Academia.eduAcademia.edu

Los filósofos medievales

C lem ente F ern án d ez S . I. Los filósofos m edievales S e le c c i ó n de t e x t o s i Biblioteca de Autores Cristianos El pan de nuestra cultura cristiana VOLUMENES DE PROXIMA APARICION BAC Maior HISTORIA DE LA IGLESIA EN ESPAÑA (5vols.). Bajo la dirección de R. García Villoslada. Vol. IV: La Iglesia en la España de los si­ glos XVII y XVIII. BAC Normal DIOS Y EL HOMBRE. La creación («His­ toria Salutis»), por S. Vergés. M AESTRO BRUNO, PADRE DE M O N ­ JES, por un Cartujo. BAC Minor LOS DOGM AS L. Scheffczyk. DE LA BAC Popular EL PADRE M AESTRO C. de Dalmases. IGLESIA, por IGNACIO, por Este volumen de la BAC está editado por LA EDITORIAL CATOLICA, S. A. Mateo lnurria, 15. MADRID-16 La BAC í A Ü'blioteca ce A u'ores Cristianos reúne orgánica' m ente, en las diversas s e a ones que la integran, el principal acervo de la safc;du ia cristiana perenne y selec­ cionados estu c'os de la invt, igtición m oderna. Al lado de las fuentes trau. 'ionales del ensam iento cristiano ha ido incorporando obre' fund.'m niales de teólogos y pensa­ dores de nuestra ép> ca La B A C no es de escuela, de institución determ inada ni de un grupo particular. Es Je todos y para todos y, atenta a los signos de la époc i, quiere servir de instru­ m ento para canalizar la respuesta del pensam iento cris­ tiano a los problem as de hoy. N uestra obra no es oficial ni de m ecenazgo; descansa únicam ente en la confianza, estím ulo y apoyo de sus lectores. Es una com unidad moral de autores, editores y lectores. A ntepone al provecho propio el servicio general. Por eso procura conjugar el criterio de m ayor perfección con la m áxim a baratura. En esta línea de superación, la B A C ha ido m ejorando sensiblem ente tanto la calidad interna de sus textos com o el cuidado tipográfico de sus ediciones. La BAC está patrocinada por la Pontificia Universi­ dad de Salam anca, que ayuda y asesora eficazm ente a los editores. Se ve respaldada por centenares de juicios elogiosos en revistas científicas nacionales y extranjeras, y en repetidas ocasiones ha recibido de la Santa Sede palabras de bendición y aliento, que constituyen nuevo m otivo para continuar la obra com enzada hace ya cuatro decenios. N oviem bre 1979 LOS FILOSOFOS M EDIEVALES esta nueva publicación de la BAC, dividida „n dos E Nvolúmenes, prosigue su autor — el P Clemente rernán- dez, profesor de Filosoña en la Universidad Pont'Ccia Comi­ llas, de Madrid— la tarea iniciada ya en ? ¿s dos obras anteriores: Los filósofos modernos Seler ¡ón de textos (BAC, 3.‘ ed., 1976), Los filósofos antip .os. Selección de textos (BA C , 1974). Bajo el título Los filósofos med evales se comprende, siguiendo el criterio prácticament • unánime de los historia­ dores de la filosofía, no ya tan solo a los pensadores cuya vida se desarrolló dentro del ámbito temporal que común­ mente se designa en la historia universal con el nombre de Edad Media, sino también a aquellos escritores a los que se suele considerar como representantes de la llamada «filosofía patrística» (s. 11-VIII). Van, pues, incluidos en la presente Selección no sólo los filósofos que en una estricta considera­ ción cronológica son medievales (s. V al XV) (filósofos escolásticos, árabes y judíos, y otros independientes), sino también, como precursores y aun verdaderos iniciadores de una de las tendencias — la principal, la filosofía escolásti­ ca— , aquellos pensadores que después de la aparición del cristianismo dieron una inflexión a la reflexión filosófica en la temática y en la solución de los problemas, que los hace estar más emparentados con la filosofía escolástica que con la filosofía antigua que inmediatamente los precede. Ofrece, pues, la presente Selección un arco temporal muy amplio, que va desde San Justino (s. II) hasta Nicolás de Cusa (t 1464), considerado unánimemente como el anillo de unión entre la filosoña medieval y la moderna: un período, como se ve, en algunos aspectos el más esplendoroso en la historia del pensamiento humano, por el alto valor de su especulación filosófica en lo que concierne al planteamiento y solución de los problemas fundamentales del mundo y del hombre. El riguroso criterio de selección que ha habido que seguir, dado lo dilatado del campo de observación, no ha impedido que, al menos por lo que atañe a las grandes figuras, se haya dado una visión, si no completa — empresa a todas luces imposible en tai género de obtas— , lo más fundada posible de su pensamiento. Esto vale sobre todo para los casos de San Agustín y de Santo Tomás de Aquino, de los que se aducen textos con una mayor abundancia: ambos, por diver­ sos títulos, ocupan un puesto privilegiado en la historia del pensamiento humano y brindan todavía hoy a la reflexión ñlosófica elementos de gran valor para el planteamiento y solución de los grandes problemas metafisicos y éticos que se presentan al hombre actual. Como en las dos obras anteriores, la Selección va acompa­ ñada de una copiosa bibliografía, en dos fases: gen'ral y especializada. El índice de materias, pieza esencial en la finalidad y carácter de esta obra, ayudará a hacer manejable el copioso material de información filosófica acumulado a lo largo de las numerosas páginas de los dos volúmenes. LOS FILÓSOFOS MEDIEVALES BIBLIOTECA L O S FILÓSOFOS MEDIEVALES DE AUTORES C R IST IA N O S Declarada de ------------------------------------ interés 409 SELECCION DE TEXTOS nacional ------------------------------------ POR CLEMENTE FERNANDEZ, S. I. PROFESOR DE FILOSOFÍA EN LA UNIVERSIDAD COMILLAS ESTA COLECCIÓN SE PUBLICA BAJO LOS AUSPICIOS Y ALTA DIRECCIÓN DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA I LA CO M ISIÓN DE DICHA PO N TIFICIA UNIVER­ FILOSOFIA PATRISTICA SIDAD ENCARGADA DE LA INMEDIATA RELA­ CIÓN CON LA BAC E S T Á INTEGRADA EN EL AÑO 1979 POR LOS SEÑORES FILO SO FIA ARABE Y JUDIA SIG UIENTES: P r e s id e n t e : y Rvdmo. Sr. Dr. V i c e n t e E n r i q u e y T a r a n c ó n , Cardenal Arzobispo de Madrid-Alcalá y Gran Canciller de la Universidad Pontificia E m m o. V ic e p r e s id e n te ' l i m o . Sr. Dr. J u a n L u i s A c e b a l L u já n , Rector Magnífico. V o c a l e s : Dr. A l f o n s o O r t e g a C a r m o n a , Vicerrector Académico; Dr. R i c a r d o B l á z q u e z , Decano de la Fa­ cultad de Teología; Dr. J u a n S á n c h e z y S á n c h e z , D e­ cano de la Facultad de Derecho Canónico; Dr. M a n u e l C a p e l o M a r t í n e z , Decano de la Facultad de Ciencias Po­ líticas y Sociología; Dr. S a t u r n i n o A l v a r e z T u r i e n z o , Decano de la Facultad de Filosofía; Dr. J o s é O r o z R e t a , Decano de la Facultad de Filología Bíblica Trilingüe; Dr. J u a n A n t o n i o C a b e z a s S a n d o v a l , Decano de la Fa­ cultad de Ciencias de la Educación; Dr. G e r a r d o P a s t o r R a m o s , Decano de la Facultad de Psicología; Dr. R o m á n S á n c h e z C h a m o s o , Secretario General de la Universidad Pontificia. S e c r e ta r io : Director del Departamento de Publica dones. L A E D IT O R IA L C A T O L IC A , S. A . — MADRID . MCMLXXIX A p a rta d o 466 BIBLIOTECA DE AUTORES MADRID . MCMLXXIX CRISTIANOS I N D I C E G E N E R A L l’ágs. I'OMO Prólogo © Biblioteca de Autores Cristianos, de La Editorial Católica, S. A. Madrid 1979 Mateo Inurria, 15. Madrid Depósito legal: M. 39140-1979 ISBN 84-220-0929-3. Obra completa ISBN 84-220-0930-7. Tom o I Impreso en España. Printed in Spain I .................................................................................................................................................... xi San Justino Diálogo con el judío T rifó n ..................................................................... 4 Atenágoras Sobre la resurrección de los muertos .................................................. 15 Teófilo Antioqueno Los tres libros a Autólico ..................................................................... 26 San Ireneo Contra las herejías ..................................................................................... 31 Tertuliano Apologeticum ................................................................................................. De testimonio animae ................................................................................ Adversus Martionem .................................................................................. Adversus Praxean ........................................................................................ Adversus Hermogenem .............................................................................. De resurrectione carnis ................................. D e a n im a ......................................................................................................... 39 40 41 47 48 51 52 Clemente de Alejandría El P ed agogo.................................................................................................... Los tapices ................................................................................. 57 59 Orígenes Sobre los principios .................................................................................... Contra C e lso ................................................................................... 71 82 San Basilio Contra Eunomio ........................................................................................... Carta 8 .............................................................................................................. Carta 210 ......................................................................................................... Carta 214 ......................................................................................................... 98 103 104 105 San Gregorio Nacianceno Segundo discurso teológico ........................ :........................................ Quinto discurso teológico ....................................................................... 106 110 Indice general V III Indice general Págs. San G regorio Niseno De la creación del hombre ................................................................. Contra Eunom io ...................................................................................... Sobre el alma y la resurrección,o «M acrina» ............................ Sobre las nociones comunes ................................................................ A A dlabio, que no hay tres dioses .................................................. 116 121 122 128 131 San Agustín Contra académicos ................................................................................... D e beata vita ............................................................................................ D e ordine ................................................................................................... S o lilo q u ia .................................................................................................... D e moribus Ecclesiae etManichaeorum .......................................... D e libero arbitrio .................................................................................... D e m a g istro ............................................................................................... De vera religione .................................................................................... De utilitate credendi .............................................................................. Confessiones .............................................................................................. D e fide rerum quae non videntur ........... ...................................... D e natura boni contra Manichaeos .................................................... D e doctrina christiana ........................................................................ D e Genesi ad litteram............................................................................ D e T r in ita te .............................................................................................. E n c h ir id io n ................................................................................................ De Civitate D ei ....................................................................................... Cartas ........................................................................................................... 137 157 167 184 192 199 269 295 306 308 372 375 385 390 399 445 452 491- Pseudo-Dionisio Areopagita D e divinis nominibus ............................................................................. D e mystica theologia .............................................................................. D e Hierarchia caelesti ........................................................................... E p is to la e ..................................................................................................... 496 520 524 526 Boecio C onsolado P h ilo s o p h ia e ........................................................................ D e hebdomadibus .................................................................................... D e Sancta T r in it a te ................................................................................ De duabus naturis in Christo ........................................................... 528 547 552 554 FILOSOFIA ARABE Y JUDIA Al-Kindi Sobre el entendimiento ......................................................................... Sobre las cinco esencias ........................................................................ 562 564 Al-Farabi Catálogo de las ciencias ........................................................................ Concordia entre el divino Platón y Aristóteles ........................... D e los significados de «intelecto» ...................................... ......... 569 574 586 IX Págs. Avicena La salvación ....................................................................... Libro de los teoremas y avisos ............................................................. Sobre el alma ................................................................................................ Avicebrón La fuente de la v id a .................................................................................. 638 Algacel El justo medio en la creencia .............................................................. La destrucción de los filósofos ............................................................. 662 676 Averroes Comentario menor de la Metafísica de Aristóteles ....................... Doctrina decisiva .......................................................................................... Libro de la exposición de los caminos que conducen a la demostración de los artículos de la f e .......................................... Comentario mayor a los libros Deanima .......................................... Maimónides Guía de descarriados .................................................................................. Ibn Khaldun Prolegómenos ................................................................................................. 595 618 632 689 706 709 711 727 745 PROLOGO presente obra se propone servir a los mismos fines que las dos publicadas ya anteriormente.1: Los filósofos mo­ dernos. Selección de textos; Los filósofos antiguos. Selección de textos: ofrecer, sobre todo a los que se dan al estudio de la filosofía, los textos fundamentales de los principales filóso­ fos medievales que ilustran los grandes temas doctrinales, y, al propio tiempo, en la medida en que ello va incluido, dar a co­ nocer el ideario de dichos pensadores. Razones ajenas al carác­ ter de la obra han determinado que en su preparación y publi­ cación se invierta el orden cronológico natural respecto de la de selección de los filósofos modernos, publicada antes. T A Bajo el título Los filósofos medievales hemos comprendido un período de tiempo muy amplio y un número copioso de pensadores, que rebasan con mucho el ámbito que podría su­ gerir el apelativo -«medieval», considerado tan sólo en sus con­ notaciones puramente cronológicas, pero que es usual incluirlos en el estudio de la filosofía medieval: la presente selección abar­ ca desde la llamada «Filosofía patrística» hasta el que es uná­ nimemente considerado com o el último representante de la filosofía medieval y anillo de unión entre ésta y la filosofía moderna, N i c o l á s d e C u s a ( t 1464). Van, pues, incluidos no sólo los filósofos que en una consideración estricta cro­ nológica son medievales (s. v al xv) (filósofos escolásticos, árabes y judíos y otros independientes), sino también, como precursores y aun verdaderos iniciadores de una de las ten­ dencias— la principal, la filosofía escolástica— , aquellos escri­ tores eclesiásticos cuya producción literaria suele designarse con el título de «Filosofía patrística» (s. ii-v m ). La especu­ lación filosófica de dichos autores, aunque no entre riguro­ samente como medieval en los cuadros de la historiología, al menos por lo que hace a los de los primeros siglos, sin embargo, por su temática y su concepción del mundo y del 1 C. F e rn á n d e z , S. I., Los filósofos modernos. Selección de textos (BAC, Madrid 1970; 3.a ed., Madrid 1976); Los filósofos antiguos. Selección de textos (BAC, Madrid 1974). X II Prólogo hombre, es, com o hemos dicho, un verdadero preludio y aun iniciación de la especulación escolástica: ese carácter se ma­ nifiesta con toda fuerza y esplendor en la figura máxima de ese período, San Agustín. Con la aparición del cristianismo la reflexión racional, ejercida ya de antiguo por la filosofía griega, sobre los grandes problemas, recibe una nueva direc­ ción, que toma cuerpo en una problemática y en unas solu­ ciones que llegan a su plena formulación en el período de madurez de la filosofía escolástica. Si bien cronológicamente emparentada con los demás fenómenos de la historia anti­ gua, doctrinalmente la filosofía patrística tiene mucha más afinidad con la que se desarrolla en el Medioevo que con su coetánea la filosofía griega postaristotélica. Ya se comprende que, dada la amplitud del período his­ tórico abarcado, se impone, si en alguna, en la presente, el mantener el carácter de «selección». Sería empresa vana el tratar de reproducir textos de todos o de la mayoría de los pensadores «medievales» en el sentido explicado: aquí, más que en ningún otro caso, la abundancia dañaría a la calidad. Aun concediendo a la obra dos volúmenes, ha habido que usar un riguroso criterio de selección: se ha atendido, ante todo, a las máximas figuras, reconocidas universalmente com o tales por la calidad de su doctrina y por su influencia en la posteridad. Aun en éstas, ha habido que limitarse a reprodu­ cir tan sólo los textos más representativos, renunciando a otros muchos, de alto valor, sin duda, para el estudio m ono­ gráfico de puntos particulares, aunque procurando, eso sí, conforme a la finalidad de la obra, que no quedase tema im­ portante doctrinal sin sus correspondientes textos ilustrati­ vos en los diversos autores. Una selección no es una enciclo­ pedia, ni pretende suplantar la lectura directa íntegra de la obra: responde a la necesidad imperiosa de atender a las li­ mitaciones obvias de tiempo y espacio; pero, salvado eso, es más bien una invitación a acudir a la lectura íntegra del ori­ ginal. En atención a lo ingente de su producción filosófica y su alto valor doctrinal, se ha concedido una extensión notable, dentro siempre de lo que consiente el carácter de selección, Prólogo X III a San Agustín y a Santo Tomás: ambos ocupan un puesto privilegiado en la historia del pensamiento humano. De he­ cho, San Agustín es fuente perenne de inspiración para la Escolástica, en la cual aparecen sus obras citadas constante­ mente, y aun en la filosofía moderna deja sentir su influjo com o el pensador más genuina y profundamente humano de todos los tiempos. Santo Tomás, por su parte, ejerce un ma­ gisterio perenne en la Iglesia, y ofrece al pensamiento mo­ derno elementos de gran valor para el planteamiento y solu­ ción de los grandes problemas metafísicos y éticos que se presentan al hombre actual. El carácter, muy peculiar, de la reflexión filosófica de la mayoría de los pensadores cristianos aducidos, que la desarro­ llaron, en la mayor parte de sus obras, en el contexto de su reflexión teológica, como obedeciendo al lema «intellige ut credas» (aun conservando su mutua independencia), hace di­ fícil el presentar un texto de puro y exclusivo carácter filo­ sófico, sin las adherencias de elementos teológicos que con frecuencia los acompañan o les dan origen. El lector sabrá distinguir ambos aspectos y apreciar las posibles interferen­ cias entre los dos tipos de saber. Por lo mismo, es ocioso ad­ vertir que la existencia del contenido filosófico de un texto aducido no hay que juzgarla por el título, posiblemente teo­ lógico, de la obra o de la sección que lo encabeza: de hecho, una buena parte de las teorías filosóficas de San Agustín, por ejemplo, y de Santo Tomás se hallan en obras teológicas y en contexto estrictamente teológico. Los textos se presentan en traducción castellana, o hecha directamente, o la realizada, y de valor reconocido, por otros. Sólo la escasez de espacio disponible ha hecho renunciar al id e a l, en estos tipos de selección de textos, de reproducir, junto a la traducción, el texto original. Con ello se ha co­ rrido el riesgo, ya conocido y lamentado en estos casos, de desvirtuar y aun falsear el pensamiento original del autor: un San Agustín, y aun un Santo Tomás traducidos, puede aparecer un San Agustín y un Santo Tomás inauténticos o (al menos) exangües, sin vida, sin la vibración que se siente al Prólogo Prólogo contacto personal con el escritor. Somos conscientes de ello, pero hemos preferido correr (y aun incurrir) el riesgo a de­ jar de intentar el prestar este servicio de poner a disposición del que se preocupa por la filosofía los textos más ricos de muy definido y compacto, netamente diferenciado de los de­ XIV los grandes pensadores. A esta dificultad, común a todas las obras de versión, se añade otra en el caso presente, notoria también y experimen­ tada por los que emprenden esta clase de trabajos: sabido es que el lenguaje filosófico medieval (sobre todo el escolás­ tico) abunda en términos y fórmulas difícilmente traducibles en las lenguas modernas. A veces un término o una expre­ sión medieval tiene unos sentidos y resonancias de que ca­ rece su correspondiente exacto en la lengua moderna; otras, un mismo término es susceptible de tantos matices, por la di­ versidad de estructuras de la realidad y del pensamiento que recubre, que es imposible traducirlo siempre en equivalencia rigurosa por un solo término también en la lengua de la ver­ sión (piénsese, por ejemplo, en los varios y diversos sentidos del término «esse» en Santo Tomás). Una buena parte de los traductores resuelven estas difi­ cultades reproduciendo, sin más, el termino latino, sin susti­ tuirlo o doblarlo con su correspondiente en la lengua moder­ na. Hemos preferido secundar el esfuerzo de otros por apu­ rar las posibilidades de una versión de todos los términos y fórmulas, poniendo, con contadas excepciones, el término castellano que nos ha parecido expresar más fielmente el pen­ samiento del autor; aun entonces, como la elección de un tér­ mino en vez de otro puede dar al pensamiento una inflexión ajena y aun a veces contraria a la mente del autor, hemos puesto a continuación entre paréntesis el término original, para que el lector pueda, si el caso lo permite, transferirse inme­ diatamente a la mente del escritor y acogerse a otra interpre­ tación que dé con el matiz originario, no felizmente expresa­ do tal vez en la traducción. Hemos seguido el orden rigurosamente cronológico tanto de los autores aducidos como de los textos reproducidos de un mismo autor, con la sola excepción de los filósofos arabes y judíos, por estimar que forman éstos entre sí un bloque xv más, y aconsejarlo así conveniencias de distribución del es­ pacio disponible. En la bibliografía hemos seguido la misma norma que en las citadas obras anteriores: damos, primero, a la cabeza de la selección de los textos de cada autor una b i b l i o g r a f í a g e n e r a l sobre su persona y enseñanza filosófica, y en espe­ cial sobre las obras cuyos textos se reproducen, y otra, ya es­ pecializada, a pie de página, sobre cada texto en particular: se pone sin ninguna llamada especial en el cuerpo de la pá­ gina, con sólo reproducir al pie el número correspondiente del párrafo. Se hace lo más escuetamente posible; sólo se dan todos los datos de la obra citada cuando se trata de títulos que no aparecen en la b i b l i o g r a f í a g e n e r a l ; en el caso con­ trario, que es el más frecuente, la referencia completa se halla en aquélla. También en la bibliografía, que, com o es patente a quien está familiarizado con el tema, es sencillamente inmensa, ha habido que emplear un criterio de rigurosa selección, limitán­ dose forzosamente a la enumeración de las fuentes bibliográ­ ficas, como son las bibliografías generales, boletines biblio­ gráficos, monografías fundamentales, actas de Congresos, co­ lecciones especializadas y, en general, remitiendo al lector a los que, a su vez, le suministrarán una buena información bi­ bliográfica. Se ha atendido a actualizar dicha información lo más po­ sible, recogiendo los títulos aparecidos recientemente en estos días inmediatos a la publicación de la obra, sin descuidar los estudios anteriores, que, por ser fundamentales y de valor uni­ versalmente reconocido, no han envejecido con el paso de los años y siguen siendo instrumento de trabajo imprescindible para el estudio de un autor. En casos especiales, com o en el de San Agustín y Santo Tomás, dada la importancia de la mayor parte de sus obras y la abundancia de estudios sobre ellas, se ha puesto también una bibliografía general al frente de cada una, además de la que figura al principio sobre el autor, que después se completa XVI Prólogo y matiza, com o en los demás autores, con las notas a pie de página. El Indice de materias, pieza esencial, en nuestro propósito, de esta obra, por posibilitar y facilitar el manejo del copioso material doctrinal en ella recogido, debería ser, atendido ese fin, muy extenso, mucho más que en las otras dos obras an­ teriores sobre los Filósofos antiguos y los Filósofos moder­ nos; si no lo es, se debe únicamente a las limitaciones de es­ pacio disponible. Las notas, cuando son del propio filósofo cuyo texto se reproduce, van sin ninguna indicación ulterior; las del tra­ ductor van acompañadas de la abreviatura (N. del T .) , y las nuestras propias van precedidas de (*). Madrid, septiembre de 1979. LOS FILOSOFOS SELECCION MEDIEVALES DE TEXTO S I SAN JUSTINO (t 160-165) O b r a s p r i n c i p a l e s : ’ AnoXopa úxsp '¿ptaxiav&v xpàç ’Avxovfvov xôv euaeßr (A pología en favor de los cristianos a A ntonino P ío ) [ Apología I ] (1 3 8 /1 3 9 ); ’ AxoÁo-j-ta úxép xP taltav“ v KP°S x*¡v 'Pa)]iatmv SújxÁrjxov (Apología en favor de los cristianos al Senado Rom ano) [A pología I I ] (1 3 8 /1 3 9 ); IIpo; xóv Tpú^iuva ’ IouSaïov dcaXofoi; (D iálogo con el judío T rifón) (15 5 /1 6 0 ?). E d i c i ó n c i t a d a : D . R u i z B u e n o , Padres apologetas griegas ( s . i i ) . Introducciones, texto griego, versión española y notas: San Justino: Diálogo con Trifón (BAC 21979). B i b l i o g r a f í a g e n e r a l : D . R u i z B u e n o , o .c . Introducción al Diálogo con Trifón p.281-299; G . A r c h a m b a u l t , Justin: Dialogue avec Triphon. Texte avec traduction française, introduction, notes et index (Textes et Documents, V I I I , 11), 2 vols. (Paris 1909); P. K e s e l i n g , Justins «D ia­ log gegen Tripho» c.1-10, und Platons « Protagoras» : Rhein. Mus. 75 (1926) 223-229; J. C. M . v a n W in d e n , A n early Christian philosopher. Justin Martyr’s dialogue with Tripho. Introd., text and commentary (Leiden 1971); Justini philosophi et martyris opera quae feruntur omnia, edidit I. C. Th. O t t o , tomi I pars 2.“, opera Justini indubitata, ed. 3* (Jenae 1877), Corpus Apologetarum christianorum saec. II, p .X V I I -X I X . Ë . P r e u s c h e n , D ie Einheit von Justins Dialog gegen Tripho. Zeitschr. für neutest. Wissenschaft und die Kunde der älteren Kirche (Giessen 1900ss.); G . B a r d y , art. Justin, en Dict. Théol. Cath. V I I I , col.2228-2277 (Bibi, p.2275-2277); Id., « Philosophie» et «T h éologie» dans le vocabu­ laire chrétien des premières siècles: Rev. d ’Asc. et Myst. 25 (1949) 97-108; Ü b e r w e g - G e y e r , Grundriss der Geschichte der Philosophie. Zw eit. Teil, D ie patristische und Scholastische Philosophie, elfte neubearb. Auflage (Berlin 1928) p .15-20 (Bibliogr., p.649-650); J. Q u a s t e n , Patrología (trad. esp. por I. O ñ a t i b i a ), I (Madrid 1961) p .190-211; H . A . W o l f s o n , The Philosophy of the Church Eathers, vol.I, Faith, Trinity, Incarnation, 3.a ed. (Cambridge, Mass., 1970); Id., Studies in the H istory of Philosophy and Religion, I (ed. by I. T w e r s k y and G . H . W i l l i a m s ) (Cambridge, Mass., 1973); L. W . B a r n a r d , Justin Martyr. H is Life and Thought (Cambridge 1967) (Bibliogr., p .180-183); R. J o l y , Christianisme et philosophie. Études sur saint Justin et les Apologistes du deux, siècle (Bruxelles 1973); J. C. M . v a n W i n d e n , Le christianisme et la philosophie. Le com m encem ent du dialogue entre la foi et la raison: Kyriacon I p.205-213 (Münster 1970) (Festsch. Io. Q u a s t e n ); A. W a r k o t s c h , A ntike Philosophie im Urteil der Kir­ chenväter (München 1973); L. A n t i p a s , L ’idée de liberté chez Saint Justin: Cah. Phil. Théol. 4 (1965-1966) 25-32; L. H e n a o Z a p a t a , San Justino y las anteriores dialécticas platónicas. I I I . San Justino, Influjos dialécticos: Franciscanum 13 (1971) 189-224; J. C o m a n , Éléments d’an­ thropologie dans les oeuvres de sain Justin martyr et philosophe: Con­ tactes, Rev. franç. de l’orthod. 5 (1973) 84, p.317-337. San Justino 4 DIALO G O CON TRIFON 1 1. Paseábame yo por la mañana bajo los porches del gimnasio, cuando cruzándose conmigo cierto sujeto con algunos otros: — Salud, filósofo— me dijo. Y a par que así me saludaba, dio la vuelta y se puso a pasear a mi lado, y con el se volvieron también sus amigos. Y o, a mi vez, devolviéndole el saludo: — ¿Qué ocurre?— le dije. Y él: . Me enseñó en Argos— contestóme— Corinto el socráti­ co que no hay que despreciar ni descuidar a los que visten hábito com o el tuyo, sino mostrarles por todos modos esti­ ma y buscar su conversación, con el fin de sacar algún pro­ vecho o para élo para mí. Pues aun en el caso de aprove­ charse uno solo de los dos, ya es un bien para entrambos. Por eso, siempre que veo a alguien que lleva ese hábito me acerco a él con gusto, y ésa es la causa por que ahora te he saludado también a ti de buena gana. Estos me vienen acom­ pañando y también ellos esperan oír de ti algo de provecho... — Y ¿quién eres tú, oh el mejor de los mortales?— le repliqué yo, bromeando un poco. Y él me indicó, sencillamente, su nombre y su raza: — Y o me llamo Trifón— me dijo— , y soy hebreo de la circuncisión, que, huyendo de la guerra recientemente acaba­ da, vivo en Grecia, la mayor parte del tiempo en Corinto. ¿Y cómo— le dije yo— pudieras tú sacar tanto prove­ cho de la filosofía, cuanto de tu propio legislador y de los profetas? — ¿Pues qué?— me replicó— ; ¿no tratan de Dios los fi­ lósofos en todos sus discursos y no versan sus disputas siem­ pre sobre su unicidad y providencia? ¿O no es objeto de la filosofía el investigar acerca de Dios? 2 — Ciertamente— le dije— , y ésa es también mi opi­ nión; pero la mayoría de los filósofos ni se plantean siquie1-18 Ruiz Introducción, o.e., p.281-299; P e p in , La P hilosoph ie patrisde la Philosophie, s o n s 1a d ir e c t io n d e F. C h a t e l e t , I (P a ris 1972) p.62; Q u a s t e n , o.e., I p,195b-196; B a r n a r d , o.e., p.40. 1 O t t o , o.e., p.2 nt.3; p.3 nt.4.5.6. 2 V an W in d e n , Le christianisme et la Philosophie...'. Kyriacon I p . 205-2'3; C om an Elements d’anthropologie dans les oeuvres de Saint Justin...: Rev. fran?. de 1’orthod. 5 (1973 ) 84 p.317-337; W a r k o t s c h , Antike Philosophie im Urteil der Kirchenväter (München 1973); O t t o , o.e., p.4 nt.10; p .6 nt.17. tiaue, en B u eno, H istoire Diálogo con Trifón 5 ra el problema de si hay un solo Dios o hay muchos, ni si tienen o no providencia de cada uno de nosotros, pues opi­ nan que semejante conocimiento no contribuye para nada a nuestra felicidad. Es más, intentan persuadirnos que del uni­ verso en general y hasta de los géneros y especies se cuida Dios, pero ya no ni de mí ni de ti ni de las cosas particula­ res; pues de cuidarse, no le estaríamos suplicando día y no­ che. Ahora, no es difícil comprender el blanco a que tiran esas teorías. Los que así opinan, aspiran a la inmunidad, a la libertad de palabra y de obra, a hacer y decir lo que les dé la gana, sin temer castigo ni esperar premio alguno de parte de Dios. ¿Cómo, en efecto, lo esperan quienes afirman que yo y tú hemos de volver a vivir vida igual a la presente, sin que nos hayamos hecho ni mejores ni peores? Otros, dando por supuesto que el alma es inmortal e incorpórea, opinan que ni aun obrando el mal han de sufrir castigo alguno, com o quiera que lo incorpóreo es impasible, y que, pues el alma es inmortal, no necesitan ya para nada de Dios. Entonces él, sonriendo, cortésmente: — Y tú— me dijo— , ¿qué opinas sobre esto, que idea tie­ nes de Dios y cuál es tu filosofía? Dínoslo. 3 2. — Sí— respondí— , yo te voy a decir lo que a mí pa­ rece claro. La filosofía, efectivamente, es en realidad el ma­ yor de los bienes, y el más precioso ante Dios, al cual ella es la sola que nos conduce y recomienda. Y santos, a la ver­ dad, son aquellos que a la filosofía consagran su inteligencia. Ahora, qué sea en definitiva la filosofía y por qué les fue enviada a los hombres, cosa es que se le escapa al vulgo de las gentes; pues en otro caso, siendo com o es ella ciencia una, no habría platónicos, ni estoicos, ni peripatéticos, ni teó­ ricos, ni pitagóricos. Quiero explicaros por qué ha venido a te­ ner muchas cabezas. El caso fue que a los primeros que a ella se dedicaron y que en su profesión se hicieron famosos, les siguieron otros que ya no hicieron investigación alguna sobre la verdad, sino que, llevados de la admiración de la constancia, del dominio de sí y de la rareza de las doctrinas de sus maestros, sólo tuvieron por verdad lo que cada uno había aprendido de aquéllos; luego, transmitiendo a sus su3-9 H y l d a h l , Philosophie und Christentum. Eine Interpretation der EinleiP 174 175* DÍ“^0g l ustins: ^cta 'heologica Danica, IX (Kopenhaguen 1966) 3 O t t o o c , p .6 nt.2 y 3; B a r n a r d , sophy of the Church Fathers p.72. o .c ., p.32 y 34; W olfson , The Philo- San Justino Diálogo con Trifón cesores doctrinas semejantes a las primitivas, cada escuela tomó el nombre del que fue padre de su doctrina. me hecho sabio en un santiamén, y mi necedad me hacía es­ perar que de un momento a otro iba yo a contemplar al mis­ mo Dios. Porque tal es el blanco de la filosofía de Platón. 6 4 Y o mismo, en mis comienzos, deseando también tra­ tar con alguno de éstos, me puse en manos de un estoico. Pasé con él bastante tiempo; pero dándome cuenta que nada adelantaba en el conocimiento de Dios, sobre el que tam­ poco él sabía palabra ni decía ser necesario tal conocimiento, me separé de él y me fui a otro, un peripatético, hombre agu­ do, según él creía. Este me soportó bien los primeros días; pero pronto me indicó que habíamos de señalar honorarios, a fin de que nuestro trato no resultara sin provecho. Y o le abandoné por esta causa, pues ni filósofo me parecía en abso­ luto. 5 Pero mi alma me seguía bullendo por oír lo que es peculiar y más excelente en la filosofía; por esto me dirigí a un pitagórico, reputado en extremo, hombre que tenía muy altos pensamientos sobre su propia sabiduría. Apenas me puse al habla con él, con intención de hacerme oyente y discípulo suyo: — ¡Muy bien!— me dijo— ; ¿ya has cursado música, as­ tronomía y geometría? ¿O es que te imaginas vas a contem­ plar alguna de aquellas realidades que contribuyen a la feli­ cidad, sin aprender primero esas ciencias que han de despren­ der al alma de lo sensible y prepararla para lo inteligible, de modo que pueda ver lo bello en sí y lo que es en sí bueno? Hízome un largo panegírico de aquellas ciencias, me las presentó com o necesarias, y, confesándole yo que las ignora­ ba, me despidió. Com o es natural, me molestó haber fraca­ sado en mi esperanza, más que más que yo creía que aquel hombre sabía algo. Por otra parte, considerando el tiempo que tendría que gastar en aquellas disciplinas, no pude su­ frir diferirlo para tan largo plazo. 6 Estando así perplejo, me decidí, por fin, a tratar también con los platónicos, pues gozaban también de mucha fama. Justamente, por aquellos días había llegado a nuestra ciudad un hombre inteligente, una eminencia entre los plató­ nicos, y con éste tenía yo largas conversaciones y adelanta­ ba y cada día hacía progresos notables. La consideración de lo incorpóreo me exaltaba sobremanera; la contemplación de las ideas daba alas a mi inteligencia; me imaginaba haber4 O t t o , o . c . , p .8 n t.8 . 6 O t t o , o . c ., p .9 n t .1 0 y 11; p .1 0 n t.1 3 y 14. 7 7 3. Con esta disposición de ánimo, determiné un día henchirme de abundante soledad y evitar toda huella de hom­ bres, por lo que marché a cierto paraje no lejano del mar. Cerca ya de aquel sitio, en que había yo de encontrarme a mis solas, me iba siguiendo, a poca distancia, un anciano, de as­ pecto no despreciable, que daba señas de poseer blando y ve­ nerable carácter. Volvíme yo, me paré, y clavé fijamente en él mis miradas. Y él entonces: — ¿Es que me conoces?— me dijo. Contestóle que no. — ¿Por qué, pues— me dijo— , me miras de esa manera? — Estoy maravillado— contestóle— de que hayas venido a parar a donde yo, cuando no esperaba hallar aquí a hombre viviente. — Ando preocupado— me repuso él— por unos familiares míos que están de viaje. Vengo, pues, yo mismo a mirar si aparecen por alguna parte. Y a ti— concluyó— ¿qué te trae por acá? — Me gusta— le dije— pasar así el rato, pues puedo sin estorbo conversar conmigo mismo. Y es así que, para quien ama la meditación, no hay parajes tan propios como éstos. 8 - —¿Luego tú eres— me dijo— un amigo de la idea y no de la acción y de la verdad? ¿Cómo no tratas de ser más bien hombre práctico que no sofista? — ¿Y qué obra— le repliqué— mayor cabe realizar que la de mostrar cóm o la idea lo dirige todo, y, concebida en nos­ otros y dejándonos por ella conducir, contemplar el extravío de los otros y que nada en sus ocupaciones hay sano ni grato a Dios? Porque sin la filosofía y la recta razón no es posi­ ble que haya prudencia. De ahí que sea preciso que todos los hombres se den a la filosofía y ésta tengan por la más grande y más honrosa obra, dejando todo lo demás en segun­ do y tercer lugar; que si ello va unido a la filosofía, aún podrán pasar por cosas de moderado valor y dignas de acep­ tarse; mas si de ella se separan y no la acompañan, son pe­ sadas y viles para quienes las llevan entre manos. 7-9 H yda h l , o . c ., p .1 8 1 . 7 O t t o , o .c ., p.ío n t . l ; p . l l n t.2 y 3 . 8 V an W in d e n , o .c ., p .2 0 5 -2 1 3 ; C om an , o .c ., p .3 1 7 -3 3 7 ; n t.4 ; B a r n a r d , o .c ., p .3 4 . O t t o , o .c ., p .1 2 San Justino Diálogo con Trifón — ¿La filosofía, pues— me replicó— produce felicidad? — En absoluto— contestóle— y sola ella. — Pues dime— prosiguió— , si no tienes inconveniente, qué es la filosofía y cuál es la felicidad que ella produce. — La filosofía— le respondí— es la ciencia del ser y el co­ nocimiento de la verdad, y la felicidad es la recompensa de esta ciencia y de este conocimiento. 10 4. — ¿Luego— me dijo— es que tiene nuestra inteli­ gencia una fuerza tal y tan grande, o comprende más bien por medio de la sensación? ¿O es que la inteligencia huma­ na será jamás capaz de ver a Dios, sin estar adornada del Espíritu Santo? — Platón, en efecto— contesté yo— , afirma que tal es el ojo de la inteligencia y que justamente nos ha sido dada para contemplar con él, por ser ojo puro y sencillo, aquello mis­ mo que es, y que es causa de todo lo inteligible, sin color, sin figura, sin tamaño, sin nada de cuanto ni ojo ve, sino que es el ser mismo, más allá de toda esencia, ni decible ni ex­ plicable; lo solo bello y bueno, que de pronto aparece en las almas de excelente naturaleza, por lo que con El tienen de parentesco y por su deseo de contemplarlo. 9 — Y Dios, ¿a qué llamas tú D ios?— me dijo. — Lo que siempre se ha del mismo modo e invariablemen­ te y es causa del ser de todo lo demás, eso es propiamente Dios. Tal fue mi respuesta, y com o mostraba gusto en escuchar­ me, prosiguió preguntándome: — Ese nombre de ciencia, ¿no es común a diferentes co­ sas? Porque en todas las artes, el que las sabe se llama sa­ bio en ellas, por ejemplo, la estrategia, la náutica, la medi­ cina. En lo referente a Dios y al hombre no pasa lo mismo. ¿Hay alguna ciencia que nos procure conocimiento de las cosas mismas divinas y humanas e inmediatamente nos haga ver lo que en ellas hay de divinidad y de justicia? — Claro que sí— le respondí. -—Entonces, ¿es lo mismo saber del hombre o de Dios que saber de música, aritmética, astronomía u otra materia semejante? -—De ninguna manera— contesté. — Luego no me respondiste bien antes— me dijo él— . Porque hay conocimientos que nos vienen del aprendizaje o de cierto ejercicio; otros, por la visión directa. Por ejem­ plo, si alguien te dijera que hay allá en la India un animal de naturaleza distinta a todos los otros, sino que es así o asá, múltiple de forma y de color vario, no sabrías lo que es antes de verlo, y de no haberlo oído a quien lo vio, no po­ drías decir de él ni una palabra. — Cierto que no— le contesté. — ¿Cómo, pues— me replicó— , pueden los filósofos sen­ tir rectamente de Dios o hablar de él con verdad, si no tie­ nen ciencia de El, com o quiera que ni le han visto ni le han oído jamás? -— Mas la divinidad— le repliqué— , padre, no es visible a sus ojos, como los otros vivientes, sino sólo comprensible ?. su inteligencia, com o dice Platón y yo lo creo. 9 Q t t o , o . c . , p .1 4 n t .1 3 ; p .1 6 n t .1 9 y 2 0 ; B a r n a r d , o .c ., p .3 6 -3 7 . 9 11 — ¿Cuál es, pues— me dijo— , nuestro parentesco con Dios? ¿Es que el alma es también divina e inmortal y una partícula de aquella soberana inteligencia, y com o aquélla ve a Dios, también ha de serle hacedero a la nuestra compren­ der la divinidad y gozar la felicidad que de ahí se deriva? — Absolutamente— le dije. — ¿Y todas las almas— preguntó— de los vivientes tienen la misma capacidad o es diferente el alma de los hombres del alma de un caballo o de un asno? — N o hay diferencia alguna— respondí— , sino que son en todos las mismas. — Luego también— concluyó— verán a Dios los caballos y los asnos, o le habrán ya visto alguna vez. — N o— le dije— , pues ni siquiera le ve el vulgo de los hombres, a no ser que se viva con rectitud, después de ha­ berse purificado con la justicia y todas las demás virtudes. — Luego— me dijo— no ve el hombre a Dios por su pa­ rentesco con El, ni porque tiene inteligencia, sino porque es templado y justo. — Así es— le contesté— , y porque tiene la potencia con que entender a Dios. — ¡Muy bien! ¿Es que las cabras y las ovejas cometen injusticia contra alguien? — Contra nadie en absoluto— contestóle. — Entonces— replicó— , según tu razonamiento, también estos animales verán a Dios. 10 P latón , Fedón 65e-66a; O tto , o .c ., p.17 nt.l; 11-15 C om an , o .c ., p.317-337. 11 P l at ó n , Filebo 30d; O tto , o .c ., p .20 nt.10. B arnard , o .c ., p.36-37. San ] ustino Diálogo con Trifón — No, porque su cuerpo, dada su naturaleza, les es impe­ dimento. — Si estos animales— me interrumpió— tomaran voz, sá­ bete que tal vez con más razón se desatarían en injurias con­ tra nuestro cuerpo. Mas, en fin, dejemos ahora esto, y con­ cedido como tú dices. Dime sólo una cosa: ¿V e el alma a Dios mientras está en el cuerpo, o separada de él? 14 5. — Así, pues, nada saben aquellos filósofos sobre estas cuestiones, pues no son capaces de decir ni qué cosa sea el alma. — No parece que lo sepan. 10 12 — Como posible— respondí— , aun estando el alma en la forma de hombre, le es posible llegar ahí por medio de la inteligencia; sin embargo, desatada del cuerpo y venida a ser ella misma por sí misma, entonces es cuando sobre todo al­ canza aquello que amó todo el tiempo de su vida. — ¿Y se acuerda de ello cuando vuelve otra vez al hom­ bre? — No me parece— respondí. — Entonces— repuso él— , ¿qué provecho han sacado de verlo, o qué ventaja tiene el que vio sobre el que no vio, cuan­ do de ello no queda ni recuerdo? — No sé qué responderte— le dije. -— Y ¿qué pena sufren— me dijo— las que son juzgadas in­ dignas de esta vista? 13 — Viven encarceladas en cuerpos de bestias, y esto constituye su castigo. — Ahora bien— me replicó— , ¿saben ellas que por esta causa viven en tales cuerpos, en castigo de algún pecado? — No lo creo. — Luego, según parece, tampoco éstas— concluyó— sacan provecho alguno de su castigo, y aun diría yo que ni castigo sufren, desde el momento que no tienen conciencia de ser castigadas. — Así es, en efecto. -— En conclusión— me dijo— , ni las almas ven a Dios, ni transmigran a otros cuerpos; pues sabrían que es ése su castigo y temerían en lo sucesivo cometer el más ligero pe­ cado. Ahora, que sean capaces de entender que existe Dios y que la justicia y la piedad son un bien, también yo te lo con­ cedo. — Tienes razón— le contesté. — Tampoco, por cierto, hay que decir que sea inmortal, pues si es inmortal, claro es que tiene que ser increada. — Sin embargo— le dije yo— , por increada e inmortal la tienen algunos, los llamados platónicos. — ¿Y tú también— me dijo él— tienes el mundo por in­ creado? — Hay quienes lo dicen, pero no soy de su opinión. — Y haces bien. Pues ¿por qué motivo un cuerpo tan só­ lido y que ofrece tanta resistencia, compuesto y variable y que cada día perece y nace, ha de pensarse no procede de algún principio? Ahora bien, si el mundo es creado, forzoso es que también lo sean las almas y que haya un momento que no existan. Porque, efectivamente, fueron hechas por causa de los hombres y de los otros vivientes, aun en el supuesto de que tú digas que fueran creadas absolutamente separadas y no jun­ tamente con sus propios cuerpos. — Así parece ser exactamente. — No son, pues, inmortales. — No, puesto caso que el mundo nos pareció ser creado. 15 — Sin embargo, yo no afirmo que todas las almas mueran— lo que sería una verdadera suerte para los malva­ dos— . ¿Qué digo, pues? Que las de los piadosos permanecen en un lugar mejor, y las injustas y malas, en otro peor, espe­ rando el tiempo del juicio. Así, unas que han aparecido dignas de Dios, ya no mueren; otras son castigadas mientras Dios quiera que existan y sean castigadas. — ¿Acaso vienes tú a decir lo mismo que deja entender Platón en el Timeo sobre el mundo, es decir, que en sí mismo, en cuanto fue creado, es también corruptible, pero que no se disolverá ni tendrá parte en la muerte por designio de Dios? ¿Así te parece a ti también acerca del alma y, en general, acer­ ca de todo lo demás? -— En efecto, cuanto después de Dios es o ha de ser jamás, 14 12 P l a t ó n , Fedóti 66b-e; Fedro 429b. 13 P l a t ó n , Fed ón 81; T im eo 42c; O t t o , o.c., p.34. nard, o .c ., p.22 n t.1 5 y 16; B a rn a rd , 11 15 P l a t ó n , Tim., o . c . , p.34. P l a t ó n , Tim., 28b; 41a-9; W o lfs o n , o .c ., W o l f s o n , o .c ., p.183; O tto , p.l74.177ss; o .c ., p.23 nt.4; O t t o , o . c ., B a r- p.24 nt.8; San Justino Diálogo con Trifón todo tiene naturaleza corruptible y capaz de desaparecer y de­ jar de existir. Sólo Dios es increado e incorruptible, y por eso es Dios; pero todo lo demás fuera de Dios es creado y corrup­ tible. Por esta causa mueren y son castigadas las almas. Por­ que si fueran increadas, ni pecarían ni estarían llenas de in­ sensatez, ni serían ora cobardes, ora temerarias, ni pasarían voluntariamente a los cuerpos de cerdos, serpientes o perros, ni fuera tampoco lícito, de ser increadas, obligarlas a ello. Lo increado, en efecto, es semejante a lo increado, y no sólo se­ mejante, sino igual e idéntico, sin que sea posible que uno sobrepase a otro en poder ni en honor. De donde precisamen­ te se sigue que no puede haber dos seres increados. Porque si en ellos hubiera alguna diferencia, jamás pudiéramos dar con la causa de ella por más que la buscáramos, sino que, re­ montándonos con el pensamiento hasta lo infinito, tendríamos que parar, rendidos, en un solo increado, y decir que él es la causa de todo lo demás. — ¿Acaso— pregunté yo— todo eso se les pasó por alto a Platón y Pitágoras, hombres sabios, que han venido a ser para nosotros com o la muralla y fortaleza de la filosofía? IT 7. — Entonces—-le dije— , ¿a quién vamos a tomar por maestro o de dónde podemos sacar provecho, si ni en éstos — en Platón y Pitágoras— se halla la verdad? 12 16 6 . — Nada se me importa— contestóme— de Platón ni de Pitágoras, ni en absoluto de nadie que tales opiniones haya tenido. Porque la verdad es ésta, y tú puedes comprenderla por el siguiente razonamiento. El alma, o es vida o tiene vida. Ahora bien, si es vida, tendrá que hacer vivir a otra cosa, no a sí misma, al modo que el movimiento mueve a otra cosa, más bien que a sí mismo. Mas que el alma viva, nadie habrá que lo contradiga. Luego si vive, no vive por ser vida, sino porque participa de la vida. Ahora bien, una cosa es lo que participa y otra aquello de que participa; y si el alma participa de la vida, es porque Dios quiere que viva. Luego de la mis­ ma manera dejará de participar un día, cuando Dios quiera que no viva. Porque no es el vivir propio de ella com o lo es de Dios; como el hombre no subsiste siempre, ni está siempre el alma unida con el cuerpo, sino que, como venido el mo­ mento de deshacerse esta armonía, el alma abandona al cuerpo, y deja el hombre de existir; de modo semejante, venido el momento de que el alma tenga que dejar de existir, se aparta de ella el espíritu vivificante, y el alma ya no existe, sino que va nuevamente allí de donde fue tomada. 16 R r n z B u e n o , o .c ., p .3 1 3 n t .1 0 ; B a r n a r d , o .c ., p .3 4 . 13 —-Existieron hace mucho tiempo— me contestó el viejo— unos hombres más antiguos que todos estos tenidos por filó­ sofos, hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, los cuales hablaron inspirados del espíritu divino, y divinamente inspirados predijeron lo porvenir, aquello justamente que se está cumpliendo ahora; son los que se llaman profetas. Estos son los solos que vieron y anunciaron la verdad a los hombres, sin temer ni adular a nadie, sin dejarse vencer de la vanaglo­ ria, sino llenos del Espíritu Santo, sólo dijeron lo que vieron y oyeron. Sus escritos se conservan todavía y quien los lea y les preste fe, puede sacar el más grande provecho en las cuestio­ nes de los principios y fin de las cosas y, en general, sobre aquello que un filósofo debe saber. Porque no compusieron jamás sus discursos con demostración, com o quiera que ellos sean testigos fidedignos de la verdad por encima de toda de­ mostración; y por lo demás, los sucesos pasados y los actua­ les nos obligan a adherirnos a sus palabras. También por los milagros que hacían, es justo creerles, pues por ellos glorifi­ caban a Dios Hacedor y Padre del Universo, y anunciaban a Cristo, H ijo suyo, que de El procede. En cambio, los fal­ sos profetas, a quienes llena el espíritu embustero e impuro, no hicieron ni hacen eso, sino que se atreven a realizar cier­ tos prodigios para espantar a los hombres y glorificar a los espíritus del error y a los demonios. Por tu parte y antes que todo, ruega que se te abran las puertas de la luz, pues estas cosas no son fáciles de ver y comprender por todos, sino a quien Dios y su Cristo concede comprenderlas. 18 8 . Esto dicho y muchas otras cosas que no hay por qué referir ahora, marchóse el viejo, después de exhortarme a seguir sus consejos, y yo no le volví a ver más. Mas inme­ diatamente sentí que se encendía un fuego en mi alma y se apoderaba de mí el amor a los profetas y a aquellos hombres que son amigos de Cristo, y reflexionando conmigo mismo sobre los razonamientos del anciano, hallé que ésta sola es la filosofía segura y provechosa. De este modo, pues, y por estos motivos soy yo filósofo, y quisiera que todos los hom17 O t t o , o .c ., p.29 nt.2; p.30 nt.3 y 6 . 18 Übektc-eg-G eyer, Grundrisss der Gcschichtc Auflag., p,15s.; O t t o , o .c ., p.33 nt.5.6 y 7. der Philosophie, II, elfte 14 San Justino bres, poniendo el mismo fervor que yo, siguieran las doctrinas del Salvador. Pues hay en ellas un no sé qué de temible y son capaces de conmover a los que se apartan del recto camino, a par que, para quienes las meditan, se convierten en dulcísimo descanso. Ahora bien, si tú también te preocupas algo de ti mismo y aspiras a tu salvación y tienes confianza en Dios, como a hom­ bre que no es ajeno a estas cosas, posible te es alcanzar la fe­ licidad, reconociendo al Cristo de Dios e iniciándote en sus misterios. A T E N AGORAS ObrVs: Ilpia^sía xepi -¡(pioTtavcúv tianos) \177? ); litpi ávaataaeax; vexpíov muertos)\ E d ic ió n c it a d a : D . R u iz (Súplica en favor de los cris­ ( Sobre la resurrección de los Padres apologistas griegos (s.II). B ueno, Introducciones, texto griego, versión española y notas, Atenágoras: Sobre la resurrección de los muertos (BAC, Madrid 1954). B . .: D . R B , . ., Introducción a Sobre la re­ surrección de los muertos p.631-641; Athenagorae philosophi Atheniensis opera edidit lo . C. Theod. O tto (Ienae 1877), Corpus Apologetarum sec.II, vol.V II p.XLVIII-LII; LVII-LX; U -G , Grundriss der G eschichte der Philosophie, elfte neuarb. Aufl. (Berlin 1928), Zw. Teil, D ie patristische und scholastische Philos, p.650; J. Q , Patrología (trad. esp. por I. O ) I (Madrid 1961) p.219-222 (Bibliogr. p.225); L. C , La philosophie du dogme de la résurrection de la chair au I I e siècle. Étude sur le lUp't àvaTretcreuji; d’Athénagore (Lyon 1905); F. S , D ie Philosophie des Athenagoras (Berlin 1882); P. U y M. P , Atenagora (con texto, introducción, trad. ital. y notas) (Turin 1947); W. B. O , Athenagoras, with Explanatory notes (N ew York 1904); A. J. M , Athenagoras on the pagan poets and philosophers: Kiriakon I p.214-225 (Münster 1970; L. W. B , Athenagoras. A study in second Century Christian Apologetic (Paris 1972); I ., T he philosophical and biblical background of Athenagoras Epektasis: Mélanges J. Daniélou (Paris 1972) p.3-16. ib l io g k gen u iz ueno o c berw eg eyer uasten ñ a t ib ia h audouard c h ü b r in g baldi e l l e g r in o wen alh erbe arnard d SOBRE LA RESURRECCION DE LOS MUERTOS 19 11. . . . Ahora, pues, si por los principios que son na­ turalmente primeros y por lo que a ellos se sigue, quedan de­ mostradas cada una de las cuestiones propuestas, es evidente que la resurrección de los cuerpos disueltos es obra posible, que­ rida y digna del Creador; pues por ahí también se ha demos­ trado la mentira que a esta verdad se opone y lo absurdo de la incredulidad de algunos. Pues, ¿qué necesidad hay de recal­ car la correspondencia de una cosa con otra y su mutua cone­ xión? Si es que debe hablarse de conexión, como si hubiera entre ellas diferencia alguna que las separara, y no fuera mejor decir que lo posible es también querido, y que lo que Dios quiere es absolutamente posible y conforme a la dignidad de quien lo quiere. 1 9 -3 5 R u i z 19 O tto, B u en o , o .c ., o .c ., p .2 2 6 p .6 3 1 -6 4 1 . n t .2 .4 .5 . Atenágoras Sobre la resurrección de los muertos 20 Ya anteriormente dijimos suficientemente que hay un razonamiento sobre la verdad y otro por la verdad y qup dife­ rencia va del uno al otro y cuándo y para quiénes son útiles. Pero quizá no haya inconveniente, atendida la común ptilidad y la conexión de lo dicho con lo que resta por decir, qúe nue­ vamente tomemos de ahí nuestro punto de partida. Ah^ra bien, a uno le conviene por naturaleza ser primero, al otro escoltar al primero y abrirle el camino y apartar cuanto se le opone y dificulta su marcha. Y es así que el razonamiento sobre la ver­ dad, necesario que es a todos los hombres para su¡ seguridad y salvación, tiene la primacía por su naturaleza, pof su orden y por su utilidad. Por su naturaleza, pues nos procura el co­ nocimiento de las cosas; por su orden, pues existe en aquello y a par de aquello de que es indicador; por su utilidad, en fin, pues es, para los que conocen, guía de su seguridad y de su salvación. El razonamiento por la verdad, en cambio, es infe­ rior, tanto por su naturaleza como por su virtud; porque me­ nos es refutar la mentira que afirmar la verdad. Secundario también por su orden, pues tiene fuerza sólo contra las falsas opiniones, y una falsa opinión nace de una sobresiembra y de corrupción. Mas, aun siendo esto así, se antepone algunas ve­ ces y resulta más útil, por ser él el que quita y de antemano limpia la incredulidad que a algunos aqueja y la duda o falsa opinión de los que por primera vez se acercan. Uno y otro tienden a un mismo fin, pues tanto el que refuta la mentira com o el que afirma la verdad se refieren a la piedad; mas no por eso y de una vez son una misma cosa, sino que el uno, como dije, es necesario a todos los que creen y a cuantos se preocupan de la verdad y de la salvación; el otro, hay veces que para algunos resulta más útil. a esta alma en el momento de la creación; com o no fue al alma por sí sola, ni separadamente al cuerpo, a quienes destinó Dios tal creación y tal vida y toda la existencia entera, sino a los hombres, compuestos de alma y cuerpo, a fin de que por los n^ismos elementos de que se engendran y viven, lleguen, acabada su vida, a uno solo y común término; necesario es de todo pqnto que, pues de cuerpo y alma se forma un solo ani­ mal que padece cuanto alma y cuerpo padecen, y obra y acaba tanto ló referente a la vida sensible com o al juicio racional, todo este conjunto se refiera a un solo fin, y de este modo todo y por todo concurra a una sola armonía y a la misma unión de\sentimientos en el hombre: su nacimiento, su natu­ raleza, su misma vida, sus acciones, sus pasiones, su existencia y el término a su naturaleza conveniente. 16 21 15. Mas aun cuando la causa que vemos en la crea­ ción de los hombres basta por sí sola para demostrar que la re­ surrección ha de seguir por natural consecuencia a los cuerpos disueltos, justo es, sin embargo, no desdeñar ninguno de los argumentos anteriormente propuestos y, consecuentes con lo que hemos dicho, señalar, a los que no pueden verlo por sí mismos, qué consecuencias se siguen de cada uno; y, ante todo, la naturaleza de los hombres, que nos lleva a la misma conclu­ sión y tiene la misma fuerza para establecer la fe en la resu­ rrección. Ahora, pues, como universalmente toda naturaleza humana consta de alma inmortal y de cuerpo que se le adaptó 2 0 O t t o , o . c . , p .2 2 8 n t .1 2 ; 2 2 9 n t.2 1 . 21 O t t o , o .c ., p .2 4 6 n t.2 y 5 . 17 22 Mas si ha de haber una sola armonía de todo el ani­ mal y una unión de sentimientos entre lo que procede del alma y lo que es acabado por el cuerpo, es preciso que haya tam­ bién un solo fin para todos estos elementos. Y habrá un solo fin si el animal, de cuyo fin se trata, es de verdad el mismo según su constitución; y será limpiamente el mismo si se dan los mismos elementos de que, como partes, se componía; y los elementos serán los mismos según su propia trabazón, si los que se disolvieron se unen nuevamente para la constitución del animal. Y la constitución de los mismos hombres demues­ tra que de necesidad ha de seguirse la resurrección de los cuerpor muertos y disueltos; pues de no darse ésta, ni fuera p o­ sible que las mismas partes se unieran naturalmente unas con otras, ni la naturaleza se compondría de los mismos hombres. 23 Además, si se ha dado a los hombres inteligencia y razón para discernimiento de lo inteligible, y no sólo de las sustancias, sino también de la bondad, sabiduría y justicia del Dador, necesariamente, permaneciendo aquello por que le fue dado el juicio racional, debe también permanecer el juicio que para discernimiento suyo fue dado; y éste no es posible per­ manezca si no permanece la naturaleza que lo recibe y en que él está. Ahora bien, quien recibe la inteligencia y la razón es el hombre, no el alma por sí sola. Luego el hombre, que consta de alma y cuerpo, tiene que permanecer para siempre. Mas es imposible que permanezca si no resucita; pues si no se da la resurrección, no puede permanecer la naturaleza de los hom­ bres como hombres, y si la naturaleza de los hombres no per­ 23 O t t o , o .c ., p .2 5 0 n t.2 3 . Atenágoras Sobre la resurrección de los muertos manece, en vano el alma se ajustó a las necesidades y sufri­ mientos del cuerpo; en vano se le pusieron al cuerpo trabas, impidiéndole satisfacer sus instintos, obediente a las riendas y freno del alma. Vana es la inteligencia, vano el pensamiento, y la observancia de la justicia, y la práctica de toda virtud, y la promulgación y ordenamiento de las leyes, y, en una palabra, cuanto en los hombres y por los hombres hay de bello, y, lo que es más, la misma creación y naturaleza de los hombres. Mas si lo vano está excluido por todas partes de todas las obras de Dios y de sus dones, necesario es absolutamente que, juntamente con el alma imperecedera, dure eternamente la per­ manencia del cuerpo conforme a su propia naturaleza. saciones y potencias naturales que naturalmente nos suceden en el sueño, parezcan interrumpir la vida consciente, y obligan al hombre a distancias regulares de tiempo a dormir y, en cier­ to modo, a revivir nuevamente, rehusamos decir que es la mis­ ma vida. Por esta causa creo yo que llaman algunos al sueño hermaho de la muerte, no porque nos quieran explicar su ge­ nealogía por unos mismos padres o antepasados, sino por la semejanza de situación en los que mueren y en los que duer­ men, en cuanto a su tranquilidad y a que ni unos ni otros se den cuenta de lo que les rodea o les pasa, es más, ni de su propia existencia y vida. Si, pues, no rehusamos decir que es la misma vida la vida de los hombres, llena de tamaña des­ igualdad desde que nacemos hasta nuestra disolución, e inte­ rrumpida por todo lo que hemos dicho, tampoco hemos de desesperar de la vida de después de la disolución, que trae con­ sigo la resurrección, por más que por un poco de tiempo se interrumpa por la separación del alma y del cuerpo. 18 24 16. Y nadie se sorprenda de que llamemos permanen­ cia a una vida interrumpida por la muerte y la corrupción, sino considere que no es una sola razón de esta denominación, ni hay una sola medida de la permanencia, pues tampoco es una sola la naturaleza de los que permanecen. Porque si cada cosa que permanece, según su propia naturaleza posee la permanen­ cia, no es posible hallar permanencia equiparable en los seres puramente incorruptibles e inmortales, por razón de que tam­ poco las sustancias superiores se pueden equiparar a los infe­ riores, ni en los hombres hay que buscar aquella llana e inmu­ table permanencia, como quiera que aquéllos fueron desde el principio creados inmortales y permanecen por el solo desig­ nio de quien los hizo imperecederos; y los hombres, si bien en cuanto al alma gozan desde su creación de la permanencia inmutable, en cuanto al cuerpo reciben por transformación la incorrupción, que es lo que exige la razón de la resurrección. Mirando a ésta, aguardamos por una parte la disolución del cuerpo, que ha de seguir a la vida de necesidades y de corrup­ ción; pero después de ésta esperamos confiadamente la perma­ nencia de incorrupción, con lo que ni igualamos nuestro fin con el fin de los irracionales, ni con la permanencia de los seres inmortales la permanencia de los hombres, no sea que, sin dar­ nos cuenta, equiparemos de este modo la naturaleza y la vida de los hombres con lo que no conviene equipararla. 25 Así, pues, no es bien molestarse si se nota alguna desigualdad en la permanencia de los hombres, ni porque la separación del alma del cuerpo y la disolución de sus partes y miembros corte la continuidad de la vida, se debe desesperar de la resurrección. Pues no porque las relajaciones de las sen­ 2 4 O t t o , o . c . , p .2 5 2 n t.4 .1 0 .1 2 ; p .2 5 3 n t .1 3 ; p .2 5 4 n t.2 0 . 19 26 19. Así, pues, contra los que confiesan la providencia y admiten los mismos principios que nosotros, pero luego, no se sabe cómo, abandonan sus propios supuestos, de razones como ésas cabe servirse, y de muchas más, caso que se quiera dilatar lo que aquí brevemente y de corrida ha sido dicho; mas contra los que difieren de nosotros en los primeros principios, fuera bueno proponerles antes otro punto de partida, discu­ tiendo con ellos sus opiniones, y plantearles la siguiente cues­ tión: ¿Es que se pasa por alto en absoluto la vida y existencia entera de los hombres y unas profundas tinieblas se derraman por la tierra, ocultando en ignorancia y silencio a los hombres mismos y sus acciones, o no será más seguro opinar que el Ha­ cedor preside a sus propias obras y vigila sobre cuanto es o sucede, y es juez de cuanto se hace o se quiere? En efecto, si no hay juicio alguno de ninguna de las acciones de los hom­ bres, ninguna ventaja tendrán éstos sobre los irracionales, o más bien, serán más miserables que ellos, pues refrenan sus pasiones, se preocupan de la piedad y de la justicia y de las otras virtudes. La vida de la bestia y de la fiera es la mejor; la virtud, una insensatez; la amenaza de la justicia, risa pura; el bien supremo, gozar de todos los placeres. Dogma universal y sola ley de todos éstos, aquel dicho grato a los intemperan­ tes y disolutos: Comamos y bebamos, que mañana moriremos. Pues el fin de vida semejante ni siquiera es, según algunos, el placer, sino insensibilidad absoluta. 2 6 O t t o , o . c . , p .2 6 6 n t .3 ; p .2 6 8 n t.8 . Atenágoras 20 Sobre la resurrección de los muertos 21 27 Mas si el Hacedor de los hombres tiene algún cuida­ con las de su especie, y permanezca el alma por sí misma como do de sus propias hechuras, y en alguna parte se guarda la incorruptible, tampoco así tendrá lugar el juicio sobre ella, justa distinción entre los que vivieron bien y los que vivieron desde el momento que no habría en él justicia; pues no es mal, ello será o en la presente vida, cuando aún viven los que lícito suponer que se dé en Dios o por Dios juicio alguno en viven conforme a la virtud o a la maldad, o después de la que no haya justicia, y no hay justicia en el juicio si no se muerte, en la separación ya de alma y cuerpo y disolución de conserva el que obró la justicia o la iniquidad. Porque el que éste. Ahora bien, en ninguno de los dos casos es posible hallar obró cada una de las acciones de la vida sobre que versa el que se guarde el justo juicio. Y , en efecto, ni los buenos reci­ juicio, fue el hombre, no el alma por sí misma. Para decirlo ben en la presente vida el galardón de su virtud, ni los malos en una palabra: Ese razonamiento no salva la justicia en nin­ el castigo de su maldad. Y paso por alto decir que, subsistiendo guna de las dos hipótesis. la naturaleza en que ahora somos, la naturaleza mortal no es 30 2 1 . Si se trata de premiar las buenas obras, se comete­ capaz de sufrir el castigo adecuado a muchos o extraordinaria­ rá patente injusticia con el cuerpo, pues después de tener su par­ mente graves delitos. Porque el que mató a miles y miles, sea te con el alma en los trabajos de la virtud, no la tendrá en el ladrón, o príncipe, o tirano, no puede pagar con una sola muer­ premio; y mientras el alma, en muchos casos, gozará de cierta te el castigo de tantas. Y el que no tuvo jamás opinión verda­ indulgencia por ciertos pecados a que la arrastró la debilidad dera sobre Dios, sino que vivió entre insolencias y blasfemias y necesidad del cuerpo, éste no entra en la parte en las buenas de toda especie, que despreció lo divino, quebrantó las leyes, obras, por las que soportó trabajos en la vida. Si, por lo con­ ultrajó lo mismo a jóvenes que a mujeres, asoló injustamente trario, se trata de juzgar los pecados, no se guarda la justicia ciudades, abrasó casas junto con sus moradores, devastó co­ con el alma, si ella sola tuviera que sufrir el castigo de lo que marcas, destruyó pueblos y gentes y hasta una nación entera, pecó por molestia del cuerpo y arrastrada por los instintos y ¿cóm o ese tal bastará en su cuerpo corruptible para el ade­ movifnientos propios del cuerpo, unas veces com o arrebatada cuado castigo de tantos crímenes, pues la muerte se anticipa y secuestrada, otras llevada de un ímpetu demasiado violento, a lo que merece, y la naturaleza mortal no es suficiente ni para uno solo de ellos? Luego ni en la presente vida se muestra un otras por cierta concomitancia, por darle gusto y atender al cuidado de su constitución. ¿Cómo no considerar una injusti­ juicio según lo merecido, ni despuésde la muerte. cia que se juzgue al alma sola de lo que ella de suyo, según 28 20. Y , en efecto, o la muerte es la extinción completa su naturaleza, no siente ni instinto, ni inclinación, ni impulso, de la vida, disolviéndose y corrompiéndose el alma juntamente por ejemplo, a la lascivia, a la violencia, a la avaricia, a la in­ con el cuerpo, o permanece el alma por sí misma, com o indi­ justicia, y cuanto en estas materias se pueda pecar? Porque si soluble, indisipable e incorruptible, mientras el cuerpo se co­ es cierto que la mayor parte de tales males proceden de no rrompe y disuelve, sin guardar ya memoria de alguna de sus dominar los hombres las pasiones que los combaten— y son obras ni conciencia de lo que en ella sufriera. Porque, extin­ combatidos por las necesidades y exigencias del cuerpo, pues guida totalmente la vida de los hombres, para nada aparecerá por ellas se busca la posesión y, mejor aún, el uso de las co­ ya el cuidado de hombres que no viven, ni el juicio sobre quie­ sas; de ahí el casamiento y todas las acciones, en fin, de la nes vivieron conforme a virtud o conforme a maldad. Pero en vida sobre que puede darse lo pecaminoso y lo no tal— , ¿dón­ esta hipótesis, nos rodearán otra vez todos los absurdos de la de estará la justicia, si se juzga al alma sola en cosas en que el vida sin ley y el enjambre de aberraciones que a ésta se siguen cuerpo siente primero la pasión y es éste quien arrastra al alma y, lo que es cifra y compendio de esta iniquidad, la impiedad a la participación de pasión y comunicación de acciones que del ateísmo. satisfacen sus necesidades? 29 En la hipótesis de que sea sólo el cuerpo el que se corrompa y cada una de sus partesdisueltas vaya a juntarse 27 28 O tto , o.c., O tto , o . c . , p.269 nt.13. p.270 nt.3. 31 Y tendríamos entonces que los instintos y los place­ res, los temores y las tristezas, en cuyo desorden radica la res­ ponsabilidad, tienen su movimiento del cuerpo; en cambio, los 31 O t t o , o .c ., p .2 7 4 n t .1 5 ; p .2 7 6 n t.2 4 . Atenágoras Sobre la resurrección de los muertos pecados que de todo esto proceden y los castigos que a los pecados se siguen, se atribuyen sólo al alma, siendo así que ésta ninguna necesidad tiene de nada de esto, al no sentir ins­ tinto ni temor, ni sufrir por sí misma nada semejante de lo que naturalmente el hombre sufre. Mas aun cuando sentemos que las pasiones no pertenecen sólo al cuerpo, sino al hombre, y en ello decimos bien, com o quiera que de cuerpo y alma se constituye una sola vida, no por eso diremos que convienen aquéllas al alma, si puramente consideramos la naturaleza pro­ pia de ésta. Porque, si absolutamente no necesita alimento, ja­ más puede desear aquello de que no tiene necesidad alguna para ser, ni pudiera tampoco lanzarse a la consecución de algo de que por naturaleza no puede absolutamente hacer uso. Tam­ poco puede entristecerse por la penuria de dinero y riquezas, que nada tienen que ver con ella. Si es superior a toda corrup­ ción, nada absolutamente teme que sea capaz de corromperla. Y, en efecto, ni la espanta el hambre, ni la enfermedad, ni la mutilación, ni ultraje, ni fuego, ni hierro, pues no es posible que de nada de esto le venga daño alguno, ni dolor, com o quie­ ra que ni los cuerpos ni los poderes corporales pueden en ab­ soluto tocarla. Ahora bien, si es absurdo atribuir peculiarmen­ te a las almas las pasiones; achacar a solas las almas los peca­ dos que de las pasiones nacen y los castigos que éstos merecen, sería el colmo de la injusticia y algo indigno del juicio de Dios. puede convenientemente decirse ni comprenderse de las almas, pues no hay en ellas diferencia de varón y hembra, ni aptitud para la unión sexual ni instinto de ella. Y , no habiendo instin­ to, tampoco es posible que haya unión. Ahora bien, en quienes no se da absolutamente la unión, tampoco se dará la legítima unión que es el matrimonio. Y si no se da la legítima, tampo­ co se dará la ilegítima, ni el deseo de la mujer ajena y trato con ella, que es lo que se llama adulterio. Tampoco dice con las almas la prohibición del robo y la avaricia, pues no nece­ sitan ellas de aquellas cosas, cuya necesidad natural suele ser causa de los robos y rapiñas en quienes las practican, com o el oro, la plata, un animal u otra cualquiera cosa de las propias para el alimento, vestido y uso. Y , en efecto, para una natura­ leza inmortal, es inútil cuanto com o útil pueden codiciar los necesitados, 22 32 23. Y a fe que hay otra cosa absurda sobre todas, y es que las leyes se dan a los hombres, y en cambio los premios o castigos de lo hecho legal o ilegalmente sólo recaerían sobre el alma. Porque si quien recibe las leyes, ése es justo reciba también el castigo de su infracción, y las leyes las recibió el hombre entero, no el alma por sí, el hombre entero y no el alma por sí es el que tiene que responder de los pecados con­ tra las leyes. Y , en efecto, Dios no mandó a las almas que se abstuvieran de lo que nada tiene que ver con ellas, com o el adulterio, el asesinato, el robo, la rapiña, la deshonra de los padres y, en general, de todo deseo que tiende al daño y per­ juicio del prójimo. Y así el mandamiento: Honra a tu padre y a tu madre (Ex 20,12), no se adapta sólo a las almas, pues nada tienen que ver con ellas tales nombres. Porque no son las almas las que, engendrando otras almas, reciben los nom­ bres de padre y madre, sino los hombres que engendran a los hombres. Ni tampoco: No cometerás adulterio (Ex 20,14), 3 2 O t t o , o . c . , p .2 8 0 n t.4 . 23 33 Mas dejemos la enumeración más completa sobre todo esto a quienes quieran mirar cada punto en particular con más cuidado o luchar con más ahínco contra los adversa­ rios. Para nosotros, bastan los argumentos que acabamos de exponer y los que, concertados con éstos, demuestran la resu­ rrección, y no es oportuno que insistamos más en ellos. Por­ que no nos propusimos por meta no omitir nada de lo que pu­ diera decirse, sino exponer sumariamente a los asistentes qué haya de pensarse sobre la resurrección, y acomodar a la capa­ cidad de los oyentes los argumentos que a ello conducen. 34 24. Examinados ya en cierta medida los argumentos propuestos, réstanos considerar la razón que se toma del fin del hombre, la cual, por lo demás, ya aparece clara por lo que hemos dicho y sólo necesita de examen y consideración aquí, para que no parezca dejamos sin mencionar nada de lo pro­ puesto y que dañamos la hipótesis y división que al comienzo establecimos. Por esta razón, pues, y en atención a lo que so­ bre ello pudiera objetarse, sólo habría que añadir una obser­ vación, a saber, que lo mismo los seres de constitución natural que los que se producen por el arte han de tener cada uno su propio fin, cosa, por lo demás, que nos enseña la universal in­ teligencia y nos lo atestigua lo que ante nuestros ojos tenemos. Y, en efecto, ¿no vemos que uno es el fin que se proponen los labradores y otro el de los médicos; uno es también el de las cosas que nacen de la tierra y otro el de los animales que 33 O t t o , 34 O t t o , o .c ., o .c ., p .2 8 2 n t.1 5 . p .2 8 5 n t.6 . 24 Atenágoras sobre ella se crían y que se propagan por una especie de en­ cadenamiento natural? Pues si esto es claro, y es de todo punto preciso que el fin, según naturaleza, siga a las facultades natu­ rales o técnicas y a las operaciones de ellas, necesario es tam­ bién de toda necesidad que el fin del hombre, com o de pecu­ liar naturaleza que es, se aparte también de lo común de los otros. Porque no es lícito suponer que hayan de tener el mis­ mo fin los seres carentes de juicio racional y los que obran conforme a la ley y razón en ellos ingénita y usan de prudente vida y justicia. Luego ni aquella famosa insensibilidad al dolor puede ser fin propio del hombre, pues participarían de él has­ ta los que no sienten absolutamente; ni tampoco el goce de lo que al cuerpo alimenta o deleita, con toda la muchedumbre de los placeres, si no es que damos la primacía a la vida de las bes­ tias y sentimos que la virtud no tiene fin alguno. De bestias y rebaños, en efecto, pienso ser éste el fin propio, pero no de hombres dotados de alma inmortal y de juicio racional. 35 25. Por otra parte, tampoco puede ser fin del hombre la felicidad del alma separada del cuerpo; porque no hay que considerar la vida o el fin de uno de los elementos de que se compone el hombre, sino la vida y fin del compuesto de los dos. Porque tal es, en efecto, todo hombre a quien le cabe en suerte la presente existencia, y la vida de éste es la que debe tener algún fin peculiar suyo. Ahora bien, si el fin ha de ser el compuesto, y ese fin no es posible hallarlo ni mientras los hombres viven, por las causas muchas veces alegadas, ni se­ parada el alma del cuerpo, puesto que ya ni subsiste semejan­ te hombre, una vez disuelto y totalmente disperso el cuerpo, aunque el alma permanezca por sí misma; luego necesario es de toda necesidad que el fin del hombre aparezca en otra cons­ titución del compuesto y del mismo animal. Y si esto se sigue necesariamente, menester es de todo punto que se dé la resu­ rrección de los cuerpos muertos y hasta totalmente disueltos y que nuevamente se reconstituyan los mismos hombres, por­ que la ley de la naturaleza no establece el fin simplemente y de hombres cualesquiera, sino de los mismos hombres que vi­ vieron la vida anterior, pero no es posible se reconstituyan los mismos hombres, si no se devuelven los mismos cuerpos a las mismas almas, y no es posible que de otro modo reciban las mismas almas los mismos cuerpos, sino sólo por la resu­ rrección. Porque, cumplida ésta, síguese también el fin conve­ 35 O t t o , o . c . , p .2 8 8 n t.8 . Sobre la resurrección de los muertos 25 niente a la naturaleza humana; y el fin de la vida inteligente y del juicio racional, no erraría quien lo pusiera en convivir eternamente con aquello a que sobre todo y primariamente se adapta la razón natural: a la contemplación del Dador y a la gloria y júbilo de lo por El decretado, por más que la mayor parte de los hombres, adheridos con más pasión y vehemencia a lo de acá abajo, pasen la vida sin alcanzar esta meta. Porque no se invalida el común destino por la muchedumbre de los que no consiguen su propio fin, com o quiera que el examen de estas cuestiones sea peculiar a cada uno, y a cada uno está medido el premio o castigo por su buena o mala vida. Los tres libros a Autólico TEOFILO ANTIOQUENO ( t 183-185) O bras: IIpos AtkóLoxov ( A A u tólico) (después de 180?). c it a d a : D . R u i z B u e n o , Padres apologistas griegos ( s .i i ). Introducciones, texto griego, versión española y notas: Teófilo de Antioquía: Los tres libros a A utólico (BAC, Madrid 1954). E d ic ió n B i b l i o g r . g e n .: D . R u i z B u e n o , o.e., Introducción a Teófilo de Antioquía. Los tres libros a A utólico p.755-767; G . B a r d y et S e n d e r , Theophile d ’Antiochie. Trois livres a Autolicus. Texte grec établi... par G . B a r d y , trad. de J. S e n d e r , introd. et notes de G . B a r d y , Sources chrét. n.20 (Paris 1948); J. C. T h e o d . O t t o , Theophyli Episcopi Antiocheni ad Autolicum libri tres, e d ... (Ienae 1861), Corpus A polog. Christ, saec. II v o l.V III p .V -V III; X X X V I -L I I I ; Ü b e r w e g - G e y e r , Grundriss der G eschichte der Philos. Z w . Teil, D ie patrist. und Schol. Phil., elfte neuarb. A ufl. (Berlin 1928) p.24 y 25; J. Q u a s t e n , Patrología (trad. esp. por I. O ñ a t i b i a ), I (M adrid 1961) p.226-231; O . G r o s z , D ie G otteslehre des Theophylus von Antiochia (Chemnitz 1896); E. R a p i s a r d a , T eófilo de Antioquía (Turin 1937). LOS TRES LIBROS A AUTOLICO LIBRO I 36 1. Una boca elocuente y una dicción agradable procu­ ra a los míseros hombres, que tienen el entendimiento corrom­ pido, placer y alabanza para la gloria vana; mas el amador de la verdad no atiende a las palabras afectadas, sino que exami­ na cuál sea la eficacia del discurso. Ahora bien, tú, amigo mío, me increpaste con vanas palabras, vanagloriándote en tus dio­ ses de piedra y leño, cincelados y fundidos, esculpidos y pin­ tados, dioses que ni ven ni oyen, pues son meros ídolos, obras de manos de los hombres; y me motejas además de cristiano, como si llevara yo un nombre infamante. Por mi parte, con­ fieso que soy cristiano, y llevo este nombre, grato a Dios, con la esperanza de ser útil para el mismo Dios. Porque no es, com o tú te imaginas, cosa difícil el nombre de Dios, sino que tal vez, por ser tú inútil para Dios, has venido a pensar sobre Dios de esa manera. 36-45 Ruiz B u e n o , o .c ., p.754-767; O t t o , o .c ., p.7-56. 3 6 Ruiz B u e n o , o .c ., p .7 6 8 n t . l ; O t t o , o .c ., o .c ., p.V-VIII; X XXVI-LII; B ardy, B a r d y , o .c ., p .5 7 n t.1 .4 .5 .6 , p .2 n t . l y 4; p .4 n t .6 .8 .9 .1 0 ; 27 37 2 . Pues ya, si me dices: «Muéstrame a tu D ios», yo te replicaría: «Muéstrame tú a tu hombre, y yo te mostraré a mi D ios». Muéstrame, en efecto, unos ojos de tu alma que vean y unos oídos de tu corazón que oigan. Porque a la manera que quienes ven con los ojos del cuerpo, por ellos perciben las cosas de la vida y de la tierra, y disciernen juntamente sus diferencias, por ejemplo, entre la luz y la obscuridad, entre lo blanco y lo negro, entre la mala o buena figura, entre lo que tiene ritmo y medida y lo que no lo tiene, entre lo desmesu­ rado y lo truncado; y lo mismo se diga de lo que cae bajo el dominio de los oídos: sonidos agudos, bajos y suaves; tal su­ cede con los oídos del corazón y los ojos del alma en cuanto a su poder de ver a Dios. Dios, en efecto, es visto por quienes son capaces de mirarle, si tienen abiertos los ojos del alma. Porque, sí, todos tienen ojos; pero hay quienes los tienen obs­ curecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean, deja de brillar la luz del sol. A sí mismos y a sus ojos deben los ciegos echar la culpa. De semejante manera, tú, hom­ bre, tienes los ojos de tu alma obscurecidos por tus pecados y tus malas obras. Como un espejo brillante, así de pura debe tener su alma el hombre. Apenas el orín toma al espejo, ya no puede verse en él la cara del hombre; así también, apenas el pecado está en el hombre, ya no puede éste contemplar a Dios. 38. Muéstrame, pues, tú a ti mismo: si no eres adúltero, si no eres deshonesto, si no eres invertido, si no eres rapaz, si no eres defraudador, si no te irritas, si no eres envidioso, si no eres arrogante, si no eres altanero, si no riñes, si no amas el dinero, si no desobedeces a tus padres, si no vendes a tus hijos. Porque Dios no se manifiesta a quienes cometen estas acciones, si no es que antes se purifican de toda mancha. Pues también sobre ti proyecta todo eso una sombra, como la mota que se mete en el ojo para no poder mirar fijamente la luz del sol. Así también tus impiedades, oh hombre, proyectan sobre ti una sombra, para que no puedas mirar a Dios. 39 3. Me dirás entonces: «T ú que ves, explícame la for­ ma de D ios». Escucha, hombre. La forma de Dios es inefable e inexplicable, imposible de ser vista por ojos carnales. Porque Dios es, por su gloria, incomprensible; por su sabiduría, in­ igualable; por su bondad, inimitable; por su beneficencia, 37 O t t o , o .c ., p.4 nt.1.2; p .6 nt.3; p.7 nt.5; B a r d y , o .c ., p.58 nt.1.2. 38 O t t o , o .c ., p .8 nt.10; p.9 nt. 13.15; B a r d y , o .c ., p.59 nt.l. 39 Ü b e r w e g - G e y e r , o .c ., p.24; O t t o , o .c ., p.10 nt.3.4.6; B a r d y , o . c ., p.59 nt.3; p.60 nt.l. Teófilo A ntioqueno Los tres libros a Autólico inenarrable. Porque si le llamo Luz, nombro una hechura suya; si le llamo Palabra, nombro su principio; si le llamo Razón, nombro su inteligencia; si le llamo Espíritu, nombro su respi­ ración; si le llamo Sabiduría, nombro una criatura suya; si le llamo Fuerza, nombro su poder; si le llamo Potencia, nombro su operación; si le llamo Providencia, nombro su bondad; si le llamo Reino, nombro su gloria; si le llamo Señor, le digo juez; si le llamo Juez, le llamo justo; si le digo Padre, lo llamo todo; si le llamo fuego, nombro su ira. — ¿Es que Dios se aíra? — ¡Ya lo creo! Se aíra contra los que obran mal, y es bue­ no y benigno y misericordioso con los que le aman y temen. El es educador de los piadosos y padre de los justos, y juez y castigador de los impíos. carne, por ser El incomprensible. Y , en efecto, si no puede el hombre mirar fijamente al sol, que es el último de los elemen­ tos, a causa de su extraordinario calor y potencia, ¿con cuánta más razón no le será posible al hombre mortal contemplar cara a cara la gloria de Dios, que es inefable? Consideremos una granada: Primero tiene una corteza que la rodea, luego dentro muchas estancias y casillas separadas por membranas y, finalmente, numerosos granos que viven dentro de ella. De modo semejante, toda la creación está envuelta por el soplo de Dios, y el soplo de Dios envolvente, juntamente con la creación, está a su vez envuelto por la mano de Dios. Ahora bien, com o el grano de la granada que mora dentro de ella no puede ver lo que está fuera de la corteza, pues está él den­ tro, así tampoco el hombre, envuelto com o está, juntamente con toda la creación, por la mano de Dios, no puede contem­ plar a Dios. Además, un emperador terreno, aun cuando no por todos sea visto, se cree que existe, pues se le conoce por sus leyes y ordenaciones, por sus funcionarios y autoridades y por sus estatuas. ¿Y tú no quieres entender a Dios por sus obras y manifestaciones de su poder? 28 40 4. N o tiene principio, porque es increado; inmutable, porque es inmortal. Su nombre de Dios (0só?) le viene de haberlo El dispuesto (TsOstxévat) todo sobre su propia seguri­ dad y de 0s£iv, que es «correr», y correr es moverse, y mover, y obrar, y alimentar, y proveer, y gobernar, y vivificarlo todo. El es Señor, porque señorea sobre todas las cosas; Padre, por­ que es antes que todas las cosas; Artífice y Hacedor, porque El es el Creador y Hacedor de todas las cosas; Altísimo, por­ que El está sobre todas las cosas; Omnipotente, porque todo lo domina y envuelve. Porque las alturas de los cielos, y las profundidades de los abismos, y los términos de la tierra, en su mano están y no hay lugar de su descanso. Los cielos son obra suya; la tierra es hechura suya; el mar es criatura suya; el hombre, figura e imagen suya; el sol y la luna y las estrellas son elementos suyos, criados para signos de los tiempos, de los días y de los años, para servicio y servidumbre de los hom­ bres. Y todo lo hizo Dios del no ser al ser, a fin de que por sus obras se conozca y comprenda su grandeza. 41 5. Como el alma no puede verse en el hombre, pues es ella invisible para los hombres, mas por los movimientos del cuerpo se comprende; tal sucede respecto a Dios, que no pue­ de ser visto por los ojos de los hombres, pero se ve y se com­ prende por su providencia y por sus obras. Si uno ve en el mar un barco con todos sus aprestos, que corre y se acerca al puerto, es evidente que pensará hay en él un piloto que lo gobierna; pues de la misma manera hay que pensar que Dios es piloto del universo, aunque no sea visto por los ojos de la 4 0 O t t o , o . c . , p .1 5 n t .9 ; 41 O t t o , o . c . , p .1 7 n t .6 ; B ardy, p .6 0 n t .4 ; p .6 1 n t.3 . B a r d y , o .c ., p .6 2 n t .2 y 3. o .c ., p .1 8 n t .8 ; 29 42 6 . Considera, oh hombre, las obras de Dios: la varie­ dad de las estaciones según los tiempos, los cambios de los aires, la ordenada carrera de los elementos, la marcha, también bien ordenada, de los días y de las noches, de los meses y de los años; la variada hermosura de las semillas, de las plantas y de los frutos; la variedad por todo extremo grande de ani­ males, cuadrúpedos y aves, reptiles y peces, ora de agua dulce, ora del mar; el instinto dado a los mismos animales para en­ gendrar y crear, no para su propia utilidad, sino para que ten­ ga provisión el hombre; la providencia con que Dios prepara alimento para toda carne, la sumisión a la humanidad que El impuso ■a todas las cosas, las corrientes de las fuentes dulces y de los ríos perennes, la administración de los rocíos, de las lluvias y de las tormentas que suceden según sus tiempos, el movimiento tan variado de los elementos celestes, el lucero de la mañana que sale para anunciar la venida del luminar perfec­ to, la conjunción de la Pléyade y del Orion, el Arturo y el coro de los otros astros que marchan en el círculo del cielo, a todos los cuales puso propios nombres la infinita sabiduría de Dios. 43 Este es el solo Dios, que hizo de las tinieblas la luz, 42 O t t o , 43 B ar d y, o . c ., o .c ., p .1 9 n t .3 ; p .2 1 n t .1 6 ; B a r d y , p .6 4 n t .4 .5 .6 ; p .6 5 n t.4 . o .c ., p .6 3 n t .l. Teófilo A ntioqueno 30 que saca la luz de sus tesoros, que guarda sus despensas del cierzo, sus tesoros del abismo, los linderos de la tierra y los depósitos de las nieves y granizo, que junta las aguas en los tesoros del abismo, y las tinieblas en los sótanos de ellas, y saca de sus tesoros la luz dulce, deseada y grata, que hace venir las nubes de lo último de la tierra, que multiplica los relámpagos para la lluvia, que envía el trueno para infundir terror, y que de antemano anuncia su estruendo por medio del relámpago, para que no expire el alma repentinamente turbada, y aun modera la fuerza del relámpago que viene de los cielos para que no abrase la tierra. Pues si el relámpago desarrollara todo su poder, abrasaría la tierra, y el trueno, en el mismo caso, trastornaría cuanto hay en ella. 44 7. Este es mi Dios, Señor de todo universo, el Solo que tendió los cielos y estableció la anchura de la tierra bajo el cielo, el que turba la profundidad del mar y hace resonar sus olas, el que domina la fuerza de él y calma la agitación de sus olas, el que fundó la tierra sobre las aguas, y dio su espíritu que la alimenta, cuyo soplo lo vivifica todo y, si El lo retuviera, desfallecería todo. Este soplo, oh hombre, es tu voz; tú respiras el espíritu de Dios y, sin embargo, tú des­ conoces a Dios. Y esto te sucede por la ceguera de tu alma y el endurecimiento de tu corazón. Pero, si quieres, puedes curarte; ponte en manos del médico y él punzará los ojos de tu alma y de tu corazón. ¿Quién es ese médico? Dios, que cura y vivifica por medio de su Verbo y su Sabiduría. Dios lo hizo todo por medio de su Verbo y su Sabiduría. Por su Verbo, en efecto, fueron afirmados los cielos y por su Espí­ ritu toda la fuerza de ellos. Poderosísima es su Sabiduría. Dios, por su Sabiduría, puso los fundamentos de la tierra, por su inteligencia preparó los cielos, en su prudencia se ras­ garon los abismos y las nubes derramaron rocío. 45 Si todo esto comprendes, oh hombre, a par que vives con pureza, santidad y justicia, puedes ver a Dios. Pero de­ lante de todo, vaya en tu corazón la fe y el temor de Dios, y entonces comprenderás todo esto. Cuando depongas la mor­ talidad y te revistas de la incorrupción, entonces verás a Dios de manera digna. Porque Dios resucitará tu carne, inmortal, juntamente con tu alma, y entonces, hecho inmortal, verás al inmortal, a condición de que ahora tengas fe en El. Y en­ tonces conocerás que hablaste injustamente contra El. 4 5 O t t o , o . c . , p .2 4 n t.1 4 . SAN IRENEO (1 4 0 /1 6 0 -2 0 2 ?) O b r a s p r i n c i p a l e s d e i n t e r é s f i l o s ó f i c o : ’ FY£T //j- - ,, i ¿vaxpour; t i c yeuSo^svoo y^csux; (Desenmascaramiento y derrocamiento de la preten­ dida, pero falsa gnosis; título latino: Adversus haereses) ■ ’EitíSei&c tou ar.oozohxou xr¡púY^-aro; (Dem ostración de la enseñanza apostólica). E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : Irenaei Lugdunensis Adversus haereses libri tres: M G 7 l.II; Iren ee d e Lyon, «C ontre les héresies», l.IV éd. crit sou s la direction de A . R o u s s e a u , t.II, Sources chrét. 100 (Paris 1965)-' c , cr¡ t ' par A - R o u s s e a u , L. D o u t r e l e a u et C h M e r c i e r t II S o u rc. chrét. 153 (Paris 1969). Trad. del editor. B ib l io g r . g e n . : . L- ilV U W d ifc ( ad rid 1969) (c f Pp ; * c ie r , t.ll, Irén ée de Lyon, contre les héresies, é d . c rit. par et Ch. M e r c i e r , Sources Chrét. 153 D outreleau P.-Th. S- J-> Antropología de San Ireneo Bulletin d ’histoire des doctrines- Cam elot, 'e° L 54 (1,970) p -521); lD- La racionalidad de los irra- sion (M ü m terIW m V V v tr0p0l° ^ a de l0S SS- Padres: Stud- M is‘ KLEBB\ DJ e A nthropologie des hl. Irenaeus 1894); VF VV ' \ II col.2394-2536; M u n s te r th o l m e art. «Irénée» (saint), en Dict. Theol C aD , Saint Irén ée (Paris 1905)la plénitude de Dieu. Textes choisis et oré ernet, R . P oelman, Y Irenee. D e (Pans 1959): J. 1891); J. L , La sen te s ebreton A. ufourcq D ie G otteslehre des Irenaeus ( connaissance de Dieu chez Saint Irénée K un ze, £ ip S Rech Naturelle d Tv v u ’ L ' , Sc,U0LA' Saint Irén ée et la connaissance naturelle de Dieu: Rech sc. rel. (1940) p.252-270; E. D e l a r u e l l e La n u Z l"!, 7 .personn* h u m a in e signe de contradiction entre christia­ nisme et paganisme au I I I siecle: Bull, de Litt, ecclés. 53 (1952) 161-172C h r i^ iT tfRRi Z reflaeZ S i,ndj h e D octrine o f Creation in Second Century, Christianity ( N ew York 1957); L. G a l l i n a r i , Filosofía e pedagogía in Ireneo di Lione (Roma 1973); H . B. T i m o t h y , The early Chrfstfan an°d°a i ,phdosophy exem pHfied by Irenaeus, Tertullian and Clement o f Alexandria (Assen 1973). CONTRA LAS HEREJIAS LIBRO II C a p ítu lo I . 46 1. Será bueno que empecemos por lo primero y más importante, es decir, por Dios, el creador que hizo el cielo Y h* 1W7? th € D ° C tr ln e ° f 46 O r b e , Antropología de San íreneo p.178. C r e a ti° n ¡n Second C en ' San Ireneo Contra las herejías y la tierra, y cuanto en ellos hay— de quien ésos dicen blas­ femando que es el resultado de un proceso de degeneración— y que demostremos que sobre El o más allá de El no hay nada. No hizo todas las cosas movido por otro, sino por su propia y libre decisión, ya que El es el único Dios, el único Señor, el único Creador, el único Padre y el único que con­ serva y confiere la existencia a todas las cosas. él es entendimiento, y todo espíritu, y todo sensibilidad, y todo pensamiento, y todo razón, y todo oído, y todo ojos, y todo luz, y todo fuente de todo bien, com o cuadra sentir de Dios a los que tienen sentido religioso. 32 47 2 . ¿Cóm o podría, en efecto, haber sobre él otra ple­ nitud, otro principio, o poder, ni otro dios? Dios, com o la to­ talidad de todos estos seres que vemos, tiene que contenerlos a todos en su inmensidad y no ser contenido por nada. Si hubiese algo fuera de El, ya no sería la totalidad de todas las cosas, ni las contendría a todas. Faltaría a la totalidad, o al Dios que esté sobre ella, eso que dicen que está fuera de E l... (P G 7,709.710). C a p ít u lo C a p ítu lo 50 4. Sin embargo, está por encima de todo eso, y por ello es inefable. Así se puede decir con propiedad y verdad que es un entendimiento capaz de entender todo, pero no semejante al entendimiento humano; y, asimismo, se le puede llamar con toda propiedad luz, pero no se asemeja en nada a la luz que nosotros conocemos. Y así, en todo lo demás, el Padre de todos no es nada semejante a la pequenez de los hombres. Recibe todos esos apelativos por el amor, pero nos percatamos de que está por encima de todas ellas por su gran­ deza (P G 7,744). C a p ítu lo X 48 4. Es creíble, aceptable y coherente el atribuir la existencia de las cosas que han sido hechas al poder y a la vo­ luntad del que es Dios universal. Y , a propósito de esto, se puede decir con toda razón que «lo que es imposible para los hombres es posible para D ios» (Le 18,27). Los hombres, en efecto, no pueden hacer algo de la nada, sino de una ma­ teria preexistente; en cambio, Dios es superior a los hom­ bres, ante todo, en que se procuró a sí mismo la materia, an­ tes inexistente, de su acción creadora (P G 7,76). X III 49 3. Si hubiesen tenido conocimiento de las Escrituras y hubiesen sido adoctrinados por la verdad, se habrían dado cuenta de que Dios no es com o los hombres, ni sus pensa­ mientos son com o los de los hombres. El Padre común está muy lejos de las emociones y pasiones habituales entre los hombres. El es simple, sin composición ni diversidad de miem­ bros, todo uniforme y semejante a sí mismo, porque todo 47-50 J. L e b r e t o n , La connaissance de Dieu chez Saint Irénée: Recherches de Science relig. 16 (1926) 385-406; L. S c u o l a , Saint Irénée et la connaissance naturette de Dieu: Rev. des scienc. relig. (1940) p.252-270; J. K u n ze , Die Gotteslebre des Irenaeus (Leipzig 1891). 33 X X X IV Las almas no sólo recuerdan lo que hicieron cuando estaban unidas al cuerpo, sino que perduran inmortales, aunque tuvie­ ron comienzo 51 3. Así como el cielo que está sobre nosotros, el fir­ mamento, el sol y la luna, y las demás estrellas y todo su es­ plendor, no habiendo existido antes, fueron producidos y con­ tinúan existiendo durante mucho tiempo por disposición de la voluntad de Dios, así, quien piense eso mismo de las almas, y de los espíritus, y de todas las cosas que han sido creadas, no se equivocará, ya que cuanto ha sido hecho, tuvo, sí, un comienzo en su producción, pero persevera en la existencia, mientras Dios quiera que exista y perdure... La vida no nos viene de nosotros ni de nuestra naturaleza, sino que es un don gratuito de Dios. Por eso, el que conserve ese don de la vida y le dé gracias al que se lo concedió, recibirá también una lar­ ga existencia por los siglos de los siglos. Pero el que la re­ chace y sea ingrato a su hacedor por el beneficio de haber sido creado y no reconozca a quien le ha hecho ese don, él mismo se priva de la vida para siempre (PG 7,836). 51 O r b e , o .c ., p .4 3 6 . 4 8 O r b e , o .c ., p .4 4 . 49 O r b e , o .c ., p . 9 5 . 1 4 5 .4 4 8 . Los filósofos medievales 1 2 34 Contra las herejías San Ireneo LIBRO IV C a p ítu lo X IX 52 2 . Se les podría decir a ésos, como lo sugiere la mis­ ma Escritura: Puesto que eleváis vuestros pensamientos por en­ cima de Dios, exaltándoos de una manera inconsiderada— ha­ béis oído, en efecto, que midió con la palma de sus manos el cielo— , decidme entonces su medida y hacedme saber la multitud innumerable de sus codos, declaradme su volumen, su anchura, su longitud y su profundidad, el principio y el fin de su circunferencia, cosas todas que el corazón del hombre no podrá jamás concebir ni comprender. Los tesoros celestes son, en efecto, realmente grandes: Dios es inconmensurable para el corazón, y el que contiene en su puño a la tierra es incomprensible para el espíritu. ¿Quién será capaz de per­ cibir su medida? ¿Y quién podrá ver el dedo de su mano derecha? ¿O quién llegará a ver su mano, esa mano que mide lo inconmensurable, que traza a su medida la medida de los cielos, que aprieta en su puño la tierra y los abismos, que contiene en sí la anchura y la longitud, la profundidad y la altura de toda la creación, de la que se ve y se oye, y se en­ tiende, y de la que es invisible? Por eso está Dios sobre todo principio y potestad y dominación, y sobre todo nom­ bre que pueda pronunciarse (E f 1,21), como Dios que es de todo lo que ha sido hecho y creado. El es el que llena los cielos y penetra los abismos (Dan 3,55), y está también con cada uno de nosotros. Porque yo soy— dice— un Dios cer­ cano y no un Dios lejano. «P or mucho que un hombre se esconda, ¿no le veré y o ? » (Jer 23,23). Su mano, en efecto, abarca todas las cosas: ella es la que ilumina los cielos, y lo que está bajo ellos, la que escudriña los riñones y el cora­ zón» (A p 2,23), la que penetra nuestros repliegues y nues­ tros secretos y la que de manera manifiesta nos alimenta y conserva (P G 7,1030; S.C. 100 p.618-623). C a p ítu lo XX 53 1. N o se puede conocer, pues, a Dios en su grandeza, ya que es imposible medir al Padre. Pero en su amor— que es 5 2 O r b e , o .c ., p .3 7 . 52-53 L e b r e t o n , o .c ., p .3 8 5 -4 0 6 ; 53 O r b e , o .c ., p .4 1 -6 3 .6 7 . S c u o l a , o .c ., p . 252 -2 7 0 , 35 el que nos conduce a Dios por el Verbo— , los que le obe­ decen aprenden en todo tiempo que existe un Dios tan gran­ de que por sí mismo dispuso y creó, ordenó y mantiene todas las cosas, y entre ellas a nosotros y este nuestro mundo. Tam­ bién nosotros, pues, con todo lo que hay en el mundo, hemos sido hechos (P G 7,1032; S.C. 100 p.624). C a p ítu lo X X X V II 54 1. Con estas palabras...: « ¡Cuántas veces quise reco­ ger a tus hijos, y tú no quisiste! » (Mt 23,37), puso bien de manifiesto la antigua ley la libertad del hombre. Dios, en efecto, lo hizo libre, poseyendo desde el principio, lo mismo que su propia alma, el dominio de sus actos, para que siguie­ ra voluntariamente los designios divinos, y no por coacción del mismo Dios. Porque Dios no coacciona, sino que siempre le asiste con buen designio. Por eso brinda a todos un plan lleno de bondad, pero ha puesto en el hombre la facultad de elección, lo mismo que en los ángeles— pues también és­ tos son seres racionales— , de suerte que los que obedecie­ sen alcanzasen con toda justicia el bien, don de Dios, pero conservado por ellos, mientras que los que no obedeciesen justamente serían privados de ese bien y recibirían la pena merecida. Dios, en su bondad, les otorgó el bien; ellos, en lu­ gar de guardarlo cuidadosamente y estimarlo en su valor, des­ preciaron su soberana bondad. Por haber rechazado, pues, y com o repudiado ese bien, incurrirán con toda razón en el justo juicio de Dios, como lo atestigua el apóstol San Pablo en su carta a los Romanos... 55 Si, por el contrario, por naturaleza unos hubiesen sido hechos buenos y otros malos, ni aquéllos serían dignos de alabanza, por el hecho de ser buenos, pues así habrían sido hechos, ni éstos reprensibles, pues también ellos ha­ brían sido creados así. Pero, de hecho, todos son iguales por naturaleza y tienen potestad de retener y de practicar el bien o de perderlo o de no hacerlo. Por eso, entre los hombres Juiciosos— y mucho más ante Dios— , los primeros son elo­ giados y son acreedores a la buena fama de haber hecho el bien y perseverado en él, mientras que los otros son acu- 36 San Ireneo Contra las herejías sados y sufren el castigo merecido, por haber repudiado la justicia y el bien (P G 7,1099; S.C. 100 p.99). LIBRO V C a p ítu lo VI 56 6 ... Por las manos del Padre, esto es, por el H ijo y el Espíritu, es hecho el hombre, y no una sola parte de él, a imagen de Dios. Ahora bien: el alma y el espíritu pueden ser partes del hombre, pero de ninguna manera el hombre: el hombre perfecto es la mezcla y unión del alma que recibe al espíritu, y que ha sido mezclada con la carne modelada a imagen de D ios... Porque si se quita la sustancia de la carne, es decir, de la obra modelada, y si se considera tan sólo el espíritu, ya no se tendrá al hombre espiritual, sino al espíritu del hombre o al espíritu de Dios. Por el contrario, cuando ese espíritu, mezclándose con el alma, se une a la obra modelada, por esa efusión del Espíritu, se hace el hom­ bre espiritual y perfecto; ése es el que ha sido hecho a ima­ gen y semejanza de Dios. Pero si al alma le falta el espíritu, entonces ese hombre, quedando en realidad de verdad ani­ mal y carnal, será imperfecto, llevando, sí, en su cuerpo la imagen de Dios, pero sin haber recibido la semejanza por medio del Espíritu. 57 A su vez, como ese ser es imperfecto, así también, si se quita la imagen y se rechaza la obra modelada, ya no se tiene al hombre, sino a una parte suya, com o ya hemos dicho, o alguna otra cosa distinta del hombre. Porque la carne modelada, de por sí, no es el hombre perfecto, sino el cuerpo del hombre y una parte del hombre; ni el alma, tampoco, de por sí es el hombre, sino el alma del hombre, y una parte del hombre. Tampoco el espíritu es el hombre, ya que se le llama espíritu y no hombre: es la mezcla y la unión de esas tres cosas lo que constituye al hombre perfec­ to ... (P G 7 ,1137A-1138B; S.C. 153 p.72). 56-58 O r b e , o .c ., o .c ., p.28-31; E. K l e b b a , Die Anthopologie des hl. Irenaeus (Münster 1894). 56-57 O r b e , o .c ., p.20-29.69.75; C a m e l o t , Bulletin d’hist. des doctrines: Rev. se. phil. théol. 54 (1970) p.521. 57 O r b e , o .c ., p.20.29.69.75. C a p ít u lo 37 IX 58 N o entienden que tres cosas constituyen, com o he­ mos demostrado, al hombre perfecto: la carne, el alma y el espíritu. Una de ellas salva y forma: el espíritu; otra es salvada y formada: la carne; la tercera, en fin, se halla entre las otras dos: el alma, que unas veces sigue al espí­ ritu y es levantada por el, y otras, dejándose persuadir por la carne, cae en las concupiscencias terrenas. Todos aquellos que no tienen lo que salva y forma para la vida serán, en con­ secuencia, carne y recibirán el nombre de «carne y sangre», ya que no poseen el Espíritu de D ios... (P G 7,1144B- S C 153 p.106). 58 O rb e , o .c ., p .7 5 s .1 2 8 s .1 3 8 s .4 6 6 .4 8 3 . A pologético 39 APOLOGETICO TERTULIANO (15 5/1 6 0-22 0) O b r a s p r i n c i p a l e s d e i n t e r é s f i l o s ò f i c o : A d nationes (197); A pologeticum (197); D e testim onio animae (197); Adversus H ermogenem (200); D e praescriptione haereticorum (2 0 0 ?); Adversus Marcionem (207-212); D e carnis resurrectione (210-212); D e anima (210-213); Adversus Praxean (213?). E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : T er tulliani opera, pars I, opera catholica, Corpus Christianorum, series latina, I (Turnholti 1954): A pologeticum , cura et studio E . D e k k e r s , p.85-171; D e testim onio animae, cura et studio R. W i l l e n s , p .175-183; A dversus H erm ogenem , cura et studio Ae. K r o y m a n n , p.397-435; Adversus Marcionem, id., p.441-726. Trad, del editor. Q . S. F., Tertulliani opera, pars I I , opera montanistica, Corpus Christianorum, series latina, I I (Turnholti 1954): D e anima, cura et studio J. H . W a s z i n k , p.781-869; D e carnis resurrectione, cura et studio J . G . P h . B o r l e f f s , p.921-1012; Adversus Praxean, cura et studio A e. K r o y m a n n et E . E v a n s , p.1159-1205. Trad, del editor. B i b l i o g r . g e n .: I. V e c c h i o t t i , La filosofia di Tertulliano (Urbino 1970) (Bibliogr. p. 541-545); F. R e f o u l é , Tertullien et la philosophie: Rev. sc. relig. 30 (1956) 42-45; H . A . W o l f s o n , T he philosophy of the Church Fathers (Cambridge, Mass., 1956) p.317-392; A . L a b h a r d t , Ter­ tullien et la philosophie, ou la recherche d ’une position pure: Mus. H ebr. 7 (1950) 159-180; T . D . B a r n e s , Tertulian. A . historical and litterary study (O xford 1971); B. B. W a r f i e l d , Studies in Tertullian und Augus­ tine, reprint o f the 1930 ed. (N ew Y ork 1970); J. P. W a l t z i n g , T er­ tullien, A pologétique. Commentaire analytique, grammatical et historique (Liège 1919); Id., Tertullien. A pologétique. Texte établi et traduit avec la collaboration de A . S e v e r y n s (Paris, Les Belles Lettres, 1929); C. B e c k e r , Tertullian. A pologeticum (München 1952); G . S c h e l o w s k y , D er A pologet Tertullian in seinem Verhältnis zu den griechisch-römischen Philosophie (Leipzig 19101); J. H . W a s z i n k , T he Treatise against H ermogenes (London 1956); J. L i p s i u s , Über Tertullian Schrift wider Praxeas: Jahrb. für deutsch. Theol. 3 (1868); A . K r o y m a n n , Tertullians A d ­ versus Praxeam (Tübingen 1907); L. R o s e n m e y e r , Quaestiones tertullianae ad librum Adversus Praxeam pertinentes (Strasburg 1909); E. E v a n s , Tertullian’s Treatise Against Praxeas (London 1948) (The Text edit, with an Introd. and com ment.); Th. L. V e r h o e v e n , Studien over Tertul­ lians Adversus Praxeam (Amsterdam 1948); P. S i n i s c a l c o , Ricerche sul D e resurrectione di Tertulliano (Roma 19 6 6);J. H . W a s z i n k , Ter­ tulliani de Anima, ed. with Introd. and comment. (Amsterdam 1947); Id., Tertulliani D e Anima, mit Einleitung, Übersetz, und Kommentar (Amsterdam 1933); C. M o r e s c h i n i , Reminiscence apuleiane nel D e Anima di Tertulliano?: Maia 20 (1968) 19ss; J. K l e i n , Tertullian. Christliche Bewusztsein und sittliche Forderungen. Reprograph. Nachdr. der Ausg. Düsseldorf 1940 (Hildesheim 1975). 59 X V I I .1. Lo que adoramos es el Dios único, que sacó de la nada a toda esta mole y aparato de los elementos corpora­ les con el imperio de su palabra, con su razón ordenadora, con su fuerza omnipotente, para esplendor de su Majestad; de ahí que los griegos impusieron el nombre de xdapoç (ornamento) al mundo. Es invisible, aunque se le vea; no comprensible, aunque por la gracia se obtenga alguna repre­ sentación de él; es inabarcable, aunque se le alcance por las facultades humanas; por eso es verdadero y tan excelso; lo que comúnmente se puede ver, abarcar y estimar, es infe­ rior a los ojos que lo contemplan, a las manos que lo to­ can, a los sentidos que lo alcanzan, En cambio, lo que es in­ menso es conocido sólo de sí mismo. Esto es lo que hace a Dios estimable: el que no sufra estimación; así, la excelsi­ tud de su grandeza refleja y lo encubre a la vez a los hom­ bres com o oscurecido. Y en eso está el delito de los que no quieren reconocer a quien no pueden ignorar. 60 ¿Queréis que comprobemos esto por sus obras tan numerosas y excelentes que nos conservan, nos deleitan y aun nos aterran, por el testimonio del alma misma? Esta, aun oprimida por la cárcel del cuerpo, aun asediada por ma­ las costumbres, aun debilitada por las pasiones y la concu­ piscencia, esclavizada por el servicio a dioses falsos, cuando recapacita como despertando de la embriaguez, o del sueño, o de una enfermedad, y recobra la salud, invoca a Dios, con ese único nombre, porque el auténtico es uno solo. En la boca de todos están las expresiones: Dios grande, Dios bue­ no, y «que Dios nos lo conceda». Y también lo proclaman como juez en estas expresiones: «D ios lo ve, a Dios lo con­ fío; Dios me lo pagará». ¡O h testimonio del alma natural­ mente cristiana! A l proferir todas estas expresiones no mira al Capitolio, sino al cielo. Pues saben dónde está la morada del Dios vivo; de él y de allí ha descendido ( Corp. Christ. series Lat. I, p,117s). 59-60 J . P. W a l t z i n g , Tertullien, Apologétique. Texte établi et traduit avec la collaboration de A. S e v e r y n s (Les Belles Lettres, Paris 1929); I d ., TeriQim Apologétique. Commentaire analytique, grammatical et historique (Liège 1919); C. B e c k e r , Tertullian. Apologeticum (München 1952). 60 G. Q u i s p e l , «Anima naturaliter christiana»: Eranos Jahrb. 18 (1950) 175s«; 40 Tertuliano Contra Marción SOBRE EL TESTIM ONIO DEL ALMA C a p ít u lo I 61 Quiero invocar un nuevo testimonio, un testimonio más notorio que todas las literaturas, más variado que todas las ciencias, más difundido que todos los libros, superior al hombre entero, es decir, a todo lo que encierra el hombre. Comparece, pues, ¡oh alma! Si eres ser divino y eterno, como piensan muchos filósofos, tanto menos seras capaz de men­ tir; si no eres divina, a fuer de mortal, com o quiere única­ mente Epicuro, entonces no deberías mentir. Ya hayas caído del cielo, ya hayas sido concebida por la tierra, ya constes de números o de átomos, sea que hubieses empezado a existir con el cuerpo, o le fueres agregada después, tengas el origen y el modo de existir que tengas, tú haces al hombre ser racional y capaz en el grado más alto de sentir y de pensar. Pero no apelo a ti, alma, que, formada en las escuelas, ejer­ citada en las bibliotecas, vomitas la sabiduría que has conse­ guido en las academias y pórticos de la Atica. A ti apelo, alma simple, ruda, inculta e ignorante; a ti, tal cual la po­ seen los que no tienen más que a ti; a ti, que toda proce­ des de la calle, de la plaza y del taller. Tu ignorancia ne­ cesito, ya que nadie se fía de la módica ciencia que puedas presentar. Reclamo lo que aportas al hombre contigo, lo hayas aprendido por ti misma o recibido de tu autor. Que yo sepa, no eres cristiana; se hace uno cristiano, no se nace tal. Sin embargo, los cristianos reclaman ahora tu testimonio: extraña, depon contra los tuyos, para que los que nos odian y desprecian se arrepientan por obra tuya de una doctrina de la cual eres cómplice. C a p ítu lo II 62 Se indisponen con nosotros porque predicamos un único Dios a quien conviene este nombre, de quien todo pro­ cede, a quien todo está sujeto. Profiere tu testimonio, si es ése tu sentir. ¡Tantas veces, dentro y fuera de casa, te he­ mos oído exclamar paladinamente y con una libertad que no nos es dada a nosotros: «L o que Dios disponga», « ¡si Dios 61-62 L. F ü t s c h e r , Die natürliche Gotteserkenntnis bei Tertullien: Zeitschr. £. kathol. Theol. 5 (1927) 1-34; 217-251; V e c c h i o t t i , La filosofía di Tertuliano p.223-252, 41 quiere»! Con estas exclamaciones tú proclamas la existencia de un ser a quien atribuyes todo poder, a cuya voluntad te sometes, al propio tiempo que, cuando llamas por sus nom­ bres a Saturno, a Júpiter, a Marte y a Minerva, niegas la existencia de esos otros dioses. Llamando sólo a ése con el nombre de Dios, das a entender que El es el único Dios, de suerte que al darles algunas veces a esos otros el nombre de Dios, parece que se lo das com o de prestado. Tampoco se te escapa la naturaleza de ese Dios que predicamos: «D ios es bueno», «D ios es benefactor», sueles decir. Y el hombre, en cambio, malo, com o reprochando indirectamente y por ro­ deo del lenguaje, por la proposición contraria, que el hombre es malo porque se aleja del Dios bueno. Lo mismo, la ex­ clamación: « ¡Q u e Dios te bendiga!», que, en el Dios de la bondad y de la benignidad, es la cifra de todas las bendicio­ nes de Dios, sacramento augusto de toda nuestra manera de vivir, la pronuncias con la espontaneidad que le cuadra a un cristiano. Y cuando conviertes en maldición la bendición de Dios, proclamas, al invocar su nombre, que su omnipotencia se cierne sobre nosotros... (Corpus Christ., series latina I p,17s.). CONTRA M ARCION LIBR O I C a p ít u lo II 63 Dos dioses presenta el del Ponto *, com o dos Symplégadas de su naufragio: el que no puede negar, es decir, el Creador, el nuestro, y el que no puede probar, es decir, el suyo, tomando ocasión para su deplorable invención de la naturaleza del Señor, que propuso aquel ejemplo del ár­ bol bueno y del árbol malo no a propósito de la divinidad, sino de los hombres: que ni el árbol bueno produce malos frutos, esto es, el espíritu o la fe buena no produce malas obras, ni el malo, buenas. Pues desfalleciendo, com o muchos en nuestros días, sobre todo los herejes, ante el problema del mal— cuál es su origen— , y con los sentidos embotados a fuerza de la vehemencia exagerada de su curiosidad, al ver * Marción. relio3 aa J i m prx° bl¿rne du Vieu nnique cbez Tertullien: Rev. scienc. reug. 44 (1970) 337-362; V e c c h i o t t i , o .c ., p.312-314; 315-344. 42 Contra Marción Tertuliano esta expresión del Creador: Y o soy el que hago las cosas malas, con la misma presunción con que pensó que El era el autor del mal, y por otros argumentos que convencen de lo mismo a todos los perezosos, con la misma, aplicando al Creador lo del árbol malo que da frutos malos, pensó que tenía que existir otros dios que estuviese^ representado por el árbol bueno que da frutos buenos. Y asi, como encontran­ do en Cristo otra índole de la sola y pura benignidad, di­ versa de la del Creador, con toda facilidad ha encontrado una revelación de nuevo y extraño tipo de divinidad en Cristo; y así, con un fermento pequeño, ha venido a corrom­ per toda la masa de la fe con la levatura herética. Conto con un tal Cerdón, que diese cuenta del escándalo: dos ciegos han podido más fácilmente pensar que han visto a dos dio­ ses. Ya que sólo uno de ellos no había sido capaz de ver a uno del todo: una única luz aparece a los ojos legañosos como dos. 64 Así que, a uno de los dos dioses, cuya existencia se veía forzado a reconocer, lo anuló, atribuyéndole todo el mal; al otro, que se empeñaba en establecer artificiosamente, lo hizo existir a título de ordenar el bien. Vamos a hacer ver, por nuestras respuestas, cómo fue estableciendo las naturale­ zas de esos dos dioses. La disputa se centra, pues, sobre el número; si se puede sostener la existencia de dos dioses, podría, si acaso, parecer una licencia poética y pictórica, pero, lisa y llanamente, es herética. La fe cristiana lo declara terminantemente: si Dios no es único, no existe; tenemos por más digno el que simple­ mente no exista algo, si no ha de existir como debe. Y para que puedas saber que Dios debe ser único, pregunta qué es Dios; no lo encontrarás con otra manera de ser. En cuanto es dado a la condición humana el dar una definición sobre Dios, hago de El esta definición que todo el mundo acep­ tará: Dios es un ser supremo, eterno, no nacido, sin prin­ cipio, sin fin. Eso es lo que hay que atribuir a esa eter­ nidad que constituye a Dios en un ser supremo, pues la eter­ nidad en El consiste precisamente en eso y en otros seme­ jantes atributos: que sea Dios un ser supremo, excelente en su esencia, en su inteligencia, en su fuerza, en su poder. 65 Conviniendo en esto todos— pues nadie negará que Dios es algo supremo y excelente, mas que el que sea capaz de decir, por el contrario, que Dios es algo ínfimo en la es­ 43 cala de los seres, negando así a Dios al quitarle lo que le es propio como Dios— , ¿cuál será la manera de ser de ese ser supremo excelente? Esta: que nada se le pueda igualar, es decir, que no exista otro ser supremo excelente, ya que si existe lo igualará', y si lo iguala, ya no será el ser supremo excelente, al destruirse la condición y, por así decirlo, la ley que no consiente que nada iguale a lo que es supremo exce­ lente. Luego el ser supremo excelente tiene que ser único, lo cual será no teniendo igual, para que no deje de ser el supremo excelente. Luego no existirá de otra manera de como posee el ser, es decir, siendo absolutamente único. 66 Por tanto, por ser Dios el ser supremo excelente, con razón hemos dictaminado: Dios, si no es único, no existe, no como si dudásemos de que Dios existe, diciendo: «si no es único, no existe», sino en el sentido de que a aquel de quien estamos seguros que existe lo definimos diciendo que, si no es eso, no es Dios, a saber, el ser supremo excelente. Ahora bien, el ser supremo excelente tiene que ser único; pues también Dios será único, no siendo Dios más que siendo el ser supremo excelente, ni siendo el ser supremo exce­ lente más que no teniendo igual, ni careciendo de igual más que si es único. Cualquier otro dios que se forje, no habrá otra forma de sostenerlo como Dios más que atribuyéndole el modo de ser propio de la divinidad, que es el de ser tanto eterno como el ser supremo excelente. ¿Cómo, entonces, po­ drán coexistir dos seres supremos excelentes, cuando el ser algo supremo excelente consiste precisamente en eso, en no tener igual, y el no tener igual es cosa que compete a un solo ser y no puede darse de ninguna manera en d o s?... 67 Hasta aquí parece como si Marción pusiese dos seres iguales. Pues, cuando defendemos que hay que creer que Dios, el ser supremo excelente, es único, excluyendo de él el tener un igual, hemos estado hablando de dos iguales, dejando bien claro que no puede haber dos seres iguales en la naturaleza del ser supremo y, por tanto, dos dioses, bien sabedores, por otra parte, de que Marción pone dos dioses desiguales, y uno como juez, cruel, poderoso en la guerra; al otro, como misericordioso, apacible y exclusivamente bueno y excelente. Examinemos también esta otra parte de la alternativa y vea­ mos si al menos la diversidad consiente la existencia de dos dioses, ya que no la ha dado la igualdad. 68 Aquí también nos viene en ayuda la misma regla del Tertuliano Contra Marción ser supremo excelente, ya que pone en seguro la manera de ser toda de la divinidad. En efecto, arguyendo de su misma concesión y com o aceptando lo que el adversario me ofrece, al no negar al Dios creador, me asiste toda razón para de­ clararle que no hay lugar a diversidad entre aquellos a los que, una vez que ha reconocido com o dioses, no puede ha­ cerlos diversos; no porque aun entre los hombres no pueda haber quienes sean diversos bajo una misma denominación, sino porque no habrá que llamar dios, ni creer que lo sea, a quien no sea el ser supremo excelente. Así, al verse pre­ cisado a reconocer com o ser supremo excelente a quien no niega la condición de dios, no se puede admitir que al ser supremo le atribuya alguna suerte de disminución, en virtud de la cual esté sujeto al otro ser supremo. Pues deja de serlo si está sujeto. Y no es propio de Dios el decaer de su es­ tado, esto es, de su condición de ser supremo. Pues aun en ese dios más principal podrá peligrar su condición de ser supremo, si puede decaer en el creador. fue la primera efusión de la bondad de Dios, que no quiso permanecer eternamente desconocido, es decir, que no exis­ tiese ningún ser que le pudiese conocer. ¿Qué bien hay, en efecto, comparable al conocimiento y goce de Dios? Y , aun­ que ese bien no aparecía todavía com o tal, por no existir quien lo pudiese apreciar, Dios sí conocía de antemano el bien que había de aparecer, y por eso confió a su infinita bondad la misión de preparar la aparición de tal bien, que no tuvo nada de repentina, ni de precipitada, ni algo que se pare­ ciese a una bondad fortuita o jactanciosa, com si empezara a existir en el momento en que comenzó a actuar. Si es ver­ dad que ella constituyó el comienzo de todo en el momento en que comenzó a actuar, ella misma, al actuar, no tuvo co­ mienzo. Una vez que constituyó el comienzo de todo, surgió la sucesión temporal, para cuya determinación y distinción fue­ ron colocados los astros y las lumbreras celestes: «Servirán, para (señalar) los tiempos, los meses y los años» (Gén 1,14). Por tanto, no tuvo tiempo antes de que existiera el tiempo la que hizo que existiera el tiempo, ni la que hizo el comienzo, tuvo comienzo antes de que existiera el comienzo. 44 69 Así, cuando se proclama a dos dioses com o dos seres supremos, por fuerza ninguno de los dos puede ser o mayor que el otro, o menor, ni más sublime o más inferior: tendrá que negar que es ser supremo ese que dice que es menor. Al admitirlos como Dios, los has admitido a ambos como dos seres supremos. Y así nada quitarás al uno ni pondrás en el otro. Admitiendo la divinidad has negado la diversidad ( Cor­ pus Christ., series latina I, p.442-447). C a p ítu lo III 70 Una vez que nos disponemos a tratar de Dios en cuanto que es conocido, si se nos pregunta de qué manera lo es, tendremos que comenzar por sus obras, que son anteriores al hombre. De esa manera, descubierta al punto junto con El mismo su bondad, y una vez establecida ésta como base in­ destructible, nos podrá sugerir alguna pauta para apreciar el orden de lo que siguió. 71 Los discípulos de Marción, una vez conocida la bon­ dad de nuestro Dios, la podrán reconocer digna de la divi­ nidad por los mismos títulos por los cuales hemos demos­ trado antes nosotros que faltaba en su dios. En primer lu­ gar, el objeto mismo de su conocimiento no lo encontró Dios en otro ser fuera de El, sino que lo creó por sí mismo. Esa 45 72 Así, no habiendo tenido comienzo y no estando sujeta a la medida del tiempo, hay que pensar de ella que tiene una du­ ración inmensa o infinita, y no se la puede imaginar como algo que ha tenido un comienzo repentino, accidental, o por su impulso extraño: no hay fundamento alguno para pensar de ella semejante cosa o apariencia alguna temporal; por el contrario, hay que considerarla como eterna, consustancial con Dios perpetuamente, y, por lo mismo, digna de E l... LIBR O III C a p ítu lo V 73 Si, pues, hay en Dios esas dos potestades, en vir­ tud de las cuales ni pudo ni debió sobrevenirle algún mal al hombre, y, sin embargo, le sobreviene, pongámonos a con­ siderar también la manera de ser del hombre, no sea que haya sobrevenido por ello lo que por Dios no pudo sobrevenir. Y encuentro al hombre creado por Dios, libre y dueño de su arbitrio, siendo en ese estado la mayor imagen y semejan­ za que en el hombre puede haber de Dios. Pues no es por las líneas corporales, sino por la sustancia que ha recibido 46 Tertuliano de Dios el alma, como el hombre ha sido sellado a imagen de Dios, dotado de libertad y dominio de sí. Una confirma­ ción de ese estado se halla en la ley misma que Dios esta­ bleció. No se podría poner una ley al que no tuviese en su mano el obedecerla, ni se conminaría la muerte a su trans­ gresión si ésta no se atribuye a la libertad del hombre. Y así, en las leyes que después dio el Creador, en las que propone ante el hombre el bien y el mal, la vida y la muerte, el orden todo dispuesto por Dios por preceptos, llamadas, amenazas y consejos, se verá que todo presupone la obediencia o la des­ obediencia del hombre libre y que obra por propia voluntad. C a p ítu lo X IV 74 Para todo te sale al paso el mismo Dios: hiriendo, pero también sanando; causando la muerte y también dando la vida; humillando, pero también exaltando; haciendo males y causando la paz, de suerte que también en este punto puede dar una respuesta a los herejes. Ahí lo tenemos, dicen, que él se declara autor de los males, al decir: «Y o soy el que pro­ duzco los males». Aferrándose a la comunidad de nombre, que confunde en su ambigüedad a dos especies de mal, ya que males se llaman los delitos y las penas, dicen con insistencia que se entiende que él es autor de los males, de suerte que haya que declararle autor de la malicia. Pero nosotros, haciendo la distinción de ambas formas, separando los males de delito y los males de castigo, los males de culpa y los males de pena, asig­ namos a cada uno de ellos su correspondiente autor: de los males de pecado y culpa, al diablo, y de los males de castigo y pena, a Dios creador. La primera clase es obra de la malicia; la segunda, de la justicia, que hace existir los males de decisión judicial contra los males del delito. El creador, pues, se pro­ clama autor en los males que son competencia del Juez. Ma­ les que, desde luego, son males para aquellos a quienes se in­ fligen, pero bienes con nombre bien ganado en cuanto que son justos, y defienden a los buenos, y castigan los delitos, y, en ese orden, son dignos de D ios... Contra Práxeas 47 CONTRA PRAXEAS C a p ít u lo V 75 Antes de todas las cosas existía sólo Dios. El era para sí su universo, su lugar y todas las cosas. Existía solo, porque no había nada fuera de El. Aunque, a decir verdad, ni siquiera entonces estaba solo, ya que tenía consigo algo de su propio ser, es decir, su razón. Porque Dios es un ser racional, y la razón estaba primero en El, y de El se derivó a todas las co­ sas. Esa razón es el conocimiento que tiene de sí mismo. Los griegos lo llaman X070; , que es el término que corresponde al nuestro de sermo; por eso ya se ha hecho usual entre nos­ otros el decir, por simplificar, que en el principio la Palabra estaba en Dios, cuando de por sí debía considerarse la razón como anterior, ya que Dios no habló desde el principio, y, sin embargo, estaba dotado de razón aun antes del principio, y la palabra misma, al provenir de la razón, la manifiesta como an­ terior a ella y fundamento suyo. Pero éste es un punto sin im­ portancia, ya que, si bien Dios no había emitido todavía su Palabra, sin embargo, tenía ya dentro de sí con la razón y en la razón, pensando y disponiendo sin hablar, lo que después había de expresar con su Palabra. 76 Cuanto pensaba y disponía en su razón, convertía en palabra, ya que lo hacía por palabras. Para que lo entiendas más fácilmente, ponte a reconocerlo en ti mismo, que estás hecho a imagen y semejanza de Dios: también tú, que eres ani­ mal racional, tienes en ti mismo razón; ya que no sólo has sido hecho por un artífice dotado de razón, sino has recibido la vida participando de su naturaleza. Recapacita cómo eso mis­ mo sucede en tu interior cuando en silencio estás dando vuel­ tas a algo en tu razón: la razón se te presenta en palabras g cualquier intento de pensamiento, y a cualquier movimiento de la conciencia. Cuanto piensas, lo piensas en palabras; cualquier movimiento de conciencia que tienes, lo tienes por la razón. Inevitablemente te pones a expresar eso en tu interior, y al ha­ blar vienes a hacer a tu palabra tu interlocutor, y en ella, está Ti J. L i p s i u s , Über Tertullians Schrift wider Praxeas: Jahrb. £. Deutsch. .* ■ J (1868); T h . V e r h o e v e n , Studien over Tertulliarís Adversas Praxeam (Amsterdam 1948); E. E v a n s , Tertullians Treatise Against Praxeas. Text with f 7? tr and Commentary (London 1948); L. R o s e n m e y e r , Quaestiones ertuUianae ad librum Adversas Praxean pertinentes (Straszburg 1909); W o l f s o n , o e Phtlosophy of the Church Fatbers. p.82; E . B h é h i e r , Logos stoïcien, Verbe cnretien, raison cartésienne: Étud. phil. ant. (Paris 1955j p. 160-177. Tertuliano 48 la razón misma por la que pensando hablas con aquella por la cual hablando piensas. De esta suerte, la misma palabra viene a ser com o un segundo ser por el cual hablas pensando, y pien­ sas hablando: en sí misma, la palabra es algo distinto de ti. ¡Con cuánto mayor plenitud sucederá en Dios, de quien tú te consideras imagen y semejanza, eso de que, aun cuando está callado, tenga razón, y en la razón, la Palabra! Entonces, pue­ do sin temeridad alguna concebir que Dios, aun antes de la creación del Universo, no existía solo, ya que tenía en sí mis­ mo la razón, y en la razón, su Palabra, que producirá com o un segundo ser procedente de El por su actividad interior ( Corpus Christ. series lat. II p .ll5 9 s s). C O N T R A TIERM OGENES C a p ítu lo V III 77 A l sostener que Dios hizo todas las cosas de la mate­ ria, antepone la materia a Dios, y le hace inferior a ella. Si se sirvió de ella para producir los seres del mundo, la materia, por su parte, aparece com o superior, al suministrarle los ma­ teriales para su acción, y, por lo mismo, Dios parece haber estado sujeto a la materia, pues que necesitó de su entidad. Todo el que usa de algo, necesita de ello, ya que nadie se li­ bra de depender de aquello cuyo uso necesita, como nadie se libra de ser inferior a aquel del cual se sirve en algo. Y todo el que ofrece algo suyo para que otro se sirva de ello, es supe­ rior a aquel a quien se lo brinda. Así, pues, la materia no ne­ cesitó de Dios, sino que se ofreció a Dios, que la necesitaba; la rica y la abundante en recursos y la generosa, al que sería, pienso yo, menor, e inválido, e incapaz de producir de la nada cuanto quisiere. Y le hizo un gran beneficio a Dios: el de tener algo por lo que fuese conocido Dios y ser llamado omni­ potente; sólo que ya no sería omnipotente si no contaba tam­ bién con la potencia de producir de la nada a todas las cosas. Y también a sí misma se confirió algo la materia: el poder ser reconocida como igual a Dios, es más, su auxiliar; sólo que el único que la conoció fue Hermógenes y los filósofos patriar­ cas de los heréticos. Pues hasta ahora fue desconocida de los profetas v de los apóstoles, y pienso que también de Cristo (Corp. Christ., ser. lat. I p.403). 77-83 J. H. 77 H. A. W W , The treatise against Hermógenes (London 1956). The pkilosophy of the Church Fathers p.179. a s z in k o lfso n, Contra Herm ógenes C a p ít u lo 49 IX 78 Ni puede decir que Dios usó de la materia com o se­ ñor para producir las cosas del mundo; el Señor no pudo estar en plano de igualdad con ella. Mas tal vez se sirvió de ella como de prestado, no teniendo dominio sobre ella, ya que, siendo mala, tuvo que servirse de ella, a causa de su flaco poder, por el cual no era capaz de servirse de la nada, y no por la potestad que había tenido sobre ella, si hubiese sido su señor; sabiéndola mala, la habría antes convertido en buena, como dueño y com o bueno, de suerte que así se sirviese de una cosa buena y no de una cosa mala. Pero com o había sido bue­ no, pero no señor, por eso dejó ver la necesidad en que se ha­ llaba de someterse a la condición de la materia, pues se sirvió de ella siendo de esa índole, que habría corregido, caso de ser su señor. 79 Esa es la respuesta que hay que dar a Hermógenes cuando sostiene que Dios se sirvió de la materia com o señor y de una cosa no suya, es decir, no producida por El. Enton­ ces el mal proviene de El, ya que es, si no autor del mal, pues no lo produce, al menos el que lo permite, ya que es su señor. Y si la materia, a fuer de mala, no es del mismo Dios, luego se sirvió de algo ajeno o prestado, porque la necesitaba, o aun también injustamente, por imponerse por la fuerza a ella; ésas son las maneras de tomar las cosas ajenas: por el derecho, por el beneficio, por la fuerza; es decir, por el dominio, el prés­ tamo o la violencia. En defecto del dominio, que escoja Her­ mógenes qué es lo que cuadra a Dios: El hizo todas las cosas de la materia, o de prestado, o por la violencia; ¿no habría preferido Dios no hacer nada absolutamente a hacer algo de prestado o por la violencia y, encima, sirviéndose de una cosa mala? (ibid., p.404). C a p ítu lo X 80 Y , aun en el caso de que la materia fuese en sumo grado buena, ¿no debería haber tenido por indigno de sí el servirse de algo ajeno, aunque ello fuese bueno? Fatuidad grande habría sido, pues, el producir el mundo para su gloria, de suerte que apareciese como deudor de otro ser, y, por cier­ to, no bueno. Entonces— replica— ¿había de hacerlo de la nada, de suerte que con ello se le imputasen a El también los Tertuliano Sobre la resurrección del cuerpo males? Gran ceguera, a fe mía, la de los herejes en este modo de argüir, al pretender, o la creencia en otro dios bueno y ex­ celente, por pensar que el creador es autor del mal, o la coexis­ tencia de la materia con el creador, para así derivar el mal de la materia y no del creador, siendo así que ninguno de esos dioses salga incólume en esta cuestión, ya que no dejará de aparecer com o autor del mal aquel, quienquiera que sea, que, aunque no haya producido el mal, consintió que lo produjese alguien del modo que fuese. cede de El, porque lo produjo de la nada, de suerte que la misma Escritura lo hace constar: «¿Q uién conoce los planes de Dios? ¿O quién fue su consejero? ¿O a quién consultó El? ¿O quién le enseñó el camino de la inteligencia y de la cien­ cia? ¿Quién le entregó algo, y quién es su acreedor?» (Rom 11, 34ss.). Nada, absolutamente; ninguna fuerza, ninguna mate­ ria, ningún ser sustancial extraño le asistió. 50 81 Vea, pues, Hermógenes, atendiendo a la distinción que antes hicimos sobre el mal, que no ha conseguido nada con semejante ataque. Pues está bien claro que, si no como autor del mal, sí que aparece Dios como quien lo ha consen­ tido, ya que consintió con esa su tan gran bondad antes de la producción del mundo el mal de la materia, que, como bueno y enemigo del mal, debía haber corregido. Pues, o pudo corre­ girla y no quiso, o quiso, pero no pudo, com o Dios impotente. Si pudo y no quiso, resulta El también malo, por haber favo­ recido al mal, y así culpable de que contribuyó a la existencia de aquello que, por mucho que no lo produjo, no impidió que no existiese, pues, si no la hubiese querido, no habría llegado a existir. ¿Y qué cosa más indigna que eso? Si quiso que exis­ tiese lo que El no quiso haber hecho, obró en contra de sí mismo, ya que, por una parte, quiso lo que no quiso haber hecho, y por otra, no quiso haber hecho lo que quiso que existiese. Como bueno, quiso que existiese, y como malo, no quiso haberlo hecho. Lo que, al no hacerlo, lo juzgó malo, consintiéndolo, lo proclamó bueno. Consintiendo el mal por el bien, y no suprimiéndolo, se revela su fautor: mal, si lo hizo voluntariamente; vergonzosamente, si lo hizo por necesi­ dad. Dios será o siervo del mal o su amigo, ya que admitió trato con el mal de la materia, más aún, obró sirviéndose del mal (ibid., p.405). C a p ítu lo X V II 82 La condición de un único Dios impone esta regla: único, porque solo El, y solo, porque nada con El. Con lo que será también el primero, ya que todo está después de El; y todo después de El, porque todo procede de El; y todo pro82 J. M o i n g t , Le problème du Dieu unique chez Tertullien: Rev. scienc. relig. 44 (1970) 337-362. 51 83 Si hubiese obrado sirviéndose de alguna clase de ma­ teria, de ella habría recibido necesariamente la orientación y di­ rección en su manera de disponerla, que para El habría sido como señalarle el camino de la inteligencia y de la ciencia. Tendría que haber obrado según lo consintiese la índole y la condición de la materia, y no a su arbitrio, de suerte que ha­ bría producido también los males, no conforme a su natura­ leza, sino a la de la sustancia de que disponía (ibid., p.410). SOBRE LA RESURRECCION DEL CUERPO C a p ítu lo V II 84 ¿Puso Dios al alma en el cuerpo, o, más bien, la in­ fundió y la compenetró con él, con una unión tan estrecha que se puede dudar quién a quién lleva, si el cuerpo al alma, o el alma al cuerpo, y si obedece el cuerpo al alma, o el alma al cuerpo? Si bien más es de creer que sea el alma la que lo lleva y la que domina, como más próxima a Dios. Lo cual, por otra parte, redunda en gloria del cuerpo, al contener en sí a la que es próxima a Dios y participa de su soberanía. ¿Qué utilidad, en efecto, no obtiene el alma de la naturaleza, qué fruto no saca del mundo, qué sabor de los elementos no gusta el alma por intermedio del cuerpo? ¿Cómo no, si de ella recibe ayuda por los instrumentos de los sentidos, por la vista, por el oído, por el gusto, por el olfato, por el tacto? ¿Si por él está dota­ da de abundancia de un poder divino, al no hacer nada sino por la palabra, siquiera sea sólo tácitamente empleada? Y la palabra se ejerce por medio de un órgano corporal. Las artes por el cuerpo se ejercitan; por el cuerpo, los estudios y los in­ genios, las obras, las empresas; los negocios se llevan a cabo por medio del cuerpo, y el no vivir el alma no es otra cosa que el separarse del cuerpo. Así también resulta que el morir 84 P. S in is c a l c o , Ricerche sul « De resurrectione» di Tertulliano (Roma Tertuliano Sobre el alma también es del cuerpo, com o lo es el vivir. Pues bien, si todo está sujeto al alma por intermedio del cuerpo, está sujeto tam­ bién todo al cuerpo. Si se usa de algo, necesariamente se está unido a ello. Así, el cuerpo, al ser por destino natural servidor del alma, resulta partícipe de su misma suerte y coheredera. Si lo es de los bienes temporales, ¿por qué no de los eternos? (Corp. Christ., ser. lat. II p.930). falsedad a todos los sentidos, ni siempre. Los epicúreos, con­ secuentes consigo mismos, defienden que la verdad se halla por igual en todos y siempre, pero lo explican de otra manera. Dicen, en efecto, que no engañan los sentidos, sino la opinión. El sentido, según ellos, no hace más que ser afectado, no juz­ ga; la que juzga es el alma. Con eso, han cortado y separado tanto la opinión de los sentidos, com o los sentidos del alma, ¿De dónde trae su origen la opinión, sino de los sentidos? Si la vista no ve a la torre com o redonda, no hay opinión sobre su circularidad. ¿Y de dónde procede el sentido, si no es del alma? El cuerpo sin alma será un cuerpo sin sensación. Así, el sentido procede del alma, y la opinión, del sentido, y todo eso es el alma. Por lo demás, se presenta com o una explicación muy razonable que hay algo que hace que los sentidos presen­ ten algo de manera distinta de com o es en realidad. Si, pues, puede ser comunicado algo que no hay en la realidad, ¿por qué no va a poder ser eso por algo que no está en los sentidos, sino en unas causas que intervienen por ellos? 52 SOBRE EL ALMA C a p ítu lo X V II 85 Debemos tocar también la conocida cuestión de los cinco sentidos, de la que ya oímos hablar en nuestros prime­ ros estudios, ya que de eila sacan también algún partido los herejes. Son la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. La fidelidad de estos sentidos la atacan con cierta dureza los aca­ démicos y, según algunos, también Heráclito y Diocles y Empédocles, y con toda certeza Platón, que declara al conocimien­ to sensible irracional y unido estrechamente a la opinión. Así, se moteja de falsedad a la vista por afirmar que el remo sumer­ gido en el agua está torcido o roto, en contra de lo que sabe­ mos de que está entero; por presentar com o redonda a una torre cuadrada vista de lejos; por alterar el aspecto de un pór­ tico que es completamente igual presentándole como más pe­ queño en los extremos; por juntar el cielo que se cierne tan alto, con el mar. Asimismo, se acusa de falsedad al oído, por ejemplo, cuando pensamos que es un trueno, y es el ruido de un carro, o cuando empieza a oírse el rumor del trueno y cree­ mos que el ruido procede de un carro. También se acusa al ol­ fato y al gusto, porque los mismos perfumes y los mismos vi­ nos llegan a despreciarse con el uso. Y lo mismo, el tacto: una misma superficie, a las manos parece áspera; a los pies, suave; y en los baños, la misma agua caliente al principio se siente casi hirviendo, después, com o templada. 86 Así— dicen— nos engañan los sentidos al proferir nuestros juicios. Los estoicos, más moderados, no acusan de 85-93 J. H. W a s z i n k , Tertulliani «V e anima», ed. with Introd. and Comment. (Amsterdam 1947); I d., Tertulliani «De anima», mit Einleitung, Übersetz. und Kommentar (Amsterdam 1933); G e s s e r , Die Seelenlehre Tertullians (Paderborn 1893); F. S f y r , Die Seelen- und Erkenntnislehre Tertullians und die Stoa (Wien 1937); C. M o r e s c h i n i , Reminiscenze apuleiatte nel «De anima» di Tertulliano?: Maia 20 (1968) 19ss. 53 87 Esas causas será bien fácil el conocerlas. En efecto, la causa de que el remo sumergido aparezca com o torcido o roto, es el agua; una vez sacado del agua, aparece el remo en­ tero. La poca densidad de la sustancia que hace de espejo al recibir la luz, al ser movida por el golpe que recibe, hace vi­ brar la imagen y así altera la línea recta. Asimismo, el que la torre presente una forma engañosa, se debe evidentemente al medio: la igualdad del aire que la rodea, al envolver con la misma luz sus ángulos, difumina las aristas. Y lo mismo, la uni­ formidad de un pórtico se agudiza hacia el final porque la vista, confinada en un espacio cerrado, se debilita a medida que se extiende. Así el cielo se junta con la tierra donde ter­ mina la vista: ésta distingue y separa en la medida en que está en vigor. 88 Y al oído, ¿qué le podrá engañar sino la semejanza de sonidos? Y , si con el transcurso del tiempo el perfume exha­ la menos fragancia y el vino pierde sabor y los baños se sien­ ten menos calientes, la fuerza primera se encuentra casi ínte­ gramente en todos. Y por lo que hace a las manos y a los pies, con razón no concuerdan en la sensación que tienen, fuerte o suave, los unos, miembros finos, los otros, endurecidos por el uso. 89 Así, en esta explicación, ningún fallo de los sentidos deja de tener su causa. Y si hay causas que engañan a los sen­ Tertuliano Sobre el alma tidos, y por ellos a nuestros juicios u opiniones, entonces no habrá que poner la falsedad en los sentidos, que no hacen más que seguir o reaccionar a esas causas, ni en los juicios u opi­ niones, que se forman según los datos que dan los sentidos, influenciados por las causas. Los locos ven en unas personas a otras, com o Orestes a su madre en su hermana y Ayax a Ulises en su rebaño; com o Atamas a unas bestias en sus hijos. ¿A quién achacaremos ese engaño, a los ojos, o a la locura? A los que amarillean por exceso de bilis, todo sabe amargo. ¿De quién es la culpa, del gusto o de la (mala) salud? Todos los sentidos están expuestos con el tiempo a deterioro o a en­ torpecimiento, de suerte que no hay lugar a que la falsedad sea en ellos una propiedad inherente. decidir— en juicio postumo— sobre la verdad; y, sin embargo, no había esperado a la muerte para filosofar. N o podemos, no podemos dudar de estos sentidos, no sea que aun en Cristo tengamos que ponernos a deliberar sobre la fidelidad de ellos... (Corp. Christ. ser. lat. II p.804-808). 54 90 Más aún: ni siquiera a esas causas hay que achacar­ les ese delito de falsedad. Pues si esos fenómenos suceden con­ forme a razón, la razón no merece que se la moteje de false­ dad. Lo que tiene que suceder como sucede, no es un engaño. Entonces, si aun las mismas causas quedan exoneradas de fal­ sedad, cuánto más los sentidos, a los cuales preceden las causas libremente, ya que la raíz de la verdad, de la felicidad y de la integridad de los sentidos hay que ponerla en que no trans­ miten otro mensaje que el que la razón les impone, que hace que ellos presenten algo de manera distinta de como está en las cosas. 91 ¿Qué haces, insolente Academia? Echas por tierra todo fundamento, turbas todo el orden de la naturaleza, haces ciega a la Providencia misma divina, que confía a unos falaces sentidos la misión de ir por delante en nuestro empeño de en­ tender, distribuir y disfrutar de sus obras. ¿O es que no son ellos los que gobiernan como auxiliares nuestro vivir? ¿N o le ha venido por ellos al mundo una com o segunda organización? ¿Tantas artes, industrias, estudios, tantos negocios, funciones, tratos, tantos remedios, consejos, consuelos, tantos medios de sostener la vida, de fundamentarla, de embellecerla, cosas to­ das que dan el sabor a toda la vida, ya que por los sentidos se constituye el hombre com o el solo ser animal racional, ca­ paz de inteligencia y de ciencia, y aun de la Academia misma? Aun el mismo Platón, para no sancionar testimonio alguno a los sentidos, niega en el Fed.ro en la persona de Sócrates que él se pueda conocer a sí mismo, com o lo mandaba la inscrip­ ción de Delfos, y en el Teeteto niega que él tenga ciencia y sensación, y en el Fedro difiere hasta después de la muerte el C a p ítu lo 55 X X II 92 ... Definimos el alma como nacida del soplo de Dios, inmortal, corpórea, dotada de una forma, substancia simple, inteligente por ella misma, capaz de seguir diversas conductas, dotada de libre arbitrio, expuesta a cambios accidentales, mu­ dable en sus diferentes culturas, racional, dominadora, capaz de adivinación y derivada de una sola y misma alma. Nos que­ da ahora por ver cóm o procede de una sola, es decir, de dón­ de, cuándo y cóm o ha sido producida o le ha venido al hom­ bre (ibid., p.814s.). C a p ítu lo X X III 93 Algunos piensan que ha descendido de los cielos, con la misma convicción con que prometen, como cosa indudable, que han de volver allá, com o lo hace Saturnino, discípulo de Menandro... Siento de veras que de la doctrina de Platón se hayan nutrido todas las herejías. ¿N o es él el que dice en el Fedón que las almas van de acá para allá, y en el Timeo sos­ tiene que los hijos de Dios, a los que les había confiado la mi­ sión de crear los seres mortales, habían recibido un germen de inmortalidad y modelado en torno al alma un cuerpo mor­ tal? Nos dice después que este mundo es imagen de otro... (ibid., p .8 15). El Pedagogo 51 EL PEDAGOGO CLEM ENTE DE ALEJANDRIA (150P-214) O b r a s p r i n c i p a l e s d e i n t e r é s f i l o s ó f i c o : np oT p srtix ôç r.p'oz "FJJ.rr vaç (Protréptico, o Exhortación a los G rieg o s); IlaiScqofoç (E l peda­ g o g o ); Xipoita-cefî ( « Stromata» o Tapices). Clemens Alexandrinus, I Band, Protrepticus und Paedagogus, herausg. von O . S t ä h l i n , en Die griechischen Christli­ chen Schriftsteller der ersten drei Jahrhunderte, Band 12 (Leipzig 1905); Clemens Alexandrinus, II Band, Stromata, Buch I-V I, herausg. id. ibid., Band 15 (Leipzig 1906); I I I Band, Stromata, Buch V I I I , V I I I , herausg. id. ib., Band 17 (Leipzig 1909). Trad, del editor. E d ic io n e s u t il iz a d a s : B i b l i o g r . g e n . : J. F e r g u s o n , Clement of Alexandria (N ew Y ork 1974); R. M o r t l e y , Connaissance religieuse et herméneutique chez Clé­ m ent d’Alexandrie (Leiden 1973); S.R.C. L i l l a , Clement o f Alexandria (London 1971); A . d e l a B a r r e , art. Clém ent d’Alexandrie: Diet. Théol. Cath. (Paris 1908) col. 137-199; Cl. M o n d é s e r t , S. J., Introduction a: Clément d’Alexandrie, Les Stromates I (Sourc. chrét. 30, Paris 1951) p.5-41; P. T h . C a m e l o t , O . P., Introduction a: Clément d’Alexandrie, Les Stromates I I (Sourc. chrét. 38, Paris 1954) p.7-26; Clément d’A le­ xandrie, Pédagogue, 1.1, texte grec, introd. et notes de H . I. M a r r o u , trad, de M. H a r l (Sourc. chrét. 70, Paris 1960) p.7-97; G . L a z z a t i , Introduzione allo studio di Clem ente Alessandrino (Milán 1939); G . B a r d y , Clem ente de Alejandría, trad. esp. por J. G u a s p D e l g a d o (Madrid 1930); E. D e F a y e , Clément d ’Alexandrie. Étude sur les rap­ ports du christianisme et de la philosophie grecque au I I siècle (Paris 1898; 2=me éd., 1906); C. M e r k , Clemens Alexandrinus in seiner Abhän­ gigkeit von der griechischen Philosophie (1879); V . P a s c a l , La foi et la raison dans Clem ent d ’Alexandrie (M ondidier 1900); M . J. D a s k a l a k is , E ie eklektischen Anschauungen des Klemens von Alexandrie und seine Abhängigkeit von der griechischen Philosophie (M ünchen 1907); C h . B i g g , The Christian Platonists o f Alexandria (O xford 1913; repr. 1968); H . A . W o l f s o n , Philosophy of the Church Fathers (Cambridge, Mass., 1956), 3 ed., revis. 1970; J. Q u a s t e n , Patrología (trad. esp. por I. O ñ a t i b i a , I (M adrid 1961) p.309-338; A . S t ö c k l , G eschichte der christlichen Philosophie zur Z eit der Kirchenväter (Berlin 1891) p.103115; Ü b e r w e g - G e y e r , Grundriss der Geschichte der Phil., Z w . Teil, elfte neuarb. A ufl. (Berlin 1928) p.59-61; 62-66 (Bibi, p.655-657); W . M ö l l e r , E ie Kosm ologie in der griechischen Kirche bis auf Orígenes (Berlin 1860) p.506-535; J. M u n c k , Untersuchungen über K lem ens von Alexandria (Berlin 1933); H . B. T i m o t h y , The early Christian apologists and G reek Philosophy exem plified by Irenaeus, Tertullian and Clement o f Alexandria (Assen 1973); M . S p a n n e u t , L e stoïcisme des Pères de l’Église de Clément de Rom e à Clément d ’Alexandrie (nouv. éd., Paris 1969); E . L. F o r t i n , Clem ent o f Alexandria and the esoteric tradition, Studia patristica I X , ed. by F. L. C r o s s (Berlin 1966); D . J. M . B r a d ­ l e y , The transformation o f the Stoic ethic in Clement o f Alexandria: Augustinianum (Rom a) 14 (1974) 41-66; J. P é p i n , La vraie dialectique selon Clement d’Alexandrie, Epektasis: Mélanges D a n i é l o u (Paris 1972). LIBRO I C a p ítu lo III El Pedagogo ama a los hombres 94 En todo nos es beneficioso Dios, en todo nos ayuda, lo mismo como hombre que com o Dios. Como Dios, perdo­ nándonos nuestros pecados; com o hombre, educándonos, a modo de pedagogo, para que no pequemos. Con razón es el hombre algo querido a Dios, ya que es obra suya. A las demás cosas las hizo por solo su mandato, pero al hombre lo modeló con sus propias manos, y le infundió algo suyo propio. Ahora bien, esa creatura hecha por El y a su imagen, o la hizo Dios como algo digno de ser elegido por sí mismo, o bien como digno de elección en orden a alguna otra cosa. Si el hombre es un ser digno por sí mismo de elección, entonces, Dios, sien­ do bueno, amó lo que era bueno, y en el interior del hombre se halla ese encanto que se llama la inspiración o soplo de Dios. En cambio, si fue hecho com o un ser digno de elección en orden a otras cosas, entonces Dios no tuvo otra causa para hacerlo que el que sin eso ni Dios podía ser un buen artífice, ni el hombre podrá llegar al conocimiento de Dios. Pues Dios no tenía otra forma de hacer aquello en vista de lo cual fue hecho el hombre que haciendo a éste, y la potencia que tenía oculta, la de su querer, la llevó a su realización por el poder de su acción de crear, tomando del hombre lo que había hecho al hombre. V io lo que tenía e hizo lo que quiso, pues nada hay imposible para Dios. El hombre, pues, que fue hecho por Dios, es un ser digno de ser elegido por sí mismo. 95 Ahora bien: lo que es digno de elección por sí mismo, es algo que está acomodado a aquel para quien es digno de ser elegido por sí mismo; y eso es digno de ser buscado y amado. Mas, lo que es digno de ser amado por alguien, lo será de hecho, sin duda, por él: hemos demostrado que el hombre es 94-96 B i g g , The Christian Platonists of Alexandria p.72ss: Q u a s t e n , Patro­ logía I p.312-315. 94 B i g g , o .c ., p.l07ss; M a r r o u , Clément d’Alexandrie, Pédagogue (Sourc. chrét. 70) p.122 nt.1-4; p.124 not.l. 95 M a r r o u , o .c ., p.124 nt.2 y 3 . 95-96 C. S c l a f e r t , Propos rassurants d’un vieux pédagogue. Un éducateur optimiste, Clément d’Alexandrie: Ephem. Theol. Lovan. 175 ( 1 9 2 3 ) 532-556, Clem ente de Alejandría 58 Los tapices digno de ser amado; por tanto, es amado por Dios. ¿Cómo no va a ser amado aquel por quien ha sido enviado el Unigé­ nito desde el seno del Padre, el Logos de nuestra fe? El es eminentemente la razón de nuestra fe. El Señor mismo lo proclama cuando dice: «E l Padre mismo os ama, porque vos­ otros me amasteis» (Jn 17,27), y en otro pasaje: «Los has amado, com o me has amado a mí (Jn 17,23). 96 Está, pues, bien claro qué es lo que quiere el Peda­ gogo, y qué mensajes nos presenta, y cuál es su actitud en obras y palabras cuando nos manda lo que hemos de hacer o nos prohíbe lo contrario. Es evidente que se trata de una diversa clase (o tipo) de exposición, cuyo fin es el enseñar, algo sutil y espiritual, que exige precisión en el tratar las cosas y se ocu­ pa en contemplar los misterios. Pero dejemos eso por ahora. Es justo que nosotros devolvamos amor a aquel que por su amor se ha hecho nuestro guía, para una vida mejor, y que vivamos conforme a los designios de su voluntad, no sólo ha­ ciendo lo mandado, o evitando lo prohibido, sino apartándo­ nos de algunos ejemplos, e imitando en lo posible otros, tra­ tando así de reproducir en nuestra manera de obrar la seme­ janza del Pedagogo, para que sea verdad aquello de «a su ima­ gen y semejanza» (Gén 1,26). Vagando com o estamos en la vida en cerradas tinieblas, tenemos necesidad de un guía que nunca se extravíe ni tropiece. Y ese guía experto no es, como dice la Escritura, «el ciego que lleva a otro ciego al hoyo» (M t 15,14), sino el Verbo, que tiene la vista muy agudizada y penetra lo íntimo del corazón. Y así com o no hay luz que no ilumine, ni motor que no mueva, ni amante que no ame, tam­ poco hay bien que no haga algún bien y conduzca a la salva­ ción. Amemos, pues, los preceptos por la imitación de las obras del Señor. El mismo Logos, haciéndose carne, ha mostrado cla­ ramente que la misma virtud es a la vez activa y contemplativa. Tomemos, pues, al Logos como ley, y reconozcamos que sus preceptos y consejos son caminos rápidos y directos hacia la eternidad. Sus mandatos se han de cumplir por convicción, y no por temor. ( S t a h l i n , o .c . , B.12, p .9 4 y 9 5 ; PG 8,258A259C.) 96 M arrou, o .c ., p .1 2 4 n t .6 .7 .8 ; p .1 2 7 59 LOS TAPICES LIBRO I C a p ítu lo V Dios ha constituido a la filosofía com o formación preparatoria al conocimiento de la fe 97 Antes de la venida del Señor, la filosofía era necesaria a los griegos para la justicia; ahora, resulta útil para conducir los hombres al culto de Dios, por ser una especie de prope­ déutica para los que adquieren la fe por la demostración. «Tu pie no tropezará», dice la Escritura, si tú atribuyes a la Provi­ dencia cuanto es bueno, sea griego, o nuestro (cristiano). Dios, en efecto, es la causa de todas las causas buenas, de unas in­ mediatamente y por sí mismas, com o del Antiguo y Nuevo Testamento; de otras, com o por concomitancia, como de la fi­ losofía. Y aun tal vez la filosofía fue dada directamente a los griegos, antes de que el Señor les llamase a ellos, ya que ella condujo a los griegos hacia Cristo como la Ley fue para los judíos, para llegar a Cristo. La filosofía hace un trabajo pre­ liminar, preparatorio, disponiendo el camino a aquel a quien Cristo hace después perfecto. Asimismo dice Salomón: «R o ­ dea a la sabiduría de defensas, y ella te ensalzará; con her­ mosa diadema te ceñirá» (Prov 4,8.9). 98 Cuando tú la hayas fortificado con una muralla por la filosofía y una sana abundancia, la preservarás sin duda inac­ cesible a los sofistas. Uno es, pues, el camino de la verdad, pero a ella confluyen como a un río perenne todas las corrien­ tes que surgen aquí y allí. Por eso se dice: «Escucha, hijo mío, y recibe mis palabras, para que se te conviertan en otros tantos caminos en la vida. Y o te enseñé los caminos de la sabiduría, para que no te falten los manantiales, los manantiales «que brotan de la misma tierra» (Prov 4,10.11) ( S t a h l i n , o . c . , B.15, p.17.18). 97 -1 1 8 Q u a s t e n , n t .2 .5 .6 . . J 7 ' 1® d H is t . p - N a u t in E c c lé s . 4 7 Patrología I p . 3 1 5 -3 1 8 . , Notes sur le Stromata I de Clément d’Alexandrie: The philosophy of the Church Fathers elatomsts of Alexandria p .7 7 . 97 W olfso n , R ev. (1 9 5 2 ) 6 1 8 -6 3 1 . p .7 6 ; B i g g , The Christian 60 Clem ente de Alejandría C a p ítu lo VI Los tapices C a p ítu lo 61 IX La filosofía, una excelente gimnasia La fe cultivada por la ciencia vale más que la fe desnuda 99 La disposición para ver lo que hay que ver se tiene gracias a esta gimnasia preliminar. Se la podría describir di­ ciendo que es la facultad de percibir los objetos inteligibles. Estos son de tres especies, según que se considere el número, la magnitud y la existencia abstracta. La conclusión que es fru­ to de la demostración, deposita en el alma que sigue el razo­ namiento una tan firme convicción, que no le deja ni siquiera pensar que el objeto pueda ser de otra manera, ni sucumbir a las dudas que asaltan nuestro espíritu para engañarnos. En estos estudios, el alma es purificada de las impresiones sensi­ bles, y se reaviva su fuego, de suerte que pueda llegar un día a contemplar la verdad. Porque, «si se conserva una educa­ ción y una instrucción excelente, éstas crean unas naturalezas buenas; después, estas naturalezas, beneficiándose de esa edu­ cación, se hacen mejores todavía que las anteriores, entre otros aspectos, para el aspecto de la descendencia com o en los demás vivientes» (Repúbl. IV ,424 A ). También se ha dicho: «Vete a ver a la hormiga, holgazán, y procura hacerte más sabio que ella» (Prov 6 ,6 ). La hormiga, en efecto, en el tiempo de la siega, acumula abundante y variado alimento para defenderse del invierno. « O vete a ver la abeja, y aprende cuán laboriosa es» (Prov 6 ,8 ). La abeja, libando las flores de un prado en­ tero, no forma más que un panal... ( S t á h l i n , o . c ., B.15, p -21 y 2 2 ). 101 Algunos que se creen hombres de talento no quie­ ren saludar a la filosofía ni a la dialéctica, ni aprender la con­ templación natural, sino que sólo tienen por necesaria a la fe desnuda, lo mismo que si, no habiendo tenido ningún cuidado de la viña, quisiesen ya desde el principio recoger uvas. «V iña» es llamado alegóricamente el Señor (Jn 15,1), cuyos frutos se han de recoger en la vendimia cuidando y cultivando el cam­ po según la razón: hay que podar, cavar, atar, etc. El cuidado de la viña necesita, creo yo, de la podadera, de la azada y de otras herramientas, si nos ha de dar unos racimos sabrosos... ( S t á h l i n , o.c., B.15, p.28.29). C a p ít u lo V II Utilidad de la cultura griega 100 ... A l hablar de la filosofía, me refiero, no a la es­ toica, o a la platónica, o a la de Epicuro, o a la de Aristóteles, sino a cuantas sectas se contienen en esas escuelas sobre la justicia con talante piadoso y científico: a todo ese conjunto es a lo que yo llamo filosofía... ( S t ä h l i n , o.e., B.15, p.24 y 25). 100 L. F r ü e c h t e l , Beiträge zu Clemens Alexandrinus (Strom. I, 7); Wurzb. Jahrb. f. Altertumswissenschaft 2 (1947) 148-151. C a p ítu lo XVI Casi todas las invenciones civilizadoras se deben a los bárbaros 102 La filosofía griega, pues— como decíamos— , según unos, llega a rozar la verdad, por un camino o por otro, si bien oscura e incompletamente; según otros, recibe su impul­ so del demonio. Algunos piensan que la filosofía toda está inspirada por fuerzas inferiores. Pero si la filosofía griega no llega a abarcar la verdad en toda su amplitud; más aún, no tiene mayor eficacia para hacer practicar los mandamientos del Señor, al menos prepara el camino a la doctrina real; por un camino u otro, infunde una visión sana de las cosas, modela el carácter y lo dispone para la aceptación de la ver­ dad, con tal que admita la Providencia ( S t á h l i n , o . c . , B15, P-52). C a p ítu lo XX La filosofía sola no basta para hallar la verdad, pero es un auxiliar precioso de la fe 103 ... Tanto la vista, como el oído, com o la palabra contribuyen a la verdad, pero la mente es la que naturalmente la conoce. De todos los factores que contribuyen a la verdad, 62 Clem ente de Alejandría unos tienen mayor eficacia, otros, menor. La claridad contri­ buye en la transmisión de la verdad, mientras que la dialéctica nos ayuda para que no seamos arrollados por las herejías que hacen su aparición. Pero la enseñanza del Señor es perfecta en sí y no necesita de nada, ya que es «fuerza y sabiduría de D ios» (1 Cor 1,24). A l añadírsele la filosofía griega, no la hace más patente a su verdad, sino que debilita los argumentos de los sofistas y rechaza toda emboscada insidiosa contra la ver­ dad; por eso, se la llama con razón «cerca» y «m uro» de la vida. La verdad que se percibe en la fe es necesaria com o el pan para la vida, mientras que esa disciplina propedéutica vie­ ne a ser el condimento y el postre... ( S t a h l i n , o .c . , B.15, p.63.64). LIBRO II C a p ítu lo IV Sobre la utilidad de creer. La fe es el fundamento de toda ciencia 104 Hay cuatro cosas en las que puede residir la verdad: la sensación, la mente, la ciencia, la conjetura; entre ellas ocu­ pa el primer lugar, por naturaleza, la mente; para nosotros, y con respecto a nosotros, la sensación; pero a partir de la sensación y de la mente se constituye la esencia de la ciencia: a la mente y a la sensación Ies es común la evidencia. La sen­ sación da acceso a la ciencia, y la fe, después de haber ca­ minado a través de los objetos sensibles, abandona la conje­ tura, y se apresura hacia las cosas que no engañan, y se afin­ ca en la verdad. Si alguno dice que la ciencia puede ser de­ mostrada por la razón, que se entere de que los principios son indemostrables, ya que ni la técnica ni la reflexión los pueden describir. Esta, en efecto, versa sobre los objetos que pueden ser de otra manera, y aquélla es tan sólo práctica, no contemplativa. 105 Así que por sola la fe se puede alcanzar lo que es el principio del universo. Pues toda ciencia puede ser ense104-107 B i g g , O.C., p.114; K. P r ü m m , Glaube und Erkenntnis im zweiten Buch der Stromata des Klemens von Alexandrien: Schol. 12 (1937) 17-57; P. N a u t i n , Notes critiques sur le Stromate II de Clément d'Alexandrie: Rev. d’Hist. Ecclés. 49 (1954) 835-841. 105-106 A. M é h a t , Remarques sur quelques passages de II Stromate de Clément d’Alexandrie: Rev. des Étud. grecques 69 (1956) 41-49. Los tapices 63 ñada; y lo que se enseña (o aprende) viene de algo que se conoce previamente. No fue previamente conocido de los grie­ gos el principio del universo; ni de Tales, que pensaba que la causa primera es el agua; ni de todos los otros físicos que le siguieron, ya que el mismo Anaxágoras, que fue el primero en poner la mente al frente de las cosas, ni siquiera conservó la causa creadora al describirnos unos torbellinos ciegos uni­ dos íntimamente con la inercia y la ausencia de inteligencia en la mente. Por eso dice el Logos: «N o os deis el nombre de maestro en la tierra» (M t 23,8). La ciencia es un hábito demostrativo; en cambio, la fe es una gracia que se remonta de las cosas indemostrables hasta lo absolutamente simple, que ni está con la materia ni bajo la materia. Los incrédulos, a lo que parece, en decir de Platón, «tratan de hacer descender a la tierra cuanto hay en el cielo y en las regiones de lo in­ visible, estrechando groseramente entre sus manos piedras y árboles. Apegados a esos objetos que tocan, se mantienen fir­ mes en su afirmación de que es ser sólo lo que ofrece alguna resistencia y contacto; definen el cuerpo y el ser com o idén­ ticos...; pero sus adversarios se mantienen en guardia desde una posición superior, en una región invisible, sosteniendo con ardor que ciertas formas inteligibles e incorporales son el ver­ dadero ser» [Sofista 246 a b], «Mira— dice el Logos— , yo creo cosas nuevas, cosas que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni se le antojó al corazón humano» (1 Cor 2,9): todas ellas, vi­ sibles, audibles y sensibles a un ojo nuevo, aunoído nuevo, a un corazón nuevo, por la fe y la inteligencia, cuando los discípulos del Señor hablan, escuchan, obran según el Espí­ ritu... Dice Aristóteles que el juicio que sigue a la ciencia de una cosa, proponiéndola com o verdadera, es la fe. Así, la fe es más excelente que la ciencia y su criterio. 106 La imaginación imita a la fe, siendo, com o es, una débil conjetura, como el adulador imita al amigo, y el lobo al perro. Después que vemos que el carpintero llega a hacerse un artista, por los estudios que haseguido, y el piloto bien formado en su oficio se hace capaz de dirigirunnavio, con­ vencidos ambos de que no basta el querer llegar a ser un hombre cabal, aparece con evidencia la necesidad de apren­ der con docilidad; y ser dócil al Logos, al que hemos procla­ mado maestro, es creer en él, sin oponerle ninguna resistencia. ¿Cómo es posible, en efecto, resistir a Dios? La gnosis, pues, se hace fiel, y la fe se hace gnóstica según un orden de reci­ procidad establecido por Dios. El mismo Epicuro, que prefj- Clemente de Alejandría Los tapices rió con mucho el placer a la virtud, supone que la fe es un conocimiento anticipado del espíritu; y concibe esa anticipa­ ción com o la atención dirigida hacia algo evidente y sobre el conocimiento evidente del objeto; según él, nadie puede ni investigar ni plantear un problema ni opinar nada, ni aun ha­ cer una refutación sin ese conocimiento previo. finito. Es esta cuestión presente sobre Dios una cuestión muy difícil. Ya es cosa muy ardua el descubrir el principio de cual­ quier cosa: dificilísimo resultará el mostrar el principio abso­ lutamente primero y originario, causa de la producción y de la existencia de todos los demás seres. Porque, ¿cóm o habrá podido ser expresado lo que no es género, ni diferencia, ni especie, ni individuo, ni número, com o tampoco accidente ni sujeto de accidentes? Por otra parte, tampoco se le puede llamar acertadamente todo, pues el todo se da en el orden de la magnitud, y El es más bien el padre del todo. Ni se puede decir que sea alguna de sus partes, porque en el Uno no cabe división. 64 107 ¿Cóm o uno, sin el conocimiento previo de lo que busca, podría aprender sobre el objeto de su investigación? El que aprende, hace ya de su conocimiento previo una apre­ hensión intelectual. Y si el que aprende no aprende sin un conocimiento previo que acoja lo que se dice, tiene los oídos abiertos a la verdad: «Dichoso el que habla a los oídos de los que saben escuchar», como igualmente es dichoso el que escucha. Ahora bien, saber escuchar es entender. Si, pues, la fe no es otra cosa que un conocimiento previo del espíritu, de lo que se dice, llámese a eso atención, inteligencia y doci­ lidad, nadie aprenderá sin la fe, ya que no lo puede sin co ­ nocimiento previo... 108 Espeusipo, en su primer libro a Cleofante, parece decir cosas parecidas a las que dice Platón, al hablar así: «Si la realeza es una cosa estimable, y sólo el sabio es rey y jefe, la ley, siendo com o es recta razón, es igualmente estimable». Y así es, en efecto: Sacando las consecuencias de ello, los filósofos estoicos asientan sus teorías, atribuyendo al solo sa­ bio la realeza, el sacerdocio, la profecía, el poder legislativo, la riqueza, la auténtica belleza, la nobleza, la libertad; si bien reconocen que tal sabio es muy difícil de encontrar ( S t a h l i n , o.c., B.15, p .120-123). LIBRO V C a p ít u lo - X II Dios no puede ser comprehendido ni por el pensamiento ni por las palabras 109 ... Dice el apóstol Juan: « A Dios nadie lo ha visto nunca; el Dios unigénito que está en el seno del Padre nos lo dio a conocer» (Jn l,18ss). Porque llama seno de Dios a lo que es invisible e inefable, por eso algunos lo llaman abis­ mo, com o queriendo significar que todo lo abarca y contiene en su seno, y que nadie lo puede comprender, y que es in­ 65 110 Es más: precisamente es infinito no porque se pre­ senta como imposible de investigar, sino porque no tiene di­ mensiones y límites; en consecuencia, carece de figura y de nombre. Y si alguna vez lo designamos con nombres menos propios, llamándolo Uno, o Bien, o Inteligencia, o el Ser en sí, o Padre, o Dios, o Creador, o Señor, no lo llamamos así como si enunciásemos su nombre propio, sino que, en defec­ to de éste, acudimos a esas bellas apelaciones, para que nues­ tro pensamiento, apoyándose en ellas, no venga a dar en error sobre otras cuestiones divinas. Cada uno de esos apelativos no designa a Dios, pero todos ellos juntos significan la po­ tencia del Omnipotente. Lo que se dice de una cosa, se dice basándose en lo que hay en ella o en la relación u orden que guarda con otras; nada de eso se puede obtener de Dios. Tampoco podemos alcanzar el conocimiento de Dios por de­ mostración, ya que ésta se basa en verdades previas y más conocidas, y nada hay anterior al que es Unigénito. Sólo resta que al Desconocido lleguemos a conocerlo por la gracia, y por sola la Palabra (Logos) que está cabe El, com o nos re­ fiere también Lucas en los Hechos de los Apóstoles que dice Pablo: «Atenienses, os veo en todo un tanto supersticiosos, pues al pasar y ver las estatuas a las que dais culto, he visto también un ara con la inscripción: A l Dios desconocido. Ese a quien adoráis sin conocer, os lo anuncio y o » (A ct 17,22-23) ( S t a h l i n , o . c ., B.15, p.380-381). Los filósofos medievales 1 66 Clem ente de Alejandría LIBRO V I C a p ítu lo V III La filosofía es un conocimiento dado por Dios, aunque el A póstol la estime en poco por comparación a la luz más per­ fecta del Evangelio Los tapices especiosas, tienen que confesar que no poseerán la verdad; la verdad es invencible; lo que está sujeto a destrucción son las falsas opiniones. Por tanto, si alguien reconoce que no tiene bien formada la mente, ese tal, a buen seguro, no poseerá una banca o mesa de cambio, pero tampoco la facultad de juzgar, es decir, la razón ( S t á h l i n , o .c . B.15, p.472). C a p ítu lo 111 ... N o es, pues, falsa la filosofía, aunque el que diga las verdades yendo contra su manera de ser sea ladrón y mentiroso. N o hay que condenar de antemano lo que se dice por razón del que lo dice (cosa que hay que observar también respecto de los que ahora profetizan), sino que hay que exa­ minar si lo que se dice es verdad. Ahora bien, si decimos, conforme al común sentir, que todo lo que es necesario y útil para la vida nos viene de Dios, no nos equivocamos; más en concreto, si decimos que la misma filosofía fue dada a los griegos com o su propio testamento, com o fundamento que es para la filosofía cristiana, aunque los que entre los griegos se dan a ella cierren sus oídos voluntariamente a su verdad, me­ nospreciando su lenguaje bárbaro, o temerosos también del peligro de muerte con que saben que amenazan las leyes a los fieles. Y lo mismo que en la filosofía bárbara, también en la filosofía griega: «H a sido sembrada la cizaña» (Mt 13,25) por el consabido sembrador de cizaña. De ahí que también entre nosotros han brotado herejías a la vez con el bueno y auténtico trigo. Y los que predican el ateísmo y el hedonismo de Epicuro y todo cuanto se ha sembrado contra­ rio a la recta razón presentándose como de la sabiduría grie­ ga, son frutos bastardos del campo que Dios había dado a los griegos... ( S t á h l i n , o .c ., B.15, p.465). X El verdadero gnóstico se procurará también el conocimiento de las ciencias humanas como auxiliar de la fe 112 ... Muchos tienen miedo de la filosofía, como los niños, de los enmascarados, por temor a ser extraviados por ella. Pero si la fe que tienen (ya que no me atrevo a llamarla conocimiento) es tal que puede ser destruida por las razones XI Demuestra cómo en las proporciones de los números aritmé­ ticos están encerradas inteligencias místicas de las cosas di­ vinas 113 ... A lo que parece, muchísimos de los que llevan el nombre de cristianos, se acercan a la cultura en su imperi­ cia imitando a los compañeros de Ulises: desviando su aten­ ción no de las sirenas, sino de sus melodías y ritmos, tapo­ nándose los oídos con ignorancia, sabedores de que una vez que escuchasen las enseñanzas de los griegos no podrían ya más desviarse de ellas. Pero el que sabe libar lo que presenta alguna utilidad para los catecúmenos, sobre todo los que son griegos («D el Señor es la tierra y cuanto la llena»: Sal 23,1), no tiene por qué rehuir el estudio de las doctrinas, a la ma­ nera de los animales irracionales. Muy al contrario, a los que son capaces de ello hay que proporcionarles las más ayudas posibles. Cierto que no hay que detenerse más en ellas que lo que es necesario para reportar la utilidad que prestan, de suerte que, una vez en posesión de ella, podamos volver a casa, a la verdadera filosofía, que es refugio seguro del alma ( S t á h l i n , o.c., B.15, p.476). C a p ítu lo C a p ítu lo 67 X V II La filosofía no ha proporcionado un conocimiento perfecto de Dios, pero nos ha sido dada por El para remedio del alma 114 ... Dios, por su bondad, en atención a la parte prin­ cipal de toda la creación, queriendo salvarla, se determinó a crear también las demás, confiriéndoles en primer lugar el beneficio fundamental de hacerlas existir; pues es cosa pal­ maria que es mejor el existir que el no existir. Sobre eso, cada cosa, conforme a su capacidad natural, fue creada y está 68 Clemente de Alejandría en disposición de progresar y mejorar. Por eso, no es ningún absurdo el que también la filosofía fue dada por la divina Providencia para preparar a la perfección que se obtiene por Cristo, con tal que no se avergüence la filosofía de aprender de una sabiduría bárbara el camino del avance hacia la ver­ dad... ( S t á h l i n , o.c., B.15, p.510). Los tapices es v e r d a d q u e n o se c o n o c e la v e r d a d , ta m b ié n e l e s c é p t ic o nos tr a n s m ite n in g u n a v e r d a d , y si s o s tie n e q u e ta m b ié n se p u e d e d u d a r d e si se ig n o r a la v e r d a d , c o n c e d e q u e se p u e ­ d e c o n o c e r la v e r d a d , p o r l o m is m o q u e p a r e c e c o n fir m a r la s u s p e n s ió n d e su a s e n t im ie n t o ... C a p ít u lo LIBRO V III C a p ít u lo VI Propone un ejemplo de demostración en la discusión sobre la ér:o'/r¡ de los escépticos 115 ... Consideremos lo que los pirrónicos llaman éitopj, es decir, la suspensión del asentimiento, que establece que no hay nada cierto y estable. Si empieza ese proceso por sí mismo, ya se ve que se destruirá a sí mismo. Así es que o con­ cede que algo es verdadero, y entonces no hay que suspen­ der el asentimiento sobre todo, o se mantiene en su afirma­ ción de que no hay nada verdadero, y entonces es evidente que tampoco ella ha establecido nada verdadero. Porque o dice verdad o no. Si dice verdad, concede a su pesar que hay algo verdadero. Si no dice verdad, deja incólumes las verda­ des que quería destruir. En el grado en que queda eviden­ ciada com o falsa la destructora o la suspensión del asentimiento, en ese grado queda evidenciado com o verdade­ ro lo que ella pretendió destruir, lo mismo que el sueño que nos presenta com o falsos todos los sueños: al destruirse a si misma, da consistencia a lo demas. En una palabra, si es verdadera, da comienzo al proceso por sí misma, y la suspen­ sión del asentimiento no le vendrá de fuera o de otro, sino de sí misma. 116 Además, si [el escéptico] entiende qué es el hom­ bre, o que suspende el asentimiento, ya se ve que no sus­ pende el asentimiento. ¿Cóm o responderá, además, a lo que se le pregunte? Es evidente que respecto de eso no hay_ (en ese caso) suspensión de asentimiento. Y , sin embargo, afirma que suspende el asentimiento. Si, aceptando esa afirmación, debemos suspender el asentimiento sobre todas las cosas, sus­ penderemos a su vez el asentimiento sobre esa suspensión, du­ dando si debemos fiarnos de esa propuesta o no. Además, si 69 (S tá h lin , o .c . B.17, p .8 9 ) . V II Sobre las causas de dudar o de suspender el asentimiento 117 Dos son las causas principales de suspender el asen­ timiento. Una es la condición de la mente humana, tan di­ versa en tantos individuos y tan inestable, que por su natu­ ral tiende a la disensión o de unos con otros o, dentro de uno mismo, de los propios pensamientos entre sí. La otra está en las oposiciones que encontramos en las cosas, y que contri­ buyen mucho a que suspendamos el juicio sobre ellas. Por una parte, no podemos dar crédito a todo lo que se nos presenta, ya que (con frecuencia) son cosas contradictorias entre sí; por otra, tampoco podemos adoptar la actitud de no aceptar nada, ya que esa misma proposición de que todas las cosas son inaceptables o no creíbles queda incluida en el nú­ mero de esas «todas las cosas»; por otra, tampoco podemos aceptar unas y otras no, ya que en todas se da razón por igual para una y otra cosa: el resultado es que suspendemos el asen­ timiento. 118 De esas dos causas principales de la suspensión de nuestro asentimiento, la inestabilidad de nuestra manera de pen­ sar produce la disensión; y ésta es la causa inmediata de que se suspenda el asentimiento. De ahí el estar llena la vida de juicios y tribunales, el abundar, en general, en cosas que se dicen ser objetos de buena o mala elección, que son otros tantos argumentos para una mente indecisa, y que ti­ tubea ante la falta de evidencia de cosas opuestas que se le presentan. De ahí también el estar repletas las bibliotecas de libros, y las clases y los discursos de los que disienten entre si en sus opiniones y están convencidos de que están en po­ sesión de la verdad ( S t á h l i n , o . c . , B.17, p.93). Sobre los principios ORIGENES (185P-253) O b r a s p r i n c i p a l e s d e i n t e r é s f i l o s ó f i c o : II=pt ápytbv (D e princi­ pa s) (220-230); AicíAextoi icpoc; 'HpctxAetSav -/.ai xoùç oùv aÙTip sictoxoicouç (Disputa con Heráclito y los obispos que le siguen) (2 4 5 ?); Kaxà KéAaoo (Contra C elso) (24 6 /2 4 8 ). Orígenes W erk e, V Band, D e principas (Ilspi àpymv), herausg. von P. K o e t s c h a u , en D ie Griechischen Christli­ chen Schriftsteller der ersten drei Jahrhunderte, Band 22 (Leipzig 1913); trad. del editor. E d ic io n e s u t il iz a d a s : Orígenes, Contra Celso. Introducción, versión y notas por D . R u iz (B A C , Madrid 1967). 71 en la escuela alejandrina: Gregor. 15 (1934 ) 485-499; W . M o l l e r , Die K osm ologie in der christlichen Kirche bis auf O rígenes (Berlin 1880) p.536-560; A . S t ó c k l , Geschichte der Christlichen Philosophie zu Zeit der Kirchenvater (Berlin 1891) p . 115-150; M . S i m o n e t t i , I principi di Origene (T orin o 1968) p.27-101 (Bibl. p . 103-106); I d., Origene, I prin­ cipi, Contra Celsum e altri scritti filosofici. Scelta, introd., trad. et note (Firenze 1975); B. S t e i d l e , N eue Untersuchungen zu Orígenes Hept ápyjó'i : Zeitschr. f. Neutest. Wissensch. (1941) 9.229-243; H . J o ñ a s , Orígenes Peri archon. Ein System patristischer Gnosis: Theol. Zeitschr. 4 (1948) 101-119. SOBRE LOS PRINCIPIOS LIBRO I P r e f a c io B ueno Bibliographia origeniana, 1960-1970 (T o ­ rino 1971); H . C r o u z e l , S. J., Bibliographie critique d ’Origène (Steenbrugis 1971); I d ., Chronique origenienne: Bull. Litt, ecclés. 72 (1971) 289-296; 75 (1974) 139-145; G . B a r d y , art. O rigene: D ict. Théol. Cath. X I (Paris 1932); col.1489-1565; I d ., Origene (Paris 1931); J. D a n i é l o u , Origene (Paris 1948); R. C a d io u , Introduction au système d’Origène (Paris 1932); J. L e b r e t o n , Origene, en A . F l i c h e - V . M a r t i n , H istoire de l ’Église I I (Paris 1946) 249-293; E. v o n I v a n k a , D er geistige O rt von ña pi ápymv zwischen dem Neuplatonismus, der Gnosis und der christlichen Rechtgläubigkeit. Schol. 35 (1960) 481-502; J. F . B o n e f o y , Origène, théoricien de la m éthode théologique, Mélanges F. Cavallera (Toulouse 1948) p.87-145 (análisis del D e principiis); D . R u iz B u e n o , o.e., Introducción, p .1-31; O rigène, Contre Celse, Introd., texte critique, trad. et notes par M . B o r r e t , v o l.III 1.5 et 6 (Sourc. chrét. 147) (Paris 1969); vol.IV , 1.7 et 8 (Sourc. chrét. 150) (Paris 1969); P. d e L a b r i o l l e , Celse et Origène: Rev. histor. 159 (1932) 1-44; Q . C a t a u d e l l a , Trace della sofistica nella polemica celso-origeniana: Rendiconti delPInstituto Lom bardo di scienze e lettere 70 (1937) 185-201; H . C h a d w i c k , Origen, Celsus und thè Stoa: Journ. o f Theol. Stud 1947 p.34-39; M. M e s s i e r , Les rapports avec autrui dans le «.Contre C else» d ’Origène: MéL se. rei. 28 (1971) 189-196; H . D ö r r i e , D ie platonische T heologie des K elsos in ihrer Auseinendersetzung mit der christlichen Theologie. A u f Grund von Orígenes contra Celsum, 7,42 (Göttingen 1967); E. d e F a z e , Origène, sa vie, son oeuvre, sa pensée, 3 vols. (Paris 1923-1928); B . F. W e s c o t t , Orígenes, en Dictionary of Christian Biography IV p.96-145); A . A n t ­ w e il e r , O rígenes: Lexicon für Theol. und Kirche, V I I 776-781; J. Q u a s t e n , Patrología (trad. esp. de I. O ñ a t i b i a I (Madrid 1961) p.338-397; Ü b e r w e g - G e y e r , Grundriss der Gesch. der Phil. zw. Teil, elfte neuarb Aufl. (Berlin 1928) p.66-72 (Bibliogr. p.657); C. B i g g , The Christian Platonists o f Alexandria, 2.a ed. (O x ford 1913) p .151-280; H . A. W o l f s o n , T he Philosophy of the Church Pathers (Cambridge, Mass., 1956; 3.a ed. revis. 1970) p.270-280; A . B e n i t o y D u r á n , El humanismo cristiano de O rígenes: Augustinus 16 (1971) 123-148; J. D e ­ n i s , D e la philosophie d ’Origène (Paris 1884); J. S a l a v e r r i , La filosofía B ib lio g r . g e n .: R. F a r in a , 119 ... Está también definido en la doctrina de la Igle­ sia que toda alma racional está dotada de libre arbitrio y de voluntad, y que ha de sostener una lucha con el diablo y sus ángeles y los poderes adversos, ya que todos ellos tratan de cargarla de pecados; pero nosotros, viviendo recta y sa­ biamente, nos esforzaremos por librarnos de incurrir en esa desgracia. De eso se desprende que hemos de persuadirnos de que nosotros no estamos sujetos a la necesidad de tal suer­ te, que nos veamos absolutamente forzados a hacer el bien o el mal aunque no queramos. Pues si estamos dotados de libre arbitrio, podrá ser que algunos poderes nos induzcan al pecado, o bien otros ayudarnos a la salvación, pero nunca nos veremos forzados por necesidad a proceder bien o mal, como piensan los que sostienen que el curso y el movimien­ to de los astros son la causa de las acciones humanas, y no sólo de aquellas que están fuera del alcance de nuestra liber­ tad, sino aun de las que están en nuestra potestad. 120 En cambio, por lo que respecta al alma, es decir, si se propaga mediante el semen, de suerte que su principio germinal y su sustancia se halle en el semen corpóreo, o bien tenga otro origen, y si ese origen es por generación o no, o si es infundida en el cuerpo desde fuera o no, todo eso no está claramente determinado en la doctrina de la Iglesia ( K o e t ­ s c h a u , o.c., p.12,13; PG 11,118 B-119A). 119-144 S i m o n e t t i , I principi di Origene p.27-101. 119 B. D. J a c k s o n , Sources of Origen’s doctrine of freedom: Curch History 35 (1966) 13-33. Orígenes 72 C a p ít u lo Sobre los principios I 121 5. Refutada, pues, en cuanto nos ha sido posible, toda interpretación que tiende a sugerir algo corpóreo de Dios, decimos que en su realidad Dios es incomprehensible e ines­ crutable. Pues sea lo que sea lo que podamos pensar o en­ tender de Dios, debemos creer que El es con mucho supe­ rior a cuanto de El pensamos. En efecto, si nos encontra­ mos con una persona que apenas puede percibir una chispa de luz o la claridad de un foco muy tenue, y queremos dar a entender la luminosidad y esplendor del sol, a quien así es incapaz de percibir más intensidad de luz de la que hemos dicho, ¿no nos veremos precisados a declararle que el es­ plendor del sol es incomparablemente e inefablemente su­ perior a la luz que él ve? De la misma manera, cuando nues­ tra mente está encerrada dentro de las angustias de la carne y sangre y se vuelve más tarda y obtusa por ese contacto con la materia, aunque en parangón con la naturaleza cor­ pórea sea muy superior, sin embargo, cuando tiende hacia las realidades incorpóreas y pretende contemplarlas, apenas llega a alcanzar la intensidad de una chispa o de una linter­ na. Ahora bien, ¿qué hay entre las realidades intelectuales, es decir, incorpóreas, que sea tan incomprensible e inefable­ mente excelente com o Dios? Su naturaleza no puede ser comprendida ni contemplada por mente humana alguna, aun la más pura y límpida. 122 6 . N o parecerá fuera de propósito si, para hacer esto más evidente, echamos mano de otra comparación. Sucede que no pueden nuestros ojos contemplar la naturaleza misma de la luz, esto es, la naturaleza del sol, pero al ver su es­ plendor y sus rayos que se difunden por las ventanas o por cualquier otro sitio donde penetra la luz, podemos imaginar la intensidad del principio y fuente de la luz material. Pues así, las obras de la Providencia divina y el arte que se re­ cibe en nuestro universo, vienen a ser com o los rayos que emite la naturaleza de Dios. Por tanto, ya que nuestra mente no es capaz por sí misma de concebir a Dios com o es, por la belleza de sus obras y la magnificencia de sus creaturas viene en conocimiento del padre del universo. 123 Así, pues, no hay que pensar que Dios sea cuerpo 122 S i m o n e t t i , o . c . , p .1 3 2 y 133. 123 S i m o n e t t i , o .c ., p .1 3 3 y 134. /3 o algo en el cuerpo, sino una naturaleza intelectual simple, que no admite nada que se le pueda añadir, de suerte que no se piense que hay en él algo de mayor o menor perfección, sino que es en sentido absoluto mónada, y, por decirlo así, énada y fuente de donde mana toda naturaleza intelectual y toda inteligencia. Mas la inteligencia no necesita, para obrar o moverse, de espacio material ni de dimensión sensible o de figura corporal, o de color ni de ninguna otra de las propie­ dades del cuerpo o de la materia. Por eso, esa naturaleza sim­ ple, toda ella inteligencia, no puede encontrar, al moverse y obrar, dilación o demora; de lo contrario, por tal circuns­ tancia podría parecer limitada en algún m odo y cohibida la simplicidad de la naturaleza divina, y aparecería com o com­ puesto y diverso lo que es el principio de todas las cosas, y como muchos, y no uno, lo que, libre de toda mezcla cor­ pórea, tiene que consistir, por decirlo así, en la sola forma de la divinidad. 124 Que la inteligencia no necesita espacio para mover­ se según su naturaleza, está claro también por lo que ve­ mos en nuestra mente. Esta, en efecto, si se mantiene dentro de sus límites y no queda inhabilitada por la acción de alguna causa, no sufrirá retraso en sus operaciones por la diversidad de los lugares, así com o tampoco experimenta aumento o in­ cremento de su movilidad por influjo de la diversidad de aquéllos. Si alguno arguye, por ejemplo, que en los nave­ gantes agitados por la mar movida la mente no actúa con la misma agilidad con la que suele hacerlo en la tierra, hay que pensar que eso les sucede no por la diversidad de los lugares, sino por la conmoción y turbación del cuerpo, con el cual está el alma junta y unida...; nosotros, los hombres, somos vivientes compuestos de la unión del alma y del cuer­ po: sólo así ha sido posible nuestra vida sobre la tierra. Pero de Dios, que es el principio de todas las cosas, no hemos de pensar que sea compuesto, pues entonces serían anteriores a El los elementos de que todo compuesto consta, sea el que sea. 125 Pero ni siquiera de grandeza corpórea necesita la in­ teligencia para obrar y para moverse, com o el ojo se dilata cuando mira a cuerpos más grandes, y se contrate al mirar objetos pequeños y reducidos. Sí que necesita la inteligencia 2 ( f f i 272 7 ? ™ 124 S i m o n e t t i , 0rigen’s theory of Knowledí e- The Amer. Journ. o í Theol. o .c ., p .1 3 5 . Orígenes Sobre los principios grandeza intelectual, ya que crece no corporalmente, sino in­ telectualmente. No va creciendo con incrementos corpóreos, a una con el cuerpo, hasta los veinte o treinta años, sino que a fuerza de estudios y ejercicios se agudiza la fuerza del in­ genio, se excita el desarrollo de las facultades innatas para entender, se aumenta su capacidad de comprensión, no acre­ centada por el crecimiento del cuerpo, sino afinada, sutilizada por el ejercicio en el estudio. Tales logros no los puede ob­ tener de repente desde la niñez o desde el nacimiento, por­ que es todavía frágil y débil la constitución de los miem­ bros, de los cuales se sirve la inteligencia com o de instru­ mentos para el ejercicio de su actividad, y ni puede sostener la facultad de obrar, ni es sujeto capaz de aguantar un apren­ dizaje. Así, por ejemplo, a la vista le corresponden los colores, la fi­ gura, las magnitudes; al oído, las voces y los sonidos; al ol­ fato, los buenos y malos olores; al tacto, el calor o el frío, lo duro o lo blando, lo áspero o lo suave. Pero es cosa a todos manifiesta que la sensibilidad de la inteligencia es con mucho superior a la de todos esos sentidos mencionados. ¿Cóm o, en­ tonces, no va a resultar absurdo que a esos sentidos inferiores correspondan com o objetos, sustancias, y, en cambio, a ésta que es superior, digo la sensibilidad de la inteligencia, no co­ rresponda nada sustancial com o objeto, sino que la facultad de la naturaleza intelectual sea algo accidental al cuerpo o deriva­ do de él? Los que sostienen eso, lo hacen, desde luego, en ofensa de la sustancia que en ellos es la más excelente; pero esa ofensa se refunde en el mismo Dios, al pensar que El pue­ de ser entendido por una naturaleza corpórea, ya que, según ellos, es cuerpo lo que por un cuerpo puede ser entendido y sentido; resistiéndose a entender que la inteligencia tiene una cierta afinidad con Dios, de quien es una imagen intelectual, y en virtud de eso puede conocer algo de la naturaleza de la divinidad, sobre todo si está bastante purificada y separada de la materia corporal... ( K o e t s c h a u , o.c., p.20-24; PG 11, 124A-128A). 74 126 7. Si, con eso, hay algunos que piensen que la inte­ ligencia y el alma misma sea cuerpo, quisiera yo que me res­ pondiesen cóm o es que recibe las explicaciones y demostracio­ nes sobre materias tan importantes, tan difíciles y tan sutiles. ¿De dónde le viene la capacidad de la memoria? ¿De dónde la capacidad de contemplar las realidades invisibles? ¿De dón­ de le viene al cuerpo la inteligencia de las realidades incorpó­ reas? ¿Cómo una naturaleza corpórea puede darse al aprendi­ zaje de las artes y a especular y a buscar las razones de las co­ sas? ¿De dónde le viene la capacidad de percibir y entender las verdades divinas, a todas luces incorpóreas? A no ser que pien­ se alguno que, así com o la figura del cuerpo y la disposición de las orejas o de los ojos contribuye algo para la audición o para la visión, y así como cada uno de los miembros que han sido formados por Dios tiene en sí, en virtud de su forma misma, una cierta predisposición a lo que es su operación pro­ pia natural, del mismo modo tengamos que pensar que la for­ ma del alma o de la inteligencia está preformada de modo apto para sentir y entender las cosas, y para moverse con movimien­ tos vitales. Pero yo no acierto a ver qué color pueda uno se­ ñalar en la inteligencia por el hecho de ser inteligencia o de moverse con movimientos vitales. 127 Todavía, en confirmación y aclaración de lo que he­ mos dicho sobre la inteligencia y el alma y su superioridad so­ bre todo, se puede añadir lo siguiente: A cada sentido corpo­ ral corresponde, como objeto propio, una sustancia sensible. 126 127 SlM ONETTI, O.C., SlM ONETTI, O.C., p.136. p.137. 75 LIBRO II C a p ítu lo I 128 4. Si la discusión ha dado por resultado que las co­ sas son así, parece que ahora procede el tratar de la naturaleza corpórea, ya que sin cuerpos no puede subsistir la diversidad en el mundo. Por la observación de las cosas mismas aparece que la naturaleza corpórea está sujeta a muchos cambios de diversa índole, de suerte que todo puede transformarse en todo; por ejemplo, la madera se transforma en fuego, y el fuego, en humo, y el humo, en aire; también el aceite se trans­ forma en fuego. Los elementos mismos de los hombres y de los animales ¿no nos hacen ver ese mismo cambio? Cuanto tomamos como alimento se transforma en la sustancia de nues­ tro cuerpo. Y aunque no sea difícil el explicar cómo el agua se transforma en tierra, o en aire, y el aire, a su vez, en fuego, o el fuego en aire, o el aire en agua, al presente basta con 128-132 W . M ó l l e r , Die Kosmologie in der Christlicher Kirche bis auf Orígenes (Berlín 1860) p.536-560. 76 Orígenes Sobre los principios haber mencionado esos casos al objeto de investigar la índole de la naturaleza corpórea. 129 Por materia entendemos la que es sujeto de los cuer­ pos; aquello por lo cual, con la adición de las cualidades, sub­ sisten los cuerpos. Esas cualidades son cuatro: cálido, frío, seco y húmedo. Ellas, unidas a la u)a¡, esto es, a la materia, que de por sí no las tiene, forman las diversas especies de los cuer­ pos. Pero esa materia, aunque, como acabamos de decir, de por sí está sin esas cualidades, no puede subsistir sin cualidad alguna. 130 Esta materia es tal y tan grande, que es suficiente para todos los cuerpos del mundo que Dios ha querido que existiesen, y estuvo a disposición del Creador en todo para cualquier forma y especie, recibiendo en sí las cualidades que a El le pluguiese imponer. Y no comprendo cóm o tantos y tan importantes pensadores pensaron que era increada, es decir, no hecha por el Dios creador de todas las cosas, sino casual, tanto en su naturaleza com o en su potencia. Me asombra el que los tales acusen a los que niegan a Dios com o creador, o como providente de todo este mundo universo, y les achaquen de impiedad por pensar que una tan grande obra com o la de este mundo tiene existencia sin creador y sin providencia, cuan­ do ellos incurren en igual delito de impiedad al sostener que la materia es increada y coeterna con Dios increado. 131 En efecto, si admitimos, según esa manera de pen­ sar, que la materia no existe— conforme a lo que ellos sostie­ nen cuando dicen que Dios no habría podido hacer cosa algu­ na, al no haber nada— , entonces, sin duda, Dios habría per­ manecido ocioso, no teniendo materia en la cual pudiese obrar, que ellos piensan que estuvo ante El no por su disposición, sino por pura casualidad; y les parece que eso con lo que se encontró casualmente, habría sido suficiente para una obra tan grande y para la acción de su potencia, y, acogiendo en sí el plan ordenador de su sabiduría, habría resultado con distin­ ción y orden interna de partes y constituir así el mundo. T odo eso me parece el colmo del absurdo, y propio de hombres que ignoran por completo la potencia y la inteligencia de la natu­ raleza increada. 130 W o l f s o n , T h e p h ilosop h y o f the Church Fathers p .1 7 1 179 2 3 7 ; w e g - G e y e r , Grundriss der G esch ich te der P h ilosoph ie I p .7 0 . 131 W o l f s o n , o .c ., p . 1 7 9 .1 8 0 .1 8 1 .2 3 7 ; Ü b e r w e g - G e y e r , o .c ., p .7 0 . Ü ber- 11 132 Pero, a fin de que podamos comprenderlo mejor, concedamos por un momento que no existió la materia, y que Dios, no habiendo antes nada, hizo que existiesen los seres que él quiso: ¿Qué pensaremos? ¿Que tal vez a esa materia que Dios hacía existir por su potencia y su sabiduría, haciendo existir a la que antes no existía, la habría hecho mejor, o ma­ yor, o de otro género? ¿O tal vez peor o inferior? ¿O seme­ jante e idéntica a esa que éstos dicen que es increada? Pienso que está al alcance de cualquiera el que ni una mejor ni una inferior habría podido recibir las formas y las especies del mundo, si no hubiese sido tal cual es ésta que las ha recibido. Entonces, ¿cóm o no será impío el sostener que es increado aquello que, si se cree que ha sido hecho por Dios, resulta sin duda ser tal cual es eso que se sostiene que es increado? ( K o e t s c h a u , o .c . , p. 1 0 9 - 1 1 1 ; PG 11,184D-186B). C a p ítu lo IX 133 2 . Mas como las naturalezas racionales que dijimos que fueron creadas al principio, fueron creadas no habiendo exis­ tido antes, por ese mismo hecho de no haber existido antes y haber empezado a existir, recibieron un modo de ser muda­ ble, ya que toda facultad que había en ellas no la tenían por su propia naturaleza, sino recibida de la bondad del Creador. Así, su ser no es algo suyo propio ni eterno, sino don de Dios: no había existido siempre; y todo lo que ha sido, puede ser también quitado o desaparecer. Y la causa de que desaparezca será el que el movimiento o actividad de las almas no está recta y laudablemente dirigido. Pues el Creador hizo don a las inteligencias por El creadas del poder de obrar voluntaria y li­ bremente, para que así el bien resultase propio de ellas, al ser su voluntad la que lo había conseguido. Pero la desidia y el cansancio en el trabajo por conservar el bien, y el abandono y descuido de las cosas mejores, dieron comienzo al alejarse del bien, y el alejarse del bien es lo mismo que el afincarse en el mal, pues es cosa sabida que el mal es la carencia del bien. 134 De eso resulta que cuanto más uno se aleja del bien, tanto más se acerca al mal. Y así, cada una de las inteligencias, 133 B i g g , o . c , , p .2 4 0 . 133-142 B. D. J a c k s o n , Sources of Origen's doctrine of freedom: Church H is to r y 35 (1966) 13-23; H. H o l z , Ü ber den Begriff des Willens und der rreiheit bei Orígenes: Neut Zeit. syst. Theol. 12 (1970) 63-84. 7£ Orígenes Sobre los principios llevada de sus impulsos, descuidando en mayor o menor grado el bien, se veía arrastrada en igual medida al contrario del bien, que es el mal. Ahí parece que está la raíz de la variedad y diversidad que el Creador de todas las cosas dispuso: con­ forme a la diversidad de las inteligencias, es decir, de las creaturas racionales (diversidad que tuvo la causa que hemos se­ ñalado antes), creó un mundo vario y diverso. Y , al decir va­ rio y diverso, queremos indicar precisamente eso ( K o e t s c h .a u , o.c., p .165,166; P G ll,226c-227B ). LIBRO III C a p ítu lo I 135 2. De las cosas que están sujetas a movimiento, unas tienen en su interior su causa, otras lo reciben de fuera: así, se mueven solamente con ese movimiento recibido de fuera los seres inanimados, com o las piedras, los leños y todas las cosas que sólo tienen forma material o corporal. Omitimos aquí la cuestión debatida de si hay que tener también por movi­ miento la disolución de los cuerpos cuando se corrompen, ya que tal cuestión no aporta nada a nuestro propósito. Otros se­ res tienen en sí mismos la causa de su movimiento, com o los animales, las plantas y todos aquellos que tienen vida o sub­ sisten por su alma. Algunos colocan también entre éstos a los metales; además de éstos, también se mueve de por sí el fuego y tal vez también las fuentes. 136 De los seres que tienen en sí el principio de su mo­ vimiento, se dice que algunos se mueven por sí, otros de pór sí y se los divide de esta manera: se mueven por sí los que no tienen alma; de por sí, los dotados de alma: éstos se mue­ ven cuando se les ofrece una representación o deseo de incita­ ción que provoca en ellos un impulso. Por fin, en algunos de esos seres animados se da una facultad imaginativa, o tenden­ cia, o sentido que por un natural instinto los provoca e impele a realizar ciertos movimientos ordenados y combinados; así vemos que las arañas realizan aquellas acciones a que les im­ pulsa la imaginación, esto es, cierta tendencia e inclinación a tejer de esa manera tan ordenada; sin que, sin embargo, so­ brepase el animal la esfera de la inclinación natural de tejer, como la abeja es capaz de fabricar los panales y la cera. 79 137 3. El animal racional, por su parte, además de po­ seer en sí esas tendencias naturales, tiene, sobre las facultades de los demás animales, la facultad de la razón, por la cual es ca­ paz de juzgar y discernir esas representaciones y tendencias, re­ probando y desechando unas, aprobando y acogiendo otras, a fin de que puedan ser dirigidos por la razón con miras a una vida digna todos esos movimientos del hombre. De ahí se si­ gue que, teniendo la naturaleza de esa razón que hay en el hombre la capacidad de discernir el bien y el mal, y una vez discernidos, la facultad de elegir lo que ha aprobado, si el hom­ bre elige el bien, con razón se le juzga digno de alabanza, y si elige el mal, digno de reprensión. 138 Aunque no debe pasársenos inadvertido que en al­ gunos animales se encuentra esa tendencia en cierta manera más ordenada que en los demás, com o en los perros de caza y en los caballos de guerra, hasta el punto de que a algunos les parece que son dirigidos por cierta facultad racional. Pero hay que pensar que eso sucede no tanto por obra de la razón, cuanto por un impulso o movimiento natural de que han sido dotados con más largueza para esos fines. 139 Pero, volviendo a nuestro propósito, siendo ésa la condición del animal racional, pueden venirnos de fuera im­ presiones diversas que atañen a la vista, al oído o a los otros sentidos, que nos inciten y provoquen a acciones buenas o ma­ las: impresiones que, viniéndonos de fuera, no está en nuestra mano el que vengan o se nos ofrezcan; pero el juzgar y el in­ tentar cóm o debemos comportarnos con ellas, es misión de sola la razón que hay en nosotros, es decir, de nuestra facultad de juzgar. Con su dirección nos servimos, según los casos, de las incitaciones que nos vienen de fuera, para que lo apruebe la razón misma, dirigiendo ella nuestros movimientos naturales, o para el bien, o para lo contrario. 140 4. Pero si alguien dice que los impulsos que nos vie­ nen de fuera son de tal fuerza que no es posible resistirles ni para el bien ni para el mal, que recapacite dentro de sí mismo un momento y examine con un poco de atención sus propios movimientos, y vea si no halla que, cuando le solicita el atrac­ tivo de algún deseo, no se hace nada antes de que se pliegue el asentimiento interno y condescienda la mente a la mala su­ gestión. Algo así com o si se tratase de ciertas causas ante juez que se sienta en el tribunal del corazón, y se presentasen las 81 Orígenes Sobre los principios razones de una y otra parte, para que, una vez oída la causa, se dé la sentencia conforme a razón... (P G 11,250B-254A). los animales o la bestias, no sea que se diga que Dios está también en los animales o en las bestias; tampoco hay que pensar en los leños o en las piedras, por la misma razón. Tam­ poco ha de entrar en la cuenta malicia alguna, no sea que, al decir que Dios está en todas las cosas, se diga que está en algún vaso de iniquidad. Pues, aunque ahora decimos que Dios está en todas partes y en todas las cosas, porque nada puede estar privado de Dios, no decimos, con todo, que esté de tal suerte, que lo es todo en aquellos en los que se halla. 80 141 5. Constando así la realidad de las cosas por esos testimonios naturales, ¿cóm o no va a ser un sinsentido el cargar toda la responsabilidad de nuestras acciones a los impulsos que nos vienen de fuera, liberándonos de la culpa a nosotros, en quienes está toda ella, asimilándonos a los leños y a las pie­ dras, que no tienen en sí ningún movimiento y sufren la acción de las causas extrínsecas de su movimiento? El decir eso no es ni conforme a verdad ni decente, sino un artilugio ideado para suprimir el concepto del libre arbitrio: a menos que pen­ semos que éste consiste en que nada nos provoque de fuera para el bien ni para el mal. Y si alguno quiere achacar al mal estado del cuerpo la causa de nuestras culpas, todo lo que co­ nocemos hace ver que eso es contra toda razón. 142 En efecto, así com o vemos que muchísimos, que an­ tes vivieron incontinentemente esclavos de la lujuria y de la concupiscencia, si han sido reducidos al buen camino por obra de la enseñanza y de la educación, han experimentado un cam­ bio tan profundo que, de lujuriosos y torpes que eran, llega­ ron a ser sobrios, muy castos y morigerados; así también, por el contrario, vemos en otras personas equilibradas y de buenas costumbres, que si se juntan con otros de mala condición y torpes, se depravan sus buenas costumbres con las malas con­ versaciones, y que llegan a ser tales cuales son aquellos a quie­ nes no va en zaga nadie en punto a torpeza; y esto sucede a veces en personas ya de edad madura, de suerte que fueron más continentes en su juventud que cuando en la edad avan­ zada han cedido a una vida licenciosa. Así que la sana razón hace ver que, desde luego, no están en nuestra mano los im­ pulsos que nos vienen de fuera, pero sí que lo está el usar bien o mal de ellos, velando con cautela sobre cóm o debemos reac­ cionar ante ellos ( K o e t s c h a u , o .c . , p .196-201; PG 11.254B255B). C a p ítu lo VI 143 2 . Cuando se promete que al final Dios será todo y en todas las cosas, no hay que pensar que entran en esa cuenta 1 41 -14 2 J a c k s o n , o . c . , p .3 -2 3 ; H 1 43 -14 5 M. R u iz J u r a d o , S. J ., Litt. ecclés. 75 (1 9 7 4 ) 3 -2 4 ; W. M Kirche bis auf Orígenes p .5 3 6 -5 6 0 . olz, o .c ., p .6 3 -8 4 . Le concept du Monde chez Origéne: B u ll. ó l l e r , Die Kosmologte in der christlicher Por eso, hay que examinar con atención el sentido de la expresión que describe la perfección de la felicidad y el fin de las cosas, diciendo que Dios no sólo está en todas las cosas, sino que es todo en todos. Veamos, pues, qué es ese todo que Dios será en todos. 144 3. A mi entender, el decir que Dios es todo en to­ das las cosas significa que es todo también en cada una de las cosas. Y será todo en cada una de las cosas en el sentido de que cuanto podrá percibir, o entender, o pensar la inteligencia pu­ rificada de toda escoria de vicios y limpia de toda mancha de malicia, todo será Dios, y no podrá ya ver ni retener otra cosa sino Dios, que será medida y razón de todas sus acciones: así será Dios todo. Ya no habrá lugar a distinguir el bien y el mal, porque ya no existirá el mal (al ser Dios todo, en quien no cabe el mal); ni deseará más comer del árbol de la ciencia del bien y del mal quien está en posesión del bien y para quien Dios es todo. Así que el fin del mundo, resultando semejante al principio, traerá consigo la restauración del estado que tuvo entonces la naturaleza racional, cuando no tenía necesidad de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal; de suerte que, alejada toda sensación de malicia, sólo el que es el único Dios bueno llegará a ser todo para la creatura, recobrado su ser puro y auténtico; y no sólo en pocas o en muchas cosas, sino en todas será Dios todo. Cuando ya no existirá más la muerte, ni el aguijón de la muerte, ni el mal, entonces con toda verdad será Dios todo en todos ( K o e t s c h a u , o . c . , p.283285; P G 11,337A-B). Orígenes 82 CONTRA CELSO LIBRO II El a lto e je m p lo s o c r á t i c o 145 Sandez suma es también esto: «¿Q u é dios, qué demon o qué hombre sensato, sabiendo de antemano que le iba a pasar todo eso, no hubiera tratado, en lo posible, de evi­ tarlo, y no arrojarse a lo mismo que preveía?» Pues también Sócrates sabía que tenía que beber la cicuta y morir y, de ha­ ber hecho caso a Critón ( P l a t . , Crit. 44-46), podía haberse fu­ gado de la cárcel y no sufrir nada de eso. Sin embargo, según le pareció conforme a razón, prefirió morir com o un filósofo que no vivir contra la filosofía. Y Leónidas, general de los lacedemonios, sabiendo que fatalmente tenía que morir con los defensores del paso de las Termopilas, no tuvo empeño en vi­ vir ignominiosamente, sino que dijo a sus compañeros: «V a­ mos a tomar el desayuno para cenar en el Hades» ( C i c e r ó n , Tuse. disp. I 42,101; P l u t a r c o , Mor. 225D-306D). Y el que tenga gusto en reunir anécdotas semejantes, las hallará en abun­ dancia. ¿Qué tiene, pues, de extraño que Jesús, «aun sabiendo lo que le iba a acaecer, no lo evitara, sino que se arrojó a lo mismo que preveía?» El mismo Pablo, su discípulo, habiendo oído lo que le iba a suceder si subía a Jerusalén, se arrojó intrépidamente a los peligros y reprendió a los que, deshechos en lágrimas, lo rodeaban y trataban de impedir su marcha a Jerusalén (Act 21,12-14). Y muchos de nuestro tiempo sabían muy bien que, confesando el cristianismo, morirían y, con sólo renegar de él, serían absueltos y recobrarían sus bienes; y, sin embargo, despreciaron la vida y aceptaron de buen grado la muerte por su religión. E l m is t e r io d e l a p r e s c i e n c i a d iv in a 146 Seguidamente el judío Celso dice otra sandez com­ parable a la anterior: «Si sabía de antemano que uno lo había de traicionar y otro de negar, ¿cóm o es que no lo temieron com o a Dios, de suerte que ni el uno lo traicionara ni lo negara el otro?» Pero este sapientísimo Celso no vio la con­ tradicción en que cae. Porque si, com o Dios, lo supo de ante­ 145 -16 7 D . R u iz B u e n o , o .c ., p .1 -3 1 . Contra Celso 83 mano, y no era posible fallara su presciencia, tampoco lo era que el que había previsto lo negaría, no lo negara. Y , de ha­ ber sido posible que el uno no lo traicionara ni lo negara el otro, de suerte que no se diera ni el traicionar ni el negar por el hecho de haber sido de antemano advertidos, ya no hubiera salido verdadero el que dijo que uno lo traicionaría y otro lo negaría. Porque, en realidad, conocía la maldad de donde sal­ dría la traición, y esa maldad no se destruía por la mera pres­ ciencia. Y , por el mismo caso, si sabía quién lo había de ne­ gar, predijo la negación, porque vio la flaqueza de que proce­ dería la negación; pero esta flaqueza no podía desaparecer, así inmediatamente, por la mera presciencia. ¿Y de dónde sacaría Celso estotro: «Mas el uno lo trai­ cionó, y lo negó el otro, sin tenerle el menor respeto»? Por­ que, respecto de Judas, que lo traicionó, ya hemos demostra­ do (I I 11) ser mentira entregara a su maestro sin respeto al­ guno; y no menos evidente es respecto del que lo negó, pues, saliéndose afuera, lloró amargamente (M t 26,75). Su p e r f i c i a l i d a d e s de Celso 147 Superficial es también estotro: «Porque es evidente que si uno se percata de antemano que se acecha contra él, si lo advierte a sus acechadores, éstos se apartan y se guardan»; puesto que muchos han armado sus acechanzas aun a quienes las han presentido. Después, com o quien saca la conclusión de su razonamiento, dice: «Luego todo esto no sucedió porque estuviera previsto, pues es imposible; antes bien, el haber su­ cedido demuestra ser mentira que fuera previsto, pues es de todo punto imposible que quienes de antemano fueron adver­ tidos persistieran en traicionar o negar». Pero, refutadas las anteriores premisas, refutada queda con ella la conclusión: «T odo esto no sucedió porque estuviera previsto». Nosotros decimos que sucedió porque era posible; y, puesto que suce­ dió, se demuestra ser verdadera la predicción, pues la verdad de una predicción de lo futuro se juzga por los sucesos reales. Mentira es, por ende, lo que dice Celso sobre que se demues­ tra ser mentira que Jesús predijera lo que predijo. Como es sin tomo lo otro de que «es imposible que quienes de antema­ no fueron advertidos persistieran en traicionarlo y negarlo» (D. Ruiz B u e n o , o . c ., p.126 y 127). Contra Celso Orígenes 84 LIBRO IV La c u e s t ió n « unde m alum ? » 148 Después de esto dice Celso: «Cuál sea la naturaleza del mal, no es fácil lo entienda quien no profese la filosofía; pero baste decir para la muchedumbre que el mal no viene de Dios ( P l a t . , Pol. 379c), sino que es inherente a la materia y habita entre lo mortal ( I d . , Pheait. 176a), mas el ciclo de lo mortal es el mismo desde el principio al fin; y, según los pe­ ríodos señalados, forzoso es que siempre haya sucedido lo mis­ mo, lo mismo sucede y lo mismo sucederá» ( P l a t . , Polit. 269c270a). Dice, pues, Celso que no es fácil conocer el origen del mal para quien no profese la filosofía; lo que daría a entender que el filósofo puede entender fácilmente la génesis del mal; el no filósofo no la comprendería tan fácilmente, le costaría su trabajo; pero, al cabo, sería capaz de comprenderla. Nos­ otros, empero, tenemos que decir a eso que el origen del mal no es fácil de entender ni para un filósofo; y acaso el com­ prenderlo con pureza no sea posible ni aun a los filósofos si no se ve claramente, por inspiración de Dios, qué cosas son males, ni se esclarece cóm o se originaron, ni se entiende de qué manera desaparecerán. 149 En todo caso, como haya que contar entre los males la ignorancia de Dios y hasta sea el mayor de los males no saber la manera de dar culto a Dios y practicar la piedad con El, aun Celso tendrá que reconocer que algunos de los que profesaron la filosofía no conocieron en absoluto el origen del mal, como se ve claro por las diferentes escuelas que en ella existen. En cuanto a nosotros, nadie que no se dé cuenta de que es un mal pensar que se mantiene la piedad en las leyes establecidas conforme a lo que comúnmente se entiende por constituciones políticas, será capaz de entender la génesis del mal. Y tampoco lo será quien no hubiere discutido a fondo lo que atañe al llamado diablo y a sus ángeles (Mt 25,41): quién fue antes de convertirse en diablo, y cóm o se hizo dia­ blo, y por qué causa los que se llaman ángeles suyos aposta­ taron juntamente con él. El que quiera entender ese origen tendrá que discurrir con la mayor puntualidad sobre los démones, que no son obra de Dios en cuanto démones, sino sólo en 1 48 -14 9 B i g g , The Chrislian Platonists of Alexandria p .2 3 9 n t .2 ; p .3 1 3 n t . l . 85 cuanto seres racionales de la especie que fueren. Otro proble­ ma es cóm o vinieron a ser tales que su mente los constituyó en el orden de los démones. En conclusión, si hay algún tema de los que entre los hombres necesitan inquisición difícil de cazar para nuestra naturaleza, entre ellos hay que contar la génesis del mal. El etern o retorno 150 Y o no sé realmente qué provecho pensó sacar Celso en su escrito contra nosotros al tocar de pasada un dogma q u e necesitaría de larga y probable demostración que hiciera ver, en cuanto cabe, que «el ciclo de lo mortal es el mismo desde el principio al fin, y, según los períodos determinados, es forzoso que lo mismo haya sucedido siempre, sucede ahora y sucederá después». Si esto fuera verdad, se acabó nuestro libre albedrío. Efectivamente, si según los ciclos determinados es forzoso que siempre haya sucedido lo mismo, lo mismo su­ ceda ahora y lo mismo haya de suceder después en el período de lo mortal, síguese evidentemente que Sócrates tendrá que s e r siempre filósofo, y se le acusará de introducir nuevas divi­ nidades y corromper a la juventud ( J e n o f . , Memor. I 1,1), y s e rá n Anito y Meleto los que lo acusen y el consejo del Areópago quien lo condene a beber la cicuta. Por modo semejante, s erá eternamente necesario, según los períodos determinados, q u e Falaris sea tirano y Alejandro de Feras cometa las mismas atrocidades, y que los condenados al toro de Falaris mujan siempre dentro del mismo. Si esto se concede, no sé cóm o pue­ da mantenerse nuestro libre albedrío y quepan ya razonable­ mente alabanzas ni vituperios. Habrá que decir contra pareja hipótesis de Celso que, si el ciclo de lo mortal es el mismo desde el principio hasta el fin, y según los períodos determi­ nados forzosamente ha sido siempre lo mismo y lo mismo es ahora y lo mismo será después, forzoso será también que M oi­ sés salga siempre de Egipto con el pueblo de los judíos, y Je­ s ú s venga de nuevo al mundo para hacer lo mismo que ya hizo, no sólo una vez, sino infinitas, según los períodos. Es más, en lo s períodos determinados, los mismos serán cristianos, y otra vez, después de otras infinitas, escribirá Celso su libro con­ tra ellos. Orígenes Contra Celso L os ESTOICOS VAN MÁS ALLÁ QUE CELSO que después de ese aniquilamiento vuelva otra vez a brotar la maldad, es tema que se examinará ex professo en otro tratado. 86 151 Ahora bien, según Celso, sólo el período de lo mortal fue, es y será forzosamente el mismo según los ciclos deter­ minados; pero la mayoría de los estoicos dicen que tal es no sólo el período de lo mortal, sino también el de lo inmortal y de lo que ellos tienen por dioses. En efecto, después de la conflagración universal que ya se ha dado infinitas veces y se dará otras infinitas, el mismo orden se estableció y el mismo se establecerá desde el principio hasta el fin. Sin embargo, para suavizar en lo posible los absurdos, dicen, no sé con qué razón, los estoicos que todos los que vengan según el período serán indistinguibles de los que fueron en períodos anteriores. Así, Sócrates no nacerá de nuevo, sino alguien indistinguible de Sócrates, que se casará con una mujer indistinguible de Jantipa y será acusado por señores indistinguibles de Anito y Meleto (cf. V 20). Ahora bien, yo no entiendo cóm o el mundo haya de ser siempre el mismo y no sólo indistinguible uno de otro, y lo que en él acontezca no será lo mismo, sino solamen­ te indistinguible. Sin embargo, más oportuno será discutir de propósito lo que dice Celso y lo que sientan los estoicos, pues alargarnos sobre ello no dice con el momento ni con el tema presente. D io s, l a b r a d o r q u e t r a b a j a s o b r e e l m u n d o 152 Después de esto dice Celso que «n o se da al hombre lo visible, sino que cada cosa nace y perece por razón de la salud del todo, según el cambio de unas en otras de que antes he hablado» (IV 57.60). Superfluo es detenernos en la refuta­ ción de esta tesis, refutación que hemos expuesto ya según nuestras fuerzas. También hemos hablado sobre que «los ma­ les no puedan ser ni mayores ni menores». E igualmente sobre que «D ios no tenga necesidad de nueva corrección». Porque Dios no corrige al mundo cuando lo purifica por medio de un diluvio o una conflagración, com o un hombre que ha destruido algo deficientemente o ha fabricado un objeto contra las reglas del arte, sino para impedir que se propague más la inundación de la maldad, y, en mi opinión, aniquilándola del todo para provecho del universo. Ahora, si hay alguna razón, o no, para 152-153 B ig g , o .c ., p.313 n t .l. 87 153 Así, pues, por la nueva corrección, Dios quiere siem­ pre instaurar lo caído; porque, si es cierto que, según el orden ele la creación del universo, todo está por El ordenado de la manera más bella y segura, no por eso deja de ser necesario curar a los que sufren de la maldad y al mundo entero que está com o manchado por ella. Y nunca se descuidó Dios, ni se descuidará, de hacer en cada tiempo lo que conviene que haga en un mundo mudable y cambiable. Y a la manera como el labrador, según las diferentes estaciones del año, ejecuta labores agrícolas distintas sobre la tierra y sus productos, así Dios ordena todos los siglos com o una especie de estaciones, digámoslo así, haciendo en cada una de ellas lo que pide la raza noble para todo el universo. Y eso, en su pura verdad, sólo Dios lo conoce con entera claridad y sólo El lo lleva a cabo. E l m a l e s s ie m p r e m a lo 154 También sentó Celso cierta tesis acerca del mal, que es del tenor siguiente: «A un cuando algo te parezca un mal, todavía no está averiguado que lo sea, pues ño sabes lo que te conviene a ti, a otro o a todo el universo». Muestra real­ mente este modo de hablar alguna discreción; mas, por otra parte, da a entender que la naturaleza del mal no es de todo punto reprochable, pues cabe que sea conveniente para el todo lo que en un individuo es tenido por un mal. No quisiéra­ mos que nadie, malentendiendo lo que decimos, tomara oca­ sión de obrar mal, pensando que su maldad es útil o, por lo menos, puede ser útil para el todo; por eso diremos que Dios, respetando nuestro libre albedrío, se vale de la mal­ dad de los malos para la ordenación del universo, sometién­ dolos al provecho del todo; mas no por eso deja de ser re­ prensible el malo, y com o reprensible se le somete a un servi­ cio que cada uno debe abominar por más que sea de prove­ cho para el todo. Es como si se dijera que, en una ciudad, un reo de tales o tales crímenes, condenado por ellos a ciertos trabajos públicos, provechosos para la comunidad, ejecuta, des­ de luego, cosas útiles a la ciudad entera, pero él tiene que ocuparse en cosa que nadie medianamente inteligente quisiera 154 D . R u iz B uen o , o .c ., p.303 nt.47. 