Páginas de Filosofía, Año XII, Nº 15 (2011), pp. 5-16
EXPERIENCIA Y NARRATIVIDAD EN WALTER BENJAMÍN
Silvana Vignale
CONICET
Resumen:
En el retorno de las trincheras, se carecía de palabras para expresar
la experiencia vivida. El lenguaje se había quebrado. La
modernidad, el desarrollo del mercado y el capitalismo impiden
que pueda recuperarse aquella experiencia de la autenticidad.
Benjamin desarrolla un profundo análisis entre la pobreza de
experiencia, el vacío del lenguaje, el abandono del arte narrativo y
la entronización de la información. Esta última es pensada como
una relación con el lenguaje que se coloca como antípodas de la
narratividad, pensada por Benjamin como la facultad de
intercambiar experiencias. Abordaremos el vínculo entre
experiencia y narratividad para pensar la infancia como condición
del hombre.
Palabras clave: experiencia – narratividad - infancia
Abstract: The return of the trenches, had no words to express the
experience. The
language was
broken. Modernity, market
development
and prevent capitalism hinder the
experience of
authenticity. Benjamin develops a deep analysis between the
poverty of experience, the gap of language, the abandonment
of narrative art and enthronementof the information. This
is conceived as a relation to language which is registered
as diametrically
opposed
to
the narrative, conceived
by Benjamin as the ability to exchange experiences. Addressing
the link between experience and narrative to think of childhood as
a condition of man.
Key Words: experience – narrative - childhood
Introducción
Intelectual comprometido con su época, Walter Benjamin se convirtió en
uno de los más significativos pensadores sobre la modernidad en la
primera mitad del siglo XX. El conjunto de su obra nos presenta, todavía
hoy, un análisis agudo de la vida moderna y de la crisis social y política
de su momento. En el siglo XIX la modernidad configuró un momento de
SILVINA VIGNALE
6
ensoñación con su promesa de progreso infinito, y en el siglo XX se hizo
necesario presenciar el despertar de ese sueño, que en algunos casos se
tornó una pesadilla. Sin haber construido propiamente una teoría de la
modernidad, Benjamin forjó conceptualizaciones claves para su
comprensión, entre éstas, la resignificación y restauración de la dignidad
de la experiencia.
Encontramos en el pensamiento de Benjamin indicios de un sujeto del
conocimiento que se inscribe en un materialismo histórico, pero no desde
el punto de vista del proletariado de la lucha de clases. El sujeto
benjaminiano se distancia del marxista por su debilidad. Pero se trata de
un sujeto que puede hacer experiencia a partir de su sufrimiento, así
puede conocer lo que los demás no.
El presente trabajo busca establecer nexos posibles entre experiencia y
narratividad, a fin de pensar una subjetividad que se distancia del sujeto
moderno, en cuanto no busca la universalidad y restituye la dignidad a la
experiencia como forma de aprendizaje para la vida, a través del lenguaje
como condición del hombre de dar nombre a las cosas.
1. La experiencia
En la historia del pensamiento occidental, la experiencia no ha tenido un
buen estatuto valorativo. En Platón, la experiencia aparece asociada con
el mundo sensible, con el acceso empírico a la realidad, por tanto con
todo aquello mudable de lo cual no podemos tener conocimiento
verdadero, puesto que la realidad verdadera es aquella suprasensible,
arquetípica e ideal de la cual participan las cosas sensibles sólo en
calidad de imitación.
Ponemos a Platón como ejemplo exponencial en la historia de la
filosofía, con el que luego adhirieron idealistas y se opusieron
materialistas, para mostrar que, desde los comienzos de la filosofía griega
y luego como parte del proyecto de la modernidad, experiencia y ciencia
fueron tomando distancia. La experiencia es siempre singular, irrepetible,
ocasional, íntima de un azar y de un sujeto concreto. Por esto, desde los
orígenes de la ciencia moderna, ésta fue relegada y tuvo por último el
sustituto del experimento. La formulación de Leibniz para separar el
conocimiento de la experiencia con aquella distinción entre verdad de
hecho y verdad de razón, ya coloca la experiencia en un lugar oscuro que
la separa del lugar propio del conocimiento, seguro y estable, que busca
regularidades para poder predecir sucesos, y de este modo garantizar su
pretensión de objetividad y universalidad.
