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10.15446/djf.n19.76731
El discurso del odio
manuel rodrIGo aGuIlar pIr
acHIc án*
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia
Glucksmann, André. El discurso del odio. Madrid: Taurus, 2005.
272 páginas.
E
l odio existe. Contra las versiones de la sociología y la
filosofía que ubican el mal en causas exteriores al sujeto,
André Glucksmann defiende como tesis principal de su texto
la existencia del odio tanto en la forma “microscópica de los
individuos como en el corazón de las colectividades gigantescas”. Ante el sueño del mundo como un lugar sin conflictos,
donde el nuevo milenio sería sinónimo de paz y expulsión
definitiva de la crueldad, el autor hace frente a las “legiones
de optimistas y bienpensantes” encabezados por la ONU y
su “sacrosanta ley internacional”1: el odio no desaparece por
decreto, nada impide su retorno en las relaciones humanas,
antes bien, nos hace falta aprender sobre él, ir a los textos que
en Occidente se dedicaron al odio y la crueldad.
De Hesíodo a Freud, de Sófocles a Clausewitz, de
Homero a San Agustín, de Lucrecio a Montaigne, de Séneca a
Lacan, una inabarcable pléyade de autores que —aquí mencionados o no— en la cultura occidental han ido alimentando el
1.
André Glucksmann, El discurso del odio (Madrid: Taurus, 2005), 9.
* e-mail: mraguilarp@unal.edu.co
cómo citar: Aguilar Pirachicán, Manuel Rodrigo. “El discurso del odio (reseña)”.
Desde el Jardín de Freud 19 (2019): 328-333, doi: 10.15446/djf.n19.76731
© Obra plástica: Jim Amaral
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legado literario sobre lo que significa el odio. Legado difícil de
abarcar que al mismo tiempo revela la simpleza y mediocridad
de las explicaciones actuales al declarar víctima de los hechos
y las circunstancias, loco e irracional a todo aquel que enarbola
las banderas del odio. Quien desee reconstruir un estado del
arte sobre la crueldad tiene en El discurso del odio un referente
imperdible. Allí el lector repasará las distintas conjugaciones
según las cuales el humano —único ser destinado a la muerte
a diferencia de los animales sin lenguaje y los dioses inmortales— se hace cuerpo del odio: matar, matarse o hacerse
matar por aniquilar a otro. Si se investiga el odio, su concepto
y expresiones, hay que tomarse en serio el significado de
tales acciones en su tiempo, el sentido descifrable en la trama
simbólica en que se desarrollan, las inquietantes historias sobre
lo que puede hacer un cuerpo entregado a la pasión de odiar.
El autor ofrece un recordatorio que devuelve al discurso
lo que de él se pretendía olvidado, o bien, lo que de él se quería
excluido: el odio, la pasión por agredir y aniquilar que no se
tramita por “la magia de las palabras”. Desconocer su existencia
es negar una pasión humana que siempre nos ha acompañado;
a su vez, esta negación deja al sujeto como pluma al viento
ante las tormentas de la historia. En la época en que todo se
hace explicable, en la medida en que la comprensión media
toda relación, entonces todo se hace excusable. El discurso
de la “comprensión” hace desaparecer al sujeto resaltando su
determinación por causas o factores objetivables:
r e s e ñ a b i b l i o g r á f i c a | f e c H a d e r e c e p c I ó n : 3 1 / 0 5 / 2 0 18 . f e c H a d e a c e p t a c I ó n : 0 7/ 0 6 / 2 0 18 .
Desde el Jardín de Freud [n.° 19, Enero - Diciembre 2019, Bogotá] Issn : ( Impr e s o ) 1657-3986 ( en líne a ) 2256-5477, pp. 328-333.
El pedófilo es víctima de una infancia desgraciada, el asesino
de ancianas arguye una perentoria necesidad de dinero,
los violadores de barriada son hijos de la tasa de paro y
las violaciones colectivas en los sótanos donde las chicas
de quince años son vejadas repetidas veces, se deben a la
escasez de equipamientos sociales. En conjunto, se maquilla
a Bin Laden y se le convierte en un noble o en un pesado
que representa a los humillados y ofendidos planetarios.2
Contrario a la idea de una progresiva consolidación
de la bondad y la paz en el corazón de los seres humanos, el
escritor francés investiga, a través de su definición por autores
occidentales, las manifestaciones del odio y la guerra como
constantes históricas. Encuentra que desde la Antigüedad hasta
el mundo contemporáneo la crueldad ha sabido anidarse en
las relaciones humanas bajo distintos rostros. La voluntad de
aniquilar al otro y hacerle daño intencionalmente es potencial
en cada sujeto, pero solo encuentra detonantes para pasar al
acto del asesinato o la agresión gracias al discurso del odio.
