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La situación política en España y Chile (1914-1939)

2012, Viajeros, diplomáticos y exiliados. Escritores hispanoamericanos en España (1914-1939)

Capítulo sobre contextualización comparada de las situaciones políticas de España y Chile entre 1914 y 1939, en que se abordan de forma compara el contexto de cada país en la época, su régimen político, funcionamiento y fases, destacando algunos aspectos de las relaciones culturales entre Chile y España, a través de figuras como Joaquín Edwards Bello, Víctor Domingo Silva y otros, concluyendo con la recepción que Chile tuvo de exiliados españoles durante la Guerra Civil de 1936-39.

JOSÉ M. VENTURA ROJAS MARIO E. VALDÉS URRUTIA UNIVERSIDAD DE CONCEPCIÓN LA SITUACIÓN POLÍTICA EN ESPAÑA Y CHILE (1914-1939) España y Chile en vísperas de la Primera Guerra Mundial Al comenzar el siglo XX, Chile ocupaba unos 750.000 kilómetros cuadrados desde el río Sama al Cabo de Hornos1, con una población de 3 millones de habitantes de acuerdo al censo de 1907. Por su parte, la España de aquella época tenía una superficie de 505.207 km² y 18,6 millones de habitantes. Cuarenta años después (en 1940) se habían convertido en 26 millones, frente a los 5 millones de chilenos en la misma fecha, lo cual pone de relieve la importancia de este proceso, a principios de la centuria, en lo tocante al aumento de población. Ambos países tenían sistemas políticos caracterizados por un amplio margen de representación, mas todavía mantenían la exclusión de algunos sectores o fuerzas políticas en los extremos del parlamentarismo decimonónico. En España, Alfonso XIII asumió el poder como rey en 1902, después de 16 años en los que había ejercido la regencia su madre María Cristina, en un sistema de monarquía parlamentaria asentado en 1874, con su constitución aprobada en 1876 y que desde 1890 contaba con sufragio universal masculino. El funcionamiento del mismo se había venido articulando en torno a la alternancia en el poder de dos formaciones políticas, de signo liberal conservador y progresista. Sus máximos líderes, que habían fallecido ya (Antonio Canovas del Castillo en 1897 y Práxedes Mateo Sagasta en 1903), fueron personalidades con carisma que poco a poco habían tratado de integrar en el sistema a amplios sectores de las fuerzas políticas en los extremos y al margen del mismo (desde los tradicionalistas al republicanismo). Sus sucesores, el conservador Antonio Maura y el liberal José Canalejas, tuvieron que encarar una serie de problemas que comenzaban por llevar adelante sus respectivos proyectos reformistas y mantener la disciplina en las filas de sus partidos, factor este último que sufrió una quiebra a raíz de la salida del poder del primero en 1909 y el asesinato del segundo en 19122. Por otra parte, en Chile el país era conducido por una elite (oligarquía dirían algunos contemporáneos de entonces) que gobernaba por medio de un régimen denominado Parlamentarismo a la chilena, de acuerdo al cual el presidente de la república era renovado cada cinco años mediante elecciones directas de segundo grado. Al menos hasta 1915, solamente el sector más tradicional de la sociedad chilena encumbraba al ejercicio del gobierno a sus hombres, independiente de su militancia en los partidos parlamentaristas. El Congreso, de composición electiva, atendía principalmente la discusión y elaboración de las leyes. Pero la participación pública correspondía solamente al sector varonil de la población y, dentro de él, al segmento que 1 Evidentemente, el territorio chileno entonces era distinto al de hoy. Cuando Bolivia impuso a la Compañía de Salitre y Ferrocarril de Antofagasta un impuesto ilegal, Chile ocupó ese puerto. Bolivia y Perú hicieron causa común contra Chile en la llamada Guerra del Pacífico (1879-1884). La victoria chilena significó al Perú la cesión perpetua de Tarapacá (1883), mientras un plebiscito posterior definiría la pertenencia soberana de Tacna y Arica, región que se dividió por un acuerdo en 1929: Tacna para el Perú y Arica para Chile. En el tratado de paz con Bolivia de 1904, ésta cedió a Chile gran parte de la región de Antofagasta. Por otra parte, Isla de Pascua pasó a integrar la chilenidad en 1888.En medio de la Guerra del Pacífico, Chile acordó con Argentina el tratado de límites de 1881, cediéndole parte de la Patagonia y un sector de Tierra del Fuego. Un fallo arbitral en 1899 dividió la Puna de Atacama solucionando otra diferencia territorial con Argentina. En 1940 Chile fijó su territorio antártico entre los 53 y 90 grados de longitud Oeste, y entre los 60 y 0 grados latitud Sur 2 Tusell, Javier, Historia de España en el siglo XX. I. Del 98 a la proclamación de la República (Taurus, Madrid, 1998), pp. 29 y ss. 1 sabía leer y escribir, además de encontrarse inscrito en los registros electorales. El país vivía principalmente del salitre