Páginas de Filosofía, Año XII, Nº 15 (2011), pp. 5-16
EXPERIENCIA Y NARRATIVIDAD EN WALTER BENJAMIN
7
Así aparece el experimento sustituyendo a la experiencia, como aquello
que permite la creación de las condiciones de posibilidad, la formulación
teórica, la reducción matemática de la diversidad, el dominio del lenguaje
de la ciencia. Así, toda narración que manifieste una interioridad, una
subjetividad queda desplazada al terreno de las fantasmagorías o el reino
del error, junto con el silenciamiento de los cuerpos.
A Benjamin le toca pensar en los costados de las Guerras Mundiales, en
los cuales la experiencia, tan largamente marginada por el conocimiento
racional, va expirando al tiempo que el hombre queda enmudecido.
En su ensayo Experiencia y pobreza, (también va a repetirlo en El
narrador), Benjamin declara que la cotización de la experiencia ha caído
desde la Primera Guerra Mundial, años en que la humanidad ha tenido las
más espantosas experiencias. “Entonces se pudo constatar que las gentes
volvían mudas del campo de batalla. No enriquecidas, sino más pobres en
cuanto a experiencia comunicable.” [Benjamin, 1998]. 1 No hay
estrategias ante la guerra de trincheras, del mismo modo que no hay
estrategias económicas ante la inflación, corporales ante el hambre o
morales ante el tirano. Estas estrategias no son experiencias válidas en
tanto la vida humana, queda indefensa, puesta en cuestión, en los límites
de la destrucción y el aniquilamiento. Esta pobreza a la que se refiere
Benjamin no es sólo acerca de experiencias personales, sino de la
humanidad toda, y está referida principalmente a la obsesión por las ideas
modernas como las de conocimiento objetivo, la ciencia, y el progreso.
La idea de progreso que se muestra como horizonte en la modernidad, y
que conlleva la evolución de la técnica, desplaza a la experiencia a un
ámbito del cual se pretende huir, porque enfrenta al hombre a la propia
intimidad. Esta nueva “barbarie” se caracteriza por el intento de liberarse
de las experiencias, pero no se trata de una barbarie surgida de la
ignorancia. Con frecuencia se trata de hombres que “saben”, que han
devorado todo aquello que puede presentarse como cognoscible, el
conocimiento y la cultura de la propia época. Pero ese pretendido “saber”
queda exteriorizado, objetivado, sin ninguna relación con la propia
interioridad.
1
“Experiencia y pobreza” En: Discursos interrumpidos I, Madrid , Editorial Taurus,
1998, pag. 167-173. El material fue proporcionado electrónicamente en el curso de
posgrado de FLACSO “Experiencia y alteridad en educación” dictado por Jorge
Larrosa
y
Carlos
Skliar.
Para
consultarlo
puede
verse
también:
http://www.enespiral.net/etapa1/interiors/textos/benjamin-petjades.htm
Páginas de Filosofía, Año XII, Nº 15 (2011), pp. 5-16
SILVINA VIGNALE
8
Sin embargo, Benjamin no acaba siendo pesimista respecto de esta
pobreza de experiencia, no ve en ella algo meramente negativo. Esta
“barbarie” es algo positivo en tanto coloca al hombre otra vez en el
principio, lo lleva a empezar de nuevo, crear algo nuevo desde la
destrucción. Los nuevos creadores, desde el ámbito artístico parecen
expresar al mismo tiempo la falta de ilusión de la nueva época, y sin
embargo su apuesta a ella:
“Un artista tan intrincado como el pintor Paul Klee y otro tan programático
como Loos, ambos rechazan la imagen tradicional, solemne, noble del
hombre, imagen adornada con todas las ofrendas del pasado, para volverse
hacia el contemporáneo desnudo que grita como un recién nacido en los
pañales sucios de esta época.” [Benjamin, 1998].
