Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa:
Rafael Cadenas y Eugenio Montejo
Ana Lucía De Bastos*
Palabras clave
Fernando Pessoa, Poesía venezolana, Influencia, Intertextualidad, Heteronimia
Resumen
En este artículo estudiamos la presencia de Fernando Pessoa en dos poetas venezolanos,
Rafael Cadenas y Eugenio Montejo, quienes han afirmado en entrevistas y ensayos ser sus
lectores. En las obras poéticas de ambos podemos encontrar vestigios intertextuales o
alusiones directas al poeta portugués. Aunque de distinta manera, la lectura y el ejemplo de
Pessoa parecen haber sido significativos para el desarrollo de ambas poéticas.
Palavras-chave
Fernando Pessoa, Poesia venezuelana, Influência, Intertextualidade, Heteronímia
Resumo
Neste artigo estudamos a presença de Fernando Pessoa em dois poetas venezuelanos,
Rafael Cadenas e Eugenio Montejo, que têm afirmado em entrevistas e ensaios serem os
seus leitores. Nas obras poéticas de ambos podemos encontrar vestígios intertextuais ou
alusões directas ao poeta português. Ainda que de maneiras diferentes, a leitura e o
exemplo de Pessoa parece ter sido significativo para o desenvolvimento de ambas poéticas.
Keywords
Fernando Pessoa, Venezuelan Poetry, Influence, Intertextuality, Heteronomy
Abstract
In this article we study the presence of Fernando Pessoa in two Venezuelan poets, Rafael
Cadenas and Eugenio Montejo, who have stated in interviews and essays that they are
readers of Pessoa. In their works we can find intertextual vestiges and direct allusions to
the Portuguese poet. Though in distinct manners, the reading and example of Pessoa seems
to have been significant for both poets.
*
Faculdade de Letras da Universidade do Porto.
Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
Los primeros poemas de Fernando Pessoa traducidos al español son
publicados en 1957. La edición, a cargo de la editorial Rialp, con traducción de
Ángel Crespo, contiene únicamente poemas de Alberto Caeiro. Tres años después,
la editorial argentina Fabril publica la primera antología en español de Fernando
Pessoa, con poemas de los tres heterónimos más conocidos. Sin embargo, es la
traducción de Octavio Paz, de 1962, por la Universidad Autónoma de México, la
que consigue la definitiva difusión del poeta en el mundo hispano. El libro de Paz,
titulado Antología de Fernando Pessoa, además de una selección de poemas, contiene
un estudio llamado “El desconocido de sí mismo” en donde describe el contexto
histórico y literario de Portugal a principios de siglo XX, para subrayar el carácter
innovador del grupo de Orpheu, resaltando el papel de Fernando Pessoa (apud Paz,
1962: 5).
A partir de entonces, y por medio de distintas vías, han sido muchos los
lectores hispanoamericanos que se han acercado a la poesía de Fernando Pessoa,
como también muchos los poetas y escritores de habla española que han
reconocido la influencia que esta lectura ha tenido en sus obras. En este artículo
nos centraremos en la presencia de Pessoa en dos poetas, Rafael Cadenas y
Eugenio Montejo, quienes han afirmado en entrevistas y ensayos ser lectores de
Pessoa y en cuyas obras podemos encontrar vestigios intertextuales o alusiones
directas al poeta portugués.
La marcha de la Derrota
Rafael Cadenas nace en Lara, Venezuela, en 1931. Publica a los dieciséis
años su primer libro, Cantos Iniciales y a lo largo de su vida, siete libros de poesía,
de los cuales transcribimos al final de este artículo, en Anexos, algunos poemas
emblemáticos. Además de esta vasta obra poética, ha publicado ocho libros de
ensayo y uno de traducción.
En 1963, en el intervalo entre la publicación de Cuadernos del destierro (1960)
y Falsas Maniobras (1966) aparece en el periódico literario Clarín de los Viernes el
famoso poema “Derrota”, que copiamos íntegramente por haber sido leído y
comparado a la luz de la obra de Pessoa:
Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo
que creí que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
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que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi
ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo
("Ud. es muy quedado, avíspese despierte")
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada a cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN1 y me desespero por todas esas cosas y por otras cuya enumeración
sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas
haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme,
barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación,
mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente
me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros
y de mí hasta el día del juicio final.
(Cadenas, 2000: 137)
Siglas de “Fuerzas Armadas de Liberación Nacional”, grupo guerrillero creado por el Partido
Comunista de Venezuela en 1962 y disuelto en 1969.
1
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El poema “Derrota” fue publicado poco después de las primeras ediciones
de Pessoa en español. Tenemos constancia de que Cadenas ya lo conocía entonces
y también de la importancia que le había dado a aquella lectura.2 Dentro de la obra
de Cadenas este poema marca un viraje de su quehacer poético, pasando de una
poesía más bien oscura, elaborada, llena de imágenes complejas, para llegar a una
poesía cuyas formas se acercan a la prosa, regida además por un tono confesional.
El crítico Rafael Arráiz Lucca describe “Derrota” como un “poema bisagra” entre
su libro anterior y el siguiente, añadiendo que en éste “el lenguaje directo se
impone con una claridad exenta de metáforas y símbolos que recuerda mucho a
ciertas líneas de trabajo que desarrolló un hombre que abrigaba una multitud:
Fernando Pessoa” (Arráiz Lucca, 2004: 234). Es importante señalar que si “Derrota”
se puede considera como un “poema bisagra” – y creemos que así es –, entonces
también se puede aseverar que el conocimiento de la obra de Pessoa fue decisivo
para la mudanza de registro que vivió la poesía de Rafael Cadenas, ya que el
conocimiento de las primeras ediciones de Pessoa en español es anterior a la
escritura de ese poema emblemático.
En su libro El coro de las voces solitarias, Arráiz Lucca apunta también el
parecido de “Derrota” con un poema de Campos: “pienso”, escribe, “en
‘Tabaquería’, tan asombrosamente emparentado con el ‘Derrota’ de Cadenas”
(ibídem). A favor de esta comparación pesa el hecho de que “Tabacaria” tuviera el
título inicial de “Marcha da Derrota” (BNP/E3, 70-27r), como lo atestigua un
documento del archivo de Fernando Pessoa (cf. Fig. 1), si bien es improbable que
en 1963 Cadenas pudiera conocer este dato. ¿Lo intuyó? No sabemos. Lo cierto es
que muchos poemas modernos le dan la voz al marginado y al fracasado, y que un
buen lector y un buen poeta descubre de inmediato el tema de la derrota en
“Tabacaria”.
Las afinidades entre “Tabacaria” y “Derrota” son parciales y a Cadenas lo
habrán influenciado muchos poemas de Pessoa y no sólo éste. “Tabacaria” es un
poema narrativo y, de cierta forma, tridimensional, ya que Álvaro de Campos es, a
la vez, el sujeto poético, el protagonista y el narrador de una puesta en escena en
miniatura. Desde la ventana de su cuarto, Campos observa la tabaquería del otro
lado de la calle, enciende un cigarro, se reclina en su silla. En “Derrota”, en cambio,
no hay un escenario, y el protagonista no se perfila con rasgos diferenciales que lo
caractericen. En “Tabacaria” existe un proceso de individualización, incluso de los
personajes secundarios del enredo que reciben un nombre, como un tal Esteves,
que aparece casi al final del poema y tiene un papel especial: saludar al
protagonista.
En una entrevista reciente, Rafael Cadenas nos dijo: “Yo leí a Pessoa en los sesenta […] en la
Fabril, a través de esa editorial yo conocí a Pessoa, Ungaretti, Oscar Milosz. Y para mí fue un
descubrimiento, el leer a Pessoa” (De Bastos, 2010: 121).
2
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O homem saiu da Tabacaria (metendo troco na algibeira das calças?).
Ah, conheço-o: é o Esteves sem metafísica.
(O Dono da Tabacaria chegou à porta.)
Como por um instinto divino o Esteves voltou-se e viu-me.
Acenou-me adeus gritei-lhe Adeus ó Esteves!, e o universo
Reconstruiu-se-me sem ideal nem esperança, e o Dono da Tabacaria sorriu.
(Pessoa, 2002: 326)
En ese gesto final del poema “Tabacaria”, en ese saludo, los dos personajes
contrarios se aproximan; ese acercamiento, esa comunión, no se da en el poema de
Cadenas, donde incluso al final la separación entre el sujeto poético y los otros
parece definitiva. En “Derrota” se lee: “me levantaré del suelo más ridículo todavía
para seguir burlándome de los otros”.
