Ricardo PINILLA BURGOS
Memoria y sensibilidad en
Walter Benjamin1
Ricardo PINILLA BURGOS
Universidad Pontificia Comillas, Madrid
Recibido: 02/10/2010
Aprobado: 22/12/2010
Resumen:
En muchos de sus escritos, sobre todo en los de carácter más autobiográfico, Walter
Benjamin ejercita toda una poética del recuerdo y de la memoria en donde la sensibilidad
en todas sus dimensiones cobra un papel determinante. Benjamin evoca y rememora
aspectos puntuales y aparentemente secundarios o meramente subjetivos e incidentales; y
en el modo de hacerlo no atiende a los cauces dominantes de la visibilidad y el concepto;
sino que rescata la imagen o la palabra fugaz o imaginada, y todo un océano de ruidos,
sonidos, aromas y sabores. En este ejercicio se reconoce la influencia de los maestros
franceses que estudió y tradujo (Baudelaire, Proust). El ejercicio de esta poética del
recuerdo afincada en una sensibilidad plural y esquiva y sus posibles influencias apela a
una imprescindible congruencia, a veces malograda, con la noción benjaminiana de la
historia y sus implicaciones críticas y políticas. Benjamin aporta como pocos pensadores,
los elementos para salvar una memoria de lo que, como un aroma, nos asalta de un
fogonazo pero casi, por su aparente insignificancia, apenas nos atrevemos a recordar como
crónica sustantiva de lo que hemos sido y de lo que somos.
1
Ponencia presentada en el III Seminario Internacional Políticas de la Memoria “Recordando a Walter
Benjamin: Justicia, Historia y Verdad. Escrituras de la Memoria, que tuvo lugar en Buenos Aires entre el 26 de
octubre y el 2 de noviembre de 2010. El texto surge como una reflexión ulterior a lo trabajado en el seminario:
“Los espacios de la memoria en la obra de Walter Benjamin” que coordiné junto a la Dra. Ana María Rabe,
organizado por el CSIC y la Universidad P. Comillas; y que tuvo lugar en esta universidad entre marzo y mayo de
2009. Agradezco de corazón a Ana María Rabe, el haber compartido esta importante experiencia docente, así como
sus valiosas enseñanzas y aportaciones sobre la obra de Benjamin y sobre el tema de la memoria.
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Memoria y sensibilidad en Walter Benjamin.
Palabras clave: memoria, autobiografía, rememoración, sensibilidad, sentidos, poética
del recuerdo, filosofía de la historia, teoría crítica.
Abstract:
In many of his writings, particularly those of a more autobiographical character,
Benjamin deploys a whole poetics of remembrance and of memory, a poetics in which
sensitivity, in all of its dimensions, plays a crucial role. Benjamin evokes and recalls
particular and apparently unimportant details, merely subjective and incidental ones; and in
doing so, he does not address the usually prevailing ways of visibility and of concept, but
he rescues instead the forgotten or fantasized image or word, along with a whole realm of
noises, sounds, scents and flavours. In such a practice, the influence of the French masters
whose works Benjamin studied and translated (such as Baudelaire or Proust) has been
clearly traced. The practice of this poetics of remembrance, rooted in a pluralistic and
elusive sensitivity, with all its diverse possible sources of influence, demands an
indispensable and required congruence with Benjamin‟s own conception of history and with
its critical and political implications, though this coherency sometimes remains unattained.
Benjamin, in a way few other thinkers did, provides us with the necessary tools for
preserving the memory of that which, like a fugitive scent, strikes us like a sudden flash,
but which, because of its apparently lack of significance, we would scarcely dare to
remember as a substantial part of the chronicle of what we are and of what we used to be.
Keywords: memory, autobiography, remembrance, sensitivity, senses, poetics of
memory, philosophy of history, critical theory.
palabra que recobra en el sonido
la materia deshecha del olvido
(José Emilio Pacheco)
I.- La autobiografía como problema filosófico y su superación
En la obra de Walter Benjamin encontramos un cuerpo significativo de escritos
autobiográficos y de diarios2. Esto en principio es algo común y casi constante en cualquier
escritor y pensador; más aun en aquellos que, como es el caso, llevaron una existencia
itinerante y de exilio; y tal vez a través de la escritura buscaban un hilo conductor a sus
vidas errantes o a los cambios de lugar. En todo caso, este tipo de escritos en el caso de
Benjamin tiene un significado un tanto especial, y conllevan en muchos casos un ejercicio
riguroso e indagatorio de estilo y de pensamiento. Y no porque Benjamin encontrase
precisamente en el género autobiográfico una vía legítima del filosofar, y aun de la escritura
como tal. En efecto, en un sorprendente y conocido pasaje de su Crónica de Berlín, nos
relata su peculiar relación con el género autobiográfico:
2
Aparecen reunidos en: Walter Benjamin, Gesammelte Schriften VI, Suhrkamp, Frankfurt a.M., 1985 (Citaré
los textos de Benjamin en su traducción al castellano cuando la haya, si varío esta traducción, citaré primero la
edición alemana).