que capitales mayoritariamente extranjeros (hasta la Gran Guerra, que también sería decisiva para el capitalismo español a la hora de ganar mayor terreno frente a la colonización de inversiones foráneas) y trabajadores chilenos explotaban en la parte árida del país, Tarapacá y Antofagasta. Los derechos de exportación del salitre permitían al Estado su financiamiento público en un porcentaje sumamente importante. Hacia el sur de estas comarcas seguía Atacama y Coquimbo, provincias semiáridas donde aparte la minería florecía la agricultura y la ganadería en los valles transversales. Pero al sur del río Aconcagua hasta el archipiélago de Chiloé se encontraba el vasto sector que proporcionaba la actividad agrícola y ganadera más importante. Más al sur, en la vasta región de Aysén se iniciaba su poblamiento; y en el sector austral el continente, en Magallanes, se anudaba la explotación rural de la ganadería lanar con las actividades navieras desarrolladas en Punta Arenas3. También España presentaba una geografía de contrastes entre las comarcas rurales de mayor atraso (sobre todo en el interior del país o regiones como Galicia o Andalucía) y el mayor dinamismo de sectores industriales localizados fundamentalmente en las regiones periféricas y grandes ciudades (País Vasco, Cataluña). La agricultura española constituía un panorama de gran variedad entre el latifundio y el minifundio, la mecanización y modernización en algunos sectores junto con el atraso general. En todo caso, la crisis de 1898 (que finalizó con la independencia de Cuba, Puerto Rico y Filipinas) no repercutió de manera negativa en el desarrollo económico hispano. Antes bien, los comienzos del siglo XX asistieron a un fenómeno de aumento de población, desarrollo urbano tanto de las grandes ciudades como de muchas capitales de provincia y el impulso de los sectores industriales4. En aquel entonces, uno de los problemas más importantes en cualquiera de las naciones europeas y americanas era la llamada cuestión social, derivada de las deficiencias en las condiciones económicas, laborales, educacionales y de salud que hacían muy difícil la existencia y hasta la supervivencia de los amplios sectores populares que habitaban el campo y las urbes, sobre todo en países de fuerte ruralidad como los de la cuenca del Mediterráneo y Latinoamérica. Tanto en este ámbito como en el de los sectores económicos más modernos se generaron movimientos de protesta en no pocas ocasiones sofocados de manera violenta, con una mayor crudeza manifestada en el número de víctimas en el caso chileno. Serían los ejemplos más notables de la Matanza de Santa María de Iquique (1907) y la Semana Trágica de Barcelona (1909). El movimiento obrero chileno, que en este período vio la aparición de sindicatos y mutuales, experimentó un desarrollo en su articulación con el Partido Obrero Socialista, fundado por Luis Emilio Recabarren en 1912, dos años después de que el socialismo español (de mayor veteranía, el Partido Socialista Obrero Español apareció en 1879) consiguiera obtener representación parlamentaria con el acta de diputado de Pablo Iglesias. Ambas trayectorias fueron muy diferentes, ya que la formación chilena acabó adhiriéndose a la Internacional Comunista en 1922 para formar el Partido Comunista chileno, mientras que el PSOE se mantuvo y rechazó aquella integración, derivando de una pequeña secesión el minoritario Partido Comunista español. A pesar de que los conflictos sociales no eran asunto menor en España, sus problemas se concentraban en la situación política, debido a las dificultades en la cohesión interna de los dos grandes partidos, materializados en la rápida sucesión de gobiernos de uno u otro signo cuya breve estancia en el poder contribuía a que los intentos de atajar las reformas pendientes no prosperaran. Estas últimas se encontraban en los ámbitos de lo regional (las demandas de mayor representatividad de los nacionalismos periféricos) y lo militar (la aventura imperialista española en Marruecos no contaba con los suficientes recursos y el ejército necesitaba de una reforma). España y Chile fuero neutrales en la Primera Guerra Mundial, pero por distintas razones. La primera estaba preocupada por sus problemas internos y no pertenecía a ninguna de las alianzas europeas en pugna, mientras que las importantes relaciones comerciales chilenas tanto con el Reino Unido como con Alemania aconsejaron la neutralidad como una opción prudente, en un conflicto que afectó el comercio internacional inclusive en las latitudes sudamericanas. 3 Couyoumdjian, Juan Ricardo, Chile y Gran Bretaña durante la Primera Guerra Mundial y la postguerra, 19141921 (Santiago: Andrés Bello, 1986), pp. 1-7. 