Libro de Los Ríos
Libro de Los Ríos
Libro de Los Ríos
Urbina santafé
Manuel Iván
Urbina Santafé
Ilustraciones
Luis Olinto Carrillo Vargas
Manuel Iván Urbina Santafé
Derechos reservados.
Prohibida su reproducción parcial o total
por cualquier medio sin autorización escrita del autor.
OJO DE AGUA, 5
LOS NOMBRES, 7
EL LIBRO DE LOS RÍOS, 8
RÍO DE LOS PÁJAROS, 11
RÍO HUELLAS, 13
RÍO SUEÑO, 14
RÍO DE FUEGO, 16
RÍO SILENCIO, 18
RÍO SECRETO DE LAS CIUDADES, 21
RÍO NOCHE, 22
RÍO DE LAS COSAS PERDIDAS, 25
DE LO QUE PUEDE SER UN RÍO, 27
RÍO EXTRAVIADO DE EL PARAÍSO, 33
Déjame hundir las manos que regresan
a tu maternidad, a tu transcurso,
río de razas, patria de raíces,
tu ancho rumor, tu lámina salvaje
viene de donde vengo,
de las pobres y altivas soledades
de un secreto como una sangre,
de una silenciosa madre de arcilla.
NICOLÁS GUILLÉN
Cuando comienza a arder, parece como si el muerto quisiera levantarse de la pira. Crepita, se mueve y,
enseguida, el fuego devora un pedazo tras otro, bajo la serena mirada de quienes fueron sus seres queri-
dos. Sólo alguna que otra vieja, alguna hermana o esposa más débil de espíritu, enjugan algunas lágri-
mas. Los demás lo contemplan y lo felicitan mentalmente porque el destino se apiadó de él y lo sacó de
este valle de lágrimas. Varios cuervos esperan con gesto hosco en lo alto de un madero quemado. Se diría
que adivinan que no les va a quedar nada para repelar. Pues antes de que llegue a terminarse la incine-
ración, los sepultureros recogen la ceniza y los huesos, e incluso brazos y piernas enteros todavía sin
haberse quemado, y lo arrojan al Ganges. Entre flores y barcas aisladas, se ven cuerpos quemados o en-
teros yendo río abajo. Quizá se detendrán en algún médano del río o en alguna charca de aguas estanca-
das y, si escapan al apetito de los cocodrilos, los cuervos y los buitres darán buena cuenta de ellos. Pues,
para los hindúes, el barro del hombre no merece otra suerte…
MIRCEA ELIADE
Río de los Pájaros
En lengua indígena
norteamericana, es llamado el
“Gran río” o “Padre de las aguas”.
En 1811 y 1812, tres terremotos
hicieron que el curso del río se Río sueño
invirtiera temporalmente.
E
CONGO: EL RÍO QUE CRUZA
DOS VECES LA LÍNEA n los días de infancia, el arroyo que será el río sueño se
En África, este río, además de ser
nos mezcla con la vigilia, y es difícil descifrar los límites
el quinto más largo del entre la realidad y la fantasía. Porque nada es tan real, tan
mundo, llama la atención por verdadero como ese caudal sin fondo donde tienen lugar aconteci-
cruzar en dos puntos
la línea del Ecuador. mientos oscuros o maravillosos.
Si uno se anima a desafiar las alturas, en unos instantes podrá
deslizarse entre las copas de los árboles sin necesidad de alas; o
acaso logre conversar con los muertos, o se pierda en una ciudad
de puertas y rostros desconocidos.
Tal vez por la época en que dejamos atrás al niño que nos
habitó durante escasos años, cuando nos sentimos solos ante la
vida y la muerte, el río nos traiga imágenes de una caída, de una
persecución en que somos la presa; tal vez nos salve despertar,
trémulos y sudorosos, en alguna habitación de la noche.
Todos necesitamos sondear el río Sueño, abandonarnos en su
A
Egipto, es protegido por
serpientes de la tierra y del
agua. Vive en una caverna veces es tan oscuro el traje del río que nadie puede ver a
bajo las montañas de Asuán y través de él, excepto la Luna, que desciende, llena o nueva,
sale a visitar de vez en cuando
su reino, atravesando la puerta a pintar de plata la superficie del agua, los fantasmas de
subacuática y subterránea de su
hogar. En sus manos lleva la
las orillas.
vasija sin fondo, de la cual En cuanto la Luna se aleja, pueden distinguirse las estrellas,
surgen las crecidas del río Nilo
que aseguran el limo, barro que en realidad son los ojos de los peces. A las piedras del lecho
abonado que hace saltar de se suman las sombras de las piedras, y las sombras de los árbo-
la tierra cosechas maravillosas.
Espera el dios la ofrenda de los les, que el río bebe a cualquier hora.
seres humanos, su gratitud: si A sus bañistas los sorprende el sueño, los asalta el miedo, y mil
su mano vuelca la jarra en
demasía, sobrevendrá el emociones diversas, porque el río Noche es el lugar donde todo
diluvio; si no derrama
suficiente líquido,
acontece: muertes y nacimientos, dolores y deseos, abrazos y sole-
los egipcios tendrán dades, las cosas mejores y peores. Algunas veces se congestiona
sequía y hambruna. de tantos sueños como arrastra en sus crecidas.
El río Noche palpita y fluye a través de un valle hermoso y terri-
ble, mientras el mundo parece dormir, y pueden no tener fin su
crueldad o su fiesta. Pero luego de todos los pesares, o de los sue-
ños cumplidos, en ningún otro lugar desemboca sino en el ama-
necer.
Las lavanderas del río Grande de la Magdalena dicen ver a un hombre extraño,
de larga cabellera, sentado en las piedras de la orilla, mirando correr el agua o
con los ojos perdidos en la lejanía. Pero en realidad está vigilante; tal vez ha vis-
to llegar a las mujeres con sus atados de ropa y la falda amarrada a un lado
para iniciar la faena; quizá esta pendiente de las muchachas que salpican, ríen
y gritan en la ribera opuesta.
Así describen al Mohán o Moján.
A los hombres les ahuyenta los peces, les roba las carnadas y los anzuelos,
enreda las redes de pescar y ha llegado a voltear canoas repletas de pescado, e
incluso a ahogar a pescadores inexpertos. Se sabe de muchachas raptadas por
el Mohán, que han aparecido en cuevas o río abajo, sus cuerpos hinchados esca-
samente vestidos con bejucos. Aunque a veces se presenta cantando y tocando
tiple, enamorado y tranquilo, fingiendo que repara una atarraya, ellas no
confían. Tantas cosas se han dicho del Mohán, tan terribles les han descrito
su piel quemada, sus ojos desorbitados y encendidos, y la sonrisa enorme que
deja al descubierto dos afiladas hileras de dientes de oro.
Las historias de terror han viajado por los caminos del río y la montaña, se
han enriquecido y desbordado con la cultura de los pueblos ribereños; ya pocos
recuerdan la leyenda del Mohán, un antiguo hechicero indígena que se escondió
en la selva antes de la llegada de los españoles (Los Chibchas usaban el término
“mojas” para referirse a los sacerdotes). Al presentir la crueldad de la conquista,
el Mohán penetró en la espesura, y allí se convirtió en el espíritu de los ríos.