CHAMANES DE PIEDRA
Una propuesta morfol—gica para la lectura de la iconograf’a de San Agustin1
ÒLa actividad artistica es la œnica actividad humana que ha conservado su sentido
original, consistente en servir el esp’ritu.Ó
ÒEn la Žpoca moderna el artista es la œnica persona que sigue realizando valores
espirituales.Ó
Quien tiene activada en su alma el arquetipo del artista, antes o despuŽs comenzar‡ a
preocuparse por el misterio de su propia procedencia. Siendo pintora, las palabras de BŽla
Hamvas2 Ð hace unos quince a–os Ð me sonaron como revelaciones y me entreguŽ con
deleite a su atracci—n.
Para comenzar, decid’ por redefinir los conceptos Òservicio espiritualÓ y Òvalores espiritualesÓ conforme a los par‡metros de aqu’ y ahora. Sin embargo comprend’ pronto que
no hay tales par‡metros, y que el esp’ritu temporal que rige mi Žpoca muestra sin disimulo
su indiferencia hacia cualquier manifestacion de la espiritualidad.
Entonces me volv’ hacia las formas m‡s arcaicas del pensamiento manifestadas en la
materia, y enfoquŽ mi interes en unas obras singulares, en cuya configuraci—n o irradiaci—n cre’ haber identificado los morfemas3 responsables de su aspecto perceptible.
Comunmente los denominamos s’mbolos culturales 4 pero en realidad son representaciones directas de la espiritualidad, del orden de valores y de las correlaciones de fuerzas
internas que determinan una cultura. Como si tuviesen propiedades m‡gicas, se prestan
para franquear el cierre temporal del olvido: a cambio de ciertos ritos, las energ’as espirituales otrora codificadas en ellos pueden ser reactivadas incluso despuŽs de milenios. En
el fondo, son Òobjetos de poderÓ capaces de tornar visibles (o audibles, tocablesÉ) ciertas
fuerzas que correlacionan elementos vinculados m‡s all‡ del nivel perceptivo. Los s’mbolos culturales son instrumentos eficaces de la memoria cultural, pero esta funci—n suya
puede ser activada solamente dentro del contexto de la cultura en cuesti—n, lo que
requiere que Žsta sea viva.
Acu–Ž esta definici—n para los s’mbolos culturales bas‡ndome en mis experiencias
mexicanas. De hecho, es el ÒsubproductoÓ de un programa pict—rico elaborado por mi:5
1 Cultura formada hace m‡s de tres mil a–os en lo que hoy forma parte del sur de Colombia.
2 Pensador hungaro.
3 UtilizarŽ esta palabra Ð que originalmente designa un tŽrmino lingŸ’stico Ð en relaci—n con el fen—meno
de la prefiguraci—n que antecede el proceso formativo, se–alando con ella elementos m’nimos ide‡ticos,
todav’a sin materializar. Los morfemas y sus configuraciones (invisibles) determinan las formas (visibles). Su
percepci—n y manejo requiere sensibilidad trascendental.
4 Los s’mbolos culturales contienen referencias a las circunstancias generativas y/o momentos significativos de una cultura, lo que les capacita para fortalecer el sentimiento de la unidad, contribuyendo as’ en la
conservaci—n de la identitad. Su capacidad m‡s asombrosa es la que les permite establecer contacto directo
con los morfemas que configuran la espiritualidad representada por ellos mismos. Pueden manifestarse en
todas las Òlongitudes de ondasÓ del lenguaje humano; sin embargo, su aspecto perceptible depender‡ del
tipo de vibraci—n (sonido, color, ritmo) que eligir‡n sus creadores para plasmarlas en mœsica, imagen o
danza. Pueden ser dotados por el lenguaje pl‡stico con apariencia ÒfigurativaÓ o ÒnonfigurativaÓ, aunque su
aspecto no facilita para nada su comprensi—n: su codificaci—n es m’tico-poetica que sobrepasa las posibilidades de la raz—n.
5 TrabajŽ en este proyecto durante catorce meses (entre febrero 1998 y abril 1999) en diferentes pa’ses
latinoamericanos.
1
el objetivo original fue establecer contacto con diversos genius loci (Òesp’ritus de lugaresÓ),
y visualizar los morfemas por ellos comunicados.
Pronto me di cuenta que pr‡cticamente todos los lugares que se me revelaron potentes
son importantes yacimientos arqueol—gicos tambiŽn. Emit’an unas ondas singulares, que
impactaron de manera asombrosa en mi consciencia: ha pasado m‡s de una vez, que Ð
estando en centros ceremoniales abandonados hace siglos Ð sent’ de repente que algo
parecido a una presencia activaba imagenes en mi mente. La impresi—n result— ser tan
abrumadora, que me olvidŽ de buscarle explicaciones y me concentrŽ en transferir m‡s
ÒvisionesÓ posibles, utilizando el œnico tamiz del que dispon’a: lo configurado por la tradici—n occidental y por mi propia herencia genŽtica.
M‡s tarde Ð al reflexionar sobre mis cuadros algo extra–os Ð encontrŽ que pueden
correlacionarse con m‡s facilidad con la cultura ancestral otrora floreciente en el lugar,
que con mi propia obra pict—rica. Pronto formulŽ mi primera hip—tesis, segœn la cual el
esp’ritu del lugar Ð sea lo que sea Ð juega un papel decisivo en el proceso formativo de
los s’mbolos culturales y Ð muy posiblemente Ð en la misma formaci—n de las culturas
(en consecuencia comencŽ a considerar mis cuadros como s’mbolos culturales de mi
microcultura).
Dos a–os m‡s tarde la agregada cultural de Colombia en Budapest, Gloria Oviedo
despleg— delante de mi una impresionante documentaci—n fotogr‡fica sobre unos monolitos peculiares, provenientes de la zona sur de su pa’s. La estatuaria de San Agustin me
impresion— al instante: puedo evocar con precisi—n la sensaci—n de desaf’o intelectual que
me caus—, y la incitante conmoci—n que sent’ al comprobar que la dominancia del motivo
del jaguar Ð Ácoincidencia realmente asombrosa a primera vista! Ð es s—lo comparable con
su ocurrencia en la iconograf’a olmeca. Se arranc— mi imaginaci—n 6, tensando arcos gr‡ciles de mis pensamientos. Pero pronto tuve que comprobar que la superficie tersa de esta
formaci—n placenteramente globular estaba ara–ada por unos comentarios desafortunados. Me cuesta expresar en palabras una sensaci—n eminentemente subjetiva que Ð
adem‡s Ð en ese momento no estaba en absoluto fundamentada: sencillamente sent’ que
algo no encajaba. En todo caso, tardŽ bastante tiempo en darme cuenta de por quŽ quiero
sobreescribir a toda costa una lectura aceptada.
Los arque—logos tratan de obtener informaci—n partiendo del aspecto de sus hallazgos.
Suele dar resultado, siempre y cuando se trata de unos utensilios corrientes Ð pero Àes
acaso indicado utilizar el mismo mŽtodo para examinar s’mbolos culturales? Identificar y
realizar morfemas, dotarlos de poderes y forma que representen en un nivel adecuadamente elevado los valores culturales, siempre precis— la intervenci—n de personas de extraordinaria sensibilidad espiritual: el cham‡n-artista trabaj— (y sigue trabajando hoy en d’a)
indistintamente con los fen—menos visibles y con las fuerzas que los determinan. Una
actividad semejante cubrir’a ‡mpliamente la definici—n del arte, si no hubieramos olvidado
de la identidad esencial entre creaci—n y visi—n creativa (imaginaci—n), como hemos perdido
tambiŽn el conocimiento que fundamentaba el origen comœn del cham‡n y del artista.
Los creadores de los monolitos ins—litos de San Agustin sin duda eran gente de aptitudes
poco comunes, ya que para representar la espiritualidad de su cultura recurrieron a morfemas procedentes de la dimensi—n trascendental. Sin embargo, los comentarios formulados por arque—logos acusan la falta de este tipo de sensibilidad.
Siguiendo el hilo del pensamiento hasta su origen Ð donde todav’a sigue produciŽndose la interacci—n entre lo visible y lo invisible: hasta el terreno de la actividad art’stica Ð,
puede parecer que diera un gran rodeo alrededor de mi m’sma. Sin embargo, el movimiento
6
En el sentido original de la palabra, que implica potencial creativa.
2
s—lo aparentemente era clausurador y en realidad desprendi— una forma helicoidal del
per’metro de un c’rculo: la superposici—n resultante, n’tidamente visible desde un cierto
‡ngulo, revel— bajo la figura bien marcada del artista los p‡lidos contornos del hombre
espiritual. A travŽs de este arquetipo v’ abrirse la posibilidad de explorar las conexiones
entre las dos dimensiones de la realidad. M‡s all‡ de la idea de un eventual estudio comparativo comprend’ que si pretendo efectuar un an‡lisis fundamental de los s’mbolos culturales de San Agustin, tengo que partir de los mismos morfemas a part’r de los cuales
fueron materializados por sus creadores.
