Sueños del pasado
Por Jorge Urreta
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Prologado por Marta Abelló
Jorge Urreta
Jorge Urreta (Bilbao, 1974) es informático de profesión y escritor de vocación. Premios: 2007. Finalista en el premio de relato de yoescribo.com con «¿Quién dijo miedo?». 2009. Finalista del I Premio Ovelles Elèctriques de relato, con «El profundo espacio exterior». 2019. Finalista de la tercera edición del premio «A sangre fría» de novela negra de Apèiron Ediciones con la novela «El noias». Obras publicadas: 2012. Decisiones (Editorial Amarante). Edición descatalogada. 2014. El año de la hortaliza (Editorial Luhu). Edición descatalogada. 2015. ¿Quién dijo miedo? (Ed. Última Línea). Novela basada en el relato corto del mismo nombre. 2016. Venganza (Editorial libros.com) 2018. Autoedita en Amazon la segunda edición de Decisiones. 2019. Autoedita en Amazon la antología de relatos titulada «Recuerdos, y otras historias que no olvidarás». 2020. Autoedita en Amazon dos relatos. Primero, «Invasión», un relato corto de ciencia ficción, y luego la novela corta «Cuidado con lo que deseas (no sea que se haga realidad)». www.jorgeurreta.com www.facebook.com/jorge.urreta www.twitter.com/UrretaJorge www.instagram.com/Urreta.Jorge Canal Youtube del autor: https://www.youtube.com/channel/UCHJ9tYH209znukvRRqeeG5Q
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Sueños del pasado - Jorge Urreta
Índice
Portada
Portadilla
Dedicatoria
Prólogo, por Marta Abelló
Cita
1. CÓMO NADAR Y GUARDAR LA ROPA
2. TRAUMAS DE LA INFANCIA
3. LO QUE SE APRENDE LEYENDO CIENCIA FICCIÓN
4. SOÑAR ES DIVERTIDO, A VECES
5. LA LEY DEL ETERNO ASESINATO
6. ECHAR LA VISTA ATRÁS ES DIFÍCIL A VECES
7. NO TODO ES TAN FÁCIL COMO LO PINTAN
8. SOLO TENGO DIEZ AÑOS, PERO NO SOY UN NIÑO, ¿VALE?
9. TRATAR DE AGOTARSE ES MÁS DURO DE LO QUE PARECE
10. LAS ACCIONES TIENEN CONSECUENCIAS
11. JEREMÍAS
12. ARRESTO DOMICILIARIO
13. MISIÓN UNO: CARO
14. MISIÓN CASI FALLIDA
15. ES IMPORTANTE GANAR ALIADOS
16. REGRESAR A CASA
17. DESPERTARES
Biografía
Créditos
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Sueños del pasado
Jorge Urreta
Esta es una historia que quiero dedicar a todos los soñadores, tanto los que lo hacen despiertos como los que viven historias apasionantes mientras duermen, porque son los sueños los que mueven nuestro futuro y a veces remueven el pasado, pero una vida sin sueños es inconcebible.
Como siempre, va también para mi familia y mi querida Elena.
Prólogo, por Marta Abelló
«El tiempo no es una línea, sino una cota, como las dimensiones del espacio. Si puedes doblar el espacio, también puedes doblar el tiempo, y si supieras lo suficiente y pudieras moverte más rápido que la luz, podrías viajar hacia atrás en el tiempo y existir en dos lugares a la vez.»
Margaret Atwood
Dicen que la vida es un enorme reloj de arena. Un reloj que nos recuerda que los días que nos quedan son efímeros y frágiles como el cristal. Pero ¿y si fueras capaz de detener en sueños esas arenas del tiempo? ¿Y si, además, a través de los recuerdos, pudieras reescribir el futuro y cambiar tu destino?
Lo cierto es que sería emocionante viajar al pasado cargado con tu mochila de conocimientos del presente, corregir errores y moldear la vida a tu antojo. Saltar a ese universo paralelo y dejar de preguntarte qué hubiera pasado si agarraras las riendas de otro modo y borraras los recuerdos dolorosos transformándolos en un nuevo hoy.
Sí, sería tentador desmontar el castillo de naipes de tu vida y recomponerlo a tu antojo. Sin embargo, tal vez al volver ya no serías quien eres ahora, porque zarandear el tiempo es como jugar con fuego: te enfrentarías a paradojas, a realidades alternativas, a bucles temporales y a dilemas que reescribirían tu futuro. Tal vez también desaparecerías, arrastrado por el caos de una vida que se descompone en fragmentos, por los demonios con los que te toparías en el pasado. Tal vez tú ya no serías más tú.
