DE MI VIDA
Friedrich Nietzche
ESCRITOS AUTOBIOGRÁFICOS DE
JUVENTUD
(1856 - 1869)
[Diciembre, 1856]
Dos apuntes de Navidad
Jueves, 25.12.1856
Hoy, «primer día de fiesta». Es el día más hermoso del año. Si en la
Nochebuena nos alegramos más bien por los regalos, es hoy cuando más se
disfruta de ellos. Esta mañana llegaron también mis amigos Gustav y Wilhelm
para admirar mis regalos. Después de comer, fui a casa de Gustav e hice lo
mismo. Estábamos invitados en casa de Pinder para el reparto de regalos, por lo
que nos trasladamos allí a las seis. De su abuela recibió seis volúmenes de
relatos de viajes y el juego del terceto, de su abuelo, todos los regentes de
Prusia y muchos cuadernos de escritura. De su padre, una maravillosa colección
de minerales que, en gran parte, contiene piedras recogidas por él mismo.
Naumburg, 26.12.1856
Por fin he decidido escribir un diario en el que confiar a la memoria todo
aquello, tanto triste como alegre, que conmueva a mi corazón. Mi intención es
que, pasados los años, pueda aún recordar la vida y los ajetreos de este tiempo
y, en particular, los que a mí se refieren. Ojalá que esta decisión se mantenga
firme aunque surjan en el camino multitud de obstáculos importantes. Y así,
pues, quiero comenzar:
Ahora precisamente nos encontramos en medio de las alegrías de la Navidad.
La esperamos y vimos colmada nuestra espera, la disfrutamos y, ahora, otra vez
nos amenaza con abandonarnos. Hoy estamos ya en el segundo día de fiesta.
No obstante, un sentimiento de felicidad irradia resplandeciente desde la primera
tarde de Navidad hasta la otra, que, con pasos poderosísimos, acude al
encuentro de su destino. Quiero referir, junto al comienzo de mis vacaciones,
también el comienzo de la alegría navideña. Salimos de la escuela; teníamos por
delante el tiempo entero de las vacaciones y, con el, la más hermosa de todas
las fiestas. Ya hacía unos días que, en nuestra casa, se nos había prohibido la
entrada a ciertos lugares. Un velo de misterio difuminaba como la niebla todas
las cosas, para que, luego, el rayo triunfante del sol de la fiesta del nacimiento
de Cristo fuera mucho más vivo. Se recibieron las visitas navideñas; las conversaciones se referían casi exclusivamente a este único tema; yo me
estremecía de alegría cuando, con el corazón lleno de gozo pensando en ellas,
me apresuré a visitar a mi amigo Gustav Krug. Dimos rienda suelta a nuestros
sentimientos pensando cuáles serían los hermosos regalos que habría de
depararnos el día siguiente. Así, con la espera, transcurrieron las horas.
¡Y llegó el gran día!
Cuando me desperté ya entraba la luz de la mañana en mi habitación. ¡Qué
tumulto albergaba mi pecho! Había llegado el día a cuyo término, cierta vez, en
Belén, el mundo supo del gran milagro; además, es el día en el que cada año mi
madre me colma de ricos presentes.
El día transcurrió con lentitud de caracol; hubo que ir a recoger paquetes a la
oficina de correos, con aire de misterio se nos trasladó de la habitación al jardín.
¿Qué habría ocurrido allí mientras tanto? Después fui a la clase de piano, a la
que acudo una vez por semana todos los miércoles. En primer lugar interpreté
una Sonata facile de Beethoven y luego tuve que hacer variaciones. Por fin
comenzó a oscurecer. Mamá nos dijo a mi hermana Elizabeth y a mí: «los
preparativos están llegando al final». Esto nos llenó de alborozo. Luego llegó la
tía; la recibimos con tal algarabía, o mejor dicho, con tal arrebato de júbilo que
hicimos estremecer la casa. A mi tía la acompañaba su criada, que venía
también para ayudar en los preparativos. Finalmente, antes del reparto de
regalos, llegaron la mujer del pastor Harsheim y su hijo.
¡Cómo podría describirse nuestro gozo cuando mamá abrió la puerta! ¡El árbol
de Navidad estaba iluminado ante nosotros y, a sus pies, una gran cantidad de
presentes!. No salté, no, me disparé hacia el árbol, y, cosa curiosa, caí justo en
el lugar que me correspondía. Entonces vi un libro muy hermoso (aunque allí
había dos, pues yo tenía que elegir uno), a saber, El mundo legendario de los
antiguos, profusamente ilustrado con maravillosas imágenes. Encontré también
un patín... *Pero cómo, sólo uno? Cómo se reirían de mí si yo intentara calzarme
un patín en ambos pies. Eso parecería algo muy extraño. ¡Mira! ¿Qué es eso
que hay allí tan oculto? «Soy yo acaso tan pequeño, tan ínfimo para que no
puedas verme», exclamó de improviso un grueso volumen tamaño folio que
contenía doce sinfonías a cuatro manos de Haydn. Un escalofrío de gozo me
traspasó como un trueno entre las nubes; así pues, de verdad, el más grande de
mis deseos se había cumplido; ¡el más inmenso! Al lado descubrí también el
segundo patín y, al acercarme a él para examinarlo, encontré de improviso
todavía un par de pantalones. Ahora contemplé todos mis regalos en conjunto,
preguntando por el nombre de quienes me los habían hecho. ¿Pero quién podría
ser aquél que me había regalado tantas partituras? No recibí otra información
más que la de que se trataba de un extraño que tan sólo me conocía de nombre.
Después se bebió el té y se comió el pastel de Navidad y, una vez que se
marcharon nuestros huéspedes y nos invadió el cansancio, nos retiramos a
descansar.
[Julio 1857]
El Leusch y el valle de Wethau
Quedé con Wilhelm Pinder en hacer una excursión al Leusch, que decidimos
sería al domingo siguiente (éste fue el 19 de julio). Así, a las siete de la mañana
salimos de la ciudad por la Jakobsthor [puerta de san Jacobo]. El tiempo era
muy agradable, pues hacía menos calor qué en días anteriores. En vez de la
polvorienta carretera principal, elegimos el sendero entre los campos, el cual
transcurre junto a la denominada Terraza de los Usitas. Enseguida llegamos a
las yeserías, donde reposamos un poco. Desde aquí vimos ya ante nosotros el
Leusch coronando una altura, con lo que alcanzamos nuestra primera meta.
Entramos en el bosque; aquí todo era frescor, el rocío resplandecía en las
ramas, los pájaros cantaban y el tañido de las campanas llamando a la iglesia
sonaba maravillosamente al oído, a veces débilmente, y oteas, con más
intensidad. La vista desde ahí no es menos bella, puesto que el Leusch se eleva
ya considerablemente sobre Naumburg. En torno al horizonte se extendía un
cerco perfecto de montañas, en su centro descansa Naumburg, cuyos
campanarios brillaban a los rayos del sol. Desde aquí proseguimos hasta el valle
de Wathau, para después tomar el camino del parque comunal hacia casa.
Pronto avistamos una oscura cadena de montañas, que se iba haciendo cada
vez mas grande y, finalmente, teníamos ante nosotros el valle de Wethau. Los
montes que lo rodean están cubiertos de bosque, y tras ellos se eleva todavía
otra cadena de montañas azules. Subimos valle arriba a un pequeño lago[...]
Schönburg
Este castillo, construido por Ludwig el saltador, está situado sobre la ribera del
Saale, a corta distancia de Goseck. Si se viene atravesando por el pueblo del
mismo nombre, se muestra entonces en toda su poderosa grandeza. La
elevadísima torre con su punta redondeada, los bastiones que descienden a pico
sobre las rocas escarpadas, evocan mucho la Edad Media y, realmente, ninguna
comarca ofrece un lugar mejor para un nido de ladrones como ésta, pues un
lado lo circunda el Saale y el otro está protegido por los afilados acantilados.
Subimos hacia el castillo por el camino aún rodeado por restos del muro que lo
limitaba y entramos en el patio de armas, cuya mitad se ha transformado ahora
en jardín. Todavía se encuentra allí un pozo muy profundo sobre el que se ha
construido un tejadito. El jardín está separado del resto del patio por un muro,
pero se comunica con él mediante una puerta. Si miramos a través de las
ventanitas, nos encontramos una maravillosa comarca: ante nuestros ojos se
extiende una vasta pradera surcada sinuosamente por el Saale, que parece una
voluta de plata entre los montes limitados por viñedos. Al fondo está Naumburg
cubierto con un velo grisáceo; a un lado, Goseck, un lugar muy importante en la
historia de la construcción del castillo. Todavía hay aquí una antigua salida del
castillo, a cuyo costado sus habitantes han plantado pequeños huertecillos; aún
quisimos llegar por ella a lo alto de la torre. A través de una estrechísima
entrada, en la que se puede advertir el grosor de los muros, se llega al lóbrego
interior. Cuatro escaleras de escalones muy anchos conducen a otros tantos
pisos; en el primero de ellos todavía hay una vieja chimenea. Llegando arriba,
quedamos consternados de asombro ante la panorámica, que se extiende hasta
Weisenfels. Aquí tuvimos el sublime placer de contemplar la puesta de sol. El
astro se ocultaba lentamente mientras sus rayos doraban las torres de
Naumburg y Goseck. En aquel momento todo era quietud en la naturaleza.
Nieblas grisáceas subían del río, cesó el canto de los pájaros y el campesino
regresaba a su cabaña paterna buscando el descanso de sus fatigas diurnas,
pues el sol ya se había ocultado dando paso a la noche. Nosotros también
dejamos el hermoso castillo, nos despedimos de sus almenas y cedimos nuestro
lugar ala luna, cuyos rayos resplandecían sobre el edificio.
[Agosto-septiembre, 1858]
De mi vida
I
Los años de la niñez
1844-1858
Cuando somos adultos solemos acordarnos únicamente de los momentos más
significativos de nuestra primera infancia. Aunque yo no soy adulto todavía y
apenas si he dejado a mis espaldas los años de infancia y pubertad, he olvidado
ya muchas cosas de aquel tiempo, y lo poco que sé, probablemente sólo lo
retengo porque lo he oído contar. Las hileras de años pasan volando ante mi
vista como si se tratase de un confuso sueño. Por eso no puedo remitirme a
alguna fecha concreta de los diez primeros años de mi vida. Sin embargo, aún
poseo algo claro y vivo en mi alma, y eso es cuanto desearía, uniendo luces y
sombras, plasmar en un cuadro. Pues, ¡qué instructivo es poder observar lo
diverso del desarrollo de la inteligencia y el corazón y la omnipotencia de la
Providencia Divina que los guía!
Nací en Röcken1, junto a Lützen, el 15 de octubre de 1844; en santo bautismo
recibí el nombre de Friedrich Wilhelm. Mi padre era predicador de este lugar y de
los pueblos vecinos Michlitz y Bothfeld. ¡El modelo perfecto de un clérigo rural!
Dotado de espíritu y corazón, adornado con todas las virtudes de un cristiano,
tuvo una vida callada y humilde, pero feliz; fue querido y respetado por todos
cuantos le conocían. Sus finos modales y su ánimo sereno embellecían las
reuniones a las que se le invitaba. Desde el momento en que aparecía se hacía
merecedor del aprecio de todos. Sus horas de ocio las dedicaba a las bellas
letras, las ciencias y la música. Poseía una notable habilidad como pianista,
especialmente en la improvisación de variaciones. [... ... ...]2
La aldea de Röcken se encuentra a media hora de camino de Lützen, al borde
mismo de la carretera comarcal. Rodeada de bosques y estanques, es tan bella
que el caminante al que por allí conduce su ruta no tiene por menos que dirigirle
una amistosa mirada. Sobre todo, llama la atención la torre de la iglesia cubierta
de musgo. Todavía puedo acordarme bien de cuando una vez iba con mi
querido padre de Lützen a Röcken y, a medio camino, anunciaron las campanas
con tono solemne la fiesta de Pascua. Ese tañido resuena tan a menudo una y
otra vez en mi interior, que incluso ahora, desde la distancia, me hace recordar
con melancolía la añorada casa paterna. ¡Con qué viveza recuerdo el
camposanto! ¡Cuántas preguntas no haría, al ver la antigua, antiquísima cámara
mortuoria, acerca de los féretros y los negros crespones, de las viejas
inscripciones de las lápidas y los sepulcros! Pero si ninguna de estas imágenes
desaparece de mi alma, la que menos olvidaré es la del edificio tan entrañable
de la casa parroquial, puesto que con tanta fuerza ha quedado grabado en mi
memoria. La casa fue construida hacía poco tiempo, en 1820, y por eso se
hallaba en muy buen estado. Algunos escalones conducían a la planta baja.
Todavía puedo acordarme de la habitación de estudio en el último piso. Las
hileras de libros, entre ellos algunos con estampas, y la gran cantidad de
pergaminos, hacían de este lugar uno de mis preferidos. Detrás de la casa se
extendía un prado de hierba y árboles frutales. Una parte de éste solía cubrirse
de agua en primavera, al tiempo que, como de costumbre, también se inundaba
la bodega. Ante la vivienda se abría el patio, con el granero y los establos, que
conducía al jardín de las flores. Bajo las pérgolas y en los bancos del jardín
transcurría casi todo mi tiempo. Tras el vallado verde estaban los cuatro
estanques, rodeados por una floresta de sauces. Mi mayor placer consistía en
poder ir de un lado para otro entre ellos, admirar el reflejo de los rayos del sol en
el espejo de sus superficies y entretenerme atisbando los juegos de los audaces
pececillos. Aún debo mencionar algo que siempre me llenó de secreto temor. En
una parte de la lóbrega sacristía de la iglesia había una imagen de San Jorge,
esculpida en piedra con gran habilidad y de un imponente tamaño. La
majestuosa figura, las armas temibles y la penumbra poblada de misterios
hacían que la contemplase con miedo. Según cuenta la leyenda, los ojos del
santo brillaban de una manera horrible, y todos cuantos lo veían quedaban
sobrecogidos de pavor. En torno al camposanto se extienden pacífica y
sosegadamente las alquerías y los huertos de los campesinos. La paz y la
armonía reinan en cada cabaña, siéndoles ajeno el tumulto de las pasiones. Los
habitantes del pueblo sólo lo abandonan en contadas ocasiones, si acaso en la
época de las ferias anuales, cuando pandillas de muchachos y de mujeres se
acercan hasta la animada Lützen para admirar el gentío y el esplendor de las
mercancías. Normalmente, Lützen es una ciudad sencilla y pequeña, que no
muestra a simple vista su importancia histórica. Dos veces fue escenario de
extraordinarias batallas, su suelo bebió la sangre de la mayoría de las naciones
europeas3. Aquí se elevan gloriosos monumentos que proclaman con lengua
elocuente la memoria de los héroes caídos. A una hora de Röcken se encuentra
Poserna, famosa por ser el lugar de nacimiento de Seume4, aquel auténtico
patriota, hombre leal y excelente poeta. Desgraciadamente, ya no se conserva
su casa. Desde 1813 estaba en ruinas; ahora, un nuevo propietario ha
construido otra, grande y hermosa, en el mismo sitio. El pueblo de Sässen,
situado a tres cuartos de hora de distancia, es también interesante debido a un
túmulo prehistórico que fue desenterrado allí hace muy poco tiempo. Mientras
nosotros vivíamos tranquilos y felices en Röcken, violentos acontecimientos
conmocionaron a casi todas las naciones europeas5. La mecha estaba ya
dispuesta desde hacía muchos años en todas partes; sólo hizo falta una
pequeña chispa para que se organizase el incendio. De la lejana Francia llegó el
primer eco de las armas y el primer canto de guerra. La terrible Revolución de
Febrero en París se propagó por todas partes con inusitada rapidez. «Libertad,
igualdad y fraternidad» fue la consigna que resonó por todos los países; tanto el
hombre humilde como el notable alzaban el acero, unos por una parte y otros
por otra, contra el Rey. La lucha revolucionaria parisina fue secundada por la
mayoría de las ciudades prusianas y, a pesar de la rapidez con la que se la
reprimió, se mantuvo vivo en el pueblo aún por mucho tiempo el anhelo de una
«República Alemana». A Röcken no llegaron las oleadas de la insurrección,
aunque todavía recuerdo bien el paso por la carretera de algunos carros
cargados con grupos de gentes jubilosas y banderas hondeando al viento.
Durante esta época fatal tuve además un hermanito, que en el santo bautismo
recibió el nombre de Karl Ludwig Joseph, un niño adorable. Hasta entonces
siempre nos habían sonreído la fortuna y la felicidad, nuestra vida transcurría
sosegadamente como un luminoso día de verano; pero de pronto se formaron
negras nubes, los rayos hendieron el espacio y el cielo descargó sus golpes
demoledores. En septiembre de 1848 mi amado padre enfermó «psíquicamente»6 de manera repentina. Sin embargo, todos nosotros nos
consolábamos pensando en un rápido restablecimiento. Siempre que un día se
sentía un poco mejor, pedía que le dejasen predicar e impartir horas de
catequesis, pues su espíritu inquieto no podía permanecer inactivo. Varios
médicos se esforzaron en identificar la esencia de la enfermedad, pero no
obtuvieron éxito alguno. Entonces hicimos venir hasta Röcken al famoso doctor
Opolcer, que se encontraba en Leipzig por aquellos días. Ese hombre
extraordinario encontró enseguida el lugar en el que tenía que localizarse la
enfermedad. Para nuestro espanto diagnosticó un reblandecimiento cerebral,
que aunque aún no era desesperanzado, sí era muy peligroso. Mi querido padre
tuvo que padecer terribles dolores, pero la enfermedad no remitía, sino que de
día en día se manifestaba con mayor intensidad. Finalmente hasta le privó de la
vista, por lo que tuvo que soportar en eterna oscuridad el resto de su suplicio.
Esta situación se prolongó todavía hasta julio de 1849; entonces llegó el día de
la liberación. El 26 de julio cayó en un profundo letargo del que apenas si
despertaba de vez en cuando. Sus últimas palabras fueron: «¡Fränzchen,
Fränzchen7! ¡Ven! ¡Madre, escucha, escucha...! ¡Ay, Dios!» Después se durmió
callada y dulcemente. †††† el 27 de julio de 1849. Cuando me desperté por la
mañana, sentí a mi alrededor llorar y sollozar desconsoladamente. Mi querida
madre entró en la habitación bañada en lágrimas, prorrumpiendo en lamentos:
«¡Ay Dios! ¡Mi pobre Ludwig ha muerto!». A pesar de que yo era todavía muy
joven e inexperto, tenía ya una idea de lo que era la muerte; el pensamiento de
saberme separado para siempre de mi querido padre me sobrecogió de pronto y
comencé a llorar desconsoladamente.
Los días siguientes transcurrieron entre lagrimas y preparativos para el
entierro. ¡Oh Dios! ¡Yo era un huérfano sin padre y mi querida madre, viuda!...
El 2 de agosto se confiaron al seno de la tierra los restos mortales de mi
amado padre. La tumba había sido mamposteada a expensas de la comunidad.
La ceremonia comenzó a la una del mediodía, al toque de todas las campanas.
¡Nunca dejaré de oir sus sordos tañidos!, ¡Jamás podré olvidar la lúgubre y
susurrante melodía del lied «Jesús es mi esperanza»! Por todas las galerías del
templo tronaba la música del órgano. Se había congregado una gran multitud de
parientes y conocidos, casi todos los clérigos y los maestros de los alrededores.
El Sr. pastor Wimmer pronunció el sermón en el altar, el superintendente Wilke
habló en la tumba y el Sr. pastor Obwalt, en la bendición. Después se bajó el
féretro, cesaron las graves palabras del sacerdote y el más querido de los
padres nos fue arrebatado a sus deudos. Un alma creyente perdía la tierra, una
piadosa recibía el cielo.
Cuando se priva a un árbol de su copa, se marchita, se vuelve estéril y los
pajarillos abandonan sus ramas. A nuestra familia se le había privado de su
cabeza principal; toda alegría abandonó nuestros corazones, dominándonos una
profundísima tristeza. Pero cuando apenas comenzaban a cicatrizar las heridas,
de nuevo fueron dolorosamente desgarradas. Por aquel entonces soñé que oía
música de órgano en la iglesia, como la que se toca en los funerales. Al intentar
averiguar su causa, se abrió de pronto una tumba y vi salir de ella a mi padre,
envuelto en su mortaja. Entró apresuradamente en el templo y enseguida volvió
a salir con un niño pequeño en brazos. La losa de la sepultura se abrió, mi padre
entró dentro y la tapa cayó otra vez sobre la abertura. En ese mismo instante
cesó de sonar la tenue música de órgano y me desperté. El día que siguió a esta
noche, el pequeño Joseph se sintió mal de repente, comenzó a tener espasmos
y murió a las pocas horas. Nuestro dolor fue inmenso. Mi sueño se había
cumplido por entero. Además, el pequeño cuerpo pudo ser todavía depositado
en los brazos de nuestro padre. El Dios Celestial fue el único amparo y consuelo
que tuvimos en esta doble desgracia. Esto sucedió a finales de enero de 1850...
Se acercaba el tiempo de separarnos de nuestro querido Röcken. Todavía me
acuerdo del último día y la última noche que pasamos allí. Al atardecer, jugué
con otros niños sabiendo que ésa sería la última vez. La campana vespertina
extendía -su melancólico tañido sobre los campos, un mate oscuro se cernía
sobre la tierra, en el cielo brillaban la luna y las trémulas estrellas. No pude
dormir mucho tiempo. A las doce y media de la noche bajé otra vez al patio.
Estaban cargando los carros. La luz tenue de los fanales iluminaba melancólicamente la escena. En aquel momento me parecía imposible que mi hogar pudiese
estar en otra parte. ¡Qué doloroso era separarse del pueblo en donde habíamos
sentido tanta alegría y tanto dolor, donde quedaban las queridas tumbas del
padre y del hermanito, en donde los habitantes del lugar nos habían tratado
siempre con amor y amistad! Apenas iluminó la aurora los campos, ya se encontraba el coche rodando por la carretera, llevándonos hacia Naumburg, donde
nos esperaba un nuevo hogar. ¡Adiós, adiós, querida casa paterna!
La abuela, acompañada de tía Rosalie8 y la sirvienta, viajaba delante, y
nosotros las seguíamos tristes, muy tristes. En Naumburg nos esperaban tío
Dáchsel9, tía Riekchen y Lina10. El alojamiento que se había dispuesto para
nosotros se hallaba en la Neugasse y pertenecía al comisionista de ferrocarriles
Otto. Era algo horrible, tras nuestra estancia de tantos años en el campo, vernos
ahora obligados a vivir en la ciudad. Por eso evitábamos las sombrías calles y
buscábamos los espacios libres como pájaros que quisieran escapar de su jaula.
Pues eso nos parecían entonces los habitantes de la ciudad. Cuando vi por
primera vez el parque urbano se supone que dije con alegría infantil: «¡Oh,
mirad! ¡Verdaderos árboles de Navidad!». Todo me parecía en aquellos primeros
tiempos nuevo y desconocido. Las imponentes iglesias y demás edificios, la
plaza del mercado con el ayuntamiento y las fuentes; tal cantidad inusitada de
gente despertaba en mí gran admiración. Me causaba mucha extrañeza el notar
que, por regla general, no toda la gente se conocía entre sí, a diferencia del
apacible pueblecito en el que nadie era desconocido para los demás. Y lo que
más incómodo me resultaba eran las largas calles adoquinadas. El camino a
casa de la tía me parecía que duraba casi una hora. Por lo demás me integré
muy pronto en la vida ciudadana; en los primeros cinco minutos hice amistad
con todos los de casa. Arriba, en la buhardilla, vivían un carretero y su mujer,
gente mayor muy honrada. Mi primera visita fue para ellos: gran admiración me
causaron los enseres antiguos, los grabados y las habitaciones. Más tarde fui
presentado como alumno al director de la escuela pública. Debo decir que,
aunque al principio me encontraba un tanto confundido entre tanto niño, como ya
papá y el señor maestro me habían enseñado algo en Röcken, enseguida comencé a progresar con rapidez. Ya por aquel entonces empezaba a revelarse mi
carácter. En el transcurso de mi corta vida había visto ya mucho dolor y aflicción
y por eso no era tan gracioso y desenvuelto como suelen ser los niños. Mis
compañeros de escuela acostumbraban a burlarse de mí a causa de mi
seriedad11. Pero esto no ocurrió sólo entonces, no, también después, en el
instituto e incluso más tarde, en el Gymnasium. Desde la infancia busqué la
soledad. Donde mejor me encontraba era en aquellos lugares en los que, sin ser
molestado, podía abandonarme a mí mismo. Por lo general, esto sucedía en el
templo abierto de la Naturaleza, en donde experimentaba la más verdadera de
las alegrías. Una tormenta me ha producido siempre una impresión muy
hermosa; el lejano retumbar del trueno y el brillo amenazador de los relámpagos
no hacían más que acrecentar mi respeto a Dios. Pronto conocí también a mis
futuros amigos: Wilhelm Pinder y Gustav Krug. Pero no fue hasta que entré en el
Instituto del candidato Weber cuando surgió nuestra verdadera amistad. Ésta
sólo se afianza si la anudan las mismas alegrías y penas; pues tan sólo allí
donde los acontecimientos de nuestra vida se rozan con los de otro se unen
también las almas. Cuanto más cercana sea la conexión externa, más firme será
la interna.
El Sr. candidato Weber, buen cristiano y excelente maestro12, conocía nuestra
amistad y procuró no entorpecerla nunca. Aquí se colocó la piedra angular de
nuestra educación futura. En efecto, junto a excelentes horas de enseñanza
religiosa, también recibimos las primeras lecciones de griego y latín. No
estábamos sobrecargados de trabajo y por eso teníamos también tiempo
suficiente para ocuparnos de nuestros cuerpos. En el verano se organizaban con
mucha frecuencia pequeñas excursiones por los alrededores. Así, visitamos los
hermosos castillos vecinos de Schönburg y Goseck Freiburg; después, también
Rudelsburg y Saaleck, acompañados, como de costumbre, por el instituto
entero. Una excursión en grupo es siempre algo muy excitante: entonábamos
canciones populares, practicábamos toda clase de juegos divertidos y, cuando el
camino atravesaba un bosque, nos disfrazábamos con ramas y follaje. Los
castillos retumbaban con el estruendo salvaje de los camaradas, y esto me
hacía pensar en los festines de los antiguos caballeros. En los patios y bastiones
se organizaban torneos, de tal manera que era como si reviviésemos en
miniatura la época maravillosa de la Edad Media. Después, subíamos a los altos
torreones y atalayas para contemplar desde allí arriba el espectáculo del valle
dorado por la luz del atardecer, hasta que, al fin, cuando la niebla bajaba a los
prados, regresábamos a casa exultantes de júbilo. Todos los años, por
primavera, hacíamos una fiesta que, para nosotros, sustituía a la de la cereza.
Nos desplazábamos hacia Rossbach, una pequeña aldea cercana a Naumburg,
en dónde dos patos esperaban nuestras ballestas. Se disparaba con gran
denuedo, el Sr. candidato Weber repartía los premios y todo era alegría y
alborozo. En los bosques cercanos jugamos después a guardias y ladrones,
pero de manera tan salvaje que los palos y las peleas no cesaban hasta que por
fin el candidato Weber anunciaba la hora de regresar. Por aquella época todas
las miradas se dirigían con inquietud al desarrollo del conflicto que se había
desatado entre Turquía y Rusia. Los rusos habían ocupado enseguida los
principados turcos en el Danubio, Moldavia y Valaquia, amenazando la «Sublime
Puerta»13. Los turcos parecían ser absolutamente imprescindibles para
mantener la estabilidad de Europa, por lo que, tanto los austríacos como los
prusianos y las potencias occidentales se pusieron a su favor. Pero todos los
intentos de mediación de las cuatro grandes potencias no ejercieron en el Zar
Nicolás el efecto deseado. La guerra continuaba y, finalmente, Francia e
Inglaterra armaron su ejército y su flota, enviándolos en ayuda de los turcos. El
escenario bélico se trasladó a Crimea14 y los enormes ejércitos sitiaron Sebastopol, lugar donde se encontraba el gran ejército ruso a las órdenes de
Menschikopf. Estos acontecimientos eran para nosotros algo muy excitante;
enseguida tomamos partido por los rusos y, enfurecidos, incitamos a todo amigo
de los turcos a presentar batalla. Como teníamos soldados de plomo, e incluso
juegos de construcción, no cesábamos de imaginarnos las batallas y el asedio.
Levantamos defensas de tierra y cada uno se las ingeniaba para hacerlas
inexpugnables. Todos compilábamos pequeños libros que denominábamos «de
estratagemas de guerra», mandábamos fundir balas de plomo y aumentábamos
constantemente el grueso de nuestros ejércitos con nuevas adquisiciones de
soldados. Habitualmente excavábamos un foso siguiendo el plano del puerto de
Sebastopol, reconstruyendo fielmente las fortificaciones defensivas y llenando
de agua el foso así excavado. Confeccionábamos previamente una gran
cantidad de proyectiles de brea, azufre y salitre que, después de haber sido
prendidos, disparábamos contra barcos de papel. Enseguida ardían con
luminosas
llamaradas
que
aumentaban
nuestro
entusiasmo.
Era
verdaderamente un espectáculo muy hermoso ver los proyectiles de fuego silbar
rompiendo la oscuridad, cosa que sucedía a menudo, cuando nuestros juegos
se alargaban hasta el anochecer. Por último, acostumbrábamos a quemar la
flota entera y todas las bombas, con lo que, a veces, las llamas llegaban a
alcanzar más de dos pies de altura. Pero no solamente viví tiempos felices con
mis amigos, sino también en casa, con mi hermana. Asimismo, nosotros dos
edificábamos fortalezas con los juegos de construcción; precisamente, gracias a
tanta práctica aprendí todas las sutilezas arquitectónicas. En realidad, todo lo
que encontrábamos sobre el arte de la guerra era saqueado tan
exhaustivamente que adquirí un gran conocimiento de la materia. Tanto enciclopedias como los libros militares más modernos enriquecían nuestras
colecciones; quisimos incluso confeccionar conjuntamente un gran diccionario
militar, y ya habíamos trazado planes gigantescos... Pero no deseo anticiparme;
todavía tengo más recuerdos que mencionar de aquel tiempo. Un día que estaba
en Pobles con mis abuelos15 llegó una notificación del director del orfanato de
Halle anunciándonos que estaba dispuesto a acogerme entre el número de
huérfanos de la institución. El abuelo de Pobles16 y la abuela de Naumburg17
estaban de acuerdo, pero, a pesar de ello, mi mamá no pudo decidirse y escribió
al señor director rehusando su ofrecimiento. Algo gané con esto: el sello del
orfanato para mi colección. A mi edad casi todos los escolares tenían una, que
ampliaban como mejor podían. De este tiempo provienen mis primeras poesías.
Por lo general, suelen describirse en estos primeros intentos poéticos escenas
de la naturaleza, ¿Acaso no se siente exaltado todo joven corazón por imágenes
fabulosas? ¿no es lo más normal que desee expresarlas en palabras, y sobre
todo en versos? Tenebrosas aventuras marinas y tormentas de fuego fueron los
argumentos de mis primeras composiciones. Sin poseer modelo alguno, apenas
tenía idea de cómo se imita a un poeta, por eso componía mis poesías como me
las inspiraba el alma. Por supuesto que compuse versos muy malos, y casi cada
poema adolecía de torpezas expresivas. Sin embargo, este primer período me
es mucho más querido que el segundo, al que más tarde me referiré. Sobre
todo, fue siempre mi intención escribir un pequeño libro para leerlo
inmediatamente después. Todavía poseo esa pequeña vanidad; pero entonces
todo se quedaba en planes y muy rara vez comenzaba algo. Como apenas si
dominaba la rima ni la versificación y avanzaba lentamente buscando la palabra
adecuada, componía versos libres. Todavía guardo muchas de aquellas
poesías. En una de ellas, para describir la inconstancia de la fortuna hice que un
viajero se adormeciese entre las ruinas de Cartago: Un dios le mostraba en
sueños a su alma lo afortunada que había sido aquella ciudad en otros tiempos
y, a continuación, los golpes del destino que la habían asolado; finalmente,
despertaba. Todavía conservo algunas composiciones de aquéllas; leyéndolas
ahora observo que ninguna contiene el más mínimo destello de poesía.
Mediante las exposiciones anuales se nos introdujo en la pintura. En nuestra
juventud nos acostumbramos a imitar aquello que nos gusta. Este espíritu de
imitación es, sobre todo, muy acentuado en los niños, que se lo representan
todo con facilidad, pero sólo lo que particularmente les complace. Será muy
difícil que un jovencito aprenda las maneras de un poeta o un escritor que
desprecia. ¿No ocurrirá algo parecido en los niños, incluso aunque su juicio no
posea aún la suficiente agudeza y no esté maduro su entendimiento?18 Hasta
ahora sólo he mencionado a mis amigos por sus nombres. Quiero describirlos a
continuación un poco más de cerca, pues tanto sus alegrías como sus penas
estarán estrechamente ligadas a las mías de aquí en adelante: Uno de ellos se
llama Gustav Krug o, con su nombre completo, Clemens Felix Gustav Krug,
nacido el 16 de noviembre. Era el hijo del consejero áulico de apelación Krug en
Naumburg, un gran virtuoso y amante de la música que había compuesto unas
cuantas piezas excelentes, entre otras, algunas sonatas premiadas y unos
cuantos cuartetos. Este hombre, de alta e imponente figura, de rostro serio y
espiritual, de reconocida probidad, me producía una notable impresión. Tenía un
maravilloso piano de cola que me atraía hasta tal punto que, a menudo,
permanecía parado ante su casa escuchando discretamente las sublimes
melodías de Beethoven que con él interpretaba. MendelssohnBartholdy era muy
amigo suyo, igual que los hermanos Müller, los famosos virtuosos del violín a los
que también yo había tenido la dicha de escuchar una vez. En su casa se reunía
habitualmente un selecto círculo de amigos de la música y todo aquél intérprete
que deseaba presentarse en Naumburg, buscaba una recomendación del Sr.
consejero Krug. En tal familia se educó Gustav. Naturalmente, se le inició desde
la infancia en el disfrute de la música. Así, aprendió muy deprisa a tocar el violín,
pues no escatimó esfuerzo alguno hasta conseguirlo. Más tarde la música llegó
a serle tan necesaria, que creo que si se la quitaran, sería como si le robasen la
mitad de su alma. ¡Cuántas veces asistimos juntos a conciertos, intercambiándonos mutuamente nuestra opinión, probábamos esto o aquello y nos lo
interpretábamos el uno al otro! Pero aparte de esto, por ejemplo, en nuestros
juegos de fortalezas, también éramos los mejores amigos; él era el más ferviente
defensor de los rusos, participando con vivísimo interés en los acontecimientos
del asedio de Sebastopol. Para estar al día nos procurábamos libros y mapas,
comunicándonos constantemente el uno al otro nuestros respectivos saberes.
En dichos juegos defendía con pasión su territorio, y raramente podía
vencérsele. Poseía en todo una notable tenacidad; si empezaba algo que le
resultase agradable, no descansaba hasta darlo por terminado. Esto se veía
extraordinariamente en su forma de tomar apuntes y en su capacidad
organizativa. No obstante, en ocasiones iba demasiado lejos con esa tenacidad;
ocurría así, que una vez concebida una opinión no se desprendía fácilmente de
ella, resultando inútiles los esfuerzos que uno hacía por convencerle incluso
cuando aquella opinión era injusta. Se mostraba además muy orgulloso de no
ocuparse de cosas vulgares. Sin embargo, le aprecio mucho, y también el me ha
honrado constantemente con la misma amistad. Siempre hemos sido
compañeros de escuela, una prueba elocuente de la similitud de nuestros
conocimientos... Mi otro amigo se llama Eduard Wilhelm Pinder y nació el 6 de
julio de 1844. Su padre era consejero real del juzgado de Apelación en
Naumburg y poseía un ingenioso carácter. Su comportamiento refinado y desenvuelto hacía que se le quisiera en todas partes y también la alta estima en que
se tenían su piedad y cordura cristiana. Los teólogos que, de vez en cuando, se
congregaban en Naumburg con motivo de alguna festividad, tenían por
costumbre reunirse en su casa para conversar. Asimismo, era presidente de
misiones y asociaciones benéficas, y con el ejemplo de sus acciones piadosas
ejercía más influencia que muchos predicadores. También era incansable en el
esfuerzo de embellecer Naumburg, por lo que se le conocía y estimaba en todas
partes. Honesto padre de familia, era además, un digno modelo en cuanto al
cuidado con el que atendía las obligaciones de su cargo. Durante sus horas de
ocio buscaba, tanto él como los suyos, conocer las obras más importantes del
mundo del arte y de la literatura, y su juicio ecuánime y sus ingeniosas
observaciones hacían que la belleza de aquéllas apareciese bajo su justa luz.
Como Wilhelm era por naturaleza muy enfermizo, sus padres estaban siempre
preocupados por su salud, y, por lo demás, efectivamente había que tratarlo con
muchos cuidados. Sin embargo, por muy numerosas que fueran las
enfermedades de su cuerpo, tanto mas robustamente se desarrollaba su
espíritu. Casi siempre realizábamos nuestras tareas en común; por eso nuestros
pensamientos e ideas mostraban grandes coincidencias. Como, al contrario que
Gustav, Wilhelm era mucho más apacible, el trato con ambos suponía una gran
ventaja 'para mí. Wilhelm tomaba sus resoluciones con el mayor cuidado
posible; pero, una vez tomada una determinación, proseguía el camino
comenzado, sin descansar hasta llegar a la meta deseada. Su aplicación como
estudiante fue siempre modélica; los profesores le tenían en gran estima.
Algunas veces parecía no participar demasiado en determinadas empresas,
pero, en realidad, sólo se trataba de una apariencia: lo que confundía era que él
no manifestaba exteriormente sus intereses con pasión o vehemencia. Pero creo
que tal vez en su fuero interno era más firme que Gustav. Su cariñoso comportamiento para conmigo y para cualquier otro con quien entraba en relación le
aseguraba el afecto de todo el mundo. En realidad, nadie le odiaba. Más tarde,
cuando creció nuestro interés por la poesía, nos hicimos inseparables, sin que
nos faltase nunca materia para nuestras conversaciones. Nos comunicábamos
nuestras ideas sobre poetas y escritores, hablábamos acerca de las obras que
habíamos leído y de las novedades literarias, elaborábamos planes
conjuntamente, intercambiábamos nuestros poemas y no descansábamos hasta
abrirnos por entero nuestros corazones. Éstos eran mis amigos, con quienes la
amistad ha ido acrecentándose a lo largo de los años. Sí, es algo grande y noble
tener amigos verdaderos; Dios hace más hermosa nuestra vida al concedernos
compañeros que aspiren a los mismos objetivos que nosotros. En lo que a mí
respecta, debo dar gracias al Señor del Cielo en este sentido, pues sin mis
amigos nunca hubiese llegado a sentirme bien en Naumburg. En tanto que
ganaba amigos verdaderos, cada vez me resultaba más querida la estancia en
este lugar, y sería muy doloroso para mí tener que dejarlo. Añadiré que nunca
nos habíamos separado, exceptuando la época de vacaciones, cuando me
marchaba de viaje con mi madre y mi hermana. Por aquel entonces íbamos
normalmente a Pobles; una vez, sin embargo, por satisfacer el deseo de nuestra
querida tía de Plauen, permanecimos allí algunas semanas. Como los
acomodados fabricantes del lugar son también nuestros parientes, la estancia
fue de lo más agradable. Por lo demás, Plauen es una ciudad muy bonita, casi
todos sus edificios son nuevos y techados con pizarra, de muy vistosa
apariencia. A pesar de que un gran incendio destruyó tres cuartas partes de la
ciudad, ésta volvió a ser edificada y, así, surgió de sus cenizas una Plauen
mucho más hermosa que la de antes. También me acuerdo de nuestra
temporada en Nirmsdorf, donde era pastor el querido y buen tío. Aún recuerdo
bien cómo la luna del crepúsculo esparcía su luz sobre mi lecho, cómó ante mí
contemplaba la dorada vega que refulgía como cubierta de plata; y, cómo
después, la tía Auguste declamaba:
"Ha salido la luna,
brillan las doradas estrellitas..." etc19.
Nunca olvidaré aquella época.
Me referiré ahora al segundo período de mi poesía; después, haremos un
recorrido por Naumburg. Si bien mis primeros versos eran torpes y pesados en
cuanto a forma y contenido, en los de mi segundo período intenté expresarme
en un lenguaje ornamentado y brillante. Pero no logré más que hacer de la
elegancia afectación, y retórica y floritura inútil del lenguaje brillante. Además,
faltaba en ellas lo principal: las ideas. En cualquier caso, el primer período
supera con mucho, precisamente por esto, al segundo, aunque se ve cómo aún
no se pisa tierra firme, se vacila de extremo a extremo y sólo se alcanza el
descanso en la dorada vía media.
Pero ya he escrito suficiente. Venga, demos una vuelta por la ciudad.
Entremos por la bonita Jakobsthor [Puerta de San Jacobo]. Si ahora bajamos
por la bella y ancha calle de casas antiguas llegaremos a la plaza del mercado.
Mira, justo ante ti se sitúa el ayuntamiento. Pero, ¡qué grande es! ¡Qué
extensión! Sus cuatro frentes prácticamente forman cuatro calles y su torrecita
se eleva, sombría, hacia el cielo. Ese color gris oscuro, sus antiquísimos
salidizos, hacen que siempre lo contemple con respeto. Si ahora vuelves tu
mirada hacia la derecha, sí, ahí, en el centro, verás ¡la casa verde! ¡Ésa es la
vivienda de los Pinder! Aquí vive el consejero Krug y la abuela Pinder, la
honorable propietaria de la casa. Se cuenta que Federico el Grande se alojó
aquí, e incluso Napoleón; aún se conserva en ella un gran águila que data de
aquel tiempo. (Por cierto, ¡un transparente! ¡No vaya a pensarse en un pájaro!
También Napoleón puede compararse a una de esas águilas de pergamino,
cuando se le retiró la lámpara que lo iluminaba por detrás, quedó convertido en
miserable papel y se le apartó en un rincón). A la izquierda del ayuntamiento
puedes ver sobresalir la elevada y noble iglesia parroquial. ¡Mira qué edificio
más feo hay delante de ella! ¿No te parece que si fuese derribado dejaría de
entorpecer la vista de la casa del Señor? Tras la iglesia se encuentra el Real
Tribunal de Guerra, que con sus dos altos frontispicios sobresale por encima del
mercado. Dejemos a un lado la iglesia, ya tendremos alguna vez ocasión de
contemplarla detenidamente. ¡Vamos a pasear por la Priestergasse! Nada mas
comenzar está la escuela de párvulos. Ahora se encuentra en muy buen estado,
cosa que hay que agradecer a su actual director, el excelente doctor Neumüller.
Pegada a ella nos topamos con la prefectura. Como el querido prefecto Jahr ha
sido trasladado a Eisleben, quedando así el cargo vacante, esperamos con
impaciencia al nuevo clérigo, el señor prefecto Hammer. A este edificio se
adosan las restantes viviendas de los clérigos hasta terminar en el descampado
donde comienza la propiedad de nuestro casero. A través de un gran portalón
llegamos a un amplio patio con muchos edificios secundarios, hasta que
alcanzamos la vivienda principal, que, con su fachada, remata en esquina con la
Neugasse. Si bajamos un poco más por esa calle, encontraremos enseguida el
alto y hermoso edificio del alcalde Rasch. El final de la calle lo forma el vistoso
edificio presidencial, que ahora posee el Sr. Pr. Koch. A la derecha de éste se
encuentra una preciosa casa, a la que yo he ido tan a menudo y en donde se
enriquecieron un poco más los conocimientos que yo ya poseía. Es, naturalmente, el Instituto del señor Weber. El buen hombre oficia también ahora de
pastor en la cercana iglesia de San Othmar; a pesar de ello, sigue con su
escuela, que ahora ha sido trasladada a un edificio oficial. ¡Pero sigamos! Ante
la casa se extienden campos de césped y arboledas, hasta la Salzthor [Puerta
de la sal]. Las garitas de la guardia, a ambos lados, están adornadas con
simples columnas dóricas, causando un efecto muy llamativo. Algo más lejos,
hacia arriba, aparecen otra vez dos casas de aspecto agradable. Ambas han
sido construidas hace muy poco tiempo y conforman el inicio de la Salzstrabe. Si
las dejamos a un lado y proseguimos nuestro camino llegaremos a la
Linderstrabe, que en el medio está plantada de tilos, formando una avenida.
Hacia la mitad, ésta se eleva paulatinamente, enlazando en su parte superior
con las calles Steinweg y Herrengasse. Quiero mencionar esta última a pesar de
sus antiguas y tétricas edificaciones, porque en la está la vivienda del consejero
Pinder. También se encuentra allí la librería Domrich. Quiero mencionar además
la parte del ayuntamiento que da a esa calle, pues en ella se han celebrado a
menudo bailes y conciertos. Bien, ya hemos visto bastante; será más otra vez.
El día de la Ascensión fui a la iglesia parroquial y escuché el coro sublime de
El Mesías: ¡el Aleluya! Me sentí embriagado por completo, comprendí que así
debía de ser el canto jubiloso de los ángeles entre cuyos arrebatos vocales
Jesucristo ascendió a los cielos. Inmediatamente tomé la firme determinación de
componer algo parecido. Al salir de la iglesia puse manos a la obra,
alegrándome como un chiquillo con cada acorde que hacía sonar. Como seguí
practicando la composición en años sucesivos, considero que he ganado mucho
con ello, ya que sobre todo aprendí el arte de improvisar un poco mejor gracias a
su estudio. A causa de esto se me terminaban enseguida las ingentes cantidades de papel pautado. Además, concebí un inusitado odio hacia todo lo que
fuese música moderna y no clásica. Mozart y Haydn, Schubert y Mendelssohn,
Beethoven y Bach, eran los pilares sobre los que se fundaban tanto la música
alemana como la mía. También escuché por aquel entonces varios oratorios. El
Requiem, profundamente turbador, fue el primero; las palabras Dies Trae, dies
illa, me llegaron hasta la médula de los huesos. ¡Y ese Benedictus, realmente
celestial! A menudo asistí a varios ensayos. Como las misas de ánimas se
ofician habitualmente el día de Todos los Santos, la mayoría de los ensayos
tenían lugar hacia la caída de la tarde, en el neblinoso otoño. Así, me sentaba en
la sagrada semioscuridad de la iglesia para escuchar en la intimidad las
sublimes melodías. Debo mencionar aquí al excelente director de orquesta
Wettig, un músico tan experto en la dirección como en la composición. Mantenía
a su pequeño coro en un orden modélico y dirigía también a los demás grupos
de las asociaciones de manera excelente; por lo demás, se le consideraba el
mejor maestro de Naumburg. Su mujer, que había sido anteriormente cantante
de ópera, colaboraba cuanto podía por embellecer cada representación musical.
Aparte de éstos, tenemos otros dos directores en Naumburg: Otto Claudius,
presidente de la anterior sociedad coral, un hábil compositor, pero también un
hombre muy vanidoso y pedante; y Fuckel, que dirigía el coro municipal. Además de esas composiciones escuché también el Judas Macabeo de Händel y,
sobre todo, La Creación de Haydn. Asistí también a la audición del delicado e
ingenioso Sueño de una noche de verano de Mendelssohn. ¡Esa maravillosa
obertura! Me parece como si una etérea procesión de elfos danzase en la noche,
plateada por el resplandor de la luna. Pero quiero continuar con mi relato, pues
ahora llega una época muy importante para mí. ¡Entré en el Gymnasium! Se nos
llevó ante el director, un hombre bueno y amable, que tras un breve examen nos
inscribió en la quinta clase20. Sólo yo sé con cuánto temor crucé por vez primera
la pequeña puerta que me conducía a la escuela. Como nos lo habíamos
imaginado todo mucho mas terrible de lo que en realidad era, la consiguiente
desilusión fue, para nosotros, un éxito. El ordinarius responsable de la quinta
clase era el Sr. doctor Opitz, conocido por su originalidad como doctor «¡Oe!», el
«ojostorcidos» o «el poeta». De aquí el siguiente verso:
Opitz terribili sonitu oê, oê! ¡y que a él le vaya bien! ¡dixit!
Pero, aparte de esto, hacía lo posible por enriquecer nuestros conocimientos.