89 Orígenes Contra Celso para sí. Y Pablo, apóstol de Jesús, nos enseña que aun los más malvados contribuyen, desde luego, al bien del todo, pero ellos de por sí se hallan en estado abominable; los más útiles, empero, para el todo son los muy buenos, que tienen en sí mismos motivo para que se los coloque en el mejor lugar. He aquí sus palabras: En una gran casa no sólo hay utensi­ lios de oro y plata, sino también de madera y arcilla, y unos para honor y otros para deshonor. Ahora bien, el que se pu­ rificase a sí mismo será utensilio para honor, santificado y útil para su señor, apercibido para toda obra buena (2 Tim 2 ,2 0 ). Me parece necesario poner esta acotación a la tesis de Celso: «A un cuando algo te parezca un mal, todavía no está averi­ guado si lo es, pues no sabes lo que te conviene a ti o a otro», a fin de que nadie tome ocasión de este pasaje para pecar, imaginando que, por su pecado, será útil al todo. dónales. El que dijera que los encargados del mercado no proveían más a los hombres que a los perros por el hecho de que también los perros gozan de la abundancia de los víve­ res, cometería un error; por el mismo caso, Celso y los que piensan com o él cometen una impiedad contra Dios, que pro­ vee a las racionales, al afirmar que todo esto no se da más para alimentar a los hombres que a las plantas y árboles, a las hierbas y espinas. 88 E l h om bre, f in p r in c ip a l d e la s cosa s 155 Luego nQs recrimina largo y tendido por decir que Dios lo ha hecho todo para el hombre. Y quiere demostrar, por la historia de los animales y por la industria de que dan pruebas, que todo se produce no menos por razón de los ani­ males irracionales que de los hombres. Y paréceme a mí ha­ blar Celso como quienes, llevados del odio de sus enemigos, acusan a estos de lo mismo por que son alabados sus mejores amigos. Porque así com o a éstos los ciega el odio para no ver que están acusando a sus mejores amigos en lo mismo que piensan vituperar a sus enemigos, así Celso, hombre de pen­ samiento confuso, no vio que acusa a los filósofos de la Stoa, que, no sin razón, anteponen al hombre y, en general, a la naturaleza racional, a todos los irracionales. Por esta natura­ leza racional dicen ellos que hizo principalmente la Providen­ cia todas las cosas. Lo racional, com o cosa principal que es, tiene razón de hijos que nacen; lo irracional, empero, y lo inanimado lo tiene de membrana que se forma a par del niño. Y o, por mi parte, me pongo esta comparación: los ins­ pectores de los víveres y del mercado sólo cumplen su cargo por razón del hombre, pero gozan también de lo que sobra los perros y otros animales; así, la Providencia provee prin­ cipalmente a los racionales; pero, por concomitancia, de lo que se hace por razón de los hombres gozan también los irra155 D. Ruiz B u e n o , o .c ., p.307 nt.48 T odo es obra de D io s 156 Porque piensa primeramente «n o ser obras de Dios los truenos, relámpagos y lluvias», con lo que ya epicureiza con alguna mayor claridad; y en segundo lugar afirma que, «aun concediendo que todo ello sea obra de Dios, no sucede más para alimentarnos a nosotros que a las plantas y árbo­ les, yerbas y espinas», con lo que sienta, com o verdadero epi­ cúreo, que todo esto sucede al acaso y no por providencia. Y es así que, si todo esto no nos aprovecha a nosotros más que a las plantas y árboles, a las hierbas y espinas, es evidente que no proceden de la providencia o, en todo caso, no de una providencia que se cuide más de nosotros que de los árboles, la hierba y las espinas. Cada uno de los dos extremos es claramente impío, y fuera necio contradecir tales cosas cuan­ d o impugnamos al que nos acusa de impiedad. A cualquiera se le alcanza, por lo dicho, quién es el impío. 157 Luego dice: «Aunque se diga que todo esto se cría para los hombres (se trata evidentemente de las plantas y ár­ boles, de las hierbas y espinas), ¿qué razón hay para decir que nacen más bien para los hombres que para los más fieros animales?» Diga, pues, Celso sin rebozo que tamaña variedad de productos de la tierra no es obra de la Providencia, sino que un concurso fortuito de átomos produjo tantas cualida­ des. Si por casualidad también serían semejantes entre sí tan­ tas especies de plantas, árboles y hierbas, no habría habido una razón artífice que las creara, ni tendrían su origen en una inteligencia que sobrepasa toda admiración. Pero nos­ otros, los cristianos, que estamos consagrados al Dios único que creó todas estas cosas, damos también gracias al artífice de ellas porque nos preparó tan magnífico hogar a nosotros 157 D. Ruiz B u en o , o .c ., p .3 0 9 n t.4 9 . Orígenes Contra Celso y, por causa nuestra, a los animales que están a nuestro ser­ vicio: tos para las artes al servicio de la comida. La necesidad de protección o vestido inventó, por otra parte, el arte textil, de cardar la lana y de hilar y, de otra, la arquitectura o arte de construir. La indigencia de lo necesario para la vida hizo tam­ bién que, gracias a la navegación y arte náutica, los productos de una parte se transporten a otra en que carecen de ellos De modo que, en este aspecto, es de admirar la Providencia por haber hecho convenientemente al animal racional más in­ digente que a los irracionales. Así se explica que los irraciona­ les tengan a mano su alimento, pues no les queda «vocación para inventar artes, y tienen también vestido natural, unos de pelo, otros de plumas, quiénes de escamas, quiénes de con­ chas . . . » 90 A sí para el ganado pastos creas, y en servicio del hombre verde hierba, y el pan se saque de la tierra, y dulce vino que regocije el corazón del hombre. La cara con el óleo resplandece y el pan conforta el corazón del hombre. (Sal 103,14s.) Y que Dios preparara también alimento para los más fieros animales nada tiene de maravillar, pues otros filósofos dijeron que también estos animales fueron creados para ejercicio del animal racional, y uno de nuestros sabios dice en algún lu­ gar: No digas: ¿Q ué es esto o para qué es esto? Porque todo ha sido creado para sus fines. Ni digas tampoco: ¿Q u é es esto o para qué? Porque todo se buscará en su momento oportuno (Ecl 39,26.40). L a n e c e s id a d , m ad re d e l a s a rtes 158 Luego Celso, en su tema de que la Providencia no creó más bien para nosotros que para los más feroces anima­ les los productos de la tierra, dice: «A la verdad, nosotros, con fatigas y trabajos, apenas si a fuerza de sudores logra­ mos nuestro sustento; para ellos, empero, «todo nace sin siem­ bra y sin arado» (Odyssea 9,109; cf. L ucr., Rerum nat. 218ss). Y es que no vio que, queriendo Dios que se ejercitara la inteligencia humana, para que no permaneciera ociosa e igno­ rante de las artes, hizo al hombre necesitado. Así su necesi­ dad misma le obligaría a inventar las artes, unas para alimen­ tarse, otras para protegerse. Y , en efecto, para los que no ha­ bían de inquirir las cosas divinas ni consagrarse a la filosofía, mejor les era carecer de las cosas a fin de sentirse acuciados a inventar las artes por el uso de su inteligencia que no, por abundar de todo, dejar su inteligencia sin cultivo. Lo cierto es que la carencia de lo necesario para la vida inventó la agri­ cultura, el cultivo de la vid, las artes de la huerta, no menos que las de carpintería y herrería, que proporcionan instrumen­ 158 D. Ruiz B u e n o , o .c ., p .3 1 0 n t.5 0 . Sín t e s is de Celso y 91 O r íg e n e s 159 A todo esto une Celso este colofón: «N o fue, pues, hecho el universo para el hombre, com o tampoco para el león, ni para el águila o el delfín, sino para que este mundo, com o obra de Dios, se desarrolle íntegro y perfecto en todas sus partes. A este fin está todo sometido a medida, no por in­ terés mutuo de las cosas, a no ser accidentalmente, sino por el interés del todo. De este todo se cuida Dios y jamás lo abandona su providencia, ni se hace peor, ni lo retorna Dios a sí mismo después de tiempos. No se irrita contra los hom­ bres, como tampoco contra los monos ni las moscas, ni ame­ naza a los seres, cada uno de los cuales ha recibido su por­ ción correspondiente». Pues respondamos a esto siquiera bre­ vemente. Por lo anteriormente dicho creo haber demostrado cómo todo ha sido hecho para el hombre y para todo ser racional, pues para el animal racional fue principalmente crea­ do todo. Diga, pues, Celso en hora buena que no fue hecho el universo para el hombre, com o tampoco para el león y de­ más animales que enumera; nosotros diremos que, efectiva­ mente, ni para el león, ni para el águila, ni para el delfín hizo el Creador el mundo; sí, empero, para el animal racional y «para que este mundo, com o obra que es de Dios, se des­ arrolle íntegro y perfecto en todas sus partes». Este punto convenimos estar bien dicho. Y no se cuida Dios solamente, como piensa Celso, del universo, sino también, aparte del universo, particularmente de todo ser racional. Nunca, cier­ tamente, abandona la Providencia el universo; pues si una parte de él se torna peor por los pecados del ser racional, El Contra Celso Orígenes ordena que se purifique y trata de atraérselo después de tiem­ pos a sí mismo. Tampoco se irrita contra monos ni moscas; pero sí que juzga y castiga a los hombres por traspasar los impulsos naturales, y les amenaza por medio de los profetas y del Salvador, que vino a vivir con todo el género humano. Así, por la amenaza, se convierten los que la escuchan; mas los que descuidan las palabras propias para su conversión, reciben el castigo merecido, que es conveniente imponga Dios, según su voluntad, que mira al bien del todo, a quienes ne­ cesitan de esta cura y corrección tan penosa. Mas el libro cuarto ha alcanzado ya volumen suficiente, y aquí, com o quiera, ponemos término a nuestro razonamiento. Concédanos Dios por su H ijo, que es Dios Verbo, sabiduría, verdad y justicia, y todo lo demás que la teología de las Sa­ gradas Escrituras predica sobre El, comenzar el libro quinto para bien de los lectores, y acabarlo felizmente por la presen­ cia de su Verbo, que mora en nuestra alma (D . R u iz B ueno , o.c., p.299-330). 93 Mas si el ser a imagen de Dios está en el compuesto, seguiríase necesariamente que Dios es compuesto, y también cons­ taría como de cuerpo y alma; así, lo superior de su imagen es­ taría en el alma; lo inferior, lo que atañe al cuerpo, en el cuerpo, cosa que nadie de nosotros afirma. Resta, pues, que el ser a imagen de Dios haya de entenderse del hombre inte­ rior, como lo llamamos nosotros (E f 3,16), que se renueva y es naturalmente capaz de formarse a imagen del que lo creó (Col 3,10). Tal acontece cuando el hombre se hace perfecto, como es perfecto el Padre celestial (M t 5,48), y oye el man­ dato: Sed santos, porque yo, el Señor, Dios vuestro, soy san­ to (Lev 19,2), y aprende estotro: Sed imitadores de Dios (Ef 5,1). Entonces toma el hombre en su alma virtuosa los rasgos de Dios; y también el cuerpo del que, por razón de la imagen de Dios, ha tomado los rasgos de Dios, es un templo (1 Cor 6,19; 3,16); el cuerpo, digo, del que tiene tal alma; y, en el alma, por razón de ser conforme a la imagen de Dios. P l a t o n is m o y c r is t ia n is m o LIBRO V I E l h o m b r e , im a g e n d e D i o s 160 Luego no vio tampoco Celso la diferencia que va en­ tre ser conforme a la imagen de Dios (Gén 1,27) y ser «ima­ gen de D ios» (Col 1,15); pues imagen de Dios es el Primo­ génito de toda la creación, el Logos en sí, la verdad en sí y la sabiduría en sí, que es imagen de su bondad (Sab 1,26), y hasta todo varón, cuya cabeza es Cristo, es imagen y gloria de Dios (1 Cor 11,37). Ni comprendió tampoco en qué parte del hombre está impresa esa imagen de Dios, es decir, en el alma que no ha tenido, o que ya no tiene, al hombre viejo con sus obras (Col 3,9), y, por no tenerlo, se dice ser a ima­ gen de su Creador. De ahí es que Celso diga: «Tam poco hizo al hombre imagen suya, pues Dios no es tal, ni se asemeja a forma otra alguna». Pero ¿es posible pensar que la imagen de Dios está en la parte inferior del hombre, ser compuesto, quiero decir, en su cuerpo y, com o Celso lo interpretó, que éste sea la imagen de D ios? Porque, si el ser según imagen de Dios se da en el cuerpo solo, la parte superior, que es el alma, queda privada de ser a imagen de Dios, y ésta estaría en el cuerpo corruptible, cosa que nadie de nosotros dice. 160 B o rret, o .c ., I I I p.336 n t.l; II I p.339 nt.l. 161 Luego ensarta Celso, por su cuenta, cosas y más co­ sas, como concedidas por nosotros, siendo así que ningún cris­ tiano que tenga inteligencia las concede. Porque nadie de nosotros concede que «D ios participe de figura o color». Ni tampoco participa de movimiento El, que, por estar firme y tener naturaleza firme, convida a lo mismo al justo cuando dice: Tú, empero/estáte aquí conmigo (Dt 5,31). Ahora bien, si hay frases que parecen atribuirle movimiento, com o la que dice: Oyeron al Señor Dios que se paseaba por el paraíso al atardecer (Gén 3,8), hay que entenderlo en el sentido de que los que habían pecado se imaginaban que Dios se movía, o como se habla figuradamente del sueño de Dios, de su ira o cosas por el estilo. Y tampoco participa Dios de la substancia (o esencia: ousía), pues El es participado, más bien que participa, y es participado por quienes tienen el espíritu de Dios. Por el mis­ mo caso, nuestro Salvador tampoco participa de la justicia, sino que, siendo El la justicia misma, de El participan los justos. Por lo demás, mucho— y difícil de entender— habría que decir acerca de la substancia, señaladamente si tratáramos de 161 B ig g , o .c ., p.210 n t.l; B orret, o .c ., I II p.340 nt.l. Orígenes Contra Celso la substancia propiamente dicha, que es inmóvil e incorpórea. Habría que inquirir si Dios, «p or su categoría y poder trans­ ciende toda substancia» ( P l a t ., Pol. 509b; cf, infra V II 38); El, que hace participar en la substancia a los que participan según su Logos, y al misma Logos; o si también El es sus­ tancia, a pesar de que se dice de El ser invisible en la pala­ bra de la Escritura, que dice sobre el Salvador: El cual es imagen del Dios invisible (Col 1,15); texto en que la voz «invisible» quiere decir incorpóreo. Habría igualmente que investigar si el Unigénito y Primogénito de la creación debe decirse ser la substancia de las substancias y la idea de las ideas y el principio; pero que Dios, Padre suyo, transciende todos estos conceptos. imposible que quien lo encontrare lo manifieste a todos. A ho­ ra bien, diga Platón en hora buena ser cosa de trabajo encon­ trar al hacedor y padre de todo este universo, a par que da a entender no ser imposible a la naturaleza humana hallar a Dios dignamente; y, si no dignamente, más por lo menos de lo que alcanza el vulgo. Si eso fuera verdad, si Dios hubiera sido en verdad hallado por Platón o alguno de los griegos, no hubieran dado culto, ni hubiera llamado Dios ni adorado a otro que a El, ora abandonándolo, ora asociando con El cosas que no pueden asociarse con tan gran Dios. Nosotros, empero, afirmamos que la naturaleza humana no es en mane­ ra alguna suficiente para buscar a Dios y hallarlo en su puro ser, de no ser ayudada por el mismo que es objeto de la bús­ queda. Es, empero, hallado por los que después de hacer cuan­ to está en su mano, confiesan que necesitan de su ayuda; y se manifiesta a los que cree razonable manifestarse, en la medida que un hombre puede naturalmente conocer a Dios y alcanzarlo un alma humana que mora aún en el cuerpo. 94 LIBR O V II O r íg e n e s a d m ir a a P latón 162 Seguidamente nos remite a Platón, com o a más eficaz maestro de teología, y cita el texto del Timeo que dice así: «Ahora bien, al hacedor y padre de todo este mundo, obra es de trabajo encontrarlo e imposible que, quien lo encontra­ re, lo manifieste a todos» ( P l a t ., Tim. 28c). Y luego prosi­ gue Celso: «Y a veis cóm o buscan videntes y filósofos el ca­ mino de la verdad y cóm o sabía Platón que no todos pueden andar por él. Mas, com o quiera que los sabios la han ha­ llado, para que alcancemos alguna noción de lo que no puede nombrarse (V I 65) y es la realidad primera, noción que nos lo manifieste o por comparación con las demás cosas o por separación de ellas o por analogía, quiero explicar lo, por otra parte, inefable; aunque mucho me maravillaría de que vos­ otros me podáis seguir, atados como estáis completamente a la carne y que nada miráis limpiamente» (cf. V II 36). 163 Magnífico y no despreciable es el texto citado de Platón; pero de ver es si no se muestra más amante de los hombres la palabra divina al introducir al Logos, que estaba al principio en Dios, Dios Logos hecho carne, a fin de que pu­ diera llegar a todos ese mismo Logos que Platón dice ser 162 B i g g , o . c . , p.194; B o r r e t , o . c . , IV p. 111 nt.2; 112 nt.l. 162-167 H. D o r r i e , Dte platonische Theologie des Kelsos in ihrer Auseinandersetzung mit der christlicher Theologie. Auf grund von Orígenes «Contra Celsum» 7,42 (Gottingen 1967). 162-163 W o l f s o n , o.c., p.104. D ios es in e f a b l e e 95 in v is ib l e 164 Además, al decir Platón que quien hallare al hace­ dor y padre del universo, es imposible que lo manifieste a todos, no afirma que sea inefable e innominable, sino que, aun siendo decible, sólo puede hablarse de El a pocos. Lue­ go, como si se hubiera olvidado de las palabras que cita de Platón, dice Celso ser Dios innominable: «Mas, com o quiera que fue hallado por los hombres sabios el camino de la ver­ dad, para que alcancemos alguna noción del que no puede nombrarse y es la realidad prim era»... Mas nosotros no sólo afirmamos ser Dios inefable, sino también otras cosas que es­ tán por bajo de El; cosas que, forzado a explicar, dijo Pablo: Oí palabras inefables, que no es lícito al hombre pronunciar (2 Cor 12,4). Paso en que « o í» se emplea en el sentido de «entendí», a la manera del texto evangélico: El que tenga oídos para oír, que oiga (Mt 11,15). 165 Realmente, también nosotros decimos ser difícil ver al hacedor y padre del universo; sin embargo, es visto, no sólo según el dicho: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8), sino según lo que dice el que es imagen del Dios invisible (Cor 1,15): El que me ve a mí, ve al Padre que me ha enviado (Jn 14,9). Nadie que Orígenes Contra Celso tenga inteligencia dirá que, al decir Jesús: El que me ve a mí, ve al Padre que me ha enviado, se refiere a su cuerpo sensi­ ble, que veían los hombres. En tal caso, habrían visto al Pa­ dre los que gritaron: Crucifícalo, crucifícalo (Le 23,21; Jn 19, 60), y Pilato, que tenía autoridad sobre lo que en Je­ sús había de humano (Jn 19,10), lo cual es absurdo. No, las palabras: El que me ve a mí, ve también al Padre que me ha enviado no deben tomarse en interpretación ordinaria, y así se ve por el hecho de haberse dicho a Felipe: ¿Panto tiempo como estoy con vosotros, y no me conoces, Felipe? (Jn 14,9). Que fue lo que Jesús le respondió cuando Felipe le rogó diciendo: M.uéstranos al Padre, y basta (ibid., 8 ). En conclusión, el que entiende cómo debe pensar acerca del Dios unigénito, H ijo de Dios, primogénito de toda la creación (C ol 1,15) y cómo el Logos se hizo carne, verá cómo, con­ templando la imagen del Dios invisible, conocerá al padre y hacedor del universo. 167 Y o creo que Dios, al ver la arrogancia y el desprecio de los demás en quienes alardean de haber conocido a Dios y aprendido de la filosofía los misterios divinos, y, sin embargo, no de otro modo que los más incultos, se van tras los ídolos y sus templos y sus famosos misterios, escogió lo necio del mundo, a los más simples de entre los cristianos, pero que viven con más moderación y pureza que los filósofos, a fin de confundir a los sabios (1 Cor 1,27), que no se ruborizan de conversar con cosas inanimadas, com o si fueran dioses o imá­ genes de los dioses. Porque ¿qué hombre con algún enten­ dimiento no se reirá del que, después de tales y tantos dis­ cursos de la filosofía acerca de Dios, está contemplando las estatuas y dirige a ellas su oración o, por la vista de ellas, al que se imagina debe subir su oración desde lo visible y mero símbolo, cuando él la ofrece al que espiritualmente se entiende? Un cristiano, empero, por ignorante que sea, está persuadido de que todo lugar es parte del universo, y todo el mundo templo de Dios. Y , orando en todo lugar, cerrados los ojos de la sensación y despiertos los del alma, trascien­ de el mundo todo. Y no se para ni ante la bóveda del cielo, sino que llega con su pensamiento hasta el lugar supraceleste ( P l a t ., Phaidr. 247a) guiado por el espíritu de Dios; y, como si se hallara fuera del mundo, dirige su oración a Dios, no sobre cosas cualesquiera, pues ha aprendido de Jesús a no bus­ car nada pequeño, es decir, nada sensible, sino sólo lo grande y de verdad divino, aquellos dones de Dios que nos ayudan a caminar hacia la bienaventuranza que hay en el mismo, por medio de su H ijo, el Logos Dios (D. R uiz B u e n o , o .c ., p.496499). 96 El mundo entero, tem plo de D io s 166 Ahora bien, Celso opina que se conoce a Dios o por composición con otras cosas, a la manera de la que entre los geómetras se llama síntesis ( = composición), o por separación de las otras cosas ( = análisis), o por analogía, a la manera de la que entre los mismos geómetras se llama así, y que por lo me­ nos puede uno llegar de este modo «a los umbrales de los buenos» ( P l a t ., Phileb. 64c). Sin embargo, cuando el Logos de Dios dice: Nadie conoce al Padre sino el Hifo, y aquel a quien el Hijo lo revelare (M t 11,27), afirma que Dios es co­ nocido por cierta gracia divina, que no se engendra en el alma sin intervención divina, sino por una especie de inspiración. Y , a la verdad, lo probable es que el conocimiento de Dios esté por encima de la naturaleza humana, lo que explicaría haya tantos errores entre los hombres acerca de Dios; y sólo por la bondad y amor de Dios a los hombres y por gracia maravillosa y divina llega ese conocimiento a quienes previo la presciencia divina que vivirían de manera digna del Dios que han conocido. Son los que por nada violan la piedad para con El (cf. V 52), así sean conducidos a la muerte por quienes ignoran lo que es la piedad y se imaginan ser cualquier cosa menos lo que ella es; así se los tenga igualmente por el colmo de la ridiculez (cf. V II, 36). 166 B ig g , o .c ., 167 B orret, o .c ., IV p.120 nt.l* p.194. Los filósofos medievales 1 97 Contra Eunomio SAN es. Pues las cosas que se dicen según esa manera de pensar, como no consisten más que en palabras y en la pronunciación, se pierden o disuelven a una con las palabras. BASILIO (330P-379) O bras p r in c ip a l e s de in t e r é s f il o s ó f ic o : 'A v a - c p e x T i z o ; tou ’A xoü îuooepoûç Eùvo(itou ( « Adversus Eunom ium». Contra Eunom io) (363-365); Hep! xou <77tou nveujiaxoi; (D el Espíritu Santo) (37 5 ?); Carta 8 ; Carta 210; Carta 214. E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : Contra Eunom io: M i g n e , P G 29,497-669; D el Espíritu Santo: ibid., 32,67-217; Carta 8 : ibid., 32.248C; Carta 210: ibid., 32.775B; Carta 214: ibid., 32,790A. Trad, del editor. B i b l i o g r . g e n .: A . B e n i t o y D u r a n , El nominalismo arriano y la filosofía cristiana: Eunomio y San Basilio: Augustinus 5 (1960) 206-226; P. A l l a r d , Saint Basile, 4.a ed. (Paris 1903); P. A l l a r d y J. B e s s e , art. Basile de Césarèe: Diet. Théol. Cath. I I (Paris 1905) c.441-459; R. A r n o u , Unité numérique et unité de nature chez les Pères après le Concile de N icée: Greg. 15 (1934) 242-254; T . B . S t r o n g , T he History o f the Theological Term Substance: Journ. o f theol. Stud. 2 (1901) 224-235; 3 (1902) 22-40; 4 (1903) 28-45; R. R o u g i e r , Le sens des termes oùata, ú x ó a t a a » ; et x p ó a u i x o v dans les controverses postniciennes: Rev. Hist. Rel. 73 (1916) 48-63; 74 (1917) 133 ss.; A . G r a n d s i r e , Nature et hypostases divines dans S. Basile: Rech. sc. rel. 13 (1923) 130-152; H . L. R i v a s , El conocim iento analógico de Dios en los Santos Padres de Capadocia: Rev. de Teol. 6 (1959) 68-74; H . A . W o l f s o n , T he Philosophy o f the Curch Fathers I, Faith, Trinity, Incarnation (Cam­ bridge, Mass. 1956) p.337-346; J. F. C a l l a h a n , G reek Philosophy and the Cappadocian Cosm ology: Dumbarton Oak Papiers (Cambridge, Mass.) 12 (1958) 95-124; C . P e r a , I teologi e la teología dal I I I al TV secolo: Aug. 19 (1942) 78-95 (Eunom io y la reacción de San Basilio); J. Q u a s t e n , Patrología I I (trad. esp. por I. O ñ a t i b i a , Madrid 1962) p.210-247; Ü b e r w e r g - G e y e r , Grundriss der Geschichte der Phil., Z w . Teil, elfte. A ufl. (Berlin 1928) p.81ss. (Bibl. p.659); R. D e f e r r a r i , Saint Basil, The Letters, Loeb Classical Library, 4 vols. (Londres y Cambridge, Mass., 1926-1939; reimpr. 1950); Y . C o u r t o n n e , Saint Basile. Lettres I (Ep. 1-100) (Paris 1957). CONTRA EUNOM IO LIBRO I 168 .. . E u n . — Cuando decimos ingénito, pensamos que glorificamos a Dios, no con el nombre solo, según la manera de pensar humana, sino que cumplimos con el máximo deber que tenemos para con El, el de reconocer lo que en realidad 168-179 B e n it o y D uran, o .c .: P era, o .c ., p.78-95. 99 169 B a s . — Niega que el ser ingénito se considere en Dios según nuestra manera de pensar; creyendo que con eso se le presenta fácil la tarea de probar que la ingeneración es la sus­ tancia o esencia (oúaía) de Dios, y que de ahí podrá demos­ trar apodícticamente que el H ijo unigénito es desemejante al Padre en la sustancia o esencia misma (oúaía). Por eso se aferra a la expresión «manera de pensar» com o absolutamente desprovista de toda significación, y consistente tan sólo en la mera pronunciación externa, y pretextando que es indigno de Dios el caracterizarlo con nuestras maneras de pensar. Y o, por mi parte, no pondré fuerza alguna en afirmar si el Unigénito es o no cognoscible por nuestros conceptos o formas menta­ les antes de que nos informe de ello un examen racional. 170 Sí que le haría esta pregunta: ese concepto (¿Tcívoia) ¿no significa absolutamente nada, sino que es un puro sonido que sale de los labios? Pero eso no es un pensamiento, sino que su nombre propio es locura o vaciedad. Si concede que el concepto significa algo, pero completamente falso e inconsis­ tente, como se fingen los centauros y las quimeras, ¿cómo es que ese falso significado desaparece a una con la pronuncia­ ción oral, cuando ésta se difunde y se dispersa en el aire por completo, mientras que los pensamientos o conceptos falsos permanecen en la mente? Cuando el alma se ha llenado de toda suerte de ficciones y fantasías en los sueños o en otras actividades suyas imaginativas, una vez que las retiene en la memoria, si después las expresa por la palabra, no por eso se desvanecen, a una con la pronunciación de la voz, esas fanta­ sías. Traería entonces grandes ventajas el proferir falsedades, toda vez que éstas, por su propia naturaleza, se desvanecerían a una con las palabras: lo malo es que la naturaleza de las cosas no es así. Parece, pues, que no nos queda sino demostrar cóm o y en qué cosas la costumbre se sirve de la expresión «concepto» (éitívoia), y cómo la Sagrada Escritura ha acogido ese uso. 171 Pues bien: vemos que las cosas que en una primera impresión se presentan de súbito a la mente com o simples y únicas, pero que, después de un atento examen, aparecen con 169 M ig n e , P G 2 9 ,5 2 1 n t.2 7 . San Basilio Contra Eunomio alguna diversidad y divididas por la mente, se las dice mental­ mente divisibles. Por ejemplo, la primera aprehensión atestigua que el cuerpo es simple; mas, en cuanto interviene la razón, lo evidencia como múltiple en color, figura, dureza, magni­ tud, etc. Asimismo, los objetos que no tienen consistencia en sí, sino que sólo son com o ciertas pinturas de la mente y de la fantasía, com o son las creaciones de los poetas y de los pinto­ res para conmover a las gentes, se dice también por la costum­ bre que son objetos de contemplación intelectual. que el término ingénito se tome de otra manera. Llamamos in­ corruptible e ingénito al Dios universal, imponiéndole esos nombres conforme a sus diversos aspectos. Así, cuando nos p o­ nemos a pensar en los tiempos pretéritos y advertimos que la vida de Dios está más allá de todo principio, lo llamamos ingé­ nito; y cuando proyectamos nuestra visión a los siglos veni­ deros, reconociéndolo como infinito e inmenso y carente de todo término, lo llamamos incorruptible. Así, pues, com o al carácter de la vida de no tener fin lo llamamos incorruptibilidad, al de carecer de principio lo llamamos ingeneración, con­ siderando con la mente cada uno de ellos. 100 172 Eunomio, por ignorancia o por malicia, no hace men­ ción de todas esas clases de objetos, y sólo filosofa sobre la percepción de los objetos inconsistentes; y ni aun la natura­ leza de ésta expone con veracidad. No dice, en efecto, que sig­ nifique algo, ni aun falso, sino que sostiene que el nombre está completamente desprovisto de significado, y que todo su ser se reduce a la sola pronunciación. Pero la verdad es que tan lejos está ese nombre de concepto (eitívota) de aplicarse tan sólo a las fantasías vanas e inconsistentes, que, después de recibida de la sensibilidad la primera concepción (vÓ7¡|ta), da­ mos el nombre de concepto ( é;rívoia ) a la consideración (éitev0úp.y¡3iv) más sutil y exacta del objeto: de donde vino la costumbre de llamarla examen, si bien no con toda propiedad. Por ejemplo, el simple concepto (vor¡¡ia) del trigo se halla en todos, de suerte que lo reconocemos al punto en cuanto se presenta; pero, en un examen más atento, se afrece a la men­ te la consideración de muchas cosas, y una gran diversidad de nombres que designan a otras tantas cosas. Así, llamamos; trigo ora al fruto, ora a la semilla, ora al alimento: al fruto, com o fin o término del proceso del cultivo; a la semilla, com o principio del mismo; y al alimento, como idóneo para el cre­ cimiento del cuerpo que lo toma. Cada uno de esos aspectos mencionados es objeto de la consideración de la mente, y no se desvanece con el cese de la pronunciación oral. En una pa­ labra, de cuantas cosas son conocidas por la sensación y pre­ sentan diversos aspectos inteligibles, y aparecen com o simples en su sujeto, se dice que son objetos de la consideración men­ tal (áitívota)... 173 ¿Qué de absurdo hay entonces en tomar de esa ma­ nera lo que se dice del Dios universal conforme al modo de pensar humano, y, ante todo, esa denominación sobre la cual versa toda la presente disputa? En ninguna parte hallaremos 172 M ig n e , PG 29,522 nt.31. 101 174 ¿Qué razón, entonces, será suficiente para negar tan­ to el que pensamos esos dos nombres com o el que en ellos se contiene la confesión de lo que en realidad es Dios? Pero Eunomio separa com o si fuesen contradictorias e inconciliables entre sí estas dos cosas: el afirmar algo conforme a la manera de pensar humana (con conceptos humanos), y el declarar lo que Dios es. 8. No dejemos pasar inadvertida su simulación de piedad, para la perdición de los que le oyen, al decir que lo que él hace es no caracterizar a Dios con el apelativo de ingénito conforme al modo de pensar humano, pero que cumple con el deber más sagrado para con El reconociendo lo que es. 175 ¿Q ué palabras serán suficientes para poner de ma­ nifiesto lo torcido de esas maniobras? Intenta atemorizar a los espíritus sencillos con la insinuación de que no dan a Dios lo que deben si no confiesan que la ingeneración es su sustancia o esencia; y, en cambio, a su propia impiedad le da el nombre del pago de una deuda, de suerte que parezca que no dice nada de su propia iniciativa, sino que no hace más que cum­ plir con lo que se le debe a Dios. Más aún, hace saber a los de­ más que, si ponen el carácter de ingenerado en la sustancia o esencia, quedarán libres de toda pena; pero que, si lo inter­ pretan de otro modo, según el piadoso modo de pensar, enton­ ces incurrirán en una ira implacable, por haber dejado de cum­ plir el más noble y urgente deber. 176 En vista de ello, tendría yo sumo placer en pregun­ tarle si esa cautela la observa por igual en todas las afirma­ ciones que se hacen sobre Dios, o sólo cuando se trata de este nombre. Porque, si no quiere hacer ninguna especulación de Dios conforme al modo de pensar humano, por no aparecer San Basilio Carta 8 que caracteriza a Dios con categorías humanas, tendrá que re­ conocer que todo lo que se diga de Dios es por igual sus­ tancia (oúaía). ¿Cómo, entonces, no será ridículo el decir que el poder creador es (lo mismo que) (su) sustancia (esencia)? ¿O que la providencia o la presciencia es (lo mismo que) sus­ tancia (esencia)? ¿O , en una palabra, que toda acción es (lo mismo que) (su) sustancia (esencia)? Si todos esos términos apuntan a un mismo significado, es absolutamente forzoso que todos ellos sean equivalentes o intercambiables, com o sucede en los que tienen muchos nombres, como, por ejemplo, una misma persona se llama Simón, Pedro y Cefas. En consecuen­ cia, el que oiga «inmutabilidad» de Dios, dará en pensar «ingeneración»; y lo mismo, al que oiga que es indivisible, vendrá a las mientes su poder creador. ¿Puede imaginarse algo más absurdo que semejante confusión de quitar a cada nombre su propia significación, enfrentándose con el uso común y con lo que nos enseña el E spíritu?... (P G 29,520C-526E). distingue los diversos aspectos y desecha los conceptos de lo que El no es. 102 177 10. ... N o hay ningún nombre que sea capaz de abarcar toda la naturaleza de Dios y de declararla suficientemen­ te; pero muchos y diversos, cada uno con su propia significa­ ción, llegan a formar un conocimiento oscuro, sí, y sumamente exiguo si se compara con todo el objeto, pero suficiente para nosotros. De esos nombres que se dicen de Dios, unos enun­ cian lo que es Dios, otros, lo que no es. Pues de la armoniza­ ción de esas dos cosas, de la negación de lo que no es, y de la afirmación de lo que es, viene a engendrarse en nosotros un cierto carácter de Dios. Por ejemplo, cuando lo llamamos incorruptible, no hacemos sino decirnos a nosotros mismos o a los que nos oyen: «Guárdate de pensar que Dios está sujeto a corrupción». Y cuando decimos que es invisible: «N o pien­ ses que se le pueda ver con los ojos humanos». Y cuando in­ mortal: «Jamás debes creer que Dios morirá». Pues bien, lo mismo sucede cuando decimos que es ingénito. «N o pienses que la existencia de Dios depende de alguna causa o principio». En una palabra, en cada uno de esos juicios se nos previene que, al pensar en Dios, no caigamos en afirmaciones indignas de El. Y así, para que vengamos en conocimiento de la manera peculiar de ser de Dios, unos a otros nos avisamos de no caer, al hablar de Dios, en inconveniencias, para que nadie dé en pensar que Dios es algo corruptible, o visible, o generado. Así, por medio de estos términos prohibitivos viene a realizarse una negación de lo que es ajeno a Dios, por la que nuestra mente 103 178 Por otra parte, llamamos a Dios bueno, y justo, y creador, y juez, etc. Pues bien, así com o en el caso anterior aquellos términos significaban cierta reprobación y prohibición de conceptos extraños a Dios, así estos últimos mencionados denotan la posición y existencia de lo que es propio de Dios y de lo que en El puede especularse. Y así, una y otra clase de nombres nos informan, o de la existencia en Dios de lo que en El hay, o de la no existencia de lo que no hay. 179 Por lo que hace al nombre de ingénito, significa algo de lo que no hay en Dios; significa, en efecto, que en Dios no hay generación. N o vamos a discutir ahora si se ha de de­ cir que eso es privación, o prohibición, o negación, o alguna otra cosa parecida. Pero que el término ingénito es significati­ vo de algo que no hay en Dios, creo que ya está suficientemen­ te claro por lo que precede. En cambio, (la) sustancia (oúaía) no está entre esas cosas que no se hallan en Dios, sino que es el ser mismo de Dios, que sería el colmo de la locura poner en el número de las cosas que no se hallan en Dios. Pues si ella lo estuviese, mucho menos se daría en Dios cualquiera otra cosa de las que de El se dicen. Ahora bien, ya hemos demostrado que el término ingénito pertenece a la clase de los que enuncian lo que no hay en Dios: yerra, por tanto, el que piensa que con él se designa a la sustancia (oúaía)... (PG 29,533C-534D). CARTA 8 180 ... A los que nos acusan de que ponemos tres dio­ ses, sea ésta la respuesta: confesamos a un Dios uno, no nu­ méricamente, sino en la naturaleza. Pues lo que se dice uno numéricamente, no es uno real y verdaderamente, ni simple por naturaleza, y Dios es reconocido universalmente com o sim­ ple y carente de composición: por tanto, Dios no es uno nu­ méricamente. Me explicaré: decimos que el mundo es uno, pero no uno en la naturaleza, ni simple. En efecto, lo dividi­ mos en los elementos de que consta, el fuego, el agua, el aire y la tierra. También se llama uno numéricamente al hombre; 180 A r n o u , o . c . , p .2 4 3 ss. San Basilio 104 lo llamamos de hecho muchas veces uno, pero no es un ser simple, ya que consta de alma y cuerpo. Asimismo, llamamos uno numéricamente al ángel, pero no uno en la naturaleza, ni simple, ya que entendemos por hipóstasis (úxoaxaats) del ángel a su esencia (oiata) con su santidad ( a p a a ¡ j L 0 c ) . Si, pues, todo lo que es uno numéricamente no es uno en la naturaleza, y lo que es uno en la naturaleza y simple no es uno numéricamente, ¿cóm o nos atribuyen el que ponemos nú­ mero, cuando lo desechamos completamente de esa bienaven­ turada y espiritual naturaleza? El número es del orden de la cuantidad, y la cuantidad adhiere a la naturaleza corpórea: el número es propio, por tanto, de la naturaleza corpórea. Reco­ nocemos a nuestro Señor com o autor de los cuerpos; por eso, todo número designa a aquellos seres a los que les ha cabido en suerte una naturaleza limitada; en cambio, la mónada y la unidad es distintivo de la esencia (oúota) simple e infinita... (PG 32,248C). CARTA 210 181 ... Hay que tener bien clara la idea de que, así com o el que no reconoce la comunidad de esencia (oúoíac) cae en el politeísmo, así el que no admite la propiedad de las hi­ póstasis se deja arrastrar del error judaico. Conviene, pues, que nuestra mente, com o apoyándose en algo que le sirva de base, se ponga a considerar sus propiedades y llegue así a en­ tablar el conocimiento del objeto propuesto. Si no entendemos, en efecto, la paternidad, y no nos enteramos respecto de quién se afirma, ¿cómo podremos obtener el concepto de Dios Padre? No basta el enumerar las diferencias de las personas; hay que confesar, además, que cada persona existe en una ver­ dadera hipóstasis. Pues esa ficción sin hipóstasis de las perso­ nas, ni siquiera Sabelio la negó, ya que sostenía que el mismo Dios, siendo uno en cuanto al sujeto, transformándose, según las ocasiones que se presentaban, hablaba unas veces como Pa­ dre, otras como H ijo, otras com o Espíritu Santo. Este error renuevan ahora los inventores de esta herejía innominada, pues repudian las hipóstasis y rechazan el nombre de H ijo de Dios (P G 32/775B). 181 Q u a s t e n , o . c . , I I p .2 4 0 . Carta 214 CARTA 105 214 182 ... Que hipóstasis (úxootaaic) y esencia (oüaía) no son lo mismo, lo dieron a entender, según pienso, aun nuestros hermanos de Occidente, que, desconfiando de la pobreza de su lengua, expresaron la esencia con nombre tomado de la lengua griega; para que así, caso de haber alguna discrepancia en el pensamiento, se conservase en la clara e inconfusa diver­ sidad de los nombres. Si se me pide que exponga yo breve­ mente mi parecer, diré que la relación que hay entre oooía e úxoaxactc es la misma que hay entre la esencia (Xd-p.c) común y la particular. Así, cada uno de nosotros, por la razón común de esencia, participa del ser (xo0 eívai y por sus caracteres propios es tal o cual. Pues así también, en el caso de Dios, la razón (Xo'foc) de la esencia es común, com o la bondad, la divinidad, o cualquiera otra denominación parecida; en cam­ bio, la hipóstasis aparece en la propiedad de la paternidad, o de la filiación, o del poder santificador. Así que, si dicen que las personas no subsisten, semejante doctrina es de por sí ab­ surda. Pero si conceden que existen en verdadera hipóstasis, como lo confiesan, que las expresen numerándolas, para que así, de una parte se preserve la razón de la consustancialidad (ájiooüaiou) en la unidad de la divinidad, y de otra, quede pro­ clamado el conocimiento piadoso del Padre, y del H ijo, y del Espíritu Santo en la perfecta e íntegra hipóstasis de cada uno de los enumerados (P G 32,790 A). 182 p .48-63; Q u a sten , 138-81. o .c ., II p.239; G r a n d s ir e , o .c ., p. 130-152: R o u g ie r, o .c ., Segundo discurso teológico SAN GREGORIO NACIANCENO (329P-390) O b r a s p r i n c i p a l e s d e i n t e r é s f i l o s ó f i c o : Discursos teológicos (379-381); Carta 101 (381); Carta 102 (382); Carta 202 (387). E d ic io n e s u t il iz a d a s : Discursos teológicos: M ig n e , PG 36,25-72; 148-153. Trad, del editor. E. B e l l i n i , Bibliografía su San Gregorio Nazianzeno: Scuola catt. Suppl. bibliogr. 98 (1970) 165-181; H . L e c l e r c q , G régoire de Nazianze: Diet. d ’Archéol. Chrét. et de Lit. 12 (1935) 1054-1065; P. G a l l a y , G régoire de Nazianze. Les discours théologiques, traduits avec introd. et notes (Lyon-Paris 1942); A . B e n o i t , Saint G régoire de Na­ zianze. Sa vie, ses oeuvres et son ép oqu e: Nachdr. der Ausg. MarseilleParis 1886 (Hildesheim-New Y ork 1973); J. D r a s e k e , Neuplatonisches in der G regorios von Nazianz Trinitàtslehre: Byzant. Zeitsch. 15 (1906) 141-160; A . F. W o l f s o n , T he Philosophy o f the Church Fathers, I (Cammirdge, Mass., 1956) p.l89s.370s.396s; R. A r n o u , U nité numérique et unité de nature dans les Pères après le Concile de N icée: Greg. 15 (1934) 242-254; M . R ic h a r d , L ’ introduction du m ot «hypostase» dans la théologie de l’Incarnation: Mélang. sc. rel. 2 (1945) 29-32; H . L e ­ c l e r c q , art. Grégoire de Nazianze: Diet. Arch. Chrét. Lit. 6 (1925) 1677-1711; Q . C a t a u d e l l a , art. Gregorio Nazianzeno: Encicl. Catt. (Roma 1949-1954) V I, 1088-1096; J. Q u a s t e n , Patrología I I (trad. esp. por I. O ñ a t i b i a ) (Madrid 1962) 247-267. B ib l io g r . g e n .: SE G U N D O D ISCU RSO T E O L O G IC O 183 4. ... Tomemos, pues, com o punto de partida esta otra idea: es difícil conocer a Dios; y el expresarlo, imposible, como lo ha enseñado entre los griegos un filósofo que ha ha­ blado de Dios, a mi juicio, no sin cierta intención, para dar, por una parte, la impresión de decir algo difícil, y esquivar, por otra parte, el reproche de expresar lo inexpresable. Por mi parte, pienso que no es posible expresar lo que Dios es, y que es menos posible aún el comprenderlo. Una vez que se ha entendido algo, tal vez resulte fácil entonces el expresarlo, si no suficientemente, al menos de una manera oscura a los que no tengan los oídos o el entendimiento embotados. Por lo demás, el comprender a un ser tan excelso es absolutamente imposible e inviable no sólo a los desidiosos y a los que se 183-190 G a l l a y , o . c . Introd., p.V-XXIV. 183 P l a t ó n , Timeo 28c; G a l l a y , o . c . , p.34 nt.2; p.35 nt.l. 107 inclinen hacia la tierra, sino a aquellos que están colocados en elevados puestos y son amigos de Dios, e igualmente a todos los seres mortales, a los que las tinieblas y la espesura de la carne se interponen para el conocimiento de la verdad. Por lo que hace a los seres de un orden superior, los seres espiritua­ les, yo no lo sé, ya que, como se hallan más próximos a Dios y resplandecen con la plenitud de luminosidad, quizás perci­ ban, si no del todo, al menos de una manera más perfecta que nosotros, unos más que otros, según su orden o rango. 184 5. Pero basta ya de esto. La cuestión de que debe­ mos tratar ahora es la siguiente: lo que sobrepasa toda mente y todo pensamiento no es ya tan sólo la paz de Dios, ni todos los premios que están reservados por las divinas promesas a los justos: cosas que ni el ojo puede ver, ni el oído oír, ni la mente captar y barruntar sino en grado muy exiguo, ni tam­ poco el conocimiento exacto y acabado de las cosas creadas (pues no abrigues la menor duda de que aun de esas cosas no llegas sino a palpar sombras cuando oyes estas palabras de la Escritura: «Contemplaré los cielos, obras de tus manos, y la luna y las estrellas, y la razón firme y estable que en ellas está plasmada», es decir, que ahora en la vida presente no lo ves, pero que alguna vez lo verás). Mucho más que todas esas co­ sas supera todo conocimiento y comprensión la naturaleza su­ perior a todas ellas, y de la cual recibieron el ser. No quisiera que se entendiese esto que digo com o si afirmase que no se puede entender que Dios existe, sino que no se puede enten­ der qué y cómo es: nuestra predicación no está vacía de sen­ tido, ni nuestra fe es vana, ni es eso lo que sostenemos (no sea que tomes pie de nuestra buena e ingenua intención para acusarnos de impiedad y nos ataques diciendo que reconocemos nuestra ignorancia). Pues va mucho de estar persuadido de que algo existe, a conocer lo que eso pueda ser. 185 6. En efecto, que Dios existe, y que es la causa universal y autosuficiente del universo, que lo ha producido y lo conserva, es algo que nos lo enseñan tanto los ojos como la ley natural. Los ojos, al contemplar las cosas visibles, las ven perfectamente estables, y avanzar y moverse, por decirlo así, sin movimiento; y la ley u orden natural nos lleva a des­ cubrir por el raciocinio, por el espectáculo de las cosas bien or­ denadas, al autor de ellas. ¿Cómo, en efecto, toda esta mole 184 185 G a l la y , o .c ., G a l la y , o .c ., p.35 nt.2; p.36 nt.3; p.37 nt.l; p.37 nt.2; p.38 nt.l y 2. M ig n e , o .c ., p.32 nt.12. San G regorio Nacianceno Segundo discurso teológico de cosas habría cobrado existencia o subsistiría, si Dios no les hubiese dado el ser y las conserva? Si uno ve una cítara bella­ mente ornamentada, bien acordada y fabricada, o si oye su sonido, no le vendrá a las mientes más que el que la ha hecho y el citarista, y tras ellos va su pensamiento, aunque por ven­ tura no los conozca de vista. Lo mismo, a nosotros se nos manifiesta con evidencia el autor del universo, y el que le ha impreso el movimiento y lo conserva, aun cuando nuestra men­ te no alcance a comprenderle. M uy lerdo tiene que ser el que no llegue por sí mismo a eso, y no se percate de que es Dios ese ser cuya imagen o representación nos hemos formado, o la razón nos ha descrito... inmutable, incorruptible, y todas las demás que se dicen de Dios o en torno a Dios. Pues, ¿qué ganamos en orden a cono­ cer su naturaleza y su manera de subsistir, con saber que no tiene principio, que no experimenta cambio, que no está ence­ rrado dentro de límites? 108 186 7. ¿Qué pensarás, en definitiva, que es D ios, si tienes confianza en todos los recursos del raciocinio? ¿ A dónde te llevará esta discusión, si la realizas bien, a ti, el gran filó­ sofo, el gran teólogo, que te exaltas hasta las nubes? ¿Dirás que Dios es cuerpo? ¿C óm o, entonces, será inmenso, infinito, sin figura, impalpable, invisible? ¿O es que esos caracteres se hallan también en los cuerpos? Pero eso es el colmo de la auda­ cia: no es ésa la naturaleza de los cuerpos. ¿ O dirás que es cuerpo, pero que no tiene esos caracteres? ¡Q ué espíritu tan basto! : quieres que la divinidad no tenga nada más que nos­ otros. Porque, ¿cómo le vamos a adorar, si es limitado? ¿Cóm o se librará de constar de elementos, para después disolverse en ellos y aun desaparecer por completo? La composición de ele­ mentos trae consigo la lucha, y la lucha, la división, y la divi­ sión, la desaparición, y ésta es extraña por completo en Dios, el primer ser. Por tanto, nada de división, para que no haya desaparición; ni lucha, para que no haya división; ni compo­ sición de elementos, para que no haya lucha; por lo mismo, tampoco hay que atribuir cuerpo a Dios, si no ha de haber en El composición. Y así, remontándose el raciocinio, empalma las postreras ideas con las primeras... (P G 36 ,3 0 C -3 4 E ). 187 9. Por lo dicho, pues, nos es evidente que Dios no es cuerpo. N i nadie de los varones inspirados por Dios ha di­ cho jamás eso, ni aprobado, ni es ésa doctrina que se conozca en nuestro redil. N o queda, pues, sino pensar que es incorpo­ ral. Pero por mucho que digamos que es incorporal, no por eso hemos comprendido con ello y abarcado su naturaleza, como tampoco las denominaciones de ingénito, sin principio, 186 M 187 M ig n e , ig n e , o .c ., 34 n t.19. o . c . , p .36 nt 32. 109 188 El comprender totalmente lo que es, es tarea que le queda por examinar y determinar al que posee a Dios y es más perfecto en la contemplación. Porque así como no basta decir que es cuerpo, o que ha sido engendrado, para expresar e indi­ car lo que es sujeto de esas expresiones, sino que hay que de­ cir lo que es en sí, si es que queremos representar completa y suficientemente lo que estamos pensando (pues podría ser hombre, o buey, o caballo eso que declaramos que es corpo­ ral, engendrado y corruptible); de la misma manera, el que se empeña en conocer la naturaleza del que es, no se parará en decir lo que no es D ios; es menester que, además de decir lo que no es, diga lo que es; tanto más, que es más fá­ cil el captar un objeto que el excluir uno a uno todos los demás, para así, por la negación de lo que no es, comprenderlo, determinando lo que es. El que dice lo que una cosa no es, silenciando lo que es, viene a hacer lo que el que, preguntado cuánto son 5 por 2 , respondiese que no es 2, ni 3, ni 4 , ni 2 0 , ni 100, ni 3 0 , ni, en una palabra, ningún número inferior o superior a 10, sin, por lo demás, decir que son 10, ni llevar la mente del que oye a la solución del problema. Pues es mu­ cho más fácil y más expedito el hacer ver lo que una cosa no es, partiendo de lo que es, que el mostrar lo que es partiendo de la exclusión de lo que no es: eso todo el mundo lo v e ... (P G 3 6,36C ). 189 16. . .. Nosotros, por el contrario, estamos ansio­ sos por conocer a D ios, y no acepta nuestra razón el que el mundo esté sin jefe ni piloto; después, contemplando las co­ sas visibles y las que existen desde el principio, no se ha dete­ nido ahí. N o es razonable, en efecto, el atribuir el poder supre­ mo a seres que se hallan en igualdad de condiciones en punto a ser sensibles, sino que por medio de ellos se ve conducida a aquel que les es superior y por cuya influencia existen. ¿Quién ha puesto en orden los seres celestes y los terrestres, todo lo que hay en los aires y lo que hay en las aguas? O , más bien, antes que eso, ¿quién ha establecido el cielo, la tierra, el aire y el agua? ¿Quién los mezcló y separó? ¿Q ué relación mutua 189 P la tó n , Leyes X 8 9 6 a -8 9 7 c; G a l l a t , o .c ., p .5 4 n t.2 . 110 San G regorio Nacianceno Quinto discurso teológico \ 111 es esa que los une, esa cohesión, esa armonía? Aunque profe­ rido por alguien ajeno a nuestra religión, alabo el dicho: «¿Q u ién es el que mueve a esos seres y los dirige con un im­ pulso perpetuo e irresistible? ¿N o será el artesano de todas esas cosas, y el que puso en todas ellas la idea que mueve el universo y lo gobierna? ¿ Y quién es ese artesano? ¿N o es el que las hizo y les confirió la existencia? Pues, evidentemente, no hay que atribuir ese poder al azar. Pero concedamos por un momento que empezaron a existir por azar. ¿ A quién se deberá el orden en que aparecen? Concedamos también, si así place, que eso se deba al azar: ¿quién lo conserva y guarda según la razón que dirigió su creación? ¿E l azar, o alguna otra cosa? Es cosa clara que es algo distinto del azar; y eso distin­ to, ¿quién podrá ser, sino D ios? A sí, la razón, que procede de Dios, y que es connatural a todos, y la primera ley innata en nuestras almas, nos ha conducido a Dios a partir de las cosas visibles. Sea, pues, ése un nuevo punto de partida en nuestro estudio. — N o le falta nada— respondemos— : a Dios nada le falta. Sino que es la diferencia de manifestación de las tres personas, si me es lícito hablar así, o la diferencia de la relación que hay entre ellas, la que ha dado origen a la diversidad de nombres. Tampoco al H ijo le falta nada para ser el Padre (ya que la fi­ liación no es un defecto), y, sin embargo, no por eso es el Pa­ dre. Si no, por la misma razón habría que decir que al Padre le falta algo para ser el H ijo, ya que el Padre no es el H ijo. N o es cuestión, pues, de defecto o de inferioridad en la esen­ cia, sino que en las expresiones: ser ingénito, ser gènito, y pro­ ceder designamos al Padre, al H ijo y al Espíritu Santo de que estamos hablando; de suerte que queda a salvo la distinción de las tres Personas en la única naturaleza y dignidad de la divinidad. El H ijo no es el Padre (pues no hay más que un Pa­ dre), sino lo que es el Padre; ni el Espíritu Santo es el H ijo por proceder de Dios (ya que no hay más que el H ijo unigé­ nito) sino lo que es el H ijo. Los tres son algo uno en cuanto 190 17. Lo que Dios es en su naturaleza y en su sus­ tancia (o'iaía) ningún hombre lo ha descubierto jamás, ni lo descubrirá. Si alguien ha de conseguirlo alguna vez, que lo ave­ rigüe y examine quien lo tenga a bien. A mi modesto parecer, llegará a descubrirlo cuando eso que hay de semejante a Dios y divino, quiero decir, nuestro espíritu y razón, se una al Ser con el cual está emparentado, y la imagen llegue a su ejemplar, cuya atracción ahora siente. Esto me parece ser la cifra de toda nuestra filosofía: que «un día nosotros conoceremos como so­ mos conocidos» (1 Cor 13,1 2 ), A l presente, todo lo que nos llega no es más que un exiguo arroyo, y como un tenue rayo de una gran lumbrera. De suerte que, si algún hombre ha co­ nocido a D ios, o se dice de él eso, lo ha conocido tan sólo en cuanto que ha aparecido como más iluminado que otro, que no dispuso de una tan gran luz. Y se llamó perfecto su cono­ cimiento, no en sí, sino por relación a las facultades de los demás (P G 36 ,4 6 D ). des; así, ni la unidad es la que sostiene Sabelio, ni la Trinidad Q UIN TO DISCURSO TEOLOGICO 191 9. Pero, ¿qué es lo que le falta— se dice— al Espí­ ritu (Santo) para ser el H ijo? Pues, si no le falta nada, sería el Hijo. 190 G a l l a y , o .c., p .5 6 n t .l y 3 ; M i g n e , o . c . , 47 nt.97. 191-199 G a l l a y , o .c ., p .191 n t .l y 2 ; M ig n e , o .c . , 149 nt.91 y 92. 191 G a l l a y , o . c . , p .1 8 4 n t .l. a la divinidad, y ese uno son tres en cuanto a las propieda­ es esa pestífera división que ahora se defiende (P G 36,1 4 1 C ). 192 tión; 13. Henos aquí ya ante el punto capital de la cues­ y lamento el que una dificultad ya hace tiempo extin­ guida y muerta por virtud de la fe, se vea ahora resucitada. N o hay más remedio que hacer frente a los charlatanes y no dejarnos vencer por abandono, cuando tenemos con nosotros al Verbo y hemos asumido la defensa del Espíritu Santo. Si hay un Dios, y además un Dios, y un Dios, ¿cómo no son tres dioses? ¿ Y cómo no es una pluralidad de principios lo que ado­ ramos? ¿Quiénes son los que hablan así? ¿Los que rayan más alto en punto a impiedad, o los que ocupan en eso el segundo lugar, es decir, los que se puede decir que de alguna manera piensan bien sobre el H ijo? M i respuesta será, en parte, co­ mún para ambos grupos; en parte, especial para estos últimos. ¿Por qué nos llamáis «triteístas», vosotros, que adoráis al H ijo rechazando al Espíritu Santo? ¿N o sois vosotros mismos «di­ teístas»? Porque, si rehusáis el adorar al H ijo único, clara­ mente os colocáis entre los adversarios: ¿cómo, entonces, ha­ bíamos de trataros con indulgencia, como a no muertos y ex­ tinguidos del todo? Pero, si lo adoráis, y llegan a eso vuestras buenas disposiciones, os preguntamos: ¿cómo os defenderéis, si se os hace, del reproche de que adoráis a dos dioses? Si tenéis a vuestra disposición una respuesta correcta, dadla, y así San G regorio Nacianceno Q uinto discurso teológico nos mostraréis a nosotros el camino para responder por nues­ tra parte: las mismas razones que a vosotros os servirán para defenderos del reproche de adorar a dos dioses, nos valdrán a nosotros para defendernos de que adoramos a tres. Así habre­ mos ganado la causa, teniendo por abogados a vosotros, que sois los acusadores: ¿hay cosa más gentil? 195 17. Por lo que hace a los argumentos con que tra­ tas de destruir esa unidad que nosotros admitimos, no sé si tomarlos com o los de uno que se está chanceando, o que habla en serio. ¿Cuál es, en efecto, tu manera de razonar? Las cosas que son de la misma esencial ¿(roo-jota) pueden ser contadas, di­ ces (esto es, pueden ser reunidas en un mismo número); y las que no son de la misma esencia no se pueden contar. Así que vosotros— nos dices— no podéis evitar, conforme a ese prin­ cipio, el hablar de tres dioses; en cambio, nosotros ni siquiera tenemos peligro de hacerlo, al no decir que tienen la misma esencia. Y así, con una sola palabra te libras de las dificulta­ des y sales vencedor, pero con una victoria bien mísera y fu­ nesta para ti: procedes com o los que, por miedo a la muerte, se ahorcan. Por no tomarte el trabajo en defender la unicidad de principado, has negado la divinidad, y has puesto en ma­ nos de los adversarios lo que pretendían. Por mi parte, yo no traicionaré a aquello que adoro, por mucha molestia que ello me cueste. Por lo demás, no veo de dónde me podría venir tal molestia. 112 193 14. ¿Cóm o luchar ahora a la vez contra los dos grupos de adversarios? ¿Qué les diremos? — Para nosotros no hay más que un solo Dios, porque no hay más que una sola divinidad, y a la unidad retornan los que de ella vienen, aunque creemos que son tres (personas). Pues no es el uno más Dios, y el otro menos Dios; ni el uno antes y el otro después; ni están divididos en la voluntad, ni tienen repartido el poderío, ni se encuentra en ellos nada de lo que se da en los seres divididos; sino que, por decirlo en una palabra, la divinidad está sin división en los que son dis­ tintos y una como única fusión de la luz en tres soles compe­ netrados entre sí. Así, cuando consideramos la Divinidad, y la Causa Primera, y el Principado único, es algo uno lo que se nos presenta; mas cuando consideramos aquellos en los que se halla la Divinidad y a los que vienen o salen de esa Causa Primera sin sucesión temporal y con paridad de gloria, son tres los que adoramos. I.. | 194 15. Pero, ¿qué?— se nos podrá decir— : ¿no reco­ nocen también los griegos, com o lo enseñan sus mayores filó­ sofos, una única Divinidad, y, entre nosotros, los hombres, una única Humanidad, todo el género humano, y, sin embargo, para ellos hay muchos dioses, y no uno solo, y lo mismo mu­ chos hombres? Pero en esos casos la comunidad no es algo uno mas que por la consideración de la mente, y los individuos están dividi­ dos entre sí completamente por el tiempo, sus pasiones y sus fa­ cultades. Nosotros no sólo somos seres compuestos, sino opues­ tos, tanto unos contra otros com o a nosotros mismos, que no nos mantenemos idénticos ni siquiera en el espacio de un día, cuán­ to menos durante toda la vida, sino que estamos sujetos a un continuo flujo y cambio tanto en el cuerpo com o en el alma. Y no sé si habrá que decir lo mismo aun de los mismos ánge­ les y de toda naturaleza superior, inmediatamente después de la Trinidad, aunque siendo, por otra parte, simples, y estando próximos a la Bondad Suprema, se hallan mas fijos en su orientación al Bien. 113 196 18. Las cosas que son de la misma esencia (ópooúaia) —-dices pueden contarse, y las que no son de la misma esen­ cia, se designan separadamente. ¿De dónde sabes tú eso? ¿Y de qué doctores o urdidores de fábulas lo has recibido? ¿N o sabes que todo número denota la cuantidad de las cosas en cuestión, y no su naturaleza? Por mi parte, yo soy un hombre tan simple, o, por mejor decir, tan ignorante, que llamo tres a aquellas cosas que se distinguen numéricamente, aun cuando sean de naturaleza diferente; y llamo uno, y uno y uno a otras tantas unidades, aun cuando se trate de seres que coinciden en la naturaleza, no fijándome más en las cosas que en su cuan­ tidad, en atención a la cual se hace la numeración... (P G 36 148Bss). . 197 19. Pero para mí— dice— se pueden contar y de­ cirse de ellas que son de la misma esencia, aquellas cosas que se expresan con el mismo nombre: como, por ejemplo, tres hombres, tres dioses, pero no tales o cuales cosas de tales o cuales naturalezas. — ¿Qué respuesta es ésa? La de un hombre que trata de le Á Í ^ R a?-U’ VnÁ t é num êri^u e e‘ « n i t i d e nature ch ez les P ères après N icee: Greg. 15 (1934) 242-254. 196 G a l l a y , o .c ., p . 196 n t . l . San G regorio Nacianceno Q uinto discurso teológico legislar sobre los nombres, y no buscar la verdad. ¡A esa cuen­ ta podré yo también decir que Pedro, Pablo y Juan no son tres, y no tienen la misma naturaleza mientras no se hable de tres Pedros, de tres Pablos, o de tres Juanes! Pues el principio que tú has observado respecto de los nombres de significación general, ese mismo lo reclamamos nosotros, siguiendo tu so­ fisma, respecto de los nombres de significación particular: obra­ rías injustamente si no concedes lo que tú mismo has asu­ m ido... Padre, la segunda al H ijo, y la tercera al Espíritu Santo. ¿Qué habrías hecho, si cada una de ellas la encontrases atribuida constantemente a cada una de las personas, ya que, aunque todas se aplican indiferentemente a todas ellas— como es cla­ ro al que pone diligencia en observarlo— , introduces tú entre ellas tal grado de desigualdad en dignidad y en naturaleza?... (PG 36,153B). 114 198 ¿Y qué te parece del término xapxtvoc; (cáncer)? ¿No es a la vez un animal, un instrumento y una constelación? ¿Y el término xócov (can)? ¿N o es el que anda por la tierra, el del mar, y la constelación del can? ¿N o te parece que hablamos de tres xapxívot y de tres canes? Evidentemente. ¿Son, por eso, de la misma naturaleza? ¿Quién en su sano juicio osará afir­ marlo? ¿Ves cómo con estas réplicas se ha venido abajo toda tu argumentación sobre las condiciones de la numeración de las cosas? Si no siempre las cosas que son de la misma esencia se cuentan necesariamente formando un número, y, por el con­ trario, las cosas que no tienen la misma esencia se cuentan a veces, conservándose en ambos casos la identidad de nombre, ¿qué te queda de tus teorías? 199 20. Otro punto quiero destacar, tal vez no fuera de propósito y razón: ¿no suman 1 y 1, 2, y no se resuelve 2 en 1 y 1? Evidentemente. Entonces, si, según tú sostienes, son de la misma esencia las cosas que se adicionan, y de dis­ tinta esencia aquellas a las que se disocia, ¿qué sucede? Que las mismas cosas son a la vez de la misma esencia y de dife­ rente esencia. Y o me río de ti con tus adiciones y tus sumas, de las que estás tan ufano, com o si la naturaleza de las cosas estuviese cifrada en el orden de colocación de las palabras. Pues si fuese eso así, ¿por qué no, conforme a tu manera de pensar, toda vez que la Sagrada Escritura nombra a las mismas cosas ya en un orden, ya en otro, a causa de la común dignidad de la naturaleza, no han de ser también en sí mismas unas veces más nobles, y otras menos? Y la misma observación hago respecto de los términos Dios y Señor, así com o de las preposiciones de el cual, por el cual y en el cual, en las cuales tú tratas de encuadrar a la divinidad, asignando la primera al 198 G a l l a y , o . c . , p .1 9 7 n t . l . 199 G a lla y , o .c ., p.200 nt.2. 115 D e la creación del hombre SAN GREGORIO NISENO (335P -394) O b r a s p r in c ip a l e s d e in t e r é s f il o s ó f ic o : IU pt -/axctazsufj:; ¿vOpcú- r.oo (« D e hominis opificio» = D e la creación del hom bre) (379?); Aó-yoc; ■/.azrpfrpza.og ó ¡lifo: (O ratio catechetica magna) (385?); IU pt . '/ al ávc(3 xdaeu)í (Dialogus de anima et resurrectione qui inscribitur Macrina) (380); U p ó ; Küvóaiov dvxiporjxizot («A dversus Eunom ium» = Con­ tra Éunom io) (380-383);' 'Fjx xA v xoivöiv ivvo'.óiv («E x communibus notionibus» = D e las nociones com unes) (390?); U p ó ; AS/.ajim v, r t p xoD vií¡ etvai x p s ;; O e o ú ; ( « A d Adlabium, quod non sint tres dii» = A Adlabio, que no hay tres dioses). D e la creación del hombre: M i g n e , PG 44, la resurrección: ibid., 46,11-160; Contra Eunomio: Adlabio, que no hay tres dioses: ibid., 45,115-136; D e las nociones comunes: ibid., 45,175-186. Trad. del editor. E d ic io n e s u t il iz a d a s : 125-256; D el alma y ibid., 45,237-1122; A B i b l i o g r . g e n .: M. M. B ergadá, Contribución bibliográfica para el Centro de Est. de Filos, mediev. (Buenos Aires 1970), Stromata 25 (1969) 79-130; M. H , Ecriture et culture philosophique dans la pensée de G régoire de Nysse: Actes du Colloque de C hevetogne (22-26 sept. 1969) (Leiden 1971); M. P , Un colloque sur Grégoire de N ysse (Chevetogne 22-26 sept. 1969): Irénikon 42 (1969) 540-546; J. D , Orientations actuelles de la recherche sur Grégoire de Nysse: Actes du Colloque de Chevet., p.3-17; Id., G re­ gory of Nysse: Month 25 (1961) 96-105; Id., La chronologie des oeuvres de Grégoire de Nysse: Stud. Patrist. p .159-169; P. G , art. G régoire de Nysse: Dict. Théol. Cath., VI c.1847-1852; R. A , art. Platonisme: Dict. Theol. Cath., X II c.2344ss; Ü -G , Grundriss der G e­ schichte der Philosophie: Zw. Teil, p.83-90 (Bibliogr. p.660-661); J. F . C , G reek Philosophy and the Cappadocian Cosm ology: Dumbarton Okas Papiers 11 (1958) 29-57; V , D ie Ontologie G re­ gor von Nyssa: Vigil, christ. 9 (1955) 103-128; J. Q , Patrologia II (trad. esp. de I. O ) (Madrid 1962) p.269-310; J. B. S , G regor von Nyssas Theologische A ntropologie und Bildtheologie: Schol. 18 (1943); J. R. B , Le vocabulaire de l’ union et du rapport des natures chez G régoire de Nysse: Rev. Thom. 68 (1968) 533-582; J. L , G régoire de Nysse. La création de l’homme (Paris 1943). estudio de G regorio de Nyssa: arl van arys a n ié l o u odet rnou berw eg eyer allahan olker uasten ñ a t ib ia 117 y concurriendo todas sus partes para constituir un conjunto or­ denado, toda la creación no necesitó, por así decirlo, de un po­ der especial de Dios, sino que al punto surgió respondiendo a su designio. En cambio, a la creación del hombre le pre­ cede una deliberación, y el artífice proyecta cómo va a ser la obra. A sí, cómo ha de ser el hombre, a qué ejemplar o modelo debe ser semejante, para qué ha de ser creado, de qué facul­ tades ha de ser dotado y sobre quiénes han de tener poder, todas esas cosas las prevé y dispone el Logos, de suerte que el hombre llegue a alcanzar su dignidad propia antes de su nacimiento, antes de tomar posesión de su principado sobre todas las cosas. «D ijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, y tenga poder sobre los peces del mar, y los animales de la tierra, y las aves del cielo, y sobre los cuadrúpedos, y sobre toda la tierra» (G en 1 ,26). ¡Cosa admi­ rable! El sol es creado sin que preceda ninguna deliberación y lo mismo el cielo: los dos seres que no tienen igual en la creación. Con una sola palabra surge tal maravilla, sin que se diga de dónde ni cómo han sido hechos. Y el mismo proce­ der se observa respecto de los otros seres: el éter, los as­ tros, el aire que está entre ellos y nosotros, el mar, la tierra, los animales,las plantas, todas ellas vienen a la existencia con una sola palabra de Dios. Sólo para crear al hombre se dispone ese Creador del universo con cierta reflexión: de suerte que prepara primero la materia de la obra, señala des­ pués el ejemplar a cuya imitación se ha de hacer, se propone el fin por el cual ha de crearlo y, por fin, produce a una naturaleza semejante a sí y parecida en sus facultades, que sea apta para la obra proyectada (P G 4 4 ,1 3 3 C -1 3 6 B ). choem ann ouch et C a p ít u l o XIV aplace DE LA CREACION DEL HOMBRE C a p ít u l o III La naturaleza del hombre es más estimable que cualquier otra creatura de las que vemos 200 También es una cosa digna de consideración el he­ cho de que, siendo este mundo nuestro de tales proporciones, 2 0 0 J . T . M u c k l e , The doctrine of Gregory of Nyssa on Man as the Image of God: Mediaeval Studies 7 (1945) 55-84; M. M. B e r g a d á , El puesto del 201 . . . Aunque, en lo que llevamos dicho, hayamos sos­ tenido que se dan tres variedades o diferencias en la facultad que tenemos de vivir, de suerte que una es la vida que es capaz de nutrición, pero no siente, y otra, la que se nutre y siente, pero carece de razón, y otra, en fin, la que posee razón hombre en el cosmos en el «De hominis opificio-» de Gregorio de Nysa: Eidos 2 (1970) 46-68. 200-207 L. R e b e c c h i , L‘antropología naturale di S. Gregorio Nisseno' Div Th. (Pi) 46 (1943 ) 76-195; 309-341; E. W . M o i . l e r , .Gregorii Nysseni doctrina de natura humana (Halle 1854): G. B. L a n d n e r , The philosophical Anthropologie of S. Gregory of Nyssa: Dumberton Oakt Papers (Cambridge, Mass.), 12 (1958) 59ss. San G regorio Niseno D e la creación del hombre y es perfecta y se halla difundida por todas las demas facul­ tades y en ellas existe y tiene como la plenitud de la inteli­ gencia, no se debe pensar, por eso, que hay tres almas^ en el compuesto humano, separadas entre sí por sus propios lími­ tes, de suerte que haya que concebir que la naturaleza huma­ na viene a ser un sincretismo de varias almas. La auténtica y perfecta alma es una sola, por naturaleza, la racional, inmate­ rial, unida o mezclada a la naturaleza material por medio de las sensaciones. En cambio, lo que es del orden material, está sujeto al cambio y a la alteración, y si participa de la poten­ cia psíquica, tendrá el movimiento del crecimiento, y si esta privado de ella, su movimiento se resolvería en su propia destrucción. Por eso, no hay sensación o sensibilidad fuera de la naturaleza material, ni se ejerce poder de sentir fuera de la potencia racional (P G 44,176 B-C). rá. Y así, se halla en nosotros reproducida la idea de toda belleza, y toda virtud, y toda ciencia, y cuanto se pueda pen­ sar de excelente. 118 C a p ít u l o XVI Análisis del texto: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» 202 ... Dios, por su naturaleza, es un bien tan grande cual no se puede pensar; o, mejor dicho, estando más allá de todo bien que se pueda pensar ni imaginar, no creó al ser humano más que porque era bueno. Siendo de esa condi­ ción y habiendo tenido tal razón para crear la naturaleza hu­ mana, no le comunicó a medias la eficacia o el poder de la bondad, haciéndole don de algo de lo que tenía, y rehusán­ dole lo demás por celos, sino que se mostró dechado perfecto de bondad al hacer de la nada al hombre y colmarle de todos sus dones. Estos son sin cuento, y no se les puede fácilmente enumerar; por eso, como en cifra y compendio, se los declara a todos al decir que el hombre fue hecho a imagen de Dios. Pues eso tanto vale como decir que la naturaleza humana fue llamada por Dios a la participación de todos los bienes. En efecto, si Dios es la plenitud de todos los bienes, el hombre es su imagen: a no dudarlo, en el ser plenitud de todos los bienes, la imagen, conformándose al modelo, se le asemeja2 0 2 J. T . M u c k le , o .c .; R. G ille t . L'hom m e, cuvtnisateur cosmique dans la pensée de S. Greg. de Nysse: Stud. Patr. 6 (1 9 6 2 ) 441ss. 2 0 2 -2 0 5 G . L . R i t a c c o , Los com p on en tes de la imagen divina en . e l hom bre según e l « D e hom inis o p ificio » d e G regorio de Plisa: Patrist. et Madiaev 1 ( 1 9 7 5 ) 4 9 -7 6 . 119 203 Entre otros dones, tenemos el de ser libres de toda necesidad en el obrar y el no estar sujetos a ninguna fuerza natural, siendo dueños de elegir lo que queremos. Pues la vir­ tud es algo no sujeto a imperio alguno, y espontáneo, y lo que es impuesto por la fuerza no puede ser virtud. Cierto; si en todo reproduce la imagen la belleza del ejemplar y no se diferencia en nada, ya no será una semejanza, sino que será un trasunto en todo de él, del cual no se podrá discernir. ¿En qué, entonces— dirás— , podremos apreciar la diferencia que hay entre Dios y la imagen que lo representa? — En que Dios es increado, y el hombre ha recibido la existencia por creación. Y a esta diferencia fundamental acom­ pañan otros caracteres. Es cosa, en efecto, absolutamente reco­ nocida por todos que la naturaleza increada es inmutable y que, por el contrario, la creada no puede subsistir sin experimentar continuos cambios. Pues el mismo tránsito del no ser al ser es una suerte de movimiento y cambio o mutación del ser al ser, verificado por la divina voluntad... Por lo cual, como el ser increado permanece siempre el mismo, y el creado, en cam­ bio, empezó a existir en virtud de una suerte de cambio o mu­ tación, y tiene una manera de ser afín a ella, por eso el que vio todas las cosas, como dice la profecía, antes de que empezasen a existir, impuso a la imagen la distinción entre macho y hembra, distinción que, como hemos dicho, no apun­ ta al ejemplar divino, sino que tiene afinidad con la naturaleza irracional... Cuando se dice que Dios creó al hombre, pen­ samos que con lo indefinido del término se designa toda la naturaleza humana. Pues a eso que fue creado no se le impuso el nombre de Adán, como dice la narración en lo que sigue: el nombre que le fue impuesto no es el de este indi­ viduo, sino el de lo universal. 204 Por eso, ese término universal de la naturaleza nos lleva a recapacitar en que la providencia divina y su poder abárcó a toda la naturaleza humana en la primera creación. Pues en las cosas hechas por Dios no hay nada que quede 203 E. F e r g uson , God’s infinity and man’s mutability: perpetual progress accordmg to Gregory of Nyssa: The Greek Orthodox theol. Review 18 (1973) Mrt' DI ? TEFAN°. ha liberta radicale dell’imagine secondo S. Gregorio di C r T 'y Ib - (P‘ i 75, <1972> 431'454; j- Daniélou, L’étre et le temps chez 'oregotre de Nysse (Leiden 1970). San Gregorio Niseno Contra Eunomio sin determinar, sino que a cada ser le ha sido señalado por la sabiduría de su hacedor su límite y medida. Así, pues, com o cada hombre individual tiene su estructura definida, y podemos discernir el ámbito de su persona, encerrado en su cuerpo, así pienso yo que Dios, con su providencia om­ nipotente, abarcó en un cuerpo la plenitud de la naturaleza humana, y que eso quieren darnos a entender las palabras: «H izo Dios al hombre, y lo hizo a su imagen». La imagen de Dios, en efecto, no se puso en una parte de la natura­ leza, ni su gracia en uno de los que vemos que pertenecen a ella, sino que tal poder perteneció por igual a todo el gé­ nero humano. perder ninguno de los caracteres que le competen por natu­ raleza, sean las que sean las vicisitudes por las que pase el cuerpo. Hay que exceptuar la alteración que puede sobreve­ nir a la idea por causa de una enfermedad; pues entonces la deformidad proveniente de la enfermedad viene a ser como una máscara que se apodera de la idea; pero si se la reti­ ramos con el pensamiento, como sucedió con Naamán el si­ rio (4 Re 5 ,lss) y los diez leprosos de que habla el Evan­ gelio, no podrá menos de aparecer en todo su esplendor la idea, una vez liberada, por la salud, de la enfermedad que la velaba (P G 44.225D-227B). 120 205 Una señal de ello es que la mente reside por igual en todos: todos tienen la facultad de pensar y de deliberar y están dotados de todos aquellos dones por los cuales es reproducida su imagen de la naturaleza divina. En igual con­ dición se hallan el hombre que fue hecho en la primera crea­ ción y el que vendrá a la existencia en la consumación de los tiempos, ya que uno y otro son portadores de la imagen divina. Por eso un solo hombre fue denominado la huma­ nidad en su totalidad, ya que para la potencia de Dios nada hay pretérito ni futuro, sino que con su poder, que se ex­ tiende a todo, está en posesión de todo lo que ha de venir como si estuviese ya presente. En conclusión, pues, toda la naturaleza humana, desde los primeros hasta los últimos hom­ bres, es una única y verdadera imagen del que es, y la dis­ tinción del sexo masculino y femenino fue algo añadido, se­ gún pienso, al final de la obra ya hecha (P G 44,18A-188D). C a p ítu lo X X V II 206 No hay que pensar, pues, que todo nuestro ser fluye y está sujeto a cambio, pues no hay posibilidad de cono­ cer lo que no tiene ninguna estabilidad. Lo exacto es decir que hay algo en nosotros que es estable, y algo que cambia y varía. Cambia el cuerpo por el crecimiento y la disminu­ ción, y las diversas edades de la vida vienen a ser com o los vestidos que sucesivamente viste. Por el contrario, la idea permanece siempre la misma, inaccesible a todo cambio, sin 205 M . C . de R . M ontero P acheco , A dimensao temporal definidora duma antropología em S. Gregorio de Nyssa et Bergson: Actas Assem bleia in E st. filos. Braga 29-31 out. 1967 (Braga 1969) p.153-164. 206 R. A r nou , Platonisme: D ic t. T h éol. Cath. 12 c.2346. 121 C O N T R A E U N O M IO LIBRO I 207 El primer hombre, y el que de él fue engendrado, al­ canzaron la existencia uno y otro de diversa manera: el uno por la unión de sus padres, el otro formado de la tierra, y se les tiene com o dos seres distintos, y en la razón de la esen­ cia no se distinguen entre sí, ni se dice que sean dos sustan­ cias sin principio y opuestas entre sí, ni se ha pensado nunca que sean uno los dos, como se hace en esa TsxpaXoyt'ot, hasta el punto de hacer a muchos su propio padre y, a su vez, su propio hijo. Ambos son hombres, éste y aquél, y la ra­ zón de la esencia es común a ambos: ambos mortales, am­ bos racionales, ambos capaces de pensar y de adquirir cien­ cia. Si, pues, la razón de la naturaleza humana en Adán y Abel no sufre variación por razón del diverso modo de ge­ neración, al no inducir ésta ningún cambio de la naturaleza ni en el orden ni en el modo de la existencia, sino que todo permanece igual, com o reconocen todos los que piensan bien, sin que lo niegue nadie, de no estar muy necesitado de elé­ boro, ¿qué fuerza Ies impulsó a éstos a imaginar en la na­ turaleza divina semejante conseja? (P G 45,404B-C). LIBR O III 208 A fin de que veamos con más claridad lo que se nos dice sobre este punto, recorramos de nuevo el estado de la 207, 208 R. A r n o u , a.c.; S. G o n z á l e z , S. J., El platonismo de San Gregorio de Nisa: Greg. 20 (1939) 189-206; R. H. A r m s t r o n g , Platonic Elements in St. Gregory of Nyssa’s Doctrine of Man: Domin. Stud. 1 (1948) 113-121. San G regorio Niseno Sobre el alma y la resurrección, o « Macrina» cuestión: el Creador del universo hizo en el principio la natu­ raleza humana a una con todas las cosas, y, después de ser hecho Adán, instituyó para el género humano la generación que resulta de la unión mutua, diciendo: «Creced y multipli­ caos» (Gén 1,28). Habiendo recibido, pues, Abel la existen­ cia por vía de generación, ¿quién que esté en su sano juicio dirá que Adán recibió la existencia no por vía de genera­ ción, en el mismo sentido en que se habla de generación humana? Mas el primer hombre tuvo en sí todo el término de la esencia humana, y el que de él fue engendrado es des­ crito como poseyendo igualmente la razón de esa misma esen­ cia. Si hubiese sido una esencia engendrada diversa de la no engendrada, no se hallaría en ambos la misma razón de esen­ cia; en aquellos cuya esencia es diversa, no se halla la mis­ ma razón (definición) de esencia. En consecuencia, com o se describe con los mismos caracteres a la esencia de Adán y a la de Abel, por fuerza hay que reconocer que en ambos se da una única esencia y que se presentan como dos individuos distintos de la misma naturaleza. Adán y Abel, en efecto, en la razón de la naturaleza, son dos que son uno; pero en las propiedades que observamos en cada uno de ellos guardan entre sí una distinción inconfundible. Hablando, pues, pro­ piamente, no se ha de decir que Adán engendró una esen­ cia distinta de él, sino, más rigurosamente, que de sí mismo engendró otro él mismo: con el cual fue a la vez producida la razón toda de la esencia generante (P G 45,592C-D). berá durar por siempre, pero que no nos ofrecen razones para que aceptemos esa creencia; parece, más bien, que nues­ tro espíritu servilmente acepta por miedo algo que se le manda, y no que asiente voluntariamente a algo que se le propone. De ahí que sentimos gran pesar por nuestros muer­ tos, al no saber con ciencia plena y cierta si existe tal causa que pueda devolver la vida, y dónde y cóm o, o si más bien no se da en parte alguna. Pues la incertidumbre de lo que es la realidad hace igualmente probables a las opiniones con­ trarias sobre este punto. A muchos les parece una cosa; a otros, otra; y entre los griegos hay pensadores que gozan de gran prestigio en filosofía, que sostienen y defendieron esos extremos. 122 SOBRE EL A L M A Y L A RESU R RECCION , O «M A C R IN A » 209 M a c r i n a .— ¿Es que te perturba y angustia el miedo de que el alma no dure por siempre, sino que cese de existir ella también cuando se disuelva el cuerpo? Y o (que todavía no me había recobrado de la enfermedad y del trastorno que me había acarreado) le di una respuesta un tanto audaz e insolente, sin reparar del todo en lo que decía. Le dije que las palabras de Dios se asemejan a unos preceptos y edictos que nos imponen el creer que el alma de209-221 M. P e l l e g r i n o , II Platonismo di S. Gregorio Nisseno nel Dialogo intorno all’anima e alia risurrezione: Riv. Fil. nesc. 30 (1938) 437-474; 437-474; J. P. C a v a r n u s , Gregory of Nyssa on the Nature of the Soul: The greek Orth. theol. Rev. (1955) p . 135-150; J. C . v a n W i n d e n , Grégoire de Nysse, De anima et resurrectione: Vig. christ. 7 (1953) 154-256; J. D a n ié L O U , ha résurrection d,es corps chex Grégoire de Nysse: Vig. christ. 7 (1953) 154-170. 123 210 M a c r i n a .— Deja a un lado las vaciedades que oyes a otros, con que el inventor de la mentira ha adobado falsas opiniones con detrimento de la verdad. Tú atiende a esto: que el pensar así sobre el alma no es otra cosa que el dar la espalda a la virtud, y fijarse tan sólo en lo que en la vida presente es agradable y placentero, y el no fomentar la es­ peranza de la vida que se extiende en siglos infinitos y en la cual brilla y campea únicamente la virtud. 211 G r e g o r i o .— ¿Y cómo podremos llegar a obtener una convicción firme, estable, fija e inmutable de que el alma per­ dura en la existencia? Pues yo mismo echo de ver que la vida humana carecería de la cosa más hermosa de la vida (es decir, de la virtud) si no llegase a formarse en nosotros una convicción firme y libre de ambigüedades sobre esta materia. ¿Cómo, en efecto, puede existir la virtud en aquellos que están persuadidos de que toda la existencia se cierra en esta vida y no esperan nada después de ella? 212 M a c r i n a .— Luego tendremos que ponernos a inves­ tigar por dónde convendría empezar esta discusión nuestra sobre este punto. Y , si te parece bien, encárgate tú de ex­ poner y defender las opiniones y teorías contrarias. (Pues veo que te gustaría el asumir ese papel). G r e g o r i o .— ¿N o vendrán a decir los que sostienen la opinión contraria, que el cuerpo, por ser compuesto, se disuel­ ve completamente en los elementos de que consta? Ahora bien, una vez disuelta la unión de los elementos del cuerpo, cada uno de ellos tiende a ir, por inclinación y tendencia na- San Gregorio Nisetio Sobre el alma y la resurrección, o M a crin a » tural, a su propio lugar, restituyendo a cada uno su propia na­ turaleza, en virtud de cierta atracción necesaria, lo que le es pro­ pio. Así, lo que hay en nosotros de cálido se reunirá de nue­ vo con lo cálido, y lo que es de tierra, con lo sólido y duro; y lo mismo cada uno de los demás elementos es reducido y vuelve a su semejante. ¿Dónde estará el alma después de esto? Si alguno sostiene que es uno de los elementos, tendrá que conceder necesariamente y asentir que correrá su misma suerte. Pues no hay posibilidad de que se verifique una mez­ cla de una naturaleza diversa, y si esto sucediere, aparecerá con un aspecto variadísimo, al constar de cualidades opues­ tas. Ahora bien, lo que es variado no es simple, sino que se presenta como compuesto, y lo que es compuesto es tam­ bién necesariamente disoluble. Mas la disolución es la corrup­ ción de lo que es compuesto, y lo que se corrompe no es inmortal; de otra suerte, también de la carne se dirá que es inmortal, pues se disuelve en sus elementos. Y si el alma es algo diverso de los elementos, ¿dónde dicta la razón que ella exista, ya que no se la encuentra entre los elementos, al ser de naturaleza diversa de ellos, y no hay ninguna otra cosa en el mundo en la cual puede hallarse el alma de una manera conveniente a su propia naturaleza? Ahora bien, lo que no está en ninguna parte, no existe en absoluto... (PG 46,17A-21A). 214 G r e g o r i o .— ¿Qué es, pues, el alma? Si es que es posible de alguna manera descubrir su naturaleza, de suerte que podamos así llegar a declarar lo que nos habíamos pro­ puesto. 124 213 G r e g o r i o .— ¿Cómo pueden llegar al conocimiento del alma por las manifestaciones que se ven en el cuerpo, aquellos que se dedican a investigar lo oculto por las señales externas? M a c r i n a .— La misma alma, acomodándose al célebre pre­ cepto, proporciona com o idónea y muy capacitada muestra a los que desean conocerse a sí mismos los conocimientos y convicciones sobre ella, a saber, que es una sustancia inma­ terial e incorpórea, que obra y se mueve conforme a su na­ turaleza y que manifiesta sus propias convicciones por medio de los órganos corporales. La disposición de tales órganos per­ dura después de la muerte en los que han fallecido, pero como no está en ellos ya la fuerza del alma, no ejerce ningún movimiento ni acción. El movimiento se da cuando hay sen­ sibilidad en los órganos, y por medio de la sensibilidad la facultad de pensar mueve, con sus propios impulsos, hacia donde le place, los órganos corporales. 125 M a c r i n a .— Unos la explicaron de una manera; otros, de otra, definiéndola según mejor les parecía. Nuestro sentir so­ bre ella es éste: el alma es una sustancia producida, viviente, intelectual, que comunica por sí a un cuerpo orgánico y sen­ sible la facultad de vivir y de percibir lo sensible, mientras sea capaz de ello la naturaleza de tal cuerpo. (Y al decir esto, señalaba con la mano al médico que le asistía para atenderla en su enfermedad.) Allí tenemos una prueba de todo lo que vamos diciendo: ¿En virtud de qué, éste, con la aplicación de sus dedos al pulso, oye de alguna manera por el sentido del tacto a la naturaleza que le clama y le comunica sus acha­ ques y enfermedades, y percibe que la enfermedad corporal se origina de cierta tensión y que la dolencia ha tenido su comienzo en tales visceras, y que el ardor de la fiebre dura­ rá tanto? Y de otras cosas se informa por la vista, al obser­ var la figura y aspecto del enfermo, y el deterioro de los miembros... 215 ¿Podría todo esto tener lugar si no estuviese presen­ te en cada instrumento sensorial una fuerza que sólo percibe el alma y es objeto del conocimiento de la inteligencia? ¿De qué nos podría informar la mano si la inteligencia no guiase al tacto en el conocimiento de lo que experimenta? ¿Qué ayuda nos podría prestar el oído separado de la inteligencia, o la vista, o el olfato, o cualquier otro sentido, si se hallase solo? Y lo que es la verdad más cierta, que alguien bien in­ formado en las letras ha bellamente formulado: la mente es la que ve, la mente es la que oye. De no admitirse esto, ¿cómo tú, al mirar al sol com o aprendiste del maestro a hacerlo, no dices que tiene las dimensiones que cree el vulgo, sino que supera en grandeza a la tierra en una proporción in­ mensa? Una vez que has seguido con tu mente, por lo que podías observar, los movimientos determinados y las distancias e in­ tervalos de tiempo y espacio, y las causas de los eclipses, ¿no dictaminas con seguridad confiada que ello es así?... (P G 46,29B-32B). 214-215 M. B. v o n S t r i t z k y , Zum Vroblem der Erkenntnis bei Gregor von Nyssa (Münster 1973); A. W e i s w o r m , The Nature of Human Knowledge according to S. Greg. of Nyssa (Washington 1953). San Gregorio Niseno Sobre el alma y la resurrección, o « Macrina» 216 Se pregunta, pues, qué tenemos que pensar que es el alma en su esencia. El que desee saber lo que es, acogiendo sin dudas lo que hemos demostrado de su actividad, podrá conseguirlo con toda facilidad. Si piensa que no es lo que es perceptible por los sentidos, ni color, ni figura, ni la dureza, ni la gravedad, ni la cuantidad, ni lo que se divide en tres dimensiones, ni posición en lugar, ni nada de lo que se apre­ cia en la materia, conoce que es algo distinto de todas esas cosas. hecho a imagen de otra cosa, tiene en sí completamente la semejanza del ejemplar: la intelectual, de lo que es inteligen­ te; la incorpórea, de lo que es incorpóreo, y, como ello, ca­ rece de toda mole corporal y, asimismo, está libre de toda dimensión. Pero, por lo que hace a la peculiaridad de su na­ turaleza, es algo diverso. Pues no sería ya imagen si se iden­ tificase completamente con ella en todos esos caracteres, sino que en aquellos en que se muestra la naturaleza increada, en esos mismos la creada se presenta; así com o en un trozo pequeño de vidrio, cuando le da el sol, se ve todo el sol, no apareciendo en él todas sus proporciones o magnitud, sino en cuanto (en la medida) en que es capaz de reflejarlo la pequeñez del trozo de vidrio, así, en la pequeñez de nues­ tra naturaleza se reflejan las imágenes de esas propiedades incomprensibles de la divinidad, de suerte que nuestra razón, llevada com o de la mano por ellas, ni decaiga ni descarríe en el conocimiento de la naturaleza de la mente si eliminamos en el estudio de la cuestión los caracteres corporales. Ni, por otra parte, vaya a dar en la opinión de que se identifica con la naturaleza infinita e inmortal la que es finita y mortal, sino que piense que su naturaleza es intelectual, ya que es asimismo imagen de una sustancia intelectual, pero sin lle­ gar a afirmar que la imagen es idéntica al ejemplar... (PG 46.40C-44A). 126 217 G r e g o r i o . — Y yo (interrumpiendo) no sé cóm o, si quitamos todo eso en su descripción, se pueda evitar que des­ aparezca y se suprima a la vez con ellos el objeto de que tra­ tamos. Pues no veo a qué puede agarrarse el afán y solicitud por conocer. Siempre en toda investigación y en todo empe­ ño de la inteligencia por inquirir algo, procedemos com o pal­ pando el objeto de que se trata, a la manera de unos ciegos que a tientas por las paredes van buscando la puerta, toca­ mos en todo caso uno de esos puntos dichosos, encontrando o el color, o la figura, o la cuantidad, o algún otro de esos que has enumerado: pero cuando se declara que no es nada de eso, nos vemos reducidos, por nuestra pequeñez de áni­ mo, a pensar que no es nada absolutamente. 218 M a c r i n a . — (Y ella, indignada al oírme esto.) ¡Oh, cosa importuna y absurda! ¡A qué extremo de exigüidad de ingenio llega el juicio mezquino que formamos de las cosas! Si suprimimos de la realidad lo que no se percibe por los sentidos, ni siquiera reconocerá, el que así hable, la existencia de la potencia que rige y gobierna al universo, sino que, al oír que la naturaleza divina es incorpórea e informe, pensará con toda lógica que no existe en absoluto. Pero si, en ese caso, la ausencia de esas cosas no trae consigo la no exis­ tencia de ese ser, ¿por qué se borra de la existencia la mente humana por la desaparición de esos caracteres corporales? 219 G r e g o r i o . — Ahora resulta que, por este camino, de un absurdo venimos a colegir otro, pues nuestro razonamien­ to nos ha traído a pensar que nuestra mente es idéntica a la naturaleza divina, ya que el concepto de ambos lo obtenemos por la supresión de todo lo que se percibe por los sentidos. 220 M a c r i n a . — N o las llames idénticas (pues ésa es una manera impía de hablar), sino, com o nos enseña la Sagrada Escritura, di que una es semejante a la otra. Lo que ha sido 127 221 No creo que haya podido penetrar en esta cuestión nadie de los que se han puesto a investigarla, ya que presenta muchas dificultades: ¿cóm o, por ejemplo, de lo que es esta­ ble ha podido surgir lo que está en movimiento, y de lo sim­ ple y sin dimensiones lo extenso y compuesto? ¿D e la misma suprema naturaleza? Pero no se reconoce ni consta eso, ya que los demás seres se presentan com o diversos de ella; habrá que buscarle otro origen. Pero la razón no encuentra nada fuera de la naturaleza divina. Pues aparecería entonces que habría que distinguir dos principios diversos, si se ad­ mitiese la existencia de algo extraño a la causa productora, de lo cual hubiera tenido que mendigar la sabiduría del artífice para la acción creadora. Por consiguiente, ya que es una sola la causa de todas las cosas, y las que han sido producidas no son de la misma naturaleza que la suprema sustancia, es error igual por ambas partes el pensar que la creatura emana de la ni M21 W o l f s o n , T h e identification of «ex nihilo» wiih emanation in Greiory °t Nyssa, o.c., p.201-206. San G regorio Niseno 128 naturaleza divina, y el sostener que todas las cosas surgieron de alguna otra sustancia, pues, o se concebiría a la divinidad con las propiedades de las creaturas, ya que a éstas se las supone de la misma naturaleza que Dios, o se pondrá fuera de Dios, frente a la sustancia divina, una naturaleza material que estará al par de ella, por su carácter de ingenerada en la eternidad, cosa que imaginaron los maniqueos y algunos de los que cultivan la filosofía griega, dándose a semejantes con­ jeturas y poniendo así por dogma un invento de su imagina­ ción (P G 46.121C-124A). D E LAS N O C IO N E S COMUNES 222 Si el nombre «D ios» fuese nombre para designar las personas, al hablar de tres personas, por fuerza hablaríamos de tres dioses; en cambio, si designa la esencia, al confesar que es una la esencia de la Santa Trinidad, con razón glorificamos a un único Dios, ya que el nombre «D ios» es un solo nombre correspondiente a una sola sustancia. Por eso, conforme a la sustancia y al nombre, hay un Dios y no tres... Y com o no se divide la esencia en cada una de las personas de suerte que resulten tres esencias correspondientes a las tres personas, es claro que tampoco se dividirá el nombre que significa la esen­ cia en Dios de suerte que sean tres diversos: sino que así como el Padre es sustancia, y el H ijo es sustancia, y el Espíritu (Santo) sustancia, y (sin embargo) no son tres sustancias, así también el Padre es Dios, el H ijo es Dios, y el Espíritu (Santo) es Dios, y (sin embargo) no tres dioses. Pues es un solo y mis­ mo Dios, ya que también la esencia es la misma, aunque cada una de las personas esencia subsistente y Dios; de lo contra­ rio, habría que decir que son tres las esencias: la del Padre, la del H ijo y la del Espíritu (Santo), lo cual va contra toda razón, pues tampoco llamamos a Pedro, a Pablo y a Bernabé tres esencias, sino que diciendo que es una la esencia del Pa­ dre y la del H ijo y la del Espíritu (Santo), decimos, consi­ guientemente, que es un solo Dios, aunque creemos que cada una de las personas es consustancial y D ios... (P G 45,176A177B). 223 Pero tal vez alguno afirme que decimos que Pedro, 222-229 S. G o n zá l e z , El platonismo de San Gregorio de Nisa: Gregor. 20 (1939) 189-206; A. H. A r m str o n g , Platonic Elements in St. Gregory of Ñisa’s Doctrine of Man: Dominican Studies (1948) 113-126; H. F. C h e r n is s , The Platonism of Gregory of Nissa (Berkeley 1930). D e las nociones comunes 129 Pablo y Bernabé son tres sustancias particulares, es decir, pro­ pias, por la manera más propia de hablar, porque, al decir sus­ tancia o esencia particular o propia, no queremos significar otra cosa que lo individual, que es la persona. Pero el nombre «D ios» no designa a las personas, com o queda probado. ¿Qué decir, entonces, a esa afirmación de que a Pedro, a Pablo y Bernabé los llamamos tres hombres? No los llamamos así en cuanto que son personas; éstas no se designan con el nombre destinado a significar la esencia común. Ni tampoco la llamada sustancia o esencia particular o propia, ya que ésa es lo mismo que persona. ¿Por qué causa, entonces, los decimos tres hom­ bres, siendo así que poseen una (misma) sustancia o esencia, que designa el nombre de hombre? Si los llamamos así, no es a causa de las personas, ni porque se llame sustancia o esencia particular o propia; hablamos así con una manera de hablar abusiva e impropia, por una costumbre que ha prevalecido por ciertas causas necesarias acerca de la especulación sobre la San­ ta Trinidad. 224 Esas causas son las siguientes: la definición del hom­ bre no siempre se contempla en los mismos individuos o per­ sonas. Desaparecidos, en efecto, unos, otros ocupan su puesto, y asimismo, permaneciendo muchas veces los mismos, otros se les añaden, de súerte que se considera o verifica unas veces en éstos, otras veces en aquéllos; ahora en muchos, después en pocos. Y lo mismo en la supresión o pérdida de la vida, o en la procreación de los individuos en los que se considera la definición del hombre, nos vemos precisados a hablar de mu­ chos o de pocos hombres, por variación o alteración de las per­ sonas, desplazando al común modo (de hablar) y contra la ra­ zón misma de esencia, de manera que las sustancias o esencias vengan a formar el mismo número que las personas. En la San­ ta Trinidad nada de eso sucede... 225 Asimismo, no todas las personas humanas reciben la existencia de la misma persona, sino que ésta la recibe de ésa, y aquélla, de aquella otra; de suerte que, según el número de los causados, vienen a ser diferentes y varias las causas; eso no tiene lugar en la Santa Trinidad, ya que de la sola e idén­ tica persona del Padre es generado el H ijo y procede el Espí­ ritu Santo... 226 En consecuencia, nada nos fuerza a decir que las tres personas son dioses, com o, en cambio, entre nosotros llamamos Los filósofos medievales 1 3 A Adlabio, que no hay tres dioses 130 San Gregorio Niseno muchos hombres a las muchas personas, por las causas expues­ tas, y no conforme a la razón, que dicta necesariamente que lo idéntico, en cuanto tal, no puede ser uno y muchos. Pues Pe­ dro, Pablo y Bernabé, en cuanto hombres, son un hombre, y según eso mismo en que son hombre, no pueden ser muchos; pero se los llama muchos hombres abusiva e impropiamente, y lo que se dice abusivamente nunca es preferido por los que piensan bien a lo que se dice en sentido propio. Por tanto, no hay que sostener que en las tres personas de la esencia divina existen tres dioses, en cuanto que son Dios, sino que es uno y el mismo Dios, a causa de la identidad de esencia, que es significada por el nombre «D ios», como hemos dicho... (PG 45,177D-180D). 227 También decimos que Pedro se distingue de Pablo en cuanto que cada uno de ellos tiene su propia hipóstasis, ya que difieren entre sí en ciertas notas que suelen constituir su hipóstasis y no su esencia (ouaía) como, por ejemplo, la calvi­ cie, la estatura, la paternidad, la filiación y parecidas. Es evi­ dente que no es lo mismo especie e individuo, ni tampoco esen­ cia e hipóstasis; «hipóstasis» al punto remite la mente a pensar si es uno de pelo ensortijado, de ojos azules, padre, hijo y de­ terminaciones parecidas. Llamo especie, es decir, esencia, para discernir si se trata de animal racional, mortal, que relinche o de tal o cual clase; y si no son lo mismo esencia e individuo, que es la hipóstasis, tampoco son lo mismo los nombres que las designan y caracterizan a una y otra. Y si no son lo mismo, tampoco se pueden juntar o identificar en los mismos nombres, sino que unos, con los que se imponen para designar la esencia o sustancia, y otros, con los que sirven para significar el indi­ viduo. 228 Tres son, pues, los nombres sometidos a discusión: esencia o sustancia (oaaía), individuo (atopov), hombre: al de esencia o sustancia asociamos y unimos tales y cuales caracteres, para distinguir, como hemos dicho, las especies que están bajo ella y difieren entre sí esencialmente. A su vez, a la hipóstasis asignamos esos otros caracteres, para distinguir las personas que participan del mismo nombre, es decir, hipóstasis, pero que difieren entre sí, no en las notas que designan a la hipóstasis, sino en los llamados «accidentes». ¿Cómo, entonces, quieren asociar tales determinaciones al nombre de «hom bres»? Las controversias hay que decidirlas a base de los principios en que se conviene, como, en el caso, es que se está en el orden 131 de la esencia cuando se tiene a seres que difieren entre sí den­ tro de ella esencialmente, lo cual no sucede al presente. Pedro y Pablo, en efecto, no difieren en nada en la esencia, pues de ellos se predica «hom bre», sino en la subsistencia de la per­ sona. Es, pues, evidente que «hom bre» designa lo común de la esencia, y no a la persona particular, por ejemplo, a Pablo o a Bernabé. De ninguna manera, pues, tales notas o caracteres están asociados a «hom bre», al menos según la razón que pro­ cede científicamente. Y si el uso común de hablar da las espal­ das a eso y echa mano de los nombres destinados a la esencia para designar a las personas, ese proceder es completamente ajeno a las reglas que prescribe la ciencia lógica. 229 Pero ¿por qué lanzo invectivas contra el abuso que ha prevalecido en esta materia, sin percatarme de que nosotros, muchas veces, no disponiendo de los términos propios, acudi­ mos a términos impropios para explicar lo que decimos? Que­ de al menos claro que, si hemos dicho a propósito de Pedro y Pablo expresiones como éstas: «El hombre no difiere de otro hombre, en cuanto hombre, sino en cuanto tal hombre», y: «una sustancia en cuanto sustancia, no difiere de otra sustan­ cia, sino en cuanto tal sustancia», hemos podido usar tales ex­ presiones: si no fuera eso posible, tampoco lo sería lo prime­ ro, ya que es evidente que el término «hom bre» designa a la esencia. Y si no es lógico asociar a «hom bre» las determina­ ciones de «tal» o «cual», tampoco diremos con propiedad «dos o tres hombres». Ahora bien, si esto se demuestra en el caso del término «hom bre», con cuánto mayor propiedad cuadrará a la eterna y divina esencia el que cada hipóstasis se diga tal o cual Dios, y que no se hable de Dios y de Dios, sino que se pro­ clame Dios al Padre, y al H ijo, y al Espíritu Santo, y que no se enseñe, ni siquiera en el intento del interno pensar, que son tres. Queda, pues, bien firme nuestra exposición de que sos­ tenemos la existencia de un solo Dios autor de todas las cosas, aunque se le contemple en tres personas o hipóstasis, del Pa­ dre, y del H ijo, y del Espíritu Santo (P G 45,184D-185D). A A D L A B IO , QUE N O H A Y TRES DIOSES 230 ¿Por qué, en nuestra manera habitual de hablar, al enumerar uno a uno a los que vemos que participan de una misma naturaleza, usamos el nombre en plural diciendo: «m u­ chos hombres», y no llamamos uno a todos ellos; y, en cam­ bio, cuando se trata de la naturaleza divina, la declaración del 132 San Gregorio Niseno A Adlabio, que no hay tres dioses dogma excluye la pluralidad de dioses, contando, por una par­ te, las hipóstasis, y no admitiendo, por otra, la significación plural?... (P G 45.118C). 231 Habrá, pues, que responder a muchos, com o quiera que podamos investigar la verdad en la cuestión propuesta, pues no es ésta sobre cosas frívolas. Decimos, pues, en primer lu­ gar, que es un abuso que ha prevalecido por la costumbre el designar en plural por el nombre de la naturaleza misma a los que no se distinguen en dicha naturaleza, diciendo: «muchos hombres»; tanto valdría como decir: «muchas naturalezas hu­ manas». Que esto es así, se verá claro por lo siguiente: cuan­ do llamamos a uno, no le llamamos por el nombre que designa la naturaleza, no sea que la comunidad del nombre induzca a error, haciendo creer a cada uno de los que lo oyen que se le llama a él al hacerse la llamada no por el nombre propio, sino por el nombre común de la naturaleza. Lo que hacemos es decir el nombre propio que le designa al sujeto en cuestión, distinguiéndolo así del común de los mortales. De suerte que puede haber muchos que hayan participado de la misma na­ turaleza, digamos, muchos discípulos, o apóstoles o mártires, pero en todos ellos se da el hombre como algo único. Y es que, com o ya hemos dicho, «hom bre» no es nombre de un singular, sino de la naturaleza común. Pues hombre es Lucas o Esteban, mas no (por eso), si alguien es hombre, va a ser Lucas o Esteban. 232 En cambio, la razón de las hipóstasis recibe su di­ versificación por las peculiaridades que se aprecian en cada uno, y llegan a formar número. Mas la naturaleza es una única, unida consigo misma (idéntica a sí misma), y es una mónada absolutamente indivisible, que no aumenta por adición alguna, ni disminuye por sustracción, sino que es lo que es siendo algo uno, si bien hace su aparición en la multitud infragmentable, continua, íntegra y perfecta, y sin condividirse con los singula­ res que la participan. Y así com o decimos «plebe», «pueblo», «ejército», «asamblea», en singular y, sin embargo, pensamos cada una de esas cosas como incluyendo una multitud, de la misma manera, hablando rigurosamente, también el hombre de­ bería decirse propiamente uno (solo), aunque los que aparecen como participando de esa naturaleza sean multitud. Así, resul­ taría mucho más acertado el corregir la costumbre que se nos ha introducido, y no extender el apelativo de multitud al nom­ bre destinado a designar la naturaleza, que no, dejándonos es­ 133 clavizar por ella, transferir al dogma divino el error en ella latente. Pero el corregir una costumbre es muy difícil. ¿Cómo persuadir a uno, en efecto, que no llame muchos hombres a los que aparece que participan de una misma naturaleza? Es cosa ardua en todos los órdenes el mudar una costumbre. Por lo que hace a esta naturaleza que vemos, si no hacemos frente a la costumbre dominante, no sería demasiado grave el error, ya que no se sigue ningún peligro del uso indebido de la ter­ minología; pero, tratándose del dogma divino, no está igual­ mente exento de peligro, ni es independiente el uso de las palabras. Lo más pequeño no es leve en esta materia (P G 45, 117D-120D). Bibliografía general SAN AGUSTIN (354-430) O b r a s p r i n c i p a l e s : C ontra académ icos (386); D e beata vita (386); D e ord in e (386); S oliloquia (387); D e im m ortalitate am m ae (387); D e m úsica (387-391); D e qu antitate animae (387-388); D e m o rib u s E c cles ia e catbolicae e t M anichaeorum (387-388); D e G e n e s i contra -M a m c h a e o s (388-390)- D e lib ero arbitrio (388-395); D e m agistro (389), D e vera religion e ’ (389-391); D e diversis qu aestion ibu s (389-396); D e utilitate cred en d i (391-392); D e duabus am m abus contra M am ch a eos (391-392), D isp u ta tio contra F ortunatum (391-392); D e fid e et s y m b o l o ( 3 9 3 y , D e G en esi ad litteram (393-394); D e doctrina chn stiana (396-397); D e catechizandis rudibus (400); C o n fessio n es (397-400); D e fid e rerum quae non videntur (397-400); D e T rinitate (400-416); D e natura boni contra M am ch a eos (405); D e civitate D e i (413-426); D e origin e am m ae humanae (415); E narrationes in P salm os (391-415); D e anima et eius origin e (420); E nchiridion ad Laurentium (421); D e gratta e t lib ero arbitrio (426-427); R etractation um libri d ú o (426-427); O p u s im p erfectum contra lu lia nu m (428-429); E p istolae (386-430). B i b l i o g r . g e n .: C. A n d r e s e n , B ibliographia augustiniana, 2 Aufl. (Darmstadt 1973); E. N e b r e d a , C.M.F., Bibliographia augustiniana (Komae 1928)- E. G i l s o n , B ibliographie des principau x travaux relatifs a la p h ilosop h ie d e S. A u g u stin ju s q u ’en 1943, en In tro d u ctio n a ^ u d e j e S. A u g u stin , 3.“ ed. (Paris 1949) p.325-351; V . C a p a n a g a ,^ CLR.S.A., B ibliografía agustiniana, en O bras de San A gu stín I, en edición bilingue (BAC Madrid 1946) p.277-338; G . K r ü g e r , N e u e A u gu stin littera tu r: Ein Z Ä . für Kirchengeschichte, X L I X (1930) 494-501; R. G o n z a ­ l e z , O .S.A ., B ibliografía agustiniana del C en ten a rio: Religion y Cultura, X V Centenario de la muerte de San Agustín (El Escorial 1931) p.461509; F. v a n S t e e n b e r g h e n , La p h ilosop h ie d e S Aug.u s t m d après les travaux du C en ten a ire (430-1930): Rev. néosc Phil 34 (1932) 366-387; 35 (1933) 106-126, 230-281; C h . B o y e r , S.I., B ulletin augustim en. Gregor 9 (1928) 317-323; 11 (1930) 600-617; 12 (1931) 618-639; A ugustinu s (Litter. Bericht): Schol. 5 (1930) 599-605, M ,D . C h e n u Bulletin d ’ h istoire d es doctrin es ch rétien n es: Rev. sc. phil. theol. (193U) p 569-581; (1931) p.579-584; P. K r e m e r , Saint A u gu stin p h ilosop h e chrétien . En lisant les publications du centenaire: La Vie intellect. (1931) n 220 2 25’ M C u e r v o O .P ., B oletín d e literatura agustiniana: Ciencia rnmUra H 931) D 208-243; V . C a p á n a g a , B oletín agustiniano: Augustin u ? 1 4 1969 351 376; V . C a p á n a g a y J. O r o z R e t a , B oletín agusti­ n ian o■ August. 15 (1970) 57-70; 307-322; V . C a p á n a g a , B oletín agus­ tiniano- August. 16 (1971) 185-196; 16 (1971) 399-408; 18 (1973) 68-80; 391-404- 20 (1975) 123-136 y 385-396; F.-J. T h o n n a r d y otros , Bulletin a u iu stin ien pour 1967 et co m p lém en ts d ’années a n térieu res: Rev. Etud. august. 15 (1969) 259-377; 14 (1968) 205-230; Id B M august j>our 1968 e t co m p lém en ts d a nnées antérieu res, 15 (1969) 259-377, A. V. V e e r , B u llet, august. p ou r 1969 et co m p lém en ts d années antérieu res, 16 (1970) 291-399; (1971) 329-440; I d „ Bull, august, pour 1970 et c o w .p /f ^ 7 9 5 3 7 2 I d ., Bull, august. p o u r 1 9 7 1 . .., ibid., 18 (1972) 295-372, 135 I d ., Bull, august. p o u r 1 9 7 3 ..., ibid., 20 (1974) 323-416Id Bull august. p ou r 1974 ibid., 21 (1975) 345-442; M iscellanea agostiniana Testi e studi publicati a cura dell’Ordine eremitano de s. Agostino nel X V centenario della morte del santo D ottore, 2 vols. (Roma 1930, 1931)M. C. D ’A r c y , A M o n u m en t to St. A u g u stin e (London 1930, New York 1931); Sant’A g o stin o . Pubblicazione commemorativa del X V cen­ tenario della sua morte, a cura di A. G e m e l l i (Milán 1931)- Saint A ugustin. La Vie Spirituelle, 24 (1930); A u reliu s A u gu stin u s- D ie Fesschrift des Gorresgesellschaft zum 1.500 Todestage des heil Augustinus herausg. v. M. G r a b m a n n und J. M a u s b a c h (K oln 1930); Mélanges augustiniennes (1930); Rev. de Phil. (1930); M élan ges augustiniennes, publiées à l occasion du X V C enten a ire d e Saint A u g u stin (Paris 1931)- A cta hebdom adae augustinianae-thom isticae, Academia Romana S Thomas Aquin., recurrente X V Centenario anno a felici transitu s. Augustini (Taurmi-Romae 1931); A u g u stin u s m agister, Congrès international augustinien, Pans 21-24 sept. 1954, 3 vols.; É tud. august. 1954; La Ciudad de D io s ,r n.° extraordinario en el X V I Centenario del nacimiento de S. Agustín, vol.167 (1954) I y II ; D. L e n f a n t , C oncorda ntia e augustiniannae, s w e c o llectio om niu m Sententiarum qu ae sparsim in om n i­ bus sancti A u g u stin i op erib u s in veniuntu r, 2 vols. (Parisiis 16561665; E. PoRTALiÉ, art. A u g u stin (s a in t): Dict. Théol. Cath. 1 (1909) c.2268-2472; J. M a r t i n , Saint A u g u stin , 2.a ed. (Paris 1923); É G i l s o n In trod u ction à l ’étu d e d e Saint A u g u stin : Ét. phil. méd X I 3 a ed’ (Pans 1949) (Bibliogr., p.325-351); I d ., P o rq u o i saint T hom as à critiq u é saint A u g u stin : Arch. d ’Hist. doctr. litt. du Moyen Age (1926-1927) x'Z 1' 85’ J.DV L ’‘ d é e d e P h d osop h ie ch ez saint A u g u stin e t ch ez saint 1 bom as d A q m n : Acta hebdom. august. thom. (Romae 1930) p 75-87I d R ech erch es augustiniennes, 2 vols. (Paris 1962); F. C a y r é , In itiation a la p h ilosop h ie d e Saint A u g u stin (Paris 1947) (Bibliogr. p 295-303)^■. C on tem p la tion et raison d ’après S. A u g u stin : Mélang. august. (Pa­ ns 1931) p.1-50; o Rev. de Phil. 30 (1930) 331-381; I d ., D ieu p résen t dans la vie d e l esp rit (Bruges-Paris 1951); I d ., La con tem p la tion augustic à27); A. C. V e g a , O .S.A., In tro d u cció n general a la Í u J Í a , J u v A gu stln > en ° b r a s d e Sa" A gu stín II (BA C, Madrid 1946) p. 11-234 (Bibliogr p.235-245); R. J o l i v e t y otros, É tu d es sur saint Augustin. Arch. Phi . 7 (1930) cah.2, p.1-272; P. A l f a m c , L ’é v olu tion inf j t u e l l e d e saint A ugustin : (Paris 1918) (cf. G i l s o n , In tr o d u ctio n à Vêtude t w 1 A u gu stin p.330); C h . B o y e r , L ’id ée d e v érité dans la p h ilosop h ie et M n r t gU?tm (,P am ,19Z0 )> e d (Paris 1941 >; lD a Christianism e eo pla ton ism e dans la form ation d e saint A u g u stin (Paris 1920)to., ts s a i sur la d octrin e d e saint A u g u stin : Arch. Phil (1932)- o- S é ? /0' ' 8 i 1927)- Y ^ rck P h il 7 (1930)> c a h 2 ' lD" P h ilosop h ie et Phil Alf gust¡ n: Mélang. august. p.173-188, o Rev. de R. : ( 1930) 817-830; Id., Sant A g o s tin o (Milán 1946) esp. p.241-252auQurfi ’ P’ 25^ 2 60’ lD’’ L 'im age d e la T rinité, s yn th èse d e la p en sée augustim en ne: Greg. 27 (1946) 128ss; Id „ San A gu stín y el existen ch z T a i n t T nÜa- 2 ( I 947) ' 49,-152; R - J ° L1VETa L e p ro b lè m e du mal et íe : uA ' Ch- S ” 1’ 6 (1930) cah'2 : Id- Saint A ugustin J le , ” e°-P laton ism e ch rétien (Pans 1932); Id „ La d o ctrin e augustinienne n T n A Ug esprit <p " l " u w la? 8 ' JaU8-USt' , (Paris 1931 ): lD- L>ieu, soleil des d ’H istoire d l pu 1 (ref“ ndlclon de] anterior); F.-J. T h o n n a r d , P récis Veca S t r Pht} 0s°p h ie , nouv. ed. (Paris 1941) p .198-257; P. M u ñ o z M F ’ Sr-T. ’ n trod u ccion a la síntesis d e S. A gu stín (Roma 1945); ■r - b i a c c a , San A gu stín (Barcelona 1955); J. M a r i t a i n , D e la sagesse 136 Contra los Académicos San Agustín a ugustinien ne: Mélang. august. (Paris 1931) p.385-411; P. M o n t a n a r i , Saggio di F ilosofía agostiniana. I massimi p ro b lem i (Turin 1931); B. Rom e y e r , T rois p ro b lèm es d e p h ilo so p h ie augustinienne. A p ro p o s d un livre récen t (E. G i l s o n , In tro d u ct. à l’étu d e d e s. A u g u stin : Arch. Phil. 7 (1930) cah.2 p.200-243; I d ., E n q u el sen s saint A u g u stin est-il p h ilo so p h e ? : D octor communis (1950) I p.89ss.; J. P e g u e r o l e s , El pen sa m iento filo s ó fic o d e San A gu stín (Barcelona 1972) (Bibliogr., p .147150); I d ., E l ser y el tiem p o , la form a y la materia. S íntesis d e la m etafísica d e San A g u stín : Pens. 28 (1972) 165-191; I d ., La form ación o ilum inación en la m etafísica d e San A g u stín : Espíritu 20 (1971) 134149; H . I. M a r r o u , Saint A u g u stin e t la fin d e la cu ltu re a n tiq u e (Paris 1958); A. V e r g e z , San A gu stín y la filo so fía cristiana: Augustinus 19 (1974) 3-19; M. T. A n t o n e l l i , A s p e tti agostiniani d el p rob lem a del filoso fa re: Augustinus magister p.335-346; A . M u ñ o z A l o n s o , C o n c e p to agustiniano d e filo so fía según la « Ciudad d e D io s » : La ciudad de Dios 167 I (1954) 153-168; St. K o w a l c z y k , L ’argum ent a xiolog iq u e dans la p h ilosop h ie de St. A u g u stin : Est. agust. 5 (1970) 51-59; I d ., La idea de D io s en el p en sa m ien to agustiniano: Augustinus 20 (1975) 225-252; P. L o p e C i l l e r u e l o , ¿ Q u ién es D io s ? : Est. agustiniano 8 (1973) 271296; I d ., La p ru eba agustiniana d e la existen cia d e D io s : Est. agust. 4 (1969) 239-273; I d ., La « m em oria D e i» según San A g u stín : Augustinus magister, I, p.499-509; V. L o s s k y , É lém en ts d e « th é o lo g ie n eg a tive » c h ez saint A u g u stin : Augustinus magister, I p.575-581; M . G r a b m a n n , D ie G ru n d ged a n ken des heil. A ugu stin u s ü b er S eele und G o t t in^ ihrer G eg en w a rtb ed eu n tu n g (K öln 1929; Darmstadt 1967); J. F. V é r i c a t N ú ñ e z , La idea d e creación segú n San A g u stín : Augustinus 15 (1970) 19-34; 151-168; 281-305; 385-400; J . M o r a n , Síntesis d el pen sa m iento agustiniano en to rn o a la existen cia d e D io s : Augustinus 5 (1960) 227254; T. C i i a i x - R u y , Saint A u g u stin , T em p s e t h istoire (Paris 1956); R. G i l l e t , T em p s et exem p la rism e ch ez saint A u g u stin : Augustinus ma­ gister, II p.933-941; L. B a u r a i n , L e tem p s d ’après Saint A u g u stin : Rev. august. (1902) p.183-193; J. M. B r a d y , St. A u g u s tin e ’s th e o r y of sem ináis raisons: N ew Scholast. 38 (1964) 141-158; H . I z u m u , T he n otion o f m utabilitas in A u g u stin ’s p h ilo so p h y : Studies on Mediaeval Thought 4 (1961) 102-121; L. R e y A l t u n a , ¿ Q u é es lo b e llo ? In tr o ­ du cción a la E stética d e S. A gu stín (Madrid 1945); J. H e s s e n , A ugustins M eta p h ysik d er E rken n tn is (Berlin 1931; 2 Aufl., Leiden 1960); L. S. K e e l e r , A u g u stin i doctrina de co g n itio n e. Text. sel. et notis instructi, P on t. U niv. G reg. T e x tu s et D ocu m en ta , series phil. 11, 2.a ed. (Romae 1945); J. M o r a n , E nchiridion cog n ition is secundum D . A ugustinum (M adrid 1960); A. A r ó s t e g u i , L os grados d el saber segú n San A gu stín : Giorn. di metaf. 23 (1968) 246-258; L. B l a n c h e t , L es a n técé­ den ts h istoriqu es du «J e p en se, d on c j e s u is» (Paris 1920); V . W a r n a c h , E rleuchtun g und E in sp rechu ng b e i A u g u stin u s: Augustinus magister, I p.429-449; R. A l l e r s , Illum ination et vérités étern elles. U n e étu d e sur l’a p riori augustinien : August, magister, I p.477-490; I d ., St. A u g u stin e’s D octrin e o f Illu m in a tion : Francise. Studies 12 (1952) 27ss; J. G o n z Âj l e z - Q u e v e d o , Id ea s innatas e ilum inación divina: Miscelánea Comillas 1/ (1952) 1-66; I d ., La ilum inación agustiniana: Pensam. 11 (1955) 5-28; H . S o m m e r s , Im age d e D ieu et illum ination d ivin e: August, magister, I p.451-462; F. K ö r n e r , A b stra k tio n o d e r Illu m in a tion ? D as O n tolog isch e P rob lem des augustinischen S in n eserken n tn is: Recherch. august. 2 (1962) 81-109: C h . C o u t u r i e r , La stru ctu re m éta ph ysiqu e ¿ e l ’h om m e d ’après saint A u g u stin : August, magister, I p .543-550; R. F l ó r e z , P u n tos para 137 una a ntropología agustiniana: ibid., p.551-557; V . C a p á n a g a , E l h om ­ bre-abism o segú n San A g u stín : Augustinus 20 (1975) 225-252; M. F e r r a z , D e la p sy ch o lo g ie d e saint A u g u stin (Paris 1869); E. S e i j a s , E stu dios psicológicos sob re San A g u stín : La Ciudad de Dios 116 (1921) 202-219; 134 (1923) 195-205.254-263; P. D e l h a y e , Saint A u g u stin e t les valeurs hum ains: Mélang. sc. rélig. 12 (1955) 121-138; S t . K o w a l c z y k , La c o n cep tion d e l ’h om m e ch ez saint A u g u stin : Giorn. di metaf. 27 (1972) 199-211; A. A r ó s t e g u i , La supuesta identidad agustiniana d el alma y sus p oten cia s: Rev. de Fil. 9 (1952) 43-64; R. F l ó r e z , M u e r te e inm or­ talidad en San A g u stín : La Ciudad de Dios 174 (1961) 449-482; F.-J. T h o n n a r d , La n otion d e lib erté en p h ilosop h ie a ugustinien ne: Rev. des étud. august. 16 (1976) 243-270; K. W i n k l e r , La th éo rie augus­ tin ien n e d e la m ém oire à son p o in t de dép a rt: August. magister p.511519; T . R o d r í g u e z N e i r a , S en tid o g n o seo ló g ico d e la m em oria : Est. agustin. (1971) p.371-407; J. M a u s b a c h , D ie E th ik d es heil. A ugustinu s, 2 vols. (Freiburg i. Br. 1909) 2 Aufl. 1929; B. R o l a n d - G o s s e l i n , La m orale d e saint A u g u stin (Paris 1925); G . A r m a s , La m oral d e San A gu stin (Madrid 1956); N . H a r t m a n n , O r d o am oris, Z u r augustinischen W esen sbestim m u n g des S ittlich en : Wissenschaft und Weisheit 18 (1955) 1-23.108-121; T h . D e m a n , L e tra item en t scien tifiq u e d e la m orale ch ré­ tien n e selon saint A u gu stin (Paris 1957). CONTRA LOS ACADEMICOS E d i c i ó n c i t a d a : O bras d e San A gu stín , en edición bilingüe, III, Obras filosóficas: C ontra los A ca d é m ic o s ..., versión, introd. y notas de V. C a p á n a g a , O .R.S.A. (BAC, Madrid 1947). B i b l i o g r . g e n .: C a p á n a g a , In trod u cción , en o.c., p.3-59; P. K n o l l , S. A u relii A u g u stin i «C on tra A ca d ém ico s» libri t r e s ... recensuit..., Cor­ pus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum (CSEL) X L X I I I (Vindobonae Lipsiae 1922); R. J o l i v e t , O eu v res p h ilosop h iq u es d e S. A ugustin. D ialogues p h ilosop h iq u es: I, Problèmes fondamentaux: «Contra Acadé­ micos», «D e beata vita», «D e ordine», trad, introd. et notes (Paris 1939); C h . B o y e r , S.J., C hristianism e e t n éo-p la ton ism e dans la form a­ tion de Saint A u gu stin , Appendice II, Analyse des Dialogues composés par Saint Augustin à Cassiciacum, «Contra Académ icos», nouv. éd. (Rome 1953) p .183-189; 18; 24-26; Id., L ’id ée d e v é r it é ..., p .12-46; A . G u zzo, A gostin o dal «C on tra A ca d ém icos » al « D e vera r elig io n e» (Firenze 1925); J. O ’M e a r a , St. A u g u stin e against A ca d ém icos (Westminster 1950); C. T h i a c o u r t , L es A ca d ém iq u es d e C icéron et le «C o n tra A ca d ém ico s» de S A u g u stin : Mélanges Boisser (Paris 1903) p.425-435; D. O h l m a n n , D e A u g u stin i dialogis in Cassicìaco scrip tis (Argentorati 1897); D . G e n ­ t i l e O p e r e di Sant’ A g o s tin o D ia logh i (Roma 1974), Introd., p .V II-L III; L H e il , A u g u stin e’s A tta ch on S k ep ticism ; Harward theol. Rev. 65 (1972) 99-116. th e C on tra A ca dém icos- 138 San Agustín Contra los Académicos LIBRO I De la verdad y de la bienaventuranza C a p ít u l o I Ocasión de la disputa 233 Aquí vive conmigo, muy enfrascado en el estudio, nuestro Licencio, que, dejando las seducciones y pasatiempos de su edad, se ha consagrado tan de lleno a la filosofía, que me atrevo sin temeridad a proponerlo como modelo a su padre. Es la filosofía, en efecto, tal, que ninguna edad pueda quejarse de ser excluida de su seno; y para estimularte a poseerla y a abrevar en ella con más avidez, aunque ya conozco bien tu sed, he querido enviarte, digámoslo así, este sorbo; te ruego no frustres la esperanza que abrigo de que te será muy agra­ dable y, por decirlo así, estimulante. Te he mandado redactada la discusión que tuvieron entre sí Trigecio y Licencio. Pues habiéndosenos llevado al primero la milicia por algún tiempo, como para vencer el fastidio del estudio de las disciplinas, nos lo devolvió con una ardentísima pasión y voracidad de las gran­ des y nobles artes. Pasados, pues, muy pocos días, después de comenzar nues­ tra vida de campo, cuando, al exhortarlos y animarlos a los estudios, los vi tan dispuestos y sumamente ansiosos, más de lo que yo había deseado, quise probar sus fuerzas, teniendo en cuenta su edad; me animó sobre todo el ver que el Hortensio, de Cicerón, los había ganado en gran parte para la filosofía. Sirviéndonos, pues, de un estenógrafo, para que el viento no arrebatara nuestro trabajo, no permití que pereciera nada. Así, pues, en este libro verás las cuestiones y opiniones soste­ nidas por ellos y aun mis palabras y las de Alipio. C a p ít u l o II Felicidad y conocimiento 234 Habiéndonos, pues, reunido todos en un lugar para esto por consejo mío, donde me pareció oportuno, les dije. 233-257 C a p á n a g a , Introd., en o.c., p.2-6; 3; C a y r é , o .c., p.97-99. 233 P o y e r , Cbristianisme et néo-platonisme... p.160, 25; L e j a r d , o . c . , p.31234 B o y e r , Cbristianisme et néo-platonisme... p. 138; L e j a r d , o . c . , p.38.43- 139 — ¿Acaso dudáis de que nos conviene conocer la verdad? — De ningún modo— dijo Trigecio. Los demás dieron señales de aprobación. — Y si— les dije yo— aun sin poseer la verdad podemos ser felices, ¿creéis que será necesario su conocimiento? Aquí intervino Alipio diciendo: -— En esta cuestión asumo yo con más seguridad el papel de árbitro, pues, teniendo el viaje dispuesto para ir a la ciu­ dad, conviene sea relevado en el oficio de tomar parte en la discusión; además, más fácilmente puedo delegar en otro mis funciones de juez que las de abogado de una de las partes. No esperéis, pues, mi intervención en favor de ninguna de ellas. Accedieron todos a lo que pedía, y después que yo repetí mi proposición, dijo Trigecio: — Ciertamente, bienaventurados queremos ser; y si pode­ mos serlo sin la verdad, podemos también dispensarnos de buscarla. — ¿Y qué os parece esto mismo?— añadí yo— . ¿Creéis que podemos ser dichosos aun sin hallar la verdad? — Sí podemos, con tal de buscarla— respondió entonces Li­ cencio. Habiendo yo aquí pedido por señas el parecer de los otros, dijo Navigio: — Me hace fuerza la opinión de Licencio. Pues tal vez pue­ de consistir la bienaventuranza en esto mismo, en vivir bus­ cando la verdad. — Define, pues— le rogó Trigecio— , la vida feliz, para co­ legir de ahí la respuesta conveniente. — ¿Qué piensas— dije yo— que es vivir felizmente, sino vivir conforme a lo mejor que hay en el hombre? — No quiero ser ligero en mis palabras— replicó él— ; mas paréceme que debes declarar qué es lo mejor que hay en el hombre. — ¿Quién dudó jamás— le repuse yo— que lo más noble del hombre es aquella porción del ánimo a cuyo dominio conviene que se sometan todas las demás que hay en él? Y esa porción, para que no me pidas nuevas definiciones, puede llamarse men­ te o razón. Si no te place esta opinión, mira tú a ver cómo defines la vida feliz o la porción más excelente del hombre. — Estoy conforme con ella— dijo él. 235 235 — Luego— les dije yo— para volver a nuestro propó- C apánaga. o.c., p .1 9 2 n j.3 . 140 San Agustín Contra los Académicos sito, ¿te parece que sin hallar la verdad, con sólo buscarla, pue­ de vivir uno dichosamente? — Mantengo mi sentencia— dijo él— ; de ningún modo me parece. — A mí— afirmó Licencio— , absolutamente me parece que sí, pues nuestros mayores, a los cuales la tradición presenta como sabios y dichosos, vivieron bien y felizmente sólo por ha­ ber investigado la verdad. — Os agradezco— les dije yo— que, juntamente con Alipio, me hayáis hecho vuestro árbitro, porque os confieso comen­ zaba ya a envidiarle. Así, pues, com o a una de las partes le parece que para la vida dichosa le basta la investigación de la verdad, y a la otra, que para lograr la dicha se requiere la posesión de la misma, y Navigio hace poco ha querido poner­ se de tu parte, Licencio, con gran curiosidad espero cóm o de­ fendéis vuestras opiniones. Se trata de un cuestión muy impor­ tante, digna de la más escrupulosa discusión. — Si el tema es grande— advirtió Licencio— , requiere tam­ bién grandes ingenios. — No busques— le contesté yo— , sobre todo en esta casa de campo, lo que es difícil hallar en todas partes; más bien ex­ plica tú el porqué de tu opinión, que sin duda has proferido después de reflexionar, y los fundamentos en que descansa, pues aun los pequeños se engrandecen en la discusión de los grandes problemas. C a p ít u l o III Una objeción 236 — Pues veo— dijo él— que quieres a todo trance vernos envueltos en la discusión, sin duda buscando nuestra utili­ dad, dime tú por qué no puede ser dichoso quien busca la ver­ dad, aun sin hallarla. — Porque el hombre feliz— dijo Trigecio— ha de ser per­ fecto sabio en todas las cosas. Ahora bien: el que busca, toda­ vía no es perfecto. N o veo, pues, cómo puede ser feliz. — ¿Tiene para ti valor— respondió el otro— la autoridad de los antiguos? — N o la de todos. — ¿La de quiénes admites? — La de los que fueron sabios. 23 6 B o v e r . L’idée de vérjté, ,, p .1 6 ; L e ja r p , o .c ,, p .4 3 . 141 — ¿Te parece sabio Carnéades? — Y o no soy griego; no sé quién fue ese Carnéades. — Pues entonces— insistió Licencio— , ¿qué piensas de nues­ tro Cicerón? Después de un rato de silencio, dijo Trigecio: — Fue un sabio. — ¿Luego su opinión tiene para ti alguna fuerza en esta materia? — Ciertamente. — Escucha, pues, su manera de pensar, pues creo que la has olvidado. Creyó nuestro Cicerón que es feliz el investiga­ dor de la verdad, aunque no pueda llegar a su posesión. — ¿Dónde Cicerón ha dicho eso? — ¿Quién ignora que afirmó con insistencia que nada pue­ de ser percibido por el hombre, y que al sabio sólo le resta la rebusca diligentísima de la verdad, porque si diera asenso a cosas inciertas, aun siendo verdaderas por casualidad, no podría verse libre de error, siendo ésta la falta principal del sabio? Por lo cual, si se ha de creer que el sabio es necesa­ riamente dichoso, y, por otra parte, la sola investigación de la verdad es el empleo más noble de la sabiduría, ¿a qué dudar de que la vida dichosa puede resultar de la simple investiga­ ción de la verdad? 237 Entonces dijo Trigecio: — ¿Es lícito volver a las afirmaciones hechas a la ligera? — Sólo niegan esa licencia— intervine yo aquí— los que disputan movidos no por el deseo de hallar la verdad, sino por una pueril jactancia de ingenio. Así, pues, aquí conmigo, sobre todo atendiendo a que estáis en la época de la formación y educación, no sólo se os concede eso, sino que os impongo como un mandato la conveniencia de volver a discurrir afirma­ ciones lanzadas con poca cautela. — Tengo por un gran progreso en la filosofía— dijo Licen­ cio— menospreciar el triunfo en una discusión por el hallazgo de lo justo y verdadero. Así que con mil amores me someto a tu indicación y autorizo a Trigecio— pues ésta es cosa que me toca a mí— repasar las aserciones que le parezca haber emitido temerariamente. Y después de retirarse, dijo Licencio: — Puedes retractar lo que afirmaste a la ligera. — Concedí temerariamente que Cicerón fuera un sabio. 237 Bover, Sant’A&ostitio p.225, Contra los Académicos 142 San Agustín — ¡Ah! Pero ¿no fue sabio Cicerón, cuando él introdujo y elevó a su perfección la filosofía entre los romanos? — Aun concediéndote que fuera un sabio, estoy lejos de aprobar todas sus opiniones. — Pues tendrás que refutar otras muchas de sus ideas para no parecer imprudente al rechazar ésta. — ¿Y si estoy dispuesto a probar que fue éste el único flaco de su pensamiento? Lo que te interesa, yo creo, es que peses las razones que daré para demostrar mi aserto. — Adelante, pues. ¿Cómo osaré yo afrontarme con el que se declara adversario de Cicerón? 238 — Quiero que adviertas, me dijo aquí Trigecio, tú que eres nuestro juez, cóm o has definido más arriba la vida dichosa; porque dijiste que es bienaventurado el que vive con­ forme a la porción del ánimo, que conviene impere a las demás. Y tú, Licencio, has de concederme ahora (pues ya en nombre de la libertad, que la misma filosofía nos promete dar, he sa­ cudido el yugo de la autoridad) que el investigador de la ver­ dad todavía no es perfecto. Después de una larga pausa, respondió Licencio: -—No te lo concedo. — ¿Por qué? Explícate, a ver. Soy todo oídos y anhelo por escuchar cómo un hombre puede ser perfecto faltándole la verdad. — El que no llegó al fin— replicó el otro— confieso que no es perfecto aún. Pero aquella verdad sólo Dios creo que la posee, o quizá también las almas de los hombres, después de abandonar el cuerpo, es decir, esta tenebrosa cárcel. Pero el fin del hombre es indagar la verdad como se debe: busca­ mos al hombre perfecto, pero hombre siempre. — Luego el hombre no puede alcanzar la dicha— dijo Tri­ gecio— . ¿Y cóm o puede ser dichoso sin lograr lo que tan ar­ dientemente desea? Pero no; el hombre puede ser feliz, por­ que puede vivir conforme a aquella porción imperial del áni­ mo, a que todo lo demás debe subordinarse. Luego puede hallar la verdad. Y si no, repliégúese sobre sí mismo y renuncie al ideal de la verdad, para que, al no poder conseguirlo, no sea necesariamente desdichado. — Pues ésa es cabalmente— repuso Licencio— la bienaven­ turanza del hombre: buscar bien la verdad; eso es llegar al fin, más allá del cual no puede pasarse. Luego el que con me­ nos ardor de lo que conviene investiga la verdad, no alcanza 143 el fin del hombre; mas quien se consagra a su búsqueda según sus fuerzas y deber, aun sin dar con ella, es feliz, pues hace cuanto debe según su condición natural, Y si no la descubre, es defecto de la naturaleza. Finalmente, como todo hombre por necesidad es feliz o des­ graciado, ¿no raya en locura el decir que es infeliz el hombre que día y noche se dedica a la investigación de la verdad? Luego será dichoso. Además, tu misma definición, según yo entiendo, me favo­ rece grandemente, pues si es bienaventurado, com o lo es, quien vive según la porción espiritual, que debe reinar sobre todo lo demás, y esa porción se llama razón, te pregunto: ¿N o vive según razón quien busca bien la verdad? Y si es absurdo ne­ garlo, ¿por qué no llamar feliz al hombre por la sola investi­ gación de la verdad? C a p ít u l o IV Qué es el error 239 — Y o creo— respondió Trigecio— que el que yerra ni vive según la razón ni es dichoso totalmente. Es así que yerra el que siempre busca y nunca halla. Luego tú tienes que demostrar una de estas dos cosas: o que errando se puede ser feliz, o que el que siempre investiga la verdad, sin hallarla, no yerra. — El hombre feliz no puede errar— respondió el otro. Y después de largo silencio añadió: — Mas tampoco yerra el que busca, pues para no errar in­ daga con muy buen método. — Cierto que para no errar— replicó Trigecio— se dedica a la investigación; pero como no alcanza lo que busca, no se salva del error. Así tú has querido hacer hincapié en que ese hombre no quiere engañarse, como si ninguno errase contra su voluntad, o como si errase alguien de otro modo que contra su voluntad. Entonces yo, al ver su vacilación en responder, les dije: — Tenéis que definir el error, pues más fácilmente veréis sus límites después de penetrar en su esencia. — Y o — dijo Licencio— soy inepto para las definiciones, aun­ que es más fácil definir el error que acabar con él. — Ya lo definiré, pues, vo— respondió el otro— ; me será fácil hacerlo, no por la agudeza de mi ingenio, sino por la exce­ San Agustín Contra los Académicos lencia de la causa, porque errar es andar siempre buscando, sin atinar en lo que se busca. — Si yo pudiera— dijo Licencio— refutar fácilmente tu de­ finición, ha tiempo que no hubiera faltado a mi causa. Mas, o porque el tema es de suyo muy arduo, o a mí se me antoja que lo es, yo os ruego aplacéis la cuestión para mañana, pues, a pe­ sar de mi diligencia y esfuerzo reflexivo, no atino hoy en la respuesta conveniente. Como me pareció atendible la súplica, sin oposición de na­ die, nos levantamos a pasear. Y mientras nosotros conversába­ mos de mil asuntos, Licencio siguió pensativo. Mas al fin, vien­ do que era en vano, soltó riendas a su ánimo, y vino a mez­ clarse con nosotros. Después, a la caída de la tarde, se reani­ mó entre ellos la discusión; pero yo les frené y les convencí que la dejasen para el siguiente día. De allí nos fuimos a los baños. qué facilidad, sólo con observaciones corrientes, queda refu­ tada tu definición. Porque dijiste que errar es buscar siempre, sin hallar nunca. Pues supongamos que alguien nada busca, y preguntándole otro si ahora es de día, ligera y atropellada­ mente responde que, según su parecer, es noche. ¿N o te parece que se engaña? Esta clase de errores tan notables no se com­ prenden en tu definición. Por otra parte, ¿puede haber definición más viciosa, pues comprende a los que no yerran? Imaginémonos que alguien quiere ir a Alejandría, y va por el camino recto; no podrás decir que yerra; mas, impedido por diversas causas, hace el recorrido en largas jornadas, hasta que es sorprendido por la muerte. ¿Acaso no buscó siempre sin alcanzar lo que quería, y, con todo, no erró? 144 Segunda disputa 240 A l siguiente día, estando todos sentados, les dije: — Reanudemos la cuestión de ayer. — Aplazamos la discusión— dijo entonces Licencio— , si no me engaño, a ruego mío, por parecerme muy dificultosa la de­ finición del error. — En eso no yerras ciertamente— le observé yo— ; y ojalá que esto sea un buen augurio para lo que falta. — Escucha, pues— dijo él— , lo que ayer te hubiera expues­ to, a no haberme interrumpido. El error, creo yo, consiste en la aprobación de lo falso por verdadero; y en este escollo no da el que juzga que ha de buscarse siempre la verdad, pues no pue­ de aprobar cosa falsa el que no aprueba nada; luego es imposi­ ble que yerre. Y dichoso puede serlo fácilmente, pues para no ir más lejos, si a nosotros se nos permitiera siempre vivir tal como vivimos ayer, no se me ocurre ninguna razón para no tenernos por felices. Pues vivimos con una gran tranquilidad espiritual, guardando libre nuestra alma de toda mancha de cuerpo, muy lejos del incendio de las pasiones, consagrados, según la posi­ bilidad humana, al esfuerzo reflexivo de la razón, esto es, vi­ viendo según la divina porción del ánimo, en que convinimos por definición ayer consistía la vida dichosa; y según creo, buscamos la verdad, sin llegar a su hallazgo. Luego la sola investigación de la verdad, prescindiendo de su alcance, puede compaginarse con la felicidad del hombre. Advierte, pues, con 145 — Ni tampoco buscó siempre— contestó Trigecio. 241 — Dices bien— replicó Licencio— , y tu observación es razonable. Mas de ahí se sigue que no vale tu definición, pues yo no he sostenido que es dichoso el que siempre busca la verdad. Eso es imposible. En primer lugar, porque no siem­ pre el hombre existe; en segundo lugar, ya desde que comienza a serlo no puede dedicarse a la investigación, por impedírselo la edad. O si interpretas siempre en el sentido de que no debe dejar perder ningún instante sin consagrarlo al estudio de la verdad, entonces volveremos al citado ejemplo del viaje a Ale­ jandría. Suponte, en efecto, que un hombre, cuando la edad o las ocupaciones le consienten viajar, emprende el recorrido del camino, y sin desviarse nunca, com o dije antes, antes de llegar, se muere. Mucho te engañarás si dices que erró, aunque, durante todo el tiempo que pudo, ni cesó de buscar ni consi­ guió llegar a donde quería. Por lo cual, si mi razonamiento vale, y, según él, no yerra el que busca bien, aun sin atinar en la verdad, y es dichoso, pues vive conforme a la razón; y si, al contrario, tu definición ha resultado vana, y aun cuando no lo fuese, no la tomaría en consideración, por hallarse mi causa bien robustecida con las razones que he expuesto, ¿por qué, dime, no está resuelta ya la cuestión que nos hemos pro­ puesto? 146 San Agustín Contra los Académicos C a p ít u l o VI Nueva definición de la sabiduría 242 Cuando clareó el día— y la víspera habíamos dis­ puesto las cosas de modo que nos quedase mucho tiempo— , luego al punto enhebramos el hilo de la discusión empeñada. Entonces comencé yo: — Pediste ayer, Trigecio, que, desempeñando mi oficio de árbitro, descendiese a la defensa de la sabiduría; com o si en vuestro discurso ella tuviese algún adversario que temer, o que, defendiéndola alguien, se viese en aprieto tal como para pedir un socorro mayor. Pues la única cuestión que entre vosotros ha surgido ahora es la de la definición de la sabiduría, y en ella, ninguno la impugna, sino ambos la deseáis. Ni tú, por creer que te ha fallado la definición de la sabiduría, debes abandonar la defensa del resto de la causa. Así, pues, yo te daré la definición de la sabiduría, que no es mía ni nueva, sino de los antiguos hombres, y me extraño de que no la recordéis. Pues no es la primera vez que oís que sabiduría es la ciencia de las cosas divinas y humanas... LIBRO II Examen de la doctrina de los académicos C a p ít u l o V Exposición 243 — Obraré— dije yo— con buena fe, porque tienes de­ recho a exigirlo. Pues a los académicos plúgoles sostener que el hombre no puede conseguir la ciencia de las cosas tocantes a la filosofía (porque lo demás no preocupaba a Carnéades) y, no obstante eso, que el hombre puede ser sabio, y toda su misión consiste en investigar la verdad, como lo has recordado tú, Li­ cencio, en aquella disertación. De donde resulta que el sabio no da su asentimiento a nin­ guna cosa, porque necesariamente yerra— y esto es impropio 242 C a p á n a g a , o . c . , p .1 9 3 n t .6 ; L e ja r d , o .c ., p .3 2 .3 6 .6 4 . 243 C a p á n a g a , o . c . , p .1 9 n t.1 2 y 1 3 ; B o y e r , L’idée de vérité... p .1 8 y 19; L e ja r d , o . c . , p .4 6 ; G i l s o n , lntroduction d l’étude de Saint Augustin p .5 0 ; J o l i v e t , La doctrine augustinienne de Villumination p .5 6 y 57 . 147 del sabio— asintiendo a cosas inciertas. Y no sólo afirmaban que todo era incierto, sino que apoyaban su tesis con muchí­ simos argumentos. Pero que no puede comprenderse la verdad lo deducían de una definición del estoico Zenón, según la cual sólo puede tenerse por verdadera aquella representación que es impresa en el alma por el objeto mismo de donde se origi­ na, y que no puede venir de aquello de donde no es. O más breve y claramente: lo verdadero ha de ser reco­ nocido por ciertos signos que no puede tener lo falso. Y que estos signos no pueden hallarse en nuestras percepciones, se empeñaron en demostrarlo con mucha tenacidad los académicos. De aquí el desacuerdo de los filósofos y los engaños de los sentidos; de aquí los sueños y alucinaciones, las falacias y sorites que empleaban para defensa de su causa. Y habiendo aprendido del mismo Zenón que no hay cosa más despreciable que la opinión, muy hábilmente dedujeron de ahí que, si nada puede percibirse, por una parte, y por otra, la opinión es cosa muy baja, el sabio debía de abstenerse de aprobar nada. 244 Esto les acarreó una gran hostilidad, porque parecía consecuente que el que nada afirma, nada haga. Y por esta causa, parecían pintar los académicos a su sabio— que, según ellos, nada debe afirmar— como condenado a perpetua soño­ lencia y deserción de todos sus deberes. Mas ellos, en este punto, introdujeron el uso de cierta probabilidad, que llama­ ban verosimilitud, sosteniendo que de ningún modo el sabio deja de cumplir sus deberes, pues tiene sus reglas de conducta para seguir; pero que la verdad, sea por la oscuridad de la naturaleza, sea por las semejanzas engañosas, yacía escondida y confusa. Y añadían que la misma refrenación y suspensión del asentimiento era fruto de una gran actividad del sabio. Creo haberos expuesto todo su sistema, como has querido, sin separarme de tus indicaciones, Alipio; es decir, que he obrado con buena fe. Porque si algo o no es como lo he dicho o lo he callado, no ha dependido de mi voluntad. No falta, pues, la buena fe, según el testimonio de mi con­ ciencia. El hombre que se engaña, debe parecemos digno de lástima; y el que engaña, vitando; el primero necesita un buen maestro; el segundo, un discípulo precavido, 24 4 B o y e r , Vidée de vérité... p .1 9 . San Agustín 148 C a p ít u l o VI Divergencia entre la antigua y la nueva Academia 245 Tomado el necesario alimento para satisfacer nues­ tra hambre, volvimos luego al prado, y Alipio comenzó di­ ciendo: — Obedeceré a tu deseo, sin atreverme a rehusar el compro­ miso. Si nada omito, será gracias a tu doctrina y también a mi memoria. Pero si en alguna cosa me equivoco, tú la reto­ carás, de modo que en adelante no tema esta clase de com­ promisos. Según mi parecer, la escisión de la nueva Academia se produjo no tanto contra la antigua doctrina com o contra los estoicos. Y ni aun se ha de considerar como una escisión, porque convenía refutar y discutir una opinión nueva intro­ ducida por Zenón. Pues la doctrina sobre la imposibilidad de la percepción, aunque no suscitó controversias, refugióse en la mente de los antiguos académicos, y no fue juzgada como inadmisible. Podría probarse esto fácilmente con la auto­ ridad del mismo Sócrates, de Platón y otros filósofos antiguos, que en tanto creyeron que uno puede inmunizarse contra el error en cuanto evita la temeridad en dar su asentimiento; con todo, ellos no introdujeron en las escuelas una discusión sobre esta materia ni investigaron particularmente si era o no posible la percepción de la verdad. Este es el problema que lanzó bruscamente Zenón, por­ fiando en que nada puede percibirse sino aquello que de tal manera es verdadero, que se distingue de lo falso por sus notas o marcas de disimilitud, y que el sabio no debía abrazar opi­ niones; y Arquesilao, habiendo oído esto, negó que pudiera haber para el hombre cosa de ese género, y que la vida del sabio no debía exponerse a aquel naufragio de la opinión. Conclusión de todo esto fue que no debía asentirse a ningu­ na cosa. 246 ¿No sabes, pues, que yo no tengo ninguna cosa por cierta, y que de su investigación me retraen los argumentos y discusiones de los académicos? Pues no sé de qué modo me han hecho creer com o cosa probable, usando su palabra favop .2 1 ; p .1 9 7 n t .1 7 ; B oy er, Christ. et Néoplat... Ann. p h il. c h ré t. ( 1 8 9 8 ) p .3 0 4 ; L e ja r d , o . c . , p.45.51; JonyET, La doctrine august, de l’illum,; Mélang, august. p.56. 246 C apán aga, O.C., p ,1 5 5 .1 6 5 s s .; J. M a r t i n , Contra los Académicos 149 rita, que el hombre no puede hallar la verdad; por lo cual me hice perezoso y tardo, sin atreverme a buscar lo que no estuvo al alcance de los varones más agudos y doctos. Si, pues, yo no logro convencerme de la posibilidad de descubrir lo ver­ dadero tan fuertemente com o los académicos estaban conven­ cidos de lo contrario, no me atrevo a indagar nada ni hallo cosa que defender. Deja, pues, a un lado tu pregunta, si te place, y discutamos entre los dos, con la mayor sagacidad posible, si puede hallarse la verdad. Por lo que a mí toca, tengo a mano muchos argu­ mentos que oponer a la doctrina de los académicos; nuestra diferencia de opiniones se reduce a lo siguiente: a ellos pare­ cióles probable que no puede descubrirse la verdad; en cam­ bio, a mí me parece que puede hallarse. Pues el desconoci­ miento de la verdad me es particular, si ellos fingían, o segu­ ramente es común a ellos y a mí. C a p ít u l o XI Sobre la probabilidad 247 — Oíd, pues— les dije yo— , de qué se trata. Llaman los académicos probable o verosímil lo que, sin asentimiento formal de nuestra parte, basta para movernos a obrar. Digo sin asentimiento, de modo que sin tomar por verdadero lo que hacemos, conscientes de nuestra ignorancia de la verdad, no obstante, obramos. Por ejemplo, si la noche pasada, tan sere­ na y pura, alguien nos hubiera preguntado si hoy había de salir un sol tan alegre, sin duda hubiéramos respondido: No lo sabemos, pero nos parece que sí. Pues de esta categoría son, dice el académico, todas las cosas que yo he creído conveniente llamar probables o vero­ símiles. Si tú les quieres poner otro nombre, no te contradiré. Me basta con saber que has entendido mi pensamiento, esto es, a qué cosas se aplica dicho nombre. Pues el sabio debe ser averiguador de la verdad, no artífice de las palabras. ¿Habéis entendido, pues, cómo se me han ido de las ma­ nos aquellos juegos con que trataba de ejercitaros? Habiendo respondido ambos que sí, com o con sus semblan­ tes me pedían una respuesta, les dije: — ¿Qué pensáis?— os repito— . ¿Creéis que Cicerón, artú 247 Joljvet, La doctrine august.,.. p.58, Contra los Académicos San Agustín 150 fice de estas palabras, fue tan indigente en la lengua latina que ponía nombres poco adecuados a las cosas que tenía en su ánimo? C a p ít u l o X II Se insiste en el mismo argumento 248 Entonces dijo Trigecio: — Pues la cosa es clara, no hemos de promover ninguna cuestión verbal. Por lo cual mira más bien cómo has de res­ ponder a este nuestro libertador, contra quien preparas de nuevo tus acometidas. — Un momento— dijo Licencio— , por favor; pues me brilla en el pensamiento no sé qué luz y por ella veo que no debiste dejarte arrebatar fácilmente tan grave argumento. Y después de una pausa silenciosa de reflexión, añadió: — Nada me parece más absurdo que decir que aprueba lo semejante a la verdad el que ignora a ésta; ni me hace fla­ quear en este punto tu comparación. Pues si a mí me pregun­ tan si del estado atmosférico de hoy no se barrunta alguna lluvia para mañana, muy bien responderé que es verosímil, porque sostengo que puede conocerse alguna verdad. Sé que este árbol no puede hacerse de plata ahora, y otras muchas cosas digo sin presunción que las sé, a las cuales veo que son semejantes las que llamamos verosímiles. Pero tú, ¡oh Carnéades!, o no sé qué otra peste griega, para callar de los nuestros— ¿y por qué dudaré ya de pasarme al bando de quien soy prisionero por derecho de victoria?— , cuando tú dices que no conoces ninguna verdad, ¿cóm o pue­ des abrazar lo que se asemeja a ella? Cierto no pudo dársele otro nombre. ¿Cóm o, pues, podemos discutir con un hombre que ni siquiera puede hablar? LIBRO III C a p ít u l o VI Necesidad de un divino socorro para conocer la verdad 249 Pero quién puede mostrarnos la verdad, lo has dicho tú, Alipio, cuyo disentimiento evitaré con ahínco. Porque has 24? C apánaga, o .c ., p .4 9 -5 0 ; p .1 9 6 n t.21 y 2 2 ; G il s o n , Introduction p .4 9 , 151 dicho, tan breve com o religiosamente, que sólo algún divino numen puede manifestar al hombre lo que es la verdad. En este discurso nuestro, ninguna otra proposición he oído tan grata, tan grave, tan probable, y si nos asiste esa divinidad, ninguna tan verdadera. Pues aquel Proteo a quien acabas de evocar— y ¡con qué elevación de espíritu y fría intervención en la mejor clase de filosofía!— , aquel Proteo, digo— y notad, jóvenes, que la filosofía no desdeña absolutamente a los poe­ tas— , es traído como imagen de la verdad. En las ficciones poéticas, Proteo representa y sostiene el papel de verdad, a la que nadie apresa si, engañado por falsas apariencias, deja o suelta los lazos para prenderlo. Porque son esas imágenes las que por nuestra costumbre de usar de las cosas corporales para las necesidades de nuestra vida, por ministerio de los sen­ tidos, se esfuerzan en seducirnos e ilusionarnos, aun cuando se tiene y en cierto modo se toma la verdad con las manos. Y ésta es la tercera concesión que se me ha hecho, y que no puedo estimar en su justo valor. Porque mi amigo fami­ liarísimo no sólo está conforme conmigo en lo que atañe a la probabilidad de la vida humana, mas también en lo relativo a la religión, lo cual es indicio clarísimo de la verdadera amis­ tad. Porque ésta fue definida muy bien y santamente como un acuerdo benévolo y caritativo sobre las cosas divinas y humanas. C a p ít u l o IX La definición de Zenón 250 Pero retirémonos de este quisquilloso tribunal a al­ gún lugar donde no nos molesten las multitudes, y ojalá que a la misma escuela de Platón, la cual se dice que recibió su nom­ bre por haberse retirado del pueblo. Y allí disputemos, según nuestras fuerzas, no de la gloria, que es cosa leve y pueril, sino de la misma vida y de la es­ peranza que tenemos de ser dichosos. Niegan los académicos que pueda saberse algo. ¿Qué apo­ yo tenéis para decir eso, oh hombres estudiosísimos y doctísi­ mos? «Nuestro apoyo es, dicen, la definición de Zenón». Mas ¿por qué? Decidme. Pues si es verdadera, alguna verdad admi2 5 0 C a p á n a g a , o . c . , p .1 9 6 n t .2 5 ; J o l i v e t , y 5 8 ; I d ., Saint Augustin... p .1 4 9 ; G i l s o n , 2 50 -25 7 C a y r é , o . c . , p .1 8 3 . La doctrine augustinienne... Introduction... p .5 0 . p .5 7 152 San Agustín Contra los Académicos 153 te quien la admite; si es falsa, no debió haceros mella a vos­ otros, que os preciáis de vuestra constancia. Pero veamos lo que dice Zenón: Sólo puede percibirse y comprenderse un objeto que no ofrece caracteres comunes con lo falso. ¿Esto te movió, ¡oh discípulo de P latón!, para que con todo empeño retrajeras a los amigos de saber de toda espe­ ranza de ciencia, para que, dominados por una lamentable pereza espiritual, abandonasen toda investigación filosófica? Así, pues, si hablases de ese m odo, huirían de ti com o de un loco; si por otros medios los contagias con tu persuasión, los volverás locos. Pero admitamos que ambas doctrinas apar­ tan igualmente a los hombres de la filosofía. Mas si la defini­ ción de Zenón obligaba a enunciar algo pernicioso para la causa de la sabiduría, ¡oh am igo!, ¿había necesidad de decir al hombre lo que era motivo de dolor o más bien lo que era para ti motivo de escarnio? 251 Pero ¿cóm o no había de turbarle que no pueda ha­ llarse un objeto de tal condición, si, por otra parte, no puede conocerse sino lo que es tal? De ser así, mejor sería decir que el hombre no puede alcanzar la sabiduría que sostener que el sabio no sabe por qué vive, cóm o vive ni si vive, y, final­ mente— y esto supera toda perversidad e insensatez— , que a la par es sabio y que ignora la sabiduría. Porque ¿qué es más chocante, decir que el hombre no puede ser sabio, o que el sabio no posee la sabiduría? Toda disputa queda cortada si no se plantea la cuestión en estos términos para juzgarla. Mas si tal vez se hablase tan claramente, se retraerían los hombres totalmente de filosofar; y hay que inducirlos a ello con el dul­ císimo y santo nombre de la sabiduría, para que cuando, que­ brantados por el trabajo y la edad, nada hayan aprendido, te colmen de execración a ti, a quien te han seguido, renunciando a los placeres del cuerpo y abrazando los tormentos del es­ píritu. 253 Pero discutamos la definición de Zenón, según nos permite nuestra ignorancia. Sólo puede comprenderse un obje­ to que de tal modo resplandece de evidencia a los ojos, que no puede aparecer como falso. Evidente cosa es que fuera de esto nada puede percibirse. 252 Pero examinemos quién los aparta más bien de la filosofía: si el que dijo: «Escucha, amigo mío: la filosofía no es la misma sabiduría, sino el estudio de ella, al que si te aplicas, nunca llegarás a ser sabio mientras vivas (y así la sa­ biduría reside en Dios y no puede ser patrimonio del hombre); mas luego que con tal ejercicio te hayas adiestrado y purificado bastante, tu alma disfrutará fácilmente de la verdad, después de la vida presente, esto es, cuando hayas dejado de ser hom­ bre»; o tal vez el que dijo: «Venid, mortales, consagraos a la filosofía, porque en ella hay gran provecho. Pues ¿qué cosa más amable que la sabiduría para el hombre? Venid, pues, para que seáis sabios y no conozcáis la sabiduría». No sería yo quien hablase así, dice él (el académico). Eso es engañar, pues otra cosa no hallarán en ti. 251 C a p á n a g a , O .C ., p.19 y 20; B o y e r , C a y r é , o . c . , p.186; G i l s o n , Introduction... p.58.59.65. L’idée de vérité... p.21.22.33.163; p.80; J o l i v e t , La doctrine auzust... — Lo mismo pienso yo— dice Arquesilao— , y por esto, en­ seño que nada puede percibirse, pues nada puede hallarse que reúna tales condiciones. — Tal vez no lo halles tú y otros necios; pero el sabio, ¿por qué no ha de poder hallarlo? Aunque al mismo necio creo que nada puede responderse si te pide que con tu reco­ nocida agudeza refutes dicha definición de Zenón, mostrándole que también puede ser falsa; y si no puedes lograr ese intento, ya tienes en ella una proposición cierta; pero, si la refutares, quedas libre del obstáculo de conocer la verdad. Luego no sé cómo pueda refutarse, y la juzgo muy verdadera, dicha defini­ ción. Así, pues, si la conozco, aunque necio, alguna verdad conozco. Pero imagínate que ella cede a tus argucias. Me val­ dré entonces de un dilema segurísimo. Porque dicha definición o es verdadera o falsa: si es verdadera, mantengo mi posición; si falsa, luego puede percibirse algo, aun cuando ofrezca ca­ racteres comunes con lo falso. — ¿Cómo puede ser eso?— pregunta él. — Luego muy acertado anduvo Zenón en su definición, ni se engañó alguien al darle asentimiento. ¿Tal vez condenare­ mos como poco recomendable y neta una definición, la cual, contra los que habían de formular muchas objeciones contra la percepción, se presenta en sí misma dotada de aquellas cua­ lidades que requería com o propias de un objeto perceptible? Luego ella es a la par una definición y un ejemplo de cosas comprensibles. — Y no sé— dice Arquesilao— si ella es verdadera; mas por 253 p .5 0 . C apánaga, o .c . , p.25; nt.26; C a y r f., o .c . , p.183; G ils o n , introduction... Contra los Académicos 154 155 San Agustín ser probable, aceptándola, demuestro que nada existe seme­ jante a lo que ella exige como comprensible. — Tú la utilizas para todo menos para ella, y ves la con­ secuencia, según creo. Pues aun estando inciertos de ella, no nos desampara por eso la ciencia, porque sabemos que es ver­ dadera o falsa. Luego sabemos algo. Aunque nunca logrará hacerme un ingrato, juzgo dicha definición como absoluta­ mente verdadera. Pues o pueden percibirse las cosas falsas, hipótesis a que tienen pavor los académicos, y realmente es absurda, o tampoco pueden percibirse las cosas semejantes a lo falso; luego aquella definición es verdadera. Mas pasemos a lo demás. C a p ít u l o XI La certeza del mundo y de las verdades matemáticas 254 Queda por averiguar si el testimonio que dan es ver­ dadero. Suponte que dice un epicúreo: Y o no tengo ninguna querella contra los sentidos, pues no es razonable exigir de ellos más de lo que pueden. Y lo que pueden ver los ojos, cuando ven, es lo verdadero. — ¿Luego testifican la verdad cuando ven el remo quebra­ do en el agua? — Ciertamente; pues habiendo una causa para que el remo aparezca tal com o se ve allí, si apareciera recto, entonces sí se podría acusar a los ojos de dar un informe falso, por no haber visto lo que, habiendo tales causas, debieron ver. ¿Y a qué multiplicar los ejemplos? Extiéndase lo dicho a lo del movimiento de las torres, de las alas de las aves y otras cosas innumerables. Pero dirá alguno: No obstante eso, yo me en­ gaño si doy mi asentimiento. Pues no lleves tu asentimiento más allá de lo que dicta tu persuasión, según la cual así te parece una cosa, y no hay engaño. Pues no hallo cóm o un académico puede refutar al que dice: Sé que esto me parece blanco; sé que esto deleita mis oídos; sé que este olor me agra­ da; sé que esto me sabe dulce; sé que esto es frío para mí. — Pero di más bien si en sí mismas son amargas las hojas del olivo silvestre, que tanto apetece el macho cabrío. 254 J o l i v e t , La doctrine august. p.61 y 100; M o r e t t i - C o n s t a n z o , Ascesis y filosofía en San Agustín: Augustinus 19 (1974) 27; C a p á n a g a , o .c . , p.26; p.197 nt.30 y 31; B o y e r , L’idée de vérité... p.173; I d . , Sant’Agostino p.37; L e j a r d , o . c . , p.43; G i l s o n , Introduction... p.52.53.228. — ¡Oh hombre inmoderado! ¿N o es más modesta esa ca­ bra? Y o no sé cómo sabrán esas hojas al animal; para mí son amargas; ¿a qué más averiguaciones? Mas tal vez no falte hombre a quien tampoco le sean amargas. — Pero ¿pretendes agobiarme a preguntas? ¿Acaso dije yo que son amargas para todos? Dije que lo eran para mí, y esto siempre lo afirmo. ¿Y si una misma cosa, unas veces por una causa, otras veces por otra, ora me sabe dulce, ora amarga? Y o esto es lo que digo: que un hombre, cuando saborea una cosa, puede certificar con rectitud que sabe por el testi­ monio de su paladar que es suave o al contrario, ni hay sofis­ ma griego que pueda privarle de esta ciencia. Pues ¿quién hay tan temerario que, al tomar yo una golo­ sina muy dulce, me diga: «Tal vez tú no saboreas nada; eso es cosa de sueño»? ¿Acaso me opongo a él? Con todo, aquello aun en sueños me produciría deleite. Luego ninguna imagen falsa puede confundir mi certeza sobre este hecho. Y tal vez los epicúreos y cirenaicos darían en favor de los sentidos otras muchas razones, que no me consta hayan sido rebatidas por los académicos. Pero esto a mí, ¿qué me inte­ resa? Cuenten con mi favor si quieren y pueden rebatirlos. Pues todo lo que disputan ellos contra los sentidos no vale igualmente para todos los filósofos. Pues hay quienes estiman que todas las impresiones que el alma recibe por medio de los sentidos corporales pueden engendrar opinión, pero no cien­ cia, cual se contiene en el entendimiento y vive en la mente, en región lejana de los sentidos. Y tal vez en el número de ellos se encuentra el sabio en cuya busca vamos. Pero quede este tema para otra ocasión; ahora vengamos a los otros pun­ tos, que, a la luz de lo explicado, fácilmente se aclararán, si no me engaño. C a p ít u l o X III Las certezas de la dialéctica 255 Falta la dialéctica, que ciertamente conoce bien el sabio, y nadie puede saber lo falso. Y si no la conoce, su cono­ cimiento no pertenece a la sabiduría, pues sin ella llegó a ser 2 5 5 -2 5 7 C a p á n a g a , o .c . San Agustín De la vida feliz sabio, y es inútil preguntar si es verdadera y puede ser objeto de una percepción cierta. Tal vez aquí me dirá alguien: Tienes tú costumbre, ¡ob ignorante!, de mostrar lo que sabes; de la dialéctica, ¿no has podido saber nada? Pues yo sé de ella muchas más cosas que de las otras partes de la filosofía. En primer lugar, la dialéc­ tica me enseñó que eran verdades las proposiciones arriba men­ cionadas. Además, ella me ha enseñado otras muchas verda­ des. Contadlas, si podéis. Si hay cuatro elementos en el mundo, no hay cinco. Si el sol es único, no hay dos. Una misma alma no puede morir y ser inmortal. N o puede ser el hombre al mismo tiempo feliz e infeliz. No es a la vez día y noche. Ahora estamos despiertos o dormidos. Lo que me parece ver, o es cuerpo o no lo es. sin piedad con el burdísimo sofisma: Si es verdadero, es falso; si es falso, es verdadero. Y baste con lo dicho acerca de la percepción, pues al tratar del asentimiento volveré de nuevo a este punto. L56 256 Estas y otras muchas proposiciones, que sería lar­ guísimo enumerar, por la diléctica aprendí que eran verdaderas, en sí mismas verdaderas, sea cual fuere el estado de nuestros sentidos. Ella me enseñó que si en las proposiciones enlazadas que acabo de formular se toma la parte antecedente, arrastra consigo la que la lleva aneja; y las que he enunciado en forma de oposición o disyunción son de tal naturaleza, que, si se niega una de ellas o más, queda algo afirmativo en virtud de la misma exclusión de las restantes. La dialéctica igualmente me enseñó que, cuando hay armo­ nía sobre las cosas de que se disputa, no debe porfiarse acerca de las palabras, y el que lo haga, si es por ignorancia, debe ser enseñado, y si por terquedad, debe ser abandonado; si no puede ser instruido, amonéstesele a que se dedique a alguna cosa de provecho, en vez de perder el tiempo y la obra en cuestiones superfluas; y si se resiste, dejadlo. 257 Para los discursos capciosos y sofísticos hay un pre­ cepto breve: si se introducen por un mal raciocinio que se haya hecho, debe volverse al examen de todo lo concedido; pero si la verdad y la falsedad se chocan en una-misma conclusión, tómese lo que se puede comprender; déjese lo que no puede explicarse. Y si la razón de ser de alguna cosa está entera­ mente oculta para los hombres, debe renunciarse a su conoci­ miento. Todas estas y otras muchas cosas, que no es necesario mencionar, son objeto de la enseñanza de la dialéctica. Pues yo no debo ser ingrato para con ella. Pero aquel sabio o des­ deña estas cosas o, si tal vez la dialéctica es la misma ciencia de la verdad, la conoce bastante para menospreciar y acabar 157 DE LA V ID A FELIZ E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, I , Pri­ meros escritos... D e la vida feliz, preparado por el P. V. C a p á n a g a , Agustino Recoleto, 4.a ed. (BÁC, Madrid 1946). B i b l i o g r . g e n .: C a p á n a g a , o . c ., p.583-587, Introducción; R. J o l i v e t , Oeuvres de S. Augustin, première série: Opuscules. IV . Dialogues philo­ sophiques. I. Problèmes fondamentaux «Contra Académ icos», «D e beata vita »... Trad., introd. et notes (Paris 1939); B. N e r i , Della vita beata. Trad. e note bibliot. august. (Firenze 1930); C h . B o y e r , Christianisme et néo-platonisme dans la formation de Saint Augustin (Paris 1920). Appendice I I : Analyse des «D ialogues» composés à Cassiciacum, p.205225; p .190 y 191; P. G e n t i l e , Sant’Agostino. Dialoghi. I. La controver­ sia accademica, la felicità... Intr. trad. e note (Rom a 1970); J . H e s s e n , Mon Seligen Leben (übersetzt und erlàutert (Leipzig 1923) Bibl. M e i n e r , X X X ); F. W o r t e r , D ie Geistesentwicklung des hi. Aurelias Augustinus bis zu seiner Taufe (Paderborn 1892) p .103-108. CAPÍTULO' I I Discusión del primer día.— Constamos de cuerpo y alma.— El alimento del cuerpo y del alma.— No es dichoso el que no tiene lo que quiere-—Ni el que tiene cuanto desea.— Quién posee a Dios.— El escéptico no puede ser feliz ni sabio 258 7. — ¿Os parece cosa evidente que nosotros cons­ tamos de cuerpo y alma? Asintieron todos menos Navigio, quien confesó su ignoran cia en este punto. Y o le dije: — ¿N o sabes absolutamente nada, nada, o aun esto mismo ha de ponerse entre las cosas que ignoras? ¿Puedes indicarme alguna cosa sabida? — Ciertamente— dijo él. — Si no te molesta, dila. — ¿Sabes a lo menos si vives?— le pregunté yo al verlo titubeando. 2 5 8 -2 7 5 C a p á n a g a , o . c . , Introducción p.583-587; C a y r é , o . c . , p.100-102. 2 58 B r a s a D í e z , El contenido del «cogito» agustiniano: Augustinus 21 (1976) 2 7 5 ; L e ja r d , o .c ., p.35; B o y e r , L'idée de vérité... p.163; R o l a n d - G o s s e l i n , La morale chrétienne: Bibliot. August. 1 (1936) p.234; G i l s o n , Intro­ duction... p.4 y 5 3 ; J o l i v e t , La doctrine augustinienne de l’illumination p.65. San Agustín 158 D e la vida feliz — Lo sé. — Luego sabes que tienes vida, pues nadie puede vivir sin vida. — Hasta ese punto ya llega mi ciencia. ¿Sabes que tienes un cuerpo? (Asintió a la pregunta.) Luego ¿ya sabes que constas de cuerpo y vida? — Sí, pero si hay algo mas, no lo sé. — No dudas, pues, de que tienes estas dos cosas: cuerpo y alma, y andas incierto sobre si hay algo más para comple­ mento y perfección del hombre. — Así es. 259 __ Dejemos para mejor ocasión el indagar esto, si acaso existe. N o quiero tampoco preguntaros, pues todos con­ fesáis que alma y cuerpo son los constitutivos del hombre, para cuál de los dos apetecemos los alimentos. Para el cuerpo— respondió Licencio. Los demás dudaban y discutían entre sí cómo podía ser necesario el alimento por razón del cuerpo, cuando lo apete­ cíamos para la vida, y la vida es cosa del alma. Intervine yo diciendo: ,, ¿Os parece que el alimento se relaciona con aquella par­ te que crece y se desarrolla en nosotros? Asintieron todos menos Trigecio, el cual objetó: ^ ¿Por qué entonces yo no he crecido en proporción del apetito que tengo? — Todos los cuerpos— le dije— tienen su limite en la na­ turaleza, y no pueden salirse de su medida; pero esta medida sería menor si les faltasen los alimentos, cosa que advertimos fácilmente en los animales, pues sin comer reducen su volumen y corpulencia todos ellos. — Enflaquecen, no decrecen— observó Licencio. Me basta con lo primero para lo que yo intento, pues aquí discutimos si el alimento pertenece al cuerpo, y no hay duda de ella, porque, suprimiéndolo, se adelgaza. Todos se arrimaron a este parecer. 26o 8. — Y del alma ¿qué me decís?— les pregunté . ¿N o tendrá sus alimentos? ¿La ciencia será su manjar? Ciertamente— dijo la madre— , pues de ninguna otra cosa creo que se alimente el alma sino del conocimiento y cien­ cias de las cosas. 259 K o w alczyk, La métaphysique du bien... p41. 2 6 0 L e ja r d , o . c . , p . 3 3 .4 1 .6 3 . 159 Mostrándose dudoso Trigecio de esta sentencia, le dijo ella: — Pues ¿no has indicado tú mismo hoy cóm o y de dónde se nutre el alma? Porque al rato de estar comiendo dijiste que no has reparado en el vaso que usábamos, por estar pen­ sando y distraído en no sé qué cosas, y, sin embargo, no dabas paz a la mano y a la boca. ¿Dónde estaba entonces tu ánimo, que comía sin atender? Créeme que aun entonces se apacienta el alma de sus manjares propios, es decir, de sus imaginaciones y pensamientos, siempre afanosa de percibir algo. Provocóse una reyerta con estas palabras, y yo les dije: ¿N o me otorgáis que las almas de los hombres muy sa­ bios y doctos son en su género más ricas y vastas que las de los ignorantes? — Cosa manifiesta es— respondieron unánimes. — Con razón decimos, pues, que las almas de los ignoran­ tes en las artes están com o ayunas y famélicas. creo repuso Trigecio— que están llenas, pero de vicios y perversidad. 261 Eso mismo— le dije— es cierta esterilidad y ham­ bre de las almas. Pues como los cuerpos privados de alimen­ tos se llenan frecuentemente de enfermedad y sarna, así las almas de aquéllos están llenas de enfermedades, delatoras de su miseria. Porque a la misma nequicia o maldad la llamaron jos antiguos madre de todos los vicios, porque nada es. Y se llama frugalidad la virtud contraria a tal vicio. Así com o esa palabra se deriva de frux, frugis, esto es, de fruto, para signi­ ficar cierta fecundidad de las almas, aquella otra, nequitia, viene de la esterilidad de la nada, porque la nada es aquello que fluye, que se disuelve, que se licúa, y siempre perece y se pierde. Por eso a tales hombres llamamos también perdidos. En cambio, es algo cuando permanece, cuando se mantiene fir­ me, cuando siempre es lo que es, como la virtud, cuya parte principal y nobilísima es la frugalidad y templanza. Pero si lo dicho os parece oscuro de comprender, ciertamente me con­ cederéis que si los ignorantes tienen llenas sus almas, hay dos géneros de alimentos para ellas: unos saludables y provecho­ sos y otros mortales y nocivos. 262 9. Siendo así, y averiguado que el hombre consta e cuerpo y alma, en este día de mi cumpleaños me ha pare­ cido que no sólo debía refocilar vuestros cuerpos con una co1 a mas abundante, sino también regalar con algún manjar 261 L e ja r d . 0 ,c., p . 63.64 n t . 242 . San Agustín B e la vida feliz vuestras almas. Cuál sea este manjar, si no os falta el apetito, ya os lo diré. Porque es inútil y tiempo perdido empeñarse en alimentar a los inapetentes y hartos; y hay que dar filos al apetito para desear con más exquisito gusto las viandas del espíritu que las del cuerpo. Lo cual se logra teniendo sanos los ánimos, porque los enfermos, lo mismo que ocurre en cuan­ to al cuerpo, rechazan los alimentos. Por los gestos de los semblantes y voces vi el apetito que tenían todos de tomar lo que se les hubiese preparado. — En el día de tu natalicio pásame invitación, si te pare­ ce, y todo cuanto me presentares te lo recibiré con mil amo­ res. Con la misma disposición quiero que te sientes hoy en el convite de mi casa, sin pedir gollerías, que tal vez no se han preparado. Sonrojóse con esta modesta y reservada admonición mía y añadí: — Sobre un punto convenimos todos: nadie puede ser fe­ liz si le falta lo que desea; pero tampoco lo es quien no reúne todo a la medida de su afán. ¿N o es así? Asintieron todos. 160 263 10. E hilvanando de nuevo mi discurso, proseguí: — Todos queremos ser felices, ¿no? Estas palabras fueron acogidas con unánimes aplausos. — ¿Y os parece bienaventurado el que no tiene lo que desea? — No— dijeron todos. — ¿Y será feliz el que posee todo cuanto quiere? Entonces la madre respondió: — Si desea bienes y los tiene, sí; pero si desea males, aun­ que los alcance, es un desgraciado. Sonriendo y satisfecho, le dije: — Madre, has conquistado el castillo mismo de la filosofía. Te han faltado las palabras para expresarte como Cicerón en el libro titulado Hortensias, compuesto para defensa y pane­ gírico de la filosofía. Allí dice textualmente acerca de lo que discutimos aquí: H e aquí que todos, no filósofos precisamente, pero sí dispuestos para discutir, dicen que son felices los que viven como quieren. ¡Profundo error! Porque desear lo que no conviene es el colmo de la desventura. No lo es tanto no con­ seguir lo que deseas como conseguir lo que no te conviene. Porque mayores males acarrea la perversidad de la voluntad que bienes de fortuna. 264 Estas palabras aprobó ella con tales exclamaciones que, olvidados enteramente de su sexo, creimos hallarnos sen­ tados junto a un grande varón, mientras yo consideraba, según me era posible, en qué divina fuente abrevaba aquellas ver­ dades. — Decláranos, pues, ahora— dijo aquí Licencio— qué debe querer y en qué objetos apacentarse el deseo del aspirante a la felicidad. 263 B oyer , Christianisme et néo-platonisme... p.86; p.24s.222; G i l s o n , Introduction... p.2. 264 B o y e r , o.c., p.158; L e j a r d , o .c ., p.68, I d .. L’idée de vérité... 161 265 11. — Respondedme ahora: ¿todo el que no es fe­ liz es infeliz? Sin vacilar, mostraron su conformidad. -— Luego todo el que no tiene lo que quiere es desdichado. (Aprobación general.) — ¿Qué debe buscar, pues, el hombre para alcanzar su di­ cha? Tampoco faltará este manjar en nuestro convite para sa­ tisfacer el hambre de Licencio, pues debe alcanzar, según opi­ no, lo que puede obtener simplemente con quererlo. Les pareció esto evidente a todos. — Además— añadí yo— ha de ser una cosa permanente y segura, independiente de la suerte, no sujeta a las vicisitudes de la vida. Pues lo pasajero y mortal no puede poseerse cuan­ do se quiere. Hicieron señales de aprobación, pero Trigecio dijo: — Hay muchos afortunados que poseen en abundancia co­ sas caducas y perecederas, pero muy agradables para esta vida, sin faltarles nada de cuanto pide su deseo. — Y el que tiene algún temor— le pregunté yo— , ¿te pa­ rece que es feliz? — De ningún modo. — Es así que aquellos bienes de fortuna puedenperderse; luego el que los posee no puede ser feliz. Se rindió a esta conclusión. Y aquí observó mi madre: — Aun teniendo seguridad de no perder aquellos bienes, con todo, no puede saciarse con ellos, y es tantomás in fe liz cuanto es más indigente en todo tiempo. 266 Y o le respondí: ¿Y qué te parece de uno que abunda y nada en estas 265 B o y e r , Lidée de vérité... p .2 2 3 ; I d ., De fundamento moralitati secunaam s. Augustinum: Acta h e b d o m . a u g u s t.-th o m . p.105: L e j a r d , o .c ., p .36-42CjIlson, Introduction... p .3 . Los filósofos medievales 1 (. San Agustín D e la vida feliz cosas, pero ha puesto un límite y raya a sus deseos y vive contento con lo que posee? ¿Será dichoso? — No lo será— respondió ella— por aquellas cosas, sino por la moderación del ánimo con que disfruta de las mismas. Muy bien— le dije yo— ; ni mi interrogación admite otra respuesta ni tú debiste contestar de otro modo. Conclu­ yamos, pues, que quien desea ser feliz debe procurarse bienes permanentes que no le puedan ser arrebatados por ningún re­ vés de la fortuna. — Ya hace rato que estamos en posesión de esa verdad — dijo Trigecio. — ¿Dios os parece eterno y siempre permanente? — Tan cierto es eso— observó Licencio— , que no merece ni preguntarse. Los otros, con piadosa concordia, aplaudieron esta idea. — Luego es feliz el que posee a Dios. Convinieron todos en ello. — Otra pregunta: el que busca a Dios, ¿hace una vida con­ traria a la virtud? — De ningún modo— respondieron unánimemente. — Tercera pregunta: ¿el espíritu inmundo, puede buscar a Dios? Contestaron negativamente todos, menos Navigio, que al fin hizo coro con ellos. — Sí, pues, el que busca a Dios cumple su voluntad, y vive bien, y carece del espíritu inmundo; y por otra parte, el que busca a Dios no lo posee todavía, luego ni todo el que vive bien cumple su voluntad ni el que carece del espíritu impuro ha de decirse que posee a Dios. Aquí, ante la sorpresa de una consecuencia deducida de sus mismas concesiones, riéronse todos menos la madre, la cual, por estar desatenta, me rogó le explicara y desarrollara lo que se hallaba envuelto en la conclusión. Después que la complací, dijo: — Nadie puede llegar a Dios sin buscarlo. —-Muy bien— le dije yo— . Pero el que busca no posee todavía a Dios, aun viviendo bien. Luego no todo el que vive bien posee a Dios. A mí me parece que a Dios nadie lo posee, sino que cuando se vive bien El es propicio; cuando mal, es hostil— re­ plicó ella. 162 267 12. Gozosamente admitieron todos la idea última. — Nada nos resta— continué yo— sino averiguar quiénes tienen a Dios, porque ellos son los verdaderamente dichosos. Decidme sobre este punto vuestro parecer. — Tiene a Dios el que vive bien— opinó Licencio. — Posee a Dios el que cumple su voluntad en todo— dijo Trigecio, con aplauso de Lastidiano. El más pequeñuelo de todos aportó también su grano, di­ ciendo: — A Dios posee el que tiene el alma limpia del espíritu impuro. La madre aplaudió a todos, pero sobre todo al niño. Navigio callaba, y preguntándole yo qué opinaba, respondió que le placía la respuesta de Adeodato. Me pareció también oportuno preguntar a Rústico sobre su modo de pensar en tan grave materia, porque callaba más bien por rubor que por deliberación, y mostró su conformidad con Trigecio... C a p ít u l o III Quién posee a Dios, siendo feliz.— Dos modos de llamar al espíritu impuro 268 ... 19. — Y o os pregunto ahora si Dios quiere que lo busque el hombre. 267 L e ja r d , o .c ., p.42.68.72.73, 2 68 L eja r d , o .c ., p .6 3 . 163 — Entonces se derrumba nuestra definición de ayer cuan­ do convinimos que ser bienaventurado es poseer a Dios, por­ que todo hombre tiene a Dios, y no por eso es dichoso. — Añade que lo tiene propicio— insistió ella. 269 20. — ¿Convenimos, pues, en esto a lo menos: es bienaventurado el que a Dios tiene favorable? — Quisiera dar mi asentimiento— dijo Navigio— ; pero temo al que todavía busca, sobre todo para que no concluyas que es bienaventurado el académico, al que ayer, con un voca­ blo vulgar muy expresivo, lo definimos com o un epiléptico. Porque no puedo creer que Dios sea adverso al que le busca; y si decir esto es una injusticia, luego le será propicio; y el que tiene a Dios propicio, es bienaventurado. Será, pues, feliz el que le busca, pero el que busca no tiene lo que busca, y re­ sultará feliz el que no tiene lo que quiere, lo cual ayer nos parecía un absurdo; y por eso creimos que todas las tinieblas 269 B o y er, L’idée de vérité... p .2 4 0 . San Agustín D e la vida feliz de los académicos estaban desvanecidas. Y con esto Licencio triunfará de nosotros; y como prudente médico, me amones­ tará que aquellos dulces que, contraviniendo a mi régimen sa­ nitario, tomé, exigen de mí este castigo. 271 22. Aplaudieron todos mis ideas. — Está bien— les dije— ; pero temo todavía que os haga mella una concesión anterior, a saber: es desdichado todo el que no es dichoso, porque la consecuencia hará desgraciado al hombre que tiene propicio a Dios, pues el que busca no es feliz aún, según hemos convenido. ¿O acaso, com o Tulio dice, llamando ricos a los que poseen fincas en la tierra, considera­ remos pobres a los que poseen el tesoro de las virtudes? Pero notad cóm o siendo verdad que todo indigente es infeliz, no lo es menos que todo infeliz es un indigente. De donde re­ sulta que la miseria y la penuria son una misma cosa. Esta es una proposición ya sostenida por mí. Mas la investigación de este tema nos llevaría lejos. Por lo cual, os ruego que no os molestéis por acudir también mañana a este banquete. Aprobaron todos mi propuesta y nos levantamos de allí... 164 270 21. Hasta la madre se rió a estas palabras, y Trigecio apuntó: — Y o no concedo tan pronto que Dios es adverso al que no es propicio, y sospecho que debe haber aquí un término medio. — Y este hombre medio— le pregunté yo— a quien Dios ni es favorable ni adverso, ¿concedes que tiene a Dios de al­ gún modo? Dudando de él, intervino la madre: — Una cosa es tener a Dios y otra no estar sin Dios. — ¿Y qué es mejor: tener a Dios o no estar sin El? — Y o concibo así la cosa: el que vive bien, a Dios tiene propicio; el que vive mal, tiene a Dios, pero enemigo. Y el que le busca todavía y no le ha hallado, no le tiene ni propi­ cio ni adverso, pero no está sin Dios. — ¿Opináis también así vosotros?— les pregunté. — El mismo parecer tenemos— respondieron. — Decidme ahora: ¿no os parece que Dios mira propicio al hombre a quien favorece? — Sí. — ¿No favorece al que le busca? — Ciertamente— fue la respuesta general. — Tiene, pues, a Dios pronicio el que le busca, y todo el que tiene propicio a Dios es bienaventurado. Luego el busca­ dor de Dios es también feliz. Y , por consiguiente, será bien­ aventurado el que no tiene lo que quiere. -— A mí no me parece de ningún modo feliz el que no tiene lo que quiere— objetó la madre. — Luego no todo el que tiene propicio a Dios es feliz — argüí yo. — Si a ese punto nos lleva la razón, no puedo oponerme — replicó ella. — La división, pues, será ésta— añadí yo— : todo el que ha hallado a Dios v lo tiene propicio, es dichoso; todo el que busca a Dios, lo tiene propicio, pero no es dichoso aún; y todo el que vive alejado de Dios por sus vicios y pecados no sólo no es dichoso, pero ni tiene propicio a Dios. 2 7 0 L e ja r d , o . c . , p .6 3 . C a p ít u l o 165 IV Discusión del tercer día.— Renuévase la cuestión propuesta.— Miserable es todo necésitado.— El sabio no es indigente.— La miseria y riqueza del alma.— El hombre feliz 272 ... 33. Y convinimos al principio de nuestra discu­ sión de hoy que si lográbamos identificar la miseria y la indi­ gencia, estimaríamos bienaventurado al no indigente. Pues bien: ya hemos llegado a este resultado. Luego ser dichoso es no padecer necesidad, ser sabio. Y si me preguntáis qué es la sabiduría— concepto muy examinado por la razón humana— , os diré que es la moderación del áni­ mo, por la que conserva un equilibrio, sin derramarse dema­ siado ni encogerse más de lo que pide la plenitud. Y se derra­ ma en demasía por la lujuria, la ambición, la soberbia y otras pasiones del mismo género, con que los hombres intemperantes y desventurados buscan para sí deleites y satisfacción de do­ minio. Y se encoge y se coarta con la avaricia, el miedo, la tristeza, la codicia y otras afecciones, sean cuales fueren, y por ellas los hombres experimentan y confiesan su miseria. Mas cuando el alma, habiendo hallado la sabiduría, la hace objeto de su contemplación; cuando, para decirlo con palabras 271 G j l s o n , Introduction... p .4 . 2 7 2 -2 7 4 L o p e C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: E s t. a u gu st. 8 ( 1 9 7 3 ) p .4 1 1 . 2 7 2 B o y e r , Christianisme et Néo-platonisme... p .8 4 ; I d . , L’idée de vérité... P -2 3 7 .2 3 8 ; L e ja r d , o . c . , p .6 3 ; v a n J e s s , La razón como preludio para la fe en San Agustín: A u g u s t. 21 (1 9 7 6 ) p .3 8 8 . D el orden San Agustín 166 de este niño, se dedica fervorosamente a ella e, insensible a la seducción de las cosas vanas, no mira sus apariencias engaño­ sas, porque su amor suele derribarla de Dios y sumergirla en profunda abyección, entonces no teme la inmoderación, la in­ digencia y la desdicha. El hombre dichoso, pues, tiene su mo­ deración o sabiduría. 273 34 Mas ¿cuál ha de ser la sabiduría digna de este nombre sino la de Dios? Por divina autoridad sabemos que el H ijo de Dios es la Sabiduría de Dios; y ciertamente es Dios el H ijo de Dios. Posee, pues, a Dios el hombre feliz, según estamos de acuerdo todos desde el primer día de este ban­ quete. Pero ¿qué es la Sabiduría de Dios sino la Verdad. Por que El ha dicho: Y o soy la Verdad. Mas la Verdad encierra una suprema Medida, de la que procede y a la que retorna enteramente. Y esta Medida suma lo es por si misma, no po ninguna cosa extrínseca. Y siendo perfecín y suma, eS tam­ bién verdadera Medida. Y así com o la Verdad procede de la Medida, así ésta se manifiesta en la Verdad. Nunca hubo Ver dad sin Medida, ni Medida sin Verdad. ¿Quien es el que no tiene Padre, sino la suma Medida? Luego el que viniere a a suprema Regla o Medida por la Verdad es el hombre feliz. Esto es poseer a Dios, esto es gozar de Dios. Las demas cosas, aun­ que estén en las manos de Dios, no lo poseen. 274 35. Y este aviso, esta voz interior que nos invita a pensar en Dios, a buscarlo, a desearlo sin tibieza, nos viene de la fuente misma de la Verdad. Es un íntimo resplandor en que nos baña el secreto Sol de las almas. De El procede toda verdad que sale de nuestra boca, aun cuando nuestros ojos, o por débiles o por falta de avezamiento, trepidan al fijarse en él y abrazarlo en su integridad, pues en última instancia es e mismo Dios perfecto y sin ninguna mutilación esencial, io d o se halla íntegro y perfecto en aquel omnipotentísimo Dios. Con todo, mientras vamos en su busca y no abrevamos en a plenitud de su fuente, no hemos llegado aun a nuestra Medi771 B o y e r Christ et néo-platon. p.105.158; Id., Vidée de mérite „ « 7 , 226 L e t a r d o c p .33.34.62.63.65; Du R o y , Vintelligence de la fot en U Trinité ¡d in saint Augustin. Genèse de sa théologie tnn,taire ,us,u au 391 ( P a r is 1960) p . 156-161; G i l s o n , Introduction... p.5 274 B o y e r Christianisme et neo-platonisme... p.93 nt.5, I d ., L idée a. vérité p.81.120.226; Id., Philosophie et Théologie chez s ¿a gsíri», Essa s... p f l 9 6 ; L e j a r d , o.c„ p .5 5 .5 6 .5 9 .6 6 .6 7 .7 3 ; C a y r é , o . c . , p .1 0 1 .1 0 2 .2 2 1 ; G i l s o n , t P La doctrine august. de Villumin. ^ 8 ; H . S o m m e t s , S.J., Image de Dieu et illuminitation divine: Augustinus Magister p.458.459. ^ J o u v Ë 167 da; y aunque no nos falta la divina ayuda, todavía no somos ni sabios ni felices Esta es, pues, la plena hartura de las al­ mas, esta es la vida feliz, que consiste en conocer piadosa v perfectamente quién nos guía a la verdad, y los vínculos que nos relacionan con ella, y los medios que nos llevan al sumo M odo i or la luz de estas tres cosas se va a la inteligencia de un solo Dios y una sola substancia, excluyendo toda supersti­ ciosa vanidad. ' Aquí a la madre saltáronle a la memoria las palabras que tema grabadas, y com o despertando a su fe, llena de gozo re­ cito los versos de nuestro sacerdote: «Escucha, divina Trini­ dad, nuestras plegarias». Y añadió: e . Esta ,(TS’ sin ,duda> Ia vida feliz, porque es la vida perc i y * elIa> según presumimos, podemos ser guiados pronto ridad 003 ’ Una gozosa esperanza y ardiente ca- 275 36. Ea, pues; porque la moderación misma exige que interrumpamos con algún intervalo de días nuestro condlde; 7 ° p CT t0c a~ ™ s ,fuerzas d°y g^cias a Dios sumo y verÍros n en0f Ilbertador de las almas, y después a vos­ otros, que unánimemente invitados me habéis colmado tam­ bién de regalos. Habéis colaborado tanto en mis discurso“ que puedo decir que he sido harto de mis convidados ció exdam ó: “ como^éste^3 ^ 8° Z° S° S Y alabábamos aI Señor> y Trige^ díaS n° S ° bsequies con convites — Y vosotros debéis seguir y amar la moderación en todo - l e respondí— , si queréis de veras volver a Dios. Dicho esto se terminó la discusión y nos retiramos. DEL merosDIe s S o CsITAn : / Æ C ORDEN de San Agustin’ en edición bilingüe, I Pri- : 4 > ï ï (BÌc; M a S T Í r el p- v CAPANAgI’ ÁgUS- C h ri¡r^ 10G*" GEN' : .^ apánaga, o.c., Introducción p.642-645- C B o y e r (París 192me A ne% plat? r 1Í5T dans la formation d e Saint A n g u í n cíacuL T o r ^ l 9 2 ^ 7 - Y yr d“ composés àTassi” mière série- Opuscules IV Dini ^0L1VEJ’. . (->eu^ es de S. Augustin, pre­ ñ e. Upuscules. IV . Dialogues philosophiques. I, Problèmes fonp .3 m .lGllS0N' Introduction... p.99.140; B oyer , Christian, et néo-platonisme... 168 San Agustín D el orden damentaux: D e ord in e... Trad., introd. et notes (Patis 1939); P. G e n t il e Sant’Agostino. Dialoghi. I. La controversia accademica..., L ord m e, introd., trad. e note (Rom a 1970); F. W o r t e r , D ie G eistesentwicklung des hl. Aurelius Augustinus bis zu seiner Taufe. D er Dialog. «D e ordine» p . 119-141 (Paderborn 1892); A . D y r o f f , Über Form und Begriffsgehalt der augustinischen Schrift « D e ordine», en Aurel. Augustinus, Fetsch. hersg. v . M . G r a b m a n n und J. M a u s b a c h (K oln 1930). objeto de administración divina o que son descuidadas y me­ nospreciadas, para mitigar así o cerrar la boca a toda querella contra Dios. LIBRO I C a p ít u l o I Todo lo rige la divina Providencia 276 1. Cosa muy ardua y rarísima es, amigo Cenobio, alcanzar el conocimiento y declarar a los hombres el orden de las cosas, ya el propio de cada una, ya, sobre todo, el del conjunto o universidad con que es moderado y regido este mundo. Añade a esto que, aun pudiéndolo hacer, no es fácil tener un oyente digno y preparado para tan divinas y oscuras cosas, ya por los méritos de su vida, ya por el ejercicio de la erudición. Y con todo, tal es el ideal de los más bellos ingenios, y hasta los que contemplan ya los escollos y tempestades de la vida como quien dice con la cabeza erguida, nada desean tanto como aprender y conocer cómo, gobernando Dios las cosas hu­ manas, cunde tanta perversidad por doquiera, de modo que haya de atribuirse su dirección no ya a un régimen y adminis­ tración divinos, pero ni siquiera a un instrumento servil, si se dotara de suficiente potestad. Por lo cual, a los que se inquie­ tan por estas dificultades sólo les queda esta salida: o la di­ vina Providencia no llega a estas cosas últimas e inferiores o todos los males se cometen por voluntad de Dios. 277 Impías ambas soluciones, pero sobre todo la última. Porque, aunque es propio de gente horra de cultura y además peligrosísimo para el alma creer que hay algo dejado de la mano de Dios, con todo, entre los hombres, nunca se censura a nadie por su impotencia; pero el vituperio por negligencia es también mucho más excusante que el reproche por malicia y crueldad. Y así, la razón, por no faltar a la piedad, se ve como forzada a creer que las cosas mundanas no pueden ser 276-308 C ayré , o .c . , C a p án ag a , p.102-107, o .c . , Introducción p.641-646; P é p in , o .c . , p.86.87; 169 278 2. Pero ¿quién es tan ciego que vacile en atribuir al divino poder y disposición el orden racional de los movi­ mientos de los cuerpos, tan fuera del alcance y posibilidad de la voluntad humana? A no ser que se atribuya a la casualidad la maravillosa y sutil estructura de los miembros de los más minúsculos animales, como si lo que se considera obra de lo casual pudiera explicarse de otro modo que por la razón, o como si por atender a las fruslerías de la vana opinión humana osáramos sustraer de la dirección de la majestad inefable de Dios el orden maravilloso que se aplaude y admira en todo el universo, sin tener el hombre en ello arte ni parte. 279 Mas aquí se muestra ya el nudo de la cuestión, pues los miembros del más despreciable insectillo están labrados con tan admirable orden y distinción, mientras la vida huma­ na versa y fluctúa entre innumerables perturbaciones e inquie­ tudes. Pero este modo de apreciar las cosas se asemeja al del que, restringiendo el campo visual y abarcando con sus ojos sólo un azulejo de un pavimento del mosaico, censurara al artífice, como ignorante de la simetría y proporción de tales obras; creería que no hay orden en la combinación de las teselas por no considerar el conjunto de todos los adornos que concurren a la formación de una faz hermosa. Lo mismo ocurre a los hombres poco instruidos, que, incapaces de abarcar y conside­ rar con su angosta mentalidad el ajuste y armonía del universo, cuando algo les ofende su vista de cegatos, luego piensan que se trata de un desorden o deformidad. 280 3. Y la causa principal de este error es que el hom­ bre no se conoce a sí mismo. Para conocerse es menester sepa­ rarse de la vida de los sentidos y replegarse en sí y vivir en contacto con la voz de la razón. Y esto lo consiguen solamente los que o cauterizan con la soledad las llagas de las opiniones que el curso de la vida ordinaria imprime, o las curan con la medicina de las artes liberales. D el orden San Agustín 170 C a p ít u l o C a p ít u l o IV 281 ... 11. — Pregúntame, pues, ya, te ruego— dijo él— , para poder explicar con tus palabras y con las mías este misterio. — Respóndeme primero a esto: ¿por qué te parece que esa agua no corre fortuitamente, sino con orden? Que ella sea con­ ducida por acueductos de madera para nuestro uso y empleo, bien pertenece al orden, por ser orden razonable y de la in­ dustria humana, que quiere aprovecharse de su curso para la limpieza y bebida, y justo es que se haga así, según las nece­ sidades de los lugares. Pero que las hojas caigan del m odo que dices, dando lugar al fenómeno que nos admira, ¿cóm o puede relacionarse con el orden? ¿N o es más bien obra de la casua­ lidad? — Pero ¿es posible— replicó él— que al que ve claramente que nada puede hacerse sin suficiente razón se le ocurra otro modo de caerse las hojas? Pues qué, ¿quieres que te describa la posición de los árboles y de sus ramas, y el peso que dio la misma naturaleza a las hojas? Ni es cosa de ponderar aho­ ra la movilidad del aire que las arrastra, o la suavidad con que descienden, ni las diversas maneras de caer, según el estado de la atmósfera, el peso, la figura y otras innumerables causas más desconocidas. Hasta aquí no llega la potencia de nuestros sentidos y son cosas enteramente ocultas; pero no sé cómo — lo cual basta para nuestra cuestión— es patente a nuestros ojos que nada se hace sin razón. Un curioso impertinente podía continuar preguntando por qué razón hay allí árboles, y yo le responderé que los hombres se han guiado por la fertilidad del terreno. — ¿Y si los árboles no son fructíferos y han nacido por casualidad? A eso responderé que nosotros sabemos muy poco y que no puede censurarse a la naturaleza por haber obrado sin ra­ zón poniéndolos allí. ¿Qué más? O me convenceréis de que se hace algo sin razón o creed que todo sigue un orden cierto de causalidad. 281 J o l iv e t , Le probléme du mal... p .9 7 ; K o w alc zyk, V Cómo Dios todo lo dirige con orden Nada se verifica sin razón p .3 4 3 . 171 La idea de Dios.. 282 12. Y o respondí a Licencio: — Aunque me tengas por un curioso impertinente, y cier­ tamente debo de serlo para ti por haber interrumpido tu colo­ quio con Píramo y Tisbe, insistiré en proponerte algunas cues­ tiones. Esta naturaleza, que, según tu modo de pensar, toda resplandece con orden— dejando otras innumerables cosas— , ¿podras decirme para que utilidad crió los árboles no fru­ tales? Cuando el interpelado buscaba una respuesta, entró en liza Trigecio: Pero ¿acaso la utilidad de los árboles está cifrada única­ mente en el fruto? ¿N o reportan su provecho otras cosas: su misma sombra, su madera y, finalmente, hasta las hojas? — No des esa solución a la cuestión propuesta— le atajó Licencio— . Porque pueden sacarse innumerables ejemplos de cosas sin provecho para los hombres o de tan escasa y desco­ nocida utilidad que apenas podemos defenderlas. Que nos diga él más bien si hay alguna cosa sin causa suficiente. — Después tocaremos brevemente ese punto— le dije— . No es necesario que yo haga de maestro, porque tú, que profesas la certeza de tan alta doctrina, nada nuevo me has enseñado todavía, y yo estoy tan deseoso de aprender, que me paso días y noches en este ejercicio... 283 14. Licencio, saltando de gozo en su lecho, ex­ clamó: — ¿Quién negará, ¡oh Dios grande!, que todo lo adminis­ tras con orden? ¡Cómo se relacionan entre sí en el universo todas las cosas y con qué ordenada sucesión van dirigidas a sus desenlaces! ¡Cuántos y cuán variados acontecimientos no han ocurrido para que nosotros entabláramos esta discusión! ¡Cuán­ tas cosas se hacen para que te busquemos y hallemos a Ti! ¿Acaso esto mismo que nos acaece ahora; que nosotros estu­ viésemos velando y tú, distraído con el sonido del agua, inda­ gando su causa sin atinar con ella; todo esto, dime, no pro­ cede del orden de las cosas? Intervino también un ratoncito para que yo saliera a la escena. Finalmente, tu mismo discurso, 282 Boyer, Christianisme et néo-platonisme... p . 155. San Agustín D el orden tal vez sin intención tuya— nadie es dueño de que alguna idea le venga a la mente— , no sé cómo me revolotea en el magín, inspirándome la respuesta que debo dar. parece poco orden que Dios ame los bienes y no ame los males? Así, pues, ni los males están fuera del orden, porque Dios no los quiere, y ama, en cambio, el orden. El quiere amar los bienes y aborrecer los males, lo cual es un orden acabado y de una divina disposición. Orden y disposición que conservan por medio de distintos elementos la concordia de todas las cosas, haciendo que los mismos males sean en cierto modo necesa­ rios. De este modo, como con ciertas antítesis, por la combi­ nación de cosas contrarias, que en la oratoria agradan tanto, se produce la hermosura universal del mundo. 172 284 Pues yo te pregunto: si la disputa que tenemos aquí la escribes, com o te has propuesto, y se divulga algún tanto, llegando a la fama de los hombres, ¿no les parecerá una cosa tan grave, digna de la respuesta de algún gran adivino o cal­ deo, que, preguntado sobre ella, hubiese respondido antes de verificarse? Y si hubiera respondido, se hubiera considerado una cosa tan divina, tan digna de celebrarse con aplauso uni­ versal, que nadie se atrevería a preguntar por qué cayó una hoja de árbol o un ratón ocioso fue molesto para un hombre que descansaba en su lecho. Pues ¿acaso estas predicciones de lo futuro las hizo alguno de ellos por cuenta propia o fue re­ querido por el consultor a decirlas? Y si adivinare que ha de publicarse un libro de importancia y viese que era necesario aquel hecho, pues de otro modo no podría adivinarlo, luego tanto el arrastre de las hojas en el campo como todo lo que hace en casa ese animalito, todo se hallaría enlazado con el orden, lo mismo que este escrito. Porque con estas palabras estamos haciendo unos razonamientos que, de no haber pre­ cedido aquellos hechos tan insignificantes, no nos hubieran ocurrido ni se hubieran expuesto ni tomado en cuenta para le­ garlos a la posteridad. Así que nadie me pregunte ya por qué suceden cada una de las cosas. Baste con saber que nada se engendra, nada se hace sin una causa suficiente, que la pro­ duce y lleva a su término. C a p ít u l o V II Dios no ama el mal, aunque pertenece al orden 285 ... 18. En esta conclusión temí a Licencio. Pero él, lamentándose de la dificultad de las palabras, sin buscar una respuesta adecuada, sino más bien embarazado por la forma de la contestación, dijo: — No quiere Dios los males, porque no pertenece al or­ den que Dios los ame. Por eso ama mucho el orden, porque El no ama los males, los cuales, ¿cóm o no han de estar dentro del orden cuando Dios no los quiere? Mira que esto mismo pertenece al orden del mal, el que no sea amado de Dios. ¿Te 285 J o u v e t , Le problème du mal... p .3 3 . 173 286 19. H ubo una breve pausa de silencio; pero, ir­ guiéndose de improviso por la parte en que tenía su lecho Trigecio, le instaba: — Dime, te ruego, si Dios es justo. Callaba el otro, porque, según después confesó, admiraba demasiado y temía otro nuevo discurso inflamado de inspira­ ción de su condiscípulo y amigo. Viéndole callado, Licencio prosiguió: — Porque, si me respondes que Dios no es justo, tú verás lo que haces, pues no ha mucho me censurabas de impiedad. Y si, conforme a la doctrina que recibimos y nos lo persuade el sentimiento de la necesidad del orden, Dios es justo, sin duda lo es, porque da a cada cual lo suyo. ¿Y qué distribución cabe si no hay distinción? ¿Y qué distinción, si todo es bueno? ¿Y qué puede haber fuera del orden, si la justicia de Dios trata a buenos y malos según su merecido? Y todos afirmamos que Dios es justo. Luego todo se halla encerrado dentro del orden. Terminado este discurso saltó del lecho, y con la voz más suave, porque nadie le respondía, me dijo a mí: — ¿Nada me dices tampoco tú, que has provocado esta discusión? LIBRO II C a p ít u l o V Cómo se ha de curar el error de los que creen que las cosas no están regidas con orden 287 ... 15. Estas y otras parecidas cuestiones que se ventilan en la vida humana impulsan a muchos hombres fre­ 2 8 7 L e j a r d , o . c . , p .5 3 .5 6 . 174 San Agustín cuentemente a creer que no estamos gobernados por el orden de la Providencia, mientras otros, piadosos y buenos y dota­ dos de espléndido ingenio, no pudiendo creer que estemos abandonados del sumo Dios, con todo, envueltos en la bruma y en la confusa riolada de tantas cosas, no aciertan a ver nin­ gún orden y quieren que se les descubran las causas ocultísi­ mas, y recurren a la poesía para cantar sus lamentos y errores. Los cuales no hallarán una satisfactoria respuesta ni para esta sencilla cuestión: ¿por qué los italianos piden siempre invier­ nos serenos y nuestra miserable Getulia se muere de sed? ¿Quién puede responder a esto? ¿O dónde se pueden desci­ frar y conjeturar los motivos de semejante disposición? 288 Pero yo, si algo valen mis amonestaciones, creo que deben educarse antes en aquellas artes liberales (R et., 1,3,2); de otro modo no puede aspirarse a la comprensión de estos problemas. Pero si los detiene la pereza, la preocupación de los negocios seculares o la falta de capacidad, entonces acójan­ se al baluarte seguro de la fe, y con vínculos los atraiga a sí, librándolos de los males horrendos y obscurísimos, Aquel que no permite que se pierda nadie si cree en El por la adhesión a los divinos misterios. 289 16. Un doble camino, pues, se puede seguir para evitar la obscuridad que nos circuye: la razón o la autoridad. La filosofía promete la razón, pero salva a poquísimos, obli­ gándolos no a despreciar aquellos misterios, sino a penetrarlos con su inteligencia según es posible en esta vida. Ni persigue otro fin la verdadera y auténtica filosofía sino enseñar el prin­ cipio de todas las cosas, y la grandeza de la sabiduría que en El resplandece, y los bienes que sin detrimento suyo se han derivado para nuestra salvación de allí. Ella nos instruye en nuestros sagrados misterios, cuya fe sincera e inquebrantable salva a las naciones, dándoles a conocer a un Dios único, om­ nipotente sin fundir las tres personas, como hacen algunos, ni ofenderlas, como otros. Esta filosofía enseña cuán gran cosa es que Dios haya querido asumir nuestro cuerpo para redimir­ nos, pues cuanto más se ha abatido por nosotros, tanto más brilla su divina clemencia, alejándose de la soberbia de los sa­ bios según este m undo... 288 L ejard, o.c., p.56. 289 B oyer , Christinanisme et néo-platonisme... p.131; L ejard, o .c ., p.53.54. 35.57.58.60.61.62; Jo l iv e t , Saint Augustin... p.160; G il so n , Introduction... p.309. D el orden C a p ít u l o 175 V II Cómo había orden antes de venir el mal 290 ... 23. Habiendo asentido a esto mi madre y Li­ cencio, yo intervine: — ¿Qué dices a esto, Licencio? ¿Dónde está lo que con tanto ahínco defendías, esto es, que nada se hace fuera del orden? Lo que dio lugar al origen del mal no se hizo por or­ den de Dios, sino que al nacer el mal fue sometido al orden divino. Y él, admirándose y molestándose de que se le escapase de las manos una causa tan noble, dijo: — Absolutamente sostengo que comenzó el orden con el que dio origen al mal. — Luego el origen del mal no se debe al orden— dije— , si el orden comenzó a existir después del mal. Pero siempre es­ taba el orden en Dios; y, o siempre existió la nada, que es el mal, o, si alguna vez comenzó, puesto que el orden o es un bien o procede del bien, nada hubo ni habrá jamás sin orden. No sé qué razón más adecuada se me ha ofrecido, pero me la arrebató el olvido, lo cual creo ha sucedido por el mérito, la condición o el orden de mi vida. 291 — Ignoro cómo se me ha deslizado una sentencia que ahora desecho— insistió él— , porque no debí haber dicho que después del mal comenzó el orden; antes bien, se ha de creer que siempre estuvo en Dios, com o ha sostenido Trigecio, la divina justicia y que no vino a aplicarse hasta que hubo males. — Vuelves a caer en el cepo— le contesté yo— , siempre permanece inconcuso lo que no quieres; porque haya estado el orden en Dios, o haya comenzado a coexistir con el mal, siempre resulta que el mal nació fuera del orden. Y si conce­ des esto, debes igualmente confesar que puede hacerse algo contra el orden; y con esto se debilita y cae por tierra tu causa; si no lo concedes, parece que el mal se origina del orden de Dios, y entonces le confiesas autor de los males, lo cual es una impiedad horrible. Habiéndole repetido esto varias veces, porque no lo en­ tendía o simulaba no entenderlo, cerró la boca y guardó si­ lencio. Entonces dijo la madre: San Agustín D el orden — Y o creo que hay algo que puede hacerse fuera del orden de Dios, porque el mismo mal que se ha originado no ha nacido del orden divino; pero la divina justicia no le ha con­ sentido estar desordenado y lo ha reducido y obligado al orden. a los espectáculos, de la pesadez del sueño y la pigricia, de la emulación, murmuración, envidia, ambición de honra y mando, del inmoderado deseo de alabanza. Sepan que el amor al di­ nero es la ruina cierta de todas sus esperanzas. N o sean ni flo­ jos ni audaces para obrar. En las faltas de sus familiares no den lugar a la ira o la refrenen de modo que parezca vencida. Anden alerta con las malas inclinaciones. Ni sean excesivos en la vindicación ni tacaños en perdonar. No castiguen a nadie sino para mejorarlo, ni usen indulgencia cuando es ocasión de más ruina. Amen como familiares a todos los que viven bajo su potestad. Sirvan de modo que les deleite servirles. En los pecados ajenos no importunen a los que reciban mal la correc­ ción. Eviten las enemistades con suma cautela, súfranlas con calma, termínenlas lo antes posible. En todo trato y conversa­ ción con los hombres aténganse al proverbio común: «N o ha­ gan a nadie lo que no quieren para sí». N o busquen los car­ gos de la administración del Estado sino los perfectos. Y tra­ ten de perfeccionarse antes de llegar a la edad senatorial, o mejor, en la juventud. 176 292 24. Viendo yo aquí con qué afán y entusiasmo bus­ caban a Dios, pero sin tener un concepto claro del orden, con que se llega a la inteligencia de su inefable Majestad, les dije: — Os ruego que, si amáis mucho el orden, no permitáis en vosotros ninguna precipitación, desarreglo, ni desorden. Pues, aunque una secretísima razón nos prometa demostrar que nada se hace fuera del orden divino, con todo, si al maestro de es­ cuela viésemos empeñado en enseñar a un niño el silabario antes de darle a conocer las letras, no digo que sería digno de risa y un necio, sino un loco de atar, por no guardar el mé­ todo de la enseñanza. Y cosas de este género cometen a granel los ignorantes, que son reprendidos y burlados por los doctos, y los dementes, censurados hasta por los necios; y, sin embar­ go, que aun todas estas cosas tenidas com o perversas no se exorbitan de un orden divino, promete evidenciarlo a las al­ mas amantes de Dios y de sí mismas una disciplina elevada y remotísima del alcance de la multitud, comunicándoles una cer­ teza superior a la que ofrecen las verdades de la matemática. C a p ít u l o V III Se enseñan a los jóvenes los preceptos de la vida y el orden de la erudición 293 25. Esta disciplina es la misma ley de Dios, que, permaneciendo siempre fija e inconcusa en El, en cierto modo se imprime en las almas de los sabios; de modo que tanto me­ jor saben vivir y con tanta mayor elevación cuanto más per­ fectamente la contemplan con su inteligencia y la guardan con su vida. Y esa disciplina a los que desean conocerla les pres­ cribe un doble orden, del que una parte se refiere a la vida y la otra a la instrucción. Los jóvenes dedicados al estudio de la sabiduría se absten­ gan de todo lo venéreo, de los placeres de la mesa, del cui­ dado excesivo y superfluo ornato de su cuerpo, de la afición 2 9 2 B oyer , p .2 4 7 . 2 93 B o y e r , Christianisme et néo-platonisme... p .1 6 3 ; Christianistne et néo-platonisme... p .2 3 1 ; I d ., L’idée de vérité... P e g u e r o l e s , o . c . , p .8 8 . 177 294 Y los que se dedican tarde a estas cosas no crean que no les conciernen estos preceptos, porque los guardarán mejor en la edad avanzada. En toda condición, lugar, tiempo, o ten­ gan amigos o búsquenlos. Muestren deferencia a los dignos, aun cuando no la exijan ellos. Vivan con orden y armonía; sirvan a Dios; en El piensen; búsquenlo con el apoyo de la fe, esperanza y caridad. Deseen la tranquilidad y el seguro curso de sus estudios y de sus compañeros; y para sí y para cuantos puedan pidan la rectitud del alma y la tranquilidad de la vida. C a p ít u l o XI Qué es la razón.— Sus vestigios en el mundo sensible.— D ife­ rencia entre lo racional y lo razonable 295 ... 31. Y primero veamos a qué cosas se aplica or­ dinariamente esta palabra: razón. Y debe movernos mucho el saber que el hombre fue definido por los antiguos sabios así: el hombre es un animal racional mortal. Puesto el género de animal, le han agregado dos diferencias, con el fin de advertir al hombre, según yo entiendo, dónde debe refugiarse y de dón­ 29 5 L e j a r d , o . c . , p .5 6 ; C ayré, o .c ., p .1 0 5 . San Agustín D el orden de debe huir. Pues así com o el alma, extrañada de sí misma, cayó en las cosas mortales, así debe regresar y volver a la in timidad de la razón. Por ser racional, aventaja a las bestias; por ser mortal, se diferencia del ser divino. Si le faltara lo primero, sería un bruto; si no se apartara de lo segundo, no podría deificarse. Pero como hombres muy doctos distinguen entre lo racional y lo razonable, no cae esta diferencia fuera de nuestro propósito. Racional llamaron a lo que usa o puede usar de razón; razonable, lo que está hecho o dicho conforme a razón. Estos baños podemos llamarlos razonables, y también estos nuestros discursos; y racionales son el artífice de los primeros y nos­ otros que conversamos aquí. Así, pues, la razón procede del alma racional, y se aplica a las obras y a los discursos razo­ nables. 297 Preguntad a un enfermo a quien el médico le ha re­ cetado una poción, por qué debe ser tan dulce, y no os dará como causa el placer que le produce; alegará el motivo de la enfermedad, que no afecta al gusto, sino al estado del cuerpo, que es cosa diversa. Pero, si preguntamos a un goloso catador de algún manjar por qué es tan dulce y responde: porque me agrada, porque hallo gusto, nadie dice que es aquello razona­ blemente dulce, a no ser que su dulzura sea necesaria para otro fin y lo que se toma se ha hecho con este fin. 178 296 32. Dos cosas veo donde la fuerza y la potencia de la razón puede ofrecerse a los mismos sentidos: las obras hu­ manas, que se ven, y las palabras, que se oyen. En ambas usa la mente de un doble mensajero, indispensable para la vida cor­ poral: el de los ojos y el de los oídos. Así, cuando vemos una casa compuesta de partes congruentes entre sí, decimos muy bien que nos parece razonable. Cuando oímos también una música bien concertada, decimos que suena razonablemente. Al contrario, sería disparate decir: huele razonablemente, o sabe razonablemente, o es razonablemente blando, a no ser que se aplique esto a cosas que con algún fin han sido procuradas por los hombres para que tuviesen tal perfume, tal sabor, tal gra­ do de calor, etc. Como si alguien, atendiendo a la razón del fin, dice que huele razonablemente un lugar ahumado con fuertes olores para ahuyentar las serpientes; o que una pócima que propina el médico es razonablemente amarga; o si se manda templar un baño para un enfermo, se dice que está razonable­ mente caliente o tibio. Pero nadie, entrando en un jardín y tomando una rosa, exclama: ¡Qué razonablemente huele esta rosa !, aunque el médico le haya mandado olería. Pues entonces dícese que lo mandado y recetado es razonable, pero no puede llamarse así el olor de la rosa, por ser un olor natu­ ral. Cuando un cocinero prepara un manjar, podemos decir que está razonablemente guisado; pero decir que sabe razona­ blemente no lo consiente la costumbre del lenguaje, porque no hay ninguna causa extrínseca, sino la satisfacción de un gusto presente. 2 9 6 Lope C i l l e r u e l o , L a p r u e b a a g u s tin ia n a ... p .2 4 4 . 179 298 34. Así, pues, cuando miramos en este edificio to­ das sus partes, no puede menos de ofendernos el ver una puer­ ta colocada a un lado, la otra casi en medio, pero no en medio. Porque en las artes humanas, no habiendo una necesidad, la desigual dimensión de las partes ofende, en cierto m odo, a nuestra vista. En cambio, ¡cuánto nos deleitan y embelesan el ánimo las tres ventanas internas debidamente colocadas, a in­ tervalos iguales, dos a los lados y una en medio, para dar luz al cuarto de baño! Por lo cual, hasta los mismos arquitectos llaman razón a este modo de disponer las partes; y dicen que las desigualmente colocadas carecen de razón. Es una forma de hablar muy difuminada y que ha pasado a todas las artes y obras humanas. 299 Y en los versos, donde también decimos que hay una razón, que pertenece al gusto de los sentidos, ¿quién no sabe que la medida y dimensión es artífice de toda su armonía? Pero en los movimientos cadenciosos de una danza, donde toda la mímica obedece a un fin expresivo, aunque cierto movimien­ to rítmico de los miembros deleita los ojos con su misma di­ mensión, con todo, se llama razonable aquella danza, porque el espectador inteligente comprende lo que significa y represen­ ta, dejando aparte el placer sensual. Si se hace una Venus alada y un Cupido cubierto con un manto, aun dándoles un mara­ villoso donaire y proporción de los miembros, no parece que se ofenden los ojos, pero sí el ánimo, a quien toca la interpre­ tación de los signos. Los ojos se ofenderían privándolos de la armonía de los movimientos. Porque esto pertenecería al sen­ tido, en el que el alma, por hallarse unida al cuerpo, percibe su deleite. 300 Una cosa es, pues, el sentido y otra la percepción por el sentido; al sentido halagan los movimientos rítmicos, 2 9 8 B oyer, S a n t'A g o s tin o p .43. 181 San Agustín D el orden al ánimo, al través del sentido corporal, le place la agradable significación captada en el movimiento. Lo mismo se advierte más fácilmente en los oídos: todo es agradable deleite al ór­ gano sensitivo; pero los bellos pensamientos, aunque expre­ sados por medio de voces que impresionan el oído, sólo ellos entran en la mente. Así, pues, cuando oímos aquellos versos: M e era dulce saber por qué el sol de invierno va a bañarse tan pronto en las aguas del mar; por qué en el verano vienen con tan lento pie las noches perezosas (V irg ., Georg. II 480-1), de diverso modo alabamos la armonía del verso y la belleza del pensamiento. Ni en el mismo sentido decimos que una armo­ nía es bella o que una expresión es razonable. Advirtió, pues, la grande necesidad del cálculo y la nume­ ración. De ambas invenciones nació la profesión de los calígra­ fos y calculadores. Era com o una infancia de la gramática; se­ gún dice Varrón, comprendía los elementos de la lectura, es­ critura y del cálculo. Su nombre griego no lo recuerdo en este momento. 18C C a p ít u l o X II La razón, inventora de todas las artes.— Ocasión de los voca­ blos, de las letras, de los números, de la división de las letras, sílabas y palabras.— Origen de la historia 301 35. Hay, pues, tres géneros de cosas en que se muestra la obra de la razón: uno, en las acciones relacionadas con un fin; el segundo, en la palabra; el tercero, en el deleite. El primero nos amonesta a no hacer nada temerariamente; el segundo, a enseñar con verdad; el tercero nos invita a la di­ chosa contemplación. El primero se relaciona con las artes, de que hablamos aquí. Porque la potencia razonadora que usa, sigue o imita lo que es racional, pues por un vínculo natural está ligado el hombre a vivir en sociedad con los que tienen común la razón, ni puede unirse firmísimamente a otros sino por el lenguaje, comunicando y com o fundiendo sus pensa­ mientos con los de ellos. 302 Por eso fue necesario poner vocablos a las cosas, esto es, fijar sonidos que tuviesen una significación, y así, su­ perando la imposibilidad de una comunicación directa de espí­ ritu a espíritu, valióse de los sentidos como intermediarios para unirse con los otros. Pero vio que no podían oírse las palabras de los ausentes, y entonces inventó las letras, notando y dis­ tinguiendo todos los sonidos formados por el movimiento de la boca y de la lengua. Pero ¿cómo podía hablar ni escribir todavía, en medio de la multitud inmensa de cosas que se ex­ tienden a lo infinito, sin ponerles un límite fijo? 301-304 L e j a r d , o . c . , p.44.56. 301 B oyer , Sant’Agostino p.235; L ejard , o .c ., p.63. 303 36. Y siguiendo adelante, la razón notó las diver­ sas formas de emitir la voz, que constituyen nuestro lenguaje y dan lugar a nuestra escritura, y unas piden moderada aber­ tura de la boca para que se produzcan limpios y fáciles, sin esfuerzo de colisión; otras se emiten con diferentes compren­ siones de los labios para producir el sonido: las últimas, final­ mente, deben reunirse a las primeras para su formación. Y así, según el orden en que se ha expuesto, las llamó vocales, se­ mivocales y mudas. Después combinó las sílabas, y luego agru­ pó las palabras en ocho clases y formas, distinguiendo con pe­ ricia y sutileza su morfología y estructura. Y estudiando la ar­ monía y medidas aplicó su atención a las diversas cantidades de las palabras y sílabas; y advirtiendo que en la pronuncia­ ción de unas se requiere doble tiempo que en otras, clasificó las sílabas en largas y breves, y organizándolo todo, lo redujo a reglas fijas. C a p ít u l o X III Origen de la dialéctica y retórica 304 38. Una vez sistematizada la gramática, la razón pasó al estudio de la misma actividad pensante y creadora de las artes, porque no sólo las había reducido a cuerpo orgánico por medio de definiciones, divisiones y síntesis, sino también las defendió de todo error. Pues ¿cóm o podía pasar a nuestras construcciones sin asegurarse primero de la bondad y seguridad de sus instrumentos, distinguiéndolos, notándolos, clasificándo­ los y creando de este modo la reina de las disciplinas, que es la dialéctica? Ella nos da el método para enseñar y aprender; en ella se nos declara lo que es la razón, su valor, sus aspira­ ciones y potencia. Nos da la seguridad y certeza del saber. Pero com o muchas veces los hombres necios, para obrar conforme a la recta doctrina con provecho y honestidad, no si­ guen el dictamen de la verdad sincera que brilla en su espíri­ tu, sino que se van en pos del halago de los sentidos y de la 182 San Agustín D el orden propia costumbre, era necesario moverlos y enardecerlos para la práctica. Llamó retórica a esta disciplina, confiándole esta misión, más necesaria que sencilla, de esparcir y endeliciar al pueblo con variadísimas amenidades, atrayéndolo a buscar su propio bien y provecho. Mirad hasta dónde se elevó por las artes liberales la parte racional aplicada al estudio de la signi­ ficación de las palabras. C a p ít u l o Los ignorantes no deben dedicarse a problemas arduos 305 ... 46. Lo mismo vale lo que digo para las demás artes, las cuales, si totalmente desestimas, ruégote con la con­ fianza propia de un hijo que conserves firme y prudentemente la fe que has recibido con los sagrados misterios, y permanece en la vida de costumbres que has profesado. Hay muy arduos problemas relativos a Dios; por ejemplo, cómo, no siendo autor del mal y siendo omnipotente, se co­ meten tantos males, y con qué fin creó el mundo, no teniendo necesidad de él; si el mal es eterno o comenzó con el tiempo; y si es eterno y estuvo sometido a Dios; si tal vez siempre existió el mundo donde el mal fue dominado por un orden divino; y si el mundo comenzó a existir alguna vez, cómo an­ tes de su existencia el mal estaba sofrenado por la potestad de Dios; y qué necesidad había de fabricar un mundo en que, para tormento de las almas, se incluyese el mal, frenado antes por el divino poder; si se supone un tiempo en que él no es­ taba bajo el dominio divino, ¿qué ocurrió de improviso que no había acaecido en eternos tiempos anteriores (porque es in­ calificable necedad, por no decir impiedad, sostener que hubo un cambio de consejo)?; y si decimos que el mal fue impor­ tuno, y hasta nocivo para Dios, según piensan algunos, no ha­ brá docto que no se burle ni indocto que no se irrite por se­ mejante dislate. Pues ¿qué daño pudo hacer a Dios aquella no sé qué naturaleza del mal? Si dicen que no pudo dañarle, no habrá motivo para fabricar el mundo; si pudo dañarle, es im­ perdonable iniquidad creer a Dios violable, sin otorgarle siquie­ ra la potencia de esquivar el golpe de la violación. 306 du Porque creen también que las almas aquí purgan su 30 5 B oyer , Sant'Agostino, p .2 3 5 ; L ejard , o .c ., p .6 1 ; J o l iv e t , Le mal... p .3 3 ; M oran , Síntesis del pensamiento agustiniano... p .2 3 3 . 