argumenta philosophica 2022/1
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¿La mujer contra el tiempo? Reflexiones fenomenológicas sobre el envejecimiento femenino
Diana Aurenque
Franz Rosenzweig, un judío profético
Roberto Navarrete
Anaximandro, el principio del pensamiento occidental. Las conferencias de Heidegger de 1932
Ignasi Boada Sanmartín
José Ortega y Gasset, un lector crítico de Nietzsche
Guillem Turró Ortega
"Any True Republic." Kant's Legalist Republicanism in Its Historical and Systematic Context
Günter Zöller
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argumenta philosophica 2022/1 - Herder Editorial
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Revista indexada en / Journal indexed in: Carhus Plus+, Dialnet, ERIH Plus, IBZ, IBR, Latindex, Philosopher’s Index, MIAR y SCOPUS
Cubierta: Gabriel Nunes
Imagen de cubierta: Agustí Penadès
Edición digital: José Toribio Barba
EAN: 9788425448867
ISSN: 2462-5906
Para suscripciones y pedidos
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arg.png2022/1
¿La mujer contra el tiempo? Reflexiones fenomenológicas sobre el envejecimiento femenino 7
Diana Aurenque
Franz Rosenzweig, un judío profético 23
Roberto Navarrete
Anaximandro, el principio del pensamiento occidental. Las conferencias de Heidegger de 1932 49
Ignasi Boada
José Ortega y Gasset, un lector crítico de Nietzsche 81
Guillem Turró
True Republic.
Kant’s Legalist Republicanism in Its Historical and Systematic Context 97
Günter Zöller
J. Zamora Bonilla, Contra apocalípticos: Ecologismo, Animalismo, Posthumanismo 117
Laura García-Portela
E. Illouz y D. Kaplan, El capital sexual en la Modernidad tardía 121
Maria Medina-Vicent
L. McIntyre, Posverdad 124
Joan García del Muro Solans
Diéguez, Antonio, Cuerpos inadecuados. El desafío transhumanista a la filosofía 127
Claudia Fernández-Fernández
Francesc Torralba Roselló, Formar personas. La teología de la educación de Edith Stein 130
Conrad Vilanou i Torrano
A Sonia y a Iris
■ Resumen
Debido a los enormes desafíos éticos, sociales, económicos y políticos vinculados al aumento de la expectativa de vida, así como también al aumento de la longevidad poblacional, el envejecimiento se ha convertido en uno de los tópicos más urgentes a investigar. La filosofía no es ajena a ello y se ve requerida en la tarea de reflexionar sobre los aspectos fundamentales que constituyen la vejez. Adicionalmente, y en concordancia con el reconocimiento de que existen diferencias específicas entre los géneros, la filosofía no solo debe pronunciarse sobre la vejez, sino particularmente sobre la vejez femenina. Así, la presente contribución tiene por objeto indagar en aquellos aspectos específicos del envejecimiento femenino. Utilizando el método fenomenológico me detendré en describir la relación entre tiempo y cuerpo femenino, con el objeto de mostrar que, pese a que hombres y mujeres pertenecemos a la misma especie biológica Homo sapiens, son precisamente algunas diferencias biológicas, así como su interpretación en el contexto social y cultural, lo que tiene impacto profundo en la vivencia temporal de las mujeres. De aquí se desprende, como veremos, que la vejez femenina constituya un fenómeno radicalmente distinto a la vejez masculina.
Palabras clave: Vejez femenina, temporalidad, cuerpo femenino, fenomenología de la vejez, género. [p. 7/150]
■ Abstract
Due to the enormous ethical, social, economic and political challenges linked to the increase in life expectancy as well as the increase in population longevity, aging has become one of the most urgent topics to investigate. Philosophy is not indifferent to it and is required in the task of reflecting on the fundamental aspects that constitute old age. Additionally, and in concordance with the recognition that there are specific differences between the genders, philosophy should not only pronounce about old age, but particularly on female old age. Thus, this contribution aims to investigate those specific aspects of female aging. Using the phenomenological method I will focus on describing the relationship between time and female body, in order to show that, although men and women belong to the same biological specie Homo sapiens, they are precisely some biological differences, as well as their interpretation in the social and cultural context, which has a profound impact on the temporal experience of women. It follows, as we will see, that female old age constitutes a radically different phenomenon from male old age.
