Basilio. Hace diez y siete años que ardía en España la
guerra civil. Carlos e Isabel se disputaban la corona, y los españoles, divididos en dos bandos, derramaban su sangre en lucha fratricida.
Pedro Antonio de Alarcón
a tarde del 26 de marzo de 1848 hubo tiros y cuchilladas en Madrid entre un puñado de paisanos que, al expirar, lanzaban el hasta entonces extranjero grito de ¡Viva la República!, y el Ejército de la Monarquía española (traído o creado por Ataúlfo, reconstituido por don Pelayo y reformado por Trastamara), de que a la sazón era jefe visible, en nombre de doña Isabel II, el Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la
Guerra, don Ramón María Narváez.
Pedro Antonio de Alarcón
Negábale todos los días don Jorge que tuviese hechura la concesión de la viudedad, lo cual sacaba de sus casillas a la guipuzcoana; pero a renglón seguido la invitaba a sentarse en la alcoba, y le decía que, ya que no con los títulos de General ni de Conde, había oído citar varias veces en la
guerra civil al cabecilla Barbastro como uno de los jefes carlistas más valientes y distinguidos y de sentimientos más humanos y caballerescos...
Pedro Antonio de Alarcón
- ¡Señores! (había dicho el boticario): la
guerra que os hacemos los españoles es tan necia como inmotivada. Vosotros, hijos de la Revolución, venís a sacar a España de su tradicional abatimiento, a despreocuparla, a disipar las tinieblas religiosas, a mejorar sus anticuadas costumbres, a enseñarnos esas utilísimas e inconcusas «verdades de que no hay Dios, de que no hay otra vida, de que la penitencia, el ayuno, la castidad y demás virtudes católicas son quijotescas locuras, impropias de un pueblo civilizado, y de que Napoleón es el verdadero Mesías, el redentor de los pueblos, el amigo de la especie humana....» ¡Señores!
Pedro Antonio de Alarcón
Tengo la seguridad de que, a los tres meses, o es Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la
Guerra, o lo ha pasado por las armas al General Narvaez!
Pedro Antonio de Alarcón
Contábame mi difunto esposo, que, cuando un buque mercante o de
guerra descubre en la soledad del mar y salva de la muerte a algún náufrago, se recibe a éste a bordo con honores reales, aunque sea el más humilde marinero.
Pedro Antonio de Alarcón
Y así se retiraron sanos y salvos él y su compañero, porque en la guerra no se ataca generalmente al que muestra tales disposiciones, sino más bien se persigue a los que huyen a toda la velocidad de sus piernas.
En nombre de la sociedad ultrajada y del pueblo mexicano vilependiado, levantamos el estandarte de la guerra contra nuestros comunes opresores, proclamando el siguiente plan: Art.
Desde que se acabó la
guerra, se halla constantemente de reemplazo; pues, si bien he logrado, en mis épocas de favor político, proporcionarle tal o cual colocación en oficinas militares, regimientos, etcétera, a las veinticuatro horas ha vuelto a ser enviado a su casa.
Pedro Antonio de Alarcón
Aún sin enumerar todos los conflictos que ha habido desde la rendición de Japón, que son muchos, la guerra de Vietnam y la de Corea son suficientes por sí solas de apaciguar tanto optimismo.
En la primera, tras años de lucha feroz, la parte norte del país quedó sumida en la más terrible devastación que figure en los anales de la guerra moderna; acribillada de bombas; sin fábricas, escuelas u hospitales; sin ningún tipo de habitación para albergar a diez millones de habitantes.
En esta guerra intervinieron, bajo la fementida bandera de las Naciones Unidas, decenas de países conducidos militarmente por los Estados Unidos, con la participación masiva de soldados de esa nacionalidad u el uso, como carne de cañón, de la población sudcoreana enrolada.