Fig. 1. BNP/E3, 70-27r
“Marcha de la Derrota” pasó a llamarse “Tabacaria”
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En “Tabacaria” la comunión entre Campos y los otros sucede desde el
principio. El poema no relata solamente la derrota o el fracaso de un destino
particular, como lo hace “Derrota”, sino, sobre todo, la insignificancia de cualquier
acontecimiento, la inutilidad de lo que conocemos, por su carácter temporal, finito
e intrascendente. En esto, Campos no hace distinción entre su destino personal y
el de cualquier otro, incluido el del vendedor de la tabaquería: “Ele morrerá e eu
morrerei. | Ele deixará a tabuleta, e eu deixarei os versos também. | Depois de
certa altura morrerá a rua onde esteve a tabuleta, | E a língua em que foram
escritos os versos” (Pessoa, 2002: 326). Fundamentalmente, aquí está cifrado el
sentido del poema de Campos, para quien hacer o soñar son dos actos igualmente
fútiles ante la inminencia de la muerte, ya que ningún acto ni ningún sueño los
redimirá ni a él, ni a Esteves, ni al vendedor de la tabaquería.
Teniendo en cuenta estos aspectos, creemos que Carmen Virginia Carrillo es
más certera al establecer un paralelo entre Cadenas y Pessoa cuando señala las
semejanzas formales y temáticas entre el poema “Derrota” y el “Poema em linha
recta”. Carrillo afirma que en “Derrota” se advierte “el diálogo intertextual con el
poema de Fernando Pessoa”, cuyos sujetos poéticos, según la ensayista,
tienen “una visión pesimista del mundo que pareciera cerrar todas las
posibilidades de integración al hablante, quien se representa en una completa y
total disyunción con el entorno social” (Carrillo, 2005: 28).
“Poema em linha recta” fue publicado por primera vez en 1944, de manera
póstuma por la editorial Ática. Como “Tabacaria”, es un poema atribuido a Álvaro
de Campos por Fernando Pessoa, y un poema seleccionado por Rodolfo Alonso
para la antología de la editorial Fabril que Cadenas leyó. Como “Tabacaria”,
“Poema em linha recta” tampoco sigue cánones clásicos de metro y rima. Mientras
el primero tiene ciento y cincuenta y siete versos, el segundo está constituido por
treinta y seis versos libres que recrean meticulosamente la sensación de ridículo de
Campos.
Con un estilo propio de la oralidad, “Poema em linha recta” comienza con
una afirmación determinante: “Nunca conheci quem tivesse levado porrada |
Todos os meus conhecidos têm sido campeões em tudo” (Pessoa, 2002: 262), versos
que dictan el tono irónico del texto y la constante comparación de Campos con
estos “campeones”. El poema se sirve de la repetición anafórica de la conjunción
“que” para describir al sujeto, tal y como en una letanía o en una enumeración de
la infamia:
Eu, que tantas vezes tenho sido ridículo, absurdo,
Que tenho enrolado os pés publicamente nos tapetes das etiquetas,
Que tenho sido grotesco, mesquinho, submisso e arrogante,
Que tenho sofrido enxovalhos e calado,
Que quando não tenho calado, tenho sido mais ridículo ainda
(Pessoa, 2002: 262)
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Del mismo modo, la repetición anafórica le servirá a Cadenas en el poema
“Derrota” para presentarnos a un sujeto poético de índole abyecta:
Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
(Cadenas, 2000: 137)
La similitud formal es innegable, como lo es también, hasta cierto punto, el
contenido: en ambos poemas, el sujeto poético se describe en contraste con un otro
plural, y siempre en términos siempre de inferioridad. En ninguno de los dos hay
una puesta en escena. Todo lo que conocemos, en ambos, es una incomodidad o
desasosiego, mediante una serie de confesiones que se acercan a la diatriba.
“Poema em linha recta” y “Derrota” son dos poemas afines y su acercamiento por
parte de la crítica venezolana nos parece plenamente comprensible.
Pero si hay semejanzas, también hay diferencias. Campos se vale de la
descripción detallada de su ridiculez para evidenciar la impostura de los otros. En
estos versos que siguen apela a la humanidad de los otros y lo hace, irónicamente,
llamándolos semidioses:
Quem me dera ouvir de alguém a voz humana
Que confessasse não um pecado, mas uma infâmia;
Que contasse, não uma violência, mas uma cobardia!
Não, são todos o Ideal, se os oiço e me falam.
Quem há neste largo mundo que me confesse que uma vez foi vil?
Ó príncipes, meus irmãos,
Arre, estou farto de semi-deuses!
Onde é que há gente no mundo?
(Pessoa, 2002: 263)
De este modo, Campos deja constancia de cómo ellos, “los otros”, tampoco
podrían rehuir el ridículo ni ser ajenos a muchos defectos.
El sujeto poético de “Derrota” no introduce esta inversión. Por un lado,
parece dispuesto a querer convencernos de su inferioridad, que hace que sea no
sólo “escarnecido por los más aptos”, sino además, “preterido en aras de personas
más miserables”. Por otro lado, así haya individuos peores que él, parece que él
siempre está de último por poseer esta condición marginal, casi de apestado.
De hecho, el sujeto poético de Cadenas no se describe solamente como un
individuo ridículo, sino, sobre todo, como un ser incapaz, como alguien que no es
capaz de actuar:
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que todo el día tapo mi rebelión
que no he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya
enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
(Cadenas, 2000: 138)
Y es en esta falta de acción lo que le frustra, desespera. El alter ego
imaginado por Cadenas, aparece como un hombre más acá de los hechos, un
hombre pasivo, que no tiene un lugar en el mundo, a no ser el de observador; ese
hombre termina, sobre todo, observándose a sí mismo. No sólo es un outsider, sino
que está por debajo de los otros, fuera de muchos sistemas, si bien lamenta no
pertenecer a ninguno. Es un hombre que no consigue estar adentro, pero tampoco
se siente en paz estando afuera. En “Poema em linha recta”, Campos sabe, por el
contrario, que los demás son como él, pero que hacen más por disimularlo.
En suma, y en sintonía con Carmen Virginia Carrillo, podemos reafirmar la
similitud de estos dos poemas, “Poema em linha recta” y “Derrota”, así como de
sus sujetos poéticos, ya que en ambos casos se proyecta un antihéroe, un hombre
sin importancia, un recluso de sus limitaciones y un inadaptado social. Pero,
mientras Campos denuncia, de manera irónica y hasta jocosa, la falsedad de los
otros – que buscan ocultar su lado ridículo –, el sujeto poético de “Derrota” se
penaliza exclusivamente a sí mismo, ya sea por su falta de participación, ya sea por
su inacción.
En varias ocasiones y en distintas entrevistas Rafael Cadenas ha sido
interrogado acerca de la presencia de Pessoa en su poesía y, concretamente, en su
poema “Derrota”. En una entrevista publicada por el periódico español El País,
Cadenas declara: “A Pessoa lo leí bastante. Es posible que los primeros versos de
ese poema [“Poema em linha recta”] hayan quedado en mi subconsciente”; pero
inmediatamente agrega y aclara: “‘Derrota’ es un poema absolutamente distinto,
que escribí en un estado de gran depresión. Mejor dicho, lo escribió un joven de 32
años que no soy yo” (López-Vega, 2008: 1). Así, declarando de modo borgeano que
otro Cadenas escribió “Derrota”, Cadenas trata de conjurar la presencia de Pessoa.
No descarta su probable influencia, pero se afianza en las diferencias.
Tanto, que en otra entrevista, Cadenas minimiza aún más la proximidad de
ambos poemas: “siempre se asocia el poema ‘Derrota’ con otro poema de Pessoa; y
tal vez fue como el punto de partida, yo no recuerdo muy bien”; en todo caso,
afirma, “todo el poema tiene otro sentido” y “esa forma no tiene por qué proceder
de Pessoa […] en español [el uso anafórico del “que”] es una expresión muy
corriente” (De Bastos, 2010: 116). En nuestra opinión, es posible suscribir las
palabras de Cadenas y prescindir de la lectura del poema de Campos para
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comprender plenamente “Derrota”; pero así estemos ante un poema independiente
y significante por sí mismo, también es cierto que un poema ilumina al otro.
Cadenas no debe temer que el poema portugués eclipse el suyo. No creemos que
esto sea posible y la resistencia de ambos al paso del tiempo lo demuestra.
En fin, recordemos que la escritura de “Derrota” coincide con el
descubrimiento y la lectura de la obra de Pessoa, y enfaticemos la importancia de
este encuentro. Al fin y al cabo, “Poema em linha recta” le habría revelado a
Cadenas, a un nivel consciente o no, nuevas posibilidades formales para un
creciente sentimiento de marginalización. Es virtud de Cadenas la expresión que le
dio a esos sentimientos.