Su compromiso y lectura de la propia época lo llevan a expresar, del
mismo modo que los artistas que él menciona, un hombre nuevo, creador,
que dará lugar a algo nuevo:
“La crisis económica está a las puertas y tras ella, como una sombra, la
guerra inminente. Aguantar es hoy cosa de los pocos poderosos que. Dios lo
sabe, son menos humanos que muchos- en el mayor de los casos son más
bárbaros, pero no de la manera buena. Los demás en cambio tienen que
arreglárselas partiendo de cero y con muy poco. Lo hacen a una con los
hombres que desde el fondo consideran lo nuevo como cosa suya y lo
fundamentan en atisbos y renuncia En sus edificaciones, en sus imágenes y
en sus historias la humanidad se prepara a sobrevivir, si es preciso, a la
cultura. Y lo que resulta primordial, lo hace riéndose.” [Benjamin, 1998].
Ahora bien, decir que las personas se han vuelto más pobres en cuanto
experiencias comunicables, implica no sólo una pobreza de experiencia,
sino también una pobreza en cuanto al lenguaje.
En el retorno de las trincheras, se carecía de palabras para expresar la
experiencia vivida. El lenguaje se había quebrado. La modernidad, el
desarrollo del mercado y el capitalismo impiden que pueda recuperarse
aquella experiencia de la autenticidad. Benjamin hace un interesante
análisis entre la pobreza de experiencia, el vacío del lenguaje y el
abandono del arte narrativo. Frente a la posibilidad de la narración
aparece un lenguaje técnico y objetivo, distanciado de la experiencia. Se
trata de la información, una relación con el lenguaje que se coloca como
antípodas de la narratividad. Es el pasaje histórico del lenguaje narrativo
al lenguaje informativo, caracterizado por la pérdida de aquel eco de la
experiencia vivida y el advenimiento de un lenguaje funcional y
Páginas de Filosofía, Año XII, Nº 15 (2011), pp. 5-16
EXPERIENCIA Y NARRATIVIDAD EN WALTER BENJAMIN
9
pragmático,
que
se
vuelve
representacionalmente el mundo.
instrumento
para
ordenar
2. Lenguaje y traducción
En la narratividad todavía hay una relación ente lo que somos y lo que
sabemos. La narratividad configura la subjetividad, a partir de ella ésta
también se transforma. En cambio, desde la perspectiva de Benjamin, la
información mantiene separados ambos espacios: el del saber y la
interioridad. Esta escisión entre el ser del sujeto y lo que éste nombra, o
dicho de otra manera, la relación del ser espiritual con el lenguaje como
comunicación a través de las palabras, es la concepción burguesa de la
lengua [Benjamin, 2007, p. 95]. Benjamin vincula al lenguaje con el
hombre de otra manera, en la cual éste comunica su ser espiritual en su
lenguaje (y no a través), su esencia lingüística es por tanto nombrar las
cosas; el hombre es aquél que nombra [Benjamin, 2007, p. 94-95].
Es interesante vincular aquí el lenguaje y la experiencia en la
construcción del conocimiento. Benjamin en el ya citado ensayo Sobre el
lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres dice al respecto:
“El hombre es aquél que nombra, y por ello vemos que habla el puro
lenguaje. Toda naturaleza, en cuanto se comunica, se comunica en el
lenguaje, y por lo tanto, en última instancia en el hombre. Por ello el hombre
es el señor de la naturaleza y puede nombrar las cosas. Sólo a través de la
esencia lingüística de las cosas llega el hombre desde sí mismo al
conocimiento de éstas: en el nombre.” [Benjamin, 2007, p. 95].
