¡Corcho, eso sí que sería bonito! ¡Y no tener una
perra gorda para darse el gusto! Muchas veces miraba a las junturas del empedrado, registraba con los ojos basuras y detritus, por si alguien hubiese dejado caer la consabida
perra...
Emilia Pardo Bazán
A la primera vaga luz del alba, Ramón se miraba las manos, negras, recias, sin vello, porque se lo había raído el polvillo del carbón, y se le crispaban los dedos rudos al pensar en la garganta delgada de su enemigo. ¡Un chicuelo así, un hijo de
perra...; y por él pierde una mujer la vergüenza, se olvida de las criaturas!
Emilia Pardo Bazán
Ya el zapatero de la Ramela me tomaba de aprendís; solamente que, ¡ay carambo!, me quería tener tres años lo menos sin me dar una
perra...
Emilia Pardo Bazán
- ¿Por qué vienes tan pronto?, le dijo el amo. - ¿Pero no habíais dicho que volviera tan pronto lo hiciera la perra? le dijo el otro.
¡Qué de veces ha intentado aquesta noble señora, con la alegre zarabanda, el pésame y
perra mora, entrarse por los resquicios de las casas religiosas a inquietar la honestidad que en las santas celdas mora!
Miguel de Cervantes Saavedra
Tiene la señora que gestionar el pago de inscripción y multa, porque no estará inscrita la
perra, creo yo, y, de todos modos, hay que averiguarlo...
Emilia Pardo Bazán
POLONIA Vuestra merced quedará desengañada y corrida. DOÑA BERNARDA ¡Loca estoy, estoy perdida! Ven, perra; vamos allá: Quédate tú aquí, embaidora. ¿Queréis que os acompañemos?
Hermanos a hermanos hacían la guerra, perdían los débiles, ganaban los malos, hembra y macho eran como perro y
perra, y un buen día todos me dieron de palos.
Rubén Darío
Conforme tuvo en su mano el remendón al hermoso pez, le dijo este (que por lo visto no era tan callado como suelen serlo los de su especie): -Llévame a tu casa; córtame en ocho pedazos y guísame con sal y pimienta, canela y clavo, hojas de laurel y yerbabuena. Dale a comer dos pedazos a tu mujer, dos a tu yegua, dos a tu perra, y los otros dos los sembrarás en tu jardín.
A los nueve meses parió su mujer dos niños; su yegua, dos potros; su perra, dos cachorros, y en el jardín nacieron dos lanzas, que por flor llevaban dos escudos, en los que se veía un pez de plata en campo azul.
-Pero qué querrás tú, don Cerote -exclamó la vieja incorporándose bruscamente con los ojos chispeantes de indignación- si querrás tú que con tres riales que me diste por Pentecosté y entre ellos una perra gorda con tosferina, te tenga yo a pasto y a toas horas bizcochos, mostachones y chocolate de la Riojana; ¡pos ni que estuvieras pagando un pupilaje en el Recreo!
Sanó, volvió otra noche, y yo volví a la pelea con mi
perra, y, sin morderla, la arañé todo el cuerpo como si la hubiera cardado como manta.
Miguel de Cervantes Saavedra