Este reconocimiento aport— los principios te—ricos para elaborar mi metodolog’a (un
tanto heter—clita), cuya aplicaci—n hizo posible a ofrecer en lo sucesivo una alternativa
(morfol—gica) para la lectura iconogr‡fica de una de las culturas materiales m‡s antiguas
del continente americano.
De partida me dediquŽ a investigar el estado peculiar que facilita la transici—n entre los
niveles de la consciencia. Trat‡ndose de chamanes, se le llama trance; en caso de artistas,
inspiraci—n: en el fondo, ambas palabras designan un estado mental alterado, efecto de la
suspensi—n temporal (espont‡nea o provocada) de la dominancia del hemisferio cerebral
responsable del control de las funciones conscientes. En ese estado el cham‡n-artista se
mueve libremente en un ambiente espacio-temporal maleable (tensible, dilatable, comprimible). El tiempo del trance/inspiraci—n es arc‡ico7, que aparece en el tejido del tiempo
profano como una singularidad8 ; que se proyecta a la psiquis en forma de sobreexcitaci—n
ext‡tica, infundiŽndole la incomparable sensaci—n de fusi—n con el absoluto. Considerando que la cultura San Agustin se halla bastante alejada de nosotros en el tiempo lineal,
me parece indicado empezar su reconocimiento por las configuraciones inarticuladas y
homogeneas del tiempo arc‡ico, a pesar de que s—lo sea acequible a travŽs del tiempo de
la actividad artistica o chamanistica. Para franquear los niveles de la realidad se requiere
Ð m‡s que raz—n Ð una considerable sensibilidad trascendental: por esto, el desaf’o de
realizar el contacto con la espiritualidad que di— formas a la estatuaria San Agustin me
pareci— muy apropiado para un artista pl‡stico.
Para alcanzar el estado de trance/inspiraci—n, existen diversos mŽtodos. Es posible penetrar la extensi—n invisible mediante meditaci—n, diversos ejercicios ascŽticos, provocando
vibraciones en las frecuencias adecuadas (con movimientos, colores o sonidos) o utilizando sustancias dilatadoras de la percepci—n. Al crear formas perceptibles para la espiritualidad de sus culturas, los chamanes-artistas de las ancestrales culturas sudamericanas sin
duda utilizaron estos œltimos. Este hecho est‡ ampliamente probado tanto por hallazgos
arqueol—gicos, como por estudios etnogr‡ficos: para penetrar la "otra realidad", los mŽdicos tradicionales siguen recurriendo a sus plantas de poder9. Las imagenes que surgen de
la dimensi—n invisible (Òmental imageryÓ) siempre est‡n vincuados con el contexto cultural
7 Presumiblemente fue la consolidaci—n de su propia conciencia lo que inspir— al hombre a crear diversas estructuras del tiempo arc‡ico (atemporal, eterno: ÒdivinoÓ). Las formas lineales obtenidas (ÒprofanoÓ)
facilitaron la medici—n pr‡ctica del tiempo, mientras las estructuras c’clicas (ÒsacroÓ) aseguraron el eventual
retorno al estado original, valiŽndose de ceremon’as debilitadoras de las funciones conscientes. Parecida
alteraci—n sufre en estado de trance/inspiraci—n la percepci—n espacial, en cuanto se activa dentro del espacio metrico (ÒprofanoÓ) la posibilidad (ÒsacraÓ) de dilatarse hasta el infinito (ÒdivinoÓ). B. Hamvas opina que
las formas arc‡icas del tiempo y del espacio estuvieron abiertas, lo que facilit— el traspaso en ambos sentidos.
8 Esta singularidad puede expresarse por formas helicoidales o nudos, como veremos m‡s adelante.
9 En ‡reas relacionables con San Agustin hasta hoy siguen utilizando ayahuasca (Banisteriopsis caapi). Los
chamanes obtienen la Òliana del almaÓ de la cuenca amaz—nica, como lo hacen sus colegas procedentes de
los ecosistemas andinos. En el cocimiento sagrado Ð llamado yagŽ Ð incorporan tambiŽn otras plantas.
3
y particularmente, con la planta potenciadora de las visiones trascendentales.10 Las culturas tradicionales ind’genas otorgan a ÒsuÓ(s) planta(s) no s—lo la condici—n de la sacralidad, sino se ponen bajo su tutela (as’, de paso, santifican tambiŽn su propio ser).
Al parecer, hasta un cierto punto todas las civilizaciones reconocen la importancia de
la Òotra realidadÓ; al menos intuyen que la energ’a que asegura el funcionamiento de una
cultura s—lo es extraible de la tensi—n producida por la interacci—n de ambas realidades. El
acto de cultivar Ð de hecho, la cultura sostenible: la condici—n b‡sica para un rŽgimen de
vida ecologicamente viable Ð no es m‡s que la continua reinterpretaci—n de esta formidable fuente de importancia vital, pues solamente el ser humano est‡ capacitado para transmutar estas energ’as Ð junto con los procedentes de la luz solar, del agua, de la tierra, de
nutrientes de origen vegetal y animal, o de su mismo cuerpo Ð en potencial espiritual. En
sociedades tradicionales esta funci—n creativa (Òm‡gicaÓ) recae en el cham‡n; aqu’ y ahora
s—lo la creaci—n artistica es comparable con ella.
Al parecer, la divinizaci—n del arquetipo de la fuerza Ð o de su forma sublimada, el
poder Ð es pr‡ctica universal. Sus versiones antropomorfas suelen tomar forma dual: los
mitos de la Creaci—n describen la primera descarga entre la energ’a solar (el Sol: positivo,
masculino, activo) y la telœrica (la Tierra: negativa, femenina, pasiva) como acto sexual primordial, origen de toda vida. Ciertamente, el que est‡ capacitado para percibir algo de la
intensidad del flujo energŽtico que recorre el planeta, no puede sino sentir una profunda
veneraci—n por la Madre-Tierra, que acoge las semillas-energ’as provenientes del PadreSol. La forma de las plantas expresa a la perfecci—n su origen bivalente (la mitad visible
contrasta con la otra invisible que est‡ bajo tierra), adem‡s remite a su aptitud para
trascender: capacidad en que insisten los chamanes al afirmar que algunas plantas son
verdaderos Ògrandes maestrosÓ del saber y que es posible aprender de ellas. (Tampoco
puede ser mera coincidencia que la luz solar sea sin—nimo universal de la iluminaci—nÉ)
En los mitos y/o cuentos encontramos a menudo referencias a las manifestaciones de
la fuerza: algunos motivos Ð como ÒlevitarÓ o ÒvolarÓ Ð suponen la neutralizaci—n de la
gravedad; otros, como Òatravesar paredesÓ o ÒteletransportarseÓ insinuan que es posible
suspender temporalmente los efectos de la fuerza intermolecular o nuclear, mientras que
las ÒvisionesÓ pueden ser interpretadas como experiencias obtenidas durante unas visitas
efectuadas en la franja invisible de las ondas electromagnŽticas. Estas œltimas vibraciones,
desde tiempos prehist—ricos fueron registradas en forma de sonidos y colores por gente
capaz de percibirlas: he aqu’ el origen probable de las artes.
La noci—n de la violencia no s—lo sem‡nticamente se deduce del concepto de la fuerza:
en su estado original aparece como agresividad instintiva, canalizada para asegurar Ð Òpor
la fuerzaÓ Ð la supervivencia. Probablemente sus formas primordiales eran autorreguladoras, y s—lo con el fortalecimiento de la consciencia tornaron sus manifestaciones en arbitrarias e imprevisibles11: la que cumpl’a la funci—n catalizadora en el proceso generativo de
10
El Ò‡rea de la ayahuascaÓ Ð el m‡s vasto en SudamŽrica Ð sobrepasa ‡mpliamente las fronteras de la
cuenca amaz—nica Ð el h‡bitat de la planta Ð y comprende m‡s de cien culturas ind’genas.
11 La creaci—n de nuevas formas siempre requiere violencia: esta relaci—n probablemente se puso de
manifiesto por primera vez con el acto de la constituci—n del tiempo lineal y c’clico. (Ninguna cultura logr—
harmonizar estas dos formas del tiempo creado Ð con la œnica excepci—n del maya, como lo demuestra su
calendario combinado.) Al desprender a la fuerza una extensi—n del tiempo arc‡ico, se cambiaron dr‡sticamente los par‡metros originales (por ejemplo, una de las formas surgidas de esta intervenci—n es la historia).
Usando el lenguaje morfol—gico estrechamente emparentado con el lenguaje mitico-poetico, el hombre consciente de su ser hizo un nudo en el tejido Ð hasta entonces homogeneo Ð de la intemporalidad (el motivo
equivalente en la tradici—n occidental es el mordisco a la manzana).