3 0 6 Jo l iv e t , Le problème du mal... p .3 3 . pena, pues no hay diferencia entre la substancia de Dios y la de ellas. Si decimos que este mundo no ha sido creado, es una ingratitud e impiedad el creerlo, porque la consecuencia será admitir que Dios no lo ha creado. Todas estas cuestiones y otras semejantes, o hay que estudiarlas con aquel orden de eru­ dición que hemos expuesto o dejarlas enteramente. C a p ít u l o X V II problème 183 X V I II Por qué orden el alma es elevada a su propio conocimiento y al de la unidad 307 47. Y para que nadie piense que he emprendido un tema vastísimo, lo resumo todo más llana y brevemente. Y digo que al conocimiento de todos estos problemas nadie debe aspirar sin el doble conocimiento de la dialéctica y de la potencia de los números. Si aun esto les parece mucho, apren­ dan bien o la ciencia de los números o el arte de razonar bien. Si todavía les acobarda esto, ahonden en el conocimiento de la unidad en los números y de su valor, sin considerarla en la suprema ley y sumo orden de todas las cosas, sino en lo que cotidianamente sentimos y hacemos. Se afana por esta erudi­ ción la misma filosofía y llega a la unidad, pero de un modo mucho más elevado y divino. 308 Dos problemas le inquietan: uno concerniente al alma, el otro concerniente a Dios. El primero nos lleva al pro­ pio conocimiento, el segundo al conocimiento de nuestro ori­ gen. El propio conocimiento nos es más grato, el de Dios más caro; aquél nos hace dignos de la vida feliz, éste nos hace felices. El primero es para los aprendices, el segundo para los doctos. H e aquí el método de la sabiduría con que el hombre se capacita para entender el orden de las cosas, conviene a saber: para conocer los dos mundos, y el mismo principio de la universalidad de las cosas, cuya verdadera ciencia consiste en la docta ignorancia. 307 P egueroi .e s , o .c ., -p .1 2 .1 3 ; B oyer , Christianisme et néo-platonisme... p .8 3 .8 5 ; I d ., L’idée de vérité... p . 8 2.91 n t.3 . 3 0 8 L ejard , o .c ., p .5 6 ; J o l iv e t , Le probléme du mal... p .3 4 . 184 Los Soliloquios San Agustín LOS S O L IL O Q U IO S E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, I, Pri­ meros escritos... L os Soliloquios..., preparado por el P. V. C a p á n a g a Agustino Recoleto, 4.a ed. (BAC, Madrid 1946). g e n . : C a p á n a g a , o.e., Introducción, p.469-474; P. d e L a O euvres de Saint Augustin, première série, Opuscules, V Dialo­ gues philosophiques, II , D ieu et l ’âme. Soliloques, trad., introd. et notes (Paris 1948); introd., p.7-21; P. M o n t a n a r i , I due libri dei Soliloqui. Dialogo. Traduz., pref. e note (Firenze 1930); A . M a r z u l l o , Sant’A gos­ tino: Soliloqui. Introd., testo latino, versione e note (Milán 1972); San Agustín. Meditaciones. Soliloquios. Manual. Suspiros. Trad. e intr. dé A . M o n t e s i n o , Pról. de L. R i b e r ; revisión y notas por V. B l a n c o G a r ­ c í a , 5 . a ed., reimpr. (M adrid 1972); C h . B o y e r , Christianisme et néo­ platonisme dans la formation de Saint Augustin (Paris 1920). AppendiC6inl: Analyse des «D ialogues» composés à Cassiciacum: Les Soliloques,, p .198-202; F. W ö r t e r , D ie Geistesentwicklung des hl. Aurelius AugustiB ib lio g r. b r io lle , ^ o L : J , Ur-Seiner I aut e - D er Dialo&: Soliloquia, p .12-162 (Paderborn j a K önig A lfred der G rosze: Bearbeitung der Soliloquien des Augustinus (Ham burg 1922); M . I. B o g a n , T he Vocabulary and io « u «. Soliloquies and Dialogues of S. Augustine (Washington 1 9 3 5 ; M . M a r t i n é e , S. Augustinus in Soliloquiis qualis philosophus appareat (Rennes 1864). LIBRO I C a p ít u l o XV Conocimiento del alma y confianza en Dios 309 27. R a z ó n .— Acabemos, si te place, este primer li­ bro, para emprender en el segundo algún camino conducente a nuestro fin. Porque tu indisposición requiere un ejercicio mo­ derado. A g u s t í n .— No permitiré se acabe este libro si antes no me descubres algo de la proximidad de la luz a que aspiro. R-— Tú Médico te dará gusto. Porque no sé qué centelleo íntimo fulgura en mi, invitándome a llevarte adonde quieras. Así, pues, escucha atento. A .— Llévame, arrebátame adonde quieras. R-— ¿Dices que quieres conocer a Dios y al alma? A.— Tal es mi único anhelo. o.e., Introducción, p . 471 -4 74 ; L abr iolle , o .c . p 7 - 2 1 ; o.e., p . 107 -11 2. L’idée de vérité... p .2 1 5 ; J o l i v e t , La doctrine august. de 3 0 9 -3 1 7 C apán ag a , M oricca , o.e., p .1 3 0 ; 309 B o y e r, l’illumination... R.— ¿Nada más deseas? A.— Nada más. R.— ¿Y no quieres saber lo que es la verdad? A. ¡Com o si pudiera conocer aquellas dos cosas sin la verdad! R — Luego primero es menester conocer a la que nos guia al conocimiento de lo demás. A.— N o me opongo a ello. R.— Veamos, pues, si las dos palabras diferentes, lo ver­ dadero y la verdad, significan dos cosas o una sola. A.— Creo que significan dos cosas. Porque una cosa es la castidad y otra el casto, y en este sentido se pueden multipli­ car los ejemplos. Así también una cosa es la verdad y otra lo verdadero. R.— ¿Y cuál de las dos te parece más excelente? A.— Sin duda, la verdad, porque no hace el casto a la cas­ tidad, sino la castidad al casto. Igualmente, todo lo verdadero lo es por la verdad. 310 28. R.— Y dime: cuando acaba su vida un hombre casto, ¿piensas que acaba la castidad? A.— De ningún modo. R.— Luego tampoco cuando muere algo verdadero no fe­ nece la verdad. A .— Pero ¿cóm o lo verdadero puede morir? N o lo en­ tiendo. R.— Me maravillo de tu pregunta. ¿N o vemos perecer mil cosas ante nuestros ojos? ¿O tal vez piensas que este árbol es árbol, pero no verdadero, o que no puede morir? Pues aun sin dar crédito a los sentidos y respondiéndome que no sabes si es árbol, no me negarás que, si es árbol, es un árbol verdadero, porque no se juzga eso con los sentidos, sino con la inteligen­ cia. Si es un árbol falso, no es árbol: si es árbol, necesaria­ mente es verdadero árbol. A.— No disiento de ti. R.— ¿Y qué respondes a esto? ¿Los árboles pertenecen al género de cosas que nacen y fenecen? A.— Tampoco puedo negarlo. R.— Luego se deduce que cosas verdaderas pueden morir. A.— N o digo lo contrario. R.— ¿Y no crees que, aun feneciendo cosas verdaderas, no C a yr é , p .7 1 y 72 . 185 310 B o y e r , L’idée de vérité... p .2 1 6 . San Agustín Los Soliloquios fenece la verdad, com o con la muerte del casto no muere la castidad? A .— Todo te lo concedo, pero no sé dónde quieres llevar­ me por aquí. R.— Sigue escuchando. A.— Atento estoy. tinieblas, halagándome con su falso deleite, cosa que temo mucho. R.— Cree firmemente en Dios y arrójate en sus brazos con todo tu ser. Expropíate a ti mismo, sal de tu propia potestad y confiesa que eres siervo de tu clementísimo y generosísimo Señor. El te atraerá a Sí y no cesará de colmarte de sus favo­ res, aun sin tú saberlo. A .— Oigo, creo y obedezco com o puedo, y le ruego con todo mi corazón aumente mi capacidad y fuerza, a no ser que tú exijas de mí algo más. R.— Me contento con eso ahora; después harás lo que se mostrará. 186 311 29. R.— ¿Aceptas por verdadero aquel dicho: Todo lo que existe, en alguna parte debe existir? A .— No hallo nada que oponer a él. R.— ¿Confiesas que existe la verdad? A .— Sí. R.— Luego busquémosla donde se halla; pero no está en ningún lugar, pues no ocupa espacio lo que no es cuerpo, a no ser que la verdad sea un cuerpo. A .— Rechazo ambas hipótesis. R.— ¿Dónde piensas, pues, que estará? En ningún lugar se halla la que sabemos que existe. A.— ¡ A h !, si supiera dónde se halla, no buscaría otra cosa. R.— ¿Puedes saber dónde no está? 313 A .— Si me ayudas con tus preguntas, tal vez daré con ello. R.— No está, ciertamente, en las cosas mortales. Porque lo que está en un sujeto no puede subsistir si no subsiste el mismo sujeto. Es así que hemos concluido que la verdad sub­ siste aun pereciendo las cosas verdaderas. No está, pues, en las cosas que fenecen. Existe la verdad, y no se halla en nin­ gún lugar. Luego hay cosas inmortales. Pero nada hay verda­ dero si no es por la verdad. De donde se concluye que sólo son verdaderas las cosas inmortales. Y todo árbol falso no es árbol, y el lefio falso no es leño, y la plata falsa no es plata, y todo lo que es falso no es. Pero todo lo no verdadero es falso. Luego ninguna cosa puede decirse en verdad que es, sal­ vo las inmortales. Considera bien este argumento, por si con­ tiene tal vez alguna aserción insostenible. Pues si fuera conclu­ yente, habríamos logrado casi todo nuestro intento, según se verá mejor en el siguiente volumen. 313 30. A.— Pláceme discutir contigo y, por tanto, con­ migo estos argumentos, con tal que no se intercepten algunas 311 B o y e r , Christianisme et p .1 0 1 . 313 C ayré , o . c . , p .1 1 0 néo-platonisme... p .8 4 ; Id., L’idée de vérité— 187 LIBRO II C a p ít u l o IV ¿Se puede deducir de la perpetuidad de lo falso o verdadero la inmortalidad del alma? 314 5. A .— ¡Oh qué arma tan formidable! Podrías con­ cluir que es inmortal el hombre si te hubiera concedido que forma parte inseparable del mundo y que el mundo es sem­ piterno. R.— Despabilado te veo. Con todo, no es poco lo alcan­ zado, a saber: que el alma no puede menos de coexistir con la naturaleza de las cosas, si no puede faltar de ella alguna vez la falsedad. A.— En ésa sí veo una legítima consecuencia. Pero me pa­ rece que hay que volver más atrás para asegurar nuestras po­ siciones, sin negar que hemos dado algunos pasos para el co­ nocimiento de la inmortalidad del alma. R.— ¿Lo has mirado bien, por si has hecho alguna conce­ sión a la ligera? A.— Creo que sí, y no hallo afirmación que pueda tildarse de temeraria. 315 R.— Está, pues, demostrado que el universo no pue­ de subsistir sin almas vivas. A.— ¿Y si suprimimos de la naturaleza toda falsedad? En­ tonces ¿no serán todas las cosas verdaderas? R.— También eres consecuente con esa ilación. A.— Respóndeme, pues: ¿por qué esa pared te parece ver­ dadera? 188 San Agustín A.— Porque no me engaño al verla. R.— Luego porque es tal com o te parece. A .— Te doy la razón. R.— Si, pues, una cosa es falsa porque es diversa de lo que parece, la verdad de una cosa consistirá en ser lo que pa­ rece. Pero si no hay falsedad en la naturaleza de las cosas, todas serán verdaderas. Ni puede aparecer algo más que a los ojos del alma viva. Luego el alma es inseparable de la natura­ leza de las cosas, si la falsedad va necesariamente aneja a ellas; allí subsiste y permanece si puede. A.— Veo que das vigor nuevo a tus ideas en estas propo­ siciones; pero nada hemos adelantado aún. Sin embargo, el resultado de lo dicho que me interesa es que las almas nacen y mueren, y que para no desaparecer del mundo no es nece­ saria su inmortalidad individual, sino la sucesión con que unas siguen a otras. 316 6. R.— ¿Crees tú que las cosas sensibles o corpo­ rales pueden comprenderse con el entendimiento? A.— No, por cierto. R.— ¿Y crees que Dios usa de los sentidos para conocer las cosas? A .— N o quiero afirmar nada temerariamente acerca de este punto; pero, según conjeturo, de ningún m odo necesita senti­ dos para lo que dices. R.— Sólo, pues, las almas pueden sentir. A .— Admito esa proposición como probable. R.— ¿Y qué me dices a esto? Esta pared, si no es verda­ dera, ¿no es pared? A .— Nada más fácil de conceder. R.— ¿Me concedes igualmente que nada es cuerpo si no es verdadero cuerpo? A .— También te lo concedo. R.— Siendo, pues, lo verdadero lo que realmente es como parece, y lo corpóreo sólo puede manifestarse a los sentidos, y los sentidos son propios del alma, no habiendo, por otra parte, cuerpos que no sean verdaderos, luego no puede haber cuerpo si no hay alma. A .—-M ucho me apremias y me doy a tus razonamientos. Los Soliloquios C a p ít u l o 189 V Qué es la verdad 317 7. R.— Aguza ahora tu atención para lo que viene. A.— A tus órdenes estoy. R.— Aquí tienes una piedra; y es verdadera, porque es tal como parece; y es piedra, por ser verdadera piedra. Y sólo puede percibirse con los sentidos. A .— Es verdad. R.— Luego no habrá piedras en los escondidos senos de la tierra ni tampoco allí donde nadie puede percibirlas; ni exis­ tiría piedra alguna si no la viésemos, ni seguirá siéndolo cuan­ do nos retiremos y nadie la vea. Y cerrando bien los armarios, por muchas cosas que en ellos hayas metido, nada contienen. La madera tampoco será madera en lo entrañable y oculto, pues se escabulle de la percepción sensible todo lo latente en lo íntimo de los cuerpos que no son transparentes. Todo ello, por necesidad lógica, no tiene ser. Porque si existiese, sería verdadero, y tú has definido lo verdadero: lo que es tal como parece, y_ todo aquello ni se manifiesta ni aparece; luego tam­ poco es verdadero. ¿Tienes algún reparo que oponer a estas conclusiones? A .— Son consecuencias de mis afirmaciones y resulta todo tan absurdo, que más dispuesto estoy a negar cualquiera de mis premisas que a sostener la verdad de las conclusiones. R.— Nada rehúso. Concreta, pues, lo que quieres decir, si los cuerpos sólo pueden percibirse con los sentidos, o si no siente más que el alma, o si hay piedras y otras cosas seme­ jantes no verdaderas, o si la verdad debe definirse de otro modo. A .— Discutamos, te ruego, este último punto. R.— Define, pues, la verdad. 318 A .— Llamo verdadero aquello que es en sí tal como parece al sujeto conocedor, si quiere y puede conocerlo. R.— Luego ¿no será verdadero lo que nadie puede cono­ cer? Además, definido lo falso com o lo que difiere de lo que parece, si a alguno le parece esto piedra y a otro madera, ¿no será una misma cosa falsa y verdadera a la vez? A.— Lo primero me persuade más, pues si una cosa no pue318 P.249. B o ye r , L’idée de vérité... p.3; J. M a r t in , Saint Augustin (París 21923) San Agustín Los Soliloquios de ser conocida, resulta que tampoco es verdadera. Pero que una cosa sea verdadera y falsa a la vez me convence menos, pues noto que una misma magnitud comparada con otra diver­ sa resulta mayor y menor a la vez. De donde se sigue que nada de suyo es mayor o menor, por ser estos términos de compa­ ración. R-— Pero al decir que nada es verdadero por sí mismo, ¿no se sigue de ahí que nada hay por sí mismo? Por lo mismo que esto es madera, es verdadera madera. Ni puede ser que por sí misma, esto es, sin relación a un sujeto conocedor sea ma­ dera y no lo sea en verdad. A .— Sin temor, pues, a ningún error, tal es mi definición: verdad me parece que es lo que es. R-— Nada, pues, habrá falso, pues todo lo que es, verda­ dero es. A .— En gran aprieto me pones y no hallo salida a tu re­ paro. Y así me sucede que, no queriendo ser enseñado sin pre­ guntas, me ruborizo ya de ser preguntado. no sea disímil con otra, considerada com o la verdadera. Y si digo que lo falso recibe su nombre por la semejanza, no sólo clamarán los huevos, que son verdaderos, siendo semejantísi­ mos entre sí, sino que no podré rebatir al que me obligue a confesar que todo es falso, pues todas las cosas se hallan vincu­ ladas entre sí con algún lazo de semejanza. Pero imagínate que no me arredra decir que la similitud y disimilitud dan junta­ mente origen a lo falso; ¿tendré yo entonces un camino para salir? Se me instará que pongo nota de falsedad en todas las cosas, por ser todas entre sí semejantes y desemejantes. Podría llamar falso a lo que es diverso de lo que parece, y volvemos otra vez a la definición, rechazada por sus disparatadas conse­ cuencias, dando por aquí en aquel inesperado remolino que me obliga a decir que la verdad es lo que parece. De donde resul­ ta que, sin un sujeto conocedor, nada puede ser verdad, y aquí es de temer un naufragio en escollos secretísimos, que no son menos verdaderos por estar ocultos. O si digo que la verdad es lo que es, se concluirá sin discrepancia de nadie que lo falso no está en ninguna parte. Así que vuelven las fatigas pasadas y veo que nada hemos ganado con tantos rodeos y pausadas marchas del pensamiento. 190 C a p ít u l o V III 191 Origen de lo falso y verdadero C a p ít u l o 319 15. A .— Muy bien discurres; pero no veo aún lo que temerariamente he podido concederte, a no ser aquello de que lo falso es lo que tiene alguna verosimilitud, pues nin­ guna otra cosa se me ocurre digna del nombre de falso; por otra parte, tengo que confesar que lo falso es tal por su dese­ mejanza o por lo que difiere de lo verdadero. De lo cual re­ sulta que la desemejanza engendra la falsedad. Y por esta ra­ zón vacilo, pues nada se me ofrece que sea originado de cau­ sas contrarias. R.— Y si este género es único y singular en la naturaleza de las cosas, ¿no sabes que entre la multitud de los animales, solamente el cocodrilo mueve la mandíbula superior para co­ mer, y, sobre todo, no reparas en que ninguna cosa puede ha­ llarse semejante a otra sin que difiera de ella en algo? 320 A .— Te concedo lo que dices: con todo, cuando con­ sidero que lo falso tiene algo de semejante y desemejante con lo verdadero, no acierto a discernir por cuál de esas propieda­ des recibió su nombre. Pues si digo qye es por la disimilitud, todas las cosas podrán decirse falsas, pues no hay ninguna que X IX De las verdades eternas se arguye la inmortalidad del alma 321 33. R.— ¿Qué necesidad tenemos ya de investigar más sobre el arte de la dialéctica? Porque ora las figuras geo­ métricas estén en la verdad, ora la verdad en ellas, nadie duda de que se contienen en nuestra alma o en nuestra inteligencia, y, por tanto, se concluye necesariamente que en ella está la verdad. Y si por una parte toda disciplina está en nuestro ánimo adherida inseparablemente a él y por otra no puede morir la verdad, ¿por qué dudamos de la vida imperecedera del alma, sin duda influidos por no sé qué familiaridad con la muerte? ¿Acaso aquellas líneas, o un cuadrado, o esfera, imi­ tan algo extraño para ser verdaderas? A.— De ningún modo puedo creer tal cosa, pues habría que suponer que una línea es una longitud sin latitud ni la circunferencia una curva cerrada cuyos puntos equidistan del centro. 321 -32 2 B o y e r , L’idée de vérité... p .2 1 9 ; G ils o n , Introduction... p .6 8 . 192 San Agustín 322 R.— Entonces, ¿por qué dudamos? El originarse ta­ les absurdos, ¿no es prueba de que allí está la verdad? A .— Dios me libre de decir tal disparate. R.— ¿Acaso, pues, la disciplina no está en el alma? A.— Nadie ha dicho tal cosa. R.— ¿Y acaso puede, pereciendo un sujeto, permanecer lo que se halla inseparablemente aglutinado con él? A.— ¿Y cuándo se me persuade a mí de tal afirmación? R.— Luego ¿debe fenecer la verdad? A.— No es posible eso. R.— Pues entonces es inmortal el alma; ríndete ya a tus razones, cree a la verdad, porque ella clamaque habita y es inmortal, y no puede derrocársela de su trono con la muerte del cuerpo. Aléjate ya de tu propia sombra, entra den­ tro de ti misma; no debes temer ninguna muerte en ti, sino el olvido de que eres inmortal. A .— Oigo, me reanimo, comienzo a retornar en mí. Pero antes, te ruego, resuélveme la dificultad propuesta ya: cómo en el alma de los indoctos, que también debe gozar del mismo privilegio de inmortalidad, está la verdad de las disciplinas. R.— Esa dificultad pide la redacción de otro volumen, si se ha de discutir ampliamente; ahora pasa revista a la conclusión a que hemos llegado, pues si no te acometen dudas sobre las afirmaciones hechas, hemos cosechado mucho fruto y con no poca seguridad podemos seguir adelante. DE LAS COSTUM BRES D E L A IG L E S IA C A T O L IC A Y DE LAS COSTUM BRES DE LOS M A N IQ U E O S E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, IV : D e las costum bres de la Iglesia católica y de los maniqueos, versión, in­ troducción y notas del P. T. P r i e t o , O .S.A. (BAC, Madrid 1948). B i b l i o g r . g e n .: P r i e t o , o .c ., Introducción p.237-258; G . B a r d y , art. Manichéisme: Dict. théol. cath. c .1842-1858; R. J o l i v e t , Le problèm e du mal chez Saint Augustin: Arch. Phil. 7 (1930) 1-104 (Bibliogr. p .101104); St . K o w a l c z y k , La métaphysique du bien selon l’acception de Saint Augustin: Est. agust. 8 (1973) 31-51; C. D u a i s , Saint Augustin contre le manichéisme de son tem ps (Paris 1895); P. T a c c h i V e n t u r i , Storia dette religioni, diretta d a ...; t.II, Il Manicheismo p.243ss. (Torino 1944). D e la Iglesia católica y de los maniqueos 193 LIBRO II De las costumbres de los maniqueos C a p ít u l o I El Sumo Bien es por esencia el ser en sumo grado enti 323 1. Nadie, pienso yo, dudará que la cuestión del bien y del mal, que es lo que aquí se trata, es objeto de la moral. ¡Ojalá sea tanta la claridad y la serenidad de la vista de la inteligencia de quienes se consagran a la investigación de estas cosas, que puedan contemplar de hito en hito aquel sumo bien, nada superior a él en excelencia y sublimidad, al cual se somete el alma racional pura y perfecta! Porque verían también con qué rectitud y justicia se le llama el supremo ser, el primer ser, que es siempre lo mismo, en absoluto idéntico a sí mismo; que es inaccesible a toda corrupción o cambio; que ni está sujeto al tiempo ni puede ser hoy de distinto modo de como era ayer. Este ser es el que verdaderísimamente es, pues significa una esencia subsistente en sí misma e inaccesi­ ble a toda mutación. Este ser es Dios, el cual no tiene con­ trario, porque al ser sólo se opone el no-ser. No existe, pues, ninguna naturaleza contraria a Dios. Pero puesto que para la contemplación de estas cosas llevamos, al contrario, el bagaje de una inteligencia llagada y embotada, bien por pueriles opi­ niones, bien por una perversa voluntad, sacrifiquémonos todo lo posible por alcanzar algún conocimiento del objeto tan ele­ vado, caminando paso a paso, con cautela, no como suelen buscarlo quienes lo contemplan, sino com o los que andan en tinieblas, a tientas. C a p ít u l o II Qué es el mal. El mal, dicen con mucha razón los maniqueos, es lo que es contrario a la naturaleza; pero esta definición destruye su herejía 324 2. Es costumbre maniquea el proponer la cuestión del origen del mal a quienes intentan convencer de la verdad 323-332 P r ie to , o .c ., p.237-258; C ayr é , o .c ., p.132 y 133; S. Retractationes 1.1 c.7 n.l. 323 P r ie to , o .c ., p.254; Jo l iv e t , Le problème du mal... p.18. 324 Jo l iv e t , Le problème du mal... p.8.17.20, Los filósofos medievales I A g u s t ín , 7 194 San Agustín de su herejía. Haced, ¡oh maniqueos!, esta hipótesis: que sea hoy, por ejemplo, la primera vez que caigo yo en vuestras ma­ nos, y me atrevo a pediros, con vuestro beneplácito, que pon­ gáis entre paréntesis vuestras convicciones sobre esta cuestión y, como simples ignorantes, unáis vuestros esfuerzos a los míos en la investigación de este gran misterio. Vosotros queréis sa­ ber cuál es el origen del mal, y yo, a mi vez, empiezo la pre­ gunta sobre su naturaleza. ¿Quién procede en la investigación con más lógica, yo o vosotros? ¿Los que investigan el origen sin saber de qué, o los que investigan primero su naturaleza con el fin de no caer en el gran absurdo de investigar el origen de lo desconocido? Es verdaderísimo lo que decís: ¿quién hay tan ciego que no vea que el mal de una cosa cualquiera es todo lo que es contrario a su naturaleza? ¿Y no caéis en la cuenta de que esta definición destruye vuestra herejía? Ya que ninguna naturaleza es mala, si el mal es contra la naturaleza; y vuestra doctrina es que el mal es una naturaleza o substan­ cia. Añádase a esto que lo que es contrario a la naturaleza se opone a ella y tiende a su destrucción, tiende a hacer que lo que es no sea más; porque una naturaleza no puede ser otra cosa que lo que constituye cada ser en su especie. Por consi­ guiente-—y vosotros permitiréis que yo me sirva del término esencia, que viene de ser, o del término substancia, que le reemplaza con frecuencia, términos desconocidos de los anti­ guos y que reemplazan con el de naturaleza— , por consiguien­ te, digo yo que el mal, si queréis atender (poniendo entre pa­ réntesis vuestra pertinacia), es lo que ataca a la esencia de un ser, lo que tiende a hacer que no exista más. 325 3. Cuando la Iglesia católica enseña que Dios es el autor de todas las naturalezas y substancias, los que son ca­ paces de comprender esta verdad concluyen que Dios no es el autor del mal. ¿Cómo es posible que la causa del ser de todo lo que existe sea luego causa del no-ser, causa de que pierda su esencia y tienda a la nada? Esto sería a los ojos de todos el mal general. ¿Cómo, pues, es posible que ese vuestro reino del mal, que, según confesión vuestra, es el sumo mal, sea con­ trario a la naturaleza o substancia, siendo él mismo una natu­ raleza y una substancia? Si obra contra sí mismo, tiende a destruir su mismo ser, y el día que lo lograra realizaría el sumo mal; pero eso es irrealizable, porque, además de existir, es eterna. Luego, la conclusión es que el sumo mal no es una subs­ tancia. 325 G il s o n , Introduction. .. p .3 0 5 . D e la Iglesia católica y de los maniquecs 195 326 4. ¿Qué hacer en estas circunstancias? Y o sé que hay entre vosotros quienes no pueden en absoluto comprender estas verdades; conozco a otros, por el contrario, que, debido a su buen ingenio, las entrevén, pero, sin embargo, siguen las inspiraciones de su mala voluntad, que les ciega y hace perder el juicio; y lo emplean más bien en proponer objeciones con­ tra ellos, con el mal fin de seducir con facilidad a los torpes y débiles, que en reconocer ellos mismos su invencible verdad. Pero jamás me pesará haberlo escrito, persuadido de que algún día lo leerá alguno de vosotros con juicio sereno y abandonará vuestra herejía; y otros, espíritus rectos, sometidos a Dios y limpios de esta vuestra peste de doctrina, no podrán, después de leído, ser engañados por vuestras palabras. C a p ít u l o III La definición del mal como algo nocivo es también destructiva de la secta maniquea 327 5. Sigamos con el mayor interés y, a ser posible, con mayor claridad, nuestras investigaciones. Vuelvo de nuevo a insistir sobre la naturaleza del mal. Si decís que el mal es lo que causa daño, no contradecís a la verdad. Pero lo que reite­ radamente os suplico es que reflexionéis, examinéis y seáis sin­ ceros, y que busquéis la verdad, no con la torcida intención de combatirla, sino con la buena intención de descubrirla. Todo lo que causa daño priva de algún bien a lo que daña; y si no priva de algún bien, no hay daño alguno. ¿Hay algo más evi­ dente, claro y manifiesto, aun a la inteligencia más mediocre, con tal que no sea pertinaz? Sentado esto, las consecuencias que se siguen son incontables. A vuestro reino del mal, que, se­ gún creéis, es el sumo mal, nada le puede dañar, porque ca­ rece de todo bien. Si hay dos naturalezas, com o vosotros lo afirmáis, el reino de la luz y el reino de las tinieblas; si el reino de la luz es Dios, como confesáis, cuya naturaleza es sim­ ple, toda igual en perfección, en este caso es necesario que admitáis una consecuencia contradictoria de vuestro sistema, pero inevitable: que esta naturaleza, que no sólo admitís, sino que confesáis muy alto ser el sumo bien, es inmutable, impe­ netrable e inviolable, pues, de no ser así, no sería el sumo bien, el bien por excelencia; esta naturaleza es inaccesible a 327 Jo l iv e t , Le 3 27 -32 8 C a y r é , o probléme du mal... .c . , p .2 1 7 . p .1 9 . Sen Agustín 196 De la Iglesia católica y de los maniqueos todo daño. Por otro lado, si daño es privación de algún bien, com o he mostrado, ¿qué daño se puede causar al reino de las tinieblas, no habiendo allí bien , alguno? Luego se sigue que, si no se puede dañar al reino de la luz, porque es inviolable, ¿a quién o a qué dañará lo que llamáis el mal? C a p ít u l o IV Diferencia entre el bien por esencia y el bien por participación 328 6. Pero, puesto que no podéis libraros de estas re­ des, fijad la atención en la sencillez y claridad de la doctrina católica. Esta distingue el bien que es en sumo grado y por sí mismo, esto es, por esencia y naturaleza, del bien que lo es por participación; éste recibe el bien que lo constituye del sumo bien, sin mudarse ni perder nada. Este bien por partici­ pación es la criatura, sujeto único capaz de deficiencias, de las que no puede ser Dios el autor, pues lo es de la existencia y, por decirlo así, de la esencia. Notemos esta palabra, pues ella nos da la clave del enigma del mal; pues, lejos de ser una esencia, es con toda verdad una privación e implica, por lo tanto, una naturaleza a la que puede hacer daño. Esta natura­ leza no es el sumo mal, a la que se causa daño con la privación de algún bien, ni el sumo bien, puesto que puede ser despo­ jada de algo, y si es buena, no lo es por esencia, sino por par­ ticipación. Ella no es buena por naturaleza, porque decir creada es decir que tiene de otro toda su bondad. Dios sólo es el sumo bien, y todo lo que ha hecho es bueno, pero no com o El. ¿Quién habrá tan insensato que sostenga que las obras son iguales al artista y las criaturas al Creador? ¿N o están del todo llenas, ¡oh m aniqueos!, vuestras exigencias? ¿Queréis algo más claro y explícito todavía? C a p ít u l o V La definición del mal como una corrupción es destructiva de la secta maniquea 329 7. Vuelvo a insistir por tercera vez sobre la natu­ raleza del mal. El mal, contestaréis, es la corrupción. ¿Quién 328 p.49. 329 p.19. B oyer , B oyer , L’idée de vérité... p.153; K o w alczyk, L’idée de vérité... p. 140.141: La métaphysique du bien... To l iv e t , Le probléme du mal... 197 podrá negar ser esto el mal en su generalidad? ¿La corrupción no va contra la naturaleza? ¿N o es ella la que daña? Pero mi respuesta es que la corrupción no es nada en sí misma; no es una substancia, sino que existe en una substancia a la que afecta. Esta substancia a la que toca la corrupción no es la corrupción, no es el mal; porque una cosa que es atacada por la corrupción es privada de su integridad y de su pureza; si ella no tuviera pureza alguna de la que pudiera ser privada, no podría, evidentemente, ser corrompida; y la pureza que ella posee no le puede venir sino de la fuente de toda pureza. Además, lo que se corrompe se pervierte; pero la perversión es privación del orden, y el orden es un bien, y, por consiguien­ te, lo que ataca a la corrupción no está desprovisto del bien, y precisamente el no estar desprovisto del bien hace posible su privación por la corrupción. De lo que se sigue que, si ese vuestro reino de las tinieblas está despojado, com o decís, de todo bien, no puede estar sujeto a la corrupción, porque ca­ rece de todo lo que ella puede destruir. Seguid todavía, en vuestra audacia, diciendo que Dios y el reino de Dios pueden ser destruidos por la corrupción, cuando os es imposible expli­ car de ese modo la destrucción del reino de Satanás, como vosotros lo describís. C a p ít u l o VI Qué es la corrupción y qué es lo que puede estar sujeto a ella 330 8. ¿Qué enseña la luz católica? Lo adivináis, sin duda: la verdad. Enseña que sólo son corruptibles las substan­ cias creadas; que la substancia que es el sumo bien es inco­ rruptible, y que la corrupción, que es el sumo mal, no puede ser corruptible, porque no es una substancia. A vuestra pre­ gunta qué es la corrupción, vosotros mismos veréis la respuesta con sólo fijaros en el cambio que hace en lo corruptible: deja marcado su sello en todo lo que toca. Todo objeto herido por ella decae de lo que era y pierde su permanencia y hasta su ser, porque el ser y la permanencia son correlativos: he aquí por qué es inmutable en sí mismo el ser que lo es en el más alto y sumo grado. Lo que cambia para ser mejor es por330 B oyer , Sant’Agostino p.84; I d ., L’idée de vérité... p.60.61.75.116.135. 140; G il so n , Introduction... p.279; C a p á n a g a , El hombre-abismo p.239; W . G undersdorff , von Je s s , La simplicidad de Dios en el pensamiento agusti niano: Augustinus 19 (1974) 48 y 49. San Agustín D el libre albedrío que tendía a la perversión, a la pérdida de su esencia, que no hay que atribuir en modo alguno al autor de la esencia. Algu­ nas cosas cambian para ser mejores, lo que es una tendencia hacia el ser: es un retorno, una conversión, no una perversión o destrucción; y porque la perversión es destrucción del orden, la tendencia al ser es tendencia al orden; y conseguido el or­ den, toca al ser mismo en cuanto lo sufre la capacidad de la criatura. El orden reduce a una cierta unidad lo que organiza. La esencia del ser es la unidad, y en la misma medida que es uno es ser; la obra de la unidad es producir la conveniencia y la concordia, por las que las cosas compuestas tendrán la medida de su ser; mientras que las cosas simples son por sí mismas, pues ellas son la unidad; las que no lo son imitan esta unidad por la concordia de sus partes, y la medida de su unión es la medida de su ser. Concluyo, pues, que el orden produce el ser; el desorden, al contrario, que se puede llamar también perversión y corrupción, produce el no-ser; y, por consiguiente, todo lo que se corrompe tiende, por esto mismo, a no ser más. Por lo que produce la corrupción podéis descu­ brir el sumo mal, pues éste es el término al que la corrupción lleva o conduce. tal manera que llegue a mejorar, que llegue a más alto grado de perfección. Cuando dice Dios: Y o ordeno los males, signi­ fica que El dispone las cosas que desfallecen, que tienden al no ser, y no las que ya llegaron a ese extremo. La divina Pro­ videncia, se ha dicho con verdad, no deja a ningún ser que vuelva a la nada. 198 C a p ít u l o V II La bondad divina no permite la corrupción de alguna cosa hasta el no ser. Diferencia entre el crear y el ordenar 331 9. La bondad de Dios, sin embargo, no deja que las cosas lleguen a ese extremo; y todas las cosas defectuosas de tal modo las ordena, que las sitúa en el lugar más conveniente mientras por un movimiento ordenado no retornen al principio del que se alejaron. Y así, las almas racionales, en las que es poderosísimo el libre albedrío, si desfallecen, son puestas en los grados inferiores de la creación, según lo exige el orden. Se hacen miserables debido a este juicio de Dios, que fija su lugar según lo merecido. He aquí el porqué de esta admirable sentencia que tanto combatís: Y o hago los bienes y creo los males (Is 45,7). La palabra crear aquí significa ordenar, regu­ lar, y es por lo que muchos manuscritos dicen: Y o hago los bienes y ordeno los males. Hacer es dar el ser a lo que no lo tenía, mientras que ordenar es disponer lo que ya existía de 331 P r i e t o , o .c . , p .4 5 0 . 199 332 10. Mi intención es mostraros la puerta de la sa­ lud; y vuestra desesperación hace perder la esperanza a los ignorantes. La puerta no se abre sino a la buena voluntad, a la que únicamente la divina clemencia da el ósculo de paz, según el canto de los ángeles: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (Le 2,14). Es su­ ficiente lo dicho para que observéis que esta disquisición reli­ giosa acerca del bien y del mal no tiene más salida que ésta: todo lo que existe recibe de Dios el ser, y su decadencia no es obra de Dios, sin que esto quiera decir que no esté dentro de la providencia divina, que le sitúa dentro del orden general. No sé qué más se puede hacer por vosotros, si aún no lo com ­ prendéis; lo único que se me ocurre es desmenuzar más y más lo dicho, mientras la piedad y la inocencia no levanten vuestra inteligencia a cosas mayores. D EL LIBRE A L B E D R IO E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, I I I , Obras filosóficas: Contra los académicos. D el libre albedrío, versión, in­ troducción y notas de E. S e i j a s , O .S.A., 4.a ed. (BAC, Madrid 1971). B i b l i o g r . g e n .: S e i j a s , o . c . , Introducción p.202-212; J. J. T h o n n a r d , Oeuvres de Saint Augustin, première série: Opuscules, V I, Dialogues philosophiques, I I I , D e magistro. D e libero arbitrio, trad., introd. et notes (Bibliothèque augustinienne) (Paris 1941); introd. p .125-136; R. J. O ’C o n n e l l , D e libero arbitrio: I, Stoicism revisited: August. Stud. 1 (1970) 69-68; C h. B o y e r , Sant’A gostino p .132-138; P. M o n t a ­ n a r i , Il problema della libertà in A gostino: Riv. di Fil. neosc. 29 (1937) 359-387; M . G r a b m a n n , Die Grundgedanken des hi. Augustinus iiber Seele und G o ti in ihrer Gegenwartsbedeutung, unverànd. reprogr. Nachdr. der 2 neuarb. A ufl. K oln 1929 (Darmstadt 1967); T. G a n g a u f , Metaphysische Psychologie des hi. Augustinus reed. 1.* ed. de Augsburg 1852 (Frankfurt 1968); G . M a n c i n i , La psicologia di Sant’Agostino e i suoi elementi neoplatonici (Napoli 1929); M . d e l Rfo, El com puesto humano según San Agustín (El Escorial 1931); H i e r o n y m u s a P a r i s i i s , D e unione animae cum corpore in doctrina S. Augustini: Acta hebdom. august.-thom. (Taurini-Romae 1931); J. P e g u e r o l e s , Notas de antropo­ logía agustiniana: Espíritu 61 (1970) 37-49, San Agustín 200 Del libre albedrío LIBRO I C a p ít u l o I ¿Es Dios el autor del mal? 333 1. Evodio.— Dime, te ruego: ¿puede ser Dios el autor del mal? Agustín.— Te lo diré, si antes me dices tú a qué mal te re­ fieres, porque dos son los significados que solemos dar a la palabra mal: uno, cuando decimos que «alguien ha obrado mal»; otro, cuando afirmamos que «alguien ha sufrido al­ gún mal». E v.— De uno y otro deseo saber quién sea el autor. A g.— Siendo Dios bueno, com o tú sabes o crees— y cierta­ mente no es lícito creer lo contrario— , es claro que no puede hacer el mal. Además, si confesamos que Dios es justo— y ne­ garlo sería una blasfemia— , así com o premia a los buenos, así también castiga a los malos; y es indudable que las penas con que los aflige son para ellos un mal. Ahora bien, si nadie que padece, padece injustamente, como nos vemos obligados a confesar, pues creemos en la Providencia divina, reguladora de cuanto en el mundo acontece, síguese que de ningún modo es Dios autor del primer género de mal, y sí del segundo. Ev.— ¿Hay, pues, otro autor de aquel primer género de mal, del cual acabamos de ver que no es Dios el autor? Ag.— Sí, ciertamente, ya que no puede ser hecho sino por alguien. Pero si me preguntas quién sea éste en concreto, no te lo puedo decir, por la sencilla razón de que no es uno de­ terminado y único, sino que cada hombre que no obra recta­ mente es el verdadero y propio autor de sus malos actos. Y si lo dudas, considera lo que antes dijimos, a saber: que la jus­ ticia de Dios castiga las malas acciones. Y claro está que no serían justamente castigadas si no procedieran de la voluntad libre del hombre. 2. E v.— Mas no sé yo que peque nadie que no haya apren­ dido a pecar. Y si esto es verdad, dime: ¿quién es aquel de quien hemos aprendido a pecar? A g.— ¿Crees tú que la disciplina es un bien? 3 3 3 -4 2 5 S e i j a s , o .c . , p .2 0 2 -2 1 2 ; 333-359 C a y r é , o .c . , p.120; Stud. 1 (1970) 49-68. 333 T h o nn ard , o .c ., p .1 9 0 C a y r é . , o .c . , p . 119 -12 5. O ’ C o n n e l i . , Stoicism R. J. n t,9 , revisited: August. 201 E v.— ¿Quién se atreverá a decir que la disciplina es un mal? A g.— ¿Y si no fuera ni un bien ni un mal? Ev.— A mí me parece que es un bien. A g.— Y con mucha razón, puesto que por ella se nos co­ munica la ciencia o se enciende en nosotros el deseo de ad­ quirirla, y nadie adquiere conocimiento alguno sino mediante la disciplina. ¿O piensas tú de otro modo? Ev.— Y o pienso lo mismo, o sea, que mediante la disci­ plina no aprendemos sino el bien. A g.— Mira, por tanto, no aprendas el mal, ya que disci­ plina no se deriva sino de discendo. Ev.— ¿De dónde procede, pues, que el hombre obre el mal, si no lo ha aprendido? Ag.— Quizá de que se aparta de la disciplina y se hace completamente extraño a ella. Mas, sea de ello lo que fuere, lo cierto es que la disciplina es un bien, y que deriva de discendo, y que el mal no se puede en modo alguno aprender; y entonces no sería ésta un bien, com o tú mismo acabas de decirme. No se aprende, pues, el mal, y es, por tanto, inútil que preguntes quién sea aquel de quien aprendemos a hacer el mal; y si aprendemos el mal, lo aprendemos para evitarlo, no para hacerlo. De donde se infiere que obrar mal no es otra cosa que alejarse de la disciplina. 3. Ev.— N o obstante, yo creo ciertamente que hay dos dis­ ciplinas: una que nos enseña a obrar bien y otra que nos enseña a obrar mal. Lo que ha ocurrido es que, al preguntarme tú si la disciplina era un bien, el mismo amor del bien cautivó de tal modo mi atención que, fijándome en aquella que nos enseña a obrar bien, contesté que era un bien; pero ahora me doy cuenta de que hay otra disciplina, de la cual afirmo que indudablemente es un mal, y de ésta precisamente deseo saber quién sea el autor. A g.— Pero al menos admitirás sin distingos que la inteli­ gencia es un bien. Ev.— Si, y la considero un bien tan grande, que no sé que en el hombre pueda haber otro mayor, ni diré jamás que nin­ guna inteligencia pueda ser mala. A g.— Dime entonces, cuando se trata de instruir a alguien, si no entiende lo que se le enseña, ¿podrá parecerte docto? Ev.— No, de ningún modo. Ag.— Si, pues, toda inteligencia es buena, y nadie que no entienda aprende, síguese que todo aquel que aprende obra San Agustín D el libre albedrío bien. Porque todo el que aprende, entiende, y todo el que en­ tiende, obra bien. Por consiguiente, desear saber quién es nues­ tro maestro en orden al conocimiento de alguna cosa es lo mismo que desear saber quién nos enseña a obrar bien. Desiste, pues, de preguntar por no sé qué mal doctor o maestro, por­ que, si es malo, no es doctor, y si es doctor, no es malo. que se te oculte el por qué ha de ser así, ya que el concebir a Dios como la cosa más excelente que se puede decir ni pensar es el verdadero y sólido principio de la religión, pues no tiene esta idea óptima de Dios quien no crea que es omnipo­ tente y absolutamente inconmutable, creador de todos los bie­ nes, a todos los cuales aventaja infinitamente, y gobernador justísimo de todo cuanto creó, y que no necesitó de cosa al­ guna para crear, com o si a sí mismo no se bastara. De donde se sigue que creó todas las cosas de la nada, mas no de sí mismo, puesto que de sí mismo engendró sólo al que es igual a El, y a quien nosotros decimos H ijo único de Dios, y al que, deseando señalar más claramente, llamamos «Virtud de Dios» y «Sabiduría de D ios», por medio de la cual hizo de la nada todas las cosas que han sido hechas. Sentado esto, y contando con el auxilio divino, intentemos ahora con empeño la inteligencia de la cuestión que propones, por este orden. 2C2 C a p ít u l o II Antes de investigar el origen del mal, veamos qué debemos creer acerca de Dios 334 4. Ev.— Sea como dices, y puesto que me acosas de manera que me veo obligado a confesar que no aprendamos a hacer el mal, dime: ¿cuál es el origen del mal? Ag.— ¡Ah! Suscitas precisamente aquella cuestión que tan­ to me atormentó a mí siendo aún muy joven, y que, después de haberme fatigado inútilmente en resolverla, me empujó e hizo caer en la herejía de los maniqueos. Y tan deshecho quedé en esta caída y tan abrumado bajo el peso de sus tantas y tan insulsas fábulas, que, si mi ardiente deseo de encontrar la verdad no me hubiera obtenido el auxilio divino, no habría podido desentenderme de ellos ni aspirar a aquella mi primera libertad de buscarla. Y porque en orden a mí actuó con tanta eficacia que resolví satisfactoriamente esta cuestión, seguiré contigo el mismo orden que yo seguí y que me puso a salvo. Séanos Dios propicio y haga que lleguemos a entender lo que hemos creído, ya que estamos ciertos de seguir en esto el ca­ mino trazado por el profeta, que dice: Si no creyereis, no en­ tenderéis. Creemos que hay un solo y único Dios y que de El procede todo cuanto existe, y que, no obstante, no es Dios el autor del pecado. Turba, sin embargo, nuestro ánimo esta con­ sideración: si el pecado procede de las almas que Dios creó, y las almas vienen de Dios, ¿cóm o no referir a Dios el pecado, siendo tan estrecha la relación entre Dios y el alma pecadora? 335 5.— Ev.— Acabas de formular con toda claridad y precisión la duda que cruelmente atormenta mi pensamiento, y que me ha obligado y empeñado en esta discusión contigo. Ag.— ¡Animo! N o desmayes y cree firmemente lo que crees, pues no hay creencia alguna más fundamental que ésta, aun334 Confessiones III 10-18.19; G i l s o n , Introduction... p.45; p.497. Nota complem. 15: La philosopbie augustinienne. CAPÍTULO' 203 III La concupiscencia es el origen del mal 336 6. A g.— Deseas saber, sin duda, cuál es el origen del mal que hacemos. Pero antes es preciso saber qué se en­ tiende por obrar mal. Dime, pues: ¿cuál es tu parecer sobre este particular? Y si no puedes resumir todo tu pensamiento en pocas palabras, dámelo a entender enumerando al menos particularmente algunas acciones malas. Ev.— Omitiendo algunas por falta de tiempo y otras de las que no me acuerdo, ¿quién duda que son obras malas los adul­ terios, y los homicidios, y los sacrilegios? Ag.— Dime, por tanto, y en primer lugar, ¿por qué te pare­ ce a ti que el adulterio es una acción mala. ¿Acaso porque la ley lo prohíbe? Ev.— Es malo, no ciertamente porque la ley lo prohíba, sino que la ley lo prohíbe porque es malo. A g.— Y ¿qué decir si alguien nos apremiara exagerando el placer del adulterio y preguntándonos por qué lo juzgamos un mal, y un mal digno de condenación? ¿Crees tú que ha­ brías respondido satisfactoriamente a los que desean no sólo creer, sino también entender, escudándote ante ellos con la autoridad de la ley? Porque yo creo contigo, y creo indubi- San A g u s tín , T h o n n a rd , o .c ., 336 Thonnard, o . c . , p.484, N ota com plem , 7- F ° i et Science. San Agustín D el libre albedrío tablemente, y digo muy alto a todos los pueblos y naciones que deben creer que el adulterio es un mal muy grande. Pero ahora tratamos, además, de saber y entender y tener por cer­ tísimo lo que hemos recibido por la fe. Así, pues, reflexiona cuanto puedas, y dime luego por qué razón te parece que es un mal el adulterio. Ev.— Sé ciertamente que es un mal esto, que yo mismo no quisiera verme obligado a ver en mi mujer, porque el que hace a otro lo que no quiere que se haga con él, obra cierta­ mente mal. A g.— Y ¿qué dirías de cualquier hombre cuya lujuria lle­ gara a tanto que de buen grado prestara a otro su mujer para que libremente abusara de ella, a condición de tener él a su vez la misma libertad respecto de la mujer de aquél? ¿Te pa­ rece que nada malo haría en eso? Ev.— A l contrario, muchísimo mal. A g .— Pues, como ves, éste no peca contra el principio que acabas de citar, puesto que no hace lo que no querría que se hiciera con él. Así que debes buscar otra razón por la que me convenzas de que el adulterio es un mal. Y para que entiendas mejor que la malicia del adulterio pro­ cede de la libídine, te diré que, si alguien deseara eficazmente abusar de la mujer de su prójimo y de algún modo llegara a saberse su intento, y que lo hubiera llevado a cabo de haber podido, éste no sería ciertamente menos culpable que si real­ mente hubiera sido sorprendido en flagrante delito, aunque de hecho no hubiera podido realizar sus deseos. Ev.— Nada más claro, y ya veo que no es necesario un largo discurso para convencerme de lo mismo respecto del ho­ micidio y del sacrilegio, y así de todos los demás pecados, pues es evidente que la libídine es el origen único de toda suerte de pecados. 204 337 7. Ev.— Me parece ser un mal, porque con frecuen­ cia he visto que han sido condenados los hombres acusados de este crimen. Ag.— Y qué, ¿no se ha condenado también con frecuencia a muchos hombres por sus buenas acciones? Recuerda, recuer­ da la Historia, y no digo la profana, sino la que goza de autoridad divina, y verás cuán mal tendríamos que juzgar de los apóstoles y de todos los mártires, si es que hemos de considerar la condenación de unos hombres por otros como una prueba cierta de alguna mala acción de los condenados, siendo así que todos aquéllos fueron hallados dignos de con­ denación por haber confesado la fe de Jesucristo. De suerte que, si es malo todo cuanto los hombres condenan, síguese que en aquel tiempo era un crimen el creer en Jesucristo y confesar esta fe. Si no todo lo que los hombres condenan es malo, preciso es que aduzcas otra razón por la que pruebes que el adulterio es un mal. Ev.— No sé qué responderte. 338 8. Ag.— Tal vez la malicia del adulterio proceda de la libídine, pues, com o ves, te has encontrado con dificultades insuperables al querer dar una razón extrínseca de la malicia de este hecho, que por lo demás te parece evidentemente malo. C a p ít u l o 205 IV Objeción respecto del homicidio cometido por miedo.— Qué concupiscencia es culpable 339 9. Ag.— ¿Sabes que a esta libídine se la llama tam­ bién por otro nombre concupiscencia? Ev.— Lo sé. Ag.— Y qué te parece, ¿hay entre ella y el miedo alguna diferencia o no hay ninguna? Ev.— Al contrario, me parece que distan mucho entre sí estas dos cosas. Ag.— Por lo que veo, opinas que es propio del apetito el tender hacia su objeto y que es propio del miedo la fuga del mal. Ev.— Así es, com o tú dices. A g.— Ahora bien, si un hombre matare a otro, no por el deseo de conseguir algún bien, sino por el temor de que le suceda algún mal, ¿acaso no sería éste homicida? Ev.— Lo sería ciertamente, mas no por esa razón dejaría de ser este acto imperado por el apetito, porque el hombre que por temor a otro le mata, es evidente que desea vivir sin temor. A g.— ¿Y te parece un bien pequeño el vivir sin temor? Ev.— Al contrario, me parece un bien muy grande; pero en modo alguno puede aquel supuesto homicida obtenerlo a costa de su crimen. A g .— No digo yo que así pueda obtenerlo, sino que lo que él desea es vivir sin temor. Sin duda desea un bien el que de­ sea vivir sin temor, y he aquí por qué este deseo no es cul­ pable; de lo contrario tendríamos que culpar a todos cuantos D el libre albedrío 206 207 San Agustín desean el bien. Nos vemos, por tanto, obligados a confesar que se dan homicidios en los que no hallamos como factor el deseo de hacer mal, y que es falso aquello de que la pasión constituya el fondo de la malicia de todo pecado; pues de otro modo se daría algún homicidio que pudiera no ser pecado. E v.— Si el homicidio consiste en matar a un hombre, pue­ de darse alguna vez sin pecado, pues a mí no me parece que peque el soldado que mata a su enemigo, ni el juez o su mi­ nistro que da muerte al malhechor, ni aquel a quien involun­ tariamente y por una fatalidad se le dispara la flecha. A g.— De acuerdo; pero de ordinario a éstos no les llama­ mos homicidas. Así que dime a ver si el siervo que mata al señor de quien teme grandes tormentos debe ser o no incluido, según tú, en el número de los que matan a un hombre en circunstancias tales que de ningún modo debe dárseles el cali­ ficativo de homicidas. E v.— Veo que éste dista mucho de aquéllos, pues aquéllos lo hacen o en virtud de las leyes o no contra la ley; en cam­ bio, no hay ley alguna que justifique el homicidio de éste. 340 10. A g.— Otra vez me remites a la autoridad como a razón última. Pero conviene tengas presente que lo que aho­ ra nos preocupa es entender lo que creemos. Y puesto que da­ mos crédito a las leyes, es preciso intentar ver, en la medida que nos sea posible, si las leyes, que castigan este hecho, lo hacen o no con razón y justicia. Ev.— La ley no castiga injustamente cuando castiga al que a ciencia y conciencia mata a su señor, lo que no hace ninguno de los antes citados. A g.— Qué, ¿acaso no te acuerdas de que poco ha dijiste que en todo acto malo dominaba la pasión y que precisamente por eso era malo? E v.— Me acuerdo perfectamente. A g - —¿Y no acabas de conceder también que no es un de­ seo malo el deseo del que anhela vivir sin miedo? E v.— También me acuerdo. Ag.— Según eso, cuando el siervo mata a su señor por ese deseo, no lo mata por un deseo culpable. Por consiguiente, no hemos dado aún con el porqué de la malicia de este homici­ dio. Convenimos ambos en que toda acción mala no es mala por otra causa, sino porque se realiza bajo el influjo de la pasión, o sea, de un deseo reprobable. Ev .— Ya me parece ver que injustamente se condena a este , lo que, a la verdad, no me atrevería a decir si tuviera alguna otra razón que dar. A g .— ¿Es posible que así te hayas convencido de que deba declararse impune un crimen tan grande antes de ver despacio si aquel siervo no deseaba verse libre del miedo a su señor con el fin de saciar sus desordenados apetitos? Porque el de­ sear vivir sin miedo no sólo es propio de losbuenos, sino ta bién de los malos, pero con esta diferencia: que los buenos lo desean renunciando al amor de aquellas cosas que no se pue­ den poseer sin peligro de perderlas, mientras que los malos, a fin de gozar plena y seguramente de ellas, se esfuerzan en re­ mover los obstáculos que se lo impiden, y por eso llevan una vida malvada y criminal, que, más bien que vida, debería lla­ marse muerte. E v.— Confieso mi error, y me alegro muchísimo de haber visto al fin claramente qué es aquel deseo culpable que lla­ mamos libídine. Ahora veo con evidencia que consiste en el amor desordenado de aquellas cosas que podemos perder con­ tra nuestra propia voluntad. C a p ít u l o V Otra objeción fundada en la muerte del injusto agresor, permitida por las leyes humanas 341 11. Ev.— Veamos, pues, ahora, si te parece, si la libídine impera también en los sacrilegios, que vemos se co ­ meten en gran número por las personas supersticiosas. A g .— Mira no sea prematuro plantear esta cuestión: creo que debemos discutir antes si se puede matar sin ningún gé­ nero de concupiscencia al enemigo que violentamente se arro­ ja sobre nosotros o al sicario que traidoramente nos acomete, en defensa de la propia vida, de la libertad o de la pureza. E v.— ¿Cómo puedes pensar que se hallan exentos de li­ bídine quienes se defienden por salvar estas cosas, que pueden perder contra su libertad? Y si en contra de su voluntad no pueden perderlas, ¿qué necesidad hay de que las defiendan hasta la muerte del injusto agresor? A g.— ¿N o son entonces injustas las leyes que permiten al viajero matar al salteador de caminos antes de que éste mate 341 F o n t y P u i g , Ideario T h o n n a r d , o . c . , p .1 5 2 n t . l . político de S. Agustín: A u g u s tin u s 5 ( 1 9 6 0 ) 171 ; San Agustín Del libre albedrío a aquél, o que un hombre o una mujer mate, si puede, antes de que se consume el hecho, al que violentamente atenta con­ tra su honra? Igualmente la ley manda al soldado que mate a su enemigo, y si no lo hace es castigado por sus jefes. ¿Aca­ so nos atreveremos a decir que estas leyes son injustas, o más bien que son malas? Pues a mí me parece que no es ley la que no es justa. Por lo que hace a la vida, quizá alguno dude de si de algún modo se le puede quitar o no la vida al alma al dar muerte al cuerpo; pero si se la puede quitar, debe despreciársela; si no se puede, no hay por qué temer. En cuanto a la pureza, ¿quién duda que radica en la misma alma, puesto que es una virtud? De donde se sigue que no puede sernos arrebatada por la profanación involuntaria de nuestro cuerpo. Luego no está en nuestra mano el poder retener todo lo que nos puede arrebatar el injusto agresor, a quien damos muerte. Así que no entiendo en qué sentido podemos decir que es nuestro. Por esta razón no condeno yo las leyes que permiten matar a los tales; pero no encuentro cómo disculpar a los que de hecho matan. 2Ü8 342 12. E v.— Creo que se halla suficientemente a cu­ bierto de tal acusación la ley que en la nación a quien se da permite males menores a fin de evitar los mayores. Mucho me­ nor mal es, evidentemente, matar al que pone asechanzas a la vida ajena que al que defiende la propia. Y mucho más crimi­ nal es el estupro de un hombre contra su voluntad que el que éste mate al que violentamente pretende semejante agravio. Por lo que hace al soldado, al matar a su enemigo, no es más que un mero ejecutor de la ley, por lo cual es fácil que cumpla su deber sin pasión alguna. Y , finalmente, a la ley que ha sido dada para defensa del pueblo no se la puede argüir de apasionada; porque si el que la dio lo hizo por or­ den de Dios, esto es, de acuerdo con los principios de la eterna justicia, pudo hacerlo absolutamente libre de toda pa­ sión, y si lo hizo movido por alguna pasión, no se sigue de esto que se deba obedecer esta ley apasionadamente, ya que un legislador malo puede dar leyes buenas. Si un tirano de usurpación, por ejemplo, recibe de un ciudadano, a quien in­ teresa, una suma de dinero para que decrete que a nadie le sea lícito raptar a una mujer, ni aun para casarse con ella, ¿acaso será mala esta ley por el hecho de haber sido dada por aquel injusto y corrompido tirano? Se puede, por consi­ guiente, cumplir sin pasión la ley que manda repeler la fuer­ za con la misma fuerza, a fin de defender a los ciudadanos. Y dígase lo mismo de todos los ministros subalternos que ju­ rídica y jerárquicamente están sujetos a cualesquiera potes­ tades. 343 Pero en cuanto a los demás, aun siendo justa la ley, no veo cómo pueden ellos justificarse; porque la ley no les obliga a no matar, sino que les leja en libertad de hacerlo o no hacerlo. En su mano está, por consiguiente, el no matar a nadie por defender aquellas cosas que pueden perder en con­ tra de su voluntad, y que por esto mismo no deben amarlas. 342 B o y e r , Sant’A g ostin o p .1 9 2 ; Nation et peuple. T h onnard, o .c ., p .4 9 1 , N o ta c o m p l. 10: 209 344 13. A g .— Mucho menos puedo yo comprender por qué has de intentar justificar a quienes ninguna ley condena como reos. Ev.— Ninguna quizá, pero de aquellas que nos son cono­ cidas externamente y promulgadas por los hombres, porque no sé yo que no estén sujetos a alguna otra ley mucho más obligatoria y secreta, puesto que no hay cosa que no gobierne la divina Providencia. ¿Cóm o pueden hallarse limpios de pe­ cado ante esta ley quienes por defender las cosas que conviene despreciar han manchado sus manos con la sangre de un hom­ bre? Paréceme, según esto, que la ley, dada para el buen go­ bierno de un pueblo, autoriza legítimamente estos actos, que, no obstante, castiga la Providencia divina. Porque, sin duda, la ley humana se propone castigar no más que en la medida de lo preciso para mantener la paz entre los hombres, y sólo en aquellas cosas que están al alcance del legislador. Mas en cuan­ to a otras culpas, es indudable que tienen otras penas, de las que únicamente puede absolver la sabiduría divina. A g.— Alabo y apruebo esta tu distinción, que, aunque sólo incoada e imperfecta, es confiada y alcanza sublimes alturas. Te parece que es verdad que la ley humana, que tiene sólo por fin el gobierno de los pueblos, permite y deja impunes muchos actos que castiga la Providencia divina, y, además, de que la ley humana no alcance a todo, no se sigue que deban reprobarse sus determinaciones. San Agustín 210 D el libre albedrío C a p ít u l o V I La ley eterna, moderadora de las leyes humanas. Noción de la ley eterna 345 14. Examinemos ahora cuidadosamente, si te place, hasta qué punto deba castigar las malas acciones esta ley por la que se gobiernan los pueblos en la presente vida, y veamos después qué es lo que deba ser secreta pero inexorablemente castigado por la divina Providencia. E v.— Mi deseo es llegar a los límites extremos de cuestión tan importante, si es que al presente podemos, pues los consi­ dero infinitos. A g .— De ningún modo. Cobra ánimo y entra por los ca­ minos de la razón confiado en la piedad, pues no hay nada tan arduo y difícil que con la ayuda de Dios no se haga muy llano y muy fácil. Así que, pendientes siempre de El e implo­ rando su auxilio, investiguemos lo que nos hemos propuesto. Y antes de nada, dime si esta ley que se promulga por escrito es útil a todos los que viven vida temporal. E v.— Es claro que sí; porque de estos hombres precisa­ mente se componen los pueblos y las naciones. A g.— Y estos mismos hombres y pueblos, ¿pertenecen a aquellas cosas que no pueden ni perecer ni mudarse y que son, por tanto, eternas, o, por el contrario, son mudables y están sujetas al tiempo? E v.— ¿Quién puede dudar de que el hombre es evidente­ mente mudable y que está sujeto al tiempo? Ag.— Ahora bien, si se diera pueblo tan morigerado y gra­ ve y custodio tan fiel del bien común que cada ciudadano tuviera en más la utilidad pública que la privada, ¿no sería justa una ley por la que se le permitiera a este pueblo ele­ gir magistrados, que administraran la hacienda pública del mismo? . E v.— Sería muy justa. A g .— Y si, finalmente, este mismo pueblo llegara poco a poco a depravarse de manera que prefiriese el bien privado al bien público y vendiera su voto al mejor postor, y, sobornado por los que ambicionan el poder, entregara el gobierno de sí mismo a hombres viciosos y criminales, ¿acaso no obraría igual3 4 5 B o y e r , Sant’Agostino p.191; G i l s o n , P u ig , o.c., p . 1 7 2 -1 7 3 ; T h o n n a r d , o . c . , p .4 9 2 , augustinienne. Introduction... p.236; F o n t y Nota complem. 1 1 : P olitique 211 mente bien el varón que, conservándose incontaminado en me­ dio de la general corrupción y gozando a la vez de gran poder, privase a este pueblo de la facultad de conferir honores, para depositarla en manos de los pocos buenos que hubieran queda­ do, y aun de uno solo? Ev.— Sí, igualmente bien. A g.— Pero siendo, al parecer, estas dos leyes tan contra­ rias entre sí, que la una y la otra quitan al pueblo la facul­ tad de elegir sus magistrados, y habiendo sido dada la segun­ da en condiciones tales que no pueden existir ambas en un mismo pueblo, ¿podemos decir que una de las dos es injusta y que no debía haberse dado? Ev.— De ningún modo. Ag.— Llamemos, pues, si te parece, ley temporal a esta que, aun siendo justa, puede, no obstante, modificarse justamente según lo exijan las circunstancias de los tiempos. Ev.— Llamémosla así. 346 15. A g .— Y aquella ley de la cual decimos que es la razón suprema de todo, a la cual se debe obedecer siempre, y que castiga a los malos con una vida infeliz y miserable y pre­ mia a los buenos con una vida bienaventurada, y en virtud de la cual justamente se da aquella que hemos llamado ley tem­ poral, y en su misma virtud y con igual justicia se la modifi­ ca, ¿puede no parecer inmutable y eterna a cualquiera persona inteligente? ¿O es que puede ser alguna vez injusto el que sean desventurados los malos y bienaventurados los buenos, o el que al pueblo morigerado y sensato se le faculte para elegir sus magistrados y, por el contrario, se prive de este derecho al disoluto y malvado? Ev.— Entiendo que esta ley es inconmutable y eterna. A g.— Creo que también te darás cuenta de que en tanto la ley temporal es justa, y legítima en cuanto que está fun­ dada en la ley eterna; porque si el pueblo a que aludimos en un tiempo gozó justamente del derecho de elegir a sus ma­ gistrados, y en otro distinto se vio justamente privado de este derecho, la justicia de esta vicisitud temporal arranca de la ley eterna, según la cual siempre es justo que el pueblo juicioso elija sus magistrados, y que se vea privado de esta facultad el que no lo es, ¿no te parece? 346 B o y e r , L’idée de ROLe s . o c . , p .8 8 ; B o y e r , vérité... p .2 3 1 ; G il s o n , Introduction... p .1 6 8 ; P egue De fundamento moralitatis secundum S. Augustinum: íle M - aug-'thom. p-108; Thonnarp, o.q., p.477, Nota compl. 2; de l illumination. Tbéorie 212 San Agustín D el libre albedrío Ev.— Conforme. A g.— Según esto, para dar verbalmente, y en cuanto me es posible, una noción breve de la ley eterna, que llevamos impresa en nuestra alma, diré que es aquella en virtud de la cual es justo que todas las cosas estén perfectamente ordena­ das. Si tu opinión es distinta de ésta, exponía. Ev.— No tengo nada que oponerte; es verdad lo que dices. Ag.— Y siendo com o es única la ley eterna, con la cual deben conformarse siempre las diversas leyes temporales, a pe­ sar de las diversas modificaciones que sufren de acuerdo con las exigencias del buen gobierno de los pueblos, ¿puede ella experimentar alguna modificación? Ev.— Entiendo que absolutamente ninguna, ya que ninguna fuerza, ningún acontecimiento, ningún fallo de cosa alguna llegará nunca a hacer que no sea justo el que todas las cosas estén perfectísimamente ordenadas. C a p ít u l o V III La razón, que hace al hombre superior a las bestias, es la que debe prevalecer también en él 347 18. Ag.— He aquí lo que deseo explicarte ahora. Si esto que hace al hombre superior a las bestias—-sea lo que fuere y llámese como se quiera, mente o espíritu, o mejor, mente y espíritu indistintamente, puesto que una y otra expre­ sión se encuentran también indistintamente en los sagrados li­ bros— domina en él y tiene sometidos a su imperio todos los demás elementos de que consta el hombre, entonces es cuando se halla éste perfectísimamente ordenado. Es indudable, en efecto, que tenemos mucho de común, no sólo con los brutos, sino también con las plantas y semillas. Y así vemos que también las plantas, que se hallan en la es­ cala ínfima de los vivientes, se alimentan, crecen, se robustecen y se multiplican, y que las bestias ven y oyen, y sienten la presencia de los objetos corporales por el olfato, por el gusto y por el tacto, y vemos, y tenemos que confesar, que la mayor parte de ellas tienen ios sentidos mucho más despiertos y agu­ dos que nosotros. Añade a esto la fuerza y robustez, la solidez de sus miembros y la celeridad y agilidad de los movimientos 347 G i l s o n , Introduction... p . 1 6 8 .1 6 9 ; L’âme et ses facultés selon Saint Augustin. T h on n a rd , o .c ., 213 de su cuerpo, en todo lo cual superamos a algunas, igualamos a otras y somos inferiores a no pocas. Tenemos, además, de común con las bestiasel género a que pertenecemos. Pero, al fin y al cabo, toda la actividad de la vida animal se reducea procurarse los placeres del cuerpo y evitarse las molestias. 348 Hay algunas otras acciones que ya no parece que sean propias de los animales, pero que tampoco son en el hombre el exponente de su mayor perfección, verbigracia, el bromear y el reír, actos propios del hombre, sí, pero que, a juicio de cualquiera que tenga un concepto cabal de la naturaleza hu­ mana, son una de sus más ínfimas perfecciones. Observamos también en el hombre amor a la alabanza y a la gloria y el deseo de dominar, tendencias que, si bien no son propias de los brutos, no debemos, sin embargo, pensar que sean ellas lo que nos hace superiores a las bestias, pues cuan­ do la apetencia de éstas no se halla subordinada a la razón, nos hace desgraciados, y claro está que a nadie se le ha ocu­ rrido nunca el hacer título de su miseria para preferirse a los demás. Por consiguiente, cuando la razón domina todas estas concupiscencias del alma, entonces es cuando se dice que el hombre está perfectamente ordenado. Porque es claro que no hay buen orden, ni siquiera puede decirse que haya orden, allí donde lo más digno se halla subordinado a lo menos digno, si es que a ti no te parece otra cosa. Ev.— Es evidente que no. Ag.— Pues cuando la razón, mente o espíritu gobierna los movimientos irracionales del alma, entonces, y sólo entonces, es cuando se puede decir que domina en el hombre lo que debe dominar, y domina en virtud de aquella ley que dijimos que era ley eterna. Ev.— Te comprendo y sigo tu razonamiento. C a p ít u l o XI La mente que de su propia voluntad se entrega a la libídine es justamente castigada 349 Por ahora bástanos saber lo que de él nos es dado saber: que en modo alguno puede ser injusta aquella naturale­ za, sea la que fuere, que es superior a la mente virtuosa. Así p .4 9 3 , N o ta c o m p l 348 G i l s o n , Introduction... p . 168 .169 . San Agustín Del libre albedrío que ni ésta, aunque más poderosa, obligará jamás a la mente a someterse a la libídine. E v.— N o hay absolutamente nadie que no admita esto sin género de duda. A g.— Resta, pues, concluir que, si todo cuanto es igual o superior a la mente, que ejerce su natural señorío y que es virtuosa, no la puede hacer esclava de la libídine, porque su misma justicia se lo impide, y todo lo que le es inferior no puede tampoco conseguirlo, a causa de la misma inferioridad, com o lo demuestra lo que antes dejamos firmemente sentado, ninguna otra cosa hace a la mente cómplice de las pasiones sino la propia voluntad y libre albedrío. E v.— V eo con claridad que nada se sigue tan necesariamen­ te com o esta conclusión. la envidia le atormenta, la desidia le anonada, la obstinación le aguijonea, la humillación le aflige, y es, finalmente, el blanco de otros innumerables males que lleva consigo el imperio de la libídine. ¿Podemos, digo, tener en nada este castigo, al que, como ves, se hallan necesariamente sometidos todos los que no poseen la verdadera sabiduría? 214 350 22. Ag.— Igualmente lógico te parecerá ya también que es muy justo que sufra las consecuencias penales de tan gran pecado. E v.— No puedo negarlo. A g .— Pero qué, ¿es que debe mirarse como castigo peque­ ño el que la libídine domine a la mente y el que, después de haberla despojado del caudal de su virtud, como a miserable e indigente, la empuje de aquí para allá a cosas tan contra­ dictorias com o aprobar y defender lo falso com o verdadero; a desaprobar poco después lo que antes había aprobado, preci­ pitándose, no obstante, en nuevos errores; ora a suspender su juicio, dudando las más de las veces de razonamientos clarí­ simos; ora a desesperar en absoluto de encontrar la verdad, sumiéndola por completo en las tinieblas de la estulticia; o bien a tomar con empeño abrirse paso hacia la luz, para caer de nuevo extenuada por la fatiga? Debiendo añadirse a todo esto que las pasiones ejercen su dominio sobre ella cruel y tirá­ nicamente, y que a través de mil y encontradas tempestades perturban profundamente el ánimo y vida del hombre, de una parte, con un gran temor, y de otra, con un incontenible deseo; de una, con una angustia mortal, y de otra, con una vana y fal­ sa alegría; de una, con el tormento de la cosa perdida y suma­ mente amada, y de otra, con un ardiente deseo de poseer lo que no tiene; de una, con un sumo dolor por la injuria reci­ bida, y de otra, con un insaciable deseo de venganza. Adonde­ quiera que este hombre se vuelva, la avaricia le acosa, la luju­ ria le consume, la ambición le cautiva, la soberbia le hincha, 350 Mokán, Síntesis del pensamiento a&ustiniano p.246; 215 351 23. Ev.— Sí, comprendo que es éste un muy gran­ de, a la vez que muy justo castigo para los que, colocados ya en el trono de la sabiduría, han determinado descender de él para hacerse esclavos de la libídine; pero me parece imposible que pueda haber alguien que haya querido o quiera obrar así. Porque, aunque creo firmísimamente que, no obstante haber criado Dios al hombre tan perfecto com o lo crió y haberle colo­ cado en un estado de vida feliz, él por su propia voluntad se precipitó de aquí en las miserias de esta vida mortal, sin em­ bargo, aún no lo he podido comprender. Así que, si piensas di­ ferir el examen serio de esta cuestión, lo harás muy a pesar mío. C a p ít u l o X III Por nuestra propia voluntad vivimos una vida feliz o una vida miserable 352 27. A g.— Considera ahora a ver si no te parece que es la prudencia el conocimiento de las cosas que debemos apetecer y de las que debemos evitar. Ev.— Eso me parece. A g .— Y la fortaleza, ¿no es acaso aquel sentimiento del alma por el que despreciamos todas las incomodidades y la pérdida de las cosas cuya posesión no depende de nuestra vo­ luntad? E v.— Tal creo. A g.— Y la templanza es aquella virtud del alma que mo­ dera y reprime el deseo de aquellas cosas que se apetecen des­ ordenadamente, ¿no te parece? Ev.— Estoy de acuerdo contigo. A g.— ¿Qué hemos de decir, finalmente, de la justicia, sino que es la virtud que manda dar a cada uno lo suyo? E v.— Este es el concepto que yo tengo de la justicia, y no otro. 351 T h o n n a r d , p .4 8 4 , Nota nt.2; o.c., p .4 9 5 , Nota complem. complem. 7: Foi et raison. 13: Problèmes connexes; p. 181 San Agustín D el libre albedrío A g .— De cualquiera, pues, que, teniendo buena voluntad — de cuya excelencia ya hemos hablado largo y tendido— , la ame con verdadero amor y cariño sobre todas las cosas, sa­ biendo que nada hay mejor que ella, y en ella se recree, y de ella, finalmente, goce, y de ella se alegre, abismado en su con­ sideración y en la ponderación de cuán grande bien sea y de que no le puede ser arrebatada, ni por la fuerza ni por la as­ tucia, ¿podremos dudar de que sea enemigo declarado de todo cuanto se oponga a este bien único? E v.— Es de todo punto necesario que así sea. A g .— ¿Podemos considerar falto de prudencia a este hom­ bre, que ve que éste es el bien, que ha de ser preferido a todos y que ha de ser rechazado cuanto a él se oponga? E v.— N o creo en absoluto que pueda obrar así nadie que no sea prudente. Ag.— Perfectamente. Mas, ¿por qué no hemos de conce­ derle también la fortaleza? La razón es porque no puede este hombre amar ni tener en mucho ninguna de aquellas cosas cuya posesión no depende de nuestra voluntad, ya que no pue­ den ser amadas sino por una voluntad mala, a la cual es pre­ ciso que él resista, como al enemigo de su bien más querido; y porque no las ama cuando las tiene, no las llora cuando las pierde; antes bien, las desprecia, lo cual, según antes dijimos y convinimos, es propio de la fortaleza. ser verdad sino del que da a cada uno lo suyo, y sin duda recuerdas que, cuando dije que el dar a cada uno lo suyo per­ tenecía a la justicia, tú lo aprobaste, Ev.— Sí recuerdo, y confieso que en el hombre que tanto aprecia y ama su buena voluntad se hallan evidentemente las cuatro virtudes que poco ha describiste, dando yo mi confor­ midad. 216 E v.— Concedámosle también sin dificultad esta virtud, pues no sé yo a quién pueda llamársele fuerte con más verdad que a aquel que con ánimo igual y sereno soporta la carencia de las cosas que no está en nuestra mano ni conseguir ni retener, lo cual es evidente que por necesidad tiene que hacer este hombre. A g .— Veamos ahora si puede serle ajena la templanza, sien­ do ésta la virtud que refrena las pasiones. ¿Qué hay tan ene­ migo de la buena voluntad com o la concupiscencia? Por donde fácilmente comprenderás que este amante de su buena voluntad ha de resistir y combatir las pasiones por todos los medios posibles, y que justamente, por tanto, se dice que tiene la vir­ tud de la templanza. E v.— Estamos de acuerdo. Sigue. A g .-— Réstanos la justicia, que, a la verdad, no veo cómo pueda no tenerla este hombre. Porque el que tiene buena vo­ luntad y la ama, y se opone a todas aquellas cosas que, como dijimos, son enemigas de ésta, no puede desear mal a nadie. De donde se sigue que a nadie hace injuria, lo que no puede C a p ít u l o 217 XV Extensión y valor de la ley eterna y de la ley temporal 353 31. Pero veamos ya cómo estas consideraciones se relacionan con aquella cuestión de las dos leyes. Ag.— Sea. Pero dime antes a ver si el que ama el vivir rec­ tamente, y en ello se complace tanto que constituya para él no sólo el bien verdadero, sino también el verdadero placer y la verdadera alegría, ama y aprecia sobre todas las cosas esta ley, en virtud de la cual ve que la vida bienaventurada se da como premio a la buena voluntad y la miserable a la mala. E v.— La ama sobre todas las cosas y con vehemencia, y por­ que la ama y la sigue con fidelidad, por eso vive rectamente. A g.— Y al amarla de este modo, ¿ama algo que es mudable y temporal o algo que es estable y sempiterno? E v.— A lgo que es, indudablemente, eterno e inconmutable. A g.— Y ¿qué dices de los que, perseverando en su mala voluntad, desean, no obstante, ser dichosos? ¿Pueden amar esta ley, según la cual la desdicha es su justa herencia? E v.— Creo que de ningún modo. A g.— ¿N o aman ninguna otra cosa? E v.— Al contrario, muchas, todas aquellas en cuya conse­ cución y retención persiste la mala voluntad. A g.— Supongo que te refieres a las riquezas, a los honores, a los placeres, a la hermosura del cuerpo y a todas las demás cosas que pueden no conseguir, aunque quieran, y que pueden perder contra su voluntad. E v.— A éstas precisamente me refiero. A g.— ¿Te parece que serán eternas estas cosas, viendo, como ves, que están sujetas a la volubilidad del tiempo? E v.— ¿A quién, por insensato que sea, le puede parecer esto? A g.— Y siendo evidente que unos hombres aman las cosas eternas y otros las temporales, y que, según antes hemos visto, San Agustín 218 existen dos leyes, una eterna y temporal otra, dime— si tienes idea de la justicia— , ¿cuáles de éstos piensas tú que han de ser sujetos de la ley eterna y cuáles de la ley temporal? E v.— Me parece que no es difícil contestar a lo que pregun­ tas, pues aquellos a quienes el amor de las cosas eternas hace felices, viven, a mi modo de ver, según los dictados de la ley eterna, mientras que los infelices viven sometidos al yugo de la ley temporal. A g.— Dices bien, a condición, sin embargo, de que tengas por inconcuso lo que la razón nos ha demostrado ya eviden­ temente, a saber, que los que viven según la ley temporal no pueden, sin embargo, quedar libres de la ley eterna, de la cual, como dijimos, procede todo lo que es justo y todo lo que justa­ mente se modifica. En cuanto a los que por su buena voluntad viven sumisos a la ley eterna, es claro, y me parece que tú lo ves suficientemente, que no necesitan ley temporal alguna. E v.— Entiendo lo que dices. 354 32. A g.— ¿Manda, por consiguiente, la ley eterna que apartemos nuestro amor de las cosas temporales y lo con­ virtamos purificado a las eternas? E v.— Lo manda. Ag.— ¿Y qué piensas que manda la ley temporal, sino que, cuando los hombres desean poseer estas cosas, que temporal­ mente podemos llamar nuestras, de tal modo las posean que conserven la paz y sociedad o convivencia humana tan perfec­ tamente como es posible tratándose de esta clase de bienes? Estos son, en primer lugar, el cuerpo y los que se llaman bienes del cuerpo, como una salud perfecta, la agudeza de los sentidos, la fuerza, la hermosura y otras cualidades, de las que unas son necesarias para las artes liberales y, por tanto, más apreciables, y otras que tienen un fin menos noble. En segundo término, la libertad, si bien no hay más libertad ver­ dadera que la de los bienaventurados y la de los que siguen la ley eterna. Pero bien entendido que no hablo sino de aque­ lla libertad por la que se creen libres los que no sirven a otros hombres y la que apetecen los siervos, que desean ser manu­ mitidos por sus señores. En tercer lugar, los padres, los her­ manos, los hijos, los deudos, los afines, los familiares y todos los que están unidos a nosotros por algún parentesco. Después, nuestra misma patria, a la que solemos considerar com o a una verdadera madre; los honores y las alabanzas y todo lo que 354 G il so n , Introduction... p .2 3 4 . Del libre albedrío 219 llamamos gloria popular. Y, finalmente, el dinero, nombre que damos a todas aquellas cosas de las cuales somos dueños legí­ timos, y de las que nos parece que podemos disponer en con­ cepto de venta o donación. 355 Sería difícil y largo de explicar cóm o la ley humana distribuye estos bienes, dando a cada uno lo suyo, y evidente­ mente innecesario para el fin que nos hemos propuesto. Bás­ tenos saber, por tanto, que la potestad vindicativa de esta ley no se extiende más que a poder privar de todos o parte de estos bienes a aquel a quien castiga. Reprime, pues, por el miedo, y por el miedo inclina y doblega el ánimo de los mi­ serables, para quienes fue dada, a hacer lo que les manda o prohíbe, porque, temiendo perder estos bienes, usan de ellos según ciertas normas, que son necesarias para constituir y man­ tener la sociedad que es posible constituir y mantener con semejantes hombres. Pero es de advertir que esta ley no cas­ tiga el pecado que se comete amando estos bienes, sino el des­ orden causado cuando injustamente se quitan a los demás. Fíjate ahora a ver si hemos llegado ya a la que considerabas cuestión interminable. Nos habíamos propuesto investigar si la ley penal, por la que se gobiernan los pueblos y naciones de la tierra, tiene derecho a castigar y hasta qué punto. Ev.— Sí; veo que ya hemos llegado. 356 33. A g .— ¿Ves también, como consecuencia, que no existiría la pena que a los hombres se les causa, ora cuando injustamente se les priva de sus bienes, ora cuando se les aplica como justo castigo, si no amasen estas cosas que pueden serles arrebatadas en contra de su voluntad? Ev.— También esto lo veo. A g.— Ahora bien, siendo así que unos hacen buen uso de las mismas cosas de las que otros abusan; y que el hombre que de ellas abusa, de tal modo las ama y se da a ellas, que llega a convertirse en esclavo de aquello mismo de que de­ bería ser dueño y señor, y que mira com o un bien para sí las cosas para las cuales debería ser él un bien por su justa reglamentación y buen uso; y, por el contrario, que el hom­ bre que usa bien de ellas demuestra que ciertamente son un bien las cosas temporales, mas no para él, ya que no son ellas las que le hacen a él bueno ni mejor, sino él a ellas, y que, en consecuencia, no se adhiere a ellas por amor, ni las considera como parte de su alma, lo que se verifica tam­ bién mediante el amor, a fin de que, cuando comienzan a San Agustín Del libre albedrío faltarle o desvanecerse, no le cause pena su pérdida ni le manche su corrupción, sino que está muy por encima de ellas y dispuesto a poseerlas y administrarlas, cuando fuere nece­ sario, y más dispuesto a perderlas y a no tenerlas; siendo todo esto así, com o digo, ¿crees tú por ventura que se debe con­ denar la plata y el oro por causa de los avaros, los manjares por causa de los glotones, el vino por causa de los que con frecuencia se embriagan, la hermosura de las mujeres por causa de los hombres perdidos y adúlteros, y así todas las demás cosas, sobre todo viendo, como vemos, que el médico hace buen uso del fuego y un envenenador abusa criminalmen­ te del pan? E v.— Es muchísima verdad que no son las cosas mismas las que han de ser condenadas, sino los hombres que abusan de ellas. obrar el mal no consiste en otra cosa que en despreciar los bienes eternos, de los cuales goza la mente por sí misma y por sí misma percibe, y que no puede perder, con tal de que los ame, y en procurar, por el contrario, como cosa grande y ad­ mirable, los bienes temporales, que se gozan por el cuerpo, parte vilísima del hombre, y que nunca podemos tener como seguros. A mí me parece que todas las malas acciones, es decir, todos los pecados, pueden reducirse a esta sola cate­ goría. Mas cuál sea tu opinión es lo que espero saber ahora de ti. 220 C a p ít u l o XVI Epílogo de los capítulos anteriores 357 34. A g.— Muy bien. Puesto que, según yo creo, he­ mos comenzado ya a comprender cuál sea el valor de la ley eterna, y puesto que ya hemos visto también hasta dónde pue­ de llegar en la imposición de castigos la ley temporal, y distinguido suficiente y claramente dos géneros de cosas, eter­ nas unas y temporales otras, e igualmente dos suertes de hom­ bres, unos que siguen y aman las eternas y otros que siguen y aman las temporales; y habiendo hecho constar, además, que de la voluntad de cada uno depende elegir lo que le plazca seguir y obrar, y que nada ni nadie, si no es la voluntad, pue­ de derrocar a la mente del trono de su reino y apartarla del camino del orden; y, en fin, habiendo manifestado también que no se debe culpar a las criaturas del mal uso que de ellas hacen los hombres, sino al mismo que de ellas abusa, volva­ mos, si te parece, a la cuestión propuesta al principio de esta disquisición, y veamos si queda ya resuelta, pues nos había­ mos propuesto investigar en qué consistía el obrar mal, y a propósito de esto hemos dicho cuanto hasta el presente dejamos dicho. Por lo cual conviene ahora advertir y considerar si el 3 5 7 -3 5 9 J o l i v e t , Le problème du mal... p .5 5 ; C a p á n a g a , p .2 3 9 . 3 57 T h o n n a r d , o .c ., p .2 0 4 n t . l ; p . 190 , N o ta c o m p le m . 9 : El hombre-abis­ 358 35. E v.— Es como tú dices, y estoy conforme en que todos los pecados se reducen a esta categoría, porque, en efecto, el hombre se aparta de las cosas divinas y verdadera­ mente permanentes, para entregarse a las mudables e inciertas, pues no obstante hallarse éstas perfectamente jerarquizadas y constituir un orden típico de belleza, es, sin embargo, propio de un ánimo perverso y desordenado el hacerse esclavo, por conseguirlos, de aquellos bienes sobre los que le constituyó a él el orden y justicia divina, a fin de que los administrara según su beneplácito. Y al mismo tiempo me parece ver ya resuelta V esclarecida la cuestión del origen del mal, que nos había­ mos propuesto dilucidar después de ésta, a saber, en qué con­ siste el obrar mal; pues, si no me engaño, tiene su origen, según las razones aducidas, en el libre albedrío de la voluntad. Pero quisiera me dijeras si el mismo libre albedrío, del que estamos convencidos que trae su origen el poder pecar, ha podido sernos dado por aquel que nos hizo. Porque parece in­ dudable que jamás hubiéramos pecado si no lo tuviéramos, y es de temer que por esta razón pueda ser Dios considerado como el verdadero autor de nuestros pecados. 359 A g.— No temas nada de esto; pero a fin de tratar esta cuestión más detenidamente, es preciso dejarla para otra vez, pues pide ya punto final esta nuestra primera disertación, con la que quisiera tuvieras por cierto que hemos llegado a pulsar a las puertas de grandes y profundos misterios. Cuando, teniendo a Dios por guía, comencemos a penetrar en ellos, ve­ rás sin duda qué gran diferencia existe entre esta disquisición y las que siguen, y cuánto la aventajan, no sólo en la saga­ cidad de investigación, sino también en la sublimidad de las cosas y la espléndida luz de la verdad. Que la piedad sea mo... le «De libero arbitrio». Les pélagiens et 221 358 B o y e r , 359 C a y r é , L'idée de vérité... o .c . , p .1 0 . p .2 3 1 ; C a yré, o .c . , p .1 0 . 222 San Agustín nuestra única compañera, a fin de que la divina Providencia nos permita continuar y terminar felizmente la carrera que hemos comenzado. E v.— Cedo a tu voluntad y a ella uno gustosísimo la mía con rendimiento de juicio y de deseo. LIBRO II C a p ít u l o I Por qué nos ha dado Dios la libertad, causa del pecado 360 1. Evodio.— Explícame ya, si es posible, por qué ha dado Dios al hombre el libre albedrío de la voluntad, puesto que de no habérselo dado, ciertamente no hubiera podido pecar. Agustín.— ¿Tienes ya por cierto y averiguado que Dios ha dado al hombre una cosa que, según tú, no debía haberle dado? E v.— Por lo que me parece haber entendido en el libro an­ terior, es evidente que gozamos del libre albedrío de la volun­ tad y que, además, él es el único origen de nuestros pecados. A g .— También yo recuerdo que llegamos a esta conclusión sin género de duda. Pero ahora te he preguntado si sabes que Dios nos ha dado el libre albedrío de que gozamos, y del que es evidente que trae su origen el pecado. E v.-— Pienso que nadie sino El, porque de El procedemos, y ya sea que pequemos, ya sea que obremos bien, de El me­ recemos el castigo y el premio. A g .— También deseo saber si comprendes bien esto último, o es que lo crees de buen grado, fundado en el argumento de autoridad, aunque de hecho no lo entiendas. E v.— Acerca de esto último confieso que primeramente di crédito a la autoridad. Pero ¿puede haber cosa más verdadera que el que todo bien procede de Dios, y que todo cuanto es justo es bueno, y que tan justo es castigar a los pecadores como premiar a los que obran rectamente? De donde se sigue que Dios aflige a los pecadores con la desgracia y que premia a los buenos con la felicidad. 361 2. Ag.— Nada tengo que oponerte, pero quisiera que me explicaras lo primero que dijiste, o sea, cóm o has lle360-387 B o y e r , L’idée de vérité... p.47-96; C a y r é , La contemplaron augustin. p,197ss; P e g u e r o l e s , o . c . , p.47 n t.2 2 . 361 S. A g u s t í n , Retractationes c.9 n.3; T h o n n a r d , o . c . , p.211 nt.l; p.190, Nota complem. 9: Les pélagiens et le «De libero arbitrio». D el libre albedrío 223 gado a saber que venimos de Dios, pues lo que acabas de decir no es esto, sino que merecemos de El el premio y el castigo. E v.— Esto me parece a mí que es también evidente, y no por otra razón sino porque tenemos ya por cierto que Dios castiga los pecados. Es claro que toda justicia procede de Dios. Ahora bien, si es propio de la bondad hacer bien aun a los extraños, no lo es de la justicia el castigar a aquellos que no le pertenecen. De aquí que sea evidente que nosotros le per­ tenecemos, porque no sólo es benignísimo en hacernos bien, sino también justísimo en castigarnos. Además, de lo que yo dije antes, y tú concediste, a saber, que todo bien procede de Dios, puede fácilmente entenderse que también el hombre pro­ cede de Dios, puesto que el hombre mismo, en cuanto hombre, es un bien, pues puede vivir rectamente siempre que quiera. 362 3. Ag.— Evidentemente, si esto es así, ya está re­ suelta la cuestión que propusiste. Si el hombre en sí es un bien y no puede obrar rectamente sino cuando quiere, síguese que por necesidad ha de gozar de libre albedrío, sin el cual no se concibe que pueda obrar rectamente. Y no porque el libre albedrío sea el origen del pecado, por eso se ha de creer que nos lo ha dado Dios para pecar. Hay, pues, una razón suficien­ te de habérnoslo dado, y es que sin él no podía el hombre vivir rectamente. Y , habiéndonos sido dado para este fin, de aquí puede entenderse por qué es justamente castigado por Dios el que usa de él para pecar, lo que no sería justo si nos hubiera sido dado no sólo' para: vivir rectamente, sino también para poder pecar. ¿Cómo podría, en efecto, ser castigado el que usara de su libre voluntad para aquello para lo cual le fue dada? Así, pues, cuando Dios castiga al pecador, ¿qué te parece que le dice, sino estas palabras: te castigo porque no has usado de tu libre voluntad para aquello para lo cual te la di, esto es, para obrar según razón? Por otra parte, si el hombre ca­ reciese del libre albedrío de la voluntad, ¿cóm o podría darse aquel bien que sublima a la misma justicia, y que consiste en condenar los pecados y en premiar las buenas acciones? Por­ que no sería ni pecado ni obra buena lo que se hiciera sin voluntad libre. Y, por lo mismo, si el hombre no estuviera dotado de voluntad libre, sería injusto el castigo e injusto se­ na también el premio. Mas por necesidad ha debido haber justicia, así en castigar como en premiar, porque éste es uno 362 B o y e r , L’idée de vérité... p .9 8 . San Agustín D el libre albedrío de los bienes que proceden de Dios. Necesariamente debió, pues, dotar Dios al hombre de libre albedrío. vestigando com o si todo fuera incierto. Porque veo que, de ser incierto que la libertad nos haya sido dada para obrar bien, y siendo también cierto que pecamos voluntaria y libremente, r e s u l t a incierto si debió dársenos o no. Si es incierto que nos ha sido dada para obrar bien, es también incierto que se nos haya debido dar, y, por consiguiente, será igualmente incierto que Dios nos la haya dado; porque, si no es cierto que debió dárnosla, tampoco es cierto que nos la haya dado aquel de quien sería impiedad creer que nos hubiera dado algo que no debería habernos dado. Ag.— Tú tienes por cierto, al menos, que Dios existe. Ev.— Sí; esto tengo por verdad inconcusa, mas también por la fe, no por la razón. 224 CAPÍTULO' II Objeción: si el libre albedrío ha sido dado para el bien, ¿cóm o es que obra el mal? 363 4. Ev.— Concedo que Dios haya dado al hombre la libertad. Pero dime: ¿no te parece que, habiéndonos sido dada para poder obrar el bien, no debería poder entregarse al pecado? Como sucede con la misma justicia, que, habiendo sido dada al hombre para obrar el bien, ¿acaso puede alguien vivir mal en virtud de la misma justicia? Pues igualmente, nadie podría servirse de la voluntad para pecar si ésta le hubiera sido dada para obrar bien. A g.— El Señor me concederá, como lo espero, poderte con­ testar, o mejor dicho, que tú mismo te contestes, iluminado interiormente por aquella verdad que es la maestra soberana y universal de todos. Pero quiero antes de nada que me digas brevemente si, teniendo com o tienes por bien conocido y cierto lo que antes te pregunté, a saber: que Dios nos ha dado la vo­ luntad libre, procede decir ahora que no ha debido darnos Dios lo que confesamos que nos ha dado. Porque, si no es cierto que El nos la ha dado, hay motivo para inquirir si nos ha sido dada con razón o sin ella, a fin de que, si lle­ gáramos a ver que nos ha sido dada con razón, tengamos tam­ bién por cierto que nos la ha dado aquel de quien el hombre ha recibido todos los bienes, y que si, por el contrario, des­ cubriéremos que nos ha sido dada sin razón, entendamos igualmente que no ha podido dárnosla aquel a quien no es lícito culpar de nada. Mas si es cierto que de El la hemos recibido, es preciso confesar también que, sea cual fuere el modo com o nos fue dada, ni debió no dárnosla ni debió dár­ nosla de otro modo distinto de como nos la dio; pues nos la dio aquel cuyos actos no pueden en modo alguno ser razo­ nablemente censurados. 364 5. Ev.— Aunque creo con fe inquebrantable todo esto, sin embargo, como aún no lo entiendo, continuemos in3 63 -36 5 C a y r é , La contemplation augustinienne p .2 0 1 . 363 T h o n n a r d , o .c ., p .4 7 7 , Nota c o m p le m . 2 : Théorie de Villumination. 364 T h o n n a r d , La notion de liberté en philosophie augustinienne-. Rey. des ét. a u gu st. 16 (1 9 7 6 ) 250 , 225 365 6. A g.— Veo que te acuerdas perfectamente del principio indiscutible que establecimos en los mismos comien­ zos de la cuestión precedente: si el creer no fuese cosa distinta del entender, y no hubiéramos de creer antes las grandes y di­ vinas verdades que deseamos entender, sin razón habría dicho el profeta: Si no creyereis, no entenderéis. El mismo Señor exhortó también a creer primeramente en sus dichos y en sus hechos a aquellos a quienes llamó a la salvación. Mas después, al hablar del don que había de dar a los creyentes, no dijo: Esta es la vida eterna, que crean en mí; sino que dijo: Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, solo Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien enviaste. Después, a los que creían, les dice: Buscad y hallaréis; porque no se puede decir que se ha hallado lo que se cree sin entenderlo, y nadie se capacita para hallar a Dios si antes no creyere lo que ha de conocer después. Por lo cual, obedientes a los preceptos de Dios, seamos cons­ tantes en la investigación, pues iluminados con su luz, encon­ traremos lo que por su consejo buscamos, en la medida que estas cosas pueden ser halladas en esta vida por hombres como nosotros; porque si, com o debemos creer, a los mejores aun mientras vivan esta vida mortal, y ciertamente a todos los bue­ nos y piadosos después de esta vida, les es dado ver y poseer estas verdades más clara y perfectamente, es de esperar que 364-365 C a y r é , o . c . , p.245.249; G i l s o n , Introduction... p.45; P e g u e r o o . c . , 23. 364 C a y r é , o . c . , p.253; G i l s o n , Introduction... p.13.35; F. v a n S t e e n b e r g h e n , La philosophie de Saint Augustin d’après les travaux du Centenaire: Rev. néosc. Phil. (1933) p,108ss. 365 G i l s o n , Introduction... p.13.40.45; P e g u e r o l e s , o . c . , p.20; G i l s o n , L’idée de philosophie chez Saint Augustin et chez Saint Thomas: Acta hebdom. august.-thom. (Taurini-Romae 1931) p.82; T h o n n a r d , o . c . , p.50, Nota compl.: Information et création. le s , Los filósofos medievales 1 8 San Agustín D el libre albedrío así sucederá también respecto de nosotros, y, por tanto, des­ preciando los bienes terrenos y humanos, debemos desear y amar con toda nuestra alma las cosas divinas. que la bestia vive, y, sin embargo, no pienso que la piedra viva ni que la bestia entienda, y, no obstante, estoy certísimo de que el que entiende existe y vive, por lo cual no dudo que sea más excelente el ser que tiene estas tres perfeccio­ nes que aquel otro al cual falta una o dos de ellas; porque, en efecto, lo que vive ciertamente existe; pero no se sigue que sea también inteligente: tal es, según creo, la vida de los animales; y de que una cosa exista, no se sigue que viva ni que entienda: de los cadáveres, por ejemplo, puedo afirmar que existen, pero nadie dirá que viven. Y , finalmente, si una cosa no tiene vida, mucho menos inteligencia. A g.— Vemos, por tanto, que, de estas tres perfecciones, el cadáver tiene una, el animal dos y el hombre las tres. Ev.— Así es. A g.— Vemos también que de estas tres cosas, la más exce­ lente es la que posee sólo el hombre juntamente con las otras, esto es, el entender, que supone, en el que lo tiene, el existir y el vivir. 226 C a p ít u l o III Para llegar al conocimiento claro de la existencia de Dios, es preciso inquirir antes sin desmayo a ver qué es lo más noble y excelente que hay en el hombre 366 7. A g.— Adoptemos, si te parece, este orden en la investigación: intentemos primero una prueba evidente de la existencia de Dios; veamos después si proceden de El todas las cosas, en cuanto a todo lo que tienen de buenas, y, por último, si entre los bienes se ha de contar la voluntad libre del hom­ bre. Una vez que hayamos dilucidado estas cuestiones, creo quedará en claro si le ha sido dada o no razonablemente. Por lo cual, comenzando por las cosas más evidentes, lo primero que deseo oír de ti es si tú mismo existes. Quizá temas respon­ der a esta cuestión. Mas ¿podrías engañarte si realmente no existieras? Ev.— M ejor es que pases a lo demás. Ag.— Puesto que es para ti evidente que existes, y puesto que no podría serte evidente de otra manera si no vivieras, es también evidente que vives. ¿Entiendes bien cóm o estas dos cosas son verdaderísimas? Ev.— Lo entiendo perfectamente. A g.— Luego es también evidente esta tercera verdad, a sa­ ber, que tú entiendes. Ev.— Evidente. A g.— De estas tres cosas, ¿cuál parece la más excelente? Ev.— La inteligencia. Ag.— ¿Por qué? Ev.— Porque, siendo tres cosas muy distintas entre sí el ser, el vivir y el entender, es verdad que la piedra existe y 366-380 C a yr é , P e g u e r o l e s , o.c., o .c ., p.121.226.274.253; G il so n , Introduction... p.15.16; p.30; K o w a l c z y k , L’argument idéologique de la vérité de Saint Augustin: Giorn. di metaf. 23 (1960) 591-599); L. de M ûndadon , De la connaissance de soi-même à la connaissance de Dieu, S. Augustin, «De libero arbitrio» II, 3 n.7-15.39; Recherch. 4 (1913) 148-156. 366 P é p in , o .c ., p.90; G il s o n , Introduction... p.14.15.54; P eg u e r o le s , o .c., p.30; K o w a l c z y k , La métaphysique du bien... p.45; T honnard , o .c ., p.500, Nota complem. 16: Le «cogito» augustinien et le «cogito» cartésien; M ondanon , o.c. p.149-150; Jo l iv e t , La doctrine august. de l’illumination: Mélang. august. p.65s.; K o w a l c z y k , L’argument idéologique de la vérité de Saint Augustin: Giorn. di met. 23 (1968) 593s. 227 Ev.— Lo vemos y admitimos sin género de duda. 367 8 . A g.— Dime ahora si sabes que tienes los cinco conocidísimos sentidos del cuerpo, a saber, el de la vista, el del oído, el del olfato, el del gusto y el del tacto. Ev.— Lo sé. •dg-— ¿Qué cosas te parece que pertenecen al sentido de la vista, o sea, qué es lo que te parece que sentimos cuando vemos? Ev.— Todas las cosas que son corpóreas. Ag.— ¿Percibimos también por la vista la dureza y blan­ dura de los cuerpos? E v.— No. A g.— ¿Qué es, pues, lo que percibimos por los ojos, como objeto propio de la vista? Ev.— El color. A g .— ¿Cuál es el objeto propio del oído? E v.— El sonido. A g .— ¿Y el del olfato? E v.— Los olores. A g.— ¿Y el del gusto? E v.— Los sabores. Ag.— ¿Cuál es, finalmente, el objeto del tacto? 367-368 P.30. C ayr é , o .c ., p.253; G il s o n , Introduction... p.15.16; P e g u e r o le s , o .c ., San Agustín D el libre albedrío Ev.— Lo blando o lo duro, lo suave o lo áspero y otras muchas cualidades de los cuerpos. Ag.— Y respecto de las formas de los cuerpos, verbigracia, las formas grandes, pequeñas, cuadradas, redondas y otras se­ mejantes, ¿no te parece que las percibimos también por el tacto y por la vista, y que, por lo mismo, no pertenecen pro­ piamente ni a la vista ni al tacto, sino a uno y otro? Ev.— Entiendo que así es. Ag.— ¿Entiendes, por tanto, que cada sentido tiene ciertos objetos propios, de los cuales nos da testimonio, y que algunos objetos son comunes a varios sentidos? no dudo llamarla sentido interior. Pero todo lo que los senti­ dos nos refieren no puede llegar a ser objeto de la ciencia si no pasa de este sentido a la razón, porque cuanto sabemos no lo comprendemos sino por la razón. Sabemos, por ejemplo, para no hablar de los demás, que no se pueden sentir los colores por el oído ni los sonidos por la vista. Y sabiendo esto, no lo sabemos ni por los ojos, ni por los oídos, ni tampoco por nin­ gún sentido, del que no carecen las bestias; pues no es de creer que ellas conozcan que no se percibe la luz por los oídos ni los sonidos por los ojos, porque estas cosas no las discernimos sino mediante la atención racional y el pensamiento. 368 Ev.— ¿Podemos, según eso, distinguir por algunos de estos cinco sentidos qué es lo que constituye el objeto pro­ pio de cada sentido y cuál sea el objeto común a todos o a algu­ nos de ellos? Ev.— De ningún modo, sino que esto lo distinguimos me­ diante una cierta facultad interna. Ag.— ¿N o será ésta tal vez la razón, de la cual carecen los animales? Porque, según creo, por la razón comprendemos es­ tas cosas y entendemos que son así. Ev.— Y o creo más bien que es por la razón por la que en­ tendemos que existe un cierto sentido interior, al cual se trans­ mite todo cuanto procede de las cinco sentidos externos, que todo el mundo conoce. Porque una cosa es la facultad por la que el animal ve y otra muy distinta aquella por la que huye o apetece los objetos percibidos en el acto de ver: aquélla se halla, efectivamente, en los ojos, y ésta, por el contrario, se halla en el interior de la misma alma, y en virtud de ella los animales apetecen y toman o evitan y rechazan, según que los aprehendan como útiles o nocivos, no sólo los objetos que ven, sino también los que oyen y los que se perciben por los demás sentidos del cuerpo. Y en este sentido no se puede decir que sea ni la vista, ni el oído, ni el olfato, ni el gusto, ni el tacto, sino no sé qué otra facultad, que preside por igual a todos los sentidos exteriores. Todo esto lo comprendemos por la razón, como dije; sin embargo, no puedo decir que esta facultad sea la razón, porque es evidente que también las bestias gozan de ella, y, sin embargo, no tienen razón. Ev.— N o puedo decirte que he comprendido lo que acabas de decir. ¿Q ué seguiría, en efecto, si mediante aquel sentido interior, que tú concedes a las bestias, llegaran éstas a darse cuenta de que los colores no se perciben por el oído ni los so­ nidos por la vista? A g .— ¿Es que piensas tú que pueden ellas distinguir entre sí el color que se percibe, y el sentido que está en el ojo, y el sentido interior, que está en el alma, y la razón, que define y clasifica por separado cada una de estas cosas? E v.— De ningún modo. A g .— Y qué te parece: ¿podría la razón distinguir estas cuatro cosas entre sí y concretarlas mediante sus correspon­ dientes definiciones si ella no se diese cuenta del color me­ diante el sentido de la vista, y además de este mismo mediante aquel sentido interior que lo preside, y del mismo interior por sí mismo, si es que no hay algo que haga de intermediario entre ambos? 228 369 9. A g.— Admito esta realidad, sea la que fuere, y 369-372 G il s o n , I n t r o d u c t i o n ... p.19. 369-370 G il s o n , I n t r o d u c t i o n ... p.16; J o li v e t , La d o c t r in e d e augu st. p.168; M ondadon, o .c., p.150; K o w a lc z y k , L’argument p.587. l ’ iU um ination id é o lo g i a u e ... 229 E v.— N o veo cómo pueda ser de otra manera. A g .— Más todavía. ¿N o ves igualmente que el sentido de la vista percibe los colores, pero que el sentido no se percibe a sí mismo? Porque el sentido por el que ves el color no es el mismo por el que ves que él ve. E v.— No, no lo es. A g .— Pon empeño en distinguir también lo siguiente: no negarás, creo yo, que una cosa es el color, y otra el ver el color, y otra muy distinta de las anteriores tener el sentido por el que se pudiera ver el color, que actualmente no está al alcance de la vista, si realmente lo estuviera. E v.— Distingo también estas cosas y te concedo que difie­ ren entre sí. A g .— Ahora bien, de estas tres cosas, ¿qué ves por los ojos sino el color? 230 D el libre albedrío San Agustín E v.— Ninguna otra. A g.— Dime, pues, ¿por qué facultad ves las otras dos, ya que no las podrías discernir si no las vieras? E v.— N o sé decirte otra cosa sino que sé que existen esas dos facultades, pero nada más. A g.— Entonces ¿no sabes si es la misma razón, o aquella vida que hemos llamado sentido interior, muy superior a los sentidos del cuerpo, o alguna otra cosa? E v.— N o lo sé. Ag.— Sabes, al menos, que estas cosas no las puede dis­ cernir sino la razón, y que la razón no lo hace sino respecto de aquellas cosas que le son presentadas para que las examine. E v.— Es cierto. 370 A g.— Sea, pues, lo que fuere aquella otra facultad por la que se puede percibir todo cuanto sabemos, es lo cierto que está al servicio de la razón, a la cual presenta y da cuenta de todo lo que aprende, a fin de que los objetos percibidos puedan ser diferenciados entre sí por sus propios límites, y esto no sólo por los sentidos, sino también comprendiéndolos científica­ mente. E v.-— Así es. Ag.— Pero, y la misma razón, que distingue unos de otros a sus suministradores y a los objetos que le presentan, y que aprecia igualmente la diferencia que existe entre ella misma y estas cosas, y que se reconoce y afirma superior a todas ellas, ¿acaso se conoce a sí misma mediante otra facultad distinta de sí misma, es decir, de la razón? E v.— Es muy cierto. Ag.— Pues bien, puesto que cuando percibimos el color no percibimos a la vez por el mismo sentido el acto de la per­ cepción, ni cuando oímos el sonido oímos nuestra misma audi­ ción, ni cuando olemos una rosa nos huele a nada nuestro mis­ mo olfato, ni a los que gustan una cosa cualquiera les sabe a nada su mismo gusto, ni los que palpan algo pueden palpar su mismo sentido del tacto, es evidente que estos cinco senti­ dos no pueden ser percibidos por ninguno de ellos mismos, no obstante que ellos perciben todos los objetos corporales. Ev.— Es evidente. 37 0 S e i j a s , o .c ., p .2 7 6 n t.2 . C a p ít u l o 231 IV El sentido interior percibe su propio acto, ¿pero Se siente a sí mismo? 371 10. A g.— Creo que es también evidente que aquel sentido interno siente no sólo las impresiones que recibe de los cinco sentidos externos, sino que también percibe los mis­ mos sentidos. De lo contrario, si no sintiera que siente, no se movería el animal, ni para apoderarse de algo ni para huir de nada; no para saber científicamente, que esto es propio de la razón, sino simplemente para moverse; sentimiento o percep­ ción que no le suministra ninguno de los cinco sentidos ex­ ternos. Si aún te parece oscuro, lo verás claro si te fijas en lo que sucede en uno de estos cinco sentidos, por ejemplo, en la vista. Porque, en efecto, el animal de ningún modo podría abrir los ojos ni moverlos, mirando hacia lo que desea ver, si no se diera cuenta de que no lo ve teniendo los ojos cerrados o no moviéndolos en aquella dirección. Si, pues, siente que no ve cuando realmente no ve, preciso es que sienta también que ve cuando realmente ve; porque, al no mover los ojos con el mismo deseo cuando ve que cuando no ve, indica que se da cuenta de la visión y de la no visión. 372 Pero ya no es igualmente clara la cuestión de si se percibe a sí misma esta vida interior, que siente su misma sen­ sación de las cosas corporales, si no es por el hecho de que, exa­ minándole cada cual a fondo interiormente, descubre que todo viviente huye de la muerte, la cual, siendo, como es, contraria a la vida, es de todo punto necesario que se sienta también a sí misma la vida que huye de su contrario, que es la muerte. Y si aún no está clara, dejémosla por ahora, a fin de no empe­ ñarnos en lo que pretendemos sino fundados en argumentos ciertos y evidentes. Lo evidente hasta ahora es que los sentidos del cuerpo sien­ ten cosas corporales; que el mismo sentido exterior no pue­ de sentirse a sí mismos; que el sentido interior siente los obje­ tos corporales a través de los sentidos exteriores del cuerpo, y hasta los mismos sentidos corporales; y, en fin, que la razón 3 71 -37 2 G il s o n , In tro d u ctio n ... p .1 6 ; Jo l iv e t , ha doctrine de Villumin. P -168; M ondadon , o .c ., p . 1 5 0 .1 5 1 ; T honnard , o .c ., p .5 0 1 , N o ta com plem. 17: he principe de régulation. D el libre albedrío San Agustín 232 conoce todas estas cosas y a sí misma, y que todos estos cono­ cimientos los hace objeto de la ciencia. ¿N o te parece? Ev.— En realidad de verdad así me parece que es. A g .— Pues bien, dime ahora: ¿cuál es la cuestión a cuya solución deseamos llegar y hacia la cual hemos emprendido un camino tan largo y penoso? C a p ít u l o V El sentido interior aventaja a los sentidos exteriores, siendo, además, su moderador y juez 373 11. Ev.— A lo que recuerdo, de aquellas tres cues­ tiones que poco antes propusimos con el fin de establecer el orden de esta discusión, la primera es la que ahora tratamos, o sea, de cóm o puede llegarse al conocimiento de la existencia de Dios, a pesar de que debe ser creída inquebrantable y firmísimamente. A g .— Lo recuerdas perfectísimamente; mas también deseo que recuerdes bien que, cuando te pregunté si sabías que exis­ tías, vimos que conocías no sólo esto, sino otras dos cosas más. Ev.— También recuerdo esto bien. A g .— Pues mira ahora a ver a cuál de estas tres cosas te parece que corresponde todo lo que es objeto de los sentidos del cuerpo, o sea, en qué género de cosas te parece que debe clasificarse todo lo que es objeto de nuestro sentido, sea de la vista o de cualquier otro sentido temporal; si en aquel género de cosas que no tiene más perfección que la de existir, o en el de las que existen y viven, o en el de las que existen, viven y entienden. E v.— En el género de las que solamente existen. A g .— Y el sentido, ¿a cuál de estos tres géneros crees que pertenece? E v.— A l de los vivientes. A g .— ¿Cuál de estas dos cosas te parece mejor, el sentido o el objeto que aprehende el sentido? Ev.— El sentido. A g .— ¿Por qué? E v.— Porque es mejor lo que existe y vive que lo que sola­ mente existe. 373 K o w a l c z y k , L’argument idéologique...: Giorn. di m et. 23 (1968) 587; Sant’Agostino p.52.112; G il so n , Introduction... p.14; B oye r , La preuve de Dieu..., en Essais... p.63. B oyer , 233 374 12. Ag.— Y por lo que hace a aquel sentido inte­ rior, que arriba vimos que era inferior a la razón y que hasta nos era común con las bestias, ¿dudarás anteponerlo a este sentido por el que percibimos los cuerpos, y que ya antes di­ jiste que debía preferirse al cuerpo? Ev.— N o lo dudaré jamás. A g.— También quisiera oír de ti por qué no lo dudarás, pues no podrás decir que este sentido interior debe clasificarse en aquel género de los tres antes dichos, al que pertenecen los seres inteligentes, sino únicamente en el de los que existen y viven, pero que no tienen inteligencia, ya que este sentido in­ terior se halla también en los animales, los cuales no tienen inteligencia. Siendo esto así, deseo saber por qué antepones el sentido interior a este sentido por el que percibimos los cuerpos, ha­ llándose ambos incluidos en el género de los vivientes. El sen­ tido cuyo objeto son los cuerpos lo antepusiste a los cuerpos mismos, porque éstos pertenecen al género de los seres que únicamente existen, y aquél al de los vivientes. Mas, perteneciendo también el sentido interior al género de los vivientes, ¿por qué lo juzgas mejor que el sentido exterior? Si me dijeres que es porque aquél siente a éste, no creo que hayas de encontrar una norma según la cual podamos es­ tablecer que todo ser que siente es mejor que aquel otro que es sentido por él; porque nos veríamos quizás en la precisión de decir también que todo ser que entiende es mejor que el ser entendido por él, y esto es falso, pues el hombre entiende la sabiduría y, sin embargo, no es mejor que la sabiduría. Por lo cual mira a ver qué razón te ha parecido que el sentido interior ha de ser preferido a este por el cual sentimos los cuerpos. Ev.— Porque entiendo que aquél es com o el moderador y juez de éste; pues, com o poco ha dijimos, si éste falta en algo en el desempeño de sus funciones, aquél se lo exige, com o una deuda que su ministro o servidor le debe. Así, por ejemplo, el sentido de la vista no ve si ve o no ve; y com o no lo ve, no puede darse cuenta de qué es lo que le falta o qué le es su­ ficiente, sino que es aquel sentido interior el que advierte al alma del animal que abra el ojo cerrado y que llene las demás condiciones de cuya ausencia se da cuenta él. Por lo demás, nadie duda que el que juzga es mejor que aquel del cual juzga. n s n 74b SeIJAS' ° 'c' ’ p '281 nt,a;. G ilson p ’ B o y e r , La preuve de Dieu..., e n Introduction... p.16; P e g u e r o l e s , o .c ., Essais... p .6 4 ; M o n d a d o n , o . c . , p , 1 5 l ! San Agustín D el libre albedrío 375 Ag.— ¿A ti te parece, según eso, que también este sentido corporal juzga en cierto modo los cuerpos? A él perte­ nece, en efecto, el placer y el dolor, según que es impresionado suave o ásperamente por los cuerpos. Porque, así com o aquel sentido interior juzga qué es lo que falta y qué es lo suficiente al sentido de la vista, del mismo modo el sentido de la vista juzga qué es lo que falta y qué es lo suficiente a los colores. Igualmente, así como aquel sentido interior juzga de si nues­ tro oído está o no suficientemente atento, así el oído juzga de los sonidos, dándose cuenta de cuál le impresiona dulcemente y cuál resuena con estrépito y aspereza. No es preciso que sigamos examinando los demás sentidos exteriores, pues me parece que ya comprendes lo que quiero decir, o sea, que aquel sentido interior juzga de los sentidos exteriores cuando aprueba su integridad y cuando les exige como debido lo que les falta, y que a su vez los mismos senti­ dos corporales juzgan, en cierto modo, de los mismos cuerpos aceptando su contacto suave y agradable y rechazando el con­ trario. Ev.— Sí lo comprendo, y convengo en que es muy cierto. Ag.— Ahora bien, siendo así que a la naturaleza, que no tiene más perfección que existir, que no tiene ni vida ni inte­ ligencia, com o es el cuerpo exánime, la aventaja aquella otra que, además de existir, goza también de vida, pero que no tie­ ne inteligencia, como es el alma de las bestias; y siendo así que a ésta aventaja la que, a la vez que existe, vive y entiende, com o lo es en el hombre el alma racional, ¿crees tú que en nosotros, es decir, entre los elementos que constituyen nuestra naturaleza, como naturaleza humana, pueda hallarse algo más excelente que esto que hemos enumerado en tercer lugar? Que tenemos cuerpo es evidente, y también un alma que anima al cuerpo y es causa de su desarrollo vegetal; dos elementos que vemos tienen también las bestias; pero tenemos, además, un tercer elemento, que viene a ser com o la cabeza u ojo de nues­ tra alma, o algo así, si hay algo que podamos aplicar con más propiedad a la razón y a la inteligencia, y que no tienen las bestias. Por lo cual te ruego que veas si puedes encontrar en la naturaleza del hombre algo más excelente que la razón. Ev.— No encuentro absolutamente nada mejor. 234 C a p ít u l o VI La razón aventaja a todo lo demás que hay en el hombre, y si hay algo más grande que ella, es Dios 376 13. Ag.— Mira ahora a ver si la razón juzga tam­ bién de este sentido interior. Ya no te pregunto si la consi­ deras mejor que él, porque no dudo que así piensas, y además considero también com o superfluo preguntarte si la razón juz­ ga de este sentido interior, porque de todas aquellas cosas que son inferiores a ella, esto es, de los cuerpos, de lossen­ tidos del cuerpo y de este sentido interior, y cóm o es uno me­ jor que otro, y cuánto aventaja ella misma a todos, ¿quién nos informa sino la misma razón, lo que de ningún modo podría hacer si todo ello no estuviera sometido a su juicio o dic­ tamen. Ev.— Es evidente. 375 S eija s , o.c., p.282 nt.b; G il s o n , Introduction... p.16. 376-379 V . D ía z de T u e s t a , El programa vital de San Agustín: Est. agust. (1970) p.570-582. xT ... 376 G il s o n , Introduction... p.17; T honnard , o .c ., p.493, N ota complem. rz. L'âme et ses facultes selon Saint Augustin; P eguer oles , o.c., p.31; M ondadon , o.c., p.152. 235 377 14. A g.— ¿Qué dirías si pudiéramos encontrar un ser de cuya existencia y preeminencia sobre nuestra razón no pudieras dudar? ¿Dudarías acaso de que este ser, fuere el que fuere, era Dios? Ev.— Si pudiera encontrar un ser superior a lo más exce­ lente que hay en mi naturaleza, no por eso diría inmediata­ mente que era Dios, porque no me parece bien llamar Dios a aquel ser al cual es inferior mi razón, sino a aquel mayor que el cual no hay nada. A g .— Así es justamente, y El es quien ha dado a tu razón el sentir tan piadosamente y con tanta verdad del mismo. Pero dime: si no encontrares superior a nuestra naturaleza nada que no fuera eterno e inconmutable, ¿dudarías decir que era Dios? Los cuerpos sabes que son mudables, y también es evi­ dente que la vida, que anima al cuerpo, debido a sus variados afectos, está sujeta a mutaciones, y que la misma razón es mudable, lo demuestra claramente el hecho de que unas veces se esfuerza por llegar a la verdad y otras no; a veces llega 377-380 C a yr é , o .c., p.121.122.275. riJ ’V Th° nnard> o c -, P-503, Nota complem.: Intuition et principe de partictpation; M ondadon , o .c ., p.156 nt.2; K o w a l c z y k , L’argument idéologique ■ Luorn. di met. 23 (1968) 587; B o ye r , L'idée de vérité... p.50; C ayr é , o .c . p-z/4; G il so n , Introduction... p.17; P eg u e r o le s , o .c., p.31; L ope C il le r u e lo ’ l.« prueba agustiniana... p.250; Jo l iv e t , La doctrine augustinienne de l’illumination.., p.142. San Agustín D el libre albedrío y a veces no llega. Si, pues, sin el auxilio de ningún órgano corporal, ni del tacto, ni del gusto, ni del olfato, ni de los oídos, ni de los ojos, ni de ningún otro sentido interior a ella, sino que por sí misma intuye algún ser inconmutable, es de necesidad que confiese que ella es inferior a éste y que él es su Dios. E v.— Y yo confesaré paladinamente que es Dios aquel ser mayor que el cual conste que no hay nada. Ag.— Está bien. Me bastará, por tanto, demostrar que exis­ te tal ser, el cual confesarás que es Dios, y, si hubiere algún otro más excelente, confesarás que este mismo es Dios. Por lo cual, ya sea que exista algo más excelente, ya sea que no exista, verás de todos modos que, evidentemente, Dios existe, cuando con la ayuda de este mismo Dios hubiere logrado de­ mostrarte lo que te prometí, o sea, que hay un ser superior a la razón. Ev.— Demuéstrame, pues, lo que me has prometido. pueden de ninguna manera comprenderla, no obstante de que ella está igualmente a disposición de todos los que son capa­ ces de comprenderla; y cuando alguien la percibe, no por esto se transforma, ni convierte com o en su propio alimento, ni tampoco se desvirtúa cuando alguien se engaña respecto de ella, sino que, permaneciendo ella en toda su verdad e integri­ dad, el hombre es el único que cae en error, tanto más grande cuanto menos la alcanza a ver. 236 C a p ít u l o V III La razón de los números no la percibe ningún sentido cor­ poral y es en sí una e inmutable para todas y cada una de las inteligencias que la perciben 378 2 0 . Ag.— Ahora, pues, atiende, y dime si hay al­ guna cosa que pueda ser objeto común a todos los raciocinan­ tes, viéndola, no obstante, todos y cada uno com o propia con su propia razón y su mente propia, y que, siendo de por sí visible a todos y estando a disposición de todos, ni sufra al­ teración por el uso que de ella hacen los que de ella dispo­ nen a voluntad, com o el alimento o la bebida, sino que per­ manezca íntegra e incorrupta, véanla o no la vean. ¿Piensas quizá que no exista nada que tenga estas propiedades? E v.— A l contrario, veo que hay muchas cosas de esta na­ turaleza, de las cuales basta que mencionemos una, a saber, la razón y verdad de los números, que está a disposición de todo ser racional, que cada calculador puede intentar apren­ derla con su razón e inteligencia, y unos pueden comprender fácilmente, otros con más dificultad y otros, finalmente, no 378 B oyer, L'idée de vérité... p. 51.67; G il s o n , Introduction... p.121; P e g u e r o lf.s , o .c ., p.31; M ondadon, o .c . , p.153; J o li v e t , La doctrine de l’ illumination... p.69; Thonnard, Caracteres platoniques de Vargument ontologique: Augustinus magister p.325. C a p ít u l o 237 IX Qué cosa sea la sabiduría, sin la cual nadie es feliz, y si es una en todos los sabios 379 26. Ag.— ¿Acaso piensas que hay otra sabiduría distinta de la verdad, en la que se contempla y posee al sumo bien? Todos estos hombres que has citado y que persiguen objetos tan diversos, todos desean el bien y huyen del mal, y si se afanan por cosas tan diversas, es porque cada uno tiene un concepto distinto del bien. Y así, el que desea lo que no debiera desear se equivoca, aunque realmente no lo desearía si no le pareciera bueno. Unicamente no puede equivocarse el que nada desea o el que desea lo que debe desear. Por consiguiente, en cuanto que todos los hombres desean la vida bienaventurada no yerran. El error de cada uno con­ siste en que, confesando y proclamando que no desea otra cosa que llegar a la felicidad, no sigue, sin embargo, el camino de la vida, que a ella conduce. El error está, pues, en que, si­ guiendo un camino, seguimos aquel que no conduce a donde deseamos llegar. Y cuanto más uno yerra el camino de la vida, tanto menos sabe, porque tanto está más distante de la verdad, en cuya contemplación y posesión consiste el sumo bien. Y es bienaventurado el hombre que ha llegado a conocer y a poseer el sumo bien, lo cual deseamos todos sin género alguno de duda. Si, pues, consta que todos queremos ser bienaventurados, igualmente consta que todos queremos ser sabios, porque na­ die que no sea sabio es bienaventurado, y nadie es bienaven­ turado sin la posesión de aquella verdad que llamamos sabidu379 K o w a l c z y k , Dieu en tant que bien suprême... p.212; T h onnard , o .c ., P-477, Nota complem. 2: Théorie de l’illumination; B oyer , L’idée de vérité... P-51.62.63.222.226.237; C a yr é , o .c., p.189; G il s o n , Introduction... p.7 nt.3; P-122 nt.l; p.165; P e guer oles , o .c ., p.31.52.55.84.86. San Agustín D el libre albedrío ría. Y así com o, antes de ser felices, tenemos impresa en nues­ tra mente la noción de felicidad, puesto que en su virtud sa­ bemos y decimos con toda confianza, y sin duda alguna que queremos ser dichosos, así también, antes de ser sabios, tene­ mos en nuestra mente la noción de la sabiduría, en virtud de la cual cada uno de nosotros, si se le pregunta a ver si quie­ re ser sabio, responde sin sombra de duda que sí, que lo quiere. mo increíble e inundado de una alegría tan grande que no puedo explicarte con palabras, y proclamo que es muy cierto todo lo dicho. Y lo proclamo con aquella voz interior por la que deseo ser oído de la misma Verdad y unirme a ella, pues concedo y confieso que esta unión no sólo es un bien, sino que es un bien supremo y beatífico. 238 C a p ít u l o XV El razonamiento anterior, ampliamente expuesto, demuestra ciertamente la existencia de Dios 380 39. Tú me habías concedido que, si te demostra­ ba que había algo superior a nuestras inteligencias, confesa­ rías que ese algo era Dios, si es que no había aún algo supe­ rior. Y o, aceptando esta tu confesión, te dije que bastaba, en efecto, que demostrara esto; porque, si hay algo más exce­ lente, este algo más excelente es precisamente Dios, y si no lo hay, la misma verdad es Dios. Que haya, pues, o no algo más excelente, no podrás negar, sin embargo, que Dios existe, que es la cuestión que nos habíamos propuesto tratar y dis­ cutir. Y si en vista de esto te sorprende lo que, según la sacro­ santa doctrina de Jesucristo, hemos aprendido por la fe, o sea, que Dios es Padre de la Sabiduría, recuerda que también hemos aprendido por la fe que la Sabiduría, engendrada por el Eterno Padre, es igual a El. Así que no hay nada que discutir aquí sobre esto, sino que lo guardes com o artículo de fe inquebrantable. Existe, pues, Dios, realidad verdadera y suma, verdad que ya no solamente tenemos com o indubitable por la fe, sino que, a mi juicio, también la vemos ya por la razón com o verdad cierta, aunque esta visión es aún muy débil, pero lo suficien­ temente clara respecto de la cuestión que nos ocupa, para poder explicar lo demás que a ella concierne, si es que no tienes algo que oponer a lo dicho. E v.— Por lo que a mí toca, admito todo esto con entusias380 B o y e r , L’idée de vérité... p.69.83s; Id., Philosophie et theologie chez Saint Augustin, en Essais... p.194; G il s o n , Introduction... p.14; M oran , Sín­ tesis del pensamiento agustiniano p.252; K o w a l c z y k , Vargument idéologtque...: G iorn. di m et. 23 (1968) 589; M ondadon , o . c ., p.155. 239 40. Ag.— Muy bien; y yo me alegro muchísimo de ello. Pero dime: ¿somos ya, por ventura, sabios y bienaventurados, o caminamos todavía hacia ese estado con el fin de llegar a serlo? Ev.— Más bien me parece que vamos tendiendo hacia él. Ag.— ¿De dónde te viene a ti la comprensión de estas co­ sas, de cuya verdad y certeza dices que te alegras, y que con­ cedes que pertenecen a la sabiduría? ¿Acaso un insensato pue­ de conocer la sabiduría? Ev.— Mientras sea insensato no podrá conocerla. Ag.— Pues bien, o tú eres ya sabio o no conoces aún la sabiduría. E v.-—Aún no soy sabio, es verdad; pero tampoco me ten­ go por insensato, puesto que conozco la sabiduría, ya que son ciertas estas cosas que conozco, y no puedo negar que perte­ necen a la sabiduría. Ag.-—Dime, te ruego, ¿acaso no crees tú que el que no es justo es injusto, y que es imprudente el que no es prudente, y que es intemperante el que no tiene templanza? ¿O es que se puede poner en duda alguno de estos puntos? E v.— Confieso que el hombre, cuando no es justo, es in­ justo, y lo mismo diría del prudente y del intemperante. A g.— ¿Por qué, pues, no ha de ser insipiente el que no es sabio? E v.— Confieso también que, cuando alguien no es sabio, es insipiente. A g .— Ahora bien, ¿a cual de ésos perteneces tú? E v.— Llámame com o te plazca; pero no me atrevo a lla­ marme sabio, y, sin embargo, según las concesiones que te he hecho, veo que es lógico que, sin duda alguna, me tenga por insipiente. A g.— El insipiente conoce, por consiguiente, la sabiduría, pues, como ya dijimos, no estaría cierto de que quería ser sabio, ni de que convenía serlo, si no tuviera noción de lo que es la sabiduría, com o también de aquellas cosas que per­ tenecen a la sabiduría, a las que has respondido al ser pregun­ San Agustín D el libre albedrío tado sobre cada una de ellas en particular, y de cuyo conoci­ miento te has alegrado. Ev.— Así es, com o dices. 382 42. Contempla el cielo, la tierra y el mar, y todo cuanto hay en ellos, y los astros que brillan en el firmamento, los animales que se arrastran por la tierra, las aves que vuelan por el aire y los peces que nadan en el mar, y verás que todo tiene su belleza, porque tiene sus números. Quítales éstos, y todo queda reducido a nada. ¿Dónde, pues, han de tener su origen, sino donde lo tiene el número, siendo así que en tanto tienen ser en cuanto tienen sus números? Hasta los mismos artífices de bellezas corpóreas en sus propias artes tienen sus números, conforme a los cuales eje­ cutan sus obras, y no cejan en su empeño ni en el manejo de los instrumentos hasta que la obra, que va recibiendo forma externa, llegue a alcanzar, en cuanto es posible, la perfección de ese ejemplar ideal y obtenga por medio de los sentidos ex­ ternos la aprobación del juez interno, que tiene siempre a la vista los números superiores. Si buscas después cuál es el mo­ tor de los miembros del mismo artista, verás que es el número, pues se mueven con cálculo. Y si le quitas de las manos la obra y del espíritu la intención de hacerla, de modo que la actividad de sus miembros no tenga otro fin que el placer o distracción, entonces esta actividad recibe el nombre de danza. Si deseas saber entonces qué es lo que agrada en la danza, te responderá el número: yo soy. 240 C a p ít u l o XVI La sabiduría sale al paso de los amantes que la buscan mediante los números impresos en cada cosa 381 41. A g.— ¿Qué otra cosa hacemos, cuando pone­ mos empeño en ser sabios, sino unir en cierto modo nuestra alma entera, y con todo el aliento de que somos capaces, al objeto que percibimos por la inteligencia, y fijarla allí con la mayor estabilidad posible, a fin de que no se complazca ya en su ser privado, que empañó con las cosas pasajeras, sino que, despojada de todos los afectos de las cosas sujetas al tiempo y al espacio, abrace lo que es uno e inmutable? Porque, así com o toda la vida del cuerpo es el alma, así también toda la vida del alma es Dios. Mientras esto procuramos, estamos en vías de conseguirlo, hasta que lo consigamos. Y ya que nos ha sido concedido el gozar de estos bienes verdaderos y ciertos, bien que aún no brillan sino en medio de las tinieblas del camino de esta vida, fíjate a ver si lo que dice la Sagrada Es­ critura de la sabiduría no es lo que hace con sus amantes cuando vienen a ella y la buscan. Dícese así en la Escritura: ... e n los caminos se les muestra alegremente y se hace la en­ contradiza con ellos con el mayor cuidado y atención (Sab 6,17). Adondequiera que te vuelvas, te habla por ciertos vestigios que ella ha impreso en todas sus obras, y cuando reincides en el amor de las cosas exteriores, ella te llama de nuevo a tu interior valiéndose de la misma belleza de los objetos exte­ riores, a fin de que te des cuenta de que todo cuanto hay de agradable en los cuerpos y cuanto te cautiva mediante los sentidos externos, está repleto de números, e investigues cuál sea su origen, entres otra vez dentro de ti mismo y entiendas que todo esto que llega a tu alma por los sentidos del cuerpo no podrías aprobarlo o desaprobarlo si no tuvieras dentro de ti mismo ciertas normas de belleza, que aplicas a todo cuanto en el mundo exterior te parece bello. 3 8 1 -3 8 5 C a y r é , o . c . , p .2 7 7 ; G i l s o n , Introduction... p .2 5 : P e g u e r o l e s , o .c ., p .3 6 .3 7 ; B o y e r , La preuve de Dieu..., e n Essais... p .7 2 ; J o l i v e t , La doctrine de l’iüumination... p .1 4 8 ; K o w a l c z y k , La métaphysique du bien... p .4 4 ; T h o n n a r d , o . c . , p .5 0 7 , N o ta c o m p le m . 2 2 : Un texte de la Sagesse. 383 Contempla ahora la hermosura de un cuerpo ya for­ mado: son los números ocupando su lugar. Fíjate en la her­ mosura de un cuerpo que se mueve: son los números obrando en el tiempo. Llégate al arte, de donde éstos proceden, y pre­ gunta allí por el tiempo y lugar, y no encontrarás tiempo ni espacio, sino que allí, en el arte, no hay más que números, cuya región no es la de los espacios, ni su edad la de los días, y, sin embargo, los que desean ser artistas y se atienen a las reglas del arte que van a aprender, mueven su cuerpo en el tiempo y en el espacio, y, en cambio, su espíritu se mueve sólo en el tiempo, pues únicamente andando el tiempo llegan a ser perfectos. Remóntate ahora por encima del alma del artífice hasta dar vista al número sempiterno; entonces el brillo de la sabiduría llegará a ti, partiendo de su misma sede interior y del fondo 3 8 2 B o y e r , L’idée de vérité... p .5 4 .1 1 6 .1 2 5 ; I d ., La preuve de Dieu, en p .8 2 ; C a y r é , o . c . , p .1 8 4 ; J o l i v e t , Dieu, soleil des esprits p .2 0 -2 4 ; G il so n , Introduction... p .2 5 .280 . 383 C a y r é , o . c . , p .1 8 4 ; J o l i v e t , La doctrine augustin. de Vittumination... P -162 ; T h o n n a r d , o .c ., p .2 6 9 n t . l . Essais... San Agustín D el libre albedrío del santuario de la verdad; y si aún reverbera en tu vista lán­ guida y débil, vuelve los ojos de tu mente hacia aquel camino, en el cual se mostraba alegre a tus ojos, y acuérdate de que en realidad no has hecho sino diferir una visión, que repetirás más tarde, cuando te encuentres más sano y más fuerte. del espíritu, a no ser que exista en una forma numérica, sin la cual todo se reduce a la nada, no dudes que existe una forma eterna e inmutable, en virtud de la cual estas cosas,\ que son mudables, no desaparecen, sino que con sus acompasados mo­ vimientos y la gran variedad de sus formas continúan reco­ rriendo hasta el fin los caminos de su existencia corporal; forma eterna e inmutable, en cuya virtud, sin estar contenida ni como definida en el espacio, ni prolongarse a través de los tiempos, ni sufrir alteración con el tiempo, todas las demás pueden ser formadas, y, según sus géneros, llenar y recorrer los números del espacio y del tiempo. 242 384 43. ¡Ay de aquellos que te abandonan a ti, que eres su guía, oh luz divina, y que se extravían en tus caminos; que aman tus huellas, en vez de amarte a ti misma, y que se olvidan de tus enseñanzas! ¡Oh dulcísima luz, sabiduría del alma pura! Tú no cesas, en efecto, de insinuarnos cuál es tu naturaleza y cuán grande cosa eres, y que tus huellas son la hermosura de las criaturas. Hasta el mismo artista está como diciendo al espectador y admirador de la belleza de su obra que no se detenga en ella por completo, sino que, contemplan­ d o con los ojos del cuerpo la hermosura de su obra artística, lo haga de modo que pase su afecto y amor al autor de la misma. Los que aman tus obras en vez de amarte a ti son se­ mejantes a aquellos hombres que, oyendo a un sabio de grande facundia, pierden el contenido principal de sus pensamientos, cuyos signos son las palabras que oyen, por poner demasiada atención y avidez en lo suave de su voz y en la estructura cadenciosa de los períodos. ¡Ay de los que se retiran de tu luz y se adhieren dulce­ mente a su propia oscuridad! Como si te volvieran las espal­ das, hacen asiento en las obras de la carne, com o en su pro­ pia sombra, y, sin embargo, aun lo mismo que allí les causa placer lo reciben del esplendor de tu luz. Pero las sombras, cuando se aman, causan más debilidad en los ojos del alma y la hacen más incapaz de gozar de tu vista, por lo cual tanto más y más se hunde el hombre en las tinieblas cuanto con más gusto sigue todo aquello que más dulcemente acoge su debili­ dad; y de aquí que comience a no poder ver lo que es el bien sumo y a no poder considerar como un mal lo que engaña su imprudencia, o seduce su inteligencia, o le atormenta en su es­ clavitud, bien que todo esto lo padezca en justo castigo de su perversión, y no pueda ser nunca un mal aquello que es justo. 385 44. Si, pues, todo cuanto ves que es mudable no lo puedes percibir ni por los sentidos del cuerpo ni por la atención 384 L’idée de vérité... p.124.246; G il s o n , Introduction... p.25.156; La contemplation augustinienne p.199. 385 B oyer , L’idée de vérité... p.57.113.167; T honnard , Caracteres platoniques de l’ontologie augustinienne: Augustinus magister p.325; M oran , La sín­ tesis agustiniana p.241. C ayr é , B oyer , C a p ít u l o 243 X IX Tres clases de bienes: grandes, pequeños y medianos. La libertad es uno de estos últimos 386 52. Cuando la voluntad, que es un bien de los inter­ medios, se une al bien inconmutable y común a todos, no pro­ pio de cada uno, com o es aquella verdad de la que hemos hablado largamente, sin que hayamos dicho nada digno de ella, entonces posee el hombre la vida bienaventurada, y esta vida bienaventurada, es decir, los sentimientos afectuosos del alma, unida al bien inconmutable, es el bien propio y principal del hombre. En él están contenidas también las virtudes, de las cuales nadie puede hacer mal uso. Aunque éstos sean los bie­ nes más grandes en el hombre y los primeros, ya se comprende que son, no obstante, propios de cada hombre y no comunes. He aquí, pues, cómo la verdad y la sabiduría, que son comunes a todos los hombres, nos hacen a todos sabios y bienaventu­ rados: uniéndonos a ella. Pero la bienaventuranza de un hombre no hace bienaven­ turado a otro, porque, cuando lo imita para llegar a serlo, desea serlo por los mismos medios que ve que lo es el otro, es decir, por medio de la unión a la verdad inconmutable, bien común a todos. Ni por la prudencia de un hombre se hace prudente otro hombre, ni fuerte por la fortaleza de otro, ni moderado por la templanza ajena, ni justo por la justicia de nadie, sino 386 Thonnard, o . c . , p.515, Nota com plem. 28: L’exemplarisme; G il s o n , introduction... p.169.190; J o l i v e t , Le problème du mal... p.56; V. Redaño, El problema de la libertad de San Agustín a Heidegger: Augustinus 5 (I960) 178. San Agustín D el libre albedrío que llegará a serlo conformando su alma a aquellas inconmu­ tables normas y luces de las virtudes que viven inalterablemen­ te en la misma verdad y sabiduría, común a todos, y a las cuales conformó su alma y en las cuales se fijó aquel a quien él se ha propuesto imitar como modelo de dichas virtudes. Evodio.— Veo que existe en el alma, pero no sé a quién atribuirlo. A g .— ¿Niegas que ese movimiento mueva al alma? E v.— N o lo niego. A g.— ¿Y niegas que el movimiento con el que una piedra se mueve sea movimiento de la piedra? No hablo aquí de aquel movimiento con el que la movemos nosotros o es movida por una fuerza extraña, com o cuando es lanzada hacia arriba, sino de aquel con el que por su propio peso se dirige y cae a la tierra. E v.— No niego, es verdad, que el movimiento con el que, com o dices, cae y se dirige la piedra al suelo, sea movimiento de la piedra; pero es un movimiento natural, y si el movimien­ to del alma es de este género, es indudablemente un movimiento natural, y no puede ser vituperada con razón por seguir este movimiento natural; porque, aunque para su ruina lo sigue, es impelida a ello por la necesidad de su naturaleza. Ahora bien, por lo mismo que no dudamos de que el movimiento del alma hacia el pecado sea culpable, por lo mismo debemos ne­ gar que sea natural, y, por tanto, no es semejante al movimien­ to de la piedra. A g .— ¿Hemos hecho algo de provecho en las dos anteriores disquisiciones? 387 53. La voluntad, pues, que se une al bien común e inconmutable, consigue los principales y más grandes bienes del hombre, siendo ella uno de los bienes intermedios. Pero la voluntad que se aparta del bien inconmutable y común y se convierte hacia sí propia, o a un bien exterior o inferior, peca. Se convierte hacia sí misma, como a bien propio, cuando quie­ re ser dueña de sí misma; conviértese hacia los bienes exte­ riores, cuando quiere apropiarse los bienes de otro o cualquiera cosa que no le pertenece; y a los inferiores, cuando ama los placeres del cuerpo. Y de esta suerte el hombre soberbio, cu­ rioso y lascivo entra en otra vida, que, comparada con la vida superior, más bien se ha de llamar muerte que vida, a la cual rige y gobierna, no obstante, la providencia de Dios, que pone las cosas en el lugar que les corresponde y distribuye a cada uno según sus méritos. Así resulta que ni aun aquellos bienes que anhelan los pe­ cadores son en manera alguna males, ni lo es tampoco la vo­ luntad libre del hombre, que hemos reconocido que debe cla­ sificarse en la categoría de los bienes intermedios, sino que el mal consiste en su aversión del bien inconmutable y en su con­ versión a los bienes mudables; y a esta aversión y conversión, com o que no es obligada, sino voluntaria, sigue de cerca la digna y justa pena de la miseria. LIBRO III C a p ít u l o I De dónde trae su origen el movimiento por el que la voluntad se aparta del bien inconmutable 388 2 . Agustín.— ¿Cúyo es ese movimiento que, en efec­ to, reconoces que es culpable? 3 8 7 G il s o n , Introduction... p .1 9 0 . 3 8 8 -4 2 5 C ayr é , o .c ., p .1 2 2 -1 2 4 . 3 8 8 -3 9 0 G i l s o n , Introduction... p . 1 9 0 .1 9 1 ; nienne de l’illumination... p .1 6 8 . Jo l iv e t , La doctrine augusti- 245 Ev.— Sí, por cierto. 389 A g.— Creo, pues, que te acordarás de que en la pri­ mera queda suficientemente evidenciado que ninguna cosa pue­ de hacer el alma esclava de la pasión sino su propia voluntad, porque no puede ser obligada, decíamos, ni por una voluntad su­ perior ni por una igual a ella, porque esto es injusto; ni por una inferior, porque es impotente para ello. No resta, por tanto, sino que sea propio de la voluntad aquel movimiento por el que ella aparta del Creador su voluntad para entregarla a las criaturas; el cual, si es culpable— la sola duda de que lo sea te ha parecido ridicula— , ciertamente no es natural, sino voluntario. Por lo demás, es semejante al que hace caer la piedra a la tierra en que, así como éste es propio de la piedra, así aquél es propio del alma; pero se diferencia en que la pie­ dra no tiene en su mano el impedir el movimiento por el que es arrastrada hacia abajo, mientras que el alma, com o no quie­ ra, nadie la obliga a moverse, de forma que tenga que preferir 389 S. du mal... A g u s tín , p.51.52. De libero arbitrio 1.1 c .ll n .2 1 (349); J o liv e t, Le probléme 246 San Agustín D el libre albedrío los bienes inferiores a los superiores; y he aquí por qué el movimiento de la piedra es natural y el del alma voluntario. 390 Por esta razón, si alguien dijere que la piedra peca porque por su natural inclinación tiende hacia la tierra, no diría de él que es más estólido que la piedra, sino simplemente que es un mentecato. A l alma la acusamos de pecado cuando vemos claramente que a los bienes superiores antepone el goce de los inferiores. Por lo cual, ¿qué necesidad hay de investigar de dónde procede este movimiento por el que la voluntad se aparta del bien inconmutable para entregarse a los bienes pasajeros, reconociendo, com o reconocemos, que es un movimiento pro­ pio del alma, y además voluntario, y por eso culpable, y que todas las normas prácticas sobre esta materia nos advierten que, después de haber condenado y reprimido este mal movi­ miento, apartemos nuestra voluntad de las cosas temporales y la orientemos al goce del bien sempiterno? 391 3. Ev.— V eo, y hasta cierto punto palpo, y com ­ prendo que es verdad lo que dices; porque nada hay, en efecto, que sienta yo tan firme e íntimamente como que tengo volun­ tad propia y que por ella me muevo a procurar el goce de alguna cosa. Y en realidad de verdad no encuentro qué cosa pueda llamar mía, si no es mía la voluntad por la que quiero y no quiero. Por lo cual, ¿a quién sino a mí ha de atribuirse el mal que hago por mi propia voluntad? Habiéndonos hecho Dios, y no pudiendo hacer nosotros bien alguno sino por me­ dio de la voluntad, es evidente que para esto principalmente nos ha sido dada por nuestro buen Dios. Si el movimiento por el que la voluntad se dirige a una u a otra parte no fuese voluntario y no estuviese en nuestro poder, no sería el hombre ni digno de alabanza ni de vituperio cuando, por decirlo así, girase sobre el quicio de su voluntad hacia los bienes superiores o hacia los inferiores; ni debería tampoco aconsejársele para que, dando de mano a los bienes inferiores, procurase alcanzar los eternos, ni que cambiara la voluntad de vivir mal por la de vivir bien. Pero el que opina que al hombre no deben aconsejársele estas cosas, merece ser excluido del número de los hombres. 390 Jo l iv e t , Le problème du mal... p.51.52.53; T honnard , o .c ., p.490, Nota complem. 9: Les pélagiens et le «De libero arbitrio». 391 B gyer , L’idée de vérité... p.144; Jo l iv e t , Le problème du mal... p.45; A. V e r g e z , San Agustín y la filosofía cristiana: Augustinus 19 (1974) p.6. C a p ít u l o 247 II D e cómo la presciencia de Dios no anula la voluntad de los que pecan, cuestión que trae preocupados a muchos 392 4. Siendo esto así, estoy, sin embargo, sumamente preocupado, porque no acierto a comprender cóm o puede ser que Dios conozca de antemano todos los futuros y que, no obs­ tante, no pequemos por necesidad. Porque decir que las co­ sas pueden suceder de otro modo distinto de com o Dios las prevé, es intentar destruir la presciencia de Dios con tanta impiedad como locura. Por lo cual, si Dios previo que el primer hombre había de pecar, lo que no puede menos de conceder cualquiera que crea conmigo que Dios tiene presciencia de todos los futuros, si así es, como no cabe dudarlo, no digo por eso que Dios no debió haber creado al hombre, pues lo creó bueno, y en nada se puede oponer a la acción de Dios el pecado del hom­ bre, a quien él mismo creó en toda su bondad; más todavía: en el cual mostró su bondad al crearlo, su justicia al castigarlo y su misericordia en redimirlo. No digo, pues, que no debiera haber hecho al hombre, sino que, por lo mismo que Dios ha­ bía previsto que había de pecar, era de necesidad que sucediera lo que Dios había previsto que sucedería. ¿Cóm o, pregunto yo ahora, puede darse la libertad de la voluntad donde tan evidente e inevitable es la necesidad? 393 5. A g.— Has llamado con insistencia y fuertemente. Que la misericordia de Dios nos asista y abra sus puertas a los que llamamos con tanta insistencia. Si esta cuestión atormenta a la mayor parte de los hombres, no es por otra causa, según creo, sino porque no inquieren piadosamente, y porque son más diligentes en excusar sus pecados que en confesarlos. Otros admiten voluntariamente y de buen grado que la Providencia divina no preside los acontecimientos humanos, y así, abandonando al destino sus cuerpos y sus almas, se entre­ gan a toda suerte de vicios, que los malhieren y despedazan. Niegan la justicia divina, burlan la humana y pretenden re­ chazar a sus acusadores al amparo de la fortuna, la que, no obstante, acostumbran a presentar y pintar com o ciega, o con el fin de tenerse por mejores que esta misma fortuna, por la 392 393 R omeyer , Trots problèmes B oyer , L’idée de vérité... de philosophie... p.231. p.248. San Agustín D el libre albedrío cual se creen gobernados, o para confesar que ellos sienten y dicen estas cosas porque son no menos ciegos que ella. Y no conceden que sea un absurdo el que ellos hagan todas estas cosas obligados por el hado, cuando al obrar caen en tales demencias. Pero en contra de esta opinión tan errónea, tan loca e in­ sensata, creo que hemos dicho lo bastante en nuestra segunda conversación. Otros, aunque no se atreven a negar la providencia de Dios en la vida humana, prefieren, sin embargo, creer, por un error abominable, que es impotente, injusta y perversa, antes que confesar sus pecados con piedad suplicante. Ev.— Sí, soy su criatura, y mi dicha se realizará en mí. A g.— Así, pues, por disposición de Dios, tú llegarás a ser dichoso, no por voluntad propia, sino por necesidad. E v.— Su voluntad es para mí una necesidad. A g .— Tú llegarás, por consiguiente, a ser bienaventurado a la fuerza. E v.— Si en mi mano estuviera el ser bienaventurado, lo sería desde ahora; lo quiero desde ahora mismo, y no lo soy porque no soy yo quien me hace dichoso, sino él. 248 394 Todos éstos, si se dejaran aconsejar, es indudable que, al pensar en este ser óptimo, justísimo y poderosísimo, creerían sin dificultad que la bondad, la justicia y potencia de Dios es mucho mayor que todo lo que ellos pueden pensar, y, considerándose a sí mismos, entenderían que deberían dar gracias a Dios aun en el caso de que hubiera querido darles un ser inferior al que tienen, y con todo su corazón y con todas las fuerzas de su alma clamarían: Y o dije, Señor, ten misericordia de mi; da la salud a mi alma, porque pequé con­ tra ti (Sal 40,5). Así, serían conducidos a la sabiduría por las vías ciertas e infalibles de la divina misericordia, y de tal suer­ te que, ni envanecidos por los nuevos conocimientos ni abati­ dos por lo que aún ignoran, quedarían más capacitados para ulteriores conocimientos en virtud de los adquiridos, y, reco­ nociendo su ignorancia, procederían con más cautela en las nue­ vas investigaciones. Mas en cuanto a ti, que, según creo, no dudas de ninguna de estas verdades, mira cuán fácilmente voy a responder a cuestión tan magna com o la que has propuesto, tan pronto como tú me hayas contestado a las pocas cosas que te voy a preguntar. C a p ít u l o III La presciencia de Dios no nos obliga a pecar, es decir, no quita la libertad al pecador 395 7. Ag.-— Dime, te ruego, ¿acaso no eres tú su cria­ tura, o tu dicha no se realizará en ti? 394 395 p.332 nt.l. P e guer oles , o .c ., p.129; Jo l iv e t , Le probléme du mal... p.47; T honnard , o .c ., p.490, Nota complem. 9: Les pélagiens et le «De libero arbitrio». T honnard , o . c ., 249 A g .— Has expresado fielmente la verdad. N o podemos, en efecto, tener la convicción de que está en nuestro poder sino aquello que hacemos cuando queremos hacerlo. Por lo cual nada está tanto en nuestro poder com o nuestra misma voluntad, pues ella está dispuesta a la ejecución sin demora absoluta­ mente ninguna en el mismo instante en que queremos. De aquí que con razón podamos decir que envejecemos por necesidad y no por voluntad, e igualmente que morimos por necesidad, no por voluntad, y así de otras cosas semejantes; pero ¿quién, si no es un loco, se atreverá a decir que no queremos volunta­ riamente lo que queremos? 396 Por lo cual, aunque Dios conozca de antemano todos los actos de nuestra voluntad, no se sigue, sin embargo, que queramos alguna cosa sin voluntad de quererla. Lo que has di­ cho de la felicidad, de que no llegabas tú a ser feliz por ti mis­ mo, lo dijiste como si yo lo negara: no lo niego, sino que digo que, cuando llegues a ser feliz, lo serás, no contra tu voluntad, sino queriéndolo tú. Así, pues, siendo Dios conocedor de tu felicidad futura y no pudiendo ser de otro m odo de com o él lo conoce, de lo contrario no tendría presciencia, no por eso nos vemos obligados a pensar lo que sería un absurdo enorme y muy distante de la verdad, a saber: que tú has de ser bien­ aventurado sin quererlo. Pues bien, así com o tu voluntad de ser feliz, cuando co­ mienzas a serlo, no anula la presciencia de Dios, que es indubi­ table hoy, com o siempre, respecto de tu felicidad futura, del mismo modo, si el día de mañana has de realizar voluntaria­ mente un acto culpable, no porque Dios lo vea de antemano dejará de ser un acto voluntario. 397 8. Considera ahora, te ruego, cuán ciega e irracio­ nalmente se suele decir: Si Dios ha previsto los actos futuros de mi voluntad, tengo que querer necesariamente lo que él ha previsto, porque nada puede ser de otro modo de com o él lo ha San Agustín D el libre albedrío previsto; y si es necesario que lo quiera, hay que confesar que lo quiero por necesidad y no por elección de mi libre albedrío. ¡O h demencia singular! ¿Cóm o podría explicarse que no pue­ da suceder de otro modo de com o Dios lo ha previsto si la voluntad no fuera la misma que él ha previsto que debía de ser? No quiero hacer mención de aquel otro igualmente mons­ truoso delirio que poco antes te indiqué, a saber: que el mismo hombre que dice: Es ineludiblemente necesario que yo quiera esto, trate, no obstante, de suprimir la voluntad, supuesta la necesidad del querer. Porque, si es necesario que quiera, ¿de dónde puede proceder su querer si no tiene voluntad? él lo ha previsto, y que, no obstante la presciencia de nuestros pecados, nuestra voluntad no deja de ser libre ni de estar siempre en nuestro poder. 250 398 Mas si no ha querido decir esto, sino que, al decir que el acto de voluntad es necesario, ha querido significar que su voluntad no depende de él, en ese caso se le refuta con lo que tú mismo respondiste cuando te pregunté si tú no serías dichoso sin quererlo, pues me contestaste que ya serías dichoso si estuviera en tu mano el serlo; dijiste que querías, pero que aún no podías serlo. Y o repuse entonces que habías dicho una gran verdad, y con razón, porque no podemos negar que tene­ mos este poder sino en el caso de no poder tener lo que quere­ mos. Pero cuando queremos, si realmente no hay voluntad de querer, es que realmente no queremos. Ahora bien, si cuando queremos es imposible no querer, los que quieren una cosa tienen voluntad, y, sin embargo, ninguna cosa está en su poder sino aquello que tienen, cuando lo quieren tener. Nuestra vo­ luntad, por consiguiente, no sería nuestra si no estuviera en nuestro poder. Y por lo mismo que está en nuestro poder, por eso es libre, pues es claro que no es libre lo que no está en nuestro poder o que, estándolo, puede dejar de estarlo. He aquí cóm o, sin negar la presciencia divina de todas las cosas que han de suceder, es posible que nosotros queramos libremente lo que queremos. Dios tiene presciencia de nuestra voluntad, y tal será cual él la prevé; y será una voluntad o acto libre, porque Dios así lo ha previsto; y, por otra parte, no sería voluntad nuestra si no estuviera en nuestro poder. Luego también Dios tiene presciencia de nuestro poder. En fin, no queda anulada nuestra libertad por la presciencia divina; al contrario, es más cierta, porque aquel cuya presciencia no se engaña previo que seríamos libres. Ev.— He aquí que desde ahora mismo admito que es nece­ sario que suceda todo cuanto Dios ha previsto y tal y com o C a p ít u l o 251 IV La presciencia de Dios no obliga a pecar, y, por tanto, justamente castiga Dios los pecados 399 9. A g.— ¿Qué es, pues, lo que aún te tiene perple­ jo ? ¿Es que, olvidado quizá de las conclusiones de nuestra primera discusión, vas a negar que pecamos por nuestra propia voluntad, sin que a ello nos pueda obligar ser alguno, ni supe­ rior, ni inferior, ni igual a nosotros? E v.— No me atrevo a negar ninguna de estas cosas; pero confieso ingenuamente que aún no veo cóm o no están en con­ tradicción estas dos cosas: la presciencia divina de nuestros pe­ cados y nuestra libertad de pecar. Es de necesidad confesar, es verdad, que Dios es justo y previsor; pero querría saber con qué justicia castiga los pecados, que es necesario que se cometan, o cómo no sucede necesariamente lo que previo que había de suceder, o cóm o no se ha de imputar al Creador cuan­ to es de necesidad que suceda en su criatura. 400 10. Ag.— ¿Por qué te parece a ti que es incompa­ tible nuestra libertad con la presciencia de Dios: porque es pres­ ciencia o porque es presciencia de Dios? E v.— Más bien porque es presciencia de Dios. A g.— ¿Qué pasaría si tú previeras que alguien había de pecar: no sería necesario que pecara? Ev.-— Sí, sería necesario que pecara; de lo contrario no habría presciencia de parte mía, al no prever cosas indefectibles. Ag.— En ese caso, es necesario que suceda lo que Dios ha previsto que sucederá, no porque sea presciencia de Dios, sino únicamente por la razón de ser presciencia, ya que, de no ser las cosas ciertas, sería ciertamente nula. E v.— De acuerdo; pero ¿a qué viene esto? A g.— Porque, si no me engaño, tú no obligarías a pecar a nadie por el simple hecho de que previeras que había de pecar, ni tu presciencia le obligaría a pecar, aunque, sin duda, habría de pecar, pues de lo contrario no preverías que había de cometer tal pecado. Así, pues, com o no se oponen estas dos cosas, a saber, el que por tu presencia conozcas lo que otro San Agustín D el libre albedrío ha de hacer por su propia voluntad y el hecho de obrar él libremente, así Dios, sin obligar a nadie a pecar, prevé, sin embargo, quiénes han de pecar por su propia voluntad. cia, ocupa un lugar intermedio la que por la humilde peni­ tencia vuelve a recuperar su alta dignidad. 252 401 11. ¿Por qué, pues, no ha de castigar com o justo juez el mal, que no obliga a cometer, no obstante de conocerlo de antemano, com o sapientísimo previsor? Así com o tú con tu memoria de las cosas no obligas a ser a las cosas que ya fueron, del mismo modo Dios no obliga a que se haga lo que real­ mente se ha de hacer. Y así com o tú te acuerdas de algunas cosas que has hecho y, no obstante, no has hecho todo aquello de que te acuerdas, así también Dios prevé todas las cosas, de las que él mismo es el autor, y, no obstante, no es él el autor de todo lo que prevé. Pero de las cosas de las que no es malhe­ chor es, sin embargo, justo vengador. De aquí puedes entender ya por qué razón o con qué justi­ cia castiga Dios los pecados: es porque no es él el autor del mal futuro que prevé. Si por el hecho de que prevé que los hombres han de pecar no los hubiera de castigar, tampoco de­ bería premiar a los que obran bien por la misma razón, o sea, porque también prevé que han de obrar bien. Pero no, todo lo contrario; confesemos que es propio de su presciencia el no ignorar nada de cuanto ha de suceder, y propio de su justicia el no dejar impune el pecado en su juicio, precisamente porque es cometido por la voluntad libre, y que la presciencia no obliga a nadie a pecar. C a p ít u l o V Debemos alabar a Dios por haber dado el ser aun a las cria­ turas que pecan voluntariamente, y que son, por lo mismo, desgraciadas 402 15. Esta sublime criatura, gozando perpetuamente de su Creador, se halla en posesión de aquella su eterna bien­ aventuranza, que mereció por su inquebrantable voluntad de permanecer siempre unida a la justicia. Ocupa después el segun­ do lugar de preferencia dentro del orden el alma pecadora, que ha perdido, sí, la bienaventuranza por el pecado, pero que no ha perdido aún el poder de recuperarla, y la cual supera, sin duda alguna, en excelencia a aquella otra cuya voluntad está ya fija en el pecado. Entre esta última y aquella primera, que tiene una voluntad inquebrantable de no separarse de la justi­ 253 Pues Dios no ha privado de la largueza de su bondad, de modo que prefiera no crearla, ni aun a aquella criatura que previo que no sólo había de pecar, sino que había de perma­ necer firme en la voluntad de pecar. Porque así com o es mejor un caballo que se desvía del camino que una piedra que no se desvía, porque carece de sentido y de movimiento propio, así también es más excelente la criatura que peca por su propia y libre voluntad que aquella otra que es incapaz de pecar por carecer de voluntad libre. Y así com o yo alabaría un vino bueno en su género y vituperaría al hombre que se hubiera embriagado con él, y, no obstante, apreciaría al hombre a quien había censurado, aun en el caso de perdurar la embriaguez, más que al buen vino con el que se había embriagado, así también deben ser alabadas las criaturas según el grado de perfección que les corresponde en la escala de los seres, y vituperados los que, abusando de ellas, se alejan de la percepción de la verdad, aunque, por otra parte, por corrompidos y embriagados que estén, han de ser preferidos a las mismas criaturas, laudables en sí mismas, y cuyo amor les desvaneció, no por lo que tienen de viciosos, sino por la excelencia de su naturaleza. f 403 16. Y así, pues que toda alma es mejor que cual­ quier cuerpo, y cualquier alma pecadora, por mucho que haya descendido, no llega a convertirse jamás en cuerpo, ni pierde en absoluto aquella perfección por la cual es alma, y, por tanto, no pierde tampoco por ningún concepto aquella perfección por la que es superior a los cuerpos, entre los que el más exce­ lente es la luz, síguese que la última o más abyecta de las almas debe anteponerse al más excelente de los cuerpos, y que, aunque pudiera darse el caso de que un cuerpo determinado pudiera anteponerse al cuerpo al que se halla unida natural­ mente el alma, no obstante, no puede darse jamás el caso de que cuerpo alguno deba preferirse a ninguna alma. ¿Por qué razón, pues, no se ha de alabar a D ios? ¿Por qué no se le han de tributar las más dignas e inefables alabanzas por haber creado no sólo las almas que habían de ser constan­ tes en la observancia de las leyes de la justicia, sino también otras muchas que previo habían de pecar, y otras que no sólo habían de pecar, sino que habían de perseverar en su pecado, siendo así que aun éstas son de condición más noble que todas aquellas criaturas que no pueden pecar por carecer de voluntad San Agustín D el libre albedrío racional y libre? Más aún: estas mismas almas impenitentes son más nobles y excelentes que cualquier esplendidísimo ful­ gor de cualesquiera cuerpos, al que muchos hombres han tri­ butado honores divinos, considerándolo, bien que muy equi­ vocadamente, com o la sustancia del Dios sumo y verdadero. Ahora bien, en el mundo de los seres corpóreos, desde las mismas masas siderales hasta el número de nuestros cabellos, se halla tan gradual y maravillosamente ordenada la bondad y perfección de todas las casas, que sería una estulticia decir: ¿qué es esto?, ¿a qué viene esto?, porque todo ha sido creado en el orden que le corresponde. ¿Cuánta mayor necedad no será decirlo respecto de cualquier alma, que, por más que haya degenerado de su nativa hermosura y caído en cualquier de­ fecto, estará siempre, sin duda alguna, muy por encima de la excelencia de todos los cuerpos? corregirlos, o los aguantan y toleran pacientemente hasta que ellos mismos los corrijan. 254 404 17. De un modo aprecia la razón las cosas y de otro muy distinto las aprecia la utilidad. La razón las juzga a la luz de la verdad, para así poder subordinar justamente las inferiores a las superiores. La utilidad se inclina, las más de las veces, del lado de las ventajas que proporcionan las cosas, y así se explica que, a veces, aprecia más lo que la razón demuestra que es inferior. Por ejemplo, siendo verdad que la razón ante­ pone con mucho los cuerpos celestes a los terrestres, no obs­ tante, ¿quién de los hombres carnales no preferiría que llega­ sen a faltar varias estrellas en el firmamento antes que un ar­ busto de su campo o una vaca de su vacada? Pero, así como los hombres de mayor edad no toman en cuenta para nada el juicio que los niños hacen de las cosas, o esperan paciente­ mente a que el tiempo los corrija, pues los niños prefieren a la de su pájaro la muerte de cualquier hombre, si se exceptúa la de algunos, cuyo amor forma sus delicias, y mucho más si se trata de un hombre terrible y su pájaro es hermoso y cantador, así también aquellos hombres que por el adelanto de su alma han llegado a la sabiduría, cuando se encuentran con hombres que, no sabiendo apreciar las cosas por la razón, alaban a Dios en las criaturas inferiores, porque las encuentran más acomo­ dadas al modo de ser de sus sentidos corporales, pero que, tratándose de las superiores y más excelentes, unos no le ala­ ban, o le alaban menos de lo justo; otros tienen la osadía de censurarlo o la pretensión de corregir su obra, y parte, final­ mente, no creen que sea él su Creador, o desprecian en abso­ luto los juicios de semejantes hombres, si es que no consiguen C a p ít u l o 255 VI Nadie podrá decir con razón que quiera más no ser que ser desgraciado 405 18. Siendo esto así, tan lejos está de la verdad el pensar que se deben imputar al Creador los pecados de las criaturas, no obstante ser necesario que suceda lo que él ha pre­ visto, com o lejos lo estabas tú al proclamar la imposibilidad de ver cóm o no imputarle lo que sucede en su criatura sin que pue­ da no suceder. Y o, por el contrario, no veo, ni puedo ver, y ade­ más afirmo que es imposible que haya manera alguna de impu­ tar a Dios lo que es necesario que suceda en la criatura, pero de tal modo necesario, que deje intacta la voluntad libre del pecador. Si alguien me dijere: Más querría no ser que ser desgracia­ do, le respondería inmediatamente: Mientes, porque ahora mis­ mo eres un miserable y, sin embargo, por ninguna otra razón quieres no morir sino porque quieres ser; y así, no queriendo ser miserable, quieres, no obstante, ser. Da, pues, gracias a Dios porque eres, a fin de que dejes de ser lo que eres en contra de tu propia voluntad, porque, si eres ingrato respecto de tu voluntaria existencia, con razón te ves obligado a ser lo que no quieres, o sea, miserable. Pues bien, por el hecho de que, a pesar de ser miserable, tienes lo que quieres, alabo yo la bondad del Creador, y por el hecho de que, por ser tú ingrato, padeces lo que no quieres, alabo la justicia del Ordenador. 406 19. Si alguien replicare diciendo: N o quiero morir, precisamente porque prefiera ser miserable a no ser en absolu­ to, sino para no ser eternamente miserable después de la muer­ te, le responderé: Si esto es injusto, no lo serás; mas si es jus­ to, entonces alabemos a aquel por cuya determinación lo serás. Si insistiere diciendo: ¿Cóm o sabré yo que, si esto es justo, no seré miserable?, le contestaré: Porque, si tú dependes de tu propia voluntad, o no serás miserable o justamente lo serás si te conduces injustamente. Por el contrario, si quieres y no puedes conducirte justamente, entonces no eres dueño de ti mismo, y en este caso, o no estás bajo la potestad de nadie o estás bajo la potestad de otro; si lo primero, o no lo estás San Agustín D el libre albedrío en contra de tu voluntad o no lo estás porque quieres no es­ tarlo; pero tú no puedes ser cosa alguna involuntariamente si no hay alguna fuerza que te obligue a serlo, y es claro que nin­ guna fuerza puede coaccionar al que no esta sujeto a nada ni a nadie. Mas si de tu propia voluntad no te hallas bajo la potestad de nadie, entonces la razón dice que eres dueño de ti mismo, y en ese caso, sea porque, conduciéndote mal, te haces justamente desgraciado, sea porque voluntariamente eres lo que quieres ser, tienes de todos modos motivos para dar gracias a la bondad del Creador. Y si no eres dueño de ti mismo, es porque estás en poder de otro, o más poderoso que tú o menos. Si es menos, tuya es la culpa y justa la desgracia, porque podrías sobreponerte al que es más débil que tú si quisieras. Pero si, siendo tú más débil, estuvieras en poder de otro más fuerte que tú, de ningún modo podrías juzgar razonablemente com o injusta tan sabia ordenación. Por esto mismo te dije con muchísima razón: si esto, es decir, el que seas miserable, es injusto, no lo serás; mas si es justo, entonces alabemos a aquel por cuya disposición lo eres. la misma existencia, pues la prefieren no menos los miserables que los bienaventurados. Si consideras bien esto, verás que en tanto eres desgraciado en cuanto que no te acercas al sumo ser, y que en tanto juzgas que es preferible que alguien no sea a que sea miserable, en cuanto no ves al que es el ser por excelencia, y verás que, no obstante, tú quieres ser, porque has recibido el ser de aquel que es el ser sumo. 256 C a p ít u l o V I I La existencia es amada aun por los mismos desgraciados, porque la tienen de aquel que es el sumo ser 407 20. Si todavía insistiera diciendo: Aun siendo des­ graciado, quiero más ser que no ser en absoluto, por la razón de que actualmente soy; pero si antes de existir hubiera podido elegir, entonces hubiera preferido el no ser a ser miserable. El temer yo ahora dejar de ser, a pesar de ser miserable, es efecto de mi misma miseria, en virtud de la cual ni quiero lo que de­ bería querer, pues debería querer más no ser que ser miserable. Ahora confieso que prefiero ser, aun siendo miserable, a no ser nada; pero con tanta más sinrazón quiero esto cuanto soy más miserable, y tanto más miserable soy cuanto con más claridad veo que no debía haber querido serlo. En este caso le respon­ dería: Mira no te equivoques en aquello precisamente en que tú crees estar más seguro; porque si fueras dichoso, sin duda que más querrías ser que no ser, y siendo al presente misera­ ble, quieres más ser, aun siendo miserable, que no ser en abso­ luto, siendo así que no quieres ser miserable. Considera, pues, en cuanto puedas, cuán grande bien sea 257 408 21. Si quieres, pues, evitar la miseria, ama en ti esto mismo que es para ti la razón de querer ser, porque cuanto más y más quieras ser, tanto más te aproximarás al que es ser por excelencia, y dale gracias ahora por ser lo que actualmente eres; porque, aunque eres inferior a los bienaventurados, eres, no obstante, superior a las cosas, que son incapaces de tener ni siquiera el deseo de la felicidad, muchas de las cuales son, sin embargo, alabadas aun por los mismos desgraciados, bien que todas las cosas por el solo hecho de ser merecen justamen­ te ser alabadas; porque por lo mismo que son, son buenas. Así, pues, cuanto más amares el ser, tanto más desearás la vida eterna y con tantas más ansias desearás ser formado de manera que tus deseos no sean temporales, ni injustos, por causa del amor de las cosas temporales, ni causados por el amor de ellas; porque estas cosas temporales antes de ser no son, y cuando son, dejan de ser, y cuando dejan de ser, ya ño son. Así que mientras son futuras aún no son, y cuando han pasado ya, tampoco son. ¿Cómo, pues, conseguir tener de modo estable aquellas cosas, en las que el comenzar a ser es idéntico al caminar hacia el no ser? El que ama el ser aprecia estas cosas en cuanto que son y en lo que son; pero pone su amor en el ser, que siempre es. Si es inconstante en el amor de las cosas temporales, se afirmará en el amor del ser eterno; si flaquea en el amor de las cosas transeúntes, se estabilizará en el amor del ser permanente, y será constante, y llegará a alcanzar el mismo ser que deseaba cuando temía no ser y no podía estar firme, hallándose encadenado, com o se hallaba, por el amor de las cosas temporales. 409 No te aflijas, pues, sino, al contrario, alégrate, y mu­ cho, de que prefieras ser, aun siendo miserable, a no ser por el hecho de ser miserable; porque si a este comienzo del amor al ser continúas añadiéndole más y más amor al ser, te asen­ taras en el que es el ser por esencia, y así te guardarás de contraer ninguno de aquellos defectos por los que pasan al no ser los seres inferiores, aniquilando consigo las fuerzas y ser Los filósofos medievales 1 9 258 San Agustín del amante. De donde resulta que a quien prefiere no ser a ser miserable, por lo mismo que no puede dejar de ser, no queda más remedio que ser miserable. Pero aquel cuyo amor al ser es mayor que su odio al ser miserable, uniéndose por amor a lo que ama, va excluyendo lo que aborrece, y cuando co­ mienza a ser perfecto, con la perfección que corresponde a su ser, dejará de ser miserable. C a p ítu lo V III Nadie prefiere el no ser, ni aun aquellos que se suicidan 410 23. No obstante, expondré, en cuanto me sea po­ sible, mi pensamiento sobre toda esta cuestión. A mi modo de ver, nadie que se suicida, o que de alguna manera desea morir, está convencido de que después de la muerte no será nada, aun­ que hasta cierto punto opine que sí, que no será nada; porque, en efecto, la opinión tiene su fundamento en el error o en la verdad en que se halla el que raciocina o cree, mientras que el sentimiento se funda o en el hábito o en la naturaleza. Que puede darse el caso de que, respecto de cualquiera cosa, uno sea nuestro modo de opinar y otro muy distinto nuestro sen­ timiento íntimo, fácilmente se colige de que en la mayor parte de los casos estamos íntimamente convencidos de que debemos hacer una cosa y, sin embargo, nos place hacer todo lo con­ trario. Y a veces está más en lo cierto el sentimiento íntimo que la opinión, si ésta procede de un error y aquél de la natura­ leza, como cuando un enfermo siente, por ejemplo, gran placer en beber agua fresca, la cual cree, sin embargo, que le hará daño si la bebe. A veces está más en la verdad la opinión que el sentimiento, como cuando el enfermo da crédito al medico, que dice que el agua fresca le hará daño, cuando realmente se lo hace, no obstante de bebería con gusto. Hay ocasiones en que están en lo cierto así el sentimiento como la opinión, y es cuando lo que beneficia, no sólo se cree que beneficia, sino que también se toma con gusto; y hay otras en que a ambos acompaña el error, como es, por ejemplo, cuando se cree que hace bien lo que perjudica, y además nos complace­ mos deliberadamente en ello. Pero la opinión recta suele co­ rregir la mala costumbre, y la opinión falsa suele depravar los buenos sentimientos. Tanta es la fuerza e influencia de la autoridad e imperio de la razón. B el libre albedrío 259 411 Cuando alguien cree que después de la muerte no será nada, y, no obstante, se ve com o impelido por molestias inaguantables a desearse la muerte con toda su alma, y deter­ mina dársela y, en efecto, se suicida, tiene la opinión errónea de un completo aniquilamiento, y su sentimiento es el de un deseo natural de quietud o permanencia. Ahora bien, lo que es permanente no puede ser nada; al contrario, tiene más rea­ lidad aún que lo inestable. La inestabilidad es causa de afectos tan opuestos que mutuamente se excluyen. La permanencia, por el contrario, goza de aquella constancia en la que se en­ tiende perfectamente lo que significamos cuando decimos: es. Y, por consiguiente, todo aquel deseo de morir que se halla en la voluntad no tiene por fin el llegar al aniquilamiento del que muere, sino llegar al descanso. De aquí que aun creyendo, contra toda verdad, el que desea morir, que ha de dejar de ser, desea, no obstante, y con deseo natural, la quietud, esto es, desea ser una realidad más perfecta,. Por lo cual, así como es del todo imposible que el no ser agrade a nadie, así tam­ bién es imposible que haya nadie que sea ingrato a la bondad de su Creador, por el hecho precisamente de haberle dado el ser. C a p ítu lo IX La infelicidad de las almas pecadoras contribuye a la perfección del universo 412 24. Si alguien me dijere que no era difícil ni traba­ joso a la omnipotencia de Dios ordenar todas las cosas que hizo de tal modo que ninguna criatura pudiera llegar a ser misera­ ble, porque esto ni es imposible al omnipotente ni se opone a su bondad, le diría: El orden de las criaturas discurre, desde la más excelsa hasta la más ínfima, por grados tan atinados que demostraría no verlo con buenos ojos el que dijera: Esta no debía ser así; y lo mismo el que dijere: Esta debería ser así. Porque, si quiere que sea como es la superior, así lo es ya ésta, y es tal que no conviene añadirle más, porque es perfecta; y el que dijere: También ésta debía ser como aquélla, o es que quiere añadir perfección a la que es ya perfecta, y entonces sería inmoderado e injusto, o quiere hacer desaparecer a la tnas imperfecta, y entonces es malo y envidioso. 411 B o y e r , L’idée de 412 P é p in , o . c . , p .8 7 ; Hno p .8 6 . vérité... B oyer , p .2 1 7 .2 2 2 . L’idée de vérité... p . 1 4 1 .1 5 0 : I d ., Sant’Agos- San Agustín D el libre albedrío Y si un tercero dijere: Esta que es no debía ser, con todo sería malo y envidioso, al no querer que exista aquélla, por­ que se ve obligado a alabar aun a las que son inferiores. Es com o si dijera, por ejemplo, que no debía existir la Luna, porque se ve obligado a confesar, so pena de negarlo estultí­ sima y pertinazmente, que también la claridad de la linterna, aunque muy inferior a la de la Luna, es, no obstante, hermosa en su género, conveniente en las tinieblas de la noche, útil para los usos comunes y, por todas estas razones, y dentro de los justos límites, ciertamente laudable. ¿Cómo, pues, se atre­ verá a decir con razón que no debería existir la Luna el que, si dijera que no debía haber linternas, él mismo se convencería de que debía ser tratado de loco? Y si no dice que no debía existir la Luna, sino que debía haber sido hecha tal y com o es el Sol, no se da cuenta de que, hablando así, lo que realmente dice es que no debía existir la Luna, sino dos soles; en lo cual padece un doble error, consistente el primero en que quiere añadir perfección a las cosas que son ya perfectas en su natu­ raleza, al desear la existencia de otro Sol, y el segundo, en que quiere quitársela, al pretender que no exista la Luna. convencerte de que la miseria que en ellas lamentas pone de manifiesto cóm o contribuyen a la perfección del universo esas mismas almas, que necesariamente deberán ser desgraciadas, porque voluntaria y libremente quisieron ser pecadoras. Y tan lejos está de la verdad el decir que Dios no debía haberlas hecho tales, cuanto lo está el decir que no debe ser alabado por haber dado el ser a otras criaturas mucho más inferiores aún que las almas pecadoras y desgraciadas. 260 413 25. Quizá dirá, a propósito de este ejemplo, que no se lamenta de la existencia de la Luna, pues aunque su claridad es menor, no por eso es miserable; sino de la existencia de las almas, y no precisamente por su falta de luz, sino por su estado de desgracia. Sea; mas piense que si la opacidad de la Luna no es una desgracia, tampoco la claridad del Sol es en él una felicidad; porque, aunque sean cuerpos celestes, son, no obstante, cuer­ pos, en orden a esta luz, que impresiona nuestros ojos cor­ porales. Y ningún cuerpo, como cuerpo, puede ser ni dichoso ni desdichado, bien que puedan ser cuerpos de seres felices o infelices. Pero la semejanza tomada de los astros nos enseña que, así como al contemplar las diferencias de los cuerpos obrarías in­ justamente si, viendo que unos son más esplendentes que otros, pretendieras suprimir los que son más opacos o pretendieras igualarlos a los más claros; pero, refiriendo todas las cosas a la perfección del conjunto, cuanto más variadas son las dife­ rencias, tanto más claramente ves la realidad de todas y cada una, y ni se te ocurre que haya perfección universal sino donde los seres más perfectos coexisten con los menos perfectos, así también conviene que veas las diferencias que existen entre las almas desde este mismo punto de vista, y terminarás por 261 414 26 Pero, pareciéndole poco inteligible lo que acabo de decir, tiene aún que reponer diciendo: Si nuestra desgracia contribuye a la perfección del universo, hubiera faltado algo a esta perfección en el caso de que todos fuéramos bienaven­ turados para siempre. Por lo cual, si el alma no se hace des­ graciada sino por el pecado, síguese que también son nece­ sarios nuestros pecados para la perfección del universo que Dios ha creado. ¿Cómo, pues, puede castigar justamente los pecados, si, de no haberse cometido, no hubiera sido su obra plena y perfecta? A esto se contesta diciendo: N o son nece­ sarios a la perfección del universo los pecados y las desgra­ cias, sino las almas en cuanto son almas, las cuales, si quieren pecar, pecan, y si pecan se hacen desgraciadas. Si, absueltas de sus pecados, persevera en ellas la desgracia, o a ellas sobreviniera aun antes de pecar, entonces se diría con razón que hay desorden en el conjunto y en el gobierno del mundo. Mas, si los pecados se cometen y no se sancionan con la des­ gracia, en este caso es cuando la iniquidad perturbaría el or­ den. Cuando a los que no pecan se les premia con la bienaven­ turanza, entonces es perfecto el orden universal. Y porque no faltan almas pecadoras, a cuyo pecado sigue la miseria, ni almas a cuyas buenas obras sigue la dicha, por eso es siempre perfecto el universo con todas sus criaturas. Los pecados y los castigos consiguientes no son naturalezas, sino que son estados accidentales de las naturalezas; aquéllos, los pecados, estados voluntarios, y éstos, los castigos, estados penales; pero el es­ tado voluntario de pecado es un estado accidental de desorden vergonzoso, al cual sigue el estado penal, precisamente para ponerle en el lugar que le corresponde, y en el cual no sea un desorden dentro del orden universal, y obligarle de este modo a formar en el orden del universo, quedando así repa­ rado el desorden del pecado por la pena correspondiente. T n ,? ,1 4 B° yee' L’idée de Vérité... p. 150.155.222; Le problème du mal... p.67.68. J o u v e t, G il s o n , Introduction... p.189; D el libre albedrío San Agustín 262 C a p ít u l o XI Persevere o no en la justicia, la criaturacontribuirá siempre al ornato del universo 415 32. Dios es el creador de todas las criaturas, no sólo de las que han de perseverar en la justicia, sino también de las que han de pecar, y las crió no para que pecaran, sino para que ornasen el universo, lo mismo en el caso de que peca­ ran voluntariamente com o en el de que no pecaran. Si entre las cosas creadas no hubiera habido almas en condiciones de ser siempre y en toda coyuntura com o la clave del orden en la bóveda del universo, sino sólo almas tales que en caso de que­ rer pecar se debilitara y perturbara el orden universal, care­ cería el universo de algo muy necesario a su perfección; fal­ taría a la creación aquella perfección cuya ausencia turbaría y pondría en peligro el orden universal. Tales son las almas buenas y santas y las sublimes criaturas de las potestades ce­ lestes y supracelestes, a quienes solo Dios manda, y a las que todo el resto del universo mundo está sujeto, y sin cuya acción justa y eficaz el universo no podría existir. Del mismo modo, si no hubiera almas cuyo pecado o cuya justicia no afectara en nada al orden, faltaría también una gran perfección al universo. Las almas son todas racionales; estas últimas son por su misión inferiores a las primeras, pero iguales a ellas en naturaleza. Inferiores a éstas hay aún otros muchos grados de seres creados por Dios, mas no por ser infe­ riores dejan de ser laudables. 416 33. La naturaleza, pues, que tiene la misión más su­ blime, es aquella cuya no existencia y cuyo solo pecado intro­ duciría desorden en el universo. Una misión menos sublime tie­ ne aquella cuya ausencia sola, no su pecado, argüiría menos per­ fección en el universo. A la primera le ha sido dado el poder de mantener a todas las cosas en el desempeño de aquella su fun­ ción propia, que no puede faltar al orden universal. Pero su perseverancia en el bien no es consecuencia de haber recibido este oficio, sino que lo recibió porque el que se lo encomendó previo que había de perseverar; ni es tampoco por su auto­ ridad propia por la que mantiene a todos los seres dentro del orden, sino por su unión y devotísima obediencia a la majestad 416 T honnard , o.c., p.517, Nota complem.: Formule trinitaire. 263 y mandatos de aquel de quien, por quien y en quien fueron hechas todas las cosas. A la segunda, antes de pecar, le ha sido igualmente con­ fiado el altísimo cargo de mantener todas las cosas dentro del orden, mas no por sí sola, sino en unión de la primera, por la razón de haber sido previsto su pecado. Los seres espiri­ tuales pueden, efectivamente, unirse entre sí sin acumulación y separarse sin disminución, de tal modo que el superior ni recibe ayuda en el fácil desenvolvimiento de su actividad, cuando a él se une el inferior, ni experimenta dificultad si de él se separa, abandonando su deber por el pecado; porque las criaturas espirituales, aunque cada una tuviera su cuerpo, no se unen mediante espacios y masas de cuerpos, sino por la semejanza de afectos, y se desunen por la desemejanza. 417 34. El alma, destinada a informar los cuerpos infe­ riores y condenados a la muerte después del pecado, gobierna a su cuerpo, mas no según su propia y omnímoda voluntad, sino de acuerdo con las leyes universales. Sin embargo, no por eso es dicha alma inferior a los cuerpos celestes, a los cuales están sujetos los terrenos. Un vestido de paño de un siervo conde­ nado es muy inferior al de un siervo benemérito y de mucho valimiento ante su señor; pero el siervo mismo, por ser hom­ bre, es mejor que cualquier vestido, por bueno que sea. El alma superior está unida a Dios, y en un cuerpo celes­ te, con poder propio de ángeles, orna y gobierna también los cuerpos terrestres, según lo ordena aquel cuya voluntad com­ prende ella de modo inefable. La inferior, agobiada por el cuerpo mortal, apenas es capaz de gobernar interiormente al mismo cuerpo que la oprime, y, no obstante, lo dignifica cuan­ to puede, y sobre los cuerpos exteriores que la rodean obra también, como puede, con acción mucho menos eficaz. C a p ít u l o __ i X III La misma corrupción de la criatura y la vituperación de sus vicios manifiestan su bondad 418 36. Toda criatura que puede ser menos buena, es buena, y toda criatura, cuando se corrompe, pierde de su bon­ dad, porque o no la afecta la corrupción, y en este caso no se corrompe, o, si se corrompe, es que la afecta la corrupción, y si 4 18 T h o n n a r d , o .c ., p .5 1 8 , N o ta c o m p le m . 3 2 : Le manichéisme. 264 San Agustín D el libre albedrío la afecta, disminuye su bondad y la hace menos buena. Si la co­ rrupción la priva de todo bien, ya no podrá corromperse, puesto que no le queda ningún bien que pueda dar lugar a corrupción. La naturaleza a la que no puede afectar la corrupción no se co­ rrompe, y la naturaleza que no se corrompe es inco-ruptible. Habría, pues, una criatura hecha incorruptible mediante la co­ rrupción, lo que sería un absurdo mayúsculo. Por lo cual con muchísima razón se dice que toda natura­ leza, en cuanto es naturaleza, es buena; porque, si es incorrup­ tible, es mejor que la corruptible, y si es corruptible, es, sin duda, buena, puesto que al corromperse se hace menos buena. Ahora bien, toda naturaleza o es corruptible o incorruptible; luego toda naturaleza es buena. Entiendo por naturaleza aque­ llo a lo que solemos dar el nombre de sustancia. Luego toda sustancia o es Dios o proviene de Dios, porque todo bien o es Dios o procede de Dios. 265 que no hace lo que debe, sin intervalo de tiempo padece lo que debe; porque es tan grande la bienaventuranza consiguien­ te a la práctica de la justicia, que no se puede separar nadie de ella lo más mínimo sin dar al instante en la miseria. Por consiguiente, cualesquiera que sean las diferencias o defectos de la naturaleza, o los seres que fenecen no han reci­ bido una existencia más duradera, y en este caso no hay culpa alguna en ellos, com o no hay tampoco por no haber recibi­ do del Creador un ser más perfecto, o no quieren ser lo que podrían ser, si quisieran, y para lo cual recibieron el ser, y en este caso, com o lo que rehúsan es un bien, el rehusarlo es un pecado. C a p ít u l o XXI En qué materias, es pernicioso el error C a p ít u l o XV Los defectos de las criaturas no siempre son culpables 419 44. Como nadie es capaz de abolir las leyes del Creador todopoderoso, por eso el alma no puede menos de pa­ gar lo que debe. O paga su deuda usando bien del don que re­ cibió, o la paga con la privación del don de que prefirió abusar, y, por tanto, si no la paga obrando la justicia, la paga su­ friendo la desgracia, pues ambas palabras, justicia y desgra­ cia, encierran la misma idea, la de deuda; lo que podría ex­ presarse también diciendo: Si no paga haciendo bien lo que debe hacer, paga padeciendo lo que debe padecer. Estos dos extremos no los separa distancia alguna tempo­ ral, como los separaría en el caso de que en un tiempo no hiciera lo que debía hacer y en otro padeciera lo que debía padecer, y esto está así dispuesto, a fin de que ni por un solo instante se vea la más mínima descomposición en el orden uni­ versal, com o se vería si en él se diese por un solo instante el desorden del pecado sin el orden del castigo correspondiente. Ahora no vemos ni entendemos el modo secretísimo com o se realiza este castigo. Esta visión e inteligencia está reservada al día del juicio, para manifestación pública de la justicia de Dios y para mayor confusión y acerbísimo sentimiento del miserable pecador. Así com o el que no vigila duerme, así el 420 61. Claro está que en la serie de las cosas tempora­ les se ha de preferir la esperanza del porvenir al sondeamiento de lo pasado, pues en los mismos Libros divinos las cosas que se cuentan como pasadas, con frecuencia encierran en sí una fi­ gura, o una promesa, o una prueba de las futuras. Además de que, respecto de los acontecimientos de la vida presente, prós­ peros o adversos, pocos se preocupan de saber qué es lo que en realidad ha sucedido, y, por el contrario, la fuerza de la corriente de nuestras inquietudes gira en derredor de lo que esperamos como futuro. No sé en virtud de qué sentido íntimo y natural consideramos todas aquellas cosas que nos han suce­ dido, por lo mismo que ya pasaron, en orden al momento ac­ tual, feliz o desgraciado, como si nunca hubieran sucedido. ¿Qué me puede perjudicar, efectivamente, el ignorar cuán do comencé a existir, si sé que actualmente existo y espero que he de poder continuar existiendo? No es en lo pasado donde yo me fijo principalmente, com o para avergonzarme de un error perniciosísimo, si de las cosas pasadas opino de otro modo distinto de como en realidad fueron, sino que lo que me preocupa y en lo que pienso, teniendo por guía la misericordia de mi Creador, es en lo que he de ser. Si acerca de lo que he de ser y acerca de aquel ante quien he de comparecer creyere 0 pensare cosa distinta de lo que es la verdad, éste sí que sería un error, del que debería precaverme a toda costa, a fin de 420 Boyer, Sant'Agostino p.210. 266 San Agustín que no me sucediera, o que no preparase lo necesario, o que no pudiese llegar al mismísimo término de mis aspiraciones. 421 Así como para comprar un vestido nada me perjudica­ ría el haberme olvidado del pasado invierno, y sí me perjudicaría el no creer que se aproxima el venidero, del mismo m odo nada perjudicará a mi alma si acaso ha olvidado lo que antes ha su­ frido, si actualmente advierte y tiene muy presente para qué cosas se la avisa que se prepare en lo futuro. Y así como, por ejemplo, al que navega hacia Roma ningún inconveniente le vendría de haberse olvidado del puerto del cual zarpó la nave, con tal de que no ignorara hacia qué lado del lugar en que se halla debería enfilar la proa, y, por el contrario, de nada le serviría acordarse de la costa de donde partió si, ignorando la verdadera situación del puerto romano, chocase en un esco­ llo, así también nada me puede perjudicar a mí el no saber cuándo comencé la carrera de la vida si sé el fin al que debo llegar y en el que debo descansar. Ni me serviría de nada la memoria o conjetura acerca de los comienzos de mi vida si, sintiendo acerca de Dios, que es el único fin verdadero de la actividad del alma, cosa distinta de lo que es digno de él, diese en los escollos del error. 62. A l hablar así no crea nadie que pretendo censurar ni impedir que los que puedan investiguen, fundados siempre en las Escrituras, divinamente inspiradas, si el alma desciende por vía de generación del alma del generante, o surge cada una en el mismo cuerpo que cada una va a animar, o si desde alguna región ignorada son enviadas por Dios para animar y gobernar al cuerpo, o si desde allí vienen ellas espontánea­ mente con este mismo fin, en caso de que el interés razonable de resolver alguna cuestión necesaria exija considerar y discu­ tir estas hipótesis, o en caso de que, libres de cuestiones de más interés, tengan tiempo para inquirir y discutir éstas. Sino que he dicho lo que precede, a fin de que nadie, respecto de esta cuestión del origen del alma, censure temerariamente al que no opina como él, fundado quizá en razones más sólidas y humanas que las suyas, y también, y sobre todo, para que, si alguien hubiere podido llegar en esta cuestión a alguna con­ clusión clara y cierta, no vaya a pensar por eso que los demás han perdido la esperanza de les bienes futuros por el hecho de que no saben o no recuerdar cuáles han sido los comienzos de su existencia. D el libre albedrío C a p ít u l o 267 XXV ¿Q u é es lo que mueve a la criatura racional a pasar del bien al mal? 422 74. Pero com o nada puede mover a la voluntad a hacer cosa alguna sino lo que ha percihido de antemano por las facultades cognoscitivas, y como, si bien es potestativo de cada uno aceptar o rechazar, de las cosas que le impresionan, lo que le plazca, no lo es, sin embargo, el ser impresionado por esta o aquella especie sensible e intelectual, es preciso con­ fesar que dos suertes de ideas impresionan al espíritu, a saber: las relativas a los objetos superiores y las relativas a los inferio­ res, y de tal modo que la voluntad racional queda en libertad de elegir de unas y otras las que le plazca, y de modo tal, que del mérito de la elección se sigue su dicha o su desdicha... 7 5 ... Hay que distinguir, pues, dos suertes de represen­ taciones cognoscitivas, de las cuales una es la que parte de la voluntad del que aconseja, cual fue la del diablo, en la que el hombre consintió culpablemente, y otra la que proviene de los objetos de nuestro entendimiento o de nuestros sentidos. Ahora bien, objeto de nuestro espíritu, excepto la inconmutable Trinidad, que no sólo no es objeto de nuestro entendimiento, sino que está muy por encima de él, lo es precisamente el mismo espíritu, y de aquí el que también nos demos cuenta de que vivimos. Lo es después el cuerpo gobernado por el es­ píritu, y por eso, para ejecutar alguna cosa, imprime movimien­ to a los miembros, que deben ser puestos en movimiento cuando es necesario que se muevan. Y , finalmente, objeto de los sentidos del cuerpo son todas las cosas corpóreas. 423 76. Mas para que en la contemplación de la suma sabiduría, que siendo com o es inmutable, no es ciertamente el espíritu, pueda verse a sí mismo nuestro espíritu, que es mu­ dable, y pueda en cierto modo complacerse en sí mismo, es preciso que perciba la diferencia de perfecciones, en virtud de la cual él no es lo que es Dios, pero que es algo bueno, en cuya bondad puede complacerse después de la complacencia en la bondad de Dios. Pero es indudable que su bondad es perfecta cuando llega a olvidarse de sí mismo por el amor que tiene a Dios, o llega a despreciarse a sí mismo, compa­ rado con Dios. Por el contrario, si trayéndose a sí mismo 268 D el maestro San Agustín como delante de los ojos, se complace en sí com o para imitar perversamente a Dios, que en sí mismo tiene todas sus compla­ cencias, y gozar de propia independencia, entonces se hace tanto menor cuanto mayor pretenda ser. Y esto es lo que dice la Es­ critura: El principio de todo pecado, la soberbia; y el principio de la soberbia del hombre es apartarse de Dios (Ecl 10,15). DEL 425 77. Es tanta la hermosura de la justicia, tanto el encanto de la luz eterna, esto es, de la inconmutable verdad y sabiduría, que, aunque no nos fuera permitido gozar de ella más que un solo día, a cambio de este solo gozo haríamos muy bien en despreciar innumerables años de esta vida plenos de de­ licias y abundantes en toda clase de bienes temporales. Y así dijo, no equivocadamente y con poco afecto, el Real Profeta: Porque mejor es un día pasado en tu santuario que miles de días fuera de él (Sal 83,11). Aunque estas palabras podrían en­ tenderse en otro sentido, a saber, entendiendo por los miles de días la mutabilidad de los tiempos y por un solo día la incon­ mutable eternidad. Creo no haber omitido nada de cuanto, con la gracia de Dios, me ha sido posible entender que debía contestar a tus preguntas para resolver todas tus dudas y dificultades. Pero aunque alguna otra cosa se te ocurra, la extensión de este libro nos obliga a interrumpir estas discusiones y a poner aquí pun­ to final. MAESTRO E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, III. Obras filosóficas: Contra los académicos..., D el m aestro..., versión, in­ troducción y notas de M . M a r t í n e z , O .S.A., 4.a ed. (B AC, Madrid 1971). M. M a r t ín e z , o . c ., Introducción p.669-681; Oeuvres de Saint Augustin, première série: Opuscules, V I, Dialogues philosophiques, I I I , D e magistro. D e libero arbitrio, trad., introd. et notes. Biblioth. august. (Paris 1941), Introd. p.7-11; L. B a c i e r o , San Agustín, Diálogo sobre el maestro, presentación y tra­ ducción, Perficit, 3 (1972) 1-40; D. B a s s i , Sant’Agostino, « D e magistro » et « D e vera religione». Studio, testo, traduz. e note (Firenze 1930); G. M a d e c , Analyse du « D e magistro»: Rev. et. august. 21 (1975) 63-71; M. C a s o t t i , Il «D e magistro» di S. A gostino e il m etodo intuitivo: Sant’Agostino, n.° spec. de Riv. di Filo, neosc. (1930) 54-74; G . T r a p p é , Il problema del maestro in S. Agostino e S. Tommaso: Divinitas 18 (1974) 154-167; J. C o l l a r t , Saint Augustin, grammarien dans le «D e magistro» : Rev. ét. august. 17 (1971) 279-292; J. R im a u d , h e Maitre intérieur: Cahiers de la Nouv. Journée, S. Augustin, p.55-69 (Paris 1930); T r í a s M e r c a n t , Raíces agustinianas en la filosofia del lenguaje filosò­ fico: Augustinus 21 (1976) 72ss; G . B e l l i s s i m a , Sant’A gostino gramma­ tico: Augustinus magister (Congrès intern. august. 1954) p.35-42; V. W i e n b r a u c h , «Signum », «significano » und «illuminatio» bei Augustin, en Der Begriff «Repraesentatio » im M ittelalter (Berlin, N ew Y ork 1971). B ib l io g r . 424 Este fue el pecado del diablo, la soberbia, a la cual juntó después una malvada envidia, que le llevó a persuadir al hombre esta misma soberbia, por la cual reconocía haber sido él condenado. Por esto, la pena que se impuso al hombre fue una pena medicinal, más bien que mortal; pues, si el dia­ blo se había propuesto a sí mismo al hombre como modelo de soberbia, a él se propuso también como modelo de humildad el Señor, que nos ha prometido la eterna vida, a fin de que, después de haber sido rescatados con su sangre, derramada entre muchos trabajos y miserias indecibles, nos unamos a nuestro Libertador con tanta caridad que seamos atraídos a él por luces tantas, que no sean capaces de apartarnos de la con­ templación del Bien supremo ninguna de las representaciones procedentes de las cosas inferiores, aunque, por otra parte, fuera suficiente para desechar cualquiera sugestión procedente del apetito de las cosas inferiores y contraria a las cosas su­ periores el ejemplo de la eterna condenación y eternos tormen­ tos del diablo. 269 F. J. g e n .: T h on n ard, C a p ít u l o I Finalidad del lenguaje 426 1. Agustín.— ¿Qué te parece que pretendemos cuando hablamos? Adeodato.— Por lo que ahora se me alcanza, o enseñar o aprender. Ag.— Veo que una de estas dos cosas, y soy de tu parecer; pues es evidente que pretendemos enseñar cuando hablamos; mas ¿cómo aprender? Ad.— ¿N o crees que esto sea sólo preguntando? Ag.— Entiendo que aun entonces no queremos otra cosa que enseñar. Porque, dime: ¿interrogas por otra causa que por enseñar a aquel a quien te diriges aquello que tú quieres? Ad.— Es verdad. Ag.— ¿Ves, pues, ya que con la locución no pretendemos otra cosa que enseñar? 4 2 6 -4 6 2 M a r t í n e z , o . c . , p . 5 6 0 -5 7 2 ; C a y r é , o . c . , p . 1 1 7 -1 1 9 ; P e g u e r o l e s , o .c ., P -4 7 .4 8 ; B a c i e r o , o .c ., p .3 0 2 -3 0 4 . San Agustín D el maestro Ad.— N o lo veo claramente; porque si hablar no es otra cosa que emitir palabras, también lo hacemos cuando canta­ mos. Y como lo hacemos solos muchas veces, sin que haya nadie que aprenda, no creo que pretendamos entonces ense­ ñar algo. Ag.— Mas yo pienso que hay cierto modo de enseñar me­ diante el recuerdo, modo ciertamente grande, como lo mostrará esta nuestra conversación. Pero no te contradiré si piensas que no aprendemos cuando recordamos, ni que enseña el que re­ cuerda; mas quede firme, desde ahora, que nuestra palabra tie­ ne dos fines: o enseñar o despertar el recuerdo en nosotros mismos o en los demás; lo cual hacemos también cuando can­ tamos; ¿no te parece así? Ad.— De ninguna manera; pues es muy raro que yo cante por recordarme y no más bien por deleitarme. Ag.— Comprendo tu pensamiento. Mas no te das cuenta de que lo que te deleita en el canto no es sino cierta modulación del sonido; y porque esta modulación puede juntarse con las palabras o separarse de ellas, por eso el hablar y el cantar son dos cosas distintas. Porque también se canta con las flautas y la cítara, y cantan también las aves, y aun nosotros a veces, sin palabras, emitimos cierto sonido musical, que merece el nombre de canto, mas no el de locución; ¿tienes algo que opo­ ner a esto? Ad.— Absolutamente nada. rior» (Ef 3,16-17)? ¿Y no has advertido en el Profeta: «H a­ blad en vuestro interior, y en vuestros lechos compungios. Ofre­ ced sacrificios justos, y confiad en el Señor» (Sal 4,5.6)? ¿Dón­ de crees que se \>frece el sacrificio de justicia, sino en el tem­ plo de la mente j^en lo interior del corazón? Y donde se ha de sacrificar, allí se ha de orar. Por lo cual no se necesita de locución, esto es, dé; palabras sonantes, cuando oramos, a no ser tal vez, como hacen los sacerdotes, para manifestar sus pen­ samientos, no para que las oiga Dios, sino los hombres, y, asin­ tiendo en cierto modo,\se eleven hacia Dios por el recuerdo. ¿Piensas tú de otra manera? A d .— Asiento completamente a ello. A g .— ¿Acaso no te preocupa el que el soberano Maestro, enseñando a orar a sus discípulos, se sirvió de ciertas palabras, con lo cual no parece hizo otra cosa que enseñarnos cómo se debía hablar en la oración? A d .— Nada absolutamente; porque no les enseñó las pala­ bras, sino su significado, con el que se persuadiesen a quién y qué habían de pedir cuando orasen, como dicho queda, en lo interior del alma. A g .— Lo has entendido perfectamente; creo también que has advertido al mismo tiempo (aunque alguno defienda lo contrario) que nosotros, por el hecho de meditar las palabras — bien que no emitamos sonido alguno— , hablamos en nues­ tro interior, y que por medio de la locución lo que hacemos es recordar, cuando la memoria, en la que las palabras están grabadas, trae, dándoles vueltas, al espíritu las cosas mismas, de las cuales son signos las palabras. A d.— Lo entiendo y acepto. 270 427 2. A g.— ¿Te parece, pues, que la locución no tiene otro fin que el de enseñar o recordar? Ad.— Lo creería, de no moverme a lo contrario el pensar que, al orar, hablamos, y que, no obstante, no se puede creer que enseñemos o recordemos algo a Dios. A g.— A mi parecer, ignoras que se nos ha mandado orar con los recintos cerrados, con cuyo nombre se significa lo inte­ rior del corazón, porque Dios no busca que se le recuerde o enseñe con nuestra locución que nos conceda lo que nosotros deseamos. Pues el que habla, muestra exteriormente el signo de su voluntad por la articulación del sonido; y a Dios se le ha de buscar y suplicar en lo íntimo del alma racional, que es lo que se llama «hombre interior», pues ha preferido que éste fuese su templo. ¿N o has leído en el Apóstol: «Ignoráis que sois templo de Dios, y que el espíritu de Dios habita en vos­ otros» (1 Cor 3,16), y «que Cristo habita en el hombre inte­ 427 B a c i e r o , o . c . , p.302. ............. C a p ít u l o 271 II El hombre muestra el significado de las palabras por las mismas palabras 428 3. Ag.— Estamos, pues, ambos conformes en que las palabras son signos. A d .— Lo estamos. A g.— Y bien: ¿puede el signo ser signo sin representar algo? A d .— No lo puede. 428 G i l s o n , °'C ., p .2 8 3 s. Introduction... p .8 9 n t . l ; T h o n n a r d , o .c ., p .2 3 n t . l ; C o lla r t, San Agustín D el maestro Ag.— ¿Cuántas palabras hay en este verso: SiM hil ex tan­ ta superis placet urbe relinqui: «Si es del agrado de los dioses no dejar nada de tan gran ciudad»? * Ad.— Ocho. Ag.— Luego son ocho signos. Ad.— Así es. A g.— Creo que comprendes este verso. Ad.— Me parece que sí. A g.— Dime qué significa cada palabra. Ad.— Sé lo que significa si, mas no hallo otra palabra con que se pueda expresar su significado. A g.— A l menos, ¿sabes dónde reside lo que esta palabra significa? Ad.— Paréceme que si indica duda; mas si duda, ¿en dón­ de se hallará, si no es en el alma? A g.— Conformes por ahora; mas sigue con lo restante. Ad.— Nihil, ¿qué otra cosa significa, sino lo que no existe? Ag.— Tal vez dices verdad; pero me impide asentir a ello lo que anteriormente has afirmado: que no hay signo sin cosa significada; ahora bien, lo que no existe, de ningún modo pue­ de ser cosa alguna. Por tanto, la segunda palabra de este verso no es un signo, pues nada significa; y falsamente hemos asen­ tado que toda palabra es signo o significa algo. Ad.— Me estrechas demasiado; pero advierte que, cuando no tenemos que expresar algo, es una tontería completa pro­ ferir cualquier palabra; y yo creo que tú, al hablar ahora con­ migo, no dices ninguna palabra en vano, sino que todas las que salen de tu boca me las ofreces com o un signo, a fin de que entienda algo; por lo cual tú no debieras proferir hablan­ do estas dos sílabas, si con ellas no significabas nada. Mas si, por el contrario, crees ser necesaria su enunciación, y que con ellas aprendemos o recordamos algo cuando suenan en nuestros oídos, ciertamente verás también lo que quiero decir, y que no sé cómo explicar. Ag.— ¿Qué haremos, pues? ¿Diremos que con esta pala­ bra, más bien que una realidad— que no existe— , se significa una afección del ánimo, producida cuando no ve la realidad, y, sin embargo, descubre, o le parece descubrir, su no exis­ tencia? Ad.— Sin duda es esto lo que yo trataba de explicar. Ag.— Sea ello lo que sea, dejemos esto, no sea que demos en algún absurdo peor. Ad.— ¿En cuál? A g.— En que nos detengamos sin que nada nos detenga. Ad.— Ciertamente es una cosa ridicula, y, sin embargo, no sé cómo, veo que puede suceder; mejor dicho, veo claramente que ha sucedido. 272 * Eneid. II v.659. 273 429 4. Ag.— En su lugar comprenderemos más perfec­ tamente, si Dios lo permitiere, este género de repugnancia; ahora vuelve a aquel verso e intenta, según tus fuerzas, mos­ trar el significado de las demás palabras. Ad.— La tercera palabra es una preposición, ex, en cuyo lugar podemos poner, a mi entender, de. Ag.— N o intento que digas por una palabra conocidísima otra igualmente conocidísima, que signifique lo mismo, si es que lo mismo significa; mientras tanto, concedamos que es así. Si este poeta, en vez de ex tanta urbe, hubiera dicho de tanta, y yo te preguntase el significado de de, sin duda alguna dirías que ex, com o quiera que estas dos palabras, esto es, signos, significan una misma cosa, según tú crees; pero yo busco, no sé si una misma cosa, lo que estos signos significan. Ad.— Paréceme que denotan com o sacar de una cosa en que había habido algo que se dice formaba parte de ella, ora no exista esa cosa, como en este verso sucede, que, no existiendo la ciudad, podían vivir algunos troyanos procedentes de la misma; ora exista, del mismo modo que nosotros decimos ha­ ber en Africa mercaderes de Roma. Ag.— Para concederte que esto es así y no enumerarte las muchas excepciones que, tal vez, se oponen a tu regla, fácil te es advertir que has explicado unas palabras con otras pala­ bras, a saber, unos signos con otros signos y unas cosas comu­ nísimas con otras comunísimas; mas yo quisiera que, si pue­ des, me mostrases las cosas que estos signos representan. C a p ít u l o III Si puede mostrarse alguna cosa sin el empleo de un signo 430 5. Ad.— Admiróme de que no comprendas, o me­ jor, de que simules no comprender, serme absolutamente impo­ sible dar una respuesta como tú la deseas; pues hete aquí que estamos en conversación, en la cual no podemos menos de res­ 430-432 G il s o n , Introduction... p.89; B a c ie r o , o .c ., p.302. 274 San Agustín ponder con palabras. Pero tú preguntas cosas que, cualesquiera que ellas sean, no son palabras ciertamente, sobre las cuales, no obstante, me preguntas con palabras. Por tanto, interrógame tú primeramente sin palabras, para después responderte yo del mismo modo. A g .— Arguyes con razón, lo confieso; mas si buscase la sig­ nificación de estas tres sílabas, panes (pared), seguramente me podrías mostrar con el dedo la cosa cuyo signo son estas tres sílabas, de tal manera que yo la viese, y esto sin proferir tú palabra alguna, sino mostrándola. A d .— Concedo que esto pueda hacerse sólo con los nom­ bres que expresan o significan cuerpos, si esos mismos cuerpos están presentes. A g .— ¿Acaso llamamos al color cuerpo, y no más bien una cualidad del cuerpo? A d .— A sí es. A g .— ¿Por qué, pues, podemos aquí demostrarlo con el dedo? ¿Es que añades a los cuerpos sus cualidades, de tal modo que, estando presentes, puedan ser enseñados sin palabras? Ad. — Y o , al decir cuerpos, quería que se entendiese todo lo corporal, esto es, todo lo que se percibe en los cuerpos. A g. — Considera, sin embargo, si no hay también aquí al­ guna excepción. A d .— Bien adviertes, pues no debí decir todo lo corporal, sino todo lo visible. Porque confieso que el sonido, el olor, el sabor, la gravedad, el calor y otras tantas cosas pertinentes a los sentidos, no pueden mostrarse con el dedo, si bien no pue­ den sentirse sino en los cuerpos, y, por tanto, son corporales. A g .— ¿N o has visto nunca cómo los hombres casi hablan gesticulando con los sordos, y los mismos sordos preguntan con el gesto no menos, responden, enseñan, indican todo lo que quieren o, por lo menos, mucho? En este caso, no sólo las co­ sas visibles se muestran sin palabras, mas también los sonidos, los sabores y otras cosas semejantes. Y en los teatros, los his­ triones manifiestan y explican, por lo común, todas sus fábu­ las sin necesidad de palabras, representando una pantomima. A d .— Nada tengo que contradecirte, sino que el significado de aquel ex no te lo puede mostrar sin palabras ni un histrión saltarín. 431 6. Tal vez dices verdad; mas supongamos que pue­ de: no dudarás, como creo, que el gesto con que él intentara demostrarme lo que esta palabra significa no es la cosa mis­ ma, sino un signo. Por lo cual el histrión también indicará no D el maestro 275 una palabra con otra, sino un signo con otro signo; de modo que este monosílabo, ex, y aquel gesto signifiquen una misma cosa, que deseara se me mostrase sin ningún signo. A d .— Pero ¿cómo puede hacerse lo que preguntas? A g .— Como pudo la pared. A d .— Sin duda alguna, ni la misma pared puede mostrarse a sí misma sin un signo, según lo ha demostrado la razón progresiva. Pues el apuntar del dedo no es la pared, sino que es un signo por medio del cual puede verse. A sí, pues, nada encuentro que pueda enseñarse sin signos. 432 A g .— ¿Qué dirías si te preguntase qué es pasear, y levantándote, lo hicieses? ¿N o usarías para enseñármelo, más bien que de palabras, de la misma cosa o de algún otro signo? A d .— Confieso que es así, y me avergüenzo de no haber visto una cosa tan común, la cual me trae a la memoria otras mil cosas que pueden mostrarse por sí mismas y sin necesidad de signos, verbigracia, comer, beber, estar sentado, de pie, dar voces y otras muchas más. A g .— ¡Ea! Dime ahora: si te preguntase, cuando paseas, qué es pasear, ¿cómo me lo enseñarías, desconociendo comple­ tamente la equivalencia de esta palabra? A d .— Pasearía un poco más de prisa, para que, terminada tu pregunta, lo advirtieras mediante algo nuevo; y, sin embar­ go, no habría hecho más que lo que debía mostrarte. A g .— ¿Sabes que una cosa es pasear y otra apresurarse? Porque ni quien pasea se apresura constantemente, ni quien se apresura pasea siempre, pues también decimos que uno se apre­ sura leyendo, escribiendo y haciendo otras muchísimas cosas. Por lo cual, al hacer más de prisa lo que hacías anteriormente, creería que pasear no es otra cosa que apresurarse; sólo ha­ bías añadido esto, y, por tanto, me engañaría. A d .— Confieso que no podemos sin signo mostrar nada, si, cuando lo estamos haciendo, se nos pregunta sobre ello; por' que, si no añadimos nada, el que pregunta creerá que no se lo queremos enseñar, y que, despreciándole, seguimos en lo que hacíamos. Si, al contrario, pregunta sobre algo que podemos hacer— y no pregunta cuando lo estamos haciendo— , podemos enseñarle lo que pregunta, haciéndolo, desde luego, más con la cosa misma que con un signo. Mas si me pregunta qué es ha­ blar cuando estoy hablando, todo lo que le diga para ense­ ñárselo, necesariamente tiene que ser hablar; continúate ins4 3 3 -4 3 7 C o l l a r t , o . c . , p .2 9 1 s . 276 San Agustín truyéndole hasta que le ponga claro lo que desea, sin apartarme de lo que él quiere que le enseñe, ni echando mano de otros signos para demostrárselo que de la cosa misma. C a p ít u l o IV Si los signos son necesarios para mostrar los signos 433 7. A g .— Razonas muy agudamente; así, pues, ve si convenimos en que se puede mostrar sin signos aquello que no hacemos cuando se nos pregunta, y que, sin embargo, po­ demos hacer en seguida, o aquello que, tal vez, hacemos como signos. Pues cuando estamos hablando, hacemos signos, de donde viene la palabra significar. Ad.— Convenimos. A g.— Por tanto, pueden unos signos mostrarse con otros cuando se pregunta sobre algún signo. Mas cuando se pregunta sobre cosas que no son signos, pueden mostrarse o haciéndo­ las después de la pregunta— si pueden hacerse— o manifestan­ do algún signo por el cual puedan conocerse. A d .— Así es. Ag.— Así, pues, consideremos primeramente, en esta di­ visión tripartita, si es de tu gusto, el que los signos se mues­ tran con los signos; ¿son por ventura solamente signos las palabras? Ad.— No. A g.— Paréceme que, cuando hablamos, señalamos con pa­ labras las palabras, u otros signos, como si decimos gesto o letra— pues las cosas que estas dos palabras significan son sig­ nos, no obstante— , u otra cosa distinta que no sea signo, com o cuando decimos piedra; esta palabra es un signo porque significa algo, sin que sea por eso un signo lo que ella sig­ nifica; cuya especie— esto es, el significar con palabras las cosas que no son signos— no corresponde por eso a la parte que nos propusimos dilucidar. Pues determinamos considerar el que los signos se muestran con signos, y en tal consideración distinguimos dos partes: el enseñar o recordar los mismos o distintos signos mediante signos también. ¿N o te parece así? A d .— Es evidente. 434 8. Ag.— Dime, pues, los signos que son palabras ¿a qué sentido pertenecen? A d .— A l del oído. D el maestro 277 A g .— ¿A cuál el gesto? A d.— Al de la vista. A g.— ¿A cuál las palabras que encontramos escritas? ¿Aca­ so no son las palabras, o, para hablar más exactamente, los signos de las palabras, de tal modo que la palabra sea lo que se profiere mediante la articulación de la voz, y significan­ do algo?; mas la voz no puede ser percibida por otro sentido que por el oído; así sucede que, al escribir una palabra, se hace un signo para los ojos, mediante el cual se entra en la mente lo que a los oídos pertenece. A d.— Asiento a cuanto dices. A g.— Creo que también asientas a esto; que, cuando deci­ mos un nombre, significamos algo. A d .— Es verdad. Ag.— ¿Qué? A d .— Aquello que designa este mismo nombre, como Rómulo, Roma, virtud, río y otras mil más. A g.— Estos cuatro nombres, ¿no significan alguna cosa? A d .— Antes bien, varias. A g.— ¿Hay alguna diferencia entre estos nombres y las co­ sas que significan? Ad.— Mucha. A g .— Quisiera que me dijeses cuál. A d .— En primer lugar, que éstos son signos y aquéllas no lo son. A g.— ¿Agrádate que llamemos sügnificables aquellas cosas que pueden significarse con signos y no son signos, de la misma manera que llamamos visibles las que pueden verse a fin de disputar sobre ellas después más fácilmente? A d.— Me agrada ciertamente. A g .— Y los cuatro signos que poco antes pronunciaste, ¿no pueden ser significados por otro signo? A d.— Extráñome de que pienses haberme olvidado que las cosas escritas son signos de los signos que proferimos con la voz, como ya lo hemos reconocido. Ag.— Di: ¿qué diferencia hay entre estos signos? A d.— Que aquéllos son visibles, éstos audibles. ¿Por qué no has de admitir este nombre, si hemos admitido el de significables? 435 Ag.— Ciertamente que lo admito, y con mucho agra­ do. Mas nuevamente pregunto: ¿pueden estos cuatro signos representarse por algún otro signo audible, com o has advertido sucede con los visibles? San Agustín D el maestro Ad.— Recuerdo que también dije esto poco ha. Pues había respondido que el nombre significa algo, y había en esta sig­ nificación incluido estos cuatro nombres; y sostengo que aquél y éstos, en el momento en que se profieren con la voz, son audibles. Ag.— ¿Qué distinción hay, pues, entre el signo audible y los audibles significados, los cuales son a la vez signos? Ad.— Entre aquello que decimos nombre y estos cuatro que en su significación hemos incluido entiendo haber esta diferencia: el nombre es signo audible de signos audibles, mien­ tras que las cosas audibles son signos, pero no de signos, sino de cosas ya visibles, com o Rómulo, Roma, río; ya inteligibles, como virtud. a parar aquí, son palabras, y, no obstante, no son nombres; y otros muchos ejemplos semejantes que se encuentran. Por lo cual, com o todos los nombres son palabras, mas no todas las palabras nombres, juzgo que está claro cuál es la diferencia entre palabra y nombre, esto es, entre el signo de aquel signo que no significa ningún otro signo y entre el signo del signo que puede significar otro signo. A g .— ¿Afirmas que todo caballo es un animal, y que, sin embargo, no todo animal es un caballo? Ad.— ¿Quién lo dudará? A g .— Pues la misma diferencia hay entre nombre y pala­ bra que entre caballo y animal. Si no es que te retrae de asentir el que decimos también verbum (verbo) de otra manera, con lo cual se significa todo lo que se declina por los tiempos, como escribo, escribir, leo, leí, las cuales palabras está claro que no son nombres. Ad.— Era eso lo que me hacía dudar. A g .— No te tenga esto indeciso. Pues llamamos univer­ salmente signos a todas las cosas que significan algo, entre las cuales contamos las palabras. También decimos signos mi­ litares (insignias)— llamados así con mucha propiedad— , los cuales no contienen palabra alguna. Y , no obstante, si te di­ jese: así com o todo caballo es animal, mas no todo animal es caballo, así también toda palabra es signo, mas no todo signo es palabra, creo que no dudarías un momento. Ad.— Ya entiendo, y asiento completamente, que existe idéntica diferencia entre la palabra en general y un nombre que entre animal y caballo. 278 436 9. Ag.— Lo admito y lo apruebo; mas ¿sabes que todas las cosas que se profieren con la articulación de la voz, significando algo, se llaman palabras? Ad.— Lo sé. Ag.— Luego el nombre también es palabra, pues vemos se profiere mediante la articulación de la voz con algún signifi­ cado; y cuando decimos que un hombre elocuente usa de pa­ labras apropiadas, sin género de duda usa también de nombres; y cuando el siervo dijo a su anciano dueño en Terencio: «Q uie­ ro buenas palabras» *, había también dicho muchos nombres. Ad.— Estoy conforme. A g.— ¿Concedes, pues, que estas dos sílabas que articu­ lamos al decir verbum (palabra) significan también un nombre, y que, en consecuencia, aquélla es signo de éste? Ad.— Concedo. Ag.— Quisiera me respondieses a esto también: siendo una palabra signo de un nombre, el nombre signo de un río, y el río signo de una cosa que ya se puede ver, según la diferencia que notaste entre esta cosa y el río, esto es, su signo, y entre este signo y el nombre que es signo de este signo, ¿en qué juz­ gas se distinguen el signo del nombre, que hallamos ser la pa­ labra, y el nombre del cual es signo? Ad.— Distínguense, a mi ver, en que todo lo que el nom­ bre significa, también lo significa la palabra— pues así como nombre es palabra, también río lo es— ; mas el nombre no alcanza a significar todo lo que la palabra significa. Pues aquel si que tiene al principio el verso propuesto por ti, y este ex, disputando sobre el cual, guiándonos la razón, hemos venido 436 T honnard , o.c., p.38 nt.l. " * Andria, act.I esc.2 v.33. ...... ; . .... 279 437 10. Ag.— ¿Sabes también que, cuando decimos ani­ mal, una cosa es este nombre trisílabo, que es proferido por la voz, y otra aquello que con él se significa? Ad.— Ya he anteriormente concedido esto acerca de todos los signos y significables. Ag.— ¿Parécete que todos los signos significan distinta cosa de la que son, como este nombre trisílabo, animal, de ningún modo significa aquello que es él mismo? Ad.— Ciertamente que no; pues cuando decimos signo, no sólo significa todos los que hay, sino que se significa a sí mismo; porque es una palabra, y, sin duda alguna, todas las palabras son signos. Ag.— Pues qué, ¿no es verdad que sucede algo semejante 4 37 T honnard, o .c ., p.41 n t.l; B a c ie r o , o .c ., p.303. 280 San Agustín en este disílabo, cuando decimos verbum? Porque si este disí­ labo significa todo lo que con algún significado profiere la articulación de la voz, también ha de estar él incluido en esta especie. A d .— Así es. A g .— Pues qué, ¿por ventura no tiene asimismo un nom­ bre? Porque significa los nombres de todos los géneros, y él mismo es un nombre del género neutro. ¿O es que, si te pre­ guntase qué parte de la oración es el nombre, podrías acerta­ damente responderme sino diciendo nombre? A d .— Verdad es. A g .— Por tanto, hay signos que, entre las otras cosas que significan, se significan a sí mismos. Ad.— Sí. i i Ag. ¿Crees que este signo cuatrisílabo, cuando decimos coniunctio (conjunción), pertenece a esta categoría? A d .— De ninguna manera; porque las cosas que significa no son nombres, mientras que él es nombre. C a p ít u l o VI Signos que se significan a sí mismos 438 17. A g .— Dejemos ya esto, y dime si te parece que, así como hemos notado que todas las palabras son nombres y todos los nombres palabras, así también todos los nombres son vocablos y todos los vocablos nombres. A d.— No veo que entre estas diversas cosas haya otra dife­ rencia que el diferente sonido de las letras. Ag. Ni yo por ahora te contradigo, aunque no faltan quienes las distinguen en la significación, y cuyo parecer no es necesario cjue consideremos ahora. Pero ciertamente te das cuenta que hemos llegado a los signos que se significan mutua­ mente, no diferenciándose más que en el sonido y que se significan a sí mismos con las restantes partes de la oración. A d .