Puntiá, chiruza, Puntiá un triste, y va a ser robo, Que pa amacarte en un trovo, Vos mesma serás mi musa; La otra de juro se escusa, Y es igual... Seguí templando, Mientras yo vi acorralando En el
brete del olvido Zonceras que no he podido De mi memoria ir borrando.
José Alonso y Trelles
Pasa por la puertita el caballo; resistiendo, lo sigue la vaca; al llegar a la puerta, mete el asta entre los palos y trata de resistir; pena inútil, tiene que ceder; un jinete que siguió al primero en el brete, con el lazo pronto, en caso de que el gaucho viejo hubiera errado el tiro, la castiga por detrás para hacerla correr.
Ella va dilatando con el llanto morir, mientras algún socorro espera. Llega Reinaldo, y cuando ve aquel brete, con gritos los bellacos acomete.
Y el otro que no es menos que él en talla y bien puede ponerlo en algún brete, a medias la bravata altiva acalla, aguija y el lanzón en ristre mete.
Como gran condestable a él le fue dado el seguro del campo y de la plaza, y ya de ver en tal brete a Ginebra alegra el gesto, y la ocasión celebra.
Y es que nuestro pueblo no ve en esta festividad una costumbre tradicional y religiosa únicamente, que ve un deber ineludible de cristiano: en el fogón donde no se hace la "nochebuena" se revuelca el Diablo, y toda la casa queda contaminada. En la de Don Juan Herrera había comenzado el
brete desde la antevíspera.
Tomás Carrasquilla
Entre las ovejas de dos horquetas y muesca de adelante en la izquierda, señal de don Juan Bautista, pasan en los chiqueros muchas otras de punta de lanza, de martillo, rajada, patria, de agujero, de zarcillo y otras señales, en todas sus combinaciones: y se cruzan, corriendo, de un lado para otro, bajo el ojo experto de sus amos, que, con mano ágil y fuerte, las cazan de una pata y las llevan caminando en las otras tres, hasta la puertita del brete, donde las encierran.
Mas, cuando ya a batirse en retirada toda la hueste mora a par se mete, de suerte huyendo rota y desmadrada que no se habría de ella hecho otro flete; hacen Gradonio y Falsirón entrada, que ya otras veces vieron igual brete, y Balugante y Serpentín feroces, y Ferragús, que increpa a grandes voces: «¡Oh guerreros intrépidos, oh amigos, oh hermanos, resistid en vuestro puesto, que obra vana urdirán los enemigos, si no faltamos al deber impuesto!
Comunica el brete con un corral grande por una puertita angosta. En este corral, se ha empinado un carro con las varas para arriba, y del eje cuelga un tercio vacío que contiene las herramientas y demás cosas necesarias para la hierra; al lado del carro que servirá de reparo y de fortaleza a los que trabajan de a pie y corren con la marca, se ha prendido una gran fogata de leña y huesos, avivada de cuando en cuando con sebo, para calentar las marcas.
Si las ovejas remolonas han tardado mucho en entrar al brete, asustadas por el movimiento del tendal, los esquiladores, apurándose, no tanto por el interés de ganar una lata más como para desacreditar al agarrador, han acabado ligero con la última oveja atada, y claman: ¡Ovejas!
Superando por número a una partida del gobierno, se vieron obligados a salir de la ciudad, donde el día 19 de marzo fueron derrotados en el Combate de El Brete, con el saldo de cinco muertos.
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