4
la cultura, principalmente se activa hoy en d’a por la impotencia12. La causa de la incapacidad suele radicarse en los substratos m‡s rec—nditos de la psiquis: su ajuste Ð como
el de la violencia m’sma Ð requiere la colaboraci—n de personas de notable sensibilidad
trascendental. Decid’ entonces investigar las formas vivas del chamanismo. Cuando avistŽ
los monolitos de San Agustin por primera vez, intu’ que me permitir‡n avanzar en este
campo, lo que explica mi reacci—n entusiasta.
En el presente ensayo indicarŽ puntos de conexi—n entre la muerte y el estado alterado
de la mente: puesto que tanto el Òm‡s all‡Ó como el Òotro mundoÓ visitado por el cham‡n
se situan fuera de las coordenadas profanas del espacio y del tiempo, me parece justificado empezar su estudio partiendo de vivencias relacionadas con el ÒinfinitoÓ y ÒeternidadÓ.
Asimismo concederŽ especial atenci—n a la interpretaci—n cham‡nica de la ecolog’a, apuntando a su estrecha relaci—n con la conservaci—n de la salud (en sentido de integridad,
condici—n del equilibrio).
Hace a–os, un medico tradicional huichol me revel— un axioma del saber cham‡nico,
segœn lo cual, cada cosa o fen—meno tiene sus se–ales particulares, determinadas por su
propia Òlongitud de ondaÓ. En caso de un ser humano, esta Òhuella dactilar vibratilÓ est‡
compuesta de energ’as obtenidas directamente del entorno natural (donde se supone que
se hallan en estado ÒcrudoÓ o ÒsalvajeÓ), y de las indirectamente extra’das del contexto cultural (ÒrefinadosÓ, ÒdomesticadosÓ). El objetivo de todo acto m‡gico Ð por consecuencia,
el del arte tambiŽn Ð es crear unas singularidades espec’ficas capaces de alterar la estructura de dichas vibraciones: se comprende pues porquŽ todas las tradiciones hacen hincapiŽ en la ÒimpecabilidadÓ de la persona manipuladora: una intromisi—n injustificada en
el orden natural de las cosas puede acarrear consecuencias muy graves (el castigo suele
tomar la forma de enfermedades, desgracias o acciedentes). S—lo un iniciado en el manejo
de fuerzas/poderes est‡ capacitado para dirigir semejantes procesos creativos, alguien
capaz de moverse con desenvoltura entre los niveles de la realidad (en el plano ps’quico:
entre los niveles de la conciencia).
Definitivamente, me estaba enredando cada vez m‡s en la problem‡tica de una cultivaci—n (cultivo, cultura) orientada hacia la armonizaci—n de los tres estratos del ser (f’sico,
psiquico y espiritual). IdentifiquŽ m‡s y m‡s puntos entre el arquetipo del cham‡n y del
artista que podr’an cubrirse mutuamente, y cuando vislumbrŽ los contornos de la escala
de valores representados por una persona que pretende mediar entre materia y esp’ritu,
sent’ la necesidad de asumir esta responsabilidad.
Al mismo tiempo v’ con claridad que lleg— el momento para verificar mis ideas: sin trabajo de campo los pensamientos se tornan f‡cilmente en meras especulaciones. SolicitŽ
una beca al Instituto Colombiano de Antropolog’a y part’ con el firme prop—sito de estudiar la actividad chaman’stica dentro de culturas indigenas vivas. Hasta tal punto me
fascin— la posibilidad de una investigaci—n interdisciplinar con proyecciones hacia la
dimensi—n trascendental, que hice caso omiso a la situaci—n politica espeluznante en que
se hallaba envuelto el pa’s.
12
Sobre el papel de la violencia en la culturagenezis: (N‡dor, 2003)
5
San Agustin, clasificable como cultura ayahuasquera tradicional, comenz— a formarse
hace unos tres mil a–os a lo largo del cauce superior del r’o Guacacayo Ð hoy Madalena Ð,
donde una secci—n de la cordillera andina Ð el Macizo Colombiano Ð tras unos culebreos
espectaculares se raja en dos. Formidables fuerzas moldearon anta–o el paisaje, plegando
enormes monta–as sobre s’ mismas hasta hacerles parir el r’o que recorre el pa’s de sur al
norte.
Sobre la cultura misma se sabe muy poco; todos sus hallazgos se limitan a un œnico
yacimiento vasto, s—lo parcialmente explorado: una necr—polis diseminada en unas cincuenta mil hect‡reas bajo colinas recubiertas de frondosa vegetaci—n. Sus restos Ð una
fuente ceremonial, unos pocos objetos de oro, sarc—fagos cubiertos con l‡pidas pesadas,
tumbas forradas con losas y, ante todo, centenares de monolitos de aspecto monumental
ilustran un largo proceso de perfeccionamiento, estimado de unos mil a–os.
Todas las esculturas est‡n relacionadas con sepulturas; esta constataci—n es obvia para
aquellos que siguen en su sitio original, pero tampoco hay razones para atribuir diferente
procedencia a las que fueron removidas por ladrones de tumbas y Ð tras su recuperaci—n
espectacular Ð colocadas por el director del parque arqueol—gico a lo largo de un sendero
(por cierto, me result— imposible seguir las reflexiones estŽticas que rigen esta exposici—n
sorprendente).
En ambos casos se trata de monolitos antropomorfos que Ð salvo escasas excepciones Ð
ostentan los rasgos faciales peculiares del jaguar: no cabe duda que la iconograf’a de la
cultura material m‡s antigua de Colombia Ð parecidamente a la chavin del Perœ y a la
olmeca de MŽxico Ð se constituy— alrededor del motivo de este felino. Las caracteristicas
de las esculturas parecen corresponder a los parametros anteriormente especificados al
definir los s’mbolos culturales: sus creadores, en vez de preocuparse por un aspecto
esteticista, pretendieron plasmar con ellos ideas representativas de su cultura. La rigidez
hier‡tica que irradian los monolitos bien puede tomarse como referencia a la extemporalidad del mensaje codificado en ellos, mientras la repetici—n de las formas sencillas y cer-
6
radas delata el car‡cter ritual de dicho mensaje. Pero esto es todo: con el paso del tiempo el pensamiento materializado en monolitos parece haberse petrificado tambiŽn.
Durante la fase de documentaci—n me serv’ de la excelente biblioteca del Instituto
Antropol—gico. A pesar de no haber encontrado en ella una s—la hip—tesis referente a la
espiritualidad de San Agustin, mi presentimiento se torn— en convencimiento: el estudio
de esta delicia morfol—gica requiere contacto personal.
No puedo calificar precisamente de entusiasta la reacci—n oficial a mi decisi—n de salir
de viaje en un pa’s castigado por la guerra, pero mis colegas no dudaron en brindarme
todo su apoyo. M‡s adelante y envuelta en reflexiones fascinantes, s—lo notŽ la violencia
desatada como un ruido de fondo y no prestŽ demasiada atenci—n a los bloqueos de
carreteras y cortes elŽctricos. TambiŽn me escapŽ Ð por puro milagro Ð de un aterrizaje
forzado y de una masacre perpetrada por la guerrilla en un pueblo cercano (el intento de
envenenar el agua potable del pueblo de San Agustin pas— un poco m‡s tarde).
Sobre el terreno ya no tuve dudas acerca de que la lectura iconogr‡fica de San Agustin
no s—lo es deficiente, sino tambiŽn mal planteada. Sobrepasando el nivel de lo perceptible, unos comentarios como ÒGuerrero protegiendo la entrada de una tumba sagradaÓ,
ÒHombre de medicina, atendiendo un partoÓ, ÒDivinidad masculina con signos de culto al
jaguarÓ, "Dios de la guerra, con trofeo de calavera entre sus manosÓ, ÒGuerrero protegido
por su diosÓ, ÒDios del tesoro, con un recipiente en su mano para recibir ofrendasÓ o ÒDios
de los halucin—genosÓ, sin duda son indefendibles.
TambiŽn ca’ en la cuenta de que me serv’an de poco los estudios etnogr‡ficos elaborados en los alrededores, ya que la poblaci—n que hace siglos vive en los terrenos de la
necr—polis no desciende de los constructores de las tumbas. C—mo suele pasar actualmente
en Colombia, los yerbateros Ð que ponen en pr‡ctica sus conocimientos eclecticos mezclando diferentes t—picos y mŽtodos tradicionales Ð proceden de diversas partes del pa’s y
por mucho que se esfuerzen en equiparar su sabidur’a con las fuerzas/poderes percibidos
en el lugar, de ninguna manera pueden ser calificados de chamanes tradicionalistas.
Todo pareci— justificar el empleo de mi particular mŽtodo de trabajo Ð que la antropolog’a convencional calificar’a de herŽtico Ð, consistente en establecer di‡logo con el
esp’ritu del lugar, pintando en su sitio.