4 García Delgado, José Luis, La modernización económica de la España de Alfonso XIII (Madrid: Espasa, 2002) 2 Naturalmente que en ambos países se siguió con gran interés el desarrollo bélico y se manifestaban en diversos ámbitos sociales las simpatías aliadófilas o germanófilas que, por lo demás, no llegaron a trascender hasta el punto de comprometer en algo la postura oficial de cada gobierno5. En realidad, en ambos países prevaleció el interés por los asuntos internos y los beneficios que, de manera coyuntural pero en ocasiones de gran importancia, se obtuvieron en algunos sectores económicos, ya que algunos productos (especialmente alimentación y materias primas) resultaban muy cotizados en unos mercados internacionales bloqueados por las maniobras de los beligerantes (guerra submarina, bloqueos navales, etc.) A partir de 1914, el producto interior bruto por persona creció un 1,5 % anual, tasa superior a la de Gran Bretaña e Italia, por ejemplo. Las reservas de oro aumentaron en gran medida, el comercio de exportación se veía muy favorecido por los precios y demandas internacionales y también se beneficiaron de la coyuntura diversas industrias españolas, cuyas manufacturas encontraron unas condiciones más favorables en el mercado interno, por los obstáculos para la importación. No obstante, si bien la economía española, lo mismo que la chilena, salió beneficiada por la guerra, la sociedad no siempre pudo disfrutar de esos logros, debido a que, por ejemplo, se vivió un importante aumento de los precios, especialmente en los productos de primera necesidad (entre un 15 y 20% en algunos casos de artículos que formaban parte de la dieta habitual), ya que a los productores les interesaba más obtener beneficios del exterior que abastecer a un mercado interno que no podía pagar tanto por ellos6. El año de 1917 resultó para España particularmente conflictivo, debido a la convocatoria de huelga general y protestas por parte de los militares, seguidos poco después por un período de aumento de la conflictividad social especialmente en Cataluña (el “pistolerismo” de Barcelona, con huelgas, atentados y lock-out patronales) y en Andalucía (el denominado “Trienio Bolchevique”). Durante aquellos años venían apareciendo en la prensa chilena las crónicas salidas de la pluma de Joaquín Edwards Bello, uno de los más de veinte chilenos que residieron en la Península Ibérica hasta la Guerra Civil Española y, sin duda, uno de los mejores testigos del final de la Belle Époque, quien ya en 1906 había llegado por primera vez a España (donde el terremoto de Valparaíso de 1906 le sorprendió) y a ella volvió durante la Gran Guerra, hasta que regresó de nuevo a Chile en 1919, sólo de manera temporal. Entre La tragedia del Titanic (1912) y La muerte de Vanderbilt (1922), entre los vientos de la guerra y las dificultades de la postguerra europea, que vinieron a ensombrecer igualmente el panorama español y chileno, Edwards, junto con sus compatriotas Huidobro, Armando Donoso y Teresa Wilms Montt, alternó con el vanguardismo literario madrileño y europeo, desde Ramón Gómez de la Serna a Tristan Tzara, pasando por Ramón Pérez de Ayala y Rafael Cansinos-Assens7. Las transformaciones durante los años 20 Los mencionados problemas, junto con otros dentro de la vida parlamentaria y los efectos del desastre colonial del ejército español en Annual (Marruecos), condujeron a que se generara una desconfianza hacia los políticos de aquel entonces. También en el país austral se percibía el descontento: al terminar el primer cuarto del siglo XX, las menores ventas del salitre golpearon a la sociedad chilena, acentuando la cuestión social: los problemas de salud, trabajo y habitación que hacían muy difícil la vida de los sectores populares. La presidencia de Arturo Alessandri (1920-1925), quien no pertenecía a la elite tradicional chilena, fue un intento frustrado de mejorar la legislación y las condiciones laborales de importantes sectores de chilenos, pero tampoco significó un cambio de estilo profundo en la forma de conducir al país. Como en el caso del sistema de la Restauración española, existían una 5 Para el caso español, vid. Aguirre de Cárcer, Nuño, La neutralidad de España durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) (Madrid: Ministerio de Asuntos Exteriores, 1995) 6 Tusell, Javier, Historia de España..., pp. 103-5. 7 Martínez, Juana, ‘Chilenos en Madrid. Joaquín Edwards Bello’, Anales de literatura chilena, No. 4 (2003), pp. 73-75. 