 ¿De dónde, pues, procede éste, puesto que Dios,
bueno, hizo todas las cosas buenas: el mayor y sumo Bien,
los bienes menores; pero Criador y criaturas todos buenos?
¿De dónde viene el mal? ¿Acaso la materia de donde las sacó
era mala y la formó y ordenó, sí, mas dejando en ella algo que
no convirtiese en bien? ¿Y por qué esto? ¿Acaso, siendo om
nipotente, era, sin embargo, impotente para convertirla y mu
darla toda, de modo que no quedase en ella nada de mal? Fi
nalmente, ¿por qué quiso servirse de esta materia para hacer
algo y no más bien usar de su omnipotencia para destruirla
totalmente? ¿O podía ella existir contra su voluntad? Y si
era eterna, ¿por qué la dejó por tanto tiempo estar por tan in* La creación.
510 V e g a , o .c., p.601 nt.23; B oyer , Sant’Agostino p.222.
511 V e g a , o .c ., p.601 nt.24.25; B oyer , Christianisme et néo-platonisme...
P.71.
San Agustín
Las Confesiones
finitos espacios de tiempo para atrás y le agradó tanto después
servirse de ella para hacer alguna cosa? O ya que repentina
mente quiso hacer algo, ¿no hubiera sido mejor, siendo om
nipotente, hacer que no existiera aquélla, quedando él solo,
bien total, verdadero, sumo e infinito? Y si no era justo que,
siendo él bueno, no fabricase ni produjese algún bien, ¿por
qué, quitada de delante y aniquilada aquella materia que era
mala, no creó otra buena de donde sacase todas las cosas? Por
que no sería omnipotente si no pudiera crear algún bien sin
ayuda de aquella materia que él no había creado.
carne ni otra cuasi del mismo género, aunque más grande,
como si ésta brillase más y más claramente y lo llenase todo
con su grandeza. N o era esto aquella luz, sino cosa distinta,
muy distinta de todas éstas.
Ni estaba sobre mi mente, com o está el aceite sobre el
agua o el cielo sobre la tierra, sino estaba sobre mí, por haber
me hecho, y yo debajo por ser hechura suya. Quien conoce la
verdad, conoce esta luz, y quien la conoce, conoce la eternidad.
La caridad es quien la conoce.
¡Oh eterna verdad, y verdadera caridad, y amada eterni
dad! Tú eres mi Dios; por ti suspiro día y noche, y cuando
por vez primera te conocí, tú me tomaste para que viese que
existía lo que había de ver, y que aún no estaba en condicio
nes de ver. Y reverberaste la debilidad de mi vista, dirigiendo
tus rayos con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de
horror. Y advertí que me hallaba lejos de ti en la región de
la desemejanza, com o si oyera tu voz de lo alto: «Manjar soy
de los grandes: crece y me comerás. Ni tú me mudarás en ti
como al manjar de tu carne, sino tú te mudarás en mí».
Y conocí que «por causa de la iniquidad corregiste al hom
bre e hiciste que se secara mi alma com o una tela de araña»
(Sal 38,12), y dije: «¿P o r ventura no es nada la verdad, por
que no se halla difundida por los espacios materiales finitos e
infinitos?» Y tú me gritaste de lejos: «A l contrario. Y o soy
el que soy», y lo oí com o se oye interiormente en el corazón,
sin quedarme lugar a duda, antes más fácilmente dudaría de
que vivo que no de que no existe la verdad, «que se percibe
por la inteligencia de las cosas creadas» (Rom 1,20).
324
512 Tales cosas revolvía yo en mi pecho, apesadumbra
do con los devoradores cuidados de la muerte y de no haber
hallado la verdad. Sin embargo, de modo estable se afincaba
en mi corazón, en orden a la Iglesia católica, la fe de tu Cris
to, Señor y Salvador nuestro; informe ciertamente en muchos
puntos y como fluctuando fuera de la norma de doctrina; mas,
con todo, no la abandonaba ya mi alma, antes cada día se
empapaba más y más en ella.
I
C a p ít u l o
X
513 16. Y amonestado de aquí a volver a mí mismo,
entré en mi interior guiado por ti; y púdelo hacer porque tú
te hiciste mi ayuda. Entré y vi con el ojo de mi alma como
quiera que él fuese, sobre el mismo ojo de mi alma, sobre mi
mente, una luz inconmutable, no ésta vulgar y visible a toda
512 V ega , o .c., p.601 nt.26.27; B oyer , Christianisme et néoplatonisme...
p.66.71.
513-519 C ayr é , o.c., p.156-158; P eg u e r o le s , o .c ., p.93; V e g a , o .c ., p.604
nt.52; P eg u e r o le s , o .c ., p.36; B oyer , Christianisme et néo-platonisme...
p.82.89.156; I d ., L’idée de vérité... p.31.39.61.65.102; Jo l iv e t , Saint Augustin...
p.116.126; C a y r é , o .c ., p.l81ss.209-216; A. di G io v a n n i , Creazione et essere
nelle « Confessioni» di Sant’Agostino: Rev. et. august. 20 (1974) 288.292-295;
Jo l iv e t , Le problème du mal... p.94; M orán , Síntesis del pensamiento agustiniano... p.240; C apánaga , El hombre-abismo... p.245; L ope C il l e r u e l o , ¿Quién
es Dios?: Est. agust. (1973) p.276; K o w a l c z y k , L’argument axiologique dans la
philosophie de Dieu de Saint Augustin: Est. agust. (1970) p.57.58; I d ., L’argu
ment idéologique de la vérité de S. Augustin: Giorn. di met. 23 (1968) p.597-598.
513 L ope C iller uelo , ¿Quién es Dios?: Est. Agust. 8 (1973) 293; M orettiC o n s t a n z i , Ascesis y filosofía en San Agustín: August. 19 (1974) 32; G r o s s i ,
Las instancias agustinianas... p.300; V ega , o .c ., p.605 nt.62.63; K o w a l c z y k ,
La argument idéologique...: Giorn. di met. 23 (1968) 597-598; B oyer , La
preuve de Dieu augustinienne, en Essais... p.62.65.77.79; C a yr é , La contem
plation augustinienne p.162.164; I d ., La preuve noologique de l’existence de
Dieu: Rev. de Phil. (1936) p.306; C ourcelle , Recherches sur les Confessions
de Saint Augustin (Paris 1950) p.160-167; Jo l iv e t , Le problème du mal...
p.84; I d ., La doctrine august. de l’illumin.: Mélang. august. p.55; Se s t il i ,
Argumentum de exsistentia Dei: Acta hebdom. august-thom. p.241-270; B. Xib e r ta , De abstractione apud S. Augustinum: Acta hebdom. aug-thom. p.319.
(
C a p ít u l o
325
XI
514 17. Y miré las demás cosas que están por bajo de
ti, y vi que ni son en absoluto ni absolutamente no son. Son
ciertamente, porque proceden de ti; mas no son, porque no
son lo que eres tú, y sólo es verdaderamente lo que permanece
inconmutable. Mas para mí el bien está en adherirse a Dios,
porque si no permanezco en él tampoco podré permanecer en
mí. Mas él, «permaneciendo en sí mismo, renueva todas las
cosas» (Sab 7,27); y «tú eres mi Señor, porque no necesitas
de mis bienes» (Sal 15,2).
r , 5 1 4 V ega , o .c ., p .6 0 4 n t.5 3 -5 7 ; p .6 0 5 n t.5 5 .5 6 ; C ayr é , o .c ., p .2 1 7 ; B oyer ,
p .7 1 ; L’idée de vérité... p .1 5 3 ; I d ., Sant Agos-
L hnstianisme et néo-platonisme...
“ no p.112.
326
San Agustín
C a p ít u lo
X II
515 18. También se me dio a entender que son buenas
las cosas que se corrompen, las cuales no podrían corromperse
si fuesen sumamente buenas, com o tampoco lo podrían si no
fuesen buenas; porque si fueran sumamente buenas, serían in
corruptibles, y si no fuesen buenas, no habría en ellas qué
corromperse. Porque la corrupción daña, y no podría dañar si
no disminuyese lo bueno. Luego o la corrupción no daña nada,
lo que no es posible, o, lo que es certísimo, todas las cosas
que se corrompen son privadas de algún bien. Por donde, si
fueren privadas de todo bien, no existirían absolutamente; lue
go si fueren y no pudieren ya corromperse, es que son mejores
que antes, porque permanecen ya incorruptibles. ¿Y puede
concebirse cosa más monstruosa que decir que las cosas que
han perdido todo lo bueno se han hecho mejores? Luego las
que fueren privadas de todo bien quedarán reducidas a la nada.
Luego en tanto que son en tanto son buenas. Luego cuales
quiera que ellas sean, son buenas, y el mal cuyo origen bus
caba no es sustancia ninguna, porque si fuera sustancia sería
un bien, y esto había de ser o sustancia incorruptible— gran
bien ciertamente— o sustancia corruptible, la cual, si no fuese
buena, no podía corromperse.
Así vi yo y me fue manifestado que tú eras el autor de
todos los bienes y que no hay en absoluto sustancia alguna que
no haya sido creada por ti. Y porque no hiciste todas las co
sas iguales, por eso todas ellas son, porque cada una por sí es
buena y todas juntas muy buenas, «porque nuestro Dios hizo
todas las cosas buenas» en extremo.
C a p ít u lo
X III
516 19. Y ciertamente para ti, Señor, no existe abso
lutamente el mal; y no sólo para ti, pero ni aun para la uni
versalidad de tu creación, porque nada hay de fuera que irrum
pa y corrompa el orden que tú le impusiste. Mas en cuanto a
sus partes, hay algunas cosas tenidas por malas porque no con515 V e g a , o .c ., p.605 nt.58.59; Jo l iv e t , Le problème du mal... p.2.15.16.85;
Síntesis del pensamiento agustiniano... p.243; K o w a l c z y k , La méta
physique du bien... p.34.36.38; T. M or e tti -C o n s t a n z i , Ascesis y filosofía en
San Agustín: Augustinus 19 (1974) 26.
516 V eg a , o .c., p.605 nt.60.61; Jo l iv e t , Le problème du mal... p.37.85;
K o w a l c z y k , La métaphysique du bien... p.47.
M orán ,
Las Confesiones
327
vienen a otras; pero como estas mismas convienen a otras,
son asimismo buenas; y ciertamente en orden a sí todas son
buenas. Y aun todas las que no dicen conveniencia entre sí, la
dicen con la parte inferior de las criaturas que llamamos «tie
rra», la cual tiene su cielo nuboso y ventoso apropiado para sí.
No quiera Dios que diga: « ¡Ojalá no existieran estas co
sas! », porque, aunque no contemplara más que estas solas,
desearía ciertamente otras mejores; pero aun por estas solas
debiera ya alabarte, porque laudable te muestran en la tierra
«los dragones y todos los abismos, el fuego, el granizo, la he
lada, el viento de la tempestad, que ejecutan tu mandato; los
montes y todos los collados, los árboles frutales y todos los
cedros, las bestias y todos los ganados, los reptiles y todos
los volátiles alados; los reyes de la tierra y todos los pueblos,
los príncipes y todos los jueces de la tierra, las jóvenes y las
vírgenes, los ancianos y los jóvenes; todos alaban tu nombre».
Mas como también te alaban, ¡oh Dios nuestro!, en las
alturas, «todos tus ángeles y todas tus virtudes alaben tu nom
bre, y el sol y la luna, todas las estrellas y la luz, y el cielo
de los cielos y las aguas que están sobre los cielos» (Sal 148,
7-12). Así que ya no deseaba cosas mejores, porque todas las
abarcaba con el pensamiento, y aunque juzgaba que las superio
res eran mejores que las inferiores, pero con más sano juicio
consideraba que todas juntas eran mejores que solas las supe
riores.
C a p ítu lo
XV
517 21. Y miré las otras cosas, y vi que te son deudo
ras, porque son; y que en ti están todas las finitas, aunque de
diferente modo, no com o en un lugar, sino por razón de sos
tenerlas todas tú con la mano de la verdad, y que todas son
verdaderas en cuanto son, y que la falsedad no es otra cosa
que tener por ser lo que no es.
También vi que no sólo cada una de ellas dice conveniencia
con sus lugares, sino también con sus tiempos, y que tú, que
eres el solo eterno, no has comenzado a obrar después de infi
nitos espacios de tiempo, porque todos los espacios de tiempo
— pasados y futuros— no podrían pasar ni venir sino obrando
y permaneciendo tú.
, fV 7 V e g a , o .c., p.605 nt.66; p.606 nt.68; Thonnard, Caracteres platoniqucs
“ f la philosophie augustinienne: August. magister I p.323,
'
328
San Agustín
C a p ítu lo
X V II
518 23. Y me admiraba de que te amara ya a ti, no a
un fantasma en tu lugar; pero no me sostenía en el goce de
mi Dios, sino que, arrebatado hacia ti por tu hermosura, era
luego apartado de ti por mi peso, y me desplomaba sobre
estas cosas con gemido, siendo mi peso la costumbre carnal.
Mas conmigo era tu memoria, ni en modo alguno dudaba ya
de que existía un ser a quien yo debía adherirme, pero a quien
no estaba yo en condición de adherirme, «porque el cuerpo
que se corrompe apesga el alma y la morada terrena deprime
la mente que piensa muchas cosas» (Sab 9,15). Asimismo es
taba certísimo de que «tus cosas invisibles se perciben, desde
la constitución del mundo, por la inteligencia de las cosas que
has creado, incluso tu virtud sempiterna y tu divinidad»
(Rom 1,20).
Porque buscando yo de dónde aprobaba la hermosura de
los cuerpos— ya celestes, ya terrestres— y qué era lo que había
en mí para juzgar rápida y cabalmente de las cosas mudables
cuando decía: «Esto debe ser así, aquello no debe ser así»;
buscando, digo, de dónde juzgaba yo cuando así juzgaba, hallé
que estaba la inconmutable y verdadera eternidad de la verdad
sobre mi mente mudable.
519 Y fui subiendo gradualmente de los cuerpos al alma,
que siente por el cuerpo; y de aquí al sentido íntimo, al que
comunican o anuncian los sentidos del cuerpo las cosas exte
riores, y hasta el cual pueden llegar las bestias. De aquí pasé
nuevamente a la potencia raciocinante, a la que pertenece juz
gar de los datos de los sentidos corporales, la cual, a su vez,
juzgándose a sí misma mudable, se remontó a la misma inteli
gencia, y apartó el pensamiento de la costumbre, y se sustrajo
a la multitud de fantasmas contradictorios para ver de qué luz
estaba inundada, cuando sin ninguna duda clamaba que lo in
conmutable debía ser preferido a lo mudable; y de dónde co
nocía yo lo inconmutable, ya que si no lo conociera de algún
518 S a n A g u s t í n , Soliloquios I 25-29; II 8-20; De la verdadera religión
54.56.57; V e g a , o .c ., p.606 nt.71.72.73; P l o t i n o , Enn. V , l , l l ; C a y r é , La
contemplation augustin. p.162; J o l i v e t , Le probléme du mal... p.6.
518-519 S e s t i l l i , Argumentum de existentia Dei...: Acta hebdom. aug-thom.
p.247-254; X i b e r t a , o .c ., p.323; B o y e r , La preuve de Dieu..., en Essais...
p.63.64.67.70.81; M o r e t t i - C o n s t a n z i , Ascesis y filosofía en San Agustín:
August. 19 (1974) 30.
519 V e g a , o .c ., p.606 nt.74.75; C a y r é , La contemplation augustin. p.162;
C o u r c e l l e , Recherches sur les Confessions... p.160-167.
Las Confesiones
329
modo, de ninguno lo antepondría a lo mudable con tanta cer
teza. Y , finalmente, llegué a «lo que es» en un golpe de vista
trepidante.
LIBRO V III
C a p ít u lo
V
520 10. Mas apenas me refirió tu siervo Simpliciano es
tas cosas de Victorino, encendime yo en deseos de imitarle,
como que con este fin me las había también él narrado. Pero
cuando después añadió que en tiempos del emperador Julia
no, por una ley que se dio, se prohibió a los cristianos en
señar literatura y oratoria, y que aquél, acatando dicha ley,
prefirió más abandonar la verbosa escuela que dejar a tu
Verbo, que hace elocuentes las lenguas de los niños que aún
no hablan, no me pareció tan valiente com o afortunado por
haber hallado ocasión de consagrarse a ti, cosa por la que yo
suspiraba, ligado no con hierros extraños, sino por mi férrea
voluntad.
Poseía mi querer el enemigo, y de él había hecho una
cadena con la que me tenía aprisionado. Porque de la volun
tad perversa nace el apetito, y del apetito obedecido procede
la costumbre, y de la costumbre no contradecida proviene la
necesidad; y con estos a modo de anillos enlazados entre sí
— por lo que antes la llamé cadena— me tenía aherrojado en
dura esclavitud. Porque la nueva voluntad que había empezado
a nacer en mí de servirte gratuitamente y gozar de ti, ¡oh Dios
m ío !, único gozo cierto, todavía no era capaz de vencer la
primera, que con los años se había hecho fuerte. De este
modo las dos voluntades mías, la vieja y la nueva, la carnal
y la espiritual, luchaban entre sí y discordando destrozaban
mi alma.
521 11. Así vine a entender por propia experiencia lo
que había leído de «cóm o la carne apetece contra el espíritu
y el espíritu contra la carne» (Gál 5,17), estando yo realmente
en ambos, aunque más « y o » en aquello que aprobaba en mí
que no en aquello que en mí desaprobaba; porque en aquello
más había ya de «n o y o », puesto que en su mayor parte más
padecía contra mi voluntad que obraba queriendo.
520
V e g a , o . c . , p.653 nt.22.23.24.
521 B oyer ,
Christianisme et néo-platonisme...
ugustin... p .1 3 6 ; G il s o n , Introduction... p .1 7 1 .
p.l20ss;
Jo l iv e t ,
Saint
Las Confesiones
San Agustín
330
Con todo, de mí mismo provenía la costumbre que pre
valecía contra mí, porque queriendo había llegado a donde no
quería. Y ¿quién hubiera podido replicar con derecho, siendo
justa la pena que se sigue al que peca?
Ya no existía tampoco aquella excusa con que solía per
suadirme de que si aún no te servía, despreciado el mundo,
era porque no tenía una percepción clara de la verdad; por
que ya la tenía y cierta; con todo, pegado todavía a la tierra,
rehusaba entrar en tu milicia y temía tanto el verme libre de
todos aquellos impedimentos cuanto se debe temer estar im
pedido de ellos.
522 12. De este modo me sentía dulcemente oprimido
por la carga del siglo, com o acontece con el sueño, siendo seme
jantes los pensamientos con que pretendía elevarme a ti a los
esfuer2os de los que quieren despertar, mas, vencidos de la
pesadez del sueño, caen rendidos de nuevo. Porque así como
no hay nadie que quiera estar siempre durmiendo— y a juicio
de todos es mejor velar que dormir— , y, no obstante, difiere
a veces el hombre sacudir el sueño cuando tiene sus miembros
muy cargados de él, y aun desagradándole éste lo toma con
más gusto aunque sea venida la hora de levantarse, así tenía
yo por cierto ser mejor entregarme a tu amor que ceder a mi
apetito. N o obstante, aquello me agradaba y vencía, esto me
deleitaba y encadenaba.
Ya no tenía yo qué responderte cuando me decías: «Le
vántate, tú que duermes, y sal de entre los muertos, y te ilu
minará Cristo» (Ef 5,14); y mostrándome por todas partes ser
verdad lo que decías, no tenía ya absolutamente nada que res
ponder, convicto por la verdad, sino unas palabras lentas y
soñolientas: A hora... En seguida... Un poquito más. Pero
este Ahora no tenía término y este poquito más se iba prolon
gando.
En vano «me deleitaba en tu Ley, según el hombre inte
rior, luchando en mis miembros otra ley contra la ley de mi
espíritu, y teniéndome cautivo bajo la ley del pecado existente
en mis miembros» (Rom 7,22). Porque ley del pecado es la
fuerza de la costumbre, por la que es arrastrado y retenido el
ánimo, aun contra su voluntad, en justo castigo de haberse de
jado caer en ella voluntariamente. ¡Miserable, pues, de m í!,
«¿quién habría podido librarme del cuerpo de esta muerte sino
tu gracia, por Cristo nuestro Señor?» (Rom 7,23).
522
V
ega,
o .c .,
p.653 nt.25.26;
Jo
iiv e t
,
Saint Augustin... p.136.
C a p ítu lo
331
IX
523 21. Pero ¿de dónde nacía este monstruo? ¿Y por
qué así? Luzca tu misericordia e interrogue— si es que pueden
responderme— a los abismos de las penas humanas y las tene
brosísimas contriciones de los hijos de Adán. ¿De dónde este
monstruo? ¿Y por qué así?
Manda el alma al cuerpo y le obedece al punto; mándase
el alma a sí misma y se resiste. Manda el alma que se mueva
la mano, y tanta es la prontitud, que apenas se distingue la
acción del mandato; no obstante, el alma es alma y la mano
cuerpo. Manda el alma que quiera el alma, y no siendo cosa
distinta de sí, no la obedece, sin embargo. ¿De dónde este
monstruo? ¿Y por qué así?
Manda, digo, que quiera— y no mandara si no quisiera— ,
y, no obstante, no hace lo que manda, Luego no quiere to
talmente; luego tampoco manda toda ella; porque en tanto
manda en cuanto quiere, y en tanto no hace lo que manda
en cuanto no quiere, porque la voluntad manda a la voluntad
que sea, y no otra, sino ella misma. Luego no manda toda
ella; y ésta es la razón de que no haga lo que manda. Porque
si fuese plena, no mandaría que fuese, porque ya lo sería.
No hay, por tanto, monstruosidad en querer en parte y en
parte no querer, sino cierta enfermedad del alma; porque ele
vada por la verdad, no se levanta toda ella, oprimida por el
peso de la costumbre. Hay, pues, en ella dos voluntades, por
que, no siendo una de ellas total, tiene la otra lo que falta
a ésta.
C a p ítu lo
X
524 22. «Perezcan a tu presencia, ¡oh D io s !, como real
mente perecen, los vanos habladores y seductores» de inteli
gencias, quienes, advirtiendo en la deliberación dos volunta
des, afirman haber dos naturalezas, correspondientes a dos
mentes, una buena y otra mala.
Verdaderamente los malos son ellos creyendo tales malda
des; por lo mismo sólo serán buenos si creyeren las cosas ver523 B o y e r , L’idée de vérité... p.225; G i l s o n , Introduction... p.171; C a p á El hombre-abismo... p.240.
524 V e g a , o . c . , p.655 nt.40.41; B o y e r , Sant’Agostino p.132; C o u r c e l l e ,
naga,
°-c -, p.201.
San Agustín
Las Confesiones
daderas y se ajustaren a ellas, para que tu Apóstol pueda de
cirles: «Fuisteis algún tiempo tinieblas, mas ahora sois luz en
el Señor» (E f 5,8). Porque ellos, queriendo ser luz no en el
Señor, sino en sí mismos, al juzgar que la naturaleza del alma
es la misma que la de Dios, se han vuelto tinieblas aún más
densas, porque se alejaron con ello de ti con horrenda arro
gancia; de ti, «verdadera lumbre que ilumina a todo hombre
que viene a este mundo» (Jn 1,9). Mirad lo que decís, y lle
naos de confusión, y «acercaos a él, y seréis iluminados, y
vuestros rostros no serán confundidos» (Sal 33,6).
Cuando yo deliberaba sobre consagrarme al servicio del
Señor, Dios mío, conforme hacía ya mucho tiempo lo había
dispuesto, yo era el que quería, yo el que no quería, yo era.
Mas porque no quería plenamente ni plenamente no quería,
por eso contendía conmigo y me destrozaba a mí mismo; y aun
que este destrozo se hacía en verdad contra mi deseo, no mos
traba, sin embargo, la naturaleza de una voluntad extraña, sino
la pena de la mía. Y por eso «n o era yo ya el que lo obraba,
sino el pecado que habitaba en m í» (Rom 7,17), com o castigo
de otro pecado más libre, por ser hijo de Adán.
rán que, cuando uno delibera, una sola es el alma, agitada con
diversas voluntades.
332
525 23. En efecto: si son tantas las naturalezas contra
rias cuantas son las voluntades que se contradicen, no han de
ser dos, sino muchas. Si alguno, en efecto, delibera entre ir
a sus conventículos o al teatro, al punto claman éstos: «H e
aquí dos naturalezas, una buena, que le lleva a aquéllos, y otra
mala, que le arrastra a éste. Porque ¿de dónde puede venir
esta vacilación de voluntades que se contradicen mutuamente?»
Mas yo digo que ambas son malas, la que le guía a aqué
llos y la que le arrastra al teatro; pero ellos no creen buena
sino la que le lleva a ellos.
¿Y qué, en el caso de que algunos de los nuestros delibere
y, altercando consigo las dos voluntades, fluctúe entre ir al
teatro o a nuestra iglesia? ¿N o vacilarán éstos en lo que han
de responder? Porque o han de confesar, lo que no quieren,
que es buena la voluntad que le conduce a nuestra iglesia
— como van a ella los que han sido imbuidos en sus misterios
y permanecen fieles— , o han de reconocer que en un hombre
mismo luchan dos naturalezas malas y dos espíritus malos, y
entonces ya no es verdad lo que dicen, que la una es buena y la
otra mala, o se convierten a la verdad, y en este caso no nega-
526 24. Luego no digan ya, cuando advierten en un
mismo hombre dos voluntades que se contradicen, que hay dos
mentes contrarias, una buena y otra mala, provenientes de dos
sustancias y dos principios contrarios que se combaten. Porque
tú, ¡oh Dios veraz!, les repruebas, arguyes y convences, como
en el caso en que ambas voluntades son malas; v. gr., cuando
uno duda si matar a otro con el hierro o el veneno; si invadir
esta o la otra hacienda ajena, de no poder ambas; si comprar
el placer derrochando o guardar el dinero por avaricia; si ir
al circo o al teatro, caso de celebrarse al mismo tiempo; y aun
añado un tercer término: de robar o no la casa del prójimo
si se le ofrece ocasión; y aun añado un cuarto: de cometer un
adulterio si tiene posibilidad para ello, en el supuesto de con
currir todas estas cosas en un mismo tiempo y de ser igual
mente deseadas todas, las cuales no pueden ser a un mismo
tiempo ejecutadas; porque estas cuatro voluntades— y aun otras
muchas que pudieran darse, dada la multitud de cosas que
apetecemos— luchando contra sí, despedazan el alma, sin que
puedan decir en este caso que existen otras tantas sustancias
diversas.
527 Lo mismo acontece con las buenas voluntades. Por
que si yo les pregunto si es bueno deleitarse con la lectura del
Apóstol y gozarse con el canto de algún salmo espiritual o en
la explicación del Evangelio, me responderán a cada una de
estas cosas que es bueno. Mas en el caso de que deleiten igual
mente y al mismo tiempo, ¿no es cierto que estas diversas vo
luntades dividen el corazón del hombre mientras delibera qué
ha de escoger con preferencia?
Y , sin embargo, todas son buenas y lucha entre sí hasta
que es elegida una cosa que arrastra y une toda la voluntad,
que antes andaba dividida en muchas. Esto mismo ocurre tam
bién cuando la eternidad agrada a la parte superior y el deseo
del bien temporal retiene fuertemente a la inferior, que es la
misma alma queriendo aquello o esto no con toda la voluntad,
y por eso desgárrase a sí con gran dolor al preferir aquello por
la verdad y no dejar esto por la familiaridad.
526 K o w a l c z y k ,
P*59 65
525 V ecchi , L’antimanicbeismo delle «Confessioni» di Sant’Axpstino: Giorn.
di met. 20 (1965) 111.
333
207;
La conception de Vhomme chez Saint Augustin: Giorn. di
« Arripui, aperui, et legi»: Augustinus magister, I
O ’M e a r a ,
527 V e g a , o .c ., p .6 5 5 n t.42.
334
r
San Agustín
C a p ít u lo
XI
529 26. Reteníanme unas bagatelas de bagatelas y va
nidades de vanidades, antiguas amigas mías; y tirábanme del
vestido de la carne, y me decían por lo bajo: «¿N os dejas?»
Y «¿desde este momento no estaremos contigo por siempre
jamás?» Y «¿desde este momento nunca más te será lícito
esto y aquello?»
¡Y qué cosas, Dios mío, qué cosas me sugerían con las
oalabras esto y aquello! Por tu misericordia aléjalas del alma
de tu siervo. ¡Oh qué suciedades me sugerían, qué indecen
cias! Pero las oía ya de lejos, menos de la mitad de antes, no
como contradiciéndome a cara descubierta saliendo a mi en
cuentro, sino como musitando a la espalda y com o pellizcán
dome a hurtadillas al alejarme, para que volviese la vista.
Hacían, sin embargo, que yo, vacilante, tardase en romper
528 B o y e r , Christianisme et néo-platonisme... p .125; C o u r c e l l e , o . c . , p . 192.
196; C a y r é , Contemplation et raison d’après Saint Augustin: Mélang. August.
p .ll.
529 V ega , o .c ., p .655 n t.4 3 ;
Jo l iv e t ,
Saint Augustin...
335
y desentenderme de ellas y saltar adonde era llamado, en tan
to que la costumbre violenta me decía: «¿ Q u é ?, ¿piensas tú
que podrás vivir sin estas cosas?»
528 25. Así enfermaba yo y me atormentaba, acusán
dome a mí mismo más duramente que de costumbre, mucho y
queriéndolo, y revolviéndome sobre mis ligaduras, para ver si
rompía aquello poco que me tenía prisionero, pero que al fin
me tenía. Y tú, Señor, me instabas a ello en mis entresijos
y con severa misericordia redoblabas los azotes del temor y de
la vergüenza, a fin de que no cejara de nuevo y no se rompiese
aquello poco y débil que había quedado, y se rehiciese otra
vez y me atase más fuertemente.
Y decíame a mí mismo interiormente: « ¡Ea! Sea ahora,
sea ahora»1; y ya casi pasaba de la palabra a la obra, ya casi
lo hacía; pero no lo llegaba a hacer. Sin embargo, ya no recaía
en las cosas de antes, sino que me detenía al pie de ellas y to
maba aliento y lo intentaba de nuevo; y era ya un poco menos
lo que distaba, y otro poco menos, y ya casi tocaba al término
y lo tenía; pero ni llegaba a él, ni lo tocaba, ni lo tenía, du
dando en morir a la muerte y vivir a la vida, pudiendo más
en mí lo malo inveterado que lo bueno desacostumbrado y lle
nándome de mayor horror a medida que me iba acercando el
momento en que debía mudarme. Y aunque no me hacía vol
ver atrás ni apartarme del fin, me retenía suspenso.
o.c., p.192.
Las Confesiones
p .1 40;
C ourcelle ,
530 27. Mas esto lo decía ya muy tibiamente. Porque
por aquella parte hacia donde yo tenía dirigido el rostro, y
adonde temía pasar, se me dejaba ver la casta dignidad de la
continencia, serena y alegre, no disolutamente, acariciándome
honestamente para que me acercase y no vacilara y extendiendo
hacia mí para recibirme y abrazarme sus piadosas manos, llenas
de multitud de buenos ejemplos.
Allí una multitud de niños y niñas, allí una juventud nu
merosa y hombres de toda edad, viudas venerables y vírgenes
ancianas, y en todas, la misma continencia, no estéril, sino fe
cunda madre de hijos nacidos de los gozos de su esposo, tú,
¡oh Señor!
Y reíase ella de mí con risa alentadora, como diciendo:
«¿N o podrás tú lo que éstos y éstas? ¿O es que éstos y éstas
lo pueden por sí mismos y no en el Señor su Dios? El Señor
su Dios me ha dado a ellas. ¿Por qué te apoyas en ti, que no
puedes tenerte en pie? Arrójate en él, no temas, que él no se
retirará para que caigas; arrójate seguro, que él te recibirá y sa
nará.»
Y llenábame de muchísima vergüenza, porque aún oía el
murmurio de aquellas bagatelas y, vacilante, permanecía sus
penso.
Mas de nuevo aquélla, como si dijera: Hazte sordo «contra
aquellos tus miembros inmundos sobre la tierra, a fin de que
sean mortificados» (Col 3,5). «Ellos te hablan de deleites, pero
no conforme a la ley del Señor tu D ios» (Sal 118,85).
Tal era la contienda que había en mi corazón, de mí mis
mo contra mí mismo. Mas Alipio, fijo a mi lado, aguardaba
en silencio el desenlace de mi inusitada emoción.
C a p ítu lo
X II
531 28. Mas apenas una alta consideración sacó del
profundo de su secreto y amontonó toda mi miseria a la vista
de mi corazón, estalló en mi alma una tormenta enorme, que
530 Jo l iv e t , Saint Augustin... p .1 4 0 ;
o .c ., p .195.
531-533 C ourcelle , o .c ., p .188-202.
531 Jo l iv e t , Saint Augustin... p .1 4 1 ;
ce l le , o .c ., p .192.195.
B oyer ,
Dialectique...
p .3 8 ;
C our
Bo y e r ,
Dialectique...
p .3 8 ;
C our
c e l le ,
336
San Agustín
Las Confesiones
encerraba en sí copiosa lluvia de lágrimas. Y para descargarla
toda con sus truenos correspondientes, me levanté de junto
Alipio— pues me pareció que para llorar era más a propósito
la soledad— y me retiré lo más remotamente que pude, para
que su presencia no me fuese estorbo. Tal era el estado en que
me hallaba, del cual se dio él cuenta, pues no sé qué fue lo
que dije al levantarme que ya el tono de mi voz parecía car
gado de lágrimas.
Quedóse él en el lugar en que estábamos sentados suma
mente estupefacto; mas yo, tirándome debajo de una higuera,
no sé cóm o, solté la rienda a las lágrimas, brotando dos ríos
de mis ojos, sacrificio tuyo aceptable. Y aunque no con estas
palabras, pero sí con el mismo sentido, te dije muchas cosas
como éstas: « ¡Y tú, Señor, hasta cuándo! ¡Hasta cuándo, Se
ñor, has de estar irritado! No quieras más acordarte de nues
tras iniquidades antiguas» (Sal 6,4 y 78,5). Sentíame aún cau
tivo de ellas y lanzaba voces lastimeras: «¿Hasta cuándo, has
ta cuándo ¡mañana!, ¡mañana!? ¿Por qué no hoy? ¿Por qué
no poner fin a mis torpezas en esta misma hora?»
tulo que se me vino a los ojos, y decía: «N o en comilonas
y embriagueces, no en lechos y en liviandades, no en contien
das y emulaciones, sino revestios de nuestro Señor Jesucristo
y no cuidéis de la carne con demasiados deseos» (Rom 13,13).
N o quise leer más, ni era necesario tampoco, pues al pun
to que di fin a la sentencia, como si se hubiera infiltrado en
mi corazón una luz de seguridad, se disiparon todas las tinie
blas de mis dudas.
532 29. Decía estas cosas y lloraba con amarguísima
contrición de mi corazón. Mas he aquí que oigo de la casa
vecina una voz, com o de niño o niña, que decía cantando y re
petía muchas veces: «Tom a y lee, toma y lee».
De repente, cambiando de semblante, me puse con toda la
atención a considerar si por ventura había alguna especie de
juego en que los niños soliesen cantar algo parecido, pero no
recordaba haber oído jamás cosa semejante; y así, reprimiendo
el ímpetu de las lágrimas, me levanté, interpretando esto como
una orden divina de que abriese el códice y leyese el primer
capítulo que hallase.
Porque había oído decir de Antonio que, advertido por
una lectura del Evangelio, a la cual había llegado por casuali
dad, y tomando com o dicho para sí lo que se leía: «V ete, ven
de todas las cosas que tienes, dalas a los pobres y tendrás un
tesoro en los cielos, y después ven y sígueme» (Mt 19,21), se
había al punto convertido a ti con tal oráculo.
Así que, apresurado, volví al lugar donde estaba sentado
Alipio y yo había dejado el códice del Apóstol al levantarme
de allí. Toméle, pues; abríle y leí en silencio el primer capí532 V e g a , o .c ., p.655 nt.44.45.46; Jo l iv e t , Saint Augustin... p.241; B oyer .
Dialectique... p.39; C o u rcelle , o .c ., p . 195.196.203; J. B alogh , Zu Augustinus
«Confessionen» Doppeltes Kledon, in der «Tolle-lege» Szene: Zeitsch. für N.T.
Wissensch. 25 (1926) 265-271.
337
533 30. Entonces, puesto el dedo o no sé qué cosa de
registro, cerré el códice, y con rostro ya tranquilo se lo indi
qué a Alipio, quien a su vez me indicó lo que pasaba por él,
y que yo ignoraba. Pidió ver lo que había leído; se lo mos
tré y puso atención en lo que seguía a aquello que yo había leído
y yo no conocía. Seguía así: Recibid al débil en la fe, lo cual
se aplicó él a sí mismo y me lo comunicó. Y fortificado con
tal admonición y sin ninguna turbulenta vacilación, se abrazó
con aquella determinación y santo propósito, tan conforme
con sus costumbres, en las que ya de antiguo distaba ventajo
samente tanto de mí.
Después entramos a ver a la madre; se lo indicamos y lle
nóse de gozo; contárnosle el modo com o había sucedido, y sal
taba de alegría y cantaba victoria, por lo cual te bendecía a ti,
«que eres poderoso para darnos más de lo que pedimos o en
tendemos» (Ef 3,20), porque veía que le habías concedido,
respecto de mí, mucho más de lo que constantemente te pedía
con gemidos lastimeros y llorosos.
Porque de tal modo me convertiste a ti, que ya no ape
tecía esposa ni abrigaba esperanza alguna de este mundo, es
tando ya en aquella regla de fe sobre la que hacía tantos años
me habías mostrado a ella. Y así «convertiste su llanto en
gozo» (Sal 29,12) mucho más fecundo de lo que ella había
apetecido y mucho más caro y casto que el que podía esperar
de los nietos que le diera mi carne.
533 V ega , o .c .,
p.656 nt.47.48.49;
Jo l iv e t ,
Saint Augustin... p.142.
338
San Agustín
LIBRO IX
C a p ít u l o
X
534 23. Estando ya inminente el día en que Labia de
salir de esta vida— que tú, Señor, conocías, y nosotros ignorá
bamos— , sucedió— a lo que yo creo, disponiéndolo tú por tus
modos ocultos— que nos hallásemos solos yo y ella apoyados
sobre una ventana, desde donde se contemplaba un huerto o
jardín que había dentro de la casa, allí en Ostia Tiberina, don
de, apartados de las turbas, después de las fatigas de un largo
viaje, cogíamos fuerzas para la navegación.
Allí solos conversábamos dulcísimamente; y «olvidando las
cosas pasadas, ocupados en lo por venir» (Flp 3,13), inquiría
mos los dos delante de la verdad presente, que eres tú, cuál
sería la vida eterna de los santos, «que ni el ojo vio, ni el oído
oyó, ni el corazón del hombre concibió» (Cor 1,2.9). Abríamos
anhelosos la boca de nuestro corazón hacia aquellos raudales
soberanos de tu fuente— de la fuente de vida que está en ti—
para que, rociados según nuestra capacidad, nos formásemos
de algún modo idea de cosa tan
grande.
535
24. Y como llegara nuestro discurso a la conclu
sión de que cualquier deleite de los sentidos carnales, aunque
sea el más grande, revestido del mayor esplendor corpóreo,
ante el gozo de aquella vida no sólo no es digno de compara
ción, pero ni aun de ser mentado, levantándonos con más ar
diente afecto hacia el que es siempre el Mismo, recorrimos gra
dualmente todos los seres corpóreos, hasta el mismo cielo, des
de donde el sol y la luna envían sus rayos a la tierra.
Y subimos todavía más arriba, pensando, hablando y ad
mirando
tus obras; y llegamos
hasta nuestrasalmas y las
pasamos también, a fin de llegar
a la región de la abundancia
534-544 C a yr é , o .c., p.172.
534-536 C a yr é , o .c., p.73.78.
534-537 B oyer , La contemplation d’Ostie, en Essais... p.273-296 o: Cahiers
de la Nouv. Journée, 17, Saint Augustin (París 1930) 137-161; A. M andu ze ,
L’extase d’Ostie: August. magister p.67-84.
534 V ega , o .c ., p.705 nt.46; C ayr é , La contemplation augustin. p.209;
L ope C il le r u e lo , ¿Quién es Dios? p.279.
535 V e g a , o .c., p.705 nt.47.48; C ou rcelle , o .c., p.223; M orán , Síntesis
del pensam. agust... p.236; B oyer , L’idée de vérité... p.203; Id ., Sant’Agostino
p.101; Id ., La preuve de Dieu..., en Essais... p.80; J o l iv e t , Saint Augustin...
p.154; C a yr é , o .c ., p.171.172; I d ., La contemplation augustinienne p.210.211.
214.224; P e g u e r o l e s , o .c., p.69.
Las Confesiones
339
indeficiente, en donde tú apacientas a Israel eternamente con
el pasto de la verdad, y es la vida la Sabiduría, «por quien
todas las cosas existen» (Jn 1,3), así las ya creadas com o las
que han de ser, sin que ella lo sea por nadie; siendo ahora
como fue antes y com o será siempre, o más bien, sin que haya
en ella fue ni será, sino sólo es, por ser eterna, porque lo que
ha sido o será no es eterno.
Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella, llegamos
a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y
suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro
espíritu, tornamos al estrépito de nuestra boca, donde tiene
principio y fin el verbo humano, en nada semejante a tu
Verbo, Señor nuestro, que permanece en sí sin envejecerse y
renueva todas las cosas.
536 25. Y decíamos nosotros: Si hubiera alguien en
quien callase el tumulto de la carne; callasen las imágenes de la
tierra, del agua y del aire; callasen los mismos cielos y aun el
alma misma callase y se remontara sobre sí, no pensando en
sí; si callasen los sueños y revelaciones imaginarias, y final
mente, si callase por completo toda lengua, todo signo y todo
cuanto se hace pasando— puesto que todas estas cosas dicen
a quien les presta oído: «N o nos hemos hecho a nosotras mis
mas, sino que nos ha hecho el que permanece eternamente»
(Sal 99,3)— ; si, dicho esto, callasen, dirigiendo el oído hacia
aquel que las ha hecho, y sólo él hablase, no por ellas, sino
por sí mismo, de modo que oyesen su palabra, no por lengua
de carne, ni por voz de ángel, ni por sonido de nubes, ni por
enigmas de semejanza, sino que le oyéramos a él mismo, a
quien amamos en estas cosas, a él mismo sin ellas, com o al
presente nos elevamos y tocamos rápidamente con el pensa
miento la eterna Sabiduría, que permanece sobre todas las
cosas; si, por último, este estado se continuase y fuesen ale
jadas de él las demás visiones de índole muy inferior, y esta
sola arrebatase, absorbiese y abismase en los gozos más ínti
mos a su contemplador, de modo que fuese la vida sempiterna
cual fue este momento de intuición por el cual suspiramos,
¿no sería esto el «Entra en el gozo de tu Señor»? (M t 25,21).
Mas ¿cuándo será esto? «¿A caso cuando todos resucitemos,
bien que no todos seamos inmutados?» (Cor 15,51).
536 V e g a , o .c ., p.706 nt.49; B oyer , L'idée de vérité...
tino p.154; C a yr é , o .c., p.75.171; I d ., La contemplation
De fundamento moralitatis secundum S. Augustinum: Acta
P-105; G il so n , Introduction... p.lOls; C o u rc e lle , o . c . ,
p.203; I d ., Sant’Agosaugust. p.212; B o ye r ,
hebdom. august-thom.,
p.223-226.
341
San Agustín
Las Confesiones
537 26. Tales cosas decía yo, aunque no de este modo
ni con estas palabras. Pero tú sabes, Señor, que en aquel día,
mientras hablábamos de estas cosas— y a medida que hablá
bamos nos parecía más vil este mundo con todos sus deleites— ,
díjome ella: «H ijo, por lo que a mí toca, nada me deleita ya
en esta vida. No sé ya qué hago en ella ni por qué estoy aquí,
muerta a toda esperanza del siglo. Una sola cosa había por la
que deseaba detenerme un poco en esta vida, y era verte cris
tiano católico antes de morir. Superabundantemente me ha
concedido esto mi Dios, puesto que, despreciada la felicidad
terrena, te veo siervo suyo. ¿Qué hago, pues, aquí?»
cias recordando lo que sabía del gran cuidado que había tenido
siempre de su sepulcro, adquirido y preparado junto al cuerpo
340
C a p ít u l o
XI
538 27. N o recuerdo yo bien qué respondí a esto; pero
sí que apenas pasados cinco días, o no muchos más, cayó en
cama con fiebres. Y estando enferma tuvo un día un desmayo,
quedando por un poco privada de los sentidos. Acudimos
corriendo, mas pronto volvió en sí, y viéndonos presentes a
mí y a mi hermano, díjonos, com o quien pregunta algo:
«¿D ón de estaba?» Después, viéndonos atónitos de tristeza, nos
dijo: «Enterráis aquí a vuestra madre». Y o callaba y frenaba
el llanto, mas mi hermano dijo no sé qué palabras, con las
que parecía desearle com o cosa más feliz morir en la patria
y no en tierras tan lejanas. A l oírle ella, reprendióle con la
mirada, con rostro afligido por pensar tales cosas; y mirándo
me después a mí, dijo: « ¡Mira lo que dice! » Y luego, diri
giéndose a los dos, añadió: «Enterrad este cuerpo en cualquier
parte, ni os preocupe más su cuidado; solamente os ruego
que os acordéis de mi ante el altar del Señor doquiera que
os hallareis». Y habiéndonos explicado esta determinación con
las palabras que pudo, callo y agravándose la enfermedad, en
tró en la agonía.
539 28. Mas yo, ¡oh Dios invisible!, meditando en los
dones que tu infundes en el corazón de tus fieles y en los
frutos admirables que de ellos nacen, me gozaba y te daba gra537 V e g a , o c
p .706 n t.5 0 ; J o l i v e t , Saint Augustin... p .1 5 4 ; B o y e r , La
contemplation d’Ostie..., en Essais... p .2 7 9 ; C o u r c e l l e , o . c . , p .2 6 6 ; C a y r é ,
Contemplation et raison d'aprés Saint Augustin: Mélamt. aueust p .2 9 , o
Rev. de phil. 3 0 (1 9 3 0 ) 331-381 .
5 3 8 V e g a , o . c . , p .706 n t.5 1 .5 4 ; B oyer ,
P -20; Jo l iv e t , Saint Augustin... p .1 5 4 .
539 Vega,
o .c . ,
p.706 nt.55.
Christianisme et néo-platonisme...
de su marido. Porque así com o había vivido con él concordísimamente, así quería también— cosa muy propia del alma hu
mana menos deseosa de las cosas divinas— tener aquella dicha
V que los hombres recordasen cómo después de su viaje trans
marino se le había concedido la gracia de que una misma tierra
cubriese el polvo conjunto de ambos cónyuges.
Ignoraba yo también cuándo esta vanidad había empezado
a dejar de ser en su corazón, por la plenitud de tu bondad;
alegrábame, sin embargo, admirando que se me hubiese mos
trado así, aunque ya en aquel nuestro discurso de la ventana
me pareció no desear morir en su patria al decir: «¿Q u é hago
ya aquí?»
También oí después que, estando yo ausente, como cierto
día conversase con unos amigos míos con maternal confianza
sobre el desprecio de esta vida y el bien de la muerte, estando
ya en Ostia, y maravillándose ellos de tal fortaleza en una
mujer— porque tú se la habías dado— , le preguntasen si no
temería dejar su cuerpo tan lejos de su ciudad, respondió:
«Nada hay lejos para Dios, ni hay que temer que ignore al
fin del mundo el lugar donde estoy para resucitarme».
Así, pues, a los nueve días de su enfermedad, a los cin
cuenta y seis años de su edad y treinta y tres de la mía, fue
libertada del cuerpo aquella alma religiosa y pía.
C a p ít u l o
X II
540 29. Cerraba yo sus ojos, mas una tristeza inmensa
afluía a mi corazón, y ya iba a resolverse en lágrimas, cuando
al punto mis ojos, al violento imperio de mi alma, resorbían
su fuente hasta secarla, padeciendo con tal lucha de modo
imponderable. Entonces fue cuando, al dar el último suspiro,
el niño Adeodato rompió a llorar a gritos; mas reprimido
por todos nosotros, calló. De ese modo era también reprimido
aquello que había en mí de pueril, y me provocaba al llanto,
con la voz juvenil, la voz del corazón, y callaba. Porque juz
gábamos que no era conveniente celebrar aquel entierro con
quejas lastimeras y gemidos, con los cuales se suele frecuen
temente deplorar la miseria de los que mueren o su total ex
tinción; y ella ni había muerto miserablemente ni había muer5 4 0 V e g a , o .c . , p .7 0 6 n t.5 6 .
343
San Agustín
Las Confesiones
to del todo; de lo cual estábamos nosotros seguros por el
testimonio de sus costumbres, por su fe no fingida y otros
argumentos ciertos.
54 3
32. Cuando llegó el momento de levantar el cadá
ver, acompañárnosle y volvimos sin soltar una lágrima. Ni aun
en aquellas oraciones que te hicimos, cuando se ofrecía por
ella el sacrificio de nuestro rescate, puesto ya el cadáver junto
al sepulcro antes de ser depositado, com o suele hacerse allí,
ni aun en estas oraciones, digo, lloré, sino que todo el día
anduve interiormente muy triste, pidiéndote, com o podía, con
la mente turbada, que sanases mi dolor; mas tú no lo hacías,
a lo que yo creo, para que fijase bien en la memoria aun por
solo este documento, qué fuerza tiene la costumbre aun en
almas que no se alimentan ya de vanas palabras.
Asimismo me pareció bien tomar un baño, por haber oído
decir que el nombre de baño (bálneo, en latín) venía de los
griegos, quienes le llamaron bálanion ( = arrojar), por creer
que arrojaba del alma la tristeza. Mas he aquí— lo confieso
a tu misericordia, ¡oh Padre de los huérfanos!— que, habién
dome bañado, me hallé después del baño com o antes de ba
ñarme. Porque mi corazón no trasudó ni una gota de la hiel
de su tristeza.
Después me quedé dormido; desperté, y hallé en gran par
te mitigado mi dolor; y estando solo com o estaba en mi lecho,
me vinieron a la mente aquellos versos verídicos de tu Am bro
sio. Porque,
342
541 30. ¿Y qué era lo que interiormente tanto me do
lía sino la herida reciente que me había causado el romperse
repentinamente aquella costumbre dulcísima y carísima de vi
vir juntos?
Cierto es que me llenaba de satisfacción el testimonio
que había dado de mí, cuando en esta su última enfermedad,
como acariciándome por mis atenciones con ella, me llamaba
piadoso y recordaba con gran afecto de cariño no haber oído
jamás salir de mi boca la menor palabra dura o contume
liosa contra ella. Pero ¿que era, Dios mío, Hacedor nuestro,
este honor que yo le había dado en comparación de lo que ella
me había servido? Por eso, porque me veía abandonado de
aquel tan gran consuelo suyo, sentía el alma herida y despe
dazada mi vida, que había llegado a formar una sola con la
suya.
542 31. Reprimido, pues, que hubo su llanto el niño,
tomó Evodio un Salterio y comenzó a cantar— respondiéndole
toda la casa— el salmo «Misericordia y justicia te cantaré, Se
ñor» (Sal 100). Enterada la gente de lo que pasaba, acudieron
muchos hermanos y religiosas mujeres, y mientras los encar
gados de esto preparaban las cosas de costumbre para el en
tierro, yo, retirado en un lugar adecuado, junto con aquellos
que no habían creído conveniente dejarme solo, disputaba con
ellos sobre cosas propias de las circunstancias; y con este leni
tivo de la verdad mitigaba mi tormento, conocido de ti, pero
ignorado de ellos, quienes me otan atentamente y me creían
sin sentimiento de dolor.
Mas en tus oídos, en donde ninguno de ellos me oía, in
crepaba yo la blandura de mi afecto y reprimía aquel torrente
de tristeza, que cedía por algún tiempo, pero que nuevamente
me arrastraba con su ímpetu, aunque no ya hasta derramar
lágrimas ni mudar el semblante; sólo yo sabía lo oprimido
que tenía el corazón. Y como me desagradaba sobremanera
que pudiesen tanto en mí estos sucesos humanos, que forzo
samente han de suceder por el orden debido y por la natura
leza de nuestra condición, me dolía de mi dolor con nuevo
dolor y me atormentaba con doble tristeza.
541 V e g a , o .c . , p .7 0 6 n t.5 7 .
Tú eres, D ios, criador de cuanto existe,
del mundo supremo gobernante,
que el día vistes de luz brillante,
de grato sueño la noche triste;
a fin de que a los miembros rendidos
el descanso al trabajo prepare,
y las mentes cansadas repare,
y los pechos de pena oprimidos.
544 33. Mas de aquí poco a poco tornaba al pensamien
to de antes, sobre tu sierva y su santa conversación piadosa
para contigo y santamente blanda y morigerada con nosotros,
de la cual súbitamente me veía privado. Y sentí ganas de llorar
en presencia tuya, por causa de ella y por ella, y por causa
mía y por mí. Y solté las riendas a las lágrimas, que tenía
contenidas, para que corriesen cuanto quisieran, extendién
dolas yo como un lecho debajo de mi corazón; el cual des
cansó en ellas, porque tus oídos eran los que allí me escu543
544
V ega,
o .c
V ega,
o .c . ,
.,
p.706 nt.58; p.707 nt.57.60.
p.707 nt.61.62.
344
San Agustín
Las Confesiones
chaban, no los de ningún hombre que orgullosamente pudiera
interpretar mi llanto.
Y ahora, Señor, te lo confieso en estas líneas: léalas quien
quiera e interprételas com o quisiere; y si hallare pecado en
haber llorado yo a mi madre la exigua parte de una hora, a
mi madre muerta entonces a mis ojos, ella que me había
llorado tantos años para que yo viviese a los tuyos, no se
ría; antes, si es mucha su caridad, llore por mis pecados
delante de ti, Padre de todos los hermanos de tu Cristo.
546 9. Pero ¿y qué es entonces?
Pregunté a la tierra y me dijo: «N o soy y o »; y todas
las cosas que hay en ella me confesaron lo mismo. Pregunté
al mar y a los abismos y a los reptiles de alma viva, y me
respondieron: «N o somos tu Dios; búscale sobre nosotros».
Interrogué a las auras que respiramos, y el aire todo, con
sus moradores, me dijo: «Engáñase Anaximenes: yo no soy
tu D ios». Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas.
«Tam poco somos nosotros el Dios que buscas», me respon
dieron.
Dije entonces a todas las cosas que están fuera de las
puertas de mi carne: «Decidme algo de mi Dios, ya que vos
otras no lo sois; decidme algo de él». Y exclamaron todas
con grande voz: «E l nos ha hecho». Mi pregunta era mi mira
da, y su respuesta su apariencia.
Entonces me dirigí a mí mismo y me dije: «¿T ú quién
eres», y respondí: «U n hombre». He aquí, pues, que tengo
en mí prestos un cuerpo y un alma; el uno interior, el otro
exterior. ¿Por cuál de éstos es por donde debí yo buscar a
mi Dios, a quien ya había buscado por los cuerpos desde la
tierra al cielo, hasta donde pude enviar los mensajeros rayos
de mis ojos? Mejor, sin duda, es el elemento interior, porque
a él es a quien comunican sus noticias todos los mensajeros
corporales, como a presidente y juez, de las respuestas del
cielo, de la tierra y de todas las cosas que en ellos se encierran,
cuando dicen: «N o somos D ios» y «E l nos ha hecho». El hom
bre interior es quien conoce estas cosas por ministerio del ex
terior: yo interior conozco estas cosas, yo, Yo-Alma, por me
dio del sentido de mi cuerpo.
Interrogué, finalmente, a la mole del mundo acerca de mi
Dios, y ella me respondió: «N o lo soy yo, simple hechura
suya».
LIBRO X
C a p ít u lo
VI
545 8. No con conciencia dudosa, sino cierta, Señor, te
amo yo. Heriste mi coraron con tu palabra y te amé. Mas
también el cielo y la tierra y todo cuanto en ellos se con
tiene he aquí que me dicen de todas partes que te ame: ni
cesan de decírselo a todos, «a fin de que sean inexcusables»
(Rom 9,15). Sin embargo, tú «te compadecerás más altamente
de quien te compadecieres y prestarás más tu misericordia
con quien fueses misericordioso» (ibid. ); de otro modo, el cie
lo y la tierra cantarían tus alabanzas a sordos.
Y ¿qué es lo que amo cuando yo te amo? N o belleza
de cuerpo ni hermosura de tiempo, no blancura de luz, tan
amable a estos ojos terrenos, no dulces melodías de toda cla
se de cantilenas, no fragancia de flores, de ungüentos y de
aromas; no manás ni mieles, no miembros gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios.
Y , sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragan
cia, y cierto alimento, y cierto amplexo, cuando amo a mi Dios,
luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío inte
rior, donde resplandece a mi alma lo que no comprende el
lugar, y suena lo que no arrebata el tiempo, y huele lo que
el viento no esparce, y se gusta lo que no se consume co
miendo, y se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo
que amo cuando amo a mi Dios.
545-564 P. B l a n c h a r d , L’espace intérieur chez S. Augustin d’après le livre X
des Confessions: Augustinus Magister p.535-542.
545-559 C a y r é , o .c ., p.173-175; P e g u e r o l e s , o .c ., p.49-53.
545 V e g a , o . c . , p.786 nt.7; B o y e r , L’idée de vérité... p.205; G i l s o n , Intro
duction... p.244; C h . P. C a r l s o n , The natural order, and historical explanation
in St. Augustinus’ City of God: August. 21 (1971) 422.
345
547 10. Pero ¿no se muestra esta hermosura a cuantos
tienen entero el sentido? ¿Por qué, pues, no habla a todos
lo mismo?
545-547 C a y r é , o . c . , p,173s; P e g u e r o l e s , o . c . , p.49; C a y r é , La contem
plation august. p.159.201; K o w a l c z y k , L’argument axiologique dans la philoso
phic de S. Augustin: Est. agust. (1970) p.52.
546 V e g a , o . c . , p.786 nt.8-10; C a y r é , o . c . , p.202; M o r a n , Síntesis del pensam. agust.: Augustinus 5 (1960) 234; K o w a l c z y k , La idea de Dios...: Augus
tinus 20 (1975) 344 ss; J. M o r e a u , Le temps et la création selon S. Augustin:
Giorn. d. met. 20 (1965) 278; L o p e C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: Est. agust.
(1973) p.4.13.44; I d., La prueba agustiniana... p.242.247; Di G i o v a n n i , o . c . ,
P.297.
547 V e g a , o . c . , p.787 nt.12; B o y e r , Sant’Agostino p.144; C a y r é , o . c . , p.202.
San Agustín
Las Confesiones
Los animales, pequeños y grandes, la ven; pero no pue
den interrogarla, porque no se les ha puesto de presidente de
los nunciadores sentidos a la razón que juzgue. Los hom
bres pueden, sí, interrogarla, por «percibir por las cosas vi
sibles las invisibles de D ios» (Rom 1,20); mas hácense es
clavos de ellas por el amor, y, una vez esclavos, ya no pue
den juzgar. Porque no responden éstas a los que interrogan,
sino a los que juzgan; ni cambian de voz, esto es, de as
pecto, si uno ve solamente, y otro, además de ver, inte
rroga, de modo que aparezca a uno de una manera y a otro
de otra, sino que, apareciendo a ambos, es muda para el uno
y habladora para el otro, o, mejor dicho, habla a todos,
mas sólo aquéllos la entienden que confieren su voz, reci
bida fuera, con la verdad interior. Porque la verdad me
dice: «N o es tu Dios el cielo, ni la tierra, ni cuerpo alguno.»
Y esto mismo dice la naturaleza de éstos a quien advierte
que la mole es la menor en la parte que en el todo. Por esta
razón eres tú mejor que éstos; a ti te digo, ¡oh alm a!, por
que tú vivificas la mole de tu cuerpo prestándole vida, lo
que ningún cuerpo puede prestar a otro cuerpo. Mas tu Dios
es para ti hasta la vida de tu vida.
ciendo: ¿N o seremos nosotras? Mas espántelas yo del haz de
mi memoria con la mano del corazón, hasta que se esclarece
lo que quiero y salta a mi vista de su escondrijo.
Otras cosas hay que fácilmente y por su orden riguroso se
presentan, según son llamadas, y ceden su lugar a las que les
siguen, y cediéndolo son depositadas, para salir cuando de nue
vo se deseare. Lo cual sucede puntualmente cuando narro al
guna cosa de memoria.
346
C a p ít u l o
V III
548 12. Traspasaré, pues, aun esta virtud de mi natu
raleza, ascendiendo por grados hacia aquel que me hizo.
Mas heme ante los campos y anchos senos de la memo
ria, donde están los tesoros de innumerables imágenes de toda
clase de cosas acarreadas por los sentidos. Allí se halla escon
dido cuanto pensamos, ya aumentando, ya disminuyendo, ya
variando de cualquier modo las cosas adquiridas por los senti
dos, y todo cuanto se le ha encomendado y se halla allí depo
sitado y no ha sido aún absorbido y sepultado por el olvido.
Cuando estoy allí pido que se me presente lo que quiero,
y algunas cosas preséntanse al momento; pero otras hay que
buscarlas más con tiempo y com o sacarlas de unos receptácu
los abstrusos; otras, en cambio, irrumpen en tropel y cuan
do uno desea y busca otra CQsa se ponen en medio, com o di548-560 Cayré, Contemplation et raison d’après S. Augustin: Mélang. august.
p.19.20.
548-552 B o y e r , Sant'Agostino p.41; G i l s o n , Introduction... p.137;
o.c., p.203.204.
548 V e g a , o . c . , p.787 nt.14; J o l i v e t , La doctrine august. de l’ilium,
CapÁNAGA, San Agustín y el lulismo; Augustinus 21 (1976) 10,
C a yré,
p . 131;
347
549 13. Allí se hallan también guardadas de modo dis
tinto y por sus géneros todas las cosas que entraron por su pro
pia puerta, como la luz, los colores y las formas de los cuer
pos, por la vista; por el oído, toda clase de sonidos; y todos
los olores por la puerta de las narices; y todos los sabores
por la de la boca; y por el sentido que se extiende por todo
el cuerpo (tacto), lo duro y lo blando, lo caliente y lo frío,
lo suave y lo áspero, lo pesado y lo ligero, ya sea extrínseco,
ya intrínseco al cuerpo. Todas estas cosas recibe, para re
cordarlas cuando fuere menester y volver sobre ellas, el gran
receptáculo de la memoria y no sé qué secretos e inefables
senos suyos. Todas las cuales cosas entran en ella, cada una
por su propia puerta, siendo almacenadas allí.
Ni son las mismas cosas las que entran, sino las imáge
nes de las cosas sentidas, las cuales quedan allí a disposición
del pensamiento que las recuerda. Pero ¿quién podrá decir
cómo fueron formadas estas imágenes, aunque sea claro por
qué sentidos fueron captadas y escondidas en el interior? Por
que, cuando estoy en silencio y en tinieblas, represénteme, si
quiero, los colores, y distingo el blanco del negro y todos los
demás que quiero, sin que me salgan al encuentro los sonidos,
ni me perturben lo que, extraído por los ojos, entonces con
sidero, no obstante, que ellos [los sonidos] estén allí y, como
colocados aparte, permanezcan latentes. Porque también a ellos
les llamo, si me place, y al punto se me presentan, y con la
lengua queda y callada la garganta, canto cuanto quiero, sin
que las imágenes de los colores que se hallan allí se interpon
gan ni interrumpan mientras se revisa el tesoro que entró por
los oídos.
Del mismo modo recuerdo, según me place, las demás
549-551 C a y r é , La contemplation august. p.204; M o r á n , Síntesis del pensam.
agust.: Augustinus 5 (1960) 235.
549 V e g a , o . c . , p.787 nt.15.16; C a y r é , o . c . , p.34; L o p e C i l l e r u e l o , La
Prueba agustiniana... p.271; R o d r í g u e z N e i r a , Sentido gnoseológico de la me
moria... p.376; R i v e r a d e V e n t o s a , San Agustín y San Buenaventura en las
pruebas de la existencia de Dios: Augustinus 19 (1974) 213.
San Agustín
Las Confesiones
cosas aportadas y acumuladas por los otros sentidos, y así,
sin oler nada distingo el aroma de los lirios del de las viole
tas, y, sin gustar ni tocar cosa, sino sólo con el recuerdo, pre
fiero la miel al arrope y lo suave a lo áspero.
sas, que al nombrarlas no las veo con los ojos, no podría
nombrarlas si interiormente no viese en mi memoria los mon
tes, y las olas, y los ríos, y los astros, percibidos ocularmen
te, y el océano, sólo creído, con dimensiones tan grandes como
si las viese fuera. Y , sin embargo, no es que haya absor
bido tales cosas al verlas con los ojos del cuerpo, ni que
ellas se hallen dentro de mí, sino sus imágenes. Lo único
que sé es por qué sentido del cuerpo he recibido la impresión
de cada una de ellas.
348
550 14. T odo esto lo hago yo interiormente en el aula
inmensa de mi memoria. Allí se me ofrecen al punto el cielo
y la tierra el mar con todas las cosas que he percibido sen
siblemente en ellos, a excepción de las que tengo ya olvida
das. Allí me encuentro con mí mismo y me acuerdo de mí
y de lo que hice, y en qué tiempo y en qué lugar, y de qué
modo y cóm o estaba afectado cuando lo hacía. Allí están to
das las cosas que yo recuerdo haber experimentado o creído.
De este mismo tesoro salen las semejanzas tan diversas unas
de otras, bien experimentadas, bien creídas en virtud de las
experimentadas, las cuales, cotejándolas con las pasadas, infie
ro de ellas acciones futuras, acontecimientos y esperanzas,
todo lo cual lo pienso com o presente. «Haré esto o aquello»,
digo entre mí en el seno ingente de mi alma, repleto de imá
genes de tantas y tan grandes cosas; y «esto o aquello» se si
gue. « ¡O h si sucediese esto o aqu ello!» « ¡N o quiera Dios
esto o aquello! » Esto digo en mi interior, y al decirlo se me
ofrecen al punto las imágenes de las cosas que digo de este te
soro de la memoria; porque si me faltasen, nada en absoluto
podría decir de ellas.
551 15. Grande es esta virtud de la memoria, grande
sobremanera, Dios mío, Penetral amplio e infinito. ¿Quién ha
llegado a su fondo? Mas, con ser esta virtud propia de mi alma
y pertenecer a mi naturaleza, no soy yo capaz de abarcar total
mente lo que soy. De donde se sigue que es angosta el alma
para contenerse a sí misma. Pero ¿dónde puede estar lo que
de sí misma no cabe en ella? ¿Acaso fuera de ella y no en
ella? ¿Cóm o es, pues, que no se puede abarcar?
Mucha admiración me causa esto y me llena de estupor.
Viajan los hombres por admirar las alturas de los montes,
y las ingentes olas del mar, y las anchurosas corrientes de los
ríos, y la inmensidad del océano, y el giro de los astros, y se
olvidan de sí mismos, ni se admiran de que todas estas co5 5 0 V e g a , o .c ., p .787 n t.17; B oyer, La philosophie augustinienne ignoret-elle
p .1 7 1 ; R o d ríg u ez N e ir a , Sentido gnoseológico de la
Vabstraction?, en Essai...
memoria... p .3 8 0 .3 8 5 .3 9 8 .
551 V e g a , o .c ., p .787 n t.1 8 .2 0 ; G il s o n , Introduction... p .1 3 8 ; P e g u e r o le s ,
o .c ., p .5 0 ; Capánaga, El hombre-abismo... p .2 2 7 ; G r o s s i , o .c ., p .2 8 8 ; R od rí
g u e z N e ir a , Sentido gnoseológico de la memoria... p.yjl.397.
C a p ít u l o
349
IX
552 16. Pero no son estas cosas las únicas que encierra
la inmensa capacidad de mi memoria. Aquí están com o en
un lugar interior remoto, que no es lugar, todas aquellas
nociones aprendidas de las artes liberales, que todavía no se
han olvidado. Mas aquí no son ya las imágenes de ellas
las que llevo, sino las cosas mismas. Porque yo sé qué es la
gramática, la pericia dialéctica, y cuántos los géneros de cues
tiones; y lo que de estas cosas sé, está de tal modo en mi
memoria que no está allí como la imagen suelta de una cosa,
cuya realidad se ha dejado fuera; o com o la voz impresa en
el oído, que suena y pasa, dejando un rastro de sí por el que
la recordamos com o si sonara, aunque ya no suene; o como
el perfume que pasa y se desvanece en el viento, que afecta
al olfato y envía su imagen a la memoria, la que repetimos
con el recuerdo; o com o algo que se siente por el tacto, que,
aunque alejado de nosotros, lo imaginamos con la memoria.
Porque todas estas cosas no son introducidas en la memoria,
sino captadas solas sus imágenes con maravillosa rapidez y de
positadas en unas maravillosas como celdas, de las cuales sa
len de modo maravilloso cuando se las recuerda.
C a p ít u l o
553
neros de
tengo las
palabras,
X
17. Pero cuando oigo decir que son tres los gé
cuestiones— «si la cosa es, qué es y cuál es»— , re
imágenes de los sonidos de que se componen estas
y sé que pasaron por el aire con estrépito y ya no
552 V e g a ,
p .242.247.
o .c .,
p .787
n t.2 1 ;
Lope
C ille r u e lo ,
La prueba agustiniana...
553 V e g a , o .c ., p .787 n t.2 2 ; P e g u e r o le s , o .c ., p .5 1 .5 4 ; B. X i b e r t a ,
vb s tr a c tio n e apud S. Augustinum: Acta hebdom . august.-thom ., p .3 1 7 .
Ve
San Agustín
Las Confesiones
existen. Pero las cosas mismas significadas por estos sonidos
ni las he tocado jamás con ningún sentido del cuerpo, ni las
he visto en ninguna parte fuera de mi alma, ni lo que he de
positado en mi memoria son sus imágenes, sino las cosas
mismas. Las cuales digan, si pueden, por dónde entraron en
mí. Porque yo recorro todas las puertas de mi carne y no
hallo por cuál de ellas han podido entrar. En efecto, los
ojos dicen: Si son coloradas, nosotros somos los que las he
mos noticiado. Los oídos dicen: Si hicieron algún sonido,
nosotros las hemos indicado. El olfato dice: Si son oloro
sas, por aquí han pasado. El gusto dice también: Si no tie
nen sabor, no me preguntéis por ellas. El tacto dice: Si no
es cosa corpulenta, yo no la he tocado, y si no ha he tocado,
no he dado noticia de ella.
¿Por dónde, pues, y por qué parte han entrado en mi
memoria? No lo sé. Porque cuando las aprendí, ni fue dan
do crédito a otros, sino que las reconocí en mi alma y las
aprobé por verdaderas y se les encomendé a ésta, com o en
depósito, para sacarlas cuando quisiera. Allí estaban, pues,
y aun antes de que yo las aprendiese; pero no en la memo
ria. ¿En dónde, pues, o por qué, al ser nombradas, las re
conocí y dije: «A sí es», «Es verdad», sino porque ya esta
ban en mi memoria, aunque tan retiradas y sepultadas como
si estuvieran en cuevas muy ocultas, y tanto que, si alguno
no las suscitara para que saliesen, tal vez no las hubiera po
dido pensar?
cordar de tiempo en tiempo, de tal modo vuelven a sumer
girse y sepultarse en sus más ocultos penetrales, que es pre
ciso, com o si fuesen nuevas, excogitarlas segunda vez en este
lugar— porque no tienen otra estancia— y juntarlas de nuevo
para que puedan ser sabidas, esto es, recogerlas com o de cier
ta dispersión, de donde vino la palabra cogitare; porque cogo
es respecto de cogito lo que ago de agito y jacio de factito.
Sin embargo, la inteligencia ha vindicado en propiedad esta
palabra para sí, de tal modo que ya no se diga propiamente
cogitare de lo que se recoge (colligitur), esto es, de lo que
se junta (cogitur) en un lugar cualquiera, sino en el alma.
350
C a p ít u l o
XI
554 18. Por aquí descubrimos que aprender estas cosas
•
— de las que no recibimos imágenes por los sentidos, sino
que, sin imágenes, com o ellas son, las vemos interiormente en
sí mismas— no es otra cosa sino un como recoger con el pen
samiento las cosas que ya contenía la memoria aquí y allí
y confusamente, y cuidar con la atención que estén como
puestas a la mano en la memoria, para que, donde antes se
ocultaban dispersas y descuidadas, se presenten ya fácilmen
te a una atención familiar. ¡Y cuántas cosas de este orden
no encierra mi memoria, que han sido ya descubiertas, y,
conforme dije, puestas com o a la mano, que decimos haber
aprendido y conocido! Estas mismas cosas, si las dejo de re554 V e g a , o .c ., p.788 nt.23.24; G i l s o n , Introduction... p.101;
o.c., p.53; J o li v e t , La doctrine august. de l’ittum. p.125.
P e g u e r o le s ,
C a p ít u l o
351
XV
555 23. Mas, si es por medio de imágenes o no, ¿quién
lo podrá fácilmente decir?
En efecto: nombro la piedra, nombro el sol, y no estando
estas cosas presentes a mis sentidos, están ciertamente pre
sentes en mi memoria sus imágenes.
Nombro el dolor del cuerpo, que no se halla presente en
mí, porque no me duele nada, y, sin embargo, si su imagen
no estuviera en mi memoria, no sabría lo que decía, ni en
las disputas sabría distinguirle del deleite.
Nombro la salud del cuerpo, estando sano de cuerpo: en
este caso tengo presente la cosa misma; sin embargo, si su
imagen no estuviese en mi memoria, de ningún modo recor
daría lo que quiere significar el sonido de este nombre; ni
los enfermos, nombrada la salud, entenderían qué era lo que
se les decía, si no tuviesen en la memoria su imagen, aun
que la realidad de ella esté lejos de sus cuerpos.
Nombro los números con que contamos, y he aquí que ya
están en mi memoria no sus imágenes, sino ellos mismos.
Nombro la imagen del sol, y preséntase ésta en mi me
moria, mas lo que recuerdo no es una imagen de su ima
gen, sino ésta misma, la cual se me presenta cuando la re
cuerdo.
Nombro la memoria y conozco lo que nombro; pero ¿dón
de lo conozco, si no es en la memoria misma? ¿Acaso tam
bién ella está presente a sí misma por medio de su imagen
y no por sí misma?
j
E . R iv e ra de V e n t o s a , San Agustín y San Buenaventura en las pruebas
de la existencia de Vios: Augustiniis 19 (1974) 214.
352
Las Confesiones
San Agustín
C a p ít u l o
X V II
556 26. Grande es la virtud de la memoria y algo que
me causa horror, Dios mío: multiplicidad infinita y profunda.
Y esto es el alma y esto soy yo mismo. ¿Qué soy, pues, Dios
mío? ¿Qué naturaleza soy? Vida varia y multiforme y so
bremanera inmensa. Vedme aquí en los campos y antros e
innumerables cavernas de mi memoria, llenas innumerable
mente de géneros innumerables de cosas, ya por sus imá
genes, com o las de todos los cuerpos; ya por presencia, como
las de las artes; ya por no sé qué nociones o notaciones,
como las de los afectos del alma, las cuales, aunque el alma
no las padezca, las tiene la memoria, por estar en el alma
cuanto está en la memoria. Por todas estas cosas discurro
y vuelo de aquí para allá, y penetro cuanto puedo, sin que dé
con el fin en ninguna parte. ¡Tanta es la virtud de la memo
ria, tanta es la virtud de la vida en un hombre que vive mor
talmente!
¿Qué haré, pues, oh tú, vida mía verdadera, Dios mío?
¿Traspasaré también esta virtud mía, que se llama memo
ria? ¿La traspasaré para llegar a ti, luz dulcísima? ¿Qué
dices? H e aquí que ascendiendo por el alma hacia ti, que
estás encima de mí, traspasaré también esta facultad mía,
que se llama memoria, queriendo tocarte por donde puedes
ser tocado y adherirme a ti por donde puedes ser adherido.
Porque también las bestias y las aves tienen memoria, pues
to que de otro modo no volverían a sus madrigueras y ni
dos, ni harían otras muchas cosas a las que se acostumbran,
pues ni aun acostumbrarse pudieran a ninguna si no fuera
por la memoria. Traspasaré, pues, aun la memoria para lle
gar a aquel que me separó de los cuadrúpedos y me hizo
más sabio que las aves del cielo; traspasaré, sí, la memo
ria. Pero ¿dónde te hallaré, ¡oh tú, verdaderamente bueno
y suavidad segura!, dónde te hallaré? Porque si te hallo fue
ra de mi memoria, olvidado me he de ti, y si no me acuer
do de ti, ¿cóm o ya te podré hallar?
C a p ít u l o
353
X IX
557 28. ¿Y qué cuando es la misma memoria la que
pierde algo, como sucede cuando olvidamos alguna cosa y la
buscamos para recordarla? ¿Dónde al fin la buscamos sino en
la misma memoria? Y si por casualidad allí se ofrece una
cosa por otra, la rechazamos, hasta que se presenta lo que
buscamos. Y cuando se presenta decimos: «Esto es»; lo cual
no dijéramos si no la reconociéramos, ni la reconoceríamos
si no la recordásemos. Ciertamente, pues, la habíamos olvi
dado. ¿Acaso era que no había desaparecido del todo, y por
la parte que era retenida buscaba la otra parte? Porque sen
tíase la memoria no revolver conjuntamente las cosas que an
tes conjuntamente solía, y como cojeando por la truncada
costumbre, pedía que se le volviese lo que la faltaba: algo
así como cuando vemos o pensamos en un hombre conocido,
y, olvidados de su nombre, nos ponemos a buscarle, a quien
no le aplicamos cualquiera otro distinto que se nos ofrezca,
porque no tenemos costumbre de pensarle con él, por lo que
los rechazamos todos, hasta que se presenta aquel con que,
por ser el acostumbrado y conocido, descansamos plenamente.
Mas éste, ¿de dónde se me presenta sino de la memoria
misma? Porque si alguno nos lo advierte, el reconocerlo de
aquí viene. Porque no lo aceptamos com o cosa nueva, sino
que, recordándolo, aprobamos ser lo que se nos ha dicho,
va que, si se borrase plenamente del alma, ni aun advertidos
lo recordaríamos.
No se puede, pues, decir que nos olvidamos totalmente,
puesto que nos acordamos al menos de habernos olvidado, y
de ningún modo podríamos buscar lo perdido que absoluta
mente hemos olvidado.
557
V e g a , o .c.. p.789 nt.36 v 37; G il s o n . Introduction... p.134s; Pegueo.c.. p.51; B ra sa D ie z . El contenido del «cogito» agustiniano: Augustinus 21 (1976) p.282 nt.28; Lopf. C i l l f .r u e lo . La prueba agustiniana d e la
e x is te n c ia de Dios: Est. agust. (1969) p.263; R od rígu ez N e ir a , Sentido g n o s e o lo g ic o d e la memoria según San Agustín: Est. agust. (1971) p.375; Id ., L o s
n iv e le s d e la memoria en San Agustín y en San Buenaventura: Augustinus 19
(1974) 226s.
roles.
556-560 C a y ré, Initiation ä la P h ilo s o p h ie d e S. Augustin p.174.
556 R o d ríg u ez N e ir a , Sentido gnoseològico de la memoria... p.382.399;
Capánaga, El hombre-abismo... p.231; V e g a , o.e., p.789 nt.34.35; B oyer,
L’idée de vérité... p.194; P e g u e r o le s , o.e., p.50; C ayré, La contemplation
augustinienne p.204.205; G r o s s i , Las instancias agustinianas de la verdad y de
la libertad en la investigación antropológica: Augustinus 2 (1976) 288.
Los filósofos medievales 1
354
Las Confesiones
San Agustín
C a p ít u l o
XXVI
558 37. Pues ¿dónde te hallé para conocerte— porque
ciertamente no estabas en mi memoria antes que te conocie
se— , dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti sobre
mí? No hay absolutamente lugar, y nos apartamos y nos acer
camos, y, no obstante, no hay absolutamente lugar. ¡O h Ver
dad! , tú presides en todas partes a todos los que te consultan
y a un tiempo respondes a todos los que te consultan, aunque
sean cosas diversas. Claramente tú respondes, pero no todos
oyen claramente. Todos te consultan sobre lo que quieren,
mas no todos oyen siempre lo que quieren. Optimo ministro
tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo qué él quisiera
cuanto a querer aquello que de ti oyere.
C a p ít u l o
X X V II
559 38.
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan
nueva, tarde te amé! Y ved que tú estabas dentro de mí y yo
fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lan
zaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas
conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti
aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Lla
maste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplan
deciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y res
piré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed;
me tocaste, y abraséme en tu paz.
C a p ít u l o
X X V III
560 39. Cuando yo me adhiriere a ti con todo mi ser,
ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será viva,
llena toda de ti. Mas ahora, com o al que tú llenas lo elevas,
me soy carga a mí mismo porque no estoy lleno de ti.
558 V e g a , o .c ., p.790 nt.48.49; J o l i v e t , Saint Augustin... p.229; G ils o n ,
L’infinité divine chez Sant Augustin: Augustinus magister I p.570; V . Redaño,
o.c., p.180; K o w a lc z y k , La conception de l’homme chez S. Augustin: Giorn.
met. 27 (1972) 199.
559 V e g a , o .c ., p.790 nt.50.51; B o y er, L’idée de vérité... p.205; Sant’Agostino p.165.231.
560 V e g a , o .c ., p.790 nt.52; C a y ré, o .c ., p.174; I d ., La contemplation
augustinienne... p.146.148.152.207.208; I d ., Contemplation et raison d'aprés
S. Augustin: Mélang. august., p.21.23; P e g u e r o le s , o .c ., p.52; J o l i v e t , Le
probléme du mal... p.7; Lope C i l l e r u e l o , La «memoria Dei» según San Agus
tín: Augustinus magister p,498.
355
Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis
tristezas, dignas de alegría, y no sé de qué parte está la vic
toria. Contienden mis tristezas malas con mis gozos buenos,
y no sé de qué parte está la victoria. ¡Ay de mí, Señor!
¡Ten misericordia de mí! ¡Ay de mí!
He aquí que no oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo
estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo miserable. «¿A ca
so no es tentación la vida del hombre sobre la tierra?» (Job
7,1). ¿Quién hay que guste de las molestias y trabajos?
Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera,
aunque ame el tolerarlos. Porque, aunque goce en tolerarlos,
más quisiera, sin embargo, que no hubiese qué tolerar.
En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas
prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay en
tre estas cosas, en el que la vida humana no sea una ten
tación?
¡Ay de las prosperidades del mundo una y otra vez, por
el temor de la adversidad y la corrupción de la alegría! ¡Ay
de las adversidades del mundo una, dos y tres veces, por el
deseo de la prosperidad y porque es dura la misma adversi
dad y no falle la paciencia! ¿Acaso no es tentación sin inte
rrupción la vida del hombre sobre la tierra?
C a p ít u l o
X X IX
561 40. Toda mi esperanza no estriba sino en tu muy
grande misericordia. Da lo que mandas y manda lo que quie
ras. Nos mandas que seamos continentes; « Y com o yo supie
se— dice uno— que ninguno puede ser continente si Dios no
se lo da, entendí que también esto mismo era parte de la sa
biduría, conocer de quién es este don» (Sab 8,21).
Por la continencia, en efecto, somos juntados y reducidos
a la unidad, de la que nos habíamos apartado, derramándo
nos en muchas cosas. Porque menos te ama quien ama algo
contigo y no lo ama por ti.
¡Oh amor que siempre ardes y nunca te extingues! Ca
ridad, Dios mío, enciéndeme. ¿Mandas la continencia? Da lo
que mandas y manda lo que quieras.
561 V e g a ,
P-245.246.
o .c.,
p.790 nt.53;
G ils o n ,
Introduction... p.207;
C o u r c e ll e , o.c.,
San Agustín
356
C a p ít u l o
X X X V II
562 60. Diariamente somos tentados, Señor, con seme
jantes tentaciones, y somos tentados sin cesar. Nuestro horno
cotidiano es la lengua humana (Prov 27,21). Tú nos mandas
que seamos también en este orden continentes: da lo que
mandas y manda lo que quieras.
Tú tienes conocidos sobre este punto los gemidos de mi
corazón dirigidos hacia ti y los ríos de mis ojos. Porque no
puedo fácilmente saber cuánto me he limpiado de esta le
pra, y temo mucho mis delitos ocultos, patentes a tus ojos,,
pero no a los míos. Porque en cualquier otro género de tenta
ciones tengo yo facultad de examinarme a mí mismo, pero
en éste es casi nula. Porque en orden a los deleites de la carne
y a la vana curiosidad de conocer, veo bien cuánto he apro
vechado al tener que refrenar mi alma, cuando carezco de
tales cosas, por voluntad o por necesidad. Porque entonces yo
mismo me pregunto cuándo me es más o menos molesto care
cer de ellas.
En cuanto a las riquezas, que son deseadas para servicio
de una de estas tres concupiscencias, o de dos de ellas o de
todas, si el alma no puede percibir si las desprecia poseyén
dolas, puede hacer prueba de sí abandonándolas. Pero, en
orden a la alabanza, ¿acaso, para carecer de ella y así expe
rimentar lo que podemos en este punto, hemos de vivir mal
y tan perdidamente y con tanta crueldad que todo el que nos
conozca nos deteste? ¿Qué mayor locura puede decirse ni
pensarse?
Mas si la alabanza suele y debe ser compañera de la
vida buena y de las buenas obras, no debemos abandonar
ni la vida buena ni su compañera la alabanza. Sin embargo,,
yo ignoro si puedo llevar con igualdad de ánimo o de mala
gana la carencia de alguna cosa, hasta ver que me falta.
563 61. Pues ¿qué es, Señor, lo que te confieso en este
género de tentación? ¿Qué, sino que me deleito en las ala
banzas? Más, sin duda alguna, me deleita la verdad que lasalabanzas; porque si me propusiesen qué quería más: ser locofurioso y desatinado en todo y ser alabado de todos los hom5 6 2 V e g a , o .c ., p .7 9 4 n t.7 6 ;
563 V e g a ,
Saint Augustin:
G ils o n ,
Introduction... p .2 0 7 .
conception de l'homme chez
p .7 9 4 n t.7 7 ; K o w a lc z y k , La
G io rn . di m et. 27 (1 9 7 2 ) 199.
o .c
.,
Las Confesiones
357
bres, o estar cabal y certísimo de la verdad, y ser vituperado
de todos, ya veo lo que elegiría.
Con todo, yo no quisiera que la aprobación ajena aumen
tase el gozo de cualquier bien mío. Mas de hecho no sólo lo
aumenta, lo confieso, sino también la vituperación lo dismi
nuye. Y cuando me siento turbado con esta miseria mía,
viéneseme luego una excusa, que tú sabes, ¡oh D io s!, lo que
vale, porque a mí me trae perplejo. Porque habiéndonos
mandado tú no sólo la continencia, esto es, de qué cosas
debemos cohibir el amor, sino también la justicia, esto es,
en qué lo debemos poner, y queriendo no sólo que te amáse
mos a ti, sino también al prójimo, sucede muchas veces que
parezco deleitarme del provecho o esperanza del prójimo,
cuando me deleito con la alabanza del que ha entendido bien,
y a su vez contristarme con su mal, cuando le oigo vituperar
lo bueno que ignora.
Porque también me contristo algunas veces con las ala
banzas, cuando o alaban en mí aquellas cosas en que yo me
desagrado o estiman algunos bienes pequeños y leves míos
más de lo que debieran serlo.
Pero a su vez, ¿dé donde sé yo si el sentirme así afectado
es porque no quiero que disienta de mí, respecto de mí, el
que me alaba, no porque me mueva su utilidad, sino porque
los mismos bienes que veo con agrado en mí me son más
gratos cuando agradan también a otros? Porque, en cierto
modo, no soy yo alabado cuando no es aprobado mi juicio
respecto de mí, puesto que o alaban cosas que a mí me des
agradan o alaban más las que a mí me agradan menos.
¿Luego también en esto ando incierto de mí?
564 62. H e aquí que veo en ti, ¡oh V erd ad !, que no
debían moverme mis alabanzas por causa de mí, sino por
utilidad del prójimo, y no sé si tal vez es así; pues en este
asunto me soy menos conocido a mí que tú. Y o te suplico,
Dios mío, que me des a conocer a mí mismo, para que pueda
confesar a mis hermanos, que han de orar por mí, cuanto ha
llare en mí de malo. Me examinaré, pues, nuevamente con
más diligencia.
Pero si es la utilidad del prójimo la que me mueve en mis
alabanzas, ¿por qué me muevo menos cuando es vituperado
injustamente un extraño que no cuando lo soy yo? ¿Por qué
me hiere más la contumelia lanzada contra mí que la que
564
Giorn.
V e g a , o .c ., p .7 9 4 n t.7 8 ;
di m et. 27 (1972) 2 09.
K o w a lz c y k ,
La conception de l’homme...:
San Agustín
Las Confesiones
en mi presencia se lanza con la misma iniquidad contra otro?
¿Acaso ignoro también esto? ¿Había de faltar esto para
engañarme a mí mismo y no decir la verdad en tu presencia,
ni con el corazón ni con la lengua?
Aleja, Señor, de mí semejante locura, para que mi boca
no sea para mí el «óleo del pecador con que unja mi cabe
za» (Sal 140,5).
dónde podría esto sino de que tú la hiciste?— e impone la
forma a lo que ya existía y la tenía, a fin de ser, com o es la
tierra, la piedra, el leño, el oro o cualquier otra especie de
cosas.
¿Y de dónde serían estas cosas si tú no las instituyeras?
Tú diste cuerpo al artífice; tú creaste al alma, que manda
a los miembros; tú la materia, de que hace algo; tú el in
genio, con que alcanza el arte y ve interiormente lo que hace
fuera; tú el sentido del cuerpo con el que, como un intérpre
te, transmite del alma a la materia aquello que hace y a su
vez anuncia al alma lo que se ha hecho, para que ésta consulte
interiormente a la verdad, que la preside, si se hizo bien la
cosa.
358
LIBRO X I
C a p ít u l o
IV
565 6. He aquí que existen el cielo y la tierra, y cla
man que han sido hechos, porque se mudan y cambian. Todo,
en efecto, lo que no es hecho y, sin embargo, existe, no pue
de contener nada que no fuese ya antes, en lo cual consiste
el mudarse y variar. Claman también que no se han hecho
a sí mismos: «P or eso somos, porque hemos sido hechos;
no éramos antes de que existiéramos, para poder hacernos a
nosotros mismos». Y la voz de los que así decían era la voz
de la evidencia. Tú eres, Señor, quien los hiciste; tú que
eres hermoso, por lo que ellos son hermosos; tú que eres
bueno, por lo que ellos son buenos; tú que eres Ser, por lo
que ellos son. Pero ni son de tal modo hermosos, ni de tal
modo buenos, ni de tal modo ser como lo eres tú, su Crea
dor, en cuya comparación ni son hermosos, ni son buenos, ni
tienen ser. Conocemos esto; gracias te sean dadas; mas nues
tra ciencia, comparada con tu ciencia, es una ignorancia.
C a p ít u l o
V
566 7. Pero ¿cómo hiciste el cielo y la tierra, y cuál
fue la máquina de tan gran obra tuya? Porque no lo hiciste
como el hombre artífice, que forma un cuerpo de otro cuerpo
al arbitrio del alma, que puede imponer en algún modo la
forma que contempla en sí misma con el ojo interior— ¿y de
5 65-566 C ayré , o .c ., p .175.
565 V e g a , o .c ., p.843 nt.8; K o w a lc z y k , La idea de Dios...: Augustinus 20
(1975) 344-345; G i l s o n , Introduction... p.244s.264; B oyer, Sant’Agostino p.63.
565 C a y ré, La contemplation augustinienne p.159; V e r ic a t N ú ñ e z , La idea
de la creación según San Agustín: Augustinus 15 (1970) 23; Di G io v a n n i, o.c.,
p.291.297.
5 66-570 C a yr é , o . c ., p .1 7 6 .
G i l s o n , Introduction...
566
p.247.264;
V e r ic a t N ú ñ e z , o .c .,
p.295.
359
567 Todas estas cosas te alaban, ¡oh Creador de todo!
Pero ¿cóm o las hiciste? ¿Cóm o hiciste, ¡oh D io s !, el cielo
y la tierra? Ciertamente que no hiciste el cielo y la tierra en
el cielo y la tierra, ni en el aire, ni en las aguas; porque tam
bién estas cosas pertenecen al cielo y la tierra. Ni hiciste el
universo en el universo mundo, porque no había dónde ha
cerle antes que se hiciera para que fuese. Ni tú tenías algo
en la mano, de donde hicieses el cielo y la tierra; porque ¿de
dónde te habría venido esto, que tú no habías hecho, y de
lo cual harías tú algo? ¿Y qué cosa hay que sea si no es por
que tú eres? Tú dijiste y las cosas fueron hechas y con tu
palabra las hiciste.
C a p ít u l o
VI
568 8. Pero ¿cóm o lo dijiste? ¿Fue acaso de aquel
modo com o se hizo aquella voz de la nube que dijo: «Este
es mi hijo amado»? (M t 3,17). Porque aquella voz se hizo
y pasó, comenzó y terminó. Sonaron las sílabas y pasaron, la
segunda después de la primera, la tercera después de la se
gunda, y así por orden hasta llegar a la última, y después de
la última, el silencio. Por donde se ve clara y evidentemente
que aquella voz fue expresada por el movimiento de una cria
tura, y aun ésta temporal, sirviendo a tu voluntad eterna. Y
estas palabras tuyas, pronunciadas en el tiempo, fueron trans
mitidas por el oído exterior a la mente prudente, cuyo oído
interior tiene aplicado a tu palabra eterna. Mas comparó aqué
lla estas palabras que suenan temporalmente con tu palabra
eterna en el silencio y dijo: «Cosa muy distinta es, cosa muy
San Agustín
360
Las Confesiones
distinta es»; porque estas palabras están muy por debajo de
mí, ni aun son, pues huyen y pasan; y «la palabra de mi
Dios permanece sobre mí eternamente» (Is 40,8).
Si, pues, dijiste con palabras que suenan y pasan que fue
se hecho el cielo y la tierra y así fue como hiciste el cielo
y la tierra, ya había una criatura corporal antes del cielo y de
la tierra, con cuyos movimientos temporales transcurriese aque
lla voz temporalmente. Mas antes del cielo y de la tierra no
había ningún cuerpo, y si lo había, ciertamente lo habías he
cho tú sin una voz transitoria, de donde formases la voz tran
sitoria, con la que dijeses que fuesen hechos el cielo y la
tierra. Porque, sea lo que fuere, aquello de donde había de
formarse tal voz, si no hubiese sido hecho por ti, no sería
absolutamente nada. Mas para que llegase a ser el cuerpo, de
donde se formasen estas palabras, ¿con qué palabra fue dicho
por ti?
C a p ít u l o
V II
569 9. Así, pues, tú nos invitas a comprender aquella
palabra, que es Dios ante ti, Dios, que sempiternamente se
dice y en la que se dicen sempiternamente todas las cosas.
Porque no se termina lo que se estaba diciendo y se dice otra
cosa, para que puedan ser dichas todas las cosas, sino todas
a un tiempo y eternamente. De otro modo, habría ya tiempo
y cambio, y no habría eternidad verdadera ni verdadera in
mortalidad.
He comprendido esto y te doy gracias; lo he comprendido,
y te lo confieso, Señor; y conmigo lo conoce y te bendice quien
no es ingrato a la verdad cierta. Conocemos, Señor, conocemos
que, en cuanto una cosa no es lo que era y es lo que no era,
en tanto muere o nace. Nada hay, pues, en tu Verbo que ceda
o suceda, porque es verdaderamente inmortal y eterno. Y así
en tu Verbo, coeterno a ti, dices a un tiempo y sempiterna
mente todas las cosas que dices, y se hace cuanto dices que
sea hecho; ni las haces de otro modo que diciéndolo, no obs
tante que no todas las cosas que haces diciendo, se hacen a
un tiempo y sempiternamente.
569
V e g a , o .c . ,
p.843 nt.9-11;
V e r ic a t
N ú ñ e z , o .c . ,
p.155.
C a p ít u l o
361
V III
570 10. ¿Por qué esto, te suplico, Señor Dios mío?
De algún modo lo veo, pero no sé cómo declararlo, sino di
ciendo que todo lo que comienza a ser y deja de ser, entonces
comienza y entonces acaba, cuando en la razón eterna, en la
que nada empieza ni acaba, se conoce que debió comenzar o
debió acabar. Es el mismo Verbo tuyo, que es también «Prin
cipio, porque nos habla». Así habla por la carne en el Evan
gelio, y así habló exteriormente a los oídos de los hombres,
para que fuese creído, y se le buscase dentro, y se le hallase
en la Verdad eterna, en donde el Maestro bueno y único en
seña a todos los discípulos.
Allí oigo tu voz, Señor, que me dice que quien nos habla
es quien nos enseña; pero el que no nos enseña, aunque hable,
no nos habla a nosotros. ¿Y quién es el que nos enseña, sino
la Verdad que permanece? Porque hasta cuando somos amo
nestados por la criatura mudable, somos conducidos a la Ver
dad inmutable, donde verdaderamente aprendemos cuando es
tamos en su presencia y le oímos y nos gozamos con grande
alegría por la voz del esposo, tornando allí de donde somos.
Y es principio, porque si no permaneciese cuando erramos, no
tendríamos adonde volver. Mas cuando retornamos de nuestro
error, ciertamente volvemos conociendo; pero para que conoz
camos, él nos enseña, porque es Principio y nos habla.
C a p ít u l o
XI
571 13. Quienes así hablan, todavía no te entienden,
¡oh Sabiduría de Dios, luz de las mentes! ; todavía no entien
den cómo se hagan las cosas que son hechas en ti y por ti, y
se empeñan por saber las cosas eternas; pero su corazón re
volotea aún sobre los movimientos pretéritos y futuros de las
cosas, y es aún vano. ¿Quién podrá detenerle y fijarle, para
570 J. M o re a u , Le temps et la création selon Saint Augustin: Giorn. di met.
--,(1965) 229.288; C ayré, o.c., p.176; G il s o n , Introduction... p.256; V e r ic â t
Nuñez, o.c.: Augus.tinus 15 (1970) 295; C ayré, La contemplation augustinien «<?••• p.161s.
571-573 C a y ré, o .c ., p .177.
.^71 V e g a , o.c., p.844 nt.16; C a y ré, o.c., p.176; G i l s o n , Introduction
r
i \ EGUER0LES> ° - c -> P -62; C hayx-R uy, Le problème du temps dans les
«Confessions» et dans la «C ité de D ieu»: Giorn. di met. 9 (1954) 464-477;
1 G io van n i, o .c ., p.299; K o w a lc z y k , La conception de l’homme chez S. Augus-
« » : Giorn. di met. 27 (1972) 208.
San Agustín
Las Confesiones
que se detenga un poco y capte por un momento el resplandor
de la eternidad, que siempre permanece, y la compare con los
tiempos, que nunca permanecen, y vea que es incomparable,
y que el tiempo largo no se hace largo sino por muchos movi
mientos que pasan y que no pueden coexistir a la vez, y que
en la eternidad, al contrario, no pasa nada, sino que todo es
presente; y vea, finalmente, que todo pretérito es empujado
por el futuro, y que todo futuro está precedido de un preté
rito, y todo lo pretérito y futuro es creado y transcurre por
lo que es siempre presente? ¿Quién podrá detener, repito, el
corazón del hombre, para que se pare y vea cóm o, estando fija,
dicta los tiempos futuros y pretéritos la eternidad, que no es
futura ni pretérita? ¿Acaso puede realizar esto mi mano o
puede obrar cosa tan grande la mano de mi boca por sus dis
cursos?
mo, y tus años no mueren» (Sal 101,28). Tus años ni van ni
vienen, al contrario de estos nuestros, que van y vienen, para
que todos sean. Tus años existen todos juntos, porque existen;
ni son excluidos los que van por los que vienen, porque no
pasan; mas los nuestros todos llegan a ser cuando ninguno de
ellos existe ya. Tus años son un día, y tu día no es un cada
día sino un hoy, porque tu hoy no cede el paso al mañana ni
sucede al día de ayer. Tu hoy es la eternidad; por eso engen
draste coeterno a ti a aquel a quien dijiste: « Y o te he engen
drado hoy». Tú hiciste todos los tiempos, y tú eres antes de
todos ellos; ni hubo un tiempo en que no había tiempo.
362
C a p ít u l o
C a p ít u l o
363
X IV
X III
572 15. Mas si la mente volandera de alguno vagando
por las imágenes de los tiempos anteriores [a la creación] *
se admirase de que tú, Dios omnipotente, y omnicreante, y
omniteniente, artífice del cielo y de la tierra, dejaste pasar
un sinnúmero de siglos antes de que hicieses tan gran obra,
despierte y advierta que admira cosas falsas. Porque ¿cómo
habían de pasar innumerables siglos, cuando aún no los ha
bías hecho tú, autor y creador de los siglos? ¿O qué tiempos
podían existir que no fuesen creados por ti? ¿Y cóm o ha
bían de pasar, si nunca habían sido? Luego, siendo tú el obra
dor de todos los tiempos, si existió algún tiempo antes de que
hicieses el cielo y la tierra, ¿por qué se dice que cesabas de
obrar? Porque tú habías hecho el tiempo mismo; ni pudie
ron pasar los tiempos antes de que hicieses los tiempos.
Mas si antes del cielo y de la tierra no existía ningún
tiempo, ¿por qué se pregunta qué era lo que entonces hacías?
Porque realmente no había tiempo donde no había entonces.
573 16. Ni tú precedes temporalmente a los tiempos:
de otro modo no precederías a todos los tiempos. Mas prece
des a todos los pretéritos por la celsitud de tu eternidad, siem
pre presente; y superas todos los futuros, porque son futuros,
y cuando vengan serán pretéritos. «Tú, en cambio, eres el mis* Paréntesis del traductor.
572 V e g a , o .c ., p.844 nt.18; G il s o n , Introduction... p.249; V e r ic a t
La idea de creación en San Agustín: Augustinus 15 (1970) 153-157.
N un ez,
574 17. No hubo, pues, tiempo alguno en que tú no
hicieses nada, puesto que el mismo tiempo es obra tuya. Mas
ningún tiempo te puede ser coeterno, porque tú eres perma
nente, y éste, si permaneciese, no sería tiempo. ¿Qué es, pues,
el tiempo? ¿Quién podrá explicar esto fácil y brevemente?
¿Quién podrá comprenderlo con el pensamiento, para hablar
luego de él? Y , sin embargo, ¿qué cosa más familiar y cono
cida mentamos en nuestras conversaciones que el tiempo? Y
cuando hablamos de él, sabemos sin duda qué es, como sabe
mos o entendemos lo que es cuando lo oímos pronunciar a
otro. ¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo
sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo
sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase
no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiem
po futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero
aquellos dos tiempos, pretérito y futuro, ¿cóm o pueden ser,
si el pretérito ya no es y el futuro todavía no es? Y en cuanto
al presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser preté
rito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente,
para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo
decimos que existe éste, cuya causa o razón de ser está en de
jar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que
existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser?
. 574-577 C a yr é , o .c .,. p.177.
574 V e g a , o .c ., p.844 nt.20.21;
duction... p.249.251.
B oyer ,
Sant’Agostino p.65;
G il so n ,
Intro-
San Agustín
364
C a p ít u l o
576 19. Pero veamos, ¡oh alma m ía!, si el tiempo pre
sente puede ser largo; porque se te ha dado poder sentir y me
dir las duraciones. ¿Qué me respondes? ¿Cien años presentes
son acaso un tiempo largo? Mira primero si pueden estar pre
sentes cien años. Porque si se trata del primer año, es presen
te; pero los noventa y nueve son futuros, y, por tanto, no
existen todavía; pero si estamos en el segundo, ya tenemos
uno pretérito, otro presente y los restantes futuros. Y así de
cualquiera de cada uno de los años medios de este número cen
tenario que tomemos com o presente: todos los anteriores a él
serán pasados; todos los que vengan después de él, futuros.
Por todo lo cual no pueden ser presentes los cien años.
Pero veamos si aun el año que se toma es presente. En
575 V e g a , o . c . , p .8 4 5 n t.2 2 ;
R o d r í g u e z N e i r a , o .c ., p .3 8 6 ; V e r i c a t N ú ñ e z ,
A u g u s tin u s 15 (1 9 7 0 ) 1 5 6 .1 5 7 ; P e g u e r o l e s , o . c . , p .6 3 ; K o w a l c z y k , o . c . : G i o m . d i m et. 2 7 ( 1 9 7 2 ) 2 0 8 .
576 V e g a , o .c ., p .8 4 5 n t .2 3 ; C hayx-R uy, o .c ., p .4 6 4 -4 7 7 ; R o d ríg u ez N e ir a ,
365
efecto: si de él el primer mes es presente, los restantes son
futuros; si se trata del segundo, ya el primero es pasado, y los
restantes no son aún.
XV
575 18. Y , sin embargo, decimos «tiempo largo» y
«tiempo breve», lo cual no podemos decirlo más que del tiem
po pasado y futuro. Llamamos tiempo pasado largo, v.gr., a
cien años antes de ahora, y de igual modo tiempo futuro largo
a cien años después; tiempo pretérito breve, si decimos, por
ejemplo, hace diez días, y tiempo futuro breve, si dentro de
diez días. Pero ¿cóm o puede ser largo o breve lo que no es?
N o digamos, pues, que «es largo», sino, hablando del preté
rito, digamos que «fue largo» y del futuro, que «será largo».
¡Oh Dios mío y luz m ía !, ¿no se burlará en esto tu Ver
dad del hombre? Porque el tiempo pasado que fue largo, ¿fue
largo cuando era ya pasado o tal vez cuando era aún presente?
Porque entonces podía ser largo, cuando había de qué ser lar
go; y com o el pretérito ya no era, tampoco podía ser largo,
puesto que de ningún modo existía. Luego no digamos: «El
tiempo pasado fue largo», porque no hallaremos qué fue largo,
por la razón de que lo que es pretérito, por serlo, no existe;
sino digamos: «Largo fue aquel tiempo siendo presente», por
que siendo presente fue cuando era largo; todavía, en efecto,
no había pasado para dejar de ser, por lo que era y podía ser
largo; pero después que pasó, dejó de ser largo, al punto que
dejó de existir.
o .c .,
Las Confesiones
Luego ni aun el año en cuestión es todo presente; y si no
es todo presente, no es el año presente; porque el año consta
de doce meses, de los cuales cualquier mes que se tome es pre
sente, siendo los restantes pasados o futuros.
Pero es que ni el mes que corre es todo presente, sino un
día. Porque si lo es el primero, los restantes son futuros; si
es el último, los restantes son pasados; si alguno de los inter
medios, unos serán pasados, otros futuros.
577 20. He aquí el tiempo presente— el único que ha
llamos debió llamarse largo— , que apenas si se reduce al breve
espacio de un día. Pero discutamos aún este mismo. Porque ni
aun el día es todo él presente. Compónese éste, en efecto, de
veinticuatro horas entre las nocturnas y diurnas, de las cuales
la primera tiene como futuras las restantes, y la última como
pasadas todas las demás, y cualquiera de las intermedias tiene
delante de ella pretéritas y después de ella futuras. Pero aun
la misma hora está compuesta de partículas fugitivas, siendo
pasado lo que ha transcurrido de ella, y futuro lo que aún le
queda.
Si, pues, hay algo de tiempo que se pueda concebir como
indivisble en partes, por pequeñísimas que éstas sean, sólo ese
momento es el que debe decirse presente; el cual, sin embar
go, vuela tan rápidamente del futuro al pasado, que no se de
tiene ni un instante siquiera. Porque, si se detuviese, podría
dividirse en pretérito y futuro; y el presente no tiene espa
cio ninguno.
¿Dónde está, pues, el tiempo que llamamos largo? ¿Será
acaso el futuro? Ciertamente que no podemos decir de éste
que es largo, porque todavía no existe qué sea largo; sino de
cimos que será largo. ¿Cuándo, pues, lo será? Porque si en
tonces fuere todavía futuro, no será largo, porque todavía no
hay qué sea largo; y si fuese largo, cuando saliendo del futu
ro, que todavía no es, comenzare a ser y fuese hecho presente
para poder ser largo, ya clama el tiempo presente con las ra
zones antedichas, que no puede ser largo.
La idea de creación en San Agustín:
o . c . , p .3 9 é .
,,
577 V e g a ,
o .c .,
o .c ., p . 387 ;
1 j M Q 7 fD 1
n e ir a
p .8 4 5 n t .2 4 ; G i l s o n ,
V e r i c a t N ú ñ e z , La idea
Introduction... p .2 5 2 ; R o d r í g u e z
de creación en San Agustín: i b id ,,
o
,
566
Las Confesiones
San Agustín
XVI
C a p ít u l o
578 21. Y , sin embargo, Señor, sentimos los intervalos
de los tiempos y los comparamos entre sí, y decimos que unos
son más largos y otros más breves. También medimos cuánto
sea más largo o más corto aquel tiempo que éste, y decimos
que éste es doble o triple y aquél sencillo, o que éste es tanto
como aquél. Ciertamente nosotros medimos los tiempos que pa
san cuando sintiéndolos los medimos; mas los pasados, que ya
no son, o los futuros, que todavía no son, ¿quién los podrá
medir? A no ser que se atreva alguien a decir que se puede
medir lo que no existe.
Porque cuando pasa el tiempo puede sentirse y medirse;
pero cuando ha pasado ya, no puede, porque no existe.
C a p ít u l o
X X IV
579 31. ¿Mandas que apruebe si alguno dice que el
tiempo es el movimiento del cuerpo? No lo mandas. Porque
yo oigo, y tú lo dices, que ningún cuerpo se puede mover si
no es en el tiempo; pero que el mismo movimiento del cuerpo
sea el tiempo no lo oigo, ni tú lo dices. Porque cuando se mue
ve un cuerpo, mido por el tiempo el rato que se mueve, des
de que empieza a moverse hasta que termina. Y si no le vi
comenzar a moverse y continúa moviéndose de modo que no
vea cuándo termina, no puedo medir esta duración, si no es
tal vez desde que lo comencé a ver hasta que dejé de verle.
Y si lo veo largo rato, sólo podré decir que se movió largo rato,
pero no cuánto; porque cuando decimos: «Cuánto», no lo de
cimos sino por relación a algo, com o cuando decimos: «Tanto
esto, cuanto aquello», o «Esto es doble respecto de aquello»
y así otras cosas por el estilo.
580 Pero si pudiéramos notar los espacios de los luga
res, de dónde y hacia dónde va el cuerpo que se mueve, o sus
partes, si se moviese sobre sí com o en un torno, podríamos
decir cuánto tiempo empleó en efectuarse aquel movimiento
del cuerpo o de sus partes desde un lugar a otro lugar. Así,
pues, siendo una cosa el movimiento del cuerpo, otra aquello
578
p.387.
580
Vega,
o .c
V
o .c .,
ega,
.,
p.845 nt.25;
p.846 nt.37;
P e g u e r o le s ,
G
il s o n ,
o .c
.,
p.63:
R o d ríg u ez N e ir a ,
Introduction... p.253.
o .c
.,
367
con que medimos su duración, ¿quién no ve cuál de los dos
debe decirse tiempo con más propiedad? Porque si un cuerpo
se mueve unas veces más o menos rápidamente y otras está pa
rado, no sólo medimos por el tiempo su movimiento, sino tam
bién su estada, y decimos: «Tanto estuvo parado cuanto se
m ovió», o «Estuvo parado el doble o el triple de lo que se
m ovió», y cualquiera otra cosa que comprenda o estime nues
tra dimensión, más o menos, como suele decirse. No es, pues,
el tiempo el movimiento de los cuerpos.
LIBRO X II
C a p ít u l o
XV
581 18. ¿Acaso diréis que son falsas las cosas que me
dice en el oído interior con voz fuerte la Verdad acerca de la
verdadera eternidad del Creador: que su sustancia no varía de
ningún modo con los tiempos, ni que su voluntad es extraña a
su sustancia, razón por la cual no quiere ahora esto y luego
aquello, sino que todas las cosas que quiere las quiere de una
vez y a un tiempo y siempre, no una vez y otra vez, ni ahora
éstas y luego aquéllas; ni quiere después lo que no quería
antes ni quiere ahora lo que antes quiso?; porque semejante
voluntad sería mudable, y todo lo que es mudable no es eter
no, y nuestro Dios es eterno.
¿Asimismo [me diréis que es falso] * lo que me dice la
Verdad en el oído interior: que la expectación de las cosas por
venir se convierte en visión cuando llegan, así como la visión
se transforma en memoria cuando han pasado? Porque toda
intención que así varía es mudable, y todo lo que se muda no
es eterno, y nuestro Dios es eterno.
Y o agrupo estas verdades y las junto, y hallo que mi Dios,
Dios eterno, no creó con nueva voluntad al mundo, ni su cien
cia puede padecer nada transitorio.
582 19. ¿Qué decís ahora, oh contradictores? ¿Son aca
so falsas estas cosas?
— No— dicen.
— Pues ¿cuál lo es? ¿Es tal vez falso que toda naturaleza
* Paréntesis del traductor.
581-587 C a y r é , o .c ., p.178.
582 V ega , o .c ., p.899 nt.20.
San Agustín
Las Confesiones
formada o materia formable procede de aquel que es suma
mente bueno por ser sumamente?
— Tampoco negamos esto— dicen.
pió, y aunque no de tiempo, porque todavía no existía el tiem
po, sí al menos de su propia creación.
368
— Pues entonces, ¿qué? ¿Negáis tal vez que exista una
criatura tan sublime que se adhiera a Dios verdadero y de ver
dad eterno con tan casto amor que, aunque no le sea coeterna,
jamás se separe de él ni se deje arrastrar por ninguna variedad
ni vicisitud temporal, sino que descanse en la verdaderísima
contemplación de sólo él, porque tú, ¡oh D io s !, muestras a
quien te ama cuanto mandas, y le bastas y por eso no se des
vía de ti ni aun para mirarse a sí?
Esta es la casa de Dios, no terrena ni corpórea con mole
celeste alguna, sino espiritual y participante de tu eternidad,
porque no sufre detrimento eternamente. Porque tú «la esta
bleciste en los siglos de los siglos; la pusiste un precepto y no
le traspasará» (Sal 148,6). Sin embargo, no te es coeterna, por
no carecer de principio al haber sido creada.
583 20. Ciertamente que aunque no hallamos tiempo
antes de ella, puesto que la «sabiduría fue creada la primera
de todas las cosas» (Ecl 1,4)— no digo'aquella Sabiduría que
es, ¡oh Dios nuestro! , totalmente coeterna y parigual a ti, su
Padre, y «por quien fueron hechas todas las cosas y en cuyo
principio hiciste el cielo y la tierra», sino aquella otra sabiduría
creada, esto es, aquella naturaleza intelectual que es luz por la
contemplación de la luz, porque también, aunque luz creada,
es llamada sabiduría; mas, cuando es diferente la luz que ilu
mina de la que es reflejada, tanto difiere la sabiduría que crea
de la que es creada, com o difiere la justicia justificante de la
justicia obrada en nosotros por la justificación; porque tam
bién nosotros somos llamados «justicia tuya» (Cor 2,5.21), con
forme dice uno de tus siervos: « . . . a fin de que seamos justi
cia de Dios en él», razón por la cual existe una sabiduría crea
da antes que todas las cosas, la cual, aunque creada, es la
mente racional e intelectual de tu casta ciudad, «nuestra Ma
dre, que está allá arriba y es libre» (Gál 4,26) «y eterna en
los cielos»; ¿y en qué cielos, sino en «los cielos de los cielos»,
que te alaban, porque también éste es «cielo del cielo para el
Señor»?— , aunque no hallamos tiempo, digo, antes de ella,
por anteceder a la creación del tiempo, ya que es la primera
creada de todas las cosas, existe, sin embargo, antes de ella la
eternidad del mismo Creador, creada por la cual tomó princi
369
584 21. Pero de tal modo tiene el ser de ti, ¡oh Dios
nuestro!, que es totalmente cosa distinta de ti y no lo mismo
que tú. Y si bien no hallamos tiempo, no sólo antes de ella,
pero ni aun siquiera en ella— porque es idónea para ver siem
pre tu faz y no se aparta jamás de ella, lo cual hace que por
ningún cambio varíe— , le es, sin embargo, propia la mutabi
lidad; por lo que se oscurecería y se resfriaría si no fuera que
con el amor grande con que se adhiere a ti luciera y ardiese de
ti como un eterno mediodía.
¡Oh Casa luminosa y b ella !, «amado he tu hermosura y el
lugar donde mora la gloria de mi Señor! (Sal 25,8), tu hacedor
y tu poseedor. Por ti suspire mi peregrinación, y dígale al que
te hizo a ti que también me posea a mí en ti, porque también
me ha hecho a mí. «Erré com o oveja perdida» (Sal 118,176),
mas espero ser trasplantado a ti en los hombros de mi pastor,
tu estructurador.
585 22. ¿Qué me decís, contradictores a los que antes
hablaba, y que, sin embargo, creéis que Moisés fue siervo pia
doso de Dios y que sus libros son oráculos del Espíritu Santo?
¿No es acaso esta Casa de Dios, no digo yo coeterna con él,
pero sí a su modo eterna en los cielos, en donde vanamente
buscáis cambios de tiempos, porque no los halláis, puesto que
sobrepasa toda extensión y todo espacio voluble de tiempo,
para quien es el bien adherirse siempre a Dios?
— Sí lo es— dicen.
— Pues, ¿cuál de las cosas que mi corazón gritó al Señor,
cuando oía interiormente la voz de su alabanza; cuál de ellas,
decidme de una vez, pretendéis que es falsa? ¿Acaso porque
dije que existía una materia informe, en la que por no haber
forma alguna no había ningún orden? Mas donde no había or
den tampoco podía haber vicisitud de tiempos. Con todo, este
cuasi-nada, en cuanto no era totalmente nada, ciertamente pro
cedía de aquel de quien procede cuanto existe y que de algún
modo es algo.
— Tampoco— dicen— negamos esto.
584 B oyer , L’idée de vérité... p.118.
585 V e g a , o .c ., p.899 nt.22; C a y r é , o .c ., p.179; R. A rnou , Platonisme des
Peres: Dict. théol. cath., c.2342s; G il so n , Introduction p.259; V e rica t , La
idea de creación según San Agustín: Augustinus 15 (1970) 23 y 31.
San Agustín
370
C a p ít u l o
X X V III
586 38. Pero hay otros para quienes estas palabras no
son ya nido, sino cerrado plantel, en las que ven frutos ocul
tos, y vuelan gozosos, y gorjean buscándolos y los arrancan.
Porque, cuando leen u oyen estas palabras, ven, ¡oh Dios
eterno!, que todos los tiempos pasados y futuros son supera
dos por tu permanencia estable, que no hay nada en la crea
ción temporal que tú no hayas hecho, y que, sin cambiar en lo
más mínimo ni nacer en ti una voluntad que antes no existie
ra, por ser tu voluntad una cosa contigo, hiciste todas las co
sas, no semejanza tuya sustancial, forma de todas las cosas, sino
una desemejanza sacada de la nada, informe, la cual habría de
ser luego formada por tu semejanza, retornando a ti, Uno, en
la medida ordenada de su capacidad, cuanto a cada una de las
cosas se le ha dado dentro de su género. Y así fueron hechas
todas muy buenas, ya permanezcan junto a ti, ya—-separadas
por grados cada vez más distantes de lugar y tiempo— formen
o padezcan hermosas variaciones. Ven estas cosas y se gozan
en la luz de tu verdad en lo poco que pueden.
587 39. Mas, de ellos, uno se fía en lo que está escrito:
«En el principio hizo D io s...», y vuelve sus ojos a la sabiduría,
«principio, porque también ella nos habla» (Jn 8,25).
Otro se fija en dichas palabras, y entiende por principio el
comienzo de todas las cosas creadas, interpretándolas de este
modo: «En el principio hizo», com o si dijera: «primeramente
hizo». Y entre los mismos que entienden por la expresión «en
el principio» en el que «tú hiciste, en la sabiduría, el cielo y la
tierra», uno de ellos entiende por estos nombres de cielo y tie
rra, que fue designada la materia creable del cielo y la tierra;
otro, las naturalezas ya formadas y especificadas; otro, una for
mada y espiritual, con el nombre de cielo, y otra informe, de
materia corporal, con el nombre de tierra.
Y todavía, entre los que entienden por los nombres de cielo
y tierra la materia informe aún, de la cual se habría de formar
el cielo y la tierra, no lo entienden de un mismo modo, sino
uno dice que era de donde se había de dar fin a la creación
inteligible y sensible, otro solamente que era de donde había
de salir esta mole sensible corpórea que contiene en su enor
me seno las naturalezas visibles que están a la vista. Pero ni
586
V
ega,
o .c .,
p.900 nt.26.
Las Confesiones
371
aun los que creen que en este lugar son llamadas cielo y tierra
las naturalezas ya dispuestas y organizadas, lo entienden tam
poco de un modo mismo; porque uno se refiere a la creación
invisible y visible, otro a la sola visible, en la que vemos el
cielo luminoso y la tierra oscura y las cosas que hay en ellos.
LIBRO X III
C a p ít u l o
IX
588 10. Pero ¿acaso no eran sobrellevados sobre las
aguas el Padre o el H ijo? Si esto se entiende del lugar, como
si fuera un cuerpo, ni aun el Espíritu Santo lo era; pero si se
entiende de una eminencia de la inconmutable divinidad sobre
todo lo mudable, entonces, juntamente el Padre y el H ijo y el
Espíritu Santo eran sobrellevados sobre las aguas. Pero enton
ces, ¿por qué se ha dicho esto únicamente de tu Espíritu?
¿Por qué se ha dicho únicamente de él esto, como si fuera un
lugar donde estuviese, él que no es lugar y del que sólo se
ha dicho que es Don tuyo? En tu Don descansamos: allí te
gozamos. Nuestro descanso es nuestro lugar. El amor nos le
vanta a allí y tu Espíritu bueno exalta nuestra humildad de
las puertas de la muerte. Nuestra paz está en tu buena volun
tad. El cuerpo por su peso tiende a su lugar. El peso no sólo
impulsa hacia abajo, sino al lugar de cada cosa. El fuego tira
hacia arriba, la piedra hacia abajo. Cada uno es movido por
su pesq y tiende a su lugar. El aceite, echado debajo del agua,
se coloca sobre ella; el agua, derramada encima del aceite, se
sumerge bajo el aceite; ambos obran conforme a sus pesos, y
cada cual tiende a su lugar.
589 Las cosas menos ordenadas se hallan inquietas: ordé
name y descansan. Mi peso es mi amor; él me lleva doquiera
soy llevado. Tu Don nos enciende y por él somos llevados
hacia arriba: enardecémonos y caminamos; subimos «las as
censiones dispuestas en nuestro corazón y cantamos el Cántico
de los grados». Con tu fuego, sí, con tu fuego santo nos enar
decemos y caminamos, porque caminamos para arriba, hacia
«la paz de Jerusalén», porque me he deleitado de las «cosas
5 8 8 V e g a , o . c . , p .9 6 2 n t .7 .8 ; G i l s o n , Introduction... p ,1 7 4 s ; P e g u e r o l e s ,
O.C., p .8 8 .8 9 .9 0 .1 2 7 .1 4 0 ; M o r an , Síntesis del pensamiento agustiniano... p .2 4 5 ;
K o w a l c z y k , La conception de Vhomme chez Saint Augustin: G io r n . d i m et. 27
<1972) 207.
373
San Agustín
D e la fe en lo que no se ve
que aquéllos me dijeron: Iremos a la casa del Señor» (Sal 121,
1). Allí nos colocará la buena voluntad, para que no queramos
más que permanecer eternamente allí..
estén muy lejos del alcance de la visión corporal? ¿Qué razón
hay para negarse a creer lo que no vemos con los ojos del
cuerpo, cuando, sin duda alguna, vemos que creemos o que no
creemos, y estos actos no se pueden percibir con los sentidos
corporales?
372
DE L A FE EN L O Q U E N O SE VE
Obras de San Agustín, IV , Obras apologéticas:
D e la verdadera religión ..., D e la fe en lo que no se ve, versión e intro
ducción del P. H . R o d r í g u e z , O .S.A. (BAC, Madrid 1948).
E d ic ió n
c ita d a :
g e n .: R o d r í g u e z , o .c ., Introducción, p.791.792; J. Pe
S.J., O euvres de Saint Augustin, V i l i , première serie: Opuscules,
V i l i , La foi chrétienne: D e vera religion e..., D e fide rerum quae non
videntur..., Introd., trad. et notes (Biblioth. Augustinienne, Paris 1951);
introduction p .305-308 (Bibliogr. p.308).
B ib lio g r .
gón ,
C r e e r l o q u e n o v e m o s n o es p a ra n o s o t r o s , c r is t ia n o s , te m e
r id a d r e p r e n s ib le , s in o f e d ig n a d e a la b a n za s
C a p ít u l o
I
Ln la vida social también se creen muchas cosas sin ser vistas.
La buena voluntad del amigo no se ve, pero se cree en ella.
Sin alguna fe, ni siquiera podemos tener certeza del afecto
del amigo probado
590 1 . Piensan algunos que la religión cristiana es más
digna de burla que de adhesión, porque no presenta ante nues
tros ojos lo que podemos ver, sino que nos manda creer lo que
no vemos. Para refutar a los que presumen que se conducen
sabiamente negándose a creer lo que no ven, les demostramos
que es preciso creer muchas cosas sin verlas, aunque no poda
mos mostrar ante sus ojos corporales las verdades divinas que
creemos.
En primer lugar, a esos insensatos, tan esclavos de los ojos
del cuerpo que llegan a persuadirse que no deben creer lo que
no ven, hemos de advertirles que ellos mismos creen y cono
cen muchas cosas que no se pueden percibir con aquellos sen
tidos. Son innumerables las que existen en nuestra alma, que
es por naturaleza invisible. Por ejemplo: ¿qué hay más senci
llo, más claro, más cierto que el acto de creer o de conocer
que creemos o que no creemos alguna cosa, aunque estos actos
590-596 R o d r í g u e z ,
tion p.305-308.
o .c . ,
Introducción p.791 y 792;
P egón,
o .c
.,
Introduc-
591 2. Pero dicen: lo que está en el alma, podemos co
nocerlo con la facultad interior del alma, y no necesitamos
los ojos del cuerpo; pero lo que nos mandáis creer, ni lo pre
sentáis al exterior para que lo veamos con los ojos corporales
ni está dentro de nuestra alma para que podamos verlo con el
entendimiento. Dicen estas cosas com o si a alguno se le man
dara creer lo que ya tiene ante los ojos. Es preciso creer algu
nas cosas temporales que no vemos, para que seamos dignos de
ver las eternas que creemos. Y tú, que no quieres creer más
que lo que ves, escucha un momento: ves los objetos presen
tes con los ojos del cuerpo; ves tus pensamientos y afectos
con los ojos del alma. Ahora dime, por favor: ¿cóm o ves el
afecto de tu amigo? Porque el afecto no puede verse con los
ojos corporales. ¿Ves, por ventura, con los ojos del alma lo que
pasa en el alma de otro? Y , si no lo ves, ¿cóm o corresponde
rás a los sentimientos amistosos, cuando no crees lo que no
puedes ver? ¿Replicarás, tal vez, que ves el afecto del amigo
en sus obras? Verás, en efecto, las obras de tu amigo, oirás
sus palabras; pero habrás de creer en su afecto, porque éste
ni se puede ver ni oír, ya que no es un color o una figura
que entre por los ojos, ni un sonido o una canción que penetre
por los oídos, ni una afección interior que se manifieste a la
conciencia. Sólo resta creer lo que no puedes ver, ni oír, ni co
nocer por el testimonio de la conciencia, para que no quedes
aislado en la vida sin el consuelo de Ja amistad, o el afecto de
tu amigo quede sin justa correspondéncia.
592 ¿Dónde está tu propósito de no creer más que lo
que vieres exteriormente con los ojos del cuerpo o interior
mente con los ojos del alma? Ya ves que tu afecto te mueve
a creer en el afecto no tuyo; y adonde no pueden llegar ni tu
vista ni tu entendimiento, llega tu fe. Con los ojos del cuerpo
ves el rostro de tu amigo, y con los ojos del alma ves tu propia
fidelidad; pero la fidelidad del amigo no puedes amarla si no
tienes también la fe que te incline a creer lo que en él no
ves; aunque el hombre puede engañar mintiendo amor y ocul
tando su mala intención. Y , si no intenta hacer daño, finge la
caridad, que no tiene, para conseguir de ti algún beneficio.
374
San Agustín
D e la naturaleza del bien contra los maniqueos
593 3. Pero dices que, si crees al amigo, aunque no pue
des ver su corazón, es porque lo probaste en tu desgracia y
conociste su fidelidad cuando no te abandonó en los momen
tos de peligro. ¿Te imaginas, por ventura, que hemos de anhe
lar nuestra desgracia para probar el amor de los amigos? Nin
guno podría gustar la dulzura de la amistad si no gustara antes
la amargura de la adversidad; ni gozaría el placer del verda
dero amor quien no sufriera el tormento de la angustia y del
dolor. La felicidad de tener buenos amigos, ¿por qué no ha de
ser más bien temida que deseada, si no se puede conseguir sin
la propia desgracia? Y , sin embargo, es muy cierto que tam
bién en la prosperidad se puede tener un buen amigo, aunque
su amor se prueba más fácilmente en la adversidad.
prensible y no fe digna de alabanza. ¿Qué diré de las otras
relaciones de hermanos, hermanas, yernos y suegros, y demás
consanguíneos y afines, si el amor de los padres a sus hijos y
de los hijos a sus padres es incierto y la intención es sospe
chosa, cuando no se quieren mutuamente? Y no lo hacen esti
mando que no tienen obligación, pues no creen en el amor del
otro porque no lo ven. No creer que somos amados, porque
no vemos el amor, ni corresponder al afecto con el afecto,
porque no pensamos que nos lo debemos recíprocamente, es
una precaución más molesta que ingeniosa.