Keywords: Female old age, temporality, female body, old age phenomenology, gender.
Debido a los enormes desafíos éticos, sociales, económicos y políticos vinculados al aumento de la expectativa de vida, así como también al aumento de la longevidad poblacional, el envejecimiento se ha convertido en uno de los tópicos más urgentes a investigar. A raíz de esto, y desde que el envejecimiento demográfico fue detectado como uno de los grandes desafíos que afrontamos a nivel global, la Organización Mundial de la Salud (OMS) acuerda ya en 2005 «la promoción de un envejecimiento activo y saludable», e «insta a los Estados Miembros a que adopten medidas para asegurar a la población rápidamente creciente de ciudadanos de edad avanzada el grado máximo de salud y bienestar que se pueda lograr»¹ En efecto, hoy en día no solo vivimos más, sino que vivimos más tiempo en tanto personas envejecidas; por tanto, aumentan las cohortes poblacionales de personas mayores, hecho que se denomina «envejecimiento de la vejez».² Esto significa, específicamente, que nuestra existencia se extiende no como veinteañeras, treintañeras o cuarentonas, [p. 6/150] sino en cohortes de personas bastante más envejecidas que eso.
Como otras disciplinas, tampoco la filosofía es ajena a este cambio demográfico y también se ve requerida en la tarea de reflexionar sobre los aspectos fundamentales que constituyen la vejez. Esto se torna especialmente idóneo si recordamos que la vejez constituye una forma muy especial, en la que se (nos) da y experimentamos el tiempo —siendo la temporalidad humana uno de los temas que más ha fascinado a los y las filósofas. Pero, así como para la medicina la vejez constituye un fenómeno heterogéneo, en el cual diversas particularidades genéticas, sumadas a «determinantes sociales»³ específicas, configuran una forma individual de envejecer, también la filosofía debe tomar en cuenta ciertos rasgos distintivos a la hora de reflexionar sobre la vejez. En particular, una nueva perspectiva parece absolutamente imprescindible de considerar en la reflexión sobre la vejez, a saber, la cuestión del género. Así, la filosofía no solo debe pronunciarse sobre la vejez en general, sino que debería también ser capaz de teorizar a partir de un enfoque que piense específicamente sobre la vejez femenina. Precisamente la presente contribución tiene por objeto indagar en aquellos aspectos específicos del envejecimiento femenino. A diferencia de otros estudios, en este caso no me referiré a la vejez como asunto médico, ni a los debates bioéticos actuales que incluso sostienen que la vejez es un fenómeno comparable con una enfermedad.⁴ En esta contribución, utilizando el método fenomenológico y en particular las meditaciones de Hans Blumenberg sobre el tiempo, me detendré en describir la relación entre tiempo y cuerpo femenino, con el objeto de mostrar que, pese a que hombres y mujeres pertenecemos a la misma especie biológica Homo sapiens, algunas especificidades biológicas femeninas y su interpretación socio-cultural tienen un impacto directo en una vivencia temporal particular de las mujeres, especialmente en su envejecer. Por ello, parece no arriesgado sostener que, en cuanto vivencia, la vejez femenina constituye un fenómeno muy distinto a la vejez masculina.