3 serie de problemas que lastraban la estructura y, por otra parte, si bien hay división entre quienes piensan que podrían haberse dado o no soluciones internas para salir de la crisis, lo cierto es que no fue extraño que ganaran terreno las voces que apostaban por soluciones pretorianas. En ellas, muchos veían una solución expeditiva pero eficiente a las numerosas rémoras políticas, económicas y administrativas que se venían arrastrando desde hacía varios años. Por ello, no es extraño que las tan difundidas alocuciones regeneracionistas españoles sobre la necesidad de un ‘cirujano de hierro’ que extirpara los problemas (uno de los discursos de Alfonso XIII parecía transmitir ese sentir) sirvieran para abonar un terreno del mismo modo impregnado de rechazo a la clase política del parlamentarismo liberal clásico. En este escenario, la intervención política de los militares chilenos en 1924 y 1925 ocurrió por su rechazo a ser utilizados por el poder civil para reprimir las huelgas, la lentitud de los ascensos en la carrera militar y el cuadro de descomposición social y corrupción que, en medio de la crisis, encontraba a un sector de los congresales discutiendo la asignación de una dieta parlamentaria para sí mismos en septiembre de 1924. Los militares terminaron con el Parlamentarismo a la chilena y, principalmente, el gobierno surgido de la segunda junta militar (en 1925) significó la finalización de los gobiernos cercanos a la aristocracia. El presidente Arturo Alessandri se alejó del país pero, tras el accionar militar de Carlos Ibáñez en enero de 1925, fue llamado de nuevo a finalizar su gobierno. Entonces su preocupación fue reformar la Carta Magna de 1833, plebiscitando su revisión, origen de la Constitución de 1925, ordenamiento legal vigente hasta 1973. La nueva Constitución mantuvo el Estado republicano, lo separó de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, estableciendo además en seis años el mandato presidencial8. Definitivamente, en los años veinte y hasta 1932 predominaron los caudillos en la política chilena. Carlos Ibáñez, uno de los militares destacados en los devaneos revolucionarios de los años veinte, ministro de Alessandri y posteriormente del presidente Emiliano Figueroa (1925-27), fue elegido finalmente presidente en 1927. Durante su influencia en el gobierno como ministro y luego como primer mandatario, impuso un nuevo estilo más autoritario. Impulsó instituciones que significaron una mayor influencia estatal en la economía: organismos de fomento crediticio como el Instituto de Crédito Industrial y la Caja de Crédito Minero. Pero también remodeló instituciones de larga data en el país que están vivas hasta el día de hoy en la actual república: el Cuerpo de Carabineros de Chile y la Tesorería General de la República; o bien creó instituciones para darle mayor eficiencia al Estado, como la Contraloría General de la República. Resulta, una vez más, harto sugestivo contraponer el ejemplo español y, en este caso, la figura de Miguel Primo de Rivera, protagonista del golpe de Estado que el 13 de septiembre de 1923 suspendió la Constitución de 1876. Su manifiesto invocaba para la salvación de la patria el alejamiento del poder de ‘los profesionales de la política’, reflejando así, como volvería a darse en otras muchas ocasiones posteriores, un discurso de notable criticismo respecto a los parlamentarios españoles y el afán de Primo de Rivera por presentarse como ‘patriota y hombre apolítico’, características estas muy del gusto de extensos sectores de la opinión pública española. Con ello, contando con el apoyo de sectores militares y económicos, así como con la inacción (y por tanto no desaprobación del golpe) por parte del rey y buena parte de las organizaciones obreras (que se mantuvieron expectantes), se implantó un Directorio militar que pretendía ser una solución provisional a los problemas de España. La situación se modificó a finales de 1925 con el restablecimiento del cargo de Presidente del Consejo de Ministros y la implantación de un directorio civil, en el cual tuvo una actuación relevante José Calvo Sotelo, inteligente gestor administrativo cuya fuente de inspiración era el pensamiento de Antonio Maura. También el autoritarismo y el corporativismo se convirtieron en dos características fundamentales para los hombres de la dictadura y por ello no fue extraño que existiera un acercamiento hacia la Italia de Mussolini, aunque no puede hablarse en absoluto de fascismo. Más que nada, se trató de una dictadura que en cierta medida podría definirse más bien de corte bonapartista y, por lo demás, los intentos de consolidar el movimiento en una suerte de partido (la Unión Patriótica) no lograron 8 Correa, Sofía [et. Alii], Historia del siglo XX chileno (Santiago: Editorial Sudamericana, 2001), pp. 92-96. 