Aun así, veo que sonríes, que no tienes miedo, que vivirías tu vida una y mil veces en un eterno retorno, que crees en lo que dicen que es imposible.
Siendo así, ponte cómodo, voltea esta página —y este particular reloj de arena que ha creado Jorge Urreta— y descubre el círculo del tiempo de su protagonista, Gonzalo. Su don, cual poción mágica, le permite construir y destruir su mundo, mutar los malos recuerdos y sostener los buenos en frágil equilibrio; le permite también existir en dos lugares a la vez.
Urreta nos relata una historia que se enreda en la tela de araña de los años y los días; nos recuerda también que intervenir en el círculo de la existencia puede ser una aventura, pero también implica asomarse a un abismo.
Pasa y lee. Dobla el tiempo. Y abre sin miedo el telón de lo imposible.
«La única razón del tiempo es para que todo no suceda a la vez.»
Albert Einstein
1
CÓMO NADAR Y GUARDAR LA ROPA
Creo que tendría unos ocho años cuando Martín murió justo delante de mis narices. Había insistido mucho desde primera hora de la mañana en que fuéramos al río, a pesar de que siempre que lo hacía yo le repetía que no sabía nadar. Aquel lugar me daba bastante miedo. No en vano, aunque no era su nombre oficial, todo el mundo lo conocía como «arroyo del hombre muerto», en alusión a Benito Fernández, antiguo alcalde muerto en él justo un día después de jurar el cargo, mientras estaba de merendola con su familia para celebrar la victoria en las elecciones.
Para mi desgracia, después ese río pasaría a ser conocido como «arroyo del niño muerto». Supongo que debería sentir algún alivio por no ser yo el niño aludido, pero eso no se aplica cuando has visto morir al niño en cuestión con tus propios ojos.
Casi veinte años después volví a soñar con Martín. Se trató de un sueño lúcido, de esos en los que sabes que estás soñando y te despiertas generalmente justo cuando lo descubres. Revivir por enésima vez la muerte de mi amigo no era el modo en que había pensado empezar esa mañana de domingo, así que me dije a mí mismo que quería despertar, y así fue. Al instante, ya no estaba en aquel río de Hermosilla del Campo, sino que reposaba sobre mi almohada en un pequeño charco de babas. Después pasé dos horas tirado en la cama sin poder o querer levantarme. Me apetecía volver a dormir y ver si era capaz de soñar de nuevo con Martín, a pesar de que, al mismo tiempo, eso me aterraba. Me intrigaba que al despertar me había quedado con la sensación de que podía haber intentado algo. Parecía como si pudiera comunicarme de verdad con mi amigo. Lo creía porque había hablado con él, aunque ni mis palabras ni sus respuestas coincidían con mis recuerdos. Eso me hizo pensar si no podría cambiar la historia y salvarlo, aunque solo fuera en el sueño. No sería como en la vida real, pero quizá me aliviara algo.
Al principio me costó un buen rato volver a conciliar el sueño; ya dormido, mi obsesión por Martín pudo con todo y una vez más regresé a aquel fatídico instante.
—El agua está genial, mariquita —dijo Martín, tal y como yo recordaba.
—Mariquita, tu padre —dije yo repitiendo asimismo las palabras de entonces.
En ese momento volví a ser consciente de que estaba en un sueño lúcido y otra vez logré no despertar. Así pues, decidí tomar ya el control. Sabía que en pocos minutos Martín se vería llevado por la corriente y se golpearía la cabeza con una rama de árbol desprendida. A diferencia de lo sucedido aquella primera vez, yo sí sería capaz de lanzarme al agua y nadar hasta él para rescatarlo.
El golpe del agua llegó puntual, como lo recordaba, seguido inmediatamente por el golpe en la cabeza de Martín, que quedó inconsciente al instante. Por unos segundos no me atreví a hacer nada, olvidando que, aunque estaba ahí con mi cuerpo de ocho años, la mente tenía veinticinco y ya sabía nadar. Aunque, cuando me di cuenta y fui capaz de reaccionar, vi que no había valorado todos los factores.