No obstante, ¿por qué es importante investigar sobre el envejecimiento y la vejez con una perspectiva de género? Se pueden mencionar varias razones: algunas más bien de corte pragmático, otras más bien de tipo ético-político. Dentro de las razones pragmáticas encontramos que un enfoque de género permite generar políticas de salud pública apropiadas para el cuidado y el tratamiento médico de las mujeres. Sin tomar en cuenta las diferencias que existen entre las personas de distintas edades y género, «los resultados se utilizan posteriormente (en forma errónea) como válidos para la generalidad de los individuos, hombres y mujeres, de cualquier condición (joven o viejo)».⁵ Adicionalmente, el aumento del envejecimiento de la población a nivel mundial [p. 9/150] involucra sobre todo a las mujeres, quienes son más longevas que los hombres. Lo anterior es problemático en la medida de que «(s)i bien es cierto que la mujer vive más, esto no indica que viva mejor, sino todo lo contrario».⁶ Aquí observamos una razón más bien ético-política: pues, en la medida en que, con el aumento de la edad, aumenta también la posibilidad de aparición de morbididades y disfuncionalidades, las mujeres constituyen una población aún más vulnerable. Por ello, es una demanda ética de primer orden realizar investigaciones médicas focalizadas en comprender mejor el envejecimiento femenino. Si a lo anterior le sumamos que las mujeres, históricamente, se han visto desventajadas en el ámbito social, su vulnerabilidad es aún mayor.⁷ Muchas mujeres mayores tienen más demandas por salud y, por el contrario, menos acceso a esta precisamente porque no cuentan con pensiones apropiadas —en pocos países, las labores del hogar o de la crianza (durante siglos adjudicadas a las mujeres) son remuneradas. En efecto, «hoy las mujeres siguen estando cultural y socialmente asociadas al ámbito de lo doméstico y, por tanto, ocupándose de la mayoría de las tareas que en este espacio se encuentran inscritas, entre ellas los cuidados a terceros».⁸ Suma sumarum: existen razones ético-políticas, médico-pragmáticas y filosóficas para considerar que la mujer y su forma de envejecer necesita de un análisis propio y diferenciado.
1. El no-lugar de la vejez y el cuerpo femenino en la filosofía
No cabe duda: la vejez constituye una de las etapas de la vida humana menos estudiadas de forma sistemática por la filosofía.⁹ Recién en los últimos años, constatamos un aumento significativo en las investigaciones en torno a la vejez, probablemente producto de los desafíos antes mencionados. En la historia de la filosofía existen dos formas características a partir de las cuales se ha comprendido la vejez: una postura apologética y otra visión más bien crítica. La postura apologética, cuya figura paradigmática se ve representada por Cicerón, tiende a glorificar la vejez,¹⁰ sobre todo utilizando argumentos de tipo moral-antropológico. De acuerdo con esta concepción, la vejez es considerada como el momento vital en el que se expresan virtudes como la sabiduría, el control de las pasiones, la templanza, etc.¹¹ En paralelo, sin embargo, encontramos una tradición crítica, e incluso negativa, acerca de la vejez, pues la describe principalmente en relación con pérdida de facultades —cognitivas y/o físicas—, con la aparición de enfermedades e incluso con el decaimiento moral —Aristóteles, por ejemplo, mencionará el carácter desconfiado, pesimista y tacaño de los ancianos. Simone de Beauvoir es famosa por sus análisis [p. 10/150] críticos de la vejez, particularmente destacando asuntos sociales y políticos.¹²
Ahora bien, podemos esgrimir diversas razones para justificar el no-lugar sistemático y detallado del estudio de la vejez por la filosofía. La filosofía ha buscado siempre llegar a conceptos y descripciones generales, universales en lo posible, capaces de expresar un alcance y validez que trascienda las mutaciones de lo orgánico y el devenir —de eso se trataba precisamente la metafísica. La búsqueda de la verdad era aquello que se pretendió por siglos; con distintos métodos se buscaron esencias, fundamentos o incluso certezas indubitables. En ese esfuerzo por la generalidad, sumado al enorme influjo de un paradigma moral-antropológico racionalista, se explica quizás en primer lugar que se tematice el ser humano, casi siempre como un ser incorpóreo, idealizado, logicizado y, por tanto, asexuado. Con todo, y pese a este «desprecio» del cuerpo de la filosofía tradicional y que es tan claramente denunciado por Nietzsche,¹³ si observamos con cuidado, notaremos que el ser humano al que se refieren la mayoría de los filósofos casi siempre es un hombre. Las alusiones a la mujer, por su parte, reseñan en su mayoría estereotipos deficitarios: Aristóteles, Schopenhauer y Nietzsche son algunos de los conocidos autores de algunos comentarios nefastos sobre las mujeres. Una excepción notable la constituyen, por cierto, los trabajos de Simone de Beauvoir, hoy clásicos, que tratan sobre la vejez y la mujer.