La experiencia de mirar
La obra de Cadenas se suele aproximar, por la similitud de los poemas
comentados, a la de Pessoa, a través de la de su “intermediario”, Álvaro de
Campos. Pero si nos ciñéramos a lo que propone el propio autor en una entrevista,
tendríamos que recordar también a una segunda persona interpuesta: Alberto
Caeiro. Según Cadenas, “de todos los heterónimos de Pessoa el que más me ha
interesado es Alberto Caeiro, por afinidad digamos” (De Bastos, 2010: 116). ¿En
qué consiste esta “afinidad” o cercanía?
A finales de los años sesenta, Cadenas habría comenzado a leer libros sobre
taoísmo y zen, cuyas ideas habrían ido permeando sus poemas. Las marcas de esas
lecturas se vuelven evidentes sobre todo a partir del libro Memorial (1977). Este
hecho es notable, porque en “esa cierta relación entre Caeiro y Oriente” (De Bastos,
2010: 116) es que Cadenas fundamenta, precisamente, la proximidad entre su obra
y la del heterónimo pessoano, y porque a partir de Memorial (1977) la voz poética
de Cadenas se vuelve mucho menos pesimista y autodestructiva. Hay un vuelco
importante a la contemplación, y los ojos, como medio para comprender el mundo,
son preteridos frente a la razón como único mecanismo para comprender el
mundo.
A este respecto, comencemos por citar un poema de Alberto Caeiro – el II de O
Guardador de Rebanhos –, donde al acto de mirar se le otorga la supremacía en la
percepción del mundo:
O meu olhar é nítido como um girassol.
Tenho o costume de andar pelas estradas
Olhando para a direita e para a esquerda,
E de vez em quando olhando para trás...
E o que vejo a cada momento
É aquilo que nunca antes eu tinha visto,
E eu sei dar por isso muito bem...
Sei ter o pasmo essencial
Que tem uma criança se, ao nascer,
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Reparasse que nascera deveras...
Sinto-me nascido a cada momento
Para a eterna novidade do Mundo...
Creio no mundo como num malmequer,
Porque o vejo. Mas não penso nele
Porque pensar é não compreender...
O Mundo não se fez para pensarmos nele
(Pensar é estar doente dos olhos)
Mas para olharmos para ele e estarmos de acordo...
Eu não tenho filosofia; tenho sentidos...
Se falo na Natureza não é porque saiba o que ela é,
Mas porque a amo, e amo-a por isso
Porque quem ama nunca sabe o que ama
Nem sabe por que ama, nem o que é amar...
Amar é a eterna inocência,
E a única inocência não pensar...
(Pessoa, 2001: 10)
Como afirma Maria Helena Nery Garcez en Alberto Caeiro, Descobridos da
Natureza? (1985): “Caeiro, nos seus poemas, faz a fenomenologia de si mesmo e,
porque quer ser paradigma para os demais, surpreende-se nas mais variadas
situações” (1985: 181). De hecho, en este poema, Caeiro resume su filosofía en dos
palabras: “tenho sentidos”. Su afirmación pretende estar libre de razonamientos,
ya que “pensar é não compreender”, y, en teoría, libre de asociaciones vinculadas
al conocimiento adquirido y la memoria: “E o que vejo a cada momento | É aquilo
que nunca antes eu tinha visto, | E eu sei dar por isso muito bem...”. Caeiro se
vuelve, así, un símbolo – de “especie complicada” – de la eterna inocencia.
Para Luzilá Ferreira, al hablar de los niños y de Caeiro, la “relação da
criança com a coisa é isenta de cargas adicionais, [...] o objecto que a criança
percebe não é o objecto pensado, recriado pela memória, arquitectado pela
imaginação que o adulto crê observar no mundo sensível” (Ferreira, 1989: 21). En
sus poemas, Caeiro surge como la personificación de un deseo: el de ver el mundo
exterior sin la “sombra” de aprendizajes previos. Y para que ese deseo se cumpla,
es necesario volver a ganar el asombro natural de los niños: “Sei ter o pasmo
essencial”, dice, y ese “pasmo” corresponde al que tendría un niño si, al nacer, se
diera cuenta que de verdad nació... Caeiro representa, en fin, una invitación a
redescubrir el mundo, a volver a verlo, a reencontrar el propio ser.
Por su lado, Rafael Cadenas, aunque de un modo menos radical, también
propone una aproximación al mundo a través de los sentidos, especialmente de la
vista, y se despoja de un “vestuario” más argumentativo o intelectual. Esto resulta
claro en varios poemas cortos (a veces de un verso), que el poeta reunió bajo el
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título de “Recuento”. Veamos algunos, sin olvidar que cada uno es independiente
de los otros):
Antes, sólo tocábamos días sabidos, toda primera vez llevaba un peso que no era suyo.
Hay una isla que sólo ven los ojos nuevos.
Un día, de tanto verte, te vi.
Esto te debo: haber restablecido el instante en mis ojos.
Júbilo que no puede morir porque no tiene nombre.
El extraviado sólo quiere ojos limpios, espejos simples para vivir.
(Cadenas, 2000: 188)
Hay en los versos de Cadenas un elemento que a primera vista se puede
distinguir de las afirmaciones de Caeiro. El sujeto poético es alguien que se ha
rencontrado consigo mismo; como si Caeiro volviera a ser Caeiro después de haber
sido el “pastor amoroso”. Palabras como “extraviado” y “restablecido” testimonian
que alguien estuvo perdido, pero que, en cierto momento, se volvió a encontrar.
En “Recuento” el sujeto poético advierte la novedad del mundo exterior tras
sufrir un cambio y volver a mirar con “ojos nuevos”. Son sus ojos los que se
renovaron; no el mundo. Por medio de la contemplación llega a poseer el
“instante”, como una liberación del pasado como memoria y del futuro en cuanto
deseo. De alguna forma, ese sujeto, como Caeiro, ha desaprendido para aprender a
ver.
Pessoa (bajo la máscara de Caeiro) y Cadenas (bajo la del sujeto de su
poema) coinciden también en la manera como entienden la realidad física, el
mundo natural y el tiempo presente. Evoquemos la “religión personal” de Caeiro,
descrita así:
Mas se Deus é as flores e as árvores
E os montes e sol e o luar,
Então acredito nele,
Então acredito nele a toda hora,
E a minha vida é toda uma oração e uma missa,
E uma comunhão com os olhos e pelos ouvidos
(Pessoa, 2001: 40)
Estos versos evocan algunas sentencias y pensamientos de Rafael Cadenas,
quien, en su libro Dichos, escribe: “Casi todas las místicas se fundan en la negación
de lo que existe. ¿No es posible una ‘espiritualidad’ terrena? Yo me niego a aceptar
que la ‘creación’ sea mala o simple peldaño hacia otro mundo o lugar de
purgación. Este presente es todo” (Cadenas, 2000: 666). Tanto Cadenas como
Caeiro transforman el presente y la actualidad en una especie de absoluto, y se
oponen a las místicas negativas; su paganismo es afirmativo.
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Por lo demás, es posible que Cadenas tome otros derroteros cuando
propone una unidad metafísica totalizadora: “Dios (Brahman) y el alma (Atman)
son los mismos. Sankara, el gran pensador de esta corriente, sostiene que no hay
dos realidades básicas, sino una sola: Brahman, presente en todo; también en
nosotros, naturalmente” (Cadenas, 2000: 685). Caeiro no imagina una unidad
mayor, pues advierte que hay partes sin un todo, lo cual impide unificar la
realidad. Véanse algunos de los versos del poema “XLVII”:
Entrevi, como uma estrada entre às árvores,
O que talvez seja o Grande Segredo,
Aquele Grande Mistério que os poetas falsos falam.
Vi que não há Natureza,
Que Natureza não existe,
Que há montes, vales, planícies,
Que há árvores, flores, ervas,
Que há rios e pedras,
Mas que não há um todo a que isso pertença,
Que um conjunto real e verdadeiro
É uma doença das nossas idéias.
A Natureza é partes sem um todo.
Isto é talvez o tal mistério de que falam
(Pesso
a, 2001: 84)
Pero ¿Caeiro sí está en armonía con un universo natural? ¿No se corre el
riesgo de tomar al pie de la letra su discurso? José Martins García, en el ensayo
“Caeiro traditore?” sustenta que el “maestro” de Pessoa piensa constantemente en
no pensar, lo cual pondría en tela de juicio “a seriedade com que encara os
ensinamentos do zen” (García, 1985: 50). A este respecto, conviene recordar que
Eduardo Lourenço describe a Caeiro como un ser “puramente verbal”, y algo
ciego, porque “o que ele vê nas coisas é a palavra coisas”, no lo que ellas son, que
sería redundante (Lourenço, 1986: 53).