4 dar los frutos esperados9. Sus acciones, eso sí, fueron observadas con gran interés desde el otro lado del Atlántico, máxime teniendo en cuenta los preparativos, anunciados durante la década, de la Exposición Iberoamericana de 1929 y cuya sede fue la ciudad de Sevilla, aunque finalmente no fue allí, sino en otros foros de la vida intelectual, donde se debe tomar el pulso a las innovaciones y a los intercambios de las artes y las letras españolas y americanas. De nuevo vemos aparecer a Edwards Bello, esta vez contemplando con alarma las situaciones de ambos países (retornó a España en 1925) y apoyando la causa de los intelecturales contestatarios al régimen primorriverista, a la vez que sostenía una idea de América como ‘reserva del pensamiento español, frente a los designios de Pío Baroja’10. Aunque pueda parecer anecdótica, la semblanza que puede extraerse de El chileno en Madrid (1928) conjuga de modo magistral el uso de tópicos y estereotipos humanos y nacionales con un sentimiento más profundo y sincero, que aflora ocasionalmente, en los ecos autobiográficos del protagonista, así como en la ‘noble autenticidad del pueblo’ que se manifiesta en los personajes populares y la idea del conflicto de desarraigo suscitado en los hispanoamericanos que se afincan en tierras españolas11. La gestión primorriverista se concentró primero en la reforma administrativa y obtuvo como importante logro el Estatuto Municipal de 1924, aunque los objetivos finales de extirpar la corrupción local (‘caciquismo’) no pudieron llevarse a cabo de manera efectiva. Un segundo paso, esta vez en la esfera nacional, fue la convocatoria de la Asamblea Nacional Consultiva en 1927, una suerte de parlamento pero sin que asumiera funciones legislativas, muy similar al modelo de las posteriores Cortes franquistas, con una parte de su representación constituida por miembros vitalicios y otros de extracción siguiendo criterios corporativos. La medida no tuvo los éxitos esperados, como tampoco el proyecto de Constitución de 1929. Por otro lado, la gestión económica trató de ajustarse a un modelo de intervencionismo estatal, tendente al proteccionismo arancelario y el autoabastecimiento (desde el Consejo de Economía Nacional), impulsando para ello un mayor grado de burocratización no exento en ciertas ocasiones de favoritismos. Se apostó utilizar como elemento dinamizador de la economía la construcción de grandes obras públicas mediante el Plan Nacional de Infraestructuras, desde el cual se pusieron en funcionamiento el Circuito Nacional de Firmes Especiales y el proyecto de confederaciones hidrográficas. No obstante, con la política de creación de infraestructuras se generó un importante déficit y con el fin de paliarlo se recurrió a la venta de monopolios (del petróleo, lotería, telefónica, tabacos…). Mientras que la producción industrial experimentó un desarrollo importante, lo mismo que la renta nacional, quedaron por resolver aún importantes problemas y se generó una deuda pública de importante cuantía. Las turbulencias de los años 30 La crisis internacional de 1929 significó a Chile la caída de las exportaciones de salitre y una gran cesantía laboral. La disminución de recursos y la oposición al Presidente Carlos Ibáñez significaron su alejamiento en julio de 1931. Al mes siguiente la deuda externa dejó de pagarse y en 1932 se terminó definitivamente la convertibilidad de la moneda12. Un año antes, en abril de 1931, habían tenido lugar en España las elecciones municipales que durante la campaña se habían convertido, de manera tácita, en una suerte de plebiscito para confirmar la legitimidad de la actuación por parte de la monarquía de Alfonso XIII. El monarca había quedado bastante desprestigiado en los últimos años debido, no sólo a la retirada de apoyo final a Primo de Rivera 9 Cuenca Toribio, J. M.: Ocho claves de la historia de España contemporánea, (Madrid: Encuentro, 2003), pp. 125-148. 10 ‘Precisamente yo creo que del Continente Estúpido puede salir la renovación española, basada en esos libros de Pío Baroja, de Unamuno, Noel, Blasco Ibáñez, Araquistain, José Ortega y Gasset, Marcelino Domingo y tantos otros que aquí queremos bien y que allá caen en el vacío’. Martínez, Juana, ‘Chilenos en Madrid…, p. 80. 11 Insúa Cereceda, Mariela, ‘El Nuevo Mundo en tierras españolas: El chileno en Madrid de Joaquín Edwards Bello’, Revista Signos, No. 53 (2003), pp. 39-50. 12 Góngora, Mario, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX (Santiago: Universitaria, 1986), pp. 163-187. 5 (que salió del poder en enero de 1930), sino por sus posteriores nombramientos de Dámaso Berenguer y Juan Bautista Aznar, en un esfuerzo por volver a la situación de 1923 ‘como si no hubiese pasado nada’. En ese año de la denominada ‘dictablanda’, no hubo manera de tomar medidas para sacar al régimen de su inmovilismo (en una crisis más bien de signo político y no de carácter económico, factor este último más presente en el caso chileno), pero tampoco consiguió mucho la oposición a través de actos violentos, como la Sublevación de Jaca (diciembre de 1930) que, a pesar de sus importantes diferencias como fenómeno insurreccional, no deja de inspirar el recuerdo de un paralelo en Chile, la rebelión de la Escuadra de 1931. Esta última resulta de interpretación más polémica, con mayor componente de la problemática social y elevado número de víctimas. Por otro lado, el Pacto de San Sebastián en España puso de acuerdo a republicanos, socialistas y algunos de los antiguos monárquicos para oponerse al rey, pero fue el derrumbamiento de la popularidad