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LE MONDE DIPLOMATIQUE MUJERES

2017, El Atlas de las Mujeres

La liberación de las mujeres fue considerada durante mucho tiempo una consecuencia ineludible de las revoluciones por las que éstas luchaban. Sin embargo, ni al interior de las organizaciones revolucionaria ni en el seno de las sociedades que ya habían concretado las revoluciones socialistas esto se verifica.

Durante demasiado tiempo las mujeres de izquierda estuvieron convencidas de que la Revolución- y ninguna lucha específica previa - conduciría a la emancipación femenina. Que primero había pelear por la liberación de la sociedad como un todo, por la eliminación de las injusticias y la desigualdad de clases y que la cuestión del patriarcado se vería resuelta en consecuencia. Era falso. Una visita a la Rusia después de unos 70 años de socialismo, así como a la Cuba de la misma década me convenció de que el machismo y el consecuente sojuzgamiento de nuestro género no habían desaparecido. Que el rol de las mujeres en la casa y en la cama y su participación en el gobierno no eran diferentes (y en ocasiones eran peores) que en el capitalismo salvaje. Y que la valorización del papel heroico femenino en las gestas históricas transformadoras tenía el tinte de la excepcionalidad, precisamente. Mientras duró la Segunda Guerra las mujeres soviéticas hicieron funcionar las fábricas y salvaron la vida a los heridos. En el frente, lucharon, pilotearon aviones y fueron eficientes tiradoras. Miles fueron condecoradas y muchas recibieron el título de Heroína de la Unión Soviética. En la URSS no se había logrado resolver en los 90 sin embargo todavía el problema de la brecha salarial, el predominio de mujeres en las profesiones tradicionalmente femeninas y la doble jornada. En la Cuba revolucionaria, a pesar del rol de las combatientes en la lucha que condujo en la toma del poder en 1959, la Unión Femenina Revolucionaria, antecesora de la Federación de Mujeres Cubanas, no significó que las mujeres fueran tomadas en cuenta para ocupar cargos ejecutivos en el gobierno, salvo en la cartera educativa. El feminismo fue considerado como una ideología propia de “burquesas ociosas”, y las reivindicaciones propias del género se diluyeron en la Revolución. El machismo  funcionaba ajustadamente dentro de las organizaciones revolucionarias de los 70. Las mujeres en la conducción eran pocas, aunque en las tareas militares estuvieran representadas, a veces en un alto porcentaje. En las casa de las parejas militantes, a pesar de que se intentaba no reproducir los modelos patriarcales, era regla que las mujeres se ocuparan de las tareas domésticas. No existía casi ningún caso en que la mujer militara y su compañero no, y si a la inversa. Al contrario, siempre el grado del varón de la pareja dentro de la organización o el partido era superior al de la mujer. Por eso, se daba prioridad a su interés y seguridad, y se obligaba a su compañera a trasladarse de frente si él era transferido y a resignar su propio crecimiento para ser destinada a alguna tarea menor. Los códigos de comportamiento eran puritanos. La infidelidad -aunque frecuente-era castigada por los manuales. En la idiosincrasia vigente prevalecía la idea de que era la mujer la que tenía que ser casta y tener sexo únicamente con su pareja. Pero si un varón que militaba estaba con una mujer que no lo hacía y mantenía una relación clandestina con una compañera, el desliz era justificado y su separación de la novia o cónyuge ajena a la organización era alentada. Cuando un activista era detenido ilegalmente, se lo extorsionaba para que proporcionara información a cambio de la libertad de su esposa, que era considerada por los represores como más inofensiva.  A estos les parecían fascinante la independencia y características de las mujeres guerrilleras, pero por otro lado apuntaban a castigarlas hasta con la muerte por su rebeldía y su apartamiento del modelo tradicional de mujer, madre y esposa.  