Lo que aquí nos interesa apuntar es que Caeiro, “una creación mucho más
libre” en palabras de Cadenas (in De Bastos, 2010: 116), personifica un ideal que se
aproxima al que hizo suyo el poeta venezolano. Cadenas tiene afinidades electivas
con Caeiro, en la medida en que sus poemas se pueden leer teniendo presente
algunos principios de la escuela zen que se apartan del conocimiento teórico o
intelectual.
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Fig. 2. Portada del libro Poemas de Fernando Pessoa (1961), de la editorial Fabril, Buenos Aires.
Fue a través de esta edición que Cadenas conoció la poesía de Pessoa y sus heterónimos.
Eugenio Montejo y la estatua de Pessoa
Eugenio Montejo nació en Caracas en 1938, pero pasó la mayor parte de su
vida en Valencia, Venezuela, donde murió en 2008. Durante tres décadas – tras
Élegos (1967) – publicó nueve libros de poesía bajo este nombre de autor.
Transcribimos en Anexo algunos de estos poemas, tomando como muestra al
menos uno de cada libro. En los años ochenta, durante el tiempo de su estadía en
Lisboa como Agregado Cultural de la Embajada de Venezuela, comenzó a
desarrollar una nueva línea de creación a la que le dio el nombre de “escritura
oblicua” o “heteronímica”, glosando el término “heterónimo” reinventado por
Fernando Pessoa.
La relación de Montejo y Pessoa es más evidente o explícita que la de
Cadenas y Pessoa, ya que Montejo desarrolla una técnica pessoana (la creación de
heterónimos), y a diferencia de Cadenas, publicó un poema en el cual alude
directamente al poeta portugués. El poema es “La estatua de Pessoa” y se
encuentra en su libro Alfabeto del Mundo (1986). Notablemente, el poema está
dedicado a Cadenas, como si Montejo quisiera filiarse en la tradición de la poesía
venezolana que reconoce el lugar de Pessoa en la poesía moderna, que,
probablemente, tuvo inicio con Cadenas. En el poema, Pessoa es invocado a través
de la famosa escultura del poeta erguida al pie del café A Brasileira por el artista
portugués Antonio Augusto Lagoa Henriques:
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
La estatua de Pessoa
A Rafael Cadenas
La estatua de Pessoa nos pesa mucho,
hay que llevarla despacio.
Descansemos un poco aquí a la vuelta
mientras vienen más gentes en ayuda.
Tenemos tiempo de tomar un trago.
Son tantas sombras en un mismo cuerpo
y debemos subirlas a la cumbre del Chiado.
A cada paso se intercambian idiomas,
anteojos, sombreros, soledades.
Démosle vino ahora. Pessoa siempre bebía
en estos bares de borrosos espejos
que el Tajo cruza en un tranvía sonámbulo.
¿Por qué no va a beber su estatua?
Con todo el siglo dentro de sus huesos
vueltos ya piedras llenas de saudades,
casi nos dobla los hombros
bajo el silencio de su risa pagana.
No hay que apurarse. Llegaremos.
Lo que más cuesta no es la altura de su cuerpo
ni el largo abrigo que lo envuelve
sino las horas del misterio
que se repliegan pétreas en el mármol.
Cuanto a diario soñó por estas calles
y desoñó y volvió a soñar y desoñar;
el tiempo refractado en voces y antivoces
y los horóscopos oscuros
que lo han cubierto como una gruesa pátina.
Alzar sólo su cuerpo sería fácil.
Aunque se embriague no pesa más que un pájaro.
(Montejo, 2007: 76)
En este poema, Montejo sustituye la primera persona del singular, el
llamado “yo lírico”, que normalmente utiliza, por el plural “nosotros”, abarcando a
todos aquellos que cargan en sus hombros la estatua. Al igual que en “Tabacaria”,
aquí el poema construye una pequeña escena, una representación imaginaria que
coincide con el momento en el cual la estatua de Pessoa es llevada en hombros
hasta el sitio donde hoy descansa en el barrio de Chiado. Montejo, como Cadenas,
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200
Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
formaría parte de una comunidad imaginaria que comparte el destino y la
dificultad de elevar el peso de la estatua de Pessoa.
Ese grupo de personas, siente la necesidad de hacer un alto y esperar un
momento: “Descansemos un poco aquí a la vuelta | mientras vienen más gentes en
ayuda”. ¿Más gentes? ¿Quiénes? Esa comunidad creciente bien podría ser la de los
lectores de Pessoa y, también, la de sus herederos poéticos: los poetas posteriores
que necesitarían repartirse la carga de la estatua para atenuar su peso; tal sería no
el peso del cuerpo, que era ligero (“no pesa más que un pájaro”), sino,
metafóricamente, del peso de sus palabras, la envergadura de su propuesta
creativa, que necesitaría ser repartida entre muchos. Estos versos nos llevan al
encuentro de la teoría de Harold Bloom, en The Anxiety of Influences, según la cual
cada nuevo talento debe apropiarse de la tradición literaria, pero “nothing is got
for nothing, and self-appropriation involves the immense anxieties of
indebtedness, for what strong maker desires the realization that he has failed to
create himself?” (Bloom, 1973: 5). Aquellos que lo cargan, deben primero saber
medir el peso de sus palabras; es decir, de la tradición creada por él. En el poema
de Montejo, la estatua es la imagen ideal para sugerir un peso casi insostenible
para solo un hombre, o poeta.
La fecha del libro que contiene el poema en cuestión, Alfabeto del Mundo
(1986), también es significativa, porque fue en 1985 que se comenzó a consolidar la
consagración de Pessoa, con una serie de homenajes y publicaciones alrededor de
la celebración de los cincuenta años de su muerte (y, casi en seguida, alrededor de
los cien años de su nacimiento, en 1988). En 1985, escribe Eduardo Lourenço que
Pessoa ya conocía una “glória verdaderamente universal” y se había convertido en
“o eixo em volta do qual se articula a cena crítica e, para além dela, a cena cultural
do nosso país” (Lourenço, 1986: 27). Montejo estuvo en Lisboa, precisamente, en
estos años, en los que además su cuerpo fue desenterrado del Cementerio de los
Placeres y transportado al Monasterio de los Jerónimos. Traslado que, de alguna
forma, marca la institucionalización de Pessoa como un bien nacional, y así, su
petrificación icónica.
Al finalizar el poema, todo este peso señalado se vuelve liviano: “Alzar solo
su cuerpo sería fácil | Aunque se embriague no pesa más que un pájaro”, escribe
Montejo. Es significativo que Montejo escoja el sustantivo “cuerpo” para señalar al
Pessoa más medular. De este modo, lo hace partícipe de su propia ars poética,
insertado dentro de esta concepción del mundo. Eugenio Montejo, creyente de lo
terreno, material y finito, resume su religiosidad panteísta en aquello que bautizó
como “terredad”: la sacralización de lo que se conoce como limitado, sean los
árboles, los pájaros, las piedras, las personas. Todos estos entes, nos dice, son de
por sí misteriosos y en su finitud, infinitos. Curiosamente, es en la materialidad de
Pessoa, en su cuerpo, donde Montejo cifra al hombre: “aunque se embriague no
pesa más que un pájaro”.
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
Para ilustrar mejor estas ideas de Montejo vale la pena leer, además de los
poemas en Anexos “Creo en la vida” y “Otra amapola”, el poema “Terredad”, que
copiamos a continuación:
Terredad
Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen, con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
Abordo, casi a la deriva,
más cerca de Saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastra
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.
Estar aquí en la tierra: no más lejos
que un árbol, no más inexplicables;
livianos en otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o no somos, con la sombra,
la memoria, el deseo hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar las sobras de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena
aunque las migas sean amargas.
(Montejo, 2007:
54)
Para Montejo, el misterio está en lo conocido; no hace falta el más allá:
“Estar aquí en la tierra: no más lejos | que un árbol”. En lo tangible estaría, es, lo
grandioso. El fin, es decir, la muerte, es puesta en duda “(si hay un fin)” y, lo
mínimo y lo inmenso se corresponde: las hormigas y las estrellas, la sangre y los
astros.
Esta “terrenalidad” tal vez lleva a Montejo, al final del poema anterior, a
rescatar y darle una cierta materialidad al cuerpo de Pessoa. Este gesto nos parece
interesante, porque no fue Pessoa quien más “peso” le dio a su cuerpo. Según
Isabel Allegro Magalhães, en el ensayo “O gesto e não as mãos”, Pessoa prefiere “o
abstracto em lugar do concreto, a forma e não a substância, ou se quisermos, por
metonímia, o sonho e não a realidade” (Magalhães, 1996: 18).
