La Contrarreforma Católica - Sugel Michelén
La Contrarreforma Católica - Sugel Michelén
La Contrarreforma Católica - Sugel Michelén
En esta lección, veremos en qué consistió esta reacción católica a la que llamamos
Contrarreforma, comenzando unos años antes de Lutero, durante el reinado de Isabel de
Castilla, cuya descendencia jugaría un papel tan importante durante la Reforma.
La reforma católica
En una clase anterior vimos todas las peripecias que tuvo que pasar Isabel para llegar a ser
reina de Castilla. Una vez en el trono, la reina se dedicó de lleno a la reforma del clero, que
se encontraba en una situación muy lamentable. El alto clero estaba más envuelto en la
guerra y en hacer fortuna que en pastorear las almas. Y en el bajo clero la situación no era
mejor. La mayoría de los sacerdotes eran ignorantes y estaban sumidos en la pobreza; el
celibato tampoco era practicado, de manera que muchos obispos tenían hijos bastardos y
algunos curas vivían públicamente con sus concubinas.
Para llevar a cabo el proceso de reforma, los Reyes Católicos pidieron al Papa el derecho de
nombrar los oficiales de la Iglesia, petición que les fue concedida. Para Fernando, esta era
una medida política “pues la corona no podía ser fuerte en tanto no contase con el apoyo y
la lealtad de los prelados.” Para Isabel, aunque estaba de acuerdo con su esposo en este
punto, veía la medida como necesaria para reformar la Iglesia dentro de sus dominios.
Uno de los nombramientos más importantes que hizo Isabel fue el de Francisco Jiménez de
Cisneros como arzobispo de Toledo. Cisneros encajaba perfectamente en el proyecto
reformador de la reina, por cuanto combinaba la erudición de un humanista con la
austeridad de un franciscano. Este llegó a ser uno de los consejeros de más confianza de la
reina Isabel. Ambos se dedicaron de lleno en la reforma de los conventos y monasterios,
haciéndoles respetar las reglas de su orden.
De igual modo, fomentaron el estudio. La reina misma era una erudita y a ella le debe
España “el haber echado las bases del Siglo de Oro.” En cuanto a Cisneros, sus dos
contribuciones más importantes en ese sentido fueron la Universidad de Alcalá (donde
estudiaron hombres de la talla de Miguel de Cervantes, Ignacio de Loyola y Juan de
Valdés) y la Biblia políglota Complutense. Este nombre se deriva de la forma latina de
Alcalá, Complutum, donde fue preparada esta obra que contaba con seis volúmenes: los
primeros cuatro comprendiendo el Antiguo Testamento – en tres columnas paralelas con el
texto hebreo en el exterior, luego el texto de la Vulgata en el medio y en el interior el de la
Septuaginta; el quinto volumen contiene el Nuevo en dos líneas paralelas conteniendo el
texto griego y la Vulgata; y el sexto volumen contiene una gramática hebrea, caldea y
griega.
La reina Isabel, que murió en 1504, no pudo disfrutar de ninguno de estos logros ya que la
Universidad de Alcalá se terminó de construir en 1508, y la políglota Complutense fue
publicada oficialmente en 1520.
Para tales fines, la inquisición se instauró en España en 1478, es decir, cuatro años después
de la coronación de Isabel con el fin de eliminar todo vestigio de judaísmo,
mahometanismo y cualquier tipo de herejía. Aunque la inquisición ya funcionaba en
Europa, en España tuvo la característica de estar bajo el poder de la corona y no bajo la
supervisión del Papa.
Al surgir la reforma protestante, el proceso de reforma dentro del catolicismo tomó otro
rumbo, abiertamente hostil hacia las enseñanzas de los reformadores. Eso radicalizó las
posturas dentro de la Iglesia Católica, dejando en mala posición a los humanistas que
clamaban por un entendimiento con los protestantes. Entre estos humanistas podemos
mencionar a Erasmo de Rótterdam, Gasparo Contarini, Jacobo Sadoleto y Jorge Witzel, los
cuales clamaban por un retorno a la sencillez del evangelio y a las condiciones imperantes
en la iglesia primitiva. Pero este movimiento reformador no satisfizo ni a católicos ni a
protestantes.
“Ambos sentían que los humanistas estaban buscando un modo de evadir los problemas de
importancia en lugar de resolverlos. Respecto de la cuestión central sobre la gracia divina y
la forma en que ella operaba, había una división básica que no podía ser superada e
ignorada. Declaraciones doctrinales ambiguas y concesiones moderadas de los católicos en
cuanto al celibato, la misa y la estructura de la Iglesia no podían curar una herida que
llegaba hasta el corazón”.