Discurso que en cada época moviliza miedos y pasiones
desbordadas en lugar de límites a la acción humana sobre
los demás seres del mundo. Así, cada momento de la historia
en distintas regiones del planeta ha visto operar el discurso
del odio. Su mecanismo se alimenta de los sentimientos de
ira y dolor que cualquiera experimenta en vida. Ante este
mecanismo desencadenado, las leyes humanas se disuelven;
frente a la divinidad de una ira desatada las normas solo crean
un referente a ser transgredido: el lazo social es trágicamente
amenazado gracias a un dispositivo cultural que funciona
mediante el lenguaje. La palabra se vuelve contra la palabra
para convertirse en acto de violencia. ¿Cómo es posible
convertir el dolor en odio, devolver al discurso lo que rechaza
de plano, e incitar a la guerra a través de la cultura? El odio a
sí mismo tiene la clave tanto de una posible respuesta como
2.
Ibíd., 10.
m anuel rodrIGo aGuIl ar pIr acHIc án [el dIscur so del odIo]
Desde el Jardín de Freud [n.° 19, Enero - Diciembre 2019, Bogotá]
Issn : ( Impr e s o )
de múltiples interrogantes respecto a la constitución subjetiva
y el vínculo social.
En su argumentación, Glucksmann recorre las distintas
figuras literarias y personajes históricos que prueban la existencia del odio en, por y contra Occidente: el ángel exterminador
que se hace bomba humana para atentar contra la vida de
civiles indefensos en nombre de una religión; la creación de la
“bomba H” como parte del proceso de perfeccionamiento
de los dispositivos de aniquilación mutua a nivel planetario; la
persecución en Europa contra el pueblo judío; el exterminio en
masa de poblaciones enteras; los genocidas de ayer y hoy; la
promoción poética del terrorista suicida; la perversión de Jean
Genet cuya escritura presenta a los palestinos como inmolados,
una encarnación del rebelde y divino exterminador que desciende al mundo a impartir “justicia”. Del antiamericanismo de
Heidegger que en 1942 declaraba la participación de EE. UU.
en la guerra como “el último acto de la ahistoricidad y de la
autodevastación”, al antiamericanismo de nuestros días que
promueve en el escenario internacional las acciones terroristas
contra Estados Unidos o sus aliados; en su contra, Glucksmann
llega a nombrar al aliado americano bajo el complejo calificativo de “los liberadores”3.
Todas estas formas del odio, en figuras, acontecimientos, exageradas versiones y obsesivos procedimientos para
causar más daño al otro, son abordadas como fenómenos
culturales que para el autor evidencian su existencia y la
promoción de la crueldad. Pero no se trata de un sentimiento
natural, así como tampoco hay una esencia judía, musulmana
o protestante, ni femenina, “gringa” o extranjera que sea objeto
de odio: el odio existe por el odio a sí mismo, es la cobardía
3.
“¿Qué resorte escondido empuja a los grandes poetas, grandes artistas
escritores y sabios nada tontos en sus especialidades, a jurar que los
estadounidenses usan sistemáticamente armas bacteriológicas en Corea,
a demostrarlo ‘científicamente’ con maquetas de cartón piedra? ¿Por
qué chillan ‘Ridgway es la peste’, convencidos por sus propios embustes,
y abuchean al general de un ejército que acaba de salvarles? ¿Por qué
romper tan rápida y radicalmente contra los liberadores?”. Ibíd., 175.
1657-3986 ( en líne a ) 2256-5477, pp. 328-333.
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de no asumir los fantasmas propios, se odia la imagen que uno
mismo refleja en los ojos de los demás. Por tanto, legitimar
el odio a través del discurso es buscar pretextos, motivos
o fantasías en el otro para conducir la agresividad hacia el
exterior, para tramitarla por fuera de la palabra y alejar su
efecto agresivo sobre las representaciones del yo.
El odio a la mujer se cuenta entre los más antiguos.
Los milenarios prejuicios contra las mujeres a través de las
figuras míticas de “la mujer” que pretenden justificar el odio
a lo femenino son recogidas por Glucksmann, curiosamente
considerado un escritor “neoconservador”: Cherchez la femme!