Los suyos eran también extraordinarios; sin embargo, no poseía el talento de
aclarar cosa alguna a sus alumnos. Lo que más dolor me producía era la clase
de religión, que era verdaderamente deplorable y que, además, duraba hasta el
mediodía. Debo añadir otra cosa: mientras pertenecía a los de quinto, se impuso
también algo así como una especie de «orgullo quintano». Es peculiar que,
sintiéndonos un tanto adelantados y habiendo alcanzado un estadio más alto,
pretendamos percibir, a la vez, una mayor gravedad en nuestro espíritu. En el
tercer grado es cuando esto se manifiesta de forma más evidente. Nos sabemos
incluidos entre el número de los alumnos de las últimas clases, y muchos ven
como un privilegio el aparecer con cigarro y bastón para diferenciarse así de sus
iguales. Hasta ahora nunca he podido imaginarme que un niño pueda experimentar el más mínimo placer en ello; considero ambas cosas mera vanidad.
Hasta aquí, nuestra vida transcurría en Naumburg de la misma manera que fluye
un arroyo tranquilo y transparente. Pero, de pronto, otra vez se oscureció la
superficie; estalló una tormenta y la naturaleza hizo que una lluvia torrencial
transformase las aguas en negras cascadas que transcurrían impetuosamente.
Ya en Röcken, mi querida tía Auguste había estado siempre delicada, pero su
mal empeoró terriblemente en Naumburg. Ningún médico pudo determinar cuál
era la causa de su enfermedad, pero todos estaban seguros de que se trataba
de una afección pulmonar. Como no pudieron ayudarla los múltiples
medicamentos prescritos, el estado de la pobre tía fue empeorando cada vez
más. Comenzaron entonces los días de canícula y el tío Edmund, de Pobles,
quiso llevarme junto a los abuelos. Me despedí de todos, también de la querida
tía. Aún puedo acordarme bien de cuánto lloró, y yo con ella. Fue la última vez
que la vi. † Un día llegó el cartero a Pòbles con una carta. Angustiado, esperé
inmóvil las noticias. Pero en cuanto escuché el principio, me salí afuera y lloré
amargamente. Cuando a los dos días volví a Naumburg, la tía ya había sido
enterrada21. † Según el juicio de los médicos que le hicieron la autopsia, fue la
negra enfermedad la que acabó con su vida. Por lo visto, le había minado
completamente un lóbulo pulmonar.
Resulta un tanto singular que justamente muriera mi tía estando yo ausente, y
que, después, también lo estuviera mi hermana cuando a los ocho meses murió
la abuela. Esta querida, respetable matrona, que ya había perdido a varios de
sus hijos, se sintió muy afectada a causa de esta última muerte. Con profundo
dolor se lamentaba constantemente llamando a la difunta: «¡Mi Auguste! ¡Mi
Auguste!» No mucho tiempo después, ella la siguió. Cuando el Sr. consejero
Hunger fue enterrado a la edad de 82 años, la abuela comentó con melancolía:
«Pronto, muy pronto volveremos a vernos». Ocho meses después de la muerte
de la tía Auguste, se sintió indispuesta una mañana. Despues, paulatinamente,
fue sumiéndose en un tranquilo sueño, mientras que ya ninguno de nosotros
concebía esperanza alguna por su querida vida. Mamá mandó buscar a Lisbeth,
que se encontraba en Pobles. Cuando llegó por la tarde, no encontró ya a la
abuela con vida. A las dos del mediodía se había quedado dormida
plácidamente22. El Padre Celestial sabe cuánto lloré entonces. Como la abuela
había sido muy querida y respetada por todos los de Naumburg, el féretro
estaba profusamente adornado con multitud de coronas y cruces. Es una
característica notable del corazón humano que, si hemos vivido una pérdida muy
grande, no nos esforcemos por olvidarla, sino que la mantengamos viva
constantemente en nuestro interior, recordándola tan a menudo como podamos.
Parece como si en esa insistencia en la repetición del relato de lo ocurrido se
encontrase el debido consuelo para nuestro dolor. Todavía no he mencionado
que por esa época se me trasladó a la cuarta clase. Teníamos como profesor al
Sr. doctor Silver, un hombre al que llegué a apreciar mucho como maestro. Su
discurso ingenioso y fluido, los conocimientos amplios y brillantes adquiridos
paso a paso en todas las especialidades del saber humano, le diferenciaban con
mucha ventaja de Opitz. Tenía, además, el talento de atraer la atención de los
escolares. Con él tuvimos las primeras lecciones de griego, que nos parecieron
muy difíciles. Sólo los versos me suponían mucho trabajo y dificultad, a pesar de
que los componía de muy buena gana. Por lo general, al principio teníamos
muchísima tarea, y puedo acordarme de que, habitualmente, trabajaba hasta las
11 y las 12 (era invierno) e incluso también tenía que levantarme por la mañana
a las 5. Por esta época vivía ya en la nueva casa. En efecto, después de la
muerte de la abuela consideramos conveniente separarnos, así que la tía
Rosalie se alojó en otra vivienda diferente de la nuestra23. Nos alojamos en casa
de la viuda del pastor Harsheim, diligente maestra de la escuela pública de
niñas, muy cumplidora de su deber. El bonito edificio lindaba con un jardín que
tenía numerosas pérgolas y árboles frutales. Fue durante las vacaciones de
verano cuando nos mudamos; también se tocó por primera vez en la recién
estrenada vivienda el piano nuevo, pues tan sólo hacía dos días que lo
habíamos comprado, ya que el viejo pertenecía ahora a la tía Rosalie. Justo
delante de la entrada del jardín está la Iglesia de María Magdalena, de la que es
prelado el Sr. pastor Richter. No hace mucho que ha sido ampliada y decorada
muy bellamente con pinturas murales. Desde nuestra ventana disfrutamos de
una vista muy bonita. La frondosa avenida, más allá, los viñedos de Spechzart y,
a la derecha, la antiquísima Marienthor y la torre. En otoño, cuando los fuertes
vientos han robado las hojas de los árboles, podíamos ver con absoluta claridad
las fogatas y los fuegos de artificio y escuchar el júbilo y los petardos y disparos
de la fiesta de los viñadores. También en verano podemos disfrutar del placer de
escuchar bonita música militar todas las mañanas. Pero ahora me acuerdo de
repente de algo que ocurrió cuando todavía vivíamos en la otra casa. También
nuestro bienamado Rey honró Naumburg con su visita. Se hicieron grandes
preparativos para la ocasión. Todos los escolares se adornaron con lazos de
color blanco y negro y esperaban la llegada del padre de la patria con ansiedad.
También nosotros nos apostamos a las 11 en la plaza del mercado. Poco a poco
comenzó a lloviznar, el cielo se tornó oscuro y el Rey no acababa de venir.
Dieron las 12, el Rey no llegaba; muchos niños se sentían hambrientos. Llovió
de nuevo y todas las calles se enlodaron. Dio la una, la impaciencia alcanzó su
grado más alto. Finalmente, a las 2 comenzaron a volar las campanas, el cielo
sonrió, todavía con lágrimas en su mirada, a la entusiasmada y agitada
muchedumbre; entonces oímos el estrépito de las carrozas y un vehemente
«¡Hurra!» arrebató la ciudad. Saltando de alegría agitábamos nuestras gorras y
rugíamos a voz en grito. (Toda la población industrial de Naumburg estaba
apostada desde la Jakobsthor y a lo largo de la Herrenstraße portando banderas
y vestida con sus ropas de día de fiesta). Un viento juguetón agitaba las
incontables colgaduras que pendían de los tejados, zumbaban todas las
campanas, la compacta multitud chillaba y deliraba y entre sus encendidos
aplausos empujaba ceremoniosamente al coche hacia la catedral. Allí, en los
nichos de la iglesia se situaban una gran cantidad de niñas con vestidos blancos
y coronas de flores prendidas en el pelo. Aquí el Rey descendió del carruaje,
elogió los preparativos y se retiró a la residencia que se le había destinado. Al
anochecer, toda la ciudad estaba iluminada. Inusualmente, las calles bullían de
gente. Las pirámides de guirnaldas junto al ayuntamiento y la catedral estaban
cubiertas de lamparitas de arriba a abajo. Innumerables transparentes
decoraban las casas. En la plaza de la catedral se prendieron fuegos artificiales,
con lo que, a veces, el austero edificio se nos mostraba bajo una iluminación
verdaderamente sobrenatural. A la mañana siguiente hubo maniobras militares
en Wethau, a las que no dejé de acudir. Como ésa era la primera vez que veía
algo así, y como entonces estaba muy interesado en el tema, las rápidas
evoluciones ecuestres, los ataques y las retiradas me gustaron mucho. Todavía
he de mencionar que el Rey contempló nuestra hermosa catedral y que, más
tarde, hizo enviar para ella dos nuevas vidrieras decoradas, pero que, con
mucha diferencia, eran muy inferiores a las antiguas. Y ahora otra cosa: un día
llegó Gustav y, con rostro circunspecto, me comunicó la noticia de que
Sebastopol había caído. Una vez que no quedó duda alguna sobre la veracidad
de la noticia, nuestra furia se transformó inmediatamente en cólera contra los
rusos, «que deberían haber sabido defender mejor la torre Malakoff». En fin, nos
enojamos muchísimo. Enseguida nos acostumbramos a nuestro nuevo
alojamiento. Entretanto, no dejábamos nunca de viajar durante las vacaciones.
Habitualmente íbamos a Pobles: el querido abuelo, tan serio y tan cariñoso a la
vez, la encantadora abuela, el tío y la tía; además, la auténtica comodidad
alemana que reinaba en esa casa nos empujaba siempre más fácilmente hacia
allí que hacia cualquier otro sitio. A mí, lo que más me gustaba era pasar las
horas en el cuarto de estudio del abuelo revolviendo entre los libros y los
cuadernos. En esto consistía mi mayor placer. También me agradó mucho el
viaje a Schönenfeld, junto a Leipzig, sobre todo porque, precisamente, podía
acercarme cada día a Leipzig a revolver en librerías y tiendas de música.
También visité monumentos, como el Auerbachskeller, lo que hice de muy
buena gana. Era muy hermoso caminar sin meta alguna y sin conocer las calles
y dejar que la suerte me guiase a su antojo. Luego, el bonito parque, el huerto
tentador, la casa de baños ¿no es todo esto de lo más agradable? También estuvimos una vez en Deutschenthal, un pueblo al lado de Halle. Casi todos los
días nos trasladábamos al lago salado de Eisleben, en donde nos bañábamos.
¡Es tan delicioso sumergirse en el agua templada del verano! Cuando más lo
disfruté fue un poco más tarde, cuando aprendí a nadar. Dejarse llevar por la
corriente y, sin esfuerzo alguno, deslizarse entre las suaves olas. ¿Puede
alguien imaginarse algo más placentero? Por otra parte, no tengo sólo al nadar
por algo agradable, sino también por algo muy útil en caso de peligro y muy
sano y refrescante para el cuerpo. Nunca se recomendará lo suficiente a los
jóvenes. En invierno lo sustituye el patinaje. Hay algo sobrenatural en deslizarse
con pies alados por la superficie cristalina. Si además la luna envía sus rayos
plateados, parecen esas noches sobre el hielo noches encantadas: el callado
silencio del entorno, únicamente interrumpido por el crujir del hielo y el son de
los patinadores a nuestro alrededor, posee un algo en sí majestuoso que
buscamos inútilmente en las noches de verano. Y también la fiesta de Navidad
es la noche más feliz del año. Desde hacía mucho tiempo antes, esperaba con
indescriptible alegría su llegada, pero los últimos días casi no podía esperar
más: los minutos transcurrían de uno en uno y los días me parecían los más
largos del año. Curioso fue que una vez que sentía una nostalgia inmensa, se
me ocurrió escribirme inmediatamente una tarjeta navideña, para así
trasladarme solemnemente al momento en el que se abría la puerta y nos
mostraba el árbol de Navidad iluminado y resplandeciente. A modo de pequeño
homenaje para la ocasión escribí: «¡Qué magnífico se nos muestra el árbol de
Navidad con su copa adornada por un ángel, señalándonos el árbol genealógico
de Jesús, cuya corona era el Señor mismo! ¡Qué límpidas brillan las numerosas
luces, símbolo material de que mediante el nacimiento de Cristo se hizo la luz
entre los hombres! ¡Qué apetitosamente nos sonríen las manzanas de mejilla
sonrosadas que nos hacen recordar la expulsión del paraíso! ¡Y mira, al pie del
árbol está el niño Jesús en el portal, rodeado por José y María y por los pastores
que le adoran! ¡Cómo dirigen al Niño la mirada entrañable, rebosante de
confianza! ¡Ya quisiéramos también nosotros consagrarnos así al Señor!».
Aunque no tan magnífica, también es algo similar la fiesta de cumpleaños. Pero
¿cuál es la razón de que, al contrario que la Navidad, no nos embriague de
alegría?. Primero, porque a aquélla le falta ese impresionante significado que
posee la otra, y que es la primera entre las fiestas. Además, la Navidad no tiene
que ver sólo con nosotros, sino con toda la Humanidad: ricos y pobres,
pequeños y grandes, clases bajas y altas. Es precisamente esa alegría común lo
que intensifica la nuestra. De ella se puede hablar con todo el mundo, pues
todos la aguardan con impaciencia. Téngase en cuenta, además, su fecha:
puede decirse que con ella culmina el año; piénsese en la hora nocturna, en la
que, sobre todo al atardecer, el alma está mucho más impresionada, y luego en
la extraordinaria solemnidad con la que se celebra. La fiesta del cumpleaños
tiene un carácter más familiar, mientras que la Navidad es la fiesta de la
cristiandad entera. Eso no quita que también me guste mucho el día de mi
cumpleaños. Como coincide con el día del cumpleaños de nuestro Rey, me
despierto con música militar. Después de concluida la ceremonia de los regalos,
vamos a la iglesia. Aunque el sermón no está escrito expresamente para mí,
tomo de él para mi uso lo que mejor me parece y a mí me lo aplico. Después nos
reunimos todos para una fiesta escolar. Tras la acostumbrada y aburrida
conferencia de algún profesor, unos cuantos estudiantes leen sus propias
composiciones y reciben como premio unos lotes de libros. Ya para terminar se
canta una emotiva canción folklórica y el director concilium dimissit. Después,
por fin, comienzan para mí las horas felices, llegan mis amigos y juntos pasamos
una tarde divertida. Antes de ocuparme del tercer período de mi poesía quiero
añadir aquí mis pensamientos sobre música (en sentencias).
Sobre música
Dios nos ha concedido la música, en primer lugar, para que mediante ella
ascendamos a las alturas. La música reúne en sí misma todas las cualidades:
puede conmover, embelesar, serenar; es capaz de amansar el ánimo más tosco
con sus delicados tonos melancólicos. Pero su facultad esencial es la de dirigir
nuestros pensamientos hacia lo alto, la de elevarnos, conmocionarnos. Éste es
sobre todo, el propósito de la música religiosa. Pero es deplorable que esta
clase de música esté cada vez más alejada de su fin. A ella pertenecen también
los corales. Actualmente existen muchos de éstos, que con sus lánguidas
melodías se alejan excepcionalmente del ímpetu y la fuerza de los antiguos. La
música también alegra el ánimo y aleja los negros pensamientos. ¡Quién no se
habrá sentido embargado por el silencio, por la más espléndida paz cuando
escucha las sencillas melodías de Haydn! La música nos habla a menudo más
profundamente que las palabras de la poesía, en cuanto que se aferra a las grietas más recónditas del corazón. Todo lo que el Señor nos regala ha de servirnos
de bendición si lo utilizamos correcta y sabiamente. Así, el canto eleva nuestro
espíritu y lo conduce hacia la bondad y la verdad. Si sólo se usa la música para
el regocijo, o como un medio de exhibirse entre los hombres, será pecaminosa e
insana. Y es justamente esto lo que más abunda: casi toda la música moderna
acusa su huella. Algo que también es muy triste es que casi todos los
compositores modernos se empeñan en escribir con oscuridad. Sin embargo, es
muy probable que estos períodos tan artificiales, que, quizás encanten al
especialista, dejen frío al oído sano. Sobre todo, la llamada «música del futuro»
de un Liszt, de un Berlioz, trata de mostrar que no es posible algo más
extravagante. La música proporciona, asimismo, un agradable entretenimiento,
protegiendo del tedio a todo aquél que se interese por ella. Hay que considerar a
los seres humanos que la desprecian como «gente sin alma», como criaturas
parecidas a los animales. Este don supremo de Dios me ha acompañado a lo
largo de mi vida y puedo considerarme muy feliz de haberla amado tanto.
¡Demos gracias a Dios que nos ofrece tan hermoso placer!.
En el tercer periodo de mis poemas intenté unir el primero y el segundo, es
decir, armonizar ternura y fuerza. En qué medida logré conseguirlo es algo que
ignoro todavía. Este periodo comenzó el 2 de febrero de 1858, día del
cumpleaños de mi querida madre. Normalmente yo acostumbraba a ofrecerle en
esa fecha una pequeña colección de poemas. Desde aquel momento me
propuse adiestrarme un poco mas en la práctica de la poesía, escribiendo,
siempre que me fuese posible, un poema cada tarde. Durante dos semanas así
lo hice, sintiendo una gran alegría cada vez que veía ante mí terminada una
nueva creación de mi espíritu. También traté de escribir del modo más sencillo
posible, pero pronto tuve que dejarlo. Y es que, si bien un poema consumado
tiene que ser lo más sencillo posible, del mismo modo ha de hallarse la
verdadera poesía en cada una de sus palabras. Un poema que carezca de
pensamiento alguno, plagado de frases y de imágenes, se parece a una
apetitosa manzana de rojas mejillas que contiene un gusano en su interior. El
poema tiene que estar absolutamente exento de retórica, porque el uso de
frases hechas hace pensar en un cerebro que es incapaz de crear algo por sí
mismo. Al escribir una obra hay que atender, principalmente, a las ideas, pues
se perdona antes un descuido estilístico que una idea confusa. Buen ejemplo de
ello son los poemas de Goethe, con sus ideas profundas y brillantes como el
oro. La juventud, a la que aún le faltan sus propios pensamientos, busca
disimular el vacío de ideas tras un estilo brillante. ¿Acaso no iguala en esto la
poesía a la música moderna? Incluso tendremos pronto otra «poesía del futuro».
Se pretende decir algo con las imágenes más originales; exponer confusas ideas
con demostraciones oscuras pero sublimes y llamativas; quieren escribirse, en
fin, obras en el estilo del Fausto (segunda parte), pero, por supuesto, sin la
altura de su pensamiento. Dixi!!
Ahora quiero dar a continuación un índice de todas mis poesías:
1855-6
1. I. Canción de Navidad. “Yo te entrego”
2. Tempestad marina. “Una oprimente”
3. Elegía. “Callado en el crepúsculo”
4. Asalto. “De noche a la hora décima”
5. Salvamento. “Se inclinó en silencio”
6. La juventud de Ciro “Astiages”
7. Naufragio “Un barquito navegaba”
8. Tormenta “Un torrente de lluvia”
9. II. Vanidad de la dicha
10. La guerra de Mesena. “Negras nubes”
11. Andrómeda “Quien todavía no tiene”
12. Cekrops. “A lo largo”
13. Canto del atardecer.
14. El viaje de los Argonautas.
1857
15.III. Canción de aniversario. “Permítenos Señor”
16. Alfonso, en 5 cantos. “En el castillo”
17. Dríope. “Oh, contempla ese mar azul”
18. Coral. “Jesús, tus dolores”
Suplemento a I y II
19. Leónidas y Telaceo. “Anunciar quiero”
20. Ringgraf. “Ringgraf, señor de”
21. De noche. “Sobre el mar hay”
22. Los dioses del Olimpo. “Mirad, dioses”
23. Sebastopol. “Al sur de la”
1858
24. Canción de aniversario. “Con gran alegría”
25. El invierno, en V cantos. “Llega”
26. Una tormenta. “Reina la calma”
27. Hacia Pforta. “Allí, cerca de Naumburg”
28. ¿A dónde?. “Vosotros, pájaros del cielo”
29. Tempestad marina. “Se acerca una borrasca”
30. La alondra. “Cuando las cumbres”
31. A la niebla. “Forma admirable”
32. Ahí quiero estar. “Ahí donde”
33. Vacaciones de Pascua. “Tendido blandamente”
34. El lamento del ruiseñor. “En la penumbra”
35. De mañana. “Una estrella de púrpura y oro”
36. La caza. “Veloz la saeta”
37. Fata morgana. “Cuando estoy solo”
38. Schönburg. “Sobre riscos está”
39. Sobre el hielo. “Elfos a la luz de la luna”
40. La despedida de Héctor. “Oh Hector si oyeras”
41. Dos alondras. “Escuché a dos alondras”
42. La abuela. “Mira mi paso taciturno”
43. Medea. “Ya Jasón el mar”
44. Conrradino. “Ante la puerta de Nápoles”
45. Barbarrosa. “Descansa el viejo Barbarrosa”
46. En verano. “Cuando llega el verano”
Éstas no son las únicas. Me he contentado con hacer una selección incluyendo
en ella también algunas poesías muy antiguas de las que me acuerdo, pero que
ya no poseo. Conjuntamente con Wilhelm he escrito también dos pequeñas
piezas teatrales. Una se titula Los díoses del Olímpo. La representamos una vez
y, aunque no salió del todo bien, nos divertimos muchísimo. Las corazas, los
escudos y los yelmos plateados y dorados, los magníficos trajes de las diosas,
conseguidos en muy diversos lugares, jugaron un papel importantísimo. La otra
pieza se llama Orkandal, una tragedia, o mucho más, una historia caballeresca y
de fantasmas, en la que había de todo: banquetes, batallas, asesinatos,
espectros y prodigios. Habíamos iniciado ya los preparativos para la
representación; yo había compuesto una furiosa obertura a cuatro manos, pero
nuestros planes fueron eclipsándose poco a poco. La misma suerte corrió la
pieza posterior: La conquísta de Troya, de la cual ya estaban concluidos los dos
primeros actos en donde se relataban trifulcas de dioses. Todos estos proyectos,
incluso el de escribir una novela, Muerte y perdición, los concebí cuando en el
último semestre del cuarto grado dejé de asistir a la escuela debido a mis
dolores de cabeza. Todas las mañanas iba hasta Spechzart y eran tantos los
proyectos que concebía que rara vez llevaba a cabo alguno. Además hacía poco
tiempo que mi amigo Wilhelm Pinder había caído gravemente enfermo, por lo
que se hallaba en el balneario de Heringsdorf. Así es que en esa época me
encontraba muy solo, pues, debido a la escuela, Gustav tampoco tenía mucho
tiempo para visitarme. Cuando Wilhelm volvió, asistimos de nuevo juntos a la
escuela, y tras unos exámenes muy sencillos, ingresamos en el tercer grado.
Así, ahora me encuentro al final del segundo período de mi vida, por lo que me
permito echar todavía algunas miradas atrás, a los 13 años cumplidos. Con el
nuevo libro comenzará también mi vida en el tercer grado.
Retrospectiva
He vivido ya muchas cosas, alegres y tristes, agradables y desagradables,
pero se que en todas ellas Dios me ha guiado con la misma seguridad que un
padre a su tierno hijito. Aunque me haya impuesto mucho sufrimiento, reconozco
con veneración su poder y su majestad sobre todas las cosas. He tomado la
firme determinación de dedicarme para siempre a su servicio. Quiera el Señor
darme fuerza para llevar a cabo mi propósito y quiera ampararme en el camino
de mi vida. Con confianza infantil me entrego a su misericordia: que Él nos
ampare y nos libre de desgracias, pero ¡hágase su Santa Voluntad! Todo lo que
Él me asigne quiero aceptarlo con alegría: buena o mala suerte, pobreza y
riqueza, y también, mirar valientemente a los ojos de la muerte, la cual un día ha
de igualarnos a todos en el contento y la placidez eternas. ¡Señor, deja que tu
semblante nos ilumine por toda la eternidad! ¡¡Amén!!
Con esto he terminado mi primer cuaderno, que contemplo con satisfacción. Lo
he escrito sin cansancio alguno y con gran alegría. Es algo magnífico guiar más
tarde a nuestro espíritu por los primeros años de nuestra vida y penetrar así en
el desarrollo de su educación. He relatado fielmente la verdad, sin fabulación o
adorno poético alguno. Que de vez en cuando haya añadido algo, o que aún
añada algo más, debe perdonárseme debido a lo extenso de la empresa. ¡Ojalá
pueda todavía escribir muchos más libritos como éste!
La vida es un espejo.
Reconocernos en él,
Es lo primero
A lo que aspiramos24.
Escrito entre el 18 de agosto y el 1 de septiembre de 1858
[Octubre 1858]
Mi vida
Mi primera juventud transcurrió tranquila y serena, como el arrullo de un dulce
sueño. La paz y la quietud que reinan sobre la casa de un párroco de jaron sus
huellas profundas e imborrables en mi alma, y es que, como todo el mundo
sabe, las primeras impresiones del corazón son las mas duraderas. Pero, de
repente, el cielo se oscureció: mi amado padre enfermó gravemente y sin
remedio. Así, entraron conjuntamente la angustia y la ansiedad, y ocuparon el
lugar de la paz dorada y serena, de la tranquila felicidad familiar. Finalmente,
tras largo tiempo, ocurrió lo más terrible: ¡mi padre murió! Todavía hoy me
impresiona profunda y dolorosamente ese recuerdo; entonces no alcancé a
percibir la enorme importancia del suceso tan bien como ahora lo percibo. Si se
priva a un árbol de su copa se vuelve solitario y triste. Sus brazos penden lánguidos hacia la tierra, los pajarillos abandonan las ramas secas y desaparece de él
cualquier signo de vida. ¿No sucedió lo mismo con nuestra familia? Había
desaparecido toda alegría; en su lugar sólo quedaban el dolor y la tristeza. Unos
seis meses más tarde abandonamos el pacífico pueblecito; me hallaba entonces
sin padre y sin hogar. Naumburg, ciertamente, nos ofreció una nueva casa; Dios
nos concedió también aquí mucho amor y dicha, pero mi pensamiento vuelve
siempre a la querida casa paterna; con las alas de la melancolía a menudo me
traslado volando hasta allí, a la época en la que mi primera felicidad florecía
tranquila.
En Naumburg comencé una nueva etapa de mi vida. Aquí gané a mis
maravillosos amigos P [inder] y K[rug], quienes me hicieron querer esta ciudad
para siempre. Aunque aquí acontecieron algunos sucesos muy tristes a nuestra
familia, podía reconocerse en todo momento la mano providencial de Dios. Tras
un corto tiempo de aprendizaje en un instituto privado fui admitido en el Gymnasium catedralicio. Honestos profesores se esforzaban allí constantemente por
acrecentar y fomentar nuestros conocimientos. Pero también el respeto que
reinaba entre los alumnos, el vivo afecto que nos demostrábamos, hacen que
esta institución me sea muy querida. Me encontraba muy bien aquí, y aquí
hubiese permanecido hasta entrar en la universidad, si el sabio consejo de Dios
no hubiese decidido otra cosa. En efecto, de repente nos ofrecieron una plaza
gratuita en Pforta25. El Padre Celestial me conducirá también aquí de su mano y
me guiará.
[Febrero, 1859]
Porta coelis locus appelatus est, quem nunc habito. In regione, jucunda et
montibus circumdata sita et variis rebus insignis, amata et primis annis a me.
Sed tempora mutantur; quae cupiebam, vera facta sunt et in hac regione, quam
aspectu tantum cognovi[t], per sexennium moror26.
Pforta 6.2.59
[Julio-agosto,1859]
En Jena
Desgraciadamente he comenzado mis vacaciones con dos acontecimientos
desagradables que me han impedido salir de viaje. En cuanto me sentí un tanto
restablecido, comencé a pensar seriamente en cómo podía emplear mis
vacaciones de la mejor manera posible. Yo quería viajar a toda costa, pero a
dónde era la pregunta que había que responder. Al fin se me ocurrió que a mi
tío, el señor burgomaestre27, tan sólo lo había visto una vez hacía muchos años,
y que ahora apenas si lo conocía. Enseguida había decidido mi plan, y ya al día
siguiente me senté en el tren, y tras mi llegada a Apolda, enseguida tomé un
ómnibus que me trasladó a Jena. El sol quemaba tanto en los asientos
recubiertos de cuero que parecía que íbamos sentados sobre una parrilla.
Finalmente, el camino transcurrió entre dos cadenas de montes; sobre una
brillaban campos de cereales, mientras que la otra, árida y triste, ofrecía la
imagen de un desierto. Por fin, divisamos a lo lejos las torres de la ciudad
dominadas por las dos cimas montañosas que se elevan sobre ellas.
Finalmente, el coche se paró ante la casa del tío, donde la tía me recibió muy
cordialmente, pues su marido estaba ocupado en ese momento con sus
negocios. Todavía esa misma tarde pude familiarizarme con el entorno de la
ciudad, con las avenidas y los parques. Al día siguiente visitamos todos juntos el
pueblecito de Lichtenhain, famoso por su buena cerveza. Como ese lugar es
muy frecuentado por los estudiantes de la ciudad, todos sus habitantes están
preparados para recibir huéspedes. Lo mismo sucede en Ziegenhein, una aldea
muy conocida a causa de su Fuchsthurm [torre del zorro]. Muchas leyendas
populares se refieren a las ruinas de su antigua fortaleza; la más conocida de
todas es la siguiente: ...28
Uno de los puntos más hermosos de Jena es el Kunitzburg, que no dejamos de
visitar. Bordeando la ribera del Saale durante largo tiempo, llegamos finalmente
al pueblo de Kunitz. Allí preguntamos el camino. Nos indicaron el más corto,
pero también el más fatigoso. Nos costó un trabajo inmenso, sobre todo porque
perdimos el sendero repentinamente y tuvimos que seguir subiendo sin camino
alguno que nos guiase. Al llegar arriba pudimos disfrutar del maravilloso
espectáculo de la puesta de sol. La misma Jena goza de numerosos encantos.
Aquí me limitaré a mencionar un magnífico establecimiento de baños, que yo
también utilizo a menudo. Además, en todas las casas en las que ha vivido
algún hombre famoso (que son muchas) hay fijadas pequeñas lápidas en las
que se ha grabado su nombre. Me causaba un gran placer andar en busca de
los nombres de los personajes más grandes de nuestra nación, Lutero, Goethe,
Schiller, Klopstok, Winkelmann y tantos otros.
[Agosto-octubre, 1859]
Pforta
Nietzsche.-1859
6 de agosto de 185929
Contra la añoranza de nuestra casa (según el prof. Buddensieg)
1) Si queremos aprender alguna cosa de provecho no podemos permanecer
siempre en casa.
2) Esto es algo que no desean tampoco nuestros queridos padres; por eso,
nos sometemos a su voluntad.
3) Nuestros seres queridos están en manos de Dios; y nosotros estamos
constantemente acompañados de sus pensamientos.
4) Si trabajamos con aplicación, se desvanecerán los pensamientos tristes.
5) Si todo esto no te ayuda, entonces reza a Dios nuestro Señor.
-Cuando esta tarde el pro£. Steinhardt evocó a nuestros futuros bachilleres,
mencionó también el amenazador peligro de guerra que muy pronto hubiese
separado de nuestro círculo a quienes están a un paso de la edad legal,
apartándoles de su carrera. Afortunadamente, sólo tuvieron que presentarse en
Naumburg y sacrificar seis días de sus vacaciones.
-Mientras me hallaba en Jena fui el primero en tener noticia del despacho
telegráfico que anunciaba el acuerdo de paz30. No suscitó, sin embargo, ninguna
alegría de paz verdadera, ya que se teme que el león tan sólo se haya retirado
para reponer fuerzas y prepararse para nuevos ataques.
-Hoy hemos tenido otra vez tiempo libre para bañarnos. El agua estaba más
calmada que de costumbre; se podía nadar a lo largo y ancho del Saale.
También el calor era inusual.
-Todavía no he realizado la prueba de natación; aún temo hacer el ridículo.
-Mi tío Edmund ha sido trasladado a Corensen, un pueblo en el bajo Harz,
cerca de Vipra y Mannsfeld. Me alegraré mucho de poder visitarle alguna vez,
pero, desgraciadamente, mi mamá irá allí dentro de seis semanas, para
organizarle la economía domestica, y no volverá hasta la Navidad. No podré
volver a elegir Almrich31 para mi visita dominical. Por otra parte madame
Laubscher vendrá a menudo a Almrich. Es una suiza que da clases particulares
en Naumburg y regenta un internado de niñas. Su marido es un francés de
extraordinario carácter, pero un tanto taciturno, por lo que, en sociedad, se le
tiene por desconsiderado cuando él no se afana en demostrar lo contrario con
sus acertadas e incluso ingeniosas preguntas.
6 de agosto
-Hoy es el primer domingo que paso de nuevo en Pforta. Es curioso, pero aquí
echo de menos el verdadero ambiente dominical.
-Hoy iré a Almrich, en donde estarán mamá y Lisbeth. En realidad, la salida
está prevista tan sólo para los alumnos del último curso (Primaner )32; pero si
acuden los padres, no se puede prohibir que sus hijos vayan a verles. Los otros
suelen ir a Kósen, como de costumbre, a Haemerling, a la pastelería. Por lo
demás, hay también muchos otros que prefieren pasar su descanso dominical
en el bosque.
-Mi mentor33, Krämer, viene a menudo conmigo a Almrich a ver a mamá. Es de
un carácter muy afable y, por eso, es él quien más me atrae de todos los
alumnos de primero. He inscrito mi nombre en su álbum antes de las vacaciones
de verano y ya me he despedido de el para siempre, pero ahora está aquí de
nuevo.
-Ya faltan muy pocos meses para mi cumpleaños; todavía no estoy muy
decidido con respecto a lo que voy a pedir de regalo. La obra de Gaudy34 o de
Kleist, o el Tristram Shandy de Sterne.
-Krämer no pudo acompañarme a Àlmrich, así es que fui solo. Allí encontré a la
querida mamá, con Lisbeth y el tío Oscar, el señor von Buch; más tarde llegaron
también más alumnos naumburgueses de primero. Cuando desmentí una
afirmación falsa sobre el número de los bachilleres de Naumburg, alguien
exclamó: «los de Pforta no tienen otro tema de conversación», y siguieron en
forma parecida azuzando sobre Pforta. Yo permanecí callado ante todas las
provocaciones. También el silencio es una respuesta y, además, debieron de ver
que en Pforta he aprendido a callar.
-No se qué pasará conmigo en los días de fiesta de San Miguel. Mamá no
estará en casa y, probablemente, tenga que dormir allí y comer en casa de la tía.
-El calor ha sido hoy menos intenso de lo acostumbrado.
8 de agosto
-Hoy tenemos muchas horas de repaso; por eso es un mal día. En primer
lugar, un repaso de historia, desde la guerra del Peloponeso hasta Alejandro. En
segundo lugar, repaso de gramática griega y, en tercer lugar, repaso de
geografía de todas las partes del globo sin contar Europa y Australia. ¡Que haya
suerte!
-El repaso de historia ha transcurrido de manera satisfactoria, o, mejor dicho,
no llegó a transcurrir, ya que hicimos un dictado sobre la expedición de
Alejandro. ¡Si sucediera lo mismo con las restantes!
A las dos de la tarde. Ha pasado lo mismo, ¡qué alegría!
Hay una norma digna de alabanza en Pforta, que cuando el calor supera los 24
grados [Reamur] se suspenden las clases de la tarde y el internado entero va a
bañarse; es lo que en la jerga de la escuela se conoce como «chapuzón
general». Éste es el caso de hoy. El calor es aplastante, en el jardín de la
escuela es insoportable. Desde las cuatro hasta las cinco tenemos hora de
repaso y luego iremos a bañarnos. ¡Qué delicia poder refrescarse hoy en las
suaves ondas del río!
-Es muy agradable ingresar en Pforta en las fiestas de Pascua, pero mucho
más aún en las de San Miguel. Si la naturaleza no nos sonríe entonces como lo
hace en primavera, si incluso no se disfruta de tanto tiempo libre como en
verano, el invierno permite trabajar más, y así, cuando vuelve otra vez a Pforta el
tiempo en que todo revienta y florece, son mucho más numerosos los placeres
de los que podemos disfrutar. Basta pensar en la cantidad de privilegios de los
que gozan los veteranos en verano en comparación con los nuevos, en el juego
de bolos y en la clase. Yo querría ya entrar en Pforta en San Miguel.
-He decidido comprarme Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy por mi
cuenta y pedir el Don Quijote para mi cumpleaños. Espero tener en seis
semanas el dinero necesario: veinte groschen de plata.
9 de agosto
Voy a procurar dar una imagen de la vida cotidiana en Pforta, ya que hoy tengo
bien poco o absolutamente nada que contar. Veamos, a las cuatro de la
madrugada se abre el dormitorio y, a partir de ese momento, cada uno es libre
ya de levantarse. Pero a las cinco se saca a los demás de la cama con las
usuales campanadas matinales mientras los inspectores de dormitorio gritan
amenazadores: ¡Levantaos!, ¡Levantaos de una vez! y además castigan a los
que no son capaces de dejar las plumas del lecho tan fácilmente. Después,
todos se visten lo más rápidamente que pueden y se apresuran a llegar al cuarto
de baño para intentar encontrar un sitio libre antes de que todo esté ocupado.
Diez minutos tras el breve tiempo de levantarse y asearse, se vuelve otra vez a
la habitación para vestirse ya más esmeradamente. Cinco minutos antes de la
media suena por primera vez la campana que llama a la oración, y a la segunda
vez hay que estar en el oratorio. Aquí los inspectores se encargan de imponer
orden antes de que venga el profesor, prohiben hablar y conminan a los de
primero, que llegan generalmente más tarde, a sentarse. Entonces aparece el
profesor con el fámulo que le acompaña y los inspectores le comunican si los
bancos están completos. Acto seguido suena el órgano y, tras un corto
preámbulo musical, se entona una canción matutina. Luego el profesor lee un
pasaje del Nuevo Testamento, o alguna composición o poema piadoso, dice el
Padrenuestro y clausura la sesión con algún verso final. A continuación vamos
todos a nuestras habitaciones, donde nos esperan cafeteras con leche caliente y
panecillos. A las seis en punto la campana toca llamando a clase. Tomamos
nuestros libros y vamos allá, donde permanecemos hasta las siete. Después le
sigue una hora de trabajo o de repaso, como se la denomina, luego hay
lecciones hasta las diez, otra hora de repaso y otra clase hasta las doce. Al
término de cada lección y de las horas de repaso se toca una campana. A las
doce en punto hay que llevar rápidamente los libros a la habitación y,
apresuradamente, dirigirse después con la servilleta al claustro.
10 de agosto
-Debo consignar algo referente al día de ayer y, por eso, no puedo continuar
con mi relato.
-Hoy hizo un calor terrible y, a pesar de eso, no tuvimos «chapuzón general».
Ni siquiera tuvimos un simple baño. En las lecciones de media tarde reinó un
sopor extraordinario. Finalmente, a las cinco y media el cielo se cubrió de nubes.
Enseguida se escuchó el bramido de los truenos, y pronto centellearon los
relámpagos y la lluvia comenzó a caer a raudales sobre la tierra extenuada.
Aunque débil, la tormenta duró todavía mucho tiempo. Aún después de
merendar, en el tiempo libre, tuvimos que quedarnos a cubierto en la escuela.
Pero nunca tras las vacaciones estivales me había sentido tan deprimido como
esta tarde. Sentí nostalgia de Naumburg, de mis amigos con quienes a tales
horas tan bien podía pasármelo, ¡y mientras tanto aquí no tenía a nadie!. La
escuela entera me parecía desolada y triste, y esa tristeza que inspiraba sólo
hacía que desfilasen ante mis ojos las dulces imágenes de las vacaciones. ¡Oh
Navidad, oh Navidad, qué lejos, qué lejos!
Esta mañana hace mucho mas fresco que todos los días anteriores. El cielo
está lluvioso; estoy otra vez un poco deprimido; espero con alegría el domingo,
pero la semana transcurre con una lentitud insólita. Es verdad, el mal tiempo
produce tristes pensamientos; el cielo lúgubre ensombrece el alma, cuando
aquel llora, también lo hace mi alma. ¡Ay! en rríi corazón se ha despertado el
amargo sentimiento del otoño. Aún puedo recordar un día del año pasado,
cuando todavía por estas fechas me hallaba en Naumburg. Paseaba solo ante la
Marienthor; el viento racheaba sobre las yermas rastrojeras, las hojas
amarillentas caían al suelo, y a mí me traspasaba un dolor intenso: ¡el esplendor
de la primavera, el sol del verano se habían desvanecido, desaparecido para
siempre! ¡Muy pronto la nieve sepultará la naturaleza moribunda!
Las hojas caen de los árboles,
Presas del salvaje viento;
¡En polvo se transforma
La vida con sus sueños!35
11 de agosto
-Tampoco el sol ha traspasado aún hoy la capa de nubes y niebla; hoy es día
de estudio o, según la antigua usanza por la que este día se nos permite dormir
una hora más, «día de sueño». Por la mañana tenemos desde las siete hasta las
doce sólo repaso; de dos a cinco otra vez, y desde las cinco hasta las siete, dos
horas de recreo en el jardín. Estos días son extraordinarios para dedicarlos al
trabajo personal. Por otra parte, se suprimen las horas de lectura.
-Es curioso cómo se obsesiona la fantasía en los sueños; yo, que todas las
noches me quedo con las ligas de goma en los pies, soñé que dos serpientes se
me enroscaban en las piernas, inmediatamente cojo a una por la cabeza, me
despierto y advierto que tengo una liga de calcetín en la mano36.
-Ayer compuse un pequeño poema. Inspirado en el recuerdo de mi casa, traté
de imaginarme qué es lo que sentirá quien no tiene patria.
¡Sin patria!
Sobre veloces corceles
Vago sin temor
Por espacios interminables
Quien me ve, me conoce
Quien me conoce me llama
El apátrida.
Olé, Olá olaí
¡Tú, mi suerte, mi estrella pura
No te olvides de mí!
Que nadie se atreva
A preguntarme
Dónde está mi patria:
Jamás estuve atado
A espacio alguno ni a horas vanas
¡Soy tan libre como el águila!
Olé, Olá olaí
¡Tú, mi suerte, mi mayo dorado
No te olvides de mí!
Que deba morir un día,
Que deba besar la torva muerte,
Apenas si lo creo
¿Debo bajar ala tumba
Y nunca más beber,
Libre, el aroma de las flores?
Olé, Olá olaí
Tú mi suerte, mi sueño multicolor
No te olvides de mí!
12 de agosto
-Por fin he superado la prueba de natación; como el sábado hay una excursión
a nado, tengo unas ganas inmensas de poder participar. A la vuelta, en la
prueba, tuve que esforzarme muchísimo, pero al final todo salió bien.
-Por otra parte, hoy quiero continuar con el relato de la vida en Pforta. En el
claustro se forma por mesas, de tal manera que permanecemos de pie de doce
en doce y en grupos de dos filas, los inspectores ordenan silencio hasta que
llega el profesor. En cuanto éste entra en el refectorio, marcha primero la mesa
número quince y, acto seguido, todas las restantes. Se nombra a los ausentes.
Luego, uno de los inspectores pronuncia la siguiente oración: «Señor Dios,
Padre celestial, bendícenos a nosotros y a estos tus dones, que ahora vamos a
recibir gracias a tu bondad infinita por medio de Jesucristo. Amén». Al término
de la oración, todos los presentes entonan el viejo canto latino:
Gloria tibi trinitas
Aequalis una deitas
Et ante omne saeculum
Et nunc et in perpetuum!
Inmediatamente después, todos se sientan y comienza la comida. El plan de
comidas de la semana es más o menos el siguiente:
Lunes. Sopa, carne de buey y verduras, fruta.
Martes. Sopa, carne de buey y verduras, mantequilla.
Miércoles. Sopa, carne de buey y verduras, fruta.
Jueves. Sopa, carne de buey y verduras, riñones y ensalada.
Viernes. Sopa, carne asada de cerdo, verduras y mantequilla, o albondiguillas,
carne asada de cerdo y fruta o lentejas y salchicha asada y mantequilla.
Sábado. Sopa, carne de buey con verduras, fruta. Todos recibimos en cada
comida una décima parte de un pan.
La comida concluye con la plegaria siguiente:
«Dad gracias al Señor porque es eterno y su bondad no tiene fin. Él nutre todo
lo que está hecho de carne, a las bestias da su forraje y a los jóvenes cuervos
que claman por su alimento. No se complace con la fuerza del potro ni de sus
raudas patas, se complace con los que le temen y esperan su bondad. Te
agradecemos, Señor Dios, Padre celestial, por medio de Jesucristo nuestro
Señor, todos tus beneficios. Tú que vives y reinas en la eternidad. Amén». Sigue
un verso cantado.
13 de agosto
-Ha llegado el segundo sábado; ya he vivido aquí, otra vez, más de una
semana - pero el tiempo se me hace eterno. Ha terminado la semana del
profesor Steinhardt; ha transcurrido una de las épocas más agradables, sobre
todo para los de primero.
-Nuestros bachilleres trabajan muchísimo, ya que los exámenes escritos
comienzan la próxima semana. Les deseo mucha suerte en tan importante
ocasión.
-En esta semana superé la prueba de natación y con ello estoy ya entre los
alevines. ¡Ojalá Dios me proteja para que no me ocurra nada malo en la excursión a nado de esta tarde!
Al mediodía se levantó un violento temporal acompañado de fortísima lluvia,
por lo que se suspendió la excursión a nado.
Durante la penúltima hora, la de la lección del doctor Becker, se organizó al
final mucho ruido y un violento pataleo. El señor doctor estaba furioso y exigió
que se presentasen los culpables antes de las diez de la mañana. Como nadie
salió, mandó llamar a unos cuantos de la clase para interrogarles por separado.
Pero no ha conseguido enterarse absolutamente de nada. Hoy, a las seis de la
tarde, nos reunimos en asamblea algunos de los alumnos mayores. Quiero
exponer allí las tres posibilidades que caben en este asunto: 1) La clase entera
carga con el castigo si es cierto que no se conoce a los culpables del barullo.
Como esto último, a), no es verdad y b), como con el castigo la clase adquirirá
mala fama, esta posibilidad queda excluida. 2) Si los culpables fuesen
denunciados por los demás, a) esto sería algo muy desagradable y deshonroso
para todos los estudiantes, b) daría ocasión a múltiples errores y disputas. Así,
solamente queda la tercera posibilidad, es decir, que los culpables se presenten
por voluntad propia, con lo cual a) se salvaría el honor de la clase, b) el profesor
impondría un castigo mucho menor y, también, sería mucho más sencillo el
perdón, pues se consideraría el asunto como una chiquillada inocente de la que
sólo serían culpables algunos alumnos; mientras que si toda la clase decide
cargar con la culpa... ¡¡esto se tomaría como signo de la existencia de un
espíritu de oposición en la clase entera!!
14 de agosto
-Las negociaciones se llevaron a cabo en la cancha de bolos. Nos reunimos
muchos alumnos y el resultado fue que nueve de ellos se presentasen voluntariamente o, si no, serían delatados por testigos. Tras la cena continuó la
asamblea, hasta que, al final, quince se presentaron ante el doctor Becker. Pero
me temo que era demasiado tarde, pues éste ya había consultado sobre el caso
con el rector y el profesor Buchbinder. Es natural que todos los culpables
compadezcan ante el consejo escolar.
-Hoy es el segundo domingo que paso en Pforta tras las vacaciones. Después
de comer iré con Braunens a Almrich.
-En verano el domingo es más o menos como sigue: nos levantamos a las seis
de la mañana y a las siete menos cuarto es la oración. Después hay paseo libre
por el jardín hasta las ocho. Luego, tenemos una hora de repaso que termina
con el tañido de la campana que llama a misa. Formamos en el claustro y
entramos en la capilla, donde el hebdomadario pasa la inspección. Hasta las
doce hay otra vez libertad para estar en el jardín y, así mismo, después de la
comida -que consiste en sopa, fricasé, asado y ensalada, hasta la hora de la
oración, que comienza a la una y media. Hasta las tres hay que trabajar de
nuevo; hasta las cuatro se puede salir al jardín, pero justo después de merendar
comienza el ansiado paseo hasta las seis. Una hora de trabajo llena el tiempo
hasta las siete; luego, el día termina como de costumbre, con cena, tiempo libre
en el jardín y oración.
-En la última época he hecho lecturas variadas; por ejemplo, he leído dos
cosas de Ludwig Rellstab37 que me han entusiasmado por la gran tensión y las
maravillosas descripciones. La segunda, En el Orinoco, que narra los peligros de
la selva tropical americana, la he encontrado verdaderamente extenuante.