de este último lo que precipitó los acontecimientos, así como tuvo gran importancia la decisión de Alfonso XIII de renunciar a la jefatura de Estado (aunque no hubo una abdicación formal) y abandonar el país para evitar una guerra civil13. Así, el nuevo régimen republicano español desarrolló en 1931 sus primeras actuaciones políticas, entre las cuales destacaron la preparación de una constituyente y la promulgación de la nueva Carta Magna aquel mismo año, lo mismo que la elección del presidente de la República (Alcalá-Zamora) y el gobierno republicano izquierdista de Manuel Azaña, apoyado por los socialistas y que permaneció en el poder durante un primer bienio, con algunos éxitos, pero también generando enemistades y polémicas que iban a lastrar una convivencia aún no enturbiada de manera decisiva. Mientras tanto, en Chile, después de Ibáñez y hasta 1932 se sucedieron diversos gobiernos, la mayoría de facto, apoyados por los militares que bajaron nuevamente a la arena política. El regreso de los civiles al gobierno y el restablecimiento de la normalidad institucional acontecieron tras las elecciones parlamentaria y presidencial en 1932. Arturo Alessandri fue elegido presidente para el periodo 1932-1938. Liberales, conservadores y también radicales sustentaron su gestión, aunque los últimos pasaron a la oposición en la segunda mitad de los años 30. Alessandri pudo finalizar su mandato presidencial aplicando la mano firme en materia de orden público. Contuvo conspiraciones políticas provenientes del ibañismo y del Nacional socialismo chileno (Nacismo con ‘c’), además de agitaciones del comunismo. Del mismo modo, en el caso español no lograron éxito alguno ni la intentona insurreccional de los monárquicos intransigentes de Sanjurjo (Sevilla, 1932, contra el gobierno azañista), ni la de octubre de 1934 protagonizada por los nacionalistas en Cataluña y por sectores socialistas y anarquistas en la cuenca minera asturiana, habiendo sido esta última reprimida con dureza por el gobierno radical-cedista que, a pesar de todo, mantuvo la legalidad republicana, pero que acabaría viendo erosionada su credibilidad al año siguiente por dudosos asuntos económicos. En paralelo a lo anterior, el gobierno chileno impulsó la recuperación económica dejada por la gran depresión, impulsando la actividad pública y estimulando con rebajas impositivas la construcción del sector privado. Con respecto a las relaciones internacionales, la España republicana no experimentó grandes cambios en lo tocante a las alianzas, que continuaron en general cercanas al eje francobritánico. Lo más destacable sería tal vez, aparte de los exilios de tradicionalistas y alfonsinos en Portugal e Italia (en esta última Mussolini, tras su decepción hacia el régimen primorriverista, mantuvo las formas respecto a la república, aunque también apoyó en secreto a los conspiradores contra ella), la actuación en América (con la implantación de nuevas embajadas en México y Brasil), así como el papel de embajadores como Pérez de Ayala en Londres y Salvador de Madariaga en París y como representante ante la Sociedad de Naciones. Asimismo, en 1933 Víctor Domingo Silva regresó de España (a donde había llegado en 1928) a Chile, tal vez por causa de Alessandri, que se tomó la revancha por la obra Cabeza de ratón. Gabriela Mistral, que fue quien le reemplazó en el cargo, llegó a Barcelona el 8 de julio de 1933, sin que existiera papel 13 Todavía merece la pena consultar el libro clásico de Maura, Miguel, Así cayó Alfonso XIII. De una dictadura a la otra (Marcial Pons, Madrid, 2007) especialmente, 276-277. 6 de mediación. Silva se había impregnado del ambiente en Madrid para llevar a cabo su trabajo y, con ello, ‘imprimió una nueva fisonomía a la representación chilena que había en Madrid’14. De igual forma que en otras latitudes como Francia o España, en 1936 se formó en Chile la combinación política del Frente Popular, opositora al gobierno alessandrista. Radicales, comunistas, socialistas y democráticos le dieron vida. El FP chileno se impuso en la disputada elección presidencial de 1938, alcanzando el político radical Pedro Aguirre Cerda la presidencia de la República. No alcanzó a finalizar su periodo presidencial debido a que falleció de tuberculosis. A estos dos gobiernos de signo político distinto (el de Alessandri y el de Aguirre Cerda) les correspondió encarar las dificultades políticas que afloraron como fruto del estallido de la trágica Guerra Civil española (1936-1939) y su no menos dramático desenlace. Las fuerzas de izquierdas y derechas chilenas simpatizaron con la República y con los nacionales, respectivamente y el conflicto fue también un telón de fondo de la propia discusión política e intelectual del país. Para las primeras, la lucha en España se planteaba entre la democracia y el totalitarismo nacionalista del Eje, mientras que los conservadores opinaban