Con todo, y para ser justos, la marginalidad con la que la filosofía atendió a la vejez femenina, y específicamente a su forma de ser cuerpo envejecido, no es un caso aislado. En efecto, tampoco la medicina dedicó mucho tiempo al cuerpo de la mujer y sus particularidades. Por razones de extensión, no podemos profundizar en detalle en la comprensión y mal-comprensión sobre el cuerpo de la mujer, específicamente en relación a su genitalidad, que observamos a lo largo de la historia de la medicina. Pero sí podemos recordar y contextualizar rápidamente a algunos de ellos. Como indica Schäfer, recién durante la segunda mitad del siglo XVIII, e impulsadas por el patólogo Giovanni Battista Morgagni, encontramos descripciones anatómicas detalladas sobre los genitales femeninos —externos e internos— y sus posibles patologías.¹⁴ De forma similar a los cambios fisiológicos, las patologías femeninas también eran determinadas, hasta mediados del mismo siglo, por la menopausia.¹⁵ La menarquía y la menstruación llegaron incluso a ser consideradas como una enfermedad o como algo que enfermaba. Por otro lado, dependiendo del significado que se le otorgaba a la menarquía se interpretaba el significado de la menopausia femenina. Recién con la inclusión de una perspectiva de género en la medicina, particularmente impulsada por corrientes feministas de los gender studies, la [p. 11/150] comprensión médica del cuerpo de la mujer, de su salud y enfermedad, se diversifica y deja de estar principalmente asociada al significado de funciones biológicas, por siglos desconocidas, vinculadas casi exclusivamente a la reproducción.
En efecto, gracias a los enfoques de género y a la perspectiva feminista de los años 1980 y 1990 en adelante, se ha complejizado la forma de entender a la mujer, y así, el significado específico de la reproducción y de la maternidad. Las teorías postmodernas y feministas sobre el género concuerdan en diferenciar entre este y el sexo biológico;¹⁶ la identidad de género femenina no se identificaría con funciones específicamente biológicas o con una anatomía determinada. Por ello, estas teorías permiten también poner en tela de juicio la legitimidad y el alcance de una serie de estereotipos y roles vinculados al hombre y a la mujer —entre ellos, desde luego, la maternidad. En cuanto los estereotipos de género corresponden a propiedades que se relacionan con el género de acuerdo con creencias populares, los estudios de género se ocupan de explicitar sus orígenes culturales. Un estereotipo típico en el caso del género masculino: lo observamos, por ejemplo, en la extendida comprensión que se tiene de los hombres como agresivos, dominantes e independientes; por el contrario, el género femenino ha sido más bien históricamente asociado al cuidado, a la sensibilidad y a las emociones, entre otras características. Como decíamos, precisamente la pregunta por el origen de estos estereotipos es discutida intensamente y divide las posiciones. La controversia se polariza principalmente entre dos extremos; por un lado, quienes relacionan esos estereotipos con una perspectiva biológica, y quienes, por el contrario, los asocian a un constructivismo de género.¹⁷ El enfoque constructivista considera que el género es una construcción social que se distingue del sexo somático (genital, genético o cerebral). De acuerdo con esta perspectiva, mientras que el sexo es una cuestión relativa a la biología, representada en la naturaleza por el macho y la hembra respectivamente, el género se relaciona más bien con la configuración cultural de la identidad sexual de una persona, dando cabida a lo femenino, a lo masculino o incluso a otras formas no binarias de identidad de género. Para muchas feministas es inaceptable aceptar roles o estereotipos de género por considerarlos discriminatorios. Sin embargo, existen planteamientos más mesurados que limitan el sentido de la biología a la separación funcional somática de la reproducción en el momento de formular roles de géneros adecuados.¹⁸