También las obras de Gaudy me han atraído mucho, sobre todo la expedición
romana, en la que se respira la verdadera atmósfera ardiente meridional. Esos
retratos tan vivos, sus profundas e ingeniosas observaciones, son como la
hiedra que se enreda en torno a las columnas y a las estancias decrépitas de la
melancolía. De sus poesías me gustan particularmente los «Cantos del empera-
dor», que aunque tienen por tema la alabanza eterna de un objeto abominable38,
los considero uno de los más bellos encomios poéticos de un héroe muerto. Es
admirable, sobre todo, el entusiasmo y el ardor de las canciones de los sauces
llorones.
15 de agosto
-Encontré a mamá, al tío y a Lisbeth en Almrich. Fue verdaderamente bonito.
Desgraciadamente, mamá tendrá que irse dentro de cuatro semanas. Por eso he
escrito ya a Naumburg comunicando los regalos que quiero por mi cumpleaños;
se trata más o menos de lo siguiente: el Don Quijote, un álbum para los poemas,
la biografía de Platen39, pasteles, nueces, uvas. Naturalmente, sin límites a la
bondad y la generosidad.
-En lo que concierne al asunto de la clase, esta mañana el doctor Becker nos
habló en tono afectado y paternal incitando a que se presentaran los culpables.
Parecía estar muy consternado. Ahora ha quedado aclarado quién es el que
incitó a los demás a actuar de tal forma, ya que él fue el primero en
autoinculparse voluntariamente. El asunto se llevará el sábado ante el consejo y
puede tener consecuencias muy serias.
Si se contempla detenidamente la vida escolar, se verá que se trata de una
actividad incesante que, a pesar de la monotonía de sus acontecimientos, tiene
siempre mucho interés. Sobre todo es importante observar la disparidad de sus
episodios. Comúnmente se acostumbra a decir: los años escolares son años
difíciles, sus consecuencias son también muy importantes, puesto que no dejan
de padecerse el resto de la vida; son años que se avienen mal con la juventud,
pues en ellos la frescura espiritual se ve sometida a encerrarse en espacios
angostos, pero también es cierto que para aquéllos para quienes se hacen tan
difíciles estos años, a menudo no son más que años vacíos. Por eso, todo
depende del buen uso que se haga de ellos. La regla principal es que nos
eduquemos proporcionalmente en todas las ciencias, artes y facultades, de tal
modo que el cuerpo y el espíritu vayan parejos de la mano. Tenemos, pues, que
guardarnos mucho de la unilateralidad en los estudios. Hay que leer a todos los
escritores, y esto por varias razones; no sólo por la gramática; la sintaxis, el
estilo; no, también a causa del contenido histórico, de la perspectiva espiritual.
Sí, se debería conjuntar la lectura de los poetas clásicos griegos y latinos y la de
los escritores alemanes y comparar sus respectivas concepciones. La historia
debería estudiarse unida con la geografía, las matemáticas junto a la física y la
música; sólo entonces el árbol de la verdad, vivificado por un espíritu común,
iluminado por un único sol, daría espléndidos frutos.
16 de agosto
-Nuestros bachilleres comienzan hoy las pruebas escritas; todos ellos están
muy nerviosos. Yo pienso con agrado y con disgusto en ese momento, puesto
que será la última fatiga, el último riesgo antes del rescate que nos libere del
secuestro al que nos han sometido los vínculos escolares.
Ayer fuimos a bañarnos de nuevo. Por primera vez llevé puesto el gorro de
nadar, el distintivo de los nadadores. No me creo capaz de soportar la excursión
a nado. En fin, ¡que haya suerte!
-Cuando por las noches llego al dormitorio, por lo común la luna resplandece
sobre mi cama. Éste es un sentimiento muy particular que me provoca un
curioso estado de ánimo. Es evidente que existe una correspondencia entre la
luna y el espíritu humano; los nervios se excitan más en una noche de luna que
con los calientes rayos del sol. ¿Quién no conoce aquel maravilloso poema de
Heine, «La flor del loxo»?
Esta mañana nos levantamos antes de las cinco menos cuarto. La aurora
besaba los montes lejanos y jugaba entre las hojas de los robles. Siento un
placer infinito al contemplar el purpúreo ardor del sol matutino, y es que el
flamante rey de la luz pasa el cetro al día naciente, mientras que, llegando el
atardecer, mi alma se entristece. Cuando contemplo las nubes teñidas de rojo, el
leve desvanecimiento de las rosas y el profundo y triste canto de los ruiseñores
entre las guirnaldas de lirios, no puedo más que exclamar dolorosamente: ¡sic
transit gloria mundi!
-Siempre tengo presente en mi espíritu el pensamiento de la inmensidad del
Todo; ¡qué admirable y sublime es la tierra y qué grande, tanto que nadie puede
llegar a conocerla por entero! Pero, ¿qué me ocurre cuando miro la inmensidad
de las estrellas y el sol? ¿Qué me garantiza que esta bóveda celeste con todas
sus constelaciones no sea más que una pequeña parte del universo? ¿Y quién
me dice que no tiene un límite? ¡Y nosotros, seres miserables, queremos
comprender al Creador cuando apenas si podemos imaginarnos su obra!40
-Probablemente tenga mi Tristram Shandy la próxima semana. Le he
encargado a Lisbeth que me lo procure lo antes posible: estoy extraordinariamente ansioso por conocerlo.
17 de agosto
-¡Se acabó, se acabó! ¿Corazón, vas a saltar del pecho? ¡Oh, Dios mío!, qué
clase de corazón me has dado, que se alboroza y llena de júbilo al mismo
tiempo que la naturaleza. No lo puedo soportar; el sol ya no envía más sus
cálidos rayos; los campos están yermos y desolados; pájaros hambrientos se
aprovisionan para el invierno. ¡Para el invierno! Así de estrecha es la frontera
entre el gozo y la tristeza, por eso el paso del uno a la otra es fulminante. ¡Se
acabó, se acabó! Los pájaros emigran hacia el cielo azul de una tierra lejana y
yo les sigo entristecido, con el corazón embargado de dolor. ¿No estás ya,
mundo, cansado de no concebir algo duradero? Aquello que se engendra y luego brota y florece tiene, a la fuerza, que desaparecer. Del mayo sonriente, pleno
de gracia, rompes las rojas olas de rosas; toma también mi joven vida aún sin
florecer. ¡Ah, con qué fuertes ataduras me tienes preso, naturaleza! ¡Con
amargas penas has amarrado mi corazón! ¡Rosa postrera! Llorando te
contemplo florecer y marchitarte, contigo vivo y a tu lado me marchito, ¡también
contigo resucitaré!, pues el dulce sueño de la vida no puede desaparecer
eternamente: ¡otra vez volveré a beber el néctar primaveral, la espuma de la
primavera!
-Por fin es hoy la excursión a nado tan deseada. Espero la salida con
muchísima impaciencia.
-En historia estamos ahora con la expedición de Alejandro el Grande. Este
héroe me atrae extraordinariamente; se podrían utilizar episodios de su biografía
para escribir tragedias estupendas. Basta mencionar, por ejemplo, la conjura de
Filotas. Ese joven personaje fue uno de los pocos que tuvo suficiente coraje
como para hablarle a Alejandro con el corazón, abierta y sinceramente, con
firmeza de carácter. Los soldados le temen porque es severo y no soporta la
molicie oriental que se impone en todas partes y de la que el rey mismo también
participa. Su orgullo no soporta que los persas tengan el mismo rango que los
macedonios; cambia unas palabras con Alejandro, el hijo de Júpiter, el señor de
Asia a quien diariamente se adora en los altares y a quien los aduladores rinden
inmerecido tributo con incienso. Alejandro se enemista con él; pero aquél,
exasperado por el asesinato de Clito, en un violento acceso de cólera deja
escapar palabras imprudentes y, entonces, su vida está perdida. Para huir de los
inquietantes pensamientos que le asaltan, Alejandro envía sicarios a Ecbatana
para asesinar a Parmenio. ¡Babilonia, Babilonia, tuya es la venganza! ¡También
él morirá!
18 de agosto
-Ayer tuvo lugar efectivamente la excursión a nado. Fue digno de verse cómo,
marchando todos en formación, salimos por la gran puerta de la escuela al
alegre son de la música. Todos llevábamos puestos nuestros gorros rojos de
natación, lo que producía una impresión muy grata. Los nadadores más
pequeños nos sorprendimos mucho al ver que la excursión daba comienzo un
poco más allá, Saale abajo, con lo que nos desanimamos un poco, pero cuando
vimos venir a lo lejos a los nadadores mayores que nosotros y escuchamos la
música, olvidamos nuestro temor y saltamos al río; nadábamos en el mismo
orden en el que habíamos marchado. Todo salió a la perfección; yo me ayudé lo
que pude, si bien en ningún momento toqué el fondo. También nadé a veces de
espaldas. Cuando finalmente llegamos, recibimos nuestras ropas, que nos
habían seguido transportadas en una canoa, nos vestimos rápidamente y, en el
mismo orden, marchamos otra vez a Pforta. Fue realmente maravilloso.
Hoy está el día insólitamente oscuro; también ha llovido mucho. Cuando nos
levantamos, a las cuatro y cuarto, no se veía nada. Nuestros bachilleres tienen
hoy la prueba escrita de alemán, les deseo mucha suerte.
Continuación del orden del día en Pforta. Después de comer se lleva el pan y
la servilleta del jefe de mesa a su habitación e inmediatamente se baja al jardín
de la escuela. Antes de la una y media nadie puede aparecer por la habitación;
de no ser así, los inspectores imponen castigos muy severos. Primero se mira a
ver si ha llegado algún paquete o alguna carta, que el cartero de la escuela trae
a diario, o se compran frutas con el propio dinero a una mujer que las vende.
Luego, se juega a los bolos en el patio o se pasea. En verano también se juega
mucho a la pelota. A las dos menos cuarto llaman a clase y en cinco minutos
hay que presentarse allí. Las lecciones duran hasta las cuatro menos diez.
Después viene la merienda, en la que se dan mantequilla y panecillos o compota
de ciruelas, manteca, fruta y cosas similares. A continuación, uno de los
primeros imparte una clase de una hora de duración en la que se hacen los
deberes -docimasta- de griego, latín o matemáticas. A las cinco tenemos una
pequeña pausa, a la que siguen clases de repaso hasta las siete. Después viene
la cena, que, como la comida, es siempre la misma.
Lunes. Viernes. Sopa, pan con mantequilla, queso.
Martes. Sábado. Sopa, patatas, mantequilla.
Miércoles. Sopa, salchicha, puré de patatas o pepinillos en vinagre.
Jueves. Sopa, tortilla, salsa de ciruela, pan con mantequilla.
Domingo. Sopa, arroz, pan con mantequilla, o arenques, ensalada, pan con
mantequilla. o huevos, ensalada, pan con mantequilla u otra cosa.
19 de agosto
-Después podemos ir otra vez al jardín de la escuela hasta las ocho y media.
Luego viene la plegaria nocturna y, a las nueve, hay que irse a la cama. Los
compañeros mayores que perdieron una hora dando la clase de repaso pueden
quedarse todavía levantados hasta las diez. Así transcurre un día normal en
Pforta.
-Ayer vino a la clase el Sr. Rector Peter y nos echó una larga reprimenda a
causa del alboroto del otro día. Entre otras cosas dijo: «Habéis olvidado acaso
quiénes sois y la enorme deuda que tenéis con esta institución y con vuestros
profesores? Es vuestro deber tenernos contentos mediante obediencia y
docilidad y, en vez de eso, causáis nuestro disgusto con este comportamiento.
Ésta es una pésima señal para la clase; la culpa no recae sólo en los
responsables directos, sino sobre el mal espíritu del grupo entero». Después
dejó caer palabras inquietantes sobre un severo castigo y cosas parecidas.
-Ayer por la tarde estuve junto con otros seis compañeros donde el profesor
Corsen. Como siempre, fue de nuevo muy alegre e interesante. Ir a esas
reuniones es para mí un gran placer.
-Desde el martes espero con impaciencia el paquete y la carta, ¡pero en vano!
¿Qué habrá retenido a mamá para enviármelo?
-Hoy es de nuevo jornada de sueño, o día de _estudio; me agrada mucho que
me espere una buena tarea por delante. Hoy por la tarde tenemos que entregar
los deberes de alemán. Aquí en Pforta estamos un tanto retrasados en alemán.
En Naumburg escribíamos ya narraciones y descripciones de caracteres,
mientras que aquí debemos componer pequeñas historietas con moraleja que se
adapten a proverbios41, etc.
-Nuestros bachilleres tienen mañana la prueba de matemáticas; después
habrán terminado por completo y les aguarda el examen oral. Espero que todos
lo superen.
-Aunque la dulce imagen de las vacaciones casi ha desaparecido de mis ojos,
esta semana se me ha pasado enseguida. El próximo lunes será un día
consagrado a la montaña; ya he invitado a mamá para la ocasión.
Lo vivo tiene que marchitarse:
Ha de perecer la rosa,
Si un día quieres verla
Gloriosa florecer.
20 de agosto
-Finalmente, para nuestra clase ha llegado el sábado funesto; espero con
ansiedad que todo salga bien.
-Ayer por la tarde sentí de repente unos deseos inmensos de viajar, pero con
la peculiaridad de hacerlo sin dinero. Se me ha ocurrido que vivir pudiendo
satisfacer todos nuestros deseos no es, ni de lejos, tan intenso como el hecho
de tener que afrontar el día confiado a la buena fortuna, sin cuidarse del
mañana. Que uno lleve algo encima, escondido como provisión para casos
imprevistos, es algo natural. Me encantaría reservar para algo así los días de
San Miguel. Pensé que sería muy divertido. Caminar ya entrado el día,
refugiarse donde primero se encuentre y mejor parezca, vivir un par de
aventuras, eso debe de ser algo maravilloso.
-Esta mañana le he escrito una carta a mamá para invitarla al día de la
montaña. Quiere traer consigo a madame Laubscher y sus pupilas. Todavía no
he escrito a Wilhelm, ni él tampoco a mí. Espero que no se haya enfadado
conmigo.
Ayer fuimos otra vez a bañarnos; el Saale estaba frío y algo crecido. Practiqué
varias veces el «salto a espada» y al final lo he aprendido bastante bien.
-En Las peripecias de los aprendíces de sastre de Gaudy hay, ciertamente, un
humor delicioso. Qué fina caracterización de Italia, con todas sus debilidades;
qué bien caracterizado está el prosaísmo del muchacho berlinés.
-El profesor Buddensieg nos contó hoy algo sobre la poesía hebrea. Ésta se
basa en el paralelismo de la desmembración de pensamientos y a veces se sirve
incluso de la rima. Como ejemplo nos mostró el salmo octavo.
Ahora no escribo casi ninguna poesía, y las pocas que escribo son, por lo
común, banales. Así, en Pforta compuse «Canción de mayo», después, «El sol
de mayo», «En el bosque», «El cisne», «Retorno 1, II», «En la lejanía» y,
finalmente, «Sin patria». En verdad, muy pocas en tan largo período de tiempo.
Tendré, quizás, que volver a imponerme escribir una cada día, que también
habrán de tener su lugar en este libro. ¿Cuándo será otra vez fecunda mi vena
poética? Éste es un pensamiento muy desagradable.
21 de agosto
-Ayer recibí una carta en la que se me comunica que no debo ir los domingos a
Almrich; por eso visitaré al consejero Teichmann en Kósen. Son gente mayor,
muy buena, que yo ya conocí en Naumburg.
-Se castigó muy levemente a nuestros alborotadores de clase. El mentor ha
sido destituido y castigado con ayuno; su tercer castigo lo comparte con los
otros: una hora menos de paseo.
-Un inspector ha sorprendido a dos de cuarto fumando y los ha denunciado a
la cámara de inspección. Uno de ellos estaba ya envuelto en los
acontecimientos recientes. El otro se traicionó con un gesto e inmediatamente
fue arrestado. ¡Era precisamente el instigador del alboroto!
-Desde ayer pertenezco ya realmente al coro, lo cual me alegra muchísimo.
Canto con el en la iglesia, puedo participar en las giras y disfruto de todos los
pros y los contras a los que está sometido cualquiera de sus miembros.
-Nuestros bachilleres han terminado las pruebas escritas. Espero que todos las
hayan superado.
-He estado leyendo hoy en el Don Quijote y el libro me ha resultado muy
atractivo; sin embargo, todavía albergo mis dudas sobre qué es lo que quiero de
regalo.
-El tiempo está muy variable, cosa que me preocupa por la excursión a la
montaña. Pero, ¡la esperanza es lo último que se pierde!
-No he ido a KÓsen, sino al bosque. Primeramente nos procuramos algo de
fruta y luego estuvimos hablando plácidamente. Por otra parte, he tomado la
decisión de aprovechar las vacaciones de San Miguel para realizar una
excursión. Ésta será como sigue: el primer día, le pediré a Wilhelm que venga
temprano a Pforta, y luego iré con él al albergue del Gato, donde degustaremos
una buena tortilla kunitzburguense; después nos pondremos en camino por
Rudelsburg y Saaleck, para estar otra vez de vuelta por la tarde.
Verdaderamente es una idea muy bonita; tengo que comunicársela a Wilhelm.
Desde las vacaciones no he vuelto a escribirle una sola línea.
22 de agosto
En efecto, la esperanza es lo último que se pierde. Hemos pasado un «día de
la montaña» estupendo, que deseo describir con detalle. En cuanto me levanté
por la mañana, miré inmediatamente al cielo. Lo que vi tenía un aspecto
inquietante, pues una gran cantidad de nubes oscuras cubrían el horizonte.
Hasta las 12 del mediodía era día de estudio normal. Después, como el cielo fue
aclarándose, todo el mundo fue a vestirse y a las dos de la tarde nos reunimos
en la Fürstenplatz formados por habitaciones. Tras pasar una revista meticulosa,
la comitiva, con los músicos y el coro por delante, se apostó ante la fachada
derecha de la escuela. Allí se entonó la canción de la montaña y, después,
precedidos de la bandera de la escuela, marchamos todos monte arriba. Una
vez que llegamos a la ancha plataforma nos detuvimos. El pastelero Furcht
había montado allí un tenderete que hizo las delicias de todo el mundo. Los
merengues desaparecieron en un periquete. Nos acomodamos muy cerca del
bosque divirtiéndonos mucho con la alegría que mostraban los más pequeños
por la fiesta del día de la montaña. Por fin, alguien me anunció que mamá y
Lisbeth habían llegado. Fue estupendo. Primero tomamos café y pasteles y
luego estuvimos charlando. Más tarde llegó también madame Laubscher con sus
pupilas. Como, entretanto, había comenzado el baile, éstas bailaron mucho con
nosotros. Habían venido numerosas damas que no habían podido asistir a otras
celebraciones anteriores del día de la montaña a causa de la inclemente lluvia
que siempre se lo había impedido. Después se reunió el coro y entonó hermosas
canciones como «La canción de la tarde», «Arriba Alemania, arriba» y «Adiós,
queridos bosques frondosos». Luego se bailó otra vez hasta las seis y media.
Entonces se terminó la fiesta y, tras haberme despedido y haber mostrado mi
agradecimiento a los presentes, marchamos otra vez hacia la escuela en
formación, por clases. La comitiva se mantuvo hasta alcanzar el jardín de los de
primero; luego, se deshizo. Los alumnos de las clases intermedias tenían
todavía al atardecer un baile en la sala de danza. Así concluyó el «día de la
montaña» más bonito desde hacía muchos años.
23 de agosto
-Hoy estamos todavía un tanto fatigados por el día de ayer, pues tanta alegría
y tanto placer siempre se llevan algo consigo. Pero el hermoso recuerdo
permanece.
-Tengo que mencionar todavía una anécdota referente al «día de la montaña».
Cuando en la bajada de regreso ya se veía Pforta justo debajo de nosotros,
formamos todas las clases y el prefecto lanzó unos «vivas», primero por el rey,
luego por el príncipe de Prusia, luego por los futuros bachilleres; tras esto, lanzó
otro por el alma mater con todos sus profesores y, finalmente, otro por el conjunto de los escolares. Por los últimos resonaron cuatro, cinco, seis «vivas»,
tantos que, al final, el profesor Buchbinder exclamó riendo: «¿Bueno, bueno,
pero cuánto queréis vivir?».
Madame Laubscher ha sido tan amable de invitarme a ir tantas veces como yo
quiera a Almrich mientras mamá esté ausente. Seguro que aprovecharé muchas
veces el ofrecimiento.
Me encuentro en un singular compromiso. Hay aquí, en Pforta, dos hermanos
que son un poco parientes míos. El mayor es blanco de cierto desprecio por
parte de la escuela entera, todos le importunan y se ríen de el. Se empeña, sin
embargo, en que yo le sea asignado como alumno joven el próximo semestre ya
que no tengo aún padrino entre los mayores. Su hermano, en cambio, tiene
buen carácter, es muy simpático y alegre, cuando le conté lo que quería el otro,
me comunicó que también podía ir con él y que, evidentemente, tendría que
decidir cuál de ellos era el que más me gustaba. Así que me encuentro con un
nuevo compromiso, pues en cualquier caso ofenderé a uno. Lo mejor que puedo
hacer es no elegir a ninguno de los dos.
-El otoño siempre me hace pensar en mi futuro lugar en este mundo; y es que
la juventud debe dar después sus frutos. Es terrible pensar que sólo después
podré gozar del resultado de mis primeros esfuerzos. Mi alma tiene que vivir en
perpetua primavera, pues una vez que ha pasado la estación rosada de las
flores, también finalizará mi existencia. ¡Qué duro será añorar la primavera
terrenal, pero cuánto más amargo es también el presente!
24 de agosto
Ayer he leído otra vez Los ladrones; cada lectura me produce una impresión
muy particular. Los personajes me parecen casi sobrehumanos; uno cree
contemplar una lucha titánica contra la religión y la virtud en la que la
omnipotencia celestial alcanza una victoria infinitamente trágica. Terrible es,
finalmente,
la
desesperación
del
inmenso
pecador,
aumentada
desmesuradamente por las palabras del padre. No se me ha ocurrido nada
nuevo, salvo que Schiller se remite en un pasaje a una de sus poesías de
juventud.
Tercer acto, escena segunda.
Schwarz: «¡Con cuánta grandeza se oculta el sol en el horizonte!»
Moor: «Así muere un héroe: ¡digno de ser adorado!»
«Cuando era un niño, uno de mis pensamientos predilectos era vivir como él y
morir como él».
Compárese con esto el poema: «El sol desaparece como el héroe... » etc.
Puede observarse aquí que Schiller ha empleado muchas de sus ideas y
esbozos en su Karl Moor.
Nada más terminar de comer pudimos ponernos en marcha y nos reunimos en
la salinera, en la Davidsonhalle. Alrededor de las tres llegamos a la Buchenhalle,
un hermosísimo lugar en el bosque que estaba dispuesto con bancos como si
fuera un anfiteatro. La orquesta y el coro ocuparon la parte más elevada. Abajo
se había construido un altar y un púlpito, ambos engalanados muy vistosamente
con guirnaldas de flores. En primer lugar se cantó «Ah, permanece con tu
gracia». Luego, el profesor Buddensieg leyó la liturgia; además, cantamos algunos motetes. Acto seguido, el diácono Link de Ekartberga, ascendió al púlpito
y pronunció un sermón muy hermoso y profundo. El acto concluyó con la
ejecución de varias piezas corales.
Reinaba una insólita animación, se hallaban presentes casi todos los bañistas.
A las cuatro y media estábamos otra vez en Pforta, e inmediatamente fuimos a
bañarnos. El Saale estaba maravillosamente templado y permanecimos mucho
tiempo dentro del agua. De nuevo me he ejercitado en el salto de la espada.
¡Ojalá recibiera una carta de mamá! No tengo ni idea de cómo le va. ¡Mañana ya
es jueves!
25 de agosto
-Hasta ahora no ha habido nada digno de mención; el sol parece ya haber
perdido su calor; el frío otoñal se extiende sobre la tierra. Hemos escrito una
composición en clase; estoy ansioso por conocer el resultado.
-Mamá me ha dicho que quizá yo viaje a Korensen en Navidad, puesto que tal
vez ella no haya regresado todavía para entonces. Eso sería maravilloso. Sobre
todo, lo que más me seduce es la idea del viaje. Si no hace mucho frío, viajaré
hasta Halle, y después me dirigiré a Deutschenthal. Allí visitaré al señor pastor, a
quien ya conocí una vez, y de aquí me dirigiré a Langenbogen, donde saludaré a
mis antiguos conocidos del Lago Salado. Luegó iré a Eisleben, visita que
consagraré a la memoria de Lutero. Desde allí, a Mannsfeld, donde me esperan
mamá y el tío. Este proyecto me alegra mucho.
-Hoy comienza el gran repaso de geografía, con Asia en primer lugar. Es una
mala cosa; desearía que ya hubiera pasado. Ante la geografía siempre siento
algo de temor.
-Todo ha salido bien. Llegó mi turno y quedé bien librado. Por lo demás, me ha
escrito Wilhelm; está de acuerdo con mi plan, e incluso desea hacer una
excursión preferiblemente a pie.
-En la poesía de tercero «Regreso» he obtenido lla. La segunda parte continúa
así:
II.
I La tenue campana del atardecer
Resuena sobre los campos.
Esto me dice, justamente,
Que en este mundo nadie hay
Que encuentre su patria
Y en ella la felicidad:
Apenas salimos de la tierra
A ella debemos retornar.
II. Cuando así tañen las campanas,
Un pensamiento me embarga,
Que todos nos encaminamos
Hacia la eterna patria.
Feliz por siempre quien
A la tierra se sustrae
Y cantos patrióticos entona
En honor de aquel beatífico estado.
-En la composición de Latín he obtenido IIa. Hemos escrito hoy una prueba de
matemáticas y espero con ansiedad el resultado; he contestado a todo, pero si
todo era correcto es otra cuestión.
-Hoy por la tarde el calor ha alcanzado los 24 grados. Se suspendieron las
clases y todos fuimos a bañarnos. El agua estaba de maravilla.
No tengo nada más que contar por hoy. Por eso quiero trasladar aquí mi
poema «Regreso».
Regreso
Aquél fue un día doloroso,
El día de la despedida;
Pero aún más receloso
Estaba mi corazón al volver.
Mi esperanza entera
Destrozada de un solo golpe
¡Oh, malhadada hora!
¡Oh, día nefasto!
He llorado mucho
Ante la tumba de mi padre;
Numerosas son las lágrimas
Que han bañado la fosa.
Tan vacía y triste estaba
La querida casa paterna
Que la he abandonado
Para retirarme al oscuro bosque.
En sus sombras escondido
Me olvidé de todo dolor,
La callada quietud
Trajo paz a mi corazón.
La flor dorada de la juventud
Las rosas y el vuelo de la alondra
Me parece a mí que surgen
Del quieto sueño bajo las sombras.
27 de agosto
-Mira por donde, ayer por la tarde hubo otra vez baño general. Las canoas
estaban esta vez completamente sobrecargadas.
Ahora tengo la historia de la literatura de Kletke; la vida de Jean Paul ha
atraído poderosamente mi atención. Los fragmentos que he leído de su obra me
han agradado muchísimo debido al vigoroso talento descriptivo que muestran, la
delicadeza de pensamiento y el ingenio satírico que denotan. Creo que en años
más maduros42 Jean Paul será mi escritor favorito.
-Adornaré ahora con un poco de fantasía algunos episodios de mi vida. El
primero será:
I. Recuerdos de las vacaciones de verano
¡Verano43! Ésa es una palabra mágica para todos aquellos alumnos
pfortenses, ansiosos de libertad, un Eldorado que nos consuela en la larga travesía del gran océano del semestre escolar. Qué alegría cuando finalmente se
grita: ¡Tierra, tierra! Entonces, llenos de júbilo, todos engalanan el barco de su
ser; los viejos y queridos camarotes se adornan con guirnaldas de flores, que
llevan escrita la palabra «esperanza» en cada una de sus hojas. ¿Quién será
capaz de describir el sentimiento arrebatador, la conciencia orgullosa que nos
eleva hacia las estrellas? No dejamos con llantos y suspiros los brazos de
nuestra alma water; no, al contrario, nos sentimos tan libres y alegres como una
alondra que surge de un mar de llamas y sumerge sus alas en el purpúreo y
fluctuante ardor. Mas, ¿es esto libertad? Sólo cinco semanas podemos batir las
alas por montes y valles, en la inmensidad del espacio; pero, luego, una poderosa voz nos ordena volver de nuevo a los muros ancestrales y tenebrosos.
Cuando la risueña primavera esparce sobre los campos su divina caracola,
cuando el sol abraza fogosamente la tierra, entonces germinan y brotan los
retoños de mayo, sacuden en la aurora matutina sus doradas cabecitas
plagadas de diamantes y se abren trémulos de placer, gloriosamente
transfigurados. ¡Mirad! Surge la negra noche cerniéndose sobre la tierra
anhelante con su bóveda tenebrosa, se desatan tormentas potentes plagadas de
rayos que retumban entre las poderosas columnas de las paredes amenazando
con hacerlas estallar. Entonces, se levanta Helios de su trono purpúreo -las
potencias de las tinieblas se retiran- la diosa de la luz avanza cubierta con su
manto luminoso sobre el puente cubierto de diamantes y sobre ella se cierra la
puerta triunfal adornada de fulgores, pero los tiernos hijos de la primavera se
hallan inmersos en la vigorosa visión, mientras que, sobre las flores dispersas,
prevalece el dios triunfante.
Por eso, jovencito, no dediques el tiempo de tus vacaciones al trabajo, sino al
dulce reposo, para que, asi, cuando se acerque la tempestad y los truenos
anuncien el fin de la época de las rosas, puedas partir con ánimo sereno pero,
¡silencio! no soy de aquéllos que pueden ver cómo parte la primavera sin queja
alguna, y no cabe en mi imaginación que alguien pueda querer encerrarse otra
vez de buena gana. Mi máxima es, por lo tanto: disfruta la vida tal y como ésta
se te presente, y no pienses en los pesares futuros44. Éste es, en todo caso, el
principio más grande y humano que he aprendido en Pforta. Cuando me
atormentan amargos pensamientos y mi alma está consternada de nostalgia,
cuando observo con melancolía cómo se desvanece la primavera y mi corazón
sufre destrozado de profundo dolor, entonces serpentea aquel pensamiento cual
guirnalda de rosas entre las ruinas del pasado, y yo... ¡juego a los bolos! Así,
¡adiós a los pensamientos de despedida de las vacaciones! Orgulloso y pleno de
gloria de vivir te opones al prosaísmo de la vida, ¡y te llevas la palma concedida
a aquél que mejor usó de las vacaciones!
II.
El sol se ponía cuando dejamos la tétrica Halle. Enseguida quedó atrás esta
ciudad que, a pesar de que estaba muy animada, no me había producido buena
impresión; sobre nuestras cabezas, el cielo dorado en donde ardían las llamas
transfiguradas por el color de rosa; junto a nosotros se diseminaban los campos
sobre los que se posaba la suave bruma del atardecer. ¡Oh, Wilhelm!, exclamé,
¿existe acaso un placer mayor que éste de atravesar así, juntos, el mundo? ¡La
amistad, la fidelidad! ¡El hálito de la maravillosa noche estival, el perfume de las
flores y el ocaso! ¿No se elevan tus pensamientos exultantes como la alondra
hasta el trono de las nubes circundadas de oro? Mi vida descansa ante mí como
un maravilloso paisaje a la luz del atardecer. ¡Cómo se agrupan los días ante mi
vista, a veces envueltos en una luz tenue, a veces, refulgentes de gloria!
Entonces, un grito agudo laceró nuestros oídos; venía del cercano manicomio;
nuestras manos se unieron fraternalmente con fuerza; era como si un espíritu
maligno nos hubiese rozado con su hálito inquietante. No, jamás podrás separarnos, tan sólo la muerte. ¡Marchaos, presencias malignas! También en este
mundo maravilloso existe lo malvado. ¿Pero qué es el mal?
Entretanto había caído la noche, las nubes formaban una masa compacta y
oscura. Nuestros pasos se hicieron más apresurados, tampoco hablábamos ya
entre nosotros. Los campos se tornaban cada vez más tenebrosos y, cuando
nos internamos en el bosque, comenzamos a sentir una cierta desazón. Por eso
nos agradó, al mismo tiempo que nos atemorizó un poco, observar una luz que,
desde lejos, se acercaba hacia nosotros. Armándonos de valor, nos
apresuramos a ir a su encuentro. Enseguida advertimos una oscura figura; al
parecer, se trataba de un cazador. En efecto, un zurrón colgaba a su espalda y
le seguía un perro que no cesaba de ladrar. Pero, cuando nos acercamos y
pudimos ver los rasgos salvajes e inquietantes de su rostro, desapareció nuestro
valor y, con voz trémula, le saludamos con un «buenas noches». Una voz de
bajo profundo contestó a nuestro saludo; el extraño nos alumbró al rostro y,
conteniendo a su perro que quería abalanzarse sobre nosotros, nos espetó:
«¿qué es lo que hacéis a estas horas en el bosque, pilluelos?» No supimos muy
bien qué contestar, y replicamos: «nos dirigimos a Eisleben, y confiamos poder
alcanzar todavía esta noche nuestra meta». «La noche no es buena compañera,
y andar tan solos es para unos pilluelos... Dejó la frase sin terminar y nosotros
escrutamos ansiosamente su rostro. Sin embargo, exclamó riendo: «¡No tengáis
ningún temor, yo os acompañaré!». Aunque al principio aceptamos su invitación
con cierto reparo, a medida que su rostro adusto se nos fue haciendo más
familiar, fuimos tomando confianza con él. La noche era oscurísima, pues las
nubes opacas habían ocultado la luna; la linterna esparcía sus temblorosos
haces hacia los árboles gigantescos. Se me ocurrió casi la idea de caminar
hasta Deutschenthal y detenernos allí. En este lugar tenía yo un tío, pero sé que,
una vez allí, no iba a dejarme partir tan pronto. Al fin, como por casualidad,
pregunté por él, y aquel hombre me respondió mirándome: «Ah, ¿el señor le
conoce?» Yo respondí: «Sí, un poco», y luego, cuando me preguntó que porqué
no había ido a visitarlo, repliqué: «a la vuelta todavía me quedará tiempo para
eso». Pero el viejo respondió sorprendido: «¿Y teniendo parientes aquí cerca
habéis preferido andar de noche por caminos tan peligrosos?» «¿Peligrosos?»;
exclamé, y mis ojos se volvieron a mirar los alrededores con temor, pero allí sólo
había noche cerrada, negra noche. «¿Aún no habéis oído nada sobre las historias de fantasmas de este bosque? Y, además, aquí suelen acampar bandas de
gitanos». Le pedí que se callara, y proseguimos nuestro camino andando en
medio de un silencio mortal. De repente, nuestro acompañante se llevó a los
labios un silbato del que salió un agudo pitido. Le miramos espantados;
enseguida notamos en el bosque mucho movimiento, aquí y allá brillaban
antorchas, seres salvajes y amenazadores nos rodearon, perdí el conocimiento y
ya no supe qué sería de mí.
III.
Cuando desperté, aún flotaban a mi alrededor aquellas terribles imágenes,
pero pronto sentí una viva sensación que me reanimó y me serenó. Todavía me
hallaba en Pforta, era la última mañana, en dos horas estaría en Naumburg. Los
rayos del sol matutino entraban a raudales por la ventana; alegremente saludé la
luz celestial que disipaba las tétricas imágenes nocturnas.- Pronto dejé atrás la
pequeña portezuela y vertí una mirada de adiós sobre el vetusto y grisáceo
edificio.
Luego penetré en el verde bosque. Siempre que me encuentro en el
maravilloso templo de la naturaleza me sorprende la sensación de que nosotros
somos los únicos para quienes ha sido creada tanta magnificencia; para
nosotros se alza la multitud de bóvedas de sombra, y también para nosotros
resplandece el sol y brilla la luna; el mundo entero me parece, desde esta
perspectiva, un querido compañero con el que puedo intercambiar mis
pensamientos y a quien añoro amargamente cuando se aleja de mí. Pero sin
separación no existe la alegría del reencuentro; el sol tiene que hundirse en el
mar, si es que al día siguiente debe producir nueva vida; así también nuestra
vida tiene que marchitarse para que nos vivifique una resurrección espiritual.
Mi llegada a Naumburg fue acogida con alegría y alborozo; pasadas las
primeras efusiones hablamos mucho, sobre todo de dónde viajaría yo durante
las vacaciones; pensé: «tienes que visitar a un tío tuyo al que todavía no has
visto», igual que sucedió en el sueño. Así es que, ajena, donde un pariente
desempeña el cargo de burgomaestre. Pocos días después la resolución ya
estaba madura; había llegado además la amable invitación del tío y, en un
santiamén, me apresuré hacia el ferrocarril. El monstruo humeante se
encontraba ya allí, y aún tuve tiempo de saltar a un vagón.
IV
Partimos raudos como una saeta, el maravilloso entorno pasaba rápidamente a
nuestro lado como si de un mágico espectáculo se tratase. En cierto modo me
gusta viajar en tren, aunque desde él sólo podemos percibir las imágenes de
forma instantánea; pero así es también nuestra vida, nada más que un viaje de
paso, sin nada que permanezca y con el que podemos darnos por satisfechos si
se nos muestra con sus mejores tonos. Viajar en un vagón carece de poesía;
cuando nos hallamos sumergidos en profundos pensamientos, se produce de
pronto una sacudida, un zarandeo que confunde por completo nuestra mente.
Aunque si se va a pie, también sucede a menudo que una impresión sublime es
deshecha por los diversos avatares inherentes al acto de caminar. También apareció ante mi vista la vieja Pforta, pero no tuve deseos de viajar allí, ¡aún tiene
que aguardarme por lo menos cuatro semanas! Enseguida tuvimos ante
nosotros el Rudelsburg, el viejo Samiel nos hizo señas con un pañuelo,
invitándonos a visitarlo. La comarca es en aquel punto verdaderamente
maravillosa; el valle parece una alfombra de flores sobre la que serpentea una
culebra de plata. Los grisáceos centinelas del pasado contemplan mudos la
nueva vida que se extiende ante ellos. En Apolda dejé el vagón y subí al
ómnibus. Desgraciadamente, iba todo tan ocupado que sólo pude encontrar
asiento en el pescante. Aquí hacía tanto calor (pues el sol había estado hasta
entonces cubierto de nubes que, entretanto, habían desaparecido) y el sol
quemaba tanto, que era como si quisiera abrasarnos. Lo mismo le sucede a un
corazón que por todas partes se ve impedido, llega a inflamarse tanto que
después se desborda sin respetar ninguna orilla. Al abandonar la calurosa
carretera principal, el camino discurre entre dos cadenas montañosas que
contrastan singularmente la una con la otra. Una de ellas está cubierta de
bosques y de campos de labor, mientras que la otra se extiende árida y
desolada. Su altura alcanza los 1000 pies, mientras que, detrás de Jena, el
Fuchsturm se eleva hasta los 2000. Pronto la divisamos con sus campanarios y
sus colinas. Me invade una sensación muy agradable cada vez que contemplo
esta pequeña y bien situada ciudad universitaria. Tras pedir unas cuantas
indicaciones, encontré la casa de mi tío. La amable tía me recibió muy calurosamente, lo cual hizo que enseguida me sintiera como en casa. El tío, a quien yo
no conocía, tiene un carácter extraordinariamente afable, y procuró
complacerme respondiéndome con esmero a todo aquello que le preguntaba.
Tan bien me encontraba allí, tan interesante me parecía todo, que difícilmente
cabía imaginar dónde hubiera podido pasar unas vacaciones más apacibles. La
primera mañana fui con el tío al Hausberg, en dónde se encuentra Ziegenhain
con la Fuchsthurm [Torre del zorro]. Pude conocer Jena desde una perspectiva
muy hermosa; por debajo de mí transcurría el Saale, ciñendo en parte la ciudad,
que con sus angostas callejuelas y sus altos y picudos tejados tiene un aspecto
anticuado, pero muy grato. El tío tuvo que ir al ayuntamiento y, mientras tanto,
yo callejeé por la ciudad entreteniéndome en buscar las casas de personajes
famosos, lo que me producía un gran placer. Hacia el mediodía fuimos al establecimiento de baño y, acompañados de una canoa, nadamos Saale arriba, lo
cual fue muy fatigoso. Después, el almuerzo nos supo estupendamente. Tras la
comida acostumbro leer en la biblioteca del tío; allí encontré a Novalis (cuyos
pensamientos filosóficos me interesan) Geibel, Redwitz, numerosos muestrarios,
los poemas de Schiller comentados por Viehoff, etc. Por la tarde llega otra vez el
tío y hacemos salidas a los alrededores. En primer lugar voy a contar la
excursión a Kunitzburg. Tras haber dejado atrás el Jensig atravesando por los
prados, enseguida aparecieron las ruinas de la fortaleza en la cima del monte.
Como se nos había informado muy mal acerca del camino, no tardamos mucho
en perderlo y tuvimos que proseguirlo con incontable esfuerzo aferrándonos
como podíamos a los matorrales y a los arbustos. Por fin, ¡por fin! Yo sudaba
amares, y he de confesar que nunca hasta entonces había sentido un cansancio
tan grande. Por otra parte, el esfuerzo mereció la pena. El sol se ponía sobre
nuestras cabezas en aquel momento; en el valle se esparcía aquí y allá la
bruma. Es maravilloso poder entretenerse así entre las ruinas del pasado. A través de estas vetustas ventanas hace tiempo que se asomaron aguerridos
caballeros y, desde aquí, asaltaban por sorpresa a los comerciantes que
despreocupadamente navegaban por el río. Sin embargo, es muy difícil hacerse
una idea justa de la Edad Media; siempre nos representamos la vida en aquel
tiempo con exageración, o idealizada románticamente, o como una escoria de
impunidades, asesinatos y rapiñas. Cuando pienso en aquella época, imagino
valientes caballeros que hacían morder el polvo a sus enemigos por la gloria de
Dios y de su honor, que tan pronto tocaban la guitarra y dejaban oír sus dulces
canciones a través de la noche, como se lanzaban a recorrer el mundo en busca
de arriesgadas aventuras. Una famosa tortilla kunitzburguense nos sacó de la
Edad Media y nos hizo volver otra vez a la más viva actualidad; el tiempo
presente conquistó de nuevo sus derechos cuando por la noche, muertos de
cansancio, nos retiramos a descansar.
V
El punto culminante de mi estancia en Jena lo constituyó, desde luego, el trato
con los estudiantes. Ocurrió como sigue. Mi tío es, en cuanto que antiguo
fundador de la asociación estudiantil «Teutonia», su miembro de honor. Como
un consejero agrícola había cumplido una promesa regalando a la asociación
cuatro toneles de vino, mi tío fue también invitado a la fiesta.
-Debo dejar por ahora la descripción de lo ocurrido y volver sobre algo de mi
vida en Pforta. El domingo, día tres de septiembre, Krämer y yo disfrutamos de
unas horas de libertad, desde la hora de la comida hasta las ocho de la tarde. En
Naumburg fue todo muy bonito y agradable, sobre todo para Krámer, que
acababa de aprobar su examen de bachillerato. Todos han aprobado excepto
Neumann, un externo. El escrutinio se había efectuado el sábado anterior.
Krämer nos habló del alborozo que- había causado la noticia, eclipsando toda
otra alegría precedente. A la una y media fueron todos los bachilleres al
refectorio, cada uno de ellos se llevó a dos o más alevines consigo, honor que
yo también pude compartir. Entre otras cosas se comieron las famosas
«albondiguillas de bachiller».
-Hace poco han estado mamá y la tía Ehrenberg a visitar al rector. Yo las
conduje a ambas por todas partes. Cuando se despidieron, la tía me puso un
tálero en la mano, lo que también fue muy agradable.
-El lunes hubo reemplazo de externos. En la merienda tuvimos dos vasos de
vino y un buen pedazo de pastel. También se invitó a los externos al refectorio,
honor que sólo se les concede en esta ocasión, en cuaresma y para la comida
de los bachilleres.
-El miércoles se marchan nuestros bachilleres; hasta entonces están exlex, es
decir, se les dispensa de cualquier actividad lectiva y de todo orden escolar.
Viven muy cómodamente.
Cuando se hayan marchado, los miembros del coro haremos una excursión al
Rudelsburg, lo cual me causa una gran alegría. Gracias a los bachilleres, el
miércoles fue «día de sueño». A las nueve de la mañana se tuvo en el oratorio la
ceremonia escolar en la que cada uno de ellos se despidió de la escuela con
unas palabras. Creo que nunca reina un ambiente tan solemne entre los
escolares como en este día. En nadie se observan rostros alegres, pues no hay
ninguno de nosotros que no tengamos entre los que se despiden al menos un
compañero al que nos una un tierno afecto. A la una aparecieron los dos carros
de posta suplementarios de cuatro caballos que, además, iban acompañados de
dos monteros. Los postillones calzaban gruesas botas y vestían vistosos
uniformes, y hacían las delicias de todos con sus cornetas y sus pésimos
chistes. Finalmente aparecieron los bachilleres, que acababan de comer con sus
tutores y de despedirse de ellos. Estaban muy nerviosos, pues todo giraba a su
alrededor; la mayoría decía adiós a los amigos, a los íntimos, con besos y
abrazos, y a los demás, dándoles la mano. Fueron unos momentos muy
emotivos. La mayoría tenía lágrimas en los ojos cuando los que se iban, antes
de partir, lanzaron todavía un «viva» a la escuela. También el profesor
Buddensieg se hallaba muy afectado por la despedida de su fámulo, que había
llorado mucho.
A las tres salimos hacia el Rudelsburg; el cielo y el camino eran maravillosos, y
el panorama del valle que se divisaba desde allí, encantador. A pesar de que
muchos de mis compañeros se quejaban de aburrimiento, para mí era imposible
aburrirme en tal lugar. Interpretamos muchas canciones ante los numerosos
forasteros que allí se encontraban. A las seis y media emprendimos el retorno.
Como nos acompañaban muchas damas que también iban de regreso,
cantamos de maravilla. El señor profesor Korsen estaba desacostumbradamente
alegre, e hizo las delicias de todos con su terrible voz chillona y sus disparates.
No llegamos a la escuela hasta las ocho menos cuarto, con gran irritación de
todos los demás, que estaban esperando en el claustro desde las siete.
El domingo estuve en Àlmrich, a pesar de que una lluvia torrencial casi estuvo
a punto de impedírmelo. Fue tan agradable que incluso encontré allí a tía Ida, de
Pobles, que visitaba a mamá por unos días. Cuando se me hizo tarde me
acompañó hasta Pforta y pude enseñarle mi habitación y el jardín de los de
primero.
-He recibido mi Tristram Shandy. No ceso de leer y releer el primer volumen. Al
principio no entendí casi nada, incluso eso hizo que me arrepintiera de haberlo
comprado. Ahora, sin embargo, me gusta muchísimo; anoto todos los pensamientos que me parecen interesantes. Hasta ahora no había encontrado en
ninguna parte una cultura científica tan vasta, ni una disección tan minuciosa del
corazón humano.
Por lo que a mi economía respecta, mi situación es la siguiente: 15 sueldos del
tálero van a Naumburg para pagar el libro; del resto me reservo otros 10 para la
fiesta de San Miguel, para la que, además, recibiré 10 más del profesor Buddensieg. Por cierto, también quiero vender algunos libros innecesarios.
Ahora deseo continuar con la descripción de mis vacaciones. En el último
capítulo me encontraba todavía en Jena, y estaba a punto de relatar mi
encuentro con los «teutones». ¿Con estudiantes? Sí, sí, e incluso con una
asociación desacreditada por la bebida y los duelos. Etsi Plato meus amicus est
[aunque Platón es amigo mío], esto es, aunque siento mucha simpatía por la
pequeña ciudad universitaria, tamen veritatem ducem sequor [tomaré la verdad
como guía], en Jena las gastan con bastante rudeza, aunque tengo entendido
que en tiempos anteriores fue mucho peor.
¡Quien sale de Jena sin recibir un palo
bien puede considerarse afortunado!
Aquí había escrito yo muchas insensateces (de las que abundan en este libro).
He arrancado las hojas en una lectura posterior.
Ahora me encuentro en una situación muy distinta a la de entonces, cuando
escribí lo precedente. Entonces verdecía y florecía todavía el verano tardío;
ahora -¡ay de mí!- estamos casi a finales del otoño. Entonces estaba yo en el
curso tercero inferior; ahora, ya en el grado siguiente. Entonces todavía estaban
mamá y Lisbeth en Naumburg; ahora, desde la excursión de San Miguel, se
hallan en Gorenzen, etc.