C a p ít u l o I I
Si de la sociedad humana desaparece la fe, vendrá
una confusión espantosa
594 En efecto, si no creyeras, no te expondrías al peli
gro para probar la amistad. Y , por tanto, cuando así lo haces,
ya crees antes de la prueba. En verdad, si no debemos creer
lo que no vemos, ¿cóm o creemos en la fidelidad de los amigos
sin tenerla comprobada? Y cuando llegamos a probarla en la
adversidad, aun entonces es más bien creída que vista. Si no
es tanta la fe que, no sin razón, nos imaginamos ver con sus
ojos lo que creemos. Debemos creer, porque no podemos ver.
595 4. ¿Quién no ve la gran perturbación, la confusión
espantosa que vendrá si de la sociedad humana desaparece la
fe? Siendo invisible el amor, ¿cóm o se amarán mutuamente
los hombres, si nadie cree lo que no ve? Desaparecerá la amis
tad, porque se funda en el amor recíproco. ¿Qué testimonio
de amor recibirá un hombre de otro si no cree que se lo puede
dar? Destruida la amistad, no podrán conservarse en el alma
los lazos del matrimonio, del parentesco y de la afinidad, por
que también en éstos hay relación amistosa. Y así, ni el esposo
amará a la esposa, ni ésta al esposo, si no creen en el amor
recíproco porque no se puede ver. Ni desearán tener hijos,
cuando no creen que mutuamente se los han de dar. Si éstos
nacen y se desarrollan, tampoco amarán a sus padres; pues,
siendo invisible el amor, no verán el que para ellos abrasa los
paternos corazones, si creer lo que no se ve es temeridad re
375
596 Si no creemos lo que no vemos, si no admitimos la
buena voluntad de los otros porque no puede llegar hasta ella
nuestra mirada, de tal manera se perturban las relaciones entre
los hombres, que es imposible la vida social. N o quiero hablar
del gran número de hechos que nuestros adversarios, los que
nos reprenden porque creemos lo que no vemos, creen ellos
también por el rumor público y por la historia, o referentes
a los lugares donde nunca estuvieron. Y no digan: No creemos
porque no vimos. Pues si lo dicen, se ven obligados a confesar
que no saben con certeza quiénes son sus padres. Ya que, no
conservando recuerdo alguno de aquel tiempo, creyeron sin va
cilación a los que se lo afirmaron, aunque no se lo pudieran
demostrar, por tratarse de un hecho pasado. De otra manera,
al querer evitar la temeridad de creer lo que no vemos, incu
rriríamos en el pecado de infidelidad a los propios padres.
DE L A N A T U R A L E Z A D EL BIEN C O N T R A LO S M A N IQ U E O S
E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, I I I ,
Obras filosóficas: Contra los académicos..., D e la naturaleza del bien:
contra los maniqueos, versión, introducción y notas de M . L a n s e r o s , O.S.A. (BAC, Madrid 1947).
i b l i o g r . g e n . : L a n s e r o s , o.c., Introducción, p.820-822; A . G a r d e i l ,
Bien ( L e ) : Dict. théol. cath. II (Paris 1910) c.835-843; E. M a s s o n ,
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(Saint): Dict. théol. cath. I (1909) c.2268-2472;
B a r d y , art. Manichéisme: ibid., I X (Paris 1927) c.1841-1895; R. J o l i v e t ,
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with an Introduction and Commentary (Washington 1955); P. M o n t a n a r i , Saggio de Filosofía agostiniana. I massimi problem i (Torino 1931);
St. K o w a l c z y k , Dieu en tant que bien suprême, selon l’acception de
Saint Augustin: Est. agust. 6 (1971) 31-51; I d ., La métaphysique du
bien selon l’acception de Saint Augustin: Est. agust. 8 (1973) 31-51;
F. J. v o n R i n t e l e n , Augustinus - Endlichkeit und Unendlichkeit des
B
a rt.
376
D e la naturaleza del bien contra los maniqueos
San Agustín
G uten (bonum ): H orizont 10 (1967) 70-80; Id., Bene finito e bene
infinito in S. A gostino: Ethica 7 (1968) 193-214; Id., Deus, bonum
omnis boni, Augustinus und modernes W ertdenken Aurelius Augustinus
(K öln 1930).
C a p ít u l o I
377
la naturaleza creada. De ahí se sigue necesariamente que toda
la naturaleza es espíritu o cuerpo. El espíritu inmutable es
Dios. El espíritu sujeto a mutación es una naturaleza creada,
aun cuando es superior al cuerpo. A su vez, el cuerpo no es
espíritu, si bien en sentido figurado se da al viento el nombre
de espíritu, porque, no obstante que nos es invisible, sentimos
claramente sus efectos.
Dios, bien supremo e inmutable, del cual proceden todos
los demás bienes espirituales y corporales
597 Dios es el supremo e infinito bien, sobre el cual no
hay otro: es el bien inmutable y, por tanto, esencialmente
eterno e inmortal. Todos los demás bienes naturales tienen en
él su origen, pero no son de su misma naturaleza. Lo que es
de la misma naturaleza que él no puede ser más que él mismo.
Todas las demás cosas, que han sido hechas por él, no son lo
que él es. Y puesto que sólo él es inmutable, todo lo que hizo
de la nada está sometido a la mutabilidad y al cambio. Es tan
omnipotente, que de la nada, es decir, de lo que no tiene ser,
puede crear bienes grandes y pequeños, celestiales y terrestres,
espirituales y corporales.
Es también sumamente justo. Por eso, lo que sacó de la
nada no lo igualó a lo que engendró de su propia naturaleza.
De ahí que todos los bienes concretos particulares, lo m is m o
los grandes que los pequeños, cualquiera que sea su grado en
la escala de los seres, tienen en Dios su principio o causa efi
ciente.
598 Por otra parte, toda naturaleza, en sí misma consi
derada, es siempre un bien: no puede provenir más que del
supremo y verdadero Dios, porque todos los bienes, los que
por su excelencia se aproximan al Sumo bien y los que por su
simplicidad se alejan de él, todos tienen su principio en el Bien
supremo.
En consecuencia, todo espíritu está sujeto al cambio, y todo
cuerpo proviene de Dios, y a espíritu y materia se reduce toda
5 9 7-615 L a n se r o s, o .c ., Introducción, p .9 7 5 -9 7 7 ; C a y r é , o .c ., p ,133s.
597-598 G il s o n , Introduction... p .1 8 6 ; M o ra n , Síntesis del pensamiento
agustiniano... p .2 3 9 ; K o w a lc z y k , La idea de D ios... p .3 4 4 .
597 L a n se r o s, o .c ., p .878 n t . l ; K o w a lc z y k , Dicu en tant que bien supréme
selon Vacception de Saint Augustin: Est. agust. (1971) p .2 0 0 .2 1 1 ; Id ., La métaphysique du bien: Est. agust. 8 (1973 ) 4 5 ; G. von J e s s , La simplicidad de
Dios en el pensamiento agustiniano: Augustinus 19 (1974) 45.
598 K o w a lc z y k , L ’argument axiologique dans la philosophie de Saint Augus
tin: Est. agust. 5 (1 9 7 0 ) 53.
C a p ít u l o
III
El modo, la belleza y el orden, bienes generales,
que se hallan en las criaturas
599 Nosotros los cristianos católicos adoramos a Dios, de
quien proceden todos los bienes, grandes y pequeños: él es el
principio de todo modo, grande o pequeño; el principio de
toda belleza, grande o pequeña; el principio de todo orden,
grande o pequeño.
Todas las cosas son tanto mejores cuanto son más mode
radas, hermosas y ordenadas, y tanto menos bien encierran
cuanto son menos moderadas, hermosas y ordenadas. Estas tres
cosas, pues: el modo, la forma y el orden— y paso en silencio
otros innumerables bienes que se reducen a éstos— , estas tres
cosas, repito, o sea: el m odo, la belleza y el orden, son como
bienes generales, que se encuentran en todos los seres creados
por Dios, lo mismo en los espirituales que en los corporales.
600 Por tanto, Dios está sobre todo modo de la criatura,
sobre toda belleza y sobre todo orden, no con superioridad
local o espacial, sino con un poder inefable y divino, porque
de él procede todo modo, toda belleza, todo orden. Donde se
encuentran estas tres cosas en grado alto de perfección, allí hay
grandes bienes; donde la perfección de esas propiedades es in
ferior, inferiores son también los bienes; donde faltan, no hay
bien alguno. De la misma manera, donde estas tres cosas son
grandes, grandes son las naturalezas: donde son pequeñas, pe
queñas o menguadas son también las naturalezas, y donde no
existen, no existe tampoco la naturaleza.
De ahí se concluye que toda naturaleza es buena.
599 G i l s o n , Introduction... p .1 8 6 ;
L a n s e r o s , o . c . , p .878 nt.2,
p.41.48;
K o w a lc z y k ,
La métaphysique du bien...
378
San Agustín
C a p ít u l o
D e la naturaleza del bien contra los maniqueos
IV
El mal es la corrupción del modo, de la belleza y del orden
601 Por eso, antes de preguntar de dónde procede el
mal, es preciso investigar cuál es su naturaleza. Y el mal no es
otra cosa que la corrupción del modo, de la belleza y del or
den naturales.
La naturaleza mala es, pues, aquella que está corrompida,
porque la que no está corrompida es buena. Pero, aun así co
rrompida, es buena en cuanto naturaleza; en cuanto que está
corrompida, es mala.
C a p ít u l o
obediencia al Señor su Dios, permanecerán unidos a su belleza
incorruptible; pero, si no quieren mantenerse en esa dependen
cia o sumisión, voluntariamente se sujetan a la corrupción del
pecado e involuntariamente sufrirán la corrupción en medio de
los castigos.
Dios es para nosotros un bien tan grande, que todo redun
da en beneficio de quien no se separa de él. Del mismo modo,
en el orden de las cosas creadas, la naturaleza racional es un
bien tan excelente, que ningún otro bien puede hacerla dicho
sa, sino Dios. Los pecadores, que por el pecado salieron del
orden, entran de nuevo en él mediante la pena. Como este
orden no es conforme a su naturaleza, por eso implica la ra
zón de pena o castigo. Mas se le denomina justicia, porque es
lo que le corresponde a la culpa o falta.
VI
La naturaleza incorruptible es el Sumo Bien; la que puede
corromperse es un bien relativo
602 Si la corrupción destruye en las cosas corruptibles
todo lo que constituye en ellas el modo, la belleza y el orden,
por el mismo hecho destruye o suprime la naturaleza.
De esto se sigue que la naturaleza que es esencialmente
incorruptible es Dios.
Y , por el contrario, toda naturaleza sujeta a la corrupción
es un bien imperfecto o relativo, ya que la corrupción no pue
de dañarle más que suprimiendo o disminuyendo la nota o el
carácter de bondad que hay en ella.
C a p ít u l o
379
V II
La corrupción de los espíritus racionales es voluntaria o penal
603 Dios concedió a las criaturas más excelentes, es decir,
a los espíritus racionales, que, si ellos quieren, puedan perma
necer inmunes de la corrupción, o sea, si se conservan en la
601 L a n se r o s, o .c ., p .8 7 8 n t.6 ; G il s o n , Introduction... p .1 8 6 ; J o li v e t ,
Le probléme du mal... p .8 .1 5 .2 1 .
602 M oran , Síntesis del pensamiento agustiniano... p.243; K o w a lc z y k , La
conception de l’homme chez Saint Augustin: Giorn. di met. 27 (1972) 207.
6 0 3-605 L a n s e r o s , o .c ., p .8 7 8 n t.3.
603 G il s o n , Introduction... p .1 8 8 ; J o li v e t ,
Le probléme du mal... j>.6§.
C a p ít u l o
V III
La belleza del universo resulta de la corrupción y muerte
de los seres inferiores
604 Las demás cosas, que han sido hechas de la nada y
que, ciertamente, son inferiores al espíritu racional, no pueden
ser ni felices o dichosas ni infelices. Pero com o son buenas
en cuanto a su orden y a su belleza y del Sumo Bien, es decir,
de Dios recibieron la existencia y la bondad, por muy pe
queña e insignificante que ésta sea, han sido ordenadas de tal
suerte que las más débiles se subordinan a las más fuertes,
las más frágiles a las más duraderas, las menos potentes a las
más poderosas, y así también lo terreno se armoniza con lo
celestial en subordinación de inferior a superior y más exce
lente.
Dentro del orden temporal, hay una cierta belleza rela
tiva en los seres que aparecen y desaparecen. Así, los que
perecen o dejan de ser no desfiguran o perturban el modo, la
belleza y el orden del conjunto o universales. Sucede aquí lo
mismo que en un discurso bien compuesto y elegante, cuya
belleza resulta de la sucesión armoniosa de las sílabas y de los
sonidos que se producen y desvanecen.
604 Jolivet, Le probléme du mal... p.28.
380
San Agustín
D e la naturaleza del bien contra los maniqueos
C a p ít u l o
C a p ít u l o
IX
Institución del castigo para reintegrar al recto orden
a la naturaleza transgresora
605 Es de incumbencia del juicio divino y no del hu
mano fijar o determinar la cualidad o naturaleza y la cuanti
dad o gravedad de la pena debida o correspondiente a una
falta. Cuando se les perdona a los pecadores el castigo que me
recen, efecto es de la infinita bondad de Dios; pero no hay
iniquidad o injusticia en él si les hiere con el castigo mere
cido, porque la naturaleza resulta más ordenada cuando sufre
justamente en el castigo que cuando se regocija impunemente
en el pecado.
No obstante, la naturaleza es siempre buena en cualquier
circunstancia en que se encuentre, mientras conserve el modo,
la belleza y el orden. Dejará de ser buena si pierde total
mente el modo, la belleza y el orden, porque en ese caso
dejará de existir.
C a p ít u l o
X
La naturaleza es corruptible, porque fue hecha de la nada
606 Todas las naturalezas corruptibles en tanto son na
turalezas en cuanto que han recibido de Dios el ser; pero no
serían corruptibles si hubieran sido formadas de él, porque
entonces serían lo que es el mismo Dios. Por consiguiente,
sea cualquiera el modo, la belleza y el orden que las consti
tuye, poseen o encierran estos bienes porque fueron creadas
por Dios, y si no son inmutables es porque fueron sacadas de
la nada. Sería una audacia sacrilega igualar a Dios con la
nada, haciendo que lo que procede de Dios sea como lo que
procede de la nada.
605 J o l i v e t , Le problème du mal... p .17.
606 G il s o n , Introduction... p .186.
381
X II
Todos los bienes proceden de Dios
607 Si nuestros adversarios, al admitir la existencia de
una naturaleza que no ha sido creada por Dios, quisieran re
flexionar sobre estas consideraciones, tan claras y ciertas, no
abundarían en blasfemias tan horribles cuales son el atribuir
al sumo mal tantos bienes y a Dios tantos males.
Como he indicado antes, bastaría para corregir su error
que quisieran darse cuenta— y la verdad les obliga o fuerza
a confesarlo— de que el bien no puede proceder sino de Dios.
Es absurdo que los grandes bienes provengan de un princi
pio y de otro distinto los pequeños; pues unos y otros, gran
des y pequeños, tienen su origen en el sumo y soberano bien,
que es Dios.
C a p ít u l o
X III
Dios es el principio de todos los bienes en particular,
grandes y pequeños
608 Enumeremos cuantos bienes nos sea posible y que
dignamente podamos atribuirlos a Dios com o a su autor, y
veamos si fuera de ellos queda alguna naturaleza.
Toda vida, sea grande o pequeña; todo poder, sea grande
o pequeño; toda salud, sea grande o pequeña; toda memo
ria, sea grande o pequeña; toda fuerza, sea grande o peque
ña; todo entendimiento, sea grande o pequeño; toda tran
quilidad, sea grande o pequeña; toda riqueza, sea grande o pe
queña; todo sentimiento, sea grande o pequeño; toda luz,
sea grande o pequeña; toda suavidad, sea grande o pequeña;
toda medida, sea grande o pequeña, y si hay algún otro bien
semejante a éstos, y principalmente los que se encuentran en
todas las cosas, lo mismo en las espirituales que en las cor
porales; todo el mundo, toda belleza_. todo orden, sea grande
o pequeño; todo ello solamente puede provenir de Dios.
Si alguno quisiera abusar de estos bienes, sufrirá el cas
tigo impuesto o determinado por el juicio divino. Y si no exis
te ninguno de estos bienes, no existirá tampoco ninguna na
turaleza.
608 Jolivet, Le problème du mal... p.21.40.
382
San Agustín
C a p ít u l o
X V II
Ninguna naturaleza, en cuanto tal, es mala
609 Ninguna naturaleza, por tanto, es mala en cuanto
naturaleza, sino en cuanto disminuye en ella el bien que tie
ne. Si el bien que posee desapareciera por completo, al dis
minuirse, así como no subsistiría bien alguno, del mismo modo
dejaría de existir toda naturaleza, no solamente la que fingen
los maniqueos, en la que se encuentran aún tantos bienes que
causa asombro su obstinada ceguera, sino que perecería toda
naturaleza que cualquiera pudiera imaginar.
D e la naturaleza del bien contra los maniqueos
Tiene, pues, en sí esa materia capacidad o aptitud para
recibir determinadas formas, porque si no pudiere recibir la
forma que le imprime el artífice, ciertamente no se llamaría
materia. Además, si la forma es un bien, por lo cual se lla
man mejor formados los que por ella sobresalen, com o se
llaman bellos por la belleza, no hay duda de que también es
un bien la misma capacidad de recibir la forma. Porque así
como es un bien la sabiduría, nadie duda de que también lo
es el ser capaz de sabiduría. Y como todo bien procede de
Dios, a nadie le es lícito dudar de que esta materia informe,
si es algo, solamente puede ser obra de Dios.
C a p ít u l o
C a p ít u l o
X V III
El «hylen» que los antiguos llamaban materia informe
no es un mal
610 Ni tampoco debe decirse que sea mala aquella ma
teria que los antiguos denominaron hylen. No me refiero pre
cisamente a la materia que Manes, con loca jactancia y sin
saber lo que dice, llama hylen, y que, según él, es la formadora o creadora de los cuerpos, por lo que justamente se le
atribuye que supone o introduce la existencia de otro Dios, ya
que únicamente Dios puede modelar o crear los cuerpos. Es
tos, en efecto, no son creados sino cuando empieza a subsis
tir en ellos el modo, la belleza y el orden, cualidades que, por
ser buenas, ni existen ni pueden existir sino por Dios. Pienso
que también los maniqueos confiesan esto.
611 Pero llamo yo hylen a una cierta materia absoluta
mente informe y sin cualidad alguna, de la que se forman to
das las cualidades que nosotros percibimos por nuestros sen
tidos, com o lo sostuvieron los antiguos filósofos. Por eso la
selva o bosque se denomina en griego oVr¡, porque es mate
ria apta para que la trabajen o modelen los artífices, no para
que ella produzca de por sí alguna cosa, sino para que de ella
sea hecho algo. No debe decirse, por consiguiente, que sea
mala esa hyle, que de ningún modo puede ser percibida por
nuestros sentidos y que apenas puede concebirse por la pri
vación absoluta de toda forma.
610-611 L a n s e r o s , o . c . , p.878 nt.4; K o w a l c z y k , La métaphysique du bien...
p.42; J o l i v e t , Le probleme du mal... p.18.89.
383
X IX
Sólo Dios es el verdadero ser
612 Así, pues, magnífica y divinamente nuestro Dios
dijo a su siervo: « Y o soy el que soy» y «Dirás a los hijos
de Israel: El que es me envió a vosotros». El es verdadera
mente, porque es inmutable.
T odo cambio o mudanza hace no ser a lo que era. Por
tanto, aquél es verdaderamente que es inmutable, y las de
más cosas que por él han sido hechas de él han recibido el
ser, según su modo o medida.
Síguese que el sumo o soberano Ser tan sólo puede te
ner com o opuesto al no-ser, y por eso, así com o por él existe
todo lo que es bueno, así también por él existe todo lo que
naturalmente es o toda naturaleza, porque todo lo que natu
ralmente existe es bueno. Como toda naturaleza es buena
y todo bien procede de Dios, conclúyese que toda naturaleza
proviene de Dios.
C a p ít u l o
XX
El dolor solamente se halla en las naturalezas buenas
613 El mismo dolor, que algunos consideran com o el
principio de los males, ya se dé en el alma o en el cuerpo,
no puede existir más que en las naturalezas que de por sí
612 L a n s e ro s ,
o .c .,
p .878
n t.5 ;
G il s o n ,
Introduction... p .2 2 ;
Caractères platoniques de l’ontologie augustinienne:
M oran,
Thonnard,
Augustinus magister I p .3 2 4 ;
Síntesis del pensam. agust. p .2 3 8 ; K o w a lc z y k , Dieu en tant que bien
suprême... p.201.
613 Jomvbt, Saint Augustin... p.189; Ip., Le problème du mal... p.27.28,
San Agustín
Sobre la doctrina cristiana
son buenas. En efecto, todo lo que resiste al dolor rehúsa
en cierto modo no ser lo que era, porque era algún bien.
Mas el dolor es útil cuando fuerza a la naturaleza a ser mejor;
pero si la conduce a ser menos buena, entonces es inútil.
La resistencia de la voluntad a un poder superior pro
duce el dolor en el alma, y la resistencia de los sentidos a un
cuerpo más poderoso lo origina o causa en el cuerpo. Pero
hay males que son peores si no producen dolor, porque peor
es alegrarse de la iniquidad que dolerse de la corrupción. Sin
embargo, semejante gozo no puede ser efecto sino de la ad
quisición de bienes inferiores, mientras que la iniquidad es
la deserción o abandono de los bienes superiores.
de lo cual nos hizo el Señor D ios» (2 Mac 7,28). Y también
lo que está escrito en los Salmos: «E l lo dijo y todo fue
hecho» (Sal 148,5).
Manifiesto es que no engendró de sí estas cosas, sino que
las hizo en virtud de su palabra y mandato. Mas lo que
hizo de sí, ciertamente que lo hizo de la nada, pues no exis
tía cosa alguna de la cual pudiera sacarlo, com o abiertamente
dice e l Apóstol: «Porque de él y por él y para él son todas
las cosas» (Rom 11,36).
384
614 Del mismo m odo, tratándose del cuerpo, mejor es
la lesión o herida con dolor que la putrefacción sin dolor,
que propiamente se llama corrupción, la cual no vio, esto es,
no padeció el cuerpo muerto del Señor, conforme había sido
predicho en una profecía: «N o dejarás que tu santo experi
mente la corrupción» (Sal 15,10). Porque el que fuese he
rido por los clavos y traspasado con la lanza, ¿quién lo ne
gará?
Y también la misma putrefacción, que propiamente es de
signada con el nombre de corrupción, si aún le resta en lo in
terior algo que consumir, aumenta a medida que va disminu
yendo el bien. Si éste fuere totalmente destruido o aniquila
do, así como no quedaría ningún bien, tampoco permanece
ría naturaleza alguna, porque no habría ya nada que pudiera
sufrir la corrupción, y así ni siquiera habría corrupción, por
que faltaría el ser en el cual pudiera darse.
385
SOBRE L A D O C T R IN A C R IS T IA N A
E d ic ió n
c ita d a :
Obras de San Agustín, edición bilingüe, X V : D e la
preparada por B. M a r t í n , O .S.A . (BAC,
, doctrina cristiana..., edición
Madrid 1957).
. g e n .:
M a r t í n , o .c ., Introducción, p.49-52;
M . A v il e s
A lgunos problemas fundamentales del « D e doctrina cbristiana»;
Augustinus 20 (1975) 83-106; E. K e v a n e , Paideia aut anti-paideia: The
Prooemium o f St. Augustine’s « D e doctrina cbristiana»: August. Stud. I
(1970) 153-180; A . M . Y o u n g , Some aspects of St. A ugustine’s literary
aesthetics, studied chiefly in D e doctrina cbristiana: Harward theol.
Rev. 69 (1969) 289-299; G r . R i p a n t i , L ’allegoria o l’intellectus figuratus
nel «D e doctrina cbristiana» di A gostino: Rev. étud. august. 18 (1972)
219-232; A . M a r r o u , Saint Augustin et la fin de la culture antique
(Paris 1938).
B
ib l io g r
B a r t in
a
,
LIBRO I
C a p ít u l o
II
Qué sea «cosa» y qué sea «signo»
C a p ít u l o
XXVI
Las criaturas han sido hechas de la nada
615 Como todas las cosas que Dios no engendró de sí,
sino que las hizo por su Verbo, no las hizo de cosas que ya
estaban hechas, sino de lo que no existía de ningún modo,
es decir, de la nada; por eso se expresa así el Apóstol: «El
cual llama las cosas que no son como las que son» (Rom
4,17). Y más claramente está escrito en el libro de los Macabeos: «Ruégote, hijo, que mires al cielo y a la tierra, y
veas cuanto hay en ellos, y entiendas que no existía aquellq
6 1 4 Jo l iv e t ,
Le problème du mal...
p .2 9 .7 8 ,
616 2. Toda instrucción se reduce a la enseñanza de
cosas y signos. Mas las cosas se conocen por medio de los sig
nos. Por tanto, denominamos ahora cosas a las que no se em
plean para significar algo, como son una vara, una piedra,
una bestia y las demás por el estilo. N o hablo de aquella
vara de la cual leemos que introdujo Moisés en las aguas
amargas para que desapareciera su amargura, ni de la pie
dra que Jacob puso de almohada debajo de la cabeza, ni de
la bestia aquella que Abraham inmoló en lugar de su hijo.
Estas son de tal modo cosas que al mismo tiempo son signos
de otras cosas. Existen otras clases de signos cuyo uso sola616-623 C a y ré,
Initiation a la philosophie de Saint Augustin
Los filósofos medievales 2
p .1 4 5 .
13
San Agustín
Sobre la doctrina cristiana
mente se emplea para denotar alguna significación, como son
las palabras. Nadie usa de las palabras si no es para sig
nificar algo con ellas. De aquí se deduce a qué llamo signos,
es decir, a todo lo que se emplea para dar a conocer alguna
cosa. Por lo tanto, todo signo es al mismo tiempo alguna
cosa, pues lo que no es cosa alguna no es nada, pero no
toda cosa es signo. En esta división de cosas y signos, cuan
do hablamos de las cosas, de tal modo hablamos que, a pe
sar de que algunas pueden ser empleadas para ser signos
de otra cosa, no embarace su dualidad el fin que nos pro
pusimos de hablar primero de las cosas y después de los
signos. Retengamos en la memoria que ahora se ha de con
siderar en las cosas lo que son, no lo que aparte de sí
mismas puedan significar.
bien debe llamarse abuso o corruptela. Supongamos que so
mos peregrinos, que no podemos vivir sino en la patria, y
que anhelamos, siendo miserables en la peregrinación, ter
minar el infortunio y volver a la patria; para esto sería
necesario un vehículo terrestre o marítimo, usando del cual
pudiéramos llegar a la patria en la que nos habríamos de
gozar; mas si la amenidad del camino y el paseo en el carro
nos deleitase tanto que nos entregásemos a gozar de las cosas
que sólo debimos utilizar, se vería que no querríamos ter
minar pronto el viaje; engolfados en una perversa molicie,
enajenaríamos la patria, cuya dulzura nos haría felices. De
igual m odo, siendo peregrinos que nos dirigimos a Dios en
esta vida mortal, si queremos volver a la patria donde po
demos ser bienaventurados, hemos de usar de este mundo,
mas no gozarnos de él, a fin de que por medio de las cosas
creadas contemplemos las invisibles de Dios, es decir, para
que por medio de las cosas temporales consigamos las es
pirituales y eternas.
386
C a p ít u l o
III
División de las cosas
617 3. Unas cosas sirven para gozar de ellas, otras para
usarlas y algunas para gozarlas y usarlas. Aquellas con las
que nos gozamos nos hacen felices; las que usamos nos ayu
dan a tender hacia la bienaventuranza y nos sirven com o de
apoyo para poder conseguir y unirnos a las que nos hacen
felices. Nosotros que gozamos y usamos nos hallamos si
tuados entre ambas; pero si queremos gozarde las que de
bemos usar trastornamos nuestro tenor de vida y algunas
veces también lo torcemos de tal modo que, atados por el
amor de las cosas inferiores, nos retrasamos o nos alejamos
de la posesión de aquellas que debíamos gozar una vez ob
tenidas.
C a p ít u l o
IV
Qué cosa sea gozar y usar
618 4. Gozar es adherirse a una cosa por el amor de
ella misma. Usar es emplear lo que está en uso para conseguir
lo que se ama, si es que debe ser amado. El uso ilícito más
617 C a y r é , La contemplation augustinienne p.218.
618-619 C a y r é , La contemplation augustinienne p.218.
618 C a y r é , La contemplation augustinienne p. 151.152;
tiorf... p.217,
G
il s o n ,
C a p ít u l o
387
V II
Todos conocen a Dios pensando que no hay nada mejor
619 7. Cuando piensan en aquel único Dios de los dio
ses, aquellos que también fingen, adoran y llaman dioses a las
cosas del cielo o de la tierra, de tal m odo piensan que no
intenta su mente percibir cosa alguna, a no ser lo que sea
más excelente y mejor. Pero los hombres se mueven por bie
nes diversos, parte por los que pertenecen al sentido del
cuerpo, parte por los que tocan a la inteligencia. Los que se
entregan a los sentidos del cuerpo juzgan que el Dios de los
dioses es el mismo cielo o lo más sobresaliente que ven en
él, o el mismo mundo. Pero si pretenden buscar a Dios fuera
del mundo, entonces se imaginan o que es algo luminoso
y esto infinito, o que tiene aquella forma que les parece
mejor, y esto lo piensan por una vana sospecha; o tam
bién lo juzgan de figura humana, si es que en su modo de
pensar la anteponen a todas las otras. Si creen que no existe
un solo Dios de dioses, sino que piensan más bien que
hay muchos o innumerables dioses iguales, de tal modo re
presentan a éstos en su alma, que les atribuyen la cualidad
Introduc619 G
il s o n
,
o . c .,
p .2 1 8 ;
C ayré,
La contemplation august.
p .2 1 8 .
388
San Agustín
Sobre la doctrina cristiana
corporal que a cada uno le parece más sobresaliente. Los que
se encaminan por medio de la inteligencia a entender lo que
es Dios, le anteponen a todas las cosas visibles y corporales,
a todas las espirituales e inteligibles que sean mudables. T o
dos luchan a porfía por dotar a Dios de una suprema ex
celencia.
No puede encontrarse persona alguna que crea que
Dios es algo mejor de lo que es. Por lo tanto, todos piensan
unánimemente que Dios es lo que se antepone a todas las
cosas.
se ama a sí mismo por sí mismo, no se encamina hacia Dios,
pues dirigido a sí propio, se aleja de lo inmudable. Y , por
tanto, ya goza de sí con algún defecto, pues mejor es el
hombre cuando enteramente se une y se abraza con el bien
inmudable, que cuando se aleja de él para volverse a sí
mismo. Luego si a ti mismo no te debes amar por ti mismo,
sino por Aquel que es el rectísimo fin de tu amor, no arda
en cólera ningún otro hombre porque también le amas a él, no
por él, sino por Dios. Dios ha establecido esta regla de amor:
amarás— dijo— a tu prójimo com o a ti mismo; pero a Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu enten
dimiento, a fin de que dirijas todos tus pensamientos, toda
tu vida, toda tu mente hacia aquel de quien recibiste las
mismas cosas que le consagras. Cuando dice: con tu corazón,
con toda tu alma, con todo el entendimiento, ninguna parte
de nuestra vida omite que deba eximirse de cumplir este
deber para entregarse al gozo de otra distinta, sino que man
da que todo lo que fuera de Dios se presente al alma para
ser amado, sea como arrastrado hacia el Bien adonde se
dirige todo el ímpetu del amor. Cualquiera que ama recta
mente a su prójimo ha de procurar que también éste ame
a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda
la mente; de este modo amándole como a sí mismo, todo
su amor y el del prójimo lo encamina al amor de Dios, cuyo
amor no permite que nazca de él algún arroyuelo que dis
minuya el caudal por tal filtración.
C a p ít u l o
X X II
D e sólo Dios se ha de gozar
620
20. De entre todas las cosas que existen, únicamen
te debemos gozar de aquellas que, com o dijimos, son inmuta
bles y eternas; de las restantes hemos de usar para poder con
seguir el gozo de las primeras. Nosotros que gozamos y usamos
de todas las cosas, somos también una cosa. Ciertamente, gran
cosa es el hombre, pues fue hecho a imagen y semejanza de
Dios, no en cuanto se ajusta al cuerpo mortal, sino en cuanto
que es superior a las bestias por la excelencia del alma ra
cional. Aquí se suscita la gran cuestión, si el hombre debe
gozar de sí mismo, o usar; o si gozar y usar. Se nos ha
dado un precepto de amarnos unos a otros. Pero se pregunta:
¿se debe amar al hombre por causa del hombre o por otra
cosa distinta? Si se le ama por él, es gozar; si se le ama por
otro motivo, es usar de él. A mí me parece que debe ser
amado por otro motivo, pues lo que debe amarse por sí
mismo constituye en sí mismo la vida bienaventurada, la
cual, aunque todavía no la poseemos, sin embargo, su espe
ranza nos consuela en esta vida. Maldito, dice la Escritura,
el que pone la esperanza en el hombre.
621 21. Es más: si bien se considera, ni aun de sí mis
mo debe gozar el hombre, porque nadie debe amarse a sí mismo
por sí mismo, sino por aquel de quien debe gozar. Enton
ces es el hombre perfecto, cuando dirige toda su vida hacia
la vida inmudable, uniéndose a ella con todo su afecto. Si
620 B o y e r , L’idée de vérité... p.234; G i l s o n , o .c ., p.218; P e g u e r o l e s , o . c .,
p.90; K o w a l c z y k , Dieu en tant que bien suprême, selon l’acception de Saint
Augustin: Est. agust. 6 (1971) 212.
621 B o y e r , L’idée de vérité... p.234; G i l s o n , o .c ., p.220; P e g u e r o l e s ,
o.c., p.90.
C a p ít u l o
389
X X V II
Orden del amor
622 28. Vive justa y santamente el que estime en su
valor todas las cosas. Este será el que tenga el amor ordenado
de suerte que ni ame lo que no deba amarse ni deje de amar
lo que debe ser amado, ni ame más lo que se debe amar
menos, ni ame con igualdad lo que exige más o menos amor,
ni ame, por fin, menos o más lo que por igual debe amarse.
Ningún pecador debe ser amado en cuanto es pecador. A
todo hombre en cuanto hombre se le debe amar por Dios
y a Dios por sí mismo. Y com o Dios debe ser amado más
que todos los hombres, cada uno debe amar a Dios más que
622 G
il s o n ,
o .c .,
p .2 1 8 .
San Agustín
390
a sí mismo. También se debe amar a otro hombre más que
a nuestro cuerpo; porque todas las cosas se han de amar
por Dios y el hombre extraño a nosotros puede gozar de
Dios con nosotros, lo que no es capaz nuestro cuerpo, que
vive del alma con la que gozaremos de Dios.
C a p ít u l o
623 35. Dios no usa de nosotros com o usamos nos
otros de las criaturas. El uso que hacemos nosotros lo referi
mos a gozar de la bondad de Dios; pero el que hace Dios de
nosotros lo refiere a su misma bondad. Nosotros existimos
porque Dios es bueno, y en cuanto existimos somos buenos.
Aún más, por ser justo El no somos malos impunemente, y
en cuanto somos malos, en tanto menos ser tenemos. Sólo
tiene el ser sumo y primero el que es totalmente inmutable
y que con toda verdad pudo decir: Y o soy el que soy. Les
dirás: El que es me ha enviado a vosotros. Por lo tanto,
todas las cosas que existen, no podrían existir a no ser por
El; y en tanto son buenas en cuanto que recibieron el ser.
Luego aquel uso que se dice hace Dios de nosotros no se
ordena a su utilidad, sino a la nuestra, y su fin es su bon
dad. Cuando usamos de misericordia nosotros mirando por
el bien de alguno, lo hacemos para su utilidad y a ésta aten
demos en tal circunstancia; pero, no sé cómo, también se
sigue la nuestra, puesto que Dios no deja sin recompensa la
misericordia que consagramos al indigente. Esta gratificación
es la mayor, pues consiste en que gocemos de El, y todos
los que gocemos de El gozaremos en el mismo Dios unos
de otros.
DEL GENESIS A LA LETRA
E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, X V :
D e la doctrina cristiana..., D el Génesis a la letra, edición preparada por
B. M a r t í n , O .S.A. (BAC, Madrid 1957).
B i b l i o g r . g e n . : M a r t í n , o . c . , Introducción, p.569-574; P. A g a e s s e
e t A . S o l i g n a c , O euvres de Saint Augustin, sept, série, La G enèse au
sens littéral en douce livres, 48, liv .I-V II; 49, liv .V III-X II; trad., introd.
T h o n n a r d , Caractères
t i n u s m a g i s t e r p.234; B o y e r ,
tion augustinienne p.151.
et notes (Paris 1922) (Bibliogr., p.67-79); Introd., p .11-81; R. J o l i v e t ,
La doctrine augustinienne de l ’illumination: Mélang. august. (Paris 1930);
R. d e S i n e t y , Saint Augustin et le transformisme: Arch. Phil. 7 (1930)
cah.2; C h . B o y e r , La théorie augustinienne des raisons séminales. Essais,
sur la doctrine de Saint Augustin (Paris 1932), o : Arch. Phil. 7 (1930)
cah.2; V e r i c a t N ú ñ e z , La idea de creación en San Agustín: Augustinus
15 (1970) 153ss; H i e r o n . a P a r i s i i s , O .M .C., D e unione animae cum
corpore in doctrina D . Augustini: Acta hebdom. august-thom. p.285ss.
X X X II
D e qué modo usa Dios del hombre
623
391
D el Génesis a la letra
platoniques de l’ontologie augustinienne: A u g u s L’idée de vérité... p.76.219; C a y r é , La contempla
LIBRO IV
C a p ít u l o
X II
Otra razón para conciliar el descanso con la continuación
del trabajo de Dios
624 22. Puede también entenderse que Dios descansó
de crear algún otro género de creatura, porque en adelante ya
no creó ningún otro género nuevo; y desde entonces hasta
ahora y en adelante obra en el gobierno de aquellos géneros
que fueron creados entonces, sin cesar aún en el día séptimo
de administrar con su poder el cielo y la tierra y todas las
cosas que creó, pues de otro modo inmediatamente dejarían
de ser. Porque el poder del Creador y la virtud del Omnipo
tente y del que todo lo sostiene es la causa de la existencia de
toda creatura, cuya virtud si alguna vez se apartase de las creaturas, las que fueron creadas para ser gobernadas, en el mismo
instante desaparecerían las formas de ellas, y toda la naturale
za creada volvería a la nada. Porque no obra Dios com o el ar
quitecto, el cual habiendo construido una casa, se retira, y,
no obstante, la obra permanece sin necesidad de su trabajo
y presencia. Si Dios retirase su gobierno del mundo, éste no
podría subsistir ni el tiempo de un parpadeo.
625 23. Por lo tanto, cuando dice el Señor: mi Padre
obra hasta el presente, declara cierta continuación de su obra,
en la que incluye todo el universo y el gobierno de él. De otro
modo pudiera también entenderse si dijera: y ahora trabaja,
donde no habría necesidad de entender que continuaba tra
bajando en su obra. Mas nos obliga a que lo entendamos de
otra manera, puesto que dice hasta ahora, a pesar, que siguió
624-635 C a y r é , Initiation... p.136.167;
P-271s).
624 G i l s o n , Introduction... p.111.270;
625 B o y e r , L’idée de vérité... p.127.
De
S in e ty ,
J o liv e t ,
o .c .,
p.245 (Bibliogr.
Le problème du mal p.70.
392
San Agustín
trabajando desde el momento que creó todas las cosas. Asi
mismo lo que se escribió de su Sabiduría, que abarca con
firmeza desde el uno al otro confín y ordena todas las cosas
con suavidad, de cuya Sabiduría también se escribió que su
movimiento es más ágil y acelerado que todos los movimien
tos, suficientemente patentiza, a los que contemplan con rec
titud, que este mismo incomparable e inefable, y si puede en
tenderse, estable movimiento suyo, presta ayuda con suavidad
a las cosas que ella dispone; por lo cual, si ella apartándose
de las cosas hubiera cesado de este trabajo, ellas al ins
tante hubieran perecido. También lo que decía el Apóstol,
cuando predicaba a los atenienses el Dios desconocido por
ellos, que en El vivimos, en El nos movemos y en El estamos,
clarísimamente pensando con la profundidad que a la huma
na razón le es posible ayuda a esta sentencia, por la que cree
mos y decimos que Dios obra sin cesar en estas cosas que
creó. Pero no estamos en El, al estilo que dijo San Juan que
dio al Hijo tener la vida en sí mismo, sino que siendo una
naturaleza distinta de la de El, no estamos en El por otra ra
zón, sino porque El hace que estemos en El, y ésta es preci
samente su obra por la que contiene a todas las cosas, y por
la que su Sabiduría se extiende con fortaleza del uno al otro
confín y ordena con suavidad todas las cosas, por cuyo orde
namiento vivimos, nos movemos y somos en El. Por donde se
colige que, si apartara esta obra suya de las cosas, ni viviría
mos, ni nos moveríamos, ni existiríamos. Es evidente, pues,
que ni por un solo día dejó Dios de gobernar las obras que
hizo, para que no perdiesen en un solo instante sus movimien
tos naturales, por los cuales obran y crecen conforme a la
naturaleza que tienen, y permanecen cada una en su género
en aquello que son, pues si se retirase de ellas aquel movi
miento de la sabiduría de Dios por el que ordena todas las
cosas con suavidad, dejarían en absoluto de ser. Por lo tanto,
entenderemos que Dios descansó de todas las obras que hizo,
de tal forma que ya en adelante no crea naturaleza alguna,
pero no que cese de contener en sí y gobernar aquellas co
sas que había creado. Luego es cierto que Dios descansó en el
séptimo día y que sigue obrando hasta ahora.
D el G énesis a la letra
393
LIBRO V
C a p ít u l o
X IV
De qué modo puede entenderse aquello que dice San }uan:
«T odo lo que fue hecho»
626 31. El texto evangélico no puede recitarse así:
todo lo que fue hecho en El es vida. De tal modo que primera
mente digamos: todo lo que fue hecho en El, y después con
cluyamos, es vida. Porque qué cosa no fue hecha en El cuando
habiendo hablado de infinidad de creaturas, y aún más de te
rrenas, dice en el salmo «todas las cosas las hiciste en la Sa
biduría», y que el Apóstol lo confirma diciendo «porque en El
fueron creadas todas las cosas en los cielos y en la tierra, las
visibles y las invisibles». Luego si leyéremos del modo que an
teriormente lo hicimos, con toda razón deduciremos que aun
la misma tierra y cualquiera cosa que en ella esté, es vida.
¿Y quién no ve que, si es un absurdo decir que viven todas
las cosas, todavía será mucho mayor decir que son vida;
sobre todo teniendo en cuenta que el evangelista distingue de
qué vida habla, cuando añade: y la vida era la luz de los
hombres? Por lo tanto, se ha de puntuar de tal modo que
cuando digamos todo lo que fue hecho, inmediatamente con
cluyamos: en El es vida. A saber: no en Sí, es decir, en su
propia naturaleza, por la que se hizo que la creación y la creatura existiesen, sino en El es vida porque todas las cosas que
fueron hechas por El las conocía antes de hacerlas. Y por esto
no tiene vida en El del modo que la tiene en sí misma la creatura que hizo, sino que la tiene en El com o vida y luz de los
hombres, la cual es la misma sabiduría de Dios y el mismo
Verbo Unigénito del Padre. Por consiguiente, lo que fue hecho,
en él tiene vida, del mismo modo que se dijo: como el Padre
tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener vida en sí mismo.
627 32. No se ha pasar en silencio lo que está escrito
en los códices más puros: lo que fue hecho, en El era vida. De
tal modo que era vida se entienda del mismo modo como
en el principio era el Verbo y el Verbo era en Dios, y el Verbo
era Dios. Luego todo lo que fue hecho, ya antes era vida en
626 V e r ic a t N ú ñ e z , o . c ., p.153.
627 S o lig n a c , o .c ., p .6 7 2 , nota com pl. 2 4 :
La vie des créatures dans le Verbe.
394
D el G énesis a la letra
San Agustín
El, y no una vida cualquiera; puesto que las bestias se dice
que viven, y no obstante no pueden gozar de la participación
de la Sabiduría; sin embargo, la vida era luz de los hombres.
En efecto, las almas racionales purificadas por su gracia pue
den llegar a esta clase de visión, en cuya comparación no
existe otra ni más excelente ni más bienaventurada.
C a p ít u l o
XV
Qué vida tengan en Dios todas las cosas que existen
628 33. Mas si leemos y entendemos el pasaje del
Evangelio así: Todo lo que fue hecho, en El tiene vida, con
firma la sentencia de que todo lo que fue hecho por él se en
tiende que tiene vida en El; en cuya vida vio todas las cosas
cuando las hizo, y como las vio, así las hizo. N o las vio fuera
de sí mismo, sino en sí mismo determinó todas las cosas que
hizo. Su visión no es otra distinta a la del Padre, sino la misma
y única, com o la misma y única es la substancia de ambos.
También en el libro de Job se habla de la Sabiduría por quien
fueron hechas todas las cosas de esta manera: Dónde se en
contró la Sabiduría, y el lugar de la ciencia dónde está, el mor
tal ignora sus caminos y no se encuentra entre los hombres;
y poco después dice: hemos oído el rumor de su gloria, el Se
ñor señaló el camino de ella, y El conoce su lugar, porque El
perfeccionó todo lo que está debajo del cielo . y conoce todas
las cosas que están en la tierra, ya que a todas las hizo; cuando
hizo el equilibrio de los vientos y la medida de las aguas, así
como lo vio lo detalló. Con estos y otros testimonios parecidos
se prueba que todas estas cosas antes de ser hechas estaban en
el conocimiento del Hacedor. Y ciertamente de tanto mejor
modo estaban allí cuanto que son más verdaderas, eternas e in
mutables. A cualquiera le debería de bastar conocer, o firme
mente creer, que Dios ha hecho todas las cosas (para com
prender que estaban en El antes de hacerlas), pues no creo
que exista hombre tan insensato que juzgue haber hecho Dios
cosas que no conocía. Por lo tanto, si las conocía antes de
hacerlas, sin duda antes de hacerlas eran en El del mismo
modo conocidas, com o eterna e inconmutablemente viven y
son vida [en E l]. Mas del mismo modo fueron hechas como
existe cada creatura en su propio género.
628
G ils o n ,
o .c ,,
p.260;
S o lig n a c ,
o .c . ,
p.418 nt.33.
C a p ít u l o
395
XVI
A Dios le percibimos por la mente con más facilidad
que a las creaturas
629 34. Luego si aquella naturaleza eterna e inmutable,
que es Dios, tiene en sí el existir, com o lo dice Moisés: Y o
soy el que soy, también es evidente que tiene un modo de ser
muy distinto del que tienen estas cosas que han sido hechas,
porque aquel ser de El es el verdadero y el único, puesto que
siempre permanece de la misma manera, y no solamente no
se cambia, sino que no puede en absoluto cambiarse. Nada
de las cosas que hizo existe com o es El, y, sin embargo, tiene
desde el principio todas las cosas com o es El. Pues no las hu
biera hecho si no las conociera antes de hacerlas, ni las hubie
ra conocido si no las viera, ni las viera si no las tuviera, ni
tuviera las cosas que aún no habían sido hechas, a no ser que
las tuviera del mismo modo que es El, que no es hecho. Y
aunque yo diga que esta substancia es inefable y que no puede
explicarse en modo alguno por un hombre a cualquier otro
hombre, si no es valiéndose de ciertas palabras que ocupan
tiempo y espacio, siendo El com o es antes de todo tiempo y
lugar, sin embargo, más cerca está de nosotros El que nos hizo
que muchas cosas que fueron hechas por El; porque en El
vivimos, en El nos movemos y en El somos. Y muchas de estas
cosas no están al alcance de nuestra mente, por la desemejanza
de naturaleza, puesto que ellas son corporales. Nuestra mente
no es capaz de verlas en Dios en las mismas razones causales
en las que fueron hechas para saber de este modo el número
de ellas, su cantidad y calidad, dado que no las veamos por
el sentido del cuerpo.
630 Efectivamente, no se hallan al alcance de los senti
dos del cuerpo, porque están alejadas o separadas de nuestra
mirada y contacto por la interposición o la oposición de otras,
de donde resulta que sea mayor el esfuerzo que empleamos
para llegar a ellas que el prestado para llegar a Aquel por quien
han sido hechas, a pesar de ser com o es mucho más excelente
percibirle, por la riqueza incomparable, en cualquiera partecica
629
compl. 25: Paradoxe de la connaissance
208 n t . l ; G i l s o n , o . c . ,
P-111.112; J o l i v f . t , La doctrine augustin. de Villumin. p.87.96.
630 B o y e r , L’idée de vérité... p.86.165.208 n t . l : To l i v e t , La doctrine...
P.87.96.
S o lig n a c ,
o .c .,
p.674-675,
n ota
de Dieu; B o y e r , L’idée de vérité... p.80.165.199 n t . l ;
San Agustín
D el Génesis a la letra
con piadosa mente, que comprender el universo entero. Por
lo cual, con toda razón, se reprende en el libro de la Sabiduría
a los inquisidores de este mundo diciendo: si tanto empeño
pusieron y tanto pudieron progresar en el conocimiento del
mundo, ¿cóm o es que no encontraron más fácilmente al Señor
de él? Los fundamentos de la tierra son desconocidos a nues
tros ojos, mas el que afianzó la tierra está cerca de nuestras
almas.
de otro árbol, y este último traiga de nuevo su origen de otra
semilla, pues algunas veces también el árbol se origina del
árbol cuando se desgaja un retoño y se planta. Luego la se
milla procede del árbol, y el árbol de la semilla, y también
el árbol del árbol, mas una semilla en modo alguno procede
de otra, a no ser que intervenga entre ambas un árbol; pero
un árbol puede originarse de otro aunque no medie entre ellos
una semilla. Luego, por sucesiones alternas, uno procede de
otro y ambos de la tierra, mas la tierra no procede de ellos,
porque primero es la tierra, que es la madre de la semilla y del
árbol. Acerca de los animales puede dudarse si los gérmenes
proceden de los animales o los animales de los gérmenes, mas
cualquiera cosa que de éstas sea primero, lo cierto es que ellos
proceden de la tierra.
396
C a p ít u l o
X X III
De qué modo ha creado Dios todas las cosas al mismo tiempo
y cómo hasta el presente trabaja
631 44. Nosotros, para no caer en la perversidad de los
que siguen estos métodos, seamos de los que la misma Provi
dencia dirija los pasos por medio de la santa Escritura. Y , por
tanto, acerca de estas obras de Dios, intentemos indagar, ayu
dándonos El, de qué modo creó al mismo tiempo todas las
cosas, descansando de todas las cosas que terminó, y cómo
trabaja hasta el presente formando las especies en la sucesión
de los tiempos. Consideremos la hermosura de un árbol cual
quiera, en su tronco, en sus ramas, en sus hojas y frutos; esta
forma, ciertamente, tal cual es ahora no se formó de repente,
sino por el orden que conocemos, pues comenzó por la raíz, la
que clavó el primer germen en la tierra y de ella crecieron
todas aquellas partes ordenadas y formadas. Por lo tanto, aquel
germen procedió de la semilla, luego en la semilla estaban pri
meramente todas estas cosas, no con masa de magnitud corpo
ral, sino con virtud y potencia causal, porque aquella corpu
lencia se ha formado por la fecundidad de la humedad y de
la tierra. Mas en el pequeño grano lo más excelente y admira
ble que hay es aquella fuerza o virtud causal por la que la
humedad, juntándose y mezclándose con la tierra com o si fue
ra material la construcción, se convierte en tal especie de ár
bol, en el esparcimiento de ramas, en dar verdor y figura a
las hojas, en engrosar y formar los frutos y, por fin, en pro
porcionar a todas las partes de él ordenadísima distribución.
632 Porque qué cosa brota o pende del árbol que no
haya sido extraída o tomada de cierto como oculto tesoro de
aquella semilla, y esto no obstante que esta semilla proceda
de un árbol, aunque este árbol no proceda de otra semilla, sino
6 31 -63 3 B o y e r ,
La théorie august. des raisons seminales,
en
Essais...
p .1 1 3 .
397
633 45. Mas como en la misma semilla estaban invisi
blemente y al mismo tiempo todas las cosas, las que en la su
cesión de los tiempos formarían el árbol, así también se ha
de pensar que el mismo mundo, cuando Dios creó todas las
cosas al mismo tiempo, haya tenido a la vez todas las cosas
que en él y con él fueron hechas al ser hecho el día; no
solamente el cielo con el sol, la luna y las estrellas, de los
que hasta el presente se conserva la disposición con el movi
miento circular; y la tierra y los abismos, que están sometidos
a movimientos que podríamos llamar inconstantes y que for
man la otra parte inferior del mundo, sino también aquellos
seres que el agua y la tierra potencial y causalmente produ
jeron antes de que apareciesen en la sucesión de los tiempos,
como a nosotros nos son ya conocidos en las obras que Dios
hasta el presente trabaja.
LIBRO V I
C a p ít u l o
X
Varios modos que tienen de ser las cosas que existen
634 17. De un modo están, pues, los seres en el Verbo
de Dios, en el que no son hechos, sino eternos. De otro en los
elementos del mundo, en los cuales todas las cosas creadas
633 S o lig n a c ,
p 270
et
O.C., p .6 5 3 ,
nota
<iraisons seminales»;
2 1 : Le double moment de la
Sant’Agostino p .7 3 s; G i l s o n , o .c .,
com plem.
B oyer,
634 V e r i c a t N ú ñ e z , o . c . , p .2 8 6 ; D e S i n e t y , o . c . , p .2 4 8 ;
p .1 1 5 .1 2 6 ; G i e s o n , o . c ., p .2 7 0 .
“Ugust...
B oyer,
La théorie
399
San Agustín
Tratado sobre la Santísima Trinidad
al mismo tiempo están como seres futuros. De otro en las
cosas que, según las causas creadas simultáneamente, no se
crean ya a la vez, sino que cada uno aparece en su propio
tiempo, entre los cuales se encuentra Adán, ya formado del
limo de la tierra y animado por el soplo de Dios, así como
nació el heno. De otro en las semillas en las que de nuevo
vienen com o a repetirse las causas primordiales originadas de
las cosas que existieron según las causas que creó Dios prime
ramente, com o la hierba provino de la tierra y la semilla de
la hierba. En todas estas cosas los seres ya hechos recibieron
los impulsos y medidas que tendrían en su tiempo, los que
aparecieron en formas y naturaleza visibles, procediendo de las
ocultas e invisibles razones que están latentes causalmente en
la naturaleza; así es com o apareció la hierba sobre la tierra
y fue hecho el hombre en alma viviente, y así fueron creados
los restantes seres, fueran vegetales o animales, perteneciendo
a la operación de Dios por la que hasta el presente obra. Mas
estos seres también se llevan, como de nuevo, invisiblemente
a sí mismos en cierta oculta virtud generativa, la que extra
jeron de aquellos primordiales gérmenes de sus causas, en los
que estaban incrustadas, al ser creado el mundo cuando fue
hecho el día, antes de aparecer en la forma determinada de su
propio género.
sería la naturaleza espiritual e intelectual, es decir, la unidad
angélica, y el mundo, a saber, el cielo y la tierra. Y así, en
estas naturalezas anteriormente existentes, creó las razones de
los otros seres futuros, no las mismas naturalezas de ellos,
pues de otro modo, si ya allí hubieran sido creadas como
más tarde habían de existir, ya no serían futuras. Lo cual, si
es así, aún no existía naturaleza de alma humana en las cosas
creadas; solamente comenzó a existir cuando, soplando Dios,
la hizo y la infundió en el hombre.
8. Mas no por esto se zanjó la cuestión. Aún se pre
gunta: ¿aquella naturaleza que se llama alma, y que antes
no existía, la creó de la nada com o si fuese su soplo, hecho
no de alguna substancia sometida, sino de la absoluta nada,
en el tiempo que Dios quiso soplar, viniendo a ser este soplo
el alma del hombre, lo que no decíamos del soplo que hace
el alma mediante el cuerpo? ¿O si existía ya algo espiritual,
aunque ello no fuera naturaleza de alma, al modo que la na
turaleza del cuerpo del hombre aún no existía antes de que
Dios la hubiera formado del limo o del polvo de la tierra?
No era el polvo o el limo la carne humana, pero era algo de
donde ella sería hecha, lo que aún no era.
398
T R A T A D O SOBRE L A S A N T IS IM A T R IN ID A D
C a p ít u l o
V
El alma fue hecha de la nada
635 7. Con razón puede preguntarse: ¿Fue hecha de
aquello que de ninguna manera existía, es decir, de la nada; o
de alguna substancia que antes hubiera sido hecha espiritual
mente por El, pero que aún no era alma? Si creemos que Dios
ahora no crea ya cosa alguna de la nada, después de haber
creado todas las cosas al mismo tiempo, y por esto creemos
que descansó de todas las obras que terminó, las que incoó
para que se hicieran, de modo que todo lo que se hiciese des
pués lo hiciera de estas cosas, no veo cómo podemos entender
que El aún hace almas de la nada. ¿O acaso ha de decirse que
en aquellas obras de los seis primeros días, hizo aquel día
oculto? Si esto más bien conviene que sea creído, este día
635 B o y e r , La théorie augustin..., en Essais... p.l 18; H i e r o n y m u s a P a r i sris, De unione anintae cum corpore in doctrina D. Augustini: Acta hebdom.
august.-thom., p.285.
E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, V , Tra
tado sobre la Santísima Trinidad, primera edición española, introducción
y notas de L. A r i a s , O .S.A., 3.a ed. (B A C , Madrid 1968).
B i b l i o g . g e n .: A r i a s , o .c .. Introducción p.3-98; Bibliogr. p.99-101;
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Trinitate» de Saint Augustin: L ’année théol. Aug. 12 (1952) 305-316;
P. M o n t a n a r i , Il pensiero filosofico di Sant’A gostino nel « D e Trinitate»:
Sophia 1 (1936) 194-199; M . S c h m a u s , D ie D enkform Augustinus in
seinem W erk « D e Trinitate» (München 1962); A . T r a p è , Introducción
a O pere di Sant’Agostino : La Trinità (Roma 1973) p .V II-L X IV ; J. H e s s e n , D er augustinische G ottesbew eis historisch und systematisch dargestellt (Miinster 1920); C h . B o y e r , L ’image de la Trinité, synthèse de la
pensée augustinienne: Gregor. 27 (1946) 283-299.333-352; L. L e g r a n d ,
La notion philosophique de la Trinité chez Saint Augustin (Paris 1931);
M. G r a b m a n n , D ie Grundgedanken des hi. Augustinus über Seele und
G ott in ihrer Gegenwartsbedeutung (K óln 1929, Frankfurt 1968);
S. B i o l o , S.J., La coscienza nel « D e Trinitate» di Sant’A gostino (Roma
1969); P. H a d o t , L ’image de la Trinité dans l’âme chez Victorinus et
chez Saint Augustin: Stud. Patrist. 6 (1952) 409-442; G . M a s c i a , La
teoria della relazione nel «D e Trinitate» di Sant’Agostino (Napoli 1956).
LIBRO III
C a p ít u l o
V III
La creación, obra exclusiva de Dios
636 13. N o se ha de creer que la materia de las cosas
visibles obedezca a la voluntad de los espíritus prevaricadores,
sino a Dios, de quien reciben este poder en la medida que des
de su trono espiritual y excelso juzga el Inmutable. El agua,
el fuego, la tierra, sirven a los criminales condenados a las mi
nas para que hagan lo que les plazca en cuanto les es permi
tido.
Los ángeles malos en ningún sentido se han de llamar crea
dores, aun cuando en su nombre hicieran los magos nacer ser
pientes y ranas, resistiendo al siervo de Dios; pues no las crea
ron los ángeles. Laten en los elementos cósmicos ocultas como
semillas de todas las cosas existentes que nacen a la vida corpo
ral y visible. Unas son perceptibles a nuestra vista en sus frutos
y animales; otras, más misteriosas, son com o semillas de semi
llas y animales; y así, a la voz del Creador produjo el agua pe
ces y aves, y la tierra los primeros gérmenes según su especie
y los primeros animales según su género. Este poder fecundante
no agota la potencia germinativa al producir los seres primeros;
es, por lo común, defecto de las condiciones ambientales lo que
impide su germinación específica.
637 El diminuto renuevo es com o una semilla, que, plan
tado en tierra bien dispuesta, se convierte en árbol frondoso.
La semilla de este renuevo es un grano aún más diminuto, si
bien de la misma especie y perceptible; aunque no podemos
ver por vista de los ojos la virtud germinal de este grano, siem
pre la podemos conjeturar por la razón; pues de no existir en
los elementos esta misteriosa virtud, no brotaría en la tierra lo
que en ella no se ha sembrado, ni hubieran producido los ma
res y la tierra una inmensa muchedumbre de seres sin que pre
cediera unión de macho y hembra, seres que crecen y se pro636-639
Tratado sobre la Santísima Trinidad
San Agustín
400
L’idée de vérité... p.122.647-676; C a y r é , Initiation...
La contemplation augustinienne p.7-99.
Sant’Agostino p.74; I d ., La théorie augustinienne des raisons
seminales, en Essais... p. 125.130.
637 A r i a s , o .c ., p.242 nt.g; 243 nt.h; D e S i n e t y , Saint Augustin et le
transformisme: Arch. Phil. 7 (1930) 244-272; V e r i c a t N ú ñ e z , La idea de
creación en San Agustín: Augustinus 15 (1970) 288.
B oyer,
p . 137-140; I d .,
636 B o y e r ,
401
\ pagan aunque aquellos primeros de quienes traen su origen na
cieran sin ayuntamiento de padres. Las abejas conciben alma
cenando con sus bocas las larvas seminales dispersas por el
I suelo, prescindiendo de toda cópula. El creador de los gérmenes
! invisibles es el Hacedor de todas las cosas; y cuanto, naciendo,
tiene existencia visible, bebe su vida, movimiento y grandeza,
; e incluso la distinción de sus formas, en estas misteriosas ra
zones seminales, regidas por normas perennes y fijas desde su
creación primordial.
Y así como no llamamos a los padres creadores de hom
bres, ni a los labradores creadores de sus mieses, aunque la
virtud secreta de Dios utilice el concurso del hombre para crear
tales cosas, así tampoco podemos llamar a los ángeles creado
res, sean buenos o malos, aunque, en virtud de la sutileza de
sus cuerpos y la penetración de sus sentidos, conozcan las ra
zones seminales secretas, por nosotros ignoradas, y concurran
a preparar las condiciones temporales de los elementos, favo
reciendo la germinación de los seres y acelerando su creci
miento.
Pero ni los ángeles buenos pueden hacer esto sin una orden
de Dios, ni los malos hacen estas cosas injustamente, sin la justa
permisión del Señor. La malicia del impío hace perversa su
voluntad; justamente, con todo, recibe dicho poder para castigo
propio o ajeno, para condenación de los malos o alabanza de
los buenos.
638 14. Pablo, el apóstol, separa la acción íntima y crea
dora de Dios de las operaciones extrínsecas de la criatura cuan
do, sirviéndose de un símil agrícola, dice: Y o planté, A polo
regó, pero Dios dio el incremento (1 Cor 3,6). En consecuen
cia, así com o Dios solo es el que puede informar, en la vida,
nuestro espíritu mediante su gracia habitual, aunque al exterior
puedan los hombres predicar el Evangelio, y de hecho lo pre
dican los amadores de la verdad, y ocasionalmente los malos,
así la creación de las cosas visibles es obra secreta de Dios;
y pues todo lo ha creado, usa, com o el agricultor de su here
dad, de todas las cosas externas según el imperio de su querer,
de buenos y malos, hombres, ángeles y animales, distribuyendo
a placer apetencias y energías vitales.
No podemos, por ende, afirmar que los ángeles malos, evo
cados por obra de magia, hayan sido los creadores de las ser
pientes y ranas; como tampoco podemos decir que los hombres
638 G
il s o n ,
Introduction...
p .2 7 1 ;
V
e r ic a t
N
úñez,
o .c .,
p .2 8 8 .
402
San Agustín
Tratado sobre la Santísima Trinidad
perversos sean creadores de sus mieses, aunque al golpe de sus
afanes yo las vea crecer.
639 15. Como ni Jacob fue el creador de la policromía
en sus rebaños por el hecho de haber colocado varas listadas
en los abrevaderos para que a su vista concibieran las madres
en celo. Ni tampoco las ovejas son creadoras de los variados
colores de sus corderitos por la razón de retener en sus almas
las fantasías policromas que surgían al contacto visual de las
varas listadas, cosa que no habría podido suceder si el cuerpo
no hubiera sido afectado por el principio de vida, hasta ha
cerle transmitir el color al tierno recental en su embrionaria
existencia. Y ora sea mutuo el influjo, ora el alma influya en
el cuerpo o éste en el alma, de hecho siempre sucede conforme
a las normas de la naturaleza, preexistentes de una manera in
mutable en la sabiduría increada de Dios, que es irreceptibie
en el espacio; y siendo ella inmutable, ordena todas las cosas
perecederas, pues nada de esto existiera de no haber sido por
ella creado...
de la soberbia por nuestros méritos, pues esto nos apartaría
(aún más de Dios y nos haría desfallecer en nuestra pretendida
fortaleza. Actúa Dios en nosotros para que su fortaleza sea
bausa de nuestro progreso y en la pequeñez de nuestra humil
dad se perfeccione la virtud de la caridad. Esto es lo que se
(significa en el Salmo, donde se dice: Una lluvia de dones líopías, ¡oh Dios!, sobre tu heredad; y cuando ésta desfallecía,
(tí la recreabas (Sal 67,10). Lluvia abundosa es su gracia, no
adquirida por nuestros méritos, sino otorgada gratuitamente,
como lo indica la misma palabra gracia; y nos la dio no porque
éramos dignos, sino porque quiso. Conociendo esta verdad, no
confiaremos en nosotros, y esto es desfallecer. El Señor nos
fortalece, según fue al apóstol Pablo anunciado: Bástate mi
gracia, pues la virtud se perfecciona en la enfermedad (2 Cor
12,9). Era menester probar al hombre cuánto nos amó Dios, y
cuáles éramos cuando nos amó: cuánto, para que no desespe
remos; cuáles, para humillar nuestro orgullo...
LIBRO V
LIBRO IV
C a p ít u l o
C a p ít u l o
I
640 2. Aunque desterrados del gozo inconmutable, no
estamos separados o fuera de su órbita, y de ahí el buscar en
estas cosas mudables y temporales la eternidad, la verdad y la
dicha; pues nadie ansia la muerte, el error, la inquietud. Por
esto, la bondad divina, condescendiente con las necesidades de
nuestro destierro, nos envía sus apariciones, com o avisándonos
que no se encuentra aquí abajo lo que buscamos, sino que por
estas cosas hemos de volver al principio de donde venimos,
pues si no tuviéramos allí nuestro centro, no buscaríamos aquí
estas cosas.
Ante todo se nos debía convencer del gran amor que Dios
nos tiene, para no dejarnos prender en la desesperación sin
atrevernos a subir hasta él. Convenía fuera puesto en eviden
cia cuáles éramos cuando nos amó, a fin de no sentir el tumor
639 A
P a r is iis ,
o .c ., p .2 4 4 n t.i; B o y e r , L’idée de vérité... p .6 4 .1 2 1 ; H
De unione animae cum corpore ín doctrina S. Augustini: Acta
r ia s ,
ie r o n .
641 3. Dios es, sin duda, sustancia, y si el nombre es
más propio, esencia; en griego ousía. Sabiduría viene del verbo
saber; ciencia, del verbo scire, y esencia, de ser. Y ¿quién
con más propiedad es que aquel que dijo a su siervo Moisés:
Yo soy el que soy; dirás a los hijos de Israel: El que es me
envía a vosotros? (Ex 3,14).
Todas las demás sustancias o esencias son susceptibles de
accidentes, y cualquier mutación, grande o pequeña, se realiza
con su concurso; pero en Dios no cabe hablar de accidentes;
y, por ende, sólo existe una sustancia o esencia inconmutable,
que es Dios, a quien con suma verdad conviene el ser, de don
de se deriva la palabra esencia. Todo cuanto se muda no con
serva el ser; y cuanto es susceptible de mutación, aunque no
varíe, puede ser lo que antes no era; y, en consecuencia, sólo
aquel que no cambia ni puede cambiar es, sin escrúpulo, ver
daderamente el Ser.
a
hebdom.
641 A r ia s ,
o .c
G u n dersdorf von
G
il s o n ,
o . c .,
p .2 8 8 ;
P egueroles,
o .c .,
II
Sólo Dios es esencia inmutable
El conocimiento de nuestra miseria, escuela de perfección.
Cristo, luz en las tinieblas
august.-thom ., p.282s.
6 4 0 A r i a s , o .c ., p .2 6 8 n t.t;
403
p.139.
(trad. por J.
.,
B oyer, Sant’Agostillo p .5 6 ; G il s o n , o .c ., p .2 8 ;
La simplicidad de Dios en el pensamiento agustiniano
Augostinus 19 (1 9 7 4 ) 4 6 .5 0 .5 1 .
p .326 n t.b ;
J ess,
O ro z ):
Tratado sobre la Santísima Trinidad
San Agustín
404
C a p ít u l o
IV
405
reconocer la indigencia extremada de nuestro lenguaje. Deci
mos tres personas para no guardar silencio, no para decir lo
que es la Trinidad.
ha mutación es a todo accidente esencial
642 5. Se suele llamar accidente a todo cuanto una cosa
puede adquirir o perder por mutación. Cierto que existen acci
dentes inseparables, denominados en griego «pipiara, como es
el color negro a la pluma del cuervo; no obstante, puede per
der el color, no en cuanto pluma, sino porque no siempre es
pluma. La materia es por naturaleza mudable, y al dejar de
existir este animal o aquella pluma, todo su ser se muda y con
vierte en terreno elemento, y entonces se desvanece también
su color.
El accidente separable puede perder su existencia, no por
separación, sino por mutación. Así, por ejemplo, la negrura en
los cabellos del hombre, pues mientras existan cabellos existe
la posibilidad de encanecer, y, por consiguiente, dicho acciden
te es separable. Mas observemos con atención cuidadosa y ve
remos que no es por separación, com o si emigrase algo de la
cabeza que empieza a blanquear, y el color negro, al venir la
blancura, se retire a cierto lugar, sino que es sólo la cualidad
del color lo que cambia.
C a p ít u l o
IX
Impropiedad e indigencia del humano lenguaje
643 Mas como en nuestra habla corriente se toma en el
mismo sentido la palabra esencia y la de sustancia, por eso no
nos atrevemos a decir una esencia y tres sustancias, sino que
decimos una esencia o sustancia y tres personas. Así dijeron
nuestros latinos, y dignos son de todo crédito, al tratar de es
tas cuestiones, los cuales no encontraron en su léxico palabras
más apropiadas para expresar lo que ellos sin palabras enten
dían. En efecto, pues el Padre no es el H ijo, y el H ijo no es
el Padre, y el Espíritu Santo, llamado Don de Dios, no es ni
el Padre ni el H ijo, luego son ciertamente tres. Por eso se dijo
en plural: Y o y el Padre somos uno (Jn 10,30). No dijo, como
pretenden los sabelianos, «es uno», sino somos uno. Sin em
bargo, cuando se nos pregunta qué son estos tres, tenemos que
643 A r i a s ,
o .c .,
p .3 5 9 n t . j .
LIBRO V III
C a p ít u l o
III
Dios, Bien supremo. El alma es buena cuando se convierte
a Dios
644 4 . Mira de nuevo, si puedes. Ciertamente no amas
sino lo bueno, pues buena es la tierra con las cresterías de sus
montañas, y el tempero de sus alcores, y las llanuras de sus
campiñas; buena la amena y fértil heredad, buena la casa con
simetría en sus estancias, amplia y bañada de luz; buenos los
animales, seres vivientes; bueno el aire salobre y templado,
buena la sana y sabrosa vianda, buena la salud, sin dolores ni
fatigas; buena la faz del hombre de líneas regulares, ilumina
da por suave sonrisa y vivos colores; buena el alma del amigo
por la dulzura de su corazón y la fidelidad de su amor; bueno
el varón justo, buenas las riquezas, instrumento de vida fácil;
bueno el cielo con su sol, su luna y sus estrellas; buenos los
ángeles con su santa obediencia; bueno el humano lenguaje,
lleno de una dulce enseñanza y sabias advertencias para el que
escucha; buena la poesía, armoniosa en sus números y grave
en sus sentencias.
645 ¿Qué más? Bueno es esto y aquello; prescinde de
los determinativos esto o aquello y contempla el Bien puro, si
puedes; entonces verás a Dios, Bien imparticipado, Bien de
todo bien. Y en todos estos bienes que enumeré y otros mil
que se pueden ver o imaginar, no podemos decir, ni juzgamos
según verdad, que uno es mejor que otro, si no tenemos im644-647 K o w a l c z y k , L'argument idéologique de la vérité de Saint Augustin:
G iorn. di met. 23 (1968) 5 9 9 ; C a y r é , Imitation... p .1 3 8 .
644 K c w a l c z y k , L’argument axiologique dans la philosophie de Dieu de
Saint Augustin: Est. agust. (1 9 7 0 ) p .5 3 .5 5 .5 6 ; J o l i v e t , La doctrine augustin.
de l’illumination... p .7 5 ; C a p á n a g a , El hombre-abismo... p .2 3 2 ; Sant’Agostino
p.113; C a y r é , Initiation... p .189; Id ., La contemplation augustinienne p .9 9 .1 0 0 .
101.174; Id ., Contemplation et raison d’après Saint Augustin: Mélang. augustin.
P-41; P e g u e r o l e s , o .c ., p .54.
645 A r i a s ,
o .c .,
p .412
n t.b ;
plation augustinienne... p. 1 74;
l’acception de Saint Augustin:
C ayré,
K
Initiation... p .1 8 9 ; Id ., La contem
La métaphysique du bien selon
8 (1973 ) 43-4 4 .
o w alczy k ,
E st.
agust.
San Agustín
Tratado sobre la Santísima Trinidad
presa en nosotros la idea del bien, según el cual declaramos
buena una cosa y la preferimos a otra.
Dios se ha de amar, pero no com o se ama este o aquel
bien, sino com o se ama el Bien mismo. Busquemos el bien del
alma, no el bien que aletea al juzgar, sino el Bien al cual se
adhiere el amor. Y ¿qué bien es éste, sino D ios? N o es buena
el alma, ni el ángel, ni el cielo; sólo el Bien es bueno.
Así, quizá se comprenda con más facilidad lo que intento
decir. Cuando, por ejemplo, oigo hablar de un alma buena,
oigo dos palabras, y por estas palabras entiendo dos cosas: el
alma y su bondad. Nada hizo el alma para ser alma, pues ca
recía de existencia para poder actuar en su ser; mas para que
el alma sea buena es necesaria la acción positiva de la volun
tad. Y esto no porque el alma no sea algo bueno; de otra
manera, ¿cómo podría decirse con toda certeza que es mejor
que el cuerpo?; pero aún no es buena el alma si le falta la
acción de la voluntad para hacerse mejor. Y si rehúsa el actuar,
se la culpa con justicia, y de ella se dice rectamente que no
es un alma buena. Se diferencia de la que obra bien, y pues
ésta es digna de elogio, la que así no obra es vituperable.
Mas, cuando actúa con intención de hacerse buena, no alcanza
rá su propósito de no dirigir sus afanes hacia una meta que
no sea ella. Y ¿hacia quién dirigir sus actividades en anhelos
de bondad, sino hacia el Bien que ama, ansia y consigue? Y si
se aleja otra vez y malea por el hecho de distanciarse del bien,
de no permanecer el bien en ella, del que se aleja, no tendría
a quien convertirse de nuevo si enmendarse quisiera.
versión al Bien inconmutable; el alma, repito, cuando nos
agrada hasta preferirla a esta luz corpórea, si bien lo medita
mos, no nos agrada en sí misma, sino por el primor del arte
con que fue creada. Se elogia su creación allí donde se ve el
ideal de su existencia. Esta es la Verdad y el Bien puro: no
hay aquí sino el bien, y, por consiguiente, el Bien sumo. El
bien sólo es susceptible de aumento o disminución cuando es
bien de otro bien.
El alma, para ser buena, se convierte al Bien de quien re
cibe el ser alma. Y es entonces cuando a la naturaleza se acom
pasa la voluntad para que el alma se perfeccione en el bien, y
se ama este bien mediante la conversión de la voluntad, bien
de donde brota todo bien, que ni por la aversión de la volun
tad es posible perder. En apartándose el alma del Bien sumo,
deja de ser buena, pero no deja de ser alma; y esto es ya un
bien muy superior al cuerpo; la voluntad puede perder lo que
con la voluntad se adquiere. El alma, con anhelos de conver
tirse a Aquel de quien recibe el ser, ya existía, porque el que
quiere existir antes de tener existencia no existe. Y éste es
nuestro bien, y a su resplandor vemos si debiera existir o no
cuanto comprendemos que debe o debió existir; y donde ve
mos también que no es posible la existencia si no debe existir,
aunque no comprendamos su m odo existencial. Y dicho Bien
no se encuentra lejos de cada uno de nosotros: En El vivimos,
nos movemos y somos (Act 17,27.28).
406
407
LIBRO IX
646 5. Por tanto, no existirían bienes caducos de no
existir un Bien inconmutable. Cuando oyes ponderar este o
aquel bien, aunque en otras circunstancias pudiera no ser bue
no, si puedes contemplar, al margen del bien participado, el
Bien de donde trae el bien su bondad, y además puedes con
templar el Bien cuando oyes hablar de este o el otro bien; si
puedes, digo, prescindiendo de estos bienes participados, son
dear el Bien en sí mismo, entonces verás a Dios. Y si por amor
a El te adhirieras, serías al instante feliz.
¡Qué vergüenza, amar las cosas porque son buenas y ape
garse a ellas y no amar el Bien que las hace buenas! El alma,
por el hecho de ser alma, antes aún de ser buena por la con646 A r i a s , o .c ., p.413 nt.c; B o y e r , L’idée de vérité... p.64.77.228; M o r a n ,
Síntesis del pensamiento agustiniano: Augustinus 5 (1960) 237; B o y e r , L’idée
de vérité... p.64.77; K o w a l c z y k , L’argument axiologique: Est. august. (1970)
p.57.58.
C a p ít u l o
III
La imagen de la Trinidad en la mente que se conoce y ama.
Conocimiento del alma por el alma
647 -3. La mente no puede amarse si no se conoce; por
que ¿cóm o ama lo que ignora? Hablaría a tontas el que afir
mase que la mente, en virtud de cierta analogía general o es
pecífica, cree que es tal com o por experiencia sabe que son
647-678 C a y r é , Initiation... p.138.
647 A r i a s , o .c ., p.443 nt.c; C a y r é , La contemplation augustinienne p.193;
B o y e r , L’idée de vérité... p.165.212; G i l s o n , o .c ., p.102; R o m e y e r , Trois pro
blèmes...: Arch. Phil. 7 (1930) cah.2 p.224; J o l i v e t , La doctrine augustin. de
l’illumin. p.118 nt.2 p,125s.l30.
647-657 J. R a c e t t e , Le livre neuvième du «De Trinitate» de Saint Augustin:
Sc. Eccl. 8 (1956) 39-57.
San Agustín
Tratado sobre la Santísima Trinidad
las otras, y por eso se ama a sí misma. ¿Cómo puede la mente
conocer otra mente si se ignora a sí misma? N o se diga que
la mente se ignora a sí misma y conoce a las demás, como ve
el ojo del ,cuerpo los ojos de los demás, pero no puede verse
a sí mismo. Con los ojos del cuerpo vemos los cuerpos. Los
rayos que ellos emiten, y que tocan cuanto vemos, no pode
mos hacerlos refractar y rebotar sobre ellos mismos si no es
cuando miramos un espejo. Cuestión esta muy sutil y oscura,
mientras no se demuestre con toda claridad que la realidad es
o no como pensamos.
Pero de cualquier modo que se haya la potencia visiva, ora
sea irradiación, ora otra cosa diversa, no la podemos ver con la
vista, sino que la debemos buscar con la mente, y, si es posible,
con la mente llegaremos a comprenderla. Percibe la mente, me
diante los sentidos del cuerpo, las sensaciones de los objetos
materiales, y por sí misma los incorpóreos. En consecuencia, se
conoce a sí misma por sí misma, pues es inmaterial. Porque, si
no se conoce, no se ama.
si es más excelente, entonces la naturaleza que conoce es supe
rior a la naturaleza conocida; así es superior el conocimiento de
un cuerpo al cuerpo mismo, objeto de dicho conocimiento. El
conocimiento es una especie de vida en la mente del que cono
ce- el cuerpo no es vida; y una vida cualquiera es siempre su
perior al cuerpo, no en mole, sino en virtud. Pero la mente,
cuando se conoce, no es superior a su conocimiento, pues ella
conoce y se conoce. Y cuando se conoce toda y ninguna otra
cosa con ella, su conocimiento es igual a ella, pues cuando se
conoce, su conocimiento no lo saca de otra naturaleza; y cuan
do totalmente se conoce y ninguna otra cosa percibe, no es ni
mayor ni menor. Con razón, pues, dijimos que estas tres cosas,
cuando no son perfectas, son, en consecuencia, iguales.
408
C a p ít u l o
IV
Tres cosas iguales que son unidad: la mente, su conocimiento
y el amor. Estas tres cosas son sustancia y dicen relación. Las
tres son inseparables y las tres son, sin trabazón ni mezcla,
una sustancia y también términos relativos
648 4. Cuando la mente se ama existen dos cosas, la
mente y su amor, y cuando la mente se conoce hay también
dos realidades, la mente y su noticia. Luego la mente, su amor y
su conocimiento son com o tres cosas, y las tres son unidad; y si
son perfectas, son iguales. Si la mente no se ama en toda la ex
tensión de su ser: por ejemplo, si el alma humana se ama como
se ha de amar el cuerpo, siendo ella superior al cuerpo, peca, y
su amor no es perfecto. Y si se ama más allá de las fronteras del
ser, es decir, si se ama com o sólo Dios ha de amarse, siendo ella
infinitamente inferior a Dios, peca en exceso y no se ama con
amor de perfección. Y su malicia y perversidad es completa si
ama a su cuerpo com o sólo a Dios se ha de amar.
Asimismo, si el conocimiento es inferior al objeto conocido,
cuando éste es plenamente cognoscible, no es perfecto. Empero,
648
L ope
p.489.
C
A
r ia s
o . c .,
il l e r u e l o ,
p.444 nt.d; B o y e r , Sant’Agostino p.150; G i l s o n , o .c ., p.292;
La « memoria Dei» según San Agustín: Augustinus magister
409
649 5. Y si somos capaces de verlas, nos damos al mis
mo tiempo cuenta de que estas cosas existen en el alma y , cual
si ovilladas estuviesen, se desenvuelven y se dejan percibir y nu
merar, no com o accidentes de un sujeto, com o el calor y la fi
gura en los cuerpos, ni com o la cualidad o cantidad, sino de
una manera sustancial y , por decirlo así, esencialmente. T odo
accidente no excede en extensión al sujeto en que radica. El
color y la figura de un cuerpo determinado no puede ser el co
lor y la figura de aquel otro cuerpo.
Pero la mente puede amar otras cosas fuera de sí con el
mismo amor con que se ama a sí misma. Y , del mismo modo,
la mente no se conoce solamente a sí misma, sino otras muchas
cosas. Luego el amor y el conocimiento no radican en la mente
como en un sujeto, sino que son, al parigual de la mente, sus
tancia; pues, aunque tengan un sentido de mutua relación, en
sí son sustancia. Porque esta relación no es com o la del color
respecto del cuerpo colorado, pues el color está en el cuerpo
como en propio sujeto y no tiene en sí subsistencia, porque sus
tancia es el cuerpo colorado, pero el color está en una sus
tancia.
Mas nuestra habitud es como la que existe entre dos amigos,
que son dos hombres y, en consecuencia, dos sustancias. En
cuanto hombres, no indican relación, sí en cuanto amigos.
650 6. Pero aunque sustancia es el que ama y conoce,
sustancia es la ciencia, sustancia el amor; mas el amante y el
649 A r i a s , o .c ., p .445 nt.e; L o p e C i l l e r u e l o , o .c ., p .5 0 6 ;
tino p.150; G i l s o n , o .c ., p .2 9 2 ; S c i a c c a , San Agustín p.528;
El programa vital de San Agustín: Est. agust. (1970) p.585.
650 G i l s o n , o .c ., p.291.
B o y e r , Sant’Agos
D ía z de T u e st a ,
410
Tratado sobre la Santísima Trinidad
San Agustín
amor, el sabio y la ciencia, entrañan, com o el amigo, mutua
habitud; la mente o el espíritu no son términos relativos,
com o tampoco lo son los hombres; con todo, el que ama y su
amor, el que conoce y su ciencia, no pueden existir separados,
sí los amigos. Mas, aunque los amigos puedan estar distan
ciados físicamente, no parece puedan estarlo en el alma, en
cuanto amigos. No obstante, es posible que el amigo empiece
a odiar al amigo, y desde este momento deja de ser amigo,
aunque el otro lo ignore y siga profesándole amor. Pero si el
amor con que el alma se ama deja de existir, cesa el alma de
amar; como cesa el conocimiento por el que conoce si cesa
el alma de conocerse.
Un ejemplo: la cabeza es cabeza de algún ser cabezudo, y,
aunque sustancias, dicen entre sí relación, pues cuerpo es la
cabeza y el ser con cabeza, y de no existir la cabeza, tampoco
el ser con cabeza; pero, mediante un simple tajo, puede la
cabeza separarse del cuerpo; en el alma esto es imposible.
652 Mas no veo cómo aquellas tres realidades no sean
de una misma sustancia, sobre todo cuando la mente se co
noce y se ama, y se compenetran de tal suerte estas tres
cosas que el alma no es conocida ni amada por otro. Luego
es necesario que estas tres cosas sean de una misma sustan
cia; pues de existir en mezcla informe, no serían ya tres ni
podrían relacionarse entre sí. Es com o si de un mismo pan
de oro haces tres sortijas semejantes y entrelazadas: dicen
siempre mutua habitud, pues se asemejan, y lo semejante es
semejante a alguna cosa; existe en este caso una trinidad
de sortijas y un
pan de oro. Pero
si se las somete afus
y cada anillo se
mezcla y confunde
con la masa total,per
la trinidad y no
puede ya subsistir.
Se podrá entonceshab
de la unidad del
oro, pero no de una trinidad áurea, com o en
el ejemplo de las tres sortijas.
C a p ít u l o
651 7. Y si se trata de cuerpos no divisibles ni seccionables, con todo, si no constasen de partes, no serían cuer
pos. La parte dice relación al todo; porque toda parte es
parte de algún todo, y el
todo lo es con todas sus partes.
Pero, como
la parte y el
todo son cuerpos, tienen no sólo
valor relativo, sino también sustancial. ¿Acaso es el alma el
todo, y sus cuasi partes el
amorcon que se ama y la ciencia
con que se conoce, de cuyas dos partes se compone aquel
todo? ¿O son tres partes iguales las que completan el todo?
La parte nunca puede abrazar el todo cuya es parte; la
mente, empero, cuando se conoce toda, esto es, cuando se
conoce perfectamente, su conocimiento es total, y cuando se
ama con amor de perfección, totalmente se ama. ¿Hemos en
tonces de razonar, cuando se trata de estas tres realidades:
mente, conocimiento y amor, como se razona de una bebida
compuesta de vino, agua y miel, bebida en la que cada uno
de sus componentes se extiende por toda la masa y, sin em
bargo, son tres, pues la parte más diminuta de esta poción
contiene estos tres elementos, y no superpuestos cual si fue
ra agua y aceite, sino mezclados, y los tres son sustancias,
y todo el líquido aquel una sustancia compuesta de tres? Pero
el vino, el agua y la miel no son de una misma naturaleza,
aunque de su mezcolanza resulte una sustancia potable.
V
Inmanencia y circumincesión de las tres facultades
653 8. Mas, cuando la mente se conoce y se ama, sub
siste la trinidad— mente, noticia y amor— en aquellas tres rea
lidades, y esto sin mezcla ni confusión. Y si bien cada una tie
ne en sí subsistencia, mutuamente todas se hallan en todas,
ya una en dos, ya dos en una. Y , en consecuencia, todas en
todas.
La mente está ciertamente en sí, pues se dice mente con
relación a sí misma; pero com o cognoscente, conocida o cog
noscible, dice relación a su noticia, y con referencia al amor
con que se ama se la dice amable o amada y amante. Y la
noticia, aunque se refiera a la mente que conoce y es cono
cida, no obstante, con relación a sí misma se la puede llamar
cognoscente y conocida; no puede ser ignorada la noticia por
la que se conoce la mente. Y el amor, aunque se refiera a la
mente que ama y cuyo es el amor, sin embargo, es amor para
sí con subsistencia propia; pues se ama el amor, y el amor
sólo puede ser amado por el amor, es decir, por sí mismo. Y
así, cada una de estas tres realidades existe en sí misma.
Y están recíprocamente unas en otras: la mente que ama
o .c ., p .448
n t.f; V e r i c a t N ú ñ e z , La
Augustinus 15 (1970) 2 99-300 .
653 G il s o n , o .c ., p .2 9 0 : Lope C i l l e r u e l o , ¿Quién
(1973) 4 22.
652 A r i a s ,
651-652 G il s o n , o .c ., p .2 9 0 .
651 S ciacca, Trinité et unité
P ía z d e T u e s t a , o .c ., p .5 8 5 ,
411
idea de creación según
San Agustín:
de l’esprit: Augustinus magister
p .52 6 -5 2 7 ;
es Dios?:
E st. agust. 8
San Agustín
Tratado sobre la Santísima Trinidad
está en su amor; el amor, en la noticia del que ama, y el co
nocimiento, en el alma que conoce.
Luego es manifiesto que una cosa es ver en sí lo que otro
no ve y ha de creerlo sobre la palabra del que habla, y otra
contemplarlo en la misma verdad, lo que también puede ver
un tercero: lo primero puede cambiar en el tiempo, ésta es
inmutable y eterna. No es viendo con los ojos del cuerpo
una muchedumbre de mentes com o nos formamos, por ana
logía, un concepto general o concreto de la mente humana,
sino contemplando la verdad indeficiente, según la cual defi
nimos, en cuanto es posible, no lo que es la mente de cada
hombre, sino lo que debe ser en las razones eternas.
412
654 Cada una está en las otras dos. La mente que se
conoce y ama está en su amor y noticia; el amor de la mente
que se conoce y ama está en su mente y en su noticia; y la
noticia de la mente que se ama y conoce está en su mente
y en su amor, porque se ama cognoscente y se conoce amante.
Y así hay dos en cada una, pues la mente que se conoce y ama
está con su noticia en el amor, y con su amor, en su noticia;
el amor y la noticia están simultáneamente en la mente que
se conoce y ama.
Poco ha hemos visto cómo está toda en todas cuando la
mente se ama toda, se conoce toda y conoce todo su amor,
y ama toda su noticia cuando estas tres realidades son perfec
tas con relación a sí mismas. Y las tres son de un modo ma
ravilloso inseparables entre sí, y, no obstante, cada una de
ellas es sustancia, y todas juntas una sustancia o esencia, si
bien mutuamente son algo relativo.
C a p ít u l o
VI
Conocimiento de las cosas en sí mismas y en la eterna verdad.
D e las cosas corpóreas se ha de juzgar según la regla de la
verdad eterna
655 9. Cuando la mente humana se conoce y se ama,
no conoce ni ama algo inconmutable: todo hombre, atento a lo
que en su interior experimenta, expresa de una manera su
mente al hablar y de otra muy diferente define lo que es la
mente, sirviéndose de un conocimiento general o específico.
Y así, cuando uno me habla de su propia mente y me dice
que comprende o no comprende esto o aquello, o que quiere
o no quiere esto o lo otro, le creo; mas cuando de una ma
nera general o específica dice la verdad acerca de la mente
humana, reconozco y apruebo.
654
A r ia s ,
o .c
.,
p.449 nt.g;
S c ia c c a ,
San Agustín p.427ss;
R om eyer,
Trois
problèmes... p.223.
655-657 R o m e y e r , Trois problèmes de philosophie... p.223-224.
655 A r i a s , o . c . , p.450 nt.h; B o y e r , Sant Agostino p.45; I d . , L ’idée de
vérité... p.165.166.182; C a y r é , Initiation... p.234; G i l s o n , o . c . , 118.120.129;
X i b e r t a , De abstractione apud S. Augustinum: Acta hebdom. august.-thom.
p.326; D í a z d e T u e s t a , o . c . , p.590; L o p e C i l l e r u e l o , La «memoria D ei» según
San Agustín: Augustinus magister I p.505; V e r i c a t N ú ñ e z , La idea de creación
según San Agustín: Augustinus 15 (1970) 386.
413
656 10, Cuanto a las imágenes de las cosas materiales
percibidas por los sentidos del cuerpo y grabadas en cierto
modo en la memoria y en su medio, nos representamos como>
en fingida imagen las cosas no vistas, ora muy diferentes de:
como son, ora por pura casualidad, com o son¿ al aprobarlas,
o rechazarlas en nuestro interior, obramos conforme a unas:
normas superiores a nuestra mente e inmutables, siempre que
nuestro juicio sea, en su aprobación o crítica, recto. Así, cuan
do pienso en las murallas de Cartago, que vi, o imagino las;
de Alejandría, que no vi, doy racionalmente preferencia a
unas normas imaginadas sobre otras; pero es en las alturas
donde brilla y se afirma el juicio de la verdad y le dan fir
meza las leyes incorruptibles de su derecho; y aunque una
nube de imágenes materiales logre a veces velar su silueta,
jamás podrá oscurecerla y confundirla.
657 11. Mas interesa saber si, envuelto yo en esa ca
lígine o bajo su oscuridad, estoy privado de la vista del cielo
sereno, o, cual suele acaecer en la cima elevada de una mon
taña, como suspendido entre el firmamento y los cirrus, gozo
del aire puro y contemplo en lo alto plácida luz y bajo mis
pies densas tinieblas.
¿Por ventura no siento inflamarse en mí la llama del amor
fraterno cuando oigo que algún varón sufrió atroces tormentos
por sostener la belleza y solidez de su fe? Y si con el índice se
me señala este varón, anhelo unirme a él, trabar con él amis
tad, darle a conocer. Y si la ocasión se me brinda propicia,
me aproximo, le hablo, converso con él y le expreso como
puedo mi afecto y ansio vivamente que él se aficione a mi
trato y me lo haga saber; y me esfuerzo, no pudiendo al pron656
A
r ia s ,
o .c .,
p.451 nt.i;
G
il s o n ,
o .c .,
p.120;
D
ía z
de
T
u esta
oc
P-591.
657 B o y e r ,
K o m e y e r , Trois
L ’idée de V érité... p.177; G
problèmes... p.222; X i b e r t a ,
ils o n ,
o .c .,
o .c .,
p.323.
p.117 nt.2;
p.129;:
415
San Agustín
Tratado sobre la Santísima Trinidad
to leer en su interior, unirme a él en un amplexo espiritual
por fe. Amo, con casto y fraternal amor, al varón fiel y va
liente.
cuerpos, y otra intuir, por encima de la mirada de la mente,
mediante la visión de la pura inteligencia, las razones y el
414
658 Mas si en el curso de nuestra charla me confiesa,
o imprudentemente de otro modo cualquiera lo indica, y me
da a conocer que siente de Dios cosas indignas o que busca
en El algún bien carnal, y por sostener su error, o con miras
de lucro o bien llevado de estéril ambición de humana ala
banza, sufrió tan acerbos tormentos, al instante el amor que
me impulsaba hacia él, ofendido y como rechazado, se retira
del hombre indigno y permanece en aquella forma que me lo
hizo, cuando lo creía digno, amable. A no ser que aún le
ame para que sea tal cual he comprobado que no es. En
nuestro hombre nada ha cambiado, pero puede aún cambiar
v hacerse lo que yo creí que era ya; en mi mente ha cam
biado el aprecio, pues antes era de diferente manera que
ahora. El mismo amor se ha desviado del anhelo del gozo al
deseo de serle útil, bajo el imperio de la justicia inconmuta
ble y excelsa. Es el ideal de la firme e inconcusa verdad, que
me hacía gozar del hombre que bueno creía y que al pre
sente me excita el deseo de que lo sea, el que baña de eter
nidad serena con la luz de la razón incorruptible y pura la
mirada de mi alma y la nube de imágenes que allá abajo con
templo cuando pienso en el hombre que vi. Y otro tanto su
cede cuando evoco en mi ánimo la imagen de un arco bella
y uniformemente curvado que vi, pinto el caso, en Cartago:
el objeto material es transmitido a la mente por los ojos y
trasegado a la memoria para suscitar luego una representación
imaginaria.
659 Mas lo que mi mente contempla y, según esta vi
sión, apruebo su belleza o corrijo lo que me desagrada, es
muy otra. Y así juzgamos de estas cosas corpóreas según la
verdad eterna que percibe la intuición de la mente racional.
Estas formas, si están presentes, las percibimos por el senti
do del cuerpo; de las ausentes recordamos sus imágenes ar
chivadas en la memoria, o, según la ley de las semejanzas, las
fingimos tales como nosotros las crearíamos en la realidad
si tuviéramos medios y voluntad. Una cosa es fingir en el
ánimo las imágenes de los cuerpos o ver con el cuerpo los
6 5 9 V e r ic a t N u ñ ez, La idea de creación,..'. Augustinus 15 (1970) 2 95;
G i l s o n , o .c ., p .1 1 7 n t.2; p .1 1 9 ; Lope C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: E st. agust.
8 (1973) 4 2 1 .4 2 8 ; P e g u e r o l e s , o .c ., p .21.
arte inefablemente bello de tales imágenes.
C a p ít u l o
V II
Concebimos y engendramos interiormente un verbo al con
templar las cosas en la eterna Verdad
660 12. Con la mirada del alma vemos en esta eterna
Verdad, por la que han sido creadas todas las cosas tempora
les, una forma que es modelo de nuestra existencia y de cuan
to en nosotros o en los cuerpos obramos, al actuar según la
verdadera y recta razón: por ella concebimos una noticia ver
dadera de las cosas, que es com o verbo engendrado en nues
tro interior al hablar, y que al nacer no se aleja de nosotros.
Y cuando dirigimos la palabra a otros, añadimos a nues
tro verbo interior el ministerio de la voz o algún otro signo
sensible, a fin de producir en el alma del que escucha, me
diante un recuerdo material, algo muy semejante a lo que en
el alma del locutor permanece. Así nada hacemos por los
miembros del cuerpo, ni en palabras ni en obras, al apro
bar o reprender la conducta moral de los hombres, sin que
se anticipe en nuestro interior el verbo secreto. Nadie que
riendo hace algo sin antes hablarlo en su corazón.
C a p ít u l o
V III
Eros y amor
661 13. Este verbo es engendrado o por el amor de
la criatura o del Creador; esto es, o de la naturaleza caduca
o de la verdad inmutable. Luego, o por la concupiscencia o
por la caridad. Y no es que no haya de amarse la criatura:
cuando este amor va flechado al Creador, no es concupiscen
cia, sino caridad. Es, sí, concupiscencia cuando se ama la cria
tura por la criatura. En este caso es útil al que no usa de
ella; pero corrompe al que en ella se adelicia. La criatura
660 G i l s o n , o.c., p.110.119.295; L o p e C i l l e r u e l o , La « memoria Dei» según
San Agustín: Augustinus magister, I p.506.
661 A r i a s , o.c., p.455 nt.j; T. M a n f e r d i n i , Pluralidad según San Agustín:
Augustinus 19 (1974) 160.161.169; K o w a l c z y k , La conception de l’homme chei,
Saint Au^ustin: Giorn. di met. 27 (1972) 210.
San Agustín
Tratado sobre la Santísima Trinidad
o es igual o inferior a nosotros. De la inferior se ha de usar
para Dios; de la igual hemos de disfrutar, pero en Dios.
No te complazcas en ti mismo, sino en aquel que te hizo;
y lo mismo has de practicar con aquel a quien amas como
te amas a ti. Gocemos, pues, de nosotros mismos y de los
hermanos, pero en el Señor, y no osemos nunca abandonarnos
a nosotros mismos ni extender nuestros deseos hacia los bie
nes de la tierra.
Florece la palabra cuando agrada la idea, e inclina al pe
cado o al bien. Es el amor un abrazo entre la palabra y la
mente que la engendra, y a ellas se une com o tercer elemento
un amplexo incorpóreo, sin confusión alguna.
663 De aquí se deduce que cuando el alma se conoce
y aprueba su ciencia, entonces su noticia es su palabra, y es
en absoluto igual e idéntico a ella; porque la noticia no es de
esencia inferior, como el cuerpo, ni de esencia más noble,
como Dios. Y pues toda noticia ofrece cierta semejanza con
el objeto de quien ella es noticia, ésta es perfecta e igual a la
mente que conoce y es conocida. En consecuencia, es ima
gen y es palabra, pues es su expresión cuando se iguala a ella
por el conocimiento, y lo engendrado es igual al que en
gendra.
4 1 6
C a p ít u l o X I
La imagen en un alma que se conoce
662 12. Mas toda noticia es, según la especie, seme
jante al objeto que se conoce, Existe, además, una noticia,
según la privación, que expresamos al desaprobar una cosa.
Y esta repulsa de la privación es un elogio de la idea, y por
eso se alaba. Tiene el alma una cierta semejanza con la espe
cie conocida, ora le agrade, ora le ofenda su privación.
Por lo cual, en cuanto conocemos a Dios, nos hacemos
a El semejantes, pero no con semejanza de igualdad, porque
no le conocemos com o El se conoce. Y cuando mediante los
sentidos del cuerpo conocemos los objetos corpóreos, se for
ma en nuestra alma una cierta semejanza de estos cuerpos,
que es imagen de la memoria; pero no entran en el alma los
cuerpos cuando en ellos pensamos, sino sus imágenes. Es, por
consiguiente, un error tomar el objeto por la imagen, pues
error es aprobar una cosa por otra; con todo, la imagen de
un cuerpo cualquiera en el alma es mejor que la especie
corpórea, en cuanto existe en una naturaleza más noble, por
existir en una existencia vital, que es el alma. Así, cuando
conocemos a Dios nos hacemos mejores que éramos antes de
conocerlo, sobre todo cuando el objeto placentero y amado
se hace palabra y la noticia se hace cierta semejanza con Dios.
No obstante, es inferior, pues su naturaleza es más vil; el
alma siempre es criatura, y Dios, Creador.
6 6 2 G i l s o n , o . c . , p .2 9 5 ; S c i a c c a ,
p ,1 6 0 s s ; D ÍA Z PE T u e s t a , El programa
p .6 0 6 .
San Agustín p .5 2 9 ; M a n f e r d i n i , o . c .,
vital de San Agustín: Est. agust. (1 9 7 0 )
C a p ít u l o
417
X II
Por qué la noticia del alma es su prole y no es su parto el
amor. Solución del problema. La mente, su noticia y su amor,
imagen de la Trinidad
664 17. ¿Oué es el amor? ¿Será imagen? ¿Palabra?
¿Engendrado? ¿Por qué la mente engendra su noticia cuando
se conoce v no engendra su amor cuando se ama? Porque si
es causa de su noción en cuanto escible, será también causa
de su amor, en cuanto amable.
Difícil es decir por qué no engendra el alma ambas co
sas. Y esta misma cuestión surge al tratar de la Trinidad
excelsa. Dios omnipotente y Creador, a cuya imagen fue el
hombre formado, v suele inquietar a los hombres, a quienes
la verdad de Dios invita a la fe en lenguaie humano. ¿Por qué
al Espíritu Santo ni se le cree, ni se le dice engendrado por
Dios Padre, ni se le llama hijo suyo?
Es lo que, de alguna manera, nos esforzamos por estu
diar ahora en la mente humana, y para ello interroguemos,
con el fin de obtener respuesta cumplida, a esta imagen in
ferior v más familiar que es nuestra misma naturaleza, diri
giendo luego la mirada de nuestra mente, va más entrenada,
de la criatura iluminada a la luz inconmutable; con todo, la
misma verdad nos persuadirá que el Espíritu Santo es amor,
y el Verbo, H ijo de Dios, verdad que ningún cristiano pone
en duda.
Volvamos, pues, a esta imagen creada, esto es, a la mente
663 M a n f e r d i n i , o . c . . p.161; R o d r í g u e z N e i r a , L os niveles de la memoria
en San Agustín y en San Buenaventura: Augustinus 19 (1974) 224' G i l s o n
o c., p.295.
„
o c " P-461 nt.l; S c i a c c a , San Agustín p.529; G i l s o n , o .c .,
P-295; D í a z d e T u e s t a , o .c ., p.606.
Los filósofos medievales 1
14
418
San Agustín
Tratado sobre la Santísima Trinidad
racional, e interroguémosle con diligencia sobre esta cues
tión, pues en ella temporalmente existe un conocimiento de
ciertas cosas que antes no existía y un amor a cosas que antes
no se amaban, y este conocimiento nos indica más claramen
te qué es lo que tenemos que decir, pues siempre es más ha
cedero explicar una realidad encuadrada dentro del orden de
los siglos en un lenguaje temporal y humano.
665 18. Es en principio manifiesto que puede darse
algo cognoscible, es decir, que se puede conocer, y, sin em
bargo, se ignora; pero no se puede en m odo alguno conocer
lo incognoscible. Es, pues, evidente que todo objeto conocido
coengendra en nosotros su noticia. Ambos, cognoscente y co
nocido, engendran el conocimiento. Y así la mente, cuando
se conoce, ella sola es padre de su noticia y es a la vez la que
conoce y lo que conoce. Era cognoscible antes de conocerse,
pero no existía en ella su noticia antes de autoconocerse.
Cuando se conoce, engendra su noticia igual a sí misma; en
tonces su conocimiento iguala a su ser, y su noticia no per
tenece a otra sustancia; y esto no sólo porque conoce, sino
porque se conoce a sí misma, según arriba dijimos.
666 Mas ¿qué decir del amor? ¿Por qué, cuando se
ama, no engendra su amor? Era ya amable antes de amarse,
pues podía amarse, com o era antes de conocerse cognoscible,
pues podía conocerse; porque si no fuera cognoscible, jamás
se podía conocer, y si no fuera amable, jamás se podría amar.
¿Por qué, pues, cuando se ama no se dice que engendra su
amor, com o al conocerse engendra su noticia?
¿Es acaso para indicar claramente el principio del amor
de donde procede, pues procede de la mente ya amable antes
de amarse, siendo así principio del amor con que se ama;
mas no puede decirse con verdad engendrado, com o se dice
la noticia de sí por la que se conoce, precisamente porque ha
encontrado mediante el conocimiento de lo que se pudiera
llamar parto o encontrado (repertum ), pues con frecuencia
precede la búsqueda con la ilusión de reposar en este fin?
Es la investigación una apetencia de encontrar, que es sinó
nimo de engendrar ( reperiendi) *. Las cosas que se reencuen
tran es com o si se alumbraran (pariuntur) y son semejantes
* Damos al verbo reperire su significado etimológico. Quae repcriuntur quasi
pariuntur. (Nota del Trad.)
665-667 G i l s o n , o .c ., p.296; S c i a c c a , San Agustín p.530,53^.
*665 .Arias, o .c ., jd.462 nt.m; p.462 ntjo..
419
a la filiación. Y ¿dónde se engendran sino en la noticia? Es
aquí donde com o expresándose se forman. Porque si ya exis
tían las cosas que buscando encontramos, no existía la noti
cia, que asemejamos a un hijo que nace. La apetencia que
late en la búsqueda procede del que busca, y se balancea
como en suspenso, y no reposa en el fin anhelado a no ser
cuando se encuentra el objeto buscado y se une al que busca.
Y esta apetencia o búsqueda, aunque no parezca aún amor
con que se ama lo conocido— sólo se trata aún del conocimien
to— , participa en cierto modo de su género.
667 Y se la puede llamar ya voluntad, porque todo el
que busca quiere encontrar; y si se busca lo que pertenece
a la noticia, el que busca quiere conocer. Y si con ardor lo
ansia y con constancia, se llama estudio, término muy usual en
la investigación y adquisición de las ciencias. Luego al parto
de la mente precede una cierta apetencia, en virtud de la
cual, al buscar y encontrar lo que conocer anhelamos, damos
a luz un hijo, que es la noticia; y, por consiguiente, el de
seo, causa de la concepción y nacimiento de la noticia, no se
puede llamar con propiedad parto e hijo; el mismo deseo que
impele vivamente a conocer se convierte en amor al objeto
conocido y sostiene y abraza a su prole, es decir, a su no
ticia, y lo une a su principio generador. Es, pues, cierta ima
gen de la Trinidad la mente, su noticia, hijo y verbo de sí
misma, y en tercer lugar, el amor; y estas tres cosas son una
sola sustancia. Ni es menor la prole cuando la mente se co
noce tal com o es, ni menor el amor si se ama cuando se co
noce y es.
LIBRO X
CAPÍTULO'
III
Conocimiento del alma por el alma
668 5. ¿Qué ama, pues, el alma cuando con pasión
ardorosa busca conocerse, si es para sí una desconocida? He
aquí a la mente, que busca conocerse y se inflama en este de
seo. Ama, es cierto; pero ¿qué ama? ¿Se ama a sí misma?
.¿Cómo se ama, si aún no se conoce y nadie puede amar lo
668
IDE T
A
435 nt.2.
o .c ., p.473 nt.b;
R o m e y e r , Trois problèmes... p.221-222; D í a z
El programa vital de San Agustín p.607; G i l s o n , o .c ., p.133.
r ia s ,
u esta,
San Agustín
Tratado sobre la Santísima Trinidad
ignorado? ¿Es acaso que la fama pregonó su hermosura cual
solemos oír de las cosas ausentes?
Quizá entonces no se ama a sí misma, sino la idea que se
finge de sí misma, muy diferente acaso de lo que ella es. Y si
la mente tiene de sí una idea exacta, entonces al amar esta
ficción se amaría antes de conocerse. Ve lo que le es semejan
te; conoció otras mentes y por ellas se finge a sí misma y,
según esta idea genérica, ya se conoce.
Pero entonces, ¿cóm o conoce a otras mentes y se ignora
a sí misma, si nada hay tan presente a sí misma com o ella
misma? Y si le sucede como a los ojos del cuerpo, que co
nocen mejor los ojos ajenos que los propios, entonces no se
afane en la búsqueda, pues jamás se ha de encontrar. Sin un
espejo nunca verán los ojos su imagen; mas en las cosas
incorpóreas no es dable emplear un medio parecido; la men
te no puede verse en un espejo.
¿Será acaso en la razón de la eterna verdad donde ve la
hermosura del autoconocimiento, y ama lo que intuye y sus
pira por la realización en sí misma? Si no se conoce, conoce
al menos cuán bello es conocerse. Ciertamente es muy de ad
mirar el que no se conozca y conozca la belleza de cono
cerse.
¿Es que ve algún fin excelso, esto es, su seguridad y su
dicha, merced a una secreta memoria que no le abandona en
su peregrinación hacia lejanas playas, y cree no poder alcanzar
esta meta sin conocerse a sí misma? Y así, mientras ama aque
llo, busca esto: ama el fin conocido y busca el medio igno
rado.
porque, si sabe que no sabe, se conoce, y si ignora que se ig
nora, no se busca para conocerse. Por el mero hecho de bus
carse, ¿no prueba ya que es para sí más conocida que ig
norada? A l buscar para conocerse, sabe que se busca y se
ignora.
420
669 Mas entonces, ¿cóm o pudo subsistir el recuerdo de
su felicidad sin que el recuerdo de ella misma perdure? ¿No
se conocerá ella que quiere llegar, y conocerá la meta adonde
ansia llegar? ¿O es que, cuando ama conocerse, no se ama
a sí misma, pues aún se ignora, pero ama el conocer y amar
gamente soporta en sí esta falta de ciencia, por la que anhela
comprenderlo todo? Luego conoce qué es conocer, y por esto
que ya conoce desea conocerse.
Mas ¿dónde conoció su saber, si no se conoce? Sabe,
sí, que conoce otras cosas y ella se ignora, y de ahí el co
nocer qué es conocer. Pero ¿cómo sabe que sabe algo, si se
ignora a sí misma? N o conoce una mente que conoce, sino
a sí misma. Luego se conoce. Además, cuando se busca para
conocerse, conoce su búsqueda. Luego ya se conoce. Es, por
consiguiente, imposible un desconocimiento absoluto del yo,
C a p ít u l o
421
X
El alma sabe con certeza que existe, vive y entiende
670 13. N o añada nada la mente a lo que de sí misma
conoce cuando se le ordena conocerse. Tiene certeza que es
a ella a quien se le preceptúa, es decir, a ella que existe, vive
y comprende. Existe el cadáver y vive el bruto; mas ni el
cadáver ni el bruto entienden. Ella sabe que existe y vive
como vive y existe la inteligencia. Cuando, por ejemplo, la
mente cree que es aire, opina que el aire entiende, pero sabe
que ella comprende; que sea aire no lo sabe, se lo figura.
Deje a un lado lo que opina de sí y atienda a lo que sabe;
quédese con lo que sin dudar admitieron aquellos que opina
ron ser la mente este o aquel cuerpo. N o todas las mentes
creyeron ser aire, pues unas se tenían por fuego, otras por
cerebro, otras por otras cuerpos y algunas por otra cosa, se
gún recordé poco antes; pero todas conocieron que exis
tían, vivían y entendían; mas el entender lo referían al ob
jeto de su conocimiento; el existir y el vivir, a sí mismas.
Comprender sin vivir y vivir sin existir no es posible. Esto
nadie lo pone en tela de juicio. En consecuencia, el que en
tiende, vive y existe, y no com o el cadáver, que existe y no
vive, ni como vive el alma que no entiende, sino de un modo
peculiar y más noble.
671 Además, saben que quieren, y conocen igualmente
que nadie puede querer si no existe y vive; asimismo refie
ren su querer a algo que quieren mediante la facultad voli
tiva. Saben también que recuerdan, y al mismo tiempo saben
que, sin existir y vivir, nadie recuerda; la memoria la referi
mos a todo lo que recordamos por ella. Dos de estas tres po
tencias, la memoria y la inteligencia, contienen en sí la noti
cia y el conocimiento de multitud de cosas; la voluntad, por
670 A r i a s , o .c ., p.485 nt.i; B o y e r , L’idée de vérité... p.40; P e g u e r o l e s ,
o.c., p.89-90; K o w a l c z y k , La conception de Vhomme chez Saint Augustin:
Giorn. di met. 27 (1972) 202-203; B r a s a D í e z , El contenido del «cogito»
agustiniano: Augustinus 21 (1976) 278 n t.ll; G i l s o n , o .c ., p.60.
422
San Agustín
la cual disfrutamos y usamos de ellas, está presente. Goza
mos de las cosas conocidas, en las que la voluntad, como bus
cándose a sí misma, descansa con placer; usamos de aquellas
que nos sirven com o de medio para alcanzar la posesión frui
tiva. Y no existe para el hombre otra vida viciosa y culpable
que la que usa y goza mal de las cosas. Sobre esta cuestión no
disputaremos ahora.
672 14. Mas com o de la naturaleza de la mente se tra
ta, apartemos de nuestra consideración todos aquellos cono
cimientos que nos vienen del exterior por el conducto de los
sentidos del cuerpo, y estudiemos con mayor diligencia el pro
blema planteado, a saber: que todas las mentes se conocen
a sí mismas con certidumbre absoluta. Han los hombres du
dado si la facultad de vivir, recordar, entender, querer, pen
sar, saber y juzgar provenía del aire, del fuego, del cerebro,
de la sangre, de los átomos; o si, al margen de estos cuatro
elementos, provenía de un quinto cuerpo de naturaleza igno
rada, o era trabazón temperamental de nuestra carne, y hubo
quienes defendieron esta o aquella opinión. Sin embargo,
¿quién duda que vive, recuerda, entiende, quiere, piensa, co
noce y juzga?; puesto que, si duda, vive; si duda, recuerda
su duda; si duda, entiende que duda; si duda, quiere estar
cierto; si duda, piensa; si duda, sabe que no sabe; si duda,
juzga que no conviene asentir temerariamente. Y aunque dude
de todas las demás cosas, de éstas jamás debe dudar; por
que, si no existiesen, sería imposible la duda.
673 15. Los que opinan que la mente es un cuerpo
o la cohesión y equilibrio de un cuerpo, quieren que todas
estas cosas sean vistas en un determinado sujeto, de suerte
que la sustancia sea fuego, éter o un elemento cualquiera;
en su opinión esto es la mente, y la inteligencia informaría
este cuerpo com o atributo. El cuerpo sería el sujeto, ésta
radicaría en dicho sujeto. Es decir, la mente— pues la juzga■ n corpórea— es el sujeto; la inteligencia y las facultades
mencionadas poco ha, de las cuales tenemos certeza, acciden
tes de este sujeto. Así piensan también aquellos que niegan
la corporeidad del alma, pero la hacen constitución orgánica
672 A r i a s , o .c ., p.486 nt.j; Introducción, p.68; I. B l a n c h e t , Les antécédents
historiques du «je pense, done je suis» (Paris 1920) p.108-139; B o y e r , L’idée
de vérité... p.40; G i l s o n , o .c ., p.54.60.61.
673-674 G i l s o n , o .c ., p.61.
673 B o y e r , Sant’Agostino p.141; B l a n c h e t , o .c ., p.108-139.
Tratado sobre la Santísima Trinidad
423
o temperamento del cuerpo. Con esta diferencia: que unos
afirman la sustancialidad del alma, en la cual radicaría, como
en propio sujeto, la inteligencia, mientras éstos sostienen que
la mente radica en un sujeto, es decir, en el cuerpo, cuya
com posición temperamental es. Por consiguiente, ¿en qué su
jeto han de colocar la inteligencia, sino en el sujeto cuerpo?
674 16. Todos éstos no advierten que la mente se co
noce cuando se busca, según ya probamos. No se puede con
razón afirmar que se conoce una cosa si se ignora su natura
leza. Por tanto, si la mente se conoce, conoce su esencia, y si
está cierta de su existencia, está también cierta de su natu
raleza. Tiene de su existencia certeza, com o nos lo prueban
los argumentos aducidos: Que ella sea aire, fuego, cuerpo
o elemento corpóreo no está cierta. Luego no es ninguna de
estas cosas. El precepto de conocerse a sí misma tiende a darle
certeza de que no es ninguna de aquellas realidades de las
que ella no tiene certeza. Sólo debe tener certeza de su exis
tencia, pues es lo único que sabe con certeza.
Piensa en el fuego, en el aire o en cualquier otro cuerpo;
mas es en absoluto imposible pensar en lo que es ella com o
piensa en lo que ella no es. En el fuego, en el aire, en este o
aquel cuerpo, en alguna parte constitutiva y orgánica de la ma
teria, en todas estas cosas piensa mediante fantasmas imagina
rios; mas no se dice que el alma sea a un tiempo todas estas
realidades, sino una de ellas. Mas, si fuera en verdad alguna
de estas cosas, pensaría en ella muy de otra manera que en las
demás. Es decir, no pensaría en ellas mediante las ficciones de
la fantasía, com o se piensa en las cosas ausentes que han esta
do en contacto con los sentidos, bien se trate de ellas mismas,
bien de otras muy semejantes, sino por medio de una presen
cia íntima y real, no imaginaria (nada hay a la mente más pre
sente que ella misma); así es como piensa que ella vive, com
prende y ama. Esto lo conoce en sí misma y no se imagina lo
que percibe, com o lo corpóreo y tangible, por los sentidos, cual
si estuviera en los aledaños de sí misma. Si logra despojarse
e todos estos fantasmas y no cree que ella sea alguna de estas
cosas, lo que de ella misma quede, esto sólo es ella.
l’á m e ^ c h ^ ’- °,'CA P'188 nAtk ; G ' VERBEKE’ Spiritualité et mmortalité de
“ me cnez Saint Augustin: Augustinus magister p.329-334.
424
San Agustín
C a p ít u l o
Tratado sobre la Santísima Trinidad
XI
En la memoria radica la ciencia; en la inteligencia, el ingenio,
y la acción en la voluntad. Memoria, entendimiento y voluntad
son unidad esencial y trilogía relativa
675 17. Dejadas, por un momento, aparte las demás co
sas que el alma reconoce en sí con toda certeza, estudiemos
sus tres facultades: memoria, inteligencia y voluntad. En estas
tres potencias se refleja y conoce la naturaleza e índole de los
párvulos. Cuanto con mayor tenacidad y facilidad recuerde el
niño y mayor sea su agudeza en entender y estudie con mayor
ardor, tanto será su ingenio más laudable. Cuando se trata de
una disciplina cualquiera no se pregunta con cuánta firmeza y
facilidad recuerda o cuál es la penetración de su inteligencia,
sino qué es lo que recuerda y comprende. Y siendo el alma
laudable no sólo por su ciencia, sino también por su bondad,
se ha de tener en cuenta no lo que recuerda y comprende, sino
qué es lo que quiere, y no con el ardor que lo quiere, sino
que primero consideramos el objeto de su querer y luego cómo
lo quiere. Un alma vehemente y apasionada es sólo loable en
la hipótesis que haya de amarse con pasión lo que ama.
A l nombrar estas tres cosas, ingenio, doctrina y uso, el pri
mer punto a examinar en las tres facultades será qué es lo que
cada uno puede con su memoria, con su inteligencia y con su
voluntad.
676 En segundo término, qué es lo que cada uno posee
en su memoria y en su inteligencia y hasta dónde llega su vo
luntad estudiosa. Viene, en tercer lugar, la acción de la volun
tad, cuando repasa lo que hay en su memoria y en su inteli
gencia, bien lo refiera a un fin concreto, ya repose con gozoso
deleite en el fin. Usar es poner alguna cosa a disposición de
la voluntad; gozar es el uso placentero, no de una esperanza,
sino de una realidad. Por consiguiente, todo aquel que goza
usa, pues pone al servicio de la voluntad una cosa teniendo
por fin el deleite; mas no todo el que usa disfruta: es el caso
del que pone a disposición de la potencia volitiva un bien que
no apetece como fin, sino como medio.
675 B o y e r , Vidée de vérité... p.58 nt.l; B r a s a
« cogito» agustiniano: Augustinus 21 (1976) 278; D í a z
vital de San Agustín: Est. agust. (1970) p.588.
D
El contenido del
T u e s t a , El programa
íe z ,
de
425
677 18. Y estas tres facultades, memoria, inteligencia
y voluntad, así com o no son tres vidas, sino una vida, ni tres
mentes, sino una sola mente, tampoco son tres sustancias, sino
una sola sustancia. La memoria, com o vida, razón y sustancia,
es en sí algo absoluto; pero en cuanto memoria tiene sentido
relativo. Lo mismo es dable afirmar por lo que a la inteligen
cia y a la voluntad se refiere, pues se denominan inteligencia
y voluntad en cuanto dicen relación a algo. En sí mismas, cada
una es vida, mente y esencia. Y estas tres cosas, por el hecho
de ser una vida, una mente, una sustancia, son una sola reali
dad. Y así, cuanto se refiere a cada una de estas cosas le doy
un nombre singular, no plural, incluso cuando las considero
en conjunto.
Son tres según sus relaciones recíprocas; y si no fueran igua
les, no sólo cuando una dice habitud a otra, sino incluso cuan
do una de ellas se refiere a todas, no se comprenderían mu
tuamente. Se conocen una a una, y una conoce a todas ellas.
Recuerdo que tengo memoria, inteligencia y voluntad; com
prendo que entiendo, quiero y recuerdo; quiero querer, re
cordar y entender, y al mismo tiempo recuerdo toda mi memo
ria, inteligencia y voluntad. Lo que de mi memoria no recuer
do no está en mi memoria. Nada en mi memoria existe tan
presente com o la memoria. Luego en su totalidad la recuerdo.
678 De idéntica manera sé que entiendo todo lo que en
tiendo, sé que quiero todo lo que quiero, recuerdo todo lo que
sé. Por consiguiente, recuerdo toda mi inteligencia y toda mi
voluntad. Asimismo, comprendo estas tres cosas, y las com
prendo todas a un tiempo. Nada inteligible existe que no com
prenda, sino lo que ignoro. Lo que ignoro, ni lo recuerdo ni
lo quiero. En consecuencia, cuanto no comprendo y sea inteli
gible, ni lo recuerdo ni lo amo. Por el contrario, todo lo inte
ligible que recuerde y ame es para mí comprensible. M i volun
tad, siempre que uso de lo que entiendo y recuerdo, abarca
toda mi inteligencia y toda mi memoria. En conclusión, cuan
do todas y cada una mutuamente se comprenden, existe igual
dad entre el todo y la parte, y las tres son unidad: una vida,
una mente, una esencia.
677 A r i a s , o .c ., p.490 nt.l; B o y e r , Sant’Agostino p.151; K o w a l c z y k , La
conception de Vhomme chez Saint Augustin: Giorn. di met. 27 (1972) 205;
G i l s o n , o .c ., p.290 nt.2.
678 M a n f e r d i n i , Pluralidad según San Agustín: Augustinus 20 (1974) 161;
Díaz d e Tuesta, o . c . : Est. agust. (1970) p.583-584.
Tratado sobre la Santísima Trinidad
426
San Agustín
LIBRO X II
C a p ít u l o
I
El hombre exterior y el hombre interior
679 1. Veamos ahora dónde se encuentra el confín en
tre el hombre exterior y el interior. Cuanto de común tenemos
en el alma con los animales, se dice, y con razón, que pertenece
aún al hombre exterior. N o es solamente el cuerpo lo que cons
tituye el hombre exterior: le informa un principio vital que
infunde vigor a su organismo corpóreo y a todos sus sentidos,
de los que está admirablemente dotado para poder percibir las
cosas externas; al hombre exterior pertenecen también las imá
genes, producto de nuestras sensaciones, esculpidas en la me
moria y contempladas en el recuerdo. En todo esto no nos di
ferenciamos del animal sino en que nuestro cuerpo es recto y
no curvado hacia la tierra. Sabia advertencia de nuestro su
premo Hacedor, para que en nuestra parte más noble, esto es,
en el alma, no nos asemejemos a las bestias, de las cuales nos
distinguimos ya por la rectitud de nuestro cuerpo.
No lancemos nuestra alma a la conquista de lo que hay
más sublime en los cuerpos, porque desear el reposo de la vo
luntad en tales cosas es prostituir el alma.
Pero así como nuestro cuerpo está naturalmente erguido,
mirando lo que hay de más encumbrado en el mundo, los as
tros, así también nuestra alma, sustancia espiritual, ha de fle
char su mirada a lo más excelso que existe en el orden espiri
tual, no con altiva soberbia, sino con amor piadoso de jus
ticia.
C a p ít u l o
II
Sólo el hombre percibe, en el mundo corpóreo,
las razones eternas
680 2. Pueden los brutos, sí, percibir, por los sentidos
del cuerpo, los objetos externos, fijarlos en la memoria, recor
darlos, buscar en ellos su utilidad y huir de lo que les molesta;
679-685 C a y r é , Initiation... p.139; J. M o r á n , Acción y contemplación en
el l. X II de Trinitate de San Agustín: Studia Patrística IX p.451-68.
679 A r i a s , o .c ., p.525 nt.a; C a y r é , Initiation... p.192-193; I d ., La contem
plaron augustin. p.203.
680 A r i a s , o .c ., p.526 nt.b; L o p e C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: Est. agust.
8 (1973 ) 429; B o y e r , Sant’Agostino p.93; I d . , L’idée de vérité... p.176; Ro
427
pero anotarlos, retener no sólo lo que espontáneamente se cap
ta, sino también lo que con industriosa solicitud se confía a la
memoria; imprimir de nuevo en el recuerdo y en el pensa
miento las cosas que están para caer en el olvido; afianzar en
el pensamiento lo que en el recuerdo vive; informar la mirada
del pensamiento con los materiales archivados en la memoria;
componer estas visiones fingidas tomando y recosiendo recuer
dos de acá y allá; comprender cóm o en este orden de cosas
se distingue lo verosímil de lo verdadero, no ya en los seres
espirituales, sino incluso en el mundo corpóreo; éstas y otras
operaciones similares, aunque tengan su origen en las realida
des sensibles y las modere y actúe el alma mediante los senti
dos del cuerpo, no se encuentran en los seres privados de razón
ni son comunes a hombres y bestias. Propio es de la razón
superior juzgar de las cosas materiales según las razones incor
póreas y eternas; razones que no serían inconmutables de no
estar por encima de la mente humana; pero, si no añadimos
algo muy nuestro, no podríamos juzgar, al tenor de su dicta
men, de las cosas corpóreas. Juzgamos, pues, de lo corpóreo,
a causa de sus dimensiones y contornos, según una razón que
nuestra mente reconoce como inmutable.
C a p ít u l o
XI
Imagen de la bestia en el hombre
681 16. Como se desliza la serpiente, apoyada en el on
dulante movimiento de sus escamas, nunca con pasos francos,
así el movimiento resbaladizo de la caída arrastra insensible
mente a los que se abandonan: parte de la culpable ambición
de ser como Dios y llega a ser semejante a las bestias. Despo
jados de la estola de la inocencia merecen vestir en su morta
lidad zamarras de pieles. El verdadero honor del hombre con
siste en ser imagen y semejanza de Dios, y sólo el que la im
primió puede custodiarla. Cuanto menos amemos lo propio, tan
to mas amaremos a Dios. Si cede a la apetencia de experimen
tar su propio poder, cae, por su capricho en sí mismo como
en su centro. Y así, no queriendo estar, al igual de Dios, bajo
nadie, en pena de su presunción, es precipitado desde su meta
centro al abismo, esto es, al deleitoso placer de la bestia; y,
Me y e r ,
P.144.