En este pasaje se manifiesta una idea respecto del conocimiento, que
nace desde el acto mismo del lenguaje, en el nombrar las cosas. Pero este
acto del nombrar las cosas se encuentra en el orden de la experiencia, se
trata de aquello que mencionábamos como la expresión en el lenguaje y
no a través del lenguaje. Comunicar a través del lenguaje no es otra cosa
que, propiamente, comunicar un objeto a otros hombres, pero no su ser
espiritual.
Debemos tener en cuenta aquí los supuestos desde donde Benjamin
desarrolla el tema del lenguaje de los hombres; y a su base se encuentra
el judaísmo; es por esto que encontramos conceptos como los de “ser
espiritual”, “espíritu” o “revelación” o propiamente su referencia
explícita a la creación del mundo mediante la palabra de Dios, y la
diferencia entre el “verbo” de Dios y el “nombre” de los hombres.
Queremos rescatar el término revelación que toma distancia de dos
concepciones clásicas respecto de la relación entre las palabras y las
Páginas de Filosofía, Año XII, Nº 15 (2011), pp. 5-16
SILVINA VIGNALE
10
cosas. Este concepto hace referencia al contraste que se da entre lo
expresado y expresable con lo inexpresable e inexpresado, y en este
sentido Benjamin habla de la comunidad mágica del lenguaje humano
con las cosas. Leámoslo en sus palabras:
“Mediante la palabra el hombre se halla unido al lenguaje de las cosas. La
palabra humana es el nombre de las cosas. Así, no se puede plantear más la
idea, que corresponde a la concepción burguesa del lenguaje, de que la
palabra corresponda a la cosa casualmente, de que constituya un signo de las
cosas (o de su conocimiento) puesto por una determinada convención. El
lenguaje no brinda jamás puros signos. Pero resulta equívoca también la
refutación de la teoría burguesa por parte de la teoría mística del lenguaje.
Para ésta en efecto la palabra es sin más la esencia de la cosa” [Benjamin,
2007, p. 101]
Así vemos que para Benjamin el lenguaje no es algo meramente
convencional, pero tampoco adhiere a una concepción esencialista que
vincula las palabras y las cosas. ¿Cuál es la perspectiva entonces? Que la
relación entre las palabras y las cosas se vuelve, permítasenos la
expresión, “mágica”, en tanto el nombre que el hombre da a la cosa
depende de la forma en que la cosa se comunica con él. De este modo,
Benjamin parece mostrar una relación con el lenguaje de epifanías, de
apariciones. El nombre o la palabra es aquello que hace que la cosa se
nos muestre, nos aparezca. Es en este sentido también que el lenguaje
desde el punto de vista de la narratividad “dice de nosotros”, nos
configura de alguna manera, puesto que muestra, en el lenguaje de la
experiencia, nuestra relación singular con las cosas.
Esta revelación de las cosas en el lenguaje es lo que permite que
tengamos experiencias, que acontezca para nosotros lo inesperado, lo
innominado. Si la relación entre las palabras y las cosas fuese tal como
la piensa la concepción burguesa del lenguaje, no habría novedad
posible, las cosas podrían remitirse a la repetición, a la reproducción;
pero el lenguaje tiene también esta función creadora en tanto nos
posibilita la novedad. Benjamin refiere esta posibilidad a la traducción.
