El Origen del Hombre
Génesis 1:26-27; 2:7; Salmo 8:3-6
La Naturaleza de la Antropología
La Antropología es la ciencia del hombre. Como ciencia, trata sobre preguntas
relacionadas con el hombre primitivo, la distinción de razas y los factores que
participan en el desarrollo y progreso del hombre. En su sentido teológico, el
término se limita al estudio del hombre en sus aspectos morales y religioso, con
realce particular en el estado del hombre antes de la caída. Para comprender
estos problemas necesitamos examinar ciertos temas que se relacionan con más
especificación con la antropología en su definición más amplia como ciencia.
Entre los asuntos a los cuales dedicaremos alguna atención se encuentran los
siguientes: (1) El origen del hombre, (2) los elementos constitutivos de la
naturaleza humana, (3) la unidad de la raza humana y su comunidad de origen, (4)
el origen del alma, (5) la imagen de Dios en el hombre, y (6) la naturaleza de la
santidad primitiva.
La Creación del Hombre
Hay varios puntos que se pueden derivar de la narrativa del Génesis con respecto
a la creación del hombre (Génesis 1-2). Estas ideas se desarrollan y expanden en
el resto de las Escrituras. Primero, el origen del hombre no se encuentra en la
evolución, sino en la mente de Dios. El Hombre no fue una ocurrencia irrelevante
de algún tipo, sino fue creado con propósito, plan, y previsión de Dios. En Génesis
1:26 Dios dice “hagamos al hombre…” Segundo, el hombre tiene un lugar
particular en la creación como una culminación de su obra. Estamos hechos en la
imagen de Dios. Nada más, incluyendo a los ángeles, se dice que esté hecho a la
imagen de Dios. Por lo cual somos, en este sentido, únicos en el orden creado,
dándonos como resultado un privilegio y una responsabilidad (ver Gen 3).
Conjuntamente los hombres y mujeres reflejan la imagen de Dios. Tercero,
llevamos una relación especial con Dios. En nuestra creación original, viniendo
de la mano de Dios, somos benditos, honestos, y perfectos y no hay ninguna
hostilidad entre Dios y nosotros. Cuarto, tenemos cierto rol en la creación. Fuimos
creados para gobernar sobre la tierra creada de Dios, esto es, para tener dominio
sobre ella. Quinto, el hombre fue creado en lo que aparece ser un hecho
instantáneo de Dios trayendo en unión aspectos materiales y el “aliento de la
vida.” Así que no fuimos tomados de ningún animal que previamente existía. De
acuerdo a Génesis 2:7, nuestra creación dio pie a la naturaleza dual de nuestra
experiencia ya que nos relacionamos tanto en una dirección espiritual como en
una dirección material. 1
Los dos Relatos Escriturales de la Creación del Hombre
Aparte de la revelación divina, el hombre ha tenido solamente teorías mitológicas
vagas respecto a su origen. Con frecuencia los hombres se han considerado a sí
mismos como nacidos de la tierra, emanados de las rocas, de los árboles, de los
animales silvestres, de los dioses o seres que evolucionaron a partir de ciertas
formas inferiores de vida. La revelación encontrada en la Biblia debe ser nuestra
autoridad en cuanto al origen de la humanidad. El único relato con autoridad que
poseemos del origen del hombre es el que se encuentra en los primeros capítulos
del libro de Génesis.
1. El primer relato de la creación del hombre. En el primero de estos
relatos del origen del hombre encontramos el mandato creativo de la deidad.
“Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. La
creación del hombre representa, y es, la culminación de todos los actos
creativos anteriores. Está conectado inmediatamente
a estos actos
precedentes como la culminación de la creación, y es distinto de ellos como un
nuevo orden de existencia.
2. El segundo relato de la creación del hombre: El segundo y más
elaborado relato del origen del hombre se encuentra en Génesis 2:4-35. Fue
dado con el fin de que fuera el punto de partida para toda consideración
1
No estoy sosteniendo ningún tipo de dualismo Gnóstico o Platónico, o algo parecido. Simplemente
estoy diciendo, como C. S. Lewis tuvo la oprtunidad de decirlo, que fuimos hechos para vivir en dos mundos
simultaneamente.
específica respecto a la historia personal del hombre. Encontramos aquí un
acto creativo dual: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la
tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”
(Génesis 2:7). El primero de estos actos creativos consiste en la formación del
cuerpo del hombre del polvo de la tierra y de las sustancias químicas que lo
componen. La palabra “formó” encierra la idea de la creación resultante de
materiales preexistentes. Al momento que el polvo dejó de ser polvo, existió
como carne y hueso y constituyó el cuerpo humano. Sin embargo, este relato
nos enseña que en un aspecto el hombre está relacionado con la naturaleza, y
que en este aspecto, él es la culminación de reino animal y representa su
perfección tanto en estructura como en forma. Pero el elemento distintivo en la
creación del hombre se encuentra en la declaración siguiente: “Y sopló en su
nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. Aquí encontramos una
creación única, nueva, no una mera formación. Dios hizo al hombre un espíritu,
una persona, un ser consciente de sí mismo y determinante de sí mismo. Por
el aliento divino, el hombre llegó a ser un espíritu inmortal.
