La sociedad paliativa
Por Byung-Chul Han
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Como en La sociedad del cansancio, Byung-Chul Han parte del supuesto de que en Occidente se ha producido un cambio radical de paradigma. Las sociedades premodernas tenían una relación muy íntima con el dolor y la muerte, que enfrentaban con dignidad y resignación. Sin embargo, en la actualidad, la positividad de la felicidad desbanca a la negatividad del dolor, y se extiende al ámbito social. Al expulsar de la vida pública los conflictos y las controversias, que podrían provocar dolorosas confrontaciones, se instaura una posdemocracia, que es en el fondo una democracia paliativa.
Byung-Chul Han
Byung-Chul Han (Seúl, Corea del Sur, 1959) estudió Filosofía en la Universidad de Friburgo y Literatura Alemana y Teología en la Universidad de Múnich. En 1994 se doctoró por la primera de dichas universidades con una tesis sobre Martin Heidegger. Ha sido profesor de Filosofía en la Universidad de Basilea; de Filosofía y Teoría de los Medios en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe y de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de las Artes de Berlín. Es autor de más de una veintena de títulos, casi todos ellos publicados en castellano por Herder Editorial.
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La sociedad paliativa - Byung-Chul Han
Byung-Chul Han
La sociedad paliativa
El dolor hoy
Traducción de Alberto Ciria
Herder
Título original: Palliativgesellschaft
Traducción: Alberto Ciria
Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes
Edición digital: José Toribio Barba
© 2020, Mathes und Seitz Berlin, Berlín
© 2021, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN ePub: 978-84-254-4632-0
1.ª edición digital, 2022
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Herder
www.herdereditorial.com
ÍNDICE
ALGOFOBIA
LA OBLIGACIÓN DE SER FELIZ
SUPERVIVENCIA
SINSENTIDO DEL DOLOR
LA ASTUCIA DEL DOLOR
DOLOR COMO VERDAD
POÉTICA DEL DOLOR
DIALÉCTICA DEL DOLOR
ONTOLOGÍA DEL DOLOR
ÉTICA DEL DOLOR
EL ÚLTIMO HOMBRE
De entre todas las sensaciones corporales, el dolor es la única que representa para el hombre una especie de corriente navegable cuyo caudal nunca se seca y lo conduce hasta el mar. Siempre que el hombre trata de abandonarse al placer, este resulta ser un callejón sin salida.
WALTER BENJAMIN
ALGOFOBIA
«¡Cuéntame qué es para ti el dolor y te diré quién eres!».¹ Esta frase de Ernst Jünger se puede aplicar al conjunto de la sociedad. La relación que tenemos con el dolor revela el tipo de sociedad en que vivimos. Los dolores son señales cifradas. Contienen la clave para entender la respectiva sociedad. Por eso toda crítica social tiene que desarrollar su propia hermenéutica del dolor. Se nos escapa el carácter de signo en clave que tiene el dolor si dejamos que solo la medicina se ocupe de él.
Hoy impera en todas partes una «algofobia» o fobia al dolor, un miedo generalizado al sufrimiento. También la tolerancia al dolor disminuye rápidamente. La algofobia acarrea una anestesia permanente. Se trata de evitar todo estado doloroso. Entre tanto también las penas de amor resultan sospechosas. La algofobia se extiende al ámbito social. Cada vez se deja menos margen a los conflictos y las controversias, que podrían provocar dolorosas confrontaciones. La algofobia domina también la política. Aumenta la presión para acatar acuerdos y para establecer consensos. La política se acomoda en una zona paliativa y pierde toda vitalidad. La «falta de alternativa» es un analgésico político. El difuso «centro» resulta paliativo. En lugar de discutir y luchar por alcanzar argumentos mejores uno cede a la presión del sistema. Se está propagando y asentando una posdemocracia, que es una democracia paliativa. Por eso Chantal Mouffe exige una «política agónica» que no rehúya las confrontaciones dolorosas.² La política paliativa no es capaz de tener visiones ni de llevar a cabo reformas profundas que pudieran ser dolorosas. Prefiere echar mano de analgésicos, que surten efectos provisionales y que no hacen más que tapar las disfunciones y los desajustes sistemáticos. La política paliativa no tiene el valor de enfrentarse al dolor. De esta manera todo es una mera continuación de lo mismo.
La algofobia actual se basa en un cambio de paradigma. Vivimos en una sociedad de la positividad que trata de librarse de toda forma de negatividad. El dolor es la negatividad por excelencia. Incluso la psicología obedece a este cambio de paradigma y pasa de la psicología negativa como «psicología del sufrimiento» a una «psicología positiva» que se ocupa del bienestar, la felicidad y el optimismo.³ Hay que evitar los pensamientos negativos y reemplazarlos sin demora por ideas positivas. La psicología positiva somete incluso el dolor a una lógica del rendimiento. La ideología neoliberal de la resiliencia toma las experiencias traumáticas como catalizadores para incrementar el rendimiento. Se habla incluso de «crecimiento postraumático».⁴ El entrenamiento de la resiliencia como ejercicio de fuerza psicológica tiene por función convertir al hombre en un sujeto capaz de rendir, insensible al dolor en la medida de lo posible y continuamente feliz.
La misión de la psicología positiva de proporcionar felicidad está íntimamente ligada a la promesa de un oasis de bienestar permanente que se pueda crear a base de medicamentos. La crisis de opioides en Estados Unidos tiene un carácter paradigmático. La codicia material de la industria farmacéutica no es la única causa de esa crisis, que más bien obedece a un fatídico supuesto acerca de la existencia humana. Solo una ideología del bienestar permanente puede conducir a que unos medicamentos que originalmente se empleaban en la medicina paliativa pasaran a administrarse a gran escala también en personas sanas. No es casual que, hace ya décadas, el «algólogo» o experto en dolor estadounidense David B. Morris comentara: «Los norteamericanos actuales probablemente forman parte de la primera generación en la Tierra que considera la existencia sin dolor una especie de derecho constitucional. Los dolores son un escándalo».⁵
La sociedad paliativa coincide con la sociedad del rendimiento. El dolor se interpreta como síntoma de debilidad. Es algo que hay que ocultar o eliminar optimizándolo. Es incompatible con el rendimiento. La pasividad del sufrimiento no tiene cabida en la sociedad activa dominada por las capacidades. Hoy se priva al dolor de toda posibilidad de expresión. Está condenado a enmudecer. La sociedad paliativa no permite dar vida al dolor ni expresarlo lingüísticamente convirtiéndolo en una pasión.
La sociedad paliativa es además una sociedad del «me gusta». Es víctima de un delirio por la complacencia. Todo se alisa