El concilio de Trento
Así las cosas, muchos comenzaron a clamar por la celebración de un concilio universal.
Pero los papas de ese período sentían una fuerte aversión hacia los concilios por temor a
que resucitara el movimiento conciliar poniendo en juego la autoridad del papado.
Pero la presión llegó un punto tal que, finalmente, el sucesor de Clemente VII, Pablo III
(1534-1549) accedió a la petición y el 2 de junio de 1536 convocó un concilio que debía
celebrarse al año siguiente en la ciudad de Mantua. Éste concilio no pudo llevarse a cabo
debido, entre otras cosas, a las guerras entre Carlos V y Francisco I de Francia. Se hizo otra
convocatoria para celebrar el concilio en la ciudad de Vicenza, pero por la misma razón de
los conflictos entre Carlos V y Francisco I la asistencia fue mínima y tuvo que ser
pospuesto otra vez.
La situación se fue volviendo cada vez más precaria para la Iglesia católica por el avance de
la Reforma Protestante, de tal manera que Pablo III, y todos sus sucesores, decidieron
responder con medidas de represión, antes que ceder a las voces que clamaban por una
reforma católica. Uno de los instrumentos de contraataque fue el Concilio de Trento,
convocado en 1545. Este Concilio se llevó a cabo en tres sesiones: la primera, del 1545 al
1549; la segunda, de 1551 a 1552; y la tercera, de 1559 a 1563. Las resoluciones que se
tomaron en este concilio marcaron el rumbo del catolicismo romano hasta el día de hoy.
En cuanto a la justificación por la fe, Trento enseñó que “la salvación no es una obra
completamente divina, si no que requiere la cooperación del hombre con Dios. No hay
seguridad de salvación, porque nadie puede saber con certeza de fe... que ha obtenido la
gracia de Dios. La gracia salvadora debe venir por medio de los sacramentos administrados
por la Iglesia católico romana, porque toda verdadera justificación comienza por medio de
los sacramentos, o una vez comenzada, crece por medio de ellos, o cuando se pierden, se
recuperan a través de ellos.”
He aquí algunas de las declaraciones más importantes del concilio en lo que respecta a la
justificación por la fe:
Canon 9: “Si alguno dijere que el impío se justifica por la sola fe, de modo que entienda no
requerirse nada más con que coopere a conseguir la gracia de la justificación y que por
parte alguna es necesario que se prepare y disponga por el movimiento de su voluntad, sea
anatema.”
Canon 11: “Si alguno dijere que los hombres se justifican o por sola imputación de la
justicia de Cristo o por la sola remisión de los pecados, excluida la gracia y la caridad que
se difunde en sus corazones por el Espíritu Santo y les queda inherente; o también que la
gracia, por la que nos justificamos, es sólo el favor de Dios, sea anatema.”
Canon 12: “Si alguno dijere que la fe justificante no es otra cosa que la confianza en la
divina misericordia que perdona los pecados por causa de Cristo, o que esa confianza es lo
único con que nos justificamos, sea anatema.”
Trento también “reafirmó los siete sacramentos, declarando que cualquiera que niegue
alguno de estos sacramentos debe ser ‘anatema’.”
A la luz de estas declaraciones conciliares viene a ser obvio que cualquier intento de
reconciliación con el catolicismo romano no podría llevarse a cabo sin echar por tierra
algunas doctrinas cardinales del evangelio.
“Así como Cristo es uno, la misión cristiana es una. Esa misión única puede y debería ser
promovida de diversas formas. Sin embargo, la diversidad legítima no debería ser
confundida con las divisiones existentes entre cristianos que oscurecen al Cristo único y
obstaculizan la única misión. Hay una conexión necesaria entre la unidad visible de los
cristianos y la misión del Cristo único. Oramos en conjunto por el cumplimiento de la
oración de Nuestro Señor: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti,
que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan
17)”.
Como bien señala R. C. Sproul, esta declaración en nada difiere de lo que la Iglesia
Católica ha enseñado siempre sobre la justificación.
“La Iglesia Católica romana siempre ha insistido en que la justificación es por gracia...
desde el sínodo de Cartago, en su condenación de la herejía de Pelagio, hasta el Concilio de
Trento, Roma ha sido clara en este punto... Lo mismo puede ser dicho de la siguiente
afirmación: “somos justificados… a través de la fe”. Una vez más, Roma siempre ha
insistido en que la fe es una condición necesaria para la justificación. Lo que ellos
históricamente han negado es que ésta sea una condición suficiente...”