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Si escribo mejor alemán que la mayoría de los escritores de mi generación se lo debo en gran
parte al seguimiento desde hace veinte años de una única regla menor. Dice así: No emplear
nunca la palabra „yo‟, excepto en las cartas. Las excepciones a este precepto que me he
permitido se podrían contar. Ahora bien, eso ha tenido una extraña consecuencia que está
estrechísimamente relacionada con estos apuntes. A saber: cuando un buen día me llegó la
inesperada propuesta de escribir para una revista una serie de glosas de un modo libre,
subjetivo, acerca de todo lo que día a día me pareciese destacable en Berlín – y cuando yo
acepté-, entonces de pronto se reveló que este sujeto que durante años había estado
acostumbrado a permanecer en un segundo plano no se dejaba invitar a salir al escenario tan
fácilmente. Pero muy lejos de manifestar una protesta, echó mano de la astucia… 3.
En Benjamin lo estilístico va íntimamente unido al modo de pensar y al sentido vital
que tiene el ejercicio del pensamiento, y por eso esa norma de omitir el pronombre de
primera persona del singular detecta una posición filosófica respecto a la misma
subjetividad4. A primera vista, esta posición puede recordar a la máxima: De nobis ipsis
silemus (De lo que atañe a nosotros, callamos) de Bacon de Verulamio, y que Kant hizo
célebre al incluirla al comienzo de la segunda edición de su Crítica de la razón pura5. El
parecido no obstante, sin ser falaz en su totalidad, se nos antojaría paradójico a la vista del
trabajo benjaminiano de la memoria, pues acaso lo que rechazaría Benjamin de la
subjetividad, no es que quedase en meras opiniones; como era el temor del clásico inglés;
sino que la subjetividad tejiera precisamente un continuo y un sentido definitivo que
amortiguase el fogonazo que parece constituir la experiencia y también el pensar más
genuinos.
Esa subjetividad aflorará precisamente, como él dice, de un modo atípico en el
momento en el que, al recibir el encargo de realizar para la revista Literarische Welt una
serie de crónicas y glosas berlinesas a principios de los años treinta, se enfrentará a una
escritura de los hechos de la propia biografía con una intención de ser publicados. Es esa
intención la que ahora se pone en cuestión y no la falta de costumbre de escribir de la
propia vida, dado que, como atestiguan los numerosos diarios, Benjamin es un convulso
cronista de sus experiencias; fueran viajes, opiniones, conversaciones, etc.
El proceso de escritura de Crónica de Berlín constituye, como indica Concha
Fernández Martorell, un “taller de recuerdos” 6, esto es un interesante laboratorio y campo
de ensayo en ese recordar entendido como proyecto de escritura pública; un proyecto que
como sabemos, no cuajará en esta Crónica, sino en su magnífico Infancia en Berlín hacia
1900, elaborado ya una vez abandonado Berlín y que aparecerá fragmentariamente en 1933
y 19347.
La Crónica queda como un texto inacabado y acaso menos brillante que Infancia en
Berlín, en efecto, aunque puede considerarse en parte como un texto germinal para
Infancia, y de hecho contiene partes de ésta, junto a otras que no aparecen. Hay que
considerarlos en todo caso textos independientes; más allá de que el primero abarque un
periodo mayor que la infancia8. Ahora bien, la interpretación de que Benjamin rechazase
3
Walter Benjamin, Escritos autobiográficos, trad. Teresa Rocha Marco, Alianza Editorial, Madrid 1996, p.
200.
4
Este aspecto es bien detectado por los editores de su obra Rudolf Tiedemann y Hermann Schweppenhaüser:
cf. W. Benjamin, GS VI, ed.cit., p. 629.
5
Kant, Kritik der reinen Vernunft, B II.
6
En su introducción a: W. Benjamin, Escritos autobiográficos, ed. cit., p. 20.
7
Ibid., p. 21.
8
W. Benjamin, GS VI, ed.cit., p. 631 (Nota de los editores).
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esta primera redacción por incidir en exceso en datos privados9, creo que es algo
insuficiente. El texto de la Crónica no posee una unidad de registro: unas veces hay
recuerdos, otras reflexiones generales sobre el ejercicio de recordar, otras hay incluso
alusiones directamente metatextuales sobre la magnitud que va cobrando el texto.
Posiblemente Benjamin también lo rechazase por razones de estilo y porque el texto nos
muestra de modo tal vez demasiado crudo y vivo, el mismo proceso de trabajo y sus
dificultades. Esto pudo ser un obstáculo a la hora de ser considerado una obra acabada y
presentable por su autor, pero aporta un interesante material al lector y al investigador.