681
Trois problèmes... p.226;
B oyer,
J o l iv e t ,
La doctrine august. de l’illumination
Sant’Agostino p.176; Id., L’idée de vérité... p.245.
San Agustín
Tratado sobre la Santísima Trinidad
siendo la semejanza divina su gloria, es su infamia su seme
janza animal. El hombre puesto en dignidad no entendió; se
comparó a los asnos estúpidos y a ellos se asemejó (Sal 48,13).
¿Cómo precipitarse en tales honduras desde tan encumbra
das cimas sin pasar por medio de sí misma? Cuando, despre
ciado el amor a la sabiduría, inmóvil siempre en su punto, se
ambiciona la ciencia experimental de las cosas mudables y tem
porales, ciencia que infla y no edifica, el alma, gravada por su
propio peso, es excluida de la felicidad, y por la experiencia
de su medianía aprende, a sus expensas, la diferencia que exis
te entre el bien abandonado y el mal que cometió. La efusión
y pérdida de sus fuerzas no le permiten volver atrás, a no ser
con la ayuda de la gracia de su Creador, que la llama a peni
tencia y perdona sus pecados. ¿Quién librará al alma infeliz
de este cuerpo de muerte, sino la gracia de Dios, por Jesucris
to nuestro Señor?
De esta gracia, con su auxilio, disputaremos en su lugar.
ligibles del orden natural dichos recuerdos, contemplándolos
en una luz incorpórea especial, lo mismo que el ojo carnal al
resplandor de esta luz material ve los objetos que están a su
alrededor, pues ha sido creado para esta luz y a ella se adapta
por creación.
Si él distingue entre lo blanco y lo negro sin ayuda de
maestro, no es por haber conocido estas cosas antes ya de
existir en esta carne.
428
C a p ít u l o
XV
Contra las reminiscencias de Platón y del samio Pitágoras.
Trinidad en la ciencia
682 24. Platón, noble filósofo, se esforzó en convencer
nos que las almas humanas habían vivido en el mundo antes
de vestir estos cuerpos; de ahí que aquellas cosas que se apren
den sean, no nuevos conocimientos, sino simples reminiscen
cias. Según él refiere, preguntado no sé qué esclavo sobre un
problema geométrico, respondió como consumado maestro en
dicha disciplina. Escalonadas las preguntas con estudiado arti
ficio, veía lo que debía ver y respondía según su visión.
Mas, si todo esto fuera mero recuerdo de cosas con antela
ción conocidas, ni todos ni la mayor parte estarían en grado de
responder al ser interrogados de idéntica manera; porque en su
vida anterior no todos han sido geómetras, y son tan contados
en todo el género humano, que a duras penas se podrá encon
trar uno. Es preferible creer que, disponiéndolo así el Hacedor,
la esencia del alma intelectiva descubre en las realidades inte682 A r i a s , o .c ., p.555 nt.k.l; B o y e r , L’idée de vérité... p.183.199 nt.l;
207.21
J o l i v e t , La doctrine augustin. de l’illumination: Mélang. august.
(Paris'l931) 84.116.137-145; S c i a c c a , San Agustín p.271; G i l s o n , o .c ., p.107
nt.3; 114; B o y e r , Sant'Agostino p.42.108.222; I d . , La preuve de Dieu..., e n
Essais... p.93.159; C a y r é , lnitiation... p.219.221.
429
683 Por fin, ¿por qué únicamente en las realidades inte
ligibles puede alguien responder cuando se le interroga con
arte, aunque sea sobre una disciplina que ignora? ¿Por qué
nadie es capaz de hacerlo cuando se trata de cosas sensibles, a
no ser que las haya visto en su existencia corpórea o lo haya
creído a quienes lo saben y se lo comunicaron de palabra o por
escrito? No se ha de dar crédito a los que dicen del samio Pi
tágoras que se recordaba de ciertas sensaciones experimentadas
cuando vivía en otro cuerpo: hay quienes ponen en otros ex
periencias idénticas.
Se trata de falsas reminiscencias, com o las que con frecuen
cia experimentamos en sueños, cuando nos parece recordar ha
ber visto o ejecutado lo que en realidad ni hemos visto ni obra
do. Estas mismas afecciones se producen en las almas de los
que están bien despiertos, bajo la influencia de los espíritus
malignos y falaces, cuyo oficio es afianzar o sembrar erróneas
doctrinas sobre la emigración de las almas con el fin exclusivo
de engañar a los hombres. Si en realidad se recordaran las co
sas vistas en el mundo, al vivir en otros cuerpos, todos o casi
todos tendríamos estas experiencias; porque, según dicha opi
nión, se finge un continuo flujo y reflujo de la vida a la muerte
y de la muerte a la vida, de la vigilia al sueño y del sueño a la
vigilia.
684 25. Si, pues, la verdadera distinción entre sabidu
ría y ciencia radica en referir el conocimiento intelectual de las
realidades eternas a la sabiduría, y a la ciencia el conocimiento
racional de las temporales, no es difícil discernir a cuál de las
dos se ha de conceder la precedencia y a cuál el último lugar.
Y si existe alguna otra nota característica por la que se distin
gan estas dos cosas, porque hay ciertamente entre ellas distin683 G i l s o n , o .c ., p.114.
n in o tr n ILT°N' o c ' ’ P-H4.115.157.158 nt.2; C a y r é , La contemplation august.
P - i U o . z U / ; J o l i v e t , La doctrine august. de Villumin. p.172; M o r a n , Síntesis
eí pensamiento agustiniano p.236.
San Agustín
430
Tratado sobre la Santísima Trinidad
ción manifiesta, como lo enseña el Apóstol cuando dice: A
uno ha sido dado por el Espíritu palabra de sabiduría, a otro
palabra de ciencia, según el mismo Espíritu, con todo, la dife
rencia por nosotros puntualizada es evidente, pues una cosa
es el conocimiento intelectivo de lo eterno, y otra la ciencia ra
cional de lo caduco, y nadie dudará en dar sus preferencias al
primero.
685 Mas, dejando a un lado lo perteneciente al hombre
exterior, al elevarnos interiormente sobre cuanto nos es con los
animales común, antes de arribar al conocimiento de las reali
dades inteligibles y supremas, que son eternas, nos encontra
mos con el conocimiento racional de las cosas temporales. Si
es posible, descubramos en este conocimiento una especie de
trinidad, como la descubrimos en los sentidos del cuerpo y en
aquellas imágenes que a través de sus celosías se nos entraron
en el alma, que es espiritual. Así, en lugar de los objetos ma
teriales percibidos desde el exterior mediante el sentido del
cuerpo, tendremos en nuestro interior las imágenes de los ob
jetos impresas en la memoria, especies que informan el pensa
miento, interviniendo la voluntad como tercer elemento uniti
vo, cual ocurría al realizarse la visión corporal, pues la voluntad,
para que la visión existiera, dirigía la mirada sobre el objeto
visible y unía a los dos, colocándose ella en medio, com o un
tercer elemento.
Mas no encerremos esta afirmación dentro de los límites
del libro presente, pues, si Dios nos ayuda, la podremos en el
siguiente tratar más a fondo y exponer el resultado de nuestra
búsqueda.
LIBRO X IV
C a p ít u l o
VI
La trinidad en el alma que se piensa a sí misma
686 Tal es, sin embargo, la fuerza del pensamiento, que
ni la mente está en cierto modo en presencia de sí misma sino
cuando se piensa; y, en consecuencia, nada hay presente en la
685 G i l s o n , o.c., p. 114.115.157.158; V e r ic a t
en San Agustín: Augustinus 15 (1970) 388.
686 G il s o n , o .c ., p .101.
686-701 C ayré, Initiation... p .1 4 0 .
686-689 Lope C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?:
R o d ríg u ez N e ir a , L os niveles d e la memoria en
tura: Augustinus 19 (1974) 223.
N ú ñ e z,
La idea de creación
Est. agust. 8 (1973) 423ss;
San Agustín y San Buenaven
431
mente sino cuando en ello se piensa, de suerte que ni la mente,
platinotipia de todo lo que se piensa, puede estar en su misma
presencia si no es pensándose. N o puedo comprender cóm o la
mente, cuando no se piensa, no está en su presencia, siendo
así que nunca puede estar sin ella, com o si ella fuera una cosa
y otra la mirada que ella tiene de sí misma. Esto se podría
decir, sin incurrir en absurdo, del órgano de la vista: el ojo
ocupa un lugar determinado en el cuerpo, pero su mirada abar
ca todos los objetos externos y se extiende hasta los astros;
pero el ojo no está en su presencia, pues no puede verse sin
un espejo, según ya dijimos; medio que no ha lugar cuando
la mente, pensándose, se pone en presencia de sí misma.
687 ¿Acaso, cuando pensándose se ve, una parte ve a otra,
como sucede, por ejemplo, con los otros sentidos, pues los ojos
ven todos nuestros miembros, siempre que puedan situarse de
lante de nuestra mirada? Pero ¿se podría decir o imaginar ab
surdo mayor? ¿De dónde se había de retirar la mente sino de
sí misma? Y ¿dónde ponerse en su misma presencia sino de
lante de sí misma? No estaría donde estaba cuando no estaba
en presencia de sí misma, porque al colocarse en una parte
se retiraría de la otra. Pero si para poder ser vista emigró,
¿dónde permanecerá para verse? ¿O goza de bilocación y pue
de estar allí y aquí, esto es, donde pueda ver y ser vista: en
sí para ver, ante sí para ser vista? Consultado el horóscopo
de la verdad, ninguna de estas cosas responde; y cuando de
este modo pensamos, pensamos sólo en las fingidas imágenes
de los cuerpos, y la mente no es cuerpo, com o lo saben, con
omnímoda certeza, las inteligencias muy contadas a quienes se
les puede consultar, sobre este punto, la verdad.
688 Resta, por consiguiente, decir que su mirada es algo
que pertenece a su misma naturaleza, y, cuando piensa en sí
misma, vuelve a su presencia, no mediante un movimiento es
pacial, sino por una conversión inmaterial. Mas, cuando no se
piensa, ciertamente no está ante su vista ni informa su mirada;
no obstante, se conoce com o si ella fuera para sí su memoria.
Es como un hombre versado en muchas ciencias. Sus conoci
mientos yacen almacenados en su memoria, y sólo cuando re
flexiona hay algo en presencia del alma; todo lo demás perma687 G i l s o n , o .c ., p.138.293.294; C a y r é , La contemplation augustin. p.119;
J o l i v e t , La doctrine august, de Viílumin. p.126; L o p e C i l l e r u e l o , La « memo
ria Dei» según San Agustín: Augustinus magister p.507; D í a z d e T u e s t a , El
programa vital de San Agustín: Est. agust. (1970) p.611s.
433
San Agustín
Tratado sobre la Santísima Trinidad
nece escondido en una facultad misteriosa denominada me
moria.
cuanto es capaz de Dios y puede participar de Dios; y este bien
tan excelso no pudiera conseguirlo si no fuera imagen de Dios.
¡Mira! El alma se recuerda, se comprende y se ama; si
esto vemos, vemos ya una trinidad; aún no vemos a Dios, pero
sí una imagen de Dios. La memoria no recibió del mundo ex
terior su recuerdo, ni el entendimiento encontró fuera el ob
jeto de su visión, a semejanza del ojo del cuerpo; ni la vo
luntad unió en la periferia estas dos realidades, cual sucede en
la forma material y su impresión en la retina del espectador;
ni el pensamiento encontró la imagen del objeto que vio fuera,
y en cierta manera fue arrebatado y oculto en la memoria
cuando a ella se tornó y fue informada la mirada del recuerdo,
unidos por la voluntad como tercer elemento, cual acontece,
según probamos, en aquellas trilogías que descubrimos en las
cosas materiales o que de los cuerpos se introducen en el inte
rior mediante los sentidos del cuerpo, de las cuales hemos ya
tratado en el libro X I ; ni com o sucedía, al menos en aparien
cia, al hablar de la ciencia que consistía en las actividades del
hombre interior, ciencia que distinguíamos de la sabiduría;
donde lo que se aprende es com o adventicio en el alma, ora
se adquiera por el conocimiento de la historia, como son los
hechos y dichos que se suceden en el tiempo y pasan; ora
tengan cierta consistencia en la naturaleza de las cosas, según
las diversas regiones y lugares; ora nazca en el mismo hombre,
mediante la enseñanza ajena o por reflexión propia, lo que an
tes no existía, com o la fe, con tanta insistencia recomendada
por nosotros en el libro X I I I , com o las virtudes, mediante
las cuales, si son verdaderas, se vive rectamente en esta vida
mortal para vivir un día felices en la inmortalidad que el cielo
promete.
432
689 Para avalar la trinidad colocamos en la memoria el
objeto que informaba la mirada del pensamiento; luego, la
misma conformación o imagen allí impresa, y, finalmente, el
lazo de unión entre ambas realidades, la voluntad o el amor.
Cuando la mente pensándose se ve, se comprende y se reco
noce, pues entonces engendra la inteligencia y conocimiento de
sí misma. Una realidad inmaterial se la ve si se la comprende
y se la conoce al comprenderla. Mas la mente no engendra este
su conocimiento cuando se piensa y se ve por la inteligencia,
como si fuera para sí una desconocida; no, ella se conocía, como
se conocen las realidades en la memoria archivadas, aunque no
se piense en ellas. Decimos que un hombre sabe leer aunque
piense en todo menos en las letras. Estos dos conocimientos,
el que engendra y el engendrado, son enlazados por un tercer
elemento, el amor, que no es otra cosa sino la voluntad que
apetece o retiene el gozar. He aquí por qué en estos tres nom
bres— memoria, inteligencia y voluntad— vimos insinuarse una
cierta trinidad en la mente.
C a p ít u l o
V III
La imagen de Dios en la parte superior de la mente
690 11. Hemos llegado ya a un punto en la discusión
donde intentaremos someter a examen la parte más noble del
alma humana, por la que se conoce o puede conocer a Dios,
para encontrar en ella la imagen divina. Aunque el alma hu
mana no es de la misma naturaleza que Dios, no obstante, la
imagen de aquella naturaleza, a la que ninguna naturaleza ven
ce en bondad, se ha de buscar y encontrar en la parte más
noble de nuestra naturaleza.
Mas se ha de estudiar el alma en sí misma, antes de ser
particionera de Dios, y en ella encontraremos su imagen. Diji
mos ya que, aun rota nuestra comunicación con Dios, degra
dada y deforme, permanecía imagen de Dios. Es su imagen en
689 A
r ia s ,
o .c ., p .626
nt.c.
690-693 G i l s o n , o .c ., p.289: A. G a r d e i l , La «menst* d’apres Saint Augustin
et Saint fhomas: Rev. se. phil. théol. (1924) p.145-161; L o p e C i l l e r u e l o ,
/Quién es Dios?: Est. agust. 8 (1973) 426.430; M a n f e r d i n i , Pluralidad según
San Agustín: Augustinus 20 (1974) 167; M o r e t t i -C o n s t a n z i , Ascesis y filosofía
en San Agustín: Augustinus 19 (1974) 26; D í a z d e T u e s t a , El programa vital
de San Agustín: Est. agust. (1970) p.614s.
691 Estas cosas y otras semejantes tienen su orden en el
tiempo, y en él aparece con más facilidad la trinidad de la
memoria, de la visión y del amor. Algunas previenen el cono
cimiento de los aprendices. Son cognoscibles antes de conocer
se y engendran en los que las aprenden la gnosis de sí mismas..
Se encuentran en sus lugares o han pasado ya en el tiempo,,
aunque lo pretérito no existe en sí, sino en ciertos signos de
su preterición, y al ser vistos o escuchados nos indican una exis
tencia pretérita. Dichos signos pueden ocupar un lugar deter
minado en el espacio, como los cenotafios y otros monumentos
por el estilo; o bien se encuentran en los escritos fidedignos,
cual lo es, por ejemplo, toda historia compuesta por graves y
691 A r i a s , o .c . , p .6 3 2 n t.e .
San Agustín
Tratado sobre la Santísima Trinidad
probos autores; o en las almas de los que ya las conocieron,
pues, conocidas por unos, son para los demás asequibles, a
cuya ciencia son anteriores, pero pueden conocerse al sernos
enseñadas por los que ya las conocen.
La contextura de la mente humana es tal, que siempre se
recuerda, siempre se conoce y siempre se ama. Pero así com o
el que odia a su enemigo trata de perjudicarle, así el alma hu
mana, cuando se perjudica a sí misma, se dice que se odia. Sin
advertirlo, se quiere mal cuando no cree que lo que ama le
perjudica; se quiere mal siempre que apetece lo nocivo. Escrito
está: El que ama la maldad, odia su alma (Sal 10,6).
El que sabe amarse, ama a Dios; el que no ama a Dios,
aunque se ame a sí mismo, el amor natural es innato, puede
sin inconveniente decirse que se aborrece, al obrar contra sus
intereses y al perseguirse com o enemigo. Error ciertamente
monstruoso, pues anhelando todos favorecerse a sí mismos,
muchos sólo practican lo que en grado superlativo les daña.
El poeta describe una enfermedad semejante en los mudos ani
males. « ¡Oh dioses, exclama, otorgad lo óptimo a los piadosos,
el error a los enemigos! A dentelladas despedazaban sus miem
bros atormentados» ( V i r g i l i o , Georg. 1.3 v.513-514).
434
692 Todas estas cosas, cuando se aprenden, constituyen
una especie de trinidad, formada por la especie cognoscible
antes de su conocimiento, por el conocimiento del aprendiz,
que principia a existir cuando se conoce, y en tercer lugar, por
la voluntad, que une las dos anteriores. Conocidas, cuando se
las recuerde, surge en lo íntimo del alma otra trinidad integra
da por las imágenes impresas en la memoria cuando se cono
cieron, por la información del pensamiento al tornar sobre di
chas imágenes la mirada del recuerdo, y por la voluntad, que
une, com o tercer elemento, estas dos cosas.
693 Las que nacen en un alma donde no existían, como
la fe y otras cosas similares, aunque parecen adventicias cuan
do se introducen en el alma por medio de la enseñanza, sin
embargo, no están ubicadas ni actuadas fuera, como ocurre con
el objeto de la fe, sino que principiaron a existir dentro, en lo
íntimo del alma. Fe no es lo que se cree, sino por lo que se
cree. Se cree el objeto, se intuye la fe. No obstante, pues em
pezó a existir en un alma que ya era alma antes de brotar en
ella la fe, semeja algo adventicio y se considera com o pretérita
cuando cese su especie, dejando entonces de existir. Ahora,
cuando se la recuerda, contempla y ama, con su presencia for
ma una trinidad; entonces formará otra en virtud de cierto
vestigio que de su paso deja en la memoria al desaparecer, se
gún arriba dijimos.
C a p ít u l o
X IV
Cuando el alma se ama rectamente, ama a D ios; y si no ama
a Dios, se dice que se odia a sí misma. El alma, aunque enferma
y errabunda, se recuerda, se conoce y se ama. Conviértase a
Dios para que, recordándolo, conociéndolo y amándolo, sea feliz
694 18. Múltiples son los testimonios de las Escrituras
divinas referentes al amor de Dios. En ellos se comprenden
bien estos dos extremos: nadie ama lo que no recuerda o en
absoluto ignora. De ahí aquel archiconocido y capital precepto:
Ama.ás al Señor tu Dios (D t 6,5).
694 B o y e r , L’idée de vérité... p.234; I d ., De fundamento moralitatis secundum S. Augustinum: Acta hebdom. august.-thom. p.106.
435
695 Siendo esto una enfermedad física, ¿por qué lo llama
error el poeta, sino porque todo animal, cuando vive conforme
a su naturaleza, tiende, si puede, a protegerse, pero aquella do
lencia les hacía despedazar aquellos mismos miembros cuya
salud anhelaban?
Cuando el alma ama a Dios y, com o queda dicho, le re
cuerda y conoce, con razón se le ordena amar a su prójimo
como a sí mismo. Entonces no se ama con amor culpable, sino
con amor virtuoso, pues ama a Dios, cuya imagen es no sólo
por participación, sino porque surge remozada del hombre vie
jo, se reforma de su fealdad y de infeliz deviene dichosa. Y
aunque se ame con tal ardor que, en la alternativa, prefiera
perder cuanto es inferior a sí misma antes que perecer, con
todo, abandonando al que es superior y por quien ella conserva
sus energías y goza de su luz, según canta en el Salmo: Por ti
conservo mi fortaleza (Sal 58,1); y en otro: Aproxímate a El
y serás iluminado (Sal 33,6), se hace tan débil y tenebrosa, que,
al descender a las realidades que no son lo que es ella y a las
que es superior, se enreda miserablemente en amores que no
sabe vencer y en errores de los que no acierta a salir. Peni
tente ya por la misericordia de Dios, clama en los Salmos: M e
abandonó mi vigor, y la luz de mis ojos no está conmigo
(Sal 37,11).
695 B oyer, L’idée de vérité...
Est. agust.' 8 (1973) 433-434.
p .2 3 4 ;
Lope C i l l e r u e l o ,
¿Quién es Dios?:
436
San Agustín
696 19. Sin embargo, en medio de tan grandes males
de miseria y error, no perdió el recuerdo, la inteligencia y amor
natural de sí misma. Por eso, según queda arriba asentado, pudo
con razón exclamar el salmista: Aunque ande en imagen el
hombre, en vano se inquieta. Atesora y no sabe para quién
(Sal 38,7). ¿Por qué atesora, sino porque le abandonó su vi
gor, por el cual, al poseer a Dios, de nada necesitaba? ¿Por
qué ignora para quién atesora, sino porque la luz de sus ojos
no está con él? Por eso no ve lo que dice la Verdad: Necio,
esta noche te demandarán el alma; lo que allegaste, ¿de quién
será? (Le 12,20).
Sin embargo, como este hombre camina com o en imagen
y la mente humana conserva su conocimiento y el amor de sí
misma, si se le prueba que no es capaz de poseer ambas cosas
a un tiempo y se le permite elegir una de las dos y perder la
otra, o las riquezas acumuladas o el alma, ¿quién habrá tan
mentecato que prefiera los tesoros al alma? Las riquezas con
frecuencia corrompen el alma; mas el alma no pervertida por
el dinero vive feliz y libre sin el cuidado angustioso del oro.
¿Quién puede poseer caudales si no es por el alma? Si un in
fante nacido en cuna de oro, siendo señor de cuanto por dere
cho le corresponde, nada posee mientras su mente esté ador
mecida, ¿cóm o podrá el hombre, perdida el alma, poseer bien
alguno?
I
Tratado sobre la Santísima Trinidad
43/
mal las cosas que son a ella inferiores. N o se podría amar si
se desconociese por completo, esto es, si no se acordase de
sí y no se conociera. Esta imagen de Dios es tan potente en
ella, que puede adherirse a aquel de quien es imagen, y es tal
su naturaleza, que en la jerarquía del orden natural, no en el
espacio, sólo El está por encima de ella.
Finalmente, cuando por completo se apegue a El, será un
solo espíritu. Lo atestigua el Apóstol diciendo: El que se alle
ga al Señor se hace un espíritu con El (1 Cor 6,17). Se eleva
el alma hasta ser partícipe de la naturaleza, dicha y verdad de
Dios, sin que El aumente en su esencia, en su verdad o en su
gloria. A l allegarse felizmente a aquella naturaleza, vivirá in
mortal, y cuanto ve lo contemplará al resplandor de la luz in
conmutable. Entonces, según la promesa de la Escritura divina,
su deseo será colmado de bienes; bienes inconmutables de la
suma Trinidad, su Dios, cuya imagen es; y a fin de que esta
imagen no pueda ser jamás adulterada, la esconderá en su pre
sencia, saturada de tan gran abundancia, que ya no le deleite
nunca el pecar. Mas ahora, mientras se ve a sí misma, nada in
conmutable contempla.
C a p ít u l o
XV
El alma, aunque espere la bienandanza, no recuerda la felicidad
perdida, pero sí se acuerda de Dios y de las reglas de la justicia.
Las normas inmutables de un honesto vivir son también
conocidas por los impíos
697 Pero para qué hablar de los tesoros que todo el mun
do, si cabe opción, prefiere perder antes que la vida, cuando
nadie hay que los anteponga, nadie que los equipare a los ojos
del cuerpo, por los que todos los hombres poseen el cielo, no
el oro privilegio de algún raro mortal. Por los ojos del cuerpo
cada uno posee todo lo que con agrado contempla. Y ¿quién
hay que, al no poder conservar ambas cosas, en la alternativa
de perder una de ellas, no prefiera perder las riquezas antes
que la vista? Y puesto en idénticas condiciones, si le pregun
tamos qué desea perder, los ojos o el alma, ¿quién no ve con
la mente que antes prefiere perder los ojos que el alma? Sin los
ojos corporales sigue siendo humana; los ojos sin el alma son
ojos de bestia. ¿Y quién no prefiere ser hombre ciego en la
carne antes que ser cuadrúpedo dotado de vista?
699 21. Lo que ciertamente no pone en duda, pues es
miserable y ansia vivir feliz, siendo su mutabilidad la razón
de su esperanza. Si mudable no fuera, no podría pasar de la
felicidad a la desventura ni de la miseria a la dicha. Y ¿qué
es lo que puede hacerla infortunada bajo la mano de un Señor
omnipotente y bueno, sino su pecado y la justicia de su Dios?
Y ¿qué es lo que puede hacerla feliz, sino su mérito y el ga
lardón de su Señor? Pero su mérito es gracia de El, cuya re
compensa será su ventura.
El alma no puede darse a sí misma la justicia, pues una
vez perdida, ya no la posee. La recibió cuando fue el hombre
698 20. He dicho esto para hacer comprender en bre
ves razones a los de ingenio más tardo, a cuyos oídos u ojos
pueden estos escritos llegar; y pueden ver cuánto se ama el
alma a sí misma, aunque flaca y equivocada, al perseguir y amar
699-701 L o p e C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios? p.432; D í a z d e T u e s t a , El
programa vital de San Agustín: Est. agust. (1970) p.595.
699 B oyer, De fundamento moralitatis...: Acta hebdom . august.-thom. p .1 0 8 .
699-701 B o y e r , L’idée de vérité... p.177.209; C a y r é , Initiation... p.190;
vjI l so n , o .c ., p .1 3 9 ; J o l i v e t , La doctrine august. de l’illum. p.56s.l26.146-147.
438
San Agustín
creado, y al pecar la perdió. Recibió la justicia por la que pu
diera merecer la felicidad. Con razón dice el Apóstol al que
principia a envanecerse del bien com o si fuera propio: ¿Q ué
tienes que no lo hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te
glorías, como si no lo hubieras recibido? (1 Cor 4,7).
700 Mientras conserva vivo el recuerdo de su Señor, re
cibido su Espíritu, sabe con certeza, pues lo aprende por un
íntimo magisterio, que es posible siempre caer por un acto de
fectuoso de la voluntad, pero no se puede levantar si no es por
afecto gratuito de su Dios. N o recuerda su felicidad pretérita:
existió, pero ya no existe; el olvido es absoluto; por consi
guiente, no la puede recordar. Cree, sí, lo que de ella narran
las Escrituras fidedignas, escritas por uno de sus profetas, don
de se habla de la felicidad edénica y expone, según la tradición
histórica, la dicha del primer hombre y su pecado.
Del Señor, su Dios, se recuerda. El siempre es: no fue y ya
no es, ni es y no fue; jamás dejará de existir y nunca tuvo
principio su existencia. Todo está en todas partes, y por eso
el alma vive, se mueve y existe en El, y de aquí la posibilidad
de su recuerdo.
Y no se recuerda por haberlo conocido en Adán o en algu
na otra parte antes de esta vida corpórea, o al principio de su
formación antes de ser unida a este cuerpo; no, ella nada de
esto recuerda; todo se ha borrado por el olvido. Pero se le
puede al alma recordar para que se convierta al Señor, como
a luz que le toca de alguna manera, aunque ella trate de ale
jarse de El. De ahí el que hasta los impíos piensen en la eter
nidad cuando reprenden o alaban con razón muchas cosas en la
conducta de los hombres.
701 Y ¿por qué reglas juzgan, sino por aquellas en las
que ven cóm o debe vivir cada uno, aunque ellos no vivan así?
Y ¿dónde las ven? N o en su naturaleza; porque, sin duda,
aunque es la mente la que ve tales cosas, es manifiesto que
es mudable, y estas reglas, por el contrario, son inmutables
para todo el que puede ver en ellas una norma de bien vivir:
ni lo ven en una manera de ser de su alma, porque estas re
glas, reglas son de justicia, y consta que sus almas son injustas.
¿Dónde, pues, están estas reglas escritas? ¿Dónde conoce
lo justo el injusto? ¿Dónde ve la necesidad de alcanzar lo que
700 B o y e r , Sant’Agostino p.94.95.222; La preuve de Dicu
e n Essais...
p.84.93; G i l s o n , o .c ., p.125.127.128.135; P e g u e r o l e s , o .c ., p.40.
701 A r i a s , o .c ., p.649 n t . h ; K e e l e r , Sancti Augustini doctrina de cognitione
(Romae 1934).
Tratado sobre la Santísima Trinidad
439
él no posee? ¿Dónde han de estar escritas, sino en el libro de
aquella luz que se llama Verdad? En él es donde toda ley justa
se encuentra escrita y com o impresa en el corazón del hombre,
obrador de justicia, y no como si emigrase, sino por una espe
cie de intro-impresión, com o del anillo pasa a la cera la imagen
sin abandonar la sortija. El que no obra, pero conoce cómo
debe obrar, se aparta de aquella luz cuyo resplandor le ilumina.
Quien no conoce cóm o debe vivir, es más excusable en su pe
cado, pues no es transgresor de una ley conocida; pero tam
bién él es iluminado por el fulgor de la verdad, presente do
quier, cuando, amonestado, confiesa su pecado.
LIBRO X V
C a p ít u l o
IV
Maravillosa lección de la naturaleza sobre Dios
702 6. Busquemos ya en las realidades eternas, incorpó
reas e inmutables, cuya perfecta contemplación se nos promete
en la vida feliz, que es eterna, la Trinidad, que es Dios.
La existencia de Dios no sólo se apoya en la autoridad de
las Escrituras divinas, sino en la naturaleza toda que nos rodea,
y a la que pertenecemos nosotros; ella proclama la existencia
de un óptimo Hacedor, que nos ha dotado de mente y razón
discursiva, en virtud de la cual juzgamos que se ha de preferir
el ser viviente al inanimado, el ser dotado de sensibilidad al
insensible, los seres inteligentes a los irracionales, lo inmortal
a lo perecedero, la potencia a la impotencia, la justicia a la in
justicia, lo bello a lo deforme, lo inmutable a lo transitorio,
el bien al mal, lo incorruptible a lo corruptible, lo invisible a
lo visible, lo inmaterial a lo corpóreo, la felicidad a la miseria.
Y como nosotros colocamos al Criador por encima de todas
las cosas creadas, es obligado confesar que posee la vida en
grado sumo; que todo lo conoce y comprende; que no puede
morir, ni corromperse, ni cambiar; que no es cuerpo, sino es
píritu, el más poderoso, justo, bello, óptimo y feliz de todos
los espíritus.
702
C ayré,
La contemplation augustinienne p.193.
440
Tratado sobre la Santísima Trinidad
San Agustín
C a p ít u l o
V
La existencia de la Trinidad, indemostrable por la razón natural
703 7. Todo lo dicho, y cuanto pueda el humano len
guaje expresar digno de Dios conviene a la Trinidad, que es un
solo Dios, y a cada una de las personas de la Trinidad. ¿Quién
osará afirmar que el Dios uno y trino, o el Padre, o el Hijo,
o el Espíritu Santo, no vive, ni entiende, ni siente; o que la
esencia, en la que las tres divinas personas se proclaman igua
les, es mortal, corruptible, mudable y corpórea; o quien nega
rá que una de ellas sea omnipotente, justísima, hermosísima,
óptima y felicísima? Si, pues, todas estas cosas y otras seme
jantes pueden predicarse de la Trinidad y de cada una de las
personas, ¿dónde o cómo descubrir la Trinidad?
704 Reduzcamos primero esta multitud a cierta parvedad.
La vida en Dios es su esencia y su naturaleza. N o vive Dios
sino por la vida, que es El mismo. Esta vida no es como la
del árbol, carente de inteligencia y sensibilidad. Ni es como
la del animal: posee la vida de la bestia cinco sentidos, pero
carece de entendimiento; la vida que es Dios siente y com
prende todas las cosas, y siente por la mente, no por el cuerpo,
pues Dios es espíritu. No siente Dios como los irracionales por
los sentidos, pues no consta de alma y cuerpo; y, por consi
guiente, aquella simple esencia, como comprende, siente, y
como siente, comprende; una misma cosa es en Dios el enten
dimiento y el sentido. En El no existe inicio ni ocaso, pues es
inmortal. Y no en vano se dice que es el único inmortal, pues
su inmortalidad es verdadera inmortalidad, en cuya esencia no
hay mutación.
705 Es también eternidad verdadera, pues es inmutable,
sin principio ni fin, y por ende incorruptible. Decir que Dios
es eterno, inmortal, incorruptible e inmutable es decir una mis
ma cosa; y cuando se le llama viviente e inteligente, esto es,
sabio, todo es uno. El no recibió la sabiduría por la que es
sabio; es la misma sabiduría. Y ésta es su vida, y la virtud o
potencia que le hace poderoso, y la hermosura que le hace
7 0 3 -7 0 5 B o y e r , L’idée de vérité...
contemplation augustinienne p .2 5 0 .
703 G il so n , o .c ., p .2 8 7 .
p .9 8 -9 9 ;
G ils o n ,
o . c .,
p .2 9 7 ;
C a yré,
La
441
bello. ¿Qué existe más poderoso y bello que la sabiduría que
se extiende de un confín a otro con fortaleza y lo dispone todo
con suavidad? ¿Difieren acaso, en el seno de la naturaleza
divina, la bondad y la justicia, cual si fueran dos realidades
distintas en Dios, una la bondad y otra la justicia? Evidente
mente no; la justicia es bondad y la bondad es bienandanza.
Se dice que Dios es inmortal e incorpóreo para que entenda
mos y creamos que no es cuerpo, sino espíritu.
706 8. Por consiguiente, si decimos: «Eterno, inmortal,
incorruptible, inmutable, vivo, sabio, poderoso, bello, justo,
bueno, feliz, espíritu», parece que de todas estas expresiones
sólo la última dice habitud a la sustancia, y las demás indican
cualidades de la sustancia; mas no sucede así en aquella ine
fable y simple naturaleza. Cuanto de ella se dice según la cua
lidad, se ha de entender según la sustancia o esencia. Lejos de
nosotros afirmar de Dios la espiritualidad según la sustancia y
la bondad según la cualidad; ambas cosas son en El sustancia
les. Y lo mismo se ha de entender de todo lo mencionado en
los libros precedentes.
Elijamos uno de los cuatro términos enumerados por este
orden: eterno, inmortal, incorruptible, inmutable; y pues los
cuatro significan, según queda dicho, una misma realidad, a fin
de que nuestra atención no vague por multitud de imágenes,
tomemos el primero, es decir, la eternidad. Y hagamos otro
tanto con los cuatro siguientes: vivo, sabio, poderoso, bello.
Y pues una vida cualquiera la tiene el animal, que carece de
sabiduría; y de la sabiduría y el poder, comparados entre sí,
dice la Escritura: M ejor es el sabio que el fuerte (Sab 6,1);
y hermosos se llaman también los cuerpos; de los cuatro eli
jamos la sabiduría, aunque en Dios, a decir verdad, son cua
tro nombres y una realidad, porque los cuatro términos se iden
tifican. Referente a los cuatro últimos, se da la tercera serie,
aunque en Dios es la misma cosa ser justo y ser bueno y feliz,
y la misma realidad es ser espíritu y ser justo, bueno y dichoso,
no obstante, porque entre los hombres puede encontrarse un
espíritu no feliz, y puede uno ser justo y bueno y no ser di
choso; pero el que es bienaventurado es justo, bueno y espíri
tu, seleccionemos de entre los cuatro lo que en el hombre
supone necesariamente los tres: la felicidad.
706 C a y r é , La contemplation augustinienne p.236; K o w a l c z y k , La métaphyúque du bien selon Vacception de Saint Augustin: Est. agust. 8 (1973) p.32.
442
San Agustín
C a p ít u l o
X II
Filosofía académica
707 En primer lugar, la misma ciencia que informa veraz
mente nuestro pensamiento cuando hablamos lo que sabemos,
¿qué es y en qué medida puede un hombre, por muy docto
y sabio que sea, poseerla?
Exceptuadas las cosas que vienen al alma por los sentidos
del cuerpo, con frecuencia asaz diferentes de com o se ven, de
suerte que el necio, oprimido por las semejanzas sorprenden
tes, se cree sano de juicio, tomando alientos de aquí la filoso
fía académica, la cual, dudando de todo, lamentablemente lo
quea; exceptuadas, pues, las cosas que el alma recibe por los
sentidos del cuerpo, ¿cuántas realidades conocemos con tanta
certeza com o nuestro vivir? Aquí al menos no tememos ser por
las apariencias engañados, porque el que se engaña ciertamente
vive; pues en esta clase de visiones no ha lugar lo que se ob
jeta de las cosas externas, en las que el ojo puede errar, como
yerra cuando ve el remo quebrado en el agua, o el navegante
ve las torres moverse, y seiscientos ejemplos más, diferentes
todos en realidad de lo que muestran las apariencias, porque
esto no se ve con los ojos del cuerpo.
Conocemos por una ciencia muy íntima nuestro vivir, y en
esto no puede un académico objetar: «Quizás duermes y lo
ignoras, y ves en sueños». ¿Quién ignora, en efecto, que las
visiones de los que sueñan son muy semejantes a las visiones
de los que están bien despiertos?
708 Mas el que está cierto de la ciencia de su vida no
dice: «Sé que estoy despierto», sino: «Sé que vivo». Ora duer
ma, ora esté despierto, vive. Ni en sueños falla esta ciencia;
porque el dormir y el soñar es propiedad del que vive. Y el
académico no puede argüir contra esta ciencia diciendo: «A ca
so estés fuera de ti y lo ignoras, pues las alucinaciones de los
707-712 B o ye r , L’idée de vérité...
K o w a l c z y k , Vargument idéologique de
di met. 23 (1968) 587 nt.8; C ayré ,
p,163ss.; B r a sa D í e z , o . c . , p.280;
la vérité de Saint Augustin: Giorn.
Le réalisme de Saint Augustin, en
Sant Agostino e le grandi conenti della filosofía contemporánea. Atti del Congresso italiano di filosofía agostiniana (Roma, 20-23 ott. 1954) p.354-363.
707 A r ia s , o.c., p.697 nt.i; p.698 nt.j; Sa n A g u s t ín , Contra Académicos
(BAC, III, p.74).
708 B oyer , L’idée de vérité... p.30.35.39.40.43; G il s o n , o .c ., p.49.53-54;
C ayr é , Initiation... p.187; L ope C ille r u e lo , ¡¡Quién es Dios?: E st. agust. 8
(1973) 422,
Tratado sobre la Santísima Trinidad
443
enajenados se parecen mucho a las visiones de los sanos de
mente; pero el que loquea vive». Contra los académicos no
afirma: «Sé que no estoy loco», sino: «Sé que vivo». Jamás
yerra o miente el que dice: «Sé que vivo». Opónganse mil
ejemplos de visiones falaces al que dice: «Sé que vivo»; nun
ca vacilará, pues el que yerra vive.
709 Pero si la ciencia humana se limitase a este cono
cimiento, sería poquedad, a no ser que estas certezas se mul
tipliquen en cada género de manera que dejen de ser pocas
y lleguen a un número indefinido. El que dice: «Sé que
vivo» afirma conocer ya una verdad; si dice: «Sé que yo
sé que vivo», son ya dos; y cuando tiene certeza de estas
dos verdades, surge un tercer saber; y así, en orden ascen
dente, puede sumar un cuarto y un quinto saber, e innu
merables si es de ello capaz. Mas com o por adiciones sin
gulares no puede abrazar un número indefinido ni hablar
sin medida, existe ya otra verdad que él comprende y expre
sa con toda certeza, a saber: que esto es cierto; y siendo
sin número la cifra, es verdad que un número infinito no
no se puede expresar ni comprender.
Y otro tanto se diga de las certezas de la voluntad.
¿Quién puede afirmar sin descaro ser posible la equivoca
ción del que dice: «Deseo ser feliz»? Y si añade: «Sé que
deseo esto y tengo certeza de mi ciencia», puede sumar un
tercer saber a estos dos, pues conoce ya dos verdades. Y se
puede sumar un cuarto conocimiento al saber que sabe estas
cosas, y así hasta el infinito.
Además, si alguien dice: «N o quiero errar», yerre o no
yerre, ¿no es cierto que no quiere errar? ¿Quién descarada
mente se atreverá a decir a éste: «Quizá te engañas?», pues,
cualquiera que sea su error, es cierto que no se engaña en
no querer errar. Y si afirma saber esto, añada un número
cualquiera de cosas conocidas y hallará su número infinito.
El que dice: «N o quiero errar; sé que no quiero esto y sé
que sé esto», indica, en expresión difícil, un número infini
to. Existen también otros muchos ejemplos contra los aca
démicos, partidarios de la ignorancia absoluta.
710 Pero conviene ser moderados, sobre todo por no
ser éste nuestro propósito. En los albores de mi conversión
escribí sobre el particular tres libros. El que pueda y quiera
710 A r ia s , o .c., p.699 nt.l; S an A g u s t ín , Contra Académicos (BAC, III,
p.74-223); Enquiridion 20,7 (BAC, IV, Madrid 1948) p.724-726.
444
Enquiridión
San Agustín
leerlos, y leídos los entienda, no se dejará intimidar por los
muchos argumentos que inventan contra la percepción de la
verdad.
Existen dos géneros de conocimientos: uno el de las co
sas que el alma percibe por los sentidos del cuerpo, otro el
de las cosas que ella por sí misma adquiere; aquellos gárru
los filósofos impugnaban con muchedumbre de vaciedades el
testimonio de los sentidos; pero no consiguieron poner en
tela de juicio la percepción inmediata del alma en ciertas ver
dades fundamentales; porque nunca pudieron dudar de esta
verdad: «Sé que vivo».
711 Lejos, pues, de nosotros dudar de la verdad de los
objetos percibidos por los sentidos del cuerpo: ellos dan tes
timonio de la existencia del cielo y de la tierra y de cuanto
en ellos se contiene y nos es conocido según la voluntad del
que nos crió a nosotros y a ellos.
Lejos también de nosotros negar la ciencia adquirida por
testimonio ajeno; de otra manera ignoraríamos la existencia
del mar, tierras y ciudades que la fama celebra; ignoraría
mos la existencia de la humanidad y de sus hazañas apren
didas en la Historia; ignoraríamos las noticias que cada día
nos llueven de todas partes, y cuya certeza descansa en in
dicios contestes y dignos de fe; ignoraríamos en qué lugar
y de qué padres nacimos, pues todo esto lo sabemos por
testimonio ajeno. Y si esto sería un absurdo mayúsculo, con
fesemos que nuestra ciencia se acrecienta no sólo por el tes
timonio de nuestros sentidos, sino también por el testimo
nio de otros.
712 22. Todos estos conocimientos que el alma hu
mana adquirió por sí misma, y por los sentidos del cuerpo
y por testimonio ajeno, los conserva en los silos de la me
moria, y de ellos nace el verbo verdadero cuando hablamos
lo que sabemos, verbo anterior al sonido o a la concepción
del sonido. Y entonces el verbo es semejante en extremo
a la cosa conocida, de la cual nace la imagen, pues la visión
del pensamiento se engendra de la visión de la ciencia, verbo
que no pertenece a idioma alguno, verbo verdadero de rea
lidad verdadera, verbo que nada tiene de suyo, sino que todo
lo recibe de la ciencia que le da el ser. El que dice lo que
sabe, no interesa saber cuándo lo aprendió; a veces su ver
bo es tan rápido com o su ciencia; lo que importa es que el
verbo sea verdadero, esto es, nacido de las realidades que se
conocen.
445
E N Q U IR ID IO N
E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, IV ,
Obras apologéticas: D e la verdadera religión..., Enquiridión, versión, in
troducción y notas de A . C e n t e n o , O .S.A. (BAC , Madrid 1948).
g e n .: C e n t e n o , Introducción, en o.c., p.455-461; M . F.
Actualidad del « Enchiridion » agustiniano (trad, de V. Capán a g a ) : Augustinus 16 (1971) 377-386; O . S c h e l l , Augustinus. Enchiri
dion, herausg., 2 A ufl. unveránd., Nachdr. der Ausg. (Tübingen 1930)
(Frankfurt a. M . 1968).
B ib lio g r .
S c ia c c a ,
C a p ít u l o
X
Del origen del mal, contra los maniqueos
713 Todas las cosas fueron creadas por esta sumamen
te buena, subsistente e inmutable Trinidad, y aunque tales
cosas no son ni suma, ni constante, ni inmutablemente bue
nas, lo son, no obstante, en particular, y muy buenas con
sideradas en su conjunto, ya que de ellas resulta la admira
ble belleza del universo.
C a p ít u l o
XI
Por qué Dios permite el mal. El mal no es otra cosa
que privación del bien
714 Aun lo que llamamos mal en el mundo, bien or
denado y colocado en su lugar, hace resaltar más eminente
mente el bien, de tal modo que agrada más y es más digno
de alabanza si lo comparamos con las cosas malas. Pues
Dios omnipotente, com o confiesan los mismos infieles, «uni
versal Señor de todas las cosas», siendo sumamente bueno,
no permitiría en modo alguno que existiese algún mal en
sus criaturas si no fuera de tal modo bueno y poderoso que
pudiese sacar bien del mismo mal.
Pues ¿qué otra cosa es el mal, sino la privación del bien?
Del mismo modo que, en los cuerpos de los animales, el es
tar enfermos o heridos no es otra cosa que estar privados
de la salud— y por esto, al aplicarles un remedio, no se in
tenta que los males existentes en aquellos cuerpos, es de713-723 C ayré, Initiation... p. 145-146.
714 G i l s o n , Introduction á Vétude de Saint Augustin p,186s.
San Agustín
446
cir, las enfermedades y heridas, se trasladen a otra parte, sino
destruirlas, ya que ellas no son substancia, sino alteracio
nes de la carne, que, siendo substancia y, por tanto, algo
bueno, recibe estos males, esto es, privaciones del bien que
llamamos salud— , así también todos los defectos de las al
mas son privaciones de bienes naturales, y estos defectos,
cuando son curados, no se trasladan a otros lugares, sino que,
no pudiendo subsistir con aquella salud, desaparecen en ab
soluto.
C a p ít u l o
X II
Todas las criaturas son buenas, pero no sumamente buenas,
y, por tanto, corruptibles
715 4. Siendo el Creador de todas las substancias su
mamente bueno, todas ellas son buenas; mas porque no son
absoluta e inalterablemente buenas, com o lo es su Creador,
en ellas el bien puede admitir aumento y disminución. Mas
cualquier menoscabo del bien ya es un mal, si bien, por mu
cho que disminuya, es necesario que permanezca siempre
algo, porque, si dejara de ser substancia, no existiría ya en
modo alguno; pues una substancia, cualquiera que sea, no
puede perder el bien por el cual es substancia sin que ella
misma deje de existir. Con razón es alabada la naturaleza in
corrupta, y si es, además, incorruptible, es, sin duda, mucho
más digna de alabanza. Cuando una substancia se corrompe,
esta corrupción es un mal, porque la priva de algún bien;
pues si esto no fuese así, no la dañaría; es así que la daña,
luego la despoja de algún bien.
716 Mientras una substancia se corrompe, hay en ella
algún bien de que pueda ser privada; mas si, subsistiendo
algo del ser, ya no pudiera corromperse, sería por esto na
turaleza incorruptible, y habría alcanzado este gran bien por
medio de la corrupción; pero si no cesa de corromperse, no
está despojada de todo bien, del cual la pueda privar la co
rrupción. Mas si la corrompiese totalmente, no encerraría ya
en sí ningún bien, porque ella misma habría dejado de exis
tir. De donde se sigue que la corrupción no puede destruir
todo el bien, si no es aniquilando toda la substancia. Luego
toda substancia es un bien: grande, si no puede corromper
715
G
il s o n ,
o.c., p.186.
Enquiridión
447
se; menor, si se corrompe. Pero nadie podrá negar que es
un bien, si no es el necio y en absoluto ignorante de esta cues
tión; y ni la misma corrupción subsistirá una vez destruida
la substancia, ya que sin ella no puede existir.
C a p ít u l o
X III
Ningún mal existiría sin el bien
717 Sin bien no podría existir el mal. El bien que ca
rece de todo mal es el bien absoluto; por el contrario, aquel
al que está adherido el mal es un bien corrupto o corrupti
ble; y donde no existe el bien, no es posible mal alguno. De
aquí se deduce una extraña conclusión: que, siendo toda subs
tancia, en cuanto tal, un bien, parece que, cuando a la subs
tancia corrompida se la denomina mala, se afirma que el mal
es lo mismo que el bien, y que el mal no existe sino en cuan
to existe el bien; pues toda naturaleza es un bien, y no exis
tiría cosa mala alguna si esa misma cosa que es mala no fuese
substancia. De donde se sigue que no se da el mal sin el bien.
Y aunque esto parezca absurdo, sin embargo, la trabazón de
este razonamiento exige necesariamente esta conclusión.
718 Debemos evitar que recaiga sobre nosotros aquella
sentencia profetica: ¡A y de los que al mal llaman bien, y al
bien mal; que de la luz hacen tinieblas y de las tinieblas luz,
y dan lo amargo por dulce y lo dulce por amargol (Is 5,20).
Y, sin embargo, el Señor dice: E/ mal hombre de su mal tesoro
saca cosas malas (M t 12,35). Y , siendo una substancia el hom
bre, ¿qué otra cosa es el «hombre malo» sino mala naturaleza?
Finalmente, si el hombre es algún bien, ya que es substancia,
¿qué es el hombre malo sino un bien malo? Distinguiendo, sin
embargo, estas dos cosas, vemos que no es malo porque es hom
bre, ni bueno porque es perverso, sino bueno porque es hombre,
y malo por perverso. Quien dijere, pues, que es un mal ser
hombre y un bien el ser perverso, incurre en aquella sentencia
profètica: ¡A y de los que al mal llaman bien y al bien mal!,
pues vitupera la obra de Dios, que es el hombre, y alaba la
culpa del hombre, que es la iniquidad. En conclusión, toda
substancia, por más que sea viciosa, en cuanto substancia, es
buena; en cuanto defectuosa, mala.
448
Enquiridión
San Agustín
C a p ít u l o
C a p ít u l o
X IV
El bien y el mal, aunque son cosas contrarias, pueden existir
al mismo tiempo en una misma cosa. El mal procede del bien
719 Según lo expuesto hasta aquí, no se cumple aquella
regla de los dialécticos: No pueden darse cualidades contra
rias en una misma cosa y al mismo tiempo, pues vemos que
los bienes y los males coexisten. El aire no puede ser a la vez
oscuro y transparente; ninguna comida o bebida es a la vez
dulce y amarga; del mismo modo, un cuerpo no puede ser
al mismo tiempo y en el mismo lugar negro y blanco, ni her
moso donde deforme; lo propio sucede en muchas, por no
decir en todas las cosas contrarias. Todos admiten que el
bien y el mal son contrarios, y, no obstante, ambos pueden
existir simultáneamente en el mismo ser; aún más, el mal no
puede existir en modo alguno sin el bien y fuera de él, aun
que el bien puede existir sin el mal.
720 El hombre o el ángel pueden no ser injustos, pero
la injusticia no puede existir sino en el hombre o en el án
gel, y el hombre y el ángel son buenos en cuanto tales, pero
malos en cuanto injustos. Estas dos cosas contrarias de tal
modo andan juntas que de ningún modo podría existir mal
alguno sin el bien, al cual puede estar adherido, pues no sólo
no encontraría dónde fijarse la corrupción, mas ni aun siquie
ra de dónde proceder, si no hubiese algo que sea sujeto de
corrupción; y si no fuese un bien no podía corromperse, dado
que la corrupción no es otra cosa que la expulsión del bien
Por consiguiente, los males han tenido su origen en los bie
nes, y si no es en algún bien no existen, pues la naturaleza
del mal no tendría de dónde originarse. Dado caso que exis
tiera, en cuanto naturaleza, sería necesariamente buena: in
corruptible, gran bien, o corruptible, menor bien, al cual, de
teriorando la corrupción, pudiera perjudicarle.
449
X V II
¿Q u é es el error? No todo error es perjudicial. Feliz error de
San Agustín en una encrucijada
721 Aunque debemos precavernos de todo error con
sumo cuidado, no sólo en los asuntos más importantes, sino
también en otros de menor cuantía, y aunque no se pueda
errar sino por ignorancia de las cosas, sin embargo, no se
sigue de aquí que yerre al punto todo aquel que ignore algo,
sino aquel que juzga saber lo que ignora, ya que aprueba
lo falso com o verdadero, lo que constituye la nota caracterís
tica del error. No obstante, conviene tener presente sobre lo
que versa el error, porque, en una misma cosa, la recta razón
prefiere el que sabe al que ignora, el que no yerra al que
yerra; mas en cosas diversas, esto es, cuando uno conoce
ciertas cosas útiles y otro cosas inútiles y aun nocivas, ¿quién
no estimará más al ignorante que al conocedor de tales cosas?
Pues hay ciertos asuntos que vale más ignorarlos que cono
cerlos; y para algunos fue útil el error, no digo en el cami
no de las costumbres, sino en el de un viaje.
722 A mí mismo me ha sucedido equivocarme en una
bifurcación de caminos y no pasar por donde se había ocul
tado un grupo de donatistas armados, que esperaban mi paso,
y así sucedió que llegase adonde me dirigía tras un largo
rodeo. Conocidas después sus asechanzas, me regocijé de ha
berme equivocado, dando gracias a Dios. ¿Quién dudará an
teponer un viajero que yerra de este modo a un salteador
que de este modo no se equivoca? Y por esta razón, quizá,
aquel sumo poeta dice de un desgraciado amante: «Cuando
te vi, ¡cóm o me perdí! ¡Cómo en pos de sí me llevó preso
un falso engaño!» ( V i r g i l ., Eglog. V III v.41); porque hay
también error bueno, que no sólo no perjudica en nada al que
lo comete, sino que, por el contrario, en algo le es útil.
723 Pero, considerada más diligentemente la verdad, no
siendo el error otra cosa que juzgar lo falso como verdadero
y lo verdadero com o falso, o tomar lo cierto por incierto,
y esto como cierto, ya sea falso o verdadero; y siendo esto
tan vergonzoso e indecoroso para el alma com o hermoso y
721 C en ten o , o .c ., p .636 nt.3.
7 24-726 B oyer, L ’ id é e d e v é r i t é ... p .2 1 -3 4 ;
so n ,
o .c .,
C a y ré, I n i t i a t io n ... p .1 8 7 ;
G il-
p .4 9 .
Los filósofos medievales 1
15
450
San Agustín
Enquiridión
conveniente es, lo mismo en el hablar como en el pensar, sí, sí,
no, no (M t 5,37), por esto mismo es miserable esta vida en que
vivimos, ya que en algunas ocasiones es necesario el error
para conservarla. Muy lejos de mí el creer que tal sea aquella
vida donde la verdad misma es vida de nuestra alma, donde
nadie engaña ni es engañado. Mas en esta vida los hombres
engañan y son engañados; y más desgraciados son cuando
engañan mintiendo que cuando son engañados creyendo a
quienes los engañan. Sin embargo, hasta tal punto llega la
naturaleza humana a rehuir la falsedad y se esfuerza en evi
tar el error, que aun aquellos a quienes agrada engañar no
quieren ser engañados, pues se cree libre de todo error el
que miente, pensando que induce a error a quien le cree.
Ciertamente que no se engaña en aquello que ocultó con men
tira, si él conoce la verdad; pero se engaña figurándose que
no le daña su mentira, siendo así que todo pecado perjudica
más al que lo ejecuta que al que lo sufre.
C a p ít u l o
XX
No todo error es pecado. Refutación de los académicos
724 7. N o sé, en verdad, si deben considerarse peca
dos errores de este género: cuando un hombre piensa bien de
otro malo por ignorar si es bueno o malo, o cuando se nos
presentan cosas materiales recibidas por el espíritu, o vice
versa; como sucedió a San Pedro, cuando, al ser liberado por
el ángel de las cadenas y la cárcel, juzgaba ser una visión.
Esto mismo sucede en las cosas corpóreas, cuando se cree
suave lo que es áspero, dulce lo amargo, o que huele bien
lo fétido, o que truena cuando pasa un carro, o cuando hay
dos personas parecidas y creemos que es uno siendo el otro,
com o sucede frecuentemente en los gemelos; por lo que dijo
el poeta: «Yerro de los padres muy dulce» ( V i r g ., Eneida X
392), y otras cosas semejantes.
725 Tampoco me he propuesto resolver la intrincadísima
cuestión que atormentó a los académicos, hombres agudísi
mos, de si el sabio debe afirmar algo para no caer en el
error, al aprobar lo falso como verdadero, siendo todas las
cosas, según ellos sostienen, ocultas o inciertas. Sobre esta
7 2 4 .To l i v e t , La doctrine
725 Sa n A g u st ín , Contra
august. de l’illum. p .6 7 .
académicos (BAC, III, p .7 4 -2 2 3 ).
451
cuestión escribí, en los preliminares de mi conversión, tres
libros para que no me sirviesen de obstáculos las cosas que
en los mismos umbrales se me ofrecían. Me era necesario, en
verdad, refutar sus argumentaciones, con las que pretendían
robustecer la desesperación de encontrar la verdad. Aseguran
que todo error es pecado, y sostienen que no se puede evitar
si no se suspende todo asentimiento. Afirman, pues, que yerra
todo aquel que asiente a lo incierto, y discuten, con disputas
ciertamente agudísimas, aunque muy atrevidas, que nada hay
cierto en las percepciones de los hombres, por la inseparable
semejanza con lo falso, aunque lo que se ve sea cierto.
726 Nosotros decimos que el justo vive de la fe (Rom.
1,17), mas sin asentimiento no hay fe, porque sin asentimien
to no se puede creer nada. Sin embargo, son verdaderas aque
llas cosas que, aunque invisibles, ha de creer quien deseare
llegar a la vida feliz, esto es, a la vida eterna. Pero no sé
si debo discurrir con quienes ignoran no sólo que han de
vivir eternamente, sino también si viven al presente; más
aún, dicen que ignoran lo que no pueden ignorar, pues nadie
puede ignorar que vive; puesto que, si no vive, es incapaz
aun de ignorar, ya que no sólo el saber, más aún, el ignorar
es propio del que vive. Dudando de su existencia, creen de
este modo evitar el error; no obstante, aun errando, son con
vencidos de que viven, porque no puede errar quien no vive.
Luego así como no sólo es verdad que vivimos, sino absolutamenet cierto, del mismo modo existen otras muchas cosas
que son verdaderas y ciertas, y el no asentir a ellas más bien
se ha de llamar insensatez que sabiduría.
C a p ít u l o X X V I I
Estado del hombre después del pecado de Adán. Su reparación
es obra de la exclusiva misericordia de Dios
727 Esta era, pues, su situación: toda la masa conde
nada del género humano yacía sumida en toda suerte de ma
les o, por mejor decir, anegada, y se precipitaba de mal en
mal, y, unida a los ángeles rebeldes, expiaba su impía deser
ción con justísimas penas. Todo lo que los malos hacen con
727 C e n t e n o , o .c ., p.636 nt.6; A. C. V e g a , Filosofía de San Agustín.
VIH, San Agustín y La filosofía moderna, Obras de San Agustín II (BAC, Ma
drid 1946) p .1 9 3 .
432
San Agustín
La Ciudad de Dios
gusto, arrastrados por la ciega e indómita concupiscencia, debe
atribuirse a la justa indignación de Dios, y, del mismo modo,
todo aquello que, mal de su grado, sufren ya por los ocultos
o manifiestos castigos de Dios. Con todo, la bondad del Crea
dor no cesa de vivificar y dar fuerza constantemente a los án
geles perversos, pues si de este concurso se les privara, pere
cerían. En cuanto a los hombres, aunque nacen de linaje vi
ciado y condenado, no cesa tampoco de crear los gérmenes,
de animar y ordenar sus miembros, de dar vigor a los sen
tidos a través de los diversos tiempos y espacios y proporcio
narles alimentos adecuados. Pues juzgó más conveniente sacar
bienes de los males que impedir todos los males.
lona 1953); D . P e s c e , Agostino. La «Cita di D io », introduz., traduz. e
commento (Firenze 1954); C. G i o r g i , Sant’Agostino, la « Cita di D io »,
testo, introd. e note (5 prim, libr.) (T orin o 1939); P . d e L a b r i o l l e J. P e r r e t , Saint Augustin, la «C ité de D ieu », texte et trad., avec introd.,
et notes, 2 vols. (Paris 1941-1946); J. H e a l e y , Saint Augustin, « The
City of G od », 3 vols, (en un tom o), with an introd. by E. B a r r e r
(London-Toronto 1931), reimpr. 1934 y 1945; C. J. P e r l , Aurelius Augus
tinus, «D er Gottesstaat», in deutscher Sprache 3 vol. (Salzburg 1951-1953);
T. d e F e r r a r i - M . J. K e e l e r , St. A ugustine’s « City o f G o d »: Its plan
and developm ent: Amer. Journ. o f Philology 50 (1929) 109-137; F. C a y r é , La Cité de D ieu: Rev. Thom . 35 (1930) 331-381; 487-501; J. C. G u y ,
Unité et structure logique de la « Cité de D ieu » de Saint Augustin
(Paris 1961); V . A l v a r e z D î e z , La « Ciudad de D ios» y su arquitectura
interna: La Ciudad de Dios, 168, I (1954), Estudios sobre la «Ciudad
de D ios», .65-116; A . C. V e g a , O .S.A., Estructura literaria de la « Ciudad
de D ios»: La Ciudad de D ios 167 (1954) I I , p .13-51; R. F l ó r e z , La
teoría agustiniana de «los dos amores» en su dimension antropológica:
La Ciudad de Dios 167 (1954) 505-515; G . H . A l l a r d , Pour une nou
velle interprétation de «Civitas D ei»: Studia patristica I X p.329-339;
E. G i l s o n , Les métamorphoses de la « Cité de D ieu » (Paris 1952);
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Mélanges J. de Guellinck, I (G em bloux 1951) 235-249; U. A . P a d o v a n i ,
La Città di D io di Sant’A gostino: teologia e non filosofia della Storia
(Milano 1931) o: Riv. di Fil. neosc. 23 (1931) 220-263; P. M . V é l e z ,
La « Ciudad de D ios» com o filosofía de la historia: Religión y Cultura 21
(1933) 55-81; J. D a n i é l o u , Philosophie, ou Théologie de l’histoire?:
Dieu vivant 19 (1951) 127-136; U. A. P a d o v a n i , Storicismo teologicoagustiniano e storicismo filosofico-hegeliano: Humanitas 9 (1954) 966-976;
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de Saint Augustin (Paris 1927); P. F o n t y P u i g , Ideario político de
San Agustín: Augustinus 5 (1960) 163-174; V . J. B o u r r e , The political
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Amer. Cath. Assoc. (St. Louis, Missouri, 1931); C h . P. C a r l s o n , The
natural order and historical explanation in St. A ugustine’s «C ity o f G o d »:
Augustiniana 21 (1971) 417-447; M a r r o u y o t r o s , La théologie de l’his
toire: Augustinus magister I I I (1954) 193-212; P e g u e r o l e s , Sentido de
la historia según San Agustín: Augustinus 16 (1971) 239-261; P. J. F e r
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rica del m èdioevo: Burgense 13 (1972) 457-498; R. M a r t i n i , The tw o
cities in Augustine’s political philosophy: Journ. H ist. Ideas 33 (1972)
195-216; J. C h a y x -R u y , Le problèm e du temps dans les Confessions et
dans la Cité de D ieu: Giorn. di met. 9 (1954) 466-477; R. F l ó r e z , O .S.A.,
Temporalidad y tiem po en la «Ciudad de D io s»: La Ciudad de Dios,
n.° extraord. 167, I (1954) 169-185; Id., El tema del tiem po en la
filosofía de San Agustín: La Ciudad de D ios 156 (1954) 61-86; C. P a r m a ,
Plotinische M otive in Augustinus Begriff der Civitas D ei: Vigil. Christ. 22
(1968) 45-48; J. V . d e C a r v a l h o , O sentido de historia na «Cidade de
D eus»: Brotgria 47 (1948) 441-460; M. F. S c i a c c a , II concetto di storia
in Sant’ A gostino: C oloquio Agustiniano (Zaragoza, 3-6 oct. 1954).
728 Y si Dios hubiese preferido que no existiera abso
lutamente reparación alguna para los hombres, como no la
hubo para los ángeles, ¿acaso no sería justo que la naturaleza
que se había alejado de Dios; que había conculcado y tras
pasado, usando mal de su poder, el precepto de su Creador
— que habría podido guardar felicísimamente— ; que, obsti
nadamente apartada de la luz de su Creador, había profanado
en sí misma la imagen divina; que se había substraído a la
saludable servidumbre de sus leyes por el mal uso del libre
albedrío, no sería justo, digo, que toda ella fuese abandona
da por El para siempre y, según su merecido, sufriese castigo
eterno? Ciertamente hubiese obrado de este modo si aten
diese sólo a su justicia, prescindiendo de la misericordia, y no
mostrase con mayor evidencia su gratuita misericordia en la
liberación de los indignos.
L A C IU D A D D E D IO S
( contra los paganos)
E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, X V I
y X V I I , edición preparada por J. M o r a n , O .S.A., 2.1 ed. (BAC, Madrid
1964, 1965).
g e n .:
M o r a n , o.e., p .V I-X II, Bibliografía;
J. M . del
O .S.A., Historiografía de la «Ciudad de D ios», de 1928 a 1954,
en La Ciudad de Dios, n.° extr., en el X V I centenario del nacimiento
de San Agustín (1954), Estudios sobre la «Ciudad de D ios», t.II vol.l
p.647-774; O euvres de Saint Augustin, vol.33-37, D e Civitate D ei, introd.
et notes par G . B a r d y , trad. par G . C o m b e s (Biblioth. august.) (París
1959, 1960). Introd. gén., vol.33 p.9-163; Bibliogr. p .145-163; M o r a n ,
o.e., Introducción general p .X III-L X X IV ; H. K l o e s e l , Augustinus «D e
Civitate D ei», Erläuterungen (Paderborn 1954); L. R i b e r -J. B a s t a r d a s ,
San Agustín, La «Ciudad de D ios», 1.1-2, trad. y texto revisado (Barce
B ib l io g r .
E stal,
453
454
San Agustín
La Ciudad de D ios
C a p ít u l o
LIBR O I
P r ó l o g o
M otivo y plan de la presente obra
729 H e tomado por mi cuenta, carísimo hijo Marcelino,
en esta obra a instancia tuya preparada y a ti debida con pro
mesa mía, contra aquellos que anteponen sus dioses a su Funda
dor, la defensa de la gloriosísima Ciudad de Dios, ora en el ac
tual discurso de los tiempos, ora en aquella estabilidad del
descanso eterno, que ahora espera por la paciencia, hasta que la
justicia se convierta en juicio (Sal 93,15), y luego ha de alcanzar
por la perfección con la victoria final y la paz perfecta. Empresa
grande y ardua; pero Dios es nuestro ayudador (Sal 61,9). Sé
muy bien el caudal que es menester para intimar a los sober
bios la excelencia de la humildad, con la cual la alteza, no la
que es hurto de la arrogancia humana, sino la que es don de
la divina gracia, trasciende todas las cumbres terrenas, que se
bambolean al compás de los tiempos. El Rey y Fundador de
esta Ciudad, de la que me he propuesto hablar, declaró a su
pueblo en la Escritura el sentido de aquel divino oráculo que
dice: Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gra
cia (Sant 4,6; 1 Pe 5,5). Mas esto, que es privativo de Dios,
también lo pretende para su alma soberbia el espíritu hinchado,
que se complace en que se diga en su alabanza:
Perdonar a los vencidos y abatir a los soberbios ( V i r g i l .,
Eneid. V I v.854).
Por lo cual no hemos de pasar en silencio decir de la ciudad
terrena (que, en su afán de dominar, aunque le estén sujetos
los pueblos, ella es dominada por su libídine) cuanto el plan
de la presente obra exija y nuestras posibilidades permitan.
729 -73 1 O . T i t o , Origine e composizione del I Libro «De civitate Dei» di
S tu d i c la s sici e o rie n ta li 14 ( 1 9 6 5 ) 1 2-33; B a r d v , o .c ., p . 175 -18 3,
I n t r o d u c t io n a u x livres I - V (B ib lio g r . p . 1 8 4 -1 8 5 ).
729 M oran , o .c ., I p.63 nt.1.2.3; B ardy , o .c., p.190 nt.4; p.191 nt.5;
C a r l s o n , o .c ., p.440; A l v a r e z D í e z , o . c ., p.69-93.
Sant’Agostino:
455
V III
Gracias y desgracias comunes en la mayor parte a los buenos
y a los malos
730 1. Tal vez se le ocurra a alguien: ¿Por qué ha al
canzado esta divina misericordia también a los impíos e ingra
tos? ¿Por qué pensamos sino porque es dádiva de aquel que
hace salir el sol sobre buenos y malos y llueve sobre justos y pe
cadores? (M t 5,45). Aunque unos, creyéndolo así, se corrijan de
su impiedad haciendo penitencia, y otros, empero, como dice el
Apóstol, menospreciando las riquezas de la bondad y longa
nimidad de Dios, por la dureza de su corazón, y corazón im
penitente, atesoren para sí ira en el día de la ira y de la re
velación del justo juicio de Dios, el cual retribuirá a cada uno
según sus obras (Rom 2,4.6). Sin embargo, la paciencia de Dios
invita a los malos a la penitencia, del mismo modo que su azote
instruye a los buenos en la paciencia; la misericordia de Dios
ama a los buenos para favorecerlos, al igual que su severi
dad corrige a los malos para castigarlos. Plugo a la divina
Providencia disponer para la otra vida bienes para los buenos,
de los que no gozaran los pecadores, y males para los im
píos, con los que no fueran atormentados los buenos. Quiso,
además, que tanto los bienes temporales com o los males fue
sen comunes a entrambos, con el fin de que ni los bienes, de
los que vemos gozar también a los malos, sean apetecidos con
más cupididad, ni los males, que afectan muchas veces a los
buenos, se evitasen torpemente.
731 2. Importa mucho en esto la cualidad del uso, tan
to de las cosas prósperas como de las adversas. Porque el bue
no ni se engríe con los bienes temporales ni se abate con los
males; en cambio, el malo es castigado con tal infidelidad pre
cisamente porque se estraga con la felicidad. Con todo, Dios
muestra frecuentemente su manera de obrar con más claridad
en la distribución de estas cosas. Ya que, si ahora castigase
cualquier pecado con penas manifiestas, se creeíra que no re
servaba nada para el último juicio; al contrario, si ahora Dios
no castigase manifiestamente algún pecado, se creería que no
existe la Providencia divina. De igual suerte acaece en las
730 A lva r e z D í e z , o .c ., p .74.
731 Bardy, o .c., p .7 6 2 , nota com plem . 2 :
rels ; Jo l iv e t , Le problème du mal... p .78.
La distribution des biens tempo-
456
San Agustín
La Ciudad de Dios
cosas prósperas. Si Dios no las concediese con mano liberal
a alguno de cuantos se las piden, diríamos que no le perte
necían; y, asimismo, si las concediese a cuantos se las piden,
pensaríamos que sólo se le debe servir por semejantes pre
mios. Tal servidumbre no nos haría más piadosos, sino más
ambiciosos y avaros. Siendo esto así, no porque los buenos
y los malos hayan sufrido lo mismo, hemos de negar la dis
tinción entre ellos. Porque bien se compagina la desemejanza
de los atribulados con la semejanza de las tribulaciones. Y ,
aunque estén bajo un mismo tormento, no por eso es lo mis
mo la virtud y el vicio. Como con un mismo fuego brilla el
oro y la paja humea, y bajo un mismo trillo se tritura la paja
y se limpia el grano, ni se confunde el alpechín con el aceite
por prensarse con el mismo peso, así también una y misma
adversidad prueba, purifica y afina a los buenos y reprueba,
destruye y deshace a los malos. Así, en un mismo trabajo abo
minan y blasfeman de Dios los malos, y los buenos le su
plican y alaban. H e aquí la importancia de la cualidad, no
de los tormentos, sino de los atormentados. Agitados con igual
movimiento, el cieno despide un olor repelente, y el ungüen
to, una suave fragancia.
LIBRO V
C a p ít u l o
X
Si las voluntades de los hombres están sujetas a alguna
necesidad
732 1. Por ende, no debemos temer la necesidad, por
temor de la cual se esforzaron los estoicos en distinguir las
causas de las cosas en tal forma que unas las sustrajeron a la
necesidad y otras las sujetaron a ella. Entre las cosas que no
quisieron sujetar a la necesidad colocaron también nuestras
voluntades, por temor de que no fuesen libres si las sometían
a la misma. Si se entiende por necesidad nuestra lo que no
está en nuestra potestad, sino que, aunque no queramos, ejer
cita su poder, como la necesidad de la muerte, es evidente
que nuestras voluntades, con que vivimos bien o mal, no
están dominadas por tal necesidad. Porque hacemos muchas
cosas que, si no quisiéramos, no las haríamos. A este género
732 M o r a n , o . c . , I p.309 nt.18; L. T e i x i d o r , La libertad humana en San
Agustín: Est. e c l e s . 9 (1930) 433-461; P e g u e r o l e s , o . c . , p.130.
457
pertenece en primera línea el querer mismo, porque, si que
remos, existe, y si no queremos, no existe, ya que no querría
mos si no quisiéramos. Y si se define la necesidad con decir
que es forzoso que algo sea así o se haga así, no sé por qué
tememos que nos quite el albedrío de la voluntad. N o po
nemos tampoco bajo esta necesidad la vida de Dios y su
presciencia si decimos que es necesario que Dios viva siem
pre y que presepa todas las cosas, de igual modo que no
desmedra su poder decir que no puede morir ni engañarse.
De tal manera no puede esto que, si lo pudiera, fuera, sin
duda, menor su poder. Con razón se dice omnipotente el que
no puede morir ni engañarse. Se llama omnipotente porque
hace lo que quiere, no porque padece lo que no quiere; si
esto le acaeciere, no fuera omnipotente. De donde se sigue
que no puede algunas cosas, justamente por ser omnipotente.
Así también, cuando decimos: Es necesario que, si queremos,
queramos con libre albedrío, decimos indudablemente una ver
dad, y no sujetamos por eso el libre albedrío a la necesidad,
que suprime la libertad. Son, pues, nuestras las voluntades, y
ellas mismas hacen cuanto, queriendo, hacemos, lo cual no se
hiciera si no quisiéramos. Sin embargo, en lo que cada uno
padece por voluntad de otros hombres contra su propio que
rer, aún influye la voluntad; aunque no sea la voluntad de
aquel hombre, sino la potestad de Dios. Porque si existiera la
voluntad solamente y no pudiese lo que quiere, quedará impe
dida por otra voluntad más poderosa. Pero ni aun así fuera la
voluntad otra cosa que voluntad, ni fuera de otro sino del que
quería, aunque no pudiera realizar su deseo. Por tanto, cuanto
padece el hombre al margen de su voluntad, no debe atribuirlo
a voluntades humanas, angélicas o de otro espíritu creado, sino
a la de Aquel que da poder a los que lo quieren.
733 2. Luego no porque Dios presupo qué había de de
pender de nuestra voluntad, deja de pender algo de ella, ya
que quien presupo eso, presupo algo. Por consiguiente, si Aquel
que presupo qué pendería de nuestra voluntad, no presupo
ciertamente nada, sino algo, sin duda, aun presciente El, pende
algo de nuestra voluntad. De consiguiente, en manera alguna
nos vemos constreñidos, o, admitida la presciencia de Dios, a
suprimir el albedrío de la voluntad, o, admitido el arbitrio de
, 753^ M o r a n , o.c., I p.309 nt.19.20; B a r d y , o . c . , p.827 nota complem. 6 6 :
Liberté et prescience; J o l i v e t , Le probléme du mal... p.49; M o r a n , Síntesis
ñ or Pensam‘ ent0 agustiniano en torno a la existencia de Dios: Augustinus 5
(1960) 228; C a y r é , Dieu present dans la vie de l ’esprit (Bruges-Paris 1951) p.228.
La Ciudad de Dios
San Agustín
458
la voluntad, a negar la presciencia de los futuros en Dios. (Lo
cual es una impiedad.) Antes abrazamos lo uno y lo otro, lo
uno y lo otro fiel y verazmente lo admitimos; aquello, para
que nuestra fe sea recta, y esto, para que nuestra vida sea bue
na. Se vive mal cuando no se cree bien de Dios. Lejos de
nosotros el negar la presciencia por querer ser libres, puesto
que con su auxilio somos libres o lo seremos. En consecuencia,
no en vano están las leyes, las reprensiones, las exhortaciones,
las alabanzas y los vituperios, porque también presúpolas futu
ras e importan mucho, tanto cuanto presupo habían de impor
tar. Y las súplicas convienen para pedir aquello que presupo
había de dar a los que suplicaran, y con justicia se asignaron
premios para las obras buenas y penas para los pecados. Ni peca
el hombre precisamente porque presupo Dios que había de pe
car; diría más, no se duda que peca él cuando peca, justamen
te, porque Aquel cuya presciencia no puede engañarse presupo
que ni el hado, ni la fortuna, ni otra cosa había de pecar, sino
el mismo hombre, el cual, si no quiere, ciertamente no peca;
pero si no quiere pecar, tambén esto El lo presupo.
C a p ít u l o
XI
Providencia universal de Dios, cuyas leyes abarcan todas
las cosas
734 Por tanto, el Dios sumo y verdadero, con su Verbo y
el Espíritu Santo, tres que son uno, Dios uno y omnipotente,
Creador y Hacedor de toda alma y de todo cuerpo, por cuya
participación son felices cuantos son felices por la verdad, no
por la vanidad; que hizo al hombre animal racional de alma
y cuerpo; que, en pecando éste, ni permitió que quedara sin
castigo, ni le dejó sin misericordia; que dio a los buenos y a
los malos ser con las piedras, vida seminal con los árboles,
vida sensitiva con los animales y vida intelectual con solos
los ángeles; del cual procede todo modo, toda especie y todo
orden; del cual promana la medida, el número y el peso; del
cual procede cuanto naturalmente es, de cualquier género que
sea y cualquiera que sea su valor; del que proceden los gér
menes de las plantas, y las formas de los gérmenes, y los mo
vimientos de los gérmenes y de las formas; que dio también
a la carne origen, belleza, complexión, fecundidad de propaga
734 M o r a n ,
o .c .,
I
p .3 0 9
n t.2 1 ;
p .3 1 0
n t.2 2 -2 6 ;
B a rd y,
o .c .,
p .6 8 9
nt.3.
459
ción, disposición de miembros, salud y armonía; que dio al
alma irracional memoria, sentido y apetito, y a la racional ade
más mente, inteligencia y voluntad; que no dejó sin conve
niencia de parte y sin una especie de paz no sólo al cielo y a
la tierra, ni a sólo el ángel y al hombre, sino ni a los entresi
jos del más vil animalito, ni la alita del ave, ni la florecilla de
la hierba, ni una hoja de árbol, en m odo alguno es creíble
que quisiera fueran ajenos a las leyes de su providencia los rei
nos de los hombres, sus señoríos y servidumbres.
LIBRO X
C a p ít u l o
III
El culto verdadero de Dios. Los platónicos, aunque entendieron
al Creador del universo, se desviaron de ese culto, rindiéndolo
con honor divino a los ángeles buenos y a los malos
735
1. Siendo ello así, si los platónicos, y cualesquiera
otros que sintieron esto, conociendo a Dios, le glorificaran
como a Dios y le dieran gracias y no se desvanecieran en sus
pensamientos, ni se hicieran en parte autores de los errores de
los pueblos y en parte se atrevieran a oponerse a ellos, sin duda
confesaran que debían rendir culto al único Dios de los dio
ses, que es también nuestro y de ellos, tanto los espíritus in
mortales y bienaventurados como nosotros los mortales y mise
rables, para poder ser inmortales y bienaventurados.
736
2. A éste debemos nosotros la servidumbre llama
da en griego hatpsíav, ora en actos exteriores, ora en nosotros
mismos. Todos conjuntamente somos su templo, y cada uno en
particular somos templos suyos. El se digna habitar en la con
cordia de todos y en cada uno. Y no es mayor en todos que
en cada uno, porque ni se distiende en su grandeza ni se dis
minuye por división. Cuando nuestro corazón está en alto, en
tonces es su altar. Le aplacamos por medio del sacerdote, su
Unigénito. Le sacrificamos víctimas cruentas cuando peleamos
hasta el derramamiento de sangre por su verdad. Le quema
mos suavísimo incienso cuando en su presencia ardemos en su
piadoso y santo amor. Ofrecérnosle los dones que nos ha he735-737 C a y r é , Initiation... p .1 4 2 ;
Saint Augustin: Mélang. august., p .43.
736 M
du mal...
o r a n , o .c .,
p .71.
p .582 n t.1 0 .1 2 ;
G
Id .,
il s o n ,
Contemplation et Raison d’après
o .c .,
p . 1 40;
J o l iv e t ,
Le problème
460
San Agustín
cho y nos ofrecemos a nosotros mismos y nos volvemos a El.
Dedicamos y consagramos la memoria de sus beneficios con
solemnidades festivas y en días establecidos, para que en el
correr de los tiempos no se insinúe el ingrato olvido. Le inmo
lamos la hostia de la humildad y de la alabanza en el ara del
corazón con el fuego de una caridad ferviente. Para verle, como
puede ser visto, y para adherirnos a El, nos purificamos de
toda mancha de pecados y de impiedades y nos consagramos
en su nombre. El es la fuente de nuestra felicidad. El el fin de
nuestros deseos. Eligiéndole, o mejor, reeligiéndole, pues le ha
bíamos perdido por nuestra negligencia; reeligiéndole, de aquí
tomó su nombre la religión, tendemos a El por el amor para,
en llegando, descansar. Seremos felices precisamente por ser
perfectos con el fin. Nuestro bien, sobre el fin del cual los
filósofos levantan gran polvareda, no es otro que unirnos a El.
El alma intelectual, en un abrazo incorpóreo, si cabe hablar
así, a El, se llena y se fecunda de virtudes verdaderas. Amar
este bien con todo el corazón, con toda el alma y con toda la
fuerza, es para nosotros un precepto. A este bien debemos ser
conducidos por los que somos amados y conducir a quienes
amamos. Así se completan aquellos dos preceptos de los que
pende la Ley toda y los Profetas: Amarás al Señor Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y Ama
rás a tu prójimo como a ti mismo (M t 22,37-40).
737 Para que el hombre aprendiera a amarse, se le fijó
un fin al que refiriera todo lo que hace para ser feliz. El que
se ama a sí mismo, no quiere otra cosa que ser feliz. Este fin
es adherirse a Dios. Al que sabe amarse ya a si mismo, cuan
do se le manda amar al prójimo como a sí mismo, ¿qué
otra cosa se le manda sino encarecer al otro, en cuanto esté
de su parte, el amor a Dios? Este es el culto de Dios, ésta la
verdadera religión, ésta la recta piedad, ésta la servidumbre
debida a sólo Dios. Cualquiera que sea la excelencia y la vir
tud de la potestad inmortal, si nos ama como a sí misma,
quiere que estemos sometidos, para ser felices, a Aquel por so
meterse al cual es ella feliz. Si no rinde culto a Dios, es mise
rable, porque se priva de Dios. Y si rinde culto a Dios, no
quiere que se lo rindan a ella en lugar de a Dios. Antes aprue
ba y con la potencia de su amor favorece aquella divina sen
tencia que suena: El que sacrifica a dioses y no al solo Señor,
será destruido (Ex 22,20).
737
M oran ,
o .c .,
I p.583 nt.13.15.
La Ciudad de Dios
461
LIBRO X I
I
C a p ít u l o
Aclaración sobre la segunda parte de la obra
738 Damos el nombre de Ciudad de Dios, testigo es de
ello la Escritura, a aquella que rindió a su obediencia, no por
movimiento anímico fortuito, sino por disposición de la Provi
dencia soberana, todos los ingenios humanos con la garantía
de una autoridad divina superior a los espíritus de las nacio
nes todas. En la Escritura se dice: Cosas gloriosas se han dicho
de ti, Ciudad de Dios (Sal 86,3). Y en otro salmo se lee: Grande
es el Señor y loable en demasía en la Ciudad de nuestro Dios, en
su santo monte, que ensancha los contentos y alegrías de toda
la tierra. Y poco después: Tal como lo vimos, así lo hemos vis
to en la Ciudad del Señor de las virtudes, en la Ciudad de nues
tro Dios. Dios la fundó para siempre (Sal 47, 2.3.9). A su
vez, otro salmo canta: La impetuosidad del río alegra la Ciu
dad de Dios. El Altísimo santificó su tabernáculo; estando
Dios en medio de ellos, no sufrirá quebranto (Sal 45,5.6).
Por estos y otros testimonios que sería prolijo enumerar,
caemos en la cuenta de que existe una Ciudad de Dios, cu
yos ciudadanos anhelamos ser por el amor que nos inspiró
su Fundador. Los ciudadanos de la ciudad terrena dieron
la primacía a sus dioses sobre el Fundador de la Ciudad san
ta, sin advertir qué El es el Dios de los dioses, y no de los
dioses falsos, o sea, de los impíos y soberbios. Estos, privados
de la luz inmutable y común a todos, y reducidos por eso a un
poder miserable, pretenden señoríos en cierto modo privados
y buscan honores divinos de sus engañados súbditos. El es el
Dios de los dioses piadosos y santos, que se huelgan mús en
someterse ellos a uno solo que en someter muchos a sí mismos,
y más en dar culto a Dios que en que se les rinda a ellos como
a Dios. Mas a los enemigos de esta Ciudad santa, ya he contestaao, con la ayuda de nuestro Rey y Señor y según nuestras
posibilidades, en los diez libros precedentes. Ahora, consciente
_ „ 73i ' 7 62
°-c., vol.35 p.9-25, Introduction aux Iivres X I-XIV (Bibliogr.
j rv
X; T e JE R i n a , Creación y caída en los libros X I-X IV de la « Ciudad
de D ios»; Est. agust. (1970) p.239-296.
n
738-750 C a y r é , Initiation... p.142.
?4138 Í?0RÁN' °£ y 1 P-647 nt-2-5; A l v a r e z
A u g ¿ t¡n u s D5Na 9 6 0 ) jy g
de
U
D íe z , o .c .,
Ubertad:
de
p.72-73;
San A gustin
G ils o n ,
o.c.,
a H eid egger:
462
San Agustín
de lo que de mí se espera y acordándome de mi deuda, ensaya
ré, confiado en el favor del mismo Rey y Señor nuestro y en
mi escaso valer, el discurso sobre el origen, desarrollo y fines
debidos de las dos ciudades. Como hemos dicho ya, en este
mundo andan en mezcolanza y confusión la una con la otra.
Primeramente diré cómo el origen de las dos ciudades se re
monta a la distinción hecha entre los ángeles.
C a p ít u l o
X
La Trinidad, simple e inmutable, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
es un solo Dios. En ella no hay distinción entre la cualidad
y la sustancia
739 2. Esta es la razón de que una naturaleza se diga
simple, que para ella no existe el tener algo amisible, o sea, el
ser una cosa el continente y otra el contenido, como el vaso el
licor, o el cuerpo el color, o el aire la luz o el calor, o el alma
la sabiduría. Ningún ser de éstos es lo que tiene, porque ni el
vaso es licor, ni el cuerpo color, ni el aire luz o calor, ni el
alma sabiduría. De aquí que puedan también ser privados de
las cosas que tienen y puedan trocarse o mudarse en otros háoitos o cualidades, de forma que el vaso se vacíe del líquido
que lo llenaba, y el hombre pierda el color, y el aire se ente
nebrezca y se enfríe, y el alma entontezca. Mas, aunque el cuer
po sea incorruptible, cual se promete a los santos en la resu
rrección, tiene ciertamente la cualidad inamisible de su inco
rrupción; pero, permaneciendo la sustancia corporal, no es lo
que la misma incorrupción. Ella está toda en cada una de las
partes del cuerpo, ni es en una mayor y en otra menor, ni una
parte es más incorrupta que otra. En cambio, el cuerpo es ma
yor en el todo que en la parte, y, siendo una parte en él más
extensa y otra menos, la más extensa no es por eso más inco
rrupta que la menos. Así, pues, una cosa es el cuerpo que no
está todo en todas sus partes y otra la incorrupción que está
toda en todas las partes del cuerpo, porque toda parte del
cuerpo incorruptible, aun la desigual, es igualmente incorrup
ta. Porque el dedo, por ejemplo, sea menor que toda la mano,
no es por eso más incorruptible la mano que el dedo. Así,
aunque son desiguales la mano y el dedo, con todo, es igual la
73 9 M o r a n , o . c . , I p .6 5 1 n t .3 4 -3 6 ; B o y e r , L ’idée de vérité... p.97 n t . l ;
J o l i v e t , La doctrine augustin. de l ’illumin. p.97; V e r i c a t N ú ñ e z , La idea de
creación según San Agustín: Augustinus 15 (1970) 27.
La Ciudad de Dios
463
incorruptibilidad del dedo y la de la mano. Y por eso, aunque
la incorruptibilidad sea inseparable del cuerpo incorruptible,
una cosa es la sustancia por la que se llama cuerpo y otra la
cualidad por la que se llama incorruptible. De este modo no
es lo que tiene. El alma a su vez, aunque siempre sea sabia,
como lo será cuando sea eternamente liberada, será, con todo,
sabia por la participación de la sabiduría inconmutable, que no
es lo que ella. Y si el aire no se despoja nunca de la luz que le
baña, no por eso no es él una cosa y otra la luz que le ilumina.
No he dicho esto com o si opinara que el alma es aire, como
juzgaron algunos, incapaces de imaginarse una naturaleza incor
pórea. Pero esto tiene cierta semejanza con aquello, aunque sea
dispar, de suerte que no es incongruente decir que el alma in
corpórea es iluminada por la luz incorpórea de la sabiduría
simple de Dios, como es iluminado el cuerpo del aire por la
luz corporal. Y así com o el aire se entenebrece despojado de
esta luz (porque lo que se llama tinieblas en los lugares cor
porales no es más que el aire carente de luz), así el alma se
oscurece privada de la luz de la sabiduría.
740 3. Según esto, son llamadas simples las cosas que
verdadera y principalmente son divinas, porque en ellas no es
una cosa la cualidad y otra la sustancia, ni son divinas, o sabias,
o bienaventuradas por participación de otras. Por lo demás, en
las santas Escrituras se denomina múltiple el Espíritu de la
Sabiduría, porque tiene en sí muchas cosas; pero lo que tiene,
eso es, y todo en él es uno. N o son muchas, sino una la sabidu
ría, en que son inmensos e infinitos los tesoros de las cosas
inteligibles, en las cuales se hallan todas las razones invisibles
e inmutables de los seres, aun de los visibles y mudables he
chos por ella. Dios no hizo nada sin conocimiento. Y esto no
puede decirse con rectitud de cualquier artífice humano. Por
tanto, si todo lo hizo sabiendo, hizo las cosas que había cono
cido. De aquí aflora a nuestra mente algo admirable, pero ver
dadero: que este mundo no podría ser conocido por nosotros
si no existiera; mas, si no hubiese sido conocido por Dios, no
podría existir.
740 M o r a n , o . c . , I p.651 nt.37; B o y e r , V id ée de vérité... p.78.80; J o l i v e t ,
La doctrine august. de l ’illumin. p.97; K o w a l c z y k , Dieu en tant que bien
suprême, selon l’acception de Saint Augustin: Est. agus. 6 (1971) 208.
464
San Agustín
C a p ít u l o
XXV
División de la filosofía
741 Tan es así, que^ según mi humilde entender, los filó
sofos quisieron por eso que la disciplina de la sabiduría fuera
tripartita, mejor diría, cayeron en la cuenta de que era tripar
tita (porque no establecieron ellos que fuera así, sino más bien
hallaron que así era). Una parte la llaman física; otra, lógica,,
y la tercera, ética. Sus nombres latinos son ya frecuentes en
los escritos de muchos autores, que las llaman natural, racio
nal y moral. De ellas hicimos ya una breve síntesis en el li
bro V III. Esto no quiere decir que ellos, al hacer esta división,
pensaran en la Trinidad divina. Y esto a pesar de que se diga
que Platón fue el primer descubridor y panegirista de esta di
visión, quien, al parecer, consideró que es Dios el Autor de
todas las naturalezas, y el Dador de la inteligencia, y el Ins
pirador del amor, y que lleva a una vida feliz y buena.
Mas es cierto que, aun cuando sobre la naturaleza de Iosseres, y sobre el indagar la verdad, y sobre el fin del bien al
que debemos referir todas nuestras acciones, sientan de diversa
manera, con todo, la atención de todos los filósofos se centra
en estos tres problemas generales y trascendentales. Asimismo,
aunque haya en cada uno de esos puntos muchísima variedad
de opiniones, nadie duda que existe una causa de la naturaleza,,
una forma de ciencia y un código de vida.
742 En todo artífice humano, cuando pone manos a unaobra, deben tenerse en cuenta tres cosas: la naturaleza, la doc
trina y el uso. La naturaleza debe pesarse por el ingenio; la
doctrina, por la ciencia, y el uso, por el fruto. No ignoro que,
propiamente hablando, el fruto es privativo del que goza, y el
uso, del que usa, y que, al parecer, existe esta diferencia entre
ambos: que decimos gozar cuando el objeto nos deleita por sí
mismo sin necesidad de referirlo a otra cosa, y usar, cuando
buscamos un objeto por otro. De donde se sigue que de las
cosas temporales debemos usar, no gozar, para merecer gozar
741-750 P. M o n n o t , Essai de synthèse philosophique d’après le X I livre de
la «C ité de D ieu »: Arch. Phil. 7 (1930) cah.2 p.142-185; B o y e r , La «C ité de
D ieu», sources de la philosophie augustinienne: La Ciudad de Dios, n. extr. 167
(1954) II p.53-66.
741 M o r a n , o . c . , I p.655 nt.81-83; M o n n o t , o .c ., p.152; G i l s o n , o . c . ,
p.104.282 nt.2; P e g u e r o l e s , o . c . , p.95; J o l i v e t , La doctrine augustin. p.86.
742 M o r á n , o . c . , I p.655 nt.84.85; B o y e r , L ’idée de vérité... p.185.186.234;
G i l s o n , o . c . , p.282 nt.2.
La Ciudad de Dios
465
de las eternas. No como los perversos, que quieren gozar del
dinero y usar de Dios, porque no gastan el dinero por amor de
Dios, sino que dan culto a Dios por causa del dinero. Según
el m odo corriente de hablar, usamos de los frutos y gozamos
de los usos. Ya está admitida también la costumbre de llamar
frutos a los del campo, de los cuales todos usamos temporal
mente. Según esta acepción empleé la palabra uso en estas tres
cosas que advertí deben tenerse en cuenta en el hombre, a sa
ber, la naturaleza, la doctrina y el uso. Los filósofos con estos
tres elementos, para lograr la vida feliz, inventaron una disci
plina tripartita: la natural, para la naturaleza; la racional, para
la doctrina, y la moral, para el uso. Luego, si nuestra natura
leza procediera de nosotros, es indudable que hubiéramos sido
también nosotros el origen de nuestra sabiduría, y no procura
ríamos percibirla por la doctrina, es decir, aprendiendo de un
maestro. Y nuestro amor, originado de nosotros y por nosotros
y referido a nosotros, bastaría para vivir felizmente, y no nece
sitaríamos de otro bien del que gozáramos. Sin embargo, como
nuestra naturaleza para existir tiene a Dios por Autor, para sen
tir lo verdadero debemos tenerle a El por Doctor, y a El mis
mo, para ser felices, por Dador de la suavidad íntima.
C a p ít u l o
XXVI
Imagen de la Trinidad en la naturaleza humana
743 Indudablemente en nosotros hallamos una imagen de
Dios, de la Trinidad, que, aunque no es igual, sino muy dis
tante de ella, y no coeterna a ella, y, para decirlo en pocas pa
labras, no de la misma sustancia que El es, con todo, es la
más cercana a Dios, por naturaleza, de todas las criaturas. Es
además perfeccionable por reformación para ser próxima tam
bién por semejanza. Somos, conocemos que somos y amamos
este ser y este conocer. Y en las tres verdades apuntadas no nos
turba falsedad ni verosimilitud alguna. No tocamos esto, como
las cosas externas, con los sentidos del cuerpo, com o sentimos
los colores viendo, los sonidos oyendo, los olores oliendo, los
743 M o r a n , o . c . , I p.655 nt.86-89; J o l i v e t , Saint Augustin... p.166; I d ., La
doctrine august. de l’illumin. p.67; B o y e r , L ’idée de vérité... p .l; C a y r é , Initiation... p.187; G i l s o n , o . c . , p.55; M o n n o t , o . c . , p.152; L o p e C i l l e r u e l o ,
¿Quién es Dios?: Est. agust. 8 (1973) 414; B r a s a D í e z , El contenido del
«cogito» agustiniano: Augustinus 21 (1976) 277; B a r d y , o . c . , vol.35 p.112 nt.2;
W . v a n J e s s , La razón como preludio para la fe en San Agustín: Augustinus 2 Í
( 1 9 7 6 ) 387; B a r d y , o.c., p.486, Nota complem. 11 : Saint Augustin et Descartes.
466
467
San Agustín
La Ciudad de D ios
sabores gustando, lo duro y lo blando palpando; ni com o da
mos vueltas en la imaginación a las imágenes de cosas sensi
bles, tan semejantes a ellos, pero no corpóreas, y las retenemos
en la memoria, y gracias a ellas nacen en nosotros los deseos,
sino que, sin ninguna imagen engañosa de fantasías o fantas
mas, estamos certísimos de que somos, de que conocemos y de
que amamos nuestro ser. En estas verdades me dan de lado to
dos los argumentos de los académicos, que dicen: ¿Q ué? ¿Y si
te engañas? Pues, si me engaño, existo. El que no existe, no
puede engañarse, y por eso, si me engaño, existo. Luego, si
existo, si me engaño, ¿cóm o me engaño de que existo, cuando
es cierto que existo si me engaño? Aunque me engañe, soy yo
el que me engaño, y, por tanto, en cuanto conozco que existo,
no me engaño. Síguese también que, en cuanto conozco que me
conozco, no me engaño. Como conozco que existo, así conozco
que conozco. Y cuando amo estas dos cosas, les añado el amor
mismo, algo que no es de menor valía. Porque no me engaño
de que amo, no engañándome en lo que amo, pues aunque el
objeto fuera falso, sería verdadero que amaba cosas falsas. ¿Qué
razón habría para reprender y prohibirme amar com o falsas,
si fuera falso que amo tales cosas? Siendo esas cosas ciertas y
verdaderas, ¿quién duda que, cuando son amadas, ese amor es
cierto y verdadero? Tan verdad es, que no hay nadie que no
quiera existir, com o que no hay nadie que no quiera ser feliz.
Y ¿cómo puede ser feliz, si no existe?
que habían de desaparecer, saltarían de gozo y eligirían existir
siempre así antes que no ser en absoluto. Testigo de esta ver
dad es el sentir común. Y ¿por qué temen morir y prefieren
vivir en aquella miseria a terminarla con la muerte sino porque
es claro que la naturaleza rehuye con gran fuerza el no ser?
Por eso, al conocer que han de morir, consideran como gran
beneficio el que se derroche con ellos esta misericordia, para
vivir más largamente en la miseria y morir más tarde. Con ello
están indicando a todas luces el agrado con que toman una
inmortalidad en la que no tenga fin la mendicidad.
745 Y ¿qué decir de los animales todos, aun los irracio
nales, que carecen de este modo de pensar, desde los dragones
gigantescos hasta los diminutos gusanillos? ¿N o apetecen ser
y aprueban con todos los movimientos posibles que huyen y
rehuyen la muerte? ¿Qué decir también de los arbustos y arbolitos, que carecen de sentido? ¿N o afincan con movimientos
visibles, para evitar la destrucción, sus raíces más profunda
mente a la tierra, por donde recogen su alimento para lanzar
luego al aire su copa y sus renuevos, y conservar así su propio
ser? En fin, los cuerpos todos carentes no sólo de sentido, sino
también de vida vegetal, de tal forma se encumbran, o se alla
nan, o se nivelan, que custodian con eso su ser, asentándose
donde pueden existir según su naturaleza peculiar.
746 2. Cuánto ama la naturaleza humana el conocimien
y cuánto rehúsa ser engañada, puede colegirse al menos de
que cualquiera prefiere lamentarse con mente sana a alegrarse
en la locura. Esta virtualidad tan maravillosa sólo la posee el
hombre y ningún otro animal mortal, aunque algunos tengan
el sentido de la vista mucho más agudo que nosotros para mi
rar la luz visible. Pero son incapaces de contemplar la luz in
corpórea que de algún modo ilumina nuestra mente para poder
juzgar con rectitud de todo esto. Y en tanto podemos en cuan
t o la recibimos. Sin embargo, los sentidos de los animales irra
cionales, aunque, absolutamente hablando, carecen de ciencia,
es cierto que dan cierta semejanza de ciencia. Las demás cosas
se llaman sensibles, no porque sienten, sino porque son sentito
C a p ít u l o
X X V II
Esencia, ciencia y amor
744 1. El ser por naturaleza es tan atractivo, que no es
otra la causa de que no quieran morir aun los miserables, que,
sintiéndose tales, ansian que sea arrancada de entre las cosas,
no ellos, sino su miseria. Si a los que aparecen ante sí mismos
como miserables, y en realidad lo son, y son tenidos por tales
no sólo por los sabios, ya que ellos son necios, sino también
por los que se creen felices, por ser pobres y mendigos, les
brindara alguien una inmortalidad en la que no muriese ni la
miseria, haciéndoles esta propuesta: Que, si no quisieran vivir
siempre en aquella miseria, no existirían más en adelante, sino
744 M o r a n , o . c . , I p.655 nt.90; M o n n o t , o . c . , p.152; B a r d y , o . c . , vol.35
p.116 nt.l; R e d a ñ o , El problema de la libertad: de San Agustín a Heidegger:
Augustinus 5 (1960) 178.
745 M o r a n , o . c . , I p.656 nt.91; K o w a l c z y k , La métaphysique du bien
selon l'acception de Saint Augustin: Est. agust. 8 (1973) 44; B a r d y , o . c . , vol.35
p.116 nt.2; p.118 nt.l; p.487, nota complem. 12: Amor meus, pondus meum.
746 M o r a n , o . c . , I p.656 nt.92-95; B o y e r , Lidée de vérité... p.179; C a y r é ,
Initiation... p. 193.233; G ' i l s o n , o . c . , p.124; H i e r o n . a P a r i s i i s , D e unione
animae cum corpore in doctrina D. Augustini: Acta hebdom. august.-thom.,
p.296; V e r i c a t N ú ñ e z , La idea de creación en San Agustín: Augustinus 15
(1970) 301-380.
468
469
San Agustín
La Ciudad de Dios
das. En ellas, por ejemplo, en los árboles, existe algo seme
jante a los sentidos, el alimentarse y engendrar. Estas y todas
las cosas corporales tienen sus causas latentes en la naturaleza,
pero brindan a los sentidos sus formas, que hermosean la tex
tura de este mundo visible. Parece como que intentaran com
pensarse dándose a conocer, por no poder ellas conocer. Es
cierto que las conocemos por los sentidos del cuerpo, pero no
juzgamos de ellas por los sentidos corporales. El hombre tiene
otro sentido interior, muy superior a éste. Por él sentimos lo
justo y lo injusto; lo justo, por su especie inteligible, y lo in
justo, por la privación de la misma. La finalidad de este sen
tido no la cubren ni la agudeza visual, ni los órganos auditivos,
ni las fosas nasales, ni el gusto, ni tacto alguno corpóreo. Por
él y en él estoy cierto de que existo y de que conozco esto y
de que amo eso, y estoy igualmente cierto de que amo.
amaríamos la vida carnal y lo conforme al sentido. Este sería
un bien suficiente para nuestros deseos, y, yéndonos bien en él,
no buscaríamos más. Asimismo, si fuéramos árboles, no podría
mos amar cosa alguna con conocimiento sensitivo, pero apete
ceríamos todo aquello que nos tornara más feraz y fértilmente
fructuosos. Y , si fuéramos piedras, agua, viento, fuego o algo
por el estilo, sin sentido y sin vida, no nos faltaría una especie
de tendencia a nuestros propios lugares y órdenes. Las tenden
cias de los pesos son com o los amores de los cuerpos, bien bus
quen con su pesantez lo bajo, bien con su levedad lo alto, pues
como el ánimo es llevado por el amor doquiera vaya, así el
cuerpo lo es por su peso.
C a p ít u l o
X X V II I
Cómo acercarnos más a una imagen de la Trinidad divina
747 Sobre la cuantía del amor con que son amados en
nosotros la esencia y el conocimiento, del cual hallamos una
semejanza, aunque distante, en las cosas inferiores, ya hemos
hablado bastante, según parecía exigir el plan de la presente
obra. Sin embargo, sobre el amor con que son amadas y sobre
si el amor es también amado, no hemos dicho aún nada. Res
pondemos que también el amor es amado. Y lo probamos,
porque en los hombres que se aman con más rectitud es más
amado el amor. En realidad no se llama, con razón, «hombre
bueno» al que sabe lo que es bueno, sino al que ama lo bueno.
Y ¿por qué en nosotros no sentimos que amamos el amor, por
el que amamos cuanto amamos de bueno?
748 Existe un amor con el que se ama lo que no debe
amarse, y este amor lo odia en sí mismo el que ama aquel con
que se ama lo que debe amarse. Los dos pueden coexistir en
un mismo sujeto. Y el bien del hombre radicará en esto: en
que, medrando aquel por el que vivimos bien, desmedre este
por el que vivimos mal, hasta que logremos una salud perfecta
y se trueque en bien toda nuestra vida. Si fuésemos bestias,
7 4 7 -7 5 0 M o n n o t , o .c ., p .1 5 2 .
7 4 7 B a r d y , o . c . , p .1 2 1 n t.2 .
7 4 8 M o r a n , o . c . , I p .6 5 6 n t .9 6 -9 7 ;
Amor meus, pondus meum.
B ardy,
o .c . ,
p .4 8 7 , N o ta c o m p le m .
12:
749 Siendo com o somos hombres, creados a imagen de
nuestro Creador, cuya es la eternidad verdadera, y la verdad
eterna, y la verdadera y eterna caridad, y que es la Trinidad
eterna, verdadera y amada, sin confusión ni división, discu
rriendo con estabilidad por sus obras, descubrimos en los seres
inferiores a nosotros, impresos en unos más y en otros menos,
ciertos vestigios de su belleza. Estos seres no serían ni estarían
revestidos de belleza ni apetecerían y conservarían su orden de
no haber sido hechos por el que es en sumo grado y es suma
mente sabio y sumamente bueno. Y , viendo en nosotros mismos
su imagen, como el hijo menor del Evangelio, tornados a nues
tro interior, levantémonos para volver a Aquel de quien nos
habíamos alejado pecando. En El nuestro ser no tendrá muer
te, en El nuestro conocer no verá error, en El nuestro amor no
tendrá ofensa.
750 Al presente, aunque tenemos estas tres cosas por cier
tas y no necesitamos sobre ellas testigo alguno, sino que senti
mos su presencia en nosotros mismos y las vemos con la vera
císima mirada interior, sin embargo, porque somos incapaces
de conocer su duración o su posible defección y su término
tanto si se portan bien com o si se portan mal, por eso busca
mos otros testigos o los tenemos ya. Por qué no debemos du
dar en darles fe, no es este lugar propio para tratarlo. Lo hare
mos después y con mayor diligencia.
Entre la ciudad de Dios, que no peregrina en esta mortali
dad, sino que es eternamente inmortal, es decir, entre los san
tos ángeles, que están unidos a Dios, que no fueron desertores
749 M o r á n , o . c . , I p .6 5 6 n t . 98-99;
La philosophie augustinienne.
750 Morán, o .c ., I p.656 nt.100.
B a rd y , o . c . ,
p.488,
N o ta
complem.
13:
470
San Agustín
La Ciudad de Dios
ni lo serán, y los que, al abandonar la luz eterna, se tornaron
tinieblas, dividió en el principio Dios, com o hemos dicho ya.
En este libro, por tanto, nos toca exponer, con la ayuda de
Dios y según nuestras fuerzas, lo que habíamos comenzado a
decir.
al decir que el no adherirse a Dios es el vicio de la criatura
angélica, se declara con ello de modo evidente que el adherirse
a Dios conviene a su naturaleza. ¿Quién podrá pensar o expre
sar dignamente en palabras la grandeza y la gloria del estar
unido a Dios de tal suerte que se viva de El, se tenga la sabi
duría de El, de El se goce y se disfrute de tamaño bien sin
muerte, sin error y sin molestia? De donde se concluye que,
pues todo vicio es nocivo a la naturaleza, el vicio de los ánge
les malos, que les tiene separados de Dios, es testimonio elo
cuente de la bondad de su naturaleza, creada por Dios, a la
que daña no estar con El.
LIBRO X II
C a p ít u l o
I
Naturaleza de los ángeles buenos y de los malos
751 3. Decimos que sólo existe un bien inmutable, Dios,
uno, verdadero y feliz. Y añadimos que las cosas creadas son
bienes porque proceden de El; pero bienes mudables, porque
fueron hechas, no de El, sino de la nada. Aunque no sean su
mos esos bienes que pueden unirse al bien inmutable— el bien
mayor que ellos es Dios— , sin embargo, son grandes. Hasta
tal punto es Dios su bien, que sin El necesariamente son mise
rables. Ni los demás seres en este universo creatural son mejo
res que ellos, porque no pueden ser miserables, pues que no es
justo decir que los demás miembros de nuestro cuerpo son
mejores que los ojos justamente porque no pueden estar ciegos.
Como la naturaleza senciente, aun con dolores, es superior a
la piedra, que es incapaz en absoluto de dolor, así la naturaleza
racional, aun siendo miserable, es superior a la que carece de
razón o de sentido, motivo por el cual en ésta no se da la mi
seria. Siendo ello así, para esta naturaleza, creada con una su
perioridad tan clara que, aun siendo mudable, con unirse al bien
inconmutable, al Dios sumo, logra la felicidad, y que no da al
traste con su indigencia si no es feliz, y para serlo no le basta
sino Dios, es vicio no adherirse a Dios. Todo vicio perjudica
a la naturaleza y por eso es contrario a la misma. La viciada
difiere de la que se adhiere a Dios, no por naturaleza, sino por
vicio. Aun con el vicio, la naturaleza da pruebas de su grandeza
/ dignidad. A l censurar, con razón, en uno el vicio, se alaba a
la vez su naturaleza, porque la censura del vicio toma su rec
titud de que con él deshonra la naturaleza loable. Así como,
al decir que la ceguera es vicio de los ojos, se atestigua que la
visión pertenece a su naturaleza, y, al decir que la sordera es
vicio de los oídos, se afirma que la audición les es natural, así,
751 M o r a n , o . c . , I p.710 nt.3.5;
p.77; B a r d y , o . c . , p.151 nt.l.
o .c .,
G ils o n ,
o .c .,
p.151 nt.2;
A lv a r e z
D ie z ,
C a p ít u l o
471
II
No hay esencia alguna contraria a Dios, porque al ser sólo
se opone el no ser
752 El fin de todo lo dicho es que nadie piense, cuando
hablemos de los ángeles apóstatas, que pudieron tener otra na
turaleza, procedente de otro principio, y que, por tanto, Dios
no es el autor de su naturaleza. Cada cual se verá tanto más
expedita y fácilmente libre de la impiedad de este error cuanto
pueda entender con visión más clara lo que dijo Dios por un
ángel al enviar a Moisés a los hijos de Israel: Y o soy el que
soy (Ex 3,14). Siendo, pues, Dios esencia suma, esto es, siendo
en grado sumo, y, por tanto, inmutable, pudo dar a las cosas que
creó de la nada el ser; pero no el ser en grado sumo, como es El.
A unas dio un ser superior, y a otras, uno inferior, ordenando
así gradualmente las naturalezas de las esencias. Del mismo
modo que de sapere (saber) se formó sapientia (sabiduría), de
ese mismo modo, de esse (ser) se formó essentia (esencia).
Cierto que es una palabra nueva no usada por los autores clá
sicos de la lengua latina, pero sí corriente ya en nuestros días,
para que no faltara en nuestro idioma lo que los griego llaman
oüoía. Esta palabra, traducida a la letra, suena esencia. Por con
siguiente, a la naturaleza que es en grado sumo, por la que es
cuanto tiene ser, sólo se opone la naturaleza que no es, porque
752
o .c .,
I p.710 nt.7-10; B o y e r , L'idée de vérité... p.96.120;
p.28.151 nt.2; B a r d y , o .c ., I p.494, Nota complem. Í7: Pour
l’histoire du mot « essentia»; K o w a l c z y k , Dieu en tant que bien suprême, selon
l’acception de Saint Augustin: Est. august. (1971) p.206-209; J o l i v e t , Le pro
blème du mal... p.39; B l á z q u e z , El concepto de sustancia según San Agustín:
Augustinus 15 (1970) 63.70.
G
il so n ,
M
orán,
o .c .,
473
San Agustín
La Ciudad de D ios
sólo el no ser se opone al ser. Por eso no existe esencia alguna
contraria a Dios, o sea, a la esencia suma, autora de todas y de
cualesquiera esencias.
consideran en sí, sino que consideran su utilidad, com o aque
llos animales cuya abundancia allanó la soberbia de los egip
cios. Según esto, podrían censurar también al sol, porque algu
nos malhechores o quienes no pagaban sus deudas eran conde
nados por los jueces a ser puestos al sol. Por tanto, la natura
leza, en sí considerada, no en relación con nuestra comodidad
o incomodidad, da gloria a su Artífice. Así, la naturaleza del
fuego es ciertamente loable, aunque deba servir de suplicio a
los impíos condenados. En efecto, ¿qué hay más hermoso que
un fuego en llamas vivo y resplandeciente? ¿Qué más útil que
él cuando calienta, cura y cuece? Y , sin embargo, nada hay
más molesto que él cuando quema. Uno mismo es, pues, el
fuego que, aplicado mal, resulta ser nocivo, y, aplicado conve
nientemente, es muy útil. Pues ¿quién hallará palabras sufi
cientes para explicar las utilidades que reporta en todo el mun
do? No deben, por consiguiente, prestarse oídos a quienes ala
ban en el fuego la luz y vituperan el ardor, porque consideran
no su naturaleza, sino su propia comodidad o incomodidad.
Estos tales quieren ver y no quieren quemarse. Pero no repa
ran en que esa misma luz que les agrada a ellos, daña por in
conveniencias a los ojos débiles, y que aquel ardor que les
desplace, da vida y salud a algunos animales por conveniencia.
472
C a p ít u l o
IV
Las naturalezas privadas de razón y de vida, consideradas en su
género y orden, no desdicen de la belleza del universo
753 Por lo demás, es ridículo pensar que los defectos de
las bestias, de los árboles y de otros seres mudables y mortales
privados de entendimiento, de sentido o de vida, que hacen
que su naturaleza disoluble esté sujeta a corrupción, son con
denables. Y es ridículo, porque estas criaturas han recibido su
modo de la voluntad del Creador, enderezado únicamente a
obrar, por sus vicisitudes y sucesión, la belleza ínfima de los
tiempos, que armoniza en su género con las demás partes de
este universo. N o era justo que los seres terrenos se equipara
ran a los celestiales, ni la superioridad de éstos era razón sufi
ciente para que faltaran aquéllos en el mundo. Cuando, pere
ciendo unos seres, nacen otros para ocupar los lugares que les
correspondían a aquéllos, y los inferiores sucumben ante los
superiores, y los vencidos se tornan en cualidades de los vence
dores, entonces se da el orden de los seres transitorios. La her
mosura de este orden no nos deleita precisamente porque, en
marcados por nuestra condición mortal en una zona de él, no
podemos sentir el universo entero, al que se acoplan con con
veniencia y armonía sumas las partecitas que nos ofenden. De
aquí que cuanto menos idóneos somos para contemplarla, más
se nos impone la obligación de creer en la providencia del Crea
dor, a fin de que no osemos, con la temeraria vanidad humana,
poner reparos a obra de tan grande Artífice.
754 Esto amén de que, si consideramos con cordura los
vicios, no voluntarios ni penales, de los seres terrenos, nos en
carecen grandemente sus naturalezas, de las cuales no hay ni
una sola cuyo autor y creador no sea Dios. Y es que nos des
agrada que el vicio prive a la naturaleza de lo que nos agrada
en ella. Mas con frecuencia desagradan también a los hombres
las naturalezas cuando se les tornan nocivas, porque no las
753
M o r a n , o .c ., I p.711 nt.16.17; J o l i v e t , Le probléme du mal... p.39;
o.c., p.496, Nota complem. 18: L’ordre universel p.160 nt.3.
754 M o r a n , o .c ., I p.711 nt.18-19; B a r d y , o .c ., p.496, Nota complem. 18:
L’ordre universel p.160 nt.3.
B ardy,
CAPÍTULO'
V II
No debe buscarse la causa eficiente de la mala voluntad
755 Nadie busque, pues, la causa eficiente de la mala vo
luntad. Tal causa no es eficiente, sino deficiente, porque la
mala voluntad no es afección, sino defección. Declinar de lo
que es en sumo grado a lo que es menos, es comenzar a tener
mala voluntad. Empeñarse, por tanto, en buscar las causas de
estos defectos, no siendo eficientes, sino, com o he dicho, defi
cientes, es igual que pretender ver las tinieblas u oír el silencio.
Y, sin embargo, estas dos cosas nos son conocidas, una, por los
ojos, y otra, por los oídos, pero no en su especie, sino en la
privación de la misma. En consecuencia, que nadie se prometa
aprender de mí lo que sé que no lo sé, sino que espere aprender
a no saber lo que debe saberse que es imposible saberlo. En
efecto, las cosas que se conocen no en su especie, sino en la
755
o r a n , o .c ., I p.712 nt.26-29; G i l s o n , o .c ., p.191;
O. G a r c í a d e l a
Interpretación exegética del Génesis en la «Ciudad de Dios»: La
Cipdad de Dios 167 (1954) p.356s; B a r d y , o . c ., p.172 nt.2,
F ue ,n t e ,
M
San Agustín
La Ciudad de Dios
privación de la misma, si se puede hablar así, se conocen, en
cierto modo, no conociéndolas, y no se conocen conociéndolas.
Cuando la penetración del ojo corporal se proyecta sobre las
especies corporales, sólo ve las tinieblas cuando comienza a no
ver. Igualmente, el sentir el silencio pertenece a los oídos y no
a otro sentido, y solamente se siente no oyendo. Así, nuestra
mente contempla con el entendimiento las especies inteligibles;
pero, cuando faltan, las coaprehende no conociéndolas, porque
¿quién conoce los delitos? (Sal 18,13).
justo y poderoso. Por eso, quien ama desordenadamente el
bien de cualquier naturaleza que sea, aun consiguiéndolo, se
torna malo y miserable en el bien al privarse del mejor.
474
C a p ít u l o
V III
El amor perverso doblega la voluntad del bien inmutable
al bien mutable
756 Lo que sí sé es que la naturaleza de Dios nunca ja
más puede desfallecer, y que sí pueden los seres hechos de la
nada. Estos seres, cuanto más ser tienen y más bien hacen (en
tonces hacen algo positivo), tienen causas eficientes; empero,
en cuanto desfallecen, y, en consecuencia, obran mal (¿qué
otra cosa hacen entonces que vanidades?), tienen causas defi
cientes. Sé también que la mala voluntad radica en hacer aque
llo que sin su querer no se haría, y que, por eso, la pena justa
sigue no a los defectos necesarios, sino a los voluntarios. Este
desfallecer se encamina no a cosas malas, sino mal, o sea, no a
naturalezas malas, sino desordenadamente, porque se hace con
tra el orden de la naturaleza, de lo que es en sumo grado a lo
que es menos. Así, la avaricia no es vicio del oro, sino del
hombre, que ama el oro desordenadamente, abandonando por
él la justicia, que debe ser infinitamente preferida a ese metal.
Y la lujuria no es vicio de la belleza y suavidad de los cuerpos,
sino del alma, que ama perversamente los placeres corporales,
dando de mano a la templanza, que nos coapta a cosas espiri
tualmente más bellas e incorruptiblemente más suaves. Y la
jactancia no es vicio de la alabanza humana, sino del alma que
ama desordenadamente ser alabada por los hombres, desdeñan
do el testimonio de la propia conciencia. Y la soberbia no es
vicio del que da el poder, o del poder mismo, sino del alma,
que ama desordenadamente su poder, despreciando el poder más
756 M o r a n , o .c ., I p.712 nt.30-32; G i l s o n , o .c ., p.176.191; K o w a l c z y k ,
Dieu en tant que bien supréme... p.208; Id., La métaphysique du bien selon
l'acception de Saint Augustin: Est. agust. 8 (1973 ) 37; A . V e r g e z , San Agustín
y la filosofía cristiana: Augustinus 19 (1974) 1QL
475
LIBR O X I I I
C a p ít u l o
X
A la vida de los mortales le cuadra mejor el nombre
de muerte que el de vida
757 Desde el instante en que comenzamos a existir en
este cuerpo mortal, nunca dejamos de tender hacia la muerte.
Esta es la obra de la mutabilidad durante todo el tiempo de
la vida (si es que vida debe llamarse); el tender hacia la muer
te. No existe nadie que no esté más cercano a la muerte des
pués de un año que antes de él, y mañana más que hoy, y hoy
más que ayer, y poco después, más que ahora, y ahora, poco
más que antes. Porque el tiempo vivido es un pellizco dado
a la vida, y diariamente disminuye lo que resta; de tal forma,
que esta vida no es más que una carrera hacia la muerte. No
permite a nadie detenerse o caminar más despacio, sino que
todos siguen el mismo compás y se mueven con igual presteza.
Efectivamente, el que tuvo una vida más corta no cruzó el
tiempo con más celeridad que el que la tuvo más larga, sino
que, arrancados sus momentos de igual modo a ambos, uno
tuvo la meta más cercana, y el otro, más alejada, meta a la
que uno y otro corrían con idéntica velocidad. Una cosa es ha
ber andado más camino, y otra, haber caminado más despacio.
En consecuencia, el que hasta llegar a la muerte apura espa
cios más largos de tiempo, no corre más despacio, sino que
anda más camino.
758 Por tanto, si cada uno comienza a morir, o sea, a
estar en la muerte, desde el instante en que empieza a obrarse
en él la muerte, es decir, la sustracción de la vida, pues que,
terminada la sustracción, estará ya después de la muerte, no en
la muerte, es indudable que, desde el momento en que comen
zamos a existir en este cuerpo, estamos en la muerte. ¿Qué
otra cosa se hace en cada día, en cada hora y en cada momen
to hasta que, apurada la última gota de la vida, se completa
757 K o w a l c z y k , La métaphysique du bien... p.43;
not.27-29; B a r d y , o .c ., p.271 nt.2; p.272 nt.1-2.
758 M o r a n , o . c ., II p.52 nt.30-31.
M
oran,
o .c .,
II p.52
San Agustín
La Ciudad de Dios
la muerte, que iba obrándose y comienza a existir ya el tiempo
posterior a la muerte que en el fieri de la sustracción de la vida
estaba en la muerte? Si, pues, el hombre no puede estar a la
vez en vida y en muerte, nunca jamás, desde que mora en este
cuerpo moribundo más bien que viviente, está en vida. ¿O di
remos que está a la vez en vida y en muerte, es decir, en la
vida, en que vive hasta que le sea sustraída toda, y en la muer
te, con que ya muere cuando le es sustraída la vida? Porque,
si no está en vida, ¿qué es lo que sustrae hasta que se realice
su perfecta consumación? Y si no está en muerte, ¿qué es la
sustracción de la vida? No en vano se dice que, una vez sus
traída al cuerpo toda la vida, está ya después de la muerte.
Existía la muerte cuando se le sustraía la vida. Y si, sustraída
la vida, no está el hombre en la muerte sino después de la
muerte, ¿cuándo estará en la muerte sino cuando le es sus
traída?
cho verdad y que él antepusiera el querer de su esposa al man
dato de Dios y pensara que su transgresión era venial si no
se separaba de la compañera de su vida ni aun en la comisión
del pecado. Luego la obra mala, es decir, la transgresión, el
comer del fruto prohibido, la hicieron quienes eran ya malos,
porque el mal fruto, com o es esa acción, no lo produce sino
el árbol malo. Y esto de que el árbol fuera malo procede de
algo contrario a la naturaleza, pues tiene su origen en el vicio
de la voluntad, que es contrario a la naturaleza. El vicio, sin
embargo, no puede malear toda naturaleza, sino sólo la hecha
de la nada. De donde se sigue que su ser, el ser naturaleza, lo
debe a Dios, que es su Hacedor, y la caída de su ser a haber
sido hecha de la nada. El hombre en su caída no fue reducido
a la nada absoluta, sino que, doblado hacia sí mismo, su ser
vino a ser menos que cuando estaba unido al que es en sumo
grado. Ser en sí mismo, o mejor, complacerse en sí mismo,
abandonando a Dios, no es ser nada, sino acercarse a la nada.
Por eso a los soberbios, en las sagradas Escrituras, se les de
nomina también diciendo que son los que se complacen en sí
mismos (2 Pe 2,10). Es bueno tener en alto el corazón, pero no
hacia sí mismo, que es privativo de la soberbia, sino hacia el
Señor, que es propio de la obediencia, coto cerrado de los hu
mildes.
476
LIBRO X IV
C a p ít u l o
X III
En Adán la mala voluntad precedió a la obra mala
759 1. Sin embargo, comenzaron a ser malos en lo inte
rior para despeñarse luego a una desobediencia formal, porque
no se hubiera consumado la obra mala de no haber precedido
la mala voluntad. Ahora bien, ¿cuál pudo ser el principio de la
mala voluntad sino la soberbia? El principio de todo pecado es
la soberbia (Eclo 10,15), leemos. Y ¿qué es la soberbia sino un
apetito de celsitud perversa? La celsitud perversa consiste en
abandonar el principio a que el ánimo debe estar unido y hacer
se en cierta manera principio para sí y serlo. Esto sucede cuando
el espíritu se agrada demasiado a sí mismo, y se agrada demasia
do a sí mismo cuando declina del bien inmutable, que debe
agradarle más que él a sí mismo. Este declinar es espontáneo,
pues si la voluntad hubiera permanecido estable en el amor del
bien superior e inmutable, que la iluminaba para ver y la en
cendía para amar, no se hubiera apartado de él para agradarse
a sí misma y entenebrecerse y enfriarse por este apartamiento.
Esto llevó consigo que ella creyera que la serpiente había di7 5 9-760 C a r l s o n ,
o . c .,
p .4 4 3 ;
A
lvarez
D i' e z ,
o .c .,
p .7 6 ;
P egu ero les,
o . c .,
P.134.
759 M o r a n , o .c ., II p.119
C a p á n a g a , El hombre-abismo...
nt.31-33; p.120 nt.34-35; G i l s o n , o .c ., p.195;
p.238; B a r d y , o .c ., p.534, Nota complem. 41:
Le orgueil, cause du péché p.412 nt.3.
477
760 Conclusión: Es propio de la humildad— ¡cosa mara
villosa!— el elevar el corazón, y exclusivo de la soberbia el
abajarlo. A l parecer, es una paradoja que la soberbia vaya hacia
abajo y la humildad hacia arriba. Pero resulta que la h u m ild a d
piadosa nos somete a lo superior, y nada hay superior a Dios,
y por eso la humildad, que nos somete a Dios, nos exalta. En
cambio, la soberbia, que radica en un vicio, a la vez que des
deña el estar sometida, se desprende del ser superior al cual no
hay nada y se torna inferior, cumpliéndose así lo que está escri
to: Los derribaron cuando más se elevaban (Sal 72,18). Nótese
que no dice: «Una vez que se hayan elevado», com o si primero
se engallaran y luego fueran aplastados, sino: cuando más se ele
van, entonces precisamente son allanados. Es decir, que el mis
mo exaltarse es ya ser allanado. Por este motivo se encarece
la humildad ahora en esta Ciudad de Dios a la Ciudad de Dios
que peregrina en este siglo, y el ejemplo cumbre lo tiene en su
Rey, Cristo. Las sagradas Letras enseñan que la elación domina
sobre todo en el enemigo de esta Ciudad, que es el demonio.
En esto radica la diferencia profunda que distingue las dos ciu760
M
o r a n , o .c .,
I I p .1 2 0 n t.3 6 -3 7 ; G
i l s o n , o .c .,
p .1 9 5 ;
R
e d a ñ o , o .c .,
p .1 7 9 .
478
La Ciudad de Dios
San Agustín
dades de que hablamos. Una es la sociedad de los hombres
piadosos, y otra la de los hombres impíos, cada cual con los
ángeles de su gremio, en los cuales precedió allí el amor a Dios
y aquí el amor a sí mismo.
761 2. N o hubiera, pues, el diablo sorprendido al hom
bre en un pecado tan claro y manifiesto, que consistió en hacer
lo que Dios había prohibido, si él no hubiese comenzado a
agradarse ya a sí mismo. Por eso le encantó la idea: Seréis
como dioses (G én 3,5). Y hubieran podido serlo mejor mante
niéndose obedientes a su verdadero y soberano principio que
constituyéndose ellos mismos principio para sí por la soberbia.