-Ha pasado mi cumpleaños y ahora soy mayor. El tiempo se desvanece como
las rosas de la primavera, y el gozo, como la espuma del arroyo.
Ahora me embarga un extraordinario impulso de saber, de cultura universal;
Humbolt ha despertado en mí ese impulso. ¡Si al menos fuese algo constante,
como mi inclinación a la poesía!
Desde la más tierna infancia he tenido muchos pasatiempos preferidos. Las
primeras fueron las flores y las plantas, la envoltura de la tierra -eso sólo lo sé de
oídas-. Luego le siguió el amor a la arquitectura (basado, naturalmente, en los
juegos de piezas de construcción) que desarrollé de todas las maneras posibles.
Me acuerdo de que, todavía de muy chico, cuando vivía en Röcken, construí una
pequeña capilla. Más tarde fueron ya templos espléndidos, con hileras de columnas, altos campanarios con escaleras de caracol, minas con lagos
subterráneos e iluminación interior y, finalmente, fortalezas inspiradas entretanto
por mi otro tercer amor, al arte de la guerra, surgido especialmente con ocasión
de los acontecimientos de Crimea. Primero, inventamos máquinas de asedio (he
escrito un libro con estratagemas bélicas), procuramos obtener toda clase de
libros sobre el ejército y la marina de guerra, hicimos grandes planes para armar
un barco, reprodujimos incontables batallas y asedios en los que disparábamos
proyectiles incendiarios, y todo esto no era más que la preparación para un gran
objetivo, una gran batalla entre naciones que, al fin, sólo quedó en preparativos.
El amor por todo lo militar se mostró aún en la concepción de una gran
enciclopedia bélica universal, pero su final lo marcó la caída de Sebastopol. Un
denominado Theater des arts me condujo a los escenarios; nosotros mismos
intentamos componer y representar algo; comenzamos por los dioses del
Olimpo. Al mismo tiempo, ya a los nueve años, sentí la atracción por la poesía;
los pequeños intentos en este campo se repitieron todos los años. Con once, se
despertó mi interés por la música religiosa y, finalmente, por el arte de la
composición; las causas de esta pasión las he relatado en otro lugar. También el
amor por la pintura proviene de aquella época, suscitado por las exposiciones
anuales. Estas pasiones no se suceden directamente unas a otras, sino que
están entremezcladas, por lo que resulta imposible determinar su comienzo o su
final. Luego surgieron otras inclinaciones: la literatura, la geología, la astronomía,
mitología, el idioma alemán (el antiguo alto alemán), etc. Así surgieron diferentes
agrupaciones:
1) El gusto por la naturaleza
a) Geología
b) Botánica
c) Astronomía
2) El gusto por el arte
a) Música
b) Poesía
c) Pintura
d) Teatro.
3) Imitación de la vida práctica
a) Arte de la guerra
b) Arquitectura
c) Arte de navegar
4) Preferencias entre las ciencias
a) Buen estilo latino
b) Mitología
c) Literatura
d) Lengua alemana.
5) Impulso interior hacia el conocimiento universal.
Contiene todo lo anterior y añade cosas nuevas.
Lenguas
1. Hebreo
2. Griego
3. Latín
4. Alemán
5. Inglés
6. Francés
etc.
Artes
1. Matemáticas
2. Música
3. Poesía
4. Pintura
5. Plástica
6. Química
7. Arquitectura
etc.
Imitaciones
1. Arte militar
2. Arte náutico
3. Conocimiento 4. de las numerosas
profesiones, etc.
Ciencias
1. Geografía
2. Historia
3. Literatura
4. Geología
5. Historia natural
6. Antigüedad etc.
¡Y por encima de todo, la religión, el fundamento de toda sabiduría!
¡Grande es la extensión del saber, infinita la búsqueda de la verdad!
Ideas45
a) - Infinita es la búsqueda de la verdad.
b) - La guerra genera pobreza, la pobreza, la paz.
c) - Cuando el hombre desprecia la religión sospechamos, primero, que no es
su razón sino su pasión la que ejerce el predominio sobre sus creencias.
Costumbres pecaminosas y pureza de fe son vecinos intratables e inquietos y se
alejan el uno del otro; esto sucede así, evidentemente, para evitar las molestias
de la vecindad.
d) - Cuando alguien os comunique que esto o aquello no se aviene con su
conciencia, no se crea nada más que esto o aquello no se aviene con su estómago. La falta de apetito es a menudo la causa de lo uno o de lo otro.
e) - La seriedad es un comportamiento secreto del cuerpo para ocultar las
deficiencias del alma.
f) - Un poco de ingenio natural propio posee mucho más valor que un tonel de
ingenio ajeno.
g) - El ingenio natural tiene que proceder del alma de uno mismo, no de la de
otro.
h) - El saber es como la materia que se reparte infinitamente; los escrúpulos y
remilgos son tanto partes de aquél como el lastre más pesado del mundo.
La base de un estado es la religión. La degeneración de las costumbres trae
como consecuencia un debilitamiento progresivo.
Hay dos clases de revolución; la primera es la fermentación del vino nuevo, el
símbolo de un pueblo aún desordenado; la segunda es la inevitable
consecuencia de la decadencia de las costumbres.
Cuanto más cultivado y educado es un estado exteriormente, más se acerca a
su fin.
[1859]
La fiesta de Schiller en Pforta
8.12.59.
El centenario del nacimiento de Schiller había suscitado en todos los
admiradores del gran alemán el deseo de realizar una fiesta de conmemoración
en el mundo entero. Y no solamente las clases cultivadas, también las capas
sociales inferiores tomaron parte activamente en la celebración. El rumor se
extendió más allá de las fronteras de Alemania, y naciones extranjeras, lejanos
continentes, hicieron magníficos preparativos para ese día, por lo que bien
puede afirmarse que ningún otro escritor ha despertado un interés tan grande
como Schiller. Pero, ¿qué mejor honra para el poeta que la representación de
sus grandes obras? ¿Qué mejor recuerdo que los productos de su espíritu, el
espejo de su genio sublime? Y así, en conmemoración del gran día, todos los
teatros sólo dieron obras de Schiller, también en sociedades privadas se
recitaron las escenas más sobresalientes de sus dramas, y no es exagerado
afirmar que casi en cada casa se festejó al poeta de alguna manera. Un sólo
vínculo unió a todos los corazones, el del amor y la veneración por el gran
hombre. Tampoco Pforta quiso quedarse atrás en medio de tanto afán universal:
ya hacía mucho tiempo que se estaban haciendo preparativos para la ocasión.
El miércoles tuvo lugar una ceremonia preliminar en el gimnasio, que había sido
muy bien engalanado al efecto. Una gran cantidad de espectadores se había
concentrado allí; el nombre «Schiller» corría de boca en boca y todas las
miradas se dirigían a su busto coronado de laurel. En primer lugar, los de primero leyeron los Piccolomini ; el profesor Koberstein interpretó el papel de
Wallenstein. Ante nuestros ojos surgió la augusta figura del héroe que supera
valientemente la angustia de la vida, aspirando a una única meta que descansa
oculta en lo mas profundo del corazón y que guía y dirige todas nuestras
acciones. A su alrededor se reunían cantidad de generales; algunos de ellos,
cegados por el egoísmo que les dominaba, minimizaban la grandeza heroica de
su señor; los otros le eran fieles y cuidaban de su bienestar como si de algo
propio se tratara. Contra éstos apareció un cortesano imperial, experto en toda
clase de sofismas e intrigas, pero destinado a fracasar ante la sublime majestad
de Wallenstein. Sólo un Schiller fue capaz de perfilar de forma tan excelente el
admirable carácter de este héroe que, elevándose orgullosamente sobre su
tiempo, es capaz de desdeñar cualquier forma de bajeza.
La segunda parte de la fiesta preliminar la constituyó la representación de La
campana, la obra compuesta por Romberg. Esta noble pieza nos transportó
mediante la fuerza de sus notas a través de todas las situaciones y escenas
cotidianas en las que la campana es protagonista. Sentimos pánico ante el
tumulto del incendio, tristeza al escuchar los austeros cantos fúnebres, nos
aterrorizaron las salvajes melodías de la revolución, hasta que otra vez se calmó
nuestro ánimo con la dulzura de los coros de la paz. Apenas se habían desvanecido las últimas notas cuando salió al escenario el profesor Koberstein y cerró
la ceremonia preliminar recitando el noble «Epílogo» de Goethe.
Al día siguiente se suspendieron las clases a causa de la festividad. A las diez
hubo otra vez función en el gimnasio, que comenzó con dos coros de Schiller:
«Arriba camaradas» y «Alegría, estros divinos». Luego, los alumnos de primero
recitaron poemas compuestos en honor de Schiller, que alternaron con baladas
y arias, hasta que el señor profesor Koberstein salió a escena y pronunció el
discurso conmemorativo. Éste se remontó a la época anterior a la aparición de
Schiller y, a continuación, ilustró su importancia literaria para la nación alemana,
terminando con el pensamiento siguiente: «Esta celebración nacional es un
precedente muy significativo para el recién despierto sentimiento nacionalista en
Alemania, pudiendo asociarse a tal festividad bellas esperanzas para el futuro».
Tras el banquete hubo un paseo general hasta las tres de la tarde. Las horas
que siguieron pudo pasarlas cada cual entregado a la lectura de las obras de
Schiller, y demás; finalizado el baile, que duró hasta las diez, se clausuraron los
actos del centenario. Los alumnos de primero todavía tuvieron otro baile hasta
bien entrada la noche. La mañana siguiente nos devolvió a la ruta de la vida
cotidiana; sin embargo, en todos nosotros permanecía la elevada y noble
certeza de haber realizado una digna ofrenda a los manes de Schiller.
[Marzo, 1860]
Dime, caro amigo, ¿por qué hace ya tanto tiempo que no me escribes?
He aguardado siempre, contando los días y las horas.
Pues un dulce consuelo es la carta enviada por el amigo,
Tanto como la cantarina fuente que calma la sed del caminante.
Preciosas son para mí las nuevas de tu estado:
También yo he elegido tu mismo camino,
He compartido contigo dichas y penas,
Nuestra común amistad hizo más liviano lo arduo.
Bien sé que los años escolares son años difíciles.
Pero jamás temeremos tarea alguna, esfuerzo o trabajo.
A menudo desea el alma liberarse de estas cadenas que nos aprisionan,
Viajar, entregarse en soledad a los anhelos del corazón;
Pero también esa opresión la alivia una amistad fiel,
Que, a nuestro lado está plena de consuelo, plena de exaltación.
Entre amigos no existe nada que uno oculte al otro,
Todo se lo comunican en íntima conversación.
Si uno de ellos está lejos, el amor surca los aires,
Y bajo la forma de una carta se acerca así al amigo solitario.
¡Caro amigo!. Se acerca el día en que volveremos a vernos,
Y la alegría de reanudar nuestros íntimos diálogos tanto tiempo deseados.
Pero la alegría será corta, pues pronto huiré de nuevo,
No volveré a Pforta, donde sólo impera la severidad,
Tampoco a la montaña boscosa y oscura, no, ¡a casa!
¡Ah, cuánto tiempo hace ya que no saludo ese querido lugar!
Mas la distancia no impide el constante contacto de las almas.
¡Et manet ad finem longa tenaxque fides!46.
Pf. d. 6. 3. 60.
Mi viaje de vacaciones
Nietzsche.
Pf. 1860. Vacaciones estivales.
Nos levantamos temprano, a las tres; la mañana era fresca y el cielo estaba
cubierto; se esperaba lluvia. Caminamos por el campo en silencio dirigiendo
todavía alguna mirada hacia la querida casa que quedaba atrás. El cielo se
ennegrecía a cada instante, las nubes parecían cada vez más amenazadoras;
mientras cruzábamos el Saale comenzaron a caer los primeros goterones.
Todavía teníamos diez minutos por delante hasta llegar al terraplén de la vía
férrea. Comenzó a llover con violencia; avanzamos con paso firme.
Un ruido estrepitoso, y el tren pasa junto a nosotros con un rugido de trueno.
Llegamos sin aliento; el guardavías nos hace señas para que nos
apresuremos; tomamos asiento; el tren se pone en movimiento. ¡Magnífico!
Estábamos completamente mojados y totalmente cubiertos de sudor; pero todo
prosiguió sin más contratiempos. A un lado dejamos Merseburg; en Halle nos
detuvimos. Yo estaba asombrado del cambio que ha sufrido esta ciudad en el
curso de tan pocos años: había bonitas y modernas casas y tiendas por todas
partes en lugar de los negros edificios de techos picudos y escaleras empinadas
de antaño. Enseguida solucionamos un pequeño asunto que el tío47 tenía
pendiente; luego nos acercamos a la parada de postas, donde registramos
nuestros nombres. Poco después nos encontrábamos ante el coche y enseguida
partimos hacia Eisleben. El cielo se había serenado. Largos y brillantes rayos de
sol se extendían por los campos lejanos y entre ellos planeaban las sombras
fugaces de algunas nubes presurosas. Largo tiempo se detuvieron nuestros ojos
a contemplar el manicomio, al que tan fácil era asociar una cadena de tristes
pensamientos. El largo edificio blanco destaca singularmente entre el verdor
tierno y fresco que lo rodea. Después, la calle se volvió monótona; aquí o allá,
una mirada a la desolada llanura sin cultivar; por lo demás, campos verdes,
blancos o amarillos alternándose hasta el hastío. Comencé a catalogar a mis
compañeros de viaje. Junto a mí se sentaba un hombre que parecía estar
contento con todo y asentía sonriendo bonachonamente a lo que decía su
vecino. Éste, en cambio, se mostraba constantemente excitado; nada podía
impedir el torrente de su discurso. Se explayaba principalmente sobre sus
asuntos comerciales; se trataba de un hombre con dinero, pero carente de
cultura. Algo característico era que continuamente se refería al ministro B. H.,
atacándolo con suma violencia, pero añadiendo de pronto: «con todo, es un
hombre excelente este B. H. ¡Anda que no es garboso el hombre!», y entonces
narraba con toda clase de detalles los encuentros que había tenido con él. Me
parecía que sólo se trataba de vanidad, pues el honor de haber estado tan cerca
de un ministro no se le permite a cualquiera. En cuanto pasamos Langenbogen
la comarca se volvió mucho más interesante. La carretera se hacía cada vez
más empinada, ascendiendo a modo de caracola; de improviso, al tomar una
curva, nos encontramos ante el amplio espejo del Lago Salado. A nuestro
alrededor se extendían verdes cadenas de colinas y viñedos; entre las ondas del
lago que refulgían al sol, emergía una lengua de tierra densamente poblada de
bosque y denominada popularmente «El puente del diablo», que se asocia a una
leyenda difundida por toda Alemania y que, en sus múltiples variaciones, se
adapta tanto a otros puentes como a viejos molinos. Enseguida se repitió la bella
panorámica: a nuestra derecha apareció el delicioso lago, que con las
maravillosas y tranquilas aguas, el pequeño castillo lacustre, tan bien construido,
y las verdes cadenas de montes que tan dulcemente se difuminan una en la otra
formaba un cuadro hermosísimo. En este punto, el postillón, entonando sus
propias melodías, despierta un eco puro y transparente que repite fielmente las
frases enteras.
Ahora atravesamos un verde paisaje de colinas; inútilmente pregunté sobre
Holzzelle, el lugar de residencia del tío de Immermann48; nadie supo darme
cuenta de aquel escenario de tanta burla estudiantil, del que no puedo
acordarme sin una sonrisa.
Finalmente llegamos a Eisleben. Descendimos en la parada de postas y
entramos en una posada donde pudimos reponernos con comida y bebida. Junto
a nosotros se sentó un hombre que parecía ser un parroquiano habitual; se
permitió hacer comentarios inoportunos, y con sus desvergonzadas
impertinencias pronto se adueñó de la conversación que no versaba más que
sobre cosas insignificantes. Nosotros nos mantuvimos muy tranquilos. Después,
comenzó a incordiar de repente refiriéndose a la presencia eclesiástica, y de
forma grosera a los curas, que «sangraban la nación», etc.
A las cuatro subimos otra vez al coche de posta. El camino conducía a
Mannsfeld mediante eternas vueltas, tantas que casi nos movíamos en círculo;
sin embargo, al final alcanzamos la meta. El castillo mismo está en vías de ser
restaurado de forma espléndida por su nuevo dueño, el señor von der Recke.
Tuvimos el placer de viajar con tan "distinguido y noble" señor, el cual conversó
con nosotros amabilísimamente. El tío, de quien aquél es protector, no repara en
alabarle en consideración a lo que concierne a sus profundos valores cristianos.
- No nos entretuvimos en Mannsfeld. Mi impaciencia aumentaba a medida que
nos acercábamos nuestra meta. Después seguimos a pie; la comarca era cada
vez más hermosa. Cuanto más arriba ascendíamos -y el camino asciende casi
sin interrupción- más nos adentrábamos en el bosque. Entretanto, de nuevo,
trechos claros; pudimos observar que a nuestro lado se extendía un extenso
monte de un verdor admirable; en los valles se veían campos fértiles y, a lo
lejos, cadenas de montañas azules. Encontramos algunos hombres solos,
ocupados en el desbroce; por lo demás, espesura, verde bosque.
Un paso y entramos en el pueblo y, en unos instantes, estábamos ya en casa
del querido tío. La anciana ama de llaves, una naumburguesa, nos recibió llena
de júbilo. Estábamos algo cansados, pero una sólida cena restableció nuestras
fuerzas. Desde el principio me sentí aquí tan en mi propia casa como en ningún
otro lugar. Tras la cena, el tío comenzó a tocar en su armonio. Espléndidas y
diáfanas, comenzaron a oírse las primeras notas a las que siguieron los
purísimos acordes y, de improviso, creció la armonía de forma maravillosa. Así,
tan grave, tan sublime, surgida del sentimiento más íntimo, se precipitó una
poderosa cascada de notas en el más puro estilo eclesiástico.
Al anochecer, aún cantamos todos juntos una canción sacra, para lo cual
también se nos unió el ama de llaves. El tío pronunció después la oración de la
noche. Esta costumbre tan hermosa no se descuidaba nunca en aquella casa.
El día siguiente lo pasé todavía descansando; el tío me enseñó toda su
propiedad. La misma casa es sencilla, pero espaciosa, con varias habitaciones y
cámaras, cocina, bodega y sótano. Un patio con varios edificios anexos, un
granero y una pequeña huerta que el tío ha plantado con sus manos. Un pozo
de exquisita agua fresca para beber. Delante, a unos pasos, se encuentra el
gran huerto de frutales que forma un cuadrado perfecto de enormes dimensiones. Allí hay toda clase de árboles y frutales y, entre unos y otros,
también plantaciones de hortalizas; la cuarta parte la ocupa el jardín de las
flores; el pequeño cenador cubierto de follaje que hay en el centro era casi
siempre mi lugar preferido.
La vida era aquí mucho más agradable y sencilla en todos sus aspectos. A
veces me entretenía en la planta de arriba, mientras el tío trabajaba en la de
abajo. En ésta había magníficos libros. Más tarde, recibí también algunos de los
que yo había enviado a parte, por correo. Allí pude dedicarme a lo que más me
gustaba. Escribí y compuse mucho. También me entretuve interpretando en el
armonio, un placer del que nunca me cansaba.
Al día siguiente recibí una carta de mi amigo W Pinder. Aunque las
circunstancias le habían impedido encontrarse conmigo en Korbetha, aún tenía
intenciones de venir. La noticia me agradó muchísimo. Con la esperanza de
encontrarlo en Mannsfeld, en la parada de posta, me encaminé hacia allí para
recogerlo. Pero me equivoqué: no vino. Así que me volví otra vez a casa solo,
atravesando los hermosos bosques.
Era domingo. El tío estuvo muy atareado durante toda la mañana. Lo vi ya a la
entrada de la iglesia. Ésta es pequeña, pero ha sido adornada con mucho
esmero; visitarla merece la pena. ¡Y qué bien habló el tío! ¡Qué sermón tan
vigoroso! ¡Qué profundas fueron sus palabras! Todavía me acuerdo de casi todo
lo que dijo. Habló de la reconciliación, refiriéndose a la sentencia: «Cuando
lleves tu sacrificio al altar, procura haberte reconciliado antes con tu hermano».
Precisamente, éste era día de comunión; nada más acabar el sermón, acuden
frente al altar dos funcionarios del pueblo, hombres de cierta cultura, y enemigos
desde tiempo inmemorable, y se dan la mano para reconciliarse. ¡A esto se le
llama un éxito! Tras la homilía permanecí aún junto al tío, pues aún había un
bautizo. El organista bajó y vino a saludarnos. ¡Qué hombre tan amable! Una
figura erecta y delgada, algo macilenta pero también robusta, con una cara muy
simpática y el aire más satisfecho y pacífico del mundo. Era tan discreto, tan
tranquilo, que cada día se le iba cogiendo más cariño. El tío le invitó a comer con
nosotros. Tras la comida, se decidió qué era lo que podíamos ver aquella tarde.
A las tres partimos y nos internamos en el alto bosque, verde y tupido. ¡Qué
cúmulo de impresiones sublimes no nos suscita un paseo así por el bosque! De
improviso salimos al descubierto y enseguida se extendió la panorámica en la
lejanía. Ante nuestros ojos se ofrecía una pintura maravillosa. Nos
encontrábamos en lo alto de una colina cubierta de hierba; frente a nosotros se
abrían los campos dorados, el áureo Auen y, sobre todo, resaltaba claramente
Sangerhausen con sus campanarios. Más lejos, detrás, Kyffháuser y, ya en el
horizonte, la cadena azulada de la selva de Turingia. Monte y valle, bosque y
campo, conformaban un vivísimo paisaje multicolor. Aquí nos detuvimos mucho
tiempo. Después, regresamos a casa tomando otro camino distinto.
Al día siguiente volví a recibir una carta de W que me llenó de alegría. La lluvia
que le había impedido emprender el viaje un día determinado, no le había
quitado aún los deseos de venir, y anunciaba que llegaría por la tarde.
Mandamos un muchacho a Mannsfeld, pero, no obstante, al atardecer decidimos
salirle al encuentro. Le encontramos a la mitad del camino con el consiguiente
regocijo de volver a vernos. El día entero transcurrió en animada charla.
También el martes transcurrió igualmente de forma muy agradable; a media
tarde dimos todos juntos un maravilloso paseo. Al principio, el sol quemaba; por
fin dejamos atrás el campo abierto y entramos en los frescos prados palpitantes
de vida y, luego, en lo umbrío del bosque. Hicimos un alto en una cabaña
carbonera. La construcción me interesó muchísimo, puesto que nunca había
visto una igual. Troncos de árboles habían sido clavados en el suelo formando
un círculo bastante espacioso, de tal forma que sus extremos coincidiesen; así,
el conjunto presentaba la estructura de un tímpano aguilonado. Encima se había
echado una capa de terrones de césped, gracias a lo cual quedaba bastante
protegida de la lluvia y el viento. En el interior de la cabaña se hallaban unos
bancos; por lo demás, daba la impresión de que hacía mucho tiempo que estaba
deshabitada. Muy cerca encontramos, además, varias carboneras. Pero no tuve
la suerte de presenciar la quema, pues no era entonces la época apropiada del
año.
Finalmente, dejamos el bosque y nos encontramos al borde de una ladera muy
pronunciada; ante nuestra vista se extendían las montañas azuladas del Harz.
Con el catalejo pudimos observar sus cumbres; pude distinguir la cruz sobre la
Josepfshöhe. Luego, divisamos también la Viktorhóhe y el Brocken, todo muy
bello y diáfano. ¡Qué gustosamente superamos con nuestro deseo las pocas
millas que todavía nos separan de un lugar predilecto! El ojo lo ve primero desde
lejos, pero el espíritu, sin embargo, ya está allí desde hace tiempo disfrutándolo,
aunque el cuerpo fatigado sea incapaz de seguirlo.
Al día siguiente contemplamos, por fin, el punto más hermoso de la comarca
vecina, el Rammelsburg. Dado que el tío tuvo que quedarse en casa al cuidado
del ama de llaves, que se había puesto enferma, el señor organista, con su
acostumbrada amabilidad, se ofreció para servirnos de guía.
Parecía que el tiempo iba a sernos desfavorable. Una tormenta se cernía sobre
nuestras cabezas con un sordo borboteo. No nos dejamos amedrentar, sino que
escogimos el camino más directo para llegar a nuestra meta cuanto antes. A la
derecha se alzaban cumbres cubiertas de bosque muy tupido que se perdían
ante nosotros en el bellísimo color azulado; de frente, un valle de magníficas
praderas rodeado de una densa foresta. Nos internamos en ella; el camino nos
condujo cuesta arriba; finalmente, llegamos hasta una preciosa casa conocida
como «la casita suiza». Nos apresuramos a entrar en su interior, pero
mantuvimos los ojos cerrados hasta llegar a la galería, desde donde se divisaba
la comarca entera. ¡Qué espectáculo tan embriagador! Ante nosotros se hallaba
el Rammelsburg situado en una montaña boscosa, muy por debajo de donde
estábamos; a derecha e izquierda, por todas partes, cumbres cubiertas de
espesos bosques, que se confundían unas con las otras y cuyo verdor me
suscitaba la más grata de las impresiones. Al fondo, la cordillera del Harz. No
podría imaginarse paisaje más bello: el contraste encantador entre montaña y
valle, el vetusto castillo, el perfume que se esparcía por los bosques y, al fin, el
cielo azul, que presidía todo, tan callado, tan pacífico. En el valle se sentía el
murmullo del fondo; aparte de esto, todo era calma, no había un sonido. Nos hallábamos profundamente ensimismados con la panorámica; de pie, en silencio,
embelesados, ¡qué íntima es la soledad de los bosques! Arriba, sobre las
paredes de la casa, encontré escrito en color amaranto unos versos que
parecían haber surgido de tal sentimiento. También encontré los nombres de
mamá y Lisbeth, que ambas habían grabado aquí el año pasado. Escribí el mío
a su lado. En este lugar nos entretuvimos una buena hora. Luego, según nuestro
deseo, el organista nos condujo hasta el Rammelsburg. Para no tener que dar
rodeos bajamos el monte directamente, cruzamos el rápido torrente, riquísimo
en truchas, y ascendimos la ladera del otro lado. Todavía pudimos admirar
muchos parajes románticos; así, de pronto, nos encontramos ante un precipicio,
similar a un «atrapacaballos», que nos llenó de asombro y temor. Pero lo mejor
de todo el camino lo vimos arriba: el valle del Bode en su conjunto con su alfombra verde, las cetrinas y perfumadas cadenas montañosas a los lados; a los
pies del monte, algunas casas que pertenecen a Rammelsburg, el arrollo con su
hilo de plata en medio del verdor que, a lo lejos, desaparece junto a los prados y
los bosques, todo ello me pareció el panorama más bonito que hasta entonces
había visto. Todavía descansamos arriba algún tiempo; después, comenzamos
el camino de regreso. El organista nos contó historias muy agradables de su
vida, sobre todo de los años 1813-1815. ¡Qué pena me da haber olvidado ya
casi por completo una hermosa historia de un cazador de Schill! Al atardecer,
cenamos otra vez todos juntos; el tío estaba de muy buen humor y nos contó
muchas cosas divertidas.
Por la noche llovió un poco; a la mañana siguiente vino el superintendente von
Boneckau a inspeccionar la escuela. Nosotros nos entretuvimos en el huerto,
donde asaltamos los cerezos, actividad que realizamos con sumo agrado.
El señor superintendente comió con nosotros, también nos invitó a viajar con él
a Mannsfeld, pero el tío rehusó su invitación. A media tarde fuimos hasta la
«Fuente de los huesos», que mana de una ladera en medio del bosque y cuyas
aguas arrastran consigo pequeños huesecillos. Recogimos algunos, y yo traté
de explicar el fenómeno con las más extrañas conjeturas; pero muy bien puede
ser su explicación, como dijo un guardabosques, que se trate de huesecillos de
rana que mueren aquí congeladas en el invierno y cuyos restos arrastra luego la
corriente. El camino era algo húmedo.
El día siguiente nos condujo a otro paraje: Grillenburg, la fortaleza del bosque.
Dejando a un lado el Luke, el camino conducía a través de un espléndido
bosque de abetos, se perdía después un tanto en una espesa floresta y luego
volvía a aparecer en un lugar soleado donde brotaban frambuesas. Después
descendía un poco para volver a ascender enseguida de nuevo y,
repentinamente, nos encontramos frente a un magnífico castillo muy bien
situado. Inmediatamente nos encaramamos a la parte más alta del muro para
gozar de la vista de los hermosísimos bosques que se nos ofrecían en bellísimos
colores. Hacia la derecha la vista era más amplia. A nuestros pies se extendía
una bonita aldea. Detrás, el dorado cauce del Auer. El horizonte estaba limitado
por las alturas de la selva de Turingia. El tío nos contó la siguiente historia, que
está relacionada con el castillo. Una vez, los señores de Grillenburg raptaron a la
prometida de un conde de Mannsfeld. Este último, inconsolable por el suceso, se
disfrazó de trovador y visitó todos los castillos de la comarca cantando siempre
una canción, la cual, como él sabía, su prometida conocía muy bien. Por fin,
llegó a Grillenburg; ante el muro comenzó a cantar tristemente su única canción.
Entonces, de repente, una voz conocida comenzó a acompañar muy quedo la
melodía. El alborozado y sorprendido cantor se apresuró a volver a Mannsfeld,
por la noche asaltó con sus hombres el castillo de Grillenburg y, como más
preciada recompensa, se llevó consigo a su prometida.
El día siguiente -era sábado- es memorable porque en él se tomaron las
determinaciones concernientes a nuestros envíos mensuales y a nuestro fondo
común49. W y yo fuimos al bosque; una vez allí, nos sentamos y discutimos el
asunto. Inicialmente, el proyecto incluía sólo la poesía y la ciencia. La música
quedó entonces excluida. Entre nosotros surgieron diferencias a causa de
algunas particularidades con respecto a obligaciones y condiciones. Finalmente
callamos, y de mal humor y en silencio regresamos al huerto del tío. Allí se
desataron nuestras lenguas, ambas partes nos habíamos vuelto mas
complacientes. - Este día debe ser conmemorado anualmente con una gran
fiesta, que celebraremos, además, en el Rudelsburg, y cada uno tendrá que
enviar una composición escrita para la ocasión que se leerá ese día en lo alto de
la torre.
Se acercaba ya el final de nuestra estancia en casa del tío. Era domingo otra
vez y W quería marcharse el martes sin demora. Por la mañana asistimos de
nuevo a un magnífico sermón. Al mediodía se invitó también a comer al
organista. Tras haber estado todos juntos en la sacristía, donde el tío impartía
catequesis a los niños, salimos los cuatro a dar un paseo. Esta vez buscamos
los restos de un pueblo abandonado. El lugar se hallaba cubierto de bosque y
floresta tan enmarañados que apenas si se podía penetrar en él. Todavía se
reconocía el emplazamiento del cementerio; por lo demás, el resto de las ruinas
se hallaban todas sepultadas por la maleza y eran irreconocibles. Después nos
dedicamos a buscar fresas silvestres y encontramos una gran cantidad. De
nuevo en casa, pasamos el resto del día en animada conversación. Me gustaría
anotar aquí alguna de las hermosas historias que nos contó el tío, pero es que
¡todo lo escrito me parece tan pobre en comparación a lo dicho de viva voz!
Cuando alguien nos cuenta una historia, enseguida se une a ella el propio
interés personal; cuando falta éste, muchas cosas nos parecen entonces vanas
y carentes de significado.
El día siguiente lo dedicamos a hacer nuestros equipajes. El tío estuvo ausente
desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde a causa de la fiesta de
cumpleaños de un clérigo vecino. Como nosotros preferimos quedarnos en casa
a acompañarle, pasamos el tiempo entretenidos con la copia de bonitas poesías
y canciones populares -que no habíamos visto nunca hasta entonces-, tocando
el armonio y leyendo. Por la tarde aún visitamos al organista para despedirnos
de el. Como siempre, fue extraordinariamente amable. Después salimos en
busca del tío, pero apenas hubimos emprendido el camino, nos encontramos
con él. El resto de la tarde transcurrió de forma muy agradable pues el tío nos
contó aventuras de su vida que, en su mayor parte, le habían sucedido durante
el curso de sus viajes; le escuchamos con el mayor interés.
Finalmente, llegó el funesto martes en el que teníamos que dejar Gorenzen; yo
estaba muy triste y de buena gana hubiese permanecido allí toda vía un par de
días más. ¡Pero de todos modos un día u otro habría que partir!
Nos levantamos con tiempo. Tomamos café y desayunamos y tras una larga
despedida nos pusimos en camino. El tío nos acompañó aún un largo trecho.
Cuando nos dejó me sentí muy triste. Las pocas palabras de agradecimiento que
pude pronunciar eran harto inadecuadas para expresar la alegría y las
maravillosas horas que habíamos pasado. Y, justamente ahora, cuando la casa
del abuelo se me ha cerrado para siempre5°, aquel lugar tan querido me había
hecho muchísimo bien, me había hecho muy feliz.
La primera parte del viaje fue maravillosa. Los prados en los que todavía
brillaba el rocío matutino se alternaban constantemente con los oscuros bosques
de abetos. ¡Cuántas veces volvíamos la vista atrás contemplando con
melancolía la magnífica comarca!
A toda prisa nos acercábamos ahora a las llanuras de nuestra patria; esto lo
notábamos debido a que descendíamos constantemente. Una blanca nebulosa
brilló largo tiempo en el horizonte; era el dulce lago. Muy pronto nos saludaron
desde lejos los campanarios de Eisleben. El sol quemaba ya un poco; yo tenía
muchos deseos de llegar cuanto antes. En la parada de posta recogimos
enseguida nuestros equipajes, acto seguido nos acercamos hasta una posada
para comer cualquier cosa. Luego fuimos a la casa de Lutero guiados por un honesto artesano. Allí nos recibió un seminarista que, en primer lugar, nos condujo
a una sala en la que se encontraban numerosos recuerdos de Lutero.
Manuscritos, los retratos de todos los príncipes electores de Sajonia pintados
por Lucas Cranach, el sello personal del reformador y otras muchas cosas. La
habitación contigua contenía cuadros antiguos muy valiosos: «El fin del mundo»,
«La crucifixión de Jesús», «La resurrección», varios de ellos de Lucas Cranach y
los demás de otros maestros famosos. Después descendimos las escaleras y
entramos en el cuarto donde nació Lutero, que también está adornado con
varios cuadros. No teníamos mucho tiempo, por lo que nos apresuramos a
visitar al pastor Jahr, que en otra época había sido superintendente de
Naumburg. Nos recibió con suma cordialidad y quedó muy sorprendido de que
nos marchásemos otra vez al cabo de media hora; también nos invitó
amablemente a que nos quedásemos más tiempo. Su hijo, un chico de primero,
nos acompañó a la parada de posta.
Partimos poco después. Me había sentido muy mal durante todo el día. En la
aburrida y polvorienta carretera fue cada vez peor; intenté dormir, pero me
despertaba enseguida debido al barullo que me rodeaba. Destacaba
especialmente un joven ayudante de posta que, a pesar de sus muchos viajes,
no había aprendido todavía que la vida no es más que un viaje, pero cuyo fin es
una meta eterna.- Nos apeamos en Halle. Mi amigo tenía aún parientes que
visitar; yo hice que un muchacho llevase mi equipaje a la estación de tren, a la
que llegamos tras dar infortunados rodeos; desde allí me fui al hotel del
ferrocarril, donde traté de calmar mi mal humor mediante la comida y la lectura.
A las seis me dirigí a la propia estación y me llevé un susto cuando alguien me
aseguró que el tren con destino a Naumburg hacía rato que había llegado. Por
fin apareció mi amigo y, tras larga espera, también lo hizo el tren, que partió
hacia Naumburg. Cuando llegamos allí, a las ocho y media, llovía con
intensidad. Fue una verdadera alegría poder restablecer nuestros fatigados
miembros y nuestro mortecino espíritu con un sueño reparador. Así terminó
aquel viaje, que, en muchos aspectos, es el más grato de todos cuantos he realizado desde hace mucho tiempo. ¡Es una lástima que el último día de regreso
fuera tan desagradable!
Al día siguiente mi amigo y yo escribimos enseguida al tío; volví a darle las
gracias mil veces y le conté mi viaje de vuelta. ¿Qué más puedo decir? Mi
trabajo ha finalizado, mi meta ha sido alcanzada.
[Mayo 1861]
Mi vida [I]
Para quien tenga alguna importancia tanto su propia evolución moral como el
desarrollo de su espíritu, no puede ni debe carecer de interés el recuerdo de su
vida pasada, ni tampoco la asociación de los acontecimientos más importantes
de aquélla a determinadas reflexiones. Pues, aunque las semillas de las
disposiciones espirituales y morales se encuentran escondidas en nuestro
interior y el carácter particular lo recibe cada hombre cuando nace, también
acostumbra, sin embargo, la extraordinaria diversidad de los acontecimientos
circunstanciales externos, que unas veces le afectan más profunda y otras más
levemente, a configurar moral y espiritualmente su perfil humano. Los
acontecimientos vitales favorables y los desfavorables pueden servir tanto de
beneficio como de perjuicio, según se despierten con ellos los anhelos de las
distintas semillas hacia lo bueno o hacia lo malo. Con cuánta frecuencia se
califica a los ricos y famosos, a los mimados de la fortuna, de felices, y con
cuánta frecuencia no maldicen precisamente éstos su posición, que les ha
empujado a vicios y angustias e inclinaciones que se han despertado en ellos y
que destruyen su alegría de vivir. Si fueran justas las acusaciones contra el destino y todos los reproches que se le hacen, entonces, ese poder distributivo
tendría que ser ciego, o el principio de la injusticia. Así mismo, es tan impensable dejarlos intereses más grandes del género humano en manos de un
ser incapaz de pensamiento y discernimiento como confiarlos a un algo
primordialmente maligno. En efecto, un ser creador abstracto, no espiritual,
puede tan poco como uno originariamente maligno conducir nuestro destino,
puesto que, en el primer caso, es imposible que exista una substancia privada
de espíritu -ya que todo aquello que es, vive- y, en el segundo caso, porque
entonces sería inexplicable el impulso del ser humano hacia el bien. En todo lo
creado hay escalafones que también tienen que extenderse a los seres
invisibles, a menos que el mundo entero no sea el alma universal. Efectivamente, notamos una progresión de la existencia partiendo de la piedra y de todo
género de cosas que son sólidas y rígidas hasta las plantas, los animales, el ser
humano y, finalmente, la tierra, el aire, los astros del cielo, mundo y espacio,
materia y tiempo. ¿Deben estar aquí el final y el límite? ¿Deben ser los
conceptos abstractos los creadores de todos los seres? No; más allá de lo
material, de lo temporal y lo espacial, se elevan las fuentes primigenias de la
vida, que tienen que ser mucho más altas y espirituales; la capacidad de la vida
es infinita, la fuerza creadora, ilimitada.
Otra escala la conforman las progresivas subdivisiones de las fuerzas
espirituales. De entre todas las cosas visibles, el ser humano se sitúa en la cúspide, pues él es quien posee mayor amplitud en este aspecto. Pero la
imperfección y limitación de su espíritu, que tendría que penetrar con claridad en
el mundo si fuera como el espíritu primigenio, conduce nuestra mirada hacia una
fuerza espiritual más alta y sublime, fuente de la que fluyen todas las demás
fuerzas como si de la más primordial se tratara. De este modo pueden
encontrarse muchas escalas análogas, como el incesante progreso del ámbito
de la materia, el tiempo, el espacio, lo moral, etc. Todas ellas -y esto es lo más
importante- determinan, en primer lugar, la existencia del ser eterno; luego,
además, sus particularidades. Sólo en un ser bueno y, precisamente, en un
principio
de bondad, puede descansar la distribución de la historia sin que nos
atrevamos a levantar temerariamente el velo que cubre el poder que gobierna
nuestros actos. ¡Cómo puede pretender el ser humano, con los cortísimos
alcances de su espíritu, penetrar los sublimes designios que el espíritu primigenio concibe y lleva a cabo! No hay casualidades; todo lo que acontece tiene
significado. Cuanto más investiga e indaga la ciencia, mucho más diáfana
aparece la idea de que todo cuanto es o sucede no es más que otro de los
eslabones de una oculta cadena. Vierte tu vista sobre la Historia: ¿crees que las
cifras se suceden unas a otras sin ningún orden? Observa el cielo; ¿crees que
los astros siguen sus órbitas desordenadamente y sin ley? ¡No, no! No es por
azar lo que sucede; un ser superior gobierna según razón y criterio todo lo
creado.
Mi vida [II]
Experimento siempre una extraña impresión al recorrer con la mirada los años
pasados y traer a la mente los tiempos que ya hacía mucho había olvidado. Sólo
ahora reconozco cómo han contribuido a mi desarrollo algunos acontecimientos,
cómo por medio de la influencia de los acontecimientos que me rodearon se han
configurado el corazón y el espíritu. Pues si bien los rasgos fundamentales del
carácter son innatos en todos los hombres, el tiempo y las circunstancias
externas configuran la materia cruda imprimiéndole formas concretas que luego,
con los años, adquieren consistencia, llegando a ser indelebles. Al observar mi
vida descubro numerosos acontecimientos cuyo influjo sobre mi desarrollo es
inequívoco. Tales casos, sin embargo, sólo para mí tienen importancia, careciendo de ella para los demás.
Mi padre era pastor en Röcken, una villa situada muy cerca de Lützen y que se
extiende junto a la carretera comarcal. Lo circundan numerosos y grandes
estanques y, en parte, bosques umbríos; pero, por lo demás, ni es bello, ni su
situación es atractiva. Aquí nací el 15 de octubre de 1844 y, en homenaje al día
de mi nacimiento, recibí el nombre de Friedrich Wilhelm51. Lo que sé de mis
primeros años de vida es harto insignificante para contarlo. Algunos rasgos
propios de mi personalidad se desarrollaron ya muy pronto: una cierta
tranquilidad contemplativa y taciturna mediante la que fácilmente me alejaba de
los demás niños y, a la vez, sin embargo, una pasión a veces desbordante.
El año 1848 fue para mí muy importante. Estuvo repleto de nuevas
impresiones; conocí el ejército gracias a los acantonamientos de húsares de las
cercanías. Nuestro pueblo se mantuvo a salvo de la revolución, que por todas
partes se propagaba, pero todavía recuerdo bien haber visto pasar por la
carretera muchos carros cargados de gente cantando, con enormes banderas de
colores. El año fue aún más importante debido a la enfermedad de mi padre, que
se prolongó hasta el siguiente y, después, fue la causa que aceleró su fin. Se
trataba de una infección cerebral, extraordinariamente parecida en sus síntomas
a la enfermedad de nuestro difunto soberano. A pesar de los excelentes cuidados del consejero áulico Opolcer, quien fuera médico personal del Emperador
de Austria, la enfermedad proseguía su curso inalterable. La ansiedad y la
preocupación se adueñaron de nuestra casa, que, anteriormente, había sido
morada de la más absoluta felicidad. Y, si bien yo no era consciente de la
magnitud del peligro que se avecinaba, la atmósfera de tristeza e inquietud que
me rodeaba debió de ejercer en mí una inquietante impresión. El sufrimiento de
mi padre, las lágrimas de mi madre, los gestos llenos de preocupación del
médico y los incautos comentarios de los lugareños debieron de advertirme de la
inminencia de la desgracia que nos amenazaba. Y la desgracia llegó.
Ésta fue la primera época decisiva cuyas consecuencias cambiaron el curso de
toda mi vida.
Mi vida [III]
Nací en Röcken, una villa cercana a Lützen y ubicada junto a la carretera
comarcal. Se encuentra rodeada de sauces, álamos y olmos aislados, de modo
que desde lejos sólo se ven sobresalir las elevadas chimeneas de piedra y el
antiquísimo campanario sobre las verdes cimas. En el interior del pueblo hay
anchos estanques que están separados unos de otros por estrechas franjas de
tierra. En torno a ellos, verde frescor y nudosos sauces. Algo más arriba se
encuentra la casa parroquial y la iglesia; la primera está rodeada de jardines y
de prados arbolados. Muy cerca se halla el cementerio, repleto de lápidas
semienterradas y de cruces. Tres olmos majestuosos de amplias ramas dan
sombra a la propia casa parroquial, la cual, con su imponente estructura y su
disposición interior, causa una grata impresión a quienes la visitan.
Aquí nací el 15 de octubre de 1844, y recibí, a causa del día de mi nacimiento,
el nombre de «Friedrich Wilhelm». Lo que se sobre los primeros años de mi vida
es harto insignificante como para contarlo. Varias características propias de mi
personalidad se desarrollaron ya muy pronto. Así, una cierta tranquilidad y
taciturnidad, mediante las cuales me mantenía fácilmente alejado de los demás
niños, a la vez, sin embargo, una pasión a menudo desbordante. Sin influencia
alguna del mundo exterior, vivía en el círculo de una familia feliz; el pueblecillo y
sus alrededores constituían mi mundo, todo lo que se encontraba más allá era
para mí un reino encantado que desconocía. El cielo sereno, que hasta entonces
siempre me había sonreído, se vio turbado de improviso por negras nubes
cargadas de desventura. Mi padre cayó gravemente enfermo, sin que fuésemos
capaces de conocer la causa. La aguda perspicacia del consejero áulico Opolcer
reconoció enseguida los síntomas de un reblandecimiento cerebral. Su estado
iba empeorando cada vez más, volviéndose más preocupante. La intensidad de
los dolores que sufría mi padre, la ceguera que le sobrevino, su figura macilenta,
las lágrimas de mi madre, el aire preocupado del médico y, finalmente, los
incautos comentarios de los lugareños debieron de advertirme de la inminencia
de la desgracia que nos amenazaba. Y esa desgracia vino: mi padre murió.
Dejo a un lado mi dolor, mis lágrimas, el sufrimiento de mi madre, la profunda
consternación de todos los habitantes del pueblo. ¡Cómo me impresionó el
entierro! ¡Cómo me sobrecogieron las tétricas campanadas del funeral! Mi
primera sensación fue la de ser huérfano, que ya no tenía a mi querido padre,
que lo había perdido para siempre. Todavía conservo en mi alma su imagen
llena de vida: era alto y esbelto, de rasgos delicados y de gran gentileza y
amabilidad. En todas partes se le estimaba y era muy bien recibido, no menos
por su brillante conversación que por su bondad conciliadora; los campesinos le
honraban y le querían; como clérigo causaba un gran efecto benéfico con sus
palabras y con sus actos. En la familia fue el más tierno de los maridos, el más
bueno de los padres; era el modelo perfecto de un clérigo rural.
«¡Ay, vosotros
habéis enterrado a un hombre de bien,
pero cuánto más fue él para mí!»52
Algunos meses después me aconteció una segunda desgracia, la cual yo ya
había presentido en un sueño muy singular. Era como si de la cercana iglesia
oyese los sordos sonidos del órgano. Sorprendido, abrí la ventana que da a la
iglesia y al cementerio. La tumba de mi padre se abrió y de ella salió una blanca
figura que desapareció en la iglesia. La música, tétrica y desagradable, subió de
tono; la blanca figura apareció de nuevo llevando algo bajo el brazo que yo no
pude reconocer con claridad. El túmulo se abre, la figura desaparece, calla el
órgano; me despierto. A la mañana siguiente mi hermano pequeño, un niño
vivaz e inteligente, sufre un ataque de convulsiones y muere al cabo de media
hora. Se le enterró directamente en la tumba de mi padre.
Se acercaba el tiempo en que debíamos dejar aquel querido lugar. Todavía
recuerdo, con particular viveza, el último día y la última noche. Al atardecer
jugué aún con muchos niños, consciente de que ésa era la última vez; después
me despedí de ellos, al igual que de todos aquellos lugares que tanto había
llegado a querer. La campana del atardecer esparcía su melancólico tañido por
los campos; se cernía una espesa oscuridad sobre nuestra aldea, salió la luna y
nos contempló, pálida, desde lo alto. No pude dormir; nervioso y malhumorado
daba vueltas en mi lecho hasta que finalmente me levanté. En el patio se
cargaban varios carros, la tenue luz de una linterna iluminaba la escena. Nunca
como entonces me pareció mi futuro tan negro e incierto. En cuanto amaneció
se engancharon los caballos; partimos en medio de la bruma matinal mientras
dedicábamos un triste adiós a nuestra querida tierra.
Naumburg, la meta de nuestro viaje, causó en mí una extraordinaria impresión.