— No lo entiendo. Ag. Luego no entiendes que el nombre está significado por el vocablo, y el vocablo por el nombre; y esto de tal modo, que en nada se diferencien si no es en el sonido y que se significan a sí mismos con las restantes partes de la oración. A d .— N o lo entiendo. Ag. Luego no entiendes que el nombre está significado por el vocablo, y el vocablo por el nombre; y esto de tal modo, D el maestro 281 que en nada se diferencien si no es en el sonido de las letras, al menos para el nombre tomado de una manera general; por­ que del nombre tomado de una manera particular decimos que esta entre las ocho partes de la oración, de modo que no con­ tenga las otras siete. Ad.— Entiendo. Ag. Pues esto es lo que he expresado al decir que el vo­ cablo y el nombre se significan recíprocamente. 439 18. A d .— Lo sé; mas te pregunto qué has queri­ do decir con estas palabras: «Q ue también se significan a sí mismos con las otras partes de la oración». Ag- ¿N o nos ha mostrado el anterior raciocinio que to­ das las partes de la oración pueden llamarse nombres y vo­ cablos, esto es, que pueden ser significadas por un nombre y un vocablo? A d .— Así es. Ag. Si te pregunto cómo llamas al mismo nombre, esto es, al sonido expresado con las dos silabas nombre, ¿no me responderás correctamente: nombre? Ad.— Correctamente. Ag.— ¿Acaso se significa así este signo que enunciamos con cuatro silabas, cuando decimos: coniunctio (conjunción)? Por­ que este nombre no puede ser contado entre las palabras que significa. A d.— Lo admito bien. Ag.— Esto es lo que se ha dicho al decir que el nombre se significa con los otros que él significa, lo cual debes en­ tender por ti mismo acerca del vocablo. A A Ya me es fácil entenderlo; mas ahora se me ocurre que el nombre se toma de una manera general y de una manera particular, y el vocablo no se cuenta entre las ocho partes de la oración; por lo cual paréceme que es ésta otra diferencia, además del distinto sonido. Ag. Pues qué, ¿juzgas que hay otra diferencia entre nomen (nombre) y ovojia que el sonido, por el cual también se distinguen las lenguas latina y griega? A d .— No veo otra diferencia. ,Ag- Hemos, pues, llegado a los signos que se significan a si mismos y unos a los otros, y lo que éste significa, también que!, y qUe no se diferencian sino en el sonido; en efecto, ernos encontrado ahora esta cuarta categoría, porque las tres ante" ° res dicen relación al nombre y a la palabra, A «-— Ya hemos llegado, 282 San Agustín C a p ít u l o V II Epílogo de los anteriores capítulos 440 19. A g.— Quisiera que me resumieses todo lo que hemos ya descubierto en nuestra discusión. Ad.— Lo haré según mis fuerzas. Recuerdo que lo prime­ ro que hemos buscado durante algún tiempo ha sido el porqué de hablar, y hemos encontrado que hablamos para enseñar o para recordar, puesto que, cuando preguntamos, el fin que nos proponemos es que aquel a quien interrogamos aprenda qué queremos nosotros oír; hemos añadido que el canto, que parecenos hacerlo por delectación, no es propiamente un lenguaje, y que en la oración a Dios, a quien no podemos pensar que se le enseñe o recuerde algo, nuestras palabras tienen la efica­ cia de recordarnos a nosotros mismos o despertar el recuerdo en los otros o de instruirlos. Después, determinado bastante­ mente que las palabras no son otra cosa que signos, y que las cosas que nada significan no pueden serlo, presentaste un verso, a fin de que yo intentase mostrar el significado de cada palabra, el cual era como sigue: «Si nihil ex tanta superis placet urbe relinqui.» No encontrábamos la significación de la segunda pa­ labra, aunque ella sea muy conocida y empleada. Y , pareciéndome que no inútilmente la intercalamos al hablar, sino que más bien con ella enseñamos algo al que escucha, convinimos en que designaba tal vez la afección de la mente cuando halla o cree haber hallado que no existe lo que busca; respondísteme tú ciertamente; mas, evitando por broma no sé qué profundi­ dad de la cuestión, dejástela para dilucidarla en otro tiempo, y no vayas a creer que me he olvidado de tu promesa. 441 Después, com o yo me apresurase a exponer la terce­ ra palabra del verso, me inducías a que mostrase, más que otra palabra cuyo valor fuese idéntico, la cosa misma que significa­ ban las palabras. Y habiendo yo dicho que esto no podía hacer­ se por el discurso, dimos en aquellas cosas que se muestran con el dedo a los que preguntan. Y o pensaba que estas cosas eran todas las corporales, pero vimos que eran sólo las visi­ bles. De aquí, no sé de qué modo, pasamos a los sordos y bu­ fones, los cuales significan con el gesto y sin palabras no sólo lo que se puede ver, sino mucho y casi todo lo que nosotros hablamos; por donde encontramos que los mismos gestos son signos. Entonces comenzamos a examinar cómo podríamos mos­ D el maestro 283 trar sin ninguna clase de signos las cosas mismas que se signi­ fican por signos, puesto que con un signo denotamos una pa­ red, un color y todas las cosas visibles, cuando las mostramos con el dedo. Aquí yo me equivoqué al decir que era una cosa imposible, y quedó, por fin, establecido entre nosotros que p o­ dían demostrarse sin signos aquellas cosas que no hacemos en el momento en que somos preguntados, y podemos hacerlas después de la pregunta; y que, sin embargo, la locución no era de esta clase, pues que, si estamos hablando y se nos pregunta qué es locución, evidentemente es por la misma locución por la que se muestra lo que ella es, como se ha visto. 442 20. Por donde hemos advertido que se muestran unos signos con otros, o con signos otras cosas que no lo son, o también sin signos las cosas que podemos hacer después que se nos pregunta, y tomamos el primero de estos tres casos para considerarlo y esclarecerlo atentamente. En esta discusión se aclaró que hay signos que no pueden ser significados por lo que ellos significan, como, por ejemplo, el cuatrisílabo coniunctio (conjunción); y que los hay que pueden ser significados, como por ejemplo, al decir signo también significamos una palabra, y al decir palabra también denotamos un signo; porque los términos signo y palabra son a la vez dos signos y dos pala­ bras. Y se ha mostrado que, en la especie de signos que son recíprocos, unos no tienen el mismo valor, otros lo tienen igual y otros, en fin, son idénticos. Pues he aquí que este disí­ labo que suena cuando decimos signo significa sin excepción todo aquello por lo cual se significa cualquier cosa; mas no es signo de todos los signos el término palabra, sino sólo de aquellos emitidos por la articulación de la voz. Por donde se ve que, si bien el signo ( signum) significa la palabra (verbum ) y la palabra el signo, esto es, aquellas dos sílabas a éstas y éstas a aquéllas, tiene mayor extensión el signo que la palabra; es decir, significan más aquellas dos sílabas que éstas. A l con­ trario, los términos palabra y nombre, tomados en su acepción general, tienen un mismo valor. Mostró la razón que todas las partes de la oración son también nombres, porque pueden aso­ ciárseles pronombres, y que de todas puede decirse que nom­ bran algo, y que no hay ninguna que, añadiéndole un verbo, no pueda formar una proposición completa. 443 Mas aunque los términos nombre y palabra tengan el mismo valor, puesto que todas las cosas que son palabras son también nombres, no tienen, sin embargo, un valor idéntico, San Agustín D el maestro pues hemos hallado en nuestra discusión que por razones dife­ rentes la una se llama palabra y el otro nombre. Hemos visto, en efecto, que la palabra hiere el oído y que el nombre excita el recuerdo en el espíritu; diferencia que expresamos muy cla­ ramente en el lenguaje, diciendo: ¿Cuál es el nombre de esta cosa que se quiere grabar en la memoria? En lugar de decir: la palabra de esta cosa. Hemos hallado después términos que no sólo tienen la misma significación, sino que también son idén­ ticos, y entre los cuales no hay otra diferencia que el sonido de las letras, como nombre y óvo¡ra. Se me había olvidado que en la especie de los signos recíprocos no hemos encontrado nin­ guno que no se signifique también entre los demás que él significa. No he podido recordar más que esto. Ahora ve tú • — el único que creo ha hablado cierto y seguro en este diálo­ go— si he resumido bien lo que he dicho. se oculte entre tanto velo algo que mi inteligencia sea incapaz de elucidar. A g.— De buena gana escucho tu duda; ella me muestra que tu espíritu no es temerario, lo que es el mejor medio de con­ servar la paz. Pues lo más difícil es no perturbarse absoluta­ mente cuando las convicciones, que manteníamos con satisfac­ ción, se debilitan y com o que son arrancadas de nuestras ma­ nos en el calor de la disputa. Por lo cual, así com o es justo ceder ante las razones bien consideradas y examinadas, así también es peligroso tener lo desconocido por conocido. Por­ que hay el temor de que vengamos a caer en tal aversión o miedo de la razón, que no demos fe ni a la verdad más clara, puesto que muchas veces viene a tierra lo que presumíamos había de permanecer firmemente. 284 C a p ít u l o X Si puede enseñarse algo sin signos.— Las cosas no se aprenden por medio de las palabras 444 31. A g.— Así, pues, queda establecido que nada se enseña sin signos, y que debemos apreciar más el conocimiento mismo que los signos, por medio de los cuales conocemos; aun­ que no todo lo que se significa pueda ser mejor que sus signos. Ad.— Así parece. Ag.— ¿Te acuerdas qué rodeos hemos dado para llegar a tan poca cosa? Porque desde que luchamos de palabra entre nosotros— y lo hemos hecho durante mucho tiempo— hemos procurado encontrar estas tres cosas: si no hay nada que pueda mostrarse sin signos; si hay algunos signos preferibles a lo que significan, y si el conocimiento de las cosas es mejor que los signos. Y la cuarta cosa— que deseara me la dieses a cono­ cer brevemente— es si crees que las hemos encontrado, de tal modo que ya no te quepa duda. Ad.— Y o ciertamente quisiera que, después de tantos ro­ deos y vueltas, hubiéramos llegado a una cosa cierta; mas no sé de qué manera me apremia tu pregunta y me aparta del asentimiento. Pues me parece que, de no tener algo que obje­ tar, no me hubieras preguntado esto; y la misma complicación de las cosas me impide ver todo y responder seguro, pues temo 444 B oyer, Sant’Agostino p.225; Thonnard, Le platonisme, adversaire du scepticisme. o .c ., 285 445 32. Mas, ¡e a !, examinemos ahora más desembara­ zadamente si tu duda tiene algún fundamento. Pregúntete: si alguno, ignorando la trampa de las aves, que se hace con cañas y liga, se encontrase con un cazador provisto de sus armas, mas no cazando, sino andando, viendo al cual apresurase el paso, y admirándose, como sucede, pensase y se preguntase qué quería aquel hombre adornado con sus armas, y el cazador, viéndole fijarse en sí, extendiese las cañas por ostentación, y, visto un pajarillo cerca, lo enredase en la caña, lo abatiese con el halcón y lo cogiese, ¿no enseñaría al que le miraba lo que deseaba saber, no con signo alguno, sino con la cosa misma? A d .— Témome que aquí haya lo que dije del que pregunta qué es pasear. Pues no veo que el cazador haya mostrado aquí el proceso todo de la caza. A g .— Fácil es librarte de este cuidado; pues añado que si el espectador fuese tan inteligente que, de lo visto, conociese todo lo demás del arte (de cazar), bastaría este ejemplo para demostrar que se puede instruir sin necesidad de signos a cier­ tos hombres en algunas cosas, aunque no en todas. A d .— También yo puedo creer que si mi hombre es muy inteligente, mostrado con pocos pasos el pasear, conocerá por completo qué es pasear. A g.— Y o te permito lo hagas, y no te opongo nada, antes bien te ayudo; pues ves que ambos concluimos lo mismo: que se pueden enseñar ciertas cosas sin el empleo de signos, y que es falso lo que poco antes nos parecía verdadero: que nada hay en absoluto que pueda mostrarse sin signos. Ahora ya, p.482, Nota complem. 5: 445 T h o n n a r d , o .c . , p . 9 3 n t.3 . 286 San Agustín después de éstas, acuden a la mente no una ni dos, sino mil cosas que, sin ningún signo, pueden mostrarse por sí mismas. ¿Cómo dudar?, te pregunto. Porque, sin hablar de los innu­ merables espectáculos que los hombres representan en todos los teatros sin signos, mas con la misma realidad, ¿acaso Dios y la naturaleza no exponen a nuestras miradas y muestran por sí mismos este sol y la luz que derrama y viste todas las cosas con su claridad, la luna y los demás astros, las tierras y los ma­ res y todo lo que en gran número en ellos nace? 446 33. Lo que si consideras con más atención, no ha­ llarás tal vez nada que se aprenda por sus signos. Cuando algu­ no me muestra un signo, si ignoro lo que significa, no me pue­ de enseñar nada; mas si lo sé, ¿qué es lo que aprendo por el signo? La palabra no me muestra lo que significa, cuando leo: « Y sus cofias no fueron deterioradas» (Dan 3,94). Porque si este nombre representa ciertos adornos de la cabeza, ¿acaso, en oyéndole, he aprendido qué es cabeza o qué es adorno? Y o los había conocido antes, y no tuve conocimiento de ellos al ser nombrados por otros, sino al ser de mí vistos. Pues la primera vez que estas dos sílabas, caput (cabeza), hirieron mis oídos, ig­ noré tanto lo que significaban como al oír o leer por primera vez el nombre cofias. Mas como dijesen muchas veces cabeza, notan­ do y advirtiendo cuando se decía, descubrí que éste era el nom­ bre de una cosa que la vista me había hecho conocer perfecta­ mente. Antes de este descubrimiento, la tal palabra era para mí solamente un sonido; supe que era un signo cuando descubrí de qué cosa era Signo; esta cosa, como he dicho, no la había aprendido significándoseme, sino viéndola yo. Así, pues, mejor se aprende el signo una vez conocida la cosa que la cosa visto el signo. 447 34. Para que más claramente entiendas esto, supon que nosotros oímos ahora por vez primera la palabra cabeza, y que, ignorando si esta voz es solamente un sonido o si tam­ bién significa algo, preguntamos qué es una cabeza (acuérdate de que no queremos conocer la cosa que se significa, sino su signo, el cual conocimiento no tenemos ciertamente mientras 446-448 G i l s o n , Introduction... p.92. 446 G . Rossi, Las instancias agustinianas... p.292; B oyer , L’idée de vérité... p.182; T r ía s M er c a n t , Raíces agustinianas en la filosofía del lenguaje: Augustinus 21 (1976) 70; T honnard , o .c ., p.483, Nota complem. 6: Histoire des trois enfants dans la fournaise. 447 T r ía s M e r c a n t , Raíces agustinianas en la filosofía del lenguaje de Ramón Llull: Augustinus 21 (1976) 78.79; G. Rossi, Las instancias agustinia­ nas... p.292; B oyer L’idée de vérité... p.182; T r ía s M erc a n t , o .c ., p.73. D el maestro 287 ignoramos de qué es signo). Ahora bien, si a nuestra pregunta se responde señalando la cosa con el dedo, una vez vista apren­ demos el signo que habíamos oído solamente, mas que no ha­ bíamos conocido. En el cual signo com o haya dos cosas, el so­ nido y la significación, no percibimos el sonido por medio del signo, sino por el oído herido de él, y percibimos la significa­ ción después de ver la cosa significada. Porque la apuntación del dedo no puede significar otra cosa que aquello a que el dedo apunta, y apunta no al signo, sino al miembro que se llama cabeza. Por lo tanto, no puedo yo conocer por la apun­ tación las cosas que conocía ni el signo, al cual no apunta el dedo. Mas no me cuido mucho de la apuntación del dedo, porque más bien me parece signo de la demostración que de las cosas que se demuestran, com o sucede con el adverbio que llamamos he aquí; pues con este adverbio solemos extender el dedo, no sea que un signo no vaya a ser bastante. Y princi­ palmente me esfuerzo en persuadirte, lo que no sé si conse­ guiré, que no aprendemos nada por medio de los signos que se llaman palabras; porque, como ya he dicho, no es el signo el que nos hace conocer la cosa, antes bien el conocimiento de la cosa nos enseña el valor de la palabra, es decir, la significación que entraña el sonido. 448 35. Y lo que de la cabeza he dicho, lo diré también de los adornos y de otras innumerables cosas, y conociendo éstas, no obstante, hasta ahora no conozco tales cofias; si al­ guno me las manifestase con el gesto o pintase, o mostrándo­ me cualquier otro objeto semejante a ellas, no diré que no me las ha enseñado— lo que fácilmente obtendría si quisiera yo hablar un poco más— , sino que el conocimiento de los obje­ tos colocados delante de mí no me viene de las palabras. Y si, estando yo mirándolas, me advirtiese, diciendo: «H e aquí las cofias», aprenderé la cosa que ignoraba, no por las palalabras que son dichas, sino por la visión del objeto que me ha hecho conocer y retener el valor de tal nombre. Pues no he dado fe a palabras de otros, sino a mis ojos, al aprender esa cosa; sin embargo, creí en esas palabras para atender, esto es, para indagar con la mirada qué tenía que ver. 448 B o y e r , L’idée de vérité... p .1 8 2 ; T r ía s M ercant, o .c ., p .7 2 . D e l m aestro San A gustín 288 C apítulo X I A prendem os no con el sonido extern o de las palabras, 1 sino con la enseñanza interna de la verdad 449 36. Hasta aquí han tenido valor las palabras. Las cuales— y les concedo mucho-—nos incitan solamente a bus. car los objetos, pero no los muestran para hacérnoslos conocer. Quien me enseña algo es el que presenta a mis ojos o a cualquier otro sentido del cuerpo, o también a la intelj. gencia, lo que quiero conocer. P or lo tanto, con las palabras no aprendemos sino palabras, m ejor dicho, el sonido y e[ estrépito de ellas. Porque si todo lo que no es signo no puede ser palabra, aunque haya oíd o una palabra, no sé, sin em­ bargo, que es tal hasta saber qué significa. Por tanto, es por el conocim iento de las cosas por el que se perfecciona el co­ nocimiento de las palabras, y oyendo las palabras, ni palabras se aprenden. Porque no aprendemos las palabras que conoce­ mos, y no podem os confesar haber aprendido las que no co­ nocemos, a no ser percibiendo su significado, que nos vie­ ne no por el hecho de oír las voces pronunciadas, sino por el conocim iento de las cosas que significan. Razón es muy ver­ dadera, y con mucha verdad se dice, que nosotros, cuando se articulan las palabras, sabemos qué significan o no lo sa­ bemos: si lo primero, más que aprender, recordamos; si lo segundo, ni siquiera recordamos, sino que somos así com o in­ vitados a buscar ese significado. 450 37. Y si dijeses que aquellos adornos de la cabeza, cuyo nombre solamente por el sonido conocemos, no pode­ mos conocerlos sino después de vistos— ni su nombre plena­ mente sino después de conocerlos a ellos— ; si añades: lo que sabemos de los tres niños: cóm o vencieron al rey y las llamas con su fe y su piedad, qué alabanzas entonaron a Dios, qué honrosas deferencias merecieron aun de su enemigo, ¿lo hemos acaso aprendido de otro m odo que por palabras? Res­ ponderé: todo lo que estaba significado en aquellas palabras lo conocíamos antes. Pues yo ya sabía qué son tres niños, qué 449 Jo l i v e t , La doctrine augustinienne de l’illumination... p.81.115; T hono.c., p.488. Nota complem. 8 : Le role du maitre selon Saint Thomas. 450 T honnard , o.c., p.484, Nota complem. 7: Foi et raison; p.497, Nota complem. 15: La philosophie augustinienne; V. W arn ach , Erleuchtung und Einsprechung bei Áugustinus: Augustinus magister p.440.441; N. I ncardona, Eondamenti teologici e limiti teoretici dell’atto di pensare in Sant’Agostino: Augustinus magister p.472; L ope C il le r u e lo , ¿Qué es Dios? p.293. 289 horno, qué el fuego, qué un rey, qué, finalmente, ser pre‘ do del fuego, y todo lo restante que aquellas palabras E difican. Tan desconocidos son para mí Ananías, Azarías y vjjsael com o aquellas cofias; y estos nombres de nada me sirvjeron ni pudieron servirme para conocerlos. Mas confieso que, rnás que saber, creo que todo lo que se lee en esa histot¡a sucedió en aquel tiempo del mismo m odo que está escrito; v los autores, a quienes damos fe, no ignoraron esta diferencia, pues dice un profeta: «S i no creyereis, no entenderéis» (Is 7 ,9); no hubiera dicho esto, ciertamente, si hubiera juzgado que no cabía diferencia. A sí, pues, creo tod o lo que entiendo, mas no entiendo tod o lo que creo. Y no por eso ignoro cuán útil es creer aun muchas cosas que no con ozco; por ejem plo, la historia de los tres niños; por tanto, aunque no puedo con o­ cer muchas cosas, sé cuánta utilidad puede sacarse de su creencia. 451 38. Ahora bien, comprendemos la multitud de co ­ sas que penetran en nuestra inteligencia, no consultando la voz exterior que nos habla, sino consultando interiormente la verdad que reina en el espíritu; las palabras tal vez nos mue­ van a consultar. Y esta verdad que es consultada y enseñada es Cristo, que, según la Escritura, habita en el hombre, esto es, la inconmutable Virtud de Dios y su eterna Sabiduría; mas ella revélase a cada alma tanto cuanto ésta es capaz de recibir, en proporción de su buena o mala voluntad. Y si al­ guna vez se engaña, no es por achaque de la verdad consul­ tada, com o no es defecto de esta luz que está fuera el que los ojos del cuerpo tengan frecuentes ilusiones; consultamos a esta luz para que, en cuanto nosotros podemos verla, nos muestre las cosas visibles. C a p ítu lo X II Cristo es la verdad que nos enseña interiormente 452 39. Si nosotros consultamos la luz para juzgar de I los colores, de lo restante que sentimos por medio del cuer[ po, de los elementos de este mundo, de los cuerpos, de nues- nard. 451 P e g u e r o l e s , o .c ., p.39; Jo l iv e t , La doctrine august. de l’illum. p.78; I B oyer , L’ idée de vérité... p.184.247; I d ., Sant’Agostino p.98; C a yr é , o .c ., ■ p.222; G il s o n , Introduction... p.99; 452-459; T. M o r e tt i -C o n s t a n z i , Ascesis ■ y filosofía en San Agustín: Augustinus 19 (1974) 22s. 452-455 G il s o n , Introduction... p.99; B o ye r , Sant’Agostino p.97. Los filósofos medievales 1 10 290 San Agustín tros sentidos— de los cuales se sirve nuestra mente, como dP interpretes, para conocer la materia— , y si para juzgar de la, cosas intelectuales consultamos, por medio de la razón, la ver dad interior, ¿cóm o puede decirse que aprendemos en las na' abras algo mas que el sonido que hiere los oídos? Pues todo lo que percibimos, lo percibimos o con los sentidos del cuer po o con la mente: a lo primero damos el nombre de sensiblea lo segundo, de inteligible, o, para hablar según costumbre de nuestros autores, a aquello llamamos carnal, a esto espiri­ tual. Respondemos sobre lo primero, al ser interrogados, si ]0 que sentimos está allí presente; como si se nos pregunta al estar mirando la luna nueva, cuál es y dónde está. El que pregunta, si no la ve, cree a las palabras, y con frecuencia no cree; mas de ningún modo aprende si no es viendo lo que se dice; en lo cual aprende no por las palabras que so­ naron, sino por las cosas y los sentidos. Pues las mismas palabras que sonaron al que no veía, suenan al que ve. 453 Mas cuando se nos pregunta no de lo que sentimos al presente, sino de aquello que alguna vez hemos sentido, ex­ presamos no ya las cosas mismas, sino las imágenes impresas por ellas y grabadas en la memoria; en verdad no sé cómo a esto lo llamamos verdadero, puesto que vemos ser f a l s o * a no ser porque narramos que lo hemos visto y sentido no ya que lo vemos y sentimos. Así llevamos esas imágenes en o interior de la memoria com o documentos de las cosas antes sentidas, contemplando las cuales con recta intención en nues-i tra mente, no mentimos cuando hablamos; antes bien son para nosotros documentos; pues el que escucha, si las sin -l tío y presenció, mis palabras no le enseñan nada, sino que el reconoce la verdad por las imágenes que lleva consigo mis-1 mo; mas si no las ha sentido, ¿quién no verá que él, más I que aprender, da fe a las palabras? 454 40. Cuando se trata de lo que percibimos con !a 1 mente, esto es, con el entendimiento y la razón, hablamos lo I que vemos esta presente en la luz interior de la verdad, con 1 que esta iluminado y de que goza el que se dice hombre in- f tenor; mas entonces también el que nos oye conoce lo que ] yo digo porque el lo contempla, no por mis palabras, si es f que lo ve el interiormente y con ojos simples. Luego ni a l este, que ve cosas verdaderas, le enseño algo diciéndole ver-1 dad, pues aprende, y no por mis palabras, sino por las mismas I 454 B o y e r, L’idée de vérité... p .1 8 3 ; G ils o n , 291 D el maèstro Introduction... p .9 3 . cosas que Dios le muestra interiormente; por tanto si se le oreguntase sobre estas cosas, podría responder. Y ¿hay nada más absurdo que pensar que le enseño con mi locución cuan­ do podía, preguntado, exponer las mismas cosas antes de que vo hablase? Pues lo que sucede muchas veces, que interro­ gado niegue alguna cosa y se vea obligado con otras preguntas a confesarlo, es por la debilidad de su percepción, incapaz de consultar a aquella luz sobre todo el asunto; se le advierte que lo haga por partes cuando se le pregunta de estas partes de que consta aquel conjunto, al cual, considerado asi, no po­ día ver Adonde si es llevado por las palabras del que pregun­ ta es llevado no por palabras que enseñan, sino por palabras que indagan en relación con su aptitud para comprender la luz interior; como si yo te preguntase si no hay nada que pueda enseñarse con palabras— que es de lo que tratamos _, v a ti, no podiendo verlo todo, te pareciese un absurdo a pri­ mera vista; así, pues, convino preguntar conforme a la apti­ tud de tus fuerzas para oír interiormente a aquel Maestro, para decir yo: ¿de dónde has aprendido lo que confiesas ser verdadero al hablar yo, y estás cierto de ello, y confirmas que lo conoces? 455 Responderás tal vez que yo te lo había ensenado. Entonces yo añadiré: ¿acaso, si te dijese que he visto volar a un hombre, estarías tan cierto de mis palabras com o si oye­ ses que los hombres sabios son mejores que los necios? D i­ rás, ciertamente, que no, y responderás que no crees aquello o, aunque lo creas, lo ignoras; mas que esto lo sabes cierta­ mente. De aquí ya entenderás, sin duda, que por mis pala­ bras no has aprendido nada, ni en aquello que ignorabas afir­ mándotelo yo ni en esto que sabías muy bien; puesto que afirmarías, si te preguntase de cada una de esas cosas, que desconocías la primera, y que la segunda te era conocida. Mas entonces reconocerían plenamente la verdad que hablas ne gado, una vez que conocieses ser claras y ciertas las partes de que ella se compone. En cuanto a todas las cosas que decimos, o el oyente ignora si ellas son verdaderas, o no ignora que son falsas, o sabe que son verdaderas. En la primera hipótesis, cree, opina o duda; en la segunda, contradice y mega;^ en la tercera, confirma; por tanto, nunca aprende. Porque están con­ vencidos de no haber aprendido nada por mis palabras el que 455 J o l i v e t , de vérité... ha doctrine august. de l’illumination... p .1 8 3 . p .8 2 ; B oyer, Vtdee 292 San Agustín ignora la cosa después que he hablado, el que conoce que I oído cosas falsas y el que, preguntado, pudiera decir lo mismn que se ha dicho. ' ,l(: CAPÍTULO' X I I I La palabra no puede manifestar lo que nosotros tenemos i en el espíritu . 45A . 41 • Por lo cuf> en las cosas percibidas con la men­ te, inútilmente oye las palabras del que ve aquel que no puede verlas; a no ser porque es útil creer, mientras se ignoran, tales cosas. Mas todo el que puede ver, interiormente es discípulo e la verdad; fuera juez del que habla, o más bien de su len^ ? T qUei “ ,VCCeS Sabe Io ^ue se ha dicho, aun de í r Í ° ° qUe h° ; COm° SÍ alguno’ Partidario de los epicúreos, y que piensa que el alma es mortal, repro­ duce los argumentos expuestos por los sabios en favor de su inmortalidad en presencia de un hombre capaz de penetrar lo espiritual; el oyente juzgará que el epicúreo dice verdad, mas el epicúreo ignora si es verdad lo que dice, antes bien lo creerá! muy falso. ¿Hemos de pensar, por tanto, que enseña lo que biéndolo USa mismas palabras que podría usar sa- 457 42. Así, pues, las palabras no tienen ya ni el valor de manifestar el pensamiento del que habla, pues es incierto si el sabe lo que dice. Anade los que mienten y engañan los I cuales— es fácil que lo entiendas— no sólo no abren su alma I con las palabras, sino que hasta la encubren. Pues de ningu­ na manera dudo que los hombres veraces se esfuerzan y de m e Z T t f u Pr? feSÍÓn de descubrir sus sentimientos por si no f palabra’ lo cJl; e conseguirían con aplauso de todos no fuera permitido a los mentirosos el hablar. Frecuente­ mente hemos experimentado, tanto en nosotros com o en otros | Piensan ^ I o T T correspondientes a las cosas que se Io s T k ’ A , Ve° que puede Ser de dos modos: o cuando Ídidas h Í s 4°S qUC P1CnSa ? traSveces COS3Solvidadas-esto Pronuncian palabras apren­ de memoria y muchas nos sucede con frecuencia cuando cantamos un himno— , o cuando, sin immortality (Vilíaíiva* FPal { i A; MouRANT- Augustine on doctrine augusl. 7/ n ilu m p g L GlLS° N’ Inlroducti° P-89.90; J o l i v e t , La 4 5 7 G il s o n , Introduction... p .9 0 n t . l . D el maestro 293 iprerlo nosotros, brotan por error de la lengua unas palabras J J S m s , P ^ s tampoco aquí las palabras se oyen como signos f i a s co as que tenemos en el ánimo. Porque los que mienten ?ensan ciertamente en las cosas que hablan, de tal manera L e aunque ignoremos si dicen verdad sabemos que tienen L él ánimo lo que dicen, a no ser que les suceda una de las 4os cosas que he dicho. Y si alguno— entre tanto— porfía que s u c e d e n , y que cuando sucede una de ellas se percibe, aun(Fj puchas veces está oculta, y que muchas veces me ha inducido a error oyéndole, no le contradigo. 458 43 Y aquí sucede otro m odo, muy común por cierto y origen de muchas disputas y disensiones: cuando el que habla significa ciertamente lo que piensa, pero s° lajue — muchas veces— a él mismo y a algunos otros; mas no lo sig­ nifica a aquel a quien habla y a algunos otros. Asi, pues, diga alguno, oyéndole nosotros, que ciertos animales superan en virtud al hombre; al momento no lo p o d e m o s sufrir, y con gran brío refutamos tan falsa y perniciosa afirmación; y tal vez él llame virtud a las fuerzas físicas, y enuncie con este nombre lo que ha pensado, y no mienta, ni se equivoque en realid d ni dando vueltas a otra cosa en la mente, haya ocultado las palabras grabadas en la memoria, ni suene por equivocación de la lengua otra cosa que la que pensaba; sino que llama con distinto nombre que nosotros a la cosa que piensa, sobre la cua nosotros asentiríamos si pudiésemos ver su pensamiento e cual no nos ha podido mostrar aun con as palabras d™ J explicaciones dadas. Dicen que la d e f i n i c i ó n puede remed ar este error, de tal manera que si en esta cuestión definiese que es virtud, aclararía, dicen, que la discusión no es sobre la cosa sino sobre la palabra; para conceder que esto es asi,^ ¿puede encontrarse acaso un buen definidor? Y , sin e m b a r g o se ha discutido mucho sobre la ciencia de definir, que ni es oport no tratar ahora ni siempre yo lo apruebo. 4 59 44 D ejo pasar el que no oímos bien muchas cosas y discutimos sobre ellas larga y acaloradamente como si las hu­ biésemos oído. Así, cuando poco ha expresaba yo Ia P " misericordiosa en lengua púnica, tú d e c í a s haber aprendido que ella significaba piedad; mas yo, contradiciendote, aseguraba habérsete olvidado lo que habías aprendido, pues me había pa458 T r í a s M e r c a n t , Llull: Raíces a&ustinianas en la filosofía del lenguaje de Ramón A u g u s tin u s 21 ( 1 9 7 6 ) 7 2 ; G i l s o n , Introducá,on p.90 4 5 9 T r í a s M e r c a n t , o . c . , p .7 3 ; G i l s o n , Introduction... p .9 1 . 294 San Agustín D e la verdadera religión recido que no habías dicho piedad, sino fe, estando como est, as tan junto a mi y no engañando al oído estas dos palabra' por la semejanza del sonido. Sin embargo, pensé por m u í tiempo que ignorabas lo que te habían dicho“ ignorando Vo , que dijiste tú; pues, de haberte oído bien, dé ninguna nrVd qreaera surdo que un vocablo púnico significara a la vez piedad y misericordia. Esto sucede muchas veces; mas C0S U né ! m° j ? mano> Para que no parezca que calumnio egligencia del que oye o la sordera de los hombres. Más angustia, lo he dicho más arriba, el no poder conocer los pensa k b r a fS Ios que hablan> entendiendo clarísimamente sus pa- este caso).CUan ^ mÍSma k n Sua <la Iab* a Jn C a p ít u l o X I V Cristo enseña dentro; fuera el hombre advierte con palabras ^ as, be aqi|í que ya admito y concedo que cuando haya recibido en el oído las palabras aquel a quien son L s cque u f ilas a s ^palabras ! ] h S significan. q -p d qU! habkpor ha esto Pensado en la* sas ¿Acaso aprende si co­ ha dicho verdad, que es lo que ahora buscamos? ¿Acaso pretenden los maestros que se conozcan y retengan! Z i K b S r ' y "° Piensan e » s é £ Í enví , T Ue ¿qL,üen hay tan id a m e n te curioso que maestro? M a f “ " qu£ aPrenda qué piensa el maestro. Mas una vez que los maestros han explicado las d is -1 aphnas que profesan enseñar, las leyes de la virtud y de T a l han d k h o 'T o T r 63 A Consideran i n s i g o mismos si ,, cho .c° sas verdaderas,examinando según sus fuerzas I aquella verdad interior. Entonces es cuando a p o d e n y c u a n l do han reconocido interiormente la verdad de la Iecdón ala- I an a sus maestros, ignorando que elogian a hombres d ó ctr i-1 lo q u e s e e n eM ^ 6 * d° Ct0_res’ ,si’ C u° n ^ ellos saben a los que nn 1 enganai? l0S h° mbres en IIamar maestros a los que no lo son, porque la mayoría de las veces no media ningún intervalo entre el tiempo de la locución y el tiempo del conocrnimnto; y porque, advertidos por la palabra del profesor haber sido ¡ L S 461 46. Mas en otro tiempo discutiremos, si Dios lo emitiere, de toda la utilidad de las palabras que, bien consi& no es pequeña. Pues hoy te he adverado de no darles f e importancia de la que conviene, para que no solo creamos, t o que comencemos a entender cuán verdaderamente esta esX o por Ia autoridad divina que no llamemos maestro núes o a nadie en la tierra, puesto que el solo Maestro de todos L tá en los cielos. Mas qué haya en los cielos, lo ensenara aauel que por medio de los hombres y de sus signos nos ad vierte exteriormente, a fin de que, vueltos a El lntenorme , seamos instruidos. Amarle y conocerle constituye lai vida bien aventurada, que todos predican buscar; mas pocos soni lo sq u e se alegran de haberla verdaderamente encontrado. Y ahora quiero que me digas tu parecer sobre todo esto que he dic . Porque si conoces que es verdad lo que he dicho, preguntado sobre cada uno de los juicios, hubieras dicho que lo sabias ves pues, de quién has aprendido esto, y no cu tam en te de m í’ pues que, si te preguntase, responderías a todo. Si al conttario no conoces que es verdad, no te hemos ensenado ni El ni yo; yo, porque nunca puedo ensenar; El, porque tu no pu des aprender todavía. 46? A d Y o he aprendido con tu discurso que las palabras no hacen otra cosa que ¡nena, al hombre .. que: « p r e n i ; que, sea cualquiera el pensamiento del que habla su palid r no io s muestra mis que poca cosa; que, s. es verdadlo que ise dice sólo lo puede enseñar aquel que, cuando extenorme hablaba, noTadvirtió que El habita dentro de nosotros; ai qmen ya con su ayuda, tanto más ardientemente amare cuanto mas aproveche en el estudio. Sin embargo, quedo muy agradecido r t a s o ' del cual re has servido sin interrupción, p r i m a l mente porque ha previsto y relatado todas las 1™ ° que tenía dispuestas para contradecirte; y porque no has d jado nada de lo que me hacía dudar; de lo que „0 me respondería así aquel oráculo secreto, según tus palabras afirmaban . I iI i 1 I DE L A V E R D A D E R A R E L IG IO N Fm rTdSN c i t a d a - Obras de San Agustín, en edición bilingüe, IV , Obras apologéticas: ... D e la verdadera r e í l i g u ó n lntroducclon y notas por V . C a p á n a g a , O .R .S.A . (BAC, Madrid 1948). 461 C a y r é , o . c . , p .1 1 9 ; 460 B oyes, L’idée de vérité... p .1 8 3 .1 8 4 ; G il s o n , Introduction... p.M . 295 462 C a y r é , o .c . , p .1 1 9 . * Fin del diálogo, Jo l iv e t , La doctrine august. de V illumination p .8 3 . San A gustín 296 o.e., p.3-67; 210-231; J. P e g o n , S. J O eu vres d e Saint Augustin, V i l i , première serie: O puscules, V I I I , La fo i chrétienne. D e vera religione, introductions, trad. et notes (Biblioth. august.) (Paris 1951); introd. p .11-21 (Bibliogr. p.20-21); D . B a s s i, « D e magistro», et « D e vera religion e». Studio, testo, traduz. (Firenze 1930); S. C o l o m b o , Sant’A gostino. D ella vera religione. Estratti tradotti e collegati, introduz. e note (T orin o, coll. Letture di Filosofia, v o l.X V III); P. A . N e n o , D ella vera religione, traduz. e prefaz. (Firenze 1931); A . G u z z o , Augustinus del «C ontra A cadem icos» al » D e vera religione» (Firenze 1925); H . D o r r i e s , Das Verhältnis des N euplatonischen und Christlichen in Augustinus « D e vera religion e»: Zeitsch. für neutestamentliche Wissenschaft und die Kunde der älteren (1924) p.64-102. B ib l io g r . g e n .: C apänaga, C a p ítu lo XI Origen de la vida y de la muerte 463 21. Ningún ser vivo hay que no venga de Dios, porque El es, ciertamente, la suma vida, la fuente de la vida; ningún ser vivo, en cuanto tal, es malo, sino en cuanto tiende a la muerte; y la muerte de la vida es la perversión o nequicia, que recibe su nombre de que nada es; con razón los hombres muy malvados son nombres de nada. La vida, pues, desvián­ dose, por una defección voluntaria, del que la creó, de cuyo ser disfrutaba, y queriendo, contra la ley divina, gozar de los cuerpos, a los cuales Dios la antepuso, tiende a la nada; tal es la maldad o la corrupción; no porque el cuerpo sea nada, pues también él tiene su cohesión de partes, sin la cual no puede existir. Luego también es autor del cuerpo el que es fun­ damento de toda unión. Todo cuerpo posee com o cierto reposo de forma, sin el cual no existiría. Luego el Creador de los cuerpos es el principio de toda armonía y forma increada y la más bella de todas. Los cuerpos poseen igualmente su forma o especie, sin la cual no serían lo que son. Si, pues, se indaga quién los hizo, búsquese al que es hermosísimo entre todos, pues toda hermosura se deriva de El. Y ¿quién es éste, sino el Dios único, la verdad única, la salud de todas las cosas, la pri­ mera y soberana esencia, de que procede todo lo que es en cuanto tiene ser, porque todo lo que es, com o tal, es bueno? 463-482 C a p á n a g a , o .c ., Introducción p.3-67; C a y r é , o .c . , p.127-133; P e ­ g ó n , o.c.. Introducción p.11-24. 463 P e g ó n , o . c . , p.491, Nota complem. 8: Peché el destinée; C a p á n a g a , El hombre abismo... p.238; K o w a l c z y k , La métaphysique du bien selon l’acception de Saint Augustin: Est. Agust. 8 (1973 ) 41-42; P e g ó n , o.c., p.486, Nota complem. 5: Species, forma. D e la verdadera religión 297 464 22. Luego de Dios no procede la muerte. Dios no hizo la muerte ni se complace en la destrucción de los vivos; por ser suma esencia, da el ser a todo lo que es, de donde re­ cibe el nombre de esencia. Mas la muerte precipita en el no ser a todo lo que muere, en cuanto muere. Pues si las cosas mortales o corruptibles enteramente perdieran su ser, llegarían a ser nada; pero en tanto mueren en cuanto se menoscaba su ser; o dicho más brevemente, tanto más mueren cuanto menos son. Es así que todo cuerpo es menos que una vida cualquiera, pues a poquita forma que le quede dura en el ser por la vida, sea la que gobierna a todo ser animado, sea la que dirige la natu­ raleza del universo. Luego el cuerpo está más sujeto a la muer­ te y, por tanto, más próximo a la nada. Por lo cual, el ser vivo que por el goce corporal abandona a Dios, tiende a la nada, y ésta es la malicia o nequicia. C a p ítu lo X V I I I Defectibilidad de las creaturas 465 35. Pero me objetas: ¿Por qué desfallecen? Por­ que son mudables. ¿Por qué son mudables? Porque no poseen el ser perfecto. ¿Por qué no poseen la suma perfección del ser? Por ser inferiores al que las crió. ¿Quién las crió? El Ser ab­ solutamente perfecto. ¿Quién es El? Dios, inmutable Trini­ dad, pues con infinita sabiduría las hizo y con suma benigni­ dad las conserva. ¿Para qué las hizo? Para que fuesen. Todo ser, en cualquier grado que se halle, es bueno, porque el sumo Bien es el sumo Ser. ¿De qué las hizo? De la nada. Pues todo lo que es ha de tener necesariamente cierta forma o especie, por insignificante que sea, y aun siendo minúsculo bien, siem­ pre será bien y procederá de Dios. Mas por ser la suma forma sumo bien, también la más pequeña forma será mínimo bien. Es así que todo bien es Dios o procede de El. Luego aun la mínima forma viene de Dios. L o que se afirma de la especie puede extenderse igualmente a la forma, pues con razón en las 464 B o y e r , L’idée de vérité... p.243; G i l s o n , K o w a l c z y k , La conception de l’homme chez Saint Introduction... p.247 nt.3; Augustin: Giorn. d i met. 27 (1972) 201. 465 P e g u e r o l e s , o . c . , p.71; G i l s o n , Introduction... p.74.259; B o y e r , L’ idée de vérité... p.135; M o r a n , Síntesis del pensamiento agustiniano: Augustinus 5 (1960) 237; K o w a l c z y k , La idea de Dios en el pensamiento agustiniano: Augus­ t in u s 20 (1975) 347; Í d . , La métaphysique du bien...: Est. agust. 8 (1973) 34.40.48. 298 San Agustín D e la verdadera religión alabanzas especiosísimo equivale a hermosísimo. H izo, pues, Dios todas las cosas de lo que carece de especie y forma, y eso es la nada. Pues lo que, en parangón con lo perfecto, se llama informe, si tiene alguna forma, aunque tenue e incipiente, no es todavía la nada, y por esta causa, en cuanto es, también procede de Dios. 466 36. Por lo cual, si bien el mundo fue formado de alguna materia informe, ésta fue sacada totalmente de la nada. Pues lo que no está formado aún y, sin embargo, de algún modo se ha incoado su formación, es susceptible de forma por bene­ ficio del Creador. Porque es un bien el estar ya formado, y algún relieve de bien la misma capacidad de forma; luego el mismo autor de los bienes, dador de toda forma, es el funda­ mento de la posibilidad de su forma. Y así, todo lo que es, en cuanto es, y todo lo que no es, en cuanto puede ser, tiene de Dios su forma o su posibilidad. O dicho de Otro modo: todo lo formado, en cuanto está formado, y todo lo que no está formado, en cuanto es formable, halla su fundamento en Dios. Y ninguna cosa puede lograr la integridad de su natura­ leza si a su modo no es sana. Luego la sanidad viene del autor de todo bien. Es así que Dios es principio de todo bien; luego lo es igualmente de toda sanidad. C a p ít u l o X IX Son bienes, pero limitados, los que pueden corromperse 467 37. Así, pues, los que tienen los ojos de la mente abiertos, y no turbios o cegados con el pernicioso afán de la victoria, fácilmente ven que todas las cosas que se vician y mueren son buenas, aun cuando el vicio y la muerte sean ma- 1 los. Pues éstos no causarían daño alguno si no privasen de algún elemento sano: el vicio no sería tal si no dañase. Si, | pues, el vicio perjudica a la salud, que sin disputa de nadie es buena, son igualmente buenas las cosas que el vicio destru- 1 ye; mas sólo se vician las cosas dañadas por el vicio; luego son buenas todas las cosas viciadas. Y se vician porque son j bienes limitados. Luego por ser bienes proceden de Dios; por ser limitados, no son lo mismo que Dios. Este es, pues, el | único bien que no puede malearse. Los demás proceden de El I 4 6 6 T . M a n f e r d i n , Pluralidad según San Agustín: Augustinus 19 (1 9 7 4 ) 1 50; P egón, o .c ., p .4 8 6 , Nota com plem . 5 : Species, forma. I 299 y pueden corromperse por sí mismos, pues por sí mismos nada son; y por El en parte no se vician, en parte los viciados re­ cobran la sanidad. C a p ít u l o X X III Veracidad del testimonio de los sentidos. Origen del error 468 61. Si los cuerpos tenuemente reflejan la unidad, no hemos de darles crédito por causa de su mentira; no re­ caigamos en la vanidad de los que devanean, sino indaguemos más bien— ya que falazmente parecen querer ostentar a los ojos carnales lo que es objeto de una contemplación intelectual— si engañan por la semejanza que simulan de ella o por no al­ canzarla. Pues, si la alcanzasen, lograrían ser lo que imitan. Y en este caso serían completamente semejantes, y, por lo mis­ mo, idénticos por naturaleza. Ofrecerían, pues, no un remedo disímil, sino una perfecta identidad. Y , sin embargo, no mien­ ten a los que observan este hecho con sagacidad, porque miente el que quiere parecer lo que no es; y si contra su voluntad lo toman por lo que no es, da lugar a engaño, pero no miente. Porque esta diferencia hay entre en que miente y el que en­ gaña: el primero tiene voluntad de engañar, aunque no lo con­ siga; lo segundo no puede ser sin producir engaño. Luego la hermosura de los cuerpos no miente, pues carece de voluntad, ni tampoco engaña cuando no se la estima más de lo que es. 469 62. Pero ni aun los mismos ojos engañan, pues sólo pueden transmitir al ánimo la impresión que reciben. Y si tan­ to ellos como los demás sentidos nos informan de sus propias afecciones, no sé qué más podemos exigirles. Suprime, pues, a los que devanean, y no habrá vanidad. Si alguien cree que en el agua el remo se quiebra y al sacarlo de allí vuelve a su in­ tegridad, no tiene un mensajero malo, sino un mal juez. Pues aquel órgano tuvo la afección sensible, que debió recibir de un fenómeno verificado dentro del agua, porque, siendo diver­ sos elementos el aire y el agua, es muy puesto en razón que se sienta de un modo dentro del agua y otro en el aire. Por lo cual, el ojo informa bien, pues fue creado para ver; el ánimo 468 C ayr é , o .c ., p .1 3 0 ; G . R o s s i , Las instancias agustinianas de la verdad y de la libertad en la investigación antropológica: Au gust. 21 (1 9 7 6 ) 290. 469 C a y ré, o .c . , p .1 3 0 ; Rom eyer, Trois problèmes... p .222 n t . l ; B oyer, Vidée de vérité... p . 173; J o l i v e t , La doctrine augustin. de Villumination p .99.100. 300 San Agustín D e la verdadera religión obra mal, pues para contemplar la soberana hermosura está hecha la mente, no el ojo. Y él quiere dirigir la mente a cuerpos y los ojos a Dios, pretendiendo entender las cosas car­ nales y ver las espirituales, lo cual es imposible. los C a p ít u l o X X X IV El juicio sobre los fantasmas 470 63. Se ha de corregir este defecto, pues quien no ordena los valores superiores e inferiores, poniendo a cada cosa en su lugar, no será apto para el reino de los cielos. N o bus­ quemos, pues, lo sumo en las cosas de abajo, ni pongamos el corazón en éstas, no seamos juntamente condenados con ellas; ] es decir, reconozcamos el mérito propio de la hermosura infe­ rior, no sea que, por buscar lo primera entre lo último, sea­ mos puestos por los primeros entre los últimos. Lo cual no va en daño de las cosas ínfimas y sí en gravísimo perjuicio núes- « tro. Ni tampoco por eso el gobierno de la divina Providencia I desmerece o sufre desdoro, porque a los injustos los trata jus- ] tamente, y a los deformes, con el decoro que pide el orden, i Y si a nosotros nos embauca la hermosura material, por la u n i-1 dad que ostenta, sin lograrla plenamente, entendamos, si po- 1 demos, que nuestra ilusión procede no del ser, sino del no ser | de ellas. Pues todo cuerpo es verdadero cuerpo, pero falsa I unidad, por no ser perfectamente uno ni acabada ecuación de la unidad; y, no obstante, ni el cuerpo mismo existiría sin ser I uno de algún modo. Y, en verdad, lo que de algún modo es 1 uno no podría serlo sin participar lo que tiene de la perfecta I unidad. 471 64. ¡Oh almas obstinadas! Dadme a quien se eleve a la contemplación de estas verdades sin ninguna imaginación carnal. Dadme a quien vea que sólo el Uno perfecto es principio de todo lo que tiene de unidad, ora realice este concepto, ora no. Dadme a un verdadero contemplador de estas verdades, no a un gárrulo discutídor o presuntuoso conocedor de las mismas. Dadme a quien resista a la corriente de las im­ presiones sensibles y embalsame las llagas que ellas han hecho en el alma; a quien no arrastren las costumbres humanas y la ambición de las alabanzas volanderas; a quien llore sus culpas j | 1 1 1 I I 470-472 B o y e r , L’idée de vérité... p. 175.176; C a y r é , o . c . , p.130. 471 C a p á n a g a , o . c . , p.220 nt.38.39; C a y r é , o . c . , p.130. ■ 301 ¿n el lecho y se consagre a reformar su espíritu, sin apego a la vanidad externa ni ir en pos de las ilusiones. Dadme a uno que discürra de este modo: Si no hay más que una Roma, fundada, áegún la fama, junto al Tíber, por no sé qué Rómulo, luego fals¿( es esta que llevo yo pintada en mi imaginación: no es la misma ni estoy yo allí presente, pues sabría lo que allí acaece ahora. Si no hay más que un sol, es falso el que finjo con mi pensamiento; pues aquél realiza su carrera por determinados espacios y tiempos; en cambio, a éste yo lo pon­ go donde quiero y cuando quiero. Si uno es aquel amigo mío, falso es el que llevo retratado dentro de mí, pues aquél no sé dónde anda, a éste le pongo donde me place. Y o mismo, cier­ tamente, soy uno, y en este lugar siento que está mi cuerpo; y, sin embargo, con la fuerza de mi imaginación, voy adonde quiero y hablo con quien me agrada. Falsas son estas cosas, y nadie entiende lo falso. 472 Propiamente, pues, no es operación de entender el entregarse a este juego de la fantasía y asentir a él, porque la verdad es objeto propio de la inteligencia. ¿Son tal vez éstos los que se llaman fantasmas? ¿Cóm o, pues, mi alma se ha po­ blado de ilusiones? ¿Dónde está la verdad, que se abraza con la mente? A l que discurre de este m odo ya se le puede decir: Aquella es luz verdadera que te muestra la falsedad de tales fantasmas. Por ella vislumbras la unidad, cuyos reflejos advier­ tes en todas las demás cosas, y, sin embargo, sabes que ningún ser contingente puede ser lo que ella es. C a p ít u l o X X X IX Por la pista de los vicios, a la primera hermosura 473 72. ¿Qué hay, pues, que no pueda servir al alma de recordatorio de la primera Hermosura abandonada, cuando sus mismos vicios le aguijan a ello? Porque la sabiduría de Dios se extiende de este modo de uno a otro confín, y por ella 472 C a p án ag a , o .c ., p.220 nt.38; B o y e r , L’idée de vérité... p.58 nt.l. 473-474 D ía z de T u e s t a , El programa vital de San Agustín: Est. agust. (1970) p.625; M o r e t t i-C o n s t a n z i, Ascesis y filosofía en San Agustín: Augustinus 19 (1974) 27; Lope C i l l e r u e l o , La prueba agustiniana... p.249.251s.; Id., ¿Qué es Dios? p.278; B oyer, L’idée de vérité... p.244.249; C apánaga, o .c ., p.221 nt.45; M au sb ach , Die Elhik des hl. Augustinus I p.87; G i l s o n , Introduction... p.21; P e g u e r o le s , o . c ., p.37; M o ra n , Síntesis del pensamiento agustiñiano p.254; J o l i v e t , La doctrine august. de l'illumin. p.75; C a p á n a g a , El hombre-abismo... p.246. 302 San Agustín el supremo Artífice coordinó todas sus obras para E n/fin de hermosura. Así, aquella bondad no envidia a ninguná hermosu­ ra, desde la más alta hasta la más ínfima, pues sólq de ella puede proceder, de suerte que nadie es arrojado de lá verdad, que no sea acogido por alguna efigie de la misma. Indaga qué es lo que en el placer corporal cautiva: nada hallará^ fuera de la conveniencia; pues si lo que contraría engendra* dolor, lo congruente produce deleite. j 474 Reconoce, pues, cuál es la suprema congrbencia. No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad; y si hallares que tu natu­ raleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la razón se enciende. Pues ¿adonde arriba todo buen pensador sino a la verdad? La cual no se descubre a sí misma mediante el discurso, sino es más bien la meta de toda dialéc­ tica racional. Mírala com o la armonía superior posible y vive en conformidad con ella. Confiesa que tú no eres la Verdad, j pues ella no se busca a sí misma, mientras tú le diste alcance por la investigación, no recorriendo espacios, sino con el afecto espiritual, a fin de que el hombre interior concuerde con su ; huésped, no con la fruición carnal y baja, sino con subidísimo deleite espiritual. 475 73. Y si te pasa de vuelo lo que digo y dudas de su verdad, mira, a lo menos, si estás cierto de tu duda acerca de estas cosas; y en caso afirmativo, indaga el origen de dicha certeza; no se te ofrecerá allí de ningún modo a los ojos la luz de este sol material, sino aquella que alumbra a todo hom­ bre que viene a este mundo. N o es visible a los ojos materiales ni admite representación fantástica por medio de imágenes, acuñadas por los sentidos en el alma. La perciben aquellos ojos con que se dice a los fantasmas: no sois vosotros lo que yo busco ni aquello con que os ordeno, rechazando las defor­ midades que me presentáis y aprobando lo hermoso; es más bella aquella luz interior con que discrimino cada cosa; para ella, pues, va mi preferencia, y la antepongo no sólo a vosotros, sino también a los cuerpos de donde os he tomado. Después, la misma regla que ves, concíbela de este modo: todo el que conoce su duda, conoce con certeza la verdad, 475 N. I ncardona , Fondamenti teologici e limiti teoretici dell’atto di pen­ sare: August. magister, p.467. De la verdadera religión 303 y de e^ta verdad que entiende, posee la certidumbre; lue­ go cierto está de la verdad. Quien duda, pues, de la existencia de la verdad, en sí mismo halla una verdad en que no puede mellar la duda. Pero todo lo verdadero es verdadero por la verdad. Quien duda, pues, de algún modo, no puede dudar de la verdad. Donde se ven estas verdades, allí fulgura la luz, inmune de toda extensión local y temporal y de todo fantasma del mismo género. ¿Acaso ellas pueden no ser lo que son, aun cuando fenezca todo raciocinador o se vaya en pos de los de­ seos bajos y carnales? Tales verdades no son producto del ra­ ciocinio, sino hallazgo suyo. Luego antes de ser halladas perma­ necen en sí mismas, y cuando se descubren, nos renuevan. C a p ít u l o XL De la hermosura sensible y sus deleites y del castigo de los pecadores 476 ... 76. Así, todos quedan ordenados, según sus ofi­ cios y fines, para la hermosura del universo, de suerte que los detalles que nos displacen en la parte, confrontándolos con el conjunto, nos deleitan muchísimo; pues tampoco, al contem­ plar un edificio, debemos contentarnos con mirar un solo án­ gulo, ni en el hombre hermoso sólo los cabellos, ni en el buen orador sólo el movimiento de los dedos, ni en el curso lunar una fase de pocos días. Si queremos juzgar con rectitud todas estas cosas que son ínfimas, porque de las partes imperfectas resulta la perfección del todo, ora se atienda a su hermosura en reposo, ora en movimiento, han de considerarse en relación con la totalidad. Pues nuestro juicio verdadero, ya verse acerca de la parte, ya del todo, es bello, porque se sobrepone al uni­ verso entero, sin adherirnos a alguna de sus partes, al juzgar. En cambio, nuestro error, estacionándose en alguna de sus par­ tes, es deforme por sí mismo. Pero así como el color negro en la pintura, combinado en el conjunto del cuadro, resulta her­ moso, igualmente todo este combate lo ordena decorosamente la inmutable Providencia, galardonando diversamente, según sus méritos, a los vencidos, a los combatientes, a los victorio­ sos, a los espectadores, a los pacíficos y contempladores del único Dios; y en todas estas cosas, el mal únicamente es el 476 C apán ag a , o .c ., p.222 K o w a l c z y k , La idea de Dios (1975) 348-351. nt.47; Jo l iv e t , Le probléme du mal... p.28; en el pensamiento agustiniano: Augustinus 20 304 San A gu stín D e la verdadera religión 305 pecado y el castigo del m ism o , o sea, el defecto voluntario de la soberana esencia y el penar forzoso en las ultimiylades de] m undo: C a p ít u lo XLV lo cual, expresado en otros térm inos, se reduce a la libertad de la justicia y servidumbre bajo el pecado/ 478 83. Por lo cual, aun de este deleite corporal nos viene también aviso para que lo m enospreciem os, no porque sea un mal la naturaleza del cuerpo, sino porque se revuelve" C a p ítu lo X L I torpemente en el amor del bien ín fim o, habiéndole sido otor­ gada la facultad de unirse y gozar de las cosas más elevadas. La hermosura en el castigo del pecada Cuando el auriga es arrastrado y recibe el castigo de su teme­ ridad, culpa a lo que ha recibido para su u so; pero implore la 477 ... 78. Ciertam ente nadie nos engañe. T o d o lo que ayuda que necesita, muestre su imperio el Señor de las cosas, se vitupera con razón, se menosprecia comparándolo con algo resístase a los caballos, que ya ofrecen otro espectáculo con su m ejor. Ahora bien, toda naturaleza, aunque extrema, aunque ín­ caída, y, si no se les ocurre, lo darán de su m uerte; vuélvase fima, comparada con la nada, justamente se alaba. Y nadie está bien cuando puede estar mejor. Lu ego, si nosotros podemos a su asiento, tom e posesión del vehículo y del derecho de las hallarnos bien con la misma verdad, nos encontramos m al con los vestigios de ella; mucho peor con la extremidad del vesti­ amansadas: entonces verá cuán bien construido está el coche y cuán bien tratada toda aquella unión, que era su ruina y lo gio cuando nos adherimos a los deleites carnales. Superemos, molestaba por haber pendido el curso moderado y convenien­ pues, los regalos o molestias de este deseo; si somos varones, sometamos a esta mujer. Bajo nuestra dirección, ella se hará te; porque también a este cuerpo enflaqueció la codicia del alma, por abusar en el paraíso, tomando la fruta prohibida mejor y no se llamará concupiscencia, sino templanza. Pues, contra la prescripción del médico, en que se contiene la salud. riendas y dirija con más precaución a las bestias obedientes y cuando ella lleva las riendas y nosotros la seguimos, recibe el nombre de codicia y liviandad, y nosotros merecemos el califi­ cativo de temerarios y necios. Sigamos a Cristo, Cabeza nuestra, para que a nosotros nos siga aquella de que somos cabeza. Este mandato puede exten­ derse a las mujeres, con derecho fraterno, no marital; por ese derecho no hay varón y mujer en Cristo. Porque ellas tienen también algo viril, con que pueden superar las delicias feme­ ninas, para seguir a Cristo y dominar la concupiscencia. Esto se ha manifestado ya, por dispensación del pueblo cristiano, en muchas viudas y vírgenes de D ios, en muchas casadas también, que guardan fraternalmente los derechos conyugales. Porque si por aquella porción que nos manda tener sujeta el Señor, exhortándonos y ayudándonos para que recobremos nuestra so­ beranía; si de esta porción, digo, se deja dominar por negli­ gencia e impiedad del varón, es decir, de la mente y razón, el hombre será torpe y desgraciado, mereciendo en esta vida ya, y consiguiendo en la otra, el lugar al que justamente le destinare y ordenare aquel soberano Rector y Dueño. A sí no se permite que la universidad de las criaturas sea mancillada con ninguna deformidad. 479 84. Luego, pues, si en esta flaqueza de la carne co­ rruptible, donde no es posible la vida dichosa, no falta un aviso para la felicidad, por causa de la hermosura que reina de lo alto a lo bajo, ¿cuánto más en el apetito de la nobleza y ex­ celencia y en toda soberbia y vana pompa del siglo? Pues ¿qué busca el hombre con dicha pasión sino ser el único a quien, si es posible, le estén sujetas todas las cosas, con una perversa imitación de la omnipotencia de D ios? Si le imitara a E l, obe­ deciendo y cumpliendo sus preceptos, con su favor dominaría a todas las demás cosas, ni llegaría a la vergüenza, como es la de temer a una bestezuela, el que aspira a mandar a los hom­ bres. Luego tiene la soberbia cierto apetito de unidad y de omnipotencia, pero en la soberanía de las cosas temporales, que pasan todas como sombra. 480 85. Queremos ser invencibles, y es muy razonable; prerrogativa es ésta que conviene a nuestra naturaleza, después de D ios, por haber sido hecha a su imagen; pero era necesario 478 C a p á n a g a , o.c., p.223 nt.52; B o y e r , L ’ idée de vérité... p.245; P e g ó n , o.c., p.141 nt.l. _ 479 B o y e r , L ’ idée de vérité... p.124; P e g ó n , o . c . , p.491, Nota complem. 8: Peché et destinée. 306 observar sus m andam ientos, pues, 307 D e la utilidad d e creer San A gustín guardándolos, nadie nos [a censuro; de la tercera no me cuido: no hay que censurar vencería. M as ahora, mientras aquella misma mujer a cuyas pa. al autor que sin culpa suya es interpretado m al, ni hay por labras consentim os torpemente es humillada con los dolores qUé sentir contrariedad de que en algún escrito vea e l lector del parto, nosotros trabajamos en la tierra, y con gran vergüen­ verdades que pasaron inadvertidas para el autor, porque de za somos vencidos de todas las cosas que nos pueden afectar ello no se siguen perjuicios— ésa es mi opinión— para los que y perturbar. A sí, nos molesta que nos venzan los hombres y nosotros no queremos vencer nuestra ira. ¿H a y mayor ignomi­ |o leen. H ay , pues, una clase de escritos excelentes y libres com ­ pletamente de todo m al, a saber: aquellos que son buenos en nia que ésta? Confesam os que todo hom bre es como nosotros sí y los lectores los toman siempre en este buen sentido. y que, aunque tiene vicios, no es un vicio él mismo. ¿Cuánto más honrosamente, pues, nos sujeta un hom bre que un vicio? ¿Q u ién dudará que es muy torpe vicio la envidia, por la que forzosamente ha de ser atormentado y tiranizado quien no quie­ re ser vencido en las cosas temporales? M ás vale, pues, que nos domine el hombre que la envidia o cualquier otro vicio. D E L A U T IL ID A D D E C R E E R 482 Sin em bargo, también hay aquí dos porque la exclusión del error no es com pleta; dimensiones, y así sucede a veces que, si el autor ha tenido en la composición del libro buenos sentimientos, buenos son también los del lector, pero diferentes de los de aquél: a veces mejores, no tan elevados otras, aunque siempre buenos. Cuando nuestros pensamientos y sentimientos despertados por la lectura de un libro coinci­ den con los del autor del escrito y se ordenan a mejorar nues­ tra vida, se logra la verdad completa y no queda reducto nin­ Obras de San Agustín, en edición bilingüe, IV, O bras apologéticas... D e la utilidad de creer, versión e introducción de un P. A gustino (B A C , M adrid 1948). E d ic ió n c it a d a : B i b l i o g r . g e n . : J. P e g ó n , Oeuvres de Saint Augustin, V I I I , première série: O puscules, V I I I , La foi chrétienne: D e vera religione, De utilitate credendi, introd., trad. et notes (B ibliothèque augustinienne) (Paris 1951); introd. p .195-206 (Bibliogr., p.204-206); M. N. C a ssa c a, Sant'Agostino. Dell’utilità del credere, 2.a ed. (Firenze 1930); D . B a s s i , De utilitate credendi, testo e traduz. (T orin o 1936); P . B a t i f f o l , Autour du «D e utilitate credendi» : Rev. biblique (1917) p.9-53; D e C a s t r o , El método apologético agustiniano en el libro «D e utilitate credendi»: Religión y Cultura 16 (1931) 112-119. C a p ítu lo V Tres clases diferentes de escritos 481 11. Siendo esto así, paso a exponerte otras tres suertes diferentes de escritos. Puede darse el caso de que el libro que alguien ha compuesto sea un buen libro, pero que el lector no llegue a captar lo bueno que allí se encierra; o que comprenda el bien que es el libro, o que con la lectura se logren mayores bienes de los pretendidos e incluso en contra de lo que pretendía el autor. La primera clase de escritos no 481-485 B atiffol , Autour du « De utilitate credendi: Rev. biblique 14 (1917) 9-53; X. X ., De la utilidad de creer, Introducción (BAC, Madrid 1948) p.821-826. guno para el error. 483 Este acuerdo entre lector y autor es muy raro cuan­ do se trata de temas muy obscuros; es más, creo que podemos conjeturarlo, perp no saberlo con certeza, porque, ¿en qué ra­ zones me voy a amparar para conocer con exactitud el pensa­ miento de un ausente o de un muerto y poder jurar que estoy en posesión de este conocimiento, si aun en el caso de que es­ tuviera presente y yo le interrogase, habría muchas cuestiones que quedarían sin respuesta por política, al menos, ya que no por malicia? Pienso que, para llegar a este conocimiento, de nada sirve el saber quién fue el autor; sin embargo, tengo por razonable creer bueno al autor que sintió preocupación por ser­ vir al género humano y a la posteridad. 484 12. Desearía, pues, que los maniqueos me dijeran en qué género ponen el error que atribuyen a la Iglesia cató­ lica. Hacerlo del primero sería una gran calumnia; pero la de­ fensa resulta fácil y breve: bastaría con negar que nosotros las entendemos como piensan ellos que las entendemos cuando nos acusan. Si las incluyen en el segundo, no es menor su ofensa; la réplica sería la misma. Si fuera en el tercer género, en esto no hay mal alguno. Pon cuidado y considera las Escri­ turas en sí mismas. ¿Cuáles son las objeciones que oponen al Antiguo Testamento? ¿Acaso que, siendo buenos sus libros, 484-485 Boyer, L ’idée de vérití... p.247. San Agustín 308 se les interpreta mal? Ellos no lo admiten. ¿Dirán que ni son buenos ni los interpretamos bien? Contra esto es /suficiente nuestra respuesta anterior. 485 Si llegaran a decir que, aunque los tomamos en un sentido recto, no por eso se hacen mejores, ¿no es esto justi­ ficar a los vivos con quienes se discute y acusar a los muertos, que no pueden polemizar? Y o tengo a todos aquellos varones por grandes hombres y poseídos de Dios, y que hicieron mucho bien con escribir todas estas cosas y que fue voluntad y man­ dato de Dios la creación y la promulgación de la antigua Ley. Demostrar esto no sería difícil, a pesar de mis escasos conoci­ mientos en esta materia, con buena disposición, sin rebeldía; lo haré cuando encuentre oídos y ánimos bien preparados y pue­ da; de momento, ¿no me basta con no haber caído en error? LAS CONFESIONES E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, II, Introducción a la filo­ sofía de San Agustín. Las Confesiones. Edición crítica y anotada por A. C. V e g a , O.S.A. (BAC, Madrid 1946). o.e., P rólogo a Las Confesiones, o.e., p.249-317 (Bibliogr., p.319-320); P. L a b r i o l l e , Saint Augustin, Confessions, texte et trad. avec introd. et notes, 2 vols. (Paris 1925, 1926); A . H a r n a c k , Augustinus «C onfessionen» (Gieszen 1903); K. v o n R a u m e r , S. Augustini « Confessionum » libri tredecim, herausg. und erläutert, Theol. Lite­ ratur-Zeitung 2 (1877); Z e p p , Augustinus « Confessionen» (Tübingen 1926); A . C. V e g a , O .S.A., S. A urelii Augustini Confessionum libri tredecim, nova editio (E l Escorial 1930); I d., Las Confesiones de San Agustín, trad. castellana anotada, 2 vols. (M adrid 1946); E. V. F. Ca- j s a n o , L e Confessioni. Pag. scelte, tradotte e commentate; introd. de A . A l i o t t a (Napoli 1934); M . M o s c h e t t i , Confessioni. Pag. scelte e commentate (Padova 1937 j ; L. R i b e r , Confesiones. Pròlogo, traducción y notas (Madrid 1942); F. P i z z o l a t o , L e Confessioni di Sant’Agostino (M ilano 1968); G . C a p e l l o , Le Confessioni di Sant’Agostino, trad. e com mento (Torino 1945); L. M o n d a d o n , Saint Augustin. Les Confessions, \ trad. (Paris 1947); A . E s c l a s a n s , San Agustín. Las Confesiones. Pròlogo j y traducción (Barcelona 1969); C. C a r e n a , Sant’Agostino. Le Confes- 1 sioni. Introduzione, traduz. e note (Roma 1971); J. T r a b u c c o , Les | Confessions. Traduction et notes. Introd. et analyse par A. S o u l i g - j I n a c , S.J. (Evreux 1971); P. C o u r c e l l e , Recherches sur les Confessions 1 de Saint Augustin (Paris 1950), esp. p.7-2; Bibliogr., p.259-278) (cf. Bo- | y e r , Christianisme et néoplatonisme dans la formation de Saint Augustin p .106-113; D octor Communis 4 [19 5 1 ] 109-111); P. d e L a b r i o l l e , 1 Pourquoi S. Augustin a-t-il redige les Confessions?: Bull. Assoc. Guill. , Bude 12 (1926) 30ss; W u n d e r l e , Einführung in Augustinus «Confessio- % nen» (Augsburg 1930); A . d i G i o v a n n i , Significato ultimo delle «C on- ] fessioni» di Sant’ A gostino: G iorn. di met. 20 (1965) 122-141; I d ., Crea- 1 zione ed essere nelle « Confessioni» di Sant’A gostino: Rev. et. august. 20 ] B i b l i o g r . g e n .: Vega, Las Confesiones 309 (1974) 285-312; R . G u a r d i n i , Notizen zur Interpretation von Augustinus Confessionen: Antike 10 (1924) 169-174; W u n d e r l e , Über die Haupmotive zur Bildung von Augustinus G ottesbegriff nach der Darstellung ¿ er « Confessionen» (Leipzig 1931); P. l e B l o n d , L es conversions de Saint Augustin (Paris 1950); P. H e n r y , La vision d'O stie, sa place dans la vie et l’oeuvre de Saint Augustin (Paris 1938); C h . B o y e r , Christia­ nisme et néo-platonisme dans la formation de Saint Augustin p.20-24: la valeur des «C onfessions», nouv. éd. (Rom e 1953). Apéndice I: Tableau de la concordance des «C onfessions» avec les ouvrages antérieu­ res, et spécialement avec les « Dialogues» p .175-180; E. zu m B r u n n , l e dilemme de l’ être et du néant chez Saint Augustin, des premiers dialo­ gues aux Confessions (Paris, Étud. august., 1969); M. A l o n s o d e l C a m p o , Algunas implicaciones psicológicas de la actitud religiosa de San Agustín: Augustinus 20 (1975) 107-118; Id., La conversión de San Agustín: Augustinus 19 (1974) 127-143; J. S t i g l m a y r , S.J., Schwierige Stellen aus den Bekenntnissen des hl. Augustinus: Ein Zeitsch. für Aszese und Mystik 6 (1931) 156-164; P. C o u r c e l l e , Les «C onfessions» de Saint Augustin dans la tradition littéraire, antécédents et portée: Ét. august. (Paris 1964); I d., La survie com parée des «Confessions» augustiniennes et de la «Consolation» boécienne: Classical influences on European culture, A .D . 500-1500 (Cambridge 1971). LIBRO I C a p ít u l o I 486 1. Grande eres, Señor, y sumamente laudable; grande es tu poder y tu sabiduría no tiene número. ¿Y quie­ re alarbarte el hombre, pequeña parte de tu creación, y pre­ cisamente el hombre, que, revestido de su mortalidad, lleva consigo el testimonio de su pecado y el testimonio de que resistes a los soberbios? Con todo, quiere alabarte el hom­ bre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le provocas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has he­ cho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descan­ se en ti. Dame, Señor, a conocer y entender si es primero invocar­ te que alabarte o es antes conocerte que invocarte. Mas, ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque, sin co­ nocerlo, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso, más bien, no habrá de ser invocado para ser conocido? Pero, 486-589 M. A l o n s o d e l C a m p o , La conversión de San Agustín: August. 19 (1974) 134-143; C a y r é , La contemplation augustinienne ch.III, 2 : Les Confes­ sions de Saint Augustin: leur caractère général (p.79-88) V e g a , o . e . , p . 360 nt. 1-5; B o y e r , Christianisme et néo-platonisme... p.20.53; I d . , L’ idée de vérité... P.225; I d . , Sant’Agostino p . 165; G i l s o n , Introduction... p . 141; P e g u e r o l e s , o.e., p.90; V. G r o s s i , Las instancias agustinianas de la verdad y de la libertad en la investigación antropológica: Augustinus 21 (1976) 291. 486 L ope C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: E st. agust. (1 9 7 3 ) p .279-281 . 310 San Agustín ¿y cóm o invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán si no se les predica? Ciertamente, alabarán al Señor los que le buscan, porque los que le buscan le hallan y los que le hallan le alabarán. ; Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque cre­ yendo en ti, pues me has sido ya predicado. Invócate, Señor, mi fe, la fe que tú me diste e inspiraste por la humanidad de tu H ijo, por ministerio de tu predicador. C a p ítu lo II 487 2. Pero, ¿cóm o invocaré yo a mi Dios, a mi Dios y mi Señor, puesto que al invocarle le he de llamar a mí? ¿Y qué lugar hay en mí adonde venga mi Dios a mí, adonde Dios venga a mí, el Dios que ha hecho el cielo y la tierra? ¿Es verdad, Señor, que hay algo en mí que pueda abarcarte? ¿Acaso te abarcan el cielo y la tierra, que tú has creado, y dentro de los cuales me creaste a mí? ¿O es tal vez que, por­ que nada de cuanto es puede ser sin ti, te abarca todo lo que es? Pues si yo soy efectivamente, ¿por qué pido que vengas 1 a mí, cuando yo no sería si tú no fueses en mí? N o he estado aún en el infierno; mas también allí estás tú. «Pues si descendiere a los infiernos, allí estás tú» (Sal 138,8). s Nada sería yo, Dios mío, nada sería yo en absoluto si tú no estuvieses en mí; pero ¿no sería mejor decir que yo no sería en modo alguno si no estuviese en ti, de quien, por quien y en quien son todas las cosas? Así es, Señor, así es. 1 Pues, ¿adúnde te invoco estando yo en ti, o de dónde has ] de venir a mí, o a qué parte del cielo y de la tierra me habré 1 de alejar para que desde allí venga mi Dios a mí, él, que ha ] dicho: ¿Y o lleno el cielo y la tierra? C a p ítu lo III 488 3. ¿Abárcante, por ventura, el cielo y la tierra por 1 el hecho de que los llenas? ¿O es, más bien, que los llenas y aún sobra por no poderte abrazar? ¿Y dónde habrás de ] echar eso que sobre de ti, una vez llenos el cielo y la tierra? ] ¿Pero es que tienes tú, acaso, necesidad de ser contenido en algún lugar, tú que contienes todas las cosas, puesto que las 4 8 7 V ega , o . c . , p .3 6 0 nt.6-8. 4 8 8 V ega , o . c . , p .> 60 n t.9-11. Las Confesiones 311 jlenas conteniéndolas? Porque no son los vasos llenos de ti los que te hacen estable, ya que aunque se quiebren, tú no te has de derramar; y si se dice que te derramas sobre nos­ otros, no es cayendo tú, sino levantándonos a nosotros; ni es espaciándote tú, sino recogiéndonos a nosotros. Pero las cosas todas que llenas, ¿las llenas todas con todo tu ser o, tal vez por no poderte contener totalmente todas, contienen una parte de ti? ¿Y esta parte tuya la contienen todas al mismo tiempo o, más bien, cada una la suya, mayor las mayores y menor las menores? Pero ¿es que hay en ti al­ guna parte mayor y alguna menor? ¿Acaso no estás todo en todas partes, sin que haya cosa alguna que te contenga total­ mente? C a p ítu lo IV 489 4. Pues, ¿qué es entonces mi D ios? ¿Qué, supli­ co, sino el Señor Dios? ¿Y qué Señor hay fuera del Señor o qué Dios fuera de nuestro Dios? Sumo, óptimo, poderosísi­ mo, omnipotentísimo, misericordiosísimo y justísimo; secre­ tísimo y presentísimo, hermosísimo y fortísimo, estable e in­ comprensible; inmutable, mudando todas las cosas; nunca nuevo y nunca viejo; renueva todas las cosas y conduce a la vejez a los soberbios sin ellos saberlo; siempre obrando y siem­ pre en reposo; siempre recogiendo y nunca necesitando; siem­ pre sosteniendo, llenando y protegiendo; siempre creando, nu­ triendo y perfeccionando; siempre buscando y nunca falto de nada. Amas y no sientes pasión; tienes celos y estás seguro; te arrepientes y no sientes dolor; te aíras y estás tranquilo; mu­ das de obra, pero no de consejo; recibes lo que encuentras y nunca has perdido nada; nunca estás pobre y te gozas con los lucros; no eres avaro y exiges usuras. Te ofrecemos de más para hacerte nuestro deudor; pero, ¿quién es el que tie­ ne algo que no sea tuyo, pagando tú deudas que no debes a nadie, perdonando deudas sin perder nada con ello? ¿Y qué es cuanto hemos dicho, Dios mío, vida mía, dul­ zura mía santa, o qué es lo que puede decir alguien cuando habla de ti? Al contrario, ¡ay de los que se callan de t i ! , porque no son más que mudos charlatanes. 4 8 9 V e g a , o .c ., p .3 6 1 C a m p o , o .c ., p .1 3 5 . n t.1 2 -1 4 ; L o p e C il le rx je lo , o .c ., p .2 7 4 ; A lon so del Las Confesiones San Agustín 312 C a p ít u l o V 490 5. ¿Quién me dará descansar en ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y le embriagues, para que ol­ vide mis maldades y me abrace contigo, único bien mío? Apiádate de mí para que pueda hablar. ¿Y quién soy yo para ti para que me mandes que te ame y si no lo hago te aíres contra mí y me amenaces con ingentes miserias? ¿Acaso es ya pequeña la misma de no amarte? ¡A y de mí! Dime por tus misericordias, Señor y Dios mío, qué eres para mí. Di a mi alma: «Y o soy tu salud» (Sal 34,3). Pero díselo de modo que lo oiga. H e aquí los oídos de mi corazón delante de ti; ábrelos y di a mi alma: « Y o soy tu salud». Que yo corra tras esta voz y te dé alcance. N o quieras esconderme tu rostro. Mue­ ra yo para que no muera y pueda así verle. 491 6. Angosta es la casa de mi alma para que vengas a ella; sea ensanchada por ti. Ruinosa está: repárala. Hay en ella cosas que ofenden tus ojos: lo confieso y lo sé; pero ¿quién la limpiará o a quién otro clamaré fuera de ti: «De los pecados ocultos líbrame, Señor, y de los ajenos perdona a tu siervo?» (Sal 18,13). «Creo, por eso hablo» (Sal 115,1). Tú lo sabes, Señor. ¿Acaso no he confesado ante ti mis delitos contra mí, ¡oh Dios m ío !, y tú has remitido la impiedad de mi corazón? N o quiero contender en juicio contigo, que eres la verdad, y no quiero engañarme a mí mismo, para que no se engañe a sí misma mi iniquidad. N o quiero contender en juicio contigo, porque si miras a las iniquidades, Señor, ¿quién, Se­ ñor, subsistirá? C a p ít u lo VI 492 7. Con todo, permíteme que hable en presencia de tu misericordia, a mí, tierra y ceniza; permíteme que hable, porque es a tu misericordia, no al hombre, mi burlador, a quien hablo. Tal vez también tú te reirás de mí; mas vuelto hacia mí, tendrás compasión de mí. Y ¿qué es lo que quiero decirte, Señor, sino que no sé de dónde he venido aquí, a esta, digo, vida mortal o muerte vital? N o lo sé. Mas recibiéronme los consuelos de tus mi- fl sericordias, según tengo oído a mis padres carnales, del cual I 4 9 0 V e g a , o .c . , p .3 6 1 n t.1 5 .1 6 . 4 9 2 V e g a , o . c ., p .3 6 1 n t.1 7 -2 0 . 313 en la cual me formaste en el tiempo, pues yo de mí nada Recibiéronme, digo, los consuelos de la leche hu­ mana, de la que ni mi madre ni mis nodrizas se llenaban los pechos, sino que eras tú quien, por medio de ellas, me dabas el alimento aquel de la infancia, según tu ordenación y los tesoros dispuestos por ti hasta en el fondo mismo de las cosas. Tuyo era también el que yo no quisiera más de lo que me dabas y que mis nodrizas quisieran darme lo que tú les da­ bas, pues era ordenado el afecto con que querían darme aque­ llo de que abundaban en ti, ya que era un bien para ellas el recibir yo aquel bien mío de ellas, aunque, realmente, no era de ellas, sino tuyo por medio de ellas, porque de ti, Dios mío, pende toda mi salud. Todo esto lo conocí más tarde, cuando me diste voces por medio de los mismos bienes que me concedías interior y exteriormente. Porque entonces lo único que sabía era ma­ mar, aquietarme con los halagos, llorar las molestias de mi carne y nada más. recuerdo. 493 8. Después empecé también a reír, primero dur­ miendo, luego despierto. Esto han dicho de mí, y lo creo, porque así lo vemos también en otros niños; pues yo, de es­ tas cosas mías, no tengo el menor recuerdo. Poco a poco comencé a darme cuenta dónde estaba y a querer dar a conocer mis deseos a quienes me los podían sa­ tisfacer, aunque realmente no podía, porque aquéllos estaban dentro y éstos fuera, y por ningún sentido podían entrar en mi alma. Así que agitaba los miembros y daba voces, signos semejantes a mis deseos, los pocos que podía y com o podía, aunque verdaderamente no se les semejaban. Mas si no era complacido, bien porque no me habían entendido, bien por­ que me era dañoso, me indignaba: con los mayores, porque no se me sometían, y con los libres, por no querer ser mis esclavos, y de unos y otros vengábame con llorar. Tales he conocido que son los niños que yo he podido observar; y que yo fuera tal, más me lo han dado ellos a entender sin saberlo que no los que me criaron sabiéndolo. 494 9. Mas he aquí que mi infancia ha tiempo que murió, no obstante que yo vivo. Mas dime, Señor, tú que 493 V e g a , o . c . , p.361 nt.21-23; B r a s a cgustiniano: Augustinus 21 (1976) 279. 494 V e g a , o .c ., p .361 n t.2 4 ; D ie z , p .3 6 2 n t.2 5 ; El contenido del « cogito» B rasa D ie z , o .c ., p .2 7 9 . 314 siempre vives y nada muere en ti— porque antes del comi* zo de los siglos y antes de todo lo que tiene antes existí tu, y eres Dios y Señor de todas las cosas, y se hallan en h las causas de todo lo que es inestable, y permanecen los prin apios inmutables de todo lo que cambia, y viven las r a £ £ sempiternas de todo lo temporal— , dime a mí, que te 10 su pbco, i oh Dios m ío !, di, misericordioso, a este mísero tuv0, me, ¿P °r ventura sucedió esta mi infancia a otra edad ya muerta. ¿Sera esta aquella que llevé en el vientre de mi madre? Porque también de ésta se me han hecho alguna! indicaciones y yo mismo he visto mujeres embarazadas. Y antes de esto, dulzura mía y Dios mío, ¿qué? ¿Fui vo algo e” alguna parle? Dámelo, porque „ „ reógo quien * lo diga, ni mi padre, ni mi madre, ni la experiencia de otros mi memoria. ¿Acaso te ríes de mí porque deseo saber 5 T a C0S,aS 7 me “ andas que te alabe y te confiese por aque­ llo que he conocido de ti? » 315 Las Confesiones San Agustín ■O u é im p o r t a q u e L e aún ése d ic ie n d o : a lg u ie n n o e n tie n d a esta s c o s a s ? G o- ¿ Q u é es e s t o ? G ó c e s e a u n asi y d e s e e c¿ s h allarte n o in d a g a n d o q u e in d a g a n d o n o h a lla rte . L IB R O IV C a p ít u l o I V 496 7. En aquellos años, en el tiempo en que por vez primera abrí cátedra en mi ciudad natal, adquirí un amigo, I a q u ien a m é c o n e x c e s o p o r ser c o n d is c íp u lo m ío , d e m i misma e d a d y h a lla r n o s a m b o s e n la f l o r d e la ju v e n tu d . Ju n f „ n o s h a b ía m o s c r ia d o d e n iñ o s , ju n t o s h a b la m o s i d o a s uela y ju n t o s h a b ía m o s ju g a d o . M a s e n t o n c e s n o e ra S i g o c o m o l o fu e d e s p u é s , a u n q u e t a m p o c o d e s p u é s l o la an fu e tanto c o m o e x ig e la v e r d a d e r a a m is ta d , p u e s t o q u e n o h a y v e r d a d e r a s in o e n tr e a q u e llo s a q u ie n e s tu a g lu tin a s S s t a d 495 10. Confiésote, Señor de cielos y tierra alabandote por mis comienzo, y mi infancia, de lo , que Ao . ¿ J memoria, mas que diste al hombre conjeturar de sí por otros y que creyese muchas cosas, aun por la simple autoridad de mujercillas. Porque al menos era entonces, vivía y ya al fin de la infancia buscaba signos con que dar a los demás a c o ­ nocer las cosas que yo sentía. ti S e ñ n r í '- í P° di!a V£? ire’ en Í ecto’ un taI “ imal, sino de ’J u ,- Caso h*y aI8un artífice de sí mismo? ¿Por venura hay alguna otra vena donde corra a nosotros el ser y el vivir, fuera del que tú causas en nosotros, Señor, en q S en el y Yels usumo m o VVivir? vr C° Sa dÍStÍnt3’ P° rquey eres el mudas sumo Ser y Sumo eres, en efecto, no te ni camina por ti el día de hoy, no obstante que por ti c a m in í puesto que en ti están, ciertamente, todas estas cosas y no tendrían camino p o r dónde p „ a r ,¡ no contuvieras L ? orqo i 'ohrsdn° fenecen' tmaaos *>" ™ M y 'A 1 h’ cuantos días nuestros y de nuestros padres han pasado ya por este tu hoy y han recibido de él su modo y de alguna manera han existido, y cuántos pasarán aún y reci­ birán su modo y existirán de alguna manera! Mas tú eres uno mismo, y todas las cosas del mañana y más allá y 5 t ix/rhíssi m isa,rás'eneseH°>i>shras>-™ entre sí por m e d io de la c a r id a d , «d erram ad a en núes cora zon es p o r e l E s p ír itu S a n to , q u e n o s h a s id o d a d o » ( R o m f 5 ’ 5 C o n t o d o , era p a ra m í a q u e lla a m is ta d — c o c id a c o n e l c a ­ lor d e e s tu d io s s e m e ja n te s — d u l c e s o b r e m a n e r a . H a s ta h a b ía lo g ra d o a p a rta rle d e la v e r d a d e r a f e , n o m u y b ie n h e rm a n a d a y arraigada t o d a v ía e n su a d o le s c e n c ia , in c lin á n d o le h a c ia a q u e ílas fá b u la s s u p e r s tic io s a s y p e r ju d ic ia le s , p o r l a s q u e ^ m i m a d re . C o n m ig o erra b a y a a q u e l h o m b r e e n e s p ír itu , q u e m i a lm a p u d ie r a v iv ir sin é l. M a s h e a q u í q u e , e s ta n d o tú m u y c e rca d e la e s p a ld a d e tus s ie r v o s f u g it iv o s , ¡o h D i o s d e las v e n g a n z a s y fu e n t e d e las m is e r ic o r d ia s m odos a un tie m p o , q u e m a r a v i l l o s o s !, h e aquí que nos tu le c o n v ie r t e s ti por a rre b a ta ste d e ^sta vid a c u a n d o a p en a s h a b ía g o z a d o u n a n o d e su a a m is t a d , m as d u lce p a ra m í q u e to d a s las d u lz u ra s d e a q u e lla m i v id a . 497 8. « ¿ Q u ié n hay que pueda c o n ta r tu s a la b a n z a s » (Sal 1 0 5 ,2 ) , a u n r e d u c id o ú n ic a m e n t e a l o q u e u n o h a e x p e ­ r im e n ta d o e n sí s o l o ? y «cu á n im p e n e t r a b le ¿ Q u é h ic is te e n t o n c e s , D io s m í o ? es el a b is m o de tu s ju ic io s ! » ,O h , (R o m 1 1 ,3 3 ). P o r q u e c o m o fu e s e a ta c a d o a q u e l d e u n a s ca le n tu ra s 497 V e g a ’ °o.c. L’antimanichéismo’ neíle (1965) 97. SanfAgostino di Sant’Agostmo: ' B oyer, « Confessioni» p 203s; A. G io r n . i V ecch i m e. 316 San Agustín y quedara mucho tiempo sin sentido bañado en s u d o r <je muerte, com o se desesperara de su vida, se le bautizó sin él conocerlo, lo que no me importó, por presumir que retendría mejor su alma lo que había recibido de mí, que no l o que había recibido en el cuerpo, sin él saberlo. La realidad, sin embargo, fue muy otra. Porque h abiendo mejorado y ya puesto a salvo, tan pronto como le p u d e ha­ blar— y lo pude tan pronto com o lo pudo él, pues n o me separaba un momento de su lado y mutuamente d ep en d ía m os el uno del otro— , tenté de reírme en su presencia del bau­ tismo, creyendo que también él se reiría del mismo, recib id o sin conocimiento ni sentido, pero que, sin embargo, sabía que lo había recibido. Pero él, mirándome con horror com o a un enemigo, me amonestó con admirable y repentina liber­ tad, diciéndome que, si quería ser su amigo, cesase de decir tales cosas. Y o, estupefacto y turbado, reprimí todos mis ím­ petus para que convaleciera primero y, recobradas las fuerzas de la salud, estuviese en disposición de poder discutir con ­ migo en lo que fuera de mi gusto. Mas tú, Señor, le libraste de mi locura, a fin de ser guardado en ti para mi co n s u e lo , pues pocos días después, estando yo ausente, le repitieron las calenturas y murió. 498 9. ¡Con qué dolor se entenebreció mi corazón! Cuanto miraba era muerte para mí. La patria me era un su­ plicio, y la casa paterna un tormento insufrible, y cuanto ha­ bía comunicado con él se me volvía sin él cruelísimo supli­ cio. Buscábanle por todas partes mis ojos y no parecía. Y lle­ gué a odiar todas las cosas, porque no le tenían ni podían] decirme ya com o antes, cuando venía después de una ausen-1 cia: «H e aquí que ya viene». Me había hecho a mí mismo un gran lío y preguntaba a mi alma «por qué estaba triste y m e conturbaba tanto» (Sal 41,12), y no sabía qué responderme. Y si yo le decía: «Espera en D ios», ella no me hacía caso,.] y con razón; porque más real y mejor era aquel amigo que­ ridísimo que yo había perdido que no aquel fantasma en que se le ordenaba que esperase. Sólo el llanto me era dulce y ocupaba el lugar de mi amigo en las delicias de mi co­ razón. 498 V e g a , o.e., p.464 nt.26.27; J o l i v e t , Saint Augustin... p.229; C a p á n a g a , El hombre-abismo... p.225; V. G r o s s i , has instancias agustinianas de la verdad y de la libertad en la investigación antropológica: Augustinus 21 (1976) 268. Las Confesiones C a p ít u l o 317 X 499 15. « ¡ O h Dios de las virtudes!, conviértenos y muéstranos tu faz, y seremos salvos» (Sal 79,8). Porque, adondequiera que se vuelva el alma del hombre y se apoye fuera de ti, hallará siempre dolor, aunque se apoye en las hermosuras que están fuera de ti y fuera de ella, las cuales, sin embargo, no serían nada si no estuvieran en ti. Nacen éstas y mueren, y naciendo comienzan a ser, y crecen para llegar a perfección, y ya perfectas, comienzan a envejecer y perecen. Y aunque no todas las cosas envejecen, mas todas perecen. Luego cuando nacen y tienden a ser, cuanta más prisa se dan por ser, tanta más prisa se dan a no ser. Tal es su condición. Sólo esto les diste, porque son partes de co­ sas que no existen todas a un tiempo, sino que, muriendo y sucediéndose unas a otras, componen todas el conjunto cu­ yas partes son. De semejante modo se forma también nuestro discurso por medio de los signos sonoros. Porque nunca sería íntegro nues­ tro discurso si en él una palabra no se retirase, una vez pro­ nunciadas sus sílabas, para dar lugar a otra. Alábate por ellas mi alma, «o h Dios creador de cuanto existe»; pero no se pegue a ellas con el visco del amor por medio de los sentidos del cuerpo, porque van a donde iban para no ser y desgarran el alma con deseos pestilenciales; y ella quiere el ser y ama el descanso en las cosas que ama. Mas , no halla en ellas dónde, por no permanecer. Huyen, ¿y quién podrá seguirlas con el sentido de la carne? ¿O quién hay que las comprenda, aunque estén presentes? Tardo es el sen­ tido de la carne por ser sentido de carne, pero ésta es su condición. Es suficiente para aquello otro para que fue crea­ do, mas no basta para esto, para detener el curso de las co­ sas desde el principio que les es debido, hasta el fin que se les ha señalado. Porque en tu V erbo, por quien fueron crea­ das, oyen allí: «Desde aquí... y hasta aquí». 499 V e g a , o .c ., p.466 nt.40; B o y e r , L’ idée de vérité... p.113.243; J o l i v e t , Saint Augustin... p.46.226; P e g u e r o l e s , o .c ., p.71.73.75.116; C h a y x - R u y , o .c ., p.464-477; Di G i o v a n n i , o .c .. p.290. 318 C a p ít u l o X II 500 18. Si te agradan los cuerpos, alaba a Díos en ell y revierte tu amor sobre su artífice, no sea que le desasé cíes en las mismas cosas que te agradan. Si te agradan las almas, ámalas en Dios, porque si h¡» D!W mUí ]aS .en é!’ Permanecerán; de otro modo des" baria C/ian ^ Perecem n. Amalas, pues, en él y arrastra contigo hacia el a cuantos puedas y diles: «a éste amemos»; él es el f taS cosasA no está lejos de aquí. Porque no las hizo y se fue, antes de él proceden y en él están M ? he aquí que el está donde se gusta la verdad: en lo más ín­ t im o del corazón; pero el corazón se ha alejado de él. « «V olved pues, prevaricadores, al corazón» (Is 46 8) v adherios a el, gue es vuestro Hacedor. Estad con él, y pérma necereis estables; descansad en él, y estaréis tranquilos. ¿Adon­ de vais por ásperos caminos, adonde vais? El bien que amáis de el proviene, mas sólo en cnanto a él se refiere e ! b“ l y suave, pero justamente sera amargo si, abandonado D ios, l ju s ta m e n te se amare lo que de él procede. ¿Por qué andáis aun todavía por caminos difíciles y trabajosos? N o está el des­ canso donde le buscáis. Buscáis la vida en la región de k d e"™ i, " °vida ! f siquiera? aUí' iC Ó a ° haII*r " da bienaventurada donde no hay 501 19. Nuestra Vida verdadera bajó acá y tomó nues­ tra muerte, y la mató con la abundancia de su vida y d io retiro d T d I trUe,n° ’ clamando 9ue retornemos a él en aquel pe donde salió para nosotros, pasando primero por el seno virginal de María en el qne se desposó con L h n ^ a J aturaleza, carne mortal, para no ser siempre mortal. De aquí, «com o esposo que sale de su tálamo, se esforzó 18 6)e iponrne’ COm° Un gl! ante’ Para correr su camino» (Sal sus n a l a S r n° “ " T ’ SÍn° qUC Corrió dando voces con sus palabras, con sus obras, con su muerte, con su vida con aUx f e^ e' Jent07 , su ascensión, clamando que nos volvamos a el, pues si partió de nuestra vista fue para que entremos en nuestro coraaón y allí 1. hallemos, porque s A e p“ tó “ u “ esta con nosotros» (M . 24,23). N o quiso estar mucho ,'iempü] tino°D 128GA,Tn’C’’n ' 4 / 6 Dj ' ^ ’ ®0YER' Vidée de vérité... p.194- Id Sant’Aeos- \ heM om aúg u°t-thom . u ^ ^ ^ ent0 moralitatis secundan, l A L g u stin ít C 1 501 V ega , o . c . , p .4 6 6 n t.44. 319 Las Confesiones San Agustín nosotros, pero no nos abandonó. Retiróse de donde nunca 6 porque «él hizo el mundo y en e mundo esta­ «al mundo vino a salvar a los pecadores» nTim a él se confiesa mi alma el la sana de las tensas que le ha hecho» (Sal 40,5). ,■ a «Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo sereis duros de ■vnn?» (Sal 4 3) ¿Es posible que, después de haber ba Í T e vída a vosotros, no queráis subir y vivir? Mas ¿adonde 1lhisteis cuando estuvisteis en alto y «pusisteis en el cíe o ^estra b oca ?» (Sal 72,9). Bajad a fin de que podáis subir basta Dios, ya que caísteis ascendiendo contra el». fDiles estas cosas para que lloren «en este valle de lagr (Sal 83 7), y así les arrebates contigo hacia Dios, po que, si las dices ardiendo en llamas de caridad, con espíritu fe TI "" 1,10) y 1,15). «Y y divino se las dices. LIBRO V II C a p ít u l o I 502 1 Ya era muerta mi adolescencia mala y nefanda y entraba en la juventud, siendo cuanto mayor en edad tanto más torpe en vanidad, hasta el punto de no poder concebir u sustancia que no fuera tal cual la que se suele percibir por i l0S Cierto que no te concebía, Dios mío en figura de cuerpo humano desde que comencé a entender algo de la sabiduna de esto huí siempre y me alegraba de hallarlo asi en la fe de nuestra madre espiritual, tu católica; pero no se me ocu­ rría pensar otra cosa de ti. Y aunque hombre, ,y tal hom­ bre! , esforzábame por concebirte com o el sumo, y el único, V verdadero Dios; y con toda mi alma te creía incorrupti­ ble, inviolable e inconmutable, porque sin saber de donde n i cómo, veía claramente y tenía por cierto que lo corruptible es peor que lo que no lo es, y que lo que pue e ser vi lado ha de ser pospuesto sin vacilación a lo que no puede serlo, y que lo que no sufre mutación alguna es mejor que lo que puede sufrirla. 502-517 C a y r é , o . c . , p.153-173. , C am po La 502-503 J o l i v e t , Le probleme du mal... P-3-3; A l o n s o conversión de San Agustín: Augustmus 19 (19/4) sx>. G il s o n 502 V e g a , o .c ., p.600 nt.1-3; B o y e r , L’ tdee de vente... p.72, U-i l s o n , Introduction... p.301.306, 320 503 Clamaba violentamente mi corazón contra todac tas imaginaciones mías y me esforzaba por ahuyentar com ‘ con un golpe de mano aquel enjambre de inmundicia que ? P° voloteaba en torno a mi mente, y que apenas disperso en' un abrir y cerrar de ojos, volvía a formarse de nuevo para caer en tropel sobre mi vista y anublarla, a fin de que si no ima g naba que aquel Ser incorruptible, inviolable e inconmuta' b e, que yo prefería a todo lo corruptible, violable y muda ble, tuviera forma de cuerpo humano, me viera precisado al menos a concebirle com o algo corpóreo q„ e se i i e n d e ’ tos espacios, sea infuso en el mundo, sea difuso fuera del mundo por el^ infinito. Porque a cuanto privaba yo de tales spacios parecíame que era nada, absolutamente nada, ni aun siquiera el vacio, com o cuando se quitaun cuerpo de un lu gar que permanece el lugar vacío de todo cuerpo, sea terresre húmedo, aereo o celeste, pero al fin un lugar vacío, como una nada extendida. n i ámente el cuerpo del cielo, y del aire, y del mar, sino tamL én el de la tierra, te dejaban paso y te eran penetrable pn todas sus partes, grandes y pequeñas, para recibir tu p encia que con secreta inspiración gobierna interior y exte á m e n t e todas las cosas que has creado. De este modo chsImrría yo por no poder pensar otra cosa; mas ello era falso, porque si fuera de ese modo, la parte mayor de la tierra tendría mayor parte de ti, y menor la menor. Y de tal modo estarían todas las cosas llenas de t, que e cuerpo del ele­ fante ocuparía tanto más de tu ser que el cuerpo de paI ¡arillo, cuanto aquél es más grande que este y ocupa un lug mayor y así, dividido en partículas, estarías presente a as I p a rtes ’grandes del mundo en partes grandes y en P ^ n a s a as pequeñas, lo cual no es así. Pero entonces «aun no habías iluminado mis tinieblas» (Sal 17,29). C a p ít u l o 504 2. Así, pues, «encrasado mi corazón», y ni aun si­ quiera a mi mismo trasparente, creía que cuanto no se exten­ diese por determinados espacios, no se difundiese, o no se juntase, o no se hinchase, o no tuviese o no pudiese tener a go de esto era absolutamente nada. Porque cuales eran las r r r i que m ¡s ^ o i o s , qt a le s f P q que r rch,aba mi espíritu- Ni veía que la misma facultad con que formaba yo tales imágenes no era algo se-1 mejante, no obstante que no pudiera formarlas si no fuera I alguna cosa grande. o05 Y j S1’ aun a t j> vida de mi vida, te imaginaba como netr b 8randeextendltl° por los o p a d o s infinitos que p e f l de l t en L °\todas od 1 ^ direcciones, t0da \ la inmensidad d d mundo> fuera de eella las sin téyrm in o ! ;I de modo que te poseyera la tierra, te poseyera el cielo y te poseyeran todas las cosas y todas terminaran en ti sin ter­ cíe!1aire— d ^ parte’ Síno * * así como d cuerpo iI del aire— de este aire que está sobre la tierra— no impide que I pase por el la luz del sol, penetrándolo, no rompiéndolo ni I rasgándolo, sino llenándolo totalmente, iisí 0 ^ yo que no t i o n ™ pB3 0 6 R’ L ’ i d é e d e V é r ité 505 V e g a ’ o c ’ ^ 6 0 0 ^ P.72 n t.6 ; Ch. B a g u e t t e p72; C a y ré - » * . , p .1 5 7 ; I ° Lt Í ET' G il s o n , I n t r o d u M p r ° M e m e d u m a l... p .7 5 U n e p é L c U ^ n i r i , Christi, a n is™e, 321 Las Confesiones San Agustín ef « é o -p la to n is m e .M da S a int A u g u s tin : Rev. é t .”august ° d1 6 S(1 9 7 6 )>l68 7 T S l év olu tion d e la Pensée I I II 506 4. Pero tampoco yo, aun cuando afirmaba y creía firmemente que tú, nuestro Señor y Dios verdadero, creador no sólo de nuestras almas y de nuestros cuerpos, sino también de todos los seres y cosas, eras incontaminable, inakera y bajo ningún concepto mudable, no tema por avengu y e ta * s n¡ j explicada la causa del mal. Sin embargo, c u a l q m e r a q u e el a fuese veía que debía buscarse de m odo que no me viera obli­ gado p o T su causa a creer mudable a Dios inmutable, no fuera que llegara a ser yo mismo lo que buscaba. Así pues, buscaba aquélla, mas estando seguro y cierto de que no era verdad lo que decían aquéllos * de quienes huía con toda el alma, porque los veía buscando el origen del mal repletos de malicia, a causa de la cual creían antes a tr(sus­ tancia capaz de padecer el mal que no a la suya capaz de obrarle. 507 5. Ponía atención en comprender lo que había oído de que el libre albedrío de la voluntad es la causa del ma que hacemos, y tu recto juicio, del que padecemos, pero 506-^0 Saint Augustin Introduction... p.185; PeGüeroees Le g d^ i a n t i e P-43; lo ° ^ o ,„ p.78; Jouvet, et néo-platonisme P.72?’A , ' ° S a i J Z £ i n . : . p.97; 506-519; Boyer, Philosophte et theolog% C0 % Í . A ^ T c i: ' ”p.60Í1n t T 4 T SBoYER Christianisme et néo-platonisme... p.71.72; G ils o n , Introduction... p.306. Los filósofos medievales 1 11 San Agustín Las Confesiones podía verlo con claridad. Y así, esforzándome por apartar de este abismo la mirada de mi mente, me hundía de nuevo en él, e intentando salir de él repetidas veces, otras tantas me vol­ vía a hundir. Porque levantábame hacia tu luz el ver tan claro que te­ nía voluntad, como que vivía; y así, cuando quería o no que­ ría alguna cosa, estaba certísimo de que era yo y no otro el que quería o no quería; y ya casi, casi me convencía de que allí estaba la causa del pecado; y en cuanto a lo que ha­ cía contra voluntad, veía que más era padecer que obrar, y juzgaba que ello no era culpa, sino pena por la cual confe­ saba ser justamente castigado por ti, a quien tenía por justo. tasía— e hice con ella * com o una masa inmensa, especificada por diversos géneros de cuerpos, ya de los que realmente eran cuerpos, ya de los que como tales fingía mi fantasía en susti­ tución de los espíritus. E imaginábala yo inmensa, no cuanto ella era realmente .— que esto no lo podía saber— , sino cuanto me placía, aun­ que limitada por todas partes; y a ti, Señor, com o a un ser que la rodeaba y penetraba por todas partes, aunque infinito en todas las direcciones, com o si hubiese un mar único en to­ das partes e infinito en todas direcciones, extendido por la in­ mensidad, el cual tuviese dentro de sí una gran esponja, bien que limitada, la cual estuviera llena en todas sus partes de ese mar inmenso. 508 Pero de nuevo decía: «¿Q uién me ha hecho a mí? ¿Acaso no ha sido Dios, que es no sólo bueno, sino la misma bondad? ¿De dónde, pues, me ha venido el querer el mal y no querer el bien? ¿Es acaso para que yo sufra las penas merecidas? ¿Quién depositó esto en mí y sembró en mi alma esta semilla de amargura, siendo hechura exclusiva de mi dulcísimo Dios? Si el diablo es el autor, ¿de dónde procede el diablo? Y si éste de ángel bueno se ha hecho diablo por su mala voluntad, ¿de dónde le viene a él la mala voluntad por la que es demonio, siendo todo él hechura de un creador buenísim o?» Con estos pensamientos me volvía a deprimir y ahogar, si bien no era ya conducido hasta aquel infierno del error, donde nadie te confiesa, al juzgar más fácil que padezcas tú el mal, que no que sea el hombre el que lo ejecuta. 510 De este modo imaginaba yo tu creación, finita, llena de ti, infinito, y decía: H e aquí a Dios y he aquí las cosas que ha creado Dios, y un Dios bueno, inmenso e infinitamente más excelente que sus criaturas; mas com o bueno, hizo todas las cosas buenas; y ¡ved cóm o las abraza y llena! Pero si esto es así, ¿dónde está el mal y de dónde y por qué parte se ha colado en el mundo? ¿Cuál es su raíz y cuál su semilla? ¿Es que no existe en modo alguno? Pues entonces, ¿por qué te­ nemos y nos guardamos de lo que no existe? Y si tememos vanamente, el mismo temor es ya ciertamente un mal que ator­ menta y despedaza sin motivo nuestro corazón, y tanto más grave cuanto que, no habiendo de qué temer, tememos. Por tanto, o es un mal lo que tememos o el que tememos es ya un mal. 322 C a p ít u l o V 509 7. Buscaba yo el origen del mal, pero buscábale mal, y ni aun veía el mal que había en el mismo modo de bus­ carle. Ponía yo delante de los ojos de mi alma toda la crea­ ción— así lo que podemos ver en ella, com o es la tierra y el mar, el aire y las estrellas, los árboles y los animales, como lo que no vemos en ella, cual es el firmamento del cielo, con todos los ángeles y seres espirituales, pero éstos como si fue­ sen cuerpos colocados en sus respectivos lugares, según mi fan5 0 8 B oyer , Sant’Agostino p .1 3 2 ; Jo l iv e t , Saint Augustin... p .9 8 ; I d ., Le problème du mal... p .4 .2 4 .4 3 . 5 0 9 -5 1 2 G il so n , Introduction... p .3 0 2 -3 0 6 ; Jo l iv e t , Le problème du mal... p .4 . 509 V ega , o .c ., p.601 nt.21.22; Jo l iv e t , Saint Augustin... p.94-96. 511 ¿De dónde, pues, procede éste, puesto que Dios, bueno, hizo todas las cosas buenas: el mayor y sumo Bien, los bienes menores; pero Criador y criaturas todos buenos? ¿De dónde viene el mal? ¿Acaso la materia de donde las sacó era mala y la formó y ordenó, sí, mas dejando en ella algo que no convirtiese en bien? ¿Y por qué esto? ¿Acaso, siendo om­ nipotente, era, sin embargo, impotente para convertirla y mu­ darla toda, de modo que no quedase en ella nada de mal? Fi­ nalmente, ¿por qué quiso servirse de esta materia para hacer algo y no más bien usar de su omnipotencia para destruirla totalmente? ¿O podía ella existir contra su voluntad? Y si era eterna, ¿por qué la dejó por tanto tiempo estar por tan in* La creación. 510 V e g a , o .c., p.601 nt.23; B oyer , Sant’Agostino p.222. 511 V e g a , o .c ., p.601 nt.24.25; B oyer , Christianisme et néo-platonisme... P.71. San Agustín Las Confesiones finitos espacios de tiempo para atrás y le agradó tanto después servirse de ella para hacer alguna cosa? O ya que repentina­ mente quiso hacer algo, ¿no hubiera sido mejor, siendo om­ nipotente, hacer que no existiera aquélla, quedando él solo, bien total, verdadero, sumo e infinito? Y si no era justo que, siendo él bueno, no fabricase ni produjese algún bien, ¿por qué, quitada de delante y aniquilada aquella materia que era mala, no creó otra buena de donde sacase todas las cosas? Por­ que no sería omnipotente si no pudiera crear algún bien sin ayuda de aquella materia que él no había creado. carne ni otra cuasi del mismo género, aunque más grande, como si ésta brillase más y más claramente y lo llenase todo con su grandeza. N o era esto aquella luz, sino cosa distinta, muy distinta de todas éstas. Ni estaba sobre mi mente, com o está el aceite sobre el agua o el cielo sobre la tierra, sino estaba sobre mí, por haber­ me hecho, y yo debajo por ser hechura suya. Quien conoce la verdad, conoce esta luz, y quien la conoce, conoce la eternidad. La caridad es quien la conoce. ¡Oh eterna verdad, y verdadera caridad, y amada eterni­ dad! Tú eres mi Dios; por ti suspiro día y noche, y cuando por vez primera te conocí, tú me tomaste para que viese que existía lo que había de ver, y que aún no estaba en condicio­ nes de ver. Y reverberaste la debilidad de mi vista, dirigiendo tus rayos con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de horror. Y advertí que me hallaba lejos de ti en la región de la desemejanza, com o si oyera tu voz de lo alto: «Manjar soy de los grandes: crece y me comerás. Ni tú me mudarás en ti como al manjar de tu carne, sino tú te mudarás en mí». Y conocí que «por causa de la iniquidad corregiste al hom­ bre e hiciste que se secara mi alma com o una tela de araña» (Sal 38,12), y dije: «¿P o r ventura no es nada la verdad, por­ que no se halla difundida por los espacios materiales finitos e infinitos?» Y tú me gritaste de lejos: «A l contrario. Y o soy el que soy», y lo oí com o se oye interiormente en el corazón, sin quedarme lugar a duda, antes más fácilmente dudaría de que vivo que no de que no existe la verdad, «que se percibe por la inteligencia de las cosas creadas» (Rom 1,20). 324 512 Tales cosas revolvía yo en mi pecho, apesadumbra­ do con los devoradores cuidados de la muerte y de no haber hallado la verdad. Sin embargo, de modo estable se afincaba en mi corazón, en orden a la Iglesia católica, la fe de tu Cris­ to, Señor y Salvador nuestro; informe ciertamente en muchos puntos y como fluctuando fuera de la norma de doctrina; mas, con todo, no la abandonaba ya mi alma, antes cada día se empapaba más y más en ella. I C a p ít u l o X 513 16. Y amonestado de aquí a volver a mí mismo, entré en mi interior guiado por ti; y púdelo hacer porque tú te hiciste mi ayuda. Entré y vi con el ojo de mi alma como quiera que él fuese, sobre el mismo ojo de mi alma, sobre mi mente, una luz inconmutable, no ésta vulgar y visible a toda 512 V ega , o .c., p.601 nt.26.27; B oyer , Christianisme et néoplatonisme... p.66.71. 513-519 C ayr é , o.c., p.156-158; P eg u e r o le s , o .c ., p.93; V e g a , o .c ., p.604 nt.52; P eg u e r o le s , o .c ., p.36; B oyer , Christianisme et néo-platonisme... p.82.89.156; I d ., L’idée de vérité... p.31.39.61.65.102; Jo l iv e t , Saint Augustin... p.116.126; C a y r é , o .c ., p.l81ss.209-216; A. di G io v a n n i , Creazione et essere nelle « Confessioni» di Sant’Agostino: Rev. et. august. 20 (1974) 288.292-295; Jo l iv e t , Le problème du mal... p.94; M orán , Síntesis del pensamiento agustiniano... p.240; C apánaga , El hombre-abismo... p.245; L ope C il l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: Est. agust. (1973) p.276; K o w a l c z y k , L’argument axiologique dans la philosophie de Dieu de Saint Augustin: Est. agust. (1970) p.57.58; I d ., L’argu­ ment idéologique de la vérité de S. Augustin: Giorn. di met. 23 (1968) p.597-598. 513 L ope C iller uelo , ¿Quién es Dios?: Est. Agust. 8 (1973) 293; M orettiC o n s t a n z i , Ascesis y filosofía en San Agustín: August. 19 (1974) 32; G r o s s i , Las instancias agustinianas... p.300; V ega , o .c ., p.605 nt.62.63; K o w a l c z y k , La argument idéologique...: Giorn. di met. 23 (1968) 597-598; B oyer , La preuve de Dieu augustinienne, en Essais... p.62.65.77.79; C a yr é , La contem­ plation augustinienne p.162.164; I d ., La preuve noologique de l’existence de Dieu: Rev. de Phil. (1936) p.306; C ourcelle , Recherches sur les Confessions de Saint Augustin (Paris 1950) p.160-167; Jo l iv e t , Le problème du mal... p.84; I d ., La doctrine august. de l’illumin.: Mélang. august. p.55; Se s t il i , Argumentum de exsistentia Dei: Acta hebdom. august-thom. p.241-270; B. Xib e r ta , De abstractione apud S. Augustinum: Acta hebdom. aug-thom. p.319. ( C a p ít u l o 325 XI 514 17. Y miré las demás cosas que están por bajo de ti, y vi que ni son en absoluto ni absolutamente no son. Son ciertamente, porque proceden de ti; mas no son, porque no son lo que eres tú, y sólo es verdaderamente lo que permanece inconmutable. Mas para mí el bien está en adherirse a Dios, porque si no permanezco en él tampoco podré permanecer en mí. Mas él, «permaneciendo en sí mismo, renueva todas las cosas» (Sab 7,27); y «tú eres mi Señor, porque no necesitas de mis bienes» (Sal 15,2). r , 5 1 4 V ega , o .c ., p .6 0 4 n t.5 3 -5 7 ; p .6 0 5 n t.5 5 .5 6 ; C ayr é , o .c ., p .2 1 7 ; B oyer , p .7 1 ; L’idée de vérité... p .1 5 3 ; I d ., Sant Agos- L hnstianisme et néo-platonisme... “ no p.112. 326 San Agustín C a p ít u lo X II 515 18. También se me dio a entender que son buenas las cosas que se corrompen, las cuales no podrían corromperse si fuesen sumamente buenas, com o tampoco lo podrían si no fuesen buenas; porque si fueran sumamente buenas, serían in­ corruptibles, y si no fuesen buenas, no habría en ellas qué corromperse. Porque la corrupción daña, y no podría dañar si no disminuyese lo bueno. Luego o la corrupción no daña nada, lo que no es posible, o, lo que es certísimo, todas las cosas que se corrompen son privadas de algún bien. Por donde, si fueren privadas de todo bien, no existirían absolutamente; lue­ go si fueren y no pudieren ya corromperse, es que son mejores que antes, porque permanecen ya incorruptibles. ¿Y puede concebirse cosa más monstruosa que decir que las cosas que han perdido todo lo bueno se han hecho mejores? Luego las que fueren privadas de todo bien quedarán reducidas a la nada. Luego en tanto que son en tanto son buenas. Luego cuales­ quiera que ellas sean, son buenas, y el mal cuyo origen bus­ caba no es sustancia ninguna, porque si fuera sustancia sería un bien, y esto había de ser o sustancia incorruptible— gran bien ciertamente— o sustancia corruptible, la cual, si no fuese buena, no podía corromperse. Así vi yo y me fue manifestado que tú eras el autor de todos los bienes y que no hay en absoluto sustancia alguna que no haya sido creada por ti. Y porque no hiciste todas las co­ sas iguales, por eso todas ellas son, porque cada una por sí es buena y todas juntas muy buenas, «porque nuestro Dios hizo todas las cosas buenas» en extremo. C a p ít u lo X III 516 19. Y ciertamente para ti, Señor, no existe abso­ lutamente el mal; y no sólo para ti, pero ni aun para la uni­ versalidad de tu creación, porque nada hay de fuera que irrum­ pa y corrompa el orden que tú le impusiste. Mas en cuanto a sus partes, hay algunas cosas tenidas por malas porque no con515 V e g a , o .c ., p.605 nt.58.59; Jo l iv e t , Le problème du mal... p.2.15.16.85; Síntesis del pensamiento agustiniano... p.243; K o w a l c z y k , La méta­ physique du bien... p.34.36.38; T. M or e tti -C o n s t a n z i , Ascesis y filosofía en San Agustín: Augustinus 19 (1974) 26. 516 V eg a , o .c., p.605 nt.60.61; Jo l iv e t , Le problème du mal... p.37.85; K o w a l c z y k , La métaphysique du bien... p.47. M orán , Las Confesiones 327 vienen a otras; pero como estas mismas convienen a otras, son asimismo buenas; y ciertamente en orden a sí todas son buenas. Y aun todas las que no dicen conveniencia entre sí, la dicen con la parte inferior de las criaturas que llamamos «tie­ rra», la cual tiene su cielo nuboso y ventoso apropiado para sí. No quiera Dios que diga: « ¡Ojalá no existieran estas co­ sas! », porque, aunque no contemplara más que estas solas, desearía ciertamente otras mejores; pero aun por estas solas debiera ya alabarte, porque laudable te muestran en la tierra «los dragones y todos los abismos, el fuego, el granizo, la he­ lada, el viento de la tempestad, que ejecutan tu mandato; los montes y todos los collados, los árboles frutales y todos los cedros, las bestias y todos los ganados, los reptiles y todos los volátiles alados; los reyes de la tierra y todos los pueblos, los príncipes y todos los jueces de la tierra, las jóvenes y las vírgenes, los ancianos y los jóvenes; todos alaban tu nombre». Mas como también te alaban, ¡oh Dios nuestro!, en las alturas, «todos tus ángeles y todas tus virtudes alaben tu nom­ bre, y el sol y la luna, todas las estrellas y la luz, y el cielo de los cielos y las aguas que están sobre los cielos» (Sal 148, 7-12). Así que ya no deseaba cosas mejores, porque todas las abarcaba con el pensamiento, y aunque juzgaba que las superio­ res eran mejores que las inferiores, pero con más sano juicio consideraba que todas juntas eran mejores que solas las supe­ riores. C a p ítu lo XV 517 21. Y miré las otras cosas, y vi que te son deudo­ ras, porque son; y que en ti están todas las finitas, aunque de diferente modo, no com o en un lugar, sino por razón de sos­ tenerlas todas tú con la mano de la verdad, y que todas son verdaderas en cuanto son, y que la falsedad no es otra cosa que tener por ser lo que no es. También vi que no sólo cada una de ellas dice conveniencia con sus lugares, sino también con sus tiempos, y que tú, que eres el solo eterno, no has comenzado a obrar después de infi­ nitos espacios de tiempo, porque todos los espacios de tiempo — pasados y futuros— no podrían pasar ni venir sino obrando y permaneciendo tú. , fV 7 V e g a , o .c., p.605 nt.66; p.606 nt.68; Thonnard, Caracteres platoniqucs “ f la philosophie augustinienne: August. magister I p.323, ' 328 San Agustín C a p ítu lo X V II 518 23. Y me admiraba de que te amara ya a ti, no a un fantasma en tu lugar; pero no me sostenía en el goce de mi Dios, sino que, arrebatado hacia ti por tu hermosura, era luego apartado de ti por mi peso, y me desplomaba sobre estas cosas con gemido, siendo mi peso la costumbre carnal. Mas conmigo era tu memoria, ni en modo alguno dudaba ya de que existía un ser a quien yo debía adherirme, pero a quien no estaba yo en condición de adherirme, «porque el cuerpo que se corrompe apesga el alma y la morada terrena deprime la mente que piensa muchas cosas» (Sab 9,15). Asimismo es­ taba certísimo de que «tus cosas invisibles se perciben, desde la constitución del mundo, por la inteligencia de las cosas que has creado, incluso tu virtud sempiterna y tu divinidad» (Rom 1,20). Porque buscando yo de dónde aprobaba la hermosura de los cuerpos— ya celestes, ya terrestres— y qué era lo que había en mí para juzgar rápida y cabalmente de las cosas mudables cuando decía: «Esto debe ser así, aquello no debe ser así»; buscando, digo, de dónde juzgaba yo cuando así juzgaba, hallé que estaba la inconmutable y verdadera eternidad de la verdad sobre mi mente mudable. 519 Y fui subiendo gradualmente de los cuerpos al alma, que siente por el cuerpo; y de aquí al sentido íntimo, al que comunican o anuncian los sentidos del cuerpo las cosas exte­ riores, y hasta el cual pueden llegar las bestias. De aquí pasé nuevamente a la potencia raciocinante, a la que pertenece juz­ gar de los datos de los sentidos corporales, la cual, a su vez, juzgándose a sí misma mudable, se remontó a la misma inteli­ gencia, y apartó el pensamiento de la costumbre, y se sustrajo a la multitud de fantasmas contradictorios para ver de qué luz estaba inundada, cuando sin ninguna duda clamaba que lo in­ conmutable debía ser preferido a lo mudable; y de dónde co­ nocía yo lo inconmutable, ya que si no lo conociera de algún 518 S a n A g u s t í n , Soliloquios I 25-29; II 8-20; De la verdadera religión 54.56.57; V e g a , o .c ., p.606 nt.71.72.73; P l o t i n o , Enn. V , l , l l ; C a y r é , La contemplation augustin. p.162; J o l i v e t , Le probléme du mal... p.6. 518-519 S e s t i l l i , Argumentum de existentia Dei...: Acta hebdom. aug-thom. p.247-254; X i b e r t a , o .c ., p.323; B o y e r , La preuve de Dieu..., en Essais... p.63.64.67.70.81; M o r e t t i - C o n s t a n z i , Ascesis y filosofía en San Agustín: August. 19 (1974) 30. 519 V e g a , o .c ., p.606 nt.74.75; C a y r é , La contemplation augustin. p.162; C o u r c e l l e , Recherches sur les Confessions... p.160-167. Las Confesiones 329 modo, de ninguno lo antepondría a lo mudable con tanta cer­ teza. Y , finalmente, llegué a «lo que es» en un golpe de vista trepidante. LIBRO V III C a p ít u lo V 520 10. Mas apenas me refirió tu siervo Simpliciano es­ tas cosas de Victorino, encendime yo en deseos de imitarle, como que con este fin me las había también él narrado. Pero cuando después añadió que en tiempos del emperador Julia­ no, por una ley que se dio, se prohibió a los cristianos en­ señar literatura y oratoria, y que aquél, acatando dicha ley, prefirió más abandonar la verbosa escuela que dejar a tu Verbo, que hace elocuentes las lenguas de los niños que aún no hablan, no me pareció tan valiente com o afortunado por haber hallado ocasión de consagrarse a ti, cosa por la que yo suspiraba, ligado no con hierros extraños, sino por mi férrea voluntad. Poseía mi querer el enemigo, y de él había hecho una cadena con la que me tenía aprisionado. Porque de la volun­ tad perversa nace el apetito, y del apetito obedecido procede la costumbre, y de la costumbre no contradecida proviene la necesidad; y con estos a modo de anillos enlazados entre sí — por lo que antes la llamé cadena— me tenía aherrojado en dura esclavitud. Porque la nueva voluntad que había empezado a nacer en mí de servirte gratuitamente y gozar de ti, ¡oh Dios m ío !, único gozo cierto, todavía no era capaz de vencer la primera, que con los años se había hecho fuerte. De este modo las dos voluntades mías, la vieja y la nueva, la carnal y la espiritual, luchaban entre sí y discordando destrozaban mi alma. 521 11. Así vine a entender por propia experiencia lo que había leído de «cóm o la carne apetece contra el espíritu y el espíritu contra la carne» (Gál 5,17), estando yo realmente en ambos, aunque más « y o » en aquello que aprobaba en mí que no en aquello que en mí desaprobaba; porque en aquello más había ya de «n o y o », puesto que en su mayor parte más padecía contra mi voluntad que obraba queriendo. 520 V e g a , o . c . , p.653 nt.22.23.24. 521 B oyer , Christianisme et néo-platonisme... ugustin... p .1 3 6 ; G il s o n , Introduction... p .1 7 1 . p.l20ss; Jo l iv e t , Saint Las Confesiones San Agustín 330 Con todo, de mí mismo provenía la costumbre que pre­ valecía contra mí, porque queriendo había llegado a donde no quería. Y ¿quién hubiera podido replicar con derecho, siendo justa la pena que se sigue al que peca? Ya no existía tampoco aquella excusa con que solía per­ suadirme de que si aún no te servía, despreciado el mundo, era porque no tenía una percepción clara de la verdad; por­ que ya la tenía y cierta; con todo, pegado todavía a la tierra, rehusaba entrar en tu milicia y temía tanto el verme libre de todos aquellos impedimentos cuanto se debe temer estar im­ pedido de ellos. 522 12. De este modo me sentía dulcemente oprimido por la carga del siglo, com o acontece con el sueño, siendo seme­ jantes los pensamientos con que pretendía elevarme a ti a los esfuer2os de los que quieren despertar, mas, vencidos de la pesadez del sueño, caen rendidos de nuevo. Porque así como no hay nadie que quiera estar siempre durmiendo— y a juicio de todos es mejor velar que dormir— , y, no obstante, difiere a veces el hombre sacudir el sueño cuando tiene sus miembros muy cargados de él, y aun desagradándole éste lo toma con más gusto aunque sea venida la hora de levantarse, así tenía yo por cierto ser mejor entregarme a tu amor que ceder a mi apetito. N o obstante, aquello me agradaba y vencía, esto me deleitaba y encadenaba. Ya no tenía yo qué responderte cuando me decías: «Le­ vántate, tú que duermes, y sal de entre los muertos, y te ilu­ minará Cristo» (Ef 5,14); y mostrándome por todas partes ser verdad lo que decías, no tenía ya absolutamente nada que res­ ponder, convicto por la verdad, sino unas palabras lentas y soñolientas: A hora... En seguida... Un poquito más. Pero este Ahora no tenía término y este poquito más se iba prolon­ gando. En vano «me deleitaba en tu Ley, según el hombre inte­ rior, luchando en mis miembros otra ley contra la ley de mi espíritu, y teniéndome cautivo bajo la ley del pecado existente en mis miembros» (Rom 7,22). Porque ley del pecado es la fuerza de la costumbre, por la que es arrastrado y retenido el ánimo, aun contra su voluntad, en justo castigo de haberse de­ jado caer en ella voluntariamente. ¡Miserable, pues, de m í!, «¿quién habría podido librarme del cuerpo de esta muerte sino tu gracia, por Cristo nuestro Señor?» (Rom 7,23). 522 V ega, o .c ., p.653 nt.25.26; Jo iiv e t , Saint Augustin... p.136. C a p ítu lo 331 IX 523 21. Pero ¿de dónde nacía este monstruo? ¿Y por qué así? Luzca tu misericordia e interrogue— si es que pueden responderme— a los abismos de las penas humanas y las tene­ brosísimas contriciones de los hijos de Adán. ¿De dónde este monstruo? ¿Y por qué así? Manda el alma al cuerpo y le obedece al punto; mándase el alma a sí misma y se resiste. Manda el alma que se mueva la mano, y tanta es la prontitud, que apenas se distingue la acción del mandato; no obstante, el alma es alma y la mano cuerpo. Manda el alma que quiera el alma, y no siendo cosa distinta de sí, no la obedece, sin embargo. ¿De dónde este monstruo? ¿Y por qué así? Manda, digo, que quiera— y no mandara si no quisiera— , y, no obstante, no hace lo que manda, Luego no quiere to­ talmente; luego tampoco manda toda ella; porque en tanto manda en cuanto quiere, y en tanto no hace lo que manda en cuanto no quiere, porque la voluntad manda a la voluntad que sea, y no otra, sino ella misma. Luego no manda toda ella; y ésta es la razón de que no haga lo que manda. Porque si fuese plena, no mandaría que fuese, porque ya lo sería. No hay, por tanto, monstruosidad en querer en parte y en parte no querer, sino cierta enfermedad del alma; porque ele­ vada por la verdad, no se levanta toda ella, oprimida por el peso de la costumbre. Hay, pues, en ella dos voluntades, por­ que, no siendo una de ellas total, tiene la otra lo que falta a ésta. C a p ítu lo X 524 22. «Perezcan a tu presencia, ¡oh D io s !, como real­ mente perecen, los vanos habladores y seductores» de inteli­ gencias, quienes, advirtiendo en la deliberación dos volunta­ des, afirman haber dos naturalezas, correspondientes a dos mentes, una buena y otra mala. Verdaderamente los malos son ellos creyendo tales malda­ des; por lo mismo sólo serán buenos si creyeren las cosas ver523 B o y e r , L’idée de vérité... p.225; G i l s o n , Introduction... p.171; C a p á El hombre-abismo... p.240. 524 V e g a , o . c . , p.655 nt.40.41; B o y e r , Sant’Agostino p.132; C o u r c e l l e , naga, °-c -, p.201. San Agustín Las Confesiones daderas y se ajustaren a ellas, para que tu Apóstol pueda de­ cirles: «Fuisteis algún tiempo tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor» (E f 5,8). Porque ellos, queriendo ser luz no en el Señor, sino en sí mismos, al juzgar que la naturaleza del alma es la misma que la de Dios, se han vuelto tinieblas aún más densas, porque se alejaron con ello de ti con horrenda arro­ gancia; de ti, «verdadera lumbre que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9). Mirad lo que decís, y lle­ naos de confusión, y «acercaos a él, y seréis iluminados, y vuestros rostros no serán confundidos» (Sal 33,6). Cuando yo deliberaba sobre consagrarme al servicio del Señor, Dios mío, conforme hacía ya mucho tiempo lo había dispuesto, yo era el que quería, yo el que no quería, yo era. Mas porque no quería plenamente ni plenamente no quería, por eso contendía conmigo y me destrozaba a mí mismo; y aun­ que este destrozo se hacía en verdad contra mi deseo, no mos­ traba, sin embargo, la naturaleza de una voluntad extraña, sino la pena de la mía. Y por eso «n o era yo ya el que lo obraba, sino el pecado que habitaba en m í» (Rom 7,17), com o castigo de otro pecado más libre, por ser hijo de Adán. rán que, cuando uno delibera, una sola es el alma, agitada con diversas voluntades. 332 525 23. En efecto: si son tantas las naturalezas contra­ rias cuantas son las voluntades que se contradicen, no han de ser dos, sino muchas. Si alguno, en efecto, delibera entre ir a sus conventículos o al teatro, al punto claman éstos: «H e aquí dos naturalezas, una buena, que le lleva a aquéllos, y otra mala, que le arrastra a éste. Porque ¿de dónde puede venir esta vacilación de voluntades que se contradicen mutuamente?» Mas yo digo que ambas son malas, la que le guía a aqué­ llos y la que le arrastra al teatro; pero ellos no creen buena sino la que le lleva a ellos. ¿Y qué, en el caso de que algunos de los nuestros delibere y, altercando consigo las dos voluntades, fluctúe entre ir al teatro o a nuestra iglesia? ¿N o vacilarán éstos en lo que han de responder? Porque o han de confesar, lo que no quieren, que es buena la voluntad que le conduce a nuestra iglesia — como van a ella los que han sido imbuidos en sus misterios y permanecen fieles— , o han de reconocer que en un hombre mismo luchan dos naturalezas malas y dos espíritus malos, y entonces ya no es verdad lo que dicen, que la una es buena y la otra mala, o se convierten a la verdad, y en este caso no nega- 526 24. Luego no digan ya, cuando advierten en un mismo hombre dos voluntades que se contradicen, que hay dos mentes contrarias, una buena y otra mala, provenientes de dos sustancias y dos principios contrarios que se combaten. Porque tú, ¡oh Dios veraz!, les repruebas, arguyes y convences, como en el caso en que ambas voluntades son malas; v. gr., cuando uno duda si matar a otro con el hierro o el veneno; si invadir esta o la otra hacienda ajena, de no poder ambas; si comprar el placer derrochando o guardar el dinero por avaricia; si ir al circo o al teatro, caso de celebrarse al mismo tiempo; y aun añado un tercer término: de robar o no la casa del prójimo si se le ofrece ocasión; y aun añado un cuarto: de cometer un adulterio si tiene posibilidad para ello, en el supuesto de con­ currir todas estas cosas en un mismo tiempo y de ser igual­ mente deseadas todas, las cuales no pueden ser a un mismo tiempo ejecutadas; porque estas cuatro voluntades— y aun otras muchas que pudieran darse, dada la multitud de cosas que apetecemos— luchando contra sí, despedazan el alma, sin que puedan decir en este caso que existen otras tantas sustancias diversas. 527 Lo mismo acontece con las buenas voluntades. Por­ que si yo les pregunto si es bueno deleitarse con la lectura del Apóstol y gozarse con el canto de algún salmo espiritual o en la explicación del Evangelio, me responderán a cada una de estas cosas que es bueno. Mas en el caso de que deleiten igual­ mente y al mismo tiempo, ¿no es cierto que estas diversas vo­ luntades dividen el corazón del hombre mientras delibera qué ha de escoger con preferencia? Y , sin embargo, todas son buenas y lucha entre sí hasta que es elegida una cosa que arrastra y une toda la voluntad, que antes andaba dividida en muchas. Esto mismo ocurre tam­ bién cuando la eternidad agrada a la parte superior y el deseo del bien temporal retiene fuertemente a la inferior, que es la misma alma queriendo aquello o esto no con toda la voluntad, y por eso desgárrase a sí con gran dolor al preferir aquello por la verdad y no dejar esto por la familiaridad. 526 K o w a l c z y k , P*59 65 525 V ecchi , L’antimanicbeismo delle «Confessioni» di Sant’Axpstino: Giorn. di met. 20 (1965) 111. 333 207; La conception de Vhomme chez Saint Augustin: Giorn. di « Arripui, aperui, et legi»: Augustinus magister, I O ’M e a r a , 527 V e g a , o .c ., p .6 5 5 n t.42. 334 r San Agustín C a p ít u lo XI 529 26. Reteníanme unas bagatelas de bagatelas y va­ nidades de vanidades, antiguas amigas mías; y tirábanme del vestido de la carne, y me decían por lo bajo: «¿N os dejas?» Y «¿desde este momento no estaremos contigo por siempre jamás?» Y «¿desde este momento nunca más te será lícito esto y aquello?» ¡Y qué cosas, Dios mío, qué cosas me sugerían con las oalabras esto y aquello! Por tu misericordia aléjalas del alma de tu siervo. ¡Oh qué suciedades me sugerían, qué indecen­ cias! Pero las oía ya de lejos, menos de la mitad de antes, no como contradiciéndome a cara descubierta saliendo a mi en­ cuentro, sino como musitando a la espalda y com o pellizcán­ dome a hurtadillas al alejarme, para que volviese la vista. Hacían, sin embargo, que yo, vacilante, tardase en romper 528 B o y e r , Christianisme et néo-platonisme... p .125; C o u r c e l l e , o . c . , p . 192. 196; C a y r é , Contemplation et raison d’après Saint Augustin: Mélang. August. p .ll. 529 V ega , o .c ., p .655 n t.4 3 ; Jo l iv e t , Saint Augustin... 335 y desentenderme de ellas y saltar adonde era llamado, en tan­ to que la costumbre violenta me decía: «¿ Q u é ?, ¿piensas tú que podrás vivir sin estas cosas?» 528 25. Así enfermaba yo y me atormentaba, acusán­ dome a mí mismo más duramente que de costumbre, mucho y queriéndolo, y revolviéndome sobre mis ligaduras, para ver si rompía aquello poco que me tenía prisionero, pero que al fin me tenía. Y tú, Señor, me instabas a ello en mis entresijos y con severa misericordia redoblabas los azotes del temor y de la vergüenza, a fin de que no cejara de nuevo y no se rompiese aquello poco y débil que había quedado, y se rehiciese otra vez y me atase más fuertemente. Y decíame a mí mismo interiormente: « ¡Ea! Sea ahora, sea ahora»1; y ya casi pasaba de la palabra a la obra, ya casi lo hacía; pero no lo llegaba a hacer. Sin embargo, ya no recaía en las cosas de antes, sino que me detenía al pie de ellas y to­ maba aliento y lo intentaba de nuevo; y era ya un poco menos lo que distaba, y otro poco menos, y ya casi tocaba al término y lo tenía; pero ni llegaba a él, ni lo tocaba, ni lo tenía, du­ dando en morir a la muerte y vivir a la vida, pudiendo más en mí lo malo inveterado que lo bueno desacostumbrado y lle­ nándome de mayor horror a medida que me iba acercando el momento en que debía mudarme. Y aunque no me hacía vol­ ver atrás ni apartarme del fin, me retenía suspenso. o.c., p.192. Las Confesiones p .1 40; C ourcelle , 530 27. Mas esto lo decía ya muy tibiamente. Porque por aquella parte hacia donde yo tenía dirigido el rostro, y adonde temía pasar, se me dejaba ver la casta dignidad de la continencia, serena y alegre, no disolutamente, acariciándome honestamente para que me acercase y no vacilara y extendiendo hacia mí para recibirme y abrazarme sus piadosas manos, llenas de multitud de buenos ejemplos. Allí una multitud de niños y niñas, allí una juventud nu­ merosa y hombres de toda edad, viudas venerables y vírgenes ancianas, y en todas, la misma continencia, no estéril, sino fe­ cunda madre de hijos nacidos de los gozos de su esposo, tú, ¡oh Señor! Y reíase ella de mí con risa alentadora, como diciendo: «¿N o podrás tú lo que éstos y éstas? ¿O es que éstos y éstas lo pueden por sí mismos y no en el Señor su Dios? El Señor su Dios me ha dado a ellas. ¿Por qué te apoyas en ti, que no puedes tenerte en pie? Arrójate en él, no temas, que él no se retirará para que caigas; arrójate seguro, que él te recibirá y sa­ nará.» Y llenábame de muchísima vergüenza, porque aún oía el murmurio de aquellas bagatelas y, vacilante, permanecía sus­ penso. Mas de nuevo aquélla, como si dijera: Hazte sordo «contra aquellos tus miembros inmundos sobre la tierra, a fin de que sean mortificados» (Col 3,5). «Ellos te hablan de deleites, pero no conforme a la ley del Señor tu D ios» (Sal 118,85). Tal era la contienda que había en mi corazón, de mí mis­ mo contra mí mismo. Mas Alipio, fijo a mi lado, aguardaba en silencio el desenlace de mi inusitada emoción. C a p ítu lo X II 531 28. Mas apenas una alta consideración sacó del profundo de su secreto y amontonó toda mi miseria a la vista de mi corazón, estalló en mi alma una tormenta enorme, que 530 Jo l iv e t , Saint Augustin... p .1 4 0 ; o .c ., p .195. 531-533 C ourcelle , o .c ., p .188-202. 531 Jo l iv e t , Saint Augustin... p .1 4 1 ; ce l le , o .c ., p .192.195. B oyer , Dialectique... p .3 8 ; C our ­ Bo y e r , Dialectique... p .3 8 ; C our ­ c e l le , 336 San Agustín Las Confesiones encerraba en sí copiosa lluvia de lágrimas. Y para descargarla toda con sus truenos correspondientes, me levanté de junto Alipio— pues me pareció que para llorar era más a propósito la soledad— y me retiré lo más remotamente que pude, para que su presencia no me fuese estorbo. Tal era el estado en que me hallaba, del cual se dio él cuenta, pues no sé qué fue lo que dije al levantarme que ya el tono de mi voz parecía car­ gado de lágrimas. Quedóse él en el lugar en que estábamos sentados suma­ mente estupefacto; mas yo, tirándome debajo de una higuera, no sé cóm o, solté la rienda a las lágrimas, brotando dos ríos de mis ojos, sacrificio tuyo aceptable. Y aunque no con estas palabras, pero sí con el mismo sentido, te dije muchas cosas como éstas: « ¡Y tú, Señor, hasta cuándo! ¡Hasta cuándo, Se­ ñor, has de estar irritado! No quieras más acordarte de nues­ tras iniquidades antiguas» (Sal 6,4 y 78,5). Sentíame aún cau­ tivo de ellas y lanzaba voces lastimeras: «¿Hasta cuándo, has­ ta cuándo ¡mañana!, ¡mañana!? ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no poner fin a mis torpezas en esta misma hora?» tulo que se me vino a los ojos, y decía: «N o en comilonas y embriagueces, no en lechos y en liviandades, no en contien­ das y emulaciones, sino revestios de nuestro Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne con demasiados deseos» (Rom 13,13). N o quise leer más, ni era necesario tampoco, pues al pun­ to que di fin a la sentencia, como si se hubiera infiltrado en mi corazón una luz de seguridad, se disiparon todas las tinie­ blas de mis dudas. 532 29. Decía estas cosas y lloraba con amarguísima contrición de mi corazón. Mas he aquí que oigo de la casa vecina una voz, com o de niño o niña, que decía cantando y re­ petía muchas veces: «Tom a y lee, toma y lee». De repente, cambiando de semblante, me puse con toda la atención a considerar si por ventura había alguna especie de juego en que los niños soliesen cantar algo parecido, pero no recordaba haber oído jamás cosa semejante; y así, reprimiendo el ímpetu de las lágrimas, me levanté, interpretando esto como una orden divina de que abriese el códice y leyese el primer capítulo que hallase. Porque había oído decir de Antonio que, advertido por una lectura del Evangelio, a la cual había llegado por casuali­ dad, y tomando com o dicho para sí lo que se leía: «V ete, ven­ de todas las cosas que tienes, dalas a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y después ven y sígueme» (Mt 19,21), se había al punto convertido a ti con tal oráculo. Así que, apresurado, volví al lugar donde estaba sentado Alipio y yo había dejado el códice del Apóstol al levantarme de allí. Toméle, pues; abríle y leí en silencio el primer capí532 V e g a , o .c ., p.655 nt.44.45.46; Jo l iv e t , Saint Augustin... p.241; B oyer . Dialectique... p.39; C o u rcelle , o .c ., p . 195.196.203; J. B alogh , Zu Augustinus «Confessionen» Doppeltes Kledon, in der «Tolle-lege» Szene: Zeitsch. für N.T. Wissensch. 25 (1926) 265-271. 337 533 30. Entonces, puesto el dedo o no sé qué cosa de registro, cerré el códice, y con rostro ya tranquilo se lo indi­ qué a Alipio, quien a su vez me indicó lo que pasaba por él, y que yo ignoraba. Pidió ver lo que había leído; se lo mos­ tré y puso atención en lo que seguía a aquello que yo había leído y yo no conocía. Seguía así: Recibid al débil en la fe, lo cual se aplicó él a sí mismo y me lo comunicó. Y fortificado con tal admonición y sin ninguna turbulenta vacilación, se abrazó con aquella determinación y santo propósito, tan conforme con sus costumbres, en las que ya de antiguo distaba ventajo­ samente tanto de mí. Después entramos a ver a la madre; se lo indicamos y lle­ nóse de gozo; contárnosle el modo com o había sucedido, y sal­ taba de alegría y cantaba victoria, por lo cual te bendecía a ti, «que eres poderoso para darnos más de lo que pedimos o en­ tendemos» (Ef 3,20), porque veía que le habías concedido, respecto de mí, mucho más de lo que constantemente te pedía con gemidos lastimeros y llorosos. Porque de tal modo me convertiste a ti, que ya no ape­ tecía esposa ni abrigaba esperanza alguna de este mundo, es­ tando ya en aquella regla de fe sobre la que hacía tantos años me habías mostrado a ella. Y así «convertiste su llanto en gozo» (Sal 29,12) mucho más fecundo de lo que ella había apetecido y mucho más caro y casto que el que podía esperar de los nietos que le diera mi carne. 533 V ega , o .c ., p.656 nt.47.48.49; Jo l iv e t , Saint Augustin... p.142. 338 San Agustín LIBRO IX C a p ít u l o X 534 23. Estando ya inminente el día en que Labia de salir de esta vida— que tú, Señor, conocías, y nosotros ignorá­ bamos— , sucedió— a lo que yo creo, disponiéndolo tú por tus modos ocultos— que nos hallásemos solos yo y ella apoyados sobre una ventana, desde donde se contemplaba un huerto o jardín que había dentro de la casa, allí en Ostia Tiberina, don­ de, apartados de las turbas, después de las fatigas de un largo viaje, cogíamos fuerzas para la navegación. Allí solos conversábamos dulcísimamente; y «olvidando las cosas pasadas, ocupados en lo por venir» (Flp 3,13), inquiría­ mos los dos delante de la verdad presente, que eres tú, cuál sería la vida eterna de los santos, «que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre concibió» (Cor 1,2.9). Abríamos anhelosos la boca de nuestro corazón hacia aquellos raudales soberanos de tu fuente— de la fuente de vida que está en ti— para que, rociados según nuestra capacidad, nos formásemos de algún modo idea de cosa tan grande. 535 24. Y como llegara nuestro discurso a la conclu­ sión de que cualquier deleite de los sentidos carnales, aunque sea el más grande, revestido del mayor esplendor corpóreo, ante el gozo de aquella vida no sólo no es digno de compara­ ción, pero ni aun de ser mentado, levantándonos con más ar­ diente afecto hacia el que es siempre el Mismo, recorrimos gra­ dualmente todos los seres corpóreos, hasta el mismo cielo, des­ de donde el sol y la luna envían sus rayos a la tierra. Y subimos todavía más arriba, pensando, hablando y ad­ mirando tus obras; y llegamos hasta nuestrasalmas y las pasamos también, a fin de llegar a la región de la abundancia 534-544 C a yr é , o .c., p.172. 534-536 C a yr é , o .c., p.73.78. 534-537 B oyer , La contemplation d’Ostie, en Essais... p.273-296 o: Cahiers de la Nouv. Journée, 17, Saint Augustin (París 1930) 137-161; A. M andu ze , L’extase d’Ostie: August. magister p.67-84. 534 V ega , o .c ., p.705 nt.46; C ayr é , La contemplation augustin. p.209; L ope C il le r u e lo , ¿Quién es Dios? p.279. 535 V e g a , o .c., p.705 nt.47.48; C ou rcelle , o .c., p.223; M orán , Síntesis del pensam. agust... p.236; B oyer , L’idée de vérité... p.203; Id ., Sant’Agostino p.101; Id ., La preuve de Dieu..., en Essais... p.80; J o l iv e t , Saint Augustin... p.154; C a yr é , o .c ., p.171.172; I d ., La contemplation augustinienne p.210.211. 214.224; P e g u e r o l e s , o .c., p.69. Las Confesiones 339 indeficiente, en donde tú apacientas a Israel eternamente con el pasto de la verdad, y es la vida la Sabiduría, «por quien todas las cosas existen» (Jn 1,3), así las ya creadas com o las que han de ser, sin que ella lo sea por nadie; siendo ahora como fue antes y com o será siempre, o más bien, sin que haya en ella fue ni será, sino sólo es, por ser eterna, porque lo que ha sido o será no es eterno. Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella, llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu, tornamos al estrépito de nuestra boca, donde tiene principio y fin el verbo humano, en nada semejante a tu Verbo, Señor nuestro, que permanece en sí sin envejecerse y renueva todas las cosas. 536 25. Y decíamos nosotros: Si hubiera alguien en quien callase el tumulto de la carne; callasen las imágenes de la tierra, del agua y del aire; callasen los mismos cielos y aun el alma misma callase y se remontara sobre sí, no pensando en sí; si callasen los sueños y revelaciones imaginarias, y final­ mente, si callase por completo toda lengua, todo signo y todo cuanto se hace pasando— puesto que todas estas cosas dicen a quien les presta oído: «N o nos hemos hecho a nosotras mis­ mas, sino que nos ha hecho el que permanece eternamente» (Sal 99,3)— ; si, dicho esto, callasen, dirigiendo el oído hacia aquel que las ha hecho, y sólo él hablase, no por ellas, sino por sí mismo, de modo que oyesen su palabra, no por lengua de carne, ni por voz de ángel, ni por sonido de nubes, ni por enigmas de semejanza, sino que le oyéramos a él mismo, a quien amamos en estas cosas, a él mismo sin ellas, com o al presente nos elevamos y tocamos rápidamente con el pensa­ miento la eterna Sabiduría, que permanece sobre todas las cosas; si, por último, este estado se continuase y fuesen ale­ jadas de él las demás visiones de índole muy inferior, y esta sola arrebatase, absorbiese y abismase en los gozos más ínti­ mos a su contemplador, de modo que fuese la vida sempiterna cual fue este momento de intuición por el cual suspiramos, ¿no sería esto el «Entra en el gozo de tu Señor»? (M t 25,21). Mas ¿cuándo será esto? «¿A caso cuando todos resucitemos, bien que no todos seamos inmutados?» (Cor 15,51). 536 V e g a , o .c ., p.706 nt.49; B oyer , L'idée de vérité... tino p.154; C a yr é , o .c., p.75.171; I d ., La contemplation De fundamento moralitatis secundum S. Augustinum: Acta P-105; G il so n , Introduction... p.lOls; C o u rc e lle , o . c . , p.203; I d ., Sant’Agosaugust. p.212; B o ye r , hebdom. august-thom., p.223-226. 341 San Agustín Las Confesiones 537 26. Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas palabras. Pero tú sabes, Señor, que en aquel día, mientras hablábamos de estas cosas— y a medida que hablá­ bamos nos parecía más vil este mundo con todos sus deleites— , díjome ella: «H ijo, por lo que a mí toca, nada me deleita ya en esta vida. No sé ya qué hago en ella ni por qué estoy aquí, muerta a toda esperanza del siglo. Una sola cosa había por la que deseaba detenerme un poco en esta vida, y era verte cris­ tiano católico antes de morir. Superabundantemente me ha concedido esto mi Dios, puesto que, despreciada la felicidad terrena, te veo siervo suyo. ¿Qué hago, pues, aquí?» cias recordando lo que sabía del gran cuidado que había tenido siempre de su sepulcro, adquirido y preparado junto al cuerpo 340 C a p ít u l o XI 538 27. N o recuerdo yo bien qué respondí a esto; pero sí que apenas pasados cinco días, o no muchos más, cayó en cama con fiebres. Y estando enferma tuvo un día un desmayo, quedando por un poco privada de los sentidos. Acudimos corriendo, mas pronto volvió en sí, y viéndonos presentes a mí y a mi hermano, díjonos, com o quien pregunta algo: «¿D ón de estaba?» Después, viéndonos atónitos de tristeza, nos dijo: «Enterráis aquí a vuestra madre». Y o callaba y frenaba el llanto, mas mi hermano dijo no sé qué palabras, con las que parecía desearle com o cosa más feliz morir en la patria y no en tierras tan lejanas. A l oírle ella, reprendióle con la mirada, con rostro afligido por pensar tales cosas; y mirándo­ me después a mí, dijo: « ¡Mira lo que dice! » Y luego, diri­ giéndose a los dos, añadió: «Enterrad este cuerpo en cualquier parte, ni os preocupe más su cuidado; solamente os ruego que os acordéis de mi ante el altar del Señor doquiera que os hallareis». Y habiéndonos explicado esta determinación con las palabras que pudo, callo y agravándose la enfermedad, en­ tró en la agonía. 539 28. Mas yo, ¡oh Dios invisible!, meditando en los dones que tu infundes en el corazón de tus fieles y en los frutos admirables que de ellos nacen, me gozaba y te daba gra537 V e g a , o c p .706 n t.5 0 ; J o l i v e t , Saint Augustin... p .1 5 4 ; B o y e r , La contemplation d’Ostie..., en Essais... p .2 7 9 ; C o u r c e l l e , o . c . , p .2 6 6 ; C a y r é , Contemplation et raison d'aprés Saint Augustin: Mélamt. aueust p .2 9 , o Rev. de phil. 3 0 (1 9 3 0 ) 331-381 . 5 3 8 V e g a , o . c . , p .706 n t.5 1 .5 4 ; B oyer , P -20; Jo l iv e t , Saint Augustin... p .1 5 4 . 539 Vega, o .c . , p.706 nt.55. Christianisme et néo-platonisme... de su marido. Porque así com o había vivido con él concordísimamente, así quería también— cosa muy propia del alma hu­ mana menos deseosa de las cosas divinas— tener aquella dicha V que los hombres recordasen cómo después de su viaje trans­ marino se le había concedido la gracia de que una misma tierra cubriese el polvo conjunto de ambos cónyuges. Ignoraba yo también cuándo esta vanidad había empezado a dejar de ser en su corazón, por la plenitud de tu bondad; alegrábame, sin embargo, admirando que se me hubiese mos­ trado así, aunque ya en aquel nuestro discurso de la ventana me pareció no desear morir en su patria al decir: «¿Q u é hago ya aquí?» También oí después que, estando yo ausente, como cierto día conversase con unos amigos míos con maternal confianza sobre el desprecio de esta vida y el bien de la muerte, estando ya en Ostia, y maravillándose ellos de tal fortaleza en una mujer— porque tú se la habías dado— , le preguntasen si no temería dejar su cuerpo tan lejos de su ciudad, respondió: «Nada hay lejos para Dios, ni hay que temer que ignore al fin del mundo el lugar donde estoy para resucitarme». Así, pues, a los nueve días de su enfermedad, a los cin­ cuenta y seis años de su edad y treinta y tres de la mía, fue libertada del cuerpo aquella alma religiosa y pía. C a p ít u l o X II 540 29. Cerraba yo sus ojos, mas una tristeza inmensa afluía a mi corazón, y ya iba a resolverse en lágrimas, cuando al punto mis ojos, al violento imperio de mi alma, resorbían su fuente hasta secarla, padeciendo con tal lucha de modo imponderable. Entonces fue cuando, al dar el último suspiro, el niño Adeodato rompió a llorar a gritos; mas reprimido por todos nosotros, calló. De ese modo era también reprimido aquello que había en mí de pueril, y me provocaba al llanto, con la voz juvenil, la voz del corazón, y callaba. Porque juz­ gábamos que no era conveniente celebrar aquel entierro con quejas lastimeras y gemidos, con los cuales se suele frecuen­ temente deplorar la miseria de los que mueren o su total ex­ tinción; y ella ni había muerto miserablemente ni había muer5 4 0 V e g a , o .c . , p .7 0 6 n t.5 6 . 343 San Agustín Las Confesiones to del todo; de lo cual estábamos nosotros seguros por el testimonio de sus costumbres, por su fe no fingida y otros argumentos ciertos. 54 3 32. Cuando llegó el momento de levantar el cadá­ ver, acompañárnosle y volvimos sin soltar una lágrima. Ni aun en aquellas oraciones que te hicimos, cuando se ofrecía por ella el sacrificio de nuestro rescate, puesto ya el cadáver junto al sepulcro antes de ser depositado, com o suele hacerse allí, ni aun en estas oraciones, digo, lloré, sino que todo el día anduve interiormente muy triste, pidiéndote, com o podía, con la mente turbada, que sanases mi dolor; mas tú no lo hacías, a lo que yo creo, para que fijase bien en la memoria aun por solo este documento, qué fuerza tiene la costumbre aun en almas que no se alimentan ya de vanas palabras. Asimismo me pareció bien tomar un baño, por haber oído decir que el nombre de baño (bálneo, en latín) venía de los griegos, quienes le llamaron bálanion ( = arrojar), por creer que arrojaba del alma la tristeza. Mas he aquí— lo confieso a tu misericordia, ¡oh Padre de los huérfanos!— que, habién­ dome bañado, me hallé después del baño com o antes de ba­ ñarme. Porque mi corazón no trasudó ni una gota de la hiel de su tristeza. Después me quedé dormido; desperté, y hallé en gran par­ te mitigado mi dolor; y estando solo com o estaba en mi lecho, me vinieron a la mente aquellos versos verídicos de tu Am bro­ sio. Porque, 342 541 30. ¿Y qué era lo que interiormente tanto me do­ lía sino la herida reciente que me había causado el romperse repentinamente aquella costumbre dulcísima y carísima de vi­ vir juntos? Cierto es que me llenaba de satisfacción el testimonio que había dado de mí, cuando en esta su última enfermedad, como acariciándome por mis atenciones con ella, me llamaba piadoso y recordaba con gran afecto de cariño no haber oído jamás salir de mi boca la menor palabra dura o contume­ liosa contra ella. Pero ¿que era, Dios mío, Hacedor nuestro, este honor que yo le había dado en comparación de lo que ella me había servido? Por eso, porque me veía abandonado de aquel tan gran consuelo suyo, sentía el alma herida y despe­ dazada mi vida, que había llegado a formar una sola con la suya. 542 31. Reprimido, pues, que hubo su llanto el niño, tomó Evodio un Salterio y comenzó a cantar— respondiéndole toda la casa— el salmo «Misericordia y justicia te cantaré, Se­ ñor» (Sal 100). Enterada la gente de lo que pasaba, acudieron muchos hermanos y religiosas mujeres, y mientras los encar­ gados de esto preparaban las cosas de costumbre para el en­ tierro, yo, retirado en un lugar adecuado, junto con aquellos que no habían creído conveniente dejarme solo, disputaba con ellos sobre cosas propias de las circunstancias; y con este leni­ tivo de la verdad mitigaba mi tormento, conocido de ti, pero ignorado de ellos, quienes me otan atentamente y me creían sin sentimiento de dolor. Mas en tus oídos, en donde ninguno de ellos me oía, in­ crepaba yo la blandura de mi afecto y reprimía aquel torrente de tristeza, que cedía por algún tiempo, pero que nuevamente me arrastraba con su ímpetu, aunque no ya hasta derramar lágrimas ni mudar el semblante; sólo yo sabía lo oprimido que tenía el corazón. Y como me desagradaba sobremanera que pudiesen tanto en mí estos sucesos humanos, que forzo­ samente han de suceder por el orden debido y por la natura­ leza de nuestra condición, me dolía de mi dolor con nuevo dolor y me atormentaba con doble tristeza. 541 V e g a , o .c . , p .7 0 6 n t.5 7 . Tú eres, D ios, criador de cuanto existe, del mundo supremo gobernante, que el día vistes de luz brillante, de grato sueño la noche triste; a fin de que a los miembros rendidos el descanso al trabajo prepare, y las mentes cansadas repare, y los pechos de pena oprimidos. 544 33. Mas de aquí poco a poco tornaba al pensamien­ to de antes, sobre tu sierva y su santa conversación piadosa para contigo y santamente blanda y morigerada con nosotros, de la cual súbitamente me veía privado. Y sentí ganas de llorar en presencia tuya, por causa de ella y por ella, y por causa mía y por mí. Y solté las riendas a las lágrimas, que tenía contenidas, para que corriesen cuanto quisieran, extendién­ dolas yo como un lecho debajo de mi corazón; el cual des­ cansó en ellas, porque tus oídos eran los que allí me escu543 544 V ega, o .c V ega, o .c . , ., p.706 nt.58; p.707 nt.57.60. p.707 nt.61.62. 344 San Agustín Las Confesiones chaban, no los de ningún hombre que orgullosamente pudiera interpretar mi llanto. Y ahora, Señor, te lo confieso en estas líneas: léalas quien­ quiera e interprételas com o quisiere; y si hallare pecado en haber llorado yo a mi madre la exigua parte de una hora, a mi madre muerta entonces a mis ojos, ella que me había llorado tantos años para que yo viviese a los tuyos, no se ría; antes, si es mucha su caridad, llore por mis pecados delante de ti, Padre de todos los hermanos de tu Cristo. 546 9. Pero ¿y qué es entonces? Pregunté a la tierra y me dijo: «N o soy y o »; y todas las cosas que hay en ella me confesaron lo mismo. Pregunté al mar y a los abismos y a los reptiles de alma viva, y me respondieron: «N o somos tu Dios; búscale sobre nosotros». Interrogué a las auras que respiramos, y el aire todo, con sus moradores, me dijo: «Engáñase Anaximenes: yo no soy tu D ios». Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas. «Tam poco somos nosotros el Dios que buscas», me respon­ dieron. Dije entonces a todas las cosas que están fuera de las puertas de mi carne: «Decidme algo de mi Dios, ya que vos­ otras no lo sois; decidme algo de él». Y exclamaron todas con grande voz: «E l nos ha hecho». Mi pregunta era mi mira­ da, y su respuesta su apariencia. Entonces me dirigí a mí mismo y me dije: «¿T ú quién eres», y respondí: «U n hombre». He aquí, pues, que tengo en mí prestos un cuerpo y un alma; el uno interior, el otro exterior. ¿Por cuál de éstos es por donde debí yo buscar a mi Dios, a quien ya había buscado por los cuerpos desde la tierra al cielo, hasta donde pude enviar los mensajeros rayos de mis ojos? Mejor, sin duda, es el elemento interior, porque a él es a quien comunican sus noticias todos los mensajeros corporales, como a presidente y juez, de las respuestas del cielo, de la tierra y de todas las cosas que en ellos se encierran, cuando dicen: «N o somos D ios» y «E l nos ha hecho». El hom­ bre interior es quien conoce estas cosas por ministerio del ex­ terior: yo interior conozco estas cosas, yo, Yo-Alma, por me­ dio del sentido de mi cuerpo. Interrogué, finalmente, a la mole del mundo acerca de mi Dios, y ella me respondió: «N o lo soy yo, simple hechura suya». LIBRO X C a p ít u lo VI 545 8. No con conciencia dudosa, sino cierta, Señor, te amo yo. Heriste mi coraron con tu palabra y te amé. Mas también el cielo y la tierra y todo cuanto en ellos se con­ tiene he aquí que me dicen de todas partes que te ame: ni cesan de decírselo a todos, «a fin de que sean inexcusables» (Rom 9,15). Sin embargo, tú «te compadecerás más altamente de quien te compadecieres y prestarás más tu misericordia con quien fueses misericordioso» (ibid. ); de otro modo, el cie­ lo y la tierra cantarían tus alabanzas a sordos. Y ¿qué es lo que amo cuando yo te amo? N o belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo, no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos, no dulces melodías de toda cla­ se de cantilenas, no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas; no manás ni mieles, no miembros gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios. Y , sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragan­ cia, y cierto alimento, y cierto amplexo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío inte­ rior, donde resplandece a mi alma lo que no comprende el lugar, y suena lo que no arrebata el tiempo, y huele lo que el viento no esparce, y se gusta lo que no se consume co­ miendo, y se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios. 545-564 P. B l a n c h a r d , L’espace intérieur chez S. Augustin d’après le livre X des Confessions: Augustinus Magister p.535-542. 545-559 C a y r é , o .c ., p.173-175; P e g u e r o l e s , o .c ., p.49-53. 545 V e g a , o . c . , p.786 nt.7; B o y e r , L’idée de vérité... p.205; G i l s o n , Intro­ duction... p.244; C h . P. C a r l s o n , The natural order, and historical explanation in St. Augustinus’ City of God: August. 21 (1971) 422. 345 547 10. Pero ¿no se muestra esta hermosura a cuantos tienen entero el sentido? ¿Por qué, pues, no habla a todos lo mismo? 545-547 C a y r é , o . c . , p,173s; P e g u e r o l e s , o . c . , p.49; C a y r é , La contem­ plation august. p.159.201; K o w a l c z y k , L’argument axiologique dans la philoso­ phic de S. Augustin: Est. agust. (1970) p.52. 546 V e g a , o . c . , p.786 nt.8-10; C a y r é , o . c . , p.202; M o r a n , Síntesis del pensam. agust.: Augustinus 5 (1960) 234; K o w a l c z y k , La idea de Dios...: Augus­ tinus 20 (1975) 344 ss; J. M o r e a u , Le temps et la création selon S. Augustin: Giorn. d. met. 20 (1965) 278; L o p e C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: Est. agust. (1973) p.4.13.44; I d., La prueba agustiniana... p.242.247; Di G i o v a n n i , o . c . , P.297. 547 V e g a , o . c . , p.787 nt.12; B o y e r , Sant’Agostino p.144; C a y r é , o . c . , p.202. San Agustín Las Confesiones Los animales, pequeños y grandes, la ven; pero no pue­ den interrogarla, porque no se les ha puesto de presidente de los nunciadores sentidos a la razón que juzgue. Los hom­ bres pueden, sí, interrogarla, por «percibir por las cosas vi­ sibles las invisibles de D ios» (Rom 1,20); mas hácense es­ clavos de ellas por el amor, y, una vez esclavos, ya no pue­ den juzgar. Porque no responden éstas a los que interrogan, sino a los que juzgan; ni cambian de voz, esto es, de as­ pecto, si uno ve solamente, y otro, además de ver, inte­ rroga, de modo que aparezca a uno de una manera y a otro de otra, sino que, apareciendo a ambos, es muda para el uno y habladora para el otro, o, mejor dicho, habla a todos, mas sólo aquéllos la entienden que confieren su voz, reci­ bida fuera, con la verdad interior. Porque la verdad me dice: «N o es tu Dios el cielo, ni la tierra, ni cuerpo alguno.» Y esto mismo dice la naturaleza de éstos a quien advierte que la mole es la menor en la parte que en el todo. Por esta razón eres tú mejor que éstos; a ti te digo, ¡oh alm a!, por­ que tú vivificas la mole de tu cuerpo prestándole vida, lo que ningún cuerpo puede prestar a otro cuerpo. Mas tu Dios es para ti hasta la vida de tu vida. ciendo: ¿N o seremos nosotras? Mas espántelas yo del haz de mi memoria con la mano del corazón, hasta que se esclarece lo que quiero y salta a mi vista de su escondrijo. Otras cosas hay que fácilmente y por su orden riguroso se presentan, según son llamadas, y ceden su lugar a las que les siguen, y cediéndolo son depositadas, para salir cuando de nue­ vo se deseare. Lo cual sucede puntualmente cuando narro al­ guna cosa de memoria. 346 C a p ít u l o V III 548 12. Traspasaré, pues, aun esta virtud de mi natu­ raleza, ascendiendo por grados hacia aquel que me hizo. Mas heme ante los campos y anchos senos de la memo­ ria, donde están los tesoros de innumerables imágenes de toda clase de cosas acarreadas por los sentidos. Allí se halla escon­ dido cuanto pensamos, ya aumentando, ya disminuyendo, ya variando de cualquier modo las cosas adquiridas por los senti­ dos, y todo cuanto se le ha encomendado y se halla allí depo­ sitado y no ha sido aún absorbido y sepultado por el olvido. Cuando estoy allí pido que se me presente lo que quiero, y algunas cosas preséntanse al momento; pero otras hay que buscarlas más con tiempo y com o sacarlas de unos receptácu­ los abstrusos; otras, en cambio, irrumpen en tropel y cuan­ do uno desea y busca otra CQsa se ponen en medio, com o di548-560 Cayré, Contemplation et raison d’après S. Augustin: Mélang. august. p.19.20. 548-552 B o y e r , Sant'Agostino p.41; G i l s o n , Introduction... p.137; o.c., p.203.204. 548 V e g a , o . c . , p.787 nt.14; J o l i v e t , La doctrine august. de l’ilium, CapÁNAGA, San Agustín y el lulismo; Augustinus 21 (1976) 10, C a yré, p . 131; 347 549 13. Allí se hallan también guardadas de modo dis­ tinto y por sus géneros todas las cosas que entraron por su pro­ pia puerta, como la luz, los colores y las formas de los cuer­ pos, por la vista; por el oído, toda clase de sonidos; y todos los olores por la puerta de las narices; y todos los sabores por la de la boca; y por el sentido que se extiende por todo el cuerpo (tacto), lo duro y lo blando, lo caliente y lo frío, lo suave y lo áspero, lo pesado y lo ligero, ya sea extrínseco, ya intrínseco al cuerpo. Todas estas cosas recibe, para re­ cordarlas cuando fuere menester y volver sobre ellas, el gran receptáculo de la memoria y no sé qué secretos e inefables senos suyos. Todas las cuales cosas entran en ella, cada una por su propia puerta, siendo almacenadas allí. Ni son las mismas cosas las que entran, sino las imáge­ nes de las cosas sentidas, las cuales quedan allí a disposición del pensamiento que las recuerda. Pero ¿quién podrá decir cómo fueron formadas estas imágenes, aunque sea claro por qué sentidos fueron captadas y escondidas en el interior? Por­ que, cuando estoy en silencio y en tinieblas, represénteme, si quiero, los colores, y distingo el blanco del negro y todos los demás que quiero, sin que me salgan al encuentro los sonidos, ni me perturben lo que, extraído por los ojos, entonces con­ sidero, no obstante, que ellos [los sonidos] estén allí y, como colocados aparte, permanezcan latentes. Porque también a ellos les llamo, si me place, y al punto se me presentan, y con la lengua queda y callada la garganta, canto cuanto quiero, sin que las imágenes de los colores que se hallan allí se interpon­ gan ni interrumpan mientras se revisa el tesoro que entró por los oídos. Del mismo modo recuerdo, según me place, las demás 549-551 C a y r é , La contemplation august. p.204; M o r á n , Síntesis del pensam. agust.: Augustinus 5 (1960) 235. 549 V e g a , o . c . , p.787 nt.15.16; C a y r é , o . c . , p.34; L o p e C i l l e r u e l o , La Prueba agustiniana... p.271; R o d r í g u e z N e i r a , Sentido gnoseológico de la me­ moria... p.376; R i v e r a d e V e n t o s a , San Agustín y San Buenaventura en las pruebas de la existencia de Dios: Augustinus 19 (1974) 213. San Agustín Las Confesiones cosas aportadas y acumuladas por los otros sentidos, y así, sin oler nada distingo el aroma de los lirios del de las viole­ tas, y, sin gustar ni tocar cosa, sino sólo con el recuerdo, pre­ fiero la miel al arrope y lo suave a lo áspero. sas, que al nombrarlas no las veo con los ojos, no podría nombrarlas si interiormente no viese en mi memoria los mon­ tes, y las olas, y los ríos, y los astros, percibidos ocularmen­ te, y el océano, sólo creído, con dimensiones tan grandes como si las viese fuera. Y , sin embargo, no es que haya absor­ bido tales cosas al verlas con los ojos del cuerpo, ni que ellas se hallen dentro de mí, sino sus imágenes. Lo único que sé es por qué sentido del cuerpo he recibido la impresión de cada una de ellas. 348 550 14. T odo esto lo hago yo interiormente en el aula inmensa de mi memoria. Allí se me ofrecen al punto el cielo y la tierra el mar con todas las cosas que he percibido sen­ siblemente en ellos, a excepción de las que tengo ya olvida­ das. Allí me encuentro con mí mismo y me acuerdo de mí y de lo que hice, y en qué tiempo y en qué lugar, y de qué modo y cóm o estaba afectado cuando lo hacía. Allí están to­ das las cosas que yo recuerdo haber experimentado o creído. De este mismo tesoro salen las semejanzas tan diversas unas de otras, bien experimentadas, bien creídas en virtud de las experimentadas, las cuales, cotejándolas con las pasadas, infie­ ro de ellas acciones futuras, acontecimientos y esperanzas, todo lo cual lo pienso com o presente. «Haré esto o aquello», digo entre mí en el seno ingente de mi alma, repleto de imá­ genes de tantas y tan grandes cosas; y «esto o aquello» se si­ gue. « ¡O h si sucediese esto o aqu ello!» « ¡N o quiera Dios esto o aquello! » Esto digo en mi interior, y al decirlo se me ofrecen al punto las imágenes de las cosas que digo de este te­ soro de la memoria; porque si me faltasen, nada en absoluto podría decir de ellas. 551 15. Grande es esta virtud de la memoria, grande sobremanera, Dios mío, Penetral amplio e infinito. ¿Quién ha llegado a su fondo? Mas, con ser esta virtud propia de mi alma y pertenecer a mi naturaleza, no soy yo capaz de abarcar total­ mente lo que soy. De donde se sigue que es angosta el alma para contenerse a sí misma. Pero ¿dónde puede estar lo que de sí misma no cabe en ella? ¿Acaso fuera de ella y no en ella? ¿Cóm o es, pues, que no se puede abarcar? Mucha admiración me causa esto y me llena de estupor. Viajan los hombres por admirar las alturas de los montes, y las ingentes olas del mar, y las anchurosas corrientes de los ríos, y la inmensidad del océano, y el giro de los astros, y se olvidan de sí mismos, ni se admiran de que todas estas co5 5 0 V e g a , o .c ., p .787 n t.17; B oyer, La philosophie augustinienne ignoret-elle p .1 7 1 ; R o d ríg u ez N e ir a , Sentido gnoseológico de la Vabstraction?, en Essai... memoria... p .3 8 0 .3 8 5 .3 9 8 . 551 V e g a , o .c ., p .787 n t.1 8 .2 0 ; G il s o n , Introduction... p .1 3 8 ; P e g u e r o le s , o .c ., p .5 0 ; Capánaga, El hombre-abismo... p .2 2 7 ; G r o s s i , o .c ., p .2 8 8 ; R od rí­ g u e z N e ir a , Sentido gnoseológico de la memoria... p.yjl.397. C a p ít u l o 349 IX 552 16. Pero no son estas cosas las únicas que encierra la inmensa capacidad de mi memoria. Aquí están com o en un lugar interior remoto, que no es lugar, todas aquellas nociones aprendidas de las artes liberales, que todavía no se han olvidado. Mas aquí no son ya las imágenes de ellas las que llevo, sino las cosas mismas. Porque yo sé qué es la gramática, la pericia dialéctica, y cuántos los géneros de cues­ tiones; y lo que de estas cosas sé, está de tal modo en mi memoria que no está allí como la imagen suelta de una cosa, cuya realidad se ha dejado fuera; o com o la voz impresa en el oído, que suena y pasa, dejando un rastro de sí por el que la recordamos com o si sonara, aunque ya no suene; o como el perfume que pasa y se desvanece en el viento, que afecta al olfato y envía su imagen a la memoria, la que repetimos con el recuerdo; o com o algo que se siente por el tacto, que, aunque alejado de nosotros, lo imaginamos con la memoria. Porque todas estas cosas no son introducidas en la memoria, sino captadas solas sus imágenes con maravillosa rapidez y de­ positadas en unas maravillosas como celdas, de las cuales sa­ len de modo maravilloso cuando se las recuerda. C a p ít u l o 553 neros de tengo las palabras, X 17. Pero cuando oigo decir que son tres los gé­ cuestiones— «si la cosa es, qué es y cuál es»— , re­ imágenes de los sonidos de que se componen estas y sé que pasaron por el aire con estrépito y ya no 552 V e g a , p .242.247. o .c ., p .787 n t.2 1 ; Lope C ille r u e lo , La prueba agustiniana... 553 V e g a , o .c ., p .787 n t.2 2 ; P e g u e r o le s , o .c ., p .5 1 .5 4 ; B. X i b e r t a , vb s tr a c tio n e apud S. Augustinum: Acta hebdom . august.-thom ., p .3 1 7 . Ve San Agustín Las Confesiones existen. Pero las cosas mismas significadas por estos sonidos ni las he tocado jamás con ningún sentido del cuerpo, ni las he visto en ninguna parte fuera de mi alma, ni lo que he de­ positado en mi memoria son sus imágenes, sino las cosas mismas. Las cuales digan, si pueden, por dónde entraron en mí. Porque yo recorro todas las puertas de mi carne y no hallo por cuál de ellas han podido entrar. En efecto, los ojos dicen: Si son coloradas, nosotros somos los que las he­ mos noticiado. Los oídos dicen: Si hicieron algún sonido, nosotros las hemos indicado. El olfato dice: Si son oloro­ sas, por aquí han pasado. El gusto dice también: Si no tie­ nen sabor, no me preguntéis por ellas. El tacto dice: Si no es cosa corpulenta, yo no la he tocado, y si no ha he tocado, no he dado noticia de ella. ¿Por dónde, pues, y por qué parte han entrado en mi memoria? No lo sé. Porque cuando las aprendí, ni fue dan­ do crédito a otros, sino que las reconocí en mi alma y las aprobé por verdaderas y se les encomendé a ésta, com o en depósito, para sacarlas cuando quisiera. Allí estaban, pues, y aun antes de que yo las aprendiese; pero no en la memo­ ria. ¿En dónde, pues, o por qué, al ser nombradas, las re­ conocí y dije: «A sí es», «Es verdad», sino porque ya esta­ ban en mi memoria, aunque tan retiradas y sepultadas como si estuvieran en cuevas muy ocultas, y tanto que, si alguno no las suscitara para que saliesen, tal vez no las hubiera po­ dido pensar? cordar de tiempo en tiempo, de tal modo vuelven a sumer­ girse y sepultarse en sus más ocultos penetrales, que es pre­ ciso, com o si fuesen nuevas, excogitarlas segunda vez en este lugar— porque no tienen otra estancia— y juntarlas de nuevo para que puedan ser sabidas, esto es, recogerlas com o de cier­ ta dispersión, de donde vino la palabra cogitare; porque cogo es respecto de cogito lo que ago de agito y jacio de factito. Sin embargo, la inteligencia ha vindicado en propiedad esta palabra para sí, de tal modo que ya no se diga propiamente cogitare de lo que se recoge (colligitur), esto es, de lo que se junta (cogitur) en un lugar cualquiera, sino en el alma. 350 C a p ít u l o XI 554 18. Por aquí descubrimos que aprender estas cosas • — de las que no recibimos imágenes por los sentidos, sino que, sin imágenes, com o ellas son, las vemos interiormente en sí mismas— no es otra cosa sino un como recoger con el pen­ samiento las cosas que ya contenía la memoria aquí y allí y confusamente, y cuidar con la atención que estén como puestas a la mano en la memoria, para que, donde antes se ocultaban dispersas y descuidadas, se presenten ya fácilmen­ te a una atención familiar. ¡Y cuántas cosas de este orden no encierra mi memoria, que han sido ya descubiertas, y, conforme dije, puestas com o a la mano, que decimos haber aprendido y conocido! Estas mismas cosas, si las dejo de re554 V e g a , o .c ., p.788 nt.23.24; G i l s o n , Introduction... p.101; o.c., p.53; J o li v e t , La doctrine august. de l’ittum. p.125. P e g u e r o le s , C a p ít u l o 351 XV 555 23. Mas, si es por medio de imágenes o no, ¿quién lo podrá fácilmente decir? En efecto: nombro la piedra, nombro el sol, y no estando estas cosas presentes a mis sentidos, están ciertamente pre­ sentes en mi memoria sus imágenes. Nombro el dolor del cuerpo, que no se halla presente en mí, porque no me duele nada, y, sin embargo, si su imagen no estuviera en mi memoria, no sabría lo que decía, ni en las disputas sabría distinguirle del deleite. Nombro la salud del cuerpo, estando sano de cuerpo: en este caso tengo presente la cosa misma; sin embargo, si su imagen no estuviese en mi memoria, de ningún modo recor­ daría lo que quiere significar el sonido de este nombre; ni los enfermos, nombrada la salud, entenderían qué era lo que se les decía, si no tuviesen en la memoria su imagen, aun­ que la realidad de ella esté lejos de sus cuerpos. Nombro los números con que contamos, y he aquí que ya están en mi memoria no sus imágenes, sino ellos mismos. Nombro la imagen del sol, y preséntase ésta en mi me­ moria, mas lo que recuerdo no es una imagen de su ima­ gen, sino ésta misma, la cual se me presenta cuando la re­ cuerdo. Nombro la memoria y conozco lo que nombro; pero ¿dón­ de lo conozco, si no es en la memoria misma? ¿Acaso tam­ bién ella está presente a sí misma por medio de su imagen y no por sí misma? j E . R iv e ra de V e n t o s a , San Agustín y San Buenaventura en las pruebas de la existencia de Vios: Augustiniis 19 (1974) 214. 352 Las Confesiones San Agustín C a p ít u l o X V II 556 26. Grande es la virtud de la memoria y algo que me causa horror, Dios mío: multiplicidad infinita y profunda. Y esto es el alma y esto soy yo mismo. ¿Qué soy, pues, Dios mío? ¿Qué naturaleza soy? Vida varia y multiforme y so­ bremanera inmensa. Vedme aquí en los campos y antros e innumerables cavernas de mi memoria, llenas innumerable­ mente de géneros innumerables de cosas, ya por sus imá­ genes, com o las de todos los cuerpos; ya por presencia, como las de las artes; ya por no sé qué nociones o notaciones, como las de los afectos del alma, las cuales, aunque el alma no las padezca, las tiene la memoria, por estar en el alma cuanto está en la memoria. Por todas estas cosas discurro y vuelo de aquí para allá, y penetro cuanto puedo, sin que dé con el fin en ninguna parte. ¡Tanta es la virtud de la memo­ ria, tanta es la virtud de la vida en un hombre que vive mor­ talmente! ¿Qué haré, pues, oh tú, vida mía verdadera, Dios mío? ¿Traspasaré también esta virtud mía, que se llama memo­ ria? ¿La traspasaré para llegar a ti, luz dulcísima? ¿Qué dices? H e aquí que ascendiendo por el alma hacia ti, que estás encima de mí, traspasaré también esta facultad mía, que se llama memoria, queriendo tocarte por donde puedes ser tocado y adherirme a ti por donde puedes ser adherido. Porque también las bestias y las aves tienen memoria, pues­ to que de otro modo no volverían a sus madrigueras y ni­ dos, ni harían otras muchas cosas a las que se acostumbran, pues ni aun acostumbrarse pudieran a ninguna si no fuera por la memoria. Traspasaré, pues, aun la memoria para lle­ gar a aquel que me separó de los cuadrúpedos y me hizo más sabio que las aves del cielo; traspasaré, sí, la memo­ ria. Pero ¿dónde te hallaré, ¡oh tú, verdaderamente bueno y suavidad segura!, dónde te hallaré? Porque si te hallo fue­ ra de mi memoria, olvidado me he de ti, y si no me acuer­ do de ti, ¿cóm o ya te podré hallar? C a p ít u l o 353 X IX 557 28. ¿Y qué cuando es la misma memoria la que pierde algo, como sucede cuando olvidamos alguna cosa y la buscamos para recordarla? ¿Dónde al fin la buscamos sino en la misma memoria? Y si por casualidad allí se ofrece una cosa por otra, la rechazamos, hasta que se presenta lo que buscamos. Y cuando se presenta decimos: «Esto es»; lo cual no dijéramos si no la reconociéramos, ni la reconoceríamos si no la recordásemos. Ciertamente, pues, la habíamos olvi­ dado. ¿Acaso era que no había desaparecido del todo, y por la parte que era retenida buscaba la otra parte? Porque sen­ tíase la memoria no revolver conjuntamente las cosas que an­ tes conjuntamente solía, y como cojeando por la truncada costumbre, pedía que se le volviese lo que la faltaba: algo así como cuando vemos o pensamos en un hombre conocido, y, olvidados de su nombre, nos ponemos a buscarle, a quien no le aplicamos cualquiera otro distinto que se nos ofrezca, porque no tenemos costumbre de pensarle con él, por lo que los rechazamos todos, hasta que se presenta aquel con que, por ser el acostumbrado y conocido, descansamos plenamente. Mas éste, ¿de dónde se me presenta sino de la memoria misma? Porque si alguno nos lo advierte, el reconocerlo de aquí viene. Porque no lo aceptamos com o cosa nueva, sino que, recordándolo, aprobamos ser lo que se nos ha dicho, va que, si se borrase plenamente del alma, ni aun advertidos lo recordaríamos. No se puede, pues, decir que nos olvidamos totalmente, puesto que nos acordamos al menos de habernos olvidado, y de ningún modo podríamos buscar lo perdido que absoluta­ mente hemos olvidado. 557 V e g a , o .c.. p.789 nt.36 v 37; G il s o n . Introduction... p.134s; Pegueo.c.. p.51; B ra sa D ie z . El contenido del «cogito» agustiniano: Augustinus 21 (1976) p.282 nt.28; Lopf. C i l l f .r u e lo . La prueba agustiniana d e la e x is te n c ia de Dios: Est. agust. (1969) p.263; R od rígu ez N e ir a , Sentido g n o s e o lo g ic o d e la memoria según San Agustín: Est. agust. (1971) p.375; Id ., L o s n iv e le s d e la memoria en San Agustín y en San Buenaventura: Augustinus 19 (1974) 226s. roles. 556-560 C a y ré, Initiation ä la P h ilo s o p h ie d e S. Augustin p.174. 556 R o d ríg u ez N e ir a , Sentido gnoseològico de la memoria... p.382.399; Capánaga, El hombre-abismo... p.231; V e g a , o.e., p.789 nt.34.35; B oyer, L’idée de vérité... p.194; P e g u e r o le s , o.e., p.50; C ayré, La contemplation augustinienne p.204.205; G r o s s i , Las instancias agustinianas de la verdad y de la libertad en la investigación antropológica: Augustinus 2 (1976) 288. Los filósofos medievales 1 354 Las Confesiones San Agustín C a p ít u l o XXVI 558 37. Pues ¿dónde te hallé para conocerte— porque ciertamente no estabas en mi memoria antes que te conocie­ se— , dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti sobre mí? No hay absolutamente lugar, y nos apartamos y nos acer­ camos, y, no obstante, no hay absolutamente lugar. ¡O h Ver­ dad! , tú presides en todas partes a todos los que te consultan y a un tiempo respondes a todos los que te consultan, aunque sean cosas diversas. Claramente tú respondes, pero no todos oyen claramente. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Optimo ministro tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo qué él quisiera cuanto a querer aquello que de ti oyere. C a p ít u l o X X V II 559 38. ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ved que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lan­ zaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Lla­ maste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplan­ deciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y res­ piré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abraséme en tu paz. C a p ít u l o X X V III 560 39. Cuando yo me adhiriere a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será viva, llena toda de ti. Mas ahora, com o al que tú llenas lo elevas, me soy carga a mí mismo porque no estoy lleno de ti. 558 V e g a , o .c ., p.790 nt.48.49; J o l i v e t , Saint Augustin... p.229; G ils o n , L’infinité divine chez Sant Augustin: Augustinus magister I p.570; V . Redaño, o.c., p.180; K o w a lc z y k , La conception de l’homme chez S. Augustin: Giorn. met. 27 (1972) 199. 559 V e g a , o .c ., p.790 nt.50.51; B o y er, L’idée de vérité... p.205; Sant’Agostino p.165.231. 560 V e g a , o .c ., p.790 nt.52; C a y ré, o .c ., p.174; I d ., La contemplation augustinienne... p.146.148.152.207.208; I d ., Contemplation et raison d'aprés S. Augustin: Mélang. august., p.21.23; P e g u e r o le s , o .c ., p.52; J o l i v e t , Le probléme du mal... p.7; Lope C i l l e r u e l o , La «memoria Dei» según San Agus­ tín: Augustinus magister p,498. 355 Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de alegría, y no sé de qué parte está la vic­ toria. Contienden mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé de qué parte está la victoria. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! ¡Ay de mí! He aquí que no oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo miserable. «¿A ca ­ so no es tentación la vida del hombre sobre la tierra?» (Job 7,1). ¿Quién hay que guste de las molestias y trabajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlos. Porque, aunque goce en tolerarlos, más quisiera, sin embargo, que no hubiese qué tolerar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay en­ tre estas cosas, en el que la vida humana no sea una ten­ tación? ¡Ay de las prosperidades del mundo una y otra vez, por el temor de la adversidad y la corrupción de la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo una, dos y tres veces, por el deseo de la prosperidad y porque es dura la misma adversi­ dad y no falle la paciencia! ¿Acaso no es tentación sin inte­ rrupción la vida del hombre sobre la tierra? C a p ít u l o X X IX 561 40. Toda mi esperanza no estriba sino en tu muy grande misericordia. Da lo que mandas y manda lo que quie­ ras. Nos mandas que seamos continentes; « Y com o yo supie­ se— dice uno— que ninguno puede ser continente si Dios no se lo da, entendí que también esto mismo era parte de la sa­ biduría, conocer de quién es este don» (Sab 8,21). Por la continencia, en efecto, somos juntados y reducidos a la unidad, de la que nos habíamos apartado, derramándo­ nos en muchas cosas. Porque menos te ama quien ama algo contigo y no lo ama por ti. ¡Oh amor que siempre ardes y nunca te extingues! Ca­ ridad, Dios mío, enciéndeme. ¿Mandas la continencia? Da lo que mandas y manda lo que quieras. 561 V e g a , P-245.246. o .c., p.790 nt.53; G ils o n , Introduction... p.207; C o u r c e ll e , o.c., San Agustín 356 C a p ít u l o X X X V II 562 60. Diariamente somos tentados, Señor, con seme­ jantes tentaciones, y somos tentados sin cesar. Nuestro horno cotidiano es la lengua humana (Prov 27,21). Tú nos mandas que seamos también en este orden continentes: da lo que mandas y manda lo que quieras. Tú tienes conocidos sobre este punto los gemidos de mi corazón dirigidos hacia ti y los ríos de mis ojos. Porque no puedo fácilmente saber cuánto me he limpiado de esta le­ pra, y temo mucho mis delitos ocultos, patentes a tus ojos,, pero no a los míos. Porque en cualquier otro género de tenta­ ciones tengo yo facultad de examinarme a mí mismo, pero en éste es casi nula. Porque en orden a los deleites de la carne y a la vana curiosidad de conocer, veo bien cuánto he apro­ vechado al tener que refrenar mi alma, cuando carezco de tales cosas, por voluntad o por necesidad. Porque entonces yo mismo me pregunto cuándo me es más o menos molesto care­ cer de ellas. En cuanto a las riquezas, que son deseadas para servicio de una de estas tres concupiscencias, o de dos de ellas o de todas, si el alma no puede percibir si las desprecia poseyén­ dolas, puede hacer prueba de sí abandonándolas. Pero, en orden a la alabanza, ¿acaso, para carecer de ella y así expe­ rimentar lo que podemos en este punto, hemos de vivir mal y tan perdidamente y con tanta crueldad que todo el que nos conozca nos deteste? ¿Qué mayor locura puede decirse ni pensarse? Mas si la alabanza suele y debe ser compañera de la vida buena y de las buenas obras, no debemos abandonar ni la vida buena ni su compañera la alabanza. Sin embargo,, yo ignoro si puedo llevar con igualdad de ánimo o de mala gana la carencia de alguna cosa, hasta ver que me falta. 563 61. Pues ¿qué es, Señor, lo que te confieso en este género de tentación? ¿Qué, sino que me deleito en las ala­ banzas? Más, sin duda alguna, me deleita la verdad que lasalabanzas; porque si me propusiesen qué quería más: ser locofurioso y desatinado en todo y ser alabado de todos los hom5 6 2 V e g a , o .c ., p .7 9 4 n t.7 6 ; 563 V e g a , Saint Augustin: G ils o n , Introduction... p .2 0 7 . conception de l'homme chez p .7 9 4 n t.7 7 ; K o w a lc z y k , La G io rn . di m et. 27 (1 9 7 2 ) 199. o .c ., Las Confesiones 357 bres, o estar cabal y certísimo de la verdad, y ser vituperado de todos, ya veo lo que elegiría. Con todo, yo no quisiera que la aprobación ajena aumen­ tase el gozo de cualquier bien mío. Mas de hecho no sólo lo aumenta, lo confieso, sino también la vituperación lo dismi­ nuye. Y cuando me siento turbado con esta miseria mía, viéneseme luego una excusa, que tú sabes, ¡oh D io s!, lo que vale, porque a mí me trae perplejo. Porque habiéndonos mandado tú no sólo la continencia, esto es, de qué cosas debemos cohibir el amor, sino también la justicia, esto es, en qué lo debemos poner, y queriendo no sólo que te amáse­ mos a ti, sino también al prójimo, sucede muchas veces que parezco deleitarme del provecho o esperanza del prójimo, cuando me deleito con la alabanza del que ha entendido bien, y a su vez contristarme con su mal, cuando le oigo vituperar lo bueno que ignora. Porque también me contristo algunas veces con las ala­ banzas, cuando o alaban en mí aquellas cosas en que yo me desagrado o estiman algunos bienes pequeños y leves míos más de lo que debieran serlo. Pero a su vez, ¿dé donde sé yo si el sentirme así afectado es porque no quiero que disienta de mí, respecto de mí, el que me alaba, no porque me mueva su utilidad, sino porque los mismos bienes que veo con agrado en mí me son más gratos cuando agradan también a otros? Porque, en cierto modo, no soy yo alabado cuando no es aprobado mi juicio respecto de mí, puesto que o alaban cosas que a mí me des­ agradan o alaban más las que a mí me agradan menos. ¿Luego también en esto ando incierto de mí? 564 62. H e aquí que veo en ti, ¡oh V erd ad !, que no debían moverme mis alabanzas por causa de mí, sino por utilidad del prójimo, y no sé si tal vez es así; pues en este asunto me soy menos conocido a mí que tú. Y o te suplico, Dios mío, que me des a conocer a mí mismo, para que pueda confesar a mis hermanos, que han de orar por mí, cuanto ha­ llare en mí de malo. Me examinaré, pues, nuevamente con más diligencia. Pero si es la utilidad del prójimo la que me mueve en mis alabanzas, ¿por qué me muevo menos cuando es vituperado injustamente un extraño que no cuando lo soy yo? ¿Por qué me hiere más la contumelia lanzada contra mí que la que 564 Giorn. V e g a , o .c ., p .7 9 4 n t.7 8 ; di m et. 27 (1972) 2 09. K o w a lz c y k , La conception de l’homme...: San Agustín Las Confesiones en mi presencia se lanza con la misma iniquidad contra otro? ¿Acaso ignoro también esto? ¿Había de faltar esto para engañarme a mí mismo y no decir la verdad en tu presencia, ni con el corazón ni con la lengua? Aleja, Señor, de mí semejante locura, para que mi boca no sea para mí el «óleo del pecador con que unja mi cabe­ za» (Sal 140,5). dónde podría esto sino de que tú la hiciste?— e impone la forma a lo que ya existía y la tenía, a fin de ser, com o es la tierra, la piedra, el leño, el oro o cualquier otra especie de cosas. ¿Y de dónde serían estas cosas si tú no las instituyeras? Tú diste cuerpo al artífice; tú creaste al alma, que manda a los miembros; tú la materia, de que hace algo; tú el in­ genio, con que alcanza el arte y ve interiormente lo que hace fuera; tú el sentido del cuerpo con el que, como un intérpre­ te, transmite del alma a la materia aquello que hace y a su vez anuncia al alma lo que se ha hecho, para que ésta consulte interiormente a la verdad, que la preside, si se hizo bien la cosa. 358 LIBRO X I C a p ít u l o IV 565 6. He aquí que existen el cielo y la tierra, y cla­ man que han sido hechos, porque se mudan y cambian. Todo, en efecto, lo que no es hecho y, sin embargo, existe, no pue­ de contener nada que no fuese ya antes, en lo cual consiste el mudarse y variar. Claman también que no se han hecho a sí mismos: «P or eso somos, porque hemos sido hechos; no éramos antes de que existiéramos, para poder hacernos a nosotros mismos». Y la voz de los que así decían era la voz de la evidencia. Tú eres, Señor, quien los hiciste; tú que eres hermoso, por lo que ellos son hermosos; tú que eres bueno, por lo que ellos son buenos; tú que eres Ser, por lo que ellos son. Pero ni son de tal modo hermosos, ni de tal modo buenos, ni de tal modo ser como lo eres tú, su Crea­ dor, en cuya comparación ni son hermosos, ni son buenos, ni tienen ser. Conocemos esto; gracias te sean dadas; mas nues­ tra ciencia, comparada con tu ciencia, es una ignorancia. C a p ít u l o V 566 7. Pero ¿cómo hiciste el cielo y la tierra, y cuál fue la máquina de tan gran obra tuya? Porque no lo hiciste como el hombre artífice, que forma un cuerpo de otro cuerpo al arbitrio del alma, que puede imponer en algún modo la forma que contempla en sí misma con el ojo interior— ¿y de 5 65-566 C ayré , o .c ., p .175. 565 V e g a , o .c ., p.843 nt.8; K o w a lc z y k , La idea de Dios...: Augustinus 20 (1975) 344-345; G i l s o n , Introduction... p.244s.264; B oyer, Sant’Agostino p.63. 565 C a y ré, La contemplation augustinienne p.159; V e r ic a t N ú ñ e z , La idea de la creación según San Agustín: Augustinus 15 (1970) 23; Di G io v a n n i, o.c., p.291.297. 5 66-570 C a yr é , o . c ., p .1 7 6 . G i l s o n , Introduction... 566 p.247.264; V e r ic a t N ú ñ e z , o .c ., p.295. 359 567 Todas estas cosas te alaban, ¡oh Creador de todo! Pero ¿cóm o las hiciste? ¿Cóm o hiciste, ¡oh D io s !, el cielo y la tierra? Ciertamente que no hiciste el cielo y la tierra en el cielo y la tierra, ni en el aire, ni en las aguas; porque tam­ bién estas cosas pertenecen al cielo y la tierra. Ni hiciste el universo en el universo mundo, porque no había dónde ha­ cerle antes que se hiciera para que fuese. Ni tú tenías algo en la mano, de donde hicieses el cielo y la tierra; porque ¿de dónde te habría venido esto, que tú no habías hecho, y de lo cual harías tú algo? ¿Y qué cosa hay que sea si no es por­ que tú eres? Tú dijiste y las cosas fueron hechas y con tu palabra las hiciste. C a p ít u l o VI 568 8. Pero ¿cóm o lo dijiste? ¿Fue acaso de aquel modo com o se hizo aquella voz de la nube que dijo: «Este es mi hijo amado»? (M t 3,17). Porque aquella voz se hizo y pasó, comenzó y terminó. Sonaron las sílabas y pasaron, la segunda después de la primera, la tercera después de la se­ gunda, y así por orden hasta llegar a la última, y después de la última, el silencio. Por donde se ve clara y evidentemente que aquella voz fue expresada por el movimiento de una cria­ tura, y aun ésta temporal, sirviendo a tu voluntad eterna. Y estas palabras tuyas, pronunciadas en el tiempo, fueron trans­ mitidas por el oído exterior a la mente prudente, cuyo oído interior tiene aplicado a tu palabra eterna. Mas comparó aqué­ lla estas palabras que suenan temporalmente con tu palabra eterna en el silencio y dijo: «Cosa muy distinta es, cosa muy San Agustín 360 Las Confesiones distinta es»; porque estas palabras están muy por debajo de mí, ni aun son, pues huyen y pasan; y «la palabra de mi Dios permanece sobre mí eternamente» (Is 40,8). Si, pues, dijiste con palabras que suenan y pasan que fue­ se hecho el cielo y la tierra y así fue como hiciste el cielo y la tierra, ya había una criatura corporal antes del cielo y de la tierra, con cuyos movimientos temporales transcurriese aque­ lla voz temporalmente. Mas antes del cielo y de la tierra no había ningún cuerpo, y si lo había, ciertamente lo habías he­ cho tú sin una voz transitoria, de donde formases la voz tran­ sitoria, con la que dijeses que fuesen hechos el cielo y la tierra. Porque, sea lo que fuere, aquello de donde había de formarse tal voz, si no hubiese sido hecho por ti, no sería absolutamente nada. Mas para que llegase a ser el cuerpo, de donde se formasen estas palabras, ¿con qué palabra fue dicho por ti? C a p ít u l o V II 569 9. Así, pues, tú nos invitas a comprender aquella palabra, que es Dios ante ti, Dios, que sempiternamente se dice y en la que se dicen sempiternamente todas las cosas. Porque no se termina lo que se estaba diciendo y se dice otra cosa, para que puedan ser dichas todas las cosas, sino todas a un tiempo y eternamente. De otro modo, habría ya tiempo y cambio, y no habría eternidad verdadera ni verdadera in­ mortalidad. He comprendido esto y te doy gracias; lo he comprendido, y te lo confieso, Señor; y conmigo lo conoce y te bendice quien no es ingrato a la verdad cierta. Conocemos, Señor, conocemos que, en cuanto una cosa no es lo que era y es lo que no era, en tanto muere o nace. Nada hay, pues, en tu Verbo que ceda o suceda, porque es verdaderamente inmortal y eterno. Y así en tu Verbo, coeterno a ti, dices a un tiempo y sempiterna­ mente todas las cosas que dices, y se hace cuanto dices que sea hecho; ni las haces de otro modo que diciéndolo, no obs­ tante que no todas las cosas que haces diciendo, se hacen a un tiempo y sempiternamente. 569 V e g a , o .c . , p.843 nt.9-11; V e r ic a t N ú ñ e z , o .c . , p.155. C a p ít u l o 361 V III 570 10. ¿Por qué esto, te suplico, Señor Dios mío? De algún modo lo veo, pero no sé cómo declararlo, sino di­ ciendo que todo lo que comienza a ser y deja de ser, entonces comienza y entonces acaba, cuando en la razón eterna, en la que nada empieza ni acaba, se conoce que debió comenzar o debió acabar. Es el mismo Verbo tuyo, que es también «Prin­ cipio, porque nos habla». Así habla por la carne en el Evan­ gelio, y así habló exteriormente a los oídos de los hombres, para que fuese creído, y se le buscase dentro, y se le hallase en la Verdad eterna, en donde el Maestro bueno y único en­ seña a todos los discípulos. Allí oigo tu voz, Señor, que me dice que quien nos habla es quien nos enseña; pero el que no nos enseña, aunque hable, no nos habla a nosotros. ¿Y quién es el que nos enseña, sino la Verdad que permanece? Porque hasta cuando somos amo­ nestados por la criatura mudable, somos conducidos a la Ver­ dad inmutable, donde verdaderamente aprendemos cuando es­ tamos en su presencia y le oímos y nos gozamos con grande alegría por la voz del esposo, tornando allí de donde somos. Y es principio, porque si no permaneciese cuando erramos, no tendríamos adonde volver. Mas cuando retornamos de nuestro error, ciertamente volvemos conociendo; pero para que conoz­ camos, él nos enseña, porque es Principio y nos habla. C a p ít u l o XI 571 13. Quienes así hablan, todavía no te entienden, ¡oh Sabiduría de Dios, luz de las mentes! ; todavía no entien­ den cómo se hagan las cosas que son hechas en ti y por ti, y se empeñan por saber las cosas eternas; pero su corazón re­ volotea aún sobre los movimientos pretéritos y futuros de las cosas, y es aún vano. ¿Quién podrá detenerle y fijarle, para 570 J. M o re a u , Le temps et la création selon Saint Augustin: Giorn. di met. --,(1965) 229.288; C ayré, o.c., p.176; G il s o n , Introduction... p.256; V e r ic â t Nuñez, o.c.: Augus.tinus 15 (1970) 295; C ayré, La contemplation augustinien «<?••• p.161s. 571-573 C a y ré, o .c ., p .177. .^71 V e g a , o.c., p.844 nt.16; C a y ré, o.c., p.176; G i l s o n , Introduction r i \ EGUER0LES> ° - c -> P -62; C hayx-R uy, Le problème du temps dans les «Confessions» et dans la «C ité de D ieu»: Giorn. di met. 9 (1954) 464-477; 1 G io van n i, o .c ., p.299; K o w a lc z y k , La conception de l’homme chez S. Augus- « » : Giorn. di met. 27 (1972) 208. San Agustín Las Confesiones que se detenga un poco y capte por un momento el resplandor de la eternidad, que siempre permanece, y la compare con los tiempos, que nunca permanecen, y vea que es incomparable, y que el tiempo largo no se hace largo sino por muchos movi­ mientos que pasan y que no pueden coexistir a la vez, y que en la eternidad, al contrario, no pasa nada, sino que todo es presente; y vea, finalmente, que todo pretérito es empujado por el futuro, y que todo futuro está precedido de un preté­ rito, y todo lo pretérito y futuro es creado y transcurre por lo que es siempre presente? ¿Quién podrá detener, repito, el corazón del hombre, para que se pare y vea cóm o, estando fija, dicta los tiempos futuros y pretéritos la eternidad, que no es futura ni pretérita? ¿Acaso puede realizar esto mi mano o puede obrar cosa tan grande la mano de mi boca por sus dis­ cursos? mo, y tus años no mueren» (Sal 101,28). Tus años ni van ni vienen, al contrario de estos nuestros, que van y vienen, para que todos sean. Tus años existen todos juntos, porque existen; ni son excluidos los que van por los que vienen, porque no pasan; mas los nuestros todos llegan a ser cuando ninguno de ellos existe ya. Tus años son un día, y tu día no es un cada día sino un hoy, porque tu hoy no cede el paso al mañana ni sucede al día de ayer. Tu hoy es la eternidad; por eso engen­ draste coeterno a ti a aquel a quien dijiste: « Y o te he engen­ drado hoy». Tú hiciste todos los tiempos, y tú eres antes de todos ellos; ni hubo un tiempo en que no había tiempo. 362 C a p ít u l o C a p ít u l o 363 X IV X III 572 15. Mas si la mente volandera de alguno vagando por las imágenes de los tiempos anteriores [a la creación] * se admirase de que tú, Dios omnipotente, y omnicreante, y omniteniente, artífice del cielo y de la tierra, dejaste pasar un sinnúmero de siglos antes de que hicieses tan gran obra, despierte y advierta que admira cosas falsas. Porque ¿cómo habían de pasar innumerables siglos, cuando aún no los ha­ bías hecho tú, autor y creador de los siglos? ¿O qué tiempos podían existir que no fuesen creados por ti? ¿Y cóm o ha­ bían de pasar, si nunca habían sido? Luego, siendo tú el obra­ dor de todos los tiempos, si existió algún tiempo antes de que hicieses el cielo y la tierra, ¿por qué se dice que cesabas de obrar? Porque tú habías hecho el tiempo mismo; ni pudie­ ron pasar los tiempos antes de que hicieses los tiempos. Mas si antes del cielo y de la tierra no existía ningún tiempo, ¿por qué se pregunta qué era lo que entonces hacías? Porque realmente no había tiempo donde no había entonces. 573 16. Ni tú precedes temporalmente a los tiempos: de otro modo no precederías a todos los tiempos. Mas prece­ des a todos los pretéritos por la celsitud de tu eternidad, siem­ pre presente; y superas todos los futuros, porque son futuros, y cuando vengan serán pretéritos. «Tú, en cambio, eres el mis* Paréntesis del traductor. 572 V e g a , o .c ., p.844 nt.18; G il s o n , Introduction... p.249; V e r ic a t La idea de creación en San Agustín: Augustinus 15 (1970) 153-157. N un ez, 574 17. No hubo, pues, tiempo alguno en que tú no hicieses nada, puesto que el mismo tiempo es obra tuya. Mas ningún tiempo te puede ser coeterno, porque tú eres perma­ nente, y éste, si permaneciese, no sería tiempo. ¿Qué es, pues, el tiempo? ¿Quién podrá explicar esto fácil y brevemente? ¿Quién podrá comprenderlo con el pensamiento, para hablar luego de él? Y , sin embargo, ¿qué cosa más familiar y cono­ cida mentamos en nuestras conversaciones que el tiempo? Y cuando hablamos de él, sabemos sin duda qué es, como sabe­ mos o entendemos lo que es cuando lo oímos pronunciar a otro. ¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiem­ po futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro, ¿cóm o pueden ser, si el pretérito ya no es y el futuro todavía no es? Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser preté­ rito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente, para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo decimos que existe éste, cuya causa o razón de ser está en de­ jar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser? . 574-577 C a yr é , o .c .,. p.177. 574 V e g a , o .c ., p.844 nt.20.21; duction... p.249.251. B oyer , Sant’Agostino p.65; G il so n , Intro- San Agustín 364 C a p ít u l o 576 19. Pero veamos, ¡oh alma m ía!, si el tiempo pre­ sente puede ser largo; porque se te ha dado poder sentir y me­ dir las duraciones. ¿Qué me respondes? ¿Cien años presentes son acaso un tiempo largo? Mira primero si pueden estar pre­ sentes cien años. Porque si se trata del primer año, es presen­ te; pero los noventa y nueve son futuros, y, por tanto, no existen todavía; pero si estamos en el segundo, ya tenemos uno pretérito, otro presente y los restantes futuros. Y así de cualquiera de cada uno de los años medios de este número cen­ tenario que tomemos com o presente: todos los anteriores a él serán pasados; todos los que vengan después de él, futuros. Por todo lo cual no pueden ser presentes los cien años. Pero veamos si aun el año que se toma es presente. En 575 V e g a , o . c . , p .8 4 5 n t.2 2 ; R o d r í g u e z N e i r a , o .c ., p .3 8 6 ; V e r i c a t N ú ñ e z , A u g u s tin u s 15 (1 9 7 0 ) 1 5 6 .1 5 7 ; P e g u e r o l e s , o . c . , p .6 3 ; K o w a l c z y k , o . c . : G i o m . d i m et. 2 7 ( 1 9 7 2 ) 2 0 8 . 576 V e g a , o .c ., p .8 4 5 n t .2 3 ; C hayx-R uy, o .c ., p .4 6 4 -4 7 7 ; R o d ríg u ez N e ir a , 365 efecto: si de él el primer mes es presente, los restantes son futuros; si se trata del segundo, ya el primero es pasado, y los restantes no son aún. XV 575 18. Y , sin embargo, decimos «tiempo largo» y «tiempo breve», lo cual no podemos decirlo más que del tiem­ po pasado y futuro. Llamamos tiempo pasado largo, v.gr., a cien años antes de ahora, y de igual modo tiempo futuro largo a cien años después; tiempo pretérito breve, si decimos, por ejemplo, hace diez días, y tiempo futuro breve, si dentro de diez días. Pero ¿cóm o puede ser largo o breve lo que no es? N o digamos, pues, que «es largo», sino, hablando del preté­ rito, digamos que «fue largo» y del futuro, que «será largo». ¡Oh Dios mío y luz m ía !, ¿no se burlará en esto tu Ver­ dad del hombre? Porque el tiempo pasado que fue largo, ¿fue largo cuando era ya pasado o tal vez cuando era aún presente? Porque entonces podía ser largo, cuando había de qué ser lar­ go; y com o el pretérito ya no era, tampoco podía ser largo, puesto que de ningún modo existía. Luego no digamos: «El tiempo pasado fue largo», porque no hallaremos qué fue largo, por la razón de que lo que es pretérito, por serlo, no existe; sino digamos: «Largo fue aquel tiempo siendo presente», por­ que siendo presente fue cuando era largo; todavía, en efecto, no había pasado para dejar de ser, por lo que era y podía ser largo; pero después que pasó, dejó de ser largo, al punto que dejó de existir. o .c ., Las Confesiones Luego ni aun el año en cuestión es todo presente; y si no es todo presente, no es el año presente; porque el año consta de doce meses, de los cuales cualquier mes que se tome es pre­ sente, siendo los restantes pasados o futuros. Pero es que ni el mes que corre es todo presente, sino un día. Porque si lo es el primero, los restantes son futuros; si es el último, los restantes son pasados; si alguno de los inter­ medios, unos serán pasados, otros futuros. 577 20. He aquí el tiempo presente— el único que ha­ llamos debió llamarse largo— , que apenas si se reduce al breve espacio de un día. Pero discutamos aún este mismo. Porque ni aun el día es todo él presente. Compónese éste, en efecto, de veinticuatro horas entre las nocturnas y diurnas, de las cuales la primera tiene como futuras las restantes, y la última como pasadas todas las demás, y cualquiera de las intermedias tiene delante de ella pretéritas y después de ella futuras. Pero aun la misma hora está compuesta de partículas fugitivas, siendo pasado lo que ha transcurrido de ella, y futuro lo que aún le queda. Si, pues, hay algo de tiempo que se pueda concebir como indivisble en partes, por pequeñísimas que éstas sean, sólo ese momento es el que debe decirse presente; el cual, sin embar­ go, vuela tan rápidamente del futuro al pasado, que no se de­ tiene ni un instante siquiera. Porque, si se detuviese, podría dividirse en pretérito y futuro; y el presente no tiene espa­ cio ninguno. ¿Dónde está, pues, el tiempo que llamamos largo? ¿Será acaso el futuro? Ciertamente que no podemos decir de éste que es largo, porque todavía no existe qué sea largo; sino de­ cimos que será largo. ¿Cuándo, pues, lo será? Porque si en­ tonces fuere todavía futuro, no será largo, porque todavía no hay qué sea largo; y si fuese largo, cuando saliendo del futu­ ro, que todavía no es, comenzare a ser y fuese hecho presente para poder ser largo, ya clama el tiempo presente con las ra­ zones antedichas, que no puede ser largo. La idea de creación en San Agustín: o . c . , p .3 9 é . ,, 577 V e g a , o .c ., o .c ., p . 387 ; 1 j M Q 7 fD 1 n e ir a p .8 4 5 n t .2 4 ; G i l s o n , V e r i c a t N ú ñ e z , La idea Introduction... p .2 5 2 ; R o d r í g u e z de creación en San Agustín: i b id ,, o , 566 Las Confesiones San Agustín XVI C a p ít u l o 578 21. Y , sin embargo, Señor, sentimos los intervalos de los tiempos y los comparamos entre sí, y decimos que unos son más largos y otros más breves. También medimos cuánto sea más largo o más corto aquel tiempo que éste, y decimos que éste es doble o triple y aquél sencillo, o que éste es tanto como aquél. Ciertamente nosotros medimos los tiempos que pa­ san cuando sintiéndolos los medimos; mas los pasados, que ya no son, o los futuros, que todavía no son, ¿quién los podrá medir? A no ser que se atreva alguien a decir que se puede medir lo que no existe. Porque cuando pasa el tiempo puede sentirse y medirse; pero cuando ha pasado ya, no puede, porque no existe. C a p ít u l o X X IV 579 31. ¿Mandas que apruebe si alguno dice que el tiempo es el movimiento del cuerpo? No lo mandas. Porque yo oigo, y tú lo dices, que ningún cuerpo se puede mover si no es en el tiempo; pero que el mismo movimiento del cuerpo sea el tiempo no lo oigo, ni tú lo dices. Porque cuando se mue­ ve un cuerpo, mido por el tiempo el rato que se mueve, des­ de que empieza a moverse hasta que termina. Y si no le vi comenzar a moverse y continúa moviéndose de modo que no vea cuándo termina, no puedo medir esta duración, si no es tal vez desde que lo comencé a ver hasta que dejé de verle. Y si lo veo largo rato, sólo podré decir que se movió largo rato, pero no cuánto; porque cuando decimos: «Cuánto», no lo de­ cimos sino por relación a algo, com o cuando decimos: «Tanto esto, cuanto aquello», o «Esto es doble respecto de aquello» y así otras cosas por el estilo. 580 Pero si pudiéramos notar los espacios de los luga­ res, de dónde y hacia dónde va el cuerpo que se mueve, o sus partes, si se moviese sobre sí com o en un torno, podríamos decir cuánto tiempo empleó en efectuarse aquel movimiento del cuerpo o de sus partes desde un lugar a otro lugar. Así, pues, siendo una cosa el movimiento del cuerpo, otra aquello 578 p.387. 580 Vega, o .c V o .c ., ega, ., p.845 nt.25; p.846 nt.37; P e g u e r o le s , G il s o n , o .c ., p.63: R o d ríg u ez N e ir a , Introduction... p.253. o .c ., 367 con que medimos su duración, ¿quién no ve cuál de los dos debe decirse tiempo con más propiedad? Porque si un cuerpo se mueve unas veces más o menos rápidamente y otras está pa­ rado, no sólo medimos por el tiempo su movimiento, sino tam­ bién su estada, y decimos: «Tanto estuvo parado cuanto se m ovió», o «Estuvo parado el doble o el triple de lo que se m ovió», y cualquiera otra cosa que comprenda o estime nues­ tra dimensión, más o menos, como suele decirse. No es, pues, el tiempo el movimiento de los cuerpos. LIBRO X II C a p ít u l o XV 581 18. ¿Acaso diréis que son falsas las cosas que me dice en el oído interior con voz fuerte la Verdad acerca de la verdadera eternidad del Creador: que su sustancia no varía de ningún modo con los tiempos, ni que su voluntad es extraña a su sustancia, razón por la cual no quiere ahora esto y luego aquello, sino que todas las cosas que quiere las quiere de una vez y a un tiempo y siempre, no una vez y otra vez, ni ahora éstas y luego aquéllas; ni quiere después lo que no quería antes ni quiere ahora lo que antes quiso?; porque semejante voluntad sería mudable, y todo lo que es mudable no es eter­ no, y nuestro Dios es eterno. ¿Asimismo [me diréis que es falso] * lo que me dice la Verdad en el oído interior: que la expectación de las cosas por venir se convierte en visión cuando llegan, así como la visión se transforma en memoria cuando han pasado? Porque toda intención que así varía es mudable, y todo lo que se muda no es eterno, y nuestro Dios es eterno. Y o agrupo estas verdades y las junto, y hallo que mi Dios, Dios eterno, no creó con nueva voluntad al mundo, ni su cien­ cia puede padecer nada transitorio. 582 19. ¿Qué decís ahora, oh contradictores? ¿Son aca­ so falsas estas cosas? — No— dicen. — Pues ¿cuál lo es? ¿Es tal vez falso que toda naturaleza * Paréntesis del traductor. 581-587 C a y r é , o .c ., p.178. 582 V ega , o .c ., p.899 nt.20. San Agustín Las Confesiones formada o materia formable procede de aquel que es suma­ mente bueno por ser sumamente? — Tampoco negamos esto— dicen. pió, y aunque no de tiempo, porque todavía no existía el tiem­ po, sí al menos de su propia creación. 368 — Pues entonces, ¿qué? ¿Negáis tal vez que exista una criatura tan sublime que se adhiera a Dios verdadero y de ver­ dad eterno con tan casto amor que, aunque no le sea coeterna, jamás se separe de él ni se deje arrastrar por ninguna variedad ni vicisitud temporal, sino que descanse en la verdaderísima contemplación de sólo él, porque tú, ¡oh D io s !, muestras a quien te ama cuanto mandas, y le bastas y por eso no se des­ vía de ti ni aun para mirarse a sí? Esta es la casa de Dios, no terrena ni corpórea con mole celeste alguna, sino espiritual y participante de tu eternidad, porque no sufre detrimento eternamente. Porque tú «la esta­ bleciste en los siglos de los siglos; la pusiste un precepto y no le traspasará» (Sal 148,6). Sin embargo, no te es coeterna, por no carecer de principio al haber sido creada. 583 20. Ciertamente que aunque no hallamos tiempo antes de ella, puesto que la «sabiduría fue creada la primera de todas las cosas» (Ecl 1,4)— no digo'aquella Sabiduría que es, ¡oh Dios nuestro! , totalmente coeterna y parigual a ti, su Padre, y «por quien fueron hechas todas las cosas y en cuyo principio hiciste el cielo y la tierra», sino aquella otra sabiduría creada, esto es, aquella naturaleza intelectual que es luz por la contemplación de la luz, porque también, aunque luz creada, es llamada sabiduría; mas, cuando es diferente la luz que ilu­ mina de la que es reflejada, tanto difiere la sabiduría que crea de la que es creada, com o difiere la justicia justificante de la justicia obrada en nosotros por la justificación; porque tam­ bién nosotros somos llamados «justicia tuya» (Cor 2,5.21), con­ forme dice uno de tus siervos: « . . . a fin de que seamos justi­ cia de Dios en él», razón por la cual existe una sabiduría crea­ da antes que todas las cosas, la cual, aunque creada, es la mente racional e intelectual de tu casta ciudad, «nuestra Ma­ dre, que está allá arriba y es libre» (Gál 4,26) «y eterna en los cielos»; ¿y en qué cielos, sino en «los cielos de los cielos», que te alaban, porque también éste es «cielo del cielo para el Señor»?— , aunque no hallamos tiempo, digo, antes de ella, por anteceder a la creación del tiempo, ya que es la primera creada de todas las cosas, existe, sin embargo, antes de ella la eternidad del mismo Creador, creada por la cual tomó princi­ 369 584 21. Pero de tal modo tiene el ser de ti, ¡oh Dios nuestro!, que es totalmente cosa distinta de ti y no lo mismo que tú. Y si bien no hallamos tiempo, no sólo antes de ella, pero ni aun siquiera en ella— porque es idónea para ver siem­ pre tu faz y no se aparta jamás de ella, lo cual hace que por ningún cambio varíe— , le es, sin embargo, propia la mutabi­ lidad; por lo que se oscurecería y se resfriaría si no fuera que con el amor grande con que se adhiere a ti luciera y ardiese de ti como un eterno mediodía. ¡Oh Casa luminosa y b ella !, «amado he tu hermosura y el lugar donde mora la gloria de mi Señor! (Sal 25,8), tu hacedor y tu poseedor. Por ti suspire mi peregrinación, y dígale al que te hizo a ti que también me posea a mí en ti, porque también me ha hecho a mí. «Erré com o oveja perdida» (Sal 118,176), mas espero ser trasplantado a ti en los hombros de mi pastor, tu estructurador. 585 22. ¿Qué me decís, contradictores a los que antes hablaba, y que, sin embargo, creéis que Moisés fue siervo pia­ doso de Dios y que sus libros son oráculos del Espíritu Santo? ¿No es acaso esta Casa de Dios, no digo yo coeterna con él, pero sí a su modo eterna en los cielos, en donde vanamente buscáis cambios de tiempos, porque no los halláis, puesto que sobrepasa toda extensión y todo espacio voluble de tiempo, para quien es el bien adherirse siempre a Dios? — Sí lo es— dicen. — Pues, ¿cuál de las cosas que mi corazón gritó al Señor, cuando oía interiormente la voz de su alabanza; cuál de ellas, decidme de una vez, pretendéis que es falsa? ¿Acaso porque dije que existía una materia informe, en la que por no haber forma alguna no había ningún orden? Mas donde no había or­ den tampoco podía haber vicisitud de tiempos. Con todo, este cuasi-nada, en cuanto no era totalmente nada, ciertamente pro­ cedía de aquel de quien procede cuanto existe y que de algún modo es algo. — Tampoco— dicen— negamos esto. 584 B oyer , L’idée de vérité... p.118. 585 V e g a , o .c ., p.899 nt.22; C a y r é , o .c ., p.179; R. A rnou , Platonisme des Peres: Dict. théol. cath., c.2342s; G il so n , Introduction p.259; V e rica t , La idea de creación según San Agustín: Augustinus 15 (1970) 23 y 31. San Agustín 370 C a p ít u l o X X V III 586 38. Pero hay otros para quienes estas palabras no son ya nido, sino cerrado plantel, en las que ven frutos ocul­ tos, y vuelan gozosos, y gorjean buscándolos y los arrancan. Porque, cuando leen u oyen estas palabras, ven, ¡oh Dios eterno!, que todos los tiempos pasados y futuros son supera­ dos por tu permanencia estable, que no hay nada en la crea­ ción temporal que tú no hayas hecho, y que, sin cambiar en lo más mínimo ni nacer en ti una voluntad que antes no existie­ ra, por ser tu voluntad una cosa contigo, hiciste todas las co­ sas, no semejanza tuya sustancial, forma de todas las cosas, sino una desemejanza sacada de la nada, informe, la cual habría de ser luego formada por tu semejanza, retornando a ti, Uno, en la medida ordenada de su capacidad, cuanto a cada una de las cosas se le ha dado dentro de su género. Y así fueron hechas todas muy buenas, ya permanezcan junto a ti, ya—-separadas por grados cada vez más distantes de lugar y tiempo— formen o padezcan hermosas variaciones. Ven estas cosas y se gozan en la luz de tu verdad en lo poco que pueden. 587 39. Mas, de ellos, uno se fía en lo que está escrito: «En el principio hizo D io s...», y vuelve sus ojos a la sabiduría, «principio, porque también ella nos habla» (Jn 8,25). Otro se fija en dichas palabras, y entiende por principio el comienzo de todas las cosas creadas, interpretándolas de este modo: «En el principio hizo», com o si dijera: «primeramente hizo». Y entre los mismos que entienden por la expresión «en el principio» en el que «tú hiciste, en la sabiduría, el cielo y la tierra», uno de ellos entiende por estos nombres de cielo y tie­ rra, que fue designada la materia creable del cielo y la tierra; otro, las naturalezas ya formadas y especificadas; otro, una for­ mada y espiritual, con el nombre de cielo, y otra informe, de materia corporal, con el nombre de tierra. Y todavía, entre los que entienden por los nombres de cielo y tierra la materia informe aún, de la cual se habría de formar el cielo y la tierra, no lo entienden de un mismo modo, sino uno dice que era de donde se había de dar fin a la creación inteligible y sensible, otro solamente que era de donde había de salir esta mole sensible corpórea que contiene en su enor­ me seno las naturalezas visibles que están a la vista. Pero ni 586 V ega, o .c ., p.900 nt.26. Las Confesiones 371 aun los que creen que en este lugar son llamadas cielo y tierra las naturalezas ya dispuestas y organizadas, lo entienden tam­ poco de un modo mismo; porque uno se refiere a la creación invisible y visible, otro a la sola visible, en la que vemos el cielo luminoso y la tierra oscura y las cosas que hay en ellos. LIBRO X III C a p ít u l o IX 588 10. Pero ¿acaso no eran sobrellevados sobre las aguas el Padre o el H ijo? Si esto se entiende del lugar, como si fuera un cuerpo, ni aun el Espíritu Santo lo era; pero si se entiende de una eminencia de la inconmutable divinidad sobre todo lo mudable, entonces, juntamente el Padre y el H ijo y el Espíritu Santo eran sobrellevados sobre las aguas. Pero enton­ ces, ¿por qué se ha dicho esto únicamente de tu Espíritu? ¿Por qué se ha dicho únicamente de él esto, como si fuera un lugar donde estuviese, él que no es lugar y del que sólo se ha dicho que es Don tuyo? En tu Don descansamos: allí te gozamos. Nuestro descanso es nuestro lugar. El amor nos le­ vanta a allí y tu Espíritu bueno exalta nuestra humildad de las puertas de la muerte. Nuestra paz está en tu buena volun­ tad. El cuerpo por su peso tiende a su lugar. El peso no sólo impulsa hacia abajo, sino al lugar de cada cosa. El fuego tira hacia arriba, la piedra hacia abajo. Cada uno es movido por su pesq y tiende a su lugar. El aceite, echado debajo del agua, se coloca sobre ella; el agua, derramada encima del aceite, se sumerge bajo el aceite; ambos obran conforme a sus pesos, y cada cual tiende a su lugar. 589 Las cosas menos ordenadas se hallan inquietas: ordé­ name y descansan. Mi peso es mi amor; él me lleva doquiera soy llevado. Tu Don nos enciende y por él somos llevados hacia arriba: enardecémonos y caminamos; subimos «las as­ censiones dispuestas en nuestro corazón y cantamos el Cántico de los grados». Con tu fuego, sí, con tu fuego santo nos enar­ decemos y caminamos, porque caminamos para arriba, hacia «la paz de Jerusalén», porque me he deleitado de las «cosas 5 8 8 V e g a , o . c . , p .9 6 2 n t .7 .8 ; G i l s o n , Introduction... p ,1 7 4 s ; P e g u e r o l e s , O.C., p .8 8 .8 9 .9 0 .1 2 7 .1 4 0 ; M o r an , Síntesis del pensamiento agustiniano... p .2 4 5 ; K o w a l c z y k , La conception de Vhomme chez Saint Augustin: G io r n . d i m et. 27 <1972) 207. 373 San Agustín D e la fe en lo que no se ve que aquéllos me dijeron: Iremos a la casa del Señor» (Sal 121, 1). Allí nos colocará la buena voluntad, para que no queramos más que permanecer eternamente allí.. estén muy lejos del alcance de la visión corporal? ¿Qué razón hay para negarse a creer lo que no vemos con los ojos del cuerpo, cuando, sin duda alguna, vemos que creemos o que no creemos, y estos actos no se pueden percibir con los sentidos corporales? 372 DE L A FE EN L O Q U E N O SE VE Obras de San Agustín, IV , Obras apologéticas: D e la verdadera religión ..., D e la fe en lo que no se ve, versión e intro­ ducción del P. H . R o d r í g u e z , O .S.A. (BAC, Madrid 1948). E d ic ió n c ita d a : g e n .: R o d r í g u e z , o .c ., Introducción, p.791.792; J. Pe­ S.J., O euvres de Saint Augustin, V i l i , première serie: Opuscules, V i l i , La foi chrétienne: D e vera religion e..., D e fide rerum quae non videntur..., Introd., trad. et notes (Biblioth. Augustinienne, Paris 1951); introduction p .305-308 (Bibliogr. p.308). B ib lio g r . gón , C r e e r l o q u e n o v e m o s n o es p a ra n o s o t r o s , c r is t ia n o s , te m e ­ r id a d r e p r e n s ib le , s in o f e d ig n a d e a la b a n za s C a p ít u l o I Ln la vida social también se creen muchas cosas sin ser vistas. La buena voluntad del amigo no se ve, pero se cree en ella. Sin alguna fe, ni siquiera podemos tener certeza del afecto del amigo probado 590 1 . Piensan algunos que la religión cristiana es más digna de burla que de adhesión, porque no presenta ante nues­ tros ojos lo que podemos ver, sino que nos manda creer lo que no vemos. Para refutar a los que presumen que se conducen sabiamente negándose a creer lo que no ven, les demostramos que es preciso creer muchas cosas sin verlas, aunque no poda­ mos mostrar ante sus ojos corporales las verdades divinas que creemos. En primer lugar, a esos insensatos, tan esclavos de los ojos del cuerpo que llegan a persuadirse que no deben creer lo que no ven, hemos de advertirles que ellos mismos creen y cono­ cen muchas cosas que no se pueden percibir con aquellos sen­ tidos. Son innumerables las que existen en nuestra alma, que es por naturaleza invisible. Por ejemplo: ¿qué hay más senci­ llo, más claro, más cierto que el acto de creer o de conocer que creemos o que no creemos alguna cosa, aunque estos actos 590-596 R o d r í g u e z , tion p.305-308. o .c . , Introducción p.791 y 792; P egón, o .c ., Introduc- 591 2. Pero dicen: lo que está en el alma, podemos co­ nocerlo con la facultad interior del alma, y no necesitamos los ojos del cuerpo; pero lo que nos mandáis creer, ni lo pre­ sentáis al exterior para que lo veamos con los ojos corporales ni está dentro de nuestra alma para que podamos verlo con el entendimiento. Dicen estas cosas com o si a alguno se le man­ dara creer lo que ya tiene ante los ojos. Es preciso creer algu­ nas cosas temporales que no vemos, para que seamos dignos de ver las eternas que creemos. Y tú, que no quieres creer más que lo que ves, escucha un momento: ves los objetos presen­ tes con los ojos del cuerpo; ves tus pensamientos y afectos con los ojos del alma. Ahora dime, por favor: ¿cóm o ves el afecto de tu amigo? Porque el afecto no puede verse con los ojos corporales. ¿Ves, por ventura, con los ojos del alma lo que pasa en el alma de otro? Y , si no lo ves, ¿cóm o corresponde­ rás a los sentimientos amistosos, cuando no crees lo que no puedes ver? ¿Replicarás, tal vez, que ves el afecto del amigo en sus obras? Verás, en efecto, las obras de tu amigo, oirás sus palabras; pero habrás de creer en su afecto, porque éste ni se puede ver ni oír, ya que no es un color o una figura que entre por los ojos, ni un sonido o una canción que penetre por los oídos, ni una afección interior que se manifieste a la conciencia. Sólo resta creer lo que no puedes ver, ni oír, ni co­ nocer por el testimonio de la conciencia, para que no quedes aislado en la vida sin el consuelo de Ja amistad, o el afecto de tu amigo quede sin justa correspondéncia. 592 ¿Dónde está tu propósito de no creer más que lo que vieres exteriormente con los ojos del cuerpo o interior­ mente con los ojos del alma? Ya ves que tu afecto te mueve a creer en el afecto no tuyo; y adonde no pueden llegar ni tu vista ni tu entendimiento, llega tu fe. Con los ojos del cuerpo ves el rostro de tu amigo, y con los ojos del alma ves tu propia fidelidad; pero la fidelidad del amigo no puedes amarla si no tienes también la fe que te incline a creer lo que en él no ves; aunque el hombre puede engañar mintiendo amor y ocul­ tando su mala intención. Y , si no intenta hacer daño, finge la caridad, que no tiene, para conseguir de ti algún beneficio. 