En efecto, los dioses creados no son dioses por su verdad, sino
por participación del Dios verdadero. Con todo, cuanto más
apetece, es menos, y mientras ama ser autosuficiente, pierde
a Aquel que verdaderamente le basta. El mal, que mueve al
hombre a agradarse a sí mismo, com o si fuera él luz, y a apar
tarse de aquella luz, que, si le agrada, le hace a él también
luz, precedió primero en secreto y siguió luego en público. Por
que es verdad lo que está escrito: Antes de la caída, el corazón
se exalta, y antes de la gloria se humilla (Prov 16,18). Es cierto
que la caída que tiene lugar en secreto precede a la caída que se
realiza a la luz, aunque no se piensa que aquélla es caída. ¿Quién
estima exaltación a la caída? Y , sin embargo, allí existe ya un
desfallecimiento, al abandonar al Excelso. ¿Quién no ve que hay
caída cuando se da la transgresión de un mandato cierto e in
contrastable? Dios lo prohibió para que, una vez consentido,
no pudiera ser soslayado ni por imaginación siquiera. Y aun
me atrevo a decir que a los soberbios es útil la caída en algún
pecado claro y patente, a fin de que se desplazcan ellos, que
habían caído ya, complaciéndose en sí mismos.
C a p ít u l o
se gloría en sí misma, y la segunda, en Dios, porque aquélla
busca la gloria de los hombres, y ésta tiene por máxima gloria a
Dios, testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria, y
ésta dice a su Dios: Vos sois mi gloria y el que me hace ir con la
cabeza en alto (Sal 3,4). En aquélla, sus príncipes y las naciones
avasalladas se ven bajo el yugo de la concupiscencia de dominio,
y en ésta sirven en mutua caridad, los gobernantes aconsejando
y los súbditos obedeciendo. Aquélla ama su propia fuerza en
sus potentados, y ésta dice a su Dios: A ti he de amarte, Señor,
que eres mi fortaleza (Sal 17,2). Por eso, en aquélla, sus sabios,
que viven según el hombre, no han buscado más que o los bienes
del cuerpo, o los del alma, o los de ambos, y los que llegaron
a conocer a Dios, no le honraron ni dieron gracias como a Dios,
sino que se desvanecieron en sus pensamientos, y su necio co
razón se oscureció. Creyéndose sabios, es decir, engallados en
su propia sabiduría a exigencias de su soberbia, se hicieron ne
cios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza
de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de cuadrúpedos,
y de serpientes. Porque o llevaron a los pueblos a adorar tales
simulacros, yendo ellos al frente, a los siguieron, y rindieron
culto y sirvieron a la criatura antes que al Creador, que es ben
dito por siempre (Rom 1,21.25). En ésta, en cambio, no hay
sabiduría humana, sino piedad, que funda el culto legítimo al
Dios verdadero, en espera de un premio en la sociedad de los
santos, de hombres y de ángeles, con el fin de que Dios sea
todo en todas las cosas (1 Cor 15,28).
LIBRO X I X
C a p ít u l o
762 Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber:
el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor
de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera
761 B a r d y , o . c . , p.416 nt.2; M o r a n , o .c ., II p.120 nt.38-40; P e g u e r o l e s ,
Naturaleza y persona en San Agustín: Augustinus 20 (1975) 27; B o y e r , L’idée
de vérité... p.235; G i l s o n , o . c . , p.195.
762 M o r a n , o .c ., II p.122 nt.64-65; C a r l s o n , o .c ., p.441; C a y r é , La contemplation augustinienne p.120; A l v a r e z D í e z , o .c ., p.73-74; G i l s o n , o . c . ,
p.226; P e g u e r o l e s , o .c ., p.92.110.
X III
La paz universal y su indefectibilidad
X X V II I
Las dos ciudades. Origen y cualidades
479
763 1. Así, la paz del cuerpo es la ordenada complexión
de sus partes; y la del alma irracional, la ordenada calma de
sus apetencias. La paz del alma racional es la ordenada armo763-778 B a r d y , Oeuvres de Saint Augustin vol.3 7 , Introduction aux livres
p .933 (Bibliogr. p .29-33).
763-773 C ayré, Initiation... p .1 4 3 ;
J. L a u fs , Der Friedensgedanke bei
XIX-XXII
Augustinus. Untersuchungen bei X IX Buch des Werkes «De civitate Dei»
(Wiesbaden 1973).
763 M o r a n , o.e., II p .5 2 0 n t.2 8 -3 0 ; G i l s o n , o.e., p .2 2 8 ; J o l i v e t , Le proMeme du mal... p .4 1 ; A l v a r e z D í e z , o.e., p .8 8 ; P e g u e r o l e s , o.e., p .9 1 ;
M o r a n , Síntesis del pensamiento agustiniano p .2 3 2 ; F o n t y P u ig , o .e ., p .1 6 6 ;
San Agustín
La Ciudad de D ios
nía entre el conocimiento y la acción, y la paz del cuerpo y del
alma, la vida bien ordenada y la salud del animal. La paz entre
el hombre mortal y Dios es la obediencia ordenada por la fe
bajo la ley eterna. Y la paz de los hombres entre sí, su orde
nada concordia. La paz de la casa es la ordenada concordia
entre los que mandan y los que obedecen en ella, y la paz de
la ciudad es la ordenada concordia entre los ciudadanos que
gobiernan y los gobernados. La paz de la ciudad celestial es
la unión ordenadísima y concordísima para gozar de Dios y a
la vez en Dios. Y la paz de todas las cosas, la tranquilidad del
orden. Y el orden es la disposición que asigna a las cosas dife
rentes y a las iguales el lugar que les corresponde. Por tanto,
como los miserables, en cuanto tales, no están en paz, no gozan
de la tranquilidad del orden, exenta de turbaciones; pero como
son merecida y justamente miserables, no pueden estar en su
miseria fuera del orden. No están unidos a los bienaventurados,
sino separados de ellos por la ley del orden. Estos, cuando no
están turbados, se acoplan cuanto pueden a las cosas en que
están. Hay, pues, en ellos cierta tranquilidad en su orden, y,
por tanto, tienen cierta paz. Pero son miserables, porque, aun
que están donde deben estar, no están donde no se verían pre
cisados a sufrir. Y son más miserables si no están en paz con
la ley que rige el orden natural. Cuando sufren, la paz se ve
turbada por ese flanco; pero subsiste por este otro en que ni
el dolor consume ni la unión se destruye. Del mismo m odo que
hay vida sin dolor y no puede haber dolor sin vida, así hay
cierta paz sin guerra, pero no puede haber guerra sin paz. Y
esto no por la guerra en sí, sino por los agitadores de las gue
rras, que son naturalezas, y no lo fueran si la paz no les diera
subsistencia.
consiguiente, nada fuera de eso. La paz del cuerpo redundará
en provecho de la paz del alma. Porque la paz del alma irra
cional es imposible sin la paz del cuerpo, pues sin ella no pue
de lograr la quietud de sus apetencias. Pero ambos se ayudan
a esa paz que tienen entre sí el alma y el cuerpo, paz de vida
ordenada y de salud. Así com o los animales muestran que aman
la paz del cuerpo cuando esquivan el dolor, y la paz del alma
cuando, para colmar sus necesidades, siguen la voz de sus ape
tencias, así huyendo la muerte indican a las claras cuánto aman
la paz, que aúna el alma y el cuerpo. Pero el hombre, dotado
de alma racional, somete a la paz de esta alma cuanto tiene de
común con las bestias, con el fin de contemplar algo con la
mente y según ese algo obrar de suerte que haya en él una or
denada armonía entre el conocimiento y la acción, en que con
siste, com o hemos dicho, la paz del alma racional. A esto debe
enderezar su querer, a que el dolor no le atormente, ni el de
seo la inquiete, ni la muerte la separe para conocer algo útil,
y según ese conocimiento componer su vida y sus costumbres.
Mas, com o su espíritu es débil, para que el afán de conocer
no le precipite en error alguno, tiene necesidad del magisterio
divino, para conocer con certeza, y de su ayuda, para obrar
con libertad.
480
C a p ít u l o
X IV
El orden y la ley celestial y terrena
764 El uso de las cosas temporales dice relación al logro
de la paz terrenal, y en la Ciudad de Dios, al logro de la paz
celestial. Por eso, si fuéramos animales irracionales no apete
ceríamos más que la ordenada complexión de las partes del
cuerpo y la quietud de las apetencias. No apeteceríamos, por
H. R o n d e t . Fax, tranquilinas ordinis: La Ciudad de Dios, n.° extr. 167 (1954)
2 p.344-352; B a r d y , o .c ., vol.37 p.740, Nota complem. 12: La paix; p.110
nt.l; P. J. F e r n á n d e z , o.c., p.464.
764 M o r á n , o .c ., II p.521 nt.34-36.
481
765 Y como, mientras mora en este cuerpo mortal, anda le
jos de Dios y camina por la fe y no por la especie (2 Cor 5,6.7),
por eso es preciso que relacione tanto la paz del cuerpo con la
del alma, como la de los dos juntos, a aquella paz que existe en
tre el hombre mortal y el Dios inmortal, dando así margen a la
obediencia ordenada por la fe bajo la ley eterna. Y puesto que
el divino Maestro enseña dos preceptos principales, a saber:
el amor de Dios y el amor del prójimo, en los cuales el hombre
descubre tres seres com o objeto de su amor: Dios, él mismo
y el prójimo, y el que ama a Dios no peca amándose a sí mis
mo, es lógico que cada cual lleve a amar a Dios al prójimo,
que se le manda amar com o a sí mismo. Así debe hacer con la
esposa, con los hijos, con los domésticos y con los demás hom
bres que pudiere, com o quiere que el prójimo mire por él si
por ventura lo necesitare. Y así tendrá paz con todos en cuanto
de el dependa, esa paz de los hombres que es la ordenada con
cordia. El orden que se ha de seguir es éste: primero, no ha
cer mal a nadie, y segundo, hacer bien a quien pueda. En pri
mer lugar debe comenzar el cuidado por los suyos, porque la
765 M o r a n , o .c ., II p.521 nt.37; B a r d y , o .c ., vol.37 p.741, Nota complem.
13: La loi éternelle; p.742, Nota complem. 14: L’ordre dans la charité.
Los filósofos medievales l
16
San Agustín
La Ciudad de D ios
naturaleza y la sociedad humana le dan acceso más fácil y me
dios más oportunos. Por eso dice el Apóstol: Quien no provee
a los suyos, mayormente si son familiares, niega la fe y es peor
que un infiel (1 Tim 5,8). De aquí nace también la paz domésti
ca, es decir, la ordenada concordia entre el que manda y los que
obedecen en casa. Mandan los que cuidan, como el varón a la
mujer, los padres a los hijos, los amos a los criados. Y obedecen
quienes son objeto de cuidado, com o las mujeres a los maridos,
los hijos a los padres, los criados a los amos. Pero en casa del
justo, que vive de la fe y peregrina aún lejos de la ciudad celes
tial, sirven también los que mandan a aquellos que parecen do
minar. La razón es que no mandan por deseo de dominio, sino
por deber de caridad; no por orgullo de reinar, sino por bon
dad de ayudar.
cesarías y el mandamiento de la vida mortal. Y como ésta es
común, entre las dos ciudades hay concordia con relación a esas
cosas.
482
C a p ít u l o
X V II
¿En qué radica la paz de la sociedad celestial con la ciudad
terrena y en qué la discordia?
766 Mas los hombres que no viven de la fe buscan la paz
terrena en los bienes y comodidades de esta vida. En cambio,
los hombres que viven de la fe esperan en los bienes futuros
y eternos, según la promesa. Y usan de los bienes terrenos
y temporales como viajeros. Estos no los prenden ni los des
vían del camino que lleva a Dios, sino que los sustentan para
tolerar con más facilidad y no aumentar las cargas del cuerpo
corruptible, que apesga al alma. Por tanto, el uso de los bienes
necesarios a esta vida mortal es común a las dos clases de hom
bres y a las dos casas; pero, en el uso, cada uno tiene un fin
propio y un pensar muy diverso del otro. Así, la ciudad terre
na, que no vive de la fe, apetece también la paz, pero fija la
concordia entre los ciudadanos que mandan y los que obede
cen en que sus quereres estén acordes de algún modo en lo
concerniente a la vida mortal. Empero, la ciudad celestial, o me
jor, la parte de ella que peregrina en este valle y vive de la fe,
usa de esta paz por necesidad, hasta que pase la mortalidad,
que precisa de tal paz. Y por eso, mientras que ella está como
viajero cautivo en la ciudad terrena, donde ha recibido la pro
mesa de su redención y el don espiritual com o prenda de ella,
no duda en obedecer estas leyes que reglamentan las cosas ne766 M o r á n , o.c., II p.521 nt.43; J o l i v e t , Saint Augustin... p.261; G i l o.c., p.231-240; P e g u e r o l e s , o . c . , p.113; B a r d y , o . c . , vol.37 p.747, Nota
gompleip.: La fin propie des deux (¡tés; F e r n á n d e z C o n p e , o . c . , p.464,
son ,
483
767 Pero resulta que la ciudad terrena tuvo ciertos sabios
condenados por la doctrina de Dios, que, o por sospechas o por
engaño de los demonios, dijeron que debían amistar muchos
dioses con las cosas humanas. Y encomendaron a su tutela di
versos seres, a uno el cuerpo, a otro el alma; y en el mismo
cuerpo, a uno la cabeza y a otro la cerviz; y de las demás par
tes, a cada uno la suya. Y de igual modo en el alma: a uno en
comendaron el ingenio, a otro la doctrina, a otro la ira, a otro
la concupiscencia; y en las cosas necesarias a la vida, a uno el
ganado, a otro el trigo, a otro el vino, a otro el aceite, a otro
las selvas, a otro el dinero, a otro la navegación, a otro las gue
rras y las victorias, a otro los matrimonios, a otro los partos
y la fecundidad, y a otros los demás seres. La ciudad celestial,
en cambio, conoce a un Dios único, al que se debe el culto y esa
servidumbre que en griego se dice Xatpsía, y piensa con pie
dad fiel que no se debe más que a Dios. Estas diferencias han
motivado el que esta ciudad no pueda tener comunes con la
ciudad terrena las leyes religiosas. Y por éstas se ve en la pre
cisión de disentir de ella y ser una carga para los que sen
tían en contra y soportar sus iras, sus odios y sus violentas
persecuciones, a menos de refrenar alguna vez los ánimos de
sus enemigos con el terror de su multitud, y siempre con la
ayuda de Dios. La ciudad celestial, durante su peregrinación,
va llamando ciudadanos por todas las naciones y formando de
todas las lenguas una sociedad viajera. No se preocupa de la
diversidad de leyes, de costumbres ni de institutos, que res
quebrajan o mantienen la paz terrena. Ella no suprime ni des
truye nada, antes bien lo conserva y acepta, y ese conjunto,
aunque diverso en las diferentes naciones, se flecha, con todo,
a un único y mismo fin, la paz terrena, si no impide la religión
que enseña que debe ser adorado el Dios único, sumo y ver
dadero.
768 La ciudad celestial usa también en su viaje de la paz
terrena y de las cosas necesariamente relacionadas con la con
dición actual de los hombres. Protege y desea el acuerdo de
quereres entre los hombres cuanto es posible, dejando a salvo
la piedad y la religión, y supedita la paz terrena a la paz celes767 M o r a n , o .c ., II p.521 nt.44-45; B a r d y , o .c ., vol.37 p.130 nt.l.
768 M o r a n , o .c ., II p.521 nt.46; B a r d y , o .c ., p.748, Nota complem. 18:
Le probléme de l'État chrétien.
San Agustín
La Ciudad de Dios
tial. Esta última es la paz verdadera, la única digna de ser y de
decirse paz de la criatura racional, a saber, la unión ordenadí
sima y concordísima para gozar de Dios y a la vez en Dios.
En llegando a esta meta, la vida ya no será mortal, sino plena
mente vital. Y el cuerpo ya no será animal, que, mientras se
corrompe, apesga al alma, sino espiritual, sin ninguna necesi
dad, sometido de lleno a la voluntad. Posee esta paz aquí por
la fe, y de esta fe vive justamente cuando refiere a la consecu
ción de la paz verdadera todas las buenas obras que hace para
con Dios y con el prójimo, porque la vida de la ciudad es una
vida social.
conocidos, y, por tanto, tampoco pueblo, según la definición
de Escipión o de Cicerón. Y si no puede existir el pueblo, tam
poco la cosa del pueblo, sino la de un conjunto de seres que no
merece el nombre de pueblo. Por consiguiente, si la república
es la cosa del pueblo y no existe pueblo que no esté fundado
sobre derechos reconocidos, y no hay derecho donde no existe
justicia, síguese que donde no hay justicia no hay república.
Ahora bien, la justicia es la virtud que da a cada uno lo suyo.
¿O es que quien quita la heredad al que la compró y la da a
quien no tiene derecho a ella, es injusto; y quien se quita a
sí mismo al Dios dominador y creador suyo y sirve a los espí
ritus malignos, es justo?
484
C a p ít u l o
485
XXI
Existencia de la república romana. Definición de Escipión
769 1. Este es precisamente el lugar propio para decir,
lo más concisa y claramente que pueda, lo que prometí en el
libro II de esta obra. Y es mostrar que, según las definiciones
de que Escipión se sirve en los libros Sobre la república, de Ci
cerón, no ha existido nunca la república romana. En pocas pa
labras define la república, diciendo que es la cosa del pueblo.
Si esta definición es verdadera, no ha existido nunca la repú
blica romana, porque no ha sido nunca cosa del pueblo, que es
la definición de república. Define el pueblo diciendo que es
una sociedad fundada sobre derechos reconocidos y sobre la
comunidad de intereses. Luego explica qué entiende por de
rechos reconocidos. Y añade que la república no puede ser go
bernada sin justicia. En consecuencia, donde no hay verdadera
justicia no puede darse verdadero derecho. Como lo que se
hace con derecho se hace justamente, es imposible que se haga
con derecho lo que se hace injustamente. En efecto, no deben
llamarse derecho las constituciones injustas de los hombres,
puesto que ellos mismos dicen que el derecho mana de la fuen
te de la justicia y que es falsa la opinión de quienes sostienen
torcidamente que es derecho lo que es útil al más fuerte.
770 Por tanto, donde no existe verdadera justicia no pue
de existir comunidad de hombres fundada sobre derechos re769-732 A r q u i l l i é r e , Observations sur l}augustinisme politique: Mélanges
august. p.217s.
769 M o r a n , o .c ., II p.522 nt.52; B a r d y , o .c ., vol.37 p.753, Nota complem.:
La définitioti cicéronienne de la République.
770 M o r a n , o .c ., II p.522 nt.53; M a s s o n , art. Mal: Dict. théol. cath.
c.1694-1695.
771 2. En esta obra Sobre la república se disputa aca
lorada y duramente contra la injusticia en pro de la justicia.
Primeramente trataron los defensores de la injusticia contra la
justicia. Y decían que la república no puede mantenerse y acre
cerse sino sobre la injusticia. Pusieron como argumento irreba
tible que es injusto que los hombres estén sometidos a hom
bres dominadores. La ciudad imperiosa, capital de gran repú
blica— añadían— , no puede señorear a sus provincias si nada
acoge esta injusticia.
Los partidarios de la justicia respondieron que eso es justo,
porque la servidumbre es ventajosa a tales hombres, y que esa
acción, hecha con ese fin, es recta, es decir, priva a los malos
de su licencia para hacer mal. Y los tendrán mejor domados,
porque se portarían peor indomados. En apoyo de esta prueba
se adujo un ejemplo brindado por la misma naturaleza. «Pues
¿por qué, dice él, Dios manda al hombre, el alma al cuerpo, la
razón a la libido y a las demás pasiones del ánim o?» Este ejem
plo mostró con llaneza que la servidumbre es útil a algunos y
que servir a Dios es útil a todos. Cuando el alma está sometida
a Dios, impera con justicia al cuerpo, y en el ánimo la razón,
sometida a Dios, manda justamente a la libido y a las demás
pasiones. Por tanto, cuando el hombre no sirve a Dios, ¿qué
justicia hay en él? Si no sirve a Dios, el alma no puede imperar
con justicia al cuerpo, ni la razón humana a las pasiones. Y si
en un hombre semejante no existe la justicia, en una reunión
de hombres, que es un conjunto de esa ralea, tampoco la habrá.
No existe, por consiguiente, ese derecho reconocido que cons
tituye en pueblo a la sociedad de hombres, que es lo que se
llama república.
771
M o r á n , o .c .,
II p.522 nt.60.
San Agustín
La Ciudad de D ios
772 Y ¿qué diré de la utilidad que aúna el clan de hom
bres, elemento que hace entrar en la definición de pueblo? Si
se presta a eso un poco de atención, no es tampoco útil a los
impíos, que viven com o todo aquel que no sirve a Dios y sirve
a los demonios, tanto más impíos cuanto más desean que se les
sacrifique a ellos com o dioses, siendo inmundísimos espíritus.
Mas tengo para mí que cuanto hemos dicho sobre el derecho
es suficiente para mostrar que, según esta definición, no existe
el pueblo si no hay justicia, y, por consiguiente, tampoco re
pública. Pretender que los romanos sirvieron en su república
no a inmundos demonios, sino a dioses santos y buenos, ¿no
es acaso querer hacernos repetir cuanto hemos dicho sobre el
particular por activa y por pasiva? ¿Quién que haya leído has
ta éste los libros anteriores puede dudar de que los romanos
sirvieron a demonios malos e impuros, de no ser un tonto de
remate o un desvergonzado disputador? Mas, para no repetir
de qué ralea eran aquellos a quienes sacrificaban, citaré lo es
crito en la ley de Dios: El que sacrifique a otros dioses fuera
del único Señor, será exterminado (Ex 22,20). Este mandato
y esta amenaza entrañan la voluntad de que no se sacrifique
a los dioses, ni buenos ni malos.
berbias. Por ende, no son virtudes, sino vicios, y por tales de
ben tenerse. Así como no procede del cuerpo, sino que es su
perior al cuerpo, lo que hace vivir al cuerpo, así no procede
del hombre, sino que es superior al hombre, lo que hace vivir
al hombre felizmente, y no solamente al hombre, sino tam
bién a toda otra potestad y virtud celestial.
486
CAPÍTULO' X X V
No pueden darse verdaderas virtudes donde no hay
verdadera religión
773 Por más dichoso que parezca el imperio del alma so
bre el cuerpo y de la razón sobre las pasiones, si el alma y la
razón no están sometidas a Dios y no le rinden el culto que El
manda, ese imperio no es justo y verdadero. ¿Cóm o una mente
que desconoce al Dios verdadero y que, en lugar de estarle
sujeta, se prostituye a los más infames demonios, que la vio
lan, puede ser señora del cuerpo y de los vicios? Las virtudes
que cree tener, al mandar al cuerpo y a las pasiones, para el
logro y conservación de algo, si no las refiere a Dios, son más
bien vicios que virtudes. Y es que, aunque algunos piensen
que las virtudes son verdaderas y honestas cuando son referi
das a sí mismas y puestas como fin propio son hinchadas y so772 B a r d y , o.c., vol.37 p.147 nt.3; p.755, Nota complem. 21: Porphyre
et l’oracle d Apollon.
773 P. J a e c a r d , De Saint Augustin a Pascal: Histoire d’une máxime sur les
vertus des Pbilosophes: Rev. Théol. Phil. (1940) p.415; G i l s o n , o . c ., p.198
nt.198; B a r d y , o .c ., vol.37 p.760, Nota complem. 23: Les vertus des paiens.
487
LIBRO X X
C a p ít u l o
II
El vaivén de lo humano y los ocultos juicios de Dios
774 En esta vida aprendemos a sufrir con paciencia los
males, porque los sufren también los buenos, y a no sobrestimar los bienes, porque también los logran los malos. Así topa
mos con una enseñanza divina y saludable hasta en las cosas
en que no aparece la justicia de Dios. Es verdad que ignoramos
por qué juicio de Dios este hombre de bien es pobre, y este
otro malo es rico; por qué vive gozoso este que, a nuestro jui
cio, debería estar afligido con tristezas por sus perdidas cos
tumbres y por qué triste ese otro, cuya vida loable está pi
diendo el gozo. No sabemos por qué al inocente no sólo no se
le hace justicia, sino que se le condena, víctima de la injusti
cia del juez o de los falsos testimonios de los testigos, mientras
que el culpable triunfa impune e insulta al inocente por su
triunfo. Ignoramos por qué el impío goza de una salud envi
diable y el piadoso es consumido por una enfermedad pestilen
te; por qué los mozos salteadores y ladrones están sanísimos,
y los niños, incapaces de ofender a nadie ni de palabra, son
víctimas de crueles dolores. N o sabemos por qué aquel cuya
vida podría ser útil a los hombres es arrebatado por una muer
te prematura, y otros que no merecían ni haber nacido viven
muchos años; e ignoramos también por qué el cargado de crí
menes se ve encumbrado en honores y las tinieblas de la des
honra cubren al hombre irreprensible. ¿Quién, por fin, será
capaz de recoger y enumerar las cosas de este cariz?
775 Si esta paradoja fuera constante en la vida, donde,
como dice el salmo sagrado, el hombre se ha hecho semejante
a la vanidad, y sus días pasan como la sombra (Sal 143,4), y úni774
775
M
o r Xn ,
o .c .,
M
oran,
o .c .,
II p.61I nt.4; J o l i v e t , Le problème du mal... p.69.
II p.611 nt.5-6.
488
San Agustín
La Ciudad de Dios
camente los malos lograran los bienes transitorios y terrenos
y solamente los buenos padecieran los males, tal disposición po
dría achacarse a un juicio de Dios justo o, al menos, benigno.
Así se podría creer que quienes no conseguirán los bienes eter
nos, que hacen felices, son engañados con los bienes efímeros
y temporales por su malicia o consolados con ellos por la miseri
cordia de Dios, y que quienes no sufrirán los tormentos eternos
son afligidos con los males temporales por sus pecados, por pe
queños que sean, o ejercitados para perfeccionar sus virtudes.
Mas, com o en la actual economía no sólo sufren males los bue
nos y tienen bienes los malos— cosa, al parecer, injusta— , sino
que, además, con frecuencia los malos sufren sus males y los
buenos tienen sus alegrías, los juicios de Dios se tornan más in
escrutables y sus caminos más incomprensibles. Aunque ignore
mos por qué juicio hace o permite Dios esto, El, que es la suma
virtud, la suma sabiduría y la justicia suma, en el cual no hay
debilidad, temeridad ni injusticia alguna, aprendemos con ello
a no sobrestimar los bienes o los males, comunes a los buenos
y a los malos, y a buscar aquellos bienes que son propios de
los buenos y, sobre todo, a huir los males privativos de los ma
los. Y cuando arribemos al juicio de Dios, cuyo tiempo se llama
propiamente día del juicio, y a veces día del Señor, reconoce
remos la justicia de los juicios de Dios, no sólo de los emitidos
entonces, sino también de los emitidos desde el principio y de
los que emitiría hasta ese momento. Allí aparecerá también
por qué justo juicio hace Dios que todos sus justos juicios se
oculten a nuestros sentidos y a nuestra razón, bien que en este
punto no se oculta a la fe de los piadosos que es justo lo que
se oculta.
LIBRO X X I I
C a p ít u l o
X X III
Las miserias propias de los justos
776 Amén de estos males de la vida presente comunes a
buenos y a malos, los justos tienen otros propios y peculiares,
que son la guerra continua contra las pasiones y una vida en
tre riesgos y peligros. Las rebeliones de la carne contra el es
píritu y del espíritu contra la carne son más o menos fuertes,
pero no cesan nunca. Y , no pudiendo hacer nunca lo que que
remos y dar al traste de una vez con la concupiscencia mala,
489
sólo nos resta luchar contra ella, en cuanto esté de nuestra
parte, ayudados de la gracia divina, y vivir en continua vigi
lancia. Ésto hará que la falsa apariencia no nos engañe, que el
discurso artificioso no nos seduzca, que las tinieblas del error
no cieguen nuestro espíritu, que no tomemos lo bueno por
malo o lo malo por bueno. Esto hará que el temor no nos apar
te de hacer lo que debemos, que el deseo no nos lleve a hacer
lo que no debemos, que el sol no se ponga sobre nuestra ira,
que las enemistades no nos induzcan a devolver mal por mal,
que una tristeza excesiva o desordenada no nos ahogue, que no
seamos ingratos por los beneficios recibidos y que los rumores
maléficos no turben nuestra buena conciencia. Esto impedirá
que hagamos juicios temerarios, que seamos susceptibles a lo
que hagan de nosotros, que el pecado reine en nuestro cuerpo
mortal secundando sus deseos, que hagamos de nuestros miem
bros instrumentos de iniquidad para el pecado, que el ojo siga
los deseos desordenados, que nos venza el ansia de venganza,
que detengamos nuestra imaginación en cosas ilícitas. En fin,
esto impedirá que oigamos de buen grado palabras injuriosas
o deshonestas, que hagamos lo ilícito aunque nos agrade, que
esperemos de nuestras propias fuerzas la victoria en esa guerra
tan llena de peligros y de pesares, o que, una vez lograda, la
atribuyamos a nuestro poder y no a la gracia de Aquel de quien
dice el Apóstol: Demos gracias a Dios, que nos ha dado la
victoria por nuestro Señor Jesucristo (1 Cor 15,57). Y en otro
lugar: En medio de todo esto triunfamos por la gracia de aquel
que nos amó (Rom 8,37). Pero no olvidemos que, por más fuer
za y virtud que empleemos en oponernos a los vicios y aunque
triunfemos y los sometamos, mientras estemos en este cuerpo,
no pueden caérsenos de la boca estas palabras por alguna ofensa
hecha a Dios: Perdónanos nuestras deudas (M t 6,12).
Mas en aquel reino en que permaneceremos eternamente,
vestidos de cuerpos inmortales, no libraremos más guerras y
tendremos más deudas, que nunca hubieran existido si nues
tra naturaleza se hubiera mantenido en la rectitud en que fue
creada. Así, este nuestro combate, en el que corremos riesgo
y del que deseamos vernos libres por la victoria final, integra
los males de esta vida, que hemos visto, por las miserias ci
tadas, que está condenada por decreto divino.
490
San Agustín
Cartas
491
CARTAS
C a p ít u l o
XXX
Carta 9
La felicidad eterna de la Ciudad de Dios y el sábado perpetuo
Carta a Nebridio
777 1.
¡Cuánta será la dicha de esa vida, en la que ha
brá desaparecido todo mal, en la que no habrá bien oculto
alguno y en la que no habrá más obra que alabar a Dios, que
será visto en todas las cosas! No sé qué otra cosa va a hacerse
en un lugar donde no se dará ni la pereza ni la indigencia. A
esto me induce el sagrado Cántico, que dice: Bienaventurados
los que moran en tu casa, Señor; por los siglos de los siglos
te alabarán (Sal 83,5).
... El premio de la virtud será el Dador de la misma, que
prometió darse a sí mismo, superior y mayor que el cual no
puede haber nada. ¿Qué significa lo que dijo por el profeta:
Y o seré su Dios y ellos serán mi pueblo (Lev 26,12), sino: Y o
seré el objeto que colmará sus ansias, yo seré cuanto los hombres
pueden honestamente desear: vida, salud, comida, riqueza, glo
ria, honor, paz y todos los bienes? Este es el sentido recto de
aquello del Apóstol: A fin de que Dios sea todo en todas las co
sas (1 Cor 15,28). El será el fin de nuestros deseos, y será visto
sin fin, amado sin hastío y alabado sin cansancio. Este don, este
afecto, esta ocupación, será común a todos com o la vida eterna.
778 ... Sería muy largo tratar ahora al detalle de cada
una de estas edades. Baste decir que la séptima será nuestro
sábado, que no tendrá tarde, que concluirá en el día dominical,
octavo día y día eterno, consagrado por la resurrección de Cris
to y que figura el descanso eterno no sólo del espíritu, sino
también del cuerpo. Allí descansaremos y veremos; veremos y
amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí la esencia del fin
sin fin. Y ¡qué fin más nuestro que arribar al reino que no
tendrá fin!
6. Estoy en que ya he saldado, ayudado por Dios con
esta inmensa obra, la deuda contraída. Quienes con ésta ten
gan poco o demasiado, que me perdonen. Y quienes estén sa
tisfechos, agradecidos, den gracias no a mí, sino a Dios con
migo. Así sea.
777 Bardy, o.c., vol.37 p.708 nt.l.
778 M o r a n , o .c ., II p.783 nt.55.57.
779 3. Opino yo que todo movimiento del alma pro
duce una huella en el cuerpo. Esa huella llega a ser patente
para nuestros sentidos cuando los movimientos del alma son
violentos. ¿N o acaece eso, por ejemplo, en la tristeza y en el
alborozo? Luego es lícito conjeturar que, cuando pensamos
algo, aunque no podamos nosotros descubrir la huella dicha
en nuestro cuerpo, pueden percibirla los espíritus aéreos y eté
reos, cuyo sentido es más agudo y en cuya comparación el
nuestro ni siquiera puede llamarse sentido. La huella, por de
nominarla de algún modo, que los movimientos del alma im
primen en el cuerpo, puede perseverar y formar una com o dis
posición o hábito. A l ser luego removida o tocada a voluntad
de un agente extraño, se producen en nosotros imágenes y en
sueños, y ello se verifica con una misteriosa facilidad.
Es manifiesto que por el ejercicio llega nuestro terreno y
pesado organismo a adquirir habilidades increíbles, tañendo
instrumentos, haciendo volatines y dando espectáculos innume
rables del mismo género. Por lo tanto, no es absurdo que quie
nes poseen un cuerpo aéreo y etéreo para producir huellas en
los cuerpos y penetrarlos de un modo natural, tengan mayor
facilidad para suscitarlas cuando se les antoje. N o lo sentimos
nosotros, pero lo acusamos. Tampoco sentimos cóm o un exceso
de hiel nos arrastra a una ira violenta, y, sin embargo, así es.
Eso, aunque la abundancia de hiel a que me refiero haya sido
producida a su vez por nuestra ira.
780 4. Si no quieres aceptar tan de ligero el símil, me
dítalo con ahínco. Cuando el alma encuentra dificultad habitual
en el ejercicio de sus potencias o en la realización de sus de
seos, aparece habitualmente enojada. Porque, en mi opinión,
la ira no es más que un deseo turbulento de suprimir los obs
táculos que dificultan la acción fácil. He ahí por qué a veces,
cuando estamos escribiendo, nos airamos no sólo con los hom
bres, sino también con la pluma, y la quebramos y chafamos.
El tahúr se enfurece con los dados, el pintor con su pincel, y
cada uno con su instrumento, persuadidos todos de que los ins780
B oyer,
Sant’Agostino p.228s.
San Agustín
492
frumentos crean dificultades. Los médicos mismos afirman que
la ira aumenta la hiel. A l redundar la hiel, nos airamos de nue
vo con mayor facilidad y hasta casi sin motivo. De esta guisa,
lo que el alma produce en el cuerpo con sus movimientos ser
virá luego para conmoverla a ella misma de nuevo ( Obras de
San Agustín V III, BAC, p.49).
Carta
147
Carta a Paulina
C a p ít u l o
II
781 7. ¿Qué diremos? ¿Bastará que digamos que la di
ferencia entre ver y creer consiste en que se ven las cosas pre
sentes y se creen las futuras? Sin duda alguna, con tal que
por cosas presentes entendamos las que se presentan al sentido
del alma o del cuerpo, pues por esa presentación las llamamos
presentes. Así veo esta luz con el sentido corporal, y veo mi
voluntad porque se ofrece a los sentidos del alma y está pre
sente en mi interior. Pero supongamos que uno me indica su
voluntad: aunque sus labios y su voz me son presentes, esa
voluntad se esconde al sentido de mi alma y de mi cuerpo;
por eso creo y no veo. Si pienso que ese sujeto miente, no le
creo aunque diga la realidad. Se creen, pues, las cosas ausen
tes de nuestros sentidos si se estima idóneo el testimonio que
se da sobre ellas. Se ven, en cambio, las cosas que se presentan
a los sentidos del cuerpo o del alma, y por eso se llaman pre
sentes. Cinco sentidos corporales hay: ver, oír, oler, gustar y
tocar. La vista se refiere principalmente a los ojos, aunque a
veces se atribuye a los otros sentidos; así, no sólo decimos:
«Mira cómo brilla», sino también: «Mira cómo suena, mira
cómo huele, mira qué sabor tiene, mira qué caliente está». Aun
que digo que se creen las cosas que están ausentes de nuestros
sentidos, no quedan aquí comprendidas aquellas realidades que
hemos visto con anterioridad y recordamos y estamos ciertos
de que las vimos, aunque no estén presentes cuando las recor
damos. Esas no se cuentan entre las cosas que se creen, sino
entre las que se ven; por eso son conocidas no por la fe que
prestamos a otros sentidos, sino porque recordamos y sabe
mos que sin duda las vimos.
781 B o y e r ,
Sant’Agostino
p .2 0 4 ;
I d .,
La preuve de Dieu,
493
Cartas
en
Essais
p .9 3 .
C a p ít u l o
III
782 8. Nuestra ciencia consta, pues, de cosas vistas y
creídas. Respecto a las cosas que vemos o vimos, nosotros
somos testigos. Respecto a las que creemos, otros testigos nos
mueven a creer, cuando nos dan señales de esas cosas que no
vemos ni recordamos haber visto, mediante palabras, escritos
o cualesquiera documentos; cuando vemos los documentos,
creemos lo que no vimos. Con razón decimos que sabemos no
sólo las cosas que vemos o vimos, sino también aquellas que
creemos porque nos movió a creer un testimonio o testigo idó
neo. Podemos con razón hablar de ciencia cuando creemos algo
con certidumbre; decimos que vemos con la mente esas cosas
que con razón creemos, aunque no estén presentes a nuestros
sentidos. En efecto, la ciencia se atribuye a la mente, mientras
retenga algo que ha percibido y conocido, ya por el sentido
del cuerpo, ya por la misma alma; realmente la fe se ve con
la mente, aunque con la fe se crea lo que no se ve. Por eso el
apóstol Pedro dice: En quien ahora creéis aunque no le veis;
y el mismo Señor: Bienaventurados los que no vieron y cre
yeron.
783 9. Suponte que se le dice a un hombre: «Cree que
Cristo ha resucitado de entre los muertos». Fíjate en lo que
ve y en lo que cree cuando cree y distingue bien ambas cosas.
Ve a un hombre cuya voz oye; esa misma voz es considerada
entre las cosas qué corporalmente se ven, según arriba dijimos.
Aquí tienes dos cosas: un testigo y un testimonio, uno que per
tenece a los ojos y otro a los oídos. Pero quizá la autoridad
de algunos otros testimonios garantizan a este testigo, a saber:
los de la Sagrada Escritura o de cualesquiera otros, y por ellos
se ha movido a prestar fe. Las Escrituras pertenecen a los ob
jetos que se ven con los ojos del cuerpo, si las lee, o con los
oídos, si las oye. Con su mente ve todo lo que entendió que
querían significar los rasgos escritos o los sentidos. V e su mis
ma fe, por la que responde sin dudar que cree. Ve su voluntad,
por la que se apresta a aceptar la religión. Ve también una cier
ta imagen de la misma resurrección, imagen que la forma en su
alma, sin la cual no puede entender lo que se dice que sucedió
corporalmente, se crea o no se crea.
494
Cartas
San Agustín
C a p ít u l o
IV
784 11. Creo que con estos preámbulos habrás recono
cido bien qué es ver, ya sea con los ojos, ya con la mente, y
en qué se distingue de eso el creer. El creer se realiza con la
mente y se ve con la mente, pues nuestra fe queda patente a
nuestra mente, Pero las cosas que con esa fe creemos distan
tanto de la mirada de nuestros ojos, cuanto dista el cuerpo con
que Cristo resucitó, y de la mirada de la mente ajena, cuanto
dista tu fe de la mirada de mi mente; creo que la tienes, aun
que no la veo con el cuerpo, pues ni tú la ves con el cuerpo
ni yo la veo con la mente, como la ves tú; en cambio, veo la
mía, cosa que no puedes hacer tú. Porque nadie sabe lo que se
obra en el hombre sino el espíritu del hombre que en él está,
hasta que venga el Señor e ilumine los secretos de las tinieblas
y manifieste los pensamientos del corazón para que cada cual
vea no tan sólo los propios, sino también los ajenos. Dice el
Apóstol que nadie sabe lo que se obra sino el espíritu del
hombre que en él está, refiriéndose a lo que vemos en nos
otros; pues en cuanto a lo que no vemos y creemos, sabemos
que hay muchos fieles, y muchos fieles nos conocen a nosotros
( Obras de San Agustín X I, BAC, p.205-209).
C arta
166
Carta a Jerónimo
C a p ít u l o
II
785 4. Adelanto mi persuasión de que el alma es tam
bién incorpórea, aunque sea difícil convencer de esto a los tar
dos de ingenio. No quiero promover una controversia superflua ni padecerla con razón: si la realidad es patente, no es
menester discutir sobre palabras. Si se denomina cuerpo toda
substancia, esencia o cualquier otro vocablo más apto que se
emplee, aquello que en algún modo está en sí mismo, el alma
es un cuerpo. Si nos place denominar incorpórea tan sólo a
aquella naturaleza que es sumamente inmutable y está doquier
toda, el alma es un cuerpo. Pero si por cuerpo entendemos lo
que está situado o se mueve en un lugar espacial con longitud,
784
785
C a y r é , Initiation... p.149.219;
G i l s o n , o . c . , p .66 nt.3.
G
il s o n
,
o .c .,
p .66 nt.1-3.
495
latitud y altura, de modo que una parte mayor de él ocupe un
mayor espacio, yyuna parte menor, menor espacio, y sea mayor
el todo que la parte, entonces el alma no es un cuerpo. En
efecto, se extiende por todo el cuerpo que anima, pero no por
difusión local, sin o'por atención vital; está entera en todas
las partículas del cuerpo, no es menor en las menores ni mayor
en las mayores; en ciertas partes está más atenta y en otras
lo está menos, pero en todas y cada una de las partes está
entera. Del mismo modo, siente toda entera lo que siente en
el cuerpo, aunque sea en una parte de él; cuando tocas en un
minúsculo punto de la carne viva, aunque ese punto no sea
el cuerpo entero, sino un punto que apenas se aprecia en el
cuerpo, el alma entera se apercibe de ello; lo que se siente no
recorre el cuerpo entero, sino que se siente tan sólo donde se
excita.
786 ¿Cóm o percibe el alma entera lo que no se ejecuta
en el cuerpo entero sino porque está toda entera en el sitio
en que se toca, sin necesidad de abandonar el resto para estar
entera en ese punto? Gracias a su presencia viven los demás
puntos en que no se tocó. Si la impresión se produce en varias
partes a la vez, el alma entera lo advierte en esas partes varias.
Por lo tanto, no podría estar entera en todas y en cada una
de las partes de su cuerpo a la vez si se extendiese por ellas
como vemos que se extienden los cuerpos por espacios locales,
ocupando con sus partes menores menor espacio y con las ma
yores mayor. Si al alma se le llama cuerpo, no es un cuerpo
como lo son la tierra, el aire, el agua y el éter. Todos ésos son
mayores cuando ocupan mayor espacio y menores cuando ocu
pan menor espacio, y ninguno de ellos está entero en una de
sus partes, sino que las partes del cuerpo corresponden a las
partes del espacio. Ya se diga que es corpórea o incorpórea el
alma, tiene una naturaleza propia, creada de una substancia
más excelente que todos estos elementos de la mole mundana;
no puede en verdad ser representada en alguna de esas fanta
sías de imágenes corporales que percibimos mediante el senti
do carnal, sino que se la entiende con la mente y se la siente
con la vida. No digo todo esto para enseñarte cosas que tú
conoces, sino para formular mi convicción firmísima acerca del
alma. Cuando plantee los problemas, nadie piense que ni la
ciencia ni la fe me dicen nada acerca del alma (Obras de San
Agustín X I, BAC, p.467-469).
D e los nombres divinos
PSEUDÜ-DIONISIO AREOPAGITA
(s. V /V I )
O br as p r in c ip a l e s :
Ilept 0eto>v ¿vojiáTiuv (Sobre los nombres divi
n o s ); Ihpi xr¡; oópavíac kpapylac, ( Sobre la Jerarquía c eleste ); Ilepi
lioa-.txijq (i^oi-oyiaq, (Sobre la mística teología); ’ ExiaToÁaí (Cartas).
E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : Opera S. Dionysii Areopagitae cum scholiis
Saneti Maximi et paraphrasi Pachymerae, a Balthasare C o r d e r i o , S.I.,
latine interpretata et notis theologicis illustrata, I, D e divinis nominibus
(Antwerpiae 1634, texto griego y latino); revisión de ambos por
O P e r a , O .P., en S. Thomae Aquinatis in Librum Beati Dionysii D e
divinis nominibus Expositio (Taurini-Romae 1950); trad. del editor.
Ibid., I, D e mystica Theologia. D e cadesti hierarchia; trad. del editor.
Ibid., I I , Epistolae; trad. del editor.
B i b l i o g r . g e n .: S. T h o m a e A q u i n a t i s in Librum Beati Dionysii «D e
divinis nominibus» E xpositio, cura et studio fr. C e s l a i P e r a , O .P.
(Taurini-Romae 1950); L. R osso, A spetti della problematica di Dionigi
il M istico in S. Tommaso nel pensiero di Ceslao Pera: Aquinas 17 (1974)
403-411; J . S t i g l m a y r , S.J., D es heiligen Dionysius Areopagita angebliche
Schriften iiber «G ottlich en Ñamen» aus den griechischen iibersetzt...
(München 1933) p.5-19 y notas; 189-206 (índice de conceptos); I d ., D ie
beiden Hierarchien: ibid., p .V I II-X X V ; 191 (Bibliogr. p .X X X I I I -X X V );
P. C a r a m e l l o , D e fortuna operum Dionysii Areopagitae apud Occidenta
les usque ad Expositionem S. Thomae in librum «D e divinis nominibus»,
en S. T h o m a e A q u i n a t i s in Librum Beati Dionysii « D e divinis nomini
bus» Expositio, cura et studio fr. C. P e r a (Taurini-Romae 1950) p.X IX X I V ; C . M a z z a n t i n i , D e synthesi doctrinali Dionysii Areopagitae:
ibid., p .X X V -X X X V ; E . v o n I v a n k a , La problèm e des « noms de D ieu»
et de l’ineffabilité divine, selon le Pseudo-Denys l Aréopagite. L ’analisi
del linguaggio teologico: Arch. Filos. 1969 (Padova 1959); C h . Y a n n a RIAS, D e l’absence et de l’inconnaissance de Dieu, d ’après les écrits aréopagites et M. H eidegger (Paris 1971); V . L o s s k y , La théologie negative
dans la doctrine de D enys l’Aréopagite: Rev. se. phil. théol. (1939)
p.209-224.
D E LO S NOM BRES D IV IN O S
C a p ít u lo
I
Fin de este Libro. Qué cosas se han dicho sobre
los nombres divinos
787 § 1. Emprendo ahora, ilustre amigo, después de
los «tratados teológicos», en la medida a mí posible, la ex
posición de los nombres divinos. Y también aquí debemos te787-790 Santo T om ás , In librum B. Dionysii De divinis Nominibus Expo
sitio n.1-39; P era , ibid., p.11-12.
497
ner com o normal la sagrada ley de las Escrituras: que tratemos
de demostrar la\verdad de las cosas que se dicen sobre Dios
«n o por la fuerza\persuasiva de las palabras de la humana sa
biduría» (1 Cor 2,4), sino haciendo ver la fuerza que el Espíritu
inspiró a los teólogo^, y por la cual nos unimos a las realidades
inefables y desconocidas de un modo inefable y desconocido,
con esa unión que supera toda capacidad y poder de nuestro ra
zonamiento o de nuestra intelección. Nunca, pues, hay que te
ner la audacia de decir o de pensar nada de la supersustancial y
oculta Divinidad fuera de lo que se nos ha indicado por dispo
sición divina en los Sagrados Oráculos. Pues a la indemostrabilidad de su supernaturalidad misma, que está sobre toda ra
zón y mente y esencia, es a la que debemos dar el carácter de
ciencia supernatural; aspirando a esa luz inaccesible sólo en el
grado en que se nos comunique ese rayo de las Escrituras que
nos dispone, en virtud de cierta sobriedad y santidad, a con
templar esos resplandores de las realidades divinas.
788 Pues, si hemos de creer a la sapientísima y suma
mente verdadera teología, las cosas divinas se revelan y son
contempladas según la capacidad de cada mente, mientras que
la suma bondad divina, con una justicia saludable, acomoda
su inmensidad a las cosas sujetas a medida con una cierta dig
nidad o elegancia divina, ya que no puede ser comprendida.
Porque, así como las cosas que son objeto de la inteligencia
no se pueden comprender y contemplar a través de las que
son objeto de los sentidos, ni las cosas simples y sin figura
por las que se presentan en formas e imágenes, ni lo incorpó
reo por las figuras corporales, ya que no son accesibles al sen
tido del tacto ni revisten alguna figura ni forma; con la mis
ma razón y verdad esa supersustancial infinitud está sobre to
das las sustancias, y aquella supramental unidad sobre todas
las mentes, y es inescrutable para todo raciocinio ese Uno sobre
todo raciocinio; e inexpresable para toda palabra ese Bien so
bre toda palabra, unidad generadora de toda unidad, y sustan
cia sobre toda sustancia, y mente inaccesible a la inteligencia,
razón inefable, sin razón, sin inteligencia, sin nombre, sin se
mejanza con nada; ella es la causa de que todas las cosas exis
tan, pero ella misma no es, ya que se halla por encima de
todo lo que es, y como ella podría decir de sí misma con pro
piedad y con perfecto conocimiento.
789 § 2. De esta supersustancial y oculta divinidad no
se ha de tener, pues, la presunción, como hemos dicho, no ya
Pseudo-Dionisio Areopagita
498
D e los nombres divinos
sólo de decir, pero ni de pensar siquiera algo fuera de lo que
por disposición divina se nos ha declarado en la Sagrada Es
critura; pues, com o ella misma se dignó manifestar, la ciencia
y la contemplación de ella es inaccesible a todas las sustancias,
como segregada que está superesencialmente en todas ellas. Y
hay un gran número de teólogos que no sólo la han exaltado
porque escapa a nuestro conocimiento y capacidad, sino tam
bién porque no se la puede indagar ni investigar, porque— di
cen— no hay ninguna huella que nos lleve a su secretísima in
finidad.
790 Sin embargo, no se puede decir que haya cosa alguna
de las que son, que se haya quedado sin su participación de
su bondad, ya que a cada una benignamente atempera de con
tinuo ese rayo supersustancial con congruas iluminaciones. Y
eleva en la medida posible a la contemplación y comunión y se
mejanza con El, a los espíritus rectos que se afanan, cuanto
pueden, por El, con tal que no presuman con insolencia el
elevarse más arriba de lo que la divina ilustración les comu
nica según su capacidad; ni se precipiten a la ruina con per
versa inclinación, sino que se ayuden con la mirada constante
y fija en el rayo que les ilumina, y con un amor proporcio
nado a las iluminaciones que les han sido otorgadas, con un
santo temor, modesta y piadosamente alcen el vuelo hacia
arriba.
791 § 5. Por lo demás, si es verdad que trasciende todo
lenguaje y todo conocimiento, y que está sobre toda mente
y esencia, com o quien abarca y abraza todo, y lo contiene de
antemano, y aunque no se le puede captar, ya que no es ob
jeto de los sentidos, ni hay imagen de El, ni opinión, ni nom
bre, ni lenguaje, ni tacto, ni conocimiento, ¿cóm o podremos
tejer un tratado sobre los Nombres divinos, cuando hemos
declarado que tal divinidad, como es superior a toda esencia,
así también lo es a todo nombre y apelación? Cierto que,
como hemos dicho en la exposición de las Descripciones teo
lógicas, no podemos ni expresar con palabras ni alcanzar con
el pensamiento a ese ser uno, desconocido, sobre toda sustan
cia, el Bien en sí mismo, que existe, digo la trina unidad, a la
vez Dios, a la vez bueno. Pero aun las uniones correspondien
tes a las virtudes celestes, llámeselas «immissiones» o «receptiones», con esa desconocida y deslumbradora bondad, son ine
fables y desconocidas, y se hallan sólo en aquellos que fueron
7 9 1 -7 9 5 S a n t o
T
om ás,
o .c .,
n .7 6 -8 4 ;
P era,
i b id .,
p .3 2 -3 3 .
499
dignos de recibir a una con los ángeles conocimiento supraangélico. Hechas así las mentes deiformes y unidas con Dios
a imitación, cuanto es posible, de los ángeles (ya que por me
dio de la suspensión de toda operación mental se realiza la
unión de tales almas deificadas con la suprema luz de Dios),
hacen de El la alabanza más propia de El, por la negación de
todas las cosas, enseñadas sobrenaturalmente por aquella ilu
minación que se les viene de esa felicísima unión con Dios, de
que Dios es la causa de todas las cosas, pero no es ninguna
de ellas, sino que está segregado superesencialmente de todo.
792 A esa divina más que sustancia, sea lo que sea esa
más que esencia de la bondad, que está sobre la bondad, nadie
que sea amante de la verdad que está sobre toda verdad, puede
celebrarla y exaltarla com o razón, o como potencia, o como
mente, o como sustancia, o com o vida: más bien, hay que ala
barla com o alejada en grado sumo de todo hábito, movimien
to, vida, imaginación, opinión, nombre, lenguaje, pensamiento,
inteligencia, sustancia, estado, fundamento, unión, fin, inmen
sidad; de todo, en fin, cuanto es. Pero com o la divinidad mis
ma, por el mismo hecho de ser, es causa de todas las cosas,
debe por eso su providencia, principio de todos los bienes, ser
alabada por todos los seres por ella causados. T odo, en efecto,
está en torno a ella y por ella, y ella es antes que todas las
cosas, y todas tienen consistencia en ella, y el ser ella produ
ce todas las cosas, y las hace existir, y todas tienden hacia
ella: los seres espirituales y racionales, intelectualmente; los
inmediatamente inferiores a éstos, sensiblemente; los demás,
o por el movimiento vital, o por coaptación por su sustancia
misma, o por su hábito.
793 § 6. Sabiendo esto los teólogos, celebran a Dios,
va como carente de todo nombre, ya com o nombrable con todo
nombre. Como carente de nombre, como cuando dicen que
Dios mismo, en una de las visiones místicas de la aparición
sensible, reprendió al que le preguntaba: «¿Cuál es tu nom
b re?» (Gén 32,27), y, com o queriéndole hacer renunciar a todo
nombre divino, le dijo: «¿P o r qué no me preguntas sobre mi
nombre? El es «Admirable» (Gén 32,29). ¿O es que no es ver
daderamente un nombre admirable, «el nombre que está sobre
todo nombre, el que carece de nombre, el que se halla elevado
sobre todo nombre que nombrarse pueda, ya en este mundo, ya
en el futuro»? (Ef 1,21).
500
D e los nombres divinos
Pseudo-Dionisio Areopagita
794 Y le hacen tener muchos nombres, como cuando in
troducen a Dios diciendo: «Y o soy el que soy» (Ex 3,14); la
vida, la luz, Dios, la verdad; y cuando los sabios alaban a Dios
creador de todas las cosas, tomando pie de sus efectos, como
bueno, como hermoso, como sabio, com o amado, como Dios de
los dioses y Señor de los señores, y Santo de los santos, como
eterno, com o el que es, com o el autor de los siglos, como dis
pensador de la vida, como sabiduría, com o mente, com o Ver
bo, como conocedor, como poseedor en grado sumo de todos
los tesoros de toda ciencia, com o potencia, como potente, como
Rey de los reyes, com o el antiguo en días, como el que no en
vejece, como inimitable, como salud, com o justicia, com o san
tificación, como redención, como el que supera toda grandeza,
como el que se deja oír en la leve aura. Y dicen que El está
en las mentes, y en las almas, y en los cuerpos, y en el cielo,
y en la tierra, y, sin embargo, él mismo en él mismo, en el
mundo, en torno al mundo, sobre el mundo, supraceleste, suprasustancia, sol, estrella, fuego, agua, espíritu, rocío, nube,
piedra, roca, todo lo que es, y nada de lo que es.
795 § 7. Así, pues, al que es causa de todas las cosas
y está sobre todas ellas, le cuadra el carecer de nombre, y, a
su vez, le cuadran todos los nombres de todas las cosas, para
que resulte perfecto un reino de la universalidad de las cosas,
y todas las cosas estén en torno a El, y todas dependen de El,
como de su causa, principio y fin, y El sea, como dice la Es
critura, «todo en tod o» (1 Cor 15,28), y sea ensalzado con toda
verdad, com o el que crea todas las cosas, com o el que las incoa,
las perfecciona y com o su defensa y su sustento, congregando a
sí todas las cosas, con una unidad invicta y excelente; pues no
es sólo causa de la preservación en el ser de todo y de la vida
y de la perfección, de suerte que por eso o por otra providencia
o casualidad se 1® llame bondad que supera todo nombre, sino
que contuvo de antemano en sí simplemente y sin límites todas
las cosas con las perfecciones de su providencia, causa única
de todas las cosas, y es nombrada y alabada adecuadamente
con los nombres de todas ellas.
501
C a p ít u l o II
Sobre la teología común y distinta. En qué consiste la unidad
y la distinción en Dios
796 § 3. Los nombres comunes a toda la divinidad son,
pues, com o hemos demostrado prolijamente en las «Exposicio
nes teológicas» por las Sagradas Escrituras: superbueno, superDios, supersustancia, superviviente, supersapiente, y todos los
que resultan negativos por la sobreabundancia. Entre ellos hay
que contar los que son del orden de la causalidad: bueno, her
moso, existente, vivificante, sapiente, y cuantos dones suyos
dicen bien con su bondad, de los cuales toma el nombre de
causa de todos los bienes... Los nombres no comunes son el
nombre supersustancial del Padre y su realidad, y el del H ijo,
y el del Espíritu Santo, sin que haya ningún intercambio ni
comunicación entre dichos nombres. Es también especial y dis
tinta, perfecta, como la nuestra, e inmutable la esencia de Je
sús, y todos los misterios sustanciales de su humanidad...
797 § 5. Estas son, pues, la unidad y la distinción que
hay en aquella inefable unión y esencia...
798 § 11. Pero basta de esto. Sigamos ahora con el
intento de nuestro estudio, explicando, en cuanto podamos,
los nombres comunes y unificados de la divina distinción. Y
para preparar la explicación cabal de cuanto se ha de decir
después, declaramos que la distinción divina es, com o ya hemos
dicho, las procesiones de Dios dignas de su bondad; al impar
tir y difundir con profusión en todas las cosas participacio
nes de todos los bienes, se divide quedando una y se amplifica
sin dejar de ser única, y de una que es, se multiplica, pero sin
perder la unidad. Por ejemplo, por ser Dios superesencialmente esencia y producir y hacer existir a todas las sustancias, por
eso se dice que se multiplica eso que es uno, al derivarse de
El muchas entidades; pero en sí mismo permanece en medio
de la multiplicación uno, y en la procesión unido, y en la dis
tinción perfecto, y ello, porque se halla superesencialmente
elevado sobre todas las esencias, tanto en la singular produc
ción de todas las cosas com o en la difusión sin merma de sus
comunicaciones inagotables.
796 S a n t o
797 S a n t o
798 S a n t o
T om ás,
T om ás,
o .c .,
o .c .,
T om ás,
o .c .,
n .1 26-127 ; P e r a , o . c . , p .4 1 -4 2 .
n .1 5 6 ; P e r a , i b i d . , p .4 8 -4 9 .
n .2 0 8 -2 1 7 ; P e r a , i b i d . , p .6 9 -7 0 .
Pseudo-Dionisio Areopagita
D e los nombres divinos
799 Es más, siendo El algo uno, y haciendo partícipe de
su unidad a cada parte y a cada todo, al uno y a la multitud,
aun así permanece uno supersustancialmente, ya que ni es par
te de la multitud, ni es un todo que consta de partes; pues
no es de ese modo uno, ni participa así de lo uno y tiene uni
dad; sino que es uno de una manera muy distinta de ésas; es
superuno, que confiere unidad a las cosas, y es una multitud
indivisa, sobreabundancia inagotable, que produce y perfeccio
na y abarca todo uno y toda multitud. Más aún: al hacerse
muchos dioses, según la capacidad de cada uno, gracias a su
liberalidad deificante, parece, y aun así se dice, la división y
multiplicación de un Dios, pero, sin embargo, El es el prin
cipio de tal divinidad y el Dios eminentemente y el único Dios
superesencialmente, indiviso en las cosas divididas, uno en sí,
y en medio de esa multitud ni mezclado ni multiplicado...
y son iluminados por las razones propias de las cosas y, a su
vez, difunden sus dones a los seres que les son afines...
502
C a p ít u l o IV
Sobre el Bien, la Luz, la Belleza, el Amor, el Extasis, el Celo.
El mal, ni es algo existente, ni algo que provenga de lo
inexistente, ni está en los seres que existen
800 § 1. Vengamos ya ahora al nombre mismo del Bien
que los teólogos dan a la divinidad con preferencia a todos los
demás, llamando, según pienso, bondad a la suprema deidad,
y porque Dios es bueno por su esencia de tal suerte, que,
como bien sustancial, comunica la bondad a todas las cosas.
Pues así como este sol nuestro ilumina a todos los objetos que
de algún modo son capaces de recibir su luz, no por el pensa
miento o por la voluntad, sino por el solo hecho de ser él, de
la misma manera el Bien mismo (que supera al sol como la
visión directa a la imagen oscura), difunde por su sustancia
misma los rayos de toda su bondad a todas las cosas, según
la capacidad de cada una de ellas. Por la fuerza de esos rayos
tienen su consistencia todas las sustancias inteligibles e inte
lectuales, y toda fuerza y acción; por ellos existen y tienen vida
sempiterna e indeficiente, inmunes de toda corrupción y muer
te, y de toda materia y generación, y preservadas del cambio
inestable y tornadizo, que toma mil direcciones en un sentido
y en otro; y son entendidas, com o incorpóreas e inmateriales
que son, y com o mentes elevadas sobre el mundo entienden
800 San to
T
o m ás,
o . c .,
p .2 6 1 -2 8 0 ;
P era,
ib id .,
p ’9 1 -9 2 .
503
801 § 4. ¿Y qué decir del rayo mismo del sol? La luz,
en efecto, procede del Sumo Bien, y es una imagen de la bon
dad. Por eso se celebra al Bien con el nombre de «lu z», como
ejemplar que reproduce la imagen. Pues así com o la bondad
de la divinidad que está por encima de todas las cosas, se di
funde desde las más altas y excelentes sustancias hasta las ín
fimas, y, sin embargo, todavía está por encima de todas ellas,
de suerte que ni las superiores llegan a alcanzar su excelencia
ni las inferiores se salen de su ámbito, sino que más bien ilu
mina todo lo que es capaz de recibir su luz, y crea, y da vida,
y contiene, y perfecciona, y es la medida de todos los seres, y
su evo, y número, y orden, y conjunto, y causa, y fin, así
también este sol inmenso, todo resplandor y luz perenne, es
imagen que refleja la divina bondad, en cuanto que la más mí
nima porción de bien que hay en El resuena a distancias enor
mes e ilumina a todos los objetos que son capaces de recibir
su luz, y tiene una luz que se difunde desde arriba y que mul
tiplica el resplandor de sus rayos en todo el mundo visible,
superior e inferior; y si hay algo que no participa de él, ello
no se debe a la debilidad o exigüidad de la potencia de ilumi
nar, sino, más bien, al objeto mismo, que no se halla prepa
rado para la participación de la luz, por no ser idóneo para
recibirla...
802 § 5. Pero de estas cosas ya hemos tratado en la
Symbolica Theologia. Ahora debemos celebrar el nombre que
se da al Bien de «lu z» en su sentido espiritual, y hacer ver
que el que es bueno es llamado luz intelectual, porque llena
a todo espíritu celeste de luz intelectual, y expulsa toda igno
rancia y error de todos los espíritus donde se hallan, y les co
munica una luz santa, y purifica y limpia los ojos de su mente
de la niebla que difunde la ignorancia, y excita y abre a los
que están oprimidos o cerrados por densas tinieblas, y conce
de, primero, un esplendor moderado, después, com o degus
tando ya los ojos el placer de la luz, y deseándola ya más ar
dientemente, se da más, y refulge con mas resplandores, por
que amaron mucho, y siempre los eleva más proporcionalmen
te al deseo que ellos muestran de dirigir la mirada hacia arriba.
801 S a n t o T o m á s , o . c . , n .3 0 4 -3 2 0 ;
802 S a n t o T o m á s , o . c . , n .3 2 1 -3 3 0 ;
p .9 2 -9 4 ;
P era,
ib id .,
P era,
i b i d . , p .109-110.
104-105.
D e los nombres divinos
803 § 6. Se llama, pues, luz intelectual a aquel Bien
que está sobre toda luz, como foco que irradia y efusión de
luz que inunda toda mente que está sobre el mundo y en torno
al mundo y en el mundo, iluminándolas con su plenitud, y re
nueva todas sus facultades de entender, y las contiene a todas,
puesto que se extiende sobre todas; más excelente que todas
ellas, puesto que está por encima de todas. En una palabra, el
primero y más potente foco de luz encierra en sí y posee de
antemano y eminentemente todo principio de iluminar y con
grega en uno a todos los seres que tienen razón y mente.
804 § 7. También es celebrado este Bien por los teó
logos como bello, y com o belleza, y como amor, y como ama
ble, y con cuantos nombres se designa dignamente ese aspecto
y causa amable de belleza.
Pero a lo bello y a la belleza no hay que separarlos en la
causa que abarca en uno todas las cosas. En efecto, dividiendo
com o dividimos esos dos términos en todas las cosas en parti
cipaciones y participantes, llamamos bello a lo que participa
de la belleza, y belleza, a la participación de la causa que hace
todas las cosas bellas, y a lo bello superesencial lo llama
mos, sí, belleza, en razón de esa belleza que comunica a to
das las cosas según la capacidad de cada uno, en cuanto que
es causa de toda proporción y esplendor, al difundir en to
das las cosas a modo de luz las irradiaciones de su rayo ori
ginario engendradoras de belleza, llamándolos a sí; por eso
se llama xálXot; = belleza, y recoge a todo en todo en sí mis
ma. Y se le llama bello, porque es de todo en todo bello y más
que bello, porque siempre se mantiene bello en el mismo as
pecto y de la misma manera; porque no ha sido hecho, ni
conocerá destrucción, porque no aumenta ni decrece, ni es
bello en una parte y feo en otra, o unas veces bello y otras
no, ni para esto bello y para esto otro feo; ni aquí así y allí
de otra manera, ni para unos bello y para otros deforme, sino
porque, manteniéndose bello siempre él en sí mismo y unifor
me consigo mismo, precontiene en sí eminentemente la belle
za, hontanar de todas las cosas bellas. Pues en esa naturaleza
misma simple y sobrenatural preexisten por igual com o en su
causa toda la belleza de cuanto es bello y toda cosa bella.
805 De este mismo bello se les viene a las cosas el ser
bellas, cada una según su modo de ser, y a El se deben todas
803 S a n t o T o m á s , o . c . , n .3 3 1 -3 3 2 ;
804 Santo T om ás , o .c ., n .3 3 3 -3 6 7 ;
o .c .,
505
Pseudo-Dionisio Areopagita
504
p.XVII.
P e r a , ib id .,
P e r a , ibid.,
p. 109-110.
p.115.116.119;
C a r a m e llo ,
las armonías y amistades y comunicaciones; y El aglutina to
das las cosas; y la belleza es principio de todas las cosas, como
causa eficiente y movente, y que da consistencia a todas por
el amor de la propia belleza, y com o fin de todas las cosas, y
como lo que se desea como causa final (pues todo se hace por
amor a la belleza); es también causa ejemplar, ya que confor
me a ella todas las cosas se delimitan. Por eso, son lo mismo
el Bien que la Belleza, ya que todas las cosas, en todo orden
de causalidad, apetecen la belleza y el bien, y nada hay en la
naturaleza que no participe de la belleza y del bien. Aun me
atrevería a decir que lo que no es, participa de la belleza y del
bien; pues cuando Dios es celebrado com o supersustancia, por
negación de todo predicado, aparece en El la belleza y el bien.
Por fin, esta belleza y bien es la causa singular de todas las
cosas bellas y buenas. De él provienen todas las existencias
sustanciales de todas las cosas, las uniones, las distinciones, las
identidades, las diversidades, las alianzas de los contrarios, las
uniones de las cosas sin confundirse, las previsiones de los se
res superiores, las asociaciones de las cosas que son del njismo
orden, el recurso de los inferiores (a los superiores), y la per
manencia y firmeza con que cada ser se conserva y mantiene
inmutable...
806 § 10. La causa, pues, y conservación y fin de to
dos esos tres movimientos, así como de los sensibles que tie
nen lugar en la totalidad de las cosas es ese Bien bello que tras
ciende todo estado y movimiento, por el cual y del cual y
hacia el cual y por amor del cual tiene existencia todo estado
y movimiento. De El y por El existe toda sustancia y toda
vida, tanto de la mente como del alma; de El también todas
las porciones mínimas de la naturaleza, igualdades, las grandes
proporciones, las medidas de todas las cosas, y sus proporcio
nes, sus armonías y combinaciones, las totalidades, las partes,
todo uno, y la multitud, las uniones de las partes, todas las
asociaciones de las multitudes, las perfecciones de los seres ín
tegros, la cualidad, la cuantidad, lo grande o lo pequeño, lo
infinito, las comparaciones, las separaciones, toda infinitud,
todo fin, las limitaciones, los órdenes, las excelencias, los ele
mentos, las formas, toda sustancia, toda facultad o potencia,
toda acción, todo hábito, todo sentido, toda razón, toda inte
ligencia, todo tacto, toda ciencia, toda conjunción, y, en una
palabra, todo lo que existe por la belleza y la bondad, existe
80 6 S a n t o
T
om ás,
o .c .,
n .3 8 0 -4 0 9 ;
P era,
ib id .,
p . 138 -14 0,
D e los nombres divinos
Pseudo-Dionisio Areopagita
506
en la belleza y en la bondad, y a la belleza y a la bondad se
vuelve. Y cuanto existe y se hace, por la belleza existe y se
hace, y por ella es movido y conservado, y por su amor y por
ella y en ella es todo principio ejemplar, final, eficiente, for
mal, material; y, por fin, todo principio, toda conservación,
todo fin, y, por resumirlo todo, cuanto existe, existe por la
belleza y el bien, y cuanto no existe, existe supersustancialmente en la belleza y en el bien. El es el principio, sobre todo
principio, de todas las cosas, el fin sobre toda perfección:
porque «todo de El, por El y a E l» (Rom 11,36), como dice la
Escritura.
807 Para todos los seres es, pues, objeto de deseo y de
amor la belleza y el bien, y de todos es amado; y por él y por
su causa los seres inferiores aman a los superiores, volviéndose
a ellos, y los que son del mismo orden, aman a sus semejantes,
comunicándose mutuamente; y los mayores a los menores, mi
rando por ellos, y cada cual a sí mismo, conservándose, y todos,
cuanto hacen y desean, lo hacen y desean deseando la belleza
y el bien.
808 Más aún, de ahí podemos tomar pie para atrevernos
a decir con verdad que El, que es la causa de todas las cosas,
por la excelencia de su bondad, las ama a todas, a todas las
hace, y a todas perfecciona, todas las contiene en sí y a sí las
atrae; y que el amor divino es bueno por la bondad del bien.
Pues ese amor mismo divino, que produce la bondad en los
seres existentes, como existió antes en el bien de manera emi
nente, no consintió que quedase en sí mismo infecundo, sino
que lo movió a obrar conforme a la excelencia de su omnipo
tencia creadora de todas las cosas...
809 § 30. Resumiendo, diremos que el bien viene de
una causa íntegra, y el mal, de muchos defectos parciales.
Dios conoce al mal en cuanto bien y en El las causas de los
males son fuerzas que producen el bien. Y si el mal es eterno,
y crea, y tiene poder, y existe, y obra, ¿de dónde le viene
todo eso? ¿Del bien? ¿Del bien proveniente del mal? ¿O es
que a cada uno le viene todo eso de distinta causa? T odo lo
que existe naturalmente, procede de una determinada causa:
si el mal carece de causa y de determinación, no tiene existen807 S a n t o T o m á s , o . c . , n .403-407 .
808 S a n t o T o m á s , o . c . , n .409.
809-812 P e r a , o . c . , p .216-219 .
809
S a n to
T om ás,
o .c .,
n-570-578.
507
cia natural, pues nada hay en la naturaleza que sea contra la
naturaleza, y el arte no conoce com o principio obrar sin arte.
¿Será el alma causa de los males, como el fuego, v.gr., lo es
del calor, y que todo lo que toca lo llena de malicia? ¿O es
más bien buena la naturaleza del alma, pero, en sus acciones,
en unas se comporta de una manera, y en otras, de otra? Si
ya por su naturaleza aun su ser es malo, ¿de dónde le vino
ese ser? ¿De la causa universal buena de todas las cosas? Pero
si proviene de ella, ¿cóm o resulta un mal natural, cuando to
dos sus efectos son buenos? Y si es mala por sus acciones,
tampoco eso es inmutable: si no, ¿de dónde le vienen las vir
tudes, a menos que haya sido creada ya buena? La conclusión
que queda es, por tanto, que el mal es una cierta debilidad,
y una defección del bien.
810 § 31. La causa de los bienes es una sola. Si el
mal es contrario del bien, las causas del mal son muchas; pero
no producen los males los principios y fuerzas, sino la impo
tencia y la debilidad y una cierta inadecuada mezcla de cosas
desemejantes. Los males ni son inmutables ni se mantienen
siempre en un mismo estado, sino que no tienen límites ni
configuraciones determinadas, y por eso andan vagando de mil
formas de unas cosas a otras, en número infinito. También hay
que decir que el principio y el fin de todos los males es el
bien; pues por causa del bien existe todo, tanto lo bueno
como lo malo, ya que el mal lo hacemos aun por el deseo del
bien; así que el mal no tiene subsistencia sustancial, sino una
apariencia de ella, pues se hace en atención al bien, y no a sí
propio.
811 § 32. A l mal hay que asignar una existencia acci
dental, por otra cosa, y no por principio propio, de suerte que,
cuando se hace, parece algo recto, porque se hace en atención
al bien, pero, en realidad, no es recto, ya que estamos esti
mando como bueno lo que en realidad no lo es. Y ya hemos
demostrado que son objetos distintos el que se quiere y el
que de hecho se hace. El mal, pues, es algo extraño al camino
que se lleva, a la intención, a la naturaleza, a la causa, al prin
cipio, al fin, a la voluntad, a la sustancia.
El mal, es, pues, privación y defecto, y debilidad, y des
proporción, y error, y frustración del objetivo, de la belleza,
de vida, de inteligencia, de razón, de perfección, de causa;
810 S a n t o
811 S a n t o
T om ás,
T om ás,
o .c .,
o .c .,
n .579.
n .580-589 .
Pseudo-Dionisio Areopagita
D e los nombres divinos
es algo no terminado, estéril, inerte, débil, confuso, deseme
jante, indefinido, tenebroso, sin estado, y no existe en modo
alguno, en ningún sitio, es una pura nada.
extiende a todas las cosas que son, y domina el orden de las
esencias. Y el nombre de «vida» se extiende a todos los vi
vientes, y está sobre todos ellos. El nombre de «sabiduría»
atribuido a Dios, se extiende a todos los seres que entienden,
razonan, sienten, y está sobre todos ellos.
508
812 ¿Cómo podrá algo el mal mezclándose con el bien?
Porque lo que no participa en absoluto del bien, ni es algo,
ni puede cosa alguna. Pues el bien es lo que es, y objeto del
deseo, y poderoso y eficaz, ¿cómo podrá algo lo que es con
trario al bien, careciendo de esencia, y de voluntad, y de po
der, y de autoridad?
No todas las cosas ni en todos los aspectos son malas para
todos. El mal para el demonio está en que se apartó de la
condición de espíritu bueno; para el alma, en que se aparta
de la razón; para el cuerpo, en que se aparta de la natu
raleza.
§ 33. ¿Cómo, existiendo la Providencia, hay males? El
mal, como tal, ni es una realidad, ni está en las cosas. Ninguna
cosa escapa a la Providencia, ni hay mal que no esté mezclado
con el bien. Si, pues, ninguna cosa se ve sin ningún bien, y el
mal es defecto del bien, no estando ninguna cosa privada del
todo del bien, también será verdad que en todas las cosas exis
tentes interviene la Providencia y que nada hay a lo que no se
extienda.
C a p ít u l o V
Sobre el ente, y sobre las ideas ejemplares
813 § 1. Tenemos que pasar ahora a hablar de la de
nominación teológica del ente existente verdaderamente. Pero
sólo se extenderá nuestra exposición tanto cuanto lo exija el
intento que nos hemos propuesto; éste no es el explicar la
sustancia que es más que sustancia, precisamente en cuanto que
es más que sustancia (pues eso es inefable y desconocido y no
se puede expresar, y supera aun la misma unión con Dios);
nuestro intento es, más bien, el celebrar el proceso de la sus
tancia deificante y principio de toda sustancia, en todos los
seres. El nombre de Bien aplicado a Dios declara todos los
procesos que parten del Autor de todas las cosas, y tal apela
ción tomada del bien se extiende tanto a las cosas que son
com o a las que no son, y está por encima de todo lo que es
y de todo lo que no es. En cambio, el nombre de «ente» se
812 Santo T om ás , o .c ., n .591-592 .
813 S a n t o T o m á s , o . c . , n .6 0 6 .6 1 0 ;
P era ,
íb id ., p .2 3 8 -2 3 9 .
509
814 § 2. Estos nombres, pues, de Dios, que manifies
tan los modos de la Providencia, es nuestro intento celebrar:
pues no nos proponemos analizar y poner a la luz la bondad
y esencia superesencial de la divinidad, ella misma superesencia, y su vida, y su sabiduría, que tiene su sede, com o enseña
la Escritura, sobre toda bondad y divinidad, y esencia, y sabi
duría, y vida; más bien, nuestro tratado quiere celebrar la Pro
videncia en su aparición y difusión de bienes, y la bondad emi
nente y causa de todos los bienes, y alabarla como existente,
y vida y sabiduría, y como autora y causa de la sustancia y de
la vida, que dispensa sabiduría a los seres que participan de la
sustancia, y de la vida, y de la mente, y de la razón, y de los
sentidos. No sostiene (este tratado nuestro) que son algo dis
tinto el bien y el ente, o la vida y la sabiduría, ni que hay
muchas causas y otras divinidades superiores e inferiores, crea
doras de otros seres, sino sólo las emanaciones universales del
bien del único Dios y los nombres que hemos citado; y que
hay uno que declara toda la Providencia del único Dios; y
que hay otros que manifiestan los modos más o menos gene
rales de la Providencia.
815 § 3. Pero dirá alguno: Teniendo el ente mayor ex
tensión que la vida, y la vida mayor que la sabiduría, ¿por qué
son superiores los vivientes a los entes, y los sensitivos a los
vivientes, y a éstos los racionales, y a los racionales los espí
ritus, que están en torno a Dios y le son más próximos? Pues
parecería cosa puesta en razón que los que participan mayores
dones de Dios, superen también y sean más excelentes que los
demás. Esta objeción tendría razón en la suposición de que los
seres espirituales carecen de entidad y de vida; pero como
los divinos espíritus superan a todos los demás por su enti
dad, y gozan de una vida más excelente que los demás vivien
tes, y entienden y conocen de manera superior a la de la ra
zón y de los sentidos, y desean con más intensidad y participan
en mayor grado que todos los seres de la belleza y del bien,
814-818 P e r a , o . c . , p.238-241 .
814 S a n t o T o m á s , o . c . , n .610-613 .
815 S a n t o T o m á s , o . c . , n .614-617 .
Pseudo-Dionisio Areopagita
D e los nombres divinos
se hallan precisamente más próximos al Bien cuanto más es
pléndidamente han participado de él y han recibido mayor nú
mero de dones y más excelentes; así como también los racio
nales aventajan a los sensitivos cuanto mayor es la fuerza de
razón que poseen, com o los sensitivos el poder de sentir, y los
demás, la vida.
Y se puede asentar, creo, esta verdad: que los seres que
participan en mayor grado de los dones infinitos del Dios úni
co, se hallan más próximos a El, y son más divinos que aque
llos que en eso se hallan en situación de inferioridad.
existe antes, existe, es pensado, es conservado. Y antes de las
demás participaciones de El se propuso al ser mismo, y el ser
en sí es anterior en dignidad al ser por sí vida, y a la sabiduría
en sí, y a la semejanza divina en sí; y cuantos principios son
participados por las cosas, ellos mismos, antes de esa partici
pación que sufren, participan del ser, o mejor, todos esos prin
cipios en todo lo que son, y participados, como son, por las
cosas, participan del mismo ser-en-sí y no hay ninguna cosa
de la cual el mismo ser-en-sí no sea la esencia y el evo.
510
816 § 4. Y puesto que hemos hablado ya también de
eso, dediquémonos ahora a celebrar el Bien, com o verdadera
mente existente y causa de las sustancias de todas las cosas.
«E l que es» existe com o causa sustancial supernatural de toda
esencia posible, y es el productor del ente, de la existencia, de
la persona, de la naturaleza; principio y medida de los siglos
y entidad de los tiempos, y siglo de las cosas que son, y tiem
po de las cosas que son hechas; el ser, para aquellas cosas que
de algún modo son; generación, para cuantas son generadas.
Del que es, procede el evo, y la sustancia, y la existencia, y el
tiempo, y la generación, y lo que se engendra. El es cuanto
hay en las cosas que existen y lo que de cualquier modo está
en otro o existe por sí. Pues Dios no es ente de cualquier
modo, sino que abarca en sí y precontiene simple e infinita
mente todo el ser; por lo cual, también se le llama Rey de los
siglos, como en quien y en el seno de quien está y tiene con
sistencia todo ser, y com o quien ni era, ni será, ni fue hecho,
ni es hecho, ni será hecho; más aún, ni es; sino que El es más
bien el ser para las cosas; y no sólo las cosas que son, sino el
ser mismo de las cosas proviene del que existe antes de los
siglos. El es, en efecto, el evo de los evos, existente antes de
todo evo.
817 § 5. Repitámoslo una vez más: a todas las cosas
y a los evos les viene el existir de aquel que preexiste. Todo
tiempo y todo evo de El viene; y el principio y causa de todo
evo y de todo tiempo y de todo ser es aquel que preexiste.
Todas las cosas participan de El y El no se retira de ninguna.
El es anterior a todas las cosas, en El tienen consistencia, y en
una palabra, si algo de cualquiera manera existe, en El, que
816 S a n t o T o m á s , o . c . , n .618-630 .
817 S a n t o T o m á s , o . c . , n .6 3 1 -6 3 2 ; G .
p .l2 0 s .
C a ffa r e n a ,
Metafísica trascendental
511
818 Siendo, pues, Dios, como es, conforme a toda razón,
más excelso que todas las demás cosas, se le celebra como
ente por el más noble de sus dones, ya que El posee antes y de
manera más perfecta el ser más excelente, e hizo existir así a
lo que es, digo al ser en sí, y, por medio de él, dio existencia
a cuanto de cualquier modo existe. Los principios de las cosas,
todos ellos participan del ser, y así, primero son, y después sus
principios...
819 § 8. Las primeras participaciones del ser mismo las
distribuye entre aquellas esencias más nobles que las Escritu
ras denominan «eternas», pero el ser mismo de todas las co
sas nunca perece; si bien ese mismo ser viene de Aquel que
existe anteriormente: de El es el ser, y no El del ser; y en El
está el ser, y no El en el ser; el ser lo tiene (com o participado)
a El, pero El no tiene al ser. El es el evo, y el principio y la
medida, ya que El existe antes del ente y del evo, com o prin
cipio sustantificante y medio y fin de todas las cosas. Y por
eso, a El, que preexiste en el pleno sentido de la palabra, las
Escrituras lo multiplican en la representación intelectual de
todas las cosas, y acertadamente a propósito de El se dice que
«era» y «es» y «será» y también «ha sido hecho» o «se hace»
y «se hará»; pues todas esas expresiones significan para los
que saben pensar bien de Dios, que El existe conforme a todos
los sentidos, supersustancialmente y causa de cuantos seres se
hacen de cualquiera manera. Pues su condición no es ser esto,
y aquello otro no; ni ser de este modo, y de aquel otro modo
no; sino que, más bien, es todas las cosas, com o autor de
todas ellas, y como conteniendo y previniendo en sí todos los
principios y todos los términos de las cosas; y se halla sobre
todas las cosas, ya que existe de una manera superior supraesencialmente antes que todas ellas. Por lo cual, de El se puede
818 S a n t o
T om ás,
819 S a n t o
T omás , o . ? . , n.651-661;
o .c .,
n .632-639 .
P era ,
ib id .,
p.246,
Pseudo-Dionisio Areopagita
512
decir y negar a la vez todo: se le describe com o de toda figura
y de toda forma, y a la vez no tiene forma ni belleza; contie
ne anticipadamente y apartado los principios, los medios y los
fines de las cosas, e irradia sin contaminarse la existencia a to
dos los seres con una causalidad única y una en grado sumo.
820 Pues, si este sol nuestro, a todas las sustancias y cua
lidades de las cosas sensibles, por muy numerosas y diversas
que sean, él, a pesar de ser único y difundir de manera uni
forme su luz, las renueva a todas, y las nutre, y las conserva,
y las perfecciona, y las distingue, y las une, y las fomenta, y las
ayuda, y las incrementa, y las transmuta, y las asegura, y las
produce, y las hace surgir y las vivifica, y cada una de esas
cosas sensibles participa de un mismo sol según su modo pro
pio, y si ese único sol ha tenido concentradas en sí de ante
mano las causas de ese gran número de seres que participan
de él, con mayor razón habrá que conceder que en la causa
del sol mismo y de todas las cosas se hallan los ejemplares
de todas las cosas en una singular unión supraesencial, ya que
tal causa, por la sobreabundancia de su esencia, las produce.
Llamamos ejemplares a las razones preexistentes y sustantificadoras de Dios, a las que la Sagrada Escritura denomina pre
definiciones y voluntades divinas y buenas, conforme a las cua
les el que es sobre toda sustancia predeterminó y produjo to
das las cosas...
C a p ít u l o V II
Sobre la sabiduría, la mente, la razón, la verdad y la fe
821 § 1. Vengamos ahora, si así bien parece, a celebrar
la verdadera y eterna vida también com o sabia y sabiduría en
sí, o, mejor dicho, como creadora de toda ciencia y elevada
sobre toda sabiduría e inteligencia. En efecto, Dios no sola
mente posee toda plenitud de la sabiduría, «y suinteligencia
no tiene medida» (Sal 146,5), sino que se halla
sobretodara
zón, y mente, y sabiduría. Entendiendo esto sobrenaturalmente,
un varón verdaderamente divino, común sol nuestro y de nues
tro maestro, dice: «L o que es necedad en Dios, es más sabio
que los hombres» (1 Cor 1,25), no sólo porque todo pensa
miento humano, comparado con la firmeza y estabilidad de las
820 S anto T o m á s ,
821 S a n t o T o m á s ,
o .c .,
o .c .,
n .6 6 2 ; P era , ib id ., p .24 6 -2 4 7 ,
n .695-700 ,
D e los nombres divinos
513
inteligencias divinas perfectísimas, viene a ser com o error, sino
también porque es usual entre los teólogos expresar los predica
dos privativos en Dios de la manera opuesta. Así, las Escrituras
a la luz esplendorosísima la llaman invisible, y al que tiene mu
chos nombres de insignes alabanzas lo llaman inefable e innom
brable; y al que es omnipresente y se le encuentra a partir de
todas las cosas, lo llaman incomprensible e ininvestigable.
822 Pues bien: de ese modo también aquí se dice del
Apóstol que alaba la necedad en Dios, porque lo que en ella
se antoja contrario a la razón y absurdo, lo sublima la verdad
inefable y sobre toda razón. Pero, com o ya he advertido en
otra ocasión, si recibimos con nuestra mentalidad lo que es su
perior a nosotros, apegándonos a los sentidos de las palabras
con los que estamos familiarizados, y ponemos en un mismo
plano las realidades divinas con las nuestras, nos equivocamos,
lanzándonos a medir por lo que aparece lo divino e inefable!
Tenemos que ser conscientes de que nuestra mente tiene, sí,
una facultad intelectiva con la que poder conocer las cosas in
teligibles, pero que esa unión, por la cual se une con las reali
dades que le son superiores, sobrepasa con mucho su natura
leza Conforme a esa unión, pues, es como hay que pensar las
realidades divinas, y no a nuestro modo, sino renunciando
completamente a nosotros mismos y entrando todos en Dios;
ya que es mucho mejor que seamos de Dios, que no nuestros:
ae esa manera, si estamos unidos con Dios, se nos podrán comunicar los dones divinos.
823 Celebrando, pues, hiperbólicamente a esta sabiduría
como carente de razón, y loca y fatua, proclamamos que es cau
sa de toda mente y razón, y de toda sabiduría e inteligencia,
Y. flue
procede todo designio y toda ciencia e inteligen
cia, y en ella «están ocultos todos los tesoros de sabiduría y
ciencia» (Col 2,3).
824 § 2. De esa misma (sabiduría divina) reciben las
almas la facultad de razonar: éstas, cuando investigan discur
sivamente y como por rodeos la verdad de las cosas, decaen
en no pequeño grado de la perfección de aquellas mentes uni
das,^ a causa del carácter particular y fragmentado de su cono
cimiento; pero cuando de la pluralidad logran subir a la sín
tesis, también ellas emulan, en cuanto les es dado a unas al822
823
Santo
T
om ás,
o .c .,
Santo
T
om ás,
o .c .,
Los filósofos medievales l
n.700-716.
n.707-716;
P era,
ibid., p.267.268.272.
17
? seudo-Dionisio Areopagita
D e los nombres divinos
mas, a las inteligencias mismas. Aun a los sentidos mismos no
sería aberración llamarlos una como resonancia o eco de la
Sabiduría, pues la mente misma de los demonios, en cuanto es
mente, de ella proviene; y en cuanto es insensato, y no sabe
lo que quiere (el Bien), ni desea conseguirlo, más bien se tra
ta de un estado de caída o defección de la sabiduría.
la propia luz. Conociéndose, pues, a sí misma la sabiduría di
vina, conocerá todas las cosas: las materiales las conocerá de
una manera inmaterial; las divisibles, indivisiblemente; la mul
titud, unitariamente, puesto que conoce y produce todas las
cosas en la unidad misma (de su esencia). En efecto, si por una
única causa Dios comunica la existencia a todos los seres, por
medio de esa misma única causa las conocerá a todas com o ha
biendo recibido de El la existencia, y como preexistentes en
Sí mismo, y no recibirá de las cosas ese conocimiento, sino, al
contrario, dispensando El mismo a cada una su conocimiento
de ellas y el de las otras. No tiene, pues, Dios un conocimiento
peculiar de Sí mismo, y además otro, de carácter general, que
abarque todas las cosas: el que es causa de todas las cosas, no
va a ignorar, al conocerse a Sí mismo, los seres que provienen
de El, y cuya causa es. De ese modo, pues, conoce las cosas,
no por una ciencia que le viene de ellas, sino por el conoci
miento de Sí mismo. Aun de los mismos ángeles nos enseña
la Escritura que conocen lo que pasa en la tierra, no cono
ciendo las cosas sensibles por los sentidos, sino por la facultad
y naturaleza del espíritu deiforme.
514
825 Pero, si a la sabiduría divina se la llama principio de
la sabiduría misma, y de toda mente y razón y sentido, y su
causa productiva, y su perfección, y su tutela, y su consuma
ción, ¿cómo se dice de Dios mismo que es sabiduría supersapiente, y mente, y conocimiento, y Verbo? ¿Cómo entenderá
objeto alguno inteligible, si carece de acto espiritual? ¿O cómo
va a percibir los objetos sensibles, si trasciende todo sentido?
Mientras que las Escrituras atestiguan que Dios conoce todas
las cosas, y que nada escapa al conocimiento divino. Pero es
que, como he dicho repetidas veces, las cosas divinas hay que
entenderlas de modo divino. En efecto, a Dios se atribuyen la
amencia y la insensibilidad, pero por exceso, no por defecto;
com o también atribuimos carencia de razón al que está sobre
toda razón, y la imperfección, al que es superperfecto y per
fecto más que nadie; a la luz inaccesible asociamos la oscuri
dad, que hace imposible el tacto y la vista, en el sentido de
que supera a esta luz que contemplan nuestros ojos. Así que
la mente divina abarca todas las cosas con cierto conocimiento
eminente, por el cual conoce per anticipado todas las cosas,
en virtud del poder causal que tiene sobre todas ellas; cono
ció los ángeles antes de que fuesen creados, y los llamó a la
existencia; y así también conoce a todas las cosas desde el in
terior de sí mismo, y ya desde su nacimiento, por decirlo así,
y las lleva a la existencia. Eso creo que quiso significar la Es
critura, al decir «E l que conoce todas las cosas antes de que
sean hechas» (Dan 13,42).
826 La mente divina, en efecto, no conoce las cosas apren
diendo algo de ellas, sino que por ella misma y en sí misma
posee de antemano causalmente y comprehende toda la ciencia
y el conocimiento y la esencia de todas las cosas, no mirando
a cada una en particular según su especie, sino conociendo y
conteniendo a todas en el ámbito de la causa que es ella mis
ma. Como la luz precontiene en sí causalmente el conocimien
to de las tinieblas, no conociendo las tinieblas más que desde
825 S a n t o
826 S a n t o
T om ás,
o .c .,
T om ás,
o .c .,
n .717-722 .
n .72 ?-7 2 6 ,
515
827 § 3. Otro punto que hay que investigar es cómo
conocemos nosotros a Dios, que ni es perceptible por los sen
tidos y la inteligencia, ni es nada absolutamente de las cosas
que son. ¿N o estaríamos en la verdad si dijésemos que a Dios
no lo conocemos por su naturaleza (ya que nos es desconocido
lo que es su naturaleza y supera a toda razón y mente), sino
que por el orden universal por El dispuesto, y que contiene
en sí ciertas imágenes y semejanzas de sus ejemplares divinos,
ascendemos, en la medida a nosotros posible, al conocimiento
de ese sumo bien y fin de todos los bienes, por vía y orden
de la negación y sublimación de todas las cosas y de la causa
lidad universal? Por lo cual, Dios es conocido en todas las
cosas, y separadamente de todas ellas; es conocido por el co
nocimiento y por la ausencia de conocimiento; y de El hay
conocimiento, razón, y ciencia, y tacto, y sentido, y opinión,
y pensamiento, y nombre y todo lo demás. Y ni es entendido,
ni expresado, ni nombrado, y no es alguna de las cosas que
son, ni es conocido en ninguna de ellas. Y es todo en todas
las cosas, y nada en ninguna; es conocido por todos a partir
de todos, y por ninguno a partir de ninguna: todas esas afir
maciones las hacemos sobre Dios con validez, y le celebramos
827
S a n to
T om ás,
o .c .,
n .7 2 7 - 7 3 1 .
516
Pseudo-Dionisio Areopagita
a partir de todas las cosas, a proporción de la causalidad que
sobre ellas tiene.
828 Se da también un conocimiento perfectísimo de Dios,
que se obtiene por la ignorancia, en esa unión supraintelectual, cuando la mente, apartándose de todas las cosas y aban
donándose al fin a sí misma, se une con los rayos que le vie
nen de arriba y con los cuales es iluminada en esa profundi
dad inescrutable de la sabiduría divina. Sin embargo, se la pue
de reconocer también, com o hemos dicho, a partir de todas las
cosas, ya que ella es, como dicen las Escrituras, la causa que
las ha hecho a todas, y las ha compuesto y ordenado en una
conexión indisoluble, y siempre conecta los fines de las prece
dentes con los comienzos de las siguientes, y crea la armonía
y la concordia de todo el universo.
829 § 4. También se dice de Dios en las Escrituras que
es razón (Sab 18,15), no sólo porque es el dispensador de la ra
zón y de la mente y de la sabiduría, sino porque contuvo anti
cipadamente las causas de todas las cosas unitariamente; y por
que lo penetra todo, llegando, como dice la Escritura, hasta el
fin de todas las cosas (Sab 7,24); y, sobre todo, porque la razón
de Dios es simple sobre toda simplicidad, y com o supersustancia, se halla separada y por encima de todas las cosas...
C a p ít u l o IX
Sobre la magnitud, la pequenez, la identidad, la distinción, la se
mejanza, la desemejanza, el estado, el movimiento y la igualdad
830 § 6. Si alguno quiere llamar a Dios semejante,
com o el mismo que es, y como semejante todo El a sí mismo
por unidad e indivisibilidad de su ser, no habría que reprobar
tal denominación de «semejante». Sin embargo, los teólogos
sostienen que Dios, que trasciende todas las cosas, en cuanto
tal, no es semejante a ninguna cosa, sino que El concede la
semejanza divina a los que se vuelven a El, al tratar de imi
tarle según sus fuerzas sobre todo límite y concepto.
831 Y ésa es la fuerza de la semejanza divina: que todo
lo que ha sido producido lo hace volverse hacia su causa. Las
828 S a n t o T o m á s , o . c . , n .7 3 2 -7 3 3 ; P e r a , ib id ., p .2 7 5 .
829 S a n t o T o m á s , o . c . , n .7 3 4 -7 3 5 ; P e r a , i b i d . , p .2 7 8 .
8 3 0 S a n t o T o m á s , o . c . , n .8 2 8 -8 3 3 ; P e r a , ib id ., p .3 1 2 .
D e los nombres divinos
517
cosas producidas son, pues, las que se han de decir semejantes
a Dios, com o plasmadas que han sido a su imagen y semejan
za: de Dios, en cambio, no hay que decir que es semejante a
ellas, pues ni aun siquiera el hombre es semejante a su imagen.
Las cosas que son del mismo orden pueden ser semejantes en
tre sí, y la semejanza puede ser recíproca entre ellas, de suerte
que sean semejantes mutuamente según la primera especie de
semejanza que se da; pero tal reciprocación no es admisible
entre causa y efecto. Pues no ha hecho don de la semejanza
sólo a estos o a aquellos seres, sino que es la causa de que
sean semejantes todos aquellos que participan de la semejanza,
y El mismo es su autor; y cuanto de semejante se encuentra
en todos, lo es como por una huella de la semejanza divina
y consuma la unión entre ellos.
832 § 7. Mas, ¿para qué decimos todo esto? Pues las
mismas Escrituras dicen que Dios es desemejante, y que no
hay que ponerle en parangón con nadie, com o diverso que es
de todas las cosas, y, lo que es más extraño, dicen que nada
es semejante a El. Pero tales expresiones no se oponen a la
semejanza para con El. Una misma cosa es, en efecto, seme
jante y desemejante a Dios: semejante, según la posible parti
cipación del imparticipable; desemejante infinitamente, por in
ferioridad de los efectos respecto de la causa de la que distan
infinitamente sin medida posible.
C a p ít u l o X I
Sobre Id paz. Qué significa el ser mismo en sí, la vida en sí,
la fuerza en sí, y otras expresiones similares
833 § 6. Pero ya que en otras ocasiones me has pre
guntado por carta a qué llamo es se per se (el ser en sí), la vida
en sí, la sabiduría en sí, y dices que no acertabas a ver cómo
unas veces llamo a Dios la vida en sí, y otras, el productor de
la vida en sí, he creído necesario, ¡oh hombre de D io s!, el
liberarte, en la medida posible, de esa duda. En primer lugar,
no se oponen entre sí, como he dicho miles de veces, el lla
mar a Dios el poder en sí y la vida en sí, y el llamarle creador
de la vida en sí, o de la paz en sí, o del poder en sí, pues estos
832 S a n t o T o m á s , o . c . , n .834.
833-855 P e r a , o . c . , p.347-351 .
833 S a n t o T o m á s , o . c . , n .925-928 .
5 i8
D e los nombres divinos
Pseudo-Dionisio Areopagita
últimos apelativos se atribuyen a Dios por los seres existentes,
y sobre todo por los que ocupan los primeros puestos, como
causa de todos los seres; mientras que los primeros apelativos
se le atribuyen en cuanto que existe supersustancialmente so
bre todos los seres, y, de entre ellos, los primeros.
834 Pero me preguntas qué entiendo por ser en sí, vida
en sí, o cuanto afirmo que existe absolutamente a modo de
principio, y lo pongo com o originado por la creación directa
de Dios. Respondo que eso no es algo retorcido, sino llano y
de fácil explicación. N o digo que ese ser en sí sea una cierta
sustancia divina o angélica, que sea la causa de que existan
todos los seres (pues sólo el que es más que sustancia es el
principio, la sustancia y la causa de la existencia de todo y del
ser en sí); ni tampoco ponemos otra divinidad que sea origen
de la vida, distinta de la vida superdivina, causa de todos los
seres vivientes y de la misma vida en sí, ni, para decirlo bre
vemente, otras causas principales de las cosas, creadoras y exis
tentes por sí, que algunos temerariamente dieron en decir dio
ses y hacedores de las cosas, nombres que nunca fueron capa
ces de ponérselos en el sentido propio y verdadero (ya que
eran una pura nada) ni ellos ni sus antecesores.
835 Lo que decimos es que el ser en sí, y la vida en sí,
y la divinidad en sí es a modo de principio, y divina y eficien
temente el único principio y causa de todas las cosas, el superprincipio y supersustancia; pero, en cuanto que Dios es
participado en sus dones, llamamos a las providencias que
emanan de Dios, la afección en sí de las sustancias en sí, la
vivificación en sí, la deificación en sí, y los seres que de ellas
participan conforme a la naturaleza de cada uno, subsisten, vi
ven y son divinos, y así se les llama, y lo mismo sucede res
pecto de las otras denominaciones. Por eso, decimos de Dios
que es bueno y autor de los seres primeros; después, de los
todos; después, de los particulares de ellos; después, de los
que participan de éstos de una manera general y universal; después, de los que participan de los mismos parcialmente...
834 S a n t o T o m á s , o . c . , n .929-931 .
835 S anto T om ás , o . c ., n .932-938 .
519
C a p ít u l o X I I I
1. Se explica en qué sentido es Dios perfecto. 2. En qué
sentido se dice que es uno; y, a la vez, se demuestra que se
da unidad en las cosas. 3. Que, desaparecida la unidad, todo
perece y que de Dios uno vinieron a la existencia todas las
cosas, y cómo hay que alabar a Dios como uno, y cómo la San
tísima Trinidad es eminentísima unidad. 4. Conclusión de
la obra
836 Se dice de Dios que es uno, porque, a causa de la
excelencia de su singular unidad, es todas las cosas unitaria
mente, y porque es causa de todo, sin perder su unidad. Pues
nada hay que no participe de ese uno, sino que, así como todo
número participa de la unidad, y así hablamos de un binomio,
o de una decena, o de una mitad, o de una tercera parte, o de
una décima parte, de manera semejante también todas las co
sas y cada porción mínima de realidad participa de lo uno,
y cuanto es, lo es en el grado en que es algo uno. Pero ese
uno, causa universal de los seres, no es uno que resulta de
muchos, sino un uno tal que, anteriormente a todo uno y a
toda multitud, determina a todo uno y a toda multitud; jamás,
en efecto, de la multitud está ausente la unidad; así, lo que es
multitud por sus partes, es algo uno en cuanto [form a un]
todo; y lo que es múltiple en los accidentes, es algo uno en
cuanto al sujeto; y los que son muchos por el número o las
potencias, son uno en la especie; y lo que es multitud en los
procesos, es algo uno en el principio de donde dimana ese
proceso. Y no hay ser alguno en la naturaleza que no parti
cipe, en algún orden, del uno en aquel que se mantiene único
a través de todas las cosas y contuvo de antemano en una úni
ca entidad a los todos y a sus opuestos universalmente. Sin el
uno no es posible, cierto, la multitud, mientras que sin la mul
titud se dará el uno, lo mismo que la unidad antes que todo
número multiplicado; y si se supone que todas las cosas es
tán unidas con todas, todas serán algo uno en la totalidad...
837 § 3. Ninguna unidad o trinidad, ni ningún núme
ro, ni unidad, ni fecundidad, nada de lo que existe, o de lo
que es conocido por alguno, vale para explicar ese arcano, que
supera toda razón y toda mente, de la superdeidad superexis836 S a n t o
T om ás,
o .c .,
837
T
o .c .,
Sa n t o
om ás,
n .9 6 9 -9 7 8 ;
n.979-981;
P era ,
Pera,
ib id .,
ib id .,
p .3 6 5 .
p.365,
520
Pseudo-Dionisio Areopagita
tente sobresencialmente sobre todas las cosas; no hay posibi
lidad de asignarle un nombre o un concepto, sino que se man
tiene inaccesible a todos. Y ni aun el nombre mismo de bon
dad se lo damos com o apropiado a El, sino que por el deseo
de entender y decir algo sobre esa naturaleza oculta e inefable,
reservamos para él com o algo sagrado el nombre más vene
rable de todos los nombres; en ese empeño nos acompañan
los teólogos, pero quedamos muy lejos de la verdad de las
cosas. Por eso, ellos prefirieron ese proceso de ascensión por
negaciones, ya que por él, apartándonos de las cosas familia
res, se nos abre el camino a través de todas aquellas divinas
inteligencias, de las cuales está separado lo que trasciende todo
nombre y toda razón y conocimiento, y nos une por fin con
Dios, en la medida posible.
SOBRE LA TEOLOGIA M ISTICA
C a p ít u l o
I
Cuál es la oscuridad divina
838 § 1. ¡Oh Trinidad supernatural, y más que divi
na, y más que buena, que presides a la teosofía de los cristia
nos, dirígenos a la cumbre superindemostrable, superluminosa
de los místicos oráculos, en donde los simples y absolutos e
inmutables misterios de la teología se manifiestan en la os
curidad superluminosa del silencio que enseña las cosas arca
nas, que brilla superesplendorosamente en la oscuridad tene
brosísima, e inunda las mentes ciegas con los bellísimos res
plandores que acompañan a esa realidad intangible e invisible!
Estos son mis deseos: y tú, ilustre Timoteo, en las contem
placiones místicas, ejercítate intensamente en abandonar los
sentidos y las operaciones intelectuales y todos los objetos sen
sibles e inteligibles, y cuanto es y no es, para que puedas ele
varte, fuera de toda demostración, a la unión, en la medida
que es posible, con Aquel que trasciende toda esencia y toda
ciencia, ya que por la libre y absoluta y pura renuncia de ti
838-843 V . L o ssk y , La théologie négative, dans la doctrine de Denys l’Aréopagite: Rev. sc.phil.théol. (1939) p.204-24; J. V a n n e s te , Le Mystère de Dieu.
Essai sur la structure rationnelle de la connaissance mystique chez le PseudoDenys VAréop agite (Bruxelles 1959).
838 Annot. C o rd erii, o .c ., p.4-10; Paraphrasis Pachym erae, ibid., p .18-22.
G. C a ffa r e n a , Metafísica trascendental $215,
Sobre la teología mística
521
mismo a todas las cosas, serás elevado, solo ya y libre de todo,
a ese rayo supernatural de la divina oscuridad.
839 § 2. Cuida, sin embargo, de que no llegue esto a
oídos de los espíritus rudos: me refiero a esos que están adhe
ridos a las cosas naturales y no se imaginan que además de
ésas pueda haber otras realidades supernaturales; es más, se
creen que con su conocimiento entienden a Aquel que «puso
su morada secreta en las tinieblas» (Sal 17,13). Y si los divi
nos misterios escapan al alcance de esos tales, ¿qué diremos
de aquellos que, más rudos todavía, señalan como causa su
prema de todas las cosas a algún ser de los que ocupan los
puestos ínfimos en la naturaleza, y dicen que no es en nada
superior tal causa a las impías imágenes de innumerables for
mas que ellos fingen, siendo así que de ella, com o de causa
universal, habría que asentar todas las afirmaciones que se ha
cen a propósito de todos los seres, y atribuírselas a ella; o,
más bien, negarlas todas de ella, com o superexistiendo sobre
todos los seres, y no creer que las negaciones contradicen a las
afirmaciones, sino pensar que ella, muy anterior y superior a
toda privación, trasciende toda negación y toda afirmación?
C a p ít u l o
II
Cómo debemos también unirnos y tributar alabanzas al autor
de todas las cosas, que las trasciende a todas
840 Nuestro anhelo es el adentrarnos en esa oscuridad
superluminosa, y por la negación de toda visión y conocimien
to, ver y conocer lo que trasciende toda visión y todo cono
cimiento, por ese mismo hecho de no ver ni conocer: pues
eso es precisamente el ver y conocer y alabar supernaturalmente por la supresión de todas las cosas al que trasciende
toda esencia, no de otra manera que los que labran una esta
tua en la piedra, con quitar lo que estaba cubriéndola e impe
día la visión clara de la forma que está tras ello oculta, con
sólo eso dejan al descubierto su propia belleza latente. Pero
creo que hay que hablar de las negaciones de modo contrario
a como lo hacemos con las afirmaciones. En efecto, a éstas las
establecíamos empezando por las primeras y descendiendo de
ahí a las intermedias y a las últimas; en cambio, en aquéllas, as
cendiendo desde las últimas, retiramos todo, a fin de que se
nos revele y lleguemos a conocer aquella cognoscibilidad que
840 Annot.
C o r d e r ii,
o .c .,
p.23-24; Scholia Sti.
M a x im i,
ib id .,
p.24-28.
Pseudo-Dionisio A re op agita
Sobre la teología mística
va envuelta en todas las cosas cuando se conoce algo de ellas
y contemplamos aquella oscuridad supernatural que se halla
velada por toda luz que hay en las cosas.
lidad o cuantidad, ni tiene masa (mole), ni está en lugar, ni
es objeto de la vista, ni del tacto, ni siente, ni es objeto de
ningún sentido, ni admite en sí desorden alguno o alguna per
turbación originada por las pasiones sensibles, ni es débil, ni
está expuesta a los accidentes sensibles, ni está necesitada de
luz, ni es sujeto o tiene en sí cambio, o corrupción, o división,
o flujo, o algo de lo que es objeto de los sentidos.
522
C a p ít u l o
III
Qué expresiones son afirmativas y cuáles negativas respecto
de Dios
841 Cuanto más altas son las realidades a que pretende
mos remontarnos, tanto más se reducen nuestras expresiones
al divisar y contemplar a los seres inteligibles; así com o tam
bién ahora, cuando nos adentramos en esa oscuridad que tras
ciende toda inteligencia, caeremos no ya en la parquedad de
palabras, sino en un silencio absoluto e inhibición de inteli
gencia. Antes, la exposición, procediendo de arriba abajo, iba
cobrando una extensión proporcionada al proceso mismo de
descenso; ahora, en cambio, ascendiendo de los seres ínfimos
al que domina en la cumbre, se va contrayendo según el ritmo
de la ascensión, hasta que, consumada ésta, enmudezca por
completo y se una totalmente con el Dios inefable. Pero, ¿por
qué— dirán— , disponiendo las afirmaciones divinas a partir
del primer ser, el proceso de negación lo entablamos a partir
de los últimos? — Porque, cuando tratábamos de asentar la
realidad del que está sobre toda afirmación, había que poner
el fundamento para el proceso afirmativo, en lo que es afín,
cercano a El; pero cuando tratamos de caracterizar negativa
mente al ser que está sobre toda negación, debíamos segregarle
de lo que más dista de El: ¿no es verdad que Dios más es
vida y bondad, que aire o piedra? ¿Y que está más lejos de
embriagarse o de airarse, que de no ser expresado o enten
dido?
C a p ít u l o
IV
Que no es ninguna cosa sensible Aquel que es autor por
excelencia de toda cosa sensible
842 Decimos, pues, que la causa de todas las cosas y que
trasciende a todas, no carece de esencia, ni de vida, ni de
razón, ni de mente; ni es cuerpo, ni figura, ni forma, ni cua841 Annot. C o rd e rii,
Paraphrasis Pachym erae,
842 Annot. C o rd erii,
o .c .,
ib id .,
o .c .,
p.34-35; Scholia Sti. M axim i,
p.38-40.
p.41-43; Paraphrasis Pachym erae,
ib id .,
ib id .,
p.35-37;
p.44-45.
C a p ít u l o
523
V
Que no es ninguna de las cosas inteligibles Aquel que es el
autor por excelencia de toda cosa inteligible
843 De nuevo, ascendiendo, decimos que no es alma, ni
mente, ni imaginación, y que no tiene opinión, o razón, o in
teligencia; ni es palabra, ni inteligencia, ni es expresado, ni
es entendido; no es ni número, ni orden, ni magnitud, ni pequeñez, ni igualdad, ni semejanza, ni desemejanza; ni está en
reposo, ni se mueve, ni tiene potencia, ni es potencia, ni luz,
ni vive, ni es vida, ni es sustancia, ni siglo, ni tiempo, ni algo
tangible, ni es ciencia, ni verdad, ni reino, ni sabiduría, ni
uno, ni unidad, ni divinidad, ni bondad, ni espíritu; ni es fi
liación, ni paternidad, ni otra cosa alguna conocida de nosotros
o de cualquier ser existente, ni es cosa alguna de las que no
existen, ni tampoco de las que existen, ni las cosas que existen
le conocen tal cual es, ni El las conoce por mero ser de ellas;
no hay razón de El, ni nombre, ni conocimiento; no es ni
tiniebla, ni luz; ni error, ni verdad; ni El es objeto en abso
luto de afirmación o de negación; mas, cuando hacemos las
negaciones de los seres inferiores a El, ni lo afirmamos ni lo
negamos, ya que se mantiene perfecto más allá de toda afir
mación, como causa única universal, y com o superación de to
das las cosas segregada más allá de toda negación de todas
las cosas y trascendiéndolas todas.
843 Annot. C o rd e rii,
Paraphrasis Pachym erae,
o .c .,
ib id .,
p.46-48; Scholia S t i. M axim i, ib id .,
p.57-60; G. C a f fa r e n a , o .c ., p.275.
p . 54-57;
524
Pseudo-Dionisio Areopagita
SOBRE LA JERARQUIA CELESTIAL
C a p ít u l o
II
Que las realidades divinas y celestes se explican acertadamen
te también con imágenes que no les son semejantes
844 § 3. La revelación mística sagrada presenta dos mo
dos. Uno es el que procede, com o es obvio, por imágenes se
mejantes de las sagradas figuras; otro, el que se hace por fic
ciones desemejantes, en completa discrepancia con ellas. A su
vez, las tradiciones místicas de los tratados explicativos algunas
veces celebran a la veneranda felicidad de la Deidad superesencial como Logos, y com o mente, y como sustancia, explicando
la racionalidad propia de Dios y su sabiduría; también la cele
bran como la existencia que es verdaderamente y como verda
dera causa de las cosas, y la imaginan como una luz, y la lla
man vida. Tales ficciones sagradas, aun siendo más apropiadas,
y pareciendo aventajar a las figuras materiales, aun así decaen
de la verdad de la semejanza divina, ya que ésta trasciende
toda esencia y vida, y no la puede dar a conocer luz alguna,
y toda razón y mente está alejada inconmensuradamente de su
semejanza.
845 Otras veces, en cambio, los mismos escritos la cele
bran con ilustraciones supramundanas desemejantes, le dan los
apelativos de invisible, e infinita, e incomprensible, que no dan
a entender qué es, sino qué no es. Y esto es, a mi juicio, más
propio de ella; pues, com o insinuó aquella tradición arcana y
sacerdotal, decimos verdad al afirmar que no es a la manera
de cosa alguna existente, si bien ignoramos su superesencial e
invisible e inefable infinitud. Siendo, pues, respecto de las rea
lidades divinas, verdaderas las negaciones, desajustadas las afir
maciones, dice mejor con la oscuridad de esos misterios la ex
planación de las realidades invisibles por el recurso a ficciones
que no guarden semejanza con ellas; tales descripciones de
esos tratados, lejos de mancillar, embellecen las realidades ce
lestes, al explicarlas con ficciones de formas desemejantes a
844-848 D e n y s L ’A r é o p a g ite , La hiérarchie céleste. Introd. par R . R oques,
Étud' et texte critique par G. H e i l . Trad. et notes par M. de B a n d illa c
(Paris 1970).
844 A n n o t. C o rd erii, o .c . , p.23-24; Scholia S tt. M axim i, ibid., p.24-28;
Varaphraús Pachymerae, ibid., p.32-37.
845 Góm ez C a ffa r e n a , o .c ., p.275-279.
Cartas
525
ellas, dando a entender de ese modo en qué grado sobremun
dano superan a todos los seres materiales.
846 Que esas semejanzas incongruentes tengan la virtud
de despertar más vivamente nuestra mente, nadie que tenga
buen juicio lo negará, según creo. En efecto, cuando se fingen
imágenes más nobles, no es inverosímil que algunos incurran
en el error de pensar que las naturalezas celestes son a modo
de ciertas figuras humanas, por decirlo así, de oro rodeadas
de esplendor, cubiertas con un vestido resplandeciente, blan
diendo un arma de fuego sin quemarse, y con todas esas for
mas con que la teología imaginó a los seres celestes.
847 Para evitar que eso suceda a los que no han llegado
a captar con su mente algo que supere las cosas hermosas y
bellas sensibles, la sabiduría de los santos teólogos, que posee
la virtud de elevarnos a las realidades de arriba, se abaja a
echar mano de desemejanzas incongruentes, no consintiendo
que lo que hay en nosotros de material haga paz y se contente
con esas imágenes vergonzosas, sino excitando y estimulando,
por la deformidad misma de las figuras, a la parte superior
del alma, haciéndola ver que no se puede en modo alguno, ni
aparece verosímil ni aun tan siquiera a los que están muy ape
gados a las realidades terrenas, que guarden semejanza con fi
guras tan absurdas aquellas realidades supracelestes y divinas
que admiramos en tales símbolos. Además, hay que tener pre
sente que no hay cosa que exista que se vea privada por com
pleto de la participación del bien, diciendo la suma Verdad:
«todas las cosas eran muy buenas» (Gén 1,31).
848 § 4. De cualquier cosa, pues, se pueden obtener
buenas inteligencias, pues está al alcance de los varones inte
ligentes y espirituales el formar tales desemejanzas sirviéndose
de las cosas materiales, conscientes de que los seres espiritua
les las poseen de modo diverso a com o se las atribuye a las
cosas sensibles.
CARTAS
Carta I (al monje Cayo)
849 Las tinieblas se disipan con la luz, sobre todo con
la luz intensa: y la ignorancia, con los conocimientos, sobre
todo con los conocimientos amplios. Tomando esas expresio849 Annot. C o r d e r ii, o .c ., p.62-63; Scholia Sti.
Paraphrasis Pachym erae, ib id ., 64-68.
M axim i,
ib id .,
p.63-64;
526
Pseudo-Dionìsìo Areopagita
nes en sentido superlativo, y no privativo, proclama tú con
toda verdad que pasa desapercibida, a los que poseen la verda
dera luz y el conocimiento de las cosas, la ignorancia que se da
según Dios. Y las tinieblas supereminentes están vueltas a toda
luz y mantienen oculto todo conocimiento. Y si alguno, ha
biendo visto a Dios, se percata de lo que ha visto, no le ha
visto a El mismo, sino algo de sus cosas que existen y son
conocidas; pero El mismo se mantiene constantemente sobre
toda mente y sustancia, a través de esa misma negación de co
nocimiento y esencia, existiendo, y supersustancialmente es co
nocido trascendiendo toda mente. Y tal ignorancia perfectísi
ma, por lo que tiene de buena, es el conocimiento de aquel
que trasciende cuanto puede ser objeto de conocimiento.
Carta V (a l « m i n i s t r o » D o r o t e o )
850 La oscuridad divina es una luz inaccesible en la que
se dice que mora Dios. Y siendo invisible como es, a causa
de la exuberante efusión de luz sobrenatural, llega a ella aquel
que ha merecido conocer y ver a Dios; y en el mismo no ver
y no conocer, existe verdaderamente en Aquel que trasciende
toda visión y conocimiento, sabiendo bien que El existe en to
das las cosas, tanto sensibles como inteligibles, y diciendo con
el profeta: «Tu ciencia es misteriosa para mí; harto alta, no
la puedo alcanzar» (Sal 138,6). Como dice también que San
Pablo vio a Dios cuando llegó a conocer que El trasciende todo
conocimiento y toda inteligencia: ya que dice que sus caminos
son ininvestigables e inescrutables sus juicios, y sus dones ine
narrables, y que su paz supera todo sentimiento; com o quien
había descubierto a Aquel que está por encima de todas las
cosas y había reconocido, superando toda inteligencia, que el
que es autor de todas las cosas, es también superior a todas
ellas.
849-850 R. F. H a th a w a y , Hierarchy and the definition of order in the
letters of Pseudo-Dionysius. A study in the form and meaning of the PseudoDionysian writings (The Hague 1970).
850 Annot. C o rd erii, o .c ., p.82-83; Paraphrasis Pachym erae, ibid., p.83-85.
BOECIO
(475/480-524)
O b r a s p r i n c i p a l e s : Dialogi in Isagogen Porphyrii; Commentaríum
in Isagogen Porphyrii; Commentaríum in Categorías A ristotelis; Com
mentarla minora in librum Aristotelis Ilept épurjvtc«;; Commentarla maiora
in librum Aristotelis Ilept áp¡a¡vta<; ; Introducilo in syllogismos categó
ricos; D e syllogismo categorico; D e syllogismo hypothetico; Liber de
divisione; Commentarla in Topica Ciceronis; D e differentiis topicìs;
Consolatio Philosophiae; D e sancta Trinitate; D e hebdomadibus («Q u o m odo substantiae, in eo quod sunt, bonae sint); Liber de duabus naturis
in Christo, contra Eutichen et Nestorium.
E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : A n i c i i M a n l i i S e v e r i n i B o e t h i i , Philoso
phiae Consolatio, ed. L. B i e l e r , Corpus Christianorum, Series Latina,
X C I X (Turnholti 1957). Trad, del editor.
A . M . S. B o e t h i i , D e hebdomadibus: M L 64 c .1311-1314. Trad, del
editor.
A . M. S. B o e t h i i , D e Trinitate: M L 64 c.1250. Trad, del editor.
A . M . S. B o e t h i i , D e duabus naturis in Christo: M L 64 c.l341.
Trad, del editor.
B i b l i o g r . g e n .: A . C r o c c o , Introduzione a B oezio (N apoli 1970)
(Bibliogr. p .113-123); Id., La « Consolatio Philosophiae» di Boezio. Saggio
critico-interpretativo; S a n t o T o m á s d e A q u i n o , E xpositio super Boethium
«D e Trinitate et de H ebdom adibus», en Opuscula theologica S. Thomae
Aquin., II (Taurini-Romae 1954), cura et studio F. C a l c a t e r r a ; I d ., E x
positio super librum Boethii de T rinitate.. . recensuit B. D e c k e r (Leiden
1955); T h i e r r y o f C h a r t r e s and his School, Commentaries on Boethius,
edited by N . M . H ä r i n g , S.A.C., Pontifical Institute o f Medieval Studies
(Toronto 1971) (Bibliogr. p.7-16); P. G o d e t , art. B oèce: Diet, théol.
cath. II (Paris 1910) c.918-922; P. C o u r c e l l e , Étude critique sur les
commentaires de la «Consolation » de Boèce (I X -X V siècles): Árch. d ’hist.
doctr. littér. du M oyen âge 14 (1939) 5-140; H . J. B r o s c h , D er Seinsbe
griff bei Boethius, mit besonderer Berücksichtigung der Beziehung von
Sosein und Dasein (Innsbruck 1931); M . C a p p u y n s , art. B oèce: Diet.
d ’Hist. et de Géogr. ecclés. 9 (1937) c.348-380 (B ibliogr.); A. B o c o g n a n o ,
Consolation de la Philosophie, trad, nouv., avec notes (Paris 1937);
L.-B. G e i g e r , O .P ., La participation dans la philosophie de Saint Thomas
d’Aquin (Paris 1942) p.36-45 (análisis del D e hebdom adibus); C. F a b r o ,
La nozione metafisica di participazione secondo S. Tommaso d’Aquino
(Milano 1939) p .14-23; M.-D. R o l a n d - G o s s e l i n , L e « D e ente et essen
tia» de Saint Thomas d’Aquin (Le Saulchoir, Kain 1926) p .142-145;
J. G ó m e z C a f f a r e n a , Metafísica trascendental (Madrid 1970) p .122-124.
126.127.131.229.298; Id., Metafisica fundamental (M adrid 1969) p.378;
E. R a p i s a r d a , Boezio: Opusculi theologici. Testo con introduzione e tra
duzione (Catania 1960).
528
Boecio
CONSOLACION SOBRE LA FILOSOFIA
LIBRO I
P rosa
VI
851 1. En primer lugar, ¿te avienes a que con unas po
cas preguntas explore y tantee tu estado de ánimo, para podei
así ver la manera de curarte? * — Pregunta a tu arbitrio— le
dije— lo que quieras com o a quien, de cierto, te va a respon
der. — Entonces ella: ¿Piensas que este mundo es movido por
la casualidad temeraria y fortuita, o más bien crees que hay en
él una dirección racional? — En modo alguno puedo dar en
pensar que movimientos tan bien concertados puedan deberse
al azar fortuito, sino que bien sé— y ojalá que nunca deponga
esta convicción— que es Dios, su autor, el que está al frente
de su obra. — Así es, pues poco ha lo has celebrado en tus
versos, deplorando que fuesen solos los hombres los que se
sustraen a la divina tutela. Ya que no abrigabas la menor duda
de que los demás seres estuviesen regidos por la razón. Pero,
¡a h !, me admira en extremo el que teniendo tan saludables
pensamientos, estés enfermo. Mas sigamos investigando: con
jeturo que algo, no sé qué, te falta. Dime, pues: ya que no
dudas que el mundo sea regido por Dios, ¿sabes también de
qué instrumentos se sirve?
i !
852 — Apenas si entiendo el sentido de tu pregunta:
¡cuánto menos podré responder a ella! — ¿M e engañaba yo
al pensar que algo falta en ti, que deja abierta como una bre
cha, a través de la cual se ha infiltrado en tu alma el estado
morboso de la desolación? Dime: ¿recuerdas cuál es el fin de
las cosas y hacia qué se dirige la tendencia de la naturaleza en
tera?
— Lo tengo oído, pero la tristeza me ha embotado la me
moria. — Sabes, por lo menos, de dónde proceden todas las
cosas. — Sí, lo sé, y ya te he respondido que es de Dios. — Y
¿cóm o es posible que, conociendo el principio de las cosas,
ignores su fin? Pero, en fin, ésa es la fuerza de esos estados
pasionales, que son capaces de conmover al hombre, pero no
pueden arrancarlo totalmente de sí mismo y apoderarse de él.
* Personajes del diálogo: La f i l o s o f í a y B o e c i o .
851-897 C o u r c e ll e , o .c ., p.332.333-344; 7-11; C ro cco , o .c ., p.5-6.46-96.
851 C ro cco , o .c., p.54; J. G r u b e r , Die Erscbeinung der Philosophie in der
«Consolalio Pbilosophiae» des Boethius: Rehin. Muss. Phil. 112 (1969) 166-86.
Consolación sobre la filosofía
529
853 Pero desearía que me respondieses también esta pre
gunta: ¿Recuerdas que eres hombre? — ¿Y cóm o no he de
recordarlo? — ¿Podrás, entonces, decir lo que es el hombre?
— ¿Es que me preguntas si sé que yo soy animal racional y
mortal? Lo sé y declaro que soy eso. — ¿Nada más que eso
piensas que eres? — Nada más. — Ahora descubro otra causa,
la más grave, de tu mal: has perdido el conocimiento de lo
que eres. Y ya con eso he encontrado la explicación completa
de tu mal y del camino que hay que emprender para devol
verte la salud. En efecto, estás envuelto en la confusión que
te acarrea el olvido de lo que eres: por eso te lamentas de tu
destierro y del despojo de tus bienes. Y al ignorar el fin de
las cosas, tienes por poderosos y felices a los malvados y per
versos. Por fin, por no tener en cuenta qué poder rige al mun
do, piensas que el vaivén de la fortuna se mueve sin alguien,
que lo dirija: cosas todas que son causas graves, no ya de una,
enfermedad, sino aun de la muerte misma. Pero demos gra
cias al Autor de la salud porque la naturaleza no te ha aban
donado del todo.
854
Contamos con una gran ayuda para que recuperes
la salud, y es la opinión verdadera que tienes sobre el gobier
no del mundo, pues crees que se debe no al azar fortuito, sino
a la ordenación divina; no abrigues, pues, ningún temor: ya
de esta pequeñísima chispa se encenderá el calor vital.
Pero como no es tiempo todavía de emplear remedios más
enérgicos, y sabemos que es condición de la mente humana el
que, al rechazar las opiniones verdaderas, se imbuya de errores
que, a modo de una neblina, perturban el libre ejercicio de la
inteligencia, trataré primero de sosegar un poco tu alma con
los sedantes más suaves y ordinarios, para que así, disipadas las
tinieblas de tu estado pasional, puedas reconocer el esplendor
de la verdadera luz.
LIBRO III
P rosa
II
855 1. Entonces, bajando un poco los ojos, y com o re
cogiéndose en lo más recóndito de su alma, empezó a hablar
así: T odo el afán de los mortales, trabajado por múltiples ape854 C ro cco , o .c ., p.53.
855-859 C o u r c e ll e , o .c ., p.113-126.
855-856 C r o c c o , o .c ., p.61-69.
530
Boecio
Consolación sobre la filosofía
tencias, se despliega por caminos diversos, pero tiende a un
solo fin: la felicidad. Y ésta es aquel bien con cuya consecu
ción ya no queda más que desear. Es el sumo bien, que abar
ca dentro de sí a todos los bienes; si le faltase algo, ya no se
ría el sumo bien, al quedar fuera de él algo que se podría
desear. Es evidente, pues, que la felicidad es un estado per
fecto por la reunión de todos los bienes. Como hemos dicho
antes, todos los hombres se afanan por conseguir ese estado
por diversas vías, pues es innato en el alma humana el deseo
del verdadero bien, pero el error las desorienta y les hace bus
car falsos bienes.
Pero hemos definido a la felicidad como el sumo bien: luego
estima como felicidad el estado que desea con preferencia a
los demás.