El Origen de la Mujer
En Génesis 2:21-23 tenemos un relato del proceso por medio del cual el hombre
genérico fue creado en dos sexos. Esta declaración ha sido una fuente de
perplejidad para muchos comentaristas y se han sugerido muchas teorías en su
afán de interpretarlo. Pablo nos dice que “Adán fue formado primero, después
Eva” (1 Timoteo 2:13) Con esto quiso decir que el hombre fue perfeccionado
primero y de él Dios tomó aquello con lo que hizo a la mujer. Este hecho fue
reconocido por Adán cuando dijo: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de
mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada” (Génesis 2:23).
La palabra hebrea que se traduce como “costilla” en el relato de Génesis, no es la
traducción más exacta. La palabra original se encuentra cuarenta y dos veces en
el Antiguo Testamento y en ninguna otra ocasión se ha traducido como “costilla”.
Se traduce generalmente como “costado” o “lados”. El relato bíblico enseña
claramente que todo individuo de la raza, incluyendo a la primera madre, tiene su
representante antitipo en el primer hombre. Este aspecto genérico de la creación
del hombre se presenta no sólo desde el punto de vista físico, sino que forma
también la base de la estructura social en la relación matrimonial. Pablo elabora
sobre este aspecto del relato de Génesis y nos da uno de los símbolos más
significativos y hermosos de la relación entre Cristo y su iglesia (Efesios 5:23-32).
La Unidad de la Raza y su Comunidad de Origen
Las Sagradas Escrituras afirman tanto la unidad de la raza como su comunidad de
origen. La palabra “Adán” en un tipo fue el nombre de un individuo y de una familia
un nombre personal del primer hombre y del nombre genérico de la humanidad.
Pablo declara que: “De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para
que habiten sobre toda la faz de la tierra” (Hechos 17:26). Con el establecimiento
de la primera pareja, la Biblia enseña que todas las razas de la humanidad han
descendido de ellos (Génesis 3:20).
La evidencia científica tiende a sostener el punto de vista escritural de la unidad de
la raza y su comunidad de origen. Entre esta evidencia de apoyo se encuentra: (1)
la similaridad de características físicas que se encuentran en todos los pueblos,
(2) similaridad de características mentales, tendencias y capacidades, (3)
principios similares, básicos a todo lenguaje, y (4) una vida religiosa básica y
común con las tradiciones que indican un lugar permanente también común y una
unidad de vida religiosa. Se considera como juicio dictado de la ciencia, basado
en una riqueza de evidencia acumulativa, que las razas de la humanidad han
tenido un punto común de origen en algún lugar determinado, en alguna parte del
cercano oriente, probablemente en la Mesopotamia.
El Hombre en la Imagen de Dios
La “imagen de Dios”—el referente al cual consideramos lo mismo con “semejanza
de Dios”—es una expresión difícil de entender con precisión. Ha habido muchos
intentos de reducirlos a varios aspectos del ser del hombre o relacionarlo en
alguna cualidad particular del hombre como es su naturaleza racional, moralidad,
o capacidad religiosa. Otros, como los mormones, sostienen que la imagen de
Dios es física. Hay otros que sugieren que la imagen es más relacional en
naturaleza, y se refiere a la experiencia del hombre de estar en relación con Dios,
con otras personas, y con la creación. Algunos han colapsado el significado de la
imagen en la función dada por Dios de gobernar sobre la tierra. Por lo tanto, en
esta última apreciación, “imagen” se refiere a la habilidad del hombre para
gobernar (ver Gen 1:26; Sal 8:5-6).
Cada una de estas perspectivas tiene una contribución que hacer, aunque es
dudoso la perspectiva funcional o relacional realmente contesta la pregunta de
cómo es realmente la imagen (no que hace). Estas describen, más bien, ciertas
realidades que fluyen del ser creados en la imagen de Dios, pero no describen por
si mismas tal imagen. La perspectiva substantiva, por largo tiempo sostenida a
través de la historia de la iglesia, es la mejor perspectiva en general, pero es tal
vez muy estrecha para restringirla al “conocimiento,” “rectitud,” “santidad,”
“moralidad” o a nuestra habilidad de pensar racionalmente , etc. Es más bien
todas estas y cualquier otra cosa que nos hace en la imagen de Dios,
manteniendo, por supuesto, las distinciones necesarias entre la criatura y el
Creador Bíblico. (Opuesto al Mormonismo).