II-. Lugar, hallazgo y presencia: cavar en la memoria
En la Crónica vamos encontrando en efecto una serie de materiales o imágenes que
redefinen el hecho del recordar y que cuestionan de lleno algunos tópicos asumidos. Así, si
en una acepción común, el recuerdo va unido al tiempo; al tiempo pasado que se rememora
y se narra, Benjamin opta en cambio por una imagen espacial y topográfica, directamente
cartográfica: “Hace ya tiempo, años en realidad, que juego con la idea de articular el
espacio de la vida –Bios- gráficamente en un mapa”10. Ese mapa en efecto sería el de la
ciudad de Berlín. Nos dice que elegiría un mapa militar, y no sin ironía, añade: “si los
hubiera del centro de las ciudades. Pero probablemente no existan, lo que sin duda es un
desconocimiento de los futuros escenarios de guerra”11. Esta inquietante premonición nos
indica ya cómo en Benjamin el recuerdo más íntimo nunca puede desprenderse del presente
histórico más acuciante.
Podemos suponer que Benjamin pensaba en estos mapas militares por su detalle, pero
más bien la razón parece ser por su color gris; sobre ese fondo iría poniendo en diversos
colores los lugares relevantes en su vida: las casas de los amigos, los lugares de reunión, del
movimiento juvenil o de la juventud comunista, cafés, hoteles, burdeles, los bancos del
Tiergarten… Podría pensarse que esta imagen es circunstancial o en todo caso adecuada
precisamente a una crónica de lo vivido en una ciudad concreta, en la ciudad de su infancia
y adolescencia; por eso se habla en el pasaje de un “espacio de vida”. Sin embargo, como se
irá descubriendo esa suerte de transformación espacial será clave para la misma superación
de la autobiografía. Y es que:
Los recuerdos, incluso cuando son extensos, no siempre exponen una autobiografía. Y esto no
lo es con toda certeza, ni siquiera de los años de Berlín, de lo que aquí únicamente se trata.
Pues la autobiografía tiene que ver con el tiempo, con el trascurso y con lo tiene que ver con
el fluir constante de la vida. Aquí en cambio se trata de un espacio, de momentos y de lo
discontinuo (vom Unstetigen)12.
La elección del símil cartográfico no es así inocente; ese proyecto imaginario de un
mapa coloreado constituye un espacio de momentos discontinuos, que no trazan un decurso
hilado, una continuidad unida por el tiempo. En un principio idéntica Benjamin estos
momentos con lo “vivido”; y así el mapa nos relataría un “Berlín vivido”, emulando el
título de una obra de Léon Daudet sobre París; y aun de cierta “garantía de duración” de
unos recuerdos de niñez que van y vienen13. La tarea cartográfica no se entiende sin
9
Ibid.
Ibid., p. 466; W. Benjamin, Escritos autobiográficos, ed. cit., p. 190.
11
Ibid.
12
Ibid., p. 489, he variado aquí la traducción, cf. W. Benjamin, Escritos autobiográficos, p. 214.
13
W. Benjamin, GS VI, p. 467; Escritos autobiográficos, p. 191.
10
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navegación, sin incursión en esos recuerdos; y Benjamin cita para ello a un maestro
indiscutible, que por lo demás conoce desde la intimidad de la tarea del traductor: Marcel
Proust. Y advierte que lo que Proust comenzó como un juego (spielerisch), ha tomado “una
seriedad apabullante”; literalmente, que quita el aliento (atemraubend); y una vez abierto
llegará a calificar de “juego mortal”. Benjamin sabe, de la mano de su maestro francés, que
“el que un buen día ha empezado a abrir el abanico del recuerdo, ése siempre encuentra
nuevas piezas, nuevas varillas, ninguna imagen le es suficiente, pues se ha percatado de que
podría desplegarse, de que en los pliegues es donde reside lo auténtico (das Eigentliche):
aquella imagen, aquel sabor, aquel tacto por el que hemos desplegado todo eso; y entonces
va el recuerdo de lo pequeño a lo más pequeño, de lo más pequeño a lo ínfimo, y cada vez
se hace más fuerte aquello con lo que se encuentra en estos microcosmos” 14.
El recuerdo así asumido ahonda en lo mínimo y en la superficie más sensible, en su
aparición carnal y corporal; ese peligroso juego abre un campo que ya es otra cosa que la
autobiografía; es como si lo más íntimo e indescifrable de los recuerdos en su inmediatez se
abriera una intimidad involuntaria a innominada, tal vez derrostrada. Vemos ya en el último
pasaje el papel crucial que jugará la sensibilidad en todo este proceso; una sensibilidad
también acaso recordada o rememorada, pero nunca como unidad o desde la tribuna del
concepto; sino desde una puntualidad se diría deíctica y única: “ese sabor, ese tacto…”. Esa
rememoración de los aspectos y las sensaciones más nimias y secundarias, pueblan ya
desde el principio toda la Crónica de Berlín, y aparecen destiladas y quintaesenciadas en
Infancia en Berlín.