12. Ahí tienes, pues, una visión sintética de las formas
que reviste para los humanos la felicidad: riquezas, honores,
poderío, gloria, placeres. Epicuro no tenía otros bienes ante
la vista, y por eso, consecuentemente, determina que para él
el sumo bien es el placer, ya que todos los demás lo son por
que proporcionan placer al hombre.
856 Unos creen que el bien supremo es no carecer de
nada, y trabajan afanosamente en acumular riquezas; otros, es
timando que es el llegar a la cumbre de los honores, se esfuer
zan por obtener reputación entre sus semejantes. Los hay que
ponen el sumo bien en el poderío supremo; los tales, o quie
ren reinar ellos mismos, o pegarse a los que reinan. Aquellos
a los que les parece lo sumo la fama, se apresuran por hacer
su nombre glorioso por el ejercicio de las armas o de las le
tras. Muchísimos miden la eficacia del bien por el gozo y la
alegría: ésos piensan que el colmo de la felicidad es nadar en
placeres. Otros hay que combinan alternativamente los fines
y las causas de los anteriores, como los que desean las rique
zas por el poderío y placeres que reportan, o los que buscan
el poder para obtener riquezas o granjearse un nombre famoso.
En torno a estos y parecidos bienes se ejerce el afán de
los mortales, ya en su obrar, ya, al menos, en sus deseos, como
la fama y el aura popular, que parecen granjear cierta celebri
dad; la mujer y los hijos, que se buscan por los goces que
proporcionan. Los amigos, raza escogida, se piensa que los de
para la virtud y no la fortuna; todo lo demás se acoge por
deseo de poderío o del placer.
10. Por lo que hace a los bienes corporales, es claro que
hay que reducirlos a los ya enumerados. Así, la fuerza y la cor
pulencia parecen proporcionar predominio; la belleza y la agi
lidad, fama, y la buena salud, placer.
857 11. En todas esas apetencias es evidente que lo
único que se desea es la felicidad; pues lo que uno busca con
preferencia a todo lo demás, lo estima com o el bien sumo.
856 G . C a p o n e G r a g a , La soluzione cristiana del problema del «Summum
bonum» in «Philosophiae consolationis libri quinqué» di Boezio: Arch. di
storia della filosofía italiana (1934) p.101-116.
531
858 13. Pero volvamos a los anhelos del espíritu hu
mano, el cual, aunque sufriendo obnubilaciones en su memo
ria, sin embargo, reclama su bien propio, si bien, a la manera
del embriagado que no sabe volver a casa, no acierta con el
camino a seguir.
14. ¿Están equivocados los que se esfuerzan por no ca
recer de nada? Pues no hay nada que pueda redondear tanto
la felicidad com o un estado de abundancia de todos los bienes,
en el que no se necesite de otro, bastándose a sí mismo. ¿Aca
so yerran los que piensan que el bien supremo es el gozar de
toda estima y respeto? En modo alguno, pues no puede ser
algo vil y despreciable eso tras cuya consecución se afana casi
toda la humanidad. Y ¿no habría que contar entre los bienes
al poderío? ¿Es que habrá de tenerse por algo débil y des
vaído lo que sabemos que aventaja en fuerza a todas las cosas?
Y la fama, ¿se ha de estimar en nada? Pero no se puede disi
mular que todo lo que sobrepasa a todo lo demás, aparece
también rodeado de un nimbo de gloria.
Que a la felicidad es extraña la angustia y la tristeza, ni
está suejta al dolor ni a la pena, no hay por qué insistir en
ello, cuando aun en las cosas más pequeñas se busca aquello
cuya posesión y disfrute deleita.
859 19. Pues bien: ésos son los bienes que los hombres
desean conseguir, y por esa causa buscan las riquezas, las dig
nidades, la realeza, la gloria y los placeres: porque creen que
con tales cosas se les va a venir a las manos la abundancia,
el respeto, el poderío, el renombre, la alegría. El bien es, pues,
eso tras de lo cual van los mortales, con tan diversas formas
de apetencia; en lo cual se manifiesta la fuerza de la inclina
ción natural, al coincidir tan variadas y aun opuestas menta
lidades en amar el fin, que es el bien.
552
Consolación sobre la filosofía
Boecio
P rosa
fecto; luego la felicidad necesariamente reside en Dios sobe
rano.
X
860 1. Ya que has visto cuál es la naturaleza del bien
imperfecto y la del bien perfecto, creo que es el momento de
mostrarte en qué consiste esa perfección de la felicidad.
Para ello, pienso que ante todo es necesario que nos pon
gamos a averiguar si puede tener existencia en la realidad ese
bien, tal cual antes lo has definido, no sea que nos engañe una
vana imagen forjada por nuestro espíritu, desviándonos de la
verdad.
Pues bien: no se puede negar que tal bien existe y que sea
com o la fuente de todos los demás; pues todo lo que se dice
imperfecto se constituye imperfecto por inferioridad respecto
de lo perfecto. Así que, si en un orden o género cualquiera
de cosas aparece algo com o imperfecto, en ese orden tiene que
haber también algo que sea perfecto, pues, suprimida la per
fección, no se puede ni siquiera imaginar de dónde pueda sur
gir eso que aparece com o imperfecto.
5. La naturaleza no empieza por las cosas menguadas e
incompletas, sino que, iniciando su proceso con las completas
y acabadas, viene a decaer poco a poco en lo ínfimo y degra
dado. Si, como hemos demostrado hace poco, se da una feli
cidad imperfecta, deparada por un bien frágil, no se puede du
dar de que se da una felicidad segura y perfecta.
— Es una conclusión— dije— solidísima y muy verdadera.
861 7. Mira ahora dónde se halla esa felicidad. Es per
suasión común de todos los hombres que Dios, el primero de
todos los seres, es bueno. Pues no pudiendo concebirse nada
mejor que Dios, ¿quién dudará que ese ser, que es el mejor
que existe, es bueno? Y la razón de tal suerte prueba que Dios
es bueno, que a la vez hace evidente el que en El se halle
también el bien perfecto. Pues, de no ser así, no podría ser
el primero de todos los seres, ya que se daría algo superior
que poseyese el bien perfecto, y que aparecería com o anterior
a El: siempre todas las cosas perfectas han sido antes que las
imperfectas. Así que, para que no se vea envuelta la razón en
un proceso indefinido, hay que reconocer que Dios, el ser su
premo, contiene en sí el bien sumo y perfecto. Ahora bien:
hemos dicho que la verdadera felicidad consistía en el bien per860
C o u r c e lle ,
861 C o u r c e l l e ,
o.c., p.170;
o .c .,
p«171.
C rocco,
O.C.,
533
p.67.
862 — De acuerdo— replicó— y no se puede objetar nada
en contra.
— Pero repara, te ruego, en el modo sublime e irrefraga
ble como has demostrado que Dios soberano contenga en sí
el sumo bien.
— ¿De qué modo?
— N o vayas a pensar que este Padre de todas las cosas
haya recibido de fuera ese sumo bien de que está lleno, o que
lo posee así por naturaleza, pero com o si fuesen dos substan
cias distintas la de Dios, que posee, y la de la felicidad po
seída. Porque si lo imaginas a ese bien como recibido de fuera,
podrías estimar com o más perfecto al que da que al que re
cibe: pero ya hemos proclamado con toda verdad que Dios
es el ser más excelente de todos. Y si lo posee por naturaleza,
pero habiendo algún fundamento para que lo distingamos de
él, tratándose, como se trata, de Dios, el primero de los seres,
imagine quien pueda quién pudo unir extremos tan diversos.
Y , en fin, todo aquello que se distingue de una cosa no es
eso de la cual se distingue; por tanto, lo que por su natura
leza es distinto del sumo bien, no es el sumo bien, cosa abso
lutamente impensable tratándose de un ser del cual sabemos
que no hay nada más excelente que él. En efecto, nada en ab
soluto puede ser por naturaleza superior a su principio; en
consecuencia, con toda razón se puede afirmar que lo que sea
el principio de todas las cosas es también en su ser mismo el
sumo bien.
— Muy bien concluido— dije.
— Pero hemos quedado en que la felicidad consiste en el
sumo bien.
— Así es.
— Luego por fuerza habrá que reconocer que Dios es la
felicidad misma.
— No puedo objetar nada a las premisas que me has pro
puesto, y claramente veo que esta conclusión se sigue lógica
mente de ellas.
863 18. Mira ahora si podemos llegar a la misma ver
dad de manera más segura por este otro camino: que no pue
de haber dos bienes sumos distintos entre sí. Porque de dos
bienes distintos entre sí, es claro que el uno no es el otro;
por tanto, ninguno de los dos podrá ser perfecto, pues a cada
B oecio
Consolación sobre la filosofía
uno de ellos le faltará lo del otro. Pero es evidente que lo
que no sea perfecto no es sumo; luego esos bienes sumos no
pueden ser distintos entre sí. Mas ya tenemos demostrado que
tanto la felicidad como Dios son el bien sumo; luego la feli
cidad suma misma tendrá que ser la suma divinidad.
— Ninguna conclusión más verdadera— dije— ni mejor fun
dada ni más digna del mismo D ios...
sos entre sí; pues en eso consiste el ser partes, en que seres
diversos compongan un todo. Mas hemos demostrado que to
dos ellos son una misma cosa; luego no son miembros; de lo
contrario, parecería que la felicidad consta de un solo miem
bro, cosa imposible.
— Ninguna duda hay en ello, pero quiero ver lo que viene
después de eso.
— Es cosa clara que todas esas cosas guardan relación con
el bien. En efecto, se busca la suficiencia, porque se piensa que
es un bien; se busca el poder, porque se le estima com o bien,
y lo mismo se puede decir del honor, de la fama, del placer.
534
864 22. Esto supuesto, imitando a los geómetras, que
suelen inferir de las proposiciones demostradas lo que ellos
llaman «porismas», voy yo también a sacar una especie de co
rolario. Es éste: ya que los hombres llegan a ser felices por la
consecución de la felicidad, y siendo la felicidad la divinidad
misma, es claro que llegan a ser felices consiguiendo la divini
dad. Mas así como se es justo por la adquisición de la justicia,
y sabio por la de la sabiduría, de igual modo el que consigue
la divinidad se hace dios. Por tanto, todo hombre feliz es dios.
Pero Dios por naturaleza sólo hay uno; por participación, en
cambio, nada impide que haya muchísimos.
— Hermoso y preciso es este porisma o corolario, como
quieras llamarlo.
865 27. — Pues lo más hermoso es algo que la razón
nos dice que va unido con eso.
— ¿Qué?
28.
— Conteniendo, como contiene, la felicidad muchos
elementos, ¿te parece que todos ellos forman una especie de
cuerpo, diferenciado en cierta variedad de partes; o hay alguno
que constituye la substancia de la felicidad, ordenándose a él
todos los demás?
— Te agradecería que me hicieras ver eso con la enumera
ción de esos elementos.
— ¿N o hemos quedado en que la felicidad es el bien?
— Y el bien sumo— repliqué.
— Y puedes decir lo mismo de todos los demás. Porque la
suficiencia, el poder, los honores, la fama, el placer, cuando se
hallan en grado sumo, se estima que son la misma felicidad.
¿Y qué te parece? Todos esos bienes, la suficiencia, el poder
y los demás, son una especie de miembros de la felicidad o,
más bien, algo ordenado al bien como a su vértice?
— Ya entiendo la cuestión que me propones; pero quisiera
saber cuál es tu opinión en ella.
— Mira cómo podemos decidir esta cuestión. Si todos esos
bienes fuesen miembros de la felicidad, serían también diver
535
866 36. Por tanto, la cifra y la causa de todo lo que se
desea, es el bien; pues lo que no tiene la realidad o la apa
riencia de bien, no parece ser deseado. Y al contrario, lo que
en sí no sea un bien, si, al menos, tiene apariencia de bien, es
apetecido com o si en realidad lo fuese. Y así resulta que con
razón se estima al bien com o la cifra, raíz y causa de todos los
objetos deseados. Y el fin por el cual se desea algo, ése es el
objeto que en realidad se desea, com o cuando uno quiere ha
cer equitación por la salud, más que el ejercicio mismo de ir
a caballo, lo que en realidad quiere es la salud. Deseándose,
pues, todo, por razón del bien, esto es lo que en realidad se
desea, y no las cosas particulares deseables. Mas hemos que
dado en que la felicidad es aquello por lo cual todo se desea:
luego ésta es lo único que apetece. Esto nos hace ver con toda
evidencia la identidad esencial del bien y de la felicidad.
— N o veo cómo pueda negarlo nadie.
42. — Pero ya hemos demostrado que Dios y la verdadera
felicidad son una misma cosa.
— Así es.
— Con toda seguridad, pues, podemos concluir que la subs
tancia de Dios reside en el bien mismo y no en otra cosa al
guna.
LIBRO IV
P rosa
VI
867 7. Toda generación de las cosas, toda evolución de
los seres sujetos a cambio y cuanto de algún modo se mueve,
tiene sus causas, su orden y sus diversas formas en la estabi867-897 V . M a r t i n , Quae de Vroviientia Boethius in «Consolatione Philosophiae» scripserit (Paris 1865).
867-870 C o u r c e l l e , o . c . , p . 203-206; H. R. P a t c h , Fate in Boethius and
536
Consolación sobre la filosofía
Boecio
lidad de la inteligencia divina. Ella, asentada en el alcázar de
la simplicidad, determina el orden y medida, en la multiplici
dad de sus formas, de todos los acontecimientos. Ese modo, si
se le considera en la puridad misma de la divina inteligencia,
se llama Providencia; considerado en relación con los hechos
que promueve y ordena, los antiguos lo llamaron Hado o Des
tino.
868 9. Que son dos cosas bien distintas, se percibirá
fácilmente si se considera bien la causalidad de cada una de
ellas. Porque la Providencia es esa divina razón en sí misma,
que reside en el ser supremo y lo dispone todo, mientras que
el Destino es la disposición inmanente a las cosas mudables,
por medio de la cual la Providencia las conexiona todas dando
a cada una su propio lugar. En efecto, la Providencia abarca
todos los seres en su abigarrada multiplicidad infinita; el Des
tino, en cambio, los distribuye uno a uno en el movimiento en
los lugares y formas y tiempos particulares; de suerte que este
desarrollo temporal, proyectado en su unidad en la mente di
vina, es la Providencia, y el mismo, com o un orden realizado
y verificado a través del tiempo, se llama Destino.
869 11. Pero, aunque sean cosas diversas, una depende
de la otra, porque el orden del Destino procede de la simpli
cidad de la Providencia. En efecto, así como el artífice, una
vez concebida en su interior la idea de la obra que va a hacer,
pone en marcha la obra y realiza en sucesivos momentos lo
que había preconcebido en una simple visión, así Dios, por su
Providencia, dispone en su inmutabilidad cada uno de los
acontecimientos, y, por el Destino, distribuye esos aconteci
mientos que planeó, en su multiplicidad y sucesión temporal.
870 13. Ya sea, pues, que el Destino se realice por la
intervención de ciertos espíritus divinos al servicio de la Pro
videncia, o que se teja la urdimbre de los acontecimientos del
Destino por obra del alma, o de la naturaleza toda, o de los
movimientos de los astros, o por alguna potencia angélica, o
por la variada industriosidad de los demonios, bien por todas
o por algunas de esas fuerzas, lo cierto es que queda claro que
la forma inmutable y simple de los acontecimientos es la Prothe Neoplatonists: Speculum 4 (1929) 62-72;
the Neoplatonists: ibid., 10 (1935) 393-404.
86 7 C rocco , o . c . , p .6 9 -7 3 .
8 6 9 C o u r c e l l e , o .c ., p .2 0 3 -2 0 4 .
870 C ourcelle , o c ., p.205.
Id., Necessity in Boethius and
537
videncia, y el Destino, en cambio, el nexo cambiable y el or
den temporal de esos acontecimientos que dispuso la divina
simplicidad.
14. Así que todo lo que está sujeto al Destino, está so
metido igualmente a la Providencia, a la cual está subordinado
el Destino mismo; pero hay cosas que, asumidas directamente
por la Providencia, quedan fuera de la trama del Destino: son
las que, próximas a la suprema Divinidad, se mantienen inmu
tablemente fijas, superando la sucesión mudable del Destino...
871 21. Por eso, aunque a vosotros, por no ser capaces
de percibir ese orden universal, os parezca todo envuelto en
la confusión y el desorden, sin embargo, hay un plan que todo
lo encamina al bien. Pues nada se hace por el mal com o fin,
ni siquiera por los malvados, de los cuales hemos probado am
pliamente que buscan el bien, aunque el error les desvía:
¡cuánto menos el orden que tiene com o quicio el sumo bien
se desviará de su principio!
872 23. Pero me dirás: ¿qué confusión más irritante
puede haber que el que a los buenos les vaya unas veces bien
y otras veces mal, y que, igualmente, a los malos les suceda
unas veces lo que deseen y otras lo que odian?
— ¿Es que los hombres gozan de tal rectitud de juicio, que
los que juzgan como buenos o com o malos, han de serlo en la
realidad así? Vemos de hecho que en esta materia los juicios
de los hombres se contradicen, estimando unos com o dignos
de premio a los que otros juzgan com o dignos de castigo. Pero
concedamos que pueda alguno discernir los buenos y los ma
los: ¿podrá conocer ese a modo de temperamento íntimo de
las almas, por hablar como se hace tratándose del cuerpo?...
873 27. No es distinto el caso del que no sabe expli
carse el fenómeno extraño de que, aun estando todos sanos,
a unos les sienta bien lo dulce, a otros lo amargo; en la enfer
medad, unos se curan con medicamentos suaves y otros con
más enérgicos, cosas que no serán nada extrañas al médico,
que tiene bien conocidas la condición y sazón de la salud y de
la enfermedad...
29. Pues bien, ¿qué otra cosa es la salud del alma sino
la virtud? Y ¿qué es la enfermedad del alma sino el vicio? ¿Y
quién más puede ser fautor de las virtudes y debelador de los
872 C rocco , o .c ., p.75.
873-877 V. Sc m idt -K ohl , Die neuplatonische Seelenlehre in der «Consolatio
Philosophiae» des Boethius (Hain 1965).
Boecio
Consolación sobre la filosofía
vicios que Dios, el supremo rector y médico de las almas? El,
contemplándolo todo desde la atalaya de su Providencia, ve lo
que conviene a cada uno y se lo otorga. Y de ahí se origina
ese milagro del orden en la marcha del Destino: el que un
ser sabio realiza lo que a los ignorantes deja estupefactos.
proviene, por tanto, de la coincidencia y concurso de unas cau
sas, y no de la voluntad del agente. Porque ni el que ocultó
el oro ni el que cultivó el campo pretendieron que se descu
briese el oro, sino que, como ya be dicho, resultó y coincidió
que, donde el uno enterró, el otro cavó. Podríamos, pues, de
finir al azar com o un acontecimiento imprevisto proveniente
de causas concurrentes en un proceso de acciones que se po
nen con un fin determinado. Esa concurrencia y confluencia
de causas las produce el orden que, desarrollándose inflexible
mente, procede de la Providencia y determina a cada cosa su
lugar y tiempo.
538
LIBRO V
P rosa
I
874 8 ... Si se entiende por azar un suceso debido a un
movimiento fortuito y sin ninguna conexión, entonces diré que
el azar no es absolutamente nada, y declaro que es una pura
palabra, sin significación alguna. Porque toda vez que Dios
reduce al orden a todas las cosas, ¿qué lugar puede quedar
para lo fortuito? Porque de la nada, nada sale; ésta es una
verdad que nadie entre los antiguos se atrevió a negar, si bien
no la entendieron del principio de acción, sino del sujeto ma
terial, y la propusieron com o axioma fundamental en el trata
do de la naturaleza. Pero, si algo empieza a existir sin ningu
na causa, parecerá que ha salido de la nada; y, com o esto es
imposible, también lo será que exista el azar tal como poco
antes lo hemos definido.
— Entonces— dije— , ¿nada hay que se pueda llamar con
propiedad azar o lo fortuito? ¿O hay algo que, aunque des
conocido para el vulgo, pueda llevar ese nombre?
— Mi discípulo Aristóteles dio de ese término una defini
ción concisa y verdadera.
— ¿Cuál es?
875 13. Siempre que se hace algo— dice— por razón de
una cosa cualquiera y resulta algo diverso de lo que se pre
tendía, por lo que sea, se habla de azar; com o cuando uno,
cavando la tierra para cultivarla, encuentra una cantidad 4e
oro enterrada.
17. Ese suceso se cree que se debe al azar, pero no pro
cede de la nada, pues tiene1sus propias causas, cuya concu
rrencia imprevista e inesperada parece haber producida algo
casual. Porque, si el agricultor no cavase la tierra y el otro no
hubiese enterrado allí su dinero, no se habría encontrado el
oro. Esas son, pues, las causas de esa ganancia fortuita, que
8 7 4 C o u r c e l l e , o . c . , p .2 0 8 -2 2 1 ;
C rocco,
o .c .,
p .7 6 -8 6 ,
Prosa
539
II
876 1. — Ya lo entiendo, y veo que las cosas son como
tú dices. Pero, en esta serie de causas estrechamente eslabo
nadas, ¿hay lugar para nuestro libre albedrío, o ata también
la cadena del Destino a los movimientos mismos del espíritu
humano?
— Sí que hay lugar para el libre albedrío, ya que no puede
darse ninguna naturaleza racional que carezca de él. En efec
to, el ser que por naturaleza puede servirse de la razón, está
dotado de capacidad de discernir los objetos que se le presen
tan; por tanto, distingue por sí mismo lo que debe rechazar
y lo que debe apetecer. Ahora bien, lo que se ve como apete
cible, se busca, y se huye de lo que se ve como rechazable.
Así que, en los seres en que existe la razón, existe también
la libertad de querer o no querer; pero declaro que tal liber
tad no se halla en el mismo grado en todos.
877 7. En efecto, las sustancias superiores y divinas tie
nen un juicio perspicaz, una voluntad firme y un poder eficaz
en realizar sus deseos. Las almas humanas, en cambio, es ob
vio que serán más libres cuando se mantienen en la contem
plación de la mente divina, menos cuando descienden a los
cuerpos, y en un grado todavía inferior cuando se hallan apri
sionadas en miembros terrenos. Y se da la esclavitud extrema
cuando, por entregarse a los vicios, se ven privadas de su pro
piedad característica, la razón. Pues una vez que han bajado
su vista de la contemplación de la luz soberana de la verdad
al mundo inferior de los objetos tenebrosos, al punto se ven
876
877
C rocco,
p.78.
o.c., p.208s.294.
o .c .,
C ourcelle,
Boecio
Consolación sobre la filosofía
envueltas en las nubes de la ignorancia, se sienten perturba
das por bajas pasiones, y exponiéndose y consintiendo con
ellas, dan con ello más fuerza a la esclavitud que se han de
parado, y quedan presas en cierto modo de la propia libertad.
Todas esas vicisitudes las ve desde toda la eternidad la mi
rada de la Providencia y predestina lo que a cada uno corres
ponde según su merecido.
ción de los sucesos previstos, aun cuando tal presciencia no pa
rezca inducir la necesidad de que aquéllos tengan lugar.
540
P rosa
III
878 1. Entonces repuse yo: Ahora me veo envuelto en
la confusión de una dificultad mayor.
— ¿Cuál? Pues ya conjeturo lo que te perturba.
3. — Me parece que hay una muy grande contradicción en
tre la presciencia universal de Dios y la existencia del libre
albedrío. Porque, si Dios todo lo prevé y no se puede engañar,
necesariamente sucederá lo que la Providencia ha previsto que
será. Por tanto, si ha previsto desde toda la eternidad no ya
sólo los actos de los hombres, sino aun sus mismos designios
y voluntades, ya no habrá libre albedrío, ya que no podrá
existir ningún hecho ni decisión alguna de voluntad más que
la que haya previsto la infalible presciencia divina. Si los acon
tecimientos pudiesen ser desviados a otra ruta distinta de lo
previsto, ya no sería firme la presciencia del futuro, sino que
vendría a ser una conjetura incierta, cosa que pienso que no
podemos atribuir a D ios...
879 7. Tampoco puedo aprobar la manera como algu
nos creen poder soltar el nudo de la cuestión. Dicen que un
acontecimiento no tiene lugar porque la Providencia haya pre
visto que sucederá, sino más bien al contrario, porque ese acon
tecimiento sucederá, por eso no se puede ocultar a la divina
Providencia y, por tanto, esa necesidad de que hablamos es en
sentido contrario. Porque— dicen— lo necesario no es que su
ceda lo que está previsto, sino el que se prevea lo que va a su
ceder; como si la cuestión que tratamos de ventilar fuese la
de cuál es la causa de cuál: la presciencia, de la necesidad de
lo que va a suceder, o la necesidad de lo que va a suceder, de
la presciencia, y no más bien el tratar de demostrar que, cual
quiera que sea el orden de las causas, es necesaria la verifica878 C r o c c o , o.c., p.79-81.
879 C o u r c e l l e , o.c., p.211.
541
880 10. Así, si una persona está sentada, necesariamen
te es verdadero el juicio que afirma que está sentada; y, a la
inversa, si es verdadero el juicio que afirma que uno está sen
tado, necesariamente ese tal estará sentado. En ambos casos se
da, pues, necesidad: en uno, la de que está sentado, en otro,
la de la verdad del juicio. Pero no está sentado uno porque
sea verdadero el juicio, sino, más bien, éste es verdadero por
que antes se ha dado el hecho de estar sentado. Así que, no
obstante radicar la causa de la verdad en otra parte, en ambos
casos se da por igual la necesidad. Pues de manera parecida
podemos discurrir acerca de la Providencia y de los sucesos
futuros. Pues, aunque sean previstos porque tienen que suce
der y no, inversamente, suceden porque han sido previstos, sin
embargo, por parte de Dios es necesario que lo que ha de
suceder le sea previsto, y que todo lo previsto suceda, lo cual
es suficiente para destruir el libre albedrío...
15.
Ahora bien: ¡qué gran desatino es el decir que la
realización de los sucesos en el tiempo es causa de la pres
ciencia eterna! Pues, ¿qué otra cosa es el creer que Dios pre
vé los sucesos futuros porque van a suceder, sino pensar que
los acontecimientos pasados fueron causa de esa suprema Pro
videncia? Además, así como cuando sé que algo existe, es ne
cesario que exista, así, cuando conozco que va a suceder, es
necesario que eso suceda; con lo que tenemos que es inevita
ble la verificación de una cosa prevista.
881 18. Por último, si conoce uno una cosa de otro
modo de como lo es, ese conocimiento no sólo no es ciencia,
sino una opinión errónea, que nada tiene que ver con la ver
dad, compañera de la ciencia.
19. Por tanto, si algo va a suceder de tal suerte que su
realización no sea cierta y necesaria, ¿qué manera habrá de.
prever que va a suceder? Pues así como la verdadera ciencia no>
admite el error, así lo conocido por ella no puede ser de otra:
manera de como se lo conoce. La razón de que en la ciencia
no quepa la mentira es la necesidad de que cada cosa sea tal!
cual la ciencia la conoce...
882 22. ¿Cóm o puede, pues, Dios conocer esos sucesos
futuros inciertos? Porque, si juzga que van a suceder infali
881 C o u r c e l l e ,
o .c .,
p .2 1 4 .
Boecio
Consolación sobre la filosofía
blemente los hechos que es posible que ni siquiera sucedan, se
engaña; cosa que no se puede pensar ni decir de Dios. Y si
juzga que son futuras tal y como lo son, conociendo que lo
mismo pueden suceder que no, ¿qué presciencia es ésa, que
nada seguro ni firme sabe? ¿O en qué se diferenciará del ri
dículo vaticinio de Tiresias: «Cuando yo dijere, sucederá o
n o»? ¿En qué sería superior la Providencia divina a la mera
opinión, si, a la manera humana, juzga como inciertos los acon
tecimientos cuya realización es incierta? Y si, más bien, nada
puede haber de incertidumbre en esa fuente universal de toda
certeza, cierta será la realización de los sucesos que haya pre
visto en firme como futuros. Con lo que no quedará libertad
alguna en los propósitos y acciones humanas, a las cuales la
inteligencia divina, previéndolo todo sin posibilidad de enga
ñarse, reduce y encamina a un plan determinado.
... 29. Admitida esta teoría, ya se echa de ver qué de
sastre se sigue en las cosas humanas todas. En vano se propo
nen recompensas a los buenos y castigos a los malos, que no
merecieron ni unos ni otros por libre y voluntaria actividad
propia. Y aparecerá com o el colmo de la injusticia lo que al
presente nos parece el ideal de la justicia, a saber, el que los
malos sean castigados y los buenos recompensados, ya que a
serlo así no lleva la propia voluntad, sino que les constriñe
la ineluctable necesidad del futuro...
de necesidad de los sucesos futuros, piensan que la presciencia
no impide en nada al libre albedrío. Pues ¿de qué otra fuente
sacas tú la prueba de la necesidad de los acontecimientos fu
turos, sino de que es imposible que no suceda lo que está pre
visto? Si, pues, la previsión no induce en los sucesos futuros
ninguna necesidad, com o tú mismo lo reconocías hace poco,
¿qué razón habrá para que los acontecimientos que dependen
de la voluntad hayan de tener una realización necesaria?...
542
P rosa
IV
883 1. Entonces dijo la Filosofía: Vieja es esa querella
a propósito de la Providencia. Cicerón la desarrolla con calor
al hablar de la adivinación, y tú has pasado mucho tiempo en
meditar intensamente sobre ella; pero hasta el presente ningu
no de vosotros le ha dado una solución bien pensada y cierta.
2.
La causa de esa oscuridad está en que no se puede apli
car la manera del proceso humano de razonar a la simplicidad
de la divina presciencia; si pudiésemos concebirla de alguna
manera, ya no quedaría ninguna dificultad. Trataré de poner
en claro y resolver esta cuestión, examinando primero las difi
cultades que tienes.
884 4. Y , en primer lugar, te pregunto por qué estimas
com o poco eficaz ese razonamiento que hacían los que ofre
cían una solución, a saber: que, al no ser la presciencia causa
883
C rocco,
o .c .,
p.81.
543
885 7. Por vía de hipótesis, para que percibas mejor el
hilo del raciocinio, supongamos que no hay tal presciencia. ¿Es
que por eso las acciones voluntarias van a ser constreñidas por
la necesidad?
— De ningún modo.
— Supongamos ahora que exista la presciencia, pero que
po induce ninguna necesidad en las cosas; seguirá, eso creo'
yo, sin alteración, íntegra y absoluta la libertad de la volun
tad...
886 10. Pero es que la presciencia— dirás— , aunque no
significa necesidad para los sucesos futuros, sin embargo, es
señal de que van a tener lugar necesariamente. Entonces, aun
que no existiese la presciencia, constaría que es necesaria la
verificación de los sucesos futuros, ya que todo signo señala la
existencia de algo, pero no lo produce. Por tanto, habrá que
demostrar antes que todo sucede por necesidad, para que apa
rezca que la presciencia es signo de esa necesidad; de lo con
trario, si tal necesidad no existe, tampoco la presciencia podrá
ser signo de una cosa que no existe. Y es cosa sabida que para
que una demostración sea firme, tiene que fundarse no en con
jeturas o argumentos extrínsecos, sino en razones intrínsecas y
necesarias.
¿Cómo es posible que los acontecimientos previstos no se
verifiquen? N o es que creamos que lo que la Providencia ha
previsto que suceda, no va a suceder; sino, más bien, pensa
mos que, aun en el caso de que sucedan, en ellos no había
ninguna suerte de necesidad de que existiesen.
887 15. Lo entenderás mejor por esto que te voy a de
cir: Imagina que estamos contemplando una serie de acciones
mientras se están realizando, com o, por ejemplo, lo que vemos
hacer a los aurigas al conducir y dirigir las cuadrigas, u otras
acciones parecidas. ¿Les compele necesidad alguna a esas ac
ciones para que se desarrollen así?
Boecio
Consolación sobre la filosofia
— Ninguna; pues sería superfluo el esfuerzo del arte si
todos esos movimientos se realizasen en fuerza de la nece
sidad.
— Pues bien: esas mismas cosas que en su realización no
están sujetas a la necesidad, tampoco antes de suceder tuvie
ron necesidad de existir. Por tanto, hay algunos acontecimien
tos futuros cuya verificación está exenta de toda necesidad.
Porque no creo que vaya nadie a decir que lo que ahora su
cede no era futuro antes de realizarse; todas esas acciones,
pues, aunque previstas, tienen una realización libre. Porque,
así como el conocimiento de lo presente no induce necesidad
alguna en los acontecimientos que suceden, así tampoco la pres
ciencia del futuro la induce en los que van a venir...
común de todos los hombres. Examinemos, pues, qué es la
eternidad; pues su conocimiento nos declarará la naturaleza
divina y su ciencia. La eternidad es la posesión, de una vez
y perfecta, de una vida interminable. Esta definición quedará
más clara si hacemos comparación con las cosas temporales.
Porque todo lo que se desarrolla en el tiempo es un presente
que va pasando de lo pretérito a lo futuro, y no hay nada de
condición temporal que pueda abarcar de una vez todo el es
pacio de su existencia, sino que no posee todavía lo futuro, y
lo pasado ya lo ha perdido; y en vuestra vida del día de hoy
no vivís más que el momento fugaz y transitorio.
5 44
888 21. Pero es que— dirás— eso es precisamente lo que
está en duda; si puede haber alguna presciencia de los acon
tecimientos que no tienen verificación necesaria. Porque pa
recen esas cosas contradictorias; y piensas que, si se prevén,
habrá necesidad, y que si no hay necesidad, no se prevén, y
que no hay ciencia sino de lo cierto. Y si los sucesos de reali
zación incierta se prevén com o ciertos, entonces se tiene la con
fusión propia de la opinión, y no la verdad que acompaña a
la ciencia; pues el conocer una cosa de manera distinta de
com o es, lo tienes por algo muy diverso de la perfección de
la ciencia.
889 ... 24. La causa del error es el creer, en todo co
nocimiento, que se conocen los objetos exclusivamente por su
■eficacia y su naturaleza.
25.
Y es precisamente todo lo contrario: pues todo ob
jeto conocido es percibido no en función de su esencia, sino,
más bien, en función de la facultad que conoce...
P rosa
VI
890 1. Ya que, com o hemos demostrado poco antes,
todo conocimiento depende no de la naturaleza del objeto co
nocido, sino de la del sujeto cognoscente, tratemos ahora de
penetrar, en la medida de lo posible, cuál es el modo de ser de
la naturaleza divina, para que así podamos conocer también el
modo de ser de su ciencia. Que Dios es eterno, es pensamiento
890-891 R. A m e r i o . Probabile fonte della nozione boeziana di eternità: Filo,sofia 1 (1950) 365-372.
890 Courceile, o.c., p.221-222; Crocco, o .c., p.83-34.
545
891 16. El ser, pues, sujeto a las condiciones del tiem
po, puede que, com o opinó Aristóteles sobre el mundo, no
haya empezado nunca ni nunca acabe y que su existencia se
coextienda con la infinitud del tiempo, mas no por eso reúne
las condiciones necesarias para que se le pueda tener por eter
no. Pues aunque tenga existencia infinita, no la abarca de una
vez, sino que no posee el futuro todavía, y el pasado ya no lo
tiene. Pues bien: el ser aue abarca v posee de una vez, simul
táneamente, la plenitud de una vida interminable, del que no
esté ausente un momento del futuro y no se le hava escapado
ninguno del pasado, ése es el que con toda razón se dice eter
no. v ñor necesidad está siempre presente a sí mismo, pose
yéndose, y tiene ante sí la infinitud del tiempo que fluye...
892 25. Me dirás que lo que Dios prevé que va a suce
der, no puede dejar de suceder; ahora bien, lo que no puede
deiar de suceder, se verifica por alguna suerte de necesidad.
Con eso me has hecho venir a dar en ese término «necesidad»:
y te he de confesar que hav aquí encerrada una gran verdad,
pero de acceso apenas posible sino al que esté avezado a la
contemplación de lo divino.
26.
Te diré, pues, que un mismo hecho futuro, referido
al conocimiento divino, aparecerá com o necesario, pero consi
derado en su propia naturaleza, aparecerá independiente y li
bre. Pues es de saber one hav dos clases de necesidad: una,
simple, como el que todos los hombres sean mortales; otra,
condicional, como, si sabes que uno anda, es necesario que el
tal ande. Porque lo que uno conoce, no puede ser de otro modo
de como se lo conoce: pero esa necesidad condicional no trae
consigo la primera, simple, de que hemos hablado. Pues tal
necesidad no brota de la naturaleza del hecho, sino de la con892 Courcelle, O.C., p.214.
Los filósofos medievales 1
18
546
Boecio
dición sobreañadida, ya que no hay necesidad alguna que le
fuerce a uno a andar cuando lo hace por propia voluntad, si
bien sea necesario que. cuando está andando, ande.
893 31. Pues de la misma manera, si la Providencia ve
algo com o presente, es necesario que eso exista, aunque tal
necesidad no le venga de su propia naturaleza. Ahora bien,
Dios ve como presentes los futuros que dependen de la vo
luntad libre; tales futuros, pues, referidos a la mirada divina,
resultan necesarios por la condición que se les agrega (o sobre
viene) del conocimiento divino, pero, en sí considerados, no
pierden el carácter de libres, inherente a su naturaleza.
32. Por tanto, sucederán, sí, todos los acontecimientos
que Dios prevé que van a suceder, pero algunos de ellos pro
ceden del libre albedrío, que no por suceder pierden su natu
raleza propia, en virtud de la cual antes de producirse podrían
no haber sucedido.
894 Pero ¿qué más da que no sean necesarios, cuando
por la manera de ser de la ciencia divina, lo más parecido a la
necesidad, han de suceder? — Pues esto: que, por ejemplo, en
el caso que antes te he propuesto, el salir del sol y el caminar
de una persona, que, mientras se realizan, no pueden no reali
zarse, lo uno tenía necesidad de verificarse, aun antes de exis
tir, y lo otro, no. Pues del mismo modo: las cosas que Dios
tiene presentes, existirán sin duda alguna, pero unas lo harán
de por su propia necesidad, y otras, com o efecto de la libre
voluntad del agente. Con razón, pues, decimos que esos suce
sos libres, referidos al conocimiento divino, son necesarios;
pero, considerados en sí mismos, están exentos de toda necesi
dad, a la manera como todo lo que se siente, referido a la ra
zón, es universal, pero considerado en sí mismo, singular.
895 37. Pero dirás: si está en mi mano el cambiar de
propósito, anularé la Providencia, mudando tal vez lo que ha
bía previsto.
Respondo que bien podrás cambiar tu propósito, pero como
la Providencia tiene ante su vista que puedes hacerlo y si de
hecho lo haces, y prevé todos tus movimientos, no puedes evi
tar la presciencia divina, com o no podrías rehuir la mirada
del que te está viendo en las muchas acciones en que te afanas
por tu libre voluntad.
§94 C ourcelle . o.c., p.214.219,
547
Sobre las semanas
896 — Pero entonces— dirás— con mi decisión personal
causaré cambio en la ciencia divina, pues tendrá que seguir las
alternancias de mi voluntad al querer esto o aquello.
— En manera alguna. Porque la mirada divina precede a
todo suceso futuro y lo endereza y lo pone ante la presencia
de su conocimiento; y no va pasando, com o te imaginas, de
prever esto a prever aquello, sino que de una sola vez, en su
inmutabilidad, prevé y abarca todos tus movimientos. Y este
abarcar y ver presencialmente todas las cosas lo tiene Dios no
en virtud de la verificación de los sucesos futuros, sino por su
propia simplicidad. Y con esto tienes resuelta también la obje
ción que antes proponías, a saber, que era indigno de Dios el
que nuestras acciones futuras fuesen causa de su ciencia. Pues
ese poder que te he dicho que tienen de abarcarlo todo con su
conocimiento presencial, impone a todas las cosas su ritmo, sin
que en nada dependa de lo que va a venir...
897 44. Siendo esto así, queda a salvo la libertad hu
mana, y no son injustas las leyes al determinar castigos o re
compensas para acciones que emanan de voluntades absoluta
mente exentas de toda necesidad.
45. Está, pues, siempre Dios contemplando desde arriba,
previéndolo todo, y esta su presciencia eternamente presente
concurre con la futura cualidad de nuestras acciones, repartien
do recompensas a los buenos y castigos a los malos.
Por tanto, no ponemos en vano en Dios nuestras esperan
zas, ni son inútiles nuestras oraciones, que, si van ordenadas,
nunca serán ineficaces. Apartaos, pues, de los vicios, practicad
la virtud, fomentad en el alma santas esperanzas, elevad hu
mildes súplicas al cielo. Gran necesidad os apremia, si no que
réis cerrar los ojos a la realidad, de daros a la virtud, ya que
en todas vuestras acciones tenéis com o testigo a un juez que
todo lo ve *.
SOBRE LAS SEM ANAS
Cómo las sustancias, en lo que son, son buenas, no siendo
bienes sustanciales
898 Me pides que disipe la oscuridad de esa cuestión que
se toca en nuestras semanas sobre el modo cómo las sustan
cias, en lo que son, son buenas, no siendo bienes sustanciales,
* Fin de la obra.
897 C r o c c o , o . c . , p.85.
898 S a n t o T o m á s , In B oeth. d e hebdom adibus,
le c t .l;
T h ie r r y d e C h \ r tr e s ,
543
Boecio
y que la declare algo más. Y dices que hay que hacer eso por
que no a todos está clara la marcha de las ideas de esos es
critos.
De la acogida entusiasta que les hiciste, yo soy buen tes
tigo. Los comentarios me los hago para mí mismo, y prefiero
retener en mi memoria el fruto de mis especulaciones que co
municarlo a un cualquiera de esos cuya lascivia y petulancia
lo toma todo a broma y a risa. N o te incomodes, pues, por la
oscuridad que pueda comportar la brevedad, pues, además de
ser fiel custodia del secreto, tiene la ventaja de ser un lenguaje
que se habla sólo a los que son dignos de oírlo.
899 Como suele hacerse en las matemáticas y en las de
más ciencias, he propuesto unos términos y reglas que son
preliminares para todo lo que después viene. Se llama concep
ción mental común a aquella proposición que todos aceptan al
oírla. Y es de dos clases: una es común en tal grado, que la
aceptan todos los hombres; así, si se propone la siguiente:
«si a cosas iguales quitas lo mismo, lo que queda es igual»,
nadie que la entienda la negará. Otra es propia sólo de los
doctos, pero se deriva de dichas enunciaciones comunes, como
ésta: «lo que es incorpóreo, no está en un lugar», y las demás
que no son objeto de comprobación para el vulgo, sino para
los doctos.
900 Son algo diverso el ser (esse) y lo que es; pues el
ser mismo todavía no es: en cambio, lo que es, una vez reci
bida la forma de ser, es y tiene consistencia. Lo que es puede
participar de algo; pero el ser mismo no participa de nada;
pues la participación tiene lugar cuando ya se es, y se es cuan
do se ha recibido el ser. Lo que es puede tener algo además
de lo que él mismo es, pero el ser no tiene además de sí mis
mo cosa alguna añadida (o extraña)*. Es diverso el ser algo
tan sólo y el ser algo en aquel que es, pues en el primer caso se
denota un accidente, y en el segundo, una sustancia.
T odo lo que es participa de la naturaleza del ser, para ser;
mas para ser algo, participa de otra cosa; y así, lo que es par
ticipa de la naturaleza del ser, para ser; y es (ya) para particiCommentum super Boethii librum «D e hebdomadibus», o.c., p.119; 405-408;
G lo s s a
899
V ic to r in a ,
T h ie r r y d e
G lo s s a V icto rin a
o .c .,
p.541-542.
C h a rtres,
Commentum super Hebdómadas, o.c., p.407s;
p.543.
900 T h i e r r y d e C h a r t r e s , o . c . , p . 1 2 1 ; Commentum super Hebdómadas, o c.,
p.408-413; S a n t o T o m á s , In Boeth. de hebdomadibus, lect.2 n.22-25; n.29-35.
* Los paréntesis son del editor.
Sobre las semanas
549
par de cualquier otra cosa. T odo simple tiene su ser y la na
turaleza del uno. En todo compuesto es diverso el ser y él mis
mo (lo que es él mismo). Toda diversidad engendra discordia;
la semejanza, en cambio, es de desear; y lo que desea, muestra
en ello ser por naturaleza tal cual es eso mismo que desea.
Basten estas nociones previas. El lector avisado sabrá apli
car a cada uno de los puntos expuestos las razones congruentes.
901 La cuestión que se plantea es ésta: todas las cosas
que son, son buenas, pues es opinión común de los doctos que
todo lo que es, tiende hacia el bien. Ahora bien, todo tiende
hacia su semejante; luego lo que tiende hacia el bien es bueno
ello mismo.
Pero hay que averiguar cómo son buenas: si por partici
pación, o esencialmente (o por su sustancia). Si son buenas
por participación, por sí mismas no son buenas. En efecto, lo
que es blanco por participación, por sí mismo, en lo que es,
no es blanco, y lo mismo se diga de las demás cualidades. Por
tanto, si las cosas son buenas por participación, ellas, por sí
mismas, no son buenas. Mas se ha concedido que son buenas.
Luego no son buenas por participación, sino esencialmente (o
por su sustancia). Ahora bien, las cosas cuya sustancia es bue
na, son buenas en eso que son; pero ser lo que son lo tienen
por naturaleza del ser. Por tanto, el ser de ellas es bueno; y
el ser mismo de todas las cosas es bueno. Pero si el ser es bue
no, las cosas que son, en lo que son, son buenas. Y para ellas
es lo mismo ser que ser buenas: son, pues, bienes sustanciales
(o sustancialmente buenas), ya que no participan de la bondad
(o no son buenas por participación). Y si el ser mismo en
ellas es bueno, no hay duda de que, siendo bienes sustan
ciales, son semejantes al primer bien, y así serán el bien mis
mo, ya que nada hay semejante a él sino él mismo; con lo que
tendremos que todas las cosas que son, son Dios, afirmación
inadmisible. Por tanto, no serán bienes sustanciales (o sustan
cialmente buenas) y, en consecuencia, no se dará en ellas el ser
bueno. Luego no son buenas en lo que son. Mas, por otra par
te, tampoco participan de la bondad, pues, de lo contrario, no
tenderían hacia el bien; luego de ninguna manera son buenas.
902 La solución a esta cuestión podría ser la siguiente:
Hay muchas cosas que, no pudiendo estar separadas de hecho
901 S a n t o T o m á s , o .c . , lect.3 n.40-54.
902 G e i g e r , o . c . , p.39; T h i e r r y d e C h a r t r e s , o . c . , p.421-427; S a n t o T o m á s ,
o .c ., lect.4 n.57-63.
902-906 G e i g e r , La participation dans la philosophie de Saint Thomas
Boecio
Sobre las semanas
y en la realidad, lo están por obra del pensamiento de la men
te, com o el triángulo u otras figuras, que no pueden ser sepa
radas de la materia en que se hallan, pero la mente, haciendo
una operación de segregación, representa la forma misma del
triángulo y sus propiedades sin fijarse en la materia.
Retiremos, pues, por un momento de nuestra consideración
la presencia del primer bien, del cual consta, por consenso uná
nime de doctos e indoctos y aun de las religiones de los pue
blos bárbaros, que es (existe). Hecha esta precisión momentá
nea, supongamos que todas las cosas que son, son buenas; y
pongámonos a pensar cóm o podrían ser buenas si no hubiesen
procedido del primer Bien. En seguida me percato de que en
ellas una cosa es el ser buenas, y otra el ser. En efecto, supon
gamos que una misma sustancia es buena, blanca, pesada, re
donda; entonces, una cosa sería la sustancia misma, otra la re
dondez, otra el color, otra la bondad; pues, si todas esas cosas
fueran lo mismo que la sustancia misma, serían lo mismo la
gravedad que el color y el bien, y el bien, lo mismo que la gra
vedad; cosa imposible por naturaleza.
cuyo ser mismo es el Bien, es también él bueno. Pero el ser
mismo de todas las cosas procede de lo que es el primer Bien,
que lo es de tal suerte, que con toda razón se dice que, en lo
que es, es bueno. Por tanto, el ser mismo de las cosas es bue
no; pues no serían buenas en lo que son, si no procediesen
del primer Bien.
550
903 Así que una cosa sería en ellas el ser, y otra el ser
algo. Y entonces serían, sí buenas, pero no tendrían el ser mis
mo como bueno. Por tanto, si de algún modo fuesen sin pro
ceder del bien, y fuesen buenas, no sería en ellas lo mismo
ser buenas que ser, sino que en ellas una cosa sería ser, otra
el ser buenas.
Y si no fuesen nada más que buenas, y no graves, ni colo
readas, ni distantes en el espacio, y no hubiese en ellas ningu
na cualidad, siendo en resolución tan sólo buenas, entonces pa
rece que serían no cosas, sino el principio de las cosas, y, me
jor dicho, no parecerían, sino que parecería; pues lo que es
tan sólo bueno, sin ser nada más, es exclusivamente uno y úni
co. Y no siendo esas cosas simples, no podrían absolutamente
ser si aquel que es el mismo Bien no hubiese querido que ellas
fuesen. En consecuencia, porque su ser ha tenido origen en la
voluntad del Bien, por eso son buenas, pues el primer Bien,
al ser, es bueno en lo que es, y el segundo, por fluir de aquel
p.39-45; T h i e r r y d e C h a r t r e s , o . c . , p.421-435; S a n A l b e r t o M a g n o , De bono,
q.l art.7 (Opera ornnia, X X V ÍII, Münster 1951) p.12-14); M.-D. R o l a n d - G o s s e l i n , Le «D e ente et essentia» de S. Tbomas d’Aquin p .142-145; F a b r o , La
nozione metafísica de partecipazione secondo S. Tommaso d ’Aquino p.14-23.
9 0 2-906 S a n t o T o m á s , o . c . , lect.4 n.57-63; G ó m e z C a f f a r e n a , Metafísica
fundamental p .3 7 8 ;
551
904 Con esto, tenemos ya la solución a nuestra cuestión.
Por esa razón, pues, aunque en lo que son, son buenas, no
son, sin embargo, semejantes al primer bien; porque no basta
que las cosas sean de cualquier modo para que el ser mismo
de ellas sea bueno, sino porque no puede darse el ser mismo de
las cosas si no dimanan del ser primero, es decir, del bien:
por eso su ser mismo es bueno y, sin embargo, no es seme
jante a aquel de quien dimana. Porque lo que es, sea de la
manera que sea, es bueno en lo que es, pues no es sino lo que
es bueno; pero tal cosa, si no dimana del primer bien, podría
tal vez ser buena; pero no podría ser buena en lo que es.
Porque, entonces, tal vez participaría del bien; pero el ser
mismo, que no tendrían como emanado del Bien, no lo posee
rían como bueno. Por tanto, retirado de esas cosas por el pen
samiento de la mente el primer Bien, aunque fuesen buenas,
no serían, sin embargo, buenas en lo que son; y como no pu
dieron venir a la existencia si no las hubiese producido el que
es auténtico Bien, por eso, el ser de ellas es bueno, y no es
semejante al bien sustancial lo que ha dimanado de él: y si
no hubiesen dimanado de él, aun cuando fuesen buenas, no po
drían ser buenas en lo que son, porque serían algo extraño al
bien, fuera de la influencia del bien. Y no procederían del
bien, siendo com o es ese primer Bien el Ser mismo, y el Bien
mismo, y, por otra parte, el mismo ser bueno.
905 Pero ¿no tendrán que ser también las cosas blancas,
blancas en lo que son, ya que de la voluntad de Dios provino
el que fuesen blancas? — En modo alguno. Una cosa es ser,
y otra ser blancas; y ello, porque el que hizo que existiesen,
es bueno, pero no blanco. Se siguieron, pues, de la voluntad
del bien, al ser buenas en lo que son; pero no se siguieron
de la voluntad del no blanco, para que se diese en ellas tal
propiedad y fuesen blancas en lo que son; pues no procedie
ron de la voluntad de quien fuese blanco. Así que, porque
quiso que ellas fuesen blancas el que no era blanco, son sim-
I d ., Metafísica trascendental p .1 2 2 -1 2 4 .1 2 6 .1 2 7 .1 3 1 .2 2 9 .2 9 8 .
903 G e i g e r , o . c ., p.40;
o.c., lect.5 n.64-66.
T
h ie r r y
de
C h artres,
o . c .,
p.427-429;
Sa n to T
o m ás,
904
905
G
e ig e r ,
Santo T
o . c .,
p.40;
o m á s , o .c .,
T
h ie r r y
de
C hartres,
lect.5 n.68-69;
T h ie r r y
o .c .,
de
p.429-432.
C h artres,
o .c .,
p.434-435.
552
Boecio
La Trinidad es un solo D ios
plemente blancas; pero porque quiso que fuesen buenas Aquel
que es bueno, son buenas en lo que son.
je, y en la divina, intelectualmente, y no recurrir a la imagi
nación, sino más bien considerar la forma misma, que es ver
daderamente y no imagen, en la cual no hay verdad por el fluir
de la materia, y que es el ser mismo, y de la cual proviene
el ser (e t quae esse ipsum est, et ex qua esse est).
906 Entonces, según eso, todas las cosas tienen que ser
justas, ya que es justo aquel que quiso que ellas fuesen. — Tam
poco eso se sigue, porque el ser bueno atañe a la esencia, y el
ser justo, a la actividad. Y , por lo que a él hace, en él es lo
mismo el ser que el obrar y, por tanto, lo mismo es ser bueno
que justo. Pero en nosotros no es lo mismo el ser que el obrar,
pues no somos simples; por lo cual, no es lo mismo en nosotros
ser buenos que justos; lo que es lo mismo en todos es el ser
buenos, en lo que son. Todas las cosas son, pues, buenas, pero
no también justas; además, el bien es algo general, y la justi
cia, algo específico; y lo específico no se verifica en todos los
seres. Por eso unas cosas serán justas, otras otra cosa, pero
todas buenas.
909 Pues todo ser proviene de la forma. Así, la estatua
se dice que es la efigie de un animal, no por el bronce, que
es la materia, sino por la forma que en él está impresa; y el
bronce mismo no se llama (estatua) por la tierra, que es su
materia, sino por la figura que tiene el mismo bronce. Y la
tierra misma no se denomina (tal) por la materia informe, sino
por la sequedad y gravedad, que son formas. Así que nada se
dice ser por la materia, sino por la propia forma.
910 Ahora bien: la sustancia divina es una forma sin ma
teria y, por lo mismo, es algo uno y lo que es (id quod est).
Las demás cosas no son lo que son, pues cada cosa tiene su
ser de esos de que consta, es decir, de sus partes; y es esto y
esto, es decir, sus partes unidas, pero no esto o esto separada
mente. Así, constando el hombre de cuerpo y alma, es el cuer
po y el alma, no o el cuerpo o el alma. En la parte, pues, no
está lo que es. En cambio, lo que no consta de esto y de esto
otro, sino que es tan sólo esto, eso es real y verdaderamente
lo que es, y es lo más bello y potente, ya que no se funda en
nada (nullo nititur). Por lo cual, será verdaderamente uno
aquello en lo cual no se da ningún número, nada fuera de lo
que él es, ya que no puede llegar a ser sujeto, pues es forma,
y las formas no pueden ser sujetos [de otra forma] (subiectae
esse non possunt). Pues si la forma de otra índole es sujeto
de accidentes, com o, por ejemplo, la humanidad, no recibe los
accidentes por ser ella, sino porque está en la materia como
en sujeto: al recibir un accidente la materia, sujeto de la hu
manidad, parece que lo recibe la humanidad misma. Por el
contrario, la forma que existe sin materia, no podrá ser suje
to, ni tampoco estar en materia...
COMO LA TR IN IDA D ES UN SOLO DIO S, Y N O TRES DIOSES
C a p ít u l o
II
La sustancia divina es forma
907 ... Tres son las partes de la [ciencia] especulativa:
la natural, la que trata del movimiento, no abstracta, esto es,
inseparable, pues considera a las formas de los cuerpos con la
materia, que no pueden ser separadas actualmente de los cuer
pos, los cuales se hallan en movimiento, com o cuando la tierra
tiende hacia abajo y el fuego hacia arriba, y la forma unida a
la materia tiene movimiento. La matemática considera [a los
cuerpos] sin el movimiento, los aspectos inseparables: ésta, en
efecto, considera a las formas de los cuerpos sin la materia
y, por lo mismo, sin el movimiento, las cuales formas, por
existir en la materia, no pueden ser separadas de la materia.
La teológica [los considera] sin el movimiento, abstraídas y se
parables: la sustancia divina carece de materia y de movimiento.
908 Así que en la ciencia natural habrá que proceder ra
cionalmente, en las matemáticas, por enseñanza o aprendiza9 0 6 S a n t o T o m á s , o .c ., lect.5 n .70-72.
9 0 7 S a n t o T o m á s , Expositio super Boethium
«de
Trinitate et de
madibus» ( e d . D e c k e r ) p .5 7 -2 2 0 ; T h i e r r y d e C h a r t r e s , Commentum super
Boethii librum de Trinitate, o .c ., p .7 1 -7 2 ; Lectiones in Boethii librum de Trini
tate, o .c., p .160-164 ; Glossa super Boethii librum de Trinitate, o .c ., p .342-344.
9 0 8 S a n t o T om ás , o . c . , p .157-160 161-200; T h i e r r y d e C h a r t r e s , Commen
tum..., o .c ., p .72ss; Lectiones..., o .c ., p .1 6 4 -1 6 7 ; Glossa..., o .c ., p .34 4 -3 4 7 .
553
Hebdo-
909 T h i e r r y d e C h a r t r e s , Commentum..., o .c ., p .7 4 .7 5 .8 4 .8 5 ; Lectiones...,
o .c., p .167-173; Glossa..., o .c ., p .347-352 .
910 T h i e r r y d e C h a r t r e s , Commentum..., o .c ., p .7 5 -8 8 ; Lectiones..., o .c..
p.173-175; Glossa..., o .c ., p .352-354 .
554
Sobre la persona y las dos naturalezas
Boecio
SOBRE LA PERSONA Y LAS DOS NATURALEZAS
CONTRA EUTIQUES Y NESTORIO
C a p ít u l o
I
Q ué es naturaleza
911 «Naturaleza» puede decirse o de solos los cuerpos o
de solas las sustancias, tanto corpóreas com o incorpóreas, o de
todas las cosas que son de algún modo. Teniendo, pues, tres
acepciones el término «naturaleza», habrá que definirla, a no
dudarlo, de tres maneras. Así, si se entiende «naturaleza» de
todas las cosas, habrá que dar de ella una definición que pue
da abarcar a todo lo que es; y será ésta: La naturaleza es
propia (o se da en) de todo aquello que, siendo, puede ser
concebido por el entendimiento de algún modo. En esa defi
nición quedan comprendidos tanto los accidentes com o las sus
tancias: de todos esos seres, en efecto, puede tener un con
cepto el entendimiento. Se pone en la definición la cláusula «de
algún m odo», porque de Dios y de la materia no se puede te
ner un concepto íntegro y perfecto, pero sí que son conocidos
de algún modo por la privación de las demás cosas. Se añade
también la cláusula «siendo algo», porque también la nada
misma significa algo, pero no una naturaleza. No significa o
denota, en efecto, que algo sea, sino más bien que no es; en
cambio, la naturaleza es (o existe).
912 Así que, si se quiere hablar de «naturaleza» a pro
pósito de todas las cosas, esa que acabamos de enunciar será
su definición. Pero si se aplica el término sólo a las sustancias,
como éstas son o corpóreas o incorpóreas, daremos esta defi
nición de la naturaleza aplicada a las sustancias: La naturaleza
es aquello que puede hacer o recibir (pati) algo; recibir y ha
cer, com o todo lo que es corpóreo, y el alma de los seres cor
póreos; sólo hacer, com o Dios y los demás seres divinos.
Ahí tenemos, pues, la definición del término «naturaleza»
en cuanto que se aplica a las solas sustancias. Con lo cual se
ha dado también la definición de «sustancia», ya que, si el
término «naturaleza» significa la sustancia, definida la natura
leza, queda definida también la sustancia.
911-923 A. L o b a t o , Persona y naturaleza en Boecio: Miscelánea M. Cuervo
López (Salamanca 1970) 443-471.
555
913 Pero si el término «naturaleza» se reserva tan sólo a
las sustancias corpóreas, excluyendo las incorpóreas, de suerte
que sólo las primeras parezcan tener naturaleza, com o opina
Aristóteles y los que siguen su filosofía, la definiremos tam
bién como la definieron los que sostenían que la naturaleza
no se da más que en los cuerpos. Esa definición es la siguien
te: Naturaleza es el principio del movimiento por sí y no ac
cidentalmente. Con la cláusula «principio de movimiento» quie
ro indicar que todo cuerpo tiene su propio movimiento, como,
por ejemplo, el fuego hacia arriba, y la tierra hacia abajo. Que
la naturaleza es principio de movimiento de por sí, y no acci
dentalmente, quiere decir que el movimiento propio y natural
del lecho de madera es hacia abajo, pero puede tener movi
miento hacia arriba accidentalmente: por ser leño o madera,
que (al fin) es tierra, es arrastrado por el peso y la gravedad;
no tiende hacia abajo por ser lecho, sino por ser tierra, es de
cir, porque ocurre que algo que es tierra ha venido a ser lecho.
De ahí que digamos que es leño o madera por naturaleza, y
lecho, artificialmente (por el arte).
914 Se da también otra acepción de «naturaleza», en vir
tud de la cual decimos que es diversa la naturaleza del oro
de la de la plata, queriendo declarar con eso la propiedad pe
culiar de una cosa. Entonces, tomada así la naturaleza, se de
finirá de este modo: Naturaleza es la diferencia específica que
informa a cada cosa.
915 Diciéndose, pues, y definiéndose la naturaleza de tan
tas maneras, tanto los católicos com o Nestorio sostienen que
en Cristo hay dos naturalezas, ateniéndose a la última defini
ción, ya que no piensan que las mismas diferencias (específi
cas) convengan a Dios y al hombre.
C a p ít u l o
II
Qué es persona
916 Pero, tratándose de la persona, se presenta la duda
de cuál será su definición apropiada. En efecto, si toda natu
raleza tiene (posee) persona, se presenta la dificultad insoluble de cuál pueda ser la distinción entre naturaleza y persona;
si, en cambio, no coinciden (en su extensión) persona y natu
raleza, sino que la persona se da en un plano inferior al ámbito
Boecio
Sobre la persona y las dos naturalezas
y extensión de la naturaleza, resulta difícil determinar a qué
naturalezas llega (el carácter de) la persona, es decir, qué na
turalezas habrán de tener persona y a cuáles no se ha de apli
car la denominación de persona: lo que sí es bien claro es
que la persona se da dentro (del ámbito) de la naturaleza
( subiectum esse naturae) , y que no se puede hacer la atribu
ción o predicación de persona fuera (del ámbito) de la natu
raleza.
todos estos casos, nunca se predica la persona tratándose de
universales, sino tan sólo en los singulares e individuos: no
se da ninguna persona del animal o del hombre, sino que se
llama persona a Cicerón, a Platón y a los demás individuos.
556
917 Estos son, pues, los puntos que hay que investigar,
y de este modo hay que realizar el estudio. Puesto que per
sona no puede darse fuera (del ámbito) de la naturaleza, y de
las naturalezas, unas son sustancias, y otras accidentes, y como,
por otra parte, vemos que en los accidentes no se da persona
(¿quién dirá que se da una persona de la blancura, o de la ne
grura, o de la magnitud?), luego habrá que decir que la perso
na se da en las sustancias. Ahora bien, de las sustancias, unas
son corpóreas; otras, incorpóreas; unas son vivientes, otras,
no. Y de las vivientes, unas son sensibles; otras, no, De las
sensibles, unas son racionales; otras, irracionales. De las ra
cionales, por fin, una es inmutable e impasible por naturaleza,
Dios; otra, mudable y pasible, por su condición de creada, a
no ser que por obra de la gracia sea trasmutada al estado firme
de la impasibilidad, como sucede en el ángel y en el alma
racional.
918 De todo ello resulta que es evidente que no se da la
persona ni en los cuerpos inanimados— nadie dice que exista
alguna persona en las piedras— , ni en los vivientes insensi
bles— no se da ninguna persona de árbol— , ni tampoco en el
ser que carece de entendimiento y razón: no hay ninguna per
sona de buey o de caballo, o de los demás animales que des
arrollan su vida mudos y sin razón, con solos los sentidos. En
cambio, hablamos de persona en el hombre, en Dios, en el
ángel.
919 A su vez, las sustancias unas son universales, otras
son particulares. Universales son las que se predican de cada
una en particular, com o «hom bre», «animal», «piedra», «ma
dera», y otras similares, que son géneros o especies: así, el
hombre se predica de cada hombre, y el animal de cada ani
mal, y la piedra o la madera, de cada piedra y de cada madera.
Particulares son las que no se predican de otros, com o Cice
rón, Platón, esta piedra de la cual se ha hecho esta estatua
de Aquiles, la madera de la cual se ha hecho esta mesa. De
C a p ít u l o
557
III
Diferencia entre naturaleza y persona
920 Por tanto, si la persona se da tan sólo en las sus
tancias, y éstas, racionales, y toda sustancia es naturaleza, y no
se da en los universales, sino en los individuos, hemos dado
ya con la definición de persona: Persona es la sustancia indi
vidua de la naturaleza racional. Con esta definición hemos de
limitado o fijado lo que los griegos llaman ózoaxa-te, pues el
nombre de «persona» parece haber sido derivado' de otro ori
gen: a saber, de aquellas «personas» que en las comedias y
tragedias representaban a aquellos hombres que les interesa
(representar). Ahora bien: «persona» viene de «personando»,
acentuada la penúltima. Si se acentúa la antepenúltima, apa
recerá claramente que se deriva de «so n o »; y vendría de
«son o» porque en una superficie cóncava se refuerza más y se
devuelve con más intensidad el sonido. Los griegos llaman
también rpoxcoza a esas personas, porque se ponen algo de
lante de la cara y ocultan el rostro a la vista de los demás.
Pero, como, puestas esas caretas, los actores representaban en
las tragedias o comedias a los que querían representar, por
ejemolo, a Hécuba, o a Medea, o a Simón, o a Cremes, por
eso llamaron «persona» también a los demás hombres a los
cuales se les reconocía certeramente en la forma que presen
taban; llamaron unos y otros, los latinos «persona», y los grie
gos rpo3ü)xa.
921 Pero estos últimos designaron con mucha expresivi
dad a la subsistencia individua de la naturaleza racional con
el nombre de úxooxaxtc;; nosotros, en cambio, por nuestra po
breza de lenguaje, hemos retenido o conservado la denomina
ción traslaticia, y a lo que aquéllos llaman uxooTcmi;, llamamos
persona. Grecia, más perita en cosas de lenguaje, llama úxdaxaot;
a la subsistencia individua,, y, por acudir a expresarme en grie
go en los temas, que, tratados por los griegos, f u e r o n expuestos
en traducción latina: A i ouatát év ¡rsv xoic y.ad'oX u etvat
Súvavx i, sv
role, xaxd pipo? piovoi? ótpíaxavxat, es decir:
Boecio
Sobre la persona y las dos naturalezas
las esencias pueden existir en los universales, pero son su
jetos (substant) sólo en los individuos y particulares. El con
cepto, en efecto, de las cosas universales se obtiene de los
particulares. Por lo cual, com o las subsistencias existen en los
universales, y en los particulares tienen el carácter de sustan
cias (capiunt substantias), con razón a las subsistencias que
son sujetos particularmente las llamaron úxoaxáasic.
924 La razón de por qué en griego no se habla de
úxórtaoi«; en los animales irracionales y, en cambio, nosotros
les aplicamos el nombre de sustancia (substantia), es porque
ese nombre se ha reservado para los seres más excelentes y
nobles...
558
922 Así que, si se miran las cosas con diligencia y pers
picacia, a nadie le parecerá lo mismo subsistencia que sustan
cia; pues lo que los griegos llaman ouaúoaic o ouauüaOai, nosotros
llamamos subsistentia o subsistere, y lo que ellos llaman
úxo'axaati; o úcpíaxaaOai lo traducimos nosotros por substantia o
substare. En efecto, subsiste (subsistid lo que no necesita de
accidentes para poder existir; y substat (está b a jo ...) lo que
ofrece o suministra un sujeto a los accidentes para que puedan
existir: pues bajo ellos está, mientras es sujeto de los acci
dentes.
Así, pues, los géneros y especies sólo subsistunt, ya que
no sobrevienen accidentes a los géneros y especies. Los indi
viduos, en cambio, no sólo subsisten, sino que también substant
(están b a jo ...); pues no necesitan de accidentes para existir,
ya que están informados por sus propias y específicas diferen
cias, y ayudan a los accidentes para que puedan existir, cuando
son sujetos de ellos. Así que slva>. y oúaiujafiat equivalen a
«existir» y «subsistir»; y ócpíaxaaOai, a «estar b a jo »... (substare).
923 No es, pues, pobre en terminología el griego, como
afirma Tulio, sino que a la esencia (essentia), a la subsistencia
(subsistentia), a la sustancia ( substantia) y a la persona (per
sona) las designa con otros tantos nombres: a la esencia, con
el de ouaía: a la subsistencia, con el de ouaíwaic; a la sustancia,
con el de úxo’axaaic, y a la persona, con el de xpoacoxov. Lla
maron óxdoxaoi? a las sustancias, porque están bajo los de
más seres, y son como sujetos de algunos como accidentes;
y por la misma razón, también nosotros llamamos sustancias
(substantias), como equivalente a «puestas b a jo ...», a las que
ellos llaman úxoaxaatc; y com o también llaman a esas mismas
sustancias xpoacoxa, podemos también nosotros llamarlas per
sonas. Lo mismo es, pues, ser ouaía que ser esencia (essentia);
ouaícoaic, que subsistencia (subsistentia); úxoaxaaic, que sustan
cia (substantia), y xpoacoxov, que persona.
559
925 Así que en el hombre hay essentia, esto es, ouaía,
y subsistentia, esto es, ouaícoaic, y óxdaxaaic, esto es, substan
tia, y xpoacoxov. esto es, persona; oúaía y essentia, porque es;
ooaícoan; y subsistentia, porque no está en ningún sujeto;
úxoaxaatc; y substantia, porque está bajo otros seres que no son
subsistentias, es decir, ouaícoaei?; y es xpoacoxov y persona, por
que es un individuo racional.
Asimismo, Dios es ouaía y essentia, ya que es, y en grado
sumo, pues de El procede todo ser. Es oóaícoatQ, es decir, sub
sistentia, ya que subsiste sin necesitar a nadie, y se dice
úcpíaxaaSat, ya que substat. Por eso también decimos que hay
una ouaía o ouaicoaic, esto es, essentia o subsistentia de la dei
dad, pero tres úxoaxáaetc, es decir, tres substancias. Y , por
cierto, según esa terminología, dijeron o hablaron de una
essentia de la Trinidad, de tres substantias y de tres personas.
Pues si el modo de hablar de la Iglesia no excluyese o prohi
biese el hablar de tres substancias en Dios, parecería que (se
gún esa terminología) se atribuía la substantia a Dios no por
que estuviese El com o sujeto de las demás cosas, sino porque,
así como es superior a todas, así estaría bajo ellas como prin
cipio, al proporcionarles el oúatouaGat o subsistir.
AL-KIND1
FILOSOFIA ARABE Y JUDIA
B IB L IO G R A F IA G E N E R A L
G . C. A n a w a t i , O .P ., Philosophie arabe, ou philosophie musulmane?,
Plan pour une bibliographie médiévale en terre d ’ Islam, Mélanges...
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Livres et articles sur l ’Islam et l’arabisme parus en langue occidentales
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I d ., Bibliographie médiévale en terre d ’Islam pour les années 1959-1969:
Bull. phil. méd. 10-12 (1968-1970) 316-369); I d ., D ix ans de recherches
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années 1960-1970: Al-Nahrain 12 (1971-1972) 44-46; O . C arr é , Bulletin
d ’islamologie. Quelques ouvrages récents sur la pensée et la philosophie
arabo-musulmanes: Rev. sc. phil. théol. 57 (1973) 657-674; A tti del
terzo Congresso di Studi arabi e islamici, Ravello 1-6 settembre 1966
(Napoli 1967); S. v a n R i e t , En marge du V Congrès international d’étu
des arabes et islamiques: Bull. phil. méd. 10-12 (1970) 376-383; I d ., Le
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mane: état actuel des recherches: Ét. Phil. musulm. (Paris 1974) p .155-221.
(7 9 6 -8 6 6 ?)
\
Risalat al-cA ql (Sobre el intelecto) ; Risäla fi
mahiyyat al-naven wa-l-ru’ya ( Sobre el sueño y la v isio n ); « D e quinqué
essentiis» (texto árabe desconocido); Risäla fï kamiyya kutub A ristü
( Sobre el número de los libros de A ristóteles) ; Risala fí-l-nafs (Sobre
el alm a); Rispia ft hudad al-asyä’ wa rus ,mi-hä (Sobre las definicio
nes de las cosas y sus descripciones); K it ab fi-l-falsafat al-ulä (Libro
de la filosofía prim era); Rispia fi wahdäniyyat A llah wa tanahl yirm
al-°alam (Acerca de la unicidad de Dios y el fin del cuerpo del mun
d o ) ; Risäla fi tanyud yä w ih ir ta aysäm (Acerca de la existencia de
las sustancias incorpóreas); Risala-ft-qawl-fi-l-nafs (Acerca de la doc
trina del alma).
O bras
p r in c ip a le s :
E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : Die philosophischen Abhandlungen von ]a°
q l b Ben lshaq (A l-K in d i), zum ersten Male herausg. von Dr. A . N a g y
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De intellectu: p.1-11; D e quinqué essentiis: p.28-40.
B i b l i o g r . g e n . : N . R e s c h e r , Al-Kindi, A n A noted Bibliography
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Verdad y Vida 10 (1952) 257-283; I d ., N uevos docum entos sobre la filo
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p .117-139.
562
Al-Kindi
SOBRE EL ENTENDIM IENTO
926 Tengo entendido que deseas que te componga una
breve exposición sobre el entendimiento según la teoría de
Platón y Aristóteles.
Estos filósofos sostienen que hay cuatro clases de enten
dimiento: el primero es el entendimiento que está siempre
en acto; el segundo es el entendimiento que está en potencia
en el alma; el tercero es el entendimiento que pasa de la po
tencia al acto; el cuarto es el entendimiento que llamamos
demostrativo. A este último entendimiento lo asimila Aristó
teles a los sentidos, por la cercanía de éstos a la verdad, y
porque él participa de ella completamente.
927 Sostiene Aristóteles que hay dos clases de forma:
una tiene materia, y es objeto de los sentidos; la otra no tiene
materia, y es objeto del entendimiento: constituye las espe
cies de las cosas y lo que está sobre ellas (es decir, los gé
neros).
La forma que está en la materia es sentida actualmente,
ya que, si no lo fuese, no sería objeto de los sentidos. Cuando
la aprehende el alma, está en el alma, pero no la aprehende
más que porque antes se hallaba en potencia en el alma; cuan
do, pues, la aprehende el alma, entonces está en acto en el alma.
Pero no se halla en el alma como el agua en el vaso, o el se
llo en el cuerpo, ya que el alma no es cuerpo ni está encerra
da en límites: está, pues, en el alma, y el alma es una realidad
una, que es ella misma y no algo distinto de ella, ni tampoco
distinta con otra clase de distinción predicamental.
928 Asimismo, la facultad de sentir no está más que en
el alma; pero no se halla en ella como un miembro en el
cuerpo, sino que es la misma alma: ella es la que siente. Lo
mismo, la forma de lo sentido no está en el alma com o otra
cosa distinta, sino que el objeto sentido es el que siente en
cuanto que se halla en el alma, com o dice Aristóteles. Pero
el objeto sentido de la realidad material es algo distinto del
alma que siente: en cuanto que está en la materia, pues, lo
sentido no es el que siente.
929 De manera parecida explica Aristóteles el caso del
entendimiento: el alma, cuando aprehende el objeto entendi926-932 J. J o l i v e t , Al-Kindi. Epilre sur l’intellect. Texte arabe, textes des
deux trad. latines du X II siècle, trad. franç. et notes (Paris 1964); I d . , L ’in
tellect selon Kindi (Leiden 1971).
Sobre el entendimiento
563
do, a saber, la forma que no tiene materia ni elementos ima
ginativos, y se une ésta con el alma, entonces está en acto
en el alma la que no se hallaba antes en acto, sino en po
tencia. Esa forma, qup no tiene ya materia ni elementos ima
ginativos, es el entendimiento adquirido para el alma por obra
de la inteligencia primera, que constituye la especie de las
cosas y que está siempré en acto. Pero ésta no comunica al
alma más que lo que ella es apta para recibir, ya que el alma
es inteligencia en potencia, mas la inteligencia primera está
siempre en acto: ningún ser confiere más que lo que se halla
en potencia, y no en acto, en aquellos a los que se lo da.
Ahora bien, nada que está en potencia pasa al acto por sí
mismo, pues entonces siempre pasaría al acto, ya que siem
pre está en posesión de su esencia; por consiguiente, nada
que está en potencia pasa al acto más que por otro que está
en acto.
930 El alma, pues, es inteligencia en potencia, pero
pasa al acto por intermedio de la inteligencia primera, mi
rando a la cual se constituye inteligente en acto. Cuando se
le une la forma inteligible, no son ellas dos cosas distintas,
ya que no sufre división ni distinción; la verdad es que,
cuando se le une la forma inteligible, entonces ésta y el en
tendimiento son una misma cosa, el que entiende y (la) forma
entendida. Pero el entendimiento que está siempre en acto y
que hace pasar al alma a ser inteligente en acto, después de
haberlo sido en potencia, ese entendimiento, digo, y el o b
jeto entendido no son una misma realidad. Así que lo enten
dido en el alma y el entendimiento primero por parte de la
inteligencia primera no son una única realidad, pero sí que
lo son el entendimiento, tal como se da en el alma, y lo en
tendido.
931 El entendimiento, que por su simplicidad es más
parecido al alma, es mucho más eficaz o potente respecto de
lo entendido que el sentido respecto del objeto sentido. El
entendimiento primero es causa de todos los objetos enten
didos, pero el entendimiento segundo es propio del alma en
potencia.
Así que el entendimiento, o es el primero de todos los
entendimientos, o es el segundo, y entonces es algo del alma
en potencia mientras ella no entiende en acto. El entendi
miento tercero es el que está en el acto propio del alma, una
vez adquirido ya por ella, y está en ella de tal suerte, que,
564
Al-Kindi
Sobre las cinco esencias
cuando quiere, lo ejercita y lo hace estar en otro ser distinto
de ella: así como la escritura en el escriba resulta rápida y
fácil, una vez que ya la ha adquirido y está permanentemente
en su alma: la saca a luz y la ejercita a su placer. El cuarto
entendimiento es el entendimiento que se ejercita fuera ya
del alma: una vez que se ejercita, estará en acto en otro ser
distinto del que lo ejercita.
935 La parte cogitativa del alma se divide en el pensa
miento sobre las cosas divinas y el pensamiento sobre las co
sas artificiales.
De las cosas, unas hay que no se distinguen de la materia
(es decir, que no existen más que en la materia), y otras, cuya
constitución se tiene por la materia (es decir, que son por
aquellas que constan de materia) y están separadas y no uni
das (con la materia), y otras hay que no tienen absolutamente
ninguna comunidad con la materia.
Las cosas que no se distinguen de la materia son sustan
ciales o corpóreas y las que no tienen absolutamente ninguna
continuidad con la materia, son divinas, com o las teológicas.
Y las que no están unidas con el alma (o aquellas que no tie
nen continuidad con la materia), ésasúao guardan ninguna pro
porción con las divinas más que por comparación con las que
se hacen artificialmente de las sustanciales.
932 Así, pues, el entendimiento segundo es fruto o pro
cede del tercero y del cuarto, pues el tercero es una adquisi
ción del alma y lo tiene de forma que lo hace aparecer cuando
quiere, o en el primer momento de su adquisición por nos
otros, o en el segundo de su aparición fuera de nosotros:
entonces es cuando lo ejercita el alma. El tercero es, pues,
el que es adquisición del alma, que le precede, y, cuando
quiera, aparecerá en ella. El cuarto es el que aparece por es
tar el alma en acto.
Estas son, pues, las partes en las que los primeros filó
sofos dividieron el entendimiento. Para lo que tú pretendías
sobre este punto, esto es suficiente.
Fin del libro de A l - K i n d i , filósofo, sobre el entendi
miento.
SOBRE LAS C IN C O ESENCIAS
933 Dice el sabio Aristóteles al comienzo de la Dialéc
tica que toda ciencia sobre cualquier cosa es una parte de la
filosofía, que es la ciencia de todos los seres. Conviene, pues,
ante todo, en cada ciencia recordar la división de la filosofía
y ver en qué parte de ella está contenido su objeto.
934 Pues bien: la filosofía se divide en ciencia y ope
ración (es decir, en teórica v práctica). La razón de ello es
porque también las partes del alma son dos, el pensamiento
o razón, y los sentidos, como lo hemos explicado en el libro
de las Categorías: com o la filosofía no es más que el orden
del alma, le cuadra el ser dividida en dos partes, com o tam
bién el alma se divide en dos partes. Pues así com o el alma
se divide en pensamiento o razón y en sentido, de manera
semejante se divide la filosofía en ciencia y operación, de suer
te que la ciencia aparezca com o la parte correspondiente al
pensamiento, y la operación com o la parte correspondiente
al sentido.
565
936 También se divide la operación (es decir, la ciencia
práctica). Pero nosotros en el estudio presente haremos men
ción de lo que ofrece más ventajas en el orden de la ciencia
o conocimiento de las cosas, y no en el de su operación. Nos
es preciso, pues, el considerar esas dos partes en las que se
divide la filosofía, y por ahí podremos tomar el hilo de nues
tra investigación. Esta se reduce a lo siguiente: unas cosas
se hallan en todas las sustancias, otras no lo están. Las que
no están en todas las sustancias, todas son celestes, y constan
de las estrellas y el orbe celeste y otros seres similares. De
las que se hallan en todas las sustancias, unas se dan con la
generación y corrupción, y otras son propias de los seres que
están por encima de la tierra. Los que están en la tierra son,
por ejemplo, los minerales, y los que se mueven sobre la tie
rra son los animales y los seres similares; y los que están por
encima de la tierra son, por ejemplo, las lluvias, las nieblas,
los relámpagos, los truenos y los demás accidentes que se ha
llan en la atmósfera.
937 Las cosas que se dan en todas las sustancias son
cinco: la primera es la materia, la segunda es la forma, la ter
cera es el lugar, la cuarta es el movimiento, y la quinta es
el tiempo.
En toda cosa en que se dé la sustancia, existe la materia,
de la cual esa cosa consta, y la forma, por la cual se ve v se
distingue por el aspecto de otras cosas, y el lugar, en el cual
existirá siempre en algún sitio, y eso porque ningún cuerpo
567
Al-Kindi
Sobre las cinco esencias
tiene tendencia más que para estar en un lugar y en un sitio.
También existe en ella el movimiento, por el cual se desen
vuelve su existencia y cuya esencia está en el lugar y en el
tiempo. El tiempo es, en efecto, el número del movimiento;
por consiguiente, una vez que hemos demostrado que todo
cuerpo en el cual existe el movimiento, que, a su vez, se des
arrolla de un lugar a otro, resulta ya evidente que en él existe
el tiem po...
De la materia está compuesta toda cosa; ella es la que recibe
los contrarios, sin corrupción. La materia no tiene absoluta
mente definición.
938 En primer lugar, pues, debemos saber que los prin
cipios de que consta cada cosa son de ésas mencionadas, que
son la materia y la forma; por lo cual nos es preciso hacer
la exposición de éstas antes de las otras tres...
941 «Forma» es un término que designa muchas co
sas. Ahora bien, es precise-qu ^ el que quiere hacer la defini
ción de algo, si se trata de unYiombre común, disuelva esa
comunidad y distinga la parte que quiere exponer. Entonces
tendrá que decir que la forma se divide en dos clases: una
es la que es objeto de los sentidos, otra es la que es del
orden genérico, y es aquella por la cual algo resulta género
y se dice de muchas cosas diversas numéricamente. Otra for
ma es aquella por la cual algo se discierne visiblemente de
las demás cosas, sustancias, de la cualidad y de la cantidad,
y de los demás géneros supremos: ésa es la que es constitu
tiva de toda cosa.
566
Y debemos tener en cuenta
no se obtiene más que por su
una proposición que enuncia el
definida, y la diferencia, por la
cosa.
que la declaración de una cosa
definición. Y la definición es
género del cual consta la cosa
cual se distingue de toda otra
939 Mas la materia, com o hemos demostrado, pertene
ce al género de los géneros, ya que antes de ella no hay gé
nero; con lo cual se ve claro que su declaración no puede
hacerse por su definición. La definición, en efecto, sólo se
da de aquello que tiene sobre sí un género. Por tanto, debe
mos examinar qué es aquello que declara a lo que no tiene
sobre sí ningún género. Eso se reduce a decir que es aquello
con lo que queda destacado de las demás cosas, a saber, las
diferencias. En cambio, necesitamos de la definición, cuando
se trata de una cosa compuesta, para saber por ella de qué
elementos consta; por el contrario, en la que no es compues
ta, nos contentamos con las diferencias, sin el género; a ésas
les damos el nombre de propiedades.
Debemos, pues, hablar de la materia y sus propiedades.
I
Sobre la materia
940 Decimos, pues, que la materia es aquello que re
cibe y no es recibido, lo que retiene y no es retenido. Cuando
desaparece la materia, desaparece lo que hay además de ella;
en cambio, cuando desaparece ese otro, no desaparece ella.
II
Sobre la forma
942 La forma que está bajo un género no pertenece a
esos principios singulares, por lo cual no tenemos que hacer
mención de ella en nuestro libro, el cual trata de las sustan
cias singulares que se encuentran en todo cuerpo.
Tenemos, en cambio, que exponer y determinar qué son
la forma por la cual algo se discierne visiblemente de las de
más cosas, y los principios singulares. Y com o esa exposición
y determinación ya se toca al hablar de la materia, debemos
traer a la memoria lo que hemos dicho de la materia. Según
eso, diremos que en la materia singular existe una potencia
por la cual se hacen las cosas de la materia, y esa potencia es
la forma. Lo que se quiere decir con eso de que la forma
es potencia es que, por ejemplo, del concurso de la calidez y
de la sequedad, que son singulares, se origina el fuego. La
materia está, pues, en la calidez y en la sequedad, que son
singulares, y la forma es el fuego; pero la potencia es la
que, cuando ambas se juntan, se hace la materia el fuego.
Definamos, pues, la forma: es la diferencia por la que
algo se distingue visiblemente de las demás cosas, y la visión
es el conocimiento de ella: ésa es, pues, la definición por la
cual la forma se distingue de las demás cosas.
Catálogo de las ciencias
569
CATALOGO DE LAS CIENCIAS
A L - F ARAB1
A
r t íc u l o
V
(870P-950)
Sobre la ciencia política, la ciencia del derecho y la teología
O bras principales : Ihsa’ al-Ulum (Catálogo de las ciencias); Kitab
fi-l-yam'bayn rä’i al-haqlmäyn Aflätüm al-Ilähl wa Aristütâlïs (Libro
de la concordancia entre la filosofía de los dos sabios, el divino Platón
y Aristóteles); Fi agra-l al-Hakim fl kull maqäla min al-mawsUm by-lhuraf (Acerca de los fines de Aristóteles en todos los libros de la Meta
física); Maqala fï ma’äm aV-aql (Disertación sobre los significados del
término «intelecto»); Risäla fi mä yanbagi an yuqaddam qahl ta'allum
al-falsafa (Compendio acerca de lo que conviene saber antes de aprender
filosofía); ‘Uyun aUMasä’il (Los problemas fundamentales; «Fontes
quaestionum») ; Fusüs al-Hikma (Las gemas de la Sabiduría); Kitab alSiyasat al-Madaniyya (Sobre el gobierno de las ciudades) ; Risäla fï
ara ahí al-Madinat al-jadila (Compendio sobre las opiniones de los
miembros de la ciudad ideal); Risala fï itbät al mufäraqät (Compendio
para probar la existencia de seres incorpóreos) ; Risala fl mähiyyat alNafs (Compendio acerca de la esencia del alma); Compendio del Or
ganon.
Ediciones citadas: Alfârâbï, Catálogo de las ciencias, edición y
traduccióncastellana por A. G onzález Palencia (Madrid 1932).
Al-Farabi, Libro de la concordancia entre el divino Platón y Aris
tóteles, traducción, prólogo y notas por M . A lonso, S.T.: Pensamien
to 25 (1969).
E. G ilson, Le texte latin médiéval du «De intellectu» d’Alfârâbï:
Arch. d ’hist. doctr. et litt, du M oyen Age 4 (1929) 115-126; trad. del
editor.
Bibliogr. gen.: M . Cruz H ernández, Historia de la filosofía espa
ñola, Filosofía hispano-musulmana, 2 vols. (Madrid 1957) I p.73-104;
Id., La filosofía árabe (Madrid 1963) p.43-68 (Bibliogr., p.57.68);
S. Munk, art. Al-Farabi: Dict. se. philos, p.521-523; B. Carra de V aux,
art. Al-Farabi: Encyclop. de l’Islam, II , p.57-59; Id., Les penseurs de
l Islam t.IV (Paris 1923); T . J. de Boer, Geschichte der Philosophie im
Islam (Stuttgart 1901) p .106-128; überweg-Heinze, Grundriss der Ges
chichte der Philosophie, zw. A ufl. II T. (Berlin 1928) p.291.304-307.720s;
F. M. Picavet, Esquisse d’une histoire générale et comparée des philosophies medievales (Paris 1907) p .156-158; E. G ilson, Les sources grécoarabes de Vaugustinisme avicennisant: Arch. d ’hist. doctr. litt, du M . A. IV
(Paris 1930) p.27-38.108-141; S. Munk, Mélanges de philosophie juivie
et arabe, 2.‘ ed. (Paris 1927) p. 341-352; M . Steinschneider, Al-Farabi
des arabischen Philosophen Leben und Schriften, Mémoires de l’Académie
impértale des sc. de Saint Petesbourg, V I I s., t.X II, n.4 (1869); I. Madkour, La place d al-Farabi dans l’école philosophique musulmane (Paris
1934) 1-10.219-222 (Bibliogr. p.225-241); F. D ieterici, Alfarabi’s philo
sophische Abhandlungen, aus den arabischen übersetzt (Leiden 1892)
(Introd., p .V II-X L V II); Al-Farabi, Epistola sull’intelletto, trad., introd.
e note a cura di Fr. Lucchetta (Padova 1974).
943 ... Enseña [la ciencia política] qué es lo que con
viene hacer para que no se interrumpa el gobierno de los re
yes. Muestra qué condiciones y caracteres naturales conviene
buscar en los hijos de los reyes y en otras personas de esta
clase, de modo que por ellos sea digno de ser elegido uno
rey, después que falte el que gobierne; enseña qué conducta
debe seguir aquel en quien se hallan estas condiciones natu
rales y cóm o conviene educarlo para que consiga adquirir la
fuerza real y llegue a ser un rey completo; y junto con esto
conviene que no sean nombrados reyes en manera alguna
aquellos cuya autoridad sea ignorante. Que no necesitan los
reyes en ninguno de sus métodos y maneras de gobierno de
la filosofía, tanto especulativa como práctica, sino que, por el
contrario, conviene que lleguen a conseguir su fin en la ciu
dad y en el pueblo puesto debajo de su autoridad por medio
de la virtud probada, que resulta de la continuidad de aquel
género de actos de los cuales se deriva su fin y con los cua
les llega a conseguir su propósito respecto de las buenas obras,
cuando coincide en la misma persona una virtud natural sen
sible superior, capaz de inventar lo que necesita respecto de
los actos de los cuales se deriva el bien, que es su fin, uti
lizando los placeres o los honores u otras cosas parecidas, y ca
paz de relacionar con todo esto la excelencia de la imitación
de los reyes que le han precedido y cuyas intenciones eran las
mismas suyas.
944 Arte del Derecho es aquella por la cual el hombre
puede hallar la determinación de cualquier cosa no incluida
paladinamente por el legislador en su definición de la ley, por
medio de otras cosas en ella determinadas y definidas, y es
coger la justificación de esto respecto del fin del autor de la
943-955
d i,
C ru z H ern ández , Filosofía hispano-musulmana I p.78-79; M. M ahScience, philosophy and religión in Alfrabi’s « Enumeration of the Sciences »,
Proceed. of the First Intern. Colloquium on Philosophy, Science and Theology
in the Middle Age, sept. 1973 (Boston 1975) p.113-146; J. L omba F u e n t e s ,
Sentido y alcance del Catálogo de las ciencias de Al-Farabi, Arts Libéraux...
p.509-516.
Al-Farabi
Catálogo de las ciencias
ley dentro de la religión que originó al fijar la ley para el
pueblo.
aprovecha lo que conoce y lo que es posible, cuando lo me
dita, que lo comprenda por su entendimiento. Y si fuese así,
los hombres confiarían en su inteligencia y no tendrían nece
sidad de la profecía ni de la revelación, pero tampoco ejer
cerían en ellos estas dos cosas efecto alguno. De todo lo cual
se deduce que conviene que los conocimientos que las reli
giones enseñan al hombre sean algo cuya comprensión no esté
al alcance de nuestros enteñdimientos. Pero no es esto sólo:
sino que también sean algo qúq nuestras inteligencias no lo
repugnen, pues cuanto más repugnante [a nuestro juicio] es,
tanto es más provechoso.
570
945 En toda religión hay que distinguir dogmas y ope
raciones. Los dogmas son, por ejemplo, las afirmaciones es
tablecidas respecto de Dios ( ¡glorificado sea! ) o de sus atri
butos, o respecto del mundo y cosas semejantes; las opera
ciones son, por ejemplo, los actos con los cuales se honra a
Dios ( ¡glorificado y ensalzado sea! ) y aquellos otros con los
cuales se obtienen las ordenanzas de las ciudades. Por esta cau
sa la ciencia del Derecho tiene dos partes: una que trata de
los dogmas; otra que se ocupa en las operaciones.
946 El arte del calam [teología escolástica] es una pro
piedad por la cual el hombre puede defender los dogmas y
los actos arriba mencionados, exigidos por el fundador de la
religión, y condenar todo lo que se oponga a ellos, por medio
de razonamientos. Se divide también esta arte en dos partes:
una acerca de los dogmas, y otra acerca de las operaciones
señaladas por el fundador de la religión. El alfaquí acepta los
dogmas y las operaciones prescritos por el fundador de la
religión sin examen y los toma como principios para poder
deducir de ellos las cosas obligatorias en la religión. El motacálim [teólogo] defiende las cosas que el alfaquí toma como
principios, sin que deduzca de ellas otras cosas nuevas. Y si se
da el caso de coincidir en la misma persona dominio de las
dos materias, de modo que sea a la vez alfaquí y motacálim
[te ó lo g o], esa persona defenderá estas materias en cuanto que
es teólogo, y deducirá de ellas [reglas prácticas] en cuanto
que es alfaquí.
947 Respecto a los métodos e ideas con los que conviene
que las religiones sean defendidas, algunos motacálimes opinan
que la religión debe ser defendida, diciendo que los dogmas
de las religiones y todos los preceptos de ellas no es posible
que se sometan a crítica mediante las ideas, opiniones y ra
zonamientos humanos, puesto que son de un grado superior
a ellas, ya que están tomados de una causa divina y en ellos
hay misterios divinos que la razón humana, por su debilidad,
es incapaz de percibir y de alcanzar.
948 Además, la única manera de que el hombre saque al
guna utilidad de la religión y de la revelación está en que no las
comprenda por su entendimiento y no disminuya su inteli
gencia por ello; de no ser así, no tendría la revelación nin
gún sentido ni utilidad alguna, puesto que al hombre sólo
571
949 En efecto, aquellas cosas, que las religiones esta
blecen, de las que repugnan a la razón y detestan nuestros
prejuicios, no son en realidad dignas de ser negadas ni absur
das, sino que son verdaderas según el entendimiento teoló
gico; pues el hombre, aunque alcance el límite de la perfec
ción en lo humano, viene a ser respecto del que está dotado
de entendimiento teológico como el niño y el joven inexper
to en relación con el varón perfecto; y así como muchos ni
ños y hombres inexpertos niegan por su entendimiento mu
chas cosas que en realidad no se deben negar, ni son impo
sibles y a ellos les ocurre que lo son, así es la situación de
quien ha llegado al límite de la perfección en el entendimien
to humano respecto de los entendimientos teológicos. Lo mis
mo que el hombre, antes de que se eduque y se instruya,
niega muchas cosas y las detesta y se imagina que son absur
das, y cuando se educa en las ciencias y se instruye con la
experiencia, deja de tener tales opiniones, y las cosas que le
parecían absurdas se transforman y vienen a ser necesarias,
y ahora, al definirlas, se maravilla de lo contrario de lo que
antes se maravillaba, así también el hombre perfecto en lo
humano no rehúsa negar cosas y pensar que son imposibles,
sin que realmente lo sean.
950 Por todo esto opinan estos teólogos que es preciso
demostrar la verdad de las religiones. Si el que nos dio la re
velación de parte de Dios es verídico y no se puede admitir
que haya mentido, y prueba su veracidad de dos maneras: o
con los milagros que hace o que en sus manos se manifiestan,
o por los testimonios de personas veraces que le han prece
dido, cuyas palabras, garantizando su veracidad y su carácter
de representante de Dios ( ¡multipliqúense sus alabanzas! )
son dignas de fe, o de las dos maneras a la vez; pues cuando
Al-Farabi
Catálogo de las ciencias
nos certificamos de su veracidad por estas razones, y de que
no ha podido mentir, no debe quedar ya, respecto a las cosas
que ha dicho, resquicio a la razón para pensar, ni reflexionar,
ni opinar, ni raciocinar. Por estas causas y por otras seme
jantes creen éstos que deben defenderse las religiones.
ron en respuesta de todos los dogmas. Este método creen éstos
que defiende las religiones.
572
951 Otro grupo de motacálimes creen que deben defen
der la religión, primero fijando todos los dogmas que impuso
el fundador de ella, con las mismas palabras con que éste las
expresó; después estudiando a fondo las tesis que constan
por el testimonio de los sentidos, por la opinión generalmen
te admitida y por el dictamen de la razón, y lo que de estas
verdades y de sus consecuencias lógicas encuentran atestiguan
do, aunque de lejos, algún dogma de la religión, defienden
con ellas ese dogma; y para lo que en ellas encuentran con
tradictorio a algún dogma de la religión, si pueden interpre
tar metafóricamente las palabras con las cuales expresó aquel
dogma el fundador de la religión de algún modo que armo
nice aquella contradicción, aunque sea una interpretación in
verosímil, lo interpretan así; pero si no pueden hacer esto, y
es posible condenar aquella tesis contraria [a la religión], o
tomarla en un aspecto que coincida con lo establecido en la
religión, lo hacen.
952 Si las tesis generalmente admitidas por la opinión
y las admitidas por el testimonio de los sentidos se contra
dicen entre sí en cuanto a servir de testimonios en favor de
su dogma, como, por ejemplo, si las verdades de evidencia
sensible, o las derivadas de ellas, afirman una cosa, y las te
sis de sentido comúnmente admitido y sus derivadas afirman
la contraria a aquélla, entonces miran cuál de ellas es más
probativa en favor del dogma, y la aceptan, desechando la
contraria, y condenándola. Y si no les es posible interpretar
el texto de la religión de manera que se armonice en una
de esas dos clases de verdades, ni tampoco tomar ninguna
de estas verdades en un sentido que se armonice con el dog
ma, ni tampoco ninguna de aquellas verdades de evidencia
sensible o de común sentir, o de razón natural que contradi
cen a algún dogma, entonces creen que deben defender aquel
dogma, diciendo sencillamente que es verdad, porque lo dijo
quien no puede suponerse que haya mentido o que se haya
equivocado. Dicen, pues, estos teólogos acerca de esta parte
de los dogmas religiosos lo que aquellos teólogos primeros die
573
953 Un grupo de estos últimos opinan que las religio
nes se defienden en estas cosas, es decir, en los dogmas que
se supone que son reprobables, examinando a fondo todas
las demás religiones y recogiendo de ellas los dogmas repro
bables que éstas tienen; y si un sectario de estas religiones
quiere refutar algún dogma de los que hay en la religión de
aquellos teólogos, éstos le presentan a lg u n o d e los dogmas
reprobables que hay en su religión, y así lo a)3artan de su
propia religión.
954 Otros, cuando ven que las tesis por las cuales se
quieren defender dogmas com o éstos, no bastan para certifi
car con ellas tales dogmas con certeza completa, hasta el pun
to de hacer callar a sus contrarios con la confesión de su cer
tidumbre y con la incapacidad de su contradicción verbal, tor
nan entonces a emplear con el adversario cosas que lo inju
rian hasta obligar a cesar en su contradicción, o por rubor,
o por cansancio, o por temor de algún peligro que le pueda
sobrevenir.
955 Otros, considerando a su propia religión verdadera
y no dudando acerca de su verdad, opinan que deben defen
derla respecto de los demás, elogiándola com o la mejor y su
primiendo lo que en ella hay de reprobable, y rechazando a
sus enemigos con cualquier cosa que les ocurra, sin preocu
parse de emplear la mentira, el sofisma, la calumnia o el
desdén, pues, a su juicio, quien se opone a ellos o a su reli
gión, una de dos: o es enemigo, y entonces es lícito emplear
la mentira y el sofisma para rechazarlo y vencerlo, como
ocurre en la guerra santa o en la guerra ordinaria, o no es
enemigo, pero que ignora, por la escasez de su inteligencia y
de su discernimiento, la felicidad, que obtendría practicando
aquella religión, y entonces es lícito procurar al hombre su
propia felicidad, aunque sea por la mentira y el error, como
se hace con las mujeres y con los niños.
F in
Muy glorificado sea el Dador de la ayuda e inteligencia,
como de ello es digno.
En el día 6 de Chumada el segundo, año 710 (1310).
Concordia entre Platón y A ristóteles
Al-Farabi
574
C O N C O R D IA EN TRE EL D IV IN O P L A T O N Y ARIST O TE L E S
¡En nombre de Alláh, el piadoso, el misericordioso!
Libro de la Concordia entre las maneras de pensar de
los dos filósofos: el divino Platón y Aristóteles, por el
doctor e im am , llamado el segundo maestro, A b ü Na?r
al-Farabí. ¡Dios le sea propicio!
¡Gloria (a D ios), dador y autor del entendimiento, prin
cipio y creador de todo! ¡Bástenos su beneficencia y favor
eternos! ¡Venga su bendición sobre Muhammad, el señor
de los profetas, y sobre toda su familia!
575
principios y fundamentos (raíces); ellos perfeccionaron sus
extremos y ramas; de ellos se fían todos así en lo importante
como en lo secundario, y a ellos acuden todos así en lo de
poca com o en lo de mucha consideración. Cualquier ramo del
saber que de ellos derive es fundamento básico en que puede
uno apoyarse, porque ello será cosa libre de oscuridades y de
confusiones. Esto mismo pronuncian las lenguas de todos, y
esto atestiguan los entendimientos, si no los de la turba, al
menos los de la mayoría de los que están dotados de espíritu
claro e inteligencia pura.
Causas y sospechas de un desacuerdo
956 Observando yo cóm o muchas gentes de nuestro
tiempo mutuamente se agitan y discuten el problema de la
temporaneidad o eternidad del mundo y aun pretenden que
en eso los dos más distinguidos (campeones) filósofos de la
antigüedad eran de distinto parecer, tanto en el modo de pro
bar la existencia del autor primero como en el de probar la
existencia de las cosas emanadas de él; (y observando eso mis
m o) en la cuestión del alma y del entendimiento (separado)
y en lo de remunerar las buenas o malas obras y aun en otras
muchas cuestiones políticas, éticas, lógicas (observando, digo
esto): me vino el deseo de componer este tratado para explicar
la Concordia que entre los pareceres de ambos existe y ex
poner el modo cómo se demuestra esa concordia y cuál es el
sentido de sus tesis, haciendo así ver sus coincidencias en lo
que ambos internamente creían y desarraigando de los cora
zones de los que estudian sus libros, las dudas e inquietudes.
También expondré aquellos pasajes de sus tratados que se
prestan a opiniones particulares y también aquellos lugares
que parecen dudosos, porque esto es lo más importante que,
al declararlos, se puede intentar, y lo más útil que uno puede
declarar y elucidar.
Méritos de Aristóteles y Platón
957 Por definición y esencia (objeto formal), la filoso
fía es la ciencia de los seres en cuanto tales. De estafilosofía
son nuestros dos sabios los autores; ellosdesarrollaron
sus
9 5 6 -9 7 6 M . A
I p .7 7 -8 1 ;
956 M . A l o n
957 M . A l o n
mana
l on so, o . c . ,
I d .,
C r u z H e r n á n d e z , Filosofía hispano-musulp . 4 4 -4 6 ; M adko u r , o . c . , p . 3 8 -4 3 .
n t .l y 2.
nt.3 y 4 ; M a d k o u r , o . c . ,
p . 11-12.
p .3 - 6 ;
958 Puesto que el discurso externo y la convicción in
terna entonces se tienen por verdaderos, cuando objetivamen
te corresponden al ser que representan (sustituyen), un des
acuerdo entre ambos filósofos en las distintas ramas de la fi
losofía implica inevitablemente uno de estos tres defectos
(hiatos): o no será exacta esa definición, antes declarada, acer
ca de la esencia (objeto formal) de la filosofía; o bien, res
pecto del filosofar de estos dos hombres, la opinión tradicio
nal y convicción de todos — o al menos de la mayoría— será
cosa de espíritus débiles y enfermizos; o bien, finalmente, los
que opinan que en los principios fundamentales hay entre
ellos discrepancias, tendrán de ellos un conocimiento bastante
corto y menguado.
Análisis del concepto de la filosofía
959 Una definición exacta deberá corresponder a la cien
cia filosófica, cosa que ciertamente quedará demostrada me
diante una inducción que recorra una a una hasta la última
de las partes de esta ciencia. En efecto, los objetos formales
y las materias de las ciencias no pueden menos de pertenecer
o a la Metafísica, o a la Física, o a la Lógica, o a la Matemá
tica, o a la Etica. Ahora bien, la filosofía es la ciencia que se
propone colegir todas esas materias, sacándolas a luz y explicitándolas, de modo que ningún ser real hay en el mundo
que no tenga su parte en la filosofía, o que en ella no tenga
una finalidad propia; y aun también pertenece a ella cual-
La filosofía árabe
s o , o .c .,
s o , o .c .,
p .4 I
p .4 1
959 M.
A l o n s o , o .c .,
p.41 nt.5 y 6.
576
Al-Farab¡
quier conocimiento a que se extienda el objeto de la potencia
intelectual humana.
960 El método analítico — y tal fue el método que el
sabio Platón seguía— declara y manifiesta bien lo que deci
mos; porque el que divide (analiza), ardientemente desea que
no se le quede aislado ninguno de los miembros existentes y
reales. Si Platón no hubiera seguido ese método, tampoco el
sabio Aristóteles hubiera en pos de él emprendido el mismo
camino. Pero una vez que se encontró con que Platón se ha
bía pronunciado por ese método, dándole a conocer, demos
trándolo y declarándolo, se cuidó mucho Aristóteles de apli
car sus desvelos y emplear sus trabajos en desenvolver el mé
todo silogístico, y con claridad y precisión estableció como
ley el empleo del silogismo y de la demostración apodíctica
respecto de cualquier tesis que el análisis exigiera.
De este modo Aristóteles fue el continuador de la obra
de Platón perfeccionándola y favoreciéndola con su ayuda y
madurez.
961 Quien estando ya bien informado en la Lógica vaya
adquiriendo la ciencia de la Etica (de los hábitos morales) y
continúe luego con la Física y Metafísica, estudiándolo todo
en los libros de ambos filósofos, verá con luz meridiana la
verdad de lo que he dicho. Encontrará, en efecto, que ambos
intentaban describir las ciencias de los seres del mundo y que
ambos se esforzaban por declarar los modos de los seres como
ellos son en sí mismos, sin intención alguna de crear por sí
cosa alguna ni de hacer algo extraño y nuevo, deslumbrador
y llamativo; mejor dicho, la intención de ellos fue contribuir
con su esfuerzo y trabajo, conforme a la capacidad y aptitud
que poseía.
Siendo esto así, la definición ya dicha de la filosofía, es
a saber: que es la ciencia de los seres en cuanto tales, es una
definición exacta que esclarece bien la naturaleza del defini
do y que demuestra bien su esencia (objeto formal).
Análisis de
la opinión tradicional
962 Que la opinión tradicional y aun la convicción in
terna que todos, o al menos una mavoría, tienen de estos dos
filósofos de que ambos son muy dignos de consideración y
961
M
adkou r,
o .c .,
Concordia entre Platón y A ristóteles
577
doctores muy distinguidos en esta ciencia, sea cosa de espí
ritus débiles y enfermizos, está muy lejos de que la pueda
aceptar el entendimiento y someterse a ella sin más. Y la
razón es porque la realidad está clamando por lo contrario.
Con toda certeza sabemos que no hay prueba testimonial más
fuerte ni más útil ni más positiva que el hecho de que mu
chos observadores atestiguan una misma cosa y que aparezca
sobre ella la unanimidad entre los distintos modos de pensar.
Porque en general el entendimiento sirve de prueba, pero sien
te la necesidad de ver que coinciden con él otros muchos,
porque el entendimiento com o el ser dotado de él imagina
muchas veces una cosa en pos de otra a la inversa de lo que
es en realidad y eso acaece porque los indicios demostrativos
de la realidad de las cosas se parecen mucho entre sí. C u an d o/
pues, todos están conformes, no hay demostración más posi
tiva que ésa. No te ciegue ahora el hecho de que haya mu
chas gentes preocupadas con opiniones falsas, porque la mul
titud que sigue una opinión, invocando en favor de ella a un
doctor (imam) que los guía y con el cual se conforman, no
representa en el caso más que un solo entendimiento. Ahora
bien, un solo entendimiento, como ya dijimos, se equivoca a
veces, aun tratándose de una misma cosa, especialmente cuan
do no reflexiona repetidas veces sobre la opinión que cree
verdadera ni la considera con ojo avizor y crítico; porque la
buena fe en algo o la negligencia en examinar suele a veces
encubrir las cosas y ciega y hace formar sobre ellas una ima
ginación distinta de la realidad. En cambio, cuando concuerdan entre sí distintos entendimientos después de considerar,
evalorar y examinar una cosa, después de revolverla por to
dos los lados y de objetar contra ella y de someterla a crítica,
y finalmente después de señalar las posiciones de uno y otro
bando, no hay cosa más exacta que aquella en que todos
creen, de que todos son testigos, y en que todos convienen.
Ahora bien, aquí nos encontramos con que gentes de diversas
lenguas están contestes sobre la preeminencia de estos dos
filósofos. Se comparan las filosofías de ambos. A cada uno
se le concede un valor propio. En ambos es muy alto el grado
de profunda sabiduría, de actos cognoscitivos muy sutiles, de
descubrimientos admirables, de penetración de pensamientos
muy finos, que en todo nos podrán conducir a cosas bien
discernidas (puras) y verdaderas.,
p.12.
Los filósofos medievales 1
19
Al-Farabi
578
Análisis de la tercera razón del desacuerdo
963 Siendo esto así, resta tan sólo ya que sea un poco
menguado (corto) el conocimiento de los que opinan que en los
principios fundamentales hay entre ellos desacuerdo esencial.
Conviene saber que no hay ninguna opinión equivocada, nin
guna causa errónea, sin que se dé para ello algún determi
nante o algún motivo. Presentamos, pues, en primer lugar
algunas causas que pueden haber dado motivo a la idea de
que entre estos dos filósofos hay desacuerdo en los princi
pios, aun tratándose de algo esencial; en segundo lugar ha
bremos de tratar de la Concordia misma entre los modos de
ver de ambos...
Cuestión de las substancias
964 Otra cosa en que han reparado es en la cuestión de
las substancias, esto es, que las substancias que Aristóteles
llama primeras, son distintas de las que Platón llamó primeras.
Respecto de este capítulo la mayoría de los que estudian ios
libros de ambos filósofos, se pronuncian por una discrepan
cia esencial entre sus modos de pensar. Lo que les lleva a
este juicio y opinión estriba en expresiones que encontraron
en muchos libros de Platón, v. gr., en el Timeo y en la lla
mada Política menor, expresiones que prueban que las subs
tancia más excelente, más antigua y más noble, es aquella que
más se acerca al entendimiento y al alma y la que está más
alejada del sentido y de la manera de ser de los generables.
Encontraron, por el contrario, que Aristóteles en las expre
siones de sus libros, v. gr., en el Libro de las Categorías y en
el Libro de los Silogismos condicionados, declara que las subs
tancias más dignas en nobleza y antigüedad son las substan
cias primeras, esto es, los individuos (personas). Pues como
vieron que tales expresiones, según las hemos aducido, eran
tan diferentes y distintas, ya no dudaron de que entre sus
convicciones íntimas hay discrepancias esenciales.
965 Pero el problema se debe explicar de este modo:
Propio es del método de los sabios y filósofos distinguir las
ideas y los juicios en las diferentes ciencias. En una ciencia
964 M.
965 M.
A lo n s o , o .c .,
A lo n s o , o .c .,
p.62 nt.13 y 14.
p.62 nt.15.16.17.
Concordia entre Platón y Aristóteles
579
hablan, de consiguiente, de un objeto según los juicios (tecni
cismo) propios de esa ciencia; pero en otra ciencia hablarán
del mismo objeto de m odo distinto de com o hablaban en la
primera ciencia. No es esto nuevo ni tampoco reprobable. El
quicio mismo de la filosofía gira todo entero alrededor de las
cuestiones del en cuanto y del en cierto modo y, como suele
decirse, si se hace desaparecer el en cuanto y el en cierto
modo desaparecerán consecuentemente todas aquellas ciencias
y la filosofía misma. ¿Es que por ventura no ves que una
misma persona, Sócrates, por ejemplo, está en la categoría de
substancia en cuanto es hombre, y bajo la categoría de can
tidad en cuanto dotado de extensión, y bajo la categoría de
cualidad en cuanto es blanco o excelente u otra cosa, y bajo
la categoría de relación en cuanto es padre o hijo, yNaajo la
de situación en cuanto está sentado o recostado, y lo mismo
se diga de otras cosas parecidas a éstas?
966 Por eso, cuando el sabio Aristóteles puso como subs
tancia más digna en antigüedad y excelencia los individuos
substanciales, lo hizo tan sólo en la Lógica y en el D e generatione al observar las circunstancias de los seres más apro
ximados a los sensibles, que es por donde comienza para nos
otras todo inteligible y en lo que ha de sustentarse todo con
cepto universal representable. En cambio, cuando puso el sa
bio Platón los universales como substancias más dignas en
antigüedad y excelencia, lo hizo tan sólo en la Metafísica y
en los tratados teológicos, cuando consideraba los seres sim
ples e inmortales que ni se transforman ni se desfiguran.
Ahora bien, habiendo entre estos dos objetivos una diferen
cia palmaria y entre esas dos partes tan diferentes un amplio
intervalo y entre las cosas examinadas por los dos una dis
crepancia esencial, podrá ser verdad que estas dos teorías de
estos dos filósofos concuerden entre sí y no discrepen, por
que las discrepancias tan sólo serán esenciales cuando de la
misma substancia y bajo el mismo respecto emitan ambos fi
lósofos en vista de un mismo fin dos juicios diferentes. Mas
no siendo eso así, podrá ser evidente que las teorías de am
bos concuerden en un juicio único respecto de la prioridad y
excelencia de las substancias.
966 M.
A l o n s o , o .c .,
p.62 nt.16.18.19.20.
580
Al-Farabi
Análisis y síntesis
967 También en la cuestión del análisis y síntesis de los
conceptos en orden a llegar a definiciones exhaustivas (com
pletas) de un objeto, creen algunos que al parecer de Platón
tales definiciones tan sólo se pueden obtener por vía de aná
lisis, mientras que al parecer de Aristóteles a tales definicio
nes se llega tan sólo por vía de demostración apodíctica y de
síntesis. Sobre esto conviene saber que tales grados son como
los de la escalera, por los que se sube y también se baja;
pero el espacio recorrido en ambos casos es idéntico. Entre
las dos direcciones hay, sin embargo, una diferencia: A l pa
recer de Aristóteles el camino más seguro y más corto para
llegar a definiciones cumplidas consiste en indagar las propie
dades de la cosa que se quiere definir: ¿cuál es lo más ge
neral perteneciente a su esencia?, ¿cuál lo más substancial?
y todo lo demás que se dice en los pasajes de sus libros al
hablar del modo de obtener tales definiciones, com o, v. gr., en
la Metafísica e igualmente en el Libro de la demostración
apodíctica (Posteriora analytica) y en la Dialéctica (T ópicos)
y en otros pasajes que sería demasiado largo enumerar aquí.
968 Sin embargo, una buena parte de sus expresiones no
carece de cierto análisis, aunque éste en ellas no sea tan ma
nifiesto; porque, cuando él distingue entre lo general y lo
propio, entre lo esencial y no esencial, va sin duda recorrien
do según su manera natural de ser y según su manera de
entender y pensar, los caminos del análisis; pero tan sólo en
algunos pasajes dice eso con claridad. No rechaza, pues, abso
lutamente la vía analítica, sino que la cuenta entre todos los
demás recursos, según lo reclaman las partes de lo que se quie
re definir. Prueba de esto es lo que dice al fin del primer
tratado del Libro del silogismo (Priora Analytica): «E l aná
lisis que tiene lugar respecto de los géneros es una pequeña
parte de esta manera de proceder, porque eso es fácil de co
nocer» y lo demás que inmediatamente sigue. No enumera
ciertamente Aristóteles los conceptos cuyo uso le parece bien
a Platón, cuando intenta lo más general que puede darse en
lo que contiene las cosas que pretende definir: él divide des967 M. A l o n s o , o . c . , p.63 nt.21ss; C r u z H e r n á n d e z , Filosofía hispano-musulmana I p.79-80; A. L, M o t z k i n , Al-Farabi on analysis and synthesis' Aoeiron 6 (1972) 33-38.
968 M. A l o n s o , o . c . , p.63 nt.24.
Concordia entre Platon y Aristóteles
581
de luego el objeto en dos partes esenciales, luego subdivide
igualmente ambos miembros y examina en cuál de los dos cae
aquello cuya definición intenta y no deja de proceder así has
ta obtener algo general, algo que se acerque a aquello cuya
definición intenta, algo que sea una diferencia específica cons
titutiva de la esencia y discriminativa entre lo general y co
mún a otras cosas. En esto, pues, no falta cierta síntesis, por
cuanto la diferencia específica se compone con el género, aun
que desde el principio de la cuestión no fuese ése el intento.
Luego si no carece de síntesis en lo que practica, aunque ex
trínsecamente el método de uno difiera del método del otro,
sin embargo, las intenciones internas son las mismas. Intrín
secamente lo mismo es indagar en un ser el género y la dife
rencia específica que indagar ese mismo ser en su género y di
ferencia específica.
969 De consiguiente, es manifiesto que entre las dos
opiniones no hay discrepancia fundamental, aunque entre los
dos métodos haya alguna discrepancia. Pero no pretendemos
con esto que no haya distinción ninguna entre una y otra
manera, entre una y otra dirección en ambos métodos, porque
con eso necesariamente preexigiríamos que las palabras, ma
neras y métodos de Aristóteles fuesen las mismas palabras,
maneras y métodos de Platón: cosa absurda y reprochable.
Lo que pretendemos decir es que entre ambos no hay dife
rencia radical y pretendida, según ya demostramos y demos
traremos aún, con la voluntad y gracia de D ios...
D e la eternidad o temporaneidad del mundo
970 De la eternidad o temporaneidad del mundo. Tam
bién reparan en la cuestión de la eternidad o temporaneidad
del mundo, y en si tiene el mundo o no tiene un hacedor que
sea su casa eficiente. Creen que Aristóteles opina que el mun
do es eterno, mientras que Platón opinaría que es temporá
neo. Puedo afirmar que lo que los induce a este pensamiento,
tan odioso y aborrecible respecto del sabio Aristóteles, es lo
que éste sostiene en los Tópicos, a saber: A veces sucede que
una misma enunciación puede según uno cualquiera de los
dos extremos presentar un silogismo de premisas probables
969 C r u z H e r n á n d e z , Filosofía bispano-musulmana
o.c., p.28-34.
970 M. A l o n s o , o . c . , p.67 nt.59s.
I
p.80-81;
M adk ou r,
582
Al-Farabi
Concordia entre Platón y Aristóteles
(generalmente extendidas entre las gentes), v. gr., «el mundo
o es eterno o no es eterno». Necesario es refutar (al-rad aña
dido en la ed. del Cairo) a estos contradictores, primeramente
porque lo que se aduce por vía de ejemplo, no significa pre
cisamente una convición interna. En segundo lugar debe sa
berse que la intención de Aristóteles en los Tópicos no es
demostrar cuestión alguna acerca del mundo, sino que su in
tención es tratar de silogismos compuestos de premisas pro
bables. El se encontró con que sus contemporáneos especula
ban y disputaban sobre el origen del mundo, de si era eterno
o de si era temporáneo, com o disputaban también sobre el
placer, de si era bueno o de si era malo. Y sobre ambos ex
tremos del problema aducían silogismos de premisas proba
bles. Aristóteles, pues, en este libro y en otros suyos demos
tró que en las premisas vulgarmente conocidas o probables no
están bien deslindadas la falsedad y la verdad, porque lo pro
bable unas veces es falso; y, sin embargo, en las polémicas
no se rechaza por falso. Y otras veces es verdadero y en
tonces se emplea en las polémicas por su notoriedad y en la
demostración apodíctica por su verdad. Por lo dicho se ve
claro que no se le puede atribuir a Aristóteles una convicción
interna acerca de la eternidad del mundo por sólo este ejem
plo que en este libro puso.
el mundo se debe a la iniciativa del creador, a un acto repen
tino y sin tiempo, pero del movimiento del mundo se siguió
el tiempo.
971 También los induce a esta opinión lo que Aristóte
les trae en el D e cáelo et mundo diciendo que el universo no
tuvo comienzo temporal. De donde infieren que sostiene la
eternidad del mundo. Pero la cosa no es así, porque ya había
dicho antes y demostrado en este mismo libro y también en
otros sobre la Tísica y la Metafísica, que el tiempo no es más
que el número del movimiento de la esfera celeste y que de
este movimiento provenía el tiempo. Ahora bien, provenir de
una cosa no es lo mismo que comprehenderlo dentro de sí la
cosa misma. El sentido, pues, de la expresión: «E l universo
no tuvo comienzo temporal» es que en sus partes no se fue
sucesivamente produciendo, como se va produciendo o levan
tando una casa, o como se va sucesivamente formando un
animal parte por parte, sino que fue producido todo repenti
namente. En el caso de dos partes una precedería a la otra
en el tiempo. El tiempo, pues, nace del movimiento de la
esfera celeste, pero sería absurdo pensar que el origen del cie
lo tuvo comienzo temporal. Con esto queda ya declarado que
971
M . A
lonso,
o .c .,
p.67 nt.62.
583
972 Quien haya parado mientes en las expresiones de
Aristóteles sobre la divinidad en el libro titulado Utülüyía
(T heologia), no podrá dudar que afirma la existencia de un
creador que dio comienzo a este mundo, porque, según sus
expresiones, es cosa tan clara que a nadie se le podrá ocultar.
Allí, pues, demuestra que el creador creó la materia prima de
[a nada, porque ella de un acto voluntario del hacedor reci
bió la corporeidad y la organización. Además, demuestra en
el D e physico auditu que el universo no puede provenir de
la fortuna o del acaso, y del propio modo habla también del
mundo en su conjunto en el D e cáelo et mundo y lo probaba
por la magnífica coordinación que unas partes del mundo tie
nen respecto de las otras.
973 También probó allí cuántas y cuáles eran las causas,
afirmando entre ellas las causas eficientes, y demostró también
la existencia de un organizador y motor distinto de lo organiza
do y de lo movido. Así como Platón en el Time o demostró
que todo lo formado tenía indispensablemente una causa formadora y que lo formado no podía ser causa de su propio ser,
así también demostró Aristóteles en la Teología que el uno
debe presuponerse en toda pluralidad, porque una pluralidad
en que no se presupusiese el uno, sería absolutamente ilimi
tada y eterna. La demostración de esto la hace con pruebas
muy claras. Por ejemplo, dice: Cada una de las partes de una
pluralidad o es única o no es única. En el segundo caso, no
podrá menos de ser múltiple o será la nada. Si es la nada,
por fuerza se seguirá que con ella ninguna pluralidad puede
componerse. En el caso de ser múltiple, ¿cuál es la distinción
entre esa parte y lo múltiple? Además, forzosamente se se
guiría de eso que un infinito era mayor que otro infinito.
Demuestra también que aquello en que siendo propio de este
mundo se presuponga el uno, tan sólo en cierto sentido será
uno; y si en realidad no es uno, sino que todo uno está allí
presente, el uno será entonces distinto de él y él distinto del
uno. A l fin demuestra que el uno verdadero da la unidad a
todos los seres reales. Además declara que lo múltiple es ne
cesariamente después del uno y que el uno precede sin duda
972 M.
973
M.
A l o n s o , o .c .,
p.67 nt.63ss.
A lonso , o .c ., p .6 8 nt.66s.
584
Al-Farabi
a lo múltiple. También prueba Aristóteles que el ser múl
tiple, cuanto más cerca está del uno verdadero, es más pri
mitivo que otro ser cualquiera que está más alejado, y vice
versa.
974 Después de anteponer estas premisas, se eleva gra
dualmente a tratar las tesis acerca de las partes del mundo,
corpóreas y espirituales. Y prueba suficientemente que todas
las partes del mundo tienen por autor al hacedor que les dio
principio, y que él es la causa eficiente y el uno verdadero y
autor de todo ser, conforme en todo con lo que acerca de la
divinidad había demostrado Platón en sus libros, v. gr., en
el Timeo, en la Política y en otros tratados suyos. Además
en algunos libros de la Metafísica trata ciertamente Aristóte
les de un hacedor, v. gr., el que lleva la letra lambda. Vuelve
allí a tratar de la exactitud de las premisas precedentes de
modo que él se mantiene en ellas com o antes se mantenía.
En todo esto no se sabe que tuviera Aristóteles predecesor
ni que le haya superado alguien desde entonces hasta hoy día.
Supuesto todo esto, ¿crees tú por ventura que aquel cuyo
camino sea este camino, ha de consentir en que no existe ha
cedor y decir que el mundo
eseterno?
975 Sobre la existencia del creador, tiene Ammonio un
tratado singular donde recoge las expresiones de ambos sa
bios. Por ser este tratado bien conocido, no tenemos necesi
dad de presentarlo en este lugar. El método seguido por Am
monio en este tratado es una vía media (muy legítima), de
manera que, al separarnos de él, haríamos com o quien re
prende un hábito moral y lo tiene él mismo. Si éste no fuera
el caso, nos alargaríamos nosotros en este discurso. Pero ya
hemos demostrado que ningún método, ninguna secta, nin
guna religión positiva, ninguna escuela de los que enseñan la
temporaneidad del mundo y sostienen la existencia de su ha
cedor y explican el problema del origen de las cosas, tiene
algo positivo que no tenga ya Aristóteles y antes de él Platón
y los que siguieron las huellas de ambos. Todas las expresio
nes que se encuentran en los sabios de las demás escuelas y
sectas tan sólo demuestran de un modo especial la eternidad
de la naturaleza a parte ante y su persistencia posterior. Quien
desee llegar a conocer bien esto, podrá leer los libros com
puestos sobre los orígenes de las cosas y las narraciones en
974 M.
975 M.
A l o n s o , o .c .,
A l o n s o , o .c .,
p .68 nt.69s.
p .68 nt.71ss,
Concordia entre Platón y A ristóteles
585
ellos citadas y los monumentos literarios que de los antiguos
se refieren. En sus veredictos encontrará c o s a s maravillo
sas. V. gr.: A l principio solamente había agua que se iba mo
viendo y así se fue reuniendo en un sitio su espuma y de ésta
se fue condensando la tierra. De la tierra comenzó a salir el
humo y de él se fueron formando los cielos. Considérese bien
lo que los judíos, los magos y demás pueblos dicen. T odo ello
implica transformaciones y mutaciones que son todas cosas
muy contrarias a una verdadera innovación inicial. Lo que se
encuentra en todos ellos respecto a qué irán a parar los cie
los y las tierras en punto a pliegues y despliegues y a su lan
zamiento al infierno y a su dispersión y así otras cosas pare
cidas: todo esto no denota la nada pura.
976 Si no hubiese Dios salvado los seres intelectuales
y racionales mediante estos dos filósofos y los que les si
guieron, aclarando el problema de la innovación con pruebas
claras y suficientes, esto es, declarando que las cosas no se
generaron de algo (com o de materia presunta) y que todo lo
que se origina de otra cosa, se corrompe necesariamente en
esa otra cosa de que procede, y que debiendo el mundo su
origen a la nada, su paradero ha de ser la nada, y los demás
argumentos y pruebas y demostraciones parecidas a las ya di
chas, de las que están llenos sus libros, donde especialmente
declaran lo que ambos dijeron sobre la divinidad y el comien
zo de la naturaleza: (si Dios, digo, no hubiera tenido esa pro
videncia) estarían las gentes en gran perplejidad y confusión.
Pero tenemos sobre este capítulo un método que seguiremos
y con el cual podemos comprobar el contenido de aquellas
expresiones de la revelación y estas expresiones son acertadas
y verdaderas, a saber, que el Hacedor es quien rige todo el
universo mundo sin que se le oculte el peso de un granillo de
mostaza, ni a su providencia se escape parte alguna del mun
do, según lo que sobre esta providencia ya hemos demostra
do; a saber, que la providencia universal se extiende a todas
las cosas particulares y que cada una de las partes del mundo,
y cualquiera de sus estados están en el lugar conveniente y
más perfecto, com o lo demuestran los libros de anatomía y
las utilidades de los miembros (en los seres orgánicos) y las
tesis de la Física que se parecen a las dichas. T odo ser cuya
constitución se apoya en otro, está confiado a aquel en que
se apoya mediante aquélla suma providencia y sabiduría, se976 M.
