¡Quiero trabajo!
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¡Quiero trabajo! - María Luisa Carnelli
parte
Transgresión y revolución
en María Luisa Carnelli
Tania Diz*
Ella es ella y él.
En los primeros años del siglo xx, escritoras y periodistas de una incipiente clase media compartían ciertas características con sus colegas varones: tanto unas como otros eran descendientes de inmigrantes o inmigrantes, hacían de la escritura un medio de vida, lo que los lleva a practicar diferentes géneros –periodismo, poesía, teatro, narrativa–, asumían un compromiso social y político revolucionario, el periodismo funcionaba como espacio de inserción social y cultural. En el caso de las mujeres, deben tenerse en cuenta, además, los prejuicios de género que subyacían y que estaban legitimados por el Estado. Recordemos que las mujeres recién obtendrán los derechos civiles en 1926 y los políticos, en 1947; con lo cual se acepta desde el derecho, la representación infantilizada sobre las mujeres que puede leerse en la prensa de la época. Además, la imagen de la escritora estaba matizada por los ideales de la domesticidad; la actividad laboral femenina era vista con un manto de sospecha, sea por suponer una vida licenciosa o sea por suponerla masculinizada. Así es que, en las revistas literarias, la mujer que ejercía el periodismo o que escribía estaba encorsetada por prejuicios que iban desde el paternalismo de Nosotros en 1910 a la injuria descarnada de Claridad en 1930.
En este contexto está inserta María Luisa Carnelli. Ella nació en la ciudad de La Plata, el 31 de enero de 1898; en la misma década en que nacieron Alfonsina Storni, Victoria Ocampo, Salvadora Medina Onrubia, sin ir más lejos. De diferentes orígenes y lugares, todas ellas dejaron su huella en las letras. Carnelli pertenecía a una familia de clase media quizás algo conservadora, tenía muchos hermanos, y, a pesar de las prohibiciones paternas, entró en contacto con la música y el lenguaje del tango de inicios de siglo xx.
Al reconstruir la historia de los escritores, uno de los tópicos más atractivos es el de los inicios, desde la osada fantasía borgeana entre guerreros y lectores, hasta las escenas de lectura infantil más o menos censurada por la mirada materna. Recordemos a Victoria Ocampo escondiendo los libros que leía bajo la cama, a Alfonsina Storni dejándole orgullosa a su madre un poema en la mesa de luz para recibir luego un gran reto por ese pesimismo temprano de la pequeña, o a Norah Lange, ya adolescente, dejando que algunos poetas amigos de la familia lean sus primeros versos. En esta serie de relatos, Carnelli, a los 12 años, aún en La Plata, escribe un poema dedicado al río Sarandí que envía al diario El día. La experiencia, como suele suceder, fue frustrante: se lo rechazaron.
Luego, las ansias, el matrimonio o la vocación la llevaron a Buenos Aires y allí escribió para diarios y revistas. Carnelli, como muchos escritores de su generación, supo adaptar la pluma a diferentes géneros –letras de canciones, poemas, crónicas, ensayos, artículos– hasta escribir una única novela: ¡Quiero trabajo!
Antes de entrar en ella, quisiera detenerme en esta etapa anterior a la misma en la que Carnelli lleva adelante una estrategia con la que parece adelantarse a la invitación de jugar con las identidades sexuales que es la de escribir bajo un nombre de varón. Es decir que halló un modo de profesionalización de su tarea ligada a una figura común en la época que es la del escritor-periodista de sectores medios, que busca en los medios gráficos, en el teatro y en la música, un modo de subsistencia y de inserción en el campo intelectual. Quizás sea más preciso decir que lo suyo era el periodismo más que la ficción pero que, al igual que Enrique González Tuñón, Nicolás Olivari, Alfonsina Storni o Nydia Lamarque; escribió indistintamente ficciones, tangos y notas periodísticas.