que los nacionales libraban una lucha en contra del marxismo. Con el estallido de la guerra civil y la intensa represión que le siguió en Madrid, los primeros asilados en la embajada chilena fueron opositores a la República. La embajada recibió unas 1.800 personas. El embajador chileno en Madrid, Aurelio Núñez Morgado, promovió resueltamente el asilo. El gobierno republicano no lo reconoció, pero lo toleró en un primer momento gracias al humanitarismo del ministro Augusto Barcia. Aún así, consideraba la protección chilena a ciudadanos españoles como una muestra de hostilidad. Con todo, Barcia admitió la extensión de la extraterritorialidad a lugares no habilitados, los cuales, de un momento a otro enarbolaron bandera chilena para proteger la integridad de quienes buscaron asilo chileno: fue el caso del Hospital Alemán y el Hogar Chileno. Además de la sede diplomática en la Calle del Prado nº 26, la representación contaba con varios otros edificios: un Consulado de 7 pisos, un Hospital, un edificio para el Decanato Diplomático (Núñez era el Decano del cuerpo diplomático), además de las casas particulares de los funcionarios15. El sucesor de Barcia en el Ministerio de Estado, Julio Alvarez del Vayo, fue muy duro con la representación chilena, porque consideraba que ésta se hallaba en connivencia con los alzados. Por su parte, la conducta de Núñez de seguir aceptando asilados llevó finalmente a convenir su salida temporal de España, dejando entonces a Carlos Morla Lynch a cargo de la embajada, tarea que este último llevó a cabo entre 1937 y 1939. Con respecto a las evacuaciones de asilados, sólo redujeron el número a unos 800. Una nueva corriente de asilados hacia la embajada chilena, esta vez republicanos, se suscitó con el triunfo de Franco en la Guerra Civil. El nuevo gobierno en España, reconocido el 5 de abril de 1939, consideraba el asilo a los republicanos un acto hostil y exigía se les entregasen. Por otro lado, las autorizaciones para salida de los asilados se dieron con cuentagotas. Había cambiado el gobierno en Chile debido al triunfo del Frente Popular y las andanadas orales en los mitines en contra de Franco llevaron a una ruptura de relaciones diplomáticas en 1940. Brasil tomó la custodia de los asuntos chilenos, pero la reconciliación entre ambos países llegó posteriormente, cimentada en parte gracias a la salida de los últimos 5 asilados y la promesa de un trato respetuoso hacia el gobierno español. El gobierno de Franco reconoció el derecho de asilo como tal. Resulta paradójico el hecho de que, lo que nunca hizo una República que se proclamaba progresista y humanitaria, se acordó en el nuevo régimen, tomando como fuente de inspiración ‘las tradiciones hispánicas como el valor de la religión, la lengua española y la cultura’16. Uno de los chilenos que llegó justo después del acercamiento fue Víctor Domingo Silva, nombrado cónsul 14 Venegas Espinoza, Fernando, Víctor Domingo Silva Endeiza: Una vida sin detenciones (1882-1960) (Edición Fernando Venegas, Limache, 2002), pp. 256-266. 15 Moral Roncal, Antonio Manuel, ‘Chile ante la Guerra Civil Española. La cuestión del asilo diplomático (19361940)’, en Cuadernos de investigación histórica, No. 20, 2003, pp. 239-266. 16 Ver Garay Vera, Cristian y Cristian Medina Valverde, ‘Chile y la Guerra Civil Española 1936-1938. Relaciones diplomáticas y paradigmas políticos’, Fundación Mario Góngora, Serie Avances de Investigación, Nº 2. Santiago, 1994, pp 18-36. 7 del país austral en Sevilla y cuyo desempeño diplomático en la península ibérica se prolongó hasta 1946, aprovechando además su estancia para su escritura en verso y prosa y para investigar, de manera entusiasta, sobre los orígenes de las tradiciones culturales chilenas en el solar español, examinando legajos en el Archivo de Indias o a través de sus viajes desde Andalucía y Extremadura (consideradas por él como ‘las creadoras de nuestro país’) hasta Aragón17 El total de refugiados bajo protección chilena en España entre 1936 y 1940 ascendió a unos 3.000, ‘casi todos franquistas’. Para mantener a esas personas mientras se obtenía los salvoconductos se fijó una cuota mínima. El gobierno chileno envió al menos un buque con pertrechos que el gobierno republicano permitió desembarcar en Vigo y trasladar a Madrid. La embajada primero y el encargado de negocios después temieron por la seguridad de los refugiados, mas, ‘salvo algunos sustos y asonadas descontroladas –como el asalto al Decanato, que fue repelido a tiros por el adicto militar, coronel Luco- , no hubo desgracias que lamentar por este conducto’18. Al final de la guerra civil, unas 450 personas habían sido evacuadas bajo bandera chilena y protección diplomática. En octubre de 1939 quedaban aún 750 asilados en la embajada chilena. Sin embargo, durante la contienda, los bombardeos y los disparos de francotiradores ‘causaron 9 muertos y 37 heridos