Si una militante sobrevivía a la desaparición y al cautiverio se presumía que se había prostituido y había tenido sexo con los captores. Esa era considerada la peor deshonra, y no porque se concibiese como violación, si no había existido la violencia física explícita. Incluso dentro de un campo de concentración- donde el fiscal Pablo Parenti, especializado en crímenes de lesa humanidad, establece que es imposible que exista el consentimiento aún cuando lo alegue la propia víctima-, los compañeros de militancia concebían el abuso sexual como un acto al que las mujeres tenían que resistirse aún cuando esto tuviera como consecuencia la muerte. ¿Que habría pasado si hubiera sido al revés? ¿Si los varones prisioneros, percibiendo que podían usarla para sobrevivir hubieran aprovechado la atracción sexual que ejercían sobre guardianas mujeres? Es evidente que la valoración habría sido diferente. Las mujeres que recibieron algún beneficio en cautiverio, un llamado telefónico a sus familias, información o contacto con sus hijos, abrigo, comida o una promesa de libertad y fueron abusadas sexualmente no pudieron en muchos casos denunciarlo por sentir culpa y vergüenza. Fueron calificadas de “putas” por sus camaradas y por el resto de la sociedad. Se las acusó de haberse pasado de bando, de traidoras. Los varones no habrían sido calificados de la misma manera por usar el sexo como herramienta para salir con vida del infierno. Según testimonios, en la guerrilla tupamara también prevalecía el sexismo, Las pruebas de ingreso, según testimonios en el libro Las Rehenas de Marisa Ruiz y Rafael Sanseviero eran más duras para las mujeres. El machismo dominante se exacerbaba dentro de la cárcel y las mujeres tupamaras en ocasiones lo reproducían. El testimonio de la expresa Stella Sánchez revela que entre rejas corrían chismes entre las prisioneras acerca de que “ fulanita era traidora, que menganita se había acostado con un milico, que zutanita estaba rayada, que a aquella le habían robado el hijo, a otra le habían robado el compañero”.Y sin embargo, mientras los dirigentes varones dirigían operaciones desde la prisión a las mujeres “ni siquiera se les consultaba sobre temas menores”. En el MIR chileno, Carmen Castillo, cineasta y compañera del líder asesinado Miguel Enríquez, señala que socialmente, la militante era prejuiciosamente etiquetada como “enamorada seguidora”, irracional o mentalmente frágil .La revolucionaria debía enfrentarse al machismo de la izquierda y la condena de la sociedad. “Rebeldes, rompíamos moldes dentro la maternidad y la pareja pero ¿dentro de las organizaciones, qué?”, se cuestiona. En el secretariado de las FARC nunca hubo una mujer. Pero en el post conflicto colombiano, el enfoque de género está presente. Las mujeres que constituían el 40% de la organización ven ahora que pueden discutir abiertamente su participación y desean que su voz sea oída, que el lenguaje sea incluyente y que se respeten sus derechos políticos. Reinvidicaciones que se expresan en el sitio web donde las mujeres farianas se declaran abiertamente feministas, comparten experiencias de otros países y abordan la problemática LGTBI como propia. También debaten la violencia sexual en sus propias filas, que en la letra está penada hasta con la muerte. Según datos de la Casa de la Mujer de Bogotá y la Oxfam, fuerza pública, paramilitares y guerrilla son responsables de violaciones en las zonas de conflicto, pero 82 por ciento de las víctimas no lo han denunciado. También discuten la cuestión del aborto, visto en el pasado como salida necesaria ante el embarazo de una guerrillera porque “en esa situación no se podía criar hijos”. Lenin dijo en 1920:” Nosotros esperamos que la mujer obrera conquiste, no sólo la igualdad ante la ley, sino frente a la vida, frente al obrero. [...] El proletariado no podrá llegar a emanciparse completamente sin haber conquistado la libertad completa para las mujeres”. Lo real es que casi un siglo después, todavía es necesaria una profunda modificación de valores culturales. Una revolución completa, que incluya a todos los géneros.