A
lo n so,
o . c .,
p .68 nt,74ss.
586
Al-Farabi
D e los significados de «in telecto»
gún que de las partes de la Física se puede ir subiendo a los
problemas de la demostración apodíctica, a los problemas del
gobierno político y a los de la religión positiva. Los problemas
de la demostración apodíctica están confiados a los dotados
de espíritu claro e inteligencia recta; los del gobierno polí
tico, a los dotados de maneras de pensar justas; y los de la
religión positiva, a los dotados de inspiraciones espirituales.
Entre todos estos problemas, los más generales son los reli
giosos y sus expresiones están fuera de los alcances de los
destinatarios, y por esto a los destinatarios no se les debe
zaherir por lo que no son capaces de representarse...
las cuales subsiste, sino que simplemente resulta forma de
esta esencia. Pero esa forma abstraída de sus materias y que
resulta forma en esta esencia, es entendida (intellecta), con
nombre derivado del de esa esencia que abstrae de las cosas,
de suerte que llegan a ser formas para ella.
D E LO S SIG N IF IC A D O S DE «IN T E L E C T O »
Libro de Alfarabi sobre el entendimiento y lo entendido
977 Alfarabi ha dicho que el término «intelecto» se em
plea en muchos sentidos. Uno de ellos es aquel en que el
vulgo habla de un hombre inteligente o discreto. El segundo
es el (del) intelecto que los mutakallimüm citan con frecuen
cia al decir: el intelecto exige o rechaza tal cosa. El tercero
es el (del) intelecto que pone Aristóteles en el libro de las
Demostraciones. El cuarto es el del que habla Aristóteles en
el tratado sexto de su libro sobre la moral. El quinto es el
intelecto del cual habla Aristóteles en el libro D e anima. El
sexto es la inteligencia que pone Aristóteles en el libro de
la Metafísica...
)
978 Por lo que hace al intelecto de que habla en el libro
D e anima, lo pone en cuatro sentidos: el intelecto en potencia,
el intelecto en acto, el intelecto adquirido y el intelecto agente.
El intelecto en potencia, o es el alma misma, o una parte
del alma, o alguna de las facultades del alma, o algo cuya
esencia tiene la capacidad de abstraer las quiddidades de todas
las cosas, y sus formas de sus materias y hacerla para sí una
sola forma o muchas formas. Esa forma abstraída de las ma
terias no por eso se constituye separada de sus materias en
977-994 A l - F a r a b i , Epístola sulVintelletto, trad., introd. e note, a cura di
Fr. L u c c h e t t a (Padova 1974); C r u z H e r n á n d e z , Filosofía hispano-musulmana I
p.89.90.92-95; I d . , La filosofía árabe p.56-58; M a d k o u r , o . c . , p.122-146.172.173175; G i l s o n , Le texte latín médiéval du «De intellectu» d Alfarabi: Arch. d’hist.
doctr. litt. du M. A. 4 (1929) 108-141.
977 M adkour , o . c . , p .1 3 0 .
9 78-979 M a d k o u r , o . c . , p . 137-139.
587
979 Esta esencia es semejante a una materia en la cual se
imprimen formas. Es com o si en una materia corporal, por
ejemplo, la cera, se imprime un sello ( celatura) que la penetra
toda entera, de suerte que se convierte en ese sello y en esa for
ma en su superficie y en todo su interior, y la tal forma que
da infundida en toda la materia; así tienes que llegar a pen
sar el modo como esa esencia adquirió las formas de las cosas,
que es semejante a la materia y es sujeto para esa forma, pero
distinguiéndola de las demás materias, las corporales, en que
éstas, productos del acto, no reciben las formas más que en
la superficie, no en la profundidad de su interior, mientras
que en los cuerpos naturales sucede lo contrario. En una esen
cia como ésta, ésta no es distinta de las formas de las cosas
entendidas, de suerte que haya una esencia distinta para ella
y otra esencia distinta para las formas que están en ella, sino
que, al contrario, ella se hace la forma misma: como si el se
llo o la configuración de una forma cúbica o esférica estuvie
se impresa de tal manera en un trozo de cera, que la pudie
se penetrar y dejar transida en su longitud, latitud y profun
didad, de suerte que la cera se convierta en el sello mismo;
conforme a ese ejemplo tienes que idearte la adquisición de
las formas de las cosas en esa esencia que Aristóteles deno
mina intelecto en potencia en el libro D e anima.
980 En efecto, mientras no hay en ella ninguna de las
formas de las cosas, esa esencia es intelecto en potencia; pero
cuando se encuentran ya en ella las formas de las cosas, de
la manera que hemos visto en el ejemplo aducido, esa esencia
se hace intelecto en acto, y ése es el sentido que tiene la ex
presión «intelecto en acto». Pues cuando adquiere los inteli
gibles que ella abstrae de las materias, entonces esos que an
tes de ser abstraídos de sus materias eran solamente entendi
dos en potencia, se hacen, una vez abstraídos, entendidos en
acto, y llegan a ser formas de esa esencia. Esta, en efecto, no
se hace intelecto en acto sino por razón de los que son en
tendidos en acto; pero el que éstos sean entendidos en acto
980 M a d k o u r , o . c . , p.139.140; H. A. D a v i d s o n , Alfarabi and Avicenna on
the active intettect: Viator, Mediaeval and Renaissance Studies 3 (1972) 109-178.
588
Al-Farabi
D e los significados de « intelecto»
y que ella sea intelecto en acto es una misma cosa. El sentido
de esta expresión por la que decimos que ella es actualmente
inteligente no es otro que el que los objetos entendidos lle
gan a ser formas suyas, de suerte que ella es la forma misma.
tanto respecto del primero como del segundo de esos inteli
gibles.
981 Así que las expresiones «ella se hace inteligente en
acto e intelecto en acto» y «el objeto entendido en acto» son
una misma expresión, y quieren significar exactamente lo mis
mo. Los objetos entendidos, que eran entendidos en potencia
antes de ser entendidos en acto, eran formas que existían en
sus materias fuera del alma; pero, una vez que han sido enten
didos en acto, entonces su ser, en cuanto que son entendidos
en acto, no es el que tenían en cuanto formas en sus mate
rias. En efecto, el ser que tienen en sí mismos o en sus ma
terias no es el ser que tienen en cuanto que son entendidos
en acto, pues a ese ser en sí mismo les acompaña lo que suele
irle anejo, que unas veces es el lugar; otras, el tiempo; otras,
la situación; otras, la cuantidad; otras, la cualidad en sus mo
dalidades corporales; otras, la acción; otras, la pasión. Pero
cuando llegan a ser entendidos en acto, desaparecen en ellos
muchos de esos predicamentos: así que su ser se hace otro
ser. Entonces, los objetos entendidos, o muchos de ellos, lle
gan a ser de tal condición, que sus conceptos reciben una nue
va interpretación, diversa; v. gr., el lugar que está entre ellos,
si se atiende a su concepto, o no se le encontrará en ellos, o
no se le llamará así sino porque hay algo que hará adquirir
otro concepto con una significación nueva.
982 Una vez, pues, que los inteligibles se hacen en acto,
entonces llegan a ser como tales uno de los objetos que tienen
existencia en el mundo y, en cuanto entendidos en acto, en
tran a formar parte del número de las cosas reales. Pues la
naturaleza de las cosas reales lleva consigo el que sean enten
didas y el que se hagan formas de dicha esencia, y una vez
que eso se ha verificado, nada impide el que esas cosas sean
entendidas, en cuanto que son entendidas en acto, y el que
la esencia misma sea intelecto en acto y, por lo mismo, en
tienda. Así que lo que es entonces entendido no es algo dis
tinto de lo que es el intelecto inteligente en acto. Pues lo que
es intelecto en acto no lo es sino porque el objeto entendido
se hace forma suya, y el intelecto se hace en acto tan sólo
respecto de esa forma; pero sigue siendo intelecto en poten
cia respecto de otro inteligible que todavía no lo tiene en
acto; cuando lo hubiere adquirido, se hará intelecto en acto
589
983 Y cuando llegare a hacerse inteligente en acto res
pecto de todos los inteligibles, siendo así uno de los seres
existentes, entonces el alma misma llegará a ser todos los in
teligibles en acto. Pues cuando entiende lo que es el Jntelecto en acto, entonces no entiende algo que esté fuerk de
su esencia. Es, pues, evidente que, cuando entiende su esen
cia [en cuanto que su esencia es el intelecto en acto, en
tonces, de ese hecho de entender ella su esencia], no se le
viene a ella algo cuyo ser sea diferente de ella, ya que ella
misma es lo que es entendido en acto; sino que entiende de
su esencia algo cuyo ser es el mismo inteligible que es su
esencia. Esta esencia se hace, pues, a sí misma, entendida en
acto; nuestra alma, antes de ser entendidos en acto esos ob
jetos, no era entendida sino en potencia; ahora, en cambio,
es entendida en acto, ya que se la entiende actualmente, y su
ser entendió esos objetos por primera vez. Estos, en efecto,
fueron entendidos cuando fueron abstraídos de sus materias
en las cuales tenían su ser cuando eran inteligibles en paten
cia, y después son entendidos por segunda vez, y entonces
su ser no es el que antes tenían, sino que está separado de
sus materias, de suerte que son formas que no están en sus
materias, y así son entendidas en acto.
984 Así que cuando el intelecto conoce en acto los inte
ligibles que son para él formas, en cuanto que son entendidas
en acto, se hacen el intelecto que antes hemos llamado inte
lecto en acto, y entonces se hace el entendimiento adquirido.
Pero cuando se den algunas cosas que no son formas en ma
terias, y que no lo han sido nunca, cuando son entendidas, se
hacen inteligibles, pero tales cuales eran antes de ser enten
didas. El sentido de que entiende algo es éste: que ella abs
trae de sus materias a las formas que están en materias, y así
adquiere por ellas un ser diferente del que tenía antes.
985 Pero cuando se trata de cosas que no están en ma
terias, entonces no le es preciso en absoluto a esa esencia
abstraerías de sus materias, sino que, así com o las encuentra
abstraídas, así las entiende, de la misma manera que encuen
tra a su esencia cuando es intelecto en acto gracias a los in
teligibles que no están ya en las materias. Así, pues, su ser
9 8 4 M adko u r , o . c . , p .1 2 9 .
590
Al-Farabi
en cuanto que son entendidas, se convierte en un segundo
intelecto, y tal manera de ser es tal cual era antes de que fue
sen entendidas con tal acto de entender; y eso es lo que hay
que entender a propósito de las formas que no están en sus
materias; pues cuando éstas son entendidas, su ser es exacta
mente el mismo que tienen en nosotros en el entendimiento
en acto. En efecto, lo que en nosotros está entendido en acto,
es de la misma índole que esas mismas formas que no están
en materia ni lo estuvieron nunca, pero de la misma manera
que lo que de nosotros es entendido en acto decimos que está
en nosotros, lo propio debemos decir de esas formas que estan en el mundo. Esas formas no pueden ser perfectamente
entendidas sino después de que hayan sido adquiridos en acto
todos los inteligibles, o la mayor parte de ellos, y haya sido
obtenido el entendimiento adquirido; entonces serán entendi
das esas formas y vendrán a ser de alguna manera formas
para el entendimiento, en cuanto que es entendimiento ad
quirido.
986 El entendimiento adquirido es a modo de sujeto
para esas formas, y también a modo de forma respecto del
intelecto en acto, y el entendimiento en acto es a modo de
materia y sujeto respecto del entendimiento adquirido, y él
mismo es, a modo de forma respecto de esa esencia: esa esencia
es, a su vez, semejante a una materia, y a partir de ahí co
mienzan las formas a descender hasta la forma corporal mate
rial, desde la cual empiezan a elevarse hasta que llegan a se
pararse paulatinamente de las materias, conforme a los modos
de separación de lo que les es superior.
987 Si, pues, hay formas que de ningún modo están en
materia, ni han estado ni estarán nunca, superándose en per
fección y en grado de separación, guardando entre sí cierto
orden, entonces, cuando se considera su estado, la más per
fecta de ellas bajo ese aspecto hará de forma para la inferior,
hasta que se llegue a la menor de todas, que es el entendi
miento adquirido; ese proceso de descenso no cesará hasta
llegar a la materia de la esencia y a lo que de las fuerzas ani
males está bajo ella; y después, a la naturaleza, y no cesará
el descenso hasta llegar a las formas de los elementos, las más
pajas en el ser de entre las formas. Y por eso su sujeto es
inferior a los demás sujetos, y es la materia prima. Una vez
986 M
adkour,
o . c . , p . 140 -14 1.
\
D e los significados de « intelecto»
591
que tíos hemos remontado de la materia prima, llegaremos gra
dualmente a la naturaleza que consiste en formas que están
en materias hílicas; remontándose a Su vez a partir de ellas,
se llega a aquella esencia, y así, subiendo más arriba, se llega
al entendimiento adquirido, con lo que se está ya en lo que
es semejante a las estrellas por su elevación respecto de las
materias hílicas; reanudando la ascensión, se llega al primer
orden de los seres separados; el primero en ese orden es el
del entendimiento agente.
988 Así, pues, el entendimiento agente que menciona
Aristóteles en el tratado III del libro De anima es una for
ma separada, que no ha estado en una materia, ni lo estara nun
ca; y como el alma es intelecto en acto, toda su eficacia esta
en asimilarse perfectamente al entendimiento adquirido. Esa
forma es la que hace que esa esencia, que antes era intelecto
en potencia, sea intelecto en acto, y que los inteligibles en
potencia pasen a ser entendidos en acto. Su relación al inte
lecto que está en potencia es como del sol al ojo, el cual es
visión en potencia mientras está en la oscuridad. La visión,
en efecto, mientras se está en la oscuridad, es sólo visión en
potencia; el concepto de oscuridad es el de iluminación en
potencia, o el de privación de iluminación en acto; el de la
iluminación, en cambio, es el de irradiación por un objeto lu
minoso que se tiene enfrente.
989 Así, pues, cuando llega la luz a la vista, y al aire,
y a un medio parecido, entonces el aire, con la luz que en
él hay, se hace visible en acto y los colores se hacen asimismo
visibles en acto. Pero lo que digo es que la vista no se hace
vista en acto por sólo el hecho de que se haga en ella la luz
y la irradiación en acto, sino porque, una vez que se produce
en ella dicha irradiación, surge en ella la irradiación en acto,
y se producen también en ella las formas de los objetos vi
sibles, y se hace vista en acto, representándose las formas de
los objetos vistos. Pero antes de esto es necesario que esté a
disposición un rayo de sol o de algún otro objeto, para que
así haya algo iluminado en acto, y lo que era visible en po
tencia, resulte visto en acto. Así, el principio por el cual la
vista resulta vista en acto después de haberlo sido en poten
cia, y los objetos que eran visibles en potencia, sean vistos en
acto, es la irradiación que se produce en la vista por el sol.
9 8 8 M a dko u r , o .c ., p . 14 2 -1 4 3 .
592
Al-Farabi
/
f
990 Conforme, pues, a este ejemplo, la esencia, que es
intelecto en potencia, llega a adquirir algo que guarda con
ella la misma relación que la irradiación en acto con la vista;
eso se lo confiere el entendimiento agente. El es el principio
que hace que lo que es inteligible en potencia llegue a ser en
tendido en acto. Y así como es el sol el que hace que el ojo
sea visión en acto, y los objetos visibles en potencia sean vis
tos en acto, en virtud de la luz que sobre ellos derrama, así
es el entendimiento agente el que reduce al acto al entendi
miento que está en potencia y lo constituye entendimiento en
acto, en virtud de lo que le comunica, y por eso mismo los
inteligibles en potencia llegan a ser entendidos en acto.
991 El entendimiento agente es de la misma especie que
el entendimiento adquirido. Las formas de los seres separa
dos superiores a él se hallan en él incesantemente, sin princi
pio ni fin; pero el ser que tienen en él es de un orden com
pletamente diverso del que tienen en el entendimiento en
acto: la primera forma que se nos presenta, cuando nos re
montamos a los seres más perfectos, a partir de los menos per
fectos, es menos excelente, com o dice Aristóteles en el libro
de las Demostraciones, porque nosotros no nos elevamos a
lo desconocido sino partiendo de lo que nos es más conocido.
Ahora bien: lo que es más perfecto en el ser, es más descono
cido para nosotros, y mayor nuestra ignorancia sobre ello.
992 Es, pues, preciso que el orden de las cosas que se
hallan en el entendimiento en acto sea el inverso de su orden
en el entendimiento agente. En efecto, el entendimiento agen
te piensa primero, de los seres, lo que es más perfecto: las
formas que están en las materias se hallan en el entendimien
to agente com o formas abstractas: no que estuvieran primero
en las materias y fuesen después abstraídas, sino que nunca
cesaron de estar en acto en ese entendimiento...
993 Así, la sustancia del alma del hombre, o el hombre,
con aquello con lo que queda constituida una sustancia, se
aproximan más al entendimiento agente, lo cual es para él su
fin ultimo y una vida distinta. De esa manera, en efecto, viene
a adquirir por fin el hombre algo por lo cual queda consti
tuido una sustancia y alcanza su perfección última, que está
en que ejerza en otro ser una acción por la cual haga de ella
una sustancia; eso es lo que quiere decir la expresión «otra
vida» [distinta]. Si bien su acción no se ejerce en otro ser
D e los significados de «in telecto»
593
distinto extrínseco a su esencia; obrar ella, no es otra cosa
que encontrar su esencia. Su esencia, su acción y su obrar son
una misma cosa, y, entonces, para existir no necesitará de
que el cuerpo le sirva de materia, ni de que le ayude para
alguna de sus acciones alguna de las facultades animales que
hay en el cuerpo, ni tendrá necesidad alguna de instrumento
corporal. El más inferior de sus grados sí que consiste en que
para existir le sea necesario el cuerpo com o materia, en la
que ella está como forma, pero sobre ese grado hay otro en
el que para existir no necesita el cuerpo com o materia, aun
que para muchas de sus acciones tenga necesidad de servirse
de un instrumento corporal y de ayudarse de su acción, a
saber, del sentido y de la imaginación; pero la perfección
mayor de su ser la obtiene en la disposición que hemos dicho.
994 Que el entendimiento agente existe, ya se ha de
mostrado en el libro D e anima. Mas parece que el entendi
miento agente no siempre obra, sino que unas veces obra y
otras no; de lo que se seguirá necesariamente que se hallaría
en disposiciones para obrar o no, y así variaría él mismo, se
gún esa diversidad de estados. Pero si no se hallase siempre
en su perfección última, entonces no sufriría tan sólo cambios
de disposición o estado, sino que variaría también en su esen
cia, ya que su perfección última se hallaría en su sustancia
unas veces en potencia, otras en acto. Y entonces, lo que en
ella estuviese en potencia, haría de materia para lo que estu
viese en ella en acto. Pero nosotros ya hemos dicho que está
separado de toda materia; si esto es verdad, entonces está
siempre en su perfección última...
La salvación
(IIÎN-SINA)
AVICENA
(980-1037)
O b r a s p r i n c i p a l e s : Al-Sifâ (La curación); Al-Nayât (La salvación)
(com pendio de la anterior); K itâb al-Isârât wa-’l-Tanbïhât (Libro de
los teoremas y de los avisos); M antiq al-Masriqiyyin (La ciencia orien
ta l); ‘JJyün al-Hikma (Las fuentes de la sabiduría); A qsâm al-U lüm
al-aqliyya (D ivisión d e las ciencias intelectuales); K itâb al-insaf (L ibro
del juicio imparcial); D ân is nâmih al-'Ala’ï (Principios de la ciencia
para Ala al-Dawla); Risâlat al-Hudüd (Com pendio de las definiciones);
A l-Iéarât ilâ ‘Ilm al-Mantiq (Teorem as sobre la lógica); Maqâla
ft-l-Nafs (Tratado sobre el aim a); Qasïda fí-l-Nafs (Poem a sobre el
aima) ;Qasïdat al-Nafs wa-l-Hikma (Poem a sobre el alma y la sabidu
ría ); Habhat 'an al-quwwat al-nafsânyya (Sobre la fuerza del alm a);
A l-A jlâq (Las costum bres); Falsafat al-Um r (Poem a sobre la filosofía
de la v id a); Risala fi-1-Siyâsa (C om pendio sobre política); Al-Qadá
wa-l-Qadar (E l decreto divino y el d estino).
(1926-1927); I d . , Les sources gréco-arabes de Vaugustinisme avicennissant:
Ibid., IV (1929-1930); I d . , La philosophie au m oyen âge, deux. éd. rev.
et augm. (Paris 1947) p.351-356; I d . , L’être et l’essence p .122-128;
N. C a r a m e , Praefatio a Avicennae Metaphysices compendium p .IIIX L V I I; P. M o r e w e d g e , The logic of Emanationism and Süfism in the
philosophy of Ibn Sinnâ (Avicenna): Journ. amer. or. Soc. 9 (1971) 467476; 92 (1972) 1-18; I d . , The «M etaphysica» o f Avicenna. A critical
translation, commentary and analysis... of the fundamental arguments
in Avicenna’s Metaphysic in the Dânish Nâma-i-'alâ-î (The B ook o f
Scientific Knowledge) (London, N ew Y ork 1973); S. L a n d a u e r , D ie
Psychologie des Ibn Sinna (A vicenna’s Psychology) (O xford-London
1952); L. G a r d e t , La pensée religieuse d ’A vicenne (Paris 1951); M.-D.
R o l a n d - G o s s e l i n , O . P., D e distinctione inter essentiam et esse apud
Avicennam et D. Thomam: Xenia thomistica I I I (Roma 1925) p.287;
Id., Le « D e ente et essentia» de Saint Thomas d ’A quin: Bibliothèque
thomiste V I I I (Le Saulchoir, Kain 1926) p.59-66; G . V e r b e r e , L ’im
mortalité de l’âme dans le « D e anima» d’Avicenne. Une synthèse de
l’aristotélisme et du néoplatonisme: Pensamiento 25 (1969) p.271-290;
G . V a j d a , Un commentaire inconnu ( ? ) sur le Livre des directives et
remarques d’Ibn. Sinnâ: Journ. asiatique 258 (1970) 43-45.
L A S A L V A C IO N
E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : Avicennae Metaphysices compendium ex ara
b o latinum reddidit et adnotationibus adornavit N e m a t a l l a h C a r a m e ,
Episcopus Maronita (Romae 1926).
(Compendio de Metafísica)
Livre des directives et remarques (K itâb alIsarât wa-l-Tanblbât), traduction avec Introduction et notes par A.-M.
G o ic h o n (Paris 1951).
I bn
Sin a
( A v i c e n n e ),
l a t i n u s , Liber «D e anima» , édition critique par
(Louvain-Leiden) 2 vols. I-III (1972); IV -V (1968).
A v ic e n a
R ie t
595
S.
LIBRO I
T R A T A D O I [Proem io]
Van
B i b l i o g r . g e n .: G . A . A n a w a t i , Millénaire d’Avicenne. Essai de
bibliographie avicennienne (título árabe: M u ’ allafât Ibn STnâ) (El
Cairo 1950); I d ., Chronique avicennienne 1951-1956: Ét. philos, musulm.
p.306-324; M . C r u z H e r n á n d e z , La metafísica de Avicena (Granada
1949) p.22-236.270; I d ., Historia de la filosofía española. Filosofía hispano-musulmana I (Madrid 1957) p .105-152 (Bibliogr. p .110-112, 120
nota); I d ., La filosofía árabe (M adrid 1963) p.69-112 (Bibliogr., p .109112); I d ., Avicena, sobre metafísica. Version y comentarios (Madrid
1950) p.9-45; D . S a l i b a , Étude sur la mêthaphysique d’A vicen ne (Pa
ris 1926) (Bibliogr. p .I X -X I I I ) p.201-208; A.-M . G o i c h o n , La distinc
tion de l’essence et de l’existence d ’après Ibn Sïnnâ (Avicenne) (Paris
1937) (Bibliogr., p.504-520); espec. p.495-498; I d ., Ibn Sinnâ (A v icen
n e ), Livre des directives et remarques, trad., avec Introd. et notes, Pa
ris 1951; El Cairo 1963) (Bibliogr. passim); I d ., Introduction a: A vi
cenne, Son Epître des Définitions (Paris 1933); L exique de la langue
philosophique de Ibn Sinnâ (Paris 1938); I d ., La philosophie d’A vicen
ne et son influence en Europe médiévale (Paris 1940) (ed. ingl.: The
philosophy o f Avicenna and its influence on medieval Europa, transi,
with notes, annot. and pref. by M . S . K h a n (Delhi 1969); B. C a r r a
d e V a u x , A vicenne (Paris 1900); G i l s o n , A vicenne et le point de
départ de Duns Scot: Arch. d ’hist. doctr. et litt. du M oyen Age, II
(1926); I d ., Pourquoi Saint Thomas a critiqué Saint Augustin: Ibid.
995 1. Tratando de dar un sumario de la ciencia di
vina (la Metafísica), decimos: 1. Cada una de las ciencias
naturales y doctrinales trata de la manera de ser de algunos
seres, y lo mismo las demás ciencias particulares. De ninguna
de ellas es propio el considerar la manera de ser del ente ab
soluto y sus principios.
Por esto aparece claro aquí que se da una ciencia sobre
el ente absoluto, de lo que le acompaña y le compete a él en
cuanto tal, y de sus principios.
996 2 .
de todos, es
causado con
ser causado,
Mas com o Dios excelso, por sentencia unánime
absolutamente el principio, no ya de un solo ser
exclusión de otro, sino absolutamente de todo
no hay ninguna duda de que esta ciencia es la
995-1052 C a r a m e , o . c . , p.III-XLVII; C h a n i n e , o . c . , p.55.
995-996 C h a n i n e , o . c . , p.38-41; G o i c h o n , La distinction... p.2.
995 C a r a m e , o . c . , p . l nt.1-3; C r u z H e r n á n d e z , Avicena, Sobre metafísica...
p.201 nt.5.
996 G o i c h o n , La distinction... p.3-17.
596
597
Avicena
La salvación
ciencia divina. En efecto, esta ciencia trata del ente absoluto,
y tiene su término en la división, que es punto de arranque
de las demás ciencias. De ahí se deduce que en esta ciencia
se demuestran los principios de las demás ciencias particu
lares.
pared, pero cada una de ellas está difundida en la otra en
toda su esencia, y una de las dos, aunque se separe de la
otra, permanece estable en su manera de ser, y una de ellas
confiere o da origen a cierta intención por la cual se deno
mina el todo, y la otra toma esa denominación; entonces, la
que es estable y recibe la denominación, se llama recipiente
o sujeto, y la otra que está en ella se llama inherente en ella.
Ulteriormente, si el recipiente no necesita en su constitutivo
de lo que es recibido en ella, entonces se la llama sujeto de
lo recibido; pero si lo necesita, entonces no lo llamaremos
sujeto, sino tal vez más bien hyle.
Pues bien, toda esencia que no está en sujeto es sustancia.
Y toda esencia que subsiste en sujeto es accidente.
C a p ítu lo
III
Exposición de las divisiones del ente y del uno
§ I
997
1. La división del ente en los predicamentos se
puede asimilar a la división por las diferencias, aunque no
lo sea propiamente. Su división en potencia y acto, en uno y
muchos, en lo viejo y lo que empieza, en lo perfecto e im
perfecto, en causa y causado, y otras semejantes, se asimila
a la división por los accidentes. De ahí que los predicamen
tos son com o especies, y lo demás, como diferencias acciden
tales o clases...
§ II
998 5. El ente no se puede describir más que por el
nombre, ya que es el primer principio de toda descripción,
por lo cual no se puede describir. Pero su concepto surge en
seguida en la mente sin intermedio de otra cosa alguna; y
una de sus divisiones es en sustancia y accidente.
§ III
999 6. Tratando de dar a conocer lo que es la sus
tancia, hay que hacer unas observaciones preliminares: cuan
do se juntan dos esencias, y ninguna de ellas se une con la
otra totalmente, com o sucede cuando se juntan una madera
y la pared, estas dos cosas se unen, pero las partes interiores
de la madera no se unen de ninguna manera con la pared, sino
que la madera se une con la pared sólo superficialmente. Pero
cuando se trata de dos cosas, com o lo son la madera y la
997 C arame , o.c., p.3 nt.6.
998 C a ram e . o .c., p.5 nt.3; C han ine , o .c ., p.41; G oichon, La distinction...
p.3.17-28.407-414; C ruz H e r n ández , Avicena, Sobre metafísica... p.202 n t.ll.
999 C aram e , o .c., p.5 nt.4; p.6 nt.2; C r uz H e rn ández , Avicena, Sobre
metafísica..., p.205 nt.37.
1.000 7. Pero puede algo estar en algo que lo reciba,
y ser, no obstante, sustancia, es decir, no en sujeto. Y esto
sucede cuando el recipiente próximo, en el cual se halla, es
constituido por él, y no por sí mismo; a eso llamamos for
ma. La explicación de esto vendrá después.
1.001 Toda sustancia que no esté en sujeto tiene que o
no estar de ningún m odo en un recipiente, o estar en un re
cipiente, pero que tenga que necesitar de ella para subsistir.
Si está en un recipiente que tenga que necesitar de ella
para subsistir, a esa sustancia la llamamos forma material.
Si no está de ningún modo en un recipiente, o es ella misma
su propio recipiente, sin tener en sí ninguna composición, o no;
si ella misma es su propio recipiente y no tiene ninguna com
posición, entonces la llamamos hyle absoluta; si no lo es,
entonces o es compuesta, como nuestros cuerpos, que cons
tan de materia y forma corpórea, o no, y a ésta llamamos for
ma separada, como la inteligencia y el alma. Y si algo está en
un recipiente que sea sujeto, a ésa llamamos accidente.
1001 C r uz H ernández , Avicena, Sobre metafísica... p.201 nt.6; G oichon,
La distinction... p.13; Santo T om ás , in Arist. Metaphys. IV lect. 2 n.557;
in I Sent. D.24 q.l a.l ad 2.
598
599
Avìcena
La salvación
T R A T A D O III
la unidad es una naturaleza accidental, y también lo es la na
turaleza del número, que sigue a la unidad y se compone
De la división del ente en predicamentos
C a p ítu lo
II
ha unidad pertenece a las propiedades que siguen insepara
blemente a las quiddidades y no a sus constitutivos
1.002
La naturaleza de la unidad es del orden de los ac
cidentes que se hallan inseparablemente en las cosas. En efec
to, la unidad no es constitutivo de la quididad de ninguna
cosa. La quididad es aquello que una cosa es, por ejemplo,
hombre, o caballo, o entendimiento, o alma. Después eso re
cibe una connotación, a saber, que es uno y existente. Y por
eso, por entender o pensar la quididad de una cosa, no por
eso entiendes o piensas (su) unidad, de suerte que tengas que
poder decir que esa (cosa) es una. Pues la unidad no es la esen
cia de ninguna de esas cosas, ni constitutivo de su esencia. Es
mas bien una cualidad que se halla en o es inherente a la
esencia de esa cosa, com o ya en Lógica has podido ver la di
ferencia que hay entre lo que es inherente y lo que sigue (la
propiedad) y lo que es esencial. Así, pues, la unidad perte
nece a la clase de lo que está inherente: pero no es una sus
tancia respecto de alguna de las sustancias. También en la
materia están accidentalmente la unidad y la multiplicidad.
Entonces la unidad será un accidente para la materia, y lo
mismo la multiplicidad.
1.003
Ahora bien, si la naturaleza de la unidad fuese la
naturaleza de la sustancia, sólo la sustancia sería connotada
por ella. En cambio, si su naturaleza es la naturaleza del ac
cidente, entonces no se sigue en modo alguno que no se con
noten por ella las sustancias: las sustancias se connotan por
los accidentes; pero de los accidentes no se predican las sus
tancias de suerte que a éstas se derive el nombre de aquéllos.
Luego de esos tres aspectos, el primero de los cuales es: que
la unidad no es esencial a las sustancias, pero les es inherente
inseparablemente; el segundo, que la unidad sobreviene des
pués de la multitud a la materia; el tercero, que es predi
cable de los accidentes, resulta evidente que la naturaleza de
1002 C a r a m e , o.c., p.28 nt.3.
1003 C a r a m e , o .c ., p.29 nt.l.
de ella.
TR A T A D O IV
Sobre los principios extrínsecos del ente; o sobre las causas
en general
C a p ítu lo
I
Sobre las divisiones de las causas y de sus disposiciones
1.004 4. El fin, en su ser ya obtenido (o en la ejecu
ción), es posterior al causado, pero precede a las demás cau
sas en la existencia. Pues es evidente que la existencia (inten
cional) tiene otro ser distinto del ser de los supósitos indi
viduos. La intención tiene un ser en los individuos, y otro en
la mente, y alguna otra cosa común. Eso común es la exis
tencia. Y el fin, por ser algo, precede a las demás causas, y
es causa de las causas en cuanto causas. Y en cuanto que exis
te en los individuos concretos, el fin puede ser a veces pos
terior. Y cuando la causa agente no es ella misma causa final,
entonces el agente será posterior al fin en la existencia. Y la
razón es que las demás causas no son causas en acto sino por
el fin. En cambio, el fin no es por ninguna otra cosa. En
efecto, el fin tiene en primer lugar un cierto modo de ser,
en virtud del cual hace que las causas sean causas en acto, y
lo que es más verosímil a juicio de los que juzgan bien de la^>
cosas, es esto: que el primer agente y el primer motor en
toda cosa es el fin. El médico, en efecto, obra por la salud,
pero la forma de la curación es el arte medicinal que existe
en la mente, y ella es la que mueve a la voluntad del médico
para curar. Cuando el agente es superior a la voluntad, en
tonces lo mismo que es el fin sera aquello que es agente y
motor sin mediación por parte de la voluntad, que tiene lu
gar en virtud de la moción del fin ...
1004
C a ram e , o .c ., p.34 nt.4; p.35 nt.2; C h an ine , o .c ., p.66.67; C r uz H er
Hist. de la Filos, esp. I Filos, hisp.-musulm. I p.134-139; Id., La filosofia árabe p.91-94.
n á n d ez ,
600
La salvación
Avicena
C a p ítu lo
II
La razón por la cual se precisa del Ser necesario es la posi
bilidad y no el comenzar de nuevo a existir, como piensan
erróneamente algunos teólogos de poco entendimiento
§ I
1.005 1. Mas has de saber que el efecto de la causa
eficiente, que confiere a la cosa la existencia después de la noexistencia, lleva consigo dos cosas: la no-existencia preceden
te y la existencia actuada ahora. Ningún influjo de dicho
agente se termina (o afecta) a la no-existencia que precede al
efecto, sino que su influjo se termina (o afecta) a la existen
cia que el efecto tiene recibido del agente. Pues el efecto no
es en sentido propio efecto más que porque su existencia pro
cede de otro. Pero sucede que a él, de por su esencia, le com
petía la no-existencia: pero eso no lo tiene por el influjo del
agente.
1.006 2. Si imaginamos que el influjo proveniente del
agente, esto es, la existencia de otro, no provino de él des
pués de la no-existencia del efecto, sino que pudo darse siem
pre, entonces el agente será más agente, ya que su acción en
tonces perdura más.
1.007 3. Pero si alguno insiste pertinazmente: la produc
ción no es íntegra ni se verifica más que después de la no-exis
tencia del efecto; pero ya ha oído que la no-existencia del efecto
no proviene del agente, sino la existencia, y la existencia que
proviene de él en un instante: supongamos que esa existencia
es continua, y decimos: Si al objetante le hace apartarse de
esta verdad esta afirmación suya, a saber: lo que existe no
le hace existir dándole la existencia, ten presente que late una
falacia en la expresión «le hace existir». En efecto, si con
ella quiere decir: a lo que existe, no le viene por primera
vez el existir después de la no-existencia, eso es verdad; pero
si quiere decir que lo que existe no es de tal condición que
su esencia y quididad no inducen en él la exigencia de existir
como tal, sino otra cosa, aquella de la cual le viene la exis
tencia, entonces sacaremos a la luz el error latente...
1005 C a r a m e , o.c., p.37 nt.l; S a n t o T o m á s , De potentia q.3 a.l ad 11;
S. Th. 1-2 q.45 a.2 ad 3; in II Sent. D .l q.l a.3 ad 2; G o i c h o n , Introduction
a Avicenne Son Epitre des définitions p.18; Id ., La distinction... p.181-200.
1007 C a r a m e , o .c ., p.39 nt.i-4.
601
TRATADO VI
La materia precede indudablemente todo lo que comienza
temporalmente
1.008 1. Decimos además que es imposible que lo que
empieza, empiece a existir sin que le preceda la existencia de
un sujeto recipiente o materia. T odo lo que se genera debe
ser, antes de ser generado, él mismo posible en sí; porque
si hubiese sido en sí imposible, jamás existiría. Mas la posi
bilidad de su existencia no consiste en que el agente lo pueda
producir, o en que tenga potencia para ello. A l contrario, el
agente no tendría potencia para ello si él mismo no fuese
en sí posible. ¿N o ves la evidencia de esto que decimos?: para
aquello que es en sí imposible, no se da absolutamente p o
tencia alguna. Sí que se da, en cambio, tan sólo sobre aquello
que tiene posibilidad de existir. En efecto, si la posibi'idad
en sí de existir de alguna cosa fuese lo mismo que el poder
producirla, entonces eso equivaldría a decir que el poder algo
no es sino que se puede algo para lo cual se da poder, y que
para lo imposible no se da poder o potencia porque para ello
no se da potencia. Y entonces no había manera de saber, por
la consideración de la cosa misma, si hay posibilidad de una
cosa, o si se puede algo acerca de una cosa o no, sino miran
do a la disposición de la potencia del agente, examinando si
tiene potencia para ella o no. Y si nos queda alguna duda de
si se da potencia o no para esa cosa, eso no podremos decirlo
de ninguna manera.
1.009 Pues si llegásemos a saberlo del hecho de que la
cosa es imposible, o posible — y el sentido de lo imposible
consiste en que no se da potencia para ella, y el concepto de po
sible, en que se da potencia para la misma— , entonces cono
ceríamos lo desconocido por lo desconocido. Es, pues, eviden
te que el ser una cosa en sí posible significa otra cosa que el
darse potencia para ella, aunque ambas cosas se den conjun
tamente. El que se dé potencia para una cosa acompaña ne
cesariamente e incluye que la cosa sea en sí posible. Que la
cosa es en sí posible, se obtiene por la consideración de su
esencia. Que para ella se dé potencia, se obtiene por la con
sideración de su relación a la causa que le confiere la exis
tencia.
1008-1012 G oichon , La distinction... p.249.
1008 C aram e, o .c ., p.54 nt.1-3; p.55 nt.l y 2.
603
Avicena
La salvación
1.010 2. Establecido esto con toda firmeza, decimos:
lo que empieza a existir de nuevo, o antes de su comienzo
a existir tenía posibilidad para existir, o no. Lo que es im
posible, nunca existirá; pero a lo que es posible le precede
con toda certeza su posibilidad de existir. Ahora bien, esa
posibilidad suya tiene que ser una intención privativa o una
positiva (objetiva). Pero repugna que sea una intención pri
vativa no existente, pues, si así fuese, no se presupondría su
posibilidad de existir.
cosa. Pues en cuanto que es hombre solamente, absolutamen
te, sin ninguna condición, es algo; pero la comunidad es una
condición de ser que se le sobreañade a él en cuanto hombre,
y lo mismo la singularidad, y el que sea uno o múltiple. Y esto
sucede no tan sólo cuando supones esas maneras de ser en
acto, sino también cuando las supones en potencia, conside
rando la humanidad en potencia, pues siempre se tiene en
esos estados por una parte la humanidad, y por otra, además
de la humanidad, otra con aspecto relativo. Se da, pues, allí
la humanidad, y además cierta relación (la intención de la
universalidad). Pues la humanidad, en cuanto humanidad, ni
es común ni particular, y no es ninguna de esas dos cosas
ni cuando está en acto ni cuando está en potencia, sino que
ésas son algo que la acompaña.
602
1.011 Luego es una intención positiva (objetiva) exis
tente. Ahora bien, toda intención positiva o es subsistente,
es decir, propia de algo que subsiste no en un sujeto, o es
subsistente en un sujeto; y todo lo que es subsistente no
en un sujeto, tiene su ser propio, por el cual no debe ser
puesto en relación (con algo). Mas la posibilidad de existir no
es sino lo que se dice por relación a aquello cuya posibilidad
de existir es. Luego la posibilidad de existir no es en modo
alguno una sustancia que no esté en sujeto. Luego es una in
tención en sujeto, y algo accidental al sujeto.
1.012 A la posibilidad de existir nosotros la llamamos
potencia de existir, y lo que soporta esa potencia de existir,
eso en que está esa potencia de existir, el sujeto, lo llamamos
hyle y materia. Luego a todo lo que ha empezado a existir lo
ha precedido la materia.
TR A T A D O V II
C a p ítu lo
I
Explicación de la intención universal
1.013 1. La intención universal, en cuanto que es una
naturaleza, por ejemplo, hombre en cuanto hombre, es (sig
nifica) algo; en cuanto que es común o particular, una o múl
tiple (y esto puede competirle en potencia o en acto), es otra
1010-1011 G oichon , La distinction... p.290-291; Santo T om ás , II Contra
Gentes c.34, 3.°
1013 C aram e , o.c., p.56 nt.2; A r is t ó t e l e s , Met. VII c.17 y 18; S anto T o
m á s , De ente et essentia, c.4 n.3-4; C r uz H e r n ández , La filos, hisp.-musulm.
p.123-125; I d ., La filosofía árabe p.81-83; I d ., Avicena, Sobre metafísica p.207
nt.45 y 48; Sa l ib a , o .c ., p.91-92; G il so n , La philosophie au moyen âge p . 352;
G oichon, La distinction p . 67-88; 89-91.
1.014 2. Así, pues, de que la humanidad no pueda exis
tir si no es una o múltiple, no se sigue que la humanidad, en
cuanto humanidad, sea una o múltiple. En efecto, existe una
gran diferencia entre decir, v. gr., «esto no puede existir sin
que tenga una u otra disposición (o estado)» y decir: «una de
esas dos disposiciones (o estados) le conviene a esto en cuan
to que es humanidad». Y del hecho de que afirmamos: «la
humanidad, en cuanto humanidad, no es una», no se sigue
en manera alguna: «la humanidad, en cuanto humanidad, es
múltiple». Igualmente, si en lugar de humanidad ponemos
«existencia», que es en cierto sentido más común que lo uno
y múltiple. Como tampoco el decir: «la humanidad, en cuan
to humanidad, no es una», es una proposición contradictoria
de esta otra: «la humanidad, en cuanto humanidad, es múl
tiple», sino que la humanidad, en cuanto humanidad, no es
en absoluto ni una ni múltiple. Siendo así las cosas, podrá
entonces existir, no en cuanto humanidad, sino en cuanto
existente, como una o múltiple.
1.015 3. Hechas estas observaciones, decimos: el uni
versal se dice a veces de la humanidad sin ninguna condición;
a veces con una condición, a saber, que sea predicable de
muchos según alguno de los modos conocidos de universa
lidad...
1.016 Luego no existe en la realidad ningún universal
común; la existencia en acto la tiene sólo en la mente; y es
1015 Santo T om ás , De ente et essentia c.3 y 4.
1016 G oichon , La distinction. . . p.156-165; Sa lib a , o . c . , p.96-124;
o.c., p.43-46; 76-80; G il so n , La philosophie au moyen age, p.353-354.
C hanine ,
604
La salvación
la especie misma que está en la mente y cuya relación en acto
o en potencia a cada uno de los individuos es idéntica. El
universal que tiene lugar en las proposiciones y en las premi
sas constituye la primera parte, y ya se ha tratado de él en
los libros de la Lógica.
tir, no implica por eso contradicción, Necesario en el existir
es aquello cuya existencia es necesaria. Posible es aquello que
no comporta consigo ninguna necesidad en ningún extremo,
ni en su existir ni en su no-existir. Y eso es lo que entende
mos aquí por posible, aunque a veces por posible se designe
lo que está en potencia. También se llama posible todo aque
llo cuyo ser es verdadero o real. Eso ya queda bien expÜcado
en la Lógica.
C a p ít u l o
IV
Explicación de lo que es un comienzo esencial
1.017 1. Es de saber que, así com o algo puede empe
zar a ser en el orden del tiempo, así puede algo empezar a
ser en el orden de la esencia. Pues un ser que empieza es lo
que se está haciendo después de no haber sido; mas la pos
teridad, lo mismo que la prioridad, puede ser en el orden del
tiempo o en el de la esencia. Teniendo, pues, una cosa de
por sí el que no se le deba la existencia, sino que, conside
rada sólo su esencia, sin su causa, no existiría, y no pueda
existir sino por el influjo de su causa; y siendo lo que exis
te de por su esencia anterior a lo que no existe de por sí,
se sigue que todo ser causado lleva consigo, en primer lugar,
el no existir, y después, el existir por influjo de su causa.
Luego todo ser causado comienza a ser, es decir, adquiere
existencia de otro, después de haber tenido en su esencia el
no ser no existente. Luego todo ser causado ha comenzado a
ser en sí mismo.
SEGUNDA PARTE
TRATADO I
C a p ít u l o
I
Exposición de los conceptos de necesario en el existir y de
posible
1.018 1. Necesario en el existir es el ente que, si se
supone que no existe, implica contradicción. Posible es aque
llo que, tanto si se supone existir como si se supone no exis1017 C a r a m e , o.c., p.63 nt.3 y 4; G oich on , La distinction... p.256 257.
1018-1026 C a r a m e , o . c . , p.66 nt.2.
1018 C r u z H e r n á n d e z , Filos, hisp. musulm. I p.128-140; Id., La filosofía
arabe, p.86-88; A v i c e n a , Lógica, c.20 y 21; A ri st óte le s , Perihermenias 1.2 c.3;
S a n t o T o m á s , In Perihermen. 1.2 Iect. 8-11; C a r a m e , o . c . , p.67 n t .3 y 4 .
,
605
Avicena
1.019 2. Lo necesario en el existir puede, a su vez, ser
necesario en el existir por sí, y necesario en el existir no por
sí. Necesario en el existir por sí mismo es aquello de cuya no
existencia supuesta se sigue repugnancia; no por algo distinto
de ello, sea lo que sea, sino por su esencia misma. Necesario
en el existir no por sí es aquello que, puesto algún otro ser
que no sea ello, resulta ello necesario en el existir, v.gr., 4 es
necesario no por sí, sino puesto 2 + 2. Asimismo, el arder es
necesario no por sí, sino puesto el concurso de la potencia na
tural activa y la virtud natural pasiva, la potencia comburente
y la potencia combustible.
C a p ít u l o
II
Lo necesario en el existir por sí no puede ser necesario en el
existir por otro; y lo necesario en el existir por otro es posible
1.020 1. Una misma cosa no puede ser a la vez nece
sario en el existir por sí y necesario en el existir por otro. En
efecto, desaparecido eso otro, o no considerada su existencia,
no puede menos de suceder que la necesidad de existir de
esa cosa, o permanezca en su manera de ser, y entonces la
necesidad de su existencia no se tendrá por otro; o que su
necesidad de existir no permanezca la misma, sino que se des
vanezca, y entonces la necesidad de su existir no será por sí.
1.021 2. T odo lo que es necesario en el existir por
otro es posible en sí. La razón es que, en todo lo que es ne
cesario en el existir por otro, su necesidad en el existir sigue
a una habitud o relación. Ahora, la consideración de la habi
tud y de la relación es algo distinto de la consideración de
la esencia misma de la cosa que tiene esa habitud y relación.
1020-1023
C ruz
H ern án dez,
Filos, hisp.-musulm. I p.134-138;
sofía árabe p.91-94.
1020-1021
C a ra m e,
o .c .,
p.68 nt.l;
S a lib a ,
o .c .,.
p.128.
I d .,
La filo
606
607
Avicena
La salvación
Por eso, com o la necesidad en el existir no se tiene sino por
la consideración de esa habitud, entonces resulta necesaria
mente que la consideración de la sola esencia de la cosa, o
requiere la necesidad de existir, o la posibilidad de existir,
o la imposibilidad de existir. Ahora bien, es inadmisible que
la esencia, en sí considerada, requiere la imposibilidad de exis
tir; pues todo aquello cuya existencia es imposible de por sí,
nunca existirá, ni siquiera por otro. Tampoco se puede admi
tir que exija la necesidad de existir, pues ya hemos dicho que
a aquello cuya existencia es necesaria por sí, le repugna el
ser necesario en el existir por otro. No queda, pues, sino que
esa cosa, considerada en su esencia, es posible, y que, consi
derada en la actuación de su habitud a ese otro ser, es ne
cesaria en el existir, y que, considerada sin esa habitud a otro,
es imposible. Pero, considerada la esencia de la cosa en sí
misma, sin ninguna condición, es posible por sí.
se sigue que no ha tenido lugar ninguna nueva manera deser. Y si a esa manera de ser que ha sobrevenido se la su
pone necesaria en el existir, y exige existir antes en acto, en
tonces, en la primera tuvo que darse necesariamente una ma
nera de ser, que no puede ser otra que su paso al acto. Se
sigue, pues, que su reducción o paso al acto es necesaria.
1.023 2. Asimismo, todo lo que es posible, existe por sí
o por alguna causa. Si existe por sí, luego su esencia es necesaria
en el existir, y no posible; si existe por una causa, entonces tiene
o que existir simultáneamente con su causa, o que permane
cer com o se hallaba antes de la existencia de su causa; pero
esto es absurdo. Luego tiene que ser su existencia simultánea
con la de su causa. Luego todo lo que es posible de por sí,
es necesario en el existir por otro.
C a p ít u l o
C a p ít u l o
IV
III
Lo que no tuvo necesidad de existir, no existió
Es inadmisible que existan dos seres cada uno de los cuales
sea de tal naturaleza que sea necesario en el existir por sí y
necesario en el existir por otro
1.022 1. Ha quedado, pues, claro que todo lo que es
necesario por otro distinto, es posible en sí. Lo cual equivale
a lo siguiente: todo lo que es posible en sí, una vez redu
cida al acto su existencia, es necesario en el existir por otro.
En efecto, es imposible que ni le competa verdaderamente,
ni no le competa el existir en acto. Ahora bien, repugna que
no le competa verdaderamente el existir en acto; de lo con
trario, sería en sí imposible. Queda, pues, que le competa ver
daderamente el existir en acto. Mas, entonces, o su existencia
es necesaria, o no lo es. Si no es — siendo, com o es, todavía
posible en sí aquello cuya existencia no es necesaria— , su
existencia no se distinguiría de su no-existencia, y no habría
ninguna diferencia entre la manera de ser que ahora tiene
y la que antes tenía. En efecto, antes de su existencia actual,
ya era posible; y ahora él permanece en esa manera de ser
com o antes lo estaba. Si, pues, supone que le sobreviene una
nueva (disposición o) manera de ser, sobre esta manera de
ser se presentará la misma cuestión de si ella a su vez es po
sible o necesaria. Si se la pone com o posible, com o esa misma
manera de ser ya se hallaba antes en su estado de posibilidad,
1.024 1. Es inadmisible que existan dos seres de los
cuales dimane un necesario en el existir y que exista plurali
dad de cualquier m odo que sea en el ser necesario. Y no se
puede admitir que existan dos cosas, una de las cuales no sea
la otra, y ésta, a su vez, no aquélla. Y que ambas, sin embar
go, sean necesarias en el existir por sí y necesarias en el exis
tir por otro. En efecto, ya ha aparecido evidente que lo que
es necesario en el existir por sí no puede ser necesario en el
existir por otro, y que no se puede admitir que cada uno
de los dos sea necesario en el existir por otro; de suerte
que, v. gr., A sea necesario en el existir por B, no por sí, y
B sea necesario en el existir por A , no por sí, y que, sin em
bargo, ambos juntos sea un solo necesario en el existir. Una
cosa, es, en efecto, considerar a esos dos en cuanto dos esen
cias, y otra, considerarlos como dos correlativos. Cada uno de
los dos tiene necesidad en el existir no por sí; luego ambos
son posibles por sí. Ahora bien, todo posible por sí tiene una
causa de su existir anterior a él, ya que toda causa es ante-
1022 C a r a m e , o.c., p.69 nt.l;
p.218 nt.161 y 162.
C ru z H ern án dez,
Avicena, Sobre metafísica .
1024-1025 C a r a m e , o . c . , p.71 n t . l ; A r i s t ó t e l e s , Phys. V III c.9 y 19; S a n T o m á s , lect. 12 n.23; I Contra Gentes c.42; S. th. 1 q .ll a.3; G o i c h o n ,
La distinction... p.169-173; C h a n i n e , o . c . , p.46.
to
608
Avicena
rior a su causado en el orden de la esencia, aunque no en el
del tiempo. Luego cada uno de los dos tiene en la esencia
alguna otra cosa por la cual subsiste, y que es anterior a su
esencia, com o ya hemos explicado; luego ambos tienen cau
sas extrínsecas, anteriores a ellos. Luego no puede suceder
que la necesidad de existir la haya adquirido cada uno de
ellos del otro, sino de una causa extrínseca que hace la co
nexión entre los dos.
1.025 2. Asimismo, lo que es necesario por otro dis
tinto de ello, tiene su existencia por sí, posterior a la existen
cia del otro, y lo presupone y de él depende. [Además, re
pugna que una esencia cualquiera dependa, en el existir, de
otra esencia que exista por ella; porque entonces, para existir,
dependería de su misma propia existencia]. En resumen, si
aquel otro ser resulta necesario por éste, entonces este último
sería anterior a aquello que es anterior a él, y dependería de
aquello que depende de él. Luego implica contradicción el que
ambos existan.
C a p ít u l o
V III
Lo necesario en el existir es verdadero según todos los con
ceptos o aspectos de la verdad
1.026 1. T odo lo que es necesario en el existir, es pura
verdad. Pues la verdad de toda cosa es la propiedad de su
ser que le ha sido establecido o requerido. Luego ninguna
cosa verdadera es más verdadera que lo necesario en el existir.
1.027 2. También se llama a veces verdadero aquello
la persuasión de cuya existencia es veraz. No se da, pues, nin
guna cosa verdadera más digna de tal verdad que aquella cuyo
conocimiento cierto es verdad, y es siempre permanente con
su veracidad, y además su permanencia es por su esencia y
no por otro ser distinto de él.
1026 C r u z H e r n á n d e z , Avicena, Sobre metafísica... p .205 n t . 3 3 ;
p .88 y 8 9 ; G o i c h o n , La distinction... p .3 5 -3 6 ; S a n t o T o m á s ’
c .6 0 ; S. th. 1 q .1 6 a . l ; Quodl. V I H a.5.
1027 C arame , o .c ., p .7 7 nt.2.
O .C .,
Gentes
609
La salvación
C h a n in e
I Contra
TR A T A D O II
C a p ít u l o
I
Demostración de la existencia del Necesario en el existir
1.028 1. No hay duda ninguna de que en la naturaleza
se da algún ser. Ahora bien, todo ser, o es necesario, o po
sible. Si es necesario, luego ya se tiene que existe el necesa
rio en existir, que es lo que pretendíamos. Si es posible, va
mos a demostrar ahora que la existencia de todo posible se
reduce en último término al necesario en el existir. Pero an
tes hay que hacer unas observaciones preliminares.
1.029 2. La primera es ésta: Es imposible que para
cada uno de los posibles se den en el mismo tiempo causas
posibles en sí hasta el infinito. En efecto, todas esas causas
posibles, o serían simultáneas en la existencia, o no lo serían.
Si no lo fuesen, entonces el infinito no será coexisten te si
multáneamente, sino que una parte sucedería a otra; de lo
que trataremos después. Y si todas las causas posibles coexis
ten y ninguna de ellas fuese necesaria en el existir, entonces
no puede menos de suceder que esa colección, en cuanto tal
colección, finita o infinita, o sea necesaria en el existir por
sí, o posible por sí; si se supone que es necesaria por sí en
el existir, y cada una de esas causas es posible en sí, entonces
se sigue que lo necesario en el existir está constituido por
(¿cau sas?)* posibles; mas eso es contradictorio. Pero si toda
esa colección es en sí posible, entonces, para existir, necesi
tará de un ser que le confiera la existencia.
1.030 Ese ser que le daría la existencia, o se hallará fue
ra de la colección, o dentro de ella; si está dentro de ella,
entoncesde toda la colección, o algún miembro será propio
el ser necesario en el existir; mas cada miembro de la colec
ción ya se ha puesto como posible, y entonce^ él será la causa
de la existencia de la colección. Mas la causa de toda la colec
ción es, desde luego, y ante todo, la causa de la existencia
de sus partes: él consta de dichas partes; luego él será la
causa de sí mismo. Esto, aunque absurdo, si llegara a tener
1028 C a r a m e , o . c . , p .91 n t .l ; S a n t o T o m á s , l
H e r n á n d e z , Filos, bisp.-musulm. I p .130-132 ; I d . ,
S a l i b a , o . c . , p .1 1 3 ;
G o ic h o n ,
La distinction...
Contra Gentes c .1 3 ; C r u z
La filosofía árabe p .88-9 0 ;
p .165-169.
* Paréntesis del editor.
Los filósofos medievales 1
20
610
Avicena
La salvación
lugar, sería de algún m od j lo que pretendíamos. En efecto,
lo que es capaz de hacerse existir a sí mismo, es necesario
en el existir. Mas se le había ya supuesto que no era nece
sario en el existir, lo cual es también contradictorio. Queda,
pues, solamente que lo que confiere la existencia, se halla fue
ra de la colección, y que no puede ser una causa posible, ya
que hemos incluido a todas las causas posibles en tal co
lección.
y una quididad inteligible; y todo lo que está esencialmente
despojado de la materia y de los accidentes de la materia, es
esencialmente inteligible. Ahora bien, el Ser primero, que es
necesario en el existir, en cuanto que es una entidad despo
jada de la materia, es inteligencia; en cuanto que se le con
sidera como una entidad despojada así de la materia, que se
pertenece a sí misma, es inteligible a su esencia, y en cuanto
que se le considera com o una esencia que posee una entidad
despojada de la materia, se entiende a sí mismo. Pues objeto
inteligible es aquello cuya esencia despojada de materia per
tenece a alguna cosa, e inteligente es el que posee una esencia
despojada que pertenece a alguna cosa.
1.031 Luego la causa que confiere la existencia se halla
fuera de toda la colección, y es necesaria en el existir por sí
misma. Por tanto, todos los posibles han quedado reducidos
en último término a una causa que es necesaria en el existir.
Luego no se puede dar una causa posible hasta el infinito de
todos los posibles.
TR A T A D O III
Sobre la vida del Necesario en el existir
C a p ít u l o
I
El Necesario en el existir es inteligencia por sí, inteligente e
inteligible
1.032 1. Una vez establecida la existencia del ser Ne
cesario en el existir, decimos además: El Necesario en el exis
tir es, por esencia, inteligencia, inteligente e inteligible. Que
tenga una esencia inteligible, consta por l o que ya sabemos:
a la naturaleza del ser, en cuanto tal, y a la naturaleza de
todas las partes del ser, como tal, no les repugna el ser cono
cidas; y solamente no son conocidas cuando están en la ma
teria y envueltas por las condiciones y accidentes de la ma
teria; ya que, en cuanto tal, es más bien sensible e imagina
ble por la fantasía.
1.033 2. Por lo dicho ha quedado también claro que
ese Ser, cuando está liberado de ese obstáculo, resulta un ser
1031 C h a n i n e , o . c . , p.50.
1032-1038 C a r a m e , o . c . , p . l l l nt.l; A r i s t ó t e l e s , Met. X I c.7; S a n t o T o
m a s , In X II M e t, lect.8 ; S. Th. 1 q.18 a.3; I Contra Gentes c.44 y 98; S a l i b a , o.c., p.119.155; C h a n i n e , o . c . , p.82-87; C r u z H e r n á n d e z , Avicena, Sobre
metafísica, p.218 nt.155.
1032 G oichon , La distinction... p .3 5 7 .
1033 C a r a m e o.c p.112 nt.l y 2 ; S a n t o T o m á s , 5. th. 1; Quodlihet. VII
a.10; G o i c h o n , La distinction... p.358-359.
611
1.034 Y nó se requiere que esa cosa despojada sea el
mismo inteligente o una cosa distinta, sino que simplemente
sea una cosa. Pero el concepto de cosa tomada absolutamente
es más general que el mismo (inteligente) u otro, como va
mos a demostrar ahora. El primer ser, pues, por hallarse en
él la esencia de una cosa despojada, es inteligente, y en cuan
to que su esencia despojada pertenece a alguna cosa, es inte
ligible. Pero esa cosa es su esencia misma; luego es inteli
gente en cuanto que posee una esencia despojada que perte
nece a una cosa, la cual es su esencia misma; y es inteligible
en cuanto que su esencia despojada pertenece a una cosa, la
cual es su esencia misma.
1.035 En efecto, a poca atención que se ponga en ello,
se advertirá con toda claridad que el ser que entiende requie
re necesariamente un objeto conocido (o inteligible). Pero
esto no implica que el objeto entendido tenga que ser algo
distinto del mismo inteligente. Asimismo, todo movente re
quiere necesariamente un objeto movido, lo cual no implica
necesariamente que el objeto movido tenga que ser una cosa
distinta del que mueve, a no ser que lo impusieran conside
raciones de otra índole. Por eso no repugna el que nosotros
concibamos que una cosa se mueve a si misma, mientras no
se demuestre lo contrario.
1.036 En efecto, los conceptos mismos de movente y
movido no implican esa repugnancia, ya que lo que es m o
vido requiere necesariamente que haya algún ser por el cual
sea movido, sin que sea condición imprescindible el que ese
ser sea él mismo u otro. Asimismo, el ser que mueve exige,
1036
C aram e,
o .c .,
p.113 nt.l
y
2.
612
Avicend
La salvación
a su vez, que exista una cosa que es movida por él, sin que
sea tampoco condición necesaria el que esa cosa sea algo dis
tinto de él, o él mismo. Son correlativos y la actuación de
una entidad llega a conocerse, cierto, por algún factor, pero
no por la habitud o relación misma que se halla en la mente.
CUARTA PARTE
1.037
Sabemos, en efecto, con certeza que tenemos una
facultad con la cual entendemos las cosas. Ahora bien, la fa
cultad con la cual tenemos ese conocimiento cierto, o es la
facultad misma, y entonces esta facultad se entiende a sí misma,
o ese conocimiento se obtiene por otra facultad, y entonces ha
brá en nosotros dos facultades: una, por la cual entendemos a
las cosas, y otra, por la cual entendemos esa facultad; y así po
dremos ir discurriendo hasta el infinito. Tendríamos, pues,
infinitas facultades en acto que entenderían las cosas. Quede,
pues, claro que el objeto entendido no implica necesariamen
te que sea un objeto entendido distinto (del que entiende).
Con esto, aparece evidente que el inteligente no importa ne
cesariamente el que entienda otra cosa distinta de sí mismo,
sino que todo ser que posea una esencia despojada es inteli
gente, y todo ser, asimismo, cuya esencia, en cuanto despo
jada, pertenezca a una cosa, es inteligible. Y si esa quididad
es entendida por sí misma y por sí misma entiende también
toda quididad despojada que se le une y no se separa de ella,
es también por esencia
inteligente, y es inteligible.
1.038 3. Ya ves, pues, cóm o el Necesario en el
existir
es inteligible e inteligente, y que eso no importa necesaria
mente dualidad en su esencia ni en la consideración de la
mente. Pues de esas dos cosas sólo resulta esta única conside
ración: que el necesario en el existir tiene la quididad des
pojada, que es su esencia misma, y que en él hay una quidi
dad que es su esencia. Hay en este fenómeno un orden in
verso de prioridad y de posterioridad en los conceptos, pero
lo que resulta es una cosa única, sin división alguna.
Luego es evidente que el hecho de que el necesario en
el existir es inteligente e inteligible no implica necesariamente
en él absolutamente ninguna suerte de multiplicidad.
1037 G oichon ,
La distinction...
1038 C a r a m e , o .c ., p .1 1 4 n t . l ;
p .360-361 .
G oichon ,
La distinction...
p .3 6 1 .3 6 2 .
613
T R A T A D O II
Sobre el orden en el existir de las inteligencias, las almas y
los cuerpos superiores
C a p ít u l o
I
1.039 Por lo que ya hemos dicho, nos consta que el Ser
necesario en el existir es uno por esencia, y que no es cuerpo
ni existe en cuerpo, y que no es divisible en modo alguno.
Luego absolutamente todos los seres tienen recibida su exis
tencia de El; y no es admisible que tenga un principio de
cualquier género ni causa alguna: ni causa de que proceda,
ni causa por la cual sea, ni causa para la cual sea, de suerte
que exista por otra cosa distinta de El. Y , por eso, no se
puede admitir que el proceder de todas las cosas de El se ve
rifique por la vía de intención concebida por E¿; es decir,
que, así com o nosotros tenemos intención de obtener o ha
cer algo, también El tenga intención de producir todas las
cosas y darles la existencia, de suerte que pretenda algo dis
tinto de sí mismo.
1.040 De esto ya hemos hablado estableciendo esta ver
dad a propósito de los demás seres, pero lo que afirmamos
de éstos, aparece con más evidencia en El. En efecto, para
demostrar que es imposible que El intente ser todas las co
sas distintas de El, se da una razón exclusivamente propia de
El, que es la siguiente: que el tender hacia lo que no es El
mismo, conduciría a poner una multiplicidad en su esencia.
Pues entonces habría en El algo por lo cual el intentarla eso,
que sería el conocimiento o la ciencia de que tenía que inten
tarlo, o algún placer, o alguna bondad en el objeto, que pro
vocase su deseo de obtenerlo; tendría después el deseo o la
intención, después una utilidad que se le seguiría de lo que
pretende, como ya lo hemos explicado antes. T odo eso es
absurdo.
1039 G o i c h o n , La distinction..., p .2 1 6 .2 1 7 .
1040 C a r a m e , o . c . , p .1 8 6 n t .l ; S a n t o T o m á s , II Contra Gentes c .4 2 ; S a l i b a , o . c . , p .1 2 5 -1 3 7 .1 4 5 .1 4 6 ; C h a n i n e , o . c . , p .1 1 5 -1 2 4 ; G i l s o n , La philosophie
au moyen âge
p .354-355 .
614
Avicena
1.041 2. Además, el que todos los seres provengan de
El no puede suceder por vía de naturaleza, ya que no han
procedido de El ni por su conocimiento ni por su consenti
miento. ¿Cómo, en efecto, podría eso ser verdad, cuando El
es pura inteligencia que conoce su esencia y entiende por lo
mismo que El está acompañado de la existencia de todas las
cosas? El sólo se entiende a sí mismo en cuanto que es pura
inteligencia y primer principio. Y no conoce que todos los
seres proceden de El sino en cuanto que El es el principio
de su existencia de ellos. No hay en su esencia impedimento
alguno ni repugnancia para que todos los seres procedan de
El; y bien sabe su esencia que su perfección y excelencia
consiste en que de El fluya el bien, y que el fluir el bien de
El es una de las cosas que acompañan a su majestad, que
le es gratísima y amabilísima por sí misma. Ahora bien, toda
esencia que conoce cuanto procede de ella y a la que no se
le interfiere ningún obstáculo, sino que se comporta como
hemos explicado, se complace sin duda alguna en sí misma,
y aprueba en lo que procede de ella; luego el primer ser se
aprueba y se complace en que todos los seres procedan de El.
1.042 3. Pero el acto primero y esencial de la primera
Verdad es el entender su esencia, que es por sí el principio
del orden de la bondad en el ser. Luego El entiende el orden
de la bondad en el ser, es decir, cóm o se ha de hacer debi
damente. Eso lo entiende no con una inteligencia que pase
de la potencia al acto, ni de un objeto conocido a otro, ya
que su esencia está absolutamente libre e inmune de todo
lo que está en potencia, como ya hemos demostrado antes
con toda evidencia, sino que todo eso lo conoce de una vez
sólo con un acto de conocer.
1.043 Mas de que ella conoce el orden de la bondad se
sigue necesariamente esto otro: que conoce cóm o es posible
ese orden y cómo se podrá realizar del mejor modo posible,
de suerte que se realice el fluir de todas las cosas de El por
su inteligencia. Pues la verdad conocida es en El, como ya
sabes, idéntica a la ciencia, potencia y voluntad. Nosotros, en
cambio, para llevar a efecto lo que hemos imaginado (proyec
tado), necesitamos de la intención, el movimiento y la volun
tad y conseguir así que llegue a existir. Esto no debe darse
1041 G oichon,
1042 G oichon,
1043 G oichon ,
La
La
La
d i s t i n c t io n ... p .2 1 7 .2 1 8 .2 6 1 .
d i s ti n c t io n ... p .219-222 .
d i s t i n c t io n ... p .234.
615
La salvación
en El, por su inmunidad de la dualidad, que hemos demos
trado exhaustivamente. Luego su intelección es causa de toda
existencia precisamente en cuanto entiende. Y la existencia
de lo que existe por El es por vía de consecuencia y de con
comitancia de su existencia, pero no en el sentido de que su
existencia sea en orden a la existencia de cosa alguna distinta
de El, sino en el de que produce todas las cosas, en cuanto
que es el ser del cual fluye toda existencia con un flujo com
pleto y separado de su esencia.
1.044 4. Pero como la producción de todo cuanto es
hecho por el primer Ser, es sólo por vía de concomitancia,
una vez que ha quedado bien claro que el necesario en el
existir por sí lo es en todos sus modos, como ya lo hemos
expuesto en lo que precede, por eso no se puede admitir que
sean muchos en número y por la división en materia y forma
los seres que proceden de El en primer lugar, es decir, las
creaturas, ya que entonces se seguiría lo que no se sigue de
El por su esencia o por algo distinto de El. Pues el modo y
la razón que hay en su esencia y de la cual se sigue esta cosa,
no es el mismo modo y la misma razón de los cuales se sigue
no ésta, sino otra cosa. Si se siguiesen de El por consecuencia
simultánea dos cosas diversas por constitución, o dos cosas
diversas de las cuales resulta un todo, com o la materia y
forma, entonces no se seguirían sino de dos modos diversos
en su esencia.
1.045 Y si esos dos modos no se hallasen en su esen
cia, pero fuesen concomitantes a ella, entonces se pregunta
por la razón de tal concomitancia, hasta que se llegue a ver
que se hallan en su esencia. Y entonces la esencia del nece
sario en el existir sería conceptualmente divisible, cosa que
ya antes hemos refutado demostrando su falsedad. Es, por
tanto, evidente que el primero de los seres que provienen
de El es uno numéricamente y que su esencia y quididad son
algo que no existe en la materia. Luego ningún cuerpo ni nin
guna de las formas que son perfecciones de los cuerpos pue
de ser su efecto próximo, sino que el primer causado es una
inteligencia pura, ya que es una forma que no existe en la ma
teria, y es la primera de las inteligencias separadas que hemos
mencionado, y ella parece ser el principio motor del orbe más
alejado (supremo) por vía de excitar su deseo...
1044 G oich on ,
1045 G oichon ,
La
La
d i s ti n c t io n ... p.230-231 .
d i s ti n c t io n ... p .2 3 4 -2 3 5 ,
,
616
Avicena
1.046 Es, pues, evidente que el primer causado no pue
de ser una forma material, y mucho más lo es que no puede
ser la materia. El primer causado tiene que ser, pues, una
forma que no sea en modo alguno material, sino también una
inteligencia.
6. Sabes también que existen muchas inteligencias y mu
chas almas separadas; sería absurdo que obtuviesen su exis
tencia mediante algo que no tuviese existencia separada.
1.047 Consta, además, que entre los seres que proce
den del primer Ser, hay cuerpos, y bien sabes que todo cuer
po es posible en sí y necesario en el existir por otro; mas
es cosa averiguada que no hay otra vía de proceder los tales
del primer Ser más que por un intermediario. Sabes también
que tal intermediario no puede ser pura y simplemente uno,
ya que sabes que de lo uno, en cuanto uno, no procede sino
lo uno. Con mayor razón, pues, esa mediación debe tener lu
gar en los causados primeros, a causa de la dualidad que por
fuerza tiene que encontrarse en ellos, a causa de la multipli
cidad, cualquiera que ésta sea.
1.048 7. Así que en las inteligencias separadas no pue
de darse alguna clase de multiplicidad sino del modo que yo
digo, a saber: que lo causado es posible en sí, pero es nece
sario en el existir por el primer ser; la necesidad de su exis
tencia le viene de que es inteligencia, y de que entiende su
esencia, y de que entiende necesariamente al primer Ser. Tie
ne que haber, pues, en él ese tipo de multiplicidad, a saber,
estos aspectos: que entiende a su esencia com o posible en
sí, que entiende que la necesidad de su existencia le viene
del primer Ser, que es inteligible por esencia, y, finalmente,
que entiende al primer Ser. Pero esa multiplicidad que hay
en él no le viene del primer Ser, ya que la posibilidad de su
existencia le compete por sí, y no a causa del primer Ser.
Del primer Ser tiene la necesidad de su existencia; después,
la multiplicidad que hay en él, por conocer al primer Ser y
a sí mismo, es una multiplicidad concomitante a la necesidad
de su procedencia del Ser primero.
1.049 8. Pero no nos oponemos a que de un ser que
es uno proceda una esencia una también, a la que después
S.
1047 Carame, o .c ., p .193 n t . l ; G oichon , La distinction... p.232ss.
1047-1052 Carame, o .c ., p .1 9 5 n t.2 ; Santo T om ás, D e potentia q .3 a .4 .8 .1 6 :
th. 1 q .47 a .l.
1048 G oichon. La distinction... p.233s.
La salvación
617
siga una cierta multiplicidad relativa, que no se halla en ella
al comienzo de su existencia, ni sea un principio que entre
en su constitución. Es más, se puede conceder que de lo que
es uno procede lo uno, y que a este uno le acompaña después
cierta manera de ser y disposición, o cualidad o efecto, y
eso será también algo uno a lo que, en virtud de la comu
nicación de eso concomitante, siga algo, y de ahí se origine
y se siga la multiplicidad que acompañaría a su esencia. Esta
multiplicidad, pues, tiene que ser la causa de que sea posible
que del primer causado proceda a la vez la multiplicidad.
Pues si no se diese tal multiplicidad, sería en absoluto impo
sible el que de ellos (los primeros causados) procediese otra
cosa que la unidad; ni tampoco sería posible el que de ellos
procediese cuerpo alguno. Asimismo, no es posible ahí otra
multiplicidad que esa que acabamos de describir.
1.050 Por lo que hemos dicho, vemos claramente que
las inteligencias separadas son numerosas; luego no proceden
(todas) a la vez del primer Ser, sino que es necesario que la
que entre ellas es la más excelente y elevada, sea la que pro
ceda del primer Ser, y la sigan después una tras otra las de
más inteligencias. Y como bajo cada inteligencia hay una es
fera celeste a la vez con su materia y forma, que es el alma,
y la inteligencia que le es inferior, se sigue que bajo toda
inteligencia existen tres cosas. Luego es necesario que la po
sibilidad de provenir esas tres cosas de la inteligencia en la
creación sea por la mencionada terna que se halla en ella. Y
lo que es más noble sigue a lo más noble de muchos modos.
1.051 De ahí se sigue que de la primera inteligencia, en
cuanto que conoce al primer Ser, se sigue necesariamente el
ser de la inteligencia que le es inferior, y que, en cuanto se
conoce a sí misma, provenga el ser de la forma de la esfera
suprema y su perfección, que es el alma, y que la naturaleza
de la posibilidad que hay en ella y que se halla implicada en
el hecho de que conoce su esencia, se origina el ser de la
corporeidad de la esfera suprema, que se contiene en el com
plejo de la esencia de la esfera suprema según su especie, y
eso es lo que está mezclado con la potencia.
1.052 Así que, del hecho de que la primera inteligencia
conoce al primer Ser, procede una inteligencia; y de que
1051 G oichon ,
1052 G oich on ,
La distinction...
La distinction...
p .2 3 5 .
p.235s.
618
Avicena
Libro de los teoremas y avisos
contempla o considera su esencia, en sus dos modos, se ori
gina la primera multiplicidad con sus dos partes, a saber, la
materia y la forma; pero la materia, por intermedio de la
forma y en su unión con ella, com o la posibilidad de existir,
pasa al acto por medio del acto que corresponde a la forma
del cielo. Y así suceden las cosas en las diversas inteligencias
y en la esfera celeste y en el cielo, hasta llegar al entendi
miento agente, que dirige y gobierna a nuestras almas. Pero
tal proceso no ha de ser hasta el infinito, de suerte que bajo
cada ser separado haya otro separado...
prehensión del concepto «hom bre», sino a causa de la sen
sación que se tiene de sus partes. Otros ejemplos de esto que
estamos diciendo puedes buscarlos tú mismo.
Todos los constitutivos de la quididad entran con ella en
el concepto, aunque no estén presentes en el espíritu en de
talle, como tampoco lo están muchas cosas conocidas; sin em
bargo, cuando el espíritu las evoca, se las representa bien.
Ahora bien, los caracteres esenciales pertenecientes a la
cosa según la acepción técnica en uso en esta sección de la
Lógica, son esos constitutivos. Y como la naturaleza funda
mental, que no recibe otra diferencia que la numérica, por
ejemplo, la humanidad, es constitutiva para cada individuo in
ferior a ella, y como el individuo la desborda por los carac
teres que le son propios, ella es [n o sólo fundamental], sino
además esencial. Tal es el constituvo (p. 87-89).
LIB R O DE LOS TE O R E M A S Y A V ISO S
P r im e r a
p e r s p e c t iv a
619
El fin de la Lógica
Directiva sobre lo esencial constitutivo
Nota sobre el alma terrestre y el alma celeste
1.053 Has de saber que toda cosa que posee una qui
didad aparece como existente en los individuos o concebida
en el espíritu solamente en cuanto que sus partes están pre
sentes en ella. Si no posee una existencia que no consista en
existir según uno de esos modos de existencia, ni en ser cons
tituida por una de ellas, entonces «existencia» es un concepto
que dice relación a su esencia, sea a título de concomitante,
sea de otra manera. Además, las causas de su existencia son
distintas de las causas de su quididad. Así, la humanidad:
ésta tiene en sí misma una esencia, una quididad que no tiene
por constitutivo el existir en los individuos ni el existir en
el espíritu; al contrario, esto le es correlativo. Si la existencia
fuese un constitutivo de la humanidad, sería imposible repre
sentarse la idea de ésta en el espíritu desprovista de lo que
sería una parte constitutiva suya. Sería entonces absurdo que
la existencia sobreviniese en el espíritu a la comprehensión
de la humanidad, que se dudase si ésta existe o no concre
tamente.
[Prueba de la existencia del alma humana por la percepción
intuitiva del ser]
1.054 Por lo que hace al hombre, puede ser que la duda
no afecte a [la idea de] su existencia, no a causa de la com1053 G o i c h o n , Livre des directives et remarques..., p .8 7 nt.3 y 5.
1054 G oichon , o .c ., p .8 8 n t .l y 2.
1054-1057 T . M ouhanna , O .L .M ., Théorie des intelligibles secondes
Avicenne: M elto 4 (1968) 5 9 -8 9 ; 75-106.
1.055
Reflexiona sobre ti mismo y examina si, hallán
dote bien, normal y aun en algunos otros estados, cuando cap
tas las cosas con una inteligencia sana, no te percatas de la
existencia de ti mismo y no la afirmas. Y o no creo que esca
pe eso a un atento observador. Aun en el que duerme, en su
sueño, y en el embriagado, en su embriaguez, el fondo de sí
mismo no se le escapa, si bien su representación no le está
constantemente presente a su memoria.
Y si tú imaginases que tu persona fue creada desde el
principio dotada de una inteligencia y una disposición sanas,
y si se la supone en un conjunto de situación y disposición
tales, que no fuesen vistas las partes de que consta y sus
miembros no se tocasen, sino que estuviesen separados y sus
pendidos un instante en el aire, tú la encontrarías, sin per
catarte de todas las cosas, excepto de la certeza de la existen
cia (p.303s).
1055 G o i c h o n ,
y 15.
chez
o .c .,
p .303 n t.1 -3 ;
p .3 0 4 n t.1 -3 ;
I d .,
La distinction...,
p.14
620
Libro de los teoremas y avisos
Avicena
N ota
[sobre la percepción del alma por ella misma]
1.056 ¿Por qué te percibes a ti mismo en este momen
to lo mismo que antes y después? ¿Qué es lo que en ti tiene
esa percepción? ¿Ves tú a eso que percibe com o si fuese uno
de sus cinco sentidos que perciben por intuición, o bien como
tu inteligencia y una facultad diversa de tus sentidos y aná
loga a ellos? Si es tu inteligencia y una facultad diversa de
tus sentidos, por la cual tú percibes, ¿percibes entonces por
intermediario, o sin intermediario? Y o no creo que en ese
momento necesites de un intermediario. N o lo hay. No que
da, pues, sino que te percibes a ti mismo sin que precises
otra facultad, sin un intermediario (p .305-308).
T eorema
[sobre las facultades del alma racional, explicadas
bajo la alegoría de la lámpara]
1.057 A esta distinción corresponde, en las facultades
del alma humana, en una clase de división por la variedad de
los actos, esta otra: el alma humana, cuya propiedad es co
nocer, es una sustancia que tiene facultades y perfecciones
(diversas).
Entre esas facultades se halla aquella a la que pertenece
como misión necesaria el regir el cuerpo, y es la facultad a
la cual se da especialmente el nombre de inteligencia prác
tica. Es la que, entre las cosas humanas particulares que de
ben ser ejecutadas para llegar a los fines propuestos, descu
bre las premisas indispensables, los primeros principios, las
ideas difundidas, frutos de la experiencia; todo ello, con la
ayuda de la inteligencia especulativa, que suministra el juicio
universal por el cual se pasa al juicio particular.
1.058 Entre las facultades del alma se halla también la
que ella posee a título de la necesidad en que se halla de
perfeccionar su sustancia haciéndola inteligencia en acto. La
primera es una facultad que la prepara para volverse hacia
los inteligibles; algunos la llaman inteligencia material: es
el nicho (en que se encuentra una lámpara). A ésta sigue otra
1056 G o i c h o n , L i v r e d e s d ir e c t iv e s e t r e m a r q u e s ...
1057-1059 G o i c h o n , La d i s ti n c t io n ... p .320-323 .
1057 G oichon , L iv r e d e s d ir e c tiv e s e t r e m a r q u e s ...
1058
nt.1-5.
G o ic h o n ,
p .308 n t .l.
p .3 2 4 nt.1-4.
Livre des directives et remarques... p .324 nt.5-6;
p.325
621
facultad, que surge en el alma cuando se ponen en acto los pri
meros inteligibles. Por esa nueva facultad se dispone [el
alma] a adquirir los segundos (conocimientos), sea por la re
flexión que es el olivo, si es débil, sea por la intuición inte
lectual, que es además, el aceite, si la intuición es más fuerte
que la reflexión: se llama la inteligencia hábito, y es el vi
drio. Y la facultad noble, llegada a su madurez, es una fa
cultad santa, «por la cual el aceite es casi iluminado».
1.059 Un poco más tarde, le vienen al alma en acto una
facultad y una perfección. La perfección consiste en que los
inteligibles le son dados en acto, en una intuición que los
representa en el espíritu, y es «luz sobre luz». Y la facultad
consiste en que le pertenece realizar el inteligible adquirido,
llevado así a su culminación, com o es el objeto de la inten
ción, desde el momento en que ella lo quiere, sin necesidad
de adquirirlo [en ese último m om ento], y es la lámpara. Esa
perfección se llama inteligencia adquirida, y esa facultad, in
teligencia en acto. Lo que la hace pasar del habitus al acto
perfecto y lo mismo de la inteligencia material al habitus, es
el entendimiento activo (agente). Es el fuego (p .324-326).
T eorema
[sob re la función o papel del entendimiento agente
en el conocim iento]
1.060 Sin embargo, la sustancia que recibe la impresión
de los inteligibles, com o vamos a demostrarlo, es incorporal
e indivisible. No hay, pues, en ella nada semejante a un libre
administrador, ni a un tesoro. Tampoco conviene que ella
misma sea com o su libre administrador, mientras que alguna
parte del cuerpo o alguna de sus facultades vendría a ser como
un tesoro, porque los inteligibles no se imprimen en un
cuerpo.
N o queda, pues, sino admitir que hay una cosa extrín
seca a nuestra sustancia, en la cual se hallan las formas inte
ligibles mismas, porque es una sustancia intelectual en acto
de tal índole, que, cuando se produce una cierta unión entre
nuestras almas v ella, se imprimen en nuestras almas las for
mas intelectuales apropiadas, por esa preparación particular,
a juicios que le son propios. Y cuando el alma se aleja de esa
1059 G o i c h o n , Livre des directives et remarques... p.326 nt.1-3.
1060 G o i c h o n , Livre des directives et remarques.,, p.328 nt.3; p.330
p.331 nt.1-5; Id., La distinction.., p.326,
n i.l;
622
Libro de los teoremas y avisos
Avicena
sustancia intelectual [para volverse] hacia la que le acerca al
mundo corporal, o hacia otra forma, se borra la semejanza
que tenía en un principio como si el espejo por el cual el
alma miraba hacia el lado de esta santidad la hubiese desvia
do hacia el lado de los sentidos o hacia alguna otra cosa santa.
Y eso no pertenecerá de nuevo al alma sino cuando adquiere
el hábito de la unión (p.328-331).
T eorem a
[sob re la causa de la unión con el entendimiento
agente]
1.061 Esa unión tiene por causa una facultad lejana: la
inteligencia material; una facultad que adquiere: la inteligen
cia habitus, y una facultad completamente preparada, a la cual
pertenece orientar al alma, cuando lo desea, hacia el lado de
la iluminación por una disposición sólidamente establecida; se
la llama inteligencia en acto (p.332).
[ Todo ser inteligente es inteligible. D e una manera
general, todo ser inmaterial puede conocer]
T eorema
1.062 Sabrás que todo ser que conoce algún objeto, co
noce por medio de una potencia próxima al acto que ella
conoce ese objeto, y por lo mismo ella conoce relativamente
a sí mismo. Por tanto, a todo ser que conoce alguna cosa,
pertenece al conocerse a si mismo. Y a la quididad de todo
lo que es conocido, pertenece el estar en conexión con otro
inteligible; por eso es además conocida a la vez con todo otro
objeto distinto de ella (p.337).
623
es percibido sustancialmente por los sentidos debe ser tenido
por absurdo, y lo que no está determinado por un lugar o una
posición, por sí mismo, como el cuerpo o por razón de aque
llo en lo cual se halla, como los estados de los cuerpos, no
tiene ninguna posibilidad de existir.
Tú, por tu parte, meditas sobre la realidad de lo sensi
ble. Por eso sabes cuán falsa es la manera de hablar de ésos,
ya que tú y todo el que merece que se le dirija la palabra,
sabéis bien que a esos objetos sensibles se aplica muy bien
un solo nombre, no por homonimia pura, sino según un mis
mo sentido; así, el nombre de hombre no dudáis que se apli
ca a Zayd o a Amr en un mismo sentido real. Ahora bien,
ese sentido que existe, una de dos: o existe en tanto que
los sentidos lo perciben, o no. Si no puede ser percibido por
los sentidos, nuestra investigación ha obtenido de los objetos
sensibles lo que no es sensible: cosa bien extraña. Y si es sen
sible, será, sin ninguna duda, una posición, un lugar, una
medida determinada. ¿Y cómo habría algo determinado que
no tenga capacidad de ser percibido, ni aun imaginado, si no
es así (de esa manera)? En efecto, todo sensible y toda cosa
imaginada está particularizada sin ninguna duda, por alguno
de esos estados, y si ello es asi, «sensible» no conviene a lo que
no se halla en ese estado, ya que no se predica o dice de mu
chos seres que difieran en cuanto a ese estado. Así que el
hombre, en cuanto que tiene una esencia única, o mejor, en
cuanto que su esencia fundamental es aquella en la cual la
multiplicidad (de individuos) no tiene diferencia, no es sen
sible, sino inteligible puro. Y el mismo caso es el de todo
universal (p.351s).
O
p in ió n
y n o t a [sobre los órganos necesarios
a la existencia concreta del hom bre]
p a r t ic u l a r
Sobre el ser y sus causas
N ota
[sobre la confusión demasiado difundida entre el ser
y lo sensible]
1.063
Sobre las ideas recibidas sin crítica por el hom
bre vulgar campea con frecuencia ésta: lo existente es lo
sensible; en consecuencia, suponer la existencia de lo que no
1061 G oichon ,
1062 G oichon ,
1063 G oichon ,
Livre des directives et remarques...
Livre des directives et remarques...
Livre des directives et remarques...
p .332 n t .l.
nt. 3-4.
p .351 nt.1-3.
1.064
Mas alguno de ésos dirá tal vez: El hombre, por
ejemplo, no es hombre más que en cuanto que tiene órganos
como la mano, ojo, cejas, y en cuanto que, de esa manera,
es sensible.
A ése le hacemos esta observación: El caso de cada órgano
que tú citas o que no mencionas es semejante al caso del
hombre mismo (p.352).
1064
G
o ic h o n ,
Livre des directives et remarques... p.352 nt.l.
624
Avicena
A v is o [Existir no consiste en ser sentido]
Nota
1.065 Si cada ser existiese en cuanto que entra en el
sentido y en la estimativa, el sentido y la estimativa entra
rían también en él, y desde luego la inteligencia, que es el
verdadero juez, entraría en la estimativa (sobrentendido: o no
existiría). Y según esos principios, nada del amor, de la ver
güenza, del miedo, de la cólera, del valor, de la cobardía,
caerían bajo los sentidos ni la estimativa, a pesar de que de
penden de lascosas sensibles. Entonces, ¿qué piensas
tú de
los seres que, por su esencia, sobrepasan lo sensible y de lo
que depende de ellos? (p.352s).
A
p é n d ic e
[Existir, es ser verdadero]
1.066 T odo ser verdadero es tal según la verdad esen
cial por la cual es. Entonces es idéntico (a su esencia), uno,
indeterminado.
¿Cómo es, pues, eso por lo cual cada [ser] verdadero al
canza su existencia? (p.353).
N ota
[Las causas de la quididad difieren de las causas de
la existencia]
1.067 La cosa puede ser causada con respecto a su qui
didad y a su realidad esencial, y puede serlo en su existencia.
Puedes considerar eso en el ejemplo del triángulo: su reali
dad esencial depende de la superficie y de la línea que forma
su contorno; las dos le constituyen en cuanto que es trián
gulo y posee la verdad de la triangularidad, como sus dos
causas, material y formal. Pero desde el punto de vista de
su existencia, depende todavía con toda certeza de otra causa,
que no es ninguna de ésas. No es una causa que constituya
su triangularidad y que forme parte de su definición, sino
que es la causa eficiente (p.353s).
1065
1066
126.
G o ic h o n , o .c .,
G o ic h o n ,
o . c .,
p.352 nt.2.
p.353 nt.1-4;
G o i c h ° n > o x -> P - 3 5 3
148; 151-155;
S a lib a , o .c .,
n t -5 ;
p.79-81;
G ils o n ,
P -3 5 4
L’être et l’essence
p.122-128,
nt.1-3; I d . , La distinction... p.130L’être et l’essence p.122-128, 126.
G ils o n ,
625
Libro de los teoremas y avisos
[sob re la diferencia entre la esencia de la cosa y su
existencia concreta]
1.068 Bien sabes que tú comprendes la idea de triángulo
preguntándote si le compete o no el ser entre las esencias
concretas o no. Esto, después que se te ha manifestado en la
representación como formado por una línea y una superficie,
pero sin representártelo com o existente e n t r e los indivi
duos (p.354s).
T eorema
[sob re la diferencia entre la causalidad de la causa
eficiente y la de la causa final]
1.069 La causa que confiere el ser a la cosa que posee
ya las causas constitutivas de su quididad, es causa de algu
nas de éstas, la forma, por ejemplo, o de su conjunto en [el
orden de] la existencia que es ella misma causa de su reunión.
La causa final por la cual es la cosa, es causa por medio de
su quididad, porque la idea que la causa final representa per
tenece a la causalidad de la causa eficiente, pero ella es su
efecto en cuanto a su existencia. Ahora bien, la causa eficien
te es, sí, una cierta causa de la existencia de la causa final,
si ésta es uno de los fines que comienzan a existir en acto,
pero no es causa de su causalidad ni de la idea que ella re
presenta (p.356s).
T eorema
[L a causa primera no puede ser más que una causa
eficiente ]
1.070 Si es causa primera, es causa de toda existencia
y de la verdadera causa de toda existencia concreta (p.357).
N ota
[sobre la clasificación de los seres en Necesario
y posibles]
1.071 T odo ser, si se le considera en su esencia sin con
siderar otro ser, debe existir en cuanto que la existencia le
es necesaria en sí mismo, o en cuanto que no lo es. Si le es
1068 G o i c h o n , o . c . , p.354 nt.4; p.355 nt.l; p.356 nt.l; S a l i b a ,
83.87-89.
1069 G o i c h o n , o . c . , p.356 nt.2.
1070 G o i c h o n , o . c . , p.357 n t . l y 2.
1071 A v i c e n a , La salvación, 2.a parte, trat.I c.3 (n.28); G o i c h o n ,
nt.3 y 4; p.358 nt.2 y 4.
o .c .,
p.82
o .c .,
p.357
626
Avicena
Libro de los teoremas y avisos
necesaria, él es la verdad en sí, aquel cuya existencia es ne
cesaria por sí. Es el Subsistente [por sí mism o], Y si no es
necesario, no se puede decir de él que sea imposible por esen
cia, toda vez que se le ha supuesto como existente. Mas, por
el contrario, si, respecto de su esencia, le es aneja una con
dición, como la de la falta de causa, entonces resulta impo
sible, o bien la de la existencia de su causa, y entonces resulta
necesario. Pero si no le va aneja ninguna condición, ni la
realización de una causa, ni la no existencia de ésta, entonces
queda en la tercera manera de ser, que es la posibilidad. Es,
pues, con relación a su esencia, com o la cosa no es ni nece
saria ni imposible. Y así, todo ser es, o necesario por esen
cia, o posible en su esencia (p,357s).
T eorema
[Toda existencia de un posible viene de otro]
1.072 El ser que está dotado de la posibilidad no llega,
pues, a ser existente por sí mismo. Porque, de por sí, en tan
to que es posible, no le compete más su existencia que su noexistencia. Si una de ellas le compete con preferencia a la
otra, sería a causa de la presencia o ausencia de otra cosa.
Así, la existencia de todo posible proviene de otro (p.358s).
N ota
[U n encadenamiento de posibles hasta el infinito no
introduce necesidad ]
1.073 Si la cadena es hasta el infinito, cada una de las
unidades de la cadena es posible en sí misma, y todo el con
junto depende de ellas; no es, pues, necesaria tampoco, pero
lo es por otra cosa. Vamos a explicar esto más.
Comentario
Todo el conjunto del cual cada unidad es causada, exige
una causa extrínseca a cada uno de ellos. Y esto, porque o no
exige ninguna causa, y entonces es necesario y no causado, y
¿cóm o sería eso así cuando solamente es necesario por sus
unidades?, o bien exigen una causa constituida por todas sus
unidades sin excepción; será entonces causado por sí mismo,
y, consiguientemente, esa causa, el conjunto y el todo serán
1072 A v ic e n a , La salvación, ib id ., c.2 (n .26 2 7 );
1073 G oichon , o .c ., p .3 5 9 n t.1-3.
G oichon , o.c.
p .358 n t 5
627
una sola cosa. Por lo que hace al término «to d o », tomado
en el sentido de cada individuo, el conjunto no está necesi
tado por él. O bien exige una causa constituida por algunas
(de sus) unidades; pero no hay entre ellas unas que sean más
dignas que las otras, porque, siendo causada cada una, es su
causa la que es más digna; o bien exige una causa fuera de
todas las unidades, y ésa es el ser eterno (p.359).
T eorem a
[La
causa de una suma de unidades es causa de
cada una de ellas]
1.074 T odo causa de una suma es algo distinto de sus
unidades, ya que es causa, primero, de las unidades y, des
pués, de la suma, sin lo cual las unidades no tendrían nece
sidad de ella; y la suma, cuando está completa por sus uni
dades, tampoco tendría necesidad de ella. Pero, a veces, una
cosa es causa de algunas unidades y no de otras; entonces
no es causa del conjunto de manera absoluta (p.359s).
T eorema
[E l punto de partida de una serie de causas y efec
tos es una causa no causada]
1.075 Toda suma formada regularmente por causas y
efectos que se encadenan, y en la cual se encuentra una cau
sa que no es efecto, tiene a ésta por extremidad, pues si es
tuviese (en el) medio, sería causada (p.360).
T eorema
[Esa causa es el Ser necesario por si]
1.076 Toda cadena dispuesta con causas y efectos es fi
nita o infinita. Ya se ha demostrado con evidencia que, si
comprende solamente lo que es causado, tiene necesidad de
una causa extrínseca, pero con la cual esté unida, sin duda
ninguna, por uno de sus extremos. Es evidente que, si hay
en ella algo que no sea causado, eso será una extremidad, un
límite. Toda cadena, pues, termina en el Ser necesario por
sí (p.360).
1075 A v ic e n a , La salvación, ib id ., c .l (n .35 3 6 );
1076 G oichon , o .c ., p .3 6 0 nt.2.
G oich on , o .c ., p .3 6 0 n t .l.
628
T eorem a
A v icem
[L a existencia no es un atributo como los demás]
1.077 Puede suceder que la quididad de la cosa sea cau
sa de uno de sus atributos y que un atributo que le perte
nezca sea causa de otro atributo, como la diferencia especí
fica respecto del ser propio. Sin embargo, el atributo que es
la existencia no puede legítimamente permanecer.
De la creación en general y de la creación sin intermediario
O p i n i ó n p a r t i c u l a r y n o t a [ L o s no-filósofos creen que la
creatura no necesita del Creador más que p a r a recibir la
existencia]
1.078 Como preliminar a las opiniones vulgares [se en
cuentra] con frecuencia a ésta: La dependencia de la cosa que
se llama «efecto» respecto de la cosa que se llama «agente»,
es solamente en el sentido en el que el no-filósofo llama al
efecto «hecho» y al agente «el que hace». Esa manera [de
expresarse] significa que aquél ha recibido la existencia, ha
sido la obra de un artífice, ha sido hecho; y que éste ha he
cho existir, fabricó, hizo. T odo eso viene a decir que la exis
tencia ha venido a una cosa procedente de otra cosa, después
de no haber existido aquélla.
1.079 Se pretende algunas veces que, una vez que la
creatura ha recibido la existencia, ya no tiene más necesidad
del agente, de suerte que, si éste dejase de existir, el objeto
podría legítimamente seguir existiendo, com o vemos que, des
aparecido el arquitecto, el edificio construido subsiste, hasta
tal punto que algunos no se arredran ante esta consecuencia:
que, si fuese posible que el Creador dejase de existir, cierta
mente, su no-existencia no perjudicaría a laexistencia del uni
verso, ya que el universo sólo tenía necesidad del Creador
para que éste le hiciese existir, es decir, para hacerle pasar del
no-ser al ser, de suerte que sería agente sólo a ese título; pero
una vez que lo ha hecho y le ha conferido la existencia, ¿cómo
podría pasar de nuevo el mundo del no-ser al ser de modo que
tuviese necesidad del agente? (p.373).
1077 G oichon, o.c., p.362 nt.l
y 2.
1078 Goichon, o . c . , p.369 nt.3 y 4.
1079 G oichon , o .c ., p.374 nt.l; Id., La distinction... p.286.287.
Libro de los teoremas y avisos
629
1.080 [E l ser] precedido por la no-existencia no tiene
más que un solo aspecto, y su comprehensión es más particu
lar que la del primero; ambas comprehensiones reciben por
predicado la dependencia de otro.
Cuando hay dos ideas, una de las cuales es más general
que la otra, y una tercera idea se da como predicado a sus
dos comprehensiones, ésta pertenece a la comprehensión más
general de por sí y en primer lugar, y después a la más par
ticular. Pues esta tercera idea no sigue a la más particular más
que porque ésta sigue ya a la más general, sin reciprocidad,
hasta el punto de que, si se pudiera admitir aquí que lo que
es precedido por el no-ser no fuese necesario por otro — y
eso puede admitirse por su definición— , esa dependencia no
existiría. Es, pues, evidente que esa dependencia es causada
de otra manera. Y com o ese atributo es el predicado cons
tante de los seres causados, no pertenece solamente al estado
de la existencia que comienza, sino que esa dependencia se
da siempre. Lo mismo, si perteneciese a su estado el ser pre
cedido por el no-ser, esa existencia no sería solamente depen
diente en el estado de lo que llega a ser después de no haber
sido, de suerte que ella pudiese prescindir después del agente
mismo (p .376-378).
N ota
[Sobre la anterioridad que precede a la existencia de
un ser nuevo]
1.081 El ser que comienza después de no haber sido
tiene un «antes» en el cual no existía, diferente de la ante
rioridad que tiene la unidad sobre «d os» y que con frecuencia
consiente la existencia simultánea de lo que es antes y de lo
que es después al poner en acto al ser; al contrario, es la an
terioridad de un «antes» que no perdura con el «después».
De manera parecida, hay además en ese «antes» la renova
ción de una posterioridad después de una anterioridad des
aparecida. Esa anterioridad no es el no-ser mismo, ya que a
veces se da el no-ser después. Tampoco es el agente, pues
éste puede existir antes, en y después. Es, pues, otra cosa,
en la cual no cesan interrupción y renovación, no obstante la
continuidad. Ya sabes que una continuidad semejante a la que
corresponde a los movimientos en las medidas no surgirá sin
cosas divisibles (p .378-380).
1080 A v i c e n a , La salvación, L. I trat.III c.2 (n. 11-13).
1081 Goichon, o . c . , p.378 nt.l y 2,
630
Avicena
T eorem a
Libro de los teoremas y avisos
[T od o ser que comienza es precedido de un sujeto
de una materia ]
1.082
Todo ser que comienza ha sido posible antes de
existir, ya que su posibilidad de existir ha sido realizada. No
era ésta la potencia del que tenía poder sobre él; si no, cuan
do se dice el absurdo que no tiene poder sobre él porque es
imposible en sí, equivaldría a decir: «N o tiene poder sobre
él porque no tiene poder sobre él; o bien: «N o es posible
en sí porque no es posible en sí». Evidentemente, pues, esa
posibilidad es algo distinto de la acción efectiva del ser que
tiene poder sobre él, y no es en sí mismo una cosa inteligible
que exista fuera de un sujeto de inhesión; al contrario, es
relativa y, por consiguiente, necesita un sujeto. Por tanto, el
ser que comienza está precedido por una potencia de ser de
un sujeto (p.380s).
N ota
[Sobre la esencial posterioridad del posible]
1.083
Una cosa es después de otra de varias maneras,
por ejemplo, con la posterioridad de tiempo y de lugar. No
tenemos por qué considerar ahora entre todas ellas más que la
posterioridad engendrada por la manera com o cada uno tiene de
recho a la existencia, aun sin impedir que haya simultaneidad
en el tiempo. Eso tiene lugar cuando la existencia de este ser
proviene de otro sin reciprocidad; entonces, el que la ha re
cibido no tiene derecho a la existencia sin que la existencia
se ponga en acto en el otro y llegue esa realización a él. En
cuanto al otro [ser], entre su realización en el ser y él mismo,
el que recibe [de él] la existencia no juega el papel de inter
mediario. Al contrario, la existencia viene a él, pero no pro
viene de él, y no le llega más que pasando por el otro. Es
com o en la expresión: « Y o moví la mano, entonces se mo
vió la llave». O bien, «luego, se m ovió la llave». Pero no
dices: «La llave se movió; después, yo moví la m ano»; o
bien: «luego, yo moví la mano», aunque las dos se hayan
movido al mismo tiempo. Esa posterioridad es la posteriori
dad esencial.
1082 G o i c h o n , o . c . ,
1083 G oichon , o .c.,
p.249,
p .3 8 0 n t.6; p.381 nt.2 y 3.
p .381 n t.4 y 5 ; p .382 n t .l
y
2;
I d .,
La distinction
631
1.084 Tú sabes que [e l] estado que pertenece a la cosa
con respecto a su esencia, prescindiendo de toda otra consi
deración, precede a un estado que ella debe a otro, de una
anterioridad de esencia. Y todo ser que existe por otro me
recería el no-ser si se le deja a él solo, o, de otro m odo, no
tendría existencia si estuviese él solo. O , más bien, no posee
la existencia más que recibiéndola de otro. No podía, pues,
existir antes de poseer la existencia: eso es el comienzo esen
cial (p .381-384).
N ota
[Precisiones sobre la naturaleza del «ib d a »]
1.085 La creación, ibda, consiste en que de una cosa
proviene la existencia que pertenece a otra, y que depende
de ella únicamente sin intermedio de materia, de instrumento
ni de tiempo. Mientras que lo que está precedido del no-ser
temporal no puede prescindir de intermediario. «Ib d a » es,
pues, superior en dignidad a la producción por generación y
a la producción temporal (p.385s).
Sobre la abstracción
N ota
[Sobre «el principio y el retorno» ]
1.086 Medita cómo la existencia comenzó a partir de
la [sustancia] más noble [para descender] a la más noble
después de ella, hasta que llegó a la materia. Después ascen
dió de la más ínfima a la que precede inmediatamente, y de
ella hacia una más noble y así sucesivamente hasta que hubo
alcanzado el alma racional y la inteligencia adquirida. Pues el
alma racional, que es una suerte de sujeto para las formas
inteligibles, no está infundida en un cuerpo por el cual sub
siste, sino que posee solamente en ese cuerpo un instrumen
to, y el cambio por el cual el cuerpo cesa de ser para ella un
instrumento y de conservar su vínculo con ella, no perjudica
a la sustancia del alma; al contrario, ella perdura gracias a
la de las sustancias perdurables, que es el principio de su
existencia (p.435s).
1084
1085
1086
G o ic h o n , o .c .,
G o ih c o n , o .c .,
G o ic h o n , o .c .,
p.383 nt.l
p.386 nt.l
p.435 nt.l
y
y
y
2.
2; I d . , La distinction... p.244-259.
2; p.436 nt.l; I d . , La distinction... p.92ss.
632
Sobre el alma
633
Avicena
SOBRE EL A L M A
P r im e r a
parte
III
Capítulo en el que se prueba que el alma está en el predica
mentó de sustancia
1.087 ... Consta, pues, que el alma perfecciona al cuer
po en el que está, y que la conserva conforme a la manera
de ser de éste, que debe naturalmente disolverse y desparra
marse. En efecto, cada una de las partes del cuerpo tiene el
debido lugar, que no tiene otra, y debe distinguirse de la que
le está unida; pero ese estado no lo conserva sino un ser
que no pertenece a su naturaleza, y ese ser es el alma en el
ser viviente. El alma es, pues, la perfección del sujeto que es
constituido por ella; también constituye su especie y la per
fecciona. Las cosas que tienen almas diversas se hacen, en ra
zón de ellas, de diversas especies, y su alteridad se origina
por la especie, no por la singularidad. Luego el alma no está
entre los accidentes por los que no se especifican las especies
ni entran en la constitución del sujeto. El alma, en efecto,
es perfección de la sustancia, no com o accidente, ni se sigue
de eso el que sea separada o no separada; no toda sustancia
es separada, ya que la hyle no es separada, ni tampoco la
forma; tú ya sabes que eso es así... (ed. Van R i e t , I-III,
p.66s).
Se g u n d a
parte
II
Capítulo sobre los modos de conocimiento que hay en nosotros
1.088 Hablemos ahora de las facultades sensibles y cog
noscitivas, pero digamos sobre ellas cosas generales, diciendo
que parece que el aprehender no es sino el aprehender la
1087-1096 C h a n i n e , o . c . , p.95.
1087-1094 G. V e r b e r e , Inlroduction doctrínale a Avicenna latinus, Líber Ve
anima, é d critique par S. V a n R i e t , I-II p.1-90, IV-V; p.1-73; I d . ) L’immortalité de l ame dans le «De anima» d’Avicenne. Una synthése de l’aristotelisme
et du. néoplatonisme: Pensamiento 25 (1969) 271-290; C r u z H e r n á n d e z Filo
sofía hispano-musulmana I p.140-147; Id., La filosofía árabe p.96-99.
1087 C r u z H e r n á n d e z , Filos, hisp,-musulm. I p.140; I d . , La filosofía árabe
p.96-97.
1088 V a n R i e t , o . c . , I p.114 nt.55, p.115 nt.63-81.
forma de lo aprehendido con alguno de los modos posibles,
pero, si aprehender es aprehender una cosa material, entonces
el aprehender es aprehender la forma de algo, abstraída de la
materia con alguna abstracción. Pero hay diversas especies de
abstracciones, y sus grados distan mucho entre sí. En efecto,
a las formas materiales les sobrevienen, por razón de la ma
teria, disposiciones y otras cosas que no tienen por su esencia,
es decir, por ser formas. Por tanto, su abstracción de la mate
ria algunas veces es abstracción sin dejar esas condiciones en
algunas de ellas, algunas veces es una abstracción perfecta,
que abstrae aquel objeto entendido de la materia y de las
otras condiciones que hay en él en razón de la materia. Por
ejemplo: la forma humana y [su ] sustancia es una naturaleza
en la que sin duda convienen por igual todos los singulares
de la especie, de la cual se da una única definición; pero,
com o sucede que existe en este singular y en aquél, por eso
está multiplicada. Pero eso no lo tiene por su naturaleza;
porque si la razón de tener que multiplicarse radicase en la
naturaleza humana, entonces no se predicaría el hombre de
algo uno numéricamente, y si se diese la humanidad porque
se da (o es) la humanidad de Pedro, entonces la humanidad
no pertenecería a otro. Por tanto, uno de los accidentes que
sobrevienen a la humanidad por la materia, es esa especie de
multiplicación y división.
1.089 Además de esos accidentes le sobrevienen también
otros, a saber: por estar en la materia, le sobreviene el modo de
la cuantidad y de la cualidad, y del lugar y de la situación: to
dos los cuales son extraños a su naturaleza, porque, si por set
humanidad se hallase con ese modo de cuantidad, y de cuali
dad, y de lugar, y de situación, entonces, por ser la humani
dad, tendrá cada hombre que convenir con otro en esos con
ceptos o modos de ser, Y si lo que es humanidad se hallase
con algún otro modo de cuantidad y decualidad, y delugar,
y de situación, entonces todos los hombrestendrían que con
venir en ese modo. Luego la forma humana por su esencia
no debe tener esos accidentes que suelen sobrevenirle, sino
que se halla con esos accidentes por razón de la materia...
(I p,114s).
1.090 Pero de la facultad en la cual las formas que exis
ten no son materiales de ningún modo, ni les sobrevienen las
1089
1090
V
an
Van
R
ie t ,
o .c .,
R ie t,
o .c .,
I p.116 nt.80-82.
I p.120 nt.35,
'
634
Avicena
Sobre el alma
condiciones materiales, ni son formas de las cosas materiales,
sino libres de toda vinculación a la materia, es evidente que
aprehende las formas con una aprehensión despojada absolu
tamente de la materia. Eso es patente cuando se trata de un
objeto que de por sí está despojado de la materia; pero al
objeto que existe en la materia, o cuyo ser es material, o al
que le sobreviene eso, lo abstrae de la materia, y de todo lo
dependiente de la materia que se halle en él, pero lo aprehen
de con una aprehensión unida, de suerte que resulta un ob
jeto como el hombre, que se predica de muchos, y aprehende
a muchos como una naturaleza y lo separa de toda cuantidad,
y cualidad, y lugar, y posición materiales; ya que, si no fuese
despojada de todo eso, no sería apta para ser predicada de
muchos; y ésa es la diferencia que hay entre la aprehensión
del que juzga por la estimativa y la aprehensión del que juz
ga por el entendimiento... (p.120).
hemos hablado, quedan despojados de la materia y sus con
diciones, y son impresos en el alma racional, no com o si fue
sen cambiados de la imaginación a nuestro entendimiento, ni
porque la intención que depende de muchos produzca una se
mejante a ella, sino porque por su consideración de ellos el
alma queda dispuesta para que brote de ella por obra del en
tendimiento agente la abstracción.
Q
u in t a
parte
V
Capítulo sobre el entendimiento agente en nuestras almas y
el pasivo de nuestras almas
1.091 Diremos que el alma es antes inteligente en po
tencia, y después se hace inteligente en acto. Todo lo que
pasa de la potencia al acto no pasa sino por una causa que
lo tiene en acto y lo reduce al acto. Luego se da una causa
por la cual nuestras almas en los objetos inteligibles pasan de
la potencia al acto. Mas la causa que da la forma inteligible
no es sino el entendimiento en acto, en el cual se hallan los
principios de las formas inteligibles abstractas.
1.092 Ese entendimiento es, respecto de nuestras almas,
como el sol respecto de nuestra vista: así com o el sol se ve
de por sí en acto y por su propia luz en acto se ve lo que
no se veía en acto, así es el influjo de eseentendimiento en
nuestras almas. En efecto, lafacultad racional, cuandoconsi
dera los objetos particulares que se hallan en la imaginación,
y es iluminada por la luz del entendimiento agente de que
1091-1093 C r u z H e r n á n d e z , Filos, hisp,-musulm. I p . 144-147 ; I d . ,
p . 9 6 -1 0 2 ; G i l s o n , La philosophie au moyen âge p . 352s,
1091 V a n R i e t , o .c ., p . 126 n t.30-35, p .127 n t.35,
1092 V a n R ie t , o .c . , p .127 nt.40,
fía árabe
635
1.093 En efecto, los pensamientos y las consideraciones
del movimiento disponen el alma para recibir la emanación,
como los términos medios disponen para recibir necesaria
mente la conclusión, aunque eso se verifica de diversos mo
dos, com o sabrás después. Pero cuando el alma racional viene
a ponerse en relación con esa forma despojada (de la mate
ria) por medio de la luz del entendimiento agente, surge en
el alma, en virtud de esa forma, algo que, en algún aspecto,
es algo especial, y, en otro aspecto, no es algo especial; como
cuando la luz cae sobre los objetos coloreados y se origina
en la vista por obra de ella una operación que no es seme
jante a ella del todo. Por lo que hace a los objetos imagina
bles, son inteligibles en potencia y se hacen inteligibles en
acto, no ellos mismos, sino los objetos que de ellos son reci
bidos; es más, así como la operación que aparece a partir de
las formas sensibles, por medio de la luz, no es las mismas
formas, sino algo que está en relación con ellas, así el alma
racional, cuando se une a las formas con un cierto modo de
unión, queda dispuesta para que surja en ella por la luz del
entendimiento agente las mismas formas despojadas de todo
elemento extraño... (IV -V p,126s).
VI
Capítulo sobre los grados de las acciones del entendimiento y
del grado más alto en él, que es el santo entendimiento
1.094 Diremos que el alma entiende porque aprehende
en sí misma la forma de los objetos conocidos despojados de
la materia. Pero el que la forma esté despojada de la materia,
o es porque el entendimiento la despoja, o porque la forma
está en sí misma despojada de la materia y no hace falta que
La filoso
1093 V a n R i e t ,
1094 V a n R i e t ,
d’Avicenne p.153.
o .c .,
o .c .,
p .127 n t.50.
p .134 nt.45
y
46;
G a rd et,
La pensée religieuse
637
A vie e na
Sobre el alma
el alma la despoje. El alma se entiende a sí misma, y el en
tenderse a sí misma la hace entender que ella es inteligente,
entendida y entendimiento; pero al entender las demás formas
no procede así, pues ésas están de por sí siempre en el cuerpo,
y en el entendimiento, en potencia, aunque en algunas cosas
pasen al acto.
Pero eso que se dice, que el alma misma se hace las mis
mas cosas entendidas, es imposible, a mi juicio. N o entiendo
eso que se dice, que una cosa se hace otra, ni veo cómo pueda
ser eso, pues todo lo que deja una forma y reviste otra, es,
cuando está con la primera, una cosa, y otra cuando está con
la segunda; lo primero con toda seguridad no se hace lo se
gundo, si no se destruye lo primero y no queda de él sino
su sujeto o alguna parte suya. Si, pues, no pasan así las cosas,
veamos cómo son.
lia- por tanto, si esa que recibe además no es diversa de esa
otra será algo bien extraño, porque sería una misma cosa la
a u e ’ recibe y la que no recibe, y si es diversa de ella, enton
ces el alma, sin duda, se hará distinta de sí misma, si ella es
la forma entendida; todo lo cual es una pura nada. El alma,
en efecto, es inteligente (la que entiende), y el entendimiento
o se llamaría con este nombre a la facultad con que entiende,
o a la forma de sus objetos conocidos, que por estar en el
alma son entendidos; luego el entendimiento y el que entien
de y lo entendido no son una misma cosa en nuestras almas;
concedo que eso puede suceder en otro ser, com o se dirá en
otro lugar... (ibid., p.l34s).
636
1.095 Diremos, pues, que, cuando una cosa se hace otra,
la primera, o tiene existencia o no, y lo mismo, la segunda,
o tiene existencia o no. Si tiene existencia, entonces son dos
esencias y no una; si la primera no existe, entonces lo que
era algo queda reducido a nada, y lo que era nada, se hace
algo; todo eso es ininteligible. Pues la primera, aunque se
destruye, no se convierte o hace otra cosa sino porque, cuan
do es destruida, se atribuye la existencia a otra cosa. ¿Cómo,
pues, el alma se hace forma de otras cosas?
1.096 El que más contribuyó a descarriar a los hombres
en esta materia es el que el escribió el libro de la Isagogé, y
que gustaba de decir cosas verosímiles y probables, conten
tándose a sí mismo y a otros con la verosimilitud; lo cual
pueden comprobar los doctos por sus libros que se titulan D e
intellectu et intellectis y D e anima.
Concedo que las formas de las cosas subsisten en el alma,
embelleciéndola y ennobleciéndola, pues el alma viene a ser
com o su lugar natural por intermedio del entendimiento ma
terial. Pero si el alma se hiciese la forma de algunas cosas en
acto, y la forma es acto, más, es el acto, y en la esencia de la
forma no se da la capacidad de recibir algo, ni la capacidad
se halla en otro más que en la cosa receptible, entonces en
el alma no debería haber capacidad de recibir otra forma u
otra cosa; pero vemos que recibe una forma además de aqué1095
1096
G o ic h o n ,
p.134 nt.57-63.
p.136 nt.65 y 66; p.137 nt.70.71.81-84; p.138 nt.85;
Livre des directives et remarques... p.448.
R ie t,
o .c .,
V an R ie t,
V an
o .c .,
La fuente de la vida
(IB N -G E B IR O L )
A V IC E B R O N
(1021P-1070)
O bras
p r in c ip a le s :
Mechabereth sethulah Bearbah M eotb Bathin
(Composición de la meditación, plantada en cinco casas); K eter Malkhuth
(La corona real); Tikkun M eddoth Hannephes (Perfección de las pro
piedades del alma); Mekor-Hayyitn (La fuente de la vida).
E d ic ió n c it a d a :
IN B -G E B IR O L (A V E N -C E B R O L ), La fuente de
la vida, traducida por F. de C a s t r o y F e r n á n d e z (Tratado primero y se
gundo) (Madrid, s. f.).
B ib lio g r .
g e n .:
D e
C a stro
F e r n á n d e z , o.e., Estudio preliminar,
p.5-70; J. S c h l a n g e r , La philosophie de Salomon Ibn Gabirol. Étude
d ’un néoplatonisme (Leiden 1968) (Bibliogr. p.317-321 ); Id., Ib n Ga
birol, Livre de la source de la vie (Fons vitae), trad., introd. et notes
(Paris 1970); F . B r u n n e r , Ibn Gabirol (A v ic eb ro n ), La source de vie,
Livre I I I , trad., introd. et notes (Paris 1950); CI. B a u e m k e r , Avicenbrolis (Ib n Gabirol) Fons vitae. Ex arabico in latinum translatum a
Johanne Hispano et D om inico Gundissalino, Beiträge z. Gesch. der Phil,
und Theol. des Mittelalters I, H eft 2,3,4 (Münster in W . 1895); E. B e r t o l a , Salomon Ibn Gabirol (A viceb ron ) , Vita, opere e pensiero (Padova
1953) p.7-13.200.201.32-49 (Bibliogr., p.203-213); J. M . M i l l á s - V a l l i c r o s a , Salomon Ibn Gabirol com o poeta y com o filósofo (Madrid 1945);
D . G o n z a l o M a e s o , Salomon Ibn Gabirol, filósofo y teólogo: Miscelán.
de Est. árabes y hebraicos (Granada) 21 (1972) 61-86; J. G u t t m a n n ,
D ie Philosophie des fundentum s (München 1933) p .102-109; E. G i l s o n ,
La philosophie au moyen âge (Paris 21947) p.368-373 (Bibliogr., p.376).
LA FUENTE DE L A V ID A
T
ratado
p r im e r o
D e lo que debe preceder a la asignación de la materia y de
la forma universal, y a la asignación de la materia y de la for
ma en las sustancias compuestas
1.097
o múltiple?
D
i s c í p u l o .—
La esencia del ser universal, ¿es una
M a e s t r o .— Múltiple, ciertamente;
pero dado que sea
múltiple y diversa, conviene, sin embargo, en dos cosas en
que se sostiene y de que tiene el ser.
D.— ¿Cuáles son esas dos?
M.— La materia universal y la forma universal.
D.— ¿Cómo en esas dos conviene todo lo que es?
639
M .— Porque esas dos son la raíz de todo, y de ellas se
ha engendrado lo que es.
D .— ¿Cómo estas dos son la raíz de todos los que son?
M.— Porque por naturaleza preceden a todos y en ellas to
das las cosas se resuelven.
D .— ¿Cómo se resuelven en ellas todas las cosas?
M.— Porque la materia primera universal es la más sim
ple y el fin último de toda esta materia, y del mismo modo
la forma universal es la más simple de todas las formas y la
que une a todas las formas.
D.— La reunión de todas en ellas, ¿es en efectividad o en
concepto?
M.— N o es en la efectividad, sino en el concepto.
D.— Necesito saber primero si todas las cosas diferentes
se reducen a una raíz o a dos que se junten con ellas, antes de
que sepa que una de estas raíces es la materia y otra la forma.
M .— ¿Estás ya seguro de lo que es sustancia y de lo que
es accidente?
D.— Sí.
M.— Si todas las sustancias convienen en que son sustan
cias, preciso es que haya esta sustancia universal común a
todas, que una las unas con las otras y dé a todas igualmente
el concepto sustancial.
D.— ¿Cóm o puede decirse eso sabiendo que cada una de
las
sustancias es otrade la otra?
M .— Cada una de las sustancias en esencia no es otra de
la otra.
D.— ¿Cuál es la prueba de eso?
M.— Si se diferenciaran las sustancias en ser sustancias,
una de ellas no sería sustancia.
D.— ¿Por qué no?
M .— La sustancia está adherida a la esencia; la sustanciaÜdad, pues, en sí no es variable, luego no es posible que la
esencia se diversifique en lo que no es diversa.
D.— Así es.
M .— Luego no es imposible reducir todas las cosas diver
sas a dos raíces en que se junten.
1.098
D .— Eso es así; pero ¿por qué no decir que es
una la raíz de todas las cosas diversas?
M .— Si fuera una la raíz de todas siendo ellas diversas,
preciso es que aquello en que se convengan sea diverso, y aun
que una fuera la raíz de todo, preciso sería, sin embargo, cor
tarlo a dos en su propia raíz,
640
A vicebrón
La fuen te de la vida
D.— ¿Cómo es eso?
M .— Porque cualquiera de las cosas engendradas por ella
es nombrada por propiedades diversas de ella, luego ella mis
ma debe ser nombrada por propiedades que ella no es.
D.— Manifiesto es para mí que es preciso reducirlo todo a
dos raíces; ¿pero cóm o se demuestra que una es la materia
universal y otra la forma universal, com o dijiste?
M .— Habiéndome concedido que son dos las raíces a que
todas las cosas se reducen, preciso es que en seguida me con
cedas que la una sustenta y la otra es sustentada.
D.— Me basta con eso; mas puesto que son dos las raíces
de los que son, preciso es que tratemos de investigarlo.
M .— Util y necesario es para la ciencia de la voluntad y
para la ciencia de la esencia primera.
esto es, que nos procuremos una completa seguridad, con la
que afirmemos su ser con las demostraciones necesarias, y lue
go procederemos a pensar la ciencia, para encontrar en ellas
la forma y la materia, com o antes lo hicimos en las compues
tas, lo que haremos en el tratado cuarto, que sigue a éste.
1.099 D.— ¿Hay, por ventura, otra ciencia además de
la ciencia de la materia y de la forma y de la ciencia de la
esencia primera?
M .— Tres son las partes de toda la ciencia, a saber: la
ciencia de la materia y de la forma, la ciencia de la voluntad y
la ciencia de la esencia primera.
D.— ¿Por qué son tres las partes de la ciencia de todo?
M .— Porque en el ser no hay más que estas tres cosas,
a saber: materia y forma, esencia y voluntad que media entre
estos extremos.
D .— ¿Cuál es la causa de que en el ser no haya más que
estas tres?
M .— La razón de esto es que todo lo creado necesita una
causa y algún medio entre ellos; la causa es, pues, la esencia
primera; lo creado la materia y la forma, y el intermedio la
voluntad.
T
ratado
1.100 D.— ¿Qué es lo que nos proponemos hacer en
este tratado?
M .— Puesto que nuestro propósito es encontrar la mate
ria y la forma en las sustancias simples, y tú dudas que haya
estas sustancias, lo primero de que debemos ocuparnos en
este tratado es de la vindicación de las sustancias simples,
SC H LA N G E R ,
O .C .,
SC H LA N G E R ,
O .C .,
p .67.
p . 190-191,
1.101 Empecemos, pues, a inducir las pruebas con que
se demuestre que entre el primer hacedor alto y santo y la
sustancia que sostiene los nueve predicamentos hay una sus
tancia media, y plantemos la primera raíz de este m odo: Si
el principio de todo lo que es, es el hacedor primero que no
tiene hacedor, y el último, el último hecho por el cual nada ha
sido hecho, el principio de las cosas se diferencia de lo último de
ellas en esencia y en efectividad, porque si el principio de las
cosas no distara de lo último, entonces lo primero sería lo
último, y lo último lo primero.
D.— ¿Cuál es la razón de la distancia entre el primer ha
cedor santo y excelso y su última hechura?
M .— La razón de su distancia es la retirada de la semejan
za y de la talidad, retirándose con la semejanza y la talidad,
la aproximación y la conveniencia, porque la conveniencia vie
ne de la semejanza.
D .— ¿Cómo se hace evidente la sentencia de que, entre
el primer hacedor y la sustancia que sostiene los nueve pre
dicamentos, hay sustancias medias más cercanas que ésta al
primer hacedor, distando todas de él y no siendo la más dig
na, sino la más cercana?
M .— ¿Por qué no pones las sustancias medias seguidamen
te después del hacedor primero, santo y excelso, com o pusis
te la sustancia que sostiene los nueve predicamentos inmediata
mente después de éstos, máxime cuando estas sustancias son
simples y espirituales?
tercero
D e la afirmación de las sustancias simples
1099
1100
641
1.102 D .— La afirmación de las substancias simples es
muy difícil; propon, pues, las pruebas que demuestren que
entre el primer hacedor y la última hechura hay una sustancia
media.
M .— Y o te propondré diversas pruebas para asignar el ser
a las sustancias simples; pero no prometo que he de pro
ponerlas con orden, porque esto aprovecharía poco y también
porque así te ejercitarás ordenándolas y reuniendo cada una
1101 S c h l a n g e r , o . c . , p. 1 5 2 .1 5 3 .1 9 3 .1 9 4 -1 9 5 ;
n t.2; D e C a s t r o F e r n á n d e z , o .c ., p .6 n t .l.
1102 S c h l a n g e r , o .c ., p .194.
Las filósofos medievales 1
B r u n n e r , o . c . , p .53 n t .l ;
p.54
21
643
A vicebrón
La fuente de la vida
de ellas con la que le competa; retén, pues, cada uno de los
términos de sus proposiciones, y observa las complexiones de
los términos según las reglas lógicas, y comprenderás la cer
teza de las conclusiones que se siguen de ellas.
ve predicamentos tiene la mayor multiplicidad y no hay des
pués de ella otra de mayor multiplicidad; toda multitud com
puesta se resuelve en lo uno; luego es preciso que haya me
dios entre el uno verdadero y la multitud compuesta.
1.103 1. El primer hacedor es el principio de todas
las cosas, y la sustancia que sostiene los nueve predicamentos
es la última; luego el primer hacedor dista de la sustancia
que sostiene los nueve predicamentos. Pongo por cabeza esta
conclusión, y digo: El primer hacedor dista de la sustancia
que sostiene los nueve predicamentos; toda distancia tiene un
medio; luego entre el primer hacedor y la sustancia que sos
tiene los nueve predicamentos, hay un medio.
D-— ¿Qué señal hay de que entre toda distancia haya un
medio?
M .— Si entre los distantes no hubiera algún medio, serían
uno y no estarían distantes.
D.— Aun cuando el primer hacedor esté distante de la sus
tancia que sostiene los nueve predicamentos, no es necesario
que haya un medio entre ellos, pues que el alma dista del
cuerpo, y entre ellos no lo hay.
M .— Si no existiese el espíritu, que es el medio entre el
alma y el cuerpo, no se juntarían uno a otro; luego si el pri
mer factor está separado de la sustancia que sostiene los nue
ve predicamentos, sin algo que sirva de medio entre ellos, no
se unirían y no existiría la sustancia al primer golpe de vista
1.106 4 . Preciso es que la multitud que hay en la subs
tancia que sostiene los nueve predicamentos, sea ordenada
bajo lo uno que sea de su mismo género; el uno verdadero
no es de su mismo género, luego esta multitud no está orde
nada bajo el uno verdadero.