374 San Agustín D e la naturaleza del bien contra los maniqueos 593 3. Pero dices que, si crees al amigo, aunque no pue­ des ver su corazón, es porque lo probaste en tu desgracia y conociste su fidelidad cuando no te abandonó en los momen­ tos de peligro. ¿Te imaginas, por ventura, que hemos de anhe­ lar nuestra desgracia para probar el amor de los amigos? Nin­ guno podría gustar la dulzura de la amistad si no gustara antes la amargura de la adversidad; ni gozaría el placer del verda­ dero amor quien no sufriera el tormento de la angustia y del dolor. La felicidad de tener buenos amigos, ¿por qué no ha de ser más bien temida que deseada, si no se puede conseguir sin la propia desgracia? Y , sin embargo, es muy cierto que tam­ bién en la prosperidad se puede tener un buen amigo, aunque su amor se prueba más fácilmente en la adversidad. prensible y no fe digna de alabanza. ¿Qué diré de las otras relaciones de hermanos, hermanas, yernos y suegros, y demás consanguíneos y afines, si el amor de los padres a sus hijos y de los hijos a sus padres es incierto y la intención es sospe­ chosa, cuando no se quieren mutuamente? Y no lo hacen esti­ mando que no tienen obligación, pues no creen en el amor del otro porque no lo ven. No creer que somos amados, porque no vemos el amor, ni corresponder al afecto con el afecto, porque no pensamos que nos lo debemos recíprocamente, es una precaución más molesta que ingeniosa. C a p ít u l o I I Si de la sociedad humana desaparece la fe, vendrá una confusión espantosa 594 En efecto, si no creyeras, no te expondrías al peli­ gro para probar la amistad. Y , por tanto, cuando así lo haces, ya crees antes de la prueba. En verdad, si no debemos creer lo que no vemos, ¿cóm o creemos en la fidelidad de los amigos sin tenerla comprobada? Y cuando llegamos a probarla en la adversidad, aun entonces es más bien creída que vista. Si no es tanta la fe que, no sin razón, nos imaginamos ver con sus ojos lo que creemos. Debemos creer, porque no podemos ver. 595 4. ¿Quién no ve la gran perturbación, la confusión espantosa que vendrá si de la sociedad humana desaparece la fe? Siendo invisible el amor, ¿cóm o se amarán mutuamente los hombres, si nadie cree lo que no ve? Desaparecerá la amis­ tad, porque se funda en el amor recíproco. ¿Qué testimonio de amor recibirá un hombre de otro si no cree que se lo puede dar? Destruida la amistad, no podrán conservarse en el alma los lazos del matrimonio, del parentesco y de la afinidad, por­ que también en éstos hay relación amistosa. Y así, ni el esposo amará a la esposa, ni ésta al esposo, si no creen en el amor recíproco porque no se puede ver. Ni desearán tener hijos, cuando no creen que mutuamente se los han de dar. Si éstos nacen y se desarrollan, tampoco amarán a sus padres; pues, siendo invisible el amor, no verán el que para ellos abrasa los paternos corazones, si creer lo que no se ve es temeridad re­ 375 596 Si no creemos lo que no vemos, si no admitimos la buena voluntad de los otros porque no puede llegar hasta ella nuestra mirada, de tal manera se perturban las relaciones entre los hombres, que es imposible la vida social. N o quiero hablar del gran número de hechos que nuestros adversarios, los que nos reprenden porque creemos lo que no vemos, creen ellos también por el rumor público y por la historia, o referentes a los lugares donde nunca estuvieron. Y no digan: No creemos porque no vimos. Pues si lo dicen, se ven obligados a confesar que no saben con certeza quiénes son sus padres. Ya que, no conservando recuerdo alguno de aquel tiempo, creyeron sin va­ cilación a los que se lo afirmaron, aunque no se lo pudieran demostrar, por tratarse de un hecho pasado. De otra manera, al querer evitar la temeridad de creer lo que no vemos, incu­ rriríamos en el pecado de infidelidad a los propios padres. DE L A N A T U R A L E Z A D EL BIEN C O N T R A LO S M A N IQ U E O S E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, I I I , Obras filosóficas: Contra los académicos..., D e la naturaleza del bien: contra los maniqueos, versión, introducción y notas de M . L a n s e r o s , O.S.A. (BAC, Madrid 1947). i b l i o g r . g e n . : L a n s e r o s , o.c., Introducción, p.820-822; A . G a r d e i l , Bien ( L e ) : Dict. théol. cath. II (Paris 1910) c.835-843; E. M a s s o n , a r t . Mal ( L e ) : Dict. théol. cath. I X (Paris 1927) c .1679-1704; E. P o r t a l i é , art. Augustin (Saint): Dict. théol. cath. I (1909) c.2268-2472; B a r d y , art. Manichéisme: ibid., I X (Paris 1927) c.1841-1895; R. J o l i v e t , Le problèm e du mal chez Saint Augustin: Arch. Phil. 7 (1930) cah.2; A. A. M o o n , T he «D e natura boni» of Saint Augustine. A translation with an Introduction and Commentary (Washington 1955); P. M o n t a n a r i , Saggio de Filosofía agostiniana. I massimi problem i (Torino 1931); St. K o w a l c z y k , Dieu en tant que bien suprême, selon l’acception de Saint Augustin: Est. agust. 6 (1971) 31-51; I d ., La métaphysique du bien selon l’acception de Saint Augustin: Est. agust. 8 (1973) 31-51; F. J. v o n R i n t e l e n , Augustinus - Endlichkeit und Unendlichkeit des B a rt. 376 D e la naturaleza del bien contra los maniqueos San Agustín G uten (bonum ): H orizont 10 (1967) 70-80; Id., Bene finito e bene infinito in S. A gostino: Ethica 7 (1968) 193-214; Id., Deus, bonum omnis boni, Augustinus und modernes W ertdenken Aurelius Augustinus (K öln 1930). C a p ít u l o I 377 la naturaleza creada. De ahí se sigue necesariamente que toda la naturaleza es espíritu o cuerpo. El espíritu inmutable es Dios. El espíritu sujeto a mutación es una naturaleza creada, aun cuando es superior al cuerpo. A su vez, el cuerpo no es espíritu, si bien en sentido figurado se da al viento el nombre de espíritu, porque, no obstante que nos es invisible, sentimos claramente sus efectos. Dios, bien supremo e inmutable, del cual proceden todos los demás bienes espirituales y corporales 597 Dios es el supremo e infinito bien, sobre el cual no hay otro: es el bien inmutable y, por tanto, esencialmente eterno e inmortal. Todos los demás bienes naturales tienen en él su origen, pero no son de su misma naturaleza. Lo que es de la misma naturaleza que él no puede ser más que él mismo. Todas las demás cosas, que han sido hechas por él, no son lo que él es. Y puesto que sólo él es inmutable, todo lo que hizo de la nada está sometido a la mutabilidad y al cambio. Es tan omnipotente, que de la nada, es decir, de lo que no tiene ser, puede crear bienes grandes y pequeños, celestiales y terrestres, espirituales y corporales. Es también sumamente justo. Por eso, lo que sacó de la nada no lo igualó a lo que engendró de su propia naturaleza. De ahí que todos los bienes concretos particulares, lo m is m o los grandes que los pequeños, cualquiera que sea su grado en la escala de los seres, tienen en Dios su principio o causa efi­ ciente. 598 Por otra parte, toda naturaleza, en sí misma consi­ derada, es siempre un bien: no puede provenir más que del supremo y verdadero Dios, porque todos los bienes, los que por su excelencia se aproximan al Sumo bien y los que por su simplicidad se alejan de él, todos tienen su principio en el Bien supremo. En consecuencia, todo espíritu está sujeto al cambio, y todo cuerpo proviene de Dios, y a espíritu y materia se reduce toda 5 9 7-615 L a n se r o s, o .c ., Introducción, p .9 7 5 -9 7 7 ; C a y r é , o .c ., p ,133s. 597-598 G il s o n , Introduction... p .1 8 6 ; M o ra n , Síntesis del pensamiento agustiniano... p .2 3 9 ; K o w a lc z y k , La idea de D ios... p .3 4 4 . 597 L a n se r o s, o .c ., p .878 n t . l ; K o w a lc z y k , Dicu en tant que bien supréme selon Vacception de Saint Augustin: Est. agust. (1971) p .2 0 0 .2 1 1 ; Id ., La métaphysique du bien: Est. agust. 8 (1973 ) 4 5 ; G. von J e s s , La simplicidad de Dios en el pensamiento agustiniano: Augustinus 19 (1974) 45. 598 K o w a lc z y k , L ’argument axiologique dans la philosophie de Saint Augus­ tin: Est. agust. 5 (1 9 7 0 ) 53. C a p ít u l o III El modo, la belleza y el orden, bienes generales, que se hallan en las criaturas 599 Nosotros los cristianos católicos adoramos a Dios, de quien proceden todos los bienes, grandes y pequeños: él es el principio de todo modo, grande o pequeño; el principio de toda belleza, grande o pequeña; el principio de todo orden, grande o pequeño. Todas las cosas son tanto mejores cuanto son más mode­ radas, hermosas y ordenadas, y tanto menos bien encierran cuanto son menos moderadas, hermosas y ordenadas. Estas tres cosas, pues: el modo, la forma y el orden— y paso en silencio otros innumerables bienes que se reducen a éstos— , estas tres cosas, repito, o sea: el m odo, la belleza y el orden, son como bienes generales, que se encuentran en todos los seres creados por Dios, lo mismo en los espirituales que en los corporales. 600 Por tanto, Dios está sobre todo modo de la criatura, sobre toda belleza y sobre todo orden, no con superioridad local o espacial, sino con un poder inefable y divino, porque de él procede todo modo, toda belleza, todo orden. Donde se encuentran estas tres cosas en grado alto de perfección, allí hay grandes bienes; donde la perfección de esas propiedades es in­ ferior, inferiores son también los bienes; donde faltan, no hay bien alguno. De la misma manera, donde estas tres cosas son grandes, grandes son las naturalezas: donde son pequeñas, pe­ queñas o menguadas son también las naturalezas, y donde no existen, no existe tampoco la naturaleza. De ahí se concluye que toda naturaleza es buena. 599 G i l s o n , Introduction... p .1 8 6 ; L a n s e r o s , o . c . , p .878 nt.2, p.41.48; K o w a lc z y k , La métaphysique du bien... 378 San Agustín C a p ít u l o D e la naturaleza del bien contra los maniqueos IV El mal es la corrupción del modo, de la belleza y del orden 601 Por eso, antes de preguntar de dónde procede el mal, es preciso investigar cuál es su naturaleza. Y el mal no es otra cosa que la corrupción del modo, de la belleza y del or­ den naturales. La naturaleza mala es, pues, aquella que está corrompida, porque la que no está corrompida es buena. Pero, aun así co­ rrompida, es buena en cuanto naturaleza; en cuanto que está corrompida, es mala. C a p ít u l o obediencia al Señor su Dios, permanecerán unidos a su belleza incorruptible; pero, si no quieren mantenerse en esa dependen­ cia o sumisión, voluntariamente se sujetan a la corrupción del pecado e involuntariamente sufrirán la corrupción en medio de los castigos. Dios es para nosotros un bien tan grande, que todo redun­ da en beneficio de quien no se separa de él. Del mismo modo, en el orden de las cosas creadas, la naturaleza racional es un bien tan excelente, que ningún otro bien puede hacerla dicho­ sa, sino Dios. Los pecadores, que por el pecado salieron del orden, entran de nuevo en él mediante la pena. Como este orden no es conforme a su naturaleza, por eso implica la ra­ zón de pena o castigo. Mas se le denomina justicia, porque es lo que le corresponde a la culpa o falta. VI La naturaleza incorruptible es el Sumo Bien; la que puede corromperse es un bien relativo 602 Si la corrupción destruye en las cosas corruptibles todo lo que constituye en ellas el modo, la belleza y el orden, por el mismo hecho destruye o suprime la naturaleza. De esto se sigue que la naturaleza que es esencialmente incorruptible es Dios. Y , por el contrario, toda naturaleza sujeta a la corrupción es un bien imperfecto o relativo, ya que la corrupción no pue­ de dañarle más que suprimiendo o disminuyendo la nota o el carácter de bondad que hay en ella. C a p ít u l o 379 V II La corrupción de los espíritus racionales es voluntaria o penal 603 Dios concedió a las criaturas más excelentes, es decir, a los espíritus racionales, que, si ellos quieren, puedan perma­ necer inmunes de la corrupción, o sea, si se conservan en la 601 L a n se r o s, o .c ., p .8 7 8 n t.6 ; G il s o n , Introduction... p .1 8 6 ; J o li v e t , Le probléme du mal... p .8 .1 5 .2 1 . 602 M oran , Síntesis del pensamiento agustiniano... p.243; K o w a lc z y k , La conception de l’homme chez Saint Augustin: Giorn. di met. 27 (1972) 207. 6 0 3-605 L a n s e r o s , o .c ., p .8 7 8 n t.3. 603 G il s o n , Introduction... p .1 8 8 ; J o li v e t , Le probléme du mal... j>.6§. C a p ít u l o V III La belleza del universo resulta de la corrupción y muerte de los seres inferiores 604 Las demás cosas, que han sido hechas de la nada y que, ciertamente, son inferiores al espíritu racional, no pueden ser ni felices o dichosas ni infelices. Pero com o son buenas en cuanto a su orden y a su belleza y del Sumo Bien, es decir, de Dios recibieron la existencia y la bondad, por muy pe­ queña e insignificante que ésta sea, han sido ordenadas de tal suerte que las más débiles se subordinan a las más fuertes, las más frágiles a las más duraderas, las menos potentes a las más poderosas, y así también lo terreno se armoniza con lo celestial en subordinación de inferior a superior y más exce­ lente. Dentro del orden temporal, hay una cierta belleza rela­ tiva en los seres que aparecen y desaparecen. Así, los que perecen o dejan de ser no desfiguran o perturban el modo, la belleza y el orden del conjunto o universales. Sucede aquí lo mismo que en un discurso bien compuesto y elegante, cuya belleza resulta de la sucesión armoniosa de las sílabas y de los sonidos que se producen y desvanecen. 604 Jolivet, Le probléme du mal... p.28. 380 San Agustín D e la naturaleza del bien contra los maniqueos C a p ít u l o C a p ít u l o IX Institución del castigo para reintegrar al recto orden a la naturaleza transgresora 605 Es de incumbencia del juicio divino y no del hu­ mano fijar o determinar la cualidad o naturaleza y la cuanti­ dad o gravedad de la pena debida o correspondiente a una falta. Cuando se les perdona a los pecadores el castigo que me­ recen, efecto es de la infinita bondad de Dios; pero no hay iniquidad o injusticia en él si les hiere con el castigo mere­ cido, porque la naturaleza resulta más ordenada cuando sufre justamente en el castigo que cuando se regocija impunemente en el pecado. No obstante, la naturaleza es siempre buena en cualquier circunstancia en que se encuentre, mientras conserve el modo, la belleza y el orden. Dejará de ser buena si pierde total­ mente el modo, la belleza y el orden, porque en ese caso dejará de existir. C a p ít u l o X La naturaleza es corruptible, porque fue hecha de la nada 606 Todas las naturalezas corruptibles en tanto son na­ turalezas en cuanto que han recibido de Dios el ser; pero no serían corruptibles si hubieran sido formadas de él, porque entonces serían lo que es el mismo Dios. Por consiguiente, sea cualquiera el modo, la belleza y el orden que las consti­ tuye, poseen o encierran estos bienes porque fueron creadas por Dios, y si no son inmutables es porque fueron sacadas de la nada. Sería una audacia sacrilega igualar a Dios con la nada, haciendo que lo que procede de Dios sea como lo que procede de la nada. 605 J o l i v e t , Le problème du mal... p .17. 606 G il s o n , Introduction... p .186. 381 X II Todos los bienes proceden de Dios 607 Si nuestros adversarios, al admitir la existencia de una naturaleza que no ha sido creada por Dios, quisieran re­ flexionar sobre estas consideraciones, tan claras y ciertas, no abundarían en blasfemias tan horribles cuales son el atribuir al sumo mal tantos bienes y a Dios tantos males. Como he indicado antes, bastaría para corregir su error que quisieran darse cuenta— y la verdad les obliga o fuerza a confesarlo— de que el bien no puede proceder sino de Dios. Es absurdo que los grandes bienes provengan de un princi­ pio y de otro distinto los pequeños; pues unos y otros, gran­ des y pequeños, tienen su origen en el sumo y soberano bien, que es Dios. C a p ít u l o X III Dios es el principio de todos los bienes en particular, grandes y pequeños 608 Enumeremos cuantos bienes nos sea posible y que dignamente podamos atribuirlos a Dios com o a su autor, y veamos si fuera de ellos queda alguna naturaleza. Toda vida, sea grande o pequeña; todo poder, sea grande o pequeño; toda salud, sea grande o pequeña; toda memo­ ria, sea grande o pequeña; toda fuerza, sea grande o peque­ ña; todo entendimiento, sea grande o pequeño; toda tran­ quilidad, sea grande o pequeña; toda riqueza, sea grande o pe­ queña; todo sentimiento, sea grande o pequeño; toda luz, sea grande o pequeña; toda suavidad, sea grande o pequeña; toda medida, sea grande o pequeña, y si hay algún otro bien semejante a éstos, y principalmente los que se encuentran en todas las cosas, lo mismo en las espirituales que en las cor­ porales; todo el mundo, toda belleza_. todo orden, sea grande o pequeño; todo ello solamente puede provenir de Dios. Si alguno quisiera abusar de estos bienes, sufrirá el cas­ tigo impuesto o determinado por el juicio divino. Y si no exis­ te ninguno de estos bienes, no existirá tampoco ninguna na­ turaleza. 608 Jolivet, Le problème du mal... p.21.40. 382 San Agustín C a p ít u l o X V II Ninguna naturaleza, en cuanto tal, es mala 609 Ninguna naturaleza, por tanto, es mala en cuanto naturaleza, sino en cuanto disminuye en ella el bien que tie­ ne. Si el bien que posee desapareciera por completo, al dis­ minuirse, así como no subsistiría bien alguno, del mismo modo dejaría de existir toda naturaleza, no solamente la que fingen los maniqueos, en la que se encuentran aún tantos bienes que causa asombro su obstinada ceguera, sino que perecería toda naturaleza que cualquiera pudiera imaginar. D e la naturaleza del bien contra los maniqueos Tiene, pues, en sí esa materia capacidad o aptitud para recibir determinadas formas, porque si no pudiere recibir la forma que le imprime el artífice, ciertamente no se llamaría materia. Además, si la forma es un bien, por lo cual se lla­ man mejor formados los que por ella sobresalen, com o se llaman bellos por la belleza, no hay duda de que también es un bien la misma capacidad de recibir la forma. Porque así como es un bien la sabiduría, nadie duda de que también lo es el ser capaz de sabiduría. Y como todo bien procede de Dios, a nadie le es lícito dudar de que esta materia informe, si es algo, solamente puede ser obra de Dios. C a p ít u l o C a p ít u l o X V III El «hylen» que los antiguos llamaban materia informe no es un mal 610 Ni tampoco debe decirse que sea mala aquella ma­ teria que los antiguos denominaron hylen. No me refiero pre­ cisamente a la materia que Manes, con loca jactancia y sin saber lo que dice, llama hylen, y que, según él, es la formadora o creadora de los cuerpos, por lo que justamente se le atribuye que supone o introduce la existencia de otro Dios, ya que únicamente Dios puede modelar o crear los cuerpos. Es­ tos, en efecto, no son creados sino cuando empieza a subsis­ tir en ellos el modo, la belleza y el orden, cualidades que, por ser buenas, ni existen ni pueden existir sino por Dios. Pienso que también los maniqueos confiesan esto. 611 Pero llamo yo hylen a una cierta materia absoluta­ mente informe y sin cualidad alguna, de la que se forman to­ das las cualidades que nosotros percibimos por nuestros sen­ tidos, com o lo sostuvieron los antiguos filósofos. Por eso la selva o bosque se denomina en griego oVr¡, porque es mate­ ria apta para que la trabajen o modelen los artífices, no para que ella produzca de por sí alguna cosa, sino para que de ella sea hecho algo. No debe decirse, por consiguiente, que sea mala esa hyle, que de ningún modo puede ser percibida por nuestros sentidos y que apenas puede concebirse por la pri­ vación absoluta de toda forma. 610-611 L a n s e r o s , o . c . , p.878 nt.4; K o w a l c z y k , La métaphysique du bien... p.42; J o l i v e t , Le probleme du mal... p.18.89. 383 X IX Sólo Dios es el verdadero ser 612 Así, pues, magnífica y divinamente nuestro Dios dijo a su siervo: « Y o soy el que soy» y «Dirás a los hijos de Israel: El que es me envió a vosotros». El es verdadera­ mente, porque es inmutable. T odo cambio o mudanza hace no ser a lo que era. Por tanto, aquél es verdaderamente que es inmutable, y las de­ más cosas que por él han sido hechas de él han recibido el ser, según su modo o medida. Síguese que el sumo o soberano Ser tan sólo puede te­ ner com o opuesto al no-ser, y por eso, así com o por él existe todo lo que es bueno, así también por él existe todo lo que naturalmente es o toda naturaleza, porque todo lo que natu­ ralmente existe es bueno. Como toda naturaleza es buena y todo bien procede de Dios, conclúyese que toda naturaleza proviene de Dios. C a p ít u l o XX El dolor solamente se halla en las naturalezas buenas 613 El mismo dolor, que algunos consideran com o el principio de los males, ya se dé en el alma o en el cuerpo, no puede existir más que en las naturalezas que de por sí 612 L a n s e ro s , o .c ., p .878 n t.5 ; G il s o n , Introduction... p .2 2 ; Caractères platoniques de l’ontologie augustinienne: M oran, Thonnard, Augustinus magister I p .3 2 4 ; Síntesis del pensam. agust. p .2 3 8 ; K o w a lc z y k , Dieu en tant que bien suprême... p.201. 613 Jomvbt, Saint Augustin... p.189; Ip., Le problème du mal... p.27.28, San Agustín Sobre la doctrina cristiana son buenas. En efecto, todo lo que resiste al dolor rehúsa en cierto modo no ser lo que era, porque era algún bien. Mas el dolor es útil cuando fuerza a la naturaleza a ser mejor; pero si la conduce a ser menos buena, entonces es inútil. La resistencia de la voluntad a un poder superior pro­ duce el dolor en el alma, y la resistencia de los sentidos a un cuerpo más poderoso lo origina o causa en el cuerpo. Pero hay males que son peores si no producen dolor, porque peor es alegrarse de la iniquidad que dolerse de la corrupción. Sin embargo, semejante gozo no puede ser efecto sino de la ad­ quisición de bienes inferiores, mientras que la iniquidad es la deserción o abandono de los bienes superiores. de lo cual nos hizo el Señor D ios» (2 Mac 7,28). Y también lo que está escrito en los Salmos: «E l lo dijo y todo fue hecho» (Sal 148,5). Manifiesto es que no engendró de sí estas cosas, sino que las hizo en virtud de su palabra y mandato. Mas lo que hizo de sí, ciertamente que lo hizo de la nada, pues no exis­ tía cosa alguna de la cual pudiera sacarlo, com o abiertamente dice e l Apóstol: «Porque de él y por él y para él son todas las cosas» (Rom 11,36). 384 614 Del mismo m odo, tratándose del cuerpo, mejor es la lesión o herida con dolor que la putrefacción sin dolor, que propiamente se llama corrupción, la cual no vio, esto es, no padeció el cuerpo muerto del Señor, conforme había sido predicho en una profecía: «N o dejarás que tu santo experi­ mente la corrupción» (Sal 15,10). Porque el que fuese he­ rido por los clavos y traspasado con la lanza, ¿quién lo ne­ gará? Y también la misma putrefacción, que propiamente es de­ signada con el nombre de corrupción, si aún le resta en lo in­ terior algo que consumir, aumenta a medida que va disminu­ yendo el bien. Si éste fuere totalmente destruido o aniquila­ do, así como no quedaría ningún bien, tampoco permanece­ ría naturaleza alguna, porque no habría ya nada que pudiera sufrir la corrupción, y así ni siquiera habría corrupción, por­ que faltaría el ser en el cual pudiera darse. 385 SOBRE L A D O C T R IN A C R IS T IA N A E d ic ió n c ita d a : Obras de San Agustín, edición bilingüe, X V : D e la preparada por B. M a r t í n , O .S.A . (BAC, , doctrina cristiana..., edición Madrid 1957). . g e n .: M a r t í n , o .c ., Introducción, p.49-52; M . A v il e s A lgunos problemas fundamentales del « D e doctrina cbristiana»; Augustinus 20 (1975) 83-106; E. K e v a n e , Paideia aut anti-paideia: The Prooemium o f St. Augustine’s « D e doctrina cbristiana»: August. Stud. I (1970) 153-180; A . M . Y o u n g , Some aspects of St. A ugustine’s literary aesthetics, studied chiefly in D e doctrina cbristiana: Harward theol. Rev. 69 (1969) 289-299; G r . R i p a n t i , L ’allegoria o l’intellectus figuratus nel «D e doctrina cbristiana» di A gostino: Rev. étud. august. 18 (1972) 219-232; A . M a r r o u , Saint Augustin et la fin de la culture antique (Paris 1938). B ib l io g r B a r t in a , LIBRO I C a p ít u l o II Qué sea «cosa» y qué sea «signo» C a p ít u l o XXVI Las criaturas han sido hechas de la nada 615 Como todas las cosas que Dios no engendró de sí, sino que las hizo por su Verbo, no las hizo de cosas que ya estaban hechas, sino de lo que no existía de ningún modo, es decir, de la nada; por eso se expresa así el Apóstol: «El cual llama las cosas que no son como las que son» (Rom 4,17). Y más claramente está escrito en el libro de los Macabeos: «Ruégote, hijo, que mires al cielo y a la tierra, y veas cuanto hay en ellos, y entiendas que no existía aquellq 6 1 4 Jo l iv e t , Le problème du mal... p .2 9 .7 8 , 616 2. Toda instrucción se reduce a la enseñanza de cosas y signos. Mas las cosas se conocen por medio de los sig­ nos. Por tanto, denominamos ahora cosas a las que no se em­ plean para significar algo, como son una vara, una piedra, una bestia y las demás por el estilo. N o hablo de aquella vara de la cual leemos que introdujo Moisés en las aguas amargas para que desapareciera su amargura, ni de la pie­ dra que Jacob puso de almohada debajo de la cabeza, ni de la bestia aquella que Abraham inmoló en lugar de su hijo. Estas son de tal modo cosas que al mismo tiempo son signos de otras cosas. Existen otras clases de signos cuyo uso sola616-623 C a y ré, Initiation a la philosophie de Saint Augustin Los filósofos medievales 2 p .1 4 5 . 13 San Agustín Sobre la doctrina cristiana mente se emplea para denotar alguna significación, como son las palabras. Nadie usa de las palabras si no es para sig­ nificar algo con ellas. De aquí se deduce a qué llamo signos, es decir, a todo lo que se emplea para dar a conocer alguna cosa. Por lo tanto, todo signo es al mismo tiempo alguna cosa, pues lo que no es cosa alguna no es nada, pero no toda cosa es signo. En esta división de cosas y signos, cuan­ do hablamos de las cosas, de tal modo hablamos que, a pe­ sar de que algunas pueden ser empleadas para ser signos de otra cosa, no embarace su dualidad el fin que nos pro­ pusimos de hablar primero de las cosas y después de los signos. Retengamos en la memoria que ahora se ha de con­ siderar en las cosas lo que son, no lo que aparte de sí mismas puedan significar. bien debe llamarse abuso o corruptela. Supongamos que so­ mos peregrinos, que no podemos vivir sino en la patria, y que anhelamos, siendo miserables en la peregrinación, ter­ minar el infortunio y volver a la patria; para esto sería necesario un vehículo terrestre o marítimo, usando del cual pudiéramos llegar a la patria en la que nos habríamos de gozar; mas si la amenidad del camino y el paseo en el carro nos deleitase tanto que nos entregásemos a gozar de las cosas que sólo debimos utilizar, se vería que no querríamos ter­ minar pronto el viaje; engolfados en una perversa molicie, enajenaríamos la patria, cuya dulzura nos haría felices. De igual m odo, siendo peregrinos que nos dirigimos a Dios en esta vida mortal, si queremos volver a la patria donde po­ demos ser bienaventurados, hemos de usar de este mundo, mas no gozarnos de él, a fin de que por medio de las cosas creadas contemplemos las invisibles de Dios, es decir, para que por medio de las cosas temporales consigamos las es­ pirituales y eternas. 386 C a p ít u l o III División de las cosas 617 3. Unas cosas sirven para gozar de ellas, otras para usarlas y algunas para gozarlas y usarlas. Aquellas con las que nos gozamos nos hacen felices; las que usamos nos ayu­ dan a tender hacia la bienaventuranza y nos sirven com o de apoyo para poder conseguir y unirnos a las que nos hacen felices. Nosotros que gozamos y usamos nos hallamos si­ tuados entre ambas; pero si queremos gozarde las que de­ bemos usar trastornamos nuestro tenor de vida y algunas veces también lo torcemos de tal modo que, atados por el amor de las cosas inferiores, nos retrasamos o nos alejamos de la posesión de aquellas que debíamos gozar una vez ob­ tenidas. C a p ít u l o IV Qué cosa sea gozar y usar 618 4. Gozar es adherirse a una cosa por el amor de ella misma. Usar es emplear lo que está en uso para conseguir lo que se ama, si es que debe ser amado. El uso ilícito más 617 C a y r é , La contemplation augustinienne p.218. 618-619 C a y r é , La contemplation augustinienne p.218. 618 C a y r é , La contemplation augustinienne p. 151.152; tiorf... p.217, G il s o n , C a p ít u l o 387 V II Todos conocen a Dios pensando que no hay nada mejor 619 7. Cuando piensan en aquel único Dios de los dio­ ses, aquellos que también fingen, adoran y llaman dioses a las cosas del cielo o de la tierra, de tal m odo piensan que no intenta su mente percibir cosa alguna, a no ser lo que sea más excelente y mejor. Pero los hombres se mueven por bie­ nes diversos, parte por los que pertenecen al sentido del cuerpo, parte por los que tocan a la inteligencia. Los que se entregan a los sentidos del cuerpo juzgan que el Dios de los dioses es el mismo cielo o lo más sobresaliente que ven en él, o el mismo mundo. Pero si pretenden buscar a Dios fuera del mundo, entonces se imaginan o que es algo luminoso y esto infinito, o que tiene aquella forma que les parece mejor, y esto lo piensan por una vana sospecha; o tam­ bién lo juzgan de figura humana, si es que en su modo de pensar la anteponen a todas las otras. Si creen que no existe un solo Dios de dioses, sino que piensan más bien que hay muchos o innumerables dioses iguales, de tal modo re­ presentan a éstos en su alma, que les atribuyen la cualidad Introduc619 G il s o n , o . c ., p .2 1 8 ; C ayré, La contemplation august. p .2 1 8 . 388 San Agustín Sobre la doctrina cristiana corporal que a cada uno le parece más sobresaliente. Los que se encaminan por medio de la inteligencia a entender lo que es Dios, le anteponen a todas las cosas visibles y corporales, a todas las espirituales e inteligibles que sean mudables. T o­ dos luchan a porfía por dotar a Dios de una suprema ex­ celencia. No puede encontrarse persona alguna que crea que Dios es algo mejor de lo que es. Por lo tanto, todos piensan unánimemente que Dios es lo que se antepone a todas las cosas. se ama a sí mismo por sí mismo, no se encamina hacia Dios, pues dirigido a sí propio, se aleja de lo inmudable. Y , por tanto, ya goza de sí con algún defecto, pues mejor es el hombre cuando enteramente se une y se abraza con el bien inmudable, que cuando se aleja de él para volverse a sí mismo. Luego si a ti mismo no te debes amar por ti mismo, sino por Aquel que es el rectísimo fin de tu amor, no arda en cólera ningún otro hombre porque también le amas a él, no por él, sino por Dios. Dios ha establecido esta regla de amor: amarás— dijo— a tu prójimo com o a ti mismo; pero a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu enten­ dimiento, a fin de que dirijas todos tus pensamientos, toda tu vida, toda tu mente hacia aquel de quien recibiste las mismas cosas que le consagras. Cuando dice: con tu corazón, con toda tu alma, con todo el entendimiento, ninguna parte de nuestra vida omite que deba eximirse de cumplir este deber para entregarse al gozo de otra distinta, sino que man­ da que todo lo que fuera de Dios se presente al alma para ser amado, sea como arrastrado hacia el Bien adonde se dirige todo el ímpetu del amor. Cualquiera que ama recta­ mente a su prójimo ha de procurar que también éste ame a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente; de este modo amándole como a sí mismo, todo su amor y el del prójimo lo encamina al amor de Dios, cuyo amor no permite que nazca de él algún arroyuelo que dis­ minuya el caudal por tal filtración. C a p ít u l o X X II D e sólo Dios se ha de gozar 620 20. De entre todas las cosas que existen, únicamen­ te debemos gozar de aquellas que, com o dijimos, son inmuta­ bles y eternas; de las restantes hemos de usar para poder con­ seguir el gozo de las primeras. Nosotros que gozamos y usamos de todas las cosas, somos también una cosa. Ciertamente, gran cosa es el hombre, pues fue hecho a imagen y semejanza de Dios, no en cuanto se ajusta al cuerpo mortal, sino en cuanto que es superior a las bestias por la excelencia del alma ra­ cional. Aquí se suscita la gran cuestión, si el hombre debe gozar de sí mismo, o usar; o si gozar y usar. Se nos ha dado un precepto de amarnos unos a otros. Pero se pregunta: ¿se debe amar al hombre por causa del hombre o por otra cosa distinta? Si se le ama por él, es gozar; si se le ama por otro motivo, es usar de él. A mí me parece que debe ser amado por otro motivo, pues lo que debe amarse por sí mismo constituye en sí mismo la vida bienaventurada, la cual, aunque todavía no la poseemos, sin embargo, su espe­ ranza nos consuela en esta vida. Maldito, dice la Escritura, el que pone la esperanza en el hombre. 621 21. Es más: si bien se considera, ni aun de sí mis­ mo debe gozar el hombre, porque nadie debe amarse a sí mismo por sí mismo, sino por aquel de quien debe gozar. Enton­ ces es el hombre perfecto, cuando dirige toda su vida hacia la vida inmudable, uniéndose a ella con todo su afecto. Si 620 B o y e r , L’idée de vérité... p.234; G i l s o n , o .c ., p.218; P e g u e r o l e s , o . c ., p.90; K o w a l c z y k , Dieu en tant que bien suprême, selon l’acception de Saint Augustin: Est. agust. 6 (1971) 212. 621 B o y e r , L’idée de vérité... p.234; G i l s o n , o .c ., p.220; P e g u e r o l e s , o.c., p.90. C a p ít u l o 389 X X V II Orden del amor 622 28. Vive justa y santamente el que estime en su valor todas las cosas. Este será el que tenga el amor ordenado de suerte que ni ame lo que no deba amarse ni deje de amar lo que debe ser amado, ni ame más lo que se debe amar menos, ni ame con igualdad lo que exige más o menos amor, ni ame, por fin, menos o más lo que por igual debe amarse. Ningún pecador debe ser amado en cuanto es pecador. A todo hombre en cuanto hombre se le debe amar por Dios y a Dios por sí mismo. Y com o Dios debe ser amado más que todos los hombres, cada uno debe amar a Dios más que 622 G il s o n , o .c ., p .2 1 8 . San Agustín 390 a sí mismo. También se debe amar a otro hombre más que a nuestro cuerpo; porque todas las cosas se han de amar por Dios y el hombre extraño a nosotros puede gozar de Dios con nosotros, lo que no es capaz nuestro cuerpo, que vive del alma con la que gozaremos de Dios. C a p ít u l o 623 35. Dios no usa de nosotros com o usamos nos­ otros de las criaturas. El uso que hacemos nosotros lo referi­ mos a gozar de la bondad de Dios; pero el que hace Dios de nosotros lo refiere a su misma bondad. Nosotros existimos porque Dios es bueno, y en cuanto existimos somos buenos. Aún más, por ser justo El no somos malos impunemente, y en cuanto somos malos, en tanto menos ser tenemos. Sólo tiene el ser sumo y primero el que es totalmente inmutable y que con toda verdad pudo decir: Y o soy el que soy. Les dirás: El que es me ha enviado a vosotros. Por lo tanto, todas las cosas que existen, no podrían existir a no ser por El; y en tanto son buenas en cuanto que recibieron el ser. Luego aquel uso que se dice hace Dios de nosotros no se ordena a su utilidad, sino a la nuestra, y su fin es su bon­ dad. Cuando usamos de misericordia nosotros mirando por el bien de alguno, lo hacemos para su utilidad y a ésta aten­ demos en tal circunstancia; pero, no sé cómo, también se sigue la nuestra, puesto que Dios no deja sin recompensa la misericordia que consagramos al indigente. Esta gratificación es la mayor, pues consiste en que gocemos de El, y todos los que gocemos de El gozaremos en el mismo Dios unos de otros. DEL GENESIS A LA LETRA E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, X V : D e la doctrina cristiana..., D el Génesis a la letra, edición preparada por B. M a r t í n , O .S.A. (BAC, Madrid 1957). B i b l i o g r . g e n . : M a r t í n , o . c . , Introducción, p.569-574; P. A g a e s s e e t A . S o l i g n a c , O euvres de Saint Augustin, sept, série, La G enèse au sens littéral en douce livres, 48, liv .I-V II; 49, liv .V III-X II; trad., introd. T h o n n a r d , Caractères t i n u s m a g i s t e r p.234; B o y e r , tion augustinienne p.151. et notes (Paris 1922) (Bibliogr., p.67-79); Introd., p .11-81; R. J o l i v e t , La doctrine augustinienne de l ’illumination: Mélang. august. (Paris 1930); R. d e S i n e t y , Saint Augustin et le transformisme: Arch. Phil. 7 (1930) cah.2; C h . B o y e r , La théorie augustinienne des raisons séminales. Essais, sur la doctrine de Saint Augustin (Paris 1932), o : Arch. Phil. 7 (1930) cah.2; V e r i c a t N ú ñ e z , La idea de creación en San Agustín: Augustinus 15 (1970) 153ss; H i e r o n . a P a r i s i i s , O .M .C., D e unione animae cum corpore in doctrina D . Augustini: Acta hebdom. august-thom. p.285ss. X X X II D e qué modo usa Dios del hombre 623 391 D el Génesis a la letra platoniques de l’ontologie augustinienne: A u g u s L’idée de vérité... p.76.219; C a y r é , La contempla­ LIBRO IV C a p ít u l o X II Otra razón para conciliar el descanso con la continuación del trabajo de Dios 624 22. Puede también entenderse que Dios descansó de crear algún otro género de creatura, porque en adelante ya no creó ningún otro género nuevo; y desde entonces hasta ahora y en adelante obra en el gobierno de aquellos géneros que fueron creados entonces, sin cesar aún en el día séptimo de administrar con su poder el cielo y la tierra y todas las cosas que creó, pues de otro modo inmediatamente dejarían de ser. Porque el poder del Creador y la virtud del Omnipo­ tente y del que todo lo sostiene es la causa de la existencia de toda creatura, cuya virtud si alguna vez se apartase de las creaturas, las que fueron creadas para ser gobernadas, en el mismo instante desaparecerían las formas de ellas, y toda la naturale­ za creada volvería a la nada. Porque no obra Dios com o el ar­ quitecto, el cual habiendo construido una casa, se retira, y, no obstante, la obra permanece sin necesidad de su trabajo y presencia. Si Dios retirase su gobierno del mundo, éste no podría subsistir ni el tiempo de un parpadeo. 625 23. Por lo tanto, cuando dice el Señor: mi Padre obra hasta el presente, declara cierta continuación de su obra, en la que incluye todo el universo y el gobierno de él. De otro modo pudiera también entenderse si dijera: y ahora trabaja, donde no habría necesidad de entender que continuaba tra­ bajando en su obra. Mas nos obliga a que lo entendamos de otra manera, puesto que dice hasta ahora, a pesar, que siguió 624-635 C a y r é , Initiation... p.136.167; P-271s). 624 G i l s o n , Introduction... p.111.270; 625 B o y e r , L’idée de vérité... p.127. De S in e ty , J o liv e t , o .c ., p.245 (Bibliogr. Le problème du mal p.70. 392 San Agustín trabajando desde el momento que creó todas las cosas. Asi­ mismo lo que se escribió de su Sabiduría, que abarca con firmeza desde el uno al otro confín y ordena todas las cosas con suavidad, de cuya Sabiduría también se escribió que su movimiento es más ágil y acelerado que todos los movimien­ tos, suficientemente patentiza, a los que contemplan con rec­ titud, que este mismo incomparable e inefable, y si puede en­ tenderse, estable movimiento suyo, presta ayuda con suavidad a las cosas que ella dispone; por lo cual, si ella apartándose de las cosas hubiera cesado de este trabajo, ellas al ins­ tante hubieran perecido. También lo que decía el Apóstol, cuando predicaba a los atenienses el Dios desconocido por ellos, que en El vivimos, en El nos movemos y en El estamos, clarísimamente pensando con la profundidad que a la huma­ na razón le es posible ayuda a esta sentencia, por la que cree­ mos y decimos que Dios obra sin cesar en estas cosas que creó. Pero no estamos en El, al estilo que dijo San Juan que dio al Hijo tener la vida en sí mismo, sino que siendo una naturaleza distinta de la de El, no estamos en El por otra ra­ zón, sino porque El hace que estemos en El, y ésta es preci­ samente su obra por la que contiene a todas las cosas, y por la que su Sabiduría se extiende con fortaleza del uno al otro confín y ordena con suavidad todas las cosas, por cuyo orde­ namiento vivimos, nos movemos y somos en El. Por donde se colige que, si apartara esta obra suya de las cosas, ni viviría­ mos, ni nos moveríamos, ni existiríamos. Es evidente, pues, que ni por un solo día dejó Dios de gobernar las obras que hizo, para que no perdiesen en un solo instante sus movimien­ tos naturales, por los cuales obran y crecen conforme a la naturaleza que tienen, y permanecen cada una en su género en aquello que son, pues si se retirase de ellas aquel movi­ miento de la sabiduría de Dios por el que ordena todas las cosas con suavidad, dejarían en absoluto de ser. Por lo tanto, entenderemos que Dios descansó de todas las obras que hizo, de tal forma que ya en adelante no crea naturaleza alguna, pero no que cese de contener en sí y gobernar aquellas co­ sas que había creado. Luego es cierto que Dios descansó en el séptimo día y que sigue obrando hasta ahora. D el G énesis a la letra 393 LIBRO V C a p ít u l o X IV De qué modo puede entenderse aquello que dice San }uan: «T odo lo que fue hecho» 626 31. El texto evangélico no puede recitarse así: todo lo que fue hecho en El es vida. De tal modo que primera­ mente digamos: todo lo que fue hecho en El, y después con­ cluyamos, es vida. Porque qué cosa no fue hecha en El cuando habiendo hablado de infinidad de creaturas, y aún más de te­ rrenas, dice en el salmo «todas las cosas las hiciste en la Sa­ biduría», y que el Apóstol lo confirma diciendo «porque en El fueron creadas todas las cosas en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles». Luego si leyéremos del modo que an­ teriormente lo hicimos, con toda razón deduciremos que aun la misma tierra y cualquiera cosa que en ella esté, es vida. ¿Y quién no ve que, si es un absurdo decir que viven todas las cosas, todavía será mucho mayor decir que son vida; sobre todo teniendo en cuenta que el evangelista distingue de qué vida habla, cuando añade: y la vida era la luz de los hombres? Por lo tanto, se ha de puntuar de tal modo que cuando digamos todo lo que fue hecho, inmediatamente con­ cluyamos: en El es vida. A saber: no en Sí, es decir, en su propia naturaleza, por la que se hizo que la creación y la creatura existiesen, sino en El es vida porque todas las cosas que fueron hechas por El las conocía antes de hacerlas. Y por esto no tiene vida en El del modo que la tiene en sí misma la creatura que hizo, sino que la tiene en El com o vida y luz de los hombres, la cual es la misma sabiduría de Dios y el mismo Verbo Unigénito del Padre. Por consiguiente, lo que fue hecho, en él tiene vida, del mismo modo que se dijo: como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener vida en sí mismo. 627 32. No se ha pasar en silencio lo que está escrito en los códices más puros: lo que fue hecho, en El era vida. De tal modo que era vida se entienda del mismo modo como en el principio era el Verbo y el Verbo era en Dios, y el Verbo era Dios. Luego todo lo que fue hecho, ya antes era vida en 626 V e r ic a t N ú ñ e z , o . c ., p.153. 627 S o lig n a c , o .c ., p .6 7 2 , nota com pl. 2 4 : La vie des créatures dans le Verbe. 394 D el G énesis a la letra San Agustín El, y no una vida cualquiera; puesto que las bestias se dice que viven, y no obstante no pueden gozar de la participación de la Sabiduría; sin embargo, la vida era luz de los hombres. En efecto, las almas racionales purificadas por su gracia pue­ den llegar a esta clase de visión, en cuya comparación no existe otra ni más excelente ni más bienaventurada. C a p ít u l o XV Qué vida tengan en Dios todas las cosas que existen 628 33. Mas si leemos y entendemos el pasaje del Evangelio así: Todo lo que fue hecho, en El tiene vida, con firma la sentencia de que todo lo que fue hecho por él se en­ tiende que tiene vida en El; en cuya vida vio todas las cosas cuando las hizo, y como las vio, así las hizo. N o las vio fuera de sí mismo, sino en sí mismo determinó todas las cosas que hizo. Su visión no es otra distinta a la del Padre, sino la misma y única, com o la misma y única es la substancia de ambos. También en el libro de Job se habla de la Sabiduría por quien fueron hechas todas las cosas de esta manera: Dónde se en­ contró la Sabiduría, y el lugar de la ciencia dónde está, el mor­ tal ignora sus caminos y no se encuentra entre los hombres; y poco después dice: hemos oído el rumor de su gloria, el Se­ ñor señaló el camino de ella, y El conoce su lugar, porque El perfeccionó todo lo que está debajo del cielo . y conoce todas las cosas que están en la tierra, ya que a todas las hizo; cuando hizo el equilibrio de los vientos y la medida de las aguas, así como lo vio lo detalló. Con estos y otros testimonios parecidos se prueba que todas estas cosas antes de ser hechas estaban en el conocimiento del Hacedor. Y ciertamente de tanto mejor modo estaban allí cuanto que son más verdaderas, eternas e in­ mutables. A cualquiera le debería de bastar conocer, o firme­ mente creer, que Dios ha hecho todas las cosas (para com­ prender que estaban en El antes de hacerlas), pues no creo que exista hombre tan insensato que juzgue haber hecho Dios cosas que no conocía. Por lo tanto, si las conocía antes de hacerlas, sin duda antes de hacerlas eran en El del mismo modo conocidas, com o eterna e inconmutablemente viven y son vida [en E l]. Mas del mismo modo fueron hechas como existe cada creatura en su propio género. 628 G ils o n , o .c ,, p.260; S o lig n a c , o .c . , p.418 nt.33. C a p ít u l o 395 XVI A Dios le percibimos por la mente con más facilidad que a las creaturas 629 34. Luego si aquella naturaleza eterna e inmutable, que es Dios, tiene en sí el existir, com o lo dice Moisés: Y o soy el que soy, también es evidente que tiene un modo de ser muy distinto del que tienen estas cosas que han sido hechas, porque aquel ser de El es el verdadero y el único, puesto que siempre permanece de la misma manera, y no solamente no se cambia, sino que no puede en absoluto cambiarse. Nada de las cosas que hizo existe com o es El, y, sin embargo, tiene desde el principio todas las cosas com o es El. Pues no las hu­ biera hecho si no las conociera antes de hacerlas, ni las hubie­ ra conocido si no las viera, ni las viera si no las tuviera, ni tuviera las cosas que aún no habían sido hechas, a no ser que las tuviera del mismo modo que es El, que no es hecho. Y aunque yo diga que esta substancia es inefable y que no puede explicarse en modo alguno por un hombre a cualquier otro hombre, si no es valiéndose de ciertas palabras que ocupan tiempo y espacio, siendo El com o es antes de todo tiempo y lugar, sin embargo, más cerca está de nosotros El que nos hizo que muchas cosas que fueron hechas por El; porque en El vivimos, en El nos movemos y en El somos. Y muchas de estas cosas no están al alcance de nuestra mente, por la desemejanza de naturaleza, puesto que ellas son corporales. Nuestra mente no es capaz de verlas en Dios en las mismas razones causales en las que fueron hechas para saber de este modo el número de ellas, su cantidad y calidad, dado que no las veamos por el sentido del cuerpo. 630 Efectivamente, no se hallan al alcance de los senti­ dos del cuerpo, porque están alejadas o separadas de nuestra mirada y contacto por la interposición o la oposición de otras, de donde resulta que sea mayor el esfuerzo que empleamos para llegar a ellas que el prestado para llegar a Aquel por quien han sido hechas, a pesar de ser com o es mucho más excelente percibirle, por la riqueza incomparable, en cualquiera partecica 629 compl. 25: Paradoxe de la connaissance 208 n t . l ; G i l s o n , o . c . , P-111.112; J o l i v f . t , La doctrine augustin. de Villumin. p.87.96. 630 B o y e r , L’idée de vérité... p.86.165.208 n t . l : To l i v e t , La doctrine... P.87.96. S o lig n a c , o .c ., p.674-675, n ota de Dieu; B o y e r , L’idée de vérité... p.80.165.199 n t . l ; San Agustín D el Génesis a la letra con piadosa mente, que comprender el universo entero. Por lo cual, con toda razón, se reprende en el libro de la Sabiduría a los inquisidores de este mundo diciendo: si tanto empeño pusieron y tanto pudieron progresar en el conocimiento del mundo, ¿cóm o es que no encontraron más fácilmente al Señor de él? Los fundamentos de la tierra son desconocidos a nues­ tros ojos, mas el que afianzó la tierra está cerca de nuestras almas. de otro árbol, y este último traiga de nuevo su origen de otra semilla, pues algunas veces también el árbol se origina del árbol cuando se desgaja un retoño y se planta. Luego la se­ milla procede del árbol, y el árbol de la semilla, y también el árbol del árbol, mas una semilla en modo alguno procede de otra, a no ser que intervenga entre ambas un árbol; pero un árbol puede originarse de otro aunque no medie entre ellos una semilla. Luego, por sucesiones alternas, uno procede de otro y ambos de la tierra, mas la tierra no procede de ellos, porque primero es la tierra, que es la madre de la semilla y del árbol. Acerca de los animales puede dudarse si los gérmenes proceden de los animales o los animales de los gérmenes, mas cualquiera cosa que de éstas sea primero, lo cierto es que ellos proceden de la tierra. 396 C a p ít u l o X X III De qué modo ha creado Dios todas las cosas al mismo tiempo y cómo hasta el presente trabaja 631 44. Nosotros, para no caer en la perversidad de los que siguen estos métodos, seamos de los que la misma Provi­ dencia dirija los pasos por medio de la santa Escritura. Y , por tanto, acerca de estas obras de Dios, intentemos indagar, ayu­ dándonos El, de qué modo creó al mismo tiempo todas las cosas, descansando de todas las cosas que terminó, y cómo trabaja hasta el presente formando las especies en la sucesión de los tiempos. Consideremos la hermosura de un árbol cual­ quiera, en su tronco, en sus ramas, en sus hojas y frutos; esta forma, ciertamente, tal cual es ahora no se formó de repente, sino por el orden que conocemos, pues comenzó por la raíz, la que clavó el primer germen en la tierra y de ella crecieron todas aquellas partes ordenadas y formadas. Por lo tanto, aquel germen procedió de la semilla, luego en la semilla estaban pri­ meramente todas estas cosas, no con masa de magnitud corpo­ ral, sino con virtud y potencia causal, porque aquella corpu­ lencia se ha formado por la fecundidad de la humedad y de la tierra. Mas en el pequeño grano lo más excelente y admira­ ble que hay es aquella fuerza o virtud causal por la que la humedad, juntándose y mezclándose con la tierra com o si fue­ ra material la construcción, se convierte en tal especie de ár­ bol, en el esparcimiento de ramas, en dar verdor y figura a las hojas, en engrosar y formar los frutos y, por fin, en pro­ porcionar a todas las partes de él ordenadísima distribución. 632 Porque qué cosa brota o pende del árbol que no haya sido extraída o tomada de cierto como oculto tesoro de aquella semilla, y esto no obstante que esta semilla proceda de un árbol, aunque este árbol no proceda de otra semilla, sino 6 31 -63 3 B o y e r , La théorie august. des raisons seminales, en Essais... p .1 1 3 . 397 633 45. Mas como en la misma semilla estaban invisi­ blemente y al mismo tiempo todas las cosas, las que en la su­ cesión de los tiempos formarían el árbol, así también se ha de pensar que el mismo mundo, cuando Dios creó todas las cosas al mismo tiempo, haya tenido a la vez todas las cosas que en él y con él fueron hechas al ser hecho el día; no solamente el cielo con el sol, la luna y las estrellas, de los que hasta el presente se conserva la disposición con el movi­ miento circular; y la tierra y los abismos, que están sometidos a movimientos que podríamos llamar inconstantes y que for­ man la otra parte inferior del mundo, sino también aquellos seres que el agua y la tierra potencial y causalmente produ­ jeron antes de que apareciesen en la sucesión de los tiempos, como a nosotros nos son ya conocidos en las obras que Dios hasta el presente trabaja. LIBRO V I C a p ít u l o X Varios modos que tienen de ser las cosas que existen 634 17. De un modo están, pues, los seres en el Verbo de Dios, en el que no son hechos, sino eternos. De otro en los elementos del mundo, en los cuales todas las cosas creadas 633 S o lig n a c , p 270 et O.C., p .6 5 3 , nota <iraisons seminales»; 2 1 : Le double moment de la Sant’Agostino p .7 3 s; G i l s o n , o .c ., com plem. B oyer, 634 V e r i c a t N ú ñ e z , o . c . , p .2 8 6 ; D e S i n e t y , o . c . , p .2 4 8 ; p .1 1 5 .1 2 6 ; G i e s o n , o . c ., p .2 7 0 . “Ugust... B oyer, La théorie 399 San Agustín Tratado sobre la Santísima Trinidad al mismo tiempo están como seres futuros. De otro en las cosas que, según las causas creadas simultáneamente, no se crean ya a la vez, sino que cada uno aparece en su propio tiempo, entre los cuales se encuentra Adán, ya formado del limo de la tierra y animado por el soplo de Dios, así como nació el heno. De otro en las semillas en las que de nuevo vienen com o a repetirse las causas primordiales originadas de las cosas que existieron según las causas que creó Dios prime­ ramente, com o la hierba provino de la tierra y la semilla de la hierba. En todas estas cosas los seres ya hechos recibieron los impulsos y medidas que tendrían en su tiempo, los que aparecieron en formas y naturaleza visibles, procediendo de las ocultas e invisibles razones que están latentes causalmente en la naturaleza; así es com o apareció la hierba sobre la tierra y fue hecho el hombre en alma viviente, y así fueron creados los restantes seres, fueran vegetales o animales, perteneciendo a la operación de Dios por la que hasta el presente obra. Mas estos seres también se llevan, como de nuevo, invisiblemente a sí mismos en cierta oculta virtud generativa, la que extra­ jeron de aquellos primordiales gérmenes de sus causas, en los que estaban incrustadas, al ser creado el mundo cuando fue hecho el día, antes de aparecer en la forma determinada de su propio género. sería la naturaleza espiritual e intelectual, es decir, la unidad angélica, y el mundo, a saber, el cielo y la tierra. Y así, en estas naturalezas anteriormente existentes, creó las razones de los otros seres futuros, no las mismas naturalezas de ellos, pues de otro modo, si ya allí hubieran sido creadas como más tarde habían de existir, ya no serían futuras. Lo cual, si es así, aún no existía naturaleza de alma humana en las cosas creadas; solamente comenzó a existir cuando, soplando Dios, la hizo y la infundió en el hombre. 8. Mas no por esto se zanjó la cuestión. Aún se pre­ gunta: ¿aquella naturaleza que se llama alma, y que antes no existía, la creó de la nada com o si fuese su soplo, hecho no de alguna substancia sometida, sino de la absoluta nada, en el tiempo que Dios quiso soplar, viniendo a ser este soplo el alma del hombre, lo que no decíamos del soplo que hace el alma mediante el cuerpo? ¿O si existía ya algo espiritual, aunque ello no fuera naturaleza de alma, al modo que la na­ turaleza del cuerpo del hombre aún no existía antes de que Dios la hubiera formado del limo o del polvo de la tierra? No era el polvo o el limo la carne humana, pero era algo de donde ella sería hecha, lo que aún no era. 398 T R A T A D O SOBRE L A S A N T IS IM A T R IN ID A D C a p ít u l o V El alma fue hecha de la nada 635 7. Con razón puede preguntarse: ¿Fue hecha de aquello que de ninguna manera existía, es decir, de la nada; o de alguna substancia que antes hubiera sido hecha espiritual­ mente por El, pero que aún no era alma? Si creemos que Dios ahora no crea ya cosa alguna de la nada, después de haber creado todas las cosas al mismo tiempo, y por esto creemos que descansó de todas las obras que terminó, las que incoó para que se hicieran, de modo que todo lo que se hiciese des­ pués lo hiciera de estas cosas, no veo cómo podemos entender que El aún hace almas de la nada. ¿O acaso ha de decirse que en aquellas obras de los seis primeros días, hizo aquel día oculto? Si esto más bien conviene que sea creído, este día 635 B o y e r , La théorie augustin..., en Essais... p.l 18; H i e r o n y m u s a P a r i sris, De unione anintae cum corpore in doctrina D. Augustini: Acta hebdom. august.-thom., p.285. E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, V , Tra­ tado sobre la Santísima Trinidad, primera edición española, introducción y notas de L. A r i a s , O .S.A., 3.a ed. (B A C , Madrid 1968). B i b l i o g . g e n .: A r i a s , o .c .. Introducción p.3-98; Bibliogr. p.99-101; F. C a y r é , Le traité «D e Trinitate», en La contemplation augustinienne (Paris 1927) p.95-102; E. H e n d r i k x , L e date de com position du « D e Trinitate» de Saint Augustin: L ’année théol. Aug. 12 (1952) 305-316; P. M o n t a n a r i , Il pensiero filosofico di Sant’A gostino nel « D e Trinitate»: Sophia 1 (1936) 194-199; M . S c h m a u s , D ie D enkform Augustinus in seinem W erk « D e Trinitate» (München 1962); A . T r a p è , Introducción a O pere di Sant’Agostino : La Trinità (Roma 1973) p .V II-L X IV ; J. H e s s e n , D er augustinische G ottesbew eis historisch und systematisch dargestellt (Miinster 1920); C h . B o y e r , L ’image de la Trinité, synthèse de la pensée augustinienne: Gregor. 27 (1946) 283-299.333-352; L. L e g r a n d , La notion philosophique de la Trinité chez Saint Augustin (Paris 1931); M. G r a b m a n n , D ie Grundgedanken des hi. Augustinus über Seele und G ott in ihrer Gegenwartsbedeutung (K óln 1929, Frankfurt 1968); S. B i o l o , S.J., La coscienza nel « D e Trinitate» di Sant’A gostino (Roma 1969); P. H a d o t , L ’image de la Trinité dans l’âme chez Victorinus et chez Saint Augustin: Stud. Patrist. 6 (1952) 409-442; G . M a s c i a , La teoria della relazione nel «D e Trinitate» di Sant’Agostino (Napoli 1956). LIBRO III C a p ít u l o V III La creación, obra exclusiva de Dios 636 13. N o se ha de creer que la materia de las cosas visibles obedezca a la voluntad de los espíritus prevaricadores, sino a Dios, de quien reciben este poder en la medida que des­ de su trono espiritual y excelso juzga el Inmutable. El agua, el fuego, la tierra, sirven a los criminales condenados a las mi­ nas para que hagan lo que les plazca en cuanto les es permi­ tido. Los ángeles malos en ningún sentido se han de llamar crea­ dores, aun cuando en su nombre hicieran los magos nacer ser­ pientes y ranas, resistiendo al siervo de Dios; pues no las crea­ ron los ángeles. Laten en los elementos cósmicos ocultas como semillas de todas las cosas existentes que nacen a la vida corpo­ ral y visible. Unas son perceptibles a nuestra vista en sus frutos y animales; otras, más misteriosas, son com o semillas de semi­ llas y animales; y así, a la voz del Creador produjo el agua pe­ ces y aves, y la tierra los primeros gérmenes según su especie y los primeros animales según su género. Este poder fecundante no agota la potencia germinativa al producir los seres primeros; es, por lo común, defecto de las condiciones ambientales lo que impide su germinación específica. 637 El diminuto renuevo es com o una semilla, que, plan­ tado en tierra bien dispuesta, se convierte en árbol frondoso. La semilla de este renuevo es un grano aún más diminuto, si bien de la misma especie y perceptible; aunque no podemos ver por vista de los ojos la virtud germinal de este grano, siem­ pre la podemos conjeturar por la razón; pues de no existir en los elementos esta misteriosa virtud, no brotaría en la tierra lo que en ella no se ha sembrado, ni hubieran producido los ma­ res y la tierra una inmensa muchedumbre de seres sin que pre­ cediera unión de macho y hembra, seres que crecen y se pro636-639 Tratado sobre la Santísima Trinidad San Agustín 400 L’idée de vérité... p.122.647-676; C a y r é , Initiation... La contemplation augustinienne p.7-99. Sant’Agostino p.74; I d ., La théorie augustinienne des raisons seminales, en Essais... p. 125.130. 637 A r i a s , o .c ., p.242 nt.g; 243 nt.h; D e S i n e t y , Saint Augustin et le transformisme: Arch. Phil. 7 (1930) 244-272; V e r i c a t N ú ñ e z , La idea de creación en San Agustín: Augustinus 15 (1970) 288. B oyer, p . 137-140; I d ., 636 B o y e r , 401 \ pagan aunque aquellos primeros de quienes traen su origen na­ cieran sin ayuntamiento de padres. Las abejas conciben alma­ cenando con sus bocas las larvas seminales dispersas por el I suelo, prescindiendo de toda cópula. El creador de los gérmenes ! invisibles es el Hacedor de todas las cosas; y cuanto, naciendo, tiene existencia visible, bebe su vida, movimiento y grandeza, ; e incluso la distinción de sus formas, en estas misteriosas ra­ zones seminales, regidas por normas perennes y fijas desde su creación primordial. Y así como no llamamos a los padres creadores de hom­ bres, ni a los labradores creadores de sus mieses, aunque la virtud secreta de Dios utilice el concurso del hombre para crear tales cosas, así tampoco podemos llamar a los ángeles creado­ res, sean buenos o malos, aunque, en virtud de la sutileza de sus cuerpos y la penetración de sus sentidos, conozcan las ra­ zones seminales secretas, por nosotros ignoradas, y concurran a preparar las condiciones temporales de los elementos, favo­ reciendo la germinación de los seres y acelerando su creci­ miento. Pero ni los ángeles buenos pueden hacer esto sin una orden de Dios, ni los malos hacen estas cosas injustamente, sin la justa permisión del Señor. La malicia del impío hace perversa su voluntad; justamente, con todo, recibe dicho poder para castigo propio o ajeno, para condenación de los malos o alabanza de los buenos. 638 14. Pablo, el apóstol, separa la acción íntima y crea­ dora de Dios de las operaciones extrínsecas de la criatura cuan­ do, sirviéndose de un símil agrícola, dice: Y o planté, A polo regó, pero Dios dio el incremento (1 Cor 3,6). En consecuen­ cia, así com o Dios solo es el que puede informar, en la vida, nuestro espíritu mediante su gracia habitual, aunque al exterior puedan los hombres predicar el Evangelio, y de hecho lo pre­ dican los amadores de la verdad, y ocasionalmente los malos, así la creación de las cosas visibles es obra secreta de Dios; y pues todo lo ha creado, usa, com o el agricultor de su here­ dad, de todas las cosas externas según el imperio de su querer, de buenos y malos, hombres, ángeles y animales, distribuyendo a placer apetencias y energías vitales. No podemos, por ende, afirmar que los ángeles malos, evo­ cados por obra de magia, hayan sido los creadores de las ser­ pientes y ranas; como tampoco podemos decir que los hombres 638 G il s o n , Introduction... p .2 7 1 ; V e r ic a t N úñez, o .c ., p .2 8 8 . 402 San Agustín Tratado sobre la Santísima Trinidad perversos sean creadores de sus mieses, aunque al golpe de sus afanes yo las vea crecer. 639 15. Como ni Jacob fue el creador de la policromía en sus rebaños por el hecho de haber colocado varas listadas en los abrevaderos para que a su vista concibieran las madres en celo. Ni tampoco las ovejas son creadoras de los variados colores de sus corderitos por la razón de retener en sus almas las fantasías policromas que surgían al contacto visual de las varas listadas, cosa que no habría podido suceder si el cuerpo no hubiera sido afectado por el principio de vida, hasta ha­ cerle transmitir el color al tierno recental en su embrionaria existencia. Y ora sea mutuo el influjo, ora el alma influya en el cuerpo o éste en el alma, de hecho siempre sucede conforme a las normas de la naturaleza, preexistentes de una manera in­ mutable en la sabiduría increada de Dios, que es irreceptibie en el espacio; y siendo ella inmutable, ordena todas las cosas perecederas, pues nada de esto existiera de no haber sido por ella creado... de la soberbia por nuestros méritos, pues esto nos apartaría (aún más de Dios y nos haría desfallecer en nuestra pretendida fortaleza. Actúa Dios en nosotros para que su fortaleza sea bausa de nuestro progreso y en la pequeñez de nuestra humil­ dad se perfeccione la virtud de la caridad. Esto es lo que se (significa en el Salmo, donde se dice: Una lluvia de dones líopías, ¡oh Dios!, sobre tu heredad; y cuando ésta desfallecía, (tí la recreabas (Sal 67,10). Lluvia abundosa es su gracia, no adquirida por nuestros méritos, sino otorgada gratuitamente, como lo indica la misma palabra gracia; y nos la dio no porque éramos dignos, sino porque quiso. Conociendo esta verdad, no confiaremos en nosotros, y esto es desfallecer. El Señor nos fortalece, según fue al apóstol Pablo anunciado: Bástate mi gracia, pues la virtud se perfecciona en la enfermedad (2 Cor 12,9). Era menester probar al hombre cuánto nos amó Dios, y cuáles éramos cuando nos amó: cuánto, para que no desespe­ remos; cuáles, para humillar nuestro orgullo... LIBRO V LIBRO IV C a p ít u l o C a p ít u l o I 640 2. Aunque desterrados del gozo inconmutable, no estamos separados o fuera de su órbita, y de ahí el buscar en estas cosas mudables y temporales la eternidad, la verdad y la dicha; pues nadie ansia la muerte, el error, la inquietud. Por esto, la bondad divina, condescendiente con las necesidades de nuestro destierro, nos envía sus apariciones, com o avisándonos que no se encuentra aquí abajo lo que buscamos, sino que por estas cosas hemos de volver al principio de donde venimos, pues si no tuviéramos allí nuestro centro, no buscaríamos aquí estas cosas. Ante todo se nos debía convencer del gran amor que Dios nos tiene, para no dejarnos prender en la desesperación sin atrevernos a subir hasta él. Convenía fuera puesto en eviden­ cia cuáles éramos cuando nos amó, a fin de no sentir el tumor 639 A P a r is iis , o .c ., p .2 4 4 n t.i; B o y e r , L’idée de vérité... p .6 4 .1 2 1 ; H De unione animae cum corpore ín doctrina S. Augustini: Acta r ia s , ie r o n . 641 3. Dios es, sin duda, sustancia, y si el nombre es más propio, esencia; en griego ousía. Sabiduría viene del verbo saber; ciencia, del verbo scire, y esencia, de ser. Y ¿quién con más propiedad es que aquel que dijo a su siervo Moisés: Yo soy el que soy; dirás a los hijos de Israel: El que es me envía a vosotros? (Ex 3,14). Todas las demás sustancias o esencias son susceptibles de accidentes, y cualquier mutación, grande o pequeña, se realiza con su concurso; pero en Dios no cabe hablar de accidentes; y, por ende, sólo existe una sustancia o esencia inconmutable, que es Dios, a quien con suma verdad conviene el ser, de don­ de se deriva la palabra esencia. Todo cuanto se muda no con­ serva el ser; y cuanto es susceptible de mutación, aunque no varíe, puede ser lo que antes no era; y, en consecuencia, sólo aquel que no cambia ni puede cambiar es, sin escrúpulo, ver­ daderamente el Ser. a hebdom. 641 A r ia s , o .c G u n dersdorf von G il s o n , o . c ., p .2 8 8 ; P egueroles, o .c ., II Sólo Dios es esencia inmutable El conocimiento de nuestra miseria, escuela de perfección. Cristo, luz en las tinieblas august.-thom ., p.282s. 6 4 0 A r i a s , o .c ., p .2 6 8 n t.t; 403 p.139. (trad. por J. ., B oyer, Sant’Agostillo p .5 6 ; G il s o n , o .c ., p .2 8 ; La simplicidad de Dios en el pensamiento agustiniano Augostinus 19 (1 9 7 4 ) 4 6 .5 0 .5 1 . p .326 n t.b ; J ess, O ro z ): Tratado sobre la Santísima Trinidad San Agustín 404 C a p ít u l o IV 405 reconocer la indigencia extremada de nuestro lenguaje. Deci­ mos tres personas para no guardar silencio, no para decir lo que es la Trinidad. ha mutación es a todo accidente esencial 642 5. Se suele llamar accidente a todo cuanto una cosa puede adquirir o perder por mutación. Cierto que existen acci­ dentes inseparables, denominados en griego «pipiara, como es el color negro a la pluma del cuervo; no obstante, puede per­ der el color, no en cuanto pluma, sino porque no siempre es pluma. La materia es por naturaleza mudable, y al dejar de existir este animal o aquella pluma, todo su ser se muda y con­ vierte en terreno elemento, y entonces se desvanece también su color. El accidente separable puede perder su existencia, no por separación, sino por mutación. Así, por ejemplo, la negrura en los cabellos del hombre, pues mientras existan cabellos existe la posibilidad de encanecer, y, por consiguiente, dicho acciden­ te es separable. Mas observemos con atención cuidadosa y ve­ remos que no es por separación, com o si emigrase algo de la cabeza que empieza a blanquear, y el color negro, al venir la blancura, se retire a cierto lugar, sino que es sólo la cualidad del color lo que cambia. C a p ít u l o IX Impropiedad e indigencia del humano lenguaje 643 Mas como en nuestra habla corriente se toma en el mismo sentido la palabra esencia y la de sustancia, por eso no nos atrevemos a decir una esencia y tres sustancias, sino que decimos una esencia o sustancia y tres personas. Así dijeron nuestros latinos, y dignos son de todo crédito, al tratar de es­ tas cuestiones, los cuales no encontraron en su léxico palabras más apropiadas para expresar lo que ellos sin palabras enten­ dían. En efecto, pues el Padre no es el H ijo, y el H ijo no es el Padre, y el Espíritu Santo, llamado Don de Dios, no es ni el Padre ni el H ijo, luego son ciertamente tres. Por eso se dijo en plural: Y o y el Padre somos uno (Jn 10,30). No dijo, como pretenden los sabelianos, «es uno», sino somos uno. Sin em­ bargo, cuando se nos pregunta qué son estos tres, tenemos que 643 A r i a s , o .c ., p .3 5 9 n t . j . LIBRO V III C a p ít u l o III Dios, Bien supremo. El alma es buena cuando se convierte a Dios 644 4 . Mira de nuevo, si puedes. Ciertamente no amas sino lo bueno, pues buena es la tierra con las cresterías de sus montañas, y el tempero de sus alcores, y las llanuras de sus campiñas; buena la amena y fértil heredad, buena la casa con simetría en sus estancias, amplia y bañada de luz; buenos los animales, seres vivientes; bueno el aire salobre y templado, buena la sana y sabrosa vianda, buena la salud, sin dolores ni fatigas; buena la faz del hombre de líneas regulares, ilumina­ da por suave sonrisa y vivos colores; buena el alma del amigo por la dulzura de su corazón y la fidelidad de su amor; bueno el varón justo, buenas las riquezas, instrumento de vida fácil; bueno el cielo con su sol, su luna y sus estrellas; buenos los ángeles con su santa obediencia; bueno el humano lenguaje, lleno de una dulce enseñanza y sabias advertencias para el que escucha; buena la poesía, armoniosa en sus números y grave en sus sentencias. 645 ¿Qué más? Bueno es esto y aquello; prescinde de los determinativos esto o aquello y contempla el Bien puro, si puedes; entonces verás a Dios, Bien imparticipado, Bien de todo bien. Y en todos estos bienes que enumeré y otros mil que se pueden ver o imaginar, no podemos decir, ni juzgamos según verdad, que uno es mejor que otro, si no tenemos im644-647 K o w a l c z y k , L'argument idéologique de la vérité de Saint Augustin: G iorn. di met. 23 (1968) 5 9 9 ; C a y r é , Imitation... p .1 3 8 . 644 K c w a l c z y k , L’argument axiologique dans la philosophie de Dieu de Saint Augustin: Est. agust. (1 9 7 0 ) p .5 3 .5 5 .5 6 ; J o l i v e t , La doctrine augustin. de l’illumination... p .7 5 ; C a p á n a g a , El hombre-abismo... p .2 3 2 ; Sant’Agostino p.113; C a y r é , Initiation... p .189; Id ., La contemplation augustinienne p .9 9 .1 0 0 . 101.174; Id ., Contemplation et raison d’après Saint Augustin: Mélang. augustin. P-41; P e g u e r o l e s , o .c ., p .54. 645 A r i a s , o .c ., p .412 n t.b ; plation augustinienne... p. 1 74; l’acception de Saint Augustin: C ayré, K Initiation... p .1 8 9 ; Id ., La contem­ La métaphysique du bien selon 8 (1973 ) 43-4 4 . o w alczy k , E st. agust. San Agustín Tratado sobre la Santísima Trinidad presa en nosotros la idea del bien, según el cual declaramos buena una cosa y la preferimos a otra. Dios se ha de amar, pero no com o se ama este o aquel bien, sino com o se ama el Bien mismo. Busquemos el bien del alma, no el bien que aletea al juzgar, sino el Bien al cual se adhiere el amor. Y ¿qué bien es éste, sino D ios? N o es buena el alma, ni el ángel, ni el cielo; sólo el Bien es bueno. Así, quizá se comprenda con más facilidad lo que intento decir. Cuando, por ejemplo, oigo hablar de un alma buena, oigo dos palabras, y por estas palabras entiendo dos cosas: el alma y su bondad. Nada hizo el alma para ser alma, pues ca­ recía de existencia para poder actuar en su ser; mas para que el alma sea buena es necesaria la acción positiva de la volun­ tad. Y esto no porque el alma no sea algo bueno; de otra manera, ¿cómo podría decirse con toda certeza que es mejor que el cuerpo?; pero aún no es buena el alma si le falta la acción de la voluntad para hacerse mejor. Y si rehúsa el actuar, se la culpa con justicia, y de ella se dice rectamente que no es un alma buena. Se diferencia de la que obra bien, y pues ésta es digna de elogio, la que así no obra es vituperable. Mas, cuando actúa con intención de hacerse buena, no alcanza­ rá su propósito de no dirigir sus afanes hacia una meta que no sea ella. Y ¿hacia quién dirigir sus actividades en anhelos de bondad, sino hacia el Bien que ama, ansia y consigue? Y si se aleja otra vez y malea por el hecho de distanciarse del bien, de no permanecer el bien en ella, del que se aleja, no tendría a quien convertirse de nuevo si enmendarse quisiera. versión al Bien inconmutable; el alma, repito, cuando nos agrada hasta preferirla a esta luz corpórea, si bien lo medita­ mos, no nos agrada en sí misma, sino por el primor del arte con que fue creada. Se elogia su creación allí donde se ve el ideal de su existencia. Esta es la Verdad y el Bien puro: no hay aquí sino el bien, y, por consiguiente, el Bien sumo. El bien sólo es susceptible de aumento o disminución cuando es bien de otro bien. El alma, para ser buena, se convierte al Bien de quien re­ cibe el ser alma. Y es entonces cuando a la naturaleza se acom­ pasa la voluntad para que el alma se perfeccione en el bien, y se ama este bien mediante la conversión de la voluntad, bien de donde brota todo bien, que ni por la aversión de la volun­ tad es posible perder. En apartándose el alma del Bien sumo, deja de ser buena, pero no deja de ser alma; y esto es ya un bien muy superior al cuerpo; la voluntad puede perder lo que con la voluntad se adquiere. El alma, con anhelos de conver­ tirse a Aquel de quien recibe el ser, ya existía, porque el que quiere existir antes de tener existencia no existe. Y éste es nuestro bien, y a su resplandor vemos si debiera existir o no cuanto comprendemos que debe o debió existir; y donde ve­ mos también que no es posible la existencia si no debe existir, aunque no comprendamos su m odo existencial. Y dicho Bien no se encuentra lejos de cada uno de nosotros: En El vivimos, nos movemos y somos (Act 17,27.28). 406 407 LIBRO IX 646 5. Por tanto, no existirían bienes caducos de no existir un Bien inconmutable. Cuando oyes ponderar este o aquel bien, aunque en otras circunstancias pudiera no ser bue­ no, si puedes contemplar, al margen del bien participado, el Bien de donde trae el bien su bondad, y además puedes con­ templar el Bien cuando oyes hablar de este o el otro bien; si puedes, digo, prescindiendo de estos bienes participados, son­ dear el Bien en sí mismo, entonces verás a Dios. Y si por amor a El te adhirieras, serías al instante feliz. ¡Qué vergüenza, amar las cosas porque son buenas y ape­ garse a ellas y no amar el Bien que las hace buenas! El alma, por el hecho de ser alma, antes aún de ser buena por la con646 A r i a s , o .c ., p.413 nt.c; B o y e r , L’idée de vérité... p.64.77.228; M o r a n , Síntesis del pensamiento agustiniano: Augustinus 5 (1960) 237; B o y e r , L’idée de vérité... p.64.77; K o w a l c z y k , L’argument axiologique: Est. august. (1970) p.57.58. C a p ít u l o III La imagen de la Trinidad en la mente que se conoce y ama. Conocimiento del alma por el alma 647 -3. La mente no puede amarse si no se conoce; por­ que ¿cóm o ama lo que ignora? Hablaría a tontas el que afir­ mase que la mente, en virtud de cierta analogía general o es­ pecífica, cree que es tal com o por experiencia sabe que son 647-678 C a y r é , Initiation... p.138. 647 A r i a s , o .c ., p.443 nt.c; C a y r é , La contemplation augustinienne p.193; B o y e r , L’idée de vérité... p.165.212; G i l s o n , o .c ., p.102; R o m e y e r , Trois pro­ blèmes...: Arch. Phil. 7 (1930) cah.2 p.224; J o l i v e t , La doctrine augustin. de l’illumin. p.118 nt.2 p,125s.l30. 647-657 J. R a c e t t e , Le livre neuvième du «De Trinitate» de Saint Augustin: Sc. Eccl. 8 (1956) 39-57. San Agustín Tratado sobre la Santísima Trinidad las otras, y por eso se ama a sí misma. ¿Cómo puede la mente conocer otra mente si se ignora a sí misma? N o se diga que la mente se ignora a sí misma y conoce a las demás, como ve el ojo del ,cuerpo los ojos de los demás, pero no puede verse a sí mismo. Con los ojos del cuerpo vemos los cuerpos. Los rayos que ellos emiten, y que tocan cuanto vemos, no pode­ mos hacerlos refractar y rebotar sobre ellos mismos si no es cuando miramos un espejo. Cuestión esta muy sutil y oscura, mientras no se demuestre con toda claridad que la realidad es o no como pensamos. Pero de cualquier modo que se haya la potencia visiva, ora sea irradiación, ora otra cosa diversa, no la podemos ver con la vista, sino que la debemos buscar con la mente, y, si es posible, con la mente llegaremos a comprenderla. Percibe la mente, me­ diante los sentidos del cuerpo, las sensaciones de los objetos materiales, y por sí misma los incorpóreos. En consecuencia, se conoce a sí misma por sí misma, pues es inmaterial. Porque, si no se conoce, no se ama. si es más excelente, entonces la naturaleza que conoce es supe­ rior a la naturaleza conocida; así es superior el conocimiento de un cuerpo al cuerpo mismo, objeto de dicho conocimiento. El conocimiento es una especie de vida en la mente del que cono­ ce- el cuerpo no es vida; y una vida cualquiera es siempre su­ perior al cuerpo, no en mole, sino en virtud. Pero la mente, cuando se conoce, no es superior a su conocimiento, pues ella conoce y se conoce. Y cuando se conoce toda y ninguna otra cosa con ella, su conocimiento es igual a ella, pues cuando se conoce, su conocimiento no lo saca de otra naturaleza; y cuan­ do totalmente se conoce y ninguna otra cosa percibe, no es ni mayor ni menor. Con razón, pues, dijimos que estas tres cosas, cuando no son perfectas, son, en consecuencia, iguales. 408 C a p ít u l o IV Tres cosas iguales que son unidad: la mente, su conocimiento y el amor. Estas tres cosas son sustancia y dicen relación. Las tres son inseparables y las tres son, sin trabazón ni mezcla, una sustancia y también términos relativos 648 4. Cuando la mente se ama existen dos cosas, la mente y su amor, y cuando la mente se conoce hay también dos realidades, la mente y su noticia. Luego la mente, su amor y su conocimiento son com o tres cosas, y las tres son unidad; y si son perfectas, son iguales. Si la mente no se ama en toda la ex­ tensión de su ser: por ejemplo, si el alma humana se ama como se ha de amar el cuerpo, siendo ella superior al cuerpo, peca, y su amor no es perfecto. Y si se ama más allá de las fronteras del ser, es decir, si se ama com o sólo Dios ha de amarse, siendo ella infinitamente inferior a Dios, peca en exceso y no se ama con amor de perfección. Y su malicia y perversidad es completa si ama a su cuerpo com o sólo a Dios se ha de amar. Asimismo, si el conocimiento es inferior al objeto conocido, cuando éste es plenamente cognoscible, no es perfecto. Empero, 648 L ope p.489. C A r ia s o . c ., il l e r u e l o , p.444 nt.d; B o y e r , Sant’Agostino p.150; G i l s o n , o .c ., p.292; La « memoria Dei» según San Agustín: Augustinus magister 409 649 5. Y si somos capaces de verlas, nos damos al mis­ mo tiempo cuenta de que estas cosas existen en el alma y , cual si ovilladas estuviesen, se desenvuelven y se dejan percibir y nu­ merar, no com o accidentes de un sujeto, com o el calor y la fi­ gura en los cuerpos, ni com o la cualidad o cantidad, sino de una manera sustancial y , por decirlo así, esencialmente. T odo accidente no excede en extensión al sujeto en que radica. El color y la figura de un cuerpo determinado no puede ser el co­ lor y la figura de aquel otro cuerpo. Pero la mente puede amar otras cosas fuera de sí con el mismo amor con que se ama a sí misma. Y , del mismo modo, la mente no se conoce solamente a sí misma, sino otras muchas cosas. Luego el amor y el conocimiento no radican en la mente como en un sujeto, sino que son, al parigual de la mente, sus­ tancia; pues, aunque tengan un sentido de mutua relación, en sí son sustancia. Porque esta relación no es com o la del color respecto del cuerpo colorado, pues el color está en el cuerpo como en propio sujeto y no tiene en sí subsistencia, porque sus­ tancia es el cuerpo colorado, pero el color está en una sus­ tancia. Mas nuestra habitud es como la que existe entre dos amigos, que son dos hombres y, en consecuencia, dos sustancias. En cuanto hombres, no indican relación, sí en cuanto amigos. 650 6. Pero aunque sustancia es el que ama y conoce, sustancia es la ciencia, sustancia el amor; mas el amante y el 649 A r i a s , o .c ., p .445 nt.e; L o p e C i l l e r u e l o , o .c ., p .5 0 6 ; tino p.150; G i l s o n , o .c ., p .2 9 2 ; S c i a c c a , San Agustín p.528; El programa vital de San Agustín: Est. agust. (1970) p.585. 650 G i l s o n , o .c ., p.291. B o y e r , Sant’Agos­ D ía z de T u e st a , 410 Tratado sobre la Santísima Trinidad San Agustín amor, el sabio y la ciencia, entrañan, com o el amigo, mutua habitud; la mente o el espíritu no son términos relativos, com o tampoco lo son los hombres; con todo, el que ama y su amor, el que conoce y su ciencia, no pueden existir separados, sí los amigos. Mas, aunque los amigos puedan estar distan­ ciados físicamente, no parece puedan estarlo en el alma, en cuanto amigos. No obstante, es posible que el amigo empiece a odiar al amigo, y desde este momento deja de ser amigo, aunque el otro lo ignore y siga profesándole amor. Pero si el amor con que el alma se ama deja de existir, cesa el alma de amar; como cesa el conocimiento por el que conoce si cesa el alma de conocerse. Un ejemplo: la cabeza es cabeza de algún ser cabezudo, y, aunque sustancias, dicen entre sí relación, pues cuerpo es la cabeza y el ser con cabeza, y de no existir la cabeza, tampoco el ser con cabeza; pero, mediante un simple tajo, puede la cabeza separarse del cuerpo; en el alma esto es imposible. 652 Mas no veo cómo aquellas tres realidades no sean de una misma sustancia, sobre todo cuando la mente se co­ noce y se ama, y se compenetran de tal suerte estas tres cosas que el alma no es conocida ni amada por otro. Luego es necesario que estas tres cosas sean de una misma sustan­ cia; pues de existir en mezcla informe, no serían ya tres ni podrían relacionarse entre sí. Es com o si de un mismo pan de oro haces tres sortijas semejantes y entrelazadas: dicen siempre mutua habitud, pues se asemejan, y lo semejante es semejante a alguna cosa; existe en este caso una trinidad de sortijas y un pan de oro. Pero si se las somete afus y cada anillo se mezcla y confunde con la masa total,per la trinidad y no puede ya subsistir. Se podrá entonceshab de la unidad del oro, pero no de una trinidad áurea, com o en el ejemplo de las tres sortijas. C a p ít u l o 651 7. Y si se trata de cuerpos no divisibles ni seccionables, con todo, si no constasen de partes, no serían cuer­ pos. La parte dice relación al todo; porque toda parte es parte de algún todo, y el todo lo es con todas sus partes. Pero, como la parte y el todo son cuerpos, tienen no sólo valor relativo, sino también sustancial. ¿Acaso es el alma el todo, y sus cuasi partes el amorcon que se ama y la ciencia con que se conoce, de cuyas dos partes se compone aquel todo? ¿O son tres partes iguales las que completan el todo? La parte nunca puede abrazar el todo cuya es parte; la mente, empero, cuando se conoce toda, esto es, cuando se conoce perfectamente, su conocimiento es total, y cuando se ama con amor de perfección, totalmente se ama. ¿Hemos en­ tonces de razonar, cuando se trata de estas tres realidades: mente, conocimiento y amor, como se razona de una bebida compuesta de vino, agua y miel, bebida en la que cada uno de sus componentes se extiende por toda la masa y, sin em­ bargo, son tres, pues la parte más diminuta de esta poción contiene estos tres elementos, y no superpuestos cual si fue­ ra agua y aceite, sino mezclados, y los tres son sustancias, y todo el líquido aquel una sustancia compuesta de tres? Pero el vino, el agua y la miel no son de una misma naturaleza, aunque de su mezcolanza resulte una sustancia potable. V Inmanencia y circumincesión de las tres facultades 653 8. Mas, cuando la mente se conoce y se ama, sub­ siste la trinidad— mente, noticia y amor— en aquellas tres rea­ lidades, y esto sin mezcla ni confusión. Y si bien cada una tie­ ne en sí subsistencia, mutuamente todas se hallan en todas, ya una en dos, ya dos en una. Y , en consecuencia, todas en todas. La mente está ciertamente en sí, pues se dice mente con relación a sí misma; pero com o cognoscente, conocida o cog­ noscible, dice relación a su noticia, y con referencia al amor con que se ama se la dice amable o amada y amante. Y la noticia, aunque se refiera a la mente que conoce y es cono­ cida, no obstante, con relación a sí misma se la puede llamar cognoscente y conocida; no puede ser ignorada la noticia por la que se conoce la mente. Y el amor, aunque se refiera a la mente que ama y cuyo es el amor, sin embargo, es amor para sí con subsistencia propia; pues se ama el amor, y el amor sólo puede ser amado por el amor, es decir, por sí mismo. Y así, cada una de estas tres realidades existe en sí misma. Y están recíprocamente unas en otras: la mente que ama o .c ., p .448 n t.f; V e r i c a t N ú ñ e z , La Augustinus 15 (1970) 2 99-300 . 653 G il s o n , o .c ., p .2 9 0 : Lope C i l l e r u e l o , ¿Quién (1973) 4 22. 652 A r i a s , 651-652 G il s o n , o .c ., p .2 9 0 . 651 S ciacca, Trinité et unité P ía z d e T u e s t a , o .c ., p .5 8 5 , 411 idea de creación según San Agustín: de l’esprit: Augustinus magister p .52 6 -5 2 7 ; es Dios?: E st. agust. 8 San Agustín Tratado sobre la Santísima Trinidad está en su amor; el amor, en la noticia del que ama, y el co­ nocimiento, en el alma que conoce. Luego es manifiesto que una cosa es ver en sí lo que otro no ve y ha de creerlo sobre la palabra del que habla, y otra contemplarlo en la misma verdad, lo que también puede ver un tercero: lo primero puede cambiar en el tiempo, ésta es inmutable y eterna. No es viendo con los ojos del cuerpo una muchedumbre de mentes com o nos formamos, por ana­ logía, un concepto general o concreto de la mente humana, sino contemplando la verdad indeficiente, según la cual defi­ nimos, en cuanto es posible, no lo que es la mente de cada hombre, sino lo que debe ser en las razones eternas. 412 654 Cada una está en las otras dos. La mente que se conoce y ama está en su amor y noticia; el amor de la mente que se conoce y ama está en su mente y en su noticia; y la noticia de la mente que se ama y conoce está en su mente y en su amor, porque se ama cognoscente y se conoce amante. Y así hay dos en cada una, pues la mente que se conoce y ama está con su noticia en el amor, y con su amor, en su noticia; el amor y la noticia están simultáneamente en la mente que se conoce y ama. Poco ha hemos visto cómo está toda en todas cuando la mente se ama toda, se conoce toda y conoce todo su amor, y ama toda su noticia cuando estas tres realidades son perfec­ tas con relación a sí mismas. Y las tres son de un modo ma­ ravilloso inseparables entre sí, y, no obstante, cada una de ellas es sustancia, y todas juntas una sustancia o esencia, si bien mutuamente son algo relativo. C a p ít u l o VI Conocimiento de las cosas en sí mismas y en la eterna verdad. D e las cosas corpóreas se ha de juzgar según la regla de la verdad eterna 655 9. Cuando la mente humana se conoce y se ama, no conoce ni ama algo inconmutable: todo hombre, atento a lo que en su interior experimenta, expresa de una manera su mente al hablar y de otra muy diferente define lo que es la mente, sirviéndose de un conocimiento general o específico. Y así, cuando uno me habla de su propia mente y me dice que comprende o no comprende esto o aquello, o que quiere o no quiere esto o lo otro, le creo; mas cuando de una ma­ nera general o específica dice la verdad acerca de la mente humana, reconozco y apruebo. 654 A r ia s , o .c ., p.449 nt.g; S c ia c c a , San Agustín p.427ss; R om eyer, Trois problèmes... p.223. 655-657 R o m e y e r , Trois problèmes de philosophie... p.223-224. 655 A r i a s , o . c . , p.450 nt.h; B o y e r , Sant Agostino p.45; I d . , L ’idée de vérité... p.165.166.182; C a y r é , Initiation... p.234; G i l s o n , o . c . , 118.120.129; X i b e r t a , De abstractione apud S. Augustinum: Acta hebdom. august.-thom. p.326; D í a z d e T u e s t a , o . c . , p.590; L o p e C i l l e r u e l o , La «memoria D ei» según San Agustín: Augustinus magister I p.505; V e r i c a t N ú ñ e z , La idea de creación según San Agustín: Augustinus 15 (1970) 386. 413 656 10, Cuanto a las imágenes de las cosas materiales percibidas por los sentidos del cuerpo y grabadas en cierto modo en la memoria y en su medio, nos representamos como> en fingida imagen las cosas no vistas, ora muy diferentes de: como son, ora por pura casualidad, com o son¿ al aprobarlas, o rechazarlas en nuestro interior, obramos conforme a unas: normas superiores a nuestra mente e inmutables, siempre que nuestro juicio sea, en su aprobación o crítica, recto. Así, cuan­ do pienso en las murallas de Cartago, que vi, o imagino las; de Alejandría, que no vi, doy racionalmente preferencia a unas normas imaginadas sobre otras; pero es en las alturas donde brilla y se afirma el juicio de la verdad y le dan fir­ meza las leyes incorruptibles de su derecho; y aunque una nube de imágenes materiales logre a veces velar su silueta, jamás podrá oscurecerla y confundirla. 657 11. Mas interesa saber si, envuelto yo en esa ca­ lígine o bajo su oscuridad, estoy privado de la vista del cielo sereno, o, cual suele acaecer en la cima elevada de una mon­ taña, como suspendido entre el firmamento y los cirrus, gozo del aire puro y contemplo en lo alto plácida luz y bajo mis pies densas tinieblas. ¿Por ventura no siento inflamarse en mí la llama del amor fraterno cuando oigo que algún varón sufrió atroces tormentos por sostener la belleza y solidez de su fe? Y si con el índice se me señala este varón, anhelo unirme a él, trabar con él amis­ tad, darle a conocer. Y si la ocasión se me brinda propicia, me aproximo, le hablo, converso con él y le expreso como puedo mi afecto y ansio vivamente que él se aficione a mi trato y me lo haga saber; y me esfuerzo, no pudiendo al pron656 A r ia s , o .c ., p.451 nt.i; G il s o n , o .c ., p.120; D ía z de T u esta oc P-591. 657 B o y e r , K o m e y e r , Trois L ’idée de V érité... p.177; G problèmes... p.222; X i b e r t a , ils o n , o .c ., o .c ., p.323. p.117 nt.2; p.129;: 415 San Agustín Tratado sobre la Santísima Trinidad to leer en su interior, unirme a él en un amplexo espiritual por fe. Amo, con casto y fraternal amor, al varón fiel y va­ liente. cuerpos, y otra intuir, por encima de la mirada de la mente, mediante la visión de la pura inteligencia, las razones y el 414 658 Mas si en el curso de nuestra charla me confiesa, o imprudentemente de otro modo cualquiera lo indica, y me da a conocer que siente de Dios cosas indignas o que busca en El algún bien carnal, y por sostener su error, o con miras de lucro o bien llevado de estéril ambición de humana ala­ banza, sufrió tan acerbos tormentos, al instante el amor que me impulsaba hacia él, ofendido y como rechazado, se retira del hombre indigno y permanece en aquella forma que me lo hizo, cuando lo creía digno, amable. A no ser que aún le ame para que sea tal cual he comprobado que no es. En nuestro hombre nada ha cambiado, pero puede aún cambiar v hacerse lo que yo creí que era ya; en mi mente ha cam­ biado el aprecio, pues antes era de diferente manera que ahora. El mismo amor se ha desviado del anhelo del gozo al deseo de serle útil, bajo el imperio de la justicia inconmuta­ ble y excelsa. Es el ideal de la firme e inconcusa verdad, que me hacía gozar del hombre que bueno creía y que al pre­ sente me excita el deseo de que lo sea, el que baña de eter­ nidad serena con la luz de la razón incorruptible y pura la mirada de mi alma y la nube de imágenes que allá abajo con­ templo cuando pienso en el hombre que vi. Y otro tanto su­ cede cuando evoco en mi ánimo la imagen de un arco bella y uniformemente curvado que vi, pinto el caso, en Cartago: el objeto material es transmitido a la mente por los ojos y trasegado a la memoria para suscitar luego una representación imaginaria. 659 Mas lo que mi mente contempla y, según esta vi­ sión, apruebo su belleza o corrijo lo que me desagrada, es muy otra. Y así juzgamos de estas cosas corpóreas según la verdad eterna que percibe la intuición de la mente racional. Estas formas, si están presentes, las percibimos por el senti­ do del cuerpo; de las ausentes recordamos sus imágenes ar­ chivadas en la memoria, o, según la ley de las semejanzas, las fingimos tales como nosotros las crearíamos en la realidad si tuviéramos medios y voluntad. Una cosa es fingir en el ánimo las imágenes de los cuerpos o ver con el cuerpo los 6 5 9 V e r ic a t N u ñ ez, La idea de creación,..'. Augustinus 15 (1970) 2 95; G i l s o n , o .c ., p .1 1 7 n t.2; p .1 1 9 ; Lope C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: E st. agust. 8 (1973) 4 2 1 .4 2 8 ; P e g u e r o l e s , o .c ., p .21. arte inefablemente bello de tales imágenes. C a p ít u l o V II Concebimos y engendramos interiormente un verbo al con­ templar las cosas en la eterna Verdad 660 12. Con la mirada del alma vemos en esta eterna Verdad, por la que han sido creadas todas las cosas tempora­ les, una forma que es modelo de nuestra existencia y de cuan­ to en nosotros o en los cuerpos obramos, al actuar según la verdadera y recta razón: por ella concebimos una noticia ver­ dadera de las cosas, que es com o verbo engendrado en nues­ tro interior al hablar, y que al nacer no se aleja de nosotros. Y cuando dirigimos la palabra a otros, añadimos a nues­ tro verbo interior el ministerio de la voz o algún otro signo sensible, a fin de producir en el alma del que escucha, me­ diante un recuerdo material, algo muy semejante a lo que en el alma del locutor permanece. Así nada hacemos por los miembros del cuerpo, ni en palabras ni en obras, al apro­ bar o reprender la conducta moral de los hombres, sin que se anticipe en nuestro interior el verbo secreto. Nadie que­ riendo hace algo sin antes hablarlo en su corazón. C a p ít u l o V III Eros y amor 661 13. Este verbo es engendrado o por el amor de la criatura o del Creador; esto es, o de la naturaleza caduca o de la verdad inmutable. Luego, o por la concupiscencia o por la caridad. Y no es que no haya de amarse la criatura: cuando este amor va flechado al Creador, no es concupiscen­ cia, sino caridad. Es, sí, concupiscencia cuando se ama la cria­ tura por la criatura. En este caso es útil al que no usa de ella; pero corrompe al que en ella se adelicia. La criatura 660 G i l s o n , o.c., p.110.119.295; L o p e C i l l e r u e l o , La « memoria Dei» según San Agustín: Augustinus magister, I p.506. 661 A r i a s , o.c., p.455 nt.j; T. M a n f e r d i n i , Pluralidad según San Agustín: Augustinus 19 (1974) 160.161.169; K o w a l c z y k , La conception de l’homme chei, Saint Au^ustin: Giorn. di met. 27 (1972) 210. San Agustín Tratado sobre la Santísima Trinidad o es igual o inferior a nosotros. De la inferior se ha de usar para Dios; de la igual hemos de disfrutar, pero en Dios. No te complazcas en ti mismo, sino en aquel que te hizo; y lo mismo has de practicar con aquel a quien amas como te amas a ti. Gocemos, pues, de nosotros mismos y de los hermanos, pero en el Señor, y no osemos nunca abandonarnos a nosotros mismos ni extender nuestros deseos hacia los bie­ nes de la tierra. Florece la palabra cuando agrada la idea, e inclina al pe­ cado o al bien. Es el amor un abrazo entre la palabra y la mente que la engendra, y a ellas se une com o tercer elemento un amplexo incorpóreo, sin confusión alguna. 663 De aquí se deduce que cuando el alma se conoce y aprueba su ciencia, entonces su noticia es su palabra, y es en absoluto igual e idéntico a ella; porque la noticia no es de esencia inferior, como el cuerpo, ni de esencia más noble, como Dios. Y pues toda noticia ofrece cierta semejanza con el objeto de quien ella es noticia, ésta es perfecta e igual a la mente que conoce y es conocida. En consecuencia, es ima­ gen y es palabra, pues es su expresión cuando se iguala a ella por el conocimiento, y lo engendrado es igual al que en­ gendra. 4 1 6 C a p ít u l o X I La imagen en un alma que se conoce 662 12. Mas toda noticia es, según la especie, seme­ jante al objeto que se conoce, Existe, además, una noticia, según la privación, que expresamos al desaprobar una cosa. Y esta repulsa de la privación es un elogio de la idea, y por eso se alaba. Tiene el alma una cierta semejanza con la espe­ cie conocida, ora le agrade, ora le ofenda su privación. Por lo cual, en cuanto conocemos a Dios, nos hacemos a El semejantes, pero no con semejanza de igualdad, porque no le conocemos com o El se conoce. Y cuando mediante los sentidos del cuerpo conocemos los objetos corpóreos, se for­ ma en nuestra alma una cierta semejanza de estos cuerpos, que es imagen de la memoria; pero no entran en el alma los cuerpos cuando en ellos pensamos, sino sus imágenes. Es, por consiguiente, un error tomar el objeto por la imagen, pues error es aprobar una cosa por otra; con todo, la imagen de un cuerpo cualquiera en el alma es mejor que la especie corpórea, en cuanto existe en una naturaleza más noble, por existir en una existencia vital, que es el alma. Así, cuando conocemos a Dios nos hacemos mejores que éramos antes de conocerlo, sobre todo cuando el objeto placentero y amado se hace palabra y la noticia se hace cierta semejanza con Dios. No obstante, es inferior, pues su naturaleza es más vil; el alma siempre es criatura, y Dios, Creador. 6 6 2 G i l s o n , o . c . , p .2 9 5 ; S c i a c c a , p ,1 6 0 s s ; D ÍA Z PE T u e s t a , El programa p .6 0 6 . San Agustín p .5 2 9 ; M a n f e r d i n i , o . c ., vital de San Agustín: Est. agust. (1 9 7 0 ) C a p ít u l o 417 X II Por qué la noticia del alma es su prole y no es su parto el amor. Solución del problema. La mente, su noticia y su amor, imagen de la Trinidad 664 17. ¿Oué es el amor? ¿Será imagen? ¿Palabra? ¿Engendrado? ¿Por qué la mente engendra su noticia cuando se conoce v no engendra su amor cuando se ama? Porque si es causa de su noción en cuanto escible, será también causa de su amor, en cuanto amable. Difícil es decir por qué no engendra el alma ambas co­ sas. Y esta misma cuestión surge al tratar de la Trinidad excelsa. Dios omnipotente y Creador, a cuya imagen fue el hombre formado, v suele inquietar a los hombres, a quienes la verdad de Dios invita a la fe en lenguaie humano. ¿Por qué al Espíritu Santo ni se le cree, ni se le dice engendrado por Dios Padre, ni se le llama hijo suyo? Es lo que, de alguna manera, nos esforzamos por estu­ diar ahora en la mente humana, y para ello interroguemos, con el fin de obtener respuesta cumplida, a esta imagen in­ ferior v más familiar que es nuestra misma naturaleza, diri­ giendo luego la mirada de nuestra mente, va más entrenada, de la criatura iluminada a la luz inconmutable; con todo, la misma verdad nos persuadirá que el Espíritu Santo es amor, y el Verbo, H ijo de Dios, verdad que ningún cristiano pone en duda. Volvamos, pues, a esta imagen creada, esto es, a la mente 663 M a n f e r d i n i , o . c . . p.161; R o d r í g u e z N e i r a , L os niveles de la memoria en San Agustín y en San Buenaventura: Augustinus 19 (1974) 224' G i l s o n o c., p.295. „ o c " P-461 nt.l; S c i a c c a , San Agustín p.529; G i l s o n , o .c ., P-295; D í a z d e T u e s t a , o .c ., p.606. Los filósofos medievales 1 14 418 San Agustín Tratado sobre la Santísima Trinidad racional, e interroguémosle con diligencia sobre esta cues­ tión, pues en ella temporalmente existe un conocimiento de ciertas cosas que antes no existía y un amor a cosas que antes no se amaban, y este conocimiento nos indica más claramen­ te qué es lo que tenemos que decir, pues siempre es más ha­ cedero explicar una realidad encuadrada dentro del orden de los siglos en un lenguaje temporal y humano. 665 18. Es en principio manifiesto que puede darse algo cognoscible, es decir, que se puede conocer, y, sin em­ bargo, se ignora; pero no se puede en m odo alguno conocer lo incognoscible. Es, pues, evidente que todo objeto conocido coengendra en nosotros su noticia. Ambos, cognoscente y co­ nocido, engendran el conocimiento. Y así la mente, cuando se conoce, ella sola es padre de su noticia y es a la vez la que conoce y lo que conoce. Era cognoscible antes de conocerse, pero no existía en ella su noticia antes de autoconocerse. Cuando se conoce, engendra su noticia igual a sí misma; en­ tonces su conocimiento iguala a su ser, y su noticia no per­ tenece a otra sustancia; y esto no sólo porque conoce, sino porque se conoce a sí misma, según arriba dijimos. 666 Mas ¿qué decir del amor? ¿Por qué, cuando se ama, no engendra su amor? Era ya amable antes de amarse, pues podía amarse, com o era antes de conocerse cognoscible, pues podía conocerse; porque si no fuera cognoscible, jamás se podía conocer, y si no fuera amable, jamás se podría amar. ¿Por qué, pues, cuando se ama no se dice que engendra su amor, com o al conocerse engendra su noticia? ¿Es acaso para indicar claramente el principio del amor de donde procede, pues procede de la mente ya amable antes de amarse, siendo así principio del amor con que se ama; mas no puede decirse con verdad engendrado, com o se dice la noticia de sí por la que se conoce, precisamente porque ha encontrado mediante el conocimiento de lo que se pudiera llamar parto o encontrado (repertum ), pues con frecuencia precede la búsqueda con la ilusión de reposar en este fin? Es la investigación una apetencia de encontrar, que es sinó­ nimo de engendrar ( reperiendi) *. Las cosas que se reencuen­ tran es com o si se alumbraran (pariuntur) y son semejantes * Damos al verbo reperire su significado etimológico. Quae repcriuntur quasi pariuntur. (Nota del Trad.) 665-667 G i l s o n , o .c ., p.296; S c i a c c a , San Agustín p.530,53^. *665 .Arias, o .c ., jd.462 nt.m; p.462 ntjo.. 419 a la filiación. Y ¿dónde se engendran sino en la noticia? Es aquí donde com o expresándose se forman. Porque si ya exis­ tían las cosas que buscando encontramos, no existía la noti­ cia, que asemejamos a un hijo que nace. La apetencia que late en la búsqueda procede del que busca, y se balancea como en suspenso, y no reposa en el fin anhelado a no ser cuando se encuentra el objeto buscado y se une al que busca. Y esta apetencia o búsqueda, aunque no parezca aún amor con que se ama lo conocido— sólo se trata aún del conocimien­ to— , participa en cierto modo de su género. 667 Y se la puede llamar ya voluntad, porque todo el que busca quiere encontrar; y si se busca lo que pertenece a la noticia, el que busca quiere conocer. Y si con ardor lo ansia y con constancia, se llama estudio, término muy usual en la investigación y adquisición de las ciencias. Luego al parto de la mente precede una cierta apetencia, en virtud de la cual, al buscar y encontrar lo que conocer anhelamos, damos a luz un hijo, que es la noticia; y, por consiguiente, el de­ seo, causa de la concepción y nacimiento de la noticia, no se puede llamar con propiedad parto e hijo; el mismo deseo que impele vivamente a conocer se convierte en amor al objeto conocido y sostiene y abraza a su prole, es decir, a su no­ ticia, y lo une a su principio generador. Es, pues, cierta ima­ gen de la Trinidad la mente, su noticia, hijo y verbo de sí misma, y en tercer lugar, el amor; y estas tres cosas son una sola sustancia. Ni es menor la prole cuando la mente se co­ noce tal com o es, ni menor el amor si se ama cuando se co­ noce y es. LIBRO X CAPÍTULO' III Conocimiento del alma por el alma 668 5. ¿Qué ama, pues, el alma cuando con pasión ardorosa busca conocerse, si es para sí una desconocida? He aquí a la mente, que busca conocerse y se inflama en este de­ seo. Ama, es cierto; pero ¿qué ama? ¿Se ama a sí misma? .¿Cómo se ama, si aún no se conoce y nadie puede amar lo 668 IDE T A 435 nt.2. o .c ., p.473 nt.b; R o m e y e r , Trois problèmes... p.221-222; D í a z El programa vital de San Agustín p.607; G i l s o n , o .c ., p.133. r ia s , u esta, San Agustín Tratado sobre la Santísima Trinidad ignorado? ¿Es acaso que la fama pregonó su hermosura cual solemos oír de las cosas ausentes? Quizá entonces no se ama a sí misma, sino la idea que se finge de sí misma, muy diferente acaso de lo que ella es. Y si la mente tiene de sí una idea exacta, entonces al amar esta ficción se amaría antes de conocerse. Ve lo que le es semejan­ te; conoció otras mentes y por ellas se finge a sí misma y, según esta idea genérica, ya se conoce. Pero entonces, ¿cóm o conoce a otras mentes y se ignora a sí misma, si nada hay tan presente a sí misma com o ella misma? Y si le sucede como a los ojos del cuerpo, que co­ nocen mejor los ojos ajenos que los propios, entonces no se afane en la búsqueda, pues jamás se ha de encontrar. Sin un espejo nunca verán los ojos su imagen; mas en las cosas incorpóreas no es dable emplear un medio parecido; la men­ te no puede verse en un espejo. ¿Será acaso en la razón de la eterna verdad donde ve la hermosura del autoconocimiento, y ama lo que intuye y sus­ pira por la realización en sí misma? Si no se conoce, conoce al menos cuán bello es conocerse. Ciertamente es muy de ad­ mirar el que no se conozca y conozca la belleza de cono­ cerse. ¿Es que ve algún fin excelso, esto es, su seguridad y su dicha, merced a una secreta memoria que no le abandona en su peregrinación hacia lejanas playas, y cree no poder alcanzar esta meta sin conocerse a sí misma? Y así, mientras ama aque­ llo, busca esto: ama el fin conocido y busca el medio igno­ rado. porque, si sabe que no sabe, se conoce, y si ignora que se ig­ nora, no se busca para conocerse. Por el mero hecho de bus­ carse, ¿no prueba ya que es para sí más conocida que ig­ norada? A l buscar para conocerse, sabe que se busca y se ignora. 420 669 Mas entonces, ¿cóm o pudo subsistir el recuerdo de su felicidad sin que el recuerdo de ella misma perdure? ¿No se conocerá ella que quiere llegar, y conocerá la meta adonde ansia llegar? ¿O es que, cuando ama conocerse, no se ama a sí misma, pues aún se ignora, pero ama el conocer y amar­ gamente soporta en sí esta falta de ciencia, por la que anhela comprenderlo todo? Luego conoce qué es conocer, y por esto que ya conoce desea conocerse. Mas ¿dónde conoció su saber, si no se conoce? Sabe, sí, que conoce otras cosas y ella se ignora, y de ahí el co­ nocer qué es conocer. Pero ¿cómo sabe que sabe algo, si se ignora a sí misma? N o conoce una mente que conoce, sino a sí misma. Luego se conoce. Además, cuando se busca para conocerse, conoce su búsqueda. Luego ya se conoce. Es, por consiguiente, imposible un desconocimiento absoluto del yo, C a p ít u l o 421 X El alma sabe con certeza que existe, vive y entiende 670 13. N o añada nada la mente a lo que de sí misma conoce cuando se le ordena conocerse. Tiene certeza que es a ella a quien se le preceptúa, es decir, a ella que existe, vive y comprende. Existe el cadáver y vive el bruto; mas ni el cadáver ni el bruto entienden. Ella sabe que existe y vive como vive y existe la inteligencia. Cuando, por ejemplo, la mente cree que es aire, opina que el aire entiende, pero sabe que ella comprende; que sea aire no lo sabe, se lo figura. Deje a un lado lo que opina de sí y atienda a lo que sabe; quédese con lo que sin dudar admitieron aquellos que opina­ ron ser la mente este o aquel cuerpo. N o todas las mentes creyeron ser aire, pues unas se tenían por fuego, otras por cerebro, otras por otras cuerpos y algunas por otra cosa, se­ gún recordé poco antes; pero todas conocieron que exis­ tían, vivían y entendían; mas el entender lo referían al ob­ jeto de su conocimiento; el existir y el vivir, a sí mismas. Comprender sin vivir y vivir sin existir no es posible. Esto nadie lo pone en tela de juicio. En consecuencia, el que en­ tiende, vive y existe, y no com o el cadáver, que existe y no vive, ni como vive el alma que no entiende, sino de un modo peculiar y más noble. 671 Además, saben que quieren, y conocen igualmente que nadie puede querer si no existe y vive; asimismo refie­ ren su querer a algo que quieren mediante la facultad voli­ tiva. Saben también que recuerdan, y al mismo tiempo saben que, sin existir y vivir, nadie recuerda; la memoria la referi­ mos a todo lo que recordamos por ella. Dos de estas tres po­ tencias, la memoria y la inteligencia, contienen en sí la noti­ cia y el conocimiento de multitud de cosas; la voluntad, por 670 A r i a s , o .c ., p.485 nt.i; B o y e r , L’idée de vérité... p.40; P e g u e r o l e s , o.c., p.89-90; K o w a l c z y k , La conception de Vhomme chez Saint Augustin: Giorn. di met. 27 (1972) 202-203; B r a s a D í e z , El contenido del «cogito» agustiniano: Augustinus 21 (1976) 278 n t.ll; G i l s o n , o .c ., p.60. 422 San Agustín la cual disfrutamos y usamos de ellas, está presente. Goza­ mos de las cosas conocidas, en las que la voluntad, como bus­ cándose a sí misma, descansa con placer; usamos de aquellas que nos sirven com o de medio para alcanzar la posesión frui­ tiva. Y no existe para el hombre otra vida viciosa y culpable que la que usa y goza mal de las cosas. Sobre esta cuestión no disputaremos ahora. 672 14. Mas com o de la naturaleza de la mente se tra­ ta, apartemos de nuestra consideración todos aquellos cono­ cimientos que nos vienen del exterior por el conducto de los sentidos del cuerpo, y estudiemos con mayor diligencia el pro­ blema planteado, a saber: que todas las mentes se conocen a sí mismas con certidumbre absoluta. Han los hombres du­ dado si la facultad de vivir, recordar, entender, querer, pen­ sar, saber y juzgar provenía del aire, del fuego, del cerebro, de la sangre, de los átomos; o si, al margen de estos cuatro elementos, provenía de un quinto cuerpo de naturaleza igno­ rada, o era trabazón temperamental de nuestra carne, y hubo quienes defendieron esta o aquella opinión. Sin embargo, ¿quién duda que vive, recuerda, entiende, quiere, piensa, co­ noce y juzga?; puesto que, si duda, vive; si duda, recuerda su duda; si duda, entiende que duda; si duda, quiere estar cierto; si duda, piensa; si duda, sabe que no sabe; si duda, juzga que no conviene asentir temerariamente. Y aunque dude de todas las demás cosas, de éstas jamás debe dudar; por­ que, si no existiesen, sería imposible la duda. 673 15. Los que opinan que la mente es un cuerpo o la cohesión y equilibrio de un cuerpo, quieren que todas estas cosas sean vistas en un determinado sujeto, de suerte que la sustancia sea fuego, éter o un elemento cualquiera; en su opinión esto es la mente, y la inteligencia informaría este cuerpo com o atributo. El cuerpo sería el sujeto, ésta radicaría en dicho sujeto. Es decir, la mente— pues la juzga■ n corpórea— es el sujeto; la inteligencia y las facultades mencionadas poco ha, de las cuales tenemos certeza, acciden­ tes de este sujeto. Así piensan también aquellos que niegan la corporeidad del alma, pero la hacen constitución orgánica 672 A r i a s , o .c ., p.486 nt.j; Introducción, p.68; I. B l a n c h e t , Les antécédents historiques du «je pense, done je suis» (Paris 1920) p.108-139; B o y e r , L’idée de vérité... p.40; G i l s o n , o .c ., p.54.60.61. 673-674 G i l s o n , o .c ., p.61. 673 B o y e r , Sant’Agostino p.141; B l a n c h e t , o .c ., p.108-139. Tratado sobre la Santísima Trinidad 423 o temperamento del cuerpo. Con esta diferencia: que unos afirman la sustancialidad del alma, en la cual radicaría, como en propio sujeto, la inteligencia, mientras éstos sostienen que la mente radica en un sujeto, es decir, en el cuerpo, cuya com posición temperamental es. Por consiguiente, ¿en qué su­ jeto han de colocar la inteligencia, sino en el sujeto cuerpo? 674 16. Todos éstos no advierten que la mente se co­ noce cuando se busca, según ya probamos. No se puede con razón afirmar que se conoce una cosa si se ignora su natura­ leza. Por tanto, si la mente se conoce, conoce su esencia, y si está cierta de su existencia, está también cierta de su natu­ raleza. Tiene de su existencia certeza, com o nos lo prueban los argumentos aducidos: Que ella sea aire, fuego, cuerpo o elemento corpóreo no está cierta. Luego no es ninguna de estas cosas. El precepto de conocerse a sí misma tiende a darle certeza de que no es ninguna de aquellas realidades de las que ella no tiene certeza. Sólo debe tener certeza de su exis­ tencia, pues es lo único que sabe con certeza. Piensa en el fuego, en el aire o en cualquier otro cuerpo; mas es en absoluto imposible pensar en lo que es ella com o piensa en lo que ella no es. En el fuego, en el aire, en este o aquel cuerpo, en alguna parte constitutiva y orgánica de la ma­ teria, en todas estas cosas piensa mediante fantasmas imagina­ rios; mas no se dice que el alma sea a un tiempo todas estas realidades, sino una de ellas. Mas, si fuera en verdad alguna de estas cosas, pensaría en ella muy de otra manera que en las demás. Es decir, no pensaría en ellas mediante las ficciones de la fantasía, com o se piensa en las cosas ausentes que han esta­ do en contacto con los sentidos, bien se trate de ellas mismas, bien de otras muy semejantes, sino por medio de una presen­ cia íntima y real, no imaginaria (nada hay a la mente más pre­ sente que ella misma); así es como piensa que ella vive, com­ prende y ama. Esto lo conoce en sí misma y no se imagina lo que percibe, com o lo corpóreo y tangible, por los sentidos, cual si estuviera en los aledaños de sí misma. Si logra despojarse e todos estos fantasmas y no cree que ella sea alguna de estas cosas, lo que de ella misma quede, esto sólo es ella. l’á m e ^ c h ^ ’- °,'CA P'188 nAtk ; G ' VERBEKE’ Spiritualité et mmortalité de “ me cnez Saint Augustin: Augustinus magister p.329-334. 424 San Agustín C a p ít u l o Tratado sobre la Santísima Trinidad XI En la memoria radica la ciencia; en la inteligencia, el ingenio, y la acción en la voluntad. Memoria, entendimiento y voluntad son unidad esencial y trilogía relativa 675 17. Dejadas, por un momento, aparte las demás co­ sas que el alma reconoce en sí con toda certeza, estudiemos sus tres facultades: memoria, inteligencia y voluntad. En estas tres potencias se refleja y conoce la naturaleza e índole de los párvulos. Cuanto con mayor tenacidad y facilidad recuerde el niño y mayor sea su agudeza en entender y estudie con mayor ardor, tanto será su ingenio más laudable. Cuando se trata de una disciplina cualquiera no se pregunta con cuánta firmeza y facilidad recuerda o cuál es la penetración de su inteligencia, sino qué es lo que recuerda y comprende. Y siendo el alma laudable no sólo por su ciencia, sino también por su bondad, se ha de tener en cuenta no lo que recuerda y comprende, sino qué es lo que quiere, y no con el ardor que lo quiere, sino que primero consideramos el objeto de su querer y luego cómo lo quiere. Un alma vehemente y apasionada es sólo loable en la hipótesis que haya de amarse con pasión lo que ama. A l nombrar estas tres cosas, ingenio, doctrina y uso, el pri­ mer punto a examinar en las tres facultades será qué es lo que cada uno puede con su memoria, con su inteligencia y con su voluntad. 676 En segundo término, qué es lo que cada uno posee en su memoria y en su inteligencia y hasta dónde llega su vo­ luntad estudiosa. Viene, en tercer lugar, la acción de la volun­ tad, cuando repasa lo que hay en su memoria y en su inteli­ gencia, bien lo refiera a un fin concreto, ya repose con gozoso deleite en el fin. Usar es poner alguna cosa a disposición de la voluntad; gozar es el uso placentero, no de una esperanza, sino de una realidad. Por consiguiente, todo aquel que goza usa, pues pone al servicio de la voluntad una cosa teniendo por fin el deleite; mas no todo el que usa disfruta: es el caso del que pone a disposición de la potencia volitiva un bien que no apetece como fin, sino como medio. 675 B o y e r , Vidée de vérité... p.58 nt.l; B r a s a « cogito» agustiniano: Augustinus 21 (1976) 278; D í a z vital de San Agustín: Est. agust. (1970) p.588. D El contenido del T u e s t a , El programa íe z , de 425 677 18. Y estas tres facultades, memoria, inteligencia y voluntad, así com o no son tres vidas, sino una vida, ni tres mentes, sino una sola mente, tampoco son tres sustancias, sino una sola sustancia. La memoria, com o vida, razón y sustancia, es en sí algo absoluto; pero en cuanto memoria tiene sentido relativo. Lo mismo es dable afirmar por lo que a la inteligen­ cia y a la voluntad se refiere, pues se denominan inteligencia y voluntad en cuanto dicen relación a algo. En sí mismas, cada una es vida, mente y esencia. Y estas tres cosas, por el hecho de ser una vida, una mente, una sustancia, son una sola reali­ dad. Y así, cuanto se refiere a cada una de estas cosas le doy un nombre singular, no plural, incluso cuando las considero en conjunto. Son tres según sus relaciones recíprocas; y si no fueran igua­ les, no sólo cuando una dice habitud a otra, sino incluso cuan­ do una de ellas se refiere a todas, no se comprenderían mu­ tuamente. Se conocen una a una, y una conoce a todas ellas. Recuerdo que tengo memoria, inteligencia y voluntad; com­ prendo que entiendo, quiero y recuerdo; quiero querer, re­ cordar y entender, y al mismo tiempo recuerdo toda mi memo­ ria, inteligencia y voluntad. Lo que de mi memoria no recuer­ do no está en mi memoria. Nada en mi memoria existe tan presente com o la memoria. Luego en su totalidad la recuerdo. 678 De idéntica manera sé que entiendo todo lo que en­ tiendo, sé que quiero todo lo que quiero, recuerdo todo lo que sé. Por consiguiente, recuerdo toda mi inteligencia y toda mi voluntad. Asimismo, comprendo estas tres cosas, y las com­ prendo todas a un tiempo. Nada inteligible existe que no com­ prenda, sino lo que ignoro. Lo que ignoro, ni lo recuerdo ni lo quiero. En consecuencia, cuanto no comprendo y sea inteli­ gible, ni lo recuerdo ni lo amo. Por el contrario, todo lo inte­ ligible que recuerde y ame es para mí comprensible. M i volun­ tad, siempre que uso de lo que entiendo y recuerdo, abarca toda mi inteligencia y toda mi memoria. En conclusión, cuan­ do todas y cada una mutuamente se comprenden, existe igual­ dad entre el todo y la parte, y las tres son unidad: una vida, una mente, una esencia. 677 A r i a s , o .c ., p.490 nt.l; B o y e r , Sant’Agostino p.151; K o w a l c z y k , La conception de Vhomme chez Saint Augustin: Giorn. di met. 27 (1972) 205; G i l s o n , o .c ., p.290 nt.2. 678 M a n f e r d i n i , Pluralidad según San Agustín: Augustinus 20 (1974) 161; Díaz d e Tuesta, o . c . : Est. agust. (1970) p.583-584. Tratado sobre la Santísima Trinidad 426 San Agustín LIBRO X II C a p ít u l o I El hombre exterior y el hombre interior 679 1. Veamos ahora dónde se encuentra el confín en­ tre el hombre exterior y el interior. Cuanto de común tenemos en el alma con los animales, se dice, y con razón, que pertenece aún al hombre exterior. N o es solamente el cuerpo lo que cons­ tituye el hombre exterior: le informa un principio vital que infunde vigor a su organismo corpóreo y a todos sus sentidos, de los que está admirablemente dotado para poder percibir las cosas externas; al hombre exterior pertenecen también las imá­ genes, producto de nuestras sensaciones, esculpidas en la me­ moria y contempladas en el recuerdo. En todo esto no nos di­ ferenciamos del animal sino en que nuestro cuerpo es recto y no curvado hacia la tierra. Sabia advertencia de nuestro su­ premo Hacedor, para que en nuestra parte más noble, esto es, en el alma, no nos asemejemos a las bestias, de las cuales nos distinguimos ya por la rectitud de nuestro cuerpo. No lancemos nuestra alma a la conquista de lo que hay más sublime en los cuerpos, porque desear el reposo de la vo­ luntad en tales cosas es prostituir el alma. Pero así como nuestro cuerpo está naturalmente erguido, mirando lo que hay de más encumbrado en el mundo, los as­ tros, así también nuestra alma, sustancia espiritual, ha de fle­ char su mirada a lo más excelso que existe en el orden espiri­ tual, no con altiva soberbia, sino con amor piadoso de jus­ ticia. C a p ít u l o II Sólo el hombre percibe, en el mundo corpóreo, las razones eternas 680 2. Pueden los brutos, sí, percibir, por los sentidos del cuerpo, los objetos externos, fijarlos en la memoria, recor­ darlos, buscar en ellos su utilidad y huir de lo que les molesta; 679-685 C a y r é , Initiation... p.139; J. M o r á n , Acción y contemplación en el l. X II de Trinitate de San Agustín: Studia Patrística IX p.451-68. 679 A r i a s , o .c ., p.525 nt.a; C a y r é , Initiation... p.192-193; I d ., La contem­ plaron augustin. p.203. 680 A r i a s , o .c ., p.526 nt.b; L o p e C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: Est. agust. 8 (1973 ) 429; B o y e r , Sant’Agostino p.93; I d . , L’idée de vérité... p.176; Ro­ 427 pero anotarlos, retener no sólo lo que espontáneamente se cap­ ta, sino también lo que con industriosa solicitud se confía a la memoria; imprimir de nuevo en el recuerdo y en el pensa­ miento las cosas que están para caer en el olvido; afianzar en el pensamiento lo que en el recuerdo vive; informar la mirada del pensamiento con los materiales archivados en la memoria; componer estas visiones fingidas tomando y recosiendo recuer­ dos de acá y allá; comprender cóm o en este orden de cosas se distingue lo verosímil de lo verdadero, no ya en los seres espirituales, sino incluso en el mundo corpóreo; éstas y otras operaciones similares, aunque tengan su origen en las realida­ des sensibles y las modere y actúe el alma mediante los senti­ dos del cuerpo, no se encuentran en los seres privados de razón ni son comunes a hombres y bestias. Propio es de la razón superior juzgar de las cosas materiales según las razones incor­ póreas y eternas; razones que no serían inconmutables de no estar por encima de la mente humana; pero, si no añadimos algo muy nuestro, no podríamos juzgar, al tenor de su dicta­ men, de las cosas corpóreas. Juzgamos, pues, de lo corpóreo, a causa de sus dimensiones y contornos, según una razón que nuestra mente reconoce como inmutable. C a p ít u l o XI Imagen de la bestia en el hombre 681 16. Como se desliza la serpiente, apoyada en el on­ dulante movimiento de sus escamas, nunca con pasos francos, así el movimiento resbaladizo de la caída arrastra insensible­ mente a los que se abandonan: parte de la culpable ambición de ser como Dios y llega a ser semejante a las bestias. Despo­ jados de la estola de la inocencia merecen vestir en su morta­ lidad zamarras de pieles. El verdadero honor del hombre con­ siste en ser imagen y semejanza de Dios, y sólo el que la im­ primió puede custodiarla. Cuanto menos amemos lo propio, tan­ to mas amaremos a Dios. Si cede a la apetencia de experimen­ tar su propio poder, cae, por su capricho en sí mismo como en su centro. Y así, no queriendo estar, al igual de Dios, bajo nadie, en pena de su presunción, es precipitado desde su meta­ centro al abismo, esto es, al deleitoso placer de la bestia; y, Me y e r , P.144. 681 Trois problèmes... p.226; B oyer, J o l iv e t , La doctrine august. de l’illumination Sant’Agostino p.176; Id., L’idée de vérité... p.245. San Agustín Tratado sobre la Santísima Trinidad siendo la semejanza divina su gloria, es su infamia su seme­ janza animal. El hombre puesto en dignidad no entendió; se comparó a los asnos estúpidos y a ellos se asemejó (Sal 48,13). ¿Cómo precipitarse en tales honduras desde tan encumbra­ das cimas sin pasar por medio de sí misma? Cuando, despre­ ciado el amor a la sabiduría, inmóvil siempre en su punto, se ambiciona la ciencia experimental de las cosas mudables y tem­ porales, ciencia que infla y no edifica, el alma, gravada por su propio peso, es excluida de la felicidad, y por la experiencia de su medianía aprende, a sus expensas, la diferencia que exis­ te entre el bien abandonado y el mal que cometió. La efusión y pérdida de sus fuerzas no le permiten volver atrás, a no ser con la ayuda de la gracia de su Creador, que la llama a peni­ tencia y perdona sus pecados. ¿Quién librará al alma infeliz de este cuerpo de muerte, sino la gracia de Dios, por Jesucris­ to nuestro Señor? De esta gracia, con su auxilio, disputaremos en su lugar. ligibles del orden natural dichos recuerdos, contemplándolos en una luz incorpórea especial, lo mismo que el ojo carnal al resplandor de esta luz material ve los objetos que están a su alrededor, pues ha sido creado para esta luz y a ella se adapta por creación. Si él distingue entre lo blanco y lo negro sin ayuda de maestro, no es por haber conocido estas cosas antes ya de existir en esta carne. 428 C a p ít u l o XV Contra las reminiscencias de Platón y del samio Pitágoras. Trinidad en la ciencia 682 24. Platón, noble filósofo, se esforzó en convencer­ nos que las almas humanas habían vivido en el mundo antes de vestir estos cuerpos; de ahí que aquellas cosas que se apren­ den sean, no nuevos conocimientos, sino simples reminiscen­ cias. Según él refiere, preguntado no sé qué esclavo sobre un problema geométrico, respondió como consumado maestro en dicha disciplina. Escalonadas las preguntas con estudiado arti­ ficio, veía lo que debía ver y respondía según su visión. Mas, si todo esto fuera mero recuerdo de cosas con antela­ ción conocidas, ni todos ni la mayor parte estarían en grado de responder al ser interrogados de idéntica manera; porque en su vida anterior no todos han sido geómetras, y son tan contados en todo el género humano, que a duras penas se podrá encon­ trar uno. Es preferible creer que, disponiéndolo así el Hacedor, la esencia del alma intelectiva descubre en las realidades inte682 A r i a s , o .c ., p.555 nt.k.l; B o y e r , L’idée de vérité... p.183.199 nt.l; 207.21 J o l i v e t , La doctrine augustin. de l’illumination: Mélang. august. (Paris'l931) 84.116.137-145; S c i a c c a , San Agustín p.271; G i l s o n , o .c ., p.107 nt.3; 114; B o y e r , Sant'Agostino p.42.108.222; I d . , La preuve de Dieu..., e n Essais... p.93.159; C a y r é , lnitiation... p.219.221. 429 683 Por fin, ¿por qué únicamente en las realidades inte­ ligibles puede alguien responder cuando se le interroga con arte, aunque sea sobre una disciplina que ignora? ¿Por qué nadie es capaz de hacerlo cuando se trata de cosas sensibles, a no ser que las haya visto en su existencia corpórea o lo haya creído a quienes lo saben y se lo comunicaron de palabra o por escrito? No se ha de dar crédito a los que dicen del samio Pi­ tágoras que se recordaba de ciertas sensaciones experimentadas cuando vivía en otro cuerpo: hay quienes ponen en otros ex­ periencias idénticas. Se trata de falsas reminiscencias, com o las que con frecuen­ cia experimentamos en sueños, cuando nos parece recordar ha­ ber visto o ejecutado lo que en realidad ni hemos visto ni obra­ do. Estas mismas afecciones se producen en las almas de los que están bien despiertos, bajo la influencia de los espíritus malignos y falaces, cuyo oficio es afianzar o sembrar erróneas doctrinas sobre la emigración de las almas con el fin exclusivo de engañar a los hombres. Si en realidad se recordaran las co­ sas vistas en el mundo, al vivir en otros cuerpos, todos o casi todos tendríamos estas experiencias; porque, según dicha opi­ nión, se finge un continuo flujo y reflujo de la vida a la muerte y de la muerte a la vida, de la vigilia al sueño y del sueño a la vigilia. 684 25. Si, pues, la verdadera distinción entre sabidu­ ría y ciencia radica en referir el conocimiento intelectual de las realidades eternas a la sabiduría, y a la ciencia el conocimiento racional de las temporales, no es difícil discernir a cuál de las dos se ha de conceder la precedencia y a cuál el último lugar. Y si existe alguna otra nota característica por la que se distin­ gan estas dos cosas, porque hay ciertamente entre ellas distin683 G i l s o n , o .c ., p.114. n in o tr n ILT°N' o c ' ’ P-H4.115.157.158 nt.2; C a y r é , La contemplation august. P - i U o . z U / ; J o l i v e t , La doctrine august. de Villumin. p.172; M o r a n , Síntesis eí pensamiento agustiniano p.236. San Agustín 430 Tratado sobre la Santísima Trinidad ción manifiesta, como lo enseña el Apóstol cuando dice: A uno ha sido dado por el Espíritu palabra de sabiduría, a otro palabra de ciencia, según el mismo Espíritu, con todo, la dife­ rencia por nosotros puntualizada es evidente, pues una cosa es el conocimiento intelectivo de lo eterno, y otra la ciencia ra­ cional de lo caduco, y nadie dudará en dar sus preferencias al primero. 685 Mas, dejando a un lado lo perteneciente al hombre exterior, al elevarnos interiormente sobre cuanto nos es con los animales común, antes de arribar al conocimiento de las reali­ dades inteligibles y supremas, que son eternas, nos encontra­ mos con el conocimiento racional de las cosas temporales. Si es posible, descubramos en este conocimiento una especie de trinidad, como la descubrimos en los sentidos del cuerpo y en aquellas imágenes que a través de sus celosías se nos entraron en el alma, que es espiritual. Así, en lugar de los objetos ma­ teriales percibidos desde el exterior mediante el sentido del cuerpo, tendremos en nuestro interior las imágenes de los ob­ jetos impresas en la memoria, especies que informan el pensa­ miento, interviniendo la voluntad como tercer elemento uniti­ vo, cual ocurría al realizarse la visión corporal, pues la voluntad, para que la visión existiera, dirigía la mirada sobre el objeto visible y unía a los dos, colocándose ella en medio, com o un tercer elemento. Mas no encerremos esta afirmación dentro de los límites del libro presente, pues, si Dios nos ayuda, la podremos en el siguiente tratar más a fondo y exponer el resultado de nuestra búsqueda. LIBRO X IV C a p ít u l o VI La trinidad en el alma que se piensa a sí misma 686 Tal es, sin embargo, la fuerza del pensamiento, que ni la mente está en cierto modo en presencia de sí misma sino cuando se piensa; y, en consecuencia, nada hay presente en la 685 G i l s o n , o.c., p. 114.115.157.158; V e r ic a t en San Agustín: Augustinus 15 (1970) 388. 686 G il s o n , o .c ., p .101. 686-701 C ayré, Initiation... p .1 4 0 . 686-689 Lope C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: R o d ríg u ez N e ir a , L os niveles d e la memoria en tura: Augustinus 19 (1974) 223. N ú ñ e z, La idea de creación Est. agust. 8 (1973) 423ss; San Agustín y San Buenaven­ 431 mente sino cuando en ello se piensa, de suerte que ni la mente, platinotipia de todo lo que se piensa, puede estar en su misma presencia si no es pensándose. N o puedo comprender cóm o la mente, cuando no se piensa, no está en su presencia, siendo así que nunca puede estar sin ella, com o si ella fuera una cosa y otra la mirada que ella tiene de sí misma. Esto se podría decir, sin incurrir en absurdo, del órgano de la vista: el ojo ocupa un lugar determinado en el cuerpo, pero su mirada abar­ ca todos los objetos externos y se extiende hasta los astros; pero el ojo no está en su presencia, pues no puede verse sin un espejo, según ya dijimos; medio que no ha lugar cuando la mente, pensándose, se pone en presencia de sí misma. 687 ¿Acaso, cuando pensándose se ve, una parte ve a otra, como sucede, por ejemplo, con los otros sentidos, pues los ojos ven todos nuestros miembros, siempre que puedan situarse de­ lante de nuestra mirada? Pero ¿se podría decir o imaginar ab­ surdo mayor? ¿De dónde se había de retirar la mente sino de sí misma? Y ¿dónde ponerse en su misma presencia sino de­ lante de sí misma? No estaría donde estaba cuando no estaba en presencia de sí misma, porque al colocarse en una parte se retiraría de la otra. Pero si para poder ser vista emigró, ¿dónde permanecerá para verse? ¿O goza de bilocación y pue­ de estar allí y aquí, esto es, donde pueda ver y ser vista: en sí para ver, ante sí para ser vista? Consultado el horóscopo de la verdad, ninguna de estas cosas responde; y cuando de este modo pensamos, pensamos sólo en las fingidas imágenes de los cuerpos, y la mente no es cuerpo, com o lo saben, con omnímoda certeza, las inteligencias muy contadas a quienes se les puede consultar, sobre este punto, la verdad. 688 Resta, por consiguiente, decir que su mirada es algo que pertenece a su misma naturaleza, y, cuando piensa en sí misma, vuelve a su presencia, no mediante un movimiento es­ pacial, sino por una conversión inmaterial. Mas, cuando no se piensa, ciertamente no está ante su vista ni informa su mirada; no obstante, se conoce com o si ella fuera para sí su memoria. Es como un hombre versado en muchas ciencias. Sus conoci­ mientos yacen almacenados en su memoria, y sólo cuando re­ flexiona hay algo en presencia del alma; todo lo demás perma687 G i l s o n , o .c ., p.138.293.294; C a y r é , La contemplation augustin. p.119; J o l i v e t , La doctrine august, de Viílumin. p.126; L o p e C i l l e r u e l o , La « memo­ ria Dei» según San Agustín: Augustinus magister p.507; D í a z d e T u e s t a , El programa vital de San Agustín: Est. agust. (1970) p.611s. 433 San Agustín Tratado sobre la Santísima Trinidad nece escondido en una facultad misteriosa denominada me­ moria. cuanto es capaz de Dios y puede participar de Dios; y este bien tan excelso no pudiera conseguirlo si no fuera imagen de Dios. ¡Mira! El alma se recuerda, se comprende y se ama; si esto vemos, vemos ya una trinidad; aún no vemos a Dios, pero sí una imagen de Dios. La memoria no recibió del mundo ex­ terior su recuerdo, ni el entendimiento encontró fuera el ob­ jeto de su visión, a semejanza del ojo del cuerpo; ni la vo­ luntad unió en la periferia estas dos realidades, cual sucede en la forma material y su impresión en la retina del espectador; ni el pensamiento encontró la imagen del objeto que vio fuera, y en cierta manera fue arrebatado y oculto en la memoria cuando a ella se tornó y fue informada la mirada del recuerdo, unidos por la voluntad como tercer elemento, cual acontece, según probamos, en aquellas trilogías que descubrimos en las cosas materiales o que de los cuerpos se introducen en el inte­ rior mediante los sentidos del cuerpo, de las cuales hemos ya tratado en el libro X I ; ni com o sucedía, al menos en aparien­ cia, al hablar de la ciencia que consistía en las actividades del hombre interior, ciencia que distinguíamos de la sabiduría; donde lo que se aprende es com o adventicio en el alma, ora se adquiera por el conocimiento de la historia, como son los hechos y dichos que se suceden en el tiempo y pasan; ora tengan cierta consistencia en la naturaleza de las cosas, según las diversas regiones y lugares; ora nazca en el mismo hombre, mediante la enseñanza ajena o por reflexión propia, lo que an­ tes no existía, com o la fe, con tanta insistencia recomendada por nosotros en el libro X I I I , com o las virtudes, mediante las cuales, si son verdaderas, se vive rectamente en esta vida mortal para vivir un día felices en la inmortalidad que el cielo promete. 432 689 Para avalar la trinidad colocamos en la memoria el objeto que informaba la mirada del pensamiento; luego, la misma conformación o imagen allí impresa, y, finalmente, el lazo de unión entre ambas realidades, la voluntad o el amor. Cuando la mente pensándose se ve, se comprende y se reco­ noce, pues entonces engendra la inteligencia y conocimiento de sí misma. Una realidad inmaterial se la ve si se la comprende y se la conoce al comprenderla. Mas la mente no engendra este su conocimiento cuando se piensa y se ve por la inteligencia, como si fuera para sí una desconocida; no, ella se conocía, como se conocen las realidades en la memoria archivadas, aunque no se piense en ellas. Decimos que un hombre sabe leer aunque piense en todo menos en las letras. Estos dos conocimientos, el que engendra y el engendrado, son enlazados por un tercer elemento, el amor, que no es otra cosa sino la voluntad que apetece o retiene el gozar. He aquí por qué en estos tres nom­ bres— memoria, inteligencia y voluntad— vimos insinuarse una cierta trinidad en la mente. C a p ít u l o V III La imagen de Dios en la parte superior de la mente 690 11. Hemos llegado ya a un punto en la discusión donde intentaremos someter a examen la parte más noble del alma humana, por la que se conoce o puede conocer a Dios, para encontrar en ella la imagen divina. Aunque el alma hu­ mana no es de la misma naturaleza que Dios, no obstante, la imagen de aquella naturaleza, a la que ninguna naturaleza ven­ ce en bondad, se ha de buscar y encontrar en la parte más noble de nuestra naturaleza. Mas se ha de estudiar el alma en sí misma, antes de ser particionera de Dios, y en ella encontraremos su imagen. Diji­ mos ya que, aun rota nuestra comunicación con Dios, degra­ dada y deforme, permanecía imagen de Dios. Es su imagen en 689 A r ia s , o .c ., p .626 nt.c. 690-693 G i l s o n , o .c ., p.289: A. G a r d e i l , La «menst* d’apres Saint Augustin et Saint fhomas: Rev. se. phil. théol. (1924) p.145-161; L o p e C i l l e r u e l o , /Quién es Dios?: Est. agust. 8 (1973) 426.430; M a n f e r d i n i , Pluralidad según San Agustín: Augustinus 20 (1974) 167; M o r e t t i -C o n s t a n z i , Ascesis y filosofía en San Agustín: Augustinus 19 (1974) 26; D í a z d e T u e s t a , El programa vital de San Agustín: Est. agust. (1970) p.614s. 691 Estas cosas y otras semejantes tienen su orden en el tiempo, y en él aparece con más facilidad la trinidad de la memoria, de la visión y del amor. Algunas previenen el cono­ cimiento de los aprendices. Son cognoscibles antes de conocer­ se y engendran en los que las aprenden la gnosis de sí mismas.. Se encuentran en sus lugares o han pasado ya en el tiempo,, aunque lo pretérito no existe en sí, sino en ciertos signos de su preterición, y al ser vistos o escuchados nos indican una exis­ tencia pretérita. Dichos signos pueden ocupar un lugar deter­ minado en el espacio, como los cenotafios y otros monumentos por el estilo; o bien se encuentran en los escritos fidedignos, cual lo es, por ejemplo, toda historia compuesta por graves y 691 A r i a s , o .c . , p .6 3 2 n t.e . San Agustín Tratado sobre la Santísima Trinidad probos autores; o en las almas de los que ya las conocieron, pues, conocidas por unos, son para los demás asequibles, a cuya ciencia son anteriores, pero pueden conocerse al sernos enseñadas por los que ya las conocen. La contextura de la mente humana es tal, que siempre se recuerda, siempre se conoce y siempre se ama. Pero así com o el que odia a su enemigo trata de perjudicarle, así el alma hu­ mana, cuando se perjudica a sí misma, se dice que se odia. Sin advertirlo, se quiere mal cuando no cree que lo que ama le perjudica; se quiere mal siempre que apetece lo nocivo. Escrito está: El que ama la maldad, odia su alma (Sal 10,6). El que sabe amarse, ama a Dios; el que no ama a Dios, aunque se ame a sí mismo, el amor natural es innato, puede sin inconveniente decirse que se aborrece, al obrar contra sus intereses y al perseguirse com o enemigo. Error ciertamente monstruoso, pues anhelando todos favorecerse a sí mismos, muchos sólo practican lo que en grado superlativo les daña. El poeta describe una enfermedad semejante en los mudos ani­ males. « ¡Oh dioses, exclama, otorgad lo óptimo a los piadosos, el error a los enemigos! A dentelladas despedazaban sus miem­ bros atormentados» ( V i r g i l i o , Georg. 1.3 v.513-514). 434 692 Todas estas cosas, cuando se aprenden, constituyen una especie de trinidad, formada por la especie cognoscible antes de su conocimiento, por el conocimiento del aprendiz, que principia a existir cuando se conoce, y en tercer lugar, por la voluntad, que une las dos anteriores. Conocidas, cuando se las recuerde, surge en lo íntimo del alma otra trinidad integra­ da por las imágenes impresas en la memoria cuando se cono­ cieron, por la información del pensamiento al tornar sobre di­ chas imágenes la mirada del recuerdo, y por la voluntad, que une, com o tercer elemento, estas dos cosas. 693 Las que nacen en un alma donde no existían, como la fe y otras cosas similares, aunque parecen adventicias cuan­ do se introducen en el alma por medio de la enseñanza, sin embargo, no están ubicadas ni actuadas fuera, como ocurre con el objeto de la fe, sino que principiaron a existir dentro, en lo íntimo del alma. Fe no es lo que se cree, sino por lo que se cree. Se cree el objeto, se intuye la fe. No obstante, pues em­ pezó a existir en un alma que ya era alma antes de brotar en ella la fe, semeja algo adventicio y se considera com o pretérita cuando cese su especie, dejando entonces de existir. Ahora, cuando se la recuerda, contempla y ama, con su presencia for­ ma una trinidad; entonces formará otra en virtud de cierto vestigio que de su paso deja en la memoria al desaparecer, se­ gún arriba dijimos. C a p ít u l o X IV Cuando el alma se ama rectamente, ama a D ios; y si no ama a Dios, se dice que se odia a sí misma. El alma, aunque enferma y errabunda, se recuerda, se conoce y se ama. Conviértase a Dios para que, recordándolo, conociéndolo y amándolo, sea feliz 694 18. Múltiples son los testimonios de las Escrituras divinas referentes al amor de Dios. En ellos se comprenden bien estos dos extremos: nadie ama lo que no recuerda o en absoluto ignora. De ahí aquel archiconocido y capital precepto: Ama.ás al Señor tu Dios (D t 6,5). 694 B o y e r , L’idée de vérité... p.234; I d ., De fundamento moralitatis secundum S. Augustinum: Acta hebdom. august.-thom. p.106. 435 695 Siendo esto una enfermedad física, ¿por qué lo llama error el poeta, sino porque todo animal, cuando vive conforme a su naturaleza, tiende, si puede, a protegerse, pero aquella do­ lencia les hacía despedazar aquellos mismos miembros cuya salud anhelaban? Cuando el alma ama a Dios y, com o queda dicho, le re­ cuerda y conoce, con razón se le ordena amar a su prójimo como a sí mismo. Entonces no se ama con amor culpable, sino con amor virtuoso, pues ama a Dios, cuya imagen es no sólo por participación, sino porque surge remozada del hombre vie­ jo, se reforma de su fealdad y de infeliz deviene dichosa. Y aunque se ame con tal ardor que, en la alternativa, prefiera perder cuanto es inferior a sí misma antes que perecer, con todo, abandonando al que es superior y por quien ella conserva sus energías y goza de su luz, según canta en el Salmo: Por ti conservo mi fortaleza (Sal 58,1); y en otro: Aproxímate a El y serás iluminado (Sal 33,6), se hace tan débil y tenebrosa, que, al descender a las realidades que no son lo que es ella y a las que es superior, se enreda miserablemente en amores que no sabe vencer y en errores de los que no acierta a salir. Peni­ tente ya por la misericordia de Dios, clama en los Salmos: M e abandonó mi vigor, y la luz de mis ojos no está conmigo (Sal 37,11). 695 B oyer, L’idée de vérité... Est. agust.' 8 (1973) 433-434. p .2 3 4 ; Lope C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: 436 San Agustín 696 19. Sin embargo, en medio de tan grandes males de miseria y error, no perdió el recuerdo, la inteligencia y amor natural de sí misma. Por eso, según queda arriba asentado, pudo con razón exclamar el salmista: Aunque ande en imagen el hombre, en vano se inquieta. Atesora y no sabe para quién (Sal 38,7). ¿Por qué atesora, sino porque le abandonó su vi­ gor, por el cual, al poseer a Dios, de nada necesitaba? ¿Por qué ignora para quién atesora, sino porque la luz de sus ojos no está con él? Por eso no ve lo que dice la Verdad: Necio, esta noche te demandarán el alma; lo que allegaste, ¿de quién será? (Le 12,20). Sin embargo, como este hombre camina com o en imagen y la mente humana conserva su conocimiento y el amor de sí misma, si se le prueba que no es capaz de poseer ambas cosas a un tiempo y se le permite elegir una de las dos y perder la otra, o las riquezas acumuladas o el alma, ¿quién habrá tan mentecato que prefiera los tesoros al alma? Las riquezas con frecuencia corrompen el alma; mas el alma no pervertida por el dinero vive feliz y libre sin el cuidado angustioso del oro. ¿Quién puede poseer caudales si no es por el alma? Si un in­ fante nacido en cuna de oro, siendo señor de cuanto por dere­ cho le corresponde, nada posee mientras su mente esté ador­ mecida, ¿cóm o podrá el hombre, perdida el alma, poseer bien alguno? I Tratado sobre la Santísima Trinidad 43/ mal las cosas que son a ella inferiores. N o se podría amar si se desconociese por completo, esto es, si no se acordase de sí y no se conociera. Esta imagen de Dios es tan potente en ella, que puede adherirse a aquel de quien es imagen, y es tal su naturaleza, que en la jerarquía del orden natural, no en el espacio, sólo El está por encima de ella. Finalmente, cuando por completo se apegue a El, será un solo espíritu. Lo atestigua el Apóstol diciendo: El que se alle­ ga al Señor se hace un espíritu con El (1 Cor 6,17). Se eleva el alma hasta ser partícipe de la naturaleza, dicha y verdad de Dios, sin que El aumente en su esencia, en su verdad o en su gloria. A l allegarse felizmente a aquella naturaleza, vivirá in­ mortal, y cuanto ve lo contemplará al resplandor de la luz in­ conmutable. Entonces, según la promesa de la Escritura divina, su deseo será colmado de bienes; bienes inconmutables de la suma Trinidad, su Dios, cuya imagen es; y a fin de que esta imagen no pueda ser jamás adulterada, la esconderá en su pre­ sencia, saturada de tan gran abundancia, que ya no le deleite nunca el pecar. Mas ahora, mientras se ve a sí misma, nada in­ conmutable contempla. C a p ít u l o XV El alma, aunque espere la bienandanza, no recuerda la felicidad perdida, pero sí se acuerda de Dios y de las reglas de la justicia. Las normas inmutables de un honesto vivir son también conocidas por los impíos 697 Pero para qué hablar de los tesoros que todo el mun­ do, si cabe opción, prefiere perder antes que la vida, cuando nadie hay que los anteponga, nadie que los equipare a los ojos del cuerpo, por los que todos los hombres poseen el cielo, no el oro privilegio de algún raro mortal. Por los ojos del cuerpo cada uno posee todo lo que con agrado contempla. Y ¿quién hay que, al no poder conservar ambas cosas, en la alternativa de perder una de ellas, no prefiera perder las riquezas antes que la vista? Y puesto en idénticas condiciones, si le pregun­ tamos qué desea perder, los ojos o el alma, ¿quién no ve con la mente que antes prefiere perder los ojos que el alma? Sin los ojos corporales sigue siendo humana; los ojos sin el alma son ojos de bestia. ¿Y quién no prefiere ser hombre ciego en la carne antes que ser cuadrúpedo dotado de vista? 699 21. Lo que ciertamente no pone en duda, pues es miserable y ansia vivir feliz, siendo su mutabilidad la razón de su esperanza. Si mudable no fuera, no podría pasar de la felicidad a la desventura ni de la miseria a la dicha. Y ¿qué es lo que puede hacerla infortunada bajo la mano de un Señor omnipotente y bueno, sino su pecado y la justicia de su Dios? Y ¿qué es lo que puede hacerla feliz, sino su mérito y el ga­ lardón de su Señor? Pero su mérito es gracia de El, cuya re­ compensa será su ventura. El alma no puede darse a sí misma la justicia, pues una vez perdida, ya no la posee. La recibió cuando fue el hombre 698 20. He dicho esto para hacer comprender en bre­ ves razones a los de ingenio más tardo, a cuyos oídos u ojos pueden estos escritos llegar; y pueden ver cuánto se ama el alma a sí misma, aunque flaca y equivocada, al perseguir y amar 699-701 L o p e C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios? p.432; D í a z d e T u e s t a , El programa vital de San Agustín: Est. agust. (1970) p.595. 699 B oyer, De fundamento moralitatis...: Acta hebdom . august.-thom. p .1 0 8 . 699-701 B o y e r , L’idée de vérité... p.177.209; C a y r é , Initiation... p.190; vjI l so n , o .c ., p .1 3 9 ; J o l i v e t , La doctrine august. de l’illum. p.56s.l26.146-147. 438 San Agustín creado, y al pecar la perdió. Recibió la justicia por la que pu­ diera merecer la felicidad. Con razón dice el Apóstol al que principia a envanecerse del bien com o si fuera propio: ¿Q ué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías, como si no lo hubieras recibido? (1 Cor 4,7). 700 Mientras conserva vivo el recuerdo de su Señor, re­ cibido su Espíritu, sabe con certeza, pues lo aprende por un íntimo magisterio, que es posible siempre caer por un acto de­ fectuoso de la voluntad, pero no se puede levantar si no es por afecto gratuito de su Dios. N o recuerda su felicidad pretérita: existió, pero ya no existe; el olvido es absoluto; por consi­ guiente, no la puede recordar. Cree, sí, lo que de ella narran las Escrituras fidedignas, escritas por uno de sus profetas, don­ de se habla de la felicidad edénica y expone, según la tradición histórica, la dicha del primer hombre y su pecado. Del Señor, su Dios, se recuerda. El siempre es: no fue y ya no es, ni es y no fue; jamás dejará de existir y nunca tuvo principio su existencia. Todo está en todas partes, y por eso el alma vive, se mueve y existe en El, y de aquí la posibilidad de su recuerdo. Y no se recuerda por haberlo conocido en Adán o en algu­ na otra parte antes de esta vida corpórea, o al principio de su formación antes de ser unida a este cuerpo; no, ella nada de esto recuerda; todo se ha borrado por el olvido. Pero se le puede al alma recordar para que se convierta al Señor, como a luz que le toca de alguna manera, aunque ella trate de ale­ jarse de El. De ahí el que hasta los impíos piensen en la eter­ nidad cuando reprenden o alaban con razón muchas cosas en la conducta de los hombres. 701 Y ¿por qué reglas juzgan, sino por aquellas en las que ven cóm o debe vivir cada uno, aunque ellos no vivan así? Y ¿dónde las ven? N o en su naturaleza; porque, sin duda, aunque es la mente la que ve tales cosas, es manifiesto que es mudable, y estas reglas, por el contrario, son inmutables para todo el que puede ver en ellas una norma de bien vivir: ni lo ven en una manera de ser de su alma, porque estas re­ glas, reglas son de justicia, y consta que sus almas son injustas. ¿Dónde, pues, están estas reglas escritas? ¿Dónde conoce lo justo el injusto? ¿Dónde ve la necesidad de alcanzar lo que 700 B o y e r , Sant’Agostino p.94.95.222; La preuve de Dicu e n Essais... p.84.93; G i l s o n , o .c ., p.125.127.128.135; P e g u e r o l e s , o .c ., p.40. 701 A r i a s , o .c ., p.649 n t . h ; K e e l e r , Sancti Augustini doctrina de cognitione (Romae 1934). Tratado sobre la Santísima Trinidad 439 él no posee? ¿Dónde han de estar escritas, sino en el libro de aquella luz que se llama Verdad? En él es donde toda ley justa se encuentra escrita y com o impresa en el corazón del hombre, obrador de justicia, y no como si emigrase, sino por una espe­ cie de intro-impresión, com o del anillo pasa a la cera la imagen sin abandonar la sortija. El que no obra, pero conoce cómo debe obrar, se aparta de aquella luz cuyo resplandor le ilumina. Quien no conoce cóm o debe vivir, es más excusable en su pe­ cado, pues no es transgresor de una ley conocida; pero tam­ bién él es iluminado por el fulgor de la verdad, presente do­ quier, cuando, amonestado, confiesa su pecado. LIBRO X V C a p ít u l o IV Maravillosa lección de la naturaleza sobre Dios 702 6. Busquemos ya en las realidades eternas, incorpó­ reas e inmutables, cuya perfecta contemplación se nos promete en la vida feliz, que es eterna, la Trinidad, que es Dios. La existencia de Dios no sólo se apoya en la autoridad de las Escrituras divinas, sino en la naturaleza toda que nos rodea, y a la que pertenecemos nosotros; ella proclama la existencia de un óptimo Hacedor, que nos ha dotado de mente y razón discursiva, en virtud de la cual juzgamos que se ha de preferir el ser viviente al inanimado, el ser dotado de sensibilidad al insensible, los seres inteligentes a los irracionales, lo inmortal a lo perecedero, la potencia a la impotencia, la justicia a la in­ justicia, lo bello a lo deforme, lo inmutable a lo transitorio, el bien al mal, lo incorruptible a lo corruptible, lo invisible a lo visible, lo inmaterial a lo corpóreo, la felicidad a la miseria. Y como nosotros colocamos al Criador por encima de todas las cosas creadas, es obligado confesar que posee la vida en grado sumo; que todo lo conoce y comprende; que no puede morir, ni corromperse, ni cambiar; que no es cuerpo, sino es­ píritu, el más poderoso, justo, bello, óptimo y feliz de todos los espíritus. 702 C ayré, La contemplation augustinienne p.193. 440 Tratado sobre la Santísima Trinidad San Agustín C a p ít u l o V La existencia de la Trinidad, indemostrable por la razón natural 703 7. Todo lo dicho, y cuanto pueda el humano len­ guaje expresar digno de Dios conviene a la Trinidad, que es un solo Dios, y a cada una de las personas de la Trinidad. ¿Quién osará afirmar que el Dios uno y trino, o el Padre, o el Hijo, o el Espíritu Santo, no vive, ni entiende, ni siente; o que la esencia, en la que las tres divinas personas se proclaman igua­ les, es mortal, corruptible, mudable y corpórea; o quien nega­ rá que una de ellas sea omnipotente, justísima, hermosísima, óptima y felicísima? Si, pues, todas estas cosas y otras seme­ jantes pueden predicarse de la Trinidad y de cada una de las personas, ¿dónde o cómo descubrir la Trinidad? 704 Reduzcamos primero esta multitud a cierta parvedad. La vida en Dios es su esencia y su naturaleza. N o vive Dios sino por la vida, que es El mismo. Esta vida no es como la del árbol, carente de inteligencia y sensibilidad. Ni es como la del animal: posee la vida de la bestia cinco sentidos, pero carece de entendimiento; la vida que es Dios siente y com­ prende todas las cosas, y siente por la mente, no por el cuerpo, pues Dios es espíritu. No siente Dios como los irracionales por los sentidos, pues no consta de alma y cuerpo; y, por consi­ guiente, aquella simple esencia, como comprende, siente, y como siente, comprende; una misma cosa es en Dios el enten­ dimiento y el sentido. En El no existe inicio ni ocaso, pues es inmortal. Y no en vano se dice que es el único inmortal, pues su inmortalidad es verdadera inmortalidad, en cuya esencia no hay mutación. 705 Es también eternidad verdadera, pues es inmutable, sin principio ni fin, y por ende incorruptible. Decir que Dios es eterno, inmortal, incorruptible e inmutable es decir una mis­ ma cosa; y cuando se le llama viviente e inteligente, esto es, sabio, todo es uno. El no recibió la sabiduría por la que es sabio; es la misma sabiduría. Y ésta es su vida, y la virtud o potencia que le hace poderoso, y la hermosura que le hace 7 0 3 -7 0 5 B o y e r , L’idée de vérité... contemplation augustinienne p .2 5 0 . 703 G il so n , o .c ., p .2 8 7 . p .9 8 -9 9 ; G ils o n , o . c ., p .2 9 7 ; C a yré, La 441 bello. ¿Qué existe más poderoso y bello que la sabiduría que se extiende de un confín a otro con fortaleza y lo dispone todo con suavidad? ¿Difieren acaso, en el seno de la naturaleza divina, la bondad y la justicia, cual si fueran dos realidades distintas en Dios, una la bondad y otra la justicia? Evidente­ mente no; la justicia es bondad y la bondad es bienandanza. Se dice que Dios es inmortal e incorpóreo para que entenda­ mos y creamos que no es cuerpo, sino espíritu. 706 8. Por consiguiente, si decimos: «Eterno, inmortal, incorruptible, inmutable, vivo, sabio, poderoso, bello, justo, bueno, feliz, espíritu», parece que de todas estas expresiones sólo la última dice habitud a la sustancia, y las demás indican cualidades de la sustancia; mas no sucede así en aquella ine­ fable y simple naturaleza. Cuanto de ella se dice según la cua­ lidad, se ha de entender según la sustancia o esencia. Lejos de nosotros afirmar de Dios la espiritualidad según la sustancia y la bondad según la cualidad; ambas cosas son en El sustancia­ les. Y lo mismo se ha de entender de todo lo mencionado en los libros precedentes. Elijamos uno de los cuatro términos enumerados por este orden: eterno, inmortal, incorruptible, inmutable; y pues los cuatro significan, según queda dicho, una misma realidad, a fin de que nuestra atención no vague por multitud de imágenes, tomemos el primero, es decir, la eternidad. Y hagamos otro tanto con los cuatro siguientes: vivo, sabio, poderoso, bello. Y pues una vida cualquiera la tiene el animal, que carece de sabiduría; y de la sabiduría y el poder, comparados entre sí, dice la Escritura: M ejor es el sabio que el fuerte (Sab 6,1); y hermosos se llaman también los cuerpos; de los cuatro eli­ jamos la sabiduría, aunque en Dios, a decir verdad, son cua­ tro nombres y una realidad, porque los cuatro términos se iden­ tifican. Referente a los cuatro últimos, se da la tercera serie, aunque en Dios es la misma cosa ser justo y ser bueno y feliz, y la misma realidad es ser espíritu y ser justo, bueno y dichoso, no obstante, porque entre los hombres puede encontrarse un espíritu no feliz, y puede uno ser justo y bueno y no ser di­ choso; pero el que es bienaventurado es justo, bueno y espíri­ tu, seleccionemos de entre los cuatro lo que en el hombre supone necesariamente los tres: la felicidad. 706 C a y r é , La contemplation augustinienne p.236; K o w a l c z y k , La métaphyúque du bien selon Vacception de Saint Augustin: Est. agust. 8 (1973) p.32. 442 San Agustín C a p ít u l o X II Filosofía académica 707 En primer lugar, la misma ciencia que informa veraz­ mente nuestro pensamiento cuando hablamos lo que sabemos, ¿qué es y en qué medida puede un hombre, por muy docto y sabio que sea, poseerla? Exceptuadas las cosas que vienen al alma por los sentidos del cuerpo, con frecuencia asaz diferentes de com o se ven, de suerte que el necio, oprimido por las semejanzas sorprenden­ tes, se cree sano de juicio, tomando alientos de aquí la filoso­ fía académica, la cual, dudando de todo, lamentablemente lo­ quea; exceptuadas, pues, las cosas que el alma recibe por los sentidos del cuerpo, ¿cuántas realidades conocemos con tanta certeza com o nuestro vivir? Aquí al menos no tememos ser por las apariencias engañados, porque el que se engaña ciertamente vive; pues en esta clase de visiones no ha lugar lo que se ob­ jeta de las cosas externas, en las que el ojo puede errar, como yerra cuando ve el remo quebrado en el agua, o el navegante ve las torres moverse, y seiscientos ejemplos más, diferentes todos en realidad de lo que muestran las apariencias, porque esto no se ve con los ojos del cuerpo. Conocemos por una ciencia muy íntima nuestro vivir, y en esto no puede un académico objetar: «Quizás duermes y lo ignoras, y ves en sueños». ¿Quién ignora, en efecto, que las visiones de los que sueñan son muy semejantes a las visiones de los que están bien despiertos? 708 Mas el que está cierto de la ciencia de su vida no dice: «Sé que estoy despierto», sino: «Sé que vivo». Ora duer­ ma, ora esté despierto, vive. Ni en sueños falla esta ciencia; porque el dormir y el soñar es propiedad del que vive. Y el académico no puede argüir contra esta ciencia diciendo: «A ca­ so estés fuera de ti y lo ignoras, pues las alucinaciones de los 707-712 B o ye r , L’idée de vérité... K o w a l c z y k , Vargument idéologique de di met. 23 (1968) 587 nt.8; C ayré , p,163ss.; B r a sa D í e z , o . c . , p.280; la vérité de Saint Augustin: Giorn. Le réalisme de Saint Augustin, en Sant Agostino e le grandi conenti della filosofía contemporánea. Atti del Congresso italiano di filosofía agostiniana (Roma, 20-23 ott. 1954) p.354-363. 707 A r ia s , o.c., p.697 nt.i; p.698 nt.j; Sa n A g u s t ín , Contra Académicos (BAC, III, p.74). 708 B oyer , L’idée de vérité... p.30.35.39.40.43; G il s o n , o .c ., p.49.53-54; C ayr é , Initiation... p.187; L ope C ille r u e lo , ¡¡Quién es Dios?: E st. agust. 8 (1973) 422, Tratado sobre la Santísima Trinidad 443 enajenados se parecen mucho a las visiones de los sanos de mente; pero el que loquea vive». Contra los académicos no afirma: «Sé que no estoy loco», sino: «Sé que vivo». Jamás yerra o miente el que dice: «Sé que vivo». Opónganse mil ejemplos de visiones falaces al que dice: «Sé que vivo»; nun­ ca vacilará, pues el que yerra vive. 709 Pero si la ciencia humana se limitase a este cono­ cimiento, sería poquedad, a no ser que estas certezas se mul­ tipliquen en cada género de manera que dejen de ser pocas y lleguen a un número indefinido. El que dice: «Sé que vivo» afirma conocer ya una verdad; si dice: «Sé que yo sé que vivo», son ya dos; y cuando tiene certeza de estas dos verdades, surge un tercer saber; y así, en orden ascen­ dente, puede sumar un cuarto y un quinto saber, e innu­ merables si es de ello capaz. Mas com o por adiciones sin­ gulares no puede abrazar un número indefinido ni hablar sin medida, existe ya otra verdad que él comprende y expre­ sa con toda certeza, a saber: que esto es cierto; y siendo sin número la cifra, es verdad que un número infinito no no se puede expresar ni comprender. Y otro tanto se diga de las certezas de la voluntad. ¿Quién puede afirmar sin descaro ser posible la equivoca­ ción del que dice: «Deseo ser feliz»? Y si añade: «Sé que deseo esto y tengo certeza de mi ciencia», puede sumar un tercer saber a estos dos, pues conoce ya dos verdades. Y se puede sumar un cuarto conocimiento al saber que sabe estas cosas, y así hasta el infinito. Además, si alguien dice: «N o quiero errar», yerre o no yerre, ¿no es cierto que no quiere errar? ¿Quién descarada­ mente se atreverá a decir a éste: «Quizá te engañas?», pues, cualquiera que sea su error, es cierto que no se engaña en no querer errar. Y si afirma saber esto, añada un número cualquiera de cosas conocidas y hallará su número infinito. El que dice: «N o quiero errar; sé que no quiero esto y sé que sé esto», indica, en expresión difícil, un número infini­ to. Existen también otros muchos ejemplos contra los aca­ démicos, partidarios de la ignorancia absoluta. 710 Pero conviene ser moderados, sobre todo por no ser éste nuestro propósito. En los albores de mi conversión escribí sobre el particular tres libros. El que pueda y quiera 710 A r ia s , o .c., p.699 nt.l; S an A g u s t ín , Contra Académicos (BAC, III, p.74-223); Enquiridion 20,7 (BAC, IV, Madrid 1948) p.724-726. 444 Enquiridión San Agustín leerlos, y leídos los entienda, no se dejará intimidar por los muchos argumentos que inventan contra la percepción de la verdad. Existen dos géneros de conocimientos: uno el de las co­ sas que el alma percibe por los sentidos del cuerpo, otro el de las cosas que ella por sí misma adquiere; aquellos gárru­ los filósofos impugnaban con muchedumbre de vaciedades el testimonio de los sentidos; pero no consiguieron poner en tela de juicio la percepción inmediata del alma en ciertas ver­ dades fundamentales; porque nunca pudieron dudar de esta verdad: «Sé que vivo». 711 Lejos, pues, de nosotros dudar de la verdad de los objetos percibidos por los sentidos del cuerpo: ellos dan tes­ timonio de la existencia del cielo y de la tierra y de cuanto en ellos se contiene y nos es conocido según la voluntad del que nos crió a nosotros y a ellos. Lejos también de nosotros negar la ciencia adquirida por testimonio ajeno; de otra manera ignoraríamos la existencia del mar, tierras y ciudades que la fama celebra; ignoraría­ mos la existencia de la humanidad y de sus hazañas apren­ didas en la Historia; ignoraríamos las noticias que cada día nos llueven de todas partes, y cuya certeza descansa en in­ dicios contestes y dignos de fe; ignoraríamos en qué lugar y de qué padres nacimos, pues todo esto lo sabemos por testimonio ajeno. Y si esto sería un absurdo mayúsculo, con­ fesemos que nuestra ciencia se acrecienta no sólo por el tes­ timonio de nuestros sentidos, sino también por el testimo­ nio de otros. 712 22. Todos estos conocimientos que el alma hu­ mana adquirió por sí misma, y por los sentidos del cuerpo y por testimonio ajeno, los conserva en los silos de la me­ moria, y de ellos nace el verbo verdadero cuando hablamos lo que sabemos, verbo anterior al sonido o a la concepción del sonido. Y entonces el verbo es semejante en extremo a la cosa conocida, de la cual nace la imagen, pues la visión del pensamiento se engendra de la visión de la ciencia, verbo que no pertenece a idioma alguno, verbo verdadero de rea­ lidad verdadera, verbo que nada tiene de suyo, sino que todo lo recibe de la ciencia que le da el ser. El que dice lo que sabe, no interesa saber cuándo lo aprendió; a veces su ver­ bo es tan rápido com o su ciencia; lo que importa es que el verbo sea verdadero, esto es, nacido de las realidades que se conocen. 445 E N Q U IR ID IO N E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, IV , Obras apologéticas: D e la verdadera religión..., Enquiridión, versión, in­ troducción y notas de A . C e n t e n o , O .S.A. (BAC , Madrid 1948). g e n .: C e n t e n o , Introducción, en o.c., p.455-461; M . F. Actualidad del « Enchiridion » agustiniano (trad, de V. Capán a g a ) : Augustinus 16 (1971) 377-386; O . S c h e l l , Augustinus. Enchiri­ dion, herausg., 2 A ufl. unveránd., Nachdr. der Ausg. (Tübingen 1930) (Frankfurt a. M . 1968). B ib lio g r . S c ia c c a , C a p ít u l o X Del origen del mal, contra los maniqueos 713 Todas las cosas fueron creadas por esta sumamen­ te buena, subsistente e inmutable Trinidad, y aunque tales cosas no son ni suma, ni constante, ni inmutablemente bue­ nas, lo son, no obstante, en particular, y muy buenas con­ sideradas en su conjunto, ya que de ellas resulta la admira­ ble belleza del universo. C a p ít u l o XI Por qué Dios permite el mal. El mal no es otra cosa que privación del bien 714 Aun lo que llamamos mal en el mundo, bien or­ denado y colocado en su lugar, hace resaltar más eminente­ mente el bien, de tal modo que agrada más y es más digno de alabanza si lo comparamos con las cosas malas. Pues Dios omnipotente, com o confiesan los mismos infieles, «uni­ versal Señor de todas las cosas», siendo sumamente bueno, no permitiría en modo alguno que existiese algún mal en sus criaturas si no fuera de tal modo bueno y poderoso que pudiese sacar bien del mismo mal. Pues ¿qué otra cosa es el mal, sino la privación del bien? Del mismo modo que, en los cuerpos de los animales, el es­ tar enfermos o heridos no es otra cosa que estar privados de la salud— y por esto, al aplicarles un remedio, no se in­ tenta que los males existentes en aquellos cuerpos, es de713-723 C ayré, Initiation... p. 145-146. 714 G i l s o n , Introduction á Vétude de Saint Augustin p,186s. San Agustín 446 cir, las enfermedades y heridas, se trasladen a otra parte, sino destruirlas, ya que ellas no son substancia, sino alteracio­ nes de la carne, que, siendo substancia y, por tanto, algo bueno, recibe estos males, esto es, privaciones del bien que llamamos salud— , así también todos los defectos de las al­ mas son privaciones de bienes naturales, y estos defectos, cuando son curados, no se trasladan a otros lugares, sino que, no pudiendo subsistir con aquella salud, desaparecen en ab­ soluto. C a p ít u l o X II Todas las criaturas son buenas, pero no sumamente buenas, y, por tanto, corruptibles 715 4. Siendo el Creador de todas las substancias su­ mamente bueno, todas ellas son buenas; mas porque no son absoluta e inalterablemente buenas, com o lo es su Creador, en ellas el bien puede admitir aumento y disminución. Mas cualquier menoscabo del bien ya es un mal, si bien, por mu­ cho que disminuya, es necesario que permanezca siempre algo, porque, si dejara de ser substancia, no existiría ya en modo alguno; pues una substancia, cualquiera que sea, no puede perder el bien por el cual es substancia sin que ella misma deje de existir. Con razón es alabada la naturaleza in­ corrupta, y si es, además, incorruptible, es, sin duda, mucho más digna de alabanza. Cuando una substancia se corrompe, esta corrupción es un mal, porque la priva de algún bien; pues si esto no fuese así, no la dañaría; es así que la daña, luego la despoja de algún bien. 716 Mientras una substancia se corrompe, hay en ella algún bien de que pueda ser privada; mas si, subsistiendo algo del ser, ya no pudiera corromperse, sería por esto na­ turaleza incorruptible, y habría alcanzado este gran bien por medio de la corrupción; pero si no cesa de corromperse, no está despojada de todo bien, del cual la pueda privar la co­ rrupción. Mas si la corrompiese totalmente, no encerraría ya en sí ningún bien, porque ella misma habría dejado de exis­ tir. De donde se sigue que la corrupción no puede destruir todo el bien, si no es aniquilando toda la substancia. Luego toda substancia es un bien: grande, si no puede corromper­ 715 G il s o n , o.c., p.186. Enquiridión 447 se; menor, si se corrompe. Pero nadie podrá negar que es un bien, si no es el necio y en absoluto ignorante de esta cues­ tión; y ni la misma corrupción subsistirá una vez destruida la substancia, ya que sin ella no puede existir. C a p ít u l o X III Ningún mal existiría sin el bien 717 Sin bien no podría existir el mal. El bien que ca­ rece de todo mal es el bien absoluto; por el contrario, aquel al que está adherido el mal es un bien corrupto o corrupti­ ble; y donde no existe el bien, no es posible mal alguno. De aquí se deduce una extraña conclusión: que, siendo toda subs­ tancia, en cuanto tal, un bien, parece que, cuando a la subs­ tancia corrompida se la denomina mala, se afirma que el mal es lo mismo que el bien, y que el mal no existe sino en cuan­ to existe el bien; pues toda naturaleza es un bien, y no exis­ tiría cosa mala alguna si esa misma cosa que es mala no fuese substancia. De donde se sigue que no se da el mal sin el bien. Y aunque esto parezca absurdo, sin embargo, la trabazón de este razonamiento exige necesariamente esta conclusión. 718 Debemos evitar que recaiga sobre nosotros aquella sentencia profetica: ¡A y de los que al mal llaman bien, y al bien mal; que de la luz hacen tinieblas y de las tinieblas luz, y dan lo amargo por dulce y lo dulce por amargol (Is 5,20). Y, sin embargo, el Señor dice: E/ mal hombre de su mal tesoro saca cosas malas (M t 12,35). Y , siendo una substancia el hom­ bre, ¿qué otra cosa es el «hombre malo» sino mala naturaleza? Finalmente, si el hombre es algún bien, ya que es substancia, ¿qué es el hombre malo sino un bien malo? Distinguiendo, sin embargo, estas dos cosas, vemos que no es malo porque es hom­ bre, ni bueno porque es perverso, sino bueno porque es hombre, y malo por perverso. Quien dijere, pues, que es un mal ser hombre y un bien el ser perverso, incurre en aquella sentencia profètica: ¡A y de los que al mal llaman bien y al bien mal!, pues vitupera la obra de Dios, que es el hombre, y alaba la culpa del hombre, que es la iniquidad. En conclusión, toda substancia, por más que sea viciosa, en cuanto substancia, es buena; en cuanto defectuosa, mala. 448 Enquiridión San Agustín C a p ít u l o C a p ít u l o X IV El bien y el mal, aunque son cosas contrarias, pueden existir al mismo tiempo en una misma cosa. El mal procede del bien 719 Según lo expuesto hasta aquí, no se cumple aquella regla de los dialécticos: No pueden darse cualidades contra­ rias en una misma cosa y al mismo tiempo, pues vemos que los bienes y los males coexisten. El aire no puede ser a la vez oscuro y transparente; ninguna comida o bebida es a la vez dulce y amarga; del mismo modo, un cuerpo no puede ser al mismo tiempo y en el mismo lugar negro y blanco, ni her­ moso donde deforme; lo propio sucede en muchas, por no decir en todas las cosas contrarias. Todos admiten que el bien y el mal son contrarios, y, no obstante, ambos pueden existir simultáneamente en el mismo ser; aún más, el mal no puede existir en modo alguno sin el bien y fuera de él, aun­ que el bien puede existir sin el mal. 720 El hombre o el ángel pueden no ser injustos, pero la injusticia no puede existir sino en el hombre o en el án­ gel, y el hombre y el ángel son buenos en cuanto tales, pero malos en cuanto injustos. Estas dos cosas contrarias de tal modo andan juntas que de ningún modo podría existir mal alguno sin el bien, al cual puede estar adherido, pues no sólo no encontraría dónde fijarse la corrupción, mas ni aun siquie­ ra de dónde proceder, si no hubiese algo que sea sujeto de corrupción; y si no fuese un bien no podía corromperse, dado que la corrupción no es otra cosa que la expulsión del bien Por consiguiente, los males han tenido su origen en los bie­ nes, y si no es en algún bien no existen, pues la naturaleza del mal no tendría de dónde originarse. Dado caso que exis­ tiera, en cuanto naturaleza, sería necesariamente buena: in­ corruptible, gran bien, o corruptible, menor bien, al cual, de­ teriorando la corrupción, pudiera perjudicarle. 449 X V II ¿Q u é es el error? No todo error es perjudicial. Feliz error de San Agustín en una encrucijada 721 Aunque debemos precavernos de todo error con sumo cuidado, no sólo en los asuntos más importantes, sino también en otros de menor cuantía, y aunque no se pueda errar sino por ignorancia de las cosas, sin embargo, no se sigue de aquí que yerre al punto todo aquel que ignore algo, sino aquel que juzga saber lo que ignora, ya que aprueba lo falso com o verdadero, lo que constituye la nota caracterís­ tica del error. No obstante, conviene tener presente sobre lo que versa el error, porque, en una misma cosa, la recta razón prefiere el que sabe al que ignora, el que no yerra al que yerra; mas en cosas diversas, esto es, cuando uno conoce ciertas cosas útiles y otro cosas inútiles y aun nocivas, ¿quién no estimará más al ignorante que al conocedor de tales cosas? Pues hay ciertos asuntos que vale más ignorarlos que cono­ cerlos; y para algunos fue útil el error, no digo en el cami­ no de las costumbres, sino en el de un viaje. 722 A mí mismo me ha sucedido equivocarme en una bifurcación de caminos y no pasar por donde se había ocul­ tado un grupo de donatistas armados, que esperaban mi paso, y así sucedió que llegase adonde me dirigía tras un largo rodeo. Conocidas después sus asechanzas, me regocijé de ha­ berme equivocado, dando gracias a Dios. ¿Quién dudará an­ teponer un viajero que yerra de este modo a un salteador que de este modo no se equivoca? Y por esta razón, quizá, aquel sumo poeta dice de un desgraciado amante: «Cuando te vi, ¡cóm o me perdí! ¡Cómo en pos de sí me llevó preso un falso engaño!» ( V i r g i l ., Eglog. V III v.41); porque hay también error bueno, que no sólo no perjudica en nada al que lo comete, sino que, por el contrario, en algo le es útil. 723 Pero, considerada más diligentemente la verdad, no siendo el error otra cosa que juzgar lo falso como verdadero y lo verdadero com o falso, o tomar lo cierto por incierto, y esto como cierto, ya sea falso o verdadero; y siendo esto tan vergonzoso e indecoroso para el alma com o hermoso y 721 C en ten o , o .c ., p .636 nt.3. 7 24-726 B oyer, L ’ id é e d e v é r i t é ... p .2 1 -3 4 ; so n , o .c ., C a y ré, I n i t i a t io n ... p .1 8 7 ; G il- p .4 9 . Los filósofos medievales 1 15 450 San Agustín Enquiridión conveniente es, lo mismo en el hablar como en el pensar, sí, sí, no, no (M t 5,37), por esto mismo es miserable esta vida en que vivimos, ya que en algunas ocasiones es necesario el error para conservarla. Muy lejos de mí el creer que tal sea aquella vida donde la verdad misma es vida de nuestra alma, donde nadie engaña ni es engañado. Mas en esta vida los hombres engañan y son engañados; y más desgraciados son cuando engañan mintiendo que cuando son engañados creyendo a quienes los engañan. Sin embargo, hasta tal punto llega la naturaleza humana a rehuir la falsedad y se esfuerza en evi­ tar el error, que aun aquellos a quienes agrada engañar no quieren ser engañados, pues se cree libre de todo error el que miente, pensando que induce a error a quien le cree. Ciertamente que no se engaña en aquello que ocultó con men­ tira, si él conoce la verdad; pero se engaña figurándose que no le daña su mentira, siendo así que todo pecado perjudica más al que lo ejecuta que al que lo sufre. C a p ít u l o XX No todo error es pecado. Refutación de los académicos 724 7. N o sé, en verdad, si deben considerarse peca­ dos errores de este género: cuando un hombre piensa bien de otro malo por ignorar si es bueno o malo, o cuando se nos presentan cosas materiales recibidas por el espíritu, o vice­ versa; como sucedió a San Pedro, cuando, al ser liberado por el ángel de las cadenas y la cárcel, juzgaba ser una visión. Esto mismo sucede en las cosas corpóreas, cuando se cree suave lo que es áspero, dulce lo amargo, o que huele bien lo fétido, o que truena cuando pasa un carro, o cuando hay dos personas parecidas y creemos que es uno siendo el otro, com o sucede frecuentemente en los gemelos; por lo que dijo el poeta: «Yerro de los padres muy dulce» ( V i r g ., Eneida X 392), y otras cosas semejantes. 725 Tampoco me he propuesto resolver la intrincadísima cuestión que atormentó a los académicos, hombres agudísi­ mos, de si el sabio debe afirmar algo para no caer en el error, al aprobar lo falso como verdadero, siendo todas las cosas, según ellos sostienen, ocultas o inciertas. Sobre esta 7 2 4 .To l i v e t , La doctrine 725 Sa n A g u st ín , Contra august. de l’illum. p .6 7 . académicos (BAC, III, p .7 4 -2 2 3 ). 451 cuestión escribí, en los preliminares de mi conversión, tres libros para que no me sirviesen de obstáculos las cosas que en los mismos umbrales se me ofrecían. Me era necesario, en verdad, refutar sus argumentaciones, con las que pretendían robustecer la desesperación de encontrar la verdad. Aseguran que todo error es pecado, y sostienen que no se puede evitar si no se suspende todo asentimiento. Afirman, pues, que yerra todo aquel que asiente a lo incierto, y discuten, con disputas ciertamente agudísimas, aunque muy atrevidas, que nada hay cierto en las percepciones de los hombres, por la inseparable semejanza con lo falso, aunque lo que se ve sea cierto. 726 Nosotros decimos que el justo vive de la fe (Rom. 1,17), mas sin asentimiento no hay fe, porque sin asentimien­ to no se puede creer nada. Sin embargo, son verdaderas aque­ llas cosas que, aunque invisibles, ha de creer quien deseare llegar a la vida feliz, esto es, a la vida eterna. Pero no sé si debo discurrir con quienes ignoran no sólo que han de vivir eternamente, sino también si viven al presente; más aún, dicen que ignoran lo que no pueden ignorar, pues nadie puede ignorar que vive; puesto que, si no vive, es incapaz aun de ignorar, ya que no sólo el saber, más aún, el ignorar es propio del que vive. Dudando de su existencia, creen de este modo evitar el error; no obstante, aun errando, son con­ vencidos de que viven, porque no puede errar quien no vive. Luego así como no sólo es verdad que vivimos, sino absolutamenet cierto, del mismo modo existen otras muchas cosas que son verdaderas y ciertas, y el no asentir a ellas más bien se ha de llamar insensatez que sabiduría. C a p ít u l o X X V I I Estado del hombre después del pecado de Adán. Su reparación es obra de la exclusiva misericordia de Dios 727 Esta era, pues, su situación: toda la masa conde­ nada del género humano yacía sumida en toda suerte de ma­ les o, por mejor decir, anegada, y se precipitaba de mal en mal, y, unida a los ángeles rebeldes, expiaba su impía deser­ ción con justísimas penas. Todo lo que los malos hacen con 727 C e n t e n o , o .c ., p.636 nt.6; A. C. V e g a , Filosofía de San Agustín. VIH, San Agustín y La filosofía moderna, Obras de San Agustín II (BAC, Ma­ drid 1946) p .1 9 3 . 432 San Agustín La Ciudad de Dios gusto, arrastrados por la ciega e indómita concupiscencia, debe atribuirse a la justa indignación de Dios, y, del mismo modo, todo aquello que, mal de su grado, sufren ya por los ocultos o manifiestos castigos de Dios. Con todo, la bondad del Crea­ dor no cesa de vivificar y dar fuerza constantemente a los án­ geles perversos, pues si de este concurso se les privara, pere­ cerían. En cuanto a los hombres, aunque nacen de linaje vi­ ciado y condenado, no cesa tampoco de crear los gérmenes, de animar y ordenar sus miembros, de dar vigor a los sen­ tidos a través de los diversos tiempos y espacios y proporcio­ narles alimentos adecuados. Pues juzgó más conveniente sacar bienes de los males que impedir todos los males. lona 1953); D . P e s c e , Agostino. La «Cita di D io », introduz., traduz. e commento (Firenze 1954); C. G i o r g i , Sant’Agostino, la « Cita di D io », testo, introd. e note (5 prim, libr.) (T orin o 1939); P . d e L a b r i o l l e J. P e r r e t , Saint Augustin, la «C ité de D ieu », texte et trad., avec introd., et notes, 2 vols. (Paris 1941-1946); J. H e a l e y , Saint Augustin, « The City of G od », 3 vols, (en un tom o), with an introd. by E. B a r r e r (London-Toronto 1931), reimpr. 1934 y 1945; C. J. P e r l , Aurelius Augus­ tinus, «D er Gottesstaat», in deutscher Sprache 3 vol. (Salzburg 1951-1953); T. d e F e r r a r i - M . J. K e e l e r , St. A ugustine’s « City o f G o d »: Its plan and developm ent: Amer. Journ. o f Philology 50 (1929) 109-137; F. C a y r é , La Cité de D ieu: Rev. Thom . 35 (1930) 331-381; 487-501; J. C. G u y , Unité et structure logique de la « Cité de D ieu » de Saint Augustin (Paris 1961); V . A l v a r e z D î e z , La « Ciudad de D ios» y su arquitectura interna: La Ciudad de Dios, 168, I (1954), Estudios sobre la «Ciudad de D ios», .65-116; A . C. V e g a , O .S.A., Estructura literaria de la « Ciudad de D ios»: La Ciudad de D ios 167 (1954) I I , p .13-51; R. F l ó r e z , La teoría agustiniana de «los dos amores» en su dimension antropológica: La Ciudad de Dios 167 (1954) 505-515; G . H . A l l a r d , Pour une nou­ velle interprétation de «Civitas D ei»: Studia patristica I X p.329-339; E. G i l s o n , Les métamorphoses de la « Cité de D ieu » (Paris 1952); H. I. M a r r o u , La division en chapitres des livres de la Cité de D ieu: Mélanges J. de Guellinck, I (G em bloux 1951) 235-249; U. A . P a d o v a n i , La Città di D io di Sant’A gostino: teologia e non filosofia della Storia (Milano 1931) o: Riv. di Fil. neosc. 23 (1931) 220-263; P. M . V é l e z , La « Ciudad de D ios» com o filosofía de la historia: Religión y Cultura 21 (1933) 55-81; J. D a n i é l o u , Philosophie, ou Théologie de l’histoire?: Dieu vivant 19 (1951) 127-136; U. A. P a d o v a n i , Storicismo teologicoagustiniano e storicismo filosofico-hegeliano: Humanitas 9 (1954) 966-976; P. d e L e t u r i a , Las coordenadas de la historia universal en la historiologia de San Agustín (Burgos 1955); G . C o m b e s , La doctrine politique de Saint Augustin (Paris 1927); P. F o n t y P u i g , Ideario político de San Agustín: Augustinus 5 (1960) 163-174; V . J. B o u r r e , The political philosophy o f St. Augustine. Proceed, o f the V I I annual meeting o f the Amer. Cath. Assoc. (St. Louis, Missouri, 1931); C h . P. C a r l s o n , The natural order and historical explanation in St. A ugustine’s «C ity o f G o d »: Augustiniana 21 (1971) 417-447; M a r r o u y o t r o s , La théologie de l’his­ toire: Augustinus magister I I I (1954) 193-212; P e g u e r o l e s , Sentido de la historia según San Agustín: Augustinus 16 (1971) 239-261; P. J. F e r ­ n á n d e z , El «agustinismo político» y su importancia en la evolución histó­ rica del m èdioevo: Burgense 13 (1972) 457-498; R. M a r t i n i , The tw o cities in Augustine’s political philosophy: Journ. H ist. Ideas 33 (1972) 195-216; J. C h a y x -R u y , Le problèm e du temps dans les Confessions et dans la Cité de D ieu: Giorn. di met. 9 (1954) 466-477; R. F l ó r e z , O .S.A., Temporalidad y tiem po en la «Ciudad de D io s»: La Ciudad de Dios, n.° extraord. 167, I (1954) 169-185; Id., El tema del tiem po en la filosofía de San Agustín: La Ciudad de D ios 156 (1954) 61-86; C. P a r m a , Plotinische M otive in Augustinus Begriff der Civitas D ei: Vigil. Christ. 22 (1968) 45-48; J. V . d e C a r v a l h o , O sentido de historia na «Cidade de D eus»: Brotgria 47 (1948) 441-460; M. F. S c i a c c a , II concetto di storia in Sant’ A gostino: C oloquio Agustiniano (Zaragoza, 3-6 oct. 1954). 728 Y si Dios hubiese preferido que no existiera abso­ lutamente reparación alguna para los hombres, como no la hubo para los ángeles, ¿acaso no sería justo que la naturaleza que se había alejado de Dios; que había conculcado y tras­ pasado, usando mal de su poder, el precepto de su Creador — que habría podido guardar felicísimamente— ; que, obsti­ nadamente apartada de la luz de su Creador, había profanado en sí misma la imagen divina; que se había substraído a la saludable servidumbre de sus leyes por el mal uso del libre albedrío, no sería justo, digo, que toda ella fuese abandona­ da por El para siempre y, según su merecido, sufriese castigo eterno? Ciertamente hubiese obrado de este modo si aten­ diese sólo a su justicia, prescindiendo de la misericordia, y no mostrase con mayor evidencia su gratuita misericordia en la liberación de los indignos. L A C IU D A D D E D IO S ( contra los paganos) E d i c i ó n c i t a d a : Obras de San Agustín, en edición bilingüe, X V I y X V I I , edición preparada por J. M o r a n , O .S.A., 2.1 ed. (BAC, Madrid 1964, 1965). g e n .: M o r a n , o.e., p .V I-X II, Bibliografía; J. M . del O .S.A., Historiografía de la «Ciudad de D ios», de 1928 a 1954, en La Ciudad de Dios, n.° extr., en el X V I centenario del nacimiento de San Agustín (1954), Estudios sobre la «Ciudad de D ios», t.II vol.l p.647-774; O euvres de Saint Augustin, vol.33-37, D e Civitate D ei, introd. et notes par G . B a r d y , trad. par G . C o m b e s (Biblioth. august.) (París 1959, 1960). Introd. gén., vol.33 p.9-163; Bibliogr. p .145-163; M o r a n , o.e., Introducción general p .X III-L X X IV ; H. K l o e s e l , Augustinus «D e Civitate D ei», Erläuterungen (Paderborn 1954); L. R i b e r -J. B a s t a r d a s , San Agustín, La «Ciudad de D ios», 1.1-2, trad. y texto revisado (Barce­ B ib l io g r . E stal, 453 454 San Agustín La Ciudad de D ios C a p ít u l o LIBR O I P r ó l o g o M otivo y plan de la presente obra 729 H e tomado por mi cuenta, carísimo hijo Marcelino, en esta obra a instancia tuya preparada y a ti debida con pro­ mesa mía, contra aquellos que anteponen sus dioses a su Funda­ dor, la defensa de la gloriosísima Ciudad de Dios, ora en el ac­ tual discurso de los tiempos, ora en aquella estabilidad del descanso eterno, que ahora espera por la paciencia, hasta que la justicia se convierta en juicio (Sal 93,15), y luego ha de alcanzar por la perfección con la victoria final y la paz perfecta. Empresa grande y ardua; pero Dios es nuestro ayudador (Sal 61,9). Sé muy bien el caudal que es menester para intimar a los sober­ bios la excelencia de la humildad, con la cual la alteza, no la que es hurto de la arrogancia humana, sino la que es don de la divina gracia, trasciende todas las cumbres terrenas, que se bambolean al compás de los tiempos. El Rey y Fundador de esta Ciudad, de la que me he propuesto hablar, declaró a su pueblo en la Escritura el sentido de aquel divino oráculo que dice: Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gra­ cia (Sant 4,6; 1 Pe 5,5). Mas esto, que es privativo de Dios, también lo pretende para su alma soberbia el espíritu hinchado, que se complace en que se diga en su alabanza: Perdonar a los vencidos y abatir a los soberbios ( V i r g i l ., Eneid. V I v.854). Por lo cual no hemos de pasar en silencio decir de la ciudad terrena (que, en su afán de dominar, aunque le estén sujetos los pueblos, ella es dominada por su libídine) cuanto el plan de la presente obra exija y nuestras posibilidades permitan. 729 -73 1 O . T i t o , Origine e composizione del I Libro «De civitate Dei» di S tu d i c la s sici e o rie n ta li 14 ( 1 9 6 5 ) 1 2-33; B a r d v , o .c ., p . 175 -18 3, I n t r o d u c t io n a u x livres I - V (B ib lio g r . p . 1 8 4 -1 8 5 ). 729 M oran , o .c ., I p.63 nt.1.2.3; B ardy , o .c., p.190 nt.4; p.191 nt.5; C a r l s o n , o .c ., p.440; A l v a r e z D í e z , o . c ., p.69-93. Sant’Agostino: 455 V III Gracias y desgracias comunes en la mayor parte a los buenos y a los malos 730 1. Tal vez se le ocurra a alguien: ¿Por qué ha al­ canzado esta divina misericordia también a los impíos e ingra­ tos? ¿Por qué pensamos sino porque es dádiva de aquel que hace salir el sol sobre buenos y malos y llueve sobre justos y pe­ cadores? (M t 5,45). Aunque unos, creyéndolo así, se corrijan de su impiedad haciendo penitencia, y otros, empero, como dice el Apóstol, menospreciando las riquezas de la bondad y longa­ nimidad de Dios, por la dureza de su corazón, y corazón im­ penitente, atesoren para sí ira en el día de la ira y de la re­ velación del justo juicio de Dios, el cual retribuirá a cada uno según sus obras (Rom 2,4.6). Sin embargo, la paciencia de Dios invita a los malos a la penitencia, del mismo modo que su azote instruye a los buenos en la paciencia; la misericordia de Dios ama a los buenos para favorecerlos, al igual que su severi­ dad corrige a los malos para castigarlos. Plugo a la divina Providencia disponer para la otra vida bienes para los buenos, de los que no gozaran los pecadores, y males para los im­ píos, con los que no fueran atormentados los buenos. Quiso, además, que tanto los bienes temporales com o los males fue­ sen comunes a entrambos, con el fin de que ni los bienes, de los que vemos gozar también a los malos, sean apetecidos con más cupididad, ni los males, que afectan muchas veces a los buenos, se evitasen torpemente. 731 2. Importa mucho en esto la cualidad del uso, tan­ to de las cosas prósperas como de las adversas. Porque el bue­ no ni se engríe con los bienes temporales ni se abate con los males; en cambio, el malo es castigado con tal infidelidad pre­ cisamente porque se estraga con la felicidad. Con todo, Dios muestra frecuentemente su manera de obrar con más claridad en la distribución de estas cosas. Ya que, si ahora castigase cualquier pecado con penas manifiestas, se creeíra que no re­ servaba nada para el último juicio; al contrario, si ahora Dios no castigase manifiestamente algún pecado, se creería que no existe la Providencia divina. De igual suerte acaece en las 730 A lva r e z D í e z , o .c ., p .74. 731 Bardy, o .c., p .7 6 2 , nota com plem . 2 : rels ; Jo l iv e t , Le problème du mal... p .78. La distribution des biens tempo- 456 San Agustín La Ciudad de Dios cosas prósperas. Si Dios no las concediese con mano liberal a alguno de cuantos se las piden, diríamos que no le perte­ necían; y, asimismo, si las concediese a cuantos se las piden, pensaríamos que sólo se le debe servir por semejantes pre­ mios. Tal servidumbre no nos haría más piadosos, sino más ambiciosos y avaros. Siendo esto así, no porque los buenos y los malos hayan sufrido lo mismo, hemos de negar la dis­ tinción entre ellos. Porque bien se compagina la desemejanza de los atribulados con la semejanza de las tribulaciones. Y , aunque estén bajo un mismo tormento, no por eso es lo mis­ mo la virtud y el vicio. Como con un mismo fuego brilla el oro y la paja humea, y bajo un mismo trillo se tritura la paja y se limpia el grano, ni se confunde el alpechín con el aceite por prensarse con el mismo peso, así también una y misma adversidad prueba, purifica y afina a los buenos y reprueba, destruye y deshace a los malos. Así, en un mismo trabajo abo­ minan y blasfeman de Dios los malos, y los buenos le su­ plican y alaban. H e aquí la importancia de la cualidad, no de los tormentos, sino de los atormentados. Agitados con igual movimiento, el cieno despide un olor repelente, y el ungüen­ to, una suave fragancia. LIBRO V C a p ít u l o X Si las voluntades de los hombres están sujetas a alguna necesidad 732 1. Por ende, no debemos temer la necesidad, por temor de la cual se esforzaron los estoicos en distinguir las causas de las cosas en tal forma que unas las sustrajeron a la necesidad y otras las sujetaron a ella. Entre las cosas que no quisieron sujetar a la necesidad colocaron también nuestras voluntades, por temor de que no fuesen libres si las sometían a la misma. Si se entiende por necesidad nuestra lo que no está en nuestra potestad, sino que, aunque no queramos, ejer­ cita su poder, como la necesidad de la muerte, es evidente que nuestras voluntades, con que vivimos bien o mal, no están dominadas por tal necesidad. Porque hacemos muchas cosas que, si no quisiéramos, no las haríamos. A este género 732 M o r a n , o . c . , I p.309 nt.18; L. T e i x i d o r , La libertad humana en San Agustín: Est. e c l e s . 9 (1930) 433-461; P e g u e r o l e s , o . c . , p.130. 457 pertenece en primera línea el querer mismo, porque, si que­ remos, existe, y si no queremos, no existe, ya que no querría­ mos si no quisiéramos. Y si se define la necesidad con decir que es forzoso que algo sea así o se haga así, no sé por qué tememos que nos quite el albedrío de la voluntad. N o po­ nemos tampoco bajo esta necesidad la vida de Dios y su presciencia si decimos que es necesario que Dios viva siem­ pre y que presepa todas las cosas, de igual modo que no desmedra su poder decir que no puede morir ni engañarse. De tal manera no puede esto que, si lo pudiera, fuera, sin duda, menor su poder. Con razón se dice omnipotente el que no puede morir ni engañarse. Se llama omnipotente porque hace lo que quiere, no porque padece lo que no quiere; si esto le acaeciere, no fuera omnipotente. De donde se sigue que no puede algunas cosas, justamente por ser omnipotente. Así también, cuando decimos: Es necesario que, si queremos, queramos con libre albedrío, decimos indudablemente una ver­ dad, y no sujetamos por eso el libre albedrío a la necesidad, que suprime la libertad. Son, pues, nuestras las voluntades, y ellas mismas hacen cuanto, queriendo, hacemos, lo cual no se hiciera si no quisiéramos. Sin embargo, en lo que cada uno padece por voluntad de otros hombres contra su propio que­ rer, aún influye la voluntad; aunque no sea la voluntad de aquel hombre, sino la potestad de Dios. Porque si existiera la voluntad solamente y no pudiese lo que quiere, quedará impe­ dida por otra voluntad más poderosa. Pero ni aun así fuera la voluntad otra cosa que voluntad, ni fuera de otro sino del que quería, aunque no pudiera realizar su deseo. Por tanto, cuanto padece el hombre al margen de su voluntad, no debe atribuirlo a voluntades humanas, angélicas o de otro espíritu creado, sino a la de Aquel que da poder a los que lo quieren. 733 2. Luego no porque Dios presupo qué había de de­ pender de nuestra voluntad, deja de pender algo de ella, ya que quien presupo eso, presupo algo. Por consiguiente, si Aquel que presupo qué pendería de nuestra voluntad, no presupo ciertamente nada, sino algo, sin duda, aun presciente El, pende algo de nuestra voluntad. De consiguiente, en manera alguna nos vemos constreñidos, o, admitida la presciencia de Dios, a suprimir el albedrío de la voluntad, o, admitido el arbitrio de , 753^ M o r a n , o.c., I p.309 nt.19.20; B a r d y , o . c . , p.827 nota complem. 6 6 : Liberté et prescience; J o l i v e t , Le probléme du mal... p.49; M o r a n , Síntesis ñ or Pensam‘ ent0 agustiniano en torno a la existencia de Dios: Augustinus 5 (1960) 228; C a y r é , Dieu present dans la vie de l ’esprit (Bruges-Paris 1951) p.228. La Ciudad de Dios San Agustín 458 la voluntad, a negar la presciencia de los futuros en Dios. (Lo cual es una impiedad.) Antes abrazamos lo uno y lo otro, lo uno y lo otro fiel y verazmente lo admitimos; aquello, para que nuestra fe sea recta, y esto, para que nuestra vida sea bue­ na. Se vive mal cuando no se cree bien de Dios. Lejos de nosotros el negar la presciencia por querer ser libres, puesto que con su auxilio somos libres o lo seremos. En consecuencia, no en vano están las leyes, las reprensiones, las exhortaciones, las alabanzas y los vituperios, porque también presúpolas futu­ ras e importan mucho, tanto cuanto presupo habían de impor­ tar. Y las súplicas convienen para pedir aquello que presupo había de dar a los que suplicaran, y con justicia se asignaron premios para las obras buenas y penas para los pecados. Ni peca el hombre precisamente porque presupo Dios que había de pe­ car; diría más, no se duda que peca él cuando peca, justamen­ te, porque Aquel cuya presciencia no puede engañarse presupo que ni el hado, ni la fortuna, ni otra cosa había de pecar, sino el mismo hombre, el cual, si no quiere, ciertamente no peca; pero si no quiere pecar, tambén esto El lo presupo. C a p ít u l o XI Providencia universal de Dios, cuyas leyes abarcan todas las cosas 734 Por tanto, el Dios sumo y verdadero, con su Verbo y el Espíritu Santo, tres que son uno, Dios uno y omnipotente, Creador y Hacedor de toda alma y de todo cuerpo, por cuya participación son felices cuantos son felices por la verdad, no por la vanidad; que hizo al hombre animal racional de alma y cuerpo; que, en pecando éste, ni permitió que quedara sin castigo, ni le dejó sin misericordia; que dio a los buenos y a los malos ser con las piedras, vida seminal con los árboles, vida sensitiva con los animales y vida intelectual con solos los ángeles; del cual procede todo modo, toda especie y todo orden; del cual promana la medida, el número y el peso; del cual procede cuanto naturalmente es, de cualquier género que sea y cualquiera que sea su valor; del que proceden los gér­ menes de las plantas, y las formas de los gérmenes, y los mo­ vimientos de los gérmenes y de las formas; que dio también a la carne origen, belleza, complexión, fecundidad de propaga­ 734 M o r a n , o .c ., I p .3 0 9 n t.2 1 ; p .3 1 0 n t.2 2 -2 6 ; B a rd y, o .c ., p .6 8 9 nt.3. 459 ción, disposición de miembros, salud y armonía; que dio al alma irracional memoria, sentido y apetito, y a la racional ade­ más mente, inteligencia y voluntad; que no dejó sin conve­ niencia de parte y sin una especie de paz no sólo al cielo y a la tierra, ni a sólo el ángel y al hombre, sino ni a los entresi­ jos del más vil animalito, ni la alita del ave, ni la florecilla de la hierba, ni una hoja de árbol, en m odo alguno es creíble que quisiera fueran ajenos a las leyes de su providencia los rei­ nos de los hombres, sus señoríos y servidumbres. LIBRO X C a p ít u l o III El culto verdadero de Dios. Los platónicos, aunque entendieron al Creador del universo, se desviaron de ese culto, rindiéndolo con honor divino a los ángeles buenos y a los malos 735 1. Siendo ello así, si los platónicos, y cualesquiera otros que sintieron esto, conociendo a Dios, le glorificaran como a Dios y le dieran gracias y no se desvanecieran en sus pensamientos, ni se hicieran en parte autores de los errores de los pueblos y en parte se atrevieran a oponerse a ellos, sin duda confesaran que debían rendir culto al único Dios de los dio­ ses, que es también nuestro y de ellos, tanto los espíritus in­ mortales y bienaventurados como nosotros los mortales y mise­ rables, para poder ser inmortales y bienaventurados. 736 2. A éste debemos nosotros la servidumbre llama­ da en griego hatpsíav, ora en actos exteriores, ora en nosotros mismos. Todos conjuntamente somos su templo, y cada uno en particular somos templos suyos. El se digna habitar en la con­ cordia de todos y en cada uno. Y no es mayor en todos que en cada uno, porque ni se distiende en su grandeza ni se dis­ minuye por división. Cuando nuestro corazón está en alto, en­ tonces es su altar. Le aplacamos por medio del sacerdote, su Unigénito. Le sacrificamos víctimas cruentas cuando peleamos hasta el derramamiento de sangre por su verdad. Le quema­ mos suavísimo incienso cuando en su presencia ardemos en su piadoso y santo amor. Ofrecérnosle los dones que nos ha he735-737 C a y r é , Initiation... p .1 4 2 ; Saint Augustin: Mélang. august., p .43. 736 M du mal... o r a n , o .c ., p .71. p .582 n t.1 0 .1 2 ; G Id ., il s o n , Contemplation et Raison d’après o .c ., p . 1 40; J o l iv e t , Le problème 460 San Agustín cho y nos ofrecemos a nosotros mismos y nos volvemos a El. Dedicamos y consagramos la memoria de sus beneficios con solemnidades festivas y en días establecidos, para que en el correr de los tiempos no se insinúe el ingrato olvido. Le inmo­ lamos la hostia de la humildad y de la alabanza en el ara del corazón con el fuego de una caridad ferviente. Para verle, como puede ser visto, y para adherirnos a El, nos purificamos de toda mancha de pecados y de impiedades y nos consagramos en su nombre. El es la fuente de nuestra felicidad. El el fin de nuestros deseos. Eligiéndole, o mejor, reeligiéndole, pues le ha­ bíamos perdido por nuestra negligencia; reeligiéndole, de aquí tomó su nombre la religión, tendemos a El por el amor para, en llegando, descansar. Seremos felices precisamente por ser perfectos con el fin. Nuestro bien, sobre el fin del cual los filósofos levantan gran polvareda, no es otro que unirnos a El. El alma intelectual, en un abrazo incorpóreo, si cabe hablar así, a El, se llena y se fecunda de virtudes verdaderas. Amar este bien con todo el corazón, con toda el alma y con toda la fuerza, es para nosotros un precepto. A este bien debemos ser conducidos por los que somos amados y conducir a quienes amamos. Así se completan aquellos dos preceptos de los que pende la Ley toda y los Profetas: Amarás al Señor Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y Ama­ rás a tu prójimo como a ti mismo (M t 22,37-40). 737 Para que el hombre aprendiera a amarse, se le fijó un fin al que refiriera todo lo que hace para ser feliz. El que se ama a sí mismo, no quiere otra cosa que ser feliz. Este fin es adherirse a Dios. Al que sabe amarse ya a si mismo, cuan­ do se le manda amar al prójimo como a sí mismo, ¿qué otra cosa se le manda sino encarecer al otro, en cuanto esté de su parte, el amor a Dios? Este es el culto de Dios, ésta la verdadera religión, ésta la recta piedad, ésta la servidumbre debida a sólo Dios. Cualquiera que sea la excelencia y la vir­ tud de la potestad inmortal, si nos ama como a sí misma, quiere que estemos sometidos, para ser felices, a Aquel por so­ meterse al cual es ella feliz. Si no rinde culto a Dios, es mise­ rable, porque se priva de Dios. Y si rinde culto a Dios, no quiere que se lo rindan a ella en lugar de a Dios. Antes aprue­ ba y con la potencia de su amor favorece aquella divina sen­ tencia que suena: El que sacrifica a dioses y no al solo Señor, será destruido (Ex 22,20). 737 M oran , o .c ., I p.583 nt.13.15. La Ciudad de Dios 461 LIBRO X I I C a p ít u l o Aclaración sobre la segunda parte de la obra 738 Damos el nombre de Ciudad de Dios, testigo es de ello la Escritura, a aquella que rindió a su obediencia, no por movimiento anímico fortuito, sino por disposición de la Provi­ dencia soberana, todos los ingenios humanos con la garantía de una autoridad divina superior a los espíritus de las nacio­ nes todas. En la Escritura se dice: Cosas gloriosas se han dicho de ti, Ciudad de Dios (Sal 86,3). Y en otro salmo se lee: Grande es el Señor y loable en demasía en la Ciudad de nuestro Dios, en su santo monte, que ensancha los contentos y alegrías de toda la tierra. Y poco después: Tal como lo vimos, así lo hemos vis­ to en la Ciudad del Señor de las virtudes, en la Ciudad de nues­ tro Dios. Dios la fundó para siempre (Sal 47, 2.3.9). A su vez, otro salmo canta: La impetuosidad del río alegra la Ciu­ dad de Dios. El Altísimo santificó su tabernáculo; estando Dios en medio de ellos, no sufrirá quebranto (Sal 45,5.6). Por estos y otros testimonios que sería prolijo enumerar, caemos en la cuenta de que existe una Ciudad de Dios, cu­ yos ciudadanos anhelamos ser por el amor que nos inspiró su Fundador. Los ciudadanos de la ciudad terrena dieron la primacía a sus dioses sobre el Fundador de la Ciudad san­ ta, sin advertir qué El es el Dios de los dioses, y no de los dioses falsos, o sea, de los impíos y soberbios. Estos, privados de la luz inmutable y común a todos, y reducidos por eso a un poder miserable, pretenden señoríos en cierto modo privados y buscan honores divinos de sus engañados súbditos. El es el Dios de los dioses piadosos y santos, que se huelgan mús en someterse ellos a uno solo que en someter muchos a sí mismos, y más en dar culto a Dios que en que se les rinda a ellos como a Dios. Mas a los enemigos de esta Ciudad santa, ya he contestaao, con la ayuda de nuestro Rey y Señor y según nuestras posibilidades, en los diez libros precedentes. Ahora, consciente _ „ 73i ' 7 62 °-c., vol.35 p.9-25, Introduction aux Iivres X I-XIV (Bibliogr. j rv X; T e JE R i n a , Creación y caída en los libros X I-X IV de la « Ciudad de D ios»; Est. agust. (1970) p.239-296. n 738-750 C a y r é , Initiation... p.142. ?4138 Í?0RÁN' °£ y 1 P-647 nt-2-5; A l v a r e z A u g ¿ t¡n u s D5Na 9 6 0 ) jy g de U D íe z , o .c ., Ubertad: de p.72-73; San A gustin G ils o n , o.c., a H eid egger: 462 San Agustín de lo que de mí se espera y acordándome de mi deuda, ensaya­ ré, confiado en el favor del mismo Rey y Señor nuestro y en mi escaso valer, el discurso sobre el origen, desarrollo y fines debidos de las dos ciudades. Como hemos dicho ya, en este mundo andan en mezcolanza y confusión la una con la otra. Primeramente diré cómo el origen de las dos ciudades se re­ monta a la distinción hecha entre los ángeles. C a p ít u l o X La Trinidad, simple e inmutable, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es un solo Dios. En ella no hay distinción entre la cualidad y la sustancia 739 2. Esta es la razón de que una naturaleza se diga simple, que para ella no existe el tener algo amisible, o sea, el ser una cosa el continente y otra el contenido, como el vaso el licor, o el cuerpo el color, o el aire la luz o el calor, o el alma la sabiduría. Ningún ser de éstos es lo que tiene, porque ni el vaso es licor, ni el cuerpo color, ni el aire luz o calor, ni el alma sabiduría. De aquí que puedan también ser privados de las cosas que tienen y puedan trocarse o mudarse en otros háoitos o cualidades, de forma que el vaso se vacíe del líquido que lo llenaba, y el hombre pierda el color, y el aire se ente­ nebrezca y se enfríe, y el alma entontezca. Mas, aunque el cuer­ po sea incorruptible, cual se promete a los santos en la resu­ rrección, tiene ciertamente la cualidad inamisible de su inco­ rrupción; pero, permaneciendo la sustancia corporal, no es lo que la misma incorrupción. Ella está toda en cada una de las partes del cuerpo, ni es en una mayor y en otra menor, ni una parte es más incorrupta que otra. En cambio, el cuerpo es ma­ yor en el todo que en la parte, y, siendo una parte en él más extensa y otra menos, la más extensa no es por eso más inco­ rrupta que la menos. Así, pues, una cosa es el cuerpo que no está todo en todas sus partes y otra la incorrupción que está toda en todas las partes del cuerpo, porque toda parte del cuerpo incorruptible, aun la desigual, es igualmente incorrup­ ta. Porque el dedo, por ejemplo, sea menor que toda la mano, no es por eso más incorruptible la mano que el dedo. Así, aunque son desiguales la mano y el dedo, con todo, es igual la 73 9 M o r a n , o . c . , I p .6 5 1 n t .3 4 -3 6 ; B o y e r , L ’idée de vérité... p.97 n t . l ; J o l i v e t , La doctrine augustin. de l ’illumin. p.97; V e r i c a t N ú ñ e z , La idea de creación según San Agustín: Augustinus 15 (1970) 27. La Ciudad de Dios 463 incorruptibilidad del dedo y la de la mano. Y por eso, aunque la incorruptibilidad sea inseparable del cuerpo incorruptible, una cosa es la sustancia por la que se llama cuerpo y otra la cualidad por la que se llama incorruptible. De este modo no es lo que tiene. El alma a su vez, aunque siempre sea sabia, como lo será cuando sea eternamente liberada, será, con todo, sabia por la participación de la sabiduría inconmutable, que no es lo que ella. Y si el aire no se despoja nunca de la luz que le baña, no por eso no es él una cosa y otra la luz que le ilumina. No he dicho esto com o si opinara que el alma es aire, como juzgaron algunos, incapaces de imaginarse una naturaleza incor­ pórea. Pero esto tiene cierta semejanza con aquello, aunque sea dispar, de suerte que no es incongruente decir que el alma in­ corpórea es iluminada por la luz incorpórea de la sabiduría simple de Dios, como es iluminado el cuerpo del aire por la luz corporal. Y así com o el aire se entenebrece despojado de esta luz (porque lo que se llama tinieblas en los lugares cor­ porales no es más que el aire carente de luz), así el alma se oscurece privada de la luz de la sabiduría. 740 3. Según esto, son llamadas simples las cosas que verdadera y principalmente son divinas, porque en ellas no es una cosa la cualidad y otra la sustancia, ni son divinas, o sabias, o bienaventuradas por participación de otras. Por lo demás, en las santas Escrituras se denomina múltiple el Espíritu de la Sabiduría, porque tiene en sí muchas cosas; pero lo que tiene, eso es, y todo en él es uno. N o son muchas, sino una la sabidu­ ría, en que son inmensos e infinitos los tesoros de las cosas inteligibles, en las cuales se hallan todas las razones invisibles e inmutables de los seres, aun de los visibles y mudables he­ chos por ella. Dios no hizo nada sin conocimiento. Y esto no puede decirse con rectitud de cualquier artífice humano. Por tanto, si todo lo hizo sabiendo, hizo las cosas que había cono­ cido. De aquí aflora a nuestra mente algo admirable, pero ver­ dadero: que este mundo no podría ser conocido por nosotros si no existiera; mas, si no hubiese sido conocido por Dios, no podría existir. 740 M o r a n , o . c . , I p.651 nt.37; B o y e r , V id ée de vérité... p.78.80; J o l i v e t , La doctrine august. de l ’illumin. p.97; K o w a l c z y k , Dieu en tant que bien suprême, selon l’acception de Saint Augustin: Est. agus. 6 (1971) 208. 464 San Agustín C a p ít u l o XXV División de la filosofía 741 Tan es así, que^ según mi humilde entender, los filó­ sofos quisieron por eso que la disciplina de la sabiduría fuera tripartita, mejor diría, cayeron en la cuenta de que era tripar­ tita (porque no establecieron ellos que fuera así, sino más bien hallaron que así era). Una parte la llaman física; otra, lógica,, y la tercera, ética. Sus nombres latinos son ya frecuentes en los escritos de muchos autores, que las llaman natural, racio­ nal y moral. De ellas hicimos ya una breve síntesis en el li­ bro V III. Esto no quiere decir que ellos, al hacer esta división, pensaran en la Trinidad divina. Y esto a pesar de que se diga que Platón fue el primer descubridor y panegirista de esta di­ visión, quien, al parecer, consideró que es Dios el Autor de todas las naturalezas, y el Dador de la inteligencia, y el Ins­ pirador del amor, y que lleva a una vida feliz y buena. Mas es cierto que, aun cuando sobre la naturaleza de Iosseres, y sobre el indagar la verdad, y sobre el fin del bien al que debemos referir todas nuestras acciones, sientan de diversa manera, con todo, la atención de todos los filósofos se centra en estos tres problemas generales y trascendentales. Asimismo, aunque haya en cada uno de esos puntos muchísima variedad de opiniones, nadie duda que existe una causa de la naturaleza,, una forma de ciencia y un código de vida. 742 En todo artífice humano, cuando pone manos a unaobra, deben tenerse en cuenta tres cosas: la naturaleza, la doc­ trina y el uso. La naturaleza debe pesarse por el ingenio; la doctrina, por la ciencia, y el uso, por el fruto. No ignoro que, propiamente hablando, el fruto es privativo del que goza, y el uso, del que usa, y que, al parecer, existe esta diferencia entre ambos: que decimos gozar cuando el objeto nos deleita por sí mismo sin necesidad de referirlo a otra cosa, y usar, cuando buscamos un objeto por otro. De donde se sigue que de las cosas temporales debemos usar, no gozar, para merecer gozar 741-750 P. M o n n o t , Essai de synthèse philosophique d’après le X I livre de la «C ité de D ieu »: Arch. Phil. 7 (1930) cah.2 p.142-185; B o y e r , La «C ité de D ieu», sources de la philosophie augustinienne: La Ciudad de Dios, n. extr. 167 (1954) II p.53-66. 741 M o r a n , o . c . , I p.655 nt.81-83; M o n n o t , o .c ., p.152; G i l s o n , o . c . , p.104.282 nt.2; P e g u e r o l e s , o . c . , p.95; J o l i v e t , La doctrine augustin. p.86. 742 M o r á n , o . c . , I p.655 nt.84.85; B o y e r , L ’idée de vérité... p.185.186.234; G i l s o n , o . c . , p.282 nt.2. La Ciudad de Dios 465 de las eternas. No como los perversos, que quieren gozar del dinero y usar de Dios, porque no gastan el dinero por amor de Dios, sino que dan culto a Dios por causa del dinero. Según el m odo corriente de hablar, usamos de los frutos y gozamos de los usos. Ya está admitida también la costumbre de llamar frutos a los del campo, de los cuales todos usamos temporal­ mente. Según esta acepción empleé la palabra uso en estas tres cosas que advertí deben tenerse en cuenta en el hombre, a sa­ ber, la naturaleza, la doctrina y el uso. Los filósofos con estos tres elementos, para lograr la vida feliz, inventaron una disci­ plina tripartita: la natural, para la naturaleza; la racional, para la doctrina, y la moral, para el uso. Luego, si nuestra natura­ leza procediera de nosotros, es indudable que hubiéramos sido también nosotros el origen de nuestra sabiduría, y no procura­ ríamos percibirla por la doctrina, es decir, aprendiendo de un maestro. Y nuestro amor, originado de nosotros y por nosotros y referido a nosotros, bastaría para vivir felizmente, y no nece­ sitaríamos de otro bien del que gozáramos. Sin embargo, como nuestra naturaleza para existir tiene a Dios por Autor, para sen­ tir lo verdadero debemos tenerle a El por Doctor, y a El mis­ mo, para ser felices, por Dador de la suavidad íntima. C a p ít u l o XXVI Imagen de la Trinidad en la naturaleza humana 743 Indudablemente en nosotros hallamos una imagen de Dios, de la Trinidad, que, aunque no es igual, sino muy dis­ tante de ella, y no coeterna a ella, y, para decirlo en pocas pa­ labras, no de la misma sustancia que El es, con todo, es la más cercana a Dios, por naturaleza, de todas las criaturas. Es además perfeccionable por reformación para ser próxima tam­ bién por semejanza. Somos, conocemos que somos y amamos este ser y este conocer. Y en las tres verdades apuntadas no nos turba falsedad ni verosimilitud alguna. No tocamos esto, como las cosas externas, con los sentidos del cuerpo, com o sentimos los colores viendo, los sonidos oyendo, los olores oliendo, los 743 M o r a n , o . c . , I p.655 nt.86-89; J o l i v e t , Saint Augustin... p.166; I d ., La doctrine august. de l’illumin. p.67; B o y e r , L ’idée de vérité... p .l; C a y r é , Initiation... p.187; G i l s o n , o . c . , p.55; M o n n o t , o . c . , p.152; L o p e C i l l e r u e l o , ¿Quién es Dios?: Est. agust. 8 (1973) 414; B r a s a D í e z , El contenido del «cogito» agustiniano: Augustinus 21 (1976) 277; B a r d y , o . c . , vol.35 p.112 nt.2; W . v a n J e s s , La razón como preludio para la fe en San Agustín: Augustinus 2 Í ( 1 9 7 6 ) 387; B a r d y , o.c., p.486, Nota complem. 11 : Saint Augustin et Descartes. 466 467 San Agustín La Ciudad de D ios sabores gustando, lo duro y lo blando palpando; ni com o da­ mos vueltas en la imaginación a las imágenes de cosas sensi­ bles, tan semejantes a ellos, pero no corpóreas, y las retenemos en la memoria, y gracias a ellas nacen en nosotros los deseos, sino que, sin ninguna imagen engañosa de fantasías o fantas­ mas, estamos certísimos de que somos, de que conocemos y de que amamos nuestro ser. En estas verdades me dan de lado to­ dos los argumentos de los académicos, que dicen: ¿Q ué? ¿Y si te engañas? Pues, si me engaño, existo. El que no existe, no puede engañarse, y por eso, si me engaño, existo. Luego, si existo, si me engaño, ¿cóm o me engaño de que existo, cuando es cierto que existo si me engaño? Aunque me engañe, soy yo el que me engaño, y, por tanto, en cuanto conozco que existo, no me engaño. Síguese también que, en cuanto conozco que me conozco, no me engaño. Como conozco que existo, así conozco que conozco. Y cuando amo estas dos cosas, les añado el amor mismo, algo que no es de menor valía. Porque no me engaño de que amo, no engañándome en lo que amo, pues aunque el objeto fuera falso, sería verdadero que amaba cosas falsas. ¿Qué razón habría para reprender y prohibirme amar com o falsas, si fuera falso que amo tales cosas? Siendo esas cosas ciertas y verdaderas, ¿quién duda que, cuando son amadas, ese amor es cierto y verdadero? Tan verdad es, que no hay nadie que no quiera existir, com o que no hay nadie que no quiera ser feliz. Y ¿cómo puede ser feliz, si no existe? que habían de desaparecer, saltarían de gozo y eligirían existir siempre así antes que no ser en absoluto. Testigo de esta ver­ dad es el sentir común. Y ¿por qué temen morir y prefieren vivir en aquella miseria a terminarla con la muerte sino porque es claro que la naturaleza rehuye con gran fuerza el no ser? Por eso, al conocer que han de morir, consideran como gran beneficio el que se derroche con ellos esta misericordia, para vivir más largamente en la miseria y morir más tarde. Con ello están indicando a todas luces el agrado con que toman una inmortalidad en la que no tenga fin la mendicidad. 745 Y ¿qué decir de los animales todos, aun los irracio­ nales, que carecen de este modo de pensar, desde los dragones gigantescos hasta los diminutos gusanillos? ¿N o apetecen ser y aprueban con todos los movimientos posibles que huyen y rehuyen la muerte? ¿Qué decir también de los arbustos y arbolitos, que carecen de sentido? ¿N o afincan con movimientos visibles, para evitar la destrucción, sus raíces más profunda­ mente a la tierra, por donde recogen su alimento para lanzar luego al aire su copa y sus renuevos, y conservar así su propio ser? En fin, los cuerpos todos carentes no sólo de sentido, sino también de vida vegetal, de tal forma se encumbran, o se alla­ nan, o se nivelan, que custodian con eso su ser, asentándose donde pueden existir según su naturaleza peculiar. 746 2. Cuánto ama la naturaleza humana el conocimien­ y cuánto rehúsa ser engañada, puede colegirse al menos de que cualquiera prefiere lamentarse con mente sana a alegrarse en la locura. Esta virtualidad tan maravillosa sólo la posee el hombre y ningún otro animal mortal, aunque algunos tengan el sentido de la vista mucho más agudo que nosotros para mi­ rar la luz visible. Pero son incapaces de contemplar la luz in­ corpórea que de algún modo ilumina nuestra mente para poder juzgar con rectitud de todo esto. Y en tanto podemos en cuan­ t o la recibimos. Sin embargo, los sentidos de los animales irra­ cionales, aunque, absolutamente hablando, carecen de ciencia, es cierto que dan cierta semejanza de ciencia. Las demás cosas se llaman sensibles, no porque sienten, sino porque son sentito C a p ít u l o X X V II Esencia, ciencia y amor 744 1. El ser por naturaleza es tan atractivo, que no es otra la causa de que no quieran morir aun los miserables, que, sintiéndose tales, ansian que sea arrancada de entre las cosas, no ellos, sino su miseria. Si a los que aparecen ante sí mismos como miserables, y en realidad lo son, y son tenidos por tales no sólo por los sabios, ya que ellos son necios, sino también por los que se creen felices, por ser pobres y mendigos, les brindara alguien una inmortalidad en la que no muriese ni la miseria, haciéndoles esta propuesta: Que, si no quisieran vivir siempre en aquella miseria, no existirían más en adelante, sino 744 M o r a n , o . c . , I p.655 nt.90; M o n n o t , o . c . , p.152; B a r d y , o . c . , vol.35 p.116 nt.l; R e d a ñ o , El problema de la libertad: de San Agustín a Heidegger: Augustinus 5 (1960) 178. 745 M o r a n , o . c . , I p.656 nt.91; K o w a l c z y k , La métaphysique du bien selon l'acception de Saint Augustin: Est. agust. 8 (1973) 44; B a r d y , o . c . , vol.35 p.116 nt.2; p.118 nt.l; p.487, nota complem. 12: Amor meus, pondus meum. 746 M o r a n , o . c . , I p.656 nt.92-95; B o y e r , Lidée de vérité... p.179; C a y r é , Initiation... p. 193.233; G ' i l s o n , o . c . , p.124; H i e r o n . a P a r i s i i s , D e unione animae cum corpore in doctrina D. Augustini: Acta hebdom. august.-thom., p.296; V e r i c a t N ú ñ e z , La idea de creación en San Agustín: Augustinus 15 (1970) 301-380. 468 469 San Agustín La Ciudad de Dios das. En ellas, por ejemplo, en los árboles, existe algo seme­ jante a los sentidos, el alimentarse y engendrar. Estas y todas las cosas corporales tienen sus causas latentes en la naturaleza, pero brindan a los sentidos sus formas, que hermosean la tex­ tura de este mundo visible. Parece como que intentaran com­ pensarse dándose a conocer, por no poder ellas conocer. Es cierto que las conocemos por los sentidos del cuerpo, pero no juzgamos de ellas por los sentidos corporales. El hombre tiene otro sentido interior, muy superior a éste. Por él sentimos lo justo y lo injusto; lo justo, por su especie inteligible, y lo in­ justo, por la privación de la misma. La finalidad de este sen­ tido no la cubren ni la agudeza visual, ni los órganos auditivos, ni las fosas nasales, ni el gusto, ni tacto alguno corpóreo. Por él y en él estoy cierto de que existo y de que conozco esto y de que amo eso, y estoy igualmente cierto de que amo. amaríamos la vida carnal y lo conforme al sentido. Este sería un bien suficiente para nuestros deseos, y, yéndonos bien en él, no buscaríamos más. Asimismo, si fuéramos árboles, no podría­ mos amar cosa alguna con conocimiento sensitivo, pero apete­ ceríamos todo aquello que nos tornara más feraz y fértilmente fructuosos. Y , si fuéramos piedras, agua, viento, fuego o algo por el estilo, sin sentido y sin vida, no nos faltaría una especie de tendencia a nuestros propios lugares y órdenes. Las tenden­ cias de los pesos son com o los amores de los cuerpos, bien bus­ quen con su pesantez lo bajo, bien con su levedad lo alto, pues como el ánimo es llevado por el amor doquiera vaya, así el cuerpo lo es por su peso. C a p ít u l o X X V II I Cómo acercarnos más a una imagen de la Trinidad divina 747 Sobre la cuantía del amor con que son amados en nosotros la esencia y el conocimiento, del cual hallamos una semejanza, aunque distante, en las cosas inferiores, ya hemos hablado bastante, según parecía exigir el plan de la presente obra. Sin embargo, sobre el amor con que son amadas y sobre si el amor es también amado, no hemos dicho aún nada. Res­ pondemos que también el amor es amado. Y lo probamos, porque en los hombres que se aman con más rectitud es más amado el amor. En realidad no se llama, con razón, «hombre bueno» al que sabe lo que es bueno, sino al que ama lo bueno. Y ¿por qué en nosotros no sentimos que amamos el amor, por el que amamos cuanto amamos de bueno? 