Nos dice vinculando la receptividad y la espontaneidad que
“el lenguaje posee un término propio, que vale también para esta receptividad
que hay en el nombre para lo innominado. Es la traducción del lenguaje de
las cosas al lenguaje de los hombres.” [Benjamin, 2007, p. 102]
En esta última cita podemos ver la relación que luego Agamben establece
entre infancia, experiencia y lenguaje, puesto que esta traducción se trata
de la traducción de lo que no tiene nombre al nombre, en este sentido el
Páginas de Filosofía, Año XII, Nº 15 (2011), pp. 5-16
EXPERIENCIA Y NARRATIVIDAD EN WALTER BENJAMIN
11
lenguaje no es nunca comunicación de lo comunicable, sino, como señala
Benjamin, símbolo de lo no comunicable
La traducción, por tanto, se trata de una comunicación entre lenguajes,
una transposición de un lenguaje a otro, pero no rige regiones abstractas
de igualdad y semejanza (como aquella que sostendría una postura
esencialista), sino espacios continuos de transformación. Así, podemos
sostener que en el vínculo entre experiencia y narratividad, se da lugar a
un principio de cambio o transformación que modifica el carácter
“natural” de las cosas, así como, si lo pensamos vinculado la
subjetividad, también se distanciaría de una idea en la cual el sujeto es
entendido como una “identidad” cuya característica principal sería su
propia regularidad; en cambio, podemos pensar una subjetividad, desde
el punto de vista en que Benjamin nos presenta la relación del lenguaje
de los hombres con las cosas, que esté caracterizada por las propias
transformaciones que se da en tanto tiene experiencia, o dicho de otro
modo, en la medida en que las cosas se le aparecen como nuevas en tanto
existe este término del lenguaje para lo que la receptividad del nombre se
vuelve sobre lo innominado. El conocimiento tendría lugar en esta
traducción de lo innominado al nombre. El conocimiento, desde esta
perspectiva vincularía al saber con la experiencia y no con la
reproducción.
La traducción no puede quedar al servicio de la mera comunicación.
“¿Qué “dice” una poesía? ¿Qué comunica? Muy poco a aquel que la
comprende. Su razón de ser fundamental no es la comunicación ni la
exposición. Y sin embargo la traducción que se propusiera desempeñar la
función de intermediario sólo podría transmitir una comunicación, es
decir, algo que carece de importancia. Y éste es el signo característico de
una mala traducción. Ahora bien, lo que hay en una poesía –y hasta el
mal traductor reconoce que es lo esencial- ¿no es lo que se considera en
general como intangible secreto “poético”? ¿Se trata entonces de que el
traductor sólo puede transmitir algo haciendo a su vez poesía?”
[Benjamín, 2007, 77-78].
Así planteadas las cosas, la traducción no se reduce a la comunicación de
diferentes lenguas meramente, sino también a aquello que acontece en la
propia lengua, en la medida en que dotamos cada vez de sentido a las
palabras.
Páginas de Filosofía, Año XII, Nº 15 (2011), pp. 5-16
SILVINA VIGNALE
12
3. Entre experiencia y narratividad: la figura de la infancia
La narratividad, aquella capacidad que pareciera inalienable, nos está
siendo retirada, dice Benjamin. ¿A qué se refiere Benjamin con
narratividad? A la facultad de intercambiar experiencias. 2 Se debe
propiamente a la baja cotización de la experiencia antes mencionada. ¿A
qué experiencias se refiere? A aquellas que se transmiten de boca en
boca, de generación en generación, que guardan algún secreto de vida,
singular. Benjamin rescata la figura del narrador a través de un dicho
popular: “Cuando alguien realiza un viaje, puede contar algo”.
Tal vez convenga aquí detenernos, puesto que este dicho popular que
mencionamos (“cuando alguien realiza un viaje, puede contar algo”) dice
de una perspectiva sobre la vida, cuya metáfora es el camino, un hacerse
a cada paso. Se vincula por supuesto a su concepción acerca del tiempo y
de la relación entre pasado, presente y futuro, desarrollado en las Tesis de
la Filosofía de la Historia. Pero lo que nos interesa destacar aquí es esta
relación vinculada a la facultad de intercambiar experiencias.