Pero no por ello podemos decir que Montejo ignorase las características de
la obra y vida de Pessoa. Al contrario, su poema es de corte intertextual: se
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Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
construye en relación con el “texto” múltiple y anónimo que la tradición ha creado
en torno a Pessoa. Un lector que desconozca la obra pessoana, y todo lo que se ha
tejido en torno a él, que además tenga pocas noticias de su biografía, leerá menos
de la mitad del poema. En este caso, es incluso más dependiente que el poema
“Derrota” frente a “Poema em linha recta”.
El poema “La estatua de Pessoa” parece querer liberar y aligerar un poco al
Pessoa de bronce, ahora público y un poco impúdico, que ya no posee ni sus
propios huesos. Este Pessoa icónico es pesado, está endurecido y yace en el
Chiado. Su cuerpo, y en el sentido que denota esta palabra en Montejo, su ser, no
está ahí solidificado; es siempre más leve y libre.
De la heteronimia a los colígrafos
Eugenio Montejo encaró la heteronimia como una herramienta expresiva y
le adjudicó nuevas propuestas estéticas a nuevos nombres de autor, a los cuales
denominó colígrafos. Esta fue una opción relativamente tardía dentro de su obra,
que le permitió una renovación personal y artística. Esa renovación comenzó con la
publicación del libro El cuaderno de Blas Coll, en 1981. En este libro, de índole
narrativa, se cuentan las vicisitudes de un tipógrafo, llamado Blas Coll, que vive en
un lugar ficticio llamado “Puerto Malo”, un espacio “malo” donde Montejo
imaginó la vida de todos los personajes que, como Coll, eran autores de obras
verídicamente propias.
El Cuaderno de Blas Coll está compuesto por los textos que, supuestamente,
habrían sobrevivido de la gran obra ensayística de Coll. Estos textos son
presentados y comentados por Eugenio Montejo, quien se presta a sí mismo como
interlocutor y personaje del libro-escenario de Coll. En el prólogo, Montejo afirma
haber dedicado más de cinco años de su vida a la investigación de este extraño
hombre – Blas Coll – que consagrara su vida a la creación de una nueva lengua.
Según los textos del Cuaderno, la intención de Coll era conseguir, a través de
la transformación del lenguaje, la equivalencia definitiva entre palabra y realidad.
Su primera pretensión era la de modificar el castellano hablado en la costa oriental
venezolana para que éste representara mejor a esta zona del continente americano.
“La vieja lengua materna”, explica Coll, “ya no sirve en estos tórridos climas, y han
de ayudarme a desnudarla para que todo pueda ser dicho más naturalmente”
(Montejo, 2006: 20). Habría, pues, que puertomalizar el castellano, y crear la nueva
lengua, el “colly”, donde las palabras sufrirían múltiples variaciones: “ningún
discurso, por interesante que se suponga, debe sobrepasar los ocho minutos, pues
tal es el tiempo que tarda la luz en llegar del sol a la tierra. Después de ocho
minutos todo lo estamos viendo bajo una luz diferente” (Montejo, 2006: 61).
Así como los heterónimos de Pessoa – Ricardo Reis y Álvaro de Campos –
discuten y se posicionan ante las ideas de Alberto Caeiro, de forma semejante, los
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Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
colígrafos de Montejo – Lino Cervantes, Sergio Sandoval, Tomás Linden y Eduardo
Polo3 – parten de las ideas de Blas Coll para crear su universo literario. En ambos
casos, como en un sistema planetario, existe una figura central (Caeiro-Coll) y
varios discípulos a su alrededor. Sólo que la independencia textual de los
colígrafos de Montejo se ve mucho más mellada que la de los heterónimos de
Pessoa, por las constantes intervenciones de Montejo, que surge permanentemente
como un comentador.
Pero señalemos otros puntos de contacto: así como Álvaro de Campos se
declara deudor de un verso de Caeiro, “E os meus pensamentos são todos
sensações”, y declara, en las Notas para a Recordação do meu Mestre Caeiro, que
“espontaneamente formei a minha filosofía daquela parte da insinuação de Caeiro
de que Reis não tirou nada” (Pessoa, 1997: 37), así mismo, Lino Cervantes, autor de
La Caza del Relámpago, reconoce su deuda en relación con una afirmación de Coll:
“La palabra del hombre tiende en secreto una extensión máxima de dos sílabas,
aunque su ideal expresivo sea siempre la unidad monosilábica” (Montejo, 2006:
13). Así, en su intento de condensación, Cervantes creará poemas, coligramas, como
el que sigue:
Y al final de mi nada sólo un grito de gallo
Finalia nadal grete gal
Falia nagre gal
Falinagre Gal
Grifal
Grial
(Montejo, 2006:100)
En los coligramas de Cervantes, Montejo experimenta la abreviación de
frases o versos enteros en palabras de dos, o menos, sílabas. Crea una especie de
diccionario propio, en donde al leer “Grial” se debe leer el verso del inicio.
El segundo colígrafo ya mencionado, Sergio Sandoval, también recurre a la
brevedad, pero se decanta por los moldes de la copla, de la que Coll había escrito:
“si hemos de elogiar una forma similar [al haiku] en nuestra lengua, un buen
pareado puede servirnos, a lo más una coplita de esas que el pueblo devotamente
repite” (Montejo, 2006: 52). El libro Guitarra del Horizonte, atribuido a Sergio
Sandoval, está constituido por cincuenta coplas, cada una acompañada por un
breve comentario del propio Sandoval, a manera de estudio, lo que contraría el
tono puramente popular de éstas. Transcribimos, como ejemplo, una de estas
coplas con el comentario correspondiente del mismo colígrafo:
Además de estos colígrafos publicados, hay quienes señalen como tales a Jorge Silvestre – del que
sólo se conoce un párrafo en donde comenta el libro de Cervantes – y a Felipe Terrán, sobre el que
Montejo hizo una breve alusión adjudicándole el papel de mecenas de los colígrafos. Por la
insuficiencia de textos bajo su nombre, no los tomaremos en cuenta en este estudio.
3
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
Pregúntale al campanero
por qué las horas que toca
cuando te vas son tan largas
y cuando vienes tan cortas.
¿Qué puede decir el campanero, sino que él también escucha las horas largas y cortas,
según la esperanza vaya y venga? ¿Acaso no ha amado él también, como todos, y sabe por
experiencia lo que el tiempo hace con el amor?…Y la campana silenciosa en la tensión de sus siete
metales, menos sabrá de lo que el badajo hace con quienes la escuchan. También a ella, sin
embargo, debe el tiempo acortarle y alargarle las horas, pero de estos otros inaudibles sonidos no
nos enteraremos. El sereno poeta Teófilo Tortolero algo ha entrevisto de todo ello cuando, con su
extraño stil nuevo, nos confiesa: “Me canto solo como se canta la campana desierta”. Lástima que no
prefiera, para vestir su soledad, el humilde paño de la copla popular.
(Montejo, 1991: 24)
Montejo, que prologa el libro, considera que los comentarios de Sandoval
“constituyen la parte más trabajada de su cuaderno”, puesto que por su misma
sencillez y falta de erudición “prolongan el espíritu de la copla” (Montejo, 1991:
19). Pero también, ve en sus páginas “cierta inclinación provocadora, resuelta a
privilegiar los logros de la tradición folclórica en un tiempo en que la mayoría de
los autores reclama como punto de honor las innovaciones más inéditas” (Montejo,
1991: 19).
Tomás Linden, otro de los colígrafos del poeta venezolano, habría nacido en
1935 en Puerto Cabello y sería hijo de un ingeniero sueco. En 1996 apareció su libro
El Hacha de Seda, compuesto únicamente por sonetos, una forma poética caída en
un relativo desuso como las odas de Ricardo Reis. Linden toma como modelos a
Quevedo y a Góngora. Mientras Ricardo Reis dialoga con las raíces latinas de la
poesía europea, Linden lo hace con el siglo de oro español. Otros modelos son los
primeros poetas castellanos del Nuevo Mundo, como Sor Juana Inés de la Cruz y
Carlos Sigüenza y Góngora. Según Montejo, en el prólogo a El Hacha de Seda, “tal
vez haya sido la necesidad de una mayor justeza formal para vérselas con nuestro
idioma lo que pudo haber fomentado su afición [la de Linden] al soneto”(Montejo,
1996: 6). Citemos uno muy célebre:
Setiembre
Ya está el viejo setiembre ante la puerta,
pidiéndonos las hojas que han caído,
con su morral de andante distraído,
el alma vaga y a pisada cierta.
Ya trae el corno de su voz alerta
un pregón otoñal a cada oído,
que según la distancia de su ruido
más temprano o más tarde nos despierta.
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
Hojas está pidiendo a la arboleda
y a los hombres las horas sin lamento
donde el tiempo afiló su hacha de seda.