748 Existe un amor con el que se ama lo que no debe amarse, y este amor lo odia en sí mismo el que ama aquel con que se ama lo que debe amarse. Los dos pueden coexistir en un mismo sujeto. Y el bien del hombre radicará en esto: en que, medrando aquel por el que vivimos bien, desmedre este por el que vivimos mal, hasta que logremos una salud perfecta y se trueque en bien toda nuestra vida. Si fuésemos bestias, 7 4 7 -7 5 0 M o n n o t , o .c ., p .1 5 2 . 7 4 7 B a r d y , o . c . , p .1 2 1 n t.2 . 7 4 8 M o r a n , o . c . , I p .6 5 6 n t .9 6 -9 7 ; Amor meus, pondus meum. B ardy, o .c . , p .4 8 7 , N o ta c o m p le m . 12: 749 Siendo com o somos hombres, creados a imagen de nuestro Creador, cuya es la eternidad verdadera, y la verdad eterna, y la verdadera y eterna caridad, y que es la Trinidad eterna, verdadera y amada, sin confusión ni división, discu­ rriendo con estabilidad por sus obras, descubrimos en los seres inferiores a nosotros, impresos en unos más y en otros menos, ciertos vestigios de su belleza. Estos seres no serían ni estarían revestidos de belleza ni apetecerían y conservarían su orden de no haber sido hechos por el que es en sumo grado y es suma­ mente sabio y sumamente bueno. Y , viendo en nosotros mismos su imagen, como el hijo menor del Evangelio, tornados a nues­ tro interior, levantémonos para volver a Aquel de quien nos habíamos alejado pecando. En El nuestro ser no tendrá muer­ te, en El nuestro conocer no verá error, en El nuestro amor no tendrá ofensa. 750 Al presente, aunque tenemos estas tres cosas por cier­ tas y no necesitamos sobre ellas testigo alguno, sino que senti­ mos su presencia en nosotros mismos y las vemos con la vera­ císima mirada interior, sin embargo, porque somos incapaces de conocer su duración o su posible defección y su término tanto si se portan bien com o si se portan mal, por eso busca­ mos otros testigos o los tenemos ya. Por qué no debemos du­ dar en darles fe, no es este lugar propio para tratarlo. Lo hare­ mos después y con mayor diligencia. Entre la ciudad de Dios, que no peregrina en esta mortali­ dad, sino que es eternamente inmortal, es decir, entre los san­ tos ángeles, que están unidos a Dios, que no fueron desertores 749 M o r á n , o . c . , I p .6 5 6 n t . 98-99; La philosophie augustinienne. 750 Morán, o .c ., I p.656 nt.100. B a rd y , o . c . , p.488, N o ta complem. 13: 470 San Agustín La Ciudad de Dios ni lo serán, y los que, al abandonar la luz eterna, se tornaron tinieblas, dividió en el principio Dios, com o hemos dicho ya. En este libro, por tanto, nos toca exponer, con la ayuda de Dios y según nuestras fuerzas, lo que habíamos comenzado a decir. al decir que el no adherirse a Dios es el vicio de la criatura angélica, se declara con ello de modo evidente que el adherirse a Dios conviene a su naturaleza. ¿Quién podrá pensar o expre­ sar dignamente en palabras la grandeza y la gloria del estar unido a Dios de tal suerte que se viva de El, se tenga la sabi­ duría de El, de El se goce y se disfrute de tamaño bien sin muerte, sin error y sin molestia? De donde se concluye que, pues todo vicio es nocivo a la naturaleza, el vicio de los ánge­ les malos, que les tiene separados de Dios, es testimonio elo­ cuente de la bondad de su naturaleza, creada por Dios, a la que daña no estar con El. LIBRO X II C a p ít u l o I Naturaleza de los ángeles buenos y de los malos 751 3. Decimos que sólo existe un bien inmutable, Dios, uno, verdadero y feliz. Y añadimos que las cosas creadas son bienes porque proceden de El; pero bienes mudables, porque fueron hechas, no de El, sino de la nada. Aunque no sean su­ mos esos bienes que pueden unirse al bien inmutable— el bien mayor que ellos es Dios— , sin embargo, son grandes. Hasta tal punto es Dios su bien, que sin El necesariamente son mise­ rables. Ni los demás seres en este universo creatural son mejo­ res que ellos, porque no pueden ser miserables, pues que no es justo decir que los demás miembros de nuestro cuerpo son mejores que los ojos justamente porque no pueden estar ciegos. Como la naturaleza senciente, aun con dolores, es superior a la piedra, que es incapaz en absoluto de dolor, así la naturaleza racional, aun siendo miserable, es superior a la que carece de razón o de sentido, motivo por el cual en ésta no se da la mi­ seria. Siendo ello así, para esta naturaleza, creada con una su­ perioridad tan clara que, aun siendo mudable, con unirse al bien inconmutable, al Dios sumo, logra la felicidad, y que no da al traste con su indigencia si no es feliz, y para serlo no le basta sino Dios, es vicio no adherirse a Dios. Todo vicio perjudica a la naturaleza y por eso es contrario a la misma. La viciada difiere de la que se adhiere a Dios, no por naturaleza, sino por vicio. Aun con el vicio, la naturaleza da pruebas de su grandeza / dignidad. A l censurar, con razón, en uno el vicio, se alaba a la vez su naturaleza, porque la censura del vicio toma su rec­ titud de que con él deshonra la naturaleza loable. Así como, al decir que la ceguera es vicio de los ojos, se atestigua que la visión pertenece a su naturaleza, y, al decir que la sordera es vicio de los oídos, se afirma que la audición les es natural, así, 751 M o r a n , o . c . , I p.710 nt.3.5; p.77; B a r d y , o . c . , p.151 nt.l. o .c ., G ils o n , o .c ., p.151 nt.2; A lv a r e z D ie z , C a p ít u l o 471 II No hay esencia alguna contraria a Dios, porque al ser sólo se opone el no ser 752 El fin de todo lo dicho es que nadie piense, cuando hablemos de los ángeles apóstatas, que pudieron tener otra na­ turaleza, procedente de otro principio, y que, por tanto, Dios no es el autor de su naturaleza. Cada cual se verá tanto más expedita y fácilmente libre de la impiedad de este error cuanto pueda entender con visión más clara lo que dijo Dios por un ángel al enviar a Moisés a los hijos de Israel: Y o soy el que soy (Ex 3,14). Siendo, pues, Dios esencia suma, esto es, siendo en grado sumo, y, por tanto, inmutable, pudo dar a las cosas que creó de la nada el ser; pero no el ser en grado sumo, como es El. A unas dio un ser superior, y a otras, uno inferior, ordenando así gradualmente las naturalezas de las esencias. Del mismo modo que de sapere (saber) se formó sapientia (sabiduría), de ese mismo modo, de esse (ser) se formó essentia (esencia). Cierto que es una palabra nueva no usada por los autores clá­ sicos de la lengua latina, pero sí corriente ya en nuestros días, para que no faltara en nuestro idioma lo que los griego llaman oüoía. Esta palabra, traducida a la letra, suena esencia. Por con­ siguiente, a la naturaleza que es en grado sumo, por la que es cuanto tiene ser, sólo se opone la naturaleza que no es, porque 752 o .c ., I p.710 nt.7-10; B o y e r , L'idée de vérité... p.96.120; p.28.151 nt.2; B a r d y , o .c ., I p.494, Nota complem. Í7: Pour l’histoire du mot « essentia»; K o w a l c z y k , Dieu en tant que bien suprême, selon l’acception de Saint Augustin: Est. august. (1971) p.206-209; J o l i v e t , Le pro­ blème du mal... p.39; B l á z q u e z , El concepto de sustancia según San Agustín: Augustinus 15 (1970) 63.70. G il so n , M orán, o .c ., 473 San Agustín La Ciudad de D ios sólo el no ser se opone al ser. Por eso no existe esencia alguna contraria a Dios, o sea, a la esencia suma, autora de todas y de cualesquiera esencias. consideran en sí, sino que consideran su utilidad, com o aque­ llos animales cuya abundancia allanó la soberbia de los egip­ cios. Según esto, podrían censurar también al sol, porque algu­ nos malhechores o quienes no pagaban sus deudas eran conde­ nados por los jueces a ser puestos al sol. Por tanto, la natura­ leza, en sí considerada, no en relación con nuestra comodidad o incomodidad, da gloria a su Artífice. Así, la naturaleza del fuego es ciertamente loable, aunque deba servir de suplicio a los impíos condenados. En efecto, ¿qué hay más hermoso que un fuego en llamas vivo y resplandeciente? ¿Qué más útil que él cuando calienta, cura y cuece? Y , sin embargo, nada hay más molesto que él cuando quema. Uno mismo es, pues, el fuego que, aplicado mal, resulta ser nocivo, y, aplicado conve­ nientemente, es muy útil. Pues ¿quién hallará palabras sufi­ cientes para explicar las utilidades que reporta en todo el mun­ do? No deben, por consiguiente, prestarse oídos a quienes ala­ ban en el fuego la luz y vituperan el ardor, porque consideran no su naturaleza, sino su propia comodidad o incomodidad. Estos tales quieren ver y no quieren quemarse. Pero no repa­ ran en que esa misma luz que les agrada a ellos, daña por in­ conveniencias a los ojos débiles, y que aquel ardor que les desplace, da vida y salud a algunos animales por conveniencia. 472 C a p ít u l o IV Las naturalezas privadas de razón y de vida, consideradas en su género y orden, no desdicen de la belleza del universo 753 Por lo demás, es ridículo pensar que los defectos de las bestias, de los árboles y de otros seres mudables y mortales privados de entendimiento, de sentido o de vida, que hacen que su naturaleza disoluble esté sujeta a corrupción, son con­ denables. Y es ridículo, porque estas criaturas han recibido su modo de la voluntad del Creador, enderezado únicamente a obrar, por sus vicisitudes y sucesión, la belleza ínfima de los tiempos, que armoniza en su género con las demás partes de este universo. N o era justo que los seres terrenos se equipara­ ran a los celestiales, ni la superioridad de éstos era razón sufi­ ciente para que faltaran aquéllos en el mundo. Cuando, pere­ ciendo unos seres, nacen otros para ocupar los lugares que les correspondían a aquéllos, y los inferiores sucumben ante los superiores, y los vencidos se tornan en cualidades de los vence­ dores, entonces se da el orden de los seres transitorios. La her­ mosura de este orden no nos deleita precisamente porque, en­ marcados por nuestra condición mortal en una zona de él, no podemos sentir el universo entero, al que se acoplan con con­ veniencia y armonía sumas las partecitas que nos ofenden. De aquí que cuanto menos idóneos somos para contemplarla, más se nos impone la obligación de creer en la providencia del Crea­ dor, a fin de que no osemos, con la temeraria vanidad humana, poner reparos a obra de tan grande Artífice. 754 Esto amén de que, si consideramos con cordura los vicios, no voluntarios ni penales, de los seres terrenos, nos en­ carecen grandemente sus naturalezas, de las cuales no hay ni una sola cuyo autor y creador no sea Dios. Y es que nos des­ agrada que el vicio prive a la naturaleza de lo que nos agrada en ella. Mas con frecuencia desagradan también a los hombres las naturalezas cuando se les tornan nocivas, porque no las 753 M o r a n , o .c ., I p.711 nt.16.17; J o l i v e t , Le probléme du mal... p.39; o.c., p.496, Nota complem. 18: L’ordre universel p.160 nt.3. 754 M o r a n , o .c ., I p.711 nt.18-19; B a r d y , o .c ., p.496, Nota complem. 18: L’ordre universel p.160 nt.3. B ardy, CAPÍTULO' V II No debe buscarse la causa eficiente de la mala voluntad 755 Nadie busque, pues, la causa eficiente de la mala vo­ luntad. Tal causa no es eficiente, sino deficiente, porque la mala voluntad no es afección, sino defección. Declinar de lo que es en sumo grado a lo que es menos, es comenzar a tener mala voluntad. Empeñarse, por tanto, en buscar las causas de estos defectos, no siendo eficientes, sino, com o he dicho, defi­ cientes, es igual que pretender ver las tinieblas u oír el silencio. Y, sin embargo, estas dos cosas nos son conocidas, una, por los ojos, y otra, por los oídos, pero no en su especie, sino en la privación de la misma. En consecuencia, que nadie se prometa aprender de mí lo que sé que no lo sé, sino que espere aprender a no saber lo que debe saberse que es imposible saberlo. En efecto, las cosas que se conocen no en su especie, sino en la 755 o r a n , o .c ., I p.712 nt.26-29; G i l s o n , o .c ., p.191; O. G a r c í a d e l a Interpretación exegética del Génesis en la «Ciudad de Dios»: La Cipdad de Dios 167 (1954) p.356s; B a r d y , o . c ., p.172 nt.2, F ue ,n t e , M San Agustín La Ciudad de Dios privación de la misma, si se puede hablar así, se conocen, en cierto modo, no conociéndolas, y no se conocen conociéndolas. Cuando la penetración del ojo corporal se proyecta sobre las especies corporales, sólo ve las tinieblas cuando comienza a no ver. Igualmente, el sentir el silencio pertenece a los oídos y no a otro sentido, y solamente se siente no oyendo. Así, nuestra mente contempla con el entendimiento las especies inteligibles; pero, cuando faltan, las coaprehende no conociéndolas, porque ¿quién conoce los delitos? (Sal 18,13). justo y poderoso. Por eso, quien ama desordenadamente el bien de cualquier naturaleza que sea, aun consiguiéndolo, se torna malo y miserable en el bien al privarse del mejor. 474 C a p ít u l o V III El amor perverso doblega la voluntad del bien inmutable al bien mutable 756 Lo que sí sé es que la naturaleza de Dios nunca ja­ más puede desfallecer, y que sí pueden los seres hechos de la nada. Estos seres, cuanto más ser tienen y más bien hacen (en­ tonces hacen algo positivo), tienen causas eficientes; empero, en cuanto desfallecen, y, en consecuencia, obran mal (¿qué otra cosa hacen entonces que vanidades?), tienen causas defi­ cientes. Sé también que la mala voluntad radica en hacer aque­ llo que sin su querer no se haría, y que, por eso, la pena justa sigue no a los defectos necesarios, sino a los voluntarios. Este desfallecer se encamina no a cosas malas, sino mal, o sea, no a naturalezas malas, sino desordenadamente, porque se hace con­ tra el orden de la naturaleza, de lo que es en sumo grado a lo que es menos. Así, la avaricia no es vicio del oro, sino del hombre, que ama el oro desordenadamente, abandonando por él la justicia, que debe ser infinitamente preferida a ese metal. Y la lujuria no es vicio de la belleza y suavidad de los cuerpos, sino del alma, que ama perversamente los placeres corporales, dando de mano a la templanza, que nos coapta a cosas espiri­ tualmente más bellas e incorruptiblemente más suaves. Y la jactancia no es vicio de la alabanza humana, sino del alma que ama desordenadamente ser alabada por los hombres, desdeñan­ do el testimonio de la propia conciencia. Y la soberbia no es vicio del que da el poder, o del poder mismo, sino del alma, que ama desordenadamente su poder, despreciando el poder más 756 M o r a n , o .c ., I p.712 nt.30-32; G i l s o n , o .c ., p.176.191; K o w a l c z y k , Dieu en tant que bien supréme... p.208; Id., La métaphysique du bien selon l'acception de Saint Augustin: Est. agust. 8 (1973 ) 37; A . V e r g e z , San Agustín y la filosofía cristiana: Augustinus 19 (1974) 1QL 475 LIBR O X I I I C a p ít u l o X A la vida de los mortales le cuadra mejor el nombre de muerte que el de vida 757 Desde el instante en que comenzamos a existir en este cuerpo mortal, nunca dejamos de tender hacia la muerte. Esta es la obra de la mutabilidad durante todo el tiempo de la vida (si es que vida debe llamarse); el tender hacia la muer­ te. No existe nadie que no esté más cercano a la muerte des­ pués de un año que antes de él, y mañana más que hoy, y hoy más que ayer, y poco después, más que ahora, y ahora, poco más que antes. Porque el tiempo vivido es un pellizco dado a la vida, y diariamente disminuye lo que resta; de tal forma, que esta vida no es más que una carrera hacia la muerte. No permite a nadie detenerse o caminar más despacio, sino que todos siguen el mismo compás y se mueven con igual presteza. Efectivamente, el que tuvo una vida más corta no cruzó el tiempo con más celeridad que el que la tuvo más larga, sino que, arrancados sus momentos de igual modo a ambos, uno tuvo la meta más cercana, y el otro, más alejada, meta a la que uno y otro corrían con idéntica velocidad. Una cosa es ha­ ber andado más camino, y otra, haber caminado más despacio. En consecuencia, el que hasta llegar a la muerte apura espa­ cios más largos de tiempo, no corre más despacio, sino que anda más camino. 758 Por tanto, si cada uno comienza a morir, o sea, a estar en la muerte, desde el instante en que empieza a obrarse en él la muerte, es decir, la sustracción de la vida, pues que, terminada la sustracción, estará ya después de la muerte, no en la muerte, es indudable que, desde el momento en que comen­ zamos a existir en este cuerpo, estamos en la muerte. ¿Qué otra cosa se hace en cada día, en cada hora y en cada momen­ to hasta que, apurada la última gota de la vida, se completa 757 K o w a l c z y k , La métaphysique du bien... p.43; not.27-29; B a r d y , o .c ., p.271 nt.2; p.272 nt.1-2. 758 M o r a n , o . c ., II p.52 nt.30-31. M oran, o .c ., II p.52 San Agustín La Ciudad de Dios la muerte, que iba obrándose y comienza a existir ya el tiempo posterior a la muerte que en el fieri de la sustracción de la vida estaba en la muerte? Si, pues, el hombre no puede estar a la vez en vida y en muerte, nunca jamás, desde que mora en este cuerpo moribundo más bien que viviente, está en vida. ¿O di­ remos que está a la vez en vida y en muerte, es decir, en la vida, en que vive hasta que le sea sustraída toda, y en la muer­ te, con que ya muere cuando le es sustraída la vida? Porque, si no está en vida, ¿qué es lo que sustrae hasta que se realice su perfecta consumación? Y si no está en muerte, ¿qué es la sustracción de la vida? No en vano se dice que, una vez sus­ traída al cuerpo toda la vida, está ya después de la muerte. Existía la muerte cuando se le sustraía la vida. Y si, sustraída la vida, no está el hombre en la muerte sino después de la muerte, ¿cuándo estará en la muerte sino cuando le es sus­ traída? cho verdad y que él antepusiera el querer de su esposa al man­ dato de Dios y pensara que su transgresión era venial si no se separaba de la compañera de su vida ni aun en la comisión del pecado. Luego la obra mala, es decir, la transgresión, el comer del fruto prohibido, la hicieron quienes eran ya malos, porque el mal fruto, com o es esa acción, no lo produce sino el árbol malo. Y esto de que el árbol fuera malo procede de algo contrario a la naturaleza, pues tiene su origen en el vicio de la voluntad, que es contrario a la naturaleza. El vicio, sin embargo, no puede malear toda naturaleza, sino sólo la hecha de la nada. De donde se sigue que su ser, el ser naturaleza, lo debe a Dios, que es su Hacedor, y la caída de su ser a haber sido hecha de la nada. El hombre en su caída no fue reducido a la nada absoluta, sino que, doblado hacia sí mismo, su ser vino a ser menos que cuando estaba unido al que es en sumo grado. Ser en sí mismo, o mejor, complacerse en sí mismo, abandonando a Dios, no es ser nada, sino acercarse a la nada. Por eso a los soberbios, en las sagradas Escrituras, se les de­ nomina también diciendo que son los que se complacen en sí mismos (2 Pe 2,10). Es bueno tener en alto el corazón, pero no hacia sí mismo, que es privativo de la soberbia, sino hacia el Señor, que es propio de la obediencia, coto cerrado de los hu­ mildes. 476 LIBRO X IV C a p ít u l o X III En Adán la mala voluntad precedió a la obra mala 759 1. Sin embargo, comenzaron a ser malos en lo inte­ rior para despeñarse luego a una desobediencia formal, porque no se hubiera consumado la obra mala de no haber precedido la mala voluntad. Ahora bien, ¿cuál pudo ser el principio de la mala voluntad sino la soberbia? El principio de todo pecado es la soberbia (Eclo 10,15), leemos. Y ¿qué es la soberbia sino un apetito de celsitud perversa? La celsitud perversa consiste en abandonar el principio a que el ánimo debe estar unido y hacer­ se en cierta manera principio para sí y serlo. Esto sucede cuando el espíritu se agrada demasiado a sí mismo, y se agrada demasia­ do a sí mismo cuando declina del bien inmutable, que debe agradarle más que él a sí mismo. Este declinar es espontáneo, pues si la voluntad hubiera permanecido estable en el amor del bien superior e inmutable, que la iluminaba para ver y la en­ cendía para amar, no se hubiera apartado de él para agradarse a sí misma y entenebrecerse y enfriarse por este apartamiento. Esto llevó consigo que ella creyera que la serpiente había di7 5 9-760 C a r l s o n , o . c ., p .4 4 3 ; A lvarez D i' e z , o .c ., p .7 6 ; P egu ero les, o . c ., P.134. 759 M o r a n , o .c ., II p.119 C a p á n a g a , El hombre-abismo... nt.31-33; p.120 nt.34-35; G i l s o n , o .c ., p.195; p.238; B a r d y , o .c ., p.534, Nota complem. 41: Le orgueil, cause du péché p.412 nt.3. 477 760 Conclusión: Es propio de la humildad— ¡cosa mara­ villosa!— el elevar el corazón, y exclusivo de la soberbia el abajarlo. A l parecer, es una paradoja que la soberbia vaya hacia abajo y la humildad hacia arriba. Pero resulta que la h u m ild a d piadosa nos somete a lo superior, y nada hay superior a Dios, y por eso la humildad, que nos somete a Dios, nos exalta. En cambio, la soberbia, que radica en un vicio, a la vez que des­ deña el estar sometida, se desprende del ser superior al cual no hay nada y se torna inferior, cumpliéndose así lo que está escri­ to: Los derribaron cuando más se elevaban (Sal 72,18). Nótese que no dice: «Una vez que se hayan elevado», com o si primero se engallaran y luego fueran aplastados, sino: cuando más se ele­ van, entonces precisamente son allanados. Es decir, que el mis­ mo exaltarse es ya ser allanado. Por este motivo se encarece la humildad ahora en esta Ciudad de Dios a la Ciudad de Dios que peregrina en este siglo, y el ejemplo cumbre lo tiene en su Rey, Cristo. Las sagradas Letras enseñan que la elación domina sobre todo en el enemigo de esta Ciudad, que es el demonio. En esto radica la diferencia profunda que distingue las dos ciu760 M o r a n , o .c ., I I p .1 2 0 n t.3 6 -3 7 ; G i l s o n , o .c ., p .1 9 5 ; R e d a ñ o , o .c ., p .1 7 9 . 478 La Ciudad de Dios San Agustín dades de que hablamos. Una es la sociedad de los hombres piadosos, y otra la de los hombres impíos, cada cual con los ángeles de su gremio, en los cuales precedió allí el amor a Dios y aquí el amor a sí mismo. 761 2. N o hubiera, pues, el diablo sorprendido al hom­ bre en un pecado tan claro y manifiesto, que consistió en hacer lo que Dios había prohibido, si él no hubiese comenzado a agradarse ya a sí mismo. Por eso le encantó la idea: Seréis como dioses (G én 3,5). Y hubieran podido serlo mejor mante­ niéndose obedientes a su verdadero y soberano principio que constituyéndose ellos mismos principio para sí por la soberbia. En efecto, los dioses creados no son dioses por su verdad, sino por participación del Dios verdadero. Con todo, cuanto más apetece, es menos, y mientras ama ser autosuficiente, pierde a Aquel que verdaderamente le basta. El mal, que mueve al hombre a agradarse a sí mismo, com o si fuera él luz, y a apar­ tarse de aquella luz, que, si le agrada, le hace a él también luz, precedió primero en secreto y siguió luego en público. Por­ que es verdad lo que está escrito: Antes de la caída, el corazón se exalta, y antes de la gloria se humilla (Prov 16,18). Es cierto que la caída que tiene lugar en secreto precede a la caída que se realiza a la luz, aunque no se piensa que aquélla es caída. ¿Quién estima exaltación a la caída? Y , sin embargo, allí existe ya un desfallecimiento, al abandonar al Excelso. ¿Quién no ve que hay caída cuando se da la transgresión de un mandato cierto e in­ contrastable? Dios lo prohibió para que, una vez consentido, no pudiera ser soslayado ni por imaginación siquiera. Y aun me atrevo a decir que a los soberbios es útil la caída en algún pecado claro y patente, a fin de que se desplazcan ellos, que habían caído ya, complaciéndose en sí mismos. C a p ít u l o se gloría en sí misma, y la segunda, en Dios, porque aquélla busca la gloria de los hombres, y ésta tiene por máxima gloria a Dios, testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria, y ésta dice a su Dios: Vos sois mi gloria y el que me hace ir con la cabeza en alto (Sal 3,4). En aquélla, sus príncipes y las naciones avasalladas se ven bajo el yugo de la concupiscencia de dominio, y en ésta sirven en mutua caridad, los gobernantes aconsejando y los súbditos obedeciendo. Aquélla ama su propia fuerza en sus potentados, y ésta dice a su Dios: A ti he de amarte, Señor, que eres mi fortaleza (Sal 17,2). Por eso, en aquélla, sus sabios, que viven según el hombre, no han buscado más que o los bienes del cuerpo, o los del alma, o los de ambos, y los que llegaron a conocer a Dios, no le honraron ni dieron gracias como a Dios, sino que se desvanecieron en sus pensamientos, y su necio co­ razón se oscureció. Creyéndose sabios, es decir, engallados en su propia sabiduría a exigencias de su soberbia, se hicieron ne­ cios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de cuadrúpedos, y de serpientes. Porque o llevaron a los pueblos a adorar tales simulacros, yendo ellos al frente, a los siguieron, y rindieron culto y sirvieron a la criatura antes que al Creador, que es ben­ dito por siempre (Rom 1,21.25). En ésta, en cambio, no hay sabiduría humana, sino piedad, que funda el culto legítimo al Dios verdadero, en espera de un premio en la sociedad de los santos, de hombres y de ángeles, con el fin de que Dios sea todo en todas las cosas (1 Cor 15,28). LIBRO X I X C a p ít u l o 762 Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera 761 B a r d y , o . c . , p.416 nt.2; M o r a n , o .c ., II p.120 nt.38-40; P e g u e r o l e s , Naturaleza y persona en San Agustín: Augustinus 20 (1975) 27; B o y e r , L’idée de vérité... p.235; G i l s o n , o . c . , p.195. 762 M o r a n , o .c ., II p.122 nt.64-65; C a r l s o n , o .c ., p.441; C a y r é , La contemplation augustinienne p.120; A l v a r e z D í e z , o .c ., p.73-74; G i l s o n , o . c . , p.226; P e g u e r o l e s , o .c ., p.92.110. X III La paz universal y su indefectibilidad X X V II I Las dos ciudades. Origen y cualidades 479 763 1. Así, la paz del cuerpo es la ordenada complexión de sus partes; y la del alma irracional, la ordenada calma de sus apetencias. La paz del alma racional es la ordenada armo763-778 B a r d y , Oeuvres de Saint Augustin vol.3 7 , Introduction aux livres p .933 (Bibliogr. p .29-33). 763-773 C ayré, Initiation... p .1 4 3 ; J. L a u fs , Der Friedensgedanke bei XIX-XXII Augustinus. Untersuchungen bei X IX Buch des Werkes «De civitate Dei» (Wiesbaden 1973). 763 M o r a n , o.e., II p .5 2 0 n t.2 8 -3 0 ; G i l s o n , o.e., p .2 2 8 ; J o l i v e t , Le proMeme du mal... p .4 1 ; A l v a r e z D í e z , o.e., p .8 8 ; P e g u e r o l e s , o.e., p .9 1 ; M o r a n , Síntesis del pensamiento agustiniano p .2 3 2 ; F o n t y P u ig , o .e ., p .1 6 6 ; San Agustín La Ciudad de D ios nía entre el conocimiento y la acción, y la paz del cuerpo y del alma, la vida bien ordenada y la salud del animal. La paz entre el hombre mortal y Dios es la obediencia ordenada por la fe bajo la ley eterna. Y la paz de los hombres entre sí, su orde­ nada concordia. La paz de la casa es la ordenada concordia entre los que mandan y los que obedecen en ella, y la paz de la ciudad es la ordenada concordia entre los ciudadanos que gobiernan y los gobernados. La paz de la ciudad celestial es la unión ordenadísima y concordísima para gozar de Dios y a la vez en Dios. Y la paz de todas las cosas, la tranquilidad del orden. Y el orden es la disposición que asigna a las cosas dife­ rentes y a las iguales el lugar que les corresponde. Por tanto, como los miserables, en cuanto tales, no están en paz, no gozan de la tranquilidad del orden, exenta de turbaciones; pero como son merecida y justamente miserables, no pueden estar en su miseria fuera del orden. No están unidos a los bienaventurados, sino separados de ellos por la ley del orden. Estos, cuando no están turbados, se acoplan cuanto pueden a las cosas en que están. Hay, pues, en ellos cierta tranquilidad en su orden, y, por tanto, tienen cierta paz. Pero son miserables, porque, aun­ que están donde deben estar, no están donde no se verían pre­ cisados a sufrir. Y son más miserables si no están en paz con la ley que rige el orden natural. Cuando sufren, la paz se ve turbada por ese flanco; pero subsiste por este otro en que ni el dolor consume ni la unión se destruye. Del mismo m odo que hay vida sin dolor y no puede haber dolor sin vida, así hay cierta paz sin guerra, pero no puede haber guerra sin paz. Y esto no por la guerra en sí, sino por los agitadores de las gue­ rras, que son naturalezas, y no lo fueran si la paz no les diera subsistencia. consiguiente, nada fuera de eso. La paz del cuerpo redundará en provecho de la paz del alma. Porque la paz del alma irra­ cional es imposible sin la paz del cuerpo, pues sin ella no pue­ de lograr la quietud de sus apetencias. Pero ambos se ayudan a esa paz que tienen entre sí el alma y el cuerpo, paz de vida ordenada y de salud. Así com o los animales muestran que aman la paz del cuerpo cuando esquivan el dolor, y la paz del alma cuando, para colmar sus necesidades, siguen la voz de sus ape­ tencias, así huyendo la muerte indican a las claras cuánto aman la paz, que aúna el alma y el cuerpo. Pero el hombre, dotado de alma racional, somete a la paz de esta alma cuanto tiene de común con las bestias, con el fin de contemplar algo con la mente y según ese algo obrar de suerte que haya en él una or­ denada armonía entre el conocimiento y la acción, en que con­ siste, com o hemos dicho, la paz del alma racional. A esto debe enderezar su querer, a que el dolor no le atormente, ni el de­ seo la inquiete, ni la muerte la separe para conocer algo útil, y según ese conocimiento componer su vida y sus costumbres. Mas, com o su espíritu es débil, para que el afán de conocer no le precipite en error alguno, tiene necesidad del magisterio divino, para conocer con certeza, y de su ayuda, para obrar con libertad. 480 C a p ít u l o X IV El orden y la ley celestial y terrena 764 El uso de las cosas temporales dice relación al logro de la paz terrenal, y en la Ciudad de Dios, al logro de la paz celestial. Por eso, si fuéramos animales irracionales no apete­ ceríamos más que la ordenada complexión de las partes del cuerpo y la quietud de las apetencias. No apeteceríamos, por H. R o n d e t . Fax, tranquilinas ordinis: La Ciudad de Dios, n.° extr. 167 (1954) 2 p.344-352; B a r d y , o .c ., vol.37 p.740, Nota complem. 12: La paix; p.110 nt.l; P. J. F e r n á n d e z , o.c., p.464. 764 M o r á n , o .c ., II p.521 nt.34-36. 481 765 Y como, mientras mora en este cuerpo mortal, anda le­ jos de Dios y camina por la fe y no por la especie (2 Cor 5,6.7), por eso es preciso que relacione tanto la paz del cuerpo con la del alma, como la de los dos juntos, a aquella paz que existe en­ tre el hombre mortal y el Dios inmortal, dando así margen a la obediencia ordenada por la fe bajo la ley eterna. Y puesto que el divino Maestro enseña dos preceptos principales, a saber: el amor de Dios y el amor del prójimo, en los cuales el hombre descubre tres seres com o objeto de su amor: Dios, él mismo y el prójimo, y el que ama a Dios no peca amándose a sí mis­ mo, es lógico que cada cual lleve a amar a Dios al prójimo, que se le manda amar com o a sí mismo. Así debe hacer con la esposa, con los hijos, con los domésticos y con los demás hom­ bres que pudiere, com o quiere que el prójimo mire por él si por ventura lo necesitare. Y así tendrá paz con todos en cuanto de el dependa, esa paz de los hombres que es la ordenada con­ cordia. El orden que se ha de seguir es éste: primero, no ha­ cer mal a nadie, y segundo, hacer bien a quien pueda. En pri­ mer lugar debe comenzar el cuidado por los suyos, porque la 765 M o r a n , o .c ., II p.521 nt.37; B a r d y , o .c ., vol.37 p.741, Nota complem. 13: La loi éternelle; p.742, Nota complem. 14: L’ordre dans la charité. Los filósofos medievales l 16 San Agustín La Ciudad de D ios naturaleza y la sociedad humana le dan acceso más fácil y me­ dios más oportunos. Por eso dice el Apóstol: Quien no provee a los suyos, mayormente si son familiares, niega la fe y es peor que un infiel (1 Tim 5,8). De aquí nace también la paz domésti­ ca, es decir, la ordenada concordia entre el que manda y los que obedecen en casa. Mandan los que cuidan, como el varón a la mujer, los padres a los hijos, los amos a los criados. Y obedecen quienes son objeto de cuidado, com o las mujeres a los maridos, los hijos a los padres, los criados a los amos. Pero en casa del justo, que vive de la fe y peregrina aún lejos de la ciudad celes­ tial, sirven también los que mandan a aquellos que parecen do­ minar. La razón es que no mandan por deseo de dominio, sino por deber de caridad; no por orgullo de reinar, sino por bon­ dad de ayudar. cesarías y el mandamiento de la vida mortal. Y como ésta es común, entre las dos ciudades hay concordia con relación a esas cosas. 482 C a p ít u l o X V II ¿En qué radica la paz de la sociedad celestial con la ciudad terrena y en qué la discordia? 766 Mas los hombres que no viven de la fe buscan la paz terrena en los bienes y comodidades de esta vida. En cambio, los hombres que viven de la fe esperan en los bienes futuros y eternos, según la promesa. Y usan de los bienes terrenos y temporales como viajeros. Estos no los prenden ni los des­ vían del camino que lleva a Dios, sino que los sustentan para tolerar con más facilidad y no aumentar las cargas del cuerpo corruptible, que apesga al alma. Por tanto, el uso de los bienes necesarios a esta vida mortal es común a las dos clases de hom­ bres y a las dos casas; pero, en el uso, cada uno tiene un fin propio y un pensar muy diverso del otro. Así, la ciudad terre­ na, que no vive de la fe, apetece también la paz, pero fija la concordia entre los ciudadanos que mandan y los que obede­ cen en que sus quereres estén acordes de algún modo en lo concerniente a la vida mortal. Empero, la ciudad celestial, o me­ jor, la parte de ella que peregrina en este valle y vive de la fe, usa de esta paz por necesidad, hasta que pase la mortalidad, que precisa de tal paz. Y por eso, mientras que ella está como viajero cautivo en la ciudad terrena, donde ha recibido la pro­ mesa de su redención y el don espiritual com o prenda de ella, no duda en obedecer estas leyes que reglamentan las cosas ne766 M o r á n , o.c., II p.521 nt.43; J o l i v e t , Saint Augustin... p.261; G i l o.c., p.231-240; P e g u e r o l e s , o . c . , p.113; B a r d y , o . c . , vol.37 p.747, Nota gompleip.: La fin propie des deux (¡tés; F e r n á n d e z C o n p e , o . c . , p.464, son , 483 767 Pero resulta que la ciudad terrena tuvo ciertos sabios condenados por la doctrina de Dios, que, o por sospechas o por engaño de los demonios, dijeron que debían amistar muchos dioses con las cosas humanas. Y encomendaron a su tutela di­ versos seres, a uno el cuerpo, a otro el alma; y en el mismo cuerpo, a uno la cabeza y a otro la cerviz; y de las demás par­ tes, a cada uno la suya. Y de igual modo en el alma: a uno en­ comendaron el ingenio, a otro la doctrina, a otro la ira, a otro la concupiscencia; y en las cosas necesarias a la vida, a uno el ganado, a otro el trigo, a otro el vino, a otro el aceite, a otro las selvas, a otro el dinero, a otro la navegación, a otro las gue­ rras y las victorias, a otro los matrimonios, a otro los partos y la fecundidad, y a otros los demás seres. La ciudad celestial, en cambio, conoce a un Dios único, al que se debe el culto y esa servidumbre que en griego se dice Xatpsía, y piensa con pie­ dad fiel que no se debe más que a Dios. Estas diferencias han motivado el que esta ciudad no pueda tener comunes con la ciudad terrena las leyes religiosas. Y por éstas se ve en la pre­ cisión de disentir de ella y ser una carga para los que sen­ tían en contra y soportar sus iras, sus odios y sus violentas persecuciones, a menos de refrenar alguna vez los ánimos de sus enemigos con el terror de su multitud, y siempre con la ayuda de Dios. La ciudad celestial, durante su peregrinación, va llamando ciudadanos por todas las naciones y formando de todas las lenguas una sociedad viajera. No se preocupa de la diversidad de leyes, de costumbres ni de institutos, que res­ quebrajan o mantienen la paz terrena. Ella no suprime ni des­ truye nada, antes bien lo conserva y acepta, y ese conjunto, aunque diverso en las diferentes naciones, se flecha, con todo, a un único y mismo fin, la paz terrena, si no impide la religión que enseña que debe ser adorado el Dios único, sumo y ver­ dadero. 768 La ciudad celestial usa también en su viaje de la paz terrena y de las cosas necesariamente relacionadas con la con­ dición actual de los hombres. Protege y desea el acuerdo de quereres entre los hombres cuanto es posible, dejando a salvo la piedad y la religión, y supedita la paz terrena a la paz celes767 M o r a n , o .c ., II p.521 nt.44-45; B a r d y , o .c ., vol.37 p.130 nt.l. 768 M o r a n , o .c ., II p.521 nt.46; B a r d y , o .c ., p.748, Nota complem. 18: Le probléme de l'État chrétien. San Agustín La Ciudad de Dios tial. Esta última es la paz verdadera, la única digna de ser y de decirse paz de la criatura racional, a saber, la unión ordenadí­ sima y concordísima para gozar de Dios y a la vez en Dios. En llegando a esta meta, la vida ya no será mortal, sino plena­ mente vital. Y el cuerpo ya no será animal, que, mientras se corrompe, apesga al alma, sino espiritual, sin ninguna necesi­ dad, sometido de lleno a la voluntad. Posee esta paz aquí por la fe, y de esta fe vive justamente cuando refiere a la consecu­ ción de la paz verdadera todas las buenas obras que hace para con Dios y con el prójimo, porque la vida de la ciudad es una vida social. conocidos, y, por tanto, tampoco pueblo, según la definición de Escipión o de Cicerón. Y si no puede existir el pueblo, tam­ poco la cosa del pueblo, sino la de un conjunto de seres que no merece el nombre de pueblo. Por consiguiente, si la república es la cosa del pueblo y no existe pueblo que no esté fundado sobre derechos reconocidos, y no hay derecho donde no existe justicia, síguese que donde no hay justicia no hay república. Ahora bien, la justicia es la virtud que da a cada uno lo suyo. ¿O es que quien quita la heredad al que la compró y la da a quien no tiene derecho a ella, es injusto; y quien se quita a sí mismo al Dios dominador y creador suyo y sirve a los espí­ ritus malignos, es justo? 484 C a p ít u l o 485 XXI Existencia de la república romana. Definición de Escipión 769 1. Este es precisamente el lugar propio para decir, lo más concisa y claramente que pueda, lo que prometí en el libro II de esta obra. Y es mostrar que, según las definiciones de que Escipión se sirve en los libros Sobre la república, de Ci­ cerón, no ha existido nunca la república romana. En pocas pa­ labras define la república, diciendo que es la cosa del pueblo. Si esta definición es verdadera, no ha existido nunca la repú­ blica romana, porque no ha sido nunca cosa del pueblo, que es la definición de república. Define el pueblo diciendo que es una sociedad fundada sobre derechos reconocidos y sobre la comunidad de intereses. Luego explica qué entiende por de­ rechos reconocidos. Y añade que la república no puede ser go­ bernada sin justicia. En consecuencia, donde no hay verdadera justicia no puede darse verdadero derecho. Como lo que se hace con derecho se hace justamente, es imposible que se haga con derecho lo que se hace injustamente. En efecto, no deben llamarse derecho las constituciones injustas de los hombres, puesto que ellos mismos dicen que el derecho mana de la fuen­ te de la justicia y que es falsa la opinión de quienes sostienen torcidamente que es derecho lo que es útil al más fuerte. 770 Por tanto, donde no existe verdadera justicia no pue­ de existir comunidad de hombres fundada sobre derechos re769-732 A r q u i l l i é r e , Observations sur l}augustinisme politique: Mélanges august. p.217s. 769 M o r a n , o .c ., II p.522 nt.52; B a r d y , o .c ., vol.37 p.753, Nota complem.: La définitioti cicéronienne de la République. 770 M o r a n , o .c ., II p.522 nt.53; M a s s o n , art. Mal: Dict. théol. cath. c.1694-1695. 771 2. En esta obra Sobre la república se disputa aca­ lorada y duramente contra la injusticia en pro de la justicia. Primeramente trataron los defensores de la injusticia contra la justicia. Y decían que la república no puede mantenerse y acre­ cerse sino sobre la injusticia. Pusieron como argumento irreba­ tible que es injusto que los hombres estén sometidos a hom­ bres dominadores. La ciudad imperiosa, capital de gran repú­ blica— añadían— , no puede señorear a sus provincias si nada acoge esta injusticia. Los partidarios de la justicia respondieron que eso es justo, porque la servidumbre es ventajosa a tales hombres, y que esa acción, hecha con ese fin, es recta, es decir, priva a los malos de su licencia para hacer mal. Y los tendrán mejor domados, porque se portarían peor indomados. En apoyo de esta prueba se adujo un ejemplo brindado por la misma naturaleza. «Pues ¿por qué, dice él, Dios manda al hombre, el alma al cuerpo, la razón a la libido y a las demás pasiones del ánim o?» Este ejem­ plo mostró con llaneza que la servidumbre es útil a algunos y que servir a Dios es útil a todos. Cuando el alma está sometida a Dios, impera con justicia al cuerpo, y en el ánimo la razón, sometida a Dios, manda justamente a la libido y a las demás pasiones. Por tanto, cuando el hombre no sirve a Dios, ¿qué justicia hay en él? Si no sirve a Dios, el alma no puede imperar con justicia al cuerpo, ni la razón humana a las pasiones. Y si en un hombre semejante no existe la justicia, en una reunión de hombres, que es un conjunto de esa ralea, tampoco la habrá. No existe, por consiguiente, ese derecho reconocido que cons­ tituye en pueblo a la sociedad de hombres, que es lo que se llama república. 771 M o r á n , o .c ., II p.522 nt.60. San Agustín La Ciudad de D ios 772 Y ¿qué diré de la utilidad que aúna el clan de hom­ bres, elemento que hace entrar en la definición de pueblo? Si se presta a eso un poco de atención, no es tampoco útil a los impíos, que viven com o todo aquel que no sirve a Dios y sirve a los demonios, tanto más impíos cuanto más desean que se les sacrifique a ellos com o dioses, siendo inmundísimos espíritus. Mas tengo para mí que cuanto hemos dicho sobre el derecho es suficiente para mostrar que, según esta definición, no existe el pueblo si no hay justicia, y, por consiguiente, tampoco re­ pública. Pretender que los romanos sirvieron en su república no a inmundos demonios, sino a dioses santos y buenos, ¿no es acaso querer hacernos repetir cuanto hemos dicho sobre el particular por activa y por pasiva? ¿Quién que haya leído has­ ta éste los libros anteriores puede dudar de que los romanos sirvieron a demonios malos e impuros, de no ser un tonto de remate o un desvergonzado disputador? Mas, para no repetir de qué ralea eran aquellos a quienes sacrificaban, citaré lo es­ crito en la ley de Dios: El que sacrifique a otros dioses fuera del único Señor, será exterminado (Ex 22,20). Este mandato y esta amenaza entrañan la voluntad de que no se sacrifique a los dioses, ni buenos ni malos. berbias. Por ende, no son virtudes, sino vicios, y por tales de­ ben tenerse. Así como no procede del cuerpo, sino que es su­ perior al cuerpo, lo que hace vivir al cuerpo, así no procede del hombre, sino que es superior al hombre, lo que hace vivir al hombre felizmente, y no solamente al hombre, sino tam­ bién a toda otra potestad y virtud celestial. 486 CAPÍTULO' X X V No pueden darse verdaderas virtudes donde no hay verdadera religión 773 Por más dichoso que parezca el imperio del alma so­ bre el cuerpo y de la razón sobre las pasiones, si el alma y la razón no están sometidas a Dios y no le rinden el culto que El manda, ese imperio no es justo y verdadero. ¿Cóm o una mente que desconoce al Dios verdadero y que, en lugar de estarle sujeta, se prostituye a los más infames demonios, que la vio­ lan, puede ser señora del cuerpo y de los vicios? Las virtudes que cree tener, al mandar al cuerpo y a las pasiones, para el logro y conservación de algo, si no las refiere a Dios, son más bien vicios que virtudes. Y es que, aunque algunos piensen que las virtudes son verdaderas y honestas cuando son referi­ das a sí mismas y puestas como fin propio son hinchadas y so772 B a r d y , o.c., vol.37 p.147 nt.3; p.755, Nota complem. 21: Porphyre et l’oracle d Apollon. 773 P. J a e c a r d , De Saint Augustin a Pascal: Histoire d’une máxime sur les vertus des Pbilosophes: Rev. Théol. Phil. (1940) p.415; G i l s o n , o . c ., p.198 nt.198; B a r d y , o .c ., vol.37 p.760, Nota complem. 23: Les vertus des paiens. 487 LIBRO X X C a p ít u l o II El vaivén de lo humano y los ocultos juicios de Dios 774 En esta vida aprendemos a sufrir con paciencia los males, porque los sufren también los buenos, y a no sobrestimar los bienes, porque también los logran los malos. Así topa­ mos con una enseñanza divina y saludable hasta en las cosas en que no aparece la justicia de Dios. Es verdad que ignoramos por qué juicio de Dios este hombre de bien es pobre, y este otro malo es rico; por qué vive gozoso este que, a nuestro jui­ cio, debería estar afligido con tristezas por sus perdidas cos­ tumbres y por qué triste ese otro, cuya vida loable está pi­ diendo el gozo. No sabemos por qué al inocente no sólo no se le hace justicia, sino que se le condena, víctima de la injusti­ cia del juez o de los falsos testimonios de los testigos, mientras que el culpable triunfa impune e insulta al inocente por su triunfo. Ignoramos por qué el impío goza de una salud envi­ diable y el piadoso es consumido por una enfermedad pestilen­ te; por qué los mozos salteadores y ladrones están sanísimos, y los niños, incapaces de ofender a nadie ni de palabra, son víctimas de crueles dolores. N o sabemos por qué aquel cuya vida podría ser útil a los hombres es arrebatado por una muer­ te prematura, y otros que no merecían ni haber nacido viven muchos años; e ignoramos también por qué el cargado de crí­ menes se ve encumbrado en honores y las tinieblas de la des­ honra cubren al hombre irreprensible. ¿Quién, por fin, será capaz de recoger y enumerar las cosas de este cariz? 775 Si esta paradoja fuera constante en la vida, donde, como dice el salmo sagrado, el hombre se ha hecho semejante a la vanidad, y sus días pasan como la sombra (Sal 143,4), y úni774 775 M o r Xn , o .c ., M oran, o .c ., II p.61I nt.4; J o l i v e t , Le problème du mal... p.69. II p.611 nt.5-6. 488 San Agustín La Ciudad de Dios camente los malos lograran los bienes transitorios y terrenos y solamente los buenos padecieran los males, tal disposición po­ dría achacarse a un juicio de Dios justo o, al menos, benigno. Así se podría creer que quienes no conseguirán los bienes eter­ nos, que hacen felices, son engañados con los bienes efímeros y temporales por su malicia o consolados con ellos por la miseri­ cordia de Dios, y que quienes no sufrirán los tormentos eternos son afligidos con los males temporales por sus pecados, por pe­ queños que sean, o ejercitados para perfeccionar sus virtudes. Mas, com o en la actual economía no sólo sufren males los bue­ nos y tienen bienes los malos— cosa, al parecer, injusta— , sino que, además, con frecuencia los malos sufren sus males y los buenos tienen sus alegrías, los juicios de Dios se tornan más in­ escrutables y sus caminos más incomprensibles. Aunque ignore­ mos por qué juicio hace o permite Dios esto, El, que es la suma virtud, la suma sabiduría y la justicia suma, en el cual no hay debilidad, temeridad ni injusticia alguna, aprendemos con ello a no sobrestimar los bienes o los males, comunes a los buenos y a los malos, y a buscar aquellos bienes que son propios de los buenos y, sobre todo, a huir los males privativos de los ma­ los. Y cuando arribemos al juicio de Dios, cuyo tiempo se llama propiamente día del juicio, y a veces día del Señor, reconoce­ remos la justicia de los juicios de Dios, no sólo de los emitidos entonces, sino también de los emitidos desde el principio y de los que emitiría hasta ese momento. Allí aparecerá también por qué justo juicio hace Dios que todos sus justos juicios se oculten a nuestros sentidos y a nuestra razón, bien que en este punto no se oculta a la fe de los piadosos que es justo lo que se oculta. LIBRO X X I I C a p ít u l o X X III Las miserias propias de los justos 776 Amén de estos males de la vida presente comunes a buenos y a malos, los justos tienen otros propios y peculiares, que son la guerra continua contra las pasiones y una vida en­ tre riesgos y peligros. Las rebeliones de la carne contra el es­ píritu y del espíritu contra la carne son más o menos fuertes, pero no cesan nunca. Y , no pudiendo hacer nunca lo que que­ remos y dar al traste de una vez con la concupiscencia mala, 489 sólo nos resta luchar contra ella, en cuanto esté de nuestra parte, ayudados de la gracia divina, y vivir en continua vigi­ lancia. Ésto hará que la falsa apariencia no nos engañe, que el discurso artificioso no nos seduzca, que las tinieblas del error no cieguen nuestro espíritu, que no tomemos lo bueno por malo o lo malo por bueno. Esto hará que el temor no nos apar­ te de hacer lo que debemos, que el deseo no nos lleve a hacer lo que no debemos, que el sol no se ponga sobre nuestra ira, que las enemistades no nos induzcan a devolver mal por mal, que una tristeza excesiva o desordenada no nos ahogue, que no seamos ingratos por los beneficios recibidos y que los rumores maléficos no turben nuestra buena conciencia. Esto impedirá que hagamos juicios temerarios, que seamos susceptibles a lo que hagan de nosotros, que el pecado reine en nuestro cuerpo mortal secundando sus deseos, que hagamos de nuestros miem­ bros instrumentos de iniquidad para el pecado, que el ojo siga los deseos desordenados, que nos venza el ansia de venganza, que detengamos nuestra imaginación en cosas ilícitas. En fin, esto impedirá que oigamos de buen grado palabras injuriosas o deshonestas, que hagamos lo ilícito aunque nos agrade, que esperemos de nuestras propias fuerzas la victoria en esa guerra tan llena de peligros y de pesares, o que, una vez lograda, la atribuyamos a nuestro poder y no a la gracia de Aquel de quien dice el Apóstol: Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo (1 Cor 15,57). Y en otro lugar: En medio de todo esto triunfamos por la gracia de aquel que nos amó (Rom 8,37). Pero no olvidemos que, por más fuer­ za y virtud que empleemos en oponernos a los vicios y aunque triunfemos y los sometamos, mientras estemos en este cuerpo, no pueden caérsenos de la boca estas palabras por alguna ofensa hecha a Dios: Perdónanos nuestras deudas (M t 6,12). Mas en aquel reino en que permaneceremos eternamente, vestidos de cuerpos inmortales, no libraremos más guerras y tendremos más deudas, que nunca hubieran existido si nues­ tra naturaleza se hubiera mantenido en la rectitud en que fue creada. Así, este nuestro combate, en el que corremos riesgo y del que deseamos vernos libres por la victoria final, integra los males de esta vida, que hemos visto, por las miserias ci­ tadas, que está condenada por decreto divino. 490 San Agustín Cartas 491 CARTAS C a p ít u l o XXX Carta 9 La felicidad eterna de la Ciudad de Dios y el sábado perpetuo Carta a Nebridio 777 1. ¡Cuánta será la dicha de esa vida, en la que ha­ brá desaparecido todo mal, en la que no habrá bien oculto alguno y en la que no habrá más obra que alabar a Dios, que será visto en todas las cosas! No sé qué otra cosa va a hacerse en un lugar donde no se dará ni la pereza ni la indigencia. A esto me induce el sagrado Cántico, que dice: Bienaventurados los que moran en tu casa, Señor; por los siglos de los siglos te alabarán (Sal 83,5). ... El premio de la virtud será el Dador de la misma, que prometió darse a sí mismo, superior y mayor que el cual no puede haber nada. ¿Qué significa lo que dijo por el profeta: Y o seré su Dios y ellos serán mi pueblo (Lev 26,12), sino: Y o seré el objeto que colmará sus ansias, yo seré cuanto los hombres pueden honestamente desear: vida, salud, comida, riqueza, glo­ ria, honor, paz y todos los bienes? Este es el sentido recto de aquello del Apóstol: A fin de que Dios sea todo en todas las co­ sas (1 Cor 15,28). El será el fin de nuestros deseos, y será visto sin fin, amado sin hastío y alabado sin cansancio. Este don, este afecto, esta ocupación, será común a todos com o la vida eterna. 778 ... Sería muy largo tratar ahora al detalle de cada una de estas edades. Baste decir que la séptima será nuestro sábado, que no tendrá tarde, que concluirá en el día dominical, octavo día y día eterno, consagrado por la resurrección de Cris­ to y que figura el descanso eterno no sólo del espíritu, sino también del cuerpo. Allí descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí la esencia del fin sin fin. Y ¡qué fin más nuestro que arribar al reino que no tendrá fin! 6. Estoy en que ya he saldado, ayudado por Dios con esta inmensa obra, la deuda contraída. Quienes con ésta ten­ gan poco o demasiado, que me perdonen. Y quienes estén sa­ tisfechos, agradecidos, den gracias no a mí, sino a Dios con­ migo. Así sea. 777 Bardy, o.c., vol.37 p.708 nt.l. 778 M o r a n , o .c ., II p.783 nt.55.57. 779 3. Opino yo que todo movimiento del alma pro­ duce una huella en el cuerpo. Esa huella llega a ser patente para nuestros sentidos cuando los movimientos del alma son violentos. ¿N o acaece eso, por ejemplo, en la tristeza y en el alborozo? Luego es lícito conjeturar que, cuando pensamos algo, aunque no podamos nosotros descubrir la huella dicha en nuestro cuerpo, pueden percibirla los espíritus aéreos y eté­ reos, cuyo sentido es más agudo y en cuya comparación el nuestro ni siquiera puede llamarse sentido. La huella, por de­ nominarla de algún modo, que los movimientos del alma im­ primen en el cuerpo, puede perseverar y formar una com o dis­ posición o hábito. A l ser luego removida o tocada a voluntad de un agente extraño, se producen en nosotros imágenes y en­ sueños, y ello se verifica con una misteriosa facilidad. Es manifiesto que por el ejercicio llega nuestro terreno y pesado organismo a adquirir habilidades increíbles, tañendo instrumentos, haciendo volatines y dando espectáculos innume­ rables del mismo género. Por lo tanto, no es absurdo que quie­ nes poseen un cuerpo aéreo y etéreo para producir huellas en los cuerpos y penetrarlos de un modo natural, tengan mayor facilidad para suscitarlas cuando se les antoje. N o lo sentimos nosotros, pero lo acusamos. Tampoco sentimos cóm o un exceso de hiel nos arrastra a una ira violenta, y, sin embargo, así es. Eso, aunque la abundancia de hiel a que me refiero haya sido producida a su vez por nuestra ira. 780 4. Si no quieres aceptar tan de ligero el símil, me­ dítalo con ahínco. Cuando el alma encuentra dificultad habitual en el ejercicio de sus potencias o en la realización de sus de­ seos, aparece habitualmente enojada. Porque, en mi opinión, la ira no es más que un deseo turbulento de suprimir los obs­ táculos que dificultan la acción fácil. He ahí por qué a veces, cuando estamos escribiendo, nos airamos no sólo con los hom­ bres, sino también con la pluma, y la quebramos y chafamos. El tahúr se enfurece con los dados, el pintor con su pincel, y cada uno con su instrumento, persuadidos todos de que los ins780 B oyer, Sant’Agostino p.228s. San Agustín 492 frumentos crean dificultades. Los médicos mismos afirman que la ira aumenta la hiel. A l redundar la hiel, nos airamos de nue­ vo con mayor facilidad y hasta casi sin motivo. De esta guisa, lo que el alma produce en el cuerpo con sus movimientos ser­ virá luego para conmoverla a ella misma de nuevo ( Obras de San Agustín V III, BAC, p.49). Carta 147 Carta a Paulina C a p ít u l o II 781 7. ¿Qué diremos? ¿Bastará que digamos que la di­ ferencia entre ver y creer consiste en que se ven las cosas pre­ sentes y se creen las futuras? Sin duda alguna, con tal que por cosas presentes entendamos las que se presentan al sentido del alma o del cuerpo, pues por esa presentación las llamamos presentes. Así veo esta luz con el sentido corporal, y veo mi voluntad porque se ofrece a los sentidos del alma y está pre­ sente en mi interior. Pero supongamos que uno me indica su voluntad: aunque sus labios y su voz me son presentes, esa voluntad se esconde al sentido de mi alma y de mi cuerpo; por eso creo y no veo. Si pienso que ese sujeto miente, no le creo aunque diga la realidad. Se creen, pues, las cosas ausen­ tes de nuestros sentidos si se estima idóneo el testimonio que se da sobre ellas. Se ven, en cambio, las cosas que se presentan a los sentidos del cuerpo o del alma, y por eso se llaman pre­ sentes. Cinco sentidos corporales hay: ver, oír, oler, gustar y tocar. La vista se refiere principalmente a los ojos, aunque a veces se atribuye a los otros sentidos; así, no sólo decimos: «Mira cómo brilla», sino también: «Mira cómo suena, mira cómo huele, mira qué sabor tiene, mira qué caliente está». Aun­ que digo que se creen las cosas que están ausentes de nuestros sentidos, no quedan aquí comprendidas aquellas realidades que hemos visto con anterioridad y recordamos y estamos ciertos de que las vimos, aunque no estén presentes cuando las recor­ damos. Esas no se cuentan entre las cosas que se creen, sino entre las que se ven; por eso son conocidas no por la fe que prestamos a otros sentidos, sino porque recordamos y sabe­ mos que sin duda las vimos. 781 B o y e r , Sant’Agostino p .2 0 4 ; I d ., La preuve de Dieu, 493 Cartas en Essais p .9 3 . C a p ít u l o III 782 8. Nuestra ciencia consta, pues, de cosas vistas y creídas. Respecto a las cosas que vemos o vimos, nosotros somos testigos. Respecto a las que creemos, otros testigos nos mueven a creer, cuando nos dan señales de esas cosas que no vemos ni recordamos haber visto, mediante palabras, escritos o cualesquiera documentos; cuando vemos los documentos, creemos lo que no vimos. Con razón decimos que sabemos no sólo las cosas que vemos o vimos, sino también aquellas que creemos porque nos movió a creer un testimonio o testigo idó­ neo. Podemos con razón hablar de ciencia cuando creemos algo con certidumbre; decimos que vemos con la mente esas cosas que con razón creemos, aunque no estén presentes a nuestros sentidos. En efecto, la ciencia se atribuye a la mente, mientras retenga algo que ha percibido y conocido, ya por el sentido del cuerpo, ya por la misma alma; realmente la fe se ve con la mente, aunque con la fe se crea lo que no se ve. Por eso el apóstol Pedro dice: En quien ahora creéis aunque no le veis; y el mismo Señor: Bienaventurados los que no vieron y cre­ yeron. 783 9. Suponte que se le dice a un hombre: «Cree que Cristo ha resucitado de entre los muertos». Fíjate en lo que ve y en lo que cree cuando cree y distingue bien ambas cosas. Ve a un hombre cuya voz oye; esa misma voz es considerada entre las cosas qué corporalmente se ven, según arriba dijimos. Aquí tienes dos cosas: un testigo y un testimonio, uno que per­ tenece a los ojos y otro a los oídos. Pero quizá la autoridad de algunos otros testimonios garantizan a este testigo, a saber: los de la Sagrada Escritura o de cualesquiera otros, y por ellos se ha movido a prestar fe. Las Escrituras pertenecen a los ob­ jetos que se ven con los ojos del cuerpo, si las lee, o con los oídos, si las oye. Con su mente ve todo lo que entendió que querían significar los rasgos escritos o los sentidos. V e su mis­ ma fe, por la que responde sin dudar que cree. Ve su voluntad, por la que se apresta a aceptar la religión. Ve también una cier­ ta imagen de la misma resurrección, imagen que la forma en su alma, sin la cual no puede entender lo que se dice que sucedió corporalmente, se crea o no se crea. 494 Cartas San Agustín C a p ít u l o IV 784 11. Creo que con estos preámbulos habrás recono­ cido bien qué es ver, ya sea con los ojos, ya con la mente, y en qué se distingue de eso el creer. El creer se realiza con la mente y se ve con la mente, pues nuestra fe queda patente a nuestra mente, Pero las cosas que con esa fe creemos distan tanto de la mirada de nuestros ojos, cuanto dista el cuerpo con que Cristo resucitó, y de la mirada de la mente ajena, cuanto dista tu fe de la mirada de mi mente; creo que la tienes, aun­ que no la veo con el cuerpo, pues ni tú la ves con el cuerpo ni yo la veo con la mente, como la ves tú; en cambio, veo la mía, cosa que no puedes hacer tú. Porque nadie sabe lo que se obra en el hombre sino el espíritu del hombre que en él está, hasta que venga el Señor e ilumine los secretos de las tinieblas y manifieste los pensamientos del corazón para que cada cual vea no tan sólo los propios, sino también los ajenos. Dice el Apóstol que nadie sabe lo que se obra sino el espíritu del hombre que en él está, refiriéndose a lo que vemos en nos­ otros; pues en cuanto a lo que no vemos y creemos, sabemos que hay muchos fieles, y muchos fieles nos conocen a nosotros ( Obras de San Agustín X I, BAC, p.205-209). C arta 166 Carta a Jerónimo C a p ít u l o II 785 4. Adelanto mi persuasión de que el alma es tam­ bién incorpórea, aunque sea difícil convencer de esto a los tar­ dos de ingenio. No quiero promover una controversia superflua ni padecerla con razón: si la realidad es patente, no es menester discutir sobre palabras. Si se denomina cuerpo toda substancia, esencia o cualquier otro vocablo más apto que se emplee, aquello que en algún modo está en sí mismo, el alma es un cuerpo. Si nos place denominar incorpórea tan sólo a aquella naturaleza que es sumamente inmutable y está doquier toda, el alma es un cuerpo. Pero si por cuerpo entendemos lo que está situado o se mueve en un lugar espacial con longitud, 784 785 C a y r é , Initiation... p.149.219; G i l s o n , o . c . , p .66 nt.3. G il s o n , o .c ., p .66 nt.1-3. 495 latitud y altura, de modo que una parte mayor de él ocupe un mayor espacio, yyuna parte menor, menor espacio, y sea mayor el todo que la parte, entonces el alma no es un cuerpo. En efecto, se extiende por todo el cuerpo que anima, pero no por difusión local, sin o'por atención vital; está entera en todas las partículas del cuerpo, no es menor en las menores ni mayor en las mayores; en ciertas partes está más atenta y en otras lo está menos, pero en todas y cada una de las partes está entera. Del mismo modo, siente toda entera lo que siente en el cuerpo, aunque sea en una parte de él; cuando tocas en un minúsculo punto de la carne viva, aunque ese punto no sea el cuerpo entero, sino un punto que apenas se aprecia en el cuerpo, el alma entera se apercibe de ello; lo que se siente no recorre el cuerpo entero, sino que se siente tan sólo donde se excita. 786 ¿Cóm o percibe el alma entera lo que no se ejecuta en el cuerpo entero sino porque está toda entera en el sitio en que se toca, sin necesidad de abandonar el resto para estar entera en ese punto? Gracias a su presencia viven los demás puntos en que no se tocó. Si la impresión se produce en varias partes a la vez, el alma entera lo advierte en esas partes varias. Por lo tanto, no podría estar entera en todas y en cada una de las partes de su cuerpo a la vez si se extendiese por ellas como vemos que se extienden los cuerpos por espacios locales, ocupando con sus partes menores menor espacio y con las ma­ yores mayor. Si al alma se le llama cuerpo, no es un cuerpo como lo son la tierra, el aire, el agua y el éter. Todos ésos son mayores cuando ocupan mayor espacio y menores cuando ocu­ pan menor espacio, y ninguno de ellos está entero en una de sus partes, sino que las partes del cuerpo corresponden a las partes del espacio. Ya se diga que es corpórea o incorpórea el alma, tiene una naturaleza propia, creada de una substancia más excelente que todos estos elementos de la mole mundana; no puede en verdad ser representada en alguna de esas fanta­ sías de imágenes corporales que percibimos mediante el senti­ do carnal, sino que se la entiende con la mente y se la siente con la vida. No digo todo esto para enseñarte cosas que tú conoces, sino para formular mi convicción firmísima acerca del alma. Cuando plantee los problemas, nadie piense que ni la ciencia ni la fe me dicen nada acerca del alma (Obras de San Agustín X I, BAC, p.467-469). D e los nombres divinos PSEUDÜ-DIONISIO AREOPAGITA (s. V /V I ) O br as p r in c ip a l e s : Ilept 0eto>v ¿vojiáTiuv (Sobre los nombres divi­ n o s ); Ihpi xr¡; oópavíac kpapylac, ( Sobre la Jerarquía c eleste ); Ilepi lioa-.txijq (i^oi-oyiaq, (Sobre la mística teología); ’ ExiaToÁaí (Cartas). E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : Opera S. Dionysii Areopagitae cum scholiis Saneti Maximi et paraphrasi Pachymerae, a Balthasare C o r d e r i o , S.I., latine interpretata et notis theologicis illustrata, I, D e divinis nominibus (Antwerpiae 1634, texto griego y latino); revisión de ambos por O P e r a , O .P., en S. Thomae Aquinatis in Librum Beati Dionysii D e divinis nominibus Expositio (Taurini-Romae 1950); trad. del editor. Ibid., I, D e mystica Theologia. D e cadesti hierarchia; trad. del editor. Ibid., I I , Epistolae; trad. del editor. B i b l i o g r . g e n .: S. T h o m a e A q u i n a t i s in Librum Beati Dionysii «D e divinis nominibus» E xpositio, cura et studio fr. C e s l a i P e r a , O .P. (Taurini-Romae 1950); L. R osso, A spetti della problematica di Dionigi il M istico in S. Tommaso nel pensiero di Ceslao Pera: Aquinas 17 (1974) 403-411; J . S t i g l m a y r , S.J., D es heiligen Dionysius Areopagita angebliche Schriften iiber «G ottlich en Ñamen» aus den griechischen iibersetzt... (München 1933) p.5-19 y notas; 189-206 (índice de conceptos); I d ., D ie beiden Hierarchien: ibid., p .V I II-X X V ; 191 (Bibliogr. p .X X X I I I -X X V ); P. C a r a m e l l o , D e fortuna operum Dionysii Areopagitae apud Occidenta­ les usque ad Expositionem S. Thomae in librum «D e divinis nominibus», en S. T h o m a e A q u i n a t i s in Librum Beati Dionysii « D e divinis nomini­ bus» Expositio, cura et studio fr. C. P e r a (Taurini-Romae 1950) p.X IX X I V ; C . M a z z a n t i n i , D e synthesi doctrinali Dionysii Areopagitae: ibid., p .X X V -X X X V ; E . v o n I v a n k a , La problèm e des « noms de D ieu» et de l’ineffabilité divine, selon le Pseudo-Denys l Aréopagite. L ’analisi del linguaggio teologico: Arch. Filos. 1969 (Padova 1959); C h . Y a n n a RIAS, D e l’absence et de l’inconnaissance de Dieu, d ’après les écrits aréopagites et M. H eidegger (Paris 1971); V . L o s s k y , La théologie negative dans la doctrine de D enys l’Aréopagite: Rev. se. phil. théol. (1939) p.209-224. D E LO S NOM BRES D IV IN O S C a p ít u lo I Fin de este Libro. Qué cosas se han dicho sobre los nombres divinos 787 § 1. Emprendo ahora, ilustre amigo, después de los «tratados teológicos», en la medida a mí posible, la ex­ posición de los nombres divinos. Y también aquí debemos te787-790 Santo T om ás , In librum B. Dionysii De divinis Nominibus Expo­ sitio n.1-39; P era , ibid., p.11-12. 497 ner com o normal la sagrada ley de las Escrituras: que tratemos de demostrar la\verdad de las cosas que se dicen sobre Dios «n o por la fuerza\persuasiva de las palabras de la humana sa­ biduría» (1 Cor 2,4), sino haciendo ver la fuerza que el Espíritu inspiró a los teólogo^, y por la cual nos unimos a las realidades inefables y desconocidas de un modo inefable y desconocido, con esa unión que supera toda capacidad y poder de nuestro ra­ zonamiento o de nuestra intelección. Nunca, pues, hay que te­ ner la audacia de decir o de pensar nada de la supersustancial y oculta Divinidad fuera de lo que se nos ha indicado por dispo­ sición divina en los Sagrados Oráculos. Pues a la indemostrabilidad de su supernaturalidad misma, que está sobre toda ra­ zón y mente y esencia, es a la que debemos dar el carácter de ciencia supernatural; aspirando a esa luz inaccesible sólo en el grado en que se nos comunique ese rayo de las Escrituras que nos dispone, en virtud de cierta sobriedad y santidad, a con­ templar esos resplandores de las realidades divinas. 788 Pues, si hemos de creer a la sapientísima y suma­ mente verdadera teología, las cosas divinas se revelan y son contempladas según la capacidad de cada mente, mientras que la suma bondad divina, con una justicia saludable, acomoda su inmensidad a las cosas sujetas a medida con una cierta dig­ nidad o elegancia divina, ya que no puede ser comprendida. Porque, así como las cosas que son objeto de la inteligencia no se pueden comprender y contemplar a través de las que son objeto de los sentidos, ni las cosas simples y sin figura por las que se presentan en formas e imágenes, ni lo incorpó­ reo por las figuras corporales, ya que no son accesibles al sen­ tido del tacto ni revisten alguna figura ni forma; con la mis­ ma razón y verdad esa supersustancial infinitud está sobre to­ das las sustancias, y aquella supramental unidad sobre todas las mentes, y es inescrutable para todo raciocinio ese Uno sobre todo raciocinio; e inexpresable para toda palabra ese Bien so­ bre toda palabra, unidad generadora de toda unidad, y sustan­ cia sobre toda sustancia, y mente inaccesible a la inteligencia, razón inefable, sin razón, sin inteligencia, sin nombre, sin se­ mejanza con nada; ella es la causa de que todas las cosas exis­ tan, pero ella misma no es, ya que se halla por encima de todo lo que es, y como ella podría decir de sí misma con pro­ piedad y con perfecto conocimiento. 789 § 2. De esta supersustancial y oculta divinidad no se ha de tener, pues, la presunción, como hemos dicho, no ya Pseudo-Dionisio Areopagita 498 D e los nombres divinos sólo de decir, pero ni de pensar siquiera algo fuera de lo que por disposición divina se nos ha declarado en la Sagrada Es­ critura; pues, com o ella misma se dignó manifestar, la ciencia y la contemplación de ella es inaccesible a todas las sustancias, como segregada que está superesencialmente en todas ellas. Y hay un gran número de teólogos que no sólo la han exaltado porque escapa a nuestro conocimiento y capacidad, sino tam­ bién porque no se la puede indagar ni investigar, porque— di­ cen— no hay ninguna huella que nos lleve a su secretísima in­ finidad. 790 Sin embargo, no se puede decir que haya cosa alguna de las que son, que se haya quedado sin su participación de su bondad, ya que a cada una benignamente atempera de con­ tinuo ese rayo supersustancial con congruas iluminaciones. Y eleva en la medida posible a la contemplación y comunión y se­ mejanza con El, a los espíritus rectos que se afanan, cuanto pueden, por El, con tal que no presuman con insolencia el elevarse más arriba de lo que la divina ilustración les comu­ nica según su capacidad; ni se precipiten a la ruina con per­ versa inclinación, sino que se ayuden con la mirada constante y fija en el rayo que les ilumina, y con un amor proporcio­ nado a las iluminaciones que les han sido otorgadas, con un santo temor, modesta y piadosamente alcen el vuelo hacia arriba. 791 § 5. Por lo demás, si es verdad que trasciende todo lenguaje y todo conocimiento, y que está sobre toda mente y esencia, com o quien abarca y abraza todo, y lo contiene de antemano, y aunque no se le puede captar, ya que no es ob­ jeto de los sentidos, ni hay imagen de El, ni opinión, ni nom­ bre, ni lenguaje, ni tacto, ni conocimiento, ¿cóm o podremos tejer un tratado sobre los Nombres divinos, cuando hemos declarado que tal divinidad, como es superior a toda esencia, así también lo es a todo nombre y apelación? Cierto que, como hemos dicho en la exposición de las Descripciones teo­ lógicas, no podemos ni expresar con palabras ni alcanzar con el pensamiento a ese ser uno, desconocido, sobre toda sustan­ cia, el Bien en sí mismo, que existe, digo la trina unidad, a la vez Dios, a la vez bueno. Pero aun las uniones correspondien­ tes a las virtudes celestes, llámeselas «immissiones» o «receptiones», con esa desconocida y deslumbradora bondad, son ine­ fables y desconocidas, y se hallan sólo en aquellos que fueron 7 9 1 -7 9 5 S a n t o T om ás, o .c ., n .7 6 -8 4 ; P era, i b id ., p .3 2 -3 3 . 499 dignos de recibir a una con los ángeles conocimiento supraangélico. Hechas así las mentes deiformes y unidas con Dios a imitación, cuanto es posible, de los ángeles (ya que por me­ dio de la suspensión de toda operación mental se realiza la unión de tales almas deificadas con la suprema luz de Dios), hacen de El la alabanza más propia de El, por la negación de todas las cosas, enseñadas sobrenaturalmente por aquella ilu­ minación que se les viene de esa felicísima unión con Dios, de que Dios es la causa de todas las cosas, pero no es ninguna de ellas, sino que está segregado superesencialmente de todo. 792 A esa divina más que sustancia, sea lo que sea esa más que esencia de la bondad, que está sobre la bondad, nadie que sea amante de la verdad que está sobre toda verdad, puede celebrarla y exaltarla com o razón, o como potencia, o como mente, o como sustancia, o com o vida: más bien, hay que ala­ barla com o alejada en grado sumo de todo hábito, movimien­ to, vida, imaginación, opinión, nombre, lenguaje, pensamiento, inteligencia, sustancia, estado, fundamento, unión, fin, inmen­ sidad; de todo, en fin, cuanto es. Pero com o la divinidad mis­ ma, por el mismo hecho de ser, es causa de todas las cosas, debe por eso su providencia, principio de todos los bienes, ser alabada por todos los seres por ella causados. T odo, en efecto, está en torno a ella y por ella, y ella es antes que todas las cosas, y todas tienen consistencia en ella, y el ser ella produ­ ce todas las cosas, y las hace existir, y todas tienden hacia ella: los seres espirituales y racionales, intelectualmente; los inmediatamente inferiores a éstos, sensiblemente; los demás, o por el movimiento vital, o por coaptación por su sustancia misma, o por su hábito. 793 § 6. Sabiendo esto los teólogos, celebran a Dios, va como carente de todo nombre, ya com o nombrable con todo nombre. Como carente de nombre, como cuando dicen que Dios mismo, en una de las visiones místicas de la aparición sensible, reprendió al que le preguntaba: «¿Cuál es tu nom­ b re?» (Gén 32,27), y, com o queriéndole hacer renunciar a todo nombre divino, le dijo: «¿P o r qué no me preguntas sobre mi nombre? El es «Admirable» (Gén 32,29). ¿O es que no es ver­ daderamente un nombre admirable, «el nombre que está sobre todo nombre, el que carece de nombre, el que se halla elevado sobre todo nombre que nombrarse pueda, ya en este mundo, ya en el futuro»? (Ef 1,21). 500 D e los nombres divinos Pseudo-Dionisio Areopagita 794 Y le hacen tener muchos nombres, como cuando in­ troducen a Dios diciendo: «Y o soy el que soy» (Ex 3,14); la vida, la luz, Dios, la verdad; y cuando los sabios alaban a Dios creador de todas las cosas, tomando pie de sus efectos, como bueno, como hermoso, como sabio, com o amado, como Dios de los dioses y Señor de los señores, y Santo de los santos, como eterno, com o el que es, com o el autor de los siglos, como dis­ pensador de la vida, como sabiduría, com o mente, com o Ver­ bo, como conocedor, como poseedor en grado sumo de todos los tesoros de toda ciencia, com o potencia, como potente, como Rey de los reyes, com o el antiguo en días, como el que no en­ vejece, como inimitable, como salud, com o justicia, com o san­ tificación, como redención, como el que supera toda grandeza, como el que se deja oír en la leve aura. Y dicen que El está en las mentes, y en las almas, y en los cuerpos, y en el cielo, y en la tierra, y, sin embargo, él mismo en él mismo, en el mundo, en torno al mundo, sobre el mundo, supraceleste, suprasustancia, sol, estrella, fuego, agua, espíritu, rocío, nube, piedra, roca, todo lo que es, y nada de lo que es. 795 § 7. Así, pues, al que es causa de todas las cosas y está sobre todas ellas, le cuadra el carecer de nombre, y, a su vez, le cuadran todos los nombres de todas las cosas, para que resulte perfecto un reino de la universalidad de las cosas, y todas las cosas estén en torno a El, y todas dependen de El, como de su causa, principio y fin, y El sea, como dice la Es­ critura, «todo en tod o» (1 Cor 15,28), y sea ensalzado con toda verdad, com o el que crea todas las cosas, com o el que las incoa, las perfecciona y com o su defensa y su sustento, congregando a sí todas las cosas, con una unidad invicta y excelente; pues no es sólo causa de la preservación en el ser de todo y de la vida y de la perfección, de suerte que por eso o por otra providencia o casualidad se 1® llame bondad que supera todo nombre, sino que contuvo de antemano en sí simplemente y sin límites todas las cosas con las perfecciones de su providencia, causa única de todas las cosas, y es nombrada y alabada adecuadamente con los nombres de todas ellas. 501 C a p ít u l o II Sobre la teología común y distinta. En qué consiste la unidad y la distinción en Dios 796 § 3. Los nombres comunes a toda la divinidad son, pues, com o hemos demostrado prolijamente en las «Exposicio­ nes teológicas» por las Sagradas Escrituras: superbueno, superDios, supersustancia, superviviente, supersapiente, y todos los que resultan negativos por la sobreabundancia. Entre ellos hay que contar los que son del orden de la causalidad: bueno, her­ moso, existente, vivificante, sapiente, y cuantos dones suyos dicen bien con su bondad, de los cuales toma el nombre de causa de todos los bienes... Los nombres no comunes son el nombre supersustancial del Padre y su realidad, y el del H ijo, y el del Espíritu Santo, sin que haya ningún intercambio ni comunicación entre dichos nombres. Es también especial y dis­ tinta, perfecta, como la nuestra, e inmutable la esencia de Je­ sús, y todos los misterios sustanciales de su humanidad... 797 § 5. Estas son, pues, la unidad y la distinción que hay en aquella inefable unión y esencia... 798 § 11. Pero basta de esto. Sigamos ahora con el intento de nuestro estudio, explicando, en cuanto podamos, los nombres comunes y unificados de la divina distinción. Y para preparar la explicación cabal de cuanto se ha de decir después, declaramos que la distinción divina es, com o ya hemos dicho, las procesiones de Dios dignas de su bondad; al impar­ tir y difundir con profusión en todas las cosas participacio­ nes de todos los bienes, se divide quedando una y se amplifica sin dejar de ser única, y de una que es, se multiplica, pero sin perder la unidad. Por ejemplo, por ser Dios superesencialmente esencia y producir y hacer existir a todas las sustancias, por eso se dice que se multiplica eso que es uno, al derivarse de El muchas entidades; pero en sí mismo permanece en medio de la multiplicación uno, y en la procesión unido, y en la dis­ tinción perfecto, y ello, porque se halla superesencialmente elevado sobre todas las esencias, tanto en la singular produc­ ción de todas las cosas com o en la difusión sin merma de sus comunicaciones inagotables. 796 S a n t o 797 S a n t o 798 S a n t o T om ás, T om ás, o .c ., o .c ., T om ás, o .c ., n .1 26-127 ; P e r a , o . c . , p .4 1 -4 2 . n .1 5 6 ; P e r a , i b i d . , p .4 8 -4 9 . n .2 0 8 -2 1 7 ; P e r a , i b i d . , p .6 9 -7 0 . Pseudo-Dionisio Areopagita D e los nombres divinos 799 Es más, siendo El algo uno, y haciendo partícipe de su unidad a cada parte y a cada todo, al uno y a la multitud, aun así permanece uno supersustancialmente, ya que ni es par­ te de la multitud, ni es un todo que consta de partes; pues no es de ese modo uno, ni participa así de lo uno y tiene uni­ dad; sino que es uno de una manera muy distinta de ésas; es superuno, que confiere unidad a las cosas, y es una multitud indivisa, sobreabundancia inagotable, que produce y perfeccio­ na y abarca todo uno y toda multitud. Más aún: al hacerse muchos dioses, según la capacidad de cada uno, gracias a su liberalidad deificante, parece, y aun así se dice, la división y multiplicación de un Dios, pero, sin embargo, El es el prin­ cipio de tal divinidad y el Dios eminentemente y el único Dios superesencialmente, indiviso en las cosas divididas, uno en sí, y en medio de esa multitud ni mezclado ni multiplicado... y son iluminados por las razones propias de las cosas y, a su vez, difunden sus dones a los seres que les son afines... 502 C a p ít u l o IV Sobre el Bien, la Luz, la Belleza, el Amor, el Extasis, el Celo. El mal, ni es algo existente, ni algo que provenga de lo inexistente, ni está en los seres que existen 800 § 1. Vengamos ya ahora al nombre mismo del Bien que los teólogos dan a la divinidad con preferencia a todos los demás, llamando, según pienso, bondad a la suprema deidad, y porque Dios es bueno por su esencia de tal suerte, que, como bien sustancial, comunica la bondad a todas las cosas. Pues así como este sol nuestro ilumina a todos los objetos que de algún modo son capaces de recibir su luz, no por el pensa­ miento o por la voluntad, sino por el solo hecho de ser él, de la misma manera el Bien mismo (que supera al sol como la visión directa a la imagen oscura), difunde por su sustancia misma los rayos de toda su bondad a todas las cosas, según la capacidad de cada una de ellas. Por la fuerza de esos rayos tienen su consistencia todas las sustancias inteligibles e inte­ lectuales, y toda fuerza y acción; por ellos existen y tienen vida sempiterna e indeficiente, inmunes de toda corrupción y muer­ te, y de toda materia y generación, y preservadas del cambio inestable y tornadizo, que toma mil direcciones en un sentido y en otro; y son entendidas, com o incorpóreas e inmateriales que son, y com o mentes elevadas sobre el mundo entienden 800 San to T o m ás, o . c ., p .2 6 1 -2 8 0 ; P era, ib id ., p ’9 1 -9 2 . 503 801 § 4. ¿Y qué decir del rayo mismo del sol? La luz, en efecto, procede del Sumo Bien, y es una imagen de la bon­ dad. Por eso se celebra al Bien con el nombre de «lu z», como ejemplar que reproduce la imagen. Pues así com o la bondad de la divinidad que está por encima de todas las cosas, se di­ funde desde las más altas y excelentes sustancias hasta las ín­ fimas, y, sin embargo, todavía está por encima de todas ellas, de suerte que ni las superiores llegan a alcanzar su excelencia ni las inferiores se salen de su ámbito, sino que más bien ilu­ mina todo lo que es capaz de recibir su luz, y crea, y da vida, y contiene, y perfecciona, y es la medida de todos los seres, y su evo, y número, y orden, y conjunto, y causa, y fin, así también este sol inmenso, todo resplandor y luz perenne, es imagen que refleja la divina bondad, en cuanto que la más mí­ nima porción de bien que hay en El resuena a distancias enor­ mes e ilumina a todos los objetos que son capaces de recibir su luz, y tiene una luz que se difunde desde arriba y que mul­ tiplica el resplandor de sus rayos en todo el mundo visible, superior e inferior; y si hay algo que no participa de él, ello no se debe a la debilidad o exigüidad de la potencia de ilumi­ nar, sino, más bien, al objeto mismo, que no se halla prepa­ rado para la participación de la luz, por no ser idóneo para recibirla... 802 § 5. Pero de estas cosas ya hemos tratado en la Symbolica Theologia. Ahora debemos celebrar el nombre que se da al Bien de «lu z» en su sentido espiritual, y hacer ver que el que es bueno es llamado luz intelectual, porque llena a todo espíritu celeste de luz intelectual, y expulsa toda igno­ rancia y error de todos los espíritus donde se hallan, y les co­ munica una luz santa, y purifica y limpia los ojos de su mente de la niebla que difunde la ignorancia, y excita y abre a los que están oprimidos o cerrados por densas tinieblas, y conce­ de, primero, un esplendor moderado, después, com o degus­ tando ya los ojos el placer de la luz, y deseándola ya más ar­ dientemente, se da más, y refulge con mas resplandores, por­ que amaron mucho, y siempre los eleva más proporcionalmen­ te al deseo que ellos muestran de dirigir la mirada hacia arriba. 801 S a n t o T o m á s , o . c . , n .3 0 4 -3 2 0 ; 802 S a n t o T o m á s , o . c . , n .3 2 1 -3 3 0 ; p .9 2 -9 4 ; P era, ib id ., P era, i b i d . , p .109-110. 104-105. D e los nombres divinos 803 § 6. Se llama, pues, luz intelectual a aquel Bien que está sobre toda luz, como foco que irradia y efusión de luz que inunda toda mente que está sobre el mundo y en torno al mundo y en el mundo, iluminándolas con su plenitud, y re­ nueva todas sus facultades de entender, y las contiene a todas, puesto que se extiende sobre todas; más excelente que todas ellas, puesto que está por encima de todas. En una palabra, el primero y más potente foco de luz encierra en sí y posee de antemano y eminentemente todo principio de iluminar y con­ grega en uno a todos los seres que tienen razón y mente. 804 § 7. También es celebrado este Bien por los teó­ logos como bello, y com o belleza, y como amor, y como ama­ ble, y con cuantos nombres se designa dignamente ese aspecto y causa amable de belleza. Pero a lo bello y a la belleza no hay que separarlos en la causa que abarca en uno todas las cosas. En efecto, dividiendo com o dividimos esos dos términos en todas las cosas en parti­ cipaciones y participantes, llamamos bello a lo que participa de la belleza, y belleza, a la participación de la causa que hace todas las cosas bellas, y a lo bello superesencial lo llama­ mos, sí, belleza, en razón de esa belleza que comunica a to­ das las cosas según la capacidad de cada uno, en cuanto que es causa de toda proporción y esplendor, al difundir en to­ das las cosas a modo de luz las irradiaciones de su rayo ori­ ginario engendradoras de belleza, llamándolos a sí; por eso se llama xálXot; = belleza, y recoge a todo en todo en sí mis­ ma. Y se le llama bello, porque es de todo en todo bello y más que bello, porque siempre se mantiene bello en el mismo as­ pecto y de la misma manera; porque no ha sido hecho, ni conocerá destrucción, porque no aumenta ni decrece, ni es bello en una parte y feo en otra, o unas veces bello y otras no, ni para esto bello y para esto otro feo; ni aquí así y allí de otra manera, ni para unos bello y para otros deforme, sino porque, manteniéndose bello siempre él en sí mismo y unifor­ me consigo mismo, precontiene en sí eminentemente la belle­ za, hontanar de todas las cosas bellas. Pues en esa naturaleza misma simple y sobrenatural preexisten por igual com o en su causa toda la belleza de cuanto es bello y toda cosa bella. 805 De este mismo bello se les viene a las cosas el ser bellas, cada una según su modo de ser, y a El se deben todas 803 S a n t o T o m á s , o . c . , n .3 3 1 -3 3 2 ; 804 Santo T om ás , o .c ., n .3 3 3 -3 6 7 ; o .c ., 505 Pseudo-Dionisio Areopagita 504 p.XVII. P e r a , ib id ., P e r a , ibid., p. 109-110. p.115.116.119; C a r a m e llo , las armonías y amistades y comunicaciones; y El aglutina to­ das las cosas; y la belleza es principio de todas las cosas, como causa eficiente y movente, y que da consistencia a todas por el amor de la propia belleza, y com o fin de todas las cosas, y como lo que se desea como causa final (pues todo se hace por amor a la belleza); es también causa ejemplar, ya que confor­ me a ella todas las cosas se delimitan. Por eso, son lo mismo el Bien que la Belleza, ya que todas las cosas, en todo orden de causalidad, apetecen la belleza y el bien, y nada hay en la naturaleza que no participe de la belleza y del bien. Aun me atrevería a decir que lo que no es, participa de la belleza y del bien; pues cuando Dios es celebrado com o supersustancia, por negación de todo predicado, aparece en El la belleza y el bien. Por fin, esta belleza y bien es la causa singular de todas las cosas bellas y buenas. De él provienen todas las existencias sustanciales de todas las cosas, las uniones, las distinciones, las identidades, las diversidades, las alianzas de los contrarios, las uniones de las cosas sin confundirse, las previsiones de los se­ res superiores, las asociaciones de las cosas que son del njismo orden, el recurso de los inferiores (a los superiores), y la per­ manencia y firmeza con que cada ser se conserva y mantiene inmutable... 806 § 10. La causa, pues, y conservación y fin de to­ dos esos tres movimientos, así como de los sensibles que tie­ nen lugar en la totalidad de las cosas es ese Bien bello que tras­ ciende todo estado y movimiento, por el cual y del cual y hacia el cual y por amor del cual tiene existencia todo estado y movimiento. De El y por El existe toda sustancia y toda vida, tanto de la mente como del alma; de El también todas las porciones mínimas de la naturaleza, igualdades, las grandes proporciones, las medidas de todas las cosas, y sus proporcio­ nes, sus armonías y combinaciones, las totalidades, las partes, todo uno, y la multitud, las uniones de las partes, todas las asociaciones de las multitudes, las perfecciones de los seres ín­ tegros, la cualidad, la cuantidad, lo grande o lo pequeño, lo infinito, las comparaciones, las separaciones, toda infinitud, todo fin, las limitaciones, los órdenes, las excelencias, los ele­ mentos, las formas, toda sustancia, toda facultad o potencia, toda acción, todo hábito, todo sentido, toda razón, toda inte­ ligencia, todo tacto, toda ciencia, toda conjunción, y, en una palabra, todo lo que existe por la belleza y la bondad, existe 80 6 S a n t o T om ás, o .c ., n .3 8 0 -4 0 9 ; P era, ib id ., p . 138 -14 0, D e los nombres divinos Pseudo-Dionisio Areopagita 506 en la belleza y en la bondad, y a la belleza y a la bondad se vuelve. Y cuanto existe y se hace, por la belleza existe y se hace, y por ella es movido y conservado, y por su amor y por ella y en ella es todo principio ejemplar, final, eficiente, for­ mal, material; y, por fin, todo principio, toda conservación, todo fin, y, por resumirlo todo, cuanto existe, existe por la belleza y el bien, y cuanto no existe, existe supersustancialmente en la belleza y en el bien. El es el principio, sobre todo principio, de todas las cosas, el fin sobre toda perfección: porque «todo de El, por El y a E l» (Rom 11,36), como dice la Escritura. 807 Para todos los seres es, pues, objeto de deseo y de amor la belleza y el bien, y de todos es amado; y por él y por su causa los seres inferiores aman a los superiores, volviéndose a ellos, y los que son del mismo orden, aman a sus semejantes, comunicándose mutuamente; y los mayores a los menores, mi­ rando por ellos, y cada cual a sí mismo, conservándose, y todos, cuanto hacen y desean, lo hacen y desean deseando la belleza y el bien. 808 Más aún, de ahí podemos tomar pie para atrevernos a decir con verdad que El, que es la causa de todas las cosas, por la excelencia de su bondad, las ama a todas, a todas las hace, y a todas perfecciona, todas las contiene en sí y a sí las atrae; y que el amor divino es bueno por la bondad del bien. Pues ese amor mismo divino, que produce la bondad en los seres existentes, como existió antes en el bien de manera emi­ nente, no consintió que quedase en sí mismo infecundo, sino que lo movió a obrar conforme a la excelencia de su omnipo­ tencia creadora de todas las cosas... 809 § 30. Resumiendo, diremos que el bien viene de una causa íntegra, y el mal, de muchos defectos parciales. Dios conoce al mal en cuanto bien y en El las causas de los males son fuerzas que producen el bien. Y si el mal es eterno, y crea, y tiene poder, y existe, y obra, ¿de dónde le viene todo eso? ¿Del bien? ¿Del bien proveniente del mal? ¿O es que a cada uno le viene todo eso de distinta causa? T odo lo que existe naturalmente, procede de una determinada causa: si el mal carece de causa y de determinación, no tiene existen807 S a n t o T o m á s , o . c . , n .403-407 . 808 S a n t o T o m á s , o . c . , n .409. 809-812 P e r a , o . c . , p .216-219 . 809 S a n to T om ás, o .c ., n-570-578. 507 cia natural, pues nada hay en la naturaleza que sea contra la naturaleza, y el arte no conoce com o principio obrar sin arte. ¿Será el alma causa de los males, como el fuego, v.gr., lo es del calor, y que todo lo que toca lo llena de malicia? ¿O es más bien buena la naturaleza del alma, pero, en sus acciones, en unas se comporta de una manera, y en otras, de otra? Si ya por su naturaleza aun su ser es malo, ¿de dónde le vino ese ser? ¿De la causa universal buena de todas las cosas? Pero si proviene de ella, ¿cóm o resulta un mal natural, cuando to­ dos sus efectos son buenos? Y si es mala por sus acciones, tampoco eso es inmutable: si no, ¿de dónde le vienen las vir­ tudes, a menos que haya sido creada ya buena? La conclusión que queda es, por tanto, que el mal es una cierta debilidad, y una defección del bien. 810 § 31. La causa de los bienes es una sola. Si el mal es contrario del bien, las causas del mal son muchas; pero no producen los males los principios y fuerzas, sino la impo­ tencia y la debilidad y una cierta inadecuada mezcla de cosas desemejantes. Los males ni son inmutables ni se mantienen siempre en un mismo estado, sino que no tienen límites ni configuraciones determinadas, y por eso andan vagando de mil formas de unas cosas a otras, en número infinito. También hay que decir que el principio y el fin de todos los males es el bien; pues por causa del bien existe todo, tanto lo bueno como lo malo, ya que el mal lo hacemos aun por el deseo del bien; así que el mal no tiene subsistencia sustancial, sino una apariencia de ella, pues se hace en atención al bien, y no a sí propio. 811 § 32. A l mal hay que asignar una existencia acci­ dental, por otra cosa, y no por principio propio, de suerte que, cuando se hace, parece algo recto, porque se hace en atención al bien, pero, en realidad, no es recto, ya que estamos esti­ mando como bueno lo que en realidad no lo es. Y ya hemos demostrado que son objetos distintos el que se quiere y el que de hecho se hace. El mal, pues, es algo extraño al camino que se lleva, a la intención, a la naturaleza, a la causa, al prin­ cipio, al fin, a la voluntad, a la sustancia. El mal, es, pues, privación y defecto, y debilidad, y des­ proporción, y error, y frustración del objetivo, de la belleza, de vida, de inteligencia, de razón, de perfección, de causa; 810 S a n t o 811 S a n t o T om ás, T om ás, o .c ., o .c ., n .579. n .580-589 . Pseudo-Dionisio Areopagita D e los nombres divinos es algo no terminado, estéril, inerte, débil, confuso, deseme­ jante, indefinido, tenebroso, sin estado, y no existe en modo alguno, en ningún sitio, es una pura nada. extiende a todas las cosas que son, y domina el orden de las esencias. Y el nombre de «vida» se extiende a todos los vi­ vientes, y está sobre todos ellos. El nombre de «sabiduría» atribuido a Dios, se extiende a todos los seres que entienden, razonan, sienten, y está sobre todos ellos. 508 812 ¿Cómo podrá algo el mal mezclándose con el bien? Porque lo que no participa en absoluto del bien, ni es algo, ni puede cosa alguna. Pues el bien es lo que es, y objeto del deseo, y poderoso y eficaz, ¿cómo podrá algo lo que es con­ trario al bien, careciendo de esencia, y de voluntad, y de po­ der, y de autoridad? No todas las cosas ni en todos los aspectos son malas para todos. El mal para el demonio está en que se apartó de la condición de espíritu bueno; para el alma, en que se aparta de la razón; para el cuerpo, en que se aparta de la natu­ raleza. § 33. ¿Cómo, existiendo la Providencia, hay males? El mal, como tal, ni es una realidad, ni está en las cosas. Ninguna cosa escapa a la Providencia, ni hay mal que no esté mezclado con el bien. Si, pues, ninguna cosa se ve sin ningún bien, y el mal es defecto del bien, no estando ninguna cosa privada del todo del bien, también será verdad que en todas las cosas exis­ tentes interviene la Providencia y que nada hay a lo que no se extienda. C a p ít u l o V Sobre el ente, y sobre las ideas ejemplares 813 § 1. Tenemos que pasar ahora a hablar de la de­ nominación teológica del ente existente verdaderamente. Pero sólo se extenderá nuestra exposición tanto cuanto lo exija el intento que nos hemos propuesto; éste no es el explicar la sustancia que es más que sustancia, precisamente en cuanto que es más que sustancia (pues eso es inefable y desconocido y no se puede expresar, y supera aun la misma unión con Dios); nuestro intento es, más bien, el celebrar el proceso de la sus­ tancia deificante y principio de toda sustancia, en todos los seres. El nombre de Bien aplicado a Dios declara todos los procesos que parten del Autor de todas las cosas, y tal apela­ ción tomada del bien se extiende tanto a las cosas que son com o a las que no son, y está por encima de todo lo que es y de todo lo que no es. En cambio, el nombre de «ente» se 812 Santo T om ás , o .c ., n .591-592 . 813 S a n t o T o m á s , o . c . , n .6 0 6 .6 1 0 ; P era , íb id ., p .2 3 8 -2 3 9 . 509 814 § 2. Estos nombres, pues, de Dios, que manifies­ tan los modos de la Providencia, es nuestro intento celebrar: pues no nos proponemos analizar y poner a la luz la bondad y esencia superesencial de la divinidad, ella misma superesencia, y su vida, y su sabiduría, que tiene su sede, com o enseña la Escritura, sobre toda bondad y divinidad, y esencia, y sabi­ duría, y vida; más bien, nuestro tratado quiere celebrar la Pro­ videncia en su aparición y difusión de bienes, y la bondad emi­ nente y causa de todos los bienes, y alabarla como existente, y vida y sabiduría, y como autora y causa de la sustancia y de la vida, que dispensa sabiduría a los seres que participan de la sustancia, y de la vida, y de la mente, y de la razón, y de los sentidos. No sostiene (este tratado nuestro) que son algo dis­ tinto el bien y el ente, o la vida y la sabiduría, ni que hay muchas causas y otras divinidades superiores e inferiores, crea­ doras de otros seres, sino sólo las emanaciones universales del bien del único Dios y los nombres que hemos citado; y que hay uno que declara toda la Providencia del único Dios; y que hay otros que manifiestan los modos más o menos gene­ rales de la Providencia. 815 § 3. Pero dirá alguno: Teniendo el ente mayor ex­ tensión que la vida, y la vida mayor que la sabiduría, ¿por qué son superiores los vivientes a los entes, y los sensitivos a los vivientes, y a éstos los racionales, y a los racionales los espí­ ritus, que están en torno a Dios y le son más próximos? Pues parecería cosa puesta en razón que los que participan mayores dones de Dios, superen también y sean más excelentes que los demás. Esta objeción tendría razón en la suposición de que los seres espirituales carecen de entidad y de vida; pero como los divinos espíritus superan a todos los demás por su enti­ dad, y gozan de una vida más excelente que los demás vivien­ tes, y entienden y conocen de manera superior a la de la ra­ zón y de los sentidos, y desean con más intensidad y participan en mayor grado que todos los seres de la belleza y del bien, 814-818 P e r a , o . c . , p.238-241 . 814 S a n t o T o m á s , o . c . , n .610-613 . 815 S a n t o T o m á s , o . c . , n .614-617 . Pseudo-Dionisio Areopagita D e los nombres divinos se hallan precisamente más próximos al Bien cuanto más es­ pléndidamente han participado de él y han recibido mayor nú­ mero de dones y más excelentes; así como también los racio­ nales aventajan a los sensitivos cuanto mayor es la fuerza de razón que poseen, com o los sensitivos el poder de sentir, y los demás, la vida. Y se puede asentar, creo, esta verdad: que los seres que participan en mayor grado de los dones infinitos del Dios úni­ co, se hallan más próximos a El, y son más divinos que aque­ llos que en eso se hallan en situación de inferioridad. existe antes, existe, es pensado, es conservado. Y antes de las demás participaciones de El se propuso al ser mismo, y el ser en sí es anterior en dignidad al ser por sí vida, y a la sabiduría en sí, y a la semejanza divina en sí; y cuantos principios son participados por las cosas, ellos mismos, antes de esa partici­ pación que sufren, participan del ser, o mejor, todos esos prin­ cipios en todo lo que son, y participados, como son, por las cosas, participan del mismo ser-en-sí y no hay ninguna cosa de la cual el mismo ser-en-sí no sea la esencia y el evo. 510 816 § 4. Y puesto que hemos hablado ya también de eso, dediquémonos ahora a celebrar el Bien, com o verdadera­ mente existente y causa de las sustancias de todas las cosas. «E l que es» existe com o causa sustancial supernatural de toda esencia posible, y es el productor del ente, de la existencia, de la persona, de la naturaleza; principio y medida de los siglos y entidad de los tiempos, y siglo de las cosas que son, y tiem­ po de las cosas que son hechas; el ser, para aquellas cosas que de algún modo son; generación, para cuantas son generadas. Del que es, procede el evo, y la sustancia, y la existencia, y el tiempo, y la generación, y lo que se engendra. El es cuanto hay en las cosas que existen y lo que de cualquier modo está en otro o existe por sí. Pues Dios no es ente de cualquier modo, sino que abarca en sí y precontiene simple e infinita­ mente todo el ser; por lo cual, también se le llama Rey de los siglos, como en quien y en el seno de quien está y tiene con­ sistencia todo ser, y com o quien ni era, ni será, ni fue hecho, ni es hecho, ni será hecho; más aún, ni es; sino que El es más bien el ser para las cosas; y no sólo las cosas que son, sino el ser mismo de las cosas proviene del que existe antes de los siglos. El es, en efecto, el evo de los evos, existente antes de todo evo. 817 § 5. Repitámoslo una vez más: a todas las cosas y a los evos les viene el existir de aquel que preexiste. Todo tiempo y todo evo de El viene; y el principio y causa de todo evo y de todo tiempo y de todo ser es aquel que preexiste. Todas las cosas participan de El y El no se retira de ninguna. El es anterior a todas las cosas, en El tienen consistencia, y en una palabra, si algo de cualquiera manera existe, en El, que 816 S a n t o T o m á s , o . c . , n .618-630 . 817 S a n t o T o m á s , o . c . , n .6 3 1 -6 3 2 ; G . p .l2 0 s . C a ffa r e n a , Metafísica trascendental 511 818 Siendo, pues, Dios, como es, conforme a toda razón, más excelso que todas las demás cosas, se le celebra como ente por el más noble de sus dones, ya que El posee antes y de manera más perfecta el ser más excelente, e hizo existir así a lo que es, digo al ser en sí, y, por medio de él, dio existencia a cuanto de cualquier modo existe. Los principios de las cosas, todos ellos participan del ser, y así, primero son, y después sus principios... 819 § 8. Las primeras participaciones del ser mismo las distribuye entre aquellas esencias más nobles que las Escritu­ ras denominan «eternas», pero el ser mismo de todas las co­ sas nunca perece; si bien ese mismo ser viene de Aquel que existe anteriormente: de El es el ser, y no El del ser; y en El está el ser, y no El en el ser; el ser lo tiene (com o participado) a El, pero El no tiene al ser. El es el evo, y el principio y la medida, ya que El existe antes del ente y del evo, com o prin­ cipio sustantificante y medio y fin de todas las cosas. Y por eso, a El, que preexiste en el pleno sentido de la palabra, las Escrituras lo multiplican en la representación intelectual de todas las cosas, y acertadamente a propósito de El se dice que «era» y «es» y «será» y también «ha sido hecho» o «se hace» y «se hará»; pues todas esas expresiones significan para los que saben pensar bien de Dios, que El existe conforme a todos los sentidos, supersustancialmente y causa de cuantos seres se hacen de cualquiera manera. Pues su condición no es ser esto, y aquello otro no; ni ser de este modo, y de aquel otro modo no; sino que, más bien, es todas las cosas, com o autor de todas ellas, y como conteniendo y previniendo en sí todos los principios y todos los términos de las cosas; y se halla sobre todas las cosas, ya que existe de una manera superior supraesencialmente antes que todas ellas. Por lo cual, de El se puede 818 S a n t o T om ás, 819 S a n t o T omás , o . ? . , n.651-661; o .c ., n .632-639 . P era , ib id ., p.246, Pseudo-Dionisio Areopagita 512 decir y negar a la vez todo: se le describe com o de toda figura y de toda forma, y a la vez no tiene forma ni belleza; contie­ ne anticipadamente y apartado los principios, los medios y los fines de las cosas, e irradia sin contaminarse la existencia a to­ dos los seres con una causalidad única y una en grado sumo. 820 Pues, si este sol nuestro, a todas las sustancias y cua­ lidades de las cosas sensibles, por muy numerosas y diversas que sean, él, a pesar de ser único y difundir de manera uni­ forme su luz, las renueva a todas, y las nutre, y las conserva, y las perfecciona, y las distingue, y las une, y las fomenta, y las ayuda, y las incrementa, y las transmuta, y las asegura, y las produce, y las hace surgir y las vivifica, y cada una de esas cosas sensibles participa de un mismo sol según su modo pro­ pio, y si ese único sol ha tenido concentradas en sí de ante­ mano las causas de ese gran número de seres que participan de él, con mayor razón habrá que conceder que en la causa del sol mismo y de todas las cosas se hallan los ejemplares de todas las cosas en una singular unión supraesencial, ya que tal causa, por la sobreabundancia de su esencia, las produce. Llamamos ejemplares a las razones preexistentes y sustantificadoras de Dios, a las que la Sagrada Escritura denomina pre­ definiciones y voluntades divinas y buenas, conforme a las cua­ les el que es sobre toda sustancia predeterminó y produjo to­ das las cosas... C a p ít u l o V II Sobre la sabiduría, la mente, la razón, la verdad y la fe 821 § 1. Vengamos ahora, si así bien parece, a celebrar la verdadera y eterna vida también com o sabia y sabiduría en sí, o, mejor dicho, como creadora de toda ciencia y elevada sobre toda sabiduría e inteligencia. En efecto, Dios no sola­ mente posee toda plenitud de la sabiduría, «y suinteligencia no tiene medida» (Sal 146,5), sino que se halla sobretodara­ zón, y mente, y sabiduría. Entendiendo esto sobrenaturalmente, un varón verdaderamente divino, común sol nuestro y de nues­ tro maestro, dice: «L o que es necedad en Dios, es más sabio que los hombres» (1 Cor 1,25), no sólo porque todo pensa­ miento humano, comparado con la firmeza y estabilidad de las 820 S anto T o m á s , 821 S a n t o T o m á s , o .c ., o .c ., n .6 6 2 ; P era , ib id ., p .24 6 -2 4 7 , n .695-700 , D e los nombres divinos 513 inteligencias divinas perfectísimas, viene a ser com o error, sino también porque es usual entre los teólogos expresar los predica­ dos privativos en Dios de la manera opuesta. Así, las Escrituras a la luz esplendorosísima la llaman invisible, y al que tiene mu­ chos nombres de insignes alabanzas lo llaman inefable e innom­ brable; y al que es omnipresente y se le encuentra a partir de todas las cosas, lo llaman incomprensible e ininvestigable. 822 Pues bien: de ese modo también aquí se dice del Apóstol que alaba la necedad en Dios, porque lo que en ella se antoja contrario a la razón y absurdo, lo sublima la verdad inefable y sobre toda razón. Pero, com o ya he advertido en otra ocasión, si recibimos con nuestra mentalidad lo que es su­ perior a nosotros, apegándonos a los sentidos de las palabras con los que estamos familiarizados, y ponemos en un mismo plano las realidades divinas con las nuestras, nos equivocamos, lanzándonos a medir por lo que aparece lo divino e inefable! Tenemos que ser conscientes de que nuestra mente tiene, sí, una facultad intelectiva con la que poder conocer las cosas in­ teligibles, pero que esa unión, por la cual se une con las reali­ dades que le son superiores, sobrepasa con mucho su natura­ leza Conforme a esa unión, pues, es como hay que pensar las realidades divinas, y no a nuestro modo, sino renunciando completamente a nosotros mismos y entrando todos en Dios; ya que es mucho mejor que seamos de Dios, que no nuestros: ae esa manera, si estamos unidos con Dios, se nos podrán comunicar los dones divinos. 823 Celebrando, pues, hiperbólicamente a esta sabiduría como carente de razón, y loca y fatua, proclamamos que es cau­ sa de toda mente y razón, y de toda sabiduría e inteligencia, Y. flue procede todo designio y toda ciencia e inteligen­ cia, y en ella «están ocultos todos los tesoros de sabiduría y ciencia» (Col 2,3). 824 § 2. De esa misma (sabiduría divina) reciben las almas la facultad de razonar: éstas, cuando investigan discur­ sivamente y como por rodeos la verdad de las cosas, decaen en no pequeño grado de la perfección de aquellas mentes uni­ das,^ a causa del carácter particular y fragmentado de su cono­ cimiento; pero cuando de la pluralidad logran subir a la sín­ tesis, también ellas emulan, en cuanto les es dado a unas al822 823 Santo T om ás, o .c ., Santo T om ás, o .c ., Los filósofos medievales l n.700-716. n.707-716; P era, ibid., p.267.268.272. 17 ? seudo-Dionisio Areopagita D e los nombres divinos mas, a las inteligencias mismas. Aun a los sentidos mismos no sería aberración llamarlos una como resonancia o eco de la Sabiduría, pues la mente misma de los demonios, en cuanto es mente, de ella proviene; y en cuanto es insensato, y no sabe lo que quiere (el Bien), ni desea conseguirlo, más bien se tra­ ta de un estado de caída o defección de la sabiduría. la propia luz. Conociéndose, pues, a sí misma la sabiduría di­ vina, conocerá todas las cosas: las materiales las conocerá de una manera inmaterial; las divisibles, indivisiblemente; la mul­ titud, unitariamente, puesto que conoce y produce todas las cosas en la unidad misma (de su esencia). En efecto, si por una única causa Dios comunica la existencia a todos los seres, por medio de esa misma única causa las conocerá a todas com o ha­ biendo recibido de El la existencia, y como preexistentes en Sí mismo, y no recibirá de las cosas ese conocimiento, sino, al contrario, dispensando El mismo a cada una su conocimiento de ellas y el de las otras. No tiene, pues, Dios un conocimiento peculiar de Sí mismo, y además otro, de carácter general, que abarque todas las cosas: el que es causa de todas las cosas, no va a ignorar, al conocerse a Sí mismo, los seres que provienen de El, y cuya causa es. De ese modo, pues, conoce las cosas, no por una ciencia que le viene de ellas, sino por el conoci­ miento de Sí mismo. Aun de los mismos ángeles nos enseña la Escritura que conocen lo que pasa en la tierra, no cono­ ciendo las cosas sensibles por los sentidos, sino por la facultad y naturaleza del espíritu deiforme. 514 825 Pero, si a la sabiduría divina se la llama principio de la sabiduría misma, y de toda mente y razón y sentido, y su causa productiva, y su perfección, y su tutela, y su consuma­ ción, ¿cómo se dice de Dios mismo que es sabiduría supersapiente, y mente, y conocimiento, y Verbo? ¿Cómo entenderá objeto alguno inteligible, si carece de acto espiritual? ¿O cómo va a percibir los objetos sensibles, si trasciende todo sentido? Mientras que las Escrituras atestiguan que Dios conoce todas las cosas, y que nada escapa al conocimiento divino. Pero es que, como he dicho repetidas veces, las cosas divinas hay que entenderlas de modo divino. En efecto, a Dios se atribuyen la amencia y la insensibilidad, pero por exceso, no por defecto; com o también atribuimos carencia de razón al que está sobre toda razón, y la imperfección, al que es superperfecto y per­ fecto más que nadie; a la luz inaccesible asociamos la oscuri­ dad, que hace imposible el tacto y la vista, en el sentido de que supera a esta luz que contemplan nuestros ojos. Así que la mente divina abarca todas las cosas con cierto conocimiento eminente, por el cual conoce per anticipado todas las cosas, en virtud del poder causal que tiene sobre todas ellas; cono­ ció los ángeles antes de que fuesen creados, y los llamó a la existencia; y así también conoce a todas las cosas desde el in­ terior de sí mismo, y ya desde su nacimiento, por decirlo así, y las lleva a la existencia. Eso creo que quiso significar la Es­ critura, al decir «E l que conoce todas las cosas antes de que sean hechas» (Dan 13,42). 826 La mente divina, en efecto, no conoce las cosas apren­ diendo algo de ellas, sino que por ella misma y en sí misma posee de antemano causalmente y comprehende toda la ciencia y el conocimiento y la esencia de todas las cosas, no mirando a cada una en particular según su especie, sino conociendo y conteniendo a todas en el ámbito de la causa que es ella mis­ ma. Como la luz precontiene en sí causalmente el conocimien­ to de las tinieblas, no conociendo las tinieblas más que desde 825 S a n t o 826 S a n t o T om ás, o .c ., T om ás, o .c ., n .717-722 . n .72 ?-7 2 6 , 515 827 § 3. Otro punto que hay que investigar es cómo conocemos nosotros a Dios, que ni es perceptible por los sen­ tidos y la inteligencia, ni es nada absolutamente de las cosas que son. ¿N o estaríamos en la verdad si dijésemos que a Dios no lo conocemos por su naturaleza (ya que nos es desconocido lo que es su naturaleza y supera a toda razón y mente), sino que por el orden universal por El dispuesto, y que contiene en sí ciertas imágenes y semejanzas de sus ejemplares divinos, ascendemos, en la medida a nosotros posible, al conocimiento de ese sumo bien y fin de todos los bienes, por vía y orden de la negación y sublimación de todas las cosas y de la causa­ lidad universal? Por lo cual, Dios es conocido en todas las cosas, y separadamente de todas ellas; es conocido por el co­ nocimiento y por la ausencia de conocimiento; y de El hay conocimiento, razón, y ciencia, y tacto, y sentido, y opinión, y pensamiento, y nombre y todo lo demás. Y ni es entendido, ni expresado, ni nombrado, y no es alguna de las cosas que son, ni es conocido en ninguna de ellas. Y es todo en todas las cosas, y nada en ninguna; es conocido por todos a partir de todos, y por ninguno a partir de ninguna: todas esas afir­ maciones las hacemos sobre Dios con validez, y le celebramos 827 S a n to T om ás, o .c ., n .7 2 7 - 7 3 1 . 516 Pseudo-Dionisio Areopagita a partir de todas las cosas, a proporción de la causalidad que sobre ellas tiene. 828 Se da también un conocimiento perfectísimo de Dios, que se obtiene por la ignorancia, en esa unión supraintelectual, cuando la mente, apartándose de todas las cosas y aban­ donándose al fin a sí misma, se une con los rayos que le vie­ nen de arriba y con los cuales es iluminada en esa profundi­ dad inescrutable de la sabiduría divina. Sin embargo, se la pue­ de reconocer también, com o hemos dicho, a partir de todas las cosas, ya que ella es, como dicen las Escrituras, la causa que las ha hecho a todas, y las ha compuesto y ordenado en una conexión indisoluble, y siempre conecta los fines de las prece­ dentes con los comienzos de las siguientes, y crea la armonía y la concordia de todo el universo. 829 § 4. También se dice de Dios en las Escrituras que es razón (Sab 18,15), no sólo porque es el dispensador de la ra­ zón y de la mente y de la sabiduría, sino porque contuvo anti­ cipadamente las causas de todas las cosas unitariamente; y por­ que lo penetra todo, llegando, como dice la Escritura, hasta el fin de todas las cosas (Sab 7,24); y, sobre todo, porque la razón de Dios es simple sobre toda simplicidad, y com o supersustancia, se halla separada y por encima de todas las cosas... C a p ít u l o IX Sobre la magnitud, la pequenez, la identidad, la distinción, la se­ mejanza, la desemejanza, el estado, el movimiento y la igualdad 830 § 6. Si alguno quiere llamar a Dios semejante, com o el mismo que es, y como semejante todo El a sí mismo por unidad e indivisibilidad de su ser, no habría que reprobar tal denominación de «semejante». Sin embargo, los teólogos sostienen que Dios, que trasciende todas las cosas, en cuanto tal, no es semejante a ninguna cosa, sino que El concede la semejanza divina a los que se vuelven a El, al tratar de imi­ tarle según sus fuerzas sobre todo límite y concepto. 831 Y ésa es la fuerza de la semejanza divina: que todo lo que ha sido producido lo hace volverse hacia su causa. Las 828 S a n t o T o m á s , o . c . , n .7 3 2 -7 3 3 ; P e r a , ib id ., p .2 7 5 . 829 S a n t o T o m á s , o . c . , n .7 3 4 -7 3 5 ; P e r a , i b i d . , p .2 7 8 . 8 3 0 S a n t o T o m á s , o . c . , n .8 2 8 -8 3 3 ; P e r a , ib id ., p .3 1 2 . D e los nombres divinos 517 cosas producidas son, pues, las que se han de decir semejantes a Dios, com o plasmadas que han sido a su imagen y semejan­ za: de Dios, en cambio, no hay que decir que es semejante a ellas, pues ni aun siquiera el hombre es semejante a su imagen. Las cosas que son del mismo orden pueden ser semejantes en­ tre sí, y la semejanza puede ser recíproca entre ellas, de suerte que sean semejantes mutuamente según la primera especie de semejanza que se da; pero tal reciprocación no es admisible entre causa y efecto. Pues no ha hecho don de la semejanza sólo a estos o a aquellos seres, sino que es la causa de que sean semejantes todos aquellos que participan de la semejanza, y El mismo es su autor; y cuanto de semejante se encuentra en todos, lo es como por una huella de la semejanza divina y consuma la unión entre ellos. 832 § 7. Mas, ¿para qué decimos todo esto? Pues las mismas Escrituras dicen que Dios es desemejante, y que no hay que ponerle en parangón con nadie, com o diverso que es de todas las cosas, y, lo que es más extraño, dicen que nada es semejante a El. Pero tales expresiones no se oponen a la semejanza para con El. Una misma cosa es, en efecto, seme­ jante y desemejante a Dios: semejante, según la posible parti­ cipación del imparticipable; desemejante infinitamente, por in­ ferioridad de los efectos respecto de la causa de la que distan infinitamente sin medida posible. C a p ít u l o X I Sobre Id paz. Qué significa el ser mismo en sí, la vida en sí, la fuerza en sí, y otras expresiones similares 833 § 6. Pero ya que en otras ocasiones me has pre­ guntado por carta a qué llamo es se per se (el ser en sí), la vida en sí, la sabiduría en sí, y dices que no acertabas a ver cómo unas veces llamo a Dios la vida en sí, y otras, el productor de la vida en sí, he creído necesario, ¡oh hombre de D io s!, el liberarte, en la medida posible, de esa duda. En primer lugar, no se oponen entre sí, como he dicho miles de veces, el lla­ mar a Dios el poder en sí y la vida en sí, y el llamarle creador de la vida en sí, o de la paz en sí, o del poder en sí, pues estos 832 S a n t o T o m á s , o . c . , n .834. 833-855 P e r a , o . c . , p.347-351 . 833 S a n t o T o m á s , o . c . , n .925-928 . 5 i8 D e los nombres divinos Pseudo-Dionisio Areopagita últimos apelativos se atribuyen a Dios por los seres existentes, y sobre todo por los que ocupan los primeros puestos, como causa de todos los seres; mientras que los primeros apelativos se le atribuyen en cuanto que existe supersustancialmente so­ bre todos los seres, y, de entre ellos, los primeros. 834 Pero me preguntas qué entiendo por ser en sí, vida en sí, o cuanto afirmo que existe absolutamente a modo de principio, y lo pongo com o originado por la creación directa de Dios. Respondo que eso no es algo retorcido, sino llano y de fácil explicación. N o digo que ese ser en sí sea una cierta sustancia divina o angélica, que sea la causa de que existan todos los seres (pues sólo el que es más que sustancia es el principio, la sustancia y la causa de la existencia de todo y del ser en sí); ni tampoco ponemos otra divinidad que sea origen de la vida, distinta de la vida superdivina, causa de todos los seres vivientes y de la misma vida en sí, ni, para decirlo bre­ vemente, otras causas principales de las cosas, creadoras y exis­ tentes por sí, que algunos temerariamente dieron en decir dio­ ses y hacedores de las cosas, nombres que nunca fueron capa­ ces de ponérselos en el sentido propio y verdadero (ya que eran una pura nada) ni ellos ni sus antecesores. 835 Lo que decimos es que el ser en sí, y la vida en sí, y la divinidad en sí es a modo de principio, y divina y eficien­ temente el único principio y causa de todas las cosas, el superprincipio y supersustancia; pero, en cuanto que Dios es participado en sus dones, llamamos a las providencias que emanan de Dios, la afección en sí de las sustancias en sí, la vivificación en sí, la deificación en sí, y los seres que de ellas participan conforme a la naturaleza de cada uno, subsisten, vi­ ven y son divinos, y así se les llama, y lo mismo sucede res­ pecto de las otras denominaciones. Por eso, decimos de Dios que es bueno y autor de los seres primeros; después, de los todos; después, de los particulares de ellos; después, de los que participan de éstos de una manera general y universal; después, de los que participan de los mismos parcialmente... 834 S a n t o T o m á s , o . c . , n .929-931 . 835 S anto T om ás , o . c ., n .932-938 . 519 C a p ít u l o X I I I 1. Se explica en qué sentido es Dios perfecto. 2. En qué sentido se dice que es uno; y, a la vez, se demuestra que se da unidad en las cosas. 3. Que, desaparecida la unidad, todo perece y que de Dios uno vinieron a la existencia todas las cosas, y cómo hay que alabar a Dios como uno, y cómo la San­ tísima Trinidad es eminentísima unidad. 4. Conclusión de la obra 836 Se dice de Dios que es uno, porque, a causa de la excelencia de su singular unidad, es todas las cosas unitaria­ mente, y porque es causa de todo, sin perder su unidad. Pues nada hay que no participe de ese uno, sino que, así como todo número participa de la unidad, y así hablamos de un binomio, o de una decena, o de una mitad, o de una tercera parte, o de una décima parte, de manera semejante también todas las co­ sas y cada porción mínima de realidad participa de lo uno, y cuanto es, lo es en el grado en que es algo uno. Pero ese uno, causa universal de los seres, no es uno que resulta de muchos, sino un uno tal que, anteriormente a todo uno y a toda multitud, determina a todo uno y a toda multitud; jamás, en efecto, de la multitud está ausente la unidad; así, lo que es multitud por sus partes, es algo uno en cuanto [form a un] todo; y lo que es múltiple en los accidentes, es algo uno en cuanto al sujeto; y los que son muchos por el número o las potencias, son uno en la especie; y lo que es multitud en los procesos, es algo uno en el principio de donde dimana ese proceso. Y no hay ser alguno en la naturaleza que no parti­ cipe, en algún orden, del uno en aquel que se mantiene único a través de todas las cosas y contuvo de antemano en una úni­ ca entidad a los todos y a sus opuestos universalmente. Sin el uno no es posible, cierto, la multitud, mientras que sin la mul­ titud se dará el uno, lo mismo que la unidad antes que todo número multiplicado; y si se supone que todas las cosas es­ tán unidas con todas, todas serán algo uno en la totalidad... 837 § 3. Ninguna unidad o trinidad, ni ningún núme­ ro, ni unidad, ni fecundidad, nada de lo que existe, o de lo que es conocido por alguno, vale para explicar ese arcano, que supera toda razón y toda mente, de la superdeidad superexis836 S a n t o T om ás, o .c ., 837 T o .c ., Sa n t o om ás, n .9 6 9 -9 7 8 ; n.979-981; P era , Pera, ib id ., ib id ., p .3 6 5 . p.365, 520 Pseudo-Dionisio Areopagita tente sobresencialmente sobre todas las cosas; no hay posibi­ lidad de asignarle un nombre o un concepto, sino que se man­ tiene inaccesible a todos. Y ni aun el nombre mismo de bon­ dad se lo damos com o apropiado a El, sino que por el deseo de entender y decir algo sobre esa naturaleza oculta e inefable, reservamos para él com o algo sagrado el nombre más vene­ rable de todos los nombres; en ese empeño nos acompañan los teólogos, pero quedamos muy lejos de la verdad de las cosas. Por eso, ellos prefirieron ese proceso de ascensión por negaciones, ya que por él, apartándonos de las cosas familia­ res, se nos abre el camino a través de todas aquellas divinas inteligencias, de las cuales está separado lo que trasciende todo nombre y toda razón y conocimiento, y nos une por fin con Dios, en la medida posible. SOBRE LA TEOLOGIA M ISTICA C a p ít u l o I Cuál es la oscuridad divina 838 § 1. ¡Oh Trinidad supernatural, y más que divi­ na, y más que buena, que presides a la teosofía de los cristia­ nos, dirígenos a la cumbre superindemostrable, superluminosa de los místicos oráculos, en donde los simples y absolutos e inmutables misterios de la teología se manifiestan en la os­ curidad superluminosa del silencio que enseña las cosas arca­ nas, que brilla superesplendorosamente en la oscuridad tene­ brosísima, e inunda las mentes ciegas con los bellísimos res­ plandores que acompañan a esa realidad intangible e invisible! Estos son mis deseos: y tú, ilustre Timoteo, en las contem­ placiones místicas, ejercítate intensamente en abandonar los sentidos y las operaciones intelectuales y todos los objetos sen­ sibles e inteligibles, y cuanto es y no es, para que puedas ele­ varte, fuera de toda demostración, a la unión, en la medida que es posible, con Aquel que trasciende toda esencia y toda ciencia, ya que por la libre y absoluta y pura renuncia de ti 838-843 V . L o ssk y , La théologie négative, dans la doctrine de Denys l’Aréopagite: Rev. sc.phil.théol. (1939) p.204-24; J. V a n n e s te , Le Mystère de Dieu. Essai sur la structure rationnelle de la connaissance mystique chez le PseudoDenys VAréop agite (Bruxelles 1959). 838 Annot. C o rd erii, o .c ., p.4-10; Paraphrasis Pachym erae, ibid., p .18-22. G. C a ffa r e n a , Metafísica trascendental $215, Sobre la teología mística 521 mismo a todas las cosas, serás elevado, solo ya y libre de todo, a ese rayo supernatural de la divina oscuridad. 839 § 2. Cuida, sin embargo, de que no llegue esto a oídos de los espíritus rudos: me refiero a esos que están adhe­ ridos a las cosas naturales y no se imaginan que además de ésas pueda haber otras realidades supernaturales; es más, se creen que con su conocimiento entienden a Aquel que «puso su morada secreta en las tinieblas» (Sal 17,13). Y si los divi­ nos misterios escapan al alcance de esos tales, ¿qué diremos de aquellos que, más rudos todavía, señalan como causa su­ prema de todas las cosas a algún ser de los que ocupan los puestos ínfimos en la naturaleza, y dicen que no es en nada superior tal causa a las impías imágenes de innumerables for­ mas que ellos fingen, siendo así que de ella, com o de causa universal, habría que asentar todas las afirmaciones que se ha­ cen a propósito de todos los seres, y atribuírselas a ella; o, más bien, negarlas todas de ella, com o superexistiendo sobre todos los seres, y no creer que las negaciones contradicen a las afirmaciones, sino pensar que ella, muy anterior y superior a toda privación, trasciende toda negación y toda afirmación? C a p ít u l o II Cómo debemos también unirnos y tributar alabanzas al autor de todas las cosas, que las trasciende a todas 840 Nuestro anhelo es el adentrarnos en esa oscuridad superluminosa, y por la negación de toda visión y conocimien­ to, ver y conocer lo que trasciende toda visión y todo cono­ cimiento, por ese mismo hecho de no ver ni conocer: pues eso es precisamente el ver y conocer y alabar supernaturalmente por la supresión de todas las cosas al que trasciende toda esencia, no de otra manera que los que labran una esta­ tua en la piedra, con quitar lo que estaba cubriéndola e impe­ día la visión clara de la forma que está tras ello oculta, con sólo eso dejan al descubierto su propia belleza latente. Pero creo que hay que hablar de las negaciones de modo contrario a como lo hacemos con las afirmaciones. En efecto, a éstas las establecíamos empezando por las primeras y descendiendo de ahí a las intermedias y a las últimas; en cambio, en aquéllas, as­ cendiendo desde las últimas, retiramos todo, a fin de que se nos revele y lleguemos a conocer aquella cognoscibilidad que 840 Annot. C o r d e r ii, o .c ., p.23-24; Scholia Sti. M a x im i, ib id ., p.24-28. Pseudo-Dionisio A re op agita Sobre la teología mística va envuelta en todas las cosas cuando se conoce algo de ellas y contemplamos aquella oscuridad supernatural que se halla velada por toda luz que hay en las cosas. lidad o cuantidad, ni tiene masa (mole), ni está en lugar, ni es objeto de la vista, ni del tacto, ni siente, ni es objeto de ningún sentido, ni admite en sí desorden alguno o alguna per­ turbación originada por las pasiones sensibles, ni es débil, ni está expuesta a los accidentes sensibles, ni está necesitada de luz, ni es sujeto o tiene en sí cambio, o corrupción, o división, o flujo, o algo de lo que es objeto de los sentidos. 522 C a p ít u l o III Qué expresiones son afirmativas y cuáles negativas respecto de Dios 841 Cuanto más altas son las realidades a que pretende­ mos remontarnos, tanto más se reducen nuestras expresiones al divisar y contemplar a los seres inteligibles; así com o tam­ bién ahora, cuando nos adentramos en esa oscuridad que tras­ ciende toda inteligencia, caeremos no ya en la parquedad de palabras, sino en un silencio absoluto e inhibición de inteli­ gencia. Antes, la exposición, procediendo de arriba abajo, iba cobrando una extensión proporcionada al proceso mismo de descenso; ahora, en cambio, ascendiendo de los seres ínfimos al que domina en la cumbre, se va contrayendo según el ritmo de la ascensión, hasta que, consumada ésta, enmudezca por completo y se una totalmente con el Dios inefable. Pero, ¿por qué— dirán— , disponiendo las afirmaciones divinas a partir del primer ser, el proceso de negación lo entablamos a partir de los últimos? — Porque, cuando tratábamos de asentar la realidad del que está sobre toda afirmación, había que poner el fundamento para el proceso afirmativo, en lo que es afín, cercano a El; pero cuando tratamos de caracterizar negativa­ mente al ser que está sobre toda negación, debíamos segregarle de lo que más dista de El: ¿no es verdad que Dios más es vida y bondad, que aire o piedra? ¿Y que está más lejos de embriagarse o de airarse, que de no ser expresado o enten­ dido? C a p ít u l o IV Que no es ninguna cosa sensible Aquel que es autor por excelencia de toda cosa sensible 842 Decimos, pues, que la causa de todas las cosas y que trasciende a todas, no carece de esencia, ni de vida, ni de razón, ni de mente; ni es cuerpo, ni figura, ni forma, ni cua841 Annot. C o rd e rii, Paraphrasis Pachym erae, 842 Annot. C o rd erii, o .c ., ib id ., o .c ., p.34-35; Scholia Sti. M axim i, p.38-40. p.41-43; Paraphrasis Pachym erae, ib id ., ib id ., p.35-37; p.44-45. C a p ít u l o 523 V Que no es ninguna de las cosas inteligibles Aquel que es el autor por excelencia de toda cosa inteligible 843 De nuevo, ascendiendo, decimos que no es alma, ni mente, ni imaginación, y que no tiene opinión, o razón, o in­ teligencia; ni es palabra, ni inteligencia, ni es expresado, ni es entendido; no es ni número, ni orden, ni magnitud, ni pequeñez, ni igualdad, ni semejanza, ni desemejanza; ni está en reposo, ni se mueve, ni tiene potencia, ni es potencia, ni luz, ni vive, ni es vida, ni es sustancia, ni siglo, ni tiempo, ni algo tangible, ni es ciencia, ni verdad, ni reino, ni sabiduría, ni uno, ni unidad, ni divinidad, ni bondad, ni espíritu; ni es fi­ liación, ni paternidad, ni otra cosa alguna conocida de nosotros o de cualquier ser existente, ni es cosa alguna de las que no existen, ni tampoco de las que existen, ni las cosas que existen le conocen tal cual es, ni El las conoce por mero ser de ellas; no hay razón de El, ni nombre, ni conocimiento; no es ni tiniebla, ni luz; ni error, ni verdad; ni El es objeto en abso­ luto de afirmación o de negación; mas, cuando hacemos las negaciones de los seres inferiores a El, ni lo afirmamos ni lo negamos, ya que se mantiene perfecto más allá de toda afir­ mación, como causa única universal, y com o superación de to­ das las cosas segregada más allá de toda negación de todas las cosas y trascendiéndolas todas. 843 Annot. C o rd e rii, Paraphrasis Pachym erae, o .c ., ib id ., p.46-48; Scholia S t i. M axim i, ib id ., p.57-60; G. C a f fa r e n a , o .c ., p.275. p . 54-57; 524 Pseudo-Dionisio Areopagita SOBRE LA JERARQUIA CELESTIAL C a p ít u l o II Que las realidades divinas y celestes se explican acertadamen­ te también con imágenes que no les son semejantes 844 § 3. La revelación mística sagrada presenta dos mo­ dos. Uno es el que procede, com o es obvio, por imágenes se­ mejantes de las sagradas figuras; otro, el que se hace por fic­ ciones desemejantes, en completa discrepancia con ellas. A su vez, las tradiciones místicas de los tratados explicativos algunas veces celebran a la veneranda felicidad de la Deidad superesencial como Logos, y com o mente, y como sustancia, explicando la racionalidad propia de Dios y su sabiduría; también la cele­ bran como la existencia que es verdaderamente y como verda­ dera causa de las cosas, y la imaginan como una luz, y la lla­ man vida. Tales ficciones sagradas, aun siendo más apropiadas, y pareciendo aventajar a las figuras materiales, aun así decaen de la verdad de la semejanza divina, ya que ésta trasciende toda esencia y vida, y no la puede dar a conocer luz alguna, y toda razón y mente está alejada inconmensuradamente de su semejanza. 845 Otras veces, en cambio, los mismos escritos la cele­ bran con ilustraciones supramundanas desemejantes, le dan los apelativos de invisible, e infinita, e incomprensible, que no dan a entender qué es, sino qué no es. Y esto es, a mi juicio, más propio de ella; pues, com o insinuó aquella tradición arcana y sacerdotal, decimos verdad al afirmar que no es a la manera de cosa alguna existente, si bien ignoramos su superesencial e invisible e inefable infinitud. Siendo, pues, respecto de las rea­ lidades divinas, verdaderas las negaciones, desajustadas las afir­ maciones, dice mejor con la oscuridad de esos misterios la ex­ planación de las realidades invisibles por el recurso a ficciones que no guarden semejanza con ellas; tales descripciones de esos tratados, lejos de mancillar, embellecen las realidades ce­ lestes, al explicarlas con ficciones de formas desemejantes a 844-848 D e n y s L ’A r é o p a g ite , La hiérarchie céleste. Introd. par R . R oques, Étud' et texte critique par G. H e i l . Trad. et notes par M. de B a n d illa c (Paris 1970). 844 A n n o t. C o rd erii, o .c . , p.23-24; Scholia S tt. M axim i, ibid., p.24-28; Varaphraús Pachymerae, ibid., p.32-37. 845 Góm ez C a ffa r e n a , o .c ., p.275-279. Cartas 525 ellas, dando a entender de ese modo en qué grado sobremun­ dano superan a todos los seres materiales. 846 Que esas semejanzas incongruentes tengan la virtud de despertar más vivamente nuestra mente, nadie que tenga buen juicio lo negará, según creo. En efecto, cuando se fingen imágenes más nobles, no es inverosímil que algunos incurran en el error de pensar que las naturalezas celestes son a modo de ciertas figuras humanas, por decirlo así, de oro rodeadas de esplendor, cubiertas con un vestido resplandeciente, blan­ diendo un arma de fuego sin quemarse, y con todas esas for­ mas con que la teología imaginó a los seres celestes. 847 Para evitar que eso suceda a los que no han llegado a captar con su mente algo que supere las cosas hermosas y bellas sensibles, la sabiduría de los santos teólogos, que posee la virtud de elevarnos a las realidades de arriba, se abaja a echar mano de desemejanzas incongruentes, no consintiendo que lo que hay en nosotros de material haga paz y se contente con esas imágenes vergonzosas, sino excitando y estimulando, por la deformidad misma de las figuras, a la parte superior del alma, haciéndola ver que no se puede en modo alguno, ni aparece verosímil ni aun tan siquiera a los que están muy ape­ gados a las realidades terrenas, que guarden semejanza con fi­ guras tan absurdas aquellas realidades supracelestes y divinas que admiramos en tales símbolos. Además, hay que tener pre­ sente que no hay cosa que exista que se vea privada por com­ pleto de la participación del bien, diciendo la suma Verdad: «todas las cosas eran muy buenas» (Gén 1,31). 848 § 4. De cualquier cosa, pues, se pueden obtener buenas inteligencias, pues está al alcance de los varones inte­ ligentes y espirituales el formar tales desemejanzas sirviéndose de las cosas materiales, conscientes de que los seres espiritua­ les las poseen de modo diverso a com o se las atribuye a las cosas sensibles. CARTAS Carta I (al monje Cayo) 849 Las tinieblas se disipan con la luz, sobre todo con la luz intensa: y la ignorancia, con los conocimientos, sobre todo con los conocimientos amplios. Tomando esas expresio849 Annot. C o r d e r ii, o .c ., p.62-63; Scholia Sti. Paraphrasis Pachym erae, ib id ., 64-68. M axim i, ib id ., p.63-64; 526 Pseudo-Dionìsìo Areopagita nes en sentido superlativo, y no privativo, proclama tú con toda verdad que pasa desapercibida, a los que poseen la verda­ dera luz y el conocimiento de las cosas, la ignorancia que se da según Dios. Y las tinieblas supereminentes están vueltas a toda luz y mantienen oculto todo conocimiento. Y si alguno, ha­ biendo visto a Dios, se percata de lo que ha visto, no le ha visto a El mismo, sino algo de sus cosas que existen y son conocidas; pero El mismo se mantiene constantemente sobre toda mente y sustancia, a través de esa misma negación de co­ nocimiento y esencia, existiendo, y supersustancialmente es co­ nocido trascendiendo toda mente. Y tal ignorancia perfectísi­ ma, por lo que tiene de buena, es el conocimiento de aquel que trasciende cuanto puede ser objeto de conocimiento. Carta V (a l « m i n i s t r o » D o r o t e o ) 850 La oscuridad divina es una luz inaccesible en la que se dice que mora Dios. Y siendo invisible como es, a causa de la exuberante efusión de luz sobrenatural, llega a ella aquel que ha merecido conocer y ver a Dios; y en el mismo no ver y no conocer, existe verdaderamente en Aquel que trasciende toda visión y conocimiento, sabiendo bien que El existe en to­ das las cosas, tanto sensibles como inteligibles, y diciendo con el profeta: «Tu ciencia es misteriosa para mí; harto alta, no la puedo alcanzar» (Sal 138,6). Como dice también que San Pablo vio a Dios cuando llegó a conocer que El trasciende todo conocimiento y toda inteligencia: ya que dice que sus caminos son ininvestigables e inescrutables sus juicios, y sus dones ine­ narrables, y que su paz supera todo sentimiento; com o quien había descubierto a Aquel que está por encima de todas las cosas y había reconocido, superando toda inteligencia, que el que es autor de todas las cosas, es también superior a todas ellas. 849-850 R. F. H a th a w a y , Hierarchy and the definition of order in the letters of Pseudo-Dionysius. A study in the form and meaning of the PseudoDionysian writings (The Hague 1970). 850 Annot. C o rd erii, o .c ., p.82-83; Paraphrasis Pachym erae, ibid., p.83-85. BOECIO (475/480-524) O b r a s p r i n c i p a l e s : Dialogi in Isagogen Porphyrii; Commentaríum in Isagogen Porphyrii; Commentaríum in Categorías A ristotelis; Com­ mentarla minora in librum Aristotelis Ilept épurjvtc«;; Commentarla maiora in librum Aristotelis Ilept áp¡a¡vta<; ; Introducilo in syllogismos categó­ ricos; D e syllogismo categorico; D e syllogismo hypothetico; Liber de divisione; Commentarla in Topica Ciceronis; D e differentiis topicìs; Consolatio Philosophiae; D e sancta Trinitate; D e hebdomadibus («Q u o m odo substantiae, in eo quod sunt, bonae sint); Liber de duabus naturis in Christo, contra Eutichen et Nestorium. E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : A n i c i i M a n l i i S e v e r i n i B o e t h i i , Philoso­ phiae Consolatio, ed. L. B i e l e r , Corpus Christianorum, Series Latina, X C I X (Turnholti 1957). Trad, del editor. A . M . S. B o e t h i i , D e hebdomadibus: M L 64 c .1311-1314. Trad, del editor. A . M. S. B o e t h i i , D e Trinitate: M L 64 c.1250. Trad, del editor. A . M . S. B o e t h i i , D e duabus naturis in Christo: M L 64 c.l341. Trad, del editor. B i b l i o g r . g e n .: A . C r o c c o , Introduzione a B oezio (N apoli 1970) (Bibliogr. p .113-123); Id., La « Consolatio Philosophiae» di Boezio. Saggio critico-interpretativo; S a n t o T o m á s d e A q u i n o , E xpositio super Boethium «D e Trinitate et de H ebdom adibus», en Opuscula theologica S. Thomae Aquin., II (Taurini-Romae 1954), cura et studio F. C a l c a t e r r a ; I d ., E x­ positio super librum Boethii de T rinitate.. . recensuit B. D e c k e r (Leiden 1955); T h i e r r y o f C h a r t r e s and his School, Commentaries on Boethius, edited by N . M . H ä r i n g , S.A.C., Pontifical Institute o f Medieval Studies (Toronto 1971) (Bibliogr. p.7-16); P. G o d e t , art. B oèce: Diet, théol. cath. II (Paris 1910) c.918-922; P. C o u r c e l l e , Étude critique sur les commentaires de la «Consolation » de Boèce (I X -X V siècles): Árch. d ’hist. doctr. littér. du M oyen âge 14 (1939) 5-140; H . J. B r o s c h , D er Seinsbe­ griff bei Boethius, mit besonderer Berücksichtigung der Beziehung von Sosein und Dasein (Innsbruck 1931); M . C a p p u y n s , art. B oèce: Diet. d ’Hist. et de Géogr. ecclés. 9 (1937) c.348-380 (B ibliogr.); A. B o c o g n a n o , Consolation de la Philosophie, trad, nouv., avec notes (Paris 1937); L.-B. G e i g e r , O .P ., La participation dans la philosophie de Saint Thomas d’Aquin (Paris 1942) p.36-45 (análisis del D e hebdom adibus); C. F a b r o , La nozione metafisica di participazione secondo S. Tommaso d’Aquino (Milano 1939) p .14-23; M.-D. R o l a n d - G o s s e l i n , L e « D e ente et essen­ tia» de Saint Thomas d’Aquin (Le Saulchoir, Kain 1926) p .142-145; J. G ó m e z C a f f a r e n a , Metafísica trascendental (Madrid 1970) p .122-124. 126.127.131.229.298; Id., Metafisica fundamental (M adrid 1969) p.378; E. R a p i s a r d a , Boezio: Opusculi theologici. Testo con introduzione e tra­ duzione (Catania 1960). 528 Boecio CONSOLACION SOBRE LA FILOSOFIA LIBRO I P rosa VI 851 1. En primer lugar, ¿te avienes a que con unas po­ cas preguntas explore y tantee tu estado de ánimo, para podei así ver la manera de curarte? * — Pregunta a tu arbitrio— le dije— lo que quieras com o a quien, de cierto, te va a respon­ der. — Entonces ella: ¿Piensas que este mundo es movido por la casualidad temeraria y fortuita, o más bien crees que hay en él una dirección racional? — En modo alguno puedo dar en pensar que movimientos tan bien concertados puedan deberse al azar fortuito, sino que bien sé— y ojalá que nunca deponga esta convicción— que es Dios, su autor, el que está al frente de su obra. — Así es, pues poco ha lo has celebrado en tus versos, deplorando que fuesen solos los hombres los que se sustraen a la divina tutela. Ya que no abrigabas la menor duda de que los demás seres estuviesen regidos por la razón. Pero, ¡a h !, me admira en extremo el que teniendo tan saludables pensamientos, estés enfermo. Mas sigamos investigando: con­ jeturo que algo, no sé qué, te falta. Dime, pues: ya que no dudas que el mundo sea regido por Dios, ¿sabes también de qué instrumentos se sirve? i ! 852 — Apenas si entiendo el sentido de tu pregunta: ¡cuánto menos podré responder a ella! — ¿M e engañaba yo al pensar que algo falta en ti, que deja abierta como una bre­ cha, a través de la cual se ha infiltrado en tu alma el estado morboso de la desolación? Dime: ¿recuerdas cuál es el fin de las cosas y hacia qué se dirige la tendencia de la naturaleza en­ tera? — Lo tengo oído, pero la tristeza me ha embotado la me­ moria. — Sabes, por lo menos, de dónde proceden todas las cosas. — Sí, lo sé, y ya te he respondido que es de Dios. — Y ¿cóm o es posible que, conociendo el principio de las cosas, ignores su fin? Pero, en fin, ésa es la fuerza de esos estados pasionales, que son capaces de conmover al hombre, pero no pueden arrancarlo totalmente de sí mismo y apoderarse de él. * Personajes del diálogo: La f i l o s o f í a y B o e c i o . 851-897 C o u r c e ll e , o .c ., p.332.333-344; 7-11; C ro cco , o .c ., p.5-6.46-96. 851 C ro cco , o .c., p.54; J. G r u b e r , Die Erscbeinung der Philosophie in der «Consolalio Pbilosophiae» des Boethius: Rehin. Muss. Phil. 112 (1969) 166-86. Consolación sobre la filosofía 529 853 Pero desearía que me respondieses también esta pre­ gunta: ¿Recuerdas que eres hombre? — ¿Y cóm o no he de recordarlo? — ¿Podrás, entonces, decir lo que es el hombre? — ¿Es que me preguntas si sé que yo soy animal racional y mortal? Lo sé y declaro que soy eso. — ¿Nada más que eso piensas que eres? — Nada más. — Ahora descubro otra causa, la más grave, de tu mal: has perdido el conocimiento de lo que eres. Y ya con eso he encontrado la explicación completa de tu mal y del camino que hay que emprender para devol­ verte la salud. En efecto, estás envuelto en la confusión que te acarrea el olvido de lo que eres: por eso te lamentas de tu destierro y del despojo de tus bienes. Y al ignorar el fin de las cosas, tienes por poderosos y felices a los malvados y per­ versos. Por fin, por no tener en cuenta qué poder rige al mun­ do, piensas que el vaivén de la fortuna se mueve sin alguien, que lo dirija: cosas todas que son causas graves, no ya de una, enfermedad, sino aun de la muerte misma. Pero demos gra­ cias al Autor de la salud porque la naturaleza no te ha aban­ donado del todo. 854 Contamos con una gran ayuda para que recuperes la salud, y es la opinión verdadera que tienes sobre el gobier­ no del mundo, pues crees que se debe no al azar fortuito, sino a la ordenación divina; no abrigues, pues, ningún temor: ya de esta pequeñísima chispa se encenderá el calor vital. Pero como no es tiempo todavía de emplear remedios más enérgicos, y sabemos que es condición de la mente humana el que, al rechazar las opiniones verdaderas, se imbuya de errores que, a modo de una neblina, perturban el libre ejercicio de la inteligencia, trataré primero de sosegar un poco tu alma con los sedantes más suaves y ordinarios, para que así, disipadas las tinieblas de tu estado pasional, puedas reconocer el esplendor de la verdadera luz. LIBRO III P rosa II 855 1. Entonces, bajando un poco los ojos, y com o re­ cogiéndose en lo más recóndito de su alma, empezó a hablar así: T odo el afán de los mortales, trabajado por múltiples ape854 C ro cco , o .c ., p.53. 855-859 C o u r c e ll e , o .c ., p.113-126. 855-856 C r o c c o , o .c ., p.61-69. 530 Boecio Consolación sobre la filosofía tencias, se despliega por caminos diversos, pero tiende a un solo fin: la felicidad. Y ésta es aquel bien con cuya consecu­ ción ya no queda más que desear. Es el sumo bien, que abar­ ca dentro de sí a todos los bienes; si le faltase algo, ya no se­ ría el sumo bien, al quedar fuera de él algo que se podría desear. Es evidente, pues, que la felicidad es un estado per­ fecto por la reunión de todos los bienes. Como hemos dicho antes, todos los hombres se afanan por conseguir ese estado por diversas vías, pues es innato en el alma humana el deseo del verdadero bien, pero el error las desorienta y les hace bus­ car falsos bienes. Pero hemos definido a la felicidad como el sumo bien: luego estima como felicidad el estado que desea con preferencia a los demás. 12. Ahí tienes, pues, una visión sintética de las formas que reviste para los humanos la felicidad: riquezas, honores, poderío, gloria, placeres. Epicuro no tenía otros bienes ante la vista, y por eso, consecuentemente, determina que para él el sumo bien es el placer, ya que todos los demás lo son por­ que proporcionan placer al hombre. 856 Unos creen que el bien supremo es no carecer de nada, y trabajan afanosamente en acumular riquezas; otros, es­ timando que es el llegar a la cumbre de los honores, se esfuer­ zan por obtener reputación entre sus semejantes. Los hay que ponen el sumo bien en el poderío supremo; los tales, o quie­ ren reinar ellos mismos, o pegarse a los que reinan. Aquellos a los que les parece lo sumo la fama, se apresuran por hacer su nombre glorioso por el ejercicio de las armas o de las le­ tras. Muchísimos miden la eficacia del bien por el gozo y la alegría: ésos piensan que el colmo de la felicidad es nadar en placeres. Otros hay que combinan alternativamente los fines y las causas de los anteriores, como los que desean las rique­ zas por el poderío y placeres que reportan, o los que buscan el poder para obtener riquezas o granjearse un nombre famoso. En torno a estos y parecidos bienes se ejerce el afán de los mortales, ya en su obrar, ya, al menos, en sus deseos, como la fama y el aura popular, que parecen granjear cierta celebri­ dad; la mujer y los hijos, que se buscan por los goces que proporcionan. Los amigos, raza escogida, se piensa que los de­ para la virtud y no la fortuna; todo lo demás se acoge por deseo de poderío o del placer. 10. Por lo que hace a los bienes corporales, es claro que hay que reducirlos a los ya enumerados. Así, la fuerza y la cor­ pulencia parecen proporcionar predominio; la belleza y la agi­ lidad, fama, y la buena salud, placer. 857 11. En todas esas apetencias es evidente que lo único que se desea es la felicidad; pues lo que uno busca con preferencia a todo lo demás, lo estima com o el bien sumo. 856 G . C a p o n e G r a g a , La soluzione cristiana del problema del «Summum bonum» in «Philosophiae consolationis libri quinqué» di Boezio: Arch. di storia della filosofía italiana (1934) p.101-116. 531 858 13. Pero volvamos a los anhelos del espíritu hu­ mano, el cual, aunque sufriendo obnubilaciones en su memo­ ria, sin embargo, reclama su bien propio, si bien, a la manera del embriagado que no sabe volver a casa, no acierta con el camino a seguir. 14. ¿Están equivocados los que se esfuerzan por no ca­ recer de nada? Pues no hay nada que pueda redondear tanto la felicidad com o un estado de abundancia de todos los bienes, en el que no se necesite de otro, bastándose a sí mismo. ¿Aca­ so yerran los que piensan que el bien supremo es el gozar de toda estima y respeto? En modo alguno, pues no puede ser algo vil y despreciable eso tras cuya consecución se afana casi toda la humanidad. Y ¿no habría que contar entre los bienes al poderío? ¿Es que habrá de tenerse por algo débil y des­ vaído lo que sabemos que aventaja en fuerza a todas las cosas? Y la fama, ¿se ha de estimar en nada? Pero no se puede disi­ mular que todo lo que sobrepasa a todo lo demás, aparece también rodeado de un nimbo de gloria. Que a la felicidad es extraña la angustia y la tristeza, ni está suejta al dolor ni a la pena, no hay por qué insistir en ello, cuando aun en las cosas más pequeñas se busca aquello cuya posesión y disfrute deleita. 859 19. Pues bien: ésos son los bienes que los hombres desean conseguir, y por esa causa buscan las riquezas, las dig­ nidades, la realeza, la gloria y los placeres: porque creen que con tales cosas se les va a venir a las manos la abundancia, el respeto, el poderío, el renombre, la alegría. El bien es, pues, eso tras de lo cual van los mortales, con tan diversas formas de apetencia; en lo cual se manifiesta la fuerza de la inclina­ ción natural, al coincidir tan variadas y aun opuestas menta­ lidades en amar el fin, que es el bien. 552 Consolación sobre la filosofía Boecio P rosa fecto; luego la felicidad necesariamente reside en Dios sobe­ rano. X 860 1. Ya que has visto cuál es la naturaleza del bien imperfecto y la del bien perfecto, creo que es el momento de mostrarte en qué consiste esa perfección de la felicidad. Para ello, pienso que ante todo es necesario que nos pon­ gamos a averiguar si puede tener existencia en la realidad ese bien, tal cual antes lo has definido, no sea que nos engañe una vana imagen forjada por nuestro espíritu, desviándonos de la verdad. Pues bien: no se puede negar que tal bien existe y que sea com o la fuente de todos los demás; pues todo lo que se dice imperfecto se constituye imperfecto por inferioridad respecto de lo perfecto. Así que, si en un orden o género cualquiera de cosas aparece algo com o imperfecto, en ese orden tiene que haber también algo que sea perfecto, pues, suprimida la per­ fección, no se puede ni siquiera imaginar de dónde pueda sur­ gir eso que aparece com o imperfecto. 5. La naturaleza no empieza por las cosas menguadas e incompletas, sino que, iniciando su proceso con las completas y acabadas, viene a decaer poco a poco en lo ínfimo y degra­ dado. Si, como hemos demostrado hace poco, se da una feli­ cidad imperfecta, deparada por un bien frágil, no se puede du­ dar de que se da una felicidad segura y perfecta. — Es una conclusión— dije— solidísima y muy verdadera. 861 7. Mira ahora dónde se halla esa felicidad. Es per­ suasión común de todos los hombres que Dios, el primero de todos los seres, es bueno. Pues no pudiendo concebirse nada mejor que Dios, ¿quién dudará que ese ser, que es el mejor que existe, es bueno? Y la razón de tal suerte prueba que Dios es bueno, que a la vez hace evidente el que en El se halle también el bien perfecto. Pues, de no ser así, no podría ser el primero de todos los seres, ya que se daría algo superior que poseyese el bien perfecto, y que aparecería com o anterior a El: siempre todas las cosas perfectas han sido antes que las imperfectas. Así que, para que no se vea envuelta la razón en un proceso indefinido, hay que reconocer que Dios, el ser su­ premo, contiene en sí el bien sumo y perfecto. Ahora bien: hemos dicho que la verdadera felicidad consistía en el bien per860 C o u r c e lle , 861 C o u r c e l l e , o.c., p.170; o .c ., p«171. C rocco, O.C., 533 p.67. 862 — De acuerdo— replicó— y no se puede objetar nada en contra. — Pero repara, te ruego, en el modo sublime e irrefraga­ ble como has demostrado que Dios soberano contenga en sí el sumo bien. — ¿De qué modo? — N o vayas a pensar que este Padre de todas las cosas haya recibido de fuera ese sumo bien de que está lleno, o que lo posee así por naturaleza, pero com o si fuesen dos substan­ cias distintas la de Dios, que posee, y la de la felicidad po­ seída. Porque si lo imaginas a ese bien como recibido de fuera, podrías estimar com o más perfecto al que da que al que re­ cibe: pero ya hemos proclamado con toda verdad que Dios es el ser más excelente de todos. Y si lo posee por naturaleza, pero habiendo algún fundamento para que lo distingamos de él, tratándose, como se trata, de Dios, el primero de los seres, imagine quien pueda quién pudo unir extremos tan diversos. Y , en fin, todo aquello que se distingue de una cosa no es eso de la cual se distingue; por tanto, lo que por su natura­ leza es distinto del sumo bien, no es el sumo bien, cosa abso­ lutamente impensable tratándose de un ser del cual sabemos que no hay nada más excelente que él. En efecto, nada en ab­ soluto puede ser por naturaleza superior a su principio; en consecuencia, con toda razón se puede afirmar que lo que sea el principio de todas las cosas es también en su ser mismo el sumo bien. — Muy bien concluido— dije. — Pero hemos quedado en que la felicidad consiste en el sumo bien. — Así es. — Luego por fuerza habrá que reconocer que Dios es la felicidad misma. — No puedo objetar nada a las premisas que me has pro­ puesto, y claramente veo que esta conclusión se sigue lógica­ mente de ellas. 863 18. Mira ahora si podemos llegar a la misma ver­ dad de manera más segura por este otro camino: que no pue­ de haber dos bienes sumos distintos entre sí. Porque de dos bienes distintos entre sí, es claro que el uno no es el otro; por tanto, ninguno de los dos podrá ser perfecto, pues a cada B oecio Consolación sobre la filosofía uno de ellos le faltará lo del otro. Pero es evidente que lo que no sea perfecto no es sumo; luego esos bienes sumos no pueden ser distintos entre sí. Mas ya tenemos demostrado que tanto la felicidad como Dios son el bien sumo; luego la feli­ cidad suma misma tendrá que ser la suma divinidad. — Ninguna conclusión más verdadera— dije— ni mejor fun­ dada ni más digna del mismo D ios... sos entre sí; pues en eso consiste el ser partes, en que seres diversos compongan un todo. Mas hemos demostrado que to­ dos ellos son una misma cosa; luego no son miembros; de lo contrario, parecería que la felicidad consta de un solo miem­ bro, cosa imposible. — Ninguna duda hay en ello, pero quiero ver lo que viene después de eso. — Es cosa clara que todas esas cosas guardan relación con el bien. En efecto, se busca la suficiencia, porque se piensa que es un bien; se busca el poder, porque se le estima com o bien, y lo mismo se puede decir del honor, de la fama, del placer. 534 864 22. Esto supuesto, imitando a los geómetras, que suelen inferir de las proposiciones demostradas lo que ellos llaman «porismas», voy yo también a sacar una especie de co­ rolario. Es éste: ya que los hombres llegan a ser felices por la consecución de la felicidad, y siendo la felicidad la divinidad misma, es claro que llegan a ser felices consiguiendo la divini­ dad. Mas así como se es justo por la adquisición de la justicia, y sabio por la de la sabiduría, de igual modo el que consigue la divinidad se hace dios. Por tanto, todo hombre feliz es dios. Pero Dios por naturaleza sólo hay uno; por participación, en cambio, nada impide que haya muchísimos. — Hermoso y preciso es este porisma o corolario, como quieras llamarlo. 865 27. — Pues lo más hermoso es algo que la razón nos dice que va unido con eso. — ¿Qué? 28. — Conteniendo, como contiene, la felicidad muchos elementos, ¿te parece que todos ellos forman una especie de cuerpo, diferenciado en cierta variedad de partes; o hay alguno que constituye la substancia de la felicidad, ordenándose a él todos los demás? — Te agradecería que me hicieras ver eso con la enumera­ ción de esos elementos. — ¿N o hemos quedado en que la felicidad es el bien? — Y el bien sumo— repliqué. — Y puedes decir lo mismo de todos los demás. Porque la suficiencia, el poder, los honores, la fama, el placer, cuando se hallan en grado sumo, se estima que son la misma felicidad. ¿Y qué te parece? Todos esos bienes, la suficiencia, el poder y los demás, son una especie de miembros de la felicidad o, más bien, algo ordenado al bien como a su vértice? — Ya entiendo la cuestión que me propones; pero quisiera saber cuál es tu opinión en ella. — Mira cómo podemos decidir esta cuestión. Si todos esos bienes fuesen miembros de la felicidad, serían también diver­ 535 866 36. Por tanto, la cifra y la causa de todo lo que se desea, es el bien; pues lo que no tiene la realidad o la apa­ riencia de bien, no parece ser deseado. Y al contrario, lo que en sí no sea un bien, si, al menos, tiene apariencia de bien, es apetecido com o si en realidad lo fuese. Y así resulta que con razón se estima al bien com o la cifra, raíz y causa de todos los objetos deseados. Y el fin por el cual se desea algo, ése es el objeto que en realidad se desea, com o cuando uno quiere ha­ cer equitación por la salud, más que el ejercicio mismo de ir a caballo, lo que en realidad quiere es la salud. Deseándose, pues, todo, por razón del bien, esto es lo que en realidad se desea, y no las cosas particulares deseables. Mas hemos que­ dado en que la felicidad es aquello por lo cual todo se desea: luego ésta es lo único que apetece. Esto nos hace ver con toda evidencia la identidad esencial del bien y de la felicidad. — N o veo cómo pueda negarlo nadie. 42. — Pero ya hemos demostrado que Dios y la verdadera felicidad son una misma cosa. — Así es. — Con toda seguridad, pues, podemos concluir que la subs­ tancia de Dios reside en el bien mismo y no en otra cosa al­ guna. LIBRO IV P rosa VI 867 7. Toda generación de las cosas, toda evolución de los seres sujetos a cambio y cuanto de algún modo se mueve, tiene sus causas, su orden y sus diversas formas en la estabi867-897 V . M a r t i n , Quae de Vroviientia Boethius in «Consolatione Philosophiae» scripserit (Paris 1865). 867-870 C o u r c e l l e , o . c . , p . 203-206; H. R. P a t c h , Fate in Boethius and 536 Consolación sobre la filosofía Boecio lidad de la inteligencia divina. Ella, asentada en el alcázar de la simplicidad, determina el orden y medida, en la multiplici­ dad de sus formas, de todos los acontecimientos. Ese modo, si se le considera en la puridad misma de la divina inteligencia, se llama Providencia; considerado en relación con los hechos que promueve y ordena, los antiguos lo llamaron Hado o Des­ tino. 868 9. Que son dos cosas bien distintas, se percibirá fácilmente si se considera bien la causalidad de cada una de ellas. Porque la Providencia es esa divina razón en sí misma, que reside en el ser supremo y lo dispone todo, mientras que el Destino es la disposición inmanente a las cosas mudables, por medio de la cual la Providencia las conexiona todas dando a cada una su propio lugar. En efecto, la Providencia abarca todos los seres en su abigarrada multiplicidad infinita; el Des­ tino, en cambio, los distribuye uno a uno en el movimiento en los lugares y formas y tiempos particulares; de suerte que este desarrollo temporal, proyectado en su unidad en la mente di­ vina, es la Providencia, y el mismo, com o un orden realizado y verificado a través del tiempo, se llama Destino. 869 11. Pero, aunque sean cosas diversas, una depende de la otra, porque el orden del Destino procede de la simpli­ cidad de la Providencia. En efecto, así como el artífice, una vez concebida en su interior la idea de la obra que va a hacer, pone en marcha la obra y realiza en sucesivos momentos lo que había preconcebido en una simple visión, así Dios, por su Providencia, dispone en su inmutabilidad cada uno de los acontecimientos, y, por el Destino, distribuye esos aconteci­ mientos que planeó, en su multiplicidad y sucesión temporal. 870 13. Ya sea, pues, que el Destino se realice por la intervención de ciertos espíritus divinos al servicio de la Pro­ videncia, o que se teja la urdimbre de los acontecimientos del Destino por obra del alma, o de la naturaleza toda, o de los movimientos de los astros, o por alguna potencia angélica, o por la variada industriosidad de los demonios, bien por todas o por algunas de esas fuerzas, lo cierto es que queda claro que la forma inmutable y simple de los acontecimientos es la Prothe Neoplatonists: Speculum 4 (1929) 62-72; the Neoplatonists: ibid., 10 (1935) 393-404. 86 7 C rocco , o . c . , p .6 9 -7 3 . 8 6 9 C o u r c e l l e , o .c ., p .2 0 3 -2 0 4 . 870 C ourcelle , o c ., p.205. Id., Necessity in Boethius and 537 videncia, y el Destino, en cambio, el nexo cambiable y el or­ den temporal de esos acontecimientos que dispuso la divina simplicidad. 14. Así que todo lo que está sujeto al Destino, está so­ metido igualmente a la Providencia, a la cual está subordinado el Destino mismo; pero hay cosas que, asumidas directamente por la Providencia, quedan fuera de la trama del Destino: son las que, próximas a la suprema Divinidad, se mantienen inmu­ tablemente fijas, superando la sucesión mudable del Destino... 871 21. Por eso, aunque a vosotros, por no ser capaces de percibir ese orden universal, os parezca todo envuelto en la confusión y el desorden, sin embargo, hay un plan que todo lo encamina al bien. Pues nada se hace por el mal com o fin, ni siquiera por los malvados, de los cuales hemos probado am­ pliamente que buscan el bien, aunque el error les desvía: ¡cuánto menos el orden que tiene com o quicio el sumo bien se desviará de su principio! 872 23. Pero me dirás: ¿qué confusión más irritante puede haber que el que a los buenos les vaya unas veces bien y otras veces mal, y que, igualmente, a los malos les suceda unas veces lo que deseen y otras lo que odian? — ¿Es que los hombres gozan de tal rectitud de juicio, que los que juzgan como buenos o com o malos, han de serlo en la realidad así? Vemos de hecho que en esta materia los juicios de los hombres se contradicen, estimando unos com o dignos de premio a los que otros juzgan com o dignos de castigo. Pero concedamos que pueda alguno discernir los buenos y los ma­ los: ¿podrá conocer ese a modo de temperamento íntimo de las almas, por hablar como se hace tratándose del cuerpo?... 873 27. No es distinto el caso del que no sabe expli­ carse el fenómeno extraño de que, aun estando todos sanos, a unos les sienta bien lo dulce, a otros lo amargo; en la enfer­ medad, unos se curan con medicamentos suaves y otros con más enérgicos, cosas que no serán nada extrañas al médico, que tiene bien conocidas la condición y sazón de la salud y de la enfermedad... 29. Pues bien, ¿qué otra cosa es la salud del alma sino la virtud? Y ¿qué es la enfermedad del alma sino el vicio? ¿Y quién más puede ser fautor de las virtudes y debelador de los 872 C rocco , o .c ., p.75. 873-877 V. Sc m idt -K ohl , Die neuplatonische Seelenlehre in der «Consolatio Philosophiae» des Boethius (Hain 1965). Boecio Consolación sobre la filosofía vicios que Dios, el supremo rector y médico de las almas? El, contemplándolo todo desde la atalaya de su Providencia, ve lo que conviene a cada uno y se lo otorga. Y de ahí se origina ese milagro del orden en la marcha del Destino: el que un ser sabio realiza lo que a los ignorantes deja estupefactos. proviene, por tanto, de la coincidencia y concurso de unas cau­ sas, y no de la voluntad del agente. Porque ni el que ocultó el oro ni el que cultivó el campo pretendieron que se descu­ briese el oro, sino que, como ya be dicho, resultó y coincidió que, donde el uno enterró, el otro cavó. Podríamos, pues, de­ finir al azar com o un acontecimiento imprevisto proveniente de causas concurrentes en un proceso de acciones que se po­ nen con un fin determinado. Esa concurrencia y confluencia de causas las produce el orden que, desarrollándose inflexible­ mente, procede de la Providencia y determina a cada cosa su lugar y tiempo. 538 LIBRO V P rosa I 874 8 ... Si se entiende por azar un suceso debido a un movimiento fortuito y sin ninguna conexión, entonces diré que el azar no es absolutamente nada, y declaro que es una pura palabra, sin significación alguna. Porque toda vez que Dios reduce al orden a todas las cosas, ¿qué lugar puede quedar para lo fortuito? Porque de la nada, nada sale; ésta es una verdad que nadie entre los antiguos se atrevió a negar, si bien no la entendieron del principio de acción, sino del sujeto ma­ terial, y la propusieron com o axioma fundamental en el trata­ do de la naturaleza. Pero, si algo empieza a existir sin ningu­ na causa, parecerá que ha salido de la nada; y, com o esto es imposible, también lo será que exista el azar tal como poco antes lo hemos definido. — Entonces— dije— , ¿nada hay que se pueda llamar con propiedad azar o lo fortuito? ¿O hay algo que, aunque des­ conocido para el vulgo, pueda llevar ese nombre? — Mi discípulo Aristóteles dio de ese término una defini­ ción concisa y verdadera. — ¿Cuál es? 875 13. Siempre que se hace algo— dice— por razón de una cosa cualquiera y resulta algo diverso de lo que se pre­ tendía, por lo que sea, se habla de azar; com o cuando uno, cavando la tierra para cultivarla, encuentra una cantidad 4e oro enterrada. 17. Ese suceso se cree que se debe al azar, pero no pro­ cede de la nada, pues tiene1sus propias causas, cuya concu­ rrencia imprevista e inesperada parece haber producida algo casual. Porque, si el agricultor no cavase la tierra y el otro no hubiese enterrado allí su dinero, no se habría encontrado el oro. Esas son, pues, las causas de esa ganancia fortuita, que 8 7 4 C o u r c e l l e , o . c . , p .2 0 8 -2 2 1 ; C rocco, o .c ., p .7 6 -8 6 , Prosa 539 II 876 1. — Ya lo entiendo, y veo que las cosas son como tú dices. Pero, en esta serie de causas estrechamente eslabo­ nadas, ¿hay lugar para nuestro libre albedrío, o ata también la cadena del Destino a los movimientos mismos del espíritu humano? — Sí que hay lugar para el libre albedrío, ya que no puede darse ninguna naturaleza racional que carezca de él. En efec­ to, el ser que por naturaleza puede servirse de la razón, está dotado de capacidad de discernir los objetos que se le presen­ tan; por tanto, distingue por sí mismo lo que debe rechazar y lo que debe apetecer. Ahora bien, lo que se ve como apete­ cible, se busca, y se huye de lo que se ve como rechazable. Así que, en los seres en que existe la razón, existe también la libertad de querer o no querer; pero declaro que tal liber­ tad no se halla en el mismo grado en todos. 877 7. En efecto, las sustancias superiores y divinas tie­ nen un juicio perspicaz, una voluntad firme y un poder eficaz en realizar sus deseos. Las almas humanas, en cambio, es ob­ vio que serán más libres cuando se mantienen en la contem­ plación de la mente divina, menos cuando descienden a los cuerpos, y en un grado todavía inferior cuando se hallan apri­ sionadas en miembros terrenos. Y se da la esclavitud extrema cuando, por entregarse a los vicios, se ven privadas de su pro­ piedad característica, la razón. Pues una vez que han bajado su vista de la contemplación de la luz soberana de la verdad al mundo inferior de los objetos tenebrosos, al punto se ven 876 877 C rocco, p.78. o.c., p.208s.294. o .c ., C ourcelle, Boecio Consolación sobre la filosofía envueltas en las nubes de la ignorancia, se sienten perturba­ das por bajas pasiones, y exponiéndose y consintiendo con ellas, dan con ello más fuerza a la esclavitud que se han de­ parado, y quedan presas en cierto modo de la propia libertad. Todas esas vicisitudes las ve desde toda la eternidad la mi­ rada de la Providencia y predestina lo que a cada uno corres­ ponde según su merecido. ción de los sucesos previstos, aun cuando tal presciencia no pa­ rezca inducir la necesidad de que aquéllos tengan lugar. 540 P rosa III 878 1. Entonces repuse yo: Ahora me veo envuelto en la confusión de una dificultad mayor. — ¿Cuál? Pues ya conjeturo lo que te perturba. 3. — Me parece que hay una muy grande contradicción en­ tre la presciencia universal de Dios y la existencia del libre albedrío. Porque, si Dios todo lo prevé y no se puede engañar, necesariamente sucederá lo que la Providencia ha previsto que será. Por tanto, si ha previsto desde toda la eternidad no ya sólo los actos de los hombres, sino aun sus mismos designios y voluntades, ya no habrá libre albedrío, ya que no podrá existir ningún hecho ni decisión alguna de voluntad más que la que haya previsto la infalible presciencia divina. Si los acon­ tecimientos pudiesen ser desviados a otra ruta distinta de lo previsto, ya no sería firme la presciencia del futuro, sino que vendría a ser una conjetura incierta, cosa que pienso que no podemos atribuir a D ios... 879 7. Tampoco puedo aprobar la manera como algu­ nos creen poder soltar el nudo de la cuestión. Dicen que un acontecimiento no tiene lugar porque la Providencia haya pre­ visto que sucederá, sino más bien al contrario, porque ese acon­ tecimiento sucederá, por eso no se puede ocultar a la divina Providencia y, por tanto, esa necesidad de que hablamos es en sentido contrario. Porque— dicen— lo necesario no es que su­ ceda lo que está previsto, sino el que se prevea lo que va a su­ ceder; como si la cuestión que tratamos de ventilar fuese la de cuál es la causa de cuál: la presciencia, de la necesidad de lo que va a suceder, o la necesidad de lo que va a suceder, de la presciencia, y no más bien el tratar de demostrar que, cual­ quiera que sea el orden de las causas, es necesaria la verifica878 C r o c c o , o.c., p.79-81. 879 C o u r c e l l e , o.c., p.211. 541 880 10. Así, si una persona está sentada, necesariamen­ te es verdadero el juicio que afirma que está sentada; y, a la inversa, si es verdadero el juicio que afirma que uno está sen­ tado, necesariamente ese tal estará sentado. En ambos casos se da, pues, necesidad: en uno, la de que está sentado, en otro, la de la verdad del juicio. Pero no está sentado uno porque sea verdadero el juicio, sino, más bien, éste es verdadero por­ que antes se ha dado el hecho de estar sentado. Así que, no obstante radicar la causa de la verdad en otra parte, en ambos casos se da por igual la necesidad. Pues de manera parecida podemos discurrir acerca de la Providencia y de los sucesos futuros. Pues, aunque sean previstos porque tienen que suce­ der y no, inversamente, suceden porque han sido previstos, sin embargo, por parte de Dios es necesario que lo que ha de suceder le sea previsto, y que todo lo previsto suceda, lo cual es suficiente para destruir el libre albedrío... 15. Ahora bien: ¡qué gran desatino es el decir que la realización de los sucesos en el tiempo es causa de la pres­ ciencia eterna! Pues, ¿qué otra cosa es el creer que Dios pre­ vé los sucesos futuros porque van a suceder, sino pensar que los acontecimientos pasados fueron causa de esa suprema Pro­ videncia? Además, así como cuando sé que algo existe, es ne­ cesario que exista, así, cuando conozco que va a suceder, es necesario que eso suceda; con lo que tenemos que es inevita­ ble la verificación de una cosa prevista. 881 18. Por último, si conoce uno una cosa de otro modo de como lo es, ese conocimiento no sólo no es ciencia, sino una opinión errónea, que nada tiene que ver con la ver­ dad, compañera de la ciencia. 19. Por tanto, si algo va a suceder de tal suerte que su realización no sea cierta y necesaria, ¿qué manera habrá de. prever que va a suceder? Pues así como la verdadera ciencia no> admite el error, así lo conocido por ella no puede ser de otra: manera de como se lo conoce. La razón de que en la ciencia no quepa la mentira es la necesidad de que cada cosa sea tal! cual la ciencia la conoce... 882 22. ¿Cóm o puede, pues, Dios conocer esos sucesos futuros inciertos? Porque, si juzga que van a suceder infali­ 881 C o u r c e l l e , o .c ., p .2 1 4 . Boecio Consolación sobre la filosofía blemente los hechos que es posible que ni siquiera sucedan, se engaña; cosa que no se puede pensar ni decir de Dios. Y si juzga que son futuras tal y como lo son, conociendo que lo mismo pueden suceder que no, ¿qué presciencia es ésa, que nada seguro ni firme sabe? ¿O en qué se diferenciará del ri­ dículo vaticinio de Tiresias: «Cuando yo dijere, sucederá o n o»? ¿En qué sería superior la Providencia divina a la mera opinión, si, a la manera humana, juzga como inciertos los acon­ tecimientos cuya realización es incierta? Y si, más bien, nada puede haber de incertidumbre en esa fuente universal de toda certeza, cierta será la realización de los sucesos que haya pre­ visto en firme como futuros. Con lo que no quedará libertad alguna en los propósitos y acciones humanas, a las cuales la inteligencia divina, previéndolo todo sin posibilidad de enga­ ñarse, reduce y encamina a un plan determinado. ... 29. Admitida esta teoría, ya se echa de ver qué de­ sastre se sigue en las cosas humanas todas. En vano se propo­ nen recompensas a los buenos y castigos a los malos, que no merecieron ni unos ni otros por libre y voluntaria actividad propia. Y aparecerá com o el colmo de la injusticia lo que al presente nos parece el ideal de la justicia, a saber, el que los malos sean castigados y los buenos recompensados, ya que a serlo así no lleva la propia voluntad, sino que les constriñe la ineluctable necesidad del futuro... de necesidad de los sucesos futuros, piensan que la presciencia no impide en nada al libre albedrío. Pues ¿de qué otra fuente sacas tú la prueba de la necesidad de los acontecimientos fu­ turos, sino de que es imposible que no suceda lo que está pre­ visto? Si, pues, la previsión no induce en los sucesos futuros ninguna necesidad, com o tú mismo lo reconocías hace poco, ¿qué razón habrá para que los acontecimientos que dependen de la voluntad hayan de tener una realización necesaria?... 542 P rosa IV 883 1. Entonces dijo la Filosofía: Vieja es esa querella a propósito de la Providencia. Cicerón la desarrolla con calor al hablar de la adivinación, y tú has pasado mucho tiempo en meditar intensamente sobre ella; pero hasta el presente ningu­ no de vosotros le ha dado una solución bien pensada y cierta. 2. La causa de esa oscuridad está en que no se puede apli­ car la manera del proceso humano de razonar a la simplicidad de la divina presciencia; si pudiésemos concebirla de alguna manera, ya no quedaría ninguna dificultad. Trataré de poner en claro y resolver esta cuestión, examinando primero las difi­ cultades que tienes. 884 4. Y , en primer lugar, te pregunto por qué estimas com o poco eficaz ese razonamiento que hacían los que ofre­ cían una solución, a saber: que, al no ser la presciencia causa 883 C rocco, o .c ., p.81. 543 885 7. Por vía de hipótesis, para que percibas mejor el hilo del raciocinio, supongamos que no hay tal presciencia. ¿Es que por eso las acciones voluntarias van a ser constreñidas por la necesidad? — De ningún modo. — Supongamos ahora que exista la presciencia, pero que­ po induce ninguna necesidad en las cosas; seguirá, eso creo' yo, sin alteración, íntegra y absoluta la libertad de la volun­ tad... 886 10. Pero es que la presciencia— dirás— , aunque no significa necesidad para los sucesos futuros, sin embargo, es señal de que van a tener lugar necesariamente. Entonces, aun­ que no existiese la presciencia, constaría que es necesaria la verificación de los sucesos futuros, ya que todo signo señala la existencia de algo, pero no lo produce. Por tanto, habrá que demostrar antes que todo sucede por necesidad, para que apa­ rezca que la presciencia es signo de esa necesidad; de lo con­ trario, si tal necesidad no existe, tampoco la presciencia podrá ser signo de una cosa que no existe. Y es cosa sabida que para que una demostración sea firme, tiene que fundarse no en con­ jeturas o argumentos extrínsecos, sino en razones intrínsecas y necesarias. ¿Cómo es posible que los acontecimientos previstos no se verifiquen? N o es que creamos que lo que la Providencia ha previsto que suceda, no va a suceder; sino, más bien, pensa­ mos que, aun en el caso de que sucedan, en ellos no había ninguna suerte de necesidad de que existiesen. 887 15. Lo entenderás mejor por esto que te voy a de­ cir: Imagina que estamos contemplando una serie de acciones mientras se están realizando, com o, por ejemplo, lo que vemos hacer a los aurigas al conducir y dirigir las cuadrigas, u otras acciones parecidas. ¿Les compele necesidad alguna a esas ac­ ciones para que se desarrollen así? Boecio Consolación sobre la filosofia — Ninguna; pues sería superfluo el esfuerzo del arte si todos esos movimientos se realizasen en fuerza de la nece­ sidad. — Pues bien: esas mismas cosas que en su realización no están sujetas a la necesidad, tampoco antes de suceder tuvie­ ron necesidad de existir. Por tanto, hay algunos acontecimien­ tos futuros cuya verificación está exenta de toda necesidad. Porque no creo que vaya nadie a decir que lo que ahora su­ cede no era futuro antes de realizarse; todas esas acciones, pues, aunque previstas, tienen una realización libre. Porque, así como el conocimiento de lo presente no induce necesidad alguna en los acontecimientos que suceden, así tampoco la pres­ ciencia del futuro la induce en los que van a venir... común de todos los hombres. Examinemos, pues, qué es la eternidad; pues su conocimiento nos declarará la naturaleza divina y su ciencia. La eternidad es la posesión, de una vez y perfecta, de una vida interminable. Esta definición quedará más clara si hacemos comparación con las cosas temporales. Porque todo lo que se desarrolla en el tiempo es un presente que va pasando de lo pretérito a lo futuro, y no hay nada de condición temporal que pueda abarcar de una vez todo el es­ pacio de su existencia, sino que no posee todavía lo futuro, y lo pasado ya lo ha perdido; y en vuestra vida del día de hoy no vivís más que el momento fugaz y transitorio. 5 44 888 21. Pero es que— dirás— eso es precisamente lo que está en duda; si puede haber alguna presciencia de los acon­ tecimientos que no tienen verificación necesaria. Porque pa­ recen esas cosas contradictorias; y piensas que, si se prevén, habrá necesidad, y que si no hay necesidad, no se prevén, y que no hay ciencia sino de lo cierto. Y si los sucesos de reali­ zación incierta se prevén com o ciertos, entonces se tiene la con­ fusión propia de la opinión, y no la verdad que acompaña a la ciencia; pues el conocer una cosa de manera distinta de com o es, lo tienes por algo muy diverso de la perfección de la ciencia. 889 ... 24. La causa del error es el creer, en todo co­ nocimiento, que se conocen los objetos exclusivamente por su ■eficacia y su naturaleza. 25. Y es precisamente todo lo contrario: pues todo ob­ jeto conocido es percibido no en función de su esencia, sino, más bien, en función de la facultad que conoce... P rosa VI 890 1. Ya que, com o hemos demostrado poco antes, todo conocimiento depende no de la naturaleza del objeto co­ nocido, sino de la del sujeto cognoscente, tratemos ahora de penetrar, en la medida de lo posible, cuál es el modo de ser de la naturaleza divina, para que así podamos conocer también el modo de ser de su ciencia. Que Dios es eterno, es pensamiento 890-891 R. A m e r i o . Probabile fonte della nozione boeziana di eternità: Filo,sofia 1 (1950) 365-372. 890 Courceile, o.c., p.221-222; Crocco, o .c., p.83-34. 545 891 16. El ser, pues, sujeto a las condiciones del tiem­ po, puede que, com o opinó Aristóteles sobre el mundo, no haya empezado nunca ni nunca acabe y que su existencia se coextienda con la infinitud del tiempo, mas no por eso reúne las condiciones necesarias para que se le pueda tener por eter­ no. Pues aunque tenga existencia infinita, no la abarca de una vez, sino que no posee el futuro todavía, y el pasado ya no lo tiene. Pues bien: el ser aue abarca v posee de una vez, simul­ táneamente, la plenitud de una vida interminable, del que no esté ausente un momento del futuro y no se le hava escapado ninguno del pasado, ése es el que con toda razón se dice eter­ no. v ñor necesidad está siempre presente a sí mismo, pose­ yéndose, y tiene ante sí la infinitud del tiempo que fluye... 892 25. Me dirás que lo que Dios prevé que va a suce­ der, no puede dejar de suceder; ahora bien, lo que no puede deiar de suceder, se verifica por alguna suerte de necesidad. Con eso me has hecho venir a dar en ese término «necesidad»: y te he de confesar que hav aquí encerrada una gran verdad, pero de acceso apenas posible sino al que esté avezado a la contemplación de lo divino. 26. Te diré, pues, que un mismo hecho futuro, referido al conocimiento divino, aparecerá com o necesario, pero consi­ derado en su propia naturaleza, aparecerá independiente y li­ bre. Pues es de saber one hav dos clases de necesidad: una, simple, como el que todos los hombres sean mortales; otra, condicional, como, si sabes que uno anda, es necesario que el tal ande. Porque lo que uno conoce, no puede ser de otro modo de como se lo conoce: pero esa necesidad condicional no trae consigo la primera, simple, de que hemos hablado. Pues tal necesidad no brota de la naturaleza del hecho, sino de la con892 Courcelle, O.C., p.214. Los filósofos medievales 1 18 546 Boecio dición sobreañadida, ya que no hay necesidad alguna que le fuerce a uno a andar cuando lo hace por propia voluntad, si bien sea necesario que. cuando está andando, ande. 893 31. Pues de la misma manera, si la Providencia ve algo com o presente, es necesario que eso exista, aunque tal necesidad no le venga de su propia naturaleza. Ahora bien, Dios ve como presentes los futuros que dependen de la vo­ luntad libre; tales futuros, pues, referidos a la mirada divina, resultan necesarios por la condición que se les agrega (o sobre­ viene) del conocimiento divino, pero, en sí considerados, no pierden el carácter de libres, inherente a su naturaleza. 32. Por tanto, sucederán, sí, todos los acontecimientos que Dios prevé que van a suceder, pero algunos de ellos pro­ ceden del libre albedrío, que no por suceder pierden su natu­ raleza propia, en virtud de la cual antes de producirse podrían no haber sucedido. 894 Pero ¿qué más da que no sean necesarios, cuando por la manera de ser de la ciencia divina, lo más parecido a la necesidad, han de suceder? — Pues esto: que, por ejemplo, en el caso que antes te he propuesto, el salir del sol y el caminar de una persona, que, mientras se realizan, no pueden no reali­ zarse, lo uno tenía necesidad de verificarse, aun antes de exis­ tir, y lo otro, no. Pues del mismo modo: las cosas que Dios tiene presentes, existirán sin duda alguna, pero unas lo harán de por su propia necesidad, y otras, com o efecto de la libre voluntad del agente. Con razón, pues, decimos que esos suce­ sos libres, referidos al conocimiento divino, son necesarios; pero, considerados en sí mismos, están exentos de toda necesi­ dad, a la manera como todo lo que se siente, referido a la ra­ zón, es universal, pero considerado en sí mismo, singular. 895 37. Pero dirás: si está en mi mano el cambiar de propósito, anularé la Providencia, mudando tal vez lo que ha­ bía previsto. Respondo que bien podrás cambiar tu propósito, pero como la Providencia tiene ante su vista que puedes hacerlo y si de hecho lo haces, y prevé todos tus movimientos, no puedes evi­ tar la presciencia divina, com o no podrías rehuir la mirada del que te está viendo en las muchas acciones en que te afanas por tu libre voluntad. §94 C ourcelle . o.c., p.214.219, 547 Sobre las semanas 896 — Pero entonces— dirás— con mi decisión personal causaré cambio en la ciencia divina, pues tendrá que seguir las alternancias de mi voluntad al querer esto o aquello. — En manera alguna. Porque la mirada divina precede a todo suceso futuro y lo endereza y lo pone ante la presencia de su conocimiento; y no va pasando, com o te imaginas, de prever esto a prever aquello, sino que de una sola vez, en su inmutabilidad, prevé y abarca todos tus movimientos. Y este abarcar y ver presencialmente todas las cosas lo tiene Dios no en virtud de la verificación de los sucesos futuros, sino por su propia simplicidad. Y con esto tienes resuelta también la obje­ ción que antes proponías, a saber, que era indigno de Dios el que nuestras acciones futuras fuesen causa de su ciencia. Pues ese poder que te he dicho que tienen de abarcarlo todo con su conocimiento presencial, impone a todas las cosas su ritmo, sin que en nada dependa de lo que va a venir... 897 44. Siendo esto así, queda a salvo la libertad hu­ mana, y no son injustas las leyes al determinar castigos o re­ compensas para acciones que emanan de voluntades absoluta­ mente exentas de toda necesidad. 45. Está, pues, siempre Dios contemplando desde arriba, previéndolo todo, y esta su presciencia eternamente presente concurre con la futura cualidad de nuestras acciones, repartien­ do recompensas a los buenos y castigos a los malos. Por tanto, no ponemos en vano en Dios nuestras esperan­ zas, ni son inútiles nuestras oraciones, que, si van ordenadas, nunca serán ineficaces. Apartaos, pues, de los vicios, practicad la virtud, fomentad en el alma santas esperanzas, elevad hu­ mildes súplicas al cielo. Gran necesidad os apremia, si no que­ réis cerrar los ojos a la realidad, de daros a la virtud, ya que en todas vuestras acciones tenéis com o testigo a un juez que todo lo ve *. SOBRE LAS SEM ANAS Cómo las sustancias, en lo que son, son buenas, no siendo bienes sustanciales 898 Me pides que disipe la oscuridad de esa cuestión que se toca en nuestras semanas sobre el modo cómo las sustan­ cias, en lo que son, son buenas, no siendo bienes sustanciales, * Fin de la obra. 897 C r o c c o , o . c . , p.85. 898 S a n t o T o m á s , In B oeth. d e hebdom adibus, le c t .l; T h ie r r y d e C h \ r tr e s , 543 Boecio y que la declare algo más. Y dices que hay que hacer eso por­ que no a todos está clara la marcha de las ideas de esos es­ critos. De la acogida entusiasta que les hiciste, yo soy buen tes­ tigo. Los comentarios me los hago para mí mismo, y prefiero retener en mi memoria el fruto de mis especulaciones que co­ municarlo a un cualquiera de esos cuya lascivia y petulancia lo toma todo a broma y a risa. N o te incomodes, pues, por la oscuridad que pueda comportar la brevedad, pues, además de ser fiel custodia del secreto, tiene la ventaja de ser un lenguaje que se habla sólo a los que son dignos de oírlo. 899 Como suele hacerse en las matemáticas y en las de­ más ciencias, he propuesto unos términos y reglas que son preliminares para todo lo que después viene. Se llama concep­ ción mental común a aquella proposición que todos aceptan al oírla. Y es de dos clases: una es común en tal grado, que la aceptan todos los hombres; así, si se propone la siguiente: «si a cosas iguales quitas lo mismo, lo que queda es igual», nadie que la entienda la negará. Otra es propia sólo de los doctos, pero se deriva de dichas enunciaciones comunes, como ésta: «lo que es incorpóreo, no está en un lugar», y las demás que no son objeto de comprobación para el vulgo, sino para los doctos. 900 Son algo diverso el ser (esse) y lo que es; pues el ser mismo todavía no es: en cambio, lo que es, una vez reci­ bida la forma de ser, es y tiene consistencia. Lo que es puede participar de algo; pero el ser mismo no participa de nada; pues la participación tiene lugar cuando ya se es, y se es cuan­ do se ha recibido el ser. Lo que es puede tener algo además de lo que él mismo es, pero el ser no tiene además de sí mis­ mo cosa alguna añadida (o extraña)*. Es diverso el ser algo tan sólo y el ser algo en aquel que es, pues en el primer caso se denota un accidente, y en el segundo, una sustancia. T odo lo que es participa de la naturaleza del ser, para ser; mas para ser algo, participa de otra cosa; y así, lo que es par­ ticipa de la naturaleza del ser, para ser; y es (ya) para particiCommentum super Boethii librum «D e hebdomadibus», o.c., p.119; 405-408; G lo s s a 899 V ic to r in a , T h ie r r y d e G lo s s a V icto rin a o .c ., p.541-542. C h a rtres, Commentum super Hebdómadas, o.c., p.407s; p.543. 900 T h i e r r y d e C h a r t r e s , o . c . , p . 1 2 1 ; Commentum super Hebdómadas, o c., p.408-413; S a n t o T o m á s , In Boeth. de hebdomadibus, lect.2 n.22-25; n.29-35. * Los paréntesis son del editor. Sobre las semanas 549 par de cualquier otra cosa. T odo simple tiene su ser y la na­ turaleza del uno. En todo compuesto es diverso el ser y él mis­ mo (lo que es él mismo). Toda diversidad engendra discordia; la semejanza, en cambio, es de desear; y lo que desea, muestra en ello ser por naturaleza tal cual es eso mismo que desea. Basten estas nociones previas. El lector avisado sabrá apli­ car a cada uno de los puntos expuestos las razones congruentes. 901 La cuestión que se plantea es ésta: todas las cosas que son, son buenas, pues es opinión común de los doctos que todo lo que es, tiende hacia el bien. Ahora bien, todo tiende hacia su semejante; luego lo que tiende hacia el bien es bueno ello mismo. Pero hay que averiguar cómo son buenas: si por partici­ pación, o esencialmente (o por su sustancia). Si son buenas por participación, por sí mismas no son buenas. En efecto, lo que es blanco por participación, por sí mismo, en lo que es, no es blanco, y lo mismo se diga de las demás cualidades. Por tanto, si las cosas son buenas por participación, ellas, por sí mismas, no son buenas. Mas se ha concedido que son buenas. Luego no son buenas por participación, sino esencialmente (o por su sustancia). Ahora bien, las cosas cuya sustancia es bue­ na, son buenas en eso que son; pero ser lo que son lo tienen por naturaleza del ser. Por tanto, el ser de ellas es bueno; y el ser mismo de todas las cosas es bueno. Pero si el ser es bue­ no, las cosas que son, en lo que son, son buenas. Y para ellas es lo mismo ser que ser buenas: son, pues, bienes sustanciales (o sustancialmente buenas), ya que no participan de la bondad (o no son buenas por participación). Y si el ser mismo en ellas es bueno, no hay duda de que, siendo bienes sustan­ ciales, son semejantes al primer bien, y así serán el bien mis­ mo, ya que nada hay semejante a él sino él mismo; con lo que tendremos que todas las cosas que son, son Dios, afirmación inadmisible. Por tanto, no serán bienes sustanciales (o sustan­ cialmente buenas) y, en consecuencia, no se dará en ellas el ser bueno. Luego no son buenas en lo que son. Mas, por otra par­ te, tampoco participan de la bondad, pues, de lo contrario, no tenderían hacia el bien; luego de ninguna manera son buenas. 902 La solución a esta cuestión podría ser la siguiente: Hay muchas cosas que, no pudiendo estar separadas de hecho 901 S a n t o T o m á s , o .c . , lect.3 n.40-54. 902 G e i g e r , o . c . , p.39; T h i e r r y d e C h a r t r e s , o . c . , p.421-427; S a n t o T o m á s , o .c ., lect.4 n.57-63. 902-906 G e i g e r , La participation dans la philosophie de Saint Thomas Boecio Sobre las semanas y en la realidad, lo están por obra del pensamiento de la men­ te, com o el triángulo u otras figuras, que no pueden ser sepa­ radas de la materia en que se hallan, pero la mente, haciendo una operación de segregación, representa la forma misma del triángulo y sus propiedades sin fijarse en la materia. Retiremos, pues, por un momento de nuestra consideración la presencia del primer bien, del cual consta, por consenso uná­ nime de doctos e indoctos y aun de las religiones de los pue­ blos bárbaros, que es (existe). Hecha esta precisión momentá­ nea, supongamos que todas las cosas que son, son buenas; y pongámonos a pensar cóm o podrían ser buenas si no hubiesen procedido del primer Bien. En seguida me percato de que en ellas una cosa es el ser buenas, y otra el ser. En efecto, supon­ gamos que una misma sustancia es buena, blanca, pesada, re­ donda; entonces, una cosa sería la sustancia misma, otra la re­ dondez, otra el color, otra la bondad; pues, si todas esas cosas fueran lo mismo que la sustancia misma, serían lo mismo la gravedad que el color y el bien, y el bien, lo mismo que la gra­ vedad; cosa imposible por naturaleza. cuyo ser mismo es el Bien, es también él bueno. Pero el ser mismo de todas las cosas procede de lo que es el primer Bien, que lo es de tal suerte, que con toda razón se dice que, en lo que es, es bueno. Por tanto, el ser mismo de las cosas es bue­ no; pues no serían buenas en lo que son, si no procediesen del primer Bien. 550 903 Así que una cosa sería en ellas el ser, y otra el ser algo. Y entonces serían, sí buenas, pero no tendrían el ser mis­ mo como bueno. Por tanto, si de algún modo fuesen sin pro­ ceder del bien, y fuesen buenas, no sería en ellas lo mismo ser buenas que ser, sino que en ellas una cosa sería ser, otra el ser buenas. Y si no fuesen nada más que buenas, y no graves, ni colo­ readas, ni distantes en el espacio, y no hubiese en ellas ningu­ na cualidad, siendo en resolución tan sólo buenas, entonces pa­ rece que serían no cosas, sino el principio de las cosas, y, me­ jor dicho, no parecerían, sino que parecería; pues lo que es tan sólo bueno, sin ser nada más, es exclusivamente uno y úni­ co. Y no siendo esas cosas simples, no podrían absolutamente ser si aquel que es el mismo Bien no hubiese querido que ellas fuesen. En consecuencia, porque su ser ha tenido origen en la voluntad del Bien, por eso son buenas, pues el primer Bien, al ser, es bueno en lo que es, y el segundo, por fluir de aquel p.39-45; T h i e r r y d e C h a r t r e s , o . c . , p.421-435; S a n A l b e r t o M a g n o , De bono, q.l art.7 (Opera ornnia, X X V ÍII, Münster 1951) p.12-14); M.-D. R o l a n d - G o s s e l i n , Le «D e ente et essentia» de S. Tbomas d’Aquin p .142-145; F a b r o , La nozione metafísica de partecipazione secondo S. Tommaso d ’Aquino p.14-23. 9 0 2-906 S a n t o T o m á s , o . c . , lect.4 n.57-63; G ó m e z C a f f a r e n a , Metafísica fundamental p .3 7 8 ; 551 904 Con esto, tenemos ya la solución a nuestra cuestión. Por esa razón, pues, aunque en lo que son, son buenas, no son, sin embargo, semejantes al primer bien; porque no basta que las cosas sean de cualquier modo para que el ser mismo de ellas sea bueno, sino porque no puede darse el ser mismo de las cosas si no dimanan del ser primero, es decir, del bien: por eso su ser mismo es bueno y, sin embargo, no es seme­ jante a aquel de quien dimana. Porque lo que es, sea de la manera que sea, es bueno en lo que es, pues no es sino lo que es bueno; pero tal cosa, si no dimana del primer bien, podría tal vez ser buena; pero no podría ser buena en lo que es. Porque, entonces, tal vez participaría del bien; pero el ser mismo, que no tendrían como emanado del Bien, no lo posee­ rían como bueno. Por tanto, retirado de esas cosas por el pen­ samiento de la mente el primer Bien, aunque fuesen buenas, no serían, sin embargo, buenas en lo que son; y como no pu­ dieron venir a la existencia si no las hubiese producido el que es auténtico Bien, por eso, el ser de ellas es bueno, y no es semejante al bien sustancial lo que ha dimanado de él: y si no hubiesen dimanado de él, aun cuando fuesen buenas, no po­ drían ser buenas en lo que son, porque serían algo extraño al bien, fuera de la influencia del bien. Y no procederían del bien, siendo com o es ese primer Bien el Ser mismo, y el Bien mismo, y, por otra parte, el mismo ser bueno. 905 Pero ¿no tendrán que ser también las cosas blancas, blancas en lo que son, ya que de la voluntad de Dios provino el que fuesen blancas? — En modo alguno. Una cosa es ser, y otra ser blancas; y ello, porque el que hizo que existiesen, es bueno, pero no blanco. Se siguieron, pues, de la voluntad del bien, al ser buenas en lo que son; pero no se siguieron de la voluntad del no blanco, para que se diese en ellas tal propiedad y fuesen blancas en lo que son; pues no procedie­ ron de la voluntad de quien fuese blanco. Así que, porque quiso que ellas fuesen blancas el que no era blanco, son sim- I d ., Metafísica trascendental p .1 2 2 -1 2 4 .1 2 6 .1 2 7 .1 3 1 .2 2 9 .2 9 8 . 903 G e i g e r , o . c ., p.40; o.c., lect.5 n.64-66. T h ie r r y de C h artres, o . c ., p.427-429; Sa n to T o m ás, 904 905 G e ig e r , Santo T o . c ., p.40; o m á s , o .c ., T h ie r r y de C hartres, lect.5 n.68-69; T h ie r r y o .c ., de p.429-432. C h artres, o .c ., p.434-435. 552 Boecio La Trinidad es un solo D ios plemente blancas; pero porque quiso que fuesen buenas Aquel que es bueno, son buenas en lo que son. je, y en la divina, intelectualmente, y no recurrir a la imagi­ nación, sino más bien considerar la forma misma, que es ver­ daderamente y no imagen, en la cual no hay verdad por el fluir de la materia, y que es el ser mismo, y de la cual proviene el ser (e t quae esse ipsum est, et ex qua esse est). 906 Entonces, según eso, todas las cosas tienen que ser justas, ya que es justo aquel que quiso que ellas fuesen. — Tam­ poco eso se sigue, porque el ser bueno atañe a la esencia, y el ser justo, a la actividad. Y , por lo que a él hace, en él es lo mismo el ser que el obrar y, por tanto, lo mismo es ser bueno que justo. Pero en nosotros no es lo mismo el ser que el obrar, pues no somos simples; por lo cual, no es lo mismo en nosotros ser buenos que justos; lo que es lo mismo en todos es el ser buenos, en lo que son. Todas las cosas son, pues, buenas, pero no también justas; además, el bien es algo general, y la justi­ cia, algo específico; y lo específico no se verifica en todos los seres. Por eso unas cosas serán justas, otras otra cosa, pero todas buenas. 909 Pues todo ser proviene de la forma. Así, la estatua se dice que es la efigie de un animal, no por el bronce, que es la materia, sino por la forma que en él está impresa; y el bronce mismo no se llama (estatua) por la tierra, que es su materia, sino por la figura que tiene el mismo bronce. Y la tierra misma no se denomina (tal) por la materia informe, sino por la sequedad y gravedad, que son formas. Así que nada se dice ser por la materia, sino por la propia forma. 910 Ahora bien: la sustancia divina es una forma sin ma­ teria y, por lo mismo, es algo uno y lo que es (id quod est). Las demás cosas no son lo que son, pues cada cosa tiene su ser de esos de que consta, es decir, de sus partes; y es esto y esto, es decir, sus partes unidas, pero no esto o esto separada­ mente. Así, constando el hombre de cuerpo y alma, es el cuer­ po y el alma, no o el cuerpo o el alma. En la parte, pues, no está lo que es. En cambio, lo que no consta de esto y de esto otro, sino que es tan sólo esto, eso es real y verdaderamente lo que es, y es lo más bello y potente, ya que no se funda en nada (nullo nititur). Por lo cual, será verdaderamente uno aquello en lo cual no se da ningún número, nada fuera de lo que él es, ya que no puede llegar a ser sujeto, pues es forma, y las formas no pueden ser sujetos [de otra forma] (subiectae esse non possunt). Pues si la forma de otra índole es sujeto de accidentes, com o, por ejemplo, la humanidad, no recibe los accidentes por ser ella, sino porque está en la materia como en sujeto: al recibir un accidente la materia, sujeto de la hu­ manidad, parece que lo recibe la humanidad misma. Por el contrario, la forma que existe sin materia, no podrá ser suje­ to, ni tampoco estar en materia... COMO LA TR IN IDA D ES UN SOLO DIO S, Y N O TRES DIOSES C a p ít u l o II La sustancia divina es forma 907 ... Tres son las partes de la [ciencia] especulativa: la natural, la que trata del movimiento, no abstracta, esto es, inseparable, pues considera a las formas de los cuerpos con la materia, que no pueden ser separadas actualmente de los cuer­ pos, los cuales se hallan en movimiento, com o cuando la tierra tiende hacia abajo y el fuego hacia arriba, y la forma unida a la materia tiene movimiento. La matemática considera [a los cuerpos] sin el movimiento, los aspectos inseparables: ésta, en efecto, considera a las formas de los cuerpos sin la materia y, por lo mismo, sin el movimiento, las cuales formas, por existir en la materia, no pueden ser separadas de la materia. La teológica [los considera] sin el movimiento, abstraídas y se­ parables: la sustancia divina carece de materia y de movimiento. 908 Así que en la ciencia natural habrá que proceder ra­ cionalmente, en las matemáticas, por enseñanza o aprendiza9 0 6 S a n t o T o m á s , o .c ., lect.5 n .70-72. 9 0 7 S a n t o T o m á s , Expositio super Boethium «de Trinitate et de madibus» ( e d . D e c k e r ) p .5 7 -2 2 0 ; T h i e r r y d e C h a r t r e s , Commentum super Boethii librum de Trinitate, o .c ., p .7 1 -7 2 ; Lectiones in Boethii librum de Trini­ tate, o .c., p .160-164 ; Glossa super Boethii librum de Trinitate, o .c ., p .342-344. 9 0 8 S a n t o T om ás , o . c . , p .157-160 161-200; T h i e r r y d e C h a r t r e s , Commen­ tum..., o .c ., p .72ss; Lectiones..., o .c ., p .1 6 4 -1 6 7 ; Glossa..., o .c ., p .34 4 -3 4 7 . 553 Hebdo- 909 T h i e r r y d e C h a r t r e s , Commentum..., o .c ., p .7 4 .7 5 .8 4 .8 5 ; Lectiones..., o .c., p .167-173; Glossa..., o .c ., p .347-352 . 910 T h i e r r y d e C h a r t r e s , Commentum..., o .c ., p .7 5 -8 8 ; Lectiones..., o .c.. p.173-175; Glossa..., o .c ., p .352-354 . 554 Sobre la persona y las dos naturalezas Boecio SOBRE LA PERSONA Y LAS DOS NATURALEZAS CONTRA EUTIQUES Y NESTORIO C a p ít u l o I Q ué es naturaleza 911 «Naturaleza» puede decirse o de solos los cuerpos o de solas las sustancias, tanto corpóreas com o incorpóreas, o de todas las cosas que son de algún modo. Teniendo, pues, tres acepciones el término «naturaleza», habrá que definirla, a no dudarlo, de tres maneras. Así, si se entiende «naturaleza» de todas las cosas, habrá que dar de ella una definición que pue­ da abarcar a todo lo que es; y será ésta: La naturaleza es propia (o se da en) de todo aquello que, siendo, puede ser concebido por el entendimiento de algún modo. En esa defi­ nición quedan comprendidos tanto los accidentes com o las sus­ tancias: de todos esos seres, en efecto, puede tener un con­ cepto el entendimiento. Se pone en la definición la cláusula «de algún m odo», porque de Dios y de la materia no se puede te­ ner un concepto íntegro y perfecto, pero sí que son conocidos de algún modo por la privación de las demás cosas. Se añade también la cláusula «siendo algo», porque también la nada misma significa algo, pero no una naturaleza. No significa o denota, en efecto, que algo sea, sino más bien que no es; en cambio, la naturaleza es (o existe). 912 Así que, si se quiere hablar de «naturaleza» a pro­ pósito de todas las cosas, esa que acabamos de enunciar será su definición. Pero si se aplica el término sólo a las sustancias, como éstas son o corpóreas o incorpóreas, daremos esta defi­ nición de la naturaleza aplicada a las sustancias: La naturaleza es aquello que puede hacer o recibir (pati) algo; recibir y ha­ cer, com o todo lo que es corpóreo, y el alma de los seres cor­ póreos; sólo hacer, com o Dios y los demás seres divinos. Ahí tenemos, pues, la definición del término «naturaleza» en cuanto que se aplica a las solas sustancias. Con lo cual se ha dado también la definición de «sustancia», ya que, si el término «naturaleza» significa la sustancia, definida la natura­ leza, queda definida también la sustancia. 911-923 A. L o b a t o , Persona y naturaleza en Boecio: Miscelánea M. Cuervo López (Salamanca 1970) 443-471. 555 913 Pero si el término «naturaleza» se reserva tan sólo a las sustancias corpóreas, excluyendo las incorpóreas, de suerte que sólo las primeras parezcan tener naturaleza, com o opina Aristóteles y los que siguen su filosofía, la definiremos tam­ bién como la definieron los que sostenían que la naturaleza no se da más que en los cuerpos. Esa definición es la siguien­ te: Naturaleza es el principio del movimiento por sí y no ac­ cidentalmente. Con la cláusula «principio de movimiento» quie­ ro indicar que todo cuerpo tiene su propio movimiento, como, por ejemplo, el fuego hacia arriba, y la tierra hacia abajo. Que la naturaleza es principio de movimiento de por sí, y no acci­ dentalmente, quiere decir que el movimiento propio y natural del lecho de madera es hacia abajo, pero puede tener movi­ miento hacia arriba accidentalmente: por ser leño o madera, que (al fin) es tierra, es arrastrado por el peso y la gravedad; no tiende hacia abajo por ser lecho, sino por ser tierra, es de­ cir, porque ocurre que algo que es tierra ha venido a ser lecho. De ahí que digamos que es leño o madera por naturaleza, y lecho, artificialmente (por el arte). 914 Se da también otra acepción de «naturaleza», en vir­ tud de la cual decimos que es diversa la naturaleza del oro de la de la plata, queriendo declarar con eso la propiedad pe­ culiar de una cosa. Entonces, tomada así la naturaleza, se de­ finirá de este modo: Naturaleza es la diferencia específica que informa a cada cosa. 915 Diciéndose, pues, y definiéndose la naturaleza de tan­ tas maneras, tanto los católicos com o Nestorio sostienen que en Cristo hay dos naturalezas, ateniéndose a la última defini­ ción, ya que no piensan que las mismas diferencias (específi­ cas) convengan a Dios y al hombre. C a p ít u l o II Qué es persona 916 Pero, tratándose de la persona, se presenta la duda de cuál será su definición apropiada. En efecto, si toda natu­ raleza tiene (posee) persona, se presenta la dificultad insoluble de cuál pueda ser la distinción entre naturaleza y persona; si, en cambio, no coinciden (en su extensión) persona y natu­ raleza, sino que la persona se da en un plano inferior al ámbito Boecio Sobre la persona y las dos naturalezas y extensión de la naturaleza, resulta difícil determinar a qué naturalezas llega (el carácter de) la persona, es decir, qué na­ turalezas habrán de tener persona y a cuáles no se ha de apli­ car la denominación de persona: lo que sí es bien claro es que la persona se da dentro (del ámbito) de la naturaleza ( subiectum esse naturae) , y que no se puede hacer la atribu­ ción o predicación de persona fuera (del ámbito) de la natu­ raleza. todos estos casos, nunca se predica la persona tratándose de universales, sino tan sólo en los singulares e individuos: no se da ninguna persona del animal o del hombre, sino que se llama persona a Cicerón, a Platón y a los demás individuos. 556 917 Estos son, pues, los puntos que hay que investigar, y de este modo hay que realizar el estudio. Puesto que per­ sona no puede darse fuera (del ámbito) de la naturaleza, y de las naturalezas, unas son sustancias, y otras accidentes, y como, por otra parte, vemos que en los accidentes no se da persona (¿quién dirá que se da una persona de la blancura, o de la ne­ grura, o de la magnitud?), luego habrá que decir que la perso­ na se da en las sustancias. Ahora bien, de las sustancias, unas son corpóreas; otras, incorpóreas; unas son vivientes, otras, no. Y de las vivientes, unas son sensibles; otras, no, De las sensibles, unas son racionales; otras, irracionales. De las ra­ cionales, por fin, una es inmutable e impasible por naturaleza, Dios; otra, mudable y pasible, por su condición de creada, a no ser que por obra de la gracia sea trasmutada al estado firme de la impasibilidad, como sucede en el ángel y en el alma racional. 918 De todo ello resulta que es evidente que no se da la persona ni en los cuerpos inanimados— nadie dice que exista alguna persona en las piedras— , ni en los vivientes insensi­ bles— no se da ninguna persona de árbol— , ni tampoco en el ser que carece de entendimiento y razón: no hay ninguna per­ sona de buey o de caballo, o de los demás animales que des­ arrollan su vida mudos y sin razón, con solos los sentidos. En cambio, hablamos de persona en el hombre, en Dios, en el ángel. 919 A su vez, las sustancias unas son universales, otras son particulares. Universales son las que se predican de cada una en particular, com o «hom bre», «animal», «piedra», «ma­ dera», y otras similares, que son géneros o especies: así, el hombre se predica de cada hombre, y el animal de cada ani­ mal, y la piedra o la madera, de cada piedra y de cada madera. Particulares son las que no se predican de otros, com o Cice­ rón, Platón, esta piedra de la cual se ha hecho esta estatua de Aquiles, la madera de la cual se ha hecho esta mesa. De C a p ít u l o 557 III Diferencia entre naturaleza y persona 920 Por tanto, si la persona se da tan sólo en las sus­ tancias, y éstas, racionales, y toda sustancia es naturaleza, y no se da en los universales, sino en los individuos, hemos dado ya con la definición de persona: Persona es la sustancia indi­ vidua de la naturaleza racional. Con esta definición hemos de­ limitado o fijado lo que los griegos llaman ózoaxa-te, pues el nombre de «persona» parece haber sido derivado' de otro ori­ gen: a saber, de aquellas «personas» que en las comedias y tragedias representaban a aquellos hombres que les interesa (representar). Ahora bien: «persona» viene de «personando», acentuada la penúltima. Si se acentúa la antepenúltima, apa­ recerá claramente que se deriva de «so n o »; y vendría de «son o» porque en una superficie cóncava se refuerza más y se devuelve con más intensidad el sonido. Los griegos llaman también rpoxcoza a esas personas, porque se ponen algo de­ lante de la cara y ocultan el rostro a la vista de los demás. Pero, como, puestas esas caretas, los actores representaban en las tragedias o comedias a los que querían representar, por ejemolo, a Hécuba, o a Medea, o a Simón, o a Cremes, por eso llamaron «persona» también a los demás hombres a los cuales se les reconocía certeramente en la forma que presen­ taban; llamaron unos y otros, los latinos «persona», y los grie­ gos rpo3ü)xa. 921 Pero estos últimos designaron con mucha expresivi­ dad a la subsistencia individua de la naturaleza racional con el nombre de úxooxaxtc;; nosotros, en cambio, por nuestra po­ breza de lenguaje, hemos retenido o conservado la denomina­ ción traslaticia, y a lo que aquéllos llaman uxooTcmi;, llamamos persona. Grecia, más perita en cosas de lenguaje, llama úxdaxaot; a la subsistencia individua,, y, por acudir a expresarme en grie­ go en los temas, que, tratados por los griegos, f u e r o n expuestos en traducción latina: A i ouatát év ¡rsv xoic y.ad'oX u etvat Súvavx i, sv role, xaxd pipo? piovoi? ótpíaxavxat, es decir: Boecio Sobre la persona y las dos naturalezas las esencias pueden existir en los universales, pero son su­ jetos (substant) sólo en los individuos y particulares. El con­ cepto, en efecto, de las cosas universales se obtiene de los particulares. Por lo cual, com o las subsistencias existen en los universales, y en los particulares tienen el carácter de sustan­ cias (capiunt substantias), con razón a las subsistencias que son sujetos particularmente las llamaron úxoaxáasic. 924 La razón de por qué en griego no se habla de úxórtaoi«; en los animales irracionales y, en cambio, nosotros les aplicamos el nombre de sustancia (substantia), es porque ese nombre se ha reservado para los seres más excelentes y nobles... 558 922 Así que, si se miran las cosas con diligencia y pers­ picacia, a nadie le parecerá lo mismo subsistencia que sustan­ cia; pues lo que los griegos llaman ouaúoaic o ouauüaOai, nosotros llamamos subsistentia o subsistere, y lo que ellos llaman úxo'axaati; o úcpíaxaaOai lo traducimos nosotros por substantia o substare. En efecto, subsiste (subsistid lo que no necesita de accidentes para poder existir; y substat (está b a jo ...) lo que ofrece o suministra un sujeto a los accidentes para que puedan existir: pues bajo ellos está, mientras es sujeto de los acci­ dentes. Así, pues, los géneros y especies sólo subsistunt, ya que no sobrevienen accidentes a los géneros y especies. Los indi­ viduos, en cambio, no sólo subsisten, sino que también substant (están b a jo ...); pues no necesitan de accidentes para existir, ya que están informados por sus propias y específicas diferen­ cias, y ayudan a los accidentes para que puedan existir, cuando son sujetos de ellos. Así que slva>. y oúaiujafiat equivalen a «existir» y «subsistir»; y ócpíaxaaOai, a «estar b a jo »... (substare). 923 No es, pues, pobre en terminología el griego, como afirma Tulio, sino que a la esencia (essentia), a la subsistencia (subsistentia), a la sustancia ( substantia) y a la persona (per­ sona) las designa con otros tantos nombres: a la esencia, con el de ouaía: a la subsistencia, con el de ouaíwaic; a la sustancia, con el de úxo’axaaic, y a la persona, con el de xpoacoxov. Lla­ maron óxdoxaoi? a las sustancias, porque están bajo los de­ más seres, y son como sujetos de algunos como accidentes; y por la misma razón, también nosotros llamamos sustancias (substantias), como equivalente a «puestas b a jo ...», a las que ellos llaman úxoaxaatc; y com o también llaman a esas mismas sustancias xpoacoxa, podemos también nosotros llamarlas per­ sonas. Lo mismo es, pues, ser ouaía que ser esencia (essentia); ouaícoaic, que subsistencia (subsistentia); úxoaxaaic, que sustan­ cia (substantia), y xpoacoxov, que persona. 559 925 Así que en el hombre hay essentia, esto es, ouaía, y subsistentia, esto es, ouaícoaic, y óxdaxaaic, esto es, substan­ tia, y xpoacoxov. esto es, persona; oúaía y essentia, porque es; ooaícoan; y subsistentia, porque no está en ningún sujeto; úxoaxaatc; y substantia, porque está bajo otros seres que no son subsistentias, es decir, ouaícoaei?; y es xpoacoxov y persona, por­ que es un individuo racional. Asimismo, Dios es ouaía y essentia, ya que es, y en grado sumo, pues de El procede todo ser. Es oóaícoatQ, es decir, sub­ sistentia, ya que subsiste sin necesitar a nadie, y se dice úcpíaxaaSat, ya que substat. Por eso también decimos que hay una ouaía o ouaicoaic, esto es, essentia o subsistentia de la dei­ dad, pero tres úxoaxáaetc, es decir, tres substancias. Y , por cierto, según esa terminología, dijeron o hablaron de una essentia de la Trinidad, de tres substantias y de tres personas. Pues si el modo de hablar de la Iglesia no excluyese o prohi­ biese el hablar de tres substancias en Dios, parecería que (se­ gún esa terminología) se atribuía la substantia a Dios no por­ que estuviese El com o sujeto de las demás cosas, sino porque, así como es superior a todas, así estaría bajo ellas como prin­ cipio, al proporcionarles el oúatouaGat o subsistir. AL-KIND1 FILOSOFIA ARABE Y JUDIA B IB L IO G R A F IA G E N E R A L G . C. A n a w a t i , O .P ., Philosophie arabe, ou philosophie musulmane?, Plan pour une bibliographie médiévale en terre d ’ Islam, Mélanges... Chenu: Bibl. thom. 37 (1968) p.68-89; I d ., Bibliographie islamo-arabe. Livres et articles sur l ’Islam et l’arabisme parus en langue occidentales durant la période 1960-1966: M él. Inst. dom. Ét. or. 9 (1967) 143-211; I d ., Bibliographie médiévale en terre d ’Islam pour les années 1959-1969: Bull. phil. méd. 10-12 (1968-1970) 316-369); I d ., D ix ans de recherches dans le domaine de la philosophie musulmane. Bilan des travaux des années 1960-1970: Al-Nahrain 12 (1971-1972) 44-46; O . C arr é , Bulletin d ’islamologie. Quelques ouvrages récents sur la pensée et la philosophie arabo-musulmanes: Rev. sc. phil. théol. 57 (1973) 657-674; A tti del terzo Congresso di Studi arabi e islamici, Ravello 1-6 settembre 1966 (Napoli 1967); S. v a n R i e t , En marge du V Congrès international d’étu­ des arabes et islamiques: Bull. phil. méd. 10-12 (1970) 376-383; I d ., Le V I Congrès d ’études arabes et islamiques (Visly-Stockholm 13-19 août 1972): Rev. Phil. Louv. 70 (1972) 639-640; M . T. D u r a l , lslamism: its background and philosophy: Sound and Sense 1 (1969) 5-20; M. A r k o u n , Introduction à la pensée islamique classique: Cahiers d ’Hist. M on­ diale 11 (1969) 578-614; M. S. Sh eik h , Studies in Muslim philosophy (Lahore 1969); H. C o r b i n , La philosophie islamique depuis la mort d ’Averroes jusqu’à nos jours (Paris 1964); I d ., A Dictionary of Muslim philosophy (Lahore 1970); R. W a l z e r , De la philosophie islamique (Paris 1971), o: Rev. Ét. islam. 38 (1970) 7-42 207-242; M. F a k h r y , A History of Islamic philosophy (N ew York, London 1970); M. C r u z H e r n á n d e z , Historia de la filosofía española. Filosofía hispano-musulmana, 2 vols. (Madrid 1957); I d ., La filosofía árabe (Madrid 1963); C . C u e v a s , El pensamiento del Islam (Madrid 1972); A . B a d a w i , His­ toire de la philosophie en Islam, t.l, Les philosophes théologiens; t.II, Les philosophes purs: Étud. de phil. médiév. L X (Paris 1972); M. H o r ­ t e n , The system o f Islamic philosophy in general, I I I , transi, from the Germany by V . J. H a g e r : Islam. Stud. 12 (1973) 1-36 231-260; T. I z u t su, The basic structure of metaphysical thinking in Islam, en: The concept and reality o f existence (Tokvo 1971) p .1-24; M . A r k o u m , Essais sur la pensée islamique I (Paris 1973): G . C . A n a w a t i , Études de philosophie musulmane (Paris 1974); L. G a r d e t - M . A n a w a t i , Introduc­ tion à la théologie musulmane. Essai de théologie com parée: Ét. de phil. médiév. 37 (3.a éd., Paris 1970); Islamic philosophy and the classical Tradition, ed. by. S. M. S t e r n (O xford 1972): I. M a d k o u r , Les rapports entre la pensée arabe et la pensée chrétienne au moyen âge: A r t s l i b é r a u x . . . p.417-425; F . R o s e n t h a l , K nowledge triumphant. The con­ cept of know ledge in medieval Islam (Leiden 1970); T. T i s i n i , Die Materieauffassung in der islamisch-arabischen Philosophie des Mittelalters (Berlin 1972): G . C . A n a w a t i , Le néoplatonisme dans la pensée musul­ mane: état actuel des recherches: Ét. Phil. musulm. (Paris 1974) p .155-221. (7 9 6 -8 6 6 ?) \ Risalat al-cA ql (Sobre el intelecto) ; Risäla fi mahiyyat al-naven wa-l-ru’ya ( Sobre el sueño y la v isio n ); « D e quinqué essentiis» (texto árabe desconocido); Risäla fï kamiyya kutub A ristü ( Sobre el número de los libros de A ristóteles) ; Risala fí-l-nafs (Sobre el alm a); Rispia ft hudad al-asyä’ wa rus ,mi-hä (Sobre las definicio­ nes de las cosas y sus descripciones); K it ab fi-l-falsafat al-ulä (Libro de la filosofía prim era); Rispia fi wahdäniyyat A llah wa tanahl yirm al-°alam (Acerca de la unicidad de Dios y el fin del cuerpo del mun­ d o ) ; Risäla fi tanyud yä w ih ir ta aysäm (Acerca de la existencia de las sustancias incorpóreas); Risala-ft-qawl-fi-l-nafs (Acerca de la doc­ trina del alma). O bras p r in c ip a le s : E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : Die philosophischen Abhandlungen von ]a° q l b Ben lshaq (A l-K in d i), zum ersten Male herausg. von Dr. A . N a g y (Münster 1897). Beiträge zur Gesch. der Phil, des Mittelalters, II, H eft 5, De intellectu: p.1-11; D e quinqué essentiis: p.28-40. B i b l i o g r . g e n . : N . R e s c h e r , Al-Kindi, A n A noted Bibliography (Pittsburg 1964); B o e r , art. Al-Kindi, en «Encyclopédie de l’ Islam» II, p.1078s; M. C r u z H e r n á n d e z , Historia de la filosofía hispano-musulmana (Madrid 1957), I, p.45-73; I d ., La filosofía árabe (Madrid 1963) P-37-42; J. J o l i v e t , Al-Kindi, Épitre sur l’intellect. Texte arabe, textes des deux trad, latines du X I I siècle, trad, franç. du texte ar. et notes (Paris 1964); I d ., L ’intellect selon Kindi (Leiden 1971); A . N a g y , D ie philosophische Abhandlungen des Yacqub bnlshaq Kindi (Münster 1877); F . M. P a r e j a , Islamologia (Madrid 1952-1953) p.594-600; G . Q u a d r i , La philosophie arabe, trad, franç. de H u r e t (Paris 1947) p.66-70; A. C o r t a b a r r í a B e i t i a , O .P., A partir de quelles sources étudier alK tndi?: Met. Inst. dom. Et. or. 10 (1970) 83-108; G . G l u g e l , Al-Kindi gennant der Philosoph der Araber (Leipzig 1857); M u ñ o z S e n d in o , Apología de Al-Kindi: Miscelánea Comillas, X I y X I I (1949) 33-460; 1-40; E. G i l s o n , Les sources gréco-arabes de Vaugustinisme avicennissant: Arch, d ’hist. litt, doctr. du M. A . 