Miguel Morey, en un ensayo titulado Kantspromenade, invitación a la
lectura de Walter Benjamin, señala el sentido que Benjamin da al paseo:
como metáfora de la forma de la experiencia, puesto que implica un
modo específico de relación entre el recuerdo, la atención y la
imaginación y lo propone como una especie de método para una
experiencia de lo real, algo como un ethos frente a lo real que se vuelve
régimen de relación de uno mismo con uno mismo. Se trata de un método
de quien está y se sabe de paso, opuesto al método arquitectónico que es
espacial y estático, del cual Kant es el máximo exponente (también
podemos encontrar este ideal arquitectónico en la famosa búsqueda de
Descartes de un “punto fijo”, o más adelante, lo que Nietzsche señala
como la “voluntad de verdad” a la que los filósofos aspiran). Este pasar
de lo que pasa, como metáfora de la forma y también como política de la
experiencia, tiene su reivindicación en el contar y lo narrativo, en lo qué
éste tiene de selección de qué es lo que cuenta en el pasar de lo que
(nos) pasa, y de posibilidad de transmitir ese saber de una forma
comunicable. En este sentido, en tanto seres de paso, la verdad es
siempre un trance, y la posibilidad que hay de comunicarla en tanto que
trance, es la narración.
Así, la experiencia es aquello que nos da que pensar, que pone en
movimiento el pensamiento, que nos provoca y coloca frente a nosotros
2
Cf. El Narrador, Madrid, Taurus, 1991.
Páginas de Filosofía, Año XII, Nº 15 (2011), pp. 5-16
EXPERIENCIA Y NARRATIVIDAD EN WALTER BENJAMIN
13
mismos, ante la pregunta ¿qué hacer ante..? Y en este movimiento del
pensar aparece la puesta en escena del lenguaje que intenta decir, narrar,
contar la experiencia del pasar de lo que pasa. En este sentido es
interesante rescatar, para el vínculo entre experiencia, lenguaje e
infancia, cómo concluye Morey con Kantspromenade, haciendo
referencia a que “el Paseante siempre pasea con un niño es siempre el
niño que fuimos quien pasea”.
Quizás en esta figura del niño se halle un modo de comprender la
subjetividad que se encuentra en esa relación de experiencia y
narratividad. El niño o infante como condición del hombre. Benjamin ha
pensado la infancia como dotada de una temporalidad otra, de otro modo
de ver el mundo. La relación que el niño mantiene con las cosas del
mundo no es funcional, sino que cada una de ellas tiene vida, lenguaje
propio, un sentido, una magia, puesto que ven cada cosa como si fuera
única. Se trata por tanto de una intimidad en la infancia con las cosas, no
como lo otro sin más, sino con aquellas cosas que interfieren en la propia
vida, se trata de un entrelazamiento, un encuentro con las cosas. Sabemos
que Benjamin era aficionado a las miniaturas y pequeños objetos, que lo
remitían a ese mundo de la magia que todas las cosas tienen cuando las
vemos por vez primera, siempre.
En esa extrañeza frente al mundo y en ese ver como si fuera la vez
primera radica el lenguaje de la experiencia, puesto que rompe con la
continuidad del mundo, con su precedencia en el lenguaje informativo u
objetivo.
Conviene aquí tener en cuenta que cuando nos referiremos a la infancia,
de acuerdo con los posteriores trabajos sobre Benjamin de Giorgio
Agamben, lo hacemos no desde un punto de vista cronológico en el cual
el lenguaje aparecería luego; y con el advenimiento del “habla”, la
muerte de la infancia. La infancia puede ser conceptualizada como
estatuto originario del hombre, junto con el lenguaje, como una
condición del hombre de la cual no puede separarse, en la cual el hombre,
cada vez se re−inventa. Gracias a esta condición de infancia y lenguaje,
se constituye y a la vez se produce cada vez el hombre como sujeto en
tanto posibilidad de experiencia.