Ahora bien, la cuestión que parece hacerse Benjamin no es hasta dónde, y con qué
detalle podemos recordar, como si de un flash back en el tiempo se tratara, sino qué sucede
en el aquí y ahora de quien recuerda a la manera que enseñó Proust y que Benjamin va
reconociendo en diversas prácticas vitales suyas, como la de perderse en la ciudad, o los
paseos y andanzas, junto a Franz Hessel, su compañero en la traducción de Proust, por París
y Berlín. El aquí y ahora de quien recuerda es precisamente ese medio imprescindible: “El
presente de quien escribe es este medio. Y desde él secciona de otro modo la sucesión de
sus experiencias. Él conoce una nueva y extraña articulación en ellas”15. Quizá no es casual,
que al explicar esta idea, se procede a un rápido recorrido desde la niñez desde el punto de
vista de una conciencia de clase burguesa acomodada que va descubriendo la pobreza y los
pobres desde experiencias muy concretas. Es desde el presente cómo revive escenas de su
niñez que en su momento quedaron grabadas, como la de ese repartidor de propaganda en
la calle al que nadie hacía caso y se deshacía de todos los folletos. Benjamin valorará esta
actitud como una escapatoria estéril; y hace una lectura plenamente política y crítica de esa
escena; pero a su vez la visión y el sentimiento de esa persona con su humillación entre la
masa, se mantiene como fuente innominada de esa reflexión ulterior. Benjamin pone en
práctica seguidamente esa idea del presente como medio ineludible de todo recuerdo; un
presente que en los años treinta del siglo XX en nuestro autor tiene un componente
urgentemente socio-político.
El recuerdo se elabora desde el presente y desde el lenguaje, y éste descubre de nuevo
una memoria que se separa del modelo temporal retrospectivo, y que se abre como espacio
o escenario: “El lenguaje ha indicado de modo inequívoco que la memoria no es un
instrumento de exploración del pasado, sino su escenario. Ella es el medio de lo vivido
igual que es el medio donde las ciudades muertas yacen sepultadas”16. Aquí la imagen
14
W. Benjamin, GS VI, pp. 469 s.; Escritos autobiográficos, pp. 191 s.
W. Benjamin, GS VI, p. 471; Escritos autobiográficos, p. 195.
16
W. Benjamin, GS VI, p. 486; en la versión castellana aparece erróneamente “conciencia” en lugar de
15
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espacial de la memoria se hace pasiva y terrosa; la memoria no es un faro que ilumina el
pasado, sino la arena que mece y mezcla lo vivido; y por eso, hay en ella recuerdo y olvido
a un tiempo. Merece la pena recordar el pasaje en el que Benjamin, seducido de la metáfora
del arqueólogo o el buscador de tesoros, imagina la memoria como esa arena, que lo mismo
guarda y protege, que encubre, desfigura y oculta; y que hay que esparcir y apartar para que
los objetos valiosos reaparezcan, no ya desde los escombros, sino desde su inicial condición
de escombros:
Quien se trate de acercar a su propio pasado sepultado debe comportarse como un hombre que
cava. Esto determina el tono, la actitud de los auténticos recuerdos. Éstos no deben tener
miedo a volver una y otra vez sobre uno y el mismo estado de cosas; esparcirlo como se
esparce la tierra, levantarlo como se levanta la tierra al cavar. Pues los estados de cosas son
sólo almacenamientos, capas, que sólo después de la más cuidadosa exploración entregan lo
que son los auténticos valores que esconden en el interior de la tierra: las imágenes que,
desprendidas de todo contexto anterior, están situadas como objetos de valor –como
escombros o torsos en la galería del coleccionista- …17.
Pero, asumiendo tal vez algo de la sensibilidad más íntima del coleccionista y el
buscador de tesoros, en esta tarea tan importante serán los hallazgos como las búsquedas sin
resultado; y se perderá lo más valioso si se aspira a un “inventario de los hallazgos sin
incluir esta oscura suerte del propio lugar exacto donde los ha encontrado”18. No estamos
pues ante una destilación sin más, en la que la memoria deba ser depurada, y, siguiendo el
símil, casi disipada, para recuperar lo recordado. La memoria como escenario con las
diversas circunstancias y hechos superpuestos y sedimentados constituyen un humus en
realidad indiscernible de los recuerdos, que por lo tanto, no se van “coleccionando” en un
relato continuo, como si de un museo de nuestra vida se tratara: “el recuerdo no (debe)
avanzar de un modo narrativo, ni menos aun informativo” 19. Benjamin apela frente a esto a
un modo “épico y rapsódico” en su sentido más estricto, esto es, a la celebración y
profundización en esos lugares y escenarios de la memoria en sus diversos y discontinuos
sedimentos. El recordar así entendido se convierte en un ejercicio de descubrimiento y de
conocimiento siempre nuevo; en el que nuestro presente se acaba complicando y
comprometiendo sin remedio; pero también nuestra imaginación… y el olvido.