4 (1929) 5-158 (esp. p.22-27); D. C a b a n e l a s , A propósito de un libro sobre la filosofía de Al-Kindi: Verdad y Vida 10 (1952) 257-283; I d ., N uevos docum entos sobre la filo­ sofía de Al-Kindi: Miscel. de Est. árab. y hebr. 11 (1962) 7-19; S. M u n k , Mélanges de philosophie juivie et arabe (Paris 1859) p.320-323.339-341; M. I. M o o s a , Al-Kindi’s role in the transmission o f G reek know ledge to the Arabs: Journ. o f the Punjab histor. Society 15 (1967) 1-18; A . L. I r v y , Al-Kindi as philosopher. The Aristotelian and Neoplatonic dimensions. Islamic philosophy and the classical tradition (O xford 1972) p .117-139. 562 Al-Kindi SOBRE EL ENTENDIM IENTO 926 Tengo entendido que deseas que te componga una breve exposición sobre el entendimiento según la teoría de Platón y Aristóteles. Estos filósofos sostienen que hay cuatro clases de enten­ dimiento: el primero es el entendimiento que está siempre en acto; el segundo es el entendimiento que está en potencia en el alma; el tercero es el entendimiento que pasa de la po­ tencia al acto; el cuarto es el entendimiento que llamamos demostrativo. A este último entendimiento lo asimila Aristó­ teles a los sentidos, por la cercanía de éstos a la verdad, y porque él participa de ella completamente. 927 Sostiene Aristóteles que hay dos clases de forma: una tiene materia, y es objeto de los sentidos; la otra no tiene materia, y es objeto del entendimiento: constituye las espe­ cies de las cosas y lo que está sobre ellas (es decir, los gé­ neros). La forma que está en la materia es sentida actualmente, ya que, si no lo fuese, no sería objeto de los sentidos. Cuando la aprehende el alma, está en el alma, pero no la aprehende más que porque antes se hallaba en potencia en el alma; cuan­ do, pues, la aprehende el alma, entonces está en acto en el alma. Pero no se halla en el alma como el agua en el vaso, o el se­ llo en el cuerpo, ya que el alma no es cuerpo ni está encerra­ da en límites: está, pues, en el alma, y el alma es una realidad una, que es ella misma y no algo distinto de ella, ni tampoco distinta con otra clase de distinción predicamental. 928 Asimismo, la facultad de sentir no está más que en el alma; pero no se halla en ella como un miembro en el cuerpo, sino que es la misma alma: ella es la que siente. Lo mismo, la forma de lo sentido no está en el alma com o otra cosa distinta, sino que el objeto sentido es el que siente en cuanto que se halla en el alma, com o dice Aristóteles. Pero el objeto sentido de la realidad material es algo distinto del alma que siente: en cuanto que está en la materia, pues, lo sentido no es el que siente. 929 De manera parecida explica Aristóteles el caso del entendimiento: el alma, cuando aprehende el objeto entendi926-932 J. J o l i v e t , Al-Kindi. Epilre sur l’intellect. Texte arabe, textes des deux trad. latines du X II siècle, trad. franç. et notes (Paris 1964); I d . , L ’in­ tellect selon Kindi (Leiden 1971). Sobre el entendimiento 563 do, a saber, la forma que no tiene materia ni elementos ima­ ginativos, y se une ésta con el alma, entonces está en acto en el alma la que no se hallaba antes en acto, sino en po­ tencia. Esa forma, qup no tiene ya materia ni elementos ima­ ginativos, es el entendimiento adquirido para el alma por obra de la inteligencia primera, que constituye la especie de las cosas y que está siempré en acto. Pero ésta no comunica al alma más que lo que ella es apta para recibir, ya que el alma es inteligencia en potencia, mas la inteligencia primera está siempre en acto: ningún ser confiere más que lo que se halla en potencia, y no en acto, en aquellos a los que se lo da. Ahora bien, nada que está en potencia pasa al acto por sí mismo, pues entonces siempre pasaría al acto, ya que siem­ pre está en posesión de su esencia; por consiguiente, nada que está en potencia pasa al acto más que por otro que está en acto. 930 El alma, pues, es inteligencia en potencia, pero pasa al acto por intermedio de la inteligencia primera, mi­ rando a la cual se constituye inteligente en acto. Cuando se le une la forma inteligible, no son ellas dos cosas distintas, ya que no sufre división ni distinción; la verdad es que, cuando se le une la forma inteligible, entonces ésta y el en­ tendimiento son una misma cosa, el que entiende y (la) forma entendida. Pero el entendimiento que está siempre en acto y que hace pasar al alma a ser inteligente en acto, después de haberlo sido en potencia, ese entendimiento, digo, y el o b ­ jeto entendido no son una misma realidad. Así que lo enten­ dido en el alma y el entendimiento primero por parte de la inteligencia primera no son una única realidad, pero sí que lo son el entendimiento, tal como se da en el alma, y lo en­ tendido. 931 El entendimiento, que por su simplicidad es más parecido al alma, es mucho más eficaz o potente respecto de lo entendido que el sentido respecto del objeto sentido. El entendimiento primero es causa de todos los objetos enten­ didos, pero el entendimiento segundo es propio del alma en potencia. Así que el entendimiento, o es el primero de todos los entendimientos, o es el segundo, y entonces es algo del alma en potencia mientras ella no entiende en acto. El entendi­ miento tercero es el que está en el acto propio del alma, una vez adquirido ya por ella, y está en ella de tal suerte, que, 564 Al-Kindi Sobre las cinco esencias cuando quiere, lo ejercita y lo hace estar en otro ser distinto de ella: así como la escritura en el escriba resulta rápida y fácil, una vez que ya la ha adquirido y está permanentemente en su alma: la saca a luz y la ejercita a su placer. El cuarto entendimiento es el entendimiento que se ejercita fuera ya del alma: una vez que se ejercita, estará en acto en otro ser distinto del que lo ejercita. 935 La parte cogitativa del alma se divide en el pensa­ miento sobre las cosas divinas y el pensamiento sobre las co­ sas artificiales. De las cosas, unas hay que no se distinguen de la materia (es decir, que no existen más que en la materia), y otras, cuya constitución se tiene por la materia (es decir, que son por aquellas que constan de materia) y están separadas y no uni­ das (con la materia), y otras hay que no tienen absolutamente ninguna comunidad con la materia. Las cosas que no se distinguen de la materia son sustan­ ciales o corpóreas y las que no tienen absolutamente ninguna continuidad con la materia, son divinas, com o las teológicas. Y las que no están unidas con el alma (o aquellas que no tie­ nen continuidad con la materia), ésasúao guardan ninguna pro­ porción con las divinas más que por comparación con las que se hacen artificialmente de las sustanciales. 932 Así, pues, el entendimiento segundo es fruto o pro­ cede del tercero y del cuarto, pues el tercero es una adquisi­ ción del alma y lo tiene de forma que lo hace aparecer cuando quiere, o en el primer momento de su adquisición por nos­ otros, o en el segundo de su aparición fuera de nosotros: entonces es cuando lo ejercita el alma. El tercero es, pues, el que es adquisición del alma, que le precede, y, cuando quiera, aparecerá en ella. El cuarto es el que aparece por es­ tar el alma en acto. Estas son, pues, las partes en las que los primeros filó­ sofos dividieron el entendimiento. Para lo que tú pretendías sobre este punto, esto es suficiente. Fin del libro de A l - K i n d i , filósofo, sobre el entendi­ miento. SOBRE LAS C IN C O ESENCIAS 933 Dice el sabio Aristóteles al comienzo de la Dialéc­ tica que toda ciencia sobre cualquier cosa es una parte de la filosofía, que es la ciencia de todos los seres. Conviene, pues, ante todo, en cada ciencia recordar la división de la filosofía y ver en qué parte de ella está contenido su objeto. 934 Pues bien: la filosofía se divide en ciencia y ope­ ración (es decir, en teórica v práctica). La razón de ello es porque también las partes del alma son dos, el pensamiento o razón, y los sentidos, como lo hemos explicado en el libro de las Categorías: com o la filosofía no es más que el orden del alma, le cuadra el ser dividida en dos partes, com o tam­ bién el alma se divide en dos partes. Pues así com o el alma se divide en pensamiento o razón y en sentido, de manera semejante se divide la filosofía en ciencia y operación, de suer­ te que la ciencia aparezca com o la parte correspondiente al pensamiento, y la operación com o la parte correspondiente al sentido. 565 936 También se divide la operación (es decir, la ciencia práctica). Pero nosotros en el estudio presente haremos men­ ción de lo que ofrece más ventajas en el orden de la ciencia o conocimiento de las cosas, y no en el de su operación. Nos es preciso, pues, el considerar esas dos partes en las que se divide la filosofía, y por ahí podremos tomar el hilo de nues­ tra investigación. Esta se reduce a lo siguiente: unas cosas se hallan en todas las sustancias, otras no lo están. Las que no están en todas las sustancias, todas son celestes, y constan de las estrellas y el orbe celeste y otros seres similares. De las que se hallan en todas las sustancias, unas se dan con la generación y corrupción, y otras son propias de los seres que están por encima de la tierra. Los que están en la tierra son, por ejemplo, los minerales, y los que se mueven sobre la tie­ rra son los animales y los seres similares; y los que están por encima de la tierra son, por ejemplo, las lluvias, las nieblas, los relámpagos, los truenos y los demás accidentes que se ha­ llan en la atmósfera. 937 Las cosas que se dan en todas las sustancias son cinco: la primera es la materia, la segunda es la forma, la ter­ cera es el lugar, la cuarta es el movimiento, y la quinta es el tiempo. En toda cosa en que se dé la sustancia, existe la materia, de la cual esa cosa consta, y la forma, por la cual se ve v se distingue por el aspecto de otras cosas, y el lugar, en el cual existirá siempre en algún sitio, y eso porque ningún cuerpo 567 Al-Kindi Sobre las cinco esencias tiene tendencia más que para estar en un lugar y en un sitio. También existe en ella el movimiento, por el cual se desen­ vuelve su existencia y cuya esencia está en el lugar y en el tiempo. El tiempo es, en efecto, el número del movimiento; por consiguiente, una vez que hemos demostrado que todo cuerpo en el cual existe el movimiento, que, a su vez, se des­ arrolla de un lugar a otro, resulta ya evidente que en él existe el tiem po... De la materia está compuesta toda cosa; ella es la que recibe los contrarios, sin corrupción. La materia no tiene absoluta­ mente definición. 938 En primer lugar, pues, debemos saber que los prin­ cipios de que consta cada cosa son de ésas mencionadas, que son la materia y la forma; por lo cual nos es preciso hacer la exposición de éstas antes de las otras tres... 941 «Forma» es un término que designa muchas co­ sas. Ahora bien, es precise-qu ^ el que quiere hacer la defini­ ción de algo, si se trata de unYiombre común, disuelva esa comunidad y distinga la parte que quiere exponer. Entonces tendrá que decir que la forma se divide en dos clases: una es la que es objeto de los sentidos, otra es la que es del orden genérico, y es aquella por la cual algo resulta género y se dice de muchas cosas diversas numéricamente. Otra for­ ma es aquella por la cual algo se discierne visiblemente de las demás cosas, sustancias, de la cualidad y de la cantidad, y de los demás géneros supremos: ésa es la que es constitu­ tiva de toda cosa. 566 Y debemos tener en cuenta no se obtiene más que por su una proposición que enuncia el definida, y la diferencia, por la cosa. que la declaración de una cosa definición. Y la definición es género del cual consta la cosa cual se distingue de toda otra 939 Mas la materia, com o hemos demostrado, pertene­ ce al género de los géneros, ya que antes de ella no hay gé­ nero; con lo cual se ve claro que su declaración no puede hacerse por su definición. La definición, en efecto, sólo se da de aquello que tiene sobre sí un género. Por tanto, debe­ mos examinar qué es aquello que declara a lo que no tiene sobre sí ningún género. Eso se reduce a decir que es aquello con lo que queda destacado de las demás cosas, a saber, las diferencias. En cambio, necesitamos de la definición, cuando se trata de una cosa compuesta, para saber por ella de qué elementos consta; por el contrario, en la que no es compues­ ta, nos contentamos con las diferencias, sin el género; a ésas les damos el nombre de propiedades. Debemos, pues, hablar de la materia y sus propiedades. I Sobre la materia 940 Decimos, pues, que la materia es aquello que re­ cibe y no es recibido, lo que retiene y no es retenido. Cuando desaparece la materia, desaparece lo que hay además de ella; en cambio, cuando desaparece ese otro, no desaparece ella. II Sobre la forma 942 La forma que está bajo un género no pertenece a esos principios singulares, por lo cual no tenemos que hacer mención de ella en nuestro libro, el cual trata de las sustan­ cias singulares que se encuentran en todo cuerpo. Tenemos, en cambio, que exponer y determinar qué son la forma por la cual algo se discierne visiblemente de las de­ más cosas, y los principios singulares. Y com o esa exposición y determinación ya se toca al hablar de la materia, debemos traer a la memoria lo que hemos dicho de la materia. Según eso, diremos que en la materia singular existe una potencia por la cual se hacen las cosas de la materia, y esa potencia es la forma. Lo que se quiere decir con eso de que la forma es potencia es que, por ejemplo, del concurso de la calidez y de la sequedad, que son singulares, se origina el fuego. La materia está, pues, en la calidez y en la sequedad, que son singulares, y la forma es el fuego; pero la potencia es la que, cuando ambas se juntan, se hace la materia el fuego. Definamos, pues, la forma: es la diferencia por la que algo se distingue visiblemente de las demás cosas, y la visión es el conocimiento de ella: ésa es, pues, la definición por la cual la forma se distingue de las demás cosas. Catálogo de las ciencias 569 CATALOGO DE LAS CIENCIAS A L - F ARAB1 A r t íc u l o V (870P-950) Sobre la ciencia política, la ciencia del derecho y la teología O bras principales : Ihsa’ al-Ulum (Catálogo de las ciencias); Kitab fi-l-yam'bayn rä’i al-haqlmäyn Aflätüm al-Ilähl wa Aristütâlïs (Libro de la concordancia entre la filosofía de los dos sabios, el divino Platón y Aristóteles); Fi agra-l al-Hakim fl kull maqäla min al-mawsUm by-lhuraf (Acerca de los fines de Aristóteles en todos los libros de la Meta­ física); Maqala fï ma’äm aV-aql (Disertación sobre los significados del término «intelecto»); Risäla fi mä yanbagi an yuqaddam qahl ta'allum al-falsafa (Compendio acerca de lo que conviene saber antes de aprender filosofía); ‘Uyun aUMasä’il (Los problemas fundamentales; «Fontes quaestionum») ; Fusüs al-Hikma (Las gemas de la Sabiduría); Kitab alSiyasat al-Madaniyya (Sobre el gobierno de las ciudades) ; Risäla fï ara ahí al-Madinat al-jadila (Compendio sobre las opiniones de los miembros de la ciudad ideal); Risala fï itbät al mufäraqät (Compendio para probar la existencia de seres incorpóreos) ; Risala fl mähiyyat alNafs (Compendio acerca de la esencia del alma); Compendio del Or­ ganon. Ediciones citadas: Alfârâbï, Catálogo de las ciencias, edición y traduccióncastellana por A. G onzález Palencia (Madrid 1932). Al-Farabi, Libro de la concordancia entre el divino Platón y Aris­ tóteles, traducción, prólogo y notas por M . A lonso, S.T.: Pensamien­ to 25 (1969). E. G ilson, Le texte latin médiéval du «De intellectu» d’Alfârâbï: Arch. d ’hist. doctr. et litt, du M oyen Age 4 (1929) 115-126; trad. del editor. Bibliogr. gen.: M . Cruz H ernández, Historia de la filosofía espa­ ñola, Filosofía hispano-musulmana, 2 vols. (Madrid 1957) I p.73-104; Id., La filosofía árabe (Madrid 1963) p.43-68 (Bibliogr., p.57.68); S. Munk, art. Al-Farabi: Dict. se. philos, p.521-523; B. Carra de V aux, art. Al-Farabi: Encyclop. de l’Islam, II , p.57-59; Id., Les penseurs de l Islam t.IV (Paris 1923); T . J. de Boer, Geschichte der Philosophie im Islam (Stuttgart 1901) p .106-128; überweg-Heinze, Grundriss der Ges­ chichte der Philosophie, zw. A ufl. II T. (Berlin 1928) p.291.304-307.720s; F. M. Picavet, Esquisse d’une histoire générale et comparée des philosophies medievales (Paris 1907) p .156-158; E. G ilson, Les sources grécoarabes de Vaugustinisme avicennisant: Arch. d ’hist. doctr. litt, du M . A. IV (Paris 1930) p.27-38.108-141; S. Munk, Mélanges de philosophie juivie et arabe, 2.‘ ed. (Paris 1927) p. 341-352; M . Steinschneider, Al-Farabi des arabischen Philosophen Leben und Schriften, Mémoires de l’Académie impértale des sc. de Saint Petesbourg, V I I s., t.X II, n.4 (1869); I. Madkour, La place d al-Farabi dans l’école philosophique musulmane (Paris 1934) 1-10.219-222 (Bibliogr. p.225-241); F. D ieterici, Alfarabi’s philo­ sophische Abhandlungen, aus den arabischen übersetzt (Leiden 1892) (Introd., p .V II-X L V II); Al-Farabi, Epistola sull’intelletto, trad., introd. e note a cura di Fr. Lucchetta (Padova 1974). 943 ... Enseña [la ciencia política] qué es lo que con­ viene hacer para que no se interrumpa el gobierno de los re­ yes. Muestra qué condiciones y caracteres naturales conviene buscar en los hijos de los reyes y en otras personas de esta clase, de modo que por ellos sea digno de ser elegido uno rey, después que falte el que gobierne; enseña qué conducta debe seguir aquel en quien se hallan estas condiciones natu­ rales y cóm o conviene educarlo para que consiga adquirir la fuerza real y llegue a ser un rey completo; y junto con esto conviene que no sean nombrados reyes en manera alguna aquellos cuya autoridad sea ignorante. Que no necesitan los reyes en ninguno de sus métodos y maneras de gobierno de la filosofía, tanto especulativa como práctica, sino que, por el contrario, conviene que lleguen a conseguir su fin en la ciu­ dad y en el pueblo puesto debajo de su autoridad por medio de la virtud probada, que resulta de la continuidad de aquel género de actos de los cuales se deriva su fin y con los cua­ les llega a conseguir su propósito respecto de las buenas obras, cuando coincide en la misma persona una virtud natural sen­ sible superior, capaz de inventar lo que necesita respecto de los actos de los cuales se deriva el bien, que es su fin, uti­ lizando los placeres o los honores u otras cosas parecidas, y ca­ paz de relacionar con todo esto la excelencia de la imitación de los reyes que le han precedido y cuyas intenciones eran las mismas suyas. 944 Arte del Derecho es aquella por la cual el hombre puede hallar la determinación de cualquier cosa no incluida paladinamente por el legislador en su definición de la ley, por medio de otras cosas en ella determinadas y definidas, y es­ coger la justificación de esto respecto del fin del autor de la 943-955 d i, C ru z H ern ández , Filosofía hispano-musulmana I p.78-79; M. M ahScience, philosophy and religión in Alfrabi’s « Enumeration of the Sciences », Proceed. of the First Intern. Colloquium on Philosophy, Science and Theology in the Middle Age, sept. 1973 (Boston 1975) p.113-146; J. L omba F u e n t e s , Sentido y alcance del Catálogo de las ciencias de Al-Farabi, Arts Libéraux... p.509-516. Al-Farabi Catálogo de las ciencias ley dentro de la religión que originó al fijar la ley para el pueblo. aprovecha lo que conoce y lo que es posible, cuando lo me­ dita, que lo comprenda por su entendimiento. Y si fuese así, los hombres confiarían en su inteligencia y no tendrían nece­ sidad de la profecía ni de la revelación, pero tampoco ejer­ cerían en ellos estas dos cosas efecto alguno. De todo lo cual se deduce que conviene que los conocimientos que las reli­ giones enseñan al hombre sean algo cuya comprensión no esté al alcance de nuestros enteñdimientos. Pero no es esto sólo: sino que también sean algo qúq nuestras inteligencias no lo repugnen, pues cuanto más repugnante [a nuestro juicio] es, tanto es más provechoso. 570 945 En toda religión hay que distinguir dogmas y ope­ raciones. Los dogmas son, por ejemplo, las afirmaciones es­ tablecidas respecto de Dios ( ¡glorificado sea! ) o de sus atri­ butos, o respecto del mundo y cosas semejantes; las opera­ ciones son, por ejemplo, los actos con los cuales se honra a Dios ( ¡glorificado y ensalzado sea! ) y aquellos otros con los cuales se obtienen las ordenanzas de las ciudades. Por esta cau­ sa la ciencia del Derecho tiene dos partes: una que trata de los dogmas; otra que se ocupa en las operaciones. 946 El arte del calam [teología escolástica] es una pro­ piedad por la cual el hombre puede defender los dogmas y los actos arriba mencionados, exigidos por el fundador de la religión, y condenar todo lo que se oponga a ellos, por medio de razonamientos. Se divide también esta arte en dos partes: una acerca de los dogmas, y otra acerca de las operaciones señaladas por el fundador de la religión. El alfaquí acepta los dogmas y las operaciones prescritos por el fundador de la religión sin examen y los toma como principios para poder deducir de ellos las cosas obligatorias en la religión. El motacálim [teólogo] defiende las cosas que el alfaquí toma como principios, sin que deduzca de ellas otras cosas nuevas. Y si se da el caso de coincidir en la misma persona dominio de las dos materias, de modo que sea a la vez alfaquí y motacálim [te ó lo g o], esa persona defenderá estas materias en cuanto que es teólogo, y deducirá de ellas [reglas prácticas] en cuanto que es alfaquí. 947 Respecto a los métodos e ideas con los que conviene que las religiones sean defendidas, algunos motacálimes opinan que la religión debe ser defendida, diciendo que los dogmas de las religiones y todos los preceptos de ellas no es posible que se sometan a crítica mediante las ideas, opiniones y ra­ zonamientos humanos, puesto que son de un grado superior a ellas, ya que están tomados de una causa divina y en ellos hay misterios divinos que la razón humana, por su debilidad, es incapaz de percibir y de alcanzar. 948 Además, la única manera de que el hombre saque al­ guna utilidad de la religión y de la revelación está en que no las comprenda por su entendimiento y no disminuya su inteli­ gencia por ello; de no ser así, no tendría la revelación nin­ gún sentido ni utilidad alguna, puesto que al hombre sólo 571 949 En efecto, aquellas cosas, que las religiones esta­ blecen, de las que repugnan a la razón y detestan nuestros prejuicios, no son en realidad dignas de ser negadas ni absur­ das, sino que son verdaderas según el entendimiento teoló­ gico; pues el hombre, aunque alcance el límite de la perfec­ ción en lo humano, viene a ser respecto del que está dotado de entendimiento teológico como el niño y el joven inexper­ to en relación con el varón perfecto; y así como muchos ni­ ños y hombres inexpertos niegan por su entendimiento mu­ chas cosas que en realidad no se deben negar, ni son impo­ sibles y a ellos les ocurre que lo son, así es la situación de quien ha llegado al límite de la perfección en el entendimien­ to humano respecto de los entendimientos teológicos. Lo mis­ mo que el hombre, antes de que se eduque y se instruya, niega muchas cosas y las detesta y se imagina que son absur­ das, y cuando se educa en las ciencias y se instruye con la experiencia, deja de tener tales opiniones, y las cosas que le parecían absurdas se transforman y vienen a ser necesarias, y ahora, al definirlas, se maravilla de lo contrario de lo que antes se maravillaba, así también el hombre perfecto en lo humano no rehúsa negar cosas y pensar que son imposibles, sin que realmente lo sean. 950 Por todo esto opinan estos teólogos que es preciso demostrar la verdad de las religiones. Si el que nos dio la re­ velación de parte de Dios es verídico y no se puede admitir que haya mentido, y prueba su veracidad de dos maneras: o con los milagros que hace o que en sus manos se manifiestan, o por los testimonios de personas veraces que le han prece­ dido, cuyas palabras, garantizando su veracidad y su carácter de representante de Dios ( ¡multipliqúense sus alabanzas! ) son dignas de fe, o de las dos maneras a la vez; pues cuando Al-Farabi Catálogo de las ciencias nos certificamos de su veracidad por estas razones, y de que no ha podido mentir, no debe quedar ya, respecto a las cosas que ha dicho, resquicio a la razón para pensar, ni reflexionar, ni opinar, ni raciocinar. Por estas causas y por otras seme­ jantes creen éstos que deben defenderse las religiones. ron en respuesta de todos los dogmas. Este método creen éstos que defiende las religiones. 572 951 Otro grupo de motacálimes creen que deben defen­ der la religión, primero fijando todos los dogmas que impuso el fundador de ella, con las mismas palabras con que éste las expresó; después estudiando a fondo las tesis que constan por el testimonio de los sentidos, por la opinión generalmen­ te admitida y por el dictamen de la razón, y lo que de estas verdades y de sus consecuencias lógicas encuentran atestiguan­ do, aunque de lejos, algún dogma de la religión, defienden con ellas ese dogma; y para lo que en ellas encuentran con­ tradictorio a algún dogma de la religión, si pueden interpre­ tar metafóricamente las palabras con las cuales expresó aquel dogma el fundador de la religión de algún modo que armo­ nice aquella contradicción, aunque sea una interpretación in­ verosímil, lo interpretan así; pero si no pueden hacer esto, y es posible condenar aquella tesis contraria [a la religión], o tomarla en un aspecto que coincida con lo establecido en la religión, lo hacen. 952 Si las tesis generalmente admitidas por la opinión y las admitidas por el testimonio de los sentidos se contra­ dicen entre sí en cuanto a servir de testimonios en favor de su dogma, como, por ejemplo, si las verdades de evidencia sensible, o las derivadas de ellas, afirman una cosa, y las te­ sis de sentido comúnmente admitido y sus derivadas afirman la contraria a aquélla, entonces miran cuál de ellas es más probativa en favor del dogma, y la aceptan, desechando la contraria, y condenándola. Y si no les es posible interpretar el texto de la religión de manera que se armonice en una de esas dos clases de verdades, ni tampoco tomar ninguna de estas verdades en un sentido que se armonice con el dog­ ma, ni tampoco ninguna de aquellas verdades de evidencia sensible o de común sentir, o de razón natural que contradi­ cen a algún dogma, entonces creen que deben defender aquel dogma, diciendo sencillamente que es verdad, porque lo dijo quien no puede suponerse que haya mentido o que se haya equivocado. Dicen, pues, estos teólogos acerca de esta parte de los dogmas religiosos lo que aquellos teólogos primeros die­ 573 953 Un grupo de estos últimos opinan que las religio­ nes se defienden en estas cosas, es decir, en los dogmas que se supone que son reprobables, examinando a fondo todas las demás religiones y recogiendo de ellas los dogmas repro­ bables que éstas tienen; y si un sectario de estas religiones quiere refutar algún dogma de los que hay en la religión de aquellos teólogos, éstos le presentan a lg u n o d e los dogmas reprobables que hay en su religión, y así lo a)3artan de su propia religión. 954 Otros, cuando ven que las tesis por las cuales se quieren defender dogmas com o éstos, no bastan para certifi­ car con ellas tales dogmas con certeza completa, hasta el pun­ to de hacer callar a sus contrarios con la confesión de su cer­ tidumbre y con la incapacidad de su contradicción verbal, tor­ nan entonces a emplear con el adversario cosas que lo inju­ rian hasta obligar a cesar en su contradicción, o por rubor, o por cansancio, o por temor de algún peligro que le pueda sobrevenir. 955 Otros, considerando a su propia religión verdadera y no dudando acerca de su verdad, opinan que deben defen­ derla respecto de los demás, elogiándola com o la mejor y su­ primiendo lo que en ella hay de reprobable, y rechazando a sus enemigos con cualquier cosa que les ocurra, sin preocu­ parse de emplear la mentira, el sofisma, la calumnia o el desdén, pues, a su juicio, quien se opone a ellos o a su reli­ gión, una de dos: o es enemigo, y entonces es lícito emplear la mentira y el sofisma para rechazarlo y vencerlo, como ocurre en la guerra santa o en la guerra ordinaria, o no es enemigo, pero que ignora, por la escasez de su inteligencia y de su discernimiento, la felicidad, que obtendría practicando aquella religión, y entonces es lícito procurar al hombre su propia felicidad, aunque sea por la mentira y el error, como se hace con las mujeres y con los niños. F in Muy glorificado sea el Dador de la ayuda e inteligencia, como de ello es digno. En el día 6 de Chumada el segundo, año 710 (1310). Concordia entre Platón y A ristóteles Al-Farabi 574 C O N C O R D IA EN TRE EL D IV IN O P L A T O N Y ARIST O TE L E S ¡En nombre de Alláh, el piadoso, el misericordioso! Libro de la Concordia entre las maneras de pensar de los dos filósofos: el divino Platón y Aristóteles, por el doctor e im am , llamado el segundo maestro, A b ü Na?r al-Farabí. ¡Dios le sea propicio! ¡Gloria (a D ios), dador y autor del entendimiento, prin­ cipio y creador de todo! ¡Bástenos su beneficencia y favor eternos! ¡Venga su bendición sobre Muhammad, el señor de los profetas, y sobre toda su familia! 575 principios y fundamentos (raíces); ellos perfeccionaron sus extremos y ramas; de ellos se fían todos así en lo importante como en lo secundario, y a ellos acuden todos así en lo de poca com o en lo de mucha consideración. Cualquier ramo del saber que de ellos derive es fundamento básico en que puede uno apoyarse, porque ello será cosa libre de oscuridades y de confusiones. Esto mismo pronuncian las lenguas de todos, y esto atestiguan los entendimientos, si no los de la turba, al menos los de la mayoría de los que están dotados de espíritu claro e inteligencia pura. Causas y sospechas de un desacuerdo 956 Observando yo cóm o muchas gentes de nuestro tiempo mutuamente se agitan y discuten el problema de la temporaneidad o eternidad del mundo y aun pretenden que en eso los dos más distinguidos (campeones) filósofos de la antigüedad eran de distinto parecer, tanto en el modo de pro­ bar la existencia del autor primero como en el de probar la existencia de las cosas emanadas de él; (y observando eso mis­ m o) en la cuestión del alma y del entendimiento (separado) y en lo de remunerar las buenas o malas obras y aun en otras muchas cuestiones políticas, éticas, lógicas (observando, digo esto): me vino el deseo de componer este tratado para explicar la Concordia que entre los pareceres de ambos existe y ex­ poner el modo cómo se demuestra esa concordia y cuál es el sentido de sus tesis, haciendo así ver sus coincidencias en lo que ambos internamente creían y desarraigando de los cora­ zones de los que estudian sus libros, las dudas e inquietudes. También expondré aquellos pasajes de sus tratados que se prestan a opiniones particulares y también aquellos lugares que parecen dudosos, porque esto es lo más importante que, al declararlos, se puede intentar, y lo más útil que uno puede declarar y elucidar. Méritos de Aristóteles y Platón 957 Por definición y esencia (objeto formal), la filoso­ fía es la ciencia de los seres en cuanto tales. De estafilosofía son nuestros dos sabios los autores; ellosdesarrollaron sus 9 5 6 -9 7 6 M . A I p .7 7 -8 1 ; 956 M . A l o n 957 M . A l o n mana l on so, o . c . , I d ., C r u z H e r n á n d e z , Filosofía hispano-musulp . 4 4 -4 6 ; M adko u r , o . c . , p . 3 8 -4 3 . n t .l y 2. nt.3 y 4 ; M a d k o u r , o . c . , p . 11-12. p .3 - 6 ; 958 Puesto que el discurso externo y la convicción in­ terna entonces se tienen por verdaderos, cuando objetivamen­ te corresponden al ser que representan (sustituyen), un des­ acuerdo entre ambos filósofos en las distintas ramas de la fi­ losofía implica inevitablemente uno de estos tres defectos (hiatos): o no será exacta esa definición, antes declarada, acer­ ca de la esencia (objeto formal) de la filosofía; o bien, res­ pecto del filosofar de estos dos hombres, la opinión tradicio­ nal y convicción de todos — o al menos de la mayoría— será cosa de espíritus débiles y enfermizos; o bien, finalmente, los que opinan que en los principios fundamentales hay entre ellos discrepancias, tendrán de ellos un conocimiento bastante corto y menguado. Análisis del concepto de la filosofía 959 Una definición exacta deberá corresponder a la cien­ cia filosófica, cosa que ciertamente quedará demostrada me­ diante una inducción que recorra una a una hasta la última de las partes de esta ciencia. En efecto, los objetos formales y las materias de las ciencias no pueden menos de pertenecer o a la Metafísica, o a la Física, o a la Lógica, o a la Matemá­ tica, o a la Etica. Ahora bien, la filosofía es la ciencia que se propone colegir todas esas materias, sacándolas a luz y explicitándolas, de modo que ningún ser real hay en el mundo que no tenga su parte en la filosofía, o que en ella no tenga una finalidad propia; y aun también pertenece a ella cual- La filosofía árabe s o , o .c ., s o , o .c ., p .4 I p .4 1 959 M. A l o n s o , o .c ., p.41 nt.5 y 6. 576 Al-Farab¡ quier conocimiento a que se extienda el objeto de la potencia intelectual humana. 960 El método analítico — y tal fue el método que el sabio Platón seguía— declara y manifiesta bien lo que deci­ mos; porque el que divide (analiza), ardientemente desea que no se le quede aislado ninguno de los miembros existentes y reales. Si Platón no hubiera seguido ese método, tampoco el sabio Aristóteles hubiera en pos de él emprendido el mismo camino. Pero una vez que se encontró con que Platón se ha­ bía pronunciado por ese método, dándole a conocer, demos­ trándolo y declarándolo, se cuidó mucho Aristóteles de apli­ car sus desvelos y emplear sus trabajos en desenvolver el mé­ todo silogístico, y con claridad y precisión estableció como ley el empleo del silogismo y de la demostración apodíctica respecto de cualquier tesis que el análisis exigiera. De este modo Aristóteles fue el continuador de la obra de Platón perfeccionándola y favoreciéndola con su ayuda y madurez. 961 Quien estando ya bien informado en la Lógica vaya adquiriendo la ciencia de la Etica (de los hábitos morales) y continúe luego con la Física y Metafísica, estudiándolo todo en los libros de ambos filósofos, verá con luz meridiana la verdad de lo que he dicho. Encontrará, en efecto, que ambos intentaban describir las ciencias de los seres del mundo y que ambos se esforzaban por declarar los modos de los seres como ellos son en sí mismos, sin intención alguna de crear por sí cosa alguna ni de hacer algo extraño y nuevo, deslumbrador y llamativo; mejor dicho, la intención de ellos fue contribuir con su esfuerzo y trabajo, conforme a la capacidad y aptitud que poseía. Siendo esto así, la definición ya dicha de la filosofía, es a saber: que es la ciencia de los seres en cuanto tales, es una definición exacta que esclarece bien la naturaleza del defini­ do y que demuestra bien su esencia (objeto formal). Análisis de la opinión tradicional 962 Que la opinión tradicional y aun la convicción in­ terna que todos, o al menos una mavoría, tienen de estos dos filósofos de que ambos son muy dignos de consideración y 961 M adkou r, o .c ., Concordia entre Platón y A ristóteles 577 doctores muy distinguidos en esta ciencia, sea cosa de espí­ ritus débiles y enfermizos, está muy lejos de que la pueda aceptar el entendimiento y someterse a ella sin más. Y la razón es porque la realidad está clamando por lo contrario. Con toda certeza sabemos que no hay prueba testimonial más fuerte ni más útil ni más positiva que el hecho de que mu­ chos observadores atestiguan una misma cosa y que aparezca sobre ella la unanimidad entre los distintos modos de pensar. Porque en general el entendimiento sirve de prueba, pero sien­ te la necesidad de ver que coinciden con él otros muchos, porque el entendimiento com o el ser dotado de él imagina muchas veces una cosa en pos de otra a la inversa de lo que es en realidad y eso acaece porque los indicios demostrativos de la realidad de las cosas se parecen mucho entre sí. C u an d o/ pues, todos están conformes, no hay demostración más posi­ tiva que ésa. No te ciegue ahora el hecho de que haya mu­ chas gentes preocupadas con opiniones falsas, porque la mul­ titud que sigue una opinión, invocando en favor de ella a un doctor (imam) que los guía y con el cual se conforman, no representa en el caso más que un solo entendimiento. Ahora bien, un solo entendimiento, como ya dijimos, se equivoca a veces, aun tratándose de una misma cosa, especialmente cuan­ do no reflexiona repetidas veces sobre la opinión que cree verdadera ni la considera con ojo avizor y crítico; porque la buena fe en algo o la negligencia en examinar suele a veces encubrir las cosas y ciega y hace formar sobre ellas una ima­ ginación distinta de la realidad. En cambio, cuando concuerdan entre sí distintos entendimientos después de considerar, evalorar y examinar una cosa, después de revolverla por to­ dos los lados y de objetar contra ella y de someterla a crítica, y finalmente después de señalar las posiciones de uno y otro bando, no hay cosa más exacta que aquella en que todos creen, de que todos son testigos, y en que todos convienen. Ahora bien, aquí nos encontramos con que gentes de diversas lenguas están contestes sobre la preeminencia de estos dos filósofos. Se comparan las filosofías de ambos. A cada uno se le concede un valor propio. En ambos es muy alto el grado de profunda sabiduría, de actos cognoscitivos muy sutiles, de descubrimientos admirables, de penetración de pensamientos muy finos, que en todo nos podrán conducir a cosas bien discernidas (puras) y verdaderas., p.12. Los filósofos medievales 1 19 Al-Farabi 578 Análisis de la tercera razón del desacuerdo 963 Siendo esto así, resta tan sólo ya que sea un poco menguado (corto) el conocimiento de los que opinan que en los principios fundamentales hay entre ellos desacuerdo esencial. Conviene saber que no hay ninguna opinión equivocada, nin­ guna causa errónea, sin que se dé para ello algún determi­ nante o algún motivo. Presentamos, pues, en primer lugar algunas causas que pueden haber dado motivo a la idea de que entre estos dos filósofos hay desacuerdo en los princi­ pios, aun tratándose de algo esencial; en segundo lugar ha­ bremos de tratar de la Concordia misma entre los modos de ver de ambos... Cuestión de las substancias 964 Otra cosa en que han reparado es en la cuestión de las substancias, esto es, que las substancias que Aristóteles llama primeras, son distintas de las que Platón llamó primeras. Respecto de este capítulo la mayoría de los que estudian ios libros de ambos filósofos, se pronuncian por una discrepan­ cia esencial entre sus modos de pensar. Lo que les lleva a este juicio y opinión estriba en expresiones que encontraron en muchos libros de Platón, v. gr., en el Timeo y en la lla­ mada Política menor, expresiones que prueban que las subs­ tancia más excelente, más antigua y más noble, es aquella que más se acerca al entendimiento y al alma y la que está más alejada del sentido y de la manera de ser de los generables. Encontraron, por el contrario, que Aristóteles en las expre­ siones de sus libros, v. gr., en el Libro de las Categorías y en el Libro de los Silogismos condicionados, declara que las subs­ tancias más dignas en nobleza y antigüedad son las substan­ cias primeras, esto es, los individuos (personas). Pues como vieron que tales expresiones, según las hemos aducido, eran tan diferentes y distintas, ya no dudaron de que entre sus convicciones íntimas hay discrepancias esenciales. 965 Pero el problema se debe explicar de este modo: Propio es del método de los sabios y filósofos distinguir las ideas y los juicios en las diferentes ciencias. En una ciencia 964 M. 965 M. A lo n s o , o .c ., A lo n s o , o .c ., p.62 nt.13 y 14. p.62 nt.15.16.17. Concordia entre Platón y Aristóteles 579 hablan, de consiguiente, de un objeto según los juicios (tecni­ cismo) propios de esa ciencia; pero en otra ciencia hablarán del mismo objeto de m odo distinto de com o hablaban en la primera ciencia. No es esto nuevo ni tampoco reprobable. El quicio mismo de la filosofía gira todo entero alrededor de las cuestiones del en cuanto y del en cierto modo y, como suele decirse, si se hace desaparecer el en cuanto y el en cierto modo desaparecerán consecuentemente todas aquellas ciencias y la filosofía misma. ¿Es que por ventura no ves que una misma persona, Sócrates, por ejemplo, está en la categoría de substancia en cuanto es hombre, y bajo la categoría de can­ tidad en cuanto dotado de extensión, y bajo la categoría de cualidad en cuanto es blanco o excelente u otra cosa, y bajo la categoría de relación en cuanto es padre o hijo, yNaajo la de situación en cuanto está sentado o recostado, y lo mismo se diga de otras cosas parecidas a éstas? 966 Por eso, cuando el sabio Aristóteles puso como subs­ tancia más digna en antigüedad y excelencia los individuos substanciales, lo hizo tan sólo en la Lógica y en el D e generatione al observar las circunstancias de los seres más apro­ ximados a los sensibles, que es por donde comienza para nos­ otras todo inteligible y en lo que ha de sustentarse todo con­ cepto universal representable. En cambio, cuando puso el sa­ bio Platón los universales como substancias más dignas en antigüedad y excelencia, lo hizo tan sólo en la Metafísica y en los tratados teológicos, cuando consideraba los seres sim­ ples e inmortales que ni se transforman ni se desfiguran. Ahora bien, habiendo entre estos dos objetivos una diferen­ cia palmaria y entre esas dos partes tan diferentes un amplio intervalo y entre las cosas examinadas por los dos una dis­ crepancia esencial, podrá ser verdad que estas dos teorías de estos dos filósofos concuerden entre sí y no discrepen, por­ que las discrepancias tan sólo serán esenciales cuando de la misma substancia y bajo el mismo respecto emitan ambos fi­ lósofos en vista de un mismo fin dos juicios diferentes. Mas no siendo eso así, podrá ser evidente que las teorías de am­ bos concuerden en un juicio único respecto de la prioridad y excelencia de las substancias. 966 M. A l o n s o , o .c ., p.62 nt.16.18.19.20. 580 Al-Farabi Análisis y síntesis 967 También en la cuestión del análisis y síntesis de los conceptos en orden a llegar a definiciones exhaustivas (com ­ pletas) de un objeto, creen algunos que al parecer de Platón tales definiciones tan sólo se pueden obtener por vía de aná­ lisis, mientras que al parecer de Aristóteles a tales definicio­ nes se llega tan sólo por vía de demostración apodíctica y de síntesis. Sobre esto conviene saber que tales grados son como los de la escalera, por los que se sube y también se baja; pero el espacio recorrido en ambos casos es idéntico. Entre las dos direcciones hay, sin embargo, una diferencia: A l pa­ recer de Aristóteles el camino más seguro y más corto para llegar a definiciones cumplidas consiste en indagar las propie­ dades de la cosa que se quiere definir: ¿cuál es lo más ge­ neral perteneciente a su esencia?, ¿cuál lo más substancial? y todo lo demás que se dice en los pasajes de sus libros al hablar del modo de obtener tales definiciones, com o, v. gr., en la Metafísica e igualmente en el Libro de la demostración apodíctica (Posteriora analytica) y en la Dialéctica (T ópicos) y en otros pasajes que sería demasiado largo enumerar aquí. 968 Sin embargo, una buena parte de sus expresiones no carece de cierto análisis, aunque éste en ellas no sea tan ma­ nifiesto; porque, cuando él distingue entre lo general y lo propio, entre lo esencial y no esencial, va sin duda recorrien­ do según su manera natural de ser y según su manera de entender y pensar, los caminos del análisis; pero tan sólo en algunos pasajes dice eso con claridad. No rechaza, pues, abso­ lutamente la vía analítica, sino que la cuenta entre todos los demás recursos, según lo reclaman las partes de lo que se quie­ re definir. Prueba de esto es lo que dice al fin del primer tratado del Libro del silogismo (Priora Analytica): «E l aná­ lisis que tiene lugar respecto de los géneros es una pequeña parte de esta manera de proceder, porque eso es fácil de co­ nocer» y lo demás que inmediatamente sigue. No enumera ciertamente Aristóteles los conceptos cuyo uso le parece bien a Platón, cuando intenta lo más general que puede darse en lo que contiene las cosas que pretende definir: él divide des967 M. A l o n s o , o . c . , p.63 nt.21ss; C r u z H e r n á n d e z , Filosofía hispano-musulmana I p.79-80; A. L, M o t z k i n , Al-Farabi on analysis and synthesis' Aoeiron 6 (1972) 33-38. 968 M. A l o n s o , o . c . , p.63 nt.24. Concordia entre Platon y Aristóteles 581 de luego el objeto en dos partes esenciales, luego subdivide igualmente ambos miembros y examina en cuál de los dos cae aquello cuya definición intenta y no deja de proceder así has­ ta obtener algo general, algo que se acerque a aquello cuya definición intenta, algo que sea una diferencia específica cons­ titutiva de la esencia y discriminativa entre lo general y co­ mún a otras cosas. En esto, pues, no falta cierta síntesis, por cuanto la diferencia específica se compone con el género, aun­ que desde el principio de la cuestión no fuese ése el intento. Luego si no carece de síntesis en lo que practica, aunque ex­ trínsecamente el método de uno difiera del método del otro, sin embargo, las intenciones internas son las mismas. Intrín­ secamente lo mismo es indagar en un ser el género y la dife­ rencia específica que indagar ese mismo ser en su género y di­ ferencia específica. 969 De consiguiente, es manifiesto que entre las dos opiniones no hay discrepancia fundamental, aunque entre los dos métodos haya alguna discrepancia. Pero no pretendemos con esto que no haya distinción ninguna entre una y otra manera, entre una y otra dirección en ambos métodos, porque con eso necesariamente preexigiríamos que las palabras, ma­ neras y métodos de Aristóteles fuesen las mismas palabras, maneras y métodos de Platón: cosa absurda y reprochable. Lo que pretendemos decir es que entre ambos no hay dife­ rencia radical y pretendida, según ya demostramos y demos­ traremos aún, con la voluntad y gracia de D ios... D e la eternidad o temporaneidad del mundo 970 De la eternidad o temporaneidad del mundo. Tam­ bién reparan en la cuestión de la eternidad o temporaneidad del mundo, y en si tiene el mundo o no tiene un hacedor que sea su casa eficiente. Creen que Aristóteles opina que el mun­ do es eterno, mientras que Platón opinaría que es temporá­ neo. Puedo afirmar que lo que los induce a este pensamiento, tan odioso y aborrecible respecto del sabio Aristóteles, es lo que éste sostiene en los Tópicos, a saber: A veces sucede que una misma enunciación puede según uno cualquiera de los dos extremos presentar un silogismo de premisas probables 969 C r u z H e r n á n d e z , Filosofía bispano-musulmana o.c., p.28-34. 970 M. A l o n s o , o . c . , p.67 nt.59s. I p.80-81; M adk ou r, 582 Al-Farabi Concordia entre Platón y Aristóteles (generalmente extendidas entre las gentes), v. gr., «el mundo o es eterno o no es eterno». Necesario es refutar (al-rad aña­ dido en la ed. del Cairo) a estos contradictores, primeramente porque lo que se aduce por vía de ejemplo, no significa pre­ cisamente una convición interna. En segundo lugar debe sa­ berse que la intención de Aristóteles en los Tópicos no es demostrar cuestión alguna acerca del mundo, sino que su in­ tención es tratar de silogismos compuestos de premisas pro­ bables. El se encontró con que sus contemporáneos especula­ ban y disputaban sobre el origen del mundo, de si era eterno o de si era temporáneo, com o disputaban también sobre el placer, de si era bueno o de si era malo. Y sobre ambos ex­ tremos del problema aducían silogismos de premisas proba­ bles. Aristóteles, pues, en este libro y en otros suyos demos­ tró que en las premisas vulgarmente conocidas o probables no están bien deslindadas la falsedad y la verdad, porque lo pro­ bable unas veces es falso; y, sin embargo, en las polémicas no se rechaza por falso. Y otras veces es verdadero y en­ tonces se emplea en las polémicas por su notoriedad y en la demostración apodíctica por su verdad. Por lo dicho se ve claro que no se le puede atribuir a Aristóteles una convicción interna acerca de la eternidad del mundo por sólo este ejem­ plo que en este libro puso. el mundo se debe a la iniciativa del creador, a un acto repen­ tino y sin tiempo, pero del movimiento del mundo se siguió el tiempo. 971 También los induce a esta opinión lo que Aristóte­ les trae en el D e cáelo et mundo diciendo que el universo no tuvo comienzo temporal. De donde infieren que sostiene la eternidad del mundo. Pero la cosa no es así, porque ya había dicho antes y demostrado en este mismo libro y también en otros sobre la Tísica y la Metafísica, que el tiempo no es más que el número del movimiento de la esfera celeste y que de este movimiento provenía el tiempo. Ahora bien, provenir de una cosa no es lo mismo que comprehenderlo dentro de sí la cosa misma. El sentido, pues, de la expresión: «E l universo no tuvo comienzo temporal» es que en sus partes no se fue sucesivamente produciendo, como se va produciendo o levan­ tando una casa, o como se va sucesivamente formando un animal parte por parte, sino que fue producido todo repenti­ namente. En el caso de dos partes una precedería a la otra en el tiempo. El tiempo, pues, nace del movimiento de la esfera celeste, pero sería absurdo pensar que el origen del cie­ lo tuvo comienzo temporal. Con esto queda ya declarado que 971 M . A lonso, o .c ., p.67 nt.62. 583 972 Quien haya parado mientes en las expresiones de Aristóteles sobre la divinidad en el libro titulado Utülüyía (T heologia), no podrá dudar que afirma la existencia de un creador que dio comienzo a este mundo, porque, según sus expresiones, es cosa tan clara que a nadie se le podrá ocultar. Allí, pues, demuestra que el creador creó la materia prima de [a nada, porque ella de un acto voluntario del hacedor reci­ bió la corporeidad y la organización. Además, demuestra en el D e physico auditu que el universo no puede provenir de la fortuna o del acaso, y del propio modo habla también del mundo en su conjunto en el D e cáelo et mundo y lo probaba por la magnífica coordinación que unas partes del mundo tie­ nen respecto de las otras. 973 También probó allí cuántas y cuáles eran las causas, afirmando entre ellas las causas eficientes, y demostró también la existencia de un organizador y motor distinto de lo organiza­ do y de lo movido. Así como Platón en el Time o demostró que todo lo formado tenía indispensablemente una causa formadora y que lo formado no podía ser causa de su propio ser, así también demostró Aristóteles en la Teología que el uno debe presuponerse en toda pluralidad, porque una pluralidad en que no se presupusiese el uno, sería absolutamente ilimi­ tada y eterna. La demostración de esto la hace con pruebas muy claras. Por ejemplo, dice: Cada una de las partes de una pluralidad o es única o no es única. En el segundo caso, no podrá menos de ser múltiple o será la nada. Si es la nada, por fuerza se seguirá que con ella ninguna pluralidad puede componerse. En el caso de ser múltiple, ¿cuál es la distinción entre esa parte y lo múltiple? Además, forzosamente se se­ guiría de eso que un infinito era mayor que otro infinito. Demuestra también que aquello en que siendo propio de este mundo se presuponga el uno, tan sólo en cierto sentido será uno; y si en realidad no es uno, sino que todo uno está allí presente, el uno será entonces distinto de él y él distinto del uno. A l fin demuestra que el uno verdadero da la unidad a todos los seres reales. Además declara que lo múltiple es ne­ cesariamente después del uno y que el uno precede sin duda 972 M. 973 M. A l o n s o , o .c ., p.67 nt.63ss. A lonso , o .c ., p .6 8 nt.66s. 584 Al-Farabi a lo múltiple. También prueba Aristóteles que el ser múl­ tiple, cuanto más cerca está del uno verdadero, es más pri­ mitivo que otro ser cualquiera que está más alejado, y vice­ versa. 974 Después de anteponer estas premisas, se eleva gra­ dualmente a tratar las tesis acerca de las partes del mundo, corpóreas y espirituales. Y prueba suficientemente que todas las partes del mundo tienen por autor al hacedor que les dio principio, y que él es la causa eficiente y el uno verdadero y autor de todo ser, conforme en todo con lo que acerca de la divinidad había demostrado Platón en sus libros, v. gr., en el Timeo, en la Política y en otros tratados suyos. Además en algunos libros de la Metafísica trata ciertamente Aristóte­ les de un hacedor, v. gr., el que lleva la letra lambda. Vuelve allí a tratar de la exactitud de las premisas precedentes de modo que él se mantiene en ellas com o antes se mantenía. En todo esto no se sabe que tuviera Aristóteles predecesor ni que le haya superado alguien desde entonces hasta hoy día. Supuesto todo esto, ¿crees tú por ventura que aquel cuyo camino sea este camino, ha de consentir en que no existe ha­ cedor y decir que el mundo eseterno? 975 Sobre la existencia del creador, tiene Ammonio un tratado singular donde recoge las expresiones de ambos sa­ bios. Por ser este tratado bien conocido, no tenemos necesi­ dad de presentarlo en este lugar. El método seguido por Am ­ monio en este tratado es una vía media (muy legítima), de manera que, al separarnos de él, haríamos com o quien re­ prende un hábito moral y lo tiene él mismo. Si éste no fuera el caso, nos alargaríamos nosotros en este discurso. Pero ya hemos demostrado que ningún método, ninguna secta, nin­ guna religión positiva, ninguna escuela de los que enseñan la temporaneidad del mundo y sostienen la existencia de su ha­ cedor y explican el problema del origen de las cosas, tiene algo positivo que no tenga ya Aristóteles y antes de él Platón y los que siguieron las huellas de ambos. Todas las expresio­ nes que se encuentran en los sabios de las demás escuelas y sectas tan sólo demuestran de un modo especial la eternidad de la naturaleza a parte ante y su persistencia posterior. Quien desee llegar a conocer bien esto, podrá leer los libros com ­ puestos sobre los orígenes de las cosas y las narraciones en 974 M. 975 M. A l o n s o , o .c ., A l o n s o , o .c ., p .68 nt.69s. p .68 nt.71ss, Concordia entre Platón y A ristóteles 585 ellos citadas y los monumentos literarios que de los antiguos se refieren. En sus veredictos encontrará c o s a s maravillo­ sas. V. gr.: A l principio solamente había agua que se iba mo­ viendo y así se fue reuniendo en un sitio su espuma y de ésta se fue condensando la tierra. De la tierra comenzó a salir el humo y de él se fueron formando los cielos. Considérese bien lo que los judíos, los magos y demás pueblos dicen. T odo ello implica transformaciones y mutaciones que son todas cosas muy contrarias a una verdadera innovación inicial. Lo que se encuentra en todos ellos respecto a qué irán a parar los cie­ los y las tierras en punto a pliegues y despliegues y a su lan­ zamiento al infierno y a su dispersión y así otras cosas pare­ cidas: todo esto no denota la nada pura. 976 Si no hubiese Dios salvado los seres intelectuales y racionales mediante estos dos filósofos y los que les si­ guieron, aclarando el problema de la innovación con pruebas claras y suficientes, esto es, declarando que las cosas no se generaron de algo (com o de materia presunta) y que todo lo que se origina de otra cosa, se corrompe necesariamente en esa otra cosa de que procede, y que debiendo el mundo su origen a la nada, su paradero ha de ser la nada, y los demás argumentos y pruebas y demostraciones parecidas a las ya di­ chas, de las que están llenos sus libros, donde especialmente declaran lo que ambos dijeron sobre la divinidad y el comien­ zo de la naturaleza: (si Dios, digo, no hubiera tenido esa pro­ videncia) estarían las gentes en gran perplejidad y confusión. Pero tenemos sobre este capítulo un método que seguiremos y con el cual podemos comprobar el contenido de aquellas expresiones de la revelación y estas expresiones son acertadas y verdaderas, a saber, que el Hacedor es quien rige todo el universo mundo sin que se le oculte el peso de un granillo de mostaza, ni a su providencia se escape parte alguna del mun­ do, según lo que sobre esta providencia ya hemos demostra­ do; a saber, que la providencia universal se extiende a todas las cosas particulares y que cada una de las partes del mundo, y cualquiera de sus estados están en el lugar conveniente y más perfecto, com o lo demuestran los libros de anatomía y las utilidades de los miembros (en los seres orgánicos) y las tesis de la Física que se parecen a las dichas. T odo ser cuya constitución se apoya en otro, está confiado a aquel en que se apoya mediante aquélla suma providencia y sabiduría, se976 M. A lo n so, o . c ., p .68 nt,74ss. 586 Al-Farabi D e los significados de «in telecto» gún que de las partes de la Física se puede ir subiendo a los problemas de la demostración apodíctica, a los problemas del gobierno político y a los de la religión positiva. Los problemas de la demostración apodíctica están confiados a los dotados de espíritu claro e inteligencia recta; los del gobierno polí­ tico, a los dotados de maneras de pensar justas; y los de la religión positiva, a los dotados de inspiraciones espirituales. Entre todos estos problemas, los más generales son los reli­ giosos y sus expresiones están fuera de los alcances de los destinatarios, y por esto a los destinatarios no se les debe zaherir por lo que no son capaces de representarse... las cuales subsiste, sino que simplemente resulta forma de esta esencia. Pero esa forma abstraída de sus materias y que resulta forma en esta esencia, es entendida (intellecta), con nombre derivado del de esa esencia que abstrae de las cosas, de suerte que llegan a ser formas para ella. D E LO S SIG N IF IC A D O S DE «IN T E L E C T O » Libro de Alfarabi sobre el entendimiento y lo entendido 977 Alfarabi ha dicho que el término «intelecto» se em­ plea en muchos sentidos. Uno de ellos es aquel en que el vulgo habla de un hombre inteligente o discreto. El segundo es el (del) intelecto que los mutakallimüm citan con frecuen­ cia al decir: el intelecto exige o rechaza tal cosa. El tercero es el (del) intelecto que pone Aristóteles en el libro de las Demostraciones. El cuarto es el del que habla Aristóteles en el tratado sexto de su libro sobre la moral. El quinto es el intelecto del cual habla Aristóteles en el libro D e anima. El sexto es la inteligencia que pone Aristóteles en el libro de la Metafísica... ) 978 Por lo que hace al intelecto de que habla en el libro D e anima, lo pone en cuatro sentidos: el intelecto en potencia, el intelecto en acto, el intelecto adquirido y el intelecto agente. El intelecto en potencia, o es el alma misma, o una parte del alma, o alguna de las facultades del alma, o algo cuya esencia tiene la capacidad de abstraer las quiddidades de todas las cosas, y sus formas de sus materias y hacerla para sí una sola forma o muchas formas. Esa forma abstraída de las ma­ terias no por eso se constituye separada de sus materias en 977-994 A l - F a r a b i , Epístola sulVintelletto, trad., introd. e note, a cura di Fr. L u c c h e t t a (Padova 1974); C r u z H e r n á n d e z , Filosofía hispano-musulmana I p.89.90.92-95; I d . , La filosofía árabe p.56-58; M a d k o u r , o . c . , p.122-146.172.173175; G i l s o n , Le texte latín médiéval du «De intellectu» d Alfarabi: Arch. d’hist. doctr. litt. du M. A. 4 (1929) 108-141. 977 M adkour , o . c . , p .1 3 0 . 9 78-979 M a d k o u r , o . c . , p . 137-139. 587 979 Esta esencia es semejante a una materia en la cual se imprimen formas. Es com o si en una materia corporal, por ejemplo, la cera, se imprime un sello ( celatura) que la penetra toda entera, de suerte que se convierte en ese sello y en esa for­ ma en su superficie y en todo su interior, y la tal forma que­ da infundida en toda la materia; así tienes que llegar a pen­ sar el modo como esa esencia adquirió las formas de las cosas, que es semejante a la materia y es sujeto para esa forma, pero distinguiéndola de las demás materias, las corporales, en que éstas, productos del acto, no reciben las formas más que en la superficie, no en la profundidad de su interior, mientras que en los cuerpos naturales sucede lo contrario. En una esen­ cia como ésta, ésta no es distinta de las formas de las cosas entendidas, de suerte que haya una esencia distinta para ella y otra esencia distinta para las formas que están en ella, sino que, al contrario, ella se hace la forma misma: como si el se­ llo o la configuración de una forma cúbica o esférica estuvie­ se impresa de tal manera en un trozo de cera, que la pudie­ se penetrar y dejar transida en su longitud, latitud y profun­ didad, de suerte que la cera se convierta en el sello mismo; conforme a ese ejemplo tienes que idearte la adquisición de las formas de las cosas en esa esencia que Aristóteles deno­ mina intelecto en potencia en el libro D e anima. 980 En efecto, mientras no hay en ella ninguna de las formas de las cosas, esa esencia es intelecto en potencia; pero cuando se encuentran ya en ella las formas de las cosas, de la manera que hemos visto en el ejemplo aducido, esa esencia se hace intelecto en acto, y ése es el sentido que tiene la ex­ presión «intelecto en acto». Pues cuando adquiere los inteli­ gibles que ella abstrae de las materias, entonces esos que an­ tes de ser abstraídos de sus materias eran solamente entendi­ dos en potencia, se hacen, una vez abstraídos, entendidos en acto, y llegan a ser formas de esa esencia. Esta, en efecto, no se hace intelecto en acto sino por razón de los que son en­ tendidos en acto; pero el que éstos sean entendidos en acto 980 M a d k o u r , o . c . , p.139.140; H. A. D a v i d s o n , Alfarabi and Avicenna on the active intettect: Viator, Mediaeval and Renaissance Studies 3 (1972) 109-178. 588 Al-Farabi D e los significados de « intelecto» y que ella sea intelecto en acto es una misma cosa. El sentido de esta expresión por la que decimos que ella es actualmente inteligente no es otro que el que los objetos entendidos lle­ gan a ser formas suyas, de suerte que ella es la forma misma. tanto respecto del primero como del segundo de esos inteli­ gibles. 981 Así que las expresiones «ella se hace inteligente en acto e intelecto en acto» y «el objeto entendido en acto» son una misma expresión, y quieren significar exactamente lo mis­ mo. Los objetos entendidos, que eran entendidos en potencia antes de ser entendidos en acto, eran formas que existían en sus materias fuera del alma; pero, una vez que han sido enten­ didos en acto, entonces su ser, en cuanto que son entendidos en acto, no es el que tenían en cuanto formas en sus mate­ rias. En efecto, el ser que tienen en sí mismos o en sus ma­ terias no es el ser que tienen en cuanto que son entendidos en acto, pues a ese ser en sí mismo les acompaña lo que suele irle anejo, que unas veces es el lugar; otras, el tiempo; otras, la situación; otras, la cuantidad; otras, la cualidad en sus mo­ dalidades corporales; otras, la acción; otras, la pasión. Pero cuando llegan a ser entendidos en acto, desaparecen en ellos muchos de esos predicamentos: así que su ser se hace otro ser. Entonces, los objetos entendidos, o muchos de ellos, lle­ gan a ser de tal condición, que sus conceptos reciben una nue­ va interpretación, diversa; v. gr., el lugar que está entre ellos, si se atiende a su concepto, o no se le encontrará en ellos, o no se le llamará así sino porque hay algo que hará adquirir otro concepto con una significación nueva. 982 Una vez, pues, que los inteligibles se hacen en acto, entonces llegan a ser como tales uno de los objetos que tienen existencia en el mundo y, en cuanto entendidos en acto, en­ tran a formar parte del número de las cosas reales. Pues la naturaleza de las cosas reales lleva consigo el que sean enten­ didas y el que se hagan formas de dicha esencia, y una vez que eso se ha verificado, nada impide el que esas cosas sean entendidas, en cuanto que son entendidas en acto, y el que la esencia misma sea intelecto en acto y, por lo mismo, en­ tienda. Así que lo que es entonces entendido no es algo dis­ tinto de lo que es el intelecto inteligente en acto. Pues lo que es intelecto en acto no lo es sino porque el objeto entendido se hace forma suya, y el intelecto se hace en acto tan sólo respecto de esa forma; pero sigue siendo intelecto en poten­ cia respecto de otro inteligible que todavía no lo tiene en acto; cuando lo hubiere adquirido, se hará intelecto en acto 589 983 Y cuando llegare a hacerse inteligente en acto res­ pecto de todos los inteligibles, siendo así uno de los seres existentes, entonces el alma misma llegará a ser todos los in­ teligibles en acto. Pues cuando entiende lo que es el Jntelecto en acto, entonces no entiende algo que esté fuerk de su esencia. Es, pues, evidente que, cuando entiende su esen­ cia [en cuanto que su esencia es el intelecto en acto, en­ tonces, de ese hecho de entender ella su esencia], no se le viene a ella algo cuyo ser sea diferente de ella, ya que ella misma es lo que es entendido en acto; sino que entiende de su esencia algo cuyo ser es el mismo inteligible que es su esencia. Esta esencia se hace, pues, a sí misma, entendida en acto; nuestra alma, antes de ser entendidos en acto esos ob­ jetos, no era entendida sino en potencia; ahora, en cambio, es entendida en acto, ya que se la entiende actualmente, y su ser entendió esos objetos por primera vez. Estos, en efecto, fueron entendidos cuando fueron abstraídos de sus materias en las cuales tenían su ser cuando eran inteligibles en paten­ cia, y después son entendidos por segunda vez, y entonces su ser no es el que antes tenían, sino que está separado de sus materias, de suerte que son formas que no están en sus materias, y así son entendidas en acto. 984 Así que cuando el intelecto conoce en acto los inte­ ligibles que son para él formas, en cuanto que son entendidas en acto, se hacen el intelecto que antes hemos llamado inte­ lecto en acto, y entonces se hace el entendimiento adquirido. Pero cuando se den algunas cosas que no son formas en ma­ terias, y que no lo han sido nunca, cuando son entendidas, se hacen inteligibles, pero tales cuales eran antes de ser enten­ didas. El sentido de que entiende algo es éste: que ella abs­ trae de sus materias a las formas que están en materias, y así adquiere por ellas un ser diferente del que tenía antes. 985 Pero cuando se trata de cosas que no están en ma­ terias, entonces no le es preciso en absoluto a esa esencia abstraerías de sus materias, sino que, así com o las encuentra abstraídas, así las entiende, de la misma manera que encuen­ tra a su esencia cuando es intelecto en acto gracias a los in­ teligibles que no están ya en las materias. Así, pues, su ser 9 8 4 M adko u r , o . c . , p .1 2 9 . 590 Al-Farabi en cuanto que son entendidas, se convierte en un segundo intelecto, y tal manera de ser es tal cual era antes de que fue­ sen entendidas con tal acto de entender; y eso es lo que hay que entender a propósito de las formas que no están en sus materias; pues cuando éstas son entendidas, su ser es exacta­ mente el mismo que tienen en nosotros en el entendimiento en acto. En efecto, lo que en nosotros está entendido en acto, es de la misma índole que esas mismas formas que no están en materia ni lo estuvieron nunca, pero de la misma manera que lo que de nosotros es entendido en acto decimos que está en nosotros, lo propio debemos decir de esas formas que estan en el mundo. Esas formas no pueden ser perfectamente entendidas sino después de que hayan sido adquiridos en acto todos los inteligibles, o la mayor parte de ellos, y haya sido obtenido el entendimiento adquirido; entonces serán entendi­ das esas formas y vendrán a ser de alguna manera formas para el entendimiento, en cuanto que es entendimiento ad­ quirido. 986 El entendimiento adquirido es a modo de sujeto para esas formas, y también a modo de forma respecto del intelecto en acto, y el entendimiento en acto es a modo de materia y sujeto respecto del entendimiento adquirido, y él mismo es, a modo de forma respecto de esa esencia: esa esencia es, a su vez, semejante a una materia, y a partir de ahí co­ mienzan las formas a descender hasta la forma corporal mate­ rial, desde la cual empiezan a elevarse hasta que llegan a se­ pararse paulatinamente de las materias, conforme a los modos de separación de lo que les es superior. 987 Si, pues, hay formas que de ningún modo están en materia, ni han estado ni estarán nunca, superándose en per­ fección y en grado de separación, guardando entre sí cierto orden, entonces, cuando se considera su estado, la más per­ fecta de ellas bajo ese aspecto hará de forma para la inferior, hasta que se llegue a la menor de todas, que es el entendi­ miento adquirido; ese proceso de descenso no cesará hasta llegar a la materia de la esencia y a lo que de las fuerzas ani­ males está bajo ella; y después, a la naturaleza, y no cesará el descenso hasta llegar a las formas de los elementos, las más pajas en el ser de entre las formas. Y por eso su sujeto es inferior a los demás sujetos, y es la materia prima. Una vez 986 M adkour, o . c . , p . 140 -14 1. \ D e los significados de « intelecto» 591 que tíos hemos remontado de la materia prima, llegaremos gra­ dualmente a la naturaleza que consiste en formas que están en materias hílicas; remontándose a Su vez a partir de ellas, se llega a aquella esencia, y así, subiendo más arriba, se llega al entendimiento adquirido, con lo que se está ya en lo que es semejante a las estrellas por su elevación respecto de las materias hílicas; reanudando la ascensión, se llega al primer orden de los seres separados; el primero en ese orden es el del entendimiento agente. 988 Así, pues, el entendimiento agente que menciona Aristóteles en el tratado III del libro De anima es una for­ ma separada, que no ha estado en una materia, ni lo estara nun­ ca; y como el alma es intelecto en acto, toda su eficacia esta en asimilarse perfectamente al entendimiento adquirido. Esa forma es la que hace que esa esencia, que antes era intelecto en potencia, sea intelecto en acto, y que los inteligibles en potencia pasen a ser entendidos en acto. Su relación al inte­ lecto que está en potencia es como del sol al ojo, el cual es visión en potencia mientras está en la oscuridad. La visión, en efecto, mientras se está en la oscuridad, es sólo visión en potencia; el concepto de oscuridad es el de iluminación en potencia, o el de privación de iluminación en acto; el de la iluminación, en cambio, es el de irradiación por un objeto lu­ minoso que se tiene enfrente. 989 Así, pues, cuando llega la luz a la vista, y al aire, y a un medio parecido, entonces el aire, con la luz que en él hay, se hace visible en acto y los colores se hacen asimismo visibles en acto. Pero lo que digo es que la vista no se hace vista en acto por sólo el hecho de que se haga en ella la luz y la irradiación en acto, sino porque, una vez que se produce en ella dicha irradiación, surge en ella la irradiación en acto, y se producen también en ella las formas de los objetos vi­ sibles, y se hace vista en acto, representándose las formas de los objetos vistos. Pero antes de esto es necesario que esté a disposición un rayo de sol o de algún otro objeto, para que así haya algo iluminado en acto, y lo que era visible en po­ tencia, resulte visto en acto. Así, el principio por el cual la vista resulta vista en acto después de haberlo sido en poten­ cia, y los objetos que eran visibles en potencia, sean vistos en acto, es la irradiación que se produce en la vista por el sol. 9 8 8 M a dko u r , o .c ., p . 14 2 -1 4 3 . 592 Al-Farabi / f 990 Conforme, pues, a este ejemplo, la esencia, que es intelecto en potencia, llega a adquirir algo que guarda con ella la misma relación que la irradiación en acto con la vista; eso se lo confiere el entendimiento agente. El es el principio que hace que lo que es inteligible en potencia llegue a ser en­ tendido en acto. Y así como es el sol el que hace que el ojo sea visión en acto, y los objetos visibles en potencia sean vis­ tos en acto, en virtud de la luz que sobre ellos derrama, así es el entendimiento agente el que reduce al acto al entendi­ miento que está en potencia y lo constituye entendimiento en acto, en virtud de lo que le comunica, y por eso mismo los inteligibles en potencia llegan a ser entendidos en acto. 991 El entendimiento agente es de la misma especie que el entendimiento adquirido. Las formas de los seres separa­ dos superiores a él se hallan en él incesantemente, sin princi­ pio ni fin; pero el ser que tienen en él es de un orden com­ pletamente diverso del que tienen en el entendimiento en acto: la primera forma que se nos presenta, cuando nos re­ montamos a los seres más perfectos, a partir de los menos per­ fectos, es menos excelente, com o dice Aristóteles en el libro de las Demostraciones, porque nosotros no nos elevamos a lo desconocido sino partiendo de lo que nos es más conocido. Ahora bien: lo que es más perfecto en el ser, es más descono­ cido para nosotros, y mayor nuestra ignorancia sobre ello. 992 Es, pues, preciso que el orden de las cosas que se hallan en el entendimiento en acto sea el inverso de su orden en el entendimiento agente. En efecto, el entendimiento agen­ te piensa primero, de los seres, lo que es más perfecto: las formas que están en las materias se hallan en el entendimien­ to agente com o formas abstractas: no que estuvieran primero en las materias y fuesen después abstraídas, sino que nunca cesaron de estar en acto en ese entendimiento... 993 Así, la sustancia del alma del hombre, o el hombre, con aquello con lo que queda constituida una sustancia, se aproximan más al entendimiento agente, lo cual es para él su fin ultimo y una vida distinta. De esa manera, en efecto, viene a adquirir por fin el hombre algo por lo cual queda consti­ tuido una sustancia y alcanza su perfección última, que está en que ejerza en otro ser una acción por la cual haga de ella una sustancia; eso es lo que quiere decir la expresión «otra vida» [distinta]. Si bien su acción no se ejerce en otro ser D e los significados de «in telecto» 593 distinto extrínseco a su esencia; obrar ella, no es otra cosa que encontrar su esencia. Su esencia, su acción y su obrar son una misma cosa, y, entonces, para existir no necesitará de que el cuerpo le sirva de materia, ni de que le ayude para alguna de sus acciones alguna de las facultades animales que hay en el cuerpo, ni tendrá necesidad alguna de instrumento corporal. El más inferior de sus grados sí que consiste en que para existir le sea necesario el cuerpo com o materia, en la que ella está como forma, pero sobre ese grado hay otro en el que para existir no necesita el cuerpo com o materia, aun­ que para muchas de sus acciones tenga necesidad de servirse de un instrumento corporal y de ayudarse de su acción, a saber, del sentido y de la imaginación; pero la perfección mayor de su ser la obtiene en la disposición que hemos dicho. 994 Que el entendimiento agente existe, ya se ha de­ mostrado en el libro D e anima. Mas parece que el entendi­ miento agente no siempre obra, sino que unas veces obra y otras no; de lo que se seguirá necesariamente que se hallaría en disposiciones para obrar o no, y así variaría él mismo, se­ gún esa diversidad de estados. Pero si no se hallase siempre en su perfección última, entonces no sufriría tan sólo cambios de disposición o estado, sino que variaría también en su esen­ cia, ya que su perfección última se hallaría en su sustancia unas veces en potencia, otras en acto. Y entonces, lo que en ella estuviese en potencia, haría de materia para lo que estu­ viese en ella en acto. Pero nosotros ya hemos dicho que está separado de toda materia; si esto es verdad, entonces está siempre en su perfección última... La salvación (IIÎN-SINA) AVICENA (980-1037) O b r a s p r i n c i p a l e s : Al-Sifâ (La curación); Al-Nayât (La salvación) (com pendio de la anterior); K itâb al-Isârât wa-’l-Tanbïhât (Libro de los teoremas y de los avisos); M antiq al-Masriqiyyin (La ciencia orien­ ta l); ‘JJyün al-Hikma (Las fuentes de la sabiduría); A qsâm al-U lüm al-aqliyya (D ivisión d e las ciencias intelectuales); K itâb al-insaf (L ibro del juicio imparcial); D ân is nâmih al-'Ala’ï (Principios de la ciencia para Ala al-Dawla); Risâlat al-Hudüd (Com pendio de las definiciones); A l-Iéarât ilâ ‘Ilm al-Mantiq (Teorem as sobre la lógica); Maqâla ft-l-Nafs (Tratado sobre el aim a); Qasïda fí-l-Nafs (Poem a sobre el aima) ;Qasïdat al-Nafs wa-l-Hikma (Poem a sobre el alma y la sabidu­ ría ); Habhat 'an al-quwwat al-nafsânyya (Sobre la fuerza del alm a); A l-A jlâq (Las costum bres); Falsafat al-Um r (Poem a sobre la filosofía de la v id a); Risala fi-1-Siyâsa (C om pendio sobre política); Al-Qadá wa-l-Qadar (E l decreto divino y el d estino). (1926-1927); I d . , Les sources gréco-arabes de Vaugustinisme avicennissant: Ibid., IV (1929-1930); I d . , La philosophie au m oyen âge, deux. éd. rev. et augm. (Paris 1947) p.351-356; I d . , L’être et l’essence p .122-128; N. C a r a m e , Praefatio a Avicennae Metaphysices compendium p .IIIX L V I I; P. M o r e w e d g e , The logic of Emanationism and Süfism in the philosophy of Ibn Sinnâ (Avicenna): Journ. amer. or. Soc. 9 (1971) 467476; 92 (1972) 1-18; I d . , The «M etaphysica» o f Avicenna. A critical translation, commentary and analysis... of the fundamental arguments in Avicenna’s Metaphysic in the Dânish Nâma-i-'alâ-î (The B ook o f Scientific Knowledge) (London, N ew Y ork 1973); S. L a n d a u e r , D ie Psychologie des Ibn Sinna (A vicenna’s Psychology) (O xford-London 1952); L. G a r d e t , La pensée religieuse d ’A vicenne (Paris 1951); M.-D. R o l a n d - G o s s e l i n , O . P., D e distinctione inter essentiam et esse apud Avicennam et D. Thomam: Xenia thomistica I I I (Roma 1925) p.287; Id., Le « D e ente et essentia» de Saint Thomas d ’A quin: Bibliothèque thomiste V I I I (Le Saulchoir, Kain 1926) p.59-66; G . V e r b e r e , L ’im­ mortalité de l’âme dans le « D e anima» d’Avicenne. Une synthèse de l’aristotélisme et du néoplatonisme: Pensamiento 25 (1969) p.271-290; G . V a j d a , Un commentaire inconnu ( ? ) sur le Livre des directives et remarques d’Ibn. Sinnâ: Journ. asiatique 258 (1970) 43-45. L A S A L V A C IO N E d i c i o n e s u t i l i z a d a s : Avicennae Metaphysices compendium ex ara­ b o latinum reddidit et adnotationibus adornavit N e m a t a l l a h C a r a m e , Episcopus Maronita (Romae 1926). (Compendio de Metafísica) Livre des directives et remarques (K itâb alIsarât wa-l-Tanblbât), traduction avec Introduction et notes par A.-M. G o ic h o n (Paris 1951). I bn Sin a ( A v i c e n n e ), l a t i n u s , Liber «D e anima» , édition critique par (Louvain-Leiden) 2 vols. I-III (1972); IV -V (1968). A v ic e n a R ie t 595 S. LIBRO I T R A T A D O I [Proem io] Van B i b l i o g r . g e n .: G . A . A n a w a t i , Millénaire d’Avicenne. Essai de bibliographie avicennienne (título árabe: M u ’ allafât Ibn STnâ) (El Cairo 1950); I d ., Chronique avicennienne 1951-1956: Ét. philos, musulm. p.306-324; M . C r u z H e r n á n d e z , La metafísica de Avicena (Granada 1949) p.22-236.270; I d ., Historia de la filosofía española. Filosofía hispano-musulmana I (Madrid 1957) p .105-152 (Bibliogr. p .110-112, 120 nota); I d ., La filosofía árabe (M adrid 1963) p.69-112 (Bibliogr., p .109112); I d ., Avicena, sobre metafísica. Version y comentarios (Madrid 1950) p.9-45; D . S a l i b a , Étude sur la mêthaphysique d’A vicen ne (Pa­ ris 1926) (Bibliogr. p .I X -X I I I ) p.201-208; A.-M . G o i c h o n , La distinc­ tion de l’essence et de l’existence d ’après Ibn Sïnnâ (Avicenne) (Paris 1937) (Bibliogr., p.504-520); espec. p.495-498; I d ., Ibn Sinnâ (A v icen ­ n e ), Livre des directives et remarques, trad., avec Introd. et notes, Pa­ ris 1951; El Cairo 1963) (Bibliogr. passim); I d ., Introduction a: A vi­ cenne, Son Epître des Définitions (Paris 1933); L exique de la langue philosophique de Ibn Sinnâ (Paris 1938); I d ., La philosophie d’A vicen­ ne et son influence en Europe médiévale (Paris 1940) (ed. ingl.: The philosophy o f Avicenna and its influence on medieval Europa, transi, with notes, annot. and pref. by M . S . K h a n (Delhi 1969); B. C a r r a d e V a u x , A vicenne (Paris 1900); G i l s o n , A vicenne et le point de départ de Duns Scot: Arch. d ’hist. doctr. et litt. du M oyen Age, II (1926); I d ., Pourquoi Saint Thomas a critiqué Saint Augustin: Ibid. 995 1. Tratando de dar un sumario de la ciencia di­ vina (la Metafísica), decimos: 1. Cada una de las ciencias naturales y doctrinales trata de la manera de ser de algunos seres, y lo mismo las demás ciencias particulares. De ninguna de ellas es propio el considerar la manera de ser del ente ab­ soluto y sus principios. Por esto aparece claro aquí que se da una ciencia sobre el ente absoluto, de lo que le acompaña y le compete a él en cuanto tal, y de sus principios. 996 2 . de todos, es causado con ser causado, Mas com o Dios excelso, por sentencia unánime absolutamente el principio, no ya de un solo ser exclusión de otro, sino absolutamente de todo no hay ninguna duda de que esta ciencia es la 995-1052 C a r a m e , o . c . , p.III-XLVII; C h a n i n e , o . c . , p.55. 995-996 C h a n i n e , o . c . , p.38-41; G o i c h o n , La distinction... p.2. 995 C a r a m e , o . c . , p . l nt.1-3; C r u z H e r n á n d e z , Avicena, Sobre metafísica... p.201 nt.5. 996 G o i c h o n , La distinction... p.3-17. 596 597 Avicena La salvación ciencia divina. En efecto, esta ciencia trata del ente absoluto, y tiene su término en la división, que es punto de arranque de las demás ciencias. De ahí se deduce que en esta ciencia se demuestran los principios de las demás ciencias particu­ lares. pared, pero cada una de ellas está difundida en la otra en toda su esencia, y una de las dos, aunque se separe de la otra, permanece estable en su manera de ser, y una de ellas confiere o da origen a cierta intención por la cual se deno­ mina el todo, y la otra toma esa denominación; entonces, la que es estable y recibe la denominación, se llama recipiente o sujeto, y la otra que está en ella se llama inherente en ella. Ulteriormente, si el recipiente no necesita en su constitutivo de lo que es recibido en ella, entonces se la llama sujeto de lo recibido; pero si lo necesita, entonces no lo llamaremos sujeto, sino tal vez más bien hyle. Pues bien, toda esencia que no está en sujeto es sustancia. Y toda esencia que subsiste en sujeto es accidente. C a p ítu lo III Exposición de las divisiones del ente y del uno § I 997 1. La división del ente en los predicamentos se puede asimilar a la división por las diferencias, aunque no lo sea propiamente. Su división en potencia y acto, en uno y muchos, en lo viejo y lo que empieza, en lo perfecto e im­ perfecto, en causa y causado, y otras semejantes, se asimila a la división por los accidentes. De ahí que los predicamen­ tos son com o especies, y lo demás, como diferencias acciden­ tales o clases... § II 998 5. El ente no se puede describir más que por el nombre, ya que es el primer principio de toda descripción, por lo cual no se puede describir. Pero su concepto surge en seguida en la mente sin intermedio de otra cosa alguna; y una de sus divisiones es en sustancia y accidente. § III 999 6. Tratando de dar a conocer lo que es la sus­ tancia, hay que hacer unas observaciones preliminares: cuan­ do se juntan dos esencias, y ninguna de ellas se une con la otra totalmente, com o sucede cuando se juntan una madera y la pared, estas dos cosas se unen, pero las partes interiores de la madera no se unen de ninguna manera con la pared, sino que la madera se une con la pared sólo superficialmente. Pero cuando se trata de dos cosas, com o lo son la madera y la 997 C arame , o.c., p.3 nt.6. 998 C a ram e . o .c., p.5 nt.3; C han ine , o .c ., p.41; G oichon, La distinction... p.3.17-28.407-414; C ruz H e r n ández , Avicena, Sobre metafísica... p.202 n t.ll. 999 C aram e , o .c., p.5 nt.4; p.6 nt.2; C r uz H e rn ández , Avicena, Sobre metafísica..., p.205 nt.37. 1.000 7. Pero puede algo estar en algo que lo reciba, y ser, no obstante, sustancia, es decir, no en sujeto. Y esto sucede cuando el recipiente próximo, en el cual se halla, es constituido por él, y no por sí mismo; a eso llamamos for­ ma. La explicación de esto vendrá después. 1.001 Toda sustancia que no esté en sujeto tiene que o no estar de ningún m odo en un recipiente, o estar en un re­ cipiente, pero que tenga que necesitar de ella para subsistir. Si está en un recipiente que tenga que necesitar de ella para subsistir, a esa sustancia la llamamos forma material. Si no está de ningún modo en un recipiente, o es ella misma su propio recipiente, sin tener en sí ninguna composición, o no; si ella misma es su propio recipiente y no tiene ninguna com­ posición, entonces la llamamos hyle absoluta; si no lo es, entonces o es compuesta, como nuestros cuerpos, que cons­ tan de materia y forma corpórea, o no, y a ésta llamamos for­ ma separada, como la inteligencia y el alma. Y si algo está en un recipiente que sea sujeto, a ésa llamamos accidente. 1001 C r uz H ernández , Avicena, Sobre metafísica... p.201 nt.6; G oichon, La distinction... p.13; Santo T om ás , in Arist. Metaphys. IV lect. 2 n.557; in I Sent. D.24 q.l a.l ad 2. 598 599 Avìcena La salvación T R A T A D O III la unidad es una naturaleza accidental, y también lo es la na­ turaleza del número, que sigue a la unidad y se compone De la división del ente en predicamentos C a p ítu lo II ha unidad pertenece a las propiedades que siguen insepara­ blemente a las quiddidades y no a sus constitutivos 1.002 La naturaleza de la unidad es del orden de los ac­ cidentes que se hallan inseparablemente en las cosas. En efec­ to, la unidad no es constitutivo de la quididad de ninguna cosa. La quididad es aquello que una cosa es, por ejemplo, hombre, o caballo, o entendimiento, o alma. Después eso re­ cibe una connotación, a saber, que es uno y existente. Y por eso, por entender o pensar la quididad de una cosa, no por eso entiendes o piensas (su) unidad, de suerte que tengas que poder decir que esa (cosa) es una. Pues la unidad no es la esen­ cia de ninguna de esas cosas, ni constitutivo de su esencia. Es mas bien una cualidad que se halla en o es inherente a la esencia de esa cosa, com o ya en Lógica has podido ver la di­ ferencia que hay entre lo que es inherente y lo que sigue (la propiedad) y lo que es esencial. Así, pues, la unidad perte­ nece a la clase de lo que está inherente: pero no es una sus­ tancia respecto de alguna de las sustancias. También en la materia están accidentalmente la unidad y la multiplicidad. Entonces la unidad será un accidente para la materia, y lo mismo la multiplicidad. 1.003 Ahora bien, si la naturaleza de la unidad fuese la naturaleza de la sustancia, sólo la sustancia sería connotada por ella. En cambio, si su naturaleza es la naturaleza del ac­ cidente, entonces no se sigue en modo alguno que no se con­ noten por ella las sustancias: las sustancias se connotan por los accidentes; pero de los accidentes no se predican las sus­ tancias de suerte que a éstas se derive el nombre de aquéllos. Luego de esos tres aspectos, el primero de los cuales es: que la unidad no es esencial a las sustancias, pero les es inherente inseparablemente; el segundo, que la unidad sobreviene des­ pués de la multitud a la materia; el tercero, que es predi­ cable de los accidentes, resulta evidente que la naturaleza de 1002 C a r a m e , o.c., p.28 nt.3. 1003 C a r a m e , o .c ., p.29 nt.l. de ella. TR A T A D O IV Sobre los principios extrínsecos del ente; o sobre las causas en general C a p ítu lo I Sobre las divisiones de las causas y de sus disposiciones 1.004 4. El fin, en su ser ya obtenido (o en la ejecu­ ción), es posterior al causado, pero precede a las demás cau­ sas en la existencia. Pues es evidente que la existencia (inten­ cional) tiene otro ser distinto del ser de los supósitos indi­ viduos. La intención tiene un ser en los individuos, y otro en la mente, y alguna otra cosa común. Eso común es la exis­ tencia. Y el fin, por ser algo, precede a las demás causas, y es causa de las causas en cuanto causas. Y en cuanto que exis­ te en los individuos concretos, el fin puede ser a veces pos­ terior. Y cuando la causa agente no es ella misma causa final, entonces el agente será posterior al fin en la existencia. Y la razón es que las demás causas no son causas en acto sino por el fin. En cambio, el fin no es por ninguna otra cosa. En efecto, el fin tiene en primer lugar un cierto modo de ser, en virtud del cual hace que las causas sean causas en acto, y lo que es más verosímil a juicio de los que juzgan bien de la^> cosas, es esto: que el primer agente y el primer motor en toda cosa es el fin. El médico, en efecto, obra por la salud, pero la forma de la curación es el arte medicinal que existe en la mente, y ella es la que mueve a la voluntad del médico para curar. Cuando el agente es superior a la voluntad, en­ tonces lo mismo que es el fin sera aquello que es agente y motor sin mediación por parte de la voluntad, que tiene lu­ gar en virtud de la moción del fin ... 1004 C a ram e , o .c ., p.34 nt.4; p.35 nt.2; C h an ine , o .c ., p.66.67; C r uz H er ­ Hist. de la Filos, esp. I Filos, hisp.-musulm. I p.134-139; Id., La filosofia árabe p.91-94. n á n d ez , 600 La salvación Avicena C a p ítu lo II La razón por la cual se precisa del Ser necesario es la posi­ bilidad y no el comenzar de nuevo a existir, como piensan erróneamente algunos teólogos de poco entendimiento § I 1.005 1. Mas has de saber que el efecto de la causa eficiente, que confiere a la cosa la existencia después de la noexistencia, lleva consigo dos cosas: la no-existencia preceden­ te y la existencia actuada ahora. Ningún influjo de dicho agente se termina (o afecta) a la no-existencia que precede al efecto, sino que su influjo se termina (o afecta) a la existen­ cia que el efecto tiene recibido del agente. Pues el efecto no es en sentido propio efecto más que porque su existencia pro­ cede de otro. Pero sucede que a él, de por su esencia, le com­ petía la no-existencia: pero eso no lo tiene por el influjo del agente. 1.006 2. Si imaginamos que el influjo proveniente del agente, esto es, la existencia de otro, no provino de él des­ pués de la no-existencia del efecto, sino que pudo darse siem­ pre, entonces el agente será más agente, ya que su acción en­ tonces perdura más. 1.007 3. Pero si alguno insiste pertinazmente: la produc­ ción no es íntegra ni se verifica más que después de la no-exis­ tencia del efecto; pero ya ha oído que la no-existencia del efecto no proviene del agente, sino la existencia, y la existencia que proviene de él en un instante: supongamos que esa existencia es continua, y decimos: Si al objetante le hace apartarse de esta verdad esta afirmación suya, a saber: lo que existe no le hace existir dándole la existencia, ten presente que late una falacia en la expresión «le hace existir». En efecto, si con ella quiere decir: a lo que existe, no le viene por primera vez el existir después de la no-existencia, eso es verdad; pero si quiere decir que lo que existe no es de tal condición que su esencia y quididad no inducen en él la exigencia de existir como tal, sino otra cosa, aquella de la cual le viene la exis­ tencia, entonces sacaremos a la luz el error latente... 1005 C a r a m e , o.c., p.37 nt.l; S a n t o T o m á s , De potentia q.3 a.l ad 11; S. Th. 1-2 q.45 a.2 ad 3; in II Sent. D .l q.l a.3 ad 2; G o i c h o n , Introduction a Avicenne Son Epitre des définitions p.18; Id ., La distinction... p.181-200. 1007 C a r a m e , o .c ., p.39 nt.i-4. 601 TRATADO VI La materia precede indudablemente todo lo que comienza temporalmente 1.008 1. Decimos además que es imposible que lo que empieza, empiece a existir sin que le preceda la existencia de un sujeto recipiente o materia. T odo lo que se genera debe ser, antes de ser generado, él mismo posible en sí; porque si hubiese sido en sí imposible, jamás existiría. Mas la posi­ bilidad de su existencia no consiste en que el agente lo pueda producir, o en que tenga potencia para ello. A l contrario, el agente no tendría potencia para ello si él mismo no fuese en sí posible. ¿N o ves la evidencia de esto que decimos?: para aquello que es en sí imposible, no se da absolutamente p o­ tencia alguna. Sí que se da, en cambio, tan sólo sobre aquello que tiene posibilidad de existir. En efecto, si la posibi'idad en sí de existir de alguna cosa fuese lo mismo que el poder producirla, entonces eso equivaldría a decir que el poder algo no es sino que se puede algo para lo cual se da poder, y que para lo imposible no se da poder o potencia porque para ello no se da potencia. Y entonces no había manera de saber, por la consideración de la cosa misma, si hay posibilidad de una cosa, o si se puede algo acerca de una cosa o no, sino miran­ do a la disposición de la potencia del agente, examinando si tiene potencia para ella o no. Y si nos queda alguna duda de si se da potencia o no para esa cosa, eso no podremos decirlo de ninguna manera. 1.009 Pues si llegásemos a saberlo del hecho de que la cosa es imposible, o posible — y el sentido de lo imposible consiste en que no se da potencia para ella, y el concepto de po­ sible, en que se da potencia para la misma— , entonces cono­ ceríamos lo desconocido por lo desconocido. Es, pues, eviden­ te que el ser una cosa en sí posible significa otra cosa que el darse potencia para ella, aunque ambas cosas se den conjun­ tamente. El que se dé potencia para una cosa acompaña ne­ cesariamente e incluye que la cosa sea en sí posible. Que la cosa es en sí posible, se obtiene por la consideración de su esencia. Que para ella se dé potencia, se obtiene por la con­ sideración de su relación a la causa que le confiere la exis­ tencia. 1008-1012 G oichon , La distinction... p.249. 1008 C aram e, o .c ., p.54 nt.1-3; p.55 nt.l y 2. 603 Avicena La salvación 1.010 2. Establecido esto con toda firmeza, decimos: lo que empieza a existir de nuevo, o antes de su comienzo a existir tenía posibilidad para existir, o no. Lo que es im­ posible, nunca existirá; pero a lo que es posible le precede con toda certeza su posibilidad de existir. Ahora bien, esa posibilidad suya tiene que ser una intención privativa o una positiva (objetiva). Pero repugna que sea una intención pri­ vativa no existente, pues, si así fuese, no se presupondría su posibilidad de existir. cosa. Pues en cuanto que es hombre solamente, absolutamen­ te, sin ninguna condición, es algo; pero la comunidad es una condición de ser que se le sobreañade a él en cuanto hombre, y lo mismo la singularidad, y el que sea uno o múltiple. Y esto sucede no tan sólo cuando supones esas maneras de ser en acto, sino también cuando las supones en potencia, conside­ rando la humanidad en potencia, pues siempre se tiene en esos estados por una parte la humanidad, y por otra, además de la humanidad, otra con aspecto relativo. Se da, pues, allí la humanidad, y además cierta relación (la intención de la universalidad). Pues la humanidad, en cuanto humanidad, ni es común ni particular, y no es ninguna de esas dos cosas ni cuando está en acto ni cuando está en potencia, sino que ésas son algo que la acompaña. 602 1.011 Luego es una intención positiva (objetiva) exis­ tente. Ahora bien, toda intención positiva o es subsistente, es decir, propia de algo que subsiste no en un sujeto, o es subsistente en un sujeto; y todo lo que es subsistente no en un sujeto, tiene su ser propio, por el cual no debe ser puesto en relación (con algo). Mas la posibilidad de existir no es sino lo que se dice por relación a aquello cuya posibilidad de existir es. Luego la posibilidad de existir no es en modo alguno una sustancia que no esté en sujeto. Luego es una in­ tención en sujeto, y algo accidental al sujeto. 1.012 A la posibilidad de existir nosotros la llamamos potencia de existir, y lo que soporta esa potencia de existir, eso en que está esa potencia de existir, el sujeto, lo llamamos hyle y materia. Luego a todo lo que ha empezado a existir lo ha precedido la materia. TR A T A D O V II C a p ítu lo I Explicación de la intención universal 1.013 1. La intención universal, en cuanto que es una naturaleza, por ejemplo, hombre en cuanto hombre, es (sig­ nifica) algo; en cuanto que es común o particular, una o múl­ tiple (y esto puede competirle en potencia o en acto), es otra 1010-1011 G oichon , La distinction... p.290-291; Santo T om ás , II Contra Gentes c.34, 3.° 1013 C aram e , o.c., p.56 nt.2; A r is t ó t e l e s , Met. VII c.17 y 18; S anto T o ­ m á s , De ente et essentia, c.4 n.3-4; C r uz H e r n ández , La filos, hisp.-musulm. p.123-125; I d ., La filosofía árabe p.81-83; I d ., Avicena, Sobre metafísica p.207 nt.45 y 48; Sa l ib a , o .c ., p.91-92; G il so n , La philosophie au moyen âge p . 352; G oichon, La distinction p . 67-88; 89-91. 1.014 2. Así, pues, de que la humanidad no pueda exis­ tir si no es una o múltiple, no se sigue que la humanidad, en cuanto humanidad, sea una o múltiple. En efecto, existe una gran diferencia entre decir, v. gr., «esto no puede existir sin que tenga una u otra disposición (o estado)» y decir: «una de esas dos disposiciones (o estados) le conviene a esto en cuan­ to que es humanidad». Y del hecho de que afirmamos: «la humanidad, en cuanto humanidad, no es una», no se sigue en manera alguna: «la humanidad, en cuanto humanidad, es múltiple». Igualmente, si en lugar de humanidad ponemos «existencia», que es en cierto sentido más común que lo uno y múltiple. Como tampoco el decir: «la humanidad, en cuan­ to humanidad, no es una», es una proposición contradictoria de esta otra: «la humanidad, en cuanto humanidad, es múl­ tiple», sino que la humanidad, en cuanto humanidad, no es en absoluto ni una ni múltiple. Siendo así las cosas, podrá entonces existir, no en cuanto humanidad, sino en cuanto existente, como una o múltiple. 1.015 3. Hechas estas observaciones, decimos: el uni­ versal se dice a veces de la humanidad sin ninguna condición; a veces con una condición, a saber, que sea predicable de muchos según alguno de los modos conocidos de universa­ lidad... 1.016 Luego no existe en la realidad ningún universal común; la existencia en acto la tiene sólo en la mente; y es 1015 Santo T om ás , De ente et essentia c.3 y 4. 1016 G oichon , La distinction. . . p.156-165; Sa lib a , o . c . , p.96-124; o.c., p.43-46; 76-80; G il so n , La philosophie au moyen age, p.353-354. C hanine , 604 La salvación la especie misma que está en la mente y cuya relación en acto o en potencia a cada uno de los individuos es idéntica. El universal que tiene lugar en las proposiciones y en las premi­ sas constituye la primera parte, y ya se ha tratado de él en los libros de la Lógica. tir, no implica por eso contradicción, Necesario en el existir es aquello cuya existencia es necesaria. Posible es aquello que no comporta consigo ninguna necesidad en ningún extremo, ni en su existir ni en su no-existir. Y eso es lo que entende­ mos aquí por posible, aunque a veces por posible se designe lo que está en potencia. También se llama posible todo aque­ llo cuyo ser es verdadero o real. Eso ya queda bien expÜcado en la Lógica. C a p ít u l o IV Explicación de lo que es un comienzo esencial 1.017 1. Es de saber que, así com o algo puede empe­ zar a ser en el orden del tiempo, así puede algo empezar a ser en el orden de la esencia. Pues un ser que empieza es lo que se está haciendo después de no haber sido; mas la pos­ teridad, lo mismo que la prioridad, puede ser en el orden del tiempo o en el de la esencia. Teniendo, pues, una cosa de por sí el que no se le deba la existencia, sino que, conside­ rada sólo su esencia, sin su causa, no existiría, y no pueda existir sino por el influjo de su causa; y siendo lo que exis­ te de por su esencia anterior a lo que no existe de por sí, se sigue que todo ser causado lleva consigo, en primer lugar, el no existir, y después, el existir por influjo de su causa. Luego todo ser causado comienza a ser, es decir, adquiere existencia de otro, después de haber tenido en su esencia el no ser no existente. Luego todo ser causado ha comenzado a ser en sí mismo. SEGUNDA PARTE TRATADO I C a p ít u l o I Exposición de los conceptos de necesario en el existir y de posible 1.018 1. Necesario en el existir es el ente que, si se supone que no existe, implica contradicción. Posible es aque­ llo que, tanto si se supone existir como si se supone no exis1017 C a r a m e , o.c., p.63 nt.3 y 4; G oich on , La distinction... p.256 257. 1018-1026 C a r a m e , o . c . , p.66 nt.2. 1018 C r u z H e r n á n d e z , Filos, hisp. musulm. I p.128-140; Id., La filosofía arabe, p.86-88; A v i c e n a , Lógica, c.20 y 21; A ri st óte le s , Perihermenias 1.2 c.3; S a n t o T o m á s , In Perihermen. 1.2 Iect. 8-11; C a r a m e , o . c . , p.67 n t .3 y 4 . , 605 Avicena 1.019 2. Lo necesario en el existir puede, a su vez, ser necesario en el existir por sí, y necesario en el existir no por sí. Necesario en el existir por sí mismo es aquello de cuya no existencia supuesta se sigue repugnancia; no por algo distinto de ello, sea lo que sea, sino por su esencia misma. Necesario en el existir no por sí es aquello que, puesto algún otro ser que no sea ello, resulta ello necesario en el existir, v.gr., 4 es necesario no por sí, sino puesto 2 + 2. Asimismo, el arder es necesario no por sí, sino puesto el concurso de la potencia na­ tural activa y la virtud natural pasiva, la potencia comburente y la potencia combustible. C a p ít u l o II Lo necesario en el existir por sí no puede ser necesario en el existir por otro; y lo necesario en el existir por otro es posible 1.020 1. Una misma cosa no puede ser a la vez nece­ sario en el existir por sí y necesario en el existir por otro. En efecto, desaparecido eso otro, o no considerada su existencia, no puede menos de suceder que la necesidad de existir de esa cosa, o permanezca en su manera de ser, y entonces la necesidad de su existencia no se tendrá por otro; o que su necesidad de existir no permanezca la misma, sino que se des­ vanezca, y entonces la necesidad de su existir no será por sí. 1.021 2. T odo lo que es necesario en el existir por otro es posible en sí. La razón es que, en todo lo que es ne­ cesario en el existir por otro, su necesidad en el existir sigue a una habitud o relación. Ahora, la consideración de la habi­ tud y de la relación es algo distinto de la consideración de la esencia misma de la cosa que tiene esa habitud y relación. 1020-1023 C ruz H ern án dez, Filos, hisp.-musulm. I p.134-138; sofía árabe p.91-94. 1020-1021 C a ra m e, o .c ., p.68 nt.l; S a lib a , o .c .,. p.128. I d ., La filo­ 606 607 Avicena La salvación Por eso, com o la necesidad en el existir no se tiene sino por la consideración de esa habitud, entonces resulta necesaria­ mente que la consideración de la sola esencia de la cosa, o requiere la necesidad de existir, o la posibilidad de existir, o la imposibilidad de existir. Ahora bien, es inadmisible que la esencia, en sí considerada, requiere la imposibilidad de exis­ tir; pues todo aquello cuya existencia es imposible de por sí, nunca existirá, ni siquiera por otro. Tampoco se puede admi­ tir que exija la necesidad de existir, pues ya hemos dicho que a aquello cuya existencia es necesaria por sí, le repugna el ser necesario en el existir por otro. No queda, pues, sino que esa cosa, considerada en su esencia, es posible, y que, consi­ derada en la actuación de su habitud a ese otro ser, es ne­ cesaria en el existir, y que, considerada sin esa habitud a otro, es imposible. Pero, considerada la esencia de la cosa en sí misma, sin ninguna condición, es posible por sí. se sigue que no ha tenido lugar ninguna nueva manera deser. Y si a esa manera de ser que ha sobrevenido se la su­ pone necesaria en el existir, y exige existir antes en acto, en­ tonces, en la primera tuvo que darse necesariamente una ma­ nera de ser, que no puede ser otra que su paso al acto. Se sigue, pues, que su reducción o paso al acto es necesaria. 1.023 2. Asimismo, todo lo que es posible, existe por sí o por alguna causa. Si existe por sí, luego su esencia es necesaria en el existir, y no posible; si existe por una causa, entonces tiene o que existir simultáneamente con su causa, o que permane­ cer com o se hallaba antes de la existencia de su causa; pero esto es absurdo. Luego tiene que ser su existencia simultánea con la de su causa. Luego todo lo que es posible de por sí, es necesario en el existir por otro. C a p ít u l o C a p ít u l o IV III Lo que no tuvo necesidad de existir, no existió Es inadmisible que existan dos seres cada uno de los cuales sea de tal naturaleza que sea necesario en el existir por sí y necesario en el existir por otro 1.022 1. Ha quedado, pues, claro que todo lo que es necesario por otro distinto, es posible en sí. Lo cual equivale a lo siguiente: todo lo que es posible en sí, una vez redu­ cida al acto su existencia, es necesario en el existir por otro. En efecto, es imposible que ni le competa verdaderamente, ni no le competa el existir en acto. Ahora bien, repugna que no le competa verdaderamente el existir en acto; de lo con­ trario, sería en sí imposible. Queda, pues, que le competa ver­ daderamente el existir en acto. Mas, entonces, o su existencia es necesaria, o no lo es. Si no es — siendo, com o es, todavía posible en sí aquello cuya existencia no es necesaria— , su existencia no se distinguiría de su no-existencia, y no habría ninguna diferencia entre la manera de ser que ahora tiene y la que antes tenía. En efecto, antes de su existencia actual, ya era posible; y ahora él permanece en esa manera de ser com o antes lo estaba. Si, pues, supone que le sobreviene una nueva (disposición o) manera de ser, sobre esta manera de ser se presentará la misma cuestión de si ella a su vez es po­ sible o necesaria. Si se la pone com o posible, com o esa misma manera de ser ya se hallaba antes en su estado de posibilidad, 1.024 1. Es inadmisible que existan dos seres de los cuales dimane un necesario en el existir y que exista plurali­ dad de cualquier m odo que sea en el ser necesario. Y no se puede admitir que existan dos cosas, una de las cuales no sea la otra, y ésta, a su vez, no aquélla. Y que ambas, sin embar­ go, sean necesarias en el existir por sí y necesarias en el exis­ tir por otro. En efecto, ya ha aparecido evidente que lo que es necesario en el existir por sí no puede ser necesario en el existir por otro, y que no se puede admitir que cada uno de los dos sea necesario en el existir por otro; de suerte que, v. gr., A sea necesario en el existir por B, no por sí, y B sea necesario en el existir por A , no por sí, y que, sin em­ bargo, ambos juntos sea un solo necesario en el existir. Una cosa, es, en efecto, considerar a esos dos en cuanto dos esen­ cias, y otra, considerarlos como dos correlativos. Cada uno de los dos tiene necesidad en el existir no por sí; luego ambos son posibles por sí. Ahora bien, todo posible por sí tiene una causa de su existir anterior a él, ya que toda causa es ante- 1022 C a r a m e , o.c., p.69 nt.l; p.218 nt.161 y 162. C ru z H ern án dez, Avicena, Sobre metafísica . 1024-1025 C a r a m e , o . c . , p.71 n t . l ; A r i s t ó t e l e s , Phys. V III c.9 y 19; S a n T o m á s , lect. 12 n.23; I Contra Gentes c.42; S. th. 1 q .ll a.3; G o i c h o n , La distinction... p.169-173; C h a n i n e , o . c . , p.46. to 608 Avicena rior a su causado en el orden de la esencia, aunque no en el del tiempo. Luego cada uno de los dos tiene en la esencia alguna otra cosa por la cual subsiste, y que es anterior a su esencia, com o ya hemos explicado; luego ambos tienen cau­ sas extrínsecas, anteriores a ellos. Luego no puede suceder que la necesidad de existir la haya adquirido cada uno de ellos del otro, sino de una causa extrínseca que hace la co­ nexión entre los dos. 1.025 2. Asimismo, lo que es necesario por otro dis­ tinto de ello, tiene su existencia por sí, posterior a la existen­ cia del otro, y lo presupone y de él depende. [Además, re­ pugna que una esencia cualquiera dependa, en el existir, de otra esencia que exista por ella; porque entonces, para existir, dependería de su misma propia existencia]. En resumen, si aquel otro ser resulta necesario por éste, entonces este último sería anterior a aquello que es anterior a él, y dependería de aquello que depende de él. Luego implica contradicción el que ambos existan. C a p ít u l o V III Lo necesario en el existir es verdadero según todos los con­ ceptos o aspectos de la verdad 1.026 1. T odo lo que es necesario en el existir, es pura verdad. Pues la verdad de toda cosa es la propiedad de su ser que le ha sido establecido o requerido. Luego ninguna cosa verdadera es más verdadera que lo necesario en el existir. 1.027 2. También se llama a veces verdadero aquello la persuasión de cuya existencia es veraz. No se da, pues, nin­ guna cosa verdadera más digna de tal verdad que aquella cuyo conocimiento cierto es verdad, y es siempre permanente con su veracidad, y además su permanencia es por su esencia y no por otro ser distinto de él. 1026 C r u z H e r n á n d e z , Avicena, Sobre metafísica... p .205 n t . 3 3 ; p .88 y 8 9 ; G o i c h o n , La distinction... p .3 5 -3 6 ; S a n t o T o m á s ’ c .6 0 ; S. th. 1 q .1 6 a . l ; Quodl. V I H a.5. 1027 C arame , o .c ., p .7 7 nt.2. O .C ., Gentes 609 La salvación C h a n in e I Contra TR A T A D O II C a p ít u l o I Demostración de la existencia del Necesario en el existir 1.028 1. No hay duda ninguna de que en la naturaleza se da algún ser. Ahora bien, todo ser, o es necesario, o po­ sible. Si es necesario, luego ya se tiene que existe el necesa­ rio en existir, que es lo que pretendíamos. Si es posible, va­ mos a demostrar ahora que la existencia de todo posible se reduce en último término al necesario en el existir. Pero an­ tes hay que hacer unas observaciones preliminares. 1.029 2. La primera es ésta: Es imposible que para cada uno de los posibles se den en el mismo tiempo causas posibles en sí hasta el infinito. En efecto, todas esas causas posibles, o serían simultáneas en la existencia, o no lo serían. Si no lo fuesen, entonces el infinito no será coexisten te si­ multáneamente, sino que una parte sucedería a otra; de lo que trataremos después. Y si todas las causas posibles coexis­ ten y ninguna de ellas fuese necesaria en el existir, entonces no puede menos de suceder que esa colección, en cuanto tal colección, finita o infinita, o sea necesaria en el existir por sí, o posible por sí; si se supone que es necesaria por sí en el existir, y cada una de esas causas es posible en sí, entonces se sigue que lo necesario en el existir está constituido por (¿cau sas?)* posibles; mas eso es contradictorio. Pero si toda esa colección es en sí posible, entonces, para existir, necesi­ tará de un ser que le confiera la existencia. 1.030 Ese ser que le daría la existencia, o se hallará fue­ ra de la colección, o dentro de ella; si está dentro de ella, entoncesde toda la colección, o algún miembro será propio el ser necesario en el existir; mas cada miembro de la colec­ ción ya se ha puesto como posible, y entonce^ él será la causa de la existencia de la colección. Mas la causa de toda la colec­ ción es, desde luego, y ante todo, la causa de la existencia de sus partes: él consta de dichas partes; luego él será la causa de sí mismo. Esto, aunque absurdo, si llegara a tener 1028 C a r a m e , o . c . , p .91 n t .l ; S a n t o T o m á s , l H e r n á n d e z , Filos, bisp.-musulm. I p .130-132 ; I d . , S a l i b a , o . c . , p .1 1 3 ; G o ic h o n , La distinction... Contra Gentes c .1 3 ; C r u z La filosofía árabe p .88-9 0 ; p .165-169. * Paréntesis del editor. Los filósofos medievales 1 20 610 Avicena La salvación lugar, sería de algún m od j lo que pretendíamos. En efecto, lo que es capaz de hacerse existir a sí mismo, es necesario en el existir. Mas se le había ya supuesto que no era nece­ sario en el existir, lo cual es también contradictorio. Queda, pues, solamente que lo que confiere la existencia, se halla fue­ ra de la colección, y que no puede ser una causa posible, ya que hemos incluido a todas las causas posibles en tal co­ lección. y una quididad inteligible; y todo lo que está esencialmente despojado de la materia y de los accidentes de la materia, es esencialmente inteligible. Ahora bien, el Ser primero, que es necesario en el existir, en cuanto que es una entidad despo­ jada de la materia, es inteligencia; en cuanto que se le con­ sidera como una entidad despojada así de la materia, que se pertenece a sí misma, es inteligible a su esencia, y en cuanto que se le considera com o una esencia que posee una entidad despojada de la materia, se entiende a sí mismo. Pues objeto inteligible es aquello cuya esencia despojada de materia per­ tenece a alguna cosa, e inteligente es el que posee una esencia despojada que pertenece a alguna cosa. 1.031 Luego la causa que confiere la existencia se halla fuera de toda la colección, y es necesaria en el existir por sí misma. Por tanto, todos los posibles han quedado reducidos en último término a una causa que es necesaria en el existir. Luego no se puede dar una causa posible hasta el infinito de todos los posibles. TR A T A D O III Sobre la vida del Necesario en el existir C a p ít u l o I El Necesario en el existir es inteligencia por sí, inteligente e inteligible 1.032 1. Una vez establecida la existencia del ser Ne­ cesario en el existir, decimos además: El Necesario en el exis­ tir es, por esencia, inteligencia, inteligente e inteligible. Que tenga una esencia inteligible, consta por l o que ya sabemos: a la naturaleza del ser, en cuanto tal, y a la naturaleza de todas las partes del ser, como tal, no les repugna el ser cono­ cidas; y solamente no son conocidas cuando están en la ma­ teria y envueltas por las condiciones y accidentes de la ma­ teria; ya que, en cuanto tal, es más bien sensible e imagina­ ble por la fantasía. 1.033 2. Por lo dicho ha quedado también claro que ese Ser, cuando está liberado de ese obstáculo, resulta un ser 1031 C h a n i n e , o . c . , p.50. 1032-1038 C a r a m e , o . c . , p . l l l nt.l; A r i s t ó t e l e s , Met. X I c.7; S a n t o T o ­ m a s , In X II M e t, lect.8 ; S. Th. 1 q.18 a.3; I Contra Gentes c.44 y 98; S a l i b a , o.c., p.119.155; C h a n i n e , o . c . , p.82-87; C r u z H e r n á n d e z , Avicena, Sobre metafísica, p.218 nt.155. 1032 G oichon , La distinction... p .3 5 7 . 1033 C a r a m e o.c p.112 nt.l y 2 ; S a n t o T o m á s , 5. th. 1; Quodlihet. VII a.10; G o i c h o n , La distinction... p.358-359. 611 1.034 Y nó se requiere que esa cosa despojada sea el mismo inteligente o una cosa distinta, sino que simplemente sea una cosa. Pero el concepto de cosa tomada absolutamente es más general que el mismo (inteligente) u otro, como va­ mos a demostrar ahora. El primer ser, pues, por hallarse en él la esencia de una cosa despojada, es inteligente, y en cuan­ to que su esencia despojada pertenece a alguna cosa, es inte­ ligible. Pero esa cosa es su esencia misma; luego es inteli­ gente en cuanto que posee una esencia despojada que perte­ nece a una cosa, la cual es su esencia misma; y es inteligible en cuanto que su esencia despojada pertenece a una cosa, la cual es su esencia misma. 1.035 En efecto, a poca atención que se ponga en ello, se advertirá con toda claridad que el ser que entiende requie­ re necesariamente un objeto conocido (o inteligible). Pero esto no implica que el objeto entendido tenga que ser algo distinto del mismo inteligente. Asimismo, todo movente re­ quiere necesariamente un objeto movido, lo cual no implica necesariamente que el objeto movido tenga que ser una cosa distinta del que mueve, a no ser que lo impusieran conside­ raciones de otra índole. Por eso no repugna el que nosotros concibamos que una cosa se mueve a si misma, mientras no se demuestre lo contrario. 1.036 En efecto, los conceptos mismos de movente y movido no implican esa repugnancia, ya que lo que es m o­ vido requiere necesariamente que haya algún ser por el cual sea movido, sin que sea condición imprescindible el que ese ser sea él mismo u otro. Asimismo, el ser que mueve exige, 1036 C aram e, o .c ., p.113 nt.l y 2. 612 Avicend La salvación a su vez, que exista una cosa que es movida por él, sin que sea tampoco condición necesaria el que esa cosa sea algo dis­ tinto de él, o él mismo. Son correlativos y la actuación de una entidad llega a conocerse, cierto, por algún factor, pero no por la habitud o relación misma que se halla en la mente. CUARTA PARTE 1.037 Sabemos, en efecto, con certeza que tenemos una facultad con la cual entendemos las cosas. Ahora bien, la fa­ cultad con la cual tenemos ese conocimiento cierto, o es la facultad misma, y entonces esta facultad se entiende a sí misma, o ese conocimiento se obtiene por otra facultad, y entonces ha­ brá en nosotros dos facultades: una, por la cual entendemos a las cosas, y otra, por la cual entendemos esa facultad; y así po­ dremos ir discurriendo hasta el infinito. Tendríamos, pues, infinitas facultades en acto que entenderían las cosas. Quede, pues, claro que el objeto entendido no implica necesariamen­ te que sea un objeto entendido distinto (del que entiende). Con esto, aparece evidente que el inteligente no importa ne­ cesariamente el que entienda otra cosa distinta de sí mismo, sino que todo ser que posea una esencia despojada es inteli­ gente, y todo ser, asimismo, cuya esencia, en cuanto despo­ jada, pertenezca a una cosa, es inteligible. Y si esa quididad es entendida por sí misma y por sí misma entiende también toda quididad despojada que se le une y no se separa de ella, es también por esencia inteligente, y es inteligible. 1.038 3. Ya ves, pues, cóm o el Necesario en el existir es inteligible e inteligente, y que eso no importa necesaria­ mente dualidad en su esencia ni en la consideración de la mente. Pues de esas dos cosas sólo resulta esta única conside­ ración: que el necesario en el existir tiene la quididad des­ pojada, que es su esencia misma, y que en él hay una quidi­ dad que es su esencia. Hay en este fenómeno un orden in­ verso de prioridad y de posterioridad en los conceptos, pero lo que resulta es una cosa única, sin división alguna. Luego es evidente que el hecho de que el necesario en el existir es inteligente e inteligible no implica necesariamente en él absolutamente ninguna suerte de multiplicidad. 1037 G oichon , La distinction... 1038 C a r a m e , o .c ., p .1 1 4 n t . l ; p .360-361 . G oichon , La distinction... p .3 6 1 .3 6 2 . 613 T R A T A D O II Sobre el orden en el existir de las inteligencias, las almas y los cuerpos superiores C a p ít u l o I 1.039 Por lo que ya hemos dicho, nos consta que el Ser necesario en el existir es uno por esencia, y que no es cuerpo ni existe en cuerpo, y que no es divisible en modo alguno. Luego absolutamente todos los seres tienen recibida su exis­ tencia de El; y no es admisible que tenga un principio de cualquier género ni causa alguna: ni causa de que proceda, ni causa por la cual sea, ni causa para la cual sea, de suerte que exista por otra cosa distinta de El. Y , por eso, no se puede admitir que el proceder de todas las cosas de El se ve­ rifique por la vía de intención concebida por E¿; es decir, que, así com o nosotros tenemos intención de obtener o ha­ cer algo, también El tenga intención de producir todas las cosas y darles la existencia, de suerte que pretenda algo dis­ tinto de sí mismo. 1.040 De esto ya hemos hablado estableciendo esta ver­ dad a propósito de los demás seres, pero lo que afirmamos de éstos, aparece con más evidencia en El. En efecto, para demostrar que es imposible que El intente ser todas las co­ sas distintas de El, se da una razón exclusivamente propia de El, que es la siguiente: que el tender hacia lo que no es El mismo, conduciría a poner una multiplicidad en su esencia. Pues entonces habría en El algo por lo cual el intentarla eso, que sería el conocimiento o la ciencia de que tenía que inten­ tarlo, o algún placer, o alguna bondad en el objeto, que pro­ vocase su deseo de obtenerlo; tendría después el deseo o la intención, después una utilidad que se le seguiría de lo que pretende, como ya lo hemos explicado antes. T odo eso es absurdo. 1039 G o i c h o n , La distinction..., p .2 1 6 .2 1 7 . 1040 C a r a m e , o . c . , p .1 8 6 n t .l ; S a n t o T o m á s , II Contra Gentes c .4 2 ; S a l i b a , o . c . , p .1 2 5 -1 3 7 .1 4 5 .1 4 6 ; C h a n i n e , o . c . , p .1 1 5 -1 2 4 ; G i l s o n , La philosophie au moyen âge p .354-355 . 614 Avicena 1.041 2. Además, el que todos los seres provengan de El no puede suceder por vía de naturaleza, ya que no han procedido de El ni por su conocimiento ni por su consenti­ miento. ¿Cómo, en efecto, podría eso ser verdad, cuando El es pura inteligencia que conoce su esencia y entiende por lo mismo que El está acompañado de la existencia de todas las cosas? El sólo se entiende a sí mismo en cuanto que es pura inteligencia y primer principio. Y no conoce que todos los seres proceden de El sino en cuanto que El es el principio de su existencia de ellos. No hay en su esencia impedimento alguno ni repugnancia para que todos los seres procedan de El; y bien sabe su esencia que su perfección y excelencia consiste en que de El fluya el bien, y que el fluir el bien de El es una de las cosas que acompañan a su majestad, que le es gratísima y amabilísima por sí misma. Ahora bien, toda esencia que conoce cuanto procede de ella y a la que no se le interfiere ningún obstáculo, sino que se comporta como hemos explicado, se complace sin duda alguna en sí misma, y aprueba en lo que procede de ella; luego el primer ser se aprueba y se complace en que todos los seres procedan de El. 1.042 3. Pero el acto primero y esencial de la primera Verdad es el entender su esencia, que es por sí el principio del orden de la bondad en el ser. Luego El entiende el orden de la bondad en el ser, es decir, cóm o se ha de hacer debi­ damente. Eso lo entiende no con una inteligencia que pase de la potencia al acto, ni de un objeto conocido a otro, ya que su esencia está absolutamente libre e inmune de todo lo que está en potencia, como ya hemos demostrado antes con toda evidencia, sino que todo eso lo conoce de una vez sólo con un acto de conocer. 1.043 Mas de que ella conoce el orden de la bondad se sigue necesariamente esto otro: que conoce cóm o es posible ese orden y cómo se podrá realizar del mejor modo posible, de suerte que se realice el fluir de todas las cosas de El por su inteligencia. Pues la verdad conocida es en El, como ya sabes, idéntica a la ciencia, potencia y voluntad. Nosotros, en cambio, para llevar a efecto lo que hemos imaginado (proyec­ tado), necesitamos de la intención, el movimiento y la volun­ tad y conseguir así que llegue a existir. Esto no debe darse 1041 G oichon, 1042 G oichon, 1043 G oichon , La La La d i s t i n c t io n ... p .2 1 7 .2 1 8 .2 6 1 . d i s ti n c t io n ... p .219-222 . d i s t i n c t io n ... p .234. 615 La salvación en El, por su inmunidad de la dualidad, que hemos demos­ trado exhaustivamente. Luego su intelección es causa de toda existencia precisamente en cuanto entiende. Y la existencia de lo que existe por El es por vía de consecuencia y de con­ comitancia de su existencia, pero no en el sentido de que su existencia sea en orden a la existencia de cosa alguna distinta de El, sino en el de que produce todas las cosas, en cuanto que es el ser del cual fluye toda existencia con un flujo com ­ pleto y separado de su esencia. 1.044 4. Pero como la producción de todo cuanto es hecho por el primer Ser, es sólo por vía de concomitancia, una vez que ha quedado bien claro que el necesario en el existir por sí lo es en todos sus modos, como ya lo hemos expuesto en lo que precede, por eso no se puede admitir que sean muchos en número y por la división en materia y forma los seres que proceden de El en primer lugar, es decir, las creaturas, ya que entonces se seguiría lo que no se sigue de El por su esencia o por algo distinto de El. Pues el modo y la razón que hay en su esencia y de la cual se sigue esta cosa, no es el mismo modo y la misma razón de los cuales se sigue no ésta, sino otra cosa. Si se siguiesen de El por consecuencia simultánea dos cosas diversas por constitución, o dos cosas diversas de las cuales resulta un todo, com o la materia y forma, entonces no se seguirían sino de dos modos diversos en su esencia. 1.045 Y si esos dos modos no se hallasen en su esen­ cia, pero fuesen concomitantes a ella, entonces se pregunta por la razón de tal concomitancia, hasta que se llegue a ver que se hallan en su esencia. Y entonces la esencia del nece­ sario en el existir sería conceptualmente divisible, cosa que ya antes hemos refutado demostrando su falsedad. Es, por tanto, evidente que el primero de los seres que provienen de El es uno numéricamente y que su esencia y quididad son algo que no existe en la materia. Luego ningún cuerpo ni nin­ guna de las formas que son perfecciones de los cuerpos pue­ de ser su efecto próximo, sino que el primer causado es una inteligencia pura, ya que es una forma que no existe en la ma­ teria, y es la primera de las inteligencias separadas que hemos mencionado, y ella parece ser el principio motor del orbe más alejado (supremo) por vía de excitar su deseo... 1044 G oich on , 1045 G oichon , La La d i s ti n c t io n ... p.230-231 . d i s ti n c t io n ... p .2 3 4 -2 3 5 , , 616 Avicena 1.046 Es, pues, evidente que el primer causado no pue­ de ser una forma material, y mucho más lo es que no puede ser la materia. El primer causado tiene que ser, pues, una forma que no sea en modo alguno material, sino también una inteligencia. 6. Sabes también que existen muchas inteligencias y mu­ chas almas separadas; sería absurdo que obtuviesen su exis­ tencia mediante algo que no tuviese existencia separada. 1.047 Consta, además, que entre los seres que proce­ den del primer Ser, hay cuerpos, y bien sabes que todo cuer­ po es posible en sí y necesario en el existir por otro; mas es cosa averiguada que no hay otra vía de proceder los tales del primer Ser más que por un intermediario. Sabes también que tal intermediario no puede ser pura y simplemente uno, ya que sabes que de lo uno, en cuanto uno, no procede sino lo uno. Con mayor razón, pues, esa mediación debe tener lu­ gar en los causados primeros, a causa de la dualidad que por fuerza tiene que encontrarse en ellos, a causa de la multipli­ cidad, cualquiera que ésta sea. 1.048 7. Así que en las inteligencias separadas no pue­ de darse alguna clase de multiplicidad sino del modo que yo digo, a saber: que lo causado es posible en sí, pero es nece­ sario en el existir por el primer ser; la necesidad de su exis­ tencia le viene de que es inteligencia, y de que entiende su esencia, y de que entiende necesariamente al primer Ser. Tie­ ne que haber, pues, en él ese tipo de multiplicidad, a saber, estos aspectos: que entiende a su esencia com o posible en sí, que entiende que la necesidad de su existencia le viene del primer Ser, que es inteligible por esencia, y, finalmente, que entiende al primer Ser. Pero esa multiplicidad que hay en él no le viene del primer Ser, ya que la posibilidad de su existencia le compete por sí, y no a causa del primer Ser. Del primer Ser tiene la necesidad de su existencia; después, la multiplicidad que hay en él, por conocer al primer Ser y a sí mismo, es una multiplicidad concomitante a la necesidad de su procedencia del Ser primero. 1.049 8. Pero no nos oponemos a que de un ser que es uno proceda una esencia una también, a la que después S. 1047 Carame, o .c ., p .193 n t . l ; G oichon , La distinction... p.232ss. 1047-1052 Carame, o .c ., p .1 9 5 n t.2 ; Santo T om ás, D e potentia q .3 a .4 .8 .1 6 : th. 1 q .47 a .l. 1048 G oichon. La distinction... p.233s. La salvación 617 siga una cierta multiplicidad relativa, que no se halla en ella al comienzo de su existencia, ni sea un principio que entre en su constitución. Es más, se puede conceder que de lo que es uno procede lo uno, y que a este uno le acompaña después cierta manera de ser y disposición, o cualidad o efecto, y eso será también algo uno a lo que, en virtud de la comu­ nicación de eso concomitante, siga algo, y de ahí se origine y se siga la multiplicidad que acompañaría a su esencia. Esta multiplicidad, pues, tiene que ser la causa de que sea posible que del primer causado proceda a la vez la multiplicidad. Pues si no se diese tal multiplicidad, sería en absoluto impo­ sible el que de ellos (los primeros causados) procediese otra cosa que la unidad; ni tampoco sería posible el que de ellos procediese cuerpo alguno. Asimismo, no es posible ahí otra multiplicidad que esa que acabamos de describir. 1.050 Por lo que hemos dicho, vemos claramente que las inteligencias separadas son numerosas; luego no proceden (todas) a la vez del primer Ser, sino que es necesario que la que entre ellas es la más excelente y elevada, sea la que pro­ ceda del primer Ser, y la sigan después una tras otra las de­ más inteligencias. Y como bajo cada inteligencia hay una es­ fera celeste a la vez con su materia y forma, que es el alma, y la inteligencia que le es inferior, se sigue que bajo toda inteligencia existen tres cosas. Luego es necesario que la po­ sibilidad de provenir esas tres cosas de la inteligencia en la creación sea por la mencionada terna que se halla en ella. Y lo que es más noble sigue a lo más noble de muchos modos. 1.051 De ahí se sigue que de la primera inteligencia, en cuanto que conoce al primer Ser, se sigue necesariamente el ser de la inteligencia que le es inferior, y que, en cuanto se conoce a sí misma, provenga el ser de la forma de la esfera suprema y su perfección, que es el alma, y que la naturaleza de la posibilidad que hay en ella y que se halla implicada en el hecho de que conoce su esencia, se origina el ser de la corporeidad de la esfera suprema, que se contiene en el com­ plejo de la esencia de la esfera suprema según su especie, y eso es lo que está mezclado con la potencia. 1.052 Así que, del hecho de que la primera inteligencia conoce al primer Ser, procede una inteligencia; y de que 1051 G oichon , 1052 G oich on , La distinction... La distinction... p .2 3 5 . p.235s. 618 Avicena Libro de los teoremas y avisos contempla o considera su esencia, en sus dos modos, se ori­ gina la primera multiplicidad con sus dos partes, a saber, la materia y la forma; pero la materia, por intermedio de la forma y en su unión con ella, com o la posibilidad de existir, pasa al acto por medio del acto que corresponde a la forma del cielo. Y así suceden las cosas en las diversas inteligencias y en la esfera celeste y en el cielo, hasta llegar al entendi­ miento agente, que dirige y gobierna a nuestras almas. Pero tal proceso no ha de ser hasta el infinito, de suerte que bajo cada ser separado haya otro separado... prehensión del concepto «hom bre», sino a causa de la sen­ sación que se tiene de sus partes. Otros ejemplos de esto que estamos diciendo puedes buscarlos tú mismo. Todos los constitutivos de la quididad entran con ella en el concepto, aunque no estén presentes en el espíritu en de­ talle, como tampoco lo están muchas cosas conocidas; sin em­ bargo, cuando el espíritu las evoca, se las representa bien. Ahora bien, los caracteres esenciales pertenecientes a la cosa según la acepción técnica en uso en esta sección de la Lógica, son esos constitutivos. Y como la naturaleza funda­ mental, que no recibe otra diferencia que la numérica, por ejemplo, la humanidad, es constitutiva para cada individuo in­ ferior a ella, y como el individuo la desborda por los carac­ teres que le son propios, ella es [n o sólo fundamental], sino además esencial. Tal es el constituvo (p. 87-89). LIB R O DE LOS TE O R E M A S Y A V ISO S P r im e r a p e r s p e c t iv a 619 El fin de la Lógica Directiva sobre lo esencial constitutivo Nota sobre el alma terrestre y el alma celeste 1.053 Has de saber que toda cosa que posee una qui­ didad aparece como existente en los individuos o concebida en el espíritu solamente en cuanto que sus partes están pre­ sentes en ella. Si no posee una existencia que no consista en existir según uno de esos modos de existencia, ni en ser cons­ tituida por una de ellas, entonces «existencia» es un concepto que dice relación a su esencia, sea a título de concomitante, sea de otra manera. Además, las causas de su existencia son distintas de las causas de su quididad. Así, la humanidad: ésta tiene en sí misma una esencia, una quididad que no tiene por constitutivo el existir en los individuos ni el existir en el espíritu; al contrario, esto le es correlativo. Si la existencia fuese un constitutivo de la humanidad, sería imposible repre­ sentarse la idea de ésta en el espíritu desprovista de lo que sería una parte constitutiva suya. Sería entonces absurdo que la existencia sobreviniese en el espíritu a la comprehensión de la humanidad, que se dudase si ésta existe o no concre­ tamente. [Prueba de la existencia del alma humana por la percepción intuitiva del ser] 1.054 Por lo que hace al hombre, puede ser que la duda no afecte a [la idea de] su existencia, no a causa de la com1053 G o i c h o n , Livre des directives et remarques..., p .8 7 nt.3 y 5. 1054 G oichon , o .c ., p .8 8 n t .l y 2. 1054-1057 T . M ouhanna , O .L .M ., Théorie des intelligibles secondes Avicenne: M elto 4 (1968) 5 9 -8 9 ; 75-106. 1.055 Reflexiona sobre ti mismo y examina si, hallán­ dote bien, normal y aun en algunos otros estados, cuando cap­ tas las cosas con una inteligencia sana, no te percatas de la existencia de ti mismo y no la afirmas. Y o no creo que esca­ pe eso a un atento observador. Aun en el que duerme, en su sueño, y en el embriagado, en su embriaguez, el fondo de sí mismo no se le escapa, si bien su representación no le está constantemente presente a su memoria. Y si tú imaginases que tu persona fue creada desde el principio dotada de una inteligencia y una disposición sanas, y si se la supone en un conjunto de situación y disposición tales, que no fuesen vistas las partes de que consta y sus miembros no se tocasen, sino que estuviesen separados y sus­ pendidos un instante en el aire, tú la encontrarías, sin per­ catarte de todas las cosas, excepto de la certeza de la existen­ cia (p.303s). 1055 G o i c h o n , y 15. chez o .c ., p .303 n t.1 -3 ; p .3 0 4 n t.1 -3 ; I d ., La distinction..., p.14 620 Libro de los teoremas y avisos Avicena N ota [sobre la percepción del alma por ella misma] 1.056 ¿Por qué te percibes a ti mismo en este momen­ to lo mismo que antes y después? ¿Qué es lo que en ti tiene esa percepción? ¿Ves tú a eso que percibe com o si fuese uno de sus cinco sentidos que perciben por intuición, o bien como tu inteligencia y una facultad diversa de tus sentidos y aná­ loga a ellos? Si es tu inteligencia y una facultad diversa de tus sentidos, por la cual tú percibes, ¿percibes entonces por intermediario, o sin intermediario? Y o no creo que en ese momento necesites de un intermediario. N o lo hay. No que­ da, pues, sino que te percibes a ti mismo sin que precises otra facultad, sin un intermediario (p .305-308). T eorema [sobre las facultades del alma racional, explicadas bajo la alegoría de la lámpara] 1.057 A esta distinción corresponde, en las facultades del alma humana, en una clase de división por la variedad de los actos, esta otra: el alma humana, cuya propiedad es co­ nocer, es una sustancia que tiene facultades y perfecciones (diversas). Entre esas facultades se halla aquella a la que pertenece como misión necesaria el regir el cuerpo, y es la facultad a la cual se da especialmente el nombre de inteligencia prác­ tica. Es la que, entre las cosas humanas particulares que de­ ben ser ejecutadas para llegar a los fines propuestos, descu­ bre las premisas indispensables, los primeros principios, las ideas difundidas, frutos de la experiencia; todo ello, con la ayuda de la inteligencia especulativa, que suministra el juicio universal por el cual se pasa al juicio particular. 1.058 Entre las facultades del alma se halla también la que ella posee a título de la necesidad en que se halla de perfeccionar su sustancia haciéndola inteligencia en acto. La primera es una facultad que la prepara para volverse hacia los inteligibles; algunos la llaman inteligencia material: es el nicho (en que se encuentra una lámpara). A ésta sigue otra 1056 G o i c h o n , L i v r e d e s d ir e c t iv e s e t r e m a r q u e s ... 1057-1059 G o i c h o n , La d i s ti n c t io n ... p .320-323 . 1057 G oichon , L iv r e d e s d ir e c tiv e s e t r e m a r q u e s ... 1058 nt.1-5. G o ic h o n , p .308 n t .l. p .3 2 4 nt.1-4. Livre des directives et remarques... p .324 nt.5-6; p.325 621 facultad, que surge en el alma cuando se ponen en acto los pri­ meros inteligibles. Por esa nueva facultad se dispone [el alma] a adquirir los segundos (conocimientos), sea por la re­ flexión que es el olivo, si es débil, sea por la intuición inte­ lectual, que es además, el aceite, si la intuición es más fuerte que la reflexión: se llama la inteligencia hábito, y es el vi­ drio. Y la facultad noble, llegada a su madurez, es una fa­ cultad santa, «por la cual el aceite es casi iluminado». 1.059 Un poco más tarde, le vienen al alma en acto una facultad y una perfección. La perfección consiste en que los inteligibles le son dados en acto, en una intuición que los representa en el espíritu, y es «luz sobre luz». Y la facultad consiste en que le pertenece realizar el inteligible adquirido, llevado así a su culminación, com o es el objeto de la inten­ ción, desde el momento en que ella lo quiere, sin necesidad de adquirirlo [en ese último m om ento], y es la lámpara. Esa perfección se llama inteligencia adquirida, y esa facultad, in­ teligencia en acto. Lo que la hace pasar del habitus al acto perfecto y lo mismo de la inteligencia material al habitus, es el entendimiento activo (agente). Es el fuego (p .324-326). T eorema [sob re la función o papel del entendimiento agente en el conocim iento] 1.060 Sin embargo, la sustancia que recibe la impresión de los inteligibles, com o vamos a demostrarlo, es incorporal e indivisible. No hay, pues, en ella nada semejante a un libre administrador, ni a un tesoro. Tampoco conviene que ella misma sea com o su libre administrador, mientras que alguna parte del cuerpo o alguna de sus facultades vendría a ser como un tesoro, porque los inteligibles no se imprimen en un cuerpo. N o queda, pues, sino admitir que hay una cosa extrín­ seca a nuestra sustancia, en la cual se hallan las formas inte­ ligibles mismas, porque es una sustancia intelectual en acto de tal índole, que, cuando se produce una cierta unión entre nuestras almas v ella, se imprimen en nuestras almas las for­ mas intelectuales apropiadas, por esa preparación particular, a juicios que le son propios. Y cuando el alma se aleja de esa 1059 G o i c h o n , Livre des directives et remarques... p.326 nt.1-3. 1060 G o i c h o n , Livre des directives et remarques.,, p.328 nt.3; p.330 p.331 nt.1-5; Id., La distinction.., p.326, n i.l; 622 Libro de los teoremas y avisos Avicena sustancia intelectual [para volverse] hacia la que le acerca al mundo corporal, o hacia otra forma, se borra la semejanza que tenía en un principio como si el espejo por el cual el alma miraba hacia el lado de esta santidad la hubiese desvia­ do hacia el lado de los sentidos o hacia alguna otra cosa santa. Y eso no pertenecerá de nuevo al alma sino cuando adquiere el hábito de la unión (p.328-331). T eorem a [sob re la causa de la unión con el entendimiento agente] 1.061 Esa unión tiene por causa una facultad lejana: la inteligencia material; una facultad que adquiere: la inteligen­ cia habitus, y una facultad completamente preparada, a la cual pertenece orientar al alma, cuando lo desea, hacia el lado de la iluminación por una disposición sólidamente establecida; se la llama inteligencia en acto (p.332). [ Todo ser inteligente es inteligible. D e una manera general, todo ser inmaterial puede conocer] T eorema 1.062 Sabrás que todo ser que conoce algún objeto, co­ noce por medio de una potencia próxima al acto que ella conoce ese objeto, y por lo mismo ella conoce relativamente a sí mismo. Por tanto, a todo ser que conoce alguna cosa, pertenece al conocerse a si mismo. Y a la quididad de todo lo que es conocido, pertenece el estar en conexión con otro inteligible; por eso es además conocida a la vez con todo otro objeto distinto de ella (p.337). 623 es percibido sustancialmente por los sentidos debe ser tenido por absurdo, y lo que no está determinado por un lugar o una posición, por sí mismo, como el cuerpo o por razón de aque­ llo en lo cual se halla, como los estados de los cuerpos, no tiene ninguna posibilidad de existir. Tú, por tu parte, meditas sobre la realidad de lo sensi­ ble. Por eso sabes cuán falsa es la manera de hablar de ésos, ya que tú y todo el que merece que se le dirija la palabra, sabéis bien que a esos objetos sensibles se aplica muy bien un solo nombre, no por homonimia pura, sino según un mis­ mo sentido; así, el nombre de hombre no dudáis que se apli­ ca a Zayd o a Amr en un mismo sentido real. Ahora bien, ese sentido que existe, una de dos: o existe en tanto que los sentidos lo perciben, o no. Si no puede ser percibido por los sentidos, nuestra investigación ha obtenido de los objetos sensibles lo que no es sensible: cosa bien extraña. Y si es sen­ sible, será, sin ninguna duda, una posición, un lugar, una medida determinada. ¿Y cómo habría algo determinado que no tenga capacidad de ser percibido, ni aun imaginado, si no es así (de esa manera)? En efecto, todo sensible y toda cosa imaginada está particularizada sin ninguna duda, por alguno de esos estados, y si ello es asi, «sensible» no conviene a lo que no se halla en ese estado, ya que no se predica o dice de mu­ chos seres que difieran en cuanto a ese estado. Así que el hombre, en cuanto que tiene una esencia única, o mejor, en cuanto que su esencia fundamental es aquella en la cual la multiplicidad (de individuos) no tiene diferencia, no es sen­ sible, sino inteligible puro. Y el mismo caso es el de todo universal (p.351s). O p in ió n y n o t a [sobre los órganos necesarios a la existencia concreta del hom bre] p a r t ic u l a r Sobre el ser y sus causas N ota [sobre la confusión demasiado difundida entre el ser y lo sensible] 1.063 Sobre las ideas recibidas sin crítica por el hom­ bre vulgar campea con frecuencia ésta: lo existente es lo sensible; en consecuencia, suponer la existencia de lo que no 1061 G oichon , 1062 G oichon , 1063 G oichon , Livre des directives et remarques... Livre des directives et remarques... Livre des directives et remarques... p .332 n t .l. nt. 3-4. p .351 nt.1-3. 1.064 Mas alguno de ésos dirá tal vez: El hombre, por ejemplo, no es hombre más que en cuanto que tiene órganos como la mano, ojo, cejas, y en cuanto que, de esa manera, es sensible. A ése le hacemos esta observación: El caso de cada órgano que tú citas o que no mencionas es semejante al caso del hombre mismo (p.352). 1064 G o ic h o n , Livre des directives et remarques... p.352 nt.l. 624 Avicena A v is o [Existir no consiste en ser sentido] Nota 1.065 Si cada ser existiese en cuanto que entra en el sentido y en la estimativa, el sentido y la estimativa entra­ rían también en él, y desde luego la inteligencia, que es el verdadero juez, entraría en la estimativa (sobrentendido: o no existiría). Y según esos principios, nada del amor, de la ver­ güenza, del miedo, de la cólera, del valor, de la cobardía, caerían bajo los sentidos ni la estimativa, a pesar de que de­ penden de lascosas sensibles. Entonces, ¿qué piensas tú de los seres que, por su esencia, sobrepasan lo sensible y de lo que depende de ellos? (p.352s). A p é n d ic e [Existir, es ser verdadero] 1.066 T odo ser verdadero es tal según la verdad esen­ cial por la cual es. Entonces es idéntico (a su esencia), uno, indeterminado. ¿Cómo es, pues, eso por lo cual cada [ser] verdadero al­ canza su existencia? (p.353). N ota [Las causas de la quididad difieren de las causas de la existencia] 1.067 La cosa puede ser causada con respecto a su qui­ didad y a su realidad esencial, y puede serlo en su existencia. Puedes considerar eso en el ejemplo del triángulo: su reali­ dad esencial depende de la superficie y de la línea que forma su contorno; las dos le constituyen en cuanto que es trián­ gulo y posee la verdad de la triangularidad, como sus dos causas, material y formal. Pero desde el punto de vista de su existencia, depende todavía con toda certeza de otra causa, que no es ninguna de ésas. No es una causa que constituya su triangularidad y que forme parte de su definición, sino que es la causa eficiente (p.353s). 1065 1066 126. G o ic h o n , o .c ., G o ic h o n , o . c ., p.352 nt.2. p.353 nt.1-4; G o i c h ° n > o x -> P - 3 5 3 148; 151-155; S a lib a , o .c ., n t -5 ; p.79-81; G ils o n , P -3 5 4 L’être et l’essence p.122-128, nt.1-3; I d . , La distinction... p.130L’être et l’essence p.122-128, 126. G ils o n , 625 Libro de los teoremas y avisos [sob re la diferencia entre la esencia de la cosa y su existencia concreta] 1.068 Bien sabes que tú comprendes la idea de triángulo preguntándote si le compete o no el ser entre las esencias concretas o no. Esto, después que se te ha manifestado en la representación como formado por una línea y una superficie, pero sin representártelo com o existente e n t r e los indivi­ duos (p.354s). T eorema [sob re la diferencia entre la causalidad de la causa eficiente y la de la causa final] 1.069 La causa que confiere el ser a la cosa que posee ya las causas constitutivas de su quididad, es causa de algu­ nas de éstas, la forma, por ejemplo, o de su conjunto en [el orden de] la existencia que es ella misma causa de su reunión. La causa final por la cual es la cosa, es causa por medio de su quididad, porque la idea que la causa final representa per­ tenece a la causalidad de la causa eficiente, pero ella es su efecto en cuanto a su existencia. Ahora bien, la causa eficien­ te es, sí, una cierta causa de la existencia de la causa final, si ésta es uno de los fines que comienzan a existir en acto, pero no es causa de su causalidad ni de la idea que ella re­ presenta (p.356s). T eorema [L a causa primera no puede ser más que una causa eficiente ] 1.070 Si es causa primera, es causa de toda existencia y de la verdadera causa de toda existencia concreta (p.357). N ota [sobre la clasificación de los seres en Necesario y posibles] 1.071 T odo ser, si se le considera en su esencia sin con­ siderar otro ser, debe existir en cuanto que la existencia le es necesaria en sí mismo, o en cuanto que no lo es. Si le es 1068 G o i c h o n , o . c . , p.354 nt.4; p.355 nt.l; p.356 nt.l; S a l i b a , 83.87-89. 1069 G o i c h o n , o . c . , p.356 nt.2. 1070 G o i c h o n , o . c . , p.357 n t . l y 2. 1071 A v i c e n a , La salvación, 2.a parte, trat.I c.3 (n.28); G o i c h o n , nt.3 y 4; p.358 nt.2 y 4. o .c ., p.82 o .c ., p.357 626 Avicena Libro de los teoremas y avisos necesaria, él es la verdad en sí, aquel cuya existencia es ne­ cesaria por sí. Es el Subsistente [por sí mism o], Y si no es necesario, no se puede decir de él que sea imposible por esen­ cia, toda vez que se le ha supuesto como existente. Mas, por el contrario, si, respecto de su esencia, le es aneja una con­ dición, como la de la falta de causa, entonces resulta impo­ sible, o bien la de la existencia de su causa, y entonces resulta necesario. Pero si no le va aneja ninguna condición, ni la realización de una causa, ni la no existencia de ésta, entonces queda en la tercera manera de ser, que es la posibilidad. Es, pues, con relación a su esencia, com o la cosa no es ni nece­ saria ni imposible. Y así, todo ser es, o necesario por esen­ cia, o posible en su esencia (p,357s). T eorema [Toda existencia de un posible viene de otro] 1.072 El ser que está dotado de la posibilidad no llega, pues, a ser existente por sí mismo. Porque, de por sí, en tan­ to que es posible, no le compete más su existencia que su noexistencia. Si una de ellas le compete con preferencia a la otra, sería a causa de la presencia o ausencia de otra cosa. Así, la existencia de todo posible proviene de otro (p.358s). N ota [U n encadenamiento de posibles hasta el infinito no introduce necesidad ] 1.073 Si la cadena es hasta el infinito, cada una de las unidades de la cadena es posible en sí misma, y todo el con­ junto depende de ellas; no es, pues, necesaria tampoco, pero lo es por otra cosa. Vamos a explicar esto más. Comentario Todo el conjunto del cual cada unidad es causada, exige una causa extrínseca a cada uno de ellos. Y esto, porque o no exige ninguna causa, y entonces es necesario y no causado, y ¿cóm o sería eso así cuando solamente es necesario por sus unidades?, o bien exigen una causa constituida por todas sus unidades sin excepción; será entonces causado por sí mismo, y, consiguientemente, esa causa, el conjunto y el todo serán 1072 A v ic e n a , La salvación, ib id ., c.2 (n .26 2 7 ); 1073 G oichon , o .c ., p .3 5 9 n t.1-3. G oichon , o.c. p .358 n t 5 627 una sola cosa. Por lo que hace al término «to d o », tomado en el sentido de cada individuo, el conjunto no está necesi­ tado por él. O bien exige una causa constituida por algunas (de sus) unidades; pero no hay entre ellas unas que sean más dignas que las otras, porque, siendo causada cada una, es su causa la que es más digna; o bien exige una causa fuera de todas las unidades, y ésa es el ser eterno (p.359). T eorem a [La causa de una suma de unidades es causa de cada una de ellas] 1.074 T odo causa de una suma es algo distinto de sus unidades, ya que es causa, primero, de las unidades y, des­ pués, de la suma, sin lo cual las unidades no tendrían nece­ sidad de ella; y la suma, cuando está completa por sus uni­ dades, tampoco tendría necesidad de ella. Pero, a veces, una cosa es causa de algunas unidades y no de otras; entonces no es causa del conjunto de manera absoluta (p.359s). T eorema [E l punto de partida de una serie de causas y efec­ tos es una causa no causada] 1.075 Toda suma formada regularmente por causas y efectos que se encadenan, y en la cual se encuentra una cau­ sa que no es efecto, tiene a ésta por extremidad, pues si es­ tuviese (en el) medio, sería causada (p.360). T eorema [Esa causa es el Ser necesario por si] 1.076 Toda cadena dispuesta con causas y efectos es fi­ nita o infinita. Ya se ha demostrado con evidencia que, si comprende solamente lo que es causado, tiene necesidad de una causa extrínseca, pero con la cual esté unida, sin duda ninguna, por uno de sus extremos. Es evidente que, si hay en ella algo que no sea causado, eso será una extremidad, un límite. Toda cadena, pues, termina en el Ser necesario por sí (p.360). 1075 A v ic e n a , La salvación, ib id ., c .l (n .35 3 6 ); 1076 G oichon , o .c ., p .3 6 0 nt.2. G oich on , o .c ., p .3 6 0 n t .l. 628 T eorem a A v icem [L a existencia no es un atributo como los demás] 1.077 Puede suceder que la quididad de la cosa sea cau­ sa de uno de sus atributos y que un atributo que le perte­ nezca sea causa de otro atributo, como la diferencia especí­ fica respecto del ser propio. Sin embargo, el atributo que es la existencia no puede legítimamente permanecer. De la creación en general y de la creación sin intermediario O p i n i ó n p a r t i c u l a r y n o t a [ L o s no-filósofos creen que la creatura no necesita del Creador más que p a r a recibir la existencia] 1.078 Como preliminar a las opiniones vulgares [se en­ cuentra] con frecuencia a ésta: La dependencia de la cosa que se llama «efecto» respecto de la cosa que se llama «agente», es solamente en el sentido en el que el no-filósofo llama al efecto «hecho» y al agente «el que hace». Esa manera [de expresarse] significa que aquél ha recibido la existencia, ha sido la obra de un artífice, ha sido hecho; y que éste ha he­ cho existir, fabricó, hizo. T odo eso viene a decir que la exis­ tencia ha venido a una cosa procedente de otra cosa, después de no haber existido aquélla. 1.079 Se pretende algunas veces que, una vez que la creatura ha recibido la existencia, ya no tiene más necesidad del agente, de suerte que, si éste dejase de existir, el objeto podría legítimamente seguir existiendo, com o vemos que, des­ aparecido el arquitecto, el edificio construido subsiste, hasta tal punto que algunos no se arredran ante esta consecuencia: que, si fuese posible que el Creador dejase de existir, cierta­ mente, su no-existencia no perjudicaría a laexistencia del uni­ verso, ya que el universo sólo tenía necesidad del Creador para que éste le hiciese existir, es decir, para hacerle pasar del no-ser al ser, de suerte que sería agente sólo a ese título; pero una vez que lo ha hecho y le ha conferido la existencia, ¿cómo podría pasar de nuevo el mundo del no-ser al ser de modo que tuviese necesidad del agente? (p.373). 1077 G oichon, o.c., p.362 nt.l y 2. 1078 Goichon, o . c . , p.369 nt.3 y 4. 1079 G oichon , o .c ., p.374 nt.l; Id., La distinction... p.286.287. Libro de los teoremas y avisos 629 1.080 [E l ser] precedido por la no-existencia no tiene más que un solo aspecto, y su comprehensión es más particu­ lar que la del primero; ambas comprehensiones reciben por predicado la dependencia de otro. Cuando hay dos ideas, una de las cuales es más general que la otra, y una tercera idea se da como predicado a sus dos comprehensiones, ésta pertenece a la comprehensión más general de por sí y en primer lugar, y después a la más par­ ticular. Pues esta tercera idea no sigue a la más particular más que porque ésta sigue ya a la más general, sin reciprocidad, hasta el punto de que, si se pudiera admitir aquí que lo que es precedido por el no-ser no fuese necesario por otro — y eso puede admitirse por su definición— , esa dependencia no existiría. Es, pues, evidente que esa dependencia es causada de otra manera. Y com o ese atributo es el predicado cons­ tante de los seres causados, no pertenece solamente al estado de la existencia que comienza, sino que esa dependencia se da siempre. Lo mismo, si perteneciese a su estado el ser pre­ cedido por el no-ser, esa existencia no sería solamente depen­ diente en el estado de lo que llega a ser después de no haber sido, de suerte que ella pudiese prescindir después del agente mismo (p .376-378). N ota [Sobre la anterioridad que precede a la existencia de un ser nuevo] 1.081 El ser que comienza después de no haber sido tiene un «antes» en el cual no existía, diferente de la ante­ rioridad que tiene la unidad sobre «d os» y que con frecuencia consiente la existencia simultánea de lo que es antes y de lo que es después al poner en acto al ser; al contrario, es la an­ terioridad de un «antes» que no perdura con el «después». De manera parecida, hay además en ese «antes» la renova­ ción de una posterioridad después de una anterioridad des­ aparecida. Esa anterioridad no es el no-ser mismo, ya que a veces se da el no-ser después. Tampoco es el agente, pues éste puede existir antes, en y después. Es, pues, otra cosa, en la cual no cesan interrupción y renovación, no obstante la continuidad. Ya sabes que una continuidad semejante a la que corresponde a los movimientos en las medidas no surgirá sin cosas divisibles (p .378-380). 1080 A v i c e n a , La salvación, L. I trat.III c.2 (n. 11-13). 1081 Goichon, o . c . , p.378 nt.l y 2, 630 Avicena T eorem a Libro de los teoremas y avisos [T od o ser que comienza es precedido de un sujeto de una materia ] 1.082 Todo ser que comienza ha sido posible antes de existir, ya que su posibilidad de existir ha sido realizada. No era ésta la potencia del que tenía poder sobre él; si no, cuan­ do se dice el absurdo que no tiene poder sobre él porque es imposible en sí, equivaldría a decir: «N o tiene poder sobre él porque no tiene poder sobre él; o bien: «N o es posible en sí porque no es posible en sí». Evidentemente, pues, esa posibilidad es algo distinto de la acción efectiva del ser que tiene poder sobre él, y no es en sí mismo una cosa inteligible que exista fuera de un sujeto de inhesión; al contrario, es relativa y, por consiguiente, necesita un sujeto. Por tanto, el ser que comienza está precedido por una potencia de ser de un sujeto (p.380s). N ota [Sobre la esencial posterioridad del posible] 1.083 Una cosa es después de otra de varias maneras, por ejemplo, con la posterioridad de tiempo y de lugar. No tenemos por qué considerar ahora entre todas ellas más que la posterioridad engendrada por la manera com o cada uno tiene de­ recho a la existencia, aun sin impedir que haya simultaneidad en el tiempo. Eso tiene lugar cuando la existencia de este ser proviene de otro sin reciprocidad; entonces, el que la ha re­ cibido no tiene derecho a la existencia sin que la existencia se ponga en acto en el otro y llegue esa realización a él. En cuanto al otro [ser], entre su realización en el ser y él mismo, el que recibe [de él] la existencia no juega el papel de inter­ mediario. Al contrario, la existencia viene a él, pero no pro­ viene de él, y no le llega más que pasando por el otro. Es com o en la expresión: « Y o moví la mano, entonces se mo­ vió la llave». O bien, «luego, se m ovió la llave». Pero no dices: «La llave se movió; después, yo moví la m ano»; o bien: «luego, yo moví la mano», aunque las dos se hayan movido al mismo tiempo. Esa posterioridad es la posteriori­ dad esencial. 1082 G o i c h o n , o . c . , 1083 G oichon , o .c., p.249, p .3 8 0 n t.6; p.381 nt.2 y 3. p .381 n t.4 y 5 ; p .382 n t .l y 2; I d ., La distinction 631 1.084 Tú sabes que [e l] estado que pertenece a la cosa con respecto a su esencia, prescindiendo de toda otra consi­ deración, precede a un estado que ella debe a otro, de una anterioridad de esencia. Y todo ser que existe por otro me­ recería el no-ser si se le deja a él solo, o, de otro m odo, no tendría existencia si estuviese él solo. O , más bien, no posee la existencia más que recibiéndola de otro. No podía, pues, existir antes de poseer la existencia: eso es el comienzo esen­ cial (p .381-384). N ota [Precisiones sobre la naturaleza del «ib d a »] 1.085 La creación, ibda, consiste en que de una cosa proviene la existencia que pertenece a otra, y que depende de ella únicamente sin intermedio de materia, de instrumento ni de tiempo. Mientras que lo que está precedido del no-ser temporal no puede prescindir de intermediario. «Ib d a » es, pues, superior en dignidad a la producción por generación y a la producción temporal (p.385s). Sobre la abstracción N ota [Sobre «el principio y el retorno» ] 1.086 Medita cómo la existencia comenzó a partir de la [sustancia] más noble [para descender] a la más noble después de ella, hasta que llegó a la materia. Después ascen­ dió de la más ínfima a la que precede inmediatamente, y de ella hacia una más noble y así sucesivamente hasta que hubo alcanzado el alma racional y la inteligencia adquirida. Pues el alma racional, que es una suerte de sujeto para las formas inteligibles, no está infundida en un cuerpo por el cual sub­ siste, sino que posee solamente en ese cuerpo un instrumen­ to, y el cambio por el cual el cuerpo cesa de ser para ella un instrumento y de conservar su vínculo con ella, no perjudica a la sustancia del alma; al contrario, ella perdura gracias a la de las sustancias perdurables, que es el principio de su existencia (p.435s). 1084 1085 1086 G o ic h o n , o .c ., G o ih c o n , o .c ., G o ic h o n , o .c ., p.383 nt.l p.386 nt.l p.435 nt.l y y y 2. 2; I d . , La distinction... p.244-259. 2; p.436 nt.l; I d . , La distinction... p.92ss. 632 Sobre el alma 633 Avicena SOBRE EL A L M A P r im e r a parte III Capítulo en el que se prueba que el alma está en el predica mentó de sustancia 1.087 ... Consta, pues, que el alma perfecciona al cuer­ po en el que está, y que la conserva conforme a la manera de ser de éste, que debe naturalmente disolverse y desparra­ marse. En efecto, cada una de las partes del cuerpo tiene el debido lugar, que no tiene otra, y debe distinguirse de la que le está unida; pero ese estado no lo conserva sino un ser que no pertenece a su naturaleza, y ese ser es el alma en el ser viviente. El alma es, pues, la perfección del sujeto que es constituido por ella; también constituye su especie y la per­ fecciona. Las cosas que tienen almas diversas se hacen, en ra­ zón de ellas, de diversas especies, y su alteridad se origina por la especie, no por la singularidad. Luego el alma no está entre los accidentes por los que no se especifican las especies ni entran en la constitución del sujeto. El alma, en efecto, es perfección de la sustancia, no com o accidente, ni se sigue de eso el que sea separada o no separada; no toda sustancia es separada, ya que la hyle no es separada, ni tampoco la forma; tú ya sabes que eso es así... (ed. Van R i e t , I-III, p.66s). Se g u n d a parte II Capítulo sobre los modos de conocimiento que hay en nosotros 1.088 Hablemos ahora de las facultades sensibles y cog­ noscitivas, pero digamos sobre ellas cosas generales, diciendo que parece que el aprehender no es sino el aprehender la 1087-1096 C h a n i n e , o . c . , p.95. 1087-1094 G. V e r b e r e , Inlroduction doctrínale a Avicenna latinus, Líber Ve anima, é d critique par S. V a n R i e t , I-II p.1-90, IV-V; p.1-73; I d . ) L’immortalité de l ame dans le «De anima» d’Avicenne. Una synthése de l’aristotelisme et du. néoplatonisme: Pensamiento 25 (1969) 271-290; C r u z H e r n á n d e z Filo­ sofía hispano-musulmana I p.140-147; Id., La filosofía árabe p.96-99. 1087 C r u z H e r n á n d e z , Filos, hisp,-musulm. I p.140; I d . , La filosofía árabe p.96-97. 1088 V a n R i e t , o . c . , I p.114 nt.55, p.115 nt.63-81. forma de lo aprehendido con alguno de los modos posibles, pero, si aprehender es aprehender una cosa material, entonces el aprehender es aprehender la forma de algo, abstraída de la materia con alguna abstracción. Pero hay diversas especies de abstracciones, y sus grados distan mucho entre sí. En efecto, a las formas materiales les sobrevienen, por razón de la ma­ teria, disposiciones y otras cosas que no tienen por su esencia, es decir, por ser formas. Por tanto, su abstracción de la mate­ ria algunas veces es abstracción sin dejar esas condiciones en algunas de ellas, algunas veces es una abstracción perfecta, que abstrae aquel objeto entendido de la materia y de las otras condiciones que hay en él en razón de la materia. Por ejemplo: la forma humana y [su ] sustancia es una naturaleza en la que sin duda convienen por igual todos los singulares de la especie, de la cual se da una única definición; pero, com o sucede que existe en este singular y en aquél, por eso está multiplicada. Pero eso no lo tiene por su naturaleza; porque si la razón de tener que multiplicarse radicase en la naturaleza humana, entonces no se predicaría el hombre de algo uno numéricamente, y si se diese la humanidad porque se da (o es) la humanidad de Pedro, entonces la humanidad no pertenecería a otro. Por tanto, uno de los accidentes que sobrevienen a la humanidad por la materia, es esa especie de multiplicación y división. 1.089 Además de esos accidentes le sobrevienen también otros, a saber: por estar en la materia, le sobreviene el modo de la cuantidad y de la cualidad, y del lugar y de la situación: to­ dos los cuales son extraños a su naturaleza, porque, si por set humanidad se hallase con ese modo de cuantidad, y de cuali­ dad, y de lugar, y de situación, entonces, por ser la humani­ dad, tendrá cada hombre que convenir con otro en esos con­ ceptos o modos de ser, Y si lo que es humanidad se hallase con algún otro modo de cuantidad y decualidad, y delugar, y de situación, entonces todos los hombrestendrían que con­ venir en ese modo. Luego la forma humana por su esencia no debe tener esos accidentes que suelen sobrevenirle, sino que se halla con esos accidentes por razón de la materia... (I p,114s). 1.090 Pero de la facultad en la cual las formas que exis­ ten no son materiales de ningún modo, ni les sobrevienen las 1089 1090 V an Van R ie t , o .c ., R ie t, o .c ., I p.116 nt.80-82. I p.120 nt.35, ' 634 Avicena Sobre el alma condiciones materiales, ni son formas de las cosas materiales, sino libres de toda vinculación a la materia, es evidente que aprehende las formas con una aprehensión despojada absolu­ tamente de la materia. Eso es patente cuando se trata de un objeto que de por sí está despojado de la materia; pero al objeto que existe en la materia, o cuyo ser es material, o al que le sobreviene eso, lo abstrae de la materia, y de todo lo dependiente de la materia que se halle en él, pero lo aprehen­ de con una aprehensión unida, de suerte que resulta un ob­ jeto como el hombre, que se predica de muchos, y aprehende a muchos como una naturaleza y lo separa de toda cuantidad, y cualidad, y lugar, y posición materiales; ya que, si no fuese despojada de todo eso, no sería apta para ser predicada de muchos; y ésa es la diferencia que hay entre la aprehensión del que juzga por la estimativa y la aprehensión del que juz­ ga por el entendimiento... (p.120). hemos hablado, quedan despojados de la materia y sus con­ diciones, y son impresos en el alma racional, no com o si fue­ sen cambiados de la imaginación a nuestro entendimiento, ni porque la intención que depende de muchos produzca una se­ mejante a ella, sino porque por su consideración de ellos el alma queda dispuesta para que brote de ella por obra del en­ tendimiento agente la abstracción. Q u in t a parte V Capítulo sobre el entendimiento agente en nuestras almas y el pasivo de nuestras almas 1.091 Diremos que el alma es antes inteligente en po­ tencia, y después se hace inteligente en acto. Todo lo que pasa de la potencia al acto no pasa sino por una causa que lo tiene en acto y lo reduce al acto. Luego se da una causa por la cual nuestras almas en los objetos inteligibles pasan de la potencia al acto. Mas la causa que da la forma inteligible no es sino el entendimiento en acto, en el cual se hallan los principios de las formas inteligibles abstractas. 1.092 Ese entendimiento es, respecto de nuestras almas, como el sol respecto de nuestra vista: así com o el sol se ve de por sí en acto y por su propia luz en acto se ve lo que no se veía en acto, así es el influjo de eseentendimiento en nuestras almas. En efecto, lafacultad racional, cuandoconsi­ dera los objetos particulares que se hallan en la imaginación, y es iluminada por la luz del entendimiento agente de que 1091-1093 C r u z H e r n á n d e z , Filos, hisp,-musulm. I p . 144-147 ; I d . , p . 9 6 -1 0 2 ; G i l s o n , La philosophie au moyen âge p . 352s, 1091 V a n R i e t , o .c ., p . 126 n t.30-35, p .127 n t.35, 1092 V a n R ie t , o .c . , p .127 nt.40, fía árabe 635 1.093 En efecto, los pensamientos y las consideraciones del movimiento disponen el alma para recibir la emanación, como los términos medios disponen para recibir necesaria­ mente la conclusión, aunque eso se verifica de diversos mo­ dos, com o sabrás después. Pero cuando el alma racional viene a ponerse en relación con esa forma despojada (de la mate­ ria) por medio de la luz del entendimiento agente, surge en el alma, en virtud de esa forma, algo que, en algún aspecto, es algo especial, y, en otro aspecto, no es algo especial; como cuando la luz cae sobre los objetos coloreados y se origina en la vista por obra de ella una operación que no es seme­ jante a ella del todo. Por lo que hace a los objetos imagina­ bles, son inteligibles en potencia y se hacen inteligibles en acto, no ellos mismos, sino los objetos que de ellos son reci­ bidos; es más, así como la operación que aparece a partir de las formas sensibles, por medio de la luz, no es las mismas formas, sino algo que está en relación con ellas, así el alma racional, cuando se une a las formas con un cierto modo de unión, queda dispuesta para que surja en ella por la luz del entendimiento agente las mismas formas despojadas de todo elemento extraño... (IV -V p,126s). VI Capítulo sobre los grados de las acciones del entendimiento y del grado más alto en él, que es el santo entendimiento 1.094 Diremos que el alma entiende porque aprehende en sí misma la forma de los objetos conocidos despojados de la materia. Pero el que la forma esté despojada de la materia, o es porque el entendimiento la despoja, o porque la forma está en sí misma despojada de la materia y no hace falta que La filoso­ 1093 V a n R i e t , 1094 V a n R i e t , d’Avicenne p.153. o .c ., o .c ., p .127 n t.50. p .134 nt.45 y 46; G a rd et, La pensée religieuse 637 A vie e na Sobre el alma el alma la despoje. El alma se entiende a sí misma, y el en­ tenderse a sí misma la hace entender que ella es inteligente, entendida y entendimiento; pero al entender las demás formas no procede así, pues ésas están de por sí siempre en el cuerpo, y en el entendimiento, en potencia, aunque en algunas cosas pasen al acto. Pero eso que se dice, que el alma misma se hace las mis­ mas cosas entendidas, es imposible, a mi juicio. N o entiendo eso que se dice, que una cosa se hace otra, ni veo cómo pueda ser eso, pues todo lo que deja una forma y reviste otra, es, cuando está con la primera, una cosa, y otra cuando está con la segunda; lo primero con toda seguridad no se hace lo se­ gundo, si no se destruye lo primero y no queda de él sino su sujeto o alguna parte suya. Si, pues, no pasan así las cosas, veamos cómo son. lia- por tanto, si esa que recibe además no es diversa de esa otra será algo bien extraño, porque sería una misma cosa la a u e ’ recibe y la que no recibe, y si es diversa de ella, enton­ ces el alma, sin duda, se hará distinta de sí misma, si ella es la forma entendida; todo lo cual es una pura nada. El alma, en efecto, es inteligente (la que entiende), y el entendimiento o se llamaría con este nombre a la facultad con que entiende, o a la forma de sus objetos conocidos, que por estar en el alma son entendidos; luego el entendimiento y el que entien­ de y lo entendido no son una misma cosa en nuestras almas; concedo que eso puede suceder en otro ser, com o se dirá en otro lugar... (ibid., p.l34s). 636 1.095 Diremos, pues, que, cuando una cosa se hace otra, la primera, o tiene existencia o no, y lo mismo, la segunda, o tiene existencia o no. Si tiene existencia, entonces son dos esencias y no una; si la primera no existe, entonces lo que era algo queda reducido a nada, y lo que era nada, se hace algo; todo eso es ininteligible. Pues la primera, aunque se destruye, no se convierte o hace otra cosa sino porque, cuan­ do es destruida, se atribuye la existencia a otra cosa. ¿Cómo, pues, el alma se hace forma de otras cosas? 1.096 El que más contribuyó a descarriar a los hombres en esta materia es el que el escribió el libro de la Isagogé, y que gustaba de decir cosas verosímiles y probables, conten­ tándose a sí mismo y a otros con la verosimilitud; lo cual pueden comprobar los doctos por sus libros que se titulan D e intellectu et intellectis y D e anima. Concedo que las formas de las cosas subsisten en el alma, embelleciéndola y ennobleciéndola, pues el alma viene a ser com o su lugar natural por intermedio del entendimiento ma­ terial. Pero si el alma se hiciese la forma de algunas cosas en acto, y la forma es acto, más, es el acto, y en la esencia de la forma no se da la capacidad de recibir algo, ni la capacidad se halla en otro más que en la cosa receptible, entonces en el alma no debería haber capacidad de recibir otra forma u otra cosa; pero vemos que recibe una forma además de aqué1095 1096 G o ic h o n , p.134 nt.57-63. p.136 nt.65 y 66; p.137 nt.70.71.81-84; p.138 nt.85; Livre des directives et remarques... p.448. R ie t, o .c ., V an R ie t, V an o .c ., La fuente de la vida (IB N -G E B IR O L ) A V IC E B R O N (1021P-1070) O bras p r in c ip a le s : Mechabereth sethulah Bearbah M eotb Bathin (Composición de la meditación, plantada en cinco casas); K eter Malkhuth (La corona real); Tikkun M eddoth Hannephes (Perfección de las pro­ piedades del alma); Mekor-Hayyitn (La fuente de la vida). E d ic ió n c it a d a : IN B -G E B IR O L (A V E N -C E B R O L ), La fuente de la vida, traducida por F. de C a s t r o y F e r n á n d e z (Tratado primero y se­ gundo) (Madrid, s. f.). B ib lio g r . g e n .: D e C a stro F e r n á n d e z , o.e., Estudio preliminar, p.5-70; J. S c h l a n g e r , La philosophie de Salomon Ibn Gabirol. Étude d ’un néoplatonisme (Leiden 1968) (Bibliogr. p.317-321 ); Id., Ib n Ga­ birol, Livre de la source de la vie (Fons vitae), trad., introd. et notes (Paris 1970); F . B r u n n e r , Ibn Gabirol (A v ic eb ro n ), La source de vie, Livre I I I , trad., introd. et notes (Paris 1950); CI. B a u e m k e r , Avicenbrolis (Ib n Gabirol) Fons vitae. Ex arabico in latinum translatum a Johanne Hispano et D om inico Gundissalino, Beiträge z. Gesch. der Phil, und Theol. des Mittelalters I, H eft 2,3,4 (Münster in W . 1895); E. B e r t o l a , Salomon Ibn Gabirol (A viceb ron ) , Vita, opere e pensiero (Padova 1953) p.7-13.200.201.32-49 (Bibliogr., p.203-213); J. M . M i l l á s - V a l l i c r o s a , Salomon Ibn Gabirol com o poeta y com o filósofo (Madrid 1945); D . G o n z a l o M a e s o , Salomon Ibn Gabirol, filósofo y teólogo: Miscelán. de Est. árabes y hebraicos (Granada) 21 (1972) 61-86; J. G u t t m a n n , D ie Philosophie des fundentum s (München 1933) p .102-109; E. G i l s o n , La philosophie au moyen âge (Paris 21947) p.368-373 (Bibliogr., p.376). LA FUENTE DE L A V ID A T ratado p r im e r o D e lo que debe preceder a la asignación de la materia y de la forma universal, y a la asignación de la materia y de la for­ ma en las sustancias compuestas 1.097 o múltiple? D i s c í p u l o .— La esencia del ser universal, ¿es una M a e s t r o .— Múltiple, ciertamente; pero dado que sea múltiple y diversa, conviene, sin embargo, en dos cosas en que se sostiene y de que tiene el ser. D.— ¿Cuáles son esas dos? M.— La materia universal y la forma universal. D.— ¿Cómo en esas dos conviene todo lo que es? 639 M .— Porque esas dos son la raíz de todo, y de ellas se ha engendrado lo que es. D .— ¿Cómo estas dos son la raíz de todos los que son? M.— Porque por naturaleza preceden a todos y en ellas to­ das las cosas se resuelven. D .— ¿Cómo se resuelven en ellas todas las cosas? M.— Porque la materia primera universal es la más sim­ ple y el fin último de toda esta materia, y del mismo modo la forma universal es la más simple de todas las formas y la que une a todas las formas. D.— La reunión de todas en ellas, ¿es en efectividad o en concepto? M.— N o es en la efectividad, sino en el concepto. D.— Necesito saber primero si todas las cosas diferentes se reducen a una raíz o a dos que se junten con ellas, antes de que sepa que una de estas raíces es la materia y otra la forma. M .— ¿Estás ya seguro de lo que es sustancia y de lo que es accidente? D.— Sí. M.— Si todas las sustancias convienen en que son sustan­ cias, preciso es que haya esta sustancia universal común a todas, que una las unas con las otras y dé a todas igualmente el concepto sustancial. D.— ¿Cóm o puede decirse eso sabiendo que cada una de las sustancias es otrade la otra? M .— Cada una de las sustancias en esencia no es otra de la otra. D.— ¿Cuál es la prueba de eso? M.— Si se diferenciaran las sustancias en ser sustancias, una de ellas no sería sustancia. D.— ¿Por qué no? M .— La sustancia está adherida a la esencia; la sustanciaÜdad, pues, en sí no es variable, luego no es posible que la esencia se diversifique en lo que no es diversa. D.— Así es. M .— Luego no es imposible reducir todas las cosas diver­ sas a dos raíces en que se junten. 1.098 D .— Eso es así; pero ¿por qué no decir que es una la raíz de todas las cosas diversas? M .— Si fuera una la raíz de todas siendo ellas diversas, preciso es que aquello en que se convengan sea diverso, y aun­ que una fuera la raíz de todo, preciso sería, sin embargo, cor­ tarlo a dos en su propia raíz, 640 A vicebrón La fuen te de la vida D.— ¿Cómo es eso? M .— Porque cualquiera de las cosas engendradas por ella es nombrada por propiedades diversas de ella, luego ella mis­ ma debe ser nombrada por propiedades que ella no es. D.— Manifiesto es para mí que es preciso reducirlo todo a dos raíces; ¿pero cóm o se demuestra que una es la materia universal y otra la forma universal, com o dijiste? M .— Habiéndome concedido que son dos las raíces a que todas las cosas se reducen, preciso es que en seguida me con­ cedas que la una sustenta y la otra es sustentada. D.— Me basta con eso; mas puesto que son dos las raíces de los que son, preciso es que tratemos de investigarlo. M .— Util y necesario es para la ciencia de la voluntad y para la ciencia de la esencia primera. esto es, que nos procuremos una completa seguridad, con la que afirmemos su ser con las demostraciones necesarias, y lue­ go procederemos a pensar la ciencia, para encontrar en ellas la forma y la materia, com o antes lo hicimos en las compues­ tas, lo que haremos en el tratado cuarto, que sigue a éste. 1.099 D.— ¿Hay, por ventura, otra ciencia además de la ciencia de la materia y de la forma y de la ciencia de la esencia primera? M .— Tres son las partes de toda la ciencia, a saber: la ciencia de la materia y de la forma, la ciencia de la voluntad y la ciencia de la esencia primera. D.— ¿Por qué son tres las partes de la ciencia de todo? M .— Porque en el ser no hay más que estas tres cosas, a saber: materia y forma, esencia y voluntad que media entre estos extremos. D .— ¿Cuál es la causa de que en el ser no haya más que estas tres? M .— La razón de esto es que todo lo creado necesita una causa y algún medio entre ellos; la causa es, pues, la esencia primera; lo creado la materia y la forma, y el intermedio la voluntad. T ratado 1.100 D.— ¿Qué es lo que nos proponemos hacer en este tratado? M .— Puesto que nuestro propósito es encontrar la mate­ ria y la forma en las sustancias simples, y tú dudas que haya estas sustancias, lo primero de que debemos ocuparnos en este tratado es de la vindicación de las sustancias simples, SC H LA N G E R , O .C ., SC H LA N G E R , O .C ., p .67. p . 190-191, 1.101 Empecemos, pues, a inducir las pruebas con que se demuestre que entre el primer hacedor alto y santo y la sustancia que sostiene los nueve predicamentos hay una sus­ tancia media, y plantemos la primera raíz de este m odo: Si el principio de todo lo que es, es el hacedor primero que no tiene hacedor, y el último, el último hecho por el cual nada ha sido hecho, el principio de las cosas se diferencia de lo último de ellas en esencia y en efectividad, porque si el principio de las cosas no distara de lo último, entonces lo primero sería lo último, y lo último lo primero. D.— ¿Cuál es la razón de la distancia entre el primer ha­ cedor santo y excelso y su última hechura? M .— La razón de su distancia es la retirada de la semejan­ za y de la talidad, retirándose con la semejanza y la talidad, la aproximación y la conveniencia, porque la conveniencia vie­ ne de la semejanza. D .— ¿Cómo se hace evidente la sentencia de que, entre el primer hacedor y la sustancia que sostiene los nueve pre­ dicamentos, hay sustancias medias más cercanas que ésta al primer hacedor, distando todas de él y no siendo la más dig­ na, sino la más cercana? M .— ¿Por qué no pones las sustancias medias seguidamen­ te después del hacedor primero, santo y excelso, com o pusis­ te la sustancia que sostiene los nueve predicamentos inmediata­ mente después de éstos, máxime cuando estas sustancias son simples y espirituales? tercero D e la afirmación de las sustancias simples 1099 1100 641 1.102 D .— La afirmación de las substancias simples es muy difícil; propon, pues, las pruebas que demuestren que entre el primer hacedor y la última hechura hay una sustancia media. M .— Y o te propondré diversas pruebas para asignar el ser a las sustancias simples; pero no prometo que he de pro­ ponerlas con orden, porque esto aprovecharía poco y también porque así te ejercitarás ordenándolas y reuniendo cada una 1101 S c h l a n g e r , o . c . , p. 1 5 2 .1 5 3 .1 9 3 .1 9 4 -1 9 5 ; n t.2; D e C a s t r o F e r n á n d e z , o .c ., p .6 n t .l. 1102 S c h l a n g e r , o .c ., p .194. Las filósofos medievales 1 B r u n n e r , o . c . , p .53 n t .l ; p.54 21 643 A vicebrón La fuente de la vida de ellas con la que le competa; retén, pues, cada uno de los términos de sus proposiciones, y observa las complexiones de los términos según las reglas lógicas, y comprenderás la cer­ teza de las conclusiones que se siguen de ellas. ve predicamentos tiene la mayor multiplicidad y no hay des­ pués de ella otra de mayor multiplicidad; toda multitud com­ puesta se resuelve en lo uno; luego es preciso que haya me­ dios entre el uno verdadero y la multitud compuesta. 1.103 1. El primer hacedor es el principio de todas las cosas, y la sustancia que sostiene los nueve predicamentos es la última; luego el primer hacedor dista de la sustancia que sostiene los nueve predicamentos. Pongo por cabeza esta conclusión, y digo: El primer hacedor dista de la sustancia que sostiene los nueve predicamentos; toda distancia tiene un medio; luego entre el primer hacedor y la sustancia que sos­ tiene los nueve predicamentos, hay un medio. D-— ¿Qué señal hay de que entre toda distancia haya un medio? M .— Si entre los distantes no hubiera algún medio, serían uno y no estarían distantes. D.— Aun cuando el primer hacedor esté distante de la sus­ tancia que sostiene los nueve predicamentos, no es necesario que haya un medio entre ellos, pues que el alma dista del cuerpo, y entre ellos no lo hay. M .— Si no existiese el espíritu, que es el medio entre el alma y el cuerpo, no se juntarían uno a otro; luego si el pri­ mer factor está separado de la sustancia que sostiene los nue­ ve predicamentos, sin algo que sirva de medio entre ellos, no se unirían y no existiría la sustancia al primer golpe de vista 1.106 4 . Preciso es que la multitud que hay en la subs­ tancia que sostiene los nueve predicamentos, sea ordenada bajo lo uno que sea de su mismo género; el uno verdadero no es de su mismo género, luego esta multitud no está orde­ nada bajo el uno verdadero. 642 1.104 2. Toda substancia es o simple o compuesta; pero lo simple es anterior a lo compuesto, pues que lo sim­ ple es causa de lo compuesto; la sustancia que sostiene los nueve predicamentos es compuesta; luego la sustancia sim­ ple es anterior a ella. Todo compuesto, compuesto es de sus simples; pero todo compuesto de sus simples es posterior a los simples de que se compone; la sustancia que sostiene los nueve predicamentos está compuesta de sus simples; lue­ go esta sustancia debe ser posterior a los simples de que está compuesta. 1.105 3. El primer hacedor es el uno verdadero que no tiene en sí multiplicidad; la sustancia que sostiene los nue1103-106 S c h l a n g e r , O.C., p.155. 1103 B r u n n e r , o . c . , p.54 nt.3; p.55 nt.1-3; D e C a s t r o p.7 nt.l. 1104 S c h l a n g e r , o . c . , p.193; B r u n n e r , o . c . , p.55 nt.4 y 5 1105 Schlanger , o .c., p.193; B runner , o .c „ p.55 nt.6. F ern á n d ez, o .c ., 5. 1.107 Ningún hacedor hace sino lo semejante a él y la sustancia simple es semejante al primer hacedor; luego el primer hacedor no hace sino la sustancia simple, 1.108 6. La sustancia que sostiene los nueve predica­ mentos es múltiple; todo múltiple es agregado de muchos unos; luego la sustancia que sostiene los nueve predicamen­ tos, es agregado de muchos unos. En todo agregado de mu­ chos unos siempre es primero lo que es menos multitud; luego a la sustancia que sostiene los nueve predicamentos es ante­ rior otra sustancia en que haya menos multitud que en ella. 1.109 7 . En todo lo que es agregado con agregación de numeral duplicidad, necesariamente deben ser anteriores las proporciones numerales por donde se llegue al uno nume­ ral; la sustancia que sostiene los n u e v e predicamentos es agregación de duplicidad numeral; luego deben serle anterio­ res las sustancias agregadas en proporción de duplicidad por donde se llegue a la sustancia una. T ratado cuarto D e la investigación de la ciencia de la materia y de la forma en las sustancias simples 1.110 M .— Ya por lo que precede, es manifiesto para ti el ser de la materia y de la forma en las sustancias compues­ tas, y también te ha sido declarado, en el tratado anterior, el ser de las sustancias simples, con las demostraciones ne1106 S c h l a n g e r , o . c . , p.193; B r u n n e r , 1107 S c h l a n g e r , o . c . , p.193; B r u n n e r , 1108 B r u n n e r , o . c . , p.56 nt.4. 1109 B r u n n e r , o . c . , p.56 nt.5. 1110-1140 B e r t o l a , o . c . , p.106-133. o .c ., o .c ., p.56 nt.l. p.56 nt.2 y 3. 644 Avicebrón La fuente de la vida cesarías; si deseas conocer lo que son la materia y la forma en las sustancias simples, haz memoria de lo que se ha dicho de ellas en las sustancias compuestas, porque uno es el cami­ no para hallar la ciencia de la materia y de la forma en unas y en otras. D .— ¿Cómo es eso? M .— Si lo inferior es un descenso de lo superior, todo le que hay en lo inferior debe estar en lo superior. D .— Pareces indicarme que las ruedas corporales son a la manera de las espirituales, y un descenso de ellas. M .— Eso es lo que quiero. D.— ¿Te parece que, si las ruedas corporales tienen ma­ teria y forma, las ruedas espirituales las tendrán igualmente por eso. M .— Así debe ser. L>.— ¿Qué indicio hay de ello? M-— Indicio de ello es que las sustancias espirituales son comunes en la materia, pero diversas en la forma; puesto que, siendo sus efectos diferentes, no cabe duda de que lo sean sus formas y no es posible que sus materias sean diversas, pues todas son simples y espirituales, y la diversidad no está sino en la forma, y la materia simple en sí no la tiene. 1.111 D .— ¿Qué responderías si te dijera que la sustan­ cia del alma es la materia, y la sustancia de la inteligencia la forma? M .— No es posible que la sustancia del alma sea materia, porque es compuesta y porque la inteligencia es superior a eha y porque es agente; tampoco es posible que sea forma la sustancia de la inteligencia, porque también es compuesta; señal ademas de esto es la comunidad de ellas en sustancialidad con las demás sustancias simples y su diferencia en sa­ biduría y perfección. 1.112 ¿Qué dirías si te dijera que estas sustancias no son más que materia? M .— Si estas sustancias fueran sólo materia, no se diferen­ ciarían y serían evidentemente una, y nada harían, porque la materia de la cosa sena una no diferente en sí, y porque las acciones son de las formas, no de las materias, lo que es pa­ tente en las cosas sensibles. 1.113 formas? D. ¿Quizá e s t a s sustancias no son más que 645 M.— ¿Cómo es posible que la f o r m a sea sostenida sin quien la sostenga? D.— ¿Por qué no, puesto que son sustancias? M.— Si estas sustancias simples tienen una forma, ¿por dónde se hacen diferentes? D.— Acaso son diversas por sí mismas. M .— Si fueren diversas por sí mismas, nunca convendrían en nada. D.— Pues sean diversas en la perfección y en la imper­ fección. M .— Si así en la perfección y en la imperfección fuesen diversas, debería haber aquí algo sustinente de la perfección y de la imperfección. D.— Lo sustinente de la perfección es forma, y lo de la imperfección forma también. M.— Luego las formas ya son materias, puesto que son sustinentes. D.— Ya entendí, por lo antedicho, que las sustancias sim­ ples estás compuestas de materia y forma; pero explánalo más. M.— También es imposible por esto que la sustancia in­ teligible sea una sola, ni que sea dos materias o dos formas, luego debe ser una materia y una forma. 1.114 D.— ¿Cómo puede ser que la sustancia espiritual sea compuesta siendo espiritual? M .— Puesto que el concepto de la espiritualidad está más allá del de la corporeidad y que este concepto intelectual debe estar sostenido en algo que lo defina, la sustancia espiritual estará compuesta de este modo. Y también la división de la sustancia espiritual en inteligencia y alma, y la división de la inteligencia y el alma en los cuerpos, y la separación de ellas en sí misma es señal de la división de la materia y de la for­ ma, luego la relación de cada una de estas sustancias en su división por la sustancia espiritual, será com o la relación de la materia y de la forma simples en su división por la sustan­ cia corporal. Y también porque algo de lo espiritual es más simple y más perfecto que otro, lo que es signo de que, sobre la espiritualidad que sigue al cuerpo, hay otra más perfecta. D.— Cierto que, si la espiritualidad fuera causa impediente de la separación, no podría el alma separarse de la inteli­ gencia, ni que una fuese más espiritual que otra; luego la di­ visión del alma de la inteligencia es signo de que no es una 646 MI Avicebrón La fuente de la vida la espiritualidad, y ya que no es una, se sigue la división y le alcanza la diversidad. forma del alma vegetal es distinta de la forma del alma sensi­ ble, ésta de la del alma racional y ésta de la de la inteligencia. 1.115 M .— Explanaré más esto y diré: Que así como algo de los cuerpos debe ser más simple que otro, y hay en ellos materia y forma más vecina a la espiritualidad y más simple, alguna de las sustancias espirituales debe ser más sim­ ple que otra, y que haya en ellas materia y forma de simpli­ cidad más fuerte y de mayor espiritualidad. D.— Mucho me repugna imaginarme las sustancias simples compuestas de materia y forma, y que haya entre ellas diver­ sidad y diferencia, siendo todas espirituales y simples. M .— Cuando te repugne, imagínate sustancias espirituales compuestas de dos, considera su diversidad en las sustancias compuestas y la diversidad de ellas entre sí, y tendrás nece­ sidad de conceder entonces las diferencias, porque difieren de otras y entre sí, y éstas son las formas que las constituyen. D.— Aunque sea necesario conceder las diferencias de las sustancias espirituales, a causa de las formas que las consti­ tuyen, ¿cóm o será preciso conceder diferencias de formas es­ tando ellas mismas en la última espiritualidad? M .— Debes detenerte en este punto, porque aquí el error no es chico, y lo que debes pensar de las formas espirituales, es que todas son una forma y que no se diferencian en sí mis­ mas, porque las cosas espirituales son puramente y no alcanza a ellas la diversidad sino por la materia que las sostiene; porque si fuere próxima a la perfección será sutil, y la forma que en ella se sostenga tocará al límite de la simplicidad y de la espiritualidad, y al contrario. Toma com o ejemplo de esto la luz del sol: esta luz en sí es una, y si encuentra un aire sutil claro, lo penetra y aparece de diverso modo que en un aire espeso y oscuro, y lo mismo debe decirse de la forma. 1.117 D.— Ya es evidente para mí la diferencia de las sustancias simples; pero quizá alguna vez me asalte, acerca de ellas, alguna duda; ¿de qué manera podrías satisfacer a mi alma acerca de la diferencia de la sustancia espiritual, cuando estuviere demasiado ansioso de ello? M .— Cuando se te ofreciere esa duda, acuérdate de lo que hay en la sustancia del alma, de los accidentes espirituales más estimados y dignos, y hallarás esos accidentes que mudan el alma de aquello que era, y se hace por ellos lo que no era por el advenimiento de estas formas sutiles, esto es de los accidentes, y cuando te hubieres representado este concepto, lo opondrás al concepto que te hace dudar, y lo expelerá y es­ tablecerá su contrario. 1.116 D.— ¿Qué responderás si te dijere que una sustan­ cia espiritual no difiere de otra por la forma sustancial, sino que le afecta la pasión por la diversidad de los cuerpos que su acción reciben, y que la diferencia le viene de su acción, no de la sustancia en sí misma? M .— N o pensé que presentaras esta duda después de las anteriores pruebas para la asignación de la diversidad en las sustancias simples, com o si no fuera evidente para ti que la forma de la naturaleza es distinta de la forma vegetal y que la 1 1 1 5 S c h l a n g e r , O.C., p . 2 1 2 - 2 1 3 . 1.118 D.— Gran duda me asalta ahora acerca de la di­ visión de la sustancia simple en hyle y forma, y de la dife­ rencia de cada una de estas sustancias de la otra, tanto que niego que sea posible dividir una cosa que es espiritual; dame una explicación suficiente para disiparla. M .— Pon contra la primera duda la diferencia entre la sustancia espiritual y la corporal, y contra la segunda la di­ versidad en sí de la sustancia del alma por los accidentes que se obran en ella; medita además que de cualquier cosa que per­ cibiste por los sentidos o el entendimiento, no percibiste más que la forma que perfecciona su esencia; luego esta forma, por serlo, ha menester de un sustinente. 1.119 D .— Ya es patente para mí, por los modos ante­ dichos, que la sustancia espiritual consta de materia y forma; pero, ¿hay todavía alguna manera con que se esclarezca más? M .— Porque también se ha declarado ampliamente que las sustancias simples superiores a las sustancias compuestas, están compuestas de materia y forma, esto es, com o te he anticipado muchas veces, que lo inferior es de lo superior y ejemplo suyo; porque si lo inferior fuere de lo superior, el or­ den de las sustancias corporales debe ser semejante al orden de las sustancias espirituales, y com o la sustancia corporal está distribuida en tres órdenes: el cuerpo denso, el cuerpo sutil, y la materia y forma de que consta; igualmente también la sustancia espiritual en otros tres está distribuida: la materia 1117 Schlan ger , o .c ., p.213, 648 A vicebrón espiritual que sigue a la sustancia corporal, la sustancia espi­ ritual más espiritual que aquélla, y la materia y la forma de que están compuestas. 1.120 D.— Patentízame que lo superior tiene ser en lo inferior, con explicación clara que evidencie este concepto. M .— Es señal de que todas las sustancias y formas espiri­ tuales, es decir, sus esencias y sus acciones, tienen ser en las sustancias corporales, el que todo lo que es propiedad común de las cosas se encuentra en ellas, y cuando lo superior de las propiedades se encuentra en lo inferior, ¿no debe lo que de cada una se encuentra debajo de ella encontrarse igualmente en ella? Y en general lo manifiesta lo que se ha dicho en los lógicos: que los superiores dan a los inferiores su nombre y su definición. D.— Eso es evidente. M .— Y lo manifiesta también que el entendimiento dis­ tingue las formas de los cuerpos, y esto es señal de que su forma conviene con todas las formas, como ya se ha mostrado por las pruebas propuestas, de que las formas que se sostie­ nen en las sustancias compuestas, defluyen de las sustancias simples. 1.121 D.— Elas declarado antes que no es posible que las^ sustancias espirituales sean sólo materia ni sólo forma: ¿cóm o he de tenerlas por simples, siendo compuestas de ma­ teria y forma? M.— Ya te se hizo patente con lo antedicho; pero añadiré todavía una explicación, y diré que, puesto que no es impo­ sible que un compuesto sea simple, tampoco lo es que un simple sea compuesto, porque el compuesto es simple para lo que le es inferior, y lo simple compuesto para lo que le es superior. 1.122 D.— Mira, puesto que la materia es distinta de la forma en las sustancias simples, si a primera vista la ma­ teria puede estar sin forma, siendo en su esencia otra y opues­ ta de la forma, o no puede a primera vista estar la materia sin la forma; mas, ¿cóm o será verdadera la diversidad de la materia y de la forma, si a primera vista ninguna puede estar sin la otra? M .— Espera un poco, no te apresures a preguntar, hasta 112 0 S c h l a n g e r , O.C., p .6 7 . 1121 SCHLANGER, O .C ., p .2 1 3 . 1122 SCHLANGER, O.C., p . 117 -21 3, La fuente de la vida 649 que hable de la materia universal y de la forma universal en sí. D.— ¿De qué hemos hablado hasta el presente? M .— ¿N o fue tu investigación que en lo inteligible como en lo sensible no hay más que materia y forma? Y también te demostré que las sustancias inteligibles constan de mate­ ria y forma, porque diversas de un modo convenían de otro; también te mostré lo mismo de otros modos, y fue declarado falso que fueran sólo materia o sólo forma, y con esto ad­ quiriste el conocimiento de que hay materia y forma en las sustancias simples; y después asignamos a cada una de ellas lo que es y cómo es, la diferencia de la una de la otra, y en­ tonces adquiriste el conocimiento de si eran y del modo que eran; pero tú sacas, porque son de la cualidad de la materia y de la forma universal, de que no nos hemos ocupado en esta discusión, dirigida a no tratar más que de las materias de las sustancias espirituales, y pusimos de ejemplo, para asignar materia y forma a cada una de las sustancias espirituales, la materia y la forma de la inteligencia particular, y te puse esto por regla para asignar la sustancia de la inteligencia univer­ sal, y de las demás sustancias universales que están bajo ella. D.— ¿Cómo es eso? M .— Siendo la inteligencia particular compuesta de mate­ ria y forma, debe serlo también la inteligencia universal, y juzgamos en esto por la inteligencia particular de la inteli­ gencia universal, como juzgamos del ser de la inteligencia uni­ versal por el de la inteligencia particular. D.— ¿Qué haremos, pues? 1.123 M .— Puesto que queda establecido que cada una de las sustancias simples está compuesta de materia y forma, por donde se estableció que la inteligencia lo está también, se debe, pues, considerar la disposición de las materias de estas sustancias universales, ordenar unas con otras y conside­ rar igualmente el orden de sus formas y colocar unas con otras, como hacemos con las materias y las formas de las sus­ tancias sensibles, hasta que, habiendo ordenado las materias y las formas de estas sustancias inteligibles, y unido las par­ tes de la materia espiritual y las de su forma, examinemos más adelante la ordenación de la materia espiritual con la corporal y la de sus formas respectivas; habiéndolo hecho, unamos las partes de la materia y de la forma universales, y hecha esta unión, consideremos a entrambas juntamente. 1123 SCHLANGER, O.C., p.214. 650 651 A vicebrón La fuente de la vida 1.124 D.— Justo es lo que crees; pero acaba de decirme lo que empezaste, que ninguna propiedad desciende sólo de la materia ni sólo de la forma, sino de la materia y de la for­ ma juntamente, y hazme saber si alguna materia tiene ser sin forma y después la recibe. M .— ¿Qué objeto tiene la pregunta? D.— Saber si la materia tiene o no ser por sí. M .— Sabe al presente que la materia no puede ser sin forma, porque el ser de las cosas no es sino por la forma. D.— ¿Qué señal hay de eso? M .— Señal de ello es que el ser o es sensible o inteligi­ ble, y el sentido y la inteligencia no tropiezan más que con la forma sensible o la inteligente. D.— ¿Por qué causa? M .— Porque las formas sensibles e inteligibles se inter­ ponen entre las formas de la inteligencia y del sentido y las materias que las sostienen, y por ello no se juntan más que formas con formas, pues ellas son las que se juntan, las que se oponen y sobre todo las que concurren bajo un mismo gé­ nero. D.— Ya sabía eso; pero no te preguntaba de la esencia de la materia en la inteligencia, porque sabía que la inteli­ gencia no aprehende las cosas sino por la conjunción de su forma con la forma de ellas; te preguntaba por el ser de la materia en sí misma, porque si el ser de las cosas, com o di­ ces, no es más que por la forma, ¿cóm o será posible que se diga que tiene ser la materia? 1.126 M .— Te haré patente también, por segunda vez, esto de otro modo, porque las sustancias inteligibles son una sola, idénticas de un modo y diferentes de otro; luego son iguales en la materia y diferentes en la forma. D.— En verdad, ya me fue patente de ese modo. M.— De nuevo te lo manifestaré de este otro: El creador de todas las cosas debe ser uno solo y lo creado diferente de él; luego si lo creado fuera sólo materia o sólo forma, se asimilaría a lo uno y no habría intermedio, porque dos son después de uno. D.— Si alguien dijera que la materia es una sola, o la forma una sola, ¿qué contestación darías? 1.125 M.— Párate un poco y no te apresures hasta que lleguemos a tratar de la materia universal únicamente, y ha­ blemos de su naturaleza y de lo que es posible decir de ella; volvamos, pues, a donde estábamos, esto es, a que en los inteligibles no hay más que materia y forma; te diré, puesto que ya por lo que antecede te es manifiesto, que lo inferior se deduce de lo superior, luego las esferas deben proceder de las inteligibles; luego también las esferas inteligibles, como las sensibles, deben estar compuestas de materia y forma, y ya se ha declarado en general que no es posible que las sus­ tancias espirituales sean ni sólo materia, ni sólo forma, sino compuestas de la una y de la otra. D.— Ya me es manifiesto de este modo. 1125 ScHLANGER, O.C., p.67. 1.127 M .— ¿Cómo será una la materia cuando está com­ puesta con la forma y se le allegan la mudanza y la división, o cómo puede ser una la forma estando compuesta con la materia, y también se le alleguen la mutación y la división? D.— Ya es manifiesto para mí el ser de la materia y de la forma, según los modos que dijiste; ¿pero hay todavía otro por el que se manifieste con mayor amplitud? 1.128 M.— Bien puede manifestarse también, porque las cosas, ni en todo son diversas ni en todo semejantes, y por eso todo lo inteligible se divide en forma y formado, por lo que el entendimiento no aprehende sino lo que tiene mate­ ria y forma. D.— ¿Cuál es la señal de que el entendimiento no apre­ hende más que lo que consta de materia y forma? M .— Señal de esto es que lo último a que el entendimien­ to aprehendiendo llega es a la aprehensión del género y de la diferencia, lo que es signo de que la materia y la forma son el fin de las cosas, y también el que, cuando el entendimiento percibe una cosa, la comprende y no la comprende más que porque es finita para él, mas las cosas no son finitas sino por su forma, porque la que es infinita no tiene forma que la haga una y la distinga de la otra, y por eso la esencia eter­ na es infinita, porque no tiene forma. 1.129 D .— Juzgo por tu dicho que todo lo creado, por ser finito, tiene una forma que lo hace finito. M.— Bien lo has entendido; pero entiende también que por esto la materia tiene forma, pues lo creado tiene que ser 1126 1128 D e C astro Sc h l a n g e r , F e r n á n d e z , o . c ., p.168 nt.l. o.c., p.67.145.146.227. 652 A vicebrón finito y no puede ser finito si no tiene forma; con esto en­ tiende también que toda sustancia inteligible tiene materia y forma. Y lo que más se corrobora en este capítulo es que, si la parte no está más que en el todo, todas las partes son sin duda del todo, y puesto que las partes son de materia y for­ ma, el todo será también de materia y forma. 1.130 Y para que sea manifestado más ampliamente que todas las cosas se resuelven en materia y forma, diré: Que todo lo que es, se resuelve en una raíz, o en más de una. Si se resuelve en una raíz, no hay diferencia entre él y el único hacedor. También es preciso que esta misma raíz sea sólo materia o sólo forma; si es sólo materia, no es posible que las formas se hicieran por ella, y si las formas no se hicieran, no tuvieran ser; si fuere sólo forma no podría exis­ tir por sí, ni tampoco que las materias se hicieran por ella. Y , también, porque no puede ser que una misma cosa no sea o materia o forma, o ni materia ni forma; si fuere sólo materia o forma sólo, se seguirá lo antedicho, y si no fuere ni materia ni forma, será el primer hacedor u otro que él; pero no es posible que sea el primer hacedor, ni tampoco otro que él, porque, salvo el primer hacedor, nada hay más que materia y forma. Si se resuelven las cosas en más de una raíz, o son dos, o más. Si son dos, no pueden ser más que dos materias sólo, o dos formas sólo, o una materia y una forma, o ni una materia ni una forma; mas no es posible que sean dos materias ni dos formas, ni tampoco ni una materia ni una forma; resta, pues, que sean una materia y una for­ ma. Si fueren más de dos, esta multiplicidad se resolverá o no se resolverá en dos; si se resuelve en dos, dos serán las raí­ ces; si la multitud no se resuelve en dos y fuera opuesta al dos, sería necesario que hubiera algo que fuera del primer hacedor excelso y santo, que no fuera ni materia ni forma; pero después del primer hacedor excelso y santo, no hay más que materia y forma. 1.131 Y porque será también manifestado que todas las cosas están compuestas de materia y forma, esto es, que el cuerpo que está situado en el extremo inferior está compues­ to de materia y forma, porque es sustancia que tiene tres di­ mensiones; y si todo lo que es continuo y extenso desde el extremo superior al inferior está compuesto de materia y for113 0 S c h l a n g e r , O .C ., p .2 1 4 . 1131 Sc h l a n g e r , o . c . , p .2 3 1 . La fuente de la vida 653 ma, consta por ello que todo lo que hay desde el extremo su­ perior al ínfimo está compuesto de materia y forma. 1.132 D.— Ya es evidentemente manifiesto que en los inteligibles no hay más que materia y forma; antes bien, es evidentísimo que no hay más que ellas dos en todo lo creado. 1.133 M .— Ya con esto es preciso que te cumpla lo que te había prometido acerca de la ordenación de las materias y de las formas inteligibles unas con otras, para que por ello se te haga más manifiesto que los inteligibles tienen tam­ bién materia universal y forma universal. D.— Comiénzalo, pues. M .— Si acaso te hice conocer que cada una de las sustan­ cias inteligibles consta de materia y forma. D.— Ya me es conocido de muchos modos. M.— Pero todas estas materias y formas inteligibles con­ vienen en el significado de la materia y de la forma; se hace, pues, con lo universal, como se ha hecho en las sensibles, esto es, que si fueren materias particulares participantes del concepto de materia en lo que todas son materias, aquello en que comunican debe ser la materia universal; e igualmen­ te si las formas particulares participan en el sentido espiritual en que todas son formas, aquello en que comunican debe ser la forma universal; luego en lo inteligible debe haber una materia universal que sostenga todas las formas inteligibles y una forma universal que igualmente sostenga todas las for­ mas inteligibles y según la ordenación de las partes de la ma­ teria y de la forma en lo inteligible, con la de las materias y las formas en lo sensible, y la de una de ellas con las otras, hasta que se haga con ellas la materia universal sensible y la forma universal sensible, y la materia universal inteligible y la forma universal inteligible. E igualmente será la orde­ nación de la materia universal sensible con la materia univer­ sal inteligible, y de la forma universal inteligible con la for­ ma universal sensible y se harán ambas materias una materia, y una y otra forma una forma, y cuando conviniere la mate­ ria de los inteligibles con la materia de los sensibles y fueren una materia y la forma de los inteligibles con la forma de los sensibles, y se hagan una forma, ¿qué se seguiría de esto? 1.134 D.— Se seguiría lo que me anticipaste, que en los sensibles y en los inteligibles no hay más que materia y for1133 S c n l a n g e r , o . c . , p .2 1 4 .2 2 6 .2 3 3 . 113 4 S c h l a n g e r , o .c ., p .2 3 3 .2 3 4 . 654 A vicebrón ma; pero para completarme evidentísimamente el conocimien­ to de este objeto, ponme de manifiesto el concepto dej la or­ denación y conjunción de cada una de estas formas y mpterias, y en dónde debe hacerse, que no lo averiguaré hasta que me entere bien de lo que me digas. M .— Pareces estimar que cada una de estas formas tiene materia separadamente, y que porque las formas son muchas y diversificadas, también las materias deben diversificarse y multiplicarse. D .— Eso estimo en verdad. M .— Luego, según lo estimas, no deben allegarse diver­ sas formas a una materia y ves, sin embargo, en las cosas artificiales y naturales, que muchas y diversas alternativamen­ te se le allegan. D-— Cierto que lo veo, esto es, formas que se suceden en acto en esa materia; pero no lo veo ni en la materia de los cielos ni en las sustancias inteligibles. M.— ¿Ves que por la separabilidad o inseparabilidad de las formas de la materia no debe ser la misma la materia de la forma separable que la de la inseparable? 1.135 D.— Es lo que dices; pero ¿qué dirás de las sus­ tancias inteligibles: debe ser la misma la materia de estas sustancias? M .— Puesto que no distingues en esencia entre la mate­ ria de los cielos y la de la naturaleza, aunque tengan diversa forma cada una de sus materias en la separabilidad y en la inseparabilidad, no distingas tampoco entre cada una de ellas y entre la materia de las sustancias inteligibles. P-— ¿Cómo no he de distinguir, habiendo entre ellas tan­ ta diferencia como la que hay entre la corporalidad y la espi­ ritualidad? M -— Pareces estimar que es corporal cierta materia que hay entre los cielos y en los elementos. D.— Seguramente lo estimo. M-— ¿Por qué lo estimas, sabiendo que la corporeidad es forma que necesita materia que la sostenga? D.— Muéstrame la verdad de eso. 1.136 M .— Sentemos que hay tres materias: una la ma­ teria simple espiritual, que es la más simple, esto es, que no 113 5 S c h l a n g e r , O.C., p .2 3 2 . 113 6 D e C a s t r o F e r n á n d e z , o .c ., p .1 8 9 n t . l . La fuente de la vida 655 revisfe formas; otra la materia compuesta corporal, que es la mtis corpórea, y una media. Di— Son las que tú sentaste; ¿pero cuál fue tu concepto de la materia primera que no reviste formas? M.-—Que la materia que reviste forma simple es también espiritual; pero hay otra que no reviste forma, com o dijo Platón. Pero ves que la materia corporal, esto es, la cantidad que sostiene la forma del color y la figura, no es forma para el cuerpo que la sostiene, com o la cualidad, esto es, el color y la figura, es forma para él. D.— Es verdad. M .-i-O si no, así como el cuerpo solo, desnudo, que es lo más simple de las cualidades del cuerpo, es materia que sostiene cualidad; por ventura, ¿no debe él mismo ser forma de otra materia más simple que él, y por esto resolverse en ella? D .— Débelo también. M .— Luego, según esta consideración, es necesario que lo más corpóreo sea forma de lo más simple, por donde llega evidentísimamente a la resolución en la materia simple. 1,137 D.— Es lo que has dicho; ¿pero qué hay en esta respuesta tuya de lo que yo buscaba? M .— Es porque tú dudaste de que no era una la mate­ ria de las sustancias inteligibles y la de las sustancias sensi­ bles, y pensaste que la materia de las sustancias simples era corporal, y por lo que te manifesté que el ser manifiesto es forma del oculto, por lo que la materia de las sustancias cor­ porales debe ser forma de la espiritual, porque se resuelve en ella, aunque sea materia para él lo que es más corpulento que él; y no dije que lo manifiesto del ser es forma de lo oculto, sino porque la materia más cercana a los sentidos es más semejante a la forma, y, por tanto, no sólo sera mas ma­ nifiesto a causa de la evidencia de la forma y de la ocultación de la materia, aunque sea en la materia de forma sensible, sino también porque lo que estuviere más apartado de los sentidos, según la ocultación de la materia, será más seme­ jante a la materia, aun cuando sea la forma primera dé la ma­ teria primera simple, u otra que esté entre las materias por bajo de ella; y siendo la materia corporal com o dije, cono­ cerás entonces que no se junta ciertamente a la materialidad, sino a la materia primera simple que sostiene todas las for­ mas y materias, y es lo que encomendamos a la presente in­ vestigación. 656 A vicebrón 1.138 D.— Ya por lo antedicho, he entendido ahorá que lo inferior de las sustancias es forma para lo superior del ellas, y que lo superior de ellas es materia que sostiene lo inferior, por donde se llega así verdaderamente a la primera nfateria simple. M .— Lo has entendido bien; pero de esto, ¿qué; se si­ gue? D.— Se sigue que es una la materia que todo lo sostiene. Dete gran recompensa el dador de toda bondad, porqjie, con lo que has dicho, has quitado de mi ánimo una gran incertidumbre. M .— ¿Cómo has entendido lo que te he dicho? D.— Desde que noté que lo que es en las sustancias ma­ teria de lo inferior, es forma de lo superior, se me hizo pa­ tente que todas las cosas están sujetas, y si están las materias sujetas según algo, v.gr., que lo más sutil de las sustancias es sujeto de lo más denso, que todas son formas sustentadas en la materia primera, y aprendí que, en general, tienen nece­ sidad de una materia que las sostenga a todas; luego son fi­ nitas y están pendientes de un solo fin; luego fue preciso de­ cir entonces que ésta es la materia primera universal que a todas ellas las sostiene, que era nuestro objeto, y también que la diversidad que hay entre las sustancias no proviene de la materia, sino de la forma, porque las formas son muchas, pero la materia es una. M .— Lo has entendido bien; pregunta ahora lo que te parezca, 1.139 D.— Ya me has declarado que es una la materia primera, porque reuniste las materias sensibles y las inteligi­ bles, en cuanto todas están hechas de una sola materia. M .— Debes recordar también que lo antedicho es para la investigación de la ciencia de la materia primera universal, a saber: Que si todo tiene una materia, sus propiedades de­ ben estar en todo, y cuando hayas considerado todas las sus­ tancias, encontrarás en ellas las propiedades y las impresiones de la primera materia, a saber: Que el cuerpo es sustancia que sostiene muchas diversas formas, y principalmente la na­ turaleza y las almas sensibles, porque éstas son las que im­ primen las formas en el cuerpo; y principalmente el alma ra­ cional y la inteligencia, porque todas las formas están en 1138 D e C a s t r o F e r n á n d e z , o . c . , p .203 n t .l. 1138 ScHLANGER, O.C., p .67. La fuente de la vida 657 ellas; y en general todas las sustancias que fueren superiores serán más colectivas de formas y más semejantes a la mate­ ria primera que a todas las sostiene, que las demás sustancias que dptán bajo ellas, porque, cuando hayas considerado estas propiedades en las sustancias, y que son más estables y cier­ tas enl la sustancia, en lo que fuere superior y más próximo al extremo más elevado, entonces se te hará claro que estas propiedades defluyen y se adquieren de la materia primera universal, que es común y contiene a todas las sustancias y les da su nombre y su definición. 1.140 Y cuando hayas considerado también que las co­ sas diversas tienden a unirse, con esto se te hará patente que es una la materia que las sostiene a todas, porque las diver­ sas partes no tienden a unirse sino cuando es uno el todo que las contiene y las rodea. Y también, cuando hayas considera­ do la comunidad de todas las cosas y su unión a lo uno, se te pone al descubierto que hay aquí una cosa universal, común a todas, de que todas participan, porque, si las cosas no par­ ticiparan de algo que les fuese común, ni convendrían en nada ni participarían de nada, porque la diversidad de sus raíces les impediría la conveniencia en sus ramas. Añade a esto la consideración de las especies diversas en género, pues que estas especies, por ser diversas en género, no es posible que convengan en un género común. Y considera además que la sustancia absoluta y el accidente, que son dos opuestos, no es posible que convengan en ningún género por la diversidad de su esencia; y según este ejemplo considerarás que impide que las cosas convengan en una, el que no sean de la misma materia. 1.141 D.— Ya me has declarado que la materia primera universal es una; declárame también ahora que es una la for­ ma primera universal, y júntame las diversas formas, com o me juntaste las materias, para que, con esto, complete el co­ nocimiento de lo que es la materia universal y la forma uni­ versal. M .— Espérate un poco hasta que vea cómo entiendes lo de la materia primera, y resume todo lo dicho acerca de ella. D.— Puesto que todas las cosas son diversas en la forma y lo son por la forma, deben convenir en la materia, de don­ de se sigue que es una la materia de todas las cosas. M .— Has entendido bien lo que se ha dicho de la materia 1141 SCHLANGER, O.C., p.49.50. 658 A vicebrón La fuen te de la vida primera universal; escucha ahora lo que se diga de la forma primera universal; debes considerar la forma universal como consideraste la materia universal, porque es el mismo camino de su conocimiento. D .— ¿Cómo es eso? D.— ¿Cóm o será la esencia de la unidad otra que la ma­ teria, siendo la materia una para sí? M.— Esto significa que la forma no es sino deuda de la esencia de la materia, puesto que la unidad es forma de la esencia de la materia, y la materia es materia de la esencia de la unidad. D.— Según lo que has dicho, no parece que la forma de la materia es más que la unidad, comunicando esencia a la ma­ teria. M .— N o es otra cosa. 1.1 4 2 M .— Sabes que la forma universal perfecciona la esencia de la materia universal, y si esto es así, la esencia de cada una de ellas debe estar en deuda con la esencia de la otra, D.— Si la materia es materia para sí, ¿no es la forma for­ ma para sí? M .— ¿Cómo ha de serlo cuando, a primera vista, no hay materia despojada de forma, ni esencia de forma que exista en no materia? Y de esto, la señal más segura es que la esencia de cada una de ellas no existe sino en deuda con la otra. D.— Así es; pero explánalo más. M .— Pues que la materia no merece el concepto ni el nom­ bre de ser, sabes también que la esencia de cada una está en deuda con la otra. D .— ¿Cómo es eso? M .— Porque es llano que si la materia sólo por la forma tiene ser, es visto también que no es posible esté sin ella. D.— Supongamos que la materia no tenga ser sino por la forma, ¿qué impide que la materia no sea y la forma sea? M .— Si la forma no es si no por la existencia de materia formada, no es posible que haya forma sin materia, porque el ser no se completa sino por la unión de ambas. D.— Puesto que la forma da el ser a la materia, ¿por qué no tiene ser por sí? 1.143 M .— Si dieres ser a la forma y se lo atribuyeres, ¿dices con esto que el concepto de forma es el concepto de ser, u otro? D .— Digo que el concepto de ser es el concepto de forma, M .— ¿Cómo el uno de ellos será el otro, siendo este otro propiedad de él? D.— Como la esencia de la materia es una siendo la uni­ dad propiedad de ella. M .— ¿Ignoras que la unidad es forma de la materia, otra que ella y que la forma no es más que unidad? D.— ¿Cuál es la señal de esto? M .— Señal de esto es la materia representada por ella, pues la propiedad debe ser otra que su representación. 659 1.1 4 4 D.— Manifiéstame cómo todas las formas son la unidad. M .— La forma es una o muchas. D.— Así es; pero, ¿qué responderías a alguno que dijera que el concepto de unidad está fuera del concepto de forma? M.— Si la unidad fuera otra que la forma, sería materia o forma; pero no es posible que la unidad sea materia de la forma, porque es propiedad de la materia; tampoco es posi­ ble que sea forma de la forma, porque se seguiría que la for­ ma fuera materia de ella, y que la forma tendría forma hasta lo infinito. D.— Ya de este modo lo he entendido; pero muéstramelo de otro con toda claridad. M.— Mira las propiedades de la unidad, porque tú las en­ contrarás inherentes a la forma, esto es, que la unidad es pro­ ductora de la multitud y conservadora de ella, dándole el ser y conteniéndola, existiendo en todas sus partes y sustentada en lo que es sujeto para ella y más digno que lo que le está sujeto. Igualmente estas propiedades se encuentran en la for­ ma, porque la forma constituye su esencia en lo que es y ad­ quiere ser para sí, reteniéndolo y conteniéndolo y está en todas sus partes y está sustentada en materia sujeto de ella y superior a ella y en la materia inferior a ella; y puesto que ya conoces estas propiedades, pon a cada una como término medio entre la forma y la unidad, y hazte de esto la argumen­ tación necesaria que demuestre que la forma es la unidad. go de se de 1.1 4 5 D .— Tan grande es lo que he adquirido, que juz­ que la intención de lo dicho es que el número es el origen las cosas, que la unidad es el origen del número, y que si pone la unidad en lugar del número, se estará más cerca la verdad. M.— No es justo que se diga que la unidad es la raíz de 660 A vicebrón todo, porque la unidad es sólo forma, y el todo no es sólo forma, sino forma y materia; pero sí es justo que se diga que tres son el origen de todo, esto es, que el uno es el lugar de la forma, y el dos el origen de la materia. 1.146 D.— Manifiéstame cómo lo uno es semejante a la forma y el dos semejante a la materia. M.— Ya te hice ver que las propiedades de la unidad con­ vienen a la forma; ahora lo haré de cóm o las propiedades del dos convienen a la materia. 