Es cierto que durante a–os observŽ unos canales y campos de fuerza, sospechando que
proceden del substrato original œnico; sin embargo s—lo en 1998 en MŽxico me propuse
a estudiar sistem‡ticamente la extensi—n trascendental, cuando por primera vez logrŽ
inducir artificialmente estado de trance/inspiraci—n. Estoy convencida que debo el Žxito a
la irradiaci—n extraordinaria que experimentŽ en determinados puntos del ‡rea de las altas
culturas mesoamericanas. Estos potentes genius loci me facilitaron el traspaso dilatando mi
percepci—n, y con su ayuda he podido identificar la clave de una Òcombinaci—n de traspasoÓ que llevo utilizando instintivamente desde la ni–ez (por cierto Áes muy parecida a
la meditaci—n trascendental!). Quiero puntualizar que en aquŽl entonces no hab’a descubierto todav’a la conexi—n directa entre las Òplantas de poderÓ y el Òotro mundoÓ, as’ que
no estimulŽ la vivencia ni con peyote ni con otra planta aut—ctona contentiva de enzimas
enteogŽneas13. Aprend’ s—lo mucho m‡s tarde Ð de unos chamanes del ÒImperio InvisibleÓ14
13 Enteogeno, palabra de origen griega (ÒDios en nosotrosÓ), fue propuesta por Wasson para sin—nimo
de dilatador de conciencia.
14 Denominaci—n acu–ada por mi para designar el vasto conglomerado virtual orientado por chamanes,
que comprende la mayor parte de las culturas vivas idigenas de SudamŽrica. En el sentido cl‡sico Ð por falta
de sobresalientes realizaciones materiales Ð no se le puede considerar "alta cultura", pero su extraordinaria
capacidad de supervivencia (medible en milenios) y su ecolog’a ejemplar plantean que quiz‡s estŽ justificada la redefinici—n de este concepto.
7
Ð la manera de accelerar o subir el rendimiento del proceso y comprend’ por donde tengo
que comenzar la exploraci—n de lo invisible. De todos modos ya sab’a con certeza que mi
propio subconsciente forma parte de la extensi—n invisible de la realidad, lo que determin—
mi disposici—n.
San Agustin es un lugar especialmente poderoso: me brind— una experiencia inolvidable
al acceder a mostrar Ð a cambio de unas pocas acciones an‡logas15 Ð algo de su interior.
Para dilatar la extensi—n de lo perceptible, recurr’ a la ayahuasca: as’ el proceso de penetraci—n tampoco se vi— truncado cuando abandonŽ el lugar (lo que es m‡s, todav’a soy
capaz de evocar la Òcombinaci—n de traspasoÓ que me ense–— el bejuco del alma, y
puedo seguir meditando sobre temas que en aquel entonces considerŽ pertinentes). La
Òplanta maestraÓ Ð la que al parecer utilizaron los chamanes-artistas que tallaron los monolitos San Agustin Ð me revel— correlaciones internas de su cultura, vedadas a los que
rehuyen a experimentar la comuni—n que remite a valores localizables m‡s all‡ de la apariencia. (En el fondo comprendo porquŽ los investigadores que trabajan con mŽtodos tradicionales niegan la evaluabilidad de estas vivencias de implicaci—n personal: penetrar en lo
profundo requiere algo m‡s que decisi—n.) Part’ pues de una posici—n privilegiada al no
pretender juntar evidencias cientificas: yo iba tras las huellas de la intuici—n. No obstante,
no result— nada f‡cil llevar a cabo mi experimento metodol—gico16: en los alrededores de
Por cierto, no se puede excluir la posibilidad de que
la escultura conocida como ÒDeidad tocando una
flautaÓ realmente representase un Òv—mito ritualÓ; sin
embargo a mi parecer nada justifica de perpetuar Ð
Áy menos en un monumento funerario! Ð el œnico
momento se–aladamente material (adem‡s, francamente desagradable) del trance inducido por la
ayahuasca. Por mi parte considero que el monolito
representa una Òexpectoraci—n ritualÓ: durante la
ceremonia de iniciaci—n el cham‡n suele ÒregurgitarÓ
una substancia que contiene unas fuerzas (ÒpoderesÓ,
Òesp’ritusÓ: jai-s) controladas por Žl, que resolvi—
traspasar a su disc’pulo. (Esta peculiar manera de
transmitir poderes est‡ en uso todav’a en ‡reas adyacentes no demasiado lejanas.) Al reconocer las referencias que remiten al momento clave de la ceremon’a de iniciaci—n, no debemos olvidar tampoco
que las tumbas pueden interpretarse como puertas
que se abren al Òotro mundoÓ. Es muy posible que
esta escultura sea una representaci—n inici‡tica
espec’ficamente relacionada con el misterio que
rodea el traspaso del l’mite entre la vida y la muerte:
segœn la tradici—n chaman’stica, al entrar en trance
el iniciador se transforma en jaguar y ÒdevoraÓ
al pretendiente que se ÒmuereÓ para poder renacer
luego, ya como iniciado. Bien cabe pues la posibilidad que la escultura en cuesti—n proceda de la
tumba de un cham‡n.
15 Una de mis acciones an‡logas ha sido la limpieza de un arbusto de coca de unos l’quenes que le estaban ahogando (esta planta de poder fue arrancado de su ambiente andino original para servir de curiosidad
bot‡nica en el parque arqueol—gico: trat— en vano a defenderse del acoso de la vegetaci—n tropical). Sin
embargo, la iconograf’a de San Agustin no confirma expl’citamente el uso de la coca: las supuestas Òbolsas
de cocaÓ, a los que un œnico personaje lleva en sus manos, bien pueden contener otras drogas o ser unas
maracas.
16 Consistente en reconstruir con la mayor exactitud posible las circunstancias originales de un proceso
creativo.
8
San Agustin, las pocas personas que escucharon jam‡s la palabra yagŽ, confunden su consumo ritual con una vulgar sesi—n de drogas. Conociendo estas circunstancias aprecio el
atrevimiento del investigador que identific— ciertos motivos como se–ales del Òv—mito
ritualÓ17 .
Parece ser que los chamanes-artistas de San Agustin Ð bas‡ndose principalmente en
visiones receptadas en estado de trance Ð vieron encarnarse ciertos morfemas de la espiritualidad de su cultura en la figura del jaguar.
Pero ÀporquŽ precisamente en el del jaguar? Ya se sabe que este gran depredador domina la pir‡mide ecol—gica del continente americano; tambiŽn es cierto que resultar’a dif’cil
materializar el morfema de la violencia Ð elemento clave en la gŽnesis cultural Ð con una
forma m‡s expresiva. Adem‡s, suena muy razonable; pero Àes acaso la raz—n un argumento efectivo trat‡ndose de una visi—n Ð que por cierto, suele producirse en un ‡rea tan
vasta que casi puede considerarse universal? Sin duda es significativo que el uso del
ayahuasca estŽ difundido en todo esta ‡rea, pero el quid est‡ en que las visiones relacionadas con su uso no se limitan en absoluto al jaguar: las informaciones almacenadas
en la Òliana sagradaÓ suelen ser transmitidas m‡s bien por figuras serpenteantes de brillantes colores. El motivo del jaguar es f‡cilmente identificable por la psiquis; me inclino
a considerarle como una de las representaciones locales de la violencia escondida en
las capas m‡s profundas del alma. No en vano est‡ presente en las capas m‡s profundas
de los mitos, parecidamente al motivo del oso en Siberia: ambos protagonizan mitos
de creaci—n, representando la actualidad perenne del retorno a los origenes, funci—n de
importancia vital para cualquier cultura.
Me resulta placentero juguetear con la siguiente idea mito-poetica: podr’a muy bien
ocurrir que los creadores de s’mbolos culturales estaban (Àest‡n?) recurriendo a los mism’simos morfemas de los cuales la imaginaci—n creadora (Àel Creador?) otrora compusiera
las formas de todos los seres. No creo que sea tan descabellada como parece: la imaginaci—n humana Ð una vez liberada del control fŽrreo de la consciencia Ð todav’a es capaz
de establecer contacto con los elementos que componen Ð entre otras cosas Ð a los
arquetipos que pueden manifestarse en formas tan diversas como Òanimal totŽmicoÓ o
Òsutil presencia incorp—rea" (que Ð por ejemplo Ð durante unas pocas horas toma posesi—n
del alma de un ni–ito disfrazado de le—nÉ); pueden surgir (de hecho, podemos hacerles
surgir) de las profundidades de la memoria colectiva en cualquier momento. Posiblemente
todos los elementos de la Tradici—n18 estuviesen almacenados en este mismo estado primordial (Àpreconsciente o hiperconsciente?): esta idea se me ocurri— durante una ceremonia ayahuasquera en la selva, al darme cuenta que el cham‡n oficiante estaba empe–‡ndose en localizar morfemas que le permitieran regresar al origen Ð que era tambiŽn el
origen de la enfermedad que pretend’a curar.