¡Busca a la mujer! Expresión literaria del siglo XIX que pone
el acento de la sospecha en la mujer al indagar cualquier
conducta extraña o irregular del hombre en el curso de una
investigación criminal. Expresión de Dumas que se cristaliza
en el prejuicio que viene a constituir el discurso del odio a la
mujer, no el único pero sí de los más representativos en la historia de la literatura, al punto que Freud retoma esta expresión en
“La interpretación de los sueños” al descifrar su propio sueño
“respecto a la preocupación de la posibilidad de malograr una
vida a causa de una mujer o de las mujeres”4. En la incógnita
última, en lo real inasible, en el ombligo del sueño: Cherchez
la femme ! De nuevo, las distintas configuraciones míticas del
odio a la mujer en la discursividad de Occidente: Helena, belleza que trae incertidumbres y guerras entre hombres; Lolita,
cuyo rostro es cubierto con el velo o el burka estigmatizando la
feminidad; Pandora, estatua de arcilla transformada en ser vivo
por conspiración de Zeus contra Prometeo, mujer inventada
que reúne en sí las penas y los placeres, un “bello mal” para
los griegos. Pero también Antígona, o la fuerza de la mujer que
“no lucha por conquistar el poder” sino por “imponer límites
infranqueables a una voluntad de omnipotencia”5. O bien,
Diótima mujer teóloga que sostiene la tesis de que “el amor
4.
5.
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no es Dios, sino que es un intermediario, una vía, un camino
privilegiado hacia la divinidad”6. Lo que perpetúa el odio a la
mujer es su debilidad, es decir, la de todos, vulnerabilidad a
la que no escapan los varones, su finitud expuesta al desnudo
en cuanto alter ego de todos los egos; el odio a la mujer camufla
la angustia y la decepción por el odio a sí mismo: “Para no
aceptar el reflejo en el espejo, éste se rompe”7.
El desfile de inusitadas crueldades de las que el siglo
XX es testimonio llevan a la pregunta: ¿Por qué parece forzado
nuestro asombro, en cuanto pasajeros del siglo XXI, ante el
odio que toca a la puerta? Hace falta repasar los hechos y
recordar las fechas que las Ciencias Humanas pueden rescatar
del olvido; en palabras de Imré Kertész —que el autor retoma
como tarea pendiente— “hacer una historia intelectual del
odio del intelecto”. Cuando “el odio nos habla cada día [...] a
golpe de atentado y de chantajes a los rehenes”8, cuando pone
a prueba cualquier idea de humanismo y derechos del hombre,
Glucksmann propone introducirnos en “una ciencia humana del
odio del ser humano”. La denuncia contra las disciplinas
del saber que omiten la existencia del odio, que delimitan su
campo fuera de la subjetividad y el discurso, reenviando toda
reflexión al terreno de las condiciones sociales en calidad de
determinantes objetivos de las acciones del sujeto, es en este
libro una denuncia que busca restituir la capacidad de asombro
ante la racionalidad del mal, su autonomía frente a todo lazo
con el otro, resaltando a su vez la asimilación cotidiana del
discurso del odio.
Si el odio nos habla cada día vale inquietarse por la voz
con que nos habla y el oído que escucha su llamado. Después
de Auschwitz y las cámaras de gas no es posible pensar la
imagen del ser humano sobre un fondo de paz universal; desde
entonces la idea de la paz como estado natural habría quedado
definitivamente abolida. El autor resalta que Merleau-Ponty y
Sigmund Freud, La interpretación de los sueños (1900) (Bogotá: Círculo
de lectores, 1966), 309.
6.
Ibíd., 227.
7.
Ibíd., 229.
Glucksmann, El discurso del odio, 219.
8.
Ibíd., 15.
Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas,
Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura, Revista de Psicoanálisis
Jean Paul Sartre pasan, después de 1945, de cierta esperanza
por el destierro definitivo de la guerra en las relaciones humanas, a un irremediable escepticismo sobre la realización de la
paz, fundado en ambos casos en la experiencia del horror y
la crueldad. El mismo Georges Bataille, seguidor de Sade
cuando era un autor prohibido, “apóstol de las transgresiones”
y para nada fácilmente impresionable, retrocede ante las
evidencias de la “muerte del hombre” y antecede su “constatación angustiada”: si la Universidad como sede del saber en
occidente en la Ilustración tardía llegó a la pregunta sobre qué
es el hombre, entonces las experiencias históricas de la guerra,
de 1914 a 1918, y las posteriores, de 1940 a 1945, imponen
la pregunta por lo inhumano del hombre.