Se trata del mismo modo en que Lyotard se refiere a la infancia como
una condición que manifiesta la tensión entre lo nominado y lo
innominado: “Bauticémosla infantia, lo que no se habla. Una infancia
que no es una edad de la vida y que no pasa. Ella puebla el discurso. Éste
no cesa de alejarla, es su separación. Pero se obstina, con ello mismo, en
Páginas de Filosofía, Año XII, Nº 15 (2011), pp. 5-16
SILVINA VIGNALE
14
constituirla, como pérdida. Sin saberlo, pues, la cobija. Ella es su resto.
Si la infancia permanece en ella, es porque habita en el adulto, y no a
pesar de eso” [Lyotard, 1997, p.13].
Veamos esta relación entre experiencia, lenguaje e infancia. Giorgio
Agamben advierte en Infancia e historia, el vínculo entre experiencia,
lenguaje e infancia, y muestra cómo se ha transformado el núcleo de la
experiencia en el pasaje de la Edad Media y el Renacimiento hacia la
modernidad. Si bien no nos dedicaremos en este trabajo a analizar ese
tránsito y la transformación de la experiencia, queremos destacar la
denuncia de Agamben a la constitución del sujeto moderno sobre el
supuesto del sujeto de lenguaje:
“El sujeto trascendental no es más que el “locutor”, y el pensamiento
moderno se ha construido sobre esa aceptación no declarada del sujeto del
lenguaje como fundamento de la experiencia y del conocimiento”.
[Agamben, 2004, p. 63].
Es decir, no hay sujeto del conocimiento sin el sujeto de lenguaje, para
decirlo en otras palabras, no tendremos conocimientos de las cosas sin
considerar que previamente a este conocimiento necesitamos dar
nombres, y que sólo a partir de esa facultad de nombrar es que puede ser
posible el conocimiento. Sigamos un poco en la lectura de Agamben:
“Por el contrario, la constitución del sujeto en el lenguaje y a través del
lenguaje es precisamente la expropiación de esa experiencia “muda”, es
desde siempre un “habla”. Una experiencia originaria, lejos de ser algo
subjetivo, no podría ser entonces sino aquello que en el hombre está antes
del sujeto, es decir, antes del lenguaje: una experiencia “muda” en el
sentido literal del término, una in−fancia del hombre, cuyo límite
justamente el lenguaje debería señalar.
Una teoría de la experiencia solamente podría ser en este sentido una
teoría de la in
−fancia, y su problema central debería formularse así:
¿existe algo que sea una −fancia
in
del hom bre? ¿Cómo es posible la
in−fancia en tanto que hecho humano? Y si es posible, ¿cuál es su
lugar?”. [Agamben, 2004, p. 64].
La pregunta sigue la dirección de Benjamin cuando señala que el hombre
no puede tener experiencia muda, sino sólo el lenguaje de las cosas
[Benjamín, 2007, p.103]
Agamben establece un vínculo entre infancia y experiencia, ambas
parecen implicarse y constituir la subjetividad. Por tanto, vemos que no
podemos buscar una −fancia
in
anterior e independientemente de la
experiencia, como encontrar un “silencio” previo al sujeto. El hombre es
Páginas de Filosofía, Año XII, Nº 15 (2011), pp. 5-16
EXPERIENCIA Y NARRATIVIDAD EN WALTER BENJAMIN
15
en cuanto nombra, y por tanto una in
−fancia es tensión con el lenguaje,
es aquello que da lugar al lenguaje y que el lenguaje a su vez configura.
Son origen el uno del otro mutuamente. En ese círculo de co−origen es
donde debemos ubicar la experiencia en cuanto infancia del hombre. La
experiencia es, en el texto de Agamben, justamente que el hombre no sea
desde siempre hablante, que haya sido y sea todavía in
−fante, que cada
vez se vuelva a encontrar con el lenguaje para nombrar y nombrarse,
configurar mundo y configurarse.
No podemos así encontrar una “experiencia pura y muda”. Nunca
encontraremos un hombre separado del lenguaje e iniciando el acto de
inventarlo. El hombre se constituye a través del lenguaje. La mudez a la
que Benjamin se refiere no es la ausencia de experiencia, sino el
enmudecimiento frente al horror de las mismas.