Tantas cosas nuevas, las iglesias y las casas, las plazas y las calles, todo
excitaba mi curiosidad y, ante todo, me confundía. También me atrajeron mucho
los alrededores de la ciudad, que, con sus hermosos montes, sus valles,
castillos y fortalezas, ensombrecían con mucho la sencillez pueblerina de mi
tierra. Pronto comencé también con mi vida escolar y, tras una adecuada
preparación, me llevaron al Instituto. Esa época fue muy importante para mí
porque además, fue entonces cuando conocí a los dos muchachos con los que
hasta hoy me mantiene unido una fiel amistad. En general, mis amistades se
ampliaron; fui acogido muy cordialmente por varias familias y de nuevo empecé
a sentirme confiado y bien. En el círculo de mis amigos viví horas muy alegres y
felices; los mismos propósitos y las mismas ilusiones unían cada vez con más
firmeza nuestras almas, de tal modo que todos gozábamos en común de las
alegrías y conjuntamente soportábamos los pesares. Sin embargo, ¡qué insignificantes parecen ahora los afanes de la infancia! Ligeras nubes pasajeras cubren
el sol naciente; pero cuando el sol está bien alto y la tierra aparece yerma
debajo, entonces sí que hacen falta verdaderas nubes pesadas y amenazadoras
para cubrirlo. Muy pronto se me consideró ya suficiente maduro para enviarme al
Gymnasium y entré en aquel lugar que desde hacía mucho tiempo miraba yo
con desconfianza. Las tétricas aulas, los rasgos severos y doctos de mis
profesores; mis compañeros, mayores que yo, que imbuidos del sentimiento de
su propio orgullo apenas si prestaban atención alguna al recién llegado, todo
esto me hizo temeroso y tímido, y tuvo que pasar algún tiempo hasta que con
paciencia y mucha confianza me acostumbré a mantener firme mi posición. Al
mismo tiempo surgieron en mí algunas de mis inclinaciones favoritas, que aún
hoy perduran. Sobre todo, la pasión por la música, que aumentó con el curso del
tiempo y que ahora se arraiga sólidamente en mi alma. Avancé regularmente
hasta tercero, y había pasado ya todo el semestre en este curso cuando me ocurrió algo inesperado que, tanto física como espiritualmente, ejerció en mí una
profunda influencia. Se nos ofreció una plaza escolar en Pforta; de mí dependía
aceptarla o rechazarla. Ya antes había sentido inclinación por Pforta, en parte
porque me atraía la buena fama de la institución y los nombres famosos de los
hombres que allí habían estado o que allí estaban, y en parte porque admiraba
su emplazamiento y el bello paisaje que la rodeaba. Enseguida decidí aceptar la
plaza, y jamás me he arrepentido. Aunque al principio me pareció muy duro
separarme de mi madre y mi hermana y de mis queridos amigos, pronto
desapareció tal sentimiento, y enseguida me sentí aquí, otra vez, contento y
bien. No desconozco la buena influencia que Pforta ejerce en mí, y sólo puedo
desear que ya aquí, y mas en los tiempos futuros, me comporte como digno hijo
suyo.
[1861]
Carta a mi amigo
en la que le recomiendo la lectura
de mi poeta preferido
19.10.61.
FW Nietzsche
Querido amigo:
Algunos comentarios de tu última carta, a propósito de Hölderlin53, me han
sorprendido mucho, por eso me siento impulsado a salir a la palestra y, en
pugna contigo, defender a mi poeta preferido. Quiero poner una vez más ante
tus ojos tus duras e injustas palabras (tal vez sostengas ahora otra opinión):
«Que Hölderlin pueda ser tu poeta preferido es algo que no logro explicarme. En
mí, al menos, han producido esos tonos confusos y semidelirantes, surgidos de
un ánimo desgarrado y destruido, una sensación de tristeza, e incluso, a veces,
de repugnancia. Oscura palabrería y, a menudo, pensamientos que parecen
sacados del manicomio, violentas invectivas contra Alemania, idolatría del
mundo pagano, tan pronto naturalismo, tan pronto politeísmo sin orden ni
concierto... ésta es la impronta de sus poemas, por lo demás, escritos en
correctos metros griegos». ¡En correctos metros griegos! ¡Dios mío! ¿Es ésta tu
única alabanza? Esos versos (y sólo por hablar de su forma externa) manan del
más puro y dulce de los ánimos, estos versos que en su naturalidad y
originalidad oscurecen el arte y la perfección formal de un Platen, estos versos,
que bien se alzan majestuosos al ritmo de sus odas, bien se pierden en los
tonos más dulces de la melancolía, a estos versos, ano puedes alabarlos más
que con el insípido y vulgar término «correctos»? Y, ciertamente, no es ésta la
mayor injusticia. ¡Oscura palabrería y, a veces, pensamientos que parecen sacados del manicomio! De tus desdeñosas palabras concluyo, en primer lugar, que
eres víctima de un absurdo prejuicio contra Hölderlin, y, en segundo lugar, y
sobre todo, que sólo posees de sus obras una idea muy vaga, pues tú ni has
leído sus poemas ni el resto de sus obras. Parece ser que crees que Hölderlin
sólo ha escrito poesías. Por lo tanto, ni siquiera conoces su Empédocles, ese
fragmento dramático pleno de significado, en cuyos tonos melancólicos resuena
el futuro del infeliz poeta, la tumba de los largos años de locura, pero no como
dices, «con oscura palabrería», sino en el más puro lenguaje de Sófocles y en
una plenitud infinita de profundos pensamientos. Tampoco conoces el Hiperión,
que con el movimiento armonioso de su prosa, con la sublimidad y belleza de las
figuras que en ella emergen, produce en mí una impresión similar a la que
produciría el choque del oleaje de un mar embravecido. De hecho, esa prosa es
música, una fusión de dulces tonos interrumpidos por dolorosas disonancias,
rematada finalmente, por melancólicos e inquietantes cánticos funerarios. Pero
lo dicho se refiere ante todo a la forma externa; permíteme ahora añadir algunas
palabras sobre la plenitud del pensamiento de Hölderlin, que tú consideras,
según parece, embrollado y oscuro. Aunque tu crítica se ajuste a algunos
poemas de la época de la locura, y de igual forma, si en el período anterior su
profundidad de espíritu tiene que luchar a veces contra la irrupción de la incipiente noche de la locura, la mayor parte de sus poemas son, en general, y con
mucho, las perlas más puras y preciosas de nuestra poesía. Basta con que te
cite poemas como «Regreso a la tierra natal», «El torrente encadenado»,
«Ocaso», «El aeda ciego», y tú mismo puedes observar las últimas estrofas de
«Fantasía del atardecer», en las que el poeta expresa un profundo, melancólico
e inmenso deseo de paz.
Por el cielo crepuscular la primavera abre;
rosas innúmeras florecen; quieto semeja
el mundo áureo. Oh, llevadme hacia allá,
purpúreas nubes, y que allá arriba
en aire y luz se aneguen mi amor y sufrimiento.
Pero como ahuyentado por inútil pregunta
el encanto se va. La noche cae. Y solitario
bajo el cielo, como siempre, estoy yo.
Ven ahora tú, dulce sopor. Anhela demasiado
el corazón; mas ahora ya, oh juventud,
también vas apagándote, soñolienta, intranquila.
Quieta y apacible es entonces la vejez54.
En otros poemas, especialmente en «Recuerdo» y en «Peregrinación», el
poeta nos eleva hasta el más alto ideal, y sentimos con él que ése era su elemento genuino. Finalmente hay además una buena cantidad de interesantes
poemas en los que el autor manifiesta a los alemanes verdades amargas que,
por desgracia, están más que fundamentadas. También en Hiperión arroja
agudas y cortantes palabras contra la «barbarie» alemana. Sin embargo, en
realidad, tamaño desprecio es conciliable con el mayor de los patriotismos, que
Hölderlin poseía, ciertamente, en alto grado. Pero odiaba en el alemán al simple
especialista, al filisteo.
En el drama sin concluir, Empédocles, el poeta nos revela su propia
naturaleza. La muerte de Empédocles es una muerte causada por orgullo divino,
por desprecio a los hombres, por náusea de la tierra y por panteísmo. Siempre
me conmueve de forma especial la lectura de esta obra; en el Empédocles se
encarna una divina sublimidad. En Hiperión, en cambio, aunque resplandeciente
de un esplendor que lo transfigura, es todo insuficiente e incompleto; las figuras
que el poeta evoca como por encantamiento son «aéreas criaturas que con su
vibración musical suscitan en torno nuestro la nostalgia, nos seducen y
empalagan, pero también nos dejan un deseo insatisfecho». Sin embargo, en
ninguna otra parte se manifiesta con tanta pureza la nostalgia de Grecia como
aquí, en lugar alguno se muestra tan clara la afinidad espiritual del alma de
Hölderlin con la de Schiller y Hegel, su fiel amigo.
Demasiado poco he podido tratar hasta aquí, pero, querido amigo, he de dejar
que tú mismo te formes una idea del infeliz poeta con los rasgos que aquí te he
expuesto. El hecho de que no responda a las objeciones que le haces a
propósito de lo contradictorio de sus puntos de vista religiosos, es algo que
debes achacar a mi escaso conocimiento de la filosofía que se necesita para
proceder a una consideración más detenida de este aspecto. Quizás algún día te
tomes el trabajo de acercarte a este punto y, mediante su esclarecimiento, derramar algo de luz sobre las causas de su derrumbe espiritual, que, por otra parte,
difícil será que sólo aquí tengan sus raíces.
Espero que sepas perdonarme el hecho de que, debido a mi entusiasmo, haya
utilizado a veces duras palabras contra ti; sólo deseo -y éste es el propósito de
mi carta- moverte mediante ellas a una valoración libre de prejuicios del poeta de
quien la mayor parte de su pueblo apenas sólo conoce el nombre.
Tu amigo
FW Nietzsche
[1862]
Euphorion, Cap. I55
Sobre mi alma se abate el flujo de múltiples armonías inquietantes: no sé qué
es lo que me produce tanta melancolía; deseo llorar y luego morir. ¡Ya no queda
nada! Me siento desfallecer, mi mano tiembla.
El rojo de la aurora juega en el cielo con tonos multicolores, en un juego de
artificio ya muy visto que me cansa. Mis ojos refulgen de una forma bien distinta;
temo que perforen el cielo con su fuego. Siento que ya estoy fuera de la
crisálida. Me conozco a fondo, ahora sólo me resta encontrar la cabeza de mi
otro yo para seccionar su cerebro o mi propia cabeza de niño con rizos
dorados... ay... hace veinte años... niño... niño... qué extraña me suena esta
palabra. ¿También he sido yo un niño, también tuve yo que girar al compás del
gastado mecanismo del mundo? Y ahora, como una bestia amarrada a la rueda
del molino, voy tirando lentamente de la cuerda que los hombres llaman fatum.
Así, hasta acabar podrido, o hasta que el carnicero me trocee y sólo unos
cuantos moscardones me aseguren un poco de inmortalidad.
Al hilo de estos pensamientos siento casi ganas de reír. Mas entretanto, otra
idea me inquieta: tal vez de mis huesos surjan florecillas, quizá también una
«linda violeta» o, incluso -cuando el carnicero defeque sobre mi tumba-, un
nomeolvides. Después llegarán los enamorados. ¡Repulsivo! ¡Repulsivo! ¡Esto
es podredumbre! Mientras saboreo todas estas ideas sobre mi futuro -pues me
resulta más agradable pudrirme bajo la tierra húmeda que vegetar bajo el cielo
azul, mas dulce revolverme como un grueso gusano que ser un hombre, ese
signo de interrogación ambulante-, me tranquiliza siempre el hecho de que haya
gente por las calles, personas variopintas, limpias, decentes, divertidas, que van
de un lado para otro. ¿Qué son? Sepulcros blanqueados, como dijo alguna vez
cierto hebreo.
En mi cuarto reina un silencio de muerte. Sólo mi pluma araña el papel, y es
que me gusta poder escribir mientras pienso, ya que todavía no se ha inventado
la máquina que imprima nuestros pensamientos sin necesidad de expresarlos,
sin tener que escribirlos. Ante mí, un tintero en el que ahogar mi ennegrecido
corazón, unas tijeras para irme acostumbrando a cortarme el cuello, manuscritos
para restregarme y un orinal.
Enfrente de mí vive una monja a la que visito de vez en cuando para disfrutar
con su decencia. La conozco muy bien, desde la cabeza a los pies, mejor que a
mí mismo. Antes era una monja delgada y enjuta, yo era médico y me las arreglé
para que engordara enseguida. Con ella vive, en matrimonio temporal, su
hermano, demasiado gordo y floreciente para mi gusto; a él lo he hecho adelgazar como un cadáver. Morirá un día de éstos, lo cual me agrada, ya que podré
diseccionarlo. Pero antes quisiera escribir la historia de mi vida, pues, a parte de
su interés, es muy instructiva para convertir a los jóvenes en viejos... En eso soy,
ciertamente, un maestro. ¿Quién debe leerla? Mis otros yoes, muchos de los
cuales todavía deambulan por este valle de lágrimas.
En este momento, Euphorion se reclinó un poco y comenzó a gemir, pues
padecía de la espina dorsal...
Crónica de «Germania»
El pasado trimestre los socios de «Germania» mostraron una gran actividad, la
cual culminó, al fin, en una convención muy interesante celebrada el 14 de abril
de este año. En ella expresamos, con razón, la esperanza legítima de que el
ferviente entusiasmo o, mejor dicho, el fervor entusiasta con el que buscamos
perfeccionar y engrandecer nuestra «Germanía» modificase gradualmente la
exclusividad del carácter de los trabajos realizados hasta ahora, refiriéndonos en
particular a la política y a la historia contemporánea y, evidentemente, a las artes
que hasta ahora no se habían tenido en consideración.
Desde abril han transcurrido ya cinco meses tras los cuales los resultados han
sido nulos para «Germanía». Sea por las circunstancias adversas -pues ya se
sabe cómo las obligaciones escolares, las clases de baile, los asuntos del
corazón, los acontecimientos políticos, etc., acaban con las frágiles barreras de
los estatutos de nuestra «Germania»- sea, sencillamente, porque nos hallamos
sometidos a una ley de necesidad histórica, la de la reacción que sigue a un
período de intensa actividad (excluyo a nuestro amigo Pinder que condena esto
último como anticristiano y aduce como principal motivo las tareas escolares),
sea lo que sea, lo cierto es que se ha verificado una ruptura de la constitución,
que la santidad de los estatutos ha sido herida y que «Germanía» está
prácticamente destruida por las dispersiones y los desgarramientos intrínsecos
además de la apatía. Indiferencias e irregularidades financieras caracterizan el
comienzo de este período -como las grandes rupturas con el pasado, la Reforma
y la Revolución, que se anunciaron con una recesión económica. Pero un signo
de la aún sana naturaleza de nuestra «Germanio» me parece a mí que
descansa en la conciencia, que ahora despierta por todas partes, de que todos
hemos pecado y de que en el presente debemos preocuparnos por una
redoblada actividad y diligencia. Que esta conciencia nos guíe hoy en la
regeneración de nuestra «Germanía» y que nos proporcione los medios más
adecuados para su refuerzo interior.
Nuestra presente actividad tendrá así que centrarse especialmente en los
puntos siguientes:
l . ¿De qué manera y hasta qué fecha tiene que enviar cada miembro sus
trabajos atrasados?
2. ¿Cómo vamos a superar nuestras dificultades económicas y cómo
regularemos nuestros estatutos de compra?
3. ¿Cómo regular en general nuestros estatutos para imposibilitar violaciones
como las que han ocurrido?
4. ¿Qué medios serán los más adecuados para conducir nuestra actividad con
más diligencia?
Me permito exponerles unas breves respuestas a estas cuestiones.
En primer lugar, cada uno tiene que contar los envíos que haya hecho hasta
hoy y controlar cuántos faltan de los 25 reglamentarios. Para eso será necesario
que con el máximo cuidado posible cada miembro confeccione una lista de todos
los envíos que ha hecho, anotando también el mes correspondiente en el que se
realizó cada uno. Del numero de ellos que falten y de las explicaciones del
miembro interesado dependerá la fecha en la que éste quiera enviar y completar
todo. Una vez dadas las explicaciones y verificadas por escrito, propongo una
ley de amnistía general para alguno de los socios. Finalmente, el autor del
presente informe asegura y puede probar que de la cifra de 25 trabajos, poemas
y composiciones, la mayoría han sido enviados, y el resto, al menos, están
pendientes de transcripción o dispuestos ya para su envío. Sus faltas, son,
principalmente, de tipo pecuniario. Por parte de Gustav Krug cuento con unos
once envíos de carácter musical y unos siete poemas y ensayos; no garantizo la
exactitud de estas cifras, como tampoco en lo que respecta a Wilhelm Pinder,
del que sólo puedo recordar unos dieciséis ensayos y poemas. Nuestra mala
situación financiera hay que atribuirla, en particular, a la adquisición de Tristán e
Isolde, de R. Wagner, realizada según la propuesta de G. Krug. Como él mismo
ha indicado, renuncia a los derechos de la próxima compra, lo cual le pido que
explique concisamente por escrito. Después, faltan aún las contribuciones pecuniarias de algunos socios, entre los cuales se incluye también quien esto
escribe; es de destacar por la puntualidad con la que realiza sus pagos el socio
G. Krug. Dejo a cualquiera de los asociados la tarea de determinar una fecha
límite hasta la que hayan de realizarse los pagos que faltan. Finalmente, invito al
tesorero a que precise en este informe la administración de los fondos de
«Germania» y que consigne las obligaciones y los ingresos de la manera más
exacta posible.
Por lo que respecta al tercer punto, la regularización de los estatutos, espero la
propuesta de un socio en la que basaremos nuestra discusión.
Todavía queda pendiente de aprobación por unanimidad mi antigua propuesta
de establecer un premio a la mejor composición como incentivo especial para los
socios y la fijación escrita de las fechas establecidas.
Para terminar, me permito aún realizar la solicitud de continuar desempeñando
el cargo de cronista hasta Navidad, puesto que hasta la fecha no he podido
llevar a cabo ninguna actividad al respecto. En Navidad, junto a mi reseña de los
envíos del año pasado, me referiré también a nuestra convención de Pascua y
trataré, ademas, mes a mes, los envíos que se hagan desde ahora.
Termino con el deseo de que nuestro improvisado sínodo de hoy no sea como
una simple pompa de aire producida por la descomposición y el estancamiento
de nuestra «Germania», sino un decisivo proceso de limpieza, una eliminación
de todo lo corrupto y nocivo, un refinamiento de los elementos puros y nobles,
sobre las que fue creada.
FW Nietzsche. Cronista.
Mi actividad literaria y musical. 1862
Antes de las vacaciones de Pascua escribí el poema «Ermanarich56». En las
vacaciones, el ensayo «Fatum e Historia». He leído a Emerson57, de Büchner,
sus «Incitaciones al arte», etc. En Pforta comencé La educación estética del
hombre, de Schiller. El 29 de abril, los diarios de Stöckers58. Descubrí a Petöfi.
De Longfellow, el maravilloso poema «El viejo reloj» traducido por Pertz.
Materialismo59.
En las vacaciones de verano de 1861 terminé «El dolor es el tono fundamental
de la naturaleza», para cuatro manos. En San Miguel trabajé mucho en
«Serbia», que, finalmente, abandoné cerca de Navidad. Scherzos húngaros: «La
taberna de la estepa», «Marcha triunfal», «Sueños salvajes», terminados el 2 de
febrero; después, hasta Pascua, «El lamento del héroe». En Pascua, concebí el
proyecto de «Merlin». El 29 de abril compuse la introducción a «Satán asciende
del infierno». 30 de abril: ya no me gusta; es dificilísimo captar lo satánico y
describir correctamente el personaje de Cándida.
[Octubre, 1862]
Fue en San Miguel, en 1861, en pocos días, cuando comencé y concluí el
siguiente fragmento de la sinfonía Ermanarich, concebida para dos pianos según
el modelo de la sinfonía Dante, que yo había conocido hacía poco tiempo. Fue
una época en la que me sentía más atraído que nunca por la leyenda de
Ermanarich; todavía me hallaba demasiado conmovido como para poetizar y no
poseía aún la suficiente distancia como para lograr la composición de un drama
objetivo; sin embargo, fue en la música donde se encarnó mi estado de ánimo,
embriagado por la leyenda. A pesar de esto, todavía dudaba sobre el nombre
con el que debía bautizar la obra, «Sinfonía Ermanarich» o «Serbia», pues yo
albergaba el plan, similar a como sucedía en la «Hungarica» de Liszt, de abarcar
en una composición el mundo sentimental de un pueblo eslavo, ya que no me
hallaba ahora de ningún modo preparado para analizar imparcialmente el flujo
de sentimientos que animaba la obra y sólo tenía una idea vaga de cuanto
quería expresar en ella. Ahora, justamente un año después, recuerdo
exactamente aquel estado de ánimo y la alternancia de los sentimientos que lo
oprimían y sacudían, unos sentimientos a menudo demasiado inmediatos y
ásperos que envolvían a los personajes principales de la historia de Ermanarich
y que entonces llenaban mi alma.
Al revisar hoy el fragmento, he procurado mostrar de forma mucho más precisa
aquello que en la primera versión sólo aparecía como esbozo. He completado
algunos momentos aislados que faltaban; el final, en particular, es enteramente
nuevo, y es tan intensa su furia que sobrepasa todo cuanto hice en la primera
versión.
Por lo demás, mis personajes no son ni godos ni germanos, sino -me atrevo a
afirmarlo- caracteres húngaros; el tema, extraído del mundo germánico, se
traslada a la Puszta húngara, encarnado en el alma de fuego de personajes
húngaros. Y éste es el principal defecto de la obra. Así, falta en los personajes
aquel poderoso carácter, los rasgos salvajes y propios de la Germania primitiva,
los sentimientos son más confusos, están más modernizados, hay demasiada
reflexión y escasa fuerza natural. Tras estas observaciones generales, trataré de
explicar de la forma más clara posible aquello que ahora, tras haber estudiado el
fragmento con más atención, me parece el hilo fundamental de la trama
interpretativa.
Los primeros compases -heroico-higubrenos presentan al anciano Ermanarich,
héroe austero y salvaje, ajeno a la ternura y la bondad, que contempla con
desdeñosa distancia el transcurso de su vida. Los próximos seis compases
muestran más vivacidad e inquietud, traspasadas por el fulgor de una leve
alegría, pues el viejo héroe espera el cortejo nupcial de la dulce Swanhild,
conducido por su hijo Randwe. En la distancia se escuchan los sones de un himno nacional, el cortejo se acerca, los sentimientos de Ermanarich se intensifican
hasta convertirse en apasionada furia.
A. Heroica-lúgubre B. Más vivaz. Compás 3/4 C. Más fogoso D. Con furia
¿Es sólo impaciencia, o piensa en su hijo, el ardiente Randwe? ¿Imagina algo,
teme algo? Su agitación se anega en los sones de la marcha nupcial que entra
grandiosa, exultante de ardor y fuerza magiar. Entretanto, el cortejo se aproxima
al palacio; Swanhild, rodeada de jóvenes doncellas, se dirige hacia el rey
introducida al son del arpa, «dulce como los rayos del sol que resplandecen en
la sala» (Edda), pero también un poco temerosa al contemplar los ojos
relampagueantes del viejo Ermanarich.
El motivo siguiente, basado en las notas que componen el tema de Swanhild,
que anuncian las almas vibrando al únisono, es estridente y violento, transido de
dolor y de angustia. Randwe advierte dolorosa y apasionadamente lo conflictivo
de la situación, el conflicto entre su amor y el amor de su padre; un dolor
cósmico que puede destruir su amor; le asaltan tenebrosos pensamientos que
con preguntas mudas la conducen al abismo. Desde lejos se oyen los acordes
de la marcha nupcial, serena y triste, austera y dulce: Randwe monta en cólera,
maldice y vocifera, apasionados tresillos ejecutados impetuosamente pintan
E. Grandioso F. Suave e íntimo G. Muy expresivo Compás libre H. Con
mesura. Vivaz I. Apasionado, con presura
su desesperación. El amor que siente por Swanhild se abre paso, su ánimo se
dulcifica levemente, pero aún está terriblemente furioso, los pensamientos y las
sensaciones le asaltan, agitándose constantemente en su interior. Los acordes para él sobrecogedores- de la marcha nupcial traspasan su alma desgarrándola
cada vez más hondo, cada vez con más ímpetu. Aquí se ubica en el drama
Ermanarich el punto en el que Randwe irrumpe en la sala de la ceremonia y
arrebata furiosamente a Swanhild, y es cuando Ermanarich le arroja a aquél el
puñal. La música sólo expresa la violencia creciente de la pasión, el brusco grito
desesperado, luego el horror repentino sobre su acto, la furia de Ermanarich,
cuyos ojos se vuelcan, su alma se desborda y repudia al hijo entregándolo al
verdugo; después, se queda inmóvil, como aturdido, abatido por las olas de la
ira, mudo y sombrío. Los músicos entonan quedamente el motivo de la marcha
nupcial: esto conmueve el alma de Ermanarich y lo despierta de su aturdimiento.
De pronto, le invade el horror, que le hace bramar con furia oceánica. El ritmo de
la marcha nupcial suena desencajado en
K. Muy lento Poco apoco, más rápido L. Muy impetuoso M. Siempre más débil
N. Dubitativo Muy rápido O. Impetuoso. Trémulo
lo más profundo de su alma, como surgido de un delirio. Un violín recoge el
tema melancólicamente, pero con obstinación eslava. Un último grito de
Ermanarich pleno de salvajismo húngaro. Y así concluye la primera parte del
drama; todo está callado, muerto, a la espera de la redención.
Despacio, como soñando Recitativo Muy rápido
Todavía haré ahora algunas observaciones con respecto a la forma. Toda esta
alternancia de estados de ánimo se halla singularmente expresada en el
conjunto de las partes de los compases, mientras que para la ejecución hay que
tener presente una gran cantidad de ritmos variados. Hay un compás de tres por
cuatro en muchos momentos. En otros, ni ritmo ni compás; se indica
expresamente que son interpretados sin compás alguno. A veces es muy difícil
hacerse con el tempo justo dada su rápida alternancia. Para terminar, añadiré
que sólo la familiarización con los terribles sucesos puede enseñar la forma
correcta de interpretar la obra. Es particularmente difícil resaltar la ironía que
entraña el motivo de la marcha nupcial.
Justo antes del himno nacional del comienzo hay unos cuantos pasajes muy
atrevidos. De sol bemol mayor se cambia improvisadamente a do sostenido y,
después, de sol bemol mayor a re menor. El dolor cósmico está representado
por extrañas armonías, muy ásperas y dolorosas que, inicialmente, me
desagradaron sobremanera. Ahora me parecen un poco más templadas y
excusables a la vista del conjunto. El ímpetu y los acosos de la pasión,
finalmente, con sus repentinos cambios y sus rupturas tempestuosas, está lleno
de monstruosas armonías sobre las que aún no he tomado una decisión. La más
horrible es el salto de re bemol mayor a la bemol. El siguiente re menor es
misterioso, sobre todo inquieta el mi bemol que contiene.
Así, que ahora tengo ante mí el fragmento entero, que impresiona por su
salvajismo y su austeridad y espera una respuesta, la relajación de la atmósfera
agobiante que pesa sobre el final.
La conclusión de la obra será mi próxima gran tarea; el juicio al respecto se
deja al cronista del próximo semestre, lo mismo que una valoración de ella, que
será más imparcial que la mía.
[Octubre, 1862]
Ante todo he de pedir que no se interprete el hecho de que hable de mis
poemas como un signo de vanidad. Estoy ya suficientemente alejado de la
época en la que intentaba analizar el efecto que éstos ejercían sobre mí como
para escribir críticas presuntuosas. Por el contrario, me propongo mostrar no ya
cómo se nace poeta, sino cómo se llega a serlo, esto es, que el hacendoso
fabricante de rimas, en cuanto que se desarrollen sus dotes espirituales, también
llegará al final a ser un poco poeta. Esto, a modo de observación preliminar.
No es sólo interesante, sino incluso necesario, representarse con la mayor
fidelidad posible el pasado, los años de la infancia, pues nunca podremos llegar
a obtener un juicio claro sobre nosotros mismos si no consideramos
minuciosamente las circunstancias en las que fuimos educados y ponderamos la
influencia que tuvieron en nosotros. Todavía hoy puedo constatar a diario cuánto
influyeron en mí los primeros años de mi vida: la apacible casa parroquial, el
paso de una gran felicidad a una gran desgracia, el abandono de mi villa natal y
también la gran cantidad de acontecimientos que trajo consigo la vida en la
ciudad. Muy seriamente, quizá llevando con facilidad el asunto a su extremo, con
severidad apasionada, tanto en el dolor como en el gozo, e incluso en el juego...
[Noviembre, 1862]
5 de noviembre. Batalla de Rossbach. Inkerman. Conjura de la pólvora60. Por
la noche quise hacer los ejercicios de latín, pero me entretuve hablando con
Stóckert sobre la influencia moral del arte, o mejor, sobre la relación entre el arte
y la moral. Estuvimos conversando hasta las dos de la madrugada. Al final,
también algo sobre el estado de nuestros corazones.
Miércoles. Compuesta una mazurca.
4 de noviembre. Martes. La noche del lunes, Bowle con Granier y Jáger, muy
francos. La mañana un poco calurosa, sin ganas de trabajar. Dia de sueño. Al
mediodía en Almrich.
2 de noviembre. Domingo. Después de comer, paseo por el Teichgraben. Por
la tarde, baile. Muy agradable. Von Fuchs.
Trabajo de latín. El jueves, muy bien durante todo el día, quise trabajar por la
noche pero no hice nada: me dormí. Nota de la inspección de la escuela al
inspectorado. Largo discurso de Busch. No hubo paseo.
Nada más erróneo que arrepentirse de cosas ya pasadas; tómeselas como
son. Apréndase algo de ellas, pero sigamos viviendo tranquilamente,
observémonos como un fenómeno cuyos rasgos característicos constituyen una
totalidad. Ser indulgentes con los otros, como máximo, compadecerles, no
enfadarse nunca por causa suya, no entusiasmarse con nadie, todos ellos están
ahí sólo para servir a nuestros fines. Aquél que mejor sabe dominar, será
también siempre quien mejor conozca a los hombres. Todo acto necesario es
legítimo; es necesario cuando es útil. Inmoral es aquello que ocasiona daños y
sufrimientos innecesarios a los demás. También nosotros dependemos mucho
de la opinión pública en cuanto que somos presa del arrepentimiento y
desesperamos de nosotros mismos. Si consideramos necesario realizar una
acción inmoral, en ese caso, ésta es moral para nosotros. Toda acción puede
ser sólo una consecuencia de nuestro instinto sin la razón; de nuestra razón sin
el instinto y de nuestra razón e instinto a la vez.
[Julio, 1863]
Para las vacaciones
La canción de los Nibelungos. Hay que delinear con precisión las
concepciones paganas y cristianas, así como las ideas éticas. También
considerar los caracteres en posición a los homéricos. El punto de vista estético
del canto en cuanto a la descripción de lo horrible y lo bello.
Leerla en la edición Lachmann; comparar la antigua y la moderna. Lo mejor es
hacerlo por la mañana, al aire libre. Pero con extractos precisos.
Persio y Juvenal. Esencialmente desde una perspectiva estética. Deducciones
sobre el carácter de los hombres y su época. Pensamientos sobre la sátira. Hay
que demostrar el elemento poético de la sátira, particularmente con respecto a
Persio y Juvenal.
Deben leerse las traducciones junto con el original. Quizás sea lo mejor leer de
nueve a doce, para realizar un cambio radical tras la lectura de los Nibelungos.
Nuevo Testamento. Debe considerarse a Jesús como a un orador popular: leer
los Evangelios enteros bajo este aspecto. Él adivina los pensamientos. Las
parábolas y su función. Los discursos familiares ante sus discípulos. El elemento
poético implícito en los discursos.
Para leerlo en Gorenzen, preferiblemente en la traducción de Gerlach y en la
edición de Tischendorf. Mejor por la mañana temprano. Después, procuraré
comentar la lectura con el tío.
Emerson. Tengo que realizar un resumen del libro para mis amigos. Su
manera tan americana de ver las cosas: "lo bueno permanece, lo malo pasa".
Sobre la riqueza. La belleza. Breves resúmenes de todos los ensayos. Sobre la
filosofía en la vida.
Para escribirlo quizá en Sangerhausen, por las mañanas, con cuidado y
tranquilidad.
Poemas. l. Torbellino. El destino errante busca unirse con lo más secreto del
interior humano, y cuando esta unión se consuma lo destruye todo.
2. La estrella errabunda. A la deriva por el universo, va en busca de la órbita
perdida. ¡Oh, que se abran sus ojos! pues siempre recorre el mismo ca mino
prescrito para la eternidad; es como el alma que aspira a una meta eterna, que
recorre una órbita segura aunque parezca que lo hace sin rumbo y en tinieblas.
3. Canto de estío. Idea principal: «El bien permanece, el mal desaparece».
Nada concreto todavía. En todo caso, será el último poema de los Cantos a la
tempestad.
Algunas noches las dedicaré a la composición. En primer lugar, hay que
continuar el allegro de la sonata. Por ahora, para dos manos. Transcribir «Sonríe
otra vez». Lo mismo, «De los años de juventud», para Stöckert. Después, sobre
todo, «Oh, el tañido de la campana en la noche invernal». Tengo que traer mas
papel pautado de Leipzig.
Qué libros necesito
De Pforta. 1. Persio (Taubner).
2. Versión de Teuffel.
3. Juvenal.
4. La versión de Juvenal.
5. Nibelungos, de Lachmann.
6. Homero, de Faesi. I, II.
7. Enciclopedia de los Nibelungos.
8. Emerson.
9. Diccionario latino.
10. Nuevo Testamento, de Tischendorf.
De Naumburg.
Para Wilhelm Pinder tengo l . Maquiavelo. 2. Munk. (Resúmenes) 3. Tengo que
traer el Hettner.
También mis trabajos de alemán y latín con los comentarios.
Además, por lo menos un cartapacio con papel normal, secante, plumas de
ganso, etc.
[Septiembre, 1863]
Mi vida
¿Cómo esbozamos un retrato de la vida y el carácter de una persona que
hemos conocido? En general, exactamente igual que como se esboza el de una
región que hemos visitado alguna vez. Tenemos que representarnos sus
particularidades fisonómicas: la naturaleza y forma de sus montes, la fauna y la
flora, el azul del cielo; todo esto, en su conjunto, determina nuestra impresión.
Pero, precisamente aquello que primero salta a la vista, la masa de las
montañas, la forma de los roquedales, no proporciona en sí mismo el carácter
fisonómico propio de una región: en distintas extensiones de tierra, como grupos
que se atraen y se repelen, surgen según leyes idénticas idénticos tipos de
montes, las mismas configuraciones de la naturaleza inorgánica. Algo distinto
ocurre con la naturaleza orgánica. Sobre todo en el reino vegetal se encuentran
los rasgos más sutiles para un estudio comparativo de la naturaleza.
Algo parecido sucede cuando queremos contemplar una vida humana y
valorarla con justicia. No debemos dejarnos guiar por los acontecimientos
ocasionales, los dones de la fortuna, los giros caprichosos del destino, pues sólo
son el resultado de la coincidencia de circunstancias externas que, similares a
las cimas de las montañas, son las primeras que saltan a la vista. En cambio,
precisamente aquellas experiencias mínimas, aquellos acontecimientos
interiores a los que no damos importancia, son los que con más claridad
muestran la totalidad del carácter de un individuo, pues se desarrollan
orgánicamente según la naturaleza humana, mientras que los otros no le
pertenecen, sólo están unidos con él de forma inorgánica.
Después de esta introducción parecerá como si yo deseara escribir un libro
sobre mi vida. De ningún modo. Solamente quiero señalar cómo comprendo los
acontecimientos vividos que narraré a continuación. Esto es, tal y como lo haría
un apasionado naturalista que reconoce en sus colecciones de plantas y
minerales, clasificadas según los distintos terrenos, la historia y el caracter de
las que examina; en contraposición al niño ignorante que sólo ve en ellas
piedras y plantas para jugar y divertirse y del utilitarista que las contempla
orgullosamente con desprecio, ya que las considera inútiles al no servir ni para
alimento ni para vestido.
Como planta, nací cerca del camposanto; como hombre, en la casa de un
párroco de aldea.
¿Y a santo de qué ese tono tan profesoral? Puede ser, pero, en todo caso, no
deseo excusarlo. ¿Qué más puede hacer una introducción para mejorar la vida
que instruir, si la vida misma no instruye? Y estas noticias escuetas de mi vida ni
podrán instruir ni entretener; son como piedras lisas; pero, en realidad, esas
piedras son hermosas, con su coraza de musgo y tierra.
Al lado de la carretera comarcal que va desde Weißenfels hasta Leipzig y que
pasa por Lützen, se halla la villa de Röcken. Se encuentra rodeada de sauces,
álamos y olmos aislados, de modo que desde lejos sólo se ven sobresalir las
elevadas chimeneas de piedra y el antiquísimo campanario sobre las verdes
cimas. En el interior del pueblo hay anchos estanques separados unos de otros
por estrechas franjas de tierra. En torno a ellos, verde frescor y nudosos sauces.
Algo más arriba se encuentra la casa parroquial y la iglesia; la primera está
rodeada de jardines y de prados arbolados. Muy cerca se halla el cementerio,
repleto de lápidas semienterradas y de cruces. Tres acacias majestuosas de
amplias ramas dan sombra a la propia casa parroquial.
Aquí nací el 15 de octubre de 1844 y, a causa del día de mi nacimiento, se me
bautizó con el nombre de «Friedrich Wilhelm». El primer acontecimiento que me
conmocionó cuando aún estaba formándose mi conciencia fue la enfermedad de
mi padre. Era un reblandecimiento cerebral. La intensidad de los dolores que
sufría mi padre, la ceguera que le sobrevino, su figura macilenta, las lágrimas de
mi madre, el aire preocupado del médico y, finalmente, los incautos comentarios
de los lugareños debieron de advertirme de la inminencia de la desgracia que
nos amenazaba. Y esa desgracia vino: mi padre murió. Yo aún no había
cumplido cuatro años.
Algunos meses después, perdí a mi único hermano, un niño vivaz e inteligente
que, presa de un ataque repentino de convulsiones, murió en unos instantes.
Así pues, tuvimos que abandonar nuestra tierra; al atardecer del último día
jugué aún con muchos niños y me despedí de ellos, al igual que de todos mis
lugares queridos. No pude dormir; nervioso y malhumorado daba vueltas en mi
lecho hasta que, finalmente, me levanté. En el patio se cargaban varios carros;
la tenue luz de una linterna iluminaba la escena. En cuanto amaneció se engancharon los caballos; partimos en medio de la bruma matinal hacia Naumburg,
la meta de nuestro viaje. Aquí, al principio con timidez, luego algo más
espabilado, pero siempre con la dignidad de un pequeño filisteo envarado,
comencé a conocer la vida y los libros. En Naumburg aprendí también a amar la
naturaleza representada en sus hermosos bosques, valles, castillos y fortalezas
y a querer a los seres humanos en la persona de mis parientes y amigos.
Comenzó también la época del gimnasio y, con ella, los nuevos intereses y las
nuevas inquietudes. Sobre todo fue entonces cuando germinó mi inclinación por
la música, a pesar de que el comienzo de las clases casi contribuyó a erradicarla
en sus raíces. Mi primer maestro fue un maestro de capilla, con todos los
encomiables defectos de un maestro de capilla y, además, de uno jubilado, sin
ningún mérito especial.
Finalmente, y con la debida lentitud de rigor, llegué a tercero. Ya era tiempo de
salir del círculo materno, de desacostumbrarse por fin a esa rutina que es tan
nefasta para la vida práctica. Poseía en mí la ciencia de algunas enciclopedias,
todas mis posibles inclinaciones se habían despertado ya, escribía poemas y
dramas horripilantes y mortalmente aburridos, me martirizaba con la composición de música sinfónica y se me había metido en la cabeza la idea de adquirir
un saber y un poder universales, tanto que me hallaba en peligro de convertirme
en un completo cabeza de chorlito y en un visionario.
Por eso me vino muy bien, desde todos los puntos de vista, en calidad de
alumno interno de la escuela provincial de Pforta, dedicarme durante seis años a
concentrar mis fuerzas y dirigirlas hacia metas muy concretas.
Todavía no he dejado atrás esos seis años; sin embargo, puedo considerar ya
maduros los frutos de este período, pues siento sus efectos en todo lo que
actualmente emprendo.
Así pues, puedo mirar con agrado casi todo lo que me ha ocurrido, ya sean
alegrías o penas; los acontecimientos me han conducido hasta ahora como a un
niño.
Ya va siendo hora, tal vez, de tomar yo mismo las riendas de los
acontecimientos y entrar de lleno en la vida.
Y de este modo el hombre se libera de todo aquello que lo encadena; no
necesita dinamitar las rocas, sino que, inesperadamente, éstas caen por sí solas
cuando un dios se lo ordena. Y ¿dónde está el grillete que al final aún le
aprisiona? ¿Es el mundo? ¿Es Dios?
F W Nietzsche
Escrito el 18 de septiembre de 1863
[Febrero de 1864]
Mi actividad musical en el año 1863
En la primera parte del año interpreté:
muchas sonatas de Beethoven,
doce sinfonías de Haydn,
más tarde, la fantasía de Schubert.
Divertissement à l'hongroise.
Las tempestades de la vida.
La Sinfonía Pastoral.
Sobre todo, la Novena Sinfonía.
En enero compuse:
«En un paraje helado», melodramático.
Transcrito en las vacaciones de verano:
«Sonríe otra vez».
En mente:
el allegro de una sonata a cuatro manos,
olvidado.
El adagio de ésta, no olvidado.
En las vacaciones de Navidad:
«Una noche de San Silvestre», transcrito
para violín y piano.
Poemas escritos antes de
las vacaciones de verano:
después:
Amor infiel
Ante el crucifijo
junto a la playa del mar
Sones lejanos
Sobre las tumbas
Ahora y alguna vez
Ahora y no hace mucho
Rapsodia
Regreso a casa
Preludio
A un pétalo de rosa
El viejo húngaro
Hace cincuenta años
La muerte de Beethoven
Poemas escritos en Pascua:
De lo demoníaco en la música, I, II.
En las vacaciones de verano:
Notas a la canción de los Nibelungos.
En San Miguel:
Notas al canto de Hildebrand y las sentencias.
Seguidamente:
Tratado sobre Ermanarich.
Lo más leído:
Emerson
Historia de la literatura de Bernhardy.
Shakespeare, de Gervinus.
Edda.
El banquete.
Técnica dramática.
Los Nibelungos, de Lachman.
Tácito (Tiberio).
Las nubes.
El Plutón.
Esquilo y sobre él.
Poesías del año 1863:
1. Amor infiel.
2. Ante el crucifijo.
3. Ahora y no hace mucho.
4. Ahora y una vez.
5. Rapsodia.
6. Sobre las tumbas.
7. Una hoja para el recuerdo.
8. Junto a la playa del mar. Fragmento.
9. Regreso al hogar. Cinco cantos.
10. El viejo magiar.
11. Preludio.
12. El 10 de octubre.
13. Hace cincuenta años.
1864:
A Beethoven, 1, 2,3.
La fuente de la vida.
Pequeñas canciones.
Despedida
9.2.64.
[27 de marzo de 1864]
Sobre los estados de ánimo
Imaginadme sentado en mi cuarto la tarde del primer día de Pascua, envuelto
en un albornoz; afuera llueve mansamente, nadie más se halla en la habitación.
Contemplo largamente el papel en blanco que tengo delante, la pluma en la
mano, enfadado por el babel de asuntos, acontecimientos y pensamientos que
claman por ser escritos; y algunos lo reclaman de un modo muy tenaz, pues
todavía son jóvenes y espumeantes como el mosto; pero, en cambio, aquel
pensamiento maduro y añejo se rebela como un hombre viejo que, contemplando con ojo escéptico, desprecia los afanes de la juventud. Digámoslo
abiertamente: nuestra disposición espiritual está condicionada por la lucha entre
aquellos dos mundos, el joven y el viejo; llamamos a los sucesivos estados del
conflicto estados de ánimo o, también, un tanto despectivamente, humor.
En tanto que buen diplomático, me elevo algo sobre los dos partidos en
discordia y describo la situación del Estado con la imparcialidad de un hombre
que asiste día a día, como quien no quiere la cosa, a los plenos de las facciones
y que utiliza de modo práctico el mismo principio del que se burla y excluye la
tribuna.
Confieso que escribo sobre estados de ánimo ahora, cuando me encuentro
animado; y es una suerte que justamente ahora me encuentre animado para
describir los estados de ánimo.
Durante el día de hoy he interpretado largamente las Consolaciones de Liszt, y
siento cómo sus notas han penetrado en mí y como resuenan sublimadas en mi
interior. Hace poco he padecido una experiencia dolorosa y vivido una
despedida o una no-despedida, y ahora advierto en mí cómo ese sentimiento se
ha diluido con cada nota, y creo que esa música no me habría gustado si no
hubiese tenido esa experiencia.
Lo que es de la misma especie atrae el alma para sí, y la masa preexistente de
sensaciones exprime como un limón los nuevos acontecimientos que
impresionan al corazón, pero siempre de forma tal, que sólo una parte de lo
nuevo se une a lo antiguo dejando un residuo que no encuentra elementos
afines en la morada del alma, donde se hospeda solo, causando a menudo el
mal humor de los viejos inquilinos, con los que entra en conflicto por este motivo.
Pero ¡mira! Aquí llega un amigo, allí un libro se abre, allá pasa una muchacha.
¡Escucha! ¡Suena música! De todas partes acuden nuevos invitados a la casa
que permanece abierta para todos, y quien antes estaba solo encuentra muchos
y nobles parientes.
Pero es curioso; los invitados no vienen porque quieren, o no vienen porque lo
son, vienen aquellos que tienen que venir, y sólo los que tienen que hacerlo.
Todo lo que el alma no refleja no la toca; es en la voluntad donde descansa el
poder del reflejo del alma: puede dejar que lo haga o no; sólo toca el alma
aquello que ésta quiere. Esto les parecerá a muchos paradójico, pues
recordarán cómo se resisten ante ciertas sensaciones. Pero, en última instancia
¿qué es lo que determina la voluntad? Y, ¡cuántas veces no duerme la voluntad
mientras los instintos y las inclinaciones son quienes velan! Una de las más
vigorosas inclinaciones del alma es una cierta curiosidad, una predilección por lo
inhabitual, y de ahí se aclara por qué tan a menudo nos dejamos atrapar por los
estados de ánimo más molestos.
Pero no es sólo por causa de la voluntad por lo que acepta algo el alma; esta
última está hecha de la misma materia que los acontecimientos o, al menos, de
una parecida, y por esto sucede que un hecho que no toca su parte afín,
descansa el lastre de su estado de ánimo sobre el alma y, poco a poco, tal
sobrepeso puede crecer hasta el extremo de comprimir y reducir el contenido
primigenio de ésta.
Los estados de ánimo proceden, pues, de un conflicto interior, o de una
presión exterior sobre el mundo interior. Aquí, una guerra civil entre dos
ejércitos; allí, la opresión del pueblo por parte de una clase de individuos, una
pequeña minoría.
Me ocurre a veces, cuando a la escucha de mis propios pensamientos y
sensaciones, en silencio, me concentro en mí mismo, que tengo la impresión de
asistir a los roces y al estrépito de facciones feroces; es como si un zumbido
surcase los aires, como cuando un pensamiento o un águila se elevan hacia el
sol.
La guerra es un alimento constante del alma, mas de ella sabe también extraer
suficiente dulzura y belleza. Destruye y, con eso, procrea lo nuevo; lucha con
furia pero también atrae suavemente al enemigo hacia su campo para invitarle a
que se una con ella. Pero lo más maravilloso es que nunca hace caso de lo
externo, nombres, personas, lugares, bellas palabras, los trazos de la pluma,
todo eso tiene para ella un valor secundario; en cambio, valora aquello que
reposa tras la envoltura.
Esto que es ahora quizá tu gozo entero o el gran dolor de tu corazón será tal
vez dentro de poco tiempo el simple manto de un sentimiento aún más profundo,
y por este motivo desaparecerá cuando aquél, mayor, lo suplante. Y así es como
nuestros estados de ánimo van haciéndose cada vez más profundos; ninguno es
exactamente igual a otro, sino que cada uno de ellos es insondablemente joven;
el parto de un instante.