Como indica Bernhard Lypp, ahondando en la propuesta benjaminiana: “Los escenarios
de la memoria han de entenderse como lugares reales o imaginarios en los que el mundo de
la experiencia cotidiana se desplaza a los mundos del recuerdo o del olvido, sea de manera
documental o bien ficticia”20. En esta declaración, B. Lypp fija bien dos elementos
fundamentales de la sensibilidad de la memoria en Benjamin: que además de retener y
recordar, también olvida y cubre; y, no menos importante, que se moverá más allá de la
línea divisoria entre lo real y lo imaginario; como esas palabras de infancia escuchadas y no
comprendidas (como la Mummerehlen21) que abrían significados y sentidos totalmente
“memoria”: Escritos autobiográficos, p. 210.
17
W. Benjamin, Escritos autobiográficos, p. 202; GS VI, p. 486.
18
Ibid.
19
W. Benjamin, Escritos autobiográficos, p 211; GS VI, p. 486.
20
Bernhard Lypp, “Schauplätze des Gedächtnisses. Reflexionen auf den Spuren von Walter Benjamin”. En:
Akzente. Zeitschrift für Literatur, herausgegeben von Michael Krüger. Hanser. Heft 2/April 2010, pp. 181-191; cf.
p. 191. Cito según la traducción que de este texto realizó Ana María Rabe para la conferencia que B. Lypp
impartió en el seminario “Los espacios de la memoria en la obra de Walter Benjamin” al que me refiero en la nota 1.
21
Walter Benjamin, GS IV.I, ed.cit. [Berliner Kindheit um Neunzehnhundert], pp. 260 ss.; Infancia en Berlín
hacia 1900, trad. Klaus Wagner, Alfaguara, Madrid 1990, pp. 64 ss.
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ficticios, o más bien íntimamente reales. El tema del olvido, aparece con gran nitidez en el
pasaje de Infancia en Berlín titulado “Juego de letras” (Lesekasten): “Jamás podemos
rescatar del todo lo que olvidamos. Quizás esté bien así. El choque que produciría
recuperarlo sería tan destructor que al instante deberíamos dejar de comprender nuestra
nostalgia”. Lo olvidado pervive como una sombra de algo irrecuperable. Benjamin hace
estas anotaciones pensando en aquellos procesos iniciales en nuestro aprendizaje que hoy
han devenido costumbre; concretamente en el aprendizaje de la lectura y la escritura, tan
importante para él desde la infancia. Benjamin constata que jamás podrá recordar ese
aprendizaje como tal, en el sentido de la experiencia viva de esa importante iniciación:
“Así, puedo soñar que aprendo a andar. Pero esto no me ayuda de nada. Ahora puedo andar,
pero nunca jamás aprender a andar” 22.
Sin duda vamos viendo elementos que amasan una idea de recuerdo que cuestiona
muchas concepciones asumidas acríticamente y que retan a pensar una memoria tejida de
recuerdo y olvido; de intimidad y de colectividad, de voluntariedad y de azar. Una memoria
sobre todo incorporada y encarnada en el amplio sensorio de lo humano con toda su
labilidad y ambigüedad.
Hay dos elementos de los vistos, en los que parecerá Benjamin detenerse y ahondar, y
que enmarcarían muy bien la consecución indudable que supone el escrito Infancia en
Berlín como una obra casi única en su género. Me refiero al desmarcarse de la memoria
respecto al tiempo lineal, ya aludido; y al primer factor con el que comenzábamos la
exposición; el desmarcarse respecto a la propia vida, a la intención autobiográfica e incluso
biográfica en general. El trabajo de la memoria en Benjamin, como ya se apuntó, se torna
más allá del juego subjetivo, sin renunciar a un ápice de intimidad y poesía, pero con la
mira puesta en el mismo problema de la experiencia humana como tal y la cuestión de su
sentido.