Así, en Buenos Aires, ya en plena década del ‘20, entra en el ambiente del periodismo, la noche y el tango; formando parte de los escritores del margen
, como dice Sarlo (1988). Los pocos datos biográficos que se encuentran coinciden en comentar que se casó y se separó, que tuvo un hijo, que fue pareja de Enrique González Tuñón, que seguramente fue muy amiga de Nicolás Olivari, como se desprende de la dedicatoria que les escribe a ambos el autor en su libro El gato escaldado, de 1929: A Enrique González Tuñón, a María Luisa Carnelli. Los más buenos, los más fieles, los más leales.
Con mayúsculas para resaltar los nombres y, luego, el afecto sincero que alude a notas del sentimentalismo de la estética del grupo de Boedo. Sugiere, también, una confraternidad inquebrantable que de algún modo los sostiene como obreros de la escritura, en circunstancias económicas y sociales nada sencillas. A este trío, podría agregarse uno más: Carlos de la Púa, también muy amigo de ellos y gracias a quien Carnelli, en 1927, escribe la letra de El malevo, uno de sus primeros tangos.
Efectivamente, Carnelli vivía de la escritura de letras de tangos, pero también de poemas que publicaba en diversas revistas, como tantos de su generación. Lo que se salió de lo común fue la estrategia que llevó adelante para hacerlo: los tangos son firmados con los seudónimos Luis Mario y Mario Castro, y los poemas, como María Luisa Carnelli. Según ella supo decir, lo hizo por temor al reto de su padre y, seguramente, a la inversa, le daría cierto prestigio social y familiar su nombre en la autoría de poemas. El uso del seudónimo tiene una larga tradición, y el caso más específico de mujeres que firman como varones, también. Si Emma de la Barra se escondió tras un nombre masculino para poder publicar y, unos años más adelante, Storni acudió a la firma masculina más bien lúdicamente, ¿cómo leer el gesto de Carnelli? La suya es, en verdad, una argucia mediante la que demuestra una notable capacidad de mutar de estilo y sexo al decir, como Mario Castro: Sos un malevo sin lengue,/ sin pinta ni compadrada,/ sin melena recortada,/ sin milonga y sin canyengue
;1 y como María Luisa Carnelli: Sobre la rama frágil que un pájaro ha curvado/ Pasó un soplo de brisa, blando, suave, infantil./ Fruto de savia débil, las hojas han temblado/ Bajo la tibia y mansa caricia del Abril.
2 El gesto de Carnelli proviene de amoldarse a lo previsible –la firma masculina en los tangos y la femenina en la poesía–; para escribir y publicar, más allá de que, si descorremos el velo del estilo, hay un eje que se reconoce desde los tangos y poemas hasta la novela, que es la preocupación por lo social.
En esos años, González Tuñón está publicando, en el diario Crítica, la serie de las glosas de tangos que tomarían forma de libro en 1926. Tuñón se lo dedica a Juan de Dios Filiberto, Himalaya del Tango argentino
, y, justamente, éste no sólo es de los compositores destacados de La vieja guardia
sino que además es quien hace la música de varios tangos con letra de Carnelli. Es más, Tuñón glosa varios tangos de Carnelli, como es el caso de Primer agua, que se estrenó y editó en forma de folleto. Resulta difícil contabilizar con precisión la cantidad de letras escritas por Carnelli,3 pero sí se pueden mencionar los más destacados como Moulin Rouge, Linyera, Se va la vida, Cuando llora la milonga. Entre los compositores de tangos con sus letras, además de Juan de Dios Filiberto, se destacan Julio de Caro y Edgardo Donato; y fueron estrenados por cantantes famosos en la época como Azucena Maizani, Carlos Gardel y Agustín Magaldi. En cuanto a las letras de Carnelli están atravesadas por la transición respecto de lo que se denomina como La guardia vieja
y La guardia nueva
, de la que Julio de Caro fue el principal renovador a través de modificaciones en la conformación de las orquestas y en la estructura misma de los tangos.4
En torno a algunas letras, giran anécdotas tales como que