A setiembre le basta, como al viento,
lo que cae, lo que parte, lo que rueda,
nada más busca para estar contento.
(Montejo, 1996: 16)
Eduardo Polo, el último de los colígrafos que ya mencionamos, describe la
poesía de Linden de este modo: “Linden halló en nuestra solar claridad la
rectificadora sorpresa de la forma apolínea. Volvemos, pues, a la sabia observación
del viejo Coll, para quien el sol era perfectamente clásico” (Montejo, 1996: 4). Como
Pessoa a sus heterónimos, Montejo hace dialogar a sus colígrafos entre sí,
entrelazando pequeños apuntes y comentarios en los libros de los otros.
Eduardo Polo, también conocido como “el Mago”, es el autor de un libro de
poesía para niños publicado en 2004. El libro se titula Chamario, jugando con un
hecho local: a saber, que en Venezuela el sustantivo “chamo” designa
popularmente a un “niño” o a un “muchacho”. Esa palabra, “chamo”, hace visible
la intencionalidad “venezolanista”, común a Coll y a Polo. En uno de sus poemas
de Chamario leemos estos versos:
Los loros
Dos loros cantando en coro
que estaban en un maizal,
con plumaje verde y oro
y pintas de loro real,
llamaron a un compañoro
para agrandar la coral.
Uno tocaba tamboro,
otro tocaba timbal,
y el tercero o el terzoro
un pianito musical.
Sudando por cada poro
cantaron hasta el final
y cuando se despidieron
volaron a Portugal.
(Montejo, 2004: 16)
Según explica Montejo en el prólogo, Polo, en Chamario, habría pretendido
otorgarle a la literatura infantil en español el estatuto que ésta tiene en otras
lenguas, asumiendo la responsabilidad de comenzar una tradición donde los niños
sean los protagonistas del universo literario. Así, Polo se habría propuesto hacer
poemas sencillos y divertidos, donde la musicalidad aventajara al sentido.
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
Pessoa no escribió un libro para niños, pero sí algunos poemas que se
pueden leer en clave infantil, así como quadras populares y rubaiyat que habría
podido atribuirle a una figura inventada, aunque no lo hizo. Pero si los paralelos
no son exactos, lo cierto es que la creación de heterónimos es un antecedente
inequívoco de la creación de colígrafos, y que el ejemplo de los heterónimos le
sirve a Montejo para renovar y dilatar su obra. De acuerdo con Harry Almela,
Eugenio Montejo “echa mano de los heterónimos para así darle rienda suelta a sus
preocupaciones […] mientras en paralelo continúa cultivando la poesía firmada
con su verdadero nombre” y pone “a salvo a su ortónimo” (Almela, 2008: 4).
Montejo resguardó la poesía que venía desarrollando desde finales de los años
sesenta, mientras experimentaba, en paralelo, nuevas sendas y posibilidades
creativas. Ahora bien: Montejo resguarda una obra propia, pero no un nombre
propio, pues Eugenio Montejo es un pseudónimo que Eugenio Hernández adopta
desde la juventud y esconde muy bien durante años, según explica Francisco
Rivera en Ulises y el laberinto. En este sentido, Miguel Gomes sostiene que Montejo
fue “receptivo a los avatares de la otredad desde temprano” (2007: 20), pensando
en el uso de un pseudónimo personal.
Los colígrafos de Montejo fueron menos prolíficos que los personajesautores creados por Fernando Pessoa, mucho más vastos y autónomos; pero le
sirvieron al poeta venezolano para crear libremente textos breves y divergentes. A
través del ejemplo de Pessoa, Montejo consigue utilizar ese recurso de la
multiplicidad autoral reinventándolo de una manera lúdica y lúcida.
Fig. 3. Portada del libro Chamario del colígrafo Eduardo Polo
con ilustraciones de Arnal Ballester.
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Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
Pessoa, trópico y cordel
Si, como escribe Karlheinz Stierle, la literatura es “un universo de textos”
donde cada nueva obra debe “encontrar um espaço vazio no sistema textual”
(Stierle, 2008: 41), es interesante constatar cómo la obra de Pessoa ha conseguido
un espacio en el sistema textual venezolano, distante y distinto, incluso en el
idioma, al universo literario donde se desarrollara.
Actualmente, obras de otros escritores, como Alexis Romero, Manuel
Llorens y Miguel Gomes, dialogan con la figura o la obra de Pessoa, comprobando
aún más lo fértil de su intervención.
Rafael Cadenas y Eugenio Montejo son los precursores de este sistema
textual pessoano en la literatura venezolana y, como tales, cumplen funciones de
intermediarios. Después de su introducción, la figura de Pessoa se ha vuelto más
próxima, por lo que los poetas contemporáneos se muestran más arrojados a la
hora de tomarle la mano: como Manuel Llorens, en el poema “Pessoa en Chacao”,
en el que traslada a Pessoa hasta Chacao, una zona del este de Caracas.
A Llorens no le basta, como a Montejo, pasear con él por un sitio que le era
conocido, como el Chiado lisboeta, sino que lo invita a vivir en su territorio:
“Fernando Pessoa apareció un día en Chacao | tan resucitado | tan sin Ofelia |
vino a Caracas | a conocer a la Sonora Ponceña | el mondongo a la manera de
Oporto” (Llorens, 2006: 23), en un poema que mantiene un diálogo intertextual con
“Dobrada à moda do Porto” de Álvaro de Campos. Llorens intercala versos de este
poema, para luego “venezolanizarlos”: “sé que en la infancia de todos | hubo una
ciudad como Caracas”, y también: “llena de jaurías | llena de infiernos | sé que al
jugar era su dueño | y la tristeza es de hoy” (Llorens, 2006: 24).
Aunque no queremos extendernos con estos ejemplos recientes, por tratarse
de un tema que correspondería a un estudio posterior, también apuntamos
brevemente la presencia de Pessoa en el principal discípulo de Montejo, el poeta
Alexis Romero, quien publica el mismo año de la muerte de su maestro, en 2008, el
poema “pessoa ha muerto de trópico”. Copiamos la última estrofa del poema:
[…]
pessoa murió de trópico
también lo hará lisboa cuando llegue el barco
y desciendan los niños y las niñas con antiguas fantasías
en sus diarios y cuadernos de pintar garabatos
como presintiendo que sólo los muertos hablan de la vida
que lo hacen y nunca lo sabrán
(Romero, 2008: 77)
Con esta muerte tropical de Pessoa, Romero indica, quizá, la antítesis entre
la ensoñación pessoana y la profusa naturaleza de esta geografía. Mas, es a través
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de su muerte, según dice, que puede hablar de la vida. Y como vemos, ha sido así:
Pessoa nos habla con Montejo más allá de su estatua y, gracias a Llorens,
resucitado entre el ruido y la humedad del trópico caraqueño.
Esta inmersión de Pessoa en la literatura venezolana redefine y
redimensiona su obra y figura. Como nos explica, en “Kafka y sus precursores”,
Jorge Luis Borges: “[cada escritor] modifica nuestra concepción del pasado como
ha de modificar el futuro” (Borges, 1952: 22). Pessoa continua siendo re-creado y
modificado por poetas contemporáneos venezolanos y a partir de estas variaciones
su obra se nos muestra de modos diferentes.
Este Pessoa, introducido por Cadenas y del que se apropiara Montejo, ya no
se pertenece: está en el trópico, expuesto y extendido como un fuerte cordel de
donde penden estas obras. Como todo poeta mayor, su poesía está destinada a
continuar despertando en lectores y escritores nuevas respuestas, por lo que este
cordel se seguirá extendiendo, como cosa viva que se enriquece de cada texto. De
la estatua entumecida, pasamos al cordel donde sólo aquellos que alcancen su
altura, podrán posarse.
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Anexos
I. Poemas de Rafael Cadenas
De Los Cuadernos Del Destierro (1960)
He entrado a región delgada.
Todo lo que canta se reúne a mis pies como banderas que el tiempo inclina.
Aquí el mundo es una estación amanecida sobre corales.
Ésta es la morada donde se depositan los signos de las aguas, el légamo de los navíos,
los mendrugos cargados de relámpagos.
Éste es el huerto de las especias clamorosas, la temporada de arcilla que el océano erige.
Ésta es la fruta de un piélago muerto, la columna desesperada del hambre.
Ésta es la salobre campana de verdor que el fuego crucifica, la tierra donde una tribu
oscura
embalsama un clavel.
Ésta es la tinta trémula del día, la rosa al rojo vivo inscrita en los anales de la selva.
De Falsas Maniobras (1966)
“Rutina”
Me fustigo.
Me abro la carne.
Me exhibo sobre un escenario.
Allí no ofrezco el número decisivo.