Pero hemos llegado a un punto, donde el lenguaje utilizado hasta el momento se torna
inœtil: aqu’ se activa la poes’a, aqu’ nacen los mitos.
17 Al ingerir yagŽ, no tardan en presentarse s’ntomas consistentes en v—mitos violentos y/o diarrea.
Segœn Maestro V’des (cham‡n de Tabatinga, Brasil), es la manera de eliminar a los residuos materiales superfluos del organismo antes de penetrar el Òotro mundoÓ, esencialmente espiritual.
18 Entendido por Tradici—n (escrito con mayusculas) un continente de todo lo referente a la cualidad
humana. La imagino como fŽrtil mantillo primordial, en el que se halla sumergida la ra’z comœn de la especie,
pero de donde cada rama extrae los elementos que considera fundamental para su propia subsistencia.
(N‡dor, 2003.)
9
El hombre jaguar
ÒEn el principio, cuando el mundo no estaba dividido en dos y los seres eran inmortales y los
hombres no se diferenciaban de los animales ni los animales de los hombres, lleg— el tiempo. Y hubo
d’a y hubo noche. Y en el d’a hubo sol y en la noche, luna. Y los hombres quedaron en un mundo
y los animales en otro. Y los animales y los hombres dejaron de ser inmortales y desde entonces se
pod’an enfermar y morir.
Un d’a, al comienzo del tiempo, el sol le di— al jaguar sus elementos. Le di— su color, le di— su
fuerza y le di— su voz que era la voz del trueno.
Mirando a los hombres, eligi— a uno y le dijo:
Ð Tœ tendr‡s el mismo poder del jaguar, la misma fuerza y la misma voz. Podr‡s moverte de un
mundo a otro, pasar del mundo animal al de los hombres y del mundo de los hombres al de los
animales.
El hombre le respondi—:
Ð Dime quŽ tengo que hacer y lo harŽ.
El ser brillante desde el cielo le dijo:
Ð Tœ ser‡s el guardi‡n de tus hermanos, podr‡s curarlos cuando se enfermen y gu’arlos cuando
se pierdan en la selva de sus pensamientos. Para eso tendr‡s que ayunar muchos d’as y muchas
noches y beber de este licor que aqu’ tengo.
Y le alarg— al hombre un calabazo lleno de un licor hecho de yerbas y de frutos sagrados. El hombre bebi— delante del se–or dorado y de brillo enceguecedor. Pero el hombre no apart— sus ojos,
porque su luz ya no lo cegaba y empez— a danzar. Danzaba para adelante; danzaba para atr‡s; danzaba hacia un lado y danzaba hacia el otro. Y se sent’a poderoso como el jaguar, dorado como el
sol y al hablar su voz fue tan estruendosa y fuerte como la del trueno.
Ð Esta bien se–or Ð dijo el hombre Ð ahora ense–ame como tengo que hacer para ir de un
mundo a otro.
El sol desde el cielo le dijo:
Ð Ya sabes hacerlo, no necesitas m‡s ayuda.
Cay— la noche y el hombre no sab’a como hacer para pasar de un mundo a otro. La noche era
cada vez m‡s oscura y cuando era la sombra de las sombras, la m‡s oscura de las oscuridades, el
hombre se llen— de resplandor y empez— a moverse con la agilidad de los felinos. Era un bello jaguar
amrillo, con manchas negras, musculoso y r‡pido. Con sus ojos atravesaba la oscuridad y pod’a ver
lo que ningun hombre puede ver en las noches oscuras. Se trep— por las ramas de un ‡rbol y vi— la
selva espesa. Estir‡ndose, lanz— un largo alarido, un grito que cruz— la noche como si tronara.
El jaguar baj— sigilosamente del ‡rbol y se meti— en la selva. Lleg— al poblado donde ya viv’an
otros hombres con sus mujeres. Al verlo, se llenaron de terror y fueron a buscar sus armas. Entonces
el jaguar les habl— y los hombres espantados dudaban de lo que el jaguar les dec’a.
Ð No tengan miedo, yo vengo a cuidarlos.
Los hombres se reunieron y despuŽs de una conversaci—n muy animada, decidieron aceptarlo y
le hicieron un lugar especial para Žl. El jaguar entr— all’. Los hombres se fueron a dormir y cuando
se depertaron y vinieron a ver al jaguar que habia venido en la noche, encontraron a un hombre
sabio que les dijo:
Ð No tengan miedo. Yo soy el jaguar que ha venido a cuidarlos. Soy su cham‡n. Soy el mismo
que vieron anoche.
Desde entonces, donde hay un grupo de personas, hay siempre uno que sabe convertirse en
jaguar; que los cuida y los ilumina cuando se pierden en la selva de sus pensamientos.Ó
Este mito Ð recogido en el sur de Colombia Ð sintetiza la esencia del chamanismo,
como tambiŽn lo hacen algunas im‡genes de jaguar procedentes de diferentes culturas
americanas: todas poseen referencias a la transmutaci—n ritual o aluden a la capacidad
de percibir visualmente elementos esencialmente invisibles. Ambas aplicaciones surgen
de experiencias colectivas concretas: por una parte, la transformaci—n del cham‡n durante
10
la ceremonia Ð celebrada exclusivamente de noche Ð es perceptible para todos los participantes; por otro lado, es bien sabido que el felino nocturno ve perfectamente en la
oscuridad. Es natural pues que relacionen con Žl conceptos contrarios a los representados
por el ‡guila solar: ante todo la noche Ð y por extensi—n, el subconsciente, el estado alterado de la mente, la visi—n trascendental, la muerte, el Òotro mundoÓ Ð y todo concerniente a la dimensi—n invisible de la realidad, a donde s—lo el cham‡n tiene acceso.
Mortero ceremonial (Valdivia, Ecuador)
M‡scara de jaguar, con
incrustaciones de spondylus,
procedente de la fastuosa
tumba del Se–or de Sip‡n
(moche, Perœ;
colecci—n Cardoen, Chile)
Trono de jaguar bicŽfalo que preside el Palacio
del Governador en Uxmal
(maya, Yucat‡n, Mexik—)
Estela de jaguar de Yaxchil‡n
(maya, Guatemala)
Relieve de adobe pintado en la Waka de la Luna
(moche, Perœ)
Recipiente ceremonial (maya, Guatemala)
11
En algunas culturas sudamericanas el cham‡n Ð en su calidad depositario de la memoria colectiva Ð hasta hoy desempe–a el papel de guardi‡n de las tradiciones culturales de
su comunidad. Al mismo tiempo, constituye un centro de fuerzas en la red chamanista que
entrelaza un territorio vasto asociado con cierta(s) planta(s) de poder. Orienta sus procesos creativos en catalizar, concentrar y desfocalizar19 energ’as y fomenta su propia sensibilidad trascendental con mŽtodos consagrados por la tradici—n cultural de su grupo.
Taita Martin Agreda cham‡n kams‡, en su traje
ceremonial (Valle Sibundoy, Colombia)
Para cumplir con su misi—n de cultivador cultural,
incorpora peri—dicamente en la vida cotidiana de su
comunidad Ð en forma de fiestas Ð la dimensi—n
sacral del tiempo y espacio. Conectando ocasionalmente los dos niveles de la realidad obtiene las
energ’as necesarias para su trabajo que tambiŽn
consiste en transfigurar Ð en el lenguaje alquimico
medieval: espiritualizar, sublimar Ð las energ’as provenientes del medio natural. Controla todas las
manifestaciones de la fuerza y la violencia, recreando continuamente las condiciones para la convivencia arm—nica. Logra sus prop—sitos vigilando y
limpiando constantemente los ÒcanalesÓ psico-emocionales de la comunidad, orientando con gran diligencia las fuerzas internas que los recorren.
El cham‡n est‡ consciente que la eficacia de sus acciones depende exclusivamente de
su capacidad de vigilancia; por tanto, siempre busca confirmaci—n para sus logros espirituales en el mundo material: intuyo aqu’ el origen del pensamiento anal—gico.
Como mŽdico tradicional est‡ a cargo de la salud f’sica y mental de su comunidad.
Cumple estos requisitos franqueando sistem‡ticamente la frontera entre la extensi—n perceptible y trascendental de la realidad. Sus ritos son f—rmulas destinadas a facilitar el
traspaso: un an‡lisis fenomenol—gico nunca podr’a tocar su esencia.
Taita Martin recoge plantas
medicinales en su jardin.
Taita Martin prepara un medicamento.
19 En el presente contexto entenderemos por defocalizaci—n la disoluci—n o embotamiento del filo
agudo de la concentraci—n; se trata concretamente de suspender el enfoque de la vigilancia. La defocalizaci—n es requisito indispensable para generar estado de trance.
12
El cham‡n es al mismo tiempo un guerrero intrŽpido que no duda en entablar combates peligrosos con los esp’ritus malignos de la enfermedad (en el lenguaje de aqu’ y
ahora: trata de suprimir una anomal’a energŽtica). Opino que el malentendimiento de este
rol tradicional llev— a la malinterpretaci—n de algunas esculturas (ÒGuerrero protegiendo la
entrada de una tumba sagradaÓ; ÒGuerrero protegido por su diosÓ).