De la mano de Sartre, reitera que no hay final de
la guerra sino únicamente de esta o aquella guerra; peor
aún, las antiguas categorías y el sentido mismo de la guerra
son inadecuadas para aproximarnos a las dimensiones de
la crueldad actual. André Glucksmann utiliza la figura del
terrorista y analiza el propósito del terrorismo; rememora los
atentados del 11 de septiembre del 2001 en Manhattan y del
11 de marzo del 2004 en la estación de tren de Atocha en
Madrid. Lo define en términos militares:
El déspota o el invasor dicen: son terroristas todas las operaciones de una guerra irregular llevada a cabo por combatientes sin uniforme contra otros de uniforme. Es la definición
de Napoleón enfrentado a las guerrillas españolas y rusas, de
los nazis frente a los movimientos de resistencia. [...] Por el
contrario, yo llamo terrorista al ataque deliberado llevado a
cabo por hombres armados contra poblaciones desarmadas.
[...] Es terrorismo la agresión urdida contra civiles en tanto
que civiles, inevitablemente sorprendidos y sin defensa.9
Factor al parecer inédito en la lógica de las conflagraciones anteriores, por el cual la idea de seguridad interior y
geopolítica global cambian según el alcance de los conflictos
9.
y riesgos por venir: ya no se trata de enfrentar ejércitos internos
o externos a una frontera nacional, sino de identificar y aislar
agresores que con pocos recursos producen un gran daño,
que con un bisturí logran hacer estrellar un avión comercial en
lugares urbanos. El propósito de los agentes del terror triunfa
cuando logra imponer la agenda del miedo, el mecanismo
del odio opera alterando los procedimientos regulares y las
decisiones colectivas. Se trata también de recordar que una
de sus expresiones más desbordantes es el terrorismo de
Estado, cuerpo colectivo cuya organización política amplifica
la capacidad de violencia sobre el cuerpo de sus “asociados”.
¿Quieres estudiar la crueldad? ¡Ve a los libros e ilústrate
sobre el odio! No te pierdas la historia escrita por Séneca sobre
el abandono de Medea, quien una vez traicionada envenena la
esposa que Jasón ha preferido, hace arder el palacio real y le
quita la vida a sus propios hijos, no sin antes saborear el cruel
placer de ejecutarlos ante las vanas súplicas del padre. Ya no
será privada de sus hijos, se inflige violencia contra sí misma
como fórmula de justicia, es el odio hecho mujer. Desata el
infierno haciéndose ella misma totalidad a partir del dolor:
“el dolor se vuelve metódico cuando se elige radical, ni fortuito
ni relativo”. Tampoco puedes pasar por alto la cólera de Áyax
descrita por Homero, la apasionada defensa de su orgullo
herido con la gloria militar de Aquiles, quien incluso después
de su muerte es celebrado por el ejército griego. Áyax enceguecido despedaza a sus amigos y ataca su propio campamento,
no advierte que lo que rebana y destroza es en realidad un
rebaño de bueyes. No olvides la historia de Horacio, héroe
romano, sobreviviente entre sus hermanos en la lucha contra
los invasores Curiacios: regresa victorioso pero la ebriedad de
la batalla le impide escuchar la alegría a su alrededor por el fin
de las hostilidades, con su espada da muerte a su hermana a
causa del llanto y el reclamo que le hace por haber asesinado
a su prometido, siendo este un Curiacio enemigo de Roma.
“El furor que desborda en el calor del combate hace olvidar al
Ibíd., 24-25.
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combatiente todas las leyes humanas y divinas. Nada puede
detenerle. Se ha emborrachado de inhumanidad”10.
Para el autor, Freud no hace más que redescubrir,
junto a Eros-deseo, la pulsión de muerte: la cultura Occidental
tiene una singular intuición sobre el poder de destrucción
que alberga. El sacrificio de Medea anuncia la creación de la
bomba humana. Para que estalle solo hace falta transitar los
tres tiempos del odio en su cadena de producción, es decir,
conducir el odio hasta convertirlo una forma de crueldad
absoluta, una forma de goce: la bomba humana se sumerge
en el dolor para generar vacío a su alrededor y en su interior
—tal como Medea “calienta al rojo vivo su sufrimiento” para
alimentarse del dolor—, así se horada la herida, se la rellena
de sal, no se la deja cerrar.