El presente trabajo, como se verá en lo sucesivo, toma una posición mesurada. Pues el trabajo concuerda con el enfoque constructivista del género, e interpreta lo femenino y la maternidad como fenómenos configurados culturalmente;¹⁹ pero ambos, [p. 12/150] sin embargo, bien pueden tener como punto de partida asuntos de tipo biológico. Pues, si bien el cuidado de los hijos, y la maternidad en especial, corresponde a uno de los estereotipos más criticados en relación con el género femenino, no se puede simplemente hacer la vista gorda al hecho histórico de que las mujeres, en la mayoría de las culturas y a través de varios millones de años, se han dedicado especialmente al cuidado de los hijos. Esa tendencia no solo expresa un factum cultural o un estereotipo prejuicioso, sino que podría ser un gatillante biológico de una construcción social posterior, más compleja, y asociada al cuidado. Ello invita a pensar que, si bien el rol femenino como cuidadora se configura culturalmente, este también parece poseer una relación, aunque sea incluso de negación, con la capacidad biológica y propia de la especie homo sapiens de gestar. Reconocer, por tanto, que como producto de una tendencia biológica la mujer pueda asumir estereotipos como los de cuidadora o de madre, no significa aceptar o fomentar un determinismo biológico del género ni de sus roles. Se trata más bien de reconocer, también en el caso del género, la complejidad propia del ser humano avizorado desde el siglo XX en adelante por la Antropología Filosófica: el ser humano es siempre un animal cultural. Por lo tanto, una compleja mistura entre elementos de un organismo biológico y su apropiación como cuerpo humano, libre, cultural y simbólico. Precisamente en la relación entre cuerpo, biología e interpretación, en el caso específicamente femenino, quisiera adentrarme en lo sucesivo.
2. La vejez como asunto filosófico-fenomenológico: el cuerpo ambiguo
El cuerpo humano es, pues, una compleja mezcla de dimensiones, una mistura única entre biología, extensión, comprensión y narración. Además de ser cuerpo orgánico, perteneciente al reino del devenir y a su dinámica natural del nacer y el perecer, el cuerpo humano también es signo, una red de significado social y cultural. Merleau-Ponty, siguiendo las enseñanzas de la fenomenología husserliana, desarrolló con gran destreza la idea de que el cuerpo constituye la forma en la que nos orientamos en el mundo, el modo como se expresa nuestro «ser para el mundo».²⁰ Ambas dimensiones, la orgánica, por un lado, y la simbólica, por el otro, nos constituyen en tanto cuerpo, y son la base de lo que podríamos denominar auto-comprensión. Pero, más detalladamente, de ambas dimensiones del ser cuerpo —del ámbito orgánico, extendido, medible a constantes y funciones; y del ámbito textual, como cuerpo signo, narrado, comprendido desde una reflexión de sí y de la cultura—, surge aquel cuerpo que se sabe ante todo tiempo. Hans Blumenberg, destacado fenomenólogo, nos dice: «El sujeto se revela subjetivo
de dos modos. Primero, con referencia a sí mismo: en la reflexión sobre su identidad como referencia recíproca de sus vivencias, dependiente de la dimensión de la vida e, incluso, de la aportación del recuerdo; luego, mediante la dependencia [p. 13/150] de dimensiones estables, de movimientos constatables, de los cambios de uno mismo, de la estructura temporal de la experiencia».²¹ De esta cita podemos desarrollar múltiples reflexiones.
Pensar el cuerpo femenino no solo exige comprender su significado narrativo y simbólico y su carácter textual y contextual, sino también la relación que se construye desde un cuerpo biológico que, como toda biología, exige y demanda. Desde los grandes materialistas, como Marx, Nietzsche, Feuerbach y Freud, hemos aprendido que toda construcción metafísica y especulativa es también siempre, de algún modo, tomando al «cuerpo» (Leib) como «guía»,²² orientados por una voluntad orgánica, irracional incluso, que necesita expresarse. De esta primera naturaleza violenta, se edifica la segunda naturaleza que somos propiamente, como humanos, y que tiene un carácter interpretativo y cultural. Esta visión constructivista o técnica de la naturaleza humana implica decir que los seres humanos estamos llamados por naturaleza a construirnos —lo que refiere a una noción antropológico-filosófica del ser humano como