1. Digo, pues, que el dos se pone bajo el uno, y éste sobre aquél; e igualmente la materia está sujeta a la forma y la forma sobre aquélla. 2. Y también que la forma es una y el dos multitud di­ visible; e igualmente la materia es multiplicable y divisible, y por esto la materia es causa de la multitud de las cosas y de su división, por lo que se asemeja al dos. 3. Y también, porque la propiedad de la forma es una, esto es, constituir la esencia, y las propiedades de la materia son dos: una sostener la forma y ésta es opuesta a la propie­ dad de la forma, porque de la materia que sostiene la forma y de la forma que perfecciona la esencia de la materia se cons­ tituye la esencia de toda cosa y se perfecciona su naturaleza, y esta propiedad viene a la materia del uno primero opuesto frente al uno de la forma, esto es del uno primero, que es la mitad de los dos, a los que asimilamos a la materia; la se­ gunda propiedad de la materia es la multiplicidad y la divisi­ bilidad, esto es, que la forma se divide y multiplica por la materia y esta propiedad la tiene la materia del uno segundo, esto es de la mitad de los dos unido con el primero de los unos, y por su conjunción con él se hacen dos, y por ser dos la multitud y la división. Y también, porque en su primera división la materia se divide en dos partes, esto es, en ma­ teria de las sustancias simples y en materia de las sustancias compuestas, luego la propiedad de dos también le conviene por esto. Ya es, pues, manifiesto para ti que la forma se esemeja al uno y la materia al dos. Y puesto que esto es así, y que la materia y la forma son la raíz de todo, manifiesto es que las raíces de todo son tres... 1146 SCHLANGER, O.C., p.49. (AL-GAZALI) ALG AZEL (1058-1111) O b r a s p r i n c i p a l e s : Maqâsid al-falasifa (Las tendencias de l q s filóso­ fos); Tahafut al-falasifa (La destrucción de los filósofos); Ihya’ 'ulutn al-Dln (Vivificación de las ciencias religiosas]; Al-Kim iyya al-sa ada (Alquimia de la felicidad); Munqid min al-dalal (Preservativo contra el error)- M iskat al-anwar (El nicho de las luces); Mihakk a l-N a zrp -lM ant’i q (La piedra de toque de la especulación racional acerca de la lógica); M P yar al-Hlm Mantiq (Fiel contraste del conocim iento); Iqtisád fi-l-i '■tiqa-t (E l justo medio en la creencia); Ilyam al- awamm ‘an ‘ilm al Kalam (Alejamiento del vulgo de la ciencia del Kalam); Al-Mizñn al'Amal (La balanza de las acciones); K itab al-Mustasfa min ' ilm al-usül (Libro de los fundamentos de la ciencia de los principios jurídicos)- K itab al-Maqsad al-Asna’ sarh asma A llah al-Husna (Comen­ tario a los nombres divinos); Fathihiyyat al-'U lum (L ibro introductorio en las ciencias); Al-Durrat al-fajira (La piedra preciosa)■_ Bidayat albidaya (Iniciación del camino recto); Al-Hikma fí m ajlaqat A llah ( Li­ b ro de la sabiduría de D ios revelada en sus m otivos); M f ray al-salikm (La ascensión de los caminantes); K itab al-Tibr (Libro del lingote de oro). E d ic io n e s c ita d a s : Teología dogmática de l a c i o s (Madrid 1929). La Destrucción de los filósofos, traducción por M . en La espiritualidad de Algazel I V (Madrid 1941). A lg a z e l, P a la c io s , El justo medio en la creencia. Com pendio de traducción española por M . A s í n Pa­ A lg a z e l, A s ín R t r lio g r g e n • A . P. v a n L e e u v e n , Essai de Bibliographie sur alGazali en lbla 82 (1958) 221-227; J. P e a r s o n , In dex Islamicus 19061955 (Cambridge 1958) ( a l - G h a z z a l i : p. 150 _n.4757-4809); S. Munk, Mélanges de Philosophie juive et arabe (Paris 1895); ram pr. 1927); M C r u z H e r n á n d e z , Historia de la filosofía española. Filosofía hispanomusulmana I p.155-183 (Bibliogr., p.154-156); I d . La filosofia arabe p 113-137 (Bibliogr., p.137-139); A . S c h m o l d e r s , Essai sur les ecoles philosophiques chez les Arabes, et notamment sur la doctrine d Algazzali (Paris 1842; reimpr., Aalen 1975); M. A s í n P a l a c i o s , La espiritualidad de Algazel y su sentido cristiano I V p .184-192; B. C a r r a d e V a u x , Ghazzali (Paris 1902); I d „ Al-Ghazzali, en Penseurs de l Islam IV ; I T M u c k l e , G . S. G ., Algazel’ s Metaphysics (and Physics). A Mediaeval Translation (Toronto 1933); F . J a b r e , Essai sur le lexique de Ghazali (Beyrouth 1970); A . I . O t h m a n , T he concept o f man in Islam m the writings of al-Ghazali (Le Caire 1960); ^ M . A r k h o u m , Révélation vérité et histoire d ’après l’oeuvre de Ghazáli, en Studia Islámica 31 (1970) 53-69; M. A . S h e r i f , Ghazali’s theory o f virtue (Albany, N. Y ., 1975)- M a j i d F a k h r y , Islamic Occasionalism and its Critique by A verroës and Aquinas (London 1958) (ch.2: T he répudiation o f causality by al-Ghazali p.56-82) (Bibliogr., p.214-218); I. M a d k o u r La place d Alfarabi... p.75-77.107.161-164.216: H . K a s s i m , Existentialist tendencies in Ghazâli and Kierkegaard, en Islamic Studies 10 (1971) 103-128. 662 Algazel EL JUSTO M E D IO DE L A C R EEN CIA E x o r d io 1.147 Loado sea Dios, que ha escogido de entre sus me­ jores siervos a quienes profesan la doctrina de la verdad y de la tradición ortodoxa; los ha distinguido de las otras sectas por su sola bondad y predilección; los ha ilustrado con la luz de su gracia descubriéndoles el sentido de las verdades de la religión; ha inspirado a sus lenguas argumentos capaces de refutar los extravíos de la herejía; ha purificado sus almas de tentaciones satánicas; ha limpiado sus espíritus de suges­ tiones impías y ha iluminado sus corazones con la cumbre de la certeza, a fin de que, por ella guiados rectamente, penetra­ sen los misterios de la doctrina que Dios reveló a los hombres por la lengua de su profeta y elegido, Mahoma, señor de to­ dos los otros enviados de Dios; aprendiesen el método de ar­ monizar las exigencias de la revelación con los dictados de la razón; se diesen perfecta cuenta de que no existe contra­ dicción alguna entre la ley religiosa, que se funda en la tra­ dición divina, y la verdad, que es objeto de la razón natural, y advirtiesen también que esos teólogos verbalistas que se creen obligados simplemente a la ciega y rutinaria sumisión al criterio de autoridad humana y al sentido literal de los tex­ tos revelados,^ si así piensan, es únicamente por la debilidad de su entendimiento y los cortos alcances de su vista inte­ rior, mientras que, por el contrario, esos filósofos peripaté­ ticos y esotros fanáticos teologos motáziles, que se sumergen en los más profundos análisis racionales a fin de batir en brecha las mas terminantes verdades de la revelación, si así obran, es únicamente por la perversidad de sus corazones. Aquéllos pecan por negligencia y defecto, como éstos pecan por abuso y exceso. Ambos, por lo tanto, están muy lejos de lo que reclaman la discreción y la cautela. 1.148 Antes bien, la norma que por fuerza hay que se­ guir en el estudio de la teología dogmática es precisamente la del justo medio en que el recto camino de la verdad consis1147 A sín P a la c io s , o.c. Prólogo, p.1-18; C r u z H e rn ández , Historia de la filosofía española, Filosofía hispano-musulmana I p.165-170- Id La filosofía arabe p. 120-123. ' 1147 A s ín P a la c io s , o .c ., p.23 nota; p.24 nt 1 J } f S RVZ H ek n ández, La filosofía árabe p.129; Id ., Filos, hisp.-musulm p.166-167. El justo medio de la creencia 663 te. Los dos extremos, que del justo medio se apartan, son en toda materia reprobables. ¿Cómo, en efecto, podrá caminar por el recto sendero que a la verdad conduce, aquel que se satisfaga con la ciega sumisión a los textos revelados y rehúya el empleo de los métodos de investigación y del razonamien­ to? ¿Ignora, por ventura, que la ley revelada no tiene más fundamento que la palabra del Profeta, y que la veracidad de éste no puede ser conocida sino por las pruebas apodicticas de la razón? Ni ¿com o atinara tampoco en el recto ca­ mino de la verdad aquel que al dictamen escueto de la razón se atenga y se limite, sin dejarse alumbrar por la luz de la revelación? Porque, vengamos a cuentas: ¿Cómo buscar re­ fugio en la razón contra la ignorancia, si adolece de ceguera y de limitación? ¿Ignórase, acaso, que la capacidad del enten­ dimiento humano es bien exigua y que su esfera de acción es estrecha y reducida? ¡Ah, y com o fracasa cuando busca la certeza infalible y cómo tropieza a cada paso en las fa­ laces huellas del error, todo el que no conciba estas diver­ gencias mediante la armonía entre la revelación y la razón! Porque el entendimiento humano es com o la vista sana, exen­ ta de defectos y dolencias, y el Alcora.: es como el sol que derrama por doquiera los rayos de su luz. Y por eso, al que busca el camino recto de la verdad prescindiendo de uno de estos dos luminares, has de encontrarlo siempre formando parte de la turba de ignorantes, pues si rehúye el empleo de la razón y se satisface con la sola luz del Alcorán, es como aquel que se pone frente al sol, pero con los ojos cerrados, que en nada se diferencia de los ciegos; y pues la razón, junta con la revelación, es luz sobre luz, el que con el ojo tuerto dirige su mirada a una de esas dos luces exclusivamente, que­ da sumido en las tinieblas del extravío. 1.149 Y ahora, oh lector que con tan vivas ansias anhe­ las instruirte en los dogmas fundamentales de la fe ortodoxa y que importunadamente demandas decisivas pruebas raciona­ les que te los demuestren, yo te aseguro que se te ha de ha­ cer evidente que la gracia divina para lograr la armonía entre la revelación y la ciencia es patrimonio exclusivo de una sola escuela teológica, que es esta escuela ortodoxa. Da, pues, gracias a Dios, que te permite seguir las huellas de los or­ todoxos, entrar por la ruta de sus normas y criterios y for­ mar en las filas de su escuela, pues quizá de este modo lo­ gres resucitar, el día del juicio, dentro también del grupo de que ellos formen. Pidamos a Dios que limpie nuestras a lm as El justo medio de la creencia 664 665 Algazel de las turbias máculas del error y que las ilumine con la luz de la verdad; que haga enmudecer nuestras lenguas, si es que han de proferir palabras de falsedad, y que les haga emitir palabras de verdad y de sabiduría. ¡El es generoso en la efu­ sión de sus gracias y amplísimo en su piedad! I n t r o d u c c ió n 1.150 Comencemos, pues, el tratado, explicando el títu­ lo del libro y dando su división en prolegómenos, artículos y capítulos. Por lo que toca al nombre del libro, es El uso discreto de la razón y de la revelación en la teología dogmática. Por lo que atañe a su organización, comprende el libro cuatro aclaraciones, que vienen a ser algo así com o explana­ ciones previas o prolegómenos, y cuatro partes cardinales, que son los asuntos u objetos propios del libro. 1-151 La aclaración primera se propone demostrar que esta ciencia es importante para la religión. La segunda demues­ tra que no es importante para todos los musulmanes, sino tan sólo para una categoría determinada de ellos. La tercera de­ muestra queincumbe su estudio a la comunidad en general, pero no a cada uno de los fieles en particular. La cuarta ana­ liza los métodos demostrativos que empleo en este libro. 1.152 En cuanto a sus objetos cardinales, son cuatro, y todos ellos en su conjunto sereducen al estudio de Dios, pues si aquí hemos de estudiar el mundo, no lo considera­ remos en cuanto que es mundo, es decir, cuerpo, cielo y tie­ rra, sino en cuanto que es obra de Dios; y si hemos de estu­ diar al Profeta, no lo haremos en cuanto que es hombre, no­ ble, sabio y virtuoso, sino en cuanto que es enviado de Dios; y si hemos de estudiar sus palabras, no lo haremos en cuanto que son simplemente palabras, elocuciones o expresiones, sino en cuanto que por su medio se nos comunican las enseñan­ zas de Dios. No hay, pues, aquí estudio alguno que no trate de Dios, ni objeto investigado, distinto de Dios. Los límites a que se extiende esta ciencia redúcense todos ellos al examen del ser de Dios, de sus atributos, de sus opera­ ciones, de su Enviado y de la revelación divina que por minis­ 1150 A sín 1152 A s ín Palacios, o.c., Palacios, o.c., p .2 7 n t .l. p .2 8 n t .l. terio de la lengua de éste nos ha sido comunicada. Cuatro son, por consiguiente, las partes cardinales del libro. 1.153 Parte 1.a: Examen del ser de Dios.— En ella de­ mostraremos la existencia de Dios, su eternidad a parte ante y a parte post, que Dios no es átomo, ni cuerpo, ni accidente, que carece de límite que lo circunscriba y de relaciones espa­ ciales que lo localicen, que es visible lo mismo que es cog­ noscible, y que es único. Son, pues, diez las proposiciones que trataremos de demostrar en esta parte. 1.154 Parte 2.a: Sobre los atributos de Dios.— En ella demostraremos que Dios es viviente, sabio, poderoso, volen­ te, oyente, vidente y locuente y que posee los respectivos atributos, a saber: vida, ciencia, poder, voluntad, oído, vista y palabra. Mencionaremos también las propiedades y efectos de estos atributos, lo que todos ellos tienen de común y lo que distingue a unos de otros. Demostraremos asimismo que todos ellos son sobreañadidos a la esencia de Dios, eternos, subsistentes en dicha esencia y que ninguno de ellos es tem­ poral o innovado. 1.155 Parte 3.a: Sobre las operaciones de Dios.— En ella intentaremos probar siete proposiciones, a saber: que Dios no está obligado a imponer a los hombres deber alguno, ni a crearlos, ni a premiarlos si cumplen sus deberes, ni a hacer lo que les sea más conveniente; que no es imposible ni absurdo el que Dios imponga obligaciones que no pueden ser cum­ plidas; que Dios no está obligado a castigar los pecados; no es imposible ni necesaria para Dios la misión de los profetas, sino tan sólo posible o contingente. En la introducción a esta parte se explica también el significado de los términos nece­ sario, bueno y malo. 1.156 Parte 4.a: Sobre los enviados de Dios.— Trátase aquí de la revelación divina comunicada a los hombres por medio de Mahoma y relativa a la resurrección, al cielo y al infierno, a la intercesión profètica, al castigo de la tumba, a la balanza de las acciones humanas y a la prueba del puente. Consta de cuatro capítulos: 1.°, demostración de la verdad de la misión profètica de Mahoma; 2.°, explicación de los dogmas de la vida futura que por su lengua han sido reve­ lados; 3.*, sobre el imanato o suprema autoridad y sus con­ diciones; 4.°, explicación del criterio canónico para la exco­ munión de las sectas innovadoras (ed. A s í n P a l a c i o s , p.23-30), El justo medio de la creencia Algazel 666 P arte p r im e r a Examen del ser de Dios P r o p o s ic ió n p r im e r a : Dios existe 1.157 Demostración.— T odo ser que comienza tiene una causa de su comienzo; pero el mundo es un ser que comien­ za, luego tiene una causa de su comienzo. Entendemos por mundo todo ser distinto de Dios. Entendemos por todo ser distinto de Dios los cuerpos todos y sus accidentes. La explicación analítica de este argumento es la siguien­ te: Ante todo, es indudable la existencia real de seres. Des­ pués de esto, sabemos también que todo ser real o bien ocupa un lugar en el espacio o bien no lo ocupa; si lo ocupa y ca­ rece en sí mismo de toda composición, lo llamamos sustancia simple o átomo, y si existe en él composición con otro ser, lo llamamos cuerpo; si no ocupa lugar y reclama para existir un cuerpo en que subsista, lo llamamos accidente, y si no tie­ ne tal necesidad, llamárnoslo Dios. 1.158 En cuanto a la existencia real de los cuerpos y de sus accidentes, consta por evidencia de los sentidos. Y en este punto no hay que hacer caso de quien discuta la existencia de los accidentes, aunque te grite mucho y se empeñe en exi­ girte que la pruebes, puesto que sus mismas disputas, discu­ siones, reclamaciones y gritos, si realmente no existen (com o él pretende), ¿a qué vamos a ocuparnos en responderlas y atenderlas? Y si, por el contrario, existen realmente, es indu­ dable que son algo distinto del cuerpo del que disputa, pues­ to que este cuerpo existía ya antes, sin que existiera aún su discusión. Conoces ya, por consiguiente, que la existencia del cuerpo y del accidente se percibe por evidencia de los sen­ tidos. 1.159 En cuanto al ser que no es cuerpo, ni átomo o sus­ tancia simple que ocupe lugar, ni accidente, ya no se percibe su existencia por los sentidos. Ahora bien, nosotros pretende­ mos que existe y pretendemos también que el mundo existe por él y por su poder. Mas esto que pretendemos no se per­ cibe ya por los sentidos, sino mediante prueba de razón, que es la demostración antes aducida. 1.160 Volvamos, pues, ahora a ella para comprobarla. Consta de dos premisas, que es posible sean negadas ambas 667 por el adversario. Dirémosle, pues: ¿Cuál de las dos premisas quieres discutir? Si responde: «Sólo discuto esa afirmación tuya de que ‘ todo ser que comienza, tiene una causa de su comienzo’, porque ¿por dónde sabes que eso es verdad?», le respondemos diciendo: Esta tesis es forzoso admitirla, porque es de evidencia primaria y necesaria para el entendimiento, de m odo que quien vacila o duda en admitirla, vacila sólo porque quizá no descubre bien lo que queremos expresar con el término «ser que comienza» y con el término «causa»; una vez que haya comprendido bien el significado de esos dos tér­ minos, necesariamente asentirá su entendimiento a la verdad de la tesis, o sea, que «todo ser que comienza tiene causa». En­ tendemos, en efecto, por «ser que comienza» aquel que no existía, que era nada, y que después ha venido a la existen­ cia. Ahora bien, su existencia, antes de existir de hecho, o era imposible o era posible. Es falso que fuese imposible, puesto que lo imposible no existe de hecho jamás; luego si su existencia era simplemente posible, con ello queremos de­ cir tan sólo esto, a saber, que podía existir y podía no existir, y que, si de hecho no existía, es porque su existencia no es necesaria a su esencia, ya que, si lo fuese, sería un ser ne­ cesario, y no contingente o meramente posible. Necesita, por tanto, para existir de hecho, de otro ser que dé preferencia a su existencia sobre su no existencia, a fin de convertir su nada en ser. Luego, si su inexistencia continuase sin cesar, en tanto que no hubiese otro ser que diera preferencia a su existencia sobre su inexistencia, resultará que mientras este otro ser no exista, tampoco existirá aquél de hecho. Ahora bien, nosotros no entendemos por «causa» más que el ser que da preferencia a la existencia de un ser sobre su inexis­ tencia. 1.161 En suma: el ser que no existe, el ser cuya nada es permanente, no pasará jamás del no-ser al ser, mientras no tenga realidad positiva una cierta cosa capaz de dar preferen­ cia en él a la existencia sobre la inexistencia. Una vez que la idea explicada mediante estas palabras es concebida por el en­ tendimiento, ya éste no puede menos de asentir a su verdad. Y en esto y no más consiste la demostración de la tesis dicha, demostración que, en realidad, se reduce a una simple expli­ cación de los dos términos que la integran: «ser que comien­ za» y. «causa», a fin de fundar sobre tal explicación la prue­ ba... (p.59-61). El justo medio de la creencia Algazel 668 P a rte segu n da D e los atributos divinos P r o p o s ic ió n p r im e r a : Dios tiene poder Acción de la creatura y de Dios 1.162 ... Corolario 2 .°— Alguien dirá quizá: «Puesto que pretendéis que el poder divino tiene por objeto la universa­ lidad de los seres posibles, ¿qué diréis acerca de los actos de los animales, y en general de las criaturas vivientes? ¿Serán también o no serán objeto del divino poder? Porque si decís que no son posibles para Dios, contradiréis vuestra tesis de que el poder divino se extiende a todos los seres en general; y si, en cambio, decís que son posibles para Dios, tendréis por fuerza que admitir la existencia de un acto que es efecto, a la vez, de dos agentes, lo cual es absurdo; y, por otra parte, negar que el hombre y los demás animales sean agentes do­ tados de poder es negar la evidencia, además de ser incom­ patible con la idea de responsabilidad moral que los precep­ tos de la religión suponen, pues repugna exigir responsabili­ dad por actos que no puede el sujeto realizar, com o también repugna que Dios le diga al hombre: «Es preciso que realices tú lo que es objeto de mi poder y que yo reivindico como privativo efecto de mi actividad y para lo cual tú eres in­ capaz». 1.163 Para resolver el problema, diremos que en este punto están divididas las opiniones de los hombres. Los fata­ listas, en efecto, niegan a la criatura todo poder respecto de sus actos, de tal modo que tienen por fuerza que negar tam­ bién toda diferencia entre el movimiento libre y el movimien­ to involuntario, y suprimir, por ende, toda responsabilidad en el cumplimiento de los preceptos religiosos. Los motáziles, en cambio, niegan a la omnipotencia divina todo influjo en los actos de los animales, de los ángeles, de los genios, de los demonios y de los hombres, porque pretenden que Dios ca­ rece de poder para dar la existencia o para quitársela a todos aquellos actos que proceden de dichos agentes por vía de creación o producción. 1.164 Dos enormes atrocidades iníiérense de esta opi­ nión. Es la primera que con ella se niega la unánime doctrina 669 de los primeros musulmanes, es decir, que no hay más crea­ dor e innovador sino Dios. Es la segunda el atribuir la crea­ ción y la innovación de los actos al poder de seres que no tienen conciencia de los movimientos que ellos mismos crean. En efecto, si sobre los movimientos que proceden de los hom­ bres y de los otros animales se pregunta a éstos cuál es su número exacto, cuáles sus elementos integrantes, cuáles sus fines, se ve que no tienen nada de eso la menor noticia. Es más: el niño, apenas se le saca de la cuna, busca el pecho de su madre y mama. La gata, así que nace, busca asimismo las tetas de la madre, aunque tiene todavía cerrados los ojos. La araña teje sus telas de maravillosas figuras, cuya redondez, simetría de lados y armonía de conjunto deja atónito al geó­ metra, aunque sabemos de cierto que la araña está muy lejos de conocer eso que los geómetras son incapaces de penetrar. Las abejas construyen. las celdillas de sus colmenas de figura exagonal, y no de figura cuadrada, ni circular, ni heptagonal, ni otra cualquier figura, cabalmente porque la figura exagonal se distingue de todas las demás por una propiedad, exclusiva suya, como lo demuestran apodícticamente las razones geo­ métricas que siguen: 1.165 1) La figura circular es la más amplia y compren­ siva de todas las figuras, por estar exenta de ángulos que rompan la rectilineidad del contorno; 2) las figuras circula­ res, si se agrupan tangentes entre sí, dejan indudablemente entre ellas intersticios o espacios vacíos; 3) la figura exago­ nal es la que, teniendo el menor número de lados, más se aproxima a la circular en cuanto a amplitud o comprensión de espacio; 4) todas las demás figuras que, com o la heptagonal, octogonal y pentagonal se aproximan también a la circular bajo este respecto, dejan intersticios o espacios vacíos entre ellas cuando se las agrupa en un conjunto y jamás forman un todo perfectamente ensamblado, sin solución de continuidad; 5) las figuras cuadradas, si bien es cierto que pueden, a dife­ rencia de estas últimas, agruparse entre sí por contigüidad perfecta, sin embargo, distan muchísimo más que todas de la amplitud y anchura de las figuras circulares, porque sus án­ gulos distan del centro mucho más también. 1.166 Esto supuesto, las abejas necesitan que sus celdi­ llas tengan una figura que se aproxime a la circular, a fin de que holgadamente den cabida a sus cuerpos, que también son de figura aproximadamente circular o redonda; por otra 670 Algazel E l justo medio de la creencia parte, a causa del poco lugar de que disponen en total para alojarse en la colmena y a causa del gran número de indivi­ duos que integran el enjambre, necesitan también no des­ perdiciar espacio alguno de los intersticios vacíos que pudie­ ran quedar entre las celdillas individuales contiguas y que por su pequeñez no sirvieran para alojarles. Ahora bien, entre todas las figuras geométricas, que son infinitas en número, no hay ninguna que, aproximándose a la circular, tenga esta pro­ piedad (es decir, la perfecta contigüidad o ensamblaje mutuo, sin dejar espacios vacíos entre sus unidades contiguas) más que la figura exagonal, y por eso ha impuesto Dios com o una ley al instinto de las abejas la elección de la figura exagonal en el arte de construir sus colmenas. Porque, vengamos a cuentas: ¿Es que conocen acaso las abejas estas sutiles propiedades geométricas de sus celdillas, que escapan a la penetración de la mayoría de los hombres inteligentes, o es, por el contrario, que se ven forzadas a acep­ tar aquello que les es más conveniente por imposición del Creador, único Ser a quien la omnipotencia compete, el cual, sirviéndose ordinariamente de sus criaturas com o medios, es quien a las abejas dicta sus decretos, que ellas realizan sin co­ nocerlos y sin poder para impedirlos? Y cuenta que en las habilidades artísticas de los demás animales obsérvanse tam­ bién otras maravillas de ese mismo género, tantas y tales que si de ellas trajese yo aquí a colación ahora una pequeña parte tan sólo, ¡henchidos quedarían de seguro los corazones de los hombres de la majestad de Dios y de su grandeza! ¡Ah, y cuán desgraciados son los hombres que andan extraviados del recto sendero que a Dios conduce y que, ilusionados con su propio poder, tan limitado, y con sus facultades, tan débiles, creen, sin embargo, que son copartícipes de Dios en el acto creador, en el hecho de producir y de innovar tales maravi­ llas y prodigios! ¡Atrás, atrás! ¡Las criaturas son seres bien viles y despreciables! ¡Sólo a Dios, omnipotente señor de cielos y tierra, es a quien compete la realeza y el imperio! lanzarse a ciegas en un terrible abismo; la verdad, por lo tan­ to, consiste en afirmar que los dos poderes, divino y creado, concurren a la producción de un solo y el mismo efecto; o sea, que el acto se atribuye como objeto al poder de dos agen­ tes. No resta, pues, más que una dificultad: lo inverosímil o difícil que es de concebir la coincidencia o concurso simul­ táneo de los dos poderes para producir un mismo efecto, pues si los dos poderes son diferentes entre sí e influyen en el efecto también de manera diferente, ya no es absurdo, como demostraremos luego, el concurso simultáneo de ambos para producir la misma cosa. 1.167 Tales son las horribles consecuencias que forzosa­ mente fluyen de la opinión de los motáziles. Y ahora dirige tus miradas a los teólogos ortodoxos y observa cóm o, ayuda­ dos por la gracia de Dios, han atinado con el recto camino y han acertado a deslizarse entre los extremos viciosos, hasta dar con el justo medio en lo que se debe creer. Porque, como ellos dicen, de un lado la doctrina de los fatalistas es absur­ da y vana; de otro lado, afirmar que las criaturas crean es 671 1.168 Objeción 2.a— Pero alguien dirá quizá: « ¿ Y qué razones son las que os llevan a afirmar que el acto sea efecto de dos agentes?» Respuesta.— A ello nos mueve una razón apodíctica, que es decisiva, a saber: que el movimiento libre y el temblor convulsivo son cosas bien distintas, aunque se suponga que el temblor sea querido y hasta deseado por el sujeto; ahora bien, no hay entre ambos movimientos otra distinción que la que nace del poder. Después de esto, tenemos también la razón decisiva de que todo ser contingente o posible depen­ de de la omnipotencia divina, y todo ser que comienza a exis­ tir en el tiempo es contingente; pero el acto del hombre es algo que comienza a existir; luego es contingente, y, por lo tanto, si no dependiera de la omnipotencia divina, com o ob­ jeto suyo, sería imposible que existiese. Porque nosotros de­ cimos: el movimiento libre, en cuanto que es movimiento, es algo que comienza a existir, es algo contingente, y en esto es semejante al movimiento convulsivo de terror; luego es absurdo suponer que uno de estos dos movimientos dependa de la omnipotencia divina y que, a la vez, esta omnipotencia divina sea incapaz de influir en el otro, siendo semejante al primero. 1.169 Más aún, se seguiría de ello este nuevo absurdo: que si Dios quisiera dejar en reposo la mano del hombre cuan­ do éste quisiese moverla, tendría que ocurrir una de dos co­ sas: o que existiesen a la vez el movimiento y el reposo o que ambos dejasen de existir; lo cual equivale, o bien a la con­ ciliación simultánea de dos cosas contradictorias (movimien­ to y reposo) en el mismo sujeto, o bien a la privación simul­ tánea de ambos, y esta última hipótesis, a más de contradicto­ 1168-1170 A sín P apacios , o .c „ p.149 nt.l; p.159 nt.l, 672 Algazel ria, implicarla la inutilidad de los dos poderes (el divino y el humano), pues poder es aquello en cuya virtud se realiza lo podido, supuesta la voluntad del agente y la aptitud del su­ jeto para recibir la influencia activa de éste. 1.170 Y si el adversario cree que el influjo del poder divino predominaría, por ser más fuerte, sobre el humano, está en un error, pues el hecho de que un movimiento depen­ da de un poder no hace superflua su dependencia de otro poder, siempre que el resultado útil o producto de ambos po­ deres sea la creación o innovación; en efecto, la mayor fuerza o energía que posee el poder divino estriba en su aptitud o capacidad para poder otras cosas, además de aquel movi­ miento; pero esta capacidad para hacer otras cosas no impli­ ca predominio o absorbente influjo respecto del movimiento de que se trata, ya que el efecto útil, que este movimiento ha de obtener del influjo de cada uno de los dos poderes, es sencillamente el convertirse de inexistente en existente, en creado, en innovado, y la creación o innovación es un acto siempre igual, en el que no cabe que exista fuerza mayor ni menor para su realización, ni cabe tampoco, por lo tanto, que haya predominio de influjo activo en uno de los dos agentes respecto del otro. En consecuencia, la prueba concluyente de la necesidad de afirmar los dos poderes, el divino y el hu­ mano, es la que nos ha llevado cabalmente a afirmar tam­ bién que el acto es efecto de los dos agentes (p .144-151). 1.171 Respuesta.— Esa pregunta versa sobre un punto ininteligible para los secuaces de todas las escuelas teológicas, que por eso se extravían. Sólo la ortodoxa y tradicional acer­ tó con la verdadera solución. Cuatro son, en efecto, las es­ cuelas teológicas sobre este problema: 1.a Unos dicen que el mundo existe por causa de la esen­ cia de Dios, la cual esencia no tiene atributo alguno sobre­ añadido; y como la esencia es eterna, el mundo lo es tam­ bién, pues su relación respecto de la esencia es com o la del efecto respecto de su causa y la de la luz respecto del sol y la de la sombra respecto del objeto que la proyecta. Estos son los filósofos peripatéticos. 2.a Otros dicen que el mundo comenzó a existir en el tiempo (pero en el momento determinado en que comenzó a existir, y no en otro anterior o posterior) por causa de un acto de voluntad divina, temporal, que comenzó a existir res­ pecto de Djos, pero el cual acto no subsiste en sujeto alguno, El justo medio de la creencia 673 y que ese acto es el que exigió o decidió la existencia, del mundo. Estos son los motáziles. 3.a Otros dicen que el mundo comenzó a existir en el tiempo por causa de un acto volitivo divino, temporal, pero que subsiste en la esencia divina. Estos son los que afirman que Dios es sujeto de realidades temporales. 4.a Otros dicen que el mundo comenzó a existir en el momento decidido por la voluntad eterna de Dios, pero sin que su acto volitivo comience a existir en el tiempo y sin que se altere en nada la eternidad del atributo divino. 1.172 Examina ahora estas cuatro sentencias, comparán­ dolas entre sí, y verás que ninguna está libre de dificultades insolubles, salvo la doctrina ortodoxa (que es la última), cu­ yas dificultades pronto se resuelven. Por lo que toca a los filósofos, ellos afirman la eternidad del mundo, la cual es absurda, puesto que el efecto repugna que sea eterno, ya que ser efecto significa que no era y que después fue; luego si existió desde toda la eternidad junto con Dios, ¿cóm o pudo ser efecto? Es más, de ahí se segui­ ría que las revoluciones de las esferas celestes serían infinitas, lo cual es absurdo por muchas razones, según se dijo ante­ riormente. Además, los filósofos, tras de precipitarse ciega­ mente en estas dificultades, no se libran del obstáculo que ofrece la raíz del problema, que es ésa: ¿Por qué la volun­ tad divina se decidió por la creación en un momento deter­ minado y no antes ni después, si todos los momentos dicen relación idéntica respecto de la voluntad? Porque, aun supo­ niendo que los filósofos eludieran esta dificultad de la de­ cisión de la voluntad divina respecto del momento preciso para la creación, nunca podrían eludir la que ofrece la de­ cisión de la voluntad respecto a las cualidades del mundo, ya que éste posee una determinada magnitud y posición, y la inteligencia concibe posibles otras distintas y contrarias, y la esencia eterna de Dios no guarda relación determinada con una de estas posibles cualidades del mundo con exclusión de las demás... (p .168-170). 1172 Santo T om ás , II Contra Gentes c.23. Los filósofos medievales 1 22 674 Algazel P arte cuarta s e g u n d o .— Demostración de la necesidad de la fe en los dogmas que la revelación consigna y cuya posibilidad la razón demuestra C a p ít u l o 1.173 ... Explicada ya esta idea fundamental, volvamos al asesinato y la muerte. El asesinato significa el acto de cor­ tar el cuello. Redúcese, pues, a varios accidentes, a saber: movimientos de la mano del asesino y de la espada, y a otros accidentes, a saber: alteraciones en las partes del cuello del asesinado. Con estos accidentes va unido simultáneamente otro accidente, que es la muerte. Ahora bien, si entre el cortar el cuello y la muerte no hu­ biese relación alguna de dependencia, no se seguiría de la ne­ gación del cortar la negación de la muerte, puesto que ambos fenómenos serían sólo creados simultáneamente, según el cur­ so habitual de la naturaleza, y sin enlace mutuo entre sí; y claro es que fenómenos de tal condición son iguales a aque­ llos otros que alguna vez coinciden simultáneos, pero sin que su simultaneidad sea habitual. Mas si el fenómeno de cortar fuese causa y generador del fenómeno de la muerte y no hubiera otra causa además, en­ tonces seguiríase ya de la negación del cortar la de la muerte. Pero es el caso que nadie discute que la muerte tenga mu­ chas concausas, como son las enfermedades y algunas ocultas, distintas del cortar el cuello. Esto, según la doctrina de los que admiten la existencia de causas. Luego no se puede se­ guir, necesariamente, de la negación del cortar la de la muer­ te en absoluto, mientras no se suponga además la negación de las otras causas. 1.174 Y ahora volvamos a nuestro propósito, y digamos que aquellos de los ortodoxos que creemos que Dios es el único y exclusivo agente creador de todos los efectos, sin in­ termedio de generación física, y que ninguna criatura puede ser causa de otra criatura, nosotros decimos que la muerte es un fenómeno producido por creación exclusiva de Dios, al 1173-1176 A s í n P a la c io s , o .c ., p.335 nt.l; Santo T om ás, III Contra Gen­ tes c.69; H. A. W o l f s o n , Nicolaus Autrecourt and Ghazali’s argument againsl causality: Speculum 44 (1969) 234-238; R. E. A b u Shanab, Ghazali, Berkeley and Hume on causation: Agora (Potsdara, N. Y.) 2 (1972) 16-23; Hum e, A Treatise of Human Nature, 1.1, parte 3.a, s.6-14 (C. Fern án dez, L o s filósofos modernos, n.688-738); M. C ru z H ern á n d ez , Hist. de la pilos, esp. I p.162-165; Id., La filosofía árabe p.117-120, El justo medio de la creencia 675 mismo tiempo que el corte del cuello; y por tanto, de la hi­ pótesis de no cortar no se sigue, necesariamente, la nega­ ción de la muerte, y ésta es la solución verdadera de esta cuestión. En cambio, los que creen que el cortar es la causa, fundados en que ven el cuerpo sano y ausencia de toda señal exterior de muerte (antes del cortar), ésos creen que, suprimi­ do el cortar, y supuesto que no existe allí otra causa, es for­ zoso negar el efecto, ya que se niega la existencia de todas las causas. Esta creencia es fundada y verdadera, siempre que sea verdadera también la doctrina de la causalidad, y supues­ to, además, que no haya más causas que aquellas cuya au­ sencia es conocida. 1.175 Por donde se ve que esta cuestión exige discu­ sión más prolija de lo que pueden sospechar la mayoría de los que en ella se engolfan. Así, pues, conviene buscar su solución únicamente por el método que he mencionado, y que estriba en afirmar la omnipotencia universal de Dios y en ne­ gar la causalidad física. Sobre estos fundamentos queda esta­ blecido que el asesinado debe decirse que ha muerto con oca­ sión del asesinato, ya que esa palabra, «ocasión», significa el momento en el cual Dios ha creado su muerte; y esto, lo mismo cuando el fenómeno simultáneo de la muerte ha sido el corte del cuello, como cuando lo es otro fenómeno cual­ quiera, v.gr., el eclipse de luna, la caída de la lluvia, o sin que ninguno de estos fenómenos acaezca simultáneamente con la muerte. Y es que, a juicio nuestro, todos esos fenómenos son meramente simultáneos y no enlazados entre sí por in­ flujo mutuo de causalidad eficiente. Lo único que hay es que ese enlace de mera simultaneidad, que existe entre ellos, se repite ordinaria y habitualmente entre algunos, mientras que entre algunos otros no se repite ya su simultáneo enlace ha­ bitualmente. Es claro que la muerte es un fenómeno físico que tiene su explicación natural en el hecho de que todo or­ ganismo viviente posee una determinada capacidad o ener­ gía vital, en cuya virtud, si se le abandona a sí mismo, se­ guirá viviendo hasta un determinado momento de tiempo; ahora, si accidentalmente ese organismo se corrompe o des­ truye antes de tal plazo, su muerte entonces será una precoz anticipación, respecto de la mayor duración a que la natura­ leza de aquel organismo tenía derecho. En estos casos, la ocasión de la muerte es el momento en que la vida hubiera terminado espontáneamente, por agotamiento de su energía natural. 676 Algazel La destrucción de los filósofos 1.176 Es como si se dice, por ejemplo, que la pared du­ rará cien años, atendida la solidez de su construcción, pero que, esto no obstante, puede ser destruida ahora mismo por medio de la piqueta. La ocasión será, en este ejemplo, el término na­ tural de la duración que a la pared corresponde por su solidez y fortaleza propia. Por consiguiente, si se la derriba a golpes, ya no cabrá decir que se ha derruido con ocasión de llegarle su plazo, es decir, por sí misma; en cambio, si sus partes se han ido desmoronando y cayendo, sin intervenir fenómeno alguno extrínseco a su naturaleza, ya entonces se podrá decir que se ha derrumbado con casión de llegarle su plazo (p.332335). dos cosas son tan perfectamente distintas que la una no es la otra; la presencia de la una no arguye la de la otra, ni la desaparición de una exige la de la otra; tampoco la esencia de una es, por necesidad, esencia de otra, ni la aniquilación de una es aniquilación de otra. L A D E STRU CCIO N D E LOS F IL O SO FO S C u e s t ió n X V II Falsedad de la doctrina peripatética sobre la imposibilidad de la derogación de las leyes naturales 1.177 Tal es la opinión de los filósofos en cuanto a los milagros. Nosotros nada negamos de lo que han dicho, ni tam­ poco que esas tres facultades o virtudes sean privativas de los profetas. Lo único que negamos es esa restricción final que hacen, al decir que es imposible la transmutación del bastón en serpiente, la resurrección de los muertos y otros milagros semejantes. Por esto nos vemos obligados a tratar extensamente so­ bre estos milagros, ya para demostrar su real existencia, ya con otro fin además, es a saber, para defender el fundamento' en que los muslimes se apoyan al atribuir a Dios la omnipo­ tencia absoluta. Penetremos, pues, en lo más hondo de este problema. 1.178 El enlace entre lo que habitualmente se cree ser causa v lo que se toma com o efecto no es un enlace absolu­ tamente necesario, a nuestro juicio; antes al contrario, estas 1177-1198 M atid F akhry . Islamic Occaüonalhm and its Critiaue by Averroes and Aquinas (London 1958) p.56-82: R. A. A bu Sh an ab , Ghazali, Berkeley and Hume on causation: Agora (Pntsdam. N. Y.) 2 (1972) 16-23; H. A. W olf s o n . Nicolaus of Autrecourt and Ghazali’s argument against causality: Speculum 44 (1969) 234-238. 1Í77 F akhry , o .c .. p.50.60; A s ín P a l a c io s , o .c ., p.329 nt.2; Santo T om ás ,. III Contra Gentes c.69. 1178 F akhry , o .c ., p.60. 677 1.179 Así, por ejemplo, el apagarse la sed y el beber, la saciedad y la comida, la combustión y el contacto del fue­ go, la luz y la salida del sol, la muerte y la degollación, la curación y la toma del medicamento, la diarrea y la toma del purgante y, en general, todas las cosas que aparecen visi­ blemente enlazadas en medicina, astronomía, artes y oficios, es cierto que su enlace ha sido de antemano establecido por la omnipotencia divina, al crearlas a manera de dos cosas que van paralelas; no porque vayan unidas necesariamente, por su naturaleza, sin ser susceptibles de separación; antes por el contrario, pudo Dios, en sus decretos, decidir crear la hartura sin el comer, y la muerte sin la ruptura de la nuca, o la con­ tinuidad de la vida, a pesar de la ruptura, y así en los demás casos. 1.180 Esto es lo que los filósofos niegan sea posible, ca­ lificándolo de absurdo. Su discusión sería excesivamente pro­ longada si la extendiéramos a todos los casos expuestos. Nos ceñiremos, pues, a uno solo de los ejemplos citados, prescin­ diendo de los demás, a fin de no alargar el razonamiento. Este ejemplo será la combustión del algodón, puesto en contacto con el fuego. Nosotros tenemos por cierto que pue­ de ocurrir este contacto, sin que se siga la combustión, así como creemos posible que suceda lo contrario, es decir, la conversión del algodón en cenizas quemadas sin haber existi­ do dicho contacto con el fluego. Ellos— los filósofos— recha­ zan tal posibilidad. Varios son los argumentos en que tratan de apoyarse. 1.181 I. Consiste en decir que «la causa de la combus­ tión es el fuego únicamente, y que es causa por necesidad de su esencia, forzosamente, ya que no le es posible perder lo que es su naturaleza, una vez puesto en contacto con algo combus­ tible». Esto es lo que yo niego, diciendo que la causa de la com ­ bustión del algodón, de su descomposición y transformación en pavesas y ceniza es el Altísimo, ya por medio de los án­ geles, ya inmediatamente, y que el fuego es un cuerpo sin eficiencia alguna. 678 Algazel El argumento con que ellos prueban que éste es causa ca­ rece de fuerza, pues consiste en decir que «la vista nos ates­ tigua que acaece la combustión en cuanto hay contacto con el fuego». 1.182 Cierto que el testimonio de los sentidos prueba que la combustión acaece al tiempo del contacto, pero no prueba que acaezca por causa de él, ni que no sea otra la causa. 1.183 Es, en efecto, incontestable que el espíritu vital y las potencias aprehensivas y motrices que en el semen de los animales existen no son engendrados, precisamente y sólo, de las cuatro cualidades físicas, es decir, del calor, frío, hume­ dad y sequedad. Y , sin embargo, nadie pone en tela de jui­ cio que el padre es la causa del hijo, por virtud de la depo­ sición del semen en el útero, aunque él no sea causa ni de su vida, ni de su vista, ni de su oído, ni de ninguna otra de las facultades espirituales que en el hijo existen. Es de­ cir, que esas facultades espirituales existirán desde el momen­ to en que el padre deposita el semen en el útero; pero no diremos por esto que existen a causa de esa deposición; an­ tes por el contrario, debemos decir que existen dependientemente de Dios, el cual las produce, ya inmediatamente, ya por medio de los ángeles encargados de esas generaciones. Y ésta es doctrina corriente, que los filósofos todos admiten com o cierta, al hablar de Dios como agente del universo. 1.184 Aunque la discusión de este punto ha quedado ya suficientemente esclarecida, haciendo ver que la mera coexis­ tencia de dos fenómenos no prueba que el uno sea causa del otro, sin embargo, vamos todavía a ilustrarlo con un ejem­ plo. Supongamos un ciego de nacimiento, que lo fuese por tener cataratas en los ojos, y el cual no hubiese jamás oído hablar a los hombres de la diferencia que existe entre el día y la noche. Si a este ciego se le batiesen las cataratas siendo de día y abriera sus párpados y viese los colores, opinaría que el fenómeno de percibir las especies sensibles de los co­ lores había sido producido en sus ojos por causa de haberlos abierto; y, en consecuencia, creería que, siempre y cuando tuviese él los ojos sanos y abiertos, sin velo alguno que los cubriera, si enfrente de sus ojos se ponía un objeto singular dotado de color, seguramente se seguiría, de un modo nece­ 1182 F ak h ry, o.c., p.61. La destrucción de los filósofos 679 sario, el acto de ver. Sólo se convencería de que no eran suficientes esas condiciones cuando, al ponerse el sol y oscu­ recerse la atmósfera, advirtiese que la luz del sol había sido la causa de la impresión de los colores en el sentido de la vista. 1.185 Ahora bien, ¿en qué otra cosa funda el adversa­ rio su fe para afirmar que en los principios constitutivos de los seres existen causas eficientes y ocasionales que producen los fenómenos al ponerse en contacto unos con otros, sino en que esos principios subsisten sin dejar de existir, y en que no son cuerpos que, como el sol, se muevan y desaparezcan o se oculten? Si desaparecieran o se ocultasen, seguramente que advertiríamos la separación entre el fenómeno que to­ mamos como efecto y el que consideramos causa, y compren­ deríamos que allí hay otra causa, tras de la que nos atesti­ guan los sentidos. H e aquí, pues, una observación a la que los filósofos nada pueden objetar, según sus mismos fundamentos. 1.186 Por eso están unánimes los más eximios de ellos en afirmar que esos accidentes y fenómenos, que acaecen al verificarse el contacto entre los cuerpos o cualquiera otra de las demás relaciones entre éstos, emanan tan sólo del donator formarum, el cual es uno o varios ángeles. Y así llegan a de­ cir que de dicho donator formarum procede hasta la impre­ sión de las formas de los colores en el ojo; y que la salida del sol, la pupila sana y el objeto corpóreo dotado de color son únicamente disposiciones y preparaciones para que el sujeto reciba aquellas formas. Y esto lo generalizan respecto de to­ dos los fenómenos. De donde resulta que es vana la pretensión del que sos­ tenga que el fuego es causa de la combustión, el pan de la sa­ ciedad, el medicamento de la salud, y así de las demás causas. 1.187 II. La discusión se entabla ahora con aquellos filósofos que ya conceden el que esos fenómenos emanen de dichos principios; pero, esto no obstante, sostienen que la preparación del sujeto para recibir las formas acaece por vir­ tud de esas causas que vemos presentes. Es decir: los fenó­ menos proceden de dichos principios por dependencia nece­ saria, por naturaleza, no deliberada y libremente; así, por ejemplo, la luz procede del sol; mas los sujetos se diversifi­ can, en cuanto a su aptitud para recibir las formas, tan sólo por la diversidad de su disposición. En efecto, el cuerpo pu- 680 681 Algazel La destrucción de los filósofos limentado recibe los rayos del sol y los refleja tan perfecta­ mente, que llegan a iluminar a otro punto; en cambio, el ba­ rro no admite los rayos del sol. La atmósfera no pone obs­ táculo al paso de los rayos solares; pero sí la pone la piedra. Unas cosas se ablandan al sol, mientras que otras se endure­ cen. Unas se blanquean, como la ropa del lavandero, mientras que otras, como la propia cara de éste, se ennegrecen con la luz del sol. Ahora bien, en este ejemplo se ve que el principio es uno mismo; y, sin embargo, produce influencias diversas, por causa de la diferente preparación del sujeto. haya convertido en un muchacho imberbe, inteligente y libre, o en un animal. Y al revés, si dejó un muchacho, es posible que se haya convertido en un perro; o si dejó cenizas, que se conviertan en almizcle; o que se convierta el oro en una pie­ dra, y recíprocamente. Y así, cuando a ese tal se le pregunte por cualquiera de esas cosas, forzosamente habrá de respon der: ‘ ¡N o sé lo que ahora habrá en casa! Sólo puedo decir que dejé en ella un libro; pero quizá sea ahora un caballo que esté ensuciando la biblioteca con sus orines y excremen­ tos’ . O responderá diciendo: ‘Y o dejé en casa una jarra de agua; pero ahora ya quizá se habrá convertido en un manza­ n o’ . Porque, si Dios puede hacer toda cosa, y no es de ne­ cesidad del caballo el ser producido de semen, ni de necesi­ dad del árbol el nacer de una semilla, más aún, si no es de necesidad de ambos el ser producidos de cosa alguna, quizá Dios cree seres que jamás hayan existido anteriormente. 1.188 Así, pues, los principios del ser están exuberantes de todo aquello que de ellos procede y emana sin obstáculo ni parsimonia; la limitación nace únicamente de los sujetos, es decir, de su aptitud mayor o menor. Y si esto es así, siem­ pre que supongamos al fuego dotado de su virtud natural, y supongamos también dos algodones que sean en un todo se­ mejantes por razón de su igual aptitud para recibir el fuego, ¿cóm o podrá suceder que el uno se queme y el otro no, su­ puesto que allí, es decir, en el fuego no existe elección libre? Y en este sentido niegan los filósofos que Abrahán cayese en el fuego sin que hubiera combustión y sin que dejase de ser fuego el fuego; porque pretenden que «eso no es posible, sino pri­ vando del calórico al fuego (para lo cual sería preciso que el fuego dejase de ser tal), o con virtiendo la esencia de Abrahán y su cuerpo en piedra o en otra cosa, en la cual no hiciese efecto el fuego, Pero esto no es posible; luego tampoco aquello». 1.189 Respuesta.— Contestaremos de dos maneras. Pri­ mera manera. No concedemos que los principios del ser no obran con libre elección, ni tampoco que Dios no obra con vo­ luntad. 1.190 Pero se me dirá: «Esto nos llevaría a admitir ab­ surdos repugnantes; porque, si se niega el enlace necesario entre los efectos y sus causas, y se refiere ese enlace a la vo­ luntad de su Creador, com o el modo de obrar esa voluntad no es uno sólo singular y determinado, sino que puede ser de varias particulares especies, podrá muy bien ocurrir que cual­ quiera de nosotros tenga delante de sí fieras voraces, devoradores incendios, montañas altísimas o enemigos armados y dispuestos para matarle, y que, sin embargo, no los vea, por­ que Dios no haya creado para él la visión. Podría igualmente suceder que uno deje en su casa un libro, y, a su vuelta, se le 1.191 Pero hay más: supongamos que vemos por pri­ mera vez a un hombre cualquiera. Si nos preguntan: ¿Este hombre ha sido engendrado?, reflexionaremos y diremos: P o­ sible es que alguna fruta de las que hay en el mercado, se haya convertido en hombre, y sea éste precisamente. Porque si puede Dios hacer todo lo que sea posible, com o eso lo es, no hay otro remedio sino contestar en esa forma. Y he aquí algo de lo mucho que podría escribirse sobre el asunto en cuestión.» 1.192 Respuesta a la réplica.— Concedo que se siguieran todos esos absurdos, si constase que lo posible es aquello cuyo no-ser repugna que el hombre lo conciba. Pero nosotros no tenemos duda alguna respecto de todos esos casos que habéis citado; porque Dios crea en nosotros la idea de que no rea­ lizará esas cosas posibles. Ni las llamamos necesarias, sino con­ tingentes, es decir, que pueden acaecer y pueden no acaecer. Pero, no obstante esa su esencial contingencia, la habitual re­ petición de ellas, una vez tras otra, hace que se arraigue en nuestros espíritus la idea de que acaecerán en lo sucesivo, se­ gún han acaecido habitualmente en el tiempo pasado. Y esta idea queda tan arraigada, que nos es imposible desarraigarla. 1.193 Más aún: nadie negará que un profeta puede sa­ ber, por los procedimientos que los mismos filósofos han enu­ merado, que fulano regresará mañana de su viaje. Ahora bien, ese regreso es una cosa contingente; y, sin embargo, el pro­ 682 683 Algazel La destrucción de los filósofos feta sabe que no acaecerá eso que es posible que acaezca. De igual modo se nota en la gente ignorante; todo el mundo sabe que esa gente, ni conoce el oculto sentido de las cosas, ni al­ canza las verdades del orden inteligible, sin enseñanza. Y , a pesar de esto, nadie niega que se pueda robustecer su alma y la perspicacia de sus facultades, hasta el punto de que lle­ gue a percibir lo que perciben los profetas. Y esto, porque se reconoce y confiesa que es posible, aunque se sabe muy bien que eso que es posible no acaecerá. Mas, si Dios interrum­ piese el curso habitual, haciendo que sucedieran esas cosas posibles que sabemos no acaecerán, desaparecería de nuestra inteligencia esta idea en aquel mismo momento en que se in­ terrumpiese el curso habitual; y Dios no crearía entonces en nosotros esa idea. De consiguiente, no hay dificultad alguna en que una cosa sea posible respecto de los decretos divinos y que Dios haya determinado, en su sabiduría eterna, que no la producirá de hecho en algunos tiempos, a pesar de su posibilidad, y que cree en nosotros la idea de que no la producirá en aquel de­ terminado momento. 1.195 Ahora bien, todo el que no haya presenciado un espectáculo semejante, lo negará. Pues el negar el adversario que sea posible la existencia de alguna propiedad en el fuego o en el cuerpo, la cual impida la combustión, es igual que el negar ese del talco, porque no se ha presenciado. Entre las infinitas cosas que Dios puede hacer, hay muchas extraordi­ narias y maravillosas que no hemos visto con nuestros propios ojos en su totalidad; pero no por esto hemos de negar que sean posibles, ni menos debemos resolver de plano que sean imposibles. 1.194 Segunda manera de responder a la objeción, vin­ dicándonos, al mismo tiempo, de esas infundadas imputacio­ nes.— Concedemos de buen grado que el fuego ha sido crea­ do con tal natural condición, que cuando dos algodones se­ mejantes se ponen en contacto con él, a ambos los quema igualmente, sin diferencia, si es que los dos algodones son per­ fectamente y en todo semejantes. Mas, a pesar de esto, cree­ mos posible que caiga una persona en el fuego y no se queme; y esto, ya por alterarse la natural condición del fuego, ya por variar la propiedad natural de la persona. Es decir, creemos posible que Dios o los ángeles produzcan en el fuego una nue­ va propiedad que aminore en su sustancia el calórico hasta tal punto, que éste no pase al cuerpo de la persona; pero que, no obstante, permanezca en el fuego su calórico propio, es decir, que la esencia del fuego no pierda su quididad, aunque no llegue el calor a producir sus efectos en el cuerpo de la persona. O también creemos posible que Dios engendre en el cuerpo de la persona una propiedad tal, que, sin dejar de ser dicho cuerpo un compuesto de carne y huesos, estorbe o impida la influencia o impresión del fuego. Vemos, en efecto, que si uno se frota con talco, aunque luego se siente sobre un horno ardiendo, no experimenta los efectos del fuego. 1.196 Y ahora, viniendo a nuestro propósito: La resu­ rrección de un muerto o la conversión de un palo en serpien­ te son cosas posibles de esa misma manera. Y es que la ma­ teria es susceptible de transformarse en cualquier cosa. La tierra y los otros elementos se convierten en vegetales; éstos en sangre, al ser comidos por el animal; la sangre en esper­ ma; y al depositarse ésta en la matriz, se engendra un animal. Ahora bien, estas transformaciones se realizan ordinariamente en un largo período de tiempo; pero, ¿por qué estima im­ posible el adversario que Dios tenga decretado el que la ma­ teria pase por todos esos ciclos de transformación en un es­ pacio de tiempo más breve del que vemos? Y siendo posible que esto ocurra en un espacio de tiempo más breve, aunque no lo reduzcamos al mínimo tiempo, podrá Dios apresurar la actividad de las fuerzas físicas y resultará así el milagro del profeta. 1.197 Réplica.— «Pero ¿de dónde provendrá ese milagro? ¿Del mismo p r o f e t a o de algún otro principio utilizado por é l?» Respuesta.— Y aquellos otros milagros que, según vos­ otros, se producen por virtualidad del alma del profeta, v. gr., la lluvia, los rayos y el terremoto, ¿provienen de él mismo o de algún otro principio? Porque tanto motivo tengo yo para preguntaros, com o vosotros para preguntarme a mí acer­ ca de esto. Lo más discreto y razonable, para vosotros y para mí, es atribuir unos y otros milagros a Dios, que los produce, ya inmediatamente, ya mediante los ángeles. Sin embargo, al llegar el momento preciso en que se ha de realizar el milagro, el profeta pone entonces en él toda su atención y determina el orden más oportuno en que conviene se manifieste, a fin de armonizar el milagro con los designios de Dios, es decir, con el orden sobrenatural. Y esto es lo que decide que el mi­ 684 Algazel La destrucción de los filósofos lagro acaezca en aquel momento determinado. De modo que la cosa es meramente contingente, en sí misma considerada; su principio eficiente, Dios, la produce por su parte con toda generosidad y liberalmente, es decir, sin poner límites; pero, esto no obstante, sólo emana o procede de El, cuando la ne­ cesidad decide que exista, cuando más conviene que acaezca, esto es, cuando el profeta necesita del milagro para confirmar su misión divina. 1.200 Más aún, el hombre, en cuanto inteligible, incluye en su concepto a todos los hombres que es posible existan en lo futuro, y aunque supongamos que desaparezcan todos los hombres, siempre concebimos subsistente en el entendimiento la quiddidad esencial del hombre, desnudo de todas esas pro­ piedades singulares. Y esto que sucede con el hombre ocurre igualmente con todo objeto que los sentidos perciben como singular: de él resulta para el entendimiento la percepción de la quiddidad de aquel mismo singular objeto, pero universal y desnuda de toda materia y situación. Cabalmente de aquí nace la división de los atributos de todo objeto singular en dos grupos: atributos esenciales, com o la corporeidad respec­ to del árbol y el animal y la animalidad respecto del hombre, y atributos accidentales, como la blandura y la longitud res­ pecto del hombre y del árbol. 1.198 Esta doctrina es, además, consecuencia necesaria del sistema mismo de los filósofos. No pueden menos de ad­ mitirla, desde el momento que otorgan al profeta virtudes o propiedades especiales y privativas, distintas de las ordina­ rias que poseen los demás hombres. Porque, no siendo la razón humana capaz de fijar los límites hasta los cuales se ex­ tiende la esfera de acción de aquellas virtudes o propiedades privativas de los profetas, es irracional negar la posibilidad y existencia de un milagro, cualquiera que sea, con tal que la revelación nos diga que hay que darle crédito, y supuesto que su noticia haya llegado hasta nosotros por una tradición no interrumpida de testigos dignos de fe (p .329-336). C u e s t ió n X V III Los peripatéticos son incapaces de demostrar apodícticamente, por las solas fuerzas de la razón, esta tesis, a saber: «E l alma humana es una sustancia espiritual, que subsiste en sí misma, que no es cuerpo ni informa al cu erp o...» 1.199 Prueba 10.— «La potencia intelectual percibe los universales comunes inteligibles, que los mutakallimun deno­ minan estados o categorías. Es decir, que, al mismo tiempo que los sentidos perciben a una persona humana singular y concreta, el entendimiento percibe al hombre en abstracto, que no es aquel hombre particular visto. En efecto, lo que los sen­ tidos perciben está en un lugar particular, tiene un color de­ terminado, una determinada extensión y una situación con­ creta; en cambio, el hombre inteligible es absoluto, abstrac­ to, exento de todas esas condiciones; pero incluye en sí todo cuanto significa la palabra hombre, por más que no tenga ni el color, ni la extensión, ni el aspecto, ni la localización par­ ticular propias del hombre que hemos visto. 685 1.201 Según esto, resulta que todo lo que percibimos como no singular, y que, por tanto, es universal, libre de las circunstancias accesorias y sensibles, es ya un objeto inteligi­ ble que está impreso en el entendimiento. Este universal in­ teligible no puede decirse dónde está, no tiene situación ni cantidad determinada. Luego, una de dos: o esta exención de toda situación y de toda materia, que al universal caracteriza, es debida al objeto del cual ha sido tomado el universal, o hay que atribuirla al sujeto que ha tomado el universal. Lo pri­ mero es imposible, porque el objeto singular del cual ha sido tomado el universal está dotado de situación, lugar y canti­ dad. Luego debe atribuirse la abstracción al sujeto, que es el alma intelectiva. Luego el alma intelectiva debe también ser algo exento de situación, hecceidad, y cantidad, porque de lo contrario, es decir, si se atribuyen al alma esas condiciones in­ dividuales, también deberán atribuirse al universal que en ella reside. 1.202 Refutación.— La idea universal, que vosotros de­ finís com o algo subsistente en el entendimiento, no puede ad­ mitirse. No subsiste en el entendimiento sino lo que subsiste en el sentido. La única diferencia entre la idea intelectual y la sensible es que en el sentido subsiste collective, porque el sen­ tido no es capaz de analizar su objeto, y, en cambio, el enten­ dimiento puede realizar ese análisis. Una vez realizado ese análisis por el entendimiento, el concepto resultante, aunque separado ya y exento de las circunstancias, individuales, conti­ núa todavía siendo tan particular como el mismo concepto 686 687 Algazel La destrucción de los filósofos sensible que estaba determinado por dichas circunstancias. Lo que sucede es que el concepto subsistente en el entendimien­ to es análogo al objeto singular entendido y a todos sus se­ mejantes, y tan sólo por eso se le denomina universal, en ese sentido. ra deXella en el color y en las dimensiones; por tanto, no es precisa una imagen nueva para representar aquello en que ambas convienen, sino que basta con la imagen ya existente, la cual es idéntica para ambas; mas sí que hace falta nueva imagen para representar aquello en que la segunda difiere de la primera. 1.203 Más claro: en el entendimiento existe una especie o imagen del mismo objeto entendido y aislado, que primera­ mente percibió el sentido. Esa imagen representa no sólo a ese objeto, sino igualmente a todos los demás individuos se­ mejantes, que aún no han sido percibidos por el sentido. De aquí resulta que, si vemos a otro hombre, no nacerá en el en­ tendimiento otra imagen nueva para representarlo, com o na­ cería si viésemos un caballo después de haber visto un hom­ bre: en este último caso nacerían dos imágenes distintas. 1.204 Ahora bien, esto .mismo ocurre en los sentidos. Si uno ve el agua, le sobreviene a su fantasía una imagen; si luego ve la sangre, le sobreviene otra imagen distinta. Pero no sucede lo mismo si ve otra agua distinta de la primera, porque entonces la imagen del agua, impresa ya en su fanta­ sía, representa a la que ha visto de nuevo, la cual es seme­ jante a la primera, aunque distinta numéricamente, y repre­ senta también a todos los demás individuos de la misma na­ turaleza. Y en este sentido es como se cree que aquella ima­ gen es universal. 1.205 Igualmente, pues, cuando uno ve una mano, so­ breviene a su fantasía y a su entendimiento la imagen de la determinada disposición de sus partes, unas junto a otras, es decir, la extensión de la palma, la división de los dedos y la terminación de éstos por las uñas, y además le sobreviene también la imagen de su pequeñez, de su magnitud, de su co­ lor, etc. Si después ve otra mano, en un todo semejante a la primera, no nacerá otra imagen en el entendimiento, como tampoco influirá nada esta segunda visión para que en la fan­ tasía se produzca algo nuevo; ya lo hemos visto en el ejem­ plo del agua, tratándose de un mismo líquido, de un mismo vaso y de una misma cantidad. En cambio, supongamos que ve otra mano diferente de la primera en el color y en las di­ mensiones. En este caso, se producirá en el entendimiento una imagen nueva, representativa del color nuevo y de las nue­ vas dimensiones; pero no se producirá imagen nueva de la mano, porque la mano pequeña y negra conviene con la mano grande y blanca en la disposición de sus partes, aunque difie­ 1.206 En este concepto debe interpretarse la universali­ dad de las imágenes, lo mismo para el entendimiento que para los sentidos. El entendimiento, cuando ha percibido el cuer­ po orgánico del animal, no necesita ya recibir del árbol una imagen nueva que le represente su corporeidad, como tampoco necesita formar la fantasía dos imágenes para representarse el agua en dos momentos distintos. Y dígase lo mismo respecto de todas las cosas semejantes. De donde resulta que la tesis de que el universal está ab­ solutamente exento de situación no es razón suficiente para decidir, ya que el entendimiento es también una realidad exen­ ta de esas condiciones propias de la materia, com o lo es Dios. 1.207 La abstracción de la materia, que caracteriza al universal, no procede, pues, del entendimiento. Ya se ha vis­ to en la demostración anterior. Y que proceda del objeto in­ dividual, del cual decís que se toma, tampoco es cierto; por­ que el objeto individual es material, y percibido, por lo tanto, del mismo modo que existe en la realidad (p .369-372). Comentario de la «M etafísica» de A ristóteles (IB N -R O C H D ) AVERROES (1 1 2 6 -1 1 9 8 ) O b r a s p r in c ip a le s : Yaw äm i' (Comentarios menores al Organon de Aristóteles (1 1 5 9 ?]); K itab al-YawarnA-l-Sigär (Comentarios meno­ res a la Física, D e cáelo et mundo, de Generatione et corruptione, in lib. M eteorologicorum , D e anima, Metafísica, de Aristóteles [1 1 5 9 ]); K it ib al-Talj.s (Comentarios medios a la Isagogé de Porfirio [1 1 6 8 ]); al Organon, a la Física, al D e cáelo et mundo, a D e Generatione et corruptione [1168-1175]); al D e anima (1173?); a la Metafísica (1174); a la Etica nicomaquea (1177); Dam ma, o Carta a un amigo sobre la ciencia de D ios (1179?); Fa?l al-Maqäl (Doctrina decisiva y funda­ mento de la concordia entre la revelación y la ciencia) (1179?); K aspanManahiy (Libro de la exposición de los caminos que conducen a la demostración de los artículos de la fe) (1179-1180); Tafsir f -l-Kitäb al-Burhan (Comentario mayor a: los Segundos Analíticos [1 1 8 0 ? ]; a la Física [1 1 8 6 ]; a D e cáelo et mjindo [1 1 8 8 ? ]; al D e anima [1 1 9 0 ?]; a la Metafísica [1 1 9 0 ? ]); Talps de la República de Platón (1194); T a h ifu t al-Tahäfut (Destrucción de la «Destrucción de la filosofía» de Algazel) (1180?). E d i c i o n e s c i t a d a s : A verroes, Com pendio de Metafísica, texto árabe, con traducción y notas de C. Q u i r ó s R o d r í g u e z (Madrid 1919). Fa?l al-Maqäl o Doctrina decisiva y fundamento de la concordia en­ tre la revelación y la ciencia, traducción y notas de M . A l o n s o , S. J., en Teología de A verroes (Estudios y D ocumentos) (Madrid-Granada 1947) p .149-199. KeSfc an Manahiy (Libro de la exposición de los caminos que con­ ducen a la demostración de los artículos de la f e ), traducción y notas de M . A l o n s o , S.J., o.e., p.203-353. A verroes Cordubensis Commentarium magnum in A ristotelis «D e anima» libros recensuit F. S t u a r t C r a w f o r d (Cambridge, Mass., 1953). Trad. del editor. B i b l i o g r . g e n .: M . C r u z H e r n á n d e z , Historia de la Filosofía espa­ ñola. Filosofía hispano-musulmana I I (Madrid 1957) p.7-248 (Bibliogr. p.28-30); I d ., La filosofía árabe (Madrid 1963) p.251-351 (Bibliogr. p.351355); M . A l o n s o , S.J., Teología de A verroes (Estudios y Documentos) (Madrid-Granada 1947), Prólogo, p .13-145; Bibliogr., p.5-11; S. v a n d e n B e r c h , D ie Epitom e der Metaphysik des A verroes, übersetzt und mit einer Einleitung versehen, Nachdr. der Ausg. 1924 (Leiden 1970); M . H o r t e n , D ie Metaphysik des A verroes, nach dem Arabischen über­ setzt und erläuter, Frankfurt a. M . 1960, unveränd. Nachdr.; esp. p.2082 2 3 ; H . I r v y , Towards a unified view o f A verroes philosophy: Phil. F. 4 (1972-1973) 124-160; D . G o n z a l o M a e s o , A verroes y Maimónides, dos glorias de Córdoba (Paralelo): Miscelánea de Estudios Arabes y hebrai­ cos 16 y 17 (1967-1968) 139-164; M. A . B e r t m a n , Philosophical elitism: the exem ple o f A verroes: Phil. Jahrb. 8 (1971) 115-127; E. G i l s o n , La Philosophie au moyen agen, 2.a éd. (Paris 1947) p .358-367; Z . K u r s e W iccz, La conception averroiste de Vhomme: Akt. X I V Kongres. intern. 689 Philos. V (W ien 1968) p.492-495; F. C u n n i n g h a m , S.J., A verroes vs. Avicenna on being: N ew Scholast. 48 (1974) 185-212; A . L. I u r y , A verroes on intellection and conjunction: Journ. amer. or. Soc. 86 (1966) 76-85; R. R e y n a , On the Soul: a philosophical exploration of the active intellect in Averroes, Aristotle and Aquinas: Thomist 36 (1972) 131-149; I. M a d k o u r , La place d'Al-Farabi dans l’école philosophique musulmane (Paris 1934) p.109-115.164-168; S. G ó m e z N o g a l e s , Problèm es méta­ physiques autour du «Tahafut al-Tahafut» d ’A verroes: Actes du X I V Congrès intern. de Philos., III (W ien 1968); M . C r u z H e r n á n ­ d e z , El averroísmo y el origen medieval del espíritu laico: Rev. de O c­ cidente 91 (1970) p.26-37. C O M E N T A R IO M E N O R DE L A M E T A F IS IC A D E A R ISTO TE LES (Compendio de metafísica) LIBRO I 1.208 39. Esto fue lo que indujo a creer a Avicena que lo uno numérico designaba sólo un accidente de la sus­ tancia y de las demás cosas separadas (por el concepto de unidad), no siendo posible que designara la sustancia de la cosa, o lo que es lo mismo, que denotara una separación que no añadiese algo [accidental] al concepto de sustancia. Y es que se figuraba que, una vez concedido que lo uno denota una separación que fuera accidente en el accidente y sustan­ cia en la sustancia, el número se compondría de accidentes y sustancias y no estaría incluido en la categoría de cantidad, lo que sería absurdo. «Además— decía— , de suponer que no designa [la unidad] más que la sustancia, se seguiría otro ab­ surdo, consistente en que las sustancias se sustentasen en los accidentes, pues no siendo bajo este supuesto, ¿cóm o podre­ mos decir de un accidente determinado que es u n o?» Su error parte precisamente de haberse fijado en la significación vul­ gar de lo uno, lo que le llevó a creer que las separaciones y unidades de las cosas eran accidentes en los seres separados [por el concepto de unidad], como explicaremos más [par­ ticularmente] cuando tratemos de la unidad y de la multipli­ cidad. 1.209 60. La materia tiene varios grados. Uno lo cons­ tituye la materia prima, que es informe. Otro grado lo cons1208-1246 p.X XX III-XX XIX . Filos, hispano-musulmana II p.ll4ss.; Id., La filo* ¡ofía árabe p.289s.; H. H o r t e n , Die Metaphysik des Averroes... p.23 nt.l; 1208 Q u ir ó s , C ru z Q u ir ó s , o .c ., H ern á n d ez, o .c ., p .3 7 nt.l. A verroes Comentario de la « Metafísica» de A ristóteles tituye la materia dotada de formas, cosa que tiene lugar en los cuatro elementos, que son la materia de los cuerpos com­ puestos. Esta clase de materia es de dos especies: una, que equivale a ese estado [de la materia] que acabamos de men­ cionar, caracterizado por el hecho de no desaparecer totalmen­ te la forma primitiva cuando sobreviene otra, sino que la for­ ma de la materia existe en ella como algo intermedio, según se ha demostrado en el Libro de la generación y de la corrup­ ción. La segunda especie está constituida por la materia, en la cual subsiste la forma de la materia al advenimiento de otra forma; tal es la disposición, existente en algunos cuer­ pos de partes homogéneas, para recibir el alma. Esta [mate­ ria] es la que más propiamente recibe el nombre de sujeto. También suele llamarse a las partes del compuesto, en cuanto cuantitativas, materia del compuesto, y en este sentido, los partidarios de los átomos dan a éstos el nombre de materia. Tales son las acepciones en que se toma en filosofía la pala­ bra materia. mo en tales seres es la potencia vital, y el remoto, las formas de los cuerpos celestes. Toda esta doctrina de Aristóteles debe ser objeto de una investigación. 690 1.210 61. A su vez, la palabra forma tiene varios sen­ tidos, pues hay formas de cuerpos simples, las cuales son [propias de cosas] inorgánicas; formas de cuerpos orgánicos, que son las almas, y formas de cuerpos celestes, que se pa­ recen a los cuerpos simples, en cuanto que son inorgánicos, y a los orgánicos, en cuanto que se mueven por sí mismos. Todo esto fue declarado en la ciencia física. Se toma también la forma por la cualidad y cantidad resultantes de la mezcla como tal, siendo por esto por lo que las formas de los cuer­ pos de partes homogéneas se diferencian unas de otras y se hallan afectadas de sus cualidades propias, como, por ejemplo, la dificultad de destrucción, propia del oro, y otras cualida­ des por el estilo. LIBRO II 1.211 36. Temistio, defendiendo a Platón, alega, para probar la causalidad eficiente de las formas [separadas], la existencia de animales engendrados de la putrefacción. Hay que creer que tal principio está reconocido por Aristóteles, y que la necesidad de ponerlo como causa de generación es evidente, no sólo en semejante género de animales, sino tam­ bién en los engendrados por raza, según lo afirmado en el libro D e animalibus. Mas, para Aristóteles, el principio próxi­ 691 1.212 37. Es falso que Aristóteles crea que las formas separadas tengan una influencia general inmediata en todas las cosas engendradas, como piensa Avicena, sino que, en cuan­ to a algunos seres naturales, es de creer que la necesidad obliga a hacer intervenir las formas separadas en la genera­ ción del individuo, com o se cree ocurre en los animales, es­ pecialmente en los que no son de estirpe; pero en cuanto a otros, no se ve tal [particularidad], com o ni tampoco la necesidad de que así suceda, desde el punto de vista de la ge­ neración de los mismos. Sin embargo, considerada la forma producida en cuanto que le conviene ser entendida y, en ge­ neral, en cuanto goza de la propiedad común [a todas las cosas], de estar ordenada, se hace evidente la necesidad de admitir dichas formas para todos los seres, según hemos dicho. 1.213 Pero este principio [por nosotros admitido] exis­ te de una manera distinta de aquella que le dan los partida­ rios de las formas, al creer [por ejemplo] que la idea y esen­ cia de caballo, tal com o existe en la materia, existe [también] fuera del alma, y de ahí el que se vieran obligados a admitir la existencia de un caballo relinchando sin estar en la mate­ ria,^ y la de un fuego que [separado de la materia] quema, y si esto es lo que quieren dan a entender, están en un com­ pleto error. Mas si pretenden significar lo mismo que Aris­ tóteles opina acerca del modo de ser de las cosas separadas, como cree el principal de esos [filósofos], se equivocan al dar el valor de afirmaciones científicas a dichos enigmáticos, metafóricos e imprecisos, destinados a instrucción del vulgo; pero esto ya lo examinaremos más tarde. 1.214 38. Queda, pues, demostrado por lo dicho que, caso de existir universales, existentes en sí mismos fuera del alma, no tendrían influencia ni en el conocimiento ni en la ge­ neración, ya que la generación, por su esencia, sólo es propia de algo individual y particular. En cuanto a las cosas comu­ nes que son evidentemente producidas de una manera acciden­ tal, es decir, en cuanto que están en un sujeto, parece ser la 1214 C r u z arabe p.288s. H ern án dez, Filos, hisp.-musulm. II p.105-113; Id., La filosofía A verroes Comentario de la « Metafísica» de A ristóteles naturaleza la causa de su producción; así como la causa de que la naturaleza haga las veces de agente debe ser buscada en los movimientos de los cuerpos celestes, mientras que [a su vez] la causa de que los cuerpos celestes den esta [propie­ dad] a la naturaleza son las formas separadas inteligibles. Mas Aristóteles solo reprende en Platón el [hecho de] que esta­ blezca lo que [sólo] es principio, agente remoto de una cosa engendrada accidentalmente, como principio y causa eficiente de lo engendrado de una manera esencial, es decir, como su causa próxima. universal sea algo existente fuera del alma [pero existiendo además] en el individuo; mas, así concebido el universal, se verá, a poco que se reflexione, que tal hipótesis implica ab­ surdos de la peor especie. 692 1.215 39. En este sentido se debe entender la diferen­ cia entre las dos teorías. Pues no es que Aristóteles niegue que las formas separadas sean principios agentes en cierto sentido, sino que este sentido ha de ser el que hemos dicho, es decir, que los seres particulares tienen sus universales, pues en este punto de vista se funda la diferencia entre las formas de Platón y los universales de Aristóteles. Según esto, no es necesario, en cuanto a las cosas naturales, admitir formas se­ paradas [que influyan] en alguno de los seres engendrados, si se exceptúa el entendimiento humano. Esta es la verdadera doctrina aristotélica, y por eso demostró antes que las formas universales no están sujetas ni a generación ni a corrupción, a no ser de una manera accidental; todo lo cual ya ha sido explicado por nosotros en el comentario a su obra acerca de esta ciencia. 1.216 40. Ahora conviene que examinemos, en el asun­ to de los universales, si es posible que tengan tal [propiedad], es decir, si es posible que existan en sí mismos fuera del alma, hasta el punto de que merezcan ser llamados sustancias con mayor motivo que los sujetos sensibles que les corresponden. Entremos en materia. En el supuesto de que estos universa­ les existan fuera del alma en la misma forma que tienen en ella, cabe imaginar que esto se verifique de una de estas dos maneras: 1) Que existan en sí mismos sin aue tengan re­ lación alguna con los individuos sensibles, afirmación que es contraria a lo que implica la definición del universal, pues éste, como se ha dicho, es aquella cosa que puede ser predicada de muchos; eso, además de que tal hipótesis llevaría necesaria­ mente a la conclusión de que el inteligible de la cosa no es la cosa misma, afirmaciones todas ellas absurdas. 2 ) Que el 121 5 Q u ir ó s , o . c . , p .9 0 n t . l . 693 1.217 41. En efecto, si suponemos al universal fuera del alma y existiendo en los individuos, su comunicabilidad a los individuos tiene que verificarse necesariamente en una de estas dos formas: o bien que exista en cada individuo una parte del universal, de modo que Zaid [por ejemplo] no ten­ ga más que una parte determinada del concepto de humani­ dad, y Amrú otra, no pudiendo, en consecuencia, la humani­ dad ser predicada esencialmente de ambos por vía de [la in­ terrogación]: ¿qué cosa es?, ya que lo que [só lo ] tiene una parte de hombre no puede ser hombre, afirmación cuya impo­ sibilidad es evidente en sí misma, o bien que el universal, en [toda] su universalidad, exista en cada uno de sus individuos, hipótesis que pugna consigo misma, pues de ella se sigue ne­ cesariamente o que el universal se multiplique en sí mismo, de forma que el universal que da a conocer la esencia de Zaid sea distinto del que da a conocer la esencia de Amrú, no siendo, en consecuencia, uno solo el inteligible [o idea] de ambos, lo cual es imposible, o que en [toda ] su universali­ dad exista, como una sola y misma cosa en seres múltiples, y no sólo múltiples, sino que también infinitos, sujetos a ge­ neración unos, y a corrupción otros, hasta el punto de que [el universal] sea generable y corruptible, uno y múltiple, bajo un mismo respecto, lo cual es imposible. Además de que tal hipótesis implica necesariamente no sólo la existencia si­ multánea en el universal de cosas contrarias, ya que muchos universales son susceptibles de divisiones producidas por di­ ferencias contrarias, sino también la existencia de los mismos [universales]en lugares contrarios. 1.218 42. Además, aun concedido que el universal exis­ tiese en muchos seres, al modo que cabe concebir la existen­ cia de lo uno en lo múltiple, es decir, com o algo uno en nú­ mero y concreto existiendo en muchos seres, se seguiría que el hombre [por ejemplo] estaría compuesto de asno y ca­ ballo y de todas las demás especies en que el hombre se di­ vide, de modo que todas estas especies estuviesen unidas, bien por trabazón, bien por contacto. Es más, de suponer que ta­ les universales existiesen fuera del alma, se seguiría la existen­ cia fuera del alma de otros universales que hiciesen inteligi­ A verroes Comentario de la « Metafísica» de A ristóteles bles los primeros universales; [la existencia de] estos segun­ dos [exigiría la de] unos terceros, y así hasta el infinito. cebirse de varias maneras. Una de ellas consiste en que una cosa tenga un ser puramente mental, sin que exista, en mane­ ra alguna, fuera del entendimiento, y esto cae manifiestamen­ te y va envuelto en el concepto de falsedad. Otra manera con­ siste en que la cosa [que existe en el entendimiento] exista también fuera de él, pero siendo recibida en el entendimiento de modo distinto del que tiene fuera de él; esto, a su vez, puede tener lugar de dos maneras: 694 1.219 43. Ahora bien, tales inconvenientes no se si­ guen si suponemos que el universal existe en el entendimien­ to, pues, como ya se ha demostrado en el libro D el alma, aquello en virtud de lo cual el universal es tal universal debe buscarse en una sustancia separada, única e idéntica, a saber, en el inteligible de los inteligibles. Por otra parte, ¿cóm o pue­ de ser el universal sustancia y algo que existe en sí mismo, como esos [filósofos] creen, siendo así que de él se afirma que está en un sujeto, sin que pueda denominarse sujeto, como consta por su definición? Ahora bien, un ser que está en estas condiciones es necesariamente accidente. Además, ad­ mitida esa hipótesis, no habría cosa alguna que tuviera sustan­ cia propia, sino que las sustancias de las cosas serían algo co­ mún, y la sustancia particular serviría de sujeto a la sustancia general. Absurdos todos, derivados de la hipótesis de univer­ sales existentes en sí mismos, fuera del alma. 1.220 44. Pero si no concedemos ese estado [de sepa­ ración] a los universales, puede ser que haya alguien que afir­ me que no son verdaderos, sino inventados y falsos, fundán­ dose en que lo verdadero, según se define en el libro de la Demostración, es aquello que existe en el entendimiento, en cuanto que está conforme con lo que está fuera de él. De este argumento especioso se han servido muchos motacálimes de nuestra época, aplicando esta misma doctrina a echar por tierra la existencia de los universales; pero de esto no pueden inferir en buena consecuencia, com o ellos se figuran, la des­ aparición de [to d o ] conocimiento, pues no se valen [para ello] ni de argumentos que consten de dos premisas ni de predicados esenciales. Esto ya tendremos ocasión de discutirlo con ellos y con otros, cuando establezcamos sobre bases sóli­ das los principios del arte de la lógica y de las demás artes particulares. 1.221 45. En cuanto a la dificultad que aquí ocurre, referente a la existencia de los universales, es de las que pron­ to se resuelven. Así, pues, demos principio a nuestro razona­ miento. Si bien lo falso es aquello que está en el entendimien­ to com o discrepando de lo que está fuera de él, según da a entender lo contrario de la definición de verdadero, sin em­ bargo, esto, es decir, la existencia en el entendimiento de una cosa que no conviene con lo que está fuera de él puede con­ 695 1.222 1.a Que ese estado que la cosa tiene en el en­ tendimiento consista precisamente en una composición de su­ jetos que tengan efectivamente existencia fuera del alma, pero cuya mutua relación sea distinta de la que tienen en sí mis­ mos; esto entra, sin duda alguna, en el concepto de falso; en cuya definición va envuelto, com o [puede verse por estos ejemplos] la cabra-ciervo, la idea del vacío y otras cosas que el entendimiento compone, sin que existan, tai como están compuestas, fuera del entendimiento. 2.a Que existan fuera del alma seres de diferentes esen­ cias, existentes unas en otras y confundidas; pero que venga el entendimiento a diferenciarlas unas de otras, reuniendo lo que tengan de parecido y separando lo que en ellas haya de diferente, a fin de que el entendimiento pueda conocer aisla­ damente las naturalezas de las cosas en su ser íntimo; ahora bien, esto no puede en modo alguno ser calificado de falso ni ir envuelto en su definición. 1.223 46. Así es com o podemos abstraer, con objeto de entenderlos, el punto de la línea, la línea de la superficie y la superficie del cuerpo, y, en general, éste es el punto de vista desde el cual nos es posible entender todas las cosas que de suyo están en otras, bien sean esas cosas accidentes o bien sustancias. Sin embargo, si, al abstraer el entendimiento tales esencias y distinguirlas unas de otras, ocurre, como sucede muchas veces, que pertenecen al grupo de aquellas que por su naturaleza existen de una manera primaria en otras, entonces esas esencias son entendidas juntamente con las cosas que les sirven de sujeto; tal ocurre con las formas materiales, las cua­ les en tanto son entendidas en cuanto son materiales. Pero si esas esencias son tales que no existan en otras de una ma­ nera primaria, sino de una manera adventicia [y secundaria], com o se verifica en la línea, en ese caso son entendidas de una manera esencialmente abstracta. Esta operación [abstrac­ tiva] es, como se ha visto en el libro D el alma, privativa de A verroes Comentario de la «M etafísica» de A ristóteles la potencia racional, pues los sentidos sólo pueden percibir las formas en cuanto son singulares, y, en general, en cuanto es­ tán en la materia y son seres concretos; si bien no las reciben de una manera tan material, com o la que tienen fuera del alma, sino en una forma más espiritual, según se ha demos­ trado en el citado lugar. 1.226 49. Una vez demostrado que los universales no son sustancias de las cosas sensibles, veamos cuál es la sus­ tancia de las mismas. Es evidente que los seres sensibles, es decir, los individuos de sustancia, están compuestos de más de una cosa, desde el momento en que para ellos empleamos la pregunta ¿por qué?, pregunta que no se emplea con las cosas simples; pues nadie dirá: ¿por qué el hombre es hom­ bre?, ya que las ideas de sujeto y predicado son [aqu í] idén­ ticas. La pregunta ¿por qué? sólo puede ser empleada en las cosas compuestas, com o cuando decimos: ¿por qué el hombre es m édico?, a lo que se responde: porque es racional, res­ puesta con la cual se da la forma de la cosa. También pue­ de darse [com o respuesta] la materia de la misma, y en este sentido decimos: ¿por qué este ser es sensitivo?, a lo que se contesta: porque se compone de carne y de hueso. En ge­ neral, com o respuesta a la pregunta: ¿por qué algo es tal cosa?, puede ser aducida una de las cuatro causas... 696 1.224 47. El entendimiento tiene, como operación pro­ pia, el despojar de su forma a la materia concreta y el conce­ birla aisladamente en su ser íntimo, propiedad que manifiesta­ mente le conviene y mediante la cual se verifica la intelección de las esencias de las cosas, pues de lo contrario no existiría ciencia alguna. Por lo tanto, lo contenido en la definición de falso, es decir, la existencia fuera del entendimiento de una cosa que discrepa de la que está fuera de él, no puede com­ prender la acepción indicada. De la misma manera, por medio de la definición de verdadero no puede uno representarse el ser propio del universal, debido a ser equívocas las palabras empleadas en ambas definiciones, a saber, las empleadas al definir lo falso com o algo que está fuera del entendimiento en cuanto discrepa de lo que está en él, y lo verdadero, como una cosa que existe en el entendimiento en el mismo estado que tiene fuera de él. 1.225 48. Mas puede ser que a alguien se le ofrezcan dificultades acerca de un universal en estas condiciones, y haga la observación siguiente: si suponemos que los univer­ sales son cosas [puramente] mentales, serán por necesidad ac­ cidentes, y si son accidentes, entonces ¿cóm o pueden dar a conocer las sustancias de los seres concretos que existen en sí mismos, habiéndose dicho que lo que da a conocer la esen­ cia de la sustancia es sustancia? Esta dificultad se resuelve, a poco que se reflexione: en efecto, cuando el entendimiento despoja de las formas a la materia y entiende en su ser ínti­ mo las sustancias de las mismas, bien sean tales formas sus­ tanciales o accidentales, entonces sobreviene a éstas en el en­ tendimiento el concepto de universalidad, sin que el univer­ sal sea las mismas formas de tales esencias. Por eso los uni­ versales pertenecen a los inteligibles primeros; ahora bien, acerca de la diferencia entre los inteligibles primeros y segun­ dos, ya se ha tratado largamente en el arte de la lógica, y es cosa muy conocida para los peritos de la misma. 1224 H orten, Die Metaphysik des Averroes p .7 2 n t .1 -2 ; p .7 3 n t .l . 697 1.227 73. Réstanos ahora estudiar la cuestión acerca de la cual hemos prometido hacer una investigación, y que consiste en averiguar cuál es el género más universal que se encuentra en la sustancia, género que, según es habitual y co­ rriente, se dice ser el cuerpo o lo corpóreo. Decimos, pues, que algunos han supuesto que la primera cosa que reside en la materia prima informe son las tres dimensiones, las cua­ les son también la primera cosa mediante la cual se concibe dicha materia. Así, pues, creían que el nombre de cuerpo tenía esa significación, ya que las sustancias se designaban con un nombre primitivo, por razón d e .n o existir en un su­ jeto. Esta opinión fue la de Porfirio, quien la creyó opinión de los filósofos anteriores a Platón y de otros. Además, de­ cía [P orfirio] que la diferencia entre ellos consistía únicamen­ te en que unos suponían la materia prima esencialmente in­ forme, mientras que otros la suponían informada por las di­ mensiones, y éstos eran los del Pórtico. Otros creían que las tres dimensiones eran algo consiguiente a una forma simple, existente en la materia prima, forma que tenía por misión el hacer que el cuerpo recibiese sus propiedades de ser continuo y discreto. Pensaban, además, que las citadas dimensiones eran algo uno y común a todas las cosas sensibles, al igual de 1227-1236 C r u z H e r n á n d e z , Filos, hisp.-musulm. I I p . 123-126; I d . , La filosofía arabe p.294s; R o l a n d - G o s s e l i n , Le «De ente et essentia» de S. Thomas d’Aquin p.66-70. 1227 H o r t e n , o . c . , p.90 nt.l; Q u i r ó s , o . c . , p.119 nt.l, A verroes Comentario de la «M etafísica» de A ristóteles lo que tiene lugar en la materia prima: el que profesaba tal opinión era Avicena. Efectivamente [creía éste que] la pa­ labra corpóreo correspondía a ese sentido [accidental], pues es un nombre derivado y lo derivado denota accidente. una cantidad definida, procedente de la materia prima. Estas son las dimensiones de las cuales no puede estar desprovista la materia, pero que únicamente son susceptibles de aumento y disminución al sobrevenir [a la materia] la generación y corrupción. Estas tres dimensiones, existentes en la materia prima, de la manera dicha, son aquellas que, según el pare­ cer común de los antiguos filósofos, residen de un modo pri­ mario en la materia prima y aquellas mediante las cuales re­ side la forma en la materia prima. 698 1.228 74. En cuanto a los partidarios de la primera opinión, según los cuales las dimensiones son lo primero que sirve de fundamento a la materia prima, hemos de decir que se ven obligados a admitir que las dimensiones son sustan­ cias, ya que son lo primero que sirve de fundamento a la ma­ teria prima, y admitir también que dan a conocer qué cosa sea cada uno de los individuos de sustancia. Ahora bien, los individuos de sustancia, como se ha demostrado en la Física, son de dos clases: unos que están dotados de formas simples, v son las formas de los cuatro elementos, y otros, compuestos y dotados de formas compuestas. Estos últimos pueden ser a su vez de dos clases: o compuestos del género de los sim­ ples, como las formas de los cuerpos de partes homogéneas, o individuos dotados de almas. Pues bien, es evidente que las dimensiones son posteriores en predicación a cada una de ta­ les especies y que éstas van incluidas en las definiciones de las dimensiones, tanto cuanto puedan estarlo los sujetos en las definiciones de los accidentes, como es evidente para el que se dedica al arte de la Lógica. 1.229 75. Pero no es posible concebir a las dimensio­ nes residiendo en la materia prima y siendo a la vez acciden­ tes, pues los accidentes necesitan de un sujeto, de una ma­ nera distinta de la que lo necesitan las formas; porque los accidentes necesitan precisamente su sujeto informado y en acto; en cambio, la forma lo necesita, mas no en cuanto es acto; de lo cual resulta que el individuo concreto tiene su fundamento en la forma y no en el accidente. En una pala­ bra, la diferencia entre la relación que dice la forma al su­ jeto y la que dice al mismo el accidente es cosa de suyo evi­ dente para el entendido en estas cuestiones. 1.230 76. Sin embargo, las dimensiones existentes en la materia prima son unas en número y comunes a todos los cuerpos; pero son dimensiones en potencia, porque no están definidas por límites, antes del advenimiento de las formas a los mismos; mas cuando aparecen en los cuerpos las for­ mas, entonces se convierten en dimensiones delimitadas en acto, con arreglo a la cantidad que es propia de tales formas; pues, en efecto, las formas generables y corruptibles tienen 699 1.231 77. Mas no es posible que tales dimensiones sean sustancias, pues, de serlo, al reducirse a acto, en virtud de la recepción de límites, serían sustancia y no cantidad, lo que es imposible. En una palabra, ya se ha demostrado en la Física cuán falsa es la opinión del que cree que la materia prima está esencialmente informada, y que la forma de la mis­ ma está constituida por las dimensiones. En efecto, si las cosas sucedieran tal com o ellos piensan, la corporeidad será individualmente una e invariable en todas las formas de se­ res producidos; mas su error parte de que, al ver que la cor­ poreidad es invariable en cuanto al género, la creyeron inco­ rruptible, o también de que, al ver que es invariable com o accidente, la juzgaron invariable com o forma. Mas según esa opinión, se seguiría que la materia prima está informada no sólo por las dimensiones, sino también por muchos accidentes, que no están separados de ella y que son comunes a los cuer­ pos simples. 1.232 78. En cuanto a los partidarios de la segunda opinión, si pretenden que existe una forma simple en acto distinta de las formas de los cuerpos simples (formas que están constituidas por la gravedad y ligereza y, en general, por la inclinación, según lo que puede deducirse de las palabras de Avicena) y que el conjunto de tal forma y materia prima es la sustancia, a la que sobreviene la corporeidad, es decir, las tres dimensiones, todo lo cual está designado con el nom­ bre de cuerpo o corpóreo, ya que el nombre derivado, como hemos dicho, lo indica de una manera más propia, mirada la cuestión desde este punto de vista es, con toda seguridad, una opinión errónea, pues esto implicaría que la producción del elemento era debida a un cambio [accidental]. 1.233 Mas si con ese concepto designan la naturaleza de la inclinación que aparece en la materia prima, inclinación que Averroes Comentario de la « Metafísica» de Aristóteles viene a ser com o el género de las formas de los elementos, entonces es seguramente una opinión verdadera, y en este sen­ tido decimos que la corporeidad o lo corpóreo es el género más común que se encuentra en los individuos de sustancia. Por esta razón existe tal género en las cosas compuestas, de la misma manera que existen los géneros en las especies, pues el género lo consideramos com o un compuesto de materia y forma general, la cual dice a la forma [particular] una rela­ ción igual a la que hay entre el animal y la forma de las es­ pecies que en el animal están contenidas, pero en cuanto que a tal compuesto se unen las dimensiones, o lo que es igual, [consideramos al cuerpo] com o algo intermedio entre la po­ tencia y el acto. a la materia en cuanto a ser capaz de la divisibilidad propia de ésta, según se ha declarado en la física. 700 1.234 79. La corporeidad, que es común a los cuerpos simples, está constituida por la forma de la inclinación, en cuanto que a ésta se unen las dimensiones; mas éstas, que son comunes a los cuerpos simples, son numéricamente unas, en el sentido en que dijimos existían en la materia prima, sin que formen un género ni vayan incluidas en la definición como representativas de una forma general. Por eso, lo que el con­ cepto de cuerpo expresa, tomado com o materia prima, es dis­ tinto de lo que expresa tomado com o forma general; ahora bien, la diferencia entre el género y la materia ya ha sido tra­ tada en otro lugar. 1.235 80. Estando caracterizada la materia propia de los cuerpo celestes por no tener, ya que son eternos, dimen­ siones elementales, es decir, dimensiones comunes, que salen de potencia a acto al aparecer las formas, es de todo punto evidente que la palabra cuerpo o corpóreo, aplicada a la sus­ tancia celeste y a los cuerpos dotados de un movimiento rec­ tilíneo, tiene una significación equívoca, ya que la naturaleza de la inclinación es completamente distinta en ambas clases [de sustancias]. En efecto, la inclinación existente en los cuer­ pos simples estriba en la existencia de formas contrarias en la materia prima, mediante la existencia de las dimensiones co­ munes; por eso, las formas de tales elementos son divisibles, por razón de la divisibilidad de la materia; mientras que el concepto de inclinación en el cuerpo celeste indica la existen­ cia de una forma, que no tiene contrario, en una materia que no es susceptible de ser dividida mediante dimensiones, de la cual no es propio y a la cual es imposible el desprenderse de la forma, y la cual [por último] no tiene com o fundamento 701 1.326 81. Habiéndose, pues, las cosas tal como las he­ mos explicado, es evidente que el cuerpo estudiado por las ma­ temáticas es distinto del cuerpo físico, pues el matemático estudia las dimensiones precisamente en cuanto están abstraí­ das de la materia; pero el físico estudia el cuerpo compuesto de materia y forma, en cuanto que tiene dimensiones, o las di­ mensiones en cuanto están en tal cuerpo, que es com o deben estudiar las dos ciencias aquello que les es común, según se ha explicado en el libro de la Demostración. 82. Aquí dan fin las cuestiones de este tratado, que com­ prende el contenido de los libros sexto y séptimo de los atri­ buidos a Aristóteles. LIBRO III 1.237 23. De lo expuesto se deduce que el acto es an­ terior a la potencia, en cuanto que es causa eficiente y final [de la misma]; ahora bien, la causa final es causa de las cau­ sas, ya que éstas sólo por aquélla tienen existencia, puesto que la anterioridad por razón del tiempo, bien sea potencial, bien actual, existe, en la cosa que es anterior, de una manera ac­ cidental; es decir, que el que las causas de un ser sean anteriores en tiempo a éste, es algo accidental que afecta a las cosas par­ ticulares sujetas a generación y corrupción. En efecto, si esa propiedad existiera de una manera esencial en las causas efi­ cientes, no se daría causa alguna eterna; y no existiendo lo eterno, no existiría tampoco lo sujeto a generación y corrup­ ción, según lo demostrado en la ciencia física. Además, es evidente que las causas sólo producen, de una manera esen­ cial y primaria, la esencia de lo causado. 1.238 24. Ahora, en cuanto a la cuestión de saber si ta­ les causas han de preceder en tiempo a lo causado, no es una cosa evidente, como quieren muchos motacálimes; antes por el contrario, de tal suposición se siguen los absurdos antes mencionados por nosotros, referentes a que, en ese caso, no existiría cosa alguna temporal y, con mayor razón, eterna. En efecto, resuelta la cuestión en este sentido, sería posible en las causas un proceso hasta el infinito, y, en consecuencia, no existiría una causa primera, y no existiendo lo primero, no existiría lo último. Por consiguiente, de suponer que las cau­ A verroes Comentario de la «M etafísica» de A ristóteles sas del conjunto del mundo son anteriores en tiempo a éste, del mismo modo que las causas de las partes generables y co­ rruptibles del mundo preceden a éstas, se seguiría necesaria­ mente que este mundo es una parte de otro mundo, dándose entonces un proceso hasta el infinito, a no ser que se suponga que este mundo sólo está sujeto a corrupción en parte y no en todo. de la mutación pasiva. En cuanto a la potencia para el lugar y el cambio de situación, no sólo no ha sido demostrada la imposibilidad de que las posean, sino, por el contrario, la ne­ cesidad de poseerlas. Sin embargo, de alguna manera ya ha sido declarado en el citado pasaje, respecto a la potencia para el lugar, que existe un acto anterior a ella, que no tiene po­ tencia alguna. 1.239 25. Por eso, los que admiten tal hipótesis se encuentran no sólo con los absurdos citados, sino con otros muchos; todo lo cual les proviene de sentar com o principio que la causa eficiente es necesariamente anterior en tiempo. De aquí que cuando se les interroga de qué manera la causa eficiente del tiempo puede ser anterior al tiempo, bajan la ca­ beza; porque, si responden que la causa eficiente del tiempo no precede a éste en tiempo, en ese caso reconocen la exis­ tencia de un agente que no es anterior en tiempo a su efecto. Mas si contestan que le precede en tiempo, se les puede pro­ poner de nuevo la cuestión acerca de este [últim o] tiempo, a no ser que digan que el tiempo es algo que existe por sí mismo, y algo improducido, cosa que no quieren admitir. Pero todas estas cuestiones son más propias de la tercera parte de esta ciencia, por lo cual debemos volver a nuestro punto de partida. 1.241 27. Pero esto es aplicar a estas cuestiones prue­ bas especiales, pues [es de advertir que] muchos de los pro­ blemas de esta ciencia, por no decir los más principales, se de­ ducen, cuando hay que formarse ideas de ellos, de lo demos­ trado en la ciencia física, además de solucionarse en ella las dudas que acerca de tales problemas pueden ocurrir en esta ciencia. Pero es posible también demostrar esta cuestión de una manera general. Así, pues, decimos que, siempre que una cosa esté en potencia para ser otra, es decir, para ser otra cosa motora o movida, es posible que esta [última] exista o que no exista, ya que tal es la naturaleza de la posibilidad y po­ tencia, mientras que afirmamos de una cosa que es necesaria cuando ni ha dejado ni dejará de ser, ni es tampoco posible en modo alguno que no exista, ni tiene potencia para no exis­ tir; y así, nadie puede creer que en el triángulo haya poten­ cia para que sus ángulos sean iguales a cuatro rectos. Esto supuesto, ambas naturalezas [posible y necesaria] son dife­ rentes, de modo que el que dice que lo necesario es posible, afirma un cambio de verdades, además de seguirse de su opi­ nión la no existencia de lo necesario. Luego si las cosas se han tal como nosotros afirmamos, síguese necesariamente que el acto es anterior a la potencia, desde todos los puntos de vista. 702 1.240 26. Decimos, pues, que la posterioridad en tiempo de la potencia con respecto al acto se evidencia, además, por la razón de la imposibilidad de que la potencia esté despro­ vista de acto, según ha sido demostrado respecto a la materia prima. Además, muchas cosas en tanto tienen potencia para [convertirse en] otras, en cuanto que tienen algún acto de aquello para lo que están en potencia; así, por ejemplo, el discípulo, que es docto en potencia, en tanto llega al último grado de ciencia, en cuanto que en él hay alguna ciencia; de lo contrario, se seguiría el error de Menón, registrado en el libro primero de los Analíticos posteriores. Ademas, si las co­ sas eternas, que son aquellas que no tienen mezcla alguna de potencia, son anteriores a las cosas sujetas a corrupción, que son aquellas que tienen mezcla de potencia, es evidente que el acto es anterior a la potencia. Ahora bien, que las cosas eternas no tengan mezcla de potencia absoluta, es decir, de po­ tencia que afecta a la sustancia, cuestión es que ha sido ya declarada en el libro De cáelo et mundo; otro tanto puede afirmarse de la potencia para la nutrición y el crecimiento, y 703 1.242 28. Pero se nos ofrece aquí una duda y es la siguiente: ¿cóm o es posible que las cosas eternas sean princi­ pios de las cosas corruptibles? En efecto, las cosas que están siempre en acto, deben estar necesariamente en una actividad continua; de lo contrario, habría en ellas un modo de ser en potencia, y, por lo tanto, sus efectos debieran existir siempre, pues el motor de las cosas que tienen como propiedad existir en un momento dado y perecer en otro, debe estar sometido a las mismas condiciones de ellas, es decir, debe mover [du­ rante un tiempo] y no mover [durante o tro ]. Esta dificultad tiene, sin embargo, su solución en lo demostrado en la ciencia física acerca del movimiento eterno de traslación, es Y que Averroes Comentario de la «M etafísica» de A ristóteles el ser propio de este movimiento es algo intermedio entre el acto puro y las cosas que existen, ora en potencia, ora en acto, pareciéndose a las cosas existentes en acto, por razón de la eternidad en tal movimiento existente de una manera sustan­ cial y por razón de carecer de potencia para la corrupción, y semejándose a las cosas que existen, ora en potencia, ora en acto, en las diversas posiciones adoptadas, y en general, por ser ese movimiento un movimiento de traslación local. dente común a los diez predicamentos, la designación por la unidad de ese accidente existente en cada uno de ellos ha de ser por necesidad, o unívoca, o análoga, es decir, por vía de anterioridad y posterioridad, o equívoca pura. Es evidente que la unidad no significa las cosas a las cuales se aplica, de una manera equívoca, pues a los conceptos equívocos no les conviene un predicado esencial, ni tampoco definición. Tam­ poco significa la unidad los predicamentos de una manera uní­ voca, ya que es imposible que el predicamento de sustancia y los predicamentos de accidente constituyan un género apli­ cable a ellos por univocación, pues se trata de dos cosas com­ pletamente distintas. Es más, si se diera ese supuesto, el in­ dividuo de tal accidente debería ser percibido por los sentidos, com o sucede con los demás predicamentos accidentales, los cuales tienen existencia aun prescindiendo de un alma [que los perciba], 704 1.243 29. Considera ahora con cuánta generosidad obra la providencia divina, al unir unos con otros estas dos clases de seres, colocando entre la potencia pura y el acto puro esta clase de potencia, a saber, la potencia para el lugar, hasta formar por ese medio un lazo de unión entre el ser eterno y el ser corruptible. Por todo esto, no hay razón para que te­ mamos que este movimiento llegue a perecer en un momento dado, ni tampoco que se detenga, como creen algunos, ya que en su actividad motora no hay potencia alguna. Mas los que no creen en la eternidad del movimiento, no pueden dar la razón de que el Creador, que es eterno, sea la causa eficiente del mundo, después de haber pasado un tiempo en que no ha obrado, pues se verían obligados a admitir que, antes de obrar, era causa eficiente en potencia. Ahora bien, lo que está en potencia, sólo puede ser convertido en acto por un motor, y, en general, por un agente que sea anterior a él, ya que la conversión de la potencia en acto es una mutación, y toda mu­ tación proviene de una causa mutante, como se evidencia por la atenta consideración de los principios naturales. 1.244 39. En cuanto a lo sustentado por Avicena, re­ ferente a que el sujeto de la unidad es una cosa que añade algo sobre los diez predicamentos, ya que lo designado por la unidad es siempre y en cualquier estado un accidente que existe en todos los predicamentos, es una opinión absurda; porque, si la unidad siempre y en cualquier estado designara cosas ajenas a la esencia de los seres a los cuales se aplica, no existiría una unidad sustancial, ni en el individuo ni en lo universal, es decir, por razón de la forma. Lo mismo [que ocurre con respecto a la sustancia], ocurre también con rela­ ción a los demás predicamentos, pues, en ese caso, la unidad estaría en los diez predicamentos como algo común ajeno a ellos, opinión que se desvanece por sí misma, com o se deduce de lo que vengo sosteniendo. En efecto, si se supone a la unidad en sentido de universalidad, com o signo de un acci­ 705 1.245 40. Sólo cabe, por lo tanto, que la unidad de­ signe los predicamentos por vía de anterioridad y posteriori­ dad, y en ese caso lo único que podría designar la unidad se­ ría las esencias de los predicamentos, ya que tal es la relación que dicen unos a otros; a no ser que los predicamentos exis­ tiesen en otros predicamentos, en los cuales la relación del ac­ cidente que estuviese en la cantidad con el accidente que exis­ tiese en la sustancia fuera la misma que hay entre sustancia y accidente, y en estos últimos existieran otros, y así hasta el infinito, lo que es absurdo. Siendo esto así, sólo cabe su­ poner que sea sujeto de la unidad absoluta la unidad existen­ te en cada predicamento. Pero el que tenga alguna duda acer­ ca de esta cuestión dirá seguramente: ¿cóm o puede pensarse que la unidad y el número pertenezcan a la categoría de can­ tidad, para creer en seguida que existen en cada una de las categorías, en cuanto que son propias de las categorías mis­ mas y no algo accidental a ellas? 1.246 41. De aquí que haya creído Avicena que el su­ jeto de la unidad debía ser necesariamente un accidente exis­ tente en todos los predicamentos. Pero no son las cosas como él las cree, porque la unidad numérica tiene una naturaleza distinta de la naturaleza de las demás clases de unidad, de­ bido a que la unidad numérica significa una cosa desprovista de cantidad y cualidad, es decir, una cosa que hace que el individuo sea tal individuo; porque éste sólo es individuo me­ diante el concepto de indivisibilidad, en cuanto el entendiLos filósofos medievales 1 23 Averroes 706 Concordia entre la revelación y la ciencia miento lo abstrae de la materia y lo considera com o algo se­ parado. En efecto, lo uno en número y la unidad numérica no son más que cosas producidas por el alma en los individuos existentes; de modo que si no existiese el alma no existirían tampoco la unidad numérica y el número, a diferencia de lo que sucede en la línea y en la superficie y, en general, en la cantidad continua, por cuya razón está el número en gran ma­ nera desligado de la materia. Pero es que Avicena ha confun­ dido la naturaleza de la unidad, que es principio del número, con la unidad absoluta y común a todos los predicamentos; y como la unidad, principio del número, es accidente, creyó que lo era también la unidad absoluta y general. Eso, ade­ más de pretender que ocurre con respecto al número lo mis­ mo que ocurre con respecto a la línea y a la superficie, [o p i­ nando] que tiene [el número] una existencia independiente del alma, lo cual le obliga a suponer en los predicamentos una entidad que añade algo a los mismos. FASL A L M A Q A L O D O C T R IN A D E C IS IV A Y F U N D A M E N TO [P r im e r a 707 parte] [Solución del problema] [ Demostración general ] 1.248 Decimos, pues, que, de una parte, la filosofía no es más que el examen de los seres existentes y su considera­ ción reflexiva como indicios que guían al conocimiento de su Hacedor, es decir, en cuanto que son cosas hechas. Y esto es así porque únicamente por el conocimiento del arte con que han sido hechos demuestran esos seres existentes la existencia del Hacedor, y cuanto más perfecto sea el conocimiento de ese su arte tanto más perfecto será el conocimiento que den del artífice. Por otra parte, el texto revelado invita a veces al es­ tudio de esos mismos seres existentes y a ello exhorta. Por consiguiente, es manifiesto que lo que ese nombre [estu d io] significa, o será obligatorio por la ley revelada, o será mera in­ vitación de consejo (p.150). DE LA C O N C O R D IA EN TRE L A R E V E L A C IO N Y L A C IE N C IA [ Conclusión final: Armonía de la fe con la razón] Obra compuesta por el qádl, imam y sabio en varias ra­ mas de la ciencia, Abü-1-Walíd Muhammad ibn Ahmad ibn Rusd. Dijo el honorable alfaquí, el único, el sapientísimo, el eminente, el grande qádí Abü-1-Walíd Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Ahmad ibn Ahmad ibn Rusd ( ¡Dios le sea propicio y tenga de él misericordia! ) [ O bjeto de este ensayo] 1.247 Después de glorificar a Dios con todas las alaban­ zas que le son debidas, y después de haber invocado la bendi­ ción sobre Mahoma su siervo, el puro, el elegido, y su envia­ do, el intento de este ensayo es inquirir, desde el punto de vista positivo de la religión revelada, si por ventura la especu­ lación sobre la filosofía y las ciencias lógicas es lícita según la religión revelada, o si está prohibida,o si se la recomien­ da, bien sea a modo de mera invitación, bien sea por vía de precepto riguroso. 1.249 Ahora bien, siendo verdad lo contenido en estas palabras reveladas por Dios y supuesto que con ellas nos in­ vita al razonamiento filosófico que conduce a la investigación de la verdad, resulta claro y positivo para todos nosotros, es decir, para los musulmanes, que el razonamiento filosófico no nos conducirá a conclusión alguna contraria a lo que está con­ signado en la revelación divina, porque la verdad no puede contradecir a la verdad, sino armonizarse con ella y servirle de testimonio confirmativo (ibíd., p.161). S egunda p a r t e [Resolución de los conflictos aparentes] [1 . Materia de conflictos aparentes] 1.250 Esto supuesto, cuando el razonamiento filosófico nos conduce a establecer una tesis cualquiera sobre cualquier categoría ontològica, no caben más que una de estas dos hi1249 A s í n P a l a c i o s , El averroismo teológico de Santo Tomás de Aquino (Zaragoza 1904) p.295ss. 1250 M . A l o n s o , o . c . , p.162 nt.l. A verroes 708 pótesis: o que acerca de la tal tesis nada diga la revelación o que en la revelación esté contenida. En el primer caso, es evidente que no puede haber contradicción alguna entre la razón y la revelación divina; además, eso mismo sucede cuan­ do el alfaquí formula decisiones jurídicas sobre casos de los cuales nada dice la revelación, induciéndolas de otros casos consignados en el texto, mediante el argumento llamado de analogía. En la segunda hipótesis, o sea, cuando la revelación contiene algún texto relativo a dicha tesis filosófica, hay que ver si el sentido literal del texto se conforma con ella o la contradice. Si se conforma, no hay cuestión; mas si la con­ tradice, debe entonces buscarse la interpretación alegórica del texto revelado. [2 . Interpretación alegórica o Tü’w il] 1.251 Esta interpretación consiste en sacar a las palabras de su significado propio al significado que entraña la metáfora, siguiendo para ello las reglas ordinarias de la lengua árabe en el uso de los tropos, es decir, denominando una cosa con el nombre de otra cosa semejante a ella, o causa suya, o conti­ gua en el espacio o en el tiempo, etc. Porque, si de esta in­ terpretación alegórica echa mano el alfaquí para muchas de sus decisiones jurídicas, ¿con cuánta más razón no podrá uti­ lizarla el filósofo, que posee ciencia cierta adquirida por de­ mostración apodíctica, mientras que el alfaquí se apoya sola­ mente en silogismos probables? [3 . Kasfc an Manahiy 709 por página los demás textos del Libro Sagrado, se encontrará forzosamente alguno cuyo sentido literal autorice y confirme o poco menos aquella interpretación alegórica... (ibíd., p.161163). Pero si ocurre, com o hemos dicho, que conozcamos una cosa en sí misma por las tres vías dichas, sin necesidad de em­ pleo de figuras, porque su sentido literal no admite interpreta­ ciones, entonces quien dé interpretaciones a textos cuyo sentido literal reúna estas condiciones, y que se refieran a los fundamen­ tos de la religión, será un infiel. Así, por ejemplo, el que profe­ sa que no existe felicidad alguna en la otra vida, ni tampoco pena alguna, sino que con tal dogma solamente se intenta que los hombres vivan indemnes unos de otros, en cuanto a sus cuerpos y sus sentidos, de modo que tal dogma ha sido tan sólo una hábil invención para ese objeto, porque el fin del hombre no es otro que su existencia sensible y nada más. Constando, pues, todo esto [p. 16 ], ya te es evidente por cuanto hemos dicho, que en la revelación hay textos de un sentido literal que no es lícito interpretar; que si se interpre­ tan los que de éstos tratan de los principios fundamentales de la religión, es infidelidad, y que si se interpretan los que sólo atañen a las consecuencias de dichos principios, es herejía... (ibíd., p .174-183). KASFC A N M A N A H IY Libro de la exposición de los caminos que conducen a la de­ mostración de los artículos de la fe Regla general] 1.252 Resueltamente decidimos que todo texto revela­ do, cuyo sentido literal contradice una verdad apodícticamente demostrada [p .8 ], debe ser interpretado alegóricamente, conforme a las reglas de esta interpretación en la lengua ára­ be. Y ese principio que acabo de formular no ofrece dudas para ningún muslim, ni sospechas de error para ningún creyente. ¡Y cómo se fortifica progresivamente esta certeza en el ánimo de todos los que meditan asiduamente dicho principio y lo ex­ perimentan en la práctica y se esfuerzan por realizar este pro­ pósito de armonizar la ciencia con la fe! Sin embargo, cuantas veces aparezca en la revelación un texto cuyo sentido literal se oponga a una tesis apodícticamente demostrada, yo afirmo que, examinado atentamente todo aquel texto y estudiando página C a p ít u l o V D e las operaciones divinas Artículo tercero: Del destino y predeterminación § II. La razón natural 1.253 Lo dicho hasta aquí es una [p .1 0 6 ] de las causas de discrepancia en estos problemas, pero, además de los tes­ timonios de autoridad, hay, como decíamos, otra causa de dis­ crepancia, que es la contradicción mutua de las pruebas inte1253 A s í n 1929) p.269. P a la c io s , El justo medio en la creencia (de Algacel) (Madrid 710 A verroes lectuales respecto de los mismos problemas. Si suponemos que hay actos humanos de los que el hombre es autor responsable, necesariamente se sigue que esos actos no se deben meramen­ te a la voluntad y libre decisión divina; de consiguiente, ade­ más de Dios, ha de existir otro agente responsable. Pero ar­ guyen luego: «Es así que los musulmanes están todos contes­ tes en que solamente Dios es verdadero agente»; luego... En cambio, si suponemos que el hombre no merece con sus ac­ tos, necesariamente se seguirá que es forzado en ellos, porque no hay medio entre la violencia (yabar) y el mérito libre. Pues bien, si el hombre es violentamente forzado a sus actos, la responsabilidad tendrá por objeto algo imposible; mas si el hombre es responsable de aquello que no puede, no habrá di­ ferencia entre su responsabilidad y la de los cuerpos inorgá­ nicos. N o hay en éstos potencia física para otra cosa de lo que hacen, com o tampoco la tendría el hombre para aquello a que no alcanza su poder natural. 1.254 Por esto han venido todos a admitir la potencia física com o condición necesaria de la responsabilidad, com o lo es también el uso de la razón natural. Sabemos, sin embargo, que Ab-l-Ma’álí dijo en su Nizámiyya que el hombre merece realmente con sus actos y que tiene poder para obrar, fundán­ dose para decir esto en el absurdo de hacer a uno responsa­ ble de lo que físicamente no puede, aunque este punto de vista es distinto del de los mu'táziles. En cambio, los as'aries primitivos admitían la responsabilidad aun respecto de lo que no se puede, procurando, sin embargo, esquivar el principio por el que los mu'táziles la niegan; esto es, por ser contraria a la razón natural; no obstante, los últimos as'aries contra­ dicen a sus predecesores. 1.255 Además, si no tiene el hombre mérito alguno con sus actos, carece de sentido el precepto de precaverse para los males que pueden sobrevenir. Igualmente, el precepto de procurarse bienes carece también de sentido y desapare­ cen con eso todas las artes cuyo fin es procurarse bienes, com o la agricultura y otras artes en que los hombres buscan la utilidad. Igualmente, lleva consigo la desaparición de todas las artes que tienen por fin la conservación de la vida y ex­ tirpación de las causas perjudiciales, com o el arte de la guerra y de la marina, de la medicina y otras semejantes. Pero eso va enteramente contra todo lo que uno puede entender y aceptar (ibíd., p.324 y 3 2 5 ). Comentario al « D e anima» de Aristóteles C O M E N T A R IO M A Y O R A LO S LIB R O S «D E DE A R IST O TE L E S 711 A N IM A » LIBRO II 1.256 21. Cuando dice que hay que averiguar en cada uno de esos principios si es el alma o no, empieza a hablar de una facultad que no parece ser el alma, o más bien que es más evidente que no es el alma, y dice: «E l entendimiento y la facultad especulativa», etc. Esto es, el entendimiento en acto, y la facultad que se perfecciona por el entendimiento en acto todavía no se ha declarado si es alma o no, com o, en cambio, se ha declarado ya de otros principios, ya que esa fa­ cultad no parece usar en su acción de instrumento corporal, com o usan las demás facultades del alma. Y por eso no que­ dó claro por la mencionada explicación si es perfección o no. Pues todo aquello en lo que se manifieste o se manifestará que se perfecciona de la manera como se perfeccionan las for­ mas por las materias es alma. Y cuando dice que eso no apa­ rece claro en el entendimiento, empieza a demostrar cuál de las dos partes contradictorias en esta cuestión se ha de bus­ car com o la prevalente en la opinión de los hombres y la más probable, hasta tanto que no se pruebe eso después con demostración. Y dice: «Pero parece que es otro género de alma», etc. Esto es: Pero mejor es decir, y después de estu­ diar la cuestión, parece más verdadero que se trate de otro género de alma, etc., y si se le llama alma, será equívocamen­ te. Y si la disposición del entendimiento es así, es preciso que él solo entre todas las facultades del alma tenga posibili­ dad de ser separado del cuerpo y no se corrompa por su co­ rrupción, como está separado lo eterno, y eso será cuando unas veces se une con él, y otras no (p.160). LIBR O III 1.257 4. Cuando afirma que el entendimiento recepti­ vo debe pertenecer al género de las facultades pasivas, y que con eso no sufre cambio en la recepción, porque ni es cuerpo, ni es una facultad que esté en el cuerpo, da la demostración 1256-1297 Cruz Hernández, Filos, hisp.-musulm. II p.159-186. 1257-1281 Cruz Hernández, o.c., II p.160-163; Id., La filosofía árabe p.311-320. , 712 A verroes de ello, y dice: «Es preciso, pues, si entiende...», etc. Esto es: es preciso, pues, que, si entiende todas las cosas existen­ tes fuera del alma, antes de aprehenderlas esté clasificado, por ese modo (de aprehender) en el género de las facultades pa­ sivas, no activas, y que no esté mezclado con los cuerpos, es decir, que ni sea cuerpo ni facultad en el cuerpo, natural o animal, como dijo Anaxágoras. Después dice: «Para que conozca», etc. Esto es: y es preciso que no esté mezclado, para que entienda todas las cosas y las reciba. Porque si está mezclado, entonces será o cuerpo, o una facultad en cuer­ po; y si es una de estas dos cosas, tendrá su forma propia, la cual impedirá que reciba alguna forma ajena. 1.258 Y eso es lo que pretende al decir: «Porque si aparece en él», etc. Esto es: si tiene su forma propia, enton­ ces esa forma le impedirá la recepción de formas diversas extrañas, porque son distintas de ella. Y ahora hay que con­ siderar en esas proposiciones en las cuales Aristóteles declara esas dos cosas sobre el entendimiento, a saber, que pertenece al género de las facultades pasivas y que no sufre cambio, que no es cuerpo, ni facultad que esté en cuerpo. Estos dos carac­ teres son, en efecto, el fundamento de cuanto se dice sobre el entendimiento. Y com o dice Platón, el máximo esfuerzo en la exposición hay que ponerlo al principio, ya que un míni­ mo error en el principio es causa de máximo error en el fin, como dice Aristóteles. 1.259 Digamos, pues: que la formación por el entendi­ miento (el producir las formas) pertenece de algún m odo a las facultades receptoras, como pasa con la facultad de los sentidos, se manifiesta por lo siguiente: las facultades pasi­ vas sufren cambio por parte de aquel a quien se atribuyen; en cambio, las activas inducen cambio en aquello a que se atribuyen. Y como una cosa no mueve (induce cambio) sino en cuanto que se halla en acto, y es movida (cambiada) en cuanto que está en potencia, es necesario que, en cuanto que las formas de las cosas se hallan en acto fuera del alma, mue­ van al alma en cuanto que las aprehende o entiende, así como los objetos sensibles, en cuanto que son seres en acto, es ne­ cesario que muevan a los sentidos y sean movidos los senti­ dos por ellos. Y por eso el alma tiene necesidad de considerar las intenciones que se hallan en la facultad imaginativa, así como el sentido tiene necesidad de mirar a los objetos sensi­ bles. Pero cuando se ve que las formas de las cosas exterio­ Comentario al «D e anima» de A ristóteles 713 res mueven a esa facultad de suerte que el alma las saca de las materias (correspondientes) y las hace entendidas en acto después de haberlo sido en potencia, entonces se ve que tal alma es activa, y no pasiva. Así que, en cuanto que los obje­ tos entendidos la mueven, es pasiva, y en cuanto que son movidos por ella, es activa. Y por eso dirá después Aristóte­ les que es preciso poner en el alma esos dos aspectos dife­ rentes, a saber, la facultad de la acción y la facultad de la re­ cepción. Y dice claramente que cada una de esas partes su­ yas no es generable ni corruptible, como aparecerá después. 1.260 Pero ahora comienza a declarar la naturaleza de esa facultad pasiva, ya que es necesario en la presente cues­ tión. Con esto queda expuesto que esa diferencia, la de la pa­ sión y la recepción, se da en la facultad racional, y que la sustancia que recibe esas formas no sea cuerpo ni facultad en el cuerpo, es evidente por las proposiciones que en esta exposición formula Aristóteles. Una es que esa sustancia re­ cibe todas las formas materiales, y eso es cosa patente en el entendimiento. La segunda es que todo el que recibe algo debe estar despojado de la naturaleza de lo recibido, y que su sustancia no sea la sustancia de lo recibido en cuanto a su naturaleza. Pues si el que recibe fuese de la misma naturaleza que lo recibido, entonces una cosa se recibiría a sí misma, y lo que mueve sería lo movido. De ahí que el sentido que recibe el color tenga que carecer del color, y el que recibe el sonido, del sonido. Esa proposición es necesaria e induda­ ble. Y de esas dos proposiciones se sigue que la sustancia que se llama entendimiento material no posee en sí ninguna de las formas materiales. 1.261 Y como las formas materiales o son cuerpo o son formas en cuerpo, es evidente que la sustancia que llamamos entendimiento material ni e s ' cuerpo ni es forma en cuerpo; luego es algo absolutamente no mezclado con la materia. Y debes saber que lo que ha originado eso es algo necesario, ya que esta sustancia existe, y que lo que recibe las formas materiales de las cosas o las formas materiales no tiene en sí una forma material, esto es, compuesta de materia y for­ ma. Tampoco es una forma que se cuente entre las formas materiales, ya que las formas materiales no son separables. Tampoco es una de entre las formas simples, pues éstas son 1261 Cruz Hernández, Filos, bisp.-musulm. I I . p.160-162; sofía árabe p.312s. Id., La filo- 714 A verroes separables, pero n o ... recibe más que formas diversas, y en cuanto son entendidas en potencia y no en acto. Luego es un ser distinto de la materia y de la forma y del compuesto de ambas. 1.262 En cuanto a si esa sustancia posee una forma pro­ pia diversa en su ser de las formas materiales, todavía no está claro por la presente exposición. En efecto, la proposición que enuncia que el que recibe debe estar despojado de la natura­ leza de lo recibido, debe entenderse de la naturaleza especí­ fica de lo recibido, pero no de su naturaleza genérica, sobre todo del género remoto, y más aún del que se dice equívoca­ mente, y por eso hemos dicho que en el sentido del tacto se encuentra un medio entre los objetos que aprehende, pues los contrarios difieren específicamente del medio. Siendo ésa la índole del entendimiento material, a saber, que es un ser, y que es una facultad separada, y que no posee una forma material, resulta evidente que no es pasivo, ya que los seres pasivos, es decir, móviles o sujetos de cambio, son com o las formas materiales, y que es simple, como dice Aristóteles, y separable, y de esa manera se entiende cuál es la natura­ leza del entendimiento según Aristóteles, y después hablare­ mos de las dificultades que pone. 1.263 5. Una vez que ha declarado que el entendimien­ to material no tiene alguna forma de las cosas materiales, empieza a definirlo de esa manera, y dice que, conforme a eso, no tiene sino la naturaleza de posibilidad de recibir las formas entendidas materiales. Y dice: « Y así, no tiene nin­ guna naturaleza», etc. Esto es: eso del alma que se llama entendimiento material no tiene ninguna naturaleza y esencia por la cual quede constituida en cuanto material sino la na­ turaleza de la posibilidad, ya que está despojado de todas las formas materiales e inteligibles. 1.264 Después dice: « Y llamo entendimiento», etc. Esto es: entiendo por entendimiento aquí la facultad del alma que se llama en sentido verdadero entendimiento, no la facultad que se llama entendimiento en sentido amplio, a saber, la fa­ cultad imaginativa, sino la facultad por la cual distinguimos las cosas especulativas y pensamos en las cosas operativas fu­ turas. Después dice: «n o es en acto alguno de los seres antes de entender». Esto es: la definición del entendimiento mate­ rial es aquello que es en potencia las intenciones de las for­ Comentario al « D e anima» de Aristóteles 715 mas materiales universales, y no es en acto alguno de los se­ res antes de entenderlo... (p .383-387). 1.265 La segunda cuestión, que dice cóm o el entendi­ miento material es uno numéricamente en todos los indivi­ duos humanos, no generable ni corruptible, y los objetos en­ tendidos que existen en él en acto (y es el entendimiento especulativo) multiplicado conforme al número de los indivi­ duos humanos generable y corruptible por ser la generación y corrupción de los individuos, es una cuestión muy difícil y encierra una muy grande ambigüedad. 1.266 En efecto, si ponemos que ese entendimiento ma­ terial se multiplica conforme al número de los hombres in­ dividuales, ocurrirá que es esto determinado, o cuerpo, o una facultad en cuerpo. Y , siendo esto determinado, será una in­ tención entendida en potencia. Mas la intención entendida en potencia es el sujeto que mueve al entendimiento que recibe, no el sujeto movido. Si, pues, se supone que el sujeto es esto determinado, entonces una cosa se recibirá a sí misma, como hemos dicho, lo cual es imposible. 1.267 Y también, aun concediendo que se reciba a sí misma, sucedería que se recibiría a sí misma según diversos aspectos. Y así resultará la facultad del entendimiento idén­ tica con la facultad del sentido, o no habrá ninguna diferen­ cia entre el ser de la forma fuera del alma y dentro del alma. Pues esta materia individual no recibe sino estas formas indi­ viduales. Y ésta es una de las razones que prueban que Aris­ tóteles piensa que el entendimiento no es una intención in­ dividual. 1.268 Y si suponemos que no se multiplica conforme al número de los individuos, sucederá que su relación a todos los individuos que existen en su perfección última en la ge­ neración es la misma, por lo cual es necesario que si alguno de esos individuos adquiere alguna cosa entendida, será ad­ quirida por todos ellos... 1.269 Y por eso hay que pensar que, si hay algunos vi­ vientes cuya primera perfección es una sustancia separada de sus sujetos, com o se cree de los cuerpos celestes, es imposible que se encuentre más de un individuo en su especie, ya que 1265-1276 Cruz Hernández, Tilos, hisp.-musulm. II p.l62s; Id., ha filo­ sofía árabe p.313s. 716 A verroes si de ellos, es decir, de la misma especie se diese más de un individuo, v.gr., del cuerpo movido por el mismo motor, en­ tonces su existencia sería ociosa y superflua, pues su movi­ miento sería por una misma intención numéricamente; v.gr., es ocioso que para un solo navegante haya en el mismo litoral más de una nave, y asimismo lo sería que hubiese para un solo artífice más de un instrumento de la misma especie... (p.401-403). 1.270 Y universalmente se estima que se siguen imposi­ bles de esta tesis que asentamos de que el entendimiento que está en hábito es uno numéricamente. Muchos de ellos ya los enunció Avempeche en su carta que tituló «Continuación del entendimiento con el hombre». 1.271 Siendo esto así, ¿qué camino hay para resolver este difícil problema? Digamos, pues, que es evidente que el hombre no entien­ de en acto sino por la continuación del objeto entendido con él en acto. Y es también evidente que la materia y la forma se unen entre sí de suerte que el compuesto resultante de ellos sea algo único, y máxime el entendimiento material y la intención entendida en acto, ya que lo que se compone de ellos no es algo tercero distinto de ellos, com o pasa con otros compuestos de materia y forma. La continuación, pues, de lo entendido con el hombre es imposible que se dé más que por la continuación de la una de esas dos partes con él, a saber, de la parte que de él es com o materia, y de la parte de él (a saber, lo entendido) como forma. 1.272 Y como por las dudas antes propuestas queda ex­ plicado que es imposible que lo entendido se una con cada uno de los hombres y se multiplique conforme al número de ellos por la parte que en él es como materia, es decir, el en­ tendimiento material, queda el que la continuación de los ob­ jetos entendidos con nosotros, los hombres, sea por la con­ tinuación con nosotros de la intención entendida (y son las intenciones imaginadas), es decir, de la parte que de ellos está en nosotros de algún modo como forma. Y por eso, el decir que el niño entiende en potencia se puede interpretar de dos maneras: una, que las formas imaginadas que hay en él están entendidas en potencia; otra, que el entendimiento material, que tiene capacidad natural para recibir el conoci­ miento de esa forma imaginada, es recipiente en potencia, y está en continuación con nosotros en potencia... Comentario al « D e anima» de A ristóteles 717 1.273 Por eso, hay que pensar lo que ya ha apareci­ do por la exposición de Aristóteles, que en el alma hay dos partes del entendimieinto, de las cuales una es recipien­ te, cuya naturaleza ha sido declarada aquí, y la otra, agente, y es aquello que hace que las intenciones que están en la facultad imaginativa muevan en acto al entendimiento mate­ rial después que lo movían en potencia, com o aparecerá des­ pués en el texto de Aristóteles, y que esas dos partes no son generables ni corruptibles; y que el agente es respecto del re­ cipiente como la forma respecto de la materia, como se expli­ cará después. 1.274 Y por eso pensó Temistio que nosotros somos el entendimiento agente, y que el entendimiento especulativo no es más que la continuación del entendimiento agente sólo con el entendimiento material. Pero no es así, sino que hay que pensar que en el alma hay tres partes del entendimiento, una de las cuales es el entendimiento que recibe, la otra es el eficiente y la tercera el que es lo hecho. Y dos de estas tres partes son eternas, a saber, el agente y el que recibe, y la tercera es generable y corruptible en un sentido, y en otro, eterna. 1.275 En efecto, como nuestra opinión, de resultas de esta discusión, ha sido que el entendimiento material es único para todos los hombres, y también hemos opinado, por eso, que la especie humana es eterna, como se ha expuesto en otros sitios, es preciso que el entendimiento material no esté despojado de los principios naturales comunes a toda la es­ pecie humana, es decir, de las primeras proposiciones y de las formaciones singulares comunes a todos, pues esos obietos co­ nocidos son únicos por lo que hace al suieto recipiente, y muchos por lo que hace a la intención recibida. 1.276 Así, pues, en el modo en que son únicas, son ne­ cesariamente eternas, ya que la existencia no se aleia del su­ jeto recibido, a saber, del motor, que es la intención de las formas imaginadas, y no hay impedimento por parte del re­ cipiente. La generación, pues, y la corrupción no se da en ellos sino en razón de la multitud que les sobreviene, no por el modo sesún el cual son únicas. Y por eso, cuando respecto de algún individuo ha sufrido corrupción algún objeto de los pri­ meros entendidos por la corrupción de su sujeto por medio 1273 R e y n a , On the Soul: a philosophical exploration of the active intellect in Averroes, Aristotle and Aquinas: Thomist 36 (1972) 131-149. 718 A verroes Comentario al « D e anima» de Aristóteles del cual está unido con nosotros y es verdadero, es preciso que ese objeto entendido no sea simplemente corruptible, sino corruptible por respecto a cada individuo. Y de esta manera podemos decir que el entendimiento especulativo es único en todos... (p.406s). no es absoluto, sino condicionado; es decir, que no es nece­ sario que el que recibe no sea absolutamente nada, sino que no sea en acto algo de aquello que recibe, com o ya lo hemos dicho. Es más, has de saber que la relación del entendimiento agente a ese entendimiento es la que tiene la luz al diáfano, y la relación de las formas materiales a él es la que tienen los colores al diáfano. Pues así como la luz es la perfección del diáfano, así el entendimiento agente es la perfección del en­ tendimiento material. Y así como el diafano no es movido por el color, ni lo recibe más que cuando luce (está ilumi­ nado), así este entendimiento no recibe los objetos entendi­ dos que se presentan más que en cuanto que es perfecciona­ do por aquel entendimiento e iluminado por él. Y así como la luz hace que el color que está en potencia esté en acto, de suerte que pueda mover al diáfano, así el entendimiento agen­ te a las intenciones que están en potencia las hace entendidas en acto, de suerte que las reciba el entendimiento material. Así hay que interpretar, pues, la doctrina sobre el entendi­ miento material y el agente. 1.277 El tercer problema (es decir, cómo el entendi­ miento material es un ser, y no es alguna de las formas materiales ni la materia prima), se resuelve así: Hay que pen­ sar que pertenece a un cuarto género de ser. En efecto, así como el ser sensible se divide en forma y materia, así tiene que dividirse el inteligible en dos cosas semejantes a ésas, es decir, en algo semejante a la forma y algo semejante a la materia. Y eso tiene que verificarse en todo entendimiento separado que entiende otra cosa; de lo contrario, no se daría multitud en las formas abstractas. Y ya se ha explicado en la Filosofía primera que ninguna forma está absolutamente libre de la potencia más que la forma primera, que no en­ tiende nada fuera de sí, sino que su esencia es su quididad; en cambio, las demás formas se diversifican en la quididad y en la esencia de algún modo. Y si no existiese ese género de seres de cuya existencia venimos en conocimiento en la ciencia del alma, no podríamos entender la multitud en las cosas separadas, lo mismo que si ignorásemos ahora la natu­ raleza del entendimiento, no podríamos entender que las fa­ cultades que mueven separadamente deben ser inteligencias. 1.278 Esto se les pasó a muchos modernos, hasta el punto de que negaron lo que dice Aristóteles en el trata­ do X I de la Filosofía primera, que es preciso que las formas separadas que mueven los cuerpos celestiales sean en número com o los cuerpos celestes. Y por eso la ciencia del alma es necesaria para la ciencia de la Filosofía primera. Y ese enten­ dimiento receptivo debe entender al objeto entendido que está en acto. Pues una vez que ha entendido las formas mate­ riales es más digno de entender las formas no materiales; y lo que entiende de las formas abstractas, v.gr., del enten­ dimiento agente, no le impide el entender las formas mate­ riales. 1.279 En cuanto a la proposición que dice que el que recibe no debe tener en acto nada de lo recibido, su tenor / f 277 Cruz Hernández, Filos, hisp.-musulm. II p,166s; Id., La filosofía arabe p.316s. - 1279-1280 Cruz Hernández, Filos, hisp.-musulm. II p.164-166. 1279 Cruz Hernández, Filos, hisp.-musulm. p.164-167. 719 1.280 Y cuando el entendimiento material se une con nosotros por ser perfeccionado por el entendimiento agente, entonces nos unimos con el entendimiento agente, y esa dis­ posición se llama adquisición y entendimiento adquirido, como veremos después. Y este modo de explicar la esencia del en­ tendimiento agente resuelve todas las cuestiones que se origi­ nan de que pongamos que el entendimiento es una y muchas cosas. En efecto, si el objeto entendido fuese único absoluta­ mente en ti y en mí, sucedería que, cuando yo conozco un objeto, tú lo conocerías también, y otras muchas cosas impo­ sibles. Y si ponemos que es muchas cosas, sucederá que el objeto entendido en mí y en ti es uno específicamente y dos individualmente; y así, un objeto entendido tendrá su corres­ pondiente objeto entendido, y de la misma manera hasta el infinito. De modo que resultará imposible que el discípulo aprenda del maestro, a no ser que la ciencia que hay en el maestro sea una fuerza que engendra y crea la ciencia que está en el discípulo, a la manera como este fuego engendra a este otro fuego semejante a él específicamente, lo cual es imposible. Y eso de que lo sabido es lo mismo en el maestro y en el discípulo fue lo que, así entendido, hizo creer a Pla­ tón que el aprender es una rememoración. Pero poniendo, 1280 C ru z H ern án dez, o .c ., p.168; I d ., La filosofía árabe p.316-317. 720 721 A verroes Comentario al « D e anima» de Aristóteles como ponemos nosotros, que el objeto inteligible en ti y en mí es múltiple en el sujeto en cuanto que es verdadero, a sa ber, las formas de la imaginación, y uno en el sujeto por cuanto el entendimiento es ser (y es material), se resuelven perfectamente todas esas dificultades... (p .409-412). ne que haber en ella una parte que se llama entendimiento, por cuanto que se hace todas las cosas por vía de semejanza y recepción, y que haya también en ella una segunda parte que se llama entendimiento, en cuanto que hace que todo lo entendido en potencia sea entendido en acto. Y dice: «Es pre­ ciso, pues», etc. Con esas palabras alude al entendimiento ma­ terial. Esa es, pues, su explicación de que hablábamos. Des­ pués dice: « Y el entendimiento en cuanto que hace que se entienda todo». Y con eso alude a aquello que se hace que se halla en hábito... 1.281 Por lo que tengo dicho, nadie debe dudar que ésa sea la opinión de Aristóteles. Pues todos los que la sostienen no la aceptan más que porque la sostuvo Aristóteles. Es, en efecto, éste un punto tan difícil que, si no se encontrase lo que dice Aristóteles sobre él, sería muy difícil que nadie diese con ello, o tal vez imposible, de no existir uno como Aristó­ teles. Pienso que este hombre fue norma en la naturaleza y el ejemplar que la naturaleza encontró para ofrecer una muestra de la perfección humana en estas materias... (p .4 3 2 ). 1.282 17. Una vez que ha declarado la naturaleza del entendimiento que está en potencia, y señalado la diferencia entre él y la facultad de la imaginación, empieza a explicar que tiene que haber un tercer género de entendimiento, que es el entendimiento agente, que hace que el entendimiento que está en potencia se haga entendimiento en acto. Y dice que la ma­ nera de poner el entendimiento agente en esta clase de seres es similar a la manera de ser de todas las cosas naturales. En efecto, así com o en cada género de las cosas naturales y co­ rruptibles tiene que haber tres seres, conforme a la natura­ leza de ese género, que le son propios: el agente, el paciente y el efecto, así tiene que suceder también en el entendimien­ to. Y dice: « Y porque, como en la naturaleza», etc. Esto es: y porque esto es com o en las cosas naturales; es decir, como la consideración sobre el alma es una consideración de algo natural por ser el alma uno de los seres naturales, y a los seres naturales les es común el tener en cada género materia (que es aquello que es en potencia todas las cosas que hay en ese género), y otro que es causa y agente (que es aquello en virtud de lo cual se genera todo lo que es de ese género, como es el artificio en la materia), es preciso que se den esas tres diferencias en el alma. 1.283 18. Y com o es preciso que se den en la parte del alma que se llama entendimiento esas tres diferencias, tie1281 Gilson, La philosophie au moyen age (2.a éd.) p.361; Madkour, La place d'Al-Farabi dans l’école philosopbique musulmane (Paris 1934) p.109. 164-168. 1283 Cruz Hernández, Filos, hisp.-musulm. II p.168; Id., La filosofía árabe p.317. 1.284 Después dice: «C om o la luz», etc. Ahora señala el modo como se hace necesario poner en el alma el enten­ dimiento agente. En efecto, no podemos sostener que la re­ lación del entendimiento agente en el alma al entendimiento generado sea como la relación del artificio a lo artificiado en toda la línea. Pues el arte impone en toda la materia la for­ ma sin que en la materia haya algo de la forma existente an­ tes de que la acción del artífice la produzca. Eso no sucede en el entendimiento; pues, si así fuese, entonces no necesi­ taría el hombre, al entender los inteligibles, el sentido y la imaginación; más aún, los objetos entendidos llegarían del en­ tendimiento agente al entendimiento material, sin que éste necesitase mirar a las formas sensibles; ni tampoco podemos decir que las intenciones imaginadas sean las solas que mue­ ven al entendimiento material, y sacándole de la potencia al acto; ya que, si así fuese, no habría entonces ninguna dife­ rencia entre el universal y el individuo, y el entendimiento pertenecería al género de la facultad imaginativa. 1.285 Así que es preciso que, a la vez que hemos asen­ tado que la relación de las intenciones imaginadas al entendi­ miento material es com o la relación de los objetos sensibles al sentido (com o dirá Aristóteles después), pongamos otro motor que haga que esas intenciones muevan en acto al en­ tendimiento material (lo cual no es otra cosa que hacerlas entendidas en acto, abstrayéndolas de la materia) ... 1.286 Y una vez que hemos averiguado que nosotros obramos por esas dos facultades del entendimiento cuando lo deseamos, y como nada obra sino por su forma, por eso se ha hecho preciso el atribuirnos esas dos facultades intelec­ tuales, y el entendimiento cuya función es abstraer el objeto 1286 C ruz H ern án dez, o .c ., II p.169; I d ., La filosofía árabe p.317. 722 A verroes entendido y creado tiene que preceder en nosotros al enten­ dimiento cuya función es recibirlo. Y dice Alejandro que es mejor describir el entendimiento que está en nosotros por su poder activo que no por el pasivo, ya que la pasión y la re­ cepción son comunes al entendimiento y a los sentidos y a las facultades que disciernen y, en cambio, la acción es exclusiva de cada cosa; y es mejor describir una cosa por su acción. Digo: eso no sería absolutamente necesario, a no ser que se dijese de ellos de modo unívoco ese nombre de pasión; pues no se dice, en efecto, sino de un modo equívoco. 1.287 Y todo lo que dice Aristóteles en esta cuestión tiene el sentido de que los universales no tienen ninguna exis­ tencia fuera del alma, como pretende Platón. Porque, si así fuese, no habría necesidad de poner el entendimiento agente. 1.288 19. Una vez que ha declarado el segundo gé­ nero del entendimiento, que es el agente, empieza a hacer la comparación entre él y el material. Y dice: « Y también este entendimiento», etc. Esto es: también este entendimien­ to es separado como el material, y también no pasible ni mez­ clado como aquél. Y una vez que ha expuesto los caracteres comunes a él y al entendimiento material, declara la índole propia del entendimiento agente. Y dice: « Y es en su sus­ tancia acción»; esto es: que no hay en él potencia para algo, como la hay en el entendimiento que recibe para recibir las formas. El entendimiento agente, en efecto, no entiende nada de los objetos que hay aquí presentes. Y es preciso que el entendimiento agente sea separado, y no mezclado ni pasi­ ble, por cuanto produce todas las formas entendidas. Pues, si fuese mezclado, no produciría todas las formas, como tam­ bién es preciso que el entendimiento material, por recibir to­ das las formas, sea separado y no mezclado (ya que, si no fuese separado, tendría esta forma singular, y entonces sería necesariamente una de dos cosas: o que se recibiría a sí mis­ mo, y entonces en él el motor será lo movido, o que no re­ cibiría todas las especies de las form as). De modo semejante, si el entendimiento agente estuviese mezclado con la materia, entonces necesariamente, o se entendería y crearía a sí mismo, o no crearía todas las formas... (p.436-441). 1.289 30 ... Y la afirmación de Aristóteles de que es preciso que en el entendimiento material no haya ninguna de 1288 Cruz Hernández, p.319-320. o .c ., II p.169-171.173-176; Id., La filosofía árabe Comentario al « D e anima» de Aristóteles 723 las intenciones existentes en acto— sea intención entendida en acto o en potencia— , basta para disolver esa falsa opinión. Pero lo que hizo caer en el error a ese hombre, y a nosotros también durante mucho tiempo, es que los modernos abando­ nan los libros de Aristóteles y leen los de sus Comentado­ res, sobre todo en las cuestiones sobre el alma, porque creen que ese libro no se puede entender. Y esto lo digo por Avicena, que no siguió a Aristóteles más que en la Dialéctica, pero en las demás erró, sobre todo en la Metafísica: y todo porque comenzó como de sí solo (p.469). 1.290 33. ... La facultad cogitativa, como ha sido ex­ puesto en el libro D e sensu et sensato, cuando se ayuda de la in­ formativa y de la rememorativa, tiene capacidad innata de pre­ sentar por la fe y la información, valiéndose de las imágenes, alguna cosa que no ha sentido nunca, en la misma disposi­ ción (o manera de ser) que tendría si la hubiese sentido, y entonces el entendimiento juzgará a esas imágenes con un jui­ cio universal. Y la intención del acto de la cogitativa no es otra cosa que esto, a saber, que la facultad cogitativa ponga a la cosa ausente del sentido com o si fuese un objeto sentido. Y por eso los cognoscibles humanos se dividen en dos clases, a saber, cognoscibles cuyo principio es el sentido y cognosci­ bles cuyo principio es la cogitativa. 1.291 Y ya hemos dicho que la facultad cogitativa no es el entendimiento material ni el entendimiento que está en acto, sino que es una facultad particular material. Esto está claro por lo que se dice en el D e sensu et sensato. Y es de saber que hay costumbre de adscribir al entendimiento la facultad cogitativa. Y no se debe decir que la facultad cogitativa com­ ponga los inteligibles singulares; ya se ha declarado que el que las compone es el entendimiento material; la acción de la cogitativa no consiste sino en distinguir los individuos de aquellos inteligibles y presentarlos en acto com o si estuviesen en el sentido, y por eso, cuando estén presentes al sentido, entonces sobrevendrá el acto de la cogitativa, y permanecerá la acción del entendimiento en ellas. Y con eso aparecerá claro que la acción del entendimiento es distinta de la acción de la facultad cogitativa, que Aristóteles llamó entendimien­ to posible, y dijo que era generable y corruptible... (p.476). 1290 Cruz Hernández, 323. 1291 Cruz Hernández, o .c ., II p.l81.182s; Id., La filosofía árabe p.322- o .c ., II p,182s; Id., La filosofía árabe p.322-323, 724 A verroes Comentario al « D e anima» de Aristóteles 1.292 36. Esas son, pues, las cuestiones que se pre­ sentan en este problema, y son tan difíciles como ves. Ten­ dremos que decir lo que hemos logrado ver en este punto. Digamos, pues: com o el entendimiento que existe en nos­ otros tiene dos acciones en el sentido en que se nos atribuye, una de las cuales pertenece al género de la pasión (que es el entender), y otra del género de la acción (que es el extraer las formas y despojarlas de las materias, que no es otra cosa que hacerlas entendidas en acto después de que lo eran en potencia), es evidente que está en nuestra voluntad, cuando tenemos el entendimiento que está en hábito, el entender el objetivo inteligible que nos plazca y extraer la forma que que­ ramos. 1.295 El hombre, pues, según esta manera de explicar las cosas, se asemeja a Dios, como dice Temistio, en que es todas las cosas de algún modo, y en que las conoce asimis­ mo de algún m odo; pues las cosas no son otra cosa que su ciencia, ni la causa de las cosas es otra cosa que su ciencia. Y ¡cuán admirable es este orden y qué extrañeza causa este modo de ser! (p.501). 1.293 Y esa acción, es decir, crear los inteligibles y ha­ cerlos, tiene prioridad en nosotros sobre la acción que es el entender, com o dice Alejandro. Y una vez que han sido pues­ tos esos dos fundamentos, a saber, que el entendimiento que hay en nosotros tienen esas dos acciones, comprehender los objetos inteligibles y hacerlos, y los objetos inteligibles se hacen de dos modos: o naturalmente (y son las primeras proposiciones de las cuales no sabemos cuándo han surgido y de dónde y cóm o) o voluntariamente (y son los objetos inteligibles adquiridos por las primeras proposiciones) ; y se ha explicado que es necesario que los objetos inteligibles que tenemos naturalmente procedan de algún ser que sea en sí un entendimiento liberado de la materia (que es el enten­ dimiento agente); una vez declarado esto, digo, se sigue ne­ cesariamente que los objetos inteligibles obtenidos por nos­ otros de las primeras proposiciones sean algo producido, efec­ to conjunto de las proposiciones conocidas y del entendimien­ to agente... (p.495s). 1.294 En nuestra teoría, en la cual hemos asentado que el entendimiento material es eterno y que los objetos enten­ didos son generables y corruptibles del modo que hemos di­ cho, y que el entendimiento material entiende ambas cosas, es decir, las formas materiales y las formas separadas, es evi­ dente que el sujeto de los objetos entendidos especulativos y del entendimiento agente es, según ese modo de explicar las cosas, uno mismo, a saber el (entendimiento) material. Y es semejante a eso el diáfano, que recibe el color y la luz a la vez y la luz es la que crea el color... (p.499). 1292 Cruz Hernández, o.c., II p.174; Id., La. filosofía árabe p.320. 1293 Cruz Hernández, La filosofía hisp.-árabe II p.159-160. 725 1.296 38. Una vez que ha afirmado que el alma es en algún modo todas las cosas, comienza a explicar en qué con­ siste ese modo. Y dice: «Digamos, pues, que el saber», etc. Esto es: com o las diferencias que distinguen a los seres entre sí son idénticas a las diferencias que hay en el alma (ésas son potencia y acto, porque así como el sentido y el entendimien­ to o están en potencia o en acto; y siendo esto así, si el que siente está en potencia, el objeto sentido estará en potencia, y si estuviera en acto, lo sentido estará en acto, y lo mismo sucede con el entendimiento y el objeto entendido), se sigue necesariamente que se diga con verdad que esa parte del alma es esa parte de los seres. Pues las cosas cuyas diferencias son idénticas son ellas mismas idénticas en el modo en el cual tienen esa identidad de diferencias. Entonces, el entendimiento es lo entendido y el sentido lo sentido. 1.297 Después dice: «Pues es necesario». Esto es: y por­ que no hay más que esos dos modos, a saber, o que el enten­ dimiento sea lo entendido existente fuera del alma o su for­ ma, e igualmente, tratándose del sentido y de lo sentido, y como es imposible que el sujeto mismo sea lo entendido o lo sentido, es decir, en su forma y en su materia, com o pensa­ ban los antiguos (pues entonces al entender la piedra, el alma sería piedra, y al entender la madera, madera), queda que lo que de los seres existe en el alma sea solamente la forma, y no la materia. Y eso es lo que quiere decir con la frase: «Pues la piedra», etc. Esto es: la piedra no existe en el alma, sino sólo en su form a... (p.503s). 121 Guía de descarriados M A I M O N I D E S (1135-1204) Igghéreth ha-Schemad (Carta sobre la apostasia) o : Maamar Ouiddousch ha-Schem (Tratado de la santificación de D ios) (1160); Igghéreth Téman (Carta al Sur) o: Pétah'- Tipvah (Puerta de la Esperanza) (1173); Mischné Torah (Repetición de la Ley) (1180); Moréh Heboukhim (Guía de perplejos) (1190); Séfer ha-Madda (L ibro del O bras p r in c ip a le s : G U IA DE D E SC A R R IA D O S I n t r o d u c c ió n Muéstrame el camino que tengo que seguir, pues a Ti he levantado mi alma (Sal 143,8). A vosotros, varones llamo, y mi voz se dirige a los hijos de Adán (Prov 8,4). Presta oído y escucha las palabras de los sabios, y aplica tu corazón a mi sabiduría (Prov 22,17). conocimiento). E d i c i ó n c i t a d a : Maimónides, Guía de descarriados. Traducción, pró­ logo y notas de J . S u á r e z L o r e n z o ; Instituto Maimónides, Centro de Estudios Hebraicos Orientalistas y de Etnografía americana (Madrid, s.f.). Bibliografía general: S. Munk, Le Guide des Egarés... par Mdimonide, trad, et accompagnée de notes critiques, littéraires et explicati­ ves, I (Paris 1960); esp. p .I-X ; M . Friedländer, The Guide for the Perplexed by Moses Maimónides, translated from the original arabic text..., 2.a ed. revis. (London 1947; J. Suárez Lorenzo, Maimónides, Guta de descarriados, trad., prólogo y notas (Madrid, s.f.); M . Sandrail, Mdimonide, le Guide des Egarés: La Table Ronde 192 (1964) 48-66; L. G. Levy, Mdimonide (Paris, 1911; 2.a ed., París, 1932); J. Munz, Moses ben Maimón, sein Leben und seine Werke (Frankfurt a.M. 1912); W . Bacher y otros, Moses ben Maimónides. Sein Leben, seine Werke und sein Einfluss, 2 B (Reprogr. Nachdr. der Ausg. Leipzig 1908-1914, Hildesheim-New Y ork 1971); J. Llamas, O .S.A., Maimó­ nides (Biblioteca de la Cultura Española, Madrid, s.f.); S. Zac, Mdimo­ nide (Paris 1965) (Bibliogr. p .188-190); I. Bauer, Maimónides, un sabio de la Edad Media (Madrid, s.f.); E. Gilson, La philosophie au moyen age, 2.a éd. (Paris 1947) p.373-376 (Bibliogr., p.376); Überweg-Geyer, Grundriss der Geschichte der Philosophie, zw. T., elfte neuarb. Aufl. (Berlin 1928) p.339-342 (Bibliogr., p.727s); L. Strauss, Philosophie und Gesetz. Beiträge zum Verstädnis Maimunis und seiner Vorläufer (Berlin 1935); A. Díez, Maimónides, defensor de la equivocidad entre Dios y las creaturas: Ideales (Salamanca 1929); G. C. Papa Demetriou, Moses Maimónides’doctrine of God: <DiÁocjo<pta 4 (1974) 306328, 328-335; J. A . B u ijs, Comments on Maimónides’ negative theolo­ gy: N ew Scholast. 49 (1975) 87-93; A . Lichtigfeld, Maimónides’ attributes and Jaspers’ chifer: Akten X I V Intern. Congr. Phil., V I, p.488-491; A. Rohner, Das Schöpfungsproblem bei Moses Maimónides, Albertus Magnus und Thomas von Aquin (Münster 1913); S. Zetling, The Maimonidean controversy: Jewish Quartal Rev. 57 (1966) 154-158; H . Greive, Kontroverse und die Auseinandersetzungen in der lateinischen Scholastik (Berlin-New Y ork 1976); K. Schubert, Die Bedeutung des Maimónides für die Hochscholastik: Kairos 10 (1968) 2-18; L. Roth, Spinoza, Descartes and Maimónides (O xford 1924); I. Madkour, La place d’al-Farabi dans l’école philosophique musulmane (Paris 1934) p.169s.; J. Sarachek, Faith and reason. The conflict over the rationalism of Maimonides (reprint o f the 1935 ed., N ew Y ork 1970); S. Z ac, Maimonide (Paris 1965) (Bibl. p.188-190). Finalidad de este tratado.— Diversos grados de capacidad en los hombres para comprender las cosas especulativas.— Pre­ sentación de éstas en forma alegórica. 1.298 Este tratado se propone primeramente explicar el sentido de ciertos nombres que se encuentran en los libros proféticos. De estos nombres, unos son homónimos; pero los ignorantes los toman en una sola de sus acepciones; otros son metafóricos y los toman en su significación primitiva, y otros son anfibológicos, y unas veces los toman por apela­ tivos y otras veces se figuran que son homónimos. El objeto de todo este tratado, así como el de todos los de su especie, no es explicar todos esos nombres al vulgo o a los principian­ tes, ni instruir al que no estudia nada más que la ciencia de la Ley, es decir, su interpretación talmúdica, sino que es la ciencia de la Ley en el verdadero sentido de la palabra. Más claro, tiene por objeto ilustrar al hombre religioso que cree con sinceridad en la verdad de nuestra Ley, que es perfecto en su religión y costumbres y que, habiéndolo atraído y guiado la razón humana a sus dominios, está desorientado por el sentido exterior de las palabras de la Ley y por lo que siempre ha entendido o se le ha dado a entender sobre la significación de los nombres homónimos, metafóricos o anfibológicos, lo cual le trae agitado y perplejo. ¿Se dejará guiar por su razón, rechazando lo que le han enseñado sobre esos nombres? Entonces creerá que ha rechazado los funda­ mentos de la fe. ¿Se atendrá a la idea superficial que tiene for­ mada, sin dejarse llevar por la razón? Efabrá vuelto la espalda a la razón y alejádose de ella, sin dejar de reconocer que su 1298-1325 F r i e d l a n d e r , o . c . , p.XXXIX-XL. 1298-1299 F r i e d l a n d e r , o . c . , p.XL. 1298 S u á r e z L o r e n z o , o . c . , p.19 nt.l y 2; nt.1-3; p.7 nt.1-2; p.8 nt.l. p.20 nt.l; M unk, o .c ., p.6 728 Guía de descarriados Maimónides religión ha sufrido daño y detrimento, y persistiendo en aque­ llas imaginarias opiniones, se sentirá inquieto y oprimido, de modo que su corazón no cesará de sufrir dolor y turbación violenta. 1.299 Otro fin tiene también este tratado: explicar las tan oscuras alegorías que se encuentran en los libros proféticos, sin que esté del todo claro que sean alegorías, por lo que el ignorante atolondrado las toma en su sentido exterior, sin ver en ellas un sentido esotérico. Y aun examinadas por un hombre verdaderamente instruido, le traerán igualmente per­ plejidad si las toma en su sentido exterior; pero en cuanto le hayamos explicado que se trata de una alegoría, le habre­ mos puesto en el buen camino y salvado de su perplejidad. Por esto he titulado este tratado Guía de descarriados. N o digo que este tratado vaya a quitar de toda duda al que lo entienda; pero sí aclarará la mayoría y las más graves de las oscuridades. El hombre atento no me pida ni espere, cuando hayamos hablado de un asunto determinado, que lo acabe, ni cuando hayamos comenzado a exponer el signifi­ cado de alguna alegoría, que agote todo lo que acerca de ella se haya dicho: esto es cosa que no podría hacer de palabra un hombre inteligente, cuanto menos consignarlo en un libro, sin exponerse a servir de blanco a los necios con pretensiones de sabios, que lanzarían contra él las flechas de su ignorancia. C a p ít u l o XXXV D e la necesidad de que todos sepan que Dios es incorpóreo e impasible 1.300 No se crea que todo lo que hemos dicho por modo preliminar en los precedentes capítulos sobre la gravedad y oscuridad del asunto, dificultad de alcanzarlo y reserva que en él se debe poner para con el vulgo, se aplica también a la negación de la corporeidad y a la de las pasiones. N o es así, sino todo lo contrario: lo mismo que se debe enseñar a los niños a publicar en las masas que Dios— glorificado sea— es uno y que no se debe adorar a otro sino a El, es menester que sepan, por tradición, que Dios no es un cuerpo, que no hay ninguna semejanza en ninguna cosa entre El y sus cria1299 Su á e e z L orenzo , o . c ., p .2 0 nt.2. 1300 Suárez Lorenzo, o.c., p .129 n t . l ; n t.1-2. M un k, o.c., p .1 3 0 n t.2 -3 ; p .131 729 turas, que su existencia no se parece a la de ellas, que su vida no se asemeja a la de las criaturas vivientes ni su cien­ cia a la de las criaturas dotadas de ciencia, y que la diferen­ cia entre El y ellas no consiste solamente en el más o en el menos, sino en el género de existencia. Quiero decir que es menester certificar a todos que nuestra ciencia y la suya, o nuestro poder y el suyo no difieren en más o menos, o en que una sea más fuerte y la otra más débil o en parecidas distinciones; pues lo fuerte y lo débil son necesariamente semejantes en especie y a ambos los comprende una sola definición y toda relación proporcional ha de ser entre dos cosas de una misma especie, cosa que ha sido también apli­ cada en las ciencias físicas. Mas todo lo que se atribuye a Dios se distingue de nuestros atributos bajo todos los res­ pectos, de modo que no se pueden comprender las dos cosas en una misma definición; asimismo su existencia y la de lo que está fuera de El no se llaman una y otra «existencia» sino por homonimia, com o explicaré. Y esto debe bastar a los niños y al vulgo para establecer en su espíritu que existe un Ser perfecto que no es cuerpo, ni una facultad en un cuerpo, que es Dios, a quien ninguna especie de imperfección puede alcanzar, y quien por esto no está en modo alguno sujeto a pasividad. 1.301 Lo que hay que decir de los atributos, cóm o se han de apartar de Dios, cuál es el sentido de los que se le apli­ can, así com o lo que hay que decir sobre la manera com o ha creado las cosas y cóm o gobierna el mundo, cóm o se extiende la providencia sobre lo que está fuera de El, qué hay que en­ tender por su voluntad, su percepción, su ciencia-, qué hay que entender por la profecía y cuáles son sus diferentes gra­ dos; finalmente, qué se debe entender por los nombres de Dios, los cuales, por numerosos que sean, designan un ser único, todas esas cosas son profundos asuntos; los secretos de la Torá, los misterios de que continuamente se trata en los libros de los profetas y en los discursos de los doctores. Son cosas de las que no se deben enseñar sino los primeros elemen­ tos, com o hemos dicho, y aun éstos a una persona tal com o la hemos descrito. Pero cuando se trata de excluir la corporei­ dad y de alejar de Dios la asimilación a sus criaturas y las pasiones, entonces es menester expresarse claramente, hay que explicárselo a cada cual según le corresponda y enseñarlo 1301 Munk, o.c., p.132 n t.l; H. A. Wolfson, Maimónides on the urtity and incorporeality of God: Jewish. Quart. Rey. 56 (1965) 112-136. Maimónides 730 Guía d e descarriados com o tradición a los niños, a las mujeres, a los hombres sim­ ples y a los que carecen de disposición natural, lo mismo que aprenden por tradición que Dios es uno, eterno y que no se debe adorar a otro sino a El. 1.302 Porque no hay unidad mientras no se excluya la corporeidad; pues el cuerpo no es uno, sino, al contrario, com­ puesto de materia y forma, que por su definición hacen dos, y es también divisible y partible. Y si, habiendo recibido esta enseñanza, habiéndose habituado a ella, habiéndose criado y crecido en ella, se hallan turbados con motivo de ciertos textos de los libros proféticos, se les explicará su sentido, se les iniciará en la manera de interpretarlos, se llamará su aten­ ción sobre las homonimias y metáforas de que se ocupa este tratado, hasta que se convenzan de que hay que creer en la unidad de Dios y en la veracidad de los libros proleticos. A aquellos cuyo espíritu se resista a^ entender la in­ terpretación de los textos y a comprender como puede haber concordancia en el nombre, habiendo diferencia en el sentido, se les dirá: «Los hombres de ciencia entienden la interpreta­ ción de este texto; en cuanto a ti, sabrás que Dios no es un cuerpo y que es impasible, pues la pasividad implica cambio, mientras que Dios no está sujeto a cambio, no se parece a nada de lo que está fuera de El, y no tiene absolutamente ninguna definición común con cosa alguna, y tal ^discurso profètico es verdadero y hay que interpretarlo alegóricamen­ te». Aquí se detendrá uno con él; pero en nadie se debe dejar que se asiente la creencia en la corporeidad o en cualquier cosa que se reduzca a ella, com o tampoco se debe dejar que crea que Dios no existe, o en la asociación o que rinda culto a otro que no sea El. C a p ít u l o L De la verdadera creencia. Negación de los atributos positivos de Dios 1.303 Has de saber, oh lector de este mi tratado, que la creencia no es una cosa que se pronuncia, sino algo que se con­ cibe con el alma, creyendo que la cosa es tal como se concibe. 1302 M u n k , o .c ., p .133 n t.1-3; W o lfs o n , o .c p 112-136. 1303-1317 J A. Buijs, Comments on Maimónides negative theoLogy: New Schol. 49 (1975) 87-93. 1303-1325 F r i e d l a n d e r , o . c ., p . A L V - A L V i . 1303 M unk , o .c ., p .1 7 9 n t.3 ; p .1 8 0 n t . l ; p .181 n t .l, 731 Si las opiniones verdaderas o reputadas tales te contentas con expresarlas en palabras, sin concebirlas ni creerlas, y más todavía, sin buscar su certeza, esto es cosa fácil; y así en­ cuentras muchos majaderos que retienen creencias de las que no conciben absolutamente ninguna idea. Pero si tú eres de aquellos cuyo pensamiento se eleva para remontarse al alto grado de la especulación y para tener la certidumbre de que E)ios es uno, con unidad real, de manera que nada compuesto ni en algún modo divisible se encuentra en El, es menester que sepas que Dios no tiene ningún atributo esencial bajo condición ninguna, y que lo mismo que no se puede admitir que sea un cuerpo, es inadmisible que posea un solo atributo esencial. El que creyera que es uno, pero con múltiples atri­ butos, expresaría bien con su palabra que es uno, pero en su pensamiento lo creería múltiple. Esto se parecería a lo que dicen los cristianos: «Es uno y, sin embargo, es tres, y los tres son uno», pues sería lo mismo que si se dijera: «es uno, pero posee muchos atributos, y El con sus atributos hacen uno», todo eso excluyendo la corporeidad y creyendo en la simplicidad absoluta, com o si nuestro objeto fuera solamente buscar cómo debemos expresarnos y no qué debemos creer. No puede haber creencia sino donde hay concepción, pues la creencia consiste en admitir como verdad lo que se ha con­ cebido y en creer que fuera del espíritu es tal como se ha concebido dentro. Si se junta a esta creencia la convicción de que sea absolutamente imposible lo contrario de lo que se cree y de que no existe en el espíritu medio alguno de refutar esa creencia ni de pensar que pueda ser posible lo contrario tenemos la certidumbre. Si te desprendes de los deseos y de los hábitos, si eres inteligente y consideras bien lo que voy a decir en los siguientes capítulos sobre la negación de los atributos, tendrás necesariamente ya certeza de ello y entonces serás de los que conciben la unidad de Dios, y no de los que solamente la pro­ nuncian de boca, sin concebir una idea de ella y que perte­ necen a la especie de los que se ha dicho: Tú estás cerca de su boca, pero lejos de su interior (Jer 1 2,2). Que el hombre es menester que sea de los que conciben la verdad y la en­ tienden, aunque no la pronuncien, como está mandado a los virtuosos, diciéndoles: Pensad en vuestro corazón, en vuestro lecho, y guardad silencio (Sal 4 ,5 ). 130 4 M unk, o .c ., p .1 8 1 n t.2 . Maimónides 732 C a p ít u l o LI De la necesidad de excluir de Dios los atributos, para no caer en contradicciones manifiestas 1.305 Hay en el ser muchas cosas claras y manifiestas, de las que las unas son nociones primeras y cosas sensibles, y las otras son algo que se acerca a éstas, de manera que el hombre, aunque se le dejara tal como está, no necesitaría prueba de ellas. Tales son, por ejemplo, la existencia del mo­ vimiento, la de la libertad de obrar que tiene el hombre, la evidencia del nacimiento y de la destrucción y las propieda­ des naturales de las cosas, las cuales hieren los sentidos, como el calor del fuego y el frío del agua; se podrían citar muchas cosas parecidas. Pero cuando se crearon opiniones extraordi­ narias por los que estaban en error o por los que tenían en ello un fin cualquiera, los cuales, con esas opiniones, se po­ nían en oposición con la naturaleza del ser, negaban lo que perciben los sentidos o querían hacer creer en la existencia de lo que no existe, fue preciso que los hombres de ciencia establecieran la existencia de aquellas cosas manifiestas y la no existencia de las cosas de pura suposición. Así vemos que Aristóteles establece el movimiento, porque se había negado, y demuestra la no existencia de los átomos, porque se había afirmado que existían. 1.306 De esta misma categoría es la necesidad de excluir de Dios los atributos esenciales, pues es una noción primera que el atributo es cosa distinta de la esencia del sujeto cali­ ficado, que es cierta circunstancia de la esencia y, por tanto, un accidente. Cuando el atributo es la esencia misma del su­ jeto calificado, no es otra cosa que una tautología, como, por ejemplo, si se dijera: «el hombre es un hom bre»; o bien es la explicación de un nombre, com o si se dijera: «el hombre es un ser vivo racional», pues el ser vivo y racional expresa la esencia y realidad del hombre y no hay una tercera idea fuera de las de «ser vivo» y «racional», que hacen al hombre, el cual está calificado por la vida y la razón, o mejor dicho, este atri­ buto es la explicación de un nombre y no otra cosa y es como si se dijera que la cosa llamada «hom bre» es la que está com­ puesta de vida y de razón. 130 5 M unk, o . c . , p .1 8 2 n t .2 ; p .1 8 3 n t.2 . Guía de descarriados 733 1.307 Está, pues, claro que el atributo es necesariamente una de dos cosas: o la esencia misma del sujeto, siendo la mera explicación de un nombre, cosa que bajo este respecto no rechazamos de Dios, sino bajo otro respecto, como se ex­ pondrá, u otra cosa distinta del sujeto, que añada algo al sujeto, lo que lleva a hacer del atributo un accidente de dicha esencia. Pero excluyendo de los atributos del Crea­ dor la denominación de accidente, no se excluye idea de éste, pues todo lo que se añade a la esencia es accesorio a ella y no es el complemento de su verdadera idea, y éste es pre­ cisamente el sentido del accidente. Agreguemos a esto que si hubiera en Dios muchos atributos se seguiría que hay muchas cosas eternas; mas no hay unidad sino con la condición de admitir una esencia una y simple, en la que no haya com­ posición ni multiplicidad de ideas, sino, al contrario, una idea única que se encuentre una de cualquier lado que se mire y bajo cualquier punto de vista que se considere, que por ninguna manera ni causa pueda dividirse en dos ideas y en la que no exista multiplicidad, ni fuera ni dentro del espíritu del pensador. 1.308 Ciertos pensadores han llegado a decir que los atributos de Dios no son ni su esencia ni algo fuera de su esen­ cia, pero esto es como lo que han dicho algunos otros: «Las condiciones asi designan las ideas generales— no son ni exis­ tentes ni no existentes», y también com o lo que dicen algunos otros: «La sustancia simple (o átomo) no es un espacio, sin embargo, ocupa una posición limitada», y «el hombre no tiene acción, pero si adquisición» . Todo esto son aserciones que se dicen solamente, que existen en las palabras y no en los es­ píritus y que, a mayor abundamiento, no pueden tener exis­ tencia sino fuera del espíritu. Sin embargo, com o tú sabes y como saben todos los que no se violentan a sí mismos, están protegidas por una superabundancia de palabras y por imágenes de falso brillo y sostenidas por declamaciones, in­ vectivas y numerosos argumentos tomados a la vez de la’ dia­ léctica y de la sofística. Pero si, después de enunciarlas y sos­ tenerlas por tales medios, se vuelve sobre la propia creencia, no se encuentra sino turbación e impotencia, pues se están haciendo esfuerzos para dar existencia a lo que no latiene y por crear un término medio entre dosopuestos, lo que no 1307 1308 M unk, o .c ., M un k , o .c ., p.183 nt.4-5; p.184 n t . 1-2 p.184 nt.3; p.185 nt.1-3; p.186 fit.l; p.187 nt.l. Guía d e descarriados Afaimónides 734 puede ser, pues ¿hay término medio entre lo que existe y lo que no existe, o entre la identidad y la no identidad de las cosas? Lo que ha llevado a eso es, com o hemos dicho, el aban­ donarse a las imaginaciones y el figurarse siempre que todos los cuerpos existentes son esencias que cada una ha de tener necesariamente atributos y que nunca encontramos una esen­ cia de un cuerpo que exista sola y sin atributo; y persistiendo en esta imaginación se ha creído que Dios asimismo está com­ puesto de cosas diversas, a saber, su esencia y las ideas a ella añadidas. Algunos, llevando más lejos el antropomorfismo, lo han creído un cuerpo con atributos, mientras que otros, ele­ vándose por encima de ese ínfimo grado, han excluido de Dios el cuerpo y han dejado subsistir los atributos. Lo que ha traí­ do todo esto ha sido el seguir el sentido literal de los libros de la revelación, com o expondré en los capítulos que han de tratar de estos asuntos. C a p ít u l o Siempre que un sujeto tiene un atributo afirmativo, este atributo tiene forzosamente que ser de una de estas cinco clases: I.309 I. La primera clase es aquella en que la cosa tiene por atributo su definición, com o cuando se dice que el hombre es un «animal racional». Un atributo así indica el verdadero ser de una cosa, y ya hemos expuesto que es la ex­ plicación del nombre y no otra cosa. Este género de atributos debe ser, según todo el mundo, excluido de Dios, pues Dios no tiene causas anteriores que hayan causado su existencia, de manera que puedan servir para definirla. Por esto es admitido generalmente por todos los pensadores que se expresan con exactitud que Dios no puede ser definido. II. La segunda clase es aquella en que la cosa tiene por atributo .una parte de su definición, como cuando se designa al hombre por la cualidad de «animal» o por la de «razón». Aquí hay idea de inherencia, pues si decimos «todo hombre es racional», esto significa que en todo lo que posee la cuali­ dad de hombre se encuentra la razón. Este género de atribu­ tos debe, según todo el mundo, excluirse de Dios, pues si L oren zo, o .c ., p .1 8 1 tuviera una parte de una quidditas, su quidditas sería com­ puesta. Esta clase de atributos es, pues, tan inadmisible como la precedente con respecto a Dios. III. La tercera clase es aquella en que la cosa tiene por atributo algo fuera de su realidad y de su esencia, de modo que, no formando parte de lo que completa y constituye la esencia, forma, por consiguiente, una cualidad. Pero la cua­ lidad, com o género superior, es uno de los accidentes; si Dios tuviera un atributo de esta clase, sería el substratum de los accidentes, lo que basta para mostrar que sería alejarse de su realidad y de su esencia decir que posee una cualidad. Pero es asombroso que los que admiten los atributos excluyan, sin embargo, de Dios la asimilación a las criaturas y la califica­ ción; pues cuando dicen que no puede ser calificado, esto no significa otra cosa sino que no posee cualidad, y, sin embargo, todo atributo que se da a una esencia en sentido afirmativo y esencial, o constituye y es la misma esencia o es una cuali­ dad de la misma. L II D e las cinco especies de atributos afirmativos 1309 S u á r e z 735 n t .1 -3 ; p .1 8 8 n t.1 -5 . 1.310 Los géneros de la cualidad son en número de cuatro, com o sabes; voy a darte un ejemplo de cada uno en forma de atributo, para demostrarte la imposibilidad de ad­ mitir para Dios este género de atributo. Primer ejemplo: Cuando se califica al hombre con una de sus capacidades especulativas o morales o por las disposicio­ nes que posee com o ser animado, por ejemplo, cuando se dice: «Fulano, carpintero, o casto, o enfermo». No hay dife­ rencia bajo este concepto entre las denominaciones «carpin­ tero», o «d octo», o «sabio», que todas designan disposiciones en el alma, y tampoco hay diferencia entre decir «casto» y decir «m isericordioso»; pues todo arte, ciencia o cualidad mo­ ral permanente es una disposición en el alma. T odo esto está claro para el que se haya ocupado siquiera un poco de la Lógica. Segundo ejemplo: Cuando se califica la cosa por una p o­ tencia o impotencia natural que en ella se encuentre, como cuando se dice «blando» y «du ro». No hay diferencia entre decir «blando» y «duro» y decir «fuerte» y «débil», pues todo designa aptitudes naturales. Tercer ejemplo: Cuando se califica al hombre por una cualidad afectiva o por las afecciones, com o cuando se dice: 131 0 S u á r e z L oren zo, o .c ., p .1 8 2 n t .l; M unk, o .c . p .1 9 4 n t .4 ; p .1 9 5 Maimónides Guía de descarriados «Fulano, enojado, o irritado, o temeroso, o compasivo», pero sólo cuando la cualidad moral no se ha consolidado. De este mismo género es la calificación por el color, el gusto, el olor, el calor, el frío, la sequedad y la humedad. Cuarto ejemplo: Cuando se califica la cosa por lo que es respecto a la cantidad como tal, com o cuando se dice: largo, corto, encorvado, derecho y otras cosas semejantes. cera la imposibilidad de esto. Evidente es que Dios no está en relación con el tiempo y el espacio; pues el tiempo es un accidente que compete al movimiento, cuando en éste se con­ sidera la idea de anterioridad y posterioridad, de modo que resulta numerado— com o se explica en los lugares especial­ mente consagrados a este asunto— ; ahora bien, com o el movimiento es cosa que compete a los cuerpos, no siendo Dios un cuerpo, se deduce que entre El y el tiempo no hay relación. Tampoco la hay entre El y el espacio. 736 1.311 Considerando todos estos atributos y otros seme­ jantes los encontrarás inadmisables para Dios, pues éste no tiene cantidad para que pueda haber en El una cualidad, como las hay en la cantidad como tal; no es impresionado ni afectatado pasivamente, para que pueda haber en El una cualidad de afecciones; no tiene aptitudes, para que pueda haber en El potencias o algo semejante; finalmente, Dios no tiene alma, para que pueda tener una disposición y haya en El capaci­ dades como la mansedumbre, el pudor y otras semejantes, o lo que pertenece al ser animado com o tal, por ejemplo, la salud y la enfermedad. Es, pues, evidente que ningún atri­ buto correspondiente al género superior de la cualidad puede encontrarse en Dios. Así que se ha demostrado que estas tres clases de atribu­ tos— a saber, todo lo que indica una quidditas, o una parte de una quidditas, o una cualidad cualquiera que se encuentre en la quidditas— son inadmisibles con respecto a Dios; pues todos indican la composición, que, como demostraremos, es inadmisible en Dios. 1.312 IV. La cuarta clase de atributos es aquella en que se designa la cosa por su relación con otra, poniéndola, por ejemplo, en relación con cierto tiempo, con un lugar o con otro individuo, com o cuando se designa a Zaide diciendo que es padre de fulano, o socio de fulano, o habitante de tal sitio, o que existía en tal tiempo. Este genero de atributos no implica ni multiplicidad ni cambio en la esencia del su­ jeto, pues el Zaide en cuestión es al mismo tiempo socio de Amr, padre de Becr, dueño de Jálid, amigo de Zaide, habi­ tante de tal casa y nacido en tal año. Estas ideas de rela­ ción no son ni su esencia ni, como por ejemplo, las cualida­ des, ninguna cosa en su esencia. A primera vista parece que se podrá prestar a Dios este género de atributos; sin embar­ go, verificando la cosa y examinándola con cuidado, se enten1311 II P. 1312 M unk, c.l; o .c . , M un k, O .C ., p .198 n t.4 ; p .1 9 9 n t .l y 2, p .1 9 6 n t.1-5, 737 1.313 Pero lo que toca investigar y examinar es si en­ tre Dios y una sustancia creada por El hay alguna relación verdadera, de modo que pueda servirle de atributo, A pri­ mera vista es evidente que no puede haber relación entre El y ninguna cosa creada por El, pues una de las propiedades de dos relativos es la reciprocidad perfecta, y Dios es de exis­ tencia necesaria, mientras que lo que está fuera de El es de existencia posible, como expondremos, y, por consiguiente, no puede haber tal relación. Pero se ha juzgado admisible, aun­ que no lo es, que haya entre ellos una relación cualquiera. ¿Qué relación se puede imaginar entre la inteligencia y el color, aunque, según nuestra opinión, a los dos los abrace una misma existencia, y cómo se podría figurar relación alguna entre dos seres, uno de los cuales no tiene nada común con el que está fuera de él? 1.314 Pues, según nosotros, solo por mera homonimia se aplica la palabra existir al mismo tiempo a Dios y a lo que esta fuera de El. No hay, pues, en realidad, absolutamente ninguna relación entre El y cualquiera de sus criaturas, pues la relación no puede existir sino entre cosas que sean necesa­ riamente de la misma especie próxima, y no hay relación entre ellas cuando sólo están bajo un mismo género. Por eso no se dice: Este rojo es más fuerte o más débil o igual que aquel verde, aunque los dos estén bajo el mismo género, que es el color. 1-315 Pues si las dos cosas se encuentran bajo dos géne­ ros, entonces es claro, aun para el simple sentido común, que no hay relación entre ellas, aunque se remonten a un mismo 1313 M u n k , o . c . , p.200 nt.l y 2; p.201 nt.l y 2. 1314 II P., introd. (Prop. XIXss.) y c.l; S u á r e z L o r e n z o , M u n k , o . c . , p.201 nt.3 y 4. 1315 M u n k , o . c . , p.202 nt.3; p.203 nt.1-5. Los filósofos medievales 1 o .c ., p 18 n t l ’ 24 Maimónides Guía de descam ados género superior Así, por ejemplo, no hay relación entre «cien codos» y «el calor de la pimienta», pues una de las dos cosas es del género de la cualidad, mientras que la otra es del de la cantidad. Pero tampoco hay relación entre la sabiduría y la dulzura, ni entre la mansedumbre y el amargor, aunque todo eso sea del género superior de la cualidad. ¿Cóm o, pues, po­ drá haber relación entre Dios y una cosa creada, con la gran distancia que hay en la realidad del ser, que no puede ser más apartada? Si hubiera entre ellos relación, se inferiría que el accidente de relación pertenece a Dios; pues si es cierto que no sería un accidente en la esencia misma de Dios, es siempre, en suma, una especie de accidente. No hay, pues, en realidad, medio alguno de dar a Dios un atributo afirmativo, ni aun por relación. Pero tales atributos son de los que se pueden admitir más fácilmente con respecto a Dios, pues no implican multiplicidad en el Ser eterno, ni cambio en la esen­ cia divina por consecuencia de cambio en las cosas relacio­ nadas. expuesto. Respecto a si la esencia una y simple, en la que no hay multiplicidad, es posible que ejecute acciones variadas, esto es lo que se va a exponer con ejemplos: 738 1.316 V. La quinta clase de atributos afirmativos es aquella en que la cosa tiene por atributo su acción. Por «su acción» no entiendo «la capacidad artística» que se encuentra en la cosa, como, por ejemplo, cuando se dice «el carpintero» o «el herrero», pues aquélla pertenece a la especie de la cua­ lidad, como hemos dicho, sino «la acción que alguien ha ejecutado», com o, por ejemplo, cuando se dice: Zaide es el que hizo esta puerta, el que construyó este muro y tejió esta tela. Los atributos de esta clase están lejos de la, esencia del sujeto; por esto se permiteatribuirlos aDios,con tal que se entienda bien que esasacciones diversasemanan no de condiciones diversas existentes en la esencia de su autor, como se expondrá. A l contrario, las acciones diversas de Dios se hacen todas por su esencia misma, y no por algo adjunto a ella, como hemos declarado. 1.317 En resumen, en este capítulo se expone que Dios es uno por todos lados, que no hay en El multiplicidad ni nada adjunto a su esencia y que los numerosos atributos de senti­ dos diversos empleados en los libros sagrados para designar a Dios indican la multiplicidad de sus acciones y no una mul­ tiplicidad en su esencia. Algunos indican su perfección por relación con lo que nosotros creemos perfección, como hemos 1316 1317 M unk, o.c., p.204 nt.3-5. p.205 nt.3. M u n k , o .c ., C a p ít u l o 739 LV I D e cóm o no se pueden admitir la asimilación ni los atributos esenciales 1.318 Has de saber que la semejanza es una determina­ da relación entre dos cosas; mientras no se pueda admitir en­ tre dos cosas una relación, no se puede pensar en ninguna se­ mejanza entre ellas Asimismo, no habiendo semejanza entre dos cosas, no hay tampoco entre ellas relación. Así, por ejem­ plo, no se dice: «Tal calor es semejante a tal color», ni «tal sonido es semejante a tal dulzor», y esto es claro de sí. Ahora bien, com o la relación entre nosotros y Dios, es decir, entre El y lo que está fuera de El, es inadmisible, se sigue que la semejanza es igualmente inadmisible. Hay que saber que siem­ pre que dos cosas están bajo una misma especie, es decir, que siendo una misma su quidditas, solamente difieren por el gran­ dor y la pequeñez, o por la fuerza y ladebilidad, o por otras cosas de ese género, son necesariamentesemejantes entre sí, aunque difieran por dicho género de diferencia. Así, por ejem­ plo, el grano de mostaza y la esfera de las estrellas fijas son semejantes por tener las tres dimensiones; y aunque la última sea tan grande y la primera tan sumamente pequeña, la idea de la existencia de las dimensiones es la misma en las dos. Igualmente, la cera que se derrite al sol y el elemento del fuego son semejantes por tener calor; y aunque el calor del último sea tan fuerte y el de la otra tan débil, la idea de la manifestación de dicha cualidad es, sin embargo, la misma en los dos. 1.319 Así, pues, los que creen que hay atributos esencia­ les, que se aplican al Creador, a saber, que tiene la existencia, la vida, el poder, la ciencia y la voluntad, deberían compren­ der que esas cosas no pueden atribuírsele en el mismo sentido que a nosotros, con la sola diferencia de que (en Dios) se­ rían esos atributos más grandes, o más perfectos, o más dura1318 1319 M M unk, o .c ., unk, o .c ., p.227 nt.2. p.228 nt.1-4; p.229 nt.l. Los filósofos medievales 1 25 Maimónides Guía de descarriados deros, o más estables que los nuestros, de manera que su existencia sería más estable que la nuestra, su vida más dura­ dera, mayor su poder, su ciencia más perfecta y más exten­ dida su voluntad, siendo ambas cosas (sus atributos y los nuestros) comprendidos en una misma definición, com o pre­ tenden ésos. No es así de ninguna manera, pues el compara­ tivo se emplea únicamente entre las cosas a las cuales se apli­ ca el adjetivo com o nombre común, y siendo esto así, es pre­ ciso que haya sem ejaba (entre esas cosas); pero según la opinión de los que creen que hay atributos esenciales, hay que admitir que, de igual modo que la esencia de Dios no se puede asemejar a las otras esencias, así también los atributos esenciales que se le suponen no se pueden parecer a los atri­ butos de los demás seres y, por tanto, no se puede aplicar la misma definición a unos y a otros. Sin embargo, no lo ha­ cen así, antes bien creen que una misma definición com­ prende a unos y a otros, no habiendo semejanza entre ellos. 1.321 Siendo esto así, no debes admitir ideas añadidas a la esencia divina y semejantes a los atributos que se añaden a nuestra esencia, porque haya comunidad de nombre entre las dos clases de atributos. Este asunto es de gran importancia entre los que conocen la materia; es, pues, preciso que te penetres bien de él y te des cuenta lo mejor posible, para que sirva de preparación a lo que te quiero hacer comprender. 740 1.320 Es, pues, evidente, para el que comprende el sen­ tido de la semejanza, que si se aplica al mismo tiempo a Dios y a todo lo que está fuera de El la palabra existente, es por simple homonimia; y de igual modo la ciencia, el poder, la voluntad y la vida sólo por mera homonimia se atribuyen al mismo tiempo a Dios y a todo lo que está dotado de cien­ cia, poder, voluntad y vida, sin que haya semejanza alguna de sentido entre las dos clases de atributos. No se ha de creer que se emplean por anfibología, pues las palabras que se di­ cen por anfibología son las que se aplican a dos cosas entre las cuales hay semejanza en un sentido cualquiera. Este sen­ tido es un accidente en ellas y no constituye la esencia de cada una; pero esas cosas atribuidas a Dios no pueden ser accidentes, según todos los pensadores, mientras que los atri­ butos pertenecientes a nosotros son todos accidentes, según la opinión de los motacálimes. ¡Querría yo saber de dónde ha­ bía de venir la semejanza, para que una sola definición pu­ diera abrazar las dos especies de atributos y se les pudiera designar con un nombre común, com o ellos pretenden! Asi que queda decisivamente demostrado que entre los atributos que se prestan a Dios y los que se conocen en nosotros no hay absolutamente ninguna especie de comunidad de sentido, y que la comunidad no existe más que en el nombre, no en otra cosa. 1320 c.L X X III. C a p ít u l o 741 L V III No se pueden dar a Dios sino atributos negativos (Más profundo que lo que precede) 1.322 Has de saber que los verdaderos atributos de Dios son aquellos cuya atribución se hace por medio de nega­ ciones, lo que no trae consigo necesariamente ninguna expre­ sión impropia, ni da lugar, en manera alguna, a atribuir a Dios ninguna imperfección; al contrario de la atribución enun­ ciada afirmativamente, que encierra la idea de asociación e imperfección, como hemos expuesto. Tengo que explicarte primero cóm o las negaciones son, en cierto m odo, atributos, y en qué se distinguen de los atri­ butos afirmativos; después te explicaré cómo no tenemos me­ dio de dar a Dios un atributo, si no es por negaciones y no de otra manera. Digo, pues, que el atributo no particula­ riza al sujeto de tal modo que no participe de ese atributo con otra cosa, antes bien, un atributo lo es a las veces de un sujeto, aunque éste lo participe con otra cosa, no resul­ tando particularización. Si, por ejemplo, viendo un hombre de lejos, preguntas qué es lo que se ve y te responden que es un animal, esto es indudablemente un atributo del objeto visto, pues aunque no lo distinga particularmente de toda otra cosa, resulta de él, sin embargo, cierta particulariza­ ción, en el sentido de que el objeto visto es un cuerpo que no pertenece ni a la especie de las plantas ni a la de los mi­ nerales. Asimismo, si un hombre se encuentra en una casa y tú sabes que en ella hay un cierto cuerpo, pero no sabes qué es, habiendo preguntado qué hay en aquella casa, te han respondido que no hay ni mineral ni cuerpo vegetal, resulta de aquí cierta particularización, y tú sabes que lo que hay 1322 M unk , o.c., p.238 n t.l; p.239 n t.l; p.240 n t.l. Maimónides Guía de descarriados es un animal, aunque no sepas qué animal es. Por esta parte, pues, tienen los atributos negativos algo de común con los afirmativos, pues producen necesariamente cierta particularización, aunque ésta se reduzca a excluir por la negación todo lo que antes no creíamos que hubiera de negarse. Pero he aquí el lado por el que los atributos negativos se distin­ guen de los afirmativos: los atributos afirmativos, aun cuan­ do no particularizan, indican siempre una parte de la cosa que se desea conocer, ya una parte de la sustancia, ya uno de sus accidentes, mientras que los atributos negativos no nos dan a conocer en manera alguna qué es realmente la esencia que deseamos conocer, com o no sea accidentalmente, como hemos dado ejemplos de ello. no le basta para existir El solamente, sino que, al contrario, de ella emanan numerosas existencias, y no com o el calor emana del fuego, ni como la luz proviene del sol, sino por una acción divina que les da la duración y la armonía, gobernándolas bien, com o expondremos. Y por todo eso atribuimos a Dios la potencia, la ciencia y la voluntad, queriendo decir con es­ tos atributos que no es ni impotente, ni ignorante, ni atur­ dido, ni negligente. Si decimos que no es impotente, esto sig­ nifica que su existencia basta para hacer existir cosas dis­ tintas de El; no ignorante significa que percibe, es decir, que vive, pues todo lo que percibe tiene vida; con no aturdido ni negligente queremos decir que todos esos seres siguen un cierto orden y régimen, que no son abandonados ni entre­ gados al azar, sino que son com o todo lo que está condu­ cido con una intención y una voluntad, por Aquel que lo quiere. Finalmente, comprendemos que ese Ser no tiene seme­ jante, así que si decimos que es único, esto equivale a negar su pluralidad. 742 1.323 Después de esta observación preliminar, digo: Es cosa demostrada que Dios, el Altísimo, es el Ser necesario, en el cual no hay composición. De El no alcanzamos sino que es, pero no lo que es. No se puede admitir, por tanto, que tenga atributos afirmati­ vos, pues no tiene ser fuera de su quidditas, de modo que el atributo no puede ser ninguna de las dos cosas. Con mayor razón su quidditas no puede ser compuesta, de manera que el atributo pueda indicar sus dos partes y con mayor razón to­ davía no puede tener accidentes que puedan ser indicados por el atributo. N o hay, pues, manera de dar a Dios ningún atributo afirmativo. 1.324 Hay que servirse de los atributos negativos para guiar el espíritu a lo que se debe creer de Dios; pues de ellos no resulta ninguna multiplicidad y llevan al espíritu al tér­ mino de lo que al hombre es posible alcanzar de Dios. Pues se nos ha demostrado, por ejemplo, que existe necesaria­ mente algo fuera de las esencias percibidas por los sentidos, a cuyo conocimiento llegamos por medio de la inteligencia, decimos de ese algo que existe, lo que quiere decir que es inadmisible que no exista. Comprendiendo después que no su­ cede con ese Ser com o con la existencia del intelecto, que, aun­ que no sea un cuerpo ni carezca de vida, es, sin embargo, pro­ ducido por una causa, decimos que Dios es eterno, lo que sig­ nifica que no tiene causa que lo haya hecho existir. Luego com­ prenderemos que la existencia de ese Ser, la cual es su esencia, 1323 M unk, o .c ., p .241 n t.2 ; p .2 4 2 n t .l y 2 ; Su árez L o ren zo , n t .l. 1324 M unk , o .c ., p .243 n t . l ; p .244 n t .l y 3 ; p .2 4 5 n t .l y 2. o .c ., 743 1.325 Es, pues, evidente que todo atributo que le pres­ temos o es un atributo de acción o— si tiene por objeto hacer comprender la esencia de Dios y no su acción— debe ser con­ siderado como la negación de una privación. Pero no hay que servirse de esas mismas negaciones para aplicarlas a Dios, sino de la manera que sabes; quiero decir que se niega algunas veces de una cosa lo que no está en su condición de poseer, como cuando decimos de la pared que no ve. Tú sabes, oh lector de este tratado, que nuestras inteli­ gencias son demasiado débiles para comprender la quidditas del mismo cielo— y eso que es un cuerpo movido, y que lo hemos medido por palmos y codos, hasta abrazar con nues­ tra ciencia las medidas de ciertas partes suyas y la mayoría de sus movimientos— aunque sabemos que tiene necesaria­ mente materia y forma, aunque no es una materia com o la que está en nosotros, por lo que no podemos calificarlo más que con palabras imprecisas y no con una afirmación precisa. En efecto, decimos que el cielo no es ni ligero ni pesado, que es impasible y que por eso no recibe impresión, que no tiene gusto ni olor, y otras negaciones semejantes; todo por nuestra ignorancia sobre esa materia. ¿Qué será de nuestras p .210 1325 M u n k , o . c . , p .245 n t . 3 ; p .246 nt.1-3. 1325-1355 A z iz L ahbabi, o . c . , p .17-29. 744 Maimónides inteligencias si tratan de alcanzar a Aquel que está exento de materia, que es de una simplicidad extrema, Ser nece­ sario, que no tiene causa y que no está afectado por nada añadido a su esencia perfecta, cuya perfección significa para nosotros negación de imperfecciones, como hemos expuesto? Pues no alcanzamos de El otra cosa sino que es, que hay un Ser, al que no se parece ninguno de los seres que El mismo ha producido, que no tiene absolutamente nada de común con estos últimos, en el que no hay ni multiplicidad ni impo­ tencia de producir lo que está fuera de El, y cuya relación con el mundo es la del capitán con el navio. No es que ésta sea la relación verdadera, ni que la comparación sea justa, pero sirve de guía al espíritu para que éste comprenda que Dios gobierna los seres, es decir, que los perpetúa y man­ tiene en orden, com o es menester. Este asunto se expondrá aún más ampliamente. ¡Alabanza a Aquel que, cuando las inteligencias contem­ plan su esencia, la comprensión se cambia en incapacidad, y cuando examinan cóm o sus acciones resultan de su volun­ tad, la ciencia se cambia en ignorancia, y cuando las len­ guas quieren glorificarlo con atributos, toda elocuencia se convierte en un débil balbuceo! IB N K H A L D U N (1332-1406) O bra f il o s ó f ic a : E d ic ió n u t il iz a d a : bliographie, par editor. Muqaddima (Prolegóm enos). Ibn Khaldûn, Présentation, choix de textes, bi­ L a h b a b i (Paris 1968). Traducción del M oham ed-A z iz g e n .: M o h a m e d -A z i z L a iib a b i, o.e., p.9-107; Bibliogr., M. C r u z H e r n á n d e z , Historia de la Filosofía española. Fi­ losofía hispano-musulmana II (M adrid 1957) p.311-340; Id., La filo­ sofía árabe (Madrid 1963) p.379-392; M u h s in M a h d i, Ibn Khaldun’s Philosophy of H istory (London 1958); J. G e r m a n u s , Ibn Khaldûn, the precursor of the philosophy of history: Islamic Literature 13 (1967) 43-57; A . A b d e l - M a l e k , Ibn Khaldun, fondateur de la science histo­ rique et de la sociologie: Hist, de la phil. II (Paris 1972) p .145-168; Y. L a c o s t e , Ibn Khaldun. Naissance de l’histoire (Paris 1966); E. J. R o ­ s e n t h a l , Ihn Khaldûn: a North african thinker of the fourteenth century: Stud, semit., II (N ew Y ork 1971) 3-16; M . T a l b i , Ibn Khaldûn et le sens de l’histoire: Stud. Islam., 26 (1967) 73-148; A lt a m i r a , Nota sobre la doctrina histórica de Aberjaldun. Homenaje a Codera (Zaragoza 1904); Ibn Khaldûn, Discours sur l'histoire universelle (al-Muqaddima) I-III, Trad, nouv., préf. et notes par V. M o n t e i l (Beyrouth 1967-1968); S. D A b y d e e n , Ibn Khaldun: A n interpretation: The Islamic Quarterly 13 (1969) 79-101; v o n K r e m e r , Ibn Flaldûn und seine Kulturgeschichte der irlamischen Reiche. Sitzungber. der Akad. der Wissensch. (W ien 1878); F e r r e r o , Un sociólogo árabe nel se­ cólo X I V : Riforma sociale I I I (1897); M a u n i e r , Les idées sociologiques d’Ibn Khaldun (Paris 1912); S. B. B a t s e v a , T he social foundations of Ibn Khaldûn’s historico-philosophical doctrine: Islamic Quart. 5 (1971) 121-132; T a h a H u s a y n , La philosophie sociale (Paris 1930); V . M o n ­ t e i l , Ibn Khaldûn, sociologue et historien: Rev. histor. 237 (1967) 339-358; R o s e n t h a l , Ibn Khalduns G edanken über den Stadt: Histor. Zeitsch. 25 (München-Berlin 1932); Ibn Khaldûn (coloquio organizado por la Facultad de Letras y Ciencias humanas de la Universidad Moham­ med V , Marruecos, y la Unión de Escritores del M ogreb, mayo 1963 (Casablanca 1963). B ib lio g r . p . 189.190; PROLEGOMENOS ¿Q ué es la historia? 1.326 La historia es una de tantas artes. Ella se trans­ mite de pueblo en pueblo, de nación en nación, y por cono­ cerla no se teme emprender penosos viajes. A su adquisición 1326-1327 A ziz L a h b a b i, o .c ., p.69-70. Ibn Khaldün Prolegóm enos tienden los espíritus humildes y los espíritus todavía inex­ pertos. Por ella rivalizan soberanos y reyes; está al alcance tanto de los sabios como de los ignorantes. En efecto, la historia exteriormente no es otra cosa que el simple recitado de los acontecimientos de las dinastías y de todos los sucesos del pasado. Evoca también los dichos y má­ ximas que se difundieron en tiempos pretéritos y que eran el encanto en las reuniones literarias en que los aficionados se apiñaban en gran número. La historia es la que nos da a conocer las vicisitudes por las que han pasado todos los seres creados. Nos hace ver cóm o las dinastías extendieron su imperio, cóm o poblaron la tierra, hasta llegar al final de su existencia. hace un estudio comparativo de lo que ha sucedido y de lo que al presente es, apenas se podrán evitar los pasos en falso y el alejarse del camino de la verdad. 746 1.327 En cuanto a lo que es el fondo, la historia se ca­ racteriza por la reflexión y la verificación de los hechos, la búsqueda precisa de las causas y orígenes de los seres exis­ tentes, el conocimiento profundo del m odo como tuvieron lugar los acontecimientos y el conocimiento de sus causas. La historia echa sus raíces, pues, en la filosofía, y merece ser contada en el número de las ciencias. Un nuevo espíritu para una nueva ciencia 1.328 ... La historia es un arte noble, difícil y muy útil. Ella nos da a conocer las maneras de vivir propias del modo de comportarse los pueblos antiguos, la biografía de los pro­ fetas y la política de los reyes y de sus dinastías. Así le será posible, al que quiera sacar provecho del pasado para regular su conducta en materia religiosa o profana, encontrar modelos históricos que imitar. Para ello, el historiador deberá acudir a numerosas fuentes, disponer de conocimientos muy varia­ dos. Debe estar dotado de un buen juicio, que le guiará en la búsqueda de la verdad y le evitará caer en errores y malas inteligencias. 1.329 En efecto, si el historiador se limita a recoger los hechos históricos narrados por los que los transmiten, sin acu­ dir a las reglas derivadas de la experiencia, a los fundamen­ tos de la política y de la naturaleza misma de la civilización y a las reglas que rigen a la sociedad humana, y si no se 1328 1329 Aziz Aziz L a h b a b i, o .c ., p .7 0 -7 2 . L a h b a b i, o .c ., p .8 0 .8 1 -8 3 . 747 1.330 ¡Cuántas veces los historiadores que comentaban el Corán y los que transmitían la tradición se formaron un juicio erróneo sobre los hechos y los sucesos! Se contentaban con relatarlos tal com o se los habían transmitido, sin remon­ tarse a sus orígenes o sin confrontarlos con hechos y aconte­ cimientos análogos, sin juzgarlos según los criterios de la sa­ biduría filosófica. Tampoco se esforzaron por conocer la na­ turaleza de las cosas o por hacer intervenir al juicio y al sen­ tido interno. Con ese proceder se alejaron del camino de la verdad y camparon por los dominios de la ilusión y del error, especialmente cuando se trataba de evaluar las sumas de di­ nero y los efectivos militares: ahí daban rienda suelta a sus facultades de invención. Hay que remontarse, pues, a las fuentes y controlar sus narraciones, sometiéndolas a los principios generales. 1.331 Habrá que prestar atención a otros errores difíci­ les de descubrir; por ejemplo, el no tener en cuenta el cam­ bio de condiciones que intervienen en los pueblos y las co­ lectividades en relación con el cambio de las épocas y el trans­ curso de los tiempos. Se trata de una enfermedad latente, que se esconde y no se manifiesta más que después de largos pe­ ríodos. Raros son los que llegan a percatarse de ella. 1.332 En efecto, el estado del mundo de las colectivida­ des, lo mismo que sus costumbres y creencias, no quedan in­ accesibles al cambio. Se trata de un cambio perenne, que hace que las comunidades pasen de un estado a otro. La suerte que corren las personas, los períodos y las ciudades la corren también los diversos países, las regiones, los tiempos y las dinastías (p .2 5 2 ). 1.333 El razonamiento por analogía, tanto como el mi­ metismo, son características del hombre; pero no están inmu­ nes de error. Estrechamente unidos con la negligencia y el atolondramiento, acaban por descarriar al historiador y le apar­ tan de su objetivo. Es posible que el historiador, en posesión de una gran cantidad de hechos, no se percate de los cam­ bios y trastornos que tienen lugar; confronta entonces sus he­ chos, sin titubear, con el presente que conoce y los compara 1331 A z i z L a h b a b i, o .c ., p . 7 3 . Ibn Khaldün Prolegóm enos con lo que ve. Así que la diferencia que separa al raciocinio del mimetismo es con frecuencia tan grande que lleva a gra­ ves errores... (p.253 y 254). eso significa que el hombre no puede sustraerse a la vida en sociedad que es la civilización madannya: ése es también el sentido del ‘umrán. La causa de ello está en que Dios ha creado al hombre y le ha dado una forma que no puede subsistir y perpetuarse más que alimentándose. Le ha provisto de una necesidad na­ tural de procurarse el sustento y de las posibilidades de ob­ tenerlo. 748 Sobre la verdadera naturaleza de la civilización 1.334 El animales por ciencias y las rencian de los ser humano se distingue de las demás especies caracteres que le son propios, tales com o las artes, productos del pensamiento que le dife­ animales y lo hacen superior a todos los seres. 1.335 Otro atributo específico del hombre es la necesi­ dad de la existencia •de un poder coercitivo y de una auto­ ridad suficientemente fuerte para hacer posible su subsisten­ cia. En esto no tiene apenas semejante entre todos los seres vivientes más que en las abejas y las arañas. Sin embargo, no obstante esa semejanza, esos animales se mueven por el instinto y no por el pensamiento y la reflexión. 1.336 También se distingue el hombre por las activida­ des que le aseguran su subsistencia y los esfuerzos personales que ello exige. Pues es Dios quien ha puesto en el hombre la necesidad de alimentarse para vivir y perpetuar la vida de la especie y le ha inspirado el modo de encontrar los medios para llegar a ello. Como lo dice El mismo (¡que su nombre sea exaltado!): «Nuestro Señor ha dado todo a sus creaturas y las ha condu­ cido por el buen camino» (Corán X X ,5 2 ). 1.337 Otro carácter, en fin, especial del hombre es la civilización { ‘unirán), que es la cohabitación en una gran ciu­ dad o en una aglomeración, a fin de satisfacer a la necesidad de vivir en sociedad y de ayudarse mutuamente, tal como se da en la naturaleza humana, según lo vamos a demostrar. El hombre se humaniza en un medio social 1.338 La vida en sociedad es una necesidad para el hom­ bre. Los filósofos expresan esa verdad diciendo: «E l hombre es por naturaleza un animal político». En su terminología, 1338-1343 S. P i n e s , The Societies providing the according to Ibn Khaldün and to the philosophers: n.34 p.125-138; V. M o n t e i l , Ibn Khaldün, sociologue 238 (1967) 339-358. 1338-1340 Aziz L a h b a b i , o .c ., p.51-53.74.75; C r u z de XJmrán y las Artes liberales en Ibn Khaldün: Arts base necessities of Ufe Stud. Islam. 34 (1971) et historien: Rev. histor. El concepto libéraux... p.709-713. H e rn án dez, 749 1.339 Pero un hombre solo no puede subvenir a todas sus necesidades. Aun suponiendo que no tenga que adquirir más que el mínimo estricto vital, es decir, tan sólo la ración de trigo para un día, por ejemplo, no llegará a ello más que a fuerza de moler, amasar y cocer. Cada una de esas opera­ ciones exige utensilios e instrumentos que son también ellos el producto de diferentes oficios, como el de herrero, el car­ pintero y el alfarero. 1.340 Supongamos que un hombre que vive solo quiera consumir el trigo en granos, sin preparar; aun en ese caso, le es necesario, para conseguir los granos de trigo, el recurrir a otras operaciones: sembrar, segar, trillar. Cada una de esas operaciones exige muchos instrumentos y está en conexión con diversos oficios, más numerosos todavía. Las facultades que cada individuo pueda tener no son capaces de realizar, en todo o en parte, todas esas operaciones. Se presenta, pues, bien evidente la necesidad de que cada hombre una sus es­ fuerzos a los del mayor número posible de sus semejantes para obtener su sustento y el de los demás. Entonces, por la mutua ayuda, se colman sus necesidades y aun se puede sa­ tisfacer a un número mayor de personas (p .2 7 2 ). 1.341 En efecto, cuando Dios ( ¡que su nombre sea exal­ tado! ) modeló a todos los seres vivos y repartió entre ellos las facultades, hizo a algunos animales no dotados de razón más fuertes que al hombre. Así, la fuerza del caballo supera la del hombre, y lo mismo se diga del asno, del toro, del león y del elefante... Sin embargo, como la agresividad forma par­ te de la naturaleza de los animales, Dios ha dotado a cada uno de ellos de un órgano de defensa para protegerse de los demás. 1.342 A l hombre, por el contrario, le ha dado la razón y las manos: éstas están adaptadas a los oficios por interme­ dio del pensamiento. Por los oficios se procura el hombre los Ibn Khaldun Prolegóm enos instrumentos que suplen a los órganos defensivos con que cuentan los animales, com o, por ejemplo, las lanzas, que reem­ plazan a los cuernos; el sable, en vez de las garras, y el es­ cudo, que le protege com o la piel a los paquidermos. Estos ejemplos son unos de los muchos que aduce Galión en su libro. La fuerza de un solo hombre no puede luchar contra la de un animal, sobre todo si se trata de una fiera. En definitiva, es incapaz de defenderse. Tampoco sería suficiente la fuerza de un solo hombre para manipular los instrumentos aptos para la defensa, dada su diversidad y la multitud de oficios e instrumentos necesarios para su fabricación. Tendrá, pues, el hombre que ayudarse de sus semejantes; de lo contrario le faltará el sustento y no podrá subsistir. Dios lo ha hecho de tal suerte que para vivir no puede prescindir del alimen­ to, y para asegurar su defensa no puede tampoco estar sin armas: sin ellas se convertiría en la presa de los demás ani­ males y se expondría al aniquilamiento y extinción de su es­ pecie (p.273). y por el simple juego de sus facultades humanas descubre su objeto, sus problemas y los diversos modos de demostración. Merced también a esas mismas facultades, el hombre ob­ tiene la comprensión de los métodos que hay que emplear en la enseñanza de las ciencias filosóficas, a fin de poder, por su reflexión e investigación, discernir lo verdadero de lo falso, como ser que está dotado de razón. 750 1.343 Si la solidaridad le asegura la subsistencia y las ar­ mas defensivas, y si la sabiduría divina conserva su existencia y perpetúa su especie, es claro que la vida en sociedad es in­ dispensable para la humanidad. Sin ella, los hombres no po­ drían subsistir ni poblar el mundo según la voluntad de Dios, que les ha constituido sus représentâtes en la tierra... Dos especies del saber Las ciencias a las cuales se dedican los hombres y que transmiten en los grandes centros de población por la adquisición y enseñanza, son de dos clases: La primera es la de los conocimientos conformes a la na­ turaleza humana, a los cuales llega el hombre por la propia reflexión. La segunda es el conjunto de las ciencias «escripturarias», recibidas de la tradición. 1 .3 4 4 1.345 Las primeras son ciencias filosóficas o ciencias de la sabiduría. El hombre llega a ellas por su propia reflexión, 1344-1355 Aziz L a h b a b i , o .c ., p.49-51.90.91. 1345-1354 E. I. J. R o s e n t h a l , Ibn laidán’s attitude to the falasifa: Refr. Al-Andalus 20 (1955). Studia Semítica ÍI (New York 1971) 115-125. 751 1.346 Las ciencias de la segunda clase son las transmi­ tidas por la tradición (reveladas): todas ellas están relaciona­ das con el Legislador que nos las ha transmitido (el Corán y la Suna). N o son del dominio de la razón, salvo en los ca­ sos en que se trata de vincular las consecuencias a los princi­ pios fundamentales. 1.347 Este fikr presenta diversos grados: 1) En el primero se aprehenden las cosas anteriores en un orden natural o convencional, para sometérselos. Este gra­ do de reflexión concierne, en gran parte, a conceptos: es la facultad de discernimiento, en virtud de la cual el hombre ad­ quiere lo que le es útil y atañe a su subsistencia y aleja de él lo que le es nocivo, 1.348 2) En el segundo grado se encuentra la facultad que nos enseña opiniones y la manera de comportarse con nuestros semejantes y de dirigirlos. Esas son, en su mayoría, afirmaciones que se obtienen progresivamente por la expe­ riencia, de la cual ellas obtienen confirmación. Ese género de reflexión se llama razón experimental. 1.349 3) El tercer grado es la facultad que proporcio­ na el conocimiento verdadero o hipotético de un dato no sensible, y que no es objeto de la acción directa. Es la razón teórica. Se trata de conceptos y afirmaciones que se ordenan de una manera peculiar, según condiciones particulares. De ahí se obtiene otro conocimiento de la misma clase (de con­ ceptos y afirmaciones), que, a su vez, se ordenan con otros co­ nocimientos para producir todos juntos nuevos conocimientos. El intento de la razón teórica es el representarse las cosas existentes tales com o son, con sus diversas especies, sus cla­ ses, sus motivos y sus causas. Así, esta facultad (que propor­ ciona el conocimiento) se realiza y llega a ser razón pura y alma pensante. Ese es el sentido exacto de la realidad humana (p.991). 752 Ibn Khaldún Las ciencias racionales 1.350 Las ciencias racionales, que corresponden a la na­ turaleza del hombre en cuanto que es un ser dotado de razón, no pertenecen a ninguna religión en particular; todas las co­ munidades humanas encuentran en ellas materia de reflexión. Todas ellas se hallan igualmente dotadas para entender esas ciencias y dedicarse a su estudio. En efecto, la especie hu­ mana, desde su aparición en la tierra, conoce esas ciencias que llamamos filosofía y sabiduría. 1.351 Comprenden cuatro ramas: 1) La ciencia de la lógica. Esta es una ciencia que pre­ serva al espíritu del error, enseñándole cóm o puede, a partir de unos datos conocidos, deducir objetos desconocidos. La utilidad de la lógica estriba, pues, en que hace el discerni­ miento entre lo verdadero y lo falso en la búsqueda que hace el observador de lo esencial y accidental de las cosas existen­ tes, a fin de llegar, gracias a su razón, a demostrar la verdad de los seres. 1.352 2) La segunda rama es el estudio de las cosas sensibles, como los elementos y sus compuestos, com o son los metales, los vegetales, los animales, los cuerpos celestes, los movimientos naturales y el alma, que es el origen de los m o­ vimientos, etc. Esta ciencia recibe el nombre de la Ciencia de la naturaleza (Física y Ciencias naturales). 1.353 3) La tercera es la ciencia en la que la investi­ gación se aplica a lo sobrenatural, com o los seres espirituales: se llama Vilm il-iláhi (la ciencia de lo divino = metafísica). 1.354 4) La cuarta ciencia se ocupa de las cuantidades. Comprende cuatro subórdenes, que se llaman ta'álim (las matemáticas). El primero es la Geometría, que estudia las cuantidades en general, ya sean discontinuas— porque son numerables— , ya continuas. En Geometría, cuando se trata de una sola di­ mensión, se tiene la línea; si de dos dimensiones, la superfi­ cie; si de tres, al-djism al-ta-álim (el cuerpo geométrico, el vo­ lumen). La Geometría estudia esas cuantidades y sus varia­ ciones, sea aisladamente, sea en relación unas con otras. El segundo suborden en las matemáticas es la Aritmética. Consiste en el estudio de las variaciones por que pasa la cuan­ Prolegóm enos 753 tidad discontinua o el número, en sus propiedades, y de sus cambios. El tercer suborden es la Música. Esta da a conocer las re­ laciones entre los tonos y las melodías y las evalúa numéri­ camente. El objeto de esta ciencia es, pues, dar a conocer las leyes de la modulación (p.1085). El cuarto suborden es el ‘ilm al-hahá (ciencia de la forma, a saber, la del cielo = astronomía). Esta define las formas de los cuerpos celestes y fija las posiciones y el número de esas posiciones para cada astro en movimiento. Proporciona tam­ bién la posibilidad de conocer todo eso estudiando el movi­ miento celeste de cada astro, según sus diferentes posiciones. 1.355 Tales\son los elementos que constituyen a las ciencias filosóficas. Son siete: en primer lugar, la Lógica; después, las Matemáticas (Aritmética, Geometría, Música, As­ tronomía); luego, las Ciencias de la naturaleza, y, por fin, la Metafísica. Cada una de esas ciencias se divide en diversas ramas: de las Ciencias de la naturaleza se deriva la Medicina; de las Matemáticas, la Aritmética, la ciencia del reparto de las su­ cesiones (al-fardid) y la que precisan las transacciones comer­ ciales. También la Astronomía tiene subdivisiones... (p.1086). ACABÓSE fjE IMPRIMIR ESTE VOLUMEN PRIMERO DE «L O S^ FILÓSOFOS BIBLIOTECA EL DÍA 28 DE MEDIEVALES», DE LA AUTORES CRISTIANOS, DE NOVIEMBRE DE 1979, FESTIVIDAD DE SAN GREGORIO III, PAPA, EN LA IMPRENTA SÁEZ, HIERBABUENA, 7, MADRID LAUS D E O V IR G IN IQ U E M A T R I