ajo el manto de estrellas de una noche espléndida y glacial, Roma se extiende mostrando a trechos la mancha de sombra de sus misteriosos jardines de cipreses y laureles seculares que tantas cosas han visto, y, en islotes más amplios, la clara blancura de sus monumentos, envolviendo como un
sudario, el cadáver de la Historia.
Emilia Pardo Bazán
Vino la Nochebuena acompañada de mucha nieve; pero cuanto más espeso era el
sudario que cubría el huerto del convento, más calor notaba Lucía en su celda solitaria; una ilusión singular le mostraba, al través de los emplomados vidrios, que en lugar de copos de nieve llovían sobre las ramas de los árboles y sobre la dura tierra millares de azucenas nítidas, finas como plumas arrancadas del ala de los ángeles.
Emilia Pardo Bazán
25 Sodomita de Talo, más suave que de un conejillo el cabello o de un ánsar la medulilla, o lo más bajito de la orejilla, o el pene lánguido de un viejo y el moho arañoso, y tú mismo, Talo, más rapaz que un turbio vendaval cuando una rica caja sus rajas muestra abriéndose, devuélveme el palio a mí mío, que me levantaste, y el sudario játivo y los tapices tinos, inepto, que abiertamente sueles tener como ancestrales.
Pues tan de lejos te traje »Para sentarte en su silla »Haz que se olvide en Castilla »Quien la ocupó antes que tú: »Que de otro modo, condesa, »De mi trono hereditario »No será mas que un sudario »El pabellon de tisú.» Dió el conde un ósculo amante En la mejilla á su esposa, Y los ojos ruborosa La bella Blanca bajó; Aplaudió la turba al punto Tan cortés galanteria, Y al son de su voceria El conde el balcon cerró.
Ya vía espirara al médico Cuya moribunda voz Decia ese es mi asesino, Ese, ese es quien me mató. Ya le veía á deshora Fantasma amenazador Embozado en el sudario Entrar por algun balcon.
Me decía: – Si quieres ser mío te haré más dichoso que el mismo Dios en su paraíso; los ángeles te envidiarán. Rompe ese fúnebre sudario con que vas a cubrirte, yo soy la belleza, la juventud, la vida; ven a mí, seremos el amor.
–me decía a mí mismo en mi ceguera–, si no hubiera sido sacerdote habría podido verla todos los días, habría sido su amante, su esposo; en vez de estar cubierto con mi triste sudario, tendría ropas de seda y terciopelo, cadenas de oro, una espada y plumas como los jóvenes y hermosos caballeros.
No podía contenerme; el aire de esta alcoba me embriagaba, el olor febril de rosa medio marchita me subía al cerebro, me puse a recorrer la habitación deteniéndome ante cada columna del lecho para observar el grácil cuerpo difunto bajo la transparencia del sudario.
Siniestra, cárdena lumbre bañó la faz del calvario, cual un ardiente
sudario flotando desde la cumbre: bajo la negra techumbre del éter vago y profundo, aquel surgir iracundo… brutal de la claridad… era quizás, ¡la verdad mirando una vez al mundo!
Pedro Bonifacio Palacios
Su única ropa era el sudario de lino que la cubría en su lecho de muerte, y sujetaba sus pliegues en el pecho, como avergonzándose de estar casi desnuda, pero su manita no bastaba, y como era tan blanca, el color del tejido se confundía con el de su carne a la pálida luz de la lámpara.
Acompañada por el recuerdo del ausente, recorrería las angostas y húmedas calles de la ciudad antigua; con su recuerdo en la conciencia y su amor en el corazón, velaría dentro de su hogar o caería, al mediar la noche, en su cama, para pensar en él, con el rostro oculto en la almohada, con las sábanas ceñidas, como un sudario, a sus virginidades.
No obstante la luctuosa época que pesaba como un sudario sobre la hermosa metrópoli del Plata, sus habitantes se entregaban a una recrudescencia de alegría que abría sus teatros y llenaba sus calles de bulliciosas mascaradas.