En cuanto a la declaración del documento de que “somos justificados... por causa de
Cristo”, sigue diciendo Sproul:
El replanteo de la justificación por parte de los protestantes que firmaron el ECT pone en
juego el corazón mismo del evangelio. Aquí es pertinente recordar la advertencia de
Calvino de que la ambigüedad estudiada es el escondite de los herejes.
Ignacio de Loyola nació en el seno de una familia aristocrática española en algún punto
entre el 1491 y 1495 (murió en Roma el 31 de Julio de 1556). Aunque su familia era
lealmente católica, y uno de sus hermanos era sacerdote, Ignacio fue destinado a la vida
militar.
Pero su vida dio un giro dramático al ser gravemente herido en una pierna en 1521,
mientras defendía la ciudad de Pamplona contra una invasión francesa. A pesar de que fue
sometido a varias operaciones, este incidente lo marcó de por vida. En ese reposo
obligatorio, Ignacio trataba de sobrellevar el tedio y la monotonía leyendo libros de
devoción. Ocupado en esto, una noche tuvo una visión que él mismo cuenta en su
autobiografía escrita en tercera persona:
“Estando una noche despierto, vio claramente una imagen de nuestra Señora con el santo
Niño Jesús, con cuya vista por espacio notable recibió consolación muy excesiva, y quedó
con tanto asco de toda la vida pasada, y especialmente de cosas de carne, que le parecía
habérsele quitado del alma todas las especies que antes tenía en ella pintadas”.
Sin embargo, a pesar de sus prácticas religiosas, continuaba experimentando una intensa
angustia espiritual por causa de sus tentaciones. Incluso fue tentado muchas veces a
suicidarse. Pero finalmente, Ignacio de Loyola afirma haber encontrado la paz de su alma,
no como Lutero, al entender la doctrina de la justificación por la fe, sino “por medio de
visiones, arrebatos y éxtasis que lo conservaron dentro de la iglesia de su nacimiento y que
cimentaron su ardiente lealtad a la misma.”
Luego de pasar un año en su retiro en Manresa, donde comenzó a escribir su famosa obra
Ejercicios Espirituales, partió hacia Palestina en peregrinación con la esperanza de
convertirse en misionero entre los turcos. Pero los franciscanos, que ya se encontraban allí,
no le permitieron llevar a cabo su deseo.
Como hijo obediente de la iglesia, Ignacio decidió regresar a España y prepararse mejor
teológicamente. A pesar de que para ese tiempo tenía unos 30 años de edad, se dedicó a los
estudios. Estudió en Barcelona, en la recién fundada Universidad de Alcalá, en Salamanca,
y en París donde permaneció siete años desde 1528 hasta 1535, y recibió el título de
maestro en artes.
En 1535, Ignacio de Loyola se separó del pequeño grupo que ya había jurado “servir a
nuestro Señor dejando todas las cosas del mundo”, pues tuvo que regresar a España por un
período de tiempo para tratar algunas afecciones de salud. Pero se reunieron de nuevo en
1537 y decidieron dirigirse a Roma para ponerse al servicio del Papa.
Después de muchas demoras, el papa Pablo III accedió a darles el permiso de que se
constituyeran en una orden en 1540. Así nació la Sociedad de Jesús, una organización
religiosa que funcionaba como un regimiento militar al servicio del Papa.
“La Sociedad de Jesús tuvo un desarrollo extraordinario. A su muerte, sólo 16 años después
de la bula que autorizó la institución de la Sociedad, Ignacio la había visto crecer hasta
tener mil miembros. Estaban éstos en Italia, Portugal, España y Francia, trabajando en pro
de la reforma espiritual y moral en las poblaciones nominalmente católicas romanas.
Estaban en Alemania, donde combatían al protestantismo, y en Irlanda, tratando de
fortalecer a la Iglesia de Roma. Afirmaron la espina dorsal del reformista concilio de
Trento en su intransigencia hacia los protestantes y en su acatamiento de la dirección papal.
Francisco Javier la había implantado en la India, Malaca, las Indias Orientales y el Japón, y
había muerto tratando de entrar en China”.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este
material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su
autor y procedencia.
http://todopensamientocautivo.blogspot.com/2010/08/la-contrarreforma-
catolica.html