Elías Zeledón. El Irazú.

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1

EL IRAZ
La luna llena plateaba la noche repleta de calma.
Sentada a la orilla de un perezoso riachuelo, una
pareja de enamorados conversaba quedamente. Ella:
frgil, esbelta y dulce, hija del cacique. l: gil, alto
y fuerte, renombrado cazador y temido guerrero. La
luna, testigo de su cario, conoca de sus planes, de
su constancia, zozobras y amoros.
Miraban
plcidamente la inmensidad del cielo, con las manos
entrelazadas, prometindose amor eterno, escuchando
el bullicio silencioso de la plcida noche.
Sbitamente, el silencio se interrumpi al crujir
doloroso de una rama seca que se quebraba. El
guerrero, de un salto se puso en pie con el filoso
pual desenfundado; pero... el inquietante ruido no se
repiti ms, la armoniosa calma continu. Una suave
brisa transportaba el perfume de las fragantes flores
silvestres.
La aldea, con sus pequeas y numerosas chozas,
con su imponente palenque y su majestuoso templo al
dios Sol, permaneca despierta. En las chozas,
grupos familiares conversaban y rean al calor de
chispeantes fogones. En el templo, un solemne
silencio llenaba todos los rincones; la estatua de
piedra erigida al Sol reflejaba, inconstantemente, las
rojizas llamas de la tea permanente, encendida en su
honor.
En el palenque, los principales de la tribu oan,
entre olores a carne y chicha de maz, leyendas de los
hroes del lugar, contadas cadenciosamente por un
anguloso servidor del templo del Sol, quien, con
mano hbil, golpeaba un tosco tambor que resonaba
con furia cuando el relato se refera a momentos de
peligro o herosmo. El viejo cacique, sentado en un
sitio preferencial, escuchaba con atencin. Su rostro,
cruzado por profundos surcos de experiencia, brillaba
como si fuera de bronce, al ser iluminado por las
amarillentas llamas del fogn, y expresaba intensa
serenidad.
Como un felino entra en su cueva cuando lo
amenaza peligro alguno, as entr, arrogante y
silencioso, el gran sacerdote al palenque. Paso a paso
atraves el lugar, hasta acercarse al patriarcal jefe.
Susurrante, empez su relato. Ninguno de los
presentes oy ni una palabra con claridad. El rostro
del anciano, que reflejaba serenidad completa
segundos antes, empez a cambiar sucesiva y
rpidamente de expresin.

Las llamas, primitivos reflectores, iluminaban la


transfiguracin: disgusto... apata... leve inters...
profunda atencin... sorpresa... enojo... clera... furia.
El cacique lentamente se incorpor.
El
narrador, automticamente, cort su relato. El gran
sacerdote, de ojos negros, pequesimos y
refulgentes, se apart de su lado y el anciano, con
paso lento pero firme, se dirigi hacia el templo.
Ante el monumento al Sol, rasgando sus
vestiduras, clam:
Sol todopoderoso, oh dios inmenso! Con
profundo dolor vengo hoy, triste da, a pedirte
clemencia para nosotros y castigo ejemplar para
quien no supo obedecer tus inflexibles mandatos. Mi
hija, insensatamente, ha querido por mucho tiempo a
un guerrero de la tribu de cazadores, enemigo de
nuestra raza y de nuestra religin. Por su sacrlego
pecado, oh dios!, te pido castigar su falta y maldecir
al miserable infiel.
Quejumbroso, el cacique continu suplicando,
primero con voz sonora y fuerte, luego con gritos
poderosos, ensordecedores. La calma de la aldea fue
desalojada por los retumbantes gritos del viejo que
peda, al Sol dios, ejemplar castigo, que fuese leccin
eterna para los pecadores irreflexivos y
desenfrenados.
El dios... le oy. Con mano omnipotente tom a
la dulce y enamorada muchacha, y con furia, la
incrust en el cielo, en el azul intenso, en el azul
profundo, convirtindola en suave, blanca y vaporosa
nube que engalan por primera vez el cielo de Costa
Rica.
El dios vengativo no toc al bravo, viril y
valiente guerrero. Muri de soledad, jurando luchar
eternamente para alcanzar a su amada.
Como era tradicional, el intrpido guerrero fue
enterrado en la llanura, con los ritos y ceremonias
dignos de sus mritos y rango.
Sus amigos abandonaron pronto el lugar,
dejando en la tumba el cuerpo yerto, guardin del
juramento eterno.
Esa misma noche, la tumba quebr la
monotona de la llanura y empez a crecer. Con
esfuerzo titnico creci, convirtindose en tmulo,

lentamente de tmulo en duna, despaciosamente de


duna en loma, de loma en montaa, de montaa en el
imponente Iraz, centinela gallardo de aquella
llanura. El juramento estaba cumplido.

y femenina, envuelve cariosamente al gigantesco


Iraz, guerrero viril, disfrutando eternamente de su
amor, el cual, ni el omnipotente dios del viejo
cacique, logr romper.

En las montaas fras, la nube blanca, vaporosa

Elas Zeledn Cartn (compilador).

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