III.- Sobre el momento de la rememoración: la ruptura definitiva con la continuidad
temporal y con el vitalismo. Qué escuchar…
… aunque aquí aparecen meses y años, lo hacen en la figura que tienen en el momento de la
rememoración (Augenblick des Eingedenkens). Esta extraña forma –llámese fugaz o eterna-,
en ningún caso la materia de la que está hecha es la de la vida. Y eso se revela aún menos en
el papel que aquí desempeñará mi propia vida que en el de las personas que eran […] las más
próximas a mi en Berlín23
Este pasaje nos esclarece respecto a las razones, más allá del mero estilo, por las que
Benjamin rehúye de un discurso del recuerdo desde una primera persona que va ordenando
y representando un correlato de su vida. Con un sentido indagatorio y enigmático, y
recordando la paradójica caracterización de esa belleza a la vez fugaz y eterna que buscaba
Baudelaire, nos habla de una forma extraña, rara y ciertamente poco frecuente (seltsame);
de la que si se sabe algo es que no está hecha de vida. Desde este posicionamiento no sólo
hay que entender ese ocultamiento del sujeto y su conciencia más vigilante; sino también
“lo insignificante del papel que en (estos recuerdos) desempeñan los seres humanos”24, algo
que no asusta ni le sorprende confesar a Benjamin conforme ahonda en el trabajo del
recuerdo. Esta declaración no hay que entenderla desde un prisma moral simple, del que se
22
Ésta y la anterior referencia: Walter Benjamin, Infancia en Berlín hacia 1900, ed.cit., pp. 76 s.; GS IV.I,
ed.cit., p. 267.
23
W. Benjamin, GS VI [Berliner Chronik], p. 488; Escritos autobiográficos, p. 212.
24
W. Benjamin, Escritos autobiográficos, p. 214, GS VI, p. 490.
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desprendiera un desprecio o no reconocimiento del otro; casi al contrario. Benjamin sabe,
como sus maestros franceses, también como Nietzsche y sus coetáneos surrealistas; que en
lo no humano, en lo inerte de las cosas puede albergarse un lenguaje de inusitada
profundidad y fecundidad25. Y no es en el escenario de Berlín, sino precisamente en París
donde se le esclareció esa importante experiencia:
…pienso en una tarde en París a la que debo clarividencias sobre mi vida que me
sobrevinieron fulminantemente, con la potencia de la iluminación. Fue precisamente esa tarde
cuando mis relaciones biográficas con los seres humanos, mis amistades y camaraderías, mis
pasiones y amoríos, se revelaron en sus intrincaciones más vivas y ocultas. Me digo a mi
mismo: tenía que ser en París, donde los muros y los muelles, el asfalto, las colecciones y los
escombros, las verjas y las plazas, los pasajes y los quioscos nos enseñan un lenguaje tan
único que en esa soledad que nos envuelve, en nuestro estar sumidos en ese mundo objetivo,
nuestras relaciones con los seres humanos alcanzan la profundidad de un sueño en el que les
está esperando la visión que les revelerá su auténtico rostro26.
Se advierte que los diversos elementos que configuran toda esta singular destilación y
fenomenología del recuerdo, frente a capitalizaciones en realidad que lo desvirtúan,
persiguen un fin común, o más, bien confluyen en un lugar común que es un modo de
iluminación. Cobra también todo su rigor filosófico ese símil de Benjamin como fotógrafo
que fija instantáneas exploratorias de lo real; redefiniéndolo desde la imprimación y el
negativo de su sensibilidad.
Las paradójicas características del recuerdo benjaminiano se mueven desde un complejo
entramado filosófico y de reflexión epocal que encontraremos revelado en otros escritos,
como es el caso de Sobre algunos temas en Baudelaire, de 1939. Allí encontramos un
interesante análisis de la práctica proustiana del recuerdo en la mémorie involontarie como
una “crítica inmanente” frente a la memoria voluntaria, pura o activa, que parece plantear
la noción de Bergson27. El fondo filosófico-histórico de esta oposición se aclara, desde el
principio del escrito, desde un lúcido análisis del lector y el receptor coetáneo de la poesía
de Baudelaire; se trata de un lector inmerso ya en el capitalismo y en la vida urbana, y cuya
experiencia ha sufrido importantes cambios “en su estructura”. Es en este punto en donde
Benjamin interroga a la filosofía; en lo que descubre “una serie de intentos para adueñarse
de la „verdadera‟ experiencia, en contraste con la que se sedimenta en la existencia
controlada y desnaturalizada de las masas civilizadas”28. Benjamin piensa en las llamadas
“filosofías de la vida”, desde Dilthey hasta Jung; y dentro de ellas destaca Bergson,
especialmente su obra Materia y memoria (1896), por proponer un modo de experiencia
desde la memoria, que se opondría frontal y abstractamente al modo de experiencia de la
sociedad industrial naciente, que es el contexto desde el que surge su filosofía. Proust y su
monumental obra Á la recherche du temps perdu; lo interpreta Benjamin en este contexto
como un intento de llevar a cabo desde la literatura ese modo de experiencia, pero, y ahí el
gran valor de la escitura proustiana, y del mismo análisis benjaminiano; en el ejercicio del
25
Esta concepción viene por lo demás abonada por el temprano convencimiento de Benjamin de que: “No hay
acontecimiento o cosa en la naturaleza animada o inanimada que no participe de alguna forma de la lengua, pues
es esencial a toda cosa comunicar su propio contenido espiritual”: W. Benjamin, “Sobre el lenguaje en general y
sobre el lenguaje de los hombres”, en: W. B., Angelus Novus, trad. H.A. Murena, La Gaya Ciencia, Barcelona,
1970, p. 145; cf. también Katrhin Busch, “Dingsprache und Sprachmagie” en: Translate.eipcp.net
(http://translate.eipcp.net/transversal/0107/busch/de ) (2006).