Pienso ahora en tantas cosas como he amado; cambian los nombres y las
personas y no quiero asegurar que realmente sus naturalezas hubieran llegado
a ser siempre más profundas y bellas; pero es verdad que todos esos estados
de ánimo similares representan para mí un progreso, y que es insoportable para
el espíritu volver a recorrer los mismos escalones que ya ha recorrido; pues el
quiere expandirse siempre más alto, más profundo.
Sed bienvenidos, amados estados de ánimo, maravillosos estados del alma
tempestuosa, diversos como la naturaleza, pero mucho más grandes que ella,
porque vosotros no cesáis de haceros más intensos, más elevados. La planta,
en cambio, exhala el mismo perfume que el día de la creación. Ya no amo como
amaba hace unas semanas; ni tampoco me encuentro en este instante tan animado como al empezar a escribir.
[Julio-agosto, 1864]
Los propósitos de una biografía son muy variados y por eso determinan sobre
todo las posibles maneras de su redacción. En el presente caso, se trata de
legar a una escuela, cuya influencia ha sido decisiva para el desarrollo de mi
formación espiritual, una imagen, precisamente de dicha formación, a modo de
testamento. La descripción de mi desarrollo la esbozo en un momento en el que
estoy en vías de trazar nuevos caminos para mi espíritu, dejando a mis espaldas
el viejo y consabido orden y sumergiéndome en vastísimos y elevados ámbitos
culturales con los que pretendo iniciar una nueva etapa de mi desarrollo.
Dos son las piedras miliares que han dividido hasta ahora mi existencia: la
muerte de mi padre, quien fuera párroco de la villa de Röcken, junto a Lützen, y
el consiguiente traslado a Naumburg al que se vio empujada mi familia, hecho
con el que concluyen los cinco primeros años de mi vida. Después, mi traslado
del Gymnasium de Naumburg al colegio de Pforta, lo cual sucedió a mis catorce
años. Sé muy poco de los primeros años de mi niñez, y no deseo volver a contar
lo que de ellos se me ha transmitido. Seguramente mis padres fueron
excelentes, y estoy convencido de que justamente la muerte de un padre tan
excepcional como él, por una parte, me privó de su ayuda y dirección para mi
vida posterior, pero, por otra, sembró en mi alma la semilla de la gravedad y el
gusto por la contemplación.
Tal vez fuera un inconveniente que todo mi desarrollo posterior careciera de la
supervisión de la mirada paterna, por lo que fue la curiosidad, y quizá también mi
sed de saber, lo que suscitó mi interés por múltiples y variadas materias que, tan
desordenadas como estaban, más bien contribuyeron a embarullar mi espíritu
joven, que apenas si había volado del nido familiar, que a facilitar una
adquisición sólida del saber. Por esto, el período comprendido entre mis nueve y
quince años se caracteriza por un verdadero anhelo de un «saber universal»,
como yo lo solía denominar. Por otra parte, tampoco me desentendí de los
juegos infantiles, que, por lo demás, también practicaba con un celo casi
doctrinario, hasta el punto de, por ejemplo, llegar a escribir sobre la mayor parte
de ellos pequeños libritos que luego prestaba a mis amigos para que conociesen
sus reglas. Una extraña casualidad despertó en mí, a los nueve años, la pasión
por la música e incluso comencé a componer yo mismo, si es que puede
denominarse así a los afanes de un excitado chiquillo de trasladar al papel
algunos acordes que, imaginariamente, pretendían acompañar al piano a unos
cuantos textos bíblicos. También escribí unos poemas horribles, si bien, con
sobrada aplicación. Incluso dibujaba y pintaba.
Cuando llegué a Pforta, ya había echado una mirada sobre casi todas las
ciencias y las artes, sintiendo gran interés por todas ellas, á excepción de las
ciencias racionales, como las matemáticas, que me parecían muy aburridas.
Pero pronto comencé a sentir un rechazo hacia ese error que suponía la falta de
planificación en todas las áreas del saber; tenía que imponerme un límite para
penetrar de manera exhaustiva y con profundidad en una materia concreta. Este
propósito pudo hacerse realidad, oportunamente dentro del marco de una pequeña sociedad científica que yo fundé junto con otros dos amigos con mis
mismas inquietudes intelectuales para fomentar el desarrollo de nuestra
educación. El envío mensual de ensayos y composiciones, así como su crítica,
tanto como nuestras reuniones trimestrales, obligaban al espíritu a escrutar
pequeñas parcelas de saber, pero que resultaban ser muy interesantes. Por otra
parte, mediante el profundo estudio de la teoría de la composición hacía lo
posible por contrarrestar las nefastas influencias de la «improvisación».
Al mismo tiempo creció en mí vigorosamente el interés por los estudios
clásicos; con gran placer recuerdo la primera impresión que me produjo la
lectura de Sófocles, de Esquilo, de Platón, sobre todo el de mi obra preferida, El
banquete, y luego los líricos griegos.
En la actualidad sigo encontrándome todavía en medio de ese afán de
profundizar constantemente en el saber; y es natural que sostenga sobre mis
progresos y, a menudo, también sobre los de los otros, una opinión no
precisamente satisfactoria, porque en la mayoría de las materias que trato
descubro algo impenetrable, o por lo menos, muy difícil de penetrar. He de
mencionar, a este respecto, el único trabajo de todo mi período escolar con el
que casi estuve satisfecho: mi ensayo sobre la saga de Ermanarich.
Ahora, cuando tengo en mente ir a la universidad, me propongo como leyes
inamovibles de mi futura vida científica: combatir la tendencia al enciclopedismo
superficial y fomentar, en cambio, mi deseo de conducir lo particular hasta sus
últimos y más profundos fundamentos. Si pareciera que estas inclinaciones
tienden a desaparecer, no es una cosa que, en algunos casos, pueda calificarse
de incorrecto, pues, a veces, reconozco en mí algo similar.
Tanto en la lucha contra aquella tendencia como en el fomento de la otra,
espero salir victorioso.
[Agosto, 1864]
Primero lo intenté con las notas: mira, esto no marcha; el corazón sigue
impetuoso, pero la nota permanece muerta. Después lo intenté con los versos;
no, con la rima no acierto, ni tampoco doy con el ritmo tranquilo y mesurado.
¡Fuera el papel! ¡Uno nuevo, pronto! Y ahora, ¡afila enseguida la pluma! ¡Rápido,
tinta!
Suave tarde de verano; crepuscular, con pálidas franjas de luz. Voces infantiles
en las callejuelas; a lo lejos, barullo y música. Es la feria: las gentes bailan, hay,
encendidos, faroles de colores, rugen las fieras salvajes; aquí se escucha un
estampido; allí, un soniquete de tambores, monótonos, penetrantes.
La habitación está casi a oscuras; enciendo una luz. Pero ya parpadea,
curioso, el ojo del día por la ventana entreabierta. Oh, que su mirada penetre
más a fondo, hasta el centro de este corazón, más brillante que la luz, más
oscuro que el crepúsculo, más vivaz que las voces lejanas, este corazón que
tiembla y se tambalea como una gran campana tañida por el vendaval.
Y yo invoco una tormenta. ¿Es que acaso no atrae a los rayos el tañido de la
campana? Así pues, ¡sé bienvenida, tormenta cercana! Caed, olorosas gotas de
lluvia, sobre mi naturaleza moribunda, sonoras y purificadoras. ¡Sed
bienvenidas! ¡Sed, por fin, bienvenidas!
¡Mirad! Has caído, rayo primero, en medio del corazón; de allí se eleva ahora
un pálido jirón de niebla. ¿Acaso tú lo conoces, al pérfido y maligno? Ya es más
clara mi mirada, mientras tiendo mi mano hacia él para maldecirlo, pero retumba
el trueno y una voz anuncia: «¡Purifícate!».
Sorda quietud; mi corazón se dilata; nada se mueve. De pronto, un hálito
suave, en el suelo, la hierba susurra. ¡Sé bienvenida, oh lluvia que me calmas y
me salvas! Aquí está todo desierto, vacío, muerto, ¡oh, planta tú, de nuevo!
¡Mirad! ¡Un segundo golpe! Estridente y agudo en pleno corazón. Y una voz
resuena: «¡Ten esperanza!».
Un suave perfume emana de la tierra, el viento sopla de acá para allá y a él le
sigue la tormenta que aúlla tras de su presa. El viento esparce a sus pies flores
decapitadas. La lluvia se precipita graciosa tras la tempestad.
En pleno corazón. ¡Tormenta y lluvia! ¡Rayos y truenos! ¡Justo en medio del
corazón! Y una voz que clama: «¡Renuévate!»
[31 de diciembre de 1864]
Sueño de una noche de San Silvestre
Todo es quietud en mi cuarto; de vez en cuando crepitan los carbones en la
estufa. He bajado la luz de la lámpara y apenas hay claridad en la habitación,
tan sólo algunas llamas anchas y alargadas que arden en la estufa proyectan,
vacilantes, sus reflejos sobre el suelo y la caoba de mi piano.
Son las últimas horas antes de la medianoche. Hasta este momento me he
entretenido en revolver en mis cartas y manuscritos, he bebido ponche caliente
y, después, he interpretado el réquiem del Manfred de Schumann. Ahora todo
me pide que abandone cuanto no me afecta, para dedicarme a pensar sólo en
mí mismo.
Por eso atizo de nuevo el fuego, reclino la cabeza sobre la mano izquierda y la
esquina del sofá, cierro los ojos y medito. Mi espíritu comienza a sobrevolar sus
lugares queridos, se detiene en Naumburg, y luego en Pforta y Plauen y, finalmente, retorna de vuelta a mi habitación. ¿En mi habitación? Pero, ¿qué es lo
que veo sobre mi cama? Ahí hay alguien. Gime muy quedo, agoniza... ¡Un
moribundo!
¡Y no está solo! A su alrededor hay una especie de sombras flotantes.
Además, las sombras hablan: «Tú, año malvado, qué me prometiste y qué me
has deparado. Soy más pobre que antes, y tú me aseguraste que tendría buena
fortuna. ¡Maldito seas!»
«Tú, año querido, al principio me miraste tétricamente, pero tu mayo me
consoló y tu otoño fue como un reflejo de aquél. ¡Bendito seas!».
«Viejo año, me has costado mucho trabajo, pero también me has
recompensado. No nos debemos nada. «¡Que te vaya bien!»
«He esperado y anhelado con impaciencia a que llegase el momento en que
satisficieras mis deseos. Hazlo ahora, en tus últimos instantes, ¡socórreme!»
Todo quedó en calma. El viejo año gemía muy quedo en intervalos regulares.
Se oyó como un suspiro.
De repente todo se volvió luminoso. Las paredes de la habitación
desaparecieron, el techo se elevó hacia lo alto. Miré hacia el lecho. El lecho estaba vacío. Escuché una voz:
«¡A vosotros, locos y chiflados de esta época, .que nada tenéis en vuestras
cabezas y que lo que tenéis sólo está en ellas! A vosotros os pregunto: ¿Qué
habéis hecho? Si queréis ser y tener aquello a lo que aspiráis, aquello a lo que
os aferráis, haced lo que los dioses os han impuesto como prueba antes del
premio que seguirá a la lucha. ¡Cuando estéis maduros caerá la fruta; antes,
no!»
En este momento, las agujas del reloj emitieron un leve chasquido; todo
desapareció, dieron las doce y en la calle alguien gritó: «¡Viva el año nuevo!»
[1865]
[Conciertos y teatro en el invierno 1864-5 en Bonn]
Pietra von Mosenthal. Sra. Nieman Seebach.
La Flauta mágica.
Ondine.
El cazador furtivo.
Wallenstein.
Los hugonotes.
Fidefo.
El desertor.
Oberón.
Los Nibelungos. Sra. Nieman Seebach.
José en Egipto, de Mehul.
La fierecilla domada. Friedericke Gossmann.
Fuego en la escuela de niñas. Ella descubrió su corazón. Friedericke
Gossmann.
Los grillos. Friedericke Gossmann.
Judas Macabeo.
El himno de Mendelssohn y otros.
Wallenstein, un concierto en sol menor de Mendelssohn y una fantasía coral de
Beethoven. El vals de Fausto, una canción de cuna. Ossian, de Gade.
Auer en el concierto para violín de Beethoven; el Agnus Dei de Cherubini, una
sinfonía de Mozart.
Sinfonía La Grande de Schubert.
Una sinfonía de Emmanuel Bach.
Sol menor, Mozart.
La obertura de Dioniso, de N. Bretymüller.
Obertura cómica de Brambach y Rietz.
Las Hébridas.
Ruiblás.
Rosamunda.
Fierabrás Obertura
Alfonso y Estrella Obertura
Gran sonata para dos pianos, de Mozart. (Sra. Clara Schumann).
Nocturno en sol menor, de Chopin.
Scherzo caprichoso, de Mendelssohn.
Sinfonía en re menor, de Schumann.
¡Oh, llora por él.; de Hiller.
Canción de primavera, de Gade.
Repleto de alegría y de pena. Sra. Wiesemann.
Llanto de niña
Concierto de la Patti
Un aria de Purit.
Un aria de La sombra.
Carnaval de Venecia.
Tarantela.
El Barbero de Sevilla
Aria de Tito.
Ambas cantadas por Carlotta Patti.
Ambas por Ferrari.
Paseo.
Ambas por la Sra. Edelsberg.
Brassin y Vieutemps. La sonata a Kreutzer.
Niemann-Seebach. La campana.
[Julio-agosto, 1865]
I. Mirada retrospectiva a la vida escolar.
El viaje a Elberfeld.
Deussen61 en familia.
Día de otoño en el Rin y Westerbald.
Traslado a Bonn. La primera noche.
II. La corporación estudiantil.
La marcha. Mis prejuicios. Pesares.
Los viejos francones.
Mi entrada.
Desilusiones.
La camaradería y sus debilidades.
Los propósitos de la corporación estudiantil.
Los antiguos socios.
El Commers y otras fiestas.
Replanteamiento.
Mi situación actual.
III. Mi situación hogareña.
El casero.
Cuarto. Comida. Colada. Desayuno.
Mis tardes.
Otoño. El día de San Martín. Navidad.
El verano.
IV. Piano. La influencia de Pforta en mi inclinación musical.
Mi desarrollo independiente.
Composición de canciones.
Asociación coral ciudadana.
Teatro y ópera. Colonia.
Patti, la Sra. Schumann. El desertor.
El festival de música en Colonia.
Jahn62.
Mis intenciones como crítico e historiador de la música.
Manfredo.
No componer más. Terrible.
Actividad poética. Final.
Ensayo: la poesía política.
Springer.
Nuevos libros.
V. Vida natural.
En primer lugar, el Rin.
Días de otoño.
Rolandseck por la tarde.
En el barco de vapor.
Salidas solitarias por la nieve. Brillante victoria sobre la cumbre.
Con Deussen al Drachenfelds.
Daños. Mirada hacia el recuerdo.
Fiesta de la reunificación. Carnaval.
VI. Teología y filología.
En dirección a la primera.
En la filología, la unilateralidad de los Ritschlerianos.
Jahn.
Schaardschmidt. Veladas.
Ritschl. El seminario.
Las querellas entre profesores.
Danae. Simonides. Teognis62.
Longino. Catulo.
Contra las determinaciones en el Laocoonte.
Mi modo de trabajar asiduamente.
Mis aspiraciones.
V. Mi correspondencia:
con mi madre y mi hermana. con Gersdorff.
con los pforteanos como p. e. [...)
Las vacaciones. Pforta. Cena con Jahn.
VI. Perspectivas.
Insatisfacción.
Estado de ánimo variable.
Escaso trabajo.
Infancia.
Estado de excitación.
[Agosto-diciembre 1865]
Nota previa
El plan de mis investigaciones es el siguiente. Primeramente quiero conocer al
ser humano empíricamente y no dejarme influir en mi tarea por ninguna creencia
o doctrina conocida. Una vez que haya hecho lo posible por satisfacer la ley de
la especificación, se podrá ya determinar qué es lo homogéneo. Sin embargo,
como no voy a poder separar los seres humanos de las cosas, tendré que
establecer muy claramente qué son las cosas sin los seres humanos y qué son
con ellos.
Observaciones
Cierro los ojos:
Al principio todo está oscuro, pero no completamente negro. Antes bien, hay
lucecitas amarillas y de nuevo sombras oscuras. Todas ellas están en
movimiento. Las luces y las sombras se retiran y, de entre ellas, las señales
luminosas tiritan. Poco a poco reina la calma. Luego, como si tuviera al mismo
tiempo la mano ante mis ojos y viera a su través, observo una figura, a veces
amarilla y, a veces, de otro color, que al punto se transforma en otra figura que
pierde inmediatamente sus contornos. En cuanto observo más atentamente y
más despacio, aumenta la claridad. Cuanto más avanzado está el día, las
figuras parecen volverse más versátiles y más vivas.
Mi voluntad no influye en dichas imágenes.
Ahora dibujo intencionadamente una figura sobre el fondo oscuro. Pero no
obtengo nada más que rayas, contornos y ningún color. Luego, el proceso
anterior se hace cargo de las rayas que he dibujado y forma una figura con ellas.
O las rayas desaparecen y el proceso comienza por sí solo como antes. La
fuerza para dibujar una figura es, en mi interior, imperfecta -por ejemplo, dibujo
un rostro muy basto-. Pero el proceso va embelleciendo por momentos las
torpes rayas. Las imágenes llegan a ser tan precisas y claras como las cosas
que puedo observar a mi alrededor con los ojos abiertos, sólo que no poseen
consistencia alguna, sino que se transforman constantemente y se difuminan
convirtiéndose en otras.
Así es que 1) -Inintencionadamente se producen imágenes o figuras, 2) Intencionadamente produzco rayas.
La conexión entre ambas fuerzas no es algo necesario. La primera fuerza es la
más perfecta y distinta. El fondo en el que las dos fuerzas operan es el mismo,
es decir, un espacio oscuro del que surgen las imágenes y los dibujos. Por
cierto, las imágenes son pequeñas, pero, a la vez, muy nítidas. Comarcas
enteras del tamaño de tarjetas de visita. Ahora abro los ojos.
Está oscuro, así es que, naturalmente, el proceso es el mismo.
Si hay claridad, veo por todas partes imágenes en colores.
No existe algo sin color. Estas imágenes permanecen enteras e inmóviles.
Todavía sigo teniendo la fuerza para dibujar rayas. Si todavía tengo la primera
fuerza, es algo que no sé. Si lo intento, primero tengo que dibujar líneas. Si
observo ahora las líneas, puedo ver, sin embargo, imágenes en colores. En ellas
no varía nada si las miro con atención o si miro otra cosa, por ejemplo, una
cabeza que haya dibujado.
1)- Sin intención:
a) -por todas partes imágenes en colores, grandes y permanentes. Tiene que
haber claridad.
b) -algunas imágenes individuales. Pequeñas y difusas, ¿debe ser en la
oscuridad, (o es posible con luz)?
2) -Con intención:
Contornos de figuras, en la oscuridad o a la luz.
En 1) Lo común: figuras en colores. En b) son múltiples. Rayas y colores son
comunes, el tamaño y la consistencia son distintas.
[Enero, 1866]
1860
4 de julio. Miserere a cinco voces.
1861
25 de marzo, introducción a la anunciación de María.
Junio, introducción a la escena tercera. Julio, «Camino adelante»
1861
Verano en Plauen. Grado: segundo inferior.
El dolor es la nota fundamental.
Miguel.
Serbia.
1860
Verano en Gorenzen. Grado: tercero superior.
1859
Vacaciones en Jena. Grado: tercero inferior.
1862
En la escuela de Pforta.
Vacaciones de verano en Gorenzen.
Después, hasta San Miguel, dolores de cabeza.
Luego, entré en primera.
Antes de las vacaciones de Pascua: el poema «Ermanarich».
En Pascua: ensayo «Fatum e Historia».
Enero y hasta el 2 de febrero: esbozos húngaros.
«La taberna en el páramo»
«Marcha triunfal»
«Sueños salvajes»
(22 de junio)
«Danza cíngara»
«Hungría. Marcha»
Hasta Pascua:
«El lamento del héroe»
En verano:
«Corre un riachuelo»
«Recuerdos de juventud»
El 5 de noviembre: dos mazurcas.
En San Miguel: Ermanarich. Poema sinfónico.
Poemas desde marzo hasta octubre.
«De noche»
«Cuatro cantos»
«La joven pescadora»
«Vagar, oh, vagar»
«Recuerdos de la gran época». Cuatro poemas.
«Oh, podéis atacarme»
«Esbozos húngaros». Tres poemas.
En otoño.
Siete canciones de otoño.
El siete de noviembre, en la cárcel64, tres poemas. Poco antes de la festividad
de «Todos los Santos»: Epílogo.
1863
En la escuela de Pforta.
Pascua en Naumburg.
Vacaciones de verano en Plauen y en Fichtengebirge.
Navidad en Gorenzen.
En las vacaciones de Pascua: Sobre lo demoníaco en la música, I,II(en
posesión de P Deussen).
En San Miguel: «Anotaciones a la canción de los Nibelungos».
Más tarde, en Pforta:
Ensayo sobre Ermanarich.
Primum Oedipodis regis carmen choricum.
El ensayo está en manos de los estudiantes.
En enero: Sobre una tierra helada. Melodramático.
En las vacaciones de verano:
«Sonríe otra vez», de Klaus Groth.
Una sonata no escrita.
En Navidad: del 29 de diciembre al 2 de enero de 18 64:
«Una noche de San Silvestre», para piano y violín.
Poemas
Amor infiel Ante el crucifijo
junto a la playa del mar
Sones lejanos
(En posesión de G. Meyer)
Sobre las tumbas
Ahora y alguna vez
Ahora y no hace mucho
Rapsodia
Regreso a casa, cinco canciones (en posesión de Paul Deussen)
Preludio
A un pétalo de rosa
El viejo húngaro
Hace cincuenta años
La muerte de Beethoven
1864
4 de enero en Gorenzen. Boda del tío Edmund.
Del 4 de enero al 7 de septiembre en Pforta.
Vacaciones de verano en Naumburg.
Del 7 de septiembre al 1 de octubre en Naumburg. Período de matrícula.
Del l al 16 de octubre en Oberdreiß, en casa de Paul Deussen.
Del 16 hasta el final de octubre, en Bonn. Bongasse 518, junto a Oldag.
Vacaciones de verano:
«Sobre Teognis, poeta megarense».
De noviembre al 13 de diciembre:
1. Invocación a Pushkin.
2. Noche de invierno de Pushkin.
3. La cadena de Petöfi.
4. Quiero dejar.
5. Serenata.
6. Infinito.
7. Marchito.
8. ¿Dónde estás?
9. La tempestad de Chamisso.
10. Con sumo placer.
11. Canción a la candela.
12. Oscila e inclina, mía.
De éstas, 1, 4, 6, 10, a Marie Deussen65.
4, 5, 6, 7, 9, 10, 11, 12, a mamá y la hermana por Navidad.
Antes de las vacaciones de verano:
Dedicatoria a Ana Redtel
Composiciones rapsódicas
Antes de Navidad:
Poema a un amigo.
1865
Hasta el 9 de agosto en Bonn.
Pascua en Naumburg.
Desde el 9 de agosto hasta el 1 de octubre en Naumburg.
Pequeño viaje a Gorenzen, Goldene Aue, etc.
Desde el 1 al 17 de octubre, en Berlín, con el maestro sup. Mushacke.
Del 17 de octubre hasta el 22 de diciembre en Leipzig. Blumengasse, 4.
Del 22 de diciembre al 6 de enero de 1866 en Naumburg.
Pascua: «Simonidis lamentatio Danaee».
Vacaciones grandes: estudios sobre Teognis.
El 11 de junio: «La joven pescadora». Canción.
En diciembre: «Oh, llorad por ella», de Byron.
Coro.
1866.
3 de enero, concluido «La última redacción de la Teognidea».
23 de enero «Kyrie», para coro y orquesta, transcrito para piano.
[Mayo de 1867]
Señores, hoy que entramos en el cuarto semestre de nuestra asociación, es
oportuno que volvamos nuestra mirada tanto hacia atrás como hacia adelante.
Hacia atrás para aprender del pasado; hacia adelante, para que seamos
conscientes de las metas que deseamos alcanzar en este nuevo período.
Nuestra asociación ha probado hasta ahora que es capaz de mantenerse activa:
eso ya es mucho, pero todavía no es suficiente. Justamente ahora ha salido de
la infancia; sus primeros pasos fuera de ella han tenido éxito, tanto que ahora ya
puede avanzar con mucha más seguridad. Un buen número de infatigables
filólogos, que desde el comienzo de la asociación siempre ha ido en aumento, se
reúne semanalmente para, entre todos, estimular su aprendizaje, unidos por la
convicción de que un control recíproco de sus jóvenes espíritus es un valioso
instrumento pedagógico. Es indiscutible la eficacia en sí de la asociación: ante
nuestros ojos se desarrollan intensos debates en los que todos participamos;
escuchamos conferencias sobre diversos asuntos relacionados con la filología y
sus problemas y, en definitiva, no podemos ignorar que la asociación en su
conjunto representa una gran pluralidad de intereses y que no traiciona ese
equilibrio al inclinarse exclusivamente hacia alguno de los lados; y es que la
preferencia en los estudios, si bien resulta muy útil a título individual, perjudica a
una asociación. Hasta aquí podemos alabar a la asociación, pero en dos
aspectos es necesario referirse a las carencias que padece todavía. A veces
hemos asistido a conferencias para las que los socios no poseíamos
preparación suficiente, por lo que concluían ad acta sin motivar a su término
ningún debate enriquecedor. Ciertamente, tampoco debemos ahorrarnos
reproches para con los conferenciantes mismos: a menudo, la elección de los
temas era muy poco adecuada: o pretendían abarcar un panorama demasiado
extenso, imposible de agotar en una hora de tiempo, o presuponían en el
auditorio una preparación excesiva, con la que contaban para el desarrollo del
tema. Pero, en general, yo creo que los conferenciantes han fallado menos que
los espectadores. No soy quien para criticar la preparación de otros socios, pero
en lo que a mí respecta, puedo decir que no siempre me había familiarizado
previamente con la materia del tema que nos ocupaba. Es imposible apreciar
correctamente una conferencia, la solidez de sus premisas, el desarrollo y
encadenamiento de sus deducciones, las posibles omisiones, sean o no
intencionadas, o sus lagunas, si somos una tabula rasa con respecto al tema del
que trata. Mientras me permito expresar el deseo de que cada uno de nosotros
intente ser lo más útil posible en las veladas de nuestra asociación preparándose con esmero para ellas, realizo la tercera propuesta: que todo aquél que
desee dar una conferencia especifique su tema nominalmente, dos, tres o cuatro
semanas antes, indicando también la bibliografía pertinente.
La eficacia de la asociación a nivel interno puede aumentar más aún, como ha
venido ocurriendo hasta ahora. Peores perspectivas tiene su eficacia externa, la
influencia de la asociación con respecto al conjunto de los estudiantes de
filología. Todavía hace muy pocos semestres se daba por supuesto que la
mayoría de los estudiantes de filología de Leipzig estaba tan sólo incentivada
por el magro interés utilitarista de la obtención de una cátedra. Yo creo que esta
situación no va a durar mucho tiempo. Las intenciones de nuestra asociación
constituyen el polo opuesto de tales incentivos. En efecto, se da el caso de que
todos cuantos aquí nos reunimos poseemos un marcado impulso científico. Se
encuentra lejos de mí el percibir en tal impulso cualquier tipo de superioridad
moral con respecto a los utilitaristas, ya que «impulso» es inclinación, e
inclinación es constricción. Hacer aquello a lo que nos vemos obligados, no es,
en modo alguno, signo de superioridad moral, igual que no lo es comer cuando
se tiene hambre. Pero hay, o había en Leipzig, muchos que no están
hambrientos de ciencia. Son los utilitaristas. ¿De qué serviría darles alimento?
Con ellos nosotros no tenemos nada que ver en absoluto, pero sí con aquel otro
puñado de naturalezas todavía indecisas que, a falta de un seguro refugio en sí
mismas, con placer se unen a una corriente y son fácilmente influenciables por
el espíritu dominante en la universidad. Con ellas comienza nuestra misión;
estas naturalezas constituyen los elementos esenciales de nuestra asociación,
pues de ellas se ha de nutrir la nueva generación de socios. A ellas debemos facilitarles el acceso a nuestras sesiones, debemos conducirlas hacia la estela de
la filología. En definitiva, queremos tener más oyentes en nuestra asociación y,
precisamente, de entre los estudiantes más jóvenes de los primeros semestres
del trienio.
He indicado los puntos de los que depende el aumento de la influencia interna
y externa de- la asociación. Con esto conocemos ya nuestros propósitos más
inmediatos, y declaro abierto el cuarto semestre de nuestra asociación.
[Septiembre 1867- abril 1868]
Mirada retrospectiva a mis dos años en Leipzig, del 17de octubre de 1865 al 10
de agosto de 1867
Mi futuro se me antoja muy sombrío, pero esto no supone para mí motivo
alguno de preocupación. Del mismo modo me comporto en lo que respecta a mi
pasado; en general, lo olvido con mucha rapidez, y sólo las transformaciones y
la consolidación del carácter me muestran, de cuando en cuando, que fui yo
mismo el que ha vivido aquello que pasó. Viviendo de esta forma, acaban por
sorprendernos, sin que los podamos comprender, los cuadros de nuestra propia
evolución. No ignoro que esto tiene sus ventajas, ya que también la constante
meditación y el examen atento pueden llegar, a menudo, a ser un obstáculo para
las manifestaciones ingenuas del carácter, pues con facilidad dificultan su
desarrollo. A decir verdad, me parece que un seguimiento riguroso sólo es
molesto en apariencia, y que su influencia sólo es negativa durante un cierto
tiempo. Y si no, piénsese en un soldado de infantería que temiera olvidar por
completo la facultad de caminar porque se le conmina a que sepa elevar el pie
conscientemente y a que no pierda de vista sus errores. En realidad, eso sólo
depende de que se forje en él una segunda naturaleza, y así, seguirá caminando
tan libremente como antes. Es muy fácil deducir la moral de esta fábula, y las
páginas que siguen mostrarán que yo la he descubierto. Deseo observarme a mí
mismo; pero para no comenzar con un escueto «hoy», prefiero adelantar algo
sobre el transcurso de mis dos últimos años. ¡Dos años! ¡A esta edad! ¡Qué no
absorberá el joven ser, qué no influirá mínimamente en sus actos!
Partí de Bonn como un fugitivo. Cuando a medianóche mi amigo Mushacke me
acompañó a la orilla del Rin, donde teníamos que esperar al vapor que venía de
Colonia, no quedaba en mí ni un ápice de melancolía por tener que abandonar
un lugar tan hermoso y una comarca tan floreciente y separarme de un puñado
de jóvenes camaradas. Antes bien, fueron justamente estos últimos quienes me
alejaron. No quiero hoy, a posteriori, mostrarme injusto con aquella buena gente,
como tantas otras veces lo fui entonces, pero mi naturaleza no encontró
satisfacción alguna entre ellos. Yo mismo me hallaba todavía escondido en mí
de un modo excesivo y salvaje, y no tenía la fuerza suficiente como para tomar
parte en la intensa actividad que en aquel mundo se desarrollaba. Todo parecía
forzarme, y me sentía incapaz de dominar cuanto me rodeaba. En los primeros
tiempos luchaba por adaptarme a las normas, por convertirme en lo que se llama
un «alegre estudiante». Pero esto me salía siempre mal, pues el hálito de poesía
que parece descansar debajo de toda esa actividad se desvaneció muy pronto
para mí, mientras que lo único que se me mostraba tras los excesos en la
bebida, la jarana y el endeudamiento que conllevaba la vida del estudiante no
era más que el talante de una forma muy convencional del más vulgar
filisteísmo. Comencé a sentir en mi interior una mayor tranquilidad. Cada vez me
sustraía con mayor placer de aquella burda forma de diversión para buscar
mejor los sencillos goces que proporcionaba la naturaleza o los que me ofrecían
los estudios artísticos emprendidos en común. Poco a poco iba sintiéndome más
extraño en esos círculos de los que, sin embargo, no era tan fácil escapar.
Además, comencé a padecer constantes dolores reumáticos; también, y en no
menor grado, me oprimía el sentimiento de haber dejado muchas deudas y de
no haber cosechado nada a cambio para la ciencia y, mucho menos, para la
vida. Todo esto hacía que me sintiera como un fugitivo aquella noche húmeda y
lluviosa, cuando me encontraba a bordo del vapor y mientras contemplaba
extinguirse las escasas luces que, a lo lejos, subrayaban el perfil de Bonn en la
orilla del río.
Las vacaciones transcurrieron bajo la impresión de este estado de ánimo. Los
últimos catorce días tuve el placer de pasarlos en casa de los padres de mi
amigo Mushacke. En Berlín jugué a representar el papel del descontento; el
pasado aparecía aún muy claro ante mi vista, su peso abrumaba todavía mis
hombros, tanto que, como supongo, debía de cansar mucho a mi amigo con mis
eternas lamentaciones. Naturalmente, yo no dejaba de generalizar el disgusto
que sentía sobre la manera de comportarse de los estudiantes de Bonn, ni de
extender mis duras críticas a toda la institución de las corporaciones
estudiantiles alemanas. Que tuviera que encontrarme con gente de esa calaña
en un concierto de Liebig66 fue para mí una verdadera tortura; y fui lo
suficientemente descortés como para, tras los ineludibles saludos, permanecer
sentado a su lado toda una velada sin pronunciar una sola palabra. Cuando, a
pesar de todo, uno de ellos, cumpliendo con lo que él creía era su deber para
conmigo, me invitó a la cervecería que frecuentaba, me presté a asistir sólo por
condescendencia hacia mi amigo Mushacke, pero permanecí tan mudo e
inabordable como en nuestro primer encuentro. Aquella actitud debió de motivar
ideas muy poco ventajosas sobre mis cualidades y mis costumbres, pues, por lo
demás, bebí muy poca cerveza y no fumé nada en absoluto.
En cuanto a Berlín, visitarla y juzgarla sin prejuicios no era algo que yo pudiera
hacer en aquella época; en cambio, Sans-Souci y los alrededores de Postdam,
cubiertos con el pintoresco ropaje que les proporcionaba el comienzo del otoño,
ejercieron sobre mí una profunda impresión, que se avenía muy bien con mi
estado de ánimo entristecido e insatisfecho. También el jardín del Teatro Victoria
aparece ahora con suma claridad en mi recuerdo: sin apenas verde, los árboles
pelados como colas de rata, los bancos y las sillas apilados de cualquier
manera. Sobre la cúspide de las casas circundantes, los tenues rayos del sol
otoñal y el cielo azul pálido en el que los tejados se recortaban con
brusquedad... Nuestras conversaciones alimentaban también mi mal humor. Ahí
estaban los sarcasmos del excelente Mushacke6', sus agudos juicios sobre las
altas instancias de la administración escolar, la cólera que le suscitaba el Berlín
judío, sus recuerdos de la época de los jóvenes hegelianos... En definitiva, toda
la atmósfera pesimista de un hombre que había visto muchas cosas entre
bastidores que no dejaban de contribuir como renovados incentivos a mi estado
de ánimo. Aprendí en esa época el placer de verlo todo negro, y eso porque
entonces, contra mi voluntad, como yo creo, también la suerte se mostraba muy
negra conmigo.
Era el 17 de octubre de 1865 cuando, junto con mi amigo Mushacke, llegué a
Leipzig, a la estación de Berlín. Sin ningún plan preciso nos adentramos en el
interior de la ciudad, donde nos causaron gran placer las torres de las casas, las
callejuelas llenas de vida y la ferviente actividad que reinaba en todas partes.
Después, a la hora de comer, entramos en el Restaurante Reisse (en la
Klostergasse) para descansar un poco y, aunque el lugar no estaba exento de
jóvenes vestidos con colores negro, rojo y gualda 68, encontramos allí una cierta
tranquilidad. Aquí comenzó mi estudio del «Tageblatt», algo que después
acostumbraba a hacer regularmente a la hora de comer. Aquel día tomamos
nota de las ofertas de alojamiento, de todas aquellas habitaciones «decentes», o
incluso «elegantes», con «gabinete», etc. Acto seguido comenzó nuestra
peregrinación calle arriba, calle abajo, escalera arriba, escalera abajo, para ver
todas las maravillas descritas, que, por lo general, encontramos muy mediocres,
e incluso horribles. ¡Qué olores nos acogieron! ¡Qué exigencias de limpieza se
atribuían ante nosotros! ¡Basta! Pronto estuvimos irritables y desconfiados y de
esa guisa seguimos sin mucho interés a un anticuario, que alquilaba una
vivienda que parecía ser de nuestra conveniencia. Cuando ya se nos estaba
haciendo el camino demasiado largo y estábamos cansados, se detuvo en una
callejuela lateral que llevaba por nombre Blumengasse. Entramos en una casa y,
atravesando un jardín, en un edificio aledaño, nos enseñó un pequeño piso con
salón y gabinete que nos causó una grata impresión de recogimiento y que se
avenía muy bien para servir de alojamiento a un erudito. Enseguida nos pusimos
de acuerdo en el precio; a partir de entonces viviría donde el anticuario Rohn, en
el número 4 de la Blumengasse. Mi amigo Mushacke encontró una habitación en
la casa de enfrente. Y, por cierto, como más tarde tuve múltiples ocasiones de
comprobar, yo obtuve la mejor parte con la elección del alojamiento. Aquel día,
tras la solución de nuestros negocios, fuimos al café vecino, donde ya envueltos
por la brisa otoñal pero todavía al aire libre, tomamos nuestro chocolate de la
tarde con los corazones palpitantes de expectación por ver lo que nos reservaría
aquella nueva etapa de nuestra existencia.
Al día siguiente me presenté ante el consejo universitario; era precisamente el
día en el que se cumplían los cien años de la inscripción de Goethe en el
registro universitario", lo cual era celebrado por la universidad con un homenaje
conmemorativo y con el nombramiento solemne de doctores. No puedo decir
cuánto me animó esta coincidencia casual; con seguridad era un buen augurio
para mis años en Leipzig, y así fue como el futuro tuvo buen cuidado de
demostrarlo. El entonces rector Kahnis intentó hacernos ver claramente a todos
nosotros, los nuevos alumnos matriculados, que dicho sea de paso, formábamos
un grupo bastante numeroso, que el genio recorre su propia órbita y que la vida
estudiantil de Goethe no debía en absoluto constituir un ejemplo válido para
nosotros. Respondimos al discurso de aquel hombre regordete y vivaracho con
una mal disimulada sonrisa y seguidamente le dimos el apretón de manos de
rigor, para lo cual el grupo entero desfiló alrededor de aquel punto negro. Más
tarde recibimos nuestras acreditaciones.
El primer acontecimiento agradable que viví fue la entrada en escena de
Ritschl70, que había arribado felizmente a su nueva costa. Según el uso
académico, él tenía la obligación de impartir públicamente su lección inaugural,
en el Aula Magna. Todo el mundo esperaba con muchísimo interés la aparición
del gran hombre que, debido a su comportamiento en los affaires de Bonn, había
logrado que su nombre apareciera en todos los periódicos y ser la comidilla del
público. El cuerpo académico se hallaba allí reunido al completo, pero también
había en las últimas filas y de pie, al fondo, un público numeroso que no se
componía de estudiantes. Por fin apareció Ritschl, como deslizándose por la
sala: llevaba puestos sus enormes zapatos de fieltro71, aunque, por lo demás,
vestía un impecable traje de ceremonia, con cuello postizo blanco. Sereno y
desenfadado miraba a su alrededor en ese nuevo mundo, en el que pronto
encontró caras conocidas. Mientras se dirigía al fondo de la sala, exclamó de
improviso «¡Vaya, pero si ahí tenemos al señor Nietzsche!», y con gran viveza
me dirigió un saludo con la mano. Enseguida reunió a su alrededor un grupo de
discípulos de Bonn con los que comenzó a charlar con complacencia mientras la
sala se iba llenando cada vez más y los dignatarios académicos ocupaban sus
sitios. Cuando hubo notado esto último, subió con serenidad y desenvoltura a la
cátedra y pronunció su bello discurso en latín sobre el valor y utilidad de la
filología. Lo espontáneo y vivaz de su mirada, la energía juvenil de sus palabras,
el fuego vehemente de sus gestos, levantaba abiertamente asombro a su
alrededor. Escuché cómo un jovial anciano sajón que estaba sentado a mi lado
exclamaba para sí: «¡Vaya fuego que tiene el viejo!». También en su primera
lección de curso, en el aula número l, hubo una gran cantidad de gente. Ritschl
dio inicio a su curso sobre la tragedia de Esquilo, Los siete contra Tebas, cuya
parte más importante ya había oído yo y transcrito en su mayoría.
Aquí quiero hacer una observación respecto a los cursos a los que he asistido.
El hecho es que yo no poseo ningún cuaderno entero con los apuntes de algún
curso completo, sino sólo pobres fragmentos de cada curso. Esta irregularidad
mía me producía preocupación e intranquilidad, pero, finalmente, he aquí que
también encontré la fórmula salvadora. En definitiva, la materia de la mayor
parte de los cursos no me interesaba nada en absoluto, sino sólo la forma en la
que el académico transmitía su sabiduría a los oyentes. Era el método lo que
verdaderamente me apasionaba; por lo demás, no dejaba de extrañarme qué
pocos conocimientos se imparten de hecho en la universidad, y cuánta
estimación suscitan, a pesar de todo, los estudios universitarios. Entonces
comprendí que la ejemplaridad del método, la manera de tratar los textos, etc,
constituían precisamente el punto del que partía la irradiación capaz de ejercer
tal efecto e influencia. De ahí que me limitase a observar cómo se enseñaba,
cómo se transmitía el método de una ciencia al joven espíritu de los estudiantes.
Procuraba ponerme siempre en el lugar de un docente académico y, así, desde
este punto de vista, dedicaba mi aplauso o mi censura a los esfuerzos de
nuestros profesores. De este modo, pues, me apliqué mucho más en aprender
cómo se llega a ser un maestro, que en aprender los contenidos que normalmente se enseñan en las universidades. En esto me alentó y animó siempre
la certeza de que nunca me faltarían los conocimientos que han de exigírsele a
un docente académico, pues confío en la particularidad de mi propia naturaleza,
la cual, por su peculiar impulso y siguiendo su propio sistema, se sabe
dignificada por la capacidad de aprender todo cuanto es digno de saberse.
Hasta ahora mi experiencia ha confirmado bien tal confianza. Es mi propósito
convertirme en un docente verdaderamente práctico y, sobre todo, despertar en
los jóvenes aquel juicio y aquel razonamiento crítico que son indispensables
para no perder nunca de vista, el porqué, el qué y el cómo de su ciencia.
No podrá negarse que esta manera de considerar las cosas comporta un
elemento filosófico. El joven tiene que entrar en ese estado de asombro que se
ha denominado el Φ λό Ф υ π
ѕ α ’ χ υ72. Una vez que la vida se ha
mostrado ante él como algo enigmático, tendrá que atenerse, conscientemente
pero con severa resignación, a aquello que es posible conocer y, en esta amplia
comarca, llevar a cabo su elección proporcionalmente a sus capacidades. Por el
momento deseo contar cómo he llegado a este punto. Aquí aparecerá, pues, por
primera vez en estas páginas, el nombre de Schopenhauer73.
La irritación y las contrariedades de naturaleza personal suelen adquirir
fácilmente en la gente joven un carácter general, por poco inclinada que ésta
sea a la
υ
λ α [rebeldía]. Por aquel entonces, a causa de algunas
experiencias dolorosas y crueles desilusiones me encontraba a la deriva, solo,
sin principios sólidos, sin esperanza y sin tan siquiera un recuerdo agradable. El
único deseo que me enardecía de la mañana a la noche era el de construirme
una vida que se adaptase a mi naturaleza; por eso rompí hasta el último refugio
que me mantenía amarrado a mi pasado de estudiante en Bonn, especialmente,
con el vínculo que me unía a la corporación74. En el feliz aislamiento de mi
morada lograba recogerme en mí mismo, y cuando me encontraba con amigos
era sólo con Mushacke y con von Gersdorff, que, por su parte, participaban de
mis mismos propósitos. Ahora, imagínese cómo debió de impactarme la lectura
de la obra principal de Schopenhauer en tales circunstancias. Encontré un día
este libro precisamente en el Antiquariat del viejo Rohn. Ignorándolo todo sobre
él, lo tomé en mis manos y comencé a hojearlo. No sé qué especie de demonio
me susurró al oído: «llévate este libro a casa». De todas formas, el hecho ocurrió
contra mi costumbre habitual de no precipitarme en la compra de libros. Una vez
en casa, me acomodé con el tesoro recién adquirido en el ángulo del sofá y dejé
que aquel genio enérgico y severo comenzase a ejercer su efecto sobre mí. Ahí,
en cada línea, clamaba la renuncia, la negación, la resignación; allí veía yo un
espejo en el que, con terrible magnificencia, contemplaba a la vez el mundo, la
vida y mi propia intimidad. Desde aquellas páginas me miraba el ojo solar del
arte, con su completo desinterés; allí veía yo la enfermedad y la salud, el exilio y
el refugio, el infierno y el paraíso. Me asaltó un violento deseo de conocerme, de
socavarme a mí mismo. Testigos de aquella revolución interior son hoy todavía,
para mí, las páginas del diario que yo escribía en aquella época75, tan inquietas y
melancólicas, plenas de autoacusaciones banales y de la desesperada idea de
redimir y transformar la naturaleza entera del ser humano. Habiendo puesto
todas mis cualidades y aspiraciones ante el tribunal de un sórdido
autodesprecio, era malvado, injusto y desenfrenado en el odio que vertía contra
mí. Tampoco faltaron torturas físicas. Así, durante catorce días seguidos, me
esforcé por no acostarme antes de las dos de la madrugada y levantarme sin
dilación alguna a las seis en punto. Una constante excitación nerviosa me
dominaba a todas horas, y quien sabe qué grado de locura habría alcanzado de
no ser porque las exigencias de la vida, la ambición y la imposición de unos estudios regulares obraron en sentido contrario76.
En aquella época se fundó la asociación filológica. Una tarde, Ritschl invitó a
varios antiguos alumnos de Bonn a su casa, y a mí entre ellos. Tras la cena,
nuestro anfitrión nos incitó vivamente a la idea en la que se fundamenta la
asociación filológica. Las mujeres se encontraban en esos momentos en la
habitación contigua, y nadie estorbaba la vivacidad de aquel hombre, que
hablaba, por experiencia propia, de la eficacia y la influencia de tales
asociaciones. La idea cuajó en cuatro de nosotros, esto es, en Wisser, Roscher,
Arnold y yo. Hicimos correr la voz entre el círculo de nuestras amistades y luego
invitamos a los «elegidos» a la «Taberna alemana» para constituir entre los presentes una asociación. Pasados ocho días tuvimos la primera de nuestras
sesiones habituales. Los primeros seis meses transcurrieron sin que tuvieramos
un presidente; por eso, siempre al comienzo de cada sesión, nombrábamos a
uno de nosotros para que la presidiera. ¡Qué debates tan excitantes y
desenfrenados! De entre todo aquel bullicio era dificilísimo llegar a alguna
conclusión con la que la mayoría estuviera de acuerdo. Fue el 18 de enero
cuando pronuncié mi primera conferencia y, con ella, también inauguré, en cierta
manera, mi entrada en el mundo filológico. Yo había anunciado que, en el
restaurante «Löwe», en la Nikolaistrasse, disertaría sobre la primera redacción
de la obra de Teognis. En este local, en una sala abovedada, y tras haber
superado mi timidez, pude expresarme con vigor y elocuencia, y logré, además,
que mis amigos manifestaran gran respeto por aquello que habían escuchado.
Extraordinariamente aliviado regresé a casa ya muy entrada la noche y me senté
en mi escritorio para verter en el Libro de las observaciones palabras amargas y
borrar en lo posible de la pizarra de mi conciencia la vanidad de la que había
gozado.
Este éxito tan favorable me proporcionó un día el valor suficiente para llevarle
a Ritschl mi trabajo tal como estaba, en folio y plagado de anotaciones
marginales. Se lo entregué tímidamente en su propia mano, en presencia de
Wilhelm Dindorfs. Más tarde supe cuán desagradables y embarazosos eran para
Ritschl tales compromisos. En definitiva, aceptó el trabajo, tal vez influido por la
presencia de Dindorfs. Unos días después me mandó llamar. Me observó
pensativamente y me invitó a tomar asiento. «¿Qué piensa hacer usted con este
trabajo?» -me preguntó. Yo respondí, obviamente, que el trabajo, una vez que
había sido utilizado como base para una conferencia de nuestra asociación,
había cumplido ya su propósito. Entonces me preguntó mi edad, cuánto tiempo
llevaba estudiando y demás, y, cuando le hube respondido a todo, declaró que
jamás había visto en el trabajo de un estudiante de tercer semestre tamaño rigor
científico ni tal seguridad combinatoria. Seguidamente me animó calurosamente
a reelaborar la conferencia para hacer de ella un opúsculo, prometiendome toda
clase de ayudas. Después de tal escena, me encontraba exultante de orgullo.