642
1.104 2. Toda substancia es o simple o compuesta;
pero lo simple es anterior a lo compuesto, pues que lo sim
ple es causa de lo compuesto; la sustancia que sostiene los
nueve predicamentos es compuesta; luego la sustancia sim
ple es anterior a ella. Todo compuesto, compuesto es de sus
simples; pero todo compuesto de sus simples es posterior a
los simples de que se compone; la sustancia que sostiene
los nueve predicamentos está compuesta de sus simples; lue
go esta sustancia debe ser posterior a los simples de que está
compuesta.
1.105 3. El primer hacedor es el uno verdadero que
no tiene en sí multiplicidad; la sustancia que sostiene los nue1103-106 S c h l a n g e r , O.C., p.155.
1103 B r u n n e r , o . c . , p.54 nt.3; p.55 nt.1-3; D e C a s t r o
p.7 nt.l.
1104 S c h l a n g e r , o . c . , p.193; B r u n n e r , o . c . , p.55 nt.4 y 5
1105 Schlanger , o .c., p.193; B runner , o .c „ p.55 nt.6.
F ern á n d ez,
o .c .,
5.
1.107
Ningún hacedor hace sino lo semejante a él
y la sustancia simple es semejante al primer hacedor; luego
el primer hacedor no hace sino la sustancia simple,
1.108 6. La sustancia que sostiene los nueve predica
mentos es múltiple; todo múltiple es agregado de muchos
unos; luego la sustancia que sostiene los nueve predicamen
tos, es agregado de muchos unos. En todo agregado de mu
chos unos siempre es primero lo que es menos multitud; luego
a la sustancia que sostiene los nueve predicamentos es ante
rior otra sustancia en que haya menos multitud que en ella.
1.109 7 . En todo lo que es agregado con agregación
de numeral duplicidad, necesariamente deben ser anteriores
las proporciones numerales por donde se llegue al uno nume
ral; la sustancia que sostiene los n u e v e predicamentos es
agregación de duplicidad numeral; luego deben serle anterio
res las sustancias agregadas en proporción de duplicidad por
donde se llegue a la sustancia una.
T ratado
cuarto
D e la investigación de la ciencia de la materia y de la forma
en las sustancias simples
1.110 M .— Ya por lo que precede, es manifiesto para ti
el ser de la materia y de la forma en las sustancias compues
tas, y también te ha sido declarado, en el tratado anterior,
el ser de las sustancias simples, con las demostraciones ne1106 S c h l a n g e r , o . c . , p.193; B r u n n e r ,
1107 S c h l a n g e r , o . c . , p.193; B r u n n e r ,
1108 B r u n n e r , o . c . , p.56 nt.4.
1109 B r u n n e r , o . c . , p.56 nt.5.
1110-1140 B e r t o l a , o . c . , p.106-133.
o .c .,
o .c .,
p.56 nt.l.
p.56 nt.2
y
3.
644
Avicebrón
La fuente de la vida
cesarías; si deseas conocer lo que son la materia y la forma
en las sustancias simples, haz memoria de lo que se ha dicho
de ellas en las sustancias compuestas, porque uno es el cami
no para hallar la ciencia de la materia y de la forma en unas
y en otras.
D .— ¿Cómo es eso?
M .— Si lo inferior es un descenso de lo superior, todo le
que hay en lo inferior debe estar en lo superior.
D .— Pareces indicarme que las ruedas corporales son a la
manera de las espirituales, y un descenso de ellas.
M .— Eso es lo que quiero.
D.— ¿Te parece que, si las ruedas corporales tienen ma
teria y forma, las ruedas espirituales las tendrán igualmente
por eso.
M .— Así debe ser.
L>.— ¿Qué indicio hay de ello?
M-— Indicio de ello es que las sustancias espirituales son
comunes en la materia, pero diversas en la forma; puesto que,
siendo sus efectos diferentes, no cabe duda de que lo sean
sus formas y no es posible que sus materias sean diversas, pues
todas son simples y espirituales, y la diversidad no está sino
en la forma, y la materia simple en sí no la tiene.
1.111 D .— ¿Qué responderías si te dijera que la sustan
cia del alma es la materia, y la sustancia de la inteligencia la
forma?
M .— No es posible que la sustancia del alma sea materia,
porque es compuesta y porque la inteligencia es superior a
eha y porque es agente; tampoco es posible que sea forma
la sustancia de la inteligencia, porque también es compuesta;
señal ademas de esto es la comunidad de ellas en sustancialidad con las demás sustancias simples y su diferencia en sa
biduría y perfección.
1.112 ¿Qué dirías si te dijera que estas sustancias no
son más que materia?
M .— Si estas sustancias fueran sólo materia, no se diferen
ciarían y serían evidentemente una, y nada harían, porque la
materia de la cosa sena una no diferente en sí, y porque las
acciones son de las formas, no de las materias, lo que es pa
tente en las cosas sensibles.
1.113
formas?
D.
¿Quizá e s t a s
sustancias no son más que
645
M.— ¿Cómo es posible que la f o r m a sea sostenida sin
quien la sostenga?
D.— ¿Por qué no, puesto que son sustancias?
M.— Si estas sustancias simples tienen una forma, ¿por
dónde se hacen diferentes?
D.— Acaso son diversas por sí mismas.
M .— Si fueren diversas por sí mismas, nunca convendrían
en nada.
D.— Pues sean diversas en la perfección y en la imper
fección.
M .— Si así en la perfección y en la imperfección fuesen
diversas, debería haber aquí algo sustinente de la perfección
y de la imperfección.
D.— Lo sustinente de la perfección es forma, y lo de la
imperfección forma también.
M.— Luego las formas ya son materias, puesto que son
sustinentes.
D.— Ya entendí, por lo antedicho, que las sustancias sim
ples estás compuestas de materia y forma; pero explánalo
más.
M.— También es imposible por esto que la sustancia in
teligible sea una sola, ni que sea dos materias o dos formas,
luego debe ser una materia y una forma.
1.114
D.— ¿Cómo puede ser que la sustancia espiritual
sea compuesta siendo espiritual?
M .— Puesto que el concepto de la espiritualidad está más
allá del de la corporeidad y que este concepto intelectual debe
estar sostenido en algo que lo defina, la sustancia espiritual
estará compuesta de este modo. Y también la división de la
sustancia espiritual en inteligencia y alma, y la división de la
inteligencia y el alma en los cuerpos, y la separación de ellas
en sí misma es señal de la división de la materia y de la for
ma, luego la relación de cada una de estas sustancias en su
división por la sustancia espiritual, será com o la relación de
la materia y de la forma simples en su división por la sustan
cia corporal. Y también porque algo de lo espiritual es más
simple y más perfecto que otro, lo que es signo de que, sobre
la espiritualidad que sigue al cuerpo, hay otra más perfecta.
D.— Cierto que, si la espiritualidad fuera causa impediente de la separación, no podría el alma separarse de la inteli
gencia, ni que una fuese más espiritual que otra; luego la di
visión del alma de la inteligencia es signo de que no es una
646
MI
Avicebrón
La fuente de la vida
la espiritualidad, y ya que no es una, se sigue la división y le
alcanza la diversidad.
forma del alma vegetal es distinta de la forma del alma sensi
ble, ésta de la del alma racional y ésta de la de la inteligencia.
1.115 M .— Explanaré más esto y diré: Que así como
algo de los cuerpos debe ser más simple que otro, y hay en
ellos materia y forma más vecina a la espiritualidad y más
simple, alguna de las sustancias espirituales debe ser más sim
ple que otra, y que haya en ellas materia y forma de simpli
cidad más fuerte y de mayor espiritualidad.
D.— Mucho me repugna imaginarme las sustancias simples
compuestas de materia y forma, y que haya entre ellas diver
sidad y diferencia, siendo todas espirituales y simples.
M .— Cuando te repugne, imagínate sustancias espirituales
compuestas de dos, considera su diversidad en las sustancias
compuestas y la diversidad de ellas entre sí, y tendrás nece
sidad de conceder entonces las diferencias, porque difieren de
otras y entre sí, y éstas son las formas que las constituyen.
D.— Aunque sea necesario conceder las diferencias de las
sustancias espirituales, a causa de las formas que las consti
tuyen, ¿cóm o será preciso conceder diferencias de formas es
tando ellas mismas en la última espiritualidad?
M .— Debes detenerte en este punto, porque aquí el error
no es chico, y lo que debes pensar de las formas espirituales,
es que todas son una forma y que no se diferencian en sí mis
mas, porque las cosas espirituales son puramente y no alcanza
a ellas la diversidad sino por la materia que las sostiene;
porque si fuere próxima a la perfección será sutil, y la forma
que en ella se sostenga tocará al límite de la simplicidad y de
la espiritualidad, y al contrario. Toma com o ejemplo de esto
la luz del sol: esta luz en sí es una, y si encuentra un aire
sutil claro, lo penetra y aparece de diverso modo que en un
aire espeso y oscuro, y lo mismo debe decirse de la forma.
1.117 D.— Ya es evidente para mí la diferencia de las
sustancias simples; pero quizá alguna vez me asalte, acerca de
ellas, alguna duda; ¿de qué manera podrías satisfacer a mi
alma acerca de la diferencia de la sustancia espiritual, cuando
estuviere demasiado ansioso de ello?
M .— Cuando se te ofreciere esa duda, acuérdate de lo que
hay en la sustancia del alma, de los accidentes espirituales
más estimados y dignos, y hallarás esos accidentes que mudan
el alma de aquello que era, y se hace por ellos lo que no era
por el advenimiento de estas formas sutiles, esto es de los
accidentes, y cuando te hubieres representado este concepto, lo
opondrás al concepto que te hace dudar, y lo expelerá y es
tablecerá su contrario.
1.116 D.— ¿Qué responderás si te dijere que una sustan
cia espiritual no difiere de otra por la forma sustancial, sino
que le afecta la pasión por la diversidad de los cuerpos que
su acción reciben, y que la diferencia le viene de su acción,
no de la sustancia en sí misma?
M .— N o pensé que presentaras esta duda después de las
anteriores pruebas para la asignación de la diversidad en las
sustancias simples, com o si no fuera evidente para ti que la
forma de la naturaleza es distinta de la forma vegetal y que la
1 1 1 5 S c h l a n g e r , O.C., p . 2 1 2 - 2 1 3 .
1.118 D.— Gran duda me asalta ahora acerca de la di
visión de la sustancia simple en hyle y forma, y de la dife
rencia de cada una de estas sustancias de la otra, tanto que
niego que sea posible dividir una cosa que es espiritual; dame
una explicación suficiente para disiparla.
M .— Pon contra la primera duda la diferencia entre la
sustancia espiritual y la corporal, y contra la segunda la di
versidad en sí de la sustancia del alma por los accidentes que
se obran en ella; medita además que de cualquier cosa que per
cibiste por los sentidos o el entendimiento, no percibiste más
que la forma que perfecciona su esencia; luego esta forma,
por serlo, ha menester de un sustinente.
1.119 D .— Ya es patente para mí, por los modos ante
dichos, que la sustancia espiritual consta de materia y forma;
pero, ¿hay todavía alguna manera con que se esclarezca más?
M .— Porque también se ha declarado ampliamente que
las sustancias simples superiores a las sustancias compuestas,
están compuestas de materia y forma, esto es, com o te he
anticipado muchas veces, que lo inferior es de lo superior y
ejemplo suyo; porque si lo inferior fuere de lo superior, el or
den de las sustancias corporales debe ser semejante al orden de
las sustancias espirituales, y com o la sustancia corporal está
distribuida en tres órdenes: el cuerpo denso, el cuerpo sutil,
y la materia y forma de que consta; igualmente también la
sustancia espiritual en otros tres está distribuida: la materia
1117
Schlan ger ,
o .c .,
p.213,
648
A vicebrón
espiritual que sigue a la sustancia corporal, la sustancia espi
ritual más espiritual que aquélla, y la materia y la forma de
que están compuestas.
1.120 D.— Patentízame que lo superior tiene ser en lo
inferior, con explicación clara que evidencie este concepto.
M .— Es señal de que todas las sustancias y formas espiri
tuales, es decir, sus esencias y sus acciones, tienen ser en las
sustancias corporales, el que todo lo que es propiedad común
de las cosas se encuentra en ellas, y cuando lo superior de
las propiedades se encuentra en lo inferior, ¿no debe lo que
de cada una se encuentra debajo de ella encontrarse igualmente
en ella? Y en general lo manifiesta lo que se ha dicho en los
lógicos: que los superiores dan a los inferiores su nombre y
su definición.
D.— Eso es evidente.
M .— Y lo manifiesta también que el entendimiento dis
tingue las formas de los cuerpos, y esto es señal de que su
forma conviene con todas las formas, como ya se ha mostrado
por las pruebas propuestas, de que las formas que se sostie
nen en las sustancias compuestas, defluyen de las sustancias
simples.
1.121 D.— Elas declarado antes que no es posible que
las^ sustancias espirituales sean sólo materia ni sólo forma:
¿cóm o he de tenerlas por simples, siendo compuestas de ma
teria y forma?
M.— Ya te se hizo patente con lo antedicho; pero añadiré
todavía una explicación, y diré que, puesto que no es impo
sible que un compuesto sea simple, tampoco lo es que un
simple sea compuesto, porque el compuesto es simple para lo
que le es inferior, y lo simple compuesto para lo que le es
superior.
1.122 D.— Mira, puesto que la materia es distinta de
la forma en las sustancias simples, si a primera vista la ma
teria puede estar sin forma, siendo en su esencia otra y opues
ta de la forma, o no puede a primera vista estar la materia
sin la forma; mas, ¿cóm o será verdadera la diversidad de la
materia y de la forma, si a primera vista ninguna puede estar
sin la otra?
M .— Espera un poco, no te apresures a preguntar, hasta
112 0 S c h l a n g e r , O.C., p .6 7 .
1121 SCHLANGER, O .C ., p .2 1 3 .
1122 SCHLANGER, O.C., p . 117 -21 3,
La fuente de la vida
649
que hable de la materia universal y de la forma universal
en sí.
D.— ¿De qué hemos hablado hasta el presente?
M .— ¿N o fue tu investigación que en lo inteligible como
en lo sensible no hay más que materia y forma? Y también
te demostré que las sustancias inteligibles constan de mate
ria y forma, porque diversas de un modo convenían de otro;
también te mostré lo mismo de otros modos, y fue declarado
falso que fueran sólo materia o sólo forma, y con esto ad
quiriste el conocimiento de que hay materia y forma en las
sustancias simples; y después asignamos a cada una de ellas
lo que es y cómo es, la diferencia de la una de la otra, y en
tonces adquiriste el conocimiento de si eran y del modo que
eran; pero tú sacas, porque son de la cualidad de la materia
y de la forma universal, de que no nos hemos ocupado en
esta discusión, dirigida a no tratar más que de las materias de
las sustancias espirituales, y pusimos de ejemplo, para asignar
materia y forma a cada una de las sustancias espirituales, la
materia y la forma de la inteligencia particular, y te puse esto
por regla para asignar la sustancia de la inteligencia univer
sal, y de las demás sustancias universales que están bajo ella.
D.— ¿Cómo es eso?
M .— Siendo la inteligencia particular compuesta de mate
ria y forma, debe serlo también la inteligencia universal, y
juzgamos en esto por la inteligencia particular de la inteli
gencia universal, como juzgamos del ser de la inteligencia uni
versal por el de la inteligencia particular.
D.— ¿Qué haremos, pues?
1.123
M .— Puesto que queda establecido que cada una
de las sustancias simples está compuesta de materia y forma,
por donde se estableció que la inteligencia lo está también,
se debe, pues, considerar la disposición de las materias de
estas sustancias universales, ordenar unas con otras y conside
rar igualmente el orden de sus formas y colocar unas con
otras, como hacemos con las materias y las formas de las sus
tancias sensibles, hasta que, habiendo ordenado las materias
y las formas de estas sustancias inteligibles, y unido las par
tes de la materia espiritual y las de su forma, examinemos
más adelante la ordenación de la materia espiritual con la
corporal y la de sus formas respectivas; habiéndolo hecho,
unamos las partes de la materia y de la forma universales,
y hecha esta unión, consideremos a entrambas juntamente.
1123 SCHLANGER, O.C., p.214.
650
651
A vicebrón
La fuente de la vida
1.124 D.— Justo es lo que crees; pero acaba de decirme
lo que empezaste, que ninguna propiedad desciende sólo de
la materia ni sólo de la forma, sino de la materia y de la for
ma juntamente, y hazme saber si alguna materia tiene ser
sin forma y después la recibe.
M .— ¿Qué objeto tiene la pregunta?
D.— Saber si la materia tiene o no ser por sí.
M .— Sabe al presente que la materia no puede ser sin
forma, porque el ser de las cosas no es sino por la forma.
D.— ¿Qué señal hay de eso?
M .— Señal de ello es que el ser o es sensible o inteligi
ble, y el sentido y la inteligencia
no tropiezan más que con
la forma sensible o la inteligente.
D.— ¿Por qué causa?
M .— Porque las formas sensibles e inteligibles se inter
ponen entre las formas de la inteligencia y del sentido y las
materias que las sostienen, y por ello no se juntan más que
formas con formas, pues ellas son las que se juntan, las que
se oponen y sobre todo las que concurren bajo un mismo gé
nero.
D.— Ya sabía eso; pero no te preguntaba de la esencia
de la materia en la inteligencia, porque sabía que la inteli
gencia no aprehende las cosas sino por la conjunción de su
forma con la forma de ellas; te preguntaba por el ser de la
materia en sí misma, porque si el ser de las cosas, com o di
ces, no es más que por la forma, ¿cóm o será posible que se
diga que tiene ser la materia?
1.126 M .— Te haré patente también, por segunda vez,
esto de otro modo, porque las sustancias inteligibles son una
sola, idénticas de un modo y diferentes de otro; luego son
iguales en la materia y diferentes en la forma.
D.— En verdad, ya me fue patente de ese modo.
M.— De nuevo te lo manifestaré de este otro: El creador
de todas las cosas debe ser uno solo y lo creado diferente
de él; luego si lo creado fuera sólo materia o sólo forma, se
asimilaría a lo uno y no habría intermedio, porque dos son
después de uno.
D.— Si alguien dijera que la materia es una sola, o la
forma una sola, ¿qué contestación darías?
1.125 M.— Párate un poco y no te apresures hasta que
lleguemos a tratar de la materia universal únicamente, y ha
blemos de su naturaleza y de lo que es posible decir de ella;
volvamos, pues, a donde estábamos, esto es, a que en los
inteligibles no hay más que materia y forma; te diré, puesto
que ya por lo que antecede te es manifiesto, que lo inferior se
deduce de lo superior, luego las esferas deben proceder de
las inteligibles; luego también las esferas inteligibles, como
las sensibles, deben estar compuestas de materia y forma,
y ya se ha declarado en general que no es posible que las sus
tancias espirituales sean ni sólo materia, ni sólo forma, sino
compuestas de la una y de la otra.
D.— Ya me es manifiesto de este modo.
1125 ScHLANGER, O.C., p.67.
1.127 M .— ¿Cómo será una la materia cuando está com
puesta con la forma y se le allegan la mudanza y la división,
o cómo puede ser una la forma estando compuesta con la
materia, y también se le alleguen la mutación y la división?
D.— Ya es manifiesto para mí el ser de la materia y de
la forma, según los modos que dijiste; ¿pero hay todavía otro
por el que se manifieste con mayor amplitud?
1.128 M.— Bien puede manifestarse también, porque las
cosas, ni en todo son diversas ni en todo semejantes, y por
eso todo lo inteligible se divide en forma y formado, por lo
que el entendimiento no aprehende sino lo que tiene mate
ria y forma.
D.— ¿Cuál es la señal de que el entendimiento no apre
hende más que lo que consta de materia y forma?
M .— Señal de esto es que lo último a que el entendimien
to aprehendiendo llega es a la aprehensión del género y de la
diferencia, lo que es signo de que la materia y la forma son
el fin de las cosas, y también el que, cuando el entendimiento
percibe una cosa, la comprende y no la comprende más que
porque es finita para él, mas las cosas no son finitas sino
por su forma, porque la que es infinita no tiene forma que
la haga una y la distinga de la otra, y por eso la esencia eter
na es infinita, porque no tiene forma.
1.129 D .— Juzgo por tu dicho que todo lo creado, por
ser finito, tiene una forma que lo hace finito.
M.— Bien lo has entendido; pero entiende también que
por esto la materia tiene forma, pues lo creado tiene que ser
1126
1128
D
e
C astro
Sc h l a n g e r ,
F e r n á n d e z , o . c ., p.168 nt.l.
o.c., p.67.145.146.227.
652
A vicebrón
finito y no puede ser finito si no tiene forma; con esto en
tiende también que toda sustancia inteligible tiene materia
y forma. Y lo que más se corrobora en este capítulo es que,
si la parte no está más que en el todo, todas las partes son sin
duda del todo, y puesto que las partes son de materia y for
ma, el todo será también de materia y forma.
1.130
Y para que sea manifestado más ampliamente que
todas las cosas se resuelven en materia y forma, diré: Que
todo lo que es, se resuelve en una raíz, o en más de una.
Si se resuelve en una raíz, no hay diferencia entre él y el
único hacedor. También es preciso que esta misma raíz sea
sólo materia o sólo forma; si es sólo materia, no es posible
que las formas se hicieran por ella, y si las formas no se
hicieran, no tuvieran ser; si fuere sólo forma no podría exis
tir por sí, ni tampoco que las materias se hicieran por ella.
Y , también, porque no puede ser que una misma cosa no
sea o materia o forma, o ni materia ni forma; si fuere sólo
materia o forma sólo, se seguirá lo antedicho, y si no fuere
ni materia ni forma, será el primer hacedor u otro que él;
pero no es posible que sea el primer hacedor, ni tampoco otro
que él, porque, salvo el primer hacedor, nada hay más que
materia y forma. Si se resuelven las cosas en más de una
raíz, o son dos, o más. Si son dos, no pueden ser más que
dos materias sólo, o dos formas sólo, o una materia y una
forma, o ni una materia ni una forma; mas no es posible que
sean dos materias ni dos formas, ni tampoco ni una materia
ni una forma; resta, pues, que sean una materia y una for
ma. Si fueren más de dos, esta multiplicidad se resolverá o no
se resolverá en dos; si se resuelve en dos, dos serán las raí
ces; si la multitud no se resuelve en dos y fuera opuesta al
dos, sería necesario que hubiera algo que fuera del primer
hacedor excelso y santo, que no fuera ni materia ni forma;
pero después del primer hacedor excelso y santo, no hay más
que materia y forma.
1.131
Y porque será también manifestado que todas las
cosas están compuestas de materia y forma, esto es, que el
cuerpo que está situado en el extremo inferior está compues
to de materia y forma, porque es sustancia que tiene tres di
mensiones; y si todo lo que es continuo y extenso desde el
extremo superior al inferior está compuesto de materia y for113 0 S c h l a n g e r , O .C ., p .2 1 4 .
1131 Sc h l a n g e r , o . c . , p .2 3 1 .
La fuente de la vida
653
ma, consta por ello que todo lo que hay desde el extremo su
perior al ínfimo está compuesto de materia y forma.
1.132 D.— Ya es evidentemente manifiesto que en los
inteligibles no hay más que materia y forma; antes bien, es
evidentísimo que no hay más que ellas dos en todo lo creado.
1.133 M .— Ya con esto es preciso que te cumpla lo que
te había prometido acerca de la ordenación de las materias
y de las formas inteligibles unas con otras, para que por ello
se te haga más manifiesto que los inteligibles tienen tam
bién materia universal y forma universal.
D.— Comiénzalo, pues.
M .— Si acaso te hice conocer que cada una de las sustan
cias inteligibles consta de materia y forma.
D.— Ya me es conocido de muchos modos.
M.— Pero todas estas materias y formas inteligibles con
vienen en el significado de la materia y de la forma; se hace,
pues, con lo universal, como se ha hecho en las sensibles,
esto es, que si fueren materias particulares participantes del
concepto de materia en lo que todas son materias, aquello
en que comunican debe ser la materia universal; e igualmen
te si las formas particulares participan en el sentido espiritual
en que todas son formas, aquello en que comunican debe ser
la forma universal; luego en lo inteligible debe haber una
materia universal que sostenga todas las formas inteligibles
y una forma universal que igualmente sostenga todas las for
mas inteligibles y según la ordenación de las partes de la ma
teria y de la forma en lo inteligible, con la de las materias
y las formas en lo sensible, y la de una de ellas con las otras,
hasta que se haga con ellas la materia universal sensible y la
forma universal sensible, y la materia universal inteligible
y la forma universal inteligible. E igualmente será la orde
nación de la materia universal sensible con la materia univer
sal inteligible, y de la forma universal inteligible con la for
ma universal sensible y se harán ambas materias una materia,
y una y otra forma una forma, y cuando conviniere la mate
ria de los inteligibles con la materia de los sensibles y fueren
una materia y la forma de los inteligibles con la forma de los
sensibles, y se hagan una forma, ¿qué se seguiría de esto?
1.134 D.— Se seguiría lo que me anticipaste, que en los
sensibles y en los inteligibles no hay más que materia y for1133 S c n l a n g e r , o . c . , p .2 1 4 .2 2 6 .2 3 3 .
113 4 S c h l a n g e r , o .c ., p .2 3 3 .2 3 4 .
654
A vicebrón
ma; pero para completarme evidentísimamente el conocimien
to de este objeto, ponme de manifiesto el concepto dej la or
denación y conjunción de cada una de estas formas y mpterias,
y en dónde debe hacerse, que no lo averiguaré hasta que me
entere bien de lo que me digas.
M .— Pareces estimar que cada una de estas formas tiene
materia separadamente, y que porque las formas son muchas
y diversificadas, también las materias deben diversificarse y
multiplicarse.
D .— Eso estimo en verdad.
M .— Luego, según lo estimas, no deben allegarse diver
sas formas a una materia y ves, sin embargo, en las cosas
artificiales y naturales, que muchas y diversas alternativamen
te se le allegan.
D-— Cierto que lo veo, esto es, formas que se suceden en
acto en esa materia; pero no lo veo ni en la materia de los
cielos ni en las sustancias inteligibles.
M.— ¿Ves que por la separabilidad o inseparabilidad de
las formas de la materia no debe ser la misma la materia de la
forma separable que la de la inseparable?
1.135 D.— Es lo que dices; pero ¿qué dirás de las sus
tancias inteligibles: debe ser la misma la materia de estas
sustancias?
M .— Puesto que no distingues en esencia entre la mate
ria de los cielos y la de la naturaleza, aunque tengan diversa
forma cada una de sus materias en la separabilidad y en la
inseparabilidad, no distingas tampoco entre cada una de ellas
y entre la materia de las sustancias inteligibles.
P-— ¿Cómo no he de distinguir, habiendo entre ellas tan
ta diferencia como la que hay entre la corporalidad y la espi
ritualidad?
M -— Pareces estimar que es corporal cierta materia que
hay entre los cielos y en los elementos.
D.— Seguramente lo estimo.
M-— ¿Por qué lo estimas, sabiendo que la corporeidad es
forma que necesita materia que la sostenga?
D.— Muéstrame la verdad de eso.
1.136 M .— Sentemos que hay tres materias: una la ma
teria simple espiritual, que es la más simple, esto es, que no
113 5 S c h l a n g e r , O.C., p .2 3 2 .
113 6 D e C a s t r o F e r n á n d e z , o .c ., p .1 8 9 n t . l .
La fuente de la vida
655
revisfe formas; otra la materia compuesta corporal, que es
la mtis corpórea, y una media.
Di— Son las que tú sentaste; ¿pero cuál fue tu concepto
de la materia primera que no reviste formas?
M.-—Que la materia que reviste forma simple es también
espiritual; pero hay otra que no reviste forma, com o dijo
Platón. Pero ves que la materia corporal, esto es, la cantidad
que sostiene la forma del color y la figura, no es forma para
el cuerpo que la sostiene, com o la cualidad, esto es, el color
y la figura, es forma para él.
D.— Es verdad.
M .-i-O si no, así como el cuerpo solo, desnudo, que es
lo más simple de las cualidades del cuerpo, es materia que
sostiene cualidad; por ventura, ¿no debe él mismo ser forma
de otra materia más simple que él, y por esto resolverse en
ella?
D .— Débelo también.
M .— Luego, según esta consideración, es necesario que lo
más corpóreo sea forma de lo más simple, por donde llega
evidentísimamente a la resolución en la materia simple.
1,137
D.— Es lo que has dicho; ¿pero qué hay en esta
respuesta tuya de lo que yo buscaba?
M .— Es porque tú dudaste de que no era una la mate
ria de las sustancias inteligibles y la de las sustancias sensi
bles, y pensaste que la materia de las sustancias simples era
corporal, y por lo que te manifesté que el ser manifiesto es
forma del oculto, por lo que la materia de las sustancias cor
porales debe ser forma de la espiritual, porque se resuelve
en ella, aunque sea materia para él lo que es más corpulento
que él; y no dije que lo manifiesto del ser es forma de lo
oculto, sino porque la materia más cercana a los sentidos es
más semejante a la forma, y, por tanto, no sólo sera mas ma
nifiesto a causa de la evidencia de la forma y de la ocultación
de la materia, aunque sea en la materia de forma sensible,
sino también porque lo que estuviere más apartado de los
sentidos, según la ocultación de la materia, será más seme
jante a la materia, aun cuando sea la forma primera dé la ma
teria primera simple, u otra que esté entre las materias por
bajo de ella; y siendo la materia corporal com o dije, cono
cerás entonces que no se junta ciertamente a la materialidad,
sino a la materia primera simple que sostiene todas las for
mas y materias, y es lo que encomendamos a la presente in
vestigación.
656
A vicebrón
1.138
D.— Ya por lo antedicho, he entendido ahorá que
lo inferior de las sustancias es forma para lo superior del ellas,
y que lo superior de ellas es materia que sostiene lo inferior,
por donde se llega así verdaderamente a la primera nfateria
simple.
M .— Lo has entendido bien; pero de esto, ¿qué; se si
gue?
D.— Se sigue que es una la materia que todo lo sostiene.
Dete gran recompensa el dador de toda bondad, porqjie, con
lo que has dicho, has quitado de mi ánimo una gran incertidumbre.
M .— ¿Cómo has entendido lo que te he dicho?
D.— Desde que noté que lo que es en las sustancias ma
teria de lo inferior, es forma de lo superior, se me hizo pa
tente que todas las cosas están sujetas, y si están las materias
sujetas según algo, v.gr., que lo más sutil de las sustancias es
sujeto de lo más denso, que todas son formas sustentadas en
la materia primera, y aprendí que, en general, tienen nece
sidad de una materia que las sostenga a todas; luego son fi
nitas y están pendientes de un solo fin; luego fue preciso de
cir entonces que ésta es la materia primera universal que a
todas ellas las sostiene, que era nuestro objeto, y también
que la diversidad que hay entre las sustancias no proviene de
la materia, sino de la forma, porque las formas son muchas,
pero la materia es una.
M .— Lo has entendido bien; pregunta ahora lo que te
parezca,
1.139
D.— Ya me has declarado que es una la materia
primera, porque reuniste las materias sensibles y las inteligi
bles, en cuanto todas están hechas de una sola materia.
M .— Debes recordar también que lo antedicho es para
la investigación de la ciencia de la materia primera universal,
a saber: Que si todo tiene una materia, sus propiedades de
ben estar en todo, y cuando hayas considerado todas las sus
tancias, encontrarás en ellas las propiedades y las impresiones
de la primera materia, a saber: Que el cuerpo es sustancia
que sostiene muchas diversas formas, y principalmente la na
turaleza y las almas sensibles, porque éstas son las que im
primen las formas en el cuerpo; y principalmente el alma ra
cional y la inteligencia, porque todas las formas están en
1138 D e C a s t r o F e r n á n d e z , o . c . , p .203 n t .l.
1138 ScHLANGER, O.C., p .67.
La fuente de la vida
657
ellas; y en general todas las sustancias que fueren superiores
serán más colectivas de formas y más semejantes a la mate
ria primera que a todas las sostiene, que las demás sustancias
que dptán bajo ellas, porque, cuando hayas considerado estas
propiedades en las sustancias, y que son más estables y cier
tas enl la sustancia, en lo que fuere superior y más próximo
al extremo más elevado, entonces se te hará claro que estas
propiedades defluyen y se adquieren de la materia primera
universal, que es común y contiene a todas las sustancias y
les da su nombre y su definición.
1.140 Y cuando hayas considerado también que las co
sas diversas tienden a unirse, con esto se te hará patente que
es una la materia que las sostiene a todas, porque las diver
sas partes no tienden a unirse sino cuando es uno el todo que
las contiene y las rodea. Y también, cuando hayas considera
do la comunidad de todas las cosas y su unión a lo uno, se te
pone al descubierto que hay aquí una cosa universal, común
a todas, de que todas participan, porque, si las cosas no par
ticiparan de algo que les fuese común, ni convendrían en
nada ni participarían de nada, porque la diversidad de sus
raíces les impediría la conveniencia en sus ramas. Añade a
esto la consideración de las especies diversas en género, pues
que estas especies, por ser diversas en género, no es posible
que convengan en un género común. Y considera además que
la sustancia absoluta y el accidente, que son dos opuestos, no
es posible que convengan en ningún género por la diversidad
de su esencia; y según este ejemplo considerarás que impide
que las cosas convengan en una, el que no sean de la misma
materia.
1.141 D.— Ya me has declarado que la materia primera
universal es una; declárame también ahora que es una la for
ma primera universal, y júntame las diversas formas, com o
me juntaste las materias, para que, con esto, complete el co
nocimiento de lo que es la materia universal y la forma uni
versal.
M .— Espérate un poco hasta que vea cómo entiendes lo
de la materia primera, y resume todo lo dicho acerca de ella.
D.— Puesto que todas las cosas son diversas en la forma
y lo son por la forma, deben convenir en la materia, de don
de se sigue que es una la materia de todas las cosas.
M .— Has entendido bien lo que se ha dicho de la materia
1141 SCHLANGER, O.C., p.49.50.
658
A vicebrón
La fuen te de la vida
primera universal; escucha ahora lo que se diga de la forma
primera universal; debes considerar la forma universal como
consideraste la materia universal, porque es el mismo camino
de su conocimiento.
D .— ¿Cómo es eso?
D.— ¿Cóm o será la esencia de la unidad otra que la ma
teria, siendo la materia una para sí?
M.— Esto significa que la forma no es sino deuda de la
esencia de la materia, puesto que la unidad es forma de la
esencia de la materia, y la materia es materia de la esencia
de la unidad.
D.— Según lo que has dicho, no parece que la forma de la
materia es más que la unidad, comunicando esencia a la ma
teria.
M .— N o es otra cosa.
1.1 4 2
M .— Sabes que la forma universal perfecciona la
esencia de la materia universal, y si esto es así, la esencia de
cada una de ellas debe estar en deuda con la esencia de la
otra,
D.— Si la materia es materia para sí, ¿no es la forma for
ma para sí?
M .— ¿Cómo ha de serlo cuando, a primera vista, no hay
materia despojada de forma, ni esencia de forma que exista en
no materia? Y de esto, la señal más segura es que la esencia
de cada una de ellas no existe sino en deuda con la otra.
D.— Así es; pero explánalo más.
M .— Pues que la materia no merece el concepto ni el nom
bre de ser, sabes también que la esencia de cada una está en
deuda con la otra.
D .— ¿Cómo es eso?
M .— Porque es llano que si la materia sólo por la forma
tiene ser, es visto también que no es posible esté sin ella.
D.— Supongamos que la materia no tenga ser sino por la
forma, ¿qué impide que la materia no sea y la forma sea?
M .— Si la forma no es si no por la existencia de materia
formada, no es posible que haya forma sin materia, porque
el ser no se completa sino por la unión de ambas.
D.— Puesto que la forma da el ser a la materia, ¿por qué
no tiene ser por sí?
1.143
M .— Si dieres ser a la forma y se lo atribuyeres,
¿dices con esto que el concepto de forma es el concepto de
ser, u otro?
D .— Digo que el concepto de ser es el concepto de forma,
M .— ¿Cómo el uno de ellos será el otro, siendo este otro
propiedad de él?
D.— Como la esencia de la materia es una siendo la uni
dad propiedad de ella.
M .— ¿Ignoras que la unidad es forma de la materia, otra
que ella y que la forma no es más que unidad?
D.— ¿Cuál es la señal de esto?
M .— Señal de esto es la materia representada por ella,
pues la propiedad debe ser otra que su representación.
659
1.1 4 4
D.— Manifiéstame cómo todas las formas son la
unidad.
M .— La forma es una o muchas.
D.— Así es; pero, ¿qué responderías a alguno que dijera
que el concepto de unidad está fuera del concepto de forma?
M.— Si la unidad fuera otra que la forma, sería materia
o forma; pero no es posible que la unidad sea materia de la
forma, porque es propiedad de la materia; tampoco es posi
ble que sea forma de la forma, porque se seguiría que la for
ma fuera materia de ella, y que la forma tendría forma hasta
lo infinito.
D.— Ya de este modo lo he entendido; pero muéstramelo
de otro con toda claridad.
M.— Mira las propiedades de la unidad, porque tú las en
contrarás inherentes a la forma, esto es, que la unidad es pro
ductora de la multitud y conservadora de ella, dándole el ser
y conteniéndola, existiendo en todas sus partes y sustentada
en lo que es sujeto para ella y más digno que lo que le está
sujeto. Igualmente estas propiedades se encuentran en la for
ma, porque la forma constituye su esencia en lo que es y ad
quiere ser para sí, reteniéndolo y conteniéndolo y está en
todas sus partes y está sustentada en materia sujeto de ella
y superior a ella y en la materia inferior a ella; y puesto que
ya conoces estas propiedades, pon a cada una como término
medio entre la forma y la unidad, y hazte de esto la argumen
tación necesaria que demuestre que la forma es la unidad.
go
de
se
de
1.1 4 5
D .— Tan grande es lo que he adquirido, que juz
que la intención de lo dicho es que el número es el origen
las cosas, que la unidad es el origen del número, y que si
pone la unidad en lugar del número, se estará más cerca
la verdad.
M.— No es justo que se diga que la unidad es la raíz de
660
A vicebrón
todo, porque la unidad es sólo forma, y el todo no es sólo
forma, sino forma y materia; pero sí es justo que se diga que
tres son el origen de todo, esto es, que el uno es el lugar de
la forma, y el dos el origen de la materia.
1.146
D.— Manifiéstame cómo lo uno es semejante a la
forma y el dos semejante a la materia.
M.— Ya te hice ver que las propiedades de la unidad con
vienen a la forma; ahora lo haré de cóm o las propiedades
del dos convienen a la materia.
1. Digo, pues, que el dos se pone bajo el uno, y éste
sobre aquél; e igualmente la materia está sujeta a la forma
y la forma sobre aquélla.
2. Y también que la forma es una y el dos multitud di
visible; e igualmente la materia es multiplicable y divisible,
y por esto la materia es causa de la multitud de las cosas y de
su división, por lo que se asemeja al dos.
3. Y también, porque la propiedad de la forma es una,
esto es, constituir la esencia, y las propiedades de la materia
son dos: una sostener la forma y ésta es opuesta a la propie
dad de la forma, porque de la materia que sostiene la forma
y de la forma que perfecciona la esencia de la materia se cons
tituye la esencia de toda cosa y se perfecciona su naturaleza,
y esta propiedad viene a la materia del uno primero opuesto
frente al uno de la forma, esto es del uno primero, que es la
mitad de los dos, a los que asimilamos a la materia; la se
gunda propiedad de la materia es la multiplicidad y la divisi
bilidad, esto es, que la forma se divide y multiplica por la
materia y esta propiedad la tiene la materia del uno segundo,
esto es de la mitad de los dos unido con el primero de los
unos, y por su conjunción con él se hacen dos, y por ser dos
la multitud y la división. Y también, porque en su primera
división la materia se divide en dos partes, esto es, en ma
teria de las sustancias simples y en materia de las sustancias
compuestas, luego la propiedad de dos también le conviene por
esto. Ya es, pues, manifiesto para ti que la forma se esemeja
al uno y la materia al dos. Y puesto que esto es así, y que la
materia y la forma son la raíz de todo, manifiesto es que las
raíces de todo son tres...
1146 SCHLANGER, O.C., p.49.
(AL-GAZALI)
ALG AZEL
(1058-1111)
O b r a s p r i n c i p a l e s : Maqâsid al-falasifa (Las tendencias de l q s filóso
fos); Tahafut al-falasifa (La destrucción de los filósofos); Ihya’ 'ulutn
al-Dln (Vivificación de las ciencias religiosas]; Al-Kim iyya al-sa ada
(Alquimia de la felicidad); Munqid min al-dalal (Preservativo contra el
error)- M iskat al-anwar (El nicho de las luces); Mihakk a l-N a zrp -lM ant’i q (La piedra de toque de la especulación racional acerca de la
lógica); M P yar al-Hlm Mantiq (Fiel contraste del conocim iento);
Iqtisád fi-l-i '■tiqa-t (E l justo medio en la creencia); Ilyam al- awamm
‘an ‘ilm al Kalam (Alejamiento del vulgo de la ciencia del Kalam);
Al-Mizñn al'Amal (La balanza de las acciones); K itab al-Mustasfa min
' ilm al-usül (Libro de los fundamentos de la ciencia de los principios
jurídicos)- K itab al-Maqsad al-Asna’ sarh asma A llah al-Husna (Comen
tario a los nombres divinos); Fathihiyyat al-'U lum (L ibro introductorio
en las ciencias); Al-Durrat al-fajira (La piedra preciosa)■_ Bidayat albidaya (Iniciación del camino recto); Al-Hikma fí m ajlaqat A llah ( Li
b ro de la sabiduría de D ios revelada en sus m otivos); M f ray al-salikm
(La ascensión de los caminantes); K itab al-Tibr (Libro del lingote de
oro).
E d ic io n e s
c ita d a s :
Teología dogmática de
l a c i o s (Madrid 1929).
La Destrucción de los filósofos, traducción por M .
en La espiritualidad de Algazel I V (Madrid 1941).
A lg a z e l,
P a la c io s ,
El justo medio en la creencia. Com pendio de
traducción española por M . A s í n Pa
A lg a z e l,
A s ín
R t r lio g r
g e n • A . P. v a n L e e u v e n , Essai de Bibliographie sur alGazali en lbla 82 (1958) 221-227; J. P e a r s o n , In dex Islamicus 19061955 (Cambridge 1958) ( a l - G h a z z a l i : p. 150 _n.4757-4809); S. Munk,
Mélanges de Philosophie juive et arabe (Paris 1895); ram pr. 1927);
M C r u z H e r n á n d e z , Historia de la filosofía española. Filosofía hispanomusulmana I p.155-183 (Bibliogr., p.154-156); I d . La filosofia arabe
p 113-137 (Bibliogr., p.137-139); A . S c h m o l d e r s , Essai sur les ecoles
philosophiques chez les Arabes, et notamment sur la doctrine d Algazzali
(Paris 1842; reimpr., Aalen 1975); M. A s í n P a l a c i o s , La espiritualidad
de Algazel y su sentido cristiano I V p .184-192; B. C a r r a d e V a u x ,
Ghazzali (Paris 1902); I d „ Al-Ghazzali, en Penseurs de l Islam IV ;
I T M u c k l e , G . S. G ., Algazel’ s Metaphysics (and Physics). A Mediaeval Translation (Toronto 1933); F . J a b r e , Essai sur le lexique de Ghazali (Beyrouth 1970); A . I . O t h m a n , T he concept o f man in Islam m
the writings of al-Ghazali (Le Caire 1960); ^ M . A r k h o u m , Révélation
vérité et histoire d ’après l’oeuvre de Ghazáli, en Studia Islámica 31
(1970) 53-69; M. A . S h e r i f , Ghazali’s theory o f virtue (Albany, N. Y .,
1975)- M a j i d F a k h r y , Islamic Occasionalism and its Critique by A verroës and Aquinas (London 1958) (ch.2: T he répudiation o f causality by
al-Ghazali p.56-82) (Bibliogr., p.214-218); I. M a d k o u r La place d Alfarabi... p.75-77.107.161-164.216: H . K a s s i m , Existentialist tendencies in
Ghazâli and Kierkegaard, en Islamic Studies 10 (1971) 103-128.
662
Algazel
EL JUSTO M E D IO DE L A C R EEN CIA
E x o r d io
1.147
Loado sea Dios, que ha escogido de entre sus me
jores siervos a quienes profesan la doctrina de la verdad y de
la tradición ortodoxa; los ha distinguido de las otras sectas
por su sola bondad y predilección; los ha ilustrado con la luz
de su gracia descubriéndoles el sentido de las verdades de la
religión; ha inspirado a sus lenguas argumentos capaces de
refutar los extravíos de la herejía; ha purificado sus almas
de tentaciones satánicas; ha limpiado sus espíritus de suges
tiones impías y ha iluminado sus corazones con la cumbre de
la certeza, a fin de que, por ella guiados rectamente, penetra
sen los misterios de la doctrina que Dios reveló a los hombres
por la lengua de su profeta y elegido, Mahoma, señor de to
dos los otros enviados de Dios; aprendiesen el método de ar
monizar las exigencias de la revelación con los dictados de
la razón; se diesen perfecta cuenta de que no existe contra
dicción alguna entre la ley religiosa, que se funda en la tra
dición divina, y la verdad, que es objeto de la razón natural,
y advirtiesen también que esos teólogos verbalistas que se
creen obligados simplemente a la ciega y rutinaria sumisión
al criterio de autoridad humana y al sentido literal de los tex
tos revelados,^ si así piensan, es únicamente por la debilidad
de su entendimiento y los cortos alcances de su vista inte
rior, mientras que, por el contrario, esos filósofos peripaté
ticos y esotros fanáticos teologos motáziles, que se sumergen
en los más profundos análisis racionales a fin de batir en
brecha las mas terminantes verdades de la revelación, si así
obran, es únicamente por la perversidad de sus corazones.
Aquéllos pecan por negligencia y defecto, como éstos pecan
por abuso y exceso. Ambos, por lo tanto, están muy lejos
de lo que reclaman la discreción y la cautela.
1.148
Antes bien, la norma que por fuerza hay que se
guir en el estudio de la teología dogmática es precisamente la
del justo medio en que el recto camino de la verdad consis1147 A sín P a la c io s , o.c. Prólogo, p.1-18; C r u z H e rn ández , Historia de la
filosofía española, Filosofía hispano-musulmana I p.165-170- Id La filosofía
arabe p. 120-123.
'
1147 A s ín P a la c io s , o .c ., p.23 nota; p.24 nt 1
J } f S RVZ H ek n ández, La filosofía árabe p.129; Id ., Filos, hisp.-musulm
p.166-167.
El justo medio de la creencia
663
te. Los dos extremos, que del justo medio se apartan, son en
toda materia reprobables. ¿Cómo, en efecto, podrá caminar
por el recto sendero que a la verdad conduce, aquel que se
satisfaga con la ciega sumisión a los textos revelados y rehúya
el empleo de los métodos de investigación y del razonamien
to? ¿Ignora, por ventura, que la ley revelada no tiene más
fundamento que la palabra del Profeta, y que la veracidad
de éste no puede ser conocida sino por las pruebas apodicticas de la razón? Ni ¿com o atinara tampoco en el recto ca
mino de la verdad aquel que al dictamen escueto de la razón
se atenga y se limite, sin dejarse alumbrar por la luz de la
revelación? Porque, vengamos a cuentas: ¿Cómo buscar re
fugio en la razón contra la ignorancia, si adolece de ceguera
y de limitación? ¿Ignórase, acaso, que la capacidad del enten
dimiento humano es bien exigua y que su esfera de acción
es estrecha y reducida? ¡Ah, y com o fracasa cuando busca
la certeza infalible y cómo tropieza a cada paso en las fa
laces huellas del error, todo el que no conciba estas diver
gencias mediante la armonía entre la revelación y la razón!
Porque el entendimiento humano es com o la vista sana, exen
ta de defectos y dolencias, y el Alcora.: es como el sol que
derrama por doquiera los rayos de su luz. Y por eso, al que
busca el camino recto de la verdad prescindiendo de uno de
estos dos luminares, has de encontrarlo siempre formando
parte de la turba de ignorantes, pues si rehúye el empleo de
la razón y se satisface con la sola luz del Alcorán, es como
aquel que se pone frente al sol, pero con los ojos cerrados,
que en nada se diferencia de los ciegos; y pues la razón, junta
con la revelación, es luz sobre luz, el que con el ojo tuerto
dirige su mirada a una de esas dos luces exclusivamente, que
da sumido en las tinieblas del extravío.
1.149
Y ahora, oh lector que con tan vivas ansias anhe
las instruirte en los dogmas fundamentales de la fe ortodoxa
y que importunadamente demandas decisivas pruebas raciona
les que te los demuestren, yo te aseguro que se te ha de ha
cer evidente que la gracia divina para lograr la armonía entre
la revelación y la ciencia es patrimonio exclusivo de una sola
escuela teológica, que es esta escuela ortodoxa. Da, pues,
gracias a Dios, que te permite seguir las huellas de los or
todoxos, entrar por la ruta de sus normas y criterios y for
mar en las filas de su escuela, pues quizá de este modo lo
gres resucitar, el día del juicio, dentro también del grupo de
que ellos formen. Pidamos a Dios que limpie nuestras a lm as
El justo medio de la creencia
664
665
Algazel
de las turbias máculas del error y que las ilumine con la luz
de la verdad; que haga enmudecer nuestras lenguas, si es que
han de proferir palabras de falsedad, y que les haga emitir
palabras de verdad y de sabiduría. ¡El es generoso en la efu
sión de sus gracias y amplísimo en su piedad!
I n t r o d u c c ió n
1.150
Comencemos, pues, el tratado, explicando el títu
lo del libro y dando su división en prolegómenos, artículos
y capítulos.
Por lo que toca al nombre del libro, es El uso discreto de
la razón y de la revelación en la teología dogmática.
Por lo que atañe a su organización, comprende el libro
cuatro aclaraciones, que vienen a ser algo así com o explana
ciones previas o prolegómenos, y cuatro partes cardinales, que
son los asuntos u objetos propios del libro.
1-151 La aclaración primera se propone demostrar que
esta ciencia es importante para la religión. La segunda demues
tra que no es importante para todos los musulmanes, sino tan
sólo para una categoría determinada de ellos. La tercera de
muestra queincumbe su estudio
a la comunidad en general,
pero no a cada uno de los fieles en particular. La cuarta ana
liza los métodos demostrativos que empleo en este libro.
1.152
En cuanto a sus objetos cardinales, son cuatro,
y todos ellos en su conjunto sereducen al estudio de Dios,
pues si aquí hemos de estudiar el mundo, no lo considera
remos en cuanto que es mundo, es decir, cuerpo, cielo y tie
rra, sino en cuanto que es obra de Dios; y si hemos de estu
diar al Profeta, no lo haremos en cuanto que es hombre, no
ble, sabio y virtuoso, sino en cuanto que es enviado de Dios;
y si hemos de estudiar sus palabras, no lo haremos en cuanto
que son simplemente palabras, elocuciones o expresiones, sino
en cuanto que por su medio se nos comunican las enseñan
zas de Dios. No hay, pues, aquí estudio alguno que no trate
de Dios, ni objeto investigado, distinto de Dios.
Los límites a que se extiende esta ciencia redúcense todos
ellos al examen del ser de Dios, de sus atributos, de sus opera
ciones, de su Enviado y de la revelación divina que por minis
1150 A
sín
1152 A
s ín
Palacios, o.c.,
Palacios, o.c.,
p .2 7
n t .l.
p .2 8
n t .l.
terio de la lengua de éste nos ha sido comunicada. Cuatro son,
por consiguiente, las partes cardinales del libro.
1.153 Parte 1.a: Examen del ser de Dios.— En ella de
mostraremos la existencia de Dios, su eternidad a parte ante
y a parte post, que Dios no es átomo, ni cuerpo, ni accidente,
que carece de límite que lo circunscriba y de relaciones espa
ciales que lo localicen, que es visible lo mismo que es cog
noscible, y que es único. Son, pues, diez las proposiciones que
trataremos de demostrar en esta parte.
1.154 Parte 2.a: Sobre los atributos de Dios.— En ella
demostraremos que Dios es viviente, sabio, poderoso, volen
te, oyente, vidente y locuente y que posee los respectivos
atributos, a saber: vida, ciencia, poder, voluntad, oído, vista
y palabra. Mencionaremos también las propiedades y efectos
de estos atributos, lo que todos ellos tienen de común y lo
que distingue a unos de otros. Demostraremos asimismo que
todos ellos son sobreañadidos a la esencia de Dios, eternos,
subsistentes en dicha esencia y que ninguno de ellos es tem
poral o innovado.
1.155 Parte 3.a: Sobre las operaciones de Dios.— En ella
intentaremos probar siete proposiciones, a saber: que Dios no
está obligado a imponer a los hombres deber alguno, ni a
crearlos, ni a premiarlos si cumplen sus deberes, ni a hacer lo
que les sea más conveniente; que no es imposible ni absurdo
el que Dios imponga obligaciones que no pueden ser cum
plidas; que Dios no está obligado a castigar los pecados; no
es imposible ni necesaria para Dios la misión de los profetas,
sino tan sólo posible o contingente. En la introducción a esta
parte se explica también el significado de los términos nece
sario, bueno y malo.
1.156 Parte 4.a: Sobre los enviados de Dios.— Trátase
aquí de la revelación divina comunicada a los hombres por
medio de Mahoma y relativa a la resurrección, al cielo y al
infierno, a la intercesión profètica, al castigo de la tumba,
a la balanza de las acciones humanas y a la prueba del puente.
Consta de cuatro capítulos: 1.°, demostración de la verdad
de la misión profètica de Mahoma; 2.°, explicación de los
dogmas de la vida futura que por su lengua han sido reve
lados; 3.*, sobre el imanato o suprema autoridad y sus con
diciones; 4.°, explicación del criterio canónico para la exco
munión de las sectas innovadoras (ed. A s í n P a l a c i o s , p.23-30),
El justo medio de la creencia
Algazel
666
P arte
p r im e r a
Examen del ser de Dios
P r o p o s ic ió n
p r im e r a :
Dios existe
1.157 Demostración.— T odo ser que comienza tiene una
causa de su comienzo; pero el mundo es un ser que comien
za, luego tiene una causa de su comienzo. Entendemos por
mundo todo ser distinto de Dios. Entendemos por todo ser
distinto de Dios los cuerpos todos y sus accidentes.
La explicación analítica de este argumento es la siguien
te: Ante todo, es indudable la existencia real de seres. Des
pués de esto, sabemos también que todo ser real o bien ocupa
un lugar en el espacio o bien no lo ocupa; si lo ocupa y ca
rece en sí mismo de toda composición, lo llamamos sustancia
simple o átomo, y si existe en él composición con otro ser, lo
llamamos cuerpo; si no ocupa lugar y reclama para existir
un cuerpo en que subsista, lo llamamos accidente, y si no tie
ne tal necesidad, llamárnoslo Dios.
1.158 En cuanto a la existencia real de los cuerpos y de
sus accidentes, consta por evidencia de los sentidos. Y en este
punto no hay que hacer caso de quien discuta la existencia
de los accidentes, aunque te grite mucho y se empeñe en exi
girte que la pruebes, puesto que sus mismas disputas, discu
siones, reclamaciones y gritos, si realmente no existen (com o
él pretende), ¿a qué vamos a ocuparnos en responderlas y
atenderlas? Y si, por el contrario, existen realmente, es indu
dable que son algo distinto del cuerpo del que disputa, pues
to que este cuerpo existía ya antes, sin que existiera aún su
discusión. Conoces ya, por consiguiente, que la existencia del
cuerpo y del accidente se percibe por evidencia de los sen
tidos.
1.159 En cuanto al ser que no es cuerpo, ni átomo o sus
tancia simple que ocupe lugar, ni accidente, ya no se percibe
su existencia por los sentidos. Ahora bien, nosotros pretende
mos que existe y pretendemos también que el mundo existe
por él y por su poder. Mas esto que pretendemos no se per
cibe ya por los sentidos, sino mediante prueba de razón, que
es la demostración antes aducida.
1.160 Volvamos, pues, ahora a ella para comprobarla.
Consta de dos premisas, que es posible sean negadas ambas
667
por el adversario. Dirémosle, pues: ¿Cuál de las dos premisas
quieres discutir? Si responde: «Sólo discuto esa afirmación
tuya de que ‘ todo ser que comienza, tiene una causa de su
comienzo’, porque ¿por dónde sabes que eso es verdad?», le
respondemos diciendo: Esta tesis es forzoso admitirla, porque
es de evidencia primaria y necesaria para el entendimiento,
de m odo que quien vacila o duda en admitirla, vacila sólo
porque quizá no descubre bien lo que queremos expresar con
el término «ser que comienza» y con el término «causa»; una
vez que haya comprendido bien el significado de esos dos tér
minos, necesariamente asentirá su entendimiento a la verdad
de la tesis, o sea, que «todo ser que comienza tiene causa». En
tendemos, en efecto, por «ser que comienza» aquel que no
existía, que era nada, y que después ha venido a la existen
cia. Ahora bien, su existencia, antes de existir de hecho, o
era imposible o era posible. Es falso que fuese imposible,
puesto que lo imposible no existe de hecho jamás; luego si
su existencia era simplemente posible, con ello queremos de
cir tan sólo esto, a saber, que podía existir y podía no existir,
y que, si de hecho no existía, es porque su existencia no es
necesaria a su esencia, ya que, si lo fuese, sería un ser ne
cesario, y no contingente o meramente posible. Necesita, por
tanto, para existir de hecho, de otro ser que dé preferencia
a su existencia sobre su no existencia, a fin de convertir su
nada en ser. Luego, si su inexistencia continuase sin cesar,
en tanto que no hubiese otro ser que diera preferencia a su
existencia sobre su inexistencia, resultará que mientras este
otro ser no exista, tampoco existirá aquél de hecho. Ahora
bien, nosotros no entendemos por «causa» más que el ser
que da preferencia a la existencia de un ser sobre su inexis
tencia.
1.161
En suma: el ser que no existe, el ser cuya nada
es permanente, no pasará jamás del no-ser al ser, mientras no
tenga realidad positiva una cierta cosa capaz de dar preferen
cia en él a la existencia sobre la inexistencia. Una vez que la
idea explicada mediante estas palabras es concebida por el en
tendimiento, ya éste no puede menos de asentir a su verdad.
Y en esto y no más consiste la demostración de la tesis dicha,
demostración que, en realidad, se reduce a una simple expli
cación de los dos términos que la integran: «ser que comien
za» y. «causa», a fin de fundar sobre tal explicación la prue
ba... (p.59-61).
El justo medio de la creencia
Algazel
668
P a rte
segu n da
D e los atributos divinos
P r o p o s ic ió n
p r im e r a :
Dios tiene poder
Acción de la creatura y de Dios
1.162 ... Corolario 2 .°— Alguien dirá quizá: «Puesto que
pretendéis que el poder divino tiene por objeto la universa
lidad de los seres posibles, ¿qué diréis acerca de los actos de
los animales, y en general de las criaturas vivientes? ¿Serán
también o no serán objeto del divino poder? Porque si decís
que no son posibles para Dios, contradiréis vuestra tesis de
que el poder divino se extiende a todos los seres en general;
y si, en cambio, decís que son posibles para Dios, tendréis
por fuerza que admitir la existencia de un acto que es efecto,
a la vez, de dos agentes, lo cual es absurdo; y, por otra parte,
negar que el hombre y los demás animales sean agentes do
tados de poder es negar la evidencia, además de ser incom
patible con la idea de responsabilidad moral que los precep
tos de la religión suponen, pues repugna exigir responsabili
dad por actos que no puede el sujeto realizar, com o también
repugna que Dios le diga al hombre: «Es preciso que realices
tú lo que es objeto de mi poder y que yo reivindico como
privativo efecto de mi actividad y para lo cual tú eres in
capaz».
1.163 Para resolver el problema, diremos que en este
punto están divididas las opiniones de los hombres. Los fata
listas, en efecto, niegan a la criatura todo poder respecto de
sus actos, de tal modo que tienen por fuerza que negar tam
bién toda diferencia entre el movimiento libre y el movimien
to involuntario, y suprimir, por ende, toda responsabilidad en
el cumplimiento de los preceptos religiosos. Los motáziles,
en cambio, niegan a la omnipotencia divina todo influjo en
los actos de los animales, de los ángeles, de los genios, de los
demonios y de los hombres, porque pretenden que Dios ca
rece de poder para dar la existencia o para quitársela a todos
aquellos actos que proceden de dichos agentes por vía de
creación o producción.
1.164 Dos enormes atrocidades iníiérense de esta opi
nión. Es la primera que con ella se niega la unánime doctrina
669
de los primeros musulmanes, es decir, que no hay más crea
dor e innovador sino Dios. Es la segunda el atribuir la crea
ción y la innovación de los actos al poder de seres que no
tienen conciencia de los movimientos que ellos mismos crean.
En efecto, si sobre los movimientos que proceden de los hom
bres y de los otros animales se pregunta a éstos cuál es su
número exacto, cuáles sus elementos integrantes, cuáles sus
fines, se ve que no tienen nada de eso la menor noticia. Es
más: el niño, apenas se le saca de la cuna, busca el pecho de
su madre y mama. La gata, así que nace, busca asimismo las
tetas de la madre, aunque tiene todavía cerrados los ojos. La
araña teje sus telas de maravillosas figuras, cuya redondez,
simetría de lados y armonía de conjunto deja atónito al geó
metra, aunque sabemos de cierto que la araña está muy lejos
de conocer eso que los geómetras son incapaces de penetrar.
Las abejas construyen. las celdillas de sus colmenas de figura
exagonal, y no de figura cuadrada, ni circular, ni heptagonal,
ni otra cualquier figura, cabalmente porque la figura exagonal
se distingue de todas las demás por una propiedad, exclusiva
suya, como lo demuestran apodícticamente las razones geo
métricas que siguen:
1.165 1) La figura circular es la más amplia y compren
siva de todas las figuras, por estar exenta de ángulos que
rompan la rectilineidad del contorno; 2) las figuras circula
res, si se agrupan tangentes entre sí, dejan indudablemente
entre ellas intersticios o espacios vacíos; 3) la figura exago
nal es la que, teniendo el menor número de lados, más se
aproxima a la circular en cuanto a amplitud o comprensión de
espacio; 4) todas las demás figuras que, com o la heptagonal,
octogonal y pentagonal se aproximan también a la circular
bajo este respecto, dejan intersticios o espacios vacíos entre
ellas cuando se las agrupa en un conjunto y jamás forman un
todo perfectamente ensamblado, sin solución de continuidad;
5) las figuras cuadradas, si bien es cierto que pueden, a dife
rencia de estas últimas, agruparse entre sí por contigüidad
perfecta, sin embargo, distan muchísimo más que todas de la
amplitud y anchura de las figuras circulares, porque sus án
gulos distan del centro mucho más también.
1.166 Esto supuesto, las abejas necesitan que sus celdi
llas tengan una figura que se aproxime a la circular, a fin de
que holgadamente den cabida a sus cuerpos, que también
son de figura aproximadamente circular o redonda; por otra
670
Algazel
E l justo medio de la creencia
parte, a causa del poco lugar de que disponen en total para
alojarse en la colmena y a causa del gran número de indivi
duos que integran el enjambre, necesitan también no des
perdiciar espacio alguno de los intersticios vacíos que pudie
ran quedar entre las celdillas individuales contiguas y que por
su pequeñez no sirvieran para alojarles. Ahora bien, entre
todas las figuras geométricas, que son infinitas en número, no
hay ninguna que, aproximándose a la circular, tenga esta pro
piedad (es decir, la perfecta contigüidad o ensamblaje mutuo,
sin dejar espacios vacíos entre sus unidades contiguas) más
que la figura exagonal, y por eso ha impuesto Dios com o una
ley al instinto de las abejas la elección de la figura exagonal
en el arte de construir sus colmenas.
Porque, vengamos a cuentas: ¿Es que conocen acaso las
abejas estas sutiles propiedades geométricas de sus celdillas,
que escapan a la penetración de la mayoría de los hombres
inteligentes, o es, por el contrario, que se ven forzadas a acep
tar aquello que les es más conveniente por imposición del
Creador, único Ser a quien la omnipotencia compete, el cual,
sirviéndose ordinariamente de sus criaturas com o medios, es
quien a las abejas dicta sus decretos, que ellas realizan sin co
nocerlos y sin poder para impedirlos? Y cuenta que en las
habilidades artísticas de los demás animales obsérvanse tam
bién otras maravillas de ese mismo género, tantas y tales que
si de ellas trajese yo aquí a colación ahora una pequeña parte
tan sólo, ¡henchidos quedarían de seguro los corazones de los
hombres de la majestad de Dios y de su grandeza! ¡Ah, y
cuán desgraciados son los hombres que andan extraviados del
recto sendero que a Dios conduce y que, ilusionados con su
propio poder, tan limitado, y con sus facultades, tan débiles,
creen, sin embargo, que son copartícipes de Dios en el acto
creador, en el hecho de producir y de innovar tales maravi
llas y prodigios! ¡Atrás, atrás! ¡Las criaturas son seres bien
viles y despreciables! ¡Sólo a Dios, omnipotente señor de
cielos y tierra, es a quien compete la realeza y el imperio!
lanzarse a ciegas en un terrible abismo; la verdad, por lo tan
to, consiste en afirmar que los dos poderes, divino y creado,
concurren a la producción de un solo y el mismo efecto; o
sea, que el acto se atribuye como objeto al poder de dos agen
tes. No resta, pues, más que una dificultad: lo inverosímil
o difícil que es de concebir la coincidencia o concurso simul
táneo de los dos poderes para producir un mismo efecto, pues
si los dos poderes son diferentes entre sí e influyen en el
efecto también de manera diferente, ya no es absurdo, como
demostraremos luego, el concurso simultáneo de ambos para
producir la misma cosa.
1.167
Tales son las horribles consecuencias que forzosa
mente fluyen de la opinión de los motáziles. Y ahora dirige
tus miradas a los teólogos ortodoxos y observa cóm o, ayuda
dos por la gracia de Dios, han atinado con el recto camino y
han acertado a deslizarse entre los extremos viciosos, hasta
dar con el justo medio en lo que se debe creer. Porque, como
ellos dicen, de un lado la doctrina de los fatalistas es absur
da y vana; de otro lado, afirmar que las criaturas crean es
671
1.168 Objeción 2.a— Pero alguien dirá quizá: « ¿ Y qué
razones son las que os llevan a afirmar que el acto sea efecto
de dos agentes?»
Respuesta.— A ello nos mueve una razón apodíctica, que
es decisiva, a saber: que el movimiento libre y el temblor
convulsivo son cosas bien distintas, aunque se suponga que
el temblor sea querido y hasta deseado por el sujeto; ahora
bien, no hay entre ambos movimientos otra distinción que
la que nace del poder. Después de esto, tenemos también la
razón decisiva de que todo ser contingente o posible depen
de de la omnipotencia divina, y todo ser que comienza a exis
tir en el tiempo es contingente; pero el acto del hombre es
algo que comienza a existir; luego es contingente, y, por lo
tanto, si no dependiera de la omnipotencia divina, com o ob
jeto suyo, sería imposible que existiese. Porque nosotros de
cimos: el movimiento libre, en cuanto que es movimiento, es
algo que comienza a existir, es algo contingente, y en esto
es semejante al movimiento convulsivo de terror; luego es
absurdo suponer que uno de estos dos movimientos dependa
de la omnipotencia divina y que, a la vez, esta omnipotencia
divina sea incapaz de influir en el otro, siendo semejante al
primero.
1.169 Más aún, se seguiría de ello este nuevo absurdo:
que si Dios quisiera dejar en reposo la mano del hombre cuan
do éste quisiese moverla, tendría que ocurrir una de dos co
sas: o que existiesen a la vez el movimiento y el reposo o que
ambos dejasen de existir; lo cual equivale, o bien a la con
ciliación simultánea de dos cosas contradictorias (movimien
to y reposo) en el mismo sujeto, o bien a la privación simul
tánea de ambos, y esta última hipótesis, a más de contradicto
1168-1170 A sín P apacios , o .c „ p.149 nt.l; p.159 nt.l,
672
Algazel
ria, implicarla la inutilidad de los dos poderes (el divino y el
humano), pues poder es aquello en cuya virtud se realiza lo
podido, supuesta la voluntad del agente y la aptitud del su
jeto para recibir la influencia activa de éste.
1.170
Y si el adversario cree que el influjo del poder
divino predominaría, por ser más fuerte, sobre el humano,
está en un error, pues el hecho de que un movimiento depen
da de un poder no hace superflua su dependencia de otro
poder, siempre que el resultado útil o producto de ambos po
deres sea la creación o innovación; en efecto, la mayor fuerza
o energía que posee el poder divino estriba en su aptitud
o capacidad para poder otras cosas, además de aquel movi
miento; pero esta capacidad para hacer otras cosas no impli
ca predominio o absorbente influjo respecto del movimiento
de que se trata, ya que el efecto útil, que este movimiento
ha de obtener del influjo de cada uno de los dos poderes, es
sencillamente el convertirse de inexistente en existente, en
creado, en innovado, y la creación o innovación es un acto
siempre igual, en el que no cabe que exista fuerza mayor ni
menor para su realización, ni cabe tampoco, por lo tanto, que
haya predominio de influjo activo en uno de los dos agentes
respecto del otro. En consecuencia, la prueba concluyente de
la necesidad de afirmar los dos poderes, el divino y el hu
mano, es la que nos ha llevado cabalmente a afirmar tam
bién que el acto es efecto de los dos agentes (p .144-151).
1.171
Respuesta.— Esa pregunta versa sobre un punto
ininteligible para los secuaces de todas las escuelas teológicas,
que por eso se extravían. Sólo la ortodoxa y tradicional acer
tó con la verdadera solución. Cuatro son, en efecto, las es
cuelas teológicas sobre este problema:
1.a Unos dicen que el mundo existe por causa de la esen
cia de Dios, la cual esencia no tiene atributo alguno sobre
añadido; y como la esencia es eterna, el mundo lo es tam
bién, pues su relación respecto de la esencia es com o la del
efecto respecto de su causa y la de la luz respecto del sol
y la de la sombra respecto del objeto que la proyecta. Estos
son los filósofos peripatéticos.
2.a Otros dicen que el mundo comenzó a existir en el
tiempo (pero en el momento determinado en que comenzó a
existir, y no en otro anterior o posterior) por causa de un
acto de voluntad divina, temporal, que comenzó a existir res
pecto de Djos, pero el cual acto no subsiste en sujeto alguno,
El justo medio de la creencia
673
y que ese acto es el que exigió o decidió la existencia, del
mundo. Estos son los motáziles.
3.a Otros dicen que el mundo comenzó a existir en el
tiempo por causa de un acto volitivo divino, temporal, pero
que subsiste en la esencia divina. Estos son los que afirman
que Dios es sujeto de realidades temporales.
4.a Otros dicen que el mundo comenzó a existir en el
momento decidido por la voluntad eterna de Dios, pero sin
que su acto volitivo comience a existir en el tiempo y sin que
se altere en nada la eternidad del atributo divino.
1.172
Examina ahora estas cuatro sentencias, comparán
dolas entre sí, y verás que ninguna está libre de dificultades
insolubles, salvo la doctrina ortodoxa (que es la última), cu
yas dificultades pronto se resuelven.
Por lo que toca a los filósofos, ellos afirman la eternidad
del mundo, la cual es absurda, puesto que el efecto repugna
que sea eterno, ya que ser efecto significa que no era y que
después fue; luego si existió desde toda la eternidad junto
con Dios, ¿cóm o pudo ser efecto? Es más, de ahí se segui
ría que las revoluciones de las esferas celestes serían infinitas,
lo cual es absurdo por muchas razones, según se dijo ante
riormente. Además, los filósofos, tras de precipitarse ciega
mente en estas dificultades, no se libran del obstáculo que
ofrece la raíz del problema, que es ésa: ¿Por qué la volun
tad divina se decidió por la creación en un momento deter
minado y no antes ni después, si todos los momentos dicen
relación idéntica respecto de la voluntad? Porque, aun supo
niendo que los filósofos eludieran esta dificultad de la de
cisión de la voluntad divina respecto del momento preciso
para la creación, nunca podrían eludir la que ofrece la de
cisión de la voluntad respecto a las cualidades del mundo, ya
que éste posee una determinada magnitud y posición, y la
inteligencia concibe posibles otras distintas y contrarias, y la
esencia eterna de Dios no guarda relación determinada con
una de estas posibles cualidades del mundo con exclusión de
las demás... (p .168-170).
1172
Santo T om ás ,
II Contra Gentes c.23.
Los filósofos medievales 1
22
674
Algazel
P arte
cuarta
s e g u n d o .— Demostración de la necesidad de la fe
en los dogmas que la revelación consigna y cuya posibilidad
la razón demuestra
C a p ít u l o
1.173 ... Explicada ya esta idea fundamental, volvamos
al asesinato y la muerte. El asesinato significa el acto de cor
tar el cuello. Redúcese, pues, a varios accidentes, a saber:
movimientos de la mano del asesino y de la espada, y a otros
accidentes, a saber: alteraciones en las partes del cuello del
asesinado. Con estos accidentes va unido simultáneamente otro
accidente, que es la muerte.
Ahora bien, si entre el cortar el cuello y la muerte no hu
biese relación alguna de dependencia, no se seguiría de la ne
gación del cortar la negación de la muerte, puesto que ambos
fenómenos serían sólo creados simultáneamente, según el cur
so habitual de la naturaleza, y sin enlace mutuo entre sí; y
claro es que fenómenos de tal condición son iguales a aque
llos otros que alguna vez coinciden simultáneos, pero sin que
su simultaneidad sea habitual.
Mas si el fenómeno de cortar fuese causa y generador del
fenómeno de la muerte y no hubiera otra causa además, en
tonces seguiríase ya de la negación del cortar la de la muerte.
Pero es el caso que nadie discute que la muerte tenga mu
chas concausas, como son las enfermedades y algunas ocultas,
distintas del cortar el cuello. Esto, según la doctrina de los
que admiten la existencia de causas. Luego no se puede se
guir, necesariamente, de la negación del cortar la de la muer
te en absoluto, mientras no se suponga además la negación
de las otras causas.
1.174 Y ahora volvamos a nuestro propósito, y digamos
que aquellos de los ortodoxos que creemos que Dios es el
único y exclusivo agente creador de todos los efectos, sin in
termedio de generación física, y que ninguna criatura puede
ser causa de otra criatura, nosotros decimos que la muerte es
un fenómeno producido por creación exclusiva de Dios, al
1173-1176 A s í n P a la c io s , o .c ., p.335 nt.l; Santo T om ás, III Contra Gen
tes c.69; H. A. W o l f s o n , Nicolaus Autrecourt and Ghazali’s argument againsl
causality: Speculum 44 (1969) 234-238; R. E. A b u Shanab, Ghazali, Berkeley
and Hume on causation: Agora (Potsdara, N. Y.) 2 (1972) 16-23; Hum e, A
Treatise of Human Nature, 1.1, parte 3.a, s.6-14 (C. Fern án dez, L o s filósofos
modernos, n.688-738); M. C ru z H ern á n d ez , Hist. de la pilos, esp. I p.162-165;
Id., La filosofía árabe p.117-120,
El justo medio de la creencia
675
mismo tiempo que el corte del cuello; y por tanto, de la hi
pótesis de no cortar no se sigue, necesariamente, la nega
ción de la muerte, y ésta es la solución verdadera de esta
cuestión. En cambio, los que creen que el cortar es la causa,
fundados en que ven el cuerpo sano y ausencia de toda señal
exterior de muerte (antes del cortar), ésos creen que, suprimi
do el cortar, y supuesto que no existe allí otra causa, es for
zoso negar el efecto, ya que se niega la existencia de todas
las causas. Esta creencia es fundada y verdadera, siempre que
sea verdadera también la doctrina de la causalidad, y supues
to, además, que no haya más causas que aquellas cuya au
sencia es conocida.
1.175
Por donde se ve que esta cuestión exige discu
sión más prolija de lo que pueden sospechar la mayoría de
los que en ella se engolfan. Así, pues, conviene buscar su
solución únicamente por el método que he mencionado, y que
estriba en afirmar la omnipotencia universal de Dios y en ne
gar la causalidad física. Sobre estos fundamentos queda esta
blecido que el asesinado debe decirse que ha muerto con oca
sión del asesinato, ya que esa palabra, «ocasión», significa el
momento en el cual Dios ha creado su muerte; y esto, lo
mismo cuando el fenómeno simultáneo de la muerte ha sido
el corte del cuello, como cuando lo es otro fenómeno cual
quiera, v.gr., el eclipse de luna, la caída de la lluvia, o sin
que ninguno de estos fenómenos acaezca simultáneamente con
la muerte. Y es que, a juicio nuestro, todos esos fenómenos
son meramente simultáneos y no enlazados entre sí por in
flujo mutuo de causalidad eficiente. Lo único que hay es que
ese enlace de mera simultaneidad, que existe entre ellos, se
repite ordinaria y habitualmente entre algunos, mientras que
entre algunos otros no se repite ya su simultáneo enlace ha
bitualmente. Es claro que la muerte es un fenómeno físico
que tiene su explicación natural en el hecho de que todo or
ganismo viviente posee una determinada capacidad o ener
gía vital, en cuya virtud, si se le abandona a sí mismo, se
guirá viviendo hasta un determinado momento de tiempo;
ahora, si accidentalmente ese organismo se corrompe o des
truye antes de tal plazo, su muerte entonces será una precoz
anticipación, respecto de la mayor duración a que la natura
leza de aquel organismo tenía derecho. En estos casos, la
ocasión de la muerte es el momento en que la vida hubiera
terminado espontáneamente, por agotamiento de su energía
natural.
676
Algazel
La destrucción de los filósofos
1.176 Es como si se dice, por ejemplo, que la pared du
rará cien años, atendida la solidez de su construcción, pero que,
esto no obstante, puede ser destruida ahora mismo por medio
de la piqueta. La ocasión será, en este ejemplo, el término na
tural de la duración que a la pared corresponde por su solidez
y fortaleza propia. Por consiguiente, si se la derriba a golpes,
ya no cabrá decir que se ha derruido con ocasión de llegarle
su plazo, es decir, por sí misma; en cambio, si sus partes se
han ido desmoronando y cayendo, sin intervenir fenómeno
alguno extrínseco a su naturaleza, ya entonces se podrá decir
que se ha derrumbado con casión de llegarle su plazo (p.332335).
dos cosas son tan perfectamente distintas que la una no es la
otra; la presencia de la una no arguye la de la otra, ni la
desaparición de una exige la de la otra; tampoco la esencia
de una es, por necesidad, esencia de otra, ni la aniquilación
de una es aniquilación de otra.
L A D E STRU CCIO N D E LOS F IL O SO FO S
C u e s t ió n
X V II
Falsedad de la doctrina peripatética sobre la imposibilidad
de la derogación de las leyes naturales
1.177 Tal es la opinión de los filósofos en cuanto a los
milagros. Nosotros nada negamos de lo que han dicho, ni tam
poco que esas tres facultades o virtudes sean privativas de
los profetas. Lo único que negamos es esa restricción final
que hacen, al decir que es imposible la transmutación del
bastón en serpiente, la resurrección de los muertos y otros
milagros semejantes.
Por esto nos vemos obligados a tratar extensamente so
bre estos milagros, ya para demostrar su real existencia, ya
con otro fin además, es a saber, para defender el fundamento'
en que los muslimes se apoyan al atribuir a Dios la omnipo
tencia absoluta. Penetremos, pues, en lo más hondo de este
problema.
1.178 El enlace entre lo que habitualmente se cree ser
causa v lo que se toma com o efecto no es un enlace absolu
tamente necesario, a nuestro juicio; antes al contrario, estas
1177-1198 M atid F akhry . Islamic Occaüonalhm and its Critiaue by Averroes
and Aquinas (London 1958) p.56-82: R. A. A bu Sh an ab , Ghazali, Berkeley
and Hume on causation: Agora (Pntsdam. N. Y.) 2 (1972) 16-23; H. A. W olf s o n . Nicolaus of Autrecourt and Ghazali’s argument against causality: Speculum
44 (1969) 234-238.
1Í77 F akhry , o .c .. p.50.60; A s ín P a l a c io s , o .c ., p.329 nt.2; Santo T om ás ,.
III Contra Gentes c.69.
1178 F akhry , o .c ., p.60.
677
1.179 Así, por ejemplo, el apagarse la sed y el beber, la
saciedad y la comida, la combustión y el contacto del fue
go, la luz y la salida del sol, la muerte y la degollación,
la curación y la toma del medicamento, la diarrea y la toma
del purgante y, en general, todas las cosas que aparecen visi
blemente enlazadas en medicina, astronomía, artes y oficios,
es cierto que su enlace ha sido de antemano establecido por
la omnipotencia divina, al crearlas a manera de dos cosas que
van paralelas; no porque vayan unidas necesariamente, por su
naturaleza, sin ser susceptibles de separación; antes por el
contrario, pudo Dios, en sus decretos, decidir crear la hartura
sin el comer, y la muerte sin la ruptura de la nuca, o la con
tinuidad de la vida, a pesar de la ruptura, y así en los demás
casos.
1.180 Esto es lo que los filósofos niegan sea posible, ca
lificándolo de absurdo. Su discusión sería excesivamente pro
longada si la extendiéramos a todos los casos expuestos. Nos
ceñiremos, pues, a uno solo de los ejemplos citados, prescin
diendo de los demás, a fin de no alargar el razonamiento.
Este ejemplo será la combustión del algodón, puesto en
contacto con el fuego. Nosotros tenemos por cierto que pue
de ocurrir este contacto, sin que se siga la combustión, así
como creemos posible que suceda lo contrario, es decir, la
conversión del algodón en cenizas quemadas sin haber existi
do dicho contacto con el fluego. Ellos— los filósofos— recha
zan tal posibilidad.
Varios son los argumentos en que tratan de apoyarse.
1.181 I. Consiste en decir que «la causa de la combus
tión es el fuego únicamente, y que es causa por necesidad de su
esencia, forzosamente, ya que no le es posible perder lo que es
su naturaleza, una vez puesto en contacto con algo combus
tible».
Esto es lo que yo niego, diciendo que la causa de la com
bustión del algodón, de su descomposición y transformación
en pavesas y ceniza es el Altísimo, ya por medio de los án
geles, ya inmediatamente, y que el fuego es un cuerpo sin
eficiencia alguna.
678
Algazel
El argumento con que ellos prueban que éste es causa ca
rece de fuerza, pues consiste en decir que «la vista nos ates
tigua que acaece la combustión en cuanto hay contacto con
el fuego».
1.182 Cierto que el testimonio de los sentidos prueba
que la combustión acaece al tiempo del contacto, pero no
prueba que acaezca por causa de él, ni que no sea otra la
causa.
1.183 Es, en efecto, incontestable que el espíritu vital
y las potencias aprehensivas y motrices que en el semen de
los animales existen no son engendrados, precisamente y sólo,
de las cuatro cualidades físicas, es decir, del calor, frío, hume
dad y sequedad. Y , sin embargo, nadie pone en tela de jui
cio que el padre es la causa del hijo, por virtud de la depo
sición del semen en el útero, aunque él no sea causa ni de
su vida, ni de su vista, ni de su oído, ni de ninguna otra
de las facultades espirituales que en el hijo existen. Es de
cir, que esas facultades espirituales existirán desde el momen
to en que el padre deposita el semen en el útero; pero no
diremos por esto que existen a causa de esa deposición; an
tes por el contrario, debemos decir que existen dependientemente de Dios, el cual las produce, ya inmediatamente, ya
por medio de los ángeles encargados de esas generaciones.
Y ésta es doctrina corriente, que los filósofos todos admiten
com o cierta, al hablar de Dios como agente del universo.
1.184 Aunque la discusión de este punto ha quedado ya
suficientemente esclarecida, haciendo ver que la mera coexis
tencia de dos fenómenos no prueba que el uno sea causa del
otro, sin embargo, vamos todavía a ilustrarlo con un ejem
plo. Supongamos un ciego de nacimiento, que lo fuese por
tener cataratas en los ojos, y el cual no hubiese jamás oído
hablar a los hombres de la diferencia que existe entre el día
y la noche. Si a este ciego se le batiesen las cataratas siendo
de día y abriera sus párpados y viese los colores, opinaría
que el fenómeno de percibir las especies sensibles de los co
lores había sido producido en sus ojos por causa de haberlos
abierto; y, en consecuencia, creería que, siempre y cuando
tuviese él los ojos sanos y abiertos, sin velo alguno que los
cubriera, si enfrente de sus ojos se ponía un objeto singular
dotado de color, seguramente se seguiría, de un modo nece
1182
F ak h ry,
o.c., p.61.
La destrucción de los filósofos
679
sario, el acto de ver. Sólo se convencería de que no eran
suficientes esas condiciones cuando, al ponerse el sol y oscu
recerse la atmósfera, advirtiese que la luz del sol había sido
la causa de la impresión de los colores en el sentido de la
vista.
1.185 Ahora bien, ¿en qué otra cosa funda el adversa
rio su fe para afirmar que en los principios constitutivos de
los seres existen causas eficientes y ocasionales que producen
los fenómenos al ponerse en contacto unos con otros, sino
en que esos principios subsisten sin dejar de existir, y en que
no son cuerpos que, como el sol, se muevan y desaparezcan
o se oculten? Si desaparecieran o se ocultasen, seguramente
que advertiríamos la separación entre el fenómeno que to
mamos como efecto y el que consideramos causa, y compren
deríamos que allí hay otra causa, tras de la que nos atesti
guan los sentidos.
H e aquí, pues, una observación a la que los filósofos nada
pueden objetar, según sus mismos fundamentos.
1.186 Por eso están unánimes los más eximios de ellos
en afirmar que esos accidentes y fenómenos, que acaecen al
verificarse el contacto entre los cuerpos o cualquiera otra de
las demás relaciones entre éstos, emanan tan sólo del donator
formarum, el cual es uno o varios ángeles. Y así llegan a de
cir que de dicho donator formarum procede hasta la impre
sión de las formas de los colores en el ojo; y que la salida del
sol, la pupila sana y el objeto corpóreo dotado de color son
únicamente disposiciones y preparaciones para que el sujeto
reciba aquellas formas. Y esto lo generalizan respecto de to
dos los fenómenos.
De donde resulta que es vana la pretensión del que sos
tenga que el fuego es causa de la combustión, el pan de la sa
ciedad, el medicamento de la salud, y así de las demás causas.
1.187 II. La discusión se entabla ahora con aquellos
filósofos que ya conceden el que esos fenómenos emanen de
dichos principios; pero, esto no obstante, sostienen que la
preparación del sujeto para recibir las formas acaece por vir
tud de esas causas que vemos presentes. Es decir: los fenó
menos proceden de dichos principios por dependencia nece
saria, por naturaleza, no deliberada y libremente; así, por
ejemplo, la luz procede del sol; mas los sujetos se diversifi
can, en cuanto a su aptitud para recibir las formas, tan sólo
por la diversidad de su disposición. En efecto, el cuerpo pu-
680
681
Algazel
La destrucción de los filósofos
limentado recibe los rayos del sol y los refleja tan perfecta
mente, que llegan a iluminar a otro punto; en cambio, el ba
rro no admite los rayos del sol. La atmósfera no pone obs
táculo al paso de los rayos solares; pero sí la pone la piedra.
Unas cosas se ablandan al sol, mientras que otras se endure
cen. Unas se blanquean, como la ropa del lavandero, mientras
que otras, como la propia cara de éste, se ennegrecen con la
luz del sol. Ahora bien, en este ejemplo se ve que el principio
es uno mismo; y, sin embargo, produce influencias diversas,
por causa de la diferente preparación del sujeto.
haya convertido en un muchacho imberbe, inteligente y libre,
o en un animal. Y al revés, si dejó un muchacho, es posible
que se haya convertido en un perro; o si dejó cenizas, que se
conviertan en almizcle; o que se convierta el oro en una pie
dra, y recíprocamente. Y así, cuando a ese tal se le pregunte
por cualquiera de esas cosas, forzosamente habrá de respon
der: ‘ ¡N o sé lo que ahora habrá en casa! Sólo puedo decir
que dejé en ella un libro; pero quizá sea ahora un caballo
que esté ensuciando la biblioteca con sus orines y excremen
tos’ . O responderá diciendo: ‘Y o dejé en casa una jarra de
agua; pero ahora ya quizá se habrá convertido en un manza
n o’ . Porque, si Dios puede hacer toda cosa, y no es de ne
cesidad del caballo el ser producido de semen, ni de necesi
dad del árbol el nacer de una semilla, más aún, si no es de
necesidad de ambos el ser producidos de cosa alguna, quizá
Dios cree seres que jamás hayan existido anteriormente.
1.188 Así, pues, los principios del ser están exuberantes
de todo aquello que de ellos procede y emana sin obstáculo
ni parsimonia; la limitación nace únicamente de los sujetos,
es decir, de su aptitud mayor o menor. Y si esto es así, siem
pre que supongamos al fuego dotado de su virtud natural, y
supongamos también dos algodones que sean en un todo se
mejantes por razón de su igual aptitud para recibir el fuego,
¿cóm o podrá suceder que el uno se queme y el otro no, su
puesto que allí, es decir, en el fuego no existe elección libre?
Y en este sentido niegan los filósofos que Abrahán cayese en el
fuego sin que hubiera combustión y sin que dejase de ser fuego
el fuego; porque pretenden que «eso no es posible, sino pri
vando del calórico al fuego (para lo cual sería preciso que el
fuego dejase de ser tal), o con virtiendo la esencia de Abrahán
y su cuerpo en piedra o en otra cosa, en la cual no hiciese
efecto el fuego, Pero esto no es posible; luego tampoco
aquello».
1.189 Respuesta.— Contestaremos de dos maneras. Pri
mera manera. No concedemos que los principios del ser no
obran con libre elección, ni tampoco que Dios no obra con vo
luntad.
1.190 Pero se me dirá: «Esto nos llevaría a admitir ab
surdos repugnantes; porque, si se niega el enlace necesario
entre los efectos y sus causas, y se refiere ese enlace a la vo
luntad de su Creador, com o el modo de obrar esa voluntad
no es uno sólo singular y determinado, sino que puede ser de
varias particulares especies, podrá muy bien ocurrir que cual
quiera de nosotros tenga delante de sí fieras voraces, devoradores incendios, montañas altísimas o enemigos armados y
dispuestos para matarle, y que, sin embargo, no los vea, por
que Dios no haya creado para él la visión. Podría igualmente
suceder que uno deje en su casa un libro, y, a su vuelta, se le
1.191 Pero hay más: supongamos que vemos por pri
mera vez a un hombre cualquiera. Si nos preguntan: ¿Este
hombre ha sido engendrado?, reflexionaremos y diremos: P o
sible es que alguna fruta de las que hay en el mercado, se
haya convertido en hombre, y sea éste precisamente. Porque
si puede Dios hacer todo lo que sea posible, com o eso lo es,
no hay otro remedio sino contestar en esa forma. Y he aquí
algo de lo mucho que podría escribirse sobre el asunto en
cuestión.»
1.192 Respuesta a la réplica.— Concedo que se siguieran
todos esos absurdos, si constase que lo posible es aquello cuyo
no-ser repugna que el hombre lo conciba. Pero nosotros no
tenemos duda alguna respecto de todos esos casos que habéis
citado; porque Dios crea en nosotros la idea de que no rea
lizará esas cosas posibles. Ni las llamamos necesarias, sino con
tingentes, es decir, que pueden acaecer y pueden no acaecer.
Pero, no obstante esa su esencial contingencia, la habitual re
petición de ellas, una vez tras otra, hace que se arraigue en
nuestros espíritus la idea de que acaecerán en lo sucesivo, se
gún han acaecido habitualmente en el tiempo pasado. Y esta
idea queda tan arraigada, que nos es imposible desarraigarla.
1.193 Más aún: nadie negará que un profeta puede sa
ber, por los procedimientos que los mismos filósofos han enu
merado, que fulano regresará mañana de su viaje. Ahora bien,
ese regreso es una cosa contingente; y, sin embargo, el pro
682
683
Algazel
La destrucción de los filósofos
feta sabe que no acaecerá eso que es posible que acaezca. De
igual modo se nota en la gente ignorante; todo el mundo sabe
que esa gente, ni conoce el oculto sentido de las cosas, ni al
canza las verdades del orden inteligible, sin enseñanza. Y , a
pesar de esto, nadie niega que se pueda robustecer su alma
y la perspicacia de sus facultades, hasta el punto de que lle
gue a percibir lo que perciben los profetas. Y esto, porque se
reconoce y confiesa que es posible, aunque se sabe muy bien
que eso que es posible no acaecerá. Mas, si Dios interrum
piese el curso habitual, haciendo que sucedieran esas cosas
posibles que sabemos no acaecerán, desaparecería de nuestra
inteligencia esta idea en aquel mismo momento en que se in
terrumpiese el curso habitual; y Dios no crearía entonces en
nosotros esa idea.
De consiguiente, no hay dificultad alguna en que una cosa
sea posible respecto de los decretos divinos y que Dios haya
determinado, en su sabiduría eterna, que no la producirá de
hecho en algunos tiempos, a pesar de su posibilidad, y que
cree en nosotros la idea de que no la producirá en aquel de
terminado momento.
1.195 Ahora bien, todo el que no haya presenciado un
espectáculo semejante, lo negará. Pues el negar el adversario
que sea posible la existencia de alguna propiedad en el fuego
o en el cuerpo, la cual impida la combustión, es igual que el
negar ese del talco, porque no se ha presenciado. Entre las
infinitas cosas que Dios puede hacer, hay muchas extraordi
narias y maravillosas que no hemos visto con nuestros propios
ojos en su totalidad; pero no por esto hemos de negar que
sean posibles, ni menos debemos resolver de plano que sean
imposibles.
1.194
Segunda manera de responder a la objeción, vin
dicándonos, al mismo tiempo, de esas infundadas imputacio
nes.— Concedemos de buen grado que el fuego ha sido crea
do con tal natural condición, que cuando dos algodones se
mejantes se ponen en contacto con él, a ambos los quema
igualmente, sin diferencia, si es que los dos algodones son per
fectamente y en todo semejantes. Mas, a pesar de esto, cree
mos posible que caiga una persona en el fuego y no se queme;
y esto, ya por alterarse la natural condición del fuego, ya por
variar la propiedad natural de la persona. Es decir, creemos
posible que Dios o los ángeles produzcan en el fuego una nue
va propiedad que aminore en su sustancia el calórico hasta
tal punto, que éste no pase al cuerpo de la persona; pero que,
no obstante, permanezca en el fuego su calórico propio, es
decir, que la esencia del fuego no pierda su quididad, aunque
no llegue el calor a producir sus efectos en el cuerpo de la
persona. O también creemos posible que Dios engendre en el
cuerpo de la persona una propiedad tal, que, sin dejar de
ser dicho cuerpo un compuesto de carne y huesos, estorbe o
impida la influencia o impresión del fuego. Vemos, en efecto,
que si uno se frota con talco, aunque luego se siente sobre un
horno ardiendo, no experimenta los efectos del fuego.
1.196 Y ahora, viniendo a nuestro propósito: La resu
rrección de un muerto o la conversión de un palo en serpien
te son cosas posibles de esa misma manera. Y es que la ma
teria es susceptible de transformarse en cualquier cosa. La
tierra y los otros elementos se convierten en vegetales; éstos
en sangre, al ser comidos por el animal; la sangre en esper
ma; y al depositarse ésta en la matriz, se engendra un animal.
Ahora bien, estas transformaciones se realizan ordinariamente
en un largo período de tiempo; pero, ¿por qué estima im
posible el adversario que Dios tenga decretado el que la ma
teria pase por todos esos ciclos de transformación en un es
pacio de tiempo más breve del que vemos? Y siendo posible
que esto ocurra en un espacio de tiempo más breve, aunque
no lo reduzcamos al mínimo tiempo, podrá Dios apresurar la
actividad de las fuerzas físicas y resultará así el milagro del
profeta.
1.197 Réplica.— «Pero ¿de dónde provendrá ese milagro?
¿Del mismo p r o f e t a o de algún otro principio utilizado
por é l?»
Respuesta.— Y aquellos otros milagros que, según vos
otros, se producen por virtualidad del alma del profeta, v. gr.,
la lluvia, los rayos y el terremoto, ¿provienen de él mismo
o de algún otro principio? Porque tanto motivo tengo yo
para preguntaros, com o vosotros para preguntarme a mí acer
ca de esto. Lo más discreto y razonable, para vosotros y para
mí, es atribuir unos y otros milagros a Dios, que los produce,
ya inmediatamente, ya mediante los ángeles. Sin embargo, al
llegar el momento preciso en que se ha de realizar el milagro,
el profeta pone entonces en él toda su atención y determina
el orden más oportuno en que conviene se manifieste, a fin
de armonizar el milagro con los designios de Dios, es decir,
con el orden sobrenatural. Y esto es lo que decide que el mi
684
Algazel
La destrucción de los filósofos
lagro acaezca en aquel momento determinado. De modo que
la cosa es meramente contingente, en sí misma considerada;
su principio eficiente, Dios, la produce por su parte con toda
generosidad y liberalmente, es decir, sin poner límites; pero,
esto no obstante, sólo emana o procede de El, cuando la ne
cesidad decide que exista, cuando más conviene que acaezca,
esto es, cuando el profeta necesita del milagro para confirmar
su misión divina.
1.200 Más aún, el hombre, en cuanto inteligible, incluye
en su concepto a todos los hombres que es posible existan en
lo futuro, y aunque supongamos que desaparezcan todos los
hombres, siempre concebimos subsistente en el entendimiento
la quiddidad esencial del hombre, desnudo de todas esas pro
piedades singulares. Y esto que sucede con el hombre ocurre
igualmente con todo objeto que los sentidos perciben como
singular: de él resulta para el entendimiento la percepción de
la quiddidad de aquel mismo singular objeto, pero universal
y desnuda de toda materia y situación. Cabalmente de aquí
nace la división de los atributos de todo objeto singular en
dos grupos: atributos esenciales, com o la corporeidad respec
to del árbol y el animal y la animalidad respecto del hombre,
y atributos accidentales, como la blandura y la longitud res
pecto del hombre y del árbol.
1.198
Esta doctrina es, además, consecuencia necesaria
del sistema mismo de los filósofos. No pueden menos de ad
mitirla, desde el momento que otorgan al profeta virtudes
o propiedades especiales y privativas, distintas de las ordina
rias que poseen los demás hombres. Porque, no siendo la
razón humana capaz de fijar los límites hasta los cuales se ex
tiende la esfera de acción de aquellas virtudes o propiedades
privativas de los profetas, es irracional negar la posibilidad
y existencia de un milagro, cualquiera que sea, con tal que la
revelación nos diga que hay que darle crédito, y supuesto que
su noticia haya llegado hasta nosotros por una tradición no
interrumpida de testigos dignos de fe (p .329-336).
C u e s t ió n X V III
Los peripatéticos son incapaces de demostrar apodícticamente,
por las solas fuerzas de la razón, esta tesis, a saber: «E l alma
humana es una sustancia espiritual, que subsiste en sí misma,
que no es cuerpo ni informa al cu erp o...»
1.199
Prueba 10.— «La potencia intelectual percibe los
universales comunes inteligibles, que los mutakallimun deno
minan estados o categorías. Es decir, que, al mismo tiempo
que los sentidos perciben a una persona humana singular y
concreta, el entendimiento percibe al hombre en abstracto, que
no es aquel hombre particular visto. En efecto, lo que los sen
tidos perciben está en un lugar particular, tiene un color de
terminado, una determinada extensión y una situación con
creta; en cambio, el hombre inteligible es absoluto, abstrac
to, exento de todas esas condiciones; pero incluye en sí todo
cuanto significa la palabra hombre, por más que no tenga ni
el color, ni la extensión, ni el aspecto, ni la localización par
ticular propias del hombre que hemos visto.
685
1.201 Según esto, resulta que todo lo que percibimos
como no singular, y que, por tanto, es universal, libre de las
circunstancias accesorias y sensibles, es ya un objeto inteligi
ble que está impreso en el entendimiento. Este universal in
teligible no puede decirse dónde está, no tiene situación ni
cantidad determinada. Luego, una de dos: o esta exención de
toda situación y de toda materia, que al universal caracteriza,
es debida al objeto del cual ha sido tomado el universal, o hay
que atribuirla al sujeto que ha tomado el universal. Lo pri
mero es imposible, porque el objeto singular del cual ha sido
tomado el universal está dotado de situación, lugar y canti
dad. Luego debe atribuirse la abstracción al sujeto, que es el
alma intelectiva. Luego el alma intelectiva debe también ser
algo exento de situación, hecceidad, y cantidad, porque de lo
contrario, es decir, si se atribuyen al alma esas condiciones in
dividuales, también deberán atribuirse al universal que en ella
reside.
1.202 Refutación.— La idea universal, que vosotros de
finís com o algo subsistente en el entendimiento, no puede ad
mitirse. No subsiste en el entendimiento sino lo que subsiste
en el sentido. La única diferencia entre la idea intelectual y la
sensible es que en el sentido subsiste collective, porque el sen
tido no es capaz de analizar su objeto, y, en cambio, el enten
dimiento puede realizar ese análisis. Una vez realizado ese
análisis por el entendimiento, el concepto resultante, aunque
separado ya y exento de las circunstancias, individuales, conti
núa todavía siendo tan particular como el mismo concepto
686
687
Algazel
La destrucción de los filósofos
sensible que estaba determinado por dichas circunstancias. Lo
que sucede es que el concepto subsistente en el entendimien
to es análogo al objeto singular entendido y a todos sus se
mejantes, y tan sólo por eso se le denomina universal, en ese
sentido.
ra deXella en el color y en las dimensiones; por tanto, no es
precisa una imagen nueva para representar aquello en que
ambas convienen, sino que basta con la imagen ya existente,
la cual es idéntica para ambas; mas sí que hace falta nueva
imagen para representar aquello en que la segunda difiere de
la primera.
1.203 Más claro: en el entendimiento existe una especie
o imagen del mismo objeto entendido y aislado, que primera
mente percibió el sentido. Esa imagen representa no sólo a
ese objeto, sino igualmente a todos los demás individuos se
mejantes, que aún no han sido percibidos por el sentido. De
aquí resulta que, si vemos a otro hombre, no nacerá en el en
tendimiento otra imagen nueva para representarlo, com o na
cería si viésemos un caballo después de haber visto un hom
bre: en este último caso nacerían dos imágenes distintas.
1.204 Ahora bien, esto .mismo ocurre en los sentidos. Si
uno ve el agua, le sobreviene a su fantasía una imagen; si
luego ve la sangre, le sobreviene otra imagen distinta. Pero
no sucede lo mismo si ve otra agua distinta de la primera,
porque entonces la imagen del agua, impresa ya en su fanta
sía, representa a la que ha visto de nuevo, la cual es seme
jante a la primera, aunque distinta numéricamente, y repre
senta también a todos los demás individuos de la misma na
turaleza. Y en este sentido es como se cree que aquella ima
gen es universal.
1.205 Igualmente, pues, cuando uno ve una mano, so
breviene a su fantasía y a su entendimiento la imagen de la
determinada disposición de sus partes, unas junto a otras, es
decir, la extensión de la palma, la división de los dedos y la
terminación de éstos por las uñas, y además le sobreviene
también la imagen de su pequeñez, de su magnitud, de su co
lor, etc. Si después ve otra mano, en un todo semejante a la
primera, no nacerá otra imagen en el entendimiento, como
tampoco influirá nada esta segunda visión para que en la fan
tasía se produzca algo nuevo; ya lo hemos visto en el ejem
plo del agua, tratándose de un mismo líquido, de un mismo
vaso y de una misma cantidad. En cambio, supongamos que
ve otra mano diferente de la primera en el color y en las di
mensiones. En este caso, se producirá en el entendimiento
una imagen nueva, representativa del color nuevo y de las nue
vas dimensiones; pero no se producirá imagen nueva de la
mano, porque la mano pequeña y negra conviene con la mano
grande y blanca en la disposición de sus partes, aunque difie
1.206 En este concepto debe interpretarse la universali
dad de las imágenes, lo mismo para el entendimiento que para
los sentidos. El entendimiento, cuando ha percibido el cuer
po orgánico del animal, no necesita ya recibir del árbol una
imagen nueva que le represente su corporeidad, como tampoco
necesita formar la fantasía dos imágenes para representarse el
agua en dos momentos distintos. Y dígase lo mismo respecto
de todas las cosas semejantes.
De donde resulta que la tesis de que el universal está ab
solutamente exento de situación no es razón suficiente para
decidir, ya que el entendimiento es también una realidad exen
ta de esas condiciones propias de la materia, com o lo es Dios.
1.207 La abstracción de la materia, que caracteriza al
universal, no procede, pues, del entendimiento. Ya se ha vis
to en la demostración anterior. Y que proceda del objeto in
dividual, del cual decís que se toma, tampoco es cierto; por
que el objeto individual es material, y percibido, por lo tanto,
del mismo modo que existe en la realidad (p .369-372).
Comentario de la «M etafísica» de A ristóteles
(IB N -R O C H D )
AVERROES
(1 1 2 6 -1 1 9 8 )
O b r a s p r in c ip a le s :
Yaw äm i' (Comentarios menores al Organon
de Aristóteles (1 1 5 9 ?]); K itab al-YawarnA-l-Sigär (Comentarios meno
res a la Física, D e cáelo et mundo, de Generatione et corruptione, in
lib. M eteorologicorum , D e anima, Metafísica, de Aristóteles [1 1 5 9 ]);
K it ib al-Talj.s (Comentarios medios a la Isagogé de Porfirio [1 1 6 8 ]);
al Organon, a la Física, al D e cáelo et mundo, a D e Generatione et
corruptione [1168-1175]); al D e anima (1173?); a la Metafísica (1174);
a la Etica nicomaquea (1177); Dam ma, o Carta a un amigo sobre
la ciencia de D ios (1179?); Fa?l al-Maqäl (Doctrina decisiva y funda
mento de la concordia entre la revelación y la ciencia) (1179?); K aspanManahiy (Libro de la exposición de los caminos que conducen a la
demostración de los artículos de la fe) (1179-1180); Tafsir f -l-Kitäb
al-Burhan (Comentario mayor a: los Segundos Analíticos [1 1 8 0 ? ]; a la
Física [1 1 8 6 ]; a D e cáelo et mjindo [1 1 8 8 ? ]; al D e anima [1 1 9 0 ?];
a la Metafísica [1 1 9 0 ? ]); Talps de la República de Platón (1194);
T a h ifu t al-Tahäfut (Destrucción de la «Destrucción de la filosofía»
de Algazel) (1180?).
E d i c i o n e s c i t a d a s : A verroes, Com pendio de Metafísica, texto árabe,
con traducción y notas de C. Q u i r ó s R o d r í g u e z (Madrid 1919).
Fa?l al-Maqäl o Doctrina decisiva y fundamento de la concordia en
tre la revelación y la ciencia, traducción y notas de M . A l o n s o , S. J., en
Teología de A verroes (Estudios y D ocumentos) (Madrid-Granada 1947)
p .149-199.
KeSfc an Manahiy (Libro de la exposición de los caminos que con
ducen a la demostración de los artículos de la f e ), traducción y notas de
M . A l o n s o , S.J., o.e., p.203-353.
A verroes Cordubensis Commentarium magnum in A ristotelis «D e
anima» libros recensuit F. S t u a r t C r a w f o r d (Cambridge, Mass., 1953).
Trad. del editor.
B i b l i o g r . g e n .: M . C r u z H e r n á n d e z , Historia de la Filosofía espa
ñola. Filosofía hispano-musulmana I I (Madrid 1957) p.7-248 (Bibliogr.
p.28-30); I d ., La filosofía árabe (Madrid 1963) p.251-351 (Bibliogr. p.351355); M . A l o n s o , S.J., Teología de A verroes (Estudios y Documentos)
(Madrid-Granada 1947), Prólogo, p .13-145; Bibliogr., p.5-11; S. v a n
d e n B e r c h , D ie Epitom e der Metaphysik des A verroes, übersetzt und mit
einer Einleitung versehen, Nachdr. der Ausg. 1924 (Leiden 1970);
M . H o r t e n , D ie Metaphysik des A verroes, nach dem Arabischen über
setzt und erläuter, Frankfurt a. M . 1960, unveränd. Nachdr.; esp. p.2082 2 3 ; H . I r v y , Towards a unified view o f A verroes philosophy: Phil. F.
4 (1972-1973) 124-160; D . G o n z a l o M a e s o , A verroes y Maimónides, dos
glorias de Córdoba (Paralelo): Miscelánea de Estudios Arabes y hebrai
cos 16 y 17 (1967-1968) 139-164; M. A . B e r t m a n , Philosophical elitism:
the exem ple o f A verroes: Phil. Jahrb. 8 (1971) 115-127; E. G i l s o n , La
Philosophie au moyen agen, 2.a éd. (Paris 1947) p .358-367; Z . K u r s e W iccz, La conception averroiste de Vhomme: Akt. X I V Kongres. intern.
689
Philos. V (W ien 1968) p.492-495; F. C u n n i n g h a m , S.J., A verroes vs.
Avicenna on being: N ew Scholast. 48 (1974) 185-212; A . L. I u r y ,
A verroes on intellection and conjunction: Journ. amer. or. Soc. 86 (1966)
76-85; R. R e y n a , On the Soul: a philosophical exploration of the active
intellect in Averroes, Aristotle and Aquinas: Thomist 36 (1972) 131-149;
I. M a d k o u r , La place d'Al-Farabi dans l’école philosophique musulmane
(Paris 1934) p.109-115.164-168; S. G ó m e z N o g a l e s , Problèm es méta
physiques autour du «Tahafut al-Tahafut» d ’A verroes: Actes du
X I V Congrès intern. de Philos., III (W ien 1968); M . C r u z H e r n á n
d e z , El averroísmo y el origen medieval del espíritu laico: Rev. de O c
cidente 91 (1970) p.26-37.
C O M E N T A R IO M E N O R DE L A M E T A F IS IC A D E A R ISTO TE LES
(Compendio de metafísica)
LIBRO I
1.208 39. Esto fue lo que indujo a creer a Avicena
que lo uno numérico designaba sólo un accidente de la sus
tancia y de las demás cosas separadas (por el concepto de
unidad), no siendo posible que designara la sustancia de la
cosa, o lo que es lo mismo, que denotara una separación que
no añadiese algo [accidental] al concepto de sustancia. Y es
que se figuraba que, una vez concedido que lo uno denota
una separación que fuera accidente en el accidente y sustan
cia en la sustancia, el número se compondría de accidentes
y sustancias y no estaría incluido en la categoría de cantidad,
lo que sería absurdo. «Además— decía— , de suponer que no
designa [la unidad] más que la sustancia, se seguiría otro ab
surdo, consistente en que las sustancias se sustentasen en los
accidentes, pues no siendo bajo este supuesto, ¿cóm o podre
mos decir de un accidente determinado que es u n o?» Su error
parte precisamente de haberse fijado en la significación vul
gar de lo uno, lo que le llevó a creer que las separaciones
y unidades de las cosas eran accidentes en los seres separados
[por el concepto de unidad], como explicaremos más [par
ticularmente] cuando tratemos de la unidad y de la multipli
cidad.
1.209 60. La materia tiene varios grados. Uno lo cons
tituye la materia prima, que es informe. Otro grado lo cons1208-1246
p.X XX III-XX XIX .
Filos, hispano-musulmana II p.ll4ss.; Id., La filo*
¡ofía árabe p.289s.; H. H o r t e n , Die Metaphysik des Averroes... p.23 nt.l;
1208
Q u ir ó s ,
C ru z
Q u ir ó s ,
o .c .,
H ern á n d ez,
o .c ., p .3 7
nt.l.
A verroes
Comentario de la « Metafísica» de A ristóteles
tituye la materia dotada de formas, cosa que tiene lugar en
los cuatro elementos, que son la materia de los cuerpos com
puestos. Esta clase de materia es de dos especies: una, que
equivale a ese estado [de la materia] que acabamos de men
cionar, caracterizado por el hecho de no desaparecer totalmen
te la forma primitiva cuando sobreviene otra, sino que la for
ma de la materia existe en ella como algo intermedio, según
se ha demostrado en el Libro de la generación y de la corrup
ción. La segunda especie está constituida por la materia, en
la cual subsiste la forma de la materia al advenimiento de
otra forma; tal es la disposición, existente en algunos cuer
pos de partes homogéneas, para recibir el alma. Esta [mate
ria] es la que más propiamente recibe el nombre de sujeto.
También suele llamarse a las partes del compuesto, en cuanto
cuantitativas, materia del compuesto, y en este sentido, los
partidarios de los átomos dan a éstos el nombre de materia.
Tales son las acepciones en que se toma en filosofía la pala
bra materia.
mo en tales seres es la potencia vital, y el remoto, las formas
de los cuerpos celestes. Toda esta doctrina de Aristóteles debe
ser objeto de una investigación.
690
1.210 61. A su vez, la palabra forma tiene varios sen
tidos, pues hay formas de cuerpos simples, las cuales son
[propias de cosas] inorgánicas; formas de cuerpos orgánicos,
que son las almas, y formas de cuerpos celestes, que se pa
recen a los cuerpos simples, en cuanto que son inorgánicos,
y a los orgánicos, en cuanto que se mueven por sí mismos.
Todo esto fue declarado en la ciencia física. Se toma también
la forma por la cualidad y cantidad resultantes de la mezcla
como tal, siendo por esto por lo que las formas de los cuer
pos de partes homogéneas se diferencian unas de otras y se
hallan afectadas de sus cualidades propias, como, por ejemplo,
la dificultad de destrucción, propia del oro, y otras cualida
des por el estilo.
LIBRO II
1.211 36. Temistio, defendiendo a Platón, alega, para
probar la causalidad eficiente de las formas [separadas], la
existencia de animales engendrados de la putrefacción. Hay
que creer que tal principio está reconocido por Aristóteles,
y que la necesidad de ponerlo como causa de generación es
evidente, no sólo en semejante género de animales, sino tam
bién en los engendrados por raza, según lo afirmado en el
libro D e animalibus. Mas, para Aristóteles, el principio próxi
691
1.212 37. Es falso que Aristóteles crea que las formas
separadas tengan una influencia general inmediata en todas las
cosas engendradas, como piensa Avicena, sino que, en cuan
to a algunos seres naturales, es de creer que la necesidad
obliga a hacer intervenir las formas separadas en la genera
ción del individuo, com o se cree ocurre en los animales, es
pecialmente en los que no son de estirpe; pero en cuanto
a otros, no se ve tal [particularidad], com o ni tampoco la
necesidad de que así suceda, desde el punto de vista de la ge
neración de los mismos. Sin embargo, considerada la forma
producida en cuanto que le conviene ser entendida y, en ge
neral, en cuanto goza de la propiedad común [a todas las
cosas], de estar ordenada, se hace evidente la necesidad de
admitir dichas formas para todos los seres, según hemos
dicho.
1.213 Pero este principio [por nosotros admitido] exis
te de una manera distinta de aquella que le dan los partida
rios de las formas, al creer [por ejemplo] que la idea y esen
cia de caballo, tal com o existe en la materia, existe [también]
fuera del alma, y de ahí el que se vieran obligados a admitir
la existencia de un caballo relinchando sin estar en la mate
ria,^ y la de un fuego que [separado de la materia] quema,
y si esto es lo que quieren dan a entender, están en un com
pleto error. Mas si pretenden significar lo mismo que Aris
tóteles opina acerca del modo de ser de las cosas separadas,
como cree el principal de esos [filósofos], se equivocan al
dar el valor de afirmaciones científicas a dichos enigmáticos,
metafóricos e imprecisos, destinados a instrucción del vulgo;
pero esto ya lo examinaremos más tarde.
1.214 38. Queda, pues, demostrado por lo dicho que,
caso de existir universales, existentes en sí mismos fuera del
alma, no tendrían influencia ni en el conocimiento ni en la ge
neración, ya que la generación, por su esencia, sólo es propia
de algo individual y particular. En cuanto a las cosas comu
nes que son evidentemente producidas de una manera acciden
tal, es decir, en cuanto que están en un sujeto, parece ser la
1214 C r u z
arabe p.288s.
H ern án dez,
Filos, hisp.-musulm. II p.105-113; Id., La filosofía
A verroes
Comentario de la « Metafísica» de A ristóteles
naturaleza la causa de su producción; así como la causa de
que la naturaleza haga las veces de agente debe ser buscada
en los movimientos de los cuerpos celestes, mientras que [a
su vez] la causa de que los cuerpos celestes den esta [propie
dad] a la naturaleza son las formas separadas inteligibles. Mas
Aristóteles solo reprende en Platón el [hecho de] que esta
blezca lo que [sólo] es principio, agente remoto de una cosa
engendrada accidentalmente, como principio y causa eficiente
de lo engendrado de una manera esencial, es decir, como su
causa próxima.
universal sea algo existente fuera del alma [pero existiendo
además] en el individuo; mas, así concebido el universal, se
verá, a poco que se reflexione, que tal hipótesis implica ab
surdos de la peor especie.
692
1.215 39. En este sentido se debe entender la diferen
cia entre las dos teorías. Pues no es que Aristóteles niegue
que las formas separadas sean principios agentes en cierto
sentido, sino que este sentido ha de ser el que hemos dicho,
es decir, que los seres particulares tienen sus universales, pues
en este punto de vista se funda la diferencia entre las formas
de Platón y los universales de Aristóteles. Según esto, no es
necesario, en cuanto a las cosas naturales, admitir formas se
paradas [que influyan] en alguno de los seres engendrados, si
se exceptúa el entendimiento humano. Esta es la verdadera
doctrina aristotélica, y por eso demostró antes que las formas
universales no están sujetas ni a generación ni a corrupción,
a no ser de una manera accidental; todo lo cual ya ha sido
explicado por nosotros en el comentario a su obra acerca de
esta ciencia.
1.216 40. Ahora conviene que examinemos, en el asun
to de los universales, si es posible que tengan tal [propiedad],
es decir, si es posible que existan en sí mismos fuera del alma,
hasta el punto de que merezcan ser llamados sustancias con
mayor motivo que los sujetos sensibles que les corresponden.
Entremos en materia. En el supuesto de que estos universa
les existan fuera del alma en la misma forma que tienen en
ella, cabe imaginar que esto se verifique de una de estas dos
maneras: 1) Que existan en sí mismos sin aue tengan re
lación alguna con los individuos sensibles, afirmación que es
contraria a lo que implica la definición del universal, pues éste,
como se ha dicho, es aquella cosa que puede ser predicada de
muchos; eso, además de que tal hipótesis llevaría necesaria
mente a la conclusión de que el inteligible de la cosa no es la
cosa misma, afirmaciones todas ellas absurdas. 2 ) Que el
121 5 Q u ir ó s , o . c . , p .9 0 n t . l .
693
1.217 41. En efecto, si suponemos al universal fuera
del alma y existiendo en los individuos, su comunicabilidad
a los individuos tiene que verificarse necesariamente en una
de estas dos formas: o bien que exista en cada individuo una
parte del universal, de modo que Zaid [por ejemplo] no ten
ga más que una parte determinada del concepto de humani
dad, y Amrú otra, no pudiendo, en consecuencia, la humani
dad ser predicada esencialmente de ambos por vía de [la in
terrogación]: ¿qué cosa es?, ya que lo que [só lo ] tiene una
parte de hombre no puede ser hombre, afirmación cuya impo
sibilidad es evidente en sí misma, o bien que el universal, en
[toda] su universalidad, exista en cada uno de sus individuos,
hipótesis que pugna consigo misma, pues de ella se sigue ne
cesariamente o que el universal se multiplique en sí mismo,
de forma que el universal que da a conocer la esencia de Zaid
sea distinto del que da a conocer la esencia de Amrú, no
siendo, en consecuencia, uno solo el inteligible [o idea] de
ambos, lo cual es imposible, o que en [toda ] su universali
dad exista, como una sola y misma cosa en seres múltiples,
y no sólo múltiples, sino que también infinitos, sujetos a ge
neración unos, y a corrupción otros, hasta el punto de que
[el universal] sea generable y corruptible, uno y múltiple,
bajo un mismo respecto, lo cual es imposible. Además de que
tal hipótesis implica necesariamente no sólo la existencia si
multánea en el universal de cosas contrarias, ya que muchos
universales son susceptibles de divisiones producidas por di
ferencias contrarias, sino también la existencia de los mismos
[universales]en lugares contrarios.
1.218 42. Además, aun concedido que el universal exis
tiese en muchos seres, al modo que cabe concebir la existen
cia de lo uno en lo múltiple, es decir, com o algo uno en nú
mero y concreto existiendo en muchos seres, se seguiría que
el hombre [por ejemplo] estaría compuesto de asno y ca
ballo y de todas las demás especies en que el hombre se di
vide, de modo que todas estas especies estuviesen unidas, bien
por trabazón, bien por contacto. Es más, de suponer que ta
les universales existiesen fuera del alma, se seguiría la existen
cia fuera del alma de otros universales que hiciesen inteligi
A verroes
Comentario de la « Metafísica» de A ristóteles
bles los primeros universales; [la existencia de] estos segun
dos [exigiría la de] unos terceros, y así hasta el infinito.
cebirse de varias maneras. Una de ellas consiste en que una
cosa tenga un ser puramente mental, sin que exista, en mane
ra alguna, fuera del entendimiento, y esto cae manifiestamen
te y va envuelto en el concepto de falsedad. Otra manera con
siste en que la cosa [que existe en el entendimiento] exista
también fuera de él, pero siendo recibida en el entendimiento
de modo distinto del que tiene fuera de él; esto, a su vez,
puede tener lugar de dos maneras:
694
1.219 43. Ahora bien, tales inconvenientes no se si
guen si suponemos que el universal existe en el entendimien
to, pues, como ya se ha demostrado en el libro D el alma,
aquello en virtud de lo cual el universal es tal universal debe
buscarse en una sustancia separada, única e idéntica, a saber,
en el inteligible de los inteligibles. Por otra parte, ¿cóm o pue
de ser el universal sustancia y algo que existe en sí mismo,
como esos [filósofos] creen, siendo así que de él se afirma
que está en un sujeto, sin que pueda denominarse sujeto,
como consta por su definición? Ahora bien, un ser que está
en estas condiciones es necesariamente accidente. Además, ad
mitida esa hipótesis, no habría cosa alguna que tuviera sustan
cia propia, sino que las sustancias de las cosas serían algo co
mún, y la sustancia particular serviría de sujeto a la sustancia
general. Absurdos todos, derivados de la hipótesis de univer
sales existentes en sí mismos, fuera del alma.
1.220 44. Pero si no concedemos ese estado [de sepa
ración] a los universales, puede ser que haya alguien que afir
me que no son verdaderos, sino inventados y falsos, fundán
dose en que lo verdadero, según se define en el libro de la
Demostración, es aquello que existe en el entendimiento, en
cuanto que está conforme con lo que está fuera de él. De
este argumento especioso se han servido muchos motacálimes
de nuestra época, aplicando esta misma doctrina a echar por
tierra la existencia de los universales; pero de esto no pueden
inferir en buena consecuencia, com o ellos se figuran, la des
aparición de [to d o ] conocimiento, pues no se valen [para
ello] ni de argumentos que consten de dos premisas ni de
predicados esenciales. Esto ya tendremos ocasión de discutirlo
con ellos y con otros, cuando establezcamos sobre bases sóli
das los principios del arte de la lógica y de las demás artes
particulares.
1.221 45. En cuanto a la dificultad que aquí ocurre,
referente a la existencia de los universales, es de las que pron
to se resuelven. Así, pues, demos principio a nuestro razona
miento. Si bien lo falso es aquello que está en el entendimien
to com o discrepando de lo que está fuera de él, según da
a entender lo contrario de la definición de verdadero, sin em
bargo, esto, es decir, la existencia en el entendimiento de una
cosa que no conviene con lo que está fuera de él puede con
695
1.222 1.a Que ese estado que la cosa tiene en el en
tendimiento consista precisamente en una composición de su
jetos que tengan efectivamente existencia fuera del alma, pero
cuya mutua relación sea distinta de la que tienen en sí mis
mos; esto entra, sin duda alguna, en el concepto de falso;
en cuya definición va envuelto, com o [puede verse por estos
ejemplos] la cabra-ciervo, la idea del vacío y otras cosas que
el entendimiento compone, sin que existan, tai como están
compuestas, fuera del entendimiento.
2.a Que existan fuera del alma seres de diferentes esen
cias, existentes unas en otras y confundidas; pero que venga
el entendimiento a diferenciarlas unas de otras, reuniendo lo
que tengan de parecido y separando lo que en ellas haya de
diferente, a fin de que el entendimiento pueda conocer aisla
damente las naturalezas de las cosas en su ser íntimo; ahora
bien, esto no puede en modo alguno ser calificado de falso
ni ir envuelto en su definición.
1.223 46. Así es com o podemos abstraer, con objeto
de entenderlos, el punto de la línea, la línea de la superficie
y la superficie del cuerpo, y, en general, éste es el punto de
vista desde el cual nos es posible entender todas las cosas que
de suyo están en otras, bien sean esas cosas accidentes o bien
sustancias. Sin embargo, si, al abstraer el entendimiento tales
esencias y distinguirlas unas de otras, ocurre, como sucede
muchas veces, que pertenecen al grupo de aquellas que por su
naturaleza existen de una manera primaria en otras, entonces
esas esencias son entendidas juntamente con las cosas que les
sirven de sujeto; tal ocurre con las formas materiales, las cua
les en tanto son entendidas en cuanto son materiales. Pero si
esas esencias son tales que no existan en otras de una ma
nera primaria, sino de una manera adventicia [y secundaria],
com o se verifica en la línea, en ese caso son entendidas de
una manera esencialmente abstracta. Esta operación [abstrac
tiva] es, como se ha visto en el libro D el alma, privativa de
A verroes
Comentario de la «M etafísica» de A ristóteles
la potencia racional, pues los sentidos sólo pueden percibir las
formas en cuanto son singulares, y, en general, en cuanto es
tán en la materia y son seres concretos; si bien no las reciben
de una manera tan material, com o la que tienen fuera del
alma, sino en una forma más espiritual, según se ha demos
trado en el citado lugar.
1.226 49. Una vez demostrado que los universales no
son sustancias de las cosas sensibles, veamos cuál es la sus
tancia de las mismas. Es evidente que los seres sensibles, es
decir, los individuos de sustancia, están compuestos de más
de una cosa, desde el momento en que para ellos empleamos
la pregunta ¿por qué?, pregunta que no se emplea con las
cosas simples; pues nadie dirá: ¿por qué el hombre es hom
bre?, ya que las ideas de sujeto y predicado son [aqu í] idén
ticas. La pregunta ¿por qué? sólo puede ser empleada en las
cosas compuestas, com o cuando decimos: ¿por qué el hombre
es m édico?, a lo que se responde: porque es racional, res
puesta con la cual se da la forma de la cosa. También pue
de darse [com o respuesta] la materia de la misma, y en este
sentido decimos: ¿por qué este ser es sensitivo?, a lo que
se contesta: porque se compone de carne y de hueso. En ge
neral, com o respuesta a la pregunta: ¿por qué algo es tal
cosa?, puede ser aducida una de las cuatro causas...
696
1.224 47. El entendimiento tiene, como operación pro
pia, el despojar de su forma a la materia concreta y el conce
birla aisladamente en su ser íntimo, propiedad que manifiesta
mente le conviene y mediante la cual se verifica la intelección
de las esencias de las cosas, pues de lo contrario no existiría
ciencia alguna. Por lo tanto, lo contenido en la definición de
falso, es decir, la existencia fuera del entendimiento de una
cosa que discrepa de la que está fuera de él, no puede com
prender la acepción indicada. De la misma manera, por medio
de la definición de verdadero no puede uno representarse el
ser propio del universal, debido a ser equívocas las palabras
empleadas en ambas definiciones, a saber, las empleadas al
definir lo falso com o algo que está fuera del entendimiento
en cuanto discrepa de lo que está en él, y lo verdadero, como
una cosa que existe en el entendimiento en el mismo estado
que tiene fuera de él.
1.225 48. Mas puede ser que a alguien se le ofrezcan
dificultades acerca de un universal en estas condiciones, y
haga la observación siguiente: si suponemos que los univer
sales son cosas [puramente] mentales, serán por necesidad ac
cidentes, y si son accidentes, entonces ¿cóm o pueden dar a
conocer las sustancias de los seres concretos que existen en
sí mismos, habiéndose dicho que lo que da a conocer la esen
cia de la sustancia es sustancia? Esta dificultad se resuelve,
a poco que se reflexione: en efecto, cuando el entendimiento
despoja de las formas a la materia y entiende en su ser ínti
mo las sustancias de las mismas, bien sean tales formas sus
tanciales o accidentales, entonces sobreviene a éstas en el en
tendimiento el concepto de universalidad, sin que el univer
sal sea las mismas formas de tales esencias. Por eso los uni
versales pertenecen a los inteligibles primeros; ahora bien,
acerca de la diferencia entre los inteligibles primeros y segun
dos, ya se ha tratado largamente en el arte de la lógica, y es
cosa muy conocida para los peritos de la misma.
1224
H orten,
Die Metaphysik des Averroes
p .7 2
n t .1 -2 ;
p .7 3
n t .l .
697
1.227 73. Réstanos ahora estudiar la cuestión acerca
de la cual hemos prometido hacer una investigación, y que
consiste en averiguar cuál es el género más universal que se
encuentra en la sustancia, género que, según es habitual y co
rriente, se dice ser el cuerpo o lo corpóreo. Decimos, pues,
que algunos han supuesto que la primera cosa que reside en
la materia prima informe son las tres dimensiones, las cua
les son también la primera cosa mediante la cual se concibe
dicha materia. Así, pues, creían que el nombre de cuerpo
tenía esa significación, ya que las sustancias se designaban
con un nombre primitivo, por razón d e .n o existir en un su
jeto. Esta opinión fue la de Porfirio, quien la creyó opinión
de los filósofos anteriores a Platón y de otros. Además, de
cía [P orfirio] que la diferencia entre ellos consistía únicamen
te en que unos suponían la materia prima esencialmente in
forme, mientras que otros la suponían informada por las di
mensiones, y éstos eran los del Pórtico. Otros creían que las
tres dimensiones eran algo consiguiente a una forma simple,
existente en la materia prima, forma que tenía por misión el
hacer que el cuerpo recibiese sus propiedades de ser continuo
y discreto. Pensaban, además, que las citadas dimensiones
eran algo uno y común a todas las cosas sensibles, al igual de
1227-1236 C r u z H e r n á n d e z , Filos, hisp.-musulm. I I p . 123-126; I d . , La
filosofía arabe p.294s; R o l a n d - G o s s e l i n , Le «De ente et essentia» de S. Thomas
d’Aquin p.66-70.