La Naturaleza Constitucional del Hombre
La pregunta surge en la teología en torno a la naturaleza constitucional del
hombre. La mayoría de los naturalistas sostienen que el hombre es mónistico, esto
es, que él es puramente físico y que no tiene alma o substancia inmaterial en su
ser. Esto, en bases bíblicas, debe ser plenamente rechazada, aunque aquellos
quienes viven una vida Docética Cristiana, negando ya sea un involucramiento
realmente humano en la producción de las Escrituras, o negando el impacto de su
humanidad en su propio caminar Cristiano (casi siempre estos dos parecen ir
juntos), ellos tal vez harían bien en darse cuenta de las inseparables conexiones
ordenadas por Dios que existen entre sus naturalezas materiales e inmateriales.
Muchos teólogos Cristianos prefieren una perspectiva tricótoma del hombre, que él
es cuerpo, alma y espíritu, donde cada término se refiere a substancias
separadas. Esta perspectiva ha sido frecuentemente propuesta en bases de
pasajes como 1 Tesal 5:23, Heb 4:12 y Cor 14:14. El problema principal con esta
perspectiva, y la razón de que ya no se le reciba bien, es el casi reconocimiento
universal de que la Biblia usa “alma” y “espíritu” intercambiadamente (Lucas 1:4647; Juan 12:27; 13:21). Más aún, Marcos 12:30 enlista cuatro aspectos del
hombre: corazón, alma, mente, fuerza. ¿Debemos tomar cada uno de estos como
constitución de una substancia diferente? Ese no fue lo que Jesús dijo, ni tampoco
está en la Carta de Pablo en 1 Tesal 5:23. El punto en 1 Tesal 5:23 y Hebreos
4:12, no es informar a los Cristianos en cuanto a las substancias precisas que
forman su naturaleza inmaterial, sino más bien que la santificación debe abarcar a
la persona en su totalidad.
Tomando toda la evidencia Bíblica en consideración, parece ser que la mejor
perspectiva es alguna forma de dicotomía. En cualquier perspectiva acerca del
hombre, sin embargo, dos cosas deben ser mantenidas: (1) que el hombre es un
ser compuesto teniendo aspectos que son tanto como material complejo así
también como inmaterial complejo; (2) que al hombre se le representa en las
Escrituras como un ser unificado, así que lo que haga con su cuerpo también
afecta su espíritu y lo que hace con su espíritu también afecta su fisiología. De
hecho, ambos aparecen estar involucrados en todo lo que hacemos. Esta
perspectiva del hombre lo relaciona bien con su Creador que está en el cielo y su
encargo aquí en la tierra. También interpreta los datos Bíblicos en una manera que
es un poco más consistente con el uso de los términos en las Escrituras (donde
dos o más términos se refieren a la misma sustancia incorpórea).
Finalmente, dada nuestra cultura actual, es necesario notar que cuando
argumentamos acerca de un aspecto inmaterial en el ser del hombre, usando
términos como alma y espíritu, no estamos diciendo como tantos lo han hecho en
movimientos de la Nueva Era, que todos poseemos a “dios” en nosotros. Lo que
decimos es que hay más en nosotros que solamente materia; también que somos
seres espiritualmente orientados, creados en imagen de Dios (pero no que somos
“dioses” en cualquier sentido).
El Estado Primitivo del Hombre
Las Escrituras no apoyan el punto de vista evolucionista. Este afirma que el estado
primitivo del hombre era de barbarie; y que salió de este estado por un proceso
lento de desarrollo a un estado de civilización. En su lugar, la Biblia enseña que el
hombre fue creado originalmente en un estado de madurez y perfección. Esta
perfección no evitó progreso o desarrollo, sino que debe entenderse en el sentido
de una adaptación propia para el fin que fue creado. Por lo que se refiere a la
madurez, las Escrituras se oponen de manera inequívoca a la enseñanza que
considera al hombre primitivo como compuesto de una condición física un tanto
nula y de una mentalidad inferior, formándose para sí un lenguaje propio y
despertando gradualmente a los conceptos morales y religiosos. Para los
cristianos, el punto de vista escritural relativo a esto, es de decisivo.
El relato Bíblico desafía también la hipótesis evolucionista en lo que se refiere a la antigüedad del hombre. En
tanto que el evolucionista presupone la necesidad de incontables millones de años a fin de dar paso al
desarrollo del hombre, las Escrituras enseñan que solamente fueron suficientes unos cuantos miles de años.
Las cronologías aceptadas, por ejemplo, la de Ussher y Hales, difieren un tanto, porque las genealogías en las
que se basan son variables. Sin embargo, parece que la creación del hombre en el V y VI milenios antes de
Cristo, tal como estas cronologías presuponen, serían tiempos suficiente para todos los desarrollos raciales y
lingüísticos, así como para el aumento de población a su nivel presente