Aquella tarde, el grupo de amigos dimos un paseo hasta Gohlis; hacía un tiempo
agradable y soleado, y la felicidad me desbordaba. Finalmente, ya en la posada,
cuando nos sentamos ante el café y unos buñuelos, no pude contenerme y
conté a mis compañeros, que cayeron en un asombro exento de envidia, lo que
me había sucedido. Algún tiempo anduve por ahí como en sueños; aquéllos fue-
ron los días de mi nacimiento como filólogo, había sentido ya el aguijón de la
fama, una fama que me era dado cosechar si seguía por aquel camino.
Hubo un miembro de mi entorno al que debió de impresionar especialmente lo
que me había sucedido. Se trataba del joven Gottfried Kinkel, con quien, a partir
de ese momento, tuve un contacto más estrecho. Tengo que decir algo sobre
este tipo tan singular, un hombrecillo grácil, sin barba y rostro de anciano. A la
vez, poseía una agilidad de movimientos que hacía pensar en un trato frecuente
con mujeres, y una verdadera indiferencia y apatía británicas para con aquellas
cosas de las que no quería darse por enterado. Pero aquello que, antes que
cualquier otra cosa, causaba en el asombro era que, si bien vivía en modestas
circunstancias y que, aunque como filólogo no se preocupaba más que de
realizar un trabajo casi mecánico, veía las cosas de su entorno como a través de
un cristal de aumento, sobre todo a sus amigos. Si comenzaba a describir a uno
de nosotros, en seguida nos veíamos transformados, para nuestro regocijo, en
seres hiperbólicos. En definitiva, ése era su carácter, y seguro que también él
disfrutaba con el esplendor de sus propias creaciones. Nos visitábamos con
frecuencia, interpretábamos música juntos y nos perdíamos en conversaciones
sobre los propósitos de la filología. Él, que tenía siempre presentes los principios
políticos de su padre; él, que de vez en cuando pronunciaba conferencias en
asociaciones obreras, deseaba a toda costa que en el fondo siempre existiesen
fines politicos, mientras que yo, más acorde con mi naturaleza, representaba la
digna impersonalidad de la ciencia. Mas de repente cambió su opinión, tomó mi
mano derecha y juró que, desde aquel momento, viviría según mis principios.
Nuestro trato con él era un compuesto de respeto, lástima y asombro. Tenía
siempre preparados para la imprenta sus pequeños trabajos filológicos, pues él
los consideraba obras maestras. Yo sabía que además escribía poemas, y si no
me hubiera declarado con firmeza en contra de toda esa poetería juvenil, a
menudo hubiera querido presentarme sus creaciones. Suelo datar el surgimiento
de la autoconciencia en un joven en el momento en que arroja sus poemas a la
estufa, cosa que yo también hice en Leipzig, en conformidad con esta opinión.
¡Paz a esas cenizas!
Entonces comía con mis amigos en «Mahn», junto al Blumenberg, muy cerca
del teatro. Desde allí solíamos ir a menudo al café «Kintschy», el cual tenía, a mi
parecer, muchas ventajas. Lo frecuentaba un selecto grupo de clientes asiduos,
entre los que se encontraba el profesor Wenzel, a quien llamábamos «el gato»,
un hombre vivaz y obstinado de larga cabellera blanca -entonces redactor del
Leipziger Signale, a quien nosotros hacíamos blanco de nuestros comentarios
maliciosos antes de saber quién era. Sentíamos un gran afecto por el
amabilísimo suizo Kintschy, un hombre cordial e inteligente que se acordaba con
agrado de sus antiguos huéspedes: Stallbaum77, Herloßsohn y Stolle79, cuyos
retratos colgaban de las antiquísimas paredes marrones. En aquella sala
abovedada no se permitía fumar, lo cual la hacía muy de mi agrado. Por las
tardes, sobre todo los sábados, podía encontrársenos en la taberna recién
inaugurada de Simmer. Aquí venía mi amigo Mushacke, y también von
Gersdorff, tras haber vivido y superado en Göttingen experiencias similares a las
mías en Bonn. Esos dos amigos fueron los primeros hacia los que dirigí el fuego
torrencial de mi batería schopenhaueriana, porque yo juzgaba que serían
receptivos a las ideas del filósofo. Y poco a poco nos fuimos sintiendo
profundamente unidos bajo la magia de aquel nombre. También buscábamos
activamente otras naturalezas similares a las que poder atrapar en la misma red.
De estas se merece un recuerdo un tal Romundt, que procedía de Stade, en
Hannover. Tenía una voz desagradablemente aguda que, en un primer momento, hacía que la gente, asustada, se apartase de el. Y así me ocurrió
también a mí, hasta que me acostumbré a no tener en cuenta esa desagradable
impresión auditiva meramente externa. Se encontraba en una situación
desgraciada. Poseía una naturaleza bien dotada pero que no le conducía a
ninguna parte, puesto que no le proporcionaba una meta que considerara digna
de esfuerzo. En él se alternaban desconsoladamente el carácter del
investigador, del poeta y del filósofo, por lo que se consumía en una perpetua
insatisfacción. Es fácil comprender que también sus ojos se fijaran en el nombre
de Schopenhauer, una vez que yo hube dicho algo acerca de su naturaleza. Con
otros, en cambio, fracasaron por entero mis tentativas de conversión. Por
ejemplo, con Wisser, en el que en primer lugar había notado un aliado potencial.
Carecía sobre todo de profundidad filosófica y, además, de la preparación
necesaria para ello. Lo que más me llamaba la atención de él era su ambición
insondable, que, como nunca se daba por satisfecha, descomponía su
naturaleza entera y, sobre todo, su sistema nervioso. Su mayor aspiración era
lograr algún gran descubrimiento en el campo de su ciencia y, de cuando en
cuando, era dichoso a causa de un supuesto hallazgo en el que nosotros, tras
un examen atento, no encontrábamos más que escoria. Poseía una amable
inclinación a frecuentar la compañía de los niños y los ancianos, y donde mejor
se sentía era en ambientes sencillos, pueblerinos, en los que podía darse a valer. Tan pronto nos torturaba con una nueva división del prólogo al Evangelio de
San Juan, como con la distinción entre Tibulo y Tibulo, y podía llegar a enfadarle
muchísimo el que encontrásemos sus esfuerzos inútiles y carentes de método.
Espero que ahora le vaya mejor a este exaltado de tan buen ánimo.
Aprovecho la ocasión para aportar algo sobre otras personas que también
estuvieron en contacto conmigo. El primero que se me ocurre es Hüffer, quien,
continuamente y de la manera más sorprendente, tanto importunó y embromó a
nuestros dos conocidos Romundt y Wisser, que se granjeó en cuerpo y alma la
enemistad del segundo y la amistad del primero. Un hombre de gran talento, al
que la naturaleza le había privado del don del talle, que se dedicaba con
entusiasmo a las bellas artes, especialmente a la música, traducía hábilmente
del francés y, puesto que poseía muchas capacidades, nadaba en contra de la
corriente literaria, observándola con suma tranquilidad. Siempre estábamos en
desacuerdo sobre cuestiones musicales; en particular, nunca nos cansábamos
de discutir sobre la importancia de Wagner. Tengo que admitir ahora, en
retrospectiva, que su sensibilidad y su juicio musical eran mucho más finos y,
además, eran más sanos que los míos. Pero entonces yo no lo veía así, y sentía
dolorosamente su modo incondicional de contradecirme. Por otra parte, ofendía
fácilmente con sus maneras desenvueltas. Así, por ejemplo, una vez que ambos
estábamos invitados en casa de la familia Ritschl, Hüffer aposentó su ancha
figura sobre un sillón y, como éste crujiera a causa de aquél peso tan inacostumbrado, exclamó alegremente: «¡Oh, éste no es koscher!», una palabra
que, sin duda alguna, debió de molestar a la señora Ritschl, judía bautizada.
Algo parecido sucedió un día cuando en uno de los palcos delanteros del teatro
de Leipzig conversábamos libremente sobre una cantante a cuya actuación
habíamos tenido ocasión de asistir el día anterior. Alabamos su canto, pero tanto
más nos disgustaba su cara, que era de una fealdad extraordinaria y cuyas
particularidades Hüffer se encargaba de describir a voz en grito. Qué impresión
cuando una dama que se encontraba tres pasos delante de nosotros se volvió
tranquilamente y se encaró, encaramos precisamente con aquél rostro de
fealdad extraordinaria, con su público censor. Disgustados por haber herido tan
gratuitamente a alguien, no mejoramos la situación cuando, tras la función, le
enviamos unas flores con la inscripción: «Rosas para el ruiseñor». Un hábil
sirviente al que habíamos encomendado el encargo nos entretuvo después,
mientras cenábamos en el jardín italiano, con el relato de cómo había dado con
la dirección de la dama en cuestión.
Desde el día en que Ritschl había valorado tan favorablemente mis papeles
sobre Teognis, mi relación con él se volvió mucho más estrecha. Casi dos veces
por semana iba a visitarle al mediodía y siempre lo encontraba dispuesto a
mantener una conversación seria o de carácter más distendido. Generalmente,
se encontraba sentado en una mecedora y leía el diario de Colonia, que, debido
a una vieja costumbre, seguía leyendo junto al de Bonn. Sobre la mesa, cubierta
como de costumbre por una montaña de papeles, había un vaso de vino tinto.
Cuando trabajaba se servía de un asiento que él mismo había tapizado sacando
el relleno de un cojín que le regalaron y cosiéndolo encima de un taburete de
madera olorosa que no tenía respaldo. En su conversación se mostraba libre de
cualquier traba: la cólera contra sus enemigos, su disgusto por las circunstancias
del momento, problemas universitarios, las manías de los profesores; todo lo
expulsaba, así que puede decirse que era lo más opuesto a una naturaleza
diplomática. También se mofaba de sí mismo, sobre todo de su escaso sentido
de la economía: por ejemplo, sobre el hecho de que, antiguamente, había
escondido el dinero de su sueldo en billetes de 10, 20, 50 y 100 táleros dentro
de los libros, para así poder alegrarse después cuando los volviese a encontrar.
Que alguna vez, con el préstamo de libros, vinieran a crearse situaciones
singulares, por las que diversos estudiantes pobres se encontraban con la
sorpresa de un donativo por el que no estaba bien expresar gratitud ni acuse de
recibo, era algo que nos solía contar su mujer y a lo que papá Ritschl no tenía
más remedio que asentir con gesto avergonzado. En realidad, el celo con el que
procuraba mostrarse útil a los demás era grandísimo; de ahí, la razón de que
tantos jóvenes filólogos, aparte de la ayuda que le debían en los asuntos científicos, se sintieran también obligados para con él por el vínculo del afecto
personal. Tendía, sin duda alguna, a sobrevalorar su propia disciplina y, en relación con esto, era contrario a que los filólogos se acercasen demasiado a la
filosofía. Por el contrario, trataba que sus estudiantes encontrasen cuanto antes
la utilidad de la ciencia a la que se dedicaban; para eso solía fomentar
fácilmente la vena productiva de aquéllos. A la vez, se hallaba libre de todo
credo científico, y lo que más le irritaba era la aceptación incondicional y acrítica
de cualquiera de los resultados obtenidos.
Una naturaleza completamente distinta descubrí en Wilhelm Dindorf. Un día,
Ritschl me preguntó si no querría yo realizar un trabajo que sería de gran valor
para la ciencia a cambio de unos atractivos honorarios. Le respondí que no me
negaría en caso de que yo mismo pudiera sentirme bien pagado si aprendía algo
de provecho. Entonces Ritschl me confió que el profesor Dindorf tenía mucho
interés en la preparación de un nuevo índice de las obras de Esquilo, y que
deseaba hablar conmigo al respecto. Por primera vez en mi vida me encontraba
a punto de correr un gran peligro, a causa de alguien que sólo deseaba mi bien.
Así es que, una tarde, me dirigí a casa de Dindorf. Al principio quisieron hacerme
creer que el profesor no se encontraba en casa, pero una vez que dije mi
nombre me permitieron entrar. Un hombre robusto de facciones apergaminadas
y de una formal cortesía, con una personalidad que daba la impresión de estar
pasada de moda y que, con su mirada fija e indagadora, tenía algo que invitaba
a ponerse en guardia, me abrió la puerta y me condujo a una habitación
amueblada al antiguo estilo francón. Ambos tratamos de ponernos de acuerdo
sobre la tarea que yo tendría que realizar. Exigió que, por mi parte, yo le
entregase una prueba previa, la cual le prometí. Más adelante, con ocasión de
otras entrevistas y tras de que él conociera mi opúsculo sobre Teognis, comenzó
a preocuparme su manera desenvuelta y desvergonzada de alabarme, de la
misma forma que las opiniones que sostenía, que denotaban un profundo
pesimismo, pero carente de ética; por otra parte, irradiaba un repugnante
egoísmo mercantil. Su mercado con las conjeturas, la venta de sus ediciones
aquí y allá a libreros ingleses y alemanes, y también su relación con el mal
afamado Simonides, se me fueron haciendo cada vez más insoportables, por lo
que al final me distancié por completo de el dejando que se me fueran de las
manos todas las proposiciones que me había hecho. Finalmente, éste fue
también el consejo de Ritschl, quien también había tenido que sufrir a causa de
las desconsideraciones de Dindorf.
Más tarde conocí también al más declarado enemigo de Dindorf el famosísimo
Tischendorf °. Me habían sido confiados unos cuantos pergaminos de distintos
siglos, entre los que también se hallaba un palimpsesto, pertenecientes al
legado del profesor Keil`, y se me había encargado, en interés de su viuda, que
me informase de su valor. Aproveché esta ocasión para procurarme el acceso a
un hombre que disfrutaba en el extranjero de un prestigio sin precedentes como
representante de una ciencia específicamente alemana y que, por ese motivo,
se veía mermada su reputación en el estrecho círculo de los eruditos alemanes.
Supe con quién había de vérmelas cuando, una tarde, pregunté por él en una
calle alejada, muy bella y tranquila. El «consejero áulico» se encontraba, sin
embargo, ausente en aquel preciso momento, y yo habría sido despachado si no
hubiera demostrado plausiblemente, tanto al sirviente como luego a la esposa,
que el profesor tenía que estar a punto de llegar. Así conseguí introducirme en
su cuarto de trabajo, en el que no logré descubrir nada que proclamase
ostentosamente la sabiduría de su dueño; sobres de cartas y textos bíblicos en
griego yacían por todas partes en gran cantidad. Contrariamente, podría haberse
pensado en dar con una estantería conteniendo la opera omnia del gran hombre
y con una vitrina en la que se custodiaran las innumerables órdenes y
galardones con las que tantos príncipes y academias habían honrado al
afortunado investigador. Cuando, poco después, apareció un hombrecillo
ligeramente encorvado, de rostro fresco y enrojecido y cabello rizado de color
negro, le expuse la cuestión que me había llevado hasta él, y que, quizá con
razón, trató como si de una bagatela se tratara, dejando ver con ello dos rasgos
de su carácter. Apenas había visto un pliego datado en el siglo IX, escrito en una
ejemplar cursiva griega muy bella, cuando aseguró de forma rotunda que él
poseía la parte que faltaba y que correspondía a ese mismo pliego, sin aportar la
más mínima prueba de ello. Cuando después le indiqué algunas letras sueltas
de otro pliego que sólo podían ser leídas con gran esfuerzo, el leyó, con
sorprendente rapidez, en una parte en la que yo no acertaba a ver casi nada,
una palabra que sólo se encontraba una vez en el Evangelio de San Marcos, y
afirmó que, por lo tanto, ese hecho demostraría que nos hallábamos ante un
fragmento de aquel Evangelio. Por mi parte, me regocijaba tanto aquel juego de
ilusión como a él, quien a su vez, debía de enorgullecerle el poseer un specimen
ingenü que parecía tan brillante. Mucho más confiado con esto, comenzó a
mostrarme una gran cantidad de pliegos estupendos que despertaron aún más
mi interés por el curso de paleografía que él tenía anunciado. Éste fue, en
realidad, el curso que con mas entusiasmo he seguido, a pesar de que en él no
hubo ni método ni exposición sistemática alguna que pudiera aprenderse. Por
eso, cabe preguntarse si en vez de «curso de paleografía» no habría que
haberlo llamado mejor: «Recuerdos y experiencias de Tischendorf». En todo
caso, este curso se hallaba revestido de un malditismo que, en un defensor de la
teología tradicional, resultaba doblemente picante. Uno de los puntos más interesantes lo constituía la apasionada descripción en la que se incluían hasta los
detalles más repugnantes del fraude de Simonides y su desenmascaramiento
por Tischendorf. A pesar de la falta de principios en la exposición, la cantidad de
comentarios y observaciones sueltas de las lecciones eran de incalculable valor
para los amantes de la paleografía, porque, en definitiva, no ha existido ni existe
un hombre que, como Tischendorf, haya leído bajo mirada tan perspicaz
doscientos manuscritos griegos datados antes del siglo noveno, para estudiarlos
con fines paleográficos. Poseía, a la vez, las pruebas y los modelos más
codiciados de todo tipo de caracteres escritos y, además, era capaz de
despertar nuestro deseo mediante la referencia a determinados tesoros ocultos
Dios sabe dónde que aún quedaban por descubrir. Así, nos sedujo con un
hermoso papiro, cubierto de largos fragmentos de Homero, que se encontraba
en manos de un inglés en Alejandría y que sólo debería entregarse al prometido
de su hija, una dama de tez morena, ya no muy joven. También me contó algo
sobre un palimpsesto de Nápoles que todavía no se había utilizado. Por su
mediación, la universidad me permitió consultar palimpsestos aún no leídos que,
sobre una escritura asiria presentaban caracteres del siglo séptimo. Entre estas
casi treinta hojas descansaban los restos de un gramático griego que, al
parecer, escribió una όρ γραФ αѕ [tratado de ortografía]. He de decir, además,
que también encontré aquí un fragmento de Hesíodo de tres palabras.
1] MEPOENTA METEIXE... MH∆EA ΏΣ HΣO∆ΟΣ:82
En el trato privado, Tischendorf caía una y otra vez en accesos de una vanidad
imperturbable e inocente. De lo que más orgulloso se sentía era de haberle
caído en gracia al gran «devorador de alemanes», Cobert83. «Los filólogos
alemanes no comprenden nada, sólo tú eres un gran tipo». Cuando una vez
Hermann" quiso algo de el, Cobert ni siquiera le contestó. «Sin embargo, a mí
me escribe ardientes cartas de amor». De esta manera hablaba de sus amigos,
de cuya ignorancia en cuestiones de paleografía se mofaba cruelmente cuando
la ocasión se lo permitía. La vanidad de Tischendorf era ofensiva y
nauseabunda: tendríamos que decir, tras dos minutos de haberle conocido, que
nos encontramos frente a un problema psicológico. En el cuadro de ese hombre
hay varios rasgos disparatados: extremadamente inteligente y hábil, también
diplomático y astuto, entusiasta, frívolo, extraordinariamente perspicaz en su
especialidad, meticuloso hasta la desesperación en sus publicaciones, ingenuo,
vanidoso sin medida, avaro, defensor fidei, cortés, especulador editorial... He
aquí una postal multicolor de sus características. En cualquier caso una
psicología variopinta.
Durante el segundo invierno que pasé en Leipzig me dediqué con intensidad a
estudios de paleografía. Por mediación de Ritschl había obtenido acceso casi
ilimitado a los tesoros manuscritos de la biblioteca áulica de Leipzig, donde,
gracias a la amabilidad con la que me trataba el bibliotecario me sentía
extraordinariamente bien. En la oscura sala de la Gewandhaus, en las horas del
mediodía, me sentaba cómodamente a la gran mesa verde, con un manuscrito
latino delante, quizá de Terencio, de Estacio o de Orosio. No menos atractivos
me resultaban los enigmas de Adelmo, de los que descubrí múltiples y valiosas
variantes. En un Códice de Orosio, del siglo XI, descubrí una especie de glosario
que databa del mismo siglo y que contenía palabras alemanas, como por
ejemplo: steofvater, (rosco snebal, rocchen (colo ), etc. De entre la gran cantidad
de obras antiguas impresas descubrí un Walter Burley que los registros
bibliográficos ya no mencionaban: De vita philosophorum de Walter Burley8',
está catalogado como HLq' en la biblioteca áulica de Leipzig, sin nombre de
autor ni fecha, siete páginas de índice, dos columnas, cincuenta páginas de
texto; sobre el número cincuenta, a la derecha, una columna de escritura gótica.
La filigrana:
También tengo que recordar aquí la extraordinaria amabilidad con la que me
han tratado en todo momento los empleados de la biblioteca uni versitaria. Su
comportamiento rememora la célebre gentileza y la amabilidad de los sajones,
sin tener nada de su lado negativo. Estos hombres excelentes que a menudo
tenían que sacrificar mucho tiempo y esfuerzos, atendían sin dilación todos mis
pedidos de libros y nunca me mostraron el menor gesto de desagrado cuando,
con mucha frecuencia y no pocas exigencias, me presentaba ante ellos. He de
nombrar con particular agradecimiento al profesor Pückert.
En nuestra sociedad filológica he pronunciado cuatro conferencias importantes,
que son:
1. La última redacción de la obra de Teognis.
2. Las fuentes biográficas de Suidas86.
3. Los π υαк ѕ de los escritos aristotélicos87.
4. La guerra de los aedos de Eubea.
Estos temas caracterizan aproximadamente las principales tendencias de mis
estudios. Aquí debo observar, en referencia al tercer punto, que, como
argumento de fondo, contribuí a desarrollar la crítica de las fuentes de Diógenes
Laercio. Desde el principio senti inclinación por este estudio; ya en mi primer
semestre en Leipzig recopilé varios elementos concernientes a este tema.
También le conté a Ritschl algo al respecto. Un día me preguntó con mucho
misterio si no estaría yo también dispuesto a llevar a cabo una investigación
sobre las fuentes de Diógenes Laercio si desde otra parte recibiera un incentivo
más concreto. Me torturé tratando de descubrir el significado de aquellas
palabras, hasta que, en un momento de inspiración, tuve la seguridad de que el
próximo concurso universitario establecería un premio para la disertación que
mejor tratara ese tema. La mañana en la que debían publicarse los temas me
apresuré hacia el café Kintschy, donde me lancé esperanzado sobre el Leipziger
Nachrichten; correcto, mi vista recayó sobre las deseadas palabras: de fontibus
Diogenis Laertii. El tiempo que siguió, los problemas referidos a este tema casi
me ocupaban el día y la noche; unas combinaciones se sucedían a otras hasta
que, finalmente, durante las vacaciones de Navidad, que utilicé para reunir los
resultados obtenidos hasta aquel momento, surgió de improviso la seguridad de
que entre Suidas y las cuestiones laercianas existía una determinada conexión
que había que tener en cuenta. Aquella tarde en la que descubrí la clave me
sorprendí de la feliz circunstancia de que, como guiado por un instinto seguro,
primero hubiera investigado sobre las fuentes de Suidas y luego, sobre las de
Laercio, y que de repente me encontrase entre las manos con las claves de
ambos problemas. Cuanto más rápidamente progresaba de día en día con esta
combinación, tanto más difícil me resultaba despues decidirme a ordenar y
redactar mis resultados. Pero el tiempo apremiaba, amenazador; sin embargo,
dejé pasar la bella estación del verano entre gozosos esparcimientos y la
compañía de mi amigo Rohde88; además, nuevos intereses científicos
comenzaron a atormentarme y me obligaron constantemente a concentrar en
ellos mis pensamientos. Sobre todo, el problema homérico, por el que mi última
conferencia en la asociación me hizo navegar a toda vela. Finalmente, cuando
ya no había más tiempo que perder, me puse manos a la obra, y escribí los
resultados a los que había llegado en mi investigación sobre Laercio lo más claro y sencillo que me fue posible.Y llegó el terrible último día de julio; piqué
espuelas con toda la energía de la que fui capaz, y a eso de las diez de la
noche, con el manuscrito terminado, me fui corriendo a casa de Rohde en medio
de la oscuridad y la lluvia. Mi amigo estaba ya esperándome, y tenía preparado,
para reconfortarme, el vino y los vasos.
El propio Rohde, en una carta dirigida a mí, plasmó una imagen mediante la
que nos retrataba a los dos en el último semestre, «sentados juntos sobre el
mismo banco solitario». Esto es completamente cierto, pero no fui consciente de
ello hasta que no hubo pasado el semestre. Sin intención alguna por nuestra
parte, pero guiados por un instinto certero, pasábamos juntos prácticamente el
día entero. No es que trabajásemos mucho en el sentido trivial del término, pero,
no obstante, nos apuntábamos cada jornada transcurrida como una ganancia.
Ésta fue la primera vez en mi vida que experimenté que el surgimiento de una
amistad poseía un fondo ético-filosófico. Por lo general, suele ser la coincidencia
en los mismos estudios lo que une a las personas. Nosotros, sin embargo, estábamos muy alejados el uno del otro en el campo científico, y tan sólo
coincidíamos en la ironía y la burla con la que tratábamos la afectación y la vanidad filológica. Reñíamos muy a menudo, tal era la cantidad de cosas sobre las
que estábamos en desacuerdo. Pero en cuanto la conversación se centraba en
lo profundo, la disonancia de opiniones enmudecía para dar lugar al plácido y
pleno son de la armonía. ¿No es cierto que, generalmente, en el trato y las
amistades suele suceder lo contrario? ¿Y no es ahí donde los jóvenes sufren
gran parte de sus amargas desilusiones? Por eso ahora recuerdo con tanto
placer aquella época y rememoro gozoso la imagen de aquellas alegres noches
en el salón de tiro, o de aquellas plácidas horas de reposo en un lugar tranquilo
del Pleisse en las que los dos disfrutábamos como artistas que, momentaneamente, se sustraen a los impulsos de la acuciante voluntad de vivir, y se
abandonan a la pura contemplación.
Llegado a este punto, me doy cuenta de que en la narración de mi época de
Leipzig salto de un lugar a otro sin un plan establecido, confundiendo tanto
personas como semestres. Para mi propia orientación anotaré aquí, los puntos
más sobresalientes de cada uno de los semestres en una lista.
I. Semestre. Octubre 1865- Pascua 1866
Invierno. Alojado en casa de Rohn, Blummengasse 4, en el jardín.
Descubro a Schopenhauer.
Compongo un Kyrie.
El libro de las observaciones.
Fundación de la asociación filológica.
Conferencia sobre Teognis.
Amistad con Ritschl.
Frecuento a Mushacke y v. Gersdorff.
El tío Schenkel.
Asociación de Riedel: Pasión según San Juan, Gran Misa.
Th. v. Arnold, las Matinées de la música del futuro.
El rey de Sajonia en Leipzig.
Fiesta de los filólogos de Leipzig.
Mucho trabajo en las vacaciones de Pascua.
II. Semestre. Pascua 1866-Octubre 1866
Verano. Alojamiento en casa de Riedigs, Elisenstrasse, 7, planta baja.
Agitaciones políticas.
Contestación a Bismark en Leipzig.
La guerra alemana.
Entrada de las tropas prusianas en Leipzig.
Restablecimiento de la situación política.
Conferencia sobre las fuentes de Suidas.
Reelaboración del trabajo sobre Teognis para el «Rheinisches Museum» en la
semana de Sadowa.
Hedwig Raabe, en Leipzig.
Frecuento a Romundt, Windisch, Roscher, Hüffer, Kleinpaul.
Excursiones en barca.
Propuesta de Dindorf.
Vacaciones en Kösen, para refugiarme del cólera.
Estudios lexicales.
Intento de un estudio sistemático de las interpolaciones en los trágicos griegos.
III. Semestre
Ataco De fontibus Laertü.
En Navidad se descubren las claves.
Escribo el ensayo sobre los π υαкЄѕ aristotélicos.
Examen de códices en la biblioteca áulica.
Conozco a Tischendorf.
Soy presidente de la asociación filológica.
Miembro de la Sociedad de Filología.
Estudios de onomatología.
IV Semestre. Pascua 1867- otoño 1867
Verano; vivo en la Weststrasse 59.
Noches en el salón de tiro.
Frecuento a Rhode y Kleinpaul.
Conclusión del trabajo sobre Laercio.
Conferencia sobre los aedos de Eubea.
Noche de conjeturas en Simmer.
Horas de equitación con Rohde, en Bieler.
Último banquete de la asociación.
La bella Elena, de Offenbach.
Los últimos días vivo en el jardín italiano, un piso por encima de Rohde.
Invitamos a casa, por última vez, a nuestros amigos.
Despedida del período estudiantil.
Gozo de la naturaleza: «Nirvana».
Despedida de Ritschl.
Viaje con Rohde a los bosques de Baviera.
V Semestre. Octubre 1867- Pascua 1868
Fiesta de filología en Halle.
Viaje a Berlín.
Servicio militar.
Estudios sobre Demócrito.
Mi trabajo sobre Laercio resulta premiado.
Planes y proyectos. Historia de los estudios literarios.
De Homero Hesiodoque aequalibu. Reelaboración de la conferencia.
Sobre Schopenhauer como escritor.
[Primavera-otoño de 1868]
Observaciones sobre mí mismo
Ella engaña.
Conócete a ti mismo.
En la acción, no en la contemplacion89.
Quien se mide según un ideal, no se conoce a sí mismo más que en sus
debilidades, pero también los grados de éstas le son desconocidos.
La contemplación limita la energía: la corroe y la destruye.
El instinto es lo mejor.
La observación de uno mismo es la mejor arma contra las influencias externas.
La observación de uno mismo como enfermedad del desarrollo.
Nuestros actos tienen que sobrevenir de manera inconsciente.
[Otoño de 1868 - primavera de 1869]
Lo que yo temo no es esa figura fantasmal que se agazapa tras mi silla, sino
su voz: no las palabras, sino el tono terriblemente inarticulado e inhumano de
aquella figura. ¡Si al menos hablase como lo hacen los seres humanos!
Una cadena de acontecimientos, de esfuerzos, en los que pretendemos
reconocer los accidentes del destino exterior o una caprichosidad barroca, se
revela después como un camino desbrozado por la mano infalible del instinto.
Pforta
La imposición uniformizadora de los horarios.
Reacción en forma de una manifiesta negligencia en determinadas áreas de
los estudios artísticos.
Quizá la sobriedad y la rigidez filologicas me hayan resultado desagradables,
pero como imagen de una personalidad universalmente viva y vivificante en su
especialidad filológica, Steinhart fue muy importante para mí. Corssen como
enemigo natural de todo filisteísmo y, sin embargo, inmerso en una vigorosa
actividad científica90.
La imagen que nos hacemos de una profesión es, por lo general, la que hemos
abstraído de los maestros más próximos.
De una vaga dispersión de mis numerosas capacidades me protege una cierta
seriedad filosófica, la cual nunca se muestra satisfecha como no sea ante la cara
descubierta de la verdad, ante la que muestra impavidez e incluso inclinación
por sus duras y nefastas consecuencias. El sentimiento de no poder llegar hasta
lo más profundo del universo me arroja en los brazos del rigor científico.
Así pues, queda el anhelo de saberse a salvo de los sentimientos siempre
variables del mundo de las inclinaciones artísticas en el puerto seguro de la
objetividad.
Se es honesto consigo mismo o con vergüenza, o con vanidad.
Siempre me ha resultado muy interesante observar cuáles son los caminos
individuales por los que hoy día alguien llega a parar precisamente a la filología
clásica. Y es que creo decir algo notorio al respecto al afirmar que cualquier otra
ciencia, en su floreciente juventud y su sorprendente fuerza productiva, tiene
más derecho a la fuerza y al entusiasmo de los talentos ambiciosos que no
nuestra filología, la cual, es cierto, ahora camina altanera, pero aquí y allá se le
marcan traidoras las arrugas de la vejez. Paso por alto las naturalezas a las que
una mera necesidad de ganarse el pan les arroja por ese camino: y tampoco
tienen nada de atractivo aquellas otras que, sin oponer resistencia alguna, se
han dejado adiestrar por educadores filólogos para la misma profesión. A
muchos les impulsa un talento innato para la enseñanza; pero para la mayoría la
ciencia no es más que un eficaz instrumento de trabajo, no es la ardua meta que
se desea durante toda una vida y que se mira con ojos de enamorado. Existe
una pequeña comunidad que se deleita con ojos de artista ante el mundo de
formas de los griegos, y otra aún más pequeña para la cual los pensadores de la
Antigüedad aún no han sido repensados hasta el límite, ni tampoco han dejado
todavía de pensar. No tengo derecho a contarme definitivamente entre una de
esas tres clases, ya que el camino por el que llegué a la filología se halla tan
lejos del de la inteligencia práctica como de aquel otro del bajo egoísmo, pero
también de aquél al que ilumina la antorcha del amor a la Antigüedad. Esta
última afirmación es difícil de hacer, pero es sincera.
Quizá yo no pertenezca en absoluto a esos filólogos específicos en cuyas
frentes llevan marcado al hierro por la madre naturaleza: «esto es un filó logo», y
que siguen el camino que les han señalado con la inquebrantable ingenuidad de
un niño. A veces, aquí o allá, pasamos al lado de esos semidioses de la filología
y percibimos después qué esencialmente distinto es todo lo que produce la
fuerza de la naturaleza y el instinto de aquello otro que proviene de la educación,
la reflexión, o quizá incluso de la resignación. No quiero afirmar que yo
pertenezca por entero a este tipo de «filólogos por resignación», pero cuando
miro hacia el pasado y contemplo cómo pasé del arte a la filosofía, de la filosofía
a la ciencia y, en este ámbito, a intereses cada vez más restringidos, el conjunto
casi se parece a una renuncia voluntaria.
Debería pensar que un hombre de veinticuatro años ha dejado ya a sus
espaldas lo más importante de su vida, y esto aunque sea sólo más tarde cuando salga a la luz aquello que haga a su vida digna de ser vivida. Más o menos es
a esa edad cuando el alma joven extrae lo común de todos los acontecimientos
y experiencias por las que ha pasado, tanto en la vida como en el pensamiento,
y de ese mundo de arquetipos ya no saldrá jamás. Cuando, más adelante, se
apague nuestra mirada idealizadora, nos encontraremos en la órbita de aquel
mundo arquetípico que entonces nos parecerá el testamento de nuestra
juventud.
Otra cuestión es si seremos capaces, al llegar a esa edad concreta [...]
Permítaseme ahora, que apenas si he cruzado la frontera de dicha edad [... ]
En lo esencial se me dejó a mí mismo el cuidado de mi educación. Mi padre,
un clérigo protestante de Turingia, murió demasiado pronto: me faltó la guía
severa y superior de un intelecto masculino. Cuando, siendo un muchacho,
llegué a la escuela de Pforta, tuve ocasión de conocer un sucedáneo de
educación paterna, la disciplina uniformizadora de un reglamento escolar. Pero
precisamente fue propio de aquella imposición casi militar, puesto que ella se
dirige a influir en la masa y trata lo individual fría y superficialmente, el que yo
me replegase aún mas en mí mismo. Frente a la uniformidad del reglamento
pude salvar mis inclinaciones y mis aspiraciones de carácter privado, cultivaba
clandestinamente determinadas artes y me afanaba en la búsqueda de un saber
y un placer universales para romper la rigidez de un horario y de un empleo del
tiempo gobernado por el reglamento. Faltaron algunas condiciones externas, de
lo contrario me hubiese atrevido a hacerme músico. Ya desde los nueve años
sentía una profundísima atracción por la música. En aquel feliz estado en el que
todavía no se conocen los límites de nuestras capacidades y es posible creer
que se llegará a alcanzar lo que se ama, yo tenía ya escritas incontables
composiciones, y también había adquirido algo más que una cultura musical
meramente diletante. No fue hasta la última época de mi vida en Pforta cuando,
debido a un acertado autoconocimiento, dejé atrás todos mis planes de . vida
artística y me permití el paso a la filología.
Yo exigía un contrapeso a las inquietas y mudables inclinaciones que hasta
ahora me habían dominado, una ciencia que pudiera ser cultivada con fría
reflexión, indiferencia lógica y un trabajo uniforme, sin que sus resultados
atacasen de inmediato al corazón. Todo esto creí encontrarlo entonces en la
filología. Precisamente un estudiante de Pforta poseía las mejores condiciones
para este tipo de estudios. En esta institución se imponían de cuando en cuando
tareas especificamente filológicas, por ejemplo, comentarios críticos sobre
determinados coros de Sófocles o de Esquilo. Asimismo, es también una ventaja
especial de la escuela de Pforta, algo que, para un futuro filólogo, es del todo
indispensable, que entre los estudiantes mismos sea considerado de buen tono
la lectura atenta y lo más variada posible de los autores griegos y latinos. Pero la
mayor fortuna consistió en el hecho de que me tropezase con excelentes profesores de filología, en cuyas personas se fundamentó la imagen que yo me hice
de su ciencia. Si entonces yo hubiera tenido profesores de la clase que suelen
encontrarse de vez en cuando en los institutos, micrólogos de estrecho corazón
y sangre de rana que no conocen de su ciencia mas que la polvareda erudita,
habría abandonado la idea de pertenecer alguna vez a una ciencia a la que
sirven esos chalanes. Sin embargo, me encontré con filólogos como Steinhardt,
Keil, Corssen, Peter, hombres de amplia mirada y carácter abierto, algunos de
los cuales también me concedieron su simpatía. Así llegó a suceder que, ya en
mis últimos años de vida en Pforta, me ocupase en privado de dos trabajos
filológicos. En uno de ellos intentaba exponer la leyenda del rey ostrogodo
Ermanarich según las fuentes (Jordanes, Edda, etc), en todas sus
ramificaciones; en el otro, describir una clase particular de tiranía griega, la de
los tiranos megarenses. Existe la costumbre en Pforta de dejar un trabajo escrito
como recuerdo cuando se la abandona; a éste fin estaba destinado mi segundo
trabajo, que, al final, se transformó en una pintura del carácter de Teognis de
Megara.
Cuando tras seis años de estudios me despedí de la escuela de Pforta como
de una maestra severa pero muy útil, me trasladé a Bonn. Allí observé
asombrado cuánta instrucción, pero qué poca preparación para la vida
universitaria acompañan a un estudiante de uno de esos colegios reales. Ha
pensado mucho para sí mismo, y ahora le falta la suficiente habilidad para
expresar lo que piensa. Todavía no sabe nada de la influencia formadora de las
mujeres; sólo conoce la vida a través de los libros y de los relatos y, por eso,
ahora le resulta todo tan extraño y desagradable. Así me sucedió a mí en Bonn.
No todos los medios a los que recurrí para superar aquellas contrariedades
fueron bien
elegidos y, así, el mal humor, las nuevas obligaciones, las malas compañías,
hicieron [...]
[18691
Curriculum de Basilea
Hijo de un pastor protestante de aldea, nací el 15 de octubre de 1844 en la villa
de Röcken, en las cercanías de Merseburg, donde pasé los cuatro pri meros
años de mi vida. A causa de la muerte prematura de mi padre, surgió la
necesidad de cambiar de residencia; la elección de mi madre recayó en
Naumburg. Aquí realicé mis estudios preparatorios en una escuela privada para
entrar en el instituto catedralicio, en el que no permanecí mucho tiempo, pues
enseguida se me presentó la oportunidad de poder entrar en la cercana escuela
de Pforta. Precisamente un estudiante de Pforta posee las mejores condiciones
para realizar estudios filológicos. En esta institución se imponían de cuando en
cuando tareas especificamente filológicas, por ejemplo, comentarios críticos
sobre determinados coros de Sofocles o de Esquilo. Asimismo, es también una
ventaja especial de la escuela de Pforta, algo que para un futuro filólogo resulta
del todo indispensable, que entre los estudiantes mismos sea considerada de
buen tono la lectura atenta y lo más variada posible de los autores griegos y
latinos. Pero la mayor fortuna consistió en el hecho de que me tropezase con
excelentes profesores de filología, con hombres como Steinhardt, Corssen,
Koberstein, Keil, Peter, algunos de los cuales también me correspondieron con
su simpatía. Cuando tras seis años de estudios me despedí agradecido de la
escuela de Pforta como de una maestra severa pero muy útil, me trasladé a
Bonn. Aquí mis estudios se encaminaron durante una temporada hacia los
aspectos filológicos de la crítica del Evangelio y la investigación de las fuentes
del Nuevo Testamento. Además de estas incursiones en la teología, frecuenté
seminarios de filología y arqueología. A distancia comencé a reverenciar la
personalidad de Friedrich Ritschl. Encontré, pues, muy natural abandonar Bonn
cuando él lo hizo y elegir Leipzig como mi nueva patria académica. Aquí me
sentí muy bien; sobre todo, porque encontré unos cuantos camaradas con mis
mismos intereses con los que no tardé en fundar una asociación filológica. En el
marco de esta asociación pronuncié cinco conferencias de cierta importancia,
cuyos títulos creo oportuno detallar a continuación: La última redacción de la
Teognidea, Las fuentes de Suidas, El catálogo de los escritos aristotélicos, La
contemporaneidad de Hornero y Hesiodo y El cínico Menipo y las sátiras varrónicas. Por iniciativa de Ritschl, se han publicado en el Rheinisches Museum los
siguientes artículos: Para la historia de la colección de sentencias de Teognis, El
canto de Dánae de Simonides y de Laertü Diogenes fontibus. En el año 1866 me
decidí a concursar a un premio a la mejor disertación propuesto por la facultad
de filosofía; en Naumburg recibí la noticia de que se me había concedido tal premio. En el verano de 1867 tuve que dejar los estudios, puesto que, entretanto,
había sido declarado «apto» para realizar el servicio militar. En calidad de
artillero a caballo tuve mucho trabajo y mucho que aprender; pero, a
consecuencia de una desgraciada caída, me atacó una grave enfermedad. Ésta
trajo consigo la agradable consecuencia de permitirme regresar a mis estudios
mucho antes de lo que autorizaban las ordenanzas militares. En octubre de
1868, completamente curado, abandoné Naumburg para preparar en Leipzig mi
doctorado y habilitación. Mi objetivo era la posibilidad de llevar a cabo ambas
cosas a la vez, pero según establecen las leyes académicas vigentes, no se me
permite la habilitación antes de la Pascua de 1869.
Friedrich Wilhelm Nietzsche
APÉNDICE:
Fatum e Historia
(Vacaciones de Pascua 1862)
Si pudiéramos contemplar la doctrina cristiana y la historia de la Iglesia con
mirada exenta de prejuicios, nos veríamos obligados a expresar algunas
opiniones opuestas a las ideas generales vigentes. Pero, sometidos desde
nuestros primeros días al yugo de las costumbres y de los prejuicios, frenados
por las impresiones de nuestra niñez en la evolución natural de nuestro espíritu y
determinados en la formación de nuestro temperamento, casi nos creemos
obligados a considerar delictivo la elección de un punto de vista más libre desde
el que poder emitir un juicio no partidista y en concordancia con los tiempos
sobre la religión y el cristianismo.
Un intento de este género no es obra de unas cuantas semanas, sino de una
vida.
Pues, ¿cómo podría destruirse la autoridad de dos milenios garantizada por
tantos hombres insignes de todos los tiempos, con el resultado de unas
meditaciones juveniles? ¿Cómo sería posible que las fantasmagorías y las ideas
inmaduras vinieran a sustituir a todos los sufrimientos y las bendiciones que el
desarrollo de la religión ha enraizado en la historia del mundo?
Es una presunción absoluta pretender resolver problemas filosóficos sobre los
que se disputa con muy diversas opiniones desde hace milenios: luchar contra
opiniones que, según la convicción de los hombres más sabios, elevan al
hombre hacia la verdadera humanidad. Unir la ciencia a la filosofía, sin ni
siquiera conocer los resultados principales de ambas; erigir, finalmente, un
sistema de la realidad recurriendo a la ciencia y a la historia, mientras que la
unidad de la historia universal y sus fundamentos principales no se han abierto
todavía al espíritu, atreverse a entrar en el mar de dudas sin brújula ni guía
alguna es de locos, y significa la ruina para las mentes aún inmaduras; la
mayoría de ellas serán abatidas por las tempestades, y sólo muy pocas
descubrirán nuevas tierras.
Desde el centro del inmenso océano de las ideas, cuántas veces siente el
hombre la nostalgia de la tierra firme: ¡cuántas veces, ante la vista de tantas
especulaciones estériles, me ha asaltado el deseo de volver a la historia y a las
ciencias naturales!
Cuántas veces no me habrá parecido nuestra filosofía entera más que una
gran torre babilónica: penetrar en el cielo es el propósito de todos los grandes
afanes; el reino de los cielos en la tierra significa prácticamente lo mismo.
Una infinita confusión de ideas en el pueblo es el desconsolador resultado;
todavía harán falta grandes transformaciones para que la masa comprenda que
el cristianismo descansa sobre conjeturas; la existencia de Dios, la inmortalidad,
la autoridad de la Biblia, la inspiración y demás cosas por el estilo, nunca
dejarán de ser problemas. Yo he intentado negarlo todo: ¡pero destruir es muy
fácil, más cuán difícil es construir! E incluso destruirse a sí mismo parece más
fácil de lo que es; estamos tan determinados por las impresiones de nuestra
niñez, por la influencia de nuestros padres, por nuestra educación, y lo estamos
hasta un nivel tan profundo de nuestro ser interior, que dichos prejuicios,
profundamente arraigados, no son tan fáciles de remover por argumentos
racionales o por la mera voluntad. La fuerza de la costumbre, la necesidad de
algo superior, la ruptura con todo lo establecido, la aniquilación de todas las
formas de la sociedad, la duda acerca de si, durante dos milenios, la humanidad
no se habrá dejado cautivar por una falsa imagen, el sentimiento de la propia
temeridad y de la propia audacia: todo esto mantiene una lucha aún no resuelta
hasta que, al final, una serie de experiencias dolorosas, de acontecimientos
tristes en nuestro corazón, otra vez nos llevan a nuestra antigua fe de la infancia.
Sin embargo, la impresión que produce observar la incidencia de estas dudas
sobre nuestro ánimo debe ser, para cada uno, un hito importante de su propia
historia cultural. No puede pensarse otra cosa sino que algo tiene que permanecer firme, un resultado de toda aquella especulación que no siempre es un
saber, sino que también puede ser una creencia, una fe; sí, algo que incluso un
sentimiento moral puede reanimar a veces o dejar en suspenso.
Del mismo modo que la costumbre es el resultado de una época, de un pueblo,
de una determinada orientación del espíritu, así la moral es también el resultado
de una evolución general de la humanidad. Es la suma de todas las verdades de
nuestro mundo; es posible que en el mundo infinito no signifique ya otra cosa
que el resultado de una determinada orientación del espíritu en el nuestro; y ¡es
incluso posible que, a partir de las verdades de los diferentes mundos,
evolucione de nuevo una verdad universal!
Apenas sabemos si la humanidad misma no será otra cosa que un estadio, un
período en la totalidad, en el devenir, si no será una manifestación arbitraria de
Dios. ¿Acaso no es el hombre producto de la evolución de la piedra por
mediación de la planta? ¿No habrá alcanzado ya la plenitud de su evolución y no
radicará aquí también el fin de la historia? ¿Carece este devenir eterno de final?
¿Qué son los motores de esa inmensa obra de relojería? Están ocultos, pero
son los mismos en ese gran reloj que llamamos historia. La esfera horaria son
los acontecimientos. Hora tras hora avanzan las agujas para, al sonar las doce,
comenzar de nuevo; entonces irrumpe un nuevo periodo del mundo.
Y ¿no se podrían concebir los motores que impulsan las agujas como la
humanidad inmanente? (Entonces las dos concepciones estarían servidas) ¿O
es que la totalidad está dominada por miras y planes superiores? ¿Es el hombre
sólo un medio, o es un fin?
El propósito, el fin, tan sólo existe para nosotros; igual que sólo para nosotros
existe el cambio y, asimismo, para nosotros, solamente las épocas y los
periodos. ¿Cómo podríamos advertir planes superiores? Nosotros únicamente
vemos cómo de la misma fuente, de la esencia humana, motivada por las
impresiones externas, se forman ideas; cómo éstas van ganando en vida y
forma y cómo llegan a ser patrimonio de todos, conciencia, sentido del deber;
cómo el eterno instinto productivo las elabora como materia para nuevas ideas;
cómo éstas conforman la vida, regentan la historia; cómo en lucha recíproca
unas engullen a las otras, y cómo de tales mezclas surgen nuevas conformaciones. Un encontrarse y repelerse de corrientes diversas, con altas y bajas
mareas, pero todas afluentes del océano eterno.