Luego viene el tiempo del furor, cuando el vacío se
proyecta sobre los demás a modo de desgracia, se vierten
sobre ellos las infamias y el odio triunfa sobre el amor pues
no requiere de vínculo alguno, es autónomo, se ha desprendido de todo lazo con el otro para radicalizar el dolor. Áyax
despedaza animales sin sacrificarlos a los dioses, pervierte y
transgrede las leyes en la ceguera de su furia. Finalmente, la
devastación, el nefas de los antiguos juristas latinos, el crimen
cuya maldad insuperable difícilmente pueda ser juzgada por
tribunales humanos, la versión antigua del moderno “crimen
de lesa humanidad”. Maximizar el daño por el daño: Horacio
hiende la espada en su hermana, Medea separa la piel de la
carne de sus hijos. Odiarse a sí mismo, odiar a los demás, odiar
al mundo entero: hacerse uno con la nada a través del odio.
El guerrero clásico, Aquiles, cuenta hasta dos, el campo de
los vencedores y el de los vencidos, el suyo, el de los otros. El
furioso transforma dos en uno, se instala en la ultraguerra. La
masacre deja de ser un medio de combate, se ha convertido
en un fin en sí mismo.11
332
10.
Ibíd., 46.
11.
Ibíd., 68.
No obstante, Glucksmann combate toda consideración
o analogía del rebelde con el protagonista de la tragedia
antigua. Para él los miserables y humillados, marginados y
explotados, siempre han existido y su sufrimiento se extiende
cada vez más sobre la tierra, mas no por ello toman el odio
como bandera para crear devastación y muerte sin fórmula
de juicio. Si pudiéramos, valdría la pena preguntarle al autor:
¿En qué queda el derecho a la rebelión contra las situaciones
de injusticia perpetuadas a la fuerza? ¿Qué habría sido de la
derrota del nazismo en Europa sin el derecho a resistir contra
el tirano invasor? ¿Hay muertes legítimas?
Es una perspectiva apocalíptica, aunque bien fundada,
para la cual la historia humana es el espectáculo de la humanidad caminando hacia el abismo, debacle placentera a los
ojos del espectador pero difícil de creer, pues los espectadores
somos todos asumiendo la responsabilidad de actuar u omitir.
Glucksmann rastrea los síntomas en la epidermis cultural de
la civilización, recuerda una gaceta en la que el compositor
alemán Karl Heinz Stockhausen escribía su admiración por
una obra de arte de majestuosidad incomparable: las torres
gemelas derrumbándose sobre las calles de Manhattan, “mastodontes de la modernidad hundiéndose sobre sí mismas, con
sus grandes racimos de siluetas humanas entre las volutas de
humo negro y rojas”. ¿Por qué rechazar tales delirios en lugar
de incluirlos en los programas de “Ciencias Políticas”?, ¿para
qué criticarlos en lugar de interrogarse sobre la “impudicia
absoluta”? Glucksmann no le teme al odio, por el contrario, hay
que enseñar sobre el odio, recorrer la historia de su destructiva
imaginación, confrontar a los “bienpensantes” que predican
su extinción.
No solo se trata de un “estado del arte” filosófico
sobre el odio, a la manera de requisito académico de una
investigación; es antes bien una preocupación por un discurso
que hace vínculo social solo para amplificar la destrucción
de cualquier vínculo con el cuerpo, con los otros y con el
mundo. Una preocupación que se hace libro. El discurso del
odio es el resultado de pensar el problema de la capacidad de
Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas,
Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura, Revista de Psicoanálisis
destrucción a partir de causalidades psíquicas determinadas
por el propósito de romper todo lazo social. Como “El malestar
en la cultura” investigado por Freud, como el Capital de
Marx —que, junto a Hegel, el autor parece detestar a causa
de los marxistas más que del propio Marx—, se trata de una
angustia por la pasión de gozar, violentar y deshacerse del otro
que la escritura viene a redimir, reenviando un cuadro de la
época que se reconoce como texto en cuanto toca asuntos
estructurales de la organización política de la sociedad y de la
emergencia subjetiva posible en cada tiempo, tomando como
m anuel rodrIGo aGuIl ar pIr acHIc án [el dIscur so del odIo]
Desde el Jardín de Freud [n.° 19, Enero - Diciembre 2019, Bogotá]
Issn : ( Impr e s o )
referente de definición a la literatura. Cada lector decidirá
a su juicio si se trata de un texto donde habla un autor o
de una sucesión de enunciados cuya repetición esconde al
escritor; libro o panfleto, investigación o diatriba subjetiva,
locura o razón, literatura o historia… dualismos que quizá
no se opongan sino aportan diversos rasgos a un mismo
texto. Caminar entre sus amargas páginas es una brusca
invitación a pensar también el amor, la paz y la vida, pero
sin ingenuidades ignoradas: interesante llamado al sujeto del
que suponemos saber.
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