Por supuesto, el cham‡n es tambiŽn psicopompos, el gu’a espiritual de viajes trascendentales curativos y post mortem. El seguimiento de este rol no presenta ninguna dificultad:
desde el Libro de los muertos del antiguo Egipto hasta el viaje ritual de los huicholes de hoy
Ð emprendido anualmente en busqueda de peyote Ð est‡ ampliamente documentado.
De mi propia experiencia con el chamanismo vivo Ð consistente en fascinantes di‡logos
visuales iniciados con diversos genius loci a base de morfemas y en la vivencia extraordinaria que me permiti— confirmar el hecho que durante su viaje al Òotro mundoÓ el cham‡n
no s—lo se identifica con el jaguar sino efectivamente adopta su figura Ð, logrŽ formar una
llave capaz de abrir el cierre temporal de algunos s’mbolos culturales de San Agustin. El
arquetipo del cham‡n-artista ilumin— su obra y ya no encontrŽ en absoluto chocante que la
cara de la mayor parte de las esculturas Òenigm‡ticasÓ posea rasgos de jaguar. ÒV’Ó que las
esculturas no fueron colocadas en la entrada de las tumbas para ahuyentar a las personas
no autorizadas, sino para acompa–ar Ð acorde con su papel tradicional de psicopompos Ð
el alma del muerto hasta el Òotro mundoÓ. No son pues ÒguerrerosÓ o ÒdiosesÓ sino
chamanes representados en estado de trance los que custodian las tumbas de San Agustin.
En el contexto de San Agustin Ð trat‡ndose de una necr—polis, Ð se entiende por Òotro mundoÓ el de
los muertos. Para la escultura conocida como ÒHombre de medicina, atendiendo un partoÓ, propongo
el siguiente comentario: ÒCham‡n-psicopompos, sujetando el muerto que acaba de iniciar en el misterio de la muerteÓ. La presentaci—n del fallecido como reciŽn nacido indica que la muerte no es m‡s que
el comienzo de otra existencia.
Afirmaci—n que apuntalarŽ tambiŽn con las siguientes observaciones:
Para asegurar mayor rendimiento a su trabajo, bien puede suceder que el cham‡n
imponga abstinencia sexual como condici—n para participar en la ceremonia: mientras
maneje energ’as, tiene que ejercer un control absoluto sobre su flujo. (Eventualmente
puede producirse traspaso como Òefecto secundarioÓ del Žxtasis sexual, pero el proceso
es incontrolable: supongo que es la raz—n por la cual la tradici—n chaman’stica sudameri-
13
cana no usa la sexualidad para este f’n). Estimo probable que cierto motivo quimbaya
Ðparecido a vendas estrechas atadas apretadamente hasta hundirse en la carne de las
extremidades de algunas figuritas de oro o de barro que representan caciques o cham‡nes
Ð tenga que ver tambiŽn con el control energŽtico20, como lo tendr‡n tambiŽn las tiras
anudadas que cruzan la frente. Posiblemente el mismo morfema se materializ— en el motivo de pene atado, presente en algunos monolitos San Agustin.
En otras esculturas se reconocen algunos accesorios ceremoniales, como instrumentos
musicales, chaquiras21 (simplificado, hasta casi reducido a un ornamento) y un recipiente
ceremonial.
Considero este monolito como la clave de la iconograf’a
de San Agustin. Su comentario en vigor Ð ÒDios del tesoro,
con recipiente en su mano para recibir ofrendasÓ Ð es f‡cilmente
rebatible: por un lado, la escultura es una de las pocas
que tienen Òforma humanaÓ (en su rostro no aparecen los
rasgos faciales del jaguar, caracteristica principal de
la iconograf’a San Agustin);
por otro lado, no puedo estar de acuerdo
con la funci—n que atribuyen a su vasija.
Mientras de la primera observaci—n se puede deducir
que se trata de un cham‡n que se prepara para oficiar
una ceremonia (por esto su cara todav’a no muestra signos
de transfiguraci—n), la segunda se basa en
una reflexi—n personal: al iniciar la ceremonia,
el cham‡n ofrece su cocimiento de ayahuasca
en un recipiente de calabazo Ð por cierto muy similar
a lo que ofrece el personaje reproducido
20 Descubr’ el mismo motivo en el archivo de M. Hopp‡l, en una fotograf’a realizada en l929 que representa un aprend’z de cham‡n nanai. (Hopp‡l, 1994.)
21Abalorios muy largos de diminutas cuentas. En ‡reas no demasiado alejadas de San Agustin hay
chamanes que todav’a las llevan enrolladas alrededor del cuello como se bobina un motor elŽctrico. El
gobernador de Sibundoy asegur— que tienen Òpoderes para reforzarÓ, que traducido al lenguaje occidental
ser’a: Òrefuerzan la capacidad de inducir energ’aÓ. Llama mucho la atenci—n su parecido al collar ancho que
portaron los faraones del antiguo Egipto.
14
El bast—n es uno de los instrumentos m‡s importantes del cham‡n. Es un objeto de
poder que tambiŽn atestigua la pericia adquirida por su due–o en el saber chaman’stico:
cada bast—n es una representaci—n condensada en el s’mbolo de una fuerza/poder
adquirido. El bast—n ÒfuncionaÓ parecidamente a las f—rmulas m‡gicas, es decir: puede
activar ciertos poderes (por ejemplo, con la ayuda de la informaci—n codificada en Žl es
posible acortar el proceso del traspaso o condensar energ’as con m‡s eficacia). Es inœtil
tratar de ÒdecodificarleÓ: s—lo un iniciado Ð alguien que posee saber directo respecto a su
contenido Ð es capaz de hacerlo.
Dos de los personajes hasta hoy descubiertos llevan dos bastones en la mano. El motivo ciertamente es una rareza en San Agustin, pero en la iconograf’a de las culturas andinas preinc‡icas aparece con bastante frecuencia. Hasta tiene nombre propio: la literatura
especializada se refiere a Žl como ÒDios de los dos b‡culosÓ (el hecho de que sus rasgos
eventualmente se cunfundan con los del ÒFelino VoladorÓ en vez de questionar, m‡s bien
refuerza la creencia en sus aptitudes sobrenaturales). Sin embargo, no encontrŽ explicaci—n o hip—tesis referente al rol de sus Òb‡culosÓ (que por cierto, no son tales: los pastores no usan m‡s que uno). Fueron los chamanes de piedra de San Agustin los que me
revelaron que el ÒDios de los dos b‡culosÓ andino es en realidad un cham‡n y sus b‡culos son bastones que le confieren poderes en ambas extensiones de la realidad.
Encuentro significativo que algunas efigies Ð como es el caso del personaje central de
la iconograf’a paracas (Perœ) Ð lleven bastones con forma de culebra: la serpiente Ð entre
sus muchos significados Ð simboliza el saber oculto (trascendental, enigm‡tico)
Los bastones que lleva en sus manos el personaje central
de la ÒPuerta del SolÓ tienen cabezas de condor.
Las culturas andinas contemplan el buitre gigante
que sube a grandes alturas, como mediador entre
el mundo humano y el divino: esta funci—n
es par excellence chamanistica.
(tiwanaku, Bolivia)
Figura con dos bastones
(San Agustin)
Motivo paracas bordado;
reconstruido por J. Roig Mendizabal
(arque—logo del Museo Arqueol—gico de Lima).
15
Los morfemas que componen la Tradici—n comœn de
la humanidad son acequibles para cualquier cultura en
cualquier momento; no es de extra–ar pues que culturas alejadas entre s’ opten por resoluciones formales parecidas: las pir‡mides egipcias y mesoamericanas
constituyen Ð a mi parecer Ð un ejemplo bastante convincente. El monolito descubierto en el yacimiento El
Tabl—n es ciertamente menos espectacular pero argumenta tambiŽn con elocuencia a favor de la universalidad de la Tradici—n: su pectoral muestra sorprendente
semejanza con el efod, distintivo del sumo sacerdote
del antiguo Israel. El Talmud describe este accesorio
ceremonial como un colgante de Òun palmo de ancho,
un palmo de altoÓ, precisando que lleva (doce) gemas
engarzadas. Es bien conocido que la tradici—n hebrea
compara el material inmaterial del EdŽn con piedras
Cham‡n con pectoral (San Agustin)
preciosas: el pectoral ceremonial Ð aparte de destacar
el origen mitico-ancestral de las doce tribus Ð ciertamente encierra referencias del origen espiritual comœn.
Observando la estructura peculiar de la red chaman’stica Ð objeto y objetivo de la cultivaci—n que llamamos cultura Ð, resulta obvio que el cham‡n tiene que trabajar s—lo22. Sin
embargo no es raro que recurra la ayuda de su(s) disc’pulo(s) para iniciar la comunicaci—n.