Aunque sabía nadar, no había considerado que el cuerpo de un niño pequeño no es nada contra un río embravecido. Intentaba nadar y acercarme a Martín, esquivando rocas por doquier, pero no lograba avanzar, debido principalmente a los brazos y piernas tan pequeños que tenía entonces. Durante varios minutos luché contra el río y mis propias limitaciones. No pasó mucho tiempo antes de que me diera cuenta de que no lo iba a conseguir. Cuando se hizo patente, decidí que no quería seguir allí y desperté inmediatamente.
Pasé cerca de una hora paralizado sobre la cama. No era que no quisiera moverme, sino que algo inexplicable me lo impedía, tal vez la impresión por lo sucedido. Había vuelto a ver morir a mi amigo sin poder hacer nada por evitarlo. Cuando fui capaz de reaccionar nuevamente, me di la vuelta e intenté dormir; no conseguí concentrarme lo suficiente. Varias horas después me levanté de la cama y tomé la firme decisión de que jamás volvería a soñar con Martín, como si de verdad pudiera controlar los sueños.
2
TRAUMAS DE LA INFANCIA
Pasaron casi diez años más hasta que volví a tener un sueño lúcido tan intenso.
Era de nuevo una mañana de domingo y yo me había levantado a mear. El reloj marcaba ya las diez de la mañana. No tenía intención de comenzar el nuevo día y me dirigí de vuelta a la cama. No sé por qué me sucede: desde siempre esos momentos ya de mañana son los que más me gustan para dormir. Es como si, al estar menos cansado, fuera más consciente de cómo me voy durmiendo poco a poco, y, aunque no suelen ser lúcidos, es el momento en que tengo los sueños más placenteros.
Estando así, de pronto me sobrevino otro sueño lúcido, pero ni tenía ocho años ni estaba en Hermosilla con Martín. Estaba con mi hermana pequeña, Lucía, reviviendo un momento de nuestras vidas del que todavía hoy me avergüenzo.
Yo tenía diez años y Lucía cuatro, y estábamos en casa una tarde de verano. Acabábamos de llegar, llevados por nuestra tía Olga, que, a pesar de que se había comprometido a cuidarnos hasta la noche, había tenido que acercarnos de vuelta antes de tiempo. Al parecer, su suegra había sido ingresada en un hospital y debía ir allí a acompañar a su novio. Le pillaba de camino y nos dejó en casa. Había tratado de hablar con papá y mamá; ninguno de ellos cogía el teléfono y se vio obligada a llevarnos sin avisar. Cuando vio dos coches en casa, supuso que papá y mamá estaban allí, así que nos dejó y se marchó con prisa.
Lucía todavía no era capaz de separarse mucho tiempo de nuestros padres sin echarlos de menos, así que nada más llegar ya quería ver a mamá a toda costa. Aunque yo no sabía dónde podrían estar, no tenía ganas de aguantar una pataleta de mi hermana y nos pusimos a buscar por toda la casa.
En nuestra inocencia infantil no podíamos imaginar a qué se debían los ruidos que provenían de la habitación de nuestros padres, y ojalá nunca lo hubiéramos descubierto.
Lo que sucedió, por previsible ahora que tengo más conocimientos, no requiere una explicación detallada. Pillamos a mis padres haciendo el amor, y el trauma quedó servido. Lucía empezó a gritarle a papá, convencida de que estaba haciendo daño a mamá, y yo no supe reaccionar. Me quedé parado cual estatua mientras mi hermana gritaba histérica y mamá trataba de calmarla.
Ahí estaba yo en un nuevo sueño lúcido. En un principio pensé en la posibilidad de desear despertarme y volver inmediatamente a la realidad. No lo hice.
—Me aburro —dijo Lucía—. ¿Dónde están papá y mamá?
—No lo sé, igual han subido a echar una siesta.
—Pues vamos a despertarlos. Quiero ir a jugar.
—Vamos a ver. ¿A ti te gusta que te despierten de la siesta?
—A mí no me gusta la siesta.
—Pues a ellos, sí.
—Entonces, ¿quién juega conmigo?
—Yo lo haré.
—¿Jugamos a las casitas?