26
W. Benjamin, Escritos autobiográficos, p. 214, GS VI, p. 490.
27
W. Benjamin, “Sobre algunos temas en Baudelaire”, en: W. B., Angelus Novus, trad. H.A. Murena, La Gaya
Ciencia, Barcelona, 1970, p. 29 s.
28
Ibid., p. 28.
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recuerdo y en la inmensa e imposible búsqueda, indagación y cartografía de ese tiempo, y
en definitiva experiencia perdida, aparece un modo inmanentemente opuesto a toda
reconstrucción continua de lo acontecido, aparece una memoria involuntaria mediada por
una sensibilidad que navega en la piel de las cosas, los acontecimientos y los estados
semidespiertos del escritor; y que se pone en marcha desde acontecimientos que se
presentan por azar como un fogonazo; como el gusto de esa madalena en el caso de Proust.
En ese punto tiene lugar una presencia iluminadora y a la vez fugaz que deja en
evidencia lo vacía de recuerdo y de vida que tiene el recuerdo concebible y visible; el
recuerdo racional basado en los tiempos vividos. Pero también, con el inmenso trabajo de
autores como Baudelaire y Proust, también de otros escritores como Kafka, se abre una
nueva objetividad y una revolucionaria manera de entender la sensibilidad antes o más allá
de la conciencia y el conocimiento entendido como control consciente y subjetivo. No es
extraño que en el artículo citado sobre Baudelaire haya un interesante y originalísimo
diálogo con Freud. Este ensayo, por lo demás está plagado de intuiciones de gran valor para
una crítica de la sociedad del inminente y naciente siglo XX, con sus industrias, su
comunicación en prensa, su incremento de la información, etc29.
En todo este análisis, bastante dialéctico, ha de llamar la atención que son los poetas y
los escritores los que realizan esa crítica inmanente de los caminos que abre la filosofía de
la vida como una primera crítica abstracta. Es como si la sensibilidad estética y el juego
aparentemente no serio de la escritura literaria ofreciese un medio y un escenario más
propicio; acaso porque es una literatura desolada de su público tradicional, una literatura
que aunque señalará el signo de la época se produce en el margen, y atendiendo a esas
cualidades insignificantes e irrelevantes que borran la frontera con los deseos, los temores y
lo imaginario30.
El trabajo de Benjamin desde su propia biografía, ya emprendido desde su juventud en
los diarios, pero recuestionado de modo radical en sus trabajos sobre Berlín a inicios de la
década de los treinta, ofrece un testimonio privilegiado de la puesta en práctica inicial, en
“carne propia” cabría decir, de esa búsqueda de sí y de la experiencia en la Europa que
despide casi brutalmente el siglo XIX, con todas sus miserias sin resolver, y se abre con
candor y temblor a un siglo XX, que apenas en diez años, ya era rico no sólo en inventos y
revoluciones sociales, sino también en barbarie y guerra.
Benjamin encuentra en su propia sensibilidad, acaso como gran escritor, toda esa arena
impensada, pero tal vez más que viva de su infancia un campo de urgente búsqueda y
extravío, donde emerge con nitidez la imposibilidad de recordar la impresión 31, el fogonazo
una y otra vez cubierto que redefine y nos retrata en instantánea desvelando lo mas
innombrable de lo que fuimos y somos, sin mayor plan de congruencia.
En esa infancia que tan unida está subterráneamente con el no estar y la muerte, pues
¿desde cuándo tenemos noticia de estar aquí?, encuentra el campo para erigir una de sus
obras más increíbles: Infancia en Berlín hacia 1900. Un escrito que, con toda su belleza y
unidad literaria, no hay que comprender sólo como obra de arte, en sentido usual, sino
29
Cf. el interesante artículo a este respecto, en donde se ubica muy bien este texto con el resto de la obra
benjaminiana: Karen Poe Lang, “Sobre algunos temas en Walter Benjamin”, en: Revista de Ciencias Sociales (Cr),
Año/Vol. II núm. 100 (2003), Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica, pp. 61 -70.