graves’ en los refugios diplomáticos chilenos 19. A los refugiados hubo que añadir la protección de unos 1.200 chilenos, entre residentes y transeúntes. Esta cifra varió muchas veces debido a las evacuaciones y también por la llegada de voluntarios chilenos (hijos de españoles nacidos en Chile) que combatieron por la República o por los Nacionales. La mayoría de los chilenos fueron evacuados de España, pero no se pudo evitar el fusilamiento de dos médicos chilenos en Barcelona ni de seis seminaristas en Toledo. El gobierno de la República presentó excusas a raíz de tales sucesos. Por otra parte, la embajada no protegió a los chilenos combatientes hechos prisioneros, porque rompían la neutralidad en el conflicto decretada por el gobierno en Santiago20. Triunfante la causa nacionalista, la embajada de Chile evacuó a sus 750 refugiados y comenzó a recibir a los asilados republicanos, bajo protección de la Cruz Roja Internacional. En Francia, nombrado cónsul especial de emigración española por el gobierno de Aguirre Cerda, Pablo Neruda (con ayuda de Abraham Ortega) logra trasladar en 1939 unos 2.500 refugiados españoles desde Trompeloup-Pauillac hasta Valparaíso a bordo del viejo carguero Winnipeg. Lo cierto es que el pasaje del Winnipeg no se nutrió de intelectuales. La inmensa mayoría la constituían campesinos, obreros calificados, pescadores que mucho contribuyeron al ‘despegue’ chileno de la época. Pero no es menos cierto que gracias a la porfía de Neruda, que embarcó a varios trabajadores del intelecto y gracias al posterior desarrollo en Chile de los hijos de esos viajeros, apenas unos niños en el año 1939, se transmigró también un poco del conocimiento, de la cultura y de la inteligencia que perdió España tras la catástrofe y el posterior éxodo. […] La diáspora española comenzó antes del 3 de septiembre de 1939, fecha de la llegada del barco al puerto de Valparaíso, y continuó hasta finalizar la década del 40. Bien es cierto que, nunca antes, -ni después- del arribo del Winnipeg, fue en un conjunto organizado tan numeroso21. Aunque el Frente Popular chileno se deshizo en 1941, el proyecto más emblemático e incluyente de ese periodo fue la fundación de la Corporación de Fomento de la Producción, institución erigida por ley después del calamitoso terremoto ocurrido en el verano austral de 1939. La CORFO se preocupó de planear no solamente la existencia de empresas en diversos rubros económicos (agroindustria, energía eléctrica, petróleo, siderurgia), conducidas por el Estado, o establecidas como sociedades anónimas con fuerte presencia estatal, sino que, además, su directorio comprendía a ministros del gobierno, dirigentes de las principales sociedades empresariales privadas chilenas como la Sociedad Nacional de Agricultura, la Sociedad de Fomento Fabril y representantes del mundo sindical, específicamente de la Confederación de 17 Venegas Espinoza, Fernando, Víctor Domingo Silva..., pp. 286-288. Barros Van Buren, Mario, Historia diplomática de Chile (1541-1938) (Santiago: Andrés Bello, 1990), pp 742743. 19 Idem. 20 Ibid., p. 744. 21 Gálvez Barraza, Julio, ‘Por obra y gracias del Winnipeg’, Clío, No. 24 (2001) <http://clio.rediris.es/ exilio/chile/exilioenchile.htm>. Ver también Escobar Guic, Dina, ‘La emigración española a Chile: los pasajeros del Winnipeg. 1939’, Dimensión histórica de Chile, No. 19 (2004-2005), pp. 239-301. 18 8 Trabajadores de Chile (CTCh). En España, los problemas de la postguerra pasaron por la lentitud de la reconstrucción, más que por el grado de destrucción material, que fue importante pero quizás no en volumen tan radical como en el resto de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. La autarquía y el intervencionismo económico se intensificaron en muchísimo mayor grado que en cualquier otra ocasión debido a la política adoptada por la dictadura. Siendo las dificultades objetivas, en materia geográfica y comercial, mayores en Suiza, Suecia y Turquía, España presentó en el ámbito industrial y la balanza de pagos unos resultados mucho más negativos, fruto en buena medida de ‘sus malas relaciones con los aliados y por el desprecio a la financiación exterior’. Así, en 1945 la producción industrial española estaba un 10% por debajo de los niveles de 1935 y la tasa de crecimiento anual durante la contienda no alcanzó el 1%22. BIBLIOGRAFIA Aguirre de Cárcer, Nuño, La neutralidad de España durante la Primera Guerra Mundial (19141918) (Madrid: Ministerio de Asuntos Exteriores, 1995) Barros Van Buren, Mario, Historia diplomática de Chile (1541-1938) (Santiago: Andrés Bello, 1990). Correa, Sofía [et. alii], Historia del siglo XX chileno (Santiago: Editorial Sudamericana, 2001) Couyoumdjian, Juan Ricardo, Chile y Gran Bretaña durante la Primera Guerra Mundial y la postguerra, 1914-1921 (Santiago: Andrés Bello, 1986). Cuenca Toribio, J. 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