No recordaba haber jugado nunca a ese juego de pequeño y, como adulto que soñaba en el cuerpo de un niño, me daba una pereza tremenda. A pesar de todo, decidí jugar. Nuestros padres seguirían jugando a lo suyo mientras nosotros jugábamos a lo nuestro, y mi hermanita, al menos en mi sueño, nunca tendría ese trauma que de mayor todavía no ha olvidado, hasta el punto de no haber tenido más que un novio en toda su vida. Tampoco quiero decir que me guste la idea de imaginar a mi hermana haciendo el amor, y tampoco que siga traumatizada por una experiencia que tuvo con cuatro años. Una vez leí un artículo que decía que todo recuerdo que creamos tener de antes de cumplir cinco años es probablemente falso. Me gustaría encontrar al que lo escribió para decirle un par de cosas.
Estuve jugando con mi hermana hasta que apareció mamá. Se sorprendió al vernos y preguntó por qué no habíamos avisado nada más llegar, así que me tuve que inventar una mentira. Le dije que nuestra tía, al dejarnos en casa, me había dicho que estaría echando la siesta y que no la molestáramos.
Luego, una vez que tuve claro que ya todo había pasado y que mi hermanita de cuatro años no descubriría a sus progenitores jugando a los médicos, decidí que era el momento de despertar y volver a la realidad.
En cuanto desperté, sentí que algo no iba del todo bien. De pronto noté que tenía dos recuerdos contradictorios de aquel momento con el que acababa de soñar. Podría parecer que recordaba la escena original y la de mi sueño; en realidad tenía dos recuerdos claros en mi cabeza, ambos del mismo momento temporal. Dice el principio conocido como «La navaja de Occam» que «en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta». La explicación más sencilla, que en un sueño había cambiado el pasado y con él seguramente el presente, no solo no me parecía la más sencilla, sino que además resultaba demasiado peliculera para ser creíble.
Como una respuesta no pedida, y no por ello no esperada, de seguido acudieron a mi mente un aluvión de nuevos recuerdos, aunque más bien debería referirme a ellos como versiones alternativas de los que tenía. Estaban sin duda construidos a partir de la combinación de los recuerdos originales con la novedad de que mi hermana ya no había experimentado el trauma de ver a nuestros padres teniendo sexo. Estos nuevos recuerdos no sustituyeron a los ya existentes, sino que, de igual modo que les sucede a los viajeros en el tiempo de las películas y novelas de ciencia ficción, yo era capaz de recordar las dos líneas temporales, pese a lo cual sabía que solo la nueva era la «buena».
Ya no estaba un poco asustado, sino aterrado del todo. De verdad parecía que había sido capaz de cambiar el curso de la historia. Aunque recordaba perfectamente mi vida antes de ese momento y la tristeza que mi hermana acumulaba por aquel trauma infantil, esos recuerdos se diluían ante la ilusión que afrontaba la vida con los nuevos. Odiaba bastante conservar los antiguos, aunque casi daba igual. Al instante pensé que debía hallar una manera, la que fuera, de volver otra vez al río con Martín. Por fin estaba convencido de poder salvar su vida, a pesar de no tener todavía muy claro cómo hacerlo.
3
LO QUE SE APRENDE LEYENDO CIENCIA FICCIÓN
Durante unos cuantos días estuve trazando un plan para lograr soñar de nuevo con Martín y esa vez tener éxito en las labores de rescate. Seguiría siendo un niño de ocho años, con cuerpo y limitaciones de esa edad, aunque esperaba que la correcta planificación me llevara al éxito. Para ello, lo primero que decidí fue que tal vez me bastaría con tratar de concentrarme en soñar no con el momento de estar nadando en el río, sino unas horas más atrás, el instante en que Martín sugirió que lo hiciéramos. Me parecía más sencillo convencer a mi amigo para que fuéramos a hacer cualquier otra cosa y así evitar que llegáramos al río. Con algo de suerte y mi labia de adulto tal vez no tuviera que pasar por tan mala experiencia. Para el caso de que mis dotes de convicción no funcionaran, tracé un plan de contingencia, basado en tratar de recordar si en el lecho del río había algún tronco de árbol caído o cualquier otra cosa que pudiera usar para mantenerme a flote con más facilidad y así evitar ahogarme también yo.
Todavía no sabía si aquello era casualidad o la primera manifestación de mis «poderes mutantes» y, a decir verdad, no tenía ni idea de qué lo activaba. Aquel primer sueño lúcido con Martín y el río fue casual, igual que las repeticiones posteriores, e igual que soñar con mi hermana. Daba la impresión de que se trataba de momentos vergonzosos de mi vida de los que todavía no me hubiera librado, aunque eso no me daba muchas