Los personajes secundarios de algunos complejos escult—ricos ciertamente parecen representar estos ayudantes: silban para invocar los esp’ritus y emplean diversos instrumentos Ð maracas, cascabeles Ð para provocar las vibraciones para facilitar el traspaso.
El personaje principal de este complejo escult—rico por supuesto no es un ÒHombre de medicina atendiendo
un partoÓ, sino un cham‡n-psicopompos con una calavera en sus manos: una inequ’voca representaci—n del muerto
que espera su iniciaci—n en el misterio de la muerte.
22 Para se–alar la envergadura de este requerimiento, tomarŽ una analog’a de la f’sica: al juntarse una
Òmasa cr’ticaÓpueden desencadenarse reacciones similares a una colaboraci—n concertada entre dos (o m‡s)
chamanes. Tal procedimiento, por cierto, hasta hace poco era inimaginable: s—lo la amenaza suprema Ð la
extinci—n cultural Ð pudo obligar a los dirigentes espirituales ayahuasqueros a revisar los par‡metros tradicionales de su organizaci—n. Al intentar unir fuerzas hasta hoy tratadas separadamente, emprendieron una
empresa muy arriesgada, que puede acarrear imprevisibles consecuencias. (No descarto que la actual situaci—n de Colombia sea fruto de un manejo irresponsable de energ’as por parte de chamanes que se prestaron para favorecer bandos pol’ticos contrarios (comunicaci—n verbal de Hilario Chiriap, cham‡n shuar).
16
A lo largo de sus viajes y combates en el Òotro mundoÓ el cham‡n disfruta de la ayuda
de unos seres zoomorfos23 que encarnan las fuerzas Ð sabidur’a, poderes Ð de ciertos
animales y/o plantas24. En algunos monolitos se ven plasmados en posici—n posesiva sobre
el cham‡n y/o sus ayudantes.
Este conjunto situado en el yacimiento Las Mesitas
representa un cham‡n (con rasgos faciales del jaguar,
distintivo del estado de trance), rodeado de manera protectora
de Òesp’ritus aliadosÓ con forma de gusano.
El cham‡n de los monolitos apodados ÒAlter EgoÓ
(asimismo ÒDoble YoÓ o ÒGuerrero protegido
por su diosÓ) se halla poseido por un jai
con forma de caim‡n. Por lo tanto, propongo
la siguiente lectura: ÒCham‡n en trance, poseido
por uno de sus esp’ritus aliadosÓ.
En otros conjuntos los personajes
secundarios Ð anteriormente identificados como Òayudantes del cham‡nÓ Ð
son los que muestran signos
de estar poseidos.
23 Algo simplificado, los Òesp’ritus aliadosÓ Ð tambiŽn llamados jai-s Ð pueden ser definidos como representaciones de fuerzas de la naturaleza. Para el que logra ganar su buena voluntad con ofrendas o acuerdos rec’procos o es capaz de adoptar su Òlongitud de ondaÓ de cualquier otra manera, encontra‡ en ellos
aliados excelentes. Sin embargo, su manejo requiere extrema precauci—n: pueden matar al inepto.
24 J. A. Echeverri recogi— gran cantidad de equivalencias de plantas/animales entre los ticunas en su libro
titulado: ÒTabaco fr’o, coca dulceÓ, ganador del premio antropol—gico en Colombia en 1993.
17
El ser de los Òdos b‡culosÓ que preside la ÒPuerta del
SolÓ en Tiwanaku (y que probablemente representa la
divinidad solar) dispone de cuarenta y dos seres alados;
un nœmero tan alto de Òesp’ritus aliadosÓ le confiere
un poder descomunal.
Considero probable que las l‡pidas con forma de
caim‡n tambiŽn tengan relaci—n con el mismo morfema
de posesi—n/protecci—n; adem‡s, siendo el caim‡n un
s’mbolo de la tierra parece indicado colocar bajo su
protecci—n al difunto.
Las visiones generadas por diferentes plantas de poder muestran formas peculiares (su
antropomorfizaci—n o zoomorfizaci—n25 se debe a una caracteristica humana universal, la de
personificar los fen—menos percibidos. La misma fuerza coercitiva obra en nosotros cuando
a la hora de materializar ciertos conceptos recurrimos a modelos ya existentes). Los hongos
que contienen enzimas capaces de modificar la consciencia, Òhacen verÓ enanos y duendes
a sus consumidores: no resulta dif’cil identificarlos en la figura de los chaneques olmecas o
en la de los ayudantes diminutos de Chaak y Tlaloc (dioses de lluvia mezoamericanos).
TambiŽn es probable que sean ellos la Ògente diminutaÓ que adoptan diversas formas en los
cuentos populares europeos: J. M. Fericgla lleg— a la conclusi—n que en los comienzos de la
civilizaci—n occidental fueron visualizados bajo los efectos de Òhongos m‡gicosÓ26.
Las formaciones m‡s caracter’sticas de las visiones inducidas por yagŽ se parecen a
serpientes27 Ð al menos para la gente que vive en un ambiente selv‡tico. Los morfemas
que percib’ a manera de fosfemas28 Ð estando mi mente alterada por los efectos del Òbejuco del almaÓ -, se mov’an ciertamente imitando culebras (como se puede esperar, por lo
dem‡s, del esp’ritu encarnado de una liana). Sin embargo mi trasfondo genŽtico y mi formaci—n occidental me impulsan a considerarlas como manifestaciones de fuerzas que
entretejen y/o ordenan incesantemente el sustrato profundo de la consciencia colectiva:
observŽ que durante la ceremonia curativa el cham‡n acude a ellos como corresponde a
25 Consecuentemente con mi manera de pensar, las palabras adecuadas ser’an antropoform y zooform,
respectivamente: usar ÒmorfemaÓ y ÒformaÓ como sin—nimos considero un error, ya que los primeros pertenecen a la extensi—n invisible, mientras los segundos a la visible de la realidad.
26 Uno de los indicios es que el motivo de la Amanita muscaria es frecuente en todo el h‡bitat de esta
seta ÒvenenosaÓ con sombrero rojo punteado de blanco. Asimismo, del nombre de la isla de Mykonos
(= hongos) se puede deducir que los iniciados micenios (ancestral cultura meditaerr‡nea desarrolada en la
isla) exploraron la extensi—n invisible de la realidad con la ayuda de hongos. (Fericgla, 1994)
27 Para mi modo de ver, el ejemplo m‡s fascinante constituye otro necr—polis surcolombiano que guarda los vestigios de la cultura de Tierradentro. Sus tumbas son hipogeos Ð salas subterr‡neas destinadas para
multiples entierros secundarios Ð, excavados parcialmente en la roca viva de los cerros. Los muros que forman arcos c—ncavos y las columnas que sujetan los techos est‡n recubiertos por dise–os que recuerdan
la piel de serpiente: cada conjunto muestra el aspecto de una culebra gigantesca invertida y enrollada (posiblemente es una referencia a la muerte, como calidad esencialmente contraria a la vida). En Amazon’a varias
tribus siguen pintando motivos parecidos sobre cortezas de ‡rbol; hay lugares donde incluso persiste el
original sentido ritual, relacionado con la anaconda mitica
28 Fen—menos lum’nicos perceptibles en la retina independientemente de la luz; pueden aparecer al
ejercer presi—n sobre el gl—bulo ocular o como consecuencia de ingerir sustancias enteogŽneas. Tienen
colores muy intensos, parecidos a los fluorescentes.
18
morfemas esenciales arquetipicos. Sin embargo, encuentro fascinante el razonamiento de
J. Narby, antrop—logo que identifica a los Òserpientes de luzÓ con dise–os biofot—nicos emitidos por el el ADN29: el acercamiento racional a la actividad chaman’stica sin duda exige
conocimientos b‡sicos de microbiolog’a.
Resumiendo: los creadores de los monolitos San Agustin conjugaron el morfema de la
experiencia trascendental con la figura del cham‡n transformado en jaguar durante el
trance, lo que no significa en absoluto que estos s’mbolos culturales deban su forma exclusivamente a visiones: los que codificaron con tanto esmero su contenido, sin duda comprendieron la utilidad de plasmar referencias que permitir‡n acceder a sus correlaciones
internas tambiŽn desde el contexto cotidiano (codificar los conocimientos relacionados
con la dimensi—n trascendental ha sido una medida sabia: el problema de adicci—n a las
drogas era desconocido antes de la profanaci—n de las plantas de poder). Me estoy refiriendo a observaciones tan concretas como lo es el motivo simbi—tico mesoamericano
venado/hongo30 (el œltimo se nutre de los excrementos del primero). Los chamanesartistas de San Agustin Ð seguramente bas‡ndose en similares observaciones Ð decidieron
incorporar el motivo de ardilla en su iconograf’a (tal vez estos menudos roedores fueron
sorprendidos mientras recog’an unas semillas Ð posiblemente de wilca o Anadenanthera
colubrina Ð que contienen alcaloides psicoactivos).