Devorarme ¡mi gran milicia!, pero soy también un armador tenaz.
Sé reunirme pacientemente, usando rudos métodos de ensamblaje.
Conozco mil fórmulas de reparación. Reajustes, atornillamientos, tirones, las manejo todas.
A golpes junto las piezas.
Siempre regreso a mi tamaño natural.
Me deshago, me suprimo, displicente, me borro de un plumazo y vuelvo a montar,
montar al carafresca.
(No se trata de rearmar un monstruo, eso es fácil, sino de devolverle a alguien
las proporciones.)
Planto mi casa en medio de la locuacidad.
Me reconstruyo con un plano inefable.
Calma. Ya está. Entro a la horma.
Pessoa Plural: 1 (P./Spr. 2012)
211
Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
De Intemperie (1977)
“Ars poética”
Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.
No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir
brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis
palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.
Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame
la impostura, restriégame la estafa.
Te lo agradeceré, en serio.
Enloquezco por corresponderme.
Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.
De Memorial (1977)
“Recuento”
Fuego erigido por nuestras manos que habían conocido el largo invierno de los círculos.
Antes, sólo tocábamos días sabidos, toda primera vez llevaba un peso que no era suyo.
Hay una isla que sólo ven los ojos nuevos.
Tenías que retomar el hilo oscuro; sentías como una necesidad de devolverte.
De esta aridez responde el huésped que me solicita para su noche.
Te alimentas de tu inútil gestión, luz bastante para no ser derribado, pero insuficiente para
existir.
Al trasluz de tu silencio la cárcel esa.
Un día, de tanto verte, te vi.
Esto te debo: haber restablecido el instante en mis ojos.
Júbilo que no puede morir porque no tiene nombre.
El extraviado sólo quiere ojos limpios, espejos simples para vivir.
Como el salto de la luz en una hoja.
El extraviado sólo quiere ojos limpios, espejos simples para vivir.
La fuente nunca titubeó: éramos nosotros los que le dábamos la espalda.
Resplandor que se desprende sólo para manos vacías.
¿Dónde estabas tú a mi lado?
No dilapidaré tu imagen en el raso donde bebí tantas veces un sordo anís de aplazado.
Pessoa Plural: 1 (P./Spr. 2012)
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
De Memorial (1977) [algunos poemas sin título]
Rostros,
colores de los trajes,
tonos de piel ¡tan inmediatos!
en los ojos
cansados de ser míos.
El que enseñó a leer a los ojos
borró el paraíso.
El dueño tiene miedo
los ojos tienen realidad.
Qué pretensión: darle lecciones a los ojos,
maestros.
Si otro mundo nos es dable
debe ser éste
desde unos ojos
que la diafanidad ha subyugado.
Plasmación ilegible,
herencia escondida,
dominio hierático.
De Amante (1983) [algunos poemas sin título]
Ella, el amante, el anotador
(ningún calígrafo,
un artesano)
se dan
al juego
perenne.
Sólo porque ella
lo nutre
con su boca
él insiste
en transcribir
–recordando
y olvidando sus letras–
sigilos.
Pessoa Plural: 1 (P./Spr. 2012)
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
Eludías
el encuentro
con el tú
magnífico,
el que te toma
y te anula como tempestad
y de ti arranca al que busca.
¿Cómo pudiste vivir
de la idea
que la ocultaba,
con un sabor
que no era el de ella,
huyendo
de su aparecer
que era también el tuyo?
Después de abandonar el Valle de Desaliento
–nigredo cruel–
su decir
se hizo
ofrenda.
El amante custodia tu ara
con las palabras que le concedes,
las de todos los días, pero a otra luz.
(No pueden venir sino de ti,
en él adentrada.)
Y te oye,
o eso cree,
y sabe que tu anillo no se extingue
ni pierde su sonido,
boca
que le da
en su boca el alimento.
No sé quién es
el que ama
o el que escribe
o el que observa.
A veces
entre ellos
se establece, al borde,
un comercio extraño
Pessoa Plural: 1 (P./Spr. 2012)
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
que los hace indistinguibles.
Conversación de sombras
que se intercambian.
Cuchichean,
riñen,
se reconcilian,
y cuando cesa el murmullo
se juntan,
se vacían,
se apagan.
Entonces toda afirmación
termina.
Tal vez
al más pobre
le esté destinado
el don excelente: permitir.
De Gestiones (1992)
“Iniciación”
El que cruza el vestíbulo asignado
se encuentra consigo
por primera vez;
nunca
había visto
su rostro
–la nueva espiga.
“Conjunto residencial”
Aquí se vuelve a oír el viento.
Pasa entre los edificios, mece
los pinos, hiela el autocine.
Morador de ninguna parte,
no puedo decirte: Sé tú, fiero espíritu,
mi espíritu.
Sólo hay una espera
en la noche,
pero nadie tiene el ímpetu para hablarte
como en los tiempos del entusiasmo.
Eres lo que eres, una voz solitaria
que resuena en los aledaños de las ciudades.
Pessoa Plural: 1 (P./Spr. 2012)
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
Las palabras que te dirigían también pasaron
como las alucinantes hojas.
Éste es otro mundo, no hay dirección.
El viento, cuando azota,
golpea el caos.
II. Poemas de Eugenio Montejo
De Élegos (1967)
“Elegía a la muerte de mi hermano Ricardo”
Mi hermano ha muerto, sus huesos yacen
caídos en el polvo. Sin ojos con qué llorar
me habla triste, se sienta en su muerte
y me abraza con su llanto sepultado.
Mi hermano, el rey Ricardo, murió una mañana
en un hospital de ciudad, víctima
de su corazón que trajo a la vida
fatales dolencias de familia.
Mi madre estuvo una semana muerta junto a él
y regresó con sus ojos apaleados
para mirarme de frente. Aún hay tierra
y llanto de Ricardo en sus ojos.
Perdía voz - dejo mi hermana-, tenía febricitancia
de elegido y nos miraba con tanta compasión
que lloramos hasta su última madrugada.
Mamá es más pobre ahora, mucho más pobre.
Mi familia lo cercó. Él nos amaba
con la nariz taponada de algodones.
Todos éramos piedras y mirabamos
un río que comenzaba a pasar.
Lo llevaron alzado como un ave de augurios
y lo sembraron en la tierra amorosa
donde la muerte cuida a los jóvenes.
Cuando bajó, sollozaba profundo.
El rey Ricardo está muerto. Sus pasos
de oro amargo resuenan en mi sangre
donde caminan con fragor de tormenta.
su nombre estalla en mi boca como la luz.
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
Todos lo amamos, mi madre más que todos.
y en su vientre nos reunimos en un llanto compacto:
desde allí conversamos, como las piedras,
con un río que comienza a pasar.
De Muerte y memoria (1972)
“Levitación”
No sé a quién silva mi padre,
en esas tardes tan ausentes,
cuando recuesta su silla de cuero
al frente de la casa.
No sé en qué vuelta de esa silla
llega a otro tiempo, ni en cuál hora
se fuga de nosotros
para hablar a sus muertos.
Pero hay un sobrerritmo
entre signo y silencio
donde se evade; una gran puerta
con que accede al misterio.
De repente se muda
sigiloso y nos deja
su alma en media sombra
atada a fríos silencios.
Nosotros siempre levitamos
bajo ese silvo tan funesto
que en sus adormideras
nos hunde y nos repliega.
De Algunas palabras (1977)
“Islandia”
Islandia y lo lejos que nos queda,
con sus brumas heladas y sus fiordos
donde se hablan dialectos de hielo.
Islandia tan próxima del polo,
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.
Islandia dibujada en mi cuaderno,
la ilusión y la pena (o viceversa).
¿Habrá algo más fatal que este deseo
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?
Es este sol de mi país
que tanto quema
el que me hace soñar con sus inviernos.
Esta contradicción ecuatorial
de buscar una nieve
que preserve en el fondo su calor,
que no borre las hojas de los cedros.
Nunca iré a Islandia. Está muy lejos.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercarla.
Voy a cubrir sus fiordos con bosques de palmeras.
De Terredad (1978)
“Creo en la vida”
Creo en la vida bajo la forma terrestre,
tangible, vagamente redonda,
menos esferica en sus polos,
por todas partes llena de horizontes
Creo en las nubes, en sus páginas
nitidamente escritas,
y en los árboles, sobre todo en el otoño
(A veces creo que soy un árbol)
Creo en la vida como terredad,
como gracia o desgracia.
- Mi mayor deseo fue nacer,
y cada vez aumenta
Creo en la duda agónica de Dios,
es decir, creo que no creo,
aunque de noche, solo,
interrogo a las piedras,
pero no soy ateo de nada
salvo la muerte.