1227 H o r t e n , o . c . , p.90 nt.l; Q u i r ó s , o . c . , p.119 nt.l,
A verroes
Comentario de la «M etafísica» de A ristóteles
lo que tiene lugar en la materia prima: el que profesaba tal
opinión era Avicena. Efectivamente [creía éste que] la pa
labra corpóreo correspondía a ese sentido [accidental], pues
es un nombre derivado y lo derivado denota accidente.
una cantidad definida, procedente de la materia prima. Estas
son las dimensiones de las cuales no puede estar desprovista
la materia, pero que únicamente son susceptibles de aumento
y disminución al sobrevenir [a la materia] la generación y
corrupción. Estas tres dimensiones, existentes en la materia
prima, de la manera dicha, son aquellas que, según el pare
cer común de los antiguos filósofos, residen de un modo pri
mario en la materia prima y aquellas mediante las cuales re
side la forma en la materia prima.
698
1.228 74. En cuanto a los partidarios de la primera
opinión, según los cuales las dimensiones son lo primero que
sirve de fundamento a la materia prima, hemos de decir que
se ven obligados a admitir que las dimensiones son sustan
cias, ya que son lo primero que sirve de fundamento a la ma
teria prima, y admitir también que dan a conocer qué cosa
sea cada uno de los individuos de sustancia. Ahora bien, los
individuos de sustancia, como se ha demostrado en la Física,
son de dos clases: unos que están dotados de formas simples,
v son las formas de los cuatro elementos, y otros, compuestos
y dotados de formas compuestas. Estos últimos pueden ser
a su vez de dos clases: o compuestos del género de los sim
ples, como las formas de los cuerpos de partes homogéneas,
o individuos dotados de almas. Pues bien, es evidente que las
dimensiones son posteriores en predicación a cada una de ta
les especies y que éstas van incluidas en las definiciones de
las dimensiones, tanto cuanto puedan estarlo los sujetos en
las definiciones de los accidentes, como es evidente para el
que se dedica al arte de la Lógica.
1.229 75. Pero no es posible concebir a las dimensio
nes residiendo en la materia prima y siendo a la vez acciden
tes, pues los accidentes necesitan de un sujeto, de una ma
nera distinta de la que lo necesitan las formas; porque los
accidentes necesitan precisamente su sujeto informado y en
acto; en cambio, la forma lo necesita, mas no en cuanto es
acto; de lo cual resulta que el individuo concreto tiene su
fundamento en la forma y no en el accidente. En una pala
bra, la diferencia entre la relación que dice la forma al su
jeto y la que dice al mismo el accidente es cosa de suyo evi
dente para el entendido en estas cuestiones.
1.230 76. Sin embargo, las dimensiones existentes en
la materia prima son unas en número y comunes a todos los
cuerpos; pero son dimensiones en potencia, porque no están
definidas por límites, antes del advenimiento de las formas
a los mismos; mas cuando aparecen en los cuerpos las for
mas, entonces se convierten en dimensiones delimitadas en
acto, con arreglo a la cantidad que es propia de tales formas;
pues, en efecto, las formas generables y corruptibles tienen
699
1.231 77. Mas no es posible que tales dimensiones
sean sustancias, pues, de serlo, al reducirse a acto, en virtud
de la recepción de límites, serían sustancia y no cantidad, lo
que es imposible. En una palabra, ya se ha demostrado en
la Física cuán falsa es la opinión del que cree que la materia
prima está esencialmente informada, y que la forma de la mis
ma está constituida por las dimensiones. En efecto, si las
cosas sucedieran tal com o ellos piensan, la corporeidad será
individualmente una e invariable en todas las formas de se
res producidos; mas su error parte de que, al ver que la cor
poreidad es invariable en cuanto al género, la creyeron inco
rruptible, o también de que, al ver que es invariable com o
accidente, la juzgaron invariable com o forma. Mas según esa
opinión, se seguiría que la materia prima está informada no
sólo por las dimensiones, sino también por muchos accidentes,
que no están separados de ella y que son comunes a los cuer
pos simples.
1.232 78. En cuanto a los partidarios de la segunda
opinión, si pretenden que existe una forma simple en acto
distinta de las formas de los cuerpos simples (formas que
están constituidas por la gravedad y ligereza y, en general, por
la inclinación, según lo que puede deducirse de las palabras
de Avicena) y que el conjunto de tal forma y materia prima
es la sustancia, a la que sobreviene la corporeidad, es decir,
las tres dimensiones, todo lo cual está designado con el nom
bre de cuerpo o corpóreo, ya que el nombre derivado, como
hemos dicho, lo indica de una manera más propia, mirada la
cuestión desde este punto de vista es, con toda seguridad, una
opinión errónea, pues esto implicaría que la producción del
elemento era debida a un cambio [accidental].
1.233 Mas si con ese concepto designan la naturaleza de
la inclinación que aparece en la materia prima, inclinación que
Averroes
Comentario de la « Metafísica» de Aristóteles
viene a ser com o el género de las formas de los elementos,
entonces es seguramente una opinión verdadera, y en este sen
tido decimos que la corporeidad o lo corpóreo es el género
más común que se encuentra en los individuos de sustancia.
Por esta razón existe tal género en las cosas compuestas, de
la misma manera que existen los géneros en las especies, pues
el género lo consideramos com o un compuesto de materia y
forma general, la cual dice a la forma [particular] una rela
ción igual a la que hay entre el animal y la forma de las es
pecies que en el animal están contenidas, pero en cuanto que
a tal compuesto se unen las dimensiones, o lo que es igual,
[consideramos al cuerpo] com o algo intermedio entre la po
tencia y el acto.
a la materia en cuanto a ser capaz de la divisibilidad propia
de ésta, según se ha declarado en la física.
700
1.234 79. La corporeidad, que es común a los cuerpos
simples, está constituida por la forma de la inclinación, en
cuanto que a ésta se unen las dimensiones; mas éstas, que
son comunes a los cuerpos simples, son numéricamente unas,
en el sentido en que dijimos existían en la materia prima, sin
que formen un género ni vayan incluidas en la definición como
representativas de una forma general. Por eso, lo que el con
cepto de cuerpo expresa, tomado com o materia prima, es dis
tinto de lo que expresa tomado com o forma general; ahora
bien, la diferencia entre el género y la materia ya ha sido tra
tada en otro lugar.
1.235 80. Estando caracterizada la materia propia de
los cuerpo celestes por no tener, ya que son eternos, dimen
siones elementales, es decir, dimensiones comunes, que salen
de potencia a acto al aparecer las formas, es de todo punto
evidente que la palabra cuerpo o corpóreo, aplicada a la sus
tancia celeste y a los cuerpos dotados de un movimiento rec
tilíneo, tiene una significación equívoca, ya que la naturaleza
de la inclinación es completamente distinta en ambas clases
[de sustancias]. En efecto, la inclinación existente en los cuer
pos simples estriba en la existencia de formas contrarias en la
materia prima, mediante la existencia de las dimensiones co
munes; por eso, las formas de tales elementos son divisibles,
por razón de la divisibilidad de la materia; mientras que el
concepto de inclinación en el cuerpo celeste indica la existen
cia de una forma, que no tiene contrario, en una materia que
no es susceptible de ser dividida mediante dimensiones, de la
cual no es propio y a la cual es imposible el desprenderse de
la forma, y la cual [por último] no tiene com o fundamento
701
1.326 81. Habiéndose, pues, las cosas tal como las he
mos explicado, es evidente que el cuerpo estudiado por las ma
temáticas es distinto del cuerpo físico, pues el matemático
estudia las dimensiones precisamente en cuanto están abstraí
das de la materia; pero el físico estudia el cuerpo compuesto
de materia y forma, en cuanto que tiene dimensiones, o las di
mensiones en cuanto están en tal cuerpo, que es com o deben
estudiar las dos ciencias aquello que les es común, según se
ha explicado en el libro de la Demostración.
82. Aquí dan fin las cuestiones de este tratado, que com
prende el contenido de los libros sexto y séptimo de los atri
buidos a Aristóteles.
LIBRO III
1.237 23. De lo expuesto se deduce que el acto es an
terior a la potencia, en cuanto que es causa eficiente y final
[de la misma]; ahora bien, la causa final es causa de las cau
sas, ya que éstas sólo por aquélla tienen existencia, puesto que
la anterioridad por razón del tiempo, bien sea potencial, bien
actual, existe, en la cosa que es anterior, de una manera ac
cidental; es decir, que el que las causas de un ser sean anteriores
en tiempo a éste, es algo accidental que afecta a las cosas par
ticulares sujetas a generación y corrupción. En efecto, si esa
propiedad existiera de una manera esencial en las causas efi
cientes, no se daría causa alguna eterna; y no existiendo lo
eterno, no existiría tampoco lo sujeto a generación y corrup
ción, según lo demostrado en la ciencia física. Además, es
evidente que las causas sólo producen, de una manera esen
cial y primaria, la esencia de lo causado.
1.238 24. Ahora, en cuanto a la cuestión de saber si ta
les causas han de preceder en tiempo a lo causado, no es una
cosa evidente, como quieren muchos motacálimes; antes por
el contrario, de tal suposición se siguen los absurdos antes
mencionados por nosotros, referentes a que, en ese caso, no
existiría cosa alguna temporal y, con mayor razón, eterna. En
efecto, resuelta la cuestión en este sentido, sería posible en
las causas un proceso hasta el infinito, y, en consecuencia, no
existiría una causa primera, y no existiendo lo primero, no
existiría lo último. Por consiguiente, de suponer que las cau
A verroes
Comentario de la «M etafísica» de A ristóteles
sas del conjunto del mundo son anteriores en tiempo a éste,
del mismo modo que las causas de las partes generables y co
rruptibles del mundo preceden a éstas, se seguiría necesaria
mente que este mundo es una parte de otro mundo, dándose
entonces un proceso hasta el infinito, a no ser que se suponga
que este mundo sólo está sujeto a corrupción en parte y no
en todo.
de la mutación pasiva. En cuanto a la potencia para el lugar
y el cambio de situación, no sólo no ha sido demostrada la
imposibilidad de que las posean, sino, por el contrario, la ne
cesidad de poseerlas. Sin embargo, de alguna manera ya ha
sido declarado en el citado pasaje, respecto a la potencia para
el lugar, que existe un acto anterior a ella, que no tiene po
tencia alguna.
1.239 25. Por eso, los que admiten tal hipótesis se
encuentran no sólo con los absurdos citados, sino con otros
muchos; todo lo cual les proviene de sentar com o principio
que la causa eficiente es necesariamente anterior en tiempo.
De aquí que cuando se les interroga de qué manera la causa
eficiente del tiempo puede ser anterior al tiempo, bajan la ca
beza; porque, si responden que la causa eficiente del tiempo
no precede a éste en tiempo, en ese caso reconocen la exis
tencia de un agente que no es anterior en tiempo a su efecto.
Mas si contestan que le precede en tiempo, se les puede pro
poner de nuevo la cuestión acerca de este [últim o] tiempo,
a no ser que digan que el tiempo es algo que existe por sí
mismo, y algo improducido, cosa que no quieren admitir. Pero
todas estas cuestiones son más propias de la tercera parte de
esta ciencia, por lo cual debemos volver a nuestro punto de
partida.
1.241 27. Pero esto es aplicar a estas cuestiones prue
bas especiales, pues [es de advertir que] muchos de los pro
blemas de esta ciencia, por no decir los más principales, se de
ducen, cuando hay que formarse ideas de ellos, de lo demos
trado en la ciencia física, además de solucionarse en ella las
dudas que acerca de tales problemas pueden ocurrir en esta
ciencia. Pero es posible también demostrar esta cuestión de
una manera general. Así, pues, decimos que, siempre que una
cosa esté en potencia para ser otra, es decir, para ser otra cosa
motora o movida, es posible que esta [última] exista o que
no exista, ya que tal es la naturaleza de la posibilidad y po
tencia, mientras que afirmamos de una cosa que es necesaria
cuando ni ha dejado ni dejará de ser, ni es tampoco posible
en modo alguno que no exista, ni tiene potencia para no exis
tir; y así, nadie puede creer que en el triángulo haya poten
cia para que sus ángulos sean iguales a cuatro rectos. Esto
supuesto, ambas naturalezas [posible y necesaria] son dife
rentes, de modo que el que dice que lo necesario es posible,
afirma un cambio de verdades, además de seguirse de su opi
nión la no existencia de lo necesario. Luego si las cosas se
han tal como nosotros afirmamos, síguese necesariamente que
el acto es anterior a la potencia, desde todos los puntos de
vista.
702
1.240 26. Decimos, pues, que la posterioridad en tiempo
de la potencia con respecto al acto se evidencia, además, por
la razón de la imposibilidad de que la potencia esté despro
vista de acto, según ha sido demostrado respecto a la materia
prima. Además, muchas cosas en tanto tienen potencia para
[convertirse en] otras, en cuanto que tienen algún acto de
aquello para lo que están en potencia; así, por ejemplo, el
discípulo, que es docto en potencia, en tanto llega al último
grado de ciencia, en cuanto que en él hay alguna ciencia; de
lo contrario, se seguiría el error de Menón, registrado en el
libro primero de los Analíticos posteriores. Ademas, si las co
sas eternas, que son aquellas que no tienen mezcla alguna de
potencia, son anteriores a las cosas sujetas a corrupción, que
son aquellas que tienen mezcla de potencia, es evidente que
el acto es anterior a la potencia. Ahora bien, que las cosas
eternas no tengan mezcla de potencia absoluta, es decir, de po
tencia que afecta a la sustancia, cuestión es que ha sido ya
declarada en el libro De cáelo et mundo; otro tanto puede
afirmarse de la potencia para la nutrición y el crecimiento, y
703
1.242 28. Pero se nos ofrece aquí una duda y es la
siguiente: ¿cóm o es posible que las cosas eternas sean princi
pios de las cosas corruptibles? En efecto, las cosas que están
siempre en acto, deben estar necesariamente en una actividad
continua; de lo contrario, habría en ellas un modo de ser en
potencia, y, por lo tanto, sus efectos debieran existir siempre,
pues el motor de las cosas que tienen como propiedad existir
en un momento dado y perecer en otro, debe estar sometido
a las mismas condiciones de ellas, es decir, debe mover [du
rante un tiempo] y no mover [durante o tro ]. Esta dificultad
tiene, sin embargo, su solución en lo demostrado en la ciencia
física acerca del movimiento eterno de traslación,
es
Y
que
Averroes
Comentario de la «M etafísica» de A ristóteles
el ser propio de este movimiento es algo intermedio entre el
acto puro y las cosas que existen, ora en potencia, ora en acto,
pareciéndose a las cosas existentes en acto, por razón de la
eternidad en tal movimiento existente de una manera sustan
cial y por razón de carecer de potencia para la corrupción, y
semejándose a las cosas que existen, ora en potencia, ora en
acto, en las diversas posiciones adoptadas, y en general, por
ser ese movimiento un movimiento de traslación local.
dente común a los diez predicamentos, la designación por la
unidad de ese accidente existente en cada uno de ellos ha de
ser por necesidad, o unívoca, o análoga, es decir, por vía de
anterioridad y posterioridad, o equívoca pura. Es evidente
que la unidad no significa las cosas a las cuales se aplica, de
una manera equívoca, pues a los conceptos equívocos no les
conviene un predicado esencial, ni tampoco definición. Tam
poco significa la unidad los predicamentos de una manera uní
voca, ya que es imposible que el predicamento de sustancia
y los predicamentos de accidente constituyan un género apli
cable a ellos por univocación, pues se trata de dos cosas com
pletamente distintas. Es más, si se diera ese supuesto, el in
dividuo de tal accidente debería ser percibido por los sentidos,
com o sucede con los demás predicamentos accidentales, los
cuales tienen existencia aun prescindiendo de un alma [que
los perciba],
704
1.243 29. Considera ahora con cuánta generosidad obra
la providencia divina, al unir unos con otros estas dos clases
de seres, colocando entre la potencia pura y el acto puro esta
clase de potencia, a saber, la potencia para el lugar, hasta
formar por ese medio un lazo de unión entre el ser eterno y
el ser corruptible. Por todo esto, no hay razón para que te
mamos que este movimiento llegue a perecer en un momento
dado, ni tampoco que se detenga, como creen algunos, ya que
en su actividad motora no hay potencia alguna. Mas los que
no creen en la eternidad del movimiento, no pueden dar la
razón de que el Creador, que es eterno, sea la causa eficiente
del mundo, después de haber pasado un tiempo en que no ha
obrado, pues se verían obligados a admitir que, antes de
obrar, era causa eficiente en potencia. Ahora bien, lo que está
en potencia, sólo puede ser convertido en acto por un motor,
y, en general, por un agente que sea anterior a él, ya que la
conversión de la potencia en acto es una mutación, y toda mu
tación proviene de una causa mutante, como se evidencia por
la atenta consideración de los principios naturales.
1.244 39. En cuanto a lo sustentado por Avicena, re
ferente a que el sujeto de la unidad es una cosa que añade
algo sobre los diez predicamentos, ya que lo designado por la
unidad es siempre y en cualquier estado un accidente que
existe en todos los predicamentos, es una opinión absurda;
porque, si la unidad siempre y en cualquier estado designara
cosas ajenas a la esencia de los seres a los cuales se aplica, no
existiría una unidad sustancial, ni en el individuo ni en lo
universal, es decir, por razón de la forma. Lo mismo [que
ocurre con respecto a la sustancia], ocurre también con rela
ción a los demás predicamentos, pues, en ese caso, la unidad
estaría en los diez predicamentos como algo común ajeno a
ellos, opinión que se desvanece por sí misma, com o se deduce
de lo que vengo sosteniendo. En efecto, si se supone a la
unidad en sentido de universalidad, com o signo de un acci
705
1.245 40. Sólo cabe, por lo tanto, que la unidad de
signe los predicamentos por vía de anterioridad y posteriori
dad, y en ese caso lo único que podría designar la unidad se
ría las esencias de los predicamentos, ya que tal es la relación
que dicen unos a otros; a no ser que los predicamentos exis
tiesen en otros predicamentos, en los cuales la relación del ac
cidente que estuviese en la cantidad con el accidente que exis
tiese en la sustancia fuera la misma que hay entre sustancia
y accidente, y en estos últimos existieran otros, y así hasta
el infinito, lo que es absurdo. Siendo esto así, sólo cabe su
poner que sea sujeto de la unidad absoluta la unidad existen
te en cada predicamento. Pero el que tenga alguna duda acer
ca de esta cuestión dirá seguramente: ¿cóm o puede pensarse
que la unidad y el número pertenezcan a la categoría de can
tidad, para creer en seguida que existen en cada una de las
categorías, en cuanto que son propias de las categorías mis
mas y no algo accidental a ellas?
1.246 41. De aquí que haya creído Avicena que el su
jeto de la unidad debía ser necesariamente un accidente exis
tente en todos los predicamentos. Pero no son las cosas como
él las cree, porque la unidad numérica tiene una naturaleza
distinta de la naturaleza de las demás clases de unidad, de
bido a que la unidad numérica significa una cosa desprovista
de cantidad y cualidad, es decir, una cosa que hace que el
individuo sea tal individuo; porque éste sólo es individuo me
diante el concepto de indivisibilidad, en cuanto el entendiLos filósofos medievales 1
23
Averroes
706
Concordia entre la revelación y la ciencia
miento lo abstrae de la materia y lo considera com o algo se
parado. En efecto, lo uno en número y la unidad numérica no
son más que cosas producidas por el alma en los individuos
existentes; de modo que si no existiese el alma no existirían
tampoco la unidad numérica y el número, a diferencia de lo
que sucede en la línea y en la superficie y, en general, en la
cantidad continua, por cuya razón está el número en gran ma
nera desligado de la materia. Pero es que Avicena ha confun
dido la naturaleza de la unidad, que es principio del número,
con la unidad absoluta y común a todos los predicamentos;
y como la unidad, principio del número, es accidente, creyó
que lo era también la unidad absoluta y general. Eso, ade
más de pretender que ocurre con respecto al número lo mis
mo que ocurre con respecto a la línea y a la superficie, [o p i
nando] que tiene [el número] una existencia independiente
del alma, lo cual le obliga a suponer en los predicamentos una
entidad que añade algo a los mismos.
FASL A L M A Q A L
O
D O C T R IN A
D E C IS IV A
Y
F U N D A M E N TO
[P
r im e r a
707
parte]
[Solución del problema]
[ Demostración general ]
1.248 Decimos, pues, que, de una parte, la filosofía no
es más que el examen de los seres existentes y su considera
ción reflexiva como indicios que guían al conocimiento de su
Hacedor, es decir, en cuanto que son cosas hechas. Y esto es
así porque únicamente por el conocimiento del arte con que
han sido hechos demuestran esos seres existentes la existencia
del Hacedor, y cuanto más perfecto sea el conocimiento de ese
su arte tanto más perfecto será el conocimiento que den del
artífice. Por otra parte, el texto revelado invita a veces al es
tudio de esos mismos seres existentes y a ello exhorta. Por
consiguiente, es manifiesto que lo que ese nombre [estu d io]
significa, o será obligatorio por la ley revelada, o será mera in
vitación de consejo (p.150).
DE LA C O N C O R D IA EN TRE L A R E V E L A C IO N Y L A C IE N C IA
[ Conclusión final: Armonía de la fe con la razón]
Obra compuesta por el qádl, imam y sabio en varias ra
mas de la ciencia, Abü-1-Walíd Muhammad ibn Ahmad ibn
Rusd.
Dijo el honorable alfaquí, el único, el sapientísimo, el
eminente, el grande qádí Abü-1-Walíd Muhammad ibn Ahmad
ibn Muhammad ibn Ahmad ibn Ahmad ibn Rusd ( ¡Dios le
sea propicio y tenga de él misericordia! )
[ O bjeto de este ensayo]
1.247
Después de glorificar a Dios con todas las alaban
zas que le son debidas, y después de haber invocado la bendi
ción sobre Mahoma su siervo, el puro, el elegido, y su envia
do, el intento de este ensayo es inquirir, desde el punto de
vista positivo de la religión revelada, si por ventura la especu
lación sobre la filosofía y las ciencias lógicas es lícita según
la religión revelada, o si está prohibida,o si se la recomien
da, bien sea a modo de mera invitación, bien sea por vía de
precepto riguroso.
1.249 Ahora bien, siendo verdad lo contenido en estas
palabras reveladas por Dios y supuesto que con ellas nos in
vita al razonamiento filosófico que conduce a la investigación
de la verdad, resulta claro y positivo para todos nosotros, es
decir, para los musulmanes, que el razonamiento filosófico no
nos conducirá a conclusión alguna contraria a lo que está con
signado en la revelación divina, porque la verdad no puede
contradecir a la verdad, sino armonizarse con ella y servirle
de testimonio confirmativo (ibíd., p.161).
S egunda p a r t e
[Resolución de los conflictos aparentes]
[1 .
Materia de conflictos aparentes]
1.250 Esto supuesto, cuando el razonamiento filosófico
nos conduce a establecer una tesis cualquiera sobre cualquier
categoría ontològica, no caben más que una de estas dos hi1249 A s í n P a l a c i o s , El averroismo teológico de Santo Tomás de Aquino
(Zaragoza 1904) p.295ss.
1250 M . A l o n s o , o . c . , p.162 nt.l.
A verroes
708
pótesis: o que acerca de la tal tesis nada diga la revelación
o que en la revelación esté contenida. En el primer caso, es
evidente que no puede haber contradicción alguna entre la
razón y la revelación divina; además, eso mismo sucede cuan
do el alfaquí formula decisiones jurídicas sobre casos de los
cuales nada dice la revelación, induciéndolas de otros casos
consignados en el texto, mediante el argumento llamado de
analogía. En la segunda hipótesis, o sea, cuando la revelación
contiene algún texto relativo a dicha tesis filosófica, hay que
ver si el sentido literal del texto se conforma con ella o la
contradice. Si se conforma, no hay cuestión; mas si la con
tradice, debe entonces buscarse la interpretación alegórica del
texto revelado.
[2 .
Interpretación alegórica o Tü’w il]
1.251 Esta interpretación consiste en sacar a las palabras
de su significado propio al significado que entraña la metáfora,
siguiendo para ello las reglas ordinarias de la lengua árabe en
el uso de los tropos, es decir, denominando una cosa con el
nombre de otra cosa semejante a ella, o causa suya, o conti
gua en el espacio o en el tiempo, etc. Porque, si de esta in
terpretación alegórica echa mano el alfaquí para muchas de
sus decisiones jurídicas, ¿con cuánta más razón no podrá uti
lizarla el filósofo, que posee ciencia cierta adquirida por de
mostración apodíctica, mientras que el alfaquí se apoya sola
mente en silogismos probables?
[3 .
Kasfc an Manahiy
709
por página los demás textos del Libro Sagrado, se encontrará
forzosamente alguno cuyo sentido literal autorice y confirme
o poco menos aquella interpretación alegórica... (ibíd., p.161163).
Pero si ocurre, com o hemos dicho, que conozcamos una
cosa en sí misma por las tres vías dichas, sin necesidad de em
pleo de figuras, porque su sentido literal no admite interpreta
ciones, entonces quien dé interpretaciones a textos cuyo sentido
literal reúna estas condiciones, y que se refieran a los fundamen
tos de la religión, será un infiel. Así, por ejemplo, el que profe
sa que no existe felicidad alguna en la otra vida, ni tampoco
pena alguna, sino que con tal dogma solamente se intenta que
los hombres vivan indemnes unos de otros, en cuanto a sus
cuerpos y sus sentidos, de modo que tal dogma ha sido tan sólo
una hábil invención para ese objeto, porque el fin del hombre
no es otro que su existencia sensible y nada más.
Constando, pues, todo esto [p. 16 ], ya te es evidente por
cuanto hemos dicho, que en la revelación hay textos de un
sentido literal que no es lícito interpretar; que si se interpre
tan los que de éstos tratan de los principios fundamentales de
la religión, es infidelidad, y que si se interpretan los que sólo
atañen a las consecuencias de dichos principios, es herejía...
(ibíd., p .174-183).
KASFC A N M A N A H IY
Libro de la exposición de los caminos que conducen a la de
mostración de los artículos de la fe
Regla general]
1.252 Resueltamente decidimos que todo texto revela
do, cuyo sentido literal contradice una verdad apodícticamente demostrada [p .8 ], debe ser interpretado alegóricamente,
conforme a las reglas de esta interpretación en la lengua ára
be. Y ese principio que acabo de formular no ofrece dudas para
ningún muslim, ni sospechas de error para ningún creyente.
¡Y cómo se fortifica progresivamente esta certeza en el ánimo
de todos los que meditan asiduamente dicho principio y lo ex
perimentan en la práctica y se esfuerzan por realizar este pro
pósito de armonizar la ciencia con la fe! Sin embargo, cuantas
veces aparezca en la revelación un texto cuyo sentido literal se
oponga a una tesis apodícticamente demostrada, yo afirmo que,
examinado atentamente todo aquel texto y estudiando página
C a p ít u l o
V
D e las operaciones divinas
Artículo tercero: Del destino y predeterminación
§ II.
La razón natural
1.253
Lo dicho hasta aquí es una [p .1 0 6 ] de las causas
de discrepancia en estos problemas, pero, además de los tes
timonios de autoridad, hay, como decíamos, otra causa de dis
crepancia, que es la contradicción mutua de las pruebas inte1253 A s í n
1929) p.269.
P a la c io s ,
El justo medio en la creencia (de Algacel) (Madrid
710
A verroes
lectuales respecto de los mismos problemas. Si suponemos que
hay actos humanos de los que el hombre es autor responsable,
necesariamente se sigue que esos actos no se deben meramen
te a la voluntad y libre decisión divina; de consiguiente, ade
más de Dios, ha de existir otro agente responsable. Pero ar
guyen luego: «Es así que los musulmanes están todos contes
tes en que solamente Dios es verdadero agente»; luego... En
cambio, si suponemos que el hombre no merece con sus ac
tos, necesariamente se seguirá que es forzado en ellos, porque
no hay medio entre la violencia (yabar) y el mérito libre.
Pues bien, si el hombre es violentamente forzado a sus actos,
la responsabilidad tendrá por objeto algo imposible; mas si el
hombre es responsable de aquello que no puede, no habrá di
ferencia entre su responsabilidad y la de los cuerpos inorgá
nicos. N o hay en éstos potencia física para otra cosa de lo
que hacen, com o tampoco la tendría el hombre para aquello
a que no alcanza su poder natural.
1.254 Por esto han venido todos a admitir la potencia
física com o condición necesaria de la responsabilidad, com o lo
es también el uso de la razón natural. Sabemos, sin embargo,
que Ab-l-Ma’álí dijo en su Nizámiyya que el hombre merece
realmente con sus actos y que tiene poder para obrar, fundán
dose para decir esto en el absurdo de hacer a uno responsa
ble de lo que físicamente no puede, aunque este punto de
vista es distinto del de los mu'táziles. En cambio, los as'aries
primitivos admitían la responsabilidad aun respecto de lo que
no se puede, procurando, sin embargo, esquivar el principio
por el que los mu'táziles la niegan; esto es, por ser contraria
a la razón natural; no obstante, los últimos as'aries contra
dicen a sus predecesores.
1.255 Además, si no tiene el hombre mérito alguno con
sus actos, carece de sentido el precepto de precaverse para
los males que pueden sobrevenir. Igualmente, el precepto
de procurarse bienes carece también de sentido y desapare
cen con eso todas las artes cuyo fin es procurarse bienes,
com o la agricultura y otras artes en que los hombres buscan
la utilidad. Igualmente, lleva consigo la desaparición de todas
las artes que tienen por fin la conservación de la vida y ex
tirpación de las causas perjudiciales, com o el arte de la guerra
y de la marina, de la medicina y otras semejantes. Pero eso
va enteramente contra todo lo que uno puede entender y
aceptar (ibíd., p.324 y 3 2 5 ).
Comentario al « D e anima» de Aristóteles
C O M E N T A R IO M A Y O R A LO S LIB R O S «D E
DE A R IST O TE L E S
711
A N IM A »
LIBRO II
1.256 21. Cuando dice que hay que averiguar en cada
uno de esos principios si es el alma o no, empieza a hablar
de una facultad que no parece ser el alma, o más bien que
es más evidente que no es el alma, y dice: «E l entendimiento
y la facultad especulativa», etc. Esto es, el entendimiento en
acto, y la facultad que se perfecciona por el entendimiento en
acto todavía no se ha declarado si es alma o no, com o, en
cambio, se ha declarado ya de otros principios, ya que esa fa
cultad no parece usar en su acción de instrumento corporal,
com o usan las demás facultades del alma. Y por eso no que
dó claro por la mencionada explicación si es perfección o no.
Pues todo aquello en lo que se manifieste o se manifestará
que se perfecciona de la manera como se perfeccionan las for
mas por las materias es alma. Y cuando dice que eso no apa
rece claro en el entendimiento, empieza a demostrar cuál de
las dos partes contradictorias en esta cuestión se ha de bus
car com o la prevalente en la opinión de los hombres y la
más probable, hasta tanto que no se pruebe eso después con
demostración. Y dice: «Pero parece que es otro género de
alma», etc. Esto es: Pero mejor es decir, y después de estu
diar la cuestión, parece más verdadero que se trate de otro
género de alma, etc., y si se le llama alma, será equívocamen
te. Y si la disposición del entendimiento es así, es preciso
que él solo entre todas las facultades del alma tenga posibili
dad de ser separado del cuerpo y no se corrompa por su co
rrupción, como está separado lo eterno, y eso será cuando
unas veces se une con él, y otras no (p.160).
LIBR O III
1.257 4. Cuando afirma que el entendimiento recepti
vo debe pertenecer al género de las facultades pasivas, y que
con eso no sufre cambio en la recepción, porque ni es cuerpo,
ni es una facultad que esté en el cuerpo, da la demostración
1256-1297 Cruz Hernández, Filos, hisp.-musulm. II p.159-186.
1257-1281 Cruz Hernández, o.c., II p.160-163; Id., La filosofía árabe
p.311-320.
,
712
A verroes
de ello, y dice: «Es preciso, pues, si entiende...», etc. Esto
es: es preciso, pues, que, si entiende todas las cosas existen
tes fuera del alma, antes de aprehenderlas esté clasificado, por
ese modo (de aprehender) en el género de las facultades pa
sivas, no activas, y que no esté mezclado con los cuerpos, es
decir, que ni sea cuerpo ni facultad en el cuerpo, natural
o animal, como dijo Anaxágoras. Después dice: «Para que
conozca», etc. Esto es: y es preciso que no esté mezclado,
para que entienda todas las cosas y las reciba. Porque si
está mezclado, entonces será o cuerpo, o una facultad en cuer
po; y si es una de estas dos cosas, tendrá su forma propia, la
cual impedirá que reciba alguna forma ajena.
1.258 Y eso es lo que pretende al decir: «Porque si
aparece en él», etc. Esto es: si tiene su forma propia, enton
ces esa forma le impedirá la recepción de formas diversas
extrañas, porque son distintas de ella. Y ahora hay que con
siderar en esas proposiciones en las cuales Aristóteles declara
esas dos cosas sobre el entendimiento, a saber, que pertenece
al género de las facultades pasivas y que no sufre cambio, que
no es cuerpo, ni facultad que esté en cuerpo. Estos dos carac
teres son, en efecto, el fundamento de cuanto se dice sobre
el entendimiento. Y com o dice Platón, el máximo esfuerzo en
la exposición hay que ponerlo al principio, ya que un míni
mo error en el principio es causa de máximo error en el fin,
como dice Aristóteles.
1.259 Digamos, pues: que la formación por el entendi
miento (el producir las formas) pertenece de algún m odo a
las facultades receptoras, como pasa con la facultad de los
sentidos, se manifiesta por lo siguiente: las facultades pasi
vas sufren cambio por parte de aquel a quien se atribuyen;
en cambio, las activas inducen cambio en aquello a que se
atribuyen. Y como una cosa no mueve (induce cambio) sino
en cuanto que se halla en acto, y es movida (cambiada) en
cuanto que está en potencia, es necesario que, en cuanto que
las formas de las cosas se hallan en acto fuera del alma, mue
van al alma en cuanto que las aprehende o entiende, así como
los objetos sensibles, en cuanto que son seres en acto, es ne
cesario que muevan a los sentidos y sean movidos los senti
dos por ellos. Y por eso el alma tiene necesidad de considerar
las intenciones que se hallan en la facultad imaginativa, así
como el sentido tiene necesidad de mirar a los objetos sensi
bles. Pero cuando se ve que las formas de las cosas exterio
Comentario al «D e anima» de A ristóteles
713
res mueven a esa facultad de suerte que el alma las saca de
las materias (correspondientes) y las hace entendidas en acto
después de haberlo sido en potencia, entonces se ve que tal
alma es activa, y no pasiva. Así que, en cuanto que los obje
tos entendidos la mueven, es pasiva, y en cuanto que son
movidos por ella, es activa. Y por eso dirá después Aristóte
les que es preciso poner en el alma esos dos aspectos dife
rentes, a saber, la facultad de la acción y la facultad de la re
cepción. Y dice claramente que cada una de esas partes su
yas no es generable ni corruptible, como aparecerá después.
1.260 Pero ahora comienza a declarar la naturaleza de
esa facultad pasiva, ya que es necesario en la presente cues
tión. Con esto queda expuesto que esa diferencia, la de la pa
sión y la recepción, se da en la facultad racional, y que la
sustancia que recibe esas formas no sea cuerpo ni facultad
en el cuerpo, es evidente por las proposiciones que en esta
exposición formula Aristóteles. Una es que esa sustancia re
cibe todas las formas materiales, y eso es cosa patente en el
entendimiento. La segunda es que todo el que recibe algo
debe estar despojado de la naturaleza de lo recibido, y que
su sustancia no sea la sustancia de lo recibido en cuanto a su
naturaleza. Pues si el que recibe fuese de la misma naturaleza
que lo recibido, entonces una cosa se recibiría a sí misma,
y lo que mueve sería lo movido. De ahí que el sentido que
recibe el color tenga que carecer del color, y el que recibe
el sonido, del sonido. Esa proposición es necesaria e induda
ble. Y de esas dos proposiciones se sigue que la sustancia
que se llama entendimiento material no posee en sí ninguna
de las formas materiales.
1.261 Y como las formas materiales o son cuerpo o son
formas en cuerpo, es evidente que la sustancia que llamamos
entendimiento material ni e s ' cuerpo ni es forma en cuerpo;
luego es algo absolutamente no mezclado con la materia. Y
debes saber que lo que ha originado eso es algo necesario,
ya que esta sustancia existe, y que lo que recibe las formas
materiales de las cosas o las formas materiales no tiene en
sí una forma material, esto es, compuesta de materia y for
ma. Tampoco es una forma que se cuente entre las formas
materiales, ya que las formas materiales no son separables.
Tampoco es una de entre las formas simples, pues éstas son
1261 Cruz Hernández, Filos, bisp.-musulm. I I . p.160-162;
sofía árabe p.312s.
Id., La filo-
714
A verroes
separables, pero n o ... recibe más que formas diversas, y en
cuanto son entendidas en potencia y no en acto. Luego es
un ser distinto de la materia y de la forma y del compuesto
de ambas.
1.262 En cuanto a si esa sustancia posee una forma pro
pia diversa en su ser de las formas materiales, todavía no está
claro por la presente exposición. En efecto, la proposición que
enuncia que el que recibe debe estar despojado de la natura
leza de lo recibido, debe entenderse de la naturaleza especí
fica de lo recibido, pero no de su naturaleza genérica, sobre
todo del género remoto, y más aún del que se dice equívoca
mente, y por eso hemos dicho que en el sentido del tacto se
encuentra un medio entre los objetos que aprehende, pues los
contrarios difieren específicamente del medio. Siendo ésa la
índole del entendimiento material, a saber, que es un ser, y
que es una facultad separada, y que no posee una forma
material, resulta evidente que no es pasivo, ya que los seres
pasivos, es decir, móviles o sujetos de cambio, son com o las
formas materiales, y que es simple, como dice Aristóteles,
y separable, y de esa manera se entiende cuál es la natura
leza del entendimiento según Aristóteles, y después hablare
mos de las dificultades que pone.
1.263 5. Una vez que ha declarado que el entendimien
to material no tiene alguna forma de las cosas materiales,
empieza a definirlo de esa manera, y dice que, conforme a
eso, no tiene sino la naturaleza de posibilidad de recibir las
formas entendidas materiales. Y dice: « Y así, no tiene nin
guna naturaleza», etc. Esto es: eso del alma que se llama
entendimiento material no tiene ninguna naturaleza y esencia
por la cual quede constituida en cuanto material sino la na
turaleza de la posibilidad, ya que está despojado de todas las
formas materiales e inteligibles.
1.264 Después dice: « Y llamo entendimiento», etc. Esto
es: entiendo por entendimiento aquí la facultad del alma que
se llama en sentido verdadero entendimiento, no la facultad
que se llama entendimiento en sentido amplio, a saber, la fa
cultad imaginativa, sino la facultad por la cual distinguimos
las cosas especulativas y pensamos en las cosas operativas fu
turas. Después dice: «n o es en acto alguno de los seres antes
de entender». Esto es: la definición del entendimiento mate
rial es aquello que es en potencia las intenciones de las for
Comentario al « D e anima» de Aristóteles
715
mas materiales universales, y no es en acto alguno de los se
res antes de entenderlo... (p .383-387).
1.265 La segunda cuestión, que dice cóm o el entendi
miento material es uno numéricamente en todos los indivi
duos humanos, no generable ni corruptible, y los objetos en
tendidos que existen en él en acto (y es el entendimiento
especulativo) multiplicado conforme al número de los indivi
duos humanos generable y corruptible por ser la generación
y corrupción de los individuos, es una cuestión muy difícil
y encierra una muy grande ambigüedad.
1.266 En efecto, si ponemos que ese entendimiento ma
terial se multiplica conforme al número de los hombres in
dividuales, ocurrirá que es esto determinado, o cuerpo, o una
facultad en cuerpo. Y , siendo esto determinado, será una in
tención entendida en potencia. Mas la intención entendida en
potencia es el sujeto que mueve al entendimiento que recibe,
no el sujeto movido. Si, pues, se supone que el sujeto es esto
determinado, entonces una cosa se recibirá a sí misma, como
hemos dicho, lo cual es imposible.
1.267 Y también, aun concediendo que se reciba a sí
misma, sucedería que se recibiría a sí misma según diversos
aspectos. Y así resultará la facultad del entendimiento idén
tica con la facultad del sentido, o no habrá ninguna diferen
cia entre el ser de la forma fuera del alma y dentro del alma.
Pues esta materia individual no recibe sino estas formas indi
viduales. Y ésta es una de las razones que prueban que Aris
tóteles piensa que el entendimiento no es una intención in
dividual.
1.268 Y si suponemos que no se multiplica conforme al
número de los individuos, sucederá que su relación a todos
los individuos que existen en su perfección última en la ge
neración es la misma, por lo cual es necesario que si alguno
de esos individuos adquiere alguna cosa entendida, será ad
quirida por todos ellos...
1.269 Y por eso hay que pensar que, si hay algunos vi
vientes cuya primera perfección es una sustancia separada de
sus sujetos, com o se cree de los cuerpos celestes, es imposible
que se encuentre más de un individuo en su especie, ya que
1265-1276 Cruz Hernández, Tilos, hisp.-musulm. II p.l62s; Id., ha filo
sofía árabe p.313s.
716
A verroes
si de ellos, es decir, de la misma especie se diese más de un
individuo, v.gr., del cuerpo movido por el mismo motor, en
tonces su existencia sería ociosa y superflua, pues su movi
miento sería por una misma intención numéricamente; v.gr., es
ocioso que para un solo navegante haya en el mismo litoral
más de una nave, y asimismo lo sería que hubiese para un
solo artífice más de un instrumento de la misma especie...
(p.401-403).
1.270 Y universalmente se estima que se siguen imposi
bles de esta tesis que asentamos de que el entendimiento que
está en hábito es uno numéricamente. Muchos de ellos ya los
enunció Avempeche en su carta que tituló «Continuación del
entendimiento con el hombre».
1.271 Siendo esto así, ¿qué camino hay para resolver
este difícil problema?
Digamos, pues, que es evidente que el hombre no entien
de en acto sino por la continuación del objeto entendido con
él en acto. Y es también evidente que la materia y la forma
se unen entre sí de suerte que el compuesto resultante de
ellos sea algo único, y máxime el entendimiento material y la
intención entendida en acto, ya que lo que se compone de
ellos no es algo tercero distinto de ellos, com o pasa con otros
compuestos de materia y forma. La continuación, pues, de
lo entendido con el hombre es imposible que se dé más que
por la continuación de la una de esas dos partes con él, a
saber, de la parte que de él es com o materia, y de la parte
de él (a saber, lo entendido) como forma.
1.272 Y como por las dudas antes propuestas queda ex
plicado que es imposible que lo entendido se una con cada
uno de los hombres y se multiplique conforme al número de
ellos por la parte que en él es como materia, es decir, el en
tendimiento material, queda el que la continuación de los ob
jetos entendidos con nosotros, los hombres, sea por la con
tinuación con nosotros de la intención entendida (y son las
intenciones imaginadas), es decir, de la parte que de ellos
está en nosotros de algún modo como forma. Y por eso, el
decir que el niño entiende en potencia se puede interpretar
de dos maneras: una, que las formas imaginadas que hay en
él están entendidas en potencia; otra, que el entendimiento
material, que tiene capacidad natural para recibir el conoci
miento de esa forma imaginada, es recipiente en potencia, y
está en continuación con nosotros en potencia...
Comentario al « D e anima» de A ristóteles
717
1.273 Por eso, hay que pensar lo que ya ha apareci
do por la exposición de Aristóteles, que en el alma hay
dos partes del entendimieinto, de las cuales una es recipien
te, cuya naturaleza ha sido declarada aquí, y la otra, agente,
y es aquello que hace que las intenciones que están en la
facultad imaginativa muevan en acto al entendimiento mate
rial después que lo movían en potencia, com o aparecerá des
pués en el texto de Aristóteles, y que esas dos partes no son
generables ni corruptibles; y que el agente es respecto del re
cipiente como la forma respecto de la materia, como se expli
cará después.
1.274 Y por eso pensó Temistio que nosotros somos el
entendimiento agente, y que el entendimiento especulativo no
es más que la continuación del entendimiento agente sólo
con el entendimiento material. Pero no es así, sino que hay
que pensar que en el alma hay tres partes del entendimiento,
una de las cuales es el entendimiento que recibe, la otra es
el eficiente y la tercera el que es lo hecho. Y dos de estas
tres partes son eternas, a saber, el agente y el que recibe, y la
tercera es generable y corruptible en un sentido, y en otro,
eterna.
1.275 En efecto, como nuestra opinión, de resultas de
esta discusión, ha sido que el entendimiento material es único
para todos los hombres, y también hemos opinado, por eso,
que la especie humana es eterna, como se ha expuesto en
otros sitios, es preciso que el entendimiento material no esté
despojado de los principios naturales comunes a toda la es
pecie humana, es decir, de las primeras proposiciones y de las
formaciones singulares comunes a todos, pues esos obietos co
nocidos son únicos por lo que hace al suieto recipiente, y
muchos por lo que hace a la intención recibida.
1.276 Así, pues, en el modo en que son únicas, son ne
cesariamente eternas, ya que la existencia no se aleia del su
jeto recibido, a saber, del motor, que es la intención de las
formas imaginadas, y no hay impedimento por parte del re
cipiente. La generación, pues, y la corrupción no se da en
ellos sino en razón de la multitud que les sobreviene, no por el
modo sesún el cual son únicas. Y por eso, cuando respecto de
algún individuo ha sufrido corrupción algún objeto de los pri
meros entendidos por la corrupción de su sujeto por medio
1273 R e y n a , On the Soul: a philosophical exploration of the active intellect in Averroes, Aristotle and Aquinas: Thomist 36 (1972) 131-149.
718
A verroes
Comentario al « D e anima» de Aristóteles
del cual está unido con nosotros y es verdadero, es preciso
que ese objeto entendido no sea simplemente corruptible, sino
corruptible por respecto a cada individuo. Y de esta manera
podemos decir que el entendimiento especulativo es único en
todos... (p.406s).
no es absoluto, sino condicionado; es decir, que no es nece
sario que el que recibe no sea absolutamente nada, sino que
no sea en acto algo de aquello que recibe, com o ya lo hemos
dicho. Es más, has de saber que la relación del entendimiento
agente a ese entendimiento es la que tiene la luz al diáfano,
y la relación de las formas materiales a él es la que tienen
los colores al diáfano. Pues así como la luz es la perfección
del diáfano, así el entendimiento agente es la perfección del en
tendimiento material. Y así como el diafano no es movido
por el color, ni lo recibe más que cuando luce (está ilumi
nado), así este entendimiento no recibe los objetos entendi
dos que se presentan más que en cuanto que es perfecciona
do por aquel entendimiento e iluminado por él. Y así como
la luz hace que el color que está en potencia esté en acto, de
suerte que pueda mover al diáfano, así el entendimiento agen
te a las intenciones que están en potencia las hace entendidas
en acto, de suerte que las reciba el entendimiento material.
Así hay que interpretar, pues, la doctrina sobre el entendi
miento material y el agente.
1.277 El tercer problema (es decir, cómo el entendi
miento material es un ser, y no es alguna de las formas
materiales ni la materia prima), se resuelve así: Hay que pen
sar que pertenece a un cuarto género de ser. En efecto, así
como el ser sensible se divide en forma y materia, así tiene
que dividirse el inteligible en dos cosas semejantes a ésas, es
decir, en algo semejante a la forma y algo semejante a la
materia. Y eso tiene que verificarse en todo entendimiento
separado que entiende otra cosa; de lo contrario, no se daría
multitud en las formas abstractas. Y ya se ha explicado en
la Filosofía primera que ninguna forma está absolutamente
libre de la potencia más que la forma primera, que no en
tiende nada fuera de sí, sino que su esencia es su quididad;
en cambio, las demás formas se diversifican en la quididad
y en la esencia de algún modo. Y si no existiese ese género
de seres de cuya existencia venimos en conocimiento en la
ciencia del alma, no podríamos entender la multitud en las
cosas separadas, lo mismo que si ignorásemos ahora la natu
raleza del entendimiento, no podríamos entender que las fa
cultades que mueven separadamente deben ser inteligencias.
1.278 Esto se les pasó a muchos modernos, hasta el
punto de que negaron lo que dice Aristóteles en el trata
do X I de la Filosofía primera, que es preciso que las formas
separadas que mueven los cuerpos celestiales sean en número
com o los cuerpos celestes. Y por eso la ciencia del alma es
necesaria para la ciencia de la Filosofía primera. Y ese enten
dimiento receptivo debe entender al objeto entendido que
está en acto. Pues una vez que ha entendido las formas mate
riales es más digno de entender las formas no materiales;
y lo que entiende de las formas abstractas, v.gr., del enten
dimiento agente, no le impide el entender las formas mate
riales.
1.279 En cuanto a la proposición que dice que el que
recibe no debe tener en acto nada de lo recibido, su tenor
/ f 277 Cruz Hernández, Filos, hisp.-musulm. II p,166s; Id., La filosofía
arabe p.316s.
- 1279-1280 Cruz Hernández, Filos, hisp.-musulm. II p.164-166.
1279 Cruz Hernández, Filos, hisp.-musulm. p.164-167.
719
1.280
Y cuando el entendimiento material se une con
nosotros por ser perfeccionado por el entendimiento agente,
entonces nos unimos con el entendimiento agente, y esa dis
posición se llama adquisición y entendimiento adquirido, como
veremos después. Y este modo de explicar la esencia del en
tendimiento agente resuelve todas las cuestiones que se origi
nan de que pongamos que el entendimiento es una y muchas
cosas. En efecto, si el objeto entendido fuese único absoluta
mente en ti y en mí, sucedería que, cuando yo conozco un
objeto, tú lo conocerías también, y otras muchas cosas impo
sibles. Y si ponemos que es muchas cosas, sucederá que el
objeto entendido en mí y en ti es uno específicamente y dos
individualmente; y así, un objeto entendido tendrá su corres
pondiente objeto entendido, y de la misma manera hasta el
infinito. De modo que resultará imposible que el discípulo
aprenda del maestro, a no ser que la ciencia que hay en el
maestro sea una fuerza que engendra y crea la ciencia que
está en el discípulo, a la manera como este fuego engendra
a este otro fuego semejante a él específicamente, lo cual es
imposible. Y eso de que lo sabido es lo mismo en el maestro
y en el discípulo fue lo que, así entendido, hizo creer a Pla
tón que el aprender es una rememoración. Pero poniendo,
1280
C ru z
H ern án dez,
o .c .,
p.168;
I d .,
La filosofía árabe p.316-317.
720
721
A verroes
Comentario al « D e anima» de Aristóteles
como ponemos nosotros, que el objeto inteligible en ti y en
mí es múltiple en el sujeto en cuanto que es verdadero, a sa
ber, las formas de la imaginación, y uno en el sujeto por
cuanto el entendimiento es ser (y es material), se resuelven
perfectamente todas esas dificultades... (p .409-412).
ne que haber en ella una parte que se llama entendimiento,
por cuanto que se hace todas las cosas por vía de semejanza
y recepción, y que haya también en ella una segunda parte
que se llama entendimiento, en cuanto que hace que todo lo
entendido en potencia sea entendido en acto. Y dice: «Es pre
ciso, pues», etc. Con esas palabras alude al entendimiento ma
terial. Esa es, pues, su explicación de que hablábamos. Des
pués dice: « Y el entendimiento en cuanto que hace que se
entienda todo». Y con eso alude a aquello que se hace que
se halla en hábito...
1.281 Por lo que tengo dicho, nadie debe dudar que ésa
sea la opinión de Aristóteles. Pues todos los que la sostienen
no la aceptan más que porque la sostuvo Aristóteles. Es, en
efecto, éste un punto tan difícil que, si no se encontrase lo
que dice Aristóteles sobre él, sería muy difícil que nadie diese
con ello, o tal vez imposible, de no existir uno como Aristó
teles. Pienso que este hombre fue norma en la naturaleza y el
ejemplar que la naturaleza encontró para ofrecer una muestra
de la perfección humana en estas materias... (p .4 3 2 ).
1.282 17. Una vez que ha declarado la naturaleza del
entendimiento que está en potencia, y señalado la diferencia
entre él y la facultad de la imaginación, empieza a explicar que
tiene que haber un tercer género de entendimiento, que es el
entendimiento agente, que hace que el entendimiento que está
en potencia se haga entendimiento en acto. Y dice que la ma
nera de poner el entendimiento agente en esta clase de seres
es similar a la manera de ser de todas las cosas naturales. En
efecto, así com o en cada género de las cosas naturales y co
rruptibles tiene que haber tres seres, conforme a la natura
leza de ese género, que le son propios: el agente, el paciente
y el efecto, así tiene que suceder también en el entendimien
to. Y dice: « Y porque, como en la naturaleza», etc. Esto es:
y porque esto es com o en las cosas naturales; es decir, como
la consideración sobre el alma es una consideración de algo
natural por ser el alma uno de los seres naturales, y a los
seres naturales les es común el tener en cada género materia
(que es aquello que es en potencia todas las cosas que hay
en ese género), y otro que es causa y agente (que es aquello
en virtud de lo cual se genera todo lo que es de ese género,
como es el artificio en la materia), es preciso que se den esas
tres diferencias en el alma.
1.283 18. Y com o es preciso que se den en la parte
del alma que se llama entendimiento esas tres diferencias, tie1281 Gilson, La philosophie au moyen age (2.a éd.) p.361; Madkour, La
place d'Al-Farabi dans l’école philosopbique musulmane (Paris 1934) p.109.
164-168.
1283 Cruz Hernández, Filos, hisp.-musulm. II p.168; Id., La filosofía
árabe p.317.
1.284 Después dice: «C om o la luz», etc. Ahora señala
el modo como se hace necesario poner en el alma el enten
dimiento agente. En efecto, no podemos sostener que la re
lación del entendimiento agente en el alma al entendimiento
generado sea como la relación del artificio a lo artificiado en
toda la línea. Pues el arte impone en toda la materia la for
ma sin que en la materia haya algo de la forma existente an
tes de que la acción del artífice la produzca. Eso no sucede
en el entendimiento; pues, si así fuese, entonces no necesi
taría el hombre, al entender los inteligibles, el sentido y la
imaginación; más aún, los objetos entendidos llegarían del en
tendimiento agente al entendimiento material, sin que éste
necesitase mirar a las formas sensibles; ni tampoco podemos
decir que las intenciones imaginadas sean las solas que mue
ven al entendimiento material, y sacándole de la potencia al
acto; ya que, si así fuese, no habría entonces ninguna dife
rencia entre el universal y el individuo, y el entendimiento
pertenecería al género de la facultad imaginativa.
1.285 Así que es preciso que, a la vez que hemos asen
tado que la relación de las intenciones imaginadas al entendi
miento material es com o la relación de los objetos sensibles
al sentido (com o dirá Aristóteles después), pongamos otro
motor que haga que esas intenciones muevan en acto al en
tendimiento material (lo cual no es otra cosa que hacerlas
entendidas en acto, abstrayéndolas de la materia) ...
1.286 Y una vez que hemos averiguado que nosotros
obramos por esas dos facultades del entendimiento cuando
lo deseamos, y como nada obra sino por su forma, por eso
se ha hecho preciso el atribuirnos esas dos facultades intelec
tuales, y el entendimiento cuya función es abstraer el objeto
1286
C ruz
H ern án dez,
o .c .,
II p.169;
I d .,
La filosofía árabe p.317.
722
A verroes
entendido y creado tiene que preceder en nosotros al enten
dimiento cuya función es recibirlo. Y dice Alejandro que es
mejor describir el entendimiento que está en nosotros por su
poder activo que no por el pasivo, ya que la pasión y la re
cepción son comunes al entendimiento y a los sentidos y a las
facultades que disciernen y, en cambio, la acción es exclusiva
de cada cosa; y es mejor describir una cosa por su acción.
Digo: eso no sería absolutamente necesario, a no ser que se
dijese de ellos de modo unívoco ese nombre de pasión; pues
no se dice, en efecto, sino de un modo equívoco.
1.287 Y todo lo que dice Aristóteles en esta cuestión
tiene el sentido de que los universales no tienen ninguna exis
tencia fuera del alma, como pretende Platón. Porque, si así
fuese, no habría necesidad de poner el entendimiento agente.
1.288 19. Una vez que ha declarado el segundo gé
nero del entendimiento, que es el agente, empieza a hacer
la comparación entre él y el material. Y dice: « Y también
este entendimiento», etc. Esto es: también este entendimien
to es separado como el material, y también no pasible ni mez
clado como aquél. Y una vez que ha expuesto los caracteres
comunes a él y al entendimiento material, declara la índole
propia del entendimiento agente. Y dice: « Y es en su sus
tancia acción»; esto es: que no hay en él potencia para algo,
como la hay en el entendimiento que recibe para recibir las
formas. El entendimiento agente, en efecto, no entiende nada
de los objetos que hay aquí presentes. Y es preciso que el
entendimiento agente sea separado, y no mezclado ni pasi
ble, por cuanto produce todas las formas entendidas. Pues, si
fuese mezclado, no produciría todas las formas, como tam
bién es preciso que el entendimiento material, por recibir to
das las formas, sea separado y no mezclado (ya que, si no
fuese separado, tendría esta forma singular, y entonces sería
necesariamente una de dos cosas: o que se recibiría a sí mis
mo, y entonces en él el motor será lo movido, o que no re
cibiría todas las especies de las form as). De modo semejante,
si el entendimiento agente estuviese mezclado con la materia,
entonces necesariamente, o se entendería y crearía a sí mismo,
o no crearía todas las formas... (p.436-441).
1.289 30 ... Y la afirmación de Aristóteles de que es
preciso que en el entendimiento material no haya ninguna de
1288 Cruz Hernández,
p.319-320.
o .c .,
II p.169-171.173-176; Id., La filosofía árabe
Comentario al « D e anima» de Aristóteles
723
las intenciones existentes en acto— sea intención entendida en
acto o en potencia— , basta para disolver esa falsa opinión.
Pero lo que hizo caer en el error a ese hombre, y a nosotros
también durante mucho tiempo, es que los modernos abando
nan los libros de Aristóteles y leen los de sus Comentado
res, sobre todo en las cuestiones sobre el alma, porque creen
que ese libro no se puede entender. Y esto lo digo por Avicena, que no siguió a Aristóteles más que en la Dialéctica,
pero en las demás erró, sobre todo en la Metafísica: y todo
porque comenzó como de sí solo (p.469).
1.290 33. ... La facultad cogitativa, como ha sido ex
puesto en el libro D e sensu et sensato, cuando se ayuda de la in
formativa y de la rememorativa, tiene capacidad innata de pre
sentar por la fe y la información, valiéndose de las imágenes,
alguna cosa que no ha sentido nunca, en la misma disposi
ción (o manera de ser) que tendría si la hubiese sentido, y
entonces el entendimiento juzgará a esas imágenes con un jui
cio universal. Y la intención del acto de la cogitativa no es otra
cosa que esto, a saber, que la facultad cogitativa ponga a la
cosa ausente del sentido com o si fuese un objeto sentido.
Y por eso los cognoscibles humanos se dividen en dos clases,
a saber, cognoscibles cuyo principio es el sentido y cognosci
bles cuyo principio es la cogitativa.
1.291 Y ya hemos dicho que la facultad cogitativa no es el
entendimiento material ni el entendimiento que está en acto,
sino que es una facultad particular material. Esto está claro
por lo que se dice en el D e sensu et sensato. Y es de saber
que hay costumbre de adscribir al entendimiento la facultad
cogitativa. Y no se debe decir que la facultad cogitativa com
ponga los inteligibles singulares; ya se ha declarado que el
que las compone es el entendimiento material; la acción de
la cogitativa no consiste sino en distinguir los individuos de
aquellos inteligibles y presentarlos en acto com o si estuviesen
en el sentido, y por eso, cuando estén presentes al sentido,
entonces sobrevendrá el acto de la cogitativa, y permanecerá
la acción del entendimiento en ellas. Y con eso aparecerá
claro que la acción del entendimiento es distinta de la acción
de la facultad cogitativa, que Aristóteles llamó entendimien
to posible, y dijo que era generable y corruptible... (p.476).
1290 Cruz Hernández,
323.
1291 Cruz Hernández,
o .c .,
II p.l81.182s; Id., La filosofía árabe p.322-
o .c .,
II p,182s; Id., La filosofía árabe p.322-323,
724
A verroes
Comentario al « D e anima» de Aristóteles
1.292 36. Esas son, pues, las cuestiones que se pre
sentan en este problema, y son tan difíciles como ves. Ten
dremos que decir lo que hemos logrado ver en este punto.
Digamos, pues: com o el entendimiento que existe en nos
otros tiene dos acciones en el sentido en que se nos atribuye,
una de las cuales pertenece al género de la pasión (que es el
entender), y otra del género de la acción (que es el extraer
las formas y despojarlas de las materias, que no es otra cosa
que hacerlas entendidas en acto después de que lo eran en
potencia), es evidente que está en nuestra voluntad, cuando
tenemos el entendimiento que está en hábito, el entender el
objetivo inteligible que nos plazca y extraer la forma que que
ramos.
1.295 El hombre, pues, según esta manera de explicar
las cosas, se asemeja a Dios, como dice Temistio, en que es
todas las cosas de algún modo, y en que las conoce asimis
mo de algún m odo; pues las cosas no son otra cosa que su
ciencia, ni la causa de las cosas es otra cosa que su ciencia.
Y ¡cuán admirable es este orden y qué extrañeza causa este
modo de ser! (p.501).
1.293 Y esa acción, es decir, crear los inteligibles y ha
cerlos, tiene prioridad en nosotros sobre la acción que es el
entender, com o dice Alejandro. Y una vez que han sido pues
tos esos dos fundamentos, a saber, que el entendimiento que
hay en nosotros tienen esas dos acciones, comprehender los
objetos inteligibles y hacerlos, y los objetos inteligibles se
hacen de dos modos: o naturalmente (y son las primeras
proposiciones de las cuales no sabemos cuándo han surgido
y de dónde y cóm o) o voluntariamente (y son los objetos
inteligibles adquiridos por las primeras proposiciones) ; y se
ha explicado que es necesario que los objetos inteligibles que
tenemos naturalmente procedan de algún ser que sea en sí
un entendimiento liberado de la materia (que es el enten
dimiento agente); una vez declarado esto, digo, se sigue ne
cesariamente que los objetos inteligibles obtenidos por nos
otros de las primeras proposiciones sean algo producido, efec
to conjunto de las proposiciones conocidas y del entendimien
to agente... (p.495s).
1.294 En nuestra teoría, en la cual hemos asentado que
el entendimiento material es eterno y que los objetos enten
didos son generables y corruptibles del modo que hemos di
cho, y que el entendimiento material entiende ambas cosas,
es decir, las formas materiales y las formas separadas, es evi
dente que el sujeto de los objetos entendidos especulativos
y del entendimiento agente es, según ese modo de explicar las
cosas, uno mismo, a saber el (entendimiento) material. Y es
semejante a eso el diáfano, que recibe el color y la luz a la
vez y la luz es la que crea el color... (p.499).
1292 Cruz Hernández, o.c., II p.174; Id., La. filosofía árabe p.320.
1293 Cruz Hernández, La filosofía hisp.-árabe II p.159-160.
725
1.296 38. Una vez que ha afirmado que el alma es en
algún modo todas las cosas, comienza a explicar en qué con
siste ese modo. Y dice: «Digamos, pues, que el saber», etc.
Esto es: com o las diferencias que distinguen a los seres entre
sí son idénticas a las diferencias que hay en el alma (ésas son
potencia y acto, porque así como el sentido y el entendimien
to o están en potencia o en acto; y siendo esto así, si el que
siente está en potencia, el objeto sentido estará en potencia,
y si estuviera en acto, lo sentido estará en acto, y lo mismo
sucede con el entendimiento y el objeto entendido), se sigue
necesariamente que se diga con verdad que esa parte del alma
es esa parte de los seres. Pues las cosas cuyas diferencias son
idénticas son ellas mismas idénticas en el modo en el cual
tienen esa identidad de diferencias. Entonces, el entendimiento
es lo entendido y el sentido lo sentido.
1.297 Después dice: «Pues es necesario». Esto es: y por
que no hay más que esos dos modos, a saber, o que el enten
dimiento sea lo entendido existente fuera del alma o su for
ma, e igualmente, tratándose del sentido y de lo sentido, y
como es imposible que el sujeto mismo sea lo entendido o lo
sentido, es decir, en su forma y en su materia, com o pensa
ban los antiguos (pues entonces al entender la piedra, el alma
sería piedra, y al entender la madera, madera), queda que lo
que de los seres existe en el alma sea solamente la forma, y
no la materia. Y eso es lo que quiere decir con la frase: «Pues
la piedra», etc. Esto es: la piedra no existe en el alma, sino
sólo en su form a... (p.503s).
121
Guía de descarriados
M A I M O N I D E S
(1135-1204)
Igghéreth ha-Schemad (Carta sobre la apostasia)
o : Maamar Ouiddousch ha-Schem (Tratado de la santificación de D ios)
(1160); Igghéreth Téman (Carta al Sur) o: Pétah'- Tipvah (Puerta de la
Esperanza) (1173); Mischné Torah (Repetición de la Ley) (1180); Moréh
Heboukhim (Guía de perplejos) (1190); Séfer ha-Madda (L ibro del
O bras
p r in c ip a le s :
G U IA DE D E SC A R R IA D O S
I n t r o d u c c ió n
Muéstrame el camino que tengo que seguir, pues a Ti
he levantado mi alma (Sal 143,8).
A vosotros, varones llamo, y mi voz se dirige a los hijos
de Adán (Prov 8,4).
Presta oído y escucha las palabras de los sabios, y aplica
tu corazón a mi sabiduría (Prov 22,17).
conocimiento).
E d i c i ó n c i t a d a : Maimónides, Guía de descarriados. Traducción, pró
logo y notas de J . S u á r e z L o r e n z o ; Instituto Maimónides, Centro de
Estudios Hebraicos Orientalistas y de Etnografía americana (Madrid, s.f.).
Bibliografía general: S. Munk, Le Guide des Egarés... par Mdimonide, trad, et accompagnée de notes critiques, littéraires et explicati
ves, I (Paris 1960); esp. p .I-X ; M . Friedländer, The Guide for the
Perplexed by Moses Maimónides, translated from the original arabic
text..., 2.a ed. revis. (London 1947; J. Suárez Lorenzo, Maimónides,
Guta de descarriados, trad., prólogo y notas (Madrid, s.f.); M . Sandrail, Mdimonide, le Guide des Egarés: La Table Ronde 192 (1964)
48-66; L. G. Levy, Mdimonide (Paris, 1911; 2.a ed., París, 1932);
J. Munz, Moses ben Maimón, sein Leben und seine Werke (Frankfurt
a.M. 1912); W . Bacher y otros, Moses ben Maimónides. Sein Leben,
seine Werke und sein Einfluss, 2 B (Reprogr. Nachdr. der Ausg. Leipzig
1908-1914, Hildesheim-New Y ork 1971); J. Llamas, O .S.A., Maimó
nides (Biblioteca de la Cultura Española, Madrid, s.f.); S. Zac, Mdimo
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age, 2.a éd. (Paris 1947) p.373-376 (Bibliogr., p.376); Überweg-Geyer,
Grundriss der Geschichte der Philosophie, zw. T., elfte neuarb. Aufl.
(Berlin 1928) p.339-342 (Bibliogr., p.727s); L. Strauss, Philosophie
und Gesetz. Beiträge zum Verstädnis Maimunis und seiner Vorläufer
(Berlin 1935); A. Díez, Maimónides, defensor de la equivocidad entre
Dios y las creaturas: Ideales (Salamanca 1929); G. C. Papa Demetriou, Moses Maimónides’doctrine of God: <DiÁocjo<pta 4 (1974) 306328, 328-335; J. A . B u ijs, Comments on Maimónides’ negative theolo
gy: N ew Scholast. 49 (1975) 87-93; A . Lichtigfeld, Maimónides’
attributes and Jaspers’ chifer: Akten X I V Intern. Congr. Phil., V I,
p.488-491; A. Rohner, Das Schöpfungsproblem bei Moses Maimónides,
Albertus Magnus und Thomas von Aquin (Münster 1913); S. Zetling,
The Maimonidean controversy: Jewish Quartal Rev. 57 (1966) 154-158;
H . Greive, Kontroverse und die Auseinandersetzungen in der lateinischen
Scholastik (Berlin-New Y ork 1976); K. Schubert, Die Bedeutung des
Maimónides für die Hochscholastik: Kairos 10 (1968) 2-18; L. Roth,
Spinoza, Descartes and Maimónides (O xford 1924); I. Madkour, La place
d’al-Farabi dans l’école philosophique musulmane (Paris 1934) p.169s.;
J. Sarachek, Faith and reason. The conflict over the rationalism of Maimonides (reprint o f the 1935 ed., N ew Y ork 1970); S. Z ac, Maimonide
(Paris 1965) (Bibl. p.188-190).
Finalidad de este tratado.— Diversos grados de capacidad en
los hombres para comprender las cosas especulativas.— Pre
sentación de éstas en forma alegórica.
1.298
Este tratado se propone primeramente explicar el
sentido de ciertos nombres que se encuentran en los libros
proféticos. De estos nombres, unos son homónimos; pero los
ignorantes los toman en una sola de sus acepciones; otros
son metafóricos y los toman en su significación primitiva,
y otros son anfibológicos, y unas veces los toman por apela
tivos y otras veces se figuran que son homónimos. El objeto
de todo este tratado, así como el de todos los de su especie,
no es explicar todos esos nombres al vulgo o a los principian
tes, ni instruir al que no estudia nada más que la ciencia de
la Ley, es decir, su interpretación talmúdica, sino que es la
ciencia de la Ley en el verdadero sentido de la palabra. Más
claro, tiene por objeto ilustrar al hombre religioso que cree
con sinceridad en la verdad de nuestra Ley, que es perfecto
en su religión y costumbres y que, habiéndolo atraído y
guiado la razón humana a sus dominios, está desorientado
por el sentido exterior de las palabras de la Ley y por lo
que siempre ha entendido o se le ha dado a entender sobre
la significación de los nombres homónimos, metafóricos o
anfibológicos, lo cual le trae agitado y perplejo. ¿Se dejará
guiar por su razón, rechazando lo que le han enseñado sobre
esos nombres? Entonces creerá que ha rechazado los funda
mentos de la fe. ¿Se atendrá a la idea superficial que tiene for
mada, sin dejarse llevar por la razón? Efabrá vuelto la espalda
a la razón y alejádose de ella, sin dejar de reconocer que su
1298-1325 F r i e d l a n d e r , o . c . , p.XXXIX-XL.
1298-1299 F r i e d l a n d e r , o . c . , p.XL.
1298 S u á r e z L o r e n z o , o . c . , p.19 nt.l y 2;
nt.1-3; p.7 nt.1-2; p.8 nt.l.
p.20 nt.l;
M unk,
o .c .,
p.6
728
Guía de descarriados
Maimónides
religión ha sufrido daño y detrimento, y persistiendo en aque
llas imaginarias opiniones, se sentirá inquieto y oprimido, de
modo que su corazón no cesará de sufrir dolor y turbación
violenta.
1.299 Otro fin tiene también este tratado: explicar las
tan oscuras alegorías que se encuentran en los libros proféticos, sin que esté del todo claro que sean alegorías, por lo que
el ignorante atolondrado las toma en su sentido exterior, sin
ver en ellas un sentido esotérico. Y aun examinadas por un
hombre verdaderamente instruido, le traerán igualmente per
plejidad si las toma en su sentido exterior; pero en cuanto
le hayamos explicado que se trata de una alegoría, le habre
mos puesto en el buen camino y salvado de su perplejidad.
Por esto he titulado este tratado Guía de descarriados.
N o digo que este tratado vaya a quitar de toda duda al
que lo entienda; pero sí aclarará la mayoría y las más graves
de las oscuridades. El hombre atento no me pida ni espere,
cuando hayamos hablado de un asunto determinado, que lo
acabe, ni cuando hayamos comenzado a exponer el signifi
cado de alguna alegoría, que agote todo lo que acerca de ella
se haya dicho: esto es cosa que no podría hacer de palabra
un hombre inteligente, cuanto menos consignarlo en un libro,
sin exponerse a servir de blanco a los necios con pretensiones
de sabios, que lanzarían contra él las flechas de su ignorancia.
C a p ít u l o
XXXV
D e la necesidad de que todos sepan que Dios es incorpóreo
e impasible
1.300 No se crea que todo lo que hemos dicho por modo
preliminar en los precedentes capítulos sobre la gravedad y
oscuridad del asunto, dificultad de alcanzarlo y reserva que
en él se debe poner para con el vulgo, se aplica también a
la negación de la corporeidad y a la de las pasiones. N o es
así, sino todo lo contrario: lo mismo que se debe enseñar a
los niños a publicar en las masas que Dios— glorificado sea—
es uno y que no se debe adorar a otro sino a El, es menester
que sepan, por tradición, que Dios no es un cuerpo, que no
hay ninguna semejanza en ninguna cosa entre El y sus cria1299 Su á e e z L orenzo , o . c ., p .2 0 nt.2.
1300 Suárez Lorenzo, o.c., p .129 n t . l ;
n t.1-2.
M un k,
o.c., p .1 3 0 n t.2 -3 ;
p .131
729
turas, que su existencia no se parece a la de ellas, que su
vida no se asemeja a la de las criaturas vivientes ni su cien
cia a la de las criaturas dotadas de ciencia, y que la diferen
cia entre El y ellas no consiste solamente en el más o en el
menos, sino en el género de existencia. Quiero decir que es
menester certificar a todos que nuestra ciencia y la suya,
o nuestro poder y el suyo no difieren en más o menos, o en
que una sea más fuerte y la otra más débil o en parecidas
distinciones; pues lo fuerte y lo débil son necesariamente
semejantes en especie y a ambos los comprende una sola
definición y toda relación proporcional ha de ser entre dos
cosas de una misma especie, cosa que ha sido también apli
cada en las ciencias físicas. Mas todo lo que se atribuye a
Dios se distingue de nuestros atributos bajo todos los res
pectos, de modo que no se pueden comprender las dos cosas
en una misma definición; asimismo su existencia y la de lo
que está fuera de El no se llaman una y otra «existencia»
sino por homonimia, com o explicaré. Y esto debe bastar a
los niños y al vulgo para establecer en su espíritu que existe
un Ser perfecto que no es cuerpo, ni una facultad en un
cuerpo, que es Dios, a quien ninguna especie de imperfección
puede alcanzar, y quien por esto no está en modo alguno
sujeto a pasividad.
1.301
Lo que hay que decir de los atributos, cóm o se
han de apartar de Dios, cuál es el sentido de los que se le apli
can, así com o lo que hay que decir sobre la manera com o ha
creado las cosas y cóm o gobierna el mundo, cóm o se extiende
la providencia sobre lo que está fuera de El, qué hay que en
tender por su voluntad, su percepción, su ciencia-, qué hay
que entender por la profecía y cuáles son sus diferentes gra
dos; finalmente, qué se debe entender por los nombres de
Dios, los cuales, por numerosos que sean, designan un ser
único, todas esas cosas son profundos asuntos; los secretos
de la Torá, los misterios de que continuamente se trata en los
libros de los profetas y en los discursos de los doctores. Son
cosas de las que no se deben enseñar sino los primeros elemen
tos, com o hemos dicho, y aun éstos a una persona tal com o la
hemos descrito. Pero cuando se trata de excluir la corporei
dad y de alejar de Dios la asimilación a sus criaturas y las
pasiones, entonces es menester expresarse claramente, hay
que explicárselo a cada cual según le corresponda y enseñarlo
1301 Munk, o.c., p.132 n t.l; H. A. Wolfson, Maimónides on the urtity
and incorporeality of God: Jewish. Quart. Rey. 56 (1965) 112-136.
Maimónides
730
Guía d e descarriados
com o tradición a los niños, a las mujeres, a los hombres sim
ples y a los que carecen de disposición natural, lo mismo que
aprenden por tradición que Dios es uno, eterno y que no se
debe adorar a otro sino a El.
1.302
Porque no hay unidad mientras no se excluya la
corporeidad; pues el cuerpo no es uno, sino, al contrario, com
puesto de materia y forma, que por su definición hacen dos,
y es también divisible y partible. Y si, habiendo recibido esta
enseñanza, habiéndose habituado a ella, habiéndose criado y
crecido en ella, se hallan turbados con motivo de ciertos textos
de los libros proféticos, se les explicará su sentido, se les
iniciará en la manera de interpretarlos, se llamará su aten
ción sobre las homonimias y metáforas de que se ocupa este
tratado, hasta que se convenzan de que hay que creer en
la unidad de Dios y en la veracidad de los libros proleticos. A aquellos cuyo espíritu se resista a^ entender la in
terpretación de los textos y a comprender como puede haber
concordancia en el nombre, habiendo diferencia en el sentido,
se les dirá: «Los hombres de ciencia entienden la interpreta
ción de este texto; en cuanto a ti, sabrás que Dios no es un
cuerpo y que es impasible, pues la pasividad implica cambio,
mientras que Dios no está sujeto a cambio, no se parece a
nada de lo que está fuera de El, y no tiene absolutamente
ninguna definición común con cosa alguna, y tal ^discurso
profètico es verdadero y hay que interpretarlo alegóricamen
te». Aquí se detendrá uno con él; pero en nadie se debe
dejar que se asiente la creencia en la corporeidad o en cualquier cosa que se reduzca a ella, com o tampoco se debe dejar
que crea que Dios no existe, o en la asociación o que rinda
culto a otro que no sea El.
C a p ít u l o
L
De la verdadera creencia. Negación de los atributos positivos
de Dios
1.303 Has de saber, oh lector de este mi tratado, que la
creencia no es una cosa que se pronuncia, sino algo que se con
cibe con el alma, creyendo que la cosa es tal como se concibe.
1302 M u n k ,
o .c .,
p .133
n t.1-3;
W o lfs o n ,
o .c
p 112-136.
1303-1317 J A. Buijs, Comments on Maimónides negative theoLogy: New
Schol. 49 (1975) 87-93.
1303-1325 F r i e d l a n d e r , o . c ., p . A L V - A L V i .
1303 M unk , o .c ., p .1 7 9 n t.3 ;
p .1 8 0 n t . l ;
p .181 n t .l,
731
Si las opiniones verdaderas o reputadas tales te contentas
con expresarlas en palabras, sin concebirlas ni creerlas, y más
todavía, sin buscar su certeza, esto es cosa fácil; y así en
cuentras muchos majaderos que retienen creencias de las que
no conciben absolutamente ninguna idea. Pero si tú eres de
aquellos cuyo pensamiento se eleva para remontarse al alto
grado de la especulación y para tener la certidumbre de que
E)ios es uno, con unidad real, de manera que nada compuesto
ni en algún modo divisible se encuentra en El, es menester
que sepas que Dios no tiene ningún atributo esencial bajo
condición ninguna, y que lo mismo que no se puede admitir
que sea un cuerpo, es inadmisible que posea un solo atributo
esencial. El que creyera que es uno, pero con múltiples atri
butos, expresaría bien con su palabra que es uno, pero en su
pensamiento lo creería múltiple. Esto se parecería a lo que
dicen los cristianos: «Es uno y, sin embargo, es tres, y los
tres son uno», pues sería lo mismo que si se dijera: «es uno,
pero posee muchos atributos, y El con sus atributos hacen
uno», todo eso excluyendo la corporeidad y creyendo en la
simplicidad absoluta, com o si nuestro objeto fuera solamente
buscar cómo debemos expresarnos y no qué debemos creer.
No puede haber creencia sino donde hay concepción, pues la
creencia consiste en admitir como verdad lo que se ha con
cebido y en creer que fuera del espíritu es tal como se ha
concebido dentro. Si se junta a esta creencia la convicción de
que sea absolutamente imposible lo contrario de lo que se
cree y de que no existe en el espíritu medio alguno de refutar
esa creencia ni de pensar que pueda ser posible lo contrario
tenemos la certidumbre.
Si te desprendes de los deseos y de los hábitos, si
eres inteligente y consideras bien lo que voy a decir en los
siguientes capítulos sobre la negación de los atributos, tendrás
necesariamente ya certeza de ello y entonces serás de los que
conciben la unidad de Dios, y no de los que solamente la pro
nuncian de boca, sin concebir una idea de ella y que perte
necen a la especie de los que se ha dicho: Tú estás cerca de
su boca, pero lejos de su interior (Jer 1 2,2). Que el hombre
es menester que sea de los que conciben la verdad y la en
tienden, aunque no la pronuncien, como está mandado a los
virtuosos, diciéndoles: Pensad en vuestro corazón, en vuestro
lecho, y guardad silencio (Sal 4 ,5 ).
130 4 M
unk,
o .c .,
p .1 8 1 n t.2 .
Maimónides
732
C a p ít u l o
LI
De la necesidad de excluir de Dios los atributos, para no caer
en contradicciones manifiestas
1.305 Hay en el ser muchas cosas claras y manifiestas,
de las que las unas son nociones primeras y cosas sensibles,
y las otras son algo que se acerca a éstas, de manera que el
hombre, aunque se le dejara tal como está, no necesitaría
prueba de ellas. Tales son, por ejemplo, la existencia del mo
vimiento, la de la libertad de obrar que tiene el hombre, la
evidencia del nacimiento y de la destrucción y las propieda
des naturales de las cosas, las cuales hieren los sentidos, como
el calor del fuego y el frío del agua; se podrían citar muchas
cosas parecidas. Pero cuando se crearon opiniones extraordi
narias por los que estaban en error o por los que tenían en
ello un fin cualquiera, los cuales, con esas opiniones, se po
nían en oposición con la naturaleza del ser, negaban lo que
perciben los sentidos o querían hacer creer en la existencia
de lo que no existe, fue preciso que los hombres de ciencia
establecieran la existencia de aquellas cosas manifiestas y la
no existencia de las cosas de pura suposición. Así vemos que
Aristóteles establece el movimiento, porque se había negado,
y demuestra la no existencia de los átomos, porque se había
afirmado que existían.
1.306 De esta misma categoría es la necesidad de excluir
de Dios los atributos esenciales, pues es una noción primera
que el atributo es cosa distinta de la esencia del sujeto cali
ficado, que es cierta circunstancia de la esencia y, por tanto,
un accidente. Cuando el atributo es la esencia misma del su
jeto calificado, no es otra cosa que una tautología, como, por
ejemplo, si se dijera: «el hombre es un hom bre»; o bien es la
explicación de un nombre, com o si se dijera: «el hombre es
un ser vivo racional», pues el ser vivo y racional expresa la
esencia y realidad del hombre y no hay una tercera idea fuera
de las de «ser vivo» y «racional», que hacen al hombre, el cual
está calificado por la vida y la razón, o mejor dicho, este atri
buto es la explicación de un nombre y no otra cosa y es como
si se dijera que la cosa llamada «hom bre» es la que está com
puesta de vida y de razón.
130 5 M
unk,
o . c . , p .1 8 2 n t .2 ;
p .1 8 3
n t.2 .
Guía de descarriados
733
1.307
Está, pues, claro que el atributo es necesariamente
una de dos cosas: o la esencia misma del sujeto, siendo la mera
explicación de un nombre, cosa que bajo este respecto no
rechazamos de Dios, sino bajo otro respecto, como se ex
pondrá, u otra cosa distinta del sujeto, que añada algo al
sujeto, lo que lleva a hacer del atributo un accidente de
dicha esencia. Pero excluyendo de los atributos del Crea
dor la denominación de accidente, no se excluye idea de éste,
pues todo lo que se añade a la esencia es accesorio a ella y
no es el complemento de su verdadera idea, y éste es pre
cisamente el sentido del accidente. Agreguemos a esto que si
hubiera en Dios muchos atributos se seguiría que hay muchas
cosas eternas; mas no hay unidad sino con la condición de
admitir una esencia una y simple, en la que no haya com
posición ni multiplicidad de ideas, sino, al contrario, una
idea única que se encuentre una de cualquier lado que se
mire y bajo cualquier punto de vista que se considere, que
por ninguna manera ni causa pueda dividirse en dos ideas
y en la que no exista multiplicidad, ni fuera ni dentro del
espíritu del pensador.
1.308
Ciertos pensadores han llegado a decir que los
atributos de Dios no son ni su esencia ni algo fuera de su esen
cia, pero esto es como lo que han dicho algunos otros: «Las
condiciones asi designan las ideas generales— no son ni exis
tentes ni no existentes», y también com o lo que dicen algunos
otros: «La sustancia simple (o átomo) no es un espacio, sin
embargo, ocupa una posición limitada», y «el hombre no tiene
acción, pero si adquisición» . Todo esto son aserciones que se
dicen solamente, que existen en las palabras y no en los es
píritus y que, a mayor abundamiento, no pueden tener exis
tencia sino fuera del espíritu. Sin embargo, com o tú sabes
y como saben todos los que no se violentan a sí mismos,
están protegidas por una superabundancia de palabras y por
imágenes de falso brillo y sostenidas por declamaciones, in
vectivas y numerosos argumentos tomados a la vez de la’ dia
léctica y de la sofística. Pero si, después de enunciarlas y sos
tenerlas por tales medios, se vuelve sobre la propia creencia,
no se encuentra sino turbación e impotencia, pues se están
haciendo esfuerzos para dar existencia a lo que no latiene
y por crear un término medio entre dosopuestos, lo que no
1307
1308
M
unk, o .c .,
M
un k , o .c .,
p.183 nt.4-5; p.184 n t . 1-2
p.184 nt.3; p.185 nt.1-3; p.186 fit.l; p.187 nt.l.
Guía d e descarriados
Afaimónides
734
puede ser, pues ¿hay término medio entre lo que existe y lo
que no existe, o entre la identidad y la no identidad de las
cosas? Lo que ha llevado a eso es, com o hemos dicho, el aban
donarse a las imaginaciones y el figurarse siempre que todos
los cuerpos existentes son esencias que cada una ha de tener
necesariamente atributos y que nunca encontramos una esen
cia de un cuerpo que exista sola y sin atributo; y persistiendo
en esta imaginación se ha creído que Dios asimismo está com
puesto de cosas diversas, a saber, su esencia y las ideas a ella
añadidas. Algunos, llevando más lejos el antropomorfismo, lo
han creído un cuerpo con atributos, mientras que otros, ele
vándose por encima de ese ínfimo grado, han excluido de Dios
el cuerpo y han dejado subsistir los atributos. Lo que ha traí
do todo esto ha sido el seguir el sentido literal de los libros
de la revelación, com o expondré en los capítulos que han de
tratar de estos asuntos.
C a p ít u l o
Siempre que un sujeto tiene un atributo afirmativo, este
atributo tiene forzosamente que ser de una de estas cinco
clases:
I.309 I. La primera clase es aquella en que la cosa
tiene por atributo su definición, com o cuando se dice que el
hombre es un «animal racional». Un atributo así indica el
verdadero ser de una cosa, y ya hemos expuesto que es la ex
plicación del nombre y no otra cosa. Este género de atributos
debe ser, según todo el mundo, excluido de Dios, pues Dios
no tiene causas anteriores que hayan causado su existencia, de
manera que puedan servir para definirla. Por esto es admitido
generalmente por todos los pensadores que se expresan con
exactitud que Dios no puede ser definido.
II. La segunda clase es aquella en que la cosa tiene por
atributo .una parte de su definición, como cuando se designa
al hombre por la cualidad de «animal» o por la de «razón».
Aquí hay idea de inherencia, pues si decimos «todo hombre
es racional», esto significa que en todo lo que posee la cuali
dad de hombre se encuentra la razón. Este género de atribu
tos debe, según todo el mundo, excluirse de Dios, pues si
L oren zo,
o .c .,
p .1 8 1
tuviera una parte de una quidditas, su quidditas sería com
puesta. Esta clase de atributos es, pues, tan inadmisible como
la precedente con respecto a Dios.
III.
La tercera clase es aquella en que la cosa tiene por
atributo algo fuera de su realidad y de su esencia, de modo
que, no formando parte de lo que completa y constituye la
esencia, forma, por consiguiente, una cualidad. Pero la cua
lidad, com o género superior, es uno de los accidentes; si Dios
tuviera un atributo de esta clase, sería el substratum de los
accidentes, lo que basta para mostrar que sería alejarse de su
realidad y de su esencia decir que posee una cualidad. Pero
es asombroso que los que admiten los atributos excluyan, sin
embargo, de Dios la asimilación a las criaturas y la califica
ción; pues cuando dicen que no puede ser calificado, esto no
significa otra cosa sino que no posee cualidad, y, sin embargo,
todo atributo que se da a una esencia en sentido afirmativo
y esencial, o constituye y es la misma esencia o es una cuali
dad de la misma.
L II
D e las cinco especies de atributos afirmativos
1309 S u á r e z
735
n t .1 -3 ;
p .1 8 8
n t.1 -5 .
1.310
Los géneros de la cualidad son en número de
cuatro, com o sabes; voy a darte un ejemplo de cada uno en
forma de atributo, para demostrarte la imposibilidad de ad
mitir para Dios este género de atributo.
Primer ejemplo: Cuando se califica al hombre con una de
sus capacidades especulativas o morales o por las disposicio
nes que posee com o ser animado, por ejemplo, cuando se
dice: «Fulano, carpintero, o casto, o enfermo». No hay dife
rencia bajo este concepto entre las denominaciones «carpin
tero», o «d octo», o «sabio», que todas designan disposiciones
en el alma, y tampoco hay diferencia entre decir «casto» y
decir «m isericordioso»; pues todo arte, ciencia o cualidad mo
ral permanente es una disposición en el alma. T odo esto está
claro para el que se haya ocupado siquiera un poco de la
Lógica.
Segundo ejemplo: Cuando se califica la cosa por una p o
tencia o impotencia natural que en ella se encuentre, como
cuando se dice «blando» y «du ro». No hay diferencia entre
decir «blando» y «duro» y decir «fuerte» y «débil», pues todo
designa aptitudes naturales.
Tercer ejemplo: Cuando se califica al hombre por una
cualidad afectiva o por las afecciones, com o cuando se dice:
131 0 S u á r e z
L oren zo,
o .c .,
p .1 8 2
n t .l;
M
unk,
o .c .
p .1 9 4
n t .4 ;
p .1 9 5
Maimónides
Guía de descarriados
«Fulano, enojado, o irritado, o temeroso, o compasivo», pero
sólo cuando la cualidad moral no se ha consolidado. De este
mismo género es la calificación por el color, el gusto, el
olor, el calor, el frío, la sequedad y la humedad.
Cuarto ejemplo: Cuando se califica la cosa por lo que es
respecto a la cantidad como tal, com o cuando se dice: largo,
corto, encorvado, derecho y otras cosas semejantes.
cera la imposibilidad de esto. Evidente es que Dios no está en
relación con el tiempo y el espacio; pues el tiempo es un
accidente que compete al movimiento, cuando en éste se con
sidera la idea de anterioridad y posterioridad, de modo que
resulta numerado— com o se explica en los lugares especial
mente consagrados a este asunto— ; ahora bien, com o el
movimiento es cosa que compete a los cuerpos, no siendo
Dios un cuerpo, se deduce que entre El y el tiempo no hay
relación. Tampoco la hay entre El y el espacio.
736
1.311 Considerando todos estos atributos y otros seme
jantes los encontrarás inadmisables para Dios, pues éste no
tiene cantidad para que pueda haber en El una cualidad, como
las hay en la cantidad como tal; no es impresionado ni afectatado pasivamente, para que pueda haber en El una cualidad
de afecciones; no tiene aptitudes, para que pueda haber en El
potencias o algo semejante; finalmente, Dios no tiene alma,
para que pueda tener una disposición y haya en El capaci
dades como la mansedumbre, el pudor y otras semejantes,
o lo que pertenece al ser animado com o tal, por ejemplo, la
salud y la enfermedad. Es, pues, evidente que ningún atri
buto correspondiente al género superior de la cualidad puede
encontrarse en Dios.
Así que se ha demostrado que estas tres clases de atribu
tos— a saber, todo lo que indica una quidditas, o una parte
de una quidditas, o una cualidad cualquiera que se encuentre
en la quidditas— son inadmisibles con respecto a Dios; pues
todos indican la composición, que, como demostraremos, es
inadmisible en Dios.
1.312 IV. La cuarta clase de atributos es aquella en
que se designa la cosa por su relación con otra, poniéndola,
por ejemplo, en relación con cierto tiempo, con un lugar o
con otro individuo, com o cuando se designa a Zaide diciendo
que es padre de fulano, o socio de fulano, o habitante de tal
sitio, o que existía en tal tiempo. Este genero de atributos
no implica ni multiplicidad ni cambio en la esencia del su
jeto, pues el Zaide en cuestión es al mismo tiempo socio de
Amr, padre de Becr, dueño de Jálid, amigo de Zaide, habi
tante de tal casa y nacido en tal año. Estas ideas de rela
ción no son ni su esencia ni, como por ejemplo, las cualida
des, ninguna cosa en su esencia. A primera vista parece que
se podrá prestar a Dios este género de atributos; sin embar
go, verificando la cosa y examinándola con cuidado, se enten1311 II P.
1312 M unk,
c.l;
o
.c . ,
M un k, O .C ., p .198 n t.4 ;
p .1 9 9 n t .l y 2,
p .1 9 6 n t.1-5,
737
1.313 Pero lo que toca investigar y examinar es si en
tre Dios y una sustancia creada por El hay alguna relación
verdadera, de modo que pueda servirle de atributo, A pri
mera vista es evidente que no puede haber relación entre El
y ninguna cosa creada por El, pues una de las propiedades
de dos relativos es la reciprocidad perfecta, y Dios es de exis
tencia necesaria, mientras que lo que está fuera de El es de
existencia posible, como expondremos, y, por consiguiente, no
puede haber tal relación. Pero se ha juzgado admisible, aun
que no lo es, que haya entre ellos una relación cualquiera.
¿Qué relación se puede imaginar entre la inteligencia y el
color, aunque, según nuestra opinión, a los dos los abrace una
misma existencia, y cómo se podría figurar relación alguna
entre dos seres, uno de los cuales no tiene nada común con el
que está fuera de él?
1.314 Pues, según nosotros, solo por mera homonimia
se aplica la palabra existir al mismo tiempo a Dios y a lo que
esta fuera de El. No hay, pues, en realidad, absolutamente
ninguna relación entre El y cualquiera de sus criaturas, pues
la relación no puede existir sino entre cosas que sean necesa
riamente de la misma especie próxima, y no hay relación
entre ellas cuando sólo están bajo un mismo género. Por eso
no se dice: Este rojo es más fuerte o más débil o igual que
aquel verde, aunque los dos estén bajo el mismo género, que
es el color.
1-315 Pues si las dos cosas se encuentran bajo dos géne
ros, entonces es claro, aun para el simple sentido común, que
no hay relación entre ellas, aunque se remonten a un mismo
1313 M u n k , o . c . , p.200 nt.l y 2; p.201 nt.l y 2.
1314 II P., introd. (Prop. XIXss.) y c.l; S u á r e z L o r e n z o ,
M u n k , o . c . , p.201 nt.3 y 4.
1315 M u n k , o . c . , p.202 nt.3; p.203 nt.1-5.
Los filósofos medievales 1
o .c .,
p 18 n t l ’
24
Maimónides
Guía de descam ados
género superior Así, por ejemplo, no hay relación entre «cien
codos» y «el calor de la pimienta», pues una de las dos cosas
es del género de la cualidad, mientras que la otra es del de
la cantidad. Pero tampoco hay relación entre la sabiduría y la
dulzura, ni entre la mansedumbre y el amargor, aunque todo
eso sea del género superior de la cualidad. ¿Cóm o, pues, po
drá haber relación entre Dios y una cosa creada, con la gran
distancia que hay en la realidad del ser, que no puede ser
más apartada? Si hubiera entre ellos relación, se inferiría que
el accidente de relación pertenece a Dios; pues si es cierto
que no sería un accidente en la esencia misma de Dios, es
siempre, en suma, una especie de accidente. No hay, pues, en
realidad, medio alguno de dar a Dios un atributo afirmativo,
ni aun por relación. Pero tales atributos son de los que se
pueden admitir más fácilmente con respecto a Dios, pues no
implican multiplicidad en el Ser eterno, ni cambio en la esen
cia divina por consecuencia de cambio en las cosas relacio
nadas.
expuesto. Respecto a si la esencia una y simple, en la que
no hay multiplicidad, es posible que ejecute acciones variadas,
esto es lo que se va a exponer con ejemplos:
738
1.316 V. La quinta clase de atributos afirmativos es
aquella en que la cosa tiene por atributo su acción. Por «su
acción» no entiendo «la capacidad artística» que se encuentra
en la cosa, como, por ejemplo, cuando se dice «el carpintero»
o «el herrero», pues aquélla pertenece a la especie de la cua
lidad, como hemos dicho, sino «la acción que alguien ha
ejecutado», com o, por ejemplo, cuando se dice: Zaide es el
que hizo esta puerta, el que construyó este muro y tejió esta
tela. Los atributos de esta clase están lejos de la, esencia del
sujeto;
por esto se permiteatribuirlos aDios,con tal que
se entienda bien que esasacciones diversasemanan no de
condiciones diversas existentes en la esencia de su autor,
como se expondrá. A l contrario, las acciones diversas de Dios
se hacen todas por su esencia misma, y no por algo adjunto
a ella, como hemos declarado.
1.317 En resumen, en este capítulo se expone que Dios
es uno por todos lados, que no hay en El multiplicidad ni nada
adjunto a su esencia y que los numerosos atributos de senti
dos diversos empleados en los libros sagrados para designar
a Dios indican la multiplicidad de sus acciones y no una mul
tiplicidad en su esencia. Algunos indican su perfección por
relación con lo que nosotros creemos perfección, como hemos
1316
1317
M unk,
o.c., p.204 nt.3-5.
p.205 nt.3.
M u n k , o .c .,
C a p ít u l o
739
LV I
D e cóm o no se pueden admitir la asimilación ni los atributos
esenciales
1.318 Has de saber que la semejanza es una determina
da relación entre dos cosas; mientras no se pueda admitir en
tre dos cosas una relación, no se puede pensar en ninguna se
mejanza entre ellas Asimismo, no habiendo semejanza entre
dos cosas, no hay tampoco entre ellas relación. Así, por ejem
plo, no se dice: «Tal calor es semejante a tal color», ni «tal
sonido es semejante a tal dulzor», y esto es claro de sí. Ahora
bien, com o la relación entre nosotros y Dios, es decir, entre
El y lo que está fuera de El, es inadmisible, se sigue que la
semejanza es igualmente inadmisible. Hay que saber que siem
pre que dos cosas están bajo una misma especie, es decir, que
siendo una misma su quidditas, solamente difieren por el gran
dor y la pequeñez, o por la fuerza y ladebilidad, o por otras
cosas de ese género, son necesariamentesemejantes entre sí,
aunque difieran por dicho género de diferencia. Así, por ejem
plo, el grano de mostaza y la esfera de las estrellas fijas son
semejantes por tener las tres dimensiones; y aunque la última
sea tan grande y la primera tan sumamente pequeña, la idea
de la existencia de las dimensiones es la misma en las dos.
Igualmente, la cera que se derrite al sol y el elemento del
fuego son semejantes por tener calor; y aunque el calor del
último sea tan fuerte y el de la otra tan débil, la idea de la
manifestación de dicha cualidad es, sin embargo, la misma en
los dos.
1.319 Así, pues, los que creen que hay atributos esencia
les, que se aplican al Creador, a saber, que tiene la existencia,
la vida, el poder, la ciencia y la voluntad, deberían compren
der que esas cosas no pueden atribuírsele en el mismo sentido
que a nosotros, con la sola diferencia de que (en Dios) se
rían esos atributos más grandes, o más perfectos, o más dura1318
1319
M
M
unk,
o .c .,
unk,
o .c .,
p.227 nt.2.
p.228 nt.1-4; p.229 nt.l.
Los filósofos medievales 1
25
Maimónides
Guía de descarriados
deros, o más estables que los nuestros, de manera que su
existencia sería más estable que la nuestra, su vida más dura
dera, mayor su poder, su ciencia más perfecta y más exten
dida su voluntad, siendo ambas cosas (sus atributos y los
nuestros) comprendidos en una misma definición, com o pre
tenden ésos. No es así de ninguna manera, pues el compara
tivo se emplea únicamente entre las cosas a las cuales se apli
ca el adjetivo com o nombre común, y siendo esto así, es pre
ciso que haya sem ejaba (entre esas cosas); pero según la
opinión de los que creen que hay atributos esenciales, hay
que admitir que, de igual modo que la esencia de Dios no se
puede asemejar a las otras esencias, así también los atributos
esenciales que se le suponen no se pueden parecer a los atri
butos de los demás seres y, por tanto, no se puede aplicar
la misma definición a unos y a otros. Sin embargo, no lo ha
cen así, antes bien creen que una misma definición com
prende a unos y a otros, no habiendo semejanza entre ellos.
1.321 Siendo esto así, no debes admitir ideas añadidas
a la esencia divina y semejantes a los atributos que se añaden
a nuestra esencia, porque haya comunidad de nombre entre
las dos clases de atributos. Este asunto es de gran importancia
entre los que conocen la materia; es, pues, preciso que te
penetres bien de él y te des cuenta lo mejor posible, para que
sirva de preparación a lo que te quiero hacer comprender.
740
1.320
Es, pues, evidente, para el que comprende el sen
tido de la semejanza, que si se aplica al mismo tiempo a
Dios y a todo lo que está fuera de El la palabra existente,
es por simple homonimia; y de igual modo la ciencia, el poder,
la voluntad y la vida sólo por mera homonimia se atribuyen
al mismo tiempo a Dios y a todo lo que está dotado de cien
cia, poder, voluntad y vida, sin que haya semejanza alguna
de sentido entre las dos clases de atributos. No se ha de creer
que se emplean por anfibología, pues las palabras que se di
cen por anfibología son las que se aplican a dos cosas entre
las cuales hay semejanza en un sentido cualquiera. Este sen
tido es un accidente en ellas y no constituye la esencia de
cada una; pero esas cosas atribuidas a Dios no pueden ser
accidentes, según todos los pensadores, mientras que los atri
butos pertenecientes a nosotros son todos accidentes, según la
opinión de los motacálimes. ¡Querría yo saber de dónde ha
bía de venir la semejanza, para que una sola definición pu
diera abrazar las dos especies de atributos y se les pudiera
designar con un nombre común, com o ellos pretenden! Asi
que queda decisivamente demostrado que entre los atributos
que se prestan a Dios y los que se conocen en nosotros no
hay absolutamente ninguna especie de comunidad de sentido,
y que la comunidad no existe más que en el nombre, no en
otra cosa.
1320 c.L X X III.
C a p ít u l o
741
L V III
No se pueden dar a Dios sino atributos negativos
(Más profundo que lo que precede)
1.322 Has de saber que los verdaderos atributos de Dios
son aquellos cuya atribución se hace por medio de nega
ciones, lo que no trae consigo necesariamente ninguna expre
sión impropia, ni da lugar, en manera alguna, a atribuir a
Dios ninguna imperfección; al contrario de la atribución enun
ciada afirmativamente, que encierra la idea de asociación e
imperfección, como hemos expuesto.
Tengo que explicarte primero cóm o las negaciones son, en
cierto m odo, atributos, y en qué se distinguen de los atri
butos afirmativos; después te explicaré cómo no tenemos me
dio de dar a Dios un atributo, si no es por negaciones y no
de otra manera. Digo, pues, que el atributo no particula
riza al sujeto de tal modo que no participe de ese atributo
con otra cosa, antes bien, un atributo lo es a las veces de
un sujeto, aunque éste lo participe con otra cosa, no resul
tando particularización. Si, por ejemplo, viendo un hombre
de lejos, preguntas qué es lo que se ve y te responden que
es un animal, esto es indudablemente un atributo del objeto
visto, pues aunque no lo distinga particularmente de toda
otra cosa, resulta de él, sin embargo, cierta particulariza
ción, en el sentido de que el objeto visto es un cuerpo que
no pertenece ni a la especie de las plantas ni a la de los mi
nerales. Asimismo, si un hombre se encuentra en una casa
y tú sabes que en ella hay un cierto cuerpo, pero no sabes
qué es, habiendo preguntado qué hay en aquella casa, te han
respondido que no hay ni mineral ni cuerpo vegetal, resulta
de aquí cierta particularización, y tú sabes que lo que hay
1322 M unk , o.c., p.238 n t.l; p.239 n t.l; p.240 n t.l.
Maimónides
Guía de descarriados
es un animal, aunque no sepas qué animal es. Por esta parte,
pues, tienen los atributos negativos algo de común con los
afirmativos, pues producen necesariamente cierta particularización, aunque ésta se reduzca a excluir por la negación todo
lo que antes no creíamos que hubiera de negarse. Pero he
aquí el lado por el que los atributos negativos se distin
guen de los afirmativos: los atributos afirmativos, aun cuan
do no particularizan, indican siempre una parte de la cosa
que se desea conocer, ya una parte de la sustancia, ya uno
de sus accidentes, mientras que los atributos negativos no
nos dan a conocer en manera alguna qué es realmente la
esencia que deseamos conocer, com o no sea accidentalmente,
como hemos dado ejemplos de ello.
no le basta para existir El solamente, sino que, al contrario, de
ella emanan numerosas existencias, y no com o el calor emana
del fuego, ni como la luz proviene del sol, sino por una acción
divina que les da la duración y la armonía, gobernándolas
bien, com o expondremos. Y por todo eso atribuimos a Dios
la potencia, la ciencia y la voluntad, queriendo decir con es
tos atributos que no es ni impotente, ni ignorante, ni atur
dido, ni negligente. Si decimos que no es impotente, esto sig
nifica que su existencia basta para hacer existir cosas dis
tintas de El; no ignorante significa que percibe, es decir, que
vive, pues todo lo que percibe tiene vida; con no aturdido
ni negligente queremos decir que todos esos seres siguen un
cierto orden y régimen, que no son abandonados ni entre
gados al azar, sino que son com o todo lo que está condu
cido con una intención y una voluntad, por Aquel que lo
quiere. Finalmente, comprendemos que ese Ser no tiene seme
jante, así que si decimos que es único, esto equivale a negar
su pluralidad.
742
1.323 Después de esta observación preliminar, digo: Es
cosa demostrada que Dios, el Altísimo, es el Ser necesario, en
el cual no hay composición.
De El no alcanzamos sino que es, pero no lo que es. No
se puede admitir, por tanto, que tenga atributos afirmati
vos, pues no tiene ser fuera de su quidditas, de modo que el
atributo no puede ser ninguna de las dos cosas. Con mayor
razón su quidditas no puede ser compuesta, de manera que el
atributo pueda indicar sus dos partes y con mayor razón to
davía no puede tener accidentes que puedan ser indicados
por el atributo. N o hay, pues, manera de dar a Dios ningún
atributo afirmativo.
1.324 Hay que servirse de los atributos negativos para
guiar el espíritu a lo que se debe creer de Dios; pues de ellos
no resulta ninguna multiplicidad y llevan al espíritu al tér
mino de lo que al hombre es posible alcanzar de Dios. Pues
se nos ha demostrado, por ejemplo, que existe necesaria
mente algo fuera de las esencias percibidas por los sentidos,
a cuyo conocimiento llegamos por medio de la inteligencia,
decimos de ese algo que existe, lo que quiere decir que es
inadmisible que no exista. Comprendiendo después que no su
cede con ese Ser com o con la existencia del intelecto, que, aun
que no sea un cuerpo ni carezca de vida, es, sin embargo, pro
ducido por una causa, decimos que Dios es eterno, lo que sig
nifica que no tiene causa que lo haya hecho existir. Luego com
prenderemos que la existencia de ese Ser, la cual es su esencia,
1323 M unk, o .c ., p .241 n t.2 ;
p .2 4 2 n t .l y 2 ;
Su árez L o ren zo ,
n t .l.
1324 M unk , o .c ., p .243 n t . l ;
p .244 n t .l y 3 ;
p .2 4 5 n t .l y 2.
o .c .,
743
1.325
Es, pues, evidente que todo atributo que le pres
temos o es un atributo de acción o— si tiene por objeto hacer
comprender la esencia de Dios y no su acción— debe ser con
siderado como la negación de una privación.
Pero no hay que servirse de esas mismas negaciones para
aplicarlas a Dios, sino de la manera que sabes; quiero decir
que se niega algunas veces de una cosa lo que no está en su
condición de poseer, como cuando decimos de la pared que
no ve.
Tú sabes, oh lector de este tratado, que nuestras inteli
gencias son demasiado débiles para comprender la quidditas
del mismo cielo— y eso que es un cuerpo movido, y que lo
hemos medido por palmos y codos, hasta abrazar con nues
tra ciencia las medidas de ciertas partes suyas y la mayoría
de sus movimientos— aunque sabemos que tiene necesaria
mente materia y forma, aunque no es una materia com o la
que está en nosotros, por lo que no podemos calificarlo más
que con palabras imprecisas y no con una afirmación precisa.
En efecto, decimos que el cielo no es ni ligero ni pesado,
que es impasible y que por eso no recibe impresión, que no
tiene gusto ni olor, y otras negaciones semejantes; todo por
nuestra ignorancia sobre esa materia. ¿Qué será de nuestras
p .210
1325 M u n k , o . c . , p .245 n t . 3 ; p .246 nt.1-3.
1325-1355 A z iz L ahbabi, o . c . , p .17-29.
744
Maimónides
inteligencias si tratan de alcanzar a Aquel que está exento
de materia, que es de una simplicidad extrema, Ser nece
sario, que no tiene causa y que no está afectado por nada
añadido a su esencia perfecta, cuya perfección significa para
nosotros negación de imperfecciones, como hemos expuesto?
Pues no alcanzamos de El otra cosa sino que es, que hay
un Ser, al que no se parece ninguno de los seres que El mismo
ha producido, que no tiene absolutamente nada de común
con estos últimos, en el que no hay ni multiplicidad ni impo
tencia de producir lo que está fuera de El, y cuya relación
con el mundo es la del capitán con el navio. No es que ésta
sea la relación verdadera, ni que la comparación sea justa,
pero sirve de guía al espíritu para que éste comprenda que
Dios gobierna los seres, es decir, que los perpetúa y man
tiene en orden, com o es menester. Este asunto se expondrá
aún más ampliamente.
¡Alabanza a Aquel que, cuando las inteligencias contem
plan su esencia, la comprensión se cambia en incapacidad,
y cuando examinan cóm o sus acciones resultan de su volun
tad, la ciencia se cambia en ignorancia, y cuando las len
guas quieren glorificarlo con atributos, toda elocuencia se
convierte en un débil balbuceo!
IB N
K H A L D U N
(1332-1406)
O bra
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der Wissensch. (W ien 1878); F e r r e r o , Un sociólogo árabe nel se
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d’Ibn Khaldun (Paris 1912); S. B. B a t s e v a , T he social foundations of
Ibn Khaldûn’s historico-philosophical doctrine: Islamic Quart. 5 (1971)
121-132; T a h a H u s a y n , La philosophie sociale (Paris 1930); V . M o n
t e i l , Ibn Khaldûn, sociologue et historien: Rev. histor. 237 (1967)
339-358; R o s e n t h a l , Ibn Khalduns G edanken über den Stadt: Histor.
Zeitsch. 25 (München-Berlin 1932); Ibn Khaldûn (coloquio organizado
por la Facultad de Letras y Ciencias humanas de la Universidad Moham
med V , Marruecos, y la Unión de Escritores del M ogreb, mayo 1963
(Casablanca 1963).
B ib lio g r .
p . 189.190;
PROLEGOMENOS
¿Q ué es la historia?
1.326
La historia es una de tantas artes. Ella se trans
mite de pueblo en pueblo, de nación en nación, y por cono
cerla no se teme emprender penosos viajes. A su adquisición
1326-1327 A ziz
L a h b a b i,
o .c .,
p.69-70.
Ibn Khaldün
Prolegóm enos
tienden los espíritus humildes y los espíritus todavía inex
pertos. Por ella rivalizan soberanos y reyes; está al alcance
tanto de los sabios como de los ignorantes.
En efecto, la historia exteriormente no es otra cosa que el
simple recitado de los acontecimientos de las dinastías y de
todos los sucesos del pasado. Evoca también los dichos y má
ximas que se difundieron en tiempos pretéritos y que eran el
encanto en las reuniones literarias en que los aficionados se
apiñaban en gran número.
La historia es la que nos da a conocer las vicisitudes por
las que han pasado todos los seres creados. Nos hace ver
cóm o las dinastías extendieron su imperio, cóm o poblaron la
tierra, hasta llegar al final de su existencia.
hace un estudio comparativo de lo que ha sucedido y de lo
que al presente es, apenas se podrán evitar los pasos en falso
y el alejarse del camino de la verdad.
746
1.327 En cuanto a lo que es el fondo, la historia se ca
racteriza por la reflexión y la verificación de los hechos, la
búsqueda precisa de las causas y orígenes de los seres exis
tentes, el conocimiento profundo del m odo como tuvieron
lugar los acontecimientos y el conocimiento de sus causas.
La historia echa sus raíces, pues, en la filosofía, y merece
ser contada en el número de las ciencias.
Un nuevo espíritu para una nueva ciencia
1.328 ... La historia es un arte noble, difícil y muy útil.
Ella nos da a conocer las maneras de vivir propias del modo
de comportarse los pueblos antiguos, la biografía de los pro
fetas y la política de los reyes y de sus dinastías. Así le será
posible, al que quiera sacar provecho del pasado para regular
su conducta en materia religiosa o profana, encontrar modelos
históricos que imitar. Para ello, el historiador deberá acudir
a numerosas fuentes, disponer de conocimientos muy varia
dos. Debe estar dotado de un buen juicio, que le guiará en
la búsqueda de la verdad y le evitará caer en errores y malas
inteligencias.
1.329 En efecto, si el historiador se limita a recoger los
hechos históricos narrados por los que los transmiten, sin acu
dir a las reglas derivadas de la experiencia, a los fundamen
tos de la política y de la naturaleza misma de la civilización
y a las reglas que rigen a la sociedad humana, y si no se
1328
1329
Aziz
Aziz
L a h b a b i,
o .c .,
p .7 0 -7 2 .
L a h b a b i,
o .c .,
p .8 0 .8 1 -8 3 .
747
1.330 ¡Cuántas veces los historiadores que comentaban
el Corán y los que transmitían la tradición se formaron un
juicio erróneo sobre los hechos y los sucesos! Se contentaban
con relatarlos tal com o se los habían transmitido, sin remon
tarse a sus orígenes o sin confrontarlos con hechos y aconte
cimientos análogos, sin juzgarlos según los criterios de la sa
biduría filosófica. Tampoco se esforzaron por conocer la na
turaleza de las cosas o por hacer intervenir al juicio y al sen
tido interno. Con ese proceder se alejaron del camino de la
verdad y camparon por los dominios de la ilusión y del error,
especialmente cuando se trataba de evaluar las sumas de di
nero y los efectivos militares: ahí daban rienda suelta a sus
facultades de invención.
Hay que remontarse, pues, a las fuentes y controlar sus
narraciones, sometiéndolas a los principios generales.
1.331 Habrá que prestar atención a otros errores difíci
les de descubrir; por ejemplo, el no tener en cuenta el cam
bio de condiciones que intervienen en los pueblos y las co
lectividades en relación con el cambio de las épocas y el trans
curso de los tiempos. Se trata de una enfermedad latente, que
se esconde y no se manifiesta más que después de largos pe
ríodos. Raros son los que llegan a percatarse de ella.
1.332 En efecto, el estado del mundo de las colectivida
des, lo mismo que sus costumbres y creencias, no quedan in
accesibles al cambio. Se trata de un cambio perenne, que hace
que las comunidades pasen de un estado a otro. La suerte
que corren las personas, los períodos y las ciudades la corren
también los diversos países, las regiones, los tiempos y las
dinastías (p .2 5 2 ).
1.333 El razonamiento por analogía, tanto como el mi
metismo, son características del hombre; pero no están inmu
nes de error. Estrechamente unidos con la negligencia y el
atolondramiento, acaban por descarriar al historiador y le apar
tan de su objetivo. Es posible que el historiador, en posesión
de una gran cantidad de hechos, no se percate de los cam
bios y trastornos que tienen lugar; confronta entonces sus he
chos, sin titubear, con el presente que conoce y los compara
1331 A z i z
L a h b a b i,
o .c ., p . 7 3 .
Ibn Khaldün
Prolegóm enos
con lo que ve. Así que la diferencia que separa al raciocinio
del mimetismo es con frecuencia tan grande que lleva a gra
ves errores... (p.253 y 254).
eso significa que el hombre no puede sustraerse a la vida en
sociedad que es la civilización madannya: ése es también el
sentido del ‘umrán.
La causa de ello está en que Dios ha creado al hombre
y le ha dado una forma que no puede subsistir y perpetuarse
más que alimentándose. Le ha provisto de una necesidad na
tural de procurarse el sustento y de las posibilidades de ob
tenerlo.
748
Sobre la verdadera naturaleza de la civilización
1.334 El
animales por
ciencias y las
rencian de los
ser humano se distingue de las demás especies
caracteres que le son propios, tales com o las
artes, productos del pensamiento que le dife
animales y lo hacen superior a todos los seres.
1.335 Otro atributo específico del hombre es la necesi
dad de la existencia •de un poder coercitivo y de una auto
ridad suficientemente fuerte para hacer posible su subsisten
cia. En esto no tiene apenas semejante entre todos los seres
vivientes más que en las abejas y las arañas. Sin embargo,
no obstante esa semejanza, esos animales se mueven por el
instinto y no por el pensamiento y la reflexión.
1.336 También se distingue el hombre por las activida
des que le aseguran su subsistencia y los esfuerzos personales
que ello exige. Pues es Dios quien ha puesto en el hombre
la necesidad de alimentarse para vivir y perpetuar la vida de
la especie y le ha inspirado el modo de encontrar los medios
para llegar a ello.
Como lo dice El mismo (¡que su nombre sea exaltado!):
«Nuestro Señor ha dado todo a sus creaturas y las ha condu
cido por el buen camino» (Corán X X ,5 2 ).
1.337 Otro carácter, en fin, especial del hombre es la
civilización { ‘unirán), que es la cohabitación en una gran ciu
dad o en una aglomeración, a fin de satisfacer a la necesidad
de vivir en sociedad y de ayudarse mutuamente, tal como se
da en la naturaleza humana, según lo vamos a demostrar.
El hombre se humaniza en un medio social
1.338 La vida en sociedad es una necesidad para el hom
bre. Los filósofos expresan esa verdad diciendo: «E l hombre
es por naturaleza un animal político». En su terminología,
1338-1343 S. P i n e s , The Societies providing the
according to Ibn Khaldün and to the philosophers:
n.34 p.125-138; V. M o n t e i l , Ibn Khaldün, sociologue
238 (1967) 339-358.
1338-1340 Aziz L a h b a b i , o .c ., p.51-53.74.75; C r u z
de XJmrán y las Artes liberales en Ibn Khaldün: Arts
base necessities of Ufe
Stud. Islam. 34 (1971)
et historien: Rev. histor.
El concepto
libéraux... p.709-713.
H
e rn án dez,
749
1.339 Pero un hombre solo no puede subvenir a todas
sus necesidades. Aun suponiendo que no tenga que adquirir
más que el mínimo estricto vital, es decir, tan sólo la ración
de trigo para un día, por ejemplo, no llegará a ello más que
a fuerza de moler, amasar y cocer. Cada una de esas opera
ciones exige utensilios e instrumentos que son también ellos
el producto de diferentes oficios, como el de herrero, el car
pintero y el alfarero.
1.340 Supongamos que un hombre que vive solo quiera
consumir el trigo en granos, sin preparar; aun en ese caso, le
es necesario, para conseguir los granos de trigo, el recurrir
a otras operaciones: sembrar, segar, trillar. Cada una de esas
operaciones exige muchos instrumentos y está en conexión
con diversos oficios, más numerosos todavía. Las facultades
que cada individuo pueda tener no son capaces de realizar, en
todo o en parte, todas esas operaciones. Se presenta, pues,
bien evidente la necesidad de que cada hombre una sus es
fuerzos a los del mayor número posible de sus semejantes
para obtener su sustento y el de los demás. Entonces, por la
mutua ayuda, se colman sus necesidades y aun se puede sa
tisfacer a un número mayor de personas (p .2 7 2 ).
1.341 En efecto, cuando Dios ( ¡que su nombre sea exal
tado! ) modeló a todos los seres vivos y repartió entre ellos
las facultades, hizo a algunos animales no dotados de razón
más fuertes que al hombre. Así, la fuerza del caballo supera
la del hombre, y lo mismo se diga del asno, del toro, del león
y del elefante... Sin embargo, como la agresividad forma par
te de la naturaleza de los animales, Dios ha dotado a cada uno
de ellos de un órgano de defensa para protegerse de los
demás.
1.342 A l hombre, por el contrario, le ha dado la razón
y las manos: éstas están adaptadas a los oficios por interme
dio del pensamiento. Por los oficios se procura el hombre los
Ibn Khaldun
Prolegóm enos
instrumentos que suplen a los órganos defensivos con que
cuentan los animales, com o, por ejemplo, las lanzas, que reem
plazan a los cuernos; el sable, en vez de las garras, y el es
cudo, que le protege com o la piel a los paquidermos.
Estos ejemplos son unos de los muchos que aduce Galión
en su libro.
La fuerza de un solo hombre no puede luchar contra la de
un animal, sobre todo si se trata de una fiera. En definitiva,
es incapaz de defenderse. Tampoco sería suficiente la fuerza
de un solo hombre para manipular los instrumentos aptos
para la defensa, dada su diversidad y la multitud de oficios
e instrumentos necesarios para su fabricación. Tendrá, pues,
el hombre que ayudarse de sus semejantes; de lo contrario
le faltará el sustento y no podrá subsistir. Dios lo ha hecho
de tal suerte que para vivir no puede prescindir del alimen
to, y para asegurar su defensa no puede tampoco estar sin
armas: sin ellas se convertiría en la presa de los demás ani
males y se expondría al aniquilamiento y extinción de su es
pecie (p.273).
y por el simple juego de sus facultades humanas descubre su
objeto, sus problemas y los diversos modos de demostración.
Merced también a esas mismas facultades, el hombre ob
tiene la comprensión de los métodos que hay que emplear en
la enseñanza de las ciencias filosóficas, a fin de poder, por su
reflexión e investigación, discernir lo verdadero de lo falso,
como ser que está dotado de razón.
750
1.343 Si la solidaridad le asegura la subsistencia y las ar
mas defensivas, y si la sabiduría divina conserva su existencia
y perpetúa su especie, es claro que la vida en sociedad es in
dispensable para la humanidad. Sin ella, los hombres no po
drían subsistir ni poblar el mundo según la voluntad de Dios,
que les ha constituido sus représentâtes en la tierra...
Dos especies del saber
Las ciencias a las cuales se dedican los hombres
y que transmiten en los grandes centros de población por la
adquisición y enseñanza, son de dos clases:
La primera es la de los conocimientos conformes a la na
turaleza humana, a los cuales llega el hombre por la propia
reflexión.
La segunda es el conjunto de las ciencias «escripturarias»,
recibidas de la tradición.
1 .3 4 4
1.345 Las primeras son ciencias filosóficas o ciencias de
la sabiduría. El hombre llega a ellas por su propia reflexión,
1344-1355 Aziz L a h b a b i , o .c ., p.49-51.90.91.
1345-1354 E. I. J. R o s e n t h a l , Ibn laidán’s attitude to the falasifa: Refr.
Al-Andalus 20 (1955). Studia Semítica ÍI (New York 1971) 115-125.
751
1.346 Las ciencias de la segunda clase son las transmi
tidas por la tradición (reveladas): todas ellas están relaciona
das con el Legislador que nos las ha transmitido (el Corán
y la Suna). N o son del dominio de la razón, salvo en los ca
sos en que se trata de vincular las consecuencias a los princi
pios fundamentales.
1.347 Este fikr presenta diversos grados:
1) En el primero se aprehenden las cosas anteriores en
un orden natural o convencional, para sometérselos. Este gra
do de reflexión concierne, en gran parte, a conceptos: es la
facultad de discernimiento, en virtud de la cual el hombre ad
quiere lo que le es útil y atañe a su subsistencia y aleja de él
lo que le es nocivo,
1.348 2) En el segundo grado se encuentra la facultad
que nos enseña opiniones y la manera de comportarse con
nuestros semejantes y de dirigirlos. Esas son, en su mayoría,
afirmaciones que se obtienen progresivamente por la expe
riencia, de la cual ellas obtienen confirmación. Ese género de
reflexión se llama razón experimental.
1.349 3) El tercer grado es la facultad que proporcio
na el conocimiento verdadero o hipotético de un dato no
sensible, y que no es objeto de la acción directa. Es la razón
teórica. Se trata de conceptos y afirmaciones que se ordenan
de una manera peculiar, según condiciones particulares. De
ahí se obtiene otro conocimiento de la misma clase (de con
ceptos y afirmaciones), que, a su vez, se ordenan con otros co
nocimientos para producir todos juntos nuevos conocimientos.
El intento de la razón teórica es el representarse las cosas
existentes tales com o son, con sus diversas especies, sus cla
ses, sus motivos y sus causas. Así, esta facultad (que propor
ciona el conocimiento) se realiza y llega a ser razón pura
y alma pensante.
Ese es el sentido exacto de la realidad humana (p.991).
752
Ibn Khaldún
Las ciencias racionales
1.350 Las ciencias racionales, que corresponden a la na
turaleza del hombre en cuanto que es un ser dotado de razón,
no pertenecen a ninguna religión en particular; todas las co
munidades humanas encuentran en ellas materia de reflexión.
Todas ellas se hallan igualmente dotadas para entender esas
ciencias y dedicarse a su estudio. En efecto, la especie hu
mana, desde su aparición en la tierra, conoce esas ciencias que
llamamos filosofía y sabiduría.
1.351 Comprenden cuatro ramas:
1) La ciencia de la lógica. Esta es una ciencia que pre
serva al espíritu del error, enseñándole cóm o puede, a partir
de unos datos conocidos, deducir objetos desconocidos. La
utilidad de la lógica estriba, pues, en que hace el discerni
miento entre lo verdadero y lo falso en la búsqueda que hace
el observador de lo esencial y accidental de las cosas existen
tes, a fin de llegar, gracias a su razón, a demostrar la verdad
de los seres.
1.352 2) La segunda rama es el estudio de las cosas
sensibles, como los elementos y sus compuestos, com o son los
metales, los vegetales, los animales, los cuerpos celestes, los
movimientos naturales y el alma, que es el origen de los m o
vimientos, etc. Esta ciencia recibe el nombre de la Ciencia de
la naturaleza (Física y Ciencias naturales).
1.353 3) La tercera es la ciencia en la que la investi
gación se aplica a lo sobrenatural, com o los seres espirituales:
se llama Vilm il-iláhi (la ciencia de lo divino = metafísica).
1.354 4) La cuarta ciencia se ocupa de las cuantidades.
Comprende cuatro subórdenes, que se llaman ta'álim (las
matemáticas).
El primero es la Geometría, que estudia las cuantidades
en general, ya sean discontinuas— porque son numerables— ,
ya continuas. En Geometría, cuando se trata de una sola di
mensión, se tiene la línea; si de dos dimensiones, la superfi
cie; si de tres, al-djism al-ta-álim (el cuerpo geométrico, el vo
lumen). La Geometría estudia esas cuantidades y sus varia
ciones, sea aisladamente, sea en relación unas con otras.
El segundo suborden en las matemáticas es la Aritmética.
Consiste en el estudio de las variaciones por que pasa la cuan
Prolegóm enos
753
tidad discontinua o el número, en sus propiedades, y de sus
cambios.
El tercer suborden es la Música. Esta da a conocer las re
laciones entre los tonos y las melodías y las evalúa numéri
camente. El objeto de esta ciencia es, pues, dar a conocer las
leyes de la modulación (p.1085).
El cuarto suborden es el ‘ilm al-hahá (ciencia de la forma,
a saber, la del cielo = astronomía). Esta define las formas de
los cuerpos celestes y fija las posiciones y el número de esas
posiciones para cada astro en movimiento. Proporciona tam
bién la posibilidad de conocer todo eso estudiando el movi
miento celeste de cada astro, según sus diferentes posiciones.
1.355
Tales\son los elementos que constituyen a las
ciencias filosóficas. Son siete: en primer lugar, la Lógica;
después, las Matemáticas (Aritmética, Geometría, Música, As
tronomía); luego, las Ciencias de la naturaleza, y, por fin, la
Metafísica.
Cada una de esas ciencias se divide en diversas ramas: de
las Ciencias de la naturaleza se deriva la Medicina; de las
Matemáticas, la Aritmética, la ciencia del reparto de las su
cesiones (al-fardid) y la que precisan las transacciones comer
ciales. También la Astronomía tiene subdivisiones... (p.1086).
ACABÓSE fjE IMPRIMIR ESTE VOLUMEN PRIMERO
DE «L O S^ FILÓSOFOS
BIBLIOTECA
EL DÍA
28
DE
MEDIEVALES», DE LA
AUTORES
CRISTIANOS,
DE NOVIEMBRE DE
1979,
FESTIVIDAD DE SAN GREGORIO III,
PAPA, EN LA IMPRENTA SÁEZ,
HIERBABUENA,
7,
MADRID
LAUS D E O V IR G IN IQ U E M A T R I