30
Al confeccionar este texto, hallé un interesante estudio, presentado originalmente como tesis doctoral
(Frankfurt a. M, 1994) sobre el “teatro como memoria”; en el que se hace una reivindicación muy afín en principio
a la aquí llevada a cabo de la sensibilidad en la concepción benjaminiana de la memoria: Gerald Siegmund,
Theater als Gadächtnis. Semiotische und psychoanalytische Untersuchungen zur Funktion des Dramas, Guntar
Narr Verlag, Tübingen 1996.
31
W. Benjamin, Escritos autobiográficos, p. 239.
BAJO PALABRA. Revista de Filosofía
II Época, Nº 5 (2010): 69-78
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Memoria y sensibilidad en Walter Benjamin.
como riguroso ejercicio de una nueva mirada del filósofo y del pensador, también del
filósofo y cronista de la historia; de ese “materialista histórico” del que se hablan en las
Tesis de Filosofía de la historia.
En todo caso un análisis estético, en sentido literal, esto es, sensorial de la narración de
Infancia, nos aporta importantes claves de esa práctica que no deberíamos obviar. Benjamin
nos lleva a objetos concretos, a palabras recordadas con significados mágicos, a aromas y
olores, o ruidos y chasquidos. Todo esto no es casual, ni mero reflejo de su pasión y
conocimiento de grandes maestros de la literatura, como Proust. Todo ese material sensible
nos muestra, acaso ya sin despliegue metatextual, como sí lo hizo en la Crónica, cómo no
disolver esa memoria involuntaria, como escribir sin acabar incorporando en “nuestra vida”
y nuestro relato autoidentificador, todo eso que, como la arena y el viento envolvió y
envuelve nuestras vidas y nos configura más acá de lo que decimos ser. El verbo del
cronista, antes de hablar, debe escuchar, dando cuenta tanto de que “nada de lo acontecido
debe darse por perdido para la historia”32, a la vez que sabiendo que el tiempo y sus
extensiones son sólo señuelos y pistas falsas del verdadero recordar. La tarea es difícil y
contradictoria, pero no hay que rendirse y hay que prestar nuestro oído y nuestro cuerpo a
eso que escuchamos; y no aspirando a una objetividad previamente acordada, sino
atendiendo y siguiendo, casi hasta el delirio, siendo fieles a nuestras sensaciones, esas, que
como la felicidad de la lectura o la tristeza ante la miseria, en el caso de Benjamin, cruzan
las fronteras del tiempo y se presentan sin previo aviso. En esa escucha y apertura sensible;
el cronista, el pensador y escritor, nos van contando lo que escuchan:
¿Qué es lo que oigo? No escucho el ruido de los cañones, ni la música de Offenbach, ni
tampoco el silbido de las sirenas de las fábricas, ni los gritos que a mediodía resuenan por la
Bolsa, ni siquiera el ruido acompasado de los caballos en los adoquines, ni la música de las
marchas militares del cambio de la guardia. No, lo que escucho es el breve estruendo de la
antracita que de un cubo de hojalata va cayendo en la estufa de hierro; es el chasquido sordo y
el tintineo de los globos de la lámpara sobre las llantas de latón cuando paras un carruaje por
la calle. Había también otos ruidos, como el chacolotear de la cesta con las llaves, los dos
timbres, el de la escalera principal y el de servicio, y por último, había también el breve verso
que decía. Te voy a contar algo de la „Mummerehlen‟33
Casi como un manifiesto, Benjamin nos hace aquí alarde de una memoria acústica,
acaso acorde con esa idea de entender el fenómeno del déjà vu como resonancia34.
Benjamin no se pregunta por lo que ve, sino por lo que escucha; prestando además atención
hacia algunas determinadas cosas; las más inadvertidas, instantáneas sonoras y ruidosas en
las que seguramente nunca reparamos como tal en ellas como objeto central de nuestra
escucha ni nuestra atención. Hay que advertir, que ya en lo que en el pasaje no es
escuchado hay todo un arsenal para lo que sería una imagen sonora espléndida de toda una
época de finales del XIX. Pero no es todo eso, sino esos chasquidos, estruendos y ruidos
nimios, y palabras casi privadas de realidad; eso y no lo otro; o casi mejor, eso otro y no lo
más destacable, es lo que escucha Benjamin de ese XIX agónico que fue su infancia, y que
antes de este pasaje, asemeja a una concha vacía que pone al oído. Toda una lección de gran
literatura, pero también y sobre todo, de una nueva y audaz sensibilidad para asumir nuestra
memoria y la experiencia plural que nos conforma.
32
Walter Benjamin, “Tesis de filosofía de la historia”, en: W. B., Angelus Novus, trad. H.A. Murena, La Gaya
Ciencia, Barcelona, 1970, p. 78.
33
Walter Benjamin, Infancia en Berlín hacia 1900, ed.cit., p. 66.; GS IV.I, ed.cit., p. 261.
34
W. Benjamin, Escritos autobiográficos, p. 231.
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