“Güigüe 1918”
Esta es la tierra de los míos, que duermen, que no duermen,
largo valle de cañas frente a un lago,
con campanas cubiertas de siglos y polvo
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
que repiten de noche los gallos fantasmas.
Estoy a veinte años de mi vida,
no voy a nacer ahora que hay peste en el pueblo,
las carretas se cargan de cuerpos y parten;
son pocas las zanjas abiertas;
las campanas cansadas de doblar
bajan y cavan.
Puedo aguardar, voy a nacer muy lejos de este lago,
de sus miasmas;
mi padre partirá con los que queden,
los esperaré más adelante.
Ahora soy esta luz que duerme, que no duerme;
atisbo por el hueco de los muros;
los caballos se atascan en el fango y prosiguen;
miro la tinta que anota los nombres,
la caligrafía salvaje que imita los pastos.
La peste pasará. Los libros en el tiempo amarillo
seguirán tras las hojas de los árboles.
Palpo el temblor de llamas en las velas
cuando las procesiones recorren las calles.
No he de nacer aquí,
hay cruces de zábila en las puertas
que no quieren que nazca;
queda mucho dolor en las casas de barro.
Puedo aguardar, estoy a veinte años de mi vida,
soy el futuro que duerme, que no duerme;
la peste me privará de voces que son mías,
tendré que reinventar cada ademán, cada palabra.
Ahora soy esta luz al fondo de sus ojos;
ya naceré después, llevo escrita mi fecha;
sin que puedan mirarme me detengo:
quiero cerrarles suavemente los párpados.
De Trópico Absoluto (1982)
“Manoa”
No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire,
ningún indicio de sus piedras.
Seguí el cortejo de sombras ilusorias
que dibujan sus mapas.
Crucé el río de los tigres
y el hervor del silencio en los pantanos.
Nada vi parecido a Manoa
ni a su leyenda.
Anduve absorto detrás del arco iris
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
que se curva hacia el sur y no se alcanza.
Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,
-siempre más lejos.
Ya fatigado de buscarla me detengo,
¿qué me importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no fue cantada como Troya
ni cayó en sitio
ni grabó sus paredes con hexámetros.
Manoa no es un lugar
sino un sentimiento.
A veces en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de pronto resplandece.
Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.
De Alfabeto del mundo (1986)
De padre a hijo la vida se acumula
y la sangre que dimos se devuelve
y nos recorre en estremecimiento.
Caen ahogados murmullos de vidrio
esta noche en el mundo
todavía tan negro.
Y la inocencia en su reposo
que en lentas ondas fluye
mientras velo a su lado me atormenta.
Allí en su sueño, tras las nieblas
que nos separan, crece el árbol
por donde torna hacia otro día
mi sangre que aún en él es verde.
Despacio la noche me reintegra
al áspero silencio
que esparcen atónitas estrellas
mientras mi hijo duerme.
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
“Tiempo transfigurado”
A António Ramos Rosa
La casa donde mi padre va a nacer
no está concluida,
le falta una pared que no han hecho mis manos.
Sus pasos, que ahora me buscan por la tierra,
vienen hacia esta calle.
No logro oírlos, todavía no me alcanzan.
Detrás de aquella puerta se oyen ecos
y voces que a leguas reconozco,
pero son dichas por los retratos.
El rostro que no se ve en ningún espejo
porque tarda en nacer o ya no existe,
puede ser de cualquiera de nosotros,
–a todos se parece.
En esa tumba no están mis huesos
sino los del bisnieto Zacarías,
que usaba bastón y seudónimo.
Mis restos ya se perdieron.
Este poema fue escrito en otro siglo,
por mí, por otro, no recuerdo,
alguna noche junto a un cabo de vela.
El tiempo dio cuenta de la llama
y entre mis manos quedó a oscuras
sin haberlo leído.
Cuando vuelva a alumbrar ya estaré ausente.
De Adiós al siglo XX (1992)
“Adiós al siglo XX”
Cruzo la calle Marx, la calle Freud;
ando por una orilla de este siglo,
despacio, insomne, caviloso,
espía ad honorem de algún reino gótico,
recogiendo vocales caídas, pequeños guijarros
tatuados de rumor infinito.
La línea de Mondrian frente a mis ojos
va cortando la noche en sombras rectas
ahora que ya no cabe más soledad
en las paredes de vidrio.
Cruzo la calle Mao, la calle Stalin;
miro el instante donde muere un milenio
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
y otro despunta su terrestre dominio.
Mi siglo vertical y lleno de teorías...
Mi siglo con sus guerras, sus posguerras
y su tambor de Hitler allá lejos,
entre sangre y abismo.
Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios
por un trago, por un poco de jazz,
contemplando los dioses que duermen disueltos
en el serrín de los bares,
mientras descifro sus nombres al paso
y sigo mi camino.
“Lisboa”
También de ti se irá Lisboa,
es decir ya se fue, ya va muy lejos,
con sus colinas de casas blancas,
los celajes de Ulises sobre sus piedras
y la niebla que va y viene entre sus barcos.
Lisboa se fue por esos rumbos del camino
por donde huyó la juventud,
sin que retengas la huella de un guijarro.
Hoy es memoria, ausencia, sueño,
pero palpaste su suelo antes de verla,
su viejo río era esa raya honda
que cruza la palma de tu mano.
Y tal vez si te apresuras la divises,
puede encontrarse tras el muro de ti mismo
donde se expande el horizonte.
Es decir, has de esperarla a cada instante,
suele enunciarse de improviso ante los ojos,
Lisboa se oculta, retorna, va contigo:
hay un jirón de su crepúsculo en la sombra
de quien cruzó una vez sus calles
que lo va acompañando por el mundo
y se aleja con pasos desconocidos.
De Partitura de la cigarra (1999)
“Tal vez”
Tal vez sea todo culpa de la nieve
que prefiere otras tierras más polares,
lejos de estos trópicos.
Culpa de la nieve, de su falta,
–la falta que nos hace
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
cuando oculta sus copos y no cae,
cuando pospone, sin abrirlas, nuestras cartas.
Tal vez sea culpa de su olvido,
de nunca verla en estas calles
ni en los ojos, los gestos, las palabras.
Tantas cosas dependen noche y día
de su silencio táctil.
Nuestro viejo ateísmo caluroso
y su divagación impráctica
quizá provengan de su ausencia,
de que no caiga y sin embargo se acumule
en apiladas capas de vacío
hasta borrarnos de pronto los caminos.
Sí, tal vez la nieve,
tal vez la nieve al fin tenga la culpa…
Ella y los paisajes que no la han conocido,
ella y los abrigos que nunca descolgamos,
ella y los poemas que aguardan su página blanca.
De Papiros Amorosos (2002)
“Otra amapola”
Dentro de tu cuerpo, debajo de sus pétalos,
huidizo, esquivo hasta en la sombra,
hay otro cuerpo que amo.
Otra amapola que abre su perfume
en la red de tus venas, con tus voces
y las palabras de más aire.
Otro cuerpo que ocultas en tu noche
con su luna sonámbula
de senos crecientes y menguantes.
Sólo yo sé escucharlo en sus susurros,
al fondo de su ávida corola
Sólo yo puedo seguirlo entre sus pasos,
palpando a ciegas el tacto de su eclipse
cuando duerme detrás de tus pestañas.
Es tuyo y mío y de la niebla
que lo lleva y lo trae de un tiempo a otro,
la amarga niebla que a veces me lo entrega
o lo esconde en tu carne.
Pessoa Plural: 1 (P./Spr. 2012)
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Bastos
Dos poetas venezolanos lectores de Pessoa
De Partitura de la cigarra (2006)
“Pavana de Lisboa”
El Tajo al fondo, azul e inmenso,
mudando a cada instante de horizontes.
El Tajo, casi mar, casi recuerdo,
según la luz que ondule sobre el agua.
Y a bordo, en cualquiera de sus barcos,
va o viene todavía para llevarlo al África
la parte de mi vida más errante.
Desde el castillo de San Jorge,
en la colina de almenas medievales,
hace ahora más siglos que memorias,
me vi una vez muy lejos de este mundo,
a muchas leguas de mi vida,
en una Lisboa de otra galaxia,
idéntica a sí misma, pero nómada,
con el sólido grito de sus piedras
que gravitaba en un ocaso blanco…
Esta misma Lisboa conmigo a la intemperie,
rodeada de calles en declive
y el humo etéreo de sus barcos;
esta misma Lisboa, pero un Tajo distinto,
incapaz de arrancarnos lo que amamos
para llevarlo a África.
Un Tajo que siempre vuelve de retorno
y nos espera entre uno y otro muelle
y nunca parte.
Pessoa Plural: 1 (P./Spr. 2012)
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