Todo se mueve en círculos gigantescos, que giran unos en torno a otros a la
vez que devienen; el hombre es uno de los círculos más interiores. Si quiere
medir las oscilaciones de los que están en la periferia, tiene que abstraer de sí y
de los círculos que le quedan más cerca los otros, más amplios y englobantes.
Esos círculos más cercanos a él son la historia de los pueblos, de la sociedad y
de la humanidad. La búsqueda del centro común de todas las oscilaciones, del
círculo infinitamente pequeño, es tarea de la ciencia natural. Sólo ahora que
sabemos que el hombre busca en sí y para sí ese centro, conocemos qué
importancia exclusiva han de tener para nosotros la historia y la ciencia natural.
En cuanto que el hombre es arrastrado a los círculos de la historia universal,
surge esa lucha de la voluntad individual con la voluntad general; aquí se perfila
ese problema infinitamente importante, la cuestión de la justificación del
individuo respecto del pueblo, el del pueblo respecto de la humanidad, de la
humanidad respecto del mundo; aquí se dibuja, también, la relación fundamental
entre fatum e historia.
Es imposible para los hombres acceder a la concepción más alta de la historia
universal; el más grande de los historiadores, tanto como el más grande de los
filósofos, no será más que un profeta, pues ambos hacen abstracción desde el
círculo más interior hacia los demás círculos exteriores.
En cuanto al fatum, su posición no está asegurada. Vertamos todavía una
mirada sobre la vida humana para reconocer su justificación individual y así
también en la totalidad.
¿Qué es lo que determina la suerte en nuestra vida? ¿Se la debemos a los
acontecimientos de cuyo vórtice nos vemos excluidos? ¿O no será nuestro
temperamento el que marca el color dominante de los acontecimientos? ¿Acaso
no se nos aparece y enfrenta todo en el espejo de nuestra propia personalidad?
¿Y no dan al mismo tiempo los acontecimientos el tono propio de nuestro destino en tanto que la fuerza y debilidad con la que se nos aparece depende
exclusivamente de nuestro temperamento? Preguntad a los mejores médicos,
dice Emerson, por las cosas que determina el temperamento y qué cosas son
las que no determina en absoluto.
Nuestro temperamento no es más que nuestro ánimo, sobre el que se
esculpen las impresiones de nuestras circunstancias y experiencias. ¿Qué es lo
que arrastra con tanta fuerza el alma de tantos individuos hacia lo vulgar
impidiéndoles su ascenso a un mayor vuelo de ideas? Una estructura fatalista
del cráneo y de la columna vertebral, la clase social y la naturaleza de sus
padres, lo cotidiano de sus relaciones, lo vulgar de su entorno e incluso lo monocorde de su lugar originario. Hemos sido influidos sin llevar en nosotros la
fuerza suficiente como para contrarrestarlo, sin ser siquiera capaces de reconocer que somos influidos. Es, ciertamente, una experiencia dolorosa tener
que renunciar a la propia autonomía por la aceptación inconsciente de
impresiones externas, reprimir capacidades del alma por el poder de la
costumbre y, contra toda voluntad, sepultarla con las semillas del extravío.
En mayor medida volvemos a encontrarnos con todo esto en la historia de los
pueblos. Muchos de ellos, aun siendo afectados por los mismos
acontecimientos, han sido influidos de modos muy distintos.
Por este motivo, es una manera de actuar muy obtusa pretender la imposición
a la humanidad entera de alguna forma especial de estado o de sociedad,
sometiéndola a tales o cuales estereotipos. Todas las ideas sociales y
comunitaristas padecen este error. Y es que el hombre nunca es otra vez el
mismo; pero si fuera posible revolucionar, por obra de una voluntad fortísima, el
pasado entero del mundo, de inmediato entraríamos a formar parte de las filas
de los dioses libres, y la historia universal no sería ya para nosotros otra cosa
que un autoembriagarnos en brazos del ensueño; cae el telón, y el hombre se
encuentra de nuevo, como un niño que juega con mundos, como un niño que se
despierta con la luz de la mañana y sonriendo, borra los sueños terribles de su
cabeza.
La voluntad libre se manifiesta como aquello que no tiene ataduras, como lo
arbitrario; es lo infinitamente libre, lo errático, el espíritu. El fatum, en cambio, es
una necesidad, salvo que no creamos que la historia de la humanidad es un
extravío onírico, los dolores indecibles de los seres humanos, meras
alucinaciones, y nosotros mismos, meros juguetes de nuestras propias
fantasías. El fatum es la fuerza infinita de la resistencia contra la libre voluntad;
libre voluntad sin fatum es tan impensable como el espíritu sin lo real, como lo
bueno sin lo malo, pues sólo las contradicciones dan lugar a los rasgos del
carácter.
El fatum predica continuamente el principio: «sólo los acontecimientos
determinan los acontecimientos». Si éste fuese el único principio verdadero, el
hombre no sería mas que mero juguete de fuérzas ocultas desconocidas, no
sería responsable de sus errores, se hallaría, por lo tanto, libre de todo tipo de
distinciones morales, sería un eslabón necesario como miembro de una cadena.
¡Qué feliz sería si no se empeñara en examinar su situación, si no se debatiera
convulsamente en la cadena que lo aprisiona, si no mirara con loco placer el
mundo y su mecánica!
Tal vez no sea la libre voluntad, de modo similar a como el espíritu sólo es la
substancia más infinitamente pequeña y lo bueno, sólo la más sutil evolución de
lo malo, otra cosa que la potencia máxima del fatum. La historia universal sería,
entonces, historia de la materia, si tomamos esta palabra en un sentido
infinitamente amplio. En efecto, tiene que haber todavía otros principios más
elevados ante los cuales la totalidad de las diferencias confluyan en una gran
unidad, ante la que todo sea evolución, serie escalonada, todo, afluente de un
océano magnífico, donde el conjunto de las corrientes que han hecho
evolucionar el mundo vuelvan a encontrarse, a fundirse en el todo-uno.
Libertad de la voluntad y fatum.
La libertad de la voluntad, que en sí misma no es otra cosa que libertad del
pensamiento, está limitada de la misma manera que la libertad de pensar. El
pensamiento no puede ir más allá del horizonte hasta el que se extienden las
ideas; sin embargo, éste se basa en las percepciones que se van adquiriendo y
puede ampliarse conforme lo hace. Asimismo, la libertad de la voluntad puede
expandirse también hasta ese mismo punto, si bien, dentro de tales confines, es
ilimitada. Otra cosa distinta es el obrar de la voluntad; la facultad de hacerlo se
nos impone de manera fatalista.
En la medida en que el fatum se le aparece al hombre en el espejo de su
propia personalidad, la libre voluntad y el fatum individual son dos contrincantes
de idéntico valor. Nos encontramos con que los pueblos que creen en un fatum
destacan por su fortaleza y el poder de su voluntad, y que, en cambio, hombres
y mujeres que dejan fluir las cosas tal y como van, ya que «lo que Dios ha hecho
bien hecho está», se dejan llevar por las circunstancias de manera ignominiosa.
En general, « la entrega a la voluntad de Dios» y la «humildad» no son más que
las coberturas del temor de asumir con decisión el propio destino y enfrentarse a
él. Ahora bien, por más que se nos aparezca el fatum en su condición de
delimitador último como más potente que la libre voluntad, no debemos olvidar
dos cosas: la primera, que fatum es tan sólo un concepto abstracto, una fuerza
sin materia, que para el individuo sólo hay un fatum individual, que el fatum no
es otra cosa que una concatenación de acontecimientos, que el hombre
determina su propio fatum en cuanto que actúa, creando con ello sus propios
acontecimientos, y que éstos, tal y como conciernen al hombre, son provocados
de manera consciente o inconsciente por él mismo, y a él deben adaptarse. Pero
la actividad del hombre no comienza con el nacimiento, sino ya en el embrión y
quizá también -quien sabe-, mucho antes en sus padres y sus antepasados.
Todos vosotros, que creéis en la inmortalidad del alma, tendréis que creer primero en su preexistencia, si es que no deseáis hacer que algo inmortal surja de
lo mortal; también habréis de creer en esa especie de existencia del alma si es
que no queréis hacerla flotar por los espacios hasta que encuentre un cuerpo a
su medida. Los hindúes dicen que el fatum no es otra cosa que los hechos que
hemos llevado a cabo en una condición anterior de nuestro ser.
¿Cómo podrá refutarse el argumento de que no se haya obrado ya con
conciencia desde la eternidad? ¿Desde la conciencia aún sin desarrollar del
niño? Aún más, ¿no podremos afirmar que nuestra conciencia está siempre en
relación con nuestras acciones? También Emerson dice:
«El pensamiento siempre se halla unido
a la cosa que aparece como su expresión»92
¿Puede afectarnos una nota musical sin que exista en nosotros algo que le
corresponda? O, dicho de otro modo: ¿podremos captar una impresión en
nuestro cerebro si éste no posee ya la capacidad de recibirla?
La voluntad libre tampoco es, a su vez, mucho más que una abstracción, y
significa la capacidad de actuar conscientemente, mientras que, bajo el concepto
de fatum, entendemos el principio que nos dirige al actuar inconscientemente. El
actuar en sí y para sí conlleva siempre una actividad del alma, una dirección de
la voluntad que nosotros mismos no tenemos por qué tener ante nuestros ojos
como un objeto. En el actuar consciente podemos dejarnos llevar tanto más por
impresiones que en el actuar inconsciente, pero también tanto menos. Ante una
acción favorable suele decirse:
«me ha salido por casualidad». Lo cual no necesita en absoluto ser verdadero.
La actividad psíquica prosigue su marcha siempre con la misma intensa
actividad, aun cuando nosotros no la contemplamos con nuestros ojos
espirituales.
Es como si, cerrando los ojos a la luz del sol, opinásemos que el astro ya no
sigue brillando. Sin embargo, no cesan ni su luz vivificante ni su calor, que
continúan ejerciendo sus efectos sobre nosotros, aunque no los percibamos con
el sentido de la vista.
Así pues, si no asumimos el concepto de acción inconsciente como un mero
dejarse llevar por impresiones anteriores, desaparece para nosotros la
contraposición estricta entre fatum y libre voluntad y ambos conceptos se funden
y desaparecen en la idea de individualidad.
Cuanto más se alejan las cosas de lo inorgánico y más se amplía la formación
y la cultura, tanto más sobresaliente se hace la individualidad y tanto más ricas y
diversas son sus características. ¿Qué son la fuerza interior y la
autodeterminación para el actuar y las manifestaciones exteriores -su palanca
evolutiva-, sino voluntad libre y fatum ?
En la voluntad libre se cifra para el individuo el principio de la singularización,
de la separación respecto del todo, de lo ilimitado; el fatum, sin embargo, pone
otra vez al hombre en estrecha relación orgánica con la evolución general y le
obliga, en cuanto que ésta busca dominarle, a poner en marcha fuerzas
reactivas; una voluntad absoluta y libre, carente de fatum, haría del hombre un
dios; el principio fatalista, en cambio, un autómata.
Pforta, abril de 1862
NOTAS
1 La villa de Röcken pertenece a la región de Turingia (en la Sajonia prusiana).
2«En este punto falta una página arrancada del manuscrito» [HistorischeKritische Gesamtausgabe (Friedrich Nietzsche Werke und Briefe, Hrsg. von
Hans Joachim Mette, Beck, München, 1934; «(BAW)»].
3 Las dos «grandes batallas» a las que el joven Nietzsche se refiere son la
victoria de Gustavo Adolfo II, rey de Suecia, contra Wallenstein, en 1632 y la de
Napoleón sobre rusos y prusianos, el 2 de mayo de 1813.
4 Johann Gottfried Seume (1763-1810), su obra más conocida es Viaje a
Siracusa (3 vol., 1803).
5 Alusión a las revoluciones que sacudieron Europa desde febrero a junio de
1848.
El manuscrito original está desgarrado en este punto. «Gemüthskrank» [lit.
«anímicamente» o «del alma»] ha sido añadida por el editor en la BAW, vol. I, p.
4.
En la biografía de Nietzsche escrita por su hermana Elisabeth [Elisabeth
Förster-Nietzsche: Das Leben Friedrich Nietzsches, Leipzig 1894, C.G.
Naumann] ésta falsificó el texto del hermano, atribuyendo la enfermedad del
padre a una lesión ocasionada al caerse por una escalera.
7 Diminutivo de Franziska, madre de Nietzsche, de soltera Oehler.
8 Rosalie junto con Auguste Nietzsche eran hermanas de Carl Ludwig, ambas
vivían con Franziska.
9 «El tío Dáchsel», marido de Friedericke Nietzsche, hijo mayor de Ludwig
Nietzsche (nacido del primer matrimonio de su padre). Era secretario del tribunal
de distrito en Naumburg.
10 Friedericke Nietzsche («Riekchen», de casada Dáchsel) y Lina Nietzsche
eran hermanastras.
11 Una anécdota que ilustra esta «seriedad» característica del pequeño Fritz
es la que narra su hermana Elisabeth en la biografia de su hermano: «La
escuela para hijos varones de los ciudadanos de Naumburg se hallaba entonces
en el Topfmarkt, no muy lejos, por tanto, de nuestra casa. Un día, al terminar las
clases, comenzó a llover torrencialmente; nos pusimos a mirar a lo largo de la
Priestergasse por si veíamos a nuestro Fritz. Todos los jóvenes corrían en
desbandada hacia sus casas; al final divisamos a Fritzschen que venía
caminando tranquilamente, con la gorra debajo de la pizarra y el pañuelo
encima. Mamá le hizo una señal y le gritó desde lejos: «¡Corre, corre!» El sonido
de la lluvia nos impidió oír su respuesta. Cuando nuestra madre comenzó a
hacerle reproches a la vista de cómo se había empapado, él replicó con
seriedad: «Pero mamá, en el reglamento de la escuela se dice que al dejarla, los
muchachos no deben salir corriendo ni ponerse a saltar, sino que tienen que
volver en calma y despacio a sus casas».
12 Añadido posteriormente al margen: «más tarde un bebedor» (BAW).
13 Nombre que se daba al antiguo Imperio Otomano.
14 A esta guerra se la reconoce precisamente como «Guerra de Crimea»
(1854-1855).
15 Algunos de los miembros de la extensa familia de Nietzsche son aludidos
varias veces en estos escritos de infancia y juventud, no está de más, pues,
tener una visión de con
junto de, al menos, los abuelos y los tíos y las tías del filósofo: El abuelo
paterno de Nietzsche Friedrich August Ludwig (1756-1826), pastor en
Wollmirstedtyluego superintendente en Eilenburg, se casó dos veces y tuvo doce
hijos, nueve de su primer matrimonio y tres del segundo, con Erdmuthe Krause
(1778-1856): Rosalie (1811-1867), Karl Ludwig (10 de octubre de 1813- 30 de
julio de 1849), padre de Friedrich Nietzsche, se casó con Franziska Oehler (2 de
febrero de 1826-20 de abril de 1897), yAuguste, (fallecida el 2 de agosto de
1855). El abuelo materno de Nietzsche, David Ernst Oehler (1787-1859), era
pastor en Pobles, junto a Weissenfels, se casó con Johanne Elisabeth
Wilhelmine Hahn (1794-1876); tuvieron once hijos: Adele (1813-1853), Cecilie
(1818-1870), Sidonie (1819-1860), Defev (1821-?), Feodor (1823-1888),
Franziska, la madre de Nietzsche, Theobald (1828-1881), Adalbert (1830-1902),
Edmund (1832-1891), pastor en Gorenzen y el tío más allegado a Nietzsche, Ida
(1833-?) y Oscar (1839-1901).
16 David Ernst Oehler, pastor protestante de Pobles, abuelo materno de E
Nietzsche.
17 Erdmuthe Nietzsche, abuela paterna de F. Nietzsche.
18 Añadido posteriormente al margen: «Absurdo» (BAW).
19 Del poema de Matthias Claudius (1740-1815) Der Mond ist aufgegangen,
canción infantil muy popular en Alemania.
20 Nietzsche tenía diez años.
21 Auguste Nietzsche murió el 2 de agosto de 1855. 22 Erdmuthe Nietzsche
murió el 2 de abril de 1856.
23 La segunda vivienda de Nietzsche junto con su madre y su hermana en
Naumburg, Marienmauer 15.
24 Ein Spiegel ist das Leben / In ihm sich zu erkennen, l Möcht ich das erste
nennen / Wonach wir nur auch streben.
25 Pforta: Fundada por monjes cistercienses en el siglo XII, cercana a
Naumburg, la escuela de Pforta es una de las más antiguas de Alemania, y, en
aquellos tiempos la más prestigiosa junto a la de Maulbron (Suabia) en la que se
habían educado Hegel, Hólderlin y Schelling. Pforta vio pasar por sus aulas a
espíritus tan selectos como Novalis, Fichte o los hermanos Schlegel. Su rígida
disciplina y el alto nivel intelectual que en ella se exigía a sus estudiantes, la
convertían en un centro de formación de las élites de Alemania. Nietzsche
consiguió una beca de la ciudad de Naumburg que le permitía costearse los
estudios en la famosa escuela sin que su familia tuviera que hacer desembolso
adicional alguno durante los seis años de su estudio en dicha institución. Ingresó
allí el 5 de octubre de 1858. Fue admitido en el cuarto curso, que era con el que
se comenzaba en la escuela; la dejó en 1864.
26 «El lugar en que ahora habito es llamado puerta del cielo. Situado en una
región agradable y rodeada de montañas, famosa por muchas razones, la amé
desde la infancia. Los tiempos han cambiado; las cosas que deseábamos se han
hecho realidad, y en esta región que sólo conocía de vista, estaré durante seis
años».
27 Se trata de Emil Schenk, casado con Mathilde Nietzsche, hija de EE.
Nietzsche, hermanastro primogénito del padre de Nietzsche.
28 La «leyenda» no se conserva.
29 «Falta una página precedente» (BAW).
30 La «paz» de la que se habla es la del armisticio firmado el 8 de julio de
1859 entre Napoleón III y el Emperador de
Austria Francisco José, tras la campaña de Italia y las victorias franco-sardas
de Magenta y Solferino.
31 Almrich.Así denominaban los alumnos pfortenses la aldea de Altemburg, a
medio camino entre Pforta y Naumburg, donde Nietzsche se encontraba casi
cada domingo con su madre y su hermana.
32 Los alumnos pfortenses estaban divididos en Primaner, alumnos del último
curso, Sekundaner, alumnos de los cursos intermedios y Tertianer, alumnos de
los cursos inferiores.
33 mentor: estudiante veterano encargado de supervisar y dirigir a pequeños
grupos de estudiantes novatos en sus trabajos y actividades académicas.
34 Franz von Gaudy (1800-1840). Oficial prusiano de origen escocés, autor de
poemas escritos en honor de Napoleón, de novelas y diarios de viaje por Italia.
Su obra más conocida era Mi expedición italiana (Mein Römerzug, Berlín, 1836).
35 «Das Laub fállt von den Báumen,/Der wilden Winde Raub;/Das Leben mit
seinen Tráumen/ Vergeht zu Asch' und Staub» (August Mahlmanns Sämmtliche
Schriften 1, Leipzig, 1839, p.110).
36 Nietzsche se sirvió de esta experiencia en Menschliches,
Allzumenschúches I, [Humano demasiado humano], 13 «Logik des Traumes»,
[Lógica del sueño] «Quien, por ejemplo, duerme con dos ligas de calcetín
enrolladas en sus pies, bien puede soñar que dos serpientes los rodean. Ésta
es, al principio, tan sólo una hipótesis, luego se transforma en una creencia
acompañada de una representación gráfica y del pensamiento: "las serpientes
deben ser la causa de la sensación que yo, el durmiente, tengo"» en: Friedrich
Nietzsche
Kritische Studien Ausgabe (Giorgio Colli y Mazzino Montinari, dtv/ de Gruytier)
t. 2, p.33.
37 Ludwig Rellstab (1799-1860), crítico musical y compositor, muy unido a
Weber, Tieck, Jean-Paul, Goethe, Arndt y Beethoven. Autor de una novela
histórica: Der Wildschütz y de reconocidos escritos musicales.
38 Alabanza de Napoleón 1.
39 August, Grafvon Platen (1796-1835), poeta alemán. 40 Anotación posterior:
"Voild mes pensées contemporaines!" (BAW).
41 Un ejemplo de estos deberes escolares nos ha quedado en el trabajo: «Der
Krug geht so Lange zu Wasser, bis er zerbricht» (Tanto va el cántaro a la fuente
que al fin se rompe); en BAW, 1, pp.84-87.
42 La palabra «maduros» ha sido tachada, quizá en una lectura posterior, en el
manuscrito original. Otra anotación marginal es ilegible (BAW).
43 «Hundstage », lit. «canícula», la traducimos por «verano» por ser la anterior
muy poco utilizada, con este sentido, en castellano.
44 En anotación marginal posterior: «Voici moi».
45 Las «Ideas» se encuentran cerrando el cuaderno de Pforta. Desde «a)»
hasta «h)» fueron tomadas de diversas partes del Tiristram Shandy de Laurence
Sterne.
46 «Mientras más se demora el fin, más larga y tenaz es la fe». Ovidio, Arte de
amar (II, 6, 14).
47 Se trataba del tío Edmund Oheler, hermano de la madre de Nietzsche,
pastor protestante de Gorenzen, en el Harz.
48 Se refiere a la obra de Karl Immerman: Memorabilen, I. Oheim, en
«Werke»; edición de H. Meync, Leipzig-Wien, 1906, vol. V, pp. 329-356.
49 Junto con sus amigos W Pinder y E Krug, Nietzsche se propuso fundar una
asociación cultural de la que sólo los tres fueran miembros. Acordaron enviarse
unos a otros trabajos originales una vez al mes con el propósito de que fuesen
leídos y discutidos por todos ellos, así como el establecimiento de un fondo
común para comprar libros que consideraran de interés para sus planes. La
«asociación» duró tres años. Véase más adelante el «Informe de Germanio>.
50 Se refiere a David Ernst Oheler en Pobles, muerto el 17 de diciembre de
1859.
51 El día en que nació Nietzsche se celebraba el cumpleaños del Rey Federico
Guillermo IV de Prusia.
52 Del poema de Matthias Claudius Be¡ dem Grabe meines Vaters (Junto a la
tumba de mi padre).
53 Johann Christian Heinrich Friedrich Hólderlin (1770-1843), no era en 1861,
cuando el joven Nietzsche escribe su trabajo académico en forma de epístola,
uno de los poetas más grandes y famosos de la lengua alemana; apenas si era
conocido y se le consideraba, además, una figura anecdótica de escasa
relevancia. Sólo la generación de la Primera Guerra Mundial le reivindicó y se
dio cuenta de su grandeza. Nietzsche da muestras de su perspicacia al reconocer en aquel tiempo la enormidad del talento de Hólderlin y luchar contra los
prejuicios que lo mantenían en la sombra. El trabajo dejó un tanto perplejo a su
profesor, que tan sólo le concedió una calificación mediana y anotó al margen:
«Quiero dar al autor el consejo amistoso de que dedique su atención a un poeta
más sano, claro y alemán».
54 Traducción de Luis Cernuda.
55 Fragmento de novela de inspiración Byroniana que Nietzsche le envió a un
condiscípulo suyo el 28 de julio de 1862 y que gracias a eso se ha conservado,
pues Nietzsche rompió todos los fragmentos literarios que escribió en esta
época, en la que se codeaba con un cierto cinismo y un cierto desarraigo muy
típicos de la pubertad.
56 Ermanarich, rey de los godos orientales. Nietzsche entró en contacto con la
figura legendaria en la clases de lengua y literatura alemana del profesor
Kobernstein. El personaje puede ser contado entre sus obsesiones juveniles
(hasta el año 1865 no deja Nietzsche de referirse a sus trabajos sobre el tema),
fruto de las cuales fueron, por ejemplo, un intento de «gran poema sinfónico»,
algunos poemas, caracterizaciones de personajes que rodean al rey y un ensayo
histórico-crítico en el que trata de las fuentes históricas en las que se basa la
leyenda. Se ha visto también en esta curiosidad de Nietzsche por el personaje,
en su amor por el caracter libre y único del rey un atisbo o un germen del
Zaratustra.
57 Ralph Waldo Emerson (1803-1882) Filósofo y escritor norteamericano. La
lectura de algunos de sus famosos Ensayos ejerció sobre Nietzsche una
grandísima influencia sólo comparada a la que luego tendría para él la lectura de
las obras de Schopenhauer. Tal influencia deja verse fácilmente en los dos
ensayos escritos por el joven Nietzsche en Pforta el año 1862: Fatum e Historia
y Libertad de la voluntad y fatum, en los que lo cita. El interés de Nietzsche por
este filósofo norteamericano podrá rastrearse ya a lo largo de todas sus obras.
De él no llegó a abominar nunca, como sí hiciera de Schopenhauer. Entre los
libros de la biblioteca que Nietzsche dejó al morir se encontraron las
traducciones alemanas de Essays, first series (1856), Conductoflife (1860) y
Essays, secondseries (1876).
58 Stöckert, Georg, fue alumno de Norta.
59 El interés de Nietzsche por el materialismo no disminuye en todos sus años
de estudiante: en 1866 alcanzará su punto más álgido con la lectura de un libro
que él mismo consideró como «la obra filosófica más importante de los últimos
años»: se trata de la Historia del materialismo, de Friedrich Albert Lange (Die
Geschichte des Materialismus und Kritik seiner Bedeutung in der Gegenwart, 2
vol. Leipzig, 1866).
60 El cinco de noviembre era el aniversario de la batalla de Rossbach (1757),
durante la Guerra de los Siete años; de Inkermann (1854), en la Guerra de
Crimea y de la «Conjura de la pólvora», urdida por un grupo de católicos
ingleses contra Jacobo 1, rey de Inglaterra.
61 Se trata de Paul Deussen (1845-1919), uno de los amigos más entrañables
de Nietzsche: ambos se trasladaron juntos a estudiar a Bonn. Deussen, después
historiador de la filosofía y orientalista, llegaría a ser un schopenhaueriano
convencido y hasta tal punto se mantuvo fiel al maestro que llegó a fundar, en
1911, el SchopenhauerArchív, donde se recogía todo el legado de
Schopenhauer, y la Schopenhauer Gesellschaft, sociedad creada para
promocionar su filosofía en todo el mundo y que aún hoy posee plena vigencia.
Deussen se mantuvo fiel a Nietzsche incluso en los años en los que fue
abandonado por todos sus demás amigos. Escribió sus famosas Erinnerungen
an Friedrich Nietzsche [«Recuerdos de E N.»], Brockhaus, Leipzig, 1901.
62 Otto Jahn, filólogo, biógrafo de Mozart.
63 Nietzsche comienza a interesarse por Teognis de Megara ( s. VI a.C. - V
a.C.), poeta griego, aristócrata y pesimista, destacado elegíaco y gnómico en su
último año en Pforta. A él consagró su memoria de fin de estudios. A Nietzsche
le interesó, sobre todo, la personalidad altiva y defensora de la vida aristocrática
del poeta. El futuro filósofo siguió interesándose por Teognis y su obra, la
conocida Teognidea -una colección de poemas de contenido político y moral que
refleja las luchas políticas de su tiempo entre la nobleza y el pueblo de Megara-,
hasta ya bien terminados sus estudios filológicos: y, precisamente un trabajo
sobre Teognis, Para la historia de la colección de sentencias de Teognis, sería el
tema de su primera publicación (en el Rheiniches Museum fürPhilologie).
64 La cárcel de estudiantes que existía tanto en las grandes escuelas y
colegios como en las universidades alemanas. Se le arrestó durante sólo tres
horas por haber redactado un infor me de inspección semanal de habitaciones
«en tono de broma», que sus profesores no le rieron. (Cfr, carta de Nietzsche a
su madre y su hermana el 10 de noviembre de 1862) Más tarde, en 1863, le
volverían a «encarcelar» junto con otro compañero porque ambos volvieron
borrachos a la escuela (Cfr. carta a la madre y la hermana el 16 de abril de
1863).
65 Hermana de Paul Deussen, a la cual Nietzsche regaló las canciones
cuidadosamente encuadernadas.
66 Karl Liebig, director de orquesta.
67 El padre del amigo de Nietzsche, maestro superior de educación.
68 Colores de las corporaciones estudiantiles.
69 El 19 de octubre de 1765, siguiendo las exigencias paternas y en contra de
su voluntad, Goethe se inscribió en el registro de la universidad de Leipzig como
estudiante de leyes.
70 Friedrich Wilhelm Ritschl (1806-1876), profesor de filología clásica en Bonn
y más tarde en Leipzig, fue el verda dero «maestro vivo» de Nietzsche en sus
años de estudiante universitario. Él motivó en gran medida que Nietzsche decidiera consagrarse por entero a la filología; también motivó el que éste
consiguiera su cátedra en Basilea. Profesor de gran carácter y de extraordinaria
capacidad organizativa, sabía inculcar en sus alumnos la afición al trabajo
realizado con método y bien hecho. Se ganaba su confianza alentándolos a la
realización constante de pequeñas investigaciones y ensayos que servían para
animarlos a seguir indagando en los temas estudiados. En las universidades en
las que impartió clase se organizaron seminarios y asociaciones de griego y
latín, fomentadas por el extraordinario celo pedagógico del profesor. Para ser
admitido como alumno de dichos seminarios había que presentar un trabajo
como prueba de madurez. A los alumnos mejor capacitados, Ritschl les imponía
el más duro de los entrenamientos. Desde el principio le unió a Nietzsche una
profunda simpatía, la cual le llevaba a desafiarle continuamente con tareas
filológicas cada vez más delicadas. Aunque también Ritschl se separaría
posteriormente de Nietzsche a consecuencia de la publicación de El nacimiento
de la tragedia, el filósofo le guardó gran consideración y cariño durante toda su
vida. Así, por ejemplo, le recordaba en Ecce Homo, la última obra, antes de la
«locura»: «Ritschl -lo digo con veneración-, el único docto genial con el que me
he tropezado hasta hoy...». (KSA, 6, p.295; Ed. cast. Alianza Editorial, p.52).
71 Ritschl padecía de una enfermedad en los pies.
72 «~LXóßo~ov rráeos ica-r' ÉJOAV» «el pathos filosófico por excelencia ».
Cfr. Platón, Teeteto, 155d y Schopenhauer, El mundo como voluntady
representación, I, § 7.
73 Arthur Schopenhauer (1788-1860) fue considerado como el filósofo
pesimista por excelencia; su obra principal es El mundo como voluntad y
representación ( Die Welt als Wille und Vorstellung ), un volumen publicado en el
año 1819 y ampliado con un segundo tomo de Complementos en la segunda
edición del año 1844, con los que se constituyó la forma definitiva de la obra.
74 Nietzsche se separa de la corporación estudiantil «Franconia». (Epistolario:
20 de octubre de 1865).
75 Se trata de El libro de las observaciones, «diario» que no se ha conservado.
76 Esta primera lectura de la obra principal de Schopenhauer debió de tener
lugar entre finales de octubre y comienzos de noviembre de 1865. En una carta
dirigida a su madre y su hermana, fechada el 5 de noviembre (Sämtliche Briefe,
t.2 pp.94-96), Nietzsche acusa ya la influencia del filósofo, y para la Navidad de
ese mismo año pedirá en otra carta, fechada muy probablemente el 9 de
diciembre, que le regalasen Parerga y Paralipomena y el recién aparecido libro
de Ronald Haym sobre la filosofía de Schopenhauer (SämtlicheBriefe, t.2, pp.99101).
77 Gottfried Stallbaum, profesor de filología clásica. 7$ Karl Herloßsohn,
novelista.
79 Ludwig Ferdinand Stolle, escritor.
80 Tischendorf, Kostantin v., investigador bíblico y paleógrafo.
81 Professor, docente en la escuela estatal de Pforta. 82 «Medea divide su
parte, como dice Hesíodo».
83 Karl Gabriel Cobert, profesor de filología clásica.
84 Karl Friedrich Hermann, profesor de filología clásica.
85 Walter Burleigh o Burley (Burlaeus), 1275-1345. Llamado el Doctorplanus
etperspicuus, discípulo de Duns Scoto que enseñó en Oxford, París y Toulouse.
Escribió varios comentarios a las obras de Aristóteles, pero su obra más conocida es: Liber de vita et moribusphilosophorum undpoetarum.
86 Suidas, compilador bizantino -probablemente del siglo X- del léxico que
lleva su nombre.
87 El problema de los «1TLvaKEs» aristotélicos, o problema de los
«catálogos» antiguos de las obras de Aristóteles.
88 Erwin Rhode (1845-1898). Llegaría a ser profesor de filología clásica en
Jena, Tübingen y Heidelberg, y a escribir obras de considerable importancia,
como su libro ya clásico: Psyche. Seelenkult und Unsterblichkeitsglaube der
Griechen (Psyqué, el culto al alma y la creencia en la inmortalidad en los
griegos)Junto con Paul Deussen, fue el amigo más importante de Nietzsche, al
que conoció en los años de estudio en Leipzig, si bien en los últimos años de la
vida del filósofo llegó a separarse de él casi por completo.
89 Cfr. Goethe: Máximas y reflexiones (de Los años de andanza de Wilhelm
Meister) «¿Cómo es posible conocerse a sí mismo? Nunca mediante la
contemplación, sino mediante la acción. Trata de cumplir con tu deber y al punto
sabrás lo que en ti hay». (Trad. de R. Cansinos Asséns).
90 Tanto Karl Steinhart (1801-1879) como Wilhelm Paul Corssen (1820-1875),
este último, filólogo de lenguas clásicas, fueron profesores de Nietzsche en
Pforta.
91 Se trata del «primer ensayo filosófico» de Nietzsche (según Curt Paul Janz,
uno de los mejores biógrafos de Nietzsche: «casi todos los temas importantes de
los que Nietzsche tratará en sus años de adulto vienen ya apuntados en estas
páginas»). Éste lo leyó a sus amigos de «Germanio», junto con Voluntad libre y
fatum, en abril de 1862.
92 Conductoflife (La guía de la vida) 1.1.
Cronología de los años de infancia y juventud de Friedrich Nietzsche.
1844 Röcken.
El 15 de octubre nace Friedrich Wilhelm Nietzsche en la villa de Rócken, junto
a Lützen, en la región de Turingia. Era el primogénito del pastor protestante Karl
Ludwig Nietzsche (1813-1849) y de Franziska Oehler (1825-1897). Tanto el
abuelo materno como el paterno fueron también párrocos.
1846
Nace Elizabeth Nietzsche, hermana del filósofo y de gran importancia en la
vida y el futuro literario de aquél (llegó a «censurar» el legado filosófico del
hermano).
1849/ 50 Röcken-Naumburg.
El 30 de junio de 1849 muere el padre de Nietzsche «a consecuencia de un
reblandecimiento cerebral». Seguidamente, y tras un sueño premonitorio de
Nietzsche, muere también el hermano pequeño, de apenas dos años. La familia
de Nietzsche quedaba, por tanto, compuesta sólo por mujeres: la madre,
Franziska, la hermana, Elizabeth, la abuela paterna y dos tías, hermanas del
padre. La familia se traslada a Naumburg. Por pascua, Nietzsche es inscrito en
la escuela municipal masculina de esta ciudad, donde conoce a los dos primeros
amigos de su vida: Gustav Krug y Wilhelm Pinder, con quienes comparte su
pasión por la música y la poesía.
1851 Naumburg.
Desde la primavera del año 1851, junto con sus amigos, Gustav y Wilhelm,
Nietzsche asiste al instituto privado del candidato Weber, donde prevalece la
enseñanza religiosa, pero donde también aprenden sus primeros rudimentos de
latín y griego.
1854 Naumburg.
En octubre de este año, Nietzsche y sus amigos pasan a la quinta clase del
gimnasio catedralicio, donde permanecerán hasta finales de 1858. Al principio,
Nietzsche tiene algunas dificultades con el aprendizaje de la lengua griega.
Estudia aplicadamente hasta muy entrada la noche y se levanta todos los días a
las cinco de la madrugada. De este año datan sus primeras composiciones
poéticas. Mientras tanto, crecen en él la disposición y la pasión por la música, y
logra extraordinarios progresos con el piano.
1856 Naumburg.
En abril muere, a los setenta y siete anos, la abuela Erdmuthe; la madre de
Nietzsche se separa de su cuñada Rosalie (la otra cuñada, la tía Auguste, había
muerto en el verano de 1855) y se traslada con sus hijos a una casa ajardinada,
junto a la mujer del pastor Harsheim. El último semestre, Nietzsche no pudo
asistir a clase a causa de fuertes dolores de cabeza. Pasa el verano con sus
abuelos maternos en Pobles.
1858 Naumburg-Pforta.
En el verano, la familia Nietzsche se traslada a una casa más grande situada
en el Weingarten n.18, donde Franziska pasará ya el resto de sus días. De
nuevo Nietzsche pasa sus vacaciones estivales en Pobles, desde donde escribe
a la tía Rosalie pidiéndole información «sobre la vida de papá». Del 18 de agosto
al 1 de septiembre redacta su primera autobiografía, «el primer libro», al que
pone por título «De mi vida». Tras las vacaciones, la madre recibe una carta del
rector de la escuela de Pforta ofreciéndole a Friedrich una beca con la que
podría costearse allí los estudios. El cinco de octubre, Nietzsche se separa de su
familia y marcha a concluir sus estudios de bachillerato en la antigua y
prestigiosa escuela de Pforta, donde transcurrirán seis años decisivos para su
formación humana e intelectual.
1859 Pforta.
En el verano viaja ajena, a casa de su tío Emil Schenk, que era, a la sazón,
primer burgomaestre de aquella localidad, en cuya biblioteca Nietzsche lee a
Novalis, de quien le interesan sus «ideas filosóficas». Visita Pobles por última
vez, pues el abuelo materno muere en diciembre de este año. En agosto
Nietzsche es admitido a formar parte del coro de la escuela. Entre sus múltiples
lecturas de esta época parecen ser las más importantes el Tristram Shandy, de
Laurence Sterne, y Don Quijote, aunque, al parecer, lee también algo de Jean
Paul. En otoño conoce a Paul Deussen también hijo de pastor protestante, y al
junker de Silesia Carl von Gersdorff, quienes serán sus amigos más importantes
en Pforta (pero a los que no menciona en los apuntes que se conservan de esta
época).
1860 Naumburg.
En las vacaciones de verano Nietzsche viaja a Gorenzen, en el Harz, a casa
de su tío Edmund Oehler, que oficiaba allí de párroco. A Nietzsche se le unió
poco después su amigo Wilhelm Pinder. En uno de sus paseos por el bosque
tuvieron la idea de crear una asociación para fomentar sus aptitudes
intelectuales y artísticas por medio de intercambios espirituales regulares. Al
volver de su viaje hacen partícipe de su idea a Gustav Krug. El 25 de julio, en
una excursión al castillo de Schönburg y en una torre de éste, Nietzsche y sus
dos amigos fundarán la asociación musical y literaria «Germania», que se
mantendrá activa durante tres años. Nietzsche escribe poemas y prepara
conferencias con motivos históricos para exponerlos ante la crítica de los otros
miembros. La asociación decide abonarse a la revista «Zeitschrift fúr Musik»,
abanderada de la nueva música wagneriana. De esta época data la amistad de
Nietzsche con Gersdorff, quien se sintió atraído por él a causa de «su gran altura
intelectual, su cortesía exquisita» y su pasión por la música: «no creo que ni el
mismo Beethoven supiera improvisar tan bien como Nietzsche, por ejemplo, al
imitar una tormenta».
1861 Naumburg-Pforta.
Durante las vacaciones de Pascua, Gustav Krug pronuncia una conferencia en
la « Germania» sobre algunas escenas de Tristán e Isolda, de Wagner. Con ello
trataba de transmitir su pasión por la música del maestro a sus dos amigos. El
10 de octubre escribe Nietzsche un trabajo escolar en el que declara su
predilección por el poeta Friedrich Hölderlin, que en aquella época era
prácticamente un desconocido y de quien él había leído ya toda su poesía, el
fragmento La muerte de Empédocles, y el Hiperión. El profesor, un poco sorprendido por el trabajo de Nietzsche -trabajo, por otra parte, de una gran
perspicacia y madurez- después de otorgarle una calificación mediana anotó al
margen: «quiero dar al autor el consejo amistoso de que preste su atención a un
poeta más sano, claro y alemán».
1862 Naumburg-Pforta.
Junto a las múltiples lecturas que comprende el programa escolar, Nietzsche
lee también El príncipe, de Maquiavelo; descubre también los Ensayos, de
Emerson, uno de sus más importantes maestros intelectuales. En marzo de este
año escribe dos ensayos para «Germania»: «Fatum e Historia», y «Libertad de
la voluntad y Fatum», en los que puede observarse la influencia de las lecturas
de aquél año; también junto a Emerson, Ludwig Feuerbach. Ambos ensayos
denotan ya en Nietzsche el surgimiento de un interés filosóficohistórico y una
tendencia claramente antimetafísica. Influencia de otro autor que le apasiona,
Byron, es un fragmento de una novela titulada «Euphorion», que Nietzsche
rechaza inmediatamente calificándola de «manuscrito horripilante». En abril,
Gustav Krug compra la partitura entera para piano de Tristán e Isolda con el
dinero común de la asociación. El 29 de abril Nietzsche escribe, como
contribución a «Germania» La muerte de Ermanarich, uno de sus muchos
intentos de elaboración poética y musical de La Edda y las sagas populares
nórdicas.
En Pforta, Nietzsche padece de fuertes dolores de cabeza y de tipo reumático.
En el parte médico de la escuela de agosto de este año se lee: «Nietzsche fue
enviado a casa para acabar de curarse. Es una persona sana, de complexión
recia, con una mirada sorprendentemente fija, miope, y aquejado frecuentemente de jaquecas pasajeras. Su padre murió joven a causa de un
reblandecimiento cerebral y fue engendrado tardíamente, pues nació cuando el
padre ya había muerto. Todavía no son visibles signos preocupantes, pero es
necesario tener en cuenta estos antecedentes».
1863 Pforta.
Con la disolución de «Germanía», Nietzsche se aleja un tanto de sus amigos
Wilhelm y Gustav, mientas que comienza una relación más estrecha con Paul
Deussen y Carl von Gersdorff, sus amigos pfortenses. En abril es arrestado en la
escuela por haberse embriagado junto a un compañero.
1864 Pforta-Bonn.
El 6 de septiembre, habiendo aprobado su examen de madurez (bachillerato),
Nietzsche deja la escuela de Pforta. El 16 de octubre se embarca junto con
Deussen hacia Bonn. Poco después, se inscribe en la universidad de aquella
ciudad como estudiante de teología y filología. En principio, no desea romper las
espectativas de la madre, que desea que su hijo siga la tradición familiar y se
haga pastor protestante. Transcurren en Bonn dos semestres distendidos, en los
que apenas estudia; el 20 de octubre entra en una corporación estudiantil,
«Franconia», pero enseguida se retrae de someterse a las obligaciones y a la
peculiar «filosofía de la vida» a las que los miembros se hallaban sujetos. Pasa,
por primera vez fuera de su hogar, la Navidad de 1864. Va asiduamente al teatro
y compone doce Lieder.
1865 Bonn.
Lee la Vida de Jesús, de David Friedrich Strauss. Los estudios y reflexiones
sobre el cristianismo histórico le conducen al alejamiento de la religión paterna y
a duros enfrentamientos con la madre, que son seguidos de la firme resolución
de Nietzsche de no hablar nunca más de religión en su presencia. Además, el
joven decide abandonar los estudios de teología que apenas había comenzado.
Experiencia decisiva en Bonn es el encuentro con Friedrich Ritschl, uno de los
más grandes filólogos y maestros de esa ciencia del siglo XIX alemán. Sin
embargo, aunque sigue algunos de sus cursos, Nietzsche todavía no establece
con él relación personal alguna.
1865 Leipzig.
El 17 de octubre Nietzsche llega a Leipzig, donde permanecerá hasta el fin de
sus estudios universitarios (exceptuando el corto período de su servicio militar).
El mismo día que se inscribe en la universidad como estudiante de filología se
cumplen los cien años de la matriculación de Goethe, también en la misma
universidad, como estudiante de leyes. Nietzsche se aloja en casa del librero
Rohn, a las afueras de Leipzig, muy cerca de donde vive también su amigo Mushacke. El 12 de diciembre, un grupo de estudiantes, entre los que también se
encuentra Nietzsche, funda una asociación filológica que se reúne
periódicamente para discutir cuestiones relativas a la disciplina o la labor
científica de alguno de los miembros; también se organizan seminarios y se
imparten conferencias, etc. En el invierno de este año tiene lugar el encuentro de
Nietzsche con la filosofía de Schopenhauer gracias a la compra casual de El
mundo como voluntad y representación. Inmediatamente Nietzsche se vuelve
schopenhaueriano e intenta, a su vez, seducir a todos sus amigos con el
pensamiento del filósofo. En verano lee la famosa Historia del materialismo de
Lange, que acababa de publicarse y que le induce a interesarse por Kant y
Demócrito. 1866 Leipzig
Nietzsche pronuncia su primera conferencia en la asociación filología: La
última redacción de la Teognidea.
1867 Leipzig.
En febrero de este año Nietzsche conoce a Erwin Rohde que, como él, había
estudiado en Bonn y seguido, además, a Ritschl hasta Leipzig. El amor por
Schopenhauer une intensamente a los dos amigos. En los últimos meses de
estancia en Leipzig ambos viven en la misma casa, y al finalizar sus estudios
emprenden un viaje por la selva bávara, con visitas a Meiningen, donde asisten
a un concierto de la «música del porvenir», con óperas de Franz von Bülow y
Franz Liszt, y luego, al festival de Wartburg, donde Liszt dirige Santa Isabel.
1867 Naumburg.
El 9 de octubre Nietzsche tiene que entrar a formar parte de la II batería de
reparto a caballo del regimiento de artillería de campaña. El 31 de octubre le
llega la noticia de que su trabajo sobre Diógenes Laercio ha sido premiado con
el premio a la mejor disertación en la facultad de filosofía de Leipzig. «...Cuando
me encuentro en dificultades sobre la panza del caballo murmuro
"Schopenhauer, ayúdame». En su tiempo libre se dedica a escribir un estudio
sobre Demócrito.
1868 Naumburg-Leipzig.
Nietzsche proyecta enviar a Lange, el autor de «ese libro que da infinitamente
más de cuanto su título promete», el ensayo sobre Demócrito. Comienza a
interesarse cada vez más por cuestiones filosóficas: «hace falta saber si los
nuevos interrogantes poseen también nuevas respuestas». En marzo se ve
obligado a guardar cama debo a un accidente al saltar con el caballo. La herida
en el pecho le produce fuertes dolores, que no cesan hasta julio. En agosto es
nombrado subteniente de la milicia comarcal, donde deberá seguir prestando
servicio hasta febrero; pero el 15 de octubre, día de su cumpleaños, recibe la
licencia anticipada para abandonar el uniforme. El 16 de octubre vuelve a
Leipzig como Privatgelerter. El «Zentralblatt» publica algunas recensiones
suyas. Frecuenta asiduamente a Ritschl y al orientalista Hermann Brockhaus,
que estaba casado con una hermana de Richard Wagner. El 27 de octubre
asiste a una representación del Tristán y de Los maestros cantores. La
impresión que le produce la música de Wagner es memorable: «me resulta
imposible mantenerme crítico ante el contacto con esta música; toda fibra, todo
nervio vibra en mí». Un mes después, el 8 de noviembre, Nietzsche conoció a
Wagner en casa de Brockhaus. Hablaron largamente de Schopenhauer, de
quien Wagner era también apasionado admirador. «Al final, me estrechó la
mano y me invitó a visitarlo para hacer juntos un poco de música y hablar de
filosofía. El primero de diciembre se anuncia la vacante de la cátedra de lengua
y literatura griega en la universidad de Basilea. Ritschl anima a Nietzsche con
respecto a las posibilidades que tiene de ser llamado a ocupar dicha cátedra.
1869 Leipzig-Basilea.
El 12 de febrero Nietzsche es llamado a ocupar la cátedra vacante en Basilea.
El 23 de marzo la facultad de filología de Leipzig le otorga el grado de doctor, sin
examen ni tesis, en base a los trabajos publicados por Nietzsche en la revista
«Rheinisches Museum». El 17 de abril Nietzsche abandona la ciudadanía
prusiana y se hace ciudadano suizo. Se traslada a Basilea el 19 de abril de este
año.