Siguiendo con el análisis de Agamben de la expropiación de la
experiencia del mundo contemporáneo, podemos decir que del mismo
modo la infancia ha sido también expropiada. Hasta como lo hemos visto
aquí en tanto la narración ha sido desplazada al lenguaje informativo, y
por tanto, el hombre no es aquél al que una experiencia lo invita a la
palabra, sino quien repite una palabra que no es propia, estandarizada,
universalizada o, si quieren, matematizada. Del mismo modo, al niño se
le ha expropiado la infancia, y en este sentido la misma subjetividad, en
tanto se le imponen estereotipos adultos que se comercializan en el
mercado.
4. Para pensar en la metáfora
Si de acuerdo con Miguel Morey, el paseo es la metáfora de la forma de
la experiencia, esta metáfora nos abre en principio nuevas figuras para
pensar en relación a la subjetividad, atendiendo a ciertos principios,
como el de la transformación. Una política de la experiencia implica,
como dijimos, restaurar la dignidad de la experiencia, y esto requiere,
por un lado, la ausencia de intencionalidad, que se opone al plan
arquitectónico que pretende edificar, en términos filosóficos, “orientarse
en el pensamiento”, sin perderse, teniendo el pensamiento bajo control.
En segundo lugar, el perderse tiene que ver con aquel paseo que es
siempre un primer paseo, por tanto también con la novedad de un
pensamiento mientras se encuentra con lo impensado. En tercer lugar,
implica una voluntad atenta a
romper con toda voluntad de
reconocimiento y con la apertura a la posibilidad del encuentro. Si pasear
es romper con la posibilidad del proyecto, es porque en él se busca lo que
Páginas de Filosofía, Año XII, Nº 15 (2011), pp. 5-16
SILVINA VIGNALE
16
no se espera “se sale al encuentro de aquello que sólo cuando se
encuentra se sabe que se estaba buscando” [Morey, 2004]. Se trata de la
captura del instante o de los rostros del instante, que atestiguan lo que no
pertenece a la representación (a esto llama Benjamin la “experiencia del
aura”).
Una política de la experiencia es entonces aquella que no reduce la
diferencia a lo mismo, ni se refugia en una lógica de la totalidad, sino que
posibilita, desde el punto de vista del pensamiento filosófico, la apertura
de sentidos nuevos. Se trata también de otra política de la subjetividad,
puesto que quizá nos coloque en otra relación con aquello se nos ha dado
como la “identidad”. Una política de la experiencia con nosotros mismos
nos invita a otra perspectiva en aquello de sabernos “seres de paso”,
transformándonos. También otra relación con la verdad, no aquella que
nos es dada previamente, sino una relación que nos permita construirla,
conjugarla con la experiencia.
Bibliografía
Agamben, G. [2004], Infancia e Historia. Destrucción de la experiencia y origen de la
historia. Buenos Aires, Adriana Hidalgo.
Benjamin, W. [1998], “Experiencia y pobreza”. En: Discursos interrumpidos I, Madrid ,
Editorial Taurus, pp. 167-173.
Benjamin, W. [1991], El Narrador. Madrid, Taurus.
Benjamin, W. [2007], Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres.
En: Conceptos de filosofía de la historia. La Plata, Terramar.
Benjamin, W. [2007], “Sobre la tarea del traductor”. En: Conceptos de filosofía de la
historia. La Plata, Terramar.
Lyotard, J. [1997], Lecturas de infancia. Buenos Aires, EUDEBA.
Morey, M. [2004], Kantspromenade, invitación a la lectura de Walter Benjamin.
Barcelona, La Central.
Recibido el 16 de julio de 2008; aceptado el 08 de septiembre 2008.
Páginas de Filosofía, Año XII, Nº 15 (2011), pp. 5-16