Tallada sobre el muro frontal de la fuente ceremonial
de San Agustin, al lado de la figura de un cham‡n ataviado
con corona de plumas, aparece una ardilla.
Mientras en las iconograf’as mesoamericanas no son raras las representaciones conjuntas de serpiente/p‡jaro (para no ir m‡s lejos, el escudo de MŽxico presenta el ‡guila
azteca triunfante que Ð cumpliendo con unas visiones profŽticas Ð somete la espiritualidad
ancestral del Altiplano, representada por una serpiente), en San Agustin un s—lo monolito
combina serpiente con buho. Los comentarios como Òun aspecto de la relaci—n tierracieloÓ o Òencarnaci—n del conflicto entre el bien y el malÓ suenan bastante superficiales;
29
30
(Narby, 1998)
El mismo morfema se manifiesta en el motivo de reno/hongo en Siberia (Furst, 1976)
19
considerando su emplazamiento, lo m‡s probable es que este ejemplar primorosamente
labrado sea una met‡fora rara y sofisticada del traspaso. El buho es una ave nocturna, un
ser que pertenece a la noche (e indirectamente, tambiŽn al mundo de los muertos): trat‡ndose de una necr—polis es muy probable que pregone el triunfo de la muerte sobre la
fuerza vital y sobre las energ’as que configuran el mundo material, encarnadas en el contexto San Agustin por la serpiente.
Buho y serpiente
(San Agustin)
El morfema referente a la tarea chaman’stica de armonizar los niveles de la realidad y
los de la conciencia, puede tomar formas muy parecidas en iconograf’as de culturas sin
contacto aparente. Por ejemplo, la idea del nudo que s—lo un iniciado est‡ capacitado
para soltar aparece tambiŽn entre celtas y frigios (hay conjeturas acerca de la condici—n
de iniciado de Alejandro el Grande, sin embargo el acto sumamente profano con que pretendi— ÒsolucionarÓ el problema del nudo gordiano no parece confirmarlas). El significado
morfol—gico del nudo Ð aparte de su evidente asociaci—n formal con el de la serpiente Ð
se puede estudiar independientemente31, sobre todo si consideramos el car‡cter peculiar
de la funci—n del dirigente espiritual. Me refiero a que el sumo sacerdote o el cham‡n constituyen un puente simb—lico entre los niveles de la realidad (el t’tulo original del Papa Pontifex Maximus Ð significa Constructor de Puente32). Dado que en el continente americano los puentes no se construyeron sino se tendieron, trenzaron, anudaron, sospecho que
el motivo de nudo Ð presente en numerosas representaciones de chamanes y/o dioses Ð
contiene referencias espec’ficas (para no ir m‡s lejos, esta resoluci—n formal es una met‡fora capaz de expresar elocuentemente el car‡cter ÒanudadaÓ de la red chaman’stica). Las
actividades de tejer, trenzar e hilar son al mismo tiempo actos simb—licos y pr‡cticos del
acto de cultivar: anudar esteras o entrelazar juncos para cestas no han perdido todav’a su
significado ritual en las culturas tradicionales ind’genas33.
31 El presente ensayo se limita al lenguaje pl‡stico: por falta de continuidad etnogr‡fica en el area de San
Agustin, no me es posible extender el estudio morfol—gico a formas manifestadas por musica o danza.
32 (GuŽnon, 1962).
33 Para ilustrar este pensamiento, mencionarŽ algunas resoluciones formales inspiradas en el morfema
de la red chaman’stica y que muy posiblemente constituyen las bases de la geografia sacral. As’ es el sistema
maya de los sacbeob (los Òcaminos blancosÓ), cuyo correspondiente espiritual es el enigm‡tico Kuxan Sum,
en que la sangre de la divinidad y del dirigente espiritual circulan entremezcl‡ndose. Un principio parecido
se materializ— en la red viaria del Imperio Inca: sus caminos tratan de seguir unas l’neas invisibles (los ceques)
que conectan a los lugares sagrados. Lo mismo se manifiesta a travŽs de los senderos comerciales (materiales) que corren a la par con las l’neas de fuerzas (espirituales) de la red chaman’stica.
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Tres ejemplos de la correlaci—n nudo/serpiente en monolitos San Agustin.
La idea del puente se encarna en el arco iris. En forma de serpiente celestial dotado de
dos cabezas aparece frecuentemente en las iconograf’as andinas.
El creador de este aderezo peculiar de indudable monumentalidad seguramente ha experimentado que
los colores visualizados durante el trance tienen radicalmente otra calidad que los del espectro (el que
particip— en ceremonia de ayahuasca, comprender‡ de que estoy hablando: estos colores parecen
irreales). El arco iris Ð como puente entre el Creador y su pueblo (Israel), entre tierra y cielo (China),
entre vida y muerte, estados mentales, colores visibles e invisibles Ð es quiz‡s la met‡fora m‡s
elocuente de la actividad chaman’stica.
Siguiendo el hilo del pensamiento me atrevo a afirmar que los nudos y volutas aplicadas
en lugares que corresponder’an a las orejas contienen referencias a la capacidad de
ÒescucharÓ frecuencias situadas m‡s all‡ de los sonidos perceptibles. Paralelamente con
este motivo, en San Agustin tambiŽn existen Ð aunque no abundan Ð las orejeras Òt’picasÓ
(se asemejan a cornetas para sordos y se encuentran pr‡cticamente por todo el continente).
Sin embargo, estos adornos muestran otra filiaci—n para la audici—n trascendental que los
motivos anteriores: son elaboradas en jade o en distintas aleaciones de oro (por cierto, de
excelente capacidad conductora de energ’as) y su uso est‡ restringido para los elegidos.
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Cham‡n en ÒescuchaÓ (San Agustin)
El motivo de nudo en el lugar de la oreja
Ð a la vez que anula la audici—n ÒnormalÓ Ð,
indica que el cham‡n pose’do est‡ ÒescuchandoÓ
(m‡s que ÒviendoÓ) las instrucciones
de su esp’ritu aliado.
Caracoles de oro
procedentes de tumbas
San Agustin, comentados a la ligera como
ÒAdornosÓ o ÒJoyasÓ.
Sin embargo, por su
forma como por su material m‡s bien parecen ser
unos Òinstrumentos
s’mb—licos de traspasoÓ.
Orejera tipo corneta
(San Agustin)
Ojos sin iris (Òvac’osÓ) y/o bizcos, eventualmente unos motivos helicoidales aplicados
en el lugar que corresponde a los ojos aluden a la visi—n trascendental. Son las formaciones espirales las que mejor expresan la esencia del proceso de la defocalizaci—n, pr‡ctica muy recurrida para alterar el estado mental ordinario.
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Supongo que el murciŽlago Ð que es,
por cierto, uno de los personajes m‡s
Òenigm‡ticosÓ de la mitolog’a maya Ð encarna
el mismo morfema: por ser capaz de
Òver estando ciegoÓ, justifica imputarle
propiedades extrasensoriales.
Algunos detalles de estas extraordinarias tallas
de Cop‡n apuntan a que la inspiraci—n puede
haber surgido de visiones.
(maya, Honduras)
Esta figurita de barro encarna
elocuentemente la esencia del pensamiento
anal—gico: siguiendo con la vista las volutas
del cuerpo enrollado de la serpiente
generaremos el mismo tipo de magnetismo
(ÒencantamientoÓ) que emite el morfema de
la visi—n trascendental experimentado
por el personaje que trata de ÒverÓ
a travŽs de las volutas.
(La Tolita, norte del Ecuador)
En algunos casos el valor referencial puede residir en el mismo procedimiento aplicado (el acto de Òocultar bajo tierraÓ en el caso de San Agustin parece haber surtido efecto:
su espiritualidad efectivamente se qued— oculta). El gigantesco monolito apodado de
ÒEl ObispoÓ constituye un buen ejemplo: su mitad enterrada (invisible) refleja la imagen
del cham‡n-psicopompos (visible); esta formula expresa con gran precisi—n la relaci—n
Ð esencialmente invertida Ð de los dos ÒmundosÓ.
Pero lo que encuentro realmente fascinante es el mismo mensaje codificado en la
mayor’a de las esculturas y conjuntos escult—ricos. Los s’mbolos culturales San Agustin
Ð como corresponde a unos objetos m‡gicos Ð representan tambiŽn a las fuerzas/poderes
que configuraron sus formas. El exquisito Ònudo dobleÓ mental reside en que estas im‡genes plasmadas por chamanes-artistas tambiŽn son unos autoretratos m‡gicos capaces de
demostrar que sus modelos practicaron Ð paralelamente en el nivel individual y social Ð el
autoan‡lisis y asumieron la responsabilidad que requiri— su cargo. Es decir, ostentan todos
los signos distintivos de las m‡s